[1]
Villar Rojas, xxxxxxxxxxxxxxxxxx, et al
Prxxxxxxxxxxxxxxxxxxdores : tercera edición / Sebastián xxxxxxxxxx ; con prólogo
de Gustavo Ferreyra. - 1a ed. - Buenos Aires : Libros del Rojas, 2012.
150 p. ; 22x15 cm.
ISBN xxxxxxxxxxxx-4
Impreso en la Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en sistema informático,
ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopia u otros
medios sin el permiso previo del editor.
[2]
Sarmiento en intersección:
literatura, cultura y política
Compiladoras
Alejandra Laera y Graciela Batticuore
Sarmiento en intersección
[3]
[4]
Presentación
[5]
a modo de memoria de la actividad y a la vez para ofrecer al lector el nivel
de contexto más concreto posible, detallamos las actividades que tuvieron
lugar en ese marco.
De las ofrecidas por el área de Letras se compone el corpus principal de este
volumen, en el que Graciela Batticuore y Alejandra Laera compilaron los textos
que se presentaron en distintas mesas y paneles de la jornadas, junto con otros
artículos (algunos anteriormente publicados), con distintos enfoques sobre la
mismas temáticas, y los agruparon en torno a cómo leer a Sarmiento hoy, y
a la pregunta lanzada por Borges a modo de provocación, sobre si Facundo
fuera el clásico literario nacional, lugar que por excelencia ocupa el Martín
Fierro. También, sobre la muestra El emperador de las máscaras, presentada en
esa oportunidad, Claudia Roman desarrolló un ensayo que indaga sobre la
iconografía sarmientina y sus interpretaciones.
De esta manera, esperamos que el público versado en las múltiples facetas
desde las que se puede abordar la figura de Sarmiento encuentre en estas
páginas un material que las articule de un modo enriquecedor, y que aquellos
que conocen de manera sencilla los rasgos más salientes de su figura tengan la
oportunidad de acceder a nuevas aproximaciones.
[6]
Anexo
Actividades realizadas en el
marco de las Jornadas Sarmiento
Sarmiento en intersección
[7]
[8]
Provinciano en Buenos Aires, porteño en las provincias, argentino en
todas partes.
Todas estas preguntas fueron ejes de trabajo para las distintas áreas del Rojas
que participan del evento: Letras, Fotografía, Artes Visuales, Cine y Video,
Reflexión pública sobre la Ciencia, Teatro, Cursos y El Rojas fuera del Rojas.
En toda la planta baja del Centro Cultural tuvo lugar una amplia exposición
que incluyó piezas del Museo de las Escuelas, con su particular manera de
[9]
narrar y de mostrar, en un espacio diseñado e intervenido por el artista plástico
Claudio Gallina, y una muestra de imágenes que proponían un recorrido por
diferentes etapas sarmientinas, sostenidas en un marco teórico aportado por
Claudia Roman y Laura Ísola.
Manos de tiza
Intervención artística
Curaduría: Claudio Gallina y Máximo Jacoby
Letras
Seminario: El discurso sarmientino para la organización del sistema de
instrucción pública. Contrapuntos con la experiencia escolar argentina a
través de un recorrido con fotografías escolares y memorias docentes.
Por Pablo Pineau y María Luz Ayuso.
Teatro
Performance teatral: Educación y distancia.
A cargo de la Compañía de funciones patrióticas
[ 12 ]
Reflexión pública sobre la ciencia
Mesa debate: el legado inconcluso. Sobre la educación laica y la
libertad de culto.
Participaron: Gabriela D´Odorcio y Edurado Wolovelsky
Tierra y destierra
Dirección: Eduardo de la Serna
Cursos
Cursos adultos mayores
Talleres de creatividad,
Muestra de obras de los talleres del docente Julián Bernatene.
Cursos cultura
Talleres de Música
Los docentes de los talleres de Canto con repertorista, Carolina Santillán y
Pablo Zapata, junto a alumnos del curso, brindaron canciones del repertorio
de la música popular en homenaje a Sarmiento.
[ 14 ]
Primer día de clases, con lecturas de María Moreno y Martín Kohan.
Además una pequeña performance con Textos escolares a cargo de Vivi
Tellas.
Castigos y penitencias escolares, donde leyeron Daniel Link y Laura Ramos, y
un Recitado de poesía escolar de Ariel Schettini.
Ritos escolares, con Marina Mariasch y Agustín Mendilaharzu, y una pequeña
performance con poesía escolar a cargo de Marianela Portillo.
Recorrido 2
Sarmiento: Polémica y Paisaje. Sus ideas en el espacio urbano
porteño.
Parque 3 de Febrero.
Coordinó: Roberto García Coni
[ 15 ]
Equipo interdisciplinario de producción.
Centro Cultural Rector Ricardo Rojas
[ 16 ]
Introducción
Sarmiento en intersección
[ 17 ]
[ 18 ]
El autor como héroe
¿Quién soy y qué lugares son éstos?
¿Por qué no puedo moverme, y qué fisonomías
extrañas son las que me rodean?
(y los éxitos) del boletinero del ejército que fue, y constatando la presencia de
una variada gama de lectores y de públicos que lo reconocen y lo celebran a lo
largo de la travesía (desde el público de la tropa hasta el emperador Pedro II del
Brasil, que Sarmiento evoca como lector del Facundo). En este plano, el texto
apela a la faceta del escritor para respaldar la autoridad del militar, del político,
como si Sarmiento demostrara de tal modo que aunque Urquiza no lo reconoce
(no lo consulta durante la Campaña, no lo toma en cuenta, lo que da motivo al
distanciamiento), la gente sí lo hace y esto es lo que importa.
[ 21 ]
La saga del autor como conquistador y como héroe (no es otra cosa
Sarmiento en Campaña, reconocido y aclamado por el público) se cierra al final
de la obra cuando después de la entrada victoriosa a Buenos Aires tiene el placer
de comprobar que en el escritorio de Rosas, en Palermo, existe un ejemplar del
Facundo. Se realiza entonces un anhelo que Sarmiento viene persiguiendo y
expresando ya desde los Viajes: cuando narra la odisea del Facundo en Europa
y los devaneos de un “escritor americano” —él mismo— que hace cola en
las oficinas de las grandes revistas europeas para conseguir una reseña que lo
valide. La autoría en Sarmiento se concibe siempre de una manera apasionada,
romántica y moderna: el autor es un individuo que escribe, publica y es leído.
Sin esta última verificación no sería posible alcanzar la “gloria” literaria que
ambiciona. Y tal vez ninguna otra. Precisamente en los Viajes es muy explícito
Sarmiento al respecto, cuando cuenta cómo fue que estando en Francia
desdeñó la tentadora ocasión de ser presentado personalmente a figuras de
la talla de Michelet, Quinet, Luis Blanc o Lamartine: “en París no hay otro
título para el mundo inteligente que ser autor o ser rey”, llegó a escribir por
entonces. Así que si no podía ser ni lo uno ni lo otro era preferible para él
esperar una ocasión más propicia para darse a conocer. Lo cierto es que esos
dos términos aparecen en Sarmiento de manera muy próxima: ser autor, ser
rey (sin mediación del disyuntivo); en uno y otro caso la investidura implica
un poder y un radio de acción que Sarmiento buscará siempre para sí, a través
de una prosa vigorosa, versátil en el manejo de los géneros discursivos y de
los tonos o registros literarios. Lo que explica que historiadores y críticos
destacados del siglo XX (como Halperin Donghi, Beatriz Sarlo, Noé Jitrik,
Carlos Altamirano, Sylvia Molloy, Nicolás Rosa, entre otros), así como los
contemporáneos, sigan recalando en la escritura sarmientina, sea cual fuere la
faceta que se decidan a indagar. O la órbita o contexto histórico en el que se
quiera dilucidar el tipo de intervención que en la cultura y la política argentinas
tuvo el autor —y su obra— desde mediados del siglo XIX hasta hoy.
interviene en los seis que salen hasta 1888, cuando a su muerte se hace cargo
de la empresa su yerno Augusto Belín, quien completa el plan en 1903 con el
volumen cincuenta y tres.
Las obras completas no son el primer gesto de autoconsagración en
Sarmiento —basta atender a Recuerdos de provincia para darse cuenta—, pero
sí el que busca tramar más definitivamente la relación entre el autor y su obra.
Ya no se trata ni de escribir, ni de subrayar la importancia de lo escrito, ni
tampoco de referirse a los propios libros o de exponerlos en meros listados.
[ 23 ]
En cambio, se trata de seleccionar, definir, ordenar y jerarquizar aquella
producción escrita que puede y debe convertirse en una obra identificada con
un nombre de autor. En Sarmiento, la noción de obra completa viene a seguir
una lógica diferente a la que había regido una práctica literaria casi siempre
atada a la urgencia de las circunstancias políticas o a la premura del diarismo.
Como si la disposición de esas obras cumpliera el rol del “plan nuevo” que
en 1845 había anunciado para subsanar las inexactitudes que se le achacaron
a Facundo y que nunca llevó a cabo. Es que, al contrario de la escritura por
agregación que tanto le gusta a Sarmiento (basta pensar, más todavía que en la
publicación folletinesca de Facundo o en las cartas que conforman los Viajes,
en el modo de composición de Campaña en el Ejército Grande y, ya en los
años ochenta, en Conflicto y armonía de las razas en América, en los que va
agregando cartas o artículos o partes que engruesan paulatinamente el libro),
la obra completa tiende a presentarse como un todo, definitivo y acabado.
En el caso de Sarmiento, esto supone no sólo reunir los libros escritos como
tales, sino reunir y ordenar un material disperso. La tarea consiste entonces
en convertir doblemente en obra una producción heterogénea, copiosa hasta
la exageración, enmarcada siempre por lo político y lo periodístico a la vez;
consiste en definirla, en fijarla, pero también en delimitarla.
Por eso mismo, en Sarmiento, ante todo, la obra completa se configura
como una de sus variantes: la obra reunida. Para una producción caracterizada
por su enunciación coyuntural, la obra completa saca buena parte de esa
producción de la coyuntura política y del marco de la prensa periódica para
darle un marco histórico (historicista) y de permanencia. Así, por ejemplo,
se fija la edición definitiva de Facundo (que ocupa el séptimo volumen y
sale póstumamente, y donde se agregan aquellos paratextos y capítulos que
por motivos políticos Sarmiento había suprimido de la segunda, la tercera
y la cuarta ediciones) y se convierten en libros los escritos periodísticos
(que ocupan los dos primeros volúmenes, y donde se reúnen, anulando la
dispersión geográfica propia del exilio, el importante caudal de artículos
redactados hasta mediados de los años cuarenta). Hacia el final de su vida,
Sarmiento hace una última y exasperada apuesta para achicar el desajuste entre
el tiempo corto de la política y el periodismo, por un lado, y el largo plazo de
la historia y la literatura, por el otro, que había advertido ya en Facundo: está
todavía tan preocupado por mantener su timing político (hay una carta ¡de
1887! a su amigo Posse donde le dice que tiene escritos que tira “porque están
fiambres de quince días”), como por apurar su consagración y difundirla de
todas las maneras posibles. Para eso, por supuesto, ningún gestor mejor que él
[ 24 ]
mismo. Viejo y, como siempre, protestón, Sarmiento hace un último gesto de
autoconsagración que, como siempre también, apunta a un doble frente: por
un lado, y más débilmente que en su juventud aun cuando aspire a recibir en
vida su merecida porción de gloria, al presente o al futuro inmediato; por otro
lado, decididamente y a modo de compensación, a la posteridad.
Más allá de la proyección latinoamericana de la matriz civilización y
barbarie con la que propuso explicar los problemas políticos, sociales y
culturales del Río de la Plata —y que puede observarse no solamente en la
tradición del ensayo de ideas con reelaboraciones como la de José Enrique
Rodó en Ariel, sino incluso en el siglo XX en una novela como la venezolana
Doña Bárbara de Rómulo Gallegos—, el Facundo no llegó a ser erigido en el
clásico nacional argentino. La consagración canónica de Sarmiento pasó antes
por su propia figura y sus ideas —en particular las relativas a la educación—
que por su obra entendida en términos más estrictamente literarios. Y eso
pese a que Facundo, como también Recuerdos de provincia, haya sido leído,
comentado y analizado profusamente; pese a que —basta entregarse al relato
para apreciarlo— la potencia de su escritura es sobre todo la potencia de la
imaginación y la confianza en que esa imaginación puede ponerse en palabras.
Si el rasgo fundamental del clásico nacional debe ser su representatividad,
la canonización del Facundo relegó precisamente ese valor. En ese particular
sentido, Facundo, cuyo impacto político y cultural fue indudable en la
Argentina del siglo XIX, parece haber quedado atrapado en su propia
dicotomía a medida que terminaba el siglo y se iniciaba el siguiente: mientras
la fórmula civilización y barbarie reveló su irreductible limitación ideológica
como clave interpretativa de los problemas del país y más aún como solución
reconciliadora de los antagonismos, se impuso un modelo canónico tendiente
a suscitar la identificación de los públicos emergentes, la inclusión de sectores
diversos y la legitimación de una lengua nacional de corte popular.
La exitosa operación de consagración cultural del Martín Fierro de
José Hernández en los años del Centenario, llevada a cabo sobre todo por
Sarmiento en intersección
***********
[ 28 ]
Por último, queremos agradecer al Centro Cultural Ricardo Rojas, en
particular a Laura Isola, coordinadora adjunta del área de Letras y que con
Claudia Roman se encargó de la curaduría de la muestra iconográfica en la
Semana de Homenaje, por invitarnos a organizar la Jornada de discusión
sobre Sarmiento y alentar la publicación del presente volumen. Agradecemos
también, muy especialmente, a todos los colaboradores que participaron
entonces y ahora, y finalmente al público que nos acompañó en el Rojas:
entre otros, a nuestros colegas y a los estudiantes de los cursos que dictamos
en diversas instituciones. Los proyectos UBACYT y PIP-CONICET que co-
dirigimos, así como el Grupos Redes Culturales de la Literatura Argentina,
todos con sede en el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad
de Filosofía y Letras de la UBA, sirvieron de respaldo para la realización del
proyecto en sus diversas instancias. El diálogo con sus integrantes ha sido,
como siempre, estimulante para nuestra tarea.
Sarmiento en intersección
[ 29 ]
[ 30 ]
Sarmiento contemporáneo
Sarmiento en intersección
[ 31 ]
[ 32 ]
¿Cómo leer a Sarmiento escritor hoy?
Sandra Contreras
1
Cf. Ricardo Piglia, Respiración artificial, Buenos Aires, Pomaire, 1980, y “Sarmiento escri-
tor”, Filología, n° 1-2, 1998, p. 31. [ 33 ]
con este cierre del artículo —que tiene por título precisamente “Sarmiento,
escritor”— me sonó, por cierto, un poco extemporánea. ¿Escriben los escritores
argentinos, hoy, para rescatar esa escritura, para reescribir ese texto en el que
el mejor escritor argentino del siglo XIX se despedía de la lengua cuando
llegaba a presidente?2 Es decir, ¿se conectan hoy los escritores argentinos
con la lengua sarmientina y su poder de fabulación? Porque para Piglia, que
mandó a Borges al siglo XIX y cuya ficción paranoica pivota en torno a la
relación entre escritura y Estado, Sarmiento es, sigue siendo, en 1998, todo
actualidad; pero si uno mira un poco alrededor, si uno piensa en las literaturas
del presente, o al menos en aquellos en que uno encuentra el sobresalto de lo
incomprensible porque allí se presiente algo parecido al futuro, pareciera que
la voz, la lengua, la imaginación de Sarmiento no tienen ya la pregnancia, la
imantación, que tuvo hasta, digamos, esos años ochenta que Piglia extiende
hasta el 2000. Lo que me pone en un serio aprieto si lo que pretendo es pensar
la pregunta por la lectura de Sarmiento escritor en el presente. Para colmo de
males, leí hace poco un texto fascinante como “La literatura argentina es el
mal” de Alejandro Rubio,3 donde la diatriba contra la literatura argentina no
sólo decreta que es mala, que, precisando, es el mal político y que, precisando
aún mas, es el mal político en literatura, sino que planta la idea —porque
renuncia él mismo a toda argumentación por innecesaria— de que esto es
así, cíclicamente, genéticamente, porque su creación fue acto de un demiurgo
menor como Sarmiento, modelo del escritor bélico que, dice Rubio, tanto
daño le ha causado a la literatura argentina. Es decir, si el tema es “¿Cómo
leer a Sarmiento escritor hoy?”, y si quisiéramos ver esa pregunta articulada
en la literatura del presente, la última noticia que tengo es la que viene de La
garchofa esmeralda en la que un poeta, que se pasó a la prosa, pone en la base
del mal de la literatura argentina a Sarmiento mismo, liquidándolo de este
modo como escritor y devolviéndole, dicho sea de paso, como una réplica
pendenciera, su propia frase inaugural: el mal, no de la república sino de la
literatura argentina, es no la extensión sino Sarmiento mismo. No sé muy bien
qué hacer con esta invectiva que, en verdad, me deja muda (y ese, por cierto,
es su objetivo: dejarnos mudos, empezando por pedirle de rodillas a Sarmiento
que deje de cantar victoria), pero al menos permite dejar sembrada la duda
sobre la actualidad de Sarmiento —la vigencia, se diría— más allá del radio de
acción que traza una literatura como, por ejemplo, la de Ricardo Piglia.
Por el momento me contento con volver a leer la consigna y constatar que,
después de todo, la pregunta era, simplemente, “Cómo leer” a Sarmiento hoy,
2
Piglia se refiere al texto que Sarmiento había escrito para el acto de asunción de la presi-
[ 34 ] dencia y que sus ministros no le dejaron leer.
3
En La garchofa esmeralda, Buenos Aires, Simurg, 2010.
que se nos convocaba, simplemente, como lectores y, ya más cómoda en el
terreno de la lectura crítica, trataré de pensar, entonces, dónde, en qué aspecto
de su textualidad, quisiera o tiendo a leer su condición de escritor.
En este sentido, entiendo que no hay mayor dificultad en decir que, en
efecto, seguimos situándonos en la tradición de los años ochenta que, en el
contexto de las potentes teorías de la desterritorialización, leyeron los exilios
lingüísticos desde los que ya no pudo concebirse una literatura nacional —y
sobre todo su fundación— como el producto —para decirlo con Eduardo
Grüner— de un asumido “conflicto” con otras literaturas, otras lenguas.4 El
texto inaugural de esta tradición de lectura es, desde luego, las “Notas sobre
Facundo” de Ricardo Piglia, y su eficaz idea de que la literatura argentina se
funda, con ese libro, en el desvío de la lengua nacional.5 Pero ese artículo,
brillante, instalaba hacia el final otro tópico de lectura, que me gustaría revisar,
como es la idea de que la base del carácter literario del Facundo está en su
dimensión “ficcional” y que esa dimensión resulta de sus excesos, sus derrapes,
sus desvíos, esto es, de esos suplementos que desbordan la organización lógica
y científica del discurso histórico, social, político. No porque no encuentre
operativa o por demás atractiva la hipótesis; de hecho, nos gusta leer el
libro de este modo, revirtiendo las impugnaciones de sus contemporáneos,
no sólo las conocidas correcciones de Alsina a su exageración sino también
las de Echeverría que únicamente veía en su escritura, pero como un déficit
indignante, “cuentos y novelas”, “lucubraciones fantásticas y raudal de
cháchara infecunda”.6 Está claro que nos sigue gustando decir que, al revés, es
allí donde exagera, donde yerra, donde fabula, donde desequilibra el rigor del
discurso, que reside la eficacia de una forma de imaginación que hoy nos sigue
conmoviendo. (La lectura de las biografías de pasaje del Facundo de Cristina
Iglesia sería un inmejorable ejemplo de esta lectura literaria de Sarmiento.)7
No obstante, hay en esa clave de lectura consensuada una hipótesis que
me gustaría revisar porque me pregunto si no habrá allí, de nuestra parte, algo
así como una sobreinterpretación. Me refiero a la fundamental lectura que
Sarmiento en intersección
[ 45 ]
Sarmiento y el socialismo
Horacio Tarcus
I
Los jóvenes intelectuales de la Generación del 37 no fueron sólo los receptores
del romanticismo literario francés; también lo fueron de lo que Picard denomina
el “romanticismo social”18 de ese país, o del movimiento que un autor como
Alexandrian Sarane, no sin razón, denominó el “socialismo romántico”.19 Aparecen
en la escena pública bajo el gobierno de Juan Manuel de Rosas (1829-1852);
animadores primero del Salón Literario (1837) y luego de la Joven Argentina
(1838-39), fueron en esa década los primeros receptores de Saint-Simon,
especialmente a través de las obras y las revistas editadas por sus discípulos. En la
década de 1840 conocieron el exilio y, de retorno al país, tuvieron una influencia
decisiva en la reorganización que siguió a la caída de Rosas.
