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los problemas de las atribuciones
la aplicación de datos técnicos, cada vez más frecuente, permite tener férreas
garantías. Los hechos técnicos, como cualquier otro tipo de hechos, han de
interpretarse, y por lo tanto cabe en ellos la misma apreciación subjetiva
que en el análisis estilístico. Pueden contribuir a resolver problemas, pero
no son suficientes para resolverlos por sí solos. Volveremos sobre esta
cuestión.
La falta de certeza es, desde luego, el gran enemigo del mercado, en el
que se apuesta muy fuerte y en el que se funciona a un ritmo mucho más
rápido que en la investigación histórica. Los signos de interrogación son
un lujo de los estudiosos que los marchantes simplemente no pueden per-
mitirse. El carácter monetario de sus transacciones atrae asimismo la aten-
ción de los medios de comunicación, que entienden, con razón, que al pú-
blico nunca le fascina tanto el valor del arte como cuando éste se cuantifica
en cifras concretas. Las controversias sobre atribuciones son siempre un ti-
tular seguro.
Así pues, la atribución sigue siendo un proceso básicamente subjetivo,
condicionado como es lógico por la experiencia y prestigio del especialista.
De ello se sigue que a veces no es posible llegar a una conclusión definitiva
que satisfaga a todos los expertos. Una forma de sortear este recurrente
problema, tal vez la única, es redefinir las categorías de atribución amplian-
do los posibles veredictos sobre la autenticidad, de manera que al «sí» y el
«no» se añada el «quizás», aplicable a los casos en que los expertos no con-
siguen ponerse de acuerdo. Aunque esta solución no gustará a los coleccio-
nistas y marchantes, al menos a corto plazo, a mi juicio se corresponde con
lo que es en realidad establecer atribuciones, y a la larga será la mejor para
los intereses de todas las partes.
Tras esta introducción, nos centraremos ahora en el problema de Velaz-
quez. Como era de esperar, la conmemoración del cuarto centenario del na-
cimiento del artista en 1999 fue un catalizador de nuevas atribuciones. Aun-
que analizaremos con más detalle un par de ellas en las páginas que siguen,
este artículo tiene un propósito más amplio, a saber, llamar la atención so-
bre los problemas aún sustanciales a que se enfrentan quienes proponen
modificar con adiciones o supresiones el corpus de pinturas auténticas de
Velázquez.
La principal dificultad tiene su origen en el taller de Velázquez. Tras su
designación como pintor real en 1623, Velázquez contrató a un equipo de
asistentes que le ayudaran a cumplir con su obligación básica, pintar retra-
tos de la familia real, de los que había una demanda constante. Esos retratos
se utilizaban para decorar los sitios reales, para regalar a otros soberanos y
cortesanos importantes y para promover las alianzas matrimoniales que
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Velazquez y lo velaxqueño: los problemas de las atribuciones
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Aunque el cuadro se encuentra en mal estado, las partes que están intactas
parecen planas y secas cuando se comparan con la versión del Prado. En
consecuencia, siguiendo la opinión de Elizabeth du Gué Trapier y tras con-
sultar con John Brealy, que dirigía entonces el Departamento de Conserva-
ción de Pinturas del Museo, rechacé la atribución en mi monografía8. Sin
embargo, José López-Rey estaba convencido de su autenticidad, que defen-
dió enérgicamente en las diversas ediciones de su catálogo9.
Aunque no concluyente, el análisis de esta atribución confirma no obs-
tante dos cosas significativas: que Velázquez ya empleaba a ayudantes poco
después de entrar a servir en la corte (como demuestra la versión de Bos-
ton) y que esos ayudantes eran buenos pintores. Si reflexionamos un mo-
mento comprenderemos que no podía por menos de contratar a artistas
competentes. En su calidad de jefe del taller, era responsable de la calidad
de su producción. Además, a diferencia de Rubens, quien a veces retocaba
el trabajo de sus ayudantes, parece que Velázquez entregaba la mayor parte
de las versiones del taller sin mejorarlas. Por tanto, le interesaba mucho que
sus ayudantes fueran buenos en la imitación de su estilo.
