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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACION CIVIL

Magistrado Ponente
Pedro Octavio Munar Cadena

Bogotá, D.C., dos (2) de mayo de dos mil siete (2007).

Ref.: Expediente No.73268 3103 002 1997 03001 01

Procede la Corte, en sede de instancia, a proferir sentencia


sustitutiva, dentro del proceso ordinario adelantado por MEDARDO
ARIAS GARCIA contra la COOPERATIVA DE TRANSPORTADORES
DEL SUR DEL TOLIMA LIMITADA “COINTRASUR LTDA” y VÍCTOR
HUGO AGUIRRE MONTES.

ANTECEDENTES

1. El prenombrado actor pide que se declare a los


demandados solidariamente responsables de los daños causados al
tractor Valmet 148, motor No.90289 y chasis No.01311, en la colisión
ocurrida el 3 de julio de 1996 y que, subsecuentemente, se les
condene a pagarle la suma de $24.000.000.oo, precio de dicha
máquina, y el lucro cesante generado desde la fecha del accidente
hasta cuando se realice el respectivo pago, junto con el
correspondiente reajuste monetario y los intereses corrientes.
2. Sustenta su reclamación en la situación fáctica que se
compendia, así:

El día 3 de julio de 1996, siendo las 11:40 de la noche, en


el sitio denominado El Tesoro, en la carretera que del Guamo conduce
a el Espinal, colisionó el bus de placas SYK-178, de propiedad de
Víctor Hugo Aguirre Montes, afiliado a la empresa Cooperativa de
Transportadores del Sur del Tolima Limitada, con el tractor marca
Valmet, conducido por el señor Luis Eduardo Reyes Herrán, quién
falleció en el lugar de los hechos.

La máquina agrícola transitaba por la berma de la citada


carretera con dirección a el Espinal y el bus que iba en ese mismo
sentido la golpeó, lanzándola a la cuneta del lado derecho. El bus,
como consecuencia del impacto, se volcó y se desplazó 50 metros
aproximadamente sobre la vía, lo que indica la alta velocidad a que se
desplazaba, es decir, a más de 120 kilómetros por hora, violando así
los reglamentos de tránsito. Tal circunstancia le impidió a su conductor
“controlar el vehículo en el momento de avistar el tractor que viajaba
por la berma con las luces puestas traseras y delanteras” y siguiendo
a otro tractor conducido por Augusto Gentil Aguirre.

El tractor quedó totalmente destruido y sus daños fueron


estimados en $24.000.000.oo, por los peritos del Instituto de Tránsito y
Transporte del Tolima -Distrito de El Espinal-, perjuicios que no han
sido resarcidos a su propietario, como tampoco el lucro cesante, ni los
intereses generados por tales valores y su respectiva indexación.

3. Enterados los demandados de las pretensiones se


opusieron a ellas, negaron los hechos que las sustentan, propusieron
las excepciones de fondo que denominaron “hecho de la víctima”,
“violación a las normas de tránsito por parte del tractorista” y “caso
fortuito o fuerza mayor”.
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Los demandados también formularon demanda de
reconvención en la que reclamaron la declaratoria de responsabilidad
civil en cabeza de su contraparte y, por consiguiente, que se le
condenara a pagar el daño emergente, el lucro cesante y los intereses
corrientes moratorios. Además de relatar las circunstancias en las que,
a su juicio, ocurrió el accidente, aseveraron que éste se produjo porque
el tractor se desplazaba a altas horas de la noche, lo que está
prohibido a esa especie de maquinas, y sin luces, ni señales que
dieran cuenta de su presencia. El conductor del bus viajaba
normalmente, cuando en el lugar de los hechos aparecieron dos
vehículos que venían en dirección contraria, uno de ellos tratando de
adelantar al otro, por lo que hizo cambio de luces y al abrirse a su
derecha para darles paso, se encontró sorpresivamente con el tractor;
no obstante que aplicó los frenos se produjo el accidente, “pegándole
con la parte delantera del bus a la parte izquierda del tractor lo que
provocó el volcamiento de los dos vehículos”.

De igual modo, la empresa transportadora llamó en


garantía a la sociedad Aseguradora Colseguros S.A., quien adujo que
no estaba obligada a responder por el lucro cesante reclamado, en
virtud de que la póliza por ella suscrita sólo ampara el daño emergente;
igualmente, alegó en su defensa la existencia de cosa juzgada y se
adhirió a los demás medios exceptivos propuestos por el otro
demandado.

4. La primera instancia finalizó con sentencia


desestimatoria de las pretensiones de la demanda principal y las de la
demanda de reconvención, proferida por el Juzgado Segundo Civil del
Circuito de El Espinal (Tolima), decisión que fue confirmada por el
juzgador ad quem al desatar el recurso de alzada propuesto por ambas
partes.

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5. El demandante recurrió en casación el fallo de segundo
grado, el cual fue aniquilado al desatar dicha impugnación, habiendo la
Corte dispuesto que, previamente a fallar en sede de instancia, se
avaluaran los perjuicios reclamados en el libelo principal.

Cumplido lo anterior, procede la Sala a resolver lo


pertinente, previas las siguientes

CONSIDERACIONES

1º Sabido es que el artículo 2356 del Código Civil


consagra una presunción de culpa que opera en favor de la víctima de
un daño causado en ejercicio de una actividad peligrosa, circunstancia
que la releva de la prueba de la existencia de la culpa en el
acaecimiento del accidente y, por tanto, sólo le basta probar el daño y
la relación de causalidad entre éste y el perjuicio para que el autor del
mismo sea declarado responsable de su producción.

En tales condiciones, la defensa del autor del daño que


pretenda exculparse, para que resulte exitosa, debe plantearse en el
terreno de la causalidad, es decir que, le corresponde destruir el
aludido nexo causal demostrando que en la producción del suceso
medió una causa extraña, vale decir, un caso fortuito o fuerza mayor, el
hecho exclusivo de la víctima o el de un tercero.

Empero, suele ocurrir que ambas partes concurran al


hecho dañoso desplegando sendas actividades peligrosas, evento en
el cual las presunciones de culpa que operan en contra de cada una de
ellas pueden aniquilarse mutuamente, forzando al actor a demostrar la
culpa del accionado; sin embargo, para que así acontezca, es decir,
para que tal anulación pueda desgajarse, es menester que medie una
concienzuda labor de ponderación del juzgador, según lo clarificó esta
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Corporación en la sentencia que profirió el 5 de mayo de 1999, pues
“la aniquilación de la presunción de culpas por concurrencia de actividades
peligrosas en la generación de un daño, presupone que el juez advierta,
previamente, que en las específicas circunstancias en las que se produjo el
accidente, existía cierta equivalencia en la potencialidad dañina de ambas,
pues de no darse esa correspondencia, gravitará siempre a favor de la
víctima la presunción de que el demandado fue el responsable del perjuicio
cuya reparación demanda”. Esto es, que incumbe al juez, en lugar de
desgajar ciega y maquinalmente la aniquilación de la presunción de
culpa que favorece a la víctima de una actividad peligrosa por el hecho
de ejercitar, a su vez, otra de la misma especie, examinar en cada caso
concreto la naturaleza de ambas, los medios utilizados por los
implicados, la peligrosidad que cada actividad entraña frente a los
demás, y solamente cuando advierta que existe cierta equivalencia,
podrá anular la aludida presunción.