Para 1830 Echeverría ha regresado a la Argentina. Por entonces, se asiste
a la formación de una circunscripta pero intensa vida intelectual entre la
población culta de Buenos Aires, que se despliega —especialmente entre los
[ 46 ] 18
Roger Picard, El romanticismo social, México, Fondo de Cultura Económica, 1947.
19
Sarane Alexandrian, El socialismo romántico, Barcelona, Laia, 1983.
jóvenes formados en la universidad rivadaviana, ávidos de las novedades del
pensamiento europeo— bajo la vigilante mirada del Restaurador de las Leyes.
Según el testimonio de uno de ellos, Domingo F. Sarmiento, el socialismo
emergió entonces, junto con el eclecticismo y el romanticismo, como una
de las corrientes de ideas que era estudiada y hasta adoptada por la juventud
disconforme de la elite:
revistas, esos vehículos todavía más rápidos que el libro cuando se trataba de
anticipar, de explorar, de innovar: “La Revue de Paris, donde todo lo nuevo y
trascendental de la literatura francesa de 1830 ensayó sus fuerzas, era buscada
como lo más palpitante de nuestros deseos”.22 Los jóvenes, pues, comenzaron a
leer y estudiar las revistas revolucionarias que llegaban de París (Revue de Paris,
Revue Encyclopédique, Revue de Deux Mondes, etc.) con artículos provocativos
escritos por “Fourtoul, Cousin, Chateaubriand, Dumas, Quinet, Lerminier,
Saint-Simon, Guizot, Leroux, Jouffroy, Scott, Staël, Sand, Villemain, Byron,
20
Domingo F. Sarmiento, Facundo (prólogo y notas de Alberto Palcos), Buenos Aires, [ 47 ]
Ediciones Culturales Argentinas, 1962, p. 255.
21
Vicente Fidel López, Autobiografía, Buenos Aires, La Biblioteca, 1896, p. 336.
22
Ibid., p. 336.
Nissard, Lammenais, Hugo y Tocqueville”.23 Santiago Viola, una suerte de
Mecenas porteño, recibía de ellas colecciones íntegras y las prestaba a los
jóvenes, sedientos como él de novedades europeas.24
En este contexto nace el Salón Literario, las conferencias de Echeverría y del
joven Alberdi, la aparición de La Moda con sus ensayos sansimonianos, el cierre
del Salón en enero de 1938: los jóvenes liderados por Echeverría, yendo más
allá del foro cultural imaginado por Sastre, se habían aventurado en el terreno
político, haciendo explícito su programa más allá del límite de lo tolerable por el
régimen rosista. El 28 de marzo el contraalmirante francés Leblanc declaraba el
bloqueo al puerto de Buenos Aires. Un mes después, las dificultades económicas
emergentes de la situación hicieron a Rosas suprimir los sueldos del personal de
la Universidad, de la Sociedad de Beneficencia, de la Casa de Expósitos, de las
escuelas y de los hospitales.25 De poco le valieron a Alberdi los cuidados tácticos:
ese mismo día el gobierno ordena el cierre La Moda.
Había sonado, pues, la hora de la acción. “Cuando desapareció el Salón
Literario, Echeverría inició gestiones para reunir a los jóvenes en una entidad de
muy distinta índole. El ambiente de la ciudad y la experiencia mostraban que
ahora para trabajar con firmeza en torno de un programa definido había que
afrontar los riesgos de una organización clandestina”.26 Es así que la noche del
23 de junio de 183827 se reunieron en un vasto local, “casi espontáneamente,
de treinta a treinta y cinco jóvenes, manifestando en sus rostros curiosidad
inquieta y regocijo entrañable”. Echeverría, “después de bosquejar la situación
moral de la juventud argentina, representada allí por sus órganos legítimos,
manifestó la necesidad que tenía de asociarse para reconocerse y ser fuerte,
fraternizando en pensamiento y acción”.28 Leyó allí las palabras simbólicas
que encabezarán lo que luego iba a llamarse la Creencia social: Asociación,
Progreso, Fraternidad, Igualdad, Libertad... “Una explosión eléctrica de
entusiasmo y regocijo saludó aquellas palabras de asociación y fraternidad”.
Había nacido allí una asociación secreta —la Joven Argentina—, en cuyo
23
Cf. Félix Weinberg (ed.), El Salón Literario, Buenos Aires, Hachette, 1958, pp. 17-18, y
William H. Katra, La generación de 1837, Buenos Aires, Emecé, 2000, p. 50.
24
Cf. Enrique Zuleta Álvarez, “Francia en las ideas políticas y en la cultura argentina”,
Mendoza, Separata del Boletín de Estudios políticos y sociales, n° 14, Universidad de Cuyo,
1964, p. 14.
25
Weinberg, ob. cit., p. 110.
26
Ibid., p. 112.
27
Echeverría da como fecha de fundación el año 1837 (Esteban Echeverría, “Ojeada re-
trospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37”, Obras completas,
Buenos Aires, Antonio Zamora, 1951, p. 156) y Gutiérrez lo repite, pero es evidente que se
trata de un lapsus. Cf. Weinberg, ob. cit. y Jorge Mayer, Alberdi y su tiempo, Buenos Aires,
[ 48 ] EUDEBA, 1963, p. 158.
28
Echeverría, ob. cit., p. 156.
credo resuena el eco de las “ideas fuerza” de Leroux y el saint-simonismo, y
cuya forma organizativa (y cuyo mismo nombre) remiten a las organizaciones
de las juventudes románticas europeas que entonces lidera Mazzini —la
Joven Europa y la Joven Italia. La noche del 8 de julio volvieron a reunirse,
y allí Echeverría presentó una fórmula del juramento de la nueva asociación
“parecida a la de la Joven Italia”.29
Pero el movimiento es “vendido” (según palabras de Echeverría). El grupo,
entonces, se dispersa. Alberdi es el primero en partir a Montevideo (noviembre
de 1838), donde promueve una asociación similar a la de Buenos Aires, con
el concurso de Miguel Cané, Bartolomé Mitre, Andrés Somellera y Mariano
Bermúdez. Quiroga Rosas intentará extender la Joven Argentina por las
provincias del interior: parte primero para San Juan y constituye allí la primera
filial de la Joven Argentina, secundado por Sarmiento, Aberastain, Cortínez
y Benjamín Villafañe. En Tucumán harán lo propio Marcos Avellaneda y
Brígido Silva. Por su parte, Vicente F. López llega a Córdoba en marzo de
1840, donde establece una Asociación inspirada en la de Buenos Aires y que
promueve con éxito la caída del gobernador de esa provincia.
Y agrega, líneas más abajo: “No necesito decirle que me mande muchos
ejemplares de la Creencia, papeles, y todo lo que considere útil allí, sobre todo
las Revistas Enciclopédicas...”.34 Consecuentes con las nuevas lecturas, aquellos
jóvenes ponen en marcha una serie de iniciativas tendientes a la modernización
social y educativa de la provincia.
II
El socialista francés Charles Fourier (1772-1838) no realizó, como
Saint-Simon, Considérant o Cabet, su viaje a América. Sólo sus discípulos,
especialmente Considérant, intentarán la adecuación del Nuevo Mundo
fourierista al Nuevo Mundo geográfico. Según Pierre-Luc Abramson:
el vapor La Rose, entre marzo y abril de 1846, conoce y traba amistad con
Sarmiento.
De retorno en Bordeaux, Tandonnet tomará la dirección del periódico
político La Tribune y será miembro del Consejo General de la Gironda cuando
los acontecimientos revolucionarios de 1848.54 Sarmiento visitó a Tandonnet
en su propiedad de Latresne en Gironda, el 21 de setiembre de 1846, y éste
50
Sarmiento, Viajes por Europa.., ob. cit., pp. 91-92.
51
Abramson, ob. cit., p. 139.
52
Cf. Maitron, ob. cit.
[ 55 ]
53
Abramson, ob. cit., p.139.
54
Cf. Maitron, ob. cit.
manifestó interés en difundir los escritos de Sarmiento entre los franceses.
Tandonnet tradujo y publicó el ensayo de Sarmiento “Fray Félix Aldao” y
escribió una reseña elogiosa del Facundo en Le Courrier de la Gironde. Tras
el golpe de Estado de Luis Napoleón, Tandonnet se exilió en San Sebastián,
de donde pudo regresar gracias a la amnistía de 1859. Entonces recuperó su
propiedad de Latresne, en la cual falleció un 12 de julio de 1864.
[ 58 ]
Finalmente, frente al sistema de Fourier que acaba de estudiar
concienzudamente, Sarmiento resume a su amigo Tejedor “las objeciones de
mi incredulidad de civilizado”:
III
habría que decir que en Bilbao convivían dos almas. “Tenía del romántico
la presencia apostólica, el acento y la vocación. Los grabados nos lo dicen
como personaje del ciclo del romanticismo... Al racionalista correspondían sus
insistentes declaratorias. Pero quien las sostenía era el romántico”.59
En 1842, año de eclosión de la joven generación chilena, encontramos
57
Sarmiento, “Bilbao, don Manuel”, Obras de Domingo F. Sarmiento, ob. cit., vol. LII, p.
299.
58
Francisco Bilbao, Obras completas (edición y estudio introductorio de Manuel Bilbao), 2
vols., Buenos Aires, Imprenta de Buenos Aires, 1866, p. 57.
[ 61 ]
59
Dardo Cúneo, “Bilbao en la Argentina”, en: Francisco Bilbao, El Evangelio americano,
Buenos Aires, Americalee, 1943, pp. 9-10.
a Francisco Bilbao formando parte de la Sociedad Literaria que inspira
Lastarria, y colaborando en su órgano público, El Crepúsculo. Es en las páginas
de esta revista que Bilbao publica el 1° de junio de 1844 (n° 2) su ensayo
“Sociabilidad chilena”, que lanzará al joven a la fama como “reformador
social”. Se trataba de un violento alegato contra todo lo que obstaculizaba
la realización de la ilustración y la democracia en Chile: el catolicismo, la
herencia cultural española, el latifundio y la esclavitud en todas sus formas. El
texto fue mal recibido, sobre todo “por emanar de un hombre tan joven que
se decía ‘socialista’, es decir, filósofo social que hacía obra de sociabilidad”.60
Anatematizado desde el púlpito y acusado por la justicia de su país de
“blasfemia, inmoralidad y sedición”, su proceso dividirá a la opinión pública
chilena entre la “gente de bien” que lo condena, por un lado, y los jóvenes,
los maestros y los artesanos, que lo respaldan con entusiasmo, por otro.
Bilbao no sólo asumió su propia defensa en un juicio oral y público, sino que
reiteró, con gesto desafiante y ademán enfático, sus críticas a las tradiciones
coloniales y conservadoras, contraatacó al fiscal, renovó su emplazamiento
público al gobierno de Manuel Bulnes y sugirió que sediciosas eran las “leyes
e instituciones opresivas” pues provocaban “la exasperación de los pueblos”
de la que derivaban “los trastornos violentos”. 61 El jurado lo condenó al pago
de una multa, sufragada en el acto por el público presente en el juicio, y que
además se llevó al joven en andas por las calles de Santiago al grito de: “¡Viva la
libertad de pensamiento! ¡Muera el fanatismo! ¡Viva el defensor del pueblo!”.62
Bilbao, a los diecinueve años, se había convertido en una figura pública, el
juicio se había tornado en contra de los acusadores. Pero las presiones de la
Iglesia y de los sectores conservadores lograron que se lo expulsase del Instituto
Nacional y la Corte Suprema de Justicia ordenó la quema de los ejemplares
disponibles de El Crepúsculo que contenían el ensayo subversivo.
Bilbao debió exiliarse en París, donde conoció in situ el fermento de las
ideas socialistas románticas, vinculándose personalmente a figuras de la talla
de Lamennias, Michelet y Edgar Quinet. Después de participar del estallido
de la Revolución de febrero en París, regresa a su patria y se convierte en uno
de los animadores más radicales del “48 chileno”. En 1850 funda la Sociedad
de la Igualdad y un año después apoya con su grupo un levantamiento
armado contra el gobierno de Manuel Montt. Fracasado el movimiento,
debe exiliarse en el Perú. Luego de un nuevo periplo europeo (donde
fue el primero en utilizar, en una de sus conferencias de 1856, el término
de “America Latina”, para referirse a nuestro continente)., se estableció en
Buenos Aires. Según sus apuntes autobiográficos, “Venía preocupado de la
[ 62 ]
60
Abramson, ob. cit., p. 105.
61
Bilbao, “Defensa del artículo ‘Sociabilidad chilena”, ob. cit., vol. I, p. 76.
62 Ibid., p. 27.
idea de la federación Americana, y me encuentro con la división aquí”. En
efecto, en 1854 Urquiza, el viejo caudillo federal, se había convertido en
presidente de la nueva Confederación Argentina cuya capital se encontraba en
Concepción del Uruguay, Entre Ríos. El Estado Provincial de Buenos Aires,
con su ciudad, bajo la gobernación del liberal autonomista Valentín Alsina,
había abandonado el Congreso Constituyente de 1853 y se había declarado
Estado independiente. Dividido el país, se desató inmediatamente una guerra
sorda entre la Confederación y Buenos Aires, que involucraba temas como las
relaciones comerciales, las rentas aduaneras, la libre navegación de los ríos, las
relaciones diplomáticas, etc. Casi todos los argentinos amigos de Bilbao de
los tiempos de la emigración chilena están lejos del socialismo romántico de
aquellos años, y hasta el sanjuanino Sarmiento defiende la causa de Buenos
Aires contra la Confederación. “Estudio la cuestión —rememora Bilbao— y,
a pesar de las simpatías públicas y privadas de los hombres de la situación que
gobernaban, veo que este país camina a su perdición si no se une”. Los liberales
se oponen al criterio de la igualdad de las provincias, base de la Federación,
porque “no quieren sino el dominio de toda la República”.63 Asume, pues, la
causa de la unidad de Buenos Aires en la Confederación, lo que equivalía a
avalar la política de Urquiza desde el bastión enemigo.
Tres meses después de arribar a Buenos Aires, Bilbao lanza
el primer número de Revista del Nuevo Mundo. Sostiene allí la tesis —
sorprendente para 1857— de la universalidad de la civilización americana,
donde habrían entrado “todos los elementos, todas las influencias, todas
las razas”. Su universalidad y su riqueza estarían dadas por su carácter
constitutivamente multicultural y multirracial —la integración del indio
americano, el negro, el criollo, el futuro inmigrante. En segundo lugar,
sostiene que el porvenir de América está vinculado al hecho de haber
encarnado la idea de la República, pues “es la idea que contiene todos
los elementos de verdad, la unidad sin conquista, la centralización sin
despotismo, la libertad sin anarquía, la Divinidad sin encarnaciones y sin
Sarmiento en intersección
castas, el bien para los buenos, la regeneración para los malos, la educación
para los ignorantes, la iniciación para los bárbaros, la fraternidad en la
igualdad, la ciudad sin fronteras, la iglesia sin pontífice...”.64
A América sólo le faltaba conciencia de su misión providencial; Europa, por su parte,
ya no estaría a la cabeza de la misión emancipatoria de la humanidad; permanecería, en
cambio, como “el museo de la historia, la enseñanza del arte, una biblioteca inagotable,
un almacén de todas las máquinas, el semillero de la inmigración”.65
63
Armando Donoso, El pensamiento vivo de Bilbao, Santiago de Chile, Nascimento, 1940,
p. 181.
[ 63 ]
64
Francisco Bilbao, Revista del Nuevo Mundo, n° 1, 1857, p. 10.
65
Ibid., pp. 17-18.
El gigante prodigioso del Norte —los Estados Unidos de América—, a
pesar de mostrar una extraordinaria pujanza como nación, emergió como un
sol en el firmamento americano; sin embargo, ese sol exhibía hacia adentro la
peor de las manchas: “la esclavitud de nuestros hermanos los negros”66, y hacia
fuera, una política agresiva de conquista, principal amenaza para la América
del Sur. Nuestra América, por su parte, debía todavía librar una extraordinaria
batalla contra el atraso, las tradiciones y la fragmentación en que vivía; pero
claramente se encaminaba a la supresión de las castas, a la desaparición de los
privilegios, al establecimiento de regímenes de derecho; se notaba el aumento
de la inmigración extranjera, se extendía la colonización a su interior, se
comenzaban a explotar sus riquezas naturales.67
Otro de los ejes de la revista fue el problema religioso, que acompañó
a Bilbao en todas sus campañas, a lo largo de toda su vida: temas como la
separación de la Iglesia y el Estado, el espíritu laico en la escuela, la reforma
de la Iglesia Católica, etc. La misión que transmite a la juventud es la de una
segunda independencia: sus padres habían llevado a cabo la independencia
respecto de España; ahora se trataba de lograr la independencia respecto de
Roma; antes, la independencia política, hoy la teocrática.68
Finalmente, el eje de mayor gravitación de la revista será el problema de la división
argentina. Sobre esta cuestión, escribe una primera serie de artículos que aparecen bajo el
título general de “Sobre la futura organización política de la República Argentina”. Para
Bilbao, la unidad argentina era uno de los momentos de la unidad latinoamericana, y
su logro consistiría en el punto de arranque que ayudaría a revertir el proceso de fuerzas
centrífugas que desde 1810 había llevado a la desmembración del Viejo Virreynato
del Río de la Plata. Bilbao cree encontrar las causas profundas de la fragmentación,
no en la superficie político-constitucional del proceso, sino en condiciones sociales y
culturales: concretamente, en las tradiciones coloniales hispano-católicas de los pueblos
latinoamericanos. Estos pueblos nunca gozaron de verdadera soberanía política ni
religiosa, sino que vivieron gobernados exteriormente por autoridades centralizantes.
Dichos pueblos, así conformados, una vez roto el vínculo que los unía con España, se
sintieron sin un centro aglutinante que mantuviese la cohesión interna y garantizara la
existencia nacional. En ausencia de ese centro, este proceso hizo que fueran brotando
“tantos centros como embriones provinciales existían”.69
En la América del Sur la educación católica, al negar al hombre la soberanía
de la razón, dejaba de ser persona para pasar a ser cosa. A diferencia del self-
government propio del Norte, “no hay ley viva encarnada en cada uno que
66
Ibid., p. 18.
67
Alberto J. Varona, Francisco Bilbao. Revolucionario de América, Buenos Aires, Ex-
celsior, 1973, p. 291.
[ 64 ]
68 Ibid., p. 306.
69
Ibid., p. 321.
dirija sus actos: la autoridad, la ley, son para ellos cosas exteriores, no son
cosas personales. Esto sentó las bases del caudillismo y el florecimiento del
despotismo. Para Bilbao, los Estados Unidos, Inglaterra, Suiza y Suecia eran
libres porque su cultura descansaba en el libre examen, premisa de la libertad.
Para lograr la educación del libre examen en América del Sur la primera
condición era la separación de la Iglesia y el Estado”.70 Y a continuación
defiende el modelo de república federativa, señalando las contradicciones en
que incurrían políticos contemporáneos como Sarmiento, Alberdi y Mitre
entre sus postulaciones constitucionales federalistas y el centralismo de sus
orientaciones políticas prácticas.
Bilbao retoma esta línea de reflexión en una nueva serie de ensayos: “La
nacionalidad”, pero acentuando la defensa de la Confederación Argentina y de
su presidente Urquiza, así como la voluntad polémica, replicando los artículos
que desde El Nacional elaboraba Sarmiento y desde Los Debates publicaba
Mitre, aunque todavía en un tono elevado, severo pero exento de cualquier
acritud personal. Por ejemplo, cuando se refiere a la importancia de las razas
aborígenes americanas en algunas naciones del continente —Bolivia, Perú,
Colombia— y a la noción de “solidaridad de las razas, la fusión de todos los
hijos del mismo pueblo”, polemiza con las tesis mitristas y sarmientinas que
proclaman el derecho de la civilización a la conquista:
72
Bilbao, Obras completas, ob. cit., p. 150.
73
Francisco Bilbao, “El enemigo”, El Orden, 9 de marzo 1958.
74
Cf. Varona, ob. cit., p. 348.
[ 66 ] 75
Sarmiento, “La envidia”, Obras de Domingo F. Sarmiento, ob. cit., vol. LII, pp. 123-126.
acusación”76 y Sarmiento replicó con “El Tribunal para acusar a Urquiza”;77
Bilbao prosiguió con “El acuerdo de San Nicolás”78 y el sanjuanino contestó
con “Interrogatorios”.79 Y ante la insistencia acusadora de Bilbao de que la
política de Buenos Aires respondía a la política de círculo,80 Sarmiento
replica: el gobierno y la Legislatura de Buenos Aires surgieron de las urnas,
democráticamente. Bilbao sostiene que la Constitución federal debe ser
presentada al pueblo y aprobada por él, no por la Legislatura de Buenos Aires.
