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Asesinato en Washington

El caso Letelier
John Dinges y Saul Landau
Lasser Press
México 1982

Indice

Presentación

1. El Acto

2. Victoria Pírrica

3. El Año del Terror

4. El Chacal del
Cóndor

5. Capacidad
Extraterritorial

6. Sesión Abierta

7. El Blanco: Letelier

8. Un Acto de Terror

9. La Investigación

10. Dos Nombres en


los Expedientes

11. Descansando en
Casa

12. Una Medida de


Justicia

Epílogo

Acerca de los
Autores
Asesinato en Washington
El caso Letelier
John Dinges y Saul Landau

A Alejandro Avalos Davidson, maestro,


y a Jorge Müller, cineasta, dos amigos chilenos que desaparecieron.

Agradecimientos

Podemos agradecer por su nombre sólo a algunos, cuya generosa ayuda hizo
posible este libro. Tenemos una deuda especial de gratitud con muchos chilenos
que se encuentran tanto en Chile como en el exilio; ellos creyeron en nuestro
trabajo y nos ayudaron a costa de un gran riesgo personal.

Scott Armstrong, Richard Barnet, John Marks, Marcus Raskin y Peter Weiss, nos
entregaron su sabiduría, consejos y aliento. Ralph Stavins, quien desempeñó el
papel del león en la investigación independiente realizada por el Instituto de
Estudios Políticos, nos ayudó a mejorar nuestras perspectivas sobre la
investigación, necesarias en muchos capítulos del libro. Isabel Letelier y Michael
Moffitt fueron el alma y el corazón, tanto de la investigación independiente, como
del movimiento político que nació y creció en torno al caso; ellos fueron quienes lo
mantuvieron vivo. Su valor y determinación ante el asesinato y el poder del
Estado, los convierten en héroes.

Rebecca Switzer, Jeff Stein, Trin Yarborough y Bob Borosage, dedicaron muchas
horas a la lectura y edición de partes del manuscrito, entregando sus enseñanzas
y valiosas críticas. Carolina Kenrick nos dio su inapreciable apoyo y colaboración
durante la larga tarea de la redacción.

Nuestra editora, Susan Gyarmati, añadió lucidez y precisión y nos aconsejó


prescindir de algunos de los misterios que hoy siguen rodeando este crimen.

Kiki Anastasakos, Kate Louise Gottfried, Nina Terrell, Eliana Loveluck, Cynthia
Arnson, Ann McWilliams, Peter Kornbluh, Jack Kasofsky, Eddie Becker, David
Pión, Rhonda Johnson, Marcelo Montecino, Miguel Sayago. Max Weinsenfeld,
Joanna Schulman, Winslow Peck, Fred Landis, John Alves, Chris Cole, Peter
Almquist y Rodrigo R., tomaron parte en distintas formas en el trabajo de
investigación que condujo a este libro.

El Instituto de Estudios Políticos nos sirvió de base para su redacción y su


personal nos prestó ayuda e inspiración de diversas maneras.
Nos sentimos agradecidos con todos aquellos que nos ayudaron. Sin embargo,
debemos aclarar que el contenido y las conclusiones de este trabajo sólo nos
pertenecen a nosotros, quienes somos los exclusivos responsables de él, así
como de cualquiera de sus posibles errores.

JOHN DINGES
SAUL LANDAU

Washington, D.C. Marzo de 1980

Acerca de las Fuentes

El agente chileno Michael Vernon Townley describió el complot para el asesinato


en cientos de horas de interrogatorios realizados por los agentes del FBI y los
fiscales, testimoniando ante un gran jurado federal, en una larga confesión escrita
en primera persona, lo mismo que en su comparecencia como testigo, en la
semana del 9 al 14 de enero de 1979, en el juicio a los tres cómplices cubanos. En
términos generales, aceptamos la veracidad de este testimonio. Otros documentos
que obtuvimos y nuestras entrevistas a cientos de personas en los Estados
Unidos, Sudamérica y Europa, corroboran muchos aspectos de la versión de
Townley acerca del complot y, aunque hubo algunas discrepancias y omisiones en
su propio beneficio, no existieron contradicciones mayores, que nos hubieran
llevado a dudar de su veracidad en general.

La narración de los acontecimientos políticos de Chile, antes y después del


asesinato, se basan totalmente en nuestras propias investigaciones y en nuestro
conocimiento personal. La parte más difícil del trabajo fue la relación de la
investigación realizada en los Estados Unidos, la que llevó a la identificación de
Townley y su decisión de revelar los antecedentes de la conjura para llevar a cabo
el asesinato. Las agencias gubernamentales norteamericanas involucradas en el
caso, habían impuesto un impenetrable manto de silencio sobre las acciones de
los agentes norteamericanos antes y después del asesinato, así como sobre las
grabaciones y expedientes relacionados con sus actos. Hasta el día 8 de marzo de
1980, no habíamos recibido ni una línea en respuesta a nuestras peticiones que,
basándonos en el Acta de Libertad de Información, habíamos hecho a la CIA, al
Departamento de Justicia del FBI y al Departamento de Estado. Algunos
documentos norteamericanos sobre el caso se nos entregaron incluso después de
haberse publicado en Chile en el curso de los procedimientos legales. En
consecuencia, las fuentes de nuestra "investigación" deben seguir siendo
confidenciales.

En algunos casos, nuestras interpretaciones y conclusiones difieren de las de


aquellas personas que hicieron esfuerzos extraordinarios para ayudarnos y para
descifrar con nosotros las preguntas sin respuesta. Apreciamos profundamente su
ayuda y somos respetuosos de sus discrepancias con nosotros.
INDICE

 Agradecimientos
 Acerca de las Fuentes
 Lista de Personajes
 El Acto
 Victoria Pírrica
 El Año del Terror
 El Chacal del Cóndor
 Capacidad Extraterritorial
 Sesión Abierta
 El Blanco: Letelier
 Un Acto de Terror
 La Investigación
 Dos Nombres en los Expedientes
 Descansando en Casa
 Una Medida de Justicia
 Epílogo
 Acerca de los Autores

Lista de Personajes

ALLENDE, SALVADOR. Presidente electo de Chile en septiembre de 1970;


asesinado en septiembre de 1973.

BARCELLA, E. LAWRENCE. Asistente del Procurador de los Estados Unidos.

BOSH, ORLANDO. Terrorista cubano exiliado.

BUSH, GEORGE. Director de la CIA, quien recibió informaciones acerca de la


acción de espionaje chilena.

CALLEJAS, INÉS (MARIANA). Esposa de Michael Townley y agente de la DINA.

CAÑETE, RICARDO. Antiguo miembro del Movimiento Nacionalista Cubano,


quien después se convirtió en informador del FBI.

CONTRERAS, JUAN MANUEL. Coronel y luego general; fundador y cabecilla de


la DINA, pavorosa policía secreta de Chile.

CORNICK, L. CARTER. Agente especial del FBI, quien coordinó la investigación.

DINA (DIRECCIÓN DE INTELIGENCIA NACIONAL). Policía secreta chilena.


DRISCOLL, ROBERT. Oficial del buró de Chile ante el Departamento de Estado,
quien fue informado acerca de la presencia de agentes de la DINA.

ENYART, KENNETH. Nombre ficticio usado por Michael Townley.

ESPINOZA, PEDRO. Coronel encargado de las operaciones de la DINA.

FERNÁNDEZ, ARMANDO. Capitán del ejército chileno que trabajaba para la


DINA.

GUANES, BENITO. Coronel, jefe de la policía secreta paraguaya.

INSTITUTO DE ESTUDIOS POLÍTICOS (IEP). Centro de investigación de


Washington, donde trabajaban Orlando Letelier y Ronni Moffitt.

LANDAU, GEORGE W. Embajador de Estados Unidos en Paraguay, en 1976, y


en Chile, en 1977.

LEIGHTON, BERNARDO. Exiliado chileno democratacristiano, herido en un


atentado en Roma, en 1975.

LETELIER. ISABEL MARGARITA. Esposa de Orlando Letelier.

LETELIER, ORLANDO. Líder de la resistencia de los exiliados chilenos al general


Pinochet, en Estados Unidos; asesinado en la calle de las embajadas.

MOFFITT, MICHAEL. Compañero de Orlando Letelier en el IEP, esposo de Ronni


Moffitt.

MOFFITT, RONNI KARPEN. Miembro adjunto del IEP; asesinada en la calle de


las embajadas.

MOSOUEIRA, ROLANDO. Capitán del ejército asignado a la DINA.

MOVIMIENTO NACIONALISTA CUBANO (MNC). Organización terrorista


anticastrista, de tendencia fascista.

NOVO, GUILLERMO. Jefe de la zona norte del MNC.

NOVO, IGNACIO. Hermano de Guillermo y miembro del MNC.

OTERO, ROLANDO. Exiliado terrorista cubano, infiltrado en la DINA.

PAPPALARDO, CONRADO ("TERUCO"). Paraguayo; principal asistente del


Presidente Stroessner.
PAZ, VIRGILIO. Terrorista del MNC.

PETERSEN SILVA, HANS. Nombre usado por Townley para entrar a los Estados
Unidos, en 1976.

PINOCHET, AUGUSTO. Dictador chileno que condujo el golpe militar del 11 de


septiembre de 1973.

PRATS, CARLOS. Predecesor de Pinochet en la Comandancia en Jefe del


Ejército de Chile; asesinado en Buenos Aires en septiembre de 1974.

PROPPER, EUGENE. Asistente del Procurador de los Estados Unidos.

RIVERO, FELIPE. Fundador del Movimiento Nacionalista Cubano.

RIVEROS, RENE. Oficial de la DINA.

ROMERAL JARA, ALEJANDRO. Nombre usado por Fernández en Paraguay y por


Mosqueira en Washington.

ROSS, ALVIN. Terrorista del MNC.

SCHERRER, ROBERT. Agente del FBI, agregado legal en Buenos Aires.

SCHNEIDER, RENE. Comandante en Jefe del Ejército de Chile, asesinado en


1970.

SUÁREZ, JOSÉ DIONISIO. Terrorista del MNC.

TOWNLEY, JAY VERNON. Hombre de negocios, padre de Michael Townley.

TOWNLEY, MICHAEL VERNON. Nacido en Waterloo, Iowa; agente de la DINA


con habilidades especiales.

WACK, LARRY. Agente especial del FBI.

WALTERS, VERNON A. Director adjunto de la CIA, informado acerca de la acción


secreta chilena.

WILLIAMS ROSE, JUAN. Nombre usado por Townley en Paraguay y por Riveros
en Washington.

WILSON SILVA, ANDRÉS. Falso nombre de Michael Townley en el interior de la


DINA.
Título original en inglés: ASSASSINATION ON EMBASSY ROW

Traductor: Mitt D'Arbanville

© 1980 por Saúl Landau y John Dinges.


Esta traducción ha sido publicada por acuerdo con Pantheon Books, A División of
Random House, Inc.

© 1982 Todos los derechos en lengua española reservados por: LASSER PRESS
MEXICANA, S.A.
Apartado Postal 6-791, México 6, D.F.

Prohibida la reproducción total o parcial de la obra sin permiso por escrito de los
editores.

Primera edición en español: Julio de 1982

ISBN-968-458-221-8 (Tela)
ISBN-968-458-222-6 (Rústica)

Impreso en México
Printed in México

EL ACTO

9 DE SEPTIEMBRE DE 1976. En el Aeropuerto Internacional Kennedy se anunció


la llegada de LAN-Chile, vuelo 142, procedente de Santiago. Minutos más tarde,
un hombre alto, rubio, de unos treinta años, entregó su pasaporte a un oficial de
inmigración de los Estados Unidos. Serían alrededor de las diez de la mañana.
Una tensa sonrisa disimulaba el nerviosismo del viajero, mientras observaba cómo
el oficial hojeaba el pasaporte, sacando el formulario migratorio que éste había
llenado en el avión y mirándolo, para comprobar si coincidía con la foto. Muchas
veces, en muchos aeropuertos, había visto a los oficiales hacer idénticos
movimientos, con el fin de asegurarse de la veracidad del documento y colocar el
timbre de entrada al país.

En un segundo, el oficial verificó los antecedentes que necesitaba: nombre, Hans


Petersen Silva; nacionalidad, chilena; pasaporte y visa oficial chilenos, lo cual
indicaba asuntos gubernamentales. ("Una excepción en el término medio de los
turistas latinoamericanos, probablemente un experto de gobierno que merece algo
más que la cortesía habitual", podría haber pensado el oficial.) Comenzó la rutina
de hojear las páginas del abultado volumen conocido como "el libro de control".
Imperceptiblemente, el viajero se puso tenso. ĄSu pasaporte no podía aparecer en
el libro!, a menos que algo hubiera andado mal ...

La Oficina de Inmigración de Estados Unidos coteja todos los nombres de los


pasajeros que llegan con los varios miles de nombres ordenados alfabética y
fonéticamente en el libro de control. Cada una de las listas que allí aparece,
responde a alguna agencia gubernativa norteamericana: la Oficina Federal de
Investigaciones, el Departamento de Control de Tráfico de Drogas (Drug
Enforcement Administration), la Agencia Central de Inteligencia. Junto a los
nombres, a través de instrucciones codificadas se indica la acción a seguir: F-1,
notifíquese a la agencia correspondiente; F-2, vigílese; F-3, impídase la entrada y
deténgase.

Al darse cuenta de que el oficial de inmigración comparaba su nombre con uno de


la lista del libro, el viajero sintió que se le doblaban las piernas:

"Examinó mi pasaporte varias veces, volvió a leer el libro y, finalmente,


encogiéndose de hombros me lo devolvió", atestiguó posteriormente. "Esto me
dejó casi temblando pues pensé que el nombre del libro se podía referir a otro
Hans Petersen, o bien podía estar relacionado con el pasaporte que yo tenía. De
ahí en adelante, anduve bastante nervioso".

Poniéndose el pasaporte rojo en un bolsillo interior, se dirigió hacia la zona de


aduana. Al acercarse, la tripulación de LAN-Chile lo saludó, pasando aduana sin
ser revisado. Algunos de los miembros de la tripulación lo conocían desde hacía
años. Pensaban que su nombre era Andrés Wilson. Detrás de la barrera de
expedición de equipaje, reconoció a Fernando Cruchaga, funcionario de la oficina
de LAN en Nueva York.

No se saludaron hasta haber abandonado el área de aduana. En esta misión, la


seguridad ya había sido violada demasiadas veces. El viajero se palpó el bolsillo
donde había escondido los bulbos, que llamaba "fósforos eléctricos"; no había
tenido tiempo de probarlos y, ante la perspectiva de tener que usarlos, se sentía
incómodo. Escondidos en un frasco de medicinas, junto a sus implementos de
rasurar, traía dos gramos de trinitrato de plomo, cantidad suficiente para volar la
mano a alguien. Con esto, había violado sus propias reglas, sus principios
profesionales; contrabandeaba explosivos, pero sus superiores no le habían dado
el tiempo suficiente como para resolverlo de otro modo. No le gustaban las prisas.

Cruchaga lo abrazó, llamándolo Andrés. Con el primero estaba Enrique Cambra,


director de LAN-Chile en Nueva York. Los tres conversaban en español mientras
caminaban hacia un restaurante del aeropuerto, cerca de las oficinas de LAN.

Comieron algo y luego Cambra se fue; el viajero dio entonces a Cruchaga el


nombre de la persona que esperaba haber encontrado a su llegada. żHabía
aparecido? "Sí", testificó más tarde Cruchaga. "Un hombre se me acercó, ya que
yo llevaba mi tarjeta de identificación de LAN en la solapa. Me preguntó: ŤżLlegó
Andrés Wilson en este vuelo?ť. Contesté afirmativamente, preguntándole su
nombre. Me respondió algo así como Faúndez, creo".

Hans Petersen Silva, alias Juan Andrés Wilson, alias Kenneth Enyart, alias Juan
Williams Rose, tenía la misión de preparar el asesinato de Orlando Letelier. Su
verdadero nombre era Michael Vernon Towley. El hombre con el que debía
encontrarse era el capitán Armando Fernández, alias Armando Faúndez Lyon.
Ambos eran experimentados funcionarios de la Sección Externa de la DINA, la
policía secreta de Chile.

"Cuando me reuní con el capitán Fernández, éste tenía numerosas maletas y


varias raquetas de tenis", escribió posteriormente Townley. Fernández venía
acompañado de dos mujeres, una era su hermana, la otra "excelentemente bien
vestida y arreglada", traía en la mano una revista de modas. Diplomáticamente,
Fernández y Townley dejaron a éstas en compañía de Cruchaga.

Una vez solos, "el capitán Fernández me pasó una hoja de papel con un croquis
de la casa y la oficina de Letelier y también un informe escrito que contenía una
cuidadosa descripción del automóvil de Letelier y del de su esposa". Casi en un
susurro y con frases cortas, ambos discutieron acerca de los movimientos diarios
de Letelier entre su oficina en Washington y el condado de Maryland donde vivía.
(Un grupo de rabinos pasó junto a ellos, cerca del mesón de LAN.) Townley
escuchó las informaciones de Fernández, hizo algunas preguntas y archivó cada
detalle en su memoria. Estudió cuidadosamente el croquis, los números de las
placas de los coches, memorizándolos, y luego destruyó los papeles. De un
compartimiento secreto de su cartera, sacó una foto de Orlando Letelier y,
después de mirarla, la volvió a guardar; otros deberían verla, más adelante, ya que
él lo conocía bien. Los dos hombres conversaron durante más de una hora.

La misión de Fernández ya había terminado, tras permanecer en los Estados


Unidos durante quince días recopilando material de "espionaje preoperacional" en
relación al "blanco". Ahora comenzaba la misión de Townley: organizar el equipo
que daría el golpe y asegurarse de su éxito.

Terminada la reunión, Cruchaga condujo a Fernández y a su elegante compañera


-un agente de la DINA que respondía al nombre supuesto de Liliana Walker-, al
salón de primera clase de LAN-Chile. (1) Su vuelo a Santiago no salía hasta las
11:00 p.m. (Los rabinos seguían paseando por el salón del aeropuerto.)

Townley volvió a encontrarse con Cruchaga, pidiéndole ayuda para alquilar un


automóvil. La DINA le había otorgado un pasaporte falso y una licencia de
conducir a nombre de Petersen, pero no le había dado tarjetas de crédito. Aunque
lo considerara una molestia, Cruchaga, en su calidad de asistente del director de
LAN, estaba obligado a ayudarlo, de modo que avaló un crédito para Petersen y,
dejando doscientos dólares como depósito, Townley rentó un auto en Hertz.
Mientras esperaba, los ojos de Townley eran dos radares que ponían atención en
las personas y los objetos a su alrededor. El desconcertante incidente en el mesón
de inmigración y la actitud del oficial habían puesto sus antenas en estado de
alerta. Por ejemplo, dos hombres que circulaban cerca del mostrador de LAN,
podrían ser del FBI; hasta ahora, los había visto varias veces. Tenía buenas
razones para sentirse inseguro en esta misión: aquel fiasco sufrido en Paraguay lo
obsesionaba. Odiaba los cabos sueltos, la imprecisión, las cosas mal hechas.

Ya en el automóvil, miró un largo rato por el espejo retrovisor. "Después de


asegurarme de que no era vigilado, seguí por el Túnel Lincoln hacia Nueva Jersey,
donde me registré en un motel ... bajo el nombre de Hans Petersen y me
comuniqué por teléfono con Virgilio Paz ..." Hizo una cita para cenar esa noche
con Paz y su esposa. Luego, llamó por cobrar a su hermana Linda, que vivía en
los alrededores de Tarrytown, Nueva York.

Se encontró con Virgilio y su esposa Idania en el restaurante Bottom of the Barrel,


frecuentado por los cubanos exiliados de Union City, Nueva Jersey, (la ciudad
tiene alrededor de cincuenta mil cubanos asilados.) Paz y su esposa lo llamaron
Andrés Wilson y se encontraron con él en unos juegos electrónicos. Durante la
comida, conversaron acerca de la familia y los amigos comunes. Paz había estado
no hacía mucho tiempo en la casa de Townley, en Santiago.

"En la comida, le manifesté a Paz mi deseo de conversar con Guillermo Novo


Sampol sobre algo que no le especifiqué. Después, regresé a mi hotel".

TENÍA QUE TERMINAR de preparar su discurso al mediodía. Después de vestirse


apresuradamente, engulló el café y se despidió, palmeteando a Alfie, el perro
ovejero cuyo pelo le tapaba los ojos y que lo siguió hasta el Chevelle azul.

Orlando Letelier encendió el motor y salió de Ogden Court, una tranquila cerrada
de Bethesda, Maryland, tomando por River Road hacia Washington, D.C. Los
vecinos de los Letelier, profesionales y gente de negocios que vivían en
confortables casas individuales, daban la impresión de estabilidad y seguridad.

Mientras daba vuelta a la derecha por la calle 46 y se acercaba a la Avenida


Massachusetts, Letelier pensaba y planificaba. Había otros caminos para llegar
desde su casa a la oficina, en Dupont Circle, pero desde su regreso a Washington
usaba siempre la ruta por la Avenida Massachusetts, la misma que recorriera
durante sus años en el Banco Interamericano de Desarrollo y en la Embajada de
Chile. La embajada había sido su casa durante tres años, pero ahora ya no era
bienvenido allí. Los moradores actuales representaban a la junta militar que el 11
de septiembre bombardeara y ametrallara el camino al poder, derrocando el
gobierno constitucional de Salvador Allende, del que Letelier formaba parte.

Letelier había escogido Washington como base ideal desde la cual luchar contra la
dictadura militar. Una semana antes, en un artículo publicado en The Nation, había
manifestado que las violaciones sistemáticas de los derechos humanos
perpetradas por la junta, estaban estrechamente vinculadas a la "Escuela de
Chicago", modelo económico impuesto en Chile por la junta y patrocinado por
Estados Unidos. El artículo había tenido buenas críticas por parte de sus colegas
norteamericanos, y estaba buscando la forma para que este artículo circulara en
Chile, donde serviría de fundamento a los opositores del régimen. Este era uno de
sus asuntos en la agenda del día; pero la prioridad, sin embargo, la tenía el
discurso que iba a pronunciar en el Madison Square Carden el 10 de septiembre,
en conmemoración del tercer aniversario del golpe.

En la calle Q, viró a la izquierda, hacia la avenida donde estaba el Instituto de


Estudios Políticos. Un camión bloqueó la entrada de su estacionamiento. Miró
hacia atrás, a las mesas colocadas en la acera del Café Rondo en el otro lado de
la calle. (Una pareja, ajena a cuanto la rodeaba, tomaba café.) Varios días antes,
Juan Gabriel Valdés, compañero de trabajo en el IEP y colega político, le había
mencionado haber visto un hombre en el Rondo que "tenía todo el aspecto de
pertenecer a la DINA". Letelier pensó que tal vez Juan G. tenía razón, pero, żqué
podría hacer la DINA, aparte de vigilar? żRobar? żMolestar? żQuién se atrevería a
hacer aquí algo más, en la capital de sus defensores internacionales? A menudo,
Letelier decía a sus amigos que dentro de Estados Unidos se sentía a salvo de la
DINA, a pesar de las amenazas. Había rechazado los temores de Juan Gabriel;
consideraba que la paranoia era un estado mental que conducía a la parálisis que
él no habría sido capaz de soportar.

Se encaminó a su oficina, pasando junto a dos meseras con turbante, vestidas de


blanco, integrantes de una secta oriental que manejaba el restaurante Golden
Temple, no lejos de allí.

Exactamente hacía dos años que había sido liberado del campo de concentración.
Vio su reflejo en la ventana del IEP: alto, erguido, cuidadosamente vestido con un
veraniego traje "beige". Sonrió ante la imagen del emprendedor hombre de
negocios, del diplomático. Curiosamente, había conocido el IEP cuando, siendo
embajador, lo había considerado una fuente de apoyo sólida a los programas del
gobierno de la Unidad Popular de Chile. Poco tiempo después de su liberación de
la cárcel, el IEP se había convertido en su base de operaciones.

Había sido nombrado director del Instituto Transnacional, programa internacional


del IEP, y acababa de regresar de su tercer viaje en ese año a Amsterdam, sede
europea del Instituto Transnacional. Como de costumbre, este viaje le había dado
oportunidad para reunirse con otros dirigentes en el exilio y con líderes políticos
europeos.

Mientras subía los dos tramos de escalera hacia su oficina, mentalmente comenzó
a buscar frases para el discurso de aniversario. "(Hace tres años del golpe ... Dos
años de mi liberación".) Había sobrevivido un año, yendo de un campo de
concentración a otro. El primero había sido Isla Dawson, frío y estéril roquerío
situado en el tormentoso Estrecho de Magallanes, a pocas millas de la Antárctica.
Allí había perdido veinte kilos. Al salir, el comandante del campo le advirtió que "el
general Pinochet no toleraría actividades contra su gobierno", añadiendo que el
gobierno militar puede castigar "no importando dónde se encuentre el
transgresor".

10 DE SEPTIEMBRE DE 1976. Junto a la única tienda Sears Roebuck de Union


City, Michael Townley se encontró con dos cubanos de más de treinta años. El
restaurante Cuatro Estrellas servía comida cubana, atrayendo a una gran cantidad
de clientes al mediodía. Guillermo Novo y José Dionisio Suárez conocían bien a
las meseras del lugar, así como también conocían a Townley, pero con el nombre
de Andrés Wilson, agente de la DINA; en el pasado, habían trabajado juntos. De
acuerdo a la costumbre latinoamericana, empezaron por las fórmulas de cortesía,
preguntando sobre los familiares y recordando los buenos tiempos, antes de entrar
al meollo del asunto.

"En ese almuerzo", escribió posteriormente Townley, "les di a conocer cuál era mi
misión, el asesinato de Letelier, solicitándoles la colaboración del Movimiento
Nacionalista Cubano".

Novo y Suárez no se sorprendieron, ya que las llamadas de Townley desde Chile,


hacía algunas semanas, los había alertado para su participación en otro trabajo de
la DINA. Pero necesitaban que los convencieran. Empezaron a quejarse del vil
trato dado por el gobierno de Pinochet a algunos de sus compañeros
pertenecientes al movimiento anticastrista de cubanos exiliados. Sin embargo, sus
argumentos no eran muy sinceros. Eran adoradores de héroes y Pinochet, al
realizar el golpe, eliminando lo que consideraban un régimen comunista
(precisamente lo que los nacionalistas cubanos habían estado intentando sin éxito,
desde hacía tanto tiempo), se había convertido en su héroe. Después del golpe,
empezaron a llamar a Chile "su querida". Pero se había producido un feo incidente
que entorpeció las relaciones y Novo, en su calidad de Jefe de la Zona Norte del
Movimiento Nacionalista Cubano, exigía una explicación que lo satisficiera.

Reclamaron a Townley el que Chile hubiera acogido a dos terroristas cubanos -


Orlando Bosch y Rolando Otero, ambos fugitivos del FBI- sólo para traicionarlos.
Entregado directamente a los agentes del FBI, a Otero lo subieron en un avión con
destino a Miami, donde lo encarcelaron. Bosch, tras permanecer durante más de
un año en Chile, en circunstancias que se encontraba fuera del país, le informaron
de una orden de arresto en su contra, proveniente del gobierno chileno.

Novo informó a Townley que su MNC, el grupo de Bosch (Acción Cubana) y el


grupo de Otero (Frente Nacional de Liberación Cubana, FNLC), hacía justamente
dos meses habían hecho una alianza formal, el Comando de Organizaciones
Revolucionarias Unidas, CORU, a fin de coordinar las acciones "militantes".

"żCómo podríamos ayudarlos -objetó Novo- en circunstancias de que ustedes


tratan tan mal a nuestra gente?" Townley explicó la posición chilena al respecto:
Otero había entrado a Chile con su nombre y su pasaporte verdaderos; el FBI
supo su paradero y, después de eso, no fue posible protegerlo. Novo argumentó
que la DINA debería haber dado muerte a Otero, en lugar de entregarlo al FBI.
Townley se mostró convincente. El caso Bosch, dijo, ni siquiera lo manejó la DINA.
Finalmente, Novo y Suárez estuvieron de acuerdo en colaborar con esta nueva
petición de la DINA. Esa noche tendrían su reunión regular de los días viernes con
los líderes del MNC; propondrían allí el asunto y, posteriormente, volverían al hotel
de Townley para enterarse de los pormenores del caso. Por su actitud, estaba
claro que Novo y Suárez estaban interesados en la operación y apoyarían la
petición de la DINA en la reunión.

ORLANDO E ISABEL Margarita Letelier partieron a Nueva York. Isabel ya había


leído y mecanografiado el texto del discurso que Orlando pronunciaría esa tarde
en el Madison Square Carden, en conmemoración del golpe en Chile. "En nombre
de nuestros muertos", comenzaba el discurso.

Discutieron el programa del acto que conduciría Joan Baez, preguntándose cuánta
gente asistiría. Conversaron sobre asuntos familiares y domésticos, recordando
los malos y los buenos tiempos vividos juntos, en Chile y en Estados Unidos. Se
detuvieron para tomar un café en Howard Johnson. (Orlando bebía café y fumaba
un cigarro tras otro durante todo el día; en su oficina siempre había una cafetera
eléctrica con café preparado. A veces, con el café tomaba un Valium: a los
cuarenta y cuatro años, tenía oleadas de incontrolable energía, lo que le permitía
planear muchos proyectos distintos en un mismo día, pasando del trabajo
profesional a las actividades sociales y viceversa con gran facilidad.)

Viajando hacia el norte a través de Maryland y Delaware, la pareja llegó a Nueva


Jersey en las últimas horas de la mañana. Poco después de llegar a Nueva York y
registrarse en el Hotel Algonquin, recibió una llamada de un reportero de United
Press International, quien leyó a Letelier un despacho cablegráfico recién recibido
desde Chile. En él decíase que el gobierno militar le había quitado la ciudadanía
chilena. Fue acusado de "haber llevado a cabo en países extranjeros una
campaña publicitaria tendiente al aislamiento político, económico y cultural de
Chile". Su "innoble y desleal actitud -continuaba el decreto- le ha hecho merecedor
de la máxima sanción moral contemplada en nuestro orden jurídico ... la pérdida
de la nacionalidad chilena".

Letelier escuchó la noticia más impactado y herido de lo que hubiera querido


admitir. Pidió al reportero la lectura completa del cable. El decreto había sido
firmado por el general Pinochet y por todos sus ministros, no así por el resto de los
miembros de la junta. "En el caso concreto de sus actividades en Holanda -decía-,
él /Letelier/ incitó a los trabajadores portuarios y del trans-

porte de ese país a que declararan un boicot a las mercancías destinadas a/o
procedentes de Chile, e influyó en el gobierno para que éste obstaculizara o
impidiera las inversiones de capitales holandeses en Chile". El reportero agregó
otro detalle: el decreto había sido publicado ese mismo día en el Diario Oficial de
Chile, pero estaba fechado tres meses antes, justamente, el 7 de junio de 1976.
Visiblemente molesto, Letelier se sentó a reescribir su discurso. Dirigiéndose a un
grupo de amigos que había llegado hasta la habitación del hotel, dijo: "żPueden
concebir que ellos hayan hecho algo que hicieron sólo los nazis?" Pero, en verdad,
lo que Letelier estaba sintiendo no era sorpresa, sino un golpe más intenso y
doloroso aún, debido a que en su fuero interno había imaginado que eso
sucedería. Sabía que sus públicas denuncias y sus ataques contra la junta
provocarían, si bien no esta reacción, algo muy similar. Más tarde, confesó a sus
amigos estar enojado consigo mismo por haberse permitido una reacción tan
emocional, tan personal, ante lo que intelectualmente consideraba el acto ilegítimo
de un ilegítimo gobierno.

Esa noche, en calidad de orador inaugural, desde el escenario del Felt Forum del
Madison Square Carden, una vez más condenó a la junta y su reino de terror.
Unas cinco mil personas llenaban la sala. "Desde el momento mismo en que esos
generales al servicio de los grupos económicos más reaccionarios decidieron,
hace tres años, declarar la guerra al pueblo chileno y ocupar nuestro país -dijo-
surgió un impresionante movimiento mundial de solidaridad con el pueblo de Chile.
Este vasto movimiento de solidaridad ha expresado, desde las más diversas
perspectivas económicas y políticas, el rechazo del mundo civilizado a la barbarie
y la brutal violación de todos los derechos humanos por parte de la junta militar
chilena ... el régimen más represivo que el mundo ha conocido desde la
destrucción del fascismo y del nazismo en Europa".

En la mitad del discurso, proclamó su desafío: "Hoy -dijo lentamente, cambiando el


tono de su voz- Pinochet ha firmado un decreto en el que se dice que he sido
privado de mi nacionalidad. Este es un día importante para mí, un día dramático
en mi vida, en el que la acción de los generales fascistas en mi contra me hace
sentirme más chileno que nunca. Porque nosotros somos los verdaderos chilenos,
en la tradición de O'Higgins, Balmaceda, Allende, Neruda, Gabriela Mistral,
Claudio Arrau y Víctor Jara; y ellos, los fascistas, son los enemigos de Chile, los
traidores que están vendiendo nuestro país a los intereses foráneos".

Elevando su voz con ira, continuó: "Nací chileno, soy chileno y moriré como
chileno. Ellos, los fascistas, nacieron traidores, viven como traidores y serán
recordados por siempre como traidores fascistas".

MICHAEL TOWNLEY, a pocas millas de distancia, del otro lado del río Hudson, en
Union City, Nueva Jersey, supo que Letelier estaba hablando en ese momento en
el Madison Square Carden. La seguridad exigía que se mantuviera a distancia, ya
que algunos de los chilenos exiliados e inmigrados que vivían en Nueva York
podrían haberlo reconocido; entre ellos, su hijastro Ronnie Ernest. Otros agentes
de la misión diplomática chilena en Estados Unidos estarían cubriendo esa noche
las actividades de Letelier, como Townley bien sabía.

Por otra parte, estaba esperando la llegada de los miembros de la dirección


política del Movimiento Nacionalista Cubano. Se hospedaba en el motel Chateau
Renaissance, en las afueras de Union City, registrado bajo el nombre de Hans
Petersen. Cerca de la medianoche, siete individuos entraron a su habitación, entre
ellos, Guillermo Novo y José Dionisio Suárez. Posteriormente, él mismo en su
declaración fue impreciso acerca de la identidad de los otros. Townley había
instalado un bar con whisky y ron, y todos bebieron. Les dio a conocer el plan de
la DINA: el MNC debería proporcionar los hombres que asesinarían a Orlando
Letelier en Washington. La izquierda, sin duda, acusaría a la DINA, pero no
tendrían pruebas. A cambio de lo anterior, la DINA seguiría otorgando protección
en Chile a los fugitivos cubanos exiliados y les permitiría hacer uso de una parcela
que le pertenecía, situada en el sur del país; allí podrían entrenar a sus hombres,
si era necesario; asimismo, podrían contar con la instrucción de expertos, de vez
en cuando, pero Townley no estaba en condiciones de garantizarlo. El MNC
ganaría prestigio entre la comunidad de cubanos en el exilio, al estar asociado con
el gobierno de Pinochet.

Los cubanos regatearon, haciendo la atmósfera pesada. Los dirigentes sacaron


nuevamente a luz los casos de Otero y Bosch, mientras Townley los engatusaba.
Expresaron que no estaban dispuestos a que los alquilaran como un fusil
cualquiera, puesto que representaban un movimiento político y sus razones
fundamentales para cooperar con la DINA eran de tipo político, ya que estaban
basadas en su acuerdo con el proyecto de la DINA, consistente en la eliminación
física de comunistas, siendo su deseo enaltecer su política en el movimiento
anticomunista mundial.

Más tarde, Townley declaró no recordar el nombre del corpulento médico joven
que habló en contra de la participación del MNC en el asesinato. Relató que ese
individuo se expresó plañideramente y era parecido a un comentarista de la
televisión chilena. Guillermo Novo argumentó en favor de la participación en la
misión de la DINA. Suárez, si bien aún crítico ante el papel desempeñado por el
gobierno chileno en el asunto Otero y Bosch, se manifestó inclinado a realizar el
trabajo. ĄLe encantaba la acción!

"Al término de la reunión en mi habitación del motel -dijo posteriormente Townley-,


estaba convencido de que el MNC iba a colaborar con la DINA en el asesinato de
Letelier. .. Novo y Suárez, los jefes principales del MNC estaban de acuerdo ... y ...
cualquier objeción por parte de cualquier otro miembro, no tendría peso alguno ..."

Townley, en los interrogatorios, declaró no saber exactamente por qué Letelier


había sido escogido como el blanco por la DINA, y tampoco lo preguntó. Había
escuchado que Letelier tenía el proyecto de organizar un gobierno de coalición en
el exilio, pero esto no era de su incumbencia. Se consideraba un soldado
ejemplar, un oficial sin uniforme, sin el boato del rango oficial. Por su sueldo,
prestigio y prerrogativas, se sentía equivalente a un mayor. Le gustaba recibir
órdenes difíciles y hacer uso de su imaginación e inteligencia para llevarlas a
cabo.

Matar a Letelier mediante un método no especificado y con la colaboración del


MNC. Así describió Townley las órdenes recibidas de su superior en la DINA, el
coronel Pedro Espinoza. "Hacer que pareciera inocuo, pero lo importante era
lograrlo". Townley había llevado los fósforos eléctricos y la pequeña cantidad de
trinitrato de plomo como regalos para el MNC, a fin de hacerles olvidar su
resentimiento por el asunto Otero y Bosch. Ahora sentía haber sido capaz de
subsanar un asunto bastante feo. Guillermo Novo parecía haber aceptado sus
explicaciones acerca de Otero y dar menos importancia al asunto de Bosch.
(Trataría de interceder en favor del MNC cuando regresara a Chile, ya que
pensaba que sus razones eran de peso. Se sentía bien con ellos por compartir los
mismos valores, las mismas aptitudes profesionales, aunque las de ellos eran
menos desarrolladas que las suyas, y el mismo "modus operandi".)

Terminada la reunión, Townley fue con Novo y Suárez al bar Bottom of the Barrel.
No discutieron sobre el asesinato, pero él sintió que estaban celebrando la
consumación de un pacto. En el bar, Novo le presentó a un compañero, Alvin
Ross. Éste, macizo y musculoso, ex matón del Tropicana de Cuba antes de la
revolución, había oído hablar del "famoso señor Wilson", el contacto de Novo con
los chilenos, y le tenía un gran respeto. Más tarde, Ross detallaría sus reuniones
con "Wilson" en una entrevista grabada a un abogado. Dijo que él y Townley
conversaron sobre aparatos estereofónicos y los problemas que el primero tenía
con su equipo. Townley, escribió Ross, prometió ayudarle a componer el equipo, si
se le presentaba la ocasión.

11-14 DE SEPTIEMBRE DE 1976. Townley no perdió tiempo pensando acerca de


cómo asesinar a Letelier. Como viajero experimentado que era, aprovechó bien su
tiempo en el área de Nueva York. Después de pasar unas horas con su hermana
Linda y su familia en Tarrytown, devolvió el auto rentado en el aeropuerto
Kennedy.

De acuerdo a lo esperado al terminar la reunión en el Chateau Renaissance,


Guillermo Novo le comunicó formalmente que el MNC había decidido colaborar
con la DINA en el asesinato de Letelier, pero, agregó, en virtud de la fidelidad de la
DINA a los principios de colaboración con el MNC, Townley debería acompañar a
Virgilio Paz en la misión. También Suárez participaría en el trabajo. Las órdenes
que Townley había recibido de Espinoza eran abandonar el país en el momento
en que se diera el golpe. Mas esa estaba ahora fuera de control y, en todo caso,
su presencia aseguraría que se cumpliera el trabajo y eso, para Espinoza, "era el
punto clave". Para acomodarse a este cambio de planes, tuvo que hacer algunos
trámites.

Aún preocupado por la vacilación del oficial de inmigración a su llegada, en


relación al documento a nombre de Hans Petersen, decidió proseguir la misión
usando documentos falsos norteamericanos a nombre de Kenneth Enyart; para
eso, llamó por cobrar desde un teléfono público a su esposa Inés, pidiéndole el
envío de los documentos "Enyart" a través de un piloto, en el próximo vuelo de
LAN-Chile. Luego, se conectó directamente con la DINA y, usando un código
sencillo, explicó que el asesinato se ejecutaría, pero era preciso que él participara
personalmente en la operación. Un oficial de la DINA le informó que los cambios
habían sido aprobados por "Cóndor". Townley comprendió.

Suárez y Paz habían sido enviados por Novo a Washington y estarían ocupados
por algunos días, de modo que Townley tenía tiempo. Posteriormente, escribió en
su declaración: "Novo me informó que el MNC estaba ocupado en otra operación
que requería de su atención inmediata".

Townley entregó a los exiliados cubanos una lista de compras necesarias para la
fabricación de la bomba.

A LA MAÑANA siguiente de su intervención en el Madison Square Carden, Letelier


desayunó con Rose Styron, de Amnesty International, organización en pro de los
derechos humanos. "Estaba muy deprimido a raíz del decreto -declaró ella más
tarde-. Obviamente, significaba mucho para él el hecho de ser chileno, mucho más
de lo que yo jamás hubiera imaginado. Hizo referencia a una carta que había
recibido hacía poco, en la que su familia le comunicaba que se había producido un
debate en el seno del gobierno militar entre los Ťdurosť y los Ťblandosť, que
discutieron si había que matarlo o castigarlo de otra forma menos drástica. Letelier
me comentó: ŤSupongo que este decreto significa que los blandos ganaron la
discusiónť".

De regreso en Washington, pocos días después, Letelier manifestó a Juan Gabriel


Valdés y a Saúl Landau, colegas suyos en el IEP, que estaba planeando viajar a
Cuba en unos días. Landau entregó a Letelier una carta dirigida a un amigo en La
Habana. Valdés le pasó un sobre, cumpliendo así finalmente una antigua promesa
hecha a un oficial cubano, relacionada con una investigación acerca de los
movimientos democratacristianos. Letelier guardó los sobres en su maletín y
prometió entregarlos. Juntó todos los documentos que llevaría a Cuba,
guardándolos en su portafolios (así podría revisarlos durante el vuelo), junto a los
objetos que siempre llevaba consigo: aspirina, un antifaz protector para dormir, su
libreta de direcciones y una guía de viaje.

Cuba era uno de los pocos sitios en donde los dirigentes del movimiento chileno
en el exilio podían reunirse a planificar estrategias sin peligro. Se había fijado una
reunión del Partido Socialista (al que él pertenecía), con Carlos Altamirano,
Secretario General del Partido; Clodomiro Almeyda, jefe de la Unidad Popular,
coalición de partidos de izquierda chilenos; y Beatriz Allende, tesorera del Partido.
Casada con un funcionario del gobierno cubano. Beatriz vivía en Cuba desde el
golpe en Chile y la muerte de su padre, Salvador Allende.

MEDIANOCHE DEL 15 DE septiembre de 1976. En el Volvo rojo de Virgilio Paz,


éste y Townley se dirigieron a una casa en Union City, donde los esperaban
Guillermo Novo y Dionisio Suárez. Novo había entregado a Townley una bolsa de
papel y, mientras Paz conducía por la Nueva Jersey Turnpike, él revisaba el
contenido de la bolsa: mecha detonante; una pequeña cantidad de masilla gris
explosiva, conocida como plástico o compuesto C-4; y un paquete de TNT.
Temprano esa mañana, Paz le había entregado un detonador de control remoto
que le era familiar: el mismo que había fabricado hacía algunos meses en
Santiago, modificando un dial de radio. Paz iba armado.

Después de recorrer las 120 millas de la Nueva Jersey Turnpike, entraron a la


carretera de Delaware y, tras hacer un alto para tomar café, en el oscuro
amanecer, siguieron viaje a Maryland. Llegaron al distrito de Columbia al
atardecer, dirigiéndose a los suburbios donde vivía Letelier. Antes de comer o de
descansar, Townley quería comprobar por sí mismo la información que le había
entregado en el Aeropuerto Kennedy el capitán Armando Fernández. Dieron
vueltas, vigilando las calles adyacentes, las entradas y las salidas; entraron por
Ogden Court y después de dar un vistazo a la casa de Letelier y a los dos autos
estacionados enfrente, regresaron. Luego de desayunar en un restaurante del
condado de Bethesda, se registraron en el Holiday Inn de la Avenida Rhode
Island, a unos metros del Instituto de Estudios Políticos, donde trabajaba Letelier.

17 DE SEPTIEMBRE DE 1976. Letelier viajó de su casa, en Bethesda, hasta el


Instituto de Estudios Políticos. Desde el restaurante Roy Rogers de River Road
donde esperaban, Townley y Paz divisaron el Chevelle de Letelier y comenzaron a
seguirlo a una cierta distancia. Townley comentó a Paz que Fernández se había
equivocado al decirle que el Chevelle era el automóvil de Isabel. Esa mañana,
Letelier condujo más rápido que el resto de los coches en circulación y sus
seguidores lo perdieron de vista por unas cuantas cuadras. Una vez que llegaron
al edificio del IEP, él ya había entrado a su oficina, después de haberse
estacionado en la avenida.

Atentos a los movimientos de entrada y salida del instituto, Townley y Paz


comieron en una mesa exterior del Café Rondo. Lo mismo que Fernández, ellos
tampoco se dieron cuenta de que la oficina de Letelier no estaba en el edificio
principal, pero eso no tenía importancia. Dejaron el Rondo y fueron a Sears, en la
Avenida Wisconsin, donde compraron lo que para el empleado de la tienda eran
utensilios de cocina: moldes de aluminio y papel encerado. Luego, en otro
departamento, compraron varios rollos de cinta aislante negra y guantes de goma.
Mientras se llenaba el tanque de gasolina del Volvo en la estación Sunoco, más
allá de la Avenida Wisconsin, Townley recordó más tarde que Paz llamó a Suárez
a Nueva Jersey, diciéndole que "la vigilancia preparatoria sobre Letelier ya estaba
lista y lo único que faltaba para asesinarlo era construir la bomba y colocarla en su
automóvil".

TEMPRANO POR LA tarde, Letelier se dirigió al Aeropuerto Nacional de


Washington, estacionó su vehículo y tomó una combinación con destino a Nueva
York.

18 DE SEPTIEMBRE DE 1976. José Dionisio Suárez se dirigió a Washington en


su automóvil americano último modelo, encontrándose con los dos individuos en el
restaurante McDonald de la Avenida Nueva York. Le prestó a Townley unos cien
dólares, ya que éste había gastado más de lo que Fernández le diera para la
misión. Paz y Townley se trasladaron del Holiday Inn al Regency Congress Inn de
la Avenida Nueva York. Suárez tomó una habitación en otro motel cercano y se
fue a dormir la siesta. Mientras tanto, los otros dos hicieron nuevas compras, esta
vez en Radio Shack, cadena de tiendas de artículos electrónicos, Adquirieron
tijeras para cortar alambre, alicates, soldadura, interruptores y una palanca de
maniobras.

Habían planeado fabricar calmadamente la bomba al día siguiente, un domingo,


colocarla esa misma noche y hacerla estallar el lunes en la mañana, cuando
Letelier se dirigiera al trabajo. Sin embargo, Suárez los obligó a cambiar de
planes. Llegó a Washington preocupado por su subsistencia; acababa de perder
su trabajo en un negocio de venta de automóviles y el lunes en la tarde debería
empezar en otro negocio, en Nueva Jersey. Así, en lugar de esperar hasta el día
siguiente, Paz y Townley se fueron de Radio Shack a comenzar el trabajo. Los
tres juntos comieron algo ligero en el Regency Congress, e hicieron bromas con
una mesera de edad madura y pelo canoso que acababa de perder treinta kilos
con una dieta a base de agua.

Después de comer, se fueron a la habitación de Paz y Townley y comenzaron a


fabricar la bomba usando el TNT, el plástico y los artículos comprados en Sears y
Radio Shack. Suárez colaboró con un detonador y Townley agregó al conjunto uno
de sus fósforos eléctricos hechos a medida. Moldeó el plástico para que entrara en
el molde metálico de ocho pulgadas cuadradas, pero no le quedó perfecto.

A LAS 8:30 P.M. Isabel y Orlando Letelier salieron de su casa donde acababa de
terminar una alegre fiesta. Era el día de la Independencia de Chile y Orlando había
regresado esa tarde de Nueva York. Los invitados bebieron vino tinto y comieron"
empanadas (comida tradicional chilena). Letelier tocó la guitarra, cantó y bailó
cueca, el baile folklórico chileno, con Isabel. El dedo medio de la mano izquierda le
dolía cuando tocaba guitarra; una de las herencias físicas del año vivido en Isla
Dawson.

Llegaron al acto público de celebración de la fiesta nacional chilena, en el centro


comunitario del barrio multirracial donde vivía la mayor parte de la población
latinoamericana residente en Washington. Sonrieron, saludaron, hicieron los
comentarios del caso. De pronto, un individuo entró, diciendo: "Iba pasando por
aquí..." Comenzó a defender a Pinochet, tratando de arrastrar a Isabel a una
discusión. Algunos de los jóvenes allí presentes gritaron que se trataba de un
provocador, pero Isabel mantuvo la calma, logrando impedir que el incidente
pasara a mayores. A las once, la pareja se despidió, regresando a casa.

TOWNLEY DIO LOS toques finales a la bomba, mientras Paz le alcanzaba las
herramientas y Suárez leía o conversaba. Townley planeó colocar la bomba bajo
el asiento del conductor y moldeó el plástico de manera que, al estallar, todo el
explosivo saliera directamente hacia arriba.
Cerca de la medianoche, se sintió satisfecho de su obra. Los tres salieron del
motel en el Volvo de Paz, deteniéndose en la estación de trenes. Townley se
dirigió a la ventanilla para saber si había algún tren con destino al área de Nueva
York en las primeras horas de la mañana. No había ninguno.

"Mientras viajábamos hacia la casa de Letelier-escribió más tarde Townley-, Paz y


Suárez me informaron que esperaban que yo colocara la bomba en el automóvil
de Letelier, puesto que deseaban a un agente de la DINA -es decir, a mí-
directamente involucrado en su colocación".

Guardó la calma. Llevaba la bomba bajo la sudadera azul marino y vestía


pantalones de pana y, aunque no hubiera querido ensuciárselos, al sopesar las
alternativas decidió que no había más remedio: la colocaría él mismo.

Paz condujo hasta la calle paralela a Ogden Court. Townley caminó por detrás de
dos casas y, dando vuelta a la calle cerrada, vigiló la cuadra. Había gente
entrando en una casa vecina, "de manera que regresé a la calle paralela,
encontrando a Paz y Suárez; posteriormente, luego de dar una vuelta para hacer
tiempo, regresamos a la entrada de la calle de Letelier, al mismo lugar en que bajé
antes del coche, en la cima de la colina".

A un costado de la casa de Letelier, vivía un agente del FBI, al otro, un funcionario


del servicio exterior. Cuando Townley bajó la colina, algunos perros comenzaron a
ladrar, pero luego se callaron. Las pantallas de televisión brillaban a través de las
ventanas.

El automóvil de Letelier estaba estacionado a la entrada del garaje, en dirección a


la casa. Townley se encaminó directamente hasta el auto, se tendió de espalda en
el suelo, por el lado del chofer, se levantó la sudadera para dejar la bomba al
descubierto, puso a mano las herramientas y se deslizó bajo el vehículo. El
espacio era pequeño para su estatura. Moviéndose lo menos posible, adhirió la
bomba a la viga transversal con la cinta aislante negra, encendiendo de vez en
cuando una pequeña linterna para asegurarse de la posición.

