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Capítulo I

¡Existen muchos tipos de mujeres, para qué clasificarles!

Estoy acá de pie, hace un día soleado en las calles de San Salvador y están
solas. Los domingos son así, hay poca gente, menos ruido de lo habitual y
muchas personas se dirigen a sus iglesias, pues para ellos es el día de Dios.
En esta ciudad la gente concurre a diferentes corrientes del cristianismo,
pues es la religión oficial. Yo, estoy acá, esperando un autobús para ir a
casa de mi amiga Alejandra quien me ha dicho que quiere hablar conmigo
sobre un asunto importante y me ha dejado con una duda de los mil
demonios. Si algo me caracteriza es mi curiosidad, siempre trato de saber
qué es lo que sucede y soy impaciente, parece ser mi peor defecto.
También soy una distraída y a veces me pierdo de detalles importantes en
las cosas, por eso… cuando necesito improvisar sobre algo y no lo recuerdo
bien, suelo inventarlo.

Al lado mío, esperando el mismo autobús que yo, se encuentra un señor


adulto, cuarentón, con el mentón sobresaliente, alto, algunas canas, barba
entera y me ha visto de reojo. A veces tiendo a causar ese impacto en la
gente, parece que me ven como sin nunca hubiesen visto a alguien como
yo. Nos hemos subido al mismo autobús y para casualidad de casualidades,
se ha bajado en el mismo sitio que yo –ésto ya da miedo- así que he corrido
para que no me persiguiera, pero resulta que el tipo viene tras de mí y estoy
corriendo como loca y he llegado a la casa de mi amiga casi tirando la
puerta. Entro exhausta y asustada y le he dicho que me regale agua,
Alejandra corre por agua y me pregunta qué ha pasado…
¡Un tipo venía siguiéndome, yo creo que quería hacerme daño o asaltarme,
la verdad es que no me he dado cuenta de lo que pasaba, yo sólo corría
por mi vida! ¡Llama a la policía Alejandra, no te quedes ahí parada!

Acababa de decir mis últimas palabras cuando suena el timbre… era el tipo
cuarentón y mi amiga estaba abrazándolo. Me quedé shockeada y un poco
avergonzada de lo que estaba sucediendo ante estas lumbreras que son mis
ojos. El cuarentón era Carlos, su nuevo novio… y no necesitaba que me
explicase más, el acontecimiento importante que iba a contarme era él; iba
a presentármelo. Yo he armado el ridículo corriendo, sentí que mi amiga
me veía con lástima y que en su cabeza sonaba aquella famosa canción y
los muchachos del barrio le llamaban loca. Sí, me sentía juzgada y tonta,
pero a la vez, luego de pasado el susto, me he reído con ellos dos del teatro
que monté en toda la calle para llegar a su casa.

Aunque ya teniendo un poco los pies en la tierra y reflexionando sobre la


situación de mi ciudad, ¿quién no actuaría así si un extraño la siguiese por
las calles? Habrá quien probablemente le enfrente, pero la gran mayoría
sentiría un temor profundo, dadas las condiciones de inseguridad. Además,
es difícil que no te atemorice un hombre que te siga o te hable en las calles
porque el acoso callejero es el pan de cada día para las mujeres. Es en este
punto cuando te das cuenta que los cuerpos de las mujeres, sus vidas, sus
decisiones son propiedad pública. Y no es algo que únicamente se reduzca
a que un grupo de albañiles o maleantes -lo cual es una visión clasista- van
a acosarte en las calles; no, es cualquier hombre con complejo de macho
alfa quien buscará acosar e intimidar a una extraña con el afán de que la
susodicha caiga rendida ante sus encantos bradpittescos. Es la sociedad la
que les ha dado ese poder, es el sistema quien les ha enseñado a fastidiarnos
mientras caminamos; fastidio que ahora disfrazan con el nombre suavizante
de piropo. Yo les cuento ésto que me pasó hoy, pero me han pasado
muchas más cuando camino, pero Virginia Lemus, cuenta una experiencia
única y formidable en el relato de Un viejo me tocó el culo en el bus. No
creerás lo que pasó después, en la cual ella se defendió del acoso, incluso
éste fue mucho más allá y a lo que parece que la sociedad pretende
visibilizar a sabiendas de lo mal que está y lo violento que es para la
integridad física, moral y psicológica de las mujeres. Virginia fue valiente y
le demostró a esos zombies del sistema que a las personas hay que
respetarlas, aunque pudo haber puesto su integridad física en un peligro
mayor.
Hemos pasado una tarde entretenidísima con Carlos y Alejandra, me han
contado todo lo que ha ocurrido entre los dos y cómo va su noviazgo. Al
parecer se entienden bien y es lo importante. Al terminar de hablar, me
regresé a mi casa porque tenía mucho por hacer y he pasado a hacer unos
pendientes. Al llegar nuevamente a mi casa, me he recostado sobre un sofá
verde musgo, mi favorito. ¡Ay! no hay como estar en casa.