“El gobierno directo del pueblo. Déjese de zonceras... —responde Sarmiento.
Hable derecho argentino. El pueblo elige sus representantes, este es su único
acto de soberanía directa” (“Vuelve el círculo exclusivo”).81
Bilbao postula la abolición de la pena de muerte. Sarmiento ironiza sobre
la “ingenuidad” teórica de Bilbao, instalándose en el lugar de la experiencia:
“Todos pedimos la abolición de la pena de muerte, porque Leroux, Lammenais,
Owen, la pidieron. Pero no la obtuvieron, Bilbao. En reformas que afectan la
legislación universal, es preciso la autoridad de naciones y no de individuos; la
experiencia y no la teoría”.82
Es interesante transcribir la réplica de Sarmiento a la acusación de Bilbao
del uso del asesinato político en Buenos Aires, donde parece desprenderse la
conclusión según la cual aún quien condena el asesinato, se ve involucrado en
él: “¿Y qué le respondemos al que dijo no matarás? Fue Moisés, Bilbao, que
hizo morir millares en el desierto, y dictó las leyes draconianas que concluyen
por esta frase: ‘muera de muerte’”.83
En suma, este es el diálogo que Sarmiento imagina con Bilbao:
76
Francisco Bilbao, “La acusación”, El Orden, 11 de marzo de 1858.
77
Sarmiento, Obras de Domingo F. Sarmiento, ob. cit., vol. XVII, pp. 276-279.
78
Francisco Bilbao, El acuerdo de San Nicolás”, El Orden, 7 de mayo de 1858.
79
Sarmiento, Obras de Domingo F. Sarmiento, ob. cit., vol. XVII, pp. 340-343.
80
Varona, ob. cit., p. 349.
81
Sarmiento, Obras de Domingo F. Sarmiento, ob. cit., vol. LII, pp. 184-187.
82
Ibid., p. 186-187.
83
Ibid., p. 187.
[ 67 ]
más humano. Acabemos: ¿tenéis instrucciones de Urquiza para pedir
la abolición de la pena de muerte? Va a abolirla él en Entre Ríos?84
Siguió el debate sobre la pena de muerte: Bilbao atacó con dos artículos85
en los que denunciaba dicha práctica como un “espectáculo atroz que no
moraliza ni intimida”; Sarmiento, insistiendo en el argumento de que aún las
naciones más civilizadas del mundo la mantenían, defendió la norma en sus
artículos “La pena de muerte”86 y “He ahí a Bilbao”. En esta última nota la
acusación de Sarmiento contra Bilbao adopta un tono de denuncia:
89
Ibid., p. 53.
90
Para los temas trabajados en este artículo resulta útil la consulta de los siguientes li-
bros: Cristián Gazmuri Riveros, El “48” chileno: igualitarios, reformistas radicales, masones
y bomberos (Santiago de Chile, Universitaria 1999); Sergio Grez Toso, De la “regeneración
del pueblo” a la huelga general: génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chi-
le (1810-1890) (Santiago de Chile, RIL Editores, 2007); Michael Löwy y Robert Sayre,
Révolte et mélancolie. Le romantisme à contre-courant de la modernité (Paris, Payot, 1992) ;
Sarmiento en intersección
Alma Novella Marani, El ideario mazziniano en el Río de la Plata (La Plata, Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP, 1985); Marta E. Pena de Matsushita,
Romanticismo y política. El romanticismo político hispanoamericano (Buenos Aires, CINAE/
Centro de Estudios Filosóficos, 1985); Juan Antonio Solari, “Mazzini y Echeverría. La
Joven Europa y la Joven Argentina” (Buenos Aires, Asociación Mutualista Democrática,
1946); Ana María Stuven, La seducción de un orden. Las elites y la construcción de Chile en las
polémicas culturales y políticas del siglo XIX (Santiago de Chile, Universidad Católica, 2000).
[ 69 ]
Comunalismo y modernidad.
La doble herencia sarmientina según Saúl Taborda
Diego Bentivegna
Gregorio Weinberg
[ 70 ]
alemán, latín, francés o italiano que recuerdan las célebres aperturas del
Facundo escritas en las lenguas de cultura, en las Investigaciones parecería que
Taborda pretendiera abarcarlo todo a partir de lo pedagógico: absorber en
función de un proyecto programático de intervención una amplia gama de
conocimiento de los que manifiesta estar estrictamente al día, como la teoría
biológica de Van Uexhüll, con su reflexión acerca del mundo y las especies
vivientes, la Paideuma del etnólogo Leo Frobenius que nombra “tanto cultura
como existencia viviente”, el activismo pedagógico de Giovanni Gentile, la
teoría de la historia de Splenger o la reflexión en torno a las políticas educativas
en Francia, Inglaterra o la Unión Soviética.
Las Investigaciones leen también, por supuesto, la historia pedagógica
argentina. Leen, sobre todo, la construcción desde lo pedagógico de la “nueva
argentina” y, consecuentemente, a su “gran constructor”: Sarmiento. La
ambigüedad es el rasgo con que Taborda lee la figura del sanjuanino, y en
este sentido su posicionamiento no es una mera desacralización del espacio
consagrado por la tradición laicista argentina —aunque, por supuesto, es
también eso—, sino que supone una repolitización de la figura de Sarmiento
a partir de la exploración de las tensiones —no resueltas— que constituyen
su lugar en la historia argentina. Ello pone en relación las Investigaciones de
Taborda con un campo de pensamiento complejo, que, en general, intenta
instaurar una visión alternativa a la sarmientina y, con ello, al modo en que
se configuró lo que llamamos “Argentina moderna”. Un campo que funciona
como un “dispositivo nacionalista”, que no necesariamente remite a un
posicionamiento político o partidario común. Ese dispositivo es un lugar
discursivo: un lugar, en los años de madurez de Taborda, especialmente
prolífico en el que confluyen una serie de prácticas y de discursos, que van
desde el nacionalismo revisionista de Ernesto Palacio y José María Rosa al
nacionalismo “popular” de Scalabrini Ortiz y los jóvenes que, como Jauretche
o Manzi, confluirán en FORJA; el nacionalismo virulento de Anzoátegui
o de Castellani; el proyecto de re-construcción de una tradición nacional
Sarmiento en intersección
sobre todo, José Oro, con quien el joven Sarmiento, recordemos, emprende
su primer proyecto pedagógico en las soledades (“yo, que había sido educado
por el presbítero Oro en la soledad que tanto desenvuelve la imaginación”),
y en esto la autoconstrucción sarmientina exhibe un evidente, un explícito
gesto de hagiografía laica —la relación con el género ha sido también marcada
por Sarlo y Altamirano (1983)—, de San Francisco del Monte, cuya capilla
97
Ibid., p. 445.
98
Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de provincia, Buenos Aires, Kapelusz, Edición de Gui-
llermo Ara, 1966, p. 221. Todas las citas que se señalan a continuación corresponden a esta
[ 75 ]
edición y su número de página se indica entre paréntesis.
“estaba sola en medio del campo —escribe Sarmiento— como acontece en
las campañas de Córdoba y San Luis”. Allí Sarmiento es un educador, pero
también el lugar en el que vive su pequeña égloga, como si en las travesías
donde acechará Facundo, surgieran, de improviso, en esas soledades, algo
que pudiéramos encontrar en los derroteros del Quijote o en los pasos del
peregrino de otras soledades, gongorinas:
Hay allí algo de la relación con la tierra, de la relación con el cultivo, que
contiene el germen del pasaje de una Argentina ganadera a una Argentina
agrícola, que está en la base del proyecto económico de la concepción de
“educación común”, que propone un modelo educativo vinculado con
la posesión de la tierra por parte de pequeños y medianos agricultores. En
esas soledades, leemos, el adolescente Domingo se piensa como educador,
como planificador de villas y reparador de edificios públicos (el albañil, el
masón Sarmiento), en cuya fachada “tallé yo en grandes letras de molde esta
inscripción: San Francisco del Monte de Oro, 1826”. Es decir, Sarmiento,
el autodidacta, la “máquina de leer” según la expresión célebre de Sarlo y
Altamirano, talla su escritura en los desiertos puntanos. Ya no estamos, con
todo, ante el sencillo “San Francisco del Monte” sino ante el “Monte de Oro”,
el nombre que anuncia el título de otro gran libro de un autor mediterráneo,
Leopoldo Lugones: Las montañas del oro, que dedicará al sanjuanino un
volumen hinchado y encomiástico.
Sarmiento es, a su manera, un escribiente que exhibe, a través de signos
públicos, un poder de apropiación y de renominalización. Hay algo del orden
[ 76 ]
de la escucha, del oído, que entra en tensión con la palabra escrita, fetichizada
y convertida en vehículo de la cultura en Educación popular. En Recuerdos,
más adelante, antes de comenzar a narrar su “vida pública”, Sarmiento hablará
de su educación mediante la palabra y del sentido del oído como “el órgano
de instrucción y de información que tengo más expedito”. Es el Sarmiento
formado en la comuna sanjuanina, testimonial, que fustiga en la sección más
antologada de Recuerdos de provincia, “El hogar paterno”, la furia iconoclasta
de aquellos que pretenden reducir a la nada la herencia hispánica (“Cuántos
tesoros de arte han debido perderse en estas estúpidas profanaciones de que
ha sido cómplice la América entera, porque ha habido un año o una época
al menos en que por todas partes empezó a un tiempo el desmonte fatal
de aquella vegetación lozana de la pasada gloria artística de España!”). En
el San Juan colonial, en los depósitos de cuyas Iglesias y de cuyas austeras
casas familiares —según reconstruye Sarmiento en su exilio santiaguino—
todavía habría arrumbados insospechados Murillos, grabados de Amberes o de
Lieja, obras olvidadas del salteño Cabrera, “un Miguel Ángel americano, si la
comparación fuera permitida”. Son las reliquias, en fin, de un orden comunal
que todavía para Sarmiento —del que Mansilla dirá en 1898 que “era más
gran pintor decorativo que pensador”— se encarna en la figura de su madre.
La pedagogía piadosa, barroca, colonial de la imagen, comparte su lugar
con la pedagogía romántica del oído. “Sarmiento —puntualizan Sarlo y
Altamirano— valora la lectura como la capacidad que lo colocó por encima
de una sociedad letrada, sin verse en la necesidad de recurrir a una carrera
sacerdotal”.99 Este Sarmiento visual es todavía un sujeto con un pie en un
mundo eminentemente oral: es también el joven que escucha el canto de la
selva, que oye todavía aquella selva que no ha sido aún desmontada por las
hachas civilizatorias, está, desde el punto de vista de lo que puede un cuerpo,
en un lugar contrapuesto al del pedagogo de Estado, del político ilustrado
y despiadado de las campañas contra el Chacho y de la guerra del Paraguay,
clamorosamente sordo.
Sarmiento en intersección
99
Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia,
[ 77 ]
Buenos Aires, Centro Editor de América latina; 1983, p. 29.
Sarmiento de viaje
Claudia Torre
[ 80 ]
muy bien Cristina Iglesia,102 la confrontación del imaginario con lo real, y la
consignación de decepciones y certezas que el viaje le va deparando conforman
esta escritura de viaje.
Más allá de la singularidad del personaje Sarmiento que se autorrepresenta,
los Viajes sirven para pensar el estatuto que las formas de la autobiografía
asumen en los escritos de letrados latinoamericanos que procuran para sí un
espacio privado que se quiere intimista —escribí para mis amigos— pero que
reclama su efecto y sus consecuencias en un espacio mayor, no íntimo, no
privado: el de la nación, la patria en construcción, el espacio público, el lábil
terreno del futuro nacional.103
El género de viaje es ubicuo y poroso. Resulta difícil establecer su
especificidad narrativa y temática desde el punto de vista genérico, porque
muchos puntos de esa especificidad son compartidos con la novela o con la
autobiografía (por citar sólo algunos). Sin embargo Sarmiento ha tenido una
fórmula precisa: el relato epistolar autobiográfico que narra la experiencia.
Género literario y experiencia de viaje resultan cruciales. Y también lo son
los destinatarios, siempre elegidos cuidadosamente, esmeradamente, para dar
cuenta y exhibir una interlocución. Durante el transcurso de la narración,
la relación epistolar que presupone la existencia de un personaje real,
individualizable, revela y refuerza la presencia de un lector implícito que
adquiere una fisonomía colectiva y pública.104
Los relatos de viaje de Sarmiento despliegan narraciones argumentativas
que trabajan en dos planos. Por un lado cuentan la propia experiencia de
viaje: burgués, funcionario, bon vivant, flâneur, explorador, protagonista de
una novela de aprendizaje, peregrino cultural, joven emprendedor en busca de
una educación en la cultura, el narrador de viaje Sarmiento va recurriendo a
diversos procedimientos que construyen su figura pública en episodios. Por el
otro, con esas narraciones este viajero busca anudar el origen americano de una
nación recién fundada —o aún no terminada de fundar— con el “concierto
de las naciones”. Sarmiento asume por momentos una mirada subalterna (“el
Sarmiento en intersección
102
Sarmiento elige cuidadosamente sus destinatarios. Por ejemplo, le cuenta el viaje a Roma
al obispo de Cuyo que era su tío, o el viaje a París a Antonino Aberastain, el sanjuanino con
quien había fundado el periódico El Zonda, quien —además de haber sido su compañero
de escuela— había obtenido en 1823, durante el gobierno de Manuel Rodríguez y por
iniciativa de su ministro Rivadavia, la beca para estudiar en el Colegio de Ciencias Morales
de Buenos Aires, a la que Sarmiento aspiraba. Cf. Cristina Iglesia, “Saberes en viaje: la
lectura americana del espectáculo europeo” (estratto), Hispanoamericana, Anno XXIII, n°
95, Bulzoni editore, Roma, 2003.
103
La escritura por encargo es una figura que articula muchos de los escritos de viaje de los
hombres públicos de la Argentina del siglo XIX. Al respecto, cf. Claudia Torre, Literatura
en tránsito. La narrativa expedicionaria de la Conquista del Desierto, Prometeo, Buenos Aires, [ 81 ]
2010, en particular el capítulo II.
104
Cf. Vanni Blengino, “El viaje de Sarmiento a Italia”, en: Sarmiento, Viajes por Europa,
África y América, ob. cit.
viajero sale de sociedades menos adelantadas para darse cuenta de otras que lo
son más” escribe)105 aunque se define más por un exhibicionismo cosmopolita
frente a sus destinatarios y a la sociedad para la cual relata su experiencia de
viaje. En este sentido, no espera darle a su patria un lugar en el mundo sino
darle, en su patria, un lugar a ese mundo que se le aparece viajando: “la teoría
de Darwin es argentina y me propongo nacionalizarla por Burmeister” dirá
veinte años después, en el diario del viaje a Nueva York.106 Porque la práctica
del viaje no sólo envía a un miembro del cuerpo social al exterior sino que
también incorpora e inaugura un sujeto móvil.107 Es decir: la subalternidad no
sólo refiere la periferia sino que apunta al centro mismo y realiza operaciones
paródicas, burlescas, de saqueo y de impugnación, como señala Gonzalo
Aguilar en su fantástico estudio sobre Cosmopolitismo. Ahora bien, en este
ensayo de improvisación cosmopolita Sarmiento se autofigura como un sujeto
muy específico: Soy el intermediario entre dos mundos distintos. Empecé a
ser hombre entre la colonia española que había concluido y la República que
aún no se organizaba, entre la navegación a vela y el vapor que comenzaba.
Mis ideas participan de estos dos medios ambientes. Yo soy el único que quedo
todavía gritando: ¡mueran los godos! Pertenezco a los viejos revolucionarios de
la independencia, y voy, con la teoría de entonces y la práctica norteamericana,
contra lo que queda de la vieja colonia.108
Como viajero intelectual,109 según la denominación de Beatriz Colombi,
Sarmiento resulta un agente modernizador de una cultura, su mediador
cultural y además un importador de modelos. Pero lo que más llama la
atención de sus páginas, es el modo como asume su rol de auditor. Propongo
leer al Sarmiento auditor. El viajero se posiciona como un ciudadano del globo
y auditorea culturas, geografías, políticas, sociabilidades, naturalezas salvajes,
historias nacionales, revoluciones en ciernes y morales múltiples con el objetivo
de dar su veredicto y evaluar en qué medida son adecuadas para pensar el
presente americano. Sus páginas, en ese sentido, devienen alegato cultural,
estado de situación, ensayo sociológico. Naturaleza y cultura es la dicotomía
105
Domingo F. Sarmiento, Viajes por Europa, África y América, ob. cit.
106
Domingo F. Sarmiento, Diario de un viaje. De Nueva York a Buenos Aires, de 23 de julio
al 20 de agosto de 1868, Colección de autores argentinos, Santiago de Chile, Cruz del Sur,
1944.
107
Cf. Ricardo Cicerchia, Viajeros. Ilustrados y románticos en la imaginación nacional, Bue-
nos Aires, Editorial Troquel, 2005.
108
Así escribe unos años más tarde en Diario de un viaje. De Nueva York a Buenos Aires,
ob. cit.
109
Esta es la figura propuesta por Beatriz Colombi en Viaje intelectual. Migraciones y des-
plazamientos en América Latina (1880-1915), Rosario, Beatriz Viterbo editora, 2004. Te-
[ 82 ]
niendo en cuenta las conceptualizaciones de Abril Trigo, Mary Louise Pratt y Julio Ramos,
Colombi establece el estatuto cultural del viajero decimonónico.
sarmientina que organiza esa auditoría. Adriana Rodríguez Pérsico señala,
explicando la díada, que “los fenómenos físicos definen comportamientos
sociales así como los desórdenes naturales son sinónimos del caos social”.110
Para que se produzca “la solidaridad del narrador y la narración, de la visión
y los objetos, de la materia de examen y la percepción, vínculos estrechos que
ligan el alma a las cosas visibles, y hacen que vengan estas a espiritualizarse,
cambiándose en imágenes, y modificándose y adaptándose al tamaño y alcance
del instrumento óptico que las refleja”,111 el narrador Sarmiento va articulando
esa dupla en términos funcionales.
En las primeras páginas de los viajes Sarmiento escribe: “la verdad no
siempre es verosímil, y lo real rara vez es dramático”. En una poética que se
cumplirá casi a rajatabla, anuncia el modo de su escritura de viaje y no elude
ninguna de las cuestiones que complejizan el género en su versión moderna:
la subjetividad legitimada por la experiencia, la mirada sustentada en el viaje
de Estado, el poder del relato, las marcas del periodismo adquiridas en la
frecuentación del oficio y sobre todo la invención, porque es evidente que
para Sarmiento la realidad siempre pareció inferior a su registro.
Como resulta explícito en sus Viajes, Sarmiento va a buscar a Europa el
parámetro que América desconoce o desestabiliza. Desde esta perspectiva
resulta decepcionado en muchos sentidos aunque no completamente. Porque
aquel resto que Europa no le brinda queda compensado por la visita a Estados
Unidos que viene a configurar el futuro frente al pasado en ruinas de Europa,
el por-venir en la performance de la modernidad. Sarmiento —al regresar a
Valparaíso— se ha decepcionado con un modelo pero ha adquirido otro. Y
no se trata de una mera admiración intelectual sino de una identificación:
una percepción en la que la experiencia y el programa político social se
combinan. Miguel Cané señaló: “Sarmiento ha encontrado un lugar que no es
precisamente la Isla inexistente de Tomás Moro”.112
Así como hay en los viajes decimonónicos una serie visual que organiza la
percepción del viajero: puerto-paisaje-muelle-ciudad, y que lo prepara para el
Sarmiento en intersección
ingreso al interior del territorio, esta serie puede leerse en las páginas de viaje
de Sarmiento en otra escala, en términos no ya paisajísticos sino conceptuales:
océano-naturaleza salvaje-ciudades del exilio-Europa (modelo viejo), Estados
Unidos (modelo nuevo) -regreso. El periplo representa además las expectativas
y decepciones de muchos hombres públicos de la Argentina del siglo XIX.
110
Adriana Rodríguez Pérsico, “Una galería de modelos: los Viajes de Sarmiento”, Un hu-
racán llamado progreso. Utopía y autobiografía en Sarmiento y Alberdi, Organización de los
Estados Americanos, 1992.
111
Domingo F. Sarmiento, Viajes por Europa, África y América, ob. cit.
[ 83 ]
112
Miguel Cané, “Sarmiento en París”, Prosa ligera, Buenos Aires, La Cultura argentina,
1919.