Hay otro ejemplo que corrobora esta tesis. A mediados de la década de
1630 Velázquez pintó, en gran formato, el retrato ecuestre Don Gaspar de
Guzmán, conde-duque de Olivares (fig. 3). Una versión reducida de este cua-
dro que se halla hoy en el Metropolitan Museum of Art (fig. 4) y que mide
124,5 x 101,6 cm, es una atribución muy discutida. En 1951 Enriqueta Ha-
rris aceptaba que era una variante autógrafa de la composición del Prado,
con respecto a la cual la diferencia principal era que el caballo ya no era
castaño sino blanco10. Sin embargo, al año siguiente José M. Pita Andrade
publicó una entrada del inventario de Gaspar Méndez de Haro, séptimo
marqués del Carpio, fechado en 1651, que dice lo siguiente: «una pintura
en lienco del retrato del Code {sic) Duque armado con un bastón en la
mano en un cavallo blanco copia de Velázquez de la mano de Juan Bautista
Maco de bara y media en cuadro poco mas o menos con su marco ne-
gro...»11.
A juicio de López-Rey este dato era definitivo para su atribución, si
bien reforzaba su opinión comentando que había en el cuadro una «sobrea-
bundancia de toques de luz que era ajena a Velázquez y característica de
Mazo»-2. Señalaba también la discrepancia entre las dimensiones que se ci-
taban en el inventario y las del cuadro del Metropolitan Museum, que es
unos 27 cm más estrecho, aunque no dejaba de advertir que la expresión
«mas o menos» indicaba que las medidas eran sólo aproximadas. Aunque es
verdad que las medidas que se citan en los inventarios del siglo XVII suelen
ser aproximaciones, 27 cm no es una diferencia despreciable. En realidad,
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Velazquez y lo velazqueño: los problemas de las atribuciones
3 Velazquez, Don Gaspar de el cuadro que vemos hoy tiene claramente la forma de un rectángulo en ver-
Guzmán, conde-duque de Olivares.
3,13 x 2,39. Madrid, Museo del tical, no de un cuadrado.
Prado. A mi juicio, el cuadro sí parece obra del taller, y al menos por ahora la
4 Juan Bautista Martínez del atribución a Mazo no deja de ser plausible. La comparación detallada del
Mazo (?), Retrato ecuestre del original y la copia pone de manifiesto algunas diferencias reveladoras, em-
conde-duque de Olivares.
1,245 x 1,016. Nueva York, pezando por el tratamiento de los toques de luz dorada y los flecos de la
Metropolitan Museum of Art. banda roja. Velázquez obtiene esos toques de luz con aplicaciones irregu-
lares de pigmento, dispuestas con gran precisión y seguridad pese a que
aparentan una caprichosa distribución sobre la superficie. Los flecos, en
cambio, están realizados con pinceladas largas y casi paralelas, muy carga-
das de pigmento, que se arrastran sobre el lienzo. Se aprecia la huella de los
pelos del pincel, así como pequeños fragmentos de pigmento gruesamente
molido, elemento característico de las obras maduras del maestro. En el
cuadro atribuido a Mazo, estas sutilezas están esquematizadas y simplifica-
das. Las luces doradas se obtienen mediante unos toques serpenteantes y
someros que carecen de un sentido innato de la estructura, mientras que los
flecos están tratados de manera sumaria como una zona tonal, sin el sutil
manejo del pincel que hallamos en el original.
Aun más llamativa es la diferencia en la postura del conde-duque. En el
cuadro del Prado está sentado con firmeza, descansando todo su peso en la
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miliares que tenemos en la España del siglo XVII, y está pintado con gran se-
guridad y genuino encanto.
Otros dos pintores de prestigio pudieron participar asimismo en el ta-
ller velazqueño. Alonso Cano (1601-1667), que coincidió con Velázquez
como aprendiz, se trasladó a Madrid en 1638, probablemente por recomen-
dación de éste. Aunque pintó sobre todo cuadros religiosos, su Retrato de
Baltasar Carlos (fig. 7) demuestra que estudió atentamente la producción
velazqueña en este género".
