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Una introducción al concepto de pulsión

Adscripta Melina Heinrich

Este texto es el resultado de lo que fuera una consigna de trabajo para adscripta y
estudiantes. La consigna que invitaba a los estudiantes a articular aquello que un material
estético suscitara, específicamente una pintura, con lo leído en dos conferencias de Sigmund
Freud: “La vida sexual de los seres humanos” y “Angustia y vida pulsional”. Para, a partir
de allí, quien ocupara el lugar del docente pudiera avanzar en una clase respecto de aquello
que, en términos de Sigmund Freud, constituye la parte más importante de la teoría
psicoanalítica: el concepto de pulsión.
Fue así que El jardín de las delicias, de Hieronymus Bosch; su extrañeza, su
enigmática composición, nos permitieron comenzar a adentrarnos en la especificidad de la
concepción de sexualidad planteada por el psicoanálisis.
En este sentido, dos son las condiciones en las que el presente escrito halla, al mismo
tiempo, sus límites y su posibilidad: los tópicos que los mismos estudiantes fueron
estableciendo al momento de cumplir con la consigna de trabajo y la tarea, más próxima al
docente, de enmarcar estos tópicos dentro de lo que es una exigencia académica dada por el
programa de la asignatura.
Hago manifiesto mi anhelo de dejar establecidas ciertas claves de lectura que
oportunamente puedan devenir puertas de entradas a la inmensa complejidad que supone
todo ese tramado conceptual que conforma la metapsicología freudiana y del que el concepto
de pulsión forma parte.
Finalmente, he intentado articular cierta rigurosidad conceptual con un tono ameno,
más acorde al género introducción; si es que existe un género tal.

Quisiera comenzar planteando aquello que podrían ser dos aspectos que hacen a lo
inédito de la conceptualización de Freud respecto de la sexualidad. Uno de ellos consiste en
producir una noción de sexualidad de manera que incluya a la sexualidad perversa y a
la sexualidad infantil. El otro se define por enlazar la sexualidad a la culpa.
Me interesa comenzar diciendo que toda la elaboración freudiana tiene su punto de
partida en su práctica como psicoanalista. En este sentido, tengamos en cuenta que, en
diversos pasajes de su obra, el psicoanálisis es presentado como un modo de tratar el
padecimiento, las diversas formas de malestar inherentes al ser hablante pero, y al mismo
tiempo, es presentado también como un método de investigación. Es decir, todo aquello que
podemos leer sobre el inconciente; sobre las formaciones del inconciente como son los
sueños, los síntomas, los olvidos…; las diversas formulaciones del aparato psíquico; de la
represión y las resistencias; el narcisismo; la transferencia; el complejo de Edipo; la
sexualidad; el sentimiento de culpa y la necesidad de castigo…, todas las elaboraciones sobre
estos temas son el resultado de un trabajo de conjeturas y elaboraciones teóricas que Freud
va realizando, en el transcurso de más de treinta años, a partir de la escucha y la implicación
en una palabra que le era dirigida en el marco de un lazo específico llamado transferencia.
En este sentido, no podemos dejar de tener presente que las formulaciones que vamos
a ir encontrando sobre sexualidad son el resultado de la elaboración de aquello que Freud
hallaba en su práctica con adultos. Con esto último quiero decir fundamentalmente dos cosas.
Una, quizás más obvia, es que Freud nunca practicó el psicoanálisis con niños. La otra,
solidaria de la anterior, nos lleva a un tramado de cierta complejidad y que tiene que ver con
poder pensar que la sexualidad que interesa o que es de pertinencia para el psicoanálisis
remite a ciertos caracteres específicos que Freud establece para la sexualidad infantil pero
que los establece a partir de los relatos de sueños, de síntomas, a partir de los olvidos y de
los recuerdos que se iban entramando en el discurso que mujeres y hombres adultos le
dirigían.