El Diario de Gastos
El diario de gastos resulta una de las piezas más elocuentes de la producción
de viaje sarmientina. Se trata de una libreta que Sarmiento llevaba en la que
no figuran sus entradas de dinero, por lo que es difícil reconstruir el modo de
financiamiento del viaje, pero sí todas las salidas. El Diario no fue conocido
hasta la década de 1930, en que Aníbal Ponce reprodujo una página de dicha
libreta en una revista de distribución escolar, aparentemente sin ningún otro
propósito más que el de hacer conocer materiales relacionados con la vida y
obra de Sarmiento. Ya en 1950, el Museo Histórico Sarmiento la publicó en
reproducción facsimilar con notas de Antonio P. Castro.113
Con un detallismo preciosista Sarmiento va consignando todos sus gastos,
desde los más importantes: pasajes, libros, comidas; hasta los más triviales:
propinas, cigarros, helados o peines, configurando de esta manera la imagen
de un viajero sistemático y ordenado. También consigna el cambio de moneda:
los carlinos de Nápoles equivalen a un franco francés o 5 francos en España
equivalen a 19 reales de vellón. “El presente libro de gastos hechos durante mi
viaje será uno de mis mejores recuerdos”, escribe.
La lista sorprende por sus revelaciones íntimas, la consignación de las
“orjias” según la ortografía de Sarmiento en esa época, en varias ciudades, o
las referencias extrañas que quedarán consignadas, en su puro enigma y sin
ninguna explicación mayor ni en esta libreta ni en sus páginas redactadas. Tal es
el caso de: “Pagado por ver a un niño con dos cabezas, tres piernas, tres brazos,
ocho dedos en una mano” en la página que corresponde al 12 de noviembre
de 1846 en Aranjuez, Ocaña y Valdepeña por 3 reales de vellón. Una parrafada
que resulta casi imposible de explicarse o que exige el gesto arqueológico. ¿De
qué está hablando Sarmiento? ¿Se trata acaso de una función circense, de un
niño disfrazado? No importa. Sarmiento, tan abocado a explicar y argumentar
todo lo que su relato registra, nos abandona aquí y nos ofrece una línea de
fuga. ¿Será Sarmiento un vanguardista onírico anticipado?
Como la enciclopedia china de El idioma analítico de John Wilkins de
Borges, vale decir como toda enumeración, esta libreta de gastos no habla
solo por sus contenidos sino por la serie que los agrupa y que nos permite
leer no solamente la experiencia de un hombre sino la riqueza de la práctica
del viaje. Lo imposible no es la vecindad de las cosas sino el sitio mismo en
el que podrían ser vecinas.114 Y ahí está no sólo la referencia archicitada de
113
Domingo F. Sarmiento, Diario de gastos. Libreta llevada por Sarmiento en sus viajes.
1845-1847, reproducción facsimilar (estudio y ordenamiento por Antonio P. Castro), serie
IV, n° 2, Buenos Aires, Ministerio de Educación de la Nación-Museo Histórico Sarmiento,
[ 84 ] 1950.
114
Cf. Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Una arqueología de las ciencias humanas,
Siglo Veintiuno Editores, México, 1993.
que Sarmiento constata sus orgías, sino otro aspecto señalado astutamente por
Juan José Saer: “la joven sorpresa de muchos estudiosos ante la mención Orjía,
13,5 francos del 15 de junio de 1846 en Mainville, no me impide preferir el
rubro que sigue inmediatamente, Una pieza para secar la pluma, 2 francos y
que nos muestra a un hombre vigoroso y satisfecho, dispuesto a retomar la
tarea después de una pausa bien merecida”.115
En ese sentido, la lista de los gastos de París, Londres o New Orleans
no me impide a mí preferir la de los gastos en la Havana (sic), ciudad que
Sarmiento visita pero no relata. ¿Por qué Sarmiento ha preferido no contar
Cuba? Una serie de disquisiciones podrían hacerse al respecto hasta que algún
becario de proyectos Ubacyt encuentre el relato de Cuba herrumbrado en
alguna biblioteca pública de la provincia de Santiago del Estero. Mientras
tanto, quiero abstenerme de pensar esto y acotarme a lo consignado en la
lista borgeana del Sarmiento viajero: y allí sé que Sarmiento compra 1000
cigarros por 10 pesos reales, que va al peluquero y al teatro y que se compra un
sombrero, que pasea y toma helados. Y va de volanta en volanta. Veo entonces
a Sarmiento en la fila única de asientos de la volanta, casi hundido porque
las ruedas de gran tamaño de las calesas, de las quitrinas y de las volantas del
siglo XIX me dan una escala diferente. En la entrada de la Havana, el ítem
volanta figura 8 veces. Podría decirse que ha estado mucho más en tránsito
que detenido, mucho más arriba del transporte que con los pies en la tierra,
viajando de aquí para allá, del cerro a la ciudad de Santiago, de ahí al teatro
y de ahí al hotel y de ahí al barco. Sarmiento sujeto en tránsito o sujeto al
tránsito: una vez más Sarmiento nómade, una vez más Sarmiento en viaje.
Sarmiento en intersección
115
Juan José Saer, “Liminar: Sobre los Viajes”, en: Sarmiento, Viajes por Europa, África y
[ 85 ]
América, ob. cit.
[ 86 ]
Dossier iconográfico
Claudia Roman
Sarmiento en intersección
[ 87 ]
[ 88 ]
Pocos personajes públicos argentinos del siglo XIX fueron tan conscientes
del poder de su propia imagen como Sarmiento. El cúmulo de retratos pictóricos
y fotográficos, y de dibujos y caricaturas que lo toman como objeto es buen
índice de esa percepción. Andando el tiempo, la cara de Sarmiento parece
no tener secretos para los espectadores argentinos, entrenados en el ejercicio
de reconocerla desde su infancia en ilustraciones escolares, reproducida y
domesticada devotamente para públicos de alumnos y docentes. Un recorrido
por la iconografía sarmientina del siglo XIX muestra que ese reconocimiento
ha construido una imagen que se recorta sobre la superposición, no tan nítida,
de múltiples perfiles. Si desde su propia prédica Sarmiento fue “padre del
aula”, funcionario y educador ejemplar, se transformó con el tiempo en una
estampa de sí mismo, un mito historiográfico y escolar. Pero existe también
otro conjunto de imágenes, tan exitosas en su momento como olvidadas
más tarde. Aquellas en las que Sarmiento usa o le imponen máscaras menos
Sarmiento en intersección
[ 89 ]
Fig. 1: Medalla obsequiada al presidente Sarmiento por la comparsa “Habitantes del
Carapachay” (1873). La medalla fue obra del grabador Garnier. En el anverso, rondeando
el perfil de Sarmiento, se lee “El emperador de las máscaras – Buenos Aires”. En el reverso,
“Recuerdo del carnaval de 1873”. Fuente: Sarmiento en imágenes, Comisión Nacional Ejecutiva
del Sesquicentenario del Nacimiento de Domingo F. Sarmiento, Buenos Aires, Haynes, 1961.
La leyenda en torno del rostro: “el emperador de las máscaras”, tanto como la
aleación de que estaba hecha la medalla: plata, cobre y plomo, era un homenaje
ambiguo. Quien se proclamaba el más republicano de los mandatarios es ungido
emperador, al tiempo que la medalla que reconocía su soberanía en ejercicio lo
hacía en medio del carnaval, justo cuando el poder es tan feliz como efímero,
cuando la convención social acepta que cada rostro no es sino una máscara
que esconde algo ligeramente diferente de lo que exhibe: quien nos muestra su
faz de arlequín puede ser un lacayo, la bailarina un cochero, el oso un tímido
tendero. En carnaval, lo único imposible es dejar ver lo que se es. La colocación
exótica de Sarmiento es conocida; lo son también sus alardes de querer serlo
[ 90 ]
todo, sintetizando opuestos: porteño en las provincias, provinciano en el interior,
argentino en todas partes. La cucarda carnavalesca concentra esas tensiones, y
no deja de decirlas. Es una muestra mínima, portátil, de los modos en que la
cultura argentina recordó y olvidó a Sarmiento a través de sus imágenes, y de los
modos en que esas imágenes lo denigran y lo celebran. Y, sobre todo, no dejan
de mostrar sus múltiples máscaras.
Fig. 2: Sarmiento en Chile (1845). Retrato al óleo pintado por Franklin Rawson. Archivo General
de la Nación, Depto. Doc. Fotográficos, Buenos Aires, Argentina.
Sarmiento en intersección
Fig. 4: Retrato al oleo pintado por su sobrina nieta Eugenia Belin. Archivo General de la Nación.
[ 93 ]
estadista de traje citadino y casi lujoso, apenas ha dejado su tarea para mirar a
los ojos al artista que lo retrata. Leopoldo Lugones, quien cierra su Historia de
Sarmiento (1911) celebrando esta pintura como la primera que no es “inferior
a su tipo”, considera que con ella por fin se accede a cierta verdad “vital”,
una precisión en la que confluyen la sensibilidad del artista y la modernidad
técnica. El óleo de la nieta “ha dado al fin con la vida de la mirada y de la piel,
y que es el abismo de luz limítrofe entre la fotografía y el arte”.
Andrea Cuarterolo (“La muerte a cinco columnas. Fotografía mortuoria
de personajes públicos en el Río de la Plata”, 2006) explica detalladamente
las condiciones en que fue tomada la fotografía póstuma. Los familiares de
Sarmiento habrían encargado al fotógrafo Manuel San Martín la realización
del retrato. Para componerlo, trasladan a Sarmiento a su sillón de lectura. Hay
dos tomas levemente diferentes de la misma escena. En ambas la cabeza de
Sarmiento está ya casi entre los cuadros que lo acompañan; como en el óleo de
Eugenia Belin, ha dejado junto a sí papeles en desorden; los libros se acumulan
sobre la mesa de trabajo, en la que también se ven una luz y un reloj (en el
calor de Asunción, la tarea no termina con la llegada de la noche). “La bacinilla
—apunta Cuarterolo— un objeto de uso íntimo, poco apropiado para una
imagen tan solemne, no ha sido ocultada sino ubicada casi en primer plano.
¿Cuál puede ser la función de este elemento más que otorgar verosimilitud a
una imagen claramente construida?”. Sarmiento sorprendido por la muerte: la
fotografía póstuma se construye como una instantánea: la rigidez mortuoria
brinda las condiciones para la toma, y se diluye ante el espectador, que ve ante
sí a Sarmiento inmenso, llenándose de historia. Los libros y la bacinilla son
también su emblema, esa mezcla un poco cómica y un poco desconcertante de
apurada acumulación cultural y de desecho, de civilidad y fuera de lugar, que
es también su marca personal.
Los dos retratos proveen así un haz de rasgos y de atributos que se recombinan
y reproducen en distintos soportes y bajo diferentes configuraciones. Y
perduraron durante años mediante dos series que circulan de manera
simultánea, pero con recorridos heterogéneos: a través de las ilustraciones de
los libros de texto —sobre todo, de las escuelas primarias— y de las revistas
dedicadas al público infantil, y la que circula literalmente de mano en mano:
el dinero (venciendo toda precariedad y todo altibajo económico, cada cambio
de unidad monetaria nacional incluyó la efigie de Sarmiento, como si su
máscara, inobjetable, colaborara como garantía de valor en cada nueva serie
de moneda).
[ 94 ]
Complementarias y antitéticas, las dos imágenes que inmortalizaron a
Sarmiento se debaten —como él lo hizo— en las tensiones estéticas y políticas
de la representación: el daguerrotipo explora los límites de la fotografía
que vendrá, en la construcción de una instantánea que busca una eficacia
inmediata; el óleo resiste su naturaleza aurática sobre lo que Lugones percibe
como registro técnico con valor documental, capaz de estabilizar la estampa
del héroe.
Sarmiento en intersección
[ 97 ]
termina de definir la escena: el general se ha vuelto una prostituta que se alza
en su cartera —entonces como hoy, esta palabra es sinónimo de “Ministerio”—
Fig. 13: La Cotorra, 28-12-1879. Caricatura de Fig. 14: Don Quijote, 1-5-1887. Caricatura
Faría (detalle). Sarmiento-Baltasar participa de de Demócrito (Eduardo Sojo). Detalle de la
la adoración a un niño no demasiado agraciado, imagen “El paraíso perdido”.
en cuya cabeza se lee “Presidencia”. Los otros
dos “reyes magos” son Julio Argentino Roca
y Carlos Tejedor: los tres son candidatos a la
[ 100 ] sucesión presidencial. Sarmiento porta una
ofrenda donde se lee “El Nacional”, nombre del
diario que dirige.
a Sarmiento acerca de sus preocupaciones más explícitas y más reiteradas. Entre
todas ellas, su capacidad para expandir y poner en foco la primera persona,
que Sarmiento se encargó de enfatizar para postular su “yo” como infatigable
potencia productora. Para sus oponentes contemporáneos, se recordará, este
recurso dio nombre a un personaje: “Yo soy Don Yo, como dicen, pero este Don
Yo ha peleado veinte años a brazo partido con Don Juan Manuel de Rosas y lo ha
puesto bajo sus plantas; (...) todos los caudillos llevan mi marca”, afirma en una
carta a Nicolás Calvo (1857). Así, quien puede serlo todo, se encontrará de frente
y en sus caricaturas con otro juego pronominal: quien es, de hecho, cualquier
cosa. Sarmiento-hiena (en la crueldad de sus ataques), Sarmiento-elefante (en
la pesadez de sus editoriales en el diario El Nacional), Sarmiento-mono (en su
defensa de las teorías de Charles Darwin, pero también en su primitivismo, en
Sarmiento en intersección
Fig. 15: El Mosquito, 16-7-1881. Publicidad: caricatura sin firma. Bajo la imagen: “Se habla
mucho de las sorprendentes virtudes del AGUA ANTI-ALOPÉTICA inventada por C.
ECHEVARRÍA. Vean vds. cómo tendría hoy el cráneo poblado de D. Domingo se hubiese
conocido la milagrosa agua”. Cruzando la imagen: “Se vende en el único depósito: Victoria 142”.
[ 101 ]
su animalidad [fig. 14]), Sarmiento-burro (ignorancia y antítesis, de paso, para
el educador) son sólo parte de la serie abierta en la que Sarmiento se presenta,
Fig. 16: Escultura de Auguste Rodin, inaugurada para las fiestas conmemorativas del 25 de Mayo
de 1900.
[ 102 ]
caricatura mediante, como una bestia: un fenómeno al que puede portársele
casi cualquier disfraz. Pura corporalidad —aquella que se anunciaba en la piel
descubierta bajo el uniforme militar—, Sarmiento se animaliza también para
señalar sus bajas pasiones: para este hombre sin dinero ni estirpe, el hambre que
lo engorda es gula por los sueldos estatales.
Por otro lado, en una serie diversa, aunque concurrente en sus efectos,
esta disponibilidad, llamémosla “pronominal” —desde que puede ser llenada
por cualquier referencia—, del personaje tiene para la prensa satírica un valor
comercial: si Sarmiento puede ser cualquier cosa, también puede venderlo
todo. Y ni bien lo descubre, Sarmiento se convierte en promotor de cervezas,
exposiciones de antigüedades y hasta peluquerías… [fig. 15]
Pedestales. El primer gesto para estabilizar la imagen de Sarmiento,
dispersa y múltiple incluso tras su muerte, llegó cerca del cambio de siglo.
En 1894, una comisión encargada de honrarlo, de la que participaron
Miguel Cané, Aristóbulo del Valle y Eduardo Schiaffino (las fuerzas viejas, las
nuevas, el arte), eligió al promisorio Auguste Rodin para ejecutar su estatua.
El monumento se inauguró para las fiestas del 25 de Mayo en el cambio de
siglo, y fue emplazado en el Parque Tres de Febrero [fig. 16]. Muy pronto las
críticas arreciaban: Sarmiento no se parecía a Sarmiento. La carga simbólica
con que Rodin había dotado al personaje —pisando la hojarasca del pasado,
asido un pergamino en la mano izquierda, la postura inestable tendida hacia
el futuro— no alcanzaba a contrarrestar las impugnaciones de quienes se
jactaban de haberlo conocido: ni la nariz, ni la mirada, ni las sienes. Pero ante
todo, el Sarmiento de estatuaria, acuerdan los críticos, es feo (La Nación, 27
de mayo de 1900; Caras y Caretas, 2 de junio de 1900). La belleza, una noción
improbable e inesperada para pensar la estampa de Sarmiento hasta pocos
años atrás, comenzaba su trabajo sobre la imaginación colectiva sustrayendo
al hombre muerto de las caricaturas y los trajes, de los disfraces y las máscaras.
El trabajo se completaría, quizá, hacia 1944, cuando Lucas Demare hizo de
Sarmiento no sólo un hombre agradable sino, además, ocultamente tierno:
Sarmiento en intersección
aquel que personifica Enrique Muiño en el film Su mejor alumno [fig. 17].
Padre de Dominguito (su continuidad replicada y trunca), padre de sí y padre
de sus obras, “padre del aula”, el Sarmiento de Demare-Muiño propone a un
público de masas un personaje unívoco, idéntico a sí mismo, sin fisuras aun
en sus tensiones o en sus contrastes. La literatura de Sarmiento, que tantas
veces imaginó su propio futuro en el altar de los prohombres de la patria, sigue
encargándose todavía, sin embargo, de avanzar contra cualquier conclusión
definitiva.
[ 103 ]
Fig. 17: Fotograma de la película Su mejor alumno (1944), dirigida por Lucas Demare. A la
derecha de la imagen, Ángel Magaña (Dominguito); en el centro, Enrique Muiño (Sarmiento).
Junto a él, en cuclillas, Demare, dando algunas indicaciones antes de filmar la escena.
[ 104 ]
Entre los clásicos
Sarmiento en intersección
[ 105 ]
[ 106 ]
Sarmiento, escritor1
Ricardo Piglia
***
Habría que decir que la historia de la ficción argentina empieza dos veces.
O mejor, que la historia de la ficción argentina empieza con una misma
escena de terror y violencia contada dos veces. Primero en la primera página
de Facundo, que es como decir la primera página de la literatura argentina. Y
al mismo tiempo (pero de un modo desplazado) en El matadero de Esteban
Echeverría.
La anécdota que abre el Facundo constituye un momento decisivo de la
vida de Sarmiento. “A fines de 1840 salía yo de mi patria, desterrado por
lástima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpes recibidos el día
anterior en una de esas bacanales sangrientas de soldadescas y mazorqueros.
Sarmiento en intersección
Al pasar por los baños de Zonda, bajo las Armas de la Patria que en días más
alegres había pintado en una sala, escribí con carbón estas palabras: On ne tue
point les idées. El gobierno a quien se comunicó el hecho, mandó una comisión
encargada de descifrar el jeroglífico que se decía contener desahogos innobles,
insultos y amenazas. Oída la traducción, ‘y bien, dijeron, ¿qué significa esto?’”.
Historia a la vez cómica y patética, ese hombre perseguido que se exilia
y huye escribe en otra lengua. Lleva el cuerpo marcado por la violencia de la
barbarie pero deja también su marca: inscribe un jeroglífico donde se cifra
[ 111 ]
la cultura, que parece la contraparte microscópica de ese gran enigma que
él intenta traducir descifrando la vida de Facundo Quiroga. La oposición
entre civilización y barbarie se cristaliza en esa escena donde está en juego la
legibilidad.
Sarmiento se distancia nítidamente de la barbarie de la que se destierra
recurriendo a la cultura: no hay que olvidar que esa consigna es una cita; una
frase de Diderot que Sarmiento cita mal y atribuye a Fortoul abriendo así la
línea de referencias equívocas, citas falsas, erudición apócrifa que es un signo
de la cultura argentina por lo menos hasta Borges.
En esa anécdota se condensa una situación que la literatura argentina
repetirá con variantes a lo largo de su historia: el choque frontal entre el letrado
y el mundo de los bárbaros.
El matadero es la contracara atroz de la misma situación. En el relato de
Echeverría el hombre culto se interna en el mundo del otro, en la zona baja de
los mataderos y las orillas. En lugar del exilio y la fuga, la ficción se construye
a partir de la entrada en territorio enemigo y la violencia de la que se zafa
Sarmiento aparece como el núcleo del relato. El héroe es atrapado por los
bárbaros, muere vejado y torturado.
Se puede pensar que el Facundo empieza donde termina El matadero y
esa continuidad entre violencia, tortura y exilio que está en el origen, se ha
mantenido con signos múltiples en nuestra historia. Por otro lado, si para
Sarmiento la violencia ya ha quedado atrás y el poder del letrado se afirma
en el uso de otra lengua que marca la diferencia (“¿Qué significa esto?”, se
preguntan los bárbaros), en Echeverría la violencia está en primer plano y el
lenguaje del relato queda atrapado, como el cuerpo, por el enfrentamiento. El
texto reproduce a nivel lexical la confrontación, y se escinde entre la lengua
alta, engolada, culta (y casi ilegible para nosotros hoy, una lengua de traducción
podríamos decir) del letrado unitario y el lenguaje oral, popular y bajo de los
orilleros federales. Y lo paradójico es que todo el valor de El matadero está
en la vitalidad de esa lengua popular que ha traicionado los presupuestos y
las ideologías explícitas de Echeverría que buscaba reproducir en el estilo el
juicio de valor que suponía el choque entre el hombre refinado y los bárbaros
incultos. La textura del relato ha invertido esa oposición y lo más vivo de El
matadero es ese registro oral donde se hace presente en nuestra literatura por
primera vez (fuera de la gauchesca) el lenguaje popular.
