14.1
El hombre, por su lado, siente una simpatía instintiva para con la
naturaleza (Gn. 2:19), y debe respetar sus ordenanzas (Lv. 19:19; Dt.
22:9–10; Job 31:38–40), comprender su dependencia de ella, y trabajar
a fin de obtener del mundo natural que lo rodea lo necesario para su
vida y para el enriquecimiento de su cultura (Gn. 3:17; 9:1–7).
14.2
14.2. El hombre a imagen y semejanza de Dios
14.2.1. Controversia
En la elaboración de la doctrina del hombre, la iglesia sucumbió a
la influencia del pensamiento gr., con su contraste dualista entre
materia y espíritu.
Se puso el acento en el alma con su “chispa divina”, y surgió la
tendencia a considerar al hombre como una entidad individual e
independiente, cuya verdadera naturaleza podía entenderse examinando
los diversos elementos que constituían su ser.
14.3
Algunos de los Padres destacaron la racionalidad, la libertad, y la
inmortalidad del alma como el elemento principal de la semejanza del
hombre con Dios, aunque otros encontraban también la imagen de Dios
en su ser físico.
Ireneo consideraba la imagen de Dios como el destino para el cual
fue creado el hombre, y al que debía acceder.
Agustín se ocupó de la semejanza entre la Trinidad y la estructura
tripartita en la memoria, el intelecto, y la voluntad del hombre.
También se sugirió una distinción exagerada entre los significados
de las palabras “imagen” y “semejanza” (lele\s y _tÆemƒd) de Dios, a
las cuales fue creado el hombre (Gn. 1:26), y esto dio lugar a la
doctrina escolástica de que la “semejanza” (lat. similitudo) de Dios era
un don sobrenatural dado por Dios cuando el hombre fue creado, en una
justicia original (justicia originalis) y perfecta autodeterminación ante
Dios, que podía ser perdida en la caída, que fue justamente lo que
ocurrió.
La “imagen” (imago), por otra parte, consistía en lo que le
pertenecía al hombre por naturaleza, en su libre albedrío, su naturaleza
racional, y su dominio sobre el mundo animal, que no podía perder ni
siquiera con la caída. Esto significa que la caída destruyó lo que tenía
originalmente de sobrenatural el hombre, pero dejo lesionadas su
naturaleza y la imagen de Dios, y libre su voluntad.
Con la Reforma, Lutero rechazó esta distinción entre oeami y
soeoeodmti. La caída afectó radicalmente la oeami, destruyó el libre
albedrío del hombre (en el sentido de aiiodiome, aunque no de siemudas), y
corrompió el ser del hombre en sus aspectos mas importantes,
quedándole sólo una pequeña reliquia de su imagen y relación originales
con Dios.
Calvino también destacó el hecho de que el verdadero significado
de la creación del hombre se ha de encontrar en lo que le es dado en
Cristo, y que el hombre adquiere la imagen de Dios en la medida en que
refleja hacia él su gloria, por gratitud y en fe.
En la dogmática reformada posteriormente los conceptos de oeami
y tisoeoeodm fueron nuevamente diferenciados cuando los teólogos
comenzaron a hablar de la imagen esencial de Dios, que no podía
perderse, y las cualidades accidentales pero naturales (incluyendo la
justicia original), que podían perderse sin la pérdida de la humanidad
misma.
En épocas mas recientes Brunner ha intentado usar el concepto de
la oeami “formal”, que consiste en la estructura actual del ser del
hombre, basado en la ley. Se trata de algo que no se ha perdido con la
14.4
caída, y que constituye un punto de contacto para el evangelio. Es un
aspecto de la naturaleza teológica unificada del hombre, que aun en su
perversión revela rasgos de la imagen de Dios. “Materialmente”, sin
embargo, para Brunner, la oeami se ha perdido completamente.
R. Niebuhr ha vuelto a la distinción escolástica entre: por una
parte, la naturaleza esencial del hombre que no puede ser destruida, y,
por otra, una justicia original, la virtud y perfección de la cual
representaría la expresión normal de dicha naturaleza.
Karl Barth, al formular su doctrina del hombre, ha elegido una
senda distinta de la que siguió la tradición eclesiástica.
No podemos conocer al hombre real mientras no lo conozcamos en
y mediante Cristo, por consiguiente tenemos que descubrir lo que el
hombre sea sólo a través de lo que descubrimos que es Jesucristo en el
evangelio.
No debemos tomar con más seriedad el pecado que la gracia, y,
en consecuencia, debemos negarnos a considerar al hombre como si ya
no fuese el ser que Dios creó.
El pecado crea las condiciones bajo las que Dios actúa, pero no
cambia la estructura del ser del hombre en forma tal que, cuando
miramos a Cristo Jesús en relación con los hombres y la humanidad, no
podamos ver en la vida humana relaciones analógicas que evidencien
una forma básica de humanidad que se corresponda con la divina
determinación en cuanto al hombre y sea similar a ella.
Aun cuando el hombre no sea por naturaleza el “socio del pacto”
divino, sin embargo, fundándonos en la esperanza que tenemos en
Cristo, la existencia humana es una existencia que corresponde a Dios
mismo, y en este sentido es imagen de Dios.
Barth encuentra una significación especial en el hecho de que el
hombre y la mujer han sido creados conjuntamente a la imagen de Dios,
y recalca la comunicación y la cooperación mutua entre hombre y
hombre como algo que forma parte de la esencia de la naturaleza
humana. Pero sólo en el Hijo encarnado, Cristo Jesús, y mediante su
elección en Cristo, puede el hombre conocer a Dios y relacionarse con él
en esa imagen divina.
14.5