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Grado noveno – Semana 3

EL DERECHO A LA AUTODETERMINACIÓN DE LOS PUEBLOS: LA SOBERANÍA PARA EMPEZAR

La legislación internacional reconoce el derecho a la autodeterminación como un presupuesto básico para el desarrollo
del resto de derechos. No podríamos hablar del derecho a la vivienda o a la alimentación si no existiese el derecho a
acceder a unos materiales para construir casas o a una tierra que dé alimentos.

El derecho de los pueblos a la libre determinación tiene un lugar privilegiado en la Carta de la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) y en los dos Pactos Internacionales de Derechos Humanos de 1966.

La Carta proclama como objetivo de las Naciones Unidas «fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en
el respeto al principio de la igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos». Los pactos internacionales de
derechos humanos consagran en los mismos términos el derecho de los pueblos a la autodeterminación.

Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición
política y proveen a sí mismos su desarrollo económico, social y cultural.

Para el logro de sus fines, todos los pueblos pueden disponer libremente de sus riquezas y recursos naturales […]. En
ningún caso podrá privarse a un pueblo de sus propios medios de subsistencia.

Así pues, el derecho internacional reconoce el derecho a la autodeterminación con una vertiente política y otra económica.
Entiende, eso sí, que la económica es prioritaria, es decir, que la soberanía de los recursos naturales es prioritaria para
que pueda existir este derecho.

La independencia política no puede separarse de la soberanía económica. Sin la soberanía económica, la independencia
política quedaría en un plano teórico.

Ahora que sabemos qué es, ¿qué no es el derecho a la autodeterminación?

Para defender el derecho a la autodeterminación no hace falta defender al Estado. Quien puede ejercer este derecho es
el pueblo, no el Estado. El Estado es un instrumento del que se valen los pueblos para poder ejercer la autodeterminación,
pero no es el único.

La utilización del Estado como instrumento emancipatorio de los pueblos es un fenómeno que surge durante la
descolonización de la primera mitad del siglo XX. Los pueblos colonizados consiguen la soberanía de los territorios que
habitan constituyéndose en Estado, única posibilidad que ofrece el derecho internacional. Sin embargo, de esta necesidad
no se puede hacer virtud. Siendo conscientes de las limitaciones emancipadoras que el propio concepto de Estado impone,
es necesario articular discursos en pos de la soberanía del territorio que se habita trascendiendo la visión estatalista, como
muchos pueblos indígenas de América latina han construido ya.

La historia acredita que los Estados que mejor vehículo han sido para el ejercicio del derecho a la soberanía de los pueblos
son aquellos que han apostado por una mayor descentralización del poder como, por ejemplo, el modelo cantonal suizo.
La ecuación «a mayor descentralización del poder, mayor ejercicio de soberanía», nos da una pista de los vehículos que
hay que dejar aparcados para el ejercicio de la autodeterminación.

Tampoco hay que confundir la soberanía de los pueblos con las identidades culturales. Aunque el derecho internacional
no establece una definición de «pueblo», podemos utilizar la que sugiere Aurelieu Cristescu, experto en la ONU: «a) el
término “pueblo” designa una entidad social que posee una evidente identidad y tiene características propias; b) implica
relación con un territorio; c) el pueblo no se confunde con las minorías étnicas, religiosas o lingüísticas».
Es decir, el pueblo o los pueblos que habiten un territorio tienen el derecho a la soberanía sobre él, independientemente
de las diferencias culturales que puedan existir en la población.

¿Por qué no es posible el ejercicio pacífico del derecho a la autodeterminación de los pueblos?

El derecho a la autodeterminación se enuncia en un primer momento por Naciones Unidas para poder llevar a cabo la
descolonización. Sin embargo, aunque la descolonización política fue posible, no fue así con la económica. El capitalismo
ha articulado nuevas fórmulas para seguir perpetuando la explotación de los poderosos sobre la soberanía de los pueblos.

De entre ellas, las fórmulas más importantes son: la deuda externa y los programas de ajuste estructural, el comercio y
las inversiones extranjeras, las actividades de las sociedades transnacionales, los derechos de propiedad intelectual, la
privatización de los servicios públicos, la utilización de mercenarios y la explotación de los recursos naturales, entre otras,
por el acaparamiento de tierras a gran escala.

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