PARADOJAS
DE LA L E T R A
Editado por Ediciones eXcultura
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con el aporte de la Dirección de Literatura del Consejo Nacional de la Cultura -
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y co-editado por la Universidad Andina Simón Bolívar, Subsede Ecuador
P.O. Box 17-12-569/Fax: (593-2)508156/e-mailuasb@uasb.ecx.ec/Quito, Ecuador
ISBN: 980-07-3222-5
Caracas, Venezuela, 1996
IV
índice
I. Límites
1. El don de la lengua................................................ 3
2. Cuerpo, lengua, subjetividad ................................ 23
3. La ley es otra: literatura y constitución del
sujeto ju ríd ic o ............................................................ 37
II. Intersticios
4. Entre otros: U na excursión a los indios ran-
queles de Lucio V. M an silla................................ 73
5. A nticonfesiones: deseo y autoridad en M e
m o ria s p o s tu m a s d e B rá s C u b a s y D om
C a sm u rro de M achado de A s s is ....................... 97
6. Luisa Capetillo o los pliegues de la le tra ....... 117
III. Pasajes
7. Trópicos de la fundación: poesía y nacionali
dad en José M a rtí.................................................... 153
8. El reposo de los h é ro e s ........................................ 165
9. M igratorias................................................................... 177
Prólogo
DON DE LA CRÍTICA / CRÍTICA DEL DON
Don de lengua, don de crítica. A Julio Ramos se le dan bien estos dones; lo
saben bien los que han seguido y perseguido sus artículos a lo largo de una
sólida carrera; lo saben bien los que han recorrido sus D esencuentros de la
m odernidad en A m érica Latina; lo saben, en fin, los que han escuchado sus
conferencias, los que han asistido y asisten a sus clases en Caracas, en La Haba
na, en San Juan o en Berkeley. Apertrechado de estos dones que no duda en
donar siempre que puede y quiere, Julio Ramos vuelve, y vuelve con un libro
m isceláneo, éste, donde recoge textos diversos, textos dispersos, leídos en con
gresos, publicados en actas de coloquios o en, las así llamadas, revistas arbitra
das. Libro m isceláneo, entonces, en el que el don de la crítica tiene, en manos de
Ramos, el raro don de hacer patente un hilo fuerte, una suerte de hueso vertebral
que articula elásticam ente lo que pudiera creerse, a primera vista, desconectado
y suelto. Y es que esos artículos dispersos están focalizados sobre un punctum
que m agnetiza y orienta la m ultiplicidad de los asuntos allí considerados. S em e
jante punctum integrador remite a la idea crucial de la subaltemidad o de la
minoridad discursiva, en el sentido kafkiano, ya célebre, que le lian podido dar
a esa experiencia los inefables D eleuze y Guattari asociados. Quiero decir, en
tonces, que, efectivam ente, los textos de este libro generoso giran alrededor de
ese asunto céntrico, concéntrico, dinamizador: desde el análisis de la im posi
ción autoritaria de la lengua al desafortunado, aunque vengativo, sim io del
cuento de Lugones en "El don de la lengua”, hasta el problema de la situación
del poeta e/in-migrante ante la lengua y ante la difícil delim itación de su territo
rialidad discursiva en "M igratorias” , el libro -que, de paso, nos muestra las
razones ilustres e ilustradas del acto políticam ente trascendental de enseñar la
lengua: com o en la Gramática de Bello; o el traumático acceso al habla del
esclavo Juan Francisco Manzano en Cuba; o la conquista del discurso por parte
de la obrera anarquista puertorriqueña Luisa Capetillo; o los forcejeos martianos
con la inquietante modernidad y con el exilio- nos conduce siempre al m ism o
espacio problemático: el de los discursos m enores en relación con los discursos
hegem ónicos, del orden, del poder, de la ley, de la literatura. En cada uno de los
textos del conjunto, Ramos vuelve a donar crítica a ese asunto: rumia su espesor
y tratxi de som eterlo por diferentes cam inos, volviéndolo a leer en diferentes
escenarios -la lengua racionalizadora enfrentada a la oralidad heteróclita en el
Chile postcolonial; la escritura robada que traiciona al m ism o tiempo al propie-
vn
tario y al ladrón en el X IX de la Cuba esclavista y colonial o en el X X del Puerto
R ico neocolonial- para cercarlo, marcarlo y situarlo de alguna forma, para hacer
lo hablar, para que muestre las fuerzas com plejas que determinan su aparición
constante en la historia de la modernidad en y de América Latina.
Pero no voy a detenerme a evocar, con pormenores, el m odo particular com o
Ram os, en cada uno de esos escenarios, vuelve a plantear la subaltemidad
discursiva con todas sus im plicaciones. Voy, en cam bio, a plantear, en este otro
escenario que es el prólogo -sim ple pasadizo, umbral que se quiere discreto y
neutro- el m ism o problema que perturba a Ramos, pero tomando com o blanco a
la propia crítica, es decir, al acto de donar o dar crítica, cuya propiedad o impro
piedad debe, necesariamente, según creo, ser som etida a consideración. Para
ello, voy a seguir la ruta que me proporciona la crítica donada por R am os a sus
objetos: en un escenario paralelo a aquél donde se exhiben com o pruebas los
casos del sim io, del esclavo, de la anarquista, del poeta, del patriota, que no es
otro sino el escenario de la subaltemidad, según he dicho, voy a situar el caso del
crítico, afectado algunas veces por los dilem as y por las duplicidades de todo el
que accede a la escritura en situación de minoridad y de todo el que, en situación
de superioridad, se atreve a dar la palabra a otro (a una obra, literaria, por ejem
plo). Y voy a hacerlo porque el propio libro de Ramos m e lo pide: com o lector
entusiasmado no he podido ignorar la sensación de que el referente subterráneo
de todas estas inteligentes exploraciones es precisam ente la crítica, la crítica
com o práctica discursiva autoconsciente que se pone a sí m isma en cuestión en
e l acto de criticar las obras y el mundo. Y puesto que donar im plica, com o
contrapartida, recibir, es precisam ente en esa dialéctica com pleja de dar y de
aceptar el discurso donde quisiera situar al crítico com o otro subalterno y a la
crítica en su minoridad subversiva: en esa dialéctica que implica asumir el poder
de otorgar la palabra, por un lado, y de aceptar que otro, por otro, nos haga
acceder a ella, com o si no pudiéramos hacerlo sin pactar de algún m odo con los
poderes que la dominan y la poseen; en esa dialéctica inquietante en donde la
propiedad y el origen están constantemente am enazados por el robo y el extra
ñam iento y gracias a la cual, en sus intersticios problemáticos, las viejas obse
siones de la identidad o de la m inusvalía epistem ológica latinoamericanas pue
den replantearse irónicamente; en esa dialéctica rara con todas sus duplicidades
conflictivas sitúo, pues, m i caso con Ramos: dono, por un instante, crítica a su
crítica (critico el don ), rapto un lenguaje y m e atrevo a hablar.
Cuando Julio Ramos reflexiona sobre el caso del esclavo cubano Juan Fran
cisco Manzano, interpelado y conducido a hablar en su A utobiografía, o cuan
do sacude los hilos de la textualidad subalterna de Luisa Capetillo en sus E n sa
y os lib ertarios o en su In fluencia de las id eas m odernas, no pierde oportuni
dad para mostrar la riqueza sociológica y epistem ológica de ese acontecim iento
crucial que es el acceso a la escritura por parte de los llamados sujetos iletrados,
el salto que intentan y a veces logran hacer desde la oralidad a la instancia
autoritaria y autorizada de la letra. A cceder a esta instancia, muestra Ramos,
im plica una doble y mutua dependencia transformadora, pues en el acto de
vm
asumir la letra, de acceder a la escritura, el esclavo o la obrera no sólo reproducen
un m odelo im puesto de decir y unas maneras enunciativas marcadas por el dis
curso hegem ónico donador, sino que además descom ponen ese m ism o m odelo
al utilizarlo idiolectalm ente, al servirse de él impregnándolo de la m em oria de
su oralidad de origen. Sin forzar dem asiado el sustancioso texto de Ramos, creo
que en un escenario semejante puede colocarse al crítico y proponerlo com o un
subalterno en relación con lo que pudiéramos llamar e l saber dominante, gene
rado y repartido, es decir, donado, desde los centros del poder epistem ológico
occidental. C om o tal subalterno, 110 recibe pasivam ente esa lengua donada: al
tomarla, al aceptarla, al servirse de ella, el crítico activa en su estructura cierta
desestabilización enriquecedora. Puesta a funcionar en el escenario de las pecu
liaridades de la cultura latinoamericana, esa lengua es som etida a procesos cons
tantes de inversión y reacomodo: el crítico contamina el discurso donado con
los elem entos de su propia discursividad, transformándola efectivam ente en una
discursividad nueva, híbrida, compleja. Se trata, sin embargo, más de una propo
sición que de una realidad plena; y tal vez allí radique la importancia de su
planteamiento: no estoy seguro de que toda la crítica latinoamericana se com
porte de este m odo con respecto al discurso hegem ónico occidental, pero, com o
quiera que sea, Ramos nos invita a concebir su posibilidad y su pertinencia. En
efecto, en su propio discurso, Riunos parece haber logrado, en muchas oportuni
dades, esa ideal antropofagia que proponía Oswald de Andrade com o estrategia
de apropiación cultural: sin temor a mimetizar las cadencias de la prosa derrideana
o deleuziana, por ejem plo, pone a prueba en escenarios inesperados un concepto
de Adorno o una idea de Foucault, y los obliga a adaptarse a nuevas condiciones
de acción y de relación. Equiparando el pensamiento de H egel con el del autor
de la M em oria sobre la vagancia en Cuba, J. A. Saco, a propósito de la reificación
del cuerpo del esclavo, Ramos contribuye a desplazar, com o él m ism o dice, la
m etafísica del origen, rompiendo el esquem a tradicional de la dominación del
saber hegem ónico, tal com o Fernando Ortiz invierte, por ejem plo, la relación
entre colonia y metrópolis en su C ontrapunteo cubano del tabaco y el azúcar.
Plantea, así, una salida a la aporía tradicional que tiende a paralizar a la crítica
latinoamericana en la paranoia de la dependencia del discurso metropolitano,
mostrando cóm o, subalternamente, se puede subvertir esa dependencia transfor
mándola en autonomía productiva. Y ello sin que importe dem asiado que, en el
cam ino de lograrla, el crítico n o pueda liberarse del todo de una cierta fascina
ción por el discurso dominante, por un cierto respeto todavía vivo por el princi
pio de propiedad y de autoridad de las ideas. La utopía de una antropofagia
cabal, de una asim ilación desjerarquizadora plena de los discursos, de una e fe c
tiva pluralidad textual de la crítica más allá de la ley de pertenencia y de la
fantasmática de la prioridad y del origen, sigue siendo eso, una utopía. Lo que
no im pide, com o he querido apuntarlo, que el texto de Ramos deba ser conside
rado com o una de las proposiciones de donación crítica más próxima a ese ideal
discursivo prometedor.
D e cualquier form a, ese id eal sigu e estando llen o de o b stácu los. La
IX
subaltemidad del crítico no se define solamente en relación con el discurso
teórico dominante, se define en relación, además, con el discurso m ism o de la
obra o del mundo al que intenta otorgarle, cederle, concederle la palabra crítica.
El fantasma de la secundariedad con respecto a la obra, fantasma que ha perse
guido al acto crítico a lo largo de toda la modernidad, vuelve a plantearse en
términos de minoridad: la crítica debe legitimar, justificar, la arrogancia de su
pretencioso don. Y aun cuando lo haga, com o en efecto lo logra el discurso de
R am os sin plantéarselo explícitam ente, la crítica no puede escapar tampoco a la
contam inación que la fuerza propia de la obra le imprime a su propósito. El
fantasma de la objetividad, entonces, trastabillea cada vez que el crítico -y 110 lo
digo com o una falla, más bien me parece una virtud, una bartheana virtud- se
deja seducir por la obra y Ramos, creo, no escapa a esa suerte de erótica de la
lectura en la que el crítico más que espectador se convierte en jugador y juguete
en el juego poderoso de la obra o del mundo al que la obra le permite acceder.
Cuando Ramos analiza la situación del Martí exiliado en la Nueva York de
fines del XIX y desenreda los nudos de los poem as postumos de V ersos libres, o
cuando interpreta la ética corriente en la poesía nuyorricana de Tato Laviera,
plantea otro escenario en el que, com o en el de la subaltemidad del esclavo o de
la obrera, el crítico vuelve a representarse com o sujeto problemático. Es proba
ble que lo más interesante de la crítica latinoamericana se haya producido en
territorio extranjero, por así decirlo. El crítico latinoamericano ha vivido, por
diversas circunstancias, la m ism a experiencia de los destierros que los políticos
o lo s p o eta s y en su c a s o v u elv e n a p la n tea rse lo s p ro b lem a s de la
desterritorialización, el desarraigo, la discontinuidad, la fractura de la identidad,
la separación lingüística. Interesa, entonces, percibir cóm o, en el m ism o Ramos,
donador de crítica, se (re)producen estas instancias y cóm o, a su vez, esta
problematicidad se hace productiva.
Enfrentado a la doble experiencia de la em igración y de la inmigración, de la
desintegración y la reintegración, el crítico latinoamericano ha tenido que pro
ducir astutas estrategias pitra sobrevivir a las dificultades vitales y epistem ológicas
del extrañamiento, aplicando, com o dice Ramos evocando a Ludmer, las “tretas
del débil”, y produciendo con ello una discursividad necesariamente con flicti
va. Si el crítico latinoamericano ha tenido que sobreponerse a su subaltemidad
con respecto a los discursos del saber dominante; si ha tenido que jugarse con su
determinación por la obra y el mundo a los que pretenciosamente dona otra
lengua para hacerlos hablar -obra y mundo- de nuevo; ha tenido, encima, que
conducirse con tácticas de náufrago en territorios extran jeros. Está por elaborar,
creo, una historia y una crítica de seme jante aventura intelectual, una historia de
la crítica latinoamericana producida en los centros del poder académ ico metro
politano: ¿de qué m odo se ha generado un pensamiento autónomo sobre lo
latinoamericano desde ese espacio otro, marcado por otro imaginario y por otra
lengua y en el cual el crítico debe inscribir su práctica, conquistando un territo
rio propio separado de su entorno cultural de origen?, ¿qué pasa, por ejem plo,
con los entrecruzamientos entre la lengua nativa y la lengua extranjera alrede
X
dor de ese neohablante problem ático que es el crítico e/in-m igrado?, ¿cuál es el
horizonte de destinación frente al cual el crítico asilado, por así decirlo, en los
cam pus de las universidades norteamericanas y europeas, construye su discurso:
para quién habla, a quién interpela, cuál es el rostro efectivo del interlocutor de
su escritura? Todas estas preguntas que aluden directamente a un problema de
identidad y de territorialidad, de construcción de la subjetividad y de delim ita
ción de un espacio vital e intelectual, planteadas brillantemente por Ramos a
partir de Martí y de Laviera, están, de hecho, vinculadas a su propia experiencia
de crítico, de crítico latinoamericano e/in-m igrado en Estados Unidos: todas
ellas apuntan a una aventura intelectual que en la elección de sus sujetos y de
sus estrategias de interpretación, que en la conquista progresiva de una escritura
particular entre dos campos lingüísticos y sim bólicos contrapuestos, muestra, de
nuevo, la productividad de una experiencia subalterna, de una literatura menor
que se construye a partir del conflicto y la resistencia, de la nostalgia y la inte
gración, de la pluralidad y del compromiso; en la hibridez, en la confusión, en la
m ultiplicidad. Tener el don de la crítica, frente a este horizonte, im plica, enton
ces, no sólo lucidez, sino pasión de riesgo, pasión de riesgo y tenacidad. Las
páginas que siguen son, sin duda, la mejor prueba de ello.
XI
I. L ÍM IT E S
1
EL D O N D E L A L E N G U A *
2. “ Izur” form a parte de L as fu erz as e x tra ñ a s (1906). Manejo la edición del relato presentada
po r J.L. Borges (Buenos Aires: Ediciones de Arte Gaglianone, 1982). Todas las citas del texto parten
de esta edición; arriba señalaremos la página correspondiente.
4
Lo que a su vez genera la sospecha de que tras el “mutismo rebelde”
del m ono se encontraba el secreto de una lengua ininteligible,
incom prensible para la “sorda anim osidad” (p. 18) de los grupos
dominantes que tendían a interpretar el silencio hermético del simio
como mero índice de imbecilidad. Precisamente ahí se erige la doble
autoridad del lingüista-antropólogo: primero, en el gesto que pro
clama el desciframiento de esa lengua-otra, secreta e ininteligible;
segundo, en la voluntad de someterla y purificarla en la escena
pedagógica3, en una coyuntura -según sugiere el mismo narrador-
en que descifrar el enigma del otro y hacerlo hablar en la escena
didáctica, equivaldría a la incorporación de su cueipo a la ley del
trabajo y la sociabilidad. De hecho, “yo soy tu amo” será la primera
frase que el maestro intentará enseñarle al subalterno.
Con esta delirante hipótesis en mente, el obsesivo lingüista emprende
la tarea de incorporar el simio a la lengua. Se imagina, inicialmente,
que por su joven edad y por las facultades miméticas distintivas
de los monos, el animal sería “un sujeto pedagógico de los más
favorables” (p. 14). De ahí que el prim er paso en el aprendizaje
de la lengua sería la imitación de ciertas posturas paradigmáticas,
como si la gramaticalidad implicara, en efecto, un trabajo previo
sobre el cueipo, y paiticulármente un entrenamiento facial que con
rigor traza las líneas -la territorialidad- de esa peculiar geometría
de la cara que siempre debe acompañar las verdades bien dichas
y las subjetividades bien disciplinadas4. El mono, por cierto, imita
las ridiculas posturas del m aestro, quien sospecha, sin embargo,
que la reproducción im itativa del buen m odelo, en ese circuito
especular, bien podía someter la palabra y la gesticulación del amo
a una extraña duplicación o sim ulacro5, o incluso a la imprevista
3. V.N. Volosinov com enta sobre los orígenes del pensam iento lingüístico: "W hat is a philologist?
Despite the vast differences in cultural and historical lineaments from the ancient Hindu priests to
the m odern E uropean scholar of language, the philologist has always been a decipherer o f alien,
‘secret’ scripts and words, and a teacher, a dissem inator, of that which has been deciphered and
handed down by tradition. The first philologists and the first linguists were always and everyw here
priests. H istory knows no nation whose sacred writings or oral tradition were not to som e degree in
a language foreign and incom prehensible to the profane. To decipher the mystery o f sacred words
was the task meant to be carried out by the priest-philologists". M a rxism a n d Che P hilosophy o f
L an g u ag e, trad. L. M atejka and I.R. Titunik (Cambridge: Harvard U niversity Press, 1986), p. 74.
En las sociedades m odernas o en proceso de m odernización la secularización obliga a una refuncio-
nalización del lingüista-descifrador. Las lenguas “secretas" no serán ya sagradas, sino ligadas
al fenóm eno de la heterogeneidad social y lingüística que los estados m odernos pugnan por
centralizar.
4. Sobre el rostro com o lugar de focalización de la subjetividad en las sociedades occidentales,
cf. G. Deleuze y F. Guattari, A T h o u san d P lateau s: C apitalism an d S chizophrenia, trad. Brian
M assum i (M in n eap o lis: U niversity o f M innesota Press, 1987), p articu larm en te “ Year Zero:
F aciality ” , pp. 167-192.
5. Sobre el m im etism o com o estrategia de constitución de discursos subalternos en contex
tos c o lo n iales, ver H. B habha. “ O f M im icry and Man: T he A m bivalence o f C o lo n ial D is
co u rse", O c to b e r, 28. S pring 1984, pp. 125-133.
5
Por otro lado, para evitar confusiones, y ya que se trata de Bello
-un clásico de la lengua- también conviene aclarar que no habrá
aquí que enseñarle la lengua a nadie, aunque sí es necesario reconocer
que, en el acto de enseñarla, la lengua siem pre se desliza en
perturbadores equívocos que nos obligarán -al leer a Bello- a situarnos
en los intersticios de las posibles implicaciones de la frase: entre
mostrarla, como cuando se le enseña la monstruosidad de su colorido
al médico; entre sacarla, en son de burla, como cuando no se tiene
nada que decir, o no se quiere decir nada; o simplemente enseñarla,
com o cuando se la pone a decir bien en una clase. Este trabajo
es precisamente una reflexión sobre tales deslices, sobre los inters
ticios entre los discursos del saber de la lengua y las líneas de fuga
de la lengua popular, blanda y maldita.
No por casualidad, un breve cuento de Leopoldo Lugones, defensor
protofascista de la pureza lingüística, nos facilita la entrada a la
escena pedagógica nacional. Escrito alrededor de 1900, durante un
período de intensa inmigración a Buenos Aires, el relato -“Izur”-
es la ficción de un obsesivo hombre de ciencia -un antropólogo
con cierta vocación lingüística- que compra un mono en un circo
quebrado y se embarca en la empresa de enseñarle la lengua2. La
hipótesis de esta paródica figura de la Ilustración es la siguiente:
los simios no hablan “para que no los hagan trabajar” (p. 11). Con
cierta lucidez, el delirante lingüista establece una correlación entre
la lengua, la sociabilidad y el trabajo: hablar, entrar al territorio
regulado por la ley de la lengua, es concomitante a la incorporación
del cuerpo a la fuerza laboral. De ahí, pronto advierte el investigador,
el mutismo radical del mono en tanto acto de rebeldía y resistencia:
2. “ Izur” form a parte de L as fu erz as e x tra ñ a s (1906). Manejo la edición del relato presentada
p o r J.L. Borges (Buenos Aires: E diciones de Arte Gaglianone, 1982). Todas las citas del texto parten
de esta edición: arriba señalarem os la página correspondiente.
4
Lo que a su vez genera la sospecha de que tras el “m utismo rebelde”
del m ono se encontraba el secreto de una lengua ininteligible,
incom prensible para la “sorda anim osidad” (p. 18) de los grupos
dominantes que tendían a interpretar el silencio hermético del simio
como mero índice de imbecilidad. Precisamente ahí se erige la doble
autoridad del lingüista-antropólogo: primero, en el gesto que pro
clama el desciframiento de esa lengua-otra, secreta e ininteligible;
segundo, en la voluntad de someterla y purificarla en la escena
pedagógica3, en una coyuntura -según sugiere el mismo narrador-
en que descifrar el enigma del otro y hacerlo hablar- en la escena
didáctica, equivaldría a la incorporación de su cueipo a la ley del
trabajo y la sociabilidad. De hecho, “yo soy tu amo” será la primera
frase que el maestro intentará enseñarle al subalterno.
Con esta delirante hipótesis en mente, el obsesivo lingüista emprende
la tarea de incorporar el simio a la lengua. Se imagina, inicialmente,
que por su joven edad y por las facultades m im éticas distintivas
de los monos, el animal sería “un sujeto pedagógico de los más
favorables” (p. 14). De ahí que el primer paso en el aprendizaje
de la lengua sería la imitación de ciertas posturas paradigmáticas,
como si la gramaticalidad implicara, en efecto, un trabajo previo
sobre el cueipo, y particularmente un entrenamiento facial que con
rigor traza las líneas -la territorialidad- de esa peculiar geometría
de la cara que siempre debe acompañar las verdades bien dichas
y las subjetividades bien disciplinadas4. El mono, por cierto, im ita
las ridiculas posturas del m aestro, quien sospecha, sin embargo,
que la reproducción im itativa del buen m odelo, en ese circuito
especular, bien podía someter la palabra y la gesticulación del amo
a una extraña duplicación o sim ulacro5, o incluso a la imprevista
3. V.N. Volosinov com enta sobre los orígenes del pensam iento lingüístico: "W hat is a philologist?
Despite the vast differences in cultural and historical lineaments from the ancient Hindu priests to
the m odern European scholar of language, the philologist has always been a decipherer o f alien,
'secret' scripts and words, and a teacher, a dissem inator, of that which has been deciphered and
handed down by tradition. The first philologists and the first linguists were alw ays and everywhere
priests. H istory know s no nation whose sacred writings or oral tradition were not to som e degree in
a language foreign and incom prehensible to the profane. To decipher the m ystery o f sacred words
was the task m eant to be carried out by the priest-philologists” . M a rxism a n d th e P hilosophy of
L an g u ag e, trad. L. M atejka and I.R. Titunik (Cam bridge: Harvard University Press, 1986), p. 74.
En las sociedades m odernas o en proceso de m odernización la secularización obliga a una refuncio-
nalización del lingüista-descifrador. L as lenguas "secretas” no serán ya sagradas, sino ligadas
al fenóm eno de la heterogeneidad social y lingüística que los estados m odernos pugnan po r
centralizar.
4. Sobre el rostro com o lugar de focalización de la subjetividad en las sociedades occidentales,
cf. G. D eleuze y F. Guattari, A T h o u san d P lateau s: C apitalism an d S chizophrenia, trad. Brian
M assum i (M in n eap o lis: U niversity o f M innesota Press, 1987), p articu larm en te “Y ear Zero:
F aciality ” , pp. 167-192.
5. Sobre el m im etism o com o estrategia de constitución de discursos subalternos en contex
tos co lo n iales, ver H. B habha. " O f M im icry and Man: T he A m bivalence o f C olonial D is
co u rse" . O c to b e r. 28, S pring 1984, pp. 125-133.
5
burla o parodia: “La prim era inspección confirm ó en parte mis
sospechas. La lengua permanecía en el fondo de su boca, como
una m asa inerte [...]. La gimnasia produjo luego su efecto, pues
a los dos meses ya sabía sacar la lengua para burlar” (p, 16). El
maestro le enseña la lengua al otro; el alumno se la enseña de vuelta
y se la devuelve envuelta en el irreprimible paquete de la burla
y la gesticulación paródica.
La sospecha lleva al pedagogo a una nueva hipótesis, implícita
a lo largo del relato: los monos, como otros subalternos, primero
aprenden a sacar la lengua, incluso antes de maldecir. El maldecir
de Calibán refuerza y cieña el buen código de Próspero; el audaz
y burlón mimetismo del mono, en cambio, inseparable a veces de
su m utismo rebelde, desencadena una angustia en el maestro que
exaspera su paranoia y lo obliga a re formular las estrategias d i
dácticas: enclaustra al mono, lo deja sin agua y sin alimentos, lo
azota para que aprenda a hablar -es decir, a hablar la lengua del
amo-; pero el mono, claro está, no habla.
Seguramente para instigar al obseso, el cocinero -subalterno como
el mono- le alimenta la inseguridad paranoica al amo-maestro, ase
gurándole que había descubierto al simio en la cocina “hablando
verdaderas palabras” (p. 18). El maestro tortura al alumno, quien
sin embargo permanece en “un silencio absoluto” que “excluía hasta
los gem idos” (p. 19). El pedagogo incrementa las medidas disci
plinarias y mata al mono de sed.
Paradójicam ente, la últim a escena del cuento parece satisfacer
los requisitos de la empresa didáctica. Justo antes de morir el mono
habla, pronuncia la frase primaria, la prim era frase articulada en
la entrada a la lengua: “Amo, agua. Amo, mi amo” (p. 22), en una
escena en que hablar es la representación del discurso del Otro,
la cita de la palabra magisterial o paterna. El mono entra a la escena
de la lengua, pero no como un sujeto libre: hablar, en la escena
pedagógica, suponía -para el mono- el aprendizaje previo, la cita
del nombre propio del poder: “Amo”. Pero acaso más importante
aún, la entrada a la lengua requería una íntima internalización de
la jerarquía, un extraño amor por los maestros: “Amo, mi amo”.
Tal vez incluso podría pensarse que ese amor -que puede ser, nada
menos, que el amor por la lengua materna6- es más efectivo que
los azotes que inscriben la ley, la ley del amo, sobre la espalda
del alumno.
Ahora bien: si detuviéramos el movimiento de la lectura en la
corroboración de ese amor, reduciríam os el estratégico lugar del
6. Cf. Jean-Claude Milner, El am or por la lengua, trad. A. Sercovich (México: Editorial Nueva
Im agen, 1980).
6
subalterno a la posición donde lo quiere tener, bien visto y dis
ciplinado, la ley del amo. En cambio, al registrar la excesiva necesidad
del m aestro de exhibir los instrum entos de su poder, el cuento
enfatiza la angustia del pedagogo, su ansiedad paranoica, ante la
insuficiencia de su control de la lengua propia en boca del otro,
siempre dispuesto a resistir y subvertir la escena didáctica con los
m edios disponibles, transform ando la aparente pasividad del m i
metismo en duplicidad, simulacro o burla. Esta alternativa nos obliga
a leer la lengua desde abajo, como un proceso irreductiblem ente
escindido por la misma repetición que exige la identificación especular
en la escena pedagógica. Nos obliga a leer, desde allí, la constitución
del subalterno no simplemente como un espacio vacío que pasi
vamente recibe y se llena, al constituirse en habla, con los signos
del poder7, sino como un agente cuyos silencios, gesticulaciones,
inflexiones y lenguas secretas, despliegan estrategias de fuga y
resistencia, cuando no abiertamente de burla y contestación. En el
caso de “Izur” la ironía es contundente: sólo antes de morir el simio
pronunciaría el nombre del reconocim iento. Se nom bra el poder
en el momento de la fuga definitiva que la muerte le concede al
cuerpo explotado del subalterno. La frase final, entonces, registra
la fugacidad del reconocimiento, así como la inutilidad de la evocación
del nombre de un poder constituido precisamente en el momento
de su inconsecuencia. La frase final constata -para el amo- la burla
eficaz del subalterno, quien allí demuestra, como para que no quedaran
dudas, que siempre hubiera podido hablar -hablar bien- y que, a
pesar de suplicios y latigazos, en vida había logrado resistirse a
pronunciar la frase del reconocimiento, la condición de posibilidad
de la constitución del amo: “Amo, mi amo”, en boca del esclavo.
Por otro lado, si el cuento de Lugones no hubiera sido escrito
en los prim eros años de este siglo, acaso podríam os leerlo -con
Borges- como una historia fantástica más cercana a la ficción de
E. A. Poe que a los debates distintivos del campo intelectual ar
gentino del cambio de siglo8. Sin embargo, hay que notar, aunque
sea de pasada, que cuando se escribió “Izur” -hacia 1906- muchos
intelectuales argentinos -científicos sociales, pedagogos y literatos,
incluyendo al mismo Lugones- se encontraban en plena elaboración
7
de discursos sobre la intensas transformaciones sociales acarreadas
por la inm igración -hecho que marcó un cambio de rum bo irre
vocable en el destino nacional-. Paia muchos intelectuales, como
para el mismo Lugones, por ejemplo, la inmigración generaba -se
gún las metáforas de más circulación en la época- una crisis del
“alm a” nacional; crisis cristalizada en la “contam inación” de la
lengua en boca de los m illones de inmigrantes proletarios9.
Tal vez Izur sería simplemente eso, un mono, si el propio Lugones
no hubiera minado su texto con sugerencias de una posible lectura
alegórica. En dos ocasiones los gestos del chimpancé se comparan
con la expresión de un negro o mulato. Hacia comienzos de siglo
no quedaban muchos negros ni mulatos en la Argentina. Sin embargo,
el discurso racista de las élites comenzaba a identificai' a los in
m igrantes del sur de Europa con la metáfora estereotípica de la
negritud. Más aún, el lingüista-antropólogo de Lugones interpreta
el silencio del simio como efecto atávico; es decir, como una regresión
en la que zonas de una sociedad civilizada reencarnan, por defi
ciencias genéticas, rasgos de un comportamiento bárbaro o prim i
tivo. El concepto, traducido de la biología genética mendeliana, era
clave en la explicación que la emergente antropología criminológica
de la época utilizaba para explicar el comportam iento regresivo,
propenso a la delincuencia, de m uchos inm ig ran tes10. Se trata
evidentem ente de una metáfora racista mediante la cual el crim i
nòlogo lee -y patologiza- la diferencia étnica como la inscripción
física de una supuesta inferioridad y peligrosidad social. Los cri-
minólogos argentinos -todos lectores de Cesare Lombroso- también
interpretaban las particularidades lingüísticas de los inmigrantes como
marcas de su barbarie y de la contaminación de lo que en esa época
se consideraba el fundamento mismo del espíritu nacional: la len
gua11. De ahí que “Izur” no sea simplemente un relato grotesco,
8
de delirio científico, sino también una reflexión, irónica por m o
mentos, sobre las condiciones de incorporación de un otro -étnica
y lingüísticamente marcado- al espacio racionalizado -administrado-
de la lengua nacional. Se trata, entonces, de un relato sobre la
dom inación y subordinación que im plica la co nstitución de la
ciudadanía m oderna12. E xploración notable, sin duda, sobre la
violencia -y el amor- desatados entre los actantes de la escena
pedagógica nacional.
II
10
posibles de la “fam ilia” hispanoam ericana futura18. Acaso hoy la
pulsión sistematizadora que m oviliza el discurso de la gram ática
en Bello pueda leerse como una instancia de ciencia ficción, como
una ficción de la lengua. Pero nuestra ironía ante proyectos tota
lizadores como el de Bello no debe permitirnos olvidar los efectos
reales, institucionales, que bien pueden tener las ficciones de to
talización. La gramática de Bello sigue siendo hoy un texto canónico
en su género, un clásico de la lengua donde se aprende el curso,
el camino correcto, la ética del bien decir delineada por la lengua
nacional, no sólo en América Latina, por cierto, sino incluso en
España. De modo que pensar a Bello como uno de los grandes
elaboradores de la ficción latinoamericana del siglo XIX no con
tradice el hecho de que su sueño de la lengua efectivamente contribuyó
a la institucionalización del español estándar en el continente, al
menos a nivel de las élites dominantes.
¿Cuáles son los límites, las fronteras, de la representación gra
matical? En Bello el discurso gramatical se erige en respuesta a
un tenor específico: la monstruosidad, para el intelectual ilustrado,
de la dispersión y fragmentación acarreadas por el uso popular de
la lengua. Con gran temor, Bello frecuentemente compara la situa
ción de la lengua en la América postcolonial, disueltas ya las redes
institucionales del poder español, con la dispersión del latín en los
años finales del Imperio Romano. Sobre la peligrosidad de los
neologism os populares, es decir, sobre la presión que ejerce el
cambio y la trasformación social en la estructura de la lengua, escribe
Bello:
[...] el mayor mal de todos, y el que, si no se atoja, va a privam os de
las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de n eo
logism os de construcción, que inunda y enturbia mucha parte de lo que
se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a
convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros;
em briones de idiom as futuros, que durante una larga elaboración repro
ducirían en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la
corrupción del latín. Chile, el Perú, Buenos Aires, M éxico, hablarían cada
uno su lengua, o por mejor decir, varias lenguas, com o sucede en España,
Italia y Francia, donde dominan ciertos idiom as provinciales, pero viven
a su lado otros varios, oponiendo estorbos a la difusión de las luces, a
la ejecución de las leyes, a la administración del Estado, a la unidad
nacional. Una lengua es com o un cuerpo viviente: su vitalidad no consiste
en la constante identidad de elem entos, sino en la regular uniformidad
de las funciones que estos ejercen, y de que proceden la forma y la índole
que distinguen al todo (G ram ática, p. 12).
19. A ndrés Bello, A d v erten cias so b re el uso de la lengua castellan a d irig id as a los p a d re s
d e f a m ilia , p ro fe s o re s d e colegios y m a e s tro s de escu ela, en O b r a s c o m p letas. V, p. 147
(énfasis nuestro). En efecto, habría que pensar la higiene com o un m odelo que le provee a la
gram ática y a otros discursos sobre el contacto (social, lingüístico, étnico) una serie de m etá
fo ras clav es sobre la pureza, el contagio y la traza de lím ites sim bólicos que posibilitan la
constitu ció n de la identidad. A nalizam os la relación entre los discursos sobre el cu eip o y la
len g u a en “C uerpo, lengua, su b je tiv id ad " en este volu m en : y los usos d isc ip lin ario s de la
h ig ien e en la co n stru cción del c u erp o -ciu d ad an o m oderno en "A C itizen-B ody: C holera in
H avana (1 8 3 3 )” . en D ispositio (en prensa).
12
generada en el proceso de constitución estatal. Más adelante re
tom arem os la relación entre lengua y Estado.
Por ahora digamos que el peso ideológico que Bello pone en
la corrección y el bien decir no se explica en térm inos de un
desinteresado formalismo. Para Bello la estructura gramatical era
la condición m ism a de la racionalidad. Com o para los ideólogos
de la Ilustración francesa -Condillac, sobre todo20-, que influyeron
en su teoría de la lengua, para Bello la estructura lingüística,
particularmente en su disposición sintáctica, constituye la armazón
lógico-temporal de la racionalidad. Como señala Hans Aarsleff, en
su discusión de las teorías lingüísticas de la Ilustración, “If thought
has no succession in the mind, it does have a succession in discourse,
where it is decomposed into many parts as the ideas it contains.
As this happens we can observe what we do in thinking, we can
render account o f it to ourselves; we can consequently learn to
conduct our reflection. Thinking becomes an art, and it is the art
o f speaking”21. En los discursos de la Ilustración operaba una visión
teleológica de la historia lingüística, el movimiento progresivo, desde
el grito que se suponía como la escena originaria de la com uni
cación, hacia una lengua más completa y purificada; es decir, depurada
de todo vestigio de la desarticulación bárbara o primitiva e ideal
mente proyectada por la reflexión teórica en el registro estrictamente
organizado y formal del código matemático.