Sintió pasos y, paralizado, trató de aguantar la respiración. No más de dos


pulgadas lo separaban de la carrocería. Los pasos se alejaron. Comenzó a poner
la cinta desde el cable del velocímetro hasta el explosivo. Lo que les había
parecido una gran cantidad de cinta, en ese momento se le hizo insuficiente. No
quería que la bomba se deslizara o cayera.

Sintió el ruido de un motor. Un vehículo se aproximaba con la radio encendida.


Nuevamente suspendió el trabajo, el sudor le corría por la cara, mojándole el
cuerpo y las manos. La radio se oyó más fuerte; era una banda de la policía.
Debió hacer un esfuerzo por permanecer tranquilo. La radio se sentía fuerte. Con
el rabillo del ojo podía ver ahora las llantas del coche; pero se movió, dio vuelta en
la calle cerrada y, tomando velocidad, se alejó de la cuadra. Encendió la linterna.
Aunque la bomba estaba firme, habría preferido poner más cinta alrededor de la
viga transversal. Cuando comenzaba a arrastrarse fuera del auto, pensó si había
colocado el interruptor en posición de funcionamiento. Seguramente estaba en
posición de seguridad. Volvió a meterse debajo y, tratando de recordar para dónde
estaba en funcionamiento y para dónde en posición de seguridad, encontró al
tacto el bulto del interruptor, que estaba desconectado. Lo empujó hasta que
sonara y luego apretó la cinta en la ranura, para impedir que retrocediera. Pero la
flexibilidad de la cinta aisladora podría permitir que el interruptor se soltara ...

La escasez de tiempo podía llevarlos a cometer errores. Paz y Suárez habían


insistido en que él pusiera la bomba y esa misma noche. Mientras subía la colina,
alejándose de Ogden Court, sintió que un viento helado le penetraba en el cuerpo
sudoroso.

Los cubanos lo recogieron en la esquina desierta y lentamente se encaminaron a


River Road. Les comentó entonces su preocupación acerca de si el interruptor
habría o no quedado en la posición correcta.

Ya en el motel, Townley y Suárez ensayaron la maniobra, mientras Paz dormía. El


golpe debería ser, a más tardar, el lunes en la mañana. Los cubanos esperarían a
Letelier frente al Roy Rogers, en River Road, lo seguirían hasta el parquecito de la
Calle 46, justo en el límite del distrito de Columbia y, en ese punto, presionarían el
botón del detonador de control remoto. Letelier debería estar solo, fueron las
instrucciones de Townley.

Tomando una toalla, Townley se duchó y cambió de ropa. Su parte en el asunto ya


estaba cumplida, pero se sentía incómodo. Debería esperar hasta asegurarse de
que Letelier estaba muerto antes de dejar el país.

Suárez lo llevó hasta el Aeropuerto Nacional para que tomara el primer vuelo de
Eastern hasta Newark, telefoneando a un miembro del MNC para que lo esperara.
El aeropuerto estaba tranquilo, el domingo en la mañana había pocos pasajeros.
Antes de abordar, Townley llamó a su esposa, dándole un mensaje codificado
para que lo transmitiera a la DINA, la bomba estaba colocada.

Cuando caminaba hacia la terminal de pasajeros de Newark, Townley divisó a


Alvin Ross, que lo esperaba. Se detuvieron a desayunar en un Holiday Inn, donde
detalló a Ross cada paso de la operación. Este último comió, tomó café y escuchó
atentamente la relación. Más de una vez lo interrumpió con preguntas, queriendo
asegurarse de que en verdad la bomba ya estaba colocada. Townley no sabía
hasta qué punto Ross estaba vinculado a las operaciones del MNC, pero en el
transcurso del desayuno -declaró más tarde Townley- quedó en evidencia que
Ross "definitivamente, poseía un conocimiento específico y detallado acerca del
plan para asesinar a Letelier".

Más tarde, Ross declararía: "Durante este periodo, desde el 11 de septiembre de


1976 (fecha de la reunión con Townley en el restaurante Bottom of the Barrel, que
se realizó después de medianoche), hasta el 19 de septiembre de 1976, Guillermo
me mantuvo informado acerca del plan. Sólo para estar seguro, le dije a Guillermo:
ŤżPor qué no averiguamos si este cabrón tiene o no el apoyo de los chilenos?ť.
Novo estuvo de acuerdo y él mismo llamó a la Embajada de Chile para
comprobarlo. Alguien le contestó diciendo que el Ťseñor Wilsonť estaba bien".

Después de desayunar, fueron al departamento de Ross, que más tarde Townley


señalaría como la casa de Guillermo Novo, ya que pocos minutos después de que
ellos llegaran, Novo los saludó y se fue a bañar y cambiar de ropa. Novo era "muy
elegante", acotó Townley.

Ross recordó a Townley su promesa de reparar el equipo estereofónico. Cuando


Novo reapareció, Townley hizo un recuento de los detalles de la fabricación y
colocación de la bomba y del plan para hacerla estallar a la mañana siguiente.

Ese día, acompañado de Townley, Novo se dirigió a Manhattan, donde estaba la


oficina del senador James Buckley; allí trabajaba un primo suyo, Bill Sampol. La
oficina de Buckley había colaborado con el MNC en un supuesto intercambio de
prisioneros entre Chile y Cuba. Media hora más tarde, regresaron a Nueva Jersey.
Tomando prestado el automóvil de Guillermo, Townley se dirigió hacia el norte por
Palisades Parkway, atravesó Tapan Zea Bridge y llegó al condado de Winchester,
donde pasó la tarde con su hermana y la familia, cenando con ellos.

En el camino de regreso a Nueva Jersey, dio un pequeño rodeo. Iba a recurrir a


una artimaña para demostrar que el funcionario chileno Hans Petersen estaba
fuera de Estados Unidos en el momento de la explosión. Se dirigió al Aeropuerto
Internacional Kennedy y fue hasta el mesón de Iberia donde los pasajeros estaban
registrando su equipaje para la salida del vuelo a Madrid de esa tarde. En un
descuido del funcionario de Iberia, se acercó al mostrador depositando el
formulario de inmigración I-94 entre el montón de documentos de los pasajeros
registrados en el vuelo. (Los extranjeros que llegan a Estados Unidos deben llenar
dos copias de ese formulario, una se entrega a la llegada y otra a la salida.) Hans
Petersen Silva habría dejado Estados Unidos, dirigiéndose a España, el 19 de
septiembre de 1976. Michael Townley salió de la terminal, retomando el camino de
regreso a Union City por Manhattan. Recogió a Guillermo Novo y prosiguió hasta
el aeropuerto de Newark. Al despedirse, prometió a Novo que se pondría en
contacto con Felipe Rivero, líder fundador del MNC.

LETELIER DESCANSÓ ESE domingo, uno de los pocos del verano que pasaba
en casa sin sentirse obligado a abordar la montaña de trabajo que de costumbre lo
obsesionaba. Isabel salió temprano, pasando varias horas en su estudio de
escultura y luego en la Oficina de los Derechos Humanos de Chile, de la que era
fundadora.

Orlando leyó, hizo algunas llamadas telefónicas y descansó en el jardín. De pronto


recordó las cuidadosas instrucciones de Isabel sobre el tiempo y la temperatura
necesarias para el asado de la cena que había dejado en el horno. Trabajando
con tranquilidad, comenzó a preparar una serie de reuniones de trabajo del IEP y
un documento que estaba escribiendo con Michael Moffitt, joven economista y
colega del instituto. El documento estaba relacionado con el desequilibrio en el
comercio y las relaciones financieras entre los países ricos industrializados y el
resto del mundo, así como con algunas proposiciones para el establecimiento de
un "nuevo orden internacional".

En la tarde, concedió una entrevista a Internews, boletín bimestral de noticias


publicado en la costa oeste. Habló sobre la estructura que debería tener cualquier
coalición entre la Unidad Popular y el Partido Democratacristiano y acerca de los
puntos débiles y los puntos fuertes del régimen de Pinochet. Negó cualquier
intención de formar un gobierno en el exilio, explicando que esto representaría
pocos beneficios en ese momento.

Más tarde, bebieron y conversaron con dos invitados que tenían para la cena, Saúl
Landau y Rebecca Switzer. El asado, prácticamente carbonizado, fue el pretexto
para una serie de bromas en que Isabel y Orlando se echaron pullas mutuamente.
La conversación pasó de los asuntos del instituto a temas políticos. Durante el
postre y el café, Orlando se enfrascó en una larga e hilarante relación de sus
últimos viajes al extranjero. Mientras se despedían, todos se sintieron a gusto,
respirando las primeras brisas del "verano indio".

20 DE SEPTIEMBRE DE 1976. Hownley salió a hacer algunas diligencias en


Miami. Puso en un sobre el pasaporte de Hans Petersen Silva y, junto con la
licencia de conducir y los recibos, lo envió a una oficina de la DINA en Chile. En la
tarde, tomó un autobús hasta la casa de sus padres en Boca Ratón. La radio no
emitió noticias acerca de algún atentado.

LETELIER INVITÓ A Michael y Ronni Moffitt a una cena de trabajo en Ogden


Court para esa noche. Se acercaba el plazo para la entrega del documento sobre
el "orden económico internacional". A las seis, saliendo del instituto, Michael
intentó poner en marcha su automóvil; si bien acababa de retirarlo del garaje esa
misma tarde, el motor no funcionó. Letelier ofreció llevarlos en su coche; en la
noche, después de la cena, ellos podían llevárselo (vivían cerca de Potomac,
Maryland) y pasar a recoger a Orlando en la mañana, para llevarlo hasta la oficina.

Las dos parejas cenaron y bebieron vino tinto. La presencia de Ronni Karpen
Moffitt distendía cualquier atmósfera que penetrara. Más tarde, Isabel recordó que
Ronni se había hecho un nuevo peinado que la hacía verse mayor de los
veinticinco años que tenía. Ronni con entusiasmo sobre su promoción en el rubro
financiero del IEP y, al mismo tiempo, prometió su ayuda en el comité de defensa
de los derechos humanos que Isabel había organizado. Cuando se fueron, los
Letelier comentaron lo vitalizante que era la presencia de una pareja joven y
enamorada, así como el comprobar que existían jóvenes norteamericanos que
apoyaban la causa de Chile, como si fuera lo único natural y razonable.

21 DE SEPTIEMBRE DE 1976. Michael y Ronni Moffitt llegaron a Ogden Court en


el automóvil de Orlando, estacionándose frente a la casa. La sirvienta de los
Letelier acababa de irse, ya que los días martes iba a otro trabajo, saliendo de la
casa a las 8:45. Al encaminarse a la parada del autobús había visto a cuatro
individuos en un automóvil estacionado cerca de la casa, pensando que por su
aspecto eran latinoamericanos, quizá chilenos. Cuando los Moffitt llegaron, ya no
estaban ni la sirvienta ni los cuatro hombres en el coche. Orlando se había
atrasado hablando por teléfono. Mientras Isabel leía el documento, Michael y
Ronni tomaron un café.

Alrededor de las 9:15, los Moffitt y Orlando salieron de la casa. Caía una fina
llovizna y el cielo estaba gris. Michael se sentó en el asiento trasero. Alrededor de
las 9:20, el automóvil llegó al restaurante Roy Rogers. Ronni y Orlando, en
animada conversación, no se dieron cuenta de que un gran vehículo gris, último
modelo, los seguía por River Road. Michael trataba de leer. Abrió su ventanilla,
molesto a causa de la espesa nube de humo que desprendía el cigarro de
Orlando.

El conductor del automóvil gris que los seguía verificó la posición de un objeto
plano de metal en el asiento trasero, conectándolo al encendedor del coche.
Ambos automóviles viraron a la izquierda desde la Calle 46 hacia la Avenida
Massachusetts. Frente a ellos, la calle de las embajadas.

Notas:

1. Agustín "Duney" Edwards, eminente figura de la banca y del periodismo, compartía el salón con
los dos agentes de la DINA y regresaba a Santiago esa noche, en el mismo vuelo de LAN-Chile.

II

VICTORIA PIRRICA

EL 4 DE SEPTIEMBRE de 1970, en el barrio Providencia de Santiago, miles de


paredes y ventanas lucían carteles con el nombre de Jorge Alessandri, candidato
de la derecha que tenía el apoyo casi unánime de la clase media y los ricos de
Chile. Los únicos pobres que vivían en Providencia, los sirvientes, no tenían
oportunidades para desplegar emblemas, pero, al igual que más del 90 por ciento
del electorado chileno, ellos también habían votado en las elecciones
presidenciales. Cuando al anochecer los noticieros de la televisión dieron a
conocer la victoria -por una estrecha mayoría- del candidato de la coalición
izquierdista de la Unidad Popular, la mayor parte de los sirvientes estrechó sus
manos en una demostración silenciosa de alegría. Sus patrones, escuchando las
mismas noticias, arrancaron los carteles de Alessandri, apagaron las luces,
bajaron las persianas, cerrando a piedra y lodo puertas y portones de sus casas.

El camino hacia el aeropuerto de Pudahuel, en Santiago, estaba atascado por los


automóviles de los habitantes de Providencia y barrios similares, ansiosos de
abandonar el país en el primer vuelo disponible. Una victoria de la Unidad Popular,
pensaron, llevaría a una orgía de saqueos y robos y ellos, poseedores de la virtud
y la riqueza de Chile, serían el blanco de la ira y el odio de las masas.

Adolescentes de acomodados barrios como Providencia, llegaron en sus autos


hasta las calles principales, gritando que la votación había sido un fraude. Otros
coreaban: "Chile sí, Cuba no". Algunos decían a los transeúntes que la elección no
podía reconocerse y que los militares deberían dar un golpe, salvando así a la
nación. Otros gritaban: "Hay que armarse, porque las hordas comunistas
marcharán sobre Providencia".

Pero las "hordas" que habían votado por la Unidad Popular (UP), no tenían
ninguna intención de saquear ni de robar. Celebraban en las calles su victoria,
cantando y gritando consignas de la Unidad Popular, repetidas miles de veces: "El
pueblo, unido, jamás será vencido"; la numerosa clase obrera brindaba con vino
tinto. (1)

Su candidato, el doctor Salvador Allende Gossens, hizo su aparición en un balcón


de la Plaza Bulnes para celebrar con la multitud una victoria que coronaba cuatro
décadas de lucha de la clase obrera chilena por el ascenso al poder a través de
las elecciones. Allende y los manifestantes estaban convencidos de su victoria;
ahora el problema sería cómo conservar el poder.

Allende se había preparado para este momento casi toda su vida. En 1932 era
sólo un joven estudiante de medicina cuando un coronel independiente,
Marmaduke Grove, proclamó la primera república socialista (que fue derrocada
por un golpe militar dos semanas más tarde); al año siguiente, Allende se reunió
con un grupo de jóvenes, fundando el Partido Socialista. En 1938, la formación de
un Frente Popular culminó en la elección para la presidencia del radical Pedro
Aguirre Cerda, y Allende colaboró- en el gobierno como ministro de Salud. En
1946, el pueblo de Valparaíso, la segunda ciudad más importante de Chile, lo
eligió senador del Congreso de Chile, cargo que ocupó durante veinticuatro años.
Allende, quintaesencia del socialismo, consumado parlamentario, se convirtió en
un líder en el que varios grupos y partidos de izquierda creerían. Pero fue mucho
más que un eterno candidato presidencial, (2) de hecho, fue el médico izquierdista
cuyo programa digno de confianza y de gran sobriedad, prometía llegar a una
sociedad justa mediante procesos pacíficos y racionales. A los sesenta y dos
años, el testarudo médico, gracias a su ingenio y a la coalición de la Unidad
Popular que había representado en la elección de 1970, pensó que por fin sería
capaz de convertir su sueño en realidad política: sus anhelos de cambio social.

El programa de la Unidad Popular prometía "acabar con el dominio imperialista,


con los monopolios y con la oligarquía terrateniente y comenzar la construcción
del socialismo en Chile". Para los trabajadores chilenos, socialismo significaba que
podrían, a través de sus organizaciones y partidos, asumir el control de las minas
e industrias y que los beneficios se canalizarían hacia las inversiones públicas y
las prestaciones sociales, en lugar de ir a parar a los bolsillos de los ricos.
Allende no prometió la instauración inmediata de una economía socialista. Delineó
un programa de seis años que llevaría gradualmente a cambios sociales y
económicos, sentando las bases de una revolución legal del capitalismo al
socialismo. No era iluso ni sentimental y tampoco se dejaba arrastrar fácilmente
con declaraciones heroicas. Importantes sectores de la izquierda, incluyendo
miembros de su propio partido, desdeñaban las políticas electoralistas o, en el
mejor de los casos, las veían como una etapa en la conquista del poder del
Estado; muchos de ellos se inspiraban en la Revolución Cubana. Allende
discrepaba de ellos.

"No estamos en la Cuba de 1959", manifestó al corresponsal francés Serge La


Faurie (Nouvelle Observateur, 14 de Dic. de 1970). "La derecha aquí no ha sido
derrotada por un levantamiento popular, sólo ha sido vencida en las elecciones por
un estrecho margen. Su poder está intacto. Aún posee sus industrias, bancos,
tierras, así como aliados en el ejército". Allende se veía como un actor que
desempeñaba su papel en el contexto de un amplio proceso histórico; como
alguien que había viajado a lo largo de un camino electoral, habiendo ganado por
ese camino. "Nuestra única oportunidad de triunfar -declaró- es desempeñando
hasta el final el juego de la legalidad, utilizando todas las herramientas que nos
ofrece la Constitución, y esas herramientas no son pocas".

En la casa de campo de los Letelier, en Shenandoah Valley, cerca de Washington,


al escuchar las noticias a través de una transmisión de onda corta de Radio Praga,
Isabel despertó a sus hijos a las tres de la mañana, gritando: "¡Ganó Allende!".
Orlando se había quedado en Washington para seguir telefónicamente desde
Chile los resultados. Temprano en la mañana, llegó a su casa tocando la bocina
para anunciar la victoria, antes de que pudieran divisarlo desde la cabana. Abrazó
a Isabel y comenzó a decirle: "He decidido renunciar a mi puesto en el BID ..." "¡ ...
Y nos vamos a Chile!", continuó Isabel.

Sin embargo, en lo más profundo de sus pensamientos, Letelier no podía liberarse


de la sensación obsesiva de que la celebración, aunque justificada, era prematura.
Sabía que el conservador sistema económico de Chile no iba a aceptar
pasivamente la victoria de sus enemigos. Estaba seguro de que empezarían a
conspirar, a armarse, a hacer todo lo necesario a fin de conservar su poder. Lo
sabía con tanta certeza como sabía qué hora era, en qué fecha estaban y en qué
lugar: conocía íntimamente la clase alta chilena, puesto que era hijo suyo.

EN 1932, CASI AL mismo tiempo en que Allende y sus camaradas fundaban el


Partido Socialista de Chile, nacía Orlando Letelier del Solar, en la apacible ciudad
agraria de Temuco, a unos setecientos kilómetros al sur de Santiago. Esta zona
de Chile cuenta con la mayor concentración de población indígena, conocida en el
país como los mapuches, o araucanos para los antropólogos. Cuando nació su
hijo, don Orlando Letelier, padre de Orlando, poseía una imprenta y publicaba un
diario para los treinta mil habitantes de la ciudad. Inés del Solar, su madre,
escribía poemas y era activista voluntaria en trabajo social. Originalmente, los
Letelier procedían de Saint Malo, Francia, de una familia emigrada en la época
napoleónica. Don Orlando era miembro del Partido Radical, (3) primer partido
chileno de clase media, que condujo a las reformas sociales iniciadas en la
década de los años treinta. Como Salvador Allende, él también pertenecía a la
Orden de la Masonería chilena. En la familia Letelier, integrada por latifundistas y
banqueros que se consideraban a sí mismos aristócratas, don Orlando era algo
así como la "oveja negra". Además de manejar una imprenta y de militar en un
partido progresista, era aficionado a las carreras de caballos y semanalmente
asistía a las peleas de boxeo. Sus parientes de "sangre azul" lo consideraban
"audaz e independiente". Don Orlando trataba de explicar a su hijo por qué los
mapuches eran pobres y las razones de por qué era así la vida de los oprimidos. Y
ese mensaje dio sus frutos.

"¡Corilonco, corilonco!", gritaban las mujeres mapuches cuando veían al niño


colorín de tres años. La palabra quiere decir "fuego" en lengua araucana. El
abundante pelo rojizo de Orlando Letelier comenzó a ralear con los años, pero lo
hizo merecedor del apodo de "el Fanta", marca de fábrica de una bebida gaseosa
de color anaranjado.

Cuando Orlando tenía tres años, sus padres se trasladaron a Santiago. Los
chilenos pobres vivían también las consecuencias de la depresión mundial de los
años treinta, y el padre de Orlando siguió explicando al muchacho las causas de la
pobreza que se veía en la capital. Inscrito en una escuela de tipo Montessori,
donde cursó su enseñanza primaria, Orlando se educó en un ambiente más liberal
que sus primos y otros miembros de su clase. Para un muchacho en cuyo hogar
se vivía bajo las normas del radicalismo, el paso lógico era ir de la escuela
Montessori a un liceo público, pero, para sorpresa de sus padres, a los catorce
años decidió ingresar a la Escuela Militar. Asegurando a su padre que su intención
no era seguir la carrera militar, explicó que ésta le daría independencia personal y
disciplina para enfrentar el mundo. Fue un alumno excelente y, para satisfacción
de su padre, también un buen boxeador. Fue premiado con el grado de oficial de
cadetes, honor reservado a estudiantes especiales. También organizó un grupo de
teatro que representaba comedias musicales.

Hacia 1930, Chile vio nacer un pequeño movimiento nazi que sobrevivió después
de la Segunda Guerra Mundial. Durante esa época, hubo cortos periodos de
gobierno militar; pero Chile, incluidas las clases media y alta, firme y
orgullosamente hizo siempre profesión de una vocación democrática, ganándose
la reputación de "los ingleses de los Andes". El mismo Orlando, junto con aprender
el abecedario, había internalizado su devoción por la democracia.

En 1946, cuando Gabriel González Videla llegó a la presidencia, en lo que


constituía la tercera victoria del Partido Radical, muchos chilenos, incluido el padre
de Orlando, se alegraron, considerando que por fin las reformas completas,
prometidas en cada campaña, se verían realizadas. Sin embargo, el "continuismo"
Radical, como se le llamaba, dio un viraje hacia la derecha. Bajo la presión de
Estados Unidos, González Videla puso fuera de la ley al Partido Comunista,
quitándole el derecho a voto y prohibiendo su derecho a reunión. El gobierno envió
a los dirigentes comunistas a un campo de concentración en Pisagua, ciudad
costera del nórtico desierto de Atacama. Este fue el primer campo de
concentración de Chile. Cerrado después de varios años de uso, sería reabierto
veintiún años más tarde.

Los cadetes chilenos realizaban maniobras cada verano. En su cuarto año en la


Escuela Militar, Orlando bebió agua en un arroyo supuestamente virgen de la
montaña, contrayendo una fuerte amibiasis que le provocó una prolongada
disentería. El tratamiento médico le produjo perforaciones intestinales que lo
tuvieron por mucho tiempo postrado a causa de úlceras sangrantes. Sintiéndose
incapaz de soportar el esfuerzo físico que se requería, debió retirarse de la
Escuela Militar.

Ingresó a la Escuela de Leyes de la universidad y durante el primer año de


estudios conoció a Isabel Margarita Morel, cuyos antepasados habían emigrado
de Saint Malo en 1832, el mismo año que los Letelier. También perteneciente a
una familia de "sangre azul", Isabel se convirtió en la novia de Orlando. En 1952,
primer año del gobierno de Carlos Ibáñez, general retirado, Orlando regaló a
Isabel una "ilusión", equivalente a una alianza de compromiso matrimonial.

Isabel estudiaba literatura española, en tanto que Orlando era alumno de leyes y
economía, y aprendiz de abogado en una oficina jurídica. Ambos formaban parte
de un círculo artístico de estudiantes y, siendo ésta la época de la locura
existencialista en todos los medios estudiantiles del mundo occidental, decidieron
organizar una "fiesta Sartre-Camus", con el propósito de recolectar fondos para su
círculo.

Aunque más indirectamente que Isabel, Orlando también participaba en la


actividad estudiantil. En esa época se había integrado a la rama juvenil del
derechista Partido Liberal, como protesta contra la corrupción Radical. El Partido
Liberal, que más tarde constituiría una alianza con el Partido Conservador, estaba
formado por propietarios urbanos de la clase alta y representaba el "capitalismo
ilustrado" del liberalismo inglés del siglo XIX, que enfatizaba la ley natural y el libre
mercado. Letelier tenía ambiciones de tipo político y se presentó como candidato
al consejo estudiantil de la universidad en calidad de independiente.

Una de las consignas de la campaña decía: "Las promesas sobran, faltan las
realidades. Orlando Letelier del Solar ha demostrado su capacidad. Vota por él".
Muy pronto, sin embargo, consideró al Partido Liberal incompatible con sus
ideales, y también sus compañeros liberales estimaron que se había salido de sus
principios al votar por un candidato estudiantil de izquierda.

Sus amigos eran artistas e izquierdistas; entre ellos estaba José Tohá, que más
tarde sería su colega en el gabinete ministerial, y Jorge Dager, exiliado
venezolano. Ambos influyeron en el cambio ideológico de Orlando desde el
radicalismo anticuado hasta el socialismo al estilo de Salvador Allende, pasando
por una breve transición liberal. Isabel, que se consideraba una "cristiana de
izquierda", desconcertaba a Orlando, que veía contradictorios los conceptos de
"izquierda" y "cristianismo".

Muchos de sus conocimientos políticos los fueron adquiriendo en sus relaciones


con los desterrados venezolanos durante la dictadura de Pérez Jiménez. "También
nos enseñaron lo triste que es el exilio", recordó Isabel.

En 1962, las úlceras de Orlando nuevamente se agravaron, obligándolo a guardar


cama durante cuatro meses.

Isabel se graduó en 1953. Orlando terminó su último año universitario fuertemente


ligado a los radicales, los marxistas de varias tendencias y los artistas más
innovadores. Isabel con una amiga organizaron un teatro de marionetas para
niños y, cuando tenía tiempo, Orlando desempeñaba papeles de héroes y locos
con su voz de barítono; también cantaba y tocaba la guitarra. Los domingos, el
conjunto hacía presentaciones en fiestas de cumpleaños y otras celebraciones,
trasladándose en la pequeña camioneta de Orlando.

En 1954, Orlando se graduó en leyes y economía. Comenzó a trabajar en el


Departamento del Cobre, investigando los aspectos de la explotación, ventas,
mercados y embarque del cobre, metal que constituye la riqueza básica de Chile,
fuente de sus ganancias por concepto de comercio exterior.

Se casaron en 1955. Orlando estaba tan obsesionado con el asunto del cobre, que
era capaz de recitar de memoria las caídas y alzas de su precio en el mercado en
el lapso de una década. Isabel perdió su primer hijo. En 1957, cuando ya sus
úlceras aparentemente habían sanado, se enfermó de fiebre tifoidea, justo cuando
estaba por nacer Cristian, el mayor de sus hijos. Para llegar hasta la clínica, Isabel
debió solicitar un salvoconducto ya que el país tenía estado de emergencia a
consecuencia de desórdenes estudiantiles. Deseando estar junto a Isabel, Orlando
llegó a la clínica, pálido a causa de la enfermedad; intentó esbozar una sonrisa y
cayó al suelo, inconsciente.

Orlando e Isabel comenzaron a trabajar con un grupo constituido en su mayor


parte por estudiantes universitarios en la campaña presidencial de 1958 de
Salvador Allende Gossens.

Durante la campaña, Orlando debió viajar por primera vez a Europa en una misión
del Departamento del Cobre, con el fin de estudiar los mercados del metal en
París y Londres. Durante su viaje, escribía con frecuencia a Isabel; uno de los
temas constantes de estas cartas era su amor por Chile y su fuerte sentido de
pertenencia al país. Regresó al cabo de dos meses. En septiembre de 1958 se
realizaron las elecciones y en ellas triunfó el candidato conservador Jorge
Alessandri.

Inmediatamente después de las elecciones chilenas, cayó la dictadura de Pérez


Jiménez en Venezuela y un gobierno democrático remplazó varias décadas de
tiranía. Los amigos exiliados de Orlando e Isabel regresaron a su país, muchos de
ellos a ocupar puestos en el nuevo gobierno. Considerando que la derrota
electoral de Allende se traduciría en una persecución contra Orlando, ya que él y
unos pocos más en el Departamento del Cobre se habían declarado socialistas,
participando activamente en la campaña de Allende, lo invitaron a vivir y trabajar
en Venezuela. A esta invitación, Orlando respondió: "Soy un profesional y no un
político. Nada puede pasarme". Y continuó trabajando en el Departamento del
Cobre.

En agosto de 1959, murió el padre de Isabel, cercano y antiguo amigo del recién
elegido presidente Jorge Alessandri. Dos semanas más tarde, un viernes, Orlando
Letelier encontró un sobre en su escritorio cuyo contenido era el siguiente: "No se
presente a trabajar el próximo lunes. Sus servicios en las oficinas del cobre han
terminado oficialmente". Una vez que el padre de Isabel había muerto, Alessandri
ya no tenía compromiso alguno con Orlando.

En la administración del Departamento del Cobre nadie dirigió la palabra a


Orlando. Los acontecimientos eran muy desconcertantes para él. Su futuro estaba
cimentado en el cobre y el trabajo lo absorbía apasionadamente. Al mismo tiempo,
su familia aumentaba. Pancho, el tercero de sus hijos, tenía sólo tres días de
nacido cuando Orlando recibió la noticia de su despido. También otros
funcionarios que habían trabajado en la campaña de Allende fueron notificados del
cese de sus funciones. Las relaciones que Orlando tenía entre la clase alta le
manifestaron que había recibido lo que merecía. Al respecto, Orlando recordó más
tarde que un alto funcionario del gobierno de Alessandri le dijo: "Tu castigo es un
ejemplo por haber traicionado a tu clase".

Los antiguos amigos se convirtieron en enemigos a la distancia; no visitaron a


Isabel en la clínica cuando dio a luz. Allende, derrotado en su primer intento
presidencial, fue a visitarla. Juntos recordaron cómo ella había tropezado y caído
cuando estaba casi al final del embarazo, ocasión en la que él le había ayudado a
incorporarse, ofreciéndole apadrinar al niño.

Más tarde, Allende denunció públicamente al Ministro de Minería por haber


despedido a Orlando. En Última Hora, el periódico que editaba, José Tohá escribió
un editorial condenando esta persecución.

A raíz de estos hechos, Orlando comenzó a pensar en las ofertas de trabajo en


Venezuela. Un viejo amigo de la familia le aconsejó: "Mira, Orlando, no
encontrarás trabajo ni en el Departamento del Cobre, ni en ningún otro ministerio
del gobierno, desde el norte hasta el polo sur de Chile. Siendo un hombre con
tanto talento, es una lástima que hayas actuado así, pero deberías irte a
Venezuela porque de todos modos, allá podrás desarrollarte".

En septiembre de 1959, los Letelier partieron a Venezuela. En cierta forma, esta


partida fue un alivio: "Personas que habían sido nuestros mejores amigos, que
trabajaron con Orlando en el Departamento del Cobre, jóvenes matrimonios, gente
con la que habíamos compartido embarazos y nacimientos, con la que habíamos
festejado y disfrutado, ahora cruzaban del otro lado de la calle cuando nos
divisaban -recordó Isabel-. En una de las fiestas de despedida que nos hicieron,
un invitado dijo a Orlando que él tenía la culpa de haber sido despedido del
trabajo, nadie más que él".

En Caracas, Orlando trabajaba con un grupo de inversionistas privados haciendo


estudios de mercado, cuando Felipe Herrera, antiguo profesor de la Escuela de
Leyes, fue elegido presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y le pidió ir
a trabajar con él a Washington, D.C. Al mismo tiempo, Letelier recibió otro
atractivo ofrecimiento. El 1º de mayo de 1961, estaban con Isabel junto a Salvador
Allende en La Habana, Cuba. Invitado a las celebraciones del 1º de Mayo, Allende
les había pedido que lo acompañaran.

Jaime Barrios, economista a quien Orlando conocía bien desde los días de la
universidad, trabajaba en ese momento para el gobierno cubano, lo mismo que
muchos otros técnicos y expertos latinoamericanos, quienes no encontraban el
reconocimiento que merecían en sus propios países. Una noche, ya tarde, Barrios
llevó a los Letelier al Banco Central de Cuba. A la entrada del edificio, un guardia
miliciano, bajando la metralleta checa, guió a Barrios y sus acompañantes. En el
interior, los Letelier se encontraron con un hombre de baja estatura e hirsuta barba
que, sosteniendo un trozo de tiza, explicaba números y ecuaciones en un pizarrón
a otra persona. El personaje de baja estatura detuvo su lección después de
algunos minutos y Barrios presentó a los Letelier al mayor Ernesto "Che" Guevara,
presidente del Banco Central de Cuba.

Durante gran parte de esa noche, Orlando conversó con "Che" Guevara, quien le
ofreció un puesto en el Banco Central. Letelier trabajaría con Jaime Barrios, Juan
Noyola y un grupo de distinguidos latinoamericanos, ayudando así a Cuba en la
solución de Su carencia de expertos. Durante los cinco días siguientes, Orlando e
Isabel se dedicaron a observar y escuchar atentamente, dándose cuenta de que
Fidel muy pronto proclamaría la revolución socialista y vendrían tiempos difíciles.
Vieron la posibilidad de que ella enseñara en Cuba y él trabajara con sus viejos
amigos.

Dejaron la isla tentados con la oferta; sin embargo, la proposición de Felipe


Herrera era aún más tentadora. "La Revolución Cubana es un hecho y se
sostendrá con o sin mí. En cambio, lo que me ofrece Felipe Herrera es una
oportunidad para implementar la integración latinoamericana", expresó a Isabel.
Una vez obsesionado con hacer del cobre la base de la economía chilena, veía
ahora en el proyecto del BID de Herrera una base para la integración económica,
para un mercado común latinoamericano que terminaría con la pobreza, con el
analfabetismo y la miseria en todo el continente. Así, escogieron Washington en
lugar de La Habana.

Al día siguiente de su llegada a Washington, Orlando dejó a Isabel y a los niños en


el Hotel Presidencial y fue a informarse de su trabajo específico en el banco.
Isabel buscó casa, médicos y escuela para los niños. A Letelier le tomó poco
tiempo interiorizarse de su nuevo puesto. Con un equipo de economistas y
estadígrafos, se dedicó a recopilar los primeros datos estadísticos serios de
Latinoamérica, prerrequisito para un plan comprensivo de desarrollo. Las
estadísticas o bien no existían, o no eran dignas de fe. No había datos sobre el
producto nacional bruto y las estadísticas poblacionales, de empleo, salud y
educación no tenían sentido. Los métodos de recopilación de datos diferían entre
un país y otro, e incluso en el interior de algunos países. a menudo por razones
que servían a intereses políticos.

Isabel rentó una casa en la zona noroeste de Washington, lo suficientemente


grande para la creciente familia. Muy pronto integraron la comunidad de las
organizaciones internacionales en Washington, cuyos miembros gozaban de
ciertos privilegios sin formar parte del cuerpo diplomático. En casa, hablaban
español, hacían vida social con amigos de habla hispana y en el Banco
Interamericano de Desarrollo, el español era la lengua oficial. A veces, cuando
debían cenar con personas que no hablaban español, Orlando se lamentaba:
"¡Qué lata! Esta noche tenemos que cenar en inglés". Su acento siempre fue algo
basto, aun cuando dominaba las sutilezas de los anglicismos. El esfuerzo físico
que le significaba hablar inglés se le reflejaba en los músculos del cuello y la
posición forzada de la mandíbula en la articulación de las consonantes
anglosajonas.

Isabel contribuía al ingreso familiar dando clases de español en el Instituto del


Servicio Exterior del Departamento de Estado, pero no siempre era esta una
experiencia agradable. "Los hablantes nativos de español debían repetir ciertas
oraciones básicas y los lingüistas las explicaban en inglés ... Y yo era una nativa
..." Entre sus estudiantes, recordaba a Nathaniel Davis, quien fuera embajador
norteamericano en Chile antes, durante y después del golpe. También enseñaba a
los agentes del FBI y a funcionarios de la Casa Blanca.

Letelier se transformó en un miembro del "jet-set" laboral. Parte de su trabajo en el


banco consistía en viajar a cada uno de los países latinoamericanos, a fin de
convencer, discutir, seducir y persuadir a las autoridades locales para que
aceptaran un sistema unificado de recolección de datos estadísticos; tratando de
impresionarlos con la seriedad de la misión del BID; recordándoles a Bolívar y su
historia y, finalmente, contratando técnicos y burócratas para incorporarlos al
trabajo de la institución.

Compraron una casa en Bethesda, Maryland, en 1961. Nació su cuarto hijo, Juan
Pablo. Isabel conservaba su dinamismo y su figura. Pero hacia 1963, a pesar de
los dos ingresos familiares, vieron que, igual que otras parejas jóvenes con hijos,
iban endeudándose más cada día. Vendieron la casa de Bethesda, volviendo a ser
arrendatarios.

"Teníamos una casa enorme, casi vacía, y en las noches comíamos papas". A
Orlando no le preocupaba. Al terminar 1963, estaba cada vez más involucrado en
la campaña presidencial chilena que culminaría en 1964. Una vez más, su guía y
amigo, Salvador Allende, representaría a la izquierda unida. Letelier comenzó a
recolectar dinero y a hacer todos sus esfuerzos por entusiasmar a los funcionarios
del banco. Hizo algunos viajes extra a Chile. Trató de organizarle a Allende un
viaje a Estados Unidos para que consiguiera el apoyo de los liberales, explicara su
vía moderada hacia el socialismo y pudiera conocer de cerca la política
norteamericana. Pero el temor y la desconfianza en los Estados Unidos, que
tenían su origen en las amargas experiencias y en la falta de conocimiento,
contribuyeron a que los líderes del Partido Socialista negaran su consentimiento a
la proposición de Letelier, de manera que Allende no visitó Washington. La
derecha chilena, para asegurarse la derrota de Allende, tácticamente no presentó
candidato, de manera que el democratacristiano Eduardo Frei Montalva triunfó con
los votos sumados de la derecha y el centro, que representó el 55 por ciento de la
votación total. Allende, con un 38.9 por ciento de los votos, fue derrotado.

Letelier y sus amigos más cercanos decidieron que debían permanecer en


Washington, ya que Chile aún no ofrecía posibilidades para el desarrollo de sus
aptitudes y conocimientos. A causa de sus ideales socialistas, Letelier seguiría
siendo combatido en el interior del país. Por otra parte, los latinoamericanos
residentes en Washington (y entre ellos los Letelier), aún no habían perdido las
grandes esperanzas puestas en el presidente Kennedy, sintiendo que se abría una
nueva era en las relaciones entre Latinoamérica y su "gran hermano del norte". Ni
siquiera la invasión a Cuba de Bahía de Cochinos, en abril de 1961, logró
menoscabar su confianza en las buenas intenciones hacia Latinoamérica por parte
de Kennedy.

"Debe haber estado mal informado por sus agentes de inteligencia", comentó a
este respecto Orlando a Isabel. Más tarde, ella recordaba: "En esa época, todos
estábamos enamorados de Kennedy. La Alianza para el Progreso alimentó en
Orlando y en Felipe Herrera un gran optimismo y la fe en que Estados Unidos
cambiaría sus métodos, su política, y comprendería las verdaderas necesidades
de América Latina".

Pero tras el asesinato de Kennedy, el gobierno norteamericano regresó a su papel


tradicional. Un golpe militar en el que más tarde se probó la participación de la CIA
y del Pentágono, derrocó al progresista presidente de Brasil Joao Goulart, en
1964. El presidente Lyndon Johnson, en 1965, envió "marines" a la República
Dominicana con el fin de colocar en el gobierno un presidente que fuera del
agrado de Estados Unidos. Argentina, Bolivia y Ecuador cayeron en gobiernos
militares. En las postrimerías de la década de los años sesenta, el periodo de
Kennedy y los ideales reformistas de la Alianza para el Progreso se
desvanecieron, mientras crecía la guerra entre Estados Unidos y Vietnam,
extendiéndose a todo el sudeste asiático.

Entre 1965 y la elección de Salvador Allende como presidente, en septiembre de


1970, los Letelier siguieron ajustándose a la vida de Washington. Compartían con
parientes una cabaña veraniega en Shenandoah Valley, pero Isabel viajaba a
Chile con los niños durante tres meses cada año. Les contrataba un profesor
particular y personalmente supervisaba sus estudios de historia de Chile, cultura,
español y literatura. Los cuatro niños asistían a colegios norteamericanos,
hablaban el inglés sin acento extranjero y por su aspecto parecían niños
estadounidenses. Pero ella se aseguró de que sus hijos se sintieran chilenos y
aunque los afectaba perder las vacaciones de verano, el sacrificio valía la pena en
relación a lo que se proponía.

Los viajes de Orlando a Chile, más frecuentes pero también más cortos,
significaban siempre largas reuniones con Allende y otros dirigentes del Partido
Socialista; a menudo se encerraban con Orlando durante varios días, planificando
estrategias a seguir.

Con el transcurso de los años y el ascenso de Letelier en el BID, la mística original


del banco y sus proyecciones perdieron interés para él. El subdesarrollo de
Latinoamérica no se superaría en una década y, en el transcurso de su vida, tal
vez nunca. Se concentró en proyectos que condujeran a un desarrollo real, en
lugar de servir intereses estrechos. Posteriormente, abandonó todos los proyectos,
convirtiéndose en el asistente de Herrera.

Isabel dejó el Departamento de Estado para dar clases de español en la


Universidad de Georgetown; también enseñaba lectura terapéutica en el ghetto
negro, haciendo circular peticiones para poner fin a la segregación en el condado
de Bethesda. Pintaba y, algunas veces, acompañaba a Orlando en sus viajes de
trabajo. Veía cómo su esposo había ganado el respeto y la admiración de sus
colegas en todo el mundo, tanto de socialistas como de liberales y tecnócratas
apolíticos. Hacia 1970, Orlando Letelier había conquistado renombre como
economista, diplomático, solucionador de problemas y figura brillante.

LA CONCIENCIA DE Allende de los límites de su poder basado en el pluralismo,


lo condujo a buscar una alianza con aquellos sectores políticos y militares que él
sentía abiertos al diálogo. Mientras iniciaba sus conversaciones con los dirigentes
democratacristianos y miembros clave de las fuerzas armadas, tendientes a
asegurar su lealtad a la Constitución y, a la vez, obtener su colaboración, otros
grupos se reunían en Washington, D.C.

Cuando las noticias con la elección de Allende llegaron hasta la Casa Blanca,
"Nixon estaba fuera de sí", según lo declara en sus memorias el Consejero de
Seguridad Nacional del Presidente, Henry Kissinger. Él mismo se reunió dos
veces en los diez días siguientes al triunfo de Allende con el Comité de los
Cuarenta que, en su desesperación, adoptó una política secreta con el propósito
de ejercer una presión económica contra Chile. (4) El Comité de los Cuarenta
encargó al Departamento de Estado ponerse en contacto con los inversionistas
que tenían intereses en Chile con el objeto de ver si podían asumir actitudes de
presión económica sobre Chile, en conformidad con las políticas del gobierno
norteamericano. Kissinger aseguró que el director de la oficina de la CIA en Chile
tenía más de doscientos cincuenta mil dólares para trabajar en elecciones
especiales y otras maniobras contra Allende. Los oficiales de la CIA fueron
autorizados para sobornar a los congresistas chilenos con el propósito de que
votaran contra la confirmación de Allende en la presidencia.

La actitud de Nixon en relación a Allende era intransigente. No hacía distinciones


entre él y Castro, entre distintos tipos de marxistas, entre socialistas y comunistas.
En al fondo, veía una sola cosa, irónicamente, la misma que Allende consideraba
crucial: quién controlaría las riquezas productivas de Chile.

Entre los ricos que emigraban de Chile, había un hombre que desesperadamente
quería ver al presidente Nixon. El archiduque de la nobleza chilena sin títulos, don
Agustín "Duney" Edwards, dirigía uno de los más grandes bancos de Chile y
publicaba El Mercurio, principal periódico del país. Habló con su amigo Donald
Kendall, director de la compañía Pepsi-Cola e íntimo amigo de Nixon. Kendall
consiguió a Edwards una cita con el presidente.

El 15 de septiembre, Kendall acompañó a Edwards a la Casa Blanca. Éste había


desayunado antes con el Consejero de la Seguridad Nacional, Kissinger, y con el
Procurador General John Mitchell. Y ahora se entrevistaba personalmente con el
presidente. Nixon estaba al tanto de la presión económica que Kissinger había
organizado el 8 de septiembre con el Comité de los Cuarenta. Escuchando a
Edwards, sus temores aumentaron. Según palabras de Kissinger, que estaba
presente en la reunión, Nixon dijo a Richard Helms, director de la CIA, que
"deseaba un esfuerzo mayor para determinar qué hacer con el propósito de
impedir la llegada de Allende al poder. Si sólo existiera una posibilidad entre diez
de deshacerse de Allende, había que intentarla; si Helms necesitaba diez millones
de dólares, los aprobaría. / .../ Debían suspenderse los programas de ayuda; la
economía /de Chile/ debía ser hostigada hasta que «reventaran»".

Helms fanfarroneaba con un miembro del Senado: "Si alguna vez saqué el
«bastón del mariscal» fuera del Óvalo, fue ese día". Sus notas con las órdenes de
Nixon, escuetamente redactadas en una hoja de papel, decían:

Tal vez una posibilidad entre diez, pero ¡salvemos Chile!


enormes gastos
implica riesgos incalculables
no involucrar a la embajada
Diez millones disponibles, más si es necesario
trabajo de tiempo completo, los mejores hombres que
tenemos
plan de acción
hacer estallar la economía
48 horas para el plan de acción (5)

En septiembre y a comienzos de octubre de 1970, desde el Comité de los


Cuarenta se canalizaron fondos hacia importantes periódicos y revistas chilenos y
hacia los bolsillos de miembros del ala derecha del Congreso, quienes debían
confirmar en la Cámara el triunfo electoral de Allende. Por otras vías, la CIA
completó con algunos oficiales de las fuerzas armadas de Chile.

Dos días antes de la votación en el Congreso Nacional, un grupo de personas


sincronizó sus relojes, repartiéndose entre cuatro automóviles. Su misión:
secuestrar al general Rene Schneider, comandante en jefe del Ejército de Chile.
Schneider había declarado su lealtad incondicional a la Constitución, rechazando
las proposiciones de varios oficiales para apoyar un golpe. Sin contar con la
cabeza de su estructura altamente disciplinada, organizada por oficiales prusianos
en el siglo XIX, el ejército no se movilizaría. La CIA había proporcionado armas y
dinero a los grupos que planearon el secuestro de Schneider.

El 22 de octubre, el chofer del general Schneider tomó el camino acostumbrado


desde la casa del general hasta su oficina. Los secuestradores ya habían hecho
dos intentos previos y, esta vez, habían prometido no fallar. Uno de los coches
bloqueó el automóvil del general por delante, el otro, por detrás y los individuos
corrieron hacia Schneider, pistola en mano. Tanto el general como su guardia
personal sacaron sus armas. Los raptores abrieron fuego y Schneider cayó
mortalmente herido.

En lugar de provocar un golpe o de envalentonar al Congreso para que negara a


Allende su voto a la presidencia, el asesinato de Schneider produjo una reacción
contraria. En demostración de apoyo, el Congreso dio a Allende 135 de los 170
votos totales y así, el 4 de noviembre de 1970, se convirtió en presidente de Chile.

Orlando e Isabel regresaron al país y comenzaron las conversaciones con los


compañeros del partido y del gobierno, las que a menudo se prolongaban hasta la
madrugada. Fueron testigos de la liberación de los presos políticos de izquierda,
del restablecimiento de relaciones con Cuba, de la tan esperada nacionalización
de las minas de cobre. (6)

Allende intentó organizar sus fuerzas en dos frentes: internamente, formando un


gabinete que no asustara a la Democracia Cristiana y que, al mismo tiempo, no
apareciera como un debilitamiento de lo prometido en la campaña. También tenía
que establecer estrechos contactos con las fuerzas armadas y mantenerse alerta
a las señales que pudieran indicar un golpe. En el frente externo, necesitaba en
Washington, más que en ninguna otra parte, un representante leal y digno de
confianza, capaz de analizar las situaciones y de inspirar respeto en los círculos
diplomáticos y económicos, capacitado para servir de puente con los
norteamericanos sin provocar sospechas al interior de los partidos de izquierda
chilenos. En diciembre de 1970, Allende comunicó a Letelier: "Orlando, te necesito
en Washington". Le habló acerca de los efectos ya entonces evidentes de la
presión económica, de sus sospechas acerca del papel que jugaban ciertas
compañías norteamericanas, de la CIA. Letelier aceptó el cargo. Había oído y
sospechado lo mismo. Ambos estuvieron de acuerdo en que la violencia
persistente era alentada desde el exterior, pero ninguno sabía que Kissinger había
pedido al Comité de los Cuarenta 38,000 dólares para apoyar solapadamente al
grupo neofascista Patria y Libertad, el más importante de los grupos terroristas. (7)

En febrero de 1971, los Letelier regresaron a Washington, instalándose esta vez


en la residencia de la embajada, cerca de Sheridan Circle, en la Avenida
Massachusetts. El 2 de marzo, una "limousine" del Departamento de Estado
condujo a Orlando a la Casa Blanca, donde lo recibió el presidente Nixon. Se
estrecharon las manos. "Encantado de conocerlo, señor embajador". Letelier
entregó a Nixon la carta formal de Salvador Allende que lo acreditaba como
Embajador Extraordinario y Plenipotenciario ante los Estados Unidos de
Norteamérica. Nixon leyó un discurso formal del que Letelier, particularmente,
recordaba una parte: "Estoy seguro que estará de acuerdo, señor embajador, en
que ningún país puede, en buena conciencia, ignorar los derechos de los demás o
las normas internacionales de comportamiento, esenciales para la paz y las
mutuas relaciones fructíferas. Por nuestra parte, este gobierno y este país abogan
por el mutuo respeto a la independencia, diferencias, derechos y deberes
internacionales".

Cuando Letelier abandonó la Casa Blanca, la banda tocaba una marcha militar y la
bandera chilena flameaba entre "las barras y las estrellas". Comenzó a sentirse
incómodo. La hostilidad oficial del gobierno norteamericano hacia el nuevo
gobierno de Chile había sido manifestada por Henry Kissinger en una
comunicación de prensa ampliamente difundida, el 15 de septiembre. (8) Y ahora,
Nixon se había mostrado demasiado amistoso. Intrigado, Orlando conversaba con
Isabel, preguntándose por qué Nixon se había referido al respeto por la
independencia. Consultó la copia del discurso que le había dado el funcionario de
la Casa Blanca: "Respeto mutuo ..."