En la primera página del Facundo y en El matadero se confrontan por un
lado la lengua extranjera, la lengua literaria, la cita falsa, la erudición más o
menos salvaje, la traducción, el bilingüismo, y por otro lado el cuerpo y sus
[ 112 ]
marcas, la violencia y la voz, el fraseo popular, los tonos primitivos de la lengua
nacional. Y la tensión de ese doble registro marca obras tan disímiles como
las de Arlt, Borges, Marechal, Cortázar, Cambaceres, Cancela. Cuando esa
escisión se logra soldar se producen los grandes textos de nuestra literatura.
Habría dos versiones entonces en el origen de la ficción argentina: una
triunfal y paródica, la otra alucinada y paranoica, de una confrontación que ha
sido narrada muchas veces. Y se podría decir que la paranoia y la parodia son
los dos grandes modos de representación del mundo de las clases populares en
la literatura argentina.
Pero hay una diferencia clave entre esos dos textos iniciales que me interesa
especialmente señalar: mientras el comienzo de Facundo es propuesto como
un relato verdadero y tiene la forma de una autobiografía, El matadero es una
ficción y, porque es una ficción, puede hacer entrar el mundo de los bárbaros
y darles un lugar y hacerlos hablar.
La ficción se desarrolla en la Argentina en el intento de representar el
mundo del otro, se llame bárbaro, gaucho, indio o inmigrante. Porque para
hablar de lo mismo, para narrar a su grupo y a su clase, durante todo el siglo
XIX se usa la autobiografía. Los letrados se cuentan a sí mismos bajo la forma
del relato verdadero y cuentan al otro con la ficción.
La literatura no excluye al bárbaro, lo ficcionaliza, es decir lo construye tal
como se lo imagina el sujeto que escribe. El enemigo es un objeto privilegiado
de representación. Hay que entrar en su mundo, imaginar su dimensión
interior, su verdad secreta, sus modos de ser. El otro debe ser conocido para ser
civilizado. La estrategia ficcional implica la capacidad de representación de los
intereses ocultos del adversario. En ese sentido la barbarie es la construcción
del adversario ideal. (La figura del monstruo es el límite de esa imagen ficcional
de la diferencia perfecta. “El esfinge Argentino mitad mujer por lo cobarde,
mitad tigre por lo sanguinario”.)
El bárbaro es una sinécdoque de lo real: en sus rasgos físicos se leen, como
un mapa, las dimensiones y las características de la realidad que lo determina.
Sarmiento en intersección
***
[ 113 ]
La invención de la realidad escindida es el núcleo central del Facundo. La
oposición entre civilización y barbarie5 describe políticamente ese universo
duplicado y en lucha pero a la vez lo construye. La complejidad del libro
deriva del intento de mantener unidos los dos campos. Se puede decir que
Sarmiento inventa una forma para no quebrar esa conexión. Lo que el texto
une es la diferencia pura: no se trata sólo de una cuestión temática, la escritura
reproduce la escisión (y construye la unidad). La forma de la civilización y la
forma de la barbarie se representan de un modo distinto. Al sistema de citas,
referencias culturales, traducciones, epígrafes, marcas de la lectura extranjera
que sostienen la palabra civilización, se le oponen las fuentes orales, los
testimonios y los relatos, los rastros de la experiencia vivida que reproducen y
hacen hablar al mundo de la barbarie. (“Lo he oído en una fiesta de indios…”.
“Un hombre iletrado me ha suministrado muchos de los hechos que llevo
referidos”. “Le he oído yo mismo los horribles pormenores”. “Más tarde he
obtenido la narración circunstanciada de un testigo presencial”.) Son dos
formas de la verdad, dos sistemas de pruebas que reproducen la estructura
del libro y duplican su temática. La tensión entre lo escrito y lo oral, entre la
cultura y la experiencia, entre leer y oír, reproducen una diferencia básica. La
civilización y la barbarie son citadas de modo distinto: el que escribe el Facundo
tiene acceso a las dos versiones y puede traducirlas. Ese doble movimiento está
representado en la primera página del libro: el escritor está en la frontera, entre
dos lenguas, entre la cita europea y las marcas en el cuerpo y ese es el lugar de
la enunciación.
***
El Facundo viene a establecer una relación imaginaria entre dos universos
yuxtapuestos y antagónicos. Los problemas de la forma literaria del libro están
concentrados en la y del título. (Nadie tiene un sentido tan personal de la
conjunción como Sarmiento. Su escritura une lo heterogéneo. El polisíndeton
es el sello de su estilo.) Es ese punto se concentra la tensión entre política y
ficción. La política tiende a que esa y sea leída como una o. La ficción se instala
en la conjunción. El libro está escrito en la frontera: situarse en ese límite es
poder representar un mundo desde el otro, poder narrar el pasaje y el cruce.
Por eso a Sarmiento le interesa el modo en que Fenimore Cooper ha
5
Para reconstruir la trama histórica y las líneas de interpretación implícitas en esa oposi-
ción, cf. Tulio Halperin Donghi, Revolución y Guerra, México, Siglo XXI, 1972. El análisis
del proceso de ruralización de las bases del poder, de las relaciones entre masas populares,
disciplina y ejército, de la relación entre Rosas y la Revolución de Mayo es un extraordina-
rio desarrollo del contenido central del Facundo. En este sentido Revolución y Guerra es el
[ 114 ]
mejor libro que se ha escrito sobre el Facundo, uno de los pocos casos donde el comentario
(desplazado) de un clásico está a la altura de ese clásico.
sabido ficcionalizar el cruce entre dos realidades. “El único romancista que
haya logrado hacerse un nombre europeo es Fenimore Cooper y eso porque
transportó la escena de sus descripciones al límite entre la vida bárbara y la
civilizada”.
En realidad Sarmiento atribuye a Cooper las virtudes del género. En
Teoría de la novela, George Lukács ha definido a este género como la forma de
un mundo escindido.6 Fuera de la existencia normalizada y la experiencia trivial
aparece el horizonte de otra realidad enigmática (a la vez demoníaca y poética) que
parece estar más allá de la lógica y de la razón. La forma de la novela se constituye
(basta pensar en Don Quixote) cuando es posible concebir una existencia más
intensa en otro mundo yuxtapuesto al de la vida cotidiana. La nostalgia de una
experiencia que trasciende lo inmediato se convierte en la construcción imaginaria
de una realidad alternativa con su propia verdad y sus propias leyes: la novela narra
la relación entre los dos mundos y el héroe es el que va de un lado al otro.
La oposición entre civilización y barbarie es el nombre ideológico de
esa escisión novelística. La doble realidad constitutiva de la forma del género
aparece en Sarmiento invertida y politizada. Por eso tiene razón Raúl Orgaz7
cuando insiste en que Sarmiento construyó la oposición entre civilización y
barbarie a partir de las novelas de Cooper.
La lucha de dos fuerzas opuestas que definen la realidad es una
constante del pensamiento histórico de la época y aparece en Sarmiento
desde el principio, pero el Facundo se escribe como se escribe (y es un libro
único) porque Sarmiento encuentra en el género el modo de representar la
experiencia de un mundo escindido. Como ha señalado Lukács, el género
transforma la dimensión discursiva del orden metafísico y muestra que la
doble realidad se deja captar también como figura y como anécdota. Lo que
Sarmiento lee en el género es esa representación figurada (y no sólo discursiva)
del sentido. Producir la experiencia de la significación; cerrar la interpretación
en una imagen antes que en una idea. La experiencia novelística de la realidad
escindida es el nudo de la forma literaria del Facundo.
Sarmiento en intersección
***
6
Esta hipótesis formulada por Lukács en 1920 está implícita y ha sido retomada, discutida
o ampliada en casi todas las teorías posteriores sobre el género. Cf. Walter Benjamin, “El
Narrador”, Iluminaciones, Madrid, Taurus, 1974; Claude Lévi-Strauss, Mythologiques III.
L’origine des manières de table, París, Plon, 1978, y René Girard, Mensonge romantique et
vérité romanesque, París, Grasset, 1961. Para una síntesis de la relación entre la tradición fi-
losófica, la realidad duplicada y los orígenes de la novela, cf. Ian Watt, The Rise of the Novel,
London, Chato and Windus, 1957, capítulo I. [ 115 ]
7
Cf. Raúl Orgaz, “Sarmiento y el naturalismo histórico”, Sociología Argentina, Córdoba,
Assandri, 1950.
No leemos el Facundo como una novela (que no es) sino como un uso
político del género. (Facundo es una prosa-novela, una máquina de novela,
el museo de la novela futura. En este sentido, funda una tradición.) La
discusión con el género está implícita en el libro. Facundo se escribe antes de la
constitución del Estado nacional. El libro está en relación con esas dos formas
futuras. Discute al mismo tiempo las condiciones que debe tener el Estado
(capítulo XV) y las posibilidades de la novela americana por venir (capítulo
II). Por un lado el Facundo es un germen del Estado (en el sentido en que Lévi-
Strauss decía que el totemismo era un germen del Estado) y por otro lado es el
germen de la novela argentina. Tiene algo de profético y de utópico y produce
el efecto de un espejismo: en el vacío del desierto se vislumbra como real lo que
se espera ver. El libro está construido entre la novela y el Estado: los anticipa
y los enuncia y se coloca entre esas dos formas antagónicas. Facundo no es
Amalia de Mármol ni es las Bases de Alberdi: está hecho de la misma materia
pero transformada en el origen y como cruza o como forma doble.
La clave de esa forma (la invención de un género) consiste en que la
representación novelística no se autonomiza, sino que está controlada por la
palabra política. Ahí se define la eficacia del texto y su función estratégica: la
dimensión ficcional actúa como instrumento de la verdad. Por eso el libro
plantea una disputa sobre sus normas de interpretación que recorre la historia.
Facundo propone un tipo de verdad diferente a la verdad que practica. La
discusión entre las distorsiones, los errores, las exageraciones y la novelización
de la realidad que definió la lectura de sus contemporáneos está directamente
ligada a esta cuestión. Desde la detallada revisión de Valentín Alsina hasta
las opiniones de Alberdi, Gutiérrez, Echeverría,8 todas las críticas apuntan a
que el libro no obedece a las normas de la verdad que postula. Al mismo
tiempo todos reconocen en ese desajuste el fundamento de su eficacia literaria.
(Recién cuando el libro se canoniza porque triunfa su ideología se resuelve
este debate.)
8
Cf. “Notas de Valentín Alsina al libro Civilización y Barbarie”, en: Domingo F. Sarmien-
to, Facundo (ed. Alberto Palcos), La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1938, y
Juan Bautista Alberdi. “Facundo y su biógrafo”, Escritos póstumos, Buenos Aires, Imprenta
Europea, 1897, V, pp. 273-383. Juan María Gutiérrez le escribe a Alberdi en carta del 6 de
agosto de 1845: “Lo que dije sobre el Facundo en El Mercurio no lo lamento, escribí antes
de leer el libro; estoy convencido de que hará mal efecto en la República Argentina y que
todo hombre sensato verá en él una caricatura: el matadero, la mulata en intimidad con la
niña, el cigarro en la boca de la señora mayor, etc., etc. La República Argentina no es una
charca de sangre…”. En fecha más tardía (julio de 1850) y también en carta a Alberdi,
Echeverría se refiere a los errores y las exageraciones de Sarmiento en su lucha contra Rosas
(“Sarmiento camina a lo loco…”).
[ 116 ]
El Facundo se construye en la tensión entre el carácter discursivo y el
carácter figurado del sentido: según donde se ponga el énfasis se lee otra cosa.
En un plano el libro no es ni verdadero ni falso: propone una experiencia de la
realidad y está fundado en la creencia. Pero al mismo tiempo se postula como
la verdad misma, como la reconstrucción más fiel que se haya hecho nunca
de la lucha entre la civilización y la barbarie. El problema de las normas de
interpretación es interno a la estructura: por momentos Sarmiento percibe
la libertad de lectura que está implícita en el libro. “Sobre el Facundo del
que usted me habla con tanto interés, me decía un amigo argentino que los
muchos errores que contiene son una de las causas de su popularidad” (escribe
en carta a Miguel Luis Amuchástegui, el 26 de diciembre de 1853), y agrega:
“Hay entre nosotros divorcio entre el lector y el libro”. Pero el Facundo cae en
sus manos y su lectura ya es una discusión. El lector se hace a su turno autor
también, pudiendo corregir un hecho mal narrado o un efecto atribuido a
causa diferente de la verdadera. La fascinación del texto y sus usos posibles y
sus transformaciones tienen algo que ver con sus errores, es decir, con su desvío
de la verdad y con su construcción figurada y ficcional de la significación.
La primera página de Facundo está centrada en esa cuestión: primero se
advierte sobre las inexactitudes y los errores, se pone el centro en la relación
entre lo verdadero y lo falso, después se narra una anécdota. Hay una relación
inmediata entre la discusión sobre la tergiversación de la realidad y la historia
que abre el texto. “No importa la verdad de los hechos narrados, importa
si el autor representa los acontecimientos como reales o ficticios”, ha escrito
Jan Mukarovski. Esa es la respuesta de Sarmiento. La anécdota inicial define
las condiciones de la enunciación verdadera: esa primera página construye
el marco, por ahí entra el sujeto de la verdad. De entrada está la experiencia
vivida, la violencia, la cultura europea: el que dice “yo” afirma su derecho a
la palabra: va a hablar por eso, pero también va a hablar de eso y la forma
autobiográfica es la garantía de la verdad. En Facundo Sarmiento presenta,
invertidos, los términos que definían “por primera vez” su entrada en la
Sarmiento en intersección
la relación entre las dos cuestiones: en el cruce se juega a la vez la problemática de la doble
autonomía y el lugar de Sarmiento escritor. En una fecha tan tardía como 1876 (Domingo
F. Sarmiento, Obras completas, tomo XXIII, Buenos Aires, Luz del día, 1948-1956), en un
discurso sobre los ferrocarriles, Sarmiento plantea que en medio del silencio y del terror
rosista “se oyó del otro lado de los Andes una voz y vióse hacia Chile como una luz que
señalaba otro camino que aquel que no podía abrir la espada: un panfleto, un romance, un
libro, llámesele como quiera, apareció en las prensas de Chile”. La incertidumbre genérica
del libro es la condición de su eficacia. Pero la falta de autonomía y las urgencias de la fun-
ción práctica son la condición de esa incertidumbre genérica y de sus usos ambiguos de la
verdad y de la ficción.
[ 119 ]
sermón, de la oratoria política, de la calumnia, de la autodefensa, de la negación de
cargos. Las interrogaciones, interjecciones, negaciones, sobreentendidos, preguntas
implícitas, trabajan la construcción imaginaria del enemigo (y sus aliados) como
base de la situación de enunciación. (El otro es el tú del discurso pero también es su
objeto. Cuando se convierte en él y forma su banda y sus alianzas (ellos), estamos
en el complot y en la paranoia.)
El espectro sufre metamorfosis y cambia de lugar y su contenido se
modifica. En Mi defensa es la patria la que “se hunde bajo mis pies, se me
evapora, se me convierte en un espectro horrible”. En Facundo “la sombra
terrible” es el espectro del muerto que encierra todos los enigmas de la
barbarie. En Campaña en el Ejército Grande el lugar del enigma y del monstruo
lo ocupa el General Urquiza (¡y su perro!). Mejor sería decir: la Campaña
es uno de los grandes libros de Sarmiento porque esa forma dramática de
la confrontación directa con el otro enigmático que no oye, que monologa,
cuyas razones profundas hay que imaginar, funciona como un molde para
representar una situación histórica concreta. (Urquiza asiste a esa figuración
con cierta indiferencia irónica pero capta sin duda el exceso de la actuación de
Sarmiento y la sobrecarga paranoica. “Le debo a Urquiza haberme endilgado
el título de loco” le escribe Sarmiento a Mary Mann en 1868.) En la Campaña
el carácter figurado del sentido domina una vez más sobre la significación
puramente discursiva.
El motor secreto de esa lucha imaginaria y personal con la figura del
otro puro es por supuesto Juan Manuel de Rosas. La imagen del espectro y
sus metamorfosis es el modo que tiene Sarmiento de representar su diálogo
imposible con Rosas. Sarmiento es un gran escritor porque ese diálogo con
Rosas, en sus textos, está siempre desplazado y ficcionalizado, y es indirecto
y está mediado. Sarmiento nunca escribe un libro sobre Rosas, pero no hace
otra cosa que escribir sobre Rosas: la gran decisión literaria (y política) fue
elegir a Quiroga como tema de un libro (sobre Rosas). Ese desplazamiento le
permite todo porque construye una figura de disputa entre Sarmiento y Rosas.
Del mismo modo que Rosas politiza la lengua y la usa para construir una
rígida simbólica federal que condensa líneas de su interpretación; en la otra
trinchera, Sarmiento construirá un escenario y usará el fantasma de Quiroga
para construir también él una simbólica que condense en una serie de imágenes
y de consignas el otro sentido de la historia. “Una ruidosa querella ha estallado
entre Rosas, héroe del desierto y Sarmiento, miembro de la Universidad de
Chile. Es una lucha de titanes a lo que parece”, escribe Sarmiento (y como
siempre el uso del discurso indirecto es una marca sutil de la ficcionalidad). La
[ 120 ]
escritura de Sarmiento construye la ilusión de una lucha de igual a igual (y esa
igualdad es lo que Urquiza no quiere reconocer).
En Sarmiento la literatura dura lo que dura la ilusión de ese diálogo que no
es otra cosa que la representación ficcional de una confrontación política. O
mejor, la literatura tiene lugar mientras Sarmiento se puede figurar a la historia
argentina como una lucha personal. En realidad habría que decir que la historia
argentina es una lucha cuyo escenario privilegiado es la escritura de Sarmiento.
Hace falta que haya otro con quien luchar para que la confrontación alivie la
megalomanía y la autonomía del sujeto y justifique todos los excesos y todas
las tergiversaciones y todos los usos del lenguaje: por eso la lucha política con
la tradición enemiga se superpone con el lugar de Sarmiento escritor.
Para que esa confrontación y ese diálogo sea posible no sólo hace falta
que el otro se haga presente en la escritura como el adversario ideal, sino que
también es preciso construir al sujeto que escribe como la personificación de la
civilización y de la verdad. El que marcha en la Campaña en el Ejército Grande
es un ejemplo perfecto de ese trabajo de figuración: Sarmiento se presenta a sí
mismo bajo la forma del emblema y de la alegoría. Esa compleja construcción
de un sujeto capaz de dialogar personalmente con la historia argentina recorre
su obra. “Todo se personifica en el mundo”, escribe en Recuerdos (“Rosas es la
personificación de la barbarie”). La personificación de sí mismo como ejemplo
de la civilización es el otro gran momento de la escritura de Sarmiento.
Hace falta desdoblarse, hablar de sí mismo en tercera persona, presentarse;
el modo clásico que usa Sarmiento para alegorizarse es la identidad cambiada:
narra una historia con un protagonista enigmático (y admirable) y al final se
descubre que ¡ese era yo! A veces se dramatiza: Sarmiento asiste a una escena
donde todos hablan de él pero nadie lo conoce, o mejor, todos lo elogian
pero nadie sabe que ese joven que está en un costado del salón es el mismo
Sarmiento.
La figuración (inesperada) de su identidad es una forma tan importante de
construcción literaria en Sarmiento como la figuración de la tradición enemiga
Sarmiento en intersección
Sarmiento en intersección
[ 123 ]
Facundo y el Historicismo romántico12
Tulio Halperin Donghi
Pero para que la historia pueda dar todo lo que se ha comenzado a buscar
en ella debe cambiar radicalmente su estructura (y eso mismo nos lo va a decir
enseguida Sarmiento, en palabras en que hay un eco de otras muy hermosas
de Michelet). El nuevo enfoque no se contenta con agregar a una teoría de
la constitución una historia constitucional, con agregar al examen crítico
[ 126 ]
de una literatura una historia de esa literatura. Esas historias sólo adquieren
sentido en una historia más vasta, ambiciosa de universalidad. La clave de
la organización política de los Estados Unidos no la halló Tocqueville en su
historia política, que era todavía preciso explicar, sino en ciertos caracteres de
la religiosidad de los colonos. Estos rasgos decisivos venían a colocarse en el
centro de todo un modo de sentir y de comportarse que trascendía los límites
de una abstracta historia de la religión, que requería una investigación liberada
de sus estrecheces.
