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La oración que salva vidas

Solo en el Perú mueren al año alrededor de 12,400 recién nacidos prematuros y


cerca de un millón a nivel mundial no logran sobrevivir, según cifras de
la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Leslie Astuhuamán empujaba el coche doble de sus mellizos, con paso lento y
con mucho cuidado, quería salir del tumulto que se encontraba afuera de la
Nunciatura Apostólica, en Jesús María.
Se iba con una sonrisa de oreja a oreja porque cinco horas de espera habían
valido la pena. Ella, sus dos mellizos y todos los que se encontraban en la
avenida Salaverry, habían rezado el Ave María a la voz del mismo Papa y
recibido su tan esperada bendición.
Los dos mellizos tenían diez meses de nacidos, diez meses desde aquella fecha
en la que tuvieron un nacimiento prematuro con alto peligro de muerte neonatal.
Sus dos bebés estaban más graves y sensibles de lo que ella pudo en algún
momento imaginar.
Ella era una de esas personas, como muchos peruanos, que no asistía a la
Iglesia con frecuencia, por no decir nunca. Mucho menos oraba por ella y los
suyos. Solo lo hacía en los momentos difíciles de la vida, en los que
milagrosamente todos se vuelven creyentes: ¡Dios mío, ayúdame!
Sin embargo, aquella vez no era solo un momento difícil. El peligro de muerte de
sus hijos era el momento más difícil que como madre primeriza le estaba tocando
vivir. No existía otra opción. No podía perder a sus hijos.
Sabía que no podía intervenir en la parte médica. Pero si podía intervenir orando
por ellos. Lo hizo cada día, tarde y noche de los largos meses en que los mellizos
se encontraban en las incubadoras (valga decir que desde aquella situación
hasta el día de hoy, nunca dejó de orar por ellos).
“Desde aquella situación me entregué completamente a Dios y le encomendé la
vida y salud de mis mellizos”, comentó, entre lágrimas, Astuhuamán. Sin duda,
lágrimas combinadas. Unas del recuerdo de todo lo que los tres tuvieron que vivir
y otras, de emoción por haber recibido en aquella etapa de sus vidas la bendición
de Dios.
Después de diez meses, los tres con excelente salud, se iban felices de las
afueras de la Nunciatura, luego de haber recibido la bendición del representante
de Dios en la Tierra: el papa Francisco.

Karina Castro Ramos


Los distintos motores de la cuadra seis de la avenida Salaverry
Grandes y chicos llenaron en su totalidad toda la extensa cuadra seis de la
avenida Salaverry, desde tempranas horas de la tarde hasta la llegada del Papa
Francisco a la Nunciatura Apostólica, después de un día lleno de actividades en
Trujillo. A todos los asistentes los había movido un motor distinto, pero ahí habían
estado para ver y recibir la bendición del Papa.
“Nos regalaron este cuadro de Jesús cuando nos casamos hace 13 años en la
Iglesia Cristo Rey”, dice Carlos Vera acompañado de su esposa Gladys
Chavarría, quienes se encontraban casi al frente de la Nunciatura. Durante todos
esos años no habían sacado el cuadro para nada. No había motivo. Sin embargo,
la noticia de que el Papa iba a estar en el Perú, era motivo de sobra para sacarlo
e intentar que reciba la bendición.
“Le diría gracias por la familia que me ha dado”, son las palabras que el señor
Vera le diría al Santo Padre si lo tuviera enfrente. Es que ya no eran dos, como
hace trece años, ahora había un integrante más. Un niño que no dejaba de ver
a su padre y sonreír ante las respuestas que éste daba.
Mientras tanto, en la esquina de la avenida Salaverry y la calle Talara, se
encontraba una señora que sostenía en una mano la bandera colombiana y en
la otra, la peruana. Quizá la devoción fue el motor para venir desde aquel país
del extremo norte de Sudamérica al Perú a conocer al Vicario de Cristo.
“Le pediría que ore mucho por mi país, el cual está profundamente dividido”,
comentaba con mucha pena Cristina Betancourt, quien no había venido recién,
sino ya llevaba doce años en el Perú. Tiene un hijo peruano, por quien tiene una
vida aquí. Ama al Perú, pero eran estos momentos, como el encuentro con
Francisco, los que la llevaban a añorar y orar por el futuro de su país natal.
Todos felices por haber visto y recibido la bendición del Papa. Así sea a varios
metros, igual la habían recibido. Como las amigas Ada Vargas y Carmen
Eyzaguirre. “Si uno tiene un lugar a donde ir ese es un hogar. Si tiene a quien
querer esa es la familia. Si tiene las dos cosas, esa es una bendición”, fueron las
palabras emotivas de Eyzaguirre.
Una con bastón, y otra ayudando a su amiga de toda la vida a caminar, se
estaban retirando con una felicidad desbordante por haber logrado lo esperado:
conocer al Papa. Ellas fueron la más tierna prueba de que ni la salud sería
excusa para lograrlo.
“Francisco es realmente un Papa Latinoamericano. Saluda, te besa, te habla y
hasta te hace bromas”, agrega Eyzaguirre. Confirmando así que el Sumo
Pontífice lleva muy bien puesto el nombre por el que se ha hecho conocer, y lo
sigue haciendo, en todo lugar al que va: “El Papa del Pueblo”.

Karina Castro Ramos

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