La hipótesis de que Carreño (1614-1685) estuvo vinculado al taller de
Velázquez es menos indirecta. Testificó a favor de Velázquez en la «prue-
ba» para el ingreso de éste en la Orden de Santiago, y fue uno de sus suce-
sores como pintor de cámara (1671). Como pintor real desde 1669, Carreño
7 Alonso Cano, Retrato de dedicó gran parte de sus energías al retrato, en el que desarrolló un estilo
Baltasar Carlos. 1,41 x 1,09.
Budapest, Museo de Bellas Artes. muy influido por Velázquez. De hecho, el Bufón mal supuesto don Antonio
«el Inglés» (fig. 8) fue considerado durante mucho tiempo una obra auténti-
ca de Velázquez, y recientemente se ha resucitado una atribución anterior a
Carreño aunque López-Rey ya había considerado, y descartado, esa posibi-
lidad16.
Si gran parte del taller consiste en pintores sin pinturas, hay asimismo
una notable cantidad de pinturas sin pintores. Es lo que tradicionalmente se
ha denominado «lo velazqueño», un conjunto de obras con frecuencia exce-
lentes que se han atribuido a Velázquez pero que nunca han podido entrar
con certeza en el catálogo de su producción. En otras palabras, se trata de
obras candidatas a la nueva categoría de atribución —el «quizás»— que se
proponía al comienzo de este artículo para designar irreconciliables diferen-
cias de opinión entre los expertos. Algunos ejemplos bastarán para ilustrar
la utilidad de esta taxonomía.
Uno de los casos más complejos es el Calabazas con un retrato y un moli-
nillo (fig. 9). La larga y tortuosa historia de la atribución de esta obra se
analiza con detalle en mi monografía de 198617. En resumen, con la excep-
ción de Trapier, la mayoría de los estudiosos aceptaba su autenticidad hasta
que fue puesta en duda por Steinberg en 1965 y, más sistemáticamente, por
John F. Moffitt en 1982l8. Yo me sumé a los que disentían. En cambio, la
atribución a Velázquez fue enérgicamente defendida por López-Rey, quien
en 1967 propuso una nueva interpretación de los datos documentales e in-
cluyó la obra como auténtica en todas las ediciones ulteriores de su
catálogo19.
8 Juan Carreño de Miranda (?), Sin repetir todos los argumentos a favor y en contra, cabe señalar que
Bufón mal supuesto don Antonio
«el Inglés». 1,42 x 1,07. Madrid, López-Rey estaba convencido de que una entrada del inventario del Buen
Museo del Prado. Retiro de 1701 apoyaba la atribución a Velázquez que él y otros autores ha-
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Pese a su utilidad, los procedimientos técnicos no pueden ser más que instrumentos
para el experto. Este ha de evaluar además los datos de que dispone —estilísticos,
documentales, tecnológicos, etc. Como siempre, la auténtica expertización depende
12 Velázquez, Doña juana
y es el resultado de la intuición sensible, armonizada con el conocimiento y contro- Pacheco, mujer del autor (?),
caracterizada como una sibila.
lada por el pensamiento crítico.30
0,62 x 0,50. Madrid, Museo del
Prado.
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11 Velázquez (?), Santa Rufina. 0,77 x 0,64. Colección particular (antes de su restauración).
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14 Velázquez, Doña María de Esta fecha fue mayoritaria aunque no unánimemente aceptada hasta
Austria, reina de Hungría. que Enriqueta Harris y John Elliott publicaron un documento del 21 de oc-
0,58 x 0,44. Madrid, Museo del
Prado. tubre de 162838 que menciona el deseo del conde-duque de Olivares de en-
viar a Viena retratos de la familia real y su intención de encargarle a Veláz-
quez que los pintara. Ignoramos si estos retratos llegaron a realizarse. El
encargo completo habría consistido en cinco retratos —del rey y la reina,
los infantes Carlos y Fernando y la infanta María— y, lógicamente, de no
haberse perdido, estarían hoy en el Kunsthistoriches Museum de Viena,
destino final de los retratos reales pintados posteriormente por Velázquez
para la corte austríaca. Sin embargo, posteriormente no hay mención alguna
de cinco retratos reales de esta fecha, lo que plantea la posibilidad de que
no llegaran a pintarse.