Durante los años en el Banco Interamericano de Desarrollo, Letelier había


trabajado durante larguísimas jornadas; como embajador, trabajaba día y noche.
Se levantaba antes de las siete y revisaba la agenda del día. A las siete y media,
la familia desayunaba en el salón del segundo piso. Alrededor de las nueve,
llegaba a la oficina de la Embajada de Chile, situada a un kilómetro de
distancia. (9) Entre nueve y diez recibía los informes de su personal, preparándose
para las visitas protocolares de rutina a otras embajadas. Durante esas horas,
Isabel salía de compras con el chofer. El gobierno de la Unidad Popular había
recortado el presupuesto de sus embajadas, al mismo tiempo que exigido a sus
embajadores el establecimiento de buenas relaciones para el nuevo gobierno. Así,
Isabel cuidaba el presupuesto, supervisando personalmente los gastos. La pareja
había logrado un equilibrio. Orlando se concentraba en la política y la economía,
mientras Isabel atendía los aspectos culturales. Durante la primera época, una
invitación a comer en la Embajada de Chile, que casi siempre incluía personeros
de la prensa, del cuerpo diplomático o del Departamento de Estado, más que la
pesada obligación de tener que sufrir la propaganda marxista-leninista, como
podría haber sugerido la prensa de derecha y los círculos gubernamentales, era
un auténtico placer.
Por la tarde, Letelier debía regresar a la oficina para revisar el contenido de la
diaria valija diplomática que incluía periódicos chilenos. Se dio cuenta del
creciente tono antiallendista de El Mercurio, periódico de "Duney" Edwards.
Durante todo el día llegaban cables con consultas acerca de la compra de
algodón, los créditos, los embarques de petróleo, las fluctuaciones en el precio del
cobre, etc., asuntos que requerían de rápidas respuestas. Con su reducido equipo
político, ocupaba las tardes en la realización de pormenorizadas discusiones de
análisis, en las cuales la política de los bancos internacionales y privados del
gobierno norteamericano era el tema dominante. Además de todo lo anterior,
Letelier supervisaba los asuntos consulares.

Mientras tanto, Isabel tomaba el té con estudiantes, grupos de mujeres y


representantes religiosos, a los que invitaba para informar acerca del nuevo Chile,
del programa nacional de distribución de leche a los niños desnutridos, de la
construcción de policlínicas y escuelas en las zonas de bajos ingresos, y del
reclutamiento de profesores, enfermeras y médicos voluntarios, programas que
Allende había descrito elocuentemente a un entrevistador. "Soy médico. Hoy en
Chile hay seiscientos mil niños mentalmente retrasados por no haber sido
alimentados adecuadamente durante los ocho primeros meses de vida, por no
haber recibido las proteínas necesarias. Por eso implementamos el plan del medio
litro de leche diario. . . La solución real, sin embargo, está en el cambio en las
condiciones de vida de sus padres, en la reestructuración de las condiciones de
vida familiares".

El 22 de marzo de 1971, Henry Kissinger obtuvo 185 mil dólares del Comité de los
Cuarenta para que fueran canalizados hacia los fondos de la Democracia
Cristiana, en preparación de las elecciones municipales de abril. Ese mismo día,
se reunió con Letelier en el edificio de la Oficina Ejecutiva. Al día siguiente, en su
memorándum al Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Letelier extractó los
puntos clave de esta conversación que duró cincuenta minutos, escribiendo: "Le
expresé al señor Kissinger que el gobierno chileno estaba tomando una serie de
medidas de acuerdo al programa de la UP y consecuentes con el establecimiento
de un sistema socialista. Kissinger subrayó especialmente que su gobierno no
deseaba por ningún motivo interferir en las acciones que el gobierno chileno
adoptara internamente. Los Estados Unidos tenían suficientes enemigos en el
extranjero -dijo- y no deseaba actuar de manera que Chile se convirtiera en un
nuevo enemigo".

Letelier había sonreído al escuchar la declaración de bienvenida de Kissinger. El


regordete Consejero de la Seguridad Nacional, con las manos cruzadas sobre la
mesa, había recordado a Letelier la actitud de un escolar. "Le mencioné las
declaraciones de prensa que hacían alusión a un documento secreto de la Casa
Blanca, cuyo propósito era organizar una acción coordinada contra Chile en el
seno de la comunidad interamericana". Letelier cablegrafió la respuesta de
Kissinger entrecomillada: "Absolutamente absurdo y sin fundamento alguno". El
cable continuaba enumerando los comentarios que había hecho Kissinger: "Como
politólogo, consideraba «fascinante» el caso de Chile y la forma en que el
presidente Allende estaba conduciendo el proceso, «digno de gran admiración»".

Kissinger, observó Letelier, "demostró gran interés por saber acerca de las
próximas elecciones, preguntando en especial sobre el porcentaje de votos que
nosotros esperábamos para los partidos ganadores, y en particular para los
partidos de la Unidad Popular. También preguntó acerca de la forma en que
habíamos determinado las tres áreas de la propiedad: estatal, privada y mixta,
acerca de lo cual le di explicaciones más o menos detalladas".

Letelier había abandonado la oficina de Kissinger sintiéndose satisfecho. No sabía


que éste, junto con el Comité de los Cuarenta, desde el triunfo de Allende, había
aprobado un millón y medio de dólares para los grupos de oposición y los medios
informativos chilenos. La radiodifusión y los medios de comunicación impresos
pronto se saturaron de propaganda anti-allendista y anti-Unidad Popular; los
democristianos y el derechista Partido Nacional bombardearon a los electores
chilenos con campañas propagandísticas. El 4 de abril de 1971, en la elección de
280 miembros para los municipios, los partidos de la Unidad Popular obtuvieron el
49.7 por ciento de la votación, lo que significó un aumento de casi 14 por ciento en
relación a las elecciones presidenciales de septiembre. Las reformas realizadas
habían atraído a los sectores de la clase trabajadora y de la temerosa clase media
que generalmente en el pasado había votado por la Democracia Cristiana.

El 21 de diciembre de 1970, el presidente Allende propuso una reforma


constitucional para nacionalizar el cobre. Había tratado de explicar, no sólo a los
chilenos, quienes lo entendían, sino a Estados Unidos y a los dirigentes
internacionales, lo precaria de la situación económica de Chile a causa de los
propietarios e inversionistas extranjeros. En los últimos sesenta años, como
manifestó Allende a Saúl Landau en una entrevista filmada en febrero de 1971, los
inversionistas extranjeros habían sacado de Chile unos diez mil millones de
dólares. "Esto equivale a que el total del capital acumulado en Chile durante los
últimos cuatrocientos años ha traspasado las fronteras. En esto basamos nuestro
derecho a la nacionalización de nuestros recursos".

Allende había declarado que Chile pagaría indemnizaciones, pero los


procedimientos para ello, así como el monto del pago, lo dejó sujeto a
negociaciones. Letelier se encargó de la mayor parte del difícil regateo, ya que en
su mayoría, los inversionistas extranjeros afectados por la nacionalización eran
compañías norteamericanas. El 28 de junio de 1971, Letelier envió un cable en el
que reseñaba una conversación sostenida con Gordon Murphy, Presidente de la
Compañía Cerro Andino, importante inversionista minero. Casi todo el texto
cablegráfico se relacionaba con los complejos detalles técnicos discutidos entre
los negociadores de Allende y los abogados de las compañías norteamericanas.
Tras resumir los puntos resaltados por Murphy, Letelier concluyó que "los
ejecutivos de Cerro parecían más interesados en firmar el contrato para las
gestiones ya negociadas, que en ayudar a incrementar la producción". Las
discusiones con la ITT, la Anaconda y la Kennecott fueron menos exitosas desde
el comienzo y siguieron siéndolo, e incluso empeoraron en el transcurso de los
meses siguientes.

Letelier, lo mismo que los ejecutivos norteamericanos, comprendió que este


problema central había colocado a Estados Unidos y Chile en una posición
antagónica que involucraba a los propietarios y que había demasiados aspectos
que hacían difícil la solución del conflicto sin un enfrentamiento. Sin embargo,
Orlando Letelier era optimista, experimentaba un poético y romántico amor por el
triunfo de la justicia.

En Chile, mientras tanto, en violento contraste con el diplomático diálogo que se


llevaba a cabo entre los representantes oficiales de las respectivas embajadas (en
Santiago y en Washington), la batalla entre la Unidad Popular y la oposición se
realizaba en el lenguaje propio de la lucha de clases. El conflicto escondía más
que una pura competencia ideológica. En el sur de Chile, grupos de campesinos
empezaron a realizar tomas de tierras, reclamando su derecho inalienable a
recuperar la propiedad que la burguesía les había arrebatado ilegalmente en el
pasado. Los trabajadores tomaron las fábricas, declarando que quienes producían
tenían derecho a poseer los medios de producción.

Cada toma de terrenos, cada ocupación de fábricas, socavaba la confianza en


Allende y su empeño por proceder de acuerdo con las vías legales. Los
democristianos y la derecha, que se habían mantenido lejos de un apoyo o
participación en el naciente programa de reformas, se alzaron como una sola voz,
exigiendo un endurecimiento por parte del gobierno. Algunos sectores del ejército
amenazaban con tomar el asunto en sus manos. El ala derecha sacó dividendos
en el clima político reinante, llevando a cabo una serie de atentados y otros actos
de sabotaje. A menudo trataban de culpar a la izquierda de la violencia callejera.

En Washington, Letelier se sentía confundido por primera vez. Cumpliendo una


orden urgente, había preparado una solicitud de garantía de préstamo, dirigida al
Export-Import Bank, por la cantidad de 21 millones de dólares destinados a
financiar la compra de tres aviones Boeing por parte de LAN-Chile. A comienzos
de la primavera, había reunido los documentos necesarios, recibiendo como
respuesta nuevas exigencias desacostumbradas por parte de los funcionarios del
banco. Sus amigos de la comunidad bancaria confirmaron que el EXIMBANK
estaba sometido a las presiones de la Casa Blanca y del Consejero de Seguridad
Nacional, quienes pedían negar el financiamiento del préstamo.

En el mundo de la diplomacia y de la banca, los caballeros no dicen mentiras


abiertamente. A lo largo de centurias, la evasión, las omisiones, las frases sutiles y
cuidadosas han sido características de la diplomacia, incluso en periodos de
relaciones poco amistosas. Nixon y Kissinger le habían manifestado
explícitamente que no tomarían medidas directas, que no intervendrían, que
deseaban relaciones pacíficas y amistosas; sin embargo, la presión económica era
manifiesta en muchos campos. En la prensa cotidiana y en los círculos
diplomáticos se corrían rumores acerca de una desestabilización económica y
ahora, la actitud del EXIMBANK no permitía otra interpretación: la política de
Estados Unidos difería drásticamente de lo manifestado por sus dirigentes
máximos.

El 11 de julio y con el regocijo de la vasta mayoría de los chilenos, se realizó la


nacionalización de las minas de cobre. Tal como se esperaba, la casi totalidad del
Congreso, incluidos los representantes de la derecha, votaron en favor de la
enmienda. Pero las negociaciones con los propietarios norteamericanos de las
minas no iban bien. Incluso Cerro Andino, la menos complicada de todas las
compañías, declaró que las proposiciones de los negociadores de la Unidad
Popular eran injustas. Kennecott y Anaconda, los gigantes, habían exigido
compensaciones que sobrepasaban en varios millones de dólares lo que la Unidad
Popular consideraba justo.

El 28 de junio, Allende pidió cablegráficamente a Letelier que se reuniera con el


embajador norteamericano Edward Korry para explicarle que aún había bastantes
posibilidades de negociación para resolver las diferencias producidas tras la
promulgación del decreto constitucional. Letelier recibió la instrucción de
permanecer flexible y evitar la confrontación.

A mediados de julio, Letelier fue llamado a Santiago para consultas. Los ministros
del gabinete y los dirigentes del Partido Socialista lo pusieron al corriente de la
situación. La izquierda chilena siempre había considerado que el gobierno
norteamericano era un bloque monolítico de poder imperialista. Letelier, sin
enfrascarse en discusiones inútiles, trató de mostrar algunas de las complejidades
de la política norteamericana, las que había aprendido a conocer a lo largo de diez
años de permanencia en Washington.

Almorzando con Allende, que escuchaba atentamente las opiniones de su


embajador acerca de las motivaciones de Estados Unidos, Letelier se extendió en
detalles acerca del tema, diciéndole a Allende que el sistema político
norteamericano encerraba complejas presiones y fuerzas que dificultaban los
asuntos políticos aparentemente más simples. Por supuesto, los sectores
empresariales y de la banca estaban presionando en favor del endurecimiento de
la acción de Estados Unidos, y los políticos de derecha estaban convencidos de
que Allende y la Unidad Popular eran la misma cosa que Fidel Castro y el
comunismo cubano pro soviético. Pero también había gente razonable en el
Departamento de Estado y otros organismos, que comprendía las complejidades
de Chile y de Latinoamérica y entendía los cambios que se estaban produciendo
en el Tercer Mundo. Estas personas no se manifestaban ansiosas por forzar a un
enfrentamiento o por hacer que la CIA desempeñara un papel que posiblemente
se transformaría en un escándalo. Además, importantes senadores como William
Fulbright, jefe del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, habían hecho
comentarios muy positivos acerca del socialismo democrático que se estaba
construyendo en Chile.
Al día siguiente de su regreso desde Chile, Letelier se reunió con el Consejero de
Seguridad Nacional Henry Kissinger una vez más. El principal punto a tratar fue la
venta de los Boeing, que requería la autorización de créditos del EXIMBANK y una
reunión de alto nivel con Allende, para la que Letelier había escogido a Kissinger.
Éste agradeció calurosamente la deferencia y le habló acerca de China y del
próximo diálogo que sostendría en Pekín. Letelier, sonriendo, felicitó a Kissinger
por sus éxitos diplomáticos. Codificado "sólo ojos", en el télex número 429 Letelier
hizo un informe al Ministro del Exterior acerca de la reunión del 5 de agosto de
1971:

Expliqué a Kissinger los antecedentes de la petición al EXIMBANK y le dije. . . que


la alternativa para LAN sería comprar aviones soviéticos. . . Le hice saber que
nuestro país deseaba seguir usando tecnología norteamericana en esta área y,
finalmente, le enfaticé que la adquisición de aviones soviéticos, como
consecuencia de la demora por parte del EXIMBANK, que en verdad parecía
significar una negativa, tendría varias consecuencias políticas que,
inevitablemente, provocarían nocivos efectos en las relaciones entre Chile y
Estados Unidos, las que mi gobierno deseaba mantener en un nivel positivo.

Kissinger sabía acerca del problema de los Boeing y manifestó a Letelier que
entendía sus ramificaciones políticas.

El télex agregaba:

Por cierto, estoy de acuerdo en que ninguno de nosotros quiere engañarse, ya que
ambos sabemos acerca de los solapados intereses del otro. Me dijo que estaba
claro que el gobierno norteamericano no intervendría en ninguna forma en los
asuntos internos de Chile, pero que al mismo tiempo la Casa Blanca estaba
sometida a "enormes presiones" desde diferentes sectores del gobierno, de
grupos privados y del Congreso, tendientes a hacer que se suspendiera toda clase
de ayuda financiera a Chile, hasta que se aclarara la situación de las compañías
nacionalizadas por Chile.

Kissinger prometió a Letelier que averiguaría personalmente la situación con el


EXIMBANK, ya que "era conveniente evitar en lo posible una situación que de
seguro conduciría a una secuela de resultados negativos". Letelier trató de obtener
indicaciones específicas acerca de la política futura. "En este punto de la
conversación -cablegrafió Letelier- intervino el consejero de Kissinger para los
asuntos latinoamericanos, lamentándose por el fracaso en la solución del caso de
Cerro Andino". Letelier interpretó así lo anterior: "Esto indica que la Casa Blanca
está directamente envuelta en los intereses de esta compañía".

Juzgó que los puntos de vista e intereses de Kissinger debían considerarse sólo
como un aspecto de la política internacional. Sus conclusiones reflejaban el
creciente pesimismo en relación al mejoramiento de las relaciones, pero también
que no todo estaba perdido. "No creo que pronto pueda haber una reacción
favorable en el caso de LAN por parte de los norteamericanos, pero esto tampoco
quiere decir que ellos hayan cerrado todos los caminos". Una vez más, aseguró
que Chile había cumplido con todos los requerimientos exigidos por el EXIMBANK,
pero que si éste no respondía pronto, la Boeing seguramente cancelaría el pedido.

El 11 de agosto de 1971, el Export-Import Bank rechazó el préstamo. Los


inversionistas, siguiendo las instrucciones de la Casa Blanca, frenaron todas las
inversiones. El monto de los créditos a Chile descendió violentamente a cero.
Desde fines de 1971 en adelante, terminó la ayuda norteamericana y todo tipo de
relaciones, con excepción de las militares, empezaron a decaer: esa era la
respuesta del Poder Ejecutivo de Estados Unidos al programa de Allende.

A pesar de todo, Letelier trató de mantener los lazos más amistosos posibles con
el gobierno norteamericano, transmitiendo la imagen que reflejaba la realidad
chilena: un gobierno constitucionalmente elegido, de tipo socialista moderado, que
no tenía nada en contra del pueblo norteamericano. Y lo anterior, a pesar de las
negativas oficiales y las evidencias que mostraban una interferencia encubierta,
masiva, por parte de Estados Unidos en los asuntos internos del país.

En diciembre de 1971, Orlando e Isabel recibieron una invitación a una fiesta en


casa del importante columnista Joseph Alsop. Poco después de la cena, hizo su
entrada el secretario de Estado y Consejero de Seguridad Nacional Henry
Kissinger, acompañado de una deslumbrante joven que lucía "hot pants".
Buscando el momento para conversar informalmente con Letelier en un quieto
rincón, Kissinger puso su mano en el hombro de Letelier y, casi en un susurro, le
dijo: "Por favor, deseo que transmita un mensaje a su presidente: El Gobierno de
Estados Unidos no tiene agentes que recorran su país, como ha sugerido su
prensa. También quiero que sepa usted que, si fracasan, será por sus propios
errores, se lo prometo". Letelier aseguró a Kissinger que comunicaría ese mensaje
al presidente Allende.

En la mañana del martes 9 de mayo de 1972, Andrés Rojas pidió a Letelier que lo
recibiera un momento en privado. Rojas era agregado de prensa y el más joven de
los funcionarios de la embajada. "Compañero -le dijo en un susurro-, anoche
entraron a robar en mi casa". Letelier manifestó que lo sentía. "No, compañero -
agregó Rojas-, usted no me entendió. Los ladrones sólo se llevaron documentos y
papeles". Letelier movió la cabeza. Era el quinto robo que le comunicaban los
funcionarios de la embajada. En algunos casos faltaban objetos, en otros sólo
documentos. Ninguno de los funcionarios tenía cosas delicadas o secretas.

En la mañana del martes 16 de mayo, Letelier leía el New York Times mientras
tomaba su tercera taza de café, cuando sonó su línea privada. Un robo en la
embajada. "¡No toquen nada!", ordenó a su asistente. "Llama al Departamento de
Estado y a la policía".

A los diez minutos, Letelier ya estaba allí. En su oficina del tercer piso, encontró un
mueble de archivo abierto por la fuerza, con los cajones violados. El suelo estaba
cubierto de carpetas y papeles. Arriba el Primer Secretario Fernando Bachelet se
encontró con una escena similar. Los ladrones no se habían llevado el dinero ni el
costoso equipo de oficina, sólo cuatro radios pequeños y una rasuradura eléctrica.
Letelier declaró a la policía estimar el costo total de lo robado en unos cincuenta
dólares. Recibió disculpas formales por parte del Estado y de la policía
metropolitana, la que no aclaró ninguno de los asaltos.

Antes de que terminara 1972, Kissinger recibió la aprobación del Comité de los
Cuarenta para gastar más fondos, que incluían otro millón de dólares destinado a
El Mercurio, como apoyo a los candidatos contrarios a la Unidad Popular en las
próximas elecciones: para promover la división en el seno de la Unidad Popular;
para apadrinar empresarios y grupos laborales que apoyaran el anti-allendismo;
para provocar la violencia. Durante todo el año 1972, se sucedieron casi a diario
actos violentos. Los partidos de derecha organizaron huelgas de comerciantes y
una devastadora huelga nacional de camioneros que paralizó la economía chilena.
Los periódicos de Chile y de todo el mundo comenzaron a hacer referencias a una
intervención abierta de la CIA en el país.

En octubre de 1972, el Comité de los Cuarenta erogó otro millón y medio de


dólares, destinados a derrotar a la Unidad Popular en las elecciones
parlamentarias programadas para marzo del año siguiente. Durante la huelga de
camioneros y la de comerciantes, el importante columnista Jack Anderson recibió
documentos que comprobaban la intervención de la ITT.

Hacia fines de 1972 y tras dos años de gobierno, Allende con sus consejeros y
ministros hizo un balance de la situación. La abierta y violenta lucha de clases que
había tratado de evitar a toda costa, había aumentado. La derecha, a través del
sabotaje económico y el entendimiento con algunos elementos del Partido
Democratacristiano, había bloqueado el apoyo y el compromiso político en el
poder legislativo, forzando a una polarización. La ultra izquierda había respondido
en correspondencia con todo lo anterior.

Posteriormente, Augusto Pinochet, en entrevista concedida a un corresponsal de


Reuter, señaló como fecha de nacimiento del golpe el 13 de abril de 1972. "El 13
de abril de 1972, en la Comandancia en Jefe de la Marina, analizamos las
posibilidades y ese día llegamos a la conclusión de que el conflicto entre el Poder
Ejecutivo y el Legislativo no permitía una solución constitucional". Pinochet mostró
más tarde a un reportero documentos que comprobaban el comienzo de la
respuesta de los militares a la crisis política. Un memorándum fechado en agosto
de 1972 y otro fechado en julio "ya desde entonces sugerían la posibilidad de
tomar el control de la nación. En 1972 habíamos comenzado a preparar las
unidades que enfrentarían a los grupos extremistas alrededor de la capital".

Pero aun así, las Fuerzas Armadas no estaban unidas a fines de 1972. Todavía
había sectores pro allendistas y, lo fundamental, vastos sectores civiles
constitucionalistas mantenían el balance del poder. El general Carlos Prats, quien
sucedió al asesinado general Schneider, apoyaba a Allende y mantuvo firmemente
su convicción de que el caudillismo (vieja noción latina del inefable líder político-
militar) no tenía cabida en la historia chilena, y mucho menos las doctrinas
fascistas detentadas por ciertos sectores militares.

Hasta diciembre de 1972, cuando el presidente Allende fue invitado a la Asamblea


de las Naciones Unidas y el embajador Letelier lo acompañó a Nueva York, a
ambos no les cabía la menor duda de que Kissinger había mentido, que él era el
ideólogo de una campaña secreta destinada a destruir el gobierno de Allende.

En su discurso ante la Asamblea General, el 4 de diciembre, Allende explicó su


programa, hablando a los países y pueblos del Tercer Mundo y a los del mundo
industrializado que se habían inclinado por la honradez y la justicia. La Asamblea
General estalló en aplausos cuando Allende señaló que "nosotros hemos
experimentado los efectos de una agresión en gran escala".

Dentro de los límites de las acciones no violentas, Allende debió elegir tácticas
para mantener dividida y sin fuerzas a su larga lista de adversarios y, al mismo
tiempo, idear una estrategia para seguir adelante con un programa. Tratando de
impedir un golpe, Allende ejerció su prerrogativa presidencial en forma selectiva,
pidiendo la renuncia a ciertos generales sospechosos; al enfrentar huelgas
apoyadas y organizadas por la derecha, hizo uso de su carisma, llamando a la
clase trabajadora a demostrar públicamente su solidaridad con el gobierno de la
Unidad Popular. Sin embargo, a fines de 1972, la escalada de violencia y el caos
político habían debilitado la posición de Allende, al punto de que se vio obligado a
formar un gabinete con miembros de las fuerzas armadas. Pensó que esta medida
lo mantendría seguro hasta las elecciones parlamentarias de marzo de 1973. Si la
UP mostraba su fuerza en las urnas, entonces llamaría a un plebiscito que podría
demostrar cómo la mayoría de los electores apoyaba al Presidente, facultándolo a
derribar los obstáculos que presentaba el poder legislativo a través de la
recientemente formada coalición Democracia Cristiana-Partido
Nacional. (10) También haría pensar a los militares que aun cuando la UP no había
ganado por mayoría, más del 50 por ciento de los chilenos seguiría a Allende, al
hombre, al Presidente, permitiéndole llevar a cabo sus reformas. Pero, antes que
eso, Allende y los partidos de la UP debían enfrentar la enorme tarea que
implicaba la campaña electoral, en una atmósfera política viciada.

La propaganda y los observadores periodísticos predijeron que la orquestada


violencia y la desestabilización económica le costaría a Allende por lo menos la
mitad de los votos que había recibido en 1970. La mayoría de los democristianos y
el Partido Nacional esperaban ganar los dos tercios de los asientos del Senado, lo
que les permitiría inhabilitar a Allende y llamar a nuevas elecciones. Se reunieron
y confidencialmente hicieron los planes para las acusaciones. La ultraderecha, que
siempre había visto el golpe como la única posibilidad de una solución, encontró
muchos aliados nuevos. El ex presidente Eduardo Frei, líder del Partido
Democratacristiano, estimaba que un golpe derrocaría a la Unidad Popular con un
mínimo derramamiento de sangre. Los planes posteriores de Frei eran que los
militares llamaran a nuevas elecciones y él, una vez más, renacería de las cenizas
para conducir los destinos de Chile, por otros seis años.
Las elecciones parlamentarias dieron a la UP el 43.4 por ciento de los votos, un 7
por ciento más que en 1970, pero la derecha controlaba el poder judicial,
conservando además con los democristianos el poder suficiente como para
bloquear ciertas iniciativas de Allende en las cámaras. Ellos tenían el control
efectivo de muchas unidades de la policía y las fuerzas armadas, ocupaban
puestos clave en la administración pública y controlaban más del 80 por ciento de
los medios de comunicación. Allende tenía la presidencia y el 43.4 por ciento de
los electores. Chile quedó dividido entre el centro, la derecha y la ultraderecha.
Esta división entre las fuerzas no UP y una estancada minoría constitucionalista
entre los militares, había dificultado el éxito de la organización del movimiento de
los militares.

MIENTRAS ALLENDE COMENZABA de inmediato a planificar estrategias para un


plebiscito, la oposición del Congreso comenzó a crearle nuevos obstáculos,
destinados a forzarlo a realizar acciones que provocaran a las fuerzas armadas
para que éstas tomaran el control de la situación. La táctica de las acusaciones se
convirtió en la más importante y tuvo su impacto en la vida de los Letelier. A través
de la constante inhabilitación a los ministros de su gabinete, la derecha forzaba a
Allende a hacer cambios. En mayo de 1973, Letelier abandonó Washington para
desempeñarse como Ministro de Relaciones Exteriores. Partió a Chile en el mismo
momento en que las conversaciones entre su país y Estados Unidos se habían
roto.

En este puesto, Letelier fue una tan buena elección como lo había sido en 1970
para embajador en los Estados Unidos. Comprendió la enorme importancia y los
problemas relacionados con la renegociación de la deuda externa chilena. Su
habilidad diplomática, su entrenamiento militar, su universalmente reconocido
encanto e ingenio, lo hacían sentirse confortablemente, tanto con los militares,
como con los políticos socialistas, los intelectuales y el resto de los políticos,
permitiéndole limar algunas de las asperezas en las relaciones del recientemente
formado gabinete.

El nombramiento formal de Letelier como Ministro de Relaciones Exteriores,


coincidió con el estallido de la peor cadena de violencia y sabotajes nunca antes
experimentado. Una huelga del cobre que había empezado en abril de 1973
escalonadamente, y que había llevado a la derecha a una inusitada alianza con
los trabajadores del cobre, obligó a Chile a suspender sus embarques del mineral.
Dos semanas después de la paralización de la principal fuente de divisas del país,
fueron a la huelga los médicos, los profesores y los estudiantes, protestando
contra la forma en que Allende había manejado la huelga del cobre. La CIA
entregó apoyo financiero y organizativo tanto a los dirigentes de los sindicatos,
como a los huelguistas y sus aliados. Nunca antes la derecha había apoyado la
causa de los trabajadores en huelga; de hecho, la mayor parte de la derecha
chilena en el pasado se había opuesto al sindicalismo "per se" y había luchado por
dejar fuera de la ley a los sindicatos y el derecho de huelga.
El 21 de junio, una marcha de apoyo terminó en una serie de tiroteos, explosiones
y asonadas callejeras, en que Patria y Libertad jugó el importante papel de
instigador y actor en los actos de violencia. Allende recurrió a la fuerza policial
para detener los desórdenes y cerró El Mercurio, diario que en esa época había
recibido millones de dólares de la CIA para que desempeñara el papel de
difamador, acrecentando así la violencia. El cargo contra El Mercurio fue
"incitación a la subversión" y fue implementado por un juzgado menor. Al día
siguiente, la Corte de Apelaciones invalidó la decisión del juzgado y el diario volvió
a ser publicado.

Después de vivir durante los últimos trece años en Washington, Isabel Letelier y
sus cuatro hijos adolescentes regresaron a Chile el 28 de junio de 1973. La lucha
de clases había penetrado todos los aspectos de la vida nacional, sólo faltaba un
enfrentamiento directamente en trincheras. Cada acto rutinario se convertía en
una confrontación potencial entre pobres y ricos. El refinamiento que durante
siglos había prevalecido y que consistía en la evasión del mutuo reconocimiento
de las diferencias básicas entre el tener y no tener riqueza, hizo explosión. Las
clases, tanto en grupos como a nivel individual, expresaron abiertamente su odio.
El resentimiento de los desposeídos contra los consumistas de la clase media y
alta y el temor y odio de estos sectores privilegiados hacia la mayoría de bajos
ingresos, encontró su expresión en palabras, gestos e, incluso, enfrentamientos
físicos.

El 29 de junio, lo que todos esperaban o imaginaban, pareció estarse produciendo.


Tanques, camiones y tropas avanzaron desde sus bases hacia el centro de
Santiago. Los soldados, al mando del coronel Souper, hicieron gala de una cruel
pericia al rodear el Palacio de la Moneda. Allende permaneció tranquilo. Habló con
el general Prats, quien una vez más le aseguró lealtad, y ambos recibieron las
expresiones de confianza de generales y almirantes clave en el ejército, la
aviación, la policía y la marina. Prats, con Allende a su lado, pidió la rendición de
los oficiales rebeldes, en nombre de la Constitución de Chile. Durante ese día,
veintidós personas murieron en el tiroteo.

Las tropas regresaron a sus cuarteles y los complotistas fueron dados de baja;
pero el Tancazo, como se le llamó, probó a los generales que los militares
chilenos podían actuar con rapidez y que, eliminando a ciertos oficiales, se
eliminaban también los principales obstáculos para un golpe. Tan importante como
lo anterior fue el hecho de que la movilización que la derecha había anunciado no
se produjo. Obviamente, la sujeción estricta de Allende a la Constitución había
impedido que la izquierda militante actuara.

El 26 de julio, Orlando, acompañado de Isabel y la esposa de Allende, viajó a


Cuba para representar a Chile en el vigésimo aniversario de la Revolución
Cubana. Cuando el avión aterrizó, funcionarios cubanos transmitieron a la
delegación chilena la noticia de que el capitán de la armada chilena, Arturo Araya,
amigo y edecán del presidente Allende, había sido asesinado por elementos de la
derecha.
El asesinato coincidió con el más exitoso acto de sabotaje patrocinado por la CIA:
una huelga iniciada por gran número de propietarios de camiones, a la semana, el
2 de agosto, se vio incrementada con la adhesión de más de cien mil propietarios
de taxis y autobuses, paralizando la economía chilena.

Para controlar los posibles movimientos golpistas, Allende nombró Ministro de


Defensa al general Carlos Prats, quien a la vez continuó siendo el Comandante en
Jefe del Ejército. Prats prometió que las Fuerzas Armadas mantendrían la ley y el
orden. Pero gran parte de los militares rechazaba ahora actuar como instrumento
de la autoridad de Allende. A pesar de una larga historia de represión contra los
obreros y huelguistas, estos oficiales, enfrentados a la insurrección de la
burguesía, se alinearon con los rebeldes, condenando al Estado. Letelier, ahora
Ministro del Interior debido al cambio de gabinete de fines de julio, durante un
breve tiempo se convirtió en colega de Prats.

El 22 de agosto, Letelier veía desde la casa de Prats cómo las esposas de


algunos oficiales rodeaban la casa, insultando al fino y orgulloso general,
gritándole "¡Maricón!" Prats, rojo de indignación, soportó esa prueba sin moverse.
Había obtenido su grado militar en la misma academia de los esposos de esas
escarnecedoras mujeres, en la misma academia militar que Letelier había
frecuentado. Detrás de las mujeres había grupos de jóvenes con palos, cadenas y
cachiporras. Al verlos allí, Letelier reconoció a algunos; a otros, los identificó en
fotografías. Pertenecían a las brigadas de choque de Patria y Libertad y a la
Brigada "Rolando Matus", del Partido Nacional. Letelier tomó el teléfono; como
ministro del Interior, era responsable del mantenimiento del orden público. Entregó
los detalles de lo que sucedía al jefe de la policía de Santiago; mientras esperaban
a la policía, algunos de los jóvenes que llegaron en calidad de "protectores" de las
mujeres, comenzaron a molestar a los transeúntes y a romper los vidrios de los
automóviles estacionados en las inmediaciones.

Más tarde, Prats en la sala de su casa, vestido con su bien planchado saco al
estilo prusiano, de pulidas charreteras, dijo a Letelier: "Nunca pensé que generales
y coroneles a quienes conocía desde la infancia se esconderían bajo las faldas de
sus esposas. Estoy triste por Chile, porque he visto no sólo traición, sino una
cobardía que creí imposible existiría".

La policía llegó dos horas después de la llamada de Letelier. El capitán pidió


amablemente a las mujeres que abandonaran el lugar. Los truhanes que las
habían acompañado ya habían destruido algunos vehículos y arrojado todo tipo de
objetos a la casa de Prats.

Temprano en la mañana del 23 de agosto, Letelier abandonó la casa de su colega.


Prats se sentó frente a su escritorio y comenzó a redactar su carta de renuncia al
Ministerio de Defensa y la Comandancia en Jefe del Ejército. Ya no controlaba el
respeto de sus oficiales. Ya no era un obstáculo para el golpe.
El día de la renuncia de Prats, Allende habló ante los jefes de las fuerzas armadas
reunidas: Pinochet, del Ejército; Montero, de la Marina; Leigh, de la Aviación y
Sepúlveda, de Carabineros. Les leyó una lista de doscientos atentados terroristas
que se habían cometido en el país en el transcurso de pocos días. Les llamó la
atención por su incapacidad de hacer respetar la ley y les dijo: "Señores, ésta es
una guerra civil. Quiero que ustedes entiendan muy bien que yo no dejaré La
Moneda vivo. Si quieren derrocarme, moriré en mi lugar, como Presidente de
Chile. Nunca me rendiré ante nadie".

El 28 de agosto de 1973, Allende nombró a Orlando Letelier Ministro de Defensa.


Cuando éste tomó en sus manos el ministerio, sabía que sólo un apoyo masivo a
través de un referéndum nacional podía frenar un sangriento golpe de estado. El
general Augusto Pinochet Ligarte, quien remplazó al general Prats en la
Comandancia en Jefe del Ejército, dijo a Letelier que estaba de acuerdo con él.
Pinochet y Letelier habían tenido varias conversaciones después del
nombramiento de este último en el Ministerio de Defensa; una de estas reuniones
había sido en presencia de Allende. En esa ocasión, Pinochet aseguró a ambos
que él, como su predecesor, era leal a la Constitución y al presidente Allende.

La ceremonia de nombramiento de Letelier en el Ministerio de Defensa fue muy


sencilla; otros miembros del gabinete posaron con él y Allende en una foto de
grupo. Letelier hizo el juramento oficial el 28 de agosto, en una pequeña sala de
La Moneda. El gabinete, los dignatarios de la Unidad Popular, unos cuantos
generales, la prensa y la televisión, se codeaban para conseguir un lugar en el
reducido salón. Pinochet, presente en la ceremonia, se acercó a Isabel Letelier y
la besó en ambas mejillas, diciéndole: "Estoy muy contento de contar con nuestro
Orlando. Como usted sabe, él estuvo en la Escuela Militar. Hemos seguido su
carrera". Luego, tomándola del brazo, agregó: "Quiero que conozca a mi esposa.
Podemos llegar a ser buenos amigos. Hemos sido muy afortunados por haber
tenido extraordinarios ministros de Defensa, como José Tohá y Orlando Letelier. Y
sus esposas -sonrió- han sido tan gentiles. Nos veremos mucho en el futuro". Y
dirigiéndose a Letelier, dijo: "Usted sabe, Orlando, que el ejército ansiaba su
nombramiento. ¡Qué suerte la nuestra haber tenido primero a Tohá y ahora a
usted en este puesto!"

El nuevo comandante en jefe siempre asentía o estaba de acuerdo con las ideas y
sugerencias del nuevo ministro de Defensa. Entre tanto, lo que Letelier
desconocía era la autorización que había dado Pinochet para los operativos en las
industrias, cooperativas agrarias y barrios pobres, en los que se usaba como
pretexto la Ley de Control de Armas.

Letelier sabía que se avecinaba un golpe, pero, ¿cuándo?, ¿cómo? ¿Lograría la


resistencia organizarse a tiempo? ¿Se acoplarían algunas unidades de las fuerzas
armadas a los trabajadores? ¿Cuántas? Tiempo, tiempo, tiempo, pensaba Letelier.

Con el fin de responder a la escalada de violencia y hacer desistir a aquellos


sectores que ya estaban celebrando su victoria en el golpe, Allende llamó a las
masas a demostrar su poder y determinación. El 4 de septiembre, en la plaza
principal de Santiago, un millón de adherentes de la Unidad Popular marchó en
una demostración de solidaridad con el gobierno.

El clima de conspiración produjo un profundo sentimiento de inconformismo entre


las filas de la clase obrera. El tema principal de las discusiones en las fábricas y
los centros vecinales era la defensa: cómo detener a la reacción. Debido a la
crisis, todos los constructivos debates sobre la edificación de la nueva sociedad se
habían suspendido.

El 7 de septiembre, el embajador norteamericano Nathaniel Davis telefoneó a


Letelier, avisándole que debía regresar a Washington para sostener una
importante reunión con el Secretario de Estado, Kissinger. Se despidió,
manifestándole que pensaba estar de regreso en Santiago el 11 o el 12 y que ese
día deseaba una cita con él, para discutir acerca de una petición de compra de
armamentos que las fuerzas armadas querían realizar en Estados Unidos. El
embajador Davis regresó a Chile, pero no el 11 ó 12 como había planeado, sino el
10.

Ese mismo día 7 de septiembre, el general Prats informó a Allende y a Letelier que
había recibido informaciones de que el golpe se realizaría el 14 de septiembre. Si
el Presidente daba de baja a cinco o seis generales, esa fecha podría posponerse,
dando así más tiempo a que la defensa se preparara. Prats aseguró a Allende
que, en lo personal, Pinochet era leal al Presidente.

El golpe, igual que la primavera chilena, se sentían en el aire. El almirante Montero


enfrentó un motín de antiguos oficiales en Valparaíso, puerto principal de Chile y
sede de la Marina. Allende dio instrucciones a Letelier para que enfrentara el
problema y éste obligó a los rebeldes a reunirse con Montero. Pinochet susurró en
el oído de Letelier: "Duro con ellos, ministro". Ese mismo día, Pinochet aseguró a
Allende que un referéndum nacional resolvería los obstáculos parlamentarios y
limpiaría el camino para un gobierno efectivo. Pero cuando Letelier trató de
obtener informaciones acerca de los movimientos del ejército contra la Unidad
Popular, Pinochet fue impenetrable y vago. "Me contesta con evasivas" -comentó
Letelier a Isabel-. "Es adulador y servil, como el barbero que te persigue con el
cepillo después de cortarte el pelo y no deja de cepillarte hasta que no le das su
propina. Constantemente está tratando de ayudarme con el abrigo, con cargar mi
portafolios

El 7 de septiembre, los Letelier invitaron a cenar a varios funcionarios del


Ministerio de Defensa. Letelier, retrasado en el Palacio de la Moneda con Allende,
suplicó a Isabel que hiciera ella sola el papel de anfitrión. Conversó con los
coroneles y los capitanes navales. Durante la conversación anterior a la cena,
escuchó de pasada el comentario de un coronel constitucionalista acerca de la
marcha de hacía tres días: "Es impresionante ver un millón de personas, ¿no
cree?" El capitán Laluz, joven oficial de Marina, le respondió: "Creo que nuestro
último censo reportó que somos diez millones. Estoy seguro de que nos las
podremos arreglar con nueve millones".

En la mañana del 10 de septiembre, Letelier recibió varias órdenes firmadas por


Pinochet, autorizando los operativos militares. Cuando le pidió explicaciones,
Pinochet fue evasivo y se negó a admitir que él había autorizado los operativos.

La mayor parte del día 10 de septiembre, Letelier estuvo con Allende y el resto de
los ministros del gabinete, así como con los consejeros. La reunión se realizó en el
Palacio de La Moneda, en un salón decorado con objetos de la época colonial. En
la reunión, los ministros informaron sobre los sabotajes, la violencia y los
operativos del ejército en las fábricas de la UP. Letelier se refirió al comienzo de
las investigaciones contra el capitán Bailas y otros oficiales que habían realizado
la manifestación ante la casa del general Prats. Se mostró optimista: "Si no nos
derrotan esta semana, nunca caeremos. Todo lo que ellos han montado está listo
para estallar ahora". Los ministros planificaron medidas contra el golpe,
basándose en la movilización de los obreros y sus unidades de defensa y en los
elementos de las fuerzas armadas supuestamente leales al gobierno. Pinochet era
uno de los generales con que contaban.

Comieron y siguieron las conversaciones. Allende miró su reloj. "Son más de las
tres. Orlando, anda al Ministerio de Defensa y asegúrate de que la Fuerza Aérea
haya suspendido todos los operativos".

Letelier se dirigió a su oficina. Era su decimotercer día como Ministro de Defensa.


Dentro y alrededor del edificio del ministerio personas uniformadas lo saludaban.
Tenía informaciones fidedignas de que algunos de ellos estaban complotando;
sospechaba de otros y creía que el núcleo de los altos mandos permanecía leal.
Pero sabía que no tenía los medios para resolver el problema.

En el atardecer del 10 de septiembre, Letelier dio una conferencia de prensa por


televisión acerca de la seguridad nacional y las Fuerzas Armadas. Los temas eran
una reiteración de la política de la Unidad Popular: el respeto por el carácter
institucional de las Fuerzas Armadas; mejoramiento de su equipo y entrenamiento
profesional; intención de acabar con su aislamiento en relación a la población; la
necesidad de tomar medidas para impedir una guerra civil.

Durante los meses de junio, julio y agosto, Chile vivió un promedio de un acto
terrorista por hora. Hasta el 11 de septiembre, las Fuerzas Armadas siguieron
realizando sus operativos en los centros laborales y políticos pertenecientes a los
seguidores de la UP; sin embargo, no se realizaron acciones contra los grupos
paramilitares de derecha; incluso, en ocasiones se culpó a los grupos de izquierda
de acciones cometidas por éstos. Sin embargo, Allende se mantuvo firme. Cuando
cenaban juntos por última vez en su casa, dijo a "Tencha", su esposa: "La Unidad
Popular no puede responder al terrorismo con terrorismo, porque eso sólo
provocaría el caos".
Allende recibió informaciones acerca de que la Marina había comenzado sus
entrenamientos y que los barcos se habían hecho a la mar desde
Valparaíso. (11) "Por fin podremos estar seguros de que el golpe no incluirá a todas
las Fuerzas Armadas", comentó.

En la noche del 10 de septiembre, después de la conferencia de prensa, Letelier


se reintegró a la reunión que sostenían los ministros y consejeros. Augusto
Olivares, periodista, amigo y consejero, interrumpió la reunión para informar: "Se
ha comunicado que camiones con tropa procedentes de Los Andes se encaminan
hacia Santiago". Allende ordenó: "Por favor, Orlando, llama al Jefe de la
Guarnición de Santiago y averigua qué está ocurriendo". Letelier se comunicó con
el general Herman Brady, recientemente nombrado Jefe de la Segunda División
del Ejército. "Dice que no sabe nada", informó Letelier. Quince minutos más tarde,
dándole tiempo para que realizara las averiguaciones, volvió a llamarlo.

A medianoche, Letelier informó acerca de su segunda averiguación con Brady.


"Dice que no hay informaciones sobre movimientos de tropas; éstas están
acuarteladas, preparándose para la Parada Militar del 19, Día del Ejército. Dice
que él está controlando la situación".

Poco después de medianoche, el Secretario General del Partido Socialista, Carlos


Altamirano, llamó a Letelier para comunicarle que camiones con tropas habían
salido de la base militar de Los Andes. Letelier presentó tres alternativas para
enfrentar a los posibles golpistas. Allende se inclinó por la que le había
recomendado Prats: pedir la renuncia de seis o siete generales antes del fin de
esa semana. "Mañana, en mi discurso al país, informaré al pueblo acerca de esta
medida".

A las 2:30 de la madrugada, Allende puso fin a la reunión. "Hablé con Brady.
Vayan a dormir que es tarde. Mañana será un pesado y largo día".

Esa noche, Isabel Letelier se durmió alrededor de la 1:30 de la madrugada. En


una reunión sostenida esa tarde, había sido nominada para presidir la Junta de
Abastecimientos y Precios (JAP) de su barrio, pero la votación no pudo realizarse
ya que el representante del gobierno, cuya presencia era requerida para la
legitimación del acto, nunca llegó. Su chofer, un empleado del Ministerio de
Defensa, la llevó hasta casa de unos amigos. Su amiga le dio una pequeña
porción de leche en polvo para el desayuno, ofreciéndole también una porción al
chofer, que miraba asombrado. Isabel recordó más tarde su molestia ante
cualquier gesto amistoso del chofer.

Como lo había hecho varias veces, al llegar a su casa, le dijo al chofer que se
llevara el automóvil. Desde el comienzo de una larga huelga de transportistas, no
tenía otro medio para llegar a su casa. Los coches con chofer eran provistos por
las Fuerzas Armadas al ministro y su familia.
Orlando Letelier padecía de frecuentes insomnios. Durante años, había dormido
no más de cinco horas por noche, incluso cuando estaba agotado. De regreso en
su casa tras la reunión con Allende, a las 3:00 a.m., dio las buenas noches a su
guardia personal, se fumó el último cigarro (¿era su cuarto o su quinto paquete?)
y, mientras se desvestía, dejó que las informaciones de los funcionarios de
inteligencia acerca del complot dieran vueltas en su cabeza.

Se metió en la cama. Acababan de cambiarse a ese departamento en el séptimo


piso y las ventanas del dormitorio aún no tenían cortinas que los protegieran de las
luces provenientes de la calle. "¿Cómo estuvo la reunión?", murmuró Isabel,
mientras él se acostaba a su lado. "Excelente. Salvador anunciará el plebiscito
mañana en la tarde. Estoy seguro de que lo ganaremos y esto disminuirá las
posibilidades de un golpe". Isabel se despertó totalmente. Más tarde, contó:
"Esperábamos el golpe cada día, de manera que cuando Orlando me habló de los
planes para lograr un voto de confianza popular, ambos nos acostamos
contentos".

"Esa noche tuve un sueño extraño -contó Letelier a uno de los autores de este
libro-. Cuando por fin me quedé dormido, soñé que bailaba solo, mientras los
generales y almirantes me miraban. Era muy gracioso. Pinochet me sonreía desde
su asiento cuando yo lo miraba, pero cuando no estaba mirándolos, los generales
murmuraban entre ellos".

El ruido del teléfono despertó a Isabel a las 6:30 de la mañana del 11 de


septiembre de 1973. "Es Salvador", dijo. Allende, calmado, firme y claro, dijo a
Orlando: "Se levantó la Armada. Seis tanques de la Marina vienen desde
Valparaíso hacia Santiago. Los carabineros son la única unidad que responde. Los
otros comandantes en jefe no contestan el teléfono. Pinochet no contesta.
Averigua lo que puedas".

Orlando pidió a Isabel que llamara al almirante Montero y al general Prats,


mientras él usaba el otro teléfono para llamar a Investigaciones, la división de la
policía secreta, y al Ministerio del Interior.

Isabel marcó y esperó mucho rato, nadie contestaba en la casa de Prats ni en la


de Montero, como tampoco en sus oficinas. Las llamadas de Orlando confirmaron
las informaciones de Allende.

Letelier llamó entonces a su oficina. Para su sorpresa, el almirante Patricio


Carvajal respondió el teléfono: "Su información es equivocada, señor Ministro. Es
una especie de operativo, nada más. Ahora estamos tratando de comunicarnos a
Valparaíso. Yo estoy a cargo de esto".

Letelier llamó a Allende. "Orlando, anda al Ministerio de Defensa y controla la


situación, si es que puedes entrar allí".
Tragó una taza de café. El segundo de sus hijos, José Ignacio, llegó a la cocina,
comunicándole que él con su grupo de compañeros habían planeado tornar su
escuela y encerrarse allí a defenderla. Letelier sonrió por primera vez en varios
días. Desde el 8 de septiembre había ido dos veces a ver a su dentista, pero en
ambas citas, una llamada urgente de Allende había interrumpido el tratamiento. La
primera vez, el médico le había sacado las amalgamas para realizar una
intervención en las encías; la vez siguiente, había iniciado un complicado trabajo
de tratamiento de canales, cuando Orlando tuvo que volar para atender al
presidente. La boca le dolía cada vez que comía algo frío o caliente, o el aire se
ponía en contacto con los nervios expuestos. Hacía más de un día que no comía.
Mientras se ponía el saco esperando el elevador, Isabel le dio dos aspirinas.

Allende había ofrecido un coche para que llegara a la oficina, ya que el chofer no
llegaría hasta más tarde. Sin embargo, cuando Orlando llegó a la calle, allí estaba
su chofer, no así su guardia personal. Isabel lo acompañó hasta el coche. Letelier
preguntó por su guardia, pero Jiménez, un joven corpulento, respondió con
vaguedad, diciendo que la esposa del guardia estaba en el hospital dando a luz.
Isabel, dándose cuenta de su extraña conducta, se acercó a Jiménez mirándolo
fijamente. El hombre enrojeció cuando ella, en un gesto maternal, lo rodeó con el
brazo, diciéndole: "Por favor, cuide que a él no le suceda nada".

Mientras el automóvil lo conducía por las calles de Santiago, notó que había
tropas en pequeñas unidades patrullando las calles. Miraban su auto con
curiosidad. Sólo circulaban camiones y vehículos militares. Cuando llegaron al
Ministerio de Defensa, Letelier brincó fuera del coche. Su habitual puerta de
acceso estaba cerrada, por lo que se dirigió a la puerta principal del edificio,
custodiada por soldados en traje de campaña. Se acercó y la guardia lo apuntó
con armas automáticas. Un sargento le dijo: "Lo siento. Tengo órdenes de no
dejarlo entrar". Con una voz que esperaba sonaría autoritaria, y recordando sus
días de estudiante en la academia militar, Letelier le respondió: "Yo doy las
órdenes aquí. Retroceda". "Lo siento, señor, pero no puede entrar", insistió el
soldado. Un elegante oficial en traje de campaña se acercó, diciéndole: "Si
continúa insistiendo, nos veremos obligados a ejecutarlo de inmediato".

