Bogotá, D.C., dos (2) de mayo de dos mil siete (2007).
Ref.: Expediente No.73268 3103 002 1997 03001 01
Procede la Corte, en sede de instancia, a proferir sentencia
sustitutiva, dentro del proceso ordinario adelantado por MEDARDO ARIAS GARCIA contra la COOPERATIVA DE TRANSPORTADORES DEL SUR DEL TOLIMA LIMITADA “COINTRASUR LTDA” y VÍCTOR HUGO AGUIRRE MONTES.
ANTECEDENTES
1. El prenombrado actor pide que se declare a los
demandados solidariamente responsables de los daños causados al tractor Valmet 148, motor No.90289 y chasis No.01311, en la colisión ocurrida el 3 de julio de 1996 y que, subsecuentemente, se les condene a pagarle la suma de $24.000.000.oo, precio de dicha máquina, y el lucro cesante generado desde la fecha del accidente hasta cuando se realice el respectivo pago, junto con el correspondiente reajuste monetario y los intereses corrientes. 2. Sustenta su reclamación en la situación fáctica que se compendia, así:
El día 3 de julio de 1996, siendo las 11:40 de la noche, en
el sitio denominado El Tesoro, en la carretera que del Guamo conduce a el Espinal, colisionó el bus de placas SYK-178, de propiedad de Víctor Hugo Aguirre Montes, afiliado a la empresa Cooperativa de Transportadores del Sur del Tolima Limitada, con el tractor marca Valmet, conducido por el señor Luis Eduardo Reyes Herrán, quién falleció en el lugar de los hechos.
La máquina agrícola transitaba por la berma de la citada
carretera con dirección a el Espinal y el bus que iba en ese mismo sentido la golpeó, lanzándola a la cuneta del lado derecho. El bus, como consecuencia del impacto, se volcó y se desplazó 50 metros aproximadamente sobre la vía, lo que indica la alta velocidad a que se desplazaba, es decir, a más de 120 kilómetros por hora, violando así los reglamentos de tránsito. Tal circunstancia le impidió a su conductor “controlar el vehículo en el momento de avistar el tractor que viajaba por la berma con las luces puestas traseras y delanteras” y siguiendo a otro tractor conducido por Augusto Gentil Aguirre.
El tractor quedó totalmente destruido y sus daños fueron
estimados en $24.000.000.oo, por los peritos del Instituto de Tránsito y Transporte del Tolima -Distrito de El Espinal-, perjuicios que no han sido resarcidos a su propietario, como tampoco el lucro cesante, ni los intereses generados por tales valores y su respectiva indexación.
3. Enterados los demandados de las pretensiones se
opusieron a ellas, negaron los hechos que las sustentan, propusieron las excepciones de fondo que denominaron “hecho de la víctima”, “violación a las normas de tránsito por parte del tractorista” y “caso fortuito o fuerza mayor”. 2
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Los demandados también formularon demanda de reconvención en la que reclamaron la declaratoria de responsabilidad civil en cabeza de su contraparte y, por consiguiente, que se le condenara a pagar el daño emergente, el lucro cesante y los intereses corrientes moratorios. Además de relatar las circunstancias en las que, a su juicio, ocurrió el accidente, aseveraron que éste se produjo porque el tractor se desplazaba a altas horas de la noche, lo que está prohibido a esa especie de maquinas, y sin luces, ni señales que dieran cuenta de su presencia. El conductor del bus viajaba normalmente, cuando en el lugar de los hechos aparecieron dos vehículos que venían en dirección contraria, uno de ellos tratando de adelantar al otro, por lo que hizo cambio de luces y al abrirse a su derecha para darles paso, se encontró sorpresivamente con el tractor; no obstante que aplicó los frenos se produjo el accidente, “pegándole con la parte delantera del bus a la parte izquierda del tractor lo que provocó el volcamiento de los dos vehículos”.
De igual modo, la empresa transportadora llamó en
garantía a la sociedad Aseguradora Colseguros S.A., quien adujo que no estaba obligada a responder por el lucro cesante reclamado, en virtud de que la póliza por ella suscrita sólo ampara el daño emergente; igualmente, alegó en su defensa la existencia de cosa juzgada y se adhirió a los demás medios exceptivos propuestos por el otro demandado.
4. La primera instancia finalizó con sentencia
desestimatoria de las pretensiones de la demanda principal y las de la demanda de reconvención, proferida por el Juzgado Segundo Civil del Circuito de El Espinal (Tolima), decisión que fue confirmada por el juzgador ad quem al desatar el recurso de alzada propuesto por ambas partes.
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5. El demandante recurrió en casación el fallo de segundo grado, el cual fue aniquilado al desatar dicha impugnación, habiendo la Corte dispuesto que, previamente a fallar en sede de instancia, se avaluaran los perjuicios reclamados en el libelo principal.
Cumplido lo anterior, procede la Sala a resolver lo
pertinente, previas las siguientes
CONSIDERACIONES
1º Sabido es que el artículo 2356 del Código Civil
consagra una presunción de culpa que opera en favor de la víctima de un daño causado en ejercicio de una actividad peligrosa, circunstancia que la releva de la prueba de la existencia de la culpa en el acaecimiento del accidente y, por tanto, sólo le basta probar el daño y la relación de causalidad entre éste y el perjuicio para que el autor del mismo sea declarado responsable de su producción.
En tales condiciones, la defensa del autor del daño que
pretenda exculparse, para que resulte exitosa, debe plantearse en el terreno de la causalidad, es decir que, le corresponde destruir el aludido nexo causal demostrando que en la producción del suceso medió una causa extraña, vale decir, un caso fortuito o fuerza mayor, el hecho exclusivo de la víctima o el de un tercero.
Empero, suele ocurrir que ambas partes concurran al
hecho dañoso desplegando sendas actividades peligrosas, evento en el cual las presunciones de culpa que operan en contra de cada una de ellas pueden aniquilarse mutuamente, forzando al actor a demostrar la culpa del accionado; sin embargo, para que así acontezca, es decir, para que tal anulación pueda desgajarse, es menester que medie una concienzuda labor de ponderación del juzgador, según lo clarificó esta 4
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Corporación en la sentencia que profirió el 5 de mayo de 1999, pues “la aniquilación de la presunción de culpas por concurrencia de actividades peligrosas en la generación de un daño, presupone que el juez advierta, previamente, que en las específicas circunstancias en las que se produjo el accidente, existía cierta equivalencia en la potencialidad dañina de ambas, pues de no darse esa correspondencia, gravitará siempre a favor de la víctima la presunción de que el demandado fue el responsable del perjuicio cuya reparación demanda”. Esto es, que incumbe al juez, en lugar de desgajar ciega y maquinalmente la aniquilación de la presunción de culpa que favorece a la víctima de una actividad peligrosa por el hecho de ejercitar, a su vez, otra de la misma especie, examinar en cada caso concreto la naturaleza de ambas, los medios utilizados por los implicados, la peligrosidad que cada actividad entraña frente a los demás, y solamente cuando advierta que existe cierta equivalencia, podrá anular la aludida presunción.