Vayamos al primero de los aspectos que hacen a lo inédito del pensamiento de Freud
respecto del tema que nos convoca. En la conferencia “La vida sexual de los seres humanos”
Freud (1984) se aboca, fundamentalmente, a dar cuenta de cómo llega a postular esta noción
de sexualidad. Partamos del hecho de que para Freud había algo de impreciso e insuficiente
en una noción de sexualidad que pasaba por el acto tendiente a obtener placer, a partir de la
unión genital con un partenaire del sexo opuesto, junto con el fin reproductivo que este acto
conllevaba. El punto es que este modo de concebir la sexualidad no incluía, dejaba por fuera,
a las llamadas perversiones. Es decir toda una serie de prácticas sexuales que se producían a
partir de una desviación respecto de la sexualidad que era considerada como normal.
Desviaciones respecto del objeto (homosexualidad, pedofilia, zoofilia) y desviaciones
respecto de la meta (sadismo, masoquismo, exhibicionismo, voyeurismo), es decir aquellas
prácticas que establecen como meta lo que comúnmente serían actos preparatorios o
preliminares de la unión genital.
Entonces, aquello de lo que se trata en la indagación freudiana es de una concepción
de sexualidad que incluya a las perversiones como así también de dar cuenta del estrecho
vínculo de estas con la sexualidad llamada normal. Es en este sentido que, en la conferencia
a la que me referí, Freud nos dice que “es una tarea insoslayable dar en la teoría razón cabal
de la posibilidad de las llamadas perversiones y de su relación con la sexualidad
pretendidamente normal” (p. 280). Se hace evidente cómo el gesto freudiano se orienta no
sólo a producir una noción de la sexualidad que sea abarcativa tanto de las perversiones como
de la sexualidad considerada como normal sino también a plantear la posible relación entre
ambas. Es decir, la noción de sexualidad freudiana distiende las fronteras entre lo que podría
ser considerado como normal y aquello entendido como patológico o desviado.
La concepción del síntoma que resulta de su práctica y el modo en que llega a
postular y definir a la sexualidad infantil serán los resultados de la investigación
psicoanalítica que le permitirán a Freud avanzar en la comprensión de este lazo entre
la perversión y la sexualidad neurótica. Más específicamente, avanzará en la
explicitación de este lazo a partir del concepto de pulsión. Concepto que va a ir
adquiriendo relevancia teórica a partir de la indagación de la satisfacción implicada en
los síntomas y de la riqueza de las manifestaciones de la sexualidad infantil. Podríamos
decir que la estructura de la pulsión permite pensar este lazo.
En la misma conferencia Freud hace referencia a Iwan Bloch; médico alemán,
interesado en estas cuestiones, que a comienzos del siglo XX había planteado que, en materia
de sexualidad, toda época había definido sus normas, sus criterios de aceptabilidad, como así
también sus desviaciones o aberraciones. Pero, resulta interesante que, más allá de las
diversas épocas y de los grados de tolerancia o aceptabilidad que las mismas definieran, la
indagación de Freud se orienta a encontrar algo que aparezca como constante o
invariante en lo que hace a la sexualidad. Esto invariante Freud lo va a teorizar con su
concepto de pulsión.
Pasar al segundo aspecto que hace a lo inédito del gesto freudiano al momento de
elaborar su noción de sexualidad nos lleva a toda una vía que excede ampliamente el
propósito de este escrito y que tiene que ver con adentrarnos en el lugar que adquirió en la
teoría psicoanalítica la invocación de Freud al mito de Edipo rey y, más precisamente, el
lugar del padre y del Súper yo e, inclusive, llevados por esta vía podríamos ser conducidos a
precisar el punto en el que, desde la perspectiva abierta por el psicoanálisis, hallan su anclaje
los sentimientos de religiosidad. Aun así, queda planteada la pregunta ¿Por qué la
sexualidad produce culpables? y el estrecho vínculo de esta última con los temas que
mencioné.

No es infrecuente que a medida que avanzamos en las elaboraciones que hacen a la


sexualidad y, más específicamente a la pulsión, surja el problema de lo moral y lo inmoral.
O una extraña incomodidad al confrontarnos, por ejemplo, con esa tendencia destructiva que
anida en el hombre; acompañada en muchas ocasiones por cierta desilusión de Freud respecto
de las esperanzas depositadas en el humanismo.
