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Junio de 2017

La Comunidad y
la Eucaristía
Índice
1. INTRODUCCIÓN.....................................................................4
2. «VOSOTROS SOIS EL CUERPO DE CRISTO»
(1COR 12,27; V. 272).................................................................. 5
3. ALIMENTO PARA LOS PEREGRINOS .................................... 10
4. LA UNIDAD .................................................................................... 11
5. VIVIR DE LA EUCARISTÍA......................................................... 14
6. EN EL HUERTO DE MILÁN
(REFLEXIONA) ........................................................................ 16
7. EJEMPLO DE SANTIDAD:
FR. JENARO FERNÁNDEZ.....................................................17
8. ORACIÓN
PARA EL AÑO DE LA SANTIDAD........................................19

Para el uso privado

AGUSTINOS RECOLETOS
Secretariado General de Espiritualidad

Mes de junio de 2017


LA COMUNIDAD
Y
LA EUCARISTIA

(Í COB 12,12-30)

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La Comunidad y la Eucaristía

1. Introducción

San Agustín fue un gran enamorado de la Eucaristía. El Obispo de


Hipona era plenamente consciente de la presencia real y sustancial de
Cristo en el sacramento y sabía que todo cristiano es peregrino de la ciu­
dad de Dios y que en su camino hacia la patria eterna necesita del alimen­
to del cuerpo y de la sangre de Cristo para poder llegar a la meta.
Es más, sabemos que en tiempo de san Agustín en muchas diócesis no
era costumbre celebrar la Eucaristía todos los días, sino solo dos o tres
veces por semana. Sin embargo también
sabemos que en la diócesis de Hipona la misa
se celebraba todos los días (s. 227). Con ello
san Agustín demuestra que tenía un gran
amor al sacramento y era consciente de la
necesidad que sus fieles tenían de la partici­
pación cotidiana en la mesa del Señor:
La cuarta petición es: El pan nuestro de cada día dánosle hoy (...)
en conformidad con este último precepto fue añadido en la ora­
ción dominical dánosle hoy, o significa el sacramento del cuerpo
de Cristo, que todos los días recibimos, o el manjar espiritual (s.
dom. m. 2,7,25).
Un primer elemento que es preciso señalar en san Agustín es que para
él la Eucaristía está íntimamente vinculada a la comunidad, pues ambos
son Cuerpo de Cristo. De este modo la comunidad, por encontrarse inser­
ta en la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo -siguiendo con el símil paulino
del texto de ICor 12,12-30-, es también cuerpo de Cristo. De este modo,
san Agustín establece un rico paralelo entre la Iglesia y la comunidad,
pues en ambas se dan los mismos fenómenos, como es la presencia de los
buenos y malos (Mt 13,24-30), la gracia actuante del Espíritu Santo (Rom
5,5), la presencia de Jesús en medio de la comunidad (.Jn 20,19) y, entre
otras cosas, la realidad de ser templo de Dios (ICor 3,16), es decir lugar
en el que Dios habita. Te invito a reflexionar sobre alguno de estos aspec­
tos.
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2. «Vosotros sois el cuerpo de Cristo»


(7 C o r 12,27; 5. 272)

De este modo la comunidad es el cuerpo de


Cristo. Este elemento es puesto de manifiesto
por san Agustín de manera particular en sus
sermones de la mañana de Pascua. En vista de
que los catecúmenos habían recibido la inicia­
ción cristiana en la Vigilia Pascual, la mañana
de Pascua, primer día de la semana in albis,
los catecúmenos, junto con los demás bauti­
zados de Hipona recibían una catcquesis
eucarística. San Agustín dedica muchos de
estos sermones a explicar el sacramento del
Cuerpo y de la Sangre del Señor, y uno de los
elementos que aparecen casi siempre es la explicación del paralelo que
existe entre la comunidad y la Eucaristía. Ambos son el Cuerpo de Cristo.
De aquí una de las frases más fuertes de san Agustín, haciendo referencia
al texto de ICor 12,27:
Vosotros sois lo que recibís por la gracia con la que habéis sido
redimidos (s. 229A).
Así pues los fieles son el mismo Cuerpo de Cristo. De esta expresión
agustiniana se derivan dos consecuencias. La primera de ellas es una lla­
mada clara a la santidad. Quien es miembro del Cuerpo de Cristo debe
vivir en santidad, como el mismo Cristo es santo. Por eso señala que es
preciso ser lo que se ve en el altar después de la consagración. Por otra
parte, comulgar es para san Agustín, recibir lo que los cristianos son, es
decir el Cuerpo de Cristo. La frase del sermón 221, predicado en la maña­
na de Pascua es sumamente ilustrador:
Sed lo que veis (sobre el altar); recibid lo que sois. (s. 227)
Asimismo, san Agustín es consciente de que la Iglesia peregrina, cuer­
po de Cristo en esta tierra, mientras camina hacia Dios, es una Iglesia mez-