Por consiguiente, nada impide que el demandante, en


aquellas hipótesis donde sea posible una eventual equiparación de las
actividades desplegadas por los implicados, y con apego a las pautas
trazadas en el artículo 2341 del Código Civil, acredite la culpa del
accionado, conforme acontece en este litigio; ciertamente, en el fallo
mediante el cual se desató el recurso extraordinario de casación,
quedó dicho que de las pruebas, cuya apreciación por el tribunal
cuestionó el recurrente, en verdad afloraba que el accidente en el que
el tractor sufrió los daños aquí reclamados ocurrió por la culpa del
conductor del bus de propiedad del demandado Aguirre Montes y
afiliado a la empresa codemandada, toda vez que este automotor
golpeó a la maquina en referencia, que transitaba en la misma
dirección que él y por su derecha, lanzándola fuera de la calzada.

Y es que, complementando lo asentado al despachar el


recurso de casación sobre el punto en cuestión y fundamentalmente
con miras a establecer una eventual concurrencia de culpas, la

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extensión de la huella de frenada del bus, así como la intensidad del
impacto y sus fatales consecuencias, son indicativas de que el bus
transitaba a alta velocidad. No de otra manera se explica que hubiere
dejado una huella de frenada de ocho metros y que al golpear a una
maquina tan pesada como lo es un tractor la hubiere lanzado a una
distancia de 23 metros del “punto de impacto”, conforme dejaron
constancia los técnicos del Cuerpo Técnico de Investigación que
practicaron el levantamiento del cadáver de quien fuera el conductor de
dicha máquina, en la diligencia que obra a folio 33 y s.s. del cuaderno
No.4 del expediente. Además, que el choque fue de tal intensidad que
ambos vehículos sufrieron graves daños, como dan cuenta la
inspección judicial practicada a cada uno de ellos (folios 78 y 94,
Ibídem) y las experticias que obran en el expediente.

Valga recordar que cuando tuvo ocurrencia la referida


colisión la velocidad permitida en carretera era de 60 kilómetros por
hora, conforme lo disponía el artículo 148 del Código de Tránsito
vigente para esa época y lo indicaba la señal de tránsito ubicada cerca
al sitio del accidente de que da cuenta la inspección judicial y la
experticia rendida por los peritos que en ella intervinieron (folios 20 y
26 del cuaderno No.4).

2. Relativamente al perjuicio reclamado se tiene que el


mismo fue acreditado en el proceso, pero sólo en lo que al daño
emergente concierne.

En efecto, en el aparatoso accidente, el tractor de


propiedad de Medardo Arias García sufrió las averías descritas en la
inspección judicial que le fue practicada en el proceso penal que en
fotocopia auténtica, y por petición de ambas partes se trasladó al
expediente y que muestran las fotografías que en el mismo obran a
folios 120 al 19 del cuaderno No.1; así mismo, de la fotografía visible a
folio 17 de ese cuaderno y de la certificación expedida por la secretaría
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de tránsito y transporte de El Espinal (folio 8 del cuaderno No.6) se
desgaja que la mentada máquina agrícola fue reparada, lo cual implica
que su propietario tuvo que asumir los costos de los repuestos y la
respectiva mano de obra.

En la experticia decretada por la Corte se conceptuó que el


valor del arreglo del tractor, incluyendo el precio de las piezas
averiadas y la mano de obra, ascendía a la suma de $23.162.276.oo,
conclusión a la que arribó el perito con sustento en las cotizaciones
efectuadas por Central Komatsu Ltda. y Tractomaquinas Ltda.

El dictamen en cita, en lo concerniente con la estimación


del costo de la aludida reparación, será acogido por la Corte, habida
cuenta que es claro, preciso y fue fundamentado en las cotizaciones
expedidas por establecimientos dedicados a la venta de repuestos para
maquinaria agrícola y a su reparación, además, que no fue objetado
por las partes, y que el monto al que consideró podía ascender el
arreglo del tractor coincide con el avalúo efectuado por el Instituto
Departamental de Tránsito del Tolima anexado al libelo principal y no
dista mucho del señalado en la pericia rendida en primera instancia
($24.500.000.oo).

A la indemnización del referido factor del daño emergente


se concretará la condena, pues el actor no reclamó el resarcimiento de
ningún otro aspecto constitutivo de esa especie de perjuicio, amén que
del acervo probatorio no emerge que el dueño del tractor hubiere
incurrido en costos distintos a los de su reparación.

El monto en cuestión, trayéndolo a valor presente equivale


actualmente a la suma de $ 56.865.704.oo, monto que se obtiene
dividiendo el último IPC disponible (167.60) por el IPC que se
encontraba en vigencia en el mes de julio de 1996 (68.2654), época en
que el tractor debió ser reparado, operación que arrojó un resultado de
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2.4551, factor por el cual se multiplicó la cantidad objeto de
actualización.

En cuanto al lucro cesante reclamado por el actor es


preciso acotar que no fue acreditado que la inmovilización del tractor
durante el tiempo de su reparación le hubiere dejado de reportar
utilidades, pues aunque en la experticia decretada por la Corte se
cuantificó dicho perjuicio atendiendo a las actividades agrícolas que
una máquina de esas características podría realizar en los cultivos
propios de la región, lo cierto es que tal estimación no encuentra
respaldo alguno en el acervo probatorio recaudado, ya que no se
demostró que dicho vehículo, antes del suceso dañoso, hubiera sido
explotado económicamente mediante la ejecución de las referidas
tareas, o que su inmovilización hubiera aparejado la suspensión o
merma en la actividad lucrativa del demandante. En otros términos,
no fue probado que dicho bien hubiere dejado de producir una renta a
su dueño o que su inutilización hubiese tenido una incidencia negativa
en la actividad económica de éste.

Ciertamente, las testificaciones de Pedro Antonio Tovar,


Guillermo Padilla Ramírez y Alexander Padilla Ramírez (folios 11 al
13, 15 al 19 del cuaderno No.4) dan cuenta de que el tractor lo
utilizaba el demandante para preparar los terrenos en los que
sembraba sus cultivos; es decir, que el bien estaba destinado para el
uso particular de su propietario; empero, ni estos deponentes, ni los
demás medios de convicción que obran en el proceso, refieren que la
inmovilización de dicha máquina hubiere aparejado consecuencias
negativas en el patrimonio del actor, derivadas de una eventual
reducción de sus ingresos por causa de la imposibilidad de alquilarlo o,
en otra hipótesis, que hubiese tenido que arrendar alguno para
proseguir con sus actividades económicas.