Por consiguiente, nada impide que el demandante, en
aquellas hipótesis donde sea posible una eventual equiparación de las actividades desplegadas por los implicados, y con apego a las pautas trazadas en el artículo 2341 del Código Civil, acredite la culpa del accionado, conforme acontece en este litigio; ciertamente, en el fallo mediante el cual se desató el recurso extraordinario de casación, quedó dicho que de las pruebas, cuya apreciación por el tribunal cuestionó el recurrente, en verdad afloraba que el accidente en el que el tractor sufrió los daños aquí reclamados ocurrió por la culpa del conductor del bus de propiedad del demandado Aguirre Montes y afiliado a la empresa codemandada, toda vez que este automotor golpeó a la maquina en referencia, que transitaba en la misma dirección que él y por su derecha, lanzándola fuera de la calzada.
Y es que, complementando lo asentado al despachar el
recurso de casación sobre el punto en cuestión y fundamentalmente con miras a establecer una eventual concurrencia de culpas, la
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extensión de la huella de frenada del bus, así como la intensidad del impacto y sus fatales consecuencias, son indicativas de que el bus transitaba a alta velocidad. No de otra manera se explica que hubiere dejado una huella de frenada de ocho metros y que al golpear a una maquina tan pesada como lo es un tractor la hubiere lanzado a una distancia de 23 metros del “punto de impacto”, conforme dejaron constancia los técnicos del Cuerpo Técnico de Investigación que practicaron el levantamiento del cadáver de quien fuera el conductor de dicha máquina, en la diligencia que obra a folio 33 y s.s. del cuaderno No.4 del expediente. Además, que el choque fue de tal intensidad que ambos vehículos sufrieron graves daños, como dan cuenta la inspección judicial practicada a cada uno de ellos (folios 78 y 94, Ibídem) y las experticias que obran en el expediente.
Valga recordar que cuando tuvo ocurrencia la referida
colisión la velocidad permitida en carretera era de 60 kilómetros por hora, conforme lo disponía el artículo 148 del Código de Tránsito vigente para esa época y lo indicaba la señal de tránsito ubicada cerca al sitio del accidente de que da cuenta la inspección judicial y la experticia rendida por los peritos que en ella intervinieron (folios 20 y 26 del cuaderno No.4).
2. Relativamente al perjuicio reclamado se tiene que el
mismo fue acreditado en el proceso, pero sólo en lo que al daño emergente concierne.
En efecto, en el aparatoso accidente, el tractor de
propiedad de Medardo Arias García sufrió las averías descritas en la inspección judicial que le fue practicada en el proceso penal que en fotocopia auténtica, y por petición de ambas partes se trasladó al expediente y que muestran las fotografías que en el mismo obran a folios 120 al 19 del cuaderno No.1; así mismo, de la fotografía visible a folio 17 de ese cuaderno y de la certificación expedida por la secretaría 6
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de tránsito y transporte de El Espinal (folio 8 del cuaderno No.6) se desgaja que la mentada máquina agrícola fue reparada, lo cual implica que su propietario tuvo que asumir los costos de los repuestos y la respectiva mano de obra.
En la experticia decretada por la Corte se conceptuó que el
valor del arreglo del tractor, incluyendo el precio de las piezas averiadas y la mano de obra, ascendía a la suma de $23.162.276.oo, conclusión a la que arribó el perito con sustento en las cotizaciones efectuadas por Central Komatsu Ltda. y Tractomaquinas Ltda.
El dictamen en cita, en lo concerniente con la estimación
del costo de la aludida reparación, será acogido por la Corte, habida cuenta que es claro, preciso y fue fundamentado en las cotizaciones expedidas por establecimientos dedicados a la venta de repuestos para maquinaria agrícola y a su reparación, además, que no fue objetado por las partes, y que el monto al que consideró podía ascender el arreglo del tractor coincide con el avalúo efectuado por el Instituto Departamental de Tránsito del Tolima anexado al libelo principal y no dista mucho del señalado en la pericia rendida en primera instancia ($24.500.000.oo).
A la indemnización del referido factor del daño emergente
se concretará la condena, pues el actor no reclamó el resarcimiento de ningún otro aspecto constitutivo de esa especie de perjuicio, amén que del acervo probatorio no emerge que el dueño del tractor hubiere incurrido en costos distintos a los de su reparación.
El monto en cuestión, trayéndolo a valor presente equivale
actualmente a la suma de $ 56.865.704.oo, monto que se obtiene dividiendo el último IPC disponible (167.60) por el IPC que se encontraba en vigencia en el mes de julio de 1996 (68.2654), época en que el tractor debió ser reparado, operación que arrojó un resultado de 7
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2.4551, factor por el cual se multiplicó la cantidad objeto de actualización.
En cuanto al lucro cesante reclamado por el actor es
preciso acotar que no fue acreditado que la inmovilización del tractor durante el tiempo de su reparación le hubiere dejado de reportar utilidades, pues aunque en la experticia decretada por la Corte se cuantificó dicho perjuicio atendiendo a las actividades agrícolas que una máquina de esas características podría realizar en los cultivos propios de la región, lo cierto es que tal estimación no encuentra respaldo alguno en el acervo probatorio recaudado, ya que no se demostró que dicho vehículo, antes del suceso dañoso, hubiera sido explotado económicamente mediante la ejecución de las referidas tareas, o que su inmovilización hubiera aparejado la suspensión o merma en la actividad lucrativa del demandante. En otros términos, no fue probado que dicho bien hubiere dejado de producir una renta a su dueño o que su inutilización hubiese tenido una incidencia negativa en la actividad económica de éste.
Ciertamente, las testificaciones de Pedro Antonio Tovar,
Guillermo Padilla Ramírez y Alexander Padilla Ramírez (folios 11 al 13, 15 al 19 del cuaderno No.4) dan cuenta de que el tractor lo utilizaba el demandante para preparar los terrenos en los que sembraba sus cultivos; es decir, que el bien estaba destinado para el uso particular de su propietario; empero, ni estos deponentes, ni los demás medios de convicción que obran en el proceso, refieren que la inmovilización de dicha máquina hubiere aparejado consecuencias negativas en el patrimonio del actor, derivadas de una eventual reducción de sus ingresos por causa de la imposibilidad de alquilarlo o, en otra hipótesis, que hubiese tenido que arrendar alguno para proseguir con sus actividades económicas.