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La Comunidad y la Eucaristía

ciada, es una ecclesia permixta. Es


como la red de la que nos habla el
evangelio, en la que había peces
buenos y malos (Mt 13,47-52), es
como el campo de Dios en el que
hay trigo y cizaña (Mt 13,24-30).
Esta mezcla se terminará cuando
llegue el final de los tiempos, y los
buenos sean separados de los
malos. Mientras dure la peregrinación, san Agustín invita a los buenos a
tener paciencia con quienes no lo son todavía, e invita a quienes no son
buenos a que se conviertan antes de que llegue el momento de la separa­
ción final:
Si ahora no pueden separarse los malos de los buenos, deben
tolerarse temporalmente; los malos pueden hallarse en la era
con nosotros, mas no podrán estar con nosotros en el granero
(en. Ps. 119,9).
De este modo san Agustín invita a la conversión, a ser un miembro
sano dentro del cuerpo de Cristo, es decir a ser un miembro activo, que
produzca frutos y no un miembro canceroso, enfermo que tenga que ser
cortado y separado del Cuerpo, con la consciencia de que fuera de Cristo
no hay vida (Jn 15,1):
No recele la unión de los miembros,
no sea un miembro canceroso que
merezca ser cortado, ni miembro
dislocado de quien se avergüencen;
sea hermoso, esté adaptado, esté
sano, esté unido al cuerpo, viva de
Dios para Dios; trabaje ahora en la
tierra para que después reine en el
cielo (lo. eu. tr. 26,13-14).
Así pues la comunidad es el cuerpo de Cristo, con la realidad de ser
parte de la Iglesia peregrina, y la invitación a la santidad. No obstante san
Agustín no se detiene aquí. La comunidad está llamada a vivir en plena

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comunión con Cristo; si es cuerpo de Cristo


debe estar íntimamente vinculada a su
Cabeza que es Cristo, y a la vez no puede
separarse de los miembros de este cuerpo
de Cristo que son sus hermanos, tanto todos
los hombres, como los miembros de la
comunidad cristiana y de la propia comuni­
dad religiosa.
Por ello san Agustín invitaría a sus fieles
a vivir en esa plena comunión. Ser cuerpo
de Cristo significa vivir estrechamente uni­
dos con la Cabeza de este cuerpo, que es
Cristo. Esta unión se logra por medio de
una profunda vida espiritual, que esté marcada, entre otras cosas por la
oración, la conversión continua, la meditación asidua de la palabra de
Dios y la recepción devota de los sacramentos.
Quien no está unido a la vid no está unido a Cristo, y el que no
está unido a Cristo no es cristiano: este es el abismo donde os
habéis sumergido (/o. eu. tr. 81,2).
No obstante, san Agustín no propone una comunión intimista, en la que
el cristiano se desentiende de sus hermanos, sino que se trata de una comu­
nión plena, en donde la comunión con Dios nos debe llevar a una comu­
nión con los hermanos. No puedo decir que amo a Cristo Cabeza, si no
amo a Cristo cuerpo. No es posible separar la Cabeza del Cuerpo. Quien
no vive en plena comunión con el Cuerpo de Cristo, no puede decir que
vive en plena comunión con Cristo Cabeza:
Los miembros de Cristo están
unidos entre sí por la caridad de
la unidad, que a la vez los liga
con su cabeza, que es Cristo
Jesús [un. bapt. 2,2).
En este sentido san Agustín tiene
textos muy duros, señalando que
quien no vive en comunión con el