Quisiera tomar, para precisar algunas ideas sobre este punto, una correspondencia que
mantienen Freud y Einstein y que tiene lugar en el período de entre guerras. La misma se dio
en el año 1932 y fue publicada al año siguiente bajo el título “¿Por qué la guerra? (Einstein
y Freud)”. A través de estas cartas, ambos intelectuales argumentan respecto de una serie de
temas que convergen en el problema de la guerra, relativizando las posibilidades con que
contaría la humanidad para evitarse tales horrores. Me interesa detenerme en algo que dice
Freud (2013 a) a propósito de la pulsión sexual y la pulsión de destrucción o autodestrucción,
“permítame que no introduzca demasiado rápido las valoraciones del bien y del mal. Cada
una de estas pulsiones es tan indispensable como la otra; de las acciones conjugadas y
contrarias de ambas surgen los fenómenos de la vida” (p. 193).
Me detuve en esta cita, en la que Freud invita a abstenerse o a no apresurarse en cuanto
a valoraciones morales, porque entiendo que se orienta a clarificar el hecho de que la pulsión
contiene estas vicisitudes. Vicisitudes entre el despliegue y la variedad de lo erótico que me
liga al otro y esa otra tendencia, más uniforme y silenciosa, que tiende a lo destructivo y que
amenaza el lazo con el otro o que puede devenir contra sí mismo.
Corremos el riesgo, cuando leemos sadismo o masoquismo en esta perspectiva de la
elaboración freudiana, de quedar rápidamente tomados por la pregnancia imaginaria de las
figuras del Marqués de Sade o de Sacher Masoch, de la persona sádica o del masoquista,
cuando el énfasis recae más en el hecho de que Freud está planteando esta disposición para
la pulsión. Recuerden que algo de lo sádico o lo masoquista podía aparecer como lo
preliminar del acto sexual. En todo caso, sin ir más lejos, ¿por qué insistimos con aquello por
lo que padecemos? ¿Por qué insistimos con aquello que reconocemos que nos hace daño?
¿Por qué, en ocasiones, la enfermedad puede ser la condición para satisfacer una necesidad
de castigo? Lo inédito del pensamiento de Freud es postular que allí está en juego algo que
también hace a la sexualidad.
Dejo planteado, también, cómo la sexualidad freudiana, o más precisamente la
satisfacción ligada a ella, no coincide plenamente con aquello que, en términos generales,
podríamos situar como lo placentero. Con satisfacción se trata de algo que no se acomoda
fácilmente a la lógica placer-displacer, algo que comporta, en grados diversos, un carácter
doliente, sufriente, penoso.
Para finalizar con esta cuestión, me interesa dejar asentada la diferencia entre estas
posibilidades que contiene la pulsión, que hacen a la pulsión, y los actos que una persona
puede llevar a cabo. Es en este último caso, donde eventualmente puede hallar su lugar la
problemática de lo moral y, más pertinente desde la perspectiva del psicoanálisis, el vasto
problema de la ética y la responsabilidad subjetiva por dichos actos.

Ahora bien, en definitiva, ¿qué es la pulsión? y ¿en qué se diferencia del instinto?
Entiendo que la conferencia “Angustia y vida pulsional” puede resultar más
esclarecedora en este sentido, hay allí una obstinación de Freud por dar cuenta de la
naturaleza específica de la pulsión.
Un modo de comenzar a abordar la pulsión, de abordar la especificidad de lo
pulsional puede estar dado por situar su estatuto de concepto. La pulsión es un concepto
fundamental del psicoanálisis.
El comienzo de “Angustia y vida pulsional” nos plantea que, en lo relativo a la
angustia y la pulsión, de lo que se trata es de “concepciones1, vale decir, de introducir las

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El resaltado es mío.
representaciones abstractas correctas, cuya aplicación a la materia bruta de la observación
hace nacer en ella orden y transparencia” (Freud, 2013 b, p. 75). Es decir que con pulsión,
que es lo que en este momento nos interesa, se trata de una concepción, de mayor o menor
grado de formalización, que le permitirá a Freud ir estableciendo cierto orden de elaboración
teórica sobre lo que la práctica va planteando. Pero, al mismo tiempo, se trata de la
impotencia de esta concepción frente al carácter “huidizo[s]” (p. 75) de los problemas que
intenta ceñir. De allí la impronta de lo provisorio, sujeto a modificaciones o rectificaciones
que va a ir teniendo la concepción de pulsión a lo largo de su obra.