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Sobre el punto en cuestión, conviene recordar que la jurisprudencia de la Corte ha sostenido que “la imposibilidad de empleo de un bien útil, con el que se han venido satisfaciendo ciertas necesidades, permite conjurar la presencia de un daño, que se establecerá probando, además de ese antecedente, la cesación de ganancias por la suspensión o la merma de la actividad productiva, o el desembolso que hubo de hacerse para procurar un medio sustitutivo del perdido temporal o definitivamente. En el primer caso se trata de lucro cesante, mientras que en el segundo, de daño emergente.
Si el dueño de un automotor, que no está destinado al
transporte de pasajeros o de carga extraños a aquel, afirma haber recibido con la avería del mismo quebrantos distintos del valor de la reparación y la eventual desvalorización del mueble, cifrados en la imposibilidad de usarlo, forzoso le es acreditar que lo empleaba en la empresa fructífera, en la que disminuyeron o desaparecieron las utilidades por tal razón (lucro cesante), o que, para afrontar la situación que entonces se le creó hizo gastos o contrajo deudas que de otro modo no se hubieran presentado (daño emergente). Siendo ilógico considerar estos desembolsos como lucro cesante.
Pero en ambas oportunidades, el peticionario debe demostrar
los supuestos de su pretensión, antes de proceder al justiprecio de su alcance” (sentencia 7 de mayo de 1968, no publicada oficialmente).
Empero, lo que sí es evidente es que la víctima reparó con
su propio peculio el tractor y, por ende que, el capital que invirtió en la misma le habría producido un beneficio lucrativo de no haberlo tenido que destinar en ella; por consiguiente, dentro del monto indemnizable procede incluir como lucro cesante el interés que normalmente produciría la suma invertida en dicha reparación, réditos que serán liquidados a la tasa del 6% anual sobre el valor de la reparación indexado ($56.865.704.oo), desde la época de la reparación (agosto de 1996, folio 58 del cuaderno No.10) hasta el día en que produzca el pago de tal indemnización (sentencias del 1º de junio de 1957, G.J. LXXXV, pág.584 y del 22 de julio de 1959, G.J.XCI, pág.283). 9
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3. En lo concerniente con las defensas y excepciones invocadas por los demandados y la aseguradora llamada en garantía que denominaron “el hecho de la víctima”, “caso fortuito o fuerza mayor”, “violación de señales de tránsito por el tractorista”, “ilegitimidad en la causa por ausencia de responsabilidad de los demandados” y “cosa juzgada”, resulta imperioso asentar, en relación con las dos primeras, que dada la prosperidad de las pretensiones del demandante principal, justamente, sustentadas en la culpabilidad del conductor del bus de propiedad de Aguirre Montes y afiliado a la empresa codemandada, resultan infundados tales medios exceptivos.
Bueno es acotar, al margen de lo anterior, que si los
hechos en que los demandados hacen residir los referidos medios de defensa pudieran tener el alcance exonerativo que éstos les atribuyen, lo cierto es que, tal como lo advirtieron los peritos que intervinieron en la inspección judicial practicada al lugar en que ocurrieron los hechos (folios 22 y 23 del cuaderno No.4), el ordenamiento de tránsito vigente para la época de los hechos (Decreto1344 de 1970) no contemplaba la restricción del tránsito a los vehículos agrícolas a que alude la alegada excepción bautizada como “el hecho de la víctima”, amén que la ausencia de luces en el tractor conforme quedó dilucidado en la sentencia de casación no corresponde a la realidad probatoria, ya que de ella aflora que la maquina si llevaba sus respectivas luminarias.
Relativamente a la infracción del reglamento de tránsito,
atribuido a quien conducía el vehículo agrícola por desplazarse ocupando parte de la berma, es palmario que no se evidencia la relevancia de tal circunstancia en la producción del hecho dañino, habida cuenta que no aparece que hubiere sido la causa determinante del mismo, ni que hubiere contribuido a su ocurrencia, pues, como quedó dicho, el bus por el exceso de velocidad al que se desplazaba golpeó el tractor que iba adelante suyo, acción en la cual no se advierte 10
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la incidencia del hecho atribuido al conductor del tractor. A esta última elucidación se suma que la versión de Renzo de Jesús Tama Sánchez, según la cual la colisión se debió a que tuvo que abrirse hacia su derecha para darle espacio a un carro que venía en sentido contrario y sobrepasaba a otro, fue desvirtuada por los testimonios de Augusto Gentil Cruz y Ernesto Cortés Núñez, quienes presenciaron los hechos y circunstanciadamente afirmaron que en el momento del suceso dañoso no transitaban otros carros por ese lugar, testificaciones que resultan verosímiles, si se tiene en cuenta que de acuerdo con la dirección de la huella de frenada del referido automotor, su conductor viró hacia la izquierda, esto es, hacia el otro carril, aunque no ingresó al mismo, lo cual es indicativo de que no transitaba en dirección contraria ningún otro vehículo, pues de ser cierto hubiese también colisionado con el que efectuaba la maniobra de adelantamiento.
Si bien es cierto que la víctima del accidente incurrió en la
referida infracción, dado que los vehículos deben transitar por sus respectivos carriles sin pisar las rayas o líneas de demarcación, no se advierte reiterase una vez más, la incidencia de ese hecho a la causación del accidente, amén que el tractor llevaba luces y el conductor del bus pudo percatarse de su presencia, sólo que éste por la alta velocidad a que viajaba chocó con él, pese a que contaba con espacio suficiente para transitar, ya que en ese momento no circulaban por la vía otros automotores distintos a los involucrados en el accidente en cuestión.
La alegación de los demandantes de que la víctima no
portaba licencia de conducción y, por ende, infringió las normas de tránsito, no fue acreditada en el plenario. De todas, maneras, la verdad es que no existe prueba de la injerencia que ese hecho hubiere tenido en la producción del daño, pues con o sin licencia la colisión habría acaecido puesto que, itérase, el conductor del bus fue su causante.
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Al respecto cabe traer a colación lo expresado por la Corte en torno a la concurrencia de culpas, en la sentencia de 17 de abril de 1991, en la que se precisó que “ ‘la jurisprudencia no ha tomado en cuenta, como causa jurídica del daño, sino la actividad que, entre las concurrentes, ha desempeñado un papel preponderante y trascendente en la realización del perjuicio. De lo cual resulta que si, aunque culposo, el hecho de determinado agente fue inocuo para la producción del accidente dañoso, el que no habría ocurrido si no hubiese intervenido el acto imprudente de otro, no se configura el fenómeno de la concurrencia de culpas (…)’ (CLII 109)”.
