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Capítulos

Un golpe de suerte

Una nueva compañía

Un nuevo viaje

Un estilo de vida pacífico


Un golpe de suerte

Lucas era un chico que vivía en Nueva York y que solía viajar a
cualquier lugar con su bicicleta.
Recordemos cómo fue ese día tan especial para Lucas, en que por
primera vez había visto una bicicleta en persona.
Érase un día de invierno, casi llegando a vísperas de navidad
cuando Lucas y su familia salen a pasear por el centro comercial
más grande de Nueva York.
Cualquier persona diría que ese iba a ser un día normal como
cualquier otro, pero Lucas sabía que no; él sentía algo especial
aquel día.
Una magia navideña podría decirse que le había llegado al
corazón.
Luego de comer sus cereales favoritos de colores, esos que tanto
le gustaban; Mario, su padre, le pidió que bañase al perro de antes
de emprender viaje.
Lucas, golpeando la mesa y tirando la mitad de sus cereales al
suelo se levanta y mira desesperado para todos lados buscando al
perro.
Luego de salir corriendo al patio trasero encuentra a su amiguito
muy entretenido quitando unas pequeñas hormigas de un
hormiguero.
Cuando se le acerca lo toma del cuello y Beethoven moviendo sus
patitas para todos lados se resiste al maltrato de su amo.
Comienzan una lluvia de gritos y alaridos pero Lucas estaba muy
decidido a bañarlo y sabía que si no lo hacía su viaje al Shopping,
que tanto deseaba, iba a terminar el mismo día que había
empezado.
Beethoven haciendo un último alarido sale todo mojado pero
limpio de la bañera amarilla, que había sido usada por
generaciones de perros en su casa y se sacude tanto que las
pobres hormigas que se encontraban en el hormiguero buscaron
desesperadamente alguna hojita para taparse mientras seguían su
labor obrero.
- ¿Todos tienen sus cinturones puestos? - preguntó Mario
antes de partir viaje hacia el centro comercial ubicado en la
principal avenida de Nueva York.
La temperatura del ambiente rondaba los 85 º Fahrenheit.
Mientras las ventanillas del auto se cerraban para dar paso al
aire acondicionado Beethoven miraba, curioso y confundido,
hacia el exterior.
El camino hacia el Shopping era como el cuerpo de una serpiente
en pleno movimiento. Curvas y contra curvas hicieron un viaje
que esperaban que fuese de treinta minutos se convirtiera en una
odisea de más de una hora. Sin embargo, a pesar del tiempo
transcurrido, el auto se pudo aparcar en una pequeña playa de
estacionamiento que se encontraba a unas cuadras del Shopping.
Luego de caminar tres cuadras bajo el sol asesino, que caía sobre
los cuerpos de todos, pudieron pasar la puerta del Shopping y
entrar nuevamente en un ambiente climatizado.
Lucas comenzó a saltar por todos lados sintiendo una emoción
que hasta el momento parecía inexplicable para él. Era como si
supiese que algo genial iba a pasar hoy en el Shopping.
Los anuncios de descuento que se encontraban por todos lados
en el Shopping hacían temblar de emociones a Carolina, la madre
de Lucas.
Su mirada de águila había puesto foco en un descuento de una
pollera color amarillo y blanco que tanto le gustaba.
Sin importar que estuviese exactamente al otro lado del
Shopping, Carolina, la madre de Lucas, comenzó a caminar a paso
firme sin perder de vista esa prenda tan preciada mientras el
resto de la familia la seguía en fila india como cisnes que siguen a
su madre.
En ese trayecto, Lucas es interceptado por una pequeña niña de
pelo colorado y su madre, que de muy mala manera lo hacen
perder de camino.
Entre la multitud de gente que había esa tarde Lucas se ve por un
momento totalmente perdido. Comienza a mirar hacia un lado y
hacia otro intentando buscar a su madre.
Muy lejos de eso, ve un objeto que le llama poderosamente la
atención. Una bicicleta de un color rojo brillante se a había
adherido directamente a su retina y había golpeado, como un
boxeador profesional, su corazón.
Lo positivo del suceso era que ante él se encontraba la bicicleta
de sus sueños, lo negativo era que él era un pequeño niño perdido
en un Shopping y con ningún centavo en su bolsillo.
Minutos más tarde, luego de pensar cómo encontraría a su
familia en ese gigantesco y tumultuoso Shopping una mirada de
un oficial de seguridad del Shopping lo observa cálidamente.
Luego de acercarse al hombre le cuenta lo sucedido y él no tiene
mejor solución que enviar un comunicado al Shopping
preguntando por el paradero de la familia de Lucas.
La madre de Lucas se acerca a donde se encontraba el oficial y le
pregunta por el niño. El oficial señala con su dedo índice y su
brazo perfectamente extendido y rígido a la sección de bicicletas
del Shopping.
Cuando Carolina levanta su mirada ve a Lucas abrazando a esa
brillante y fascinante bicicleta de veintiocho cambios.
Su rostro se relajó y caminó con confianza hacia donde se
encontraba su hijo.
Lucas al ver a su madre acercándose dijo solo dos palabras en un
tono muy fuerte.
- ¡La quiero!
Carolina bajó la mirada y mirando de reojo el precio le sugirió de
comprarse otra bicicleta pero Lucas se rehusó firmemente.
Carolina sabía que no podía pagar ese dinero y además según el
vendedor era la última en stock.
Se encontraba en un dilema del que nunca antes se había
encontrado.
Herir los sentimientos de su hijo, llegando a vísperas de navidad
o buscar una solución creativa al problema.
Segundos más tarde, un empleado se acerca a ella mientras
limpiaba y le ofrece un papel del cual Carolina no entendía muy
bien.
Al verlo Carolina advirtió que era un pedido de empleo del
negocio solo por este fin de semana.
Su problema estaba resuelto.
Al día siguiente Carolina volvió al Shopping a trabajar para juntar
ese dinero que tanto necesitaba para el regalo de su hijo. Ella
estaba un poco nerviosa porque no sabía bien qué tipo de trabajo
le iban a encomendar; sin embargo, como era muy intuitiva como
su hijo suponía que iba a ser un trabajo sencillo.

---

Un hombre de traje, buen mozo y con una sonrisa brillante como


diamantes la esperaba pacientemente en la entrada del Shopping.
La tomó de la mano suavemente y la condujo a una sección donde
se comenzaba a oler unos pimientos, ajíes, y toda clase de comida
que una persona se podía imaginar. Luego de sonreírle al cocinero
de turno, y con muy buena predisposición, Carolina sigue su
trayecto hacia la parte trasera de la cocina. Comenzaba a
sospechar algo que no le gustaba. Los aromas deliciosos ya se iban
perdiendo lentamente y un olor algo desagradable comenzaba a
invadir su delicada nariz.
Un delantal, de color amarillo gastado por el uso, lo esperaba
colgado en un gancho sobre la pared. Una jovencita se encontraba
lavando los platos que dejaban las personas luego de comer.
Luego de hablar por unos minutos le comenta que ella había
tenido unos problemas familiares y por eso durante una semana
entera cientos de platos se habían ido acumulando y necesitaba
ayuda. Carolina respira profundo, se coloca unos guantes de goma
los cuales permitían ver sus uñas, rotas y decoloradas, y comienza
el trabajo.
---

Dos y quince de la madrugada. Lucas acostado en su cama pero


sin poder dormir. Unos pasos se escuchan sobre la escalera
caracol de la casa. Se levanta y asoma su cabeza sigilosamente. Al
percatarse de la sombra de su madre sale corriendo a toda
velocidad por el pasillo. El aspecto de Carolina era como el de una
esponja blanda y retorcida por el uso. Sin perder su sonrisa
Carolina le señala a Lucas en dirección a la escalera. Mientras
expectante se tira como un tobogán por el borde de la misma sus
ojos comienzan a abrirse al igual que su boca, el asombro y la
alegría lo invaden. Envuelta en papel dorado y con un gran moño
grande del mismo color se encontraba lo que parecía ser la
bicicleta de sus sueños.
Como un perro hambriento de entusiasmo desenvuelve el regalo
en un parpadear de ojos pero se da cuenta que algo andaba mal.
---

El sol se asomaba entre las esterillas de la ventana del cuarto de


Lucas. Los pájaros cantaban como todas las mañanas y Lucas no
quería perderse ese día para usar su regalo o al menos intentar
usarlo. Su perro Beethoven era su compañía preferida en
cualquier aventura así que con una mano sobre su bicicleta y otra
con la correa Lucas sale caminando y saltando felizmente para
intentar cumplir su hazaña.
Mientras caminaba ve, de pronto, una luz brillante que lo
enceguece. Luego, de un segundo a otro, un fuerte tirón de correa
hizo que su mano se desprendiera de su bicicleta. Dando como un
zigzag la bicicleta pasa con sus pedales moviéndose a toda
velocidad a unos pocos centímetros de un camión de comestibles
que venía a toda velocidad, el cual tenía, a pleno día aún sus luces
altas encendidas.
Su perro Beethoven, intentando escapar de ese gigantesco
camión, había tirado lo suficientemente fuerte de la correa como
para hacer que Lucas caiga sobre el jardín de una de las casas a
más de dos metros del cortón.
Lucas, confundido y un poco mareado, intenta abrir sus ojos
buscando su bicicleta. Mientras ve una silueta roja cayendo sobre
la vereda intenta levantarse. Un terrible dolor de espalda lo
invade y se desploma sobre su hombro derecho logrando que dos
palomas que se encontraban en el piso levanten vuelo
rápidamente mientras gritan sorprendidas.

---
Una gotera comienza a despertar a Lucas de un sueño profundo y
el ruido del switch al encenderse la luz de la habitación lo termina
de despertar. Una enfermera de unos treinta años de edad parada
bajo un cartel de terapia hospitalaria sostiene una bandeja con
tostadas, dulce y un jugo de naranja y lo mira sonriente mientras
camina hacia él. Coloca la bandeja sobre las delgadas piernas de
Lucas, se da media vuelta y se retira.
La bandeja ya vacía y con el vaso de jugo de naranja aún sin
terminar yace en la misma posición mientras Lucas se pregunta
dónde estaba su bicicleta, su perro y aún más importante, su
familia.
Sin encontrar respuestas más que un fuerte dolor de espalda y
moretones en ambas rodillas Lucas cierra sus ojos y vuelve a
dormir.

---

Carolina, la madre de Lucas, era de esas madres que disfrutaba


tanto de sus pequeñas actividades que, algo tan simple como
untar mantequilla a las tostadas, le proporcionaba tanto placer
que su preocupaciones quedaban en un segundo plano. Tanto era
así, que no se había dado cuenta que su hijo y su perro no habían
vuelto hace varias horas. Una hora más tarde, mientras la
mantequilla se derretía sobre los panes, delicada y
simétricamente cortados, el hombre de la casa, luego de una larga
siesta de casi cuatro horas, comienza a bajar por las escaleras de
la casa. Mira hacia afuera por la ventana y ve que el cielo
comienza a inundarse de oscuridad. Ya abajo mira una escena
poco común en su casa, la mesa totalmente preparada, un suave
viento que hacía mover las cortinas y su querida amada con los
auriculares colocados y la música a un volumen tan alto que se
podía escuchar la música pop que tanto le gustaba a Carolina.
Algo estaba mal. De pronto, un fuerte sonido de garras nerviosas
hace temblar la puerta diez veces en unos pocos segundos. Un
aullido reconocible por Carolina la percata de que su hijo había
llegado. Al menos, eso creía ella. Mientras abre la puerta
comienza, un poco disgustada, a expresar lo tarde que era para
volver mientras bajando la mirada y entre asombro y miedo se
paraliza al ver solo al perro Beethoven.
Luego de entrar como un auto Ferrari hacia una bandeja de agua,
Beethoven sale por la puerta de la casa y Carolina detrás.
Tras caminar más de cinco cuadras en la penumbra Carolina
guiada por Beethoven llega a una calle en donde ve sobre el
asfalto dos marcas de auto como si de una frenada se tratase. En
un costado, sobre el cordón, un listón amarillo el cual recuerda
que había colocado en la bicicleta de Lucas porque era su color de
la suerte. Se acerca, lo toma, y lo huele. Luego le dice a Beethoven
que lo guíe hasta la bicicleta.
El fiel olfato de Beethoven conduce a Carolina a un galpón con un
portón blanco en su fachada. Carolina no sabía bien si Beethoven
había olfateado bien o quizás solo tenía hambre y estaba
buscando comida. Sin embargo, como había llegado a ese lugar, no
se iba a quedar con los brazos cruzados por lo que decidió buscar
algún timbre o algo por el estilo para ver si salía alguna persona y
le podía dar alguna explicación. Luego de dieciocho intentos
contados por la misma Carolina, ella ya cansada y un poco
molesta busca algo para sentarse. Un gran adoquín le sirve de
asiento mientras Beethoven camina y se pose junto a ella.
Carolina le acaricia el cuello mientras piensa dónde podría estar
la bicicleta de su hijo.
Ya habían pasado casi treinta minutos y Carolina escucha una
camioneta llegar y estacionar enfrente de donde se encontraba
sentada. Un hombre algo panzón, de barba de un par de días y
algo pelado se baja de la misma, da la vuelta y abre la puerta
trasera. De ella se asoma la última esperanza que tenía Carolina.
Ella se levanta del adoquín tan bravamente que, sin darse cuenta
de que tenía entre sus manos la correa y Beethoven atado a la
misma, que casi lo ahorca por un instante.
El hombre de la camioneta le pregunta muy amablemente si
necesitaba algo pero de la desesperación y el nerviosismo
Carolina emite muy rápidamente un conjunto de palabras que
para el hombre no tenían sentido alguno.
El hombre por un momento creyó que se trataba de una broma
hasta que Carolina pudo tranquilizarse y poco a poco comenzó a
contarle lo que le había sucedido. Así, el hombre comenzó a
conectar lo que le había sucedido con las palabras y hechos que le
contaba Carolina y este pasó a explicarle lo que sucedió.

---

Eran las siete de la mañana y don Carlos se preparaba su


desayuno mientras su pequeña hija jugaba con un juguete de
dinosaurio que le habían regalado la navidad pasada.
La niña se levanta del piso, coloca el juguete en la silla y se sube a
la misma mirando al padre.
Acto seguido le hace un gesto moviendo su mano hacia su boca
que indicaba que ella también quería desayunar.
El padre se ríe y le dice que ellos podían ir a la cocina sola y
pedirle a su madre todas las tostadas que desee; sin embargo, ella
se rehúsa y haciendo un berrinche grita el nombre de su madre.
Luego de unos minutos, don Carlos mirando a su hija y sin poder
contenerse de la risa le vuelve a repetir a su hija que se levante y
que vaya hasta la cocina.
Esta vez la pequeña niña se levanta llevándose entre sus brazos al
pequeño juguete de dinosaurio mientras busca a su madre.
Luego de mirar para todos lados y ver una cocina semi vacía
atraviesa la puerta donde se encontraba su madre luchando con el
botón de encendido del lavarropas en una batalla que desde hace
varios minutos había comenzado.
La pequeña niña al ver en el estado que se encontraba su madre
entiende por qué la misma no le había prestado atención y decide
ayudarla.
Con un movimiento de su mano le indica a su madre que se corra
del lugar y le deje espacio para solucionar el problema.
Margarita en un instante logra ver el problema como el agua.
Ningún electrodoméstico podía funcionar si el enchufe no estaba
colocado a la red eléctrica.
Algo tan simple, que su madre Josefina inundada por sus
preocupaciones cotidianas no se había dado cuenta.
Josefina, entre sorprendida y aliviada, sonríe y le pregunta a su
hija si necesitaba algo.
Margarita, contenta por haber solucionado tan rápidamente el
problema de su madre, le dice que le había estado pidiendo algo
para almorzar.
Ambas caminan hacia la cocina abrazándose mutuamente.
Luego de prepararse unas ricas tostadas con manteca y azúcar
camina tambaleándose con su bandeja y dinosaurio de juguete
hacia el living.
Mientras ingresa se da cuenta que su padre no estaba para
hacerle compañía mientras su madre se vestía para irse a un
congreso de belleza.
Dejando la bandeja de tostadas y su juguete sobre la mesa sale
corriendo al cuarto de sus padres y le pregunta, un poco
preocupada, a donde había ido su padre. Josefina le dice que había
ido a llevar el armario del living a la otra casa para ir preparando
la mudanza.
Margarita, entre enojada y con unas pequeñas lágrimas que
recorren su suave y delicada mejilla, le da media vuelta y camina
hacia la cocina pensando por qué su padre no le había pedido que
la acompañe.
Mientras tanto don Carlos se encontraba manejando su
camioneta con un hermoso mueble desarmado y colocado en el
asiento trasero mientras escuchaba su canción favorita.
Últimamente las canciones que pasaban por esa radio no eran de
su agrado por lo que decide girar la perilla hacia otra estación.
En ese momento, con su camioneta a no menos 90 kilómetros por
hora, no se percata de un pequeño que estaba intentando cruzar
por la mitad de la calle con una bicicleta que parecía recién
comprada y con un perro muy inquieto en su otra mano.
El hecho sucede tan rápido que, en cuanto su vista alcanza a ver
la calle, la bicicleta del niño se encontraba a pocos metros del
frente de su auto.
Su mente se bloquea como un ordenador sobrecalentado por
demasiada información y un golpe en seco a la rueda trasera de la
bicicleta hace que la misma salga disparada hacia la mitad de la
calle dando giros como si de un trompo se tratase.
Carlos empuja con su pie el freno pero ya era tarde, todo el hecho
había sucedido. La bicicleta se encontraba tirada sobre la mitad
de la calle y la camioneta varios metros por delante con el motor
como un fuego. Don Carlos logra estacionar la camioneta sobre la
vereda, se baja de la misma mostrando una fría calma por fuera
mientras su corazón latía como un tambor en plena batucada.
Camina de regreso hacia el lugar donde había sucedido todo. Por
suerte no había ni un solo auto a varias cuadras. La escena
mostraba a una bicicleta doblada en la parte delantera como si
tras una pelea de boxeo la misma habría recibido una fuerte
golpiza.
En el lado derecho de su vista, a unos metros de la vereda, un
perro de un pelaje suave y color sambayón intentando despertar a
un chico caído sobre su hombro derecho y casi inmóvil.
Al ver que varios automóviles se acercaban a toda velocidad Don
Carlos levanta rápidamente la bicicleta y con una mano la lleva a
donde se encontraba el perro y el chico. La deja en un costado
mientras ve que Lucas intenta levantarse y se desploma
nuevamente.
Con su camioneta a varios metros de distancia de donde se
encontraba iba a ser difícil que pueda llevar cargando a Lucas así
que decide ir a buscarla. Mientras camina ve algo que lo
sorprende. El perro, aún enganchado con el chico por la correa, lo
había seguido por detrás arrastrando a Lucas con él. Lucas,
inconsciente, no había sentido la más mínima sensación de haber
sido arrastrado por el asfalto.
Don Carlos, observa una botella de agua mineral en la parte
delantera de su auto y la recoge. Se acerca al chico aún
inconsciente y la echa sobre su rostro. Lucas no hace gesto alguno.
Esa señal no había sido muy satisfactoria para Don Carlos por lo
que rápidamente abre el asiento delantero y coloca a Lucas en él.
Beethoven, como si de una persona se tratase, abre la puerta
trasera y sube a la camioneta.
El camino era largo. El hospital más cercano se encontraba a
varios minutos. Para colmo de todo, las calles se encontraban
colmadas de tráfico. En el asiento delantero Lucas, a causa del
ruido, comienza a despertarse intentando abrir uno de sus ojos.
Varios minutos más tarde, don Carlos estaciona su camioneta a
unos metros de la entrada principal del hospital, abre la puerta y
da la vuelta para quitar a Lucas. Beethoven, como de costumbre,
ya se encontraba fuera. Don Carlos lo acaricia y le dice que entre,
que esta vez no lo iba a poder acompañar.
El hospital se encontraba lleno de gente pero al ver el estado de
Lucas, una señora que esperaba en la sala le suguiere a don Carlos
que use la silla de ruedas que estaba en uno de los laterales del
edificio. Ayuda a sentar a Lucas y se ofrece a acompañarlo a la sala
principal. Una fila de más de quince personas esperando ser
atendidas. Lucas no podía esperar tanto. Don Carlos mira a la
señora como preguntándole qué debía hacer y ella comienza a
caminar entre la gente pidiendo a gritos ayuda. De pronto, todas y
cada una de las personas de la sala giran su cabeza por los
terribles gritos de la señora y don Carlos pasa con Lucas
empujando la silla un poco trabada por las viejas y sucias ruedas
hasta llegar a una ventanilla. Antes de que pueda si quiera
conversar con una muchacha que se encontraba atendiendo,
abatida por el calor del día, una mano toma su hombro de una
manera tranquila y confiada. Don Carlos gira su cabeza hacia su
izquierda y un joven de bata impecablemente blanca le hace un
gesto para que lo siga. Mientras el joven, uno de los principales y
más reconocidos médicos del hospital, lo conduce a su cuarto de
consultas; don Carlos, con una mirada entre preocupada y
agradecida, deja atrás a la señora que tan amablemente se ofreció
a ayudarlo.
El cuarto de consultas tenía un aspecto muy agradable y limpio.
Se podía ver en él un esqueleto perfectamente conservado, que se
mantenía erguido a pesar del paso de los años, una biblioteca de
cristal con unos cuantos libros prolijamente ordenados. Un
cuaderno con una lapicera de tinta negra sobre el mismo y una
computadora portátil se encontraban sobre un escritorio de
madera ubicado en el centro del cuarto.
El doctor extiende su mano para tocar la muñeca de Lucas. Toma
su pulso y le pide a don Carlos que lo ayude a colocar a Lucas
sobre una camilla ubicada sobre uno de los lados del cuarto. El
peso de Lucas parecía infinitamente superior al peso real. Don
Carlos lo toma de los pies y el doctor sobre las axilas en un intento
de cargarlo hacia la camilla. De repente, en ese trayecto de no más
de un metro, el pie izquierdo pisa una gasa que había quedado de
uno de los anteriores pacientes. El doctor cae sobre su espalda
con parte del cuerpo de Lucas a cuesta en un movimiento seco y
cortante. Mientras tanto don Carlos, en un intento de ayuda, se
balancea hacia adelante y termina cayendo sobre el propio Lucas
y el doctor.
Imaginémonos que escena hubiera visto cualquiera de las
personas que se encontraba fuera del consultorio.
Una especie de sándwich humano con don Carlos y el doctor
como panes y el semi inconsciente Lucas en el medio.
Continuemos el relato.
Para ese entonces, a pesar del ruido que habían hecho todos por
la caída, ninguna de las personas que se encontraba fuera del
consultorio había golpeado la puerta ni mucho menos acercado al
consultorio.
Lucas, a pesar de estar espiritualmente mucho más lejos que
cualquiera de las personas del hospital, es afectado por el ruido.
Sus pestañas comienzan a parpadear como una bombilla de luz
segundos antes de quemarse.
- Beethoven. ¿Dónde estás?. Beethoven .. ¿Dónde te has ido?
El doctor se levanta un poco dolorido y de un solo movimiento
como si de un oso se tratase levanta a Lucas y lo sube a la camilla.
Luego, don Carlos levanta al doctor y lo ayuda a sentarse en su
silla.
Desde ahí, a unos metros de distancia de la camilla le dice a don
Carlos que le era imposible moverse y que iba a tener que
ayudarlo a revisar a Lucas.
- ¿Yo? .. ¿doctor? - le responde don Carlos.
El doctor le dice que coloque a Lucas boca arriba con sus brazos
extendidos hacia arriba.
- Es una nueva técnica de revisión veloz - le responde el
doctor.
Don Carlos, luego de volver a tomar el pulso de Lucas, busca en
uno de los cajones un instrumento muy usado para revisar el
corazón. Mientras coloca el frío y redondo metal sobre el corazón
de Lucas comienza a escuchar una suave música relajante con
unas trompetas en un estilo de jazz.
- Disculpe don Carlos, pero ese aparato es mi mp3. El aparato
al que me refiero se encuentra justo al lado de donde tomó
este.
El rostro de desconcierto y sorpresa de don Carlos muy parecido
al de un oso perdido en el medio de la selva lo inunda por
completo.
De repente, en un movimiento de manos más rápido que la
velocidad de la luz, y sin voltear su mirada del doctor, intenta
hacer un cambio de instrumentos pero el mp3 cae al piso y junto
con el unos papeles que se encontraban prolijamente apilados.
- Perdón, permítame juntarlos doctor - dice don Carlos.
El rostro del doctor se puso como una piedra, como si en esos
papeles hubiese algo importante o algo de mucho valor para él.
Don Carlos ordena los papeles y luego comienza a revisar a
Lucas.
Minutos más tarde, una señora de unos sesenta años golpea y
luego ingresa al cuarto preguntando cuanto faltaba para poder
ingresar.
- Pase señora. Nos encontramos con un paciente un poco
delicado. Puede esperar aquí si desea. - explica el doctor.
- ¿Cuál es su opinión doctor? - pregunta don Carlos.
- Los síntomas no son muy claros. Yo lo dejaría unos días aquí
para que lo controlen y si no sucede nada se puede ir
tranquilamente.

---

Ahora todo estaba muy claro para Carolina. La confianza que le


había tenido a aquel hombre había subido a nueve puntos y se
sentía cómoda charlando con el medio calvo hombre de la
camioneta. Sin embargo; su cabeza se llenó repentinamente de
pensamientos negativos sobre su hijo.
- ¿Me podría decir en qué hospital se encuentra mi hijo? Estoy
muy preocupada, temo que le pueda llegar a suceder algo
malo. - pregunta Carolina.
El hombre, muy amablemente, le ofreció subir con él a la
camioneta a lo que ella se rehusó. Juntos, pero separados en
diferentes automóviles, ambos fueron hacia el hospital donde se
encontraba Lucas. El hombre marcaba el camino y ella lo seguía a
tan solo unos metros porque temía perderse.
Unos minutos más tarde ambos habían llegado al hospital.
Carolina se baja primero y camina a paso ligero por el pasillo
principal mientras el hombre la seguía intentando alcanzarla.
- ¡Espere! Permítame decirle en donde se encuentra el cuarto
de su hijo. - exclama el hombre.
El hombre girando por su derecha sube por una escalera.
Carolina lo sigue por detrás.
- Acérquese. Se va a perder señora. El camino se irá haciendo
un poco más oscuro con cada escalón. - comenta el hombre.
Varios escalones habían subido y las piernas de Carolina estaban
en sus últimas.
- ¿Dónde se encuentra? Aquí no se ve nada. - dice Carolina en
un tono tembloroso.
Ninguna respuesta se escuchaba ahora. El corazón de Carolina
había pasado de 90 a 170 pulsaciones en cuestión de segundos.
Carolina comienza a aumentar el ritmo de sus pasos hasta llegar
hasta un punto en el que cualquier persona que le escuchase por
ahí pensaría que alguien le estaba persiguiendo para asesinarla o
algo por el estilo.
Mientras tanto, el hombre, ya en el último piso, escuchando la
velocidad de los pasos de Carolina decide acercarse a la escalera.
En ese momento, ve una sombra venir como un tsunami
enloquecido hacia él. Rápidamente, se echa hacia atrás y Carolina
sale despedida de la escalera hacia el último piso, con sus manos
hacia adelante, como si quisiese tomarse de algo. Tropieza con su
mismas piernas y cae directamente al piso. Las pulsaciones
estaban en su máxima expresión. Semi pálida, y con su cabello en
todas direcciones, se mantiene tirada en el piso, absorta y
confundida; mientras sus respiración lentamente volvía a la
calma.
Su mirada deja de apuntar a todas direcciones y se concentra en
el hombre, calmo y un poco sorprendido. Se miran mutuamente
por unos segundos intentando buscar alguna explicación.
- Me había adelantado. Estaba muy oscuro. - comenta el
hombre sin dejar de mirar a Carolina.
En ese momento, la puerta de la habitación 112 se abre y un
rostro se asoma.
El rostro del doctor reconoce al hombre.
- Pase. ¿Usted viene con él? - pregunta el doctor refiriéndose a
Carolina.
Carolina, sacudiendo su cabeza bruscamente, se dirige al doctor.
- Si, es mi hijo quien está en el cuarto.- responde.
El doctor abre la puerta y ambos ingresan al cuarto. Carolina se
sienta en una de las sillas mientras escucha al doctor.

---

Habían pasado ya seis meses desde que Lucas había estado en el


hospital.
Lucas, sentado en una reposera, miraba a Beethoven mientras
recordaba todo lo que ese amigo había hecho por él. De hecho; si
no fuera por él su madre no habría encontrado al hombre que lo
había llevado hasta el hospital. Así, que Lucas sentía que le debía
mucho a su fiel amigo. Tanto que quería recompensar su ayuda de
alguna manera.
Tranquilo y pensativo, Lucas se levanta de la reposera y se dirige
caminando a su cuarto. Se desploma sobre su cama mirando el
techo y se queda unos segundos en silencio.
Mientras tanto, su padre y su madre se encontraban felizmente
jugando a las cartas.
- ¡Te gané!. - dice Mario en un tono burlón.
- ¡No! ¡Aún no termina el juego!. - exclama Carolina
El juego favorito de Mario y Carla era la canasta.
La canasta es un juego que consiste es lograr una cantidad de
puntos formando canastas. Se pueden formar canastas limpias o
sucias. En las últimas se hace uso de comodines.
Mario había comenzado el juego muy bien, logrando dos
canastas y casi 150 puntos por ellas. Sin embargo; en un último
movimiento magistral de Carolina, la partida se había colocado a
favor de ella.
Mario no podía creer que teniendo sobre la mesa tres filas de
naipes, prolijamente ordenados y pensados, no hayan podidos
vencer a dos canastas de Carolina.
El último movimiento había cambiado todo. Carolina, sin que
Mario pueda notarlo, había conseguido tres comodines, los cuales
sumados a dos cartas de dos lo habían hecho. La estrategia,
mezclada con algo de suerte, había sido formar una canasta sucia.
Las canastas sucias poseen más puntos que las limpias.
De esta manera; Carolina había dejado boquiabierto a Mario.
- ¿Jugamos otra vez?. - pregunta Carolina.
- No, creo que has hecho trampa. Nunca me has mencionado
esa regla. - responde Mario muy enojado.
- No, pero seguramente ahora la recordarás. - comenta
Carolina asomando tímidamente una risa burlona.
Carolina deja caer su espalda sobre la reposera, y con sus brazos
detrás de su cabeza, se queda mirando el cielo.
Beethoven se encontraba a unos metros sobre el jardín,
moviéndose y saltando como un canguro, mientras miraba
atentamente un grupo de hormigas negras que salían de su
hormiguero.
- ¿Ese es Beethoven o un canguro?. - pregunta Mario.
Carolina, inmóvil, mantiene su vista fija en el cielo.
Mario, al verla tan atenta, levanta su mirada también.
Se podía ver un avión a chorro dibujando siluetas sobre el cielo.
El avión zigzagueaba de un lado a otro dibujando algo que aún
parecía indescifrable para Mario.
- ¿Qué crees que es eso?. - pregunta Carolina.
- Ya creo que es un avión. - responde Mario.
- No, tonto. Su dibujo, ¿no ves lo hermoso que es?.- responde
Carolina riéndose.
Carolina tenía una atracción irresistible por los aviones. De
pequeña, su padre, un aviador de las fuerzas armadas, los lunes
por la mañana la subía a la cabina de su avión y le dejaba mover el
volante. El avión, aún estando detenido, permitía que Carolina
deje volar su imaginación y viaje a lugares súper emocionantes
para ella. Pudiendo volar a velocidades altísimas con otros
aviones y pasando por encima de campos, donde casi podía oler el
olor del pasto.
Cuando por fin llegaba el momento en que su padre le decía que
era hora de bajar Carolina acariciaba el volante y mirándolo con
mucha tristeza lo despedía tirándole un pequeño beso.
Los oficiales del lugar ayudaban mucho al padre de Carolina en
su cuidado. Siempre que Carolina se sentía sola en el campo,
mientras esperaba a su padre que regresara de practicar, uno de
los oficiales llamado Jorge le ofrecía unas galletas y un café con
leche caliente mientras jugaba a volar aviones de juguete con ella.
Un día de lluvia, en que se su padre había partido a practicar con
el avión, Carolina se encontraba muy concentrada volando uno de
sus aviones preferidos de color azul y líneas blancas el cual,
súbitamente, se le había caído sobre la taza de café. Su mano se
encontraba zigzagueando con todo entusiasmo cuando, de pronto,
una estela de luz cae en el cielo oscuro. Carolina se queda inmóvil,
mirando, fijamente a la ventana y su rostro se inunda de temor.
Ese mismo día fue el último día que Carolina había visto a su
padre. La sonrisa con la que él la había despedido antes de
comenzar la práctica se reflejaba en cada una de las lágrimas que
veía Marcos salir del rostro de Carolina.
- ¿Te encuentras bien mi vida?. - pregunta Marcos.
Carolina, sin emitir ninguna palabra y mirando aún al cielo, deja
caer sus últimas lágrimas. Coloca su mano izquierda en un bolsillo
y saca un pañuelo. Se suena la nariz un par de veces.
- Si. Estoy bien .. - responde Carolina, aún sintiendo un ligero
nudo en la garganta.
- Que bueno. Ya me estaba preocupando. Tenemos que
continuar el juego. Creo que me toca a mí ahora. - comenta
Marcos.
- Otro día seguimos. Creo que me voy a recostar. - responde
Carolina.

---

Lucas aún seguía sobre su cama mirando para todos lados y


dando vueltas. No creía que podía ser tan difícil darle un regalo a
Beethoven.
Sin saber que comprarle decidió salir a dar una vuelta por el
centro comercial con su amada bicicleta.
Tomó la primer esquina a la derecha y luego tres cuadras por
una calle en bajada. Los pedales giraban como las aspas de un
molino en una tormenta tropical. En un momento Lucas deja de
pedalear y en la última cuadra dobla a su derecha. Un hombre un
poco sucio y desprolijo se encontraba tirado en la vereda con una
manta sobre su cuerpo.
- Disculpe. ¿Le puedo hacer una pregunta?. - dice Lucas
mientras se agacha para que el hombre acostado lo pueda
oír mejor.
El hombre se queda mirando fijamente a Lucas sin decir una
palabra.
- ¿Qué le regalaría usted a un perro?. - insiste Lucas.
- Comida .. ¿tiene comida usted? .. estoy hambriento. -
responde el hombre.
Lucas se da media vuelta sin contestarle y comienza a buscar un
lugar para dejar su bicicleta, un poco enojado consigo mismo por
haber perdido tiempo en hacerle ese tipo de preguntas a un
extraño.
Debía haber alguien que lo pueda ayudar a solucionar su
problema.
Mezclada entre un grupo de personas caminaba una anciana muy
coqueta. Su andar era poco usual, conservaba una juventud poco
común para Lucas y eso fue lo que le llamó la atención.
Lucas, mientras camina hacia el grupo ve que la señora dobla y
se acerca a un kiosco que había en esa cuadra. Para no ser
apresurado, decide colocarse en un poste que había frente al
kiosco a esperar a que compre. Mientras tanto aprovecha para
quitar la cadena de su bicicleta y rodearla al poste. Cruza la calle y
se acerca a ella.
La mujer da media vuelta y observa a Lucas sorprendida.
- ¿Qué necesita joven?. - le pregunta la señora.
- Tengo un gran problema. - dice Lucas.
- Dígame. Soy una anciana y durante mi larga vida he tenido
que resolver muchos problemas. - responde Isabella, la
anciana.
Lucas, girando su cabeza muy rápido, mira a su bicicleta, que
había dejado atada a un poste.
Unos minutos antes, un muchacho de gorra oscura y apariencia
un poco desalineada, que se encontraba sentado en el escalón de
una zapatería a pocos metros de la bicicleta, observaba con mucha
atención la combinación de movimientos del candado de Lucas.
Sin darse cuenta, mientras Lucas cruzaba la calle, se acercó al
poste. En cuclillas comenzó a probar una de las combinaciones
que había visto. Tiró fuertemente pero el candado seguía
enganchado.
Mirando hacia todos lados comenzó a probar cuantas
combinaciones se le ocurrían por la cabeza.
Desesperado y sin darse cuenta de que el dueño de uno de los
negocios salía a fumar un cigarrillo, comenzó a zamarrear la
bicicleta.
- ¡La bicicleta! ¡La bicicleta!. - exclamó el dueño del negocio.
Lucas, que se encontraba en la vereda de enfrente charlando con
una señora, gira su cabeza y de un salto comienza a correr hacia
donde se encontraba el muchacho. Un auto azul de los años
setenta, que venía a toda velocidad, ve a Lucas dar un salto hacia
la calle y comienza a disminuir su velocidad. Como Lucas no había
mirado antes de saltar supuso que un tragedia estaría por suceder
por lo que, sin pensarlo dos veces, apretó con su pié izquierdo el
freno.
Lucas, mirando que un auto se aproximaba a gran velocidad, se
detiene justo en medio de la calle.
Tanto el muchacho como el dueño del negocio colocan toda su
atención en Lucas mientras sus ojos, grandes y redondos como
dos anillos, y sus mandíbulas, flojas, a punto de caerse al piso,
esperan el inminente hecho.
La experiencia de Abelardo del auto azul, fruto de años y años de
usar el mismo vehículo, hizo que la precisión fuera la reina de ese
instante. Si, hubiésemos podido haber colocado un lápiz entre el
auto y Lucas. Y no me estoy refiriendo a un lápiz a lo largo sino en
su grosor.
Lucas, sereno, pero con su corazón latiendo a más revoluciones
que el auto que casi lo atropella, tuvo en ese momento una
sensación de ya haber vivido ese hecho con anterioridad.
Su respiración comienza a ser escuchada mientras siente que el
tiempo transcurre más lento de lo normal. Sus hombros, sin poder
continuar soportando el estrés se relajan y caen. Cientos de
pequeñas gotas de sudor comienzan a brotar desde el cuello,
recorriendo la espalda, las piernas, hasta llegar a salir por entre
sus zapatos y lograr enfriarse en el asfalto.
Con una sensación de cansancio abrumadora recupera su estado
de alarma y mirando hacia su derecha intenta buscar al muchacho
que había querido robar su bicicleta. Mientras camina hacia ella,
el hombre del negocio se acerca.
- ¿Te encuentras bien?. Pensé en correrlo pero no quise
dejarte solo. - dice el dueño del negocio.
- Me siento un poco confundido. ¿Dónde está mi bicicleta?. -
responde Lucas.
- El muchacho logró destrabarla pero con este palo pude
trabar la rueda y lo detuve. Lamentablemente pudo escapar.
Este es un barrio un tanto inseguro. ¿Qué andabas buscando
por aquí?. - dice el dueño del negocio.
- Llegué a este barrio buscando a alguien que me pueda
aconsejar sobre un regalo para mi perro. Usted verá. Es una
larga historia. Mi perro salvó mi vida y le debo mucho a él. -
responde Lucas.
- Que fascinante historia. De seguro le debes tener mucho
cariño y aprecio. Yo tuve la posibilidad te tener una mascota
a la que llamé Cielo porque siempre brincaba muy alto
cuando le lanzaba una pelota y parecía que iba a llegar al
cielo con su salto. Siempre quise regalarle un collar muy
bonito que había visto en una tienda a dos cuadras de aquí
pero lamentablemente murió antes de que pudiera
comprárselo. - le cuenta el dueño del negocio.
- Que triste historia. Me da mucha pena lo que me ha contado.
¿Y de qué murió? ¿Se puede saber?. - pregunta Lucas.
- Es una larga historia pero si deseas te la cuento. - dice el
dueño del negocio.
- Si, si no le molesta. Siento mucha curiosidad. - responde
Lucas.