Capítulo II
La vida que llevé

En mi acta de nacimiento dice que mi nombre es Sebastián Rodríguez.


Nací en un pueblito lejano de la capital de San Salvador, donde se escuchan
menos ruidos y donde se ven más estrellas, donde el cielo no quiere ser
azul y a veces toma otros colores, sobre todo al atardecer. Nací en San
José, departamento de La Unión. Mi país siempre se ha caracterizado por
muchas cosas, pero menos por ser un lugar pacífico, siempre ha habido
convulsiones políticas, económicas y sociales que lo han llevado a la
bancarrota, ¡pobre de mi país! ¡Tantas personas y grupos que se han
aprovechado de la ‘humildad’ de su gente para volverse ricos hundiéndolo
en la ruina!
En fin, San José era de esos lugares en los que todavía el viento hace
demasiado ruido (y no los autos), y donde hay más árboles que personas;
caso contrario a la capital en donde las personas pronto necesitarán hacer
fotosíntesis porque se están acabando todos los árboles. San José era
diferente, ahí la gente era más comunicativa (por comunicativa, entiéndase
aquellos tipos de personas que tienen la lengua más suelta y que hablan de
las intimidades de otras personas, como los españoles dirían: cotillas); ahí
las personas tenían más prejuicios, tradicionalismos, machismo y todos los
‘ismos’ que puedas encontrar en pueblo chico, infierno grande (de ahora
en adelante me referiré a San José como infiernillo).

Yo crecí con mi abuela Marta, una viejecilla cascarrabias que le encantaba


gritar y apagar el ventilador cuando amanecía, En el infiernillo las
temperaturas son altas y es un poco árido el terreno, por lo que cuando son
las 8 de la mañana ya estás sudando si no tienes un ventilador cerca. Marta
tenía el pelo blanco, casi 100 arrugas en su frente a causa de sus múltiples
enojos y de la edad, una panzita considerable (porque en su juventud fue
delgada y guapa), era hipertensa, muy activa en el día aún a sus 84 años y
una forma de ser muy peculiar. Amaba la forma en la que reía cuando
disfrutaba de algo; los chismes, por ejemplo. Marta nació en 1934, su
madre murió joven a causa de un parto y ella tuvo que cuidar a sus
hermanas pues su padre se casó con otra mujer y les descuidó. Si a alguien
he de admirar en esta vida, es a esa viejecilla cascarrabias, en su época eran
los padres quienes decidían con quién debías casarte, pero ella se largó a
sus 16 años con Álvaro, un joven alto y moreno que la pretendía y quien
luego sería su calvario a causa de sus múltiples borracheras. ¡Marta eligió a
quien quería! ¡Marta dejó a Álvaro cuando estaba borracho y jamás
permitió que éste le golpeara! Cuando Álvaro murió a causa del alcohol,
Marta no quiso volver a tener un marido más, pues comprendió que su
felicidad era ella misma y sus hijos e hijas le brindarían muchísima más.
Cuando escucho sus historias pienso ¿A quién diantres se le ocurre decir
que las mujeres que no se casan o que viven solas con cien mil gatos son
fracasadas? pues hasta el día de hoy, esa viejecita gritona es feliz. ¿A quién
demonios se le ocurre decir que las mujeres deben rendirle obediencia y
sumisión a los maridos? *carcajea*

Marta duerme a veces con la placa puesta; al día siguiente le duelen las
encías. Marta dice: ya Sebas, ya me voy a tomar la pastilla de la presión, no
me la tomo porque no he desayunado y luego lo olvida; si sale de casa, más
tarde regresa con dolor de cabeza y mareos y yo la regaño. Marta asume
demencia cuando le conviene, es de esas personas que yo llamo ignorante
feliz; los ignorantes felices son ese tipo de seres que saben que hay una
realidad alrededor suyo, pero prefieren obviarla porque puede lastimarles
o por conveniencia. Así que Marta asume esa posición justo cuando le digo
lo de la placa o de las pastillas para la presión.