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La Comunidad y la Eucaristía

cuerpo de Cristo, que es la Iglesia y que son los miembros de la propia


comunidad, no puede acercarse al sacramento de la Eucaristía. Así lo
señala san Agustín:
Tal es el modelo que nos ha dado nuestro Señor Jesucristo; así es
como quiso unirnos a su persona y consagró sobre su mesa el
misterio simbólico de la paz y unión que deben reinar entre nos­
otros. Quien recibe el misterio de unidad y no tiene el vínculo de
la paz, no recibe un misterio que le aproveche, sino más bien un
sacramento que le condena (s. 272).
En este texto ciertamente se conjuntan
dos textos bíblicos leídos e interpretados
por Agustín con una clave comunitaria.
Por una parte el texto evangélico que
habla de las condiciones para presentar
una ofrenda ante el altar de Dios y de
cómo es preciso, antes de ofrecer un sacri­
fico a Dios, estar reconciliados y en paz
con los hermanos (Mt 5,23). Por otra parte
se encuentra el texto paulino (ICor 11,29)
que nos dice que: «quien come y bebe sin
discernir el Cuerpo, come y bebe su pro­
pio castigo».
De este modo, para poder ofrecer el propio sacrificio a Dios y aunarlo
al único sacrificio de Cristo, es preciso vivir en la plena reconciliación con
los hermanos con los que se puede llegar a formar un solo cuerpo desde la
comunión en Cristo Jesús.
Así pues, aquellos miembros de la comunidad que no se esfúerzan por
crear la paz (VFC 28), y a través de la paz, la concordia y la comunión
entre los miembros del cuerpo de Cristo, no pueden recibir el cuerpo de
Cristo. Necesitan, emprender un proceso -largo o corto- de conversión,
que incluya, en primer lugar, una reconciliación con todos aquellos que
son cuerpo de Cristo, comenzando por la reconciliación con la propia per­
sona y prosiguiendo con la reconciliación con los hermanos, paso indis­
pensable para poder participar en el sacramento del Cuerpo del Señor:
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Debemos procurar la reconciliación cuando la conciencia nos


dicta que hemos perjudicado en algo al hermano; mas ha de irse
a buscarla no con los pies del cuerpo, sino con movimientos del
alma (s. dom. mon. 1,10,27).
Posteriormente, hace falta convertirse en
constructores de la paz y de la concordia en
medio de las comunidades, para que pueda exis­
tir la comunión fraterna. No se trataría, por tanto,
de quedarse en el primer paso, el de la reconci­
liación, es preciso, para formar parte del cuerpo
de Cristo, edificar y construir algo: mi propio ser,
la paz de la comunidad, la concordia mutua y fraterna, a través de mis
actos, mis palabras, mi oración, es decir, a través de mi acción positiva, a
favor de los demás que conforman la comunidad:
Donde hay caridad, hay paz, y donde hay humildad, caridad (ubi
autem charitas, ibi pax; et ubi humilitas, ibi chantas) (ep. lo. tr.
prol.)
Así pues la Eucaristía es un sacramento ante todo de comunión, pues
vincula a los fieles con Cristo y también los une entre sí. Esto sería verda­
deramente vivir una espiritualidad de comunión, es decir vivir íntimamen­
te unidos a Cristo Cabeza, y a la vez vivir unidos al Cuerpo de Cristo es
decir a la propia comunidad, reconociendo en cada uno de los hermanos de
comunidad, a miembros del Cuerpo de Cristo. Ciertamente en este segun­
do paso hace falta mucha fe para poder ver en la persona concreta con la
que comparto mi vida la presencia de Cristo, pero la Eucaristía se debe con­
vertir en un compromiso de amor fraterno, pues cada hermano es miembro
del Cuerpo de Cristo. De aquí que deba nacer la paciencia, la comprensión,
la oración por los hermanos. Todo ciertamente a partir del amor:
La cabeza está en el cielo, pero tiene los miembros en la tierra.
Dé un miembro de Cristo a otro miembro de Cristo: quien tiene
dé al necesitado. Miembro de Cristo eres tú que tienes qué dar;
miembro de Cristo es el otro y necesita que le des. Los dos cami­
náis por un mismo camino, ambos sois compañeros de viaje
(s. 5 3A,6).