De este modo a los rasgos exteriores que hallamos en Facundo y en otros
libros publicados en su tiempo y en los años que le precedieron, y en unos
pocos de los que siguieron, a esos rasgos que tenían algo de asombroso,
corresponde una intención muy precisa, un plan determinado. En cuanto a
Facundo, Sarmiento ha expuesto en el prólogo cuál era su intento. De haber
dispuesto de tiempo y medios para emprender la composición del libro con
mayor reposo, hubiera buscado explicar:
He aquí un plan de trabajo, muy claro y preciso. Demos vuelta unas cuantas
páginas. Va a comenzar a tratarse, por fin, del héroe del libro, de Facundo. Y
se comienza por contarnos cómo, cierto día, Facundo, fugitivo de San Luis,
Sarmiento en intersección
ese complejo que Sarmiento, en una bellísima página de sus Viajes, llamaba
civilización, no de Mahoma, sino de Abrahán, a esa civilización más vieja que
el tiempo, que ignora al tiempo. Así cada hecho puede adquirir sentido tan
sólo al incorporarse a un conjunto muy vasto. Sólo que esa totalidad en que
se integra no es algo que hayamos construido como un criterio interpretativo,
como un esquema mental que es preciso yuxtaponer a la realidad para
entenderla. La civilización de Abahán es algo tan real, tan concreto y preciso
como el gesto del beduino que fuma su pipa en el crepúsculo, vive entera
[ 129 ]
en ese gesto; le da sentido pero adquiere a su vez sentido a través de esos
mínimos modos de conducta en que su ley interior se manifiesta.
De este modo para Sarmiento cada hecho, cada detalle, se integra sin
residuos en una muy vasta unidad de sentido. Se entiende ahora por qué no
creyó inadecuado comenzar su vida de Facundo con una anécdota, cómo y por
qué creyó que en esa anécdota se daba ya, entero, el sentido de la vida que iba
a narrar. Gracias a ella Facundo ha sido colocado en el centro de su mundo, un
horizonte geográfico, pero también y ante todo un horizonte espiritual, un haz de
creencias y tendencias. Para resumir todo eso tenía Sarmiento una palabra precisa:
barbarie. El ubicar todo un sector de la vida argentina bajo el signo de la barbarie
no es en Sarmiento, como se ha dicho a menudo, el residuo de una tradición
iluminista no del todo superada. Es, por el contrario, hazaña romántica; encierra
todos los hallazgos, pero también las no siempre involuntarias limitaciones, que
trajo consigo el modo romántico de ver la historia.
Sí, aquí está, una vez más, la comparación que Sarmiento propuso;
lo que falta es, en cambio, toda contraposición entre dos principios cuya
lucha sin cuartel bastaría para dar cuenta de la realidad hispanoamericana.
Y es precisamente esa contraposición lo que hoy levanta más resistencias a la
imagen de la Argentina propuesta en Facundo.
Esas resistencias se expresan en objeciones muy numerosas, no siempre
Sarmiento en intersección
[ 136 ]
El Facundo: la gran riqueza de la pobreza14
Noé Jitrik
-I-
Dos clases de sorpresas depara, creo, una lectura actual del Facundo:
ciertas expresiones certeras que se levantan como imágenes tan inesperadas
como contundentes (“I mientras tanto que se abandona así a una peligrosa
indolencia, ve cada día acercarse el boa que ha de sofocarlo en sus redobladas
lazadas”) y ciertas ideas que si por un lado se anticipan a su aparición dentro de
sistemas (influencia del medio sobre el carácter, fuerza de la educación, del gran
hombre, etc.), por el otro revelan una agudeza de observación psicosociológica
insólita (“Los arjentinos, de cualquier clase que sean, civilizados o ignorantes,
tienen una alta conciencia de su valer como nación; todos los demás pueblos
americanos les echan en cara esta vanidad i se muestran ofendidos de su
presunción i arrogancia”). La primera tentación sería buscar una unidad entre
unas y otras, tentación que no rechazamos pero que si seguimos tal cual nos
instalaría en una perspectiva de “verdad” que surgiría ya de la perfección de la
imagen, ya de la validez de la observación. Señalemos, buscando otro camino,
que la sensibilidad a las primeras autorizó y autoriza la “literatura” en una
poderosa presencia y la revelación de las segundas sirvió para ver en el Facundo
el embrión de una sociología nacional nacida de intuiciones extraordinarias,
muy anteriores a necesidades del ambiente.
-A-
1. Las imágenes se nos aparecen diseminadas por todas partes en el texto
pero cada una de ellas obedece a un esquema constitutivo acaso diferente; las
hay que surgen por antítesis, otras toman forma en la acumulación, la mayor
parte tiene un notable alcance metafórico. Si algo las liga es un ritmo general
de elocución para definir el cual se nos ocurre la palabra “empuje”; el mismo
Sarmiento caracterizó esta estructuración del ritmo cuando señaló que “las
Sarmiento en intersección
2. Pero, por otro lado, el ritmo —un sostenido hecho de cesuras y subidas
permanentes luego de las cesuras— no es un puro movimiento; teóricamente
su función consistiría en preparar la producción de una significación no en
el sentido de un mero marco sino en el de una “condición” necesaria para
que la significación surja; en ese sentido, el ritmo tiene instancias, planos,
materializaciones que aparecen en un doble nivel, como “tematizaciones” y
como “estructuras” que le dan forma. Éste es el caso o, mejor dicho, lo que
me importa destacar. Creo que para el Facundo la estructura que surge del
ritmo es la de un “saber contar” en el sentido más primario del concepto. O
sea, poseer una relación corporal con “lo que se sabe” (el que cuenta, según
reflexiona Jean Pierre Faye, es un gnarus, o sea un “narrador”)15 y se quiere
transmitir, lo que tiene como consecuencia una liberación —o la libertad que
otorga estar inscripto en una dimensión primaria— respecto de convenciones,
de conveniencias, de acuerdos “formales”.
Este tema es susceptible de ampliación en el caso del Facundo, lo que “se
sabe” se recuesta sobre el pasado, considerado como suma de experiencias,
tradiciones, lecturas e improvisados mecanismos de información pero también
se recuesta en un horizonte lingüístico, el saber de la lengua que supone,
concretamente en Sarmiento, el conflicto entre lo heredado, lo colonial, lo
provinciano,16 y un proyecto, lo adquirible, un mundo de modelos cuya
presencia modifica el punto de partida y le confiere, en el cruce, esa vibración
única y dramática, irreprimible. Si este cruce se muestra en la convivencia
de arcaísmos y galicismos —y en consecuencia revela un enrevesado cuadro
mental—, también muestra muchas otras ecuaciones que todavía nos siguen
ocupando y preocupando y que tienen que ver con arduas cuestiones de
15
Jean-Pierre Faye, “Théorie du récit”, Change, n° 1, París, 1969.
16
Domingo F. Sarmiento, “Carta a Calandrelli”, del 12 de agosto de 1881, Facundo, ob. cit.:
“… habiéndome criado en una provincia apartada y formándome sin estudios ordenados,
[ 138 ]
la lengua de los conquistadores había debido conservarse allí más tiempo sin alteraciones
sensibles”.
definición de una literatura nacional, así como de una política nacional
en la relación pasado —que supone la estructura básica y en consecuencia
un campo de sentidos conocidos— y futuro —que implica un sistema de
transformaciones y por consecuencia la fijación de un campo de sentidos acaso
nuevo pero siempre difícil de entender, duro de aplicar y respecto de cuyo
fundamento hay que tener una claridad total en cuanto a las determinaciones
que operan en él.
De hecho, ese “saber contar” descansa sobre el pasado y se proyecta sobre
el futuro, distribución de papeles que si bien se presenta ahora en una tajante
separación no supone por eso una escisión sino una necesaria limitación
metodológica; en esa perspectiva, el pasado del “contar” supone el caldero
inconsciente, aquello que se afirma a pesar de uno mismo y va guiando una
relación que no aparece en lo que se cuenta, en lo aparente; el futuro implica
la dimensión ideológica perseguida, aquello por lo que se opta para reducir y
canalizar las exigencias que bullen constantemente en ese desarrollo secreto de
lo que se cuenta y que cuenta.
-B-
Si vemos todo esto en sus consecuencias se nos abre una amplia gama
de líneas que nos permite pensar el Facundo. Las vamos a abordar pero no
sin recordar que todo esto nace de una bifurcación de la cual hemos seguido
un solo brazo; nos falta considerar el otro, que concierne a las “ideas” y cuya
relación con el otro trataremos de recuperar en el capítulo II.
su escritura17. Señalemos un reparo ideológico: Borges piensa tal vez desde una
cierta idea de “estilo” con componentes bien inscriptos en una concepción más
amplia de lo que es literatura; por la misma razón, ciertamente, consideró que
Macedonio Fernández había sido mejor conversador que escritor: ajustarse
o no ajustarse a un sistema de requisitos; Sarmiento, como Macedonio, los
desborda, es un hecho. En todo caso, lo que queda es que la tensión interna
de las frases (en las que podemos reconocer rasgos tales como los paralelismos,
la adjetivación abundante y desprejuiciada, la adverbiación, la frecuencia
17
Jorge Luis Borges, “Prólogo”, Recuerdos de Provincia, Buenos Aires, Emecé, 1943. [ 139 ]
de diminutivos, la amplitud del período, la comparación, la estructura de
soliloquio, etc.) es producto y vehículo de una energía que se desenvuelve
y que, por lo tanto, construye una totalidad. Como se puede ver, llegamos a
soldar las definiciones que en un comienzo se nos aparecían como opuestas,
totalidad y fragmentarismo; ahora sabemos que el tipo de fragmentarismo
va produciendo una totalidad que, por eso mismo, no se caracteriza por una
compulsión formal, por una reducción de lo contradictorio.
-C-
Todo lo que precede configura un paréntesis después de cuyo cierre
retomamos la consideración de las líneas que se abren desde la posibilidad
de percibir un ritmo. La que ahora se nos presenta es la que atañe a una
concepción de la literatura como una práctica concreta. Entendemos por
“concepción de la literatura” una zona que se incluye, de algún modo, en
la “significación” que, como lo señalamos, el ritmo prepara. A la inversa, la
“significación” tiene que ver con lo que el texto ofrece en la zona específica de
lo que entiende por literatura.
28
Pedro Enríquez Ureña, “Perfil de Sarmiento”, Cuadernos Americanos, Año IV, n° 5, Méxi-
co, 1945.
[ 145 ]
29
Ezequiel Martínez Estrada, Meditaciones Sarmientinas, Editorial Universitaria, 1968.
4. Está claro que se nos ha impuesto un camino para entender esta línea:
la “mezcla”, esquema que no parece agotarse en la cuestión de la convivencia
de géneros; si consideramos que el Facundo se recorta además sobre otros
cruces (o “mezclas”) —como, por ejemplo, el de “historiografía” y “literatura”
característico del eclecticismo en el que se nutre, sin contar con que a su vez
el modelo ecléctico es resultado de una serie de acomodaciones y mezclas30,
o el de letra escrita y “acción” que hace que todo lo que se escribe muestre
un entrelazado dominado por la política— advertiremos que la “mezcla”
constituye un rasgo esencial que determina no sólo el aspecto general del
texto, sino aun la estructura de cada inciso y aun de cada frase.31 Un examen
de cualquier fragmento nos permitirá hacer esta verificación:
1- “La América entera se ha burlado de aquellas famosas fiestas de
Buenos-Aires, i mirádolas como el colmo de la degradación de un pueblo;
pero yo no veo en ellas sino un designio político, el más fecundo en
resultados.”
2- “¿Cómo encarnar en una república que no conoció reyes jamás, la
idea de la personalidad de Gobierno?”
3- “La cinta colorada es una materialización del terror, que os acompaña
a todas partes, en la calle, en el seno de la familia; es preciso pensar en ella
al vestirse, al desnudarse; (…)”.
4- “(…) i las ideas se nos graban siempre por asociación: la vista de un
árbol en el campo nos recuerda lo que íbamos conversando diez años
antes al pasar por cerca de él; figuráos las ideas que trae consigo asociadas
la cinta colorada, i las impresiones indelebles que ha debido dejar unidas
a la imagen de Rosas.”
5- “Así en una comunicación de un alto funcionario de Rosas he leído
en estos días, ‘que es un signo que su Gobierno ha mandado llevar en
señal de conciliación i de paz’.”
6- “Las palabras Mueran los salvajes, asquerosos, inmundos unitarios
son por cierto muy conciliadoras, tanto que sólo en el destierro o en el
sepulcro habrá quienes se atrevan a negar su eficacia.”
7- “La mazorca ha sido un instrumento poderoso de conciliación i de
paz, sino id a ver los resultados, i buscad en la tierra ciudad más conciliada
i pacífica que la de Buenos-Aires.”
8- “A la muerte de su esposa, que una chanza brutal de su parte ha
precipitado, manda que se le tributen honores de Capitán Jeneral, i
30
Raúl Orgaz, Sarmiento y el naturalismo histórico, Córdoba, Imprenta Rossi, 1940.
31
Y de la manera misma de componer descripta en la “Advertencia a la Primera Edición”:
“Al coordinar entre sí sucesos que han tenido lugar en distintas i remotas provincias, i en
[ 146 ]
épocas diversas, consultando a un testigo ocular sobre un punto, rejistrando manuscritos
formados a la lijera, o apelando a las propias reminiscencias…”
ordena un luto de dos años a la ciudad i campaña de la provincia, que
consiste en un ancho crespón atado al sombrero con una cinta colorada
(…) ”.
A medida que los párrafos del fragmento son separados nos tienta la
perspectiva de considerarlos según el modelo propuesto por Roland Barthes
en S/Z; con ese instrumento veríamos que es según ciertas directrices que el
texto circula, códigos diversos que emergen y desaparecen entretejiéndose sin
ocultar su caótica armonización.
Pero no creo necesario seguir ahora esta línea, así como tampoco hacer un
examen exhaustivo de estas relaciones, aunque para que la transcripción del
fragmento tenga sentido es preciso, por lo menos, proponer algunos apuntes.
En primer lugar, se trata de un fragmento entero, sin puntos y apartes, o
sea de un continuo de cierta escansión; los números indican una división
de segmentos y, por lo tanto, entre número y número puede destacarse una
articulación —que genera la escansión— que varía constantemente de signo:
del 1 al 2 la articulación tiene un carácter filosófico, del 2 al 3, costumbrista,
del 3 al 4 la articulación es científica, del 4 al 5, periodística, del 5 al 6, política,
del 6 al 7, gramatical (ilativa), del 7 al 8, histórico-anecdótica. Tenemos aquí,
al menos, una diversidad de planos articulatorios que nos dan idea de una
correlativa diversidad de planos semánticos todos amasados en el susodicho
continuo. Si, además, establecemos en cada segmento las unidades frásticas
veremos, igualmente, que la dirección constructiva de cada una de ellas difiere
de la que le sucede; así, a un inicio objetivo (“La América entera...”) sucede
una complementación adjetivada y subjetiva (“i mirádolas como el colmo...”);
lo que sigue es ya una subjetivización lisa y llana (“pero yo no veo...”) que
requiere, finalmente, una complementación objetiva u objetivada. En un
solo párrafo, como vemos, hay cuatro niveles que, añadidos a todos los que
se pueden registrar en los segmentos siguientes, promueven una imagen de
entrecruzamiento y mezcla vertiginosos.
Sarmiento en intersección
rresta —y eso es lo que indica esta concesión— mediante una voluntad de inscripción en
un campo real; creo que, contrariamente a lo que se piensa —como mito burgués encubri-
dor—, Sarmiento examinaba fuerzas concretas, sobre todo políticas, y negociaba con ellas
(su opción por el Partido Conservador chileno cuando todos esperaban que se decidiera por
el Liberal), no pretendía inventarlo todo pero tampoco renunciaba a que ese “todo” no se
encaminara a alguna parte; de ahí el juego entre oportunismo e independencia, la finalidad
era superior, la finalidad era, repito, constituir una clase y un país simultáneamente. Si lo
comparamos con Echeverría, que se mantiene dentro de un enclaustramiento de fundador
conceptual o con Alberdi, que elige con similares criterios morales y políticos pero equivo-
cando tal vez la oportunidad, concluiremos que en la acción de Sarmiento no está ausente
cierto ideal del éxito.
[ 149 ]
34
Norberto Pinilla, La polémica del Romanticismo en 1842, Buenos Aires, Americalee,
1943.
El romanticismo, de todos modos, pasaría a la delantera en tanto, como ya
lo hemos señalado, proveería el modelo actual, una interpretación del mundo
hábil para pensar en ese futuro luminoso de una clase construyendo al mismo
tiempo el poder, la república y la civilización; pero, insistiendo, también su
predominio se justifica por lo contradictorio, por el vaivén que ofrece entre
lo ideológico y lo inconsciente, vaivén que engendra, por fin, una inversión
sorprendente al imponerse una racionalidad iluminista que de alguna manera
integraba el campo que debía ser superado. A su vez, ¿puede éste jugarse en
los modelos y trastornarlos al mismo tiempo que tener su origen en el carácter
nunca superado de “provinciano” de Sarmiento (o sea en el resentimiento),
o en la situación del emigrado que, de todos modos, aparece compensada en
lo que tiene de depresivo —como lo muestra vehementemente su folleto Mi
defensa, de 1843—35 por la perseverancia consciente fundada en una clara idea
del “proyecto” nacional y social? De todos modos, la situación del “emigrado”
del siglo pasado merecería una reflexión porque, con rasgos y efectos diferentes,
se prolonga hasta hoy día: la masividad con que se manifiesta ahora contrasta
con la singularidad de los casos de entonces, lo que tiene dos consecuencias:
por un lado, en tanto individuos que emigraban, hallaban más fácil y
naturalmente protección y consideración, lo que permitió reforzar y autorizar
el tradicional y laxo “derecho de asilo” de que América Latina se jacta; por
el otro, esa situación misma canalizaba posibilidades de autoanálisis que
favorecían tanto la emergencia de conflictos personales como la producción de
textos considerados como efectivas formas de acción. Según piensa Groussac,
afirmándose en esa tradición, mucho daño le hicieron a Rosas los exiliados, lo
que ratifica tanto la importancia de la situación del exilio como la idea de que
el texto es altamente corrosivo. Según Alberto Palcos, Rosas intentó silenciar a
Sarmiento creando un periódico en Mendoza, La Ilustración Argentina. Podría
ligarse a este tema el tan socorrido de que Sarmiento escribió el Facundo para
desacreditar a Rosas en la proximidad de la llegada a Chile de su embajador,
don Baldomero García, que vendría a exigir que el gobierno contuviera la
acción de los exiliados; en verdad, también es posible suponer que García
concurrió para tratar la vieja cuestión de límites, sempiterno pretexto en las
relaciones entre ambos países.
-D-
Quizás los lectores admitirán que considerar las tres líneas que brotan del
primer esquema, a saber de la relación entre pasado y futuro, ha ido dando
35
Línea permanente en Sarmiento: en el “Prólogo” a la Primera Edición, en cuyo primer
[ 150 ] párrafo emplea la palabra “desterrado”, dice al final: “Los que conocen mi conducta en
Chile, saben si he cumplido aquella protesta”.
lugar a reflexiones complementarias que, en total, intentan abrazar lo que
llamaríamos el fenómeno Facundo y nos llevan a zonas en las que nuestro
enfoque básico se encuentra, a veces contrapuntísticamente, con abordajes
anteriores de este texto. En ese mismo sentido, añadiré un punto que el
tema de la concepción de la literatura implicada en el texto supone; me estoy
refiriendo al “intelectual” y al papel que juega o puede jugar.
-E-
Nos queda por considerar una cuestión que resulta de los dos temas
precedentes: existe, como lo he tratado de mostrar, una preocupación acerca
de la literatura que deviene concepción literaria para su propio proyecto;
existe, igualmente, una idea sobre el intelectual que, por un lado, produce un
libro y, por el otro, se organiza como un modelo social: ¿existirá también una
idea sobre la literatura en general, esto es, sobre la literatura como debe ser?
¿Cuáles serían sus requisitos?
1. Parece bien claro: el Facundo, como le ocurrió a Palcos, puede ser visto
como una primitiva epopeya, rasgo con el cual Lugones juzgó también el
Martín Fierro en El Payador; si es así, contiene todos los elementos capaces
de acompasarse con el hecho principal del nacimiento de una nación y/o
un pueblo, observación que podría también hacerse respecto del poema de
Hernández por oposición, ya que la muerte del gaucho no sería más que la
dolorosa aparición del mundo moderno. La literatura, entonces, podría ser
épica y, naturalmente, acumulativa como nos lo impone el Facundo, lo que
[ 152 ]
podría quizás verse en particular en el título de los últimos dos capítulos,
“Presente i Porvenir”, cuyos elementos programáticos (Guerrero ve ahí las
ideas básicas de “educar”, “poblar” y “gobernar”) son en realidad mínimos.