En ese momento, una voz desde el interior del ministerio, dijo: "Dejen que entre el
ministro". Las puertas se abrieron y Letelier, erguido, marchó hacia el interior con
su mejor paso militar. Más tarde, recordó: "Detrás de la puerta, sentí algo duro en
la espalda y unos diez o doce hombres me rodearon, apuntando sus metralletas.
Vestían uniformes de campaña y se les veía muy excitados. Entre ellos, estaba mi
«enfermo» guardia personal". Fue conducido al sótano del edificio. "Me quitaron la
corbata, el cinturón y el saco. Me revisaron y empujaron contra una pared".

Letelier ya no supo nada más. Dentro de La Moneda, Allende y sus más íntimos
colaboradores trataron de planificar las acciones. Allende esperaba que Letelier lo
mantuviera informado acerca de los movimientos de tropas; preguntó a sus
ayudantes si habían tenido noticias suyas, pero nadie sabía de él, de modo que
mandó a un miembro de su escolta al Ministerio de Defensa para que averiguara
su destino.

Las noticias que Allende recibió esa mañana iban de mal en peor. La Fuerza
Aérea le ofreció un avión para salir del país con su familia si se rendía
pacíficamente. Contestó al jefe de la Fuerza Aérea: "El Presidente de Chile no
deserta en un avión y él /el general Von Showen/ debería saber cómo actuar en su
calidad de soldado, igual que el Presidente sabe cómo mantener su promesa".
Allende estaba curiosamente preparado para esa llamada telefónica. Muchas
veces había contado a sus amigos cómo respondió el presidente Pedro Aguirre
Cerda a un golpista en potencia que le había ofrecido un avión para escapar del
país. Mientras liaba tranquilamente su cigarro, sentado en el sillón presidencial, el
presidente Aguirre Cerda respondió al general de la Aviación: "Mire. Toda mi vida
he sido un hombre de ley. Ahora soy Presidente de la República y tendrán que
sacarme por la fuerza, porque no voy a renunciar". Ese solo acto impidió en
aquella ocasión el golpe de 1939. Allende había parafraseado a Pedro Aguirre
Cerda. Irónicamente, sus vidas habían corrido paralelas hasta el día del golpe.

"Acabo de llegar del Ministerio de Defensa", informó el coronel que Allende había
mandado a averiguar sobre el paradero de Letelier. "Traté de entrar pero no me
dejaron hacerlo. La Armada controla el edificio".

Alrededor de las 8:30, Allende supo que Pinochet estaba implicado. Escuchó una
transmisión radial que informaba de la constitución de una junta, gracias a un
decreto, el que estaba firmado por Gustavo Leigh, general de la Fuerza Aérea; el
almirante José Toribio Merino; el general de Carabineros César Mendoza, y
Pinochet. Allende, con la mano sobre el escritorio y mirando a través de la
ventana, exclamó: "¡Traidores!".

Letelier fue conducido a un automóvil y, con tres fusiles apuntándole, trató de


observar la actividad callejera. Eran las 9:15 a.m., cuando el coche se dirigió hacia
el sur, al cuartel general del Regimiento Tacna. "Cada veinte o veinticinco metros,
había un pelotón de seis o siete soldados patrullando la cuadra". En el Tacna,
comenzó nuevamente el registro. Estaba muy cerca del Palacio de la Moneda y
durante todo el día Letelier escuchó el tiroteo de artillería, metralletas y rifles
automáticos. Temprano en la tarde, escuchó estallar bombas las cuales hacían
vibrar el edificio.

Allende, con un pequeño grupo de íntimos colaboradores y su guardia personal,


escogió permanecer en La Moneda. A pesar de su limitado número de armas,
obligaron a las Fuerzas Armadas a usar aviones que, por primera vez en su
historia, bombardearon el palacio presidencial. Alrededor de las 3:00 p.m., los
soldados invadieron el palacio envuelto en llamas. Allende fue asesinado por una
ráfaga de ametralladora.

A Letelier lo trasladaban de un cuarto al otro. Le permitieron hablar por teléfono,


pero el aparato no funcionaba. Por primera vez solo, presenció que una gran
cantidad de gente llegaba al Tacna con las manos levantadas sobre la cabeza en
señal de rendición. Algunos de los detenidos eran conducidos al patio. Letelier
podía oír periódicamente algunas ráfagas cortas. Entre los que llevaban a los
detenidos, vio a algunos de civil, de los que conoció en su corta temporada en el
Ministerio del Interior.

Letelier continuó insistiendo en su derecho a hablar con el comandante. Los


guardias se rieron, burlándose e insultándolo, dando excusas y haciéndole
promesas. Escuchó una radio, pero no pudo distinguir qué se decía. Oyó su
nombre repetido varias veces. Llegó la noche. No tenía cigarros y comenzó a
sentir su falta. Los tiroteos se sucedían cada seis o siete minutos. Desde una
pequeña ventana, Letelier vio gente que yacía en el piso del patio. No veía el
pelotón de fusilamiento, pero podía ver a los soldados retirando los cuerpos. La luz
era pálida y amarillenta y la ventana de Letelier estaba a varios metros de la
escena de los fusilamientos.

Alrededor de las 4:00 ó 4:30 de la madrugada, según sus cálculos, oyó una voz
que ordenaba: "Saque ahora al ministro, es su turno". Entrando, un oficial le gritó:
"¡Muévete!"

Años más tarde de estos hechos, Letelier contó la historia de esos


momentos: (12) "Seis tipos me arrastraron. Comenzamos a bajar por el corredor,
por una escalera. .. Uno de los guardias tenía una toallita y me di cuenta que
servía como venda para los ojos. Inmediatamente pensé que, por haber estado
mirando la escena desde la ventana, me iban a fusilar. Es curioso todo lo que se
dice o lee sobre lo que el ser humano piensa antes de ser fusilado. Yo no revisé
mi vida, ni mi pasado, ni mi situación familiar. Pensé cosas muy concretas. No
quería que me temblaran las rodillas y me preguntaba si pediría o no la venda
cuando llegara al patio. Conté los metros que me separaban del área de
ejecuciones. Parecía irreal lo que me estaba sucediendo, si bien tenía una
sensación muy real y racional de que iban a ejecutarme. También me pareció
extraño que a uno lo abandone la capacidad de sentir terror. Tal vez el nivel del
miedo es tan alto, que pasa por sobre uno mismo, lo supera, permitiéndole
observar la situación como si se tratara de otra persona.

"¡Alto!", gritó el sargento. Estábamos en el último escalón que llevaba al patio


donde se realizaban los fusilamientos. Comenzaron a hablar entre ellos. En
momentos como ese uno piensa idioteces: yo pensé en lo incómodo que era estar
parado con un pie en un escalón y el otro en el piso; traté de ponerme a nivel, pero
un guardia, dándome un culatazo, me ordenó estar quieto. En ese momento,
sostenía una discusión con otra persona, que duró cuatro o cinco minutos. . . Se
referían a quién era el encargado allí. . . y, finalmente, un oficial de menor
graduación gritó desde arriba: "¡Traigan de nuevo acá al preso!" Uno de los
guardias junto a mí, dijo: "Tienes suerte, cabrón. No te van a eliminar".

"Si me preguntan por qué no me dispararon a mí y a otros sí, no podría decir que
se debió a razones políticas; más bien, debería decir que fueron razones
burocráticas las que impidieron mi fusilamiento, porque en el momento justo
apareció un capitán particular. . . La discusión entre los guardias era burocrática:
«Yo soy el encargado aquí y ustedes no tienen derecho a bajar a los prisioneros»".

Desde el helado cuarto, Letelier miraba hacia el patio para ver qué sucedía.
Cuando comenzó a amanecer, se quedó dormido. Se dio cuenta de que estaba
vivo, de que sus sufrimientos recién habían empezado, de que cosas terribles
estaban ocurriendo allá afuera. Supo que la vida de estudiante, de economista,
banquero, embajador y ministro, había llegado a su fin, y el frío que traspasaba
sus huesos en esa minúscula habitación, presagiaba el futuro.

Hasta entonces, nada en su vida había sido particularmente romántico, ni mucho


menos heroico. Tal vez los criminales, los terroristas o los revolucionarios puedan
verse en la cárcel y considerar que es una situación acorde con lo que han
escogido en sus vidas. Para una persona con los antecedentes de Letelier, la
prisión era un choque total, una anomalía que lindaba con lo absurdo.

Notas:

1. La Unidad Popular es una coalición formada predominantemente por elementos de la clase


obrera; en esencia, por los partidos Socialista y Comunista y varios otros grupos: el Partido
Radical, el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), el Partido Socialdemócrata y la Acción
Popular Independiente (API); la mayoría de ellos, formados a partir de divisiones de partidos de
centro.

2. Allende se presentó en cuatro elecciones presidenciales consecutivas. La primera vez, en 1952,


recibió el 5.4 por ciento de la votación. En la segunda campaña, en 1958, se formó una alianza
electoral entre los partidos Socialista y Comunista, el FRAP, o Frente Popular. Allende fue
derrotado por 35,000 votos por Jorge Alessandri, dentro de un total de un millón y medio. En 1964,
el Partido Democratacristiano, con el apoyo de los Conservadores, elegía a Eduardo Frei, cuya
plataforma política prometía la reforma agraria y otras medidas populistas. La campaña de Frei se
basó en la propaganda anticomunista y recibió más de tres millones de dólares de la CIA. En 1970,
Allende derrotó al ex presidente Jorge Alessandri, candidato del Partido Nacional y al
democratacristiano Radomiro Tomic.

3. El Partido Radical fue fundado en 1958 y su plataforma incluía la educación laica, libre y
obligatoria; también luchaba por la separación de la Iglesia y el Estado.

4. El Comité de los Cuarenta es un organismo subministerial perteneciente al Ejecutivo, cuya tarea


consiste en revisar los proyectos de acciones secretas. Originado en los años '50, el grupo ha
subsistido con distintas denominaciones; pero desde 1969, el Comité de los Cuarenta se ha
encargado, bajo las órdenes del Asistente Presidencial, de los asuntos de la seguridad nacional.
También participan en el Comité representantes del Estado, la Defensa, la CIA y los Directores
Asociados.

El informe elaborado por el Comité del Senado, constituido para estudiar las operaciones
gubernamentales en relación a las actividades de inteligencia, definió las "acciones de vigilancia"
como "cualquier actividad secreta o clandestina destinada a influir sobre gobiernos extranjeros,
acontecimientos, organizaciones o personas, en apoyo de la política exterior de los Estados
Unidos, llevada a cabo de tal manera que la participación del gobierno norteamericano no sea
evidente". Acción Encubierta en Chile, 1963-1973 (Washington, D.C., 1975), vol. 7, p. 4.

5. Informes anteriores a la constitución del Comité del Senado para estudiar las Acciones
Gubernamentales relacionadas con Actividades de Inteligencia, formado en 1975 bajo la
presidencia del senador Frank Church, proporcionaron la principal fuente de información sobre la
intervención del gobierno de Estados Unidos en Chile. Los descubrimientos hechos por lo que más
tarde se llamaría el "Comité Church", aparecieron en el reportaje titulado Acción Encubierta en
Chile. 1963-1973.

6. Las fórmulas previas la llamaban "chilenización" y, por parte de Chile, significaba el control del
51 por ciento de las minas. Esta fórmula no había satisfecho a la mayoría de los técnicos, y las
compañías de Estados Unidos recibieron un porcentaje adicional por concepto de administración y
otros servicios. En esa época, Allende logró que no sólo sus partidarios, sino también los
democratacristianos y sus aliados, apoyaran la nacionalización.

7. Patria y Libertad (PyL) tenía como máximo dirigente al abogado Pablo Rodríguez Grez. Era un
grupo paramilitar de raíces fascistas.

8. En esta información, Kissinger manifestó a un grupo de periodistas del Medio Oriente: "Ahora es
relativamente fácil predecir que si Allende triunfa (en la votación confirmatoria del Congreso),
existen muchas posibilidades de que por un largo periodo establezca algún tipo de gobierno
comunista. En ese caso, no se tratará de una isla, lejana del continente y sin una tradición de
íntima relación e influencia en latinoamérica; se tratará de un país latinoamericano importante que
caerá bajo el comunismo...De manera que no podemos hacernos ilusiones de que el ascenso de
Allende no presentará problemas para nosotros, para las fuerzas pro norteamericanas de
Latinoamérica, para todo el hemisferio occidental".

9. Ubicada también en la Avenida Massachusetts. Las oficinas de la Embajada de Chile se llaman


Cancillería e incluyen el Consulado y la Misión Militar

10. En el mes de junio de 1972, a través de la CIA, el Comité de los Cuarenta entregó unos 50 mil
dólares con el fin de romper un supuesto acuerdo entre la Unidad Popular y el Partido
Democratacristiano y, en cambio, forjar una alianza entre la Democracia Cristiana y la derecha en
las elecciones futuras. El efecto inmediato de este acto fue la acusación e inhabilitación de José
Tohá, Ministro del Interior. La UP nunca tuvo mayoría parlamentaria y, en el sistema parlamentario
chileno, una coalición mayoritaria (como la formada por el Partido Nacional y el Partido
Democratacristiano) puede hacer un voto de "desconfianza", como de hecho lo hizo con varios
miembros del gabinete de Allende. Esto obligó al presidente a reorganizar constantemente su
equipo ministerial, lo que entorpecía seriamente el proceso de gobierno.

11. Se trataba de la Operación Unitas, práctica anual conjunta entre la Armada chilena y los
Estados Unidos. (N. del T.)

12. Las citas de Orlando Letelier se sacaron de una entrevista que Tad Szulc le hizo en la
revista Playboy, y de conversaciones entre Letelier y Landau.
III

EL AÑO DEL TERROR

A LAS 3:30 p.m., del 12 de septiembre de 1973, en su celda del Regimiento


Tacna, Letelier supo que el presidente Allende había muerto en la batalla de La
Moneda. Sintió una tremenda ansiedad, algo entre la confusión intelectual y el
terror animal, sentimiento que compartía ese día con millones de chilenos. Pocos
minutos más tarde, Letelier y Enrique Kirberg, también preso, rector de la
Universidad Técnica del Estado, fueron conducidos en un "jeep" por las desiertas
calles de Santiago, sólo frecuentadas por las atareadas patrullas de soldados que
instalaban tanques en las esquinas y los edificios públicos. La junta había
decretado veinticuatro horas de toque de queda y los civiles, si eran partidarios de
la Unidad Popular, esperaban en sus casas no ser perseguidos por las asonadas
de los militares. Otros civiles habían embanderado sus casas.

Después de más de una hora, los prisioneros llegaron a la Escuela Militar


Bernardo O'Higgins, el "West Point de Chile". Una placa colocada sobre la entrada
por la que Letelier y Kirberg pasaron, proclamaba la jerarquía militar, ahora
usurpada por el golpe: Presidente, Salvador Allende; Ministro de Defensa, Orlando
Letelier; Comandante en Jefe del Ejército, Augusto Pinochet. Equivocadamente,
Letelier pensó que él, el prisionero, estaba jerárquicamente por encima de
cualquier oficial de la Academia.

Apuntando hacia la placa, se dirigió al guardia, pidiéndole en vano ser llevado de


inmediato con el coronel de turno. La antigua escuela de Letelier se había
convertido en su prisión. Cerca de veinte detenidos de alto rango se habían
reunido allí, incluidos todos los ministros de Allende. (1) En otro lugar de Santiago,
el gigantesco Estadio Nacional estaba repleto con miles de personas custodiadas
por la tropa o por patrullas de Patria y Libertad.

En un estadio santiaguino más pequeño, el cantante chileno Víctor Jara trataba de


mantener en alto la moral de los detenidos y siguió hablando aunque los guardias
lo habían prohibido. Cuando le pegaron, hizo cantar a todo el estadio. Los
guardias entonces rompieron su guitarra, pero él continuó cantando. Ante los ojos
de miles de presos, le quebraron las manos y las muñecas, pateándolo hasta darle
muerte. Otros presos, aislados en distintos lugares del estadio, fueron obligados a
yacer cara al suelo durante todo el día y luego, durante dos, tres, cuatro días, sin
agua ni alimentos, ensuciándose la ropa.

Isabel Letelier telefoneó a casas y oficinas de generales y almirantes. En la casa


de Pinochet, respondió un sirviente. El general estaba comiendo y no podían
molestarlo. Siguió llamando y, a media tarde, pudo hablar con el general Leigh: "Él
está bien, no se preocupe, hemos tomado medidas para protegerlo".

"Pero, żcómo puedo estar segura?", respondió ella.


"Le doy mi palabra", contestó irritado.

"Pero, general Leigh, la seguridad de mi esposo..."

Leigh colgó el aparato.

El gobierno de Allende estaba en ruinas, pero aún existía el problema de la


recuperación de la legitimidad constitucional. Allende se había negado a renunciar,
a entregar voluntariamente el mando a los usurpadores militares. Antes de morir,
reafirmó a través de una estación radial la legalidad de su gobierno, su derecho a
actuar como lo había hecho, denunciando la traición de aquellos que se levantaron
contra el gobierno legítimo, que recurrieron al bombardeo aéreo y la artillería
pesada.

Los jefes civiles de la oposición, como el ex presidente Eduardo Frei, quien apoyó
el golpe, habían contado con que Allende sería "razonable" y se conduciría como
un "caballero parlamentario". Frei y el resto jamás imaginaron el holocausto que se
produjo. Ninguna coalición democratacristiana-derechista podría llegar al poder
tras tanto derramamiento de sangre. Ninguna constitución podría simular ni
siquiera una fachada de prestigio.

La resistencia de Allende destruyó cualquier posibilidad de transición rápida hacia


un gobierno de corte tradicional. Su "suicidio", inventado por los golpistas y
anunciado por ellos mismos después de su muerte, eliminó a Allende en tanto
obstáculo, pero arruinó las aspiraciones de legitimidad de los militares.

Los cuatro comandantes que conformaron la junta gobernante, eligieron como


presidente al general Augusto Pinochet, pero como presidente de la junta, no
como presidente de Chile. Su mandato comenzó dos días después del golpe, el 13
de septiembre. La junta decretó que todo el poder residiría en los nuevos
dirigentes militares, incluso el poder de cambiar la Constitución. Anunciaron que
su tarea era "eliminar de raíz y para siempre de Chile el marxismo".

La coalición de izquierda contaba con millones de partidarios (un millón de ellos,


militantes activos) y muchos años de historia. El proceso que había llevado a la
victoria de Allende, manteniéndola y haciéndola avanzar durante tres años, se
convirtió en el mayor desafío de la junta, que se dio cuenta de la necesidad de
producir una reacción capaz de contrarrestar la fuerza de la UP y sus partidarios, a
fin de neutralizar el pasado. Rápidamente, los generales concluyeron que la
acción requerida era la represión en su forma más brutal. El terror, que había
existido subterráneamente durante el periodo de Allende, se institucionalizó, y
quienes habían bombardeado, perseguido, asesinado y secuestrado, se
convirtieron en funcionarios del aparato represivo del Estado.

Comandos militares gobernaron de norte a sur, en ciudades y campos. Durante el


primer mes, quizás un millón de libros considerados propagadores de ideas
"marxistas", fueron quemados en piras, públicamente, a la salida de bibliotecas y
casas particulares. Los soldados, la policía y los comandos derechistas tenían
libertad plena para actuar en arrestos, secuestros, torturas, construcción de
improvisados campos de detenidos y realización de ejecuciones sumarias a los
izquierdistas, a lo largo de todo Chile. Más tarde, un general de la Marina admitió
que murieron por lo menos 3 mil personas, de las cuales menos de una docena
eran militares o personal de carabineros. Para este mismo periodo, la embajada
norteamericana y la CIA consideraron que el número de muertos ascendía a unas
5 mil personas, pero en sus declaraciones públicas los funcionarios
norteamericanos trataron de minimizar la masacre. Haciendo cálculos moderados,
unas cincuenta mil personas sufrieron detención e interrogatorios, mientras las
cárceles, instalaciones militares, barcos de la Marina, estadios deportivos y
auditorios públicos estaban abarrotados con una cantidad de prisioneros políticos
que fluctuaba entre los 15 mil y los 20 mil.

Gracias a la ola de xenofobia que se apoderó del país, los exiliados extranjeros
que habían sido acogidos en Chile durante la administración de Allende, se
convirtieron en los blancos preferidos de las patrullas militares. El Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados instaló centros de
evacuación de emergencia en iglesias y conventos de Santiago. Militantes de
izquierda y funcionarios de la Unidad Popular que lograron escapar de las
detenciones en los primeros días que siguieron al golpe, llegaron hasta las
embajadas extranjeras en busca de asilo político. (2) Hacia comienzos de 1974,
más de 10 mil chilenos y extranjeros dejaron Chile para reubicarse en calidad de
exiliados políticos en otros países.

Otros cincuenta mil chilenos cruzaron las fronteras, solicitando asilo político en
Argentina y Perú. Las cifras parecían increíbles. Hacia fines del primer año de
gobierno militar, de los diez millones de habitantes de Chile, más de cien mil -uno
de cada cien- fueron víctimas de la represión por vías del asesinato, el exilio o la
detención.

El problema más inmediato de la junta era qué hacer con los ministros del
gabinete y otros representantes gubernamentales que mantenían bajo arresto. La
confusión imperaba en la Escuela Militar, la cárcel temporal de funcionarios e
importantes personalidades de gobierno.

Después de tres días de estar allí, los dignatarios de la UP recibieron la visita del
ministro de Justicia de la junta, quien, según dijo Letelier, "nos manifestó su pesar
por la muerte del Presidente, diciendo que serían respetados los derechos
humanos y que él pensaba que convendría sacarnos fuera del país". Letelier y el
grupo contestaron que no habían cometido crimen alguno y no entendían por qué
deberían salir del país. "Queremos ser procesados", manifestaron.

Al día siguiente, mientras los detenidos se preparaban para sentarse a comer,


"nos obligaron a regresar a las habitaciones donde dormíamos y tomar nuestras
pertenencias; con mucha violencia, empujándonos e insultándonos, nos pusieron
en fila y nos introdujeron en un autobús". Dentro de éste, los presos fueron
obligados a mantenerse con la cabeza baja y los guardias les advirtieron: "El que
levante la cabeza, será ametrallado de inmediato". Orlando no tenía más que la
ropa que llevaba puesta el día que salió de su casa. ĄParecía haber sucedido
hacía tanto tiempo! Cuatro días sin rasurarse, sin cambiarse de ropa, hacen que
una persona se desespere de incomodidad. Y, peor aún, su hábito de cuatro
paquetes diarios de cigarros, se redujo a cero. El autobús los llevó a la Base
Aérea del Bosque, cerca de Santiago. Una vez más, los prisioneros tuvieron que
abrirse de piernas y soportar la revisión de los guardias. Cuando Letelier junto a
los demás abordó el DC-6, le dejaron sólo su carnet de identidad y, curiosamente,
el documento que lo acreditaba como embajador ante Estados Unidos.

En el avión había casi tantos guardias como pasajeros. "Percibía que nos
dirigíamos hacia el sur y traté de adivinar adonde". Ocho horas más tarde, el avión
aterrizó en Punta Arenas, la ciudad más austral del mundo. Era de noche.
Mientras abandonaban el aparato en parejas, les sacaron fotos y luego les
vendaron los ojos. Letelier vio tropas con bayoneta calada, tanques, carros
blindados y camiones de transporte. El trato hacia los prisioneros siguió siendo
violento y abusivo.

Arturo Girón, ministro de Salud, quien se había quedado en el Palacio de la


Moneda con Allende hasta ser detenido, fue especialmente maltratado; los
guardias lo pateaban sin descanso. Letelier, tratando de racionalizar las
circunstancias en que se encontraba y vencer así el miedo, comenzó a repasar
sus conocimientos acerca de los militares. "En cualquier situación, cada soldado
es un prisionero. El soldado raso tiene un cabo por encima; el cabo es vigilado por
un teniente, y cada uno de ellos está tratando ahora, a causa del temor, de
mostrar que él es más violento que el resto, porque sabe que si no es así, le
aplicarán sanciones: hay una verticalidad del terror. . . Ablandarse, ser humano,
puede conducirlos a un castigo real".

Letelier y sus compañeros, encapuchados, fueron subidos en un vehículo


blindado. "Oí disparos. Mientras nos hacinábamos en el camión, pensé que iban a
dispararnos a todos y hundir nuestros cuerpos en el Estrecho de Magallanes. ..
Todo parecía tan irreal, tan inconcebible, tan absurdo, tan sobrenatural.. . Se llega
a un punto en el que la angustia y el temor desaparecen, uno está tan
desmoronado, que el temor se supera, ya no hay lugar para el miedo y la calma se
apodera de uno. . . Surge la necesidad de decirse Ťbueno, si van a matarme,
moriré con dignidad, como un hombre. Estos tipos son asesinos y, en cierta forma,
tengo la responsabilidad histórica, la responsabilidad en tanto hombre, de actuar
correctamenteť".

Antes de que el camión partiera, hubo más tiroteos. "ĄMe hirieron!", gritó el que
estaba junto a Letelier. "Estaba seguro de que yo sería el próximo", recordó más
tarde. Una voz gritó: "żQué está pasando?" "Estoy herido". "ĄMierda!" "ĄCierra la
puerta!" "ĄVamos!" Los disparos que Letelier había oído provenían de los
nerviosos guardias que estaban en los blindados. Un disparo rebotó en el techo e
hirió en el brazo a Daniel Vergara, viceministro del Interior. Durante una hora y
diez minutos, mientras los camiones se sacudían por el camino, le goteaba sobre
la pierna un líquido tibio. Las capuchas los ahogaban y aterrorizaban; nadie podía
hablar.

Los cambiaron a un barco de transporte de tropas. Ya sin las capuchas y


hacinados en el piso o en estrechos bancos, resintieron el movimiento del mar,
algunos hasta sufrieron mareos. El brazo de Vergara comenzó a hincharse y
perder su color. El Estrecho de Magallanes se arremolinaba alrededor del barco,
arrojando a los prisioneros unos contra otros.

Cerca de las 6 a.m., desembarcaron en una isla; manchas de nieve salpicaban el


rocoso paisaje; a la distancia, se divisaba una montaña. "Estábamos con ropa de
verano", recordó Letelier. "Caminamos por la playa y a los más viejos los subieron
en antiguos camiones norteamericanos de la Segunda Guerra; caminamos por la
nieve mientras el viento soplaba y nos cortábamos con el alambre de púas que
pisábamos. Esta era la Isla Dawson, una base naval que habían transformado en
campo de concentración. Allí, en el pasado, José Tohá había comenzado un
experimento agrícola". Los otros presos, tras recorrer cerca de dos millas, llegaron
a un conjunto de cabanas ruinosas, al lado de un arroyo. Allí, Jorge Peles, oficial
de marina, se dirigió al grupo. Letelier recuerda que los llamó "prisioneros de
guerra, con todos los derechos y deberes de los prisioneros de guerra, en virtud
del Tratado de Ginebra. .." "Nos dieron frazadas y nos mandaron a nuestras
barracas, instruyéndonos acerca de la rutina del día siguiente". Letelier ya tenía
casi una semana como prisionero.

En la mañana del 18 de septiembre, Isabel y Moy Tohá decidieron descubrir


adonde habían llevado a sus maridos y qué estaba planeando la junta. Llegaron al
Ministerio de Defensa, identificándose con el cabo de la puerta. "El cabo gritó
hacia dentro: ŤAquí están las esposas del ministro Letelier y del ministro Toháť".
Moy Tohá relató la escena: "Para mi sorpresa, en un corredor vi a Pinochet. Casi
sin aliento, Isabel me dijo: ŤĄVa a abrazarte! ĄVa a abrazarte!ť". Moy se puso las
manos en la espalda, enterrándose las uñas en las palmas. "Y vi acercarse a
Pinochet, después de alejar a los periodistas con un gesto. Me agarró, trayéndome
a su pecho, mientras decía: ŤNada va a pasar. Nada va a pasarť".

Pinochet accedió a recibirlas. Al día siguiente, Isabel Letelier, Moy Tohá e Irma
Almeyda, esposa del ex ministro de Relaciones Exteriores, Clodomiro Almeyda, se
sentaron en la sala de espera del despacho de Pinochet. Después de unos veinte
minutos, la puerta se abrió, y Pinochet ingresó en la sala. Isabel recuerda que
comenzó a gritar: "Para su información, sus esposos están bien alimentados, bien
cuidados y en un lugar seguro, con asistencia médica".

No dejó hablar a nadie más, relató Moy Tohá. "Se paró en su sala, ante tres
mujeres sentadas, gritando a todo pulmón". Isabel dijo: "Lo mirábamos atónitas,
porque, sacando la lengua, vociferaba como loco acerca del Plan Z. (3) Repetía
que nuestros maridos estaban bien y luego, sacando de nuevo la lengua, dijo:
ŤHabría sido muy diferente para nosotros si la situación se hubiera dado a la
inversa porque, en ese caso.. .ť y a continuación hizo un horrible gesto, pasándole
el filo de la mano por la garganta y sacando la lengua". Pinochet dijo luego que
deseaba poner fin a la entrevista. "Pero nuestros maridos habían desaparecido y
estábamos dispuestas a descubrir dónde estaban. . . Continuó gritando, pero
cuando vio nuestra determinación, nos permitió entrar en su oficina. Siguió
hablando y, refiriéndose a Allende, dijo: ŤSiempre deberemos seguir persiguiendo
a ese traidor, aunque esté a varios metros bajo tierrať".

Finalmente, Pinochet accedió a que las mujeres escribieran a sus maridos,


permitiendo sus respuestas, así sus familiares podrían saber que seguían vivos.

Letelier y el resto de los ministros y personalidades comenzaron a ajustarse a la


vida semipolar de Isla Dawson. Los prisioneros sufrían de hambre, frío,
enfermedades y todo tipo de incomodidades. Muchos contrajeron catarros
virulentos, con altas temperaturas. Se organizaron lo mejor posible para maximizar
sus posibilidades de sobrevivencia. Los convirtieron en trabajadores forzados que
construían edificios, letrinas y rejas, cargaban y picaban piedras. Cada día,
recordó más tarde Letelier, "el viento soplaba a setenta u ochenta millas por hora y
los trabajos forzados, que comenzaban a las siete de la mañana, prolongándose
hasta las siete de la tarde, se hacían muy difíciles para nosotros". Sonrió al
expresar que "el fascismo es algo horrible, pero cuando está combinado con el
subdesarrollo. .."

Cuando un grupo de oficiales fue a visitar Isla Dawson, los ojos de Letelier
brillaron de expectación al reconocer entre ellos al coronel Vicuña, lejano amigo y
ex compañero en la Escuela Militar. Luis Matte, prisionero con Letelier, relató así
el incidente: "Orlando se las ingenió para acercarse a Vicuña. Todos esperábamos
que pudiera obtener informaciones sobre cuál sería nuestro futuro. Cuando
regresó, estaba muy pálido y, al preguntarle nosotros lo ocurrido, contestó: ŤDijo
cosas terribles. Me dijo que, si dependiera de él, nos mataría a todos,
deshaciéndose así de un gran problema, ya que si no nos mataba, algún día
dejaríamos esto y nosotros o nuestros hijos, probablemente, buscaríamos
venganzať".

Letelier recuerda: "Sólo comíamos lentejas y estaban llenas de piedras. Nada de


fruta, carne o verduras. Rara vez nos daban un poco de grasa, alimento necesario
debido al clima". Después de un mes, a las esposas se les autorizó mandar
paquetes con ropa y comida, pero la junta limitó el tamaño y la frecuencia de los
envíos. Un día, José Tohá ya no se pudo levantar. Lo llevaron a un hospital de
Punta Arenas. Tohá, con casi un metro noventa de estatura, pesaba cerca de 53
kilos hacia fines de 1973. Uno de los prisioneros recuerda: "Tohá empezó a
consumirse como una vela. Siempre estaba contento y haciendo bromas, pero era
como un pájaro extraño que no puede vivir enjaulado". Lo sacaron del campo,
llevándolo de regreso a Santiago, al Hospital Militar. Varios meses más tarde, los
presos de Isla Dawson oyeron en una radio clandestina que escondían en el
campo de concentración que el frágil Tohá se había colgado con su cinturón. (4)
POCO TIEMPO ANTES, otro importante prisionero había muerto en cautiverio: el
general de aviación Alberto Bachelet, firme partidario de Allende, habiendo sido
apresado tras el golpe y confinado en una prisión militar, murió -según se dijo- de
un ataque al corazón, en marzo de 1974.

En el campo comenzó lo que Letelier llamó "una torturante comedia del absurdo".
Los prisioneros acostumbraban cantar mientras trabajaban o marchaban, pero "no
nos dejaban cantar cualquier canción; por el contrario, nos obligaban a entonar
viejas marchas militares chilenas, muchas de ellas de la época de la Guerra del
Pacífico, del siglo pasado. Una famosa marcha escrita durante la Segunda Guerra
Mundial, el ŤHimno de las Américasť, donde se recitan los nombres de todos los
países latinoamericanos, teníamos que cantarla una y otra vez. En una ocasión,
un oficial que nos escuchó al pasar, nos detuvo: ŤAquí se comete una deslealtad.
Ustedes cantan que Norteamérica, México y Perú, Cuba, Canadá .. . son
hermanos, pero la palabra Cuba está prohibida en el lenguaje chilenoť. Desde ese
momento, seguimos cantando la canción, sin mencionar a Cuba".

Letelier y los demás prisioneros, a cinco horas de barco de la última ciudad al sur
del país, se sentían completamente aislados de Chile y del resto del mundo.

El terror que sentían los prisioneros de Dawson, como el que sentían también
algunos guardias y otros militares de bajo rango, tenía su contraparte en todos los
niveles de la sociedad. La junta debía encontrar reemplazantes para todos los
elementos de la sociedad chilena que "habían recibido las influencias del
marxismo". Esto requería de un nuevo orden económico, de nuevas leyes, ya que
las antiguas se contradecían con la actual política económica, de un nuevo
sistema educacional. Para elaborar su modelo económico, los intelectuales de la
junta recurrieron a los economistas de la Universidad de Chicago, al doctor Milton
Friedman y a Arnold Harberger.

Internamente, los trabajadores chilenos comprobaban cómo sus conquistas


económicas y sociales iban desapareciendo. Los servicios públicos, de bajo costo
o gratuitos en el régimen de Allende, se hicieron costosos. Los sueldos reales
fueron congelados, mientras aumentaba la inflación. Los precios de los artículos
de primera necesidad se abrieron al "libre Mercado". En sólo dos meses, el precio
del pan subió veintidós veces en relación al precio controlado que tenía en el
gobierno de Allende. Los artículos de lujo volvieron a aparecer en abundancia.

Luego de tres meses en el campo de concentración de Isla Dawson, Orlando


Letelier, con más de un metro ochenta de estatura y complexión robusta, pesaba
aproximadamente 63 kilos. "Resistir cada día" se convirtió en el principio que lo
guiaba. No le gustaba recibir fotos o cartas de su familia. Observaba que otros
presos experimentaban una gran conmoción al recibir cartas de sus hogares y
luego la alegría se convertía en tristeza, autocompasión y quiebres emocionales.
"Tenía centrada la atención en mi vida de prisionero y en tratar, cada día, de
dedicarme a la tarea de estar vivo. En las noches, antes de dormirme, pensaba y
repetía en voz alta: ŤĄBueno! ĄEstoy vivo!ť". Sin embargo a veces se
sentía a punto de estallar, de renunciar, al borde de la desesperación. "Uno
piensa, żcómo es posible que el mundo permita que esto suceda? żQue algo tan
brutal, tan injusto, tan inmoral, pueda ser posible en este siglo, con todos los
ideales que guían al mundo civilizado? żQue esta irracionalidad pueda permitirse..
.? Existe la tendencia a pensar que uno ha sido abandonado, que los amigos no
piensan en uno, demasiado preocupados sólo por ellos mismos. . .".

La llegada de una guitarra proporcionó a los presos los pocos momentos felices y
alivió en cierta forma las tristezas de la vida en Dawson. Letelier persuadió a un
soldado de que le comprara una guitarra en Punta Arenas. Su compañero de
reclusión, Luis Matte, recuerda: "Letelier tenía una rica y profunda voz. A los
guardias e incluso a los oficiales les gustaba escucharlo cantar. En ese frío y
desolado lugar, el sonido de una guitarra y una voz entonando una cueca podía
lograr que los ojos se llenaran de lágrimas".

Los guardias de Dawson trasladaron a los presos políticos de alto nivel a un lugar
llamado Río Chico, del otro lado de la isla, a fines de diciembre. "Éste era un
verdadero campo de concentración, por su aspecto, era exactamente igual a los
modelos alemanes y empezamos a pensar que allí nos quedaríamos para
siempre. ĄQué desolación!. . . En el otro campo, por lo menos, había algunos
árboles". El nuevo campamento tenía cuatro largas barracas de madera
encerradas en una reja de doble fila de alambre de púas. A ambos lados se
elevaban dos abruptas montañas y desde cuatro torres de vigilancia,
ametralladoras de alto calibre disparaban día y noche. Las cimas de las montañas
estaban coronadas con baterías de artillería apuntando hacia el mar. La artillería -
según dijeron a los presos- era para defender el campamento del ataque de
submarinos soviéticos. Los guardias les advirtieron que, en caso de que el ataque
se produjera, los prisioneros serían ejecutados inmediatamente.

Otros dirigentes de alto rango se sumaron a los presos de Dawson. La población


del campo de concentración aumentó a casi doscientas personas con la llegada
de unos 160 dirigentes locales y militantes de izquierda detenidos por el comando
militar de Punta Arenas, en la Provincia de Magallanes. Un capitán da la Marina,
contemplando las nuevas instalaciones, comentó a uno de los presos: "Esto es
igual a la película El Gran Escape".

En febrero, el comandante de Dawson ordenó que Letelier fuera llevado en barco


al hospital de Punta Arenas para someterse a una revisión médica. Por vías
secretas, Isabel se enteró de la noticia y compró un pasaje para viajar a Punta
Arenas. En la plaza de la ciudad, alguien se le acercó y, poniéndole la mano en el
hombro, le dijo: "Camarada, la felicitamos por su valor". Confusa, caminó hacia el
Municipio de la ciudad. "En varias ocasiones, la gente se me acercó diciendo:
ŤĄSolidarizamos con usted, camarada!ť Más tarde, me di cuenta de que llevaba
en el cuello la piedra que Orlando esculpió y me había mandado. Ese tipo de
piedras existe exclusivamente en Isla Dawson y la gente del lugar la había
reconocido".
Isabel pidió permiso a las autoridades del hospital para ver a su esposo; algunos
la mandaban a las autoridades militares, otros, a las del hospital, quienes volvían a
mandarla con los militares. .. Finalmente, en un segundo viaje a la Comandancia
Militar, un rudo y tieso mayor le dio permiso, con la condición de que la pareja
hablara sólo de "problemas domésticos" y ante la presencia de un oficial de
inteligencia.

En el hospital, se abrazaron frente a un ceñudo y joven oficial, que varias veces


interrumpió su conversación por considerar que hacían "referencias políticas".
Treinta minutos más tarde, el oficial, abruptamente, dio por terminada la entrevista.
Les permitió un abrazo breve, mientras escrutaba con atención las manos de
Isabel, para asegurarse de que no le pasaba notas o armas a Orlando. "Te amo",
se repitieron mutuamente.

Los chilenos pro allendistas que escaparon o estaban en el extranjero al


producirse el golpe, se unieron a simpatizantes para organizar una campaña
internacional centrada en el propósito de liberar a los prisioneros políticos.
Contando con la participación de prominentes dirigentes políticos y emisarios
culturales de todo el mundo, pidieron al gobierno de Pinochet su liberación; al
mismo tiempo, periodistas y organizaciones humanitarias solicitaron entrevistas
con los presos, demandando el derecho a filmar e imponerse de sus condiciones
de vida en Isla Dawson. La presión dio resultados.. . Enfrentado a lo que parecía
ser una condena mundial en aumento, Pinochet ordenó que sus prisioneros-
estrellas fueran trasladados de Dawson a Santiago.

El 8 de mayo de 1974, los despertaron a las 4:00 a.m., ordenándoles empacar sus
pertenencias en quince minutos. "En las noches precedentes, los guardias del
campo habían simulado ataques en el lugar, disparando hacia nuestras barracas.
Esa mañana, nos forzaron a marchar cerca de cinco kilómetros hasta un avión. En
el camino, tuvimos que vadear dos helados arroyos, secándonos los pantalones;
sentía que se me congelaban las piernas mientras pasábamos nuestros bultos del
otro lado del río, formando una cadena humana. Naturalmente, los oficiales
cruzaron por otra parte".

Los ex ministros fueron conducidos al aeropuerto de Punta Arenas, donde


abordaron un C-130 de la Fuerza Aérea. Letelier reconoció el avión. "Recordé lo
que había conversado con el Agregado de la Aviación, en Washington, antes de
que lo compráramos. ŤCoronel, este avión se usa sólo para transportar equipo.
żAcaso la Fuerza Aérea tiene carga suficiente como para justificar la adquisición?ť
ŤTambién puede usarse para transportar gente en cualquier momentoť, me
respondió".

Atados de pies y manos, los prisioneros entraron al avión que Letelier había
pensado era una compra innecesaria. En su incomodidad, se decía que, si lo
arrojaban fuera del avión a esa altura, el hecho de que sus extremidades
estuvieran o no atadas, nada cambiaría; las cabinas del C-130 no estaban
presurizadas y el ruido les provocó la pérdida temporal del oído. Justo antes de
aterrizar en Santiago, los guardias los desataron. A la bajada del avión,
encontraron personas que vestían batas blancas con la insignia de la Cruz Roja,
quienes revoloteaban amablemente a su alrededor. Un tal coronel Espinoza
pronunció un breve discurso a los presos, diciéndoles que sus condiciones
mejorarían. El coronel, que administraba cien campos de concentración a lo largo
de Chile, sonrió y preguntó al grupo su estado de salud. Letelier habló: "Debo
decirle que ustedes nos han dado un trato inhumano. A los ojos del mundo, todas
sus acciones son una infamia". El coronel Espinoza sonrió, diciendo: "Muy bien,
ahora pueden irse". Un hombre que lucía una insignia de la Cruz Roja tomó del
brazo a Letelier, llevándolo detrás de unos edificios. Allí le pusieron los brazos tras
la espalda, atándolo fuertemente y cubriéndole la cabeza con una capucha. Los
hombres que él había tomado como funcionarios de la Cruz Roja eran en realidad
funcionarios militares. Empujando y pateando a los prisioneros, los "funcionarios"
los arrojaron dentro de unos camiones que se alejaron rápidamente.

Letelier se encontró en un subterráneo de la Academia de la Fuerza Aérea, cuyas


ventanas estaban tapadas con papel. Desde arriba llegaban casi constantemente
gritos y llantos, algunos, de mujeres. A través de la ventanilla de su celda, vio
gente volteada hacia la pared del pasillo. Los guardias los obligaban a estar de
pie, encapuchados, durante días, hasta que se desvanecían.

"żEres maricón?", preguntaron a Orlando. "Trataban de destruirnos


psicológicamente". A algunas personas las aislaban durante semanas, amarradas
a sus camas y encapuchadas. Letelier confesó estar encapuchado "era una de las
cosas más difíciles de soportar. No ser capaz de distinguir el día de la noche, no
ser capaz de mantener la noción del tiempo, es espantoso".

"Me interrogaron especialmente acerca del asunto de la ITT. (5) Dijeron haber
comprobado que yo había pagado $75.000 dólares al periodista Jack Anderson
para que acusara a la ITT; que personalmente le había entregado los documentos
que yo mismo había fabricado, yendo al Edificio de la Prensa, en Washington, a
entregarle el cheque".

En los interrogatorios, solían preguntarle: "żSabes algo acerca de esto y de lo


otro?" Luego, cambiando el tema de la ITT y Jack Anderson, le decían: "żSabías
que tu mujer es una puta?"

Una mañana temprano, sin advertencia previa, despertaron a gritos a los


prisioneros de Dawson. Los introdujeron en un camión, llevándolos a una estación
de policía. De allí, "nos arrojaron al piso de un autobús, dándonos puntapiés para
obligarnos a abrir las piernas, mientras teníamos los brazos detrás de la espalda".
El autobús llegó a Ritoque, lugar costero al norte de Santiago. Fueron instalados
en las cabinas que se construyeron durante el gobierno de Allende en calidad de
centro de vacaciones para obreros. El centro de vacaciones estaba convertido en
campo de concentración, cercado con alambre de púas y resguardado con torres
de vigilancia.
Letelier comenzó a sentirse más seguro. Había conocido al almirante que estaba a
cargo de la Provincia de Valparaíso y a un coronel relacionado con la base aérea
vecina, los que habían sido agregados militares en Washington. Habían estado en
la cena de despedida que dieron allí a ambos. En esa ocasión, ambos alabaron a
Letelier, expresando la "gratitud que sentían por la forma en que los había
tratado". El almirante Eberhard llegó en helicóptero a Ritoque. Los guardias
obligaron a los presos a ponerse en fila y el almirante pasó revista, preguntándole
a cada uno su número. Cuando liego junto a Orlando (a quien en otros tiempos se
había dirigido tratándole de "señor" o "embajador"), se detuvo.

-"żCómo está usted?", preguntó.

-"Estoy bien", respondió Letelier.

-"żNecesita algo?"

-"No. No necesito nada".

-"żY cómo está su señora?", preguntó el almirante.

-"No muy bien. żCómo está la suya?"

-"Ella está perfectamente".

Un coronel de la Fuerza Aérea fue hasta la cabina de Letelier. Posteriormente,


Orlando recordó la forma en que trató de "echar la culpa de todo a otros, para no
aparecer como directamente conectado con las circunstancias que había
provocado la situación. Le contesté breve y con aspereza, con lo que, sin insistir,
salió".

Estas visitas reforzaron su fuerza moral. Jamás dudó de tener la razón y el


derecho, la Constitución y la ley de su parte. "Un sargento se dio tiempo para
conversarme. ŤDon Orlando. Yo estoy contra esto. Contra esos generales, pero
no puedo hacer nada. Soy casado, żsabe? Tengo familia. Y si alguien. . .
ĄImagínese! Lo que pasa es que el teniente aquí es un fascistať. Luego apareció
el teniente. ŤMire, señor Letelier. Usted me odia, żverdad? Sí. Me odia. Pero no se
da cuenta de que soy un profesional y debo obedecer órdenes. Ellos me
enseñaron cómo pelear contra los enemigos. Sé que no está bien hacer estas
cosas con los chilenos, pero yo obedezco órdenes del capitán Zamora, el
responsableť. Más tarde se dejó caer el capitán Zamora. ŤUsted piensa que yo
hago todo esto por venganza, con un espíritu vengativo. No. Quiero que sepa que
no tengo nada personal en contra suya y se equivoca al pensar mal de mí, porque,
por encima de todo, soy un profesional y el mayor es quien me da las órdenes. Yo
no hago ni la mitad de las cosas malas y negativas que él quisiera, pero, si no lo
hago, żsabe qué pasaría? Yo mismo acabaría preso en una de estas celdasť. Esto
es lo que yo llamaba la verticalidad del terror".
La misma presión internacional que había obligado a Pinochet a cerrar el campo
de Isla Dawson, aseguró un mejor trato a los importantes prisioneros de Ritoque.
Después del 20 de julio de 1974, Letelier y los demás comenzaron a recibir visitas
de sus familiares. Empezaron las lluvias invernales, pero en Ritoque tenían abrigo
suficiente y protección contra las inclemencias del tiempo. Después de la
Academia de la FACH y la Isla Dawson, Ritoque era una especie de veraneo para
los prisioneros. Además de las visitas familiares semanales, tenían momentos de
recreación, durante los que se les permitía conversar, jugar ajedrez, organizar
actividades. A comienzos de septiembre, Isabel, en una de sus visitas, le contó a
Orlando que Diego Arias, gobernador de Caracas, Venezuela, planeaba visitar
Chile.

Diego Arias estimaba mucho a Orlando Letelier, quien era su íntimo amigo y
padrino de su única hija. La situación de Letelier representaba la más importante
obligación para Arias, uno de los políticos más poderosos de Venezuela. Voló a
Santiago y, el 9 de septiembre de 1974, consiguió entrevistarse con Pinochet.

"He venido con una misión personal y humanitaria", comenzó diciendo Arias. "Por
supuesto que cuento con la aprobación de mi gobierno, pero quiero que usted
sepa que Orlando Letelier es el padrino de mi única hija. He sabido que usted
piensa liberar algunos presos este mes y le pido, en nombre de la amistad, que
incluya a Orlando Letelier entre ellos".

"Tiene razón", replicó Pinochet. "Estoy pensando liberar a algunos presos, pero
Letelier no está en la lista". Diciendo esto, Pinochet se recargó en el respaldo de
su asiento, con una expresión de suficiencia.

Arias intentó otro tipo de argumento: "Señor presidente, quiero recordarle que
Letelier estuvo poco tiempo en Chile durante el gobierno de Allende, en
comparación con muchos de los demás prisioneros".

Pinochet sentenció: "A menudo, quienes están poco tiempo hacen el daño mayor".

"ĄPero hay una campaña internacional desde todos los sectores políticos. ..!"

"Ya le he dicho que Letelier no está en la lista", contestó enfáticamente Pinochet,


agregando: "He decidido que se vaya con usted mañana mismo".

Asombrado, Arias murmuró unas palabras de agradecimiento.

Pinochet continuó: "Pero va a necesitar un pasaporte". Marcó un número y habló


con su ministro de Relaciones Exteriores. "Por favor, arregle los documentos
necesarios para que Orlando Letelier deje mañana el país".

Tras la reunión con Arias, Pinochet dictó dos resoluciones: Una, la liberación de
Letelier, en virtud de que el estado de sitio bajo el que fuera detenido, había
terminado (nunca se presentaron cargos en su contra). Otra, su expulsión de
Chile.

El 9 de septiembre, una vez más Letelier se encontró con que lo sacaban de su


celda y lo llevaban a una base aérea. Allí pasó de un grupo de guardias a otro.
Oyó a un chofer repetir una dirección y reconoció que se trataba de la Embajada
de Venezuela. Lo registraron muchas veces más. Los guardias lo rodeaban. El
oficial encargado le confesó que habían movilizado noventa hombres para su
traslado. El oficial le dijo: "Cuando esté fuera, recuerde que el brazo de la DINA es
largo. El general Pinochet no tolerará actividades contra su gobierno".

Más tarde ese día, un funcionario de la Embajada de Venezuela se dirigió al


Ministerio de Relaciones Exteriores para recoger los documentos que había
ordenado Pinochet, pero regresó con las manos vacías. Isabel Letelier esperaba
en la embajada. A toda prisa, había empacado dos maletas para su esposo, pero
ahora estaba nerviosa. Arias tenía la palabra de Pinochet, pero no habían
entregado el también prometido pasaporte. Hacia la medianoche un vehículo
militar se detuvo bruscamente ante las puertas de la embajada. Dos inexpresivos
guardias sostenían de los brazos a Letelier, mientras otro los cubría con un arma
automática y un cuarto tocaba el timbre. El ministro consejero de la embajada
corrió hacia la puerta.