Sin embargo, para Bello, el progreso -desde la barbarie de la
pasión prim itiva hacia la plenitud de una lengua estrictam ente
racionalizada- no era un proceso espontáneo ni continuo, sino que
se encontraba condicionado por accidentes históricos -como la crisis
p o lítica e in stitucional en que se encontraba A m érica tras su
emancipación, por ejemplo; crisis en que se anulaban las institu
ciones directrices de la sociedad, lo que acarreaba un estado de
dispersión similar al de la barbarie originaria-. En el plano de la
lengua -y de la racionalidad que el orden lingüístico cristaliza- la
crisis social generaba la incontenible dialectalización; es decir, la
20. Véase A m ado A lonso. "Introducción a los estudios gram aticales de A ndrés B ello” , en
A ndrés Bello, O b r a s C o m p letas. V. pp. ix-lxxxvi.
21. A arsleff. o p . c it.. p. 164. M. F oucault enl'ali/.a la im portancia del bien d ecir com o
paradigm a de la racionalidad en la epistem e clásica: "Saber es hablar com o se debe y com o lo
prescribe la m archa del espíritu [...]. Las ciencias son idiomas bien hechos, en la m edida m ism a
en que los idiom as son ciencias sin cultivo. Así, pues, todo idiom a está por rehacer: es decir,
por explicar y ju zg ar a partir de este orden analítica que ninguno de ellos sigue con exactitud;
y p o r reaju star ev entualm ente a fin de que la cadena de conocim ientos p u ed a aparecer con
toda claridad, sin som bras ni lagunas. A sí pertenece a la naturaleza m ism a de la gram ática ser
p rescriptiva, no po rque quiera im poner las norm as de un lenguaje bello, fiel a las reglas del
gusto, sin o porque refiere la posibilidad radical de hablar al ordenam iento de la representa
ción” . L as p a la b r a s y las cosas: a ñ a a rq u e o lo g ía de las ciencias h u m a n a s, trad. E.C. Frost
(M éxico: S iglo X X I, 1976), p. 92.
13
ausencia o desgaste de los mecanismos de centralización lingüística
cuya anulación posibilitaba la reemergencia de la oralidad reprimida
y el impacto de la particularidad del habla local y popular sobre
el código central caído en crisis.
De ahí que la tarea fundamental del discurso gramatical fuera
la representación de las tendencias dispersantes y l'ragmentadoras
de la oralidad popular, en una lógica, nuevamente, en que repre
sentar “las prácticas viciosas de los americanos”, implicaba un ejercicio
de subordinación y control. Para Bello, la gramática no era me
ramente el efecto escolástico de una vocación anticuaría -según le
reclamaban a Bello sus críticos románticos, sobre todo Sarmiento-22.
Inseparable del discurso de la ley, la gramática se autoriza en función
del proyecto modernizador, racionalizador, de las sociedades lati
noamericanas, y se proyecta cpmo un paradigma de la racionalidad
y como un dispositivo, un tekne, mediante el cual las sociedades
podían dom inar y transform ar la “naturaleza” y espontaneidad de
la pasión en el caótico mundo americano. La gramática, para Bello,
era una sofisticada m áquina m oderna que destilaba una lógica
ordenada del sentido -y de las estructuras verbales y morales de
la ciudadanía- de la barbarie reinstaurada por la oralidad. No es
casual, entonces, que según Bello la misión civilizadora del discurso
gramatical -y su inevitable corolario: el canon literario- contribuiría
a diferenciar a Am érica de la “barbarie” africana y asiática:
14
hispanoam ericano. Sin ese código provisto por la centralización
lingüística, “ [...] nuestra América reproducirá dentro de poco la
confusión de idiomas, dialectos y jerigonzas, el caos babilónico de
la Edad Media; y diez pueblos perderán uno de sus vínculos más
poderosos de fraternidad, uno de sus más preciosos instrumentos
de correspondencia y com ercio”24.
Aclaramos: en términos de la constitución del orden moderno
mercantil, la gramática no es meramente un “reflejo” de cambios
“infraestructurales” o económicos de la nación. Complementado por
otros dispositivos que intervienen en la administración lingüística
-como la ortografía y la sistematización de la nomenclatura de pesos
y medidas- el discurso gramatical posibilita esos cambios “infra
estructurales” contribuyendo a racionalizar y a satisfacer las con
diciones jurídico-lingüísticas presupuestas por el orden mercantil,
precisam ente al establecer la lengua franca del contrato y del
intercam bio, el nombre propio e insustituible de la m ercancía25.
También ligada a la constitución jurídico-política de la nación,
la segunda función estatal de la gramática se relaciona con la escritura
de la ley. Para Bello, la centralización lingüística proyectada por
el discurso gramatical era un requisito para “la ejecución de las
leyes, [de] la administración del Estado, [dej la unidad nacional”.-
Esto, por un lado, porque la escritura de la ley requería, nuevamente,
la fijación de su normatividad mediante un cógido “transparente”
y “blanco”, depurado de cualquier tendencia al equívoco, al ruido
que limitaría la interpretación exacta de sus sentencias. No es casual,
entonces, que mientras redactaba el Código Civil de Chile, Bello
escribiera gramáticas: como si la escritura de la ley presupusiera,
en el lugar de la gramática, una reflexión igualmente ineluctable
para la nación moderna sobre las condiciones de la lengua de la
ley: la reflexión sobre las condiciones de su emisión e interpretación
conectas administradas por la teoría y las políticas de la lengua.
Finalmente, la función jurídico-política de la gramática se des
prende de su trabajo en la invención de la ciudadanía. Y decimos
invención porque, para Bello -como para tantos letrados fundadores
15
de los estados americanos- la ciudadanía, la constitución de un sujeto
jurídico moderno, evidentemente no era una categoría dada por la
naturaleza ni por la historia colonial hispanoamericana; era más bien
un cam po de identidad que debía construirse precisam ente en la
transformación de los materiales “bárbaros” e indisciplinados de las
poblaciones, sobre todo campesinas y subalternas, que se resistían
a los distintos órdenes de la centralización política y cultural re
q u e rid a po r la nación.
A primera vista, la relación entre lengua y ciudadanía parecería
rem itir al hecho bastante obvio de que el manejo del código estándar
provee los instrumentos adecuados para el ejercicio, según señala
el propio Bello, de “los derechos del ciudadano, y [de] los cargos
a que son llam ados en el servicio de las com unidades o en la
adm inistración inferior de la justicia”26. Sin embargo, la relación
lengua-ley rebasa esa instancia instrumental. La lengua, hay que
insistir, no es simplemente un instrumento de la ley. En la superficie
de su forma, la lengua que la gramática busca instituir es la estructura
misma, y no meramente el medio, en que se fragua la racionalidad
de la ley; racionalidad que, a su vez, es inseparable de la ética
del bien decir que fundamenta las categorías modernas de ciuda
danía.
¿En qué consiste la moralidad del hablar bien, y cuál es su relación
con la categoría del ciudadano moderno en Bello? En las correc
ciones que Bello opera en el habla popular, conviene analizar los
deslices figurativos de su propio discurso. Los dialectos que frag
m entan la lengua, por ejem plo, son “licen cio so s”, “bárbaros” .
Asimismo, el uso del vos entre la “ínfim a plebe” no sólo es un
“barbarismo grosero”, sino “repugnante y vulgar”. Sistemáticamente
la autoridad magisterial del que escribe se construye en la degra
dación de la palabra-otra, por encima de los “intolerables vulga
rism os” estigmatizados como “viciosos” y “corruptos”. La autoridad
que se erige sobre la palabra maldita del pueblo no es simplemente
norm ativa en un sentido lingüístico; la retórica de este discurso,
el peso sentencioso de sus metáforas, apunta a la normatividad ética
que la gram ática contribuye a instituir. Esto porque el m al-decir
im plicaba, para Bello, un uso de la lengua demasiado pegado al
cueipo, a la oralidad y a las pasiones identificadas con la oralidad
y el cueipo que debían ser supeditadas, redirigidas -en el afecto-
patrio- por la racionalización estatal27. La moralidad del bien decir
16
es asimismo notable en Jos contenidos de las citas del canon literario
que, para Bello, forma el paradigm a de la corrección de donde
abstrae su ley la gram ática al corregir la lengua baja del habla
popular. Se trata, en efecto, de la articulación epistémica que conjuga
el bien decir, la racionalidad y la m oralidad en el proyecto de
constitución del ciudadano moderno. Así comenta Bello la relación
entre la enseñanza de las letras, la lengua y la ciudadanía:
17
la pasión y a su redistribución en la econom ía del afecto y la
m oralidad del bien decir.
Pero, a su vez, el concepto de la ciudadanía en Bello -precisa
mente en la corrección de la ley colonial que el Estado futuro vendría
a superar- presupone un excedente pasional sin el cual el amor por
la lengua nacional sería impensable. La pasión es, en ese sentido,
el límite y el objeto de los discursos de la racionalidad estatal, pero
a su vez es el excedente físico necesario a partir del cual la ley
del estado y de la lengua nacional son encarnadas en el afecto y
el bien decir del ciudadano moderno. Tal es precisamente la paradoja
de un poder que ya no funciona estrictamente mediante la mordaza
y el silenciam iento del cuerpo, sino más bien con el proyecto
-acaso nunca realizable- de fundar su legitimidad no ya en el castigo
corporal, sino en el afecto del ciudadano que, a cam bio de la
protección estatal, internaliza y entraña la ley, y la convierte en
el aparato directriz de sus pasiones. En la lógica de ese poder
profundam ente dividido y ambivalente -pues se nutre justam ente
de la pasión- la lengua es la mediadora por excelencia entre el cuerpo
y la ley, entre el movimiento de los órganos y la voz articulada,
entre la accidentalidad de la pasión y la normatividad del afecto.
Esa lógica en la que la pasión es doblemente el objeto temido
y la materia prima de los discursos de la racionalización estatal se
relaciona en Bello con su proto-nacionalismo lingüístico. Si bien
la relación entre lengua y racionalidad parecería situar a Bello en
el marco epistemológico de la Ilustración, por momentos la pasión
americanista atraviesa su discurso racionalizador con notables efectos
desestabilizadores. En varios momentos claves, Bello explícitamente
renuncia a la tarea de una gramática universal, aunque señala que
“hay ciertas leyes generales [que] dominan a todas las lenguas y
constituyen una gramática universal” (G ram ática, p. 5). Asimismo,
insiste en diferenciar los límites nacionales de su objeto, que sig
nificativamente denomina “lengua nativa” (G ram ática, p. 5). Cierto
nacionalismo lingüístico comienza a ser evidente en la introducción
de Bello a G ra m á tic a de la lengua castellana:
18
¿En qué consistía el grado de especificidad de la lengua nativa
o nacional? Distanciándose del universalismo de la Ilustración, para
Bello la teoría de la lengua era un aspecto fundam ental de los
emergentes discursos de la nacionalidad. Por cierto, la noción de
la fiso n o m ía , com o particularización de una categoría general o
universal, reaparece en el debate clave entre Bello y Jacinto Chacón
sobre el modo adecuado de escribir la historia chilena. Allí, cuando
rechaza la posibilidad de la imitación de los modelos historiográficos
europeos, Bello postula la diferencia y la particularidad chilena
precisam ente com o un punto ciego, im presentable, digam os, de
acuerdo a los modelos europeos:
¿Podem os hallar en ellas [las historias europeas] a Chile, con sus acci
dentes, su fisonom ía característica? [...] La nación chilena no es la
humanidad en abstracto; es la humanidad bajo ciertas formas especiales
com o los montes, valles y ríos de Chile; com o sus plantas y animales;
com o las razas de sus habitantes; com o las circunstancias morales y
políticas en que nuestra sociedad ha nacido y se desarrolla30.
19
terror que en Bello produce la dispersión y la materia accidentada,
fluida, de la oralidad, al mismo tiempo el desvío efectuado por la
palabra oral en su temporalización de la norma es la condición que
posibilita la fisonomía nacional, su diferenciación de la humanidad
en abstracto. La palabra oral -y la dialectalización que Bello iden
tifica con ella- bien podía implicar un estado instintivo, bárbaro o
primitivo, de la comunicación, pero asimismo es la materia, el origen,
el fundam ento m ism o de la diferencia que las nuevas naciones
postulan al constituirse. Por ello, paradójicamente, él discurso de
la lengua nacional reconoce en la palabra-otra -popular- su doble
condición de posibilidad: primero, la palabra-otra -la mala palabra-
posibilita, por negación, la constitución del código del bien decir
y la necesidad de la corrección pedagógica, y configura -digamos-
una de las fronteras que demarcan el campo interior de la lengua
nacional; y segundo, la palabra-otra -local o regional- constituye
la instancia de particularización que le permite a la lengua nacional
postular su especificidad. Esta doble necesidad escinde el discurso
de la lengua nacional desde adentro, en la trayectoria m ism a de
su postulación de una estructura nacional centralizada, obliterante
de la heterogeneidad de los materiales con que trabaja, pero a su
vez dependiente de la misma accidentalidad peligrosa que pretendía
dominar, controlar, en su impulso centralizado!'. Se trata, en efecto,
de la am bivalencia que en el discurso nacionalista genera su
dependencia de la palabra “pueblo”: el pueblo que figura, para los
intelectuales, como la categoría en nombre de la cual se legitima
el discurso nacional, pero cuya indisciplina a la vez había que
domesticar y subordinar. La palabra dialectal es irregular y monstruosa,
demasiado pegada al cueipo de la pasión, pero es lo que, al mismo
tiem po, define la diferencia latinoam ericana. Tal es precisamente
la aporía irreductible y constitutiva del discurso gramatical que funda
su legitim idad en nombre de la diferencia, y con el mism o m o
vim iento intenta categorizar la particularidad de su objeto, some
tiéndolo al discurso genei'alizador de la nación.
III
20
“La lengua”31, título que bien podríam os leer en térm inos del
contenido particular del relato en el que, nuevamente, alguien le
saca la lengua al otro, literalmente, según veremos enseguida, pero
que también remite a M engua, en el sentido analítico. Se trata otra
vez de un relato sobre un médico, un dentista -un cirujano oral,
digamos- quien tiene un desencuentro con un paciente. El paciente,
Felippone, de evidente ascendencia italiana e inm igrante, es un
“lengualargo” (p. 86) que habla mal -o m aldice, en más de un
sentido- del dentista. Sobre todo habla mal de las “impulsividades
de sangre” (p. 86) del médico, al cual hasta la más mínima “gota
de sangre enloquecía” (p. 86). La circulación del maldecir de Felippone
deja al dentista sin pacientes, quienes previsiblemente se protegen
de la obsesión sanguínea del médico. Según declara el dentista,
quien no por casualidad narra su historia, “cuando me convencí
claramente de que su lengua había quebrado para siempre mi porvenir,
resolví una cosa muy sencilla: arrancársela” (p. 87).
Con paciencia el médico restablece el diálogo con Felippone,
hasta que un día el incauto italiano, perturbado por un dolor de
muelas, le pide asistencia médica al dentista. Se sienta en la butaca
y abre la boca: “-Abre más la boca- le dije. Felippone la abrió.
Metí la mano izquierda, le sujeté rápidamente la lengua y se la corté
de raíz” (p. 88). Después del primer corte -esa incisión radical del
estilete en la lengua, bien atrás, casi cerca de la garganta- el médico
comete la imprudencia de m irar dentro de la boca sangrienta de
Felippone. Observa, entre la ola de sangre, un “maldito retoño”,
y más, “ ¡maldición!, que subían dos nuevas lengüitas moviéndose”
(p. 88). Las arranca nuevamente y mira adentro, sólo para descubrir
que las lengüitas se multiplicaban vertiginosamente (p. 87) con una
demencial velocidad (p. 88). Entonces, pierde esperanza de “poder
dom inar aquella m onstruosa reproducción”. El dentista saca un
revólver y le pega un tiro en la caía a Felippone. Pero de la “boca
salía un pulpo de lenguas” (p. 88). Con una rapidez vertiginosa
e indecible, más allá del dominio de la gramaticalidad, las lenguas
descaradas continuaron la fiesta de su proliferación: “ ¡Las lenguas!
Ya com enzaban a pronunciar mi nom bre...” (p. 88), concluye el
dentista. Insoportable pesadilla, no cabe duda, la de ese paranoico
m édico de la lengua.
21
2
CUERPO, LENGUA, SUBJETIVIDAD*
23
esclavos2; reflexiones críticas de la esclavitud, sin duda, aunque
desencadenadas por el terror de la élite criolla ante el contácto racial
y lingüístico, una de las aporías insoslayables que confronta el
proyecto de fundación nacional entonces en ciernes y que la novela,
en la superficie misma de su forma, en su trabajo con la hetero
geneidad lingüística, intentó superar.
Por otro lado, de entrada conviene aclarar que no pretenderemos
buscar en estos materiales, generados desde los intereses y las luchas
internas de una zona del campo del poder en vías de reorganización,
la presencia, la voz “propia”, autónoma, del esclavo; ésa es más
bien una de las fábulas legitimadoras de los discursos que anali
zamos, que en buena medida son ficciones del habla del esclavo
y que asimismo postulan, en la interpelación al habla, la constitución
del esclavo en sujeto autónomo. Discursos de fuerte reclamo tes
tim onial que frecuentemente autorizan su proyecto racionalizado!-
y escriturario en nombre y con la voz del otro. Por supuesto, tampoco
quiere decir esto que los esclavos y sus descendientes en Cuba,
quienes hacia 1830 -amenazantemente, para los blancos- se acer
caban a ser la mayor paite de la población3, ocuparan meramente
un lugar im aginario en las fantasías de las élites criollas. Sus
m ecanism os de resistencia y contradiscurso continúan siendo do
cum entados, y en buena m edida deciden la especificidad de la
form ación de la cultura nacional cubana. Pero tal documentación
no es aquí el objetivo primario de la lectura.
Producidos pocas décadas después de la revolución en Haití, los
discursos sobre la heterogeneidad etno-lingüística en Cuba, en tanto
enigm a que debía ser resuelto, develado, en el proceso de la
configuración nacional, nos hablan más bien sobre las fobias de
la propia élite liberal, aún tímidamente modernizadora, que articula
las representaciones de los esclavos. En esas representaciones la
élite liberal elabora, especularm ente, sus categorías de identidad,
de raza, de lengua, de ciudadanía, acaso sin llegar a dominar nunca
su propia ansiedad ante la ineluctable heterogeneidad étnica que,
por otro lado, motiva y paradójicamente estimula la proliferación
de discursos de orden y condensación. En ese sentido, el proceso
del “imagining” nacional está desde adentro minado por el estímulo
de su propia negación, por la huella de esa heterogeneidad que
2. El estudio histórico principal del período se encuentra en: Manuel M oreno Fraginals, El
in g en io . C o m p lejo económ ico social c u b a n o del a z ú c a r (La H abana: E ditorial de Ciencias
S ociales), vol. II, pp. 5-90.
3. En efecto, el "d esbalance" dem ográfico es uno de los disparadores de los argum entos
refo rm istas co n tra la esclav itu d . V éase, por ejem p lo , el fo lleto del id eó lo g o p rin cip al del
ab o licio n ism o . J. A. Saco, M i p r im e r a p r e g u n ta . ¿ L a ab o lició n del co m ercio de esclavos
a fric a n o s a r r u i n a r á o a t r a s a r á la a g ric u ltu ra c u b a n a ? (M adrid: Im prenta M arcelino C ale
ro , 1837).
24
no cesa de reemerger, sobre todo en la ficción, com o un resto
inapropiable, aunque constitutivo de la nación a lo largo de todo
el proceso de su inconcluso devenir4.
Se trata de discursos que emergen a m edida que com ienza a
fracturarse la hegemonía del orden jurídico y simbólico de la esclavitud
y su particular política del cuerpo, basada en la tortura y el trabajo
forzado. En tal coyuntura, los emergentes discursos abolicionistas,
sin duda minados de contradicciones, registran el paso, en la Cuba
aún colonial y esclavista, hacia la constitución de categorías jurídicas
modernas basadas en un nuevo régimen de propiedad5. Tal régimen
de propiedad suponía la elaboración de una nueva relación entre
el poder y el cueipo fundada en la disciplina, en la productividad
y en la higiene. Por el reverso del silencio al cual la tortura reducía
el lugar del esclavo, el orden emergente proyectaba, inicialmente
en la ficción y en los debates jurídicos sobre el testim onio de
s'übalternos, la transformación del esclavo en sujeto del discurso,
sujeto en tanto capaz de hablar y reflexionar sobre su cueipo -la
instancia m ím ina de propiedad en el discurso liberal clásico-. La
incorporación del esclavo a la racionalidad de la lengua -propuesta
por la ficción bastante antes de que el campo jurídico o pedagógico
se planteara la posibilidad- proyectaba la transformación del esclavo
en ciudadano moderno: sujeto de la ley que internaliza las con
diciones de un nuevo contrato social, no ya basado en el control
por suplicio, sino en las complejas redes de subjetivación y auto
administración del alma6. No es casual, en ese sentido, que el momento
4. En cuanto a la noción del resto com o instancia de una tensión irresuelta que posibilita la
constitución de la identidad, conviene rem itir a la reflexión sobre el “síntom a" en Zizék y a su
crítica de la categ o ría de la ideología en el m arxism o clásico com o un p ro ceso orgánico de
subjetivación y resolución efectiva de contradicciones im aginarias: “ How, then, can we define
the M arxian sym ptom ? Marx ‘invented the sym ptom - (Lacan) by m eans of detecting a certain
fissure, an asym m etry, a certain 'pathological' im balance which belies the universalism o f the
bourgeois ‘rights and d u ties’. T his im balance, far from announcing the im perfect realization
o f these universal principles -that is. an insufficiency to be abolished by further developm ent-
functions as the constitutive m om ent: the ‘sym ptom ’ is, strictly speaking, a particular elem ent
which subverts its own universal foundation, a species subverting its own genus. In this sense,
we can say that the elem entary M arxist procedure o f 'criticism of ideology’ is already ‘sym pto
m atic’: it consists o f detecting a point o f breakdow n heterogeneous to a given ideological field
and at the sam e tim e necessary for that field to achieve its closure, its accom plished form .”
Slavoj Zizék. T h e S ublim e O b je c t o f Ideology (London: Verso, 1989), p. 21.
5.Cf. R eb ecca J. S cott. S lav e E m a n c ip a tio n in C u b a . T h e T ra n s itio n to F re e L a b o r,
1860-1899 (Princeton: Princeton U niversity P ress, 1985), S obre los debates ju ríd ico s y filo
sóficos en torno a la esclavitud, ver O rlando Patterson, S lavery an d S ocial D eath . A C o m p a
r a tiv e S tu d y (C am bridge: H arvard U niversity P ress, 1982).
6.Cf. M. Foucault, L a v e rd a d y las fo rm a s ju ríd ic a s (México: Gedisa, 1983), pp. 91-114. Por
otro lado, habría que insistir en las contradicciones específicas que confronta el proceso de consti
tución de la “sociedad disciplinaria” en las sociedades latinoam ericanas. Sobre la relación entre la
categoría del su jeto y la constitución de la ciudadanía m oderna, cf. E tienne Balibar, “Citizen
Subject", en E. Cadava. P. Connor y J-L. Nancy, eds.. W ho C oinés A fter th e S u b ject? (New York:
Routledge. 1991), pp. 33-57.
25
inaugural del género antiesclavista, en el círculo de Del Monte, fuera
la interpelación del esclavo Juan Francisco Manzano; su relato au
tobiográfico, de marcado tono confesional, fue escrito en respuesta
a la exigencia por paite de los letrados reformistas de un testimonio
sobre la tortura y la brutalidad del régimen esclavista7. En efecto,
la A utobiografía de Manzano es una minuciosa reflexión sobre el
dolor físico que el sujeto, constituido en el mismo proceso de su
representación del dolor, astutamente intercam bia por el costo de
su m anum isión y autonom ía jurídica8.
Una de las hipótesis básicas de este trabajo es que la instancia
de discontinuidad entre los órdenes jurídicos de la esclavitud y la
ciudadanía, en los momentos inaugurales de la constitución nacio
nal, pasa por la reorganización de la lengua y su relación con la
categoría del cuerpo9. La ficción -y las formas de representación
del discurso que configuran la especificidad genérica de la novelas-
contribuyeron notablemente a la reflexión necesaria para la trans
form ación del esclavo -hasta entonces reducido a la categoría de
un cuerpo am ordazado y torturado- en subjetividad, en nom bre
propio -con derecho al habla- com o en el testim onio clave de
M anzano. Ahí la ficción provee un prospectivo archivo de dife
rencias, un elaborado taller de exploración, no sólo de diferentes
“palabras” en pugna en un m undo-de-vida que debía ser centra
lizado bajo la ley de la lengua nacional, sino también de posiciones
discursivas nuevas y modelos de contacto y jerarquización entre
las mismas en el espacio aún virtual de la nación futura. Por su
7. Sobre la “ interpelación de los individuos com o sujetos" en tanto rasgo distintivo de la ideología
en el capitalism o y com o condición requerida para el establecim iento de un orden sim bólico-jurídico
m oderno, cf. el texto clásico de L. Althusser, “ Ideology and Ideological State A pparatuses" (1970),
en E ssay s on Ideology (London: Verso. 1976). pp. 1-60. Sobre Manzano, ver las lúcidas lecturas de
S y lv ia M olloy, “F rom S erf to Se) 1: T he A u to b io g rap h y o f Juan F ran cisco M anzano" en A t
F a c e V alu é: A u to b io g ra p h ic a l W rU ing in S p a n ish A m e ric a (C am bridge: C am bridge Uni-
v ersity P ress, 1991), p p. 36-54; y A n to n io V era-León, “ Juan F ran cisco M anzano: el estilo
b árb aro d e la n ació n ” , H isp a m é rie a . 60, 1991, pp. 3-22 .Ver tam bién el capítulo “La ley es
o tra ..." en este volum en.
8. Sobre la representación del dolor com o escena originaria de la constitución de un nuevo orden
sim bólico o discursivo, cf. Elaine Scarry, T he liody in P ain . T h e M aking a n d U n m ak in g o f (lie
W o rld (New York: O xford University Press, 1985).
9. Ver M. Foucault, D iscipline an d Punisli. T h e Itlrtli o f the P rison, trad. A. Sheridan (New
York: Vintage Books, 1979); y Josefina Ludmer, El gén ero gauchesco. Un tr a ta d o sobre la p a tria
(Buenos Aires: Editorial Sudam ericana, 1988).
10. Sobre las form as de representación del discurso en la novela, ver M.M. Bakhtin. “ Discourse
in the Novel", en T h e D ialogic Im agination. M. Holquist, ed.. trad. C. Emerson y Holquist (Austin:
The U niversity of Texas Press, 1981), pp. 259-422; y V.N. Volosinov. M arxism a n d the P hilosophy
o f L an g u ag e, trad. L. M atejka and I.R. Titunik (C am bridge: Harvard University Press, 1986).
También resulta fundam ental el análisis de las dinám icas de la subjetividad en el discurso directo e
in d ire cto en A nn B anfield. U n s p e a k a b le S en tv n ces. N a r r a tio n a n d R e p re s e n ta tio n in th e
L a n g u a g e o f F ictio n (L ondon: R outledge and K egan Paul, 1982). P or su parte, Pier Paolo
P asolini analiza la relación entre las jerarq u ías trazadas en la representación del discurso en
fu n c ió n del p ro y e c to de co n stru cció n de la len g u a n acio n al en Italia; ver su E m p iris m o
e re tic o . S aggi (Rom a: G arzanti E ditore, 1972), particularm ente “ N uove Q uestioni L inguisti-
c h e ” , pp. 5-24.
26
flexibilidad retórica, por el trabajo con la heterogeneidad lingüística
que la distingue, la novela se convierte así en un género privilegiado,
incluso más que la gramática y sus taxonomías, para la reflexión
sobre las posibilidades de una lengua nacional; condición, no sólo
para la instalación de las redes comerciales y político-jurídicas de
la nación moderna, sino también para el establecimiento del orden
simbólico requerido para la invención de la ciudadanía moderna11.
II
27
la economía, la distribución de los lugares de enunciación y las
posiciones de los participantes, en el cuadro de constitución de un
sujeto subalterno puesto inicialmente por el que mira en el lugar
de un cueipo cuya inscripción diferencial -en los límites de la lengua,
de la blancura, de la hum anidad m ism a- posibilita a su vez la
constitución de la identidad del sujeto dominante que allí piensa,
enuncia y escribe contra el orden esclavista. Doblemente primaria,
entonces, conviene leer la escena con cierto detenimiento:
28
uno enfrente de otro, ya acercándose, ya huyéndose; ora se ponían a virar,
es decir, a dar una vuelta rápidamente sobre un pie, y luego, al volverse
de cara, abrían los brazos y los extendían, y saltaban sacando el vientre.
[...] ¡Qué bulla, qué gritería, qué desorden am igo mío! Ya he dicho que
sólo dos bailaban en medio; pero ¿quién contiene a los negros de nación
y a los criollos que con ellos viven, en oyendo tocar tambor? A sí es que
por brincar se salían m uchos de la fila, y aparte de todos, com o unos
locos, mataban su deseo hasta m ás no poder, hasta que bañados de sudor
y relucientes com o si los hubiesen barnizado, hijadeando, casi faltos de
resuello, se incorporaban nuevamente en la fila (pp. 198-9).
29
jerarquizante, del narrador en Cecilia de Villaverde, constataríamos
la relación mucho más elaborada entre el poder de esa visibilidad
y la voluntad disciplinaria anticipada por la breve escena. Y por
el reverso de esa distancia vigilante, comprobamos tam bién una
paradoja que tanto Saco como Hegel no cesaron de enfatizar: la
reificación del esclavo en el lugar del cuerpo -en el lugar del trabajo,
del fundamento productivo de la sociedad, de la alimentación, de
la sexualidad y de la reproducción misma- genera, para esa mente
que se distancia del cuerpo, la dependencia (y el deseo) del objeto
mismo de su abyección. Es la paradoja del voyeitr -el que sólo puede
m irar-'que en el caso de Cecilia, por ejemplo, se exaspera en la
ambivalente atracción del narrador por los signos de una sexualidad
que, según la lógica misma de la novela, fomenta el mestizaje y
deshace así la posibilidad de una nación que debía ser fundada,
según el discurso autorial, sobre la base de categorías puras de
identidad racial16.
Ante la barbarie de los cuerpos cobra espesor la moralidad, la
racionalidad, la lengua y la blancura del que los representa. Y algo
más: en el llamado al destinatario, “mi amigo”, lector de un periódico
urbano, se cristaliza otra identificación cuya fam iliaridad -im agi
naria- es el reverso mismo de la extrañeza enfática del voyeur ante
los cuerpos negros espiados. “Mira, mamá, un negro”, recordaba
Fanón17, señalando cómo la designación, en ese esquema diferencial
16. En buena m edida, la inscripción de la mirada sobre el cuerpo del otro en los discursos
disciplinarios del abolicionism o, lejos de proponer un m odelo de "m estizaje" com o solución a la
heterogeneidad racial, se encuentra motivada por las fantasías fóbicas de "contagio" y "contam ina
c ió n ” . Tales fobias son centrales al proceso del "im agining" nacional y se cristalizan en una notable
tropología de la pureza que asim ism o sobredeterm ina la representación de la diversidad lingüística
en las form as del discurso referido en las novelas. .Sin em bargo, la retórica de la pureza y del
contagio no fue estrictam ente una invención literaria; remite más bien a las representaciones del
cu erp o y la transm isión articuladas por el discurso higiénico que cobra un papel fundam ental en la
producción de categorías de límites y territorialidad para la nación futura, particularm ente después
de la desastrosa epidem ia del cólera que azotó a Cuba en 1833 (precisam ente en la etapa inaugural
del abolicionism o). Saco, entre otros, escribió sobre la epidem ia, que para m uchos había sido traída
a la Isla por esclavos africanos. Sobre las representaciones de la epidem ia de 1833 en La Habana,
ver J. R am os, "A C itizen-B ody. C holera in Iiuvana (1833)", que aparecerá próxim am ente en
D ispositio. Significativam ente, tanto en los manuales de higiene com o en las novelas del período, la
nodriza es una figura clave de contacto y com unicación entre las castas. En general se pensaba, hasta
bien entrado el siglo XX, que las nodrizas negras o mulatas no sólo transmitían enferm edades físicas
a los niños de la élite criolla, sino que tam bién com unicaban vicios morales y sicológicos. Las
nodrizas tam bién enseñaban la lengua a los niños de la élite: de ahí que el discurso sobre la leche
-sobre la m ala leche- frecuentem ente se deslice en m etáforas sobre la contam inación lingüística.
S obre la im portancia de las m etáforas de pureza y contam inación en el proceso de construcción de
las categorías de límites y territorialidad que fundam entan los discursos de la identidad social, ver el
estudio clásico de Mary Douglas. Purity and D anger (New York: Frederick A. Praeger. 1966).
S o b re el p oder sim bólico de la higiene, ver tam bién G eorges Vigarello. Le propre t t le sale.
L’h ygién e du corps depuis le M oyen Age (París: Editions du Seuil. 1985); y D om inique Laporte,
H istoria de la m ierda, trad. N. Pérez de Lara (Valencia: Pre textos, 1980).
17. Franz Fanón, Black Skin, YVliile M asks (1952). Charles Lam M arkman, trad. (New York:
G rove W eidenfeld), pp. 111-2.
30
en que se inscriben (y se distorsionan) el cuerpo y la lengua del
negro, con el m ism o m ovim iento de su fobia hace posible la
identificación, el “imagining” familiar. Tal vez ahí radique uno de
los problemas claves de las hipótesis de Benedict Anderson sobre
el nacionalismo como una construcción de alianzas paiticipatorias18.
Las alianzas -como la del narrador en nuestra escena con el lector
del periódico- implican la agonística subyacente, digamos, de una
violencia fundatriz, las pugnas irreductibles que la “com unidad”
intenta sublimar, y de las cuales la lógica misma del “imagining”
com unitario, por supuesto, no puede dar cuenta.
Ahora bien: es notable cómo la reescritura de la escena etno
gráfica en la novela de Suárez y Romero, Francisco o las delicias
del cam po, boira el lugar del que espía en la crónica y desplaza
la perspectiva a un narrador om nisciente. Por el reverso de esa
elisión, correlativamente la novela suple una nueva posición a la
escena, muy reveladora en térm inos de nuestra pregunta por la
subjetividad. El protagonista, Francisco, esclavo doméstico, letrado
como Sab en la novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda, y desterrado
al ingenio por castigo, observa los cueipos danzantes de los otros
esclavos desde una distancia casi simétrica a la del voyeur en la
escena etnográfica: “Sólo Francisco no se mezclaba en tales rego
cijos; sentado sobre un trozo de madera, junto a la fogata, con
templaba tristemente aquel cuadro bullicioso [...]” (p, 111). La simetría
entre la perspectiva de Francisco y la del voyeur corrobora algo
que sugerimos antes: el sitio de la subjetividad se traza, en el don
de la lengua, como efecto de un distanciamiento del lugar del cueipo
que así constituye al personaje como un individuo autorreflexivo
y contem plativo.
Esa es, por cierto, la misma trayectoria del esclavo Juan Francisco
Manzano, quien insistentem ente en su A utobiografía evita desde
pequeño el “roce” con los cueipos de los otros esclavos; el gesto
del esclavo pudoroso que intenta, en la insistencia del baño o en
el reconocimiento de la función individualizadora de la ropa, cubrir
y controlar su propia corporalidad -objeto constitutivo del poder
del amo- y reconoce, con aguda lucidez, que la escritura consignaba
el poder -hasta entonces reservado al amo- de situar al sujeto fuera
o por encima del cueipo doliente y explotado, incluso el propio.
Escribir, asumir el discurso -y con él inscribirse en las categorías
de una subjetividad definida por el amo- era para Manzano escribir
.31
f:
III
19. P or otro lado, ¿cóm o m arca el cueipo del esclavo la supuesta incorporeidad de la escritura?
Si bien es cierto que M anzano llega a la escritura m ediante un estratégico proceso m im ético,
apropiando la letra del amo, su m im etism o som ete la "esencia" del am o -el espíritu de su ley y su
escritura- a una duplicación que sitúa la escritura en el lugar del objeto representado (el cuerpo) y
la vacía, en consecuencia, de su reclam o universalista o esencial. Para M anzano la letra cesa de ser
espíritu, se convierte en m ateria som etible al uso, a la práctica, a la tem poralidad. Esta lectura de
M anzano se desarrolla en el capítulo "La ley es otrtr. literatura y constitución del sujeto jurídico" en
este volum en.
32
la novela, decíamos, armó una especie de taller donde la emergente
racionalidad estatal -que buscaba cristalizarse en la estructura de
la lengua nacional- exploraba las posibles articulaciones entre las
diferentes “palabras” o discursos, dialectos, lenguas, jergas de grupos,
que pugnaban en el campo intensamente conflictivo de la m ulti
plicidad etno-lingüística. Si la heterogeneidad lingüística era una
de las zonas que la hipóstasis nacional debía condensar, entonces
no es casual que la novela, por la heteroglosia en la constitución
de la form a misma del género, cumpliera un papel clave. Como
señala Bajtin:
20. M. Bakhtin, "D iscourse in the Novel", en Tlio Dialogic Iniag in atio n . op. cit., pp. 262-3. La
traducción es del autor.
33
autoridades que pugnan por centralizar la lógica del sentido en la
novela.
En términos del caso específico de la ficción antiesclavista cubana,
la novela le proveía a la sociedad un mapa de la heterogeneidad
lingüística, pero no meramente dialógico o desjerarquizado: en la
representación de tal heterogeneidad la novela impone un tipo de
orden, una economía del sentido que, como señala Juan Gelpí en
el caso de Cecilia, valora y jerarquiza los materiales con que trabaja21.