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La Comunidad y la Eucaristía

3. Alimento para los peregrinos

Por otro lado san Agustín es consciente de que la Eucaristía es el ali­


mento que deben tomar los peregrinos de la ciudad de Dios en su marcha
hacia la casa del Padre. De esta manera la Eucaristía les debe recordar a
los miembros de una comunidad, que van de paso, que son peregrinos, que
no existen realidades definitivas en este mundo, sino que todo debe ser
camino y peregrinación hacia Dios:
Todos somos peregrinos. Pues cristiano es el que en su propia
casa y en su propia patria se reconoce peregrino. Nuestra patria
se halla arriba; allí no seremos huéspedes, mientras que aquí
todos, incluso en su casa, son huéspedes (s. 111,4).
La Eucaristía tiene pues este sentido, una faceta tanto de recordatorio,
como de sacramento, es decir de dar fuerza a los que caminan hacia Dios
y robustecerlos en sus necesidades. Así pues, es preciso saber que así
como el alimento del cuerpo y la sangre de Cristo nutrió a los fieles mien­
tras eran peregrinos hacia la ciudad de Dios, del mismo modo, cuando lle­
guen al reino de los cielos serán colmados por el mismo Cristo, que se les
ofreció como pan cuando eran viandantes. Así lo comenta san Agustín:
(...) El pan que para vosotros descendió del cielo. ¡Cómo nos
saciará en la patria el que de tal modo nos alimentó en la pere­
grinación (en. Ps. 147,21).

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4. La unidad
Otro elemento que está muy presente en los sermones pascuales de san
Agustín con relación a la Eucaristía es el de la unidad. San Agustín tuvo
que vivir en una Iglesia que se encontraba dividida, principalmente por el
cisma donatista, por lo que será un gran amante de la unidad y de la paz
de la Iglesia. De este modo el Obispo de Hipona usa el símil del pan y del
vino eucarístico para hablar de la unidad. De este modo, al igual que el pan
no se ha formado de un solo grano, ni el vino de un solo racimo de uva,
del mismo modo en cada comunidad hay muchas personas. Pero para que
se pueda dar la unidad, es preciso que se dé la muerte del propio «yo»,
para que pueda nacer el «nosotros». Por ello san Agustín usa el símil de la
molienda para señalar las penitencias, que hacen que los fieles se “mue­
lan”, mueran a sí mismos y se unan a los demás, como les sucede a los
granos de trigo en el molino, y al mismo tiempo que puedan unirse por la
acción del Espíritu Santo, pues el Espíritu es agua y es fuego, y así como
el pan se amasa con agua y se cuece con fuego, del mismo modo los fie­
les, después de las penitencias cuaresmales, y de las penitencias de la vida
de todos los días, están llamados a unirse a sus hermanos:
El apóstol dice, ‘somos muchos,
pero somos un solo pan y un solo
cuerpo’. Así explicó el sacramento
de la mesa del Señor: somos
muchos, pero somos un solo pan y
un cuerpo. En este pan veis cómo
habéis de amar la unidad (s. 227,1).
En la enarratio al salmo 132, una
enarratio con fuertes tintes monásticos
y anti-donatistas, san Agustín recuerda
que el poder vivir en la unidad, como
sucede con el pan y el vino de la
Eucaristía, es un don de Dios y que es
preciso pedirlo a Dios. No se trata de

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La Comunidad y la Eucaristía