Pero hablar de “épica” nos arrastra y nos confunde: digamos que se trataría
de una literatura totalizante y abarcativa pero que necesitaría de ciertos
mecanismos para cumplirse:
función de esos dos factores: esa naturaleza los engendró pero por medio de
este aparato intelectual lo podemos advertir; en esta relación, de uno a otro
plano, la escritura encuentra su fundamento y su justificación.
Es innegable la presencia y la influencia de Mariano José de Larra en esta
veta; es posible que sea solamente una orientación general, ya que los “cuadros”
(el rastreador, el baqueano, el cantor, el gaucho malo) constituyen en realidad
el núcleo de algo que resulta mucho mayor, la biografía, a cuya función y
papel Sarmiento dedica muchas reflexiones además de muchas empresas. A
[ 153 ]
propósito, y de paso, no se puede dejar de señalar que en esos cuadros y en los
elementos empleados para trazarlos hay una intuición literaria que le daría la
razón al transponer tan vigorosamente dicha naturaleza. De ahí el carácter de
indicador de un camino que animaría este programa, de ahí que haya tenido
—como otros hombres de su generación— una preocupación por cómo debía
ser la literatura nacional.
4. A esta altura de la reflexión se nos unen varias instancias que han venido
surgiendo o proponiéndose: los cuadros constituían para nosotros núcleos que
daban lugar a la biografía: ésta, a su vez, nos lleva a la cuestión de los “modelos”,
los que eventualmente se pueden ofrecer, los que se necesita seguir. Si dejamos
de lado la sustancia que los modelos intentan imponer y atendemos tan sólo a
las exigencias que la relación con ellos plantea, podríamos considerarlos como
[ 156 ]
instrumentos, elementos referenciales, o sea indispensables para “referir”: son
lo conocido de un circuito cuya otra punta es lo que hay que referir y que es
ciertamente lo desconocido, o lo conocido a medias, o el “secreto” invocado
en las páginas iniciales.
Entre “modelos” y “desconocimiento total o parcial” (secreto) se establece,
virtualmente, una relación metafórica que tiene consecuencias generales sobre
el texto. Lo conocido, en ese movimiento, es formulado, lo desconocido es
problematizado; en cuanto a la formulación también es metaforizada por
medio de comparaciones que recorren el texto constantemente pero que
nunca dejan de aplicarse a lo problematizado, a lo que se quiere entender:
“Veo (en Bolívar) el remedo de la Europa y nada que me revele la América”.
Exactamente el mismo papel cumplen los epígrafes a cada uno de los capítulos
y las citas de los libros que los han provisto. Supongo que la pretensión es
“revelar” algo, un “secreto”; supongo que muchas lecturas la admiten como
satisfecha: me interesa más poder describir cómo se esquematiza y qué
instrumentos requiere, cierto, a la vez, de que esquematización e instrumentos
se proyectan sobre el texto entero y dan cuenta de su articulación. Comparar,
por ejemplo, determina construcciones paralácticas que los estilistas reconocen
y aplauden; al mismo tiempo, subordinar engendra la articulación hipotáctica
igualmente activa y, entre ambas, toma forma una red que conduce, quizás, ese
“saber contar” del que hablábamos más arriba.
Pero hay algo más: comparar es oponer, y oponer supone términos que se
oponen; estamos frente al embrión de la idea central —civilización y barbarie,
blanco y negro— que se presenta naturalmente en forma de dilema y opciones
por cierto dirigidas. En Muerte y resurrección de Facundo traté de destacar el
papel constructivo de esa fórmula que encarna de manera bien clara el valor de
la oposición; llegué a pensar, incluso, que hay en ella algo así como una matriz
productora, pensamiento que me es respaldado por las implícitas objeciones
que al valor gnoseológico del esquema formula Martí en el Manifiesto de
Montecristi, según nos lo cuenta Jacques Lafaye (ob. cit.); si su objeción es
Sarmiento en intersección
-F-
Estamos, en este punto, en el final de una elaboración sobre el modelo
posible de una literatura nacional tal como lo propondría el Facundo.
Reconozco que nos hemos ido lejos, movimiento que habría que frenar para no
caer en lo que corrientemente se conoce como “análisis de texto”, posibilidad
que acecha siempre que se admite una relación entre “frase” y “totalidad”; cada
frase, cada segmento, cada contraste entre frases generaría interpretaciones que
reafirmarían una de las ideas centrales de este trabajo, a saber lo que desde el
Facundo podemos entender como “actual”.
- II -
-A-
¿En qué consiste ese pensamiento, cuáles son sus condensaciones
principales? Mediante estas preguntas entramos en la segunda vertiente de
este trabajo, anunciada al comienzo del capítulo I, las ideas que el Facundo
nos riega con innegable generosidad y respecto de las cuales se responde
todavía en muchos casos con un agradecimiento ideológico, como si fuera
imposible dar nuevos pasos o pensar la realidad desde otras perspectivas. ¿Qué
metodología podremos forjar para entrar en este terreno sin limitarnos a glosar
las excelentes descripciones que han hecho de las ideas Raúl Orgaz, Ezequiel
Martínez Estrada, Juan Luis Guerrero, entre otros, y aun Alberto Palcos?
Hemos hablado constantemente de “ideología” y sin duda podríamos
definirla o enumerar sus componentes en un sentido corriente: propiciar la
inmigración extranjera, otorgarle un valor supremo a la educación, buscar la
[ 162 ]
organización de instituciones. Al hacerlo, no hacemos más que manejar un
solo plano de la ideología, el de un sistema de propuestas que deviene plan
político. Formularlo de este modo supone otros planos que también podemos
enunciar y aun enumerar y que sirviendo para preparar el anterior son objeto
de un perfilamiento en el Facundo mismo: la influencia del ambiente o del
medio en el individuo, el papel del grande hombre en la historia, la lucha entre
civilización y barbarie, la relación entre determinismo y libertad, la relación
entre ciencia histórica y literatura.
En este nivel, acaso más que de ideología se trate de “ideas” que, a su
vez, proponen el también estudiado problema de sus “fuentes”; en este punto
acordaríamos de buen grado que hay una instancia ideológica pero indirecta
en cuanto por una parte se trata de definir el alcance de una “elección” de
dichas fuentes y, por la otra, de la gestación misma de esas fuentes en su
proceso propio. En esta vía, podríamos señalar (lo que muchos han señalado)
que, por ejemplo, la idea de “civilización y barbarie” resulta de una simbiosis
de dos conceptos previos, el primero sacado del novelista norteamericano
James Fenimore Cooper, comentador de la conquista “civilizadora” del Oeste,
el segundo de las tesis sobre “guerra social” formuladas por Victor Cousin en
su Introducción a la Historia de la Filosofía: en cuanto al “grande hombre” y su
papel en la historia, la idea procede de Hegel (Enciclopedia -1817-, Filosofía del
Derecho -1821- y Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal -1837-) a
través de la tesis de Victor Cousin sobre la “génesis y función social del hombre
representativo o el grande hombre” (1828) que integra su Introducción a la
Filosofía de la Historia; sobre la influencia del medio en el hombre, la fuente
de Herder, conocida después de las adaptaciones de Victor Cousin, Quinet y
Jouffroy, y apoyada por las observaciones de Humboldt, de quien Sarmiento
cita los Cuadros de la Naturaleza; en cuanto a las otras ideas, beben su forma
en las mismas o complementarias fuentes.
Sarmiento conoció todas esas ideas gracias a la tarea de renovación iniciada
por la Generación de 1837, cuyo corresponsal en San Juan, Manuel J. Quiroga
Sarmiento en intersección
política estúpida i colonial se hizo sorda a estos clamores. Pero las provincias
se vengaron, mandándole en Rosas mucho i demasiado de la barbarie que a
ellas les sobraba”. cap. I).
Pero más que glosar esas posibilidades de lectura interesa ahora mostrar
eso que designé como “distorsión” en la aplicación de modelos. Daré un solo
ejemplo, pero con las derivaciones que supongo deberían hacer pensar en lo
que del Facundo todavía significa.
Brevemente, la idea de “nación” que le preocupa tiene su origen en
Rousseau; ante todo hay una primera acepción que tiene consecuencias [ 167 ]
prácticas: aquí se trata de organizarla, de legislar, pero también, como
igualmente lo propugnaba Alberdi desde el Fragmento preliminar al Estudio del
Derecho, de inflexionar su significado; de todo eso sale, creo, la fundamental
idea para toda la historia argentina de la “nación argentina” como conciencia
concreta de un ser y un devenir. Pues bien, vista la deuda a Rousseau, ¿cómo
casaría esta presencia ideológica tan importante con la idea, en Sarmiento
fundamental, de la “barbarie”, tan reivindicada por Rousseau bajo el manto
del idealizado “buen salvaje” que modeló a un gran sector del romanticismo
ulterior, hasta llegar al indianismo? O bien Sarmiento no conoció el sistema
de Rousseau, o bien lo desdeñó como imposición homogénea o bien lo hizo
entrar en contradicción por una necesidad propia de constituir una ideología.
O acaso se aprovechó parcialmente de él, puesto que el concepto de “buen
salvaje” sirvió para iniciar un conocimiento concreto de países extraños o
de residuos históricos, para establecer metáforas entre los descubrimientos
realizados a partir de esa idea y los “malos salvajes” que se veía obligado a
entender. Pero si “grande hombre” lleva a “caudillo”, tal vez “buen salvaje”,
al darse vuelta en el “malo”, lleve también al caudillo y refuerce la idea. De lo
cual surgiría que la red es compleja y sus fuentes muy variadas, un compendio
de un gran conjunto de pensamientos.
No necesariamente como consecuencia del párrafo anterior, pero sí de
la idea de “distorsión” en la aplicación de modelos, quiero mostrar otras
contraposiciones que me parecen aun más ricas. Veamos este trozo:
-B-
Sin duda que el manejo del concepto de “ideología” ha sido hasta ahora
muy parcial porque se ha centrado sólo en algunos estratos de su valor como
herramienta de trabajo, tal vez los más socorridos. Es evidente, también, que
hemos presentado las cosas como si de uno a otro de esos estratos existiera
un pasaje y una transmisibilidad de cada uno, dejando para un después, que
difícilmente llegue la intelección del espesor significativo implicado. Para dar
un paso más adelante, voy a considerar ahora la acción de la ideología en
el terreno mismo de la construcción de las capas previamente designadas;
y como esa construcción ha sido a su vez vehiculizada por un proceso de
[ 170 ]
escritura, se producirán dos consecuencias: la primera, una reunión de este
sector del trabajo con el sector relativo al ámbito más específicamente literario;
la segunda, un necesario retorno al ámbito de la escritura en cuya articulación
gravitan elementos que, al ser considerados como medios de producción,
vamos a describir como ideológicos.
5. Desde aquí, poco cuesta situar tres líneas más que, supongo, serán
relativamente fáciles de hallar en el movimiento del texto. La primera, el
“optimismo”, fuerza que no sólo se manifiesta como confianza en el triunfo
final de una causa santificada por una razón, sino como la sustancia que sella
necesariamente los intersticios que puede haber entre análisis y análisis; el
“optimismo” es lo que da vuelta a las conclusiones y permite la acción de una
embrionaria dialéctica que consiste en sacar lecciones favorables de asuntos
desfavorables; si el determinismo histórico, por ejemplo, se transmuta en
“influencia del medio”, no cabe duda de que el espeso cielo se abre y permite
que nuevas entidades puedan ser comprendidas. Facundo es de este modo
un tigre en Los Llanos, pero en Buenos Aires se domestica y deja salir de su
interioridad “todas sus altas dotes de espíritu”. El “optimismo”, por lo tanto,
concurre a la constitución del texto y actúa como una fuerza que reduce
mecanismos demasiado rígidos y, al reconvertirlos, deja crecer una energía
propia.
- III -
Estamos sobre el final del prólogo y sus luces murientes. En realidad, no es
un “prólogo”, tal como se supone que debe ser; más bien tiene los alcances de
un “estudio”, un intento de propuesta de otra manera de leer. Pero también en
esto hay una relativa violación de un compromiso: no repetir autoridades, no
formular sinopsis de sus argumentos. Debía quizás, de acuerdo con mis propias
concepciones, dejar de lado todo un campo de apoyos críticos, pero pareciera
que eso no es todavía del todo posible, no me es del todo posible. Igualmente,
subsiste una cuestión principal: si ésta es una lectura aceptablemente diferente,
[ 176 ]
¿ha cumplido con su exigencia fundamental, a saber: provocar nuevas lecturas,
no bloquear las de otros que pueden desencadenarse? ¿Habrá logrado, como
lectura, garantizar la nueva lectura que socialmente debe llegar a producirse
en virtud de la presunta existencia de posibilidades nuevas y generalizadas de
lectura?
De todos modos, el “enigma” que implica el Facundo subsiste; en las páginas
que preceden traté de devanar sus términos sin la intención de develarlo, o sea
de agotarlo. Tuve que sortear la tentación de creer que lo estaba haciendo; no
obstante, por lo menos evité no de una manera casual relaciones demasiado
precisas entre precisiones ideológicas y enjuiciamientos políticos o histórico-
políticos que suelen darse para confirmación de lectores que necesitan integrar
una lectura como ésta en su campo de previas convicciones o adhesiones. La
historia —o la lectura— sería de este modo menos perturbadora para ellos,
podrían permitirse bloquearla y con ello bloquear y aun cancelar sus propias
fuerzas productivas. Y, es claro, no se trató de reivindicar un texto denigrado
así como tampoco de refutar aquello con que viene de realzado. La historia
y la literatura son muy importantes para la lucha política a condición de que
no partan de su descuido o de su reducción. Por lo tanto, llamar la atención
sobre lo que configuró ese texto evidentemente sacralizado prescindiendo de
la sacralidad, considerar lo que desde ese texto continúa, dejando de lado la
mitología de su calidad de ejemplo a seguir, puede implicar para nosotros
una apertura que, en rigor, aporte un fundamento a la lucha cultural, le dé
un sustento que casi invariablemente las lecturas corrientes y el uso que se ha
hecho de ellas ha coartado, disminuido y, finalmente, eliminado.
Sarmiento en intersección
[ 177 ]
El orientalismo y la idea del despotismo en el Facundo44
Carlos Altamirano
Esta extensión de las llanuras imprime por otra parte a la vida del interior cierta tintura
asiática que no deja de ser bien pronunciada. Muchas veces al ver salir la luna tranquila
y resplandeciente por entre las yerbas de la tierra, la he saludado maquinalmente con estas
palabras de Volney en su descripción de las ruinas: “La pleine lune à l’Orient s’elevait sur un
fond bleuâtre aux plaines rives de l’Euphrate”.45
50
Sarmiento, Facundo, ob. cit., pp. 10-11.
51
Domingo. F. Sarmiento, Viajes, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1981, p. 239. [ 181 ]
52
Ibid., p. 265.
E. W. Said, más que una red de conocimientos de la realidad
“oriental”, comprueba ser un discurso históricamente ligado al
expansionismo decimonónico y a la propia constitución de un
territorio de identidad europeo, mediante la exclusión de los
“otros” y la consecuente delimitación del campo “civilizado”.
55
Alain Grosrichard, Estructura del harén, Barcelona, Ediciones Petrel, s/f, p. 41.
56
Perry Anderson, El Estado absolutista, México, Siglo XXI, 1979, pp. 407-411 y 477-487.
57
En realidad, el tema de Asia y el despotismo es anterior a El espíritu de las leyes en la obra
de Montesquieu y se lo encuentra como uno de los núcleos del primer libro que le dio fama,
Cartas persas, donde se puede leer (carta CXXXI): “Una de las cosas que más han ejercitado
mi curiosidad desde mi arribo a Europa ha sido la historia y el origen de las repúblicas.
Ya sabes que ni siquiera tienen idea de este gobierno los asiáticos, y que no les ha podido
sugerir todavía su imaginación que haya en la tierra otro que el despótico” (Charles de
Montesquieu, Cartas persas, Madrid, Tecnos, 1986, p. 189).
58
Víctor Goldschmidt, “Introduction”, en: Charles de Montesquieu, De l’esprit des lois,
[ 183 ]
París, Garnier-Flammarion, 1979, p. 18. En adelante, las citas del libro de Montesquieu
corresponden a esta edición.
“naturaleza” (quién tiene el poder soberano en cada uno) y según su “principio”
(la pasión específica que los hace obrar). A diferencia de la república, en que
la soberanía está en manos de todos, si es democrática, o sólo una parte del
pueblo, si es aristocrática, en la monarquía uno solo gobierna, pero de acuerdo
a “leyes fijas y establecidas”. En el despotismo, en cambio, el poder también
está en manos de uno solo, quien gobierna, sin embargo, “sin ley ni regla,
impulsado únicamente por su voluntad y su capricho”.59
Ahora bien, Montesquieu ordenó bajo la forma del concepto de
despotismo un enorme material (“apto para alimentar todos los sueños”,
observa Grosrichard),60 extraído de la lectura de historiadores y viajeros. Se ha
dicho que su preocupación, al emplear los recursos del exotismo orientalista,
fue la de dotar de figura a una idea, la del mal político absoluto;61 que la
función de la idea del despotismo era advertir a los monarcas inclinados
a abusar de su autoridad, demostrando “a contrario las ventajas de una
verdadera monarquía”.62 Pero cualquiera fuera el papel teórico o polémica que
Montesquieu asignara a la idea, el hecho es que el texto hacía del Asia el medio
natural de ese espectro político.63
Volvamos a Sarmiento: éste no cita a Montesquieu entre sus maestros de
pensamiento. Cuando lo menciona en el Facundo es para dar el elenco de
las ideas y los filósofos —Rousseau, Mably, Raynal…— que habían animado
tanto como extraviado el espíritu de la generación anterior a la suya.64 En ese
contexto, Montesquieu no es más que el teórico de la división de los poderes.
Puede uno preguntarse si cuando hace referencia a los filósofos que sostienen
la tesis de que las llanura predisponen al gobierno despótico tiene in mente
también al autor de El espíritu de las leyes.65 O bien si hay que conjeturar
que esa idea, como otras a las que Montesquieu había dado su primera
formulación conceptual en la filosofía política moderna, llegaron a Sarmiento
59
Montesquieu, ob. cit., II, p. 1.
60
Grosrichard, ob. cit., p. 41.
61
“El despotismo es una idea política, la idea del mal absoluto, la idea del límite mismo
del político como tal”, en: Louis Althusser, Montesquieu, la política y la historia, Madrid,
Ciencia Nueva, 1968, p. 71.
62
Jean Ehrard, “Montesquieu”, en: Pascal Ory (comp.), Nouvelle histoire des idées politiques,
París, Hachette, 1987, p. 99.
63
“Ellos toman muchas mujeres, sobre todo en esa parte del mundo donde el despotis-
mo se ha naturalizado, por así decir, que es el Asia” (Montesquieu, ob. cit., V, XIV. Las
cursivas son mías, N. del A.)
64
Sarmiento, Facundo, ob. cit., p. 118.
65
Ibid., p. 29. Sobre la relación entre la llanura y despotismo en Montesquieu, ver De
l’esprit…, ob. cit., XVII, p. 6.
[ 184 ]
por mediación de los autores que tenía como faros.66 Los epígrafes que llevan a
la firma de Alix (cap. V) y Roussel (cap. VI) dejan entrever, por otra parte, que
las fuentes de que se alimenta su orientalismo no son siempre de primer orden.
De todos modos, cualquiera que haya sido su vía de acceso a la constelación
de nociones e imágenes que componían el tema del despotismo, lo efectivo es
que Sarmiento no sólo hizo suya la constelación, sino que la insertó como una
de las piezas intelectuales y literarias del Facundo.
Si la imagen orientalista nos remite a la idea del despotismo, ¿cuál es, a
su vez, la función de esta idea en la economía de la obra de Sarmiento? Una
función argumentativa, a medias teórica y a medias retórica, que tiene en la
analogía una fórmula básica. En su virtud de su papel semi-teórico, la idea
del despotismo opera como uno (pero sólo uno) de los esquemas de referencia
para la doctrina y el relato sarmientinos del caudillismo sudamericano. Por su
lado retórico, por decirlo así, destinado a captar el favor del lector, la idea es
inseparable de su apariencia asiática, o sea, de la activación de la imaginería
orientalista. Tomemos unas pocas indicaciones textuales.