Por otro lado, ¿qué orden puede fundar una novela? Si bien el
prim er movimiento del análisis busca explicitar, en las formas de
la representación del discurso, los modelos de orden que la eco
nomía autorial impone sobre la heterogeneidad lingüística, un segundo
movimiento, más atento a las contradicciones internas y a los deslices
del propio discurso fundador, intentaría demostrar cómo la hibridez
constitutiva de la novela, su lógica de permanentes desplazamientos
y equívocos (tematizada, con notable ansiedad, en el texto clave
de Villaverde en la figura misma de la mulata Cecilia, “vagabunda”
y “peregrina”) deshace la posibilidad de la jerarquización, minando,
sobre todo, cualquier categoría de pureza. Antesala de la ley, la
ficción configuraba para el proyecto fundador un suplem ento tan
necesario como peligroso, porque insistentemente le abría espacio
-a pesar del propio discurso autorial, fundacional- a restos impro-
cesables p o r las redes de la simbolización.
No dudamos, entonces, de la función mediadora y del impulso
alegórico que Doris Sommer con lucidez le asigna a las “ficciones
fundacionales” del siglo XIX22. Sin embargo, habría aún que insistir
en cierto aspecto de la ficción que corroe la voluntad unificadora
y deshace, desde el interior de la formación misma de la novela,
el cuadro de sus jerarquías.
Si el proyecto nacional, desde la escena originaria de la inter
pelación de Manzano, requería la incorporación del habla del otro,
su subjetivación, en el cuadro de la lengua y del orden simbólico
moderno ahora conviene leer, para concluir, una escena de Cecilia
donde la ficción representa los lím ites y la im posibilidad de tal
incorporación.
Se trata de un par de capítulos en la segunda parte de la novela,
cuando la fam ilia Gam boa visita el ingenio de su propiedad y
confronta la fuga de varios esclavos. Contada, como tantas partes
del relato, en un registro legal, la escena del retorno de los esclavos
34
cimarrones al ingenio y las declaraciones que siguen tematizan las
condiciones mismas del testim onio en tanto ejercicio de incorpo
ración y subjetivación que moviliza y autoriza el discurso anties
clavista. Leonardo Gamboa, hijo de los propietarios, le exige a Pedro
Carabalí, uno de los cimarrones, una confesión e información sobre
el paradero de los otros cimarrones. Pedro Carabalí responde riendo.
Luego de su regreso voluntario al ingenio, otra de las cimarronas,
Tomasa, también es interpelada a declarar, pero a pesar de la tortura
se “muerde los labios”. Tras más suplicios, Pedro Carabalí, mutilado,
es llevado a la enfermería del ingenio, donde la enfermera, la mulata
M aría de Regla, cuenta lo siguiente:
‘ Presenté la prim era versión de este trabajo en el sim posio sobre “Literatura y cultura latinoa
m ericanas del siglo X IX ” dedicado a A ngel Rama en Caracas en octubre de 1993, agradezco la
invitación de Beatriz G onzález y Javier Lasarte. La prim era parte del título, "La ley es otra” , cita
el título de un disco de la banda de rock uruguaya Los Estómagos. Una versión anterior del trabajo
se p ublicó en la R e v ista d e C rític a L ite r a r ia L a tin o a m e ric a n a , X X , 40, pp. 305-35.
1. "E xtracto del alegato y del dictam en fiscal del Tribunal S uperior en los autos prom ovi
dos p o r M aría A n to n ia P arda co n tra M aría L eocadia T rim iño re c la m a n d o su lib erta d ” (en
adelante nos referirem os al "E xtracto del alegato”). El texto se encuentra entre los papeles de
Bachiller y M orales en la Sala Cubana de la Biblioteca Nacional José Martí, en La Habana. Mi
p ro fu n d o ag radecim iento a los encargados de la Sala y a los investigadores de la Biblioteca,
especialm ente A raceli G arcía C arranza y Zoila L apique. El historiador C arlos Venegas Fornias
me estim uló a que siguiera las pistas del pleito de María Antonia y orientó mi búsqueda en el
A rchivo N acional. D ejo tam bién constancia del apoyo de la Social Science R esearch Council,
cu y a b eca en el o toño de 1993 me perm itió concluir esta parte de mi investigación sobre el
s ig lo X IX c u b a n o en la B ib lio teca, en el A rchivo N acional y en el A rchivo M u n icip al de
T rin id ad .
2. Los detalles de la expedición y el contrabando se encuentran en el Archivo Nacional de Cuba,
Fondo de la Junta de Fom ento de la Isla de Cuba, N egociado de Negros, expediente 363, legajo 150,
núm ero 7406 (JF , 363, en adelante).
37
Hasta el Congreso de Viena de 1815 y el consiguiente pacto de
Fem ando VII con Gran Bretaña en 1817, la trata internacional de
esclavos era legal3. La acción contra la propiedad de un país enemigo
tam poco transgredía ninguna ley. Sin embargo, Irarragori había
introducido a los bozales en Cuba sin consentimiento oficial. El
Gobierno Supremo interviene desde La Habana en 1800, exigién
dole al negrero y conocido agente de corsarios una notable indem
nización para los propietarios que ya habían comprado a los afri
canos. El Gobierno además decreta, en una movida poco común
para la época, la libertad de los 94 bozales que habían sobrevivido
a la travesía y al contrabando.
Las artimañas narrativas que Irarragori despliega en su defensa
merecen una historia aparte4. El Oidor Síndico de la apelación fue
nada menos que Francisco de Arango y Parreño -letrado e ideólogo
clave de la emergente sacarocracia, y ya para esos años uno de
los promotores principales de la esclavitud en Cuba5-. Al explicar
su decisión, Arango insiste en la necesidad de aumentar la entrada
de esclavos a un “país de corta población y comercio” (JF , exp.
363), pero a su vez, bajo las presiones de las reformas adminis
trativas de los Borbones, recalca la im portancia de los controles
oficiales en la pugna contra la piratería y el contrabando.
Entre los bozales contrabandeados por el corsario se encontraba
una niña de origen mandinga que sería bautizada con el nombre
de María Antonia. Seguramente por su corta edad, Irarragori mantiene
a la joven esclava entre su servidumbre, pero pronto la regala a
Tomás Pardo Osorio -Oficial Segundo de la Marina y Ministro de
Matrículas de la Provincia de Trinidad-. Pardo y Osorio cede a la
jo v en esclava en donación a Rafaela Jim énez y Fernández, otra
notable propietaria y esclavista de Trinidad, quien a su vez la vende
38
a María Leocadia Trimiño. Considerándola su esclava, Trimiño lleva
a María Antonia Mandinga, ya adolescente, a su pequeña hacienda
en Matagaña -en el Partido de Cumanayagua- cerca de la Villa de
Cienfuegos.
No se sabe cómo llega María Antonia a contar su historia y a
exigir la libertad en las cortes de Trinidad en 1815. Para la joven
africana la travesía a Trinidad ha de haber sido ardua. Resulta casi
imposible imaginarla entrando en la abigarrada red de la burocracia
colonial, entre síndicos y escribanos, pidiendo representación.
Imposible, en el archivo de la ley, imaginar su palabra, aún marcada
por la inflexión de la lengua materna, resonando en el complejo
circuito de los enunciados y las sentencias del aparato judicial. En
efecto: ¿Cómo se habla ante la ley? ¿A quién le cuenta la esclava
su relato? Ante las normas -no meramente protocolares, por cierto-
que regulan la producción de la verdad jurídica, ¿cuál era el estatuto
de la palabra de una mujer esclava? ¿Cuál podía ser el efecto de
una verdad contada por un no-sujeto6? Y más aún: ¿Cóm o se
reconstruye ese relato, las marcas ilegibles de una voz silenciada
por el peso.de las fórmulas, entre papeles carcomidos y expedientes
judiciales ya hoy en su mayoría inexistentes, acaso destruidos por
el fuego durante una guerra futura que María Antonia no pudo haber
previsto? ¿Qué provoca la búsqueda, los pasos del arqueólogo que
se introduce en el archivo de la ley, para leer allí, a contrapelo del
aparato ju dicial, aquello que la ley m ism a con su peso borra?
Imposible imaginar el registro de su voz. Pero acaso no lo sea trazar
el mapa de los canales abigarrados por donde circuló su historia,
las condiciones de la borradura de su voz, la elisión violenta de
su presencia ante la ley. Por ahora digamos que se trata de una
6. N o -sujeto con respecto a las categorías del derecho de la persona en el orden ju ríd ico
esclavista. Esto no significa, por supuesto, que María Antonia no tuviera identidad. Jurídicam ente,
sin em bargo, su existencia se definía aún principalm ente com o el objeto de la propiedad del am o,
com o un "objeto legal” . La legislación esclavista colonial se basaba en la tradición de L as Siete
P a r tid a s de A lfonso El Sabio que, sin im pedir la esclavitud, la concebía “contra razón de natura” ,
y le garantizaba al esclavo ciertos derechos básicos de seguridad física e incluso propiedad (pp. 57-
85). Véase tam bién J. A. Doerig, "La situación de los esclavos a partir de L as S iete P a rtid a s de
A lfonso El Sabio” , Folia H um anística, IV: 4 0(1966), pp. 377-361. También es im portante notar que
desde fines de siglo X VIII los debates sobre el estatuto jurídico del esclavo establecían una distinción
fundam ental entre el derecho del am o sobre su propiedad, por un lado, y el derecho natural del
esclavo, por el otro. Ese debate abre una fisura clave en la categoría del sujeto, su relación con el
cuerpo y la propiedad. El debate registra la inestabilidad interna en el orden jurídico que hace posible
una disputa com o la de María Antonia. El debate recorrerá luego tanto los reclam os abolicionistas
com o las defensas de la esclavitud hasta la abolición en 1S86. Todavía la C ondesa de Merlín
reinscribe la posición esclavista en Los esclavos en las colonias esp añ o las (M adrid: Im prenta de
Alegría y Charlain, 1841): "Si la trata es un abuso insultante de la fuerza, un atentado contra el
derecho natural, la em ancipación sería una violación de la propiedad, de los derechos adquiridos y
consagrados por las leyes, un verdadero despojo" (p. 2). Para una reflexión sobre los debates en torno
al derecho natural en la historia de la filosofía del derecho, véase Ernst Bloch, N a tu ra l L aw and
H u m an D ignity, D. J. Schmklt. trad. (Cambridge: The M1T Press, 1987).
39
disputa que nos permite reflexionar sobre las condiciones que hacen
posible la emergencia de un nuevo sujeto jurídico y sobre los modos
mediante los cuales una institución reajusta sus límites -su relación
con la violencia y la legitimidad-.
En corte, María Antonia reclama su libertad argumentando que
el G obierno Suprem o la había decretado libre en 1800, cuando
emancipó a todos los bozales contrabandeados por el corsario francés
y el negrero Irarragori. Trimiño responde que María Antonia ya se
encontraba en Trinidad antes del incidente del contrabando y que,
por lo tanto, “sólo tenía [la esclava] que probar su procedencia para
obtener la gracia” (“Extracto del alegato”). En representación de
M aría Antonia, el Síndico Procurador interpela el testim onio de
varios de los bozales capturados del bergantín británico7. Los africanos
libertos declaran que María Antonia había formado paite del grupo
contrabandeado por el corsario. Pero ¿cuál podía ser el crédito de
esos testigos recién llegados de Á frica, de m ínim a -si alguna-
educación, y seguramente lim itados en el manejo de la lengua8?
7. En el orden colonial, los prim eros pasos hacia la representación jurídica de los esclavos se
dieron m ediante la intervención de este funcionario: "El Síndico Procurador de un pueblo es el
constituido protector de ESCLAVOS [sicj. Debe ejercer tan noble encargo con la prudencia nece
saria que concilie los justos derechos de los am os, y el deber del trato suave, racional y cristiano, que
recom iendan nuestras leyes se dispense a los siervos, y con que efectivam ente se les considera, hasta
m erecer por ello de los extrangeros m uy distinguidos, elogios a la sabiduría de la legislación
española. En el ejercicio de esta protección desem peña una especie de magistratura de avenencia,
m uy saludable para cortar el vuelo a pretensiones y dem andas muchas veces tem erarias e hijas de
estúpida ignorancia, y persuadir en otras a los dueños (con discreta reserva y el debido m iram iento
á que no se m enoscaben sus fueros dom inicos), los acom odam ientos que dicten la razón y justicia de
cada caso, sin consentir por sentado, se les m antenga privados del servicio de sus esclavos a presto
de quejas, más que el tiem po debido para la averiguación o giro, que haya de recibir el negocio. [...].
N o habiendo conform idad se ocurre al tribunal de justicia a ventilar la cuestión judicialm ente pero
con la sencillez de trám ites repetidam ente encargada para sem ejantes dem andas, en que de avenidor
p asa el síndico a ser un verdadero representante del esclavo en su concepto justam ente querelloso” .
Z am ora y Coronado, B iblioteca de legislación u ltra m a rin a (tomo VI, 1846), p. 463. La represen
tación de los esclavos m ediante la intervención del Síndico Procurador cobraría m ás im portancia en
la segunda m itad del siglo XIX. V éase Bienvenido Cano y Federico Zalba, El libro de los síndicos
d e A y u n tam ien to y d e la s J u n ta s P ro te c to ra s de lib e rto s (rec o p ilac ió n cro n o ló g ica de las
disposiciones legales a que deben su je ta rse los actos de unos y o tro s) (La Habana: Im prenta del
G obierno y Capitanía G eneral, 1875).
8. Hasta bien entrado el siglo XIX, el orden jurídico m antuvo una relación fundam ental con el
orden gram atical y lingüístico: hablar bien era una de las condiciones para la enunciación de la
verdad jurídica; de ahí, por el reverso de la trama, la insistencia en el mal decir com o marca de la
delincuencia. La producción y distribución de la verdad estaba regulada por la econom ía de una
len g u a adm inistrada que cristalizaba, en la disposición del orden gram atical, el m odelo de la
racionalidad y la moral pública. En ese sentido, son reveladores los debates sobre la educación
gram atical entre los m iem bros de la Sociedad Patriótica de La Habana (luego Sociedad Económ ica
de A m igos del País) desde 1796 (ver José Agustín Caballero, P apeles inéditos, entre los m anuscritos
recopilados por Vidal y M orales, en la Sala Cubana de la Biblioteca Nacional). También en los
escritos de Andrés Bello aparecen num erosos ejem plos de la im portancia de la corrección gram atical
com o condición de la ciudadanía y la moral pública. E xploro este tema con más detenim iento en
“Faceless Tongues: L anguage and Citizenship in Nineteenth-Century Latín Am erica” , en Angelika
Bam m er, ed., D isplaccinents: C u ltu ra l Identities in Q ueslion (Indiana University Press, 1994);
y en "El don de la lengua" en este volumen.
40
Dada la complejidad del caso y la desigualdad de la autoridad
de los sujetos en disputa, no es sorprendente que la Corte de Trinidad
postergara indefinidamente el juicio hasta la muerte de la supuesta
ama y de la misma María Antonia, quien nunca obtendría su libertad.
Trimiño declara en su Testamento unos años antes de su muerte
en 1823:
41
Es evidente que no podemos hablar ahí, más de una década antes
de la Ley Moret de 1870, que prepara el terreno jurídico para los
cambios que instituye la abolición de la esclavitud en 188610 de
una instancia de morfogénesis institucional. La noción de morfo
génesis, incluso en sus versiones más complejas -como en el modelo
de la teoría de la catástrofe de Rene Thom 11- sólo piensa el cambio
en función de variables sistémicas que afectan la estructura de un
orden en su totalidad. Sin duda, la variación en el orden jurídico-
simbólico registrada por la decisión de la corte en el caso de Juan
Lorenzo es mímina, y al parecer no trastoca el sistema de los derechos
-sobre todo la noción del esclavo como propiedad del amo- cons
titutivo del orden esclavista. Sin embargo, esa mímima variación
está preñada, como diría Bloch, de los presupuestos aún no for
malizados, no categorizables, de una normatividad futura12. Y ello
nos permite preguntarnos sobre la energía que presiona para trans
form ar los lím ites de la institución, abriendo una “zona de con
tacto”13 entre dos o más instancias de agencia y producción cultural
desigualmente ubicadas en el mapa de la s contiendas sociales. Esa
energía que trabaja los umbrales de una territorialidad y que posibilita
el cruce de su frontera es la intensidad que desencadena los procesos
que Fernando Ortiz analizó, ya en los años cuarenta, bajo el concepto
de la transculturcición. Con Ortiz nos preguntaremos sobre la trans
formación que sufre un campo al entrar en contacto con el impulso
de un elem ento extraño o foráneo -la palabra del esclavo, en el
42
caso que nos concierne- que atraviesa y redefine un dom inio
institucional14.
En la apertura del caso de María Antonia en 1815, por cieito,
el argumento de la Trimiño no cuestionó tanto la verdad o incluso
la falsedad de la información provista por los testigos. Su estrategia
fue más radical. Cuestionó el derecho de los libertos africanos a
testificar en corte. Como sugerimos antes, de acuerdo al sumario
del caso, la disputa erigida por Trimiño se basó en la cuestión del
estatuto de los bozales en tanto sujetos jurídicos. Por eso, el sumario
del caso -que de por sí participa en la reforma legal presupuesta
por la resolución de la disputa en 1860- insiste en que los testigos
no teman “tacha” y que, a pesar de haber sido negros, eran “[dignos]
de crédito”. Se trata, entonces, de una disputa que en su prolongada
trayectoria cristaliza un debate fundamental sobre las condiciones
dq enunciación e interpretación del testimonio, sobre la transfor
mación de la hermenéutica judicial en los orígenes de la sociedad
civil en Cuba y, en términos más generales, sobre las condiciones
institucionales que sobredeterminan la representación de la verdad
en la escena jurídica.
C onviene enfatizar la relación profunda entre el derecho al
testimonio y la historia del concepto de la ciudadanía. En los orígenes
griegos del pensam iento ju rídico occidental, según señala Page
duBois, la enunciación de la verdad en un testimonio era una actividad
definitoria de la ciudadanía: “Los esclavos son cueipos; en cambio,
los ciudadanos poseen la razón, el lo g o s ”15. Se pensaba que el
esclavo -y en ciertas situaciones, el bárbaro extranjero- era incapaz
de decir la verdad y sólo podía testifical' bajo los efectos de la tortura
y el suplicio. En los Estados Unidos, desde 1723 hasta bien entrado
el siglo XIX, según comenta Herbert S. Klein, la legislación de
Virginia estipulaba que “Se les prohibía testificar a los negros y
mulatos en cualquier caso judicial [...] porque, según declaraba el
preámbulo de la prohibición, ‘ellos son gente de naturaleza tan vil
y corrupta que la credibilidad de su testimonio no era confiable’”16.
43
E n L a s Siete P a rtid a s , fundam ento de la legislación esclavista
colonial, el testimonio del esclavo no tenía crédito. Únicamente en
ciertos casos de asesinato, adulterio de la mujer del amo, traición
o fraude contra el rey, podía el esclavo ser testigo; pero sólo después
de que la tortura “purifícala” su palabra y garantizara la fidelidad
del testim onio:
17. L as Siete P artidas de Don Alfonso El Sabio. C otejadas con varios códices antiguos por
la Real Academia de la Historia (Madrid: Ediciones Atlas, 1972; reim presión de la Im prenta Real
de M adrid de 1807), Tomo II, Partida III, Ley XIII, p. 522. Le agradezco a mi colega alfonsinista
de Berkeley, Jerry Craddock, ésta y otras referencias bibliográficas sobre los antecedentes alfonsi-
nos del legado colonial esclavista. En Torture and Truth, P. duBois explora el sentido de la palabra
griega basaltos, que designaba tanto la piedra en que se exam inaba la pureza del oro, com o la tortura
que extraía la verdad “pura” del cuerpo del esclavo. En tanto condición de la verdad del testimonio,
la tortura, según duBois, diferenciaba al am o del esclavo: "the m aster possesses reason, logos. W hen
giving evidence in court, he knows the difference betw een truth and falsehood, he can reason and
produce true speech, logos, and he can reason about the consequences of falsehood: the deprivation
of his rights as a citizen. The slave, on the other hand, possessing not reason, but rather a body strong
for service [...] m ust be forced to utter the truth, which he can apprehend, although not possessing
reason as such. Unlike an animal, a being that possesses only feelings, and therefore can neither
apprehend reason, logos, nor speak, legein, the slave can testify when his body is tortured because he
recognizes reason without possessing it himself” (pp. 65-6).
18. A ntonio Franchi de Alfaro, Algunas observaciones sobre el método de enjuiciar (La
H abana: Tipografía de Vicente de Torres, 1845). nota 56, p. 78.
19. Joaquín Escriche, Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia. Nueva edición
corregida notablem ente y aum entada con nuevos artículos, notas y adiciones sobre el derecho
am ericano p o r Juan B. Guiin (París: Librería de Rosa y Bourel. 1863), p. 1499. Éste era un libro
de referencia jurídica de m ucha circulación en Cuba.
44
para el descubrimiento, persecución y arresto de los delincuentes”
(p. 1500). Pero enseguida aclara: “Esto es lo que dicen nuestras
leyes sobre la prueba de testigos, sobre esta prueba tan peligrosa
y terrible como antigua o necesaria; mas ya que sea indispensable
valernos de ella, no acordemos nuestra confianza sino a personas
que por ningún título la desmerezcan” (p. 1501). E insiste en precisar
las condiciones de entrada a la enunciación testimonal: “Debe asimismo
darse menos crédito a un hombre que es un individuo de un cueipo,
casta, orden o asociación particular, cuyas máximas y costumbres
no son generalmente conocidas o se diferencian de los usos co
munes, porque además de sus propias pasiones tiene este hombre
todavía las pasiones de la sociedad a que pertenece” (p. 1501). Para
Escriche, la condición lingüística también sobredetermina el crédito
del enunciado testimonial: “Los testigos son por lo común hombres
rústicos y sencillos, que difícilmente pueden expresar sus ideas con
propiedad, claridad y precisión; unas veces dicen más o menos de
lo que quieren, otras no entienden bien las preguntas que se les
hace y responden una cosa por otra, y sucede tal vez que por su
mala explicación no se comprende el verdadero sentido que ellos
dan a sus palabras [...]” (p. 1502).
En más de un sentido, entonces, la verdad dicha por los bozales
en sus testimonios a favor de María Antonia Mandinga constituye
un diferencio, un enunciado que se desliza en el intersticio entre
dos o más sistemas de validación o crédito20. El testimonio de los
esclavos contiene una verdad im presentable en térm inos de las
reglas de un juego lingüístico incapaz aún de proveer la sintaxis
y los parámetros de validación e interpretación del relato. Pero si
hablamos, en el caso del testimonio de los bozales y del relato mismo
de María Antonia, de un diferendo, de un enunciado cuya verdad
se escabulle entre las normas de presentación del aparato que la
interpreta y la juzga, no es para sugerir que más allá de los límites
de esa ley, y como medida misma de su injusticia, se encontraba
un sujeto originario e irreductible, un sujeto desde siempre capaz
de articular el relato de una verdad alternativa. Ese sujeto más bien
em erge en el acto m ism o de presentarse ante una ley que, sin
embargo, posterga indefinidamente la resolución de la disputa. Claro
está, tampoco debemos esperar que los estatutos y las posiciones
posibles que configuran el orden “real” instituido por esa ley den
cuenta de la emergencia del nuevo sujeto cuyo testimonio inscribe
un nuevo límite en el aparato legal. De algún modo sospechamos
que ese límite está intervenido desde el exterior del aparato judicial
20. Jean -F ran fo is Lyotard, T h e D ifiérate!. l’h ru ses in D ispute. G.Van Den A bbeele, trad.
(M inneapolis: U niversily of M innesota Press. 1988).
45
-en la proyección de un orden “posible”- por un contra-discurso
que garantiza la posibilidad y el ordenam iento mism o del relato
que coloca al sujeto emergente ante una ley que comienza a ser
caduca. Irreductible a los canales de las prácticas letradas, ese otro
cam po discursivo, profundam ente ligado a la constitución de la
literatura como institución moderna, genera ficciones del derecho,
en las que se proyecta precisamente el derecho al habla del nuevo
sujeto cuyo testimonio presiona y reinscribe los límites del orden
judicial. Luego elaboraremos la categoría de la ficción del derecho
que nos llevará a explorar el rol de la narrativa en la configuración
del cambio en los presupuestos normativos del discurso legal21. Por
ahora digamos que en una de sus zonas claves, la literatura moderna
latinoamericana -particularmente la narrativa- se funda mediante el
trabajo sobre los diferendos del orden jurídico instituido, proyec
tando resoluciones y estableciendo un espacio virtual para el tes
tim onio del otro que la ley “real” no podía aún interpretar.
46
Antonia Mandinga. En cambio, mucho antes de la reconsideración
del testimonio de los bozales en las cortes coloniales, ya en la década
de 1830, el em ergente campo literario cubano interpelaba a un
esclavo -al mulato Juan Francisco Manzano- y le pedía una narración
de sus experiencias23. El resultado fue el acontecimiento de la única
autobiografía escrita por un esclavo que conocemos en la lengua.
La interpelación de Manzano en la tertulia de Domingo Del Monte
es una de las posibles escenas originarias de la literatura nacional
cubana; cristaliza, como ha señalado Antonio Vera-León en su trabajo
clave sobre Manzano, el proyecto de incorporación del esclavo a
los discursos de la nación en ciernes24.
La escena ubica a M anzano ante un grupo de intelectuales,
tím idam ente abolicionistas y de variada inserción ideológica y
profesional, quienes reunidos en torno a la figura decisiva del
periodista y editor Domingo Del Monte reflexionaban sobre asuntos
diversos, especialmente ligados a las condiciones de la cultura en
una sociedad profundamente marcada por la heterogeneidad racial
y la violencia de la esclavitud25. En esa tertulia donde se debaten
47
-y en la práctica se fundan- las bases de la literatura y la nación
futura, M anzano ya era conocido como poeta26. En una ocasión
allí intercam bia, literalmente, su escritura por el costo de la ma
numisión. Pero incluso antes que Del Monte y José de la Luz y
Caballero organizaran la colecta de 850,00 pesos para pagarle su
carta de libertad en 1835, desde la década anterior, la literatu ra
-la poesía, más específicamente- le había garantizado a Manzano
una serie de derechos que lo constituían en autor de dos poemarios,
en propietario de su discurso, a pesar de que jurídicam ente “los
esclavos se consideran más bien como cosas comerciales que como
personas; y así se adquiere su propiedad por los mismos medios
que la de las cosas [...]”27. Si para Manzano “el esclavo es un ser
muerto ante su señor”28, como señala Sylvia Molloy en su lúcida
reflexión sobre la A utobiografía, la escritura le otorga vida, des
atando el proceso de transformación del “serf en s e lf’29. En el desliz
de la letra, la práctica de la escritura cancela la muerte. ¿Pero qué
forma de ser erige el acto escriturario que, como señala Rama en
L a ciu d ad letrad a, era uno de los dispositivos más exclusivos del
poder? Y más aún, ¿cuál es el rasgo de la literatura que posibilita
la configuración de una nueva categoría del ser, la del esclavo como
discursante, en plena época de esclavitud y de censura? Nos interesa,
entonces, desplazar la problemática de la subjetivación del terreno
ontològico -de la pregunta abstracta por la relación entre la escritura
y la identidad del ser- y precisar las redes simbólicas, el orden de
48
la discursividad en que se inscribe esa escritura que posibilita la
constitución de un nuevo sujeto que en el acto mismo de contar
su verdad proyecta la apertura de la ciudadanía futura.
En ese sentido, conviene enfatizar la tesitura testim onial de la
A utobiografía de Manzano y su relación con el modelo confesional:
Se qe. nunca pr. mas qe. me esfuerze con la verdad en los lavios ocupare
el lugar de un hombre perfecto o de vien pero a lo menos ante el juisio
sensato del hombre imparsial se berá hasta qe. punto llega la preocupasión
del mayor numero de los hombres contra el infeliz qe. ha incurrido en
alguna flaqueza (p. 24)30.
49
mapa del circuito por el que circula la verdad del esclavo. Notemos
ahí cómo el testimonio de Manzano escinde y multiplica la figura
del hombre, descentrando la ubicación de la legitimidad, y situando
su verdad entre dos instancias contrapuestas de autoridad32: una es
la figura de una ley de cuya injusticia intentará dar prueba; la otra
es la figura de una justicia sin ley.
Se trata, como sugiere él mismo, de la posición del testimoniante
ante dos modos irreconciliables de juzgar, ante -o acaso entre- las
figuras de dos órdenes jurídicos en pugna. Por un lado, el juicio
determinado por la “preocupación del mayor número de los hombres
contra el infeliz qe. ha incurrido en alguna flaqueza”; es decir, el
juicio que lo constituye, a lo largo del relato, en ladrón y mentiroso.
Por otro lado, “el juisio sensato del hombre imparsial”, de quien
espera Manzano la interpretación correcta de su verdad. Dos órdenes
jurídicos que a su vez presuponen dos políticas del cuerpo en su
relación con el discurso y la verdad.
50
un shifter que introduce las escenas de violencia y el castigo corporal33.
Al pie de la letra, el torturador busca sustraerle al esclavo el secreto
de una transgresión:
51
Propiedad, robo, intervención de cartas y castigo para extraer el
secreto del esclavo: tales son los momentos que M anzano identifica
en la trama de la “verdad” del poder. Con notable agilidad narrativa,
en esa misma distribución de posiciones y secuencias introduce una
de las inversiones en que se funda su impugnación, la base de su
verdad alternativa. Así recuerda la noticia de la muerte de su madre:
52
me sum inistraba versos analogos a mi situación ya prozpera ya
adversa [...]” (p. 31). Si en la tortura el esclavo es tratado como
un fardo que no siente, en esa otra escritura se construye como
el sujeto del sentimiento. De ahí, sin duda, la insistencia y el regocijo
con que M anzano com enta su otro padecer: la m elancolía, la
enfermedad de los poetas34. La melancolía apunta al importante rol
de la lírica -al tipo de persona que la misma instituye- como lugar
donde Manzano aprende el vocabulario de la subjetividad. En efecto,
a medida que se separaba del orden retórico, la lírica se convertía
en un dom inio clave para el procesam iento de nuevas subjetivi
dades. Esa otra es la escritura que Manzano miméticamente apropia
del m undo del amo -por lo cual también se le castiga- y que le
abre el camino a la manumisión, a un grado de autonomía jurídica.
Esa otra lo conduce a la tertulia de Del Monte; lo constituye, incluso
antes de la manumisión, en propietario35, y lo sitúa luego -con el
testimonio mismo que leemos- ante un nuevo modo de juzgar fundado
precisamente en el derecho primero de la persona sobre el cuerpo
34. C on frec u en cia M anzano reflex io n a sobre su carácter "tasitu rn o y m elan có lico ” (p.
13) y su “m elancólico estado” (p. 30). Sobre su joven esposa, le escribe a Del M onte en 1835:
“ los versos q u e ella com ponía eran antes tiernos y am orosos, y ah o ra son m elancólicos, yo
adivino la causa por mas que se em peña en ocultárm ela, es poetisa y el alm a del poeta se ve en
sus rim as” (p. 88). Por su parte, tras la revisión del m anuscrito de M anzano, Suárez y Rom ero
le escrib e a D el M onte que h a b ía in ten tad o m an ten er “ la m elan co lía co n que fu e esc rito ”
(Papeles de Suárez y Rom ero en la Sala C ubana de la Biblioteca N acional José M artí, p. 297;
carta del 2 0 de agosto de 1839). L a m elancolía es un valor en la eco n o m ía de la verdad del
texto y su circulación.
35. La lírica instituye un sujeto de la posesión. Conviene recordar la poesía del esclavo de
Trinidad, M ácsim o H ero de Neiba [seud. de A m brosio Echem endía], autor de un poem ario poco
conocido fuera de Trinidad: M u rm u rio s del T ay ab a. Poesías (Trinidad: Oficina Tipográfica de
Rafael Orizondo, 1865). El poem ario com ienza con la siguiente defensa de los derechos de propie
dad intelectual:
53
propio36. Ello nos conduce a pensar que la escritura, el mundo de
la letra y los letrados, a comienzos del siglo XIX -bastante antes
de la consolidación estatal- ya era un sistem a cruzado por tipos
diversos de prácticas discursivas, regímenes de la verdad, contra
dicciones internas, pugnas y desniveles en su relación con el poder.
En una de esas zonas Manzano agencia cierto espacio y cuenta
sobre la violencia de la letra, autorizando su testimonio con la letra
misma, en función del dolor que la escritura de la ley de la tortura
ha inscrito en su piel: “sicatrices [que] están peipetuas a pesar de
los años qe. han pasado [...]” (p. 27). Parecería incluso, como sugiere
M olloy, que la narrativa de su vida se organiza en torno a esas
cicatrices, las “ [diarias] rompeduras de narises” que concatenan el
curso de sus recuerdos, y operan como el excedente físico, la stigm ata
a la cual remite continuamente la articulación temporal de su relato.
Sobre la piel el esclavo lleva las marcas de la injusticia de la ley,
la evidencia empírica, visible, en la cual se basa su impugnación,
y que autoriza la otra verdad que enuncia el testimonio.
El testimonio, en efecto, es un relato sobre el cuerpo. Se produce
en la red de un discurso emergente -como señala Michel de Certeau-
que postula su estricta fidelidad remitiendo a la experiencia tangible,
“real”, del cueipo de otro37. El testimonio se erige en el orden de
un discurso que, en su pugna por legitim idad, reclama para sus
palabras la visibilidad de la presencia de aquel cuerpo que sobre
la piel lleva inscrita la evidencia, las marcas que garantizan la
impugnación del artificio, la falsedad o la injusticia de un orden
anterior. En el caso específico de Manzano, el testimonio despliega
-por supuesto- una crítica de la brutalidad esclavista. Y con el mismo
m ovim iento de esa impugnación, apunta también a la afirmación
del derecho a la representación del otro de la ley, en una reins
cripción de la categoría de la humanidad y la subjetividad jurídica38.
Al reinscribir y ampliar los límites de la humanidad, el proceso de
subjetivación del esclavo en el testimonio es una ficción que proyecta
su ciudadanía. Pero el mismo movim iento de la subjetivación se
36. John L ocke: “every m an has a property in his ow n person; this nobody has any right
to but him self. The labor o f his body and the work of his hands, we may say. are properly his” .
T h e S e c o n d T re a tis e o f G o v e rn m e n t (1690) (New York: M acm illan P ublishing C om pany,
1952), p. 17.
3 7 . M ich el de C e rte a u , " M o n ta ig n e ’s 'O f C a n n ib a ls ’ : T he S avage T ’’’, H e te ro lo g ie s .
D isc o u rs e on th e O th e r , B rian M assum i, trad. (M innesota: U niversity o f M innesota Press,
1 98 6 ), p. 75.
38. Richard R. M adden sobre M anzano: “I am sensible I have not done justice to these Poem s, but
I trust 1 have done enough to vindicate in som e degree the character o f negro intellect, at least the
attem pt affords me an opportunity o f recording m y conviction, that the blessings of education and
good governm ent are only wanting to m ake the natives of Africa, intellectually and morally, equal to
the people o f any nation on the surface o f the globe” . "Preface” , T h e Life an d Poem s o f a C u b an
S lave (1840), E. J. Mullen, ed. (Boston: Archon Books, 1981), p. 37.
54
orienta hacia la constitución de las categorías de la nueva ley que
interpela el testimonio y que, en el testimonio, funda la fábula de
su legitim idad, el fundam ento em pírico, particularizado, de su
derecho39. Valga la insistencia: no se trata simplemente de un espacio
virtual que proyecta la transform ación del esclavo en ciudadano,
y que así hace posible la constitución de un nuevo estado de
subjetividad; se trata simultáneamente, con el m ism o movim iento
de la relación especular desplegada por la interpelación, del tes
timonio en tanto instancia narrativa sin la cual sería impensable la
constitución de la nueva ley que ahí se particulariza, realizándose,
encarnándose, en el cuerpo sufriente de otro.
Demos un paso atrás. Como señala Elaine Scarry la tortura establece,
en su momento más extremo, una distancia irreductible entre el
cuerpo doliente y el discurso, o incluso la lengua, de la víctima40.
E n la tortura, la experiencia de la víctim a y su capacidad de
representación son reducidas al grito y la desarticulación, a la
disolución de la conciencia de la persona en la intensificación del
dolor. Para Scarry, toda forma de poder, “fraudulento o legítimo,
se basa siempre en la distancia del cueipo”41; así, el cueipo es “la
ubicación del dolor, y el discurso el lugar del poder”42. De igual
modo, respondiendo al imperativo ético que recorre las páginas de
su valioso y problemático libro, y refiriéndose específicam ente a
la tortura de presos políticos latinoamericanos y al trabajo de Amnesty
International, Scarry propone la intervención terapéutica, reintegra-
dora, del testimonio, de “usar el lenguaje para permitir que el dolor
ofrezca una relación precisa de sí mismo, presentando ante los
regímenes de la tortura [...] un diluvio de voces que hablen por
el otro, voces que hablen en la voz de la persona silenciada”43.
Si el grito de la víctima, en la lógica de Scarry, registra la reducción
de la persona a un estadio pre-lingüístico del ser, el testimonio es
el lugar donde la víctim a reconstruye su m undo mediante la re
presentación que “objetiva” y permite un distanciamiento del dolor,
por medio de la cual se restaura la “conciencia” de la víctima que
con el testimonio se reinserta en la lengua. ¿Pero la reinserción en
la lengua no presupone la restauración de la “conciencia” de la
víctim a, la intervención de un orden sim bólico -no m eram ente
39. Althusser nota lo siguiente sobre la encarnación en la ideología cristiana: “Dios necesita
pues ‘h acerse’ hom bre él m ism o, el Sujeto necesita convertirse en sujeto, com o para dem os
trar em píricam ente, d e m anera v isib le p ara los ojos, tan g ib le p ara las m anos (v éase S anto
Tomás) [...]” (p. 77). V éase tam bién de C erteau, H etero lo g ies... pp. 75-6.