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Sobre el punto en cuestión, conviene recordar que la
jurisprudencia de la Corte ha sostenido que “la imposibilidad de empleo
de un bien útil, con el que se han venido satisfaciendo ciertas necesidades,
permite conjurar la presencia de un daño, que se establecerá probando,
además de ese antecedente, la cesación de ganancias por la suspensión o
la merma de la actividad productiva, o el desembolso que hubo de hacerse
para procurar un medio sustitutivo del perdido temporal o definitivamente.
En el primer caso se trata de lucro cesante, mientras que en el segundo, de
daño emergente.

Si el dueño de un automotor, que no está destinado al


transporte de pasajeros o de carga extraños a aquel, afirma haber recibido
con la avería del mismo quebrantos distintos del valor de la reparación y la
eventual desvalorización del mueble, cifrados en la imposibilidad de usarlo,
forzoso le es acreditar que lo empleaba en la empresa fructífera, en la que
disminuyeron o desaparecieron las utilidades por tal razón (lucro cesante), o
que, para afrontar la situación que entonces se le creó hizo gastos o contrajo
deudas que de otro modo no se hubieran presentado (daño emergente).
Siendo ilógico considerar estos desembolsos como lucro cesante.

Pero en ambas oportunidades, el peticionario debe demostrar


los supuestos de su pretensión, antes de proceder al justiprecio de su
alcance” (sentencia 7 de mayo de 1968, no publicada oficialmente).

Empero, lo que sí es evidente es que la víctima reparó con


su propio peculio el tractor y, por ende que, el capital que invirtió en la
misma le habría producido un beneficio lucrativo de no haberlo tenido
que destinar en ella; por consiguiente, dentro del monto indemnizable
procede incluir como lucro cesante el interés que normalmente
produciría la suma invertida en dicha reparación, réditos que serán
liquidados a la tasa del 6% anual sobre el valor de la reparación
indexado ($56.865.704.oo), desde la época de la reparación (agosto
de 1996, folio 58 del cuaderno No.10) hasta el día en que produzca el
pago de tal indemnización (sentencias del 1º de junio de 1957, G.J.
LXXXV, pág.584 y del 22 de julio de 1959, G.J.XCI, pág.283).
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3. En lo concerniente con las defensas y excepciones
invocadas por los demandados y la aseguradora llamada en garantía
que denominaron “el hecho de la víctima”, “caso fortuito o fuerza
mayor”, “violación de señales de tránsito por el tractorista”, “ilegitimidad
en la causa por ausencia de responsabilidad de los demandados” y
“cosa juzgada”, resulta imperioso asentar, en relación con las dos
primeras, que dada la prosperidad de las pretensiones del demandante
principal, justamente, sustentadas en la culpabilidad del conductor del
bus de propiedad de Aguirre Montes y afiliado a la empresa
codemandada, resultan infundados tales medios exceptivos.

Bueno es acotar, al margen de lo anterior, que si los


hechos en que los demandados hacen residir los referidos medios de
defensa pudieran tener el alcance exonerativo que éstos les atribuyen,
lo cierto es que, tal como lo advirtieron los peritos que intervinieron en
la inspección judicial practicada al lugar en que ocurrieron los hechos
(folios 22 y 23 del cuaderno No.4), el ordenamiento de tránsito vigente
para la época de los hechos (Decreto1344 de 1970) no contemplaba
la restricción del tránsito a los vehículos agrícolas a que alude la
alegada excepción bautizada como “el hecho de la víctima”, amén que
la ausencia de luces en el tractor conforme quedó dilucidado en la
sentencia de casación no corresponde a la realidad probatoria, ya que
de ella aflora que la maquina si llevaba sus respectivas luminarias.

Relativamente a la infracción del reglamento de tránsito,


atribuido a quien conducía el vehículo agrícola por desplazarse
ocupando parte de la berma, es palmario que no se evidencia la
relevancia de tal circunstancia en la producción del hecho dañino,
habida cuenta que no aparece que hubiere sido la causa determinante
del mismo, ni que hubiere contribuido a su ocurrencia, pues, como
quedó dicho, el bus por el exceso de velocidad al que se desplazaba
golpeó el tractor que iba adelante suyo, acción en la cual no se advierte
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la incidencia del hecho atribuido al conductor del tractor. A esta última
elucidación se suma que la versión de Renzo de Jesús Tama Sánchez,
según la cual la colisión se debió a que tuvo que abrirse hacia su
derecha para darle espacio a un carro que venía en sentido contrario y
sobrepasaba a otro, fue desvirtuada por los testimonios de Augusto
Gentil Cruz y Ernesto Cortés Núñez, quienes presenciaron los hechos
y circunstanciadamente afirmaron que en el momento del suceso
dañoso no transitaban otros carros por ese lugar, testificaciones que
resultan verosímiles, si se tiene en cuenta que de acuerdo con la
dirección de la huella de frenada del referido automotor, su conductor
viró hacia la izquierda, esto es, hacia el otro carril, aunque no ingresó al
mismo, lo cual es indicativo de que no transitaba en dirección contraria
ningún otro vehículo, pues de ser cierto hubiese también colisionado
con el que efectuaba la maniobra de adelantamiento.

Si bien es cierto que la víctima del accidente incurrió en la


referida infracción, dado que los vehículos deben transitar por sus
respectivos carriles sin pisar las rayas o líneas de demarcación, no se
advierte reiterase una vez más, la incidencia de ese hecho a la
causación del accidente, amén que el tractor llevaba luces y el
conductor del bus pudo percatarse de su presencia, sólo que éste por
la alta velocidad a que viajaba chocó con él, pese a que contaba con
espacio suficiente para transitar, ya que en ese momento no circulaban
por la vía otros automotores distintos a los involucrados en el accidente
en cuestión.

La alegación de los demandantes de que la víctima no


portaba licencia de conducción y, por ende, infringió las normas de
tránsito, no fue acreditada en el plenario. De todas, maneras, la verdad
es que no existe prueba de la injerencia que ese hecho hubiere tenido
en la producción del daño, pues con o sin licencia la colisión habría
acaecido puesto que, itérase, el conductor del bus fue su causante.

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Al respecto cabe traer a colación lo expresado por la Corte
en torno a la concurrencia de culpas, en la sentencia de 17 de abril de
1991, en la que se precisó que “ ‘la jurisprudencia no ha tomado en
cuenta, como causa jurídica del daño, sino la actividad que, entre las
concurrentes, ha desempeñado un papel preponderante y trascendente en la
realización del perjuicio. De lo cual resulta que si, aunque culposo, el hecho
de determinado agente fue inocuo para la producción del accidente dañoso,
el que no habría ocurrido si no hubiese intervenido el acto imprudente de
otro, no se configura el fenómeno de la concurrencia de culpas (…)’ (CLII
109)”.