Es en este mismo sentido que puede entenderse cuando Freud nos dice que “[l]a
doctrina de las pulsiones es nuestra mitología2, por así decir. Las pulsiones son seres míticos,
grandiosos en su indeterminación” (p.88).
Retomo, para aclarar un poco más este punto de lo mitológico, la correspondencia
entre Freud y Einstein a la que antes hice referencia. Allí, y después de haberle expuesto a
Einstein una síntesis de la teoría pulsional, Freud (2013 a) se dirige al físico con un “[a]caso
tenga usted la impresión de que nuestras teorías constituyen una suerte de mitología” (p.
194), para luego interpelarlo al preguntarle: “Pero, ¿no desemboca toda ciencia natural en
una mitología de esta índole? ¿Les va a ustedes de otro modo en la física hoy?” (p. 194).
Entonces, podríamos decir que mitología, que las pulsiones como nuestra mitología, en este
contexto hace referencia al carácter indeterminado, difuso u opaco de los conceptos a través
de los cuales la ciencia avanza e intenta ceñir y dar cuenta de su objeto. Es decir, conceptos
carentes de una determinación acabada, en ese punto conceptos provisorios pero, al mismo
tiempo, fundamentales para el desarrollo de una ciencia.
Desembocamos en lo que podríamos denominar la pertenencia de Freud a la episteme
de su época. Sabemos que Freud siempre ubicó al psicoanálisis dentro del paradigma
científico de su tiempo y nunca renunció al ideal de cientificidad para el psicoanálisis. De
allí que nutra la elaboración de la noción de pulsión con los desarrollos procedentes de los
modelos y referentes científicos de su tiempo. En este sentido, me parece importante dejar
situadas algunas orientaciones sobre esta cuestión.

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El resaltado es mío.
Voy a referirme, con este propósito, al libro Introducción a la epistemología
freudiana de Paul-Laurent Assoun. Muy brevemente traeré algunas cuestiones relativas a la
física y la química contemporáneas de Freud.
Respecto de la física sólo continuaré lo planteado anteriormente. La física le ofrece a
Freud el modelo de validación epistemológica, científica, del psicoanálisis. De allí aquello
que aparecía en la correspondencia con Einstein: el psicoanálisis como ciencia procede y
avanza a partir de estos conceptos, difusos y fundamentales al mismo tiempo, del igual modo
que lo hace la física. Vale aclarar que la referencia a la física llevada a cabo en este sentido
aparece en más de un texto freudiano. Podríamos decir, siguiendo esta analogía de Freud con
la física de su tiempo, que hay tanta provisoriedad e indeterminación en los conceptos del
psicoanálisis como la hay en los de la física. Assoun (2012) nos dice que con lo mitológico
se trata “de un requisito epistemológico que insta a toda3 ciencia a postular unos conceptos
fundamentales” (p. 59).
En cuanto a la química, Freud se sirve de ella para pensar la materia del psicoanálisis.
Siguiendo con el trabajo de Assoun podemos leer allí que no se trata de una referencia general
a la química sino que, específicamente, se trata de la química analítica inspirada en Lavoisier.
Es decir una química que proponía para el conocimiento de la materia el someterla y
estudiarla a partir de descomposiciones sucesivas; es decir, a partir de un proceder analítico
y sin tener como meta el arribar posteriormente a síntesis alguna. De algún modo, el nombre
psicoanálisis arrastra el espíritu de esta química. Así, en esta analogía realizada por Freud,
las pulsiones en tanto componentes de la vida psíquica4 quedan asimiladas a los componentes
últimos de la materia estudiados por la química (2012).
Finalmente, Freud también adhería al postulado que planteaba una equivalencia entre
fuerza y materia: en última instancia la materia podía ser reducida a una fuerza, a una
energética. Entonces, la química que Freud toma como modelo para ir contorneando el
concepto de pulsión es una química analítica y energética (2012).