------

Dejemos por uno momento a Lucas y hablemos de otro de


nuestros personajes. Santiago, un muchacho que pasará mucho
tiempo junto a Lucas.
Santiago siempre había querido tener un perro como mascota
para jugar. Los fines de semana se la pasaba mirando por la
ventana imaginándose todas las piruetas que podía hacer si
tuviese una mascota; sin embargo, su madre nunca le dejó porque
tenía una rara enfermedad que no permitía que esté en contacto
con ningún animal.
Quince años más tarde, Santiago, casado y con tres hermosos
hijos decidió averiguar qué era exactamente lo que tenía, y si era
así, si sus hijos habían heredado esa extraña enfermedad o no.
- Romina, me voy a la clínica. - dice Santiago.
- ¿A dónde? .. ¿y me vas a dejar aquí con los niños?. - responde
Romina con su hija más pequeña en brazos mientras
impedía con su piernas izquierda que otro de sus hijos
golpee a su tercer hijo.
- Luego te cuento. - responde Santiago.
- Tu siempre te sales con la tuya pequeño Romeo. - responde
Romina entre gritando y riéndose.
La alarma del automóvil último modelo se escucha al mismo
tiempo que las luces delanteras hacen un parpadeo y las puertas
se destraban. Santiago abre la puerta izquierda y abriendo
ligeramente intenta subir, tratando de que la puerta no golpee con
la pared de su garaje. Una vez dentro, abre el portón eléctrico y
sale a la calle.
Una música comienza a sonar mientras. Santiago empieza a
cantar de una manera muy relajada mientras mueve sus hombros
de manera graciosa. Sus brazos se encontraban muy flojos sobre
el volante y sus dedos golpeteando al ritmo de la música.
El día se encontraba espléndido y la temperatura no superaba
los 70 ° Fahrenheit. Santiago se detiene lentamente en una luz
roja y sobre un costado un auto descapotable. Un muchacho de
unos treinta años, con su brazo izquierdo sobre su ventanilla, lo
mira riéndose de una manera burlona. La luz verde se enciende y
el auto descapotable sale disparado a gran velocidad. Por detrás
sale Santiago mirando los pájaros y pensando en cualquier otra
cosa. Santiago no era de ese tipo de personas amantes de las
competencias. Su mente estaba distraída y relajada. Su brazo
izquierdo se cae y apoya sobre su pierna. Santiago maneja sus
últimas cuadras en esa posición hasta llegar a la clínica. Sobre la
pequeña, pero aún así modesta playa de estacionamiento, se
encontraba solo un auto.
Santiago coloca su auto al lado del que estaba, abre su puerta,
sale ,y girando sobre el mismo, comienza a caminar en dirección a
la escalera de entrada. La fachada de la clínica aún conservaba la
belleza barroca de la anterior edificación.
Al cruzar la puerta principal se detiene, inmóvil, en la mitad de la
sala, pensando en algo. Gira bruscamente y comienza a bajar por
la misma escalera. Llega nuevamente a su automóvil, ingresa y
sale con varios papeles en sus manos.
Sube nuevamente y al ingresar se dirige a la sala de recepción.
- Necesitaría hablar con el Doctor Mening por favor. -
pregunta Santiago.
- A ver. Un segundo. El doctor Mening hace varios años que no
trabaja aquí. - responde una muchacha joven.
- ¿Me está hablando en serio? ¿Y no sabe dónde lo puedo
encontrar?. - responde Santiago.
- Lo puede encontrar en su domicilio, trabaja en un
consultorio privado. La dirección es 940 8th Avenue. -
responde muy seria la recepcionista.
- Le agradezco mucho. Voy a ir ya mismo. ¿Su nombre?. -
pregunta Santiago.
- Melanie. - dice la recepcionista.
- Muchas gracias Melanie. - responde Santiago saliendo por la
puerta principal.
Nuevamente se encontraba Santiago sobre la calle manejando.
Sus ganas y ánimo para manejar eran escasos pero la curiosidad
por saber el porqué de su problema con los animales era mayor.
A medida que se acerca a la dirección conecta el sistema GPS y el
mapa en la pantalla aparece. Le muestra en color rojo la ruta más
corta y en azul otras alternativas. Gira hacia la derecha y el mapa
redirecciona su sistema mostrándole otras rutas nuevas. Santiago,
aún habiendo prendido el sistema, no le daba importancia.
Mordiéndose la lengua y apretándose los dientes gira
bruscamente pero esta vez a su derecha. Acelera, coloca segunda,
tercera y cuarta.
De golpe, una anciana se encuentra a punto de cruzar la calle. Su
corta visión le hace creer que la calle estaba vacía. Sin embargo, a
casi 120 km/hs se acercaba una caballo de carreras con cuatro
ruedas.
Santiago por un momento recuerda a su abuelo diciéndole .. ten
cuidado con los choques .. la piel se le pone de gallina y el tiempo
se detiene. Un volantazo infernal y una posterior frenada salva a
la anciana y a sí mismo de una catástrofe inminente. Un árbol hace
que finalmente el auto se detenga.
Santiago no tiene otra opción que salir lo antes posible de su
auto. Aún preocupado por un posible incendio pero ya más calmo,
se tumba boca arriba y se queda mirando el cielo por unos
momentos mientras aprieta fuertemente su cabeza con ambas
manos. Parpadea un par de veces.
- ¿Qué ha sucedido?. - se pregunta a sí mismo sorprendido.
No encuentra explicación alguna.
Su intuición le dice que eso que le había sucedido era por algo.
Algo le estaba queriendo decir la vida y esa era su manera de
hablarle.
- Bueno muchacho. Creo que tengo que ir a atender mi
negocio. Otro día continuo la historia. - responde Santiago.
Lucas le pide la bicicleta y mientras Santiago entra al negocio le
agradece por su actitud.
Toma la bicicleta del manubrio y sale lentamente caminando por
la vereda.
Que interesante historia la de aquel hombre. Que lástima que no
pudo terminar de contármela. Quizás otro día vuelva a pasar por
el negocio. - se dice a sí mismo.
Aún no encontraba a nadie que pudiera ayudarlo y él solo
comenzaba a bajar lentamente.
Era hora de volver a casa y Lucas lo sabía.
- Volveré a casa. Pero esta vez sin golpes. - se prometió a sí
mismo.
Se subió a su bicicleta y comenzó a pedalear en una calle que
estaba un poco en bajada, con el imponente cielo cambiando a un
naranja rojizo y el sol como la yema de un huevo ocultándose para
ir a descansar.
- Tin tin .. - suena el timbre de la casa de Lucas. -
La noche ya había caído y Lucas se encontraba fuera de su casa
esperando que alguien le abra. Su sudor comenzaba a enfriarse y
su cuerpo también. Un poco de temor comenzaba a sentir por las
venas.
- Espero que mis padres no se hayan ido porque ahora si que
estaré en aprietos. - se habla Lucas a sí mismo. -
- ¡Un segundo! ¡Ya salgo Lucas! - responde a lo lejos su madre
gritándole. -
La puerta se abre bruscamente y una sombra que apenas podía
pasar por la puerta por semejante altura aparece.
- ¡Hola cosita! ¿Dónde has estado? .. ya estábamos
preocupados. - comenta el padre entre preocupado y alegre.
-
Lucas se hace paso con un andar entre cansado y frustrado,
mirando al piso, mientras llevaba su bicicleta.
- Es una larga historia. En la cena les cuento. - responde Lucas.
Su madre había aparecido con unos ruleros y mirada
sorprendida.
- No creo que les guste la historia pero igual se las cuento. -
comenta Lucas sentado mientras intentaba tragar unas
papas fritas con un tenedor -
- Resulta que ayer me di cuenta que Beethoven ha hecho
mucho por mí y que en cierto sentido .. - dice Lucas mientras
toma un vaso de agua para poder tragar mejor la comida -
- Le debo mucho a él. - dice Lucas -
- Lucas es un perro. Tú no le debes nada. - dice Carolina un
poco fría y desinteresada. -
- Bueno, no me importa lo que pienses .. - dice Lucas mientras
come una porción de pollo con la mano -
- Cuestión que yo voy a hacerle un regalo .. - dice Lucas-
- ¿Un regalo? .. - dice Carolina entre ofendida y sorprendida -
- Si. Un regalo. - responde Lucas con una mirada impaciente y
directa a Carolina -
- Bueno. Otro día les cuento. - dice Lucas levantándose de su
silla y caminando hacia su cuarto. -
- Espera hijo. No has terminado tu comida. - dice Mario
sorprendido.
Lucas abre la puerta y entra a su cuarto silenciosamente.
- ¿Cómo voy a hacer para encontrar el regalo de Beethoven?.
Tengo que admitir que soy un poco meticuloso. - se decía a sí
mismo Lucas entre risas tumbado en su cama.
Luego de estar por varios minutos haciendo nada, más que
despejar su mente, Lucas se levanta de un brinco y se sienta en la
silla mirando a la computadora. Sus dedos comienzan a tipiar a la
velocidad de la luz. No le molestaba más a Lucas que abandonar
una batalla; y esta vez, era entre él mismo y su mente.
Buscando en Google encuentra un portal de mascotas, con una
bella imagen de un perro con su lengua afuera, y había algo en él
que le gustó mucho. Sobre una de sus orejas, un lindo y brillante
pendiente colgaba de tal manera que el perro parecía una estrella
de Hollywood. A Lucas siempre le encantó el cine y más las
estrellas de Hollywood. Siempre veía sus noticias y prestaba gran
atención a los reportajes que salían en la televisión, donde un
reportero muy bien vestido colocaba su micrófono casi dentro de
la boca del actor y le hacía preguntas a la velocidad de la luz.
Le encantaba la idea, tanto que tomó lápiz y papel y anotó la
dirección del local donde se podían conseguir esos pendientes.
- Genial. Esto le encantará a Beethoven. - dice Lucas mirando a
Beethoven jugar por su ventana que daba al jardín. -
Decidido, tomó la tarjeta de micro y algo de dinero y salió a la
calle. Beethoven al escucharlo salió corriendo a toda velocidad
para alcanzarlo pero no pudo llegar, solo quedó estampado sobre
la puerta como una figurita en un vidrio. Lucas escuchó un
pequeño alarido de Beethoven, giró su cabeza hacia atrás, pero se
encontraba muy decidido. Continuó caminando unos metros más,
cruzó la calle y se sentó a esperar pacientemente el micro.
En realidad se encontraba un poco impaciente, no sabía aún por
qué, pero su cabeza giraba hacia todos lados. Una señora pronto
se acercó a la parada de colectivo. Parecía tener una bolsa de
plástico con algunos alimentos, como si volviese de hacer las
compras.
Varios minutos pasaron y otros muchos autos también.
Finalmente llegó el colectivo. El mismo no se encontraba repleto
de gente pero tampoco estaba vacío. La mayoría de las personas
eran chicos jóvenes, quizás un par de años más grandes que
Lucas. Viajando todo el trayecto parado, con su espalda un poco
encorvada, pudo leer entre algunas cabezas de los chicos, que
fuera de la ventana aparecía un cartel con el nombre del negocio
que había anotado en el papel. Aunque Lucas tenía un bonito
celular, aún le gustaba, de vez en cuando, sentir la textura y
escuchar el ruido del papel mientras escribía. Son esas cosas
inexplicables de la vida.
Caminando rápidamente, e intentando hacerse paso entre las
personas del colectivo, logró llegar hasta el timbre. Por la
adrenalina del momento, sin darse cuenta, mantuvo apretado el
botón, hasta que varias personas se dieron vuelta y, con sus
miradas, hicieron que lo soltara repentinamente. Un poco
sorprendido por lo que había hecho, en cuanto se abre la puerta
Lucas, un poco nervioso y apresurado, baja y se lanza a la calle.
Listo. Ya había llegado. Su corazón latía muy fuerte, así que
decidió sentarse unos minutos, en un banco, a descansar. Ya
sudando bastante, por la mezcla de calor y nervios, tomó un
periódico que se encontraba en el banco y comenzó a agitarse.
Si habríamos tenido la oportunidad de pasar caminando por ahí
en ese momento, hubiésemos visto a un muchacho desgastado
por el calor, preocupado y un poco perdido. No es una de las
mejores imágenes pero esa era la realidad.
Luego de unos minutos de descanso, Lucas, un poco más
tranquilo y recuperado, se levanta, guarda en su bolsillo su
billetera y comienza a caminar hacia la entrada del negocio.
El negocio parecía bastante grande para ser solo una tienda de
mascotas. Al acercarse a la puerta principal, la misma se abre
automáticamente permitiendo que Lucas, mientras miraba a un
lado y a otro, intentara encontrar ese pendiente para Beethoven
que había visto en el sitio de Internet.
La tienda se encontraba muy concurrida; y además, por ser
sábado la gente estaba apurada y preocupada porque el local
cierre.
Lucas, agachado, parecía no importarle que cierre el local. Le
daba igual si no encontraba lo que buscaba y no llegaba a pagar el
producto.
Una señora se le acerca y comienza a conversar con él. Como si
fuera el colmo, a minutos de que el local cierre Lucas se
encontraba en aprietos. Como de costumbre, su ingenio le
permitió sacar provecho de la situación.
- Disculpe. Estoy buscando un pendiente para mi perro. Es un
regalo que le quiero hacer. ¿Sabe dónde lo puedo encontrar?
- pregunta Lucas, con un poco de nerviosismo.
- No, ¿no ha escuchado nada de lo que le he contado? -
responde la señora un poco ofendida.
Lucas, picándose la nariz, mira hacia otro lado y comienza a
caminar por el local. Ahora su andar era pausado y confiado.
Presentía que estaba cerca.
Por unos segundos se queda mirando fijamente a la nada. Luego,
lentamente, voltea su cabeza a su derecha y sus pestañas se
levantan rápidamente en signo de sorpresa.
Eh aquí, entre otros pendientes similares, como esperando a ser
encontrado por Lucas, el pendiente que tanto había buscado.
En ese momento, un sonido repentino de cortinas de metal
comenzó a sonar.
- Disculpe muchacho, estamos cerrando - dice un muchachito
de unos treinta años, en camisa y corbata.
- ¿Me van a dejar aquí? - responde Lucas entre sorprendido y
asustado.
- No, puede salir por aquella puerta responde el muchacho
entre risas.
- Pero necesito este pendiente. Es un regalo. - contesta Lucas
casi a punto de derramar una lágrima.
- Los pendientes los puedo encargar por Internet. Mire, le dejo
mi Facebook. Comuníquese hoy con migo y yo le explico
como puede encargarlo. - le responde el muchacho un poco
más relajado.
- ¡Genial! ¡Muchas gracias! - responde Lucas, a punto a saltar y
darle un abrazo.
Lucas sale brincando y súper contento camino a la parada de
micro.
Su alegría y gratitud era tan inmensa que las personas que se
acercaban a la parada de micro, al mirarlo, recibían una sonrisa de
las más frescas e intensas que podían haber recibido.
Contento por la amabilidad de Leonel, el muchacho de la tienda
de mascotas, Lucas entra a su casa muy contento, aún brincando
como había salido del negocio. Su sonrisa parecía que nunca se
iba a caer.
La madre de Lucas, escucha el golpe de la puerta y gira su cabeza
mientras seguía preparando la comida.
Su rostro de sorpresa era evidente. Gira un poco más como
buscando alguna explicación en la mirada de su esposo que sin
mover ni un solo pelo continuaba leyendo el periódico muy
concentrado.
- Mario, ¿Has visto cómo ha llegado Lucas? Estaba saltando
como si estuviese enamorado - pregunta Carolina.
- Ese niño se enamora hasta de los árboles - responde Mario
sin dejar de leer el periódico.
Lucas se tumba en la cama mirando hacia el techo, como de
costumbre.
Intenta recordar dónde había colocado el papel que le había
dado el muchacho del local de mascotas.
Coloca su mano en su bolsillo, mueve hacia un lado y hacia otro,
pero no encuentra nada.
- ¿Dónde habré dejado el nombre? Si no lo encuentro estoy
perdido. - se dice a sí mismo Lucas.
Coloca su otra mano en el bolsillo derecho.
- Genial. Mi mano derecha nunca me falla - se dice a sí mismo
entre risas.
El papelito decía: “Leonel Alamis”
Inicia sesión en su computadora. Lucas nunca dejaba su
contraseña guardada porque tenía miedo que su madre ingresara
y charle con alguno de sus amigos.
Carolina era muy entrometida, pero en el buen sentido. Siempre
le preocupaba que Lucas hable con algún extraño y luego lo
rapten o algo por el estilo.
La puerta había quedado semiabierta. Lucas, por lo que
comentamos, se levanta, asoma su cabeza por si alguien está por
ahí y lenta y cuidadosamente la cierra. Realiza un suspiro, se toma
unos segundos y se lanza a su silla con ruedas mirando al monitor
de la computadora.
Comienza a escribir muy entusiasmado buscando el perfil de
Leonel.
En la pantalla de la computadora aparecieron dos perfiles con
fotos diferentes.
- ¿Y ahora qué hago? - se pregunta así mismo Lucas.
Sin pensarlo mucho tiempo Lucas le escribe el mismo mensaje a
ambas personas.
En el peor de los casos podría llegar a ocurrir alguna de las
siguientes cosas:

● Que el muchacho incorrecto lea el mensaje y crea que es una


broma y no responda.
● Que el muchacho incorrecto crea que es una broma, se
moleste, averigüe dónde vive y quiera acuchillarme.

- Espero que sea la primera posibilidad. - se decía a sí mismo,


entre risas, Lucas.

“Hola, mi nombre es Lucas. Hoy por la mañana estuve en el local


de mascotas y hablé con usted. Me gustaría que me indicara como
puedo encargar, desde la página de su local, un pendiente para
perros que me ha encantado.
Espero su pronta respuesta, Lucas. ”

Luego de que Lucas tipeara la última letra de su texto y apretara


Entrar, un mensaje del primer perfil aparece.
El rostro de Lucas se llena casi instantáneamente de sorpresa.
Duda por un momento, y luego abre el mensaje.
Este decía lo siguiente:

“Muchas gracias por su consulta. En breve me estaré


comunicando con usted. Atentamente, Leonel Alamis (encargado
de Piquis, accesorios para mascotas).

- Bueno, no me queda otra alternativa que esperar - se dice así


mismo Lucas, un poco frustrado pero contento al mismo
tiempo.
Lucas sale de su cuarto con una toalla en el brazo, camina hacia
la ducha y golpea la puerta.
- ¡Está ocupado! - responde una voz femenina.
Lucas suspira y camina por las escaleras hacia la planta baja. La
puerta estaba entrecerrada. Tomándose de las manos camina
hacia la puerta, la abre y asoma su cabeza lentamente.
- Hola … ¿hay alguien? - pregunta Lucas con un poco de
desconfianza.
Entra caminando en puntas de pies y cierra lentamente la puerta.
Busca el interruptor de la luz y comienza a mover su brazo
izquierdo, aún con cautela.
- ¡Buhh! - grita Mario saliendo desde abajo del piso.
- ¡Ahh! - grita Lucas saltando hacia atrás y tomándose del
pecho.
Mario enciende la luz. Lucas, encorvado y aún tomándose del
pecho, intenta calmar su respiración. Levanta su cabeza muy
lentamente y con una mirada, casi asesina, observa a Mario.
- ¡Ya me voy! - dice Mario, mientras sale corriendo por la
puerta.
Lucas se queda unos minutos más inmóvil y quita su mano de su
pecho. Se acerca a la puerta y la cierra, ya un poco más tranquilo.
Gira y abre la canilla caliente de la ducha. Un vapor de agua
comienza a elevarse mientras se desviste lenta y pensativamente.
Minutos más tarde, Lucas regresa a su cuarto, con su bata
tapándole las piernas y sus partes. Muy tranquilo camina hacia la
computadora mientras cambia de canción con su mano izquierda
en su celular.
Lanza el celular a su cama y abre su toalla mientras se sienta
desnudo sobre la toalla en la silla.
La pantalla de la computadora mostraba un nuevo mensaje.
Lucas sin esperar lo abre.

---

Eran las dos de la tarde y Lucas no podía contener la emoción de


ver a su querido perro con ese hermoso pendiente.
- Mira papá, se ve tan contento con el pendiente. Parece que le
gusta. - dice Lucas muy alegre.
Carolina había estado cocinando desde la mañana unos
pastelitos de membrillo que le encantan a Mario.
- Mirá lo que traje amor. - dice Carolina muy contenta
mientras se acerca a Mario con una bandeja repleta de
pastelillos.
- ¡Beethoven! ¡Ven! Se que a ti te gustan también. Vamos,
comete uno. - dice Mario.
- Cuando crezca lo vamos a nombrar “Sir Beethoven”, el
caballero más leal de todos. - dice Lucas.
Lucas llega con su billetera a una cancha de basket que solía
jugar cuando era más chico. Beethoven, siguiéndolo mientras
corría llega unos segundos después.
- Vamos Beethoven. Ayúdame a elegir un aro. - dice Lucas
mientras ingresa a la cancha picando la pelota.
Beethoven corre efusivamente hacia el lado izquierdo mientras
un grupo de chicos, unos años más grandes que Lucas, ingresan
también.
Beethoven comienza a ladrar mientras se aleja de los chicos.
- Vamos, sal de aquí. - dice uno de los chicos a Beethoven
mientras le lanza el balón con fuerza.
Lucas corre y se acerca a los chicos.
- No lo maltraten. Él eligió la cancha primero. - dice Lucas un
poco enfurecido y conteniendo sus lágrimas por el golpe que
le habían dado los chicos a Beethoven.
- Miren quien llego. El pequeño justiciero y su perro. Lárgate
de aquí - dice el más alto de los chicos.
- No. Juguemos un partido. Mi perro Beethoven y yo, en contra
de ustedes. El que gana se queda con la cancha y el perdedor
se va.
Los chicos hablan entre ellos.
- Bueno, que venga tu mugriento perro. Los haremos papilla.
dice el más alto de los chicos.
Ya había pasado más de una hora y el partido estaba muy parejo.
Lucas comenzaba a cansarse y sus brazos le impedían lanzar la
pelota lo suficientemente fuerte para encestar.
- Juguemos solo un punto más. Ya está anocheciendo. El que
anota gana.
Lucas picaba con fuerza la pelota y Beethoven lo seguía a su
lado.
- Toma Beethoven.- dice Lucas mientras le lanza la pelota.
En la mitad del trayecto uno de los chicos intercepta la pelota y
corre hacia el aro contrario.
Una encestada perfecta y el partido estaba terminado.
- Perdón Beethoven. Debería haber lanzado la pelota más
fuerte. Fue mi culpa.- dice Lucas cansado y con una tristeza
que comenzaba a brotar de sus ojos.
- ¡Perdedores! Ahora el perro es nuestro.- dice el chico más
grande del grupo.
Segundos más tarde dos de los chicos del grupo toman a
Beethoven y un tercero lo golpea salvajemente con la pelota.
-¡No! ¡Quiten las manos de mi perro!. - grita Lucas mientras corre
a toda velocidad hacia los chicos.
En ese momento, el muchacho más grande coloca su pierna para
que Lucas caiga al piso.
Un resbalón y Lucas golpea contra el pavimento. Pierde la
consciencia.

---

La luz del sol comenzaba a golpear los párpados de Lucas, y


algunos pájaros cantaban, mientras una lengua caliente y
pegajosa acaricia con entusiasmo su mejilla.
- ¿Beethoven? ¿Qué pasó? No entiendo nada y me duele la
cabeza.- dice Lucas mientras intenta tomar consciencia de la
realidad.
Lucas observa a Beethoven alejarse corriendo.
- ¿A dónde vas Beethoven? No me dejes.- dice Lucas mientras
intenta levantarse un poco confundido y mareado, mientras
se toma la cabeza.
Lucas observa a lo lejos un objeto oscuro. Se levanta como puede
y comienza a caminar en dirección a donde estaba Beethoven. Seis
paso fueron suficiente para que Lucas distinga una billetera.
Al llegar se agacha y la toma. Abre la misma y alcanza a distinguir
una foto que le parecía familiar.
- ¿Quién es Beethoven?, ¿lo conoces? - pregunta Lucas.
Beethoven ladra tres veces y se sienta.
- ¿El chico que te golpeó? - pregunta Lucas.
Beethoven ladra nuevamente.
Lucas mira detenidamente y algo le llama la atención y lo asusta
al mismo tiempo.
- Vamos Beethoven. Sigamos caminando. - dice Lucas.

---

Son las 9.00 am de un un lunes muy normal. La familia estaba


desayunando. Carolina terminaba de preparar unas tostadas y
Mario leía tranquilamente el periódico mientras tomaba una taza
de café espumoso.
- Ma, ¿me pasas un poco más de azúcar?. - dice Lucas a
Carolina.
- Dallas le ha pateado el trasero a New York, ¿puedes creer
esto?. Por eso no veo más fútbol desde los 90 - le comenta
Mario a Carolina.
- Aquí tienes cariño. ¿Te sucede algo?. Te noto un tanto
extraño. - le dice Carolina a Lucas mientras le coloca una
pequeña taza de vidrio con azúcar y una cuchara sobre la
mesa.
Lucas se queda callado sin contestar.
El ambiente se vuelve un poco más tenso y una sensación de
misterio y preocupación invade a Carolina.
Mario seguía leyendo el periódico y Lucas miraba hacia el
horizonte mientras revolvía lentamente el azúcar en su taza.
- Ma. ¿Cómo crees que se comportaría una persona si sabe
que le queda poco tiempo de vida?. - pregunta Lucas a
Carolina pero dejando espacio para Mario también.
- No lo se .. ¿por qué me preguntas eso?. Nunca me lo puse a
pensar pero creo que estaría muy triste. Es hermosa la vida.
- responde Carolina sorprendida y pensativa.
En un movimiento brusco y cortante Mario dobla el periódico y
lo coloca sobre la mesa mientras dirige su mirada, un poco
amenazante, a Lucas.
- Bueno jovencito. ¿Puedes contarnos de qué rayos estás
hablando?. Tu madre y yo hicimos mucho esfuerzo y
pusimos todo nuestro corazón en ti. ¿Quién te ha dicho que
te queda poco tiempo de vida?. - responde Mario muy serio.
Lucas se queda unos segundos en silencio mirando a la nada. La
tensión y el desconcierto eran evidentes en los rostros de Mario y
Carolina.
- No es sobre mí. - dice Lucas.
- ¿Y sobre quién?. - responde precipitadamente Mario.
- Ayer, mientras jugaba al basket con Beethoven y unos
chicos, uno de ellos dejó caer esta billetera con su
documento dentro. - dice Lucas mientras saca de su bolsillo
una billetera marrón y la coloca sobre la mesa.
- ¿Y cuál es la relación?. No entiendo Lucas. - dice Mario un
poco más calmado pero ahora algo intrigado.
Lucas hace un suspiro para relajarse de los nervios y quita
suavemente el documento de la billetera. Lo apoya sobre la mesa
y colocando su palma sobre él lo arrastra hacia donde está Mario.
Mario lo toma y lo comienza a ver curioso y preocupado.
Carolina aún no había hablado, no sabía qué decir.
Mario mira a Lucas como preguntándole si era eso y vuelve a
mirar la foto. Se queda unos segundos mirándola, su rostro se
afloja y sus ojos comienzan a humedecerse.
Carolina advierte que algo le estaba sucediendo a Mario.
- ¿Que pasa Mario? No entiendo nada. - pregunta Carolina
escéptica y preocupada.
Mario le pasa el documento a Carolina, de la misma manera que
Lucas, mientras con su mano derecha busca un pañuelo en su
bolsillo.
- Que triste. Ahora entiendo. - dice Carolina.

----

Era un sábado muy común. Las estrellas jugaban mientras la


gran luna las miraba curiosa e impaciente. El viento era muy
tenue, casi tanto que parecía esconderse de a ratos.
Un olor a carne de pato se hacía paso entre los comensales.
- ¡Beethoven, ven!. Sigue la pelota. - dice Lucas mientras lanza
una pequeña pelota amarillo oscuro y un poco baboseada
hacia el medio del jardín.
- Lucas, que te dije de estar jugando con pelotas por aquí. Ven
y siéntate un poco a conversar con nosotros.- dice Carolina
sentada en una de las sillas mientras toma un poco de
champagne.
- Ven Beethoven.- dice Lucas mientras se sienta en una de las
sillas.
Beethoven se acerca y mansamente se recuesta sobre los pies de
Lucas. Lucas lo acaricia tiernamente. Sus ojos brillosos
acompañan una sonrisa agradable hacia Beethoven.
- Es increíble el precio del oro. Las joyas están cada vez más
caras. Piensa que este pendiente me costó la mitad de lo que
vale ahora.- dice uno de los invitados.
- Si, es verdad. Yo tengo muy pocos pendientes. ¿Podrías
venderlo? ¿Y harías mucho dinero?. - dice Carolina.
- ¡Yo no vendo mis joyas!. Es lo único que tengo.- responde la
invitada un poco enfurecida.
- ¡Alguien quiere pato! ¡Vamos que se lo pierden!.- grita Mario
a unos metros escondido entre el humo de la parrilla.
- ¡Yo quiero la parte más rica! ¡Vamos Beethoven!. - dice Lucas
mientras salta de su silla y corre hacia Mario.
- ¿Cuánto hace que cocinas Mario?. - este pato huele muy rico.-
dice otro invitado.
Los invitados volvieron a sus sillas con sus platos y comenzaron
a comer. Carla, un poco ahogada por el humo, abrió la puerta del
jardín, ingresó y se dirigió a la cocina.
Minutos más tarde, mientras Carolina se encontraba lavándose la
cara, siente que la puerta se abre lentamente.
- ¿Se puede pasar?.- dice Santiago.
- Si, siéntete como en tu casa Santiago.- dice Carolina.
Santiago camina, muy seductor, hacia Carolina, mirándola a los
ojos y con una sonrisa un poco pícara. Carolina, relajada y
tranquila, lo mira mientras se seca las manos con un repasador.
- Cómo ha crecido tu hijo, ¿cómo es que se llamaba?. Me
recuerda a mi cuando era joven.- dice Santiago
- Lucas se llama.- dice Carolina un poco sorprendida al ver
que Santiago se le acerca a unos pocos centímetros de
distancia.
- Que lindo nombre. Cuántas veces he querido ver las estrellas
y jugar con Lucas. Creo que podemos ser buenos amigos.
Hoy estuve conversando con él y me contó el aprecio que
tiene por su perro. - dice Santiago.
- Es una larga historia. Beethoven es un muy buen perro y
creo que se protegen mutuamente.- dice Carolina.
- Si, es muy linda la protección.- dice Santiago acercándose un
poco más a Carolina.
El rostro de Carolina había comenzado a ruborizarse y unas
gotas de sudor comienzan a caer por su mejilla.
Carolina podía escuchar cada vez más lejos el murmullo de la
gente. Un silencio se apodera del momento.

---

- ¡Cariño!, se te está enfriando la comida.- dice Mario abriendo


la puerta.
- ¡Si!, ¡ya voy cariño!. - dice Carolina empujando suave y
rápidamente a Santiago hacia un costado mientras sale
caminando un poco nerviosa hacia la puerta que da al jardín.
- Ma, ¿qué andabas haciendo?. Como tardaste le permití a
Beethoven que se suba a tu silla así me hacía compañía.- dice
Lucas a Carolina.
- Beethoven. Afuera. Espero que no te hayas comido mi plato.-
responde Carolina un poco enojada.
Carolina se sienta y mira hacia ambos lados como buscando algo.
Ve que la silla a su izquierda se encontraba vacía.
- ¡Beethoven!. Ven aquí, siéntate aquí.- dice Carolina un poco
intranquila.
- Pero ma, yo quería que Beethoven se siente conmigo.- dice
Lucas haciendo una especie de puchero con su rostro
mientras mira a Carolina.
- No, no. Que se siente aquí mejor. - dice Carolina.
Beethoven llega caminando hacia la silla pero antes de que se
suba ocurre algo inesperado.
- Disculpe, ¿puedo sentarme aquí?.- dice Santiago mientras
corre con su mano izquierda la silla hacia atrás.
Carolina tapa sus ojos con su mano y gira su cara hacia el otro
lado donde se encontraba Lucas.
- Disculpe compañero, pero ahí me voy a sentar yo. Junto a mi
esposa. Usted puede sentarse del otro lado, hay varias sillas
libres.- dice Mario señalando a Santiago con uno de los
cuchillos que utilizaba mientras miraba de reojo el pato.
Una sonriza sale del rostro de Carolina.

---

La comida fue todo un éxito y los comensales quedaron más que


satisfechos. La noche ya había caído y era hora de ir cerrando la
casa.
La mayoría de los comensales ya se habían ido, incluyendo
Santiago y su esposa. Carolina se acerca a la puerta principal y la
abre. El sonido del viento y de algunas latas de gaseosa se
escuchaban a lo lejos. Algunos grillos habían comenzado a cantar.
Carolina se da vuelta y mira a su mejor amiga, Mónica.
- ¡Cuánto tiempo hacía que no nos veíamos!.- dice Carolina
sonriente.
- Es verdad. La pasé súper bien, tu casa es hermosa y gigante.
Me hubiese gustado conocerla un poco más pero no se dio.-
responde Mónica haciendo una sonrisa un poco fingida.
- ¡La casa!, ¡cómo me olvidé!. Venir pasá, pasá.- dice Carolina
mientras cierra la puerta y sale caminando hacia adentro.
Mónica la sigue por detrás llevando de la mano a su esposo.
- Tú, quédate aquí.- le dice Mónica a su esposo mientras lo
sienta en una de las sillas del living frente al smart tv.
- ¿Por dónde quieres que comience?.- le dice Carolina a
Mónica mientras se detiene justo delante de la escalera que
da a la planta alta.
- ¿Tienes dos pisos?.- dice Mónica haciéndose la ingenua.
- Si, mira. Subamos por las escaleras.- dice Carolina.
Las escaleras tenían solo 15 escalones pero Mónica parecía
haber terminado de correr una maratón al llegar al segundo piso.
- Bueno. Te cuento, a la izquierda es el baño.- dice Carolina
mientras entra y enciende la luz.
El baño era de una talla mediana pero lo que le llamaba la
atención a Mónica era la suciedad. Un manto de polvo que parecía
que habían hecho una expedición arqueológica hace pocos días
daba un tono amarillento grisáceo a todos lugares en donde uno
podría dirigir la mirada.
Carolina, mientras tanto, sin pena ni vergüenza lo mostraba
como el mejor baño que una persona podía ver.
- Los azulejos los compramos con Mario el año pasado y
estuvimos a punto de traernos unos de color azul pero le dije
que el dorado era mi color favorito. Lo único que pudo
conseguir fueron estos amarillos que le dije que me
encantaban, un poco por respeto y porque lo ví un poco
cansado.- decía Carolina abanicándose la cara con el llavero.
- Si, este color gris es genial.- dice Mónica mientras tose
tapándose la boca con su mano derecha.
- Tienes un poco de alergia, bajemos para que no te haga mal.-
dice Carolina.
- No, está bien. Ya se me pasó. Sigamos. ¿El dormitorio de
ustedes cuál es?.- dice Mónica mientras sale del baño.
Carolina abre la puerta del dormitorio que estaba casi en frente
del baño. Una puerta blanca casi impecable, que hacía que el baño
pareciera como de otra casa.
Al abrirse la puerta la pureza e inocencia del color blanco invadía
las pupilas de cualquier ojo. Una cama de dos plazas
perfectamente tendida. A la derecha un ventanal con dos cortinas
blancas y a la izquierda un espejo casi tan grande como la cama.
Carolina entra primero.
Mónica estaba sorprendida por la diferencia que había entre el
baño y el dormitorio.
- ¡Qué cambio!.- dice Mónica.
- ¿Te cuento mi secreto?.- dice Carolina con una sonrisa
pícara.
- ¡Sí, dime!.- dice Mónica.
- ¡Jabón y agua!.- dice Carolina llorando de la risa.
- ¿Me dices en serio?.- responde Mónica sin saber si correr de
la bronca o llorar.
- No, perdón. Me vino el chiste justo en el momento indicado.
Esta casa funciona así … .- dice Carolina.

---

- Nunca pensé que esta casa fuera tan misteriosa. Espero que
no haya escuchado Mario lo que me has contado.- dice
Mónica entre risas.
Carolina sale de su dormitorio, espera a Mónica y luego cierra la
puerta con llave.
- ¿Por qué cierras con llave Carolina?.- dice Mónica.
Mónica se queda unos segundos en silencio.
De repente, a lo lejos, un llanto comienza a escucharse. Unas
gotas pesadas caían lentamente.
El rostro de Mónica cambia totalmente, sus ojos dejan de
pestañear mientras su corazón siente cada lágrima una y otra vez.
- ¿Y ese ruido?.- pregunta Mónica intentando entender qué
estaba sucediendo.
- No lo sé, creo que viene del siguiente cuarto.- dice Carolina.
- ¿Y de quién es ese cuarto?.- responde Mónica.
- Es el cuarto de mi hijo, Lucas.- dice Carolina.
- Vayamos a ver qué le sucede, quizás se siente mal.- dice
Mónica.

---

Al abrirse la puerta Lucas se encontraba sentado sobre su cama


con la cabeza caída. Beethoven, a su lado, mira a Carolina como
diciéndole que aquí estaba sucediendo algo. Dicen que los perros
y los bebés no hablan pero entienden todo.
Lucas gira su cabeza y mira a Mónica. Sus ojos hinchados, rojos y
brillantes por las lágrimas.
- No he podido parar de llorar desde que entraron a su
cuarto.- dice Lucas.
- ¡Corazón!, ¿qué te sucede?.- dice Carolina corriendo hacia
Lucas.
Carolina se coloca delante de Lucas, de rodillas lo toma de la
mano, y mientras lo mira a los ojos espera pacientemente su
respuesta.
- Ma, ¿recuerdas la historia del chico que te conté la otra vez?.-
dice Lucas.
- Si mi hijo. Me habías mostrado el documento de un chico que
había perdido la billetera y que decía una frase muy triste.-
dice Carolina.
- ¿Recuerdas lo que decía?.- dice Lucas aún con los ojos
hinchados.
- Si, lo recuerdo muy bien. Decía: “Maldita la vida. Malditos
todos”.- responde Carolina.
- ¿Y qué piensas hacer? ¿Le devolverás su billetera?.- dice
Mónica.
Lucas dirige su mirada a Mónica y sonríe.
- Sí, eso es exactamente lo que pienso hacer.- dice Lucas
cambiando a un rostro más alegre.

---

Al día siguiente Lucas se levantó, como de costumbre, cerca del


medio día.
Sin embargo, esta vez tenía una energía diferente. Su manera de
caminar era relajada y juguetona.
- Hoy va a ser un gran día.- dice Lucas mientras se sirve un
poco de leche en su taza con cereales.
- No me digas que te has tomado en serio lo que te dijo ayer
Mónica.- dice Carolina.
- Mónica no ha hecho más que reafirmar lo que ya tenía
pensado. Fue mi decisión y tengo fe que voy a volverme a
encontrar con ese chico.- dice Lucas muy decidido.
- Bueno, si es tu decisión no hay nada que yo pueda hacer mi
corazón.- dice Mónica.