En consecuencia, la datación se convierte una vez más en una cuestión
de análisis estilístico, y, no hace falta decirlo, no hay unanimidad en este
frente. Si Gudiol se inclinaba por fecharlo antes del viaje a Italia, Du Gué
Trapier, López-Rey y yo mismo creemos que el dato pertinente es el que fi-
gura en el texto de Pacheco39. En el análisis técnico de Garrido y en la anó-
nima ficha de subasta se propone asimismo la fecha de 163040.
Habida cuenta de esta división de opiniones, es arriesgado utilizar el re-
trato de la infanta María como base para fechar la realización de Santa Rufi-
na hacia 1629. Hay además otros factores que agravan el problema. Doña
María de Austria es un retrato en busto, frente a los tres cuartos de Santa
Rufina y la Sibila. Ese formato hace que carezca necesariamente de comple-
jidades posturales y detalles de naturalezas muertas, reduciendo por así de-
cir el terreno de comparación. Tampoco puede utilizarse como base la eje-
cución del rostro de la infanta, pues Velázquez, ateniéndose a un
convencionalismo ya antiguo en la retratística de los Habsburgo, le dio un
alto grado de acabado.
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1 Véase sobre este proceso J. BROWN, Kings and Connoisseurs. 12 LÓPEZ-REY, op. cit. (nota 9, 1963), pp. 198-200, núm. 216, e
Collecting Art in Seventeenth Century Europe, New Haven y IDEM, op. cit. (nota 9, 1966), p. 164, bajo num. 66. Citando a
Londres, 1995, pp. 232-235 [ed. esp.: El triunfo de la pintura. M. AGULLÓ COBO, Noticias sobre pintores madrileños de los
Sobre el coleccionismo cortesano en el siglo XVII, Madrid, 1995]. siglos XVI y XVII, Granada, 1978, p. 140, López-Rey mencio-
2 Un ejemplo reciente es La Sagrada Familia en una escalera, na la existencia de otra versión que figura en el inventario de
de Poussin. La célebre versión de la National Gallery of Art un tal Diego Rodríguez (1654).
de Washington está considerada hoy como una copia, reali- 13 Los artículos esenciales sobre Mazo (no hay ninguna mono-
zada por un imitador, del lienzo original, que se encuentra grafía) son los siguientes: J.A. GAYA Nuxo, «Juan Bautista
en el Cleveland Museum of Art. Martínez del Mazo, el gran discípulo de Velázquez», en Va-
3 El catálogo de la obra velazqueña de José López-Rey, que se ria velazqueña, op. cit. (nota 7), vol. I, pp. 471-481; J. LÓPEZ
ha publicado en tres ediciones, es estimable aunque defi- NAVIO, «Matrimonio de Juan B. del Mazo con la hija de Ve-
ciente en algunos aspectos. Sólo en la primera edición (Lon- lázquez», Archivo Español de Arte, 33 (1960), pp. 398-419;
dres, 1963) figuran las réplicas y copias. La segunda (Lausa- E. DU G. TRAPIER, «Martínez del Mazo as a Landscapist»,
na y París, 1981; citamos de la edición francesa) y la tercera Gazette des Beaux-Arts, 61 (1963), pp. 293-310; P. CHERRY,
(Colonia, 1996, publicada para el Instituto Wíldenstein) in- «Juan Bautista Martínez del Mazo, viudo de Francisca Ve-
cluyen únicamente las obras que su autor considera auténti- lázquez», Archivo Español de Arte, 63 (1990), pp. 511-527, y
cas. Si bien algunas de las entradas del catálogo se modifica- N. AVALA MALLORY, «Juan Bautista del Mazo; retratos y
ron y ampliaron en las sucesivas ediciones, todas ellas paisajes», Goya, 221 (1991), pp. 265-276.
carecen sistemáticamente de análisis iconográfico (para el 14 LÓPEZ-REY, op, cit. (nota 9, 1963), pp. 258-260, núm. 409.