40. Elaine Scarry, T h e Body in P ain . T h e M aking an d U n m ak in g o f th e W orld (London:
O xford University Press, 1985), pp. 27-51.
41. Ibid., p. 47 (traducim os).
42. Ib id ., p. 51 (traducim os).
43. Ib id ., p. 50 (traducim os).
55
gram atical o lingüístico, por cierto- que garantiza el sentido del
discu rso testim onial sobre el dolor?
Cierto es, en todo caso, que la legitimidad del testimonio se funda
en la fábula de llevar de vuelta la palabra al cuerpo de la víctima,
en darles forma al dolor, en devolverle la voz a la persona silenciada
por el terror. La A utobiografía de Manzano es, en ese sentido, un
testim onio sobre el dolor y la tortura. Sin embargo, su relato del
sufrim iento nos obliga a cuestionar la división tan tajante entre
cuerpo y poder, entre dolor y discurso, que en Scarry remite, aún
en la inversión más obvia, a la clásica escisión que -al menos desde
Descartes- decide los límites de la categoría del sujeto en el pen
samiento occidental. El testimonio de Manzano nos lleva a proble-
matizar el concepto del poder como una fuerza única y homogénea
que encuentra en el cuerpo tanto su límite infranqueable como el
objeto de su “grotesco dram a com pensatorio”44.
Con más espacio para el análisis podríamos ver cómo en el texto
de Manzano el acceso a la escritura y la representación testimonial
producen -más que un encuentro jubiloso con la corporalidad- una
distancia notable del cuerpo propio, convertido en objeto de la
autorreflexión. Esto no tiene porqué extrañarnos: en la esclavitud,
el cuerpo del esclavo es el objeto de la propiedad y de la repre
sentación del amo. P or eso decía M anzano (y luego O rlando
Patterson45), que el esclavo es un ser muerto, un ser sin acceso a
su propio cueipo ni a la representación. En el orden esclavista la
representación era uno de los dispositivos constitutivos del poder
del amo sobre el cuerpo del esclavo. De ahí, por cierto, que los
amos de Manzano sistemáticamente le prohíban escribir, y lo castiguen
-reduciéndolo al lugar del cueipo- cuando lo descubren “en aquel
entretenim iento [...] nada correspondiente a [su] clase” (p. 31).
“Proiviosem e la escritura pero en vano todo se abian de acostar
y entonces ensendia mi cabito de bela y me desquitaba a mi gusto
[...]” (p. 31), responde Manzano. Pero aun así, escribir, ejercer el
poder que consigna la representación, es para Manzano una práctica
doblemente paradójica y difícil que registra, particularmente en sus
descripciones del dolor físico -propio o ajeno-, una notable distancia
ante el cueipo: “[en el cuidado de un enfermo] en toda la noche
pegaba mis ojos con el reloz delante papel y tintero donde aliaba
el medico pr. la mañana un apunte de todo lo ocurrido en la noche
asta de las veses qe. escupia dormia roncaba sueño tranquilo o quieto
[...]” (p. 33). También la escritura propia vigila y reporta sobre el
56
cuerpo. La escritura sitúa al sujeto en el lugar del que m ira y
representa el cueipo, registrando con la mirada hasta el más mínimo
de los movimientos. De modo que escribir sobre sí mismo, sobre
el dolor propio, genera una intensa escisión en el sujeto que al
escribir ocupa simultáneamente tanto el lugar del que mira como
el sitio del dolor del cueipo propio. También en M anzano, entre
la cicatriz que deja el dolor y el acto testim onial m edia la red
simbólica e institucional del discurso. En la escritura el sujeto tes
tim oniante incorpora la jerarquía del discurso que lo escinde al
convertirlo en objeto de sí mismo.
No queremos sugerir, mediante una inversión fácil de las posi
ciones, que la escritura convierte al esclavo en amo (o torturador)
de sí mismo. Por el contrario, el hecho de que M anzano escriba
sobre su cuerpo trastoca la jerarquía y redefine radicalm ente la
función y el orden de la representación en la ley esclavista, que
hasta cierto punto definía la escritura como uno de los derechos
“esenciales”, constitutivos de la identidad y del poder del amo. No
subestimamos, entonces, el modo en que la escritura de Manzano
desubica y desnaturaliza la “esencia” de la jerarquía. Pero al mismo
tiem po nos preguntam os sobre la intervención de otra form a de
poder, otra política del cueipo que, si bien emerge como im pug
nación de la mordaza y la tortura, despliega -en el proceso mismo
de la subjetivación- nuevas form as de dom inación y disciplina46.
46. L a nu ev a p o lítica del cuerp o es un asp ecto de lo que M anuel M oreno F rag in als ha
lla m a d o la ¿p o c a d el “ buen tra ta m ie n to " d e los esc la v o s a p a rtir d e la d é c a d a de 1840.
Respondía, según M oreno, a la necesidad de cuidar más la niano de obra en una época en que
se increm enta el m ercado del azúcar y en que subía dram áticam ente el valor de los esclavos,
en parte p o r las dificultades de la trata, que ya era ilegal. En esta época se publica el prim er
m anual m édico sobre enferm edades de esclavos en Cuba: H onorato B ernard de Chateausalins,
El v ad em ecu m d e los h a c e n d a d o s c u b a n o s (Nueva York, 1831; m anejam os la edición de La
H ab an a, 1954). A u n q u e n o circu ló en el sig lo X IX , el m édico de la ca sa del M arqués de
Peñalver, el español F rancisco B arrera y D om ingo, escribió tres notables volúm enes sobre la
condición m édica d e los esclavos en 1798: R eflexiones h istó ric o , físico, n a tu r a le s , m édico,
q u irú rg ic a s o p r á c tic a s y esp ecu lativ o s, e n tre te n im ie n to s a c e rc a d e la v id a, usos, co stu m
b r e s , a lim e n to s , v e s tid o , c o lo r y e n f e r m e d a d e s a q u e p ro p e n d e n lo s n e g r o s d e Á fric a
venidos a las A m éricas. Es m uy notable cóm o Barrera construye el espacio de la subjetividad
m édica del esclavo, en un libro que com ienza com o un tratado de historia natural y zoología
y que sin em b arg o p ro g resiv am en te abre el esp acio a un acercam ien to an tro p o ló g ic o a la
s ic o lo g ía de los e sc la v o s: B arrera se in te re sa m u ch o por la “ n o sta lg ia ” c o m o u n a c a u s a
p rincipal del alto índice de suicidio entre los esclavos, quienes al quitarse la vida esperaban
volver al país natal. El m anuscrito se en cuentra en la Sala C ubana de la B iblioteca N acional.
H abría que reflexionar m ás sobre la relación entre la consolidación del régim en de la sanidad
y la salud pública en la década del treinta y el proyecto de subjetivación com o nueva política
del cuerpo y la dom inación. En la M e m o ria so b re la vag an cia en la Isla de C u b a (1832) (La
H abana: E d ito rial L ex , 1946) de Jo sé A n to n io Saco, p o r ejem plo, en co n traría m o s el papel
fundam ental que la “ cultura” cum ple en la construcción del cuerpo disciplinado del ciudada
no ideal, “purgando nuestro suelo de la plaga que hoy la infecta [i.e. la vagancia]” (p. 44). El
resu ltad o se ría un cu erp o adm inistrado p o r la "m oralidad de los in d iv id u o s” (p. 49). D oble
econom ía, la de ese cuerpo sano y dispuesto al trabajo, y asim ism o capaz de juzgar sus propios
actos, in corporando la verdad de la ley y la moral.
57
Al menos en una de sus zonas, en el lugar emergente de una
nueva institución, una instancia de ese poder dividido interpela a
Manzano y lo constituye en hablante, en testimoniante de su dolor,
en un sujeto legítimo que se presenta “con la verdad en los labios”.
Evidentemente, entonces, esa zona del poder y de la letra, que ya
hemos identificado con la literatura y su imperativo de justicia, no
es reducible al régim en de la tortura ni al esquema que concibe
al cuerpo del subalterno como el límite infranqueable del discurso
o de la lengua misma: por el reverso del silencio al que la tortura
reduce la presencia del cuerpo victimado, esa otra forma de poder
exige un discurso sobre el cueipo, pide -digámoslo así- la encar
nación del nuevo concepto de la ju sticia que autoriza tanto la
constitución del sujeto testimoniante como la legitimidad del campo
que produce la interpelación, la paradójica invitación al habla que
la literatura le tiende al otro.
58
duplicación especular es constitutiva de la ideología y asegura su fun
cionamiento. Lo cual significa que toda ideología está centrada , que el
Sujeto Absoluto ocupa el lugar único del Centro, e interpela en tomo
de sí la infinidad de los individuos [convirtiéndolos] en sujetos en una
doble conexión especular que sujeta los sujetos al Sujeto, mientras les
otorga en el Sujeto -en el cual cada sujeto puede contemplar su propia
imagen (presente y futura)- la garantía de que esto realmente les concierne
a ellos y a Él, y que ya que todo tiene lugar en la Familia (la Sagrada
Familia: la Familia es en esencia Sagrada), ‘Dios reconocerá a los suyos
en Ella’; i.e. aquéllos que hayan reconocido a Dios y que se reconozcan
a sí mismos en Él, serán salvos48.
59
y ya creia yo qe. sabia algo pero conosia el poco fruto qe. sacaba de
aquello pues nunca abia ocasion de aser uso de ello, entonses determiné
darme otro mas útil qe. fue el de aprender a escrivir este fue otro apuro
no sabia como empesar no sabia cortar pluma y me guardaría de tomar
ninguna de las de mi señor sin embargo compre mi taja pluma y plumas
compre papel muy fino y con algún pedaso de los qe. mi señor botaba
de papel escrito de su letra lo metia entre llana y llana con el fin de
acostumbrar el pulso a formar letras iva siguiendo la forma qe. de la qe.
tenia debajo con esta imbension antes de un mes ya asia renglones logrando
la forma de la letra de mi señor causa pr. qe. hay sierta identidad entre
su letra y la mia [...] yo pasaba todo el tiempo embrollando con mis papeles
no pocas veces me sorprendió en la punta de una mesa que abia en un
rincón imponiéndome dejase aquel entretenimiento como nada corres
pondiente a mi clase [...] proivioseme la escritura pero en vano todos se
avian de acostar y entonces ensendia mi cabito de bela y me desquitaba
a mi gusto copiando las mas bonitas letrillas de Arriaza [...] (p. 31)51.
60
y la representación (al menos en la esclavitud) era constitutivo del
poder del amo, la copia sitúa la “esencia” de ese poder en manos
del negro esclavo. Es revelador cómo Manzano detalla los instru
mentos que componen su compleja máquina m im ètica -la taja, la
pluma, el papel fino, el pulso calibrado-, y enfatiza la laboriosidad
de la “imbension” prohibida que lo lleva al uso estratégico de uno
de los atributos “esenciales” del poder del amo. La copia desesen-
cializa el atributo, al registrai- la materialidad de la letra (“que paresia
g r a v a d a ”, p. 31). La copia reifica la letra, cuando convierte su
“espíritu” en materia imitable, en un objeto reproducible y por lo
mismo controlable. De esta manera, abre una grieta entre la escritura
y la identidad del amo53.
Por ello los amos continuamente castigan a Manzano cuando lo
descubren escribiendo, narrando historias, recitando poem as o
ejercitando su elocuencia. La facultad mimètica del subalterno produce
en el amo una ansiedad insoportable: la sospecha de que el “espejeo”
no era pasivo, y que la letra calcada trastocaba la estabilidad, los
lugares fijos de la jerarquía, la econom ía de las diferencias que
garantizaba los límites del sentido, la identidad m ism a del poder.
No se trata ahí, por cierto, de parodia o sim ulacro, ni de una
apropiación que implique, por parte de M anzano, la postulación
de una identidad que tras la “máscara” del mimetismo escondiera
el secreto de un ser alternativo. El desajuste que opera Manzano
en la jerarquía no es simplemente el efecto de una rebelde reins
cripción de su diferencia ni de una enfática afirmación de su “otredad”
ante el poder. El desajuste tiene más bien que ver con la similaridad
que en su consecuencia más extrema im posibilitaría el reconoci
m iento del “otro” en tanto función diferenciadora de la identidad
del amo.
En ese extremo se sitúa, por cierto, el personaje mimètico por
excelencia de la literatura cubana del siglo XIX: la mulata Cecilia
quien, lejos de condensai- la figura de un contacto armonioso entre
las razas, p a sa p o r blanca. El cueipo perturbador -casi blanco e
indiferenciable- de Cecilia representa para Villaverde el límite mismo
de la visib ilid ad en que se funda el cuadro ordenador de las
diferencias54. En Cecilia, el narrador frecuentemente insiste en la
dificultad de fija r el cueipo de su protagonista en el cuadro de las
diferencias raciales: “¿A qué raza, pues, pertenecía esta muchacha?
61
D ifícil es decirlo. S in em bargo, a un ojo conocedor no podía
esconderse que sus labios tenían un borde o filete oscuro. [...] Su
sangre no era pura y bien podía asegurarse [...] que estaba mezclada
con la etiope [...]” (p. 7). Asimismo, paia distinguirla, poco después
del nacim iento de la niña, su abuela Josefa le hace “una m edia
luna azul en el hom bro izquierdo” (pp. 3, 237, 295). Ese tatuaje
que inscribe en el cueipo una marca identificatoria imborrable bien
puede leerse como una metáfora del proyecto mismo de la ficción
en Villaverde: del “ojo conocedor” que separa lo puro de lo impuro,
en la medida en que examina compulsivamente la complejidad de
las mezclas. Para Villavcrde, escribir es tatuar el cueipo de Cecilia
para someterlo al cuadro jerárquico de la identificación y la dife
rencia. El mimetismo que Cecilia lleva inscrito en su cueipo casi
blanco, y que en la construcción de Villaverde es inseparable del
im pulso sexual que traspasa y ablanda las fronteras raciales de la
jerarquía, amenaza con disolver los lugares fijos del cuadro cla
sificador que, de otro modo, superado el riesgo de la mezcla racial,
garantizaría la estabilidad de la nación futura. Por el contrario,
Manzano lleva la marca visible de la diferencia en el color estig
matizado de su cueipo. Pero, en su caso, el registro de esa diferencia
intensifica la peligrosidad del hecho profundam ente perturbador,
para el amo, de la elocuencia -marca de la distinción- en boca de
un negro esclavo.
Con mayor detenimiento, convendría trazar, más allá del orden
esclavista, las figuras de los discursos que se elaboraron en respuesta
a la estrategia mimètica de los sujetos subordinados. En efecto, la
inestabilidad que el mimetismo opera en el cuadro de las diferencias
m otivó la elaboración de notables estereotipos que en general
proyectan una radical ambivalencia55. Tales intentos de reducir y
fijar el espejeo y el disim ulo subalterno, no siempre rem iten al
aspecto corrosivo del gesto mimètico. Por ejemplo, ya hacia 1880,
en la apertura relativa que registra la consolidación de los discursos
liberales en Cuba, basados en paite en el proyecto de interpelación
de un sujeto pedagógico y ciudadano, Antonio Bachiller y Morales
señala:
El hombre negro tiene sobre los otros de distinto origen que el blanco
una cualidad recomendable: su espíritu de imitación. Yo no diré que en
eso se parece al mono como han escrito los sostenedores de la antimis-
cegenación. Los monos imitan al hombre y como no son hombres se
reducen a la mímica: pero ¿dónde están sus obras semejantes? Hay en
55. Sobre la am bivalencia constitutiva de los estereotipos, ver H. K. B habha, “ The O ther
Q uestion. The Stereotype and Colonial D iscourse", Serven, voi. 24/6, nov.-dic. 1983, 18-36.
62
la humanidad cierta atracción moral que explicó uno de los escritores
castellanos más originales, D. Ramón Campos en su interesante libro
sobre la Desigualdad personal; considera esa ley de imitación moral,
cuyo fin es la bondad hasta aparente tan eficaz y cierta ley como de
atracción. Y la bondad del ánimo es casi siempre un antecedente favorable
de la sociabilidad, y por consiguiente del espíritu de imitación56.
64
la tertulia delmontina como en las compulsivas imitaciones del habla
dialectal en las ficciones de la lengua nacional que elaboran an
siosam ente las novelas abolicionistas60- un im pulso m im ético al
menos tan intenso como las apropiaciones de M anzano? Pensado
como un doble movimiento especular, como un doble intercambio
de prácticas y de uso, el proceso de la “identificación” del sujeto
desborda la pregunta por el m odelo o la prioridad, y nos sitúa
nuevamente ante las estrategias y negociaciones que se despliegan
en la escena. Digamos que en la interpelación -precisamente porque
la escritura de Manzano no es pasiva- la institución que lo llama
y que con su testim onio se funda tiene que rediseñar el trazado
de sus lím ites y su política del contacto.
En su lúcida lectura de la A u to biografía, Antonio Vera-León
explora cierto desequilibrio desencadenado por el texto de Manzano
én el interior del “canon” de la literatura nacional aún en vías de
formación61. En la escritura fonética de Manzano, Vera-León señala
la cristalización de una “retórica del m estizaje”62 que conjugaba,
en la superficie misma de su forma -escrita y oral- “una alianza
o conspiración literaria desde donde negociar un lenguaje para
narrar la nación”63. La incorporación de la palabra del esclavo
respondía a la doble pugna del campo intelectual criollo que, por
un lado, encontraba en el “estilo bárbaro”64 de M anzano -en el
excedente de su oralidad- un mecanismo de diferenciación del canon
metropolitano; campo intelectual criollo que, por otro lado, en el
proceso de la incorporación de la palabra “otra” en la literatura,
proyectaba la “dom esticación [de la oralidad, signo de barbarie]
en la escritura”65, en un intento disciplinario de contener las pro
fundas contradicciones internas de la nación (futura), cruzada aún
por los efectos de la esclavitud y la irreductible heterogeneidad
racial. Con precisión Vera-León señala las nuevas contradicciones
que desata la propia “alianza” que sitúa la em ergente literatura
nacional ante la “barbarie” de ese estilo que -si bien posibilitaba
la especificación de la diferencia ante España- al m ism o tiem po
exponía la literatura al riesgo de la “desfiguración”66 de la escritura.
De ahí las reiteradas revisiones a que ha sido sometida hasta nuestros
65
días la escritura de Manzano: intentos letrados de retocar su escritura
fonética, de ajustarla a las normas gramaticales de la institución.
O, com o señalara todavía años después M ax Henríquez Ureña,
intentos de “pasar en lim pio ese texto, librándolo de im purezas
66
criptor” de Manzano- sobre el efecto nocivo de las nodrizas negras
y m ulatas en la “lengua castiza”:
70. A. S uárez y Rom ero, "V igilancia de las m adres” . Colección d e artículos (La H abana:
E stab lecim ien to T ip o g ráfico La A ntilla, 1859). p. 23.
71. M . D ouglas, P u rity a n d D a n g e r, op. c¡(., p. 121.
67
ran al contacto ineluctable que la reubicación de los lím ites im
plicaría. El m iedo a la m ezcla recorre la escena testim onial y
sobredetermina luego el ambiguo rol que la ficción narrativa cumple
en la elaboración de esos discursos. Como el testimonio de Man
zano, la novela -género híbrido por excelencia- era un suplemento
tan necesario com o peligroso para los discursos de la “homoge-
nización” nacional. Si bien contribuía, con el don prospectivo de
la ficción, a pensar las condiciones que harían posible la transfor
mación del esclavo en ciudadano, en sujeto de una ley más justa,
en hablante de una lengua nacional más democrática, la novela
-com o el testim onio de Manzano- situaba al poder en una zona
arriesgada de contacto y porosidad.
68
Irreductible a la codificación del derecho, o a la administración
del m ism o en el aparato legal, el discurso de la ley cristaliza -y
pugna por resolver, en el devenir de sus transform aciones- esa
tensión m atriz entre la institucionalidad existente y la proyección
de una justicia futura. Para Cover, la narrativa es el lugar donde
se elabora, en el presente mismo de las instituciones existentes, la
ficción del futuro que trabaja, mediante el gesto prospectivo, las
zonas im pensables de la institución “form al” que en ese sentido
nunca puede dar cuenta de la pluralidad de las legitim idades que
circulan y pugnan en el campo de las contradicciones sociales74.
De ahí que el “nomos no requiera necesariamente de un estado [de
las instituciones formales de la ley], y que la creación del sentido
jurídico -la ju risgen esis- siempre tenga lugar en un m edio esen
cialm ente cultural”75.
En su debate contra el positivismo, Cover intenta oponer el sentido
jurídico a la organización social y la administración de la ley76 con
lo cual reduce la función del estado a las prácticas administrativas
del “control social” que ejercen las “instituciones form ales”. El
debate lo lleva, asimismo, a reclamar una autonom ía radical para
las prácticas simbólicas que generan el nom os en la zona “esen
cialmente cultural” que Cover opone a las instituciones del Estado:
“Til dicotomía, manifiesta en las culturas folclóricas y clandestinas
[underground] incluso en las sociedades más autoritarias, es par
ticularmente visible en la sociedad liberal que renuncia al control
de la narrativa. El carácter incontrolado del sentido ejerce un efecto
desestabilizador sobre el poder. Es decir, los preceptos deben tener
sentido, pero necesariam ente abstraen ese sentido de m ateriales
creados por prácticas sociales que no están sujetas a las normas
que condicionan la legislación y la producción formal de las le
yes”77. La crítica al positivismo sitúa a Cover en una tajante opo
sición entre el estado y esa especie de sentido salvaje que la práctica
simbólica desata en el exterior de la institución. Acaso podría pensarse
que la articulación de ese sentido -en la ficción del derecho- es
constitutiva de la institución, en tanto función de las creencias,
relatos, procesos de identificación e interpelación de los sujetos que
intervienen incluso en las operaciones aparentemente más “forma
les” de la administración o del control social. Además, según hemos
argüido a lo largo de este trabajo, la producción del sentido que
C over opone al poder circula m ediante la intervención de otras
74. S obre la com petencia de legitim idades en el orden ju ríd ico , ver tam bién B. de S ousa
S an to s, “ U n a c a rto g ra fía sim b ó lica d e las re p re se n ta c io n e s so c iales. P ro le g ó m e n o s a u n a
c o n cep c ió n p o sm o d e rn a del d erech o ", o p . c it.. pp. 18-38.
75. R obert M. C over, “T he S uprem e C ourt...”, o p. cit., p. 11. (Tr. del autor).
76. Ib id ., p. 18.
77. Id e m . (Tr. del autor).
69
institu cio n es culturales, sobre todo la literatura, en sociedades
secularizadas. En todo caso, el trabajo de Cover m anifiesta las
posibilidades abiertas por el contacto entre el análisis del discurso
y los debates sobre la interpretación y la constitución de la “verdad”
jurídica.
En el relato de María Antonia Mandinga -en el recorrido de su
palabra por los canales de un aparato judicial que no era aún capaz
de dar créd ito a su sentido- ubicam os una de las “v erdades”
impensables de la ley esclavista. Señalamos también que la larga
trayectoria de su desafío, en el pleito que se prolonga por más de
m edio siglo, se nutría de las contradicciones internas de los pre
supuestos interpretativos de un orden judicial que, entre otras
tensiones, evidenciaba un progresivo desequilibrio entre las cate
gorías del derecho natural del esclavo y el derecho de propiedad
del amo. Pero, de igual modo, sugerimos que las tensiones internas
de la institución no podían dar cuenta de las transform aciones
cristalizadas por la resolución de la disputa en favor de Juan Lorenzo
-el hijo de María Antonia- en la década de 1860. Más allá de este
caso en particular, propusimos que el proceso de constitución del
esclavo en sujeto de la “verdad”, en sujeto de derecho (al testimonio)
en el orden de la representación liberal, implicaba la intervención
de otro discurso que operaba sobre los lím ites de la institución
jurídica, reubicando el cam po de su territorio y proyectando la
redefmición de la ciudadanía. La literatura se instituye con la in
tervención en los límites del orden jurídico-simbólico de la escla
vitud, trabajando la peligrosidad de sus m árgenes, proponiendo
categorías para la solución de los diferendos generados por la
pluralidad de las legitimidades y, sobre todo, explorando las con
diciones que harían posible la subjetivación de los esclavos: la
interpelación de los sujetos en una nueva red de dom inación e
identificación. Allí, en el cielo de la lengua nacional cubana, la
escritura de Manzano brilla como una estrella enante y, al final del
relato, cim arrona78.
II. INTERSTICIOS
4
ENTRE OTROS:
UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES
DE LUCIO V. MANSILLA*
73
Bellas Letras: “Sobre el mérito puramente artístico y literario de estas
páginas, no se me aparta nunca de la mente que Chateaubriand,
Lamartine, Dumas, Jaquemond, han escrito viajes [...]” (p. 12). La
autoridad se encuentra al otro lado; el viaje, en Sarmiento, es su
búsqueda.
En Sarmiento la discontinuidad topográfica y cultural, condición
del viaje, se representa en términos de un desnivel: “Hay regiones
dem asiado altas, cuya atmósfera no pueden respirar los que han
nacido en tierras bajas” (p. 12). El viajero va de lo bajo a lo alto.
El itinerario dispone un movimiento en dirección a una plenitud.
El pasado, territorio de origen, visto desde el otro lado, se asume
como carencia. El intelectual viajero se autoriza en el proyecto de
nivelación del desajuste. De ahí el peso ideológico del género,
cuando menos a lo largo del siglo XIX.
En el interior del género, U na excursión a los indios ranqueles
(1870) de Lucio Victorio M ansilla ocupa un lugar excéntrico2. Es
fundador, digam os, de un nuevo tipo de ejercicio turístico. Su
excentricidad relativa, su capacidad crítica, se desprende de su trabajo
sobre las normas instituidas por el relato del viaje a Europa. U na
excursión es un deliberado viaje a la barbarie. De ahí, entre otras
cosas, su silueta paródica: “¿No es común ir a Europa p o r instruirse
p a ra olvidar lo poco que se ha aprendido en la tierra? [...] Ir p o r
lana p a ra salir trasquilado” (p. 43). U na excursión a los indios
ranqueles es la práctica de una inversión, comentada por Mansilla
en este curioso recuerdo:
74
circunstancial del relato podemos incluso imaginar una lectura que
piense al texto como una práctica de ficción. Ya lo había previsto
Mansilla: “Como Gulliver, en su viaje a Liliput, yo he visto el mundo
tal cual es en mi viaje a los ranqueles” (p. 317). Y “Creerán algunos
que a medida que corre la pluma voy fraguando cosas imaginarias
para llenar papel y aumentar el efecto artificial de estas mal zurcidas
cartas [...]. Los abismos entre el mundo real y el mundo imaginario
no son tan profundos” (p. 29). Posiblem ente sea válida, además,
la lectura del texto como un estricto ejercicio testimonial: “Yo no
soy más que un cronista” (p. 157), dice Mansilla. Así parece haber
sido leído el relato por el Congreso Geográfico Internacional en
1875 cuando premió el libro. Décadas después, Ricardo Rojas insistía
en que “la pintoresca novedad del asunto en la época de su primera
edición y el interés añadido a esta crónica por el transcurso del
tiempo, explican la fama de tal libro, más que su factura literaria”3.
' La oposición entre “crónica” y “factura literaria” perm ite la
ubicación de algunos problemas que dificultan la lectura de un texto
formalmente tan híbrido como U na excursión. Como muchos textos
latinoamericanos del siglo XIX, U na excursión pone en evidencia
un alto grado de m arginalidad funcional y genérica4. Su espacio
se configura a partir de la codificación de lo referencial5, condición
de producción y de lectura del discurso testimonial en la forma del
relato de viaje. Sin embargo, también es evidente el “efecto artificial”
del relato, la apelación a la función estética de la época mediante
las notables narraciones, las descripciones líricas y las alusiones a
los m odelos del rom anticism o europeo y argentino. Parecería,
entonces, que si bien la oposición entre “lo literario” y “lo no
literario” dificulta la lectura crítica, no constituye una contradicción.
Digamos, por ahora, que esa marginalidad tuvo un valor práctico
para Mansilla: su escritura propone, por un lado, la vitalización de
la norm a estética de su época y, con el m ism o m ovim iento, la
literaturización de los discursos testimoniales de la experiencia vivida.
A pesar de la confluencia de funciones discursivas y de la
complejidad genérica de U na excursión podemos partir de varias
matrices que, si bien son producidas por la escritura, operan como
75
núcleos a partir de los cuales el texto arma su particular organización
del sentido y, así, el com plejo modelo del m undo que propone.
Partimos aquí de la relación entre las figuras de lo otro y lo mismo
en el relato, dado que U na excursión constituye un deliberado viaje
ál lugar excluido de (y por) la “civilización”; un viaje al territorio
extraño del indio y del gaucho exilado. Nos proponem os seguir
la cadena significante de la que se desprende la relación entre
“nosotros” y “ellos”: pronombres de lo mismo y lo otro, así como
los m ecanism os de exclusión e inclusión mediante los cuales se
form ula dicha dicotom ía en U na excursión. Observaremos cómo
M ansilla critica la “naturalidad” del “nosotros”, sujeto de la ideo
logía que enuncia la oposición civilización/barbarie en su instancia
sarmientina; e intentaremos luego ubicar la problemática del sujeto
-forma de autoridad6 o medida de jerarquización- desde el cual se
hace la crítica al sujeto sarm ientino: nos(otros), sujeto del cual
M ansilla se proyecta com o un excluido, que a su vez constituye
la form a de un poder deseado.
D E BÁ R BA R O S Y CIVILIZADOS
76
formulación de la antinomia civilización/barbarie, un sector despla
zado de la oligarquía reafirmaba su “derecho natural” al poder, en
una época en que la “barbarie” -el rosismo- determinaba la política
del E stado8. Com o señala David Viñas:
Grandes y populosas ciudades como Buenos Aires, con todos los placeres
y halagos de la civilización, teatros, jardines, paseos, palacios [...] una
77
agitación vertiginosa, en medio de calles estrechas, fangosas, sucias,
fétidas, que no permiten ver el horizonte, [...] en las que yo me ahogo,
echando de menos mi caballo.
Fuera de aquí, campos desiertos, grandes heredades, donde vegeta el
proletario en la ignorancia y en la estupidez [...].
Tesis y antítesis de la vida de una república. Eso dicen que es gobernar
y administrar. ¡Y para lucirse mejor, todos los días clamando por gente,
pidiendo inmigración! (p. 167).
Sobre este tópico, Santiago amigo, mis opiniones han cambiado mucho
[...] desde la época en que con tanto furor discutíamos la fatalidad de
las razas. [...].
Hoy pienso de distinta .lanera. Creo en la unidad de la especie humana
y en la influencia de los malos gobiernos (p. 13).
78
como gesto crítico esta escritura remite a la estricta negación de
toda postura de autoridad, de poder del autor y, así, de toda función
ideológica del discurso?
[...] soñaba que yo era el conquistador del desierto; que los aguerridos
ranqueles, magnetizados por el eco de la civilización, habían depuesto
las armas; que se habían reconcentrado formando aldeas; que la iglesia
y la escuela habían arraigado sus cimientos en aquellas comarcas deshe
redadas [...] (p. 174).
¿No tienes poder, 110 eres de carne y hueso, 110 amas el placer? Pues bien
[...] ¡Escucha la palabra de la experiencia, hazte proclamar y coronar
emperador! Imita a Aurelio I. Tienes un nombre romano. Lucius Victorius
Inperator sonará bien al oído de la multitud (p. 175).
79
M is m em orias12. En cambio, Una excursión proyecta la figura de
un yo sin historia familiar, la figura del self-m ade man Mansilla:
“mi tesoro no es herencia de nadie. Yo mismo me lo he formado”
(p. 161). De ahí que la autoridad del yo en U na excursión dependa
de la capacidad del narrador -ese otro yo- para inflar los actos de
su personaje. El personaje Mansilla es el efecto de un sistemático
proceso hiperbólico. L a im portancia del viaje m ism o ha sido
exagerada: cuando M ansilla hace el viaje a las tolderías, supues
tamente para ratificar un pacto del gobierno con los indios, el tratado
ya había sido firmado por los ranqueles. Incluso el encuentro con
la “barbarie”, que M ansilla propone como único y original, tenía
varios antecedentes. El propio Santiago Arcos, intelectual chileno
que figura com o “destinatario” de las “cartas” que form an U na
excursión había escrito años antes un folleto relatando sus expe
riencias en la frontera argentina13.
La inflación del yo, como decíamos, se verifica en varios niveles
de la organización textual. Veamos, primeramente, cómo se formula
la figura del acto r M ansilla ante los otros personajes del relato.
“M IR A B A N Y M IR A BA N C O N IN TEN SA O JEADA”
80
clave de acción: la teatralidad. Los significantes de la teatralidad
abundan en el relato: “Yo fingía no entender nada [...]” (p. 80);
“Hecha la comedia, pedí más aguardiente [...]” (p. 105); “[...] probarles
a los indios, con un acto de añojo (p. 14). Esa distancia -a veces
un tanto irónica- entre el plano de la enunciación y el del enunciado,
se com plica aún más si tenemos en cuenta que ambos planos se
conjugan, aparentemente, en un yo que actúa, pero que a su vez
recuerda, edita y narra lo actuado. La teatralidad del personaje
genera la siguiente pregunta: ¿Hay alguna identidad detrás del yo
que fin g e, que parece ser, que actúa com o si fu e r a ?
Lejos de ser un personaje esquemático, ese yo indica un alto
grado de consistencia. Es un yo esquivo y enm ascarado, sujeto
teatral para el cual ser es actuar. Es un sujeto siempre atento a ser
v isto , cuyo campo de acción es un escenario en el cual la regla
básica del juego es conocer el p oder, el efecto que las posturas
propias tienen sobre los otros. El personaje calcula la autoridad que
proyecta cada gesto emitido: “Yo hablé de los caballos que me
habían robado en Cullancó [...] y lo hice con vivacidad [...] pa-
reciéndome que mi tono de autoridad llamaba la atención de todos”
(p. 139). F a rsea r es su acto distintivo. Lo hace sin el m enor
rem ordim iento, pues hasta los indios “saben rodearse de aparato
teatral para deslum brar o em baucar a la m ultitud” (p. 110). El
“aparato teatral", entonces, no es simplemente un juego; no se arma
por lujo o por una inocente extravagancia. Es, por el contrario, una
sistemática manipulación del espectador, de la “multitud” que mira:
otro siem pre presente sin el cual el yo teatral dejaría de ser.
En el encuentro del personaje con los indios y los gauchos en
las tolderías leemos otro de sus rasgos distintivos: encontrar al otro
no puede ser sim plem ente el juego de ver y ser visto; requiere,
además, ser escuchado y comprendido. Tal intercambio de sentido,
por su paite, sólo puede darse mediante la imitación de los propios
gestos del “bárbaro”. Es decir, requiere un actuar com o si se disolvieran
las barreras'entre lo mismo y lo otro: simulacro paia reducir el efecto
de la extrañeza mutua. De ahí que en su encuentro con el cacique
M ariano, M ansilla siga este curioso consejo de Caniupán: “M ora
volvió a conversar con Caniupán y me dijo después: -Señor, dice
Caniupán que ya puede darle la mano al general Mariano; que haga
con él y con los demás que salude lo mismo que ellos hagan con
usted” (p. 134). Así hará M ansilla casi siempre.
Ahora bien, la comunicación con el otro, el intercambio de sentido
mediante la imitación de sus gestos, implica, por paite del personaje,
un acercamiento, un contacto material, físico, y, en cierta medida,
la necesidad de participar de la “grotesca” forma del cuerpo extraño:
81
Detrás de mí iba una carretilla exprofeso.
Acerquéme primero a Linconao y después a los otros enfermos [...].
Linconao estaba desnudo y su cuerpo invadido por la peste con una
virulencia horrible.
Confieso que al tocarle sentí un estremecimiento semejante al que con
mueve la frágil y cobarde naturaleza cuando acometemos un peligro
cualquiera.
Aquella piel granúlenla, al ponerse en contacto con mis manos, me hizo
el efecto de una lima envenenada [...].
Aquel fue un verdadero triunfo de la civilización sobre la barbarie [...]
(p. 10).
82
La distancia frente al cueipo animalizado del otro es notable. En
otras instancias, sin em bargo, com o en el caso de la anterior
descripción de Linconao, M ansilla no puede olvidar el simulacro,
base de su contacto con los “bárbaros”. De ahí que im ite sus
costum bres, por muy bajas y grotescas que le parezcan:
16. Cf. Colín M. Lewis, “L a consolidación de la frontera argentina de la década del 70: los
ind io s, R oca y los ferrocarriles’' en L a A rg e n tin a d e l O c h e n ta ..., op. clt., pp. 469-495.
84
Desde la perspectiva de M ansilla, el problem a del gaucho era
aún más serio: “La libertad, el progreso, la inmigración, la larga
y lenta palingenesia que venim os atravesando diez y ocho años
lo van haciendo desaparecer”. El gaucho -el gaucho trabajador-
constituía la figura fundadora de la nacionalidad; aun así era marginado
por las numerosas formas del poder ilegítimo del Estado: el ejército,
el juez de paz, etcétera.
En varios sentidos, U na excursión se arma como una lectura de
la poesía gauchesca, género literariamente marginal en su época.