una dinámica humana, en la que siguiendo diversas técnicas se pueda con­


seguir la unidad en la comunidad. Estas herramientas humanas podrán ser
una ayuda y un apoyo, pero nunca serán una panacea, ni podrán producir
por sí mismas la armonía comunitaria. La concordia de los hermanos en
la comunidad será siempre un don de Dios:
Como rocío del Hermón que desciende sobre los montes de Sión.
En esto quiso se entendiese, hermanos míos, que, debido a la
gracia de Dios, los hermanos habitan unidos; no debido a sus
fuerzas ni a sus méritos, sino a la gracia de Dios, que es como
rocío del cielo (en. Ps. 132,10).
De este modo la comunidad, al igual que el pan que está formado de
muchos granos, pero a pesar de esto es un solo pan, así también la comu­
nidad, a pesar de estar constituida por muchos miembros es una sola. No
obstante ambos elementos, la comunidad y la Eucaristía para llegar a ser
lo que deben ser necesitan la bendición de Dios. Si se quita la acción de
Dios, la comunidad se convierte en un grupo humano, y la Eucaristía en
simple pan y vino:
Si quitas la palabra, no hay más que pan y vino; pronuncias la
palabra, y ya hay otra cosa. Y esa otra cosa, ¿qué es? El Cuerpo y
la Sangre de Cristo (s. 229,3).
La unidad queda puesta de manifiesto en el mismo sacramento en el
que hay una unidad en el
mismo Cuerpo de Cristo. De
este modo ya que lo que se ha
realizado es uno, es preciso
que exista unidad también
entre los creyentes:
Puesto que lo que se ha
realizado es uno, sed
también vosotros uno,
amándoos, guardando
una sola fe, una sola
esperanza y un amor
indivisible (s. 229,3).

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Y haciendo un hermoso juego de palabras san Agustín señala que quie­


nes beben el cáliz juntos es porque viven juntos en concordia. De este
modo san Agustín hace un interesante juego de palabras:
Simul bibimus quia simul vivimus (Juntamente lo bebemos, por­
que vivimos juntos (s. 229, 2).
De este modo, cada uno de los hermanos de la comunidad muriendo a
su propio «yo» pueden dar a luz al «nosotros». Por ello san Agustín habla
de la Eucaristía como el sacrificio de Dios y de nosotros. La Eucaristía es
el sacrificio de Cristo ofrecido al Padre al que cada creyente se une por
medio de Cristo y se ofrece también al Padre como una oblación viva,
santa y pura. La Eucaristía tiene para san Agustín también este sentido
sacrificial invitando a los miembros de la comunidad a vincularse y ofre­
cerse todos los días juntamente con Cristo al Padre, a renovar la ofrenda
de sus vidas por medio de la consagración:
Después de la consagración del divino sacrificio, como quiso que
nosotros mismos seamos su sacrificio, como lo demostró al esta­
blecer aquel primer sacrificio de Dios que también somos nos­
otros -o mejor dicho el signo que nos representa (s. 227).

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La Comunidad y la Eucaristía

5. Vivir de la Eucaristía

San Agustín señala con fuerza la dimensión de gracia que tiene el


sacramento de la Eucaristía; quien quiera vivir, ya tiene dónde y de qué
vivir, del Cuerpo y Sangre de Cristo. No obstante para que el sacramento
sea fuente de vida es preciso aceptar las tres condiciones que san Agustín
coloca como sinónimos de la Eucaristía, en una de las frases más famosas
agustinianas sobre la Eucaristía:
“¡Oh sacramento de piedad!, ¡oh símbolo de unidad!, ¡oh vínculo
de caridad! Quien quiera vivir, aquí tiene dónde vivir, tiene de
dónde vivir. Acérquese, crea, forme parte de este cuerpo para
ser vivificado” (/o. eu. tr. 26,13).
Es preciso pues, vivir el sacramento de la
piedad. Se trata por una parte de la manifes­
tación de la misericordia de Dios hacia los
hombres (su condescendencia), pero a la vez
es una invitación a los seres humanos a
modelar su propia vida según las relaciones
de la píelas, es decir a saber siempre dar a
Dios, con fidelidad (sacramentum en el sen­
tido de juramento que implica fidelidad) lo
que a Dios le corresponde y colocarlo siem­
pre en el centro de la propia vida y en el centro del propio corazón.
Por otro lado la Eucaristía es símbolo de unidad, es decir, es a la vez
prenda y exigencia de unidad. Se recibe la unidad y la comunión con
Cristo cabeza, como decíamos antes, pero a la vez es una exigencia de
vivir la comunión con todos los miembros del Cuerpo de Cristo, particu­
larmente con aquellos miembros del Cuerpo de Cristo con los que forma­
mos la comunidad, que es parte de ese mismo Cuerpo de Cristo y entre los
que debe reinar la unidad y la paz, como fruto de la caridad, norma supre­
ma del cristiano y ley máxima de la vida de comunidad.