---

El día estaba especialmente soleado. La mano de Lucas toca dos


o tres veces su pantalón para asegurarse de tener la billetera.
Lucas sentía que iba a salir a conquistar el mundo. Se sentía muy
orgulloso de poder devolverle al muchacho su billetera.
Sin embargo, había un pequeño problema y era que Lucas no
tenía la más mínima idea de dónde podía estar el muchacho.
Su fiel compañero, Beethoven, se encontraba a su lado para lo
que necesite.
El viento había comenzado a soplar un poco más fuerte que
cuando había salido.
- Beethoven comienza a ladrar y luego sale corriendo en
dirección a donde estaba saliendo el sol.
- Espérame Beethoven. Yo no corro tan rápido.- dice Lucas,
corriendo lo más rápido que podía.

---

Media hora más tarde Beethoven se detiene. La tormenta había


quedado ya varios kilómetros atrás.
Unos segundos más tarde llega Lucas, agitado y exhausto. Su
corazón parecía que se le iba a salir por la boca.
Beethoven lo mira por unos segundos y se echan al piso.
- ¡Beethoven! ¿Qué haces? Te he seguido por casi media hora
y ahora, ¿solo te echas y ya?.- dice Lucas sorprendido.

---

El sol comenzaba a caer y Lucas abre sus ojos luego de una larga
siesta echado sobre el cuerpo de Beethoven.
- ¿Qué hacemos Beethoven?. Tengo hambre.- dice Lucas.
Lucas mira a lo lejos, con sus ojos un poco nublados por lagañas,
y ve un grupo de chicos que caminan en dirección hacia él.
- ¿Quienes son Beethoven?. No los distingo de lejos.- dice
Lucas.
Beethoven se levanta bruscamente y comienza a ladrar con
fuerza.
A medida que los chicos se acercan logra distinguir a uno de
ellos.
- ¡Mira Beethoven!. ¡Es una chica!.- dice Lucas sorprendido.
Beethoven se acerca a los chicos ladrando con todas sus fuerzas
mientras los mismos continuaban caminando a paso continuo
hacia Lucas.
De repente, Beethoven deja de ladrar, se acerca a la chica y la
misma lo acaricia mientras mueve la cola.
- ¡Beethoven!, ¿qué hacés?, ¡no me abandones! Un momento …
- dice Lucas sorprendido y confundido al mismo tiempo.

---

- Que buenas tostadas con miel. Creo que voy a explotar si


como una sola más.- dice Lucas relajado y contento.
Sobre un mantel blanco con flores rojas se encontraban cuatros
pares de manos apoyadas muy relajadamente.
El primer par eran suaves y delicadas, pintadas de color amarillo
con pequeñas flores negras.
El segundo eran delgadas, un poco secas, con algunas pecas y con
algunos pelos de color anaranjado.
Los otros dos pares eran de piel oscura y pelo negro.
- Nunca pensé que eras tan pelirrojo.- dice la chica que se
encuentra en frente de Lucas.
- Yo tampoco, me asusto al verme por las mañanas.- dice
Lucas en un tono de broma.
- Sí, debe ser toda una experiencia.- dice la chica entre risas.
La chica toma un vaso de agua mientras mira a Lucas.
- ¿Cuánto tiempo hace que conocés a mi novio?.- pregunta la
chica un poco más seria.
- En realidad no lo conozco. Solo jugamos al basket con mi
perro Beethoven y fue él quien encontró su billetera.- dice
Lucas.
- Yo creía que lo conocías hace mucho tiempo.- responde la
chica.
- El partido que jugamos fue hace casi un mes, y desde ese
momento no lo volví a ver. Solo tengo su billetera y me
gustaría devolvérsela.- dice Lucas un poco serio y con un
brillo de lágrimas en los ojos.
- Creo que se va a sentir muy bien por ver a una persona
nueva por última vez.- dice la chica.
Los ojos de Lucas se pusieron tensos.
- ¿A qué te refieres con última vez?.- dice Lucas sin mostrar
ningún sentimiento en su rostro.
- ¿No lo sabías?. Mi novio tiene una enfermedad terminal.
Desde pequeño sabía que iba a tener una vida más corta que
la de un chico promedio.
Sin embargo, siempre se hizo cargo de su enfermedad. Nunca la
negó.
El comportamiento que vos me contaste para con tu perro se
debe a otro motivo, y, creo yo, que se debe a la relación que tuvo
con su madre durante su infancia.

---

- La madre de mi novio fue militar de profesión y solía pasar


la mayoría del tiempo fuera de su casa.
Hasta los diez años vivió con su padre adoptivo. No tenían una
excelente relación pero al menos lo cuidaba.
Cuando cumplió los once años, mi novio se enteró de que su
madre había fallecido por un supuesto ataque cardíaco que nunca
se comprobó.
La semana siguiente, su padre postizo le propone viajar al norte
debido a las malas condiciones económicas que tenía en ese
momento a lo que mi novio se negó rotundamente porque se
negaba a dejar la casa y los recuerdos de su madre.
El 5 de marzo de ese año mi novio apuñaló a su segundo padre
con ocho cuchilladas de las cuales tres fueron en el corazón.
Luego de pasar ocho años en un reformatorio de menores salió a
la calle sin dinero y sin saber a dónde ir.
Una mañana yo me encontraba en la cama porque no había
podido pegar un ojo en toda la noche y mi madre me despertó
diciendo que había un chico en la puerta que quería un vaso de
agua.
Un poco escéptica abrí la puerta y un chico muy sucio y
desarreglado me clavó la mirada. Fue como un click que hizo mi
cabeza y luego de darle el vaso con agua le pregunté por qué
estaba tan sucio y oloroso.
Charlamos por casi dos horas sin parar y me dí cuenta que
necesitaba ayuda.
Al día siguiente, luego de hablar con mi madre, le propuse
alojarse en una pequeña pieza que usábamos de depósito.
Un año más tarde nos pusimos de novios.
Hace dos semanas los doctores le dijeron que tenía una
enfermedad que hasta el momento es desconocida pero que en
varios casos había provocado una lenta degeneración de los
músculos del cuerpo ocasionando la muerte de los pacientes.-
cuenta la novia del chico con lágrimas por caerse de sus ojos.
- ¿Y por qué no tiene cura?. Debe haber una manera. Todo se
puede solucionar.- dice Lucas un poco nervioso.
La chica se mantiene en silencio mientras dirige su mirada hacia
otro lado.
Lucas coloca su mirada fija sobre la mesa mientras su rostro se
mantiene serio y pensativo. Sus ojos comienzan a moverse de una
lado a otro buscando alguna explicación.
- Hoy tenemos visita a las 19.30 hs. Puedes acompañarnos si
quieres.- dice uno de los chicos mostrando compasión por
Lucas en su mirada.
- Sí, lo necesito.
Me gustaría devolverle su billetera.- dice Lucas buscando
consuelo.

---

- Permíteme abrir. Creo que está trabada la puerta.- dice la


novia del chico a Lucas.
- Un momento. Está trabada la puerta porque se abría sola.-
dice una voz femenina desde dentro de la habitación.
La puerta se abre y la luz que traspasaba la cortina de la
habitación hace que Lucas entrecierre sus ojos.
- Espera. Ahora coloco la otra cortina.- dice la enfermera.
Lucas se quedó inmóvil viendo el escenario que estaba
presenciando.
El chico rudo, sonriente, y enérgico que había visto aquella vez
ahora estaba en otro estado totalmente diferente.
Al mirarlo a Lucas se le hizo un nudo en la garganta pero a pesar
de eso pudo hablar.
- Hola, mi nombre es Lucas. ¿Me recuerdas?. Yo jugué un
partido de basket con mi perro hace varias semanas.- dice
Lucas.
Inexplicablemente el rostro del chico se tiñó con una sonrisa de
punta a punta.
- Jugaste muy bien. Nunca creí que tu perro pudiera botar la
pelota con el hocico.- dice el chico entre risas.
- Mi perro siempre jugó conmigo y por eso aprendió.- dice
Lucas.
- Los perros siempre aprenden de todo. Yo tenía un perro que
había aprendido a hablar, ¿o era un perico?.- dice el chico
confundido y sonriente.
- De seguro era un perico. No conozco ningún perro que hable
por ahora.- dice Lucas.
- ¿Sabes una cosa?. Me hace muy bien verte. De hecho,
lamento mucho haber golpeado a tu perro. Todos tenemos
un mal día y creo que ese día tomé a tu perro para
descargarme.- dice el chico.
- Lo importante es que mi perro encontró algo que creo que te
pertenece.- dijo Lucas con una sonrisa tímida.
- ¿En serio?, ¿qué es?. No recuerdo haber perdido nada.- dice
el chico un poco preocupado y confundido.
- Entrá Beethoven.- dice Lucas.
La puerta se abre lentamente y Beethoven con la billetera del
chico en su boca, ingresa como si estuviese en su casa.
Se acerca al chico y suelta la billetera sobre la cama.
El chico, con algunas lágrimas cayendo de sus ojos acaricia a
Beethoven.
- Me siento mal. Fui una mala persona con tu hermoso perro.
No merezco seguir viviendo.- dice el chico.
- No digas eso. No fue culpa tuya. Muy pronto estarás bien y
volveremos a jugar al basketball como en aquella
oportunidad.
De repente, el chico mantiene su mirada fija y no contesta nada.
Un silencio invade la sala.
Beethoven se aleja de la cama donde estaba el chico y comienza a
ladrar mientras levanta su mirada hasta el techo.
Lucas se da cuenta que los ojos del chico se habían cerrado y
comienza a gritar.
- ¡Enfermera!. ¡Enfermera!.
El tiempo parecía transcurrir en cámara lenta para Lucas.
Buscando ayuda en las miradas de la gente que se encontraba
sentada fuera de la sala, Lucas sale corriendo despavorido.
Baja la escalera dos pisos hacia abajo.
Los segundos parecían horas para él.
Y de golpe …
Lucas despierta.
Abre sus ojos y mantiene su mirada fija. Su cuerpo estaba
acalorado y sudado.
- Lucas … Lucas … ¿Estás bien?. ¿Le podés dar la billetera que
habías encontrado a mi novio?. Aún no cree que fue tu perro
el que la encontró.- dice la chica.
- Sí, aquí está.- dice Lucas.
El chico toma la billetera bruscamente.
- Si, es mi billetera. ¿En dónde estaba?.- dice el chico.
- Creo que mi perro la encontró. Bueno, ahora que ya la tenés
me puedo ir yendo. No quiero molestarte.- dice Lucas con un
brillo en sus ojos.
Él chico, mira la ventana y se mantiene en silencio. Lucas sale por
la puerta con la cabeza caída mientras Beethoven lo sigue por
detrás. Lucas espera a que salga su perro y apoya la puerta y
cierra la manija lentamente hasta que su muñeca queda
totalmente girada. Luego suelta su mano y se queda inmóvil
escuchando. Las voces se escuchaban muy nítidamente.
- ¿Qué haces?. El chico encontró tu billetera, te la trajo y vos
nos le das ni las gracias. ¿Eso te parece amable?.- dice la
chica un poco enojada.
- Ese chico no lo conozco.- dice el novio de la chica.
- ¿Qué no lo conocés? Ahora me tomás el pelo.- responde la
chica casi a punto de llegar a un pico de estrés.
- No recuerdo.- dice el chico.
- Por favor, dame un vaso de agua.- dice la chica dirigiéndose a
su amigo que se encontraba sentado en una de las sillas del
cuarto.
La chica toma agua hasta acabar del vaso y se tranquiliza.
- Creo que ya es hora de irnos.- Dice uno de los amigos de la
chica.
- Si, no me siento bien. Creo que por hoy ya tuvimos bastante.
¿O no mi amor?.- dice la chica girando su rostro a su novio.
El chico intenta tragar un poco de saliva mientras algunas gotas
de sudor comienzan a salir por su cara rápidamente.
- Creo que me estoy sintiendo un poco mal.- dice el chico
mientras sus párpados comienzan a caerse y su mirada
tambalea de un lado a otro.
- Abrí la puerta. ¡Llamá a la enfermera!.- dice la chica mirando
a uno de sus amigos.
La chica se acerca a su novio rápidamente mientras su amigo
sale corriendo como un misil.
- Tranquilo. Tranquilo. Ya va a pasar. Tranquilo mi amor.
Todo va a estar bien. Respira profundo.- dice la chica
mientras apoya la palma de su mano sobre la frente de su
novio y acaricia nerviosamente su piel.
La enfermera y un doctor ingresan a la sala un poco apurados.
- ¿Qué le sucedió?.- pregunta la enfermera mientras se acerca
al chico y su novio se aleja unos metros hacia atrás.
- Me dijo que se sentía mal. ¡Está sudando mucho!. Estoy
preocupada.- dice la chica comiéndose las uñas y
comenzando a sudar también.
- Por favor, necesito que salgan todos de la sala.- dice la
enfermera.
La chica y sus amigos salen por la puerta. La misma se cierra y el
nerviosismo de la chica se apaga.

---

El pecho de la novia del chico se expandía y achicaba mientras


cientos de lágrimas caían de sus ojos.
Lucas, no sabía hacer otra cosa que abrazarla e intentar
consolarla.
- ¿Por qué?. ¿Por qué tenía que morir?. Era tan joven.- dice la
chica mientras sus manos temblaban.
Los ojos de Lucas estaban quietos sin poder entender aún lo que
había sucedido.

---

Lucas, la chica, sus amigos y grupo de personas que aún no


conocía miraban con la cabeza baja el cuerpo frío e inmóvil del
novio de la chica.
Nadie entendía aún por qué alguien tan joven podía dejar este
mundo tan rápido, dejando a decenas de personas rotas de
tristeza y principalmente a su novia que lo amaba tanto. Quizás,
algún sentido tendría. Quizás, alguna explicación le encontraría su
novia, pero lo cierto era que en ese momento un alma se había ido
y estaría en el recuerdo y el corazón de todos.
La chica apoya su suave mano sobre el cristal, mientras varias
lágrimas aún caían de sus ojos, y se despidió con una mirada que
Lucas nunca iba a olvidar. Una mirada de admiración y respeto.
El cajón se cierra y todos salen de la sala.
Un nuevo día

Las cosas marchaban muy bien para Lucas en estos momentos.


Aquel día de intensa tristeza en el que vió partir a ese chico de la
cancha de baloncesto había quedado en un cajón de su memoria
con un cartel que decía: No tocar.
La novia del chico, luego del intenso estrés tuvo que recurrir a
fármacos de todo tipo durante más de seis meses. Cada vez que
escucha el nombre de su pareja se tapa la boca para no gritar
mientras llora.
Lucas, por su parte, no una persona de llanto fácil pero
sorprendentemente durante el velorio había aflojado tanto su
mirada que fue inevitable para él tomar su pañuelo, casi sin usar,
y retirar esas pequeñas bolitas de cristal que llevaban en su
interior los mejores recuerdos de un partido espontáneo de
baloncesto a plena luz del día.
Por momentos, mientras desayunaba con sus padres, Lucas se
quedaba por varios minutos hasta que su madre un poco
preocupada, le preguntaba si le pasaba algo. Era como si en su
recuerdo, de aquel día que había partido el chico, Lucas quisiese
cambiar el pasado y no tener que estar viviendo esa soledad
profunda que lo atrapaba.
Las caminatas Beethoven se hicieron cada vez más frecuentes y
largas. Su andar era suave y desconsolado. Solía patear cualquier
piedra que encontraba en el camino, quizás, con la fortuna de que
algún día, alguna de ellas fuese alguna piedra preciosa o un
diamante.

---
- Ma.- dice Lucas.
- Sí hijo.- dice Carolina.
- Quiero conocer el mar.- dice Lucas.
- Bueno. Cuando seas grande lo podrás conocer.- dice Carolina
mientras juega un crucigrama en el diario.
Lucas se queda mirando a un costado pensativo.
- ¿Y cuándo seré grande?.- dice Lucas con un poco de
ansiedad.
- Tienes que trabajar, buscarte un empleo y cuando juntes el
suficiente dinero podrás conocer los lugares que desees.-
dice impaciente porque aún no había encontrado la palabra
correcta.
Lucas sale de la cocina mientras Beethoven lo sigue por detrás.
- Beethoven, ¿escuchaste a mamá?
Cuando sea grande voy a poder conocer el mar. Me siento super
ansioso por ser grande.- dice Lucas saltando por la vereda
mientras imaginaba cómo sería sumergirse en la inmensidad del
océano.
Lucas continúa saltando y balanceando sus brazos.
- Creo que el mar y yo vamos a ser muy buenos amigos, lo
puedo presentir. No es para que te pongas celoso igual. Tu
llegaste antes, tú estás primero Beethoven. Además, me
salvaste la vida.- dice Lucas mientras acaricia las orejas de
Beethoven.
- ¡Huaf! … ¡Huaf! … - dice Beethoven.
- Vamos Beethoven, sigamos caminando.
Este es un espléndido día para caminar. ¿A dónde quieres ir?.-
dice Lucas calmado y sonriente.
Beethoven mira a Lucas a los ojos.
- Bueno, busquemos algo para comer si quieres.- dice Lucas.
Beethoven sale corriendo hacia un bote de basura que había a
unos metros.
- ¡No! ¡Beethoven! ¡Esa comida no!.- dice Lucas.
Lucas corre detrás de Beethoven intentando tomar la correa
pero Beethoven corre muy rápido.
- Creo que tendría que hacer un poco de ejercicio más
seguido.- dice Lucas agitado mientras toma sus rodillas con
sus manos.
Beethoven comienza a romper una de las bolsas que se
encontraba en el bote cuando una anciana sale gritando de la casa.
- ¡Lárgate sucio perro!.- dice Isabella.
- ¡Beethoven corramos!.- dice Lucas mientras sale corriendo y
dobla en la esquina de la manzana.
Lucas podía ver en las miradas de las personas que se cruzaba
una sospecha de que algo malo había hecho.
- No los mires Beethoven. No hemos hecho nada malo.- dice
Lucas mientras corre.
Un sonido de un patrullero a unas cuadras hace que Lucas
comience a caminar. Su rostro totalmente colorado y su cuerpo
agitado lo delataban.
- Ven Beethoven. Vamos al parque a tomar un poco de aire.-
dice Lucas.
Lucas encuentra un banco vacío y Beethoven se sienta al lado. Si
Beethoven hubiese tenido ropa de hombre, cualquier persona
hubiese dicho que se trataba de una persona más del barrio por
su forma de sentarse en el banco.
Un vendedor de panchos pasa caminando con su carrito y Lucas
le llama la atención.
El vendedor se acerca y abre la tapa. Un vapor de agua junto con
un delicioso olor a salchichas sale despedido e inunda de
sensaciones el paladar de Lucas.
- Dos panchos, por favor.- dice Lucas mientras coloca su mano
en el bolsillo izquierdo.
- Valla que tienes hambre amiguito. Yo apenas me puedo
comer uno solo.- dice el vendedor sonriente y sorprendido.
- No, es que Beethoven también tiene hambre.- dice Lucas.
- ¿Beethoven? ¿Quién es Beethoven?.- dice el vendedor de
panchos.
- Mi perro. Está justo aquí a mi lado. Está cansado y
hambriento.
El vendedor mira hacia un costado y luego regresa su mirada a
Lucas. Un color extraño se podía percibir en ella. No entendía a
Lucas.
El vendedor toma su dinero y se marcha sin decir ni una sola
palabra.
- Beethoven, creo que no le agradaste mucho a ese hombre.-
dice Lucas riéndose.
Lucas se levanta y comienza a caminar por la vereda de la plaza
mirando hacia el piso. Unas hormigas coloradas marchaban en fila
mientras cargaban cientos de hojitas, ramas y otras cosas más.
- Mira Beethoven. ¿A dónde irán todas estas hormigas?.
parecen estar apuradas.- dice Lucas con mucha curiosidad.
Beethoven sobrepasa a Lucas y comienza a ladrar al grupo de
hormigas con gran fuerza.
- No te asustes Beethoven. Son solo un grupo de hormigas. No
te harán daño.- dice Lucas riéndose inocentemente.
De repente, mientras Lucas caminaba con su cabeza baja un
anciano muy apurado y lo intercepta justo de frente.
Lucas se detiene muy asustado al ver unos zapatos negros muy
bien lustrados y un bastón negro con el mismo brillo. Luego
levanta su mirada lentamente, casi con cautela, como esperando
que lo reten y ve algo que lo asusta aún más.
Un rostro un poco arrugado pero muy limpio daba pie para
comenzar a recorrerlo hasta llegar a una mirada que Lucas nunca
olvidará.
Los ojos cerrados de aquel chico que había conocido en la cancha
parecían abrirse y transmitirle algo en forma de un rostro de
anciano.
- Cuéntame. ¿Por qué las aves vuelan?.- dijo el hombre con
una mirada intensa.
Lucas mantiene su mirada al hombre por unos segundos.
- ¡Ahhh …!.- grita Lucas mientras sale corriendo a toda prisa
por la vereda.
Cuando Lucas mira hacia atrás puede ver que Beethoven se había
quedado con el hombre que parecía tenerlo hipnotizado con
caricias sobre su pelo.
- ¡Beethoven!.- grita Lucas con todas sus fuerzas.
Beethoven sale corriendo hacia el final de la calle. En ese
momento los automóviles al ver la luz verde encendida
comienzan a moverse lentamente, pero Lucas enceguecido por el
miedo cruza la calle y hace que una camioneta se detenga
bruscamente mientras su bocina golpeaba los oídos de las
personas que caminaban por ahí.
- ¡Imbécil!, mira por dónde corres.- dice muy enojado el
hombre de la camioneta.
En su mente solo se encontraba el rostro de ese hombre que le
repetía … Cuéntame, ¿por qué las aves vuelan?
Algunas cuadras más tarde, con Beethoven aún sin poder
alcanzarlo, Lucas comenzó a disminuir su paso poco a poco
mientras esas palabras que le habían hecho sentir miedo ahora lo
estaban haciendo reflexionar.
¿Por qué las aves vuelan?
- ¿Por qué las aves vuelan? … ¿Por qué las aves vuelan?.-
repetía Lucas sin cesar mientras caminaba.
Beethoven, ya cerca, lo sigue por detrás.
- ¿Por qué las aves vuelan Beethoven?. Es muy obvio que es
porque son livianas.- dice Lucas intentando traducir lo que le
había dicho aquel hombre.
Beethoven lo mira a los ojos un poco confundido mientras su
cabeza cae hacia su derecha.
- Sí Beethoven. Mira, si las aves fueran muy pesadas no
podrían planear, ¡se caerían hacia el piso!.- dice Lucas
abriendo sus ojos mientras creía saber a qué se refería ese
hombre.
Beethoven se tira al piso, muerto de calor y un poco cansado.
- ¿Quieres un poco de agua Beethoven?.- dice Lucas mientras
le tira agua de su botella sobre el hocico.
Beethoven mueve sus patas y comienza a rascarse su cabeza con
su pata izquierda.
- Creo que estás mejor.- dice Lucas mientras se ríe a
carcajadas.
Una señora con un bebé en su cochecito pasa caminando a su
lado.
- ¿Le sucede algo al perro?, debe tener pulgas.- dice la mujer
un poco preocupada.
Lucas la mira y entrecierra sus ojos.
- No señora, no tiene pulgas. Mi perro no es pulgoso.- le
responde Lucas haciendo un berrinche.
- Disculpa, no fue mi intención que te enojaras.- dice la señora
apoyando su mano sobre el hombro de Lucas.
- ¿Cuánto tiempo hace que lleva aquí?.- dice Lucas cambiando
de tema.
- Disculpa. No entiendo. ¿A qué te refieres?. - dice la señora
sorprendida.
- ¿Cuánto tiempo hace que lleva aquí molestando a la gente?. -
responde Lucas muy sarcástico.
Una lágrima cae por la mejilla de la señora. Se encontraba sin
saber qué decir. Toma de vuelta el cochecito y se retira
caminando como sin fuerzas.
- ¿Qué crees Beethoven?, ¿se habrá ofendido?. - dice Lucas
temeroso.
Beethoven, sentado sobre sus dos patas, mira a Lucas y luego a la
señora mientras se alejaba caminando.
Lucas se sienta en el piso apoyado sobre la pared de una de las
casas, y agacha la cabeza y tapa sus ojos con sus manos.
- Soy un desastre Beethoven. No me sale nada bien.- dice
Lucas mientras comienza a llorar.
Beethoven lanza un ladrido y se sienta al lado suyo apoyando su
cuerpo contra el de él.
Un hombre que pasaba caminando se detiene unos segundos
mientras observa la situación y se agacha cerca de Lucas. El
hombre extiende su mano hacia el hombro de Lucas.
Inexplicablemente Beethoven no se alteró ni soltó ningún ladrido.
Lucas, mientras levantaba lentamente su cabeza, observa al
hombre y mágicamente aparece una sonrisa en su cara.
- Sí, estoy mejor Gracias.- dice Lucas un poco confundido y
asombrado por la actitud del hombre.
- Como ví que estabas llorando me acerqué. ¿Cómo te
llamas?.- pregunta el hombre.
- Lucas, me llamo Lucas.- responde Lucas con sorpresa.
- Que bonito nombre. ¿Sabes una cosa?. Mi perro también se
llama Lucas.- responde el hombre con un extraño interés.
- Si quiere le puedo contar una historia. Hace mucho años que
Beethoven y yo no conocemos.- dice Lucas.

---

- Carolina. ¿Cuánto tiempo más te voy a esperar para salir de


vacaciones?.- dice Mario un poco enojado.
- ¡Ya termino!, ¡Un momento!.- responde Carolina mientras se
termina de peinar su largo cabello..
- ¿Y esto? … - dice Mario abriendo sus ojos con total asombro.
- ¿Qué sucede corazón?, ¿Qué has visto?.- dice Carolina.
Sobre el piso, a un costado del tacho de basura, lo que parecía
una canasta con un papel a un lado.
Mario se acerca caminando, se agacha y toma el papel.
El mismo decía: “Espero que lo cuiden con amor y paciencia”.
- ¡Mira!, ¡Es un cachorro!, ¡Un cachorro abandonado!.- dice
Mario a los gritos mientras entra corriendo a la casa con el
cachorro en brazos.
Carolina sale corriendo, con el peine enredado sobre su cabello, a
ver qué había sucedido.
- ¿Y no tiene nombre?.- pregunta Carolina.
Mario da vuelta el papel y una palabra escrita decía: Beethoven,
tu compañero de por vida.
- ¡Beethoven!, ¡Se llama Beethoven!.- dice Mario.
- Que extraño nombre, nunca lo había escuchado. Pongámosle
uno más bonito.- dice Carolina.
- Ni lo sueñes. Lo han llamado Beethoven y así lo llamaremos
nosotros.- responde Mario con total decisión.

---
- Y esa es la historia de mi perro Beethoven. Así lo conocí y
desde ese momento nunca nos separamos. El me sigue a
donde vaya en las buenas y en las malas.- dice Lucas
sonriente.
El hombre estaba casi por cerrar sus ojos, a punto de dormirse.
El rostro de Lucas se tiñó de una mezcla de sorpresa e
indiferencia.
Lucas se queda unos segundos mirando al horizonte mientras
parecía recordar algo.
- Viste Beethoven. Que bello atardecer … - dice Lucas.
Beethoven y Lucas se queda disfrutando del bello paisaje, se
levanta y comienza a caminar.
- Estoy teniendo un poco de frío Beethoven.- dice Lucas
lanzando un escalofrío.
Beethoven se acerca y lo sigue a su lado.
- Quizás podamos tomar algo caliente.- dice Lucas.
Beethoven y Lucas siguieron caminando por la calle empedrada.
- ¡Cuidado Beethoven!.- dice Lucas.
Un auto con el motor en muy mal estado y echando humo pasa a
toda velocidad. Beethoven se corre hacia la derecha y en ese
movimiento empuja a Lucas sobre la vereda. Lucas cae de costado
pero por suerte su mochila le amortigua el golpe.
- ¿Estás bien muchacho?.- le grita un hombre que caminaba
por el otro lado de la calle.
Beethoven emite un ladrido y luego Lucas asiente con la cabeza
mientras mira al hombre.
- Ayúdame Beethoven. Al menos se me ha pasado el frío.- dice
Lucas con una sonrisa tímida.
Beethoven ladra nuevamente. Parecía que la comunicación entre
ellos era perfecta aún sin hablar el mismo idioma.
- ¿Dónde podemos ir a tomar algo?. ¿Te apetece un café?.-
pregunta Lucas.
- ¡Uff … !.- dice Beethoven antes de salir corriendo a toda prisa
por la vereda.
- ¡Espérame Beethoven!, ¿A dónde vás?.- dice Lucas corriendo
a toda prisa, intentando seguir a Beethoven, mientras su
pequeña mochila se movía de un lado a otro sobre su
espalda.
Lucas dobla la esquina y sigue corriendo hasta que ve a
Beethoven detenerse. Se detiene, se toma de las rodillas mirando
al piso mientras sus pulmones se hinchan y deshinchan a toda
prisa. Luego su cabeza se levanta lentamente, mientras sus ojos,
un poco cerrados por el cansancio, logran ver algo.
Un cartel, con luces de colores que se movían a su alrededor,
mostraban, escrito en el centro, las palabras de “Rock Café”.
Lucas se queda mirando el bello cartel por unos segundos, baja
lentamente su mirada y gira su cabeza para mirar a Beethoven.
Luego lo mira a los ojos como diciéndole: ¿y ahora?, ¿qué
hacemos?.
Un joven mozo que se encontraba dentro del café cruza la puerta
principal con una bandeja con dos botellas de cerveza, entre otras
cosas. Mientras camina gira un cabeza hacia Beethoven, dándose
cuenta que el bonito perro se abalanzaba hacia él a toda
velocidad. Beethoven realiza un salto hacia la bandeja y la misma
sale volando por lo aires, cayendo boca abajo sobre una pareja de
extranjeros que habían venido a conocer el lugar. Digamos que la
bandeja había llegado, pero sin la cerveza. Segundos más tarde,
luego de dar un par de piruetas en el aire, la botella se aproxima a
la mesa de la pareja y cae perfectamente en el centro y se destapa
por el golpe.
El mozo, sentado sobre el suelo, por la caída, se toma de la
cabeza e intenta buscar con la mirada a Lucas, el cual corre a toda
prisa para calmar a Beethoven.
Luego de todo el barullo; la pareja, inexplicablemente alegre,
comienza a aplaudir y agradecer en su idioma. El mozo, aún en el
suelo, se queda unos segundos reflexionando e intentando digerir
lo que estaba sucediendo y se levanta rápidamente. Luego se
sacude la ropa y camina arrogantemente confiado hacia la pareja,
extrae un papel con la cuenta, lo coloca sobre la mesa y hace un
gesto con su mano izquierda. Ese gesto que hacemos cuando salió
algo perfecto. Se da media vuelta y camina hacia adentro silbando
su canción favorita.
Mientras tanto, Lucas seguía intentando tomar la soga de
Beethoven que se movía de un lado a otro. Cuando por fin toma la
correa, el hombre extranjero levanta su mano y lo llama. Lucas,
sorprendido, se acerca llevando a Beethoven y diciéndole que por
favor no arruine otra vez el momento.
A la pareja le había encantado lo que había hecho Beethoven y
quería llevarlo de viaje por el mundo para que haga espectáculos.
En un principio, Lucas creía que el hombre le estaba diciendo
una broma pero cuando le dijo a Lucas que él también podía
acompañarlo sus ojos se llenaron de una inmensa alegría.

---

Cinco días habían pasado desde aquel suceso con la pareja


extranjera en el bar y la cabeza de Lucas no paraba de fantasear
todo lo que podría hacer en los distintos viajes y lo mejor de todo
era que estaría en compañía de su perro.
Esa misma tarde, mientras Lucas le contaba a sus padres lo que
le había sucedido en el café una cierta tristeza comenzaba a
adueñarse de su pequeño y delicado corazón. No sabía cuánto
tiempo iba a poder soportar esperando una llamada que aún no
había ocurrido. Sin embargo, Lucas sabía muy bien, que el destino
estaba a su favor y que lo que sucediera iba a ser para bien de él.
La noche comenzaba a apoderarse del paisaje que se veía detrás
de las ventanas de la casa. Lucas, caminando con una taza de café
en la mano, repleta hasta el último centímetro, se acerca a la
mesa, cuando de repente el teléfono comienza a vibrar. Parecía
que el sonido llegaba al café mientras la tasa comenzaba a
tambalearse sobre la mano de Lucas. Carolina corre hacia el
teléfono y lo toma. Por alguna razón, Lucas sabía quién estaba del
otro lado del teléfono hablando con su madre.
Luego de casi veinte minutos de charla, Carolina cuelga el
teléfono y le hace una seña a Mario para que lo acompañe a hablar
a solas en el dormitorio. Los ojos de Lucas estaban a punto de
explotar. Aún no sabía quién había llamado y que le había dicho a
Carolina.
Los minutos pasaban y la noche caía aún más. La ansiedad se
estaba apoderando de Lucas. Tres tazas de café parecían no poder
calmar su corazón que estaba latiendo más que nunca.
Cuando el cuerpo de Lucas había comenzado a relajarse y su
cabeza inclinada hacía atrás comenzaba a reposar sobre la silla, la
puerta se abre. Mario y Carolina salen caminando y le dicen a
Lucas que se despierte porque tenían que hablar con él.

---

Lucas corre a toda prisa, salta y abraza a Carolina.


El cielo estaba claro como el agua, ni una nube se asomaba detrás
de los anteojos de sol de Mario.
Luego de quitarse los anteojos de sol le da un fuerte abrazo,
mientras sonríe, a Lucas. Mario no era una persona muy
sentimental; su expresión por lo general era siempre la misma.
Esta vez, una pequeña sonrisa y unos ojos brillosos de alegría y
tristeza al mismo tiempo hacían sentir a Lucas un gran cariño y
aprecio por lo que el destino le había marcado.
Beethoven, mientras tanto, se encontraba saltando y lamiendo
las piernas de Carolina.

---

El celular de Mario marcaba las 15.30 hs. El avión comenzaba a


moverse lentamente. Mario podía ver las manos de Lucas
moviéndose enérgicamente detrás de la ventanilla y la cara de
Beethoven con su lengua afuera mirando como sus cuerpos se
hacían cada vez más y más pequeños.

---

Luego de que el avión tomara altura, el ruido de las turbinas


comienza a notarse cada vez menos hasta que un gran silencio se
escucha dentro del avión. Luego, las personas comenzaron a
hablar y hablar. Lucas estaba callado.
La imagen de ver a sus padres alejándose le había provocado
muchas sensaciones que nunca había sentido antes. Mirando
hacia su pequeño bolso Lucas extiende su mano y saca un pañuelo
marrón y gris.
Unas pequeñas lágrimas y una nariz húmeda y floja demostraban
que toda aventura conlleva una pérdida.
Luego de limpiarse bien los ojos dobla su pañuelo y extiende su
cabeza hacia la ventanilla. Nunca había visto un paisaje tan
hermoso como en aquel momento. Un conjunto de carreteras
grises, como finos alambres, bordeaban un grupo de montañas y
un pequeño río que las cruzaba.
- ¿A dónde vamos?.- pregunta Lucas.
- Nuestra primera parada será en unas de las ciudades más
bellas del mundo, te encantará. Una familia amiga nos está
esperando en el aeropuerto y luego nos llevará a su casa a
unos tres kilómetros de ahí. Pero ahora no te preocupes del
destino, solo disfruta el viaje. Toma, aquí tienes una revista
que editamos nosotros sobre nuestros shows.- dice Pilar, la
muchacha extranjera.
Lucas toma la revista con entusiasmo e intriga, la abre y
comienza a leerla mientras Beethoven se acerca curioso a ver las
páginas a color.
En la revista se podían ver imágenes de los diferentes shows que
habían hecho a lo largo de todo el mundo. Durante el primer año
habían recorrido casi sesenta ciudades en diferentes países del
mundo, una cantidad impensada para cualquier persona común y
corriente.
Luego de pasar la sexta página, una publicación le había llamado
poderosamente la atención a Lucas. La misma contaba sobre un
show de animales en donde le hacían pasar cuchillas por el aire
mientras los animales caminaban con una venda por una serie de
pasarelas de madera. El rostro de Lucas se llenó de espanto y
preocupación. Su cuerpo se puso rígido como una piedra mientras
sus mirada se movía lentamente hacia el asiento donde estaba la
pareja. Luego de volver la mirada Lucas estira su brazo y deja
sigilosamente la revista sobre un costado del asiento. La mirada
de Beethoven le decía que aún no se había dado cuenta lo que
estaba por venir.
---

El ruido de zapatos golpeando el suelo hacen que los párpados


de Lucas se muevan varias veces y una suave mano de mujer
sobre su hombro lo termina por despertar.
- Hola Lucas, parece que disfrutaste del viaje.
Lamentablemente el avión ya ha aterrizado. Es hora de
salir.- dice Pilar.
- Si, ¿y Beethoven?.- dice Lucas preocupado.
- ¿Tu perro?. Ya ha bajado hace unos minutos.- responde la
chica.
Lucas toma su mochila y sale caminando rápidamente hacia la
puerta de salida. A medida que se acerca a la puerta una luz muy
intensa le nubla los ojos; sin embargo, sigue caminando. Los
colores parecían más intensos que nunca. El día estaba
espléndido.
Lucas se baja, y llenando sus pulmones con mucho aires ve, a
varios metros, la figura de Beethoven, sentado como una estatua
al lado del hombre extranjero.
Una suave mano vuelve a tocar su hombro.
- Vamos, por allá. Nos están esperando.- dice Pilar.
La temperatura era un poco mayor a la que había en el avión, y
Lucas, tan pronto como bajó comenzó a sudar bastante, sentía
como una gotas gruesas acariciaban rápidamente su mejilla.
Beethoven no paraba de sacar su lengua hacia dentro y hacia
afuera.
- Tenemos poco tiempo. Nos esperan en cinco minutos en la
parada del autobús.- dice Santiago, el muchacho extranjero,
un poco nervioso.
- Bueno, no perdamos tiempo, ¿no?.- responde Pilar
dirigiéndose con una simpática sonrisa a Lucas.
Lucas, un poco tímido, solo le sonríe y agacha su cabeza.
El aeropuerto se encontraba repleto de gente, la mayoría de
origen asiático, que venía a pasar sus días en esa inmensa y
poblada ciudad.
Luego de caminar, por al menos veinte minutos, Lucas ve una
parada de autobús repleta de gente. A medida que se acercan,
Santiago levanta su brazo y comienza a saludar.
- ¡Por aquí!.- dice Santiago.
Un grupo de dos personas mayores y una muchacha se acercan.
Santiago se apresura caminado y con un cálido abrazo saluda a la
señora y luego al resto.
- Queridos, les presento a mi pareja y a un muchachito muy
especial que vino a acompañarnos. Su nombre es Lucas y
este es su perro, Beethoven.- dice Santiago.
- ¡Qué bonito perro!.- dice la muchacha saliendo de atrás y
agachándose para acariciar a Beethoven.
Lucas se queda mirando a la muchacha.
- Que hermoso. ¿Es tuyo?.- pregunta la chica mientras levanta
su cabeza hacia Lucas.
- Si, le puse el nombre Beethoven porque me pareció muy
artístico.- responde Lucas.
- Qué bonito. Me encanta.- responde la chica.
- Si, es muy bonito.- dice Pilar mientras miraba casi
enamorada a Beethoven.
- ¿Cómo estuvo el vuelo?. Me enteré que hubo una gran
tormenta.- pregunta Abelardo, el anciano, mientras mira al
chico extranjero.
- Fue solo pasajera, pero no se sintió mucho.- responde el
chico.
- ¿Tú sentiste algo Lucas?.- pregunta Pilar entre risas.
- No, me quedé dormido la mayoría del vuelo.- responde
Lucas.
- Bueno, creo que ya es hora levantar las maletas. ¿No les
parece?.- pregunta Abelardo.
- Si, es justo lo que estaba pensando.- responde Santiago.
El día estaba cayendo pero el ánimo y optimismo de Lucas eran
cada vez mayores.