El texto no sólo tematiza la problem ática de la m arginación del
gaucho -campo semántico clave de la gauchesca- sino que también
incluye numerosos relatos de fogón -vidas de gauchos- en los cuales
el otro asume la palabra, el discurso directo que, a primera vista,
no parece estar subordinado al discurso del autor (que no es gaucho,
como en la gauchesca). M ansilla com enta el procedim iento: “Yo
era yo y a la vez el soldado, el paisano ése, lleno de abnegación,
cuya triste aventura acababa de ser relatada por sus propios labios,
con el acento inimitable de la verdad” (p. 71). Sin embargo, las
vidas de Crisòstomo, Camargo, Chañilao o Miguelito, comprueban
sólo mínimas variaciones en términos de la modelización narrativa,
lo que indica la función del discurso autoral demarcando el discurso
del otro. Miguelito huye de la “justicia” que lo oprime: ese conflicto
inicial con la ley, que interrumpe la estabilidad de su vida anterior,
da apertura a la historia de su persecución y de su antisociabilidad,
que en realidad es el efecto de su m arginación en m anos de
instituciones mal fundadas. El fogón no es sólo el escenario físico
en que se cuentan las historias, sino una condición de existencia
del discurso del gaucho, pues no en cualquier espacio se puede
contar la historia de la represión. Como dice Mansilla, “El fogón
es la delicia del pobre soldado, después de la fatiga. Alrededor de
sus resplandores desaparecen las jerarquías m ilitares” (p. 20); ahí
se dem ocratiza el discurso. Tales relatos remiten a la tradición de
la gauchesca, a la tradición del “fogón” fundada por los diálogos
p a trió tico s de H idalgo17.
El gaucho, para Mansilla, también poseía los rasgos de la “ci
vilización”: si la justicia no lo oprimiera podría defender la pro
piedad privada, la institución familiar y el trabajo productivo. Podría
X5
constituir la mano de obra de un capitalismo criollo, basado en las
riquezas de los campos y dirigido por una clase que, epitomizada
por M ansilla, igual gustaba de “una tortilla de huevos de gallina
frescos, en el Club El Progreso, [que de] una de avestruz en el
toldo [del] cacique Baigorrita” (p. 3). Sólo así se podía defender
la nacionalidad de las garras inglesas y del influjo inmigratorio.
Se viaja, en fin, para resolver las contradicciones que debido al
poder opresor im pedían la integración del “bárbaro” al espacio
“civilizado” ; contradicciones que obstaculizaban la necesaria ex
pansión de las fronteras, así como el desarrollo pleno de la economía
del interior. Para M ansilla, sólo después de la solución de tales
contradicciones podía replantearse el problema de la nacionalidad.
86
excursión no es propiamente un conjunto de cartas dirigidas a un
lector individual, aunque mantiene ciertos procedimientos retóricos
del género epistolar como convenciones del género del relato de
viaje. La función de Santiago, en tanto destinatario textual, no equivale
a la función del lector hipotético que el texto proyecta, a veces
sin nombrar, como la imagen de su lector real posible: el público
del periódico donde aparecieron, por entregas, las “cartas”. Por eso
el nombre de ese destinatario particularizado es un significante que
la enunciación va llenando con las figuras de sus lectores hipotéticos
quienes, con m ayor seguridad, tenían acceso al relato y podían
convertirse en sus lectores reales.
Sin embargo, Santiago Arcos cumple otras funciones más espe
cíficas: es el nombre del autor del folleto titulado C uestión de los
indios. L as fro n te ra s y los indios (1860). Según un biógrafo de
Arcos, en este folleto se “proponía [...] una acción m ilitar contra
los indios ‘que depredaban las tierras de los cristianos’”18. De ahí
que el nombre de Santiago Arcos en el polo de la recepción facilite
el encuadre del diálogo19 en el relato que, como vimos, postula
la crítica de la “orgullosa civilización”. Santiago Arcos, entre otras
cosas, significa la postura ante la civilización que U na excursión
se propone desmontar.
Ahora bien, ya en la primera carta hay indicios de que además
de Santiago hay otros destinatarios del narrador: “Ya sabes que los
ranqueles son esa tribu de indios araucanos [...]” (p. 2). De experto
a experto ésa sería una información superflua; de ahí que podamos
suponer que el enunciado va dirigido a un destinatario que no
maneja tal información. Pronto se especifica la figura de ese otro
destinatario: “Si al público a quien le estoy mostrando mi carta [...]”
(p. 6). De ahí en adelante la enunciación oscilará entre estos dos
destinatarios textuales, aunque como veremos luego aparecerán otras
figuras del lector en las importantes dedicatorias internas, m eca
nism o frecuentem ente utilizado por M ansilla en toda su obra20.
Por un lado la mayoría de las primeras caitas se refieren a Santiago,
“amigo”, y por otro, al público de “múltiple cabeza”, que en un
comienzo rara vez es nombrado, aunque progresivam ente llegará
a ocupar por completo el lugar del destinatario textual, desplazando
87
a Santiago Arcos, que finalm ente desaparece. La relación entre
ambos destinatarios es reveladora. Temprano en la lectura notamos
una oposición entre el destinatario individualizado y el público
colectivo:
88
De ahí que el narrador M ansilla cumpla el rol de traductor -así
como en el plano de la acción el yo hacía de embajador- que les
suple a los excluidos la información que no poseen. Observemos
los siguientes ejemplos: “Se inicia con un yapaí, lo mismo que si
dijéramos: the pleasure of a glass o f wine with you?, para que vean
los de la colonia inglesa que en algo se parecen a los ranqueles”
(p. 141); o “He dicho que el camino de Cuero consiste en una
rastradilla, y voy a explicar lo que significa esta palabra que en
buen castellano tiene una significación distinta de la que le damos
en la jerga de la tierra” (p. 17). En ambos ejemplos el uso de la
cursiva registra una distancia frente a la palabra del otro, campesina
o indígena. Sin em bargo, el segundo enunciado com prueba la
inclusión del narrador en el “nosotros” (en damos), sujeto de la
“jerga de la tierra”, y la consiguiente exclusión del “ustedes” (que
requiere la explicación).
Además, en ambos casos aparece cierto rasgo positivo cualifi
cando al destinatario colectivo: no es éste simplemente el que ignora,
es el sujeto del “buen castellano” que se opone a la “jerga” cam
pesina. Es la figura de un grupo social urbano: “Este episodio tiene
gran interés social, y les hará conocer a muchos de los que no salen
de los barrios cultos de Buenos Aires, lo que es nuestra Patria amada
[...]” (p. 52). Las referencias a ese destinatario textual de los “barrios
cultos” son constantes: “La civilización de Buenos Aires debe pensar
seriamente en esto. No soy un alarmista. Pero así como estamos
amenazados [...]” (p. 66). El destinatario ahí es el sujeto de la
“civilización”. Pero si antes habíamos notado que las explicaciones
léxicas indicaban la exclusión del destinatario (urbano) del código
(campesino) que en muchos momentos maneja el narrador, en este
último ejemplo observamos la inclusión del narrador en el sujeto
“civilizado” (en estamos) y la implícita formación de un “nosotros”
con ese destinatario colectivo: destinatario, recordemos, que antes
había sido considerado agresivam ente como una tercera persona
excluida, com o el público que “sabe muchas m entiras”.
De modo que no hay sólo una marcada exclusión, una distancia
explícita en el desprecio ante la masa amorfa de “múltiple cabeza”.
También hay instancias en que el sujeto de la enunciación proyecta
su inclusión del destinatario colectivo, del “ustedes” civilizado, en
su propio espacio: el lugar del “nosotros” que el yo regula. Esa
oscilación en el grado de distancia entre el narrador y el destinatario
colectivo se relaciona con algunos aspectos estilísticos del relato;
por ejemplo, la variación entre el uso del “ustedes” y el "vosotros”
en el texto. Por su parte, tal oscilación no se reduce al registro
pronominal, sino que por momentos se evidencia en la sintaxis de
los enunciados en que aparecen los pronombres:
89
¿No habéis corrido alguna vez a salvar un objeto querido al borde del
precipicio, salvarle instintivamente, y mirándole sano y salvo, algo como
un desvanecimiento de cabeza, no os ha hecho comprender que la existencia
es un bien supremo, a pesar de las espinas que nos hincan y lastiman
en las asperezas de la jomada? (p. 387).
90
Por eso el “nosotros” de Buenos Aires significa doblemente: es
el público que el sujeto quisiera incluir en el espacio de su sujeción
-de la intimidad-, pero asimismo es la base de la política opresora
de Sarmiento. Esa dualidad en la significación del “nosotros” produce
una distancia por momentos irónica entre el narrador y sus des
tinatarios, incluso cuando aquel proyecte la unidad de ambos en
la primera persona plural: “Ésa es nuestra tierra como nuestra política
suele consistir en hacer de amigos enemigos, parias de los hijos
del país [...]” (p. 293). El sujeto se acerca a los “parias”, a los “hijos
del país”; pero al mismo tiempo se incluye en el “nosotros”, sujeto
opresor y sujeto deseado.
La contradicción entre “lo propio” y el otro de Buenos Aires no
es irresoluble. La base de la contradicción entre las necesidades
de la tierra y la civilización de Buenos Aires radica en la política
del Estado presidido por Sarmiento, que bien podía ser reformulada.
Por eso Mansilla arma el espectáculo de su defensa de los “parias”22;
se identifica con los excluidos porque, en realidad, el lugar del sujeto
de la escritura también se encuentra en los márgenes desplazados
del espacio del poder. A través de esta escritura habla todo un sector
de la oligarquía que había sido marginado por el poder en época
de Sarm iento; sector de la oligarquía que requería una política
favorable a la economía rural. De ahí, además, los matizados elogios
a la política de Rosas23.
De este modo, la crítica al liberalism o en su formulación sar-
mientina se legitima, se autoriza en los postulados del liberalismo
mismo. Propiamente no se desarma la ideología de la oligarquía,
como ocurre, por ejemplo, en el M artín Fierro. Se critica la mala
lectura del liberalismo que había realizado la política del Estado.
A su vez, se insiste en el pacto con el grupo social que constituía
la base del gobierno de Sarmiento. Las interpelaciones básicas del
liberalismo no son cuestionadas. La propiedad privada sigue siendo
un hecho natural; se viaja para extender sus fronteras. Se mantiene
el ideologema del trabajo productivo -de la división del trabajo entre
dueños y peones- que evidencia sólo una reformulación de la línea
divisoria entre “nosotros” y “ellos”, entre lo mismo (lo propio) y
lo otro (lo apropiable). En fin, el “progreso” y la “sociabilidad”
se cuestionan sólo para incluir en el espacio de lo civilizado al
desarrollo posible del campo.
91
¿No habéis corrido alguna vez a salvar un objeto querido al borde del
precipicio, salvarle instintivamente, y mirándole sano y salvo, algo como
un desvanecimiento de cabeza, no os ha hecho comprender que la existencia
es un bien supremo, a pesar de las espinas que nos hincan y lastiman
en las asperezas de la jomada? (p. 387).
90
Por eso el “nosotros” de Buenos Aires significa doblemente: es
el público que el sujeto quisiera incluir en el espacio de su sujeción
-de la intimidad-, pero asimismo es la base de la política opresora
de Sarmiento. Esa dualidad en la significación del “nosotros” produce
una distancia por momentos irónica entre el narrador y sus des
tinatarios, incluso cuando aquel proyecte la unidad de ambos en
la primera persona plural: “Ésa es nuestra tierra como nuestra política
suele consistir en hacer de amigos enemigos, parias de los hijos
del país [...]” (p. 293). El sujeto se acerca a los “parias”, a los “hijos
del país”; pero al mismo tiempo se incluye en el “nosotros”, sujeto
opresor y sujeto deseado.
La contradicción entre “lo propio” y el otro de Buenos Aires no
es irresoluble. La base de la contradicción entre las necesidades
de la tierra y la civilización de Buenos Aires radica en la política
del Estado presidido por Sarmiento, que bien podía ser reformulada.
Por eso M ansilla arma el espectáculo de su defensa de los “parias”22;
se identifica con los excluidos porque, en realidad, el lugar del sujeto
de la escritura también se encuentra en los márgenes desplazados
del espacio del poder. A través de esta escritura habla todo un sector
de la oligarquía que había sido marginado por el poder en época
de Sarm iento; sector de la oligarquía que requería una política
favorable a la economía rural. De ahí, además, los matizados elogios
a la política de Rosas23.
De este modo, la crítica al liberalism o en su formulación sar-
mientina se legitima, se autoriza en los postulados del liberalismo
mismo. Propiamente no se desarma la ideología de la oligarquía,
como ocurre, por ejemplo, en el M artín Fierro. Se critica la mala
lectura del liberalism o que había realizado la política del Estado.
A su vez, se insiste en el pacto con el grupo social que constituía
la base del gobierno de Sarmiento. Las interpelaciones básicas del
liberalismo no son cuestionadas. La propiedad privada sigue siendo
un hecho natural; se viaja para extender sus fronteras. Se mantiene
el ideologema del trabajo productivo -de la división del trabajo entre
dueños y peones- que evidencia sólo una reformulación de la línea
divisoria entre “nosotros” y “ellos”, entre lo mismo (lo propio) y
lo otro (lo apropiable). En fin, el “progreso” y la “sociabilidad”
se cuestionan sólo para incluir en el espacio de lo civilizado al
desarrollo posible del campo.
91
LOS “ESTILOS” Y LOS MODOS DE REPRESENTACIÓN
Una negra cabellera clara y lacia, nevada ya, cae sobre sus hombros y
hennosea su frente despejada, surcada de arrugas horizontales. Unos grandes
ojos rasgados, hundidos, garzos y chispeantes, que miran con Fijeza por
entre largas y pobladas pestañas, cuya expresión habitual es la melan
colía, pero que se animan gradualmente, revelando entonces, orgullo,
energía y fiereza; una nariz pequeña, deprimida en la punta, de abiertas
ventanas, signo de desconfianza, de líneas regulares y acentuadas; una
boca de labios delgados marca la astucia y la crueldad [...] (p. 180).
92
visto entre el “buen castellano” y la “jerga de la tierra”. Más que
abstraer una significación de la inm anencia de las formas24, nos
interesa observar cómo esa dualidad se relaciona con los modos
de representación de la época. Ya señalamos antes que el primer
estilo remite a la imitación de la oratoria y el segundo a la con
versación familiar.
Lo significativo es que U na excursión tematiza su relación con
la historia de ambos estilos, en tanto modos escritúrales, al polemizar
contra las “falsificaciones” efectuadas por los poetas argentinos:
“Poetas y hombres de ciencia, todos se han equivocado. El paisaje
ideal de la Pampa, que yo llamaría pampas, en plural, y el paisaje
real, son dos perspectivas completamente distintas. Vivimos en la
ignorancia hasta de la fisonom ía de nuestra Patria” (p. 55).
En enunciados como éste Mansilla no propone la corrección de
los “idealism os” de la poesía en abstracto. Su texto se sitúa ante
una tradición literaria precisable: se refiere a los “bardos” “que no
han tenido el valor de cantar [al gaucho] sino para hacer su caricatura”
(p. 157). ¿Quiénes son los “bardos”: Echeverría, Ascasubi, del Campo?
En el texto hay una referencia bastante irónica a los dos últimos:
“El negro no tardó en irse con su música a otra parte. Como poeta
festivo, como payador, no podía rivalizar con Aniceto el Gallo ni
Anastasio el Pollo” (p. 173). El negro se convertiría luego en el
poeta oficial del cacique M ariano. Las citas de Echeverría son
abundantes, y toda U na excursión puede leerse como la lectura
correctora de L a cautiva. Porque así como U na excursión critica
el concepto dominante de la “civilización”, también polemiza contra
el libro de los románticos argentinos y el estilo “alto” que identifica
con esa otra instancia del sujeto del poder:
24r Algunas veces se ha identificado la m ayor o m enor subordinación con la autoridad que
el sujeto de la escritura ejerce sobre sus destinatarios. El estilo hipotáctico se identifica con un
m ayor g rado de control ejercido sobre el lector, y la parataxis con el ju eg o y la crítica de la
u n ivocidad au to ritaria. A unque cada estilo lleva su carga ideológica, la jerarq u iza ció n sería
índice de un idealism o si un estilo u otro adquiriera en ella un valor predeterm inado, suprahis-
tórico. Para u n a in troducción al problem a, cf. R oberta K avelson. "S em iotics and the A rt o f
C o n v ersatio n ” en S e m ió tica. 32, 5, (1980).
93
fogón”: “Toda narración sencilla, natural, sin artificios ni afectación,
halla eco simpático en el corazón. El ideal no puede realizarse sino
m anteniéndonos dentro de los lím ites de la naturaleza” (p. 151).
El estilo de lo “natural” queda contrapuesto al libro “forrado en
marroquín dorado” de la “afectación” romántica. “El mundo no se
aprende en los libros, se aprende observando [...]” (p. 163), dice
M ansilla.
De ahí que U na excursión proponga, además de la crítica a la
política del poder, la crítica de sus formas literarias. La crítica, sin
embargo, es parcial, pues contiguos a fragmentos como los ante
riores es posible encontrar referencias y citas de los modelos europeos
del rom anticism o argentino. El deseo de inscribir la escritura en
el código “alto” que a la vez se critica también puede comprobarse
en los procedim ientos figurativos, la sintaxis y el tono de otros
fragm entos de U na excursión:
94
“dentro de los límites de la naturaleza”. De ahí la importancia, para
M ansilla, de los géneros referenciales: la literatura de viajes, la
crónica, la autobiografía, la biografía se convirtieron en su campo
clave de acción literaria.
Ahora bien, el estilo “dentro de los límites de la naturaleza” es
otra manera discursiva de representar la experiencia vivida. En tanto
modo de representación, el lenguaje de “lo natural” se relaciona,
por lo menos, con tres modelos discursivos. Por un lado, se formula
a partir del efecto de oralidad del ensayo “conversado” o causerie;
género en que luego se inscriben los E ntre-nos de Mansilla. Esa
oralidad, com o respuesta al libro del rom anticism o, se relaciona
también con los “relatos de fogón” de la tradición gauchesca; género
popular inicialmente excluido de la cultura “alta”, cuya marginalidad
le permite a Mansilla situarse en los límites del espacio canonizado
de la literatura argentina25. Por supuesto, las convenciones de la
gauchesca -su oralidad y el relato de la marginación del gaucho-
quedan descontextualizadas y son articuladas, com o la “je rg a ”
campesina, desde una marcada distancia. El otro modelo básico es
el género testimonial del diario de viaje, que U na excursión declara
como la “fuente” o la “memoria” de lo escrito (véase el capítulo
XXX). El diario de viaje le facilita a Mansilla el efecto de espon
taneidad, el simulacro de la escritura confabulándose como un acto
inm ediato ante la vida. Tal efecto, a su vez, se relaciona con la
oralidad de los modelos anteriores.
Aunque ya en U na excursión esta poética del habla se encuentra
formalizada, vale la pena referirnos a una causerie de E ntre-nos,
donde se llega a comentar el proyecto:
96
5
ANTICONFES IONES: DESEO Y AUTORIDAD EN
M EM O R IA S PO STU M A S DE BRÁS CUBAS
Y DOM CA SM U R RO DE MACHADO DE ASSIS*
97
dam entais de sua obra é o da identidade. Quem sou eu? O que
sou eu ?”3.
La organización narrativa de sus novelas posteriores al 80 parece
confirmar la validez de estas lecturas. Machado revitalizó la ficción
“autobiográfica” en el Brasil (y en Latinoamérica, a tal efecto), en
una época en que cobraban impulso la “objetividad” y la “om nis
ciencia” privilegiadas por el positivismo naturalista. Tres de las cinco
novelas de su madurez -M em orias postum as, Dom C asm u rro (1899)
y M em orial de Aires (1908)- son ficcionalizaciones de la autobio
grafía y del diario íntimo, en el caso de M em orial. Q uincas B orba
(1890) y E saú e Jacó (1904), narradas en tercera persona, no sólo
privilegian la temática de los deseos del yo, sino que problematizan
la “omnisciencia” y la “neutralidad” del narrador, mediante las sis
tem áticas marcas individualizadoras de la enunciación que relati-
vizan la credibilidad y la “ausencia” de la tercera persona. No cabe
duda, entonces, que la problemática del yo fue fundamental para
Machado; problemática de los deseos del sujeto en tanto eje de la
acción, así como de su sometimiento a las responsabilidades que
consigna la enunciación.
Ahora bien, esto no significa que la ficción machadiana se sitúe
propiamente en el territorio ideológico de la “introspección”, de los
“conflictos individuales” o de la “exploración sicológica”. Si por
introspección entendemos la forma literaria de una ideología indi-
vidualizadora que naturaliza la vida “interior” y postula al yo como
un sujeto libre, origen de la historia, habría entonces que precisar
la función de tal forma en la ficción machadiana. Machado opera,
arma la productividad de su escritura, sobre la problemática de la
identidad individual; es decir, de la ideología en tanto territorio del
sujeto en su formulación liberal4. Lo hace transformando -y a veces
parodiando- la m ateria específica del medio literario. Las formas
de la introspección, los modos de representación que históricamente
habían figurado como campos claves de acción del Yo: la auto
biografía y las confesiones son el objeto de la transform ación
machadiana5. Al asumir los discursos individualizadores como objeto
98
de su transform ación, la escritura machadiana desplaza la proble
mática de la identidad y del sujeto de su contexto ideológico primario:
el liberalismo que, com o señala Roberto Schwarz, ya había sufrido
una transform ación al ser trasladado de su contexto europeo a las
sociedades latinoam ericanas6.
En este tra b a jo nos proponem os una lectu ra de M e m ó ria s
postum as y D om C a sm u rro 7, textos que desubican y desnaturalizan
los discursos del y o liberal. Veremos cómo la ficción machadiana,
a primera vista, m im etiza la forma individualizadora de la confesión,
erigiendo el e sp ac io del yo como utopía. Y verem os cómo ese
ejercicio aparentem ente mimètico relata el fallo y la imposibilidad
de la utopía, desarm ando así los postulados básicos de la ideología
liberal que representa o, más bien, parodia8. En la primera paite
del trabajo seguirem os selectivamente algunas formulaciones claves
de los deseos del yo ante las figuras de lo otro: formas de la
autoridad, en las complejas articulaciones triangulares que orga
nizan las relaciones entre los personajes en ambas novelas9. En la
segunda, analizarem os el proceso de la enunciación, el discurso
mediante el cual el yo busca hacerse otro: autor, aunque sometido
al juego de poderes y subordinaciones que rige la situación con
fesional.
I
100
Xavier, com todos os seus tubérculos, presidia ao banquete noc
turno, em que eu pouco ou nada comi, porque só tinha olhos para
a dona da casa” (p. 138). El primer deseo del narrador encuentra
un relevo en esta escena. La dama de la casa es Marcela, prostituta
española. El deseo es ahora explícitam ente sexual.
Sin embargo, así como la retórica del orador mediaba entre el
niño y la comida, en la relación entre Brás y Marcela figura una
nueva mediación: el oro que irresponsablem ente despilfarra Brás
con la prostituta: “Marcela amou-me [...] M arcela amou-me durante
quinze meses e onze contos de réis; nada m enos” (p. 142). Tras
el espectáculo del “infam e” amor de Brás, aparece el sujeto del
oro: el padre, que había proyectado para Brás una vida diferente,
una catrera brillante: “[...] nao gastei dinheiro, cuidados, empenhos,
para te nüo ver brilhar, como deves, e te convém, e a todos nós;
é preciso continuar o nosso nome; continuá-lo e ilustrá-lo ainda
mais” (p. 162). El padre, mediador autoritario, impide el contacto
de Brás con el objeto de su deseo, enviándolo por la fuerza a cursar
estudios de derecho a Portugal.
La historia de los primeros deseos de Brás articula una estructura
de enorm e im portancia en las novelas de M achado: el triángulo
amoroso. El deseo, por un lado, individualiza; confronta, por otro,
el interdicto, la autoridad que el padre impone. El sujeto deseante
-el yo- es forzado a asumir el deseo del otro: realzar el brillo, el
oro y los valores retóricos (“ornam entales”) de la familia.
No obstante, a medida que progresa la novela, la contraposición
de los dos campos semánticos (yo/lo otro) sufre notables transfor
maciones. La etapa de los estudios de Brás en Coimbra marca una
ambigua iniciación, en la que el yo comienza a hablar el lenguaje
del otro: “Colhi de todas as cousas a fraseología, a casca, a or
nam entado [...]” (p. 156). Asume, aunque siempre lo recuerda con
ironía, no sólo la retórica, sino los valores del oro: la mercanti-
lización com o m ediación entre los seres hum anos. Brás ya no
despilfarra el oro; le paga la menor cantidad de oro posible al arriero
que le salva la vida, poco antes de su retorno al Brasil. En Coimbra,
en efecto, comienza a atraerlo el “gosto de luzir” (p. 267); Brás
pronto se encuentra en el “cam inho de D am asco” (p. 170).
Tras la muerte de su madre, el padre de Brás proyecta el matrimonio
de su hijo. Virgília, que representa una apertura para la carrera
política de Brás, viene a cenar el triángulo fundamental de la novela.
La dinám ica del triángulo, sin embargo, ha sido transformada. En
esta etapa Brás obedece al mediador, el padre. Más aún, la mediación
genera, es el origen de, el objeto del deseo del yo: “Vinha dizendo
a mim mesmo que era justo obedecer a meu pai, que era conveniente
101
abracar a carreira política [...] que a constituido [...] que a minha
noiva [...] que o m eu cavalo [...]” (p. 171).
A pesar de que Brás se enamora de Virgília, el proyecto del padre
no se'realiza. Virgília se casa con Lobo Neves quien, como sugiere
el nombre, era más ambicioso y “brillante” que Brás. El padre muere
poco después del matrimonio de una melancolía -sugiere el narra
dor- causada por el fracaso de su proyecto.
La muerte del padre parecería representar la disolución de la
función mediadora y, por consiguiente, del interdicto. Ahora bien,
las complejas relaciones de poder y subordinación en las novelas
de madurez de Machado desbordan el Familienroman11. M em órias
p ó stu m a s progresivam ente invierte la relación sinecdóquica oro/
padre (significante/significado). El padre pasa a ser la figura de un
poder que trasciende el ámbito familiar, aunque la familia sea un
escenario privilegiado para su representación. Tras la muerte del
padre, en la vida propiam ente adulta de Brás, el triángulo sigue
funcionando. Lobo Neves -hombre de poder en el Estado- y la
“m irada ju d icial” (p. 156) de la opinión pública obstaculizan la
relación adúltera entre Brás y Virgília.
Además de ser un sujeto deseante de poder, Virgília es el objeto
del deseo del otro. Brás diseña una estrategia para apropiar a Virgília.
C on el fin de consolidar su deseo -mecanism o individualizador-
desviste a Virgilia de los signos del m ediador autoritario:
102
voraz de la opinión pública. La “desnudez”, sin embargo, mediante
la cual el yo sueña el ejercicio absoluto de su poder (“sólo mía”),
es una respuesta al poder del otro y a la contradicción en torno
a la cual opera la utopía correctora. Tras la actividad im aginaria
se erige el referente de la ley.
Brás inventa “desnudeces” como respuestas a las múltiples formas
del poder. Una de éstas ocupa un lugar central en la novela: la
casinha, el recinto interior donde los amantes harían el amor de
espaldas a la opinión pública. Allí Virgília seria propia:
Para mim era aquilo urna situagao nova do nosso amor, urna aparéncia
de posse exclusiva, de dominio absoluto [...]. Jáestavacansado das cortinas
do outro [...]. A casa resgatava-me tudo; o mundo vulgar terminaría á porta
-dali para dentro era o infinito, um mundo eterno, superior, excepcional,
nosso, somente nosso, sem leis, sem instituifoes [...] (p. 211).
103
en el plano de la historia o del enunciado, y en el proceso de la
enunciación: discurso confesional a partir del cual se organiza la
narrativa y que también cumple una ftinción semántica fundamental,
com o verem os luego.
“A alma da gente”, dice Bento, narrador en Dom C asm urro, “é
um a casa assim disposta, náo raro com janelas para todos os lados,
muita luz e ar puro. Também as há fechadas e escuras, sem janelas,
ou com poucas e gradeadas, ü semelhanga de conventos e prisóes”
(p. 866). Si aceptamos esa antigua analogía, como quisiera el narrador,
podríamos llevarla a una consecuencia no del todo equivocada: Dom
C asm urro, entre otras cosas, es el relato de una de esas vidas que
parecen cárceles. Sin ventanas, esa casa es el lugar del ensimismado:
el casmurro que, sin embargo, confía su historia. En el doble
movim iento de esa voz que se quiere ajena y que, sin embargo,
formula su discurso a partir del modelo de la confesión -situación
en la que el yo se hace público- se cruzan los térm inos de la
contradicción en torno a la cual Machado arma su espléndida novela.
No por casualidad la novela com ienza con la explicación del
título, casmurro: “homem calado e metido consigo” (p. 807). Además,
el relato comienza con esa especie de prólogo donde encontramos
la primera referencia al otro término de la metáfora decisiva: la casa
del Bento adulto y, si confiamos en lo que dice, radicalmente solitario.
Como en el caso de Brás Cubas, esa casa es un espacio privilegiado,
significante al cual obsesivamente retomará el narrador. La casa es
el ám bito de un sujeto que a su modo -siempre contradictorio-
postula la celebración de su ensimismamiento. La casa es el espacio
interior, la coyuntura de lo propio'. “A casa em que moro é própria”
(p. 807), dice enfáticamente el narrador. Allí el sujeto imagina el
ejercicio de su dom inio absoluto; es decir, la resolución de la
contradicción mas básica: la oposición entre su deseo y la autoridad
deseante de los otros. Ese poder imaginario, esa capacidad de soñarse
com o un yo ajeno al lenguaje de la autoridad, en gran m edida
sintetiza el proyecto utópico del narrador. La casa es el prim er
em blem a de tal proyecto.
Ante el ámbito incontrolable de los deseos ajenos, el narrador
construye su zona sagrada: la casa sin ventanas. Esa casa, no
obstante, le parecerá una cárcel, un convento o un museo. Las rejas
que lo separan de los otros -parece decirnos- lo enajenan de sí
mismo. En parte por eso la utopía es fallida; la resolución de la
contradicción es defectuosa. Desde el comienzo de su relato con
fesional, Bento reconoce el defecto de su proyecto utópico: “Enfim,
agora, como outrora, há aqui o mesmo contraste da vida interior,
que é pacata, com a exterior, que é ruidosa” (p. 808). El espacio
104
privado sólo existe en térm inos de su oposición con un afuera,
recinto de la ley.
En el interior mismo, el templo que inventa Bento está minado
por los signos de su negación. Al construir la casa Bento ha querido
reconstruir el mundo de su pasado, mundo de su historia familiar
y de los otros:
MU
la novela, pasan a ser -como la casa- un emblema. Em blem a en
el que se cruzan y se entrelazan dos gestos claves del narrador-
personaje: hay que aceptar -o hasta inventar- la m irada opresora
del otro, modelo de la autoridad, a riesgo del tenor que produzca;
pero a la vez, hay que quitarle el nom bre: desnom brarlo para
desnaturalizarlo. Y sobre la ausencia del modelo borrado, sobre su
huella, hay que ubicar el deseo propio; deseo del yo en su pos
tulación más plena.
L a utopía casm urriana, como decíamos, es defectuosa: “Se só
m e faltassem os outros, vá; uní homem consola-se mais ou menos
das pessoas que perde; mais falto eu mesmo, e esta lacuna é tudo”
(p. 808). Falta el yo porque falta el otro. Asimismo, reconstruir el
espacio del yo, el ámbito de su poder, conlleva la reconstrucción
de los modelos, los mediadores a partir de los cuales opera el deseo
del yo; reconstruirlos para borrarlos: ésa será la condición de existencia
del sujeto configurado en la narración. Fallido el proyecto de la
casa, a Bento le queda una alternativa aún más prometedora. El
fracaso de la casa-utopía marca el comienzo de la escritura auto
biográfica de Bento, mediante la cual el “autor” consolida un discurso
propio.
Resulta valioso, entonces, seguir a lo largo de la novela la con
traposición de dos campos semánticos claves: por un lado, el que
se produce en torno a los significantes de la confidencia; por otro,
el de la invasión. Temprano en la novela el narrador reconstruye
el ám bito de las prim eras confidencias; espacio interm edio entre
las casas de Bentinho y Capitu, emblemáticamente separadas por
una m uralla donde la chica escribe los nombres de los jóvenes
amantes. En ese espacio interm edio, Bento asume conciencia de
su prim er deseo: conciencia de sí. El narrador enfatiza que ese
primer deseo marca el comienzo de su vida: “Verdadeiramente, foi
o principio da minha vida” (p. 815). El primer deseo constituye,
por lo menos, un núcleo matriz de su discurso autobiográfico: “Esse
primeiro palpitar da seiva, essa revelando da conciencia a si própria,
nunca mais me esqueceu, nem achei que lhe fosse com parável
qualquer outra s e n s a t o da mesma espécie. Naturalmente por ser
minha. Naturalmente também por ser a prim eira" (p. 820, énfasis
nuestro). El objeto de ese primer deseo, espejo donde la conciencia
se revela a sí misma, es C apitu12.
Capitu no es simplemente un cuetpo, sino un cueipo comulgante:
“As máos, unindo os ñervos, faziam das duas criaturas uma só [...]”
(p. 822). El narrador insiste en el recuerdo de esa intimidad. Nada
12. S obre la im portancia de la m etáfora del espejo en M achado, cf. Dirce C ortes R iedel,
M etáfora: o espelho de M achado de Assis (Rio de Janeiro: Livraria Francisco Alves, 1974).
106
era secreto entre ellos; en cambio, todo era confidencia: “franca
mente, só agora entendía a emogao que me davam essas e outras
confidéncias” (p. 819).
Sin embargo, lo que para los jóvenes era confidencia, para los
otros era secreto. Si bien el narrador acentúa la intimidad y el placer
de las primeras confidencias, enfatiza asimismo la constante invasión
por parte de los otros. Con una intrusión comienza la concatenación
de los recuerdos de adolescencia del narrador. José Dias, confidente
de la madie, sospecha una relación entre Capitu y Bentinho, y dice
a doña Glòria:
107
Bento aprende a m anipular la confidencia, estrategia para resolver
las contradicciones en que se encuentra inmerso. De esta manera,
la primera confidente -Capitu-, pasa a cumplir, por lo menos, una
doble función actancial: por un lado, es el objeto del deseo; por
otro, es el interm ediario que necesita el yo para superar la con
tradicción inicial. Capitu apela a la confianza del otro; se convierte
en confidente de la madre de Bento. Sin Capitu, la contradicción
entre el deseo del yo y el proyecto del sem inario hubiera sido
irresoluble. Es a partir de su relación con ese intermediario que Bento
aprende a borrar el nombre del invasor. La madre, en efecto, pasa
a ocupar un segundo plano en el juego de poderes que es el relato.
El poder de ese otro se relativiza mediante la ayuda del confesor,
función que inicialmente cumple Capitu, y que luego encuentra un
relevo en la actuación de Escobar -personaje a quien Bento conoce
en su breve estadía en el seminario-. Una vez que el poder de la
madre es desplazado, el deseo del yo parece realizarse. No obstante,
en el proceso de esa aparente consolidación, Bento erige nuevos
poderes, nuevos m odelos de autoridad, que luego concibe como
invasores y deseantes. La contradicción entre la confidencia y la
intrusión no se ha resuelto. Por el contrario, el confidente se hará
invasor; los campos semánticos inicialmente contrapuestos se su
perponen y se contam inan.
En el seminario -transición hacia la vida adulta- aparece la figura
de un nuevo mediador. Es Escobar quien, junto con Capitu, con
tribuye al plan para que Bento se libere del seminario. La primera
descripción de Escobar en el relato es reveladora:
108
alguém o que se passava entre mim e Capitu” (p. 885). Bento confía
aspectos de su secreto a Escobar, aunque la confesión es parcial.
De la confesión, Bento obtiene p lacer:
Nào calculas o prazer que me deu a confidencia que lhe fiz. Era como
que urna felicidade mais. Aquele corafáo mo^o que me ouvia e me dava
razào, trazia a este mundo um aspecto extraordinàrio. Era um grande e
belo mundo, a vida urna carreira excelente, e eu nem mais nem menos
um mimoso do céu; eis a minha sensato. Nota que eu nao lhe disse tudo,
nem o melhor [...] (p. 886).
[...] tínhamos por assilli dizer urna só casa, eu vivia na dele, ele na minha,
e o pedazo de praia entre a Glòria e o Flamengo era como um caminho
dè uso pròprio e particular. Fazia-me pensar ñas duas casas de Mata-
cavalos, como o seu muro de permeio (p. 920).
Escobar comegava a negociar era café [...]. Era opiniào de prima Justina
que ele afagara a idéia de convidar minha máe a segundas nupcias [...].
Talvez ele nào pensasse eni mais que associá-la aos seus primeiros ten-
tamens comerciáis [...] (p. 903).
109
El confesor, observamos de nuevo, es también un sujeto deseante.
L a historia de la vida adulta de Bento desarrolla esa dualidad
de la figura del mediador. Escobar, el confidente, es también una
figura de autoridad que asume, para Bento, el rol de la paternidad.
En la casa de la playa Bento guarda el retrato de Escobar junto
al de su madre: “O retrato de Escobar, que eu tinha ali, ao pé do
de m inha müe, falou-m e [...]” (p. 923). E sta escena tiene un
antecedente en la referencia a los retratos familiales en el comienzo
del relato. La transformación es notable: sobre la ausencia del retrato
paterno, Bento erige el retrato de Escobar. Se reconfirma aquí el
prim er triángulo familiar.