“(…) ‘no hay duda de que tanto el conductor de la bicicleta
como su acompañante estaban incursos en culpa cuando decidieron transportarse en la forma narrada …; pero esa culpa, en la medida en que fue inocua para la realización del perjuicio sufrido por los demandantes no impone la reducción en la apreciación del daño’ ”. Tal tesis la reiteró la Sala en fallos de 27 de febrero y 6 de mayo de 1998, entre otros.
Por consiguiente, es claro que el obrar reprochable de la
víctima que le enrostran los demandados no tuvo injerencia en la producción del daño y, por ende, resulta infundada la excepción denominada “violación de señales de transito por el tractorista”.
Tampoco operó el fenómeno de la cosa juzgada, invocado
por la aseguradora como medio exceptivo, en virtud de que en la investigación penal a la que dieron origen los hechos aquí debatidos - recuérdese que en el accidente perdió la vida el conductor del tractor-, no se dilucidó la responsabilidad del sindicado, en cuanto que la Fiscalía decretó su preclusión en aplicación del principio indubio pro reo, situación que no está prevista dentro de las hipótesis previstas en el artículo 57 del Decreto 2700 de 1991, en vigencia para la época en que sucedieron los hechos aquí litigados, según la cual “la acción civil no podrá iniciarse ni proseguirse cuando se haya declarado, por providencia en firme, que el hecho causante del perjuicio no se realizó 12
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o que el sindicado no lo cometió o que obró en estricto cumplimiento de un deber legal o en legítima defensa”.
En verdad, la preclusión de la investigación fue
determinada por la insuficiencia probatoria, lo cual significa que la justicia penal no encontró en la prueba aportada elementos que le permitieran inferir si en el accidente de tránsito medió o no la culpa del sindicado y, por ello, resolvió la duda a favor de éste, lo cual no apareja que la fuente de la absolución haya sido que el hecho investigado no existió, o que el sindicado no lo cometió, o que éste obró en riguroso cumplimiento de un deber o en legítima defensa; simplemente indica que el juzgador albergó dudas en torno a la responsabilidad del implicado en la comisión del punible.
La jurisprudencia de la Corte ha precisado que la cosa
juzgada penal irradia sus efectos en materia civil, única y exclusivamente, en los casos que la ley penal establece que no podrá iniciarse, ni proseguirse la acción civil; así mismo, ha puntualizado que la aplicación de dicho principio presupone, de un lado, que la decisión de los jueces civiles no se haya proferido con anterioridad y, de otro, que de la resolución penal brote inequívocamente que la absolución descansa en una cualquiera de las causas por las cuales no podrá iniciarse, ni proseguirse la acción civil, por tanto, si el pronunciamiento del juzgador penal es oscuro, ambiguo o contradictorio no tiene cabida tal principio (sentencia de 25 de octubre de 1999, expediente 5263).
Por último, huelga asentar que cualquier otro hecho
defensivo queda desvirtuado en la medida en que se encontró probada la culpa del conductor del bus de propiedad de Aguirre Montes y afiliado a la transportadora accionada.
4. Con relación al llamamiento en garantía de la
Aseguradora Colseguros S.A., efectuado a instancia de la cooperativa 13
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demandada, advierte la Sala que al plenario se incorporó en fotocopia auténtica la póliza de seguros No.14 22 002385, la cual estaba vigente para la fecha en que ocurrió el siniestro e incluía dentro de los riesgos amparados la responsabilidad civil extracontractual por daños a bienes de terceros, por un valor de $15.000.000.oo, con un deducible del 10%.
Demostrado como está el contrato de seguro y la cobertura
del siniestro hasta el límite antes señalado, resulta procedente condenar a la mencionada aseguradora a reembolsarle a la Cooperativa de Transportadores del Sur del Tolima Limitada “Cointrasur Ltda.”, en su condición de asegurada – beneficiaria del reseñado contrato de seguro, el valor en que fue asegurado el mentado riesgo, previo descuento del porcentaje pactado como deducible.
5. Finalmente, por no haber sido atacadas en el recurso
de casación las demás determinaciones del Tribunal se mantienen incólumes, concretamente las relacionadas con la demanda de reconvención, así como las concernientes con la legitimación en la causa.
DECISIÓN
En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia,
Sala de Casación Civil, administrando justicia en nombre de la República y por autoridad de la ley, en sede de instancia
RESUELVE
1º Revocar la sentencia proferida el 12 de febrero de
1999, por el Juzgado 2º Civil del Circuito de El Espinal (Tolima), en este litigio, en lo concerniente con la demanda principal. En todo lo demás se confirma dicho fallo.
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2º Declarar que Víctor Hugo Aguirre y la Cooperativa de Transportadores del Sur del Tolima Limitada “Cointrasur Ltda.” son civil y solidariamente responsables de los daños causados al tractor Valmet 148 de propiedad del demandante Medardo Arias García, en el accidente de tránsito que tuvo ocurrencia el 3 de julio de 1996, en la vía Guamo – Espinal, según se reseñó en la parte motiva de esta decisión.
3º Condenar, en consecuencia, a los referidos
demandados a pagar solidariamente al actor, por concepto de daño emergente, la suma de cincuenta y seis millones ochocientos sesenta y cinco mil setecientos cuatro pesos ($ 56.865.704.oo) m/cte., dentro de los cinco días siguientes a la ejecutoria de este fallo.
4º Condenar a los demandados a pagar solidariamente al
actor, por concepto de lucro cesante, los réditos producidos por el valor de la reparación del tractor, en los términos señalados en la parte motiva de este fallo.
5º Negar cualquier otro perjuicio reclamado por concepto
de lucro cesante, por las razones oportunamente expuestas.
5º Declarar infundadas las excepciones propuestas por los
demandados y la compañía aseguradora llamada en garantía.
6º Condenar a la Aseguradora Colseguros S.A. a
reembolsar a favor de la Cooperativa de Transportadores del Sur del Tolima Limitada “Cointrasur Ltda..”, la suma de TRECE MILLONES QUINIENTOS MIL PESOS ($13.500.000.oo) M/cte., correspondiente al valor que ésta con motivo de esta sentencia debe pagar al demandante, según quedó expuesto en la parte motiva de esta decisión.
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7º Condenar a los demandados a pagar al actor las costas de ambas instancias.