---

La casa de aquella pareja era inimaginablemente grande para


Lucas, acostumbrado a su hogar con tres habitaciones y un baño
pequeño. Desde fuera se podía ver una gran puerta de casi tres
metros de alto que al abrirse le daba la sensación a Lucas que
entraba en otro mundo. Un hall de más de veinte metros de largo,
formado por baldosas blancas y negras perfectamente lustradas,
se presentaba ante los ojos deleitados de Lucas.
Al ingresar, un hombre, que parecía ser el mayordomo se acerca
a Lucas.
- Disculpe, pero me voy a tomar el atrevimiento de higienizar
a su perro para que pueda caminar libremente por el hall.-
dice el hombre.
Lucas, con una cara un poco desagradable mira al muchacho
extranjero.
- Ven, en unos minutos volverá limpio y contento.- dice el
muchacho.
Lucas relaja su mano mientras el mayordomo toma la correa y se
lleva a Beethoven hacia uno de los baños.
- ¿Cómo me habías dicho que te llamabas?.- pregunta la
muchacha acercándose a Lucas.
- Lucas, ¿vos debés ser Sol?.- respondiendo con el primer
nombre que se le ocurre.
- ¿Cómo sabes?. Si, me llamo Sol.- responde la muchacha
asombrada.
- Solo miré tu pendientes, y cómo tienen la forma de un sol,
supuse que podría ser un buen nombre.- responde Lucas
asombrado por la creatividad que estaba teniendo para
inventar tantas palabras en tan poco tiempo.
- ¡Qué bárbaro!. Eres muy intuitivo. Eso es muy bueno.-
responde la muchacha.
Todos pasan el hall principal el cual desembocaba en la sala de
estar. Una mesa impecablemente limpia con dos velas en el centro
y tres floreros colocados de una forma intercalada le hacían sentir
a Lucas una sensación muy acogedora.
- ¿Les gusta el arroz con mariscos?. Ese es el plato de esta
noche.- dice Abelardo.
Lucas se acerca a una de las sillas cuando a su izquierda ve venir
a Beethoven a toda velocidad.
- ¡Beethoven!.- dice Lucas mientras una hermosura de pelos
recién perfumados se sube a sus brazos.
- ¿Me puedo sentar aquí?.- pregunta la muchacha.
- No, esta silla es para Beethoven.- responde Lucas con gran
confianza.
- Parece que el muchachito sabe bien cuánto quiere a su
perro.- dice Abelardo sonriente.
Todos, menos la muchacha, se ríen.
- ¿Y cuando vas a hacer tu siguiente show?.- pregunta Isabella
a Santiago.
Santiago se sienta y saca una agenda y un lápiz.
- Bueno, según nuestro calendario. El próximo sábado 27 de
Febrero tendríamos un show en uno de los lugares más
reconocidos de esta ciudad, luego a unos pocos kilómetros
de ahí, una semana más tarde vamos a presentar un número
nuevo en ese mismo lugar.- responde Santiago.
- Pero qué maravillosa idea. Un nuevo número. ¿Y de qué se
va a tratar?.- dice Isabella con entusiasmo y curiosidad.
- Lamentablemente no le puedo adelantar demasiado pero lo
que sí le puedo decir es que nuestro pequeño amiguito de
cuatro patas va a ser la estrella principal.- responde
Santiago.
Lucas, mientras tanto, comía los deliciosos mariscos y con una de
sus orejas mirando de reojo escuchaba atentamente lo que decían
todos.
La comida fue todo un éxito. De hecho, el mayordomo, unos
minutos más tarde, se sentó en una de las sillas y comió como uno
más de la familia.
La noche había caído y cada uno de los integrantes se estaba
yendo a sus habitaciones.
- Me alegra mucho que hayas venido. Eres muy agradable y tu
perro es una hermosura.- dice Abelardo sonriente con una
de sus manos apoyada en su hombro y la otra señalando al
cuarto de huéspedes.
Luego de que Lucas y Beethoven lleguen al cuarto, estos abren la
puerta. Un vacío totalmente negro y un congelado silencio
hicieron detener su corazón.
- Beethoven, aquí no se ve nada. Ayúdame a buscar el
interruptor.- dice Lucas sintiendo que su corazón se
aceleraba con cada paso que daba.
El silencio era tal que Lucas podía escuchar la respiración de
Beethoven. De repente, se le coloca la piel de gallina, traga saliva y
realiza una profunda respiración.
- Beethooooven … - dice Lucas.
Lucas gira su cabeza hacia atrás, y mientras su corazón se agita
aún más, ve una sombra que parecía ser de un perro inmóvil
como una estatua.
- Que extraño que no respire Beethoven. ¿Entonces quién está
respirando?.- se pregunta Lucas comenzando a ponerse
pálido.
- ¡Huaff … !.- ladra Beethoven.
- ¡Beethoven, no me asustes más!. Ven aquí.- grita Lucas.
La sombra, que se encontraba aún en la puerta, se mueve
rápidamente hacia él y lo lame. De repente, su corazón se
tranquiliza y una larga respiración sale de su cuerpo.
Lucas, extendiendo su mano derecha, acaricia el pelaje suave de
Beethoven.
- Vamos, te dije que me ayudaras a buscar el interruptor.- dice
Lucas.
Unos segundos pasan y Lucas ve la sombra de un hombre en la
puerta aún abierta, era la única entrada de luz que tenían.
- ¿Qué está pasando aquí?.- dice un hombre.
De repente, se enciende la luz.
- No encontrábamos el interruptor.- le responde Lucas al
anciano.
- ¿Vez aquí en esta marca colorada?. Este pequeño botón
enciende las luces. Se rompió hace un año y aún no lo hemos
arreglado.- le responde Abelardo.
Lucas le da una palmada a Beethoven para que se corra y se
acerca al anciano.
- Disculpe, ¿me podría decir dónde se encuentra el baño?.-
pregunta Lucas.
- Si, por supuesto.- responde Abelardo sonriendo.
Lucas entrecierra la puerta y asoma su cabeza al interior del
cuarto.
- Beethoven. Quédate aquí hasta que vuelva.- dice Lucas.
Un largo pasillo de paredes, un poco amarillas pero aún
conservadas, daban a uno de los baños de la casa. El piso era de
madera y hasta se podía oler un aroma a bosque a medida que se
caminaba por él.
El andar de Lucas, siempre era relajado, aún estando con muchas
ganas de ir al baño. Disfrutaba de cada segundo como si fuera el
último. Mirando de arriba a abajo los cuadros que se presentaban
colgados por la pared y los detalles del diseño de los marcos de
cada uno de ellos.
- Disculpe, ¿el hombre que se encuentra en este cuadro es
usted?. Parece que ha estado en medio de una guerra.-
pregunta Lucas muy curioso.
- No, ese hombre, un poco ensangrentado y sucio por el polvo,
es mi padre. Falleció cuando yo tenía ocho años a causa de
una bomba que explotó a unos pocos metros del lugar donde
se encontraba durmiendo. Esa foto fue tomada por una de
las pocas personas que sobrevivió al bombardeo, era un
fotógrafo de uno de los periódicos más importantes del país.
El hombre se dedicaba a tomar fotos durante la guerra y
estaba todo el tiempo con mi padre y los demás soldados.-
responde Abelardo con un rostro serio mientras sus ojos
comenzaban a brillar.
- Osea que su padre era un soldado, ¿no?.- pregunta Lucas.
- En realidad es una larga historia, pero digamos que trabajó
durante mucho tiempo para las fuerzas militares de su país.-
responde Abelardo.
- Ah, ¿usted me dice que no nació aquí?.- responde Lucas.
- No, él nació en Italia, en un pequeño pueblo a unos pocos
kilómetros de la ciudad de Roma.
Durante su infancia asistió a uno de los colegios más
prestigiosos, pero una discusión con uno de sus compañeros de
clase terminó con su expulsión permanente. Según me contaron,
era uno de los chicos más brillantes del colegio, pero su actitud
rebelde lo empujó a otro estilo de vida.
¿A tí te interesan las guerras?. No te quiero aburrir con mi relato-
. dice Abelardo sonriente.
- Sí, continúe. siempre me ha fascinado la historia y más
contada por sus protagonistas. Digamos que usted no estuvo
en la guerra, pero es como si la hubiera vivido.
- Ven, te enseñaré algo. Sígueme.- dice Abelardo mientras se
dirige a uno de los cuartos más alejados.
Abelardo llega a la puerta, levanta su mano y abre una tapa que
contenía una pequeña llave dentro. Abre la puerta, moviendo
antes un pequeño pasador con una cadena y enciende la luz.
- Ven, pasa.- dice Abelardo.
Lucas pasa la puerta y su rostro se llena de asombro.

---

- Amor, ¿vamos a buscar al pequeño?. Seguramente debe estar


a punto de dormirse y aún no le contamos cómo va a ser
nuestra función.- dice Santiago.
- Estoy realmente cansada. Hoy fue un día agotador.
Estuvimos viajando por muchas horas. ¿No podríamos
contárselo mañana?.- responde Pilar casi con los párpados a
punto de caerse por completo.
- Bueno, pero mañana recuérdame que me acerque al
pequeño y le diga. Por cierto, ¿esta correa no es de su perro
Beethoven?.- pregunta Santiago.
- Si, la tomé de la silla donde se había sentado el perro. Bueno,
está bien. Vé al cuarto si quieres.- responde Pilar entre risas.

---

Los ojos de Lucas comenzaban a hacerse más y más grandes.


El cuarto era como una máquina del tiempo, que permitía
transportarse a una época pasada, donde la lucha por la posesión
era el único objetivo.
Decenas de cuadros con fotografías de militares en plena batalla
inundaban las pupilas de Lucas.
Enfrentamientos que parecían casi imposibles de fotografiar,
habían sido tomados por aquel excepcional fotógrafo que, en
numerosas oportunidades, había expuesto su vida por su amada
profesión.
- Estoy anonadado. Nunca había visto tanta cantidad de fotos
de una misma batalla.- dice Lucas.
- ¿No son fascinantes?. Para ser preciso, son 145 cuadros, sin
contar otras tantas fotografías que no se han podido colocar.
El fotógrafo tuvo unos problemas de salud luego de estar
trabajando con mi padre, y por eso, decidió regalarme todos
los rollos porque quería alejarse definitivamente de ese tipo
de fotografía.
Actualmente, con sesenta y cuatro años se dedica a fotografiar
paisajes recorriendo el mundo, luego de que su querida esposa
falleciera por una enfermedad en los pulmones.- respondió
Abelardo.
- Disculpe, me quedé pensando en lo que me dijo al principio.
Usted dijo que su padre… - dice Lucas con un rostro entre
confundido y desconfiado.
---

Santiago sale de un salto de su cama y se dirige a la puerta


apresurado.
- Mi amor, ¿no te estás olvidando nada?.- dice Pilar.
Santiago se detiene con su mano derecha sobre el picaporte y
gira lentamente su rostro hacia la chica.
- ¿La correa!.- dice el chico.
Pilar toma la correa marrón y amarilla que se encontraba sobre
la cama y la lanza hacia Santiago.
El chico levanta su mano izquierda, atrapa la correa, sonríe y se
va.
- ¿Dónde podrá ser el cuarto de Lucas?- se pregunta Santiago
mientras camina por uno de los pasillos mirando hacia todos
lados.
Luego a unos pocos metros ve una puerta entreabierta, se asusta,
y vuelve caminando en sentido contrario.
- ¿Qué me está pasando?. Es solo una puerta abierta.- se dice a
sí mismo el chico.
Luego vuelve a girar y retoma su camino con una actitud más
decidida
- ¡Hola!, ¿Lucas?, ¿Beethoven?. Te traje tu correa.- dice
Santiago mientras busca a Lucas en la oscuridad del cuarto.
Luego, la puerta se cierra rápidamente.

---

Más de dos horas han pasado y Pilar, recostada sobre su cama y


medio dormida, comienza a preguntarse sobre su chico.
- Me estás empezando a preocupar … y justo cuando me
estaba quedando dormida.- se dice a sí misma Pilar.
La chica se destapa, sale de su cama y comienza a cambiarse.
De repente, un grito se escucha a lo lejos.
- ¡No! … - dice alguien alzando su voz.
Pilar comienza a vestirse rápidamente, busca la llave, pero de los
nervios, coloca la incorrecta. La llave se traba y la chica comienza
a golpear fuertemente la puerta.
- ¡Ya voy cariño!.- grita la chica.
La llave se suelta, la chica toma otra, abre la puerta y sale
corriendo por el pasillo.

---

La luz se enciende en el cuarto donde se encontraba Santiago.


El chico, mirando en todas direcciones, aparece en el centro del
cuarto mientras Lucas se encontraba sentado en uno de los
sillones de la sala de fotografías de la guerra.
- Perdón muchacho, dice Abelardo. Lucas y yo escuchamos a
una persona corriendo por el pasillo y por precaución
apagamos las luces. ¿Qué se te da por andar corriendo por la
casa a estas horas de la noche?.- pregunta Abelardo un poco
molesto.
Santiago se sienta al lado de Lucas y agacha la cabeza.
- Mire, le podría decir que encontré esta correa y quería
devolvérsela a Lucas pero como somos solo hombres en este
cuarto, no le voy a mentir. Estoy pasando momentos duros
con mi novia.
No es que no la quiera, pero hay cosas que me molestan
mucho.- dice Santiago.
Abelardo se acerca al muchacho y lo toma del hombro.
- Ven, vamos a tomar un poco de aire fresco. Tú y Beethoven
pueden venir también si lo desean.- le dice a Lucas.
El cielo estaba un poco nublado, pero aún así se podía observar
algunas estrellas en la noche.
Abelardo en el centro, el muchacho a su derecha y Lucas a su
izquierda con Beethoven. Todos caminando, como un grupo de
amigos, por las calles de esa hermosa ciudad.
- Bueno, cuéntame que te está sucediendo muchachito.- le
dice Abelardo al chico extranjero.
- Es un poco largo de contar pero la noche lo amerita.
Mi novia y yo nos conocemos desde la infancia. Nuestros padres
eran muy buenos amigos y solían cenar juntos. Por lo que la
familia de mi novia siempre estaba unida a la mía.
Todo comenzó como un juego. Mi novia siempre me molestaba
cuando nos reuníamos para comer pero siempre sonreía cuando
la tomaba de la mano para decirle que lo deje de hacer.
Eran como esas cosas inexplicablemente agradables de la vida.
Un día, en una de esas tantas comidas que hacíamos, ella se
descompuso y le dijo al padre que tenía muchas ganas de vomitar.
Sus padres eran esa clase de personas que cuando estaban
disfrutando de una buena charla se olvidaban de todo, hasta de su
propia hija. Sin dudarlo, la tomé de la mano y la llevé a uno de los
baños que se encontraba en el patio trasero.
Con mi mano sostenía la suya y con la otra la llevaba de la
cintura mientras su cabeza miraba hacia abajo.
Luego de salir de la casa me dirigí hacia el baño y para colmo la
puerta se encontraba cerrada con llave. En ese momento noto que
sus músculos se aflojan y yo sin poder sostenerla caigo con ella
hacia el jardín.
Luego del shock de la caída y tumbado sobre ella en el piso, me
doy cuenta de que sus ojos se encontraban completamente
cerrados.
Segundos más tarde su cabeza gira hacia su lado izquierdo. Mi
corazón había comenzado a latir a mil kilómetros por hora.
Me comencé a preguntar si sus padres creerán que yo la había
asesinado.
Realmente estaba preocupado. Tenía que saber si estaba
consciente.
Levanté mi mano izquierda y la apoyé sobre su pecho, su
corazón tenía que seguir latiendo.
De repente, para mi sorpresa, ella levanta su mano izquierda con
su dedo índice me señala su mejilla. Comencé a mover mi mano
izquierda en dirección a su rostro pero con su otra mano me
detiene.
¿Qué le está sucediendo?, ¿Qué me quiere decir?, me preguntaba
a mí mismo.
Confundido, y a punto de entrar en una crisis nerviosa, vi que sus
ojos se abrieron y en una mirada entendí todo.
Me acerqué un poco más a sus rostro y extendí el mío para darle
un beso en la mejilla cuando, de golpe, ella gira su cara y sin
darnos cuenta, o quizás, a propósito, nuestros labios se chocan. Mi
piel se erizó automáticamente y mi corazón comenzó a latir aún
más fuerte.
Lo demás es historia, venimos siendo una pareja por más de
quince años.- cuenta Santiago.
- ¡Qué bonita historia!.- contesta Lucas muy contento.
- Es maravillosa, pero aún no has contado tu problema.- dice
Abelardo confundido.
- Si, es verdad. ¿Podríamos sentarnos en este banco?.- dice
Lucas.
Los cuatro se sientan en un banco, alumbrado solo por un
pequeño farol que había a unos metros.
- Bueno, cuéntame qué te sucede.- dice Abelardo.
- Creo que estoy triste y no sé por qué.- dice Santiago.
- Lucas se acerca y lo abraza para consolarlo.
- Es difícil a veces comunicar los sentimientos.- responde
Abelardo, con un brillo en los ojos mientras su cabeza se
eleva.
Lucas lo mira a los ojos con un brillo similar.
- Recuerdo, un día. Era otoño, la ciudad estaba repleta de
hojas por todos lados.
Me sentía un poco caído, así que salí a caminar por ahí. No tenía
un rumbo fijo pero cada paso que hacía me sentía más y más
relajado; como si al moverme mi cuerpo se tranquilizara sin
explicación alguna.
Habré vagado por aquellas calles por al menos dos horas, hasta
que un hombre, que se encontraba pidiendo limosnas, me miró y
me dijo que me acerque.
Al principio, me pareció un poco extraño, que sin conocerme, me
quisiera ayudar.
- ¿Qué te trae por aquí mi hijo?, te he visto ir y venir por más
de una hora. ¿No te duelen los pies?.- me dijo Abelardo.
- Es que no lo noto, mi corazón me duele más.- le respondí.
Abelardo levantó su mano y la apoyó sobre mi cabeza por unos
minutos mientras sus ojos se cerraban. Me dejé llevar por el
momento y cuando me quise acordar sentí una inmensa paz que
llegaba a mi corazón.- contaba Abelardo.
- Discúlpeme. Un segundo. ¿Usted me está queriendo decir
que lo que tengo se va a solucionar por arte de magia?.-
responde Santiago un poco enojado.
- ¿Podrías dejarme terminar la historia?. La mayoría de la
gente solo escucha una parte del mensaje, y cuando se
empieza a sentir incómoda huye. Cómo tú. Le coloca
nombres a lo que le sucede, como: tonterías, estupideces,
vergonzoso y una cantidad gigante de atributos solo para
auto engañarse y convencerse de no seguir su camino,
aunque su corazón le esté diciendo lo contrario.
Cómo te contaba. Sentí un amor inmenso en mi corazón, como
nunca antes había sentido. Mi alma se llenó, y sin darme cuenta,
abrí los ojos y comprendí, que todo lo demás, lo que quería
conseguir y obtener era solo un deseo de llenar mi alma y ahora
ya no lo necesitaba.- dice Abelardo.
- Perfecto. Ahora entiendo un poco mejor. Me interesa su
historia. ¿Pero cómo me ayudará todo lo que me dijo a
resolver mi tristeza?.- responde Santiago.
- Mira, te voy a contar un secreto. Tu tristeza no es un
problema. Tu tristeza es solo una manera que tiene tu alma
para dirigirse al camino correcto. Y por eso, debes prestarle
mucha atención. No debes pasarla por alto, ya que todos tus
anhelos, tus deseos y tus sueños ya han sido vividos por tu
alma en otra dimensión.- cuenta Abelardo.
- ¿Entonces usted me está diciendo que mi tristeza es buena?,
pero me duele el corazón, ¿cómo puede ser bueno un
dolor?.- respondí un poco confundido.
- Mira, cuando tienes algún dolor físico, tu cuerpo te avisa, y si
no lo escuchas y lo curas el dolor te seguirá. El corazón es un
poco diferente, tarda mucho más tiempo en curarse, pero si
no haces nada el dolor podría ser insoportable.- dice
Abelardo.
- Entiendo.- le dije.

---
Cinco días habían pasado desde aquella reunión nocturna que
habían tenido esos cuatro hombres, incluyendo Beethoven, por
supuesto.
Lucas ya se estaba poniendo cómodo en su nueva transitoria
casa, que hasta había decorado el cuarto de huéspedes con
dibujos de aviones.
Un día, Abelardo, dueño de la casa, abre la puerta del cuarto y
encuentra a Lucas en un estado de concentración y paz absoluta,
dibujando, con tizas de diferentes colores, unos dibujos de
aviones, que oscilaban entre infantiles y profesionales, al mismo
tiempo.
Abelardo se detuvo y no cerró la puerta para no despertar a
Lucas de su estado de concentración absoluta; por el contrario, se
quedó mirando con una sensación entre fascinación y rabia.
Por un lado, un pequeño extraño, le había pintado las paredes del
cuarto de huéspedes que con tanta paciencia y dedicación había
sabido mantener por todos estos años, y por otro, los dibujos le
daban un toque muy fresco al cuarto.
De repente una pequeña brisa hizo que la puerta comenzara a
moverse y se cerrara bruscamente. El golpe fue tal que hizo que
Lucas se asustara y de un golpe se diera vuelta.
Sin decir ni una palabra, con las tizas de colores en sus manos y
con cara de asustado, Lucas se mantuvo inmóvil, mirando al
anciano. Luego Abelardo, levantando su cabeza, comenzó a
observar cada uno de los dibujos que había hecho Lucas.
Digamos que era como una galaxia de aviones. Algo nunca antes
visto por Abelardo.
Los aviones estaban perfectamente detallados y la manera en
que estaban ubicados unos con otros le daba al anciano la
sensación de que estaban jugando unos con otros, como si se
movieran y bailarán por las paredes.
- ¡Mi hijo!, ¿tú has hecho estos dibujos?.- pregunta Abelardo.
- Si, le pido perdón. No fue mi intención estropear su pared, ya
mismo los borro.- dice Lucas un poco nervioso.
Lucas se acerca a un pequeño balde con agua, se agacha y
extiende su mano para tomar una esponja, que se encontraba
flotando.
- ¡Espera!. No los borres.- dice Abelardo tomándolo de la
mano.
- ¿No quiere que los borre?.- pregunta Lucas sorprendido.
- No, tú me has enseñado algo muy importante.- dice
Abelardo.
- ¿Ah sí?, ¿qué es?.- pregunta Lucas.
- Tú me has enseñado que el arte es mucho más importante
que la belleza. La belleza es apariencia; sin embargo, el arte,
el arte es la expresión viva de los sentimientos.
- La belleza puede cambiar con las épocas, pero el arte, el arte
se mantiene, el arte es atemporal.- dice Abelardo mirando
con asombro nuevamente los dibujos.

---

Desde aquel día, Abelardo y Lucas comenzaron a llevarse cada


vez mejor.
Por las mañanas, Abelardo se acercaba a su cuarto, y con mucho
ingenio, lograba que Beethoven no se despierte y con sus manos
lo despertaba a Lucas haciéndole cosquillas. Lucas saltaba de la
cama una y otra vez hasta que Abelardo, cansado de mover las
manos, se apartaba. Y ahora era el momento de correr; porque
Lucas lo seguiría por toda la casa devolviéndole las cosquillas.
- ¡Basta!, ¡basta!. Ya es suficiente.- grita Abelardo riéndose.
- Tú te lo has buscado.- responde Lucas decidido a hacerlo reír
hasta que no pueda más.
- Parece que se están divirtiendo.- dice Isabella.
Isabella se acerca e intenta separa a Lucas de Abelardo.
- ¡Ten más cuidado!. Lo lastimás.- dice Sol, la hija de los
ancianos, mientras entra a la sala de estar donde se
encontraban todos.
La escena era la siguiente. Abelardo, tomando con sus dos
manos, una silla de estilo antiguo, impecablemente lustrada por
uno de sus mayordomos. Del otro lado de la silla, Lucas
empujando la misma para que Abelardo se caiga. Isabella, detrás
de Lucas, tomándolo de la cintura para que el revuelo termine.
Los tres integrantes, con su cabeza, girada hacia Sol, la hija de los
ancianos, y con sus ojos muy abiertos de la sorpresa.
Isabella suelta suavemente a Lucas mientras su mirada se
mantiene hacia la muchacha.
Se retira un paso hacia atrás.
Lucas, agachando la mirada se hace a un lado y pide perdón a
Isabella. Abelardo suelta sus manos de la silla y hace un paso
hacia atrás.
- Creo que me sobrepasé.- dice Lucas, como pidiendo perdón.
Abelardo toma la silla y la coloca de manera ordenada junto a la
mesa.
- Mi amor, ¿me ayudas a ordenar el cuarto?.- dice Isabella.
Abelardo se acerca a Isabella y juntos salen de la sala de estar.
Lucas, se rasca su ojo derecho y traga saliva. Luego mira de reojo
hacia su derecha. La chica, que se encontraba del otro lado de la
mesa del hall parecía buscar algo. Mirando hacia el piso comienza
a caminar alrededor de la mesa mientras se acerca a Lucas cada
vez más.
Lucas, sin saber que hacer, comienza a caminar en el mismo
sentido. La chica comienza a caminar, de a poco, un poco más
rápido hasta que finalmente lo atrapa abrazándolo.
- ¿Qué hacés?.- pregunta Lucas haciendo fuerzas para poder
respirar.
La chica no le responde nada y se queda abrazándolo por unos
minutos.
Lucas sin saber que hacer decide mirarla a los ojos para saber
que le estaba sucediendo.
Para sorpresa de Lucas, la chica tenía sus ojos completamente
cerrados. Más aún, su respiración le indicaba que se encontraba
profundamente dormida.
Digamos que una persona podría haberle hecho una broma e
intentar atraparlo jugando pero había algo que a Lucas no le
cerraba por completo.
¿Cómo alguien, luego de correr tan rápido podía tener una
respiración tan profunda y serena como si estuviera
completamente dormida?
En ese momento se abre la puerta y Lucas ve asomado el cabello
de Isabella. Lucas estaba por entrar en una crisis nerviosa porque
no sabía cómo controlar la situación y si no la controlaba no sabía
que podía suceder.
Isabella gira su cabeza y al ver la situación automáticamente le
indica a Lucas, colocándose el dedo índice sobre sus labios, que
haga silencio y no despierte a la muchacha.
Isabella se acerca, muy despacio a la chica, la toma por detrás, y
comienza a llevarla hacia una de las puertas de la sala de estar.
- Ahora vuelvo.- dice Isabella a Lucas, en un tono muy bajo.
Lucas asiente con su cabeza, pálido, mientras permanece inmóvil
junto a la mesa de la sala de estar.
Minutos más tarde vuelve Isabella y Abelardo detrás de ella.
- Ven Lucas, creo que hemos olvidado decirte algo.- dice
Isabella.
Lucas ya más tranquilo, sentado sobre la mesa leyendo el folleto
que Pilar y Santiago le habían dado, se levanta y se sienta en una
silla que estaba colocada entre otras dos.
Isabella sentada a un lado y Abelardo al otro lado.
- Supongo que te has dado cuenta.- dice Isabella.
- Algo, pero aún no logro entender que le ha sucedido a su hija
hace unos minutos. Creía que estaba jugando, pero cuando vi
su rostro me asusté mucho. Estuve a punto de gritar pero vi
que estaba profundamente dormida y no la quise despertar.
Estuve a punto de entrar en una crisis nerviosa hasta que
por suerte llegó usted y me tranquilicé.- dice Lucas bastante
nervioso.
- Te noto bastante nervioso. Bueno. Respirá profundo. Lo que
sucede es que mi hija es sonámbula. Tiene … - dice Isabella.
- ¿Sonámbula?.- interrumpe Lucas sorprendido.
- Sí, cuando la vimos entrar a la sala de estar nos dimos cuenta
por su tono de voz que estaba en ese estado. Por ese motivo,
me alejé sin hacer ruido y le dije a mi esposo de ir al cuarto.
De esta manera ella iba a estar más tranquila.- responde
Isabella.
- Está bien, pero si debía tranquilizarse. ¿Por qué me
persiguió y me atrapó luego?. Realmente tiene mucha fuerza,
me costaba respirar.- contesta Lucas curioso y sorprendido.
- Lo que sucede, es que mientras duerme, todos sus
sentimientos más profundos se le hacen evidentes y no tiene
ningún tipo de temor en expresarlos libremente porque ella
cree que está soñando.
Por lo visto, vos le generás muchas emociones y cuando
estaba soñando salió a buscarte.- dice Isabella.
- Hace ya más de diez años que se comporta así. hemos
consultado con todos los médicos que encontramos pero no
sabemos cómo manejar la situación a veces.
Tenemos miedo de que le suceda algo malo.- dice Abelardo
un poco preocupado.
- ¿Y tú?, ¿nunca has tenido algo parecido?.- pregunta Isabella a
Lucas.
- Siempre me ha intrigado el funcionamiento del cerebro y
más en ese estado tan especial que es el sonambulismo, pero
nunca he tenido la oportunidad, con excepción de lo
sucedido hace unos minutos, de presenciar a una persona
sonámbula tan de cerca.
Mis padres siempre me dijeron que por cualquier motivo
nunca despierte a un sonámbulo, porque les puede suceder algo
malo.- dice Lucas.
- Los sonámbulos son personas normales como tú y yo, pero
en cierto momento su cerebro le envía órdenes incorrectas a
su cuerpo y él mismo cree estar en un sueño.
Por eso, en ese momento, no distinguen la realidad, de un
sueño.
Si tú despiertas a un sonámbulo, lo que harías es que caiga a
la realidad de una manera muy brusca. Tanto como caer desde el
cielo sin paracaídas.
Por eso, cuando nos despertamos lo hacemos muy despacio.
Por unos segundos podemos ver la realidad pero aún sentimos
que estamos soñando.
Es como si cayéramos con un paracaídas puesto que
amortigüe nuestra caída.- responde Abelardo con gran
entusiasmo.
- Qué fascinante. No sabía que este tema podía dar tanto de
qué hablar. ¿Y su hija?, ¿aún está durmiendo?, ¿se encuentra
bien?.- pregunta Lucas curioso.
- Sí, se quedó profundamente dormida pero si quieres puedes
pasar a verla.- dice Abelardo.
- Sí, me gustaría verla. Estar un rato con ella aunque esté
dormida.- responde Lucas.
- Bueno, acompáñame al cuarto.- dice Isabella.
- Me temo que tengo que salir. No los voy a poder acompañar.-
dice Abelardo.
Abelardo sale por la puerta principal mientras Lucas e Isabella
van camino al cuarto.
Cuando están por llegar a la puerta aparece Santiago, un poco
sudado.
- Lucas, ¿dónde te habías metido?. Te estuve buscando.
Necesito que charlemos. Lucas lo mira con un poco de
tensión en los ojos, un poco asustado por lo que podría
decirle el muchacho.
- Bueno, espérame en tu cuarto. En unos minutos voy para
allá.- dice Lucas.
Lucas entra con Isabella al cuarto de la chica y Santiago da media
vuelta y se dirige a su cuarto.
- Te das cuenta. Está profundamente dormida.- dice Isabella.
- Como si nunca se hubiera despertado.- dice Lucas.
- Mirá, se está moviendo.- dice Isabella sorprendida.
La chica, con una de sus manos en su sábana, gira su cuerpo
hacia un lado. Sus ojos y su rostro podían decirle a Lucas que se
encontraba en un profundo sueño. Lucas se sentía intrigado por
saber qué era lo que estaba soñando la chica.
- Creo que está en medio de un sueño.- dice Lucas
acercándose a la cama sigilosamente, casi en puntas de pie.
La oscuridad gobernaba el cuarto. Solo un pequeño velador se
encontraba prendido, ya que a la chica no le gustaba dormir
completamente a oscuras.
Lucas se acerca un poco más para ver el rostro de la chica.
De repente, la chica vuelve a girar y aún con los ojos cerrados
toma bruscamente la mano de Lucas. Lucas se queda duro,
asustado y hasta un poco pálido; luego, con los ojos tensos, mira a
Isabella buscando algo sin saber cómo reaccionar.
- Quieto, quédate quieto. No te preocupes, no te hará nada. Si
tu estás relajado ella se relajará.
Está buscando alguien en qué aferrarse frente a sus propios
miedos.- dice Isabella muy confiada.
Lucas traga saliva y espera. Respira profundo, aún sin volver a
mirar a la chica y relaja un poco su mano.
A continuación, el brazo de la chica también se relaja y se despeja
del de él.
- No sabía que hacer, me tomó por sorpresa y me asustó.- dice
Lucas a Isabella.
- Ven, aléjate un poco de ella. Colócate junto a mí.
Mi chiquita, ¡despiértate!. Mira quién ha venido a visitarte.- dice
Isabella.
La chica vuelve a girar, con su frazada cubriéndose hasta la
cabeza. Luego mueve solo su cabeza y abre sus ojos solo un poco,
con un poco de desinterés, como si quisiera seguir en el mundo de
los sueños.
Luego, su rostro se puso rígido. Sus pestañas parpadearon un par
de veces. Toma su frazada y la levante un poco más, tapando casi
todo su rostro.
Lucas logra ver que su brazo comenzaba a moverse por debajo
de la frazada.
- Mamá, por favor. Cómo no me avisaste que venía Lucas. Qué
vergüenza. Ni siquiera me he maquillado.- dice la chica toda
tapada.
Lucas podía ver sólo los ojos de la chica y sus dedos, lo cuales
tomaban la frazada.
- Tienes lindas uñas.- dice de repente Lucas, como para hacer
sentir mejor a la chica.
- No me halagues. Se que no son lindas. De hecho ni siquiera
me las he pintado.- responde la chica colocándose, por
completo, dentro de la frazada.
- Pero me gustan naturales.- insiste Lucas para continuar la
conversación.
La chica se destapa lentamente, y con un rostro un poco más
relajado, comienza a buscar a Lucas con la mirada.
- Tu si que sabes hacer sentir bien a una chica.- responde la
chica sorprendida.
- Bueno, creo que me tengo que ir. Es mejor que los deje
solos.- dice Isabella un poco sonriente.
- ¡Espera!, ¡espera!.- dice la chica un poco sobresaltada,
esbozando una pequeña sonrisa.
- ¿Qué?.- dice Isabella, levantando sus pestañas.
La chica la mira y se sonríen.
- Nada, nada.- dice la chica moviendo su mano como para que
se valla.
Isabella da media vuelta y camina hacia la puerta, sale y cierra la
puerta.
- Cuéntame, ¿por qué has venido aquí a mi cuarto?. No estaba
preparada, de hecho aún no lo estoy, estoy hecha un
desastre.- dice la chica un poco preocupada.
- No te preocupes. Lo que sucede es que me he enterado que
padeces de sonambulismo.
Fue hace poco más de una hora que has entrado a la sala de
estar y me has perseguido hasta atraparme.
- ¿Yo hice eso?.- pregunta la chica sorprendida mientras se
retuerce un mechón de su cabello.
- Si, por suerte llegó tu madre para rescatarme, por decirlo de
alguna … - dice Lucas.
- ¡No es para tanto!.- interrumpe la chica lanzándole, con
bronca y tristeza, un almohadón que había en su cama.
Lucas se agacha y logra esquivar el almohadón, mientras una
sonrisa pícara se asoma en su rostro.
- Perdón, perdón.- responde Lucas riéndose.
La chica, tomada de su almohada y con un rostro un poco serio,
mantiene su mirada fija ignorando a Lucas.
- ¿Puedo sentarme a tu lado?.- pregunta Lucas.
- No me tienes que preguntar.- responde la chica moviendo la
sábana a un costado.
- Sabe, cuando me hablaste por primera vez no tuve una
buena impresión tuya. Te voy a ser sincero, pero con el pasar
de los días … - comenta Lucas.
La chica comienza a toser y Lucas se levanta de la cama
rápidamente.
- ¿Quieres un vaso de agua?.- pregunta Lucas.
- Si, por favor.- responde la chica mirando hacia la ventana.
Lucas sale por la puerta y se choca a Santiago.
- ¡Cuánto has tardado!. Estaba preocupado. Ven conmigo al
cuarto, deja de perder tiempo.- dice Santiago mientras lleva
abrazando a Lucas hacia el cuarto.
Una nueva compañía

Santiago abre la puerta y la misma se golpea contra algo.


- ¡Mi amor!. Por favor, ¿podés acercarte?
¡Hay algo trabado en la puerta!.- dice Santiago en voz alta.
- Corazón, ¡soy yo!.- responde Pilar un poco enojada.
Lucas se toma con sus dos brazos el estómago mientras
comienza a reírse a carcajadas.
La puerta de golpe se cierra.
- Esperá un segundo, me dijiste que ibas a tardar un rato.
Había comenzado a depilarme.- dice Pilar.
- Mi amor, por favor. Cuida tus modales.- responde Lucas
sonrojándose.
La puerta se abre y aparece Pilar sonriente.
- ¡Hola Lucas!.- dice Pilar sonriendo.
- Otra vez bromeando.- dice Santiago mientras empuja
suavemente a la chica para pasar al cuarto.
Santiago se sienta en su cama. Lucas, aún sin pasar la puerta, lo
mira confundido y un poco sonriente de la timidez.
- Pasá Lucas, no te quedes afuera. Cerrá la puerta y sentate.-
dice Santiago.
Lucas entra y el muchacho se sienta a un lado de Lucas y la
muchacha a otro lado. Pilar saca un cuaderno y lo abre sobre sus
piernas. Luego lo coloca sobre las de Lucas.
- Mi novio te fue a buscar para poder contarte un poco lo que
hacemos. Algo te contamos pero ahora te lo vamos a explicar
con más detalle. Lo primero que quiero que entiendas es que
no vamos a hacerle daño a tu perro. Tenemos una política
que protege a los animales por sobre todas las cosas.
Los shows se realizan en diferentes lugares, pero siempre donde
haya espacio suficiente para llevar nuestro equipo.
Junto con nosotros, en el avión en donde has viajado, trajimos
varios maletines donde tenemos todo tipo de herramientas.
Desde elementos de trabajo, hasta estructuras complejas para
poder armar un escenario antes de cada función.
Por otro lado, los shows si tienen un componente de riesgo, pero
ese riesgo es controlado. Como te dije anteriormente tomamos
todas las medidas de seguridad necesarias y nos preocupamos
por los animales.- cuenta la chica.
- Pero, ¿hay más animales?.- pregunta Lucas curioso.
- No, en este show tu perro Beethoven. ¿Así se llamaba, no?.-
pregunta Pilar.
- Si, Beethoven. Exactamente.- responde Lucas.
- Tu perro Beethoven es la estrella, pero hemos trabajado con
otros animales anteriormente.- dice la chica.
- ¿Otros animales?. ¿Y qué les han pasado?.- pregunta Lucas
preocupado.
Pilar hace un silencio y traga saliva.
- Nuestra próxima función es el jueves y necesitamos
preparar a tu perro para que haga correctamente los trucos.-
dice Santiago.
- Beethoven, se llama Beethoven mi perro.- responde Lucas
un poco enojado.
- Tu perro Beethoven va a brillar en el escenario, tiene un
encanto especial que nos gusta a ambos.- dice Pilar.
- ¿Encanto?. Si, es un buen perro, y además salvó mi vida.-
responde Lucas.
El chico coloca su mano en su mentón y mantiene su mirada fija.
- ¿Qué piensas cariño?.- pregunta Pilar.
- ¿Y lo van a alimentar bien?.- pregunta Lucas.
Ambos se ríen a carcajadas.
- Si, no te preocupes. Va a estar bien alimentado.- responde
Pilar abrazando a Lucas.
- ¿Cuanto pesa tu perro?.- pregunta Santiago un poco
preocupado.
- No lo sé. De hecho, nunca lo he pesado. ¿Por qué lo
pregunta?.- responde Lucas curioso.
- ¿Podrías traer a tu perro por un minuto?.- pregunta
Santiago.
- Si, creo que estaba durmiendo.- dice Lucas.
- Despertalo y traelo para que lo pensemos. Es importante.-
contesta Santiago.
Pilar mira a su novio un poco preocupada, luego abre su cartera
y saca un grupo de papeles.
Lucas sale por la puerta hacia el pasillo y mientras camina
escucha que la puerta de donde salió se cierra.
Cuando Lucas estaba caminando hacia la habitación se encuentra
con la chica que estaba caminando por el pasillo.
- Lucas, ¿dónde estabas?. Te estaba buscando por toda la
casa.- dice la chica.
- Ven, acompáñame a la habitación.- dice Lucas.
- No, ¿no podemos ir a otro lado?.- pregunta Lucas.
- Voy a buscar a Beethoven y lo dejé en la habitación. Debe
estar durmiendo.- dice Lucas.
Lucas va caminando y la chica la sigue por detrás.
Abre la puerta y comienza a buscar a Beethoven. Luego de diez
minutos lo encuentra escondido bajo la cama, lo toma del cuello y
lo lleva arrastrando por el pasillo.