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Finalmente la Eucaristía es vínculo de caridad. Se recibe la caridad y


se crea el fuerte vínculo del amor al recibir la Eucaristía. Cuando esto es
verdad, la vida del creyente está llena de la vitalidad de Dios, de su pro­
pio amor, de su gracia, y pasan a un segundo plano los demás elementos
humanos, pues el amor, la caridad, es la raíz de la cual no pueden brotar
sino buenos frutos:
Ama y haz lo que quieras. Si callas, calla por amor. Si gritas, grita
por amor. Si corriges, corrige por amor. Si perdonas, perdona
por amor. Exista dentro de ti la raíz de la caridad; de dicha raíz
no puede brotar sino el bien (ep. lo. tr. 7,8).

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La Comunidad y la Eucaristía

6. En el Huerto de Milán
(Reflexiona)

1. ¿Qué significa la Eucaristía para ti?


2. ¿Cómo vives la Eucaristía de cada día?
3. ¿Cómo vives la espiritualidad de comunión?
4. ¿Cómo edificas la unidad y la caridad dentro de la comunidad?

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7. Ejemplo de santidad:
Fr. Jenaro Fernández

Fr. Jenaro Fernández Echeverría


nació el 19 de enero de 1909 en
Di castillo (Navarra). Profesó como
agustino recoleto en Villaviciosa de
Odón el 15 de octubre de 1935. Fue
ordenado sacerdote en Roma el 24 de
enero de 1932 en la basílica de san
Juan de Letrán, de manos del cardenal
Marchetti Selvaggiani. El 21 de enero
de 1938 se doctoró en derecho canónico
en la Universidad Pontifica
Gregoriana.
En 1949 fue nombrado director del colegio apostólico de
Martutene (San Sebastián, España). En 1950 fue nombrado procu­
rador general de la Orden. En 1955 apareció el primer volumen del
Bullarium. En 1958 fue nombrado director de la agencia de las
misiones agustinas recoletas (AMAR). El 21 de febrero de 1959 fue
nombrado director del Instituto Histórico de la Orden de agustinos
recoletos.
El 26 de julio de 1960 el Papa Juan XXIII lo nombró consultor
de la comisión de los obispos para el Concilio Ecuménico. En 1961
fue publicado el segundo volumen del Bullarium. En 1962 fue nom­
brado vicario general y primer consejero. En 1962 Juan XXIII lo
nombró perito del Concilio Vaticano II. En 1967 fue publicada la
tercera parte del Bullarium. En 1968 fue nombrado procurador
general. En 1970fue nombrado postulador general de las causas de

17
La Comunidad y la Eucaristía

los santos. Murió en Roma el 3 de julio de 1972. En 1973 se publi­


có el cuarto volumen del Bullarium.
El 12 de junio de 2008, sus restos fueron trasladados del cemen­
terio de Verano a la curia general de los agustinos recoletos, para
facilitar a los fieles su veneración. El 13 de junio de 2008 se abrió
el proceso diocesano de canonización en el palacio Lateranense de
Roma en un acto presidido por el cardenal Camilio Ruini. El 28 de
junio de 2010 se clausuró el proceso diocesano de canonización en
el palacio Lateranense de Roma presidiendo el acto el cardenal
Agostillo Vallini.

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8. Oración para el
Año de la santidad
Padre Santo, toda nuestra esperanza
está en tu gran misericordia.
Te damos gracias
y bendecimos tu nombre.
Que tu Espíritu abra nuestro corazón
a la conversión:
una conversión que nos una a Jesús,
que transforme
nuestro modo de pensar y de vivir.
Concédenos la gracia
de ser creadores de comunión,
que seamos transmisores de tu paz
en la Iglesia y en el mundo.
Haznos sensibles a las necesidades
de los que viven sin fe,
que estemos cerca
de los que sufren y de los pobres.
Danos humildad y disponibilidad
para seguir a Jesús.
Que Él llene nuestra vida de esperanza,
que nos llene de amor a ti.
Infúndenos, Padre, tu Espíritu
para responder con alegría
a tu llamada a la santidad.
Amén.

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Secretariado General de Espiritualidad
AGUSTINOS RECOLETOS

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