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Universidad Católica

Facultad de Psicología

¡VIVA LA DIFERENCIA!

Giorgina Fraschini

Grupo: 2do B

Jueves 29 de Setiembre, Montevideo 2011.


INTRODUCCIÓN

El objetivo de este trabajo es, a partir de los temas trabajos en clase, optar
por uno de nuestro interés y relacionarlo con un autor, libro o película con el fin de
realizar una reflexión crítica acerca del mismo. Mi tema elegido es sexualidad y me
basaré principalmente en el libro de la psicóloga Pilar Sordo “¡Viva la diferencia!”.
Este libro es un resultado de una intensa investigación acerca de las
características que conforman lo masculino y lo femenino.

A partir de una muestra de cuatro mil personas, la investigación en la que


se basó Pilar Sordo constó de trabajar con el inconsciente colectivo de dichas
personas a través de una asociación libre con las palabras óvulo y esperma. El
conjunto de las asociaciones resultantes configuran un arquetipo en cuanto a la
existencia de una idea colectiva que todos hemos ido aprendiendo acerca del ser
femenino y el ser masculino, independiente de las diferencias socioeconómicas, la
cultura, la edad y el sexo.

Por un lado, las asociaciones más frecuentes en cuanto a la palabra óvulo


fueron: solo, espera, acoge, vida, emoción, menstruación, dolor, paciente, no
competitivo, sexo, amor, lento, receptivo, maternidad, mujer, fertilidad, huevo y
retención. Por otro lado, con lo que respecta a las asociaciones más frecuentes de
la palabra esperma, estas fueron: rápidos, muchos, competencia, meta, logros,
conquista, velocidad, desafío, sexo, soltar, poca vida, objetivo, vida, amor,
entrega, complemento y producción.

DESARROLLO

Entre este mundo de asociaciones, dos aparecieron repetidas en casi todos


los casos y ambas asociadas al mismo concepto; se trata de la palabra retención,
en el caso de la palabra óvulo, y soltar, en el caso de la palabra esperma.
Pareciera entonces que la masculinidad se encuentra más ligada a una capacidad
natural de liberación, desprendimiento y soltura. De hecho, un hombre es incapaz
de generar vida si no suelta sus espermas. Muy distintamente, una mujer no es
capaz de generar vida si no retiene al bebé dentro de sí. Siguiendo esta idea, ya
que existe una estrecha relación entre lo biológico y lo psicológico, es coherente
que en las distintas áreas de la vida la mujer tienda a la retención y el hombre al
soltar. A modo de ejemplo, en el caso de la mujer, esto se puede observar en
casos tan simples como su mayor tendencia a la retención de líquidos (celulitis) o
a conservar objetos viejos. Así, esto se refleja también en casos más complejos
como su capacidad para enfrentar un problema: la mujer es más lenta para olvidar
un conflicto, quedando así mucho tiempo adherida a la angustia que este le causó.
El hombre, mientras tanto, supera un conflicto con más rapidez, continuando en
seguida con la búsqueda de su objetivo.

Siguiendo esta idea, Pilar Sordo realiza una serie de diferencias entre el
hombre y la mujer. Una primera diferencia tiene que ver con el motor que los lleva
a actuar. En el caso de la mujer este motor se trata principalmente de su vida
afectiva mientras que en el caso del hombre se trata de la persecución de una
meta. De esta manera, se observa que la mujer valora más el proceso y el hombre
el logro. Una de las tantas formas en la que esto se ve reflejado es en el
comportamiento sexual de cada uno: la mujer aprecia más el antes y el después
del orgasmo, mientras que el hombre es más directo en cuanto a su búsqueda de
dicho objetivo (el orgasmo).

Otra diferencia que Pilar Sordo destaca es la capacidad masculina de


separar y ordenar, y la femenina de reunir y juntar. Por ejemplo, en el momento de
ir a trabajar el hombre en el instante de cerrar la puerta de su casa se conecta
inmediatamente con su trabajo sin trasladar consigo los problemas que haya
habido en su casa o en otro ámbito. Entretanto, la mujer va a su trabajo con la
cabeza no solo en su trabajo sino también en sus hijos, en su esposo, en las
cosas que tiene que hacer al salir del trabajo, en las que hará el fin de semana,
etc. Así también, cuando la mujer se encuentra afectada en un área de su vida,
todo el resto de las áreas se afectan también. Sin embargo, el hombre es capaz
de dividir un área de la otra sin generalizar su estado afectivo. Todo esto se
encuentra estrechamente relacionado con otra diferencia entre lo masculino y lo
femenino en referencia a la capacidad neurológica: la capacidad masculina de
concentración es monofocal mientras que la femenina es multifocal.