Ante Escobar, Bento asume la doble postura que caracterizaba
su lectura del retrato paterno. Se inventa al Escobar confidente, pero
con el m ism o m ovim iento hace del confidente un invasor, cuya
mirada penetra y persigue. Escobar, supone el narrador, era amante
de Capitu. También había que desapropiar a ese otro de su nombre;
había que anuí ai' su poder. De ahí que, antes de que Escobar muriera
ahogado, Bento im aginara la posibilidad de su venganza: la po
sibilidad de una relación amorosa con la esposa del otro, Sancha.
Tras la muerte de Escobar, la realización del placer, la comunión
con Capitu parecía posible.
No obstante, la mirada de Escobar -como la del padre- persigue
aún después de su muerte. Entre Bento y Capitu surge un nuevo
mediador: Ezequiel (homónimo de Escobar), en cuya mirada Bento
cree reconocer la paternidad ilegítima de su amigo difunto. Bento
tam bién intenta deshacerse del nuevo mediador: proyecta su en
venenam iento, aunque no llega a com eter el hom icidio. Cuando
finalmente Bento comunica sus conjeturas a Capitu, prácticamente
concluye la relación entre ambos. La posibilidad de la comunión
-de lo que viene después de la confesión- se ha agotado. Es sig
nificativa la reacción de Bento frente a Capitu en esa escena decisiva
que marca el fin del relato del “primer” deseo y el comienzo de
la casmurrizaciótr. “Desta vez a confusâo delà fez-se confissâo pura.
Este era aquele; havia por força alguma fotografía de Escobar pequeño
que seria o nosso pequeño Ezequiel. De boca, porém, nao confessou
nada [...]” (p. 936, énfasis nuestro).
Bento lee, interpreta forzadamente, el silencio de Capitu. Hace
de la confusión una confesión. Ella, que antes figuraba como la
confesora deseada, se transform a entonces -según Bento- en la
pecadora que confiesa su transgresión. En la lógica del relato, el
confesor es el que tiene el poder; aunque el confeso -Bento- es
quien tiene la palabra, en el plano del discurso.
lio
II
Ill
valor de su figura ante la opinión pública. La perspectiva interesada
del sujeto edita el relato de sus recuerdos según las conveniencias
y necesidades que im pone el contexto en el que escribe:
Talvez espante ao leitor a franqueza coni que lhe exponho e realeo a minila
mediocridade; advirta que a franqueza é a primeira virtude de um defunto.
Na vida, o olliar da opiniáo, o contraste dos interesses, a luta das cobijas
obrigam a gente a calar os trapos velhos, a disformar os rasgòes e os
remendos [...]. Mas, na morte, que diferenga! que desabafo! que liberdade!
Como a gente pode sacudir fora a capa, deitar ao fosso as lentejoulas
[...] confessar lisamente o que foi e o que deixou de ser! [...] O olliar da
opiniào, esse olliar agudo e judicial, perde a virtude, logo que pisamos
o territòrio da morte [...] (MP, p. 156).
112
los deseos frustrados de Brás. Ser padre: ser autor. En su relato,
Brás busca corregir la negativa con que concluye su vida. Transmite,
en efecto, el “legado da nossa misèria”. Se convierte, de tal modo,
en autor de su “vida”. Y, al hacerlo, no sólo afirma el dom inio del
yo en el recinto del discurso, sino que pretende salir del anonimato
que la muerte representa. Sus memorias, como los epitafios, son
una defensa contra el tem ido oblivion: “[...] gosto dos epitáfios;
eles sao entre a gente civilizada, urna expressào daquele pio e secreto
egoísm o que induz o homem a arrancar à m orte um farrapo ao
menos da sombra que passou” (M P, p. 297). El discurso autobio
gráfico de B rás cum ple la función correctora de la activ id ad
imaginaria. Como la casa o la desnudez imaginaria de Virgília, la
autobiografía intenta resolver las contradicciones “reales” , ahora en
la form a del olvido -carencia definitiva de individualidad en la
m uerte-.
El yo sigue conspirando, inventando utopías desde el otro lado
de la vida. Pero al transmitir el relato de su vida, al apelar a la
memoria de la opinión pública, Brás acepta los pactos y las sub
ordinaciones que rigen los discursos de los vivos. Acepta las normas
de la confesión -situación discursiva inmersa en las m ism as con
tradicciones que la utopía pugnaba por corregir-. Su discurso erige
la figura del confesor que escucha, en tanto mirada “judicial” de
la opinión pública: la ley, nuevamente, condiciona el recinto interior.
En Dom C a sm u rro Bento también compara frecuentemente su
discurso con el acto de la confesión. El narrador promete decir “a
verdade, só a verdade, mas toda a verdade” (DC, p. 878). El carácter
judicial de la confesión se comenta en varias instancias de la narración:
“No fim, lem brou-m e que a Igreja estabeleceu no confessionàrio
um cartório seguro, e na confissilo o mais autèntico dos instrumentos
para o ajuste de contas moráis entre o homem e Deus” (DC, p.
879).
En términos de nuestra lectura son muy significativas las páginas
de la H istoria de la sexualidad que Michel Foucault dedica a la
institución de la confesión en las sociedades seculares del siglo XIX:
113
heroico o maravilloso de las ‘pruebas’ de valentía o santidad, se pasó
a una literatura dirigida a la infinita tarea de sacar del fondo de uno mismo,
entre las palabras, una verdad que la forma misma de la confesión hace
espejear como lo inaccesible'6.
114
una función pragm ática; su ambiguo amor por el “brillo” , “sede
de nom eada [...] amor da gloria” (M P, p. 113), subrepticiam ente
contam ina el plano del discurso, que bien puede leerse com o la
continuación del proyecto frustrado del emplaste, sueño de la fama
y del reconocim iento público.
En el caso de Dom C asm u rro la parcialidad del narrador es aún
más evidente. Con frecuencia Bento figura en el relato como lector
o intérprete. Lee los retratos, el extraño Panegírico de Santa Mónica,
la fisonom ía de Ezequiel, el silencio de Capitu. De todas esas
“lecturas” se desprende un rasgo distintivo del personaje-narrador:
“A imaginagào foi a companheira de toda a minha existència, viva,
rápida, inquieta [...] capaz de engolir cam panhas e cam panhas,
correndo” (D C, p. 850). La im aginación devoradora fuerza las
interpretaciones del personaje y se traduce en la “mala m em oria”
que llena las lagunas propias y de los otros en el plano discursivo:
“Nao, nào, a minha memòria nao é boa. Ao contràrio, e comparável
a alguém que tivesse vivido por hospedarías, sem guardar délas
nem caías nem nomes, e somente raras circum stáncias” (DC, p.
868),“Assim preencho as lacunas alheias” (p. 869).
Las perspectivas de Bento y Brás, ante los otros y ante sus propias
vidas, tienen el estatuto lógico de la suposición, de “urna imagina$2o
graduada em consciencia” (M P, p. 180), al decir de Brás. La “ verdad”
de las confesiones se fundamenta en la conjetura. Y la ambivalencia
que se desprende de la conjetura, capacidad de la devoradora
im aginación, se convierte en un procedim iento sistem ático que
relativiza tanto la credibilidad del narrador18, como el poder de juicio
del confesor. La parcialidad de la conjetura transgrede las normas
básicas de la confesión y de todo discurso autobiográfico: la sin
ceridad y probabilidad de lo dicho19. En tales desajustes radica el
carácter anticonfesional y paródico de estas “confesiones”: el poder
de confesor, función de la autoridad, ha sido relativizado. Sin embargo,
la anulación del poder de ese otro remite nuevamente a las con
tradicciones internas de la utopía del yo. El ámbito de la confidencia,
el encuentro de la “conciencia consigo misma”, está atravesado por
el interdicto que impone el poder. Allí donde la utopía de los narradores
y del sujeto liberal enfatiza su contradicción, allí donde e l relato
confesional registra el sometimiento del sujeto, adquiere lucidez el
ejercicio critico de la ficción machadiana.
115
6
*U na v ersió n an terio r de este trab ajo ap areció com o P rólogo a A m or y a n arq u ía: Los
escritos de Luisa C apetillo (San Juan: E diciones H uracán, 1992).
1. La clásica foto se encuentra reproducida en Norm a Valle Ferrer, Luisa C apetillo (San
Ju an , 1975).
117
cuyo aparato exclusivo es radicalmente trastocado por el desafío,
la burla y el simulacro?
Aunque no nos concierne tanto la ropa de Capetillo¡ esa foto
-emblemática- orienta nuestra lectura de su obra2. La hipótesis de
este trabajo es la siguiente: la inestabilidad generada por el simulacro
que apropia el lenguaje dominante, como disfraz, sin someterse a
la lógica del mismo, es el impulso que activa la escritura en Capetillo
y otros escritores marginales, subalternos, de su época3. Con ese
aparente m im etism o -que siempre implica la distancia de una si
mulación, frecuentemente burlesca- Capetillo responde a la cultura
dominante de la cual, a su vez, paite su producción. Nos concen
trarem os, primero, en un aspecto de esa relación ambivalente, si
no contradictoria: veremos cómo Capetillo apropia y usa los dis
positivos del discurso literario que por momentos parecería autorizar
su escritura y contenerla, como !a ropa m asculina a la mujer en
la foto. Intentaremos ver, asimismo, cómo Capetillo, al reescribirla
-lejos de quedar inscrita en el recinto exclusivo de la institución
literaria- somete sus lenguajes y normas a una intensificación crítica
que nos permite hoy cuestionar los mecanismos de cieñe y cons
titución de la literatura y su relación con el poder en Puerto Rico.
La problemática, por cierto, no tiene sólo que ver con Luisa. Hacia
las prim eras dos décadas del siglo, en una época m arcada por
intensas luchas popúlales, el campo intelectual puertorriqueño fue
objeto de pugnas que en efecto redefinieron el concepto mismo
de la cultura en Puerto Rico. Huelgas, m anifestaciones, veladas
literarias y la proliferación de escritos obreros en periódicos, tri
bunas, obras teatrales, panfletos y consignas, registraban la emer
gencia de una cultura contestataria que combatía por abrirse un lugar
118
y así redefinir los límites del territorio severamente exclusivo de
las instituciones políticas y culturales del país.
En efecto, hasta el m omento en que trabajadores como Luisa
C apetillo, Ram ón Rom ero Rosa, Eduardo Conde, José Ferrer y
Ferrer, Manuel F. Rojas y otros se convierten en escritores4, en las
primeras dos décadas de este siglo, la escritura en Puerto Rico -y
sobre todo la literatura- había sido patrimonio exclusivo de inte
lectuales de las clases dirigentes. La escritura era un medio exclusivo
de intelectuales de formación universitaria que generalm ente ocu
paban cargos en la administración de las instituciones básicas de
la sociedad. La instrucción -en un país fundamentalmente agrícola-
no había sido democratizada. El Censo de 1899, por ejemplo, registra
el analfabetismo del 77% de la población. En el trabajo agrícola,
que constituía el eje de la fuerza laboral, el analfabetismo llegaba
al 87%. En esa sociedad, la escritura -en el sentido am plio que
incluye, más allá de la literatura, la administración misma de las
leyes y los discursos estatales- era un dispositivo de control y
subordinación social. Trazando los límites de una estrecha división
del trabajo, la escritura era uno de los mecanismos del poder que
decidía la distancia -y la lucha- entre los grupos señoriales y el
campesinado, entre los que podían o no podían escribir. Si bien
no fue el único objeto de pugnas entre estos grupos, la escritura
-más que un simple marcador del prestigio de los sujetos- era una
tecnología, digamos, que posibilitaba la administración de la vida
pública y que decidía, en el campo de la producción “simbólica”
y cultural, la legitimidad de cualquier discurso con expectativas de
representatividad.
En el interior de ese campo jerarquizado, los intelectuales -poetas
y abogados- cumplían al menos una doble función. Por un lado,
administraban la cultura escrita (hasta cierto punto, las leyes). Por
otro, particularmente en las décadas posteriores a la invasión nor
teamericana de 1898, esos intelectuales asumieron la tarea de elaborar
un discurso nacionalista que contribuyó a legitimar la lucha de la
clase señorial desplazada contra el nuevo poder extranjero. En ese
campo de luchas se institucionaliza la literatura puertorriqueña, que
119
prolifera denunciando la “crisis” de la nacionalidad, y se proyecta
como un depósito de valores culturales, capital simbólico que nutre
las posiciones de la clase señorial en su búsqueda de un consenso
nacional contra el aparato político y económico del nuevo imperio.
L a literatura -forma de la política nacionalista hasta recientemente
en Puerto Rico- fue uno de los discursos que proyectó el consenso:
se encargó, al menos hasta la década del setenta, de imaginar los
rasgos, la topografía “espiritual” de la patria. Como institución, la
literatura configuró la homogeneidad del “alma” nacional, elaborada
de m ateriales sociales irreductiblemente heterogéneos; “identidad”
monológica, proyectada de arriba hacia abajo, que buscaba borrar
-frustrada y nerviosamente- las contradicciones que desgarraban el
interior mism o de la “fam ilia” puertorriqueña5.
Nos preguntam os: ¿qué ocurre cuando Capetillo y los nuevos
intelectuales obreros escriben? Es decir: ¿qué ocurre cuando una
mujer obrera asume las tareas y los discursos que tradicionalmente
habían definido al poder? ¿Qué transformación sufre el territorio
exclusivo de la literatura cuando esa otra -la subalterna- la enuncia,
le habla y la apropia como el lugar de su práctica cotidiana? ¿Deja
la literatura de serlo al ser escrita por una obrera? ¿Deja la subalterna
de serlo cuando se sitúa a la entrada de la ley, como el campesino
de Kafka en El proceso6, enunciando, a veces con timidez y reserva,
otras con exasperación y violencia, su deseo de mirarla -a la li
teratura-, deseo de verla caía a caía y de pedirle cuentas, de exigirle
las notas para el fiel registro de su entonación? Ante la ley, ¿hay
para la otra alguna posible entrada? ¿Habrá salida?
La entrada -si es que de entrar se trata- no fue fácil. Porque más
que tocar delicadamente a la puerta cerrada del discurso, Capetillo
y sus camaradas irrumpieron en uno de los recintos más celosamente
protegidos del poder: la producción simbólica y cultural, territorio
donde el poder produce las ficciones de su ley, las normas de su
sociabilidad. Y las instituciones del poder, ante la pérdida de su
hegem onía sobre esa zona, respondieron con violencia, frecuente
120
y literalm ente rom piendo cabezas y encarcelando a los nuevos
discursantes.
No está de más recordar aquí, brevemente, el famoso y nefasto
caso de represión contra Juan Vilar en 1911, cuya historia ha esbozado
Dávila Santiago7, y en el que el notable tabaquero e intelectual de
Caguas fue encarcelado por su supuesta asociación con V. Grillo,
anarquista que había matado al representante de la “West Indies
Trading Com pany”. Significativamente, la evidencia más “contun
dente” que presenta el Jefe de Detectives, St. Elmo, en contra de
Vilar y sus camaradas, es la literatura que encuentra en la pequeña
biblioteca del centro de estudios que dirigía el artesano. Nadie como
los agentes del poder prestó tanta atención al “peligro” de la cultura
de discusión y debate que se generaba en torno a estas bibliotecas
obreras. Lo que nos obliga a pensar, por cierto, que el acceso de
los trabajadores al mundo exclusivo de la letra -desde los primeros
indicios- no fue simplemente el efecto de un “mimetismo” pasivo,
m ediante el cual el nuevo discursante repetía -sin cuestionar ni
trastocar- la lengua dominante. La misma reacción y vigilancia de
la cultura dominante registra la marginalidad e incluso la peligro
sidad del nuevo sujeto.
El objetivo radica en precisar las condiciones de emergencia de
una cultura menor o subalterna; es decir, una cultura históricamente
desposeída y marginada, sin soportes institucionales en la esfera
de circulación de discursos y bienes simbólicos: ¿con qué materiales,
con qué tipo de palabras, con qué registros, lógica y emblemas se
constituye un discurso emergente? ¿Le exigiremos a ese discurso
alguna instancia de originalidad que, por cierto, tampoco podríamos
confirmar entre los lenguajes más céntricos y poderosos de la sociedad?
¿L o devaluarem os, nuevam ente, porque (sólo a prim era vista)
pareciera “imitar” los valores, las formas de la cultura institucional?
¿Con qué, si no con lo disponible, con lo que encontraran a la
mano, podían trabajar los nuevos discursantes? Para entender la
emergencia de esa cultura alternativa, acaso tengamos que desha
cernos del binom io originalidad/imitación y proponer, en cambio,
una reflexión que dé cuenta de los usos y las estrategias con las
cuales el nuevo sujeto somete y apropia las formas de la cultura
121
dominante. En ese sentido, el trabajo de Capetillo, su deseo de tomar
con el puño la letra, nos parece ejemplar.
II
122
letrado, Capetillo postula la prioridad de un saber más inmediato,
espontáneo, fundado en la experiencia y, por eso, liberado de las
redes del poder que la anarquista buscaba demoler.
Sin subestimar la indudable iniciativa personal de Capetillo, es
necesario relacionar su formación intelectual y su acceso a la escritura
con los modos de vida generados por la economía del tabaco en
Puerto Rico, lúcidam ente estudiado por Angel Q uintero Rivera9.
Capetillo inicia su trabajo intelectual como lectora -a sueldo- en
una fábrica de cigarros en Arecibo. La fábrica de cigarros era, entre
otras cosas, un espacio cultural donde los artesanos -muchos de
tendencias anarquistas y socializantes- recibían una educación
alternativa, a veces desde muy jóvenes.
Aunque sea brevemente, es necesario esbozar el desarrollo de
la institución de la lectura en las fábricas de cigarros, pues se trata
sin duda de una de las instituciones que posibilitaron la emergencia
de los primeros intelectuales obreros a fines de siglo pasado, muchos
de los cuales, como Capetillo, Bernardo Vega y Jesús Colón, fueron
tabaqueros10.
Según Fernando Oitiz, en su libro clave C o n trap u n teo cubano
del tabaco y del a z ú ca r11, la institución de la lectura en las fábricas
se originó en las galeras de presos cigarreros en el Arsenal de La
Habana. Hacia mediados de la década de 1860, y a contrapelo de
la resistencia de los fabricantes, la lectura se estableció com o
costum bre entre los tabaqueros, que así reclam aban acceso a la
cultura escrita y se fam iliarizaban con las tendencias ideológicas
más avanzadas del siglo XIX. Seguramente por los continuos flujos
m igratorios de los artesanos y por los contactos que entre ellos
posibilitaba la em ergente prensa obrera que circulaba entre los
diferentes centros tabaqueros del Caribe y los Estados Unidos, ya
hacia fines de siglo la costumbre de la lectura en las fábricas se
123
consideraba como una de las instituciones definitorias del m undo
artesanal del tabaco, no sólo en Cuba, sino en Puerto Rico, Tampa,
Y bor City, Nueva York, Durham y otros centros productores de
cigarros. Como señala el tabaquero puertorriqueño Bernardo Vega,
“L a institución de la lectura en las fábricas de cigarros hizo de los
tabaqueros el sector más ilustrado de la clase obrera” 12.
El proceso de selección de las obras leídas en las fábricas registra
la importancia de la discusión y el debate entre los artesanos. La
sala elegía a un presidente, encargado de proponer a los trabajadores
los artículos de la prensa obrera e independiente que se leerían en
los tum os de la mañana, y de las obras de “ideas” y literarias que
se leerían por la tarde. La sala votaba y la selección de obras era
decidida por mayoría. El presidente dictaba, con una campanilla,
los intervalos de la lectura y los descansos del lector, quien co
múnmente leía en voz alta durante cinco o seis horas diarias, a veces
en amplias salas que alojaban a más de cien cigarreros. El presidente
tam bién se encargaba de mantener el orden en la sala, que frecuen
tem ente estallaba en discusiones y debates espontáneos sobre los
materiales leídos. A su vez, el presidente era responsable de cobrarle
a cada tabaquero una cuota que semanalmente sumaba el sueldo
del lector. En efecto, el lector era em pleado por los tabaqueros
m ism os, y rara vez por los fabricantes, quienes sistem áticam ente
se opusieron a la institución de la lectura.
¿Qué se leía en las fábricas? Bernardo Vega recuerda en sus
M em orias las tareas de los lectores y la composición de su biblio
teca:
[El lector] leía una hora por la mañana y otra por la tarde. El turno de
la mañana lo dedicaba a la información cablegrárica: las noticias del día
y artículos de actualidad. El tumo de la tarde era para obras de enjundia,
tanto políticas como literarias. Una Comisión de Lectura sugería los libros
a leer, los cuales se escogían por votación de los obreros del taller. Se
alternaban los temas: a una obra de asunto filosófico, político o científico
le sucedía una novela. Esta se seleccionaba entre las obras de Emilio Zola,
Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Gustavo Flaubert, Julio Veme, Pierre Loti,
Vargas Vila, Pérez Galdós, Palacio Valdés, Dostoievsky, Gogol, Gorki y
Tolstoy. [...] Todos estos autores eran bien conocidos por los tabaqueros
de ese tiempo (p. 59).
[...]
Al final de los tumos de la lectura se iniciaba la discusión sobre lo leído.
Se hablaba de una mesa a otra sin interrumpir el trabajo (p. 60).
124
Varios artículos en la prensa obrera de la época confirm an la
intensidad de los debates en el proceso de selección y discusión
de las obras. Las discusiones frecuentemente giraban en torno a
las líneas políticas de la prensa seleccionada: “el lector debe tener
en cuenta, que para la educación del trabajador hay una diferencia
notabilísima entre la prensa diaria burguesa y la prensa obrera. [...]
Por lo tanto la obligación del lector debería ser simpatizar (puesto
que es obrero) con la prensa obrera y leer, cuando menos un tum o
de ella; y en vez de esto hay algunos lectores que son capaces
de leer hasta los anuncios y chascarrillos de la prensa burguesa
antes que leer un periódico de los trabajadores [...]”13. Pero también
se discutía, con criterios generalmente pedagógicos y políticos, el
contenido y el valor literario de las obras elegidas:
125
La postura moralista no debe sorprendernos: sin duda es efecto
de un concepto y uso predominantemente didáctico de la literatura
en las fábricas; concepto que, a su vez, se oponía a la noción de
la lite ra tu ra com o en tretenim iento que com enzaba a lan zar la
em ergente industria cultural en la época. A sim ism o habría que
sospechar que la vigilancia del contenido moral de las obras también
respondía a las críticas que los propietarios lanzaban contra la
institución de la lectura en las fábricas, acusando insistentem ente
a los lectores de fomentar la “decadencia” moral y la anarquía entre
los trabajadores.
En efecto, hasta su progresiva desaparición en la segunda y
tercera décadas de este siglo16, la institución de la lectura fue siempre
resistida por los fabricantes, quienes veían en la cultura de discusión
y debate que generaba la lectura una am enaza a la estabilidad
política de la industria. Desde sus orígenes, con frecuencia la lectura
fue prohibida por los fabricantes y los gobiernos m ism os que
acertadam ente, sin duda, identificaban el acceso de los artesanos
a la lectura con la politización y militancia de los mismos. No por
casualidad, en 1896, en plena guerra cubano-española, el gobierno
colonial prohibió la lectura en las fábricas17. Y a lo largo de las
próxim as décadas, en Cuba, Puerto Rico y los centros tabaqueros
de la Florida y Nueva York, los intentos por abolir la lectura frieron
constantes, así como lo fue la defensa de la institución en las
innum erables huelgas del período. En Tampa, por ejem plo, tras
haber logrado suspender la lectura hacia mediados de la década
del 20, la organización de fabricantes responde así a los reclamos
de los tabaqueros:
16. En Tam pa, por ejem plo, la lectura desaparece definitivam ente de los talleres en 1931,
según recuerda el tabaquero G erardo Cortina en "A ulobiography of a Person W ho Insisted 011
W riting O n e” en O ra l H istories, [1939] m ateriales inéditos del Federal Writers Project, Y bor
City, en la C olección Young de la U niversidad de la Florida en G ainesville, p. 74. La lectura
fue en p arte abolida por los fabricantes a m edida que entraba en crisis el m undo artesanal (y
se re d u c ía la re sis te n c ia g rem ial) de los tab a q u e ro s en esa ép o c a de m ecan izac ió n de la
ind u stria y de sustitución del cigarro por el cigarrillo, m ecánicam ente producido. L a m ecani
zación tam bién tendía a im posibilitar la lectura, con sus exigencias sobre el cuerpo proletario
que ya n o p o d ía distraerse en el nuevo régim en m ecánico de productividad y m áxim a eficien
cia. Curiosam ente, la radio, en la década del treinta, sustituyó a los lectores en m uchas fábricas
(cf. L ife H isto ry o f M r. E n riq u e P en d as, en los m ateriales citados del Federal Writers Pro
ject). Se trata evidentem ente de la sustitución de la cultura oral de los artesanos por las nuevas
voces de una cultura de m asas, adm inistrada desde arriba por la industria cultural.
17. F. O rtiz, C o n tra p u n te o ..., op. cil., p. 85.
126
consideraciones, se puso de relieve que, desde que no hay lectura, los
obreros han mejorado su condición notablemente, viéndose libres de
suscripciones, derramas e imposiciones de toda clase, de parte de aquellos
que usaban la lectura como medio para llegar al logro de sus aspiraciones
egoístas.
La ausencia de la lectura, eliminando influencias extrañas, permitió
libremente su sano criterio, y de ahí se han derivado ventajas económicas
sin precedentes, que los obreros han obtenido sin luchas y sin perder una
hora de trabajo, lo cual ha redundado en mayor crédito y estabilidad para
la industria del tabaco en Tampa.
[•••]
Por las razones antedichas, la Junta General de Fabricantes no se ha
sentido dispuesta a apoyar la reimplantación de la lectura
127
y amenaza con cerrar sus fábricas y marcharse de la Isla si era
obligado a restablecer la lectura en sus salas20.
Como bien sabían los fabricantes, en las mesas tabaqueras la
lectura era un acto político. Por mediación de la institución de la
lectura entra a Puerto Rico toda una literatura de avanzada, europea,
que contribuyó a la configuración del discurso libertario, de ten
dencia anarquista, que distinguió al movimiento sindical de prin
cipios de siglo. Para Capetillo la literatura europea anarquista fue
siem pre un punto de apoyo21. Continuamente cita a Bakunin,
Kropotkine y Malato, aunque esa formación nunca llega a siste
matizarse en su discurso que igualmente podía apelar al imaginario
popular, al espiritismo, a Tolstoy, Khrisna, Diderot o al cine mudo
norteamericano. Era previsible que el emergente discurso obrero
fuera heterogéneo, “indisciplinado”, y que desbordara los marcos
de especialización, contrastando, precisam ente, los ideales de
“pureza” y disciplina que comenzaban a dominar en las instituciones
de la cultura canónica de la época. Esa heterogeneidad, por cierto,
se comprueba en la misma hibridez genérica de los cuatro libros
de Capetillo, generalmente compuestos de materiales ensayísticos,
fragmentarios y coyunturales.
Por otro lado, nos equivocaríamos si consideráramos la hetero
geneidad del discurso obrero como un índice de atraso o subde-
saiTollo. El internacionalismo de la biblioteca tabaquera seguramente
rebasa los límites del mapa intelectual alto, institucional, dominado
en esas primeras décadas del siglo por los modelos del criollismo
nacionalista y por resabios de un tardío modernismo. No es im
probable, incluso, que autores como Marx y Nietzsche -pero también
Tolstoy y Dostoievsky- entraran a Puerto Rico, en traducciones
generalmente españolas (de Valencia y Barcelona22), vía las fábricas
de cigarros bastante antes de su circulación en los círculos de la
128
cultura universitaria o letrada. En esa “biblioteca” se formó Cape-
tillo23.
Es importante señalar, por otro lado, que Capetillo, como mujer,
no era un caso excepcional en las fábricas. Aunque el trabajo de
la lectura le era comúnmente reservado a los hombres, la partici
pación femenina en la producción del tabaco -segunda industria
nacional en las primeras décadas del siglo- fue notable, particu
larmente a raíz de la transformación de la artesanía tabaquera en
manufactura capitalista en esa época24. La modernización y meca
nización de la industria no sólo proletarizó a los artesanos sino que
a su vez incorporó tanto a niños como a mujeres particularmente
en las etapas iniciales de la preparación de la hoja para la producción
del cigarro, y luego -hacia la década del 20- en el manejo de las
máquinas productoras de cigarrillos25. No es casual, en ese sentido,
que los primeros fermentos del feminismo en Puerto Rico se dieran
en las fábricas de cigarros y en la prensa proletaria bastante antes
de que se consolídala el movimiento sufragista en la década del
129
veinte26. Luego retomaremos el discurso feminista de Capetillo, cuyo
texto principal, Mi opinión sobre las libertades, derechos y deberes
de la m ujer (1911), es el primer libro puertorriqueño (y seguramente
del Caribe) dedicado exclusivamente a la problemática de la mujer.
Notemos, por ahora, que el trabajo de la lectora registra, desde
temprano, uno de los rasgos de la problemática autoridad de Capetillo
y de su relación con la cultura oral de los trabajadores. La lectora
opera como una especie de traductora, intermediaria entre la materia
escrita -que progresivamente pierde exclusividad- y un destinatario
de formación oral, frecuentemente analfabeto. Incluso entre los
tabaqueros el índice de analfabetismo era muy alto: en 1899 llegaba
al 40% de ese sector ilustrado de la clase trabajadora. De ahí que
el rol de lectora -y luego de periodista- sitúe a Capetillo en un lugar
de enunciación privilegiado pero a la vez conflictivo, entre el sistema
de transmisión cultural de la clase dirigente y la cultura oral de
su clase.
Así recuerda a Capetillo un camarada en el periódico Unión
O b rera, poco después de su muerte en abril de 1922:
130
Ese grado de especialización nos permite pensar a Capetillo como
una intelectual, aunque a la vez diferenciada de los letrados de su
época -casi todos abogados- que, entre otras cosas, aún no depen
dían económicamente de la escritura. Pero a la vez, al escindir la
cultura obrera entre la comunicación escrita y la oral, la división
del trabajo nos lleva a considerar a Capetillo como una trabajadora
diferenciada de su destinatario, sobre todo del campesino e incluso
del trabajador urbano, sujetos a las normas de la cultura oral. La
intelectual obrera emerge entonces como democratizadora de la
escritura, aunque el ejercicio de la mediación que la autoriza la
somete a tensiones y pugnas sociales, a la jerarquización que en
esa sociedad implicaba tener o no tener acceso a la escritura.
Al mismo tiempo, sin embargo, habría que insistir en el despla
zamiento y en la intensidad del proceso de apropiación a que son
sometidos los materiales de la cultura letrada. En efecto, la des
cripción de “la espartana roja” representa a Capetillo con los atri
butos de la escritura: “libros, folletos, periódicos, revistas, confe
rencias”; esos habían sido los medios exclusivos del intelectual alto.
La hegemonía sobre esos medios se relativiza en las últimas dos
décadas del siglo con el desarrollo de una prensa obrera en Puerto
Rico que representó, para la emergente clase trabajadora y parti
cularmente para los artesanos, un acceso a la escritura y la letra
impresa. La condición que posibilitó ese periodismo fue la orga
nización de los. artesanos en clubes, gremios, centros de estudios,
y luego en sindicatos, particularmente después de la ley de Derecho
de Asociación de 1873. A partir de la publicación de El Artesano
en 1874, la proliferación de la prensa obrera presupone la moder
nización gradual de la sociedad puertorriqueña, la relativa demo
cratización de los medios de producción cultural y la irrupción activa
en la vida pública de grupos hasta entonces sometidos a una estrecha
división del trabajo manual e intelectual28. En el periódico, y luego
en la tribuna, el trabajador apropia la tecnología de la cultura
131
veinte26. Luego retomaremos el discurso feminista de Capetillo, cuyo
texto principal, M¡ opinión sobre las libertades, derechos y deberes
de la m ujer (1911), es el primer libro puertorriqueño (y seguramente
del Caribe) dedicado exclusivamente a la problemática de la mujer.
Notemos, por ahora, que el trabajo de la lectora registra, desde
temprano, uno de los rasgos de la problemática autoridad de Capetillo
y de su relación con la cultura oral de los trabajadores. La lectora
opera como una especie de traductora, intermediaria entre la materia
escrita -que progresivamente pierde exclusividad- y un destinatario
de formación oral, frecuentemente analfabeto. Incluso entre los
tabaqueros el índice de analfabetismo era muy alto: en 1899 llegaba
al 40% de ese sector ilustrado de la clase trabajadora. De ahí que
el rol de lectora -y luego de periodista- sitúe a Capetillo en un lugar
de enunciación privilegiado pero a la vez conflictivo, entre el sistema
de transmisión cultural de la clase dirigente y la cultura oral de
su clase.
Así recuerda a Capetillo un camarada en el periódico U nión
O b rera, poco después de su muerte en abril de 1922:
130
Ese grado de especialización nos permite pensar a Capetillo como
una intelectual, aunque a la vez diferenciada de los letrados de su
época -casi todos abogados- que, entre otras cosas, aún no depen
dían económicamente de la escritura. Pero a la vez, al escindir la
cultura obrera entre la comunicación escrita y la oral, la división
del trabajo nos lleva a considerar a Capetillo como una trabajadora
diferenciada de su destinatario, sobre todo del campesino e incluso
del trabajador urbano, sujetos a las normas de la cultura oral. La
intelectual obrera emerge entonces como democratizadora de la
escritura, aunque el ejercicio de la mediación que la autoriza la
somete a tensiones y pugnas sociales, a la jerarquización que en
esa sociedad implicaba tener o no tener acceso a la escritura.
Al mismo tiempo, sin embargo, habría que insistir en el despla
zamiento y en la intensidad del proceso de apropiación a que son
sometidos los materiales de la cultura letrada. En efecto, la des
cripción de “la espartana roja” representa a Capetillo con los atri
butos de la escritura: “libros, folletos, periódicos, revistas, confe
rencias”; esos habían sido los medios exclusivos del intelectual alto.
La hegemonía sobre esos medios se relativiza en las últimas dos
décadas del siglo con el desarrollo de una prensa obrera en Puerto
Rico que representó, para la emergente clase trabajadora y parti
cularmente para los artesanos, un acceso a la escritura y la letra
impresa. La condición que posibilitó ese periodismo fue la orga
nización de los. artesanos en clubes, gremios, centros de estudios,
y luego en sindicatos, paiticulármente después de la ley de Derecho
de Asociación de 1873. A partir de la publicación de El Artesano
en 1874, la proliferación de la prensa obrera presupone la moder
nización gradual de la sociedad puertorriqueña, la relativa demo
cratización de los medios de producción cultural y la irrupción activa
en la vida pública de grupos hasta entonces sometidos a una estrecha
división del trabajo manual e intelectual28. En el periódico, y luego
en la tribuna, el trabajador apropia la tecnología de la cultura
131
dominante para la elaboración de sus propios discursos29. En las
fisuras abiertas por ese quiebre relativo de la exclusividad letrada,
surge un nuevo intelectual, escritor y orador, que lejos de ser inspirado
por las musas del ocio creador, emergía como un cuadro sindical,
propagandista y agitador. En 1909 Capetillo se incorpora como
agente publicitaria al periódico Unión O brera, órgano de la Fe
deración Libre de Trabajadores. Ese mismo año funda la revista
L a M ujer, de la cual lamentablemente no se conservan ejemplares30.
De la fábrica de cigarros la lectora pasaría al periodismo, lugar clave
de su producción intelectual incluso en sus años de emigrante en
Tampa, Ybor City y Nueva York.
Para entender el tono, el registro a veces proclamatorio de la obra
de Capetillo, también hay que tener en cuenta la importancia de
otro contexto de enunciación en que los intelectuales obreros fueron
articulando su discurso: la oratoria, relacionada a las proliferantes
huelgas y manifestaciones de la época. No está de más recordar
que la noción de la “tribuna obrera” también fue un fenómeno nuevo
en la época, y que hasta fines del siglo pasado la oratoria -cuyo
impacto en la prosa puertorriqueña hasta bien entrado el siglo XX
comprueba la estrecha interdependencia entre la literatura, la política
y el discurso legal- había sido otro medio exclusivo de los inte
lectuales altos. Si, la tribuna letrada estaba anclada en las instituciones
de la ley y la política oficial, la oratoria obrera, en cambio, se
desencadenaba en la agitación. Para dar una idea de su proliferación
e intensidad a comienzos de siglo, vale la pena citar un texto curioso
aunque en general poco memorable de quien en aquellos años era
alcalde de San Juan. Sin disimular su pavor, Roberto H. Todd recuerda
la agresividad de los agitadores obreros de la primera década de
este siglo:
132
escalaban la tribuna sus principales oradores: Santiago Iglesias, Romero
Rosa, Eduardo Conde y algunos otros [•••]• Los encuentros con los
perturbadores de la paz eran frecuentes y era rara la noche en que no
había alguna cabeza rota y algún detenido en el cuartel de la Policía31.
Only one kind of public meeting has been curtailed or interfered with
during this period, but that kind of assembly is in no sense a constitutional
right, namely the so-called “manifestations” or parades along die roads.
These are peculiar and intensive methods employed in this country, not
of supporting a strike, but rather of creating strike conditions where none
exist. A crowd is gathered in a town in a district where a strike is desired
or has been declared by the Federation. In the crowd are some strikers,
but in addition many leafers and idlers and some criminals, and preceded
by an automobile containing speakers and with red flags and banners
and horns they parade noisily along the roads through the cane fields
and announce the strike to the workers in the fields bordering the roads
and invite them to cease work. [...] In general our experience shows that
these parades lead to violence and disorder, to intimidation of those who
wish to continue work and frequently to clashes between [...] the so-called
strikers and the police32.