Podemos ir encontrando esto que ha sido puntuado en los párrafos precedentes
cuando, por ejemplo, Freud define a la pulsión como una fuerza constante o a la libido como
la energía con la que trabajan las pulsiones. Del mismo modo, aquello que se conoce como

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El resaltado es mío.
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Intentaremos aproximarnos luego al modo en que las pulsiones participan de lo psíquico.
los diversos modelos pulsionales puede ser abordado desde esta perspectiva de la
provisoriedad, inacabamiento o indeterminación que posee la noción de pulsión. Es decir, a
partir del modo en que, desde aquello que su práctica le va planteando, Freud va modificando
y al mismo tiempo afinando y precisando este concepto.
Otro modo de dar cuenta de la naturaleza específica de la pulsión puede estar
dado a partir de ir definiéndola en contraposición con el instinto.
Comienzo por un postulado de cierta generalidad: el cuerpo que traza la pulsión no
es el organismo que responde a la lógica del instinto. El instinto nos presenta una suerte de
engranaje armónico, acorde a una finalidad determinada, limitado en el tiempo y asentado en
el arco reflejo. Tomemos como ejemplo el ciclo reproductivo en los animales: determinadas
señales o estímulos, internos y/o externos, activan una serie de comportamientos que
conducen al apareamiento y al fin reproductivo. Llevado a su término este ciclo, se cancela
el estímulo que lo activó junto con los comportamientos que tuvieron lugar.
En el caso del hombre, de este animal afectado de lenguaje, nos encontramos con un
ordenamiento completamente diferente o, mejor dicho, con un trastocamiento o desajuste de
lo instintual. Es de esto de lo que va a dar cuenta la pulsión. Adviertan que lenguaje, o el
lenguaje tal como se pone en juego en la experiencia psicoanalítica, y pulsión se
copertenecen. Es decir, no se darían uno sin el otro.
Así como antes había planteado que el instinto supone una suerte de engranaje
armónico veamos entonces con qué nos confronta la pulsión. Volvamos a la conferencia
“Angustia y vida pulsional”. Allí Freud (2013 b) plantea algo que hace a la esencia de la
pulsión. A diferencia del instinto que posee una operatoria limitada en el tiempo, la pulsión
es una fuerza constante. La pulsión no opera del mismo modo que el estímulo, el empuje
pulsional no es susceptible de ser cancelado por acción alguna. A continuación de esto,
Freud nos dice que “[e]n la pulsión pueden distinguirse fuente, objeto y meta” (p. 89). Se
trata de una serie de términos que aparecen en conexión con la pulsión al momento de
definirla.
Detengámonos en cada uno de estos términos. Respecto de la fuente, digamos que
se trata de un proceso de excitación corporal del que parte la pulsión para dirigirse hacia la
meta que es la supresión de ese proceso excitatorio. Es decir, hay un empuje pulsional que
parte de la fuente o zona erógena y que va a tener por meta la satisfacción que se produciría
a causa de la cancelación del proceso excitatorio que se produce en la misma fuente o zona
erógena (2013 b).
Me interesa destacar lo siguiente: en la conferencia que estamos trabajando Freud
menciona al objeto como un término de la pulsión pero, aparentemente, no dice nada al
respecto. Algo que sería inconcebible si estuviéramos haciendo referencia al instinto. En este
último el objeto se presenta de un modo completamente especificado: el alimento; la cópula;
la lucha; la huida; la evitación, etc. Como si lo fundamental al momento de referirse a la
pulsión fuera esa fuerza constante que se traza entre la excitación corporal de la fuente
y la satisfacción o supresión de la excitación como meta. Avanzo un poco más para
retomar luego esta cuestión del objeto.