No es difícil saber cuando Marta está enojada, sus gritos son peculiarmente
como un par de sirenas desafinadas al son de las cuerdas flojas de una
guitarra. Hablando de desafinadas, Marina es la vecina de enfrente. La
principal amiga/cómplice/hermana/chera/comadre de mi abuela Marta;
llega casi todos los días a contarle el chisme más reciente, la proximidad
suya se ha hecho mayor y sus lazos más fuertes desde que Marina asiste a
una iglesia evangélica de la misma denominación de mi Marta querida.
Marina tiene cuatro hijos y una hija; el más pequeño tiene ocho años y
Marina más de cincuenta. El niño es extraño, tiene una voz rasposa que
cuando te habla le preguntas que te ha dicho porque cuesta comprender
sus palabras; culpa de los genes, su papá habla peor y se enojan cuando les
dices ¿me podría repetir qué ha dicho?, así que les he dicho que he
quedado un poco sordo desde la última vez que reventaron pólvora en mi
casa (cosa que es falsa porque yo oigo hasta de más, menos a ellos). Les
contaba que Marina va a la iglesia, a veces Marina llega y le cuenta todos
los chismes de los hermanos y las hermanas de la congregación a Marta y
ella con gusto de ser el centro de información más especializado de mi
pueblo, se siente feliz. Les decía que Marina es desafinada, a veces practica
bastante con su pandero los coros que cantará en la iglesia –momento
tortuoso para sus vecinos quienes consideran que es mejor uñas en pizarra
que su voz- pero Marina es feliz y es lo que cuenta, dice que cuando una
persona ya está mayor, es mejor que busque la iglesia porque puede morir
en cualquier momento y se puede ir al infierno –al parecer la insulsa no se
ha dado cuenta que vive en él-.

¡Qué molesto es ese timbre de voz de Marina!

Marina también es ignorante feliz, tiene un hijo gay y lo sabe, y sus


prejuicios han arrojado al pobre a actuar como un hombre heterosexual,
porque ella dice que esos desviados se irán al infierno y yo me iré al cielo
porque soy recta, pura, cisgénero y heterosexual.

Ya que hablamos de cielo e infierno ¡De cuántos miedos y terrores te llenan


algunas iglesias cristianas! ¡Y de cuánta doble moralidad también! Fíjense
qué curioso que sea un pecado amar a una persona de tu mismo sexo y
que eso implique tu condena eterna por tus pecados en el lago del infierno
*buahahaha*; pero que hables mal, dañes a otras personas con tus
palabras, te metas en sus decisiones, en sus vidas, les juzgues y oprimas, sea
algo que puedes pasar por alto en tu vida en la cristiandad y seguir con tu
conciencia tranquila. ¡Diablos, yo no sé cómo Marina puede dormir por
las noches caramba!

Otra cosa por la que se caracteriza Marina es por pelear constantemente


con su hijo. Ella ha decidido tenerlo bastante mayor y el niño ha crecido
en las calles. Y si ella está mayor para cuidarlo (como en todo hogar
machista y retrógrada, ella es quien lo cuida, porque el marido sólo lo
engendró y él le da dinero para el hogar, aunque ella también labora y no
sólo en el trabajo doméstico, su trabajo se multiplica). Después dicen que
la mujer es la transmisora principal del machismo generacional pues es
quien educa a los hijos y las hijas, sin tener en cuenta que ha habido quienes
no tienen alternativa, la gran mayoría de mujeres en la historia se han visto
relegadas a ser madres y esposas, sin mayores metas ni objetivos personales
más que no quedarse solteras, pues socialmente es sinónimo de fracaso
personal.

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