que López-Rey tenía poca paciencia), y nunca se refutan con 15 La atribución de este retrato a Cano, que parece plausible,
argumentos las opiniones o interpretaciones con las que el se defiende en E. NYERGES, «El retrato de Don Baltasar Car-
autor no está de acuerdo —suelen más bien descartarse de los en el Museo de Bellas Artes de Budapest», Archivo Espa-
manera perentoria. En cambio, las nuevas ediciones son no- ñol de Arte, 56 (1983), pp. 143-150. En cambio, se rechaza
tablemente más ricas en la reconstrucción de la procedencia en H.E. WETI-IEY, Alonso Cano. Pintor, escultor y arquitecto,
de las obras, sobre todo en el caso de las que provienen de la Madrid, 1983, p. 155, num. X-17.
colección real española. En la nota 9 infra figuran las re- 16 La atribución a Carreño, propuesta por vez primera en
ferencias bibliográficas completas. J. ALLENDE-SAI.AZAR (ed.), Velázquez. Des Meisters Gemdl-
4 Una tercera versión en media figura, perteneciente a la Ape- de, Klassiker der Kunst, vol. 6, 4* ed., Berlín y Leipzig, 1925,
lles Collection, se expuso en la muestra Velazquez y Sevilla pp. 227 y 286-287, es rechazada en LÓPEZ-REY, op. cit. (nota
(Sevilla, 1999). Véase el catálogo de la misma, p. 210, con la 9, 1963), pp. 269-270, núm. 437, y recuperada, aunque sin
ficha de Zahira Veliz, asesora del coleccionista. Su autentici- comentarios, en A.E. PÉREZ SÁNCHEZ, Juan Carreño de Mi-
dad ha sido refutada por Enriqueta Harris («Review of Ve- randa (1614-1685), Aviles, 1985, p. 197.
lazquez y Sevilla», Burlington Magazine, 147 (2000), p. 126), 17 J. BROWN, Velázquez. Painter and Courtier, New Haven y
quien cree, con razón, que se trata de «una copia de otra Londres, 1986, pp. 270-271 [ed. esp.: Velázquez. Pintor y
mano de la versión del Prado». cortesano, Madrid, 1986)].
5 Sobre este cuadro, véase E. HARRIS, «Inocencio X», en Ve- 18 L. STEINBERG, «Review of José López-Rey, Velázquez. A Ca-
lázquez, Madrid, Fundación Amigos del Museo del Prado, talogue Raisonné of His Oeuvre», Art Bulletin, 47 (1965),
1999, pp. 203-219. pp. 282-283, y J.F. MOFFITT, «Velázquez, Fools, Calabacillas
6 Véase un análisis completo en C. GARRIDO, Velazquez. Téc- and Ripa», Pantheon, 40 (1982), pp. 304-309.
nica y evolución, Madrid, 1992, pp. 122-123. 19 J. LÓPEZ-REY, «Velazquez's Calabazas with a Portrait and a
7 Para el documento, véase Varia velazqueña, Madrid, 1960, Pinwheel», Gazette des Beaux-Arts, 70 (1967), pp. 218-226;
voi. il, p. 224. LÓPEZ-REY, op. cit. (nota 9, 1981), pp. 284-285, num. 39, e
8 E. DU G. TRAPIER, Velázquez, Nueva York, 1948, pp. 97 y ÍDEM, op. cit. (nota 9, 1996), vol. II, pp. 92-95, num. 39.
100. Sobre mi monografía, véase la nota 17. Un nuevo exa- 20 Velázquez, cat. exp. (Museo del Prado, 23 de enero a 31 de
men del cuadro que he hecho recientemente acompañado marzo de 1990), Madrid, 1990, pp. 142-145, num. 20; ficha
por Hubert von Sonnenburg, jefe del Departamento de Res- de catàlogo de Julián Gallego.
tauración de Pinturas, me ha reforzado en la opinión de que 21 LÓPEZ-REY, op. cit. (nota 9, 1963), pp. 289-290, núm. 487.