En cuanto a lo emocional, la mujer tiene una mayor tendencia a sentir


tristeza mientras que el hombre tiende a sentir rabia. Esta diferencia se relaciona
con lo explicado acerca de de la tendencia masculina de soltar y la femenina de
retener, puesto que la tristeza es una emoción que implica retención y la rabia
necesita soltarse. A su vez, ya que para la mujer es más difícil soltar y para el
hombre es más natural es que a la mujer le resulta también más difícil darse un
tiempo para ella misma mientras que para el hombre esto es una tarea más
sencilla.

Lo masculino y lo femenino se diferencian, además, por la capacidad de


cada uno de externalizar o internalizar la causa de su felicidad y sus logros. Esto
se refiere a que el hombre generalmente encuentra la causa de su felicidad o
infelicidad y sus logros en sí mismo, es decir internamente. Entretanto, la mujer se
inclina por responsabilizar al entorno. De esta manera, en el plano sexual la mujer
tiene la sensación de que el deseo no es algo que le pertenezca, sino que
depende de sí el hombre se lo despierta o no. Inversamente, si la mujer no tiene
deseo sexual el hombre tenderá a responsabilizarse a sí mismo por ser la causa
de dicha falta de deseo. Esto es tan solo un ejemplo de los muchos en donde se
ven reflejadas estas conductas.

Los tradicionales cuentos de hadas, como “La Cenicienta”, forman parte de


un inconsciente colectivo y contribuyen a determinar de forma cultural muchas de
estas conductas características de lo masculino y femenino. Dichos cuentos están
constituidos por mujeres en espera de sus hombres para que las rescaten, las
despierten y las conduzcan a la felicidad. El hombre debe luchar, competir y
enfrentar obstáculos para conseguir su objetivo: la conquista de la mujer.
Pareciera entonces que las mujeres son ajenas al logro de su felicidad y el
hombre responsable de tal logro. Esto provoca en las mujeres la idea de la
existencia de un “príncipe azul” perfecto, capaz de satisfacer todos sus deseos y
responsable de su infelicidad. Esta fantasía suena perfecta pero, a la hora de
enfrentarse con la realidad, la mujer sufre la falta de tal príncipe al sentir sus
necesidades insatisfechas. Tenderá entonces a pensar que esa insatisfacción se
debe a que el hombre que se encuentra a su lado no es suficientemente bueno y
que la solución es seguir esperando a aquel que lo sea, es decir al “príncipe azul”.
Este peso que se le otorga al hombre de forma cultural como “dador de vida”
genera en él una gran presión y en la mujer un sentimiento de dependencia.

Siguiendo esta idea, la infelicidad de la mujer se ve causada por su


dificultad en el asumir el control que ella tiene de su vida, así como la infelicidad
masculina se ve causada por la excesiva presión que resulta de una imagen del
hombre como responsable no sólo de su vida, sino de la de la mujer también.
Dada entonces estas consecuencias negativas que tiene esta imagen de mujer tan
dependiente de un hombre tan poderoso es que, entre otras consecuencias,
muchas mujeres comenzaron a intentar educar a sus hijas de tal forma que estas
sean más masculinas con el objetivo de que, al menos ellas, no sufran estas
consecuencias. Así, las adolescentes y jóvenes comenzaron a masculinizarse
intentando no parecerse a sus mamás o abuelas en cuanto a su dependencia de
lo masculino. Comenzó a ser cada vez más común que las mujeres sean más
agresivas, prácticas, que realicen una carrera universitaria, que tengan un buen
ingreso económico en sus trabajos, que opten por no tener hijos por la opinión de
que estos le quitan su tiempo personal, y muchísimo más. De la misma manera
pero de forma inversa es que también se hace cada vez más común el ver a un
joven llorar, que no tenga trabajo y que se encuentre mantenido por una mujer, o
en el caso de que tenga trabajo, que este no sea una fuente tan grande de
ingresos como el de su mujer. Las mujeres comenzaron a tener más facilidad para
“soltar” y lo hombres para “retener”. Las mujeres pasaron de lo emocional a lo
práctico y el hombre de lo práctico a lo emocional.
Tal es el extremo que las mujeres no sólo comenzaron a ser más
independientes económicamente sino que dejaron de ser dependientes en
aspectos que es saludable que lo sean, aspectos como el amor. Es cada vez
mayor el número de mujeres solteras que eligen estar solas por miedo a depender
afectivamente de los hombres. Así también es cada vez mayor el número de
mujeres incapaces de tener un orgasmo, siendo esta ausencia de orgasmo una
consecuencia de su incapacidad por recibir lo que proviene del otro. A su vez,
también aumentó el número de mujeres con incapacidad para tener hijos por su
dificultad para engendrar. ¡Es tal el deseo de soltar que les resulta imposible
retener un hijo en su útero!