El que había tocado el timbre puso un recibo frente al diplomático venezolano,


pasándole una pluma. En el recibo, se leía: "Yo, .....acepto la entrega de un
hombre de 1.85 m de estatura; peso aproximado, 75 Kg; complexión delgada;
cabello rojizo". El venezolano firmó el recibo, devolviéndoselo al soldado, quien
hizo una seña a los guardias. Empujaron a Letelier hacia el venezolano como si se
tratara de un paquete y, haciendo un saludo militar, marcharon hacia el vehículo.

Ya dentro, los Letelier se abrazaron. Orlando estaba con un ánimo especial.


Bromeaba acerca de su "despacho" y se veía totalmente a gusto. Diego Arias y el
embajador descorcharon una botella del más fino champaña para celebrar su
liberación. Conversaron hasta después de la 1:00 a.m., y luego, Orlando e Isabel
se retiraron a dormir.

El avión de Letelier con destino a Caracas salía a las 7:30 a.m. Se levantó
después de dormir menos de una hora y empezó a revisar el contenido de las
maletas que Isabel había preparado. "Tuvo un arranque de histeria", recordó ella
más tarde. "żPara qué me pusiste esta corbata de lunares? No puedo usarla con
el traje de espigas. ĄY jamás voy a usar esta ropa interior!" Tiró la ropa fuera de la
maleta, diciendo: "Éste es el peor empaque que he visto en mi vida".

La furia que se había ido anidando en su interior, estalló en una pataleta. La


inexpresable ira que había experimentado durante 364 días, la vomitó en el
dormitorio de la embajada venezolana, mientras volvía a acomodar sus maletas.
Los Letelier, terminada y olvidada la explosión, se dirigieron al aeropuerto en el
automóvil del embajador.
Sólo cuando el avión se elevó, Isabel pudo respirar aliviada, temiendo hasta ese
momento que Pinochet pudiera cambiar de opinión.

LETELIER, EL PRIMER preso importante liberado por la junta, habló


cautelosamente a los periodistas que lo esperaban en Caracas. Isabel y sus hijos
aún estaban en Chile y, a pesar de que le aseguraron que asumirían cualquier
consecuencia que pudiera derivarse de la conferencia de prensa, se limitó a
denunciar "las horribles condiciones que existen en los campos de concentración"
y a confirmar la veracidad de las recientes publicaciones al respecto.

La liberación de la cárcel significó para Letelier la posibilidad de despertar, dormir,


comprar y comer cuando y cuanto quisiera. Pero, más importante aún, la libertad -
como lo descubrió- "significó de una manera muy profunda, el reconocimiento de
la necesidad. Cuando leí a Marx, no entendí en lo personal qué significaba, pero al
ser liberado y llegar a Caracas, sólo tenía conciencia de mis necesidades". Si el
deber, la suerte o las preferencias personales había contribuido a forjar el camino
de su vida antes de la prisión, su destino personal ya nunca más pudo estar
divorciado de la imperiosa necesidad de trabajar contra la junta, de actuar sin
vacilaciones en el terreno político.

Diego Arias trató de convencerlo para que tomara vacaciones y recuperara su


peso y la salud, ofreciéndole un viaje por el Caribe. Pero rechazó la oferta,
aceptándole en cambio la proposición para trabajar como consultor en el Ministerio
de Vivienda, trabajo que le proporcionaba una oficina, secretaria, teléfono y
acceso a gente importante. Desde esta oficina en Centro Bolívar, se puso en
contacto con otros exiliados políticos, con Aniceto Rodríguez y otros viejos
militantes del Partido Socialista con los que hizo peticiones, organizó y agitó en
favor de los refugiados chilenos y de los presos políticos.

El Letelier que salió de Isla Dawson era otro hombre. Así lo manifestaron sus
amigos en Venezuela. El impaciente, nervioso, hiperactivo funcionario del BID, de
la diplomacia y de la política, se había debilitado. Su ritmo se hizo más lento y
cauteloso, pero, a pesar de todo, seguía siendo más rápido y enérgico que
muchos otros. Su rostro mostraba nuevas huellas del dolor y la edad, marcas de
sufrimiento que él mismo había olvidado ya, pero que aún experimentaba por los
demás presos y por los que habían muerto o desaparecido. Se sentía diferente en
relación a los desposeídos y a los hambrientos de todo el mundo.

También se sentía solo. Isabel había mandado a José, el segundo de sus hijos
para que le hiciera compañía en Caracas hasta que el resto de la familia pudiera
viajar. Pero aun así su soledad lo llevó a una aventura sentimental. Caridad (6) era
rica, hermosa y sofisticada.

"Ella empezó la relación. Para un hombre que ha experimentado carencias


extremas, żpueden imaginar lo que es, de repente, tenerlo todo a su disposición?
Ella fue una especie de ŤLady Bountifulť y yo me sentía como un niño desvalido.
Sabía mis obligaciones, pero la confianza que había tenido siempre al emprender
cualquier tarea, las ventajas de la seguridad en uno mismo, me habían
abandonado. Mientras, por las noches, me preguntaba quién era yo realmente.
Esta mujer apareció y me dijo que era maravilloso". Escuchaba con atención cada
una de sus palabras. Simpatizaba con la causa de Chile y ofreció su apoyo
económico. Conquistó un hombre que, indiscutiblemente, era un radical, pero que,
al mismo tiempo, era lo suficientemente educado como para acompañarla en sus
reuniones sociales.

Letelier se sentía desgarrado. Sus amigos le aconsejaban disfrutar el momento,


tomarlo con ligereza y aceptar lo que la vida le ofrecía; pero él sabía que Isabel y
sus otros hijos llegarían pronto, así como estaba cierto de que debía cada gramo
de sus energías creadoras a quienes habían vivido y sufrido con él en Dawson y
en Ritoque. Ellos confiaban en él y no podía abandonar su solidaridad.

Isabel recuerda que, después de reunirse en Caracas toda la familia, en


diciembre, "sentí algo, intuí algo. Me confesó haber tenido una aventura, pero
aseguró que no había sido nada importante. Manifestó su esperanza de que lo
comprendiera. Así se lo aseguré y luego, mirándolo fijamente, le dije: ŤYo también
espero que tú podrías comprender algo así en mi casoť. Horrorizado, me gritó:
ĄJamás!"

Los Letelier disfrutaron de una segunda luna de miel en Caracas. "Se reía mucho
y me contaba historias. Allá tuvimos momentos muy buenos. Al mismo tiempo, él
trabajaba con empeño y teníamos contacto con los camaradas".

Saúl Landau, al poco tiempo de su llegada a Caracas, telefoneó a Orlando,


ofreciéndole, a nombre de Marcus Raskin y Richard Barnet, una beca de trabajo
en el Instituto de Estudios Políticos, en Washington. (7) A los pocos días, Letelier se
comunicó con Landau, diciéndole que iría a Washington para discutir los detalles,
pero que, en principio, estaba entusiasmado con el ofrecimiento.

EL IEP NOMBRÓ a Letelier becario asociado para desarrollar un estudio sobre las
relaciones chileno-norteamericanas durante los años de la Unidad Popular.
También aceptó organizar una conferencia de alto nivel sobre las relaciones
estadounidenses-latinoamericanas. En su oficina del IEP y al comienzo de manera
esporádica, desde los primeros meses en Washington Letelier se dedicó a
ponerse en contacto con sus viejos amigos y al mismo tiempo organizó reuniones
para conocer nueva gente. En el instituto, no hablaba acerca de su trabajo por
Chile, pero no era un secreto el hecho de que se mantenía ocupado en él día y
noche, que los exiliados chilenos tenían contacto con él; que hacía discursos por
todos los Estados Unidos, Canadá y, ocasionalmente, México y Europa.

En febrero de 1975, los dirigentes en el exilio de los partidos de la Unidad Popular,


se reunieron en la ciudad de México. El Consejo Mundial de la Paz había
establecido un "Tribunal Internacional para juzgar los crímenes de la Junta Militar"
y organizó un foro público en México. Sabiendo que la reunión significaría una
oportunidad para que los líderes de la UP se reunieran y discutieran sus
estrategias, a la vez que serviría como propaganda en contra de Pinochet, el
gobierno mexicano dio la autorización para que se realizara el evento.

Por primera vez desde el golpe, la reunión juntó a las principales figuras de la
coalición de la Unidad Popular, algunas de ellas recientemente liberadas de las
prisiones de la junta. Mientras las sesiones públicas del Tribunal Internacional se
concentraban en el problema de la violación de los derechos humanos en Chile,
privadamente, los líderes de la UP se reunían a conversar acerca de los tres años
de gobierno de Allende y a planificar la estrategia para la creación de un
movimiento de resistencia.

AL REGRESAR DE México, Letelier se sentía optimista y comenzó a pensar que


las actividades en el exilio podrían dar origen a algo más que la simple retórica. Al
mismo tiempo, estaba inquieto por algo que lo había molestado siempre: el tipo de
pensamiento político, que consideraba asociado a doctrinas de la vieja guardia; la
costumbre de hablar en tono polémico y el comportamiento basado en anticuados
moldes. Sus casi trece años de vida en Estados Unidos lo habían inclinado por un
vigoroso pragmatismo. Quería acciones políticas contra la junta, incluso si era
preciso para ello pasar por sobre la pureza ideológica. Para él, cada actividad
conjunta que aislara a Pinochet y centrara la atención en su ilegitimidad, era un
paso en favor de la restauración de un gobierno civil en Chile. Creía en la
necesidad de la unidad, para comenzar; los argumentos ideológicos llegarían más
tarde.

Se sentía cómodo con su posición secundaria dentro del Partido Socialista y la


Unidad Popular. No tenía el "status" de viejo político de Carlos Altamirano o
Clodomiro Almeyda y siempre había entendido que en la política del socialismo
chileno, los años de servicio pesaban fuertemente en el acceso al liderazgo del
Partido. Letelier no pretendía disputar puestos políticos a sus camaradas. No tenía
ni la paciencia ni la resistencia para sostener interminables reuniones, ni menos en
el ambiente de los exiliados políticos. A pesar del escepticismo de sus camaradas
mayores, se sentía confiado en que lograría convencer a Estados Unidos para que
tomara importantes y decisivas medidas contra Pinochet.

Puesto que pocos de ellos conocían la política norteamericana como la conocía


Letelier, los dirigentes de la Unidad Popular lo designaron para representarlos en
Washington y para que se encargara de las actividades de los exiliados en
Estados Unidos. Dando curso a este mandato, Beatriz "Tati" Allende, Tesorera del
Partido Socialista de Chile, autorizó que Letelier recibiera un sueldo de $1,000
dólares mensuales de los fondos del Partido, con lo que podría hacer frente a sus
gastos y disponer de más espacio para organizarse. Uno de los asuntos en los
que Letelier había puesto más empeño, la eliminación de las restricciones
impuestas por Estados Unidos a la cuota de refugiados chilenos, casi alcanzó su
éxito.

En junio de 1975, los senadores McGovern, Abourezk, Kennedy, Church y


Humphrey enviaron una enmienda a través del Comité Judicial del Senado que
permitía la entrada a Estados Unidos de cuatrocientos chilenos. Habían logrado
persuadir al senador James Eastland, el reaccionario presidente del Comité
Judicial, para que permitiera el paso de la enmienda. Letelier se sintió feliz, no sólo
por razones humanitarias, sino porque mientras más activistas chilenos pudieran
estar en territorio norteamericano, mejor podría organizarse la acción. Los
dirigentes del Partido Socialista tomaron nota del aparentemente milagroso éxito
de Letelier.

A COMIENZOS DE 1975, los Letelier se habían mudado a una amplia casa en el


condado de Bethesda, a veinticinco minutos del Dupont Circle. Orlando podía
ahora invitar a sus antiguos colegas del BID y a sus amigos diplomáticos.

Isabel Letelier tenía miles de anécdotas que contar acerca de la vida en Chile bajo
el régimen de Pinochet. Si bien ella y Orlando tenían una causa común, Isabel
nunca se desempeñó como "un poder detrás del trono", ni como "la esposa de
Orlando Letelier". Tenía su propia vida. Pintaba, esculpía, organizaba actos
culturales y constituía una de las dos mitades de la vida social y política de la
familia. Tenía su propio estilo y sistemas de persuasión, los que políticos como los
senadores McGovern y Abourezk (con sus respectivas esposas), llegaron a
conocer bien.

Puesto que había vivido dentro del círculo de dolor y miedo experimentado por las
esposas e hijos de los presos, a menudo lograba sensibilizar a los más reticentes
personajes de Washington. Creó el Comité Chileno por los Derechos Humanos,
dedicado a informar a los norteamericanos acerca de los problemas de Chile y las
violaciones de los derechos humanos en el país.

A los cuarenta años, Isabel brillaba. Sus negros cabellos, ahora salpicados de
canas, olían a perfumes. Era el centro visual y auditivo de las reuniones sociales.
Además de sus atractivos físicos, transmitía una efervescencia telúrica, una
generosidad de espíritu que se veía en su rostro, junto a las huellas que habían
dejado los años y sus cuatro hijos, marcas que denotaban determinación y fibra.

No le interesaba competir con el liderazgo político tradicional entre los exiliados


chilenos. Era la esposa ideal para un hombre en el que confluían el destino
personal y las fuerzas de la historia, los que le habían impuesto su papel político,
la adopción de la política como una vocación. De conformidad con su
temperamento, aceptaba su condición de exiliada política. Aunque pocos se daban
cuenta de su perspicacia política, que las circunstancias hicieron salir más tarde a
la superficie, nadie dudaba del valor intelectual, la sensibilidad y la indiscutible
determinación de Isabel Letelier. Frank Mankiewicz, después de una cena en
compañía de los Letelier y McGovern, comentó: "ĄEs una mujer extraordinaria!
Ella y Orlando son chilenos poco comunes porque entienden la política
norteamericana y, al mismo tiempo, la latinoamericana".

Pero mientras los Letelier trabajaban perfectamente como pareja social y política,
su matrimonio no recuperó la fluida vitalidad anterior. Por una cosa u otra y con o
sin la voluntad de Orlando, la relación con Caridad continuó. Lo que a fines de
1974 se le había presentado a Isabel como una aventura pasajera, hacia
mediados de 1975 se convirtió en un problema "pegajoso" y sin solución. "Creo
que esto se ha transformado en algo neurótico", comentó Orlando a un colega
chileno.

A comienzos de 1976, Letelier agregó dos exiliados chilenos al personal del IEP:
Waldo Fortín, socialista, abogado, ex intendente de Santiago y funcionario de la
Corporación Chilena del Cobre durante el gobierno de Allende, y Juan Gabriel
Valdés, hijo de Gabriel Valdés, democratacristiano del ala izquierda y alto
funcionario de Naciones Unidas.

En la primavera de 1976, Letelier confesó a un cercano compañero que había


decidido separarse de Isabel y alquilar un departamento. "Me he convertido en un
loco. No puedo ayudarme. Estoy enamorado. Me siento despedazado
internamente porque también amo a Isabel. Dios sabe que hemos enfrentado
tantas cosas juntos y que ella es la persona más maravillosa en este mundo. Pero
amo a Caridad".

Se mudó a un departamento en Avenida New Hampshire, cerca del IEP,


compartiéndolo con Waldo Fortín. Pero no sabía cocinar, ni limpiar la casa, ni
hacer las compras más elementales. "Sobrevivió a los campos de concentración,
pero nunca aprendió a preparar un huevo revuelto", recuerda Isabel.

Pero Orlando fue aprendiendo. "Un día me invitó a desayunar a su departamento y


preparó una tortilla con palta; todo estaba muy elegante y perfecto, aunque se
demoró siglos. Así era él: un perfeccionista hasta en los detalles mínimos", cuenta
Isabel.

Dos días después de haberse mudado, les instalaron teléfono. Cuando sonó, a la
mañana siguiente, Letelier pensó que era Isabel la que llamaba. "Eres un hombre
muerto", dijo una voz masculina y colgó. Waldo Fortín hizo el comentario siguiente:
"Era extraño, ya que nadie sabía nuestra dirección y menos el número del
teléfono, recién instalado. Esa fue la única vez que él me comentó algo acerca de
la eficiencia de la DINA".

Fortín recuerda que "Orlando se despertaba alrededor de las seis de la mañana,


aun cuando normalmente se acostaba tarde. Acostumbrábamos escuchar música
de Mozart o Beethoven al despertar. Luego, nos dedicábamos a nuestra común
adicción por los tangos. Orlando tenía una bella voz de barítono. Por lo general, no
cocinábamos en el departamento. Alguien venía dos veces por semana a hacer la
limpieza y Orlando llevaba su ropa a una lavandería. No le gustaba estar en el
departamento; creo que se sentía triste por la ausencia de su familia. Por lo
regular, trabajaba hasta tarde en las noches".

La separación no duró mucho tiempo. En julio, Isabel accedió a que regresara a


Ogden Court. Había prometido terminar su relación con Caridad. "Una aventura
amorosa no es algo que se pueda cortar con tijeras para darle un fin. Si uno tiene
sentimientos y honor, no es posible", le manifestó a un amigo.

Notas:

1. Entre los prisioneros, estaban: Clodomiro Almeyda, ex ministro del Exterior; Sergio Bitar, ministro
de Minería; Carlos Briones, ministro del Interior (el único ministro liberado antes del traslado de los
presos a la Isla Dawson); Edgardo Enríquez, rector de la Universidad de Concepción y ex ministro
de Educación; Fernando Flores, ministro de Minería; Arturo Girón, ministro de Salud; Aníbal Palma,
ex ministro de Educación; Osvaldo Puccio, secretario privado de Salvador Allende, y su hijo
Osvaldo, de dieciséis años; Aniceto Rodríguez, senador; José Tohá, ex ministro del Interior.

2. Los organismos de exiliados de la Unidad Popular citan incluso cifras mayores de muertos,
detenidos y exiliados. Las cifras del texto se basan en entrevistas con personeros de las Fuerzas
Armadas de Chile y con funcionarios de la embajada norteamericana, así como en datos
proporcionados por la Organización Chilena por los Derechos Humanos y la Vicaría de la
Solidaridad, organismo patrocinado por la Iglesia católica.

Véase también el estudio "Cinco años de gobierno militar en Chile (1973-1978)", manuscrito inédito
de Bernarda Elgueta y otros autores. También existe información al respecto en los numerosos
informes de Amnesty International y del grupo de la Comisión de los Derechos Humanos de la
ONU dedicado al estudio del caso chileno ...

3. Se dijo que el Plan Z era una conspiración de Allende y sus aliados para provocar un golpe
proizquierdista, un autogolpe. A los facciosos les sirvió como pretexto para dar su propio golpe.
Pinochet y los demás conspiradores dijeron haber actuado como lo hicieron, entrando en acción
con esa fuerza y brutalidad, como la única forma de salvar a Chile de la asonada militarista
prosoviética. Nunca hubo evidencias de la existencia del Plan Z. Más tarde, los militares
abandonaron el asunto, que fue ampliamente descrito en El Libro Blanco, publicación financiada
por la CIA.

4. Junto con Tohá, fue trasladado al Hospital Militar de Santiago Osvaldo Puccio, ex secretario
privado de Allende, quien sufrió un infarto cardiaco en la prisión. Permaneciendo en la habitación
contigua en el mencionado hospital, fue casi testigo del asesinato de José Tohá. (N. del T.)

5. De acuerdo con el informe del Comité Church, el 9 de septiembre de 1970, en una reunión del
personal de la compañía, en Nueva York, Harold Green, ejecutivo jefe de la ITT, dijo a John
McCone, miembro de la ITT y ex director de la CIA, que estaba preparado para ofrecer un millón de
dólares de la compañía "con el fin de ayudar a cualquier plan del gobierno encaminado a formar
una coalición del Congreso chileno que detuviera a Allende". McCone comunicó el ofrecimiento al
Consejero de Seguridad Nacional Henry Kissinger y al director de la CIA Richard Helms, esa
misma semana. Posteriormente, la CIA negó haber aceptado la oferta de la ITT, a raíz de la noticia
que publicara el columnista Jack Anderson, informando acerca del asunto. Los documentos que
prueban el hecho salieron a la luz pública en las audiencias del Comité Church, en 1975.

6. Ese no es su verdadero nombre.

7. El Instituto de Estudios Políticos fue fundado en Washington, D.C., en 1962, por los ex
funcionarios de la administración Kennedy, Richard Barnet y Markus Raskin, con el propósito de
hacer estudios críticos y ofrecer alternativas a la política exterior y militar de Estados Unidos. El
instituto se convirtió en un centro de pensamiento radical y activista en pro de los derechos civiles.
A mediados de la década de los sesenta, también había ganado fama por su labor en contra de la
guerra de Vietnam. Por ese tiempo, había desarrollado un sistema de becas, contando con más de
doce becarios que centraban su atención tanto en la política interna como en la exterior. En 1973,
el IEP fundó el Instituto Transnacional, con oficinas en Washington y en Amsterdam, dedicado a la
investigación de las causas y las posibles soluciones frente al desequilibrio entre países ricos y
países pobres.

IV

EL CHACAL DEL CÓNDOR

MIENTRAS CAMINABA ENTRE las filas de soldados y nidos de ametralladoras


que custodiaban la carretera de Pudahuel, el aeropuerto de la ciudad de Santiago,
Michael Townley experimentaba un fuerte sentimiento de orgullo y de pertenencia.
Los primeros signos visibles de la administración de la junta militar lo hacían erguir
más aún su alta contextura física. Se sentía uno de ellos, un soldado del
"Movimiento Once de Septiembre" que había derrotado el marxismo y salvado a la
patria. Para Michael Townley, ahora alias Kenneth Enyart, regresar a Chile a fines
de octubre de 1973, significaba la vuelta al hogar.

El hogar, esa vaga abstracción, le había causado inquietudes desde su nomádica


infancia. Necesitaba pertenecer, ser aceptado.

Sus padres, Margaret y Jay Vernon Townley, habían crecido en el tranquilo


Waterloo, Iowa, pero el nacimiento de Michael había sido sólo un accidente de la
Segunda Guerra Mundial. Su padre, empleado administrativo del Departamento de
Guerra de Estados Unidos, designado en una planta de artillería en Mississippi,
había mandado a su mujer de regreso a Waterloo para que estuviera en casa de
sus padres en el nacimiento de su primer hijo, el 9 de diciembre de 1942.

Ambicioso hombre de negocios, Jay Vernon Townley decidió ascender desde Iowa
al mundo de las empresas. Su familia se trasladó con él de ciudad en ciudad y
luego de país en país. En 1943, con la guerra en su apogeo, dejó el Departamento
de Guerra por un puesto ejecutivo en American Airlines. Cuando Michael tenía
nueve años, la Ford Motor Company contrató a su padre y, tras varios años de
trabajo en Detroit, lo transfirió a la nueva planta ensambladura de Santiago de
Chile, desde pronto ascendió a gerente general.

Michael Townley era un introvertido muchacho de catorce años cuando la familia


llegó a Chile, en 1957. Un retrato familiar de esa época lo mostraba como un típico
norteamericano, bien definido, saludable, flacucho pero apuesto. Allí lucía ya tan
alto como su buen mozo y juvenil padre; su hermana Linda, junto a la rozagante
madre y al hermano menor, Mark, en las rodillas del padre.

Los Townley fueron absorbidos por la subcultura de las ciudades


latinoamericanas, conocida como la "comunidad de los funcionarios
norteamericanos". El clima y el paisaje pueden variar de La Paz a Caracas, a Río
de Janeiro, Buenos Aires o Santiago, pero no así la uniformidad en el estilo de
vida de los diplomáticos y representantes de las empresas norteamericanas. En la
ubicuidad del Rotary Club, el Club de Leones Internacional y la Cámara de
Comercio, los ejecutivos norteamericanos alternaban fraternalmente con sus
contrapartes locales. Para familias como los Townley, que no provenían de las
capas "brahmánicas" norteamericanas, la vida en el extranjero les permitía la
ilusión de haber ascendido varios escalones en el "status" social. Como sus
vecinos ejecutivos y diplomáticos, los Townley entraron rápidamente en el medio
de la exigua capa alta de Latinoamérica, un mundo de sirvientes, placer y
desprecio hacia los pobres. Vivían en una amplia casa en el exclusivo barrio
Providencia de Santiago. Los circundantes barrios proletarios los proveían de
criadas de tiempo completo, un sueldo equivalente a treinta dólares mensuales y
una tarde libre a la semana.

El tímido adolescente al comienzo no se adaptó a la vida en Chile, ni al idioma,


aunque éste, más tarde, se convirtió en su segunda lengua. A pesar de ser
educado, disciplinado e inteligente, no se desempeñaba bien en el colegio Saint
George's, muy exclusivo, de tipo norteamericano y dirigido por una orden
sacerdotal estadounidense. Las exigencias y críticas del padre lo intimidaban y
sus relaciones se deterioraron. Sus padres lo enviaron de regreso a Estados
Unidos, a un colegio en Florida. Progresó poco en sus estudios, pero un taller que
formaba parte del plan académico lo introdujo en el mundo de la electricidad,
iniciándolo en una nueva y apasionante afición.

De regreso con su familia en Santiago, trató de terminar el colegio, esta vez con
cursos por correspondencia. Al mismo tiempo, llenó su cuarto de herramientas,
implementos eléctricos, viejos relojes y partes de radio. Su afiliación al grupo
juvenil organizado por la Unión de Iglesias, centro social de la comunidad
norteamericana, le posibilitó una vida social con jóvenes y, lo más importante, una
relación de amistad que contrapesaba la crítica actitud de su autoritario padre.
Desarrolló la confianza en sí mismo al descubrir que su carácter serio y sus
atractivos ojos azules lo hacían popular entre las muchachas. Conquistó las
simpatías masculinas mediante despliegues de amabilidad, combinados con
generosidad y una modestia dosificada.

Fuera de casa, Michael comenzó a hacerse notar. Su delgada y esbelta silueta se


realzaba con un guardarropa compuesto de trajes oscuros, camisas blancas y
angostas corbatas. El aspecto de niño perdido con que llegara a Chile, había sido
remplazado con una expresión siempre alerta y un aspecto distinguido. "Era un
líder y muy inteligente. Tenía aspecto como de un futuro ingeniero o un abogado
de éxito", comentó acerca de él un amigo que lo conoció bien.

En casa, el disfraz de confianza y afabilidad desaparecía, ya que no era capaz de


dar cuerpo a la idea de su padre acerca del comportamiento correspondiente a un
joven de éxito. Cuando recibía sermones o regaños, se limitaba a mirar la punta
de sus bien lustrados zapatos y a murmurar excusas. Para su padre, representaba
un fracaso, sin voluntad ni disciplina; un desastre escolar.
No obstante sus resquebrajadas relaciones con el padre, aceptaba muchos de los
valores que habían guiado al ahora exitoso ejecutivo en el logro de la cima del
mundo de los negocios: ambición, autodisciplina, individualismo y una verdadera
adoración por el profesionalismo y la tecnología en el burocrático mundo de post
guerra.

Modificada su ética puritana original, el señor Townley se contaminó con un feroz


anticomunismo, adquirido durante sus años en la atmósfera paramilitar del
Departamento de Guerra y American Airlines. Chile, a diferencia de Estados
Unidos, tenía un bien organizado Partido Comunista, ampliamente representado
en el Congreso y con un virtual control del movimiento obrero sindical. En las
elecciones de 1958, el senador Salvador Allende que representaba la coalición
socialista-comunista, obtuvo el 38 por ciento de la votación para elegir presidente.
Esto representaba para Townley una clara amenaza latente. En Santiago, por
primera vez, los Townley presenciaron un sangriento enfrentamiento callejero
entre obreros que protestaban y los carabineros, la policía nacional.

Nutrido por el derechismo de su familia y por el medio social en el cual se movía,


Michael, en su formación política, absorbió el texto y la textura del anticomunismo.
Pero el hecho de coincidir con su padre en lo relacionado con "la amenaza
comunista" para la civilización, ayudó muy poco a limar las tensiones básicas
existentes entre ambos. A los dieciocho años, Michael empezó a pasar largas
temporadas fuera de casa, y fue entonces cuando se enamoró.

A los veintiséis años, Inés Callejas tenía una sonrisa seductora. Su vital y
expresivo rostro y su redondeada silueta la hacían atractiva, aunque no estaba
entre las mujeres consideradas hermosas, de las que Chile tiene fama. Tampoco
pertenecía a la clase alta. Su padre trabajaba como un mal pagado aunque
eficiente funcionario del Registro Civil de la pequeña ciudad de Rapel, en la
provincia de Coquimbo, al norte de Chile, en donde nació Inés.

Desde que tenía diez años, Inés había tomado la vida como una serie de
empresas urgentes. Atacaba las ideas con una fervorosa pasión, sus experiencias
eran pinceladas fuertes y espontáneas y subrayaba sus relaciones personales con
un sello de activismo social y político. A los quince años, ingresó a las Juventudes
Comunistas. Aunque no era judía, tenía muchos amigos pertenecientes a la Liga
de Jóvenes Sionistas. A los dieciséis años fue expulsada del colegio por tener
literatura comunista. Se casó. Seis meses después, el matrimonio fue anulado y
se contrató en un barco italiano con destino al naciente Estado de Israel. Allí se
casó con un neoyorquino, Alien Ernest, con quien compartió su ardor aventurero
en el kibbutz Skisifim, en el Desierto de Negev. Después de uno año, partieron a
Nueva York con su hijo recién nacido, Ronnie. Habiendo "experimentado el
socialismo" en el kibbutz -como ella diría más tarde-, lo abandonó. Su
anticomunismo tenía las características de ese singular odio y fanatismo que
experimentan los ex devotos. En 1960, terminó su matrimonio con Ernest y ella
regresó a Chile con sus hijos Ronnie, de ocho años; Susan, de tres y Andy, de
cuatro.
Invitado por unos amigos, Michael asistió a una fiesta que Inés daba en casa de
su madre, en La Reina. Bailaron y, de ahí en adelante, Michael ya nunca quiso
apartarse de su lado. Encantada con su entusiasmo de adolescente, Inés alentaba
sus galanterías. Posteriormente, ella escribió: "Lo conocí cuando él tenía diecisiete
años. Se veía mayor, hablaba como un adulto y se hacía cargo de la situación".
Inés se hizo cargo de Michael.

En julio de 1961 y a pesar de la tenaz oposición de su padre, Michael Townley se


casó con Inés Callejas. A los dieciocho años y medio se convirtió en padre de
familia, contando con una voluntariosa aunque económicamente inactiva esposa y
tres niños pequeños. Pocos meses más tarde, la Ford Motor Company transfirió a
Jay Vernon Townley a Caracas, Venezuela. Los amigos de Michael cuentan que él
rara vez hacía mención de su padre entre la comunidad norteamericana.

Townley se hizo vendedor, primero de la Enciclopedia Collier's y luego de una


compañía más lucrativa, Investors' Overseas Services (IOS). Tenía su clientela en
la comunidad norteamericana, el cuerpo diplomático, los empresarios y los
técnicos, quienes compraban acciones del IOS para evadir los impuestos. Bajo la
administración del floreciente financista Bernard Cornfeld, el IOS garantizaba que
los ingresos procedentes de las acciones no serían reportados al Servicio de
Impuestos Internos de Estados Unidos. Townley se desempeñó tan bien en esa
actividad, que pronto pudo trasladar a su familia a una casa más amplia y con
piscina, en La Reina, adquiriendo fama como anfitrión en las fiestas.

De acuerdo a los dictados de su ambición profesional, vestía costosos trajes.


Comenzó también a interesarse seriamente en la tecnología y empezó a
experimentar equipos en su taller fotográfico y electrónico diseñado por él mismo.
Según sus amigos, siempre parecía tener más dinero del que podría haber
ganado en su trabajo. Ernest enviaba ayuda económica para sus hijos y, según
pensaban muchos, el padre de Townley lo ayudaba a sostener el presupuesto
familiar. Pero nadie hizo preguntas acerca de eso.

Los clientes predilectos de Townley eran los científicos y los técnicos que
trabajaban en la NASA, estación espacial cercana a Santiago. Sus visitas de
negocios se transformaban en largas e informativas conversaciones técnicas con
ingenieros y especialistas que operaban elaborados equipos electrónicos y
computadoras. El pasatiempo de adolescente se había convertido en una
vocación.

"Mike era ingenioso. Con sólo mirar un reloj o una radio, ya sabía cómo
arreglarlo", comentó su esposa.

Devoraba los ensayos sobre electricidad, radio y otros temas técnicos que
aparecían en la Enciclopedia Collier's y en la Enciclopedia Británica. Se suscribió
a Mecánica Popular y más tarde a Electrónica Popular, logrando entender los más
complicados libros sobre electrónica. Sus lecturas técnicas implicaban trabajo duro
y autodisciplina.
Al mismo tiempo, se aficionó por temas literarios más ligeros, como las novelas
policiales y de espionaje, cuyas tramas lo fascinaban. Sus favoritos eran Nick
Carter, Len Deighton y, más tarde, Frederick Forsyth.

En 1964, en medio del agitado clima electoral de la campaña en que Eduardo Freí
y Salvador Allende eran los contendores, Townley pudo saborear por primera vez
una verdadera novela de "capa y espada". Varias personas se le acercaron,
impresionándolo fácilmente con el peligro de violencia (¡posiblemente hasta una
guerra civil!) que se avecinaba si los "comunistas" triunfaban en las elecciones.
Townley acababa de fabricar un aparato de radio de onda corta de alta potencia y
le dijeron que, en caso de emergencia, podría ser necesario. ¿Él permitiría que
instalaran en su propiedad un generador de gasolina, para que el aparato pudiera
trabajar, incluso en el caso de un corte de energía eléctrica? Townley asintió.
Pero, habiendo triunfado Freí en un proceso electoral sin violencia, el generador,
como inútil mole negra, quedó en el patio trasero de su casa.

Las aficiones de Townley, sus lecturas, sus contactos con los investigadores de la
NASA, lo llevaron desde una simple afición hasta la relación con una organización
de profesionales altamente especializados. Pero a pesar de sus condiciones
incluso geniales, nunca pudo gozar de un "status" de profesional en la materia.

En 1967, una nueva regulación norteamericana terminó con su actividad como


vendedor. Dirigida contra el imperio de los fondos mutuos de Cornfeld, esta ley
prohibió a los ciudadanos norteamericanos en el extranjero la compra de acciones
de IOS, debido a que Cornfeld rehusó reportar las ganancias al Servicio de
Impuestos Internos. El gobierno de Frei también intentó acabar con las oscuras
operaciones comerciales de Cornfeld. En diciembre de 1966, una corte criminal de
Santiago citó a Townley a una comparecencia para que informara acerca del IOS,
y al mismo tiempo, publicó una orden de arresto en su contra.

El incansable Townley y la aventurera Callejas decidieron que ya era tiempo de


trasladarse y Miami ofrecía buenas alternativas, por ser una ciudad
norteamericana que ofrecía la posibilidad de mantenerse en contacto con el estilo
de vida latinoamericano y el idioma español.

En enero de 1967, Townley partió con su familia a Miami. Christopher había


nacido en 1964 y Brian, en junio de 1966. Cambió sus trajes de empresario por
pantalones vaqueros y botas y consiguió un trabajo como superintendente de
servicio en un taller de transmisión automática de AAMCO, oficina que estaba a
cargo de José Luaces, cubano exiliado, y ubicada en el corazón de la Pequeña
Habana de Miami. Puesto que la mayoría de los clientes eran cubanos, a Luaces
le interesó Townley, además, por su dominio del español. Durante el primer
tiempo, los Townley rentaron una casita en Pompano Beach; más tarde, Michael
compró una casa en el área sudoeste de Miami, mediante una hipoteca de
$17,000 dólares.
Muy pronto, Inés comenzó a desarrollar una incansable actividad. Le encantaban
las ocupaciones que posibilitaran una salida a su energía e intelecto apasionado.
No siendo ya una izquierdista y tampoco, todavía, una derechista, no pudo
resistirse al ferviente activismo antibélico de los años sesenta. Ronnie, ya en edad
de hacer el servicio militar, introdujo los temas antibélicos en la sobremesa
familiar. La oposición a la guerra contra los asiáticos de Vietnam, encajaba con las
dos convicciones políticas que Inés había mantenido a través de los años: su
devoción a la causa de Israel y su lucha contra cualquier tipo de racismo. Robert
Kunst, líder del movimiento Partido Nuevo, que presentó a Me Carthy como
candidato antibelicista en las elecciones de 1968, recordó posteriormente a Inés
Townley, quien fuera voluntaria del movimiento. "Mandaba cartas e iba a las
manifestaciones".

Michael prefería la compañía de algunos miembros de la vasta comunidad de


cubanos exiliados. Compartía el disgusto de los cubanos por el creciente
abandono de su movimiento por parte de los políticos norteamericanos.

Hacia 1967, cuando Townley llegó a Miami, las esperanzas de los exiliados de
realizar una invasión a Cuba con el apoyo de Estados Unidos, se habían
desvanecido a raíz de la solución de la crisis de los cohetes de 1962. La CIA restó
importancia al JM/ WAVE, enorme organización anticastrista de Miami, eliminando
de su nómina de pago a los cubanos exiliados. Sin el apoyo de la CIA, las
organizaciones de exiliados no eran capaces de operar con éxito. No obstante, la
CIA siguió manteniendo el control de los disminuidos fondos y las armas. Como
una manifestación de sus fracasos, promovió una gran rivalidad y la corrupción en
el seno de la comunidad de exiliados. Algunos cubanos ex agentes de la CIA
siguieron apareciendo en la nómina, contratados en otros empleos lucrativos, en
tanto que otros simplemente fueron expulsados.

Se prohibieron las operaciones comando centradas en Miami, consistentes en


incursiones por las ciudades costeras cubanas, ataques terroristas contra las
fábricas y otras instalaciones cercanas a la costa. Los operativos, una vez pilares
de la mantención de la moral de los exiliados, desaparecieron cuando el Servicio
de Guardacostas de Estados Unidos puso fin a su anterior indulgencia. La retirada
de la CIA y la nueva hostilidad oficial hacia el terrorismo, desencadenó agrios
comentarios entre los exiliados cubanos.

Townley conversaba horas y horas con Miguel, mecánico que declaraba haber
participado en decenas de operaciones. Pero Inés encontraba desagradables a los
cubanos. En unas reflexiones escritas que los autores de este libro obtuvieron,
describía así su recelo en relación a los cubanos de Miami:

Ahora ya no se puede trabajar en la Pequeña Cuba, ni vivir en Miami sin


encontrarse con cubanos. Debo confesar que siempre fui reticente a trabar
amistad con ellos. En primer lugar, su ruidoso temperamento tropical chocaba con
el mío. ¡Y qué manera de hablar! Destruyen el español. No hablan, gritan.
Finalmente, tengo mis reservas porque la gran mayoría de ellos es antisemita.
Parece que, habiendo sido obligados a renunciar a su imposible lucha contra
Fidel, han concentrado su agresividad en el blanco más fácil de todos los tiempos.
Cada cinco cubanos hay un movimiento político que está totalmente desvinculado
del resto y, para la mayoría de ellos, la meta no es el regreso a Cuba, sino la
eliminación de los judíos, genéticamente.

Entre ellos circula un libro llamado World Defeat. Allí se justifica el nazismo, se
glorifican los crematorios y se culpa a los judíos de todos los sufrimientos de la
humanidad.

Una vez fuimos a casa de Pablo C., un cubano que nos había invitado para que
conociéramos a algunos de sus amigos, un grupo de cubanos de Los Ángeles,
dirigidos por un gordo de ojos saltones y por un serio hombre de color. Vestían
muy elegantes y /sus mujeres/ lucían muchas joyas. Nos miraron a Mike y a mí
que, como siempre, andábamos en "blue-jeans" y playera.

El hombre gordo, cuyo nombre , nunca olvidaré, nos lanzó la primera pregunta:

"¿Qué piensan sobre la Conspiración Judía Mundial?".

"Perdón, ¿la qué?"

"La Conspiración Judía. Van a destruir el mundo si no los combatimos. Antes que
nada, debemos destruir a los judíos". Cuando terminó de hablar, le dije: "Me
parece que se han equivocado de propósitos. Como Fidel es un blanco demasiado
difícil para ustedes, han elegido el eterno blanco: los judíos. Naturalmente, es más
fácil luchar contra los judíos que contra los cubanos.

¡Ah! Y a propósito, mi nombre es Ana Goldman." (1)

Durante los cuatro años que los Townley vivieron en Miami, la familia gozó de
cierta prosperidad. Michael, con un préstamo de su padre, adquirió una
participación en el Hialeah AAMCO. Compraron una lancha de motor y un aparato
de aire acondicionado. Pero Inés insistió en regresar a Chile, donde sus hijos no
estarían sujetos a lo que ella consideraba "los peligrosos efectos de la cultura
norteamericana".

Desde Miami, siguió de cerca los pormenores de la campaña presidencial de 1970


y ansiaba tomar parte en la contienda. Si los comunachos allendistas ganaran, ella
quería volver a Chile lo antes posible. El enfrentamiento final entre la izquierda y la
derecha era algo que no quería perderse. Habiendo sentido el llamado de los
ideales socialistas en su adolescencia, ahora se inclinaba hacia una posición que
sorprendía incluso el visceral anticomunismo de su esposo.

Allende triunfó y la impetuosa Inés hizo sus maletas. Más tarde, dio un tinte
romántico a sus razones para el regreso:
Mis campos de batalla habían sido muchos, pero mi ideal había sido siempre el
mismo: hacer un Chile mejor, porque Chile lo era todo para mí... Así, cuando en
1970 dejé mi confortable vida en Estados Unidos, fue para llevar a cabo mi lucha
contra el gobierno de Allende, que yo sospechaba era algo nefasto.

.. .Escribí muchas cartas /a mis amigos en Chile/ diciéndoles: "No dejen el país.
Tienen que quedarse y luchar. Si se van, Chile se convertirá en otra Cuba". Y
mientras muchos dejaban Chile, yo regresé, decidida a luchar.

Townley y sus amigos cubanos exiliados se reunían después del trabajo a tomar
cerveza y lamentarse por los acontecimientos en Latinoamérica. En esa época,
Solivia y Perú tenían gobiernos militares de tendencia izquierdista; Chile estaba a
punto de instaurar el primer gobierno marxista surgido del voto popular y
transformarse en "otra Cuba". El gobierno militar en Argentina se debilitaba y
corrían rumores de que los peronistas podrían regresar al país. ¿Qué podía
hacerse? Los amigos de Townley, tras años de acciones terroristas apoyadas por
la CIA contra Cuba, eran expertos. Habían estado conversando sobre Chile con
sus antiguos jefes, con los que, a pesar del enfriamiento, mantenían estrechas
relaciones personales.

La CIA había recibido órdenes concretas en relación a Chile, según informaron los
ex funcionarios a sus antiguos agentes. Tenía órdenes de frenar a Allende y a los
izquierdistas chilenos en su ascenso al poder, y toda ayuda era bienvenida. Los
amigos cubanos sugirieron a Townley relacionarse con la CIA. De seguro, había
mucho trabajo y, con sus contactos en Chile y los antecedentes del padre,
seguramente la CIA querría incorporarlo.

Impaciente, Inés voló a Santiago con los niños el 22 de noviembre de 1970,


dejando a Townley encargado de vender los bienes, liquidar los compromisos de
trabajo y hacer los preparativos necesarios para la aventura que tenían por
delante. Tres días más tarde, Townley dio el paso que separaba a aquellos que se
limitan a leer novelas de espionaje, de los que participan en ellas. Llamó a la
central de Miami de la Agencia Central de Inteligencia. Un funcionario atendió la
llamada, en la que Townley dijo: "Pronto regresaré a Chile. ¿Les interesa hablar
conmigo?" El agente pidió sus datos y, pocos días más tarde, desde su escritorio
en la oficina de AAMCO, Townley vio un Volkswagen blanco que se estacionaba
en la entrada. Jamás imaginó que un oficial de la CIA circulara en un VW
"escarabajo". El individuo se sentó a conversar con Townley. Interrogado más
tarde sobre el asunto, recordó solamente una inicial, señor H. Temía que los
trabajadores pudieran escuchar la conversación, pero el ruido no lo permitía. No
quería aparecer demasiado temeroso. Posteriormente entregó un informe falso de
esta conversación:

Simplemente le informé que viajaría a Chile. Estaba preocupado por el destino del
país bajo el gobierno marxista que se avecinaba. Los cubanos me habían hablado
en varias ocasiones acerca de sus intentos por utilizar a la CIA contra el gobierno
marxista de Cuba y, simplemente, pensé que sería útil mantener alguna puerta
abierta en caso de necesidad... En esa ocasión, el hombre me informó que, si me
necesitaban, establecerían contacto conmigo en el futuro...

No les pedí un empleo... Le dije: "Si necesitan a alguien, yo estaré allá. Punto".

El señor H., se mostró interesado, pidiéndole un contacto en Santiago y


escribiendo una información biográfica suya. La entrevista duró menos de una
hora.

Cerca de Navidad, Townley ya había liquidado sus bienes en Estados Unidos. Con
Inés, elaboraron un plan para hacer dinero, mucho dinero, y sin que Michael
tuviera que permanecer ocho horas en una oficina. Inés, dedicada de lleno a su
nueva causa, supo que cientos de propietarios chilenos, temerosos del futuro
socialista del país, prácticamente estaban regalando sus propiedades. Enormes
casas estaban a la venta en precios irrisorios. Michael llegaría con dólares
norteamericanos. El mercado negro, en esa época, ofrecía tres veces más que el
cambio oficial. Mientras otros se despojaban de sus bienes, ellos invertirían. Se les
presentaba una gran oportunidad. El 8 de enero, Michael tomó un vuelo directo a
Santiago.

En el efervescente clima político de Chile, los Townley escogieron la vía más


extrema de oposición militante a Allende. La mayoría de sus viejos amigos se
consideraban parte de la oposición, pero en los primeros meses de 1971, sólo
unos pocos eran activistas. Aquellos que buscaban el liderazgo de la derecha
tradicional, compartieron la perplejidad del Partido Nacional por la victoria electoral
de Allende y su posterior ratificación en el Congreso, gracias al centrista Partido
Democratacristiano. La élite industrial y financiera chilena al comienzo trató de no
deteriorar sus relaciones con el nuevo gobierno y, en apoyo a esa posición, el
Partido Nacional se abstuvo de actuar, al menos temporalmente.

Pero un grupo, el Frente Nacionalista Patria y Libertad (PyL), en virtud de su


vocación terrorista, se levantó contra la izquierda. Sus líderes consideraban que
PyL podía convertirse en el bastión de la lucha contrarrevolucionaria,
identificándose con las Camisas Pardas de Hitler.

Arturo, nombre ficticio de un miembro de PyL que conoció a Townley, comentó:


"No teníamos una ideología común, aparte del anticomunismo. El jefe,
supuestamente, era Pablo Rodríguez Grez, por supuesto fascista; pero la mayoría
de nosotros estaba ahí para combatir". "Arturo" señaló que todos los partidos de
oposición (incluso los democratacristianos, que repudiaban la línea política y el
vandalismo neofascista de PyL), enviaron cuadros y fondos al movimiento, ya que
ésta era una útil vía alternativa de operaciones para entorpecer la política de
Allende. PyL sirvió de complemento a la oposición parlamentaria de los partidos
tradicionales, cohibida aún por los límites políticos.

Los Townley encontraron un camino para combinar los negocios y la política.


Renovaron su amistad con Esteban Vítale, propietario de una agencia publicitaria
y ex miembro de una organización anticomunista y pro fascista de corta vida,
declarada fuera de la ley en la década de los cincuenta. A través de Vítale,
entraron en contacto con PyL. Townley les propuso un sistema para hacer dinero.
Se trataba de comprar una lujosa mansión en el conocido balneario de Reñaca,
para convertirla en un club nocturno. Arturo cuenta que "quería trabajar con
nosotros en política y dijo tener recursos y contactos con la CIA, la que le había
pedido mantenerse alerta al desarrollo de los acontecimientos políticos en Chile
porque, llegado el momento, ellos lo utilizarían".

Tras verificar los datos de Townley, la CIA decidió usarlo en una "operación de
inteligencia". Más tarde, en 1978, la CIA admitió que la APO (Aprobación
Preliminar Operacional) dio luz verde para reclutar a Townley en febrero de 1971.
También admitió que la oficina de la CIA en Santiago trató de localizar a Townley
en la dirección que éste había dado en Miami al señor H., pero no fue posible
hacerlo.

Al regresar a Chile, Michael se encontró con que su mujer tenía una aventura
sentimental; su relación ya había sufrido problemas similares, incluyendo una muy
seria entre Michael y una joven de Miami. Después de dos meses y al no terminar
Inés esa relación, él dejó sorpresivamente el país, regresando a Estados Unidos.
En Miami, sus amigos le consiguieron trabajo en un taller de AAMCO en San
Francisco, donde vivía la joven con la que tuviera relaciones en el pasado. El
matrimonio con Inés parecía terminado, sin embargo, en mayo, ella llegó a San
Francisco a recuperar a su marido, convenciéndolo para que regresara a
Chile. (2)Ella volvió al país en agosto y Michael, tres meses más tarde.

Inés rentó una parcela en la calle Oxford, en el barrio Los Dominicos. Pronto se
convirtió en el lugar de frecuentes reuniones del grupo activista en que los
Townley participaban. Ronnie, hijo mayor de Inés, estudiante universitario que
había vivido varios años separado de la familia, regresó a Chile. Sólo nueve años
menor que su "padrastro", discutía agriamente con él sobre asuntos políticos.

En San Francisco, Townley había adoptado algunas modas, las que llevó consigo
a Chile. Construyó un elaborado sistema de luz y sonido y, con Inés, solían invitar
amigos e incluso conocidos ocasionales a ver películas pornográficas -algo exótico
para Chile- y escuchar "el sonido de San Francisco en estéreo", mientras luces
multicolores danzaban por la sala. Este equipo, importado de Estados Unidos, era
parte de los planes para hacer dinero. También llevó a Chile un radio transmisor
para un yate que pensaba construir en un pequeño astillero de Panguipulli, lago
del sur de Chile. Sus planes eran navegar hasta Miami en el yate y allí venderlo a
un precio elevado. Pero sus planes no se realizaron. Nunca terminó el yate.

Cada vez más gente de la derecha se sentía atraída por las tácticas violentas que
preconizaba Patria y Libertad. Los Townley trabajaron con el grupo en la primera
manifestación masiva contra el gobierno de la Unidad Popular. En diciembre de
1971 se había planeado una gran marcha y la oposición se organizó en torno al
tema de la escasez de alimentos, que ellos consideraban consecuencia de la
política de control de precios. Miles de mujeres, golpeando cacerolas, marcharon
desde los barrios altos hasta el centro de Santiago. Junto a ellas, marchaban
escuadrones de Patria y Libertad, armados con cadenas y cachiporras.
Conduciendo a la acción a Inés y varios miembros de su grupo, Townley estacionó
su Austin Mini Cooper en una calle lateral. La manifestación, conocida como la
"marcha de las cacerolas vacías", degeneró en una orgía de violencia. Los
escuadrones de PyL chocaron con la policía, produciéndose una batalla de
piedras, palos e insultos. La policía usó garrotes y gas lacrimógeno para dispersar
a los manifestantes.