NOTIFÍQUESE
JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR
MANUEL ISIDRO ARDILA VELÁSQUEZ
RUTH MARINA DÍAZ RUEDA
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA
CESAR JULIO VALENCIA COPETE
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EDGARDO VILLAMIL PORTILLA
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Aclaración de voto
Expediente No. 1997-03001-01
Comoquiera que entre las motivaciones del fallo aparece
aludida la sentencia de 5 de mayo de 1999, relativa a las consecuencias jurídicas de la concurrencia de actividades peligrosas, respecto de la cual he manifestado mi disensión, debo hacerlo una vez más en esta oportunidad, reproduciendo las líneas de entonces, que, en lo pertinente, hacen al caso.
“El tema, ciertamente, es de aquellos que más polémica
ha despertado dentro de la evolución del concepto de la responsabilidad civil. Ahora han chocado, en efecto, una motocicleta con un camión en los que se movilizaban respectivamente la víctima y el agente. Y cada vez que, en condiciones semejantes, se busca identificar a un responsable, no dejan de agobiar las dudas acerca del camino a tomar en pos de tamaña pesquisa, y, por consiguiente, las soluciones, lejos de gozar de uniformidad, se presentan más que todo casuísticas. ¿Cómo definir, de veras, lo atinente a la reparación si el daño afluye como consecuencia del roce de las actividades que, calificadas como peligrosas, desarrolla tanto el uno como el otro? ¿Cuántas presunciones de culpa se dan cita allí, una, dos o ninguna? Tema, por lo demás, de enorme vigencia y actualidad, pues en los tiempos que corren las actividades propicias a causar daño han aumentado sobremodo, y los choques y los peligros están a la orden del día, generando víctimas por
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doquier, unas con la fortuna de encontrar una indemnización con que paliar su desgracia, pero así mismo otras muchas abandonadas a su suerte por cuenta de la aplicación diversa del Derecho.
“Pues bien. Preocupado el hombre de todos los tiempos
por hallar una respuesta clara al verdadero fundamento de cómo es que un individuo debe reparación a otro, esto es, cuál la causa o razón que obliga al resarcimiento del perjuicio, ha concebido una significativa evolución en el concepto de responsabilidad civil, y alcanzado, hay que reconocerlo, cierto perfeccionamiento gradual de los regímenes que ha concebido en diversas etapas de la historia. El avance es visible. Sin pretender hacer un cuadro acabado del asunto, importa sobremanera destacar en medio de todo ello que hace ya largo tiempo, quizá con excepción de la época de la antigüedad que bajo el imperio de la venganza privada parecía aplicar un concepto enteramente objetivo, se lo ha visto perseverante en la idea de que sin reproche de conducta no hay sitio para hablar de responsabilidad, una solución que, a decir verdad, ha gozado de mucho aprecio y simpatía, con tradición milenaria. Con ideas moralistas, o no, el caso es que por mucho tiempo se ha convenido en que sólo responda quien cargue con una culpa, esto es, un error en su comportamiento, a título bien de negligencia, imprudencia, impericia. De lo contrario, se impone su absolución. Igualmente se vio equitativo y justiciero que en la distribución de la carga de la prueba fuera quien persigue la reparación el que la soportase. Obligado está, pues, a demostrar que el obrar del otro fue culposo.
“Pero de un tiempo a esta parte no ha tenido la teoría de la
culpa, así concebida, una existencia pacífica. Fuertes corrientes de opinión, en efecto, la han sometido a serias críticas por considerarla que no satisface las necesidades actuales de justicia y reparación, todo lo cual empezó mayormente ante el desarrollo formidable del maquinismo y 19
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la industrialización. Es evidente que cuando la descomplicada vida del hombre pastoril descubrió en el horizonte formas nuevas de auges y adelantamientos, y sumó a sus propias otras energías que auguraban nuevos métodos productivos a grande escala, advinieron máquinas y medios de transporte masivos que, al paso que lo colocaron en presencia de un desarrollo tecnológico y científico sencillamente asombroso, lo expusieron también a incontables riesgos y peligros. Una complejidad así aparejó sin duda una vida aventurada y ominosa. Reprodujéronse considerablemente los accidentes, y la victimización cubrió al mundo. Se abría de ese modo un vasto campo jurídico en punto de la responsabilidad. Quizá no haya desde entonces área jurídica como esa sometida a un incesante escrutinio. Millares de víctimas con sus vidas y familias destrozadas parecían resignarse ante el infortunio, pues el buscar un responsable demandaba pruebas que excedían sus probabilidades; en verdad que, allende que los accidentes se producían en circunstancias que hacían arisca la prueba de la culpa, bastante discutible era señalar que un obrar tan natural como era el de poner en funcionamiento una máquina, cosa por demás permitida y hasta admirada, fuese reprochada de culpable.
“Jalonados por tal situación echóse a buscar soluciones
que viniesen en pos de los millares de víctimas, y por tal sendero sugiriéronse por los jurisperitos de la época caminos que iban desde aligerar la carga probatoria de las mismas, pasando por la inversión de dicha carga, hasta llegar incluso a dudar que la culpa pudiese seguir siendo el genuino fundamento de la responsabilidad civil. Andando el tiempo, esto último tuvo fecundísimo desenvolvimiento en el campo laboral, precisamente por la alta sensibilidad que despierta el ver morir o marchitar a un trabajador en su oficio. Mostrar que la explosión dentro de la fábrica es imputable al patrono, además de tener que vérselas con él en juicio, no dejaba mucha esperanza indemnizatoria. El empresario 20
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quedaba prácticamente a cubierto de toda acción que en tal sentido se le siguiera. Él, que todo lo asumía -los riesgos de la producción, la sustitución o reparación de las máquinas-, no hacía lo propio sin embargo si lo que fallaba en el proceso productivo era justamente el ser humano asalariado. Ante un panorama así, a la tesis de la culpa no le quedaba más que tambalear, y tarde que temprano habría de admitirse que allí opera una especie de responsabilidad profesional, y que entonces el patrono responde por los daños que el trabajador recibe en el desempeño de su labor, sin indagar por la culpabilidad que a aquél le cupiere.
“Al pronto se sintió ese impacto en otros ámbitos. Ya no
era preciso tener que observar el asunto desde el estrecho marco de una relación laboral, ¿pues qué tan desemejante podría ser la situación de un ser humano que en un terreno enteramente extracontractual resulta arrollada ante el paso raudo de un automóvil, nave o ferrocarril? Nadie podía asegurar que tendría mejor suerte que aquél. Bien es verdad que ya no se contaba con el enojo de tener que encarar a una persona con quien se tiene una relación de subordinación, pero no por ello le era más expedita la indemnización. Demostrar la culpa aun en esos terrenos no era verdaderamente una labor hacedera. Así que la víctima, en último resultado, ante el hecho malhadado de no poder probar la culpa, terminaba como un ser que había sido elegido, según frase célebre de Ripert, por “la fuerza oscura del destino”, y en soledad debía rumiar sus cuitas. Su familia y dependientes demandaban lágrimas mas no justicia. Fatalidad edípica esa que consoló por muchos años, pero la iniquidad era amarguísima. Se pensó entonces que el caso era que una persona que se ayudaba de una fuerza motriz en su decurso vital, que además de sacar provecho y explotar las cosas inanimadas, no sólo ponía de ese modo en marcha un automotor sino que echaba a andar riesgos por todas partes, y, por ende, con una potencialidad dañina inconmensurable. Él, que lo hacía todo por su bienestar, que se lucraba así de lo suyo; el otro, la 21
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víctima, inerme, que nada hacía, ¿debía cargar con el daño que de aquel recibiese?