“(…) ‘no hay duda de que tanto el conductor de la bicicleta


como su acompañante estaban incursos en culpa cuando decidieron
transportarse en la forma narrada …; pero esa culpa, en la medida en que
fue inocua para la realización del perjuicio sufrido por los demandantes no
impone la reducción en la apreciación del daño’ ”. Tal tesis la reiteró la
Sala en fallos de 27 de febrero y 6 de mayo de 1998, entre otros.

Por consiguiente, es claro que el obrar reprochable de la


víctima que le enrostran los demandados no tuvo injerencia en la
producción del daño y, por ende, resulta infundada la excepción
denominada “violación de señales de transito por el tractorista”.

Tampoco operó el fenómeno de la cosa juzgada, invocado


por la aseguradora como medio exceptivo, en virtud de que en la
investigación penal a la que dieron origen los hechos aquí debatidos -
recuérdese que en el accidente perdió la vida el conductor del tractor-,
no se dilucidó la responsabilidad del sindicado, en cuanto que la
Fiscalía decretó su preclusión en aplicación del principio indubio pro
reo, situación que no está prevista dentro de las hipótesis previstas en
el artículo 57 del Decreto 2700 de 1991, en vigencia para la época en
que sucedieron los hechos aquí litigados, según la cual “la acción civil
no podrá iniciarse ni proseguirse cuando se haya declarado, por
providencia en firme, que el hecho causante del perjuicio no se realizó
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o que el sindicado no lo cometió o que obró en estricto cumplimiento de
un deber legal o en legítima defensa”.

En verdad, la preclusión de la investigación fue


determinada por la insuficiencia probatoria, lo cual significa que la
justicia penal no encontró en la prueba aportada elementos que le
permitieran inferir si en el accidente de tránsito medió o no la culpa del
sindicado y, por ello, resolvió la duda a favor de éste, lo cual no apareja
que la fuente de la absolución haya sido que el hecho investigado no
existió, o que el sindicado no lo cometió, o que éste obró en riguroso
cumplimiento de un deber o en legítima defensa; simplemente indica
que el juzgador albergó dudas en torno a la responsabilidad del
implicado en la comisión del punible.

La jurisprudencia de la Corte ha precisado que la cosa


juzgada penal irradia sus efectos en materia civil, única y
exclusivamente, en los casos que la ley penal establece que no podrá
iniciarse, ni proseguirse la acción civil; así mismo, ha puntualizado que
la aplicación de dicho principio presupone, de un lado, que la decisión
de los jueces civiles no se haya proferido con anterioridad y, de otro,
que de la resolución penal brote inequívocamente que la absolución
descansa en una cualquiera de las causas por las cuales no podrá
iniciarse, ni proseguirse la acción civil, por tanto, si el pronunciamiento
del juzgador penal es oscuro, ambiguo o contradictorio no tiene cabida
tal principio (sentencia de 25 de octubre de 1999, expediente 5263).

Por último, huelga asentar que cualquier otro hecho


defensivo queda desvirtuado en la medida en que se encontró probada
la culpa del conductor del bus de propiedad de Aguirre Montes y
afiliado a la transportadora accionada.

4. Con relación al llamamiento en garantía de la


Aseguradora Colseguros S.A., efectuado a instancia de la cooperativa
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demandada, advierte la Sala que al plenario se incorporó en fotocopia
auténtica la póliza de seguros No.14 22 002385, la cual estaba vigente
para la fecha en que ocurrió el siniestro e incluía dentro de los riesgos
amparados la responsabilidad civil extracontractual por daños a bienes
de terceros, por un valor de $15.000.000.oo, con un deducible del 10%.

Demostrado como está el contrato de seguro y la cobertura


del siniestro hasta el límite antes señalado, resulta procedente
condenar a la mencionada aseguradora a reembolsarle a la
Cooperativa de Transportadores del Sur del Tolima Limitada
“Cointrasur Ltda.”, en su condición de asegurada – beneficiaria del
reseñado contrato de seguro, el valor en que fue asegurado el mentado
riesgo, previo descuento del porcentaje pactado como deducible.

5. Finalmente, por no haber sido atacadas en el recurso


de casación las demás determinaciones del Tribunal se mantienen
incólumes, concretamente las relacionadas con la demanda de
reconvención, así como las concernientes con la legitimación en la
causa.

DECISIÓN

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia,


Sala de Casación Civil, administrando justicia en nombre de la
República y por autoridad de la ley, en sede de instancia

RESUELVE

1º Revocar la sentencia proferida el 12 de febrero de


1999, por el Juzgado 2º Civil del Circuito de El Espinal (Tolima), en
este litigio, en lo concerniente con la demanda principal. En todo lo
demás se confirma dicho fallo.

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2º Declarar que Víctor Hugo Aguirre y la Cooperativa de
Transportadores del Sur del Tolima Limitada “Cointrasur Ltda.” son
civil y solidariamente responsables de los daños causados al tractor
Valmet 148 de propiedad del demandante Medardo Arias García, en el
accidente de tránsito que tuvo ocurrencia el 3 de julio de 1996, en la
vía Guamo – Espinal, según se reseñó en la parte motiva de esta
decisión.

3º Condenar, en consecuencia, a los referidos


demandados a pagar solidariamente al actor, por concepto de daño
emergente, la suma de cincuenta y seis millones ochocientos sesenta y
cinco mil setecientos cuatro pesos ($ 56.865.704.oo) m/cte., dentro de
los cinco días siguientes a la ejecutoria de este fallo.

4º Condenar a los demandados a pagar solidariamente al


actor, por concepto de lucro cesante, los réditos producidos por el valor
de la reparación del tractor, en los términos señalados en la parte
motiva de este fallo.

5º Negar cualquier otro perjuicio reclamado por concepto


de lucro cesante, por las razones oportunamente expuestas.

5º Declarar infundadas las excepciones propuestas por los


demandados y la compañía aseguradora llamada en garantía.

6º Condenar a la Aseguradora Colseguros S.A. a


reembolsar a favor de la Cooperativa de Transportadores del Sur del
Tolima Limitada “Cointrasur Ltda..”, la suma de TRECE MILLONES
QUINIENTOS MIL PESOS ($13.500.000.oo) M/cte., correspondiente
al valor que ésta con motivo de esta sentencia debe pagar al
demandante, según quedó expuesto en la parte motiva de esta
decisión.

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7º Condenar a los demandados a pagar al actor las costas
de ambas instancias.