---
- ¿Dónde se habrá metido Lucas?. No creo que se haya
olvidado de lo que le pedí.- dice Santiago a la chica.
- Si quieres te acompaño a buscarlo.- responde la chica.
Lucas abre la puerta y Beethoven sale corriendo por toda la
habitación.
- ¡Detenelo!, ¡detenelo Lucas!, ¡nos va a destruir toda la
habitación!.- dice Pilar.
Lucas sale corriendo a toda prisa detrás de Beethoven
intentando colocarle la correa.
- ¡Se me escapó!, ¡se me escapó!, ¡perdón!.- grita Lucas.
De repente la chica, con una sola mano, lo toma del cuello.
- ¡Colocale la correa!, ¡tomá!.- dice Lucas a la chica mientras le
lanza la correa por los aires.
La chica toma la correa e intenta colocársela.
- ¡No sé!, ¿cómo se coloca esto?. ¡nunca he colocado una
correa en mi vida!.- dice la chica.
De repente, Beethoven intenta darle un mordisco a la chica pero
Lucas lo toma primero del cuello.
La puerta se cierra y todo se calma.
- ¡Qué locura!.- dice Santiago sudado pero sonriente.
- La verdad no conocíamos esta faceta tan alocada de
Beethoven.- dice Pilar.
- Se comporta así muy de vez en cuando, solo cuando está
muy contento o muy entusiasmado por algo o con alguien.-
dice Lucas un poco agitado.
- Qué bueno, eso quiere decir que está muy entusiasmado con
lo que vamos a hablar, aunque no sabe aún pero lo debe
percibir.- dice Pilar.
- Sí, Beethoven es muy intuitivo.- dice Lucas.
Pilar se sienta en la cama muy relajada mientras mira a su novio.
- Bueno, podrías comenzar a hacerle la prueba, ¿no?. Así te
sacás las dudas.
- Sí, vamos a pesar a Beethoven.- dice Santiago.
- ¿Cuánto crees que pesará?.- pregunta Lucas.
Santiago saca una pequeña balanza de última tecnología.
- Te cuento Lucas. A mi novio le encantan los aparatos
tecnológicos.- dice Pilar.
- Esta balanza está conectada a mi móvil y me permite
obtener el peso exacto de Beethoven.- dice Santiago.
- ¿Y esa otra balanza?, ¿no es más práctica?.- pregunta Lucas.
- No, ¡esta es mejor!. Por eso la compré. Esta es mejor.- dice
Santiago.
Lucas comienza a reírse a carcajadas.
- Coloca tu perro sobre la balanza así lo pesamos.- dice
Santiago.
Lucas coloca a Beethoven sobre la balanza pero se rehúsa.
- No se como hacer. Parece que no quiere que lo pesemos.-
dice Lucas.
- Pensemos alguna solución … - dice la chica.
- Ven, acércate a Beethoven. El siempre te mira, se va a
distraer.- dice Lucas.
La chica se coloca junto a Beethoven y Lucas lo toma por detrás.
- ¡Colócale la balanza!.- dice Pilar.
Lucas lo sostiene fuerte para que no se mueva.
- Listo.- dice Santiago.
- ¿Cuánto?, ¿cuánto marca?.- pregunta Pilar curiosa.
- No se si debería decírtelo.- dice Santiago mientras se ríe.
- Vamos, conozco tu cara cuando me haces una broma. Se que
…- dice Pilar.
Santiago comienza a reírse a carcajadas.
- Pilar de un manotazo le toma el celular.
- Vamos, no te voy a esperar todo el día.- dice Pilar.
Pilar coloca el celular en el centro de la habitación.
- Díganme ustedes. Yo no entiendo nada.- dice Pilar.
- Creo que dice tres kilos.- dice Pilar.
- Treinta kilos.- dice Lucas.
- Ahora tiene un poco más de sentido.- dice Pilar.
Lucas y Pilar miran al chico extranjero como pidiéndole que
continúe la explicación.
- Me siento relajado, creí que Beethoven pesaba mucho más, y
además cortándole el pelo podemos hacer que pese mucho
menos aún.
Te cuento Lucas … dice Santiago.
Treinta minutos habían transcurrido.
- … y cuando Beethoven cae puede lastimarse mucho si no lo
practicamos a la perfección.- dice Santiago.
Lucas estaba un poco sudado luego de la intensa charla pero
sabía que era una excelente oportunidad para que Beethoven
brille y no iba a dejar que pase la oportunidad.
- ¿Y yo puedo estar presente cuando hagan los ensayos?.-
pregunta Lucas un poco preocupado.
- Obviamente. Vos vas a acompañarlo en todos sus ensayos.
Vas a ser su manager.- dice Santiago.
Todos en el cuarto ríen.

---

Tres días habían pasado y Lucas estaba listo para ver con sus
propios ojos un show de circo. Digamos que no era un circo
completo, ya que el único animal que utilizaban era Beethoven,
pero sin embargo, por lo que había hablado con Santiago, iba a ser
una hermosa experiencia para sus ojos.
Temprano por la mañana todos cargaron sus elementos,
subieron a un automóvil de color azul verdoso y partieron para el
estudio que Santiago le había contado que iban a ir.
El camino era un poco largo, pero era el único estudio que habían
conseguido. La carretera estaba muy tranquila, y Beethoven,
como de costumbre, sacaba su cabeza por la ventana del auto, y
dejaba su húmeda lengua que baile libremente al compás del
viento.
La temperatura comenzaba a subir con cada minuto que pasaba.
- ¿Me alcanzás la botella de agua que te mostró hoy?.- le dice
Lucas a Pilar.
- La coloqué dentro de tu bolso, ¿dónde lo has dejado?.- dice
Pilar.
- Que mala suerte. Antes de partir coloqué todos los bolsos en
el asiento trasero.- dice Lucas desilusionado.
- Lucas, no te preocupes. Nos quedan solo diez minutos.
Cuando lleguemos podrás tomar toda el agua que quieras.-
responde Santiago.
Lucas se echa hacia atrás y cierra los ojos.
Diez minutos habían pasado y Lucas comienza a sentir una
húmeda y caliente lengua que le acariciaba rápidamente su
mejilla. Abre los ojos y un silencio lo invade. Aún dentro del
automóvil, detenido y casi frío, podía escuchar el sonido del
viento acompañado de algunos pájaros que cantaban muy
contentos. A los lejos, una edificación moderna, con una fachada
limpia, de color blanco y negro lo esperaba a él y a Beethoven.
Luego de unos minutos, mientras Lucas terminaba de abrir sus
ojos y se levantaba, logra ver, saliendo de la única puerta que
había, al muchacho extranjero muy relajado y con una botella de
agua en su mano. Se acerca al automóvil, abre la puerta trasera
izquierda, donde se encontraba Lucas.
- Toma, esta botella tiene agua fresca. Luego buscas la tuya.
Levántate y ven con migo. En unos minutos vamos a
comenzar la práctica.- dice Santiago.
Lucas se acomoda el pelo y le da una palmada a Beethoven para
que se despierte.
- Vamos Beethoven. Para que la función sea todo un éxito
tienes que practicar duro.- dice Lucas.
Beethoven se levanta y sale corriendo por la única puerta abierta
del auto. El problema era entre Beethoven y la puerta se
encontraba Lucas; por lo que Beethoven tuvo que pisar con sus
cuatro patitas toda la ropa de Lucas.
- ¡Beethoven!., ¡me has manchado toda la camisa!,
¡Beethoven!.- grita Lucas enojado.

---

El lugar de práctica parecía una caja de zapatos por fuera. Un


galpón enorme, en el que podían estacionar más de cincuenta
autos si se quisiera, con una forma muy simple pero que les servía
para el ensayo. Una gran puerta de madera, cuya pintura negra, ya
gastada, hacía juego con la camisa gastada pero ahora sucia de
patas de Beethoven.
Lucas atraviesa la puerta y una sensación de inmensa libertad y
asombro invaden su corazón. Un puñado de sogas atravesaban de
punta a punta todo el escenario. Lo primero que le llama la
atención a Lucas son los extremos de las sogas. Preocupado,
achica sus párpados, para que su visión de águila le permita
verificar qué tan seguros eran esos nudos.
Con un andar lento y confiado comienza a recorrer el predio,
como si del director del show fuera él. Los chicos se percatan de
su presencia y se levantan automáticamente, mientras lo
observan sorprendidos y un poco tensos.
Luego de mirar el lugar, Lucas dirige la mirada hacia el centro del
escenario, donde se encontraban los chicos. Hace contacto visual
con Pilar y comienza a caminar de manera relajada hacia donde se
encontraban ellos y Beethoven. Mientras se acerca, Beethoven se
da cuenta de sus pasos y sale corriendo hacia él. Cuando está a su
lado, Lucas le hace una caricia en la cabeza mientras continúa
caminando.
- ¿Cuánto qué has tardado?. Íbamos a empezar el truco sin
vos.- dice Santiago esbozando una sonrisa.
- Cállate. No seas mentiroso. ¿Y esas manchas?. Parece que te
ha pasado una estampida por la camisa.- dice Pilar dándole
una golpecito al chico extranjero.
- Esa estampida se llama Beethoven y no me ha dado tiempo
de correrme. Me la quitaría pero hace un poco de frío aquí.-
responde Lucas.
- Ten, toma esta camisa y cambiátela.- dice Santiago.
- ¿Cómo es que tienes tantas camisas?.- pregunta Lucas
asombrado.
- Aquí hay que estar siempre preparado. Nunca se sabe
cuando te puedes ensuciar o hasta romper la vestimenta.-
responde Santiago.
- Claro, entiendo.- responde Lucas comenzando a aburrirse.
- Bueno, ¿comenzamos?.- dice Santiago mientras palmea sus
manos con rapidez.
Beethoven comienza a correr por todos lados del entusiasmo.
- Mi amor, toma a Beethoven y llévalo a la parte más alta del
andamio.
Lucas, tú ayúdame a colocar todas estas colchonetas debajo de la
cuerda y mientras te voy a explicar en qué consiste el primer
truco.- dice Santiago.
Luego de estar por más de un minuto corriendo detrás de
Beethoven, Pilar logra tomar y le coloca la correa.
Mientras tanto Lucas y Santiago colocaban cuidadosamente
quince colchonetas debajo de una cuerda que pendía a más de
diez metros del suelo.
Cuando todas las colchonetas estuvieron perfectamente
colocadas Santiago se sacude las manos y con el torso erguido
dirige su mirada hacia donde estaba Pilar con Beethoven. Pilar
coloca cuidadosamente a Beethoven en la posición inicial para
que empiece el truco, luego mira al chico extranjero, pero por la
altura se marea y su cuerpo se afloja.
- ¡Mi amor!.- grita la chica mientras se toma de la baranda.
- ¡Cuidado!. Lucas, quédate aquí.- dice Santiago mientras corre
deprisa hacia el andamio de más de quince metros de altura.
El truco había comenzado mal desde el principio, sin embargo
Lucas se sentía confiado y le tenía fe a Beethoven.
- Es solo el inicio, no pasa nada.- se decía Lucas a sí mismo.
Lucas mira al muchacho extranjero correr hacia la baranda.
- ¿Quieres que te ayude?.- grita Lucas mientras Santiago
comienza a subir por la baranda.
- No, ¡quédate ahí!. No te vayas.- dice Santiago.
Con gran empeño y dedicación Santiago sube cada uno de los
escalones mientras Pilar lo mira asustada.
- ¡Me voy a caer!, ¡me voy a caer!.- grita Pilar.
- Un segundo mi amor, ¡estoy llegando!.- grita Santiago.
Faltando unos escalones para llegar Santiago resbala y queda
peligrosamente colgando del andamio. Parecía que el destino les
estaba jugando una mala pasada.
- ¡Hay algo aquí muy pegajoso!.- grita Santiago.
Santiago, mientras se sostiene con un solo brazo, acaricia el
escalón para ver qué era lo que había hecho que se resbale.
- ¡Parece saliva de perro!.- grita Santiago.
- ¡Beethoven!.- grita Lucas con todas sus fuerzas.
En ese momento Beethoven escucha el grito de Lucas y no se le
ocurre mejor cosa que lanzarse hacia su amo. El pequeño detalle
era que se encontraba a más de diez metros de altura.
Mientras Beethoven caía por los aires Lucas, por un momento,
corre hacia las colchonetas para atajarlo, se frena, duda y
nuevamente sube a una de las colchonetas.
Como un meteorito cayendo hacia La Tierra, Beethoven se
aproxima a gran velocidad hacia Lucas. La mala puntería de Lucas
hace que Beethoven termine por aplastarlo y solo golpee su brazo
izquierdo.
- ¡Beethoven!. ¡me golpeaste!.- grita Lucas luego de caer sobre
la colchoneta.
En ese momento, al ver la intrépida acción de Beethoven, Pilar
toma coraje y se lanza como en un paracaídas hacia la colchoneta.
Peligrosamente cae a unos pocos metros de donde estaba Lucas y
su cuerpo rebota hacia fuera de la colchoneta.
Un poco dolorida, y con su cabello todo despeinado por la caída,
Pilar se levanta confiada y sonriente. Dirige su mirada hacia su
novio y con su mano derecha le hace señas para que se lanze
también.
- ¡Vamos mi amor!. No te harás daño. ¡Es divertido!.- dice
Pilar.
En ese momento, Santiago toma confianza y se lanza también
cayendo sobre la colchoneta más cercana al andamio.
Lucas, un poco confundido por todo lo que estaba viendo en ese
momento alcanza un estado de inspiración. Esos estados en que a
veces se puede reflexionar y sacar una conclusión de las cosas.
Lucas se había dado cuenta de algo muy importante para sí
mismo. A veces, solo hacía falta alguien que tenga el coraje de
lanzarse a lo desconocido a pesar del miedo que implique, para
que otros, inspirados por su acción, lo sigan.

---

Lucas se levanta renovado, ya no era el mismo. Mira al techo y se


siente fresco. Estas cosas pasan una sola vez en la vida y estaba
agradecido.
Beethoven se le acerca, luego da una vuelta a su alrededor y se
acurruca entre sus pies. Pilar se levanta y con una mirada
bondadosa se acerca a su novio y lo ayuda a levantarse. Santiago
mira a Lucas agradecido y se acerca a Lucas para decirle que va a
intentar nuevamente el truco con Beethoven. Minutos más tarde
Santiago camina llevando de la correa a Beethoven y sube con él
hasta la cima. Cuando finalmente logra llegar hasta lo más alto
mira a Beethoven. Beethoven mágicamente, como si le entendiera,
lo mira también, y se encuentran.
- Bueno, Beethoven. Escúchame muy bien. El siguiente truco
es así. Yo me colgaré de la soga e iré, colgado, hacia el otro
extremo. Tu me seguirás caminando por arriba.- dice
Santiago.
Lucas, en ese preciso momento, levanta sus cejas muy
asombrado por lo que había dicho Santiago. Luego sus cejas se
retuercen mientras su cabeza intenta imaginarse como un perro
podía caminar por una soga, aunque gruesa, pero soga al fin.
Un poco atemorizado, Lucas se acerca hacia las colchonetas
esperando una nueva caída inminente de su querido perro. Con
un brazo muy dolido, esperaba que la próxima caída no termine
rompiéndole el único brazo que le quedaba.
Santiago se cuelga de la soga con su brazo izquierdo, a unos
pocos metros de donde estaba Beethoven, mientras que con el
otro brazo le hace un gesto a Beethoven para que se aproxime.
Beethoven, sin pensarlo dos veces, coloca su pata izquierda, casi
acariciando la soga, muy diferente al anterior salto, en este
momento parecía estar mucho más concentrado. Luego, su pata
comienza a mecerse de un lado a otro apoyada en la soga. Cuando
logra estabilizarla levanta su pata derecha.
- ¡Cuidado!.- grita Lucas mirando cuidadosamente cada
movimiento de Beethoven como si estuviese al lado suyo.
Al escuchar la voz de su dueño Beethoven levanta su cabeza, se
resbala y cae sobre la soga. Con la pata que había apoyado
primero logra sostenerse y queda colgando de la soga. En el
medio de la dramática escena Pilar corre hacia la colchoneta que
se encontraba justo debajo y levanta ambas manos pensando que
iba a caerse. Con mucho esfuerzo Beethoven, empujándose con su
pata izquierda, logra levantarse y apoya sus cuatro patas sobre la
soga.
Dando pasos muy cortos comienza a caminar por la soga como
todo un equilibrista mientras Pilar lo seguía desde abajo como
una sombra que lo cuidaba. A medida que daba un nuevo paso
Beethoven se sentía más seguro caminando un poco más rápido
hasta llegar a correr sobre la soga. Lucas mientras Beethoven
corría empezó a tener palpitaciones y su rostro comenzó a sudar
como nunca antes. Mientras caminaba, Pilar gira su rostro e
intenta hablarle a Lucas tomado de la cabeza. Cuando hace
contacto visual con él le dice que venga a ayudarla. Lucas estaba
petrificado como una momia, inmóvil, tan duro que no respondió
a lo que intentaba decirle Pilar.
Beethoven ya estaba casi por llegar y era todo un mérito para
Santiago. Finalmente llega, y Santiago, que había subido por el
otro extremo, lo recibe con un fuerte abrazo. Realmente había
logrado el propósito del ejercicio y además lo había hecho de una
manera extraordinaria. Nunca había visto a ninguno de sus
anteriores animales pasar por la soga tan rápido como lo había
hecho Beethoven. Mientras Santiago abraza a Beethoven mira
hacia el cielo con sus ojos brillando.
Sabía que le esperaba un futuro prometedor en el mundo
artístico.

---

Ya habían pasado dos horas del fantástico truco que había


logrado Beethoven. Lucas se encontraba sentado en el piso,
comiendo unas galletas que le había regalado Isabella con mucho
cariño. Ya un poco cansado, gira su cabeza hacia su izquierda y ve
a Santiago y Pilar organizando los elementos de trabajo. Luego,
Santiago camina hacia él y cuando se encuentra a unos metros se
detiene.
- Quiero felicitarte por la extraordinaria mascota que tienes.
Por primera vez me emocioné al ver a un animal lograr ese
truco con tanta destreza.- dice el muchacho.
Mientras que Santiago hablaba Lucas lo miraba pero parecía no
estar prestándole mucha atención a lo que hablaba. En ese
momento lo que más le importaba eran sus galletas y las estaba
saboreando como nunca. Luego de hablar, Santiago detiene su
conversación, se pica la nariz, y continúa.
- Como habrás podido ver estuve ordenando algunas
elementos para el próximo truco pero necesito que me
ayudes con el último elemento. Es un poco pesado y mi novia
no tiene tanta fuerza. Vamos, levántate. Y por cierto, ¿qué es
lo que estás comiendo?.- pregunta Santiago.
- ¿Las galletas?. Me las regaló la señora de la casa.- dice Lucas.
- ¿La señora o la chica?.- pregunta Santiago.
- La señora, la esposa del hombre de la casa.
- ¿Y qué te pareció la chica?. He visto como te mira.- pregunta
Santiago.
- No lo se, no se como me mira.- contesta Lucas sonrojándose.
- Bueno, lo hablaremos en otro momento. Ahora ven y
ayúdame.- contesta Santiago moviendo su mano para que
Lucas se levante.
Lucas se levanta y comienzan a caminar juntos hacia el centro
del escenario.
- Ves ese cajón de ahí.- dice Santiago señalando con su dedo
un cajón colorado de más de dos metros de altura.
- ¿El de color rojo?.- pregunta Lucas preocupado por el
tamaño del mismo.
- Si, ese mismo. Me ayudarás a moverlo hacia el centro del
escenario y luego lo tendremos que subir hasta por encima
del techo.- dice Santiago.
- ¿Por encima del techo?.- pregunta Lucas sorprendido.
- No, hasta tan alto no. Era solo una broma.- responde
Santiago riéndose.
Lucas afloja sus hombros tensos y exhala profundamente
mientras agacha su cabeza. Luego la levanta y sonríe.
Pilar se acerca con Beethoven atado con su correa.
- ¿Cómo va la explicación?. ¿Lucas entiende lo que vamos a
hacer en el próximo truco?- pregunta Pilar.
Lucas se toma de su cintura con sus brazos y su cuerpo se pone
rígido. Santiago comienza a toser y Pilar comienza a golpear su
pie izquierdo con el piso mientras mira a su novio a los ojos.
- Me parece que están perdiendo el tiempo, ¿no?. Ven Lucas,
déjame explicarte a mí.- dice Pilar tomando del brazo a
Lucas mientras con el otro brazo le deja la correa a su novio.
Pilar lleva a Lucas a un costado del salón. Juntos se sientan en el
suelo y luego Pilar saca una hoja de papel y un lápiz.
- Este truco es bastante difícil. Así que necesito que prestes
mucha atención.- dice Pilar.
Pilar toma el lápiz y comienza a dibujar sobre el papel.
- Este cuadrado representa la caja que has movido con mi
novio.- dice Pilar dibujando un rectángulo en el centro de la
hoja.
- Si, me dijo tu novio que lo tenemos que mover hacia el
techo.- responde Lucas con ingenuidad.
- ¿Qué?. ¿Quién te dijo eso?.- responde Pilar exaltándose
mientras sus ojos parecían escaparse.
Lucas se queda callado mientras su rostro parece pensativo.
Comienza a mirar hacia un lado y luego hacía el otro.
- Sobre esta caja colocaremos una vara de madera y sobre ella
una pelota.- dice Pilar.
- ¿Una pelota sobre la vara?. Supongo que alguien la va a
sostener durante el acto.- responde Lucas sorprendido.
- Bien, esta es la parte difícil del truco. Para que la pelota no se
caiga de la vara esta tendrá que ubicarse en perfecto
equilibrio.- dice Pilar.
- ¿Perfecto equilibrio?.- responde Lucas.
- Exacto. Cualquier mínimo movimiento puede hacer que en
cuestión de segundos el acto se arruine.- responde Pilar.
El rostro de Lucas permanecía serio, por primera vez, toda su
atención estaba puesta en escuchar a Pilar.
- Beethoven, al igual que en el primer truco, tendrá que subir
hasta lo más alto. Pero esta vez, tendrá que lanzarse hacia la
pelota y permanecer por el período de un minuto sin caerse.-
responde Pilar.
Lucas comienza a imaginarse los movimientos mientras su
rostro se retuerce como un trozo de madera quemándose.
- Pero no te preocupes, con la práctica lo logrará dominar.-
responde Pilar al ver el rostro de Lucas.
Minutos más tarde Beethoven ya había comenzado a practicar.
Era todo un arte dominar este tipo de trucos. Ya llevaba once
intentos pero no daba con la puntería necesaria para caer sobre la
pelota.
- ¡Haz que Beethoven salte un poco antes!.- grita Pilar
mientras con su mano derecha le indica a su novio, que se
encontraba en lo más alto, que se corra.
Lucas se acerca tímidamente a Pilar.
- Perdón, pero. ¿Hasta que hora vamos a estar ensayando?.-
pregunta Lucas.
Pilar gira solo su rostro hacia Lucas.
- Este es el último intento por hoy.- responde Pilar con una
sonrisa amable.
Lucas camina hacia un cubículo que se encontraba un poco lejos
de donde estaban ensayando. De esta manera podría ver el
ensayo desde otra perspectiva. A veces, cuando uno toma
distancia de las cosas, las puede apreciar mucho mejor, pensaba
Lucas.
Beethoven parecía una hormiga diminuta comparada con el gran
escenario que habías montado Santiago y su novia.
Parecía ayer que Beethoven estaba echado en su cuarto y ahora
era la estrella principal de un acto fabuloso. Cómo pueden
cambiar las cosas de un día para el otro, pensaba Lucas.
Beethoven se encontraba preparado para su último intento.
Santiago acomodaba su cuerpo para que estuviese perfectamente
alineado con la soga. Luego, levanta su mano y extiende su pulgar
mientras mira a su novia. Ella le devuelve el gesto levantando
también su pulgar.
Beethoven se lanza hacia la cuerda y comienza a caminar sobre
ella no muy rápido pero tampoco muy lento. Los movimientos
eran suaves y confiados. El arte de caminar sobre la cuerda ya lo
había dominado.
A unos pocos metros de llegar al medio de la cuerda comienza a
caminar más lento y su paso es ahora más cauteloso, hasta que se
detiene completamente.
Lucas, a lo lejos, podía ver a Beethoven parado sobre la cuerda.
Aún no podía creer lo que había podido lograr.
El cuerpo de Beethoven comienza a moverse a un lado y hacia el
otro sobre la cuerda, parecía que estaba pensando.
El rostro de Santiago estaba tenso, unas pequeñas gotas de sudor
comenzaban salir de su rostro.
Inesperadamente, Beethoven se lanza como un pequeño pichón
lo hace por primera vez al volar. Su cuerpo, robusto, golpea en un
costado la pelota. Luego, sus patas rascan rápidamente la pelota
intentando agarrarse. Ya era tarde, la vara se desprende y la
pelota cae con Beethoven. Un poco frustrado, Beethoven levanta
su mirada y la dirige hacia Lucas. Lucas, sorprendido, lo observa
caer y un sentimiento de culpa recorre su corazón. Él se levanta
rápidamente, se abraza a él mismo, y observa como Beethoven
rebota sobre las colchonetas. Todo parecía suceder en cámara
lenta.
- Bueno, vámonos a casa. Ha sido todo por hoy.- dice Pilar
haciendo un golpecito en sus manos.
Santiago baja con cuidado mientras Pilar comienza a buscar los
materiales de trabajo para llevárselos.
Lucas se acerca a Beethoven, se agacha y lo acaricia.
- Vamos Beethoven. Ya tendrás otra oportunidad.- dice Lucas.
Las luces del lugar se apagan, todos salen, Pilar cierra la puerta
con llave y se dirigen hacia el auto estacionado.

---

Siete días habían pasado desde que Lucas había ido a ver a
Beethoven a su primera práctica. Sentado sobre una roca, Lucas
recuerda con nostalgia los primeros pasos de Beethoven cuando
había sido traído a su casa por primera vez. Su tamaño era casi
tan pequeño como su mano y su pelaje tan suave que podía sentir
cosquillas al acariciarlo. Sus ojos, un poco cerrados, escondían la
inofensiva inocencia de un recién nacido. Cuando su padre lo trajo
por primera vez. Lucas se llenó de alegría, como si hubiera vuelto
a nacer. Sus solitarios días comenzarían poco a poco a cambiar
para siempre. El inicio de una hermosa y profunda amistad había
comenzado.

---

Eran las 12.15 y todos estaban sentados sobre la mesa. Era hora
del almuerzo. Los ancianos no paraban de preguntar cómo sería el
show donde actuaría Beethoven. Lucas se encontraba sentado en
una de las esquinas de la mesa que daba a la puerta del pasillo
donde se encontraban los dormitorios de los huéspedes. Su rostro
mostraba que no estaba en la conversación sino pensando en otra
cosa.
- ¿En qué piensas?.- pregunta de hija de los ancianos
apoyando su mano sobre la de Lucas.
- No lo sé. Quizás en el show y en que todo salga bien.-
responde Lucas sorprendido por la actitud de la chica.
Mientras tanto Santiago conversaba efusivamente con los
ancianos.
- Durante las primeras funciones estuvo un poco dudoso pero
fue sólo cuestión de práctica para que dominara el truco. Eso
sí, cuando vean el tipo de truco que logró hacer este
pequeñito se van a quedar con la boca abierta.- cuenta
Santiago.
- Que agradable sorpresa, ustedes me parecen muy
profesionales.- responde Abelardo con un rostro relajado y
contento mientras Isabella rápidamente lo toma del brazo
un poco asustada.
- ¿Y cómo vamos a hacer para ir al show?. Yo quiero ver a
Beethoven también.- pregunta Sol sin quitar su mano de la
de Lucas.
- Disculpa mi hija, pero el muchacho nos ha invitado solo a
nosotros dos.- responde Abelardo dirigiendo su rostro a su
hija.
- No se preocupen. Siempre hay alguna silla de más. Si quieres
puedes ir con Lucas, él va a estar en otro haciendo mucho
más cerca del escenario.- responde Santiago.
- ¡Sí!. ¡Genial!.- responde la chica mientras abraza a Lucas con
una sonrisa en su rostro.
Lucas, sin saber que hacer y sorprendido, solo se deja abrazar.

---

El dramático día había llegado. Lucas iba caminando detrás de


los ancianos mientras la hija de ellos iba junto a él muy contenta.
El panorama era impresionante, miles de personas se
encontraban caminando en la misma dirección que ellos. Era muy
fácil perderse por lo que Lucas hacía fuerza para no apartar la
mirada de los ancianos. Más allá de eso, se sentía seguro por una
entrada que le había dado Santiago. Mientras camina, Lucas quita
la entrada de su bolsillo derecho y la desdobla. Decía:

“ Beethoven

el perro equilibrista que deslumbrará sus ojos

Entrada gratuita para dos personas

Fila 1 asiento 25

27 de Febrero ”

La personas se acumulaban, como si de un embudo se tratase, a


medida que Lucas se acercaba a la entrada principal. Una ligera
sensación de mareo recorrió el cuerpo de Lucas. Los lugares con
mucha gente lo ponían nervioso e impaciente, pero el solo hecho
de ver a Beethoven en el escenario le hacía olvidar todo. A medida
que la gente se amontonaba Sol caminaba más y más cerca de
Lucas, hasta llegar a un punto que lo toma de la mano. Lucas, ya
un poco acostumbrado, sigue caminando como si nada.
De repente, la entrada, cubierta con sudor, se desliza de la mano
izquierda de Lucas y comienza a bailar por el aire como una hoja
de otoño en dirección al piso. Lucas suelta la mano de Sol y con un
reflejo casi perfecto toma la entrada en la mitad del trayecto.
Quizás parezca un poco exagerada la reacción de Lucas, pero en
ese momento, que su entrada caiga al piso era como ver caer su
reloj Rolex en medio de un precipicio. Solo quedaría despedirse
de él.
- ¿Qué sucedió?.- pregunta Sol sorprendida por la actitud de
Lucas.
- Que no sucedió diría yo. Casi perdí la entrada.- responde
Lucas ya más aliviado.
Sol voltea su cabeza hacia la entrada, y sin prestarle mucha
atención a Lucas, lo vuelve a tomar, esta vez de la muñeca y
comienza a caminar, a través de la gente, en dirección a la
entrada.
Lo lleva tan rápido que casi vuelve a soltar la entrada. Sol era una
chica muy alegre e impulsiva, pero cuando estaba decidida en algo
nadie la podía detener. Tanto que a veces pecaba de ingenua.
Lucas nunca hubiera llegado a ver la función desde su comienzo si
no fuera por su agresiva y decidida actitud.
Lucas, mientras caminaba, podía ver a la gente alejándose de él.
Algunas chicas hasta se reían, porque en realidad, Sol lo llevaba
arrastrado a Lucas, que concentrado en no perder la entrada,
apenas podía mover los pies para caminar. Cuando por fin ambos
llegaron a una hilera de molinetes que impedían el paso de las
personas, Sol casi se lleva puesto el molinete, para luego darse
cuenta, al oír la voz de Lucas, que necesitaba la entrada para que
ambos puedan pasar.
Ya habiendo pasado los molinetes la sensación que siente Lucas
era indescriptible. Nunca había visto tanta gente junta en un
mismo lugar. Y lo mejor era que todos verían el show de
Beethoven.
Sol, ya un poco más tranquila, relaja su mano y Lucas siente
como si su muñeca respirara nuevamente.
Entre tanta gente que había, Lucas no pudo ver a los ancianos
hasta que recordó que Santiago le había dado unos asientos
especialmente cerca, para que pueda vivir el show como lo hacía
en las prácticas. El asiento decía primera fila asiento veinti y justo
la última parte estaba tan sucia que no se veía bien.
Sol le quita de la mano la entrada a Lucas e intenta verla pero las
pocas luces que había eran tan tenues que apenas podía ver el
título del show.
- ¿Qué hacemos?, ¿a dónde vamos?.- pregunta Sol
desorientada.
- Podríamos buscar algún asiento en la primera fila que está
desocupado. Quizás alguna entrada no se vendió.- responde
Lucas.
- Si, por supuesto. El lugar está que explota y hay asientos en
primera fila que no se vendieron.- responde Sol entre risas.
Lucas se adelanta y ahora es él quien la toma de la mano y
comienza a caminar buscando un asiento vacío.
Luego de pasar cuatro asientos ve uno que estaba vacío pero
faltaba otro para Sol.
- Yo no me voy a sentar lejos de vos.- dice Sol al ver que Lucas
se acerca al asiento vacío.
Lucas comienza a pensar y a comerse una de sus uñas al mismo
tiempo. No sabía muy bien cómo resolver el problema pero algo
tenía que hacer.
- Ven. Siéntate tú.- responde Lucas.
Sol, sorprendida y desconcertada por la actitud de Lucas, se
acerca al asiento y finalmente se sienta.
El show estaba comenzando. Lucas se colocó detrás de ella, pero
como no tenía asiento se quedó parado.
Una serie de luces de colores se dispersaron como rayos
inquietos por toda la sala. Cientos de personas que aún no se
habían sentado comienzan a caminar inquietas como hormigas
bajo la lluvia.
Una música se escucha muy suavemente al mismo tiempo que se
hacía cada vez más y más fuerte.
- Querido público. Tengo el agrado de presentarle a uno de los
más renombrados equilibristas de todo, todo … ¡Más
renombrados!.- dice el presentador.
- Me parece que metió la pata.- dice Lucas acercando su cara
por detrás de Sol.
Sol, muy concentrada en el show, solo asiente con su cabeza.
- ¡Con ustedes! .. ¡Santiago y Pilar!.- dice el presentador.
La gente se levanta y comienza a aplaudir efusivamente.
- ¡Vamos!, ¡arriba!.- le dice Lucas a Sol empujando su hombro
con su mano derecha.
- ¡No!, ¡No quiero!. Déjame así.- responde Sol.
Santiago y Pilar salen al escenario, muy sonrientes, moviendo
sus manos. Beethoven, un poco tímido, comienza a caminar pero
luego se detiene. Santiago mientras camina gira su rostro hacia
atrás y al ver a Beethoven le hace un gesto para que se mueva y se
le vaya la timidez. Beethoven camina nuevamente hacia el centro.
Ya en el centro, los tres juntos se abrazan y saludan nuevamente
al público. Las luces se hacen más tenues y los tres se dispersan
por el escenario, con mucha gracia, hacia el lugar donde tenía
cada su posición. El público se encontraba expectante y callado,
aunque un grupo de gente hablaba en la parte izquierda.
En ese momento, Beethoven mira en dirección a las personas
que hablaban y suelta un ladrido profundo y contundente. Todas
esas personas se callan sorprendidas y giran su cuerpo hacia él.
Lucas se sorprende muchísimo y se emociona también.
Unos tambores comienzan a sonar cada vez más fuerte hasta que
su sonido se escucha en cada rincón del lugar. Santiago se
encontraba parado sobre una colchoneta y debajo de una soga
que cruzaba todo el escenario. Pilar, en una esquina del escenario
levanta sus manos como si fuera una bailarina clásica y, en un
gesto muy sensual, corre con todas sus fuerzas hacia donde se
encontraba Santiago. A tan solo unos pocos metros de llegar
apoya ambas manos sobre el piso y salta haciendo rodar por el
aire su cuerpo como un automóvil luego de ser embestido por un
camión con acoplado. La gente balbucea y al mismo tiempo
permanece inmóvil por la tensión del truco. Pilar, como pétalo de
rosa soplado por el viento, cae hacia los brazos de su novio. La
gente se para y otro grupo comienza a aplaudir aún sentado.
Beethoven permanece aún sentado e inmóvil en su lugar.
- Ese truco no lo conocía. ¿Cuándo fue que lo aprendieron?.-
pregunta Lucas.
- No lo sé. Quizás ya lo sabían desde hace tiempo o lo
practicaron mientras dormías.- responde Sol sonriente.
Lucas le da un golpecito en el hombro a Sol mientras la mira a los
ojos sonriente.
El espectáculo comenzaba a ponerse emocionante y la tensión
estaba llegando a su punto más alto.
- ¿Cuándo harán el gran truco?.- pregunta Lucas.
- Espero que pronto. Va a ser toda una sensación.- responde
Sol.
- Es que aún no veo que participe Beethoven.- responde Lucas
un poco tenso y molesto.
- Te dije que no seas impaciente.- responde Sol dándole un
golpecito en las piernas mientras se ríe.
- Tú mira hacia adelante.- dice Lucas tomando con sus dos
manos el rostro de Sol y girándolo hacia donde estaba el
espectáculo.
Sol era muy terca o siempre le gustaba llevarle la contra a los
demás, a veces porque tenía razón y otras por simple diversión.
La gente que se encontraba alrededor ya comenzaba a
molestarse por las actitudes de ambos. Una señora mayor, que se
encontraba sentada justo a la derecha de Sol se percata de la
situación y le pide muy amablemente a Lucas que deje de
molestar a Sol pero parece que Lucas no estaba decidido a
detenerse. Mientras más gente se sumaba a pedirle que deje de
jugar más se concentraba en su objetivo. Era como si la energía de
la gente la absorbiera y la disparara hacia sus manos.
Luego de casi diez minutos era tanta la gente que se había
juntado alrededor que Santiago se da cuenta que algo estaba
pasando; así que decide detener la función y bajarse del escenario
para ver que estaba sucediendo.
Luego de bajarse del escenario levanta su vista y su rostro se
llena de vergüenza al ver que ahora la atención de todo su
público estaba puesta en dos pequeños que parecían que se
estaban divirtiendo más que cualquier persona en la sala.
Una mezcla de sentimientos comenzaron a recorrer el cuerpo de
Santiago. Por un lado sentía rabia por haber interrumpido la
actuación pero, por otro lado, un sentimiento de admiración por
Lucas comenzaba a nacer en su corazón. Aún no podía entender
como un niño tan pequeño podía manejar a prácticamente todo su
público sin esfuerzo mientras que él pasaba horas y horas por la
noche decidiendo el truco perfecto para que la gente no se aburra.
Inmóvil, Santiago, se mantuvo por varios minutos a pocos metros
del escenario sin saber si entrometerse en la situación o
mantenerse alejado. El cuerpo de Santiago comenzaba a
transpirar pero no justamente por ejercicio. En ese momento Pilar
se baja del escenario justo detrás de él, observa a lo lejos a Lucas y
luego dirige su atención a su novio. En ese instante puede ver
como las manos de su novio comienzan a moverse hacia un lado y
hacia otro, como si quisiera agarrarse de algo. Inconscientemente
corre hacia él y extiende sus brazos.
Santiago se desmaya y cae con su cuerpo hacia atrás sobre los
brazos de su novia. El rostro aún sonriente pero pálido conmueve
a Pilar quien logra agacharse y colocarse de rodillas para acostar
a su novio.
Pilar levanta la vista y siente mucha bronca al darse cuenta que
el público ni siquiera se había dado cuenta que su novio se había
desmayado. Luego mira hacia atrás intentando buscar a
Beethoven y hace contacto visual con él. Inmediatamente dando
brincos Beethoven llega para ayudar a lo que necesite a Pilar.
- Beethoven, llama a una ambulancia. No se, pide ayuda. Estoy
muy confundida.- dice Pilar.
Beethoven sale corriendo por la puerta principal, atraviesa la
zona de boletería y como un caballo de carrera comienza a correr
a través de las solitarias calles. De repente se detiene, parece que
piensa por un segundo, da la vuelta y comienza a correr confiado
de vuelta hacia el lugar.
Por otro lado, Lucas se encontraba aún jugando con Sol y la gente
a su alrededor seguía aún encantada con la personalidad de Lucas.
Riendo y jugando, Lucas levanta su vista y ve, a lo lejos, a su perro
Beethoven que corría velozmente hacia él. En ese momento se dió
cuenta que algo malo estaba pasando. Nunca había visto esa
expresión de peligro en el rostro de Beethoven.
Beethoven se aproxima a Lucas y cuando estaba a unos pocos
metros se detiene, se sienta con su cuerpo, erguido y mirándolo
fijamente, comienza a ladrar.
- ¿Se cayó?.- le pregunta Lucas a Beethoven.
- ¿Quién se cayó?.- le pregunta Sol a Lucas.
- No lo sé, pero alguien está mal.- le responde Lucas a Sol.
En ese momento Beethoven vuelve a ladrar y sale corriendo
hacia donde se encontraba Santiago y Pilar.
- Vamos, ¡sigámoslo!.- le dice Lucas a Sol.
Lucas y Sol comienzan a correr detrás de Beethoven.
El público había dejado de estar alegre.
Las personas miraban, con asombro y desconcierto, como Lucas
se alejaba.
Cuando Lucas llega al lugar encuentra a Santiago tirado en el
piso mientras Pilar sacudía su abrigo sobre el rostro de su novio.
Era una escena que a nadie le habría gustado vivir.
Lucas comenzó a recordar los buenos momentos que había
pasado con Santiago y como lo había ayudado y apoyado en este
gran proyecto. Sus ojos comenzaban a humedecerse lentamente y
un pequeño nudo en la garganta lo sorprendía. Buscando, quizás,
algo de protección, gira su rostro a su izquierda y mira a Sol por
unos segundos. Ella gira su rostro también y lo mira. Por otros
cuantos segundos se miran sin decir ninguna palabra. Luego
Lucas baja su cabeza y revuelve su mano derecha en su bolsillo.
Nervioso, quita su mano y hace lo mismo con el otro bolsillo.
Ahora, ya con su celular, disca un número rápidamente.
Mientras tanto, Sol se acerca a donde se encontraba Santiago, se
agacha y hace contacto visual con Pilar. No se dicen nada, solo se
miran.
- Hola, ¿emergencias?. Necesitaría que me traigan una
ambulancia por favor.- dice Lucas temblando mientras
intentaba mantener su celular cerca de su oreja.