“Que la víctima acreditara la culpa del agente resultaba
tan lamentable como ilógico. A la verdad, si la accidentalidad y el riesgo era inherente a una actividad, eso mismo hacía pensar, según lo proclama la coherencia, que todo daño que se causare en desarrollo de la misma, bien podía atribuirse, a lo menos en línea de principio, a quien así se desempeñaba. La víctima no estaba compelida, por consiguiente, a probar lo que los hechos, en un curso normal de las cosas, denotan por sí mismos. Diose entonces en la solución de que en tales casos la culpa se presuma. Por donde se viene el pensamiento que quien debe entrar en apuros probatorios no es la víctima sino precisamente aquel que ha decidido a voluntad crear la inseguridad mediante actividades potencialmente dañinas. El caso es que la víctima nada ha hecho. Es el otro quien ha hecho.
“La consecuencia ingénita de toda presunción, como bien
convenido se tiene, es la inversión de la carga de la prueba. Quien guarecido está en una presunción, coloca por cierto a su contraparte en la necesidad de tener que derruirla; en tal orden de ideas, lo natural es que ésta deba quebrar el nexo lógico que integra la presunción, y tenga por tanto que establecer que en el caso concreto la inferencia que comúnmente se desgaja cada vez que se juzga un hecho semejante carece esta vez de sentido. En una palabra, su deber es marchitar la regla, y evidenciar que en su caso la normalidad ha acabado.
“Ahora. Acorde con ello, y tornando específicamente al
punto tratado, si lo que se presume frente al agente es su culpa -su falta de diligencia o impericia-, es puesto en razón concluir que para liberarse de la responsabilidad que se le atribuye le bastaría demostrar que, 22
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contrariamente a lo que se presume, él ha obrado con diligencia. Que su conducta no merece desaprobación alguna, ya que sus pasos ha dirigido con cautela y buen cuidado; en fin, que empeñadamente obró. Otras veces, empero, valga decirlo, se ha juzgado que no satisface del todo que en la materia opere apenas una inversión de la prueba así de sencilla, y fue consentido entonces que el asunto fuese más lejos y que el agente pruebe algo más que eso. Prueba encarecida la de ahora porque abocado estaba a demostrar que definitivamente no estuvo en sus manos el impedir el suceso perjudicial; esto es, que acertó a suceder algún hecho de aquellos que es humanamente irresistible, una causa extraña por entero a él. Hechos frente a los cuales al hombre no le queda alternativa distinta a la de postrarse resignadamente; ya no vale en consecuencia aquella diligencia monda y lironda. Y es precisamente cabalgando sobre esta última idea que algunos piensan que el viraje operado en esas circunstancias es de mucho mayor calado que el de una simple presunción de culpa, por supuesto que lo que allí se ofrece es el rompimiento del nexo causal y que, por tanto, por tal sendero se camina velozmente hacia la teoría del riesgo creado.
“Sea como fuere, el adelantamiento en el punto es de
proporciones inconmensurables. A la revolución industrial siguió la más importante revolución en materia jurídica, toda vez que fue el pórtico de una nueva era de responsabilidad civil. Ya la mísera víctima o en su caso los herederos no se hallaban en el delicado punto de tener que probar una culpa que, dígase sin eufemismos, ínsita iba en el actuar mismo, o, en último resultado -si es que se es partidario de la teoría del riesgo-, se responde a secas por el daño que le inflige un mundo que lo ha colocado como su subalterno, en donde la pesquisa no es el averiguar si hay un responsable, sino simplemente identificar al responsable. En una u otra orilla, lo que importa destacar es que la víctima no tiene que probar culpa del empresario, el industrial, o en general el que adelante una 23
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actividad potencialmente dañina. Algo más: es posible que éstos hayan sido diligentes, y sin embargo continuar irredentos, porque, para decirlo en breve, si ellos no han tenido culpa alguna, tampoco –y menos aún- las víctimas que nada eligieron.
“Pensándolo bien, nada excéntrico es que el rumbo del
reclamo apunte hacia el agente; después de todo, es el único que contaba con posibilidades de evitar el perjuicio, así “fuera no más que no haciendo nada”, según conocida frase de Colin y Capitant. Por cierto en manos de la víctima no había mucho que hacer en tal evitación.
“Dicho todo elípticamente, para un mundo de incesante
apremio, necesitábanse cambios audaces, si bien no fuera más que ajustando aquella docena de tesis que bien sirvieron a otras épocas. El vértigo de las relaciones humanas y el incremento de las desgracias no dieron tregua y hubo necesidad de adecuarlas. El hombre está demasiado rodeado de objetos y cosas que lo hacen aún más vulnerable: los automotores cruzan raudos por todos los costados de su casa o apartamento; los aviones que recién despegan o se aproximan al aterrizaje pasan a metros de sus techos; la conducción de variadas energías ciñen sus aposentos; ya no son simples galeras las que circundan las aguas que le sirven de retozo y expansión, sino naves de fuerzas insospechadas, y los caminos veredales y andurriales dieron paso a inmensas avenidas y autopistas en las que, no obstante, es necesario disputar centímetro a centímetro el espacio por donde transitar; se presenta el caso en que en zonas urbanas una misma vía ha de ser compartida, sin más separaciones que unas tenues demarcaciones, por carros, tranvías, motocicletas y bicicletas, e incluso llegar al extremo de que la misma vía que en la mañana sirve para circular en un rumbo determinado sea utilizada por la tarde en sentido contrario, llamados tan pomposa como bárbaramente “contraflujos”, trasladando al indefenso 24
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transeúnte la carga de indagar cómo se encaminan a esa hora los autos. Todo sin contar que cuando el hombre agrega a las suyas fuerzas externas, padece un proceso psicológico de agrandamiento y superioridad, se siente invencible y acorazado; cree poderlo todo, hasta de poder evitar cualquier eventual daño. Así que la potencialidad de dañar alcanza los dinteles de lo inimaginable.