NOTIFÍQUESE

JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR

MANUEL ISIDRO ARDILA VELÁSQUEZ

RUTH MARINA DÍAZ RUEDA

CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO

PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

CESAR JULIO VALENCIA COPETE

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EDGARDO VILLAMIL PORTILLA

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Aclaración de voto

Expediente No. 1997-03001-01

Comoquiera que entre las motivaciones del fallo aparece


aludida la sentencia de 5 de mayo de 1999, relativa a las consecuencias
jurídicas de la concurrencia de actividades peligrosas, respecto de la cual
he manifestado mi disensión, debo hacerlo una vez más en esta
oportunidad, reproduciendo las líneas de entonces, que, en lo pertinente,
hacen al caso.

“El tema, ciertamente, es de aquellos que más polémica


ha despertado dentro de la evolución del concepto de la responsabilidad
civil. Ahora han chocado, en efecto, una motocicleta con un camión en
los que se movilizaban respectivamente la víctima y el agente. Y cada
vez que, en condiciones semejantes, se busca identificar a un
responsable, no dejan de agobiar las dudas acerca del camino a tomar en
pos de tamaña pesquisa, y, por consiguiente, las soluciones, lejos de
gozar de uniformidad, se presentan más que todo casuísticas. ¿Cómo
definir, de veras, lo atinente a la reparación si el daño afluye como
consecuencia del roce de las actividades que, calificadas como
peligrosas, desarrolla tanto el uno como el otro? ¿Cuántas presunciones
de culpa se dan cita allí, una, dos o ninguna? Tema, por lo demás, de
enorme vigencia y actualidad, pues en los tiempos que corren las
actividades propicias a causar daño han aumentado sobremodo, y los
choques y los peligros están a la orden del día, generando víctimas por

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doquier, unas con la fortuna de encontrar una indemnización con que
paliar su desgracia, pero así mismo otras muchas abandonadas a su
suerte por cuenta de la aplicación diversa del Derecho.

“Pues bien. Preocupado el hombre de todos los tiempos


por hallar una respuesta clara al verdadero fundamento de cómo es que
un individuo debe reparación a otro, esto es, cuál la causa o razón que
obliga al resarcimiento del perjuicio, ha concebido una significativa
evolución en el concepto de responsabilidad civil, y alcanzado, hay que
reconocerlo, cierto perfeccionamiento gradual de los regímenes que ha
concebido en diversas etapas de la historia. El avance es visible. Sin
pretender hacer un cuadro acabado del asunto, importa sobremanera
destacar en medio de todo ello que hace ya largo tiempo, quizá con
excepción de la época de la antigüedad que bajo el imperio de la
venganza privada parecía aplicar un concepto enteramente objetivo, se lo
ha visto perseverante en la idea de que sin reproche de conducta no hay
sitio para hablar de responsabilidad, una solución que, a decir verdad,
ha gozado de mucho aprecio y simpatía, con tradición milenaria. Con
ideas moralistas, o no, el caso es que por mucho tiempo se ha convenido
en que sólo responda quien cargue con una culpa, esto es, un error en su
comportamiento, a título bien de negligencia, imprudencia, impericia.
De lo contrario, se impone su absolución. Igualmente se vio equitativo
y justiciero que en la distribución de la carga de la prueba fuera quien
persigue la reparación el que la soportase. Obligado está, pues, a
demostrar que el obrar del otro fue culposo.

“Pero de un tiempo a esta parte no ha tenido la teoría de la


culpa, así concebida, una existencia pacífica. Fuertes corrientes de
opinión, en efecto, la han sometido a serias críticas por considerarla que
no satisface las necesidades actuales de justicia y reparación, todo lo
cual empezó mayormente ante el desarrollo formidable del maquinismo y
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la industrialización. Es evidente que cuando la descomplicada vida del
hombre pastoril descubrió en el horizonte formas nuevas de auges y
adelantamientos, y sumó a sus propias otras energías que auguraban
nuevos métodos productivos a grande escala, advinieron máquinas y
medios de transporte masivos que, al paso que lo colocaron en presencia
de un desarrollo tecnológico y científico sencillamente asombroso, lo
expusieron también a incontables riesgos y peligros. Una complejidad
así aparejó sin duda una vida aventurada y ominosa. Reprodujéronse
considerablemente los accidentes, y la victimización cubrió al mundo.
Se abría de ese modo un vasto campo jurídico en punto de la
responsabilidad. Quizá no haya desde entonces área jurídica como esa
sometida a un incesante escrutinio. Millares de víctimas con sus vidas y
familias destrozadas parecían resignarse ante el infortunio, pues el
buscar un responsable demandaba pruebas que excedían sus
probabilidades; en verdad que, allende que los accidentes se producían
en circunstancias que hacían arisca la prueba de la culpa, bastante
discutible era señalar que un obrar tan natural como era el de poner en
funcionamiento una máquina, cosa por demás permitida y hasta
admirada, fuese reprochada de culpable.

“Jalonados por tal situación echóse a buscar soluciones


que viniesen en pos de los millares de víctimas, y por tal sendero
sugiriéronse por los jurisperitos de la época caminos que iban desde
aligerar la carga probatoria de las mismas, pasando por la inversión de
dicha carga, hasta llegar incluso a dudar que la culpa pudiese seguir
siendo el genuino fundamento de la responsabilidad civil. Andando el
tiempo, esto último tuvo fecundísimo desenvolvimiento en el campo
laboral, precisamente por la alta sensibilidad que despierta el ver morir o
marchitar a un trabajador en su oficio. Mostrar que la explosión dentro
de la fábrica es imputable al patrono, además de tener que vérselas con
él en juicio, no dejaba mucha esperanza indemnizatoria. El empresario
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quedaba prácticamente a cubierto de toda acción que en tal sentido se le
siguiera. Él, que todo lo asumía -los riesgos de la producción, la
sustitución o reparación de las máquinas-, no hacía lo propio sin embargo
si lo que fallaba en el proceso productivo era justamente el ser humano
asalariado. Ante un panorama así, a la tesis de la culpa no le quedaba
más que tambalear, y tarde que temprano habría de admitirse que allí
opera una especie de responsabilidad profesional, y que entonces el
patrono responde por los daños que el trabajador recibe en el desempeño
de su labor, sin indagar por la culpabilidad que a aquél le cupiere.

“Al pronto se sintió ese impacto en otros ámbitos. Ya no


era preciso tener que observar el asunto desde el estrecho marco de una
relación laboral, ¿pues qué tan desemejante podría ser la situación de un
ser humano que en un terreno enteramente extracontractual resulta
arrollada ante el paso raudo de un automóvil, nave o ferrocarril? Nadie
podía asegurar que tendría mejor suerte que aquél. Bien es verdad que ya
no se contaba con el enojo de tener que encarar a una persona con quien
se tiene una relación de subordinación, pero no por ello le era más
expedita la indemnización. Demostrar la culpa aun en esos terrenos no
era verdaderamente una labor hacedera. Así que la víctima, en último
resultado, ante el hecho malhadado de no poder probar la culpa,
terminaba como un ser que había sido elegido, según frase célebre de
Ripert, por “la fuerza oscura del destino”, y en soledad debía rumiar sus
cuitas. Su familia y dependientes demandaban lágrimas mas no justicia.
Fatalidad edípica esa que consoló por muchos años, pero la iniquidad era
amarguísima. Se pensó entonces que el caso era que una persona que se
ayudaba de una fuerza motriz en su decurso vital, que además de sacar
provecho y explotar las cosas inanimadas, no sólo ponía de ese modo en
marcha un automotor sino que echaba a andar riesgos por todas partes, y,
por ende, con una potencialidad dañina inconmensurable. Él, que lo
hacía todo por su bienestar, que se lucraba así de lo suyo; el otro, la
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víctima, inerme, que nada hacía, ¿debía cargar con el daño que de aquel
recibiese?