Continuando con esta diferenciación entre el instinto y la pulsión, digamos que el
instinto supone un despliegue que, podríamos decir, es siempre exitoso. Los animales se
alimentan o, a partir del estímulo del hambre desarrollan un comportamiento que tiene por
fin el alimento, en un momento determinado, en un plazo limitado en el tiempo. Es decir, no
hay fallas aquí, no hay interrupciones del comportamiento, no hay relatividades en juego, lo
instintual no da lugar a postergaciones o excesos. Sí la pulsión. Lo pulsional no es el hambre;
sería, en todo caso, el me devoré todo o el no puedo comer…
Ahora bien, si pensamos en la dimensión pulsional del ser hablante nos encontramos
con que esa fuerza constante, que antes oponía a lo acotado en el tiempo del instinto, al mismo
tiempo relativiza a la meta de la pulsión, que había definido como la cancelación del proceso
excitatorio que se producía en la fuente. Esta es otra diferencia con el instinto. Es decir, que
la pulsión sea una fuerza constante, una fuerza que no ceja, nos dice acerca de que la
cancelación de la excitación es relativa, que es relativa la satisfacción que esa
cancelación conlleva, ¿por qué, si no, ese empuje procedería de un modo constante?
Nos encontramos entonces, a diferencia del orden armónico del instinto, con un
desajuste entre estos términos que hacen a lo pulsional, como si no encajaran entre sí.
Este desajuste de lo pulsional en el que me detuve permite dar cuenta de por qué no
sería posible una sexualidad que se presentase liberada de su freno o, digamos, de su
represión. No se trata aquí de una cuestión de época, de las represiones que puede producir
determinada época, sino de una suerte de requisito estructural. Que, para ir sosteniendo este
desarrollo que fui haciendo de la pulsión, no haya sido necesario todavía pasar por el objeto
de la pulsión es otra forma de dar cuenta de la constancia que caracteriza a la fuerza pulsional
y de lo relativo o paradójico de la satisfacción que el trabajo de la pulsión conlleva. No hay
tal objeto de la pulsión, en todo caso sólo contamos con sustitutos insuficientes. El punto
es que esta imposibilidad es constitutiva de la sexualidad, no habría sexualidad sin todos
estos desencuentros de los que da cuenta la pulsión.
Para finalizar con este contrapunto entre la pulsión y el instinto voy a dejar planteadas
algunas cuestiones relativas al cuerpo que se pone en juego en una y en otro. Para el caso del
instinto el cuerpo del que se trata coincide con el organismo del viviente. Es el cuerpo que
estudia la biología, la fisiología, la química, la física.
Abro un paréntesis para retomar algo planteado anteriormente. Siguiendo la lectura
de Assoun, había afirmado que, así como Freud valida a la pulsión como un concepto
fundamental del psicoanálisis tomando como modelo a la física de su tiempo, apela a la
analogía con la química para comenzar a otorgar contenido a este concepto; de allí la
concepción energética de la pulsión, de esta energía o fuerza constante que definen a la
pulsión. Ahora bien, el cuerpo del que va a dar cuenta lo pulsional no es, como afirmaba
antes, el cuerpo de la química, de la fisiología o de la biología. Ese es el punto justo para
estimar el valor del gesto freudiano. Es filiado a la ciencia de su época, a los modelos teóricos
y a los referentes que surgían de esta ciencia, es utilizando en muchas ocasiones una
terminología procedente de allí, que Freud abre un campo de saber inédito hasta ese momento
(2012).
Existe un término que Freud utiliza en reiteradas oportunidades al momento de
referirse a la pulsión, que es el de apuntalamiento, y que puede permitirnos precisar un poco
más el cuerpo que pone en juego lo pulsional. Retomemos “La vida sexual de los seres
humanos” y veamos cómo esta cuestión es desarrollada en la conferencia. Allí Freud (1984)
plantea que la sexualidad, que la pulsión, surge apuntalada, apoyada, en lo que podríamos
llamar ciertas funciones y/o cuidados vitales como pueden ser los aseos corporales o la
alimentación. Tomemos el ejemplo paradigmático que se conoce como el chupeteo del
lactante. De lo que se trata con este ejemplo es que el lactante va a llevar a cabo esta actividad
pero no con la finalidad de alimentarse. Es decir, una vez saciado el hambre, la acción de
chupetear se va a repetir con miras a la obtención de placer e independientemente del ciclo
de la alimentación.