“El cambio, en fin, se justificaba por adelantado, so
pena de desamparar, no ya a uno o algunos individuos, sino a cientos y millares de ellos. Háganse las cosas, ruede el mundo, póngase en movimiento el desarrollo, propíciese y fórjese la riqueza, pero sin sacrificar la persona. Porque quien habitualmente pone en movimiento un actuar peligroso, ha de saber que el riesgo marcha junto a él -así como la sombra sigue al cuerpo-, y que, por lo mismo, la sensatez le estará recordando sin cesar que las más veces tendrá que indemnizar el daño que cause.
“Como se puede apreciar, buenamente por demás, en esa
larga evolución jurídica destaca con ribetes de singular evidencia un punto en el que convergen todas las miradas, en el sentido de que la mayor preocupación, lo que está en el centro de los afanes y desvelos, es la víctima. Los cambios y las transformaciones han acaecido no más que por su cuenta, y de ahí que cuanto viene de decirse, lejos de tornarse en ufano e infértil discurso, tuviese el marcado propósito de destacarlo. Es en pro suyo que con ingentes esfuerzos se han explorado caminos de reparación, y a buen seguro que en tal empeño no cejarán los juristas, por supuesto que ni por asomo ha de considerarse concluida la obra, que, cuando bienhechora es, no parece conocer fin.
“Tanto avance, tanta equidad y tanta justicia como es la
que ha iluminado toda esta conquista jurídica no puede echarse por la 25
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borda, que es lo que sucedería, y a este preciso punto queríase llegar más pronto de lo que a la verdad resultó ser, si se sostiene sin ninguna puntualización, como no con poca frecuencia se oye decir, que cuando el daño resulta del ejercicio de actividades peligrosas que desarrollan tanto el demandante como la víctima, al darse cita allí sendas presunciones, la consecuencia no puede ser otra sino la de eliminación de ambas, para que las cosas, como al principio, queden en el escenario silvestre de la culpa probada. Sería tanto como afirmar que parejamente con el choque de los artefactos, hubo también un choque de presunciones de culpa que, por lo tanto, abatidas –como Polinices y Eteócles en la tragedia de Sófocles- yacen recíprocamente. Empero, bien miradas las cosas, el choque real fue aquel, porque este último se antoja infundado. Hubo colisión material, mas no jurídica. A lo menos, no necesariamente. Si, pues, en Derecho se requieren precisiones, acaso en ningún otro punto como aquí.
“Si, en efecto, una sola víctima generó el accidente, no
hay cómo decir que ésta soporta una presunción en su contra. Allí no hay más presunción que la que pesa sobre el demandado. El daño que permite que se hable jurídicamente de responsabilidad es el que a otro se ha inferido, no el que se causa a sí propio; vale decir, quien a sí mismo se causa daño, excluye el tema de la responsabilidad civil, que implica, por antonomasia, el buscar quién es el que va a indemnizarlo. Nadie podría indemnizarse a sí mismo, así como nadie es deudor de sí. Es un imposible. Los romanos llevaban el raciocinio hasta el extremo de afirmar que nadie puede hacer daño en cosa propia, y que no se entiende que el que sufre daño por su culpa sufre daño (quod quid ex culpa sua damnum sentir, non intelligitur damnun sentire). Razón que lleva de la mano a decir que la culpa que al jurista interesa es la que pueda ser imputada a una persona por lo que a otra hizo; ahí lo correcto es hablar, en rigor, del hecho de la víctima mas no de su culpa. Mírese, si no, que 26
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el artículo 2341 del código civil es fiel trasunto de todo ello, al preceptuar ciertamente: “El que ha cometido delito o culpa, que ha inferido daño a otro, es obligado a la indemnización” (subraya adrede). Síguese entonces que el daño que a sí mismo se infiere alguien, queda excluido de todo régimen de responsabilidad, pues en la base de ésta tiene que estar la alteridad.
“El que blande presunciones de culpa no puede ser sino
quien padece el daño; nunca el que lo irroga. Quizás un ejemplo proporcione elocuencia. Si un automovilista rueda pacíficamente por una calle y de manera inopinada es forzado a realizar una maniobra por el hecho imprudente de un peatón, de lo cual resulta que el carro fue a chocar con un árbol y sale lesionado el conductor, es apenas obvio que a éste no se le pueda esgrimir la presunción que surge de su actividad peligrosa de movilizarse en un automotor, por supuesto que fue él la víctima. De tal presunción sólo es posible hablar jurídicamente cuando él asuma el rol de agente, esto es, cuando altera el derecho de otro. Dicho de una vez, la presunción jamás puede volverse contra la víctima.
“Del mismo modo, si chocan el tren y el automóvil, nada
inverosímil es que mientras aquél sale indemne, éste reciba daños. Así, víctima no hay sino una. Propuesta la demanda respectiva, sería absurdo que el del tren opusiera la presunción que ve en el rodamiento de automóviles. Porque sin dejar de ser verdad que es ésta una actividad de suyo peligrosa, sólo importa al derecho cuando causa daño a otro, y en el ejemplo tenido por caso a nadie perjudicó. De esa presunción, que, por lo mismo, en verdad no ha surgido a la vida jurídica, no puede sino servirse la víctima, porque fue creada a su favor y no en su contra. ¿Por ventura, podrá decirse en tal supuesto que hay que presumir que la víctima, por andar desarrollando actividad peligrosa, se causó daños a sí misma? El agente no puede tomar prestada la presunción de la víctima 27
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para tornarla en revulsivo, y hacer entonces que el remedio venga a ser a la vez su propio veneno. No. En los eventos propuestos, la única presunción que hay es la que pesa sobre el agente, la que nace de la actividad peligrosa consistente en el rodamiento de locomotoras. La otra, la que efunde del rodamiento de automóviles apenas sí permanece como potencialmente dañosa, pero es lo cierto que por lo pronto ningún daño ha causado. Lo otro no pasaría de ser una inconcebible retorsión de las cosas.
“Y, por añadidura, no habiendo más que una presunción,
no se ve cómo pueda resultar neutralizada por otra inexistente.
“Pero ni aún en el caso de que ambos, tren y automóvil,
sufran daños. Como tampoco en ejemplo más significativo todavía de que la colisión sea entre actividades igualmente peligrosas, como en el choque de automóviles. Si únicamente reclama perjuicios una sola de las víctimas, igual no habría sino la presunción de culpa que, pesando sobre el demandado, ampara a la víctima; así y todo el otro haya recibido también daños, en cuyo bien podría ser que está renunciando a que le sean abonados.