se trata de un producto del taller. 22 Velázquez, op. cit. (nota 20), pp. 352-355, num. 60, y GARRI-
9 J. LÓPEZ-REY, Velazquez. A Catalogue Raisonné of His Oeuvre, DO, op. cit. (nota 6), pp. 181-189.
Londres, 1963, pp. 207-208, num. 236; IDEM, Velasquez, 23 P. CHERRY en Spanish Old Master Paintings Including Velaz-
Artiste et Créateur, Lausana y París, 1981, pp. 254-255, quez's Saint Rufina, Christie's, 29 de enero de 1999, pp. 54-
num. 29; IDEM, Velazquez. Maler der Maler, Colonia, 1996, 56, y A.E. PÉREZ SÁNCHEZ, «Novedades velazqueñas», Ar-
vol. II, pp. 66-69, num. 29. chivo Español de Arte, 72 (1999), pp. 380-383.
10 E. HARRIS, «Spanish Painting from Morales to Goya in The La atribución a Velázquez es rechazada por Enriqueta Ha-
National Gallery of Scotland», Burlington Magazine, 93 rris. Según una carta suya al autor de este artículo (29 de ju-
(1951), pp. 314-317. nio de 1999), Harris fue consultada acerca del cuadro por
11 T-M. PlTA AÍNDRADE, «LOS cuadros de Velázquez que poseyó Christie's en 1993 y 1994. Tras examinarlo en Londres en
el séptimo Marqués del Carpio», Archivo Español de Arte, 1994, época en la que yo lo atribuía a Mazo, siguió estando
25(1952), p. 230. «convencida de que no era de Velázquez ni de ningún otro
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Velazquez y lo velazqueño: los problemas de las atribuciones
artista cuya obra yo conozca... ¿Es tal vez de un artista sevi- XXI11 Congreso Internacional de Historia del Arte. España en-
llano que había visto cuadros de Velázquez y Murillo? Para tre el Mediterráneo y el Atlántico, Granada, 197), Granada,
mí, es un cuadro anónimo» (citado con autorización). 1978, vol. 3, pp. 22 y 29, n. 70. Como señala Baticle, Casado
Mi análisis se basa en el estudio del cuadro antes de la res- de Torres había heredado parte de su colección de Sebastián
tauración que al parecer se está realizando. El anonimato del Martínez (véase nota 34 infra). Le agradezco a José Luis Co-
comprador de la pintura, cuya identidad no ha sido revelada lomer la transcripción de las entradas del inventario de Ca-
por la casa de subastas, impide lógicamente el acceso a ella. sado de Torres.
Sin embargo, como se verá en los comentarios que siguen, el 34 El inventario de la colección de Martínez fue descubierto y
cuadro presenta problemas formales y estructurales que no analizado por María Pemán: M. PEMÁN, «La colección artís-
es probable que se modifiquen al eliminarse los repintes y el tica de don Sebastián Martínez, el amigo de Goya, en Cá-
barniz descolorido que afeaban su superficie cuando se ex- diz», Archivo Español de Arte, 51 (1978), pp. 53-62. Pemán
puso antes de la subasta. depositó una copia de la transcripción completa (que no fi-
24 A.M. DE BARCIA PAVÓN, Catálogo de la colección de pinturas guraba en su artículo) en el Departamento de Historia del
del Excmo. Sr. Duque de Berwick y de Alba, Madrid, 1911, p. Arte «Diego Velázquez» del C.S.I.C., Madrid. El documen-
245. to se titula «Partición convencional de los bienes quedados
25 En ibidem se señala que el inventario es una amalgama algo por muerte del sr D. Sebastián Martínez, thesorero General
desordenada de las colecciones de Luis y Gaspar de Haro, y del Reino. Escribano: Cayetano Rodríguez Villanueva y Mo-
se advierte una cierta confusión en sus contenidos: «Apare- ran, 1805, II, legajo 5387, ff. 1233-1394, Archivo de Protoco-
cen 708 cuadros; algunos de ellos parece que están cataloga- los de Cádiz». La entrada sobre Santa Justa figura en el fol.
dos dos veces». 1316v.