133
En las manifestaciones los g napos populares ocupaban física y
carnavalescamente el espacio público del que históricamente habían
sido excluidos. Las fotos de las manifestaciones y paradas obreras
registran el carácter festivo, contestatario, de grupos de mujeres,
hombres y niños que, con emblemas y música -símbolos y discursos,
ocupaban las plazas y calles centrales de pueblos y ciudades33.
Acaso no esté de más recordar la etimología de la palabra clave
del discurso obrero de la época: huelga, y sus connotaciones lúdicas
y festivas que algunos intelectuales obreros, como Romero Rosa
y J. Ferrer y Ferrer, bien supieron cristalizar en su escritura34. No
es casual, en ese sentido, que el segundo libro publicado por Capetillo,
el relato utópico titulado L a h u m anidad en el fu tu ro (1910),
concluyera en tono festivo, con una fiesta en el centro de la plaza
pública, en celebración de la victoria de la huelga general35. En
esas manifestaciones emerge la oratoria obrera que en buena medida
determina el tono inflamatorio, si se quiere, de mucha de la literatura
proletaria, que con frecuencia se apoya formalmente, tanto en términos
de su entonación como de su sintaxis, en la unidad mínima de la
consigna.
P u erto rriq u eñ o s d e N ueva York). P or supuesto, los intelectuales de la élite colonial tam bién
o b serv ab an la em ergencia del discurso obrero con sospecha y desconfianza: A ntonio R. Bar-
Celó, P residente del Senado, le escribe a Félix C órdova, C om isionado Residente en W ashing
ton: "P uerto Rico ha presenciado últim am ente uno de los m ás tristes espectáculos: U na docena
de d esalm ados cayendo sobre los pueblos predicando la huelga, insultando a los propietarios,
in cen d ian d o p lantaciones, desjarretando ganado, agrediendo a los que no querían tom ar parte
en tales fechorías y proponiendo al fin com o solución de las cosas no un arreglo de jornal o de
condiciones de trabajo com o era el pretexto aparente de la huelga, sino algo para la propagan
da y el so stenim iento del P artido S ocialista que es el ideal de Iglesias. Así la propaganda era
distin ta en cad a sitio, según se acom odaba a sus conveniencias.
Yo. creo, am igo Córdova, que si el G obernador no hubiese refrenado esta situación, estaría
m os en v u elto s en un estado de revolución en Puerto Rico, teniéndonos que d efen d er en los
cam inos y en las calles con el revólver en la m ano” . (Carta del 15 de mayo, 1919 en “ Materials
fro m th e N ational A rchives").
33. V éase la foto de E duardo Conde a la vanguardia de una festiva m anifestación incluida
en tre los m ateriales gráficos de A m o r y a n a rq u ía ... o p. cit.
34. L a sátira y la prosa hum orística, generalm ente presentada en forma de diálogos, fue un
g én ero clave en la prensa obrera de la época. V éase, sobre todo, los punzantes diálogos de R.
d e R om eral (R om ero R osa) en su colum na sem anal, “En se rio y en brom a” , p ublicada en el
sem an ario dirigido p o r Ferrer y Ferrer, E n say o O b re ro , de los últim os años del siglo pasado.
A u n q u e el h u m o r n o es el rasg o m ás sobresaliente de C apetillo, sus visiones de la sociedad
futura insisten en la im portancia de la escena festiva y carnavalesca, momento en que el cuerpo
o b re ro se so b rep o n e a las ex ig en cias d el trab ajo y la ex p lo tació n . De ahí, p o r ejem plo, la
relació n fundam ental entre el o cio -el derecho al u so del cuerpo propio- y las huelgas.
35. En u no de sus E nsayos lib e rta rio s añade Capetillo: “ Debían los obreros de los diversos
p u eb lo s d e la isla, d ed icar a alg u n o s de sus hijos para m úsicos, pues, es bien triste que se
o rg an ice u n a m anifestación obrera y no tenga m úsica propia, teniendo que soportar la incon
v en ien cia y exigencia de artistas enem igos, por ignorancia, de su propia causa” (E L , 30).
134
Ill
135
conforma una zona de su discurso que resulta privilegiada en términos
de su relación con la cultura alta. En esa zona -sus obras de teatro,
algunas narraciones, poemas y escenas paisajísticas- lá escritura
menor, situada ante la ley, revela cierta atracción por el poder que
a la vez critica. Observemos cómo trabaja la descripción lírica del
paisaje en el fragmento siguiente:
Y sin embargo, cuando estoy sola, sin saber porqué, me siento triste, y
necesitando disipar esta tristeza, me pongo a leer y a estudiar, y leyendo
unos párrafos de Castelar a la una, recordé aquella luna bella que con
templé tantas veces esperándole a é l ... y las lágrimas humedecieron mi
136
rostro, y me levanté a escribir [...] cual ‘tórtola herida’ ... es que aún te
amo... ‘a pesar del tiempo y la distancia, guardaré en mi corazón vuestra
memoria, como una flor de singular fragancia’ (MO, pp. 186-7).
137
las contradicciones de su discurso, precisamente en esos momentos
de cita con la cultura alta.
Se trata nuevamente del campo de las tensiones irreductibles en
que emerge y opera la escritura menor -incluso en la tribuna o la
prensa obrera- al mediar entre dos sistemas culturales en conflicto.
El simple acto de escribir situaba a Capetillo no sólo al margen
de la Literatura sino también en una posición problemática en el
interior de la cultura obrera. En un texto dirigido “A un amigo
barbero”, Capetillo reflexiona sobre su doble marginalidad: “Me has
dicho que los que escriben no producen, que solamente los que
aran la tierra son productores [...]. No es la fuerza bruta la que
rige, es la inteligencia, sin embargo, la inteligencia es fuerza y luz”
(IIM , pp. 61-63):
El que hace una casa, hace una cosa útil, pero no la crea, la construye.
La naturaleza crea y produce, el hombre utiliza sus productos. Aquí verás
la superioridad de la inteligencia creadora, esto no quiere decir que tenga
el intelectual más derecho a la vida ni a las condiciones ni a ser superior
como ser humano (IIM, p. 62).
138
la gramática y los cánones letrados. En cambio, leemos esas par
ticularidades como el choque entre la letra y la irrupción de la
oralidad -eje de la otra cultura- en la superficie misma de la escritura
menor. Incluso en los momentos en que es seducida e interpelada
por la autoridad de la biblioteca letrada, Capetillo figura como una
extraña, como una extranjera que al manejar la lengua nueva disloca
su normatividad, el sistema exclusivo de la “buena escritura” y de
la lengua misma, precisamente en una época en que la defensa de
la pureza lingüística y el “bien decir” comenzaba a ser una de las
ficciones más consolidadas de la autoridad letrada en Puerto Rico.
IV
139
familia”, como diría Juan Gelpí39-, Capetillo no sólo tematiza el rol
del dinero en la sociedad capitalista, sino que convierte la circulación
monetaria en el motor mismo de la trama. El dinero circula de mano
en mano, de arriba a abajo, y se convierte en un shifter que posibilita
el encuentro entre los personajes: “Ricardo decía ¡Qué vida! allí
pasando dinero de uno a otro lado, millones de dollars [sic] sin
poder disponer de un céntimo, acorralado, amordazado, hecho una
máquina de contar [...]” (p. 110). El dinero es el motor de la trama
hasta el momento en que Ricardo decide sacarlo de circulación,
desquiciando la lógica y la ley capitalista en su fuga a San Peters-
burgo.
Así como el dinero opera en el relato (y en el capitalismo) como
un shifter, un proveedor de engranajes que articula, imperiosamente,
las relaciones actanciales, el transporte -el tren- es la figura que
establece lazos y conexiones entre los diferentes espacios en el
mundo ficcional del cuento:
140
la tie rra l. Evita, ante la circulación del capital, cualquier tipo de
nostalgia, cualquier tipo de regreso al lugar “materno”, y se lanza
en un viaje aún más radical, que lleva la misma lógica del des
plazamiento instaurada por el dinero y por el transporte a un lugar
insospechado: a un no-lugar, más bien, al no-lugar de la utopía.
¿Qué podría ser ese San Petersburgo a donde se fugan, con el dinero
del banco, Ricardo y Matilde, si no la utopía de la anarquista de
comienzos de siglo?
Pero San Petersburgo puede significar algo más: el lugar de la
literatura rusa que Capetillo lee y apropia al escribir su relato. El
relato no sólo articula una crítica de la propiedad privada, sino que
también representa la propia posición de Capetillo ante el capital
cultural que su escritura apropia y desquicia, como Ricardo en su
robo. Por cierto, la reflexión sobre el robo y la propiedad privada
es constante en Capetillo:
[Les] digo que tan criminal es que ellos [los obreros] se dejen morir de
hambre y denudez, como que por llevarle el pan mataran, y que antes
de matar que asalten todas las ganaderías y puestos de pan o estable
cimientos de comestibles.[...] ¿Vale más la propiedad de uno o dos
individuos que la vida y salud de miles de personas? Las bases o prin
cipios de esa propiedad, ¿cuáles son? El fraude y el engaño, violento
y artificioso. Los anarquistas dicen, esa propiedad hecha de ese modo
(y no hay ninguna hecha de otro) es un crimen; sustraer diaria y cau
telosamente a miles de trabajadores una peseta de su jornal, para formar
un capital, es un robo; la ley no castiga ese robo hipócrita con antifaz
de virtud y honradez y nosotros le quitaremos el antifaz [...] (MO, p. 93).
141
la “cultura”: “pasaron a Italia, pasearon por París “paseaban
tranquilamente por los museos” (p. 112). Y se establecen -estabilizan
la fuga- en Granada, donde “fueron a comprar una casita ideal a
preparar el nido para la cría” (p. 112).
142
cultural puertorriqueño, nuevas opciones, nuevos modos de repre
sentación y mundos posibles.
La escritura menor cristaliza, sobre todo, un tipo de autoridad
distinta -un agenci amiento, al decir de Deleuze41- que presupone
un rechazo radical de las normas establecidas por la institución
literaria. La autoridad menor es colectiva, no sólo por el rechazo
explícito de la originalidad y de la propiedad intelectual, sino porque
responde a las necesidades de un grupo social desposeído, histó
ricamente ajeno al poder del discurso. De ahí el carácter local y
particularizado del saber en Capetillo. Se trata de un saber que no
pretende producir reglas universales o representaciones generales
de la sociedad de su tiempo. En efecto, la escritura en Capetillo
no participa de la función generalizadora, universalizante, que
predomina en la literatura alta de su época. En Capetillo es notable,
sobre todo, la ausencia del concepto monológico de la identidad,
la propuesta de “definición” de las “esencias” de la nacionalidad
que autorizaba las posiciones en el campo literario puertorriqueño,
desde la llamada generación del “trauma” del 98 hasta René Marqués,
por lo menos.
Capetillo insistentemente evita la pregunta que en buena medida
fundamenta la legitimidad de la institución literaria, y particular
mente del ensayo, género que le es limítrofe. Ante la pregunta matriz
del ensayo puertorriqueño -qué somos- la escritura menor no hace
si no marcar su silencio, no entra al espacio regulado de ese “diálogo”,
sugiriendo con la firmeza de su silencio que la pregunta misma,
en la implícita expectativa de la respuesta categórica y esencialista,
era paite de la problemática a la que pretendía “responder”. ¿Quién,
si no el poder, tiene la autoridad, en una sociedad heterogénea y
compleja, para imaginar los rasgos de la supuesta homogeneidad
nacional?
Ante la pregunta por la identidad, la escritura de Capetillo desliza
la mirada aguda e iluminadora hacia las contradicciones, hacia las
problemáticas locales -la sexualidad, las luchas femeninas, las minucias
de la vida diaria- que constituían las zonas invisibles de la puer-
torriqueñidad, zonas desplazadas y aplastadas, en las reflexiones
intelectuales, por la prioridad otorgada a la cuestión de la “identidad
nacional”. De ahí, por otro lado, que la misma entonación de sus
trabajos distancien su escritura de la retórica magisterial y pater
nalista cristalizada particularmente en el ensayo, e incluso en algunas
zonas de la narrativa puertorriqueña de la primera mitad del siglo.
No es casual, en ese sentido, que en M¡ opinión sobre las libertades,
143
derechos y deberes de la m ujer (1911), la escritura se desencadene
precisamente a partir de una consigna contra el paternalismo de
los intelectuales altos: “y aún así, se llaman patriotas y padres de
la patria. ¿Qué concepto de la patria tendrán? Un concepto egoísta,
que empieza en ellos y termina en ellos. Ellos lo son todo” (MO,
p. vi).
C apetillo, en cambio, propone un modo alternativo de ver:
“Ciegos con derecho a ver más, pues a veces llevan la antorcha
luminosa de la ciencia en la mano. Pero creo que esto mismo los
ha dejado ciegos, su vista es muy imperfecta para ver las cosas
con toda claridad” (M O, p. 122). Lanza su mirada -su mirada
“ilegítima”, desde la perspectiva institucional- sobre la materia eludida,
borrada, por la del saber letrado que progresivamente reducía el
espectro de su reflexión a la definición de las esencias nacionales.
La lateralidad de esa mirada constituye precisamente el lugar de
enunciación y la condición que hace posible el discurso sobre la
mujer en Mi opinión, texto matriz del feminismo en Puerto Rico,
que conviene ahora releer42.
Más que un tratado orgánico, Mi opinión es también una madriguera
de fragmentos, rica y no exenta de contradicciones, que explora,
con cierta ironía demoledora, los lugares que la institución del
matrimonio y la moral religiosa que lo fundamenta le asignan a
la mujer. Escrito cuando apenas tema treinta años, en Mi opinión
Capetillo logra articular algunas líneas de su discurso obrero previo
con la problemática femenina que, si bien había sido una preocu
pación de algunos de los intelectuales sindicalistas, rara vez fue
elaborada con la especificidad que requería43. La matriz ideológica
144
del libro continúa siendo la crítica anarquista a la religión y al capital;
crítica que en Capetillo siempre estuvo basada en un firme concepto
de la libertad humana como naturaleza reprimida por las conven
ciones sociales y por la ley. De ahí que su crítica del matrimonio
y la moral burguesa, así como su reflexión sobre una sexualidad
libre para la mujer, sean inseparables de su anarquismo, muy marcado
también por las teorías del amor libre que circulaban en la época.
Los trabajos anteriores de Capetillo estaban más circunscritos en
el discurso sindicalista y propagandístico de la FLT. Aunque fue
escrito en 1911, en plena época de la Cruzada del Ideal en que
Capetillo participaba como agitadora, Mi opinión coloca al centro
de su reflexión toda una serie de cuestiones, particularmente re
lacionadas con la sexualidad femenina y la vida conyugal, que
desbordaban el marco de la temática y las preocupaciones proletarias
de su época. No habría que pensar, por supuesto, que la autono-
mización y especificación que la temática de la mujer adquiere en
Capetillo sean índices de la despolitización de su escritura. Por el
contrario, su enfrentamiento con problemas y conflictos específi
camente femeninos registra en ella el trabajo de politización de zonas
tensas de la vida social que hasta entonces no encontraban repre
sentaciones en los discursos -ya fueran patrióticos o de clase- que
dominaban el territorio de lo político. Para Capetillo la voluntad
del cambio no podía reducir el foco de su deseo al estado nacional
o a la abolición del capital, sino que simultáneamente debía operar
con representaciones de otras zonas más localizadas -como la familia,
la sexualidad, la crianza- también atravesadas por luchas y rela
ciones de poder. En efecto, la mirada, el discurrir tan peculiar de
Capetillo en Mi opinión se hace así doblemente marginal, tanto con
respecto a las “esencias” letradas, como en relación a las expec
tativas y posibilidades de su clase en la época44.
44. N o cabe duda, com o nos recuerda A m ílcar Tirado en sus “ Notas sobre el desarrollo de
la industria del tab aco ” (pp. 23-4), de la atención que la FLT le d ed icó a las obreras en sus
diferentes congresos en las prim eras décadas del siglo: el reclutam iento de las trabajadoras era
cia v e p ara el sin d ica to , d ad a la p o lítica p atro n al, sobre to d o en la industria tab aq u era, de
sustituir a los artesanos por m ujeres de m enor m ilitancia y sueldo. Pero en general la proble
m ática de la m ujer obrera se subordinaba a las prioridades de la ‘clase’, categoría que tam bién
tendía a obliterar las diferencias y contradicciones internas de los grupos particulares diferen
ciados sexualm ente, incluso en térm inos de las condiciones de trabajo. C onvendría hacer una
revisión m ás d etallada de los discursos sobre la m ujer en la prensa obrera de la época, pero
desde ahora podem os anticipar que no abundan. V éase, po r ejem plo, los tres textos incluidos
com o ap én d ices de A m o r y a n a r q u ía escritos por m ujeres trabajadoras Josefa M aldonado y
R a m o n a D e lg ad o , p u b lic a d o s in ic ia lm e n te en el p e rió d ic o El P a n d e l P o b re (1 9 0 1 ) q u e
dirigía Ferrer y Ferrer. Estos textos -los prim eros escritos de m ujeres trabajadoras que conoce
m os- revelan cóm o en el m om ento de en trada al discurso (y a la pren sa obrera que lo hace
p o sib le) las m u jeres subordinan la esp ecificid ad de sus problem áticas a la prioridad de las
lu ch as d e su s co m p añ ero s. En el d isc u rso c rític o de C apetillo la p roblem ática de la m ujer
ad q u iere esp ecificid ad y autonom ía.
145
El cambio de posición de Capetillo ante las prioridades otorgadas
por el discurso obrero a la categoría de la “clase” implica una
reelaboración del concepto de lo político y, asimismo, genera trans
formaciones internas en su discurso. En Mi opinión, por ejemplo,
cambia el destinatario de Capetillo, en un libro que principalmente
parecería estar dirigido tanto a mujeres de los grupos dirigentes,
como a mujeres obreras. ¿Cómo se explica este cambio de des
tinatario? Se trata, en parte, de los reagrupamientos y las alianzas
entre zonas de las distintas clases posibilitadas precisamente por
la transformación y apertura que asume el concepto, ahora más
específico y localizado, de lo político. Es decir, si la moralidad en
la institución familiar, por ejemplo, es interpretada como el fun
damento político y represivo del matrimonio, entonces la lucha por
fundar principios y relaciones alternativas unía a mujeres tanto obreras
como burguesas en la necesidad del cambio. Ese parece haber sido
uno de los proyectos claves que moviliza la escritura en Capetillo:
producir contactos, cruces entre las clases, casi siempre logrados
mediante la intervención de la mujer, como confirmaría la lectura
del rol que, en su drama titulado Influencia de las ideas modernas,
cumple Angelina, hija de un propietario rico que se solidariza y
se enamora de Carlos, dirigente sindical45.
A su vez, es necesario enfatizar que la nueva articulación fe
menina tampoco se esencializa en Capetillo, quien a lo largo de
Mi opinión continuamente marca las diferencias entre las posiciones
de clase de las mujeres que integran la ficción deseante del nuevo
agenciamiento. El discurso de Capetillo permanece en un continuo
estado de alerta contra las esencias. Su feminismo nunca se propone
fijar la definición y el proyecto de La Mujer. Más bien propone
lugares de encuentro, alianzas coyunturales entre mujeres de tras-
fondos heterogéneos. Ése es, sin duda, otro corolario de su saber
subalterno y localizado, de su mirada atenta al flujo y a la hete
rogeneidad social.
Para situar el discurso' feminista de Capetillo en su contexto, es
necesario abrir el diálogo entre Mi opinión y otros textos sobre la
mujer escritos en su época. Situado ante otro ensayo inaugural,
Fem inism o (1922) de Mercedes Solá46, una de las dirigentes del
146
movimiento sufragista de los años veinte, el discurso en Mi opinión
nos obliga a diferenciar las posiciones de Capetillo de las líneas
distintivas del feminismo sufragista. El contraste se debe, en parte,
a la relación irreductible de Capetillo con la emergente cultura
obrera, incluso cuando su discurso pareciera apelar, al menos en
Mi opinión, a un público más amplio, que incluía mujeres de otros
registros sociales.
Presentado inicialmente como conferencia leída en el Ateneo de
Puerto Rico en 1921, el texto de M. Solá responde a exigencias
y propuestas muy distintas a las de Capetillo. Muy distante del
utopismo libertario de Capetillo, Solá busca legitimar su feminismo
reclamando para la mujer un lugar central en el discurso de la patria.
Para Solá, la mujer -como primera educadora de los futuros go
bernantes- debía consolidar la familia proveyendo una “severa base
moral” (p. 24): “Cuando esto suceda podemos asegurar que se ha
afirmado el hogar: que las sociedades marchan francas a su completo
mejoramiento y que la patria existe grande y poderosa, en el corazón
del hombre, no importa los límites que circunscriban la más extensa
o pequeña nacionalidad” (p 23).
El tono frecuentemente defensivo de Feminismo, al enfatizar el
carácter socialmente “responsable” y edificador del movimiento de
liberación de la mujer, acaso tenga que ver con las estrategias de
Solá intentando buscar credibilidad para una agenda indudablemen
te renovadora: el reclamo de igualdad de la mujer ante la ley y,
sobre todo, la defensa del sufragio universal. En su conferencia,
Solá incluso critica abiertamente el monopolio masculino sobre el
lenguaje de la ley, en el que reconoce uno de los soportes de la
desigualdad social: “En algunas familias, especialmente campesinas,
en que el padre lee y escribe, con frecuencia los hijos son anal
fabetos. En cambio, en ningún caso en que la madre sabe, dejan
de aprender los hijos. Algo como esto pasa con las leyes; han estado
siempre en manos del hombre y no las conoce la familia” (p. 27).
Pero a la vez que critica, frontalmente, por momentos, las relaciones
de poder y desigualdad en la familia, intenta legitimar sus posiciones
inscribiéndolas en la misma retórica cívica y patriótica del nacio
nalismo de la época:
¡Oh! ¡un ciudadano formado por una madre ciudadana y patriota! ¡Cómo
sentirá la patria ese corazón! Cuando la madre sepa y enseñe al hijo lo
que es la patria, se han salvado los pueblos para sus hijos. Las nacio
nalidades existen donde el hombre quiere, porque él es quien ha de
formarlas. Pero esto se hace sólo con amor, y como lo dará la MADRE,
el hijo querrá una patria y tendrá una patria (énfasis de Solá, p. 26).
147
En el fondo, Solá apela al discurso de la “crisis” de la nacionalidad
que ya en su época ejercía un impacto notable sobre las posiciones
de los intelectuales letrados. Maneja, con cierta agilidad, el mismo
concepto de la “cultura” como resistencia a la m odernización
económica (dominada por los norteamericanos) y repositorio de los
valores espirituales de la nación; concepto matriz del nacionalismo
culturalista y estetizante de las décadas del veinte y el treinta47.
Maniobrando una interesante vuelta de tuerca, Solá exige para la
mujer el derecho de entrada al mundo de las ideas, al reclamar para
la madre y para las maestras la tarea fundamental de administrar
el “corazón” del pueblo depositado en la cultura. Si, tal como
sostenían los mismos hombres que en el Ateneo la escuchaban, la
defensa de la patria pasaba por la edificación espiritual y cultural
del “pueblo”, entonces esos mismos intelectuales tenían que reco
nocer el papel fundamental que la mujer, como formadora del alma
del niño, debía cumplir en ese proyecto. Se trata, en paite, de una
estrategia de legitimación de la mujer como nueva profesional, en
tanto búsqueda de una autoridad, un lugar desde donde intervenir
en el campo de la producción intelectual; campo, casi de más resulta
decirlo, dominado por hombres, y donde la categoría de la escritora
o de la mujer intelectual no operaba aún. Esa estrategia lleva a Solá,
por momentos, a imaginar los roles posibles de la mujer de acuerdo
con los mismos estereotipos que circulaban en los discursos do
minantes de los letrados: “Yo os invito, mis queridas compatriotas,
a conservar nuestro tipo criollo” (p. 29).
Las estrategias argumentativas de Capetillo son muy distintas.
Acaso en última instancia, como sugerimos antes, las diferencias
remitan a los lugares de enunciación, a los soportes institucionales
tan distintos que apoyan, por un lado, a una escritora feminista en
diálogo con los intelectuales del Ateneo; y, por otro, a una escritora
relacionada con los discursos de una clase obrera contestataria y
militante48. Pero esa explicación de “clase”, como también suge
rimos antes, nos sitúa ante el riesgo de obliterar las inflexiones
particulares que el discurso proletario asume en la escritura de
Capetillo, especialmente en su inscripción de un proyecto feminista.
Curiosamente, en Mi opinión el discurso también parece comen
zar reiterando roles estereotipados de la mujer: “una mujer limpia,
148
exacta, cariñosa, indulgente y persuasiva, hará las delicias del marido”
(p. 2); pero inmediatamente notamos los pliegues irónicos de un
discurso que le da la vuelta al estereotipo: “No le demostréis [al
marido] que tenéis más razón que él, esperad que él os la dé, de
acuerdo con el sistema actual, que no reconoce que la mujer pueda
tener razón" (énfasis nuestro, p. 2). El procedimiento es clave en
Capetillo: la escritura se instala sutilmente en el estereotipo e
implosivamente comienza a demolerlo. La ironía -una de las es
trategias claves de la escritura subalterna: “treta del débil”, al decir
de Josefina Ludmer en su lectura de Sor Juana Inés- produce así
un discurso doble, cuya fuerza critica no aliena, al menos de entrada,
a uno de los destinatarios que Capetillo buscaba interpelar: mujeres
de los gx-upos dirigentes, en quienes Capetillo reconocía un aliado
virtual y necesario en la lucha por el cambio: “La mujer que teniendo
su marido dueño de ingenio o hacienda [...] debe visitar las familias
de sus peones. [...] Luego de visitar sus peones, expondrá a su
marido en qué estado y condiciones se encuentran los infelices que
le producen su capital [...]” (p. 23).
A medida que progresa el libro, sin embargo, se hace más evidente
la intensidad crítica de la propuesta feminista de Capetillo, quien
en M¡ opinión no sólo insiste en el derecho al divorcio, sino que
rechaza la necesidad misma del matrimonio en la propuesta del
“amor libre”, uno de los conceptos visionarios más recurrentes en
su obra: “Para formar matrimonio no se necesita sanción de las leyes
ni seguir costumbre alguna establecida. La voluntad de dos seres
humanos de ambos sexos es suficiente para formarlo y constituir
un hogar” (p. 5). Más aún, la crítica del matrimonio sitúa a Capetillo
de frente contra los convencionalismos morales, religiosos, en que
se apoya la institución matrimonial:
149
Vamos a llevar a la práctica este sistema, y entonces llevaremos el amor
a su verdadero estado. Este es el amor libre, que nos critican y tratan
de profanar y difamar, diciendo que es inmoral, cuando la moralidad y
los desórdenes y vicios están establecidos actualmente. [...] Y la mujer
actual que tiene iguales derechos, ha de privarse por una supuesta
honestidad, de pertenecerle a su novio para luego martirizarse y enfer
marse aniquilando su organismo, atrofiando su cerebro, envejeciéndose
prematuramente, sufriendo mil achaques, vahídos [...] todo esto por no
conocer sus derechos ni lo que realmente la haría feliz, que es pertenecerle
al hombre que ama, sin temores [...]. ¿Quiénes son los culpables de tales
aberraciones? [Los moralistas tienen la palabra! (pp. 35-6).
TRÓPICOS DE LA FUNDACIÓN:
POESÍA Y NACIONALIDAD EN JOSÉ MARTÍ*
153
Significativam ente, sin embargo, la canonización de V ersos
sencillos, su reinscripción en el seno de la lengua-madre, se basa
en la obliteración del lugar de la escritura del libro. Porque a pesar
de la enfática rememoración, Versos sencillos se produce en el
exilio, en Nueva York, en las entrañas de la modernidad. Por el
reverso de la modernidad, y como resistencia a la misma, se entona
la evocación de la tradición distante, el necesario relato del origen:
154
política de la literatura. El lugar problemático de la escritura en la
modernidad no es simplemente el trasfondo pasivo del discurso del
origen, trópico de la fundación. El desplazamiento, las líneas de
fuerza que atraviesan el lugar de la escritura, sobredetermina la
mirada martiana y condiciona el contorno de los objetos represen
tados por la rememoración, el itinerario de los recorridos y recortes
que la poesía opera sobre el cuerpo de la lengua materna y el libro
de la tradición.
La identificación del discurso con el origen -dispositivo legiti
mador de la retórica nacionalista en Versos sencillos y “Nuestra
América”- fue producida, hasta cierto punto, por Martí, cuya es
critura, no obstante, continuamente reflexiona sobre los mecanismos
retóricos de ese discurso, y problematiza la relación entre la poesía
y la identidad. Por otro lado, más allá de Martí, los usos posteriores
de'V ersos sencillos en la historia de su canonización han tendido
a escamotear las contradicciones, los pliegues del relato del origen,
endureciendo e institucionalizando su autoridad.
A pesar de que para Martí la temporalidad moderna problematiza
el funcionamiento de los códigos tradicionales de representación
y nos aleja, vertiginosamente, de una “plenitud” originaria, muchos
de sus lectores han querido ver en su escritura, especialmente en
Versos sencillos, la presencia de la tradición de modo continuo y
estable. Incluso un crítico del rigor “materialista” de Marinello no
titubea al leer en el libro más que la presentación de la “cubanidad”,
la presencia de la tradición hispánica que el crítico opone al
“galicismo” de los modernistas, de los cuales busca separar, an
titéticamente, a Martí3. Una lectura similar se encontraba ya en J.
Arrom quien insistía, sin mayor consideración de las transforma
ciones, en la importancia del romancero y de la copla española como
modelo formal y fuente temática del libro4.
Por otra paite, en respuesta a las lecturas hispanistas de Martí,
Fina García Marruz ha propuesto -con agudeza- un acercamiento
alternativo, relacionado con la vocación criolla de la generación
de Orígenes. Ella señala que la relación del poeta con la tradición
española “jamás se da como una influencia”5. Sin embargo, García
Marruz añade que en Martí la escritura es como “un partir de la
misma fuente madre del idioma”6. Esa lectura naturaliza, como le
155
hubiera gustado a Martí, la metáfora materna, la supuesta prioridad,
en el discurso martiano, de una verdad originaría a la cual la
iluminación poética tiene un acceso privilegiado. Además, en esa
cita de García Marruz hay también una metáfora que nos sitúa de
frente ante la problemática “presencia” del origen: entre la “fuente
madre del idioma” y la inscripción martiana se erige la distancia
establecida por un itinerario; ese “partir de” -y partir a- la fuente
materna, implica un desplazamiento, si no el corte, del cuerpo
originario.
García Marruz criolliza la noción del origen en un gesto crítico
del hispanismo, demostrando cómo las estrofas maitianas, más que
coplas, son décimas “truncas” en las que faltan (emblemáticamente,
para nosotros) los dos versos del enlace. Pero a pesar de que intuye,
con gran lucidez, el carácter trunco, fragmentado, incompleto, de
la forma tradicional, García Marruz no explora las consecuencias
de esa lectura e insiste, por el contrario, en el carácter orgánico,
armonioso y total de la iluminación martiana. La lectura llena los
vacíos de su objeto, cierra las fisuras que proliferan en la escritura
martiana. Y para fundamentar el enlace, ese proceso reconstructor,
por cierto, cita al propio Martí:
156
el “concierto final y dichoso de las contradicciones”7, al mismo
tiempo la práctica literaria era inseparable de la incertidumbre, de
las “preguntas al cielo vacío, gimiendo junto a los cadáveres de
los dioses”8. Entre el “cielo vacío” de la modernidad y el proyecto
de reconstrucción del fundamento, de la armonía, se sitúa la in
tensidad irreductible de la escritura martiana.
Por otro lado, tampoco incurrimos en la tendencia -muy frecuente
en la “deconstrucción”- a hipostasiar el signo político del discurso
de la identidad, alineando abstractamente su retórica (“autoritaria”)
con el poder, sin considerar las redes institucionales, los debates
localizados a que responden sus “figuras”. Es decir, la configuración
de la autoridad en un discurso -las medidas de valoración en su
particular economía del sentido- no implica una correspondencia
directa entre la retórica y el poder. La confusión entre la disposición
de la autoridad y los ejercicios del poder nos llevaría, por ejemplo,
a postular el carácter represivo de cualquier discurso nacionalista
(de cualquier discurso ético-político, a tal efecto), escamoteando los
usos -posiblemente locales y estratégicos- que se hacen de la retórica
en contextos pragmáticos específicos, frecuentemente coloniales.
Paradójicamente -por el reverso de su “antiautoritarismo”- ese tipo
de crítica de la “identidad” tiende a homogeneizar los discursos
múltiples y estratégicos del “ser” nacional, no siempre elaborados,
por cierto, desde el poder y el Estado.
Hay que insistir, entonces, en el espesor discursivo del relato
del origen, fundamento del discurso del ser nacional, pero sin soslayar
los debates, la pragmática a que responde. En el caso de Versos
sencillos el campo de luchas en que emerge la escritura es por lo
menos doble: primeramente, como sugiere Martí en el prólogo al
libro, la postulación de la “memoria” contra el “olvido parricida”
registra una posición crítica de la expansión norteamericana y de
los discursos desarrollistas que, además de constituir una autoridad
dominante en el campo intelectual de 1891, aún configuraban la
legitimidad misma de muchos estados modernizadores, liberales, en
América Latina. En segundo lugar, nos resulta difícil pensar que
“ese antiimperialismo -al decir de Cintio Vitier- surge como una
necesidad intrínseca, como una consecuencia inexorable” del “ser
americano” de Versos sencillos9. Por el contrario, acaso el “ser
americano” sea la consecuencia inexorable -en Martí- de la retórica
antiimperialista y de la voluntad de poder que la moviliza. ¿Cuál
157
es la autoridad -los parámetros de la “verdad”- que modela ese
discurso del ser americano? A primera vista, el antiimperialismo
parece ser una respuesta espontánea, inm ediata, a la amenaza
ineluctable y nada retórica de la expansión norteamericana. Sin
embargo, no todas las postulaciones del “ser”, incluso cuando
responden a exigencias tan patentes, tienen el mismo estatuto político
ni discursivo. Nuevamente: ¿qué autoridad regula los materiales de
la rememoración -de la memoria voluntaria- en que adquiere espesor
y forma el “ser americano”? Digamos, en el nivel más básico, que
el discurso antiimperialista se produce desde la literatura. Es en el
espacio literario donde han sido dispuestos -poblados- los signos,
las palabras “originarias”, del ser americano. De ahí se desprende
que el discurso de la identidad también responde a una serie de
debates internos del campo literario finisecular que en varios sen
tidos deciden la dirección y las tensiones internas del itinerario
poético de Martí.
II
Desde comienzos de la década de 1880 Martí había sido uno
de los primeros latinoamericanos en reflexionar sobre el relativo
desprendimiento de la literatura de la vida pública, desplazamiento
que para él cristalizaba uno de los rasgos distintivos de la “crisis”
moderna. Ligado a ese desprendimiento, el primer libro de versos
publicado por Martí, Ismaelillo (Nueva York, 1882), presupone un
concepto de literatura relativamente nuevo en América Latina, muy
distante ya de la noción utilitaria e instrumentalista de las “letras”
que dominaba entre los patricios modernizadores, fundadores de
los estados nacionales. La modernidad del Ismaelillo -más allá de
la temática y de los procesos figurativos del libro- se comprueba
sobre todo en el “saber” que autoriza y estimula la configuración
de su escritura. En el Ismaelillo, ese “saber” -ligado a la experiencia
onírica y a la irracionalidad del niño- demarca los contornos de
un interior, enfáticamente defensivo, que el discurso poético va
llenando con los signos de un mundo devaluado, a veces incluso
arcaico, y en todo caso opuesto a los valores dominantes de los
discursos “fuelles” de la racionalidad moderna. En ese interior exótico
y estetizado, el valor de la palabra está regulado por una autoridad
específicamente poética que opera, fuera de la vida pública, como
crítica del utilitarismo que dominaba en las sociedades en vías de
modernización. El proceso de interiorización de la poesía es co
rolario, en un nivel superior, de la autonomización de los discursos
que la misma modernización desataba. Es decir, a partir del Ismae-
158
lillo y del prólogo al Poema del N iágara -otro texto clave de Martí
de 1882- constatamos la relativa especificación de la autoridad
literaria que, cada vez más autorreflexiva, intentaba diferenciar sus
objetos, su relación con la lengua, con el poder, así como su posición
ante otros discursos que también se especializaban, precisando y
consolidando sus campos de acción discursiva.
Si para Bello y Sarmiento, por ejemplo, las letras habían sido
un dispositivo civilizador -modelo de una vida pública racionali
zada- en el Martí de 1882 comprobamos una progresiva autono-
mización literaria que problematiza la relación entre la escritura,
la lengua y las leyes de la racionalidad. De ahí que la escritura
moderna frecuentemente se represente, en Martí, mediante la metáfora
del exilio, como la pérdida de la residencia en la polis -y en la
lengua misma- e, incluso, como el desplazamiento radical que, sin
las garantías de la filiación, sufie un hijo ilegítimo: la poesía, en
el prólogo al Poem a del N iágara es el “clamor desesperado de
hijo de gran padre desconocido, que pide a su madre muda [la
naturaleza] el secreto de su nacimiento”10. La escritura en Martí es
una práctica desterrada, un hijo natural, desposeído de la legitimidad
que garantiza la genealogía. No está de más recordar, en este sentido,
que el título de ese primer libro aludía a Ismael, hijo natural de
Abraham (en Agar), desterrado al desierto tras el nacimiento del
hijo de Sara, Isaac, el legítimo. En Martí la escritura poética -en
tanto hijo natural y desterrado- se sitúa al otro lado de la ley.
(¿Podemos, entonces, decir que se trata de un letrado?).