---
Lucas abre la puerta de la habitación. Una pequeña luz entraba
por las cortinas y un olor a remedio ingresaba por la nariz un
poco congestionada de Lucas.
- Pasá.- dice Lucas a Sol con un gesto de su mano.
Sol entra y cierra la puerta.
- Hoy intenté comunicarme con mis padres pero … - dice Sol.
Lucas le hace un gesto de silencio con su mano izquierda y luego
con su mano derecha le dice que se acerque.
Mientras tanto, Pilar los observa a ambos mientras mantienen
sus manos sobre el brazo izquierdo de su novio.
- Los médicos dijeron que mañana por la mañana ya se puede
ir. Solo tuvo una intoxicación.- dice Pilar.
Lucas mira hacia la izquierda y mantiene su mirada pensativa.
- Bien.- responde Lucas.
- Yo pensé que había sufrido un ataque al corazón. Lo vi muy
pálido ayer.- dice Sol.
- ¿Qué me habías dicho sobre tus padres?.- pregunta Lucas.
- Te estaba diciendo que intenté comunicarme con ellos por
teléfono.- responde Sol.
- No hagas que tus padres se preocupen. Mañana ya va a salir
y le contamos luego.- dice Pilar.
Unos golpecitos en la puerta comienzan a sonar. La puerta se
abre lentamente.
- Permiso. ¿Podrían retirarse un minuto por favor?.- dice una
muchacha joven con una lampazo y un balde lleno de agua.

---

Beethoven se encontraba sentado sobre la silla de la sala de estar


como un individuo más de la familia de los ancianos. Su gran y
húmeda boca masticaba unos filetes de carne como si fuera a
comer por última vez en su vida.
A su izquierda se encontraba Abelardo, dueño de la casa y luego
su esposa.
Del otro lado de la mesa, Lucas comía un poco de pasta con salsa
mientras, con delicadeza, quitaba unos trozos de cebolla muy mal
cortados colocándolos en un costado del plato. Su cabello aún
húmedo por un baño caliente que había tenido hace unos
minutos, se secaba rápidamente mientras algunos pelos,
sorpresivamente canosos, parecían estar tan secos y duros como
si nunca se hubieran mojado. Un poco más a la izquierda, Sol, con
su cabeza apoyada sobre su mano y una mirada
desesperadamente aburrida, jugaba a separar las verduras de sus
platos por colores. Sus uñas, recién pintadas de un brillante
amarillo, tenían escritas en cada dedo una inicial de sus cantantes
favoritos.
Como su reproductor de mp3 se había colmado de música, había
decidido dejar solamente canciones de sus sesenta y dos
cantantes favoritos. Ninguna persona tiene tantos dedos como
para anotar tantas iniciales en sus uñas, pero a ella no le
importaba. Había pensado, de una manera muy inteligente,
escribir diez iniciales por semana y quizás, si tenía ganas, escribir
otras tantas en los pies. Eso último había quedado como una
opción porque los dedos de sus pies eran muy pequeños y sus
uñas aún más. Seguramente tendría que utilizar una lupa y un
pincel extra delgado para pintar y en sus dedos meñiques quizás
hasta un microscopio.
Santiago sonreía mientras miraba su plato, sus ojos se movían de
un lado a otro como si estuviese intentando resolver algo del
pasado.
- ¿Qué te sucede? ¿Estás bien?.- le pregunta Pilar a su novio
mientras apoya su mano izquierda sobre el brazo derecho su
novio.
Santiago, al sentir el tacto de su novia, levanta bruscamente su
rostro.
- Si, es verdad. Fue un fracaso.- responde el chico mirando al
anciano con su rostro muy tenso.
- Me parece que tendrías que dejar de hacer este tipo de
shows, ¿por qué no se dedican a otra cosa?. Puedes estudiar
una carrera … - responde Isabella.
- Mi amor, ya está.- dice Abelardo mientras palmea la mano de
su esposa.
- Pero … - interrumpe Isabella.
- Cuéntame, ¿vas a hacer otro show? ¿cómo quedaron las
personas?.- responde Abelardo mirando al muchacho
extranjero.
Abelardo era una de esas personas que cuando hablaba con
alguien podía hacer que cambie de opinión, levantando el
autoestima y llenando de fe cualquier corazón.
- Si, estoy decidido a intentarlo de nuevo. Se que puedo
hacerlo mejor.- responde Santiago con gran confianza.
- Muy bien. Así me gusta. La actividad es muy importante.-
responde Abelardo golpeando firmemente la mesa.
- ¿Y cuándo será la próxima fecha?. Yo quiero ir a ver el show.-
comenta Isabella.
- No lo sé, tendría que planificar una fecha en mi agenda.-
responde Santiago abriendo una agenda sobre la mesa e
indicando con su dedo una fecha muy especial.
- ¡Santiago!- dice Pilar.
- ¿Qué sucede?.- responde Santiago mientras pensaba en otra
cosa.
- Esa fecha. Esa fecha es una muy especial.- responde Pilar
muy contenta.
- ¿En serio?. No lo se, solo abrí la agenda y apunté un día con
mi dedo.- responde Santiago.
- Esa fecha, esa fecha es mi cumpleaños.- responde Pilar a
carcajadas.
- No me digas que es …, bueno esa es una excelente fecha para
ir a ver el show.- responde Isabella contenta.
- ¿Entonces te parece bien que vayamos a ver el show
Santiago?.- dice Abelardo.
Santiago piensa unos segundos.
- Sí, no veo problema.- responde Santiago.
- No te noto muy convencido.- responde Abelardo.
- ¡Sí, señor!.- responde Santiago levantándose de su silla
repentinamente.
Beethoven larga un aullido y luego Pilar comienza a reírse sin
parar. Santiago se pone un poco colorado, gira su rostro hacia
Pilar y luego se sienta, un poco tímido.
- Eres muy gracioso.- dice Isabella.

---

El segundo show estaba por comenzar.


Ahora en las butacas se encontraba además de Lucas y Sol,
Isabella y Abelardo.
Isabella se encontraba sentada al lado de su esposo, pero esta
vez, todos se habían sentado en unas butacas que se encontraban
justo en el centro del escenario.
Isabella, minutos antes, había estado discutiendo por casi media
hora con el chico de la boletería porque decía que en el lugar
donde le habían asignado el asiento no podía ver nada. Lucas
sabía muy bien que Isabella era muy inteligente y a veces utilizaba
sus artimañas para sacar provecho. Por suerte, la familia que
estaba sentada en las butacas del medio no tuvo ningún problema
en correrse unos cuantos asientos hacia su derecha.
La familia estaba compuesta por una pareja, un niño, una niña y
un bebé.
El hombre, un muchacho robusto y moreno, al principio parecía
no entender demasiado lo que le quería explicar el muchacho de
la boletería. Luego de unos diez minutos de charla, y al ver que los
ancianos se acercaban, el moreno asiente con la cabeza y le dice
unas palabras al oído a la muchacha. La misma mira de reojo, y
con un poco de envidia a Isabella, le dice a los chicos que se
levanten, mientras con su brazo derecho carga a un bebé muy
entusiasmado con su alimento.
El niño, un poco dormido, se levanta, le hace unas cosquillas a su
hermana, que se encontraba felizmente jugando con uno de esos
cubos Rubik de color amarillo y blanco. De las cosquillas a la niña
casi se le escapa el juguete y por eso le da una cachetada a su
hermano. En eso el padre interviene llevándose al muchachito del
brazo mientras gritaba que le dolía mucho.
Ya más calmados los niños y lejos del centro, los ancianos se
sientan; pero para sorpresa de Lucas, los asientos restantes se
encontraban separados. Uno a la izquierda de Isabella y el otro a
la derecha de Abelardo. Parece que para Lucas hoy no era el mejor
día para estar acompañado.
Lucas se sienta primero y luego Sol. Una gran picazón en la nariz
había estado atormentando a Lucas desde que había llegado al
lugar. Sol se dió cuenta de eso pero como estaba tan lejos no pudo
alcanzarle un pañuelo que tenía de color azul y negro.
Aún no había comenzado el show y Sol ya estaba muy impaciente
por ayudar a Lucas que no paraba de rascarse la nariz. De repente,
Sol se levanta y, mirando hacia el piso, comienza a gritar que
había una cucaracha en su asiento para lo que Isabella se levanta
también. Luego Sol señala, a propósito, hacia el asiento en dónde
estaba Isabella y esta, horrorizada, se corre hacia su asiento. En
ese momento Sol aprovecha y se sienta al lado de Lucas. Lucas
estaba tentado de la risa y sorprendido por el ingenio de Sol.
Luego al mirar a Lucas a los ojos, súbitamente, la picazón se le
fue por completo.
Sol le dió el pañuelo y él lo tomó, pero sabía que ya no lo iba a
necesitar de vuelta.
Misteriosamente, Lucas, cuando tomó el pañuelo abrió
demasiado su mano y tomó también la mano de ella. Por lo que
ahora no solo se sentía mucho mejor sino que se sentía
acompañado.
El show era un poco diferente al anterior. Lucas sentía que
Santiago había cambiado algo pero aún no se daba cuenta bien.
Unos tambores comienzan a sonar. Santiago sale caminando hacia
el centro del escenario y mira el público. La mayoría de la gente
era la misma que había asistido al anterior. Con sus ojos un poco
húmedos y un pequeño nudo en la garganta comienza por pedirle
disculpas por haber terminado antes el anterior show. Un par de
hombres se paran mientras habla y le gritan palabras de aliento.
Santiago, con sus manos un poco temblorosas, interrumpe lo que
estaba diciendo y mira a los hombres. Luego, esbozando una
tímida sonrisa, le agradece por sus palabras y continúa con su
relato.
Cinco minutos más tarde, Santiago había terminado la
introducción. Este show iba a tener algo diferente, Santiago iba a
elegir a un integrante del público para que participe del show y
luego, si todo salía bien, le iba a regalar una sorpresa. Aún no
sabía bien qué era, pero quería darle un toque de misterio.
Minutos más tarde, las luces comienzan a apagarse lentamente y
todo se vuelve oscuro. Lucas se encontraba terriblemente
expectante a lo que iba a suceder. Lo primero que escucha son
unos sonidos de pájaros, como si fueran a prepararse para volar.
Luego de unos segundos de aleteos, se escucha un temblor en
todo el escenario. Isabella creyó que era real y abrazó al anciano.
Sol, al ver la actitud de Isabella, hizo lo mismo con Lucas. De
repente, el temblor se detuvo. Un silencio invadió toda la sala. Una
figura de un perro comenzó a verse, iluminada por una tenue luz
blanca, a lo lejos del escenario. Lucas, hizo a un lado a Sol, se frotó
los ojos, y enfocó un mirada y atención el la figura del perro. Aún
no podía distinguir si Beethoven se encontraba en el piso y
sentado sobre alguna estructura. Mientras Lucas parpadea,
escéptico y con los dedos de sus manos en entrelazados, comienza
a ver como la luz se abre lentamente y deja a la vista una delgada
cuerda en la que pendía Beethoven. Lucas se para para ver mejor.
Un suave música comienza a escucharse de fondo. De repente,
aparece Pilar corriendo y dando saltos por el escenario. Lucas
mira al suelo del escenario y no ve ninguna colchoneta. El cuerpo
de Lucas comenzó a tomar temperatura mientras tragaba saliva y
su corazón se aceleraba. Sus ojos dejan de parpadear. Eso no era
lo que habían ensayado y no le agradaba demasiado a Lucas. Por
fin aparece Santiago, caminando tranquilamente por el escenario
hasta llegar al centro. Una luz se enciende, de golpe, debajo de
Beethoven y un cubo de cristal sorprende a Lucas. Lucas parpadea
y se da cuenta que el cubo se encontraba lleno de agua, pero
extrañamente el agua era de color rojo. Asustado, y con el corazón
en la boca, Lucas comienza a caminar por lo asientos hacia el
escenario hasta llegar a la primera fila. Los ancianos y Sol estaban
inmóviles en sus asientos. De hecho todo el público no decía ni
una sola palabra.
Lucas, casi sobre el escenario, pero aún lejos del cubo de agua se
encontraba cruzado de brazos mirando hacia arriba a Beethoven
y luego hacia abajo al cubo de agua. Se mantuvo así por unos
segundos hasta que, de repente, Beethoven se lanzó por el aire.
Lucas se toma la cabeza y se muerde los dientes mientras se
prepara para la caída de su amado perro.
Cuando hablamos de un perro cayendo sobre un cubo de agua
nos podemos imaginar un gran chapuzón y mucha agua salpicada;
siempre y cuando el perro sea lo suficientemente pequeño para
poder caer sin problemas dentro del cubo. Sin embargo, este no
era el caso de Beethoven.
Beethoven, con un pelaje suave y un peso que se podía comparar
con el de un pequeño pony, era prácticamente imposible que
pudiera caer con comodidad sobre el pequeño cubo de agua, y
Lucas eso lo sabía.
Luego de seis segundos de caída libre, que para Lucas pareció un
año y ocho meses, Beethoven cae perfectamente ubicado sobre el
cubo. Seguido de eso, unas olas, más grandes que la Muralla China,
se disparan hacia todos lados. Incluso las personas que se
encontraban en primera fila intentaron correrse para no terminar
empapados por el agua, que mágicamente, al entrar en contacto
con el cuerpo de Beethoven se volvió multicolor; algo así como un
arco iris de agua.
Era inimaginable la cantidad de espectadores que se
encontraban parados; asombrados por el efecto del agua. Todos
se preguntan cómo era que el agua podía cambiar de color tan
rápido. Por otro lado, Beethoven, ahora dentro del cubo ya sin una
gota de agua, se encontraba cansado como si todas sus energías se
hubieran ido con ese salto.
Minutos más tarde, con Lucas ya en su asiento nuevamente, unas
cortinas se cierran y el lugar se vuelve oscuro nuevamente. Lucas
en ese momento empieza a tener mucha más fe en el proyecto de
Santiago; había podido ver los rostros de la gente y se veían muy
entusiasmados. Acto seguido, sus ojos comenzaron a buscar a
Isabella y Abelardo. Lucas quería saber que le había parecido el
truco. Como no los encontraba decidió nuevamente levantarse,
pero ahora mucho más relajado, y comenzar a buscarlos. Mientras
caminaba entre la oscuridad total se preguntaba riéndose como
podía encontrar a dos ancianos en medio de un público de más de
quinientas personas; era como buscar una aguja en un pajar.
Lo único que recordaba era que Isabella había ido vestida con un
vestido de perlas muy brillante y Abelardo con una camisa de
color azul oscuro y un pulóver amarillo que para Lucas no pegaba
para nada. Luego de unos minutos de buscar entre la nada,
sabiendo que era en vano seguir caminando, su móvil comienza a
vibrar y la luz de la pantalla ilumina un poco el lugar. De repente,
un grupo de puntos brillantes parecían moverse de una manera
muy nerviosa unos asientos a su izquierda. Lucas, entusiasmado y
curioso, camina hacia el lugar para ver qué era lo que provocaba
ese brillo. Ya cerca, una persona se da vuelta, y lo llama por su
nombre. Parecía que la luz lo había encontrado a él. Lucas se
acerca un poco más y cuando está por preguntarle algo a Isabella
la luz del lugar se prende. Lucas no entendía como la luz del lugar
podía prenderse si aún no había terminado el acto. Segundos más
tarde, unos gritos con su nombre comienzan a escucharse desde
una de las esquinas del lugar. En el momento en que Lucas logra
levantar la mirada ve a Sol junto a un hombre de seguridad a su
lado. Sol lo ve también y le dice algo el hombre de seguridad
mientras apunta con su dedo hacia donde estaba Lucas. Acto
seguido, Sol sale corriendo como si fuera a encontrarse con él
luego de volver de un viaje de seis meses e intenta abrazarlo.
Lucas, confundido y un poco avergonzado con la actitud de ella, la
abraza de una manera fría. Sol le dice al oído que no vuelva a
escaparse otra vez.

---

El segundo truco estaba por comenzar; sin embargo, la cabeza de


Lucas estaba en cualquier lugar menos en el show. Habían
sucedido muchas cosas en muy poco tiempo. Hace un par de
meses había dejado a su familia para aventurarse con otra nueva
en un lugar muy distinto a donde estaba acostumbrado. La
contaminación del aire, los ruidos de los motores de los camiones
que pasaban y un olor a comida chatarra ahora solo estaban en
sus recuerdos. Sin embargo; él sabía muy bien que el pasado no
era un lugar para quedarse así que abrió muy bien sus ojos y
sacudió su cabeza. Quien diría que ahora había en su vida alguien
especial que de casualidad había llegado a su vida. En un costado,
muy atenta a la presentación del nuevo truco, Sol miraba, casi sin
parpadear, como un grupo de ayudantes traían más y más
colchonetas al escenario.
Ya habían pasado más de cinco minutos y una docena de
colchonetas apiladas una sobre la otra se encontraban en uno de
los costados del escenario. Lucas no sabía si las habían colocado
ahí solo para ordenarlas o eran parte del truco pero le llamó
mucho la atención la prolijidad con que las habían colocado y la
altura que habían llegado a alcanzar, considerando que cada
colchoneta era como cinco colchonetas normales.
Sol apoya su mano sobre la pierna de Lucas y sus ojos se abren
como dos bombillas de luz. Justo en ese momento, en el escenario,
Pilar aparece con el micrófono presentando el siguiente acto.
---
La presentación de la segunda función está demorando un poco
más de lo que Lucas esperaba. Pilar se encontraba algo nerviosa y
Lucas, con su excelente vista, podía ver como un par de gotas de
sudor comenzaban a caer en el rostro un poco pálido de Pilar. De
a ratos, tomaba un pañuelo, que se había llevado escondido en su
mano, para quitarse el sudor de la frente. Las luces eran potentes
pero, para Lucas, el principal motivo de nerviosismo de Pilar era
la propia presión que tenía por hacer de la función algo grandioso.
Los minutos comenzaban a parecer horas para Lucas y la
impaciencia le estaba doblando la muñeca. Su pie izquierdo
comenzaba a golpear el suelo a un ritmo más rápido conforme
pasaban los segundos. De repente tomó su manga izquierda y con
su mano derecha se levantó la camisa blanca que llevaba, acercó
un poco su rostro y vio su reloj. Luego de quedarse viendo el reloj
por unos segundos, se dió cuenta de que la aguja estaba parada
desde hace una hora y media. Su respiración se volvió más
profunda, intentando tranquilizarse, pero no lo sirvió de mucho.
Con su mano derecha se quitó el reloj e intentó girar una pequeña
rueda que se encontraba en el costado derecho del reloj, pero de
la ansiedad, la velocidad con que la hizo mover provocó que la
pequeña ruedita se escape del reloj y comience a brincar hacia el
escenario. El rostro de Lucas se volvió pálido. Por un momento
dudó, pero finalmente salió de su asiento y comenzó a perseguir a
la ruedita mientras Pilar, concentrada en sus palabras, no lo veía.
Unos segundos después la gente comenzó a voltear su cabeza
hacía Lucas y Pilar comenzó a mover lentamente sus ojos hacia la
derecha mientras el micrófono era estrangulado por sus puños.
La mirada de Lucas se encontraba tan concentrada en la ruedita
que no vió el escalón el escalón principal del salón. Con gran
esmero Lucas logra tomar la ruedita pero segundos luego se topa
con el escalón y cae sobre el piso. La ruedita sale disparada hacia
donde se encontraba Pilar y pasa rodando entre sus piernas
mientras se agacha intentando tomarla. En ese intento, a chica
extranjera se le cae el micrófono el cual hace un ruido terrible.
Toda la gente que se encontraba en la sala se tapa los oídos
mientras mantiene su vista en todo lo que estaba sucediendo. Era
casi como si el show hubiera comenzado anticipadamente. Dos
muchachos se levantan y le gritan a Pilar la dirección por donde
estaba yendo la ruedita mientras apuntan con sus dedos.
Lucas, aún en el piso, logra levantarse con mucho esfuerzo y,
mareado y dolido, levanta su vista para ver que estaba
sucediendo. La extranjera toma el micrófono y ve como Lucas
comienza a subir al escenario con el pelo todo desalineado. Luego
algo le llama la atención. Beethoven sale corriendo, como lo haría
cualquier perro cuando persigue su hueso, en dirección a donde
se había detenido la ruedita. Un telón de color verde oscuro se
encontraba en la parte de atrás del escenario y a unos pocos
centímetros la ruedita yacía esperando a que alguien la tome.
Mientras corre a toda prisa, Lucas le dice a Beethoven que se
quede en el lugar, pero Beethoven no le hace caso. Lucas,
sabiendo que sus posibilidades de alcanzar la rueda eran mínimas
comparadas con la velocidad de Beethoven, se lanza hacia su
perro para detenerlo.
Durante un largo tiempo Beethoven había estado practicando
muchos trucos y la agilidad que había ganado era muy diferente a
la que tenía hace unos meses y eso Lucas no lo sabía.
Quien iba a pensar que, al ver que Lucas se aproximaba
deslizándose por el suelo como si fuese hielo, Beethoven logra dar
un salto por encima de él y también colgarse sobre la cortina. El
problema era que Beethoven no era uno de esos perros pequeños
y livianos. Con sus más de sesenta kilos de músculo y suave pelaje,
la cortina comenzó a rasgarse y en eso Beethoven intentó
sostenerse con sus filosas garras de algo que ya no tenía fuerza. La
desesperación de Beethoven era tal que sus patas comenzaron a
moverse como una locomotora en pleno viaje.
La gente aún no emitía ninguna palabra y Pilar, en el medio del
escenario, totalmente paralizada, ve como una pequeña chispa
comienza a brotar de la cortina.
El público ve cómo la llama se hace cada vez más grande.
La cortina verde cubría todo el escenario. Beethoven, al sentir el
calor de la llama, se suelta y cae en el piso. La caída no fue algo
asombroso, pero un gran agujero apareció por el golpe.
Santiago, que no había aparecido en escena, se da cuenta de la
gran llama que estaba ocupando casi la mitad de la cortina, y
aparece corriendo por el escenario. Desafortunadamente, uno de
sus cordones se engancha con un clavo que había quedado salido
en el agujero que había hecho Beethoven. En ese momento, la
pierna derecha de Santiago se engancha y, al seguir corriendo, su
zapatilla queda enganchada. Su media, de color rosa, hace que el
público largue una carcajada. Ese fue un momento que cambió la
vida de Santiago. A veces sucede en la vida, que un pequeño
detalle puede resumir algo muy grande. Y eso fue lo que sucedió.
Se había dado cuenta, que aunque estaba en una situación de
extrema tensión, el público siempre esperaba que suceda algo que
lo entretenga y algo tan sencillo, como correr con una media rosa,
había provocado, nada más ni nada menos, que un momento
espontáneo de risa.
El fuego seguía propagándose a gran velocidad. La cortina estaba
prácticamente hecha cenizas y ahora corrían peligro los
elementos del show. Como en un trampolín, una chispa salta hacia
la cuerda. Santiago le señala a Pilar la cuerda y le indica que la
guarde antes de que se prenda fuego. Pilar sale corriendo y
Beethoven junto con ella. Al llegar, se detiene, y ve como la cuerda
estaba en pleno incendio. Sabía que si intentaba quitarla corría
peligro de quemarse viva. Luego, ve en el piso, a unos metros una
tijera que había quedado del acto anterior y corre hacia ella, la
toma e intenta cortar parte de la cuerda. Beethoven, a su lado
comienza a saltar lo que hace que Pilar tema que la cuerda
encendida caiga sobre él. Con un gesto de su mano le dice a
Beethoven que se corre. Lucas, que se encontraba a varios metros
ve la situación y se acerca para correr a Beethoven. Toma una
botella de gaseosa e intenta persuadirlo para que se mueva. Como
no funciona intenta algo más arriesgado. Sale corriendo hacia el
borde del escenario y finge que se cae hacia abajo. Beethoven al
verlo corre hacia él, lo que permite que Pilar termine de cortar la
soga.
La situación era de extrema delicadeza; sin embargo, el público
parecía entretenido.
Isabella y Abelardo permanecían en sus asientos.
- Amor, amor. Despertate.- dice Abelardo tocando la pierna
derecha de Isabella.
Isabella estaba en un profundo sueño del que no quería
despertar nunca. Su cuerpo se encontraba echado hacia uno de los
lados del asiento, muy relajado. Su respiración era pausada y
profunda. Unas pequeñas gotas de saliva se asomaban de sus
débiles labios mientras sus ojos totalmente cerrados eran testigos
de un suave y armonioso ronquido.
Abelardo al ver que Isabella no respondía, volvió a colocar
lentamente su mano izquierda sobre su pierna izquierda,
esperando; por un lado, que esta catástrofe termine, pero al
mismo tiempo, entusiasmado por compartir lo que estaba
viviendo con alguien más.
Pensativo y reflexivo, coloca su mejilla sobre su muñeca y se
percata de algo curioso.
Mira hacia el lado izquierdo, y luego hacia el derecho y así, varias
veces.
Su mirada se detiene por unos segundos y percibe algo
importante. Aunque el escenario era ejemplar y vistoso, no había
presenciado ningún tipo de matafuegos ni tampoco a nadie de
seguridad. El muchacho y Pilar estaban solos en este incendio.
En el escenario, la soga yacía incendiada en el suelo. Un suave
humo salía e intentaba escaparse por uno de los agujeros de
ventilación del escenario.
Pilar, con sudor en su cuerpo y extenuada, se encontraba
sentada, con sus piernas abiertas y las palmas de sus manos
apoyadas en el ahora tibio suelo. A través de sus ojos podía ver
una pequeña chispa aún viva, que luchaba por no extinguirse.
La mirada de Pilar se encontraba ahora muy concentrada. Por un
lado, sabía que debía ir tras la llama pero, por otro, su cuerpo
estaba extenuado.
De repente, sus ojos se abren de sorpresa al ver que la llama
nuevamente cobra vida. Intenta levantarse y mira a su alrededor.
Santiago, de espalda a la llama, no se había percatado de nada.
Lucas, acariciando a Beethoven, parecía ensimismado con su
pelaje.
En los asientos Isabella comenzaba a despertarse mientras una
brisa fría corría por sus piernas.
- Amor, ¿tienes un vaso de agua?.- le pregunta Isabella.
- Mi amor, mira que no estamos en casa ahora.- responde
Abelardo.
La actitud de Isabella le despertaba mucha ternura al anciano.
Abelardo tenía una botella de agua en su asiento y se la da a
Isabella.
- ¡Está caliente!.- grita la anciana, echando el agua sobre el
cuerpo de Abelardo.
Abelardo, todo empapado, se da cuenta de algo. Sus pupilas se
abren.
- Mi amor, alcánzame tu botella.- dice Abelardo ansioso.
- Pero está caliente, sabe horrible.- responde Isabella.
- No importa, tú solo dámela.- responde Abelardo.
Un torbellino de energía recorre precipitadamente el cuerpo de
Abelardo, que, sin pensarlo dos veces, sale corriendo hacia el
escenario.
Una señora que se encontraba sentada se levanta con él y camina
en dirección al fuego con su botella de agua.
En ese momento, el fuego comenzaba a avivarse nuevamente.
Mientras Abelardo esparce el agua de su botella, ilusionado por
apagar el fuego, la señora llega atrás para imitar el gesto.
Una magia comenzaba a asomarse. Más y más personas del
público comenzaban a levantarse una tras otra, como un dominó
de fe que se había propagado hasta la última fila del escenario.
Cuando Beethoven vio que el público comenzaba a subirse al
escenario notó que la gente estaba muy feliz de poder ayudar y
ser parte de algo.
La soga donde una vez Beethoven había practicado horas y horas
ahora yacía triste en un costado. Unas lágrimas, en medio del
incendio comienzan a brotar de los ojos de Beethoven. El ruido de
las botellas que crujían al ser apretadas con fuerza por las
personas del público remontaban por un instante a Beethoven
cuando, en su niñez, Lucas lo cuidaba como si fuera su hijo.
Unos sentimientos de nostalgia comenzaron a brotar por las
venas de Beethoven y su corazón latía más rápido que nunca. No
podía dejar de ayudar a quien lo había cuidado durante tanto
tiempo. Cobró fuerzas, se levantó y salió corriendo a donde se
encontraba Lucas, aún atascado con su cordón. De un mordisco lo
rompió y Lucas liberado lo abrazó.
Las dos situaciones eran un contraste perfecto entre la furia del
fuego y el amor incondicional entre Beethoven y Lucas.
Lucas y Beethoven se acercan caminando a donde se encontraba
Pilar y Santiago. Todos juntos miran a lo que queda del fuego;
contemplando como las últimas personas que habían llegado
terminaban de apagarlo.
Un nuevo viaje

La noche siguiente a la segunda función, el grupo se juntó.


Estaban todos reunidos. Formando una ronda en el suelo. De un
lado Santiago y Pilar. En frente, Lucas. Entre Santiago y Lucas se
encontraba Beethoven, y entre Lucas y Pilar se encontraba Sol.
Santiago estaba descalzo, con un pantalón gris y remera verde
oliva; un poco de barba lo hacía parecer unos cinco años más
grande.
Su pelo, muy prolijamente cortado a máquina, daba a conocer
algunas canas rebeldes que se escondían entre su oscuro pelo. Un
pequeño agujero en su oreja mostraba unos momentos de
rebeldía, en donde la juventud había tomado acción y los aros
eran toda una sensación. Sus manos, un poco frías, buscaban
cobijo bajo sus piernas. Un rostro teñido entre decepción y
tranquilidad comunicaba una confianza en el camino que
comenzaba a nacer en su corazón.
Pilar, con un rostro contento y jovial no parecía estar prestando
demasiada atención al momento. Su sonrisa se encontraba
impecable pero sus ojos parecían viajar, curiosos, de un lado a
otro, como intentando ansiosamente encontrar algo. Su nariz
puntiaguda, su piel blanca, salpicada por una gran cantidad de
pequeñas pecas, que parecían jugar entre su mejilla y su nariz,
hacían de su rostro un espectáculo único para cualquier hombre
que pudiera apreciarla. Sus labios delgados, casi imperceptibles,
formaban tímidos, junto a algunos dientes que se dejaban ver, una
puerta al paraíso; donde las curvas y contra curvas podían seducir
a cualquier muchacho en pocos segundos de conversación.
Sus piernas, delgadas, estiradas sobre el piso, intentaban, en
vano, ocultarse bajo una pollera celeste oscura, que resignada se
mantenía firme bajo unas palmas celosas, que no permitían
movimiento alguno.
Beethoven, quieto; casi como una estatua, contemplaba la
esencia de aquella bella reunión. Una corriente de aire frío
acariciaba su suave y protector pelaje, que sin darse cuenta, lo
abrigaba hasta de las peores heladas.
El silencio era el sexto integrante, invisible pero presente, tanto
que hasta generoso dejaba al descubierto una lluvia de olores que
llegaba de todas direcciones.
Un suave olor a naranjas que provenía de unas cáscaras ocultas
en el basurero, se mezclaba con el olor a yerba, aún húmeda, de
los mates tomados por la mañana.
Una de las puertas, aún abierta, les permitía adentrarse en la
desconocida oscuridad de la noche que los esperaba, paciente,
afuera del salón.
Luego de varias charlas profundas, los chicos, cansados, salieron,
por la noche con el único pensamiento de descansar bajo una
buena frazada y dejar partir el día para darle la bienvenida a otro
nuevo.

---

Cuando menos lo esperaban, el sol comenzó a entrar por las


rendijas de las persianas calentando y tiñendo de a poco una
figura geométrica indescriptible en el brazo algo peludo de Lucas.
Sin prisas y contento, Lucas se despereza buscando tomar con su
mano izquierda un palito atado a un cordón que le permitía dar la
bienvenida a un nuevo día en un movimiento descendente de su
brazo.
El asfalto de la calle, aún frío, comenzaba a calentarse; a medida
que una línea infinita que dividía la noche y el día se movía con el
pasar de los minutos buscando morir en el horizonte.
Las sábanas, aún desprolijas y llenas de olor a sueños de la noche
pasada, esperaban su turno para volverse más elegantes; luego de
que Lucas las acomodara con gran prolijidad.
El sonido de unas aves, que jugaban escondidas en el tejado de la
habitación, sorprendió a Lucas; cuando, sorpresivamente, la
puerta se abrió y un rostro desesperado interrumpió el bello
ritual de un despertar único.
Sonrojado, por la actitud avasallante y casi impulsiva, Santiago le
pide disculpas a Lucas y le acerca una especie de confesión.
Los pasados días no habían sido los mejores en todo sentido.
Platos rotos, gritos y amenazas innecesarias eran solo la entrada a
un plato principal que comúnmente se conoce como crisis de
pareja. Miradas distantes, sufrimiento repetido y marcas de uñas
en los brazos eran un mensaje claro de que algo no daba para
más.
Sin saber por qué, las palabras que salían del corazón de
Santiago golpeaban en lo más profundo del alma de Lucas
haciéndolo tambalear, por momentos, como un hombre en medio
de un huracán.
Las palabras brotaban del corazón de Santiago como espinas que
salían por debajo de la piel, clavadas y adheridas con el tiempo.

---

- Lucas, Lucas. Ven. Vamos adentro que hace frío.- grita una
niña con un tierno listón azul en su cabeza.
- ¡Un momento!.- responde Lucas pedaleando con fuerza en su
bicicleta.
- ¡Uff! ¡Uff!.- dice Beethoven mirando hacia otro lado de la
calle.
A lo lejos, un muchacho de pelo rubio y un poco desarreglado
aparecía caminando con una sonrisa que iluminó los ojos de Lucas
de inmediato. Lucas, mirándolo, se quedó inmóvil sobre su
bicicleta hasta que el muchachito se acercó lo suficiente. Con un
apretón de manos se saludaron y con una mirada ambos se
sintieron cómodos. Charlaron un rato y luego Lucas le dijo que se
tenía que ir.