“Que la víctima acreditara la culpa del agente resultaba


tan lamentable como ilógico. A la verdad, si la accidentalidad y el riesgo
era inherente a una actividad, eso mismo hacía pensar, según lo
proclama la coherencia, que todo daño que se causare en desarrollo de la
misma, bien podía atribuirse, a lo menos en línea de principio, a quien
así se desempeñaba. La víctima no estaba compelida, por consiguiente,
a probar lo que los hechos, en un curso normal de las cosas, denotan por
sí mismos. Diose entonces en la solución de que en tales casos la culpa
se presuma. Por donde se viene el pensamiento que quien debe entrar en
apuros probatorios no es la víctima sino precisamente aquel que ha
decidido a voluntad crear la inseguridad mediante actividades
potencialmente dañinas. El caso es que la víctima nada ha hecho. Es el
otro quien ha hecho.

“La consecuencia ingénita de toda presunción, como bien


convenido se tiene, es la inversión de la carga de la prueba. Quien
guarecido está en una presunción, coloca por cierto a su contraparte en la
necesidad de tener que derruirla; en tal orden de ideas, lo natural es que
ésta deba quebrar el nexo lógico que integra la presunción, y tenga por
tanto que establecer que en el caso concreto la inferencia que
comúnmente se desgaja cada vez que se juzga un hecho semejante carece
esta vez de sentido. En una palabra, su deber es marchitar la regla, y
evidenciar que en su caso la normalidad ha acabado.

“Ahora. Acorde con ello, y tornando específicamente al


punto tratado, si lo que se presume frente al agente es su culpa -su falta
de diligencia o impericia-, es puesto en razón concluir que para liberarse
de la responsabilidad que se le atribuye le bastaría demostrar que,
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contrariamente a lo que se presume, él ha obrado con diligencia. Que su
conducta no merece desaprobación alguna, ya que sus pasos ha dirigido
con cautela y buen cuidado; en fin, que empeñadamente obró. Otras
veces, empero, valga decirlo, se ha juzgado que no satisface del todo
que en la materia opere apenas una inversión de la prueba así de sencilla,
y fue consentido entonces que el asunto fuese más lejos y que el agente
pruebe algo más que eso. Prueba encarecida la de ahora porque abocado
estaba a demostrar que definitivamente no estuvo en sus manos el
impedir el suceso perjudicial; esto es, que acertó a suceder algún hecho
de aquellos que es humanamente irresistible, una causa extraña por
entero a él. Hechos frente a los cuales al hombre no le queda alternativa
distinta a la de postrarse resignadamente; ya no vale en consecuencia
aquella diligencia monda y lironda. Y es precisamente cabalgando sobre
esta última idea que algunos piensan que el viraje operado en esas
circunstancias es de mucho mayor calado que el de una simple
presunción de culpa, por supuesto que lo que allí se ofrece es el
rompimiento del nexo causal y que, por tanto, por tal sendero se camina
velozmente hacia la teoría del riesgo creado.

“Sea como fuere, el adelantamiento en el punto es de


proporciones inconmensurables. A la revolución industrial siguió la más
importante revolución en materia jurídica, toda vez que fue el pórtico de
una nueva era de responsabilidad civil. Ya la mísera víctima o en su caso
los herederos no se hallaban en el delicado punto de tener que probar una
culpa que, dígase sin eufemismos, ínsita iba en el actuar mismo, o, en
último resultado -si es que se es partidario de la teoría del riesgo-, se
responde a secas por el daño que le inflige un mundo que lo ha colocado
como su subalterno, en donde la pesquisa no es el averiguar si hay un
responsable, sino simplemente identificar al responsable. En una u otra
orilla, lo que importa destacar es que la víctima no tiene que probar
culpa del empresario, el industrial, o en general el que adelante una
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actividad potencialmente dañina. Algo más: es posible que éstos hayan
sido diligentes, y sin embargo continuar irredentos, porque, para decirlo
en breve, si ellos no han tenido culpa alguna, tampoco –y menos aún-
las víctimas que nada eligieron.

“Pensándolo bien, nada excéntrico es que el rumbo del


reclamo apunte hacia el agente; después de todo, es el único que
contaba con posibilidades de evitar el perjuicio, así “fuera no más que no
haciendo nada”, según conocida frase de Colin y Capitant. Por cierto en
manos de la víctima no había mucho que hacer en tal evitación.

“Dicho todo elípticamente, para un mundo de incesante


apremio, necesitábanse cambios audaces, si bien no fuera más que
ajustando aquella docena de tesis que bien sirvieron a otras épocas. El
vértigo de las relaciones humanas y el incremento de las desgracias no
dieron tregua y hubo necesidad de adecuarlas. El hombre está demasiado
rodeado de objetos y cosas que lo hacen aún más vulnerable: los
automotores cruzan raudos por todos los costados de su casa o
apartamento; los aviones que recién despegan o se aproximan al
aterrizaje pasan a metros de sus techos; la conducción de variadas
energías ciñen sus aposentos; ya no son simples galeras las que
circundan las aguas que le sirven de retozo y expansión, sino naves de
fuerzas insospechadas, y los caminos veredales y andurriales dieron paso
a inmensas avenidas y autopistas en las que, no obstante, es necesario
disputar centímetro a centímetro el espacio por donde transitar; se
presenta el caso en que en zonas urbanas una misma vía ha de ser
compartida, sin más separaciones que unas tenues demarcaciones, por
carros, tranvías, motocicletas y bicicletas, e incluso llegar al extremo de
que la misma vía que en la mañana sirve para circular en un rumbo
determinado sea utilizada por la tarde en sentido contrario, llamados tan
pomposa como bárbaramente “contraflujos”, trasladando al indefenso
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transeúnte la carga de indagar cómo se encaminan a esa hora los autos.
Todo sin contar que cuando el hombre agrega a las suyas fuerzas
externas, padece un proceso psicológico de agrandamiento y
superioridad, se siente invencible y acorazado; cree poderlo todo, hasta
de poder evitar cualquier eventual daño. Así que la potencialidad de
dañar alcanza los dinteles de lo inimaginable.

