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LA MIRADA

El cuadro nos invita, nos capta y la mirada queda prendida de ese “más
allá” que se presiente y nos anuncia una realidad todavía no dada a ver.
Porque siempre hay un más allá de un cuadro que nos atrapa y donde está,
aunque no la veamos, la mirada del pintor.

Ya al comienzo de su enseñanza, Jacques Lacan, en su Seminario “Los


Escritos técnicos de Freud” nos dice lo siguiente: “La mirada no se sitúa
simplemente a nivel de los ojos. Los ojos pueden no aparecer, estar
enmascarados. La mirada no es forzosamente la cara de nuestro semejante,
sino también la ventana tras la cual suponemos que nos están acechando: es
una “equis”, el objeto ante el cual el sujeto deviene objeto.”

Pero si bien para el psicoanálisis la mirada aparece como objeto


paradigmático, al enfrentarnos a la producción de un artista no buscamos
caer en el abaratamiento que implicaría una pretendida “interpretación
psicoanalítica” del pintor a través de sus obras, cosa que siempre lleva a
resultados poco confiables, sino valernos de esas obras para adentrarnos
una vez más en el enigma de la mirada.

La imagen emerge contorneándose más allá de la mancha y cada pincelada


nos indica un gesto - el gesto del pintor,- en tanto movimiento
interrumpido, detenido en suspenso y dado a ver.
Son incontables las pinceladas que construyen el cuadro, en un juego de
movimientos que inclusive el artista ignora – y es esperable que no sepa -
ya que la creación refleja ese movimiento que la obra muestra.

No es solamente el movimiento que entraña la figura, es el movimiento del


artista que se vislumbra en cada pincelada adentrándonos en un mundo
dado a ver a través de lo que la imagen muestra.

El cuadro aparece como una ventana ante la cual el observador –


espectador se asoma sintiendo también “el peso de la pintura sobre el
lienzo” con todo lo que implica, pero también la posibilidad de asomarse a
un otro mundo, guiado por esos “pequeños movimientos” que implican el
trazo y la pincelada.
Es la mirada del artista la que crea la escena aún antes de plasmarla en la
tela o en el muro, y es por cierto a esa mirada que preexiste a la
producción, a la que nos asomamos al enfrentarnos a todo cuadro.
Por lo tanto hay una mirada que precede a la obra.
Ya dijimos, en algún momento siguiendo a Lacan, que la mirada no
implica la visión, aunque esto parezca extraño.
¿Alguna vez ha surgido la pregunta de con que ojos vemos las imágenes
de nuestros sueños?
Las imágenes - algunas aterradoras – que pueblan los sueños del soñante
no se ven con los ojos, pues ellos están cerrados, pero sin embargo, el
soñante nos comunica que es lo que “vio” en su sueño, algunas veces con
sorprendente minuciosidad.
No es necesaria la presencia material de los ojos, cualquier trazo, cualquier
pincelada puede servir para provocar la mirada.

El valor de la creación artística radica entonces en poder situarse en esa


sutil línea entre lo verdadero y lo aparente, porque lo que llamamos
verdadero, muchas veces – las más – no es más que apariencia.
Si la realidad en que vivimos corresponde a un registro imaginario, porque
la certeza corresponde al campo de la locura, es el artista – poeta o pintor –
el que nos guía con su “saber hacer allí” a dimensiones diferentes de lo que
la materia nos impone.
Pero aún más, la obra de arte, - ya poética o plástica – nos toca porque lo
que el artista nos procura es, ciertas veces una especie de sosiego, una
sensación, diríamos inefable y, en otros casos nos enfrenta al drama
humano del deseo.
Y en el caso de un cuadro su función es de “doma-mirada”.
Y ahí radica ,a mi juicio, la maravilla de la creación plástica.

Todos sabemos que en la creación cinematográfica, el artista nunca debe


mirar a la cámara, este hecho, de darse, quebraría con el clima de ficción –
la realidad que el film construye - y haría peligrar la credibilidad del
espectáculo, denunciaría la ficción y el juego de la cámara.

Pero…
¿Qué sucede cuando se trata de un cuadro?
¿Qué sucede con los ojos de esos animales que Armando Bergallo nos
ofrece?
Pensamos que lo que ocurre es algo totalmente diferente.
Los ojos de esos animales que nos miran sin ver nos colocan a su vez en la
posición de ser mirados, objeto y mancha en el espectáculo del mundo.

La lechuza nos enfrenta a su mirada terrible atravesándonos y las


innumerables pinceladas que la crean nos invitan a imaginar los múltiples
movimientos – gestos – que fueron pautando su creación creando una
perfecta articulación entre lo figurativo y lo abstracto, pues esa explosión
de trazos que crean su figura muchas veces puede ser aislada para
conformar otro cuadro aparte.
Esta hazaña se repite en cada uno de los cuadros.
Por otro lado la mirada del chimpancé parece esbozar una sonrisa y nos
remite a su pregunta.
En todos los animales que aparecen en este nuevo proyecto de Armando,
como en tantas otras de sus producciones, la mirada juega un papel
importantísimo.
Ellos están allí…mirándonos sin ver
Son miradas que nos toman, nos introducen en su mundo, en un universo
en el cual cada quien podrá hacer su lectura subjetiva, porque de eso se
trata.
Cada cual asociará con los elementos de su subjetividad diferentes tramas.
Cada uno de esos animales nos inspirarán diferentes sentimientos, sin
embargo cada uno de ellos, inclusive los que el humano considera más
terribles, están atravesados por una cierta ternura, por un respeto casi
religioso a la naturaleza.
Con la mayoría de ellos no convivimos, todo un discurso nos invita a
temerlos, sin embargo en esos cuadros se nos aparecen inofensivos; el tigre,
como dije en un momento, agazapado en su selva tropical donde el color lo
esconde y al mismo tiempo lo muestra como un verdadera cortina vegetal,
el oso provisto de una quieta monumentalidad y mansedumbre nos mira
fijamente.
Solo el cocodrilo se diferencia, emergiendo de un infierno de diferentes
matices de rojos amenaza devorarnos y el ojo amarillo terrible, siniestro
parece indicar una presa más allá del cuadro.

Si el arte aparece como un intento de lo humano ante la muerte, el arte de


Armando nos incita a una apuesta hacia la vida.
Sus cuadros insisten en mirarnos, en invitarnos, en sugerirnos, y como
siempre sucede que, para volver a crear todo artista necesita que su
producción anterior “caiga” pues de no ser así quedaría “pegado” a ésta e
imposibilitado de volver a crear, Armando nos invita, infatigablemente a
presenciar la sucesiva caída de sus obras seguido del consiguiente
nacimiento de otras criaturas.

Alba Medina
Psicoanalista

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