Para Martí, el destierro del poeta de la polis coincide con una
crisis más amplia que él mismo relaciona, en el prólogo al Poema
del Niágara, con la experiencia de la modernidad. Anticipando la
reflexión, perfectamente actual, sobre la fragmentación moderna
como efecto del “desencantamiento del mundo” del que luego hablaría
Weber, Martí relaciona la crisis de la poesía con la experiencia de
una temporalidad vertiginosa. Esa temporalidad, en el reino de lo
“nuevo” y de la mercancía, desmantela la autoridad de los sistemas
ideológicos tradicionales que garantizaban la coherencia y la relativa
estabilidad de un mundo centrado en la religión:
159
de la mar. [...] Partido así el espíritu en amores contradictorios e intran
quilos; alarmado a cada instante el concepto literario por un evangelio
nuevo; desprestigiadas y desnudas todas las imágenes que antes se re
verenciaban; desconocidas aún las imágenes futuras, no parece posible,
en este desconcierto de la mente, en esta revuelta vida sin vía fija, carácter
definido, ni término seguro [...] producir aquellas luengas obras [...]“ .
160
la gran batalla de los hombres miro”15. Es la tensión, como sugiere
E. M. Santí, de una escritura escindida entre la política y la poética16.
Por otro lado, tampoco conviene reducir esa pugna entre las dos
(y acaso otras) legitimidades, a la subordinación de una autoridad
estética cuyas homogeneidad y prioridad quedarían entonces pre
supuestas. En tal caso, la simple inversión de la jerarquía política/
arte, que efectivamente domina en la historia de las lecturas martianas,
nos ubicaría en el mismo campo de fuerzas en que antes operaba
la antítesis, sólo que ahora se postula la prioridad del segundo
término -el estético-. No cabe duda de que Martí -con el sacrificio
de su propia vida, en la revolución- intentó articular las exigencias
de las dos patrias: las leyes del discurso ético-político con las crecientes
presiones de la actividad “nocturna” -rebelde e indisciplinada- de
la poesía. Incluso es notable cómo hasta 1891 escribiría cada vez
menos poesía, subordinando a veces explícitamente la patria noc
turna a la prioridad de la acción política e insistiendo en el deseo
de convertirse en “poeta en actos”. Sin embargo, la misma exas
peración de su vitalismo, que culmina en el discurso maitiano de
la guerra y en los Diarios de cam paña, tal vez sea el mejor índice
de lo que el propio Martí había llamado en el prólogo la “nostalgia
de la hazaña”: la pérdida de las dimensiones épicas y colectivas
de la literatura como un rasgo distintivo de la modernidad. Martí,
con desesperación, intenta reintegrar la palabra poética, la “acción”
y los contenidos ético-políticos, pero la misma nostalgia de la totalidad
no logra sino acentuar la fragmentación del mundo-de-vida en que
opera voluntariosamente el deseo de la armonía. El retorno del
poeta-exilado al país natal, a la polis, se emprende desde la ciudad
moderna y como respuesta a la ineluctable soledad y al despla
zamiento que consigna el exilio: la experiencia moderna. En el
bolsillo el revolucionario lleva cincuenta balas, pero también algún
volumen de su biblioteca17.
III
162
Un pájaro tentador
le trajo en el pico ayer
un relumbrante alfiler
de pasta y de similor.
En el extraño bazar
del amor, junto a la mar,
la perla triste y sin par
le tocó por suerte a Agar.
163
Por otro lado, es importante enfatizar que en Versos sencillos
la investigación de las formas del “origen” asume una autoridad
política que no había sido prevista por Martí a comienzos de 1880.
La rememoración en 1891 no sólo presuponía una crítica de la
pérdida del origen en la modernidad, sino que se postulaba como
la forma misma de una práctica política, como defensa del ser
americano ante la expansión amenazante del capitalismo. En ese
sentido, tanto el texto más programático “Nuestra América” como
su acompañante poético Versos sencillos constituyen un trabajo
sobre los enigmas de la política desde la hermenéutica que la literatura,
desde una década antes, venía elaborando en su crítica a la
modernización19. En ese discurso del origen americano parecería
que Martí supera definitivamente la crisis de legitimidad que, sobre
todo en él, sufría la poesía, la patria nocturna y rebelde, siempre
reacia a subyugarse a los imperativos de la actividad ético-política.
Habría aún que ver lo que encuentra el investigador del origen.
¿Podía el juego de la poesía -incluso en Martí- sostener un discurso
del fundamento y decidir, categóricamente, los rasgos esenciales,
atemporales, de la identidad? El origen, en Versos sencillos, es
también el lugar del cadáver, de la descomposición, de la muerte,
ineluctablemente ligada -en la lógica del libro- a la temporalidad.
La poesía no cesa de señalar el desgaste en el interior mismo del
fundamento.
164
8
165
Casi dos décadas antes de su muerte, mientras residía en Gua
temala, Martí le escribe al general Máximo Gómez, veterano de la
Guerra de los Diez Años, una apasionada carta de presentación.
“Aquí vivo -le escribe Martí al General- muerto de vergüenza porque
no peleo”3. La carta inicia un notable intercambio epistolar entre
el joven escritor y el soldado experimentado situándonos ante la
relación problemática entre el intelectual moderno y la guerra.
Son, notables las jerarquías que recortan las posiciones de los
sujetos en aquella primera carta, particularmente el lugar distante
y perimido en que se sitúa Martí al expresar su admiración por la
vitalidad y la capacidad de acción que identifica con el héroe militar:
“He conmovido muchas veces refiriendo la manera con que Ud.
pelea: la he escrito, la he hablado: -en lo moderno no le encuentro
semejante: en lo antiguo tampoco”. Martí le pedía a Gómez infor
mación para un libro sobre la guerra, con la intención, además,
de escribir una biografía del General. La caita despliega el espejeo
de un proceso doblemente constitutivo, tanto del soldado como
objeto de cierto proyecto de resonancias épicas, como del sujeto
intelectual que allí se inscribe y recorta su lugar.
Martí jerarquiza los lugares en ese intercambio desigual y, por
el reverso del reconocimiento de la heroicidad viril y poderosa, se
ubica en el lugar secundario de las palabras -el lugar mediado y
pasivo de la escritura- desde donde admira y representa la prioridad
de la acción emblematizada por el cuerpo sano y completo del
guerrero. “Enfermo seriamente y fuertemente atado, pienso, veo y
escribo”, señala Martí, identificando la escritura con cierta carencia
física, con la práctica contemplativa de un sujeto incapacitado para
la guerra: “Seré cronista, ya que no puedo ser soldado”, le escribe
al General, pidiéndole noticias con el fin de “publicar las hazañas
escondidas de nuestros grandes hombres”.
Por otro lado, es cierto que no debemos soslayar los pliegues
de la propuesta, la negociación implícita en el gesto del recono
cimiento otorgado a ese Otro poderoso. En efecto, la mirada del
cronista se postula como la condición misma de la “grandeza” del
soldado, al hacer públicas -mediante la escritura- sus “hazañas
escondidas”. Habría también que explorar la crítica martiana de la
violencia que, unos años después, llevaría a Martí, en un momento
de ruptura con los líderes militares del movimiento emancipador,
a recordarle a Gómez que “un pueblo no se funda como se manda
un campamento” (Epistolario, p. 7); crítica que desde comienzos
166
de 1880 se articula desde una defensa de la sensibilidad poética,
espiritual, en tanto garantía de la coherencia y del sentido mismo
de la guerra justa, de una revolución inevitablemente violenta, pero
orientada como “obra detallada y previsoria de pensam iento”
(Epistolario, p. 3). En todo caso, sorprende el enigmático cierre
de aquella primera carta en que Martí se despedía del General
autodenominándose “el mutilado triste”4.
¿A qué mutilación se refería? Las dolencias crónicas que niiIí Ió
Martí, causadas en parte por la brutalidad de su encarcelamiento
en Cuba cuando sólo contaba con 17 años de edad, no lucion,
por cierto, simplemente metafóricas. Sin embargo, la Intcmddwi
dramática con que Martí cieña su primera caita al General subiere
otro tipo de carencia, corte o fragmentación que bien puede le e iN C
en otro registro, como el efecto de la tensa emergencia do un sujeto
profundamente dividido, cruzado por la tajante oposición entre lu
prioridad de los actos y la pasividad suplementaria y sospecho»«
de la representación; es decir, un sujeto escindido por el “aborre
cimiento en que tengo a las palabras que no van acompañadas de
actos” (Epistolario, p. 2).
La oposición entre la palabra y el acto -corte que mutila, digamos,
la potencialidad de un sujeto orgánico, heroico- remite al antiguo
topos de armas y letras, reinscrito con frecuencia en la historia
latinoamericana, en el Inca Garcilaso y en Ercilla, por ejemplo, o
más cercanos a Martí, en los escritos de Bolívar y en la C am paña
del Ejército G rande de Sarmiento, quien enfáticamente se lamenta
del lugar subalterno del cronista en el campo de batalla. Sin embargo,
la “vergüenza” que le comenta Martí al general Gómez es más
radical y registra -precisamente en el lugar de la culpa, de la “envidia
a los que luchan” (Epistolario, p. 1)- la constitución de un nuevo
tipo de sujeto intelectual cuya relación con la guerra y con la patria
futura se encontraría mediada, hasta el momento mismo de la muerte
de Martí en Dos Ríos, por el proceso de la autonomización estética.
II
167
“poesía moderna” con la “nostalgia de la hazaña” y la disolución
de las condiciones que habían hecho posible la autoridad épica -
los contenidos normativos, nómicos- de la literatura5. Se trata, como
sugiere Martí en el prólogo de los “dolores del hombre moderno”
(p. 213) ante las transformaciones de un “nuevo estado social” (p.
207) en que se encontraban “desprestigiadas y desnudas todas las
imágenes que antes se reverenciaban [y] desconocidas aún las
imágenes futuras” (p. 207); época de “cegamiento de las fuentes
[y] anublamiento de los dioses” (p. 210). Nuevo estado social -
ligado a lo que M. Weber llamaría luego el desencantamiento del
mundo, en tanto efecto de la racionalización moderna- que Martí
explícitamente relaciona en el prólogo con la disolución del tejido
discursivo e institucional que hasta el momento había garantizado
la autoridad central de las formas literarias en la elaboración del
nomos constitutivo del orden social. De ahí, para Martí, las “alas
rotas” del poeta, figura solitaria que transita por un paisaje de ruinas
y “se presenta armado de todas sus armas en un circo en donde
no ve combatiente, ni estrados animados de público tremendo, ni
ve premio” (p. 212).
La crisis del heroísmo que Martí lúcidamente relaciona con la
disolución de las posibilidades épicas de la literatura moderna rebasa
la perimida cuestión de los géneros literarios. Se inscribe en una
reestructuración profunda de las condiciones mismas de la comu
nicación social que, según Martí, había sido sometida a un intenso
proceso de fragmentación que acarreaba el “desmembramiento de
la mente humana” (p. 208) y la “descentralización de la inteligencia”
(p. 209); reconfiguración del orden simbólico que aseguraba los
nexos, las articulaciones de la sociedad, la efectividad de la iden
tificación social.
En términos del campo literario -cuya especificidad y relativa
autonomía se constituye precisamente en el interior de tales trans
formaciones- ese proceso de racionalización moderna sometió a los
intelectuales a una nueva división del trabajo, impulsando la ten
dencia a la profesionalización del medio literario y delineando la
reubicación de los escritores ante la esfera pública y estatal. Pero
más importante aún, puesto que cruza diagonalmente y a la vez
desborda los marcos del análisis sociológico e institucional, el proceso
de autonomización produjo un nuevo tipo de sujeto relativamente
diferenciado, y frecuentemente ubicado en situación de competencia
y conflicto con otros sujetos y prácticas discursivas que también
168
especificaban los campos de su autoridad social. Este sujeto literario
se constituye en un nuevo circuito de interacción comunicativa que
implicaba el repliegue y la relativa diferenciación de esferas con
reglas inmanentes para la validación y legitimación de sus enun
ciados. Más allá de la simple construcción de nuevos objetos o
temas, esa autoridad discursiva cobra espesor en la intensificación
de su trabajo sobre la lengua, en la elaboración de estrategias
específicas de intervención social. Su mirada, su lógica particular,
la economía de valores con que ese sujeto recorre y jerarquiza la
materia social demarcaba los límites de la esfera más o menos
específica de lo estético-cultural. Tal vez no sea necesario detenernos
aquí en las contradicciones que marcan la inflexión latinoamericana
de ese proceso de autonomización6. Al no contar con soportes
institucionales, el proceso desigual de autonomización produce la
hibridez irreductible del sujeto literario latinoamericano y hace posible
la proliferación de formas mezcladas, como la crónica o el ensayo,
que registran, en la misma superficie de su forma y modos de
representación, las pulsiones contradictorias que ponen en movi
miento a ese sujeto híbrido, constituido en los límites, en las zonas
de contacto y pasaje entre la literatura y otras prácticas discursivas
y sociales.
Tal proceso de autonomización tuvo efectos profundamente pro
blemáticos para Martí. Si bien la descentralización implicaba cierta
democratización de los medios, en una época en que comienza “a
ser lo bello dominio de todos” (p. 209), la autonomización asimismo
estimulaba el repliegue del sujeto literario y la consecuente reduc
ción de sus efectos sociales. “La vida íntima y febril -señala Martí-
no bien enquiciada, pujante y clamorosa, ha venido a ser el asunto
principal y, con la naturaleza, el único asunto legítimo de la poesía
moderna” (p. 210).
169
tonomización reducía la literatura a una posición contemplativa, a
una forma débil de intervención social. Su reflexión inscribe la
emergencia de la poesía moderna en el drama de la virilidad,
“feminizando” la marginalidad de la literatura con respecto a los
discursos fuertes, efectivos, de la racionalidad estatal.
De ahí se desprende, por un lado, la “nostalgia de la hazaña”
(p. 209); y, por otro, el énfasis mismo con que Martí -a lo largo
del Prólogo y de buena paite de su poesía- refuncionaliza el lenguaje
de la guerra trasladándolo, mediante la operación metafórica, a las
“batallas” del poeta solitario, nuevo tipo de guerrero, “de los li
diadores buenos, que lidian con la lira” (p. 205). Como si de algún
modo la metáfora del poeta/guerrero pudiera asegurar el vigor, la
voluntad viril del sujeto, compensando la debilidad, la secundarie-
dad, la “feminización” de la lengua que el propio Martí identificaba
como uno de los riesgos distintivos de la poesía moderna. Por
supuesto, ni la “feminidad” ni la “debilidad” son atributos esenciales
de la poesía. Se trata, insistimos, de una respuesta a la autonomi-
zación: una representación que identificaba al nuevo sujeto lírico
con las formas maleables, débiles, del pensamiento; una reacción
estimulada por la sospecha de que la interiorización no sólo reducía
la capacidad de intervención pública de la literatura, sino que también,
en las instancias más radicales, nocturnas, de su repliegue, la pulsión
estética problematizaba su relación con los contenidos ético-polí
ticos, con la economía de la verdad, con el tejido mismo de la
comunicabilidad social7.
¿No explica esto la reticencia de Martí al publicar sus dos libros
de versos -Ismaelillo y Versos sencillos- así como su decisión de
dejar inédita su obra más extensa, los Versos libres8? “Antes que
hacer colección de mis versos me gustaría hacer colección de mis
acciones”9. Sin embargo, nunca dejó de escribir poesía. A contrapelo
de la sospecha, su poesía prolifera impulsada precisamente por las
tensiones generadas por la autonomización; es decir, por las pugnas
internas de una escritura intensificada y puesta en movimiento por
la doble pulsión de ese sujeto intersticial, ubicado entre las dos
patrias -Cuba y la noche- del memorable texto de Versos libres10.
7. C f. M ichel F oucault, “ The F a th e r's N o” , sobre la poesía de H ölderlin, en L a n g u a g e ,
C o u n te rm e in o ry , P ra c tic e , D. F. B ouchard, trad. (Ithaca: com etí University Press, 1977), pp.
68- 86.
8. Sobre la am bivalencia de M artí ante la práctica poética en el Ism aelillo. ver Enrico Mario
Santí, “ Ism aelillo, M artí y el m odernism o” , R evista Ib e ro a m e ric a n a . 137, 1986, pp. 811-840.
9. Martí, C u a d e rn o s de apuntes. O b ra s com pletas (La Habana: Editorial Nacional de Cuba,
1963-75), t. 21, p. 159.
10. “Dos patrias” solía incluirse en F lores del d estie rro (La Habana: Im prenta M olina, 1933),
volum en póstum o com pilado por G onzalo de Q uesada y M iranda. L a reciente edición crítica de la
P o esía co m p leta (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1985), a cargo de Emilio de Armas, Fina
G arcía M arruz y Cintio Vitier, identifica "Dos patrias” com o parte de V ersos libres.
170
III
D os patrias
171
metáfora de la patria nocturna atraviesa el contexto más amplio de
los Versos libres con cierta frecuencia: “A la creación la oscuridad
conviene/ [...] la oscuridad fecunda de la noche” (“La noche es
la propicia”).
-Y las oscuras
Tardes m e atraen, cual si m i patria fuera
La dilatada sombra. ¡Oh verso amigo:
M uero de soledad, de amor m e muero!
(“Á guila blanca”)
172
Líbrame, eterna noche del verdugo,
O dale, a que m e dé, con la primera
Alba, una lim pia y redentora espada.
Que con qué la has de hacer? Con luz de estrellas!
11. Sobre las cargas pulsionales desaladas por el patriotism o, ver Doris Somm er, F o u n d atlo n al
F ictions: T h e N ational R om ances o f L alin A m erican (Berkeley: University of California Press,
1991) y Pierre L egendre, El a m o r del censor. E nsayo so b re el o rd en dogm ático, N. Giacom ino,
trad. (Barcelona: A nagram a, 1979).
173
pasa es una raya oscura que cruza y enturbia la transparencia del
cielo, un objeto en movimiento, elusivo, inaprehensible. Lejos de
cualquier tipo de síntesis, el movimiento de la raya oscura disuelve
el don, la epifanía del encuentro. No hay que subestimar, sin embargo,
el peso, la exasperación del intento que en buena medida decide
el devenir, el deseo de la poesía martiana, y acaso el destino mismo
que Martí confrontó heroicamente en Dos Ríos, entre dos ríos, en
el momento de la muerte por la patria.
IV
Cierto es, por otro lado, que el sujeto lírico que observa la pérdida
del objeto, la fugacidad de Cuba al pasar, no contiene la hetero
geneidad de posiciones que autorizan el complejo discurso martiano.
La soledad del sujeto interiorizado de Versos libres, su exilio de
la patria civil, se encuentra evidentemente contrarrestada por la
reinserción política de Martí hacia fines de la década de 1880, así
como por la centralidad de sus intervenciones en la fundación del
Partido Revolucionario Cubano en 1892 y, finalmente, por su discurso
de la “guerra necesaria” que parecería superar definitivamente el
aislamiento y la inacción de aquel sujeto escindido por la paradoja
de las dos patrias. Discurso de la guerra que, si bien parece superar
la oposición matriz entre la prioridad de los actos y la secundariedad
de la palabra y las representaciones, sólo lo logra en el silencio
más radical, en el reposo definitivo que le concede al poeta-soldado
la muerte en el campo de batalla. Mientras vivió, sin embargo, sus
prácticas discursivas se ubicaron -más que en uno u otro campo
de la oposición, más que en el lugar estable de una síntesis capaz
de superar las diferencias- en el recorrido de los bordes, de los
umbrales que separan y que con el mismo movimiento inscriben
zonas de contacto, puntos de intersección y pasaje.
Conviene recordar las condiciones del pasaje del poeta en su
retorno al país natal, el lúcido testimonio de la formación del sujeto
soldado en los Diarios de cam paña que escribiera Martí camino
de vuelta a Cuba y que se cierran sólo unas horas antes de la batalla
final. Acaso como ningún otro texto martiano sobre la guerra, por
el reverso mismo de la trama de la formación del soldado que allí
se cuenta, los Diarios inscriben una aguda crítica de la violencia;
crítica articulada desde la postulación de la necesidad de la me
diación, de la imagen, en tanto forma capaz de contener y otorgar
sentido a la energía ineluctablemente agresiva de las fuerzas re
volucionarias:
174
y para paz mejor. Preveo que, por cierto tiem po al m enos, se divorciará
a la fuerza a la revolución de este espíritu -se le privará del encanto y
gusto, y poder de vencer de este consorcio natural, se le robará el beneficio
de esta conjunción entre la actividad de estas fuerzas revolucionarias y
el espíritu que las anima12.
175
9
MIGRATORIAS*
177
Se trata, entre otras cosas, de un problema de residencia y
ciudadanía. Sin escatimar las diferencias irreductibles entre las fuerzas
históricas que desencadenan las distintas experiencias migratorias,
en esta breve reflexión sobre la escritura latina en los Estados Unidos,
suspendemos de entrada el aura concedida con la palabra “exilio”.
El aura del exilado familiariza la distancia, al configurarla como
una breve pausa o interrupción en el devenir de una identidad
continua, e inscribe al sujeto en la ficción del retorno al país natal.
Incluso el que regresa siempre encuentra un país distinto. Sin embargo,
también es cierto que la problemática de la residencia -esa zona
de cruce entre la categoría jurídica y la subjetividad- es más obvia
en el caso de la persona inscrita en redes de identificación que no
necesariamente responden al proyecto del retorno al país natal. En
todo caso, es evidente que al plantearnos estas preguntas nos situamos
ante uno de los fenómenos históricos decisivos de nuestro fin de
siglo: los flujos migratorios, los procesos de desterritorialización y
redistribución de límites en el despliegue de la globalización con
temporánea. Me parece que estos procesos obligan a repensar las
categorías modernas mediante las cuales Occidente, desde hace ya
varios siglos, ha concebido la problemática de la identidad y la
ciudadanía.
En el exilio la única casa es la escritura. ¿Qué casa puede fundar
la escritura, incluso cuando enfáticamente se lo proponga? ¿De qué
modo puede la escritura garantizar la residencia, el domicilio, del
sujeto? Dos poemas sobre la ausencia y la separación preparan el
acercamiento a estas preguntas: primero, un texto de José Martí,
uno de los primeros intelectuales de la comunidad latina de Nueva
York; y segundo, un poema de Tato Laviera, escritor nuyorrican
contemporáneo. Aunque esta reflexión no intenta trazar la línea de
un proceso histórico, sí es necesario sugerir, aunque sea de paso,
que en sus posiciones tan distintas frente a la problemática del origen
y la identidad, Martí y Laviera marcan dos de los límites posibles
de una genealogía del discurso fundacional latinoamericanista y sus
dispositivos de enseñanza3.
El primer poema, “Domingo triste”, fue escrito hacia mediados
de 1880 cuando Martí residía en la ciudad de Nueva York, donde
vivió, por cierto, más de quince años -acaso el período clave de
su vida política y de su formación intelectual-. “Domingo triste”
178
forma parte de Versos libres4, libro póstumo de Martí que inscribe,
con una intensidad verbal insólita en su época, la compleja expe
riencia del desplazamiento del poeta en la modernidad. De ahí que
la temática del exilio en Martí pueda leerse, más allá de la situación
biográfica, como una temprana reflexión sobre la situación cam
biante, desplazada, del escritor en la ciudad capitalista, en una
sociedad orientada por nuevos principios de organización que pro-
blematizaban la relación entre la literatura y las instituciones pre
dominantes de la esfera pública. Sin perder de vista ese contexto
mayor en que se produce “Domingo triste”, aquí quisiera más bien
preguntarme sobre las redes de identificación en que se inserta el
sujeto en el poema:
D om ingo triste
179
La primera estrofa sitúa al sujeto ante los límites que recortan
un espacio escindido por una separación: la distancia, trazada por
el mar, entre el sujeto melancólico y el lugar ausente del origen.
Significativamente, aunque la separación del lugar de origen -la
Cuba, del sexto verso-, sitúa al yo en una orilla, no disuelve al
sujeto, sino que paradójicamente lo constituye como el portador
de una ausencia, el que “lleva” un dolor. Ese dolor es la marca
intensa de una pérdida que lo “llena de tristeza”.
Los primeros versos de la segunda estrofa reinscriben el gesto
paradójico del poitador, aunque ahora el sujeto lleva, más que un
afecto, el fragmento desprendido de un cueipo íntegro originario:
“Vino a verme un amigo, y a mí mismo / me preguntó por mí;
ya en mí no queda / más que un reflejo mío, como guarda / la
sal del mar la concha de la orilla. / Cáscara soy de mí, que en
tierra ajena / Gira, a la voluntad del viento huraño, / Vana, sin fruta,
desganada, rota”. La identidad del sujeto se representa ahí como
un residuo, como un resto del mar, desplazado y contenido en el
recipiente de la concha. Aunque Martí elude el lugar común, la
concha en la orilla a su vez remite a un eco, simulacro de la presencia
del mar o del objeto repetido. “Sin fruta”, el sujeto se autorrepresenta
como una instancia de discontinuidad tan devaluada como la
secundariedad del “reflejo” que es el yo en el noveno verso, como
el engañoso simulacro del eco, o como un desecho del mar con
tenido por la concha.
Resto, simulacro, discontinuidad. Sobre la experiencia del flujo
migratorio, la escritura martiana impone una economía del sentido,
jerarquizando los lugares -el aquí y el allá- en una especie de
topografía simbólica que hace posible la identificación del sujeto.
En esa topografía el itinerario del viaje traza el proceso de una
pérdida, de una desintegración. El que se va pierde y corre el riesgo,
en el contacto con la tierra ajena, de convertirse en eco, en resto,
en simulacro o secundariedad. El emigrante es un portador de huellas.
Y por el reverso de la desposesión en que tanto insiste el poema,
al otro lado del mar se erige la plenitud, la prioridad, la estabilidad
de la “tierra mía”; es decir, la esencia extraviada por el sujeto
emigrante. Ligada ineluctablemente a una imaginería telúrica y
territorializadora, esa esencia aparece como el centro mismo de la
identidad, y constituye la zona-capital, digamos, tanto de los valores
que regulan las posiciones y la circulación del sentido en el texto,
como del mapa simbólico que ahí fija su centro y su periferia, el
interior, las fronteras y el otro lado del territorio nacional. El discurso
sobre el viaje como pérdida y desarraigo insistentemente proyecta
así la articulación de una retórica nacionalista que, sin embargo,
no cesa de registrar el espesor de su aporía.
180
Porque a pesar del centro que ahí nostálgicamente se postula,
el poema está escrito aquí -¿o será allá?-. El aquí de la plenitud
es el allá del sujeto que escribe. El sujeto escribe sólo en esa orilla
delineada por la separación y la fractura. Entonces, ¿qué casa puede
fundar, para el exilado, la poesía?
El acto de escribir aparece tematizado a partir del cuarto verso
del poema: “Un rebelde dolor que el verso rompe / Y es ¡oh mar!
la gaviota pasajera / Que nimbo a Cuba va sobre tus olas!”. La
complejidad de la sintaxis despliega ahí una irreductible ambigüe
dad: ¿cuál es el sujeto de “romper” en la frase? De más está enfatizar,
a estas alturas, la importancia del acto de romper que abre una serie
de asociaciones claves a todo lo largo del poema. Puede ser que
el dolor rompa el verso. Pero también puede ser que el verso rompa
el dolor, particularmente a la luz de los versos que siguen, donde,
también de modo oblicuo y ambiguo, “el verso rompe y es [...]
la gaviota pasajera / que rumbo a Cuba va sobre tus olas”. La
metáfora que asocia la poesía con la gaviota sugiere que la escritura
tiende un lazo, un encuentro con la tierra ausente. Pareciera, asi
mismo, que gaviota pasajera sustituye (y borra), en el mismo eje
de selección, a paloma mensajera, lo que nos llevaría nuevamente
al acto de la escritura como misiva o mediación efectiva.
Sin embargo, enseguida en el poema hay un espacio en blanco
que no se explica simplemente por las exigencias métricas de las
estrofas. Ese espacio en blanco marca literalmente una discontinui
dad. Sí lo leemos así, como un elemento significativo del poema,
cobran otro sentido los versos posteriores que elaboran la imaginería
de la fragmentación y del ser como residuo. La imagen de la concha
de la orilla, a su vez, empalma con el verso de la gaviota pasajera.
La asociación se explica en la homología siguiente: el mensaje es
a la gaviota lo que el eco es a la concha. Pero la gaviota es pasajera
y en la lógica del poema, como hemos visto, el pasaje registra un
movimiento desestabilizador, como el “viento huraño”, también
contiguo a la gaviota, que hace girar al sujeto roto. Al anular la
voluntad del que gira, ese movimiento sin duda se opone al fun
damento de la raíz. Entonces la cualidad pasajera de la gaviota,
criatura del viento, elucida la ambigüedad del verso que rompe.
“Ya en mí no queda más que un reflejo mío”. El verso, como la
casa de Adorno en el exilio, bien puede repetir algo de la plenitud
originaria: inscribe una imagen, un eco de la experiencia. No es
sólo el emigrante el portador de ausencias. La separación que rompe
es constitutiva del acto mismo de la escritura, criatura del viento,
de los ecos, de la secundariedad de los reflejos.
181
El segundo poema que voy a comentar se titula “Migración” y
forma parte del libro M ainstream Ethics (ética corriente) (1988)
del poeta nuyorrican Tato Laviera5. De entrada, el título del poema
sugiere un corte, una mínima elisión, que anticipa uno de sus
procedimientos claves. “Migración”: en referencia a los desplaza
mientos demográficos, la lengua española generalmente privilegia
el prefijo -emigración o ¿«migración- que le otorga un sentido de
dirección al flujo. El prefijo registra las coordenadas de un mapa
que representa el proceso migratorio en función de un ir a o venir
de, del inicio o final del viaje. Para los territorios entre los que se
mueve el viajero, la designación de la dirección del movimiento
en el prefijo despliega una oposición entre el interior y el exterior
de la nación que resulta fundamental para la demarcación del territorio
y, por lo mismo, para la producción de su sentido de integridad.
Jurídica e ideológicamente esa oposición tiene consecuencias in
eluctables: para el territorio que “recibe”, el sujeto que entra en
su interior es un elemento extraño, una especie de prolongación
física del territorio contiguo, lo que da pie a toda una tropología
del “hospicio” o, en el peor de los casos, de la invasión y el contagio.
Para el territorio que despide, la distancia del emigrante registra,
en el mismo devenir del viaje, la integridad del territorio nacional
que se cierra con su partida. Pero el prefijo es también importante
en un sentido más personal. Por ejemplo, para el que se desplaza
no es lo mismo designarse como e-migrante que como /«-migrante.
La distinción entre la “entrada” o la “salida” fundamenta una breve
y a veces dramática trama de la identidad, que bien puede enfatizar
la identificación con el país de origen o la incoiporación a la sociedad
a la que estaba destinado el viaje. Adentro / afuera, origen / destino:
drama de la identidad, pero también narrativa de espacio, máquina
territorializadora que inserta nuevamente al movimiento en la red
simbólica nacional.
La elisión del prefijo en el título y a lo largo del poema de Tato
Laviera registra el gesto de una escritura que problematiza tanto
la noción del límite que demarca la integridad de las territorialidades,
como la ideologización de las nociones de “origen” y “destino”
que fijan el movimiento. Pero a su vez, como en buena paite de
sus otros textos, la elisión del prefijo en el título trabaja otra frontera,
la de la lengua materna, que entra ahí en contacto con otra lengua,
el inglés, y genera una intensa zona de cruce que nos lleva a
preguntamos, nuevamente, sobre la “ciudadanía” en que se inscribe
182
esta escritura. No puedo aquí detenerme en el rol que la ficción
de la pureza lingüística ha jugado en la elaboración de los discursos
de la identidad nacional en Puerto Rico6. Baste señalar que en esos
discursos nacionalistas el contacto lingüístico cristaliza una pérdida,
la marca verbal de una crisis de la identidad nacional. La crisis
es una metáfora de historia médica que presupone la prioridad de
un cuerpo sano cuya integridad es afectada por el contacto con
un cuerpo invasor. Laviera responde: “los únicos que tienen /
problemas con el vernáculo / lingüístico diario de nuestra gente /
cuando habla de / las experiencias de su cultura popular / son los
que estudian solamente a través de los libros / porque no tienen
tiempo para / hablar a nadie, ya que se pasan / analizando y
categorizando / la lengua exclusivamente / sin practicar el lengua
je”7. En efecto, si con Laviera y Labov entendemos la lengua (la
identidad misma) como una práctica, y no como un sistema inmu
table de normas, relativizaríamos el poder de la metáfora de la crisis.
Esa es, por cierto, la mainstream ethics de Laviera; su ética corriente,
como añade irónicamente el subtítulo. Es el proyecto de la con
figuración de valores -de una comunidad, de una tradición- armados
con la misma experiencia que el flujo migratorio despliega en su
movimiento. ¿Cómo se construye una subjetividad alternativa?
“Migración” es, precisamente, una breve exploración de cómo
se arma una ética, un modo alternativo, poitátil, de juzgar. El sujeto
migrante es nombrado en el poema: Calavera, parte del esqueleto,
pero también “sujeto sin juicio”. Calavera se sitúa, como el sujeto
en'Martí, en una orilla: el East River de Nueva York, en el extremo
del Lower East Side. En esa orilla, también como en Martí, el sujeto
se desata en un proceso de rememoración y cita:
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“en m i viejo san juan’\ calavera cantaba
sus dedos clavados en invierno, fría noche,
dos de la mañana, sentado en los stoops
de un ed ificio abandonado, suplicándole
sonidos a su guitarra,
pero:
sus cuerdas no sonaban,
el frío hacía daño,
noel estrada, compositor,
había muerto, un trovador
callejero le lloraba:
184
También en Laviera el sujeto -calavera-, en el devenir de su
constitución, emerge como un portador de huellas. Pero para ese
sujeto las huellas no delinean la silueta, la traza de una plenitud
ausente. La traza es más bien la.marca de las notas musicales de
la canción citada, asociadas metafóricamente con esas “hondas huellas
digitales, guindando sobre cuerdas”. Las huellas digitales imprimen
las marcas del cueipo del cantor callejero sobre las cuerdas que
desencadenan el trino del clásico. El clásico -de más está decir que
hablo de un clásico popular- es incorporado por el cantor callejero,
quien a su vez deja una impresión -las líneas identificatorias de
los dedos- sobre las notas citadas. De ahí que las notas musicales
sean doblemente “huellas digitales”: las huellas son la silueta de
un archi-texto que se realiza sólo en el movimiento de los dedos
del intérprete. En esa interacción radica el núcleo generador del
poema, la relación entre el sujeto “sin juicio” y el camino que
significa Estrada. ¿Aceptará el sujeto ese camino, ese modo de
juzgar? O, más bien: ¿cómo se inserta el sujeto en ese camino, en
el itinerario de la rememoración del origen que propone la canción?
calavera cantaba:
“adiós”, andando hacia el east river,
“adiós”, a batallar inconsecuencias,
“adiós”, a crear ritmos
“borinquen”, a ganarle a la fría noche,
“querida”, a esperar la madrugada,
“tierra”, a apagar la luna,
“de m i amor”, esperando el sol,
“adiós”, caliente calor,
“adiós”, calavera lloraba,
“adiós”, sus lágrimas,
“m i diosa”, calientes,
“del mar”, bajando hasta el suelo,
“m i reina”, quemando la acera, la carretera,
“del palmar”, lágrimas en transcurso,
-“m e voy”, aclimaban las cuerdas,
“ya m e voy”, y pasaron por sus manos,
“pero un día”, y todo se calentó,
“volveré”, sin el sol,
“a buscar”, y finalmente
“m i querer”, las cuerdas sonaron,
“a soñar otra vez”, el frío no hacía daño,
“en m i viejo”, el sol salió, besó a calavera,
“San Juan”, al nombre de noel estrada.
185
En el trabajo de la cita de la canción, el poema de Laviera genera
una serie de intensos desplazamientos. La escritura se inserta entre
los versos de la canción y desarticula, con la violencia del enca
balgamiento, la sintaxis y el sentido mismo de ambos discursos
interpolados. El contrapunteo no escatima la ironía producida por
el choque entre dos espacios irreconciliables: por un lado, el paisaje
del lugar de origen, tal como lo construye el sujeto melancólico
en la canción de Estrada, con sus diosas y palmares; por otro, el
espacio urbano de la otra orilla, el East River, con sus aceras y
carreteras. Como en el poema de Martí, el sujeto se sitúa entre dos
orillas, pero el lugar de origen -“mi viejo San Juan”- es una cita,
un lugar en una canción. La cita diluye la referencialidad del nombre
-“San Juan” es un objeto mediado por la letra de la canción- y
disuelve el reclamo de prioridad ontològica del fundamento. Por
supuesto, el gesto de citai-, de pronunciar el nombre del lugar de
origen -“San Juan”- no cesa de ser constitutivo para ese sujeto que
al citar, al reinscribir las notas del bolero con sus huellas digitales,
experimenta una especie de epifanía de la participación. Al marcar
las cuerdas, el sujeto ocupa un lugar en la historia de la canción
repetida en “coros en barberías”, por “voces dulces alejadas de
borinquen”. El coro es el “pedacito de patria”. Ese es, por cierto,
uno de los pocos momentos en que el poema espacializa la noción
de la comunidad: la patria es cantada en barberías, en nightclubs,
dice Laviera. Porque se trata, precisamente, de un modo de concebir
la identidad que escabulle las redes topográficas y las categorías
duras de la territorialidad y su metaforización telúrica. En Laviera
la raíz es si acaso el fundamento citado, reinscrito por el silbido
de una canción. Raíces portátiles, dispuestas al uso de una ética
corriente, basada en las prácticas de la identidad, en la identidad
como práctica del juicio en el viaje.
Agradecimientos