“Más todavía. El hecho mismo de que ambas víctimas
demandasen carece de virtud para destruir las presunciones que entonces se acumulan. A la verdad, no sabría a qué atribuirse el encantador efecto de anonadarlo todo. Curioso cuando menos es comprobar que entre más hay, eso mismo equivalga a la nada; que en vez de sumar aparezca la resta; vale decir, entre más responsables haya, o presuntos responsables para mejor decirlo, el resultado paradójico sea el de que no haya entonces ninguno, y que nadie indemnice sino en la medida que, regresando siglos enteros, se demuestre la culpa. No se hace cuenta así que las presunciones de culpa marchan independientemente, cada una 28
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por su lado, y que se profanaría el principio filosófico de contradicción si se dijese que respecto de una misma presunción se predique a un tiempo que sirve y perjudica a la víctima, manera única en que irremisiblemente se caería en una neutralización de las cosas. Itérase, las presunciones están inventadas no más que para hacer bien a los damnificados; nunca para causarles mal. En el ejemplo tratado, cada cual por su lado exhibe una presunción de culpa en su favor; el actor la arroja sobre el demandado quejándose del daño que éste le irrogó (no se quejará del daño que el otro recibió); a su turno, el demandado precipitará la suya sobre el actor, por el daño que éste le suscitó. En una palabra, cada quien iza su arma presuntiva, sin pretender que al tiempo que eso hace tome la presunción del otro. En resolución, si las presunciones tienen su propio carril, si por lo mismo no hay riesgo de tropezón alguno, no es dialéctico afirmar su abatimiento correlativo. Cosa que más notoria se hace si los reclamos indemnizatorios corren por procesos separados; ahí con mayor fuerza nota cualquiera que es imposible hablar de dos presunciones de culpa en juego, y para arribar a la tal neutralización fuera menester que cada proceso se prestara la única presunción que opera en cada uno de ellos.
“¿Que solución semejante puede provocar un
desequilibrio injusto, si es que, por ejemplo, uno de los vehículos colisionados cargaba cerámicas de primera calidad mientras el otro transportaba acero y entonces la carga indemnizatoria se desnivela demasiado? De acuerdo. Pero nada bien es que para corregir un entuerto se caiga en un despropósito. Los entuertos se remedian, no se empeoran. Si bien se penetra la mirada, una desigualdad así no es achacable a teoría alguna de la responsabilidad, la que, por lo tanto, no carga en el punto con nada. El problema se ubica es en los efectos y no en la causa. La solución, pues, no es apurar la destrucción de lo que con tanta energía se consiguió durante años de jurisprudencia; ella, la solución, 29
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necesariamente ha de estar en otra parte. Absurdo fuera que en vez de haber muchos responsables, no haya ninguno. Que en bien de la justicia se distribuyan las cargas indemnizatorias como la doctrina lo sugiere, y en todo caso como mejor lo aconseje la equidad. Principio que, por demás, viene ganando paulatinamente terreno en materia de responsabilidad, como enhorabuena fue consagrado por la normatividad colombiana, según lo establece el artículo 16 de la ley 446 de 1998, y que debe prestar invaluable auxilio en casos como el analizado, para que, antes que desandar los pasos ya recorridos, se hagan los ajustes que hagan más humano el deber de reparar los perjuicios que a otro se causan.
“Precisiones todas que hacen al caso; mayormente si el
recurrente, cual se apuntó, acusa al tribunal de haber mal entendido el criterio jurisprudencial en la materia. Al parecer no existe la suficiente concreción en el tema, y de ahí la necesidad absoluta de las puntualizaciones debidas para evitar, como desde el comienzo se anticipó, que con posiciones más o menos undívagas haya aplicación dispar del Derecho. La jurisprudencia colombiana comenzó prohijando la tesis de que ante la concurrencia de actividades peligrosas devenía sin más la neutralización de presunciones, en el entendido de que “siendo igualmente peligrosas las actividades de las dos embarcaciones [tratábase de un incidente presentado entre dos botes que se desplazaban por el río Magdalena], la presunción de culpabilidad de que habla el artículo 2356 del Código Civil no rige exclusivamente para la parte demandada sino que se presume en ambas partes la culpa (G.J. t. LIX, sent. de 16 de julio de 1945, pág. 1062), y luego de pasar por cambios más o menos importantes, terminó con la teoría de que tal neutralización no hay que aplicarla mecanizadamente siempre y en todo supuesto, sino que sólo cabría cuando las actividades no tienen equivalencia en su peligrosidad, y que por consiguiente es necesario entrar en distingos y
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que el juez se abandone a la tarea de establecer el grado de peligrosidad de las diversas actividades (Sentencia de 5 de mayo 1999, reiterada en la de 26 de noviembre de ese mismo año) que fue la que en últimas aplicó el tribunal en esta especie litigiosa. Criterio este último que ahora, con los razonamientos que vienen de exponerse, debe rectificar la Corte para definitivamente llegar a la conclusión de que en ningún caso se presenta tal anonadamiento de presunciones, pues ellas, llamadas como están a favorecer a la víctima, subsistirán siempre. Rectificación tanto más urgente cuanto que es esa tesis mayoritaria asaz ambigua, como que en últimas hace un híbrido que desorientados tiene a los tribunales del país; dice, en efecto, que si las actividades son distintas en su peligrosidad, hay presunción de culpa pero que el sentenciador debe abandonarse a averiguar cuál de los dos tiene más culpa en la generación del daño. La presunción queda de ese modo como una referencia teórica, inane, pues paso seguido se invita a un análisis probatorio muy propio en el tema de la culpa probada. Que, como se ve, es tanto como decir que no hay presunción, porque, en habiéndola, la única manera de exonerarse de responsabilidad es con la prueba de la causa extraña, muy distinta por cierto de la mera diligencia.
“De todo lo anterior se sigue, ya tornando la mirada
nuevamente al caso de ahora, que más que apelando al criterio jurisprudencial con que saldóse lo alusivo a la responsabilidad, las cosas habían de juzgarse penetrando el tema de la presunción que obra a favor de la víctima con un discernimiento diferente, el expuesto en las líneas que anteceden; con arreglo a éste, entonces, en hombros de los demandados pesaba la carga de la prueba, de la cual no podían deshacerse sino demostrando la causa extraña; y aunque verdad es que intentos hubo por desvirtuarla, la realidad es que todos fueron vanos cual bien lo evidencian las motivaciones del fallo, con un añadido. El de que, antes bien, despuntan rudimentos probatorios que demuestran en su 31
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actuar cierta falta de diligencia, suficiente en sí para concluir que la tal presunción no pudo desvirtuarse.
“En fin, como el resultado es el mismo, vale decir, lo
frustráneo que deviene el cargo, simplemente adiciono el voto con fundamento en las motivaciones que han quedado referidas”.