“El cambio, en fin, se justificaba por adelantado, so


pena de desamparar, no ya a uno o algunos individuos, sino a cientos y
millares de ellos. Háganse las cosas, ruede el mundo, póngase en
movimiento el desarrollo, propíciese y fórjese la riqueza, pero sin
sacrificar la persona. Porque quien habitualmente pone en movimiento un
actuar peligroso, ha de saber que el riesgo marcha junto a él -así como la
sombra sigue al cuerpo-, y que, por lo mismo, la sensatez le estará
recordando sin cesar que las más veces tendrá que indemnizar el daño
que cause.

“Como se puede apreciar, buenamente por demás, en esa


larga evolución jurídica destaca con ribetes de singular evidencia un
punto en el que convergen todas las miradas, en el sentido de que la
mayor preocupación, lo que está en el centro de los afanes y desvelos,
es la víctima. Los cambios y las transformaciones han acaecido no más
que por su cuenta, y de ahí que cuanto viene de decirse, lejos de
tornarse en ufano e infértil discurso, tuviese el marcado propósito de
destacarlo. Es en pro suyo que con ingentes esfuerzos se han explorado
caminos de reparación, y a buen seguro que en tal empeño no cejarán los
juristas, por supuesto que ni por asomo ha de considerarse concluida la
obra, que, cuando bienhechora es, no parece conocer fin.

“Tanto avance, tanta equidad y tanta justicia como es la


que ha iluminado toda esta conquista jurídica no puede echarse por la
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borda, que es lo que sucedería, y a este preciso punto queríase llegar
más pronto de lo que a la verdad resultó ser, si se sostiene sin ninguna
puntualización, como no con poca frecuencia se oye decir, que cuando el
daño resulta del ejercicio de actividades peligrosas que desarrollan tanto
el demandante como la víctima, al darse cita allí sendas presunciones, la
consecuencia no puede ser otra sino la de eliminación de ambas, para
que las cosas, como al principio, queden en el escenario silvestre de la
culpa probada. Sería tanto como afirmar que parejamente con el
choque de los artefactos, hubo también un choque de presunciones de
culpa que, por lo tanto, abatidas –como Polinices y Eteócles en la
tragedia de Sófocles- yacen recíprocamente. Empero, bien miradas las
cosas, el choque real fue aquel, porque este último se antoja infundado.
Hubo colisión material, mas no jurídica. A lo menos, no
necesariamente. Si, pues, en Derecho se requieren precisiones, acaso en
ningún otro punto como aquí.

“Si, en efecto, una sola víctima generó el accidente, no


hay cómo decir que ésta soporta una presunción en su contra. Allí no hay
más presunción que la que pesa sobre el demandado. El daño que
permite que se hable jurídicamente de responsabilidad es el que a otro se
ha inferido, no el que se causa a sí propio; vale decir, quien a sí mismo
se causa daño, excluye el tema de la responsabilidad civil, que implica,
por antonomasia, el buscar quién es el que va a indemnizarlo. Nadie
podría indemnizarse a sí mismo, así como nadie es deudor de sí. Es un
imposible. Los romanos llevaban el raciocinio hasta el extremo de
afirmar que nadie puede hacer daño en cosa propia, y que no se entiende
que el que sufre daño por su culpa sufre daño (quod quid ex culpa sua
damnum sentir, non intelligitur damnun sentire). Razón que lleva de la
mano a decir que la culpa que al jurista interesa es la que pueda ser
imputada a una persona por lo que a otra hizo; ahí lo correcto es hablar,
en rigor, del hecho de la víctima mas no de su culpa. Mírese, si no, que
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el artículo 2341 del código civil es fiel trasunto de todo ello, al
preceptuar ciertamente: “El que ha cometido delito o culpa, que ha
inferido daño a otro, es obligado a la indemnización” (subraya adrede).
Síguese entonces que el daño que a sí mismo se infiere alguien, queda
excluido de todo régimen de responsabilidad, pues en la base de ésta
tiene que estar la alteridad.

“El que blande presunciones de culpa no puede ser sino


quien padece el daño; nunca el que lo irroga. Quizás un ejemplo
proporcione elocuencia. Si un automovilista rueda pacíficamente por una
calle y de manera inopinada es forzado a realizar una maniobra por el
hecho imprudente de un peatón, de lo cual resulta que el carro fue a
chocar con un árbol y sale lesionado el conductor, es apenas obvio que a
éste no se le pueda esgrimir la presunción que surge de su actividad
peligrosa de movilizarse en un automotor, por supuesto que fue él la
víctima. De tal presunción sólo es posible hablar jurídicamente cuando
él asuma el rol de agente, esto es, cuando altera el derecho de otro.
Dicho de una vez, la presunción jamás puede volverse contra la víctima.

“Del mismo modo, si chocan el tren y el automóvil, nada


inverosímil es que mientras aquél sale indemne, éste reciba daños. Así,
víctima no hay sino una. Propuesta la demanda respectiva, sería absurdo
que el del tren opusiera la presunción que ve en el rodamiento de
automóviles. Porque sin dejar de ser verdad que es ésta una actividad de
suyo peligrosa, sólo importa al derecho cuando causa daño a otro, y en
el ejemplo tenido por caso a nadie perjudicó. De esa presunción, que,
por lo mismo, en verdad no ha surgido a la vida jurídica, no puede sino
servirse la víctima, porque fue creada a su favor y no en su contra. ¿Por
ventura, podrá decirse en tal supuesto que hay que presumir que la
víctima, por andar desarrollando actividad peligrosa, se causó daños a sí
misma? El agente no puede tomar prestada la presunción de la víctima
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para tornarla en revulsivo, y hacer entonces que el remedio venga a ser
a la vez su propio veneno. No. En los eventos propuestos, la única
presunción que hay es la que pesa sobre el agente, la que nace de la
actividad peligrosa consistente en el rodamiento de locomotoras. La otra,
la que efunde del rodamiento de automóviles apenas sí permanece como
potencialmente dañosa, pero es lo cierto que por lo pronto ningún daño
ha causado. Lo otro no pasaría de ser una inconcebible retorsión de las
cosas.

“Y, por añadidura, no habiendo más que una presunción,


no se ve cómo pueda resultar neutralizada por otra inexistente.

“Pero ni aún en el caso de que ambos, tren y automóvil,


sufran daños. Como tampoco en ejemplo más significativo todavía de
que la colisión sea entre actividades igualmente peligrosas, como en el
choque de automóviles. Si únicamente reclama perjuicios una sola de las
víctimas, igual no habría sino la presunción de culpa que, pesando sobre
el demandado, ampara a la víctima; así y todo el otro haya recibido
también daños, en cuyo bien podría ser que está renunciando a que le
sean abonados.