Vemos, entonces, cómo la pulsión va a ir recortando un cuerpo que, aunque
apuntalado en el cuerpo biológico, va a responder a otra lógica que la de la biología. Es
decir, un cuerpo cuya consistencia es la de ser un cuerpo de bordes o de zonas erógenas,
aquello que antes aparecía como la fuente de la pulsión. Zonas que, podríamos decir, se
encuentran situadas en lo liminar del cuerpo.
Lo que planteé en último término me permite traer una definición que Freud da de la
pulsión. En Tres ensayos de teoría sexual, texto escrito en 1905, considerablemente anterior
a las conferencias que vengo citando, Freud (2017) presenta a la pulsión como “uno de los
conceptos del deslinde de lo anímico respecto de lo corporal 5” (p. 153). Vemos, entonces,
cómo con la pulsión se trata de un concepto que va a dar cuenta de aquello que se
produce en el límite entre lo psíquico y lo orgánico. No es el cuerpo de la biología, no es
el organismo pero tampoco es lo anímico o psíquico; aunque puede plantearse que, así
como había un apuntalamiento de la pulsión en lo orgánico, podemos decir que hay una
participación de la pulsión en lo psíquico. A continuación trataré de despejar cómo la
pulsión participa de lo psíquico.

Dar cuenta de cómo se produce la participación de la pulsión en lo psíquico es


un modo de aproximarnos al punto por el que la pulsión se articula al deseo.
En la conferencia “Angustia y vida pulsional” Freud (2013 b) plantea que “en el
camino que va de la fuente a la meta la pulsión adquiere eficacia psíquica6” (p. 89).
Anteriormente había planteado a la fuente o zona erógena como esa zona del cuerpo en la
que se producía cierto proceso excitatorio que esforzaba o pulsionaba a su cancelación. Al
mismo tiempo, dado que la fuerza o el carácter esforzante de la pulsión se mantenían
constantes, había planteado que la cancelación de esta excitación era relativa, no absoluta; al
igual que la satisfacción que implicaba. Entonces, ¿qué quiere decir que en este trazado
la pulsión adquiere eficacia psíquica? ¿Cómo entra lo psíquico acá? O ¿cómo participa
la pulsión de lo psíquico?
Con la intención de dejar planteadas algunas claves que permitan abordar la
complejidad de este punto voy a tomar el punto c del capítulo VII de La interpretación de

5
Aquí corporal debe entenderse en el sentido de cuerpo orgánico.
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El resaltado es mío.
los sueños. El capítulo se llama “Psicología de los procesos oníricos” y el punto de ese
capítulo en el que se halla la idea que quiero retomar se llama “Acerca del cumplimiento de
deseo”. Allí Freud (1996) se pregunta “¿Por qué durante el sueño lo inconciente no puede
ofrecer nada más que la fuerza pulsionante para un cumplimiento de deseo? La respuesta a
esta pregunta está destinada a arrojar luz sobre la naturaleza psíquica del desear” (p. 557).
Una primer cuestión a tener en cuenta entiendo que es poder pensar cómo una
pregunta, un problema, que tiene su anclaje en el fenómeno onírico puede clarificar una
cuestión mucho más vasta que es la relativa a la naturaleza psíquica del desear, a qué es el
desear para lo psíquico.
Otra cuestión pasa por percibir aquello que la cita deja entrever: la estrecha
solidaridad entre lo pulsional y el deseo. Hay algo del funcionamiento del deseo que está
ligado a la fuerza de la pulsión. De hecho, si estamos tratando de dar cuenta del punto
por el que el deseo se articula a la pulsión, o viceversa, es porque pulsión y deseo se
encuentran articulados pero, justamente por eso, no son lo mismo.
A medida que fui definiendo a la pulsión una de las cuestiones que apareció fue el
trazado de ese cuerpo, extraño y liminar, hecho de zonas erógenas que el trabajo de la pulsión
va realizando. Al mismo tiempo, había planteado que no hay objeto de la pulsión. Freud lo
postula como lo más lábil de la pulsión, como aquello que no se encuentra unido
originariamente a la pulsión. No hay objeto originario de la pulsión, sólo vamos
encontrando sustitutos.