La semilla no comenzó a germinar cuando él tenía diecisiete, veintiuno o


veinticinco. .. Creo que empezó... cuando juntos e inermes vimos cómo golpeaban
y pateaban en la acera a un viejo con el brazo en cabestrillo los "Servicios
Especiales" de Allende. Más tarde, también nosotros sufrimos las consecuencias
de lo que habíamos organizado como manifestación pacífica. Todo comenzó
cuando vimos, también inermes, a la pobre gente formada en largas colas,
esperando toda la noche en la calle para poder comprar al día siguiente medio kilo
de carne o un cuarto de litro de aceite.

Y dijimos NO a la República Democrática de Chile. NO a la nueva Cuba, que ni


siquiera podía ser tan buena como Cuba, porque nuestro corrompido presidente
se comportaba como un chimpancé centroamericano, bebiendo "Chivas Regal" y
comiendo caviar, mientras a pocas cuadras de su palacio, el pueblo se helaba y
esperaba ... De esta y muchas otras formas, aprendimos cómo era un gobierno
marxista y estábamos disgustados, enfermos, pensando en el futuro de nuestros
hijos. Y dijimos NO. Es mejor morir que vivir en esta república bananera que está
construyendo Allende. Allí y entonces usted encontrará las raíces del asesinato. (3)

Tal vez sería más exacto señalar como el inicio del gusto de Townley por el
terrorismo el momento de su entrevista con el señor H., de la CIA, ocurrida casi un
año antes de estos hechos, ya que él se interesaba menos por los matices
ideológicos del discurso político, aunque asistía con Inés a las reuniones de
discusión de PyL, en la segura casa de la calle Rafael Cañas.

El mentor ideológico de Patria y Libertad era el fascista español José Antonio


Primo de Rivera, quien era parafraseado en las reuniones por Esteban Vitale y
Pablo Rodríguez. Un amigo recuerda las burdas interpretaciones de Townley en
relación al pensamiento de Primo de Rivera y la necesidad de un gobierno
autoritario. Decía: "La masa no está preparada para gobernarse. La democracia
conduce sólo al gobierno de masas, al gobierno del rebaño. El poder debe
reservarse a los pocos elegidos, a los intelectuales, los reyes de la filosofía". Este
amigo comentó: "Townley parecía un eructo de Inés Callejas que repetía a Pablo
Rodríguez, quien repetía a su vez a Esteban Vítale, el que, por fin, repetía a Primo
de Rivera". A pesar de esta poco favorecedora declaración, Townley debe haber
encontrado una genuina afinidad entre la idea de ser gobernado por una élite
tecnocrática y por su fascinación por un fugaz profesionalismo. La situación que se
vivía, la acción, el sentido de pertenencia, si bien no influyeron tan
dramáticamente en Townley como lo pintó su esposa, contribuyeron a sazonar su
"pastel terrorista".

Los líderes de PyL consideraron que la "marcha de las cacerolas vacías" había
sido un éxito. Los demás grupos de oposición, por fin, comenzaron a alentar, o al
menos a permitir la violencia, si no a practicarla. Sólo la facción más izquierdizante
del Partido Democratacristiano mantuvo su posición contraria a la violencia de
PyL.

Hacia diciembre de 1971, ya era un secreto a voces entre los partidos de


oposición que en la embajada norteamericana se había abierto la llave del dinero
para financiar sus proyectos. Animados por su recientemente adquirida reputación,
el grupo de Townley decidió probar las conexiones de éste con la CIA.

La Sección Consular en Santiago funciona en una elegante mansión de tres pisos


en la calle Merced frente al Parque Forestal, pulmón verde del centro de la ciudad.
Mientras largas colas de chilenos esperaban para solicitar visas de turista y
residente a los Estados Unidos, Townley, en calidad de ciudadano
norteamericano, pasó directamente a un gran salón del primer piso, adjunto a las
oficinas ricamente decoradas del cónsul, Frederick Purdy. Muchas veces se había
registrado allí como norteamericano residente en Chile, llenando una tarjeta y
dejando sus fotografías.

Townley comunicó a su grupo, perteneciente al Movimiento Nacionalista, acerca


de lo poco convincente que había sido su entrevista con el funcionario de la
embajada, pero les aseguró que el contacto estaba abierto. Sus conocimientos de
técnica radiofónica dieron a Patria y Libertad una nueva posibilidad de
aproximación a la embajada. Townley descubrió la forma de interceptar las
frecuencias secretas que usaba el gobierno para comunicarse internamente. Para
comprobar lo anterior, marcó un número de las transmisiones "interceptadas" en
un cassette. Luego, por instrucciones de sus compañeros de PyL, hizo una cita
con el encargado político de la embajada, David Stebbings, a quien entregó el
cassette como garantía de buena fe, pidiéndole que lo hiciera llegar a la oficina de
la CIA y prometiéndole que él entregaría las frecuencias secretas a cambio de la
ayuda de la CIA. Para comenzar y por encargo de PyL, pidió a la agencia una lista
con los nombres de todos los oficiales del Ejército de Chile que tuvieran el grado
de capitán hacia arriba, indicando dónde podían ser localizados.

Arturo, uno de los integrantes de PyL, quien había mandado a Townley en esa
misión, se expresó así acerca del asunto: "Queríamos probar a Townley.
Teníamos contacto con la embajada a través de un tal Sr. Rojas, perteneciente al
Departamento Laboral. Le dimos a Townley un cassette en el que habíamos
grabado un mensaje y lo mandamos /a la embajada/, pero el encargado político
nunca se puso en contacto con nosotros, de manera que dudamos de lo que
Townley nos había dicho".
Stebbings escribió un memorándum acerca de la reunión con Townley y, con una
copia de la grabación, lo mandó a la CIA. El memo estaba fechado el 21 de
diciembre de 1971. La sede de la CIA en Chile, que había intentado localizar a
Townley unos meses antes, sin éxito, reaccionó de inmediato. Ese mismo día, a
través de su división de operaciones, notificó a la división de seguridad que el
"interés operativo" en Townley había sido cancelado. Esto significaba que APO -
vía para usar a Townley en Chile- estaba oficialmente disuelto. (4)

La intimidad de Townley con los funcionarios de la embajada norteamericana


creció. Su alta figura en "blue-jeans", su rostro anguloso, acentuado por un bigote
a la "Sundance Kid" que casi le llegaba a las mejillas, se hizo familiar para ios
"marines" y los recepcionistas chilenos de la embajada. Se mantenía lejos de los
pasillos frecuentados por diplomáticos y hombres de negocios.

La embajada norteamericana, que ocupaba los cuatro últimos pisos de un gran


edificio de la calle Agustinas, a pocos metros de La Moneda, se había convertido
en un brillante centro de operaciones de los esfuerzos de Estados Unidos por
minar y, eventualmente, derrocar el gobierno de Allende. En uno de los pisos
estaban las oficinas del embajador y los cuatro funcionarios políticos del
Departamento de Estado. Allí estaba a menudo Townley, despatarrado en un
cómodo sillón, cerca del escritorio de David Stebbings, el más joven de los
funcionarios políticos. En presencia de los demás, conversaban de botes y de
pesca. Stebbings y Miku, su esposa hawaiana, visitaban a los Townley en su casa
de Los Dominicos. Cuando Stebbings, a mediados de 1972, dejó el país, presentó
a Townley a su sucesor Jeffrey Davidow. (5) John Tipton, el funcionario político
encargado de los contactos con las fuentes de la Unidad Popular, recuerda a
Townley, definiéndolo como "una lapa de embajadas", típico personaje del grupo
de expatriados norteamericanos, cambiadores de divisas y vendedores de
antigüedades, que rondan todas las embajadas norteamericanas en el extranjero.

Purdy, casi de la edad de Townley y también casado con una chilena, era muy
amigo suyo. A menudo lo visitaban en su casa fuera de la ciudad, cerca del
pintoresco pueblecito de Lo Barnechea, en las faldas cordilleranas. Townley
reparaba el coche de Purdy. Se había transformado en un valioso informante de la
embajada. Durante 1972, proporcionó útil y actualizada información acerca de las
actividades terroristas de PyL y sus planes futuros. Para PyL, Michael Townley era
un canal que los ponía en contacto con el gobierno norteamericano, un puente
mediante el que las nuevas tácticas contra Allende podían discutirse y coordinarse
con los auspicios de la embajada. Y tenía la ventaja de ser ambiguo para ambos:
para la embajada, era un informante chileno anónimo; para PyL, era
supuestamente un agente de la CIA que ellos utilizaban en su beneficio.

En el interior de la estructura de Patria y Libertad, a! grupo de Townley se le


autorizó trabajar independientemente en sus propios operativos, asegurándose su
propio respaldo económico y llevando a cabo varias misiones. Entre 1972 y 1973,
estos grupos rondaban los barrios santiaguinos de la burguesía. Pandillas de
jóvenes de clase alta, mezclados con delincuentes, atacaban en sus hogares a
reconocidos simpatizantes de izquierda, arrojaban piedras a los transeúntes y, a
veces, volcaban autobuses.

Townley estableció contactos con los adolescentes de estos barrios, organizando


clubes que, con el pretexto de constituirse en "comandos vecinales de defensa",
hacían crecer el sentimiento antiallendista. Uno de estos jóvenes, más tarde contó:
"Mike era algo extraordinario. Sabía mucho sobre electrónica y nos enseñaba.
También tenía armas y nos dejaba usarlas cuando salíamos en misiones".

La casa de Townley en la calle Oxford se convirtió en refugio nocturno, albergue


para los jóvenes que buscaban emociones, diversión y, a partir de 1972, violencia.
Los huéspedes se sentaban en el suelo, bebían y cantaban. Algunos fumaban la
abundante pero poco efectiva mariguana chilena. Inés adaptaba para su grupo las
canciones tradicionales, transformándolas en violentos insultos contra Allende.
Exactamente a las diez de la noche, todos salían a la calle y hacían sonar sus
cacerolas, ritual cacofónico de protesta contra Allende, que era coreado noche a
noche en los barrios de Las Condes, Vitacura y Providencia. En un destacado
lugar de la "brigada" de Townley estaban Milo Baigornee, corpulento norteño que
durante un tiempo fuera vigilante de la sede de Patria y Libertad, y Miguel Stol
Larraín, cuya fama de ladrón de automóviles alejó del grupo a algunos de los
jóvenes más moderados. Townley usaba a los adolescentes como "recaderos". En
una ocasión, mandó a Susan, hija de Inés, con otro muchacho, a buscar diecisiete
cartuchos de dinamita a la granja de un amigo, en la provincia de Linares, a unas
cinco horas de camino hacia el sur de Santiago.

Los explosivos se convirtieron en la nueva fascinación de Townley. Baigornee


tenía cierta experiencia en la fabricación de bombas pequeñas y otro miembro del
club poseía conocimientos de química. Townley se hizo autodidacta en la materia,
tal como lo había hecho con el aprendizaje de la electrónica. Esta vez, sus textos
fueron la Enciclopedia Collier's, un manual de los "rangers" del ejército
norteamericano y un libro sobre ingeniería de minas. Manipulaba mechas,
detonadores y nitroglicerina, sobando la dinamita como si se tratara de amasijo
para hacer pan. Frecuentemente se le veían las manos partidas y secas, de tanto
manipular productos químicos.

Al mismo tiempo, Townley mantenía una activa vida social, recorriendo las
discotecas de moda, a veces con Inés, a menudo con otras mujeres. Edward
Cannell, guardiamarina de la embajada, se convirtió en su compañero de bares y
clubes nocturnos. Coqueteando con su amiga, la hija del embajador Edward Korry,
Townley hacía enojar a su amigo Cannell. Los viernes por la noche, solían ir a la
lujosa residencia de los guardiamarinas de la embajada, buen sitio para conocer
otros norteamericanos residentes y mantenerse en contacto con el personal de la
embajada. Para Cannell y quienes lo recuerdan, Townley proyectaba la imagen de
un agradable y chispeante vagabundo con aspecto de "hippie", que se presentaba
como mecánico de automóviles.
En octubre de 1972, un paro nacional de profesionales y de propietarios de
camiones intentó paralizar el país, desatando una ofensiva en gran escala contra
Allende. Durante tres semanas, las fuerzas armadas, por orden del Presidente,
patrullaron las calles e impusieron un toque de queda desde las 11:00 p.m. hasta
las 5:00 a.m. Se obligó a todas las estaciones de radio a transmitir sólo noticias
controladas por el gobierno. Michael Townley vio entonces una oportunidad para
hacer uso de sus facultades técnicas. A través de Manuel Fuentes, periodista
perteneciente a Patria y Libertad, Townley con Rodríguez, jefe de PyL,
desarrollaron un plan para poder sacar al aire una estación de radio clandestina.

Con la ayuda de Gustavo Etchepare, también miembro de PyL, adaptó el aparato


de radio de dos canales que había importado de Estados Unidos con el fin de
adaptarlo a su proyectado yate. Modificó el aparato para transmitir en una
frecuencia de AM y montó el aparato bajo el asiento trasero de su rápido Austin
Mini-Cooper. Rodríguez, entusiasmado con la idea de poder contar con
propaganda exclusiva, desafiando la orden del gobierno, escribió los textos
políticos, grabándolos en cassettes.

Por las noches, los Townley y su séquito pasaban horas practicando y grabando
las vitriólicas canciones de Inés contra el gobierno. Bautizada como "Radio
Liberación", la estación de Townley inició sus transmisiones a mediados de
octubre. Aunque con escasa potencia, la oposición consideraba que la radio era
una punta de lanza contra el gobierno. En los medios de la oposición, "Radio
Liberación" dio a Townley fama de técnico altamente calificado y buen operador. Y
el manejo de la radio móvil le dio también oportunidad de poner en práctica sus
conocimientos en el manejo de explosivos, adquiridos recientemente.

En las sesiones nocturnas con su grupo, Townley explicaba las técnicas de


seguimiento de los "blancos" y de la colocación de explosivos. Uno de sus
auditores recordó posteriormente que él hacía énfasis en la necesidad de atar y
amordazar a cualquiera que pudiera descubrir algún operativo. Como entrenador
escolar, Townley hacía demostraciones de métodos para atar a una persona,
haciendo practicar a sus alumnos. Uno de sus discípulos denominó este método
"típico remate de Townley", y consistía en amordazar a la víctima con tela
adhesiva y luego, atándola de pies a manos tras la espalda, ponerle una cuerda
atada al cuello y a los pies.

Varios integrantes de la brigada se retiraron de ella aterrorizados. Los que


permanecieron, comenzaron a usar nombres de batalla, "alias" secretos. Townley
se llamaba Juan Manuel Torres, o "Juan Manolo". La brigada había acumulado un
arsenal de dinamita y armas de poco calibre y fabricaba sus propios cocteles
"Molotov", botellas llenas de gasolina con una mecha de trapo. En un operativo
contra un depósito de transportes municipales, Townley y sus jóvenes
compañeros arrojaron las botellas a aquéllos cuyos conductores se opusieron al
paro de la oposición. Como resultado de la acción, muchos autobuses estallaron.
Townley había cruzado la barrera, entrando al mundo de la violencia. Para él, los
riesgos crecientes y la violencia en aumento hacían su vida muy excitante y
completa. A fines de 1972, por fin. Michael Townley había llegado a ser un
terrorista profesional.

Poco después de las acaloradas elecciones parlamentarias del 4 de marzo de


1973, en las que los medios de comunicación desempeñaron un papel más
importante que nunca, Townley pidió a su amigo periodista Manuel Fuentes que
propusiera un plan al jefe de PyL, Pablo Rodríguez.

En 1973, la Unidad Popular y las fuerzas de oposición habían combatido


rudamente por el control de los medios de comunicación. La mayor parte de las
radioemisoras quedó en manos privadas y, políticamente, eran antigobiernistas.
La Iglesia católica poseía algunas radios y se mantenía neutral, mientras que los
partidos políticos de izquierda compraron algunas radios para promover a la
Unidad Popular.

Pero las leyes de la televisión, instituidas de acuerdo a los códigos


norteamericanos, daban al gobierno el control de las redes aéreas. Otra
legislación dio la propiedad exclusiva y el derecho a operar los tres canales de
televisión existentes en el país, respectivamente al gobierno, a la Universidad
Católica (6) y a la Universidad de Chile, institución autónoma, financiada con los
ingresos por concepto de impuestos. Sólo el Canal 13, de la Universidad Católica,
estaba en manos de la oposición. Su director, Raúl Hasbún, era un exaltado
sacerdote que en un foro político televisado había comparado los partidos políticos
con "prostíbulos". Hasbún se consideraba un moderno Josué, que caminaba
alrededor de la amurallada ciudad de Jericó de Allende, deseando derrumbarla
con la fuerza de su virtud y el clarín de su oratoria.

Con el abundante financiamiento de los partidos de oposición y de los


empresarios, Hasbún había instalado dos estaciones pirata de televisión, una en
Santiago y otra en la ciudad de Concepción, al sur del país, usando equipos
importados de Estados Unidos. La estación de Concepción, haciéndose llamar
Canal 5, empezó a transmitir en marzo, sin contar con la autorización del gobierno.
Su programación alternaba mensajes políticos de oposición al gobierno con viejas
películas de Hollywood. En lugar de recurrir a la policía para que detuviera las
transmisiones ilegales, el gobierno instaló un interceptor en una central eléctrica,
distorsionando la recepción de los programas. Townley y su amigo Etchepare
fraguaron un plan para eliminar la interferencia del gobierno.

Rodríguez llevó a Townley, quien fue presentado como Juan Manuel Torres, su
nombre de batalla, para que se entrevistara con Hasbún y le explicara su plan.
Hasbún llamó a Carlos de la Sotta, director de la estación de Concepción,
pidiéndole que cooperara con el plan. El 15 de marzo, Townley, Etchepare y
Rafael Undurraga se dirigieron a Concepción. Con la colaboración de De la Sotta,
probaron la corriente eléctrica que llegaba a la estación, localizando así el
artefacto que provocaba la interferencia.
Tres días después, un comando de Patria y Libertad integrado por un grupo de
jóvenes mandados por Juan Miguel Sessa, llegó a Concepción para asaltar la
central eléctrica. Con el fin de facilitar la operación, De la Sotta había conseguido
las llaves de un departamento en la calle Freiré, cuya puerta trasera conducía
directamente a los subterráneos de la central eléctrica.

En la madrugada del 20 de marzo, Sessa abrió la puerta del departamento número


382 de la calle Freire. Al alumbrar la habitación con una linterna, se encontró con
un hombre que dormía en el suelo, en un rincón. José Tomás Henríquez, obrero
pintor sin casa que usaba el departamento vacío en las noches, despertó
asustado, oponiéndose a los miembros del comando, quienes lo derribaron.
Sessa, por instrucciones de Townley, había llevado consigo cuerda, cloroformo y
un rollo de tela adhesiva. El resto de la operación fue fácil, ya que los detalles de
la ubicación y conexiones del artefacto que producía la interferencia -un gran
oscilador-, fueron precisos. Desconectaron el voluminoso aparato y lo cargaron en
el automóvil para llevarlo en calidad de trofeo a Santiago y mostrarlo a Rodríguez
y Hasbún.

Al día siguiente, un periódico de Santiago publicó en primera plana la foto de


Henríquez, muerto por asfixia, con el cuerpo grotescamente contorsionado por las
ataduras de sus celosos atacantes. Tal como lo reconocieron algunos de sus
alumnos, el método era el de Townley.

La investigación del asesinato se centró en los tres técnicos que se sabía habían
visitado el Canal 5 pocos días antes del hecho. Los registros del hotel
demostraron que los sujetos habían hecho una llamada de larga distancia a la
sede de PyL y a la casa de un militante, Manuel Katz Fried. El director De la Sotta
fue arrestado. La policía encarceló a Etchepare y a Undurraga en Concepción. El
jefe de PyL, Pablo Rodríguez, ordenó a Townley, Sessa y otro miembro del
comando, que huyeran del país.

Tarde, una noche, un miembro de PyL conduciendo un Ford Falcon amarillo,


recogió en su escondite a los tres fugitivos. Por la carretera Panamericana,
viajaron hacia el sur durante toda la noche, llegando a Temuco antes del mediodía
siguiente. Sabían haber llegado a territorio seguro, ya que Patria y Libertad tenía
en los alrededores campos de entrenamiento guerrillero, que contaban con el
apoyo de los conservadores terratenientes de la zona. Eduardo Díaz, dirigente
provincial de PyL, los recibió en una granja de las afueras de Temuco. Era el
encargado de la última etapa de la fuga y, el cruce a pie hacia Argentina a través
del Paso Julia, uno de los pasos cordilleranos controlados por PyL.

Aunque se presentaron con nombres supuestos, Díaz reconoció a Sessa, Townley


y Carlos Vial, los integrantes del comando. Le habían informado que Townley era
"un excelente técnico relacionado con la embajada norteamericana". Para Díaz,
esto significaba que era agente de la CIA y se negó a usar la vía de escape más
secreta de PyL para un agente extranjero que ni siquiera era realmente un
integrante de la organización. Estaba dispuesto a llevar a Sessa y a Vial, pero no a
Townley. Éste discutió con Díaz y en seguida comenzó a rogarle. No era un
agente, pero tenía contactos con la CIA, lo que significaba que estaba en
condiciones de enviar dinero y todo tipo de ayuda a Patria y Libertad desde
Estados Unidos, si es que podía salir de Chile. Díaz fue inflexible. Más tarde,
declaró haber rehusado ayudar a Townley, pues desdeñaba a esos que se
proclamaban ideológicamente "nacionalistas", mientras se ligaban a organismos
internacionales como la CIA para lograr sus propósitos. Un grupo partió con Sessa
y Vial a Junín de los Andes, Argentina, dejando a Townley, quien regresaría a
Santiago con el chofer de PyL.

Posteriormente, Townley contaría que había salido con el grupo de PyL, cruzando
el paso cordillerano hasta llegar a Argentina, reafirmando su historia con la
orgullosa exhibición de sus arruinadas botas, las que adoraba por haberlo
"salvado" de la policía de Allende. Otros integrantes de PyL, incluso Rodríguez,
negaron la veracidad de esa historia; pero otras fuentes que dicen haber estado
directamente involucradas, señalan que Townley tras la negativa de Díaz, se las
arregló para cruzar hacia Argentina en una avioneta particular. (7) Desde Argentina,
voló a Miami, llegando a tiempo para la celebración del aniversario de bodas de
sus padres, el día 2 de abril.

La historia del caso fue publicada en la prensa chilena dos meses más tarde. El
tabloide Puro Chile, diario sensacionalista pro UP, publicó la foto de Townley en
primera plana el 9 de junio, con el siguiente encabezado: EL ASESINO DE
CONCEPCIÓN. El artículo señalaba que Townley era "un hombre de la CIA" que
estaba en Chile desde 1968 "haciéndose pasar por constructor de yates".

Aunque estaba en su país, durante siete meses Michael Townley vivió como un
exiliado. Ningún cubano exiliado demostró jamás tanto celo patriótico por Cuba,
como él lo mostró por Chile, que ahora consideraba su patria.

Convencido de la inminente caída de Allende, Townley no hizo ningún arreglo para


establecerse en Miami. Cuando Inés y sus hijos viajaron a reunirse con él en junio,
ella compró pasajes de ida y regreso. Michael rentó un departamento en el norte
de Miami Beach y, por un sueldo de $275 semanales, regresó a su antiguo trabajo
en el taller de reparación de transmisiones AAMCO de José Luaces. Pero esta
actividad sólo le interesaba ahora como fuente de ingresos. El exilio agudizó su
devoción por la actividad de tiempo completo como "Juan Manolo", el
contrarrevolucionario.

Habitualmente se veía a Townley encerrado en una pequeña oficina rodeada de


ventanales, en un rincón apartado del taller de Luaces, detrás de las grúas
hidráulicas, acompañado por un piloto de LAN. Los pilotos y azafatas
antiallendistas de LAN-Chile, compañía que realizaba vuelos diarios a Miami,
llevaban paquetes y mensajes a Townley, entregándoselos personalmente en la
calle Octava, dirección del taller de AAMCO. A su vez, Townley enviaba paquetitos
con el personal de la línea aérea, quienes los hacían llegar a Patria y Libertad, que
Allende había puesto fuera de la ley en el mes de julio.
En el interior de Chile, el terrorismo aumentó considerablemente, llegando a
alcanzar un promedio de un atentado con bombas cada hora en las semanas
anteriores al golpe. Más tarde, Townley confesó que en esa época habitualmente
compraba explosivos en Miami.

En su testimonio prestado ante el Gran Jurado, Townley dijo: "Lo que descubrí en
Miami ... a comienzos de los años setenta, fines de los sesenta ... /fue que/ gracias
a todo el material que habían obtenido de la CIA ... se podían comprar explosivos
plásticos en cualquier parte, como si se tratara de caramelos. Armas, explosivos,
detonadores ... Lo que se quisiera, y a precios muy bajos".

Tal como había prometido, trató de conseguir ayuda de la central de la CIA de


Miami. Antes de abandonar Chile, Pablo Rodríguez y Manuel Fuentes le sugirieron
que se acercara a la CIA. Al respecto, posteriormente declaró: "Creo que les
mencioné el hecho de que en 1970 había hecho contacto con la CIA, a raíz de lo
que me sugirieron ellos que, ya que de todos modos iba a los Estados Unidos, por
qué no trataba de obtener fondos, o algún tipo de entrenamiento, o lo que fuera,
para el movimiento de resistencia contra Allende".

Llamó al mismo número de teléfono de hacía tres años, comunicándose con el


señor H., él funcionario que lo había entrevistado en 1970. Le dijo que había
regresado de Chile y para ambos sería interesante conversar. El señor H le
contestó que trataría de hacerlo y volvería a llamarlo. Después de cuatro días de
espera, Townley volvió a insistir. La información acerca de su participación en el
operativo de Concepción estaba en poder de la CIA, por lo que la oficina central
ordenó al señor H. no hacer ningún contacto profundo con Townley. Fue muy frío
en su conversación telefónica, diciéndole que estaba dispuesto a escuchar todo lo
que Townley tuviera que decirle, pero que no tratarían nada relacionado con la
acción. Al respecto, la versión de Townley fue: "Me dijo que la gente de la agencia
encargada de esta área en particular no estaba interesada en hablar conmigo por
el momento ... Que si quería conversar de cualquier cosa, estarían encantados de
escucharme, pero sólo a mí. Con eso, me cerraba la puerta".

Lo que Townley describía eufemísticamente como "esa área en particular" de las


operaciones de la CIA, había actuado de todos modos, pero sin tomar en cuenta a
Townley ni a Patria y Libertad. En Chile, la cuenta regresiva para el golpe ya se
había iniciado entre la camarilla de generales.

El 11 de septiembre, entre la comunidad de los cubanos exiliados se recibieron


con alborozados festejos las noticias del golpe militar. De inmediato, el general
Pinochet y los demás integrantes de la junta se transformaron en héroes para
ellos. Poseída por el éxtasis, Inés reservó pasajes en el primer vuelo disponible,
llegando a Santiago el 21 de septiembre. Michael se quedó en Miami un mes más,
fabricándose una nueva identidad, ya que a pesar del triunfo de los militares, en
Chile lo esperaba una acusación pendiente con cargo de asesinato.
Gracias a uno de sus clientes, consiguió un certificado de nacimiento en Florida.
Con eso, el 3 de octubre de 1973, obtuvo licencia de chofer y, al día siguiente, en
el tribunal de Hialeah solicitó un pasaporte. Kennett William Enyart se identificó en
la solicitud como obrero de la construcción, residente en el noroeste de Miami con
su esposa Brenda. Señaló que "viajaría a Sud-américa. Perú, Venezuela, Ecuador,
Colombia, Panamá". El empleado no lo hizo esperar el periodo normal de diez a
quince días, de modo que en veinticuatro horas, Townley estaba con su nuevo y
falso pasaporte.

Sus lecturas de novelas de espionaje y detectives le habían servido mucho. Las


había leído por razones técnicas y de ellas aprendió, paso a paso, los
procedimientos para obtener documentación falsa, seguir rastros, atravesar
fronteras sin ser detectado, organizar reuniones clandestinas, transmitir
informaciones, inventar códigos secretos . .. Las actividades comerciales, base del
profesionalismo de un espía moderno y modelo, remplazaron su antigua afición
por la electrónica y los explosivos. Los rudimentos de la actividad, aprendidos en
las novelas y en su relación con elementos novatos de Patria y Libertad, pronto se
perfeccionaron gracias al contacto con profesionales en la materia.

Uno de los libros de su biblioteca era El día del Chacal, de Frederick Forsyth.
Townley admiraba al Chacal, anónimo maestro de las armas y el ocultamiento,
manipulador de identidades, rostro sin personalidad. Aunque aún no era un
asesino como su héroe ficticio, fantaseaba sobre su futuro papel en Chile,
identificándose con el Chacal, extranjero al servicio de otra nación, que se
trasladaba de un país al otro sin identificación y sin dejar huellas. Uno de los
personajes de la novela de Forsyth describe al Chacal, que estuvo a punto de
asesinar a Charles de Gaulle, en los siguientes términos:

Ese hombre, quienquiera que sea, tiene que ser extranjero. No puede ser miembro
de la OAS /Organización Secreta del Ejército/ ... No puede ser conocido por
ningún policía francés; no debe estar fichado .. . Debe ser un asesino
desconocido. Debe viajar con un pasaporte extranjero, hacer el trabajo y
desaparecer, regresando a su país mientras los franceses estén tratando de
descubrir al presunto asesino ... Lo importante es que sea capaz de entrar al país
sin ser notado y sin provocar sospechas. Esto es algo que, por el momento,
ninguno de nosotros puede hacer.

Más tarde, Townley comentaría a uno de sus interrogadores en el proceso que el


libro de Forsyth era increíblemente cuidadoso en sus descripciones del sistema
ilegal de tráfico de armas en Europa y que sólo los nombres falsos separaban la
ficción de la realidad.

Townley se transformaría en una caricatura del Chacal, en un asesino de la vida


real que imitaría el mundo de la ficción, un aficionado en ese negocio, a pesar de
su entrenamiento, en un agente secreto que llevaría bajo el brazo varias de sus
múltiples identidades. "Le encantaba toda esa basura de «capa y espada», pero
jamás hizo algo sin que lo agarraran", comentó alguien que lo conocía.
Notas:

1. A menos que se indique lo contrario, esta y las citas siguientes han sido tomadas de tres
manuscritos que tienen en total unas sesenta páginas y fueron escritos por Inés Townley a
mediados de 1978. En especial, tratan acerca de la carrera de su esposo en la DINA.

2. Inés declaró a una fuente que la CIA también siguió a Townley a San Francisco, ofreciéndole
trabajo si decidía regresar a Chile. De acuerdo con la información no confirmada, Townley contestó
que "con gusto escondería bajo su cama a un agente de la CIA, pero que él no estaba dispuesto a
convertirse en agente".

3. Carta sin fecha dirigida a uno de los autores de este libro y recibida en enero de 1979. Agrega:
"Pero usted nunca dirá esto, ¿verdad?, porque usted usa un par de anteojos que sólo ven lo que le
parece bueno, como tantos otros... En realidad, no tiene caso que busquen las razones en una
infancia accidentada, o algo así. Él llevó -nosotros llevamos- una vida feliz y normal. Fue el
comunismo el que cambió nuestro estilo".

4. A fines de 1973, Stebbings escribió acerca de este asunto a otro funcionario político. Decía que
la CIA había mostrado mucho interés por obtener las frecuencias, pero se negó a entregar la lista
de oficiales. Estas negociaciones a través de Townley parecen contradecir las posteriores
declaraciones de la CIA de que sus agentes no pudieron localizar a Townley en Santiago, en 1971.
La CIA nunca explicó el porqué de su negativa para la aprobación de Townley como agente.

5. En 1974, Davidow dejó Chile y presentó a Townley a Michael Lyons, su sucesor. En esa época,
Townley era agente de la DINA.

6. La estación de televisión de la Universidad Católica no debe confundirse con la institución de la


Iglesia católica, que mantuvo oficialmente una posición neutral.

7. Estas mismas fuentes declaran que el piloto fue Julio Bouchon, hijo de un acaudalado
terrateniente que, en 1970, guió el avión en que huyeron los asesinos del general Rene Schneider.
Se dijo que Bouchon aterrizó en una pista privada cercana a Mendoza, Argentina, donde un "jet
para ejecutivos" esperaba a Townley para llevarlo a Miami. El asesor político del embajador
norteamericano, David Stebbings, en una carta dirigida a otro asesor, a fines de 1973, hace
también referencia a la huida de Townley en avión

CAPACIDAD EXTRATERRITORIAL

VEINTE AÑOS ANTES, el edificio de Tejas Verdes había sido un elegante hotel
donde los santiaguinos ricos descansaban a la orilla del mar. En octubre de 1973,
un prisionero desnudo yacía amarrado a una cama metálica en el que fuera salón
de música. Desde hacía algunos años, la Escuela de Ingenieros del Ejército había
sustituido a los veraneantes, pero la gente aún llamaba al lugar Tejas Verdes. El
río Maipo corría cerca de las amplias terrazas, acarreando polvillo de carbón de
los Andes en su último tramo, antes de desembocar en el Pacífico. Por eso, las
playas de la zona, hasta el puerto de San Antonio, más al norte, eran color ceniza
y carbón.
Antonio Moreno (por razones de seguridad, este nombre es ficticio) gritó varias
veces ese día, aunque sabía que nadie podría oírlo, gracias a la aislación acústica
del lugar. Nadie, excepto la media docena de hombres que presenciaba el
interrogatorio. Una patrulla de la Marina lo había detenido en Santiago, llevándolo
hasta ese lugar. Los soldados habían estado torturándolo en la parrilla (plancha
eléctrica), hasta que soltó varios nombres de intelectuales de derecha, diciendo
que eran agentes secretos soviéticos. Ahora volvían a torturarlo porque su
confesión, según descubrieron, era una mentira. Un fuerte olor a heces llenaba la
habitación. Su cuerpo y ropas, enlodados, acumulaban mugre desde su detención,
tres semanas antes. Un soldado hacía arcadas mientras le cambiaba un electrodo
desde los párpados al pene. Entre las descargas eléctricas, Antonio miró fijamente
el rostro de un hombre corpulento con uniforme de teniente coronel que,
recargado contra la pared, presenciaba atentamente la operación, con mirada de
experto. El horror de la experiencia hizo que ese rostro quedara grabado en su
memoria y, más tarde habiendo logrado sobrevivir, pudo reconocer la fuerte
mandíbula, los impenetrables ojos negros bajo espesas cejas y la mirada de
cansada complacencia. Su nombre: teniente coronel Juan Manuel Contreras
Sepúlveda, comandante de la base militar Tejas Verdes.

Con sus cuarenta y cuatro años, Contreras era el más joven de los coroneles del
Ejército de Chile, y posteriormente sería el más joven de los generales. Pero no
sólo perseguía el poder a través del escalafón. El puerto de San Antonio y el
regimiento de Tejas Verdes fueron la plataforma que lo acercó al poder.

Perteneciente a una arribista familia militar de clase media, Contreras estaba en el


último año de la academia militar cuando a ella ingresó como cadete Orlando
Letelier. Desde el comienzo de su carrera, atrajo la atención de uno de sus
profesores, el capitán Augusto Pinochet. Ambos, el joven oficial y su maestro, se
hicieron amigos íntimos, coronando su amistad con el apadrinamiento de un hijo
de Contreras.

Siendo mayor, Contreras permaneció desde 1967 hasta 1969 en la Escuela para
Oficiales del Ejército de Fort Belvoir, Virginia. En Estados Unidos ingresó al Club
de Leones de Fort Hunt, Virginia y más tarde, ya de regreso en Chile, siguió
perteneciendo al Club de Leones Internacional. Abrió una cuenta bancaria en el
banco Riggs de Washington, D.C., la que más tarde le fue de gran utilidad.

No habiendo tomado parte en ninguna guerra, los oficiales chilenos eran soldados
"de salón". La vía para ser ascendidos en el escalafón era a través de estudios en
cursos especiales en el extranjero, como profesores de la Academia Militar y la
Academia de Guerra, en Chile. Contreras siempre fue el primero de su clase y
más adelante le fue difícil combinar sus aptitudes como profesor con el comando
de tropas. Aunque adscrito al Cuerpo de Ingenieros, se dedicó también a la
historia militar, a la estrategia, la inteligencia, además de enseñar técnicas típicas
de la ingeniería de guerra, en especial explosivos y bombardeo.
Tal como lo había adoctrinado Pinochet, Contreras tuvo a su cargo muchos
oficiales jóvenes, a quienes cautivaba con su inteligencia y de los que logró lealtad
total, gracias a su absolutismo y autoritarismo. Manuel Contreras se empeñó
siempre por mantener el control sobre la gente, las instituciones, el futuro. Había
logrado dominar a su familia, a sus amigos y a sus subalternos y, con cuidado,
había ido forjando su ascenso vertiginoso dentro del ejército. Pero había dos
cosas que escapaban a su control: en las reuniones sociales, era incapaz de
dominar sus respuestas a individuos de clase o ideas distintas de las suyas.
Optaba por apartarse tímidamente, o bien por argumentar con violencia. Se
exaltaba al discutir sobre comunismo, liberación femenina y democracia cristiana.
También había fracasado en sus intentos por controlar su apetito. La obesidad lo
enfurecía y canalizaba el enojo hacia sus ansias de poder.

Varios meses antes del golpe, Contreras recibió el mando de Tejas Verdes, el más
alto puesto militar en el área de San Antonio. En los años cincuenta, había servido
en esa ciudad portuaria durante un lustro, regresando en junio de 1973 como
reconocida personalidad entre los círculos sociales del lugar, aunque menos de lo
que él hubiera deseado. Estableció un férreo control sobre su nuevo regimiento y
cuando la Provincia fue declarada en estado de emergencia pocas semanas antes
del golpe, Contreras se convirtió en el jefe absoluto del puerto.

San Antonio es el puerto del Pacífico más cercano a la ciudad de Santiago.


Durante las semanas que antecedieron al golpe, los ciento treinta kilómetros de
autopista entre la ciudad y su puerto casi estuvieron sin tráfico de camiones,
debido al control de los camioneros en huelga. Barcos cargados con cientos de
toneladas de trigo languidecían anclados en la rada, mientras en Santiago el
presidente Allende anunciaba que los cuatro millones de habitantes de la ciudad,
dentro de tres días, ya no tendrían harina para la fabricación del pan. Un convoy
del ejército podría haber derribado las trincheras de los camioneros y los grupos
de la oposición, armados sólo con rifles y revólveres de poco calibre, pero San
Antonio, bajo el mando de Contreras, era territorio enemigo y ni los barcos fueron
descargados, ni se organizaron caravanas para llevar alimentos a la capital del
país. Días antes del golpe, Contreras ordenó a patrullas del ejército que vigilaran a
los grupos de jóvenes izquierdistas, sospechosos de estar preparando una
resistencia armada al inminente golpe.

El día 11 de septiembre se dispararon pocas balas. El mandato del gobierno de la


Unidad Popular había terminado en San Antonio. Los camiones se volvieron a
poner en circulación para transportar el grano hacia Santiago, pero el 13 de
septiembre, el radical sindicato de estibadores del puerto declaró una huelga de
brazos caídos, protestando por la abolición de las leyes de protección laboral por
parte de las nuevas autoridades militares. En la tarde del día 13, Contreras citó en
su oficina a los dirigentes sindicales con el fin de negociar. A la mañana siguiente,
cuatro cadáveres perforados por bala fueron enviados a los familiares de los
dirigentes sindicales en ataúdes sellados. No hubo más huelgas en San Antonio.
Otros cadáveres empezaron a aparecer regularmente en las playas. Las
enfermeras del hospital de la ciudad reconocieron algunos de los cadáveres como
pertenecientes a personas que, habiendo llegado heridas al hospital en los días
posteriores al golpe, fueron atendidas por ellas y, más tarde, patrullas militares se
las llevaron por la noche. Durante las primeras semanas que siguieron al golpe,
patrullas militares y colaboradores civiles detuvieron a centenares de militantes y
simpatizantes de la UP. Hacia fines de septiembre, se corrió el rumor de que
Contreras había organizado un campo de concentración militar junto al puente del
Maipo, cerca del regimiento Tejas Verdes.

Personas que trataban de localizar a sus parientes desaparecidos, subían


diariamente las colinas para observar desde allí el campo y sus dos docenas en
hileras de barracones de madera. Mientras iban al comedor o a las letrinas, los
prisioneros podían observar a la gente que miraba. Y también podían ver, allá
arriba, las dos estatuas de cemento blanco que daban el nombre al lugar: "La
colina del Cristo de Maipo". Diariamente llegaban prisioneros, muchos de ellos
traídos desde Santiago. Camiones más pequeños los llevaban en grupos al
antiguo balneario de Tejas Verdes, a un kilómetro y medio de distancia, para
someterlos a interrogatorios. Oficialmente, el campo de prisioneros no existía. No
había listas de presos y los oficiales del ejército rehusaban responder las
preguntas de los parientes. Sólo los detenidos y sus vigilantes entraban al campo.
Dormían en enormes cajas de embalaje marítimo y en casuchas. Un hoyo abierto
en la arena y rodeado de tablas hacía de letrina. No había lavamanos ni duchas.

San Antonio constituía una zona problemática para Pinochet, debido a la


importancia estratégica del puerto y a la fuerte tendencia UP de su población.
Contreras fue como un enviado del cielo que supo mantener la difícil situación bajo
control, con rapidez y eficiencia. A medida que en Santiago fue aumentando la
presión para que se permitiera a la Cruz Roja Internacional la inspección de las
prisiones y las listas de los presos, Tejas Verdes fue convirtiéndose en el destino
de los detenidos de Santiago, sospechosos de participar en la resistencia
organizada. En interrogatorios. Sus informaciones sobre la resistencia, fruto de las
sesiones de tortura en la sala de música de Tejas Verdes, llegaron a ser las más
completas de Chile, supliendo las deficiencias y complementando las de los
Servicios de Inteligencia del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea.

Contreras fue el autor de las leyes que regían la vida en San Antonio. Destituyó a
una juez de tendencias izquierdistas, encarcelándola en Tejas Verdes. Puesto que
Pinochet y la junta habían anunciado que no habría cambios en el sistema judicial,
dos funcionarios de la Corte viajaron a San Antonio para exigir a Contreras
respeto a la autonomía del Poder Judicial. Uno de estos funcionarios declaró que
Contreras los recibió en su oficina y permaneció de pie frente a ambos, como era
su costumbre. Rechazó sus quejas, diciéndoles: "Señores, yo soy la ley". Y,
poniéndose la mano en su pistola agregó: "Y éste es el sistema judicial".

EN OCTUBRE DE 1973, Santiago parecía una ciudad ocupada. Patrullas militares


en "jeeps" y camiones inundaban las calles, las armas listas para disparar.
Troncos y sacos de arena protegían los puestos de vigilancia alrededor de los
edificios del gobierno, edificios públicos y comisarías de carabineros. Por la noche,
después del inicio del toque de queda, se escuchaban ráfagas de metralleta. Los
diarios de la mañana (los que quedaron, luego de la confiscación de todas las
publicaciones contrarias al nuevo régimen), informaban acerca del número de
izquierdistas muertos la noche anterior por haber "tratado de escapar".

En su primera semana de regreso en Santiago, Michael Townley conducía por las


calles en estado eufórico, bebiendo los aires de la victoria militar total. A veces,
saludaba a las patrullas, reconociendo a algún ex compañero de Patria y Libertad
que iba con los soldados, luciendo con orgullo un rifle automático. Una vez
cumplido su propósito, Patria y Libertad se había disuelto voluntariamente, de
manera que sus integrantes pudieran colaborar individualmente con el nuevo
gobierno. Townley renovó sus antiguas relaciones y pronto supo quiénes de su
amigos de PyL habían encontrado trabajo en las brigadas de "limpieza" militares y
quiénes tenían ahora puestos importantes.

Townley ansiaba conducir uno de esos "jeeps", pero no como un soldado común y
corriente, sino como un oficial al servicio del Once de Septiembre. Creía que en el
cuerpo de oficiales del ejército anticomunista de su país adoptivo, encontraría un
lugar donde utilizar su talento y sus aptitudes. Algunos de sus compañeros lo
entusiasmaron, advirtiéndole al mismo tiempo que si bien el control del Estado
había cambiado de manos, los niveles más bajos de la burocracia no habían
alterado sus procedimientos formales, de manera que debía recordar que su
participación en el asunto de Concepción le había dado cierta fama. Townley
escuchó las advertencias, puesto que no quería arruinar sus posibilidades
actuando precipitadamente.

Se presentó en el consulado norteamericano, en la calle Merced. Su amigo Fred


Purdy, el cónsul, lo saludó calurosamente, hablando con entusiasmo sobre el
nuevo régimen y la victoria de la lucha contra el gobierno de Allende. Townley le
comunicó que necesitaba un nuevo pasaporte. (1) Purdy le manifestó sus deseos
de servirlo. Aunque sabía que se trataba de un criminal buscado, que había huido
de Chile para librarse de la mano de la justicia, a pesar de que se le había
acusado de asesinar a un hombre en el incidente de Concepción, decidió
ayudarlo.

Townley llevó al consulado varias fotos tamaño pasaporte, y obtuvo un nuevo


documento. Purdy actualizó su tarjeta de ciudadano norteamericano señalando su
regreso al país, anotando su nueva dirección y anexando una de las fotos. Cuando
Townley salió de la oficina, Purdy escribió un memorándum describiendo la
conversación que acababan de tener.

Ahora se sintió seguro. Su regla había sido siempre mantener la honestidad con la
embajada norteamericana y estaba seguro que allí nadie se dejaría sorprender por
la necesidad burocrática de hacer líos en relación a su presencia ilegal en el país.
Luego se dedicó a tratar de anular la orden de arresto por lo de Concepción,
intentando hacer desaparecer los documentos legales que existían en los archivos
de la corte y de los acusadores. Ese era un problema más difícil que el anterior. El
nuevo gobierno había resuelto problemas similares a otros activistas de PyL que
eran buscados por crímenes cometidos durante el gobierno de Allende. La junta
había liberado a Roberto Thieme, ex director de las operaciones clandestinas de
PyL, y a varios otros que habían regresado de su exilio en Paraguay y eran
buscados por el asesinato del general Schneider. Rafael Undurraga, compañero
de Townley en lo de Concepción, había sido liberado silenciosamente, tras seis
meses de cárcel. Explicó su problema a su amigo de PyL, el capitán de Marina
Carlos Ashton, que tenía un puesto en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Ashton aseguró a Townley que una comunicación discreta con las autoridades de
Concepción terminaría con su incertidumbre.

Una vez más, Townley se instaló en Chile. Inés había rentado una casa en
Providencia. Para dejar pasar el tiempo y ganar algo de dinero mientras esperaba
el ansiado ofrecimiento de trabajo en el Ejército, Townley reparaba transmisiones
automáticas y finos aparatos en un pequeño taller de reparación automotriz.

EL CORONEL MANUEL Contreras repartía su tiempo entre Santiago y Tejas


Verdes. Acumulaba títulos y extendía la base de su poder, moviéndoles el piso a
varios generales, pero manteniendo sumisión absoluta frente a un solo hombre: el
general Augusto Pinochet. En San Antonio, además de ser gobernador militar y
jefe de la zona en estado de emergencia, se hizo cargo de la administración del
gigantesco complejo pesquero EPECH, una de las industrias del "área social",
concebida como un paso hacia la economía socialista de autogestión obrera. En
Santiago, era director de la Escuela de Oficiales y de la Academia de Guerra,
además de prestar sus servicios en las comisiones militares para la planificación
política del gobierno. El número y prestigio de sus actividades, inusitados para un
coronel, le dieron la base de poder para llegar a manejar la mayor empresa del
gobierno militar. En tamaño y recursos, sólo la industria cuprífera, base económica
del país, era mayor que EPECH. Pinochet le había encomendado poner orden y
eficiencia en la gigantesca tarea de eliminar el marxismo del país. Le ordenó no
aminorar la violencia de las primeras semanas después del golpe, sino
intensificarla, coordinarla y racionalizar la represión.

La organización formal del terror institucionalizado en Chile, comenzó en


noviembre de 1973 con un decreto que creó el Servicio Nacional de Detenidos,
SENDET. La nueva institución era una medida burocrática para manejar la
administración de la docena de campos de concentración del país. SENDET
instaló sus oficinas en el subterráneo del edificio vacío del Congreso Nacional y el
gobierno anunció que cualquiera que quisiera saber acerca de personas
arrestadas, debía dirigirse allí.

Escondida en el decreto (el Decreto 517, aparecido en el Diario Oficial el 31 de


diciembre de 1973), había una cláusula que creaba el Departamento de
Inteligencia Nacional, "para determinar el grado de peligrosidad de los detenidos y
mantener coordinación permanente con los Servicios de Inteligencia de las
Fuerzas Armadas, Carabineros e Investigadores". Un abogado que trabajaba en la
recientemente creada organización de derechos humanos, el Comité de
Cooperación para la Paz, hizo una fundamentada suposición, que redactó en un
memorándum. Básicamente, declaraba que el Departamento sería un nuevo
aparato de inteligencia y concluyó que la sigla del nuevo organismo era DINA.

El coronel Manuel Contreras, director secreto del "departamento" del SENDET,


comenzó a forjar una organización que tenía el doble propósito de infundir temor y
unificar las políticas de inteligencia. Y en esta tarea contó con el asesoramiento
del jefe de la oficina de la CIA, Ray Warren, que había trabajado con Contreras
antes del golpe. Cuando supo que Pinochet había entregado la misión de
centralizar las agencias de inteligencia a un hombre de la comprobada capacidad
de Contreras, Warren prometió la ayuda de la CIA en la supervisión de la
planificación y organización de la nueva estructura, así como en el entrenamiento
de sus principales funcionarios. Townley y otros civiles de PyL reclutados en esa
época, veían cómo Contreras organizaba la DINA: era un Estado dentro de otro
Estado. Un ex agente de la DINA dijo: "Al comienzo de 1974, él /Contreras/ sólo
tenía un montón de planes y, seis meses más tarde, había construido un imperio.
Pensé que era un genio por haber sido capaz de construir un aparato tan grande y
complejo en tan poco tiempo. Después descubrí cuánta ayuda había recibido de la
CIA para lograrlo". (2)

Las cinco agencias de inteligencia que originalmente existían en Chile, no estaban


preparadas para la tarea de vigilar a los ciudadanos cuyo crimen consistía en
tener ideas políticas "pasadas de moda". Otros gobiernos, incluso el de Allende,
se habían apoyado en investigaciones, la división política de la policía civil, para
investigar el terrorismo y la subversión, hechos de los que había pocos ejemplos
en la historia del país, hasta los dos últimos años del gobierno de Allende. En los
años sesenta, la CIA había recomendado la creación de una rama de inteligencia
de carabineros, la policía nacional, pero SICAR (Servicio de Inteligencia de
Carabineros) siempre había sido un servicio incompetente.

El Servicio de Inteligencia Militar, SIM, perteneciente al Ejército, se dedicó a


aspectos relacionados con posibles conflictos externos hasta los años sesenta y
luego, por recomendación del Programa de Ayuda Militar de Estados Unidos, se
amplió hacia programas de insurgencia interna.