“Más todavía. El hecho mismo de que ambas víctimas


demandasen carece de virtud para destruir las presunciones que entonces
se acumulan. A la verdad, no sabría a qué atribuirse el encantador efecto
de anonadarlo todo. Curioso cuando menos es comprobar que entre más
hay, eso mismo equivalga a la nada; que en vez de sumar aparezca la
resta; vale decir, entre más responsables haya, o presuntos responsables
para mejor decirlo, el resultado paradójico sea el de que no haya
entonces ninguno, y que nadie indemnice sino en la medida que,
regresando siglos enteros, se demuestre la culpa. No se hace cuenta así
que las presunciones de culpa marchan independientemente, cada una
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por su lado, y que se profanaría el principio filosófico de contradicción
si se dijese que respecto de una misma presunción se predique a un
tiempo que sirve y perjudica a la víctima, manera única en que
irremisiblemente se caería en una neutralización de las cosas. Itérase,
las presunciones están inventadas no más que para hacer bien a los
damnificados; nunca para causarles mal. En el ejemplo tratado, cada
cual por su lado exhibe una presunción de culpa en su favor; el actor la
arroja sobre el demandado quejándose del daño que éste le irrogó (no se
quejará del daño que el otro recibió); a su turno, el demandado
precipitará la suya sobre el actor, por el daño que éste le suscitó. En una
palabra, cada quien iza su arma presuntiva, sin pretender que al tiempo
que eso hace tome la presunción del otro. En resolución, si las
presunciones tienen su propio carril, si por lo mismo no hay riesgo de
tropezón alguno, no es dialéctico afirmar su abatimiento correlativo.
Cosa que más notoria se hace si los reclamos indemnizatorios corren por
procesos separados; ahí con mayor fuerza nota cualquiera que es
imposible hablar de dos presunciones de culpa en juego, y para arribar a
la tal neutralización fuera menester que cada proceso se prestara la única
presunción que opera en cada uno de ellos.

“¿Que solución semejante puede provocar un


desequilibrio injusto, si es que, por ejemplo, uno de los vehículos
colisionados cargaba cerámicas de primera calidad mientras el otro
transportaba acero y entonces la carga indemnizatoria se desnivela
demasiado? De acuerdo. Pero nada bien es que para corregir un entuerto
se caiga en un despropósito. Los entuertos se remedian, no se empeoran.
Si bien se penetra la mirada, una desigualdad así no es achacable a teoría
alguna de la responsabilidad, la que, por lo tanto, no carga en el punto
con nada. El problema se ubica es en los efectos y no en la causa. La
solución, pues, no es apurar la destrucción de lo que con tanta energía se
consiguió durante años de jurisprudencia; ella, la solución,
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necesariamente ha de estar en otra parte. Absurdo fuera que en vez de
haber muchos responsables, no haya ninguno. Que en bien de la justicia
se distribuyan las cargas indemnizatorias como la doctrina lo sugiere, y
en todo caso como mejor lo aconseje la equidad. Principio que, por
demás, viene ganando paulatinamente terreno en materia de
responsabilidad, como enhorabuena fue consagrado por la normatividad
colombiana, según lo establece el artículo 16 de la ley 446 de 1998, y
que debe prestar invaluable auxilio en casos como el analizado, para
que, antes que desandar los pasos ya recorridos, se hagan los ajustes que
hagan más humano el deber de reparar los perjuicios que a otro se
causan.

“Precisiones todas que hacen al caso; mayormente si el


recurrente, cual se apuntó, acusa al tribunal de haber mal entendido el
criterio jurisprudencial en la materia. Al parecer no existe la suficiente
concreción en el tema, y de ahí la necesidad absoluta de las
puntualizaciones debidas para evitar, como desde el comienzo se
anticipó, que con posiciones más o menos undívagas haya aplicación
dispar del Derecho. La jurisprudencia colombiana comenzó prohijando
la tesis de que ante la concurrencia de actividades peligrosas devenía sin
más la neutralización de presunciones, en el entendido de que “siendo
igualmente peligrosas las actividades de las dos embarcaciones
[tratábase de un incidente presentado entre dos botes que se desplazaban
por el río Magdalena], la presunción de culpabilidad de que habla el
artículo 2356 del Código Civil no rige exclusivamente para la parte
demandada sino que se presume en ambas partes la culpa (G.J. t. LIX,
sent. de 16 de julio de 1945, pág. 1062), y luego de pasar por cambios
más o menos importantes, terminó con la teoría de que tal neutralización
no hay que aplicarla mecanizadamente siempre y en todo supuesto, sino
que sólo cabría cuando las actividades no tienen equivalencia en su
peligrosidad, y que por consiguiente es necesario entrar en distingos y

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que el juez se abandone a la tarea de establecer el grado de peligrosidad
de las diversas actividades (Sentencia de 5 de mayo 1999, reiterada en la
de 26 de noviembre de ese mismo año) que fue la que en últimas aplicó
el tribunal en esta especie litigiosa. Criterio este último que ahora, con
los razonamientos que vienen de exponerse, debe rectificar la Corte para
definitivamente llegar a la conclusión de que en ningún caso se presenta
tal anonadamiento de presunciones, pues ellas, llamadas como están a
favorecer a la víctima, subsistirán siempre. Rectificación tanto más
urgente cuanto que es esa tesis mayoritaria asaz ambigua, como que en
últimas hace un híbrido que desorientados tiene a los tribunales del país;
dice, en efecto, que si las actividades son distintas en su peligrosidad, hay
presunción de culpa pero que el sentenciador debe abandonarse a
averiguar cuál de los dos tiene más culpa en la generación del daño. La
presunción queda de ese modo como una referencia teórica, inane, pues
paso seguido se invita a un análisis probatorio muy propio en el tema de
la culpa probada. Que, como se ve, es tanto como decir que no hay
presunción, porque, en habiéndola, la única manera de exonerarse de
responsabilidad es con la prueba de la causa extraña, muy distinta por
cierto de la mera diligencia.

“De todo lo anterior se sigue, ya tornando la mirada


nuevamente al caso de ahora, que más que apelando al criterio
jurisprudencial con que saldóse lo alusivo a la responsabilidad, las cosas
habían de juzgarse penetrando el tema de la presunción que obra a favor
de la víctima con un discernimiento diferente, el expuesto en las líneas
que anteceden; con arreglo a éste, entonces, en hombros de los
demandados pesaba la carga de la prueba, de la cual no podían
deshacerse sino demostrando la causa extraña; y aunque verdad es que
intentos hubo por desvirtuarla, la realidad es que todos fueron vanos cual
bien lo evidencian las motivaciones del fallo, con un añadido. El de que,
antes bien, despuntan rudimentos probatorios que demuestran en su
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actuar cierta falta de diligencia, suficiente en sí para concluir que la tal
presunción no pudo desvirtuarse.

“En fin, como el resultado es el mismo, vale decir, lo


frustráneo que deviene el cargo, simplemente adiciono el voto con
fundamento en las motivaciones que han quedado referidas”.

Fecha ut supra

Manuel Isidro Ardila Velásquez

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