Volvamos a esta actividad sexual infantil que Freud eleva al rango de paradigmática:
el chupeteo. Descartado que ni el hambre ni la alimentación son lo que está allí en juego, en
todo caso son aquello en que la pulsión se apuntala, ¿cuál es el objeto del chupeteo? O, si
quieren, de la pulsión oral. ¿Es la lengua; los propios labios; el dedo de la mano, del pie? ¿Es
el pezón de la madre? ¿El beso? Podríamos seguir indefinidamente... Produciríamos una
serie indefinida de objetos que no haría otra cosa que indicar la ausencia de un objeto
originario de la pulsión. Vuelvo sobre lo que ya había planteado; si existiese un objeto tal
la pulsión no procedería como una fuerza constante, la satisfacción sería total y de una
vez, y estaríamos más próximos al orden del instinto.
Podríamos decir que esta fuerza constante de la pulsión, que no hace otra cosa
que presentificar la falta de objeto, hace trabajar a lo psíquico en términos deseantes.
De allí que la pregunta presente en la cita de La interpretación de los sueños arrojara
luz sobre la naturaleza psíquica del desear. Algo de lo que el sueño sería, en todo caso, un
ejemplo privilegiado.
Anteriormente me detuve en la afirmación de Freud presente en la conferencia
“Angustia y vida pulsional”: en el camino que va de la fuente a la meta la pulsión adquiere
eficacia psíquica. Digamos ahora que en el camino que la pulsión traza de la zona erógena
a esa relativa satisfacción se recorta la falta radical de objeto y la insuficiencia de los
que aparecerán como sustitutos. Eso, entonces, se torna eficaz para lo psíquico, le exige
un trabajo a lo psíquico y ese trabajo se hace como deseo. Entonces, podemos decir que
el punto por el que pulsión y deseo se articulan es la falta de objeto.
Aquello que va a representar toda la complejidad del tramado de representantes que
hacen a lo psíquico es precisamente la falta de este objeto. Freud lo teorizó en diversos
momentos con esa ficción que se conoce con el nombre de vivencia de satisfacción. En el
capítulo de La interpretación de los sueños al que antes hice referencia hay una versión de
esta vivencia de satisfacción. Sólo diré que el funcionamiento de lo psíquico, del aparato
psíquico daría cuentas de contar con una marca de que esa vivencia de satisfacción tuvo lugar.
Una marca de que el objeto canceló el estado de excitación y la satisfacción fue absoluta.
Una marca de que el objeto fue el originario… Digo el funcionamiento de lo psíquico daría
cuenta de contar con esta marca… dado que aquello que encontramos es todo el trabajo
deseante de los representantes en el sentido de alcanzar esta vivencia como si alguna vez
efectivamente hubiese ocurrido. Por eso soñamos una y otra vez…, por eso, en un análisis,
un síntoma va adquiriendo muchas maneras de ser dicho, es decir, muchas significaciones.
De esto se trata con naturaleza psíquica del desear, de esa falta que, en lo psíquico, nos lleva,
entre otras cosas, a hablar, a soñar, a hacer síntomas, a enamorarnos, a angustiarnos…
Bibliografía
Assoun, P-L. (2012). Introducción a la epistemología freudiana. México: Siglo XXI
Freud, S. (2017). Tres ensayos de teoría sexual. En Sigmund Freud. Obras completas. Vol. VII.
Buenos Aires: Amorrortu
(1984). La vida sexual de los seres humanos. Lecciones introductorias al psicoanálisis. En
Sigmund Freud. Obras completas. Vol. XVI. Buenos Aires: Amorrortu
(2013 a) ¿Por qué la guerra? (Einstein y Freud). En Sigmund Freud. Obras completas.
Vol. XXII. Buenos Aires: Amorrortu.
(2013 b) 32ª conferencia Angustia y vida pulsional. Nuevas conferencias de introducción
al psicoanálisis. En Sigmund Freud. Obras completas. Vol. XXII. Buenos Aires: Amorrortu.
(1996). La interpretación de los sueños. En Sigmund Freud. Obras completas. Vol. XXII.
Buenos Aires: Amorrortu.

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