Más aún, estos cambios también son causa del aumento de la


homosexualidad. Por un lado, en el desarrollo masculino este cambio femenino
provoca una desorientación en cuanto a que ellos no pueden conquistarlas de la
misma manera que lo hicieron sus padres y sus abuelos puesto que hoy ellas
realizan la mayoría de las cosas solas: bailan solas, salen solas, se defienden
solas, ganan su propio dinero, etc. Esto deja al hombre en una posición muy
inferior con respecto a la que se encontraba antes, sintiéndose muchas veces sin
herramientas para conquistar a una mujer.

Lo increíble es que las mujeres más adultas se alegran de estos cambios


en las jóvenes, puesto que sus inconscientes se ven gratificados al ver a estas
jóvenes realizar lo que ellas, mujeres dependientes, no pudieron.

REFLEXIÓN PERSONAL

Mediante mi reflexión personal no pretendo llegar a una conclusión


terminante sobre el tema, sino plantear los interrogantes que me surgen a partir
del mismo.

Me pregunto entonces, por un lado, si esto cambios en cuanto a los roles de


la femineidad y la masculinidad no nos estarán conduciendo a todos los hombres y
mujeres a un punto de equilibrio. Un punto en el cual podamos desarrollar
plenamente las características propias de nuestro sexo pero con la particularidad
de no depender de forma destructiva de las del sexo opuesto, es decir, ser
capaces de disfrutar del complemento. Con esto me refiero a que las mujeres
sean femeninas y los hombres masculinos pero que puedan en algunos momentos
tomar y aprender de las características del otro, siempre manteniendo
diferenciadas sus propiedades naturales que los definen como hombre y como
mujer.

Sin embargo, también me cuestiono si estas fluctuaciones no nos estarán


conduciendo hacia un punto de llegada en el cual hombre y mujer dejemos de
diferenciarnos a tal punto de volvernos una unidad. Fisiológicamente hablando,
esta idea resulta bastante imposible. Pero, por un lado, es una reflexión que
realizo yendo a un futuro muy lejano, un futuro en donde se pierda cada vez más
la dualidad luego de haber vivido la diferencia de los polos que la constituyen. Y
por otro lado, se debe tener en cuenta que las características fisiológicas de los
seres humanos están, de hecho, dejando de ser un obstáculo para muchos al
momento de elegir un complemento. Con esto me refiero a la homosexualidad.
Hay algo trascendente a las características físicas que constituye nuestro ser. De
esta forma es que no me resulta muy imposible la idea de un futuro ser humano
unificado en el cual las características opuestas de lo masculino y femenino
converjan fundiéndose entre sí.

Estos son simplemente cuestionamientos personales acerca de la dirección


a la cual nos conduce este juego entre el ser masculino y el ser femenino.
Únicamente el futuro sabe hacia dónde vamos y sólo nos queda, mientras tanto,
disfrutar de este trayecto.
Referencias Bibliográficas

 Sordo, Pilar (2010). ¡Viva la diferencia! Decimoquinta edición. Grupo


Editorial Norma. Santiago de Chile, Chile.

 Dahlke, Ruediger (2002). La enfermedad como símbolo. Ediciones Robin


Book. Barcelona, España.

 Bourbeau, Lice (2007) Obedece a tu cuerpo. Quinta Edición. Editorial Sirio.


Málaga, España.

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