---

- Lucas, Lucas. ¿En qué piensas?.- pregunta Santiago con


curiosidad y preocupación.
Lucas parpadea unos segundos.
- Nada, nada. solo estaba pensando.- contesta Lucas, aún
concentrado en su mundo.
- ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos?.- pregunta Lucas
con un rostro pensativo y confundido.
- No sé, ¿por qué quieres saber eso?.- responde Santiago.
- No importa. Al fin y al cabo no me has respondido.- responde
Lucas.
- ¿A qué quieres llegar?.- pregunta Santiago intuyendo algo.
- No sé, a veces siento como si nos conociéramos de hace
mucho tiempo. Como de otra vida.- responde Lucas.
- ¿De otra vida?, ¿a qué te refieres?.- pregunta Santiago.
- Si, de otra vida. Siento como una conexión especial entre
nosotros, como si ya hubiésemos compartido muchos
momentos juntos.- dice Lucas.
- Me suena raro, pero aún así puede ser. Hay muchas cosas
inexplicables en esta vida. Cuando yo era chico siempre creí
que era una rana. Recuerdo que solía ir a un estanque que
quedaba a unas pocas cuadras de mi casa y a veces, cuando
nadie me miraba, brincaba imitándolas. Me daba mucha
vergüenza y era muy chico. Mi padre solía regañarme
cuando se daba cuenta que me había escapado. Para eso
utilizaba una serie de trucos para simular que aún estaba
ahí.
Recuerdo un día, que me había escapado.
Eran aproximadamente las cinco y media de la mañana. El sol
apenas comenzaba a salir por el horizonte. Con mi corazón lleno
de adrenalina me escapé hacia el parque. Sabía que tenía una hora
exacta para volver a mi cama antes de que mi padre se levante
para ir a trabajar. Abrí la ventana. El frío congelaba mis pestañas y
mi nariz se ponía como un cubo de hielo. Tomé un gorro de lana
de color púrpura claro y unos guantes del mismo color que se
encontraban en el cajón de mi hermana, que dicho sea de paso,
nunca se enteró de nada. Ella tenía el sueño más profundo que
jamás haya conocido.
Por fin, cuando lograba saltar sobre el césped, aún blanco por el
frío de la noche, tomé el camino más largo, que me llevó unos
veinte minutos, porque en uno de los otros dos caminos se
encontraba el perro de mi vecina, que siempre me ladraba y en el
otro, bueno, en el otro había algo que me daba mucho miedo; pero
es otra historia.
Cuando llegué al estanque era como si otra rana hubiera llegado
porque a los pocos segundos las ranas que se encontraban
sumergidas asomaron sus profundos ojos y me miraron por unos
segundos. Luego me tiré sobre el piso y las miré también, hasta
que al cabo de unos minutos, salieron a la superficie, como si
quisieran jugar conmigo.
Me quedé jugando con ellas lo más que pude, hasta que llegó la
hora de volverme a mi cuarto y simular que estaba
profundamente dormido aunque solo tenía cerrados los ojos. Mi
manera de hacer eso era respirando profundamente y muy
pausado. Hasta llegué una vez a imitar que estaba soñando. No
recuerdo lo que había pensado en ese momento pero mi padre
había entrado para vigilarme. Sentí el ruido de la puerta porque
en primavera la humedad hacía que la madera se ensanche y
toque el piso. Unas palabras sin sentido salieron de mi boca
mientras un poco de saliva cayó sorpresivamente. Cuando sentí
que la puerta se cerró me tapé por completo y comencé a reírme a
carcajadas. La verdad que no sabría decirte si mi padre llegó a
escuchar alguna, pero me fue imposible aguantarme en ese
momento. Para cuando terminé de reírme, el dolor de panza era
tal, que me costó más de veinte minutos dormirme de nuevo. Por
suerte la calle estaba muy silenciosa y no tuve problemas para
volver a soñar.- dice Santiago.
- ¿Te puedo enseñar algo?.- dice Lucas a Santiago.
- Si, con gusto.- responde Santiago.
- No suelo mostrárselo a nadie, pero me das mucha
confianza.- dice Lucas.
- ¿Qué es?.- responde Santiago curioso.
- Son unos papeles. Son cosas que escribo. Me gusta hacer
poemas y otras cosas.- responde Lucas.
- ¡Que bueno!. ¿Así que te gusta escribir?, ¿cuánto tiempo
llevas escribiendo?.- pregunta Santiago.
- No lo sé. Siempre fuí de escribir.- dice Lucas.
- Bueno muéstrame.- responde Santiago.
Lucas le alcanza un grupo de papeles desordenados, algunos
amarillos por el tiempo y otros sucios con polvo.
Santiago comienza a ver uno a uno los papeles. Se mantenía
interesado.
- Oye, ¿te gusta dibujar también?.- pregunta Santiago.
- ¿Tú lo dices por los prototipos?.- responde Lucas sonriendo
de la vergüenza.
- Si. Tienes una capacidad para los detalles excepcional. Nunca
había visto nada igual.
- Cuéntame un poco. Este, ¿de qué se trata?. Dice
Tiranosopus.- responde Santiago.
Santiago saca un papel bastante amarillo con un dibujo hecho en
lápiz.
Lucas toma el dibujo con ambas manos y lo mira bien. En un
principio su rostro se muestra confundido, como si estuviese en
duda de el dibujo. De repente, Lucas muestra una sonrisa, sus ojos
brillan y sus cejas se levantan de asombro.
- Bueno, este dibujo es uno de los primeros que he hecho. Se
trata de una máquina voladora construida solamente con
madera.- dice Lucas muy entusiasmado.
- ¿Voladora?, ¿y a dónde te gustaría volar?.- pregunta
Santiago.
- Aún no lo tengo decidido porque tengo un problema.- dice
Lucas.
- ¿Cuál es?.- responde Santiago preocupado.
- Digamos que … digamos … - responde Lucas.
- Vamos, anímate. Puedes confiar en mí.- responde Santiago.
- Toda mi vida me la he pasado dibujando, pero no he pasado
de ahí. Nunca me he animado a intentar poner en práctica lo
que dibujo.- responde Lucas con frustración en sus ojos
brillosos.
Santiago se mantiene serio, mirando fijo hacia la nada. Luego
levanta su vista y se toma de la barbilla pensativo.
- ¡Tengo una idea!.- responde eufórico Santiago mientras
levanta bruscamente su mano izquierda apuntando al cielo.
- ¿Y en qué ...? … - responde Lucas mientras Santiago sale
corriendo por la puerta del cuarto.

---

- Hola, buen día.- dice Lucas ingresando a la sala de estar.


- Buenos días Lucas.- responde Pilar mientras estira sus
brazos desperezándose.
Lucas se acerca a la heladera y abre la puerta.
- ¿Quieres un vaso de naranja?.- pregunta Pilar.
Lucas se da vuelta y la mira por unos segundos.
- Si, está bien.- responde Lucas.
- ¿Qué sucede?, ¿en qué piensas?.- responde Pilar.
- ¿Haz visto a Santiago?.- responde Lucas.
- No, creí que estaba con vos. ¿No estaba con vos?.- responde
Pilar.
- Si, pero se ha ido.- responde Lucas.
- Pero, ¿a dónde?, yo no lo he visto pasar y estoy desde
temprano levantada.- responde Pilar.
Lucas se acerca a Pilar y toma un vaso repleto de naranja.
- Ahora me dejás preocupada a mí.- responde Pilar golpeando
la mesa mientras sonríe preocupada.
Lucas toma el vaso de naranja mientras sentado mira por la
ventana. El día estaba un poco ventoso y triste pero aún así se
alcanzaba a ver el celeste del cielo.
- Creo que me voy a ir a buscarlo.- dice Lucas levantándose de
la silla impaciente.
- ¡Yo te acompaño!.- dice Pilar.
El día se había puesto un poco lluvioso; sin embargo, Lucas, con
un piloto amarillo que tomó del cuerpo de Abelardo, y Pilar, con
su paraguas, que apenas le cubría la cabeza, salieron en busca de
Santiago.
Existen dos formas de ir en busca de alguien.
Teniendo un plan de búsqueda y .. bueno, saliendo a pura
intuición, como era costumbre de Lucas.

---

La noche se estaba acercando, y el cielo, más gris que nunca,


amenazaba con empeorar en cada minuto que pasaba.
Lucas, creo que es hora de volvernos. Supongo que sabrás dónde
estamos.- dice Pilar observando con miedo como un grupo de
jóvenes la observaban de manera extraña.
Lucas mira hacia un lado y luego hacia el otro.
- Mirá, podemos preguntarle a esos muchachos cómo tomar
un micro de regreso..- dice Lucas.
- ¡Estás loco!. Ni lo pienses. Yo sabía que esto iba a salir mal.-
dice Pilar preocupada.
Lucas se queda pensando unos segundos.
- ¡Vamos, vamos hacia allá!.- dice Pilar casi a punto de entrar
en una crisis nerviosa.
- ¡Espera!.- dice Lucas tomándola del brazo.
Lucas camina unos pasos hacia su izquierda y se agacha.
- ¿Qué hacés?. No tomes nada del suelo. ¿No sabes que puede
contener cualquier peste?.-dice Pilar.
- ¿Este no es el dni de Santiago?.- dice Lucas.
- ¿Qué?. Debe ser de alguien parecido. Él es muy cuidadoso
con esas … - responde Pilar mientras se queda muda al
tomar el dni y ver la sonrisa de Santiago en la foto.
Vení, seguime. Caminá tranquila, que nadie se de cuenta que
estás nerviosa.- dice Lucas mientras camina hacia un negocio que
se encontraba por cerrar.
Lucas se acerca al hombre que estaba cerrando sus puertas.
- Disculpe. Si, ahí. Por casualidad ha visto a un muchacho de
campera azul, alto y un poco fachero. Hemos encontrado su
DNI y lo estamos buscando.- dice Lucas alcanzándole el DNI
al hombre.
El hombre toma el DNI y lo mira por unos segundos.
- No, nunca lo he visto.- responde el hombre.
- Bueno, le agradezco igual.- dice Lucas.
Pilar mira a Lucas.
La noche ya había caído.
- ¿Entonces?, ¿eso fue todo?. Estamos perdidos. Ya es de
noche, y ni siquiera sabemos dónde estamos.- dice Pilar.
- Ven, vamos a caminar un rato. Guardá el DNI.- dice Lucas.
Ambos comienzan a caminar a través de la noche mientras dos
hombres caminaban sigilosos detrás de ellos. Pilar mira de reojo
hacia atrás y advierte su presencia.
- Shh, Lucas, Lucas.- dice Pilar golpeando el hombro de Lucas
para llamarle la atención.
Lucas mira hacia atrás y ve que los hombres ahora estaban
corriendo hacia ellos.
- ¡Pilar, Pilar!, ¡corré, corré!.- dice Lucas.
Ambos comienzan a correr a toda velocidad hasta que una
baldosa floja hace que Pilar caiga directamente al piso.
Lucas, sin darse cuenta corre unos metros hasta que, girando
su cabeza, se da cuenta de que Pilar se encontraba en el suelo.
Ya no había tiempo para volver. Lucas se encontraba muy
asustado.
Lucas gira en la siguiente esquina y acelera el paso. Agitado y
exhausto, logra ver una fuerte luz que iluminaba varias casas, y
se dirige hacia allí.
- ¡Ayuda!, ¡ayuda por favor!.- grita Lucas, pensando que iba a
encontrar a alguien.
Nadie le contesta, la noche lo estaba comiendo.
Confuso y asustado gira nuevamente en la cuadra mientras
varios pensamientos se le cruzan por la cabeza.
Primero comienza a darse cuenta lo que había hecho hace
unos minutos. Había dejado a una compañera y amiga tirada en
el piso. Vaya uno a saber que le había sucedido. Imágenes de
cuchillos, sangre y gritos hacían colapsar de sentimientos de
culpa a Lucas.
Por otro lado, su cabeza giraba hacia atrás dos o tres veces por
minuto, previniendo una inminente emboscada de esos dos
tipos con rostro misterioso.
Lucas vuelve a girar, una vez más, y ahora piensa dirigirse al
lugar de donde había huido.
Quizás Pilar aún estaba con vida, quizás esos hombros solo
querían ayudarla, quizás, quizás …
A lo lejos alcanza a ver el lugar de los hechos, parecía que ya
no había nadie.
Mientras corre varios pensamientos comienzan a gritarle
nuevamente.
- ¿Y si es una emboscada?, ¿y si soy su próxima víctima?.-
piensa Lucas.
Unas luces azules comenzaron a iluminar la oscuridad del
lugar. Un ruido de automóvil seguido de un golpe de una puerta
le dijo a Lucas que no estaba solo pero que tendría que dar una
explicación larga.
- Hola muchacho.- pregunta un hombre con voz grave y
sincera.
- Hola oficial.- responde Lucas.
- ¿Qué andás haciendo por acá?, es tarde y está muy oscuro.-
dice el oficial.
- Disculpe oficial. No va a creer lo que me pasó … - responde
Lucas.

---

- Hola, hola anciano. Si, soy Lucas. Estoy bien. Solo estoy
demorado. Si, se que son las seis de la mañana. No se
preocupe, en una hora voy a estar de vuelta. ¿Pilar?. si, ella
está aquí, ¿quiere que le pase con ella?.- responde Lucas.
- Bueno joven. No tiene antecedentes. Puede retirarse.- dice el
oficial.
- Disculpe oficial, ¿sabe donde puedo pedir un remis?. No
tengo dinero, sabe.- dice Lucas.
- Pasá por aquí. Te llamaré uno por teléfono.
El oficial ingresa a la sala principal del cuartel de policía. Dos
oficiales se encontraban muy contentos jugando a las cartas.
- Muchachos, muchachos … - dice el oficial a los otros dos.
De repente los oficiales guardan las cartas y uno de ellos
equivocadamente las tira sobre un pequeño gatito que se
encontraba durmiendo bajo la mesa donde estaban jugando los
oficiales.
- Pasá, no tengas miedo. Los oficiales están preparando para
salir a trabajar en una misión altamente peligrosa.- dice el
oficial mientras uno de los otros dos acomoda su postura y
arregla su traje.
- Aquí tienes el teléfono. Puedes llamar para que vengan a
buscarte.- dice el oficial.
Lucas comienza a discar mientras un pequeño gatito sale debajo
de la mesa cubierto de cartas y con dos paquetes de cigarrillos.
- ¡Mire oficial!, ¡qué bonito gato!.- dice Lucas.
El otro oficial intenta patear al gato pero su pierna golpea contra
la mesa.
- Hola, ¿remisería?.- dice Lucas mientras el segundo oficial le
tapa la boca al primero para que no grite de dolor.
- ¿Me podría traer un … ?.- dice Lucas.

---

- No puedo creer lo que me cuentas Lucas .¿Cómo vas a


hacerle eso a Pilar?, cuando se entere Santiago se va a poner
como un monstruo.- dice Abelardo colorado como un tomate
mientras unas gotas de sudor comienzan a caerle por su
frente.
Lucas se mantiene serio y ni siquiera mira al anciano. Su rostro
está rígido, como si estuviese a punto de explotar.
- ¡Listo, okey!, ¡entiendo!.- dice Lucas levantándose
bruscamente de la silla mientras la mueve hacia un costado
con unos de sus brazos.
Los ancianos permanecen inmóviles ante la actitud casi violenta
de Lucas.
Lucas camina hacia la puerta principal, la abre, sale y luego, de
un portazo, la cierra.
El día estaba frío y Lucas comienza a caminar por la calle como
un psicópata desenfrenado, caminando hacia un lado y luego
hacia el otro. Sus ojos tensos y colorados por la presión de
encontrar a Pilar parecía que estaban a punto de explotar. Su
respiración, cada vez un poco más interrumpida, oscilaba entre
un jadeo y una respiración profunda. Los vellos de sus brazos,
electrificados, pedían por favor que aparezca Pilar.
Luego de caminar varias cuadras, Lucas recuerda una cosa. El
DNI. Aún tenía en su bolsillo el DNI de Santiago. De manera
apresurada coloca su mano derecha en su bolsillo derecho,
revuelve varias veces el mismo pero no encuentra nada. Luego,
intenta con el otro bolsillo. Quita su mano y el DNI sale de su
bolsillo, pero por el nerviosismo de Lucas, este cae en un charco
que se encontraba en la calle.
En ese momento, un automóvil pasa a toda velocidad y atropella
el DNI. Lucas se toma de la cabeza sin saber qué hacer. Luego se
sube a la calle intentando detener otro automóvil que se acerca a
toda velocidad.
- ¡No, no!, ¡espere!.- dice Lucas con su mano en alto mientras
dirige su vista al conductor del automóvil.
El automóvil se acerca, y a último momento, logra esquivar a
Lucas mientras el conductor prende sus Luces y le toca bocina.
En ese momento, Lucas aprovecha, se agacha y toma el DNI todo
mojado. Luego sacude el DNI y sube a la vereda.
Por unos segundos se queda mirando a la foto de Santiago.
- Hola, ¿qué tal?. ¿Eres de aquí?.- le pregunta un hombre que
pasaba por ahí.
Lucas lo mira, pero por dentro sigue pensando en Santiago.
- Estoy buscando un lugar donde dormir, ¿sabes de alguno
barato por ahí?.- pregunta el muchacho.
Lucas sigue sin responder y comienza a mirar nuevamente el
DNI.
- Bueno, gracias. Te ves ocupado, sigo mi camino amigo.- dice
el muchacho mientras se aleja de Lucas caminando.
- De repente los ojos de Lucas se iluminan, como si se hubiese
dado cuenta de algo importante.
- ¡Ey!, ¡disculpa!. Dime, ¿qué necesitas?.- pregunta Lucas
corriendo hacia el hombre.
- Vine a esta ciudad hoy por la mañana pero no he encontrado
un lugar para hospedarme y la noche es muy fría, tu sabes …
- dice el hombre.
- ¿Cuánto hace que haz venido aquí?.- pregunta Lucas
apurado.
- Hoy por la mañana he llegado, ¿por qué lo preguntas?.- dice
el hombre.
- Si, lo he visto ayer por la noche. Estaba con dos hombres de
campera oscura. Son mis hermanos, ellos han llegado la
semana pasada pero desde antes de ayer han tenido
problemas con el dueño de su departamento y han sido
desalojados.- cuenta el hombre.
- ¿Y sabes dónde está ahora?.- pregunta Lucas.
- No lo se, solo se que su departamento quedaba en … - dice el
hombre.

---

Lucas, los ancianos y Beethoven se encontraban, en el auto de


Abelardo, camino al lugar donde le había indicado que se
encontraban los hombres.
Al parecer no era el mejor lugar para ir pero Lucas no tenía otra
alternativa si quería encontrar a Pilar.
A Lucas le parecía como irreal y hasta gracioso haber perdido a
Pilar mientras buscaban a Santiago que también se había perdido.
Los minutos pasaban y cada vez se encontraban más cerca del
lugar.
El auto se detiene en plena noche y todos comienzan a bajar del
auto. Beethoven, sin saber cómo salir, espera a Lucas a que le abra
la puerta.
Los cuatro parados en fila miran hacia la majestuosidad de la
vivienda. Una gran puerta marrón, con un anillo de color crema en
su centro, que permitía golpear la puerta para llamar a los
propietarios. Dos ventanales inmensos con bordes marrones, le
daban a Lucas la sensación de estar protegiendo unas bellas
cortinas, color amarillo oscuro, que cuidaban la intimidad de la
casa.
La fachada, con paredes de color blanco salpicadas con suaves
líneas verdes oscuras hacían que Lucas se sumergiera en una
selva exótica de la amazona.
Unos segundos de observación fueron suficientes para que
Abelardo tome la iniciativa. Un par de golpes secos al anillo de la
puerta hicieron que una lejana y masculina tos fuera escuchada
por Lucas.
La espera pareció una eternidad hasta que un ruido de llaves
comenzara a escucharse justo detrás de la puerta. El corazón de
Abelardo comenzó a latir apresurado y su respiración se hizo más
profunda, al mismo tiempo que sus piernas lo alejaron de la
puerta un paso más hacia atrás.
Para sorpresa de Lucas, un rostro de lo más amigable apareció.
- Disculpen, se me había trabado la llave. Siempre coloco la de
color azul en vez de la colorada.- dice el hombre sonriente y
un poco colorado de vergüenza.
Su peculiar aspecto desarreglado pero bien vestido al mismo
tiempo, su barba desaliñada pero prolija y tus tics nerviosos
mezclados con una tranquilidad abominable en sus ojos hacían de
él una persona fascinantemente graciosa para Lucas.
- Si le parece le podríamos contar el motivo de nuestra
llegada.- dice Lucas levantando el dedo índice de su mano
junto con su brazo derecho.
- Soy todo oídos.- dice el hombre esbozando una suave
sonrisa mientras sus piernas se cubren con sus brazos
formando una ve corta y su mirada se dirige a Lucas.
- Se llama … Pilar. La perdimos ayer por la noche. Llevaba un
jean oscuro y una campera de cuero negra. Mide un metro
sesenta y seis aproximadamente. Es sonriente y … - dice
Lucas, tocando su barbilla con el dedo índice de su mano
izquierda, tratando de recordar la mayor cantidad de
detalles posibles.
De repente, mientras Lucas hablaba, Isabella ve una lacia y
castaña cabellera que se acerca desde el fondo de la casa
dirigiéndose hacia donde se encontraba el muchacho de la casa.
- ¡Pilar!.- grita desaforadamente Isabella mientras su palma
derecha se levanta abierta.
El muchacho, que se encontraba justo sobre la puerta, relaja sus
brazos, se mueve un paso hacia afuera y gira su cabeza hacia atrás
permitiendo que Isabella y Abelardo puedan ver a la persona que
se acercaba.
Lucas siente una luz de esperanza mientras su rostro se relaja
sonriente y su respiración se hace más relajada y profunda.
Entusiasmado y ansioso a la vez, camina unos pasos hacia su
izquierda para poder confirmar lo que, para él, era un alivio
gigantesco.
- Hola, ¿buscás a alguien?.- pregunta una muchacha con una
sonrisa y un tono de voz un poco frío mientras abraza con su
brazo derecho la cintura del muchacho de la casa.
- No, no es ella.- dice Isabella desilusionada.
Lucas, con un rostro frío, resistiendo la tentación de no estallar
en llanto, se mantiene mirando a la muchacha sin poder entender
lo que estaba sucediendo.
- ¿A quién buscaban?.- pregunta la muchacha.
- Creo que es en vano.- dice Lucas desilusionado, mientras
deja caer su cabeza y encorva un poco su espalda.
- ¡Lucas, Lucas!, ahí salgo.- dice una voz que se escucha desde
dentro de la casa.
- ¡Pilar!.- grita Lucas mientras de un salto sobrepasa a Pilar y
el muchacho atravesando la puerta de entrada.
- Te dije que ahí voy.- responde Pilar sentada en una silla
mientras se agacha para atar sus cordones.
- ¿Me estás cargando?. Estoy con el corazón en la boca desde
ayer que te perdí.- dice Lucas nervioso y contento.
Lucas sentía tantas cosas al mismo tiempo que sus dedos estaban
temblando sin poder calmarse.
La muchacha y el muchacho que se encontraban delante de la
puerta se dan la vuelta y comienzan a caminar, pausadamente,
abrazados ambos dos.
Cuando llegan a la mesa que se encontraba junto a Pilar se
detienen y observan a Lucas con una mirada compasiva.
Lucas se da cuenta de su presencia y dirige su mirada a ellos
mientras su cuerpo se queda, a mitad de camino marcando una
línea imaginaria que dividía el miedo y el amor; la pareja y su
nueva amiga, Pilar.
- Pilar. Creo que es hora de irnos.- dice Lucas.

---
Los días habían comenzado a pasar, y Lucas, sentado sobre la
ventana, contemplaba el paisaje mientras tomaba una taza de
café.
Recordando con serenidad los difíciles momentos que le habían
tocado vivir hace unos días, toma un libro que se encontraba
marcado en una de las páginas del medio. Sentado, sobre una
cama azul de una de las piezas, lo abre y comienza a leerlo.
“ Un genio en una lámpara había salido para cumplir los deseos
de todos los chicos que se encontraban en el castillo. Un gran
mago, de barba larga y blanca, miraba con deseo. Quizás, algún
día, pueda jugar como un niño, con aquellos pequeños.
Mientras revolvía con una cuchara gigantesca una olla, recitaba
unos versos. Un gran sapo vivo salía colgado de la mano mientras
el mago, sin compasión, lo miraba retorcerse e intentar escaparse.
En un movimiento brusco, el mago suelta al sapo y lo tira a la olla
con agua hirviendo. Luego de unos segundos de espera, y al no
escuchar sonido alguno, el mago acerca su rostro para poder ver
lo que estaba sucediendo.
Cauteloso y preocupado, el mago toma su cuchara de madera e
intenta buscar, en el agua, algún resto del animal. Para su
sorpresa, no había nada en el agua. El mago, totalmente
desconcertado, se aleja y comienza a rascarse la cabeza.
¿Cómo podía un sapo desaparecer en tan poco tiempo?
El mago, nervioso, toma el libro de recetas mágicas y lee, al final,
la siguiente frase : “El agua hirviendo hará que quien caiga en ella
tenga la vitalidad y coraje de un niño”.
El mago, contento y ansioso, se acerca a la olla, y sin dudarlo se
tira en ella.
Minutos más tarde, la esposa de Abelardo, al ver la puerta de
aquel oscuro cuarto abierta, se acerca e ingresa.
Comienza a llamar al anciano pero nadie contestaba. Al ver una
olla sumamente gigante, se acerca a ella y ve una nota al lado:
“Estoy jugando con los niños. No me despiertes nunca más.”
La mujer, triste y desconsolada, escucha desde afuera unos gritos
de unos pequeños.
Al acercarse a la ventana se asusta al ver a tres niños jugando
con un pequeño sapo y un cuarto saludándola desde lejos.
La mujer se aleja de la ventana, y decide tapar la olla, cierra el
polvoriento libro de recetas mágicas y sale del cuarto. “
Lucas cierra con sus dos manos el libro y, mientras contempla las
partículas de polvo iluminadas por la luz del sol que entran por la
ventana, escucha el sonido de la puerta al abrirse.
El rostro de Santiago se asoma por la puerta y una mirada
cautelosa e ingenua despierta la curiosidad de Lucas.
- ¿Qué haces aquí?.- dice Lucas dando un salto hacia la puerta.
- ¿Cómo qué hago aquí?. Me fuí con una idea y tengo que
volver con el resultado.- dice Santiago con una suma
confianza.
- Te fuiste con una idea … ¿sabés cuánto tiempo llevas sin
pisar la casa?. Cuatro semanas y dos días.- responde Lucas
casi con espuma saliendo por su boca.
- Cuatro semanas y dos días serían como un mes y dos días,
¿no?.- responde Santiago.
Lucas se acerca rápidamente en un intento de golpearlo pero se
detiene mientras Santiago se cubre el rostro con sus brazos y
sonríe.
Lucas se aleja de Santiago y se deja caer en la cama.
- Hace mucho tiempo que quería hablarte sobre este pero
nunca se había dado el momento. El otro día cuando me
dijiste que tenías unas ideas pero no sabías cómo llevarlas a
cabo algo hizo un click en mí y ahora creo que es tiempo de
contártelo.
Es una larga historia, verás, mi padre me crió, al igual que mi
madre, durante toda mi infancia y parte de la adolescencia. A la
edad de diecisiete años llegué a pesar cincuenta y ocho kilos con
tal solo un metro setenta de altura. La relación entre mis padres
nunca fue de las mejores; y con el pasar de los años todo se fue
poniendo cada vez más gris. A la edad de veintiún años, dos años
después de conocer a Pilar, mis padres se separan. Tres años y
medio más tarde, mi padre fallece y mi madre se queda con una
herencia valuada en no menos de tres mil millones de dólares,
repartidas en acciones de diferentes empresas.
Como era de esperar, mi madre nunca fue una amante del
ahorro, y el dinero le quemaba en sus manos como pan caliente.
Dos años más tarde, un día antes de recibirme en la
universidad, mi madre fallece de un ataque cardíaco en uno de los
casinos más famosos de la ciudad.
Por suerte, Pilar siempre estuvo conmigo para apoyarme en
todo momento.
Durante un mes y una semana sufría ataques de depresión y
tuve cinco episodios de suicidio. La fuerza de Pilar y sus ganas por
vivir hicieron que recuperara lentamente la esperanza y diera un
giro a mi vida.
Luego de conversar una noche con ella, decidimos dejar la
ciudad para comenzar a recorrer el mundo. En el transcurso del
viaje comenzó la idea de hacer shows y espectáculos y así llevar
nuestro arte a todos los rincones del mundo.
¿Y a qué viene todo esto?. Bueno, Pilar y yo siempre vimos
un talento especial en tí, algo que no se puede explicar con
palabras pero sentimos que puedes ayudarnos mucho en nuestro
viaje y en nuestros shows. Además tienes a un perro maravilloso
que con su simpatía y carisma es capaz de atraer a cualquier
persona del público; desde la más simpática hasta la más
antipática.
No solo queremos que nos sigan acompañando en nuestros
viajes sino que te dejamos a tu disposición una suma de más de
mil millones de dólares, para ayudarnos en nuestros espectáculos.
Así que nada, eso era lo que te quería decir y este papel que te
traje aquí es un número que te permitirá sacar cuanto dinero
necesites en el momento en que necesites.
Lucas toma el papel y lo mira sin entender demasiado lo que
estaba sucediendo.
- Creo que no lo merezco.- responde Lucas extendiendo su
mano junto con el papel.
- Si que lo mereces.- responde Santiago cerrando el puño de
Lucas mientras empuja su mano hacia él.
- Bueno, está bien.- responde Lucas exhalando un suave y
profundo respiro.
---

Las cosas habían cambiado para Lucas desde aquella última


charla con Santiago. Un jovial y amigable música se reproducía en
lo más profundo de su corazón y lo llenaba de energía y
esperanza. Ya habían pasado nueve días desde aquel fatal
episodio de búsqueda de Pilar y una frescura por vivir comenzaba
a bañar los ojos de Lucas.
El día estaba totalmente soleado, aunque un poco fresco. El rocío
de la noche aún quedaba impreso en las tiernas hojas del césped
matutino. Lucas, sonriente y tarareando una de sus canciones
favoritas cruzaba en la bicicleta de Abelardo las calles de ese
bonito barrio. La gente, al verlo pasar tan sonriente, se quedaba
pensando por unos segundos y luego retomaba sus tareas.
Mientras andaba, Lucas miraba las piedras que había en cada
uno de las casas. Le llamaba mucho la atención los diferentes
tipos de piedras que cada vecino había colocado justo al lado de
su cantero. Al parecer, en el barrio, colocar piedras era un símbolo
de bienvenida y cada vecino tallaba en su piedra un mensaje que
deseaba compartir.
Al bajar de su bicicleta y comenzar a caminar todo se veía más
claro. Lucas ahora podía ver en detalle cada uno de los mensajes
de las personas.
La primera familia parecía de origen asiático. Un montón de
símbolos y líneas cubrían la primera piedra. Lucas se queda
mirando a cada uno de los símbolos intentando descifrar lo que
para él era todo un jeroglífico. Luego de intentar en vano leer la
piedra, una áspera y masculina mano se apoya en su hombro.
Lucas, asustado, gira bruscamente su cabeza y mira a los ojos a
quien fuera el dueño del hogar. Ki Wan, era un hombre
proveniente del norte de Corea, que había llegado a la ciudad hace
más de veinte años. Desde hace siete años había convivido con su
hija Rebeca, quien la semana pasada había viajado con su actual
pareja a su nuevo hogar a unos kilómetros de la ciudad. Ki Wan
había conocido a Sharon meses después de comenzar a trabajar
en la tienda de bonsáis del barrio.
Durante casi diez años, vivieron en un departamento junto a su
pequeña hija Rebeca de doce años, producto de una pareja
anterior de Sharon. Rebeca desde el primer momento trató a Ki
Wan como su verdadero padre aunque las diferencias de
apariencia fueran evidentes.
Sin importar lo que pase, Rebeca estaba decidida a tener una
familia con Tom, el chico más inteligente de su colegio. Durante
cinco años, y luego de varios intentos fallidos, Rebeca pudo
conquistar el corazón de Tom y hasta ganarse el aprecio de sus
padres.
Los primeros meses de noviazgo fueron bastante relajados para
ambos. Las salidas por el parque o a centros artísticos eran muy
comunes entre los dos. Con el pasar del tiempo había construido
una relación de amistad muy estrecha que lograba unirlos a pesar
de las críticas de los demás.
La primer persona en criticar a Tom fue Sharon, quien un día
puso punto final y en un violento episodio de rabia le tiró un
florero a Rebeca, que, por mala puntería impactó en el hombro de
Tom. Luego de dos intervenciones quirúrgicas Tom fue dado de
alta. Sin embargo, los episodios de Sharon siguieron empeorando.
Por otro lado, Ki Wan, un hombre serio, amable y respetuoso,
estaba comenzando a verse afectado por el comportamiento
violento de Sharon. Para Ki Wan, el hogar era un símbolo de paz, y
eso era lo que quería mantener hasta sus últimos días.
Un estilo de vida pacífico

- Señor, discúlpeme. No quería robar nada. Solo me vi atraído


por los símbolos que se encuentran escritos en su piedra.
¿Me podría decir que significan?.- pregunta Lucas.
- Ven, pasa. Tomemos una taza de té y te cuento la historia.-
responde Ki Wan.
Lucas, sorprendido por la actitud del hombre, duda por un
momento. Un batallón de pensamientos comienzan a cruzarse por
su cabeza.
¿Qué querrá de mí?
¿Y si es un pervertido?
¿ Y si me engaña?. No podré regresar a la casa de los ancianos.
¿Qué hago?. ¿Qué le digo?
- No lo sé, ¿qué tal si regreso mañana por la tarde?.- responde
Lucas.
- Grandioso, puedes venir cuando gustes.- responde Ki Wan.
Lucas se subió a su bicicleta y siguió andando.
Con el pasar de los minutos el miedo y las preocupaciones
comenzaban a dispersarse.
Luego de pasar por otras ocho casas decide dar la vuelta y volver
a la casa de los ancianos.

---

- Que rico pastel. Yo quiero un poco.- dice Lucas sonriente


mientras se quita una fina campera verde y marrón y la
coloca sobre una de las sillas de la sala principal.
- Es que la he preparado para tí. ¿Dónde has estado todo este
tiempo?.- pregunta Isabella mientras se sienta en una de las
sillas cansada.
- Le dije al anciano que iba a salir con mi bicicleta. Estuve
buscando inspiración.- dice Lucas mientras se sienta con un
vaso de jugo en su mano izquierda.
- ¿Inspiración?.- responde Isabella sonriendo mientras dobla
un repasador y lo coloca sobre la mesa.
- Santiago me pidió que lo ayudara en la parte creativa de sus
shows. ¿Y a que no adivinas que más me ofreció?.- contesta
Lucas con sorpresa y entusiasmo.
- No lo se, quizás … - responde Isabella.
- Hola, hola, buen día. Qué rica torta. Lucas dejame algo para
mí.- dice Sol mientras ingresa por la puerta a la sala
principal.
Sol se sienta, de un salto enérgico, en la silla que se encontraba al
lado de Lucas. Luego, un poco ansiosa, intenta saludar a Lucas.
Lucas, casi sin moverse, permanece pensativo.
- ¿Qué sucede? ¿No me van a saludar?.- dice Sol quedándose
inmóvil mientras esperaba que Lucas gire su rostro.
- Perdón, perdón.- responde Lucas, como volviendo a la
realidad.
Lucas le da un beso en la mejilla a Sol, y esta vuelve a sentarse en
la silla.
- ¿Qué estabas pensando corazón?.- dice Sol muy alegre.
Una tos sale de Isabella mientras dirige su mirada hacia un
costado.
- Nada, solo pensaba en algo que te quería contar.- dice Lucas.
- ¿A mí?. Sí, soy todo oídos. ¿Sobre qué es?.- responde Sol
mientras mueve su silla para que apunte hacia Lucas.
- Me estaba por contar lo que te había dicho Santiago.-
interrumpe Isabella.
- ¿Qué te dijo Santiago?. ¿Sobre mí?.- dice Sol.
- No, no es eso. Ven, vamos al cuarto.- dice Lucas levantándose
de la silla.
- ¿Al cuarto?.- interrumpe Isabella.
- Al jardín mejor. Es un bonito día.- contesta Lucas.
- Los crisantemos necesitan agua, los vi muy secos hoy.- dice
Isabella.
- Los regaré luego de hablar con Sol.- responde Lucas
caminando en dirección al jardín.
- Yo creo que me iré a cocinar unas galletas.- responde
Isabella mientras se dirige a la cocina.
- ¿Sobre qué quieres hablarme Lucas?.- pregunta Pilar,
curiosa, mientras camina junto a Lucas por el verde jardín.
- Hoy por la mañana salí con la bicicleta de Abelardo a
disfrutar del día. Me llamó mucho la atención unas piedras
que vi en el frente de las casas. Cada piedra estaba colocada
al lado de los buzones y tenía escritas unas palabras.
Luego de bajar de la bicicleta para ver la primera piedra noté
que las letras estaban escritas en un idioma que no entendía. Por
el estilo de la casa supuse que era un idioma asiático. Mientras leí
sentí que una mano masculina se apoyó en mi hombro. Asustado
giré mi rostro y me encontré con un hombre que muy
amablemente me dijo que ese era su hogar y que si quería
escuchar la historia del mensaje que había en la piedra podía
pasar a tomar una taza de té. Estuve a punto de acceder hasta que
una estampida de pensamientos inundaron mi cabeza; por lo que
le propuse volver mañana por la tarde.- cuenta Lucas sentado en
el pasto, en frente de Sol que también se encontraba sentada.
- ¿Y tú quieres que … yo te acompañe?.- responde Sol.
- Exacto. Solo por si acaso. No le tengo miedo pero … no sé. Me
siento inseguro.- responde Lucas.
- Bueno, trato hecho. Prometo acompañarte con la condición
de que me cuentes luego lo que te dijo Santiago.- responde
Sol sonriente.
- Bueno. Me parece justo.- responde Lucas sonriente y ahora
más relajado.
- ¿Vamos a tomar un helado?. Esto del hombre de la casa me
pone nerviosa.- responde Sol.
- Bueno, está bien.- responde Lucas riéndose alegremente.
Lucas se levanta y luego extiende su mano para levantar a Sol.
Sol estira su mano pero no hace ningún tipo de fuerza para
levantarse.
- Vamos, ayúdame. No puedo levantarte solo.- responde Lucas
sorprendido mientras continúa riéndose.
Sol hace un poco más de fuerza y logra levantarse.
- Ya estoy vieja.- comenta Sol.
- Vamos. ¡No digas eso!.- responde Lucas ya con dolores en el
estómago de tanto reírse.
Lucas abre la puerta de vidrio que da al interior de la casa y deja
pasar a Sol.
Lucas luego cierra la puerta de vidrio.
- ¡Espera!. Creo que me olvidé algo.- dice Sol corriendo en
puntas de pie hacia la puerta.
- Nada, ya me olvidé.- responde Sol girando y alejándose de la
puerta mientras intenta contener su risa.
- Estás loca.- dice Lucas mirando hacia arriba, en un gesto de
incomprensión mientras inspira profundamente.
- Estoy viendo si eres capaz de aguantar mis locuras.-
responde Sol.
- Por ahora creo que vengo aprobando.- responde Lucas con
un gesto de resignación.

---

- ¡Anciana!, ¡vamos a tomar un helado con Sol!.- grita Lucas


para que Isabella, que se encontraba lavando la ropa en la
otra esquina de la casa, lo escuche.
- ¡Me parece muy bien!.- responde Isabella con un tono de voz
muy fino por intentar gritar más de lo que podía.
- Creo que se le rompió una cuerda vocal.- dice Lucas entre
risas mientras Sol se ríe con él.
Lucas y Sol salen a la calle. La noche había caído pero el clima se
mantenía agradable.
- Conozco una heladería a unas pocas cuadras de aquí.- dice
Sol.
- Bueno, vayamos.- responde Lucas.
- Creo que mi madre está un poco enojada conmigo.- confiesa
Sol mientras camina por la vereda en dirección a la
heladería.
- ¿En serio?. Yo la ví muy tranquila hoy.- responde Lucas.
- Si, es que no lo aparenta. Además hoy por la mañana no me
quiso ni hablar.- dice Sol.
- Yo recuerdo haber ido con la bicicleta. ¿Hablaste con ella por
la mañana?.- dice Lucas.
- Es una larga historia. Si quieres mientras tomamos el helado
te la cuento.- responde Sol.