Lo más simple, por supuesto, es señalar que el término “despotismo” forma
parte del vocabulario ideológico del Facundo. “Rosas, hijo de la culta Buenos
Aires […] organiza lentamente el despotismo”, escribe apenas comenzada la
Introducción, y el término reaparece en varios pasajes a lo largo de la obra,
sobre todo en relación con el orden rosista. En gran parte de los contextos
en que aparece, el vocablo es intercambiable por el de “tiranía” o “gobierno
absoluto”, y su uso no haría más que probar que a través de Sarmiento perdura,
al menos parcialmente, el vocabulario del republicanismo.67 Menos simple,
pero más interesante, es detectar la inserción del esquema del despotismo, no
66
Para Natalio Botana, por ejemplo, la “temprana acta de defunción que Sarmiento endilgó
a Montesquieu y Rousseau no tenía mayor trascendencia porque una continuidad más pro-
funda los unía a Guizot y a Tocqueville”. Es decir, a dos de sus maîtres-à-penser. Cf. Natalio
Botana, La tradición republicana, Buenos Aires, Sudamericana, 1984, p. 271.
67
Este había sido el lenguaje común a las élites ilustradas del ciclo de la independencia
en toda Hispanoamérica. El régimen colonial era identificado con la era del despotis-
Sarmiento en intersección
mo, etapa a la que había puesto fin la independencia, que iniciaba la era de la libertad.
Cf. José Carlos Chiaramonte, “Génesis del ‘diagnóstico’ feudal en la historia hispano-
americana”, Formas de sociedad y economía en Hispanoamérica, México, Grijalbo,
1983, p. 24. En este sentido es ejemplar el escrito de Bolívar conocido como “Discurso
de Angostura”, en que la idea del despotismo es invocada a propósito de la situación
colonial, pero sólo para añadir que en otras partes la tiranía era, al menos, doméstica:
“son persas los sátrapas de Persia, son turcos los bajaes del gran señor, son tártaros los
sultanes de la Tartaria”. La dominación española, en cambio, había privado a los ameri-
canos incluso del ejercicio de la propia tiranía (Simón Bolívar, “Discurso pronunciado
por el Libertador ante el Congreso de Angostura”, Discursos, proclamas y epistolario
político, Madrid, Editora Nacional, 1981, pp. 219-220). Ni la idea del despotismo, ni [ 185 ]
los “ejemplos” asiáticos tienen en el escrito de Bolívar una función interpretativa equi-
valente a la que les asigna Sarmiento en el Facundo.
importa si en forma expresa o no, en el tejido argumentativo y narrativo del
texto. Para lo cual todo nos lleva al punto en que Sarmiento hace referencia
a la idea extendida de que hay cierta correlación entre llanura y despotismo.
Estamos en el capítulo I, destinado, como adelanta su título, al “aspecto físico”
de la Argentina y a los “caracteres, hábitos e ideas que engendra”. Ya han sido
puestos en escena la pampa, el desierto, las distancias enormes, el dato negativo
de la colonización española, las provincias, Buenos Aires como centro donde se
acumulan “los progresos de la civilización”: todo conduce, concluye Sarmiento,
a la necesidad del gobierno unitario en ese vasto territorio. Tras lo cual agrega:
“Muchos filósofos han creído también que las llanuras preparaban las vías
para el despotismo, del mismo modo que las montañas prestaban asidero a las
resistencias de la libertad”. Insiste a continuación en la inmensidad y el vacío
antes de introducir el pasaje cuyo comienzo transcribimos al principio de este
artículo, con la cita de Volney, y que prosigue así:
72
E. W. Said señala que en las obras de Delacroix y decenas de otros pintores franceses e
ingleses del siglo XIX el cuadro de tema oriental cobró el carácter de un género con vida
propia (Said, ob. cit., p. 118). A las filas de esos pintores pertenece August Raimond Quin-
sac Monvoisin, condiscípulo de Delacroix, que vivió varios años en Chile, donde pintó
al sultán de Egipto, Mehemet-Alí. La referencia de Sarmiento indica que a éste no le era
indiferente ningún ámbito de la imaginería orientalista que estuviera a su alcance.
73
Sarmiento, Facundo, ob. cit., p. 90.
74
Ibid., p. 90.
75
Ibid., p. 161.
[ 189 ]
la virtud política es la que mueve a la república, y el honor a la monarquía?76
(El miedo y el terror aparecen también, reiteradamente, en relación con el
orden rosista, cuyo jefe, nos dice Sarmiento, tiene sometida por el temor a
la culta Buenos Aires.) Pero si tal es el principio o resorte del despotismo,
ese mal político que no sólo viene del desierto, sino que produce desierto a
su alrededor,77 ninguna ley, ninguna regla, según lo vimos antes, controla o
modera los impulsos y los caprichos del déspota. La arbitrariedad es inherente
a la naturaleza de ese tipo de gobierno. Podemos reconocer el funcionamiento
de esta idea en muchas de las escenas a través de las cuales Sarmiento cuenta
la vida de Quiroga, escenas en que éste aparece, una y otra vez, entregado al
talante y los caprichos del momento. Citemos sólo una:
Sarmiento en intersección
[ 191 ]
[ 192 ]
Sarmiento en discusión:
¿Y si Facundo fuera
nuestro clásico nacional?
Sarmiento en intersección
[ 193 ]
[ 194 ]
Facundo, mito liminar
Jorge Monteleone
Acaso hay dos modos en los cuales Borges se refiere a la historia: uno quiere
ser concreto, quiere abismarse en la prolijidad de lo real (“Yo, desgraciadamente,
soy Borges”); el otro es arquetípico, pero, una vez formulado, lo arquetípico
arrastra lo real y lo mitologiza: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos
Aires: / la juzgo tan eterna como el agua o el aire”. Esa tensión parece dibujarse en
“El simulacro” (incluido en El hacedor, 1960): un hombre, alto, flaco, aindiado,
con cara de opa o de máscara, simula ser Perón en un pueblito de provincia, y
vela en una caja de cartón a una muñeca de pelo rubio mientras recibe el pésame
por la muerte de Eva. Se lee: “¿Qué suerte de hombre (me pregunto) ideó y
ejecutó esa fúnebre farsa?”. El narrador afirma que la historia es increíble pero
ocurrió, no una vez sino muchas, y que en ella está la cifra de una época irreal,
como “el reflejo de un sueño” o “el drama en el drama”. Y concluye: “El enlutado
no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco
Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre
Sarmiento en intersección
secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor
de los arrabales, una crasa mitología”. Marx decía, famosamente, que la historia
comienza como tragedia y se repite como farsa. Para Borges la historia es una farsa
y solo puede repetirse como mitología. Crasa o ejemplar, ignoramos su nombre
secreto y su verdadero rostro. Así quiero interpretar la frase de Borges que nos
convoca (“Si en lugar de canonizar el Martín Fierro hubiéramos canonizado el
Facundo, otra sería nuestra historia y mejor”) y que afirma, con esta salvedad, lo
contrario de lo que parece.
[ 195 ]
No se trata de cambiar la historia, sino de sustituir un mito. Cuando
Borges se refiere al Martín Fierro como historia, lo devalúa: no puede obrar
como ejemplo, no corresponde a la moral, sino al orden del arquetipo, del
mito, que carece de valor normativo. Y ese carácter es literario: “en el principio
de la literatura está el mito, y también en el fin”, escribió. Y cuando Borges lee
la historia como farsa no suele sostenerlo en la literatura, sino en la confesión,
la opinión o el sarcasmo. En diálogo con Ernesto Sabato, declaraba:
La República Argentina es hoy mil veces más rica que lo fue jamás
en escritores capaces de ilustrar a un Estado americano. Si quedara
alguna duda, con todo lo que he expuesto, de que la lucha actual
de la República Argentina lo es sólo de civilización y barbarie,
bastaría a probarlo el no hallarse del lado de Rosas un solo escritor,
un solo poeta de los muchos que posee aquella joven nación.
Sarmiento en intersección
Por entre sus columnas se divisan ya, aun antes de entrar, urnas
cinerarias, sepulcros, columnas y sarcófagos, y la bella estatua del
Dolor, que vela gimiendo sobre la tumba de Facundo, a quien
el arte literario más que el puñal del tirano, que lo atravesó en
Barranca Yaco, ha condenado a sobrevivirse a sí mismo y a los
suyos, a quienes no transmite responsabilidades la sangre. El
Dante puede mostrar a Virgilio este león encadenado, convertido
en mármol de Paros y en estatua griega, porque del otro lado de
la tumba todo lo que sobrevive debe ser bello y arreglado a los
tipos divinos, cuyas formas revestirá al hombre que viene. (…). He
aquí —me decía un joven Arce, pariente de Quiroga— cómo yo
llevo la toga y la clámide del griego y no la túnica ni la dalmática
del bárbaro. Pude decirle a mi vez que mi sangre corre ahora
confundida en sus hijos con la de Facundo, y no se han repelido
sus corpúsculos rojos, porque eran afines. Quiroga ha pasado a la
historia, y reviste las formas esculturales de los héroes primitivos,
de Ayax y de Aquiles.
Sarmiento en intersección
[ 199 ]
Una historia mejor
Martín Kohan
[ 200 ]
conquistado el desierto, tenía un tipo distinto. Martín Fierro
corresponde, digamos, al gaucho malo de Sarmiento.
Sarmiento en intersección
[ 203 ]
Es la Nación, no la literatura
Martín Prieto
más haya querido Borges, aun más que a los que tomaron el poder en 1955. Lo
anota Bioy Casares: “1966, martes 28 de junio. Ante el golpe contra Illia, los
Borges dicen: Viva la patria”. De hecho, en el prólogo a la edición del Martín
Fierro de 1968 -contemporáneo a Onganía y al rotundo éxito de la película de
Torre Nilsson- Borges no hace ningún comentario sobre las lecturas erróneas
del texto de Hernández, ni se lamenta por lo esquiva que le hubiera resultado
la suerte a Sarmiento en la historia política argentina.
Por lo tanto, como venía sucediendo desde 1943 y como lo estudiaron
[ 205 ]
con mucha precisión, entre otros, Jorge Panesi en “Borges y el peronismo”
y Judith Podlubne en un ensayo titulado “El antiperonismo de Sur: entre la
leyenda satánica y el elitismo programático”, el problema de Borges no son
Hernández ni Sarmiento: es Perón. Y de hecho, en la misma formulación de
la convocatoria a esta charla, ¿Y si el Facundo fuera nuestro clásico nacional?,
pareciera darse por descontado que no lo es: que lo es, en cambio, como
en 1974, el Martín Fierro, y que por lo tanto hay, en el aire del tiempo, un
moreirismo latente que podría manifestarse, ahora, en la televisión: El puntero
—veinte puntos de promedio de rating, con picos de veintitrés y piso de
dieciseis. Un punto, aproximadamente, cien mil espectadores. Es decir, más
de dos millones de personas ven la serie, que podría ser, hoy, emblema de eso
que llamamos cristinismo.
Cuando preparaba hace unos días un informe de actividades para la
Universidad, encontré un trabajo sobre Sarmiento que había escrito y
publicado hace dos años y que había olvidado. Anotaba entonces que la figura
política de Sarmiento se angostaba a medida que crecía la de Rosas, no sólo
porque en el escritorio de Astor Monserrat, el temible mafioso y estanciero
bonaerense que interpretaba Jorge Marrale en la telenovela de moda de esa
temporada, Vidas robadas, hubiese un retrato de Rosas sino porque Rosas
era también, en 2009, en el marco de las disputas en torno a la Resolución
número 125 y las retenciones a la ganancia agropecuaria, un símbolo que en
sordina se disputaban el gobierno y la Sociedad Rural, mientras que los dos
conceptos que estaban en la base, en el núcleo argumentativo del Facundo
-la ciudad y el campo-, perdían -venían perdiendo- especificidad ideológica
y ya no podían visualizarse como opuestos con la misma argumentativa
claridad con la que los señalaba Sarmiento: imposible saber dónde anidaba
la civilización, dónde la barbarie, ni si una se había impuesto sobre la otra.
Y era un hecho incontestable que desde hacía veinte años, de manera casi
ininterrumpida, el partido de los caudillos provinciales —Carlos Menem y los
Kirchner, entre muchas otras cosas, compartían esa condición—, sarmientina
y borgeanamente “la barbarie”, gobernaba desde la “civilizada” Buenos Aires,
mientras el pensamiento político liberal reconocía entonces una tradición
nacional más próxima a Bartolomé Mitre y al —un poco vergonzante, medio
en secreto— general Julio Roca que a Sarmiento, cuyo diagnóstico, entonces,
parecía haber fracasado.
Sarmiento, pensaba yo en 2009, era nuestro clásico porque su tradición
se manifestaba sobre todo en la literatura (y no quiero abundar aquí, junto
a tantos queridos especialistas, en los detalles de esa manifestación -sintaxis,
[ 206 ]
diccionario, géneros- ni someterlos a mi lista personal de los beneficiarios
explícitos o implícitos de la misma, desde Borges, claro está, hasta el Rodolfo
Walsh de Operación Masacre). Pero había perdido toda potencia política. En
tanto su texto antagónico, el Martín Fierro, no podía de ninguna manera ser
nuestro clásico porque, justamente, su tradición se manifestaba siempre por
afuera de la literatura: en el cine, en la televisión o, como pensaron Borges y
las organizadoras de este encuentro, en las urnas.
En estos dos años algo se ha movido, y empieza a cambiar. Tímidamente,
Hernández empieza a volver a la literatura. En la revista Planta Nicolás Vilela
publicó un artículo titulado “Leónidas Lamborghini y el canon argentino”,
con esta bajada, explícita en sus intenciones: “¿Y si en vez de Borges, o junto
con Borges, nuestro autor central fuese Leónidas Lamborghini? Argucias del
canon: la bella trampa del malditismo. Poesía, peronismo y, del otro lado,
el credo liberal.” En tanto, la revista Bazaramericano publica una encuesta
dirigida a escritores y críticos literarios en la que, en el mismo sentido que
la nota de Vilela, pregunta “¿Cuál es el lugar de Leónidas Lamborghini en
la literatura argentina?”. Está claro que la re-colocación en el canon —si
esta pudiera ser solamente voluntaria, pero ese es otro tema— de esa obra
asombrosa, pero aun marginal, radical, de minorías, supondrá también una re-
colocación del Martín Fierro y de la gauchesca en general y su re-inserción en
la tradición de la literatura. Por otro lado, y por si hiciera falta, la presidenta,
cuando se le presenta oportunidad, hace discreta gala de fe rosista, manifiesta,
por ejemplo, en los fastos celebratorios del Día de la Soberanía, en noviembre
de 2010 y ratificada un año más tarde cuando volvió a encabezar los actos de
un nuevo aniversario de la batalla de la Vuelta de Obligado luciendo sobre su
pecho una provocadora divisa punzó.
Sin embargo, a poco de comenzar su discurso el 20 de junio de 2011
en Rosario, durante el Día de la bandera, la presidenta dice que su héroe
favorito, de todos los héroes de la Nación, es Belgrano —no dice San
Martín, no dice Rosas, no dice Dorrego (pese a que unos meses más tarde
Sarmiento en intersección
(…) no hago más que retomar un viejo decreto del año 1869
firmado por Domingo Faustino Sarmiento como presidente de
todos los argentinos, que más allá de las diferencias políticas
también debemos considerarlo como un hombre que luchó por el
progreso y la educación de la Argentina.
[ 208 ]
Posdata: la conjetura y la vida de los clásicos
Cristina Iglesia
(…) una curiosa convención ha resuelto que cada uno de los países
en que la historia y sus azares han dividido fugazmente la esfera
[ 209 ]
tenga su libro clásico. (...) En lo que se refiere a nosotros pienso
que nuestra historia sería otra y sería mejor si hubiéramos elegido,
a partir de este siglo, el Facundo y no el Martín Fierro.
[ 212 ]
Nota sobre los colaboradores
Sarmiento en intersección
[ 213 ]
[ 214 ]
Carlos Altamirano es Investigador Principal del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Fue profesor de la
Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la Universidad Nacional de Quilmes
(UNQ), donde dirigió el Programa de Historia Intelectual, además de profesor
invitado en varias universidades. Integró la redacción de la revista cultural
Punto de vista. Entre otros premios, recibió la Beca John S. Guggenheim (2004)
y fue distinguido por la Fundación Konex en el rubro ensayo político (2004
y 2006). Es autor de Peronismo y cultura de izquierda (2001), Bajo el signo de
las masas, 1943-1973 (2001), Para un programa de historia intelectual (2005)
e Intelectuales. Notas de investigación (2006), entre otros. En colaboración
con Beatriz Sarlo publicó Literatura/Sociedad (1983) y Ensayos argentinos de
Sarmiento a la vanguardia (1997). Ha dirigido el diccionario Términos críticos
de la sociología de la cultura (2003) y la Historia de los intelectuales en América
latina (dos volúmenes, 2008 y 2010).
Sarmiento en intersección
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de la revolución (2011), La mujer romántica. Lectoras, autoras y escritores en
la Argentina: 1830-1870 (Primer Premio de Ensayo del Fondo Nacional de
las Artes, 2005) y El taller de la escritora. Veladas Literarias de Juana Manuela
Gorriti: Lima-Buenos Aires (1876/7-1892) (1999). Ha preparado la edición
crítica de Juana Manuela Gorriti Cincuenta y tres cartas inéditas a Ricardo
Palma. Fragmentos de lo íntimo. Lima-Buenos Aires: 1882-1891 (Lima, 2004),
y coeditado varios volúmenes colectivos: Resonancias románticas. Ensayos sobre
historia de la cultura. Argentina 1810-1880 (2005), Fronteras escritas. Cruces,
desvíos y pasajes en la literatura argentina (2008) y Tres momentos de la cultura
argentina: 1810-1910-2010 (2012).
[ 216 ]
Tulio Halperin Donghi obtuvo sus doctorados en Historia y en Derecho
en la UBA, y siguió cursos de posgrado en la Universidad de Turín y en la
École Practique des Hautes Études de Paris. Fue profesor de la UBA, de
la Universidad Nacional del Litoral (en cuya Facultad de Humanidades se
desempeñó como decano) y de la Universidad de Oxford; desde 1972, enseña
en la Universidad de California en Berkeley. También ha sido profesor invitado
en prestigiosas universidades del mundo y habitualmente dicta cursos en el
ámbito académico argentino. Es Doctor Honoris Causa de la Universidad
Nacional de Luján (1992) y de la Universidad Nacional de Córdoba (1993).
Escribió, entre otros textos fundamentales, El pensamiento de Esteban Echeverría
(1951), Tradición política española y tradición revolucionaria de Mayo (1961),
Historia contemporánea de América Latina (1969), Revolución y guerra (1972),
José Hernández y sus mundos (1985) y La Argentina en el callejón (1995). Su
último libro es la narración de corte autobiográfico Son memorias (2010).
[ 218 ]
Jorge Monteleone es escritor, crítico literario y traductor. Es investigador
del CONICET, especializado en teoría y crítica de la poesía argentina e
hispanoamericana, y dicta seminarios de posgrado en diversas universidades
argentinas. Ejerce desde hace dos décadas el periodismo cultural en diversos
medios audiovisuales (el suplemento adn del diario porteño La Nación, el
diario El Día de La Plata y la revista Teatro del Complejo Teatral de Buenos
Aires) y es secretario de redacción de la revista Zama (Instituto de Literatura
Hispanoamericana, UBA). Ha publicado Ángeles de Buenos Aires (con
fotografías de Marcelo Crotti, 1992), El relato de viaje (1998), la antología
bilingüe Puentes / Pontes (con Heloísa Buarque de Hollanda y Teresa Arijón,
2003), 200 años de poesía argentina (2010) y La Argentina como narración
(2011). Dirige el último volumen de la Historia crítica de la literatura argentina.
[ 219 ]
Claudia Roman es doctora en Letras por la UBA, donde enseña Literatura
Argentina I y II, e investigadora del CONICET. Ha publicado artículos sobre
literatura, prensa y las relaciones entre palabra e imagen en revistas académicas
y volúmenes colectivos. Tradujo y prologó, con Patricio Fontana, Apuntes
tomados durante algunos viajes rápidos por las Pampas y entre los Andes, de
Francis Bond Head (2007). En su tesis doctoral se ocupó de la prensa satírica
argentina del siglo XIX.
[ 220 ]
Índice
Presentación 5
Cecilia Vázquez
Anexo 7
Provinciano en Buenos Aires, porteño en las provincias,
argentino en todas partes.
Homenaje a Sarmiento - Actividades
Introducción 17
Tribulaciones del autor y su obra: Sarmiento como clásico
Alejandra Laera y Graciela Batticuore
Sarmiento contemporáneo 31
Dossier iconográfico 87
[ 222 ]
Sarmiento en intersección
[ 223 ]
COLOFÓN
[ 224 ]