La Inteligencia de la Marina operaba casi exclusivamente en las ciudades


portuarias de Valparaíso y Talcahuano. El Servicio de Inteligencia de la Fuerza
Aérea, SIFA, más pequeño que el SIM, asumió de buen grado la tarea de
represión. Bajo la dirección de uno de los cuatro miembros de la junta, el general
Gustavo Leigh, la SIFA operó a lo largo del país, conquistando la reputación de
ser la más brutal de todas las organizaciones que efectuaban arrestos . .. Hasta
que apareció la DINA.

Los servicios de inteligencia eran responsables de sus jerarquías respectivas,


existiendo a todo nivel rivalidad entre ellos. Pinochet, por consejo de la CIA,
entendió la necesidad de una policía secreta a gran escala, que estuviera bajo su
directa supervisión, fuera independiente de cualquier estructura militar y se
encargara de la coordinación de las demás agencias de inteligencia. Otras
agencias policiales secretas formadas con similares propósitos, como la KCIA de
Corea del Sur, el Servicio Nacional de Información de Brasil y la SAVAK de Irán
(todas patrocinadas por la CIA), sirvieron de modelo a la organización de
Contreras, quien obtuvo manuales técnicos y de entrenamiento de la CIA.
Seleccionó a los oficiales que conformarían su grupo selecto entre tenientes y
capitanes de la Academia de Guerra y reclutó soldados que habían adquirido
experiencia en Tejas Verdes. Mandó a entrenarse a Brasil a algunos de ellos y
obtuvo cerca de 40 millones de dólares para financiar la organización, mediante el
ingenioso truco de sacar fondos de EPECH (Empresa Pesquera de Chile) y luego,
con préstamos del Banco Central, cubrir las "pérdidas" de la firma. Justificó estas
pérdidas culpando públicamente al régimen de la Unidad Popular de malversación
de fondos.

Los entrenamientos empezaron en diciembre. Seiscientos reclutas se reunieron


del otro lado del río, junto al regimiento de Tejas Verdes, el antiguo "balneario
popular" construido por Allende. Uno de los reclutas era Samuel Fuenzalida,
conscripto procedente de una familia obrera de Santiago. En una entrevista,
Fuenzalida declaró: "Cuando llegamos, Contreras nos hizo un discurso muy
patriótico en el que nos explicó por qué el golpe había sido tan importante para el
país. Dijo que íbamos a formar parte de la DINA, organización que sería
responsable sólo ante el presidente y que nosotros mantendríamos dentro y fuera
la seguridad del país. Dijo que teníamos que eliminar el marxismo y todas las
ideologías políticas como si fueran plagas".

"Nos enseñaron técnicas para seguir gente en la calle, para interrogar y para tratar
a los presos. Nos enseñaron a torturar, a conocer las partes más sensibles del
cuerpo y cómo hacer para no matar involuntariamente a una persona. Aprendimos
la tortura sicológica, como por ejemplo, encerrar en una casa inmunda a una
persona refinada y no dejarla lavarse".

Fuenzalida, que más tarde se exiló, dijo que los oficiales chilenos que les
enseñaban estaban asesorados por "gringos". Agregó que él vio cinco o seis
durante los tres meses que duró su curso y que los reconoció porque hablaban
inglés y porque posteriormente muchos oficiales de la DINA fueron premiados con
viajes a Estados Unidos.

En enero y febrero de 1974, con el reclutamiento aún incompleto, la DINA de


Contreras comenzó a operar en pequeña escala, incluso sin tener todavía
existencia legal. Los trabajadores por los derechos humanos en el Comité pro Paz
comenzaron a notar un aumento de casi 250 personas por semana en el número
de detenciones, detectando a la vez un inquietante cambio de métodos.
Contrariamente a las prácticas anteriores, los uniformados rara vez participaban
en las detenciones. Quienes realizaban los arrestos llegaban después del toque
de queda, vestidos de civil, negándose a identificarse. Vendaban los ojos de sus
víctimas y los arrojaban en el piso de camionetas sin patente. Entre el grupo de
cuatro o cinco hombres, a menudo se veía a una mujer joven.

EL VERANO CHILENO llegó a su fin. Con la excepción de Andy, hijo de Inés que
se había enrolado en la Marina norteamericana, la familia había pasado las
vacaciones reunida. Brian, el más pequeño, había entrado a segundo año y
Christopher, su hermano casi adolescente, estaba en quinto. Susan, alegre,
tomaba más en serio a los muchachos que los estudios. Ronnie, meditabundo
joven de veintidós años, heredero de las aficiones intelectuales de su madre,
había partido a Nueva York para ingresar a la universidad. Los Townley eran un
modelo de grupo familiar homogéneo y afectuoso.

El teniente coronel Pedro Espinoza, segundo en importancia de la naciente DINA,


llegó de visita a casa de los Townley. Inés supervisaba a la sirvienta que servía té
y tragos a su marido, a Espinoza y a una aparatosa mujer de más de cuarenta
años, propietaria de la casa que rentaban y que había servido de intermediaria
entre ellos y Espinoza, quien, según ella dijo, estaba interesado en conocer a
Michael.

Los Townley pronto se dieron cuenta de que la visita de Espinoza era el resultado
de los deseos de colaborar que ellos habían manifestado a sus amigos de Patria y
Libertad relacionados con el nuevo gobierno. El débil pretexto social para realizar
la visita, pronto se desvaneció, cuando Espinoza empezó a recordar los años de
Allende. Felicitó a Townley por su candor al poner en circulación la clandestina
Radio Liberación en las propias narices del gobierno de Allende y confesó que, en
su calidad de oficial de inteligencia militar, había recibido entonces órdenes de
interceptar las transmisiones ilegales. "Pero no puse mucho empeño", agregó con
una carcajada.

Regañándolo con benevolencia, le dijo que lo de Concepción había sido "algo


chapucero".

Luego, pasó a averiguar detalles más íntimos acerca de sus actividades bajo
Allende y después, desde su regreso a Chile.

Townley lo observaba, admirando la apostura militar y el atlético físico de ese


hombre casi tan alto como él. Incluso cuando reía, sus ademanes al estilo
prusiano y la intensidad de su mirada traicionaban su origen militar y una férrea
voluntad. Entendió que Espinoza ya lo había examinado y, en esa prueba
preliminar, lo había aprobado. Gracias a sus numerosas lecturas de espionaje,
entendió la situación.

Invitándolos a cenar a su casa, con los niños, Espinoza dio por terminada la
reunión. Cautivado por el aura de profesionalismo de Espinoza, más tarde calificó
de "amistad íntima" su relación con el oficial de inteligencia.
En las semanas que siguieron a la entrevista, Espinoza se dedicó a analizar a su
candidato. Éste era uno de los numerosos civiles que había llamado la atención de
Contreras por su audacia como terrorista de PyL. Aun cuando eran aficionados,
podían recibir entrenamiento, de modo que sus probadas cualidades individuales,
alimentadas por una ideología ultraderechista, los haría aptos para desempeñar
tareas que los militares rehuían. Contreras y Espinoza ya habían reclutado a
algunos de los conocidos de Townley: Vicente Gutiérrez, que había llevado a PyL
al asesinato; Anthal Liptay y Alvaro Puga, expertos en propaganda; Víctor
Fuenzalida, experto en explosivos; Gustavo Etchepare, experto en radio. Townley
obtuvo una alta calificación por parte de Espinoza.

Había demostrado sus conocimientos de electrónica, radio y explosivos y, lo mejor


de todo, era un norteamericano con dos pasaportes, totalmente fiel a la causa del
gobierno militar chileno, deseoso de llegar a cualquier parte y seguir cualquier
orden, con tal de alcanzar sus metas. Espinoza estaba impresionado por el
respeto que manifestaba Townley por la autoridad, su acatamiento sin preguntas y
su casi infantil fascinación por desempeñar el papel de soldado.

El ofrecimiento de Espinoza para que ingresara a la DINA se produjo casi al


mismo tiempo de la llegada de las lluvias invernales en Chile. (3) Espinoza contrató
a Michael Townley y a Inés Callejas con un sueldo común de aproximadamente
600 dólares mensuales. Townley declaró que para él había sido un honor
transformarse en soldado al servicio del Once de Septiembre. Contó a Espinoza
acerca de sus anteriores contactos con la CIA y sus relaciones con los
funcionarios políticos de la embajada norteamericana, además del cónsul Purdy.
Espinoza le aseguró que los contactos con los funcionarios norteamericanos no
constituían obstáculo alguno para convertirse en agente de la DINA.

En sus escritos posteriores acerca de estos hechos, Inés ocultó su propio papel en
la DINA, pero parece haber sido honesta al describir algunos de los factores que
ayudaron a la incorporación de Townley:

El coronel propuso a Michael trabajar en la DINA. Su único trabajo en esa época


eran ocasionales reparaciones de transmisión automática en el taller de Juan
Smith, y aceptó encantado. Por fin tendría la oportunidad de trabajar en
electrónica, su actividad favorita. Además, le pagarían por ello. El trabajo, según
nos dijo el coronel, dejaría tiempo a Michael para hacer otras cosas a la vez. No
estoy sugiriendo que mi esposo imitaba a James Bond, ni tampoco que realizaba
las misiones más importantes. Pero, ciertamente, puedo decir que la DINA
encontró muy útiles sus conocimientos en electrónica, inglés y comercio. A esto se
agrega el hecho de que, en su calidad de norteamericano, tenía libre acceso a
Estados Unidos en cualquier momento, sin necesidad de solicitar visa, algo tan
difícil de conseguir.

Además, mi esposo tenía cualidades que lo hacían destacarse en el mundo del


espionaje: mente despierta, increíble memoria, férrea determinación y lealtad.
Estaba absolutamente convencido de que el gobierno militar y el señor Pinochet
eran lo mejor que podía haberle sucedido a Chile.

La contratación por parte de la DINA permitió otras garantías a Townley. En lugar


de trabajar en la enorme sede central de la organización, se le dio la oportunidad
de ocupar una gran casa, casi una mansión con varias hectáreas de terreno, en el
elegante sector de Lo Curro, situado en una colina que dominaba la ciudad de
Santiago. Contreras había comprado esa casa durante la época de Allende,
cuando la propiedad estaba subvaluada. A expensas de la DINA, instaló una
poderosa estación transmisora de radio y equipó un completo laboratorio
electrónico. Poco tiempo después de su contratación, los Townley se mudaron a la
casa. Inés escribió más tarde:

La casa era un elefante blanco, pero respondía perfectamente a nuestros


propósitos. Michael podía tener su taller electrónico y su laboratorio fotográfico,
otro de sus "hobbies". Y yo tenía en el tercer piso una agradable terraza. Había
piscina y estaba, absurdamente, ubicada a la salida de la cocina, en el patio
trasero, pero hacía felices a los niños. El terreno, con árboles frutales, era uno de
los mejores de Lo Curro. Michael instaló unas antenas enormes, que provocaron
las sospechas de los vecinos. Nos denunciaron a la policía, que llegó a allanarnos.
Pudimos pasar la investigación sin problemas.

Durante los meses siguientes, Townley fue sometido a un periodo de vigilancia,


entrenamiento e iniciación. Sus superiores querían saber hasta dónde llegaba su
habilidad y recibió órdenes que comprobarían sus conocimientos de electrónica:
intercepción de mensajes telegráficos y telefónicos. También recibió indicaciones
para realizar operaciones preliminares con explosivos.

Un agente de la DINA debía conocer las bases del negocio y, en las novelas de
espionaje, Townley aprendió de arriba abajo las artes del amedrentamiento, tal
como se practicaban en Chile.

La DINA tenía sus propios procedimientos de adiestramiento, de jerarquías y


obediencia a la autoridad, la idiosincracia de una organización en proceso de
crecimiento y sus propios directivos. Finalmente, en cierto modo semejante a la
CIA, la DINA exigía un juramento de silencio y lealtad, que se hacía frente a
Contreras en persona. Townley firmó el juramento con seriedad y convicción.
Desde ese momento, se convirtió en un espía profesional y su nombre oficial para
la DINA era Juan Andrés Wilson Silva, (4) aunque la mayoría de sus colegas
seguía llamándolo Mike, o bien "el Gringo". Las primeras tareas de Townley
consistieron en espionaje electrónico en varias secciones operativas de la DINA.
Su jefe era el mayor Vianel Valdivieso. Usando como base de operaciones su
casa de Lo Curro, formó una brigada que tenía el pretencioso (y muy al estilo de la
DINA) título "Centro Quatropillán para la Investigación y el Desarrollo Técnico". Su
equipo de trabajo estaba compuesto por una secretaria, un chofer para el Fiat 125
asignado por la DINA y un sargento, que también usaba un automóvil de la DINA.
Ambos coches tenían radio. Townley mantuvo su brigada activa como una firma
de reparación de equipos eléctricos que se movía con eficiencia.

Pero Contreras no había contratado a Townley para que sembrara aparatos


interceptores en macetas.

Cuando, a mediados de 1974, Espinoza reclutó a Townley, la DINA contaba


aproximadamente con 600 agentes militares de tiempo completo y empleados
civiles a contrata. Cerca del 20 por ciento del personal era civil, la mayoría
reclutados en los barrios bajos, entre asesinos y criminales de baja estofa.
Townley integró un grupo más elitista, reclutado entre Patria y Libertad y otros
grupos de oposición, la mayoría de los cuales ingresó a la DINA en marzo y abril
de 1974. La DINA les prometió prestigio y posición, incluyendo el comando de
tropa y rangos equivalentes a teniente de ejército y capitán. En 1977, año de la
cima del poderío de la DINA, Contreras dirigía un pequeño ejército de 9,300
agentes y un grupo de informantes, unos asalariados, otros voluntarios, varias
veces más numeroso, que rastreaba todos los rincones de la vida dentro de Chile
y en el extranjero. (5)

El gobierno militar no admitió la existencia de la DINA públicamente hasta la


aparición, en junio de 1974, del Decreto 521, ley oficial de la junta que creaba la
Dirección de Inteligencia Nacional. (6)

El nombramiento de Contreras como su director no se dio a la publicidad. El


Decreto 521 contenía tres artículos secretos, el 9, 10 y 11, que subordinaban
todos los demás servicios de inteligencia del país a la DINA y otorgaban a sus
agentes poder ilimitado para allanar casas y detener personas sin formulación de
cargos. (7) Técnicamente, la DINA estaba subordinada a los cuatro miembros de la
junta; en la práctica, todos los operativos, incluso aquellos que originalmente
pertenecían a otras ramas de las fuerzas armadas, sólo recibían órdenes de
Contreras y éste, a su vez, sólo recibía órdenes de un hombre: el general Augusto
Pinochet.(8)

Las operaciones secretas de la DINA bajo la dirección del coronel Espinoza,


contaban con cinco secciones: Servicio Gubernamental, Interno, Económico,
Guerra Sicológica y Exterior (Operaciones Extranjeras). Las secciones
Gubernamental e Interna eran las más secretas y las mayores. Se centraban en el
control de las fuerzas de oposición en la burocracia estatal y en la población en
general.

Las purgas que se produjeron inmediatamente después del golpe habían


eliminado a miles de personas, identificadas como miembros de los partidos de
izquierda, muchos de ellos pertenecientes a las universidades y a los servicios
públicos. Pero los dirigentes del régimen consideraban cada oficina de gobierno
un suelo fértil para el sabotaje y la conspiración, y a cada empleado estatal, un
potencial riesgo contra la seguridad. Los miembros de los partidos Radical y
Democratacristiano, virtualmente monopolizaron los puestos gubernamentales de
nivel medio. Muchos habían dado la bienvenida al golpe, pero podía considerarse
que se opondrían a los militares tan pronto como se hiciera evidente el plan para
desmantelar el sistema democrático chileno.

Los informantes, llamados soplones, proporcionaban el único método para


producir temor y arrestar a los opositores potenciales entre la burocracia estatal a
los niveles medio y bajo.

La DINA instaló un gran número de oficinas en el centro de Santiago, y comenzó a


extender la vasta red de espías del gobierno, muchos de ellos voluntarios, o
contratados por medio tiempo. Cada informante tenía su jefe, el que enviaba los
informes obtenidos a su jefe de sección. De los 20 a 30 mil informantes que
supuestamente tenía la DINA, más de la mitad tenía puestos estratégicos en las
oficinas de gobierno a lo largo de todo Chile. Contreras contaba con un efecto
multiplicador para aumentar la efectividad de la cadena. La simple sospecha de
que la persona del escritorio contiguo pudiera trabajar para la DINA, era motivo
suficiente de desaparición de las quejas y eliminaba la discusión política en las
oficinas gubernamentales.

La Sección Interna de la DINA tenía la doble tarea de extirpar los focos restantes
de resistencia organizada de la izquierda y reforzar la lucha contra cualquier
actividad política de oposición. Según Contreras, se trataba de una misión
formidable, considerando el 40 por ciento de los electores que había apoyado la
Unidad Popular, enemigo del gobierno de Pinochet; y el 30 por ciento de los
partidarios de la Democracia Cristiana, enemigos potenciales. Contreras decidió
comenzar su ataque sistemático con la persecución a la ultraizquierda, el
movimiento con las raíces más débiles, pero con una gran reputación de valentía,
convicción y determinación. El MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria)
había pasado a la clandestinidad antes del golpe y continuaba tratando de llevar a
sus seguidores hacia la resistencia armada. En seguida les tocaría a los
socialistas y a los comunistas. Finalmente, pero no antes de 1975, Contreras
volcaría su aparato de terror hacia los democratacristianos y la Iglesia católica.

Para doblegar al 70 por ciento de la población, Contreras recurrió a los viejos


métodos de la detención y la tortura, a los que agregó un sistema nuevo: la
desaparición. (9) Los grupos de choque del ejército de Contreras, las Brigadas de
Arresto e Interrogación, eran grupos de cinco o seis personas, dirigidas por un
capitán o por un mayor. Con nombres de raíces indígenas, como Antumapu,
Pehuenche, Peldehue, cada brigada operaba en una casa de seguridad cuya
ubicación cambiaba frecuentemente. Los grupos de arresto, vestidos de civil,
llevaban a los detenidos a estas casas de la DINA, sometiéndolos a torturas e
interrogatorios. Aquellos que, según la DINA, pertenecían a la categoría de
los irrecuperables, se les exprimía toda la información posible, a veces durante
meses de interrogatorios, y luego eran puestos en manos de una brigada especial,
que se encargaba de hacerlos desaparecer. La DINA no dejaba evidencias, no
dejaba ningún tipo de constancia de detención y los cuerpos no se llevaban a la
morgue, ni se extendían certificados de defunción. En 1974, la lista de
desaparecidos creció con un promedio de cincuenta personas al mes.

Y la campaña tuvo éxito, pues la población se encontraba aterrorizada.

En un discurso pronunciado en septiembre de 1974, Pinochet declaró que el país


era "una isla de tranquilidad" en medio de un mundo de violencia. Sin embargo, no
todos los altos mandos de la institución militar chilena estaban de acuerdo con los
métodos de apaciguamiento empleados por Contreras contra la población civil. La
red de la DINA funcionaba no sólo para controlar a la oposición, sino también para
determinar la influencia de las políticas implementadas por Contreras. La DINA
pidió -obteniéndola- una cuota de control político de alto nivel en cada ministerio.
Los ministros, muchos de ellos generales, comenzaron a sentirse amenazados a
medida que la DINA asumía el carácter de un gobierno fantasma dirigido
personalmente por Contreras. Sus maniobras amenazaban incluso a los más
conspicuos generales, aunque los efectos de reacción eran producto de la
rivalidad antes que de razones humanitarias.

La SIFA, Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea, bajo la dirección del coronel


Edgardo Ceballos Jones, en 1974, también había iniciado una campaña contra el
MIR, en la que sus hombres hicieron amplio uso de la tortura. Cuando Contreras
comenzó a centralizar en la DINA el control de otros servicios de inteligencia, los
detenidos liberados por Ceballos cayeron en poder de los hombres de Contreras,
siendo nuevamente interrogados mediante torturas y posteriormente
"desaparecidos". Los activistas por los derechos humanos señalaron más tarde
que Ceballos empezó a esconder de la DINA a sus presos y, a través de las
organizaciones de derechos humanos, los asilaba en embajadas de países
extranjeros, impidiendo que la DINA los asesinara.

El general de Ejército Oscar Bonilla, ministro del Interior, que tenía fama de ser
una persona dinámica y populista, se convirtió en el primer enemigo declarado de
Contreras. A mediados de 1974, en una reunión de Gabinete, Pinochet hizo
participar a Contreras para que informara acerca del robo de documentos del
escritorio de uno de sus ministros. El informe culpaba del robo a infiltrados de
izquierda en el ministerio; el hecho fue usado por Contreras y Pinochet para
justificar el inflexible control de la DINA en los ministerios. El general Bonilla,
dirigiéndose a su subordinado, el coronel Contreras, pidió evidencias de que los
izquierdistas habían robado los desaparecidos documentos. Contreras, según
declaraciones de alguien que estaba allí presente, rehusó entregar mayor
información y señaló intencionalmente que "ciertas cosas no podían decirse frente
a extraños". Enojado, Bonilla se dirigió a Pinochet, pero éste apoyó la posición de
Contreras.

El general Sergio Arellano Stark, apodado por los izquierdistas "el Carnicero del
Norte" debido a su actuación en las prisiones del norte de Chile un mes después
del golpe y que dio como resultado la ejecución sumaria de setenta prisioneros,
protestó directamente ante el general Pinochet. En una carta de noviembre de
1974, Arellano se quejaba de que Contreras, su subordinado en el escalafón, se
había negado a responder las preguntas de los familiares de los presos. La carta
describía a la DINA de Contreras como una "Gestapo" y pedía que se corrigieran
los errores, antes de que la situación se hiciera incontrolable.

Pinochet escuchó las protestas, recibió las cartas de queja y aplacó a algunos
generales, pero no cedió en su apoyo a Contreras. Por el contrario, pasó a
Contreras una lista con los oficiales disidentes. De esta forma, aumentó más aún
la penetración y vigilancia de la DINA en el seno de las fuerzas armadas.

Contreras tenía también especial interés por los planes que había implementado el
grupo de economistas del gobierno; muchos de ellos habían obtenido grados
académicos en la Universidad de Chicago y eran seguidores del doctor Milton
Freedman. Los dos ministerios que tenían que ver con la economía eran los
únicos en manos de civiles y, por ende, no sujetos al control militar directo.

Contreras instaló su propia sección económica en la DINA, con el propósito de


vigilar el descontento entre los grupos de bajos ingresos y los sindicatos de
trabajadores. No estaba de acuerdo con el sistema económico que se había
implantado, compartiendo en cambio los puntos de vista de líderes políticos como
Pablo Rodríguez, jefe de PyL, quien favorecía un modelo corporativista,
combinando el gobierno autoritario con las políticas económicas benevolentes y
populistas en relación a los desposeídos. El personal de Contreras, un grupo de
dieciocho economistas, hizo de la Sección Económica de la DINA una espada de
doble filo, atacando tanto a los partidos de oposición y a los sindicatos, como a los
"Chicago Boys", única tendencia en la política económica de la junta. (10)

El equipo económico que conducía la política fiscal de la junta, al comienzo, no


interpretó como un desafío los métodos de la DINA, sino como un mal necesario, a
cambio del control de la oposición durante el tiempo que necesitara el nuevo
modelo económico para echar raíces. Consideraban que el problema número uno
de Chile, en 1974, era la realidad concreta de la creciente inflación y no la
abstracción denominada "marxismo". Los encargados de la economía eran
hombres de negocios que actuaban en un enrarecido mundo donde las
contingencias de las finanzas internacionales eran más importantes que las
preferencias ideológicas. Contreras, por otro lado, tomó las cosas mucho más en
serio. Se le había encargado no sólo remplazar un sistema económico por otro,
sino remplazar un conjunto de ideas por otras. El terror físico requería de un
complemento síquico.

La Sección de Guerra Sicológica de la DINA operaba en estrecha relación con la


Dirección Nacional de Comunicaciones Sociales del Gobierno, DINACOS, oficina
encargada de la censura de prensa, la supervisión de los corresponsales
extranjeros y las campañas de propaganda en pro de la junta, tanto en el interior
como en el extranjero. La subdirección de DINACOS estaba reservada a un
subalterno de Contreras.
Detrás del vasto aparato de la DINA y sus numerosos departamentos y secciones,
existía un círculo interno, el Comando General, que contaba con unas treinta o
cuarenta personas en las que Contreras se apoyaba, no sólo por su absoluta
lealtad personal hacia él, sino por sus intereses profesionales puestos al servicio
de una causa común. Los oficiales militares, cuya lealtad se debía en primer lugar
a su propio servicio, no integraban el Comando General, sin importar su rango.
Este Comando General conocía todo el conjunto de los planes de Contreras y los
detalles de las actividades diarias de las cinco secciones. Todo lo demás se
encontraba compartido. Los miles de hombres y mujeres que cobraban cheques
de la DINA, que arrestaban, torturaban, interrogaban y mataban, sólo sabían lo
que Contreras consideraba que debían saber para realizar sus misiones.

Había diseñado esta estructura a fin de imponer un control personal absoluto


sobre cada aspecto del funcionamiento de la DINA y para evitar la tendencia
natural de la burocracia hacia intereses y enclaves privados de poder. Sólo una
total devoción a Contreras y a la cruzada de la DINA, como él lo definió, abriría al
camino del progreso y la responsabilidad.

Otras operaciones de la DINA, tan secretas que sólo eran del conocimiento del
Comando General, tenían como blanco de su acción a los propios militares
chilenos y a los enemigos en el extranjero.

Los exiliados y lo que Pinochet había calificado de "campaña del marxismo


internacional" contra su gobierno, requerían de contramedidas. En respuesta a
este nuevo y creciente problema, a mediados de 1974, Contreras organizó su
última división: la "Sección Exterior". Allí tenía en mente un trabajo especial para
Michael Townley.

Bajo la división estructural del trabajo de la DINA entre las secciones Interior y
Exterior, estaba el concepto de la guerra contra el comunismo, una "cruzada
santa" sin líneas de combate, sin límites ni enemigos físicamente identificables. No
había una distinción precisa de quiénes eran los que agredían a Chile; ningún
ataque al que Pinochet pudiese resistir con los procedimientos militares regulares.
Sólo la DINA tenía los hombres y los métodos para realizar un contraataque; sólo
la DINA podía desarrollar la capacidad de aniquilar al enemigo que se protegía en
la madriguera del extranjero. Contreras denominaba a esta condición su
"capacidad extraterritorial".

El Presidente de México había recibido a los dirigentes máximos de la Unidad


Popular, ofreciéndoles la capital del país como virtual sede de operaciones de los
exiliados. La viuda de Allende, Hortensia Bussi, aceptó la invitación del gobierno
mexicano, instalándose en ese país con Isabel, la menor de sus hijas y
rodeándose de los más capaces dirigentes de la UP. Otro grupo de exiliados
prominentes, tanto democratacristianos como izquierdistas, comenzaron a
organizar un movimiento antijuntista en Roma, Italia. El Presidente de Venezuela,
Carlos Andrés Pérez, socialdemócrata amigo de Allende y partidario de las causas
del Tercer Mundo, abrió el país al flujo de exiliados. Caracas se convirtió en un
lugar estratégico de reunión para los líderes de la UP y la Democracia Cristiana,
algunos de los cuales entraban y salían de Chile clandestinamente.

Para Contreras, Argentina representaba un especial desafío. Compartiendo más


de 4,500 kilómetros de montañosa frontera con Chile, y con un floreciente
movimiento guerrillero, tenía el mayor grupo de exiliados chilenos, hacia 1974. Un
hombre en particular preocupaba al general Pinochet. El general Carlos Prats, su
antecesor en la Comandancia en Jefe del Ejército, vivía y escribía sus memorias
en Buenos Aires. Prats representaba la línea constitucionalista de las fuerzas
armadas de Chile y, posiblemente, atraía a algunos generales, después del golpe.
Antes del 11 de septiembre, había sido el mayor obstáculo para el golpe y, a los
ojos de Pinochet, era el principal peligro para la unidad de los militares chilenos.
En Buenos Aires, Prats estaba a sólo dos horas y media de Santiago.

MICHAEL TOWNLEY LLEGÓ al aeropuerto de Ezeiza, en las afueras de Buenos


Aires, el mismo día en que fue liberado Orlando Letelier y llevado a la embajada
de Venezuela. Townley lamentó no estar presente en la celebración del primer
aniversario del golpe, al día siguiente, pero esta misión lo afirmaría o lo eliminaría
definitivamente de la DINA. Sus órdenes eran hacer los arreglos necesarios para
eliminar a Prats en el mes de septiembre. Sabía que contaría con el tiempo
suficiente para elaborar los últimos y detallados planes con los argentinos, realizar
una vigilancia cuidadosa, preparar el "artefacto" y hacer el trabajo.

Viajó con el pasaporte a nombre de Kenneth Enyart; el sello octogonal de


inmigración argentina fue estampado por segunda vez en el documento que sólo
tenía once meses. Varias semanas antes había usado el mismo pasaporte en un
viaje a Buenos Aires.

Una atmósfera de violencia se cernía sobre la capital del país como espesa nube
de "smog". En julio había muerto el presidente Juan Domingo Perón, siguiendo al
hecho un virtual estado de guerra civil. La combinación del ala izquierda del
peronismo con las fuerzas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP),
estimadas en unas 10,000 personas, controlaba la mayor parte de dos provincias.
La viuda de Perón y vicepresidenta del país, María Estela Martínez de Perón,
había asumido el poder, apoyada por consejeros derechistas, encargando el
destino del país a una figura similar a Rasputín, José López Rega. En el momento
de la llegada de Townley, una organización terrorista llamada Alianza Argentina
Anticomunista, AAA, (11) se reconocía como autora de una ola de asesinatos de
prominentes políticos e intelectuales de izquierda. Investigaciones posteriores
establecieron que AAA era el nombre de cobertura para varios grupos de
terroristas de derecha, organizados por el jefe de la policía federal, Alberto Villar,
bajo la dirección de López Rega.

Townley estableció contactos con miembros de Milicia, un grupo afiliado a la AAA,


especializado en la reimpresión de divisas nazis en español y en promover el
antisemitismo. El grupo coordinaba sus operaciones clandestinas terroristas a
través de una rama del Servicio de Inteligencia del Estado, SIDE, servicio de
inteligencia militar argentino. (12) Townley les explicó la misión: asesinar a Carlos
Prats. Los argentinos accedieron a colaborar, pero le pidieron esperar algunos
días. Mientras esperaba, entre el 21 y el 30 de septiembre, fueron raptados y
asesinados cinco peronistas de izquierda.

A pesar de todo, el general Prats se sentía a salvo en la Argentina. En 1964 y


1965 se había desempeñado como agregado militar en ese país, haciendo
muchas amistades entre sus colegas. Él y su esposa Sofía vivían en el barrio de
Palermo, en un confortable departamento que tenía vigilancia las veinticuatro
horas del día. Mantenía contactos con algunos amigos del ejército a través de
correspondencia que enviaba y recibía por medio de personas de confianza.
Algunas de esas cartas lo entristecían, pues se enteraba de la campaña de
desprestigio que en su contra llevaba a cabo Pinochet entre los militares. A
medida que sus ex colegas empezaron a recordarlo, expresándole su desilusión
por la megalomanía de Pinochet, la correspondencia aumentó, según Prats
comentó a sus amigos.

Había comenzado a escribir un libro con sus memorias sobre su experiencia como
jefe del ejército durante el gobierno de la Unidad Popular. En el manuscrito,
sostenía que la intervención militar en política provocaría la destrucción de las
instituciones militares chilenas y explicaba las razones de su adhesión a la
"Doctrina Schneider" en defensa de la Constitución. En su libro, daba respuesta a
quienes lo acusaban de haber tomado partido en la polémica política, al aceptar
un cargo en el gabinete de Allende. Por primera vez, reveló haber ingresado al
gabinete tras solicitar permiso al cuerpo de generales. Los agentes de la DINA
informaron a Contreras acerca del libro de Prats. Algunas de sus cartas cayeron
en manos de la DINA y se rumoreaba acerca de espectaculares revelaciones
contenidas en sus memorias.

El operativo de Townley envolvió a mucha gente. En vista del nivel generalizado


de violencia en el país y de la colaboración de la inteligencia argentina en el plan,
Townley actuó sin tomar medidas extremas de seguridad, ya que no veía la
necesidad de hacerlo y tampoco tenía órdenes en ese sentido. La misión de
asesinar a Prats nació en Santiago, en una conversación sostenida en una reunión
social. Desde Buenos Aires, un oficial de la policía envió un mensaje a la DINA,
pidiéndole no demorar más la misión, puesto que en los círculos policiales muchos
estaban enterados del asunto. Había que actuar rápido.

Pocos días antes de la llegada de Townley, un hombre que imitaba el acento


argentino telefoneó a Prats, diciéndole: "General, lo llamo para decirle que un
oficial del ejército chileno viajó de Santiago a Montevideo a contratar un grupo de
personas para que lo asesine. La única forma de detener la operación es que
usted haga una declaración pública diciendo que no está complotando contra la
junta militar".

Prats, reconociendo el acento falso, dijo al desconocido: "Vamos, hable como


chileno". El interlocutor rehusó identificarse, pero siguió hablando, rogándole a
Prats cortar todos sus contactos con el personal militar chileno y abandonar
Argentina. "Fue una advertencia, no una amenaza", dijo Prats cuando comentó el
incidente a algunos amigos.

Molesto con el creciente caos de Argentina, Prats había solicitado un nuevo


pasaporte al Consulado de Chile, con el fin de viajar a Europa y aceptar un
ofrecimiento de trabajo allá. El 29 de septiembre, su solicitud aún estaba sin
respuesta. Prats y su esposa estuvieron todo ese día descansando con sus
amigos. Fueron a una granja a pocos kilómetros de la ciudad, donde almorzaron y
luego, por. la tarde, regresaron a Buenos Aires para ir al cine con Ramón Huidobro
y su esposa. Después de la película, las dos parejas fueron a tomar café y
conversar a la casa de Huidobro, donde permanecieron un par de horas.

Poco después de la medianoche, Prats y su esposa regresaron a su departamento


en Palermo. Se bajó del automóvil para abrir la puerta del garaje y luego volvió al
volante, para ingresar al estacionamiento. En ese momento, la bomba de Townley,
colocada bajo el piso del vehículo, estalló. Prats fue expulsado por la puerta
abierta, desprendiéndosele el brazo y la pierna derecha y muriendo
instantáneamente. Sofía Prats murió quemada en el interior del automóvil. La
explosión arrojó trozos del vehículo a la terraza de un departamento en el noveno
piso.

El pasaporte de Townley bajo el nombre de Enyart mostraba cinco sellos el día del
doble asesinato. (13) Con un corto viaje a Montevideo, Uruguay, justo al otro lado
de la desembocadura del Río de la Plata, dejó Buenos Aires. De allí, tomó un
vuelo hasta Santiago, llegando cerca de la medianoche.

Michael Townley se había ganado las condecoraciones: Contreras lo premió,


dándole un grado equivalente a teniente. Continuó trabajando en el taller de Juan
Smith, una coartada para sus actividades con la DINA. Los clientes lo apreciaban,
aunque se preguntaban el porqué de sus largas ausencias, ya que era uno de los
pocos mecánicos en Chile capaces de arreglar transmisiones automotrices
automáticas.

Las tareas encomendadas por la DINA se diversificaron y aumentaron en


importancia. Se encargó de actividades más "intelectuales", actuando en el terreno
de la propaganda y la contra propaganda. Trabajó en el análisis de los operativos
de inteligencia en la Sección Exterior, evaluando los informes de los agentes
acerca de las actividades en el extranjero y preparando memoranda acerca del
impacto de las críticas al gobierno por parte de los organismos internacionales
encargados de luchar por los derechos humanos.

Sus obligaciones en el campo de la electrónica, aparte de supervisar a su equipo


encargado de realizar intercepciones, incluía la compra de sofisticados equipos
electrónicos de espionaje. Muchos otros integrantes de la DINA podrían saber más
que él acerca de electrónica, radio y vigilancia, pero sólo Townley podía viajar
fácilmente a Estados Unidos, principal fuente de adquisiciones, sin llamar la
atención.

A comienzos de diciembre, salió con una lista de compras en un viaje organizado


por la agencia Cooks a Estados Unidos; una especie de viaje de turismo en el que
haría un recorrido por tiendas privadas de abastecedores de servicios de
espionaje, cuyos aparatos podían interferir las más secretas reuniones, o
implementar vigilancia electrónica. (14)

En Miami, restableció sus antiguas relaciones con los activistas cubanos exiliados
y enseñó sus credenciales de agente de la DINA para comprar equipo de
espionaje en Audio Intelligence Service, una firma de Fort Lauderdale.

El padre de Townley, Jay Vernon, había dejado la Ford y se había instalado en


Boca Ratón, un suburbio de Miami, convirtiéndose en vicepresidente del First
National Bank del sur de Miami. Townley pernoctó en casa de sus familiares y
padre e hijo conversaron de negocios.

En ese y los viajes siguientes, Michael Townley creó el "sucio" aparato que
necesitaba para comprar equipos a la DINA y exportarlos a Chile. Instaló las
compañías PROSIN, Inc. y Consultec, Ltda., usando las falsas identidades de
Kenneth Enyart y Juan Andrés Wilson. Su padre lo ayudó a abrir la cuenta
bancaria número 11-192-4 para PROSIN, en el South East First National Bank. La
cuenta estaba a nombre de Juan Andrés Wilson, el alias de Townley en la DINA, y
de Jay Vernon Townley, su padre.

El 12 de diciembre regresó a Chile, vía México, llevando consigo el sofisticado


equipo que había comprado. Contreras personalmente lo felicitó por su trabajo y
decidió mandarlo a su tercera misión en el extranjero

Notas:

1. Townley contó a un amigo que había mostrado a Purdy su antiguo pasaporte, expresándole
haber temido en ese momento que los sellos revelaran su salida de Chile y su posterior ingreso
ilegal. Según él, fue idea de Purdy resolver el potencial problema, extendiéndole un nuevo
pasaporte, sin sellos de inmigración.

2. La fuente dijo no haberse dado cuenta hasta 1975-1976 de la magnitud de los contactos entre la
DINA y la CIA. Dijo haber visto "manuales de instrucción y procedimiento" proporcionados por la
CIA. Las relaciones alcanzaron su momento culminante cuando Contreras viajó a Washington, en
agosto de 1975, y fue recibido por el general Vernon Walters, director adjunto de la CIA en la sede
central de la organización. Según la fuente, las relaciones se enfriaron a comienzos de 1977, como
resultado del cambio de personal directivo bajo la administración de Cárter. El tema de los
derechos humanos y el asesinato Letelier-Moffitt, de acuerdo a lo que pudo observar la misma
fuente, no tuvieron influencia alguna sobre los lazos CIA-DINA, a fines de 1976.
3. Abril o mayo de 1974. Los testimonios de Townley son imprecisos en relación a la fecha exacta
de su ingreso a la DINA. Las fechas que asigna a sus primeras actividades (octubre o noviembre
de 1974) se contradicen con otras evidencias. En el segundo interrogatorio a que fue sometido por
los agentes especiales del FBI Carter Cornick y Robert Scherrer, el 17 de abril de 1978, dio tal vez
las respuestas más sinceras acerca de su ingreso a la DINA. En el informe de esta entrevista, los
agentes Cornick y Scherrer escribieron: "En relación a su afiliación a la DINA, señaló que se fue
viendo progresivamente envuelto en las operaciones de inteligencia chilenas, las que culminaron
en octubre o noviembre de 1974, cuando se convirtió en agente de operaciones, en una calidad
semejante a la de un empleado civil a contrata".

4. El 6 de septiembre de 1974, Townley obtuvo un carnet de identidad bajo ese nombre.

5. La información sobre el tamaño y estructura de la DINA se obtuvo de fuentes de información


norteamericanas y de informaciones provenientes del interior de la organización, con carácter
personal. La información recopilada por los autores entre las fuentes chilenas, coincide con la
obtenida por los investigadores en entrevistas; éstos dijeron que algunos de los informes se
basaban en reportes provenientes de la central de la CIA, en Santiago.

6. El Decreto 521 definía la DINA como "un organismo técnico profesional directamente
dependiente del gobierno de la Junta Militar, cuya misión será la recopilación de toda la
información de varios campos de actividad a nivel nacional, con el propósito de obtener la
información necesaria para la formulación de políticas, planes y la adopción de medidas necesarias
para la preservación de la Seguridad Nacional y el desarrollo del país".

7. El artículo secreto número 11 decía que la DINA era "la continuación legal de la comisión
llamada DINA, organizada en noviembre de 1973" por el decreto del SENDET. Las cláusulas
secretas nunca fueron publicadas en Chile, pero los textos conteniendo estos artículos se enviaron
a los comisionados por los derechos humanos en 1975 y fueron distribuidos clandestinamente.

8. En una entrevista, el general Gustavo Leigh, de la Fuerza Aérea, miembro de la junta hasta
1978, declaró que las actividades de la DINA nunca fueron sometidas a la consideración de la junta
y que, en 1976, él había retirado de la DINA a todos los oficiales de la aviación, debido a
desacuerdos con Contreras.

9. En 1978 y 1979 fueron descubiertos varios entierros masivos que contenían los restos de
personas ejecutadas por carabineros y otros servicios, no por la DINA. Los cuerpos de las víctimas
de la DINA nunca han sido encontrados. Se cree que fueron arrojados al mar desde helicópteros,
después de perforarles el estómago a fin de evitar la flotación, táctica copiada a las fuerzas
norteamericanas en Vietnam.

Los oficiales de la DINA que tenían acceso a los archivos sabían cuáles presos habían sido
elegidos para la desaparición. Samuel Fuenzalida, ex oficial de la DINA, actualmente residente en
Europa, testificó en Bonn, Alemania Occidental, en un juicio civil, dando detalles acerca del
sistema. Si el prisionero tenía en su ficha la leyenda "Puerto Montt" (ciudad del sur de Chile), dijo
Fuenzalida, eso indicaba que el preso debía ser asesinado en tierra firme. Otro término. "La
Moneda", indicaba que el presidiario "debía morir mediante lanzamiento al océano desde un
avión".

10. Los economistas de la DINA supervisaban también un grupo de contadores y estadígrafos,


encargados de preparar un presupuesto interno secreto y facilidades financieras con un
mecanismo muy elaborado, cuyo fin era el saneamiento de millones de dólares de fondos secretos.

Varios cientos de empresas que habían pasado al control del Estado durante la Unidad Popular,
habían regresado a sus antiguos dueños entre 1974 y 1975. Algunas de las firmas, sin embargo,
cayeron en manos de Contreras, quien las usó para generar fondos a la DINA. EPECH, complejo
pesquero de San Antonio y Cemento Melón, el mayor fabricante de cemento del país, eran las
empresas más importantes que controlaba la DINA.

11. "Triple A". (N. del T.)

12. La descripción de las actividades y contactos de Townley en Argentina se basa en entrevistas


con fuentes investigadoras de Estados Unidos y con ex miembros de Patria y Libertad, así como
con agentes de la DINA, en Chile. El pasaporte Enyart sirvió como evidencia de su presencia en
Argentina, la que fue corroborada por declaraciones de Inés Townley. Ninguna de las fuentes
pudo, o quiso, identificar por sus nombres a quienes colaboraron con Townley en el asesinato de
Prats. Un fuerte parecido físico con Michael Townley provocó que un aparentemente inocente
derechista chileno, Juan Ossa Bulnes, fuera varias veces mencionado como el autor del hecho por
encargo de la DINA.

13. Salida de Argentina, entrada a Montevideo. Salida de Montevideo, entrada a Santiago, por
Pudahuel, el 30 de septiembre, nula; entrada por Pudahuel, el 1º de octubre. Enrique Arancibia,
que había abandonado Chile a raíz de su participación en el asesinato del general Schneider,
regresó a Santiago el mismo día de Townley. Posteriormente, Arancibia fue agente de la DINA,
usando su trabajo en el Banco Central de Chile, sucursal de Buenos Aires, como cobertura. En esa
época (1977-1978), su superior de la DINA era Michael Townley.

14. Los recibos obtenidos por los investigadores norteamericanos indican que Townley, usando
uno u otro de sus nombres falsos, compró equipo en Audio Intelligence Devices, de Fort
Lauderdale; Dektor Counterintelligence and Security Inc., en Springfield, Virginia, y en Criminal
Research Products Inc., de Conshohocken, Pennsylvania. De acuerdo a los recibos, "Kenneth
Enyart" ordenó equipo de intercepción telefónica, el que fue enviado a través de United Parcel
Service a la casa de su padre, en Florida. Una de las transacciones se realizó en febrero de 1977,
el mismo año en que, según dijo en los interrogatorios, nunca había entrado a los Estados Unidos.

VI

SESIÓN ABIERTA

A FELIPE RIVERO no le gustaba mezclar los asuntos políticos con su trabajo. No


tenía privacidad en el cubículo rodeado de ventanales de su oficina en Sheehan
Buick, en la calle Octava del sudoeste de Miami. Y, más aún, bajo su apariencia
de vendedor de automóviles, no quería desenmascararse como activo e
importante miembro del Movimiento Nacionalista Cubano. Pero cuando en febrero
de 1975, Rivero se entrevistó con sus dos visitantes chilenos, confiaba en que con
su congruente discurso y refinados ademanes, transformaría el mundano medio
del negocio automotriz en un ambiente adecuado para encubrir la conversación
acerca de importantes asuntos clandestinos.

Michael e Inés Townley se sentaron frente a él en sillones especialmente


diseñados para acomodar a las nerviosas parejas en sus últimos momentos de
indecisión, antes de desprenderse de sus ahorros y créditos para la adquisición de
un coche nuevo de 7,000 dólares. Se habían presentado como Andrés Wilson y
Ana Pizarro, agentes y emisarios del gobierno militar chileno.
Townley, que había llegado a Miami el 6 de febrero de 1965 con 25,000 dólares en
el bolsillo y una misión que cumplir, luego de recorrer el círculo de los contactos
correspondientes, había logrado llegar hasta Rivero y presentarle sus credenciales
de agente de la DINA. Un contacto proporcionado por su superior en la
organización, el coronel Espinoza, lo condujo al círculo más secreto de la
comunidad de cubanos exiliados y, tras numerosos intentos fallidos con otros
grupos, al MNC y a Rivero.

Había sido recomendado por el integrante del MNC Pablo Castellón, quien avaló
la credencial de la DINA de Andrés Wilson con la aprobación de Vladimir
Secen, (1) ex integrante de los grupos croatas pro nazis, que combatieron con el
mariscal Tito en la Segunda Guerra Mundial.

Rivero tenía ademanes de barón y, hasta que logró informarles sobre su rancia y
noble herencia familiar, cuyos antecedentes se remontaban al siglo XIX de Cuba,
la última colonia española del Nuevo Mundo, las conversaciones que interesaban
a los Townley no avanzaron.

Aunque más tarde, después de la revolución cubana, se convirtió en un exiliado


desposeído, Rivero había mantenido su aire de arrogancia, carisma y superioridad
racial. Su intelecto, estilo y coherente ideología, lo distinguían de los oradores
vociferantes, los charlatanes y los bravucones machistas que abundaban en la
conspiradora comunidad cubana de Miami. Antes de la revolución, el periódico de
su padre, Diario de Ąa Marina, se hacía llamar el New York Times de Cuba. Los
numerosos bienes de Rivero, ahora en poder de Cuba, que incluían una parte
sustancial de las minas de cobre "Matahambre", lo habían ayudado a gozar de
prestigio en el exilio.

Rivero había basado el Movimiento Nacionalista Cubano en una ideología (igual a


la de Patria y Libertad de Chile) que incorporaba pensamientos de Primo de
Rivera y los experimentos fascistas de la Italia de Mussolini y la Alemania de
Hitler.

La filosofía política del movimiento sobresalió en el seno de la comunidad de


exiliados gracias a su intento por unir las teorías de la naturaleza, la historia y el
Estado al papel del individuo en la historia. El nacionalismo, palabra clave, tenía
como fin ir más allá del simple deseo de regresar a la patria. Rivero creía haber
hallado algo nuevo, situado entre el marxismo y el capitalismo, que garantizaba la
justicia social mediante el control de los intereses de la propiedad privada y los
sindicatos, por parte de un Estado autoritario.

Se sentía como un elemento purificador dentro del raquítico núcleo de los


exiliados políticos, en parte debido a su desagradable experiencia con la CIA
durante el entrenamiento para la invasión de Bahía de Cochinos. Tras
desembarcar con las fuerzas invasoras, él se apartó de la tutela de la CIA. En
1961, en entrevistas televisadas, realizadas a los invasores por periodistas
cubanos, Rivero se ganó la admiración de amigos y de enemigos en un debate
ideológico que se llevó a cabo en presencia de Fidel Castro. Otros prisioneros,
humillados y desmoralizados por su derrota, lloraron y pidieron perdón. Rivero se
mantuvo firme.

Liberado por Castro con sus compañeros, en diciembre de 1962, recibió


instrucción militar en Orange Bowl, Miami, cuando John F. Kennedy, sosteniendo
firmemente la bandera de los invasores, prometió: "Puedo asegurarles que esta
bandera regresará a manos de la brigada en una Habana libre".

Animados con la promesa del apoyo norteamericano en la lucha por el


derrocamiento de Castro, algunos grupos de exiliados siguieron coordinando sus
estrategias con la sede de la CIA en Miami, la JM/WAVE, y sosteniéndose con el
apoyo financiero y sicológico de la CIA. El Movimiento Nacionalista Cubano de
Rivero, más escéptico, siguió su propio camino. Rivero desdeñaba los esfuerzos
inútiles de otros grupos por fomentar brigadas guerrilleras dentro de Cuba y
organizar nuevos asaltos. En 1964, publicó la consigna de "guerra a través de
todos los caminos del mundo" y condujo a sus seguidores a la práctica de aislados
pero efectivos actos de terrorismo contra los diplomáticos cubanos y los barcos de
países que comerciaban con Cuba. Durante un discurso que, en diciembre de
1964, "Che" Guevara pronunciaba en la sede de las Naciones Unidas, Guillermo
Novo, miembro del MNC, lanzó un bazucazo al edificio. En 1967, Rivero fue
acusado de participar en un atentado con bazuca contra el pabellón cubano en la
Expo 67 de Montreal, Canadá. El sistema de la bazuca se convirtió en el sello del
MNC.

Hacia 1975, muchos líderes del exilio y veteranos de Bahía de Cochinos que
habían organizado la Brigada 2506, una especie de legión americana, compartían
el escepticismo de Rivero frente a la CIA. Una década de frustrante exilio y la
consolidación de Castro los había convencido de la vacuidad de la promesa de
Kennedy en 1962. La brigada contrató un abogado y pidió que los herederos de
Kennedy les devolvieran la bandera de Bahía de Cochinos. Ese mismo año, la
brigada anunció públicamente su adhesión a un nuevo héroe del anticomunismo,
quien les había prometido apoyar su causa. El general Augusto Pinochet recibió
de la brigada la "medalla de la libertad", siendo el primer y único extranjero que
recibía este premio.