26 J.M. PlTA ANDRADE, «Noticias en torno a Velázquez en el 35 No carece de lógica identificar como Santa Justa al persona-
Archivo de la Casa de Alba», Varia velazqueña, op. cit. (nota je del retrato de la colección de Martínez. Aunque las santas
7), voi. il, p. 413. Justa y Rufina poseen los mismos atributos, sus nombres
27 Están cómodamente reunidos en E. HARRIS, «Las Meninas siempre se mencionan en este orden. Siguiendo la costum-
at Kingston Lacy», Burlington Magazine, 132 (1990), p. 130. bre de «leer» las parejas de izquierda a derecha, a la santa de
28 Sobre «La gallega», véase LÓPEZ-REY, op. cit. (nota 9, 1996), la izquierda se la suele identificar como Santa Justa, y como
pp. 274-277', num. I l l (posiblemente obra del siglo XIX); so- Santa Rufina a la de la derecha. Es posible que el autor de
bre Sebastián de Morra, ibidem, pp. 254-256; sobre Mujer este cuadro pintara otro de la segunda santa, que podría ser
con velo y vestido amarillo, ibidem, pp. 198-201, y sobre Las la obra que según Barcia figuraba en el inventarío del mar-
Meninas, HARRIS, op. cit. (nota 27). qués de Haro. Pero hasta el momento no hay prueba alguna
29 Christie's, 29 de enero de 1999, pp. 57-58. de su existencia.
30 J. LÓPEZ-REY, «The Reattributed Velázquez: Faulty Con- 36 Sobre la atribución a Mazo, véase A.L. MAYER, «Tres cua-
noisseurship», Art News, 12, núm. 3 (marzo de 1973), p. 50. dros interesantes desconocidos», Arte Español, 19 (1930),
31 L. DE VRIES, «Review of Rembrandt: The Painter at Work», p. 118. Por una macabra errata tipográfica, Augustus Mayer
Simioks,26 (1998), p. 317. es citado en el artículo de Pérez Sánchez como Angustias
32 De las cinco nuevas atribuciones que se proponen en este ar- {sic) Mayer, involuntaria referencia a la trágica muerte de
tículo, solamente dos, Santa Justa y Lágrimas de San Pedro, este hispanista alemán en un campo de concentración nazi.
se han mostrado en público. La segunda estuvo en la exposi- 37 F. PACHECO, Arte de la pintura, ed. B. Bassegoda i Hugas,
ción Velázquez y Sevilla (Sevilla, 1999). En el catálogo Madrid, 1990, p. 210.
(p. 198, núm. 92), la atribución es propuesta por Manuela 38 E. HARRIS y J. ELLIOTT, «Velázquez and the Queen of Hun-
Mena Marqués, conservadora de pintura española del siglo gary», Burlington Magazine, 118 (1976), pp. 24-26.
XVIII y Goya en el Museo del Prado. Véase una refutación 39 J. GUDIOL, Velázquez 1599-1660, Londres, 1974, p. 85; TRA-
convincente en HARRIS, op. cit. (nota 4), pp. 126-127, donde PIER, op. cit. (nota 8), p. 165; LÓPHZ-REY, op. cit. (nota 9,
se atribuye al círculo de Zurbarán. Estando este artículo en 1996), pp. 114-117, num. 48, y BROWN, op. cit. (nota 17), pp.
prensa, he tenido la oportunidad de estudiar otra de estas 79 y 290, n. 28.
atribuciones, San Simón de Rojas difunto, que no parece es- 40 Christie's, 29 de enero de 1999, p. 58, y GARRIDO, op. cit.
tar relacionado ni con Velázquez ni con ninguno de sus se- (nota 6), pp. 94-95.
guidores inmediatos. 41 HARRIS, op. at. (nota 4), p. 125.
33 Sobre el descubrimiento del inventario de Casado de To- 42 Sobre la radiografía, en la que se aprecia una abundante
rres, véase J. BATICLE, «Les amis 'norteños' de Goya en An- cantidad de blanco de plomo para modelar las figuras, véase
dalousie. Ceán Bermúdez, Sebastián Martínez», en Actas del GARRIDO, op. cit. (nota 6), pp. 170-176.
(•><•)