---
- Un helado de limón, por favor.- dice Lucas mientras levanta
su dedo índice.
- ¿Qué tipo de helado va a pedir?.- responde el heladero.
- ¿Cuál pido?.- pregunta Lucas girando su rostro hacia Sol.
- ¡No sé!, ¡el que quieras!.- responde Sol golpeándole
suavemente el rostro a Lucas mientras sonríe de vergüenza.
- ¡Un cucurucho!.- dice Lucas.
- Uy, ¡es muy pequeño!.- responde Sol.
- ¡Un vasito!.- dice Lucas levantando nuevamente su dedo
índice.
- ¿Un vasito?, ¿cómo que un vasito?, ¿pequeñito?.- dice Sol un
poco ofendida.
- ¡Un vasito grande!.- dice Lucas.
- Lucas, no hay vasitos grandes.- dice Sol riéndose.
- Un cucurucho, un vasito y un cuarto de helado. Todos de
limón.- dice el heladero apoyando los helados en el
mostrador.
- ¡Perfecto!.- responde automáticamente Lucas.
Lucas gira su rostro y mira a Sol mientras ella se golpea la frente
con la palma de su mano.
- ¿Te digo una cosa?.- dice Sol a Lucas mientras ambos salen
de la heladería.
- Sí, lo que tú quieras.- responde Lucas.
- Me hace reír mucho.- responde Sol sonriente.
- ¿Y eso es bueno?.- responde Lucas ingenuo.
- ¡Cuidado!.- grita Sol colocando su brazo sobre el pecho de
Lucas antes de que baje de la vereda.
Lucas parpadea asustado mientras los helados que llevaba en sus
manos comienzan a hacerles cosquillas en la piel.
- Perdón. Creo que los helados se están derritiendo.- dice
Lucas un poco preocupado.
- Sí, mejor. ¿Que tal si volvemos?. Está un poco frío aquí
afuera.- dice Sol.

---

- Hola muchachitos, ¿qué tal su paseo?, ¿comieron mucho


helado?.- dice Isabella.
- Aquí está el helado, a punto de derretirse.- dice Lucas.
- ¿Solo de limón pidieron?.- pregunta Isabella confundida y
sorprendida.
- Si, algo así.- responde Lucas riéndose.
- Lucas pidió solo limón. Le encanta el limón.- acota Sol de
manera sarcástica.
- ¿Qué hacemos?. ¿Lo comemos rápido?.- pregunta Lucas con
todas sus manos llenas de helado derretido.
- ¡Yo los ayudo chicos!.- dice Isabella caminando hacia ellos.
- Para vos te dejamos el cucurucho.- dice Sol mientras Lucas
extiende su mano con un cucurucho blanco y sin
prácticamente helado.
- ¡Gracias!.- responde Isabella de manera sarcástica mientras
le quita el helado rápidamente a Lucas.
Isabella camina, un poco ofendida, hacia la cocina, sin mirar
atrás. Lucas apunta su dedo en dirección al cuarto y Sol camina
hacia él. La puerta del cuarto se cierra. Sol se desploma en la cama
y extiende su brazo apuntando al helado de un cuarto. Lucas
mueve su brazo y extiende el otro helado. Sol golpea con violencia
la cama mientras mira a Lucas con enojo.
- No, quiero el otro Lucas.- dice Sol.
- Pero me dijiste que no te gustaba el limón.- responde Lucas.
- Dije que era feo pero me gusta.- responde Sol.
- ¿Qué?, ¿qué, qué?.- responde Lucas soltando una carcajada,
confundido.
- Toma, te lo mereces. Me has hecho reír.- dice Lucas mientras
le alcanza el helado de un cuarto a Sol.
- Ahora mientras como el helado podrías contarme lo que te
dijo Santiago sobre mi, ¿no?.- dice Sol sonriendo.
- Que tramposa que eres. El trato era que primero me
acompañaras a la casa del hombre y luego te cuento. ¿Crees
que va a pasar algo?. Aún me siento un poco inseguro.-
confiesa Lucas.
- No va a pasar nada. Quédate tranquilo. Seguro el pobre
hombre está solo y quiere charlar contigo.- responde Sol
mientras habla con la cuchara de helado en la boca.
- Beethoven. ¿Qué haces aquí?.- dice Lucas mientras
Beethoven ingresa por la puerta de la habitación.
- ¡Beethoven!.- dice Sol mientras Beethoven se acerca a ella.

---

- ¡Isabella!, ¡vamos a dar una vuelta!.- grita Lucas.


- Le dejé una nota en la mesa, debe estar con Abelardo.- dice
Sol.
- Vamos Beethoven. Que bueno que ahora somos tres.- dice
Lucas.
- Tres cabezas son mejor que una.- responde Sol sonriéndole a
Lucas.
- Y Beethoven es una súper cabeza.- dice Lucas.
- ¿Lo dices porque es cabezón?.- responde Sol riéndose.
- Tú no la escuches Beethoven. Tú no eres cabezón. solo tienes
cuerpo pequeño.- responde Lucas acariciando a Beethoven.
Sol comienza a reír a carcajadas.
- ¿Se puede saber a dónde vamos Lucas?. Ya hemos caminado
ocho cuadras y me están doliendo las piernas.- dice Sol.
- Esa casa es.- dice Lucas apuntando a la casa del señor Ki
Wan.
Luego de eso Beethoven sale corriendo hacia la casa.
- Beethoven, ¡tranquilo!, ¿qué te sucede?.- grita Lucas
mientras Beethoven comienza a ladrar desesperado.
Lucas se acerca a la casa y golpea sus manos. El sol estaba
comenzando a salir y Lucas recuerda haberle dicho a Ki Wan que
iba a pasar por la tarde pero ya era muy tarde para molestar
nuevamente a Sol y hacerla caminar hasta ahí.
Lucas gira su cabeza hacia donde se encontraba escondida Sol y
Beethoven, y la mira desconcertado.
Sol señala hacia la casa con su dedo, Lucas gira su rostro y
comienza a notar que la puerta se abre. Una figura femenina se
asoma por la puerta. El corazón de Lucas comienza a latir muy
fuerte y su rostro se pone blanco.
Lucas no entendía por qué se estaba sintiendo tan mal justo en
ese momento.
- Sí, ¿qué desea?.- grita la mujer a lo lejos.
- ¡Estaba buscando al señor de la casa!, ¿se encuentra?.- grita
Lucas.
- ¿Cómo te llamas?.- grita la mujer mientras por detrás se
asoma el rostro de Ki Wan.
Ki Wan comienza a caminar hacia donde se encontraba Lucas.
Mientras tanto, Sol hablaba con Beethoven.
- Mira Beethoven. ¿Ese será el hombre?.- ¿No te parece muy
pequeño?. Debe tener algún problema de crecimiento.- dice
Sol confundida e intrigada.
Lucas y Ki Wan se estrechan la mano como un símbolo de
amistad y confianza.
- Parece que has venido antes de lo previsto.- dice Ki Wan
moviendo la mano de Lucas mientras lo mira sonriente.
- Si, creo que me ganó la ansiedad.- responde Lucas riéndose.
- Mira Beethoven. Se está riendo.- dice Sol escondida.
- Bueno, pasa. Siéntete como en tu casa.- responde Ki Wan.
A medida que Lucas camina hacia la casa, a través del jardín,
comienza a sentir una tranquilidad que lo invade. El barrio era en
sí un lugar tranquilo; sin embargo, la tranquilidad que sentía en
ese lugar era muy diferente a cualquiera de los lugares donde
haya estado antes. Algunos membrillos y magnolias se dejaban
acariciar por el sol sobre uno de los costados mientras que
orquídeas y camelias conversaban por el otro.
- Hola, mucho gusto. Pasá.- dice la señora mientras se corre
hacia un costado y extiende su brazo en dirección al interior
de la casa.
La casa no era muy lujosa que digamos, más bien austera; sin
embargo había en ella una sensación de armonía que hacía que
Lucas se viera envuelto en un espiral de atracción poco común
para él, hasta el momento. Sin pensarlo dos veces se acercó hacia
una pequeña mesa de forma circular que se encontraba casi en el
centro del lugar. Al acercarse a la mesa, más allá del tamaño y la
altura de la misma, que por cierto era más baja de lo normal,
Lucas pudo observar que la única puerta que tenía el lugar era la
de la entrada.
- Siéntate.- dice la señora.
Lucas comienza a girar su cabeza hacia todos lados intentando
buscar una silla. Seguramente la habían colocado en uno de los
costados y le estaba pidiendo que la traiga. Que mal gusto recibir
así a un huésped, pensaba Lucas. Cuando Lucas volteó
nuevamente su cabeza pudo observar, sorprendido, que la señora
comenzaba a agacharse para sentarse en el suelo mientras que el
señor Ki Wan ya se encontraba sentado.
Lucas se sentó y comenzaron a charlar. La charla duró horas,
tanto que Beethoven ya se encontraba dormido junto a Sol.
- Mirá Beethoven. Ya está saliendo. ¿Qué hacemos?. ¿Nos
quedamos aquí o vamos con Lucas?.- pregunta Sol a
Beethoven.
Beethoven, sin abrir un solo ojo, y con la boca llena de saliva, se
quedó echado.
- Bueno, perfecto. Nos quedamos aquí Beethoven. Yo quería
conocer al señor pero bueno.- responde Sol un poco molesta.
- ¿De qué habrán hablado?. Espero que me cuente hasta el
más mínimo detalle.- dice Sol.
Beethoven comienza a levantarse, entredormido, y camina hacia
donde estaba Lucas. Luego abre sus ojos y ve que un hombre
intenta estrangular a Lucas, su amigo de toda la vida. Asustado,
pero dispuesto a defenderlo, se lanza al ataque corriendo hacia el
hombre y ladrando con todas sus fuerzas.
Sol, ya parada, se encontraba ensimismada con la presencia de Ki
Wan hasta que ve a Beethoven llegando a donde estaban ellos.
- ¡Beethoven!, ¿qué hacés?.- grita Sol mientras corre hacia
ellos con su brazo en alto y su palma abierta intentando, en
vano, detener a Beethoven.
Un rápido movimiento de Ki Wan hace que un simple saludo se
convierta en una corrida por todo el jardín. Ki Wan gritando y
comenzando a sudar como nunca lo había hecho saltar la cerca
que separaba su casa con la de su vecino trasero y se tumba boca
arriba mirando el cielo, esperando que el perro no tuviese la
suficiente fuerza para saltar también. Luego de unos segundos de
espera, y ya más aliviado, se levanta, sacude su pantalón y ve a su
vecino, sorprendido, caminando hacia él. Ambos se miraron
durante el trayecto y Ki Wan le explica lo sucedido. El vecino,
preocupado, le dice que llamaría a la policía. Ki Wan, apoyando su
palma sobre su hombro y mirándolo fijamente a los ojos, intenta
despreocupar a su vecino. Luego de decirle que no era necesario
llamar a la policía, le pide ayuda para poder ver si aún se
encontraba el temido perro. Ambos se acercan a la cerca y Ki Wan,
apoyando la parte de abajo de su zapatilla azul y blanca, sobre el
pantalón de seda marrón de su vecino, se para y, en un rápido
movimiento, apoya las palmas de ambas manos sobre la húmeda
cerca de madera. Los ojos de Ki Wan, precavidos y curiosos, se
mueven de un lado a otro buscando algo con forma de perro. La
vista de Ki Wan no era para nada buena. Pasados los cinco metros,
una mesa de madera podía tener tranquilamente forma de perro
para Ki Wan. Eso no sería de mucha preocupación. Lo
preocupante sería confundir un perro hambriento y enojado con
una mesa. Como las mesas no caminaban solas sería sencillo
distinguir entre una y otra cosa. A partir de ahora cualquier objeto
que se moviese sería una posible amenaza para Ki Wan.
Lo segundos pasaban y la rodilla de su vecino temblaba cada vez
más rápido. Unas gotas de sudor comenzaban a sentirse debajo de
ese suéter morado que llevaba. Al más mínimo movimiento Ki
Wan percibió que no le quedaba demasiado tiempo para decidir.
Era ahora o nunca su momento para saltar de regreso a su jardín
y afrontar lo que tenga que ser. Una respiración profunda preparó
el cuerpo de Ki Wan para la salida.
- ¡Ahí me voy!.- le grita Ki Wan a su vecino mientras dirige su
mirada hacia abajo.
Es difícil describir la adrenalina que sentía el señor Ki Wan en
ese momento. Realmente estaba atemorizado pero por otro
estaba disfrutando de la adrenalina que corría por sus venas.
Como en medio de un bombardeo Ki Wan corrió lo más fuerte que
pudo hacia la puerta trasera de su hogar. En un movimiento casi
mágico abrió la puerta y giró sobre la misma quedando a salvo
dentro de su hogar. Al menos eso creía él.
¡Señor Ki Wan!, comenzó a escuchar Ki Wan una y otra vez. La
voz era muy clara para él. Lucas lo estaba llamando. Para ese
momento, la posibilidad de que Lucas esté con su perro
Beethoven se estaba convirtiendo en una paranoia para él.
Nuevamente unas gotas de sudor comenzaron a acariciar sus
mejillas, pero esta vez era gotas frías, de temor. Necesitaba estar
solo y pensar en frió lo que le estaba sucediendo. Agazapado y
caminando casi en puntas de pié comenzó a caminar hacia el
único baño de la casa. La voz de Lucas parecía llegar a sus oídos
de todas partes. El temor a hacer cualquier ruido hacía que su
rostro permaneciera rígido apuntando hacia la puerta semi
abierta del baño. Una caricia al tibio picaporte, mientras abría la
puerta muy despacio, le daban al señor Ki Wan una esperanza de
estar al menos por unos minutos protegido de Beethoven. Casi a
la misma velocidad con la que la abrió la comenzó a cerrar. Un
giro del picaporte que duró casi diez segundos dio el pié para un
grupo de inspiraciones y espiraciones que lograron calmar su
corazón y hacer que sus ojos vuelvan a mirar nuevamente la
realidad. Un par de parpadeos eran una muestra de que su
corazón ya estaba en tierra firme. Extrañamente, los gritos de
Lucas habían cesado. Pensamientos sobre qué hacer; si salir del
baño o quedarse un tiempo más ahí, iban y venían de la mente del
señor Ki Wan.
Luego de una serie de minutos que el señor Ki Wan intentaba
calcular pero no estaba seguro, la puerta comienza a abrirse
lentamente desde afuera y, permaneciendo calmado, el señor Ki
Wan ve como el rostro de Lucas se dibuja de izquierda a derecha
hasta mostrar por completo una expresión de preocupación e
incomprensión.
- ¿Se encuentra bien?.- pregunta Lucas con precaución.
Un par de parpadeos aparecen en la imagen de Lucas mientras
observaba la expresión corporal de temor del señor Ki Wan.
- Si, solo estoy. Estoy un poco confundido.- responde el señor
Ki Wan.
Lucas se hace hacia atrás dejando salir al señor Ki Wan que
parecía volver a salir del mundo luego de estar encerrado por
varias décadas.
El señor Ki Wan permanece pensativo con su cabeza baja, antes
de levantarla y dirigirla hacia Lucas.
- No se lo que sucedió. Me vi envuelto en mi propio miedo y
no supe cómo escapar.- dice el señor Ki Wan.
- Se llama Beethoven. No hace daño. Solo tiene que tener
paciencia. Cuando lo conozca bien se dará cuenta que es el
mejor compañero.- responde Lucas mientras Beethoven
aparece por detrás, más tranquilo, moviendo su cola y con su
lengua afuera.
Beethoven se acerca al señor Ki Wan y este lo acaricia mientras
camina. Luego se agacha y acaricia su rostro. Beethoven se hecha
en el piso relajado. El señor Ki Wan realmente estaba disfrutando
de ese momento.
- ¿Sabes una cosa?.- dice el señor Ki Wan levantando su rostro
hacia Lucas.
- No, ¿qué?.- responde Lucas.
- Una de las cosas más difíciles en esta sociedad es disfrutar
del presente. Y tu perro, en estos momentos, me está
compartiendo justo eso.- dice el señor Ki Wan.
- ¿Disfrutar del presente?, ¿y cómo es eso?.- responde Lucas.
- Claro. La gente últimamente vive en el futuro o quizás en el
pasado. Intenta resolver cosas que aún no han sucedido o
remediar situaciones que ya pasaron; pero no se dan cuenta
que el único tesoro que tienen es su presente.- responde el
señor Ki Wan.
- ¿Y cómo hago para no perder el presente?.- responde Lucas
sorprendido y desconcertado.
El señor Ki Wan se mantiene callado y pensativo por unos
segundos.
- Es imposible. Lo mejor que tiene el presente es que se puede
perder. Si no pudieras perder el presente tu vida sería como
una fotografía. Un instante. El hecho de que lo pierdas es
para que puedas ganar el próximo. El presente está en
continuo cambio, y eso es lo que lo hace tan entretenido. No
hay dos iguales.- responde el señor Ki Wan.
Lucas se queda pensando.

---

- ¿Y este símbolo que significa?.- pregunta Lucas sentado


sobre el piso mirando un trozo de papel escrito por el señor
Ki Wan.
- Este símbolo significa paz.- responde el señor Ki Wan
mientras la señora apila un grupo de papelitos sobre la
mesa.
- Es fascinante la escritura. Cada dibujo transmite algo
diferente. Es como un juego para mí. Así lo siento.- responde
Lucas.
- Que bueno que te guste Lucas. Puedes volver cuando quieras
para que te siga enseñando.- dice el señor Ki Wan.
- Por cierto. ¿Y esa muchacha?.- pregunta curiosa la señora de
la casa.
- ¿Muchacha?.- responde Lucas haciéndose el tonto.
- Si, aunque no creas pude ver a una muchacha con tu perro
allí afuera.- responde la señora.
Ambos se quedan mirando a los ojos y luego Lucas se levanta
preocupado.
- No me digas, no me digas que te la haz olvidado allí afuera.-
responde la señora.
- Un segundo, ya vuelvo.- responde Lucas mientras sale
corriendo hacia la puerta con Beethoven por detrás.

---
Sin darse cuenta Lucas se había pasado más de cinco horas en la
casa del señor Ki Wan. La noche ya había caído y un fresco rocío le
hacía poner la piel de gallina. La puerta de la casa se había
cerrado y Beethoven se encontraba junto a esta.
Lucas camina unos pasos hacia la puerta y solo con la luz de la
luna intenta buscar el picaporte. Luego de un par de intentos se
da cuenta que la puerta solo abría desde adentro por lo que
decide golpear con su puño. Beethoven, sentado y recto como una
escultura de piedra, comienza a acompañarlo con ladridos. Al
primer ladrido la puerta se abre y el señor Ki Wan le pregunta por
la chica. Lucas le dice que se había ido a su casa aunque por
dentro era lo que suponía pero no estaba del todo seguro. El
señor Ki Wan acompaña a Lucas hacia el jardín mientras Lucas
toma su bicicleta.
El camino a casa era de solo cuatro cuadras por lo que Lucas
decide ir caminando. De un lado la bicicleta, del otro Beethoven y
sobre él una blanca y gigante Luna que parecía alumbrar todo su
camino.
---

La puerta de la casa de los ancianos se abre y Lucas, un poco


atemorizado, asoma la cabeza. Beethoven, por debajo, hace lo
mismo. Parecían dos en uno.
- ¿Anciana? .. ¿anciano? .. - dice Lucas mientras su mirada
comienza a ponerse rígida por el avasallante silencio que
gobernaba la casa en esos momentos.
- No te preocupes Lucas. Deben estar todos durmiendo.- le
dice Lucas a Beethoven tratando de calmarse.
De pronto, la piel se le pone de gallina, mientras sonidos irreales
comienzan a pasar como fantasmas por su cabeza.
- Vamos a hacerlo rápido Beethoven, y que suceda lo que
tenga que suceder.- dice Lucas ansioso por llegar al cuarto
de Sol y verla plácidamente dormida bajo las sábanas.
Lucas se quita las zapatillas, y con las mismas en sus manos,
camina tratando de hacer el menor ruido posible a través del
comedor principal. Las luces, completamente apagadas, invitan a
Lucas a caminar sin parar.
- Beethoven. ¿Dónde está el picapor …?.- dice Lucas sin
terminar la frase.
Un sonido detrás de la puerta hace que Lucas se paralice de
terror. Lucas traga saliva y se mantiene inmóvil intentando
entender qué estaba sucediendo. Un solo pensamiento se
introduce en su cabeza.
Un segundo ruido, que parecía alguien intentando hablar con su
boca tapada, se escucha tras la puerta. Lucas, casi en cámara lenta
se agacha e intenta observar por detrás de la cerradura.
Sentimientos de terror invaden su corazón. ¿Y si estaban detrás
de él? ¿Y si lo ataban de pies y manos también?. Tenía que ser
precavido, no podía arriesgar su vida y la de los demás así de la
nada. Podía llamar a la policía, pero la puerta de salida estaba
demasiado lejos. ¿Y si lo atrapaban?. De tanto pensar, la suerte
obró por cuenta propia.
Una áspera mano se apoya sobre el hombro de Lucas. Sus pupilas
se dilatan instantáneamente.

---

- Me estoy muriendo de frío gordo. ¿No está prendida la


estufa?.- pregunta Pilar intentando taparse con una frazada.
- A ver. Ahora me fijo.- responde Santiago saliendo de la cama
con solo unos boxers negros.
Santiago, sintiendo la fría madera del piso en la planta de sus
pies desnudos, camina en dirección a la estufa. Algo de repente le
parece extraño. Su mirada se queda pensativa unos segundos.
Luego su cuerpo gira hacia donde se encontraba Pilar.
- Gorda. ¿No te parece extraño?.- pregunta Santiago.
- ¿El qué?.- responde Pilar.
- Isabella todas las noches se queda leyendo el diario antes de
irse a dormir. En la sala principal. Lo a hecho desde que
hemos llegado.- dice Lucas.
- Quizás tenía sueño y se fue directamente a dormir.-
responde Pilar.
- Sí, podría ser. Pero hoy me dijo que iba a cocinar una torta
por la noche porque mañana vienen visitas. De hecho, por la
tarde, cuando pasé por la cocina, estaban todos los utensilios
preparados. ¿No te parece demasiado silenciosa la .. ?. -
cuenta Santiago.
De repente, un grupo de golpes se escuchan en la puerta.
Santiago se asusta y Pilar se tapa hasta sus ojos. El picaporte de la
puerta comienza a moverse desesperadamente. Santiago se
acerca a la puerta.
- ¿Quién es?, ¿quién es?.- pregunta Santiago.
Santiago se agacha e intenta ver por la cerradura. El rostro de
pánico de Lucas aparece.
Santiago abre la puerta rápidamente y Lucas entra agitado, casi
corriendo. Santiago se acerca a Lucas y, preocupado, apoya su
palma sobre la espalda de Santiago y acerca su rostro al de él.
- ¿Estás bien?, ¿qué sucede Lucas?.- pregunta Santiago
preocupado.
Lucas intenta tranquilizarse mientras jadea del temor.
- ¡Los tienen amarrados!.- dice Lucas con temor en sus
palabras.
- ¿Quién?, ¿de quién estás hablando Lucas?.- pregunta Pilar.
- ¡Los ancianos!.- dice Lucas.
- ¿Los ancianos?, ¿quién amarró a los ancianos?, ¿por qué?.-
pregunta Pilar.
- No lo sé. No sé cuántos son, pero hace unos minutos escuché
a Isabella intentar hablar pero no podía. No se si están ahí,
estoy confundido.- responde Lucas entrando en crisis
mientras se toma con ambas manos la cabeza.
- Ven, siéntate Lucas. Dime en detalle qué fue lo que
escuchaste.- dice Santiago.

---

Una mirada profunda acompañada de una sonrisa maquiavélica


atrapa el corazón de Sol. La única de los tres que había quedado
con los ojos descubiertos.
Sentado sobre una silla, ocupando el centro de la habitación, con
las palmas apoyadas sobre sus piernas abiertas, relajado, con una
sensación de tener todo bajo control. Su respiración era calmada
como el león de la manada.
Sus dedos comienzan a repiquetear sobre su jean azul y sus ojos
verde claros comienzan a moverse de un lado a otro. El hombre se
levanta mirando hacia Sol. Sol, mirándolo fijamente a los ojos,
atemorizada, inspira profundamente. Un trapo cubierto con una
gran cinta rodea la mitad inferior de su rostro. Dos pequeños
agujeros hechos con la punta de un lápiz le permiten apenas
respirar. La sensación de asfixia se había apoderado de ella desde
hace varios minutos. El muchacho, a medio camino, se detiene y la
mira a los ojos con compasión y dominio al mismo tiempo. Los
intentos de grito de Isabella comenzaban a hacerse cada vez más
suaves, exhausta por el esfuerzo repetido de su garganta.
Junto a Isabella, Abelardo, con su cabeza caída. Los ojos de Sol
huían, por momentos, de la mirada del muchacho, intentando
comunicarse con Abelardo, pidiéndole que se recupere, que no la
deje.
Otro suspiro de Sol, pidiéndose a sí misma paciencia y fe.
Nuevamente el muchacho camina hacia Sol mientras ella agacha
su cabeza mirando al piso. Las manos del muchacho tocan con una
fría suavidad la barbilla de Sol haciendo que su rostro serio se
levante.

---

- ¿Y no sería mejor llamar a la policía?.- dice Pilar abriendo la


cortina de la ventana.
- No lo sé .. - responde Lucas.
- ¡Mirá!. ¡Un patrullero!.- dice Pilar.
Pilar comienza a golpear desesperadamente el vidrio con sus dos
puños como un bebé intentando salir de un cubo de cristal.
Santiago se lanza hacia ella y la toma por detrás.
- ¡No hagas ruido!. Podrían saber que estamos aquí.
Necesitamos planificar algo, ¿no Lucas?- dice Santiago,
preocupado, girando su rostro hacia Lucas.
Lucas toma su barbilla con su mano derecha mientras mira hacia
el techo. De repente, algo se le ocurre.
- Vamos a entrar por el techo.- dice Lucas sentado en el piso
junto a un gran papel abierto en el medio de la pieza.
- ¿Por el techo?. Como si fuéramos Spiderman.- responde Pilar
riéndose.
- Si, por el techo. Hace poco tiempo que estoy en esta casa; sin
embargo, me he dado cuenta que todas las ventanas siempre
están abiertas. Aunque estén apoyadas se pueden abrir
desde afuera.- dice Lucas
- ¿Abiertas?.- dice Santiago.
- ¿Estás seguro que están todas abiertas?.- pregunta Pilar.
- Si, todas.- responde Lucas con seguridad.
- Okey. Las ventanas están abiertas. ¿Y eso qué?. ¿Sabés
cuántos son adentro?. ¿Y si están armados?.- pregunta
Santiago.
- No interesa cuántos son ni si están armados.- responde
Lucas.
- ¿Qué?, ¿es una broma?.- responde Pilar.
Lucas toma un lápiz y comienza a dibujar en el papel.

---

Mientras tanto, en el otro cuarto, las cosas estaban un tanto


diferente.
Sentado, sobre la misma silla, el muchacho comía una pequeña
bolsa de semillas de girasol. Pensativo y ansioso, giraba su rostro
hacia la ventana, como esperando la llegada de alguien. De
repente, a lo lejos, el timbre principal de la casa suena. El
muchacho se levanta y comienza a caminar hacia la puerta del
cuarto. Abre la puerta y tranquilamente comienza a caminar por
la casa en dirección a la puerta principal. La casa estaba en
completo silencio.
El robo había sido fácil. Los dueños de la casa y su hija,
amarrados de pies a cabeza en uno de los cuartos. Casi dos años
de sondeos por la casa y cientos de investigaciones hacían sentir
satisfecho al muchacho porque al final la planificación había dado
sus frutos.
El muchacho abre la puerta. Una silueta femenina, que con la luz
de sol comenzando a salir por detrás, hacía que el robo terminara
con un deleite a los ojos del muchacho.
La muchacha, con paso confiado, camina hacia el interior de la
casa, mira en trescientos sesenta grados y luego regresa su
mirada al muchacho.
- Es más bonita de lo que había esperado.- dice la muchacha
sorprendida.
- No más que tú mi cielo.- responde el muchacho.
- ¿Y los ancianos?, ¿dónde están?.- pregunta la muchacha.
- Ven, están en el cuarto.- responde el muchacho.
Ambos caminan hacia el cuarto, abren la puerta y ven a los
ancianos y Sol amarrados.
- Parece que haz hecho un buen trabajo.- dice la muchacha
mientras mira con una actitud de superioridad a los tres
amarrados.
- ¿Cómo continuamos querida?.- pregunta el muchacho.
- La caja fuerte tiene que estar en alguna de las tres piezas.
Tendremos que revisar una por una.- responde la muchacha.
- Yo no he visto nada por aquí.- responde el muchacho.
- Esta clase de casas tienen cosas escondidas por todos lados.
Ve a buscar a otro cuarto mientras yo me quedo revisando
este.- dice la muchacha.
Un metro noventa y cinco no era nada poco para una roba casas
profesional. Su cabello corto, y su silueta delgada daban la
sensación de que mirarla de pies a cabeza sería un asunto que a
cualquiera le tomaría tiempo.
El muchacho ya se había ido del cuarto y la muchacha
comenzaba su búsqueda de una manera paciente y concentrada;
sin prestarle atención a ninguno de las tres personas que estaban
amarradas.
Sol, la única que tenía los ojos sin vendar, miraba con atención a
la muchacha mientras pensaba la manera de liberar sus manos de
un extenso cable que desde hacía varias horas le estaba cortando
la circulación.
La muchacha, concentrada, seguía sin prestar atención. Estaba
decidida a tomar el botín. Sin embargo; por otro lado, las casas
ajenas siempre habían sido algo que le fascinaban. Para la
muchacha, cada casa era un mundo, lleno de historias que salían a
la luz en cualquier rincón del lugar.
Agachada, la muchacha, tomando uno de los tantos jarrones que
tenía el cuarto, observa los dibujos de una de las tantas
civilizaciones que habían surgido en la antigüedad. Segundos más
tarde, lo deja, con cuidado, en el mismo lugar que lo había sacado.
La muchacha, aunque ladrona profesional, era muy cuidadosa en
los detalles. Su robo ideal era aquel que daba la sensación de que
el botín se había esfumado por arte de magia; sin que nadie
hubiese estado allí.
El muchacho se encontraba caminando a través de la casa. Uno
pequeños rayos de luz comenzaban a aparecer detrás de las
ventanas; lo cual hacía que la búsqueda de otra pieza fuera más
fácil. Un corto pasillo contenía tres puertas. La primera, a la
derecha del muchacho, se encontraba entreabierta. La segunda,
parecía, a la vista del muchacho, cerrada. Y la tercera, al final del
pasillo, enfrentando al muchacho, también se encontraba cerrada.

---

- Creo que va a funcionar. Crean en mí. Tenemos que


apurarnos. No sé cuánto tiempo más va a durar allí
amarrada.- dice Lucas.
Lucas, ya levantado. Dobla el papel que había apoyado en el piso
y lo coloca en su bolsillo. Pilar se termina de colocar sus zapatillas
mientras Santiago abre la ventana.
- Shh .. silencio.- dice Lucas preocupado.
- ¿Qué sucede?.- responde Pilar.
- Escuché algo.- responde Lucas en voz baja.
Lucas comienza a caminar en puntas de pies hasta la puerta de la
habitación que se encontraba cerrada, se agacha e intenta mirar
por el cerrojo.
De repente. Una gran pupila lo mira sorprendido.
Lucas se hace hacia atrás y cae de espaldas en el piso. Su corazón
comienza a latir a mil por hora.
- ¡Cierren!, ¡cierren la puerta!.- dice Lucas.
El muchacho, que se encontraba fuera de la habitación realiza un
giro de 180 grados quedando su espalda contra la pared.
Asustado y sorprendido, sale corriendo a toda velocidad hacia
donde se encontraba la muchacha ladrona.
Una serie de golpes nerviosos a la puerta hacen que la muchacha
ladrona, que se encontraba sentada leyendo, sin saber, uno de los
libros que más le gustaba Isabella, levanta su mirada en dirección
a la puerta; apoya el libro en uno de los polvorientos estantes de
la habitación y camina apresurada hacia ella. La puerta se abre en
cuestión de segundos. Como un gato asustado, el muchacho
ingresa a la habitación casi intentando buscar protección en los
brazos de la muchacha ladrona.
- ¡Quítate!, ¡quítate de encima!, ¿qué piensas que estás
haciendo?.- dice la muchacha ladrona quitándose los brazos
tensos del muchacho de su cuerpo.
Por otro lado, Sol, levantando la punta izquierda de su labio y
con ojos abiertos de sorpresa, se mantiene observando el
espectáculo que el muchacho, junto a su pareja, estaba creando.
Por el corazón de Sol, una sensación de esperanza estaba
apareciendo.
Por otro lado; en la otra habitación, la situación no era de
demasiado dominio sobre el ahora asustado ladrón de casas. Por
el contrario, la sensación de temor circulaba por la habitación
pero, esta vez, de otra manera. Lucas, no era de esas personas que
pierden el control bajo situaciones límites; en cambio, parecía que
estaba disfrutando de la adrenalina de una aventura de verdad.
- Esperen. Nadie haga un movimiento.- dice Lucas tomando el
control de la habitación.
Lucas se acerca nuevamente a la puerta y comienza a escuchar
con fina atención hacia fuera de la puerta. Luego de unos
segundos de escuchar camina, ya más relajado, hacia donde
estaba la muchacha y Santiago.
Como toda una pareja, Pilar sentada en la cama y Santiago, a su
lado, abrazándola, prestando atención a las directivas del
pequeño Lucas.
- Creo que lo peor que podemos hacer es quedarnos pensando
qué hacer. Así que tomemos la situación por las riendas y
salgamos a cabalgar.- dice Lucas confiado.
- Se te cayó el papel con el plan Lucas.- dice Pilar.
- Déjalo ahí. No lo vamos a necesitar.- responde Lucas
abriendo la puerta mientras sale corriendo por el pasillo.
Santiago se levanta rápidamente y sale tras él, junto con Pilar
detrás.
Lucas, era una persona muy observadora, y conocía pequeños
detalles de la casa que para cualquier persona podrían pasar
desapercibidos. El barrio en donde habían vivido toda su vida los
ancianos era un barrio pudiente, pero al mismo tiempo
reconocido entre las personas del mismo por su seguridad. Sin
embargo, la palabra seguridad, que comúnmente usaban los
vecinos no estaba relacionada con costosos artefactos antirrobos
sin más bien por el sentido de cooperación de las mismas
personas.
Un día ventoso y triste había llegado al barrio. Eran la una y
cuarenta y cinco de la tarde. Mario, uno de los vecinos, se
encontraba tomando unos mates con facturas mientras charlaba
tranquilamente con su esposa Susana. La ventana que daba a la
calle hacía unos minutos que se movía por el intenso viento pero
no fue hasta que Mario abrió el periódico, para leer las noticias
del día, que se abrió por completo. En un primer momento,
Susana había pensado que había sido el viento. Tranquila, sin
ninguna preocupación, se levanta y camina hacia la ventana. Es
ahí donde, de un movimiento de espanto, se echa hacia atrás y cae
con su nuca sobre la mesa. Mario se levanta asustado y mira hacia
la ventana, la cual, en un instante se cierra por una mano de un
hombre. Mario; sin pensarlo dos veces, se agacha para ver que le
había sucedido a su esposa, y es en ese momento cuando la
ventana se vuelve a abrir y un muchacho joven, de pelo disparejo
y ojos desesperados intenta entrar a la casa. Asustado, y con
mucha adrenalina en la sangre, Mario toma un cuchillo. El
muchacho intenta volver hacia afuera cuando siente que unas
manos lo toman por detrás y lo jalan hacia afuera. Luego de caer
sale corriendo.
Atilio, vecino de Mario por más de diez años, siempre caminaba
por la casa de Mario como si fuera la suya y es así que, de esta
manera, había podido defender la casa de su vecino.
Esa clase de cosas eran moneda corriente en el barrio, siempre
que había algún problema, también había un vecino que ayudaba
para solucionarlo.
Por eso mismo, cada vez que una persona estaba en apuros los
vecinos estaban ahí para brindarles su protección. Una vez a la
semana, los vecinos se reunían para compartir tiempo juntos, y si
Lucas había visto bien la agenda de Isabella, a las diez en punto,
un grupo de más de quince vecinos tocarían el timbre de la puerta
de la casa. La regla era la siguiente, si al primer timbre la puerta
principal no se abría se tocaba nuevamente, pero si a la segunda
vez la puerta permanecía cerrada la reunión se postergaba para la
próxima semana.
El reloj de Lucas, tirado en el piso de la habitación de donde
habían salido, marcaba las nueve y cincuenta. Parecía que diez
minutos serían suficientes para abrir la puerta antes de la llegada
del primer vecino; sin embargo, si la muchacha o el muchacho
ladrón escuchaba el timbre podría ser catastrófico. No había que
dejar nada al azar.
Lucas, antes de girar en el pasillo de la casa, se quita sus
zapatillas para no hacer ruido.
El reloj marcaba las nueve y cincuenta y siete, pero Lucas aún
tenía que desactivar el timbre.
Una negra sensación de decepción recorre el cuerpo de Lucas.
- Estuve tan cerca.- se dice a sí mismo Lucas.
Santiago, un poco retrasado, saltando en una pierna y con el
zapato izquierdo aún sin quitar, se encuentra con una imagen que
lo conmueve profundamente. Lucas, sin la suficiente altura para
llegar desactivar el botón del timbre, con su cabeza hacia abajo y
sus hombros caídos.
Lucas lo había ayudado en todo momento, era parte del equipo,
no lo podía defraudar. Era su momento.
En un movimiento casi impulsivo, Santiago lanza el zapato que
tenía en su mano derecha directamente hacia el botón. Lucas,
sorprendido, por la caída del zapato sobre sus pies, gira su rostro
hacia atrás y ve al muchacho extranjero, muy entusiasmado, hacer
un movimiento de victoria. Sin pensarlo dos veces, corre hacia la
puerta principal y la abre.
Al ver que nadie se encontraba afuera sale hacia el exterior de la
casa y comienza a mirar para todos lados. Luego, mira hacia atrás
y lo peor había sucedido.

---

Santiago, relajado y contento por su acierto, parado en medio de


la entrada a la sala principal, no estaba al tanto de que detrás de
él, el muchacho ladrón había tomado a Pilar. Su mano izquierda,
sobre la boca de Pilar, no dejaba lugar para ningún sonido. Un
cuchillo, tomado minutos antes de la cocina, yacía firmemente y
con su punta hacia arriba, en su otra mano.
Santiago, comenzó a quedarse inmóvil al ver como el rostro
relajado de Lucas se volvía serio y frío.
Nadie emitía ninguna palabra hasta que la muchacha ladrona,
apareciendo por detrás de Santiago, se acerca al centro de la sala
principal. Santiago, en un movimiento sigiloso de sus ojos, alcanza
a percibir la mano del muchacho ladrón con su cuchillo.
- Que bien, que bien. Parece que estamos todos reunidos,
¿no?.- dice la muchacha ladrona.
- Si, es verdad.- dice la voz de un hombre detrás de la puerta.
Hace una hora, Bartolomé, el vecino contiguo a la casa de los
ancianos había comenzado a escuchar unos ruidos que le
llamaron la atención. Como muchas de las personas de barrio,
estar en la cama es sinónimo de comodidad y salir de ese estado,
cambiarse y averiguar qué estaba pasando había sido una proeza
que le tomó más de treinta minutos. Luego de abrir la puerta de
su casa se dirigió para la de su vecino y mientras llegaba vió a la
muchacha ladrona caminar en la casa. Sabía que era alguien
desconocido.
Luego de más de treinta años sirviendo a la ciudad como policía
federal, aún conserva su antigua placa de identificación.
- ¿Y tú quién eres?.- responde la muchacha ladrona.
El hombre, atravesando la puerta principal, coloca su mano
derecha en su bolsillo. Mirando a la muchacha ladrona su rostro
se llena de sorpresa y pánico.

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