Rivero era un organizador mediocre, que dejaba las tareas diarias a miembros
menos inteligentes del MNC. Su fama dentro de la comunidad de los exiliados ya
no se debía a la temeridad que había demostrado ante Castro en 1961, sino a su
habilidad para llevar a efecto golpes audaces y actos grandilocuentes. Para él, los
sucesos de Chile eran una oportunidad de llevar el MNC a la vanguardia y a sí
mismo a la cima de la comunidad militante de los exiliados; era la oportunidad de
transformarse en el número uno. Inmediatamente después del golpe del 11 de
septiembre, empezó a hacer gestiones para convencer a Pinochet de que los
considerara -a él y al MNC- como la más próxima contraparte ideológica del
gobierno militar chileno y, más importante aún, lograr un reconocimiento del MNC
y grupos militares aliados como el gobierno cubano en el exilio.
En diciembre de 1974, Rivero había mandado a rendir homenaje a Pinochet a dos
miembros del MNC: Guillermo Novo y José Dionisio Suárez. Llegaron a Chile con
otro líder en el exilio, Orlando Bosch. Aunque no los recibieron calurosamente, les
dieron algunas esperanzas. Poco después de regresar a Estados Unidos, Novo,
Suárez y otros tres representantes del MNC asistieron a una reunión formal en la
Embajada de Chile en Washington con el Primer Secretario Tomás Amenábar, con
el fin de discutir y consolidar proyectos. (2)

Ahora, en febrero de 1975, los agentes de la DINA que se sentaron frente a


Rivero, representaban la primera respuesta del gobierno chileno a las demandas
del MNC. En una entrevista posterior, Rivero recordó esta reunión:

Mucha gente viene a verme. Algunos son unos atorrantes. En esa ocasión,
/Townley/ no tenía barbas. Llegó con una mujer, diciéndome que era agente del
gobierno chileno y que su servicio quería ponerse en contacto con algún
movimiento militante de la comunidad cubana. Yo sabía que era de la DINA (o de
la CIA, o ambas cosas), pero no pensé que podía ser norteamericano. (3) Hablaba
español como chileno. Pensé que era un ofrecimiento serio, pero no ahondamos
en detalles. Él era un soldado y yo un general: la cabeza de mi movimiento.

No estaba dispuesto a hablar con él, ya que podía mandarlo a conversar con mi
segundo, Guillermo Novo.

Le dije que mi sección de la organización estaba en receso, pero que podía Ąr a la


zona norte, la única sección activa, y hablar con Guillermo Novo.

Rivero dio por terminada la reunión y acompañó hasta la salida a los Townley.
Divertido, los vio subir a una camioneta que arrastraba una casa rodante y dirigirse
hacia el oeste por la calle Ocho. Estaba impaciente por llamar a Guillermo y
contarle que los chilenos habían "picado el cebo". "Pensé en qué tipo de ayuda
podrían darnos los chilenos, tal vez una declaración pública que calificara al MNC
como la esperanza de Cuba. Chile era nuestro regalón, nuestro preferido en el
interior de la comunidad cubana. Si podíamos lograr que dijeran que éramos los
mejores, nos convertiríamos en los líderes del movimiento de cubanos en el exilio.
Eso es lo que ordené a Guillermo que les pidiera". También dijo que le pidió a
Guillermo Novo que negociara apoyo financiero y "una base en la Antártica". (4)

En el avión que los llevó desde Miami a Newark, Nueva Jersey, Michael e Inés
Townley conversaron acerca de su primera misión para la DINA y su éxito con
Rivero. Más tarde, Townley reveló las órdenes que había recibido del general
Manuel Contreras:

El general Contreras me dijo que se realizarían algunas reuniones de los derechos


humanos en la ciudad de México, a las que asistirían miembros de los partidos
Comunista y Socialista de Chile.
El general Contreras quería eliminar a algunas de las personalidades que
asistirían a la reunión. Entre ellos, Carlos Altamirano y Volodia Teitelboim. El
general Contreras me ordenó ponerme en contacto con exiliados cubanos
anticastristas y pedirles ayuda ...

Antes de reunirse con Rivero, los Townley habían establecido contacto con otros
grupos; pero Townley no encontró a ninguno digno de confianza y se mantuvo
alejado de aquellos que él sabía estaban penetrados por el FBI y la CIA. Felipe
Rivero, aunque obtuso y poco colaborador, manifestó, sin embargo, entusiasmo
por el establecimiento de una relación de "ayuda mutua" con Chile. El MNC era un
grupo pequeño y por eso más seguro, que había demostrado su habilidad en una
larga lista de actos terroristas a través de los años.

La reunión había sido buena. Ahora, a ubicar al jefe de la "Zona Norte". Michael e
Inés se rieron del pretencioso título, en una organización que contaba, a lo sumo,
con veinticinco miembros activos.

Al llegar al aeropuerto de Newark, Townley llamó a Novo, presentándose como


Andrés Wilson. Arisco y cauteloso al comienzo, Novo finalmente aceptó una
invitación a cenar para esa noche. Los Townley rentaron un auto y en él hicieron
los pocos kilómetros que los separaban de Union City, al norte, cruzando por el
corredor del complejo industrial construido sobre los antiguos pantanos situados
entre los ríos Hudson y Hackensack. En el lugar acordado para la reunión, el
restaurante Cuatro Estrellas, se sentaron en un lugar visible e Inés escribió en una
servilleta, con grandes letras de molde, ANDRÉS WILSON, colocándola en el
centro de la mesa. Tres individuos entraron al restaurante, acercándose a ellos.

"De modo que ustedes son los chilenos que se reunieron con Felipe en Miami",
dijo uno de ellos, estudiando la vestimenta típicamente norteamericana de
Townley, su estatura y sus rubios cabellos.

Los cubanos se presentaron: Guillermo Novo, José Dionisio Suárez y Armando


Santana. Olvidando las formalidades, interrogaron a Townley acerca de sus
relaciones en Miami, dándole a entender claramente que sospechaban que tuviera
contactos con la CIA o con el FBI y, en ese caso, lo veían como un agente que
intentaba investigar su organización.

Con el fin de convencerlos acerca de su pertenencia a la DINA, les describió la


detención e interrogatorio de Novo y Suárez en Santiago, la que había ocurrido
pocos meses antes, en ocasión de su viaje a Chile con Orlando Bosch. La
información impresionó a los militantes del MNC, pero al mismo tiempo aumentó
su hostilidad hacia Townley y su mujer, al recordar el desagradable trato que
habían recibido por parte de la DINA. La cena no disminuyó sus sospechas.

A la mañana siguiente, muy temprano, cuando Townley abrió la puerta de la


habitación del motel, Novo, Suárez y Santana entraron violentamente al cuarto,
armados, y los obligaron a tomar asiento. Townley, poniéndose de pie, cerró las
cortinas, con lo que Novo lo acusó de estar enviando señales a agentes que
esperaban afuera. Suárez y Santana revisaron el equipaje y, triunfantes, sacaron
un pasaporte norteamericano a nombre de Kenneth Enyart y un carnet de
identidad chileno a nombre de Andrés Wilson. Una sospechosa insignia que
colgaba de un llavero encontrado entre sus pertenencias, se interpretó como
prueba de la afiliación de Townley a la CIA. Los cubanos tenían sus armas a la
vista, pero no apuntaban directamente a la pareja, permitiendo que Townley
argumentara en su favor, tratando de convencerlos.

En un tono amistoso, les explicó el porqué de su doble identidad. Les manifestó


entender y respetar sus sospechas y les sugirió que llamaran a la Embajada de
Chile en Washington para asegurarse. Hicieron la llamada; del otro lado de la
línea, una voz atestiguó en favor de Andrés Wilson; pero Novo sabía que la CIA o
el FBI fácilmente podrían haber arreglado la conversación. Además, el español de
Townley tenía un inconfundible acento norteamericano. Utilizando su encanto con
los desconfiados cubanos, Townley les explicó que uno de sus padres era
norteamericano. Por fin, guardándose la pistola, Novo dio la mano a Townley.

"A veces no queda más remedio que creer", dijo en español. Sellaron su
recientemente ganada confianza con apretones de mano y pidieron café a la
camarera. Un destello de reconocimiento, algo en sus rostros, un halo que todos
los allí presentes entendieron, había hecho desaparecer las diferencias culturales
y físicas. Si hubieran tenido una botella de "brandy" y vasos, sentados alrededor
de la mesa del cuarto del motel, podrían haber llenado y empinado sus vasos,
exclamando al unísono: "ĄViva la muerte!"

Townley delineó el plan de la DINA, destacando que coincidía con la estrategia de


"guerra a través de todos los caminos del mundo", preconizada por el MNC.
Contreras quería aprovechar la próxima reunión en la ciudad de México de los
líderes de la UP, la primera que juntaría a los exiliados y los presos liberados
recientemente, para sembrar el caos y la muerte. Un rápido y brutal golpe contra
los primeros esfuerzos organizados de los exiliados chilenos, tendría un enorme y
demoledor efecto, ya que los exiliados verían que la DINA era capaz de
aniquilarlos, incluso en el más protegido de los países extranjeros. Townley planeó
fabricar e instalar poderosas bombas en la reunión, a fin de lograr el doble efecto
de "eliminar físicamente" a los más importantes dirigentes de la UP y aterrorizar al
resto.

La inteligencia de la DINA había proporcionado la agenda, la lista de participantes


y los lugares de la ciudad en que se realizarían las reuniones. La lista de
asesinatos de Townley empezaba con Carlos Altamirano y Volodia Teitelboim, los
cabecillas en el exilio de los partidos Socialista y Comunista, respectivamente. Y
seguía con personalidades menos relevantes. Tenía licencia para matar la mayor
cantidad posible, según dijo, consciente de que lo compararían con un "007"
chileno. Novo estuvo de acuerdo en proporcionar los explosivos necesarios y
asignó un miembro del MNC para que ayudara en la misión, con el que se
encontrarían en Miami.
Más tarde, ese mismo día, Townley abrió la puerta dando paso a un hombre que
le traía una bolsa café de supermercado. Cerrando la puerta, examinó el
contenido: TNT, mecha y otras cosas que había encargado.

Esa tarde, los Townley se reunieron con Ronnie, hijo de Inés, en un restaurante
chino, de Upper Manhattan. Townley trató de hacer agradable la reunión;
consideraba al muchacho de veintitrés años (sólo nueve años menor que él) más
como un hermano que como un hijastro. Inés mantuvo un tono superficial,
evitando el tema que había provocado tanta amargura entre ellos en Chile: su
identificación con el derrotado gobierno de Allende. Fue la última reunión entre
madre e hijo. Después de cenar, Inés y Michael volaron a Miami.

Pocos días después, Townley recibió una llamada de Novo, quien le indicó
esperar la llegada de un vuelo procedente de Newark. Usando un código
preestablecido, se reunió con un muchacho de unos veinte años, cabello negro y
cuidada barba. Con la llegada de Virgilio Paz, desempleado que trabajaba
ocasionalmente como vendedor de automóviles usados, Townley tenía completo
su equipo para lo que llamaba "Operación Sesión Abierta". Michael Townley, Inés
Callejas y Virgilio Paz iniciaron una misión de la DINA de nueve meses por ocho
países, destinada a atemorizar a chilenos exiliados previamente seleccionados y a
los enemigos del Movimiento Nacionalista Cubano. Inés participaba como un
miembro en igualdad de condiciones en el grupo de la DINA.

Para realizar el operativo, Townley había inventado un sistema consistente en


instalar pequeñas pero potentes bombas dirigidas por radio. Con la bolsa de
Nueva Jersey llena de explosivo plástico, TNT y mecha detonante, estaba
preparado para fabricarlas.

El principal elemento de la bomba de Townley era un auscultador o silbato


comúnmente usado por los médicos, policías y distribuidores. Se dirigió a una de
las tiendas de Miami que había usado anteriormente para adquirir equipos
electrónicos, la Silmar Electric Company, dirigida por el exiliado cubano Jorge
Smith, quien también le había proporcionado servicio de espionaje en sus
actividades realizadas durante el exilio. Smith le vendió un detonador de control
remoto Fanon-Courier, consistente en un transmisor de radio, un aparato con diez
tonos codificados y seis receptores. El transmisor y los receptores tenían una sola
frecuencia fija y el codificador diez llaves, cada una de las cuales producía un
tono. Sólo la combinación correcta de dos tonos, transmitidos a través de la
frecuencia exacta, podían hacer sonar el silbato del receptor. En usos normales, el
aparato sirve para mensajes dirigidos a la persona que posee el aparato.

Townley hizo modificaciones, de manera que la señal recibida accionara una


carga eléctrica capaz de detonar una bomba. Logró lo que se proponía sacando el
parlante y agregando baterías de conservación de voltaje en el detector,
interruptores, alambre adicional y un detonador accionado electrónicamente.
Adaptó el transmisor para conectarlo a un encendedor de cigarrillos de automóvil.
Mientras Townley, Callejas y Paz daban los toques a los seis detonadores y
preparaban la casa rodante para viajar a México, los dirigentes chilenos en el
exilio comenzaron a reunirse en la ciudad de México, preparándose para el 17 de
febrero, día de la inauguración de la reunión de la Comisión Internacional
Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar de Chile. Orlando Letelier llegó
desde Washington; Clodomiro Almeyda, recientemente liberado de la prisión,
desde Caracas; Altamirano y Teitelboim, desde Europa Oriental.

Townley perdió varios días en Miami tratando de conseguir documentación falsa,


pues quería evitar entrar a México con su propio nombre o con el pasaporte
Enyart. Por fin, Novo les consiguió licencias de conducir falsas de Nueva Jersey
bajo los nombres de Andrew y Ana Brooks. Paz obtuvo documentos que lo
identificaban como Javier Romero. A toda prisa, los tres empacaron. Acordaron
conducir durante toda la noche y terminar la fabricación de las bombas en el
camino hacia la ciudad de México. Paz llevaba un rifle de alto poder con mira
telescópica, pero lo meditó mejor y se deshizo de él antes de cruzar la frontera en
Laredo, Texas. El equipo de la DINA, tras correr por las áridas mesetas de México
en una casa rodante American Traveler montada en una camioneta Dodge, llegó a
la ciudad de México semanas después de que hubieran partido los dirigentes de la
Unidad Popular. (5)

En México, el trío ejerció vigilancia sobre los exiliados chilenos que habían
formado un centro propio, la Casa de Chile. Townley estableció contactos con
chilenos pro juntistas, organizando varias reuniones para reclutar un equipo que
vigilara a los chilenos de oposición y los reportara a la DINA. (6) A mediados de
abril, la casa rodante y sus tostados y saludables ocupantes, viajaron de regreso a
Miami.

Townley se puso en contacto con la DINA y recibió órdenes de seguir hasta


Europa a los exiliados que había perdido en la ciudad de México.

Inés Callejas regresó a Santiago, mientras tanto Townley y Paz viajaron a España
que, bajo la dictadura del anciano Francisco Franco, era un lugar favorable para
los operativos de espionaje de la derecha. La Embajada de Chile en Madrid servía
de cuartel general a la DINA en sus actividades de espionaje de los exiliados
residentes en Europa. Las operaciones de Townley, que envolvían posibles
asesinatos o "sanciones", eran dirigidas directamente por el Comando General
desde Santiago, a fin de mantenerlas en el mayor secreto.

Junto a Paz, Townley comenzó a rondar los círculos fascistas europeos. Se


conectó con "gangsters" corsos, pistoleros sobrevivientes de la OAS de Francia
(Organización Armada Secreta) y con una organización fascista que manejaba
una seudo agencia noticiosa, con sede en Lisboa. En Madrid, ciudad que
funcionaba como una especie de base de operaciones, Townley entró en contacto
con operativos organizados por el servicio de inteligencia español y el
recientemente formado movimiento fascista internacional, inspirado en la Triple A
de Argentina.
A comienzos de mayo, Townley esperaba en el aeropuerto internacional de Madrid
la llegada de Carlos Altamirano, procedente de La Habana. Más tarde, Altamirano
recordó que un hombre alto se lanzó contra él, haciéndolo caer mientras corría a
alcanzar una conexión que lo llevaría a Alemania Oriental.

A fines de mayo y en junio, Townley regresó a Miami y, de ahí, a Chile. (7) En


Miami, solicitó a su amigo Jorge Smith otro transmisor codificador Fanon-Courier,
mandando el nuevo equipo en un vuelo de LAN-Chile hacia Santiago y después a
Frankfurt, Alemania, tras adaptarlo para asesinar.

En julio, Townley y Callejas viajaron a Madrid, reuniéndose con Paz. Yendo de un


país a otro en automóviles rentados, los tres se dirigieron hacia el norte.
Informaron acerca de los exiliados y las organizaciones de solidaridad con la
resistencia, estableciendo a la vez contactos de trabajo con grupos de extrema
derecha que deseaban realizar operativos en apoyo a la DINA.

Ocasionalmente, Paz iba solo en algunas misiones. Viajó a Irlanda del Norte para
fotografiar los campos de prisioneros ingleses que alojaban a miembros del IRA
(Ejército Republicano Irlandés). Más tarde, Pinochet enseñó las fotos de Paz a los
corresponsales extranjeros en Chile, como una prueba de la hipocresía de las
críticas contra Chile por parte del Comité Inglés de los Derechos Humanos.

Hacia mediados de septiembre, la unidad de Townley había hecho contactos,


recolectado datos y realizado operativos en Francia, Bruselas (Bélgica),
Luxemburgo, Amsterdam y otras ciudades de Holanda, hasta llegar a Frankfurt.
Allí, con un funcionario de LAN-Chile, organizó un contacto con los colaboradores
de la DINA en Alemania Occidental.

A FINES DEL verano de 1975, el propio Contreras se embarcó en un viaje por


varios países con el fin de organizar una policía secreta latinoamericana y la
coordinación de los servicios de inteligencia para combatir a los exiliados chilenos.
Con un nombre falso, el jefe de la DINA viajó primero a Washington, D.C., a
comienzos de agosto de 1975.

El general Vernon Walters, director adjunto de la CIA, se reunió con Contreras en


el cuartel general de la organización, en Langley, Virginia.

Walters, que habla un fluido español, recibió calurosamente a Contreras. Como


asesor político de Nixon, Walters era el responsable de las relaciones con las
agencias de inteligencia extranjeras y había vigilado los entrenamientos de la CIA
a la DINA durante su etapa organizativa, a comienzos de 1974. (8) En vista de la
superioridad de la DINA sobre los demás servicios de inteligencia chilenos,
evidente ya en el primer año de su existencia, había ordenado un estrechamiento
de relaciones con esta organización.

Lo que conversaron Contreras y Walters, sigue siendo un secreto, pero el


propósito del viaje del primero se reveló en su siguiente escala en Venezuela.
Rafael Rivas Vásquez, director delegado del DISIP, servicio de inteligencia
venezolano, se reunió con Contreras en el aeropuerto de Maiquetía, en la tarde
del 27 de agosto, llevándolo a cenar en un lujoso restaurante situado en una colina
y con vista panorámica de la ciudad. Al día siguiente, los funcionarios del DISIP
sostuvieron una serie de reuniones con Contreras y el grupo de agentes de la
DINA que lo acompañaba. Posteriormente, Rivas Vásquez informó acerca de la
reunión:

Durante esas conversaciones, las que por supuesto están sujetas a la aprobación
de cada gobierno, él /Contreras/ hizo una petición formal (pero verbal, que es la
forma en que se hace este tipo de peticiones), en el sentido de que ellos querían
obtener información acerca de las actividades de todos los exiliados chilenos
residentes en esa época en Venezuela. Rechazamos darles esa información.
Entonces, dijo que si, por último, podíamos proporcionarles toda la información de
los chilenos exiliados que iban desde Venezuela a otros países: número de vuelo,
fecha, destino. Y, por supuesto, también de los que llegaban al país, sólo para
tenerlos más o menos vigilados y contar con informaciones actualizadas sobre sus
actividades. También explicó que la DINA se había ampliado en su calidad de
servicio de inteligencia, que tendría agentes en las embajadas en el extranjero,
que ya estaban entrenando a todos los terceros secretarios de las embajadas
chilenas ... de modo que pudieran servir como oficiales en el exterior.

Dijo que estaban realizando algunos viajes de buena voluntad para obtener el
apoyo de los distintos servicios de inteligencia latinoamericanos. Como esto
funciona sobre las bases de ... acuerdos verbales, había estado viajando mucho.
/Dijo/ que estaba implementando un enorme esquema de servicio gigantesco y
poderoso, que podría tener información de todo el mundo. (9)

De acuerdo a Rivas, el gobierno venezolano del presidente Carlos Andrés Pérez,


ordenó al DISIP rechazar violentamente las proposiciones de Contreras. Pero
éste, en un acto probablemente destinado a facilitar la cooperación informal de
algunos agentes del DISIP, les proporcionó una serie de códigos y cifras con las
que podrían comunicarse vía télex con la DINA en Santiago. También invitó a
Rivas y al director del DISIP, Orlando García (un cubano exiliado) para que
asistieran, con todos los gastos por cuenta de la DINA, a una reunión de los
servicios de inteligencia latinoamericanos que se realizaría en Santiago el próximo
mes de octubre. Los venezolanos declinaron la invitación. Continuando con su
viaje, Contreras repitió el ofrecimiento a la policía secreta de Brasil, Argentina,
Uruguay, Paraguay y Bolivia. Todos ellos aceptaron la oferta.

A FINES DE septiembre, Townley, Callejas y Paz cargaron el automóvil rentado


para dirigirse al sur, Habían recibido nuevas órdenes de Contreras. Hicieron un
alto en Munich, donde la DINA había establecido contactos con ex simpatizantes
nazis asociados con el líder de la Unión Social Cristiana, Franz Joseph
Strauss. (10) Su siguiente escala fue en Viena, donde se detuvieron a recoger
información y establecer contactos; de allá, se dirigieron hacia el oeste, entrando a
Italia a través de Innsbruck y el paso Bremer. Exhaustos tras casi una semana de
pesado viaje, llegaron a Roma. Tan pronto como encontraron un hotel y se
acomodaron, Townley tomó el teléfono y se comunicó con sus contactos. Se
estaba pasando el tiempo para dar cumplimiento a su misión y las órdenes de la
DINA habían sido muy precisas: en septiembre, el mes de Chile, el mes del golpe.

Inmediatamente después del golpe militar, Roma se había transformado en la


sede de los exiliados de la Unidad Popular. Cada partido designó sus
representantes para constituir las oficinas de Roma, que coordinan las actividades
en Europa occidental y editan la revista oficial de los exiliados, Chile-América. La
organización de Roma reproducía en miniatura la conflictiva unión de partidos que
había apoyado al gobierno de Allende, Aunque ya no se contaba con el poder,
cada decisión seguía requiriendo de la aprobación de los partidos y los dirigentes
hablaban, en primer lugar a nombre de su agrupación política. En el exilio, ningún
dirigente representaba la Unidad Popular como tal. Sin embargo, la falta de unidad
de criterios respecto de las tácticas y estrategia, característica de la UP en el
exilio,, tenía la ventaja de permitir a los partidos, individualmente, una apertura al
diálogo con los antiguos adversarios, los democratacristianos, en especial con
quienes representaban las tendencias centristas e izquierdistas dentro del partido.

La presencia en Roma de Bernardo Leighton, estadista chileno cofundador del


Partido Democratacristiano y ministro del Interior durante el gobierno de Frei, dio
pie a una política más ecuménica al interior de la oposición chilena. Antes de
exiliarse voluntariamente en 1973. Leighton llevó a una minoría democratacristiana
a mantenerse en una implacable oposición al golpe militar. Hacia 1975, la mayor
parte del partido, incluyendo al entusiasta sostenedor del golpe, Eduardo Frei,
había cambiado su rumbo, yendo hacia una irreversible aunque tímida oposición al
régimen de Pinochet.

Nuevamente en la vanguardia de su partido, Leighton, de 66 años, promovió la


alianza UP-DC, con el propósito del restablecimiento de la democracia en Chile.
Fue uno de los editores de Chile-América y con frecuencia aparecía en actos
públicos junto a dirigentes de la Unidad Popular, en toda Europa. Leighton,
apodado "el hermano Bernardo", habiendo sido una de las figuras políticas más
populares de Chile, también ocupaba un lugar prominente dentro del movimiento
democratacristiano internacional.

El Partido Demócrata Cristiano de Italia, en el poder, que desde hacía mucho


tiempo mantenía contactos con los democratacristianos chilenos, invitó a Leighton
para que se estableciera en Italia, donde realizaba su trabajo político en
coordinación con el partido italiano.

Durante algún tiempo, la DINA había ejercido su vigilancia desde un departamento


situado exactamente frente a la sede de la UP. (11) Ahora, tras meses de
amenazas telefónicas y molestias de poca monta hacia los exiliados, Contreras
aumentaba los ataques: Townley y su equipo tenían orden de asesinar.
Las instrucciones en este sentido fueron: los italianos deberían realizar la misión,
bajo la supervisión de Townley. Los encargados de la DINA le transmitieron los
nombres falsos y los números de teléfono de los agentes. En un tibio atardecer de
septiembre de 1975, Paz, Callejas y Townley cenaron con un individuo cuyo
nombre de batalla era Alfredo di Stefano, y con otros dos que lo acompañaban.
Discutieron acerca de la política italiana y la chilena. Di Stefano y sus compañeros,
expertos combatientes de la derecha italiana, pertenecían al Fronte della Gioventú
(Frente Juvenil) del Movimiento Social Italiano, MSI, poderoso y violento grupo que
públicamente proclamó su adhesión al fascismo de la época de Mussolini. Di
Stefano se jactó de haber conducido, el 7 de diciembre de 1970, a un grupo de
cincuenta comandos neofacistas en un asalto nocturno al Ministerio del Interior, en
el Palacio Viminale. Según explicó, este acto podría haber sido el primer paso
para dar un golpe militar e instalar en el poder a su líder, el fascista príncipe Junio
Valerio Borghese. Los comandos habían permanecido en el palacio toda la noche,
con las armas preparadas, comiendo emparedados y tomando café, en espera de
los alzamientos militares en otras partes de la ciudad, los que jamás se
produjeron. En la mañana, salieron rápidamente del lugar, llevándose 180
subametralladoras de los arsenales del Ministerio del Interior. Desde ese
momento, se vanaglorió Di Stefano, se había convertido en uno de los diez o
quince principales jefes de la ofensiva derechista contra el debilitado gobierno
italiano. Townley comentó que la situación italiana presentaba considerables
similitudes con el Chile de Allende y que Patria y Libertad, haciendo uso de
tácticas similares a las del Frente Juvenil de Di Stefano, se había erigido en un
factor importante de provocación de las fuerzas armadas para el derrocamiento
del gobierno democrático. Chile tenía un gobierno marxista y una fuerte oposición
demócrata cristiana pisándole los talones, explicó. Italia tenía un débil y vacilante
gobierno democratacristiano, con un fuerte Partido Comunista entonando cantos
de sirena por la unidad de centro izquierda. En ambas situaciones, señaló
Townley, las fuerzas antimarxistas necesitaban bloquear cualquier posible alianza
entre marxistas y democratacristianos. De este modo, los defensores de la cultura
occidental podrían situarse en la dirección, con la ayuda de los militares.

De las abstracciones, Townley pasó al terreno concreto. En Roma, en este mismo


momento, dijo, vive un exiliado chileno que representa esa amenaza de alianza de
centro-izquierda. Este individuo pone en peligro no sólo nuestra victoria en Chile,
sino también la causa italiana, así como la de otros países. Y tras esta incipiente
alianza democratacristiana izquierdista, está Bernardo Leighton. Su eliminación
representará un beneficio inconmensurable para los movimientos anticomunistas
de todo el mundo. Paz, en su calidad de representante del movimiento de
exiliados cubanos, manifestó estar de acuerdo con la operación. Townley explicó
la importancia de Leighton, utilizando los análisis que manejaba el aparato de
inteligencia de la DINA para demostrar cómo Leighton serviría de catalizador: "El
hombre indicado, en el lugar indicado y en el momento indicado", para forjar la
alianza antifascista chilena.

Estas explicaciones de Townley influyeron en los fascistas italianos, quienes


vieron en Leighton, tal como la DINA pensaba, una amenaza para su movimiento
en Italia, lo mismo que para la junta chilena. La elaboración de los planes se
prolongó durante algunas semanas. Paz ofreció poner en práctica un plan secreto
que eliminaría toda sospecha, tanto sobre la DINA como sobre los italianos. Éstos
asesinarían al blanco escogido y el movimiento de exiliados cubanos se atribuiría
el hecho. Septiembre había terminado y Townley, una vez más, estaba atrasado.

BERNARDO LEIGHTON Y su esposa Ana Fresno vivían una tranquila existencia


en un modesto departamento de Via Aurelia, a pocas cuadras del Vaticano. La
empedrada calle tenía mucho tráfico y unas angostas aceras que iban a lo largo
de las antiguas murallas de los siglos dieciocho y diecinueve. Los Leighton,
habituados a las comodidades de la clase alta, se habían adaptado sin quejas a
una modesta vida de exiliados. Las amenazas, que en los últimos meses eran más
frecuentes, preocupaban a Leighton, no porque las tomara en serio, sino porque,
pacífico por naturaleza, no entendía por qué alguien podría querer hacerle daño.
Sin embargo, la pareja accedió a tomar la precaución de no salir nunca sola.

El lunes 6 de octubre, Leighton y su esposa caminaban tomados del brazo por la


acera, dirigiéndose a su edificio, el número 145. Acababan de bajar del autobús en
Via Aurelia, luego de una tarde dedicada a hacer compras. Ana Fresno recuerda
haber pensado, mientras caminaban, que la calle estaba anormalmente
despejada. Aunque ya oscurecía, vio a un hombre que caminaba hacia ellos, por
la acera de enfrente. Cuando se acercaban al portón de hierro del edificio de
departamentos, escuchó el ruido de unas botas sobre la calle empedrada y vio al
hombre cruzando en diagonal, justo detrás de ellos. Era joven, alto, robusto e iba
vestido con sencillez.

Sonó un disparo. Ana se volteó y vio al hombre detrás, pudiendo ver el arma.
Sonó otro disparo y una bala la hirió en el hombro derecho, haciéndola caer. Junto
a ella, vio a su esposo con la cara ensangrentada. Trató de voltearse para ver
mejor a su atacante, pero el cuerpo no le respondió. Oyó el ruido de las botas que
corrían, y luego todo quedó en silencio. Pasó un automóvil. Un vecino, Bruno
Fraséate, oyó los disparos y, dejando el programa de televisión que estaba viendo,
corrió hacia la calle, encontrando a los Leighton ensangrentados, que yacían en la
acera, junto a un coche. Ana Fresno, inmóvil pero consciente, preguntó si su
esposo estaba vivo. Fraséate le contestó que aún respiraba y luego corrió a llamar
a la policía. (12)

Leighton y Ana Fresno sobrevivieron al ataque. El proyectil de una pistola Beretta


de 9 mm, entró por detrás del cráneo de Leighton, saliendo por encima de su oído
izquierdo. Aunque estuvo inconsciente y luego alterado durante varios días,
Leighton se recuperó, sólo sufriendo una pequeña pérdida de audición. El
segundo disparo atravesó el cuerpo de su esposa, a la altura del hombro,
dañándole la columna vertebral justo bajo la médula espinal. No recuperó nunca el
control de sus piernas. Equivocadamente, los periódicos informaron que Leighton
había sido herido en la frente y su esposa, en el cuello. El personal policial no
corrigió estos errores.
El atentado criminal tuvo el efecto deseado. En adelante, Leighton se mantuvo en
silencio y el hecho provocó temor en la comunidad de exiliados. Sin el concurso
activo del dirigente que se autodefinía como "el hombre del diálogo" y sin que
nadie aspirara a tomar su lugar, la incipiente unidad izquierda-democracia cristiana
se desbarató. La acción del Partido Demócrata Cristiano se volcó hacia el grupo
antimarxista que rodeaba al ex presidente Frei.

Townley y Paz viajaron a Miami, mientras la Callejas regresó a Chile. En Miami, se


entrevistaron con el coordinador nacional del MNC, Ignacio Novo, hermano de
Guillermo Novo y cofundador del MNC.

El 13 de octubre, una semana después del atentado contra Leighton, el periódico


de Miami Diario de las Américas, proclive a los exiliados y editado en español,
recibió un comunicado fechado el 10 de octubre y firmado por "Cero", uno de los
nombres clandestinos del MNC, que se atribuía el atentado. Antes de regresar a
Chile, Townley se encargó de algunos detalles y cabos sueltos. Encargó un
transmisor y codificador Fanon-Courier, que fue enviado a las oficinas de Miami de
LAN-Chile y, de allí, a Santiago.

El 15 de octubre, se dirigió a Fort Lauderdale, la supervigilada sede de Audio


Intelligence Devices. Firmó la tarjeta de control como "Kenneth Enyart" y lo
condujeron a la oficina de su amigo Jack Holcolm, director de AID. Hablaron de
negocios. Townley colocó un pedido de 800 dólares en aparatos electrónicos para
la DINA. Ya que el padre de Townley había concertado una cita para su hijo,
Holcolm lo estaba esperando. Tarde, ese mismo día, con su sofisticado equipo
pagado y embalado, se dirigió al aeropuerto internacional de Miami para tomar el
vuelo nocturno de LAN hacia Santiago.

El 31 de octubre, estalló una bomba colocada bajo el automóvil del líder exiliado
cubano Rolando Masferrer, volándole las piernas y dándole muerte casi
instantáneamente. Masferrer, conocido como "el Tigre" por su ferocidad y astucia
como coronel de Batista en la Cuba de los años cincuenta, había organizado su
propio movimiento, gozando de cierta reputación en el seno de la comunidad
cubana de Miami. Miembro del Partido Comunista hasta 1944, Masferrer se había
volcado a la represión derechista con gran dedicación. Simultáneamente, había
acumulado una fortuna considerable y una guardia privada de esbirros que había
sacado de Cuba, llevándola consigo a Miami. Dentro de la comunidad de
exiliados, muchos eran partidarios de Masferrer para la dirección del movimiento.
El MNC lo consideraba corrompido y de dudosas intenciones.

El 4 de noviembre de 1975, "Cero" mandó un comunicado a las oficinas en Miami


de la agencia Prensa Asociada (AP). El mensaje decía que "Cero" había ejecutado
a Masferrer porque era una fuerza divisoria del movimiento de exiliados cubanos,
acusándolo de ser agente del servicio de inteligencia G2 de Fidel Castro. "Cero"
agregaba: "El señor Leighton fue baleado en la parte de atrás de la cabeza,
utilizándose para ello una Beretta de 9 mm. Declaramos esto con el propósito de
aclarar los informes contradictorios de la prensa y para identificarnos como los
autores".

El comunicado desencadenó un ir y venir de cables de Interpol entre la policía


italiana, el FBI y la policía de Miami. Sólo alguien directamente conectado con los
autores del crimen podía conocer los detalles revelados en el comunicado de
"Cero", el tipo de arma, la localización del disparo. (13) Las sospechas pasaron del
Movimiento Social Italiano, en Roma, al Movimiento Nacionalista Cubano, en
Miami.

En Chile, Townley hizo una relación de los detalles de su largo viaje a Contreras y
Espinoza. Ahora existía una red para controlar y castigar a los exiliados chilenos
en México, Estados Unidos y Europa. Los integrantes más importantes de la
acción coordinada eran el Movimiento Nacionalista Cubano de Nueva Jersey y
Miami y el Frente Juvenil del Movimiento Social Italiano. Townley entregó a
Contreras los nombres y apodos de sus colaboradores, indicándole que existía un
acuerdo de retribución para las misiones ya realizadas. Contreras estuvo de
acuerdo y quiso ver a sus agentes a fin de someterlos a la única evaluación
infalible que conocía, su juicio personal. Townley propuso llevar a Chile a varios de
los cubanos e italianos con los que había trabajado íntimamente, a fin de que
recibieran entrenamiento de la DINA. A Contreras le agradó la sugerencia, pues
significaba que los agentes extranjeros, unidos en una lucha internacional contra
el comunismo, recibirían instrucción profesional con el liderazgo de la DINA de
Chile. "ĄExactamente igual a la CIA!", pensó.

Contreras se puso a soñar, imaginando la victoria contra el comunismo en varios


frentes, todos originados en el Once de Septiembre chileno. Los nuevos bastiones
del mundo subdesarrollado cumplirían lo que los tibios y "liberales" Estados
Unidos no habían logrado hacer como líderes del "mundo libre": exterminar el
comunismo, se encontrara donde se encontrara.

A fines de 1975, examinando el mapa del mundo, Contreras vio muchas


amenazas, muchos enemigos por eliminar. Naciones Unidas había propinado un
fuerte golpe a Chile. Los exiliados habían prestado testimonio ante la Comisión de
Derechos Humanos de la ONU, los que dieron como resultado una frontal
condena a la tortura sistemática y el abuso de los derechos. Mientras Contreras
revisaba los informes de inteligencia que le enviaban los agentes de la DINA
desde Nueva York, resaltó entre todos un nombre en particular, el de un exiliado
que, individualmente, había logrado persuadir a los representantes de países
anteriormente amigos de Chile para que votaran en contra del gobierno del país
en la resolución de las Naciones Unidas. Este hombre había penetrado en los
salones de las Naciones Unidas como un semiembajador y los demás
representantes lo habían tratado como un colega de respeto.

Contreras estudió el nombre: Orlando Letelier.


Notas:

1. Secen, una misteriosa figura dentro de la comunidad de exiliados cubanos, era llamado "el
coronel" y tenía fama de estar conectado con los círculos de inteligencia latinoamericanos. Un
informante del FBI de Miami, reportó que Secen, conductor de taxis, estaba relacionado con Jay
Vernon Townley, padre de Michael, a través de "negocios bancarios" y que fue precisamente Jay
Vernon quien los presentó. En su testimonio, Townley dijo que el jefe de operaciones de la DINA,
Pedro Espinoza, fue quien le dio el nombre de Secen. Además de Castellón, Rivero y Secen,
Townley sostuvo entrevistas con los activistas del MNC Ignacio Novo y Sergio Gómez y con el "jefe
militar" de la Brigada 2506, Armando López Estrada.

2. También estuvieron presentes José Ponjoan y Ricardo Pastrana. de Nueva Jersey, así como
Humberto Medrano, de Miami. La discusión se centró en un proyecto para presionar a Fidel Castro
en el intercambio de presos cubanos y chilenos.

3. Rivero dijo que más tarde le informaron acerca de que uno de los padres de Townley era
norteamericano.

4. Rivero hizo declaraciones similares cuando fue llamado a declarar ante el Gran Jurado en
Washington, a mediados de 1978. Dijo haber llamado a Guillermo Novo, expresándole: "Hay unos
chilenos que quieren verte. Ve si puedes conseguir que el Presidente o el gobierno declaren que
somos el mejor movimiento y haz algo para dar una bofetada a nuestros rivales dentro de la
comunidad cubana".

5. En la corte, Townley dio la impresión de haber llegado sólo uno o dos días después del final de
la conferencia, pero los archivos de la frontera examinados por el FBI indican que el trío llegó a
México el 15 de marzo, en tanto que la conferencia terminó el 20 de febrero.

6. Townley declaró haberse deshecho de todos los explosivos y detonadores en la ciudad de


México, a fin de evitar problemas al regresar a Estados Unidos. Pero esto probablemente es cierto
sólo en parte, ya que no había razones para tirar un aparato de aspecto inofensivo, cuyas piezas
más costosas cuestan entre 250 y 350 dólares norteamericanos.

7. De acuerdo con el pasaporte Enyart, el itinerario de Townley fue: Miami-Santiago, 17 de mayo;


Santiago-Buenos Aires, 1o. de junio; Buenos Aires-Miami, sin fecha; Miami-Santiago, 14 de junio;
Santiago-Río de Janeiro, 19 de julio. El pasaporte no tiene sellos de Europa en 1975,
probablemente a raíz de que los controles de inmigración se relajan en el caso de personas que
viajan con pasaporte norteamericano.

8. Entrevistado por el FBI en 1979, Walters declaró que "parte de sus funciones como director
adjunto de la CIA era coordinar y conducir las relaciones exteriores de la CIA y dentro de ese
marco había recibido al general Contreras en 1975, cuando este último visitó Estados Unidos".

9. Extractos del testimonio de Rivas Vásquez, prestado el 29 de junio de 1978 ante el Gran Jurado
Federal de Washington, D.C. Contreras dijo a otra fuente que él entregó al servicio venezolano la
información de que la Junta Coordinadora Revolucionaria (coalición formada en 1975 por los
grupos clandestinos latinoamericanos más extremistas), había decidido trasladar su sede desde
Argentina a Caracas. Como se esperaba, negó a la fuente haber dado informes sobre los exiliados
chilenos.

10. Respondiendo a una invitación de Pinochet, Strauss visitó Chile en 1976 y en esa ocasión hizo
efusivos elogios al régimen. Su viaje fue organizado por el agente de propaganda de la DINA,
Anthal Liptay.
11. Un vendedor de periódicos que repartía la prensa chilena, mencionó a los redactores de Chile-
América que "las personas de enfrente" también estaban muy interesadas en Chile y habían
estado comprando los periódicos chilenos. Cuando los trabajadores de la UP comenzaron a
investigar, los agentes de la DINA evacuaron el departamento.

12. La calle estaba desierta, con la excepción de un hombre que se encontraba dentro de la cabina
telefónica cercana, al que Fraséate pidió el teléfono. Las investigaciones policiales establecieron
que la persona no podía haber escuchado los disparos desde la cabina, eliminando así las
primeras especulaciones que sostenían su participación en el asesinato.

13. Hay dos teorías acerca del origen de la información del comunicado de "Cero" del 4 de
noviembre. La más simple es que Townley y Paz estaban en Roma en el momento del atentado a
Leighton y obtuvieron la información directamente de Alfredo di Stefano. Pero Townley declaró
haber dejado Roma antes del hecho. De acuerdo a Townley, la información de "Cero" fue enviada
por Di Stefano a la DINA en Santiago y de allí se le comunicó a Paz en Miami, para ser usada en el
comunicado del 4 de noviembre. De acuerdo con la versión de Townley, él y Paz no sabían los
detalles del acto cuando llegaron a Miami, por ello. Paz no pudo incluir ningún dato convincente en
el primer comunicado.

VII

EL BLANCO: LETELIER

EL GENERAL AUGUSTO Pinochet Ugarte se levantó antes del alba. Era su


costumbre y su deleite demostrar a los subordinados, a los ex colegas del cuerpo
de generales, que él, el jefe supremo de la nación, el Presidente de la República,
general del Ejército y comandante en jefe de las fuerzas del aire, mar y tierra, jefe
absoluto y encarnación del Movimiento Once de Septiembre, trabajaba más y más
duramente, con más disciplina que cualquiera de ellos.

A comienzos de junio de 1976, tenía sesenta años y estaba en la cima de su


poder. En los meses anteriores había comenzado a planificar una década o dos
como gobernante de Chile, viéndose en sus años maduros como el líder que
había derrotado el comunismo en Chile y en toda Latinoamérica. Otro
generalísimo Franco, murmuraban sus colaboradores civiles, en voz alta, para que
él pudiera escucharlos.

A las cuatro, de madrugada, Pinochet se vistió con su traje de karateka, atándose


un cinturón café a la cintura. Media hora de ejercicios en el gimnasio, con un
instructor militar de karate, una ducha y una hora de revisar documentos, antes de
desayunar, se había convertido en su diaria rutina. Este régimen reforzaba los
valores militares de austeridad y disciplina, evitando el reblandecimiento interior.

El coronel Manuel Contreras por lo general trabajaba toda la noche, aprovechando


las horas del toque de queda, de la 1:00 a las 5:30 de la madrugada, cuando Chile
le pertenecía a él y a los comandos de la DINA. En aquellas noches en las que no
había planeado operativos especiales, se retiraba temprano, levantándose a
tiempo para la más importante de sus funciones: el informe diario sobre
inteligencia que entregaba al presidente. Casi a diario, Contreras llegaba a la
residencia de Pinochet hacia las 6:30 de la mañana. Desayunaban juntos, o bien
salían de inmediato al Diego Portales, edificio del gobierno, en el Mercedes Benz
blindado de Pinochet, protegidos por una escolta de ululantes motocicletas.
Contreras sólo rendía cuentas a Pinochet, exclusivo auditor de los reportajes de
inteligencia de la DINA. Nadie sino él podía dar órdenes al coronel Contreras que,
aunque no era comandante de división, tenía más poder que cualquier general
chileno.

Hacia junio de 1976, la junta integrada por cuatro individuos se había convertido
en mera ficción, ya que Pinochet controlaba Chile. Alcanzó esta posición gracias a
su manipulación de todos los detalles y a la implementación de sus medidas
ilegales, y no debido a inteligencia o cualidades políticas. Exigía que se le
mantuviera informado de los movimientos de cada uno de los que
reconocidamente participaban en la oposición, o sea, los partidos de izquierda, la
Democracia Cristiana, la Iglesia católica, el movimiento por los derechos humanos,
los periodistas nacionales y extranjeros. Contreras le proporcionaba los detalles de
esas actividades y en esto basaba Pinochet su poder. (1)

Los ambientes que escogía para escuchar estos informes eran cómodos y bien
protegidos: la residencia presidencial, el Mercedes blindado, el vigesimosegundo
piso del edificio Diego Portales. Pero Pinochet y Contreras, unidos a través de los
informes secretos, transformaron su medio ambiente en una tienda de campaña,
en la que ellos eran los generales que planeaban las diarias estrategias contra el
enemigo, analizaban los avances y retrocesos del día precedente y llevaban de
memoria la cuenta de las pérdidas sufridas por el enemigo. Consideraban que el
proceso de gobierno era una guerra que necesitaba el despliegue de las fuerzas
en todos los frentes para derrotar al enemigo.

En junio de 1976, Contreras tenía mucho que comunicar y planificar con Su


Excelencia. En el frente interno, podía informar acerca de numerosas bajas
infligidas al enemigo. Sus hombres habían logrado deshacerse, uno a uno, de los
dirigentes máximos del Partido Comunista de Chile. A comienzos de ese año, un
militante de nivel medio del partido había cedido ante las torturas, proporcionando
a la DINA información sobre la localización de la mayor parte de las casas de
seguridad del partido, donde vivían o se reunían los dirigentes en la
clandestinidad. La DINA supo que el partido planeaba realizar una serie de
protestas masivas que coincidieran con la reunión de la Organización de Estados
Americanos, en junio.

Basándose en la información entregada por el "quebrado" prisionero, en los meses


de abril y mayo la DINA arrestó al máximo dirigente del Partido Comunista en el
interior, el subsecretario general Víctor Díaz. Para entonces, los comandos de la
DINA ya habían detenido a un buen número de dirigentes y a cientos de militantes.
Este hecho le llevaría años al Partido Comunista para reconstruir una resistencia
organizada. (2)
El "frente interno" era seguro. La operación limpieza contra los comunistas había
aniquilado el último frente de la resistencia organizada. El Partido Socialista y el
MIR, grupo de extrema izquierda, aún no se recuperaban de los golpes recibidos
en 1974 y 1975 por parte de la DINA, con los que habían llenado los campos de
concentración, dejando un saldo de cientos de muertos y desaparecidos.

Con Bernardo Leighton fuera de combate, el Partido Democratacristiano echó pie


atrás en las conversaciones con la Unidad Popular para formar un frente unido de
oposición a la dictadura. Sin embargo, los democratacristianos sostuvieron otro
tipo de oposición, consistente en criticar los planes económicos del gobierno y las
violaciones de los derechos humanos. Con esa actitud el Partido
Democratacristiano no planteaba una amenaza inmediata al régimen.

En el "frente exterior", la situación era más precaria. La prensa extranjera, incluida


la de aquellos países con los que el régimen militar había contado como aliados,
constantemente publicaba noticias que detallaban las atrocidades y la miseria en
el interior de Chile. Gran Bretaña, Suecia y México habían retirado sus
embajadores. La oficina gubernamental de prensa elaboró una lista negra,
expulsando de Chile a veinticuatro corresponsales extranjeros que representaban
la mayor parte de los medios de comunicación internacional, pero la situación
empeoró. (3)

Santiago sería la sede para la próxima Asamblea General de la OEA, programada


del 7 al 18 de junio de 1976. Pinochet vio en esa asamblea una oportunidad para
mejorar su imagen internacional, para eliminar su actual condición de "paria", la
que se había ganado gracias a su récord de violaciones de los derechos humanos.

También el gobierno norteamericano decidió que había llegado el momento para


ayudar a que Pinochet se limpiara de las acusaciones relacionadas con los
derechos humanos y diera comienzo a un gobierno limpio. En este sentido y en
primer lugar, el Departamento de Estado ejerció su considerable influencia en la
OEA para eliminar la oposición a que se realizara la reunión en Santiago,
oposición que sostenían los gobiernos continentales democráticos. El Secretario
de Estado, Henry Kissinger encabezaría la delegación norteamericana y su
preferencia por la sede de Santiago era del conocimiento público.

Un mes antes de la reunión de la OEA, el Secretario del Tesoro de Estados


Unidos, William Simón, incluyó a Chile en una gira que realizaba por
Latinoamérica y el 7 de mayo permaneció durante diez horas reunido con Pinochet
y los máximos dirigentes gubernamentales encargados de la economía. Elogió la
instauración en el país de la política económica de libre mercado, a la vez que
amonestó suavemente al gobierno por los derechos humanos. Simón se llevó una
lista de presos políticos y dijo claramente a sus anfitriones que esperaba la
liberación de un considerable número de ellos. En entrevista con uno de los
autores de este libro, Simón recordó su visita a Chile como un "juego duro",
expresando que "el Departamento de Estado y el gobierno chileno
simultáneamente me decían que necesitaban un funcionario de alto nivel, oficial,
para que fuera a Chile y apareciera en público. Les dije que no iría, a menos que
ellos liberaran a algunos presos. Fui duro y me comprendieron. Simplemente, yo
no veía por qué tenían que arrestar a tanta gente, ya que sus planes económicos
iban marchando muy bien".

Los chilenos se sintieron comprometidos. Simón, en una conferencia de prensa en


el Banco Central de Chile, anunció que se le había asegurado que un 48 por
ciento de los prisioneros sería puesto en libertad. (4) Más adelante, declaró:

Los Estados Unidos están dispuestos a trabajar con Chile en los próximos meses.
Estamos preparados para colaborar con los esfuerzos chilenos por restablecer la
estabilidad económica y promover la prosperidad, pero sólo podremos hacerlo
dentro de los marcos de un sistema que asegure libertades personales y políticas.
La eliminación de las condenas públicas en Estados Unidos y en todo el mundo,
pavimentará el camino para un dinámico y mancomunado esfuerzo que lleve el
programa de desarrollo económico chileno a un nuevo conjunto de éxitos.

Kissinger pronunció palabras similares al tomar la palabra en la asamblea de la


OEA, en junio. Celebró el "progreso" del gobierno de Pinochet y declaró que
Estados Unidos continuaría ayudando económicamente a Chile, con el fin de
mejorar más aún la situación de los derechos humanos. En reuniones privadas
con los representantes chilenos, también Simón prometió ayuda, expresando que
la administración Ford lucharía contra las restricciones económicas y de ayuda
militar impuestas a Chile por el congreso norteamericano.

Las visitas de Simón y Kissinger dieron al régimen de Pinochet la legitimidad de la


que había carecido durante los tres primeros años después del golpe, a pesar del
considerable apoyo de Estados Unidos. La reputación de Chile en relación a los
derechos humanos mejoró de la noche a la mañana, simplemente porque
Kissinger y Simón dijeron que habían progresado en ese sentido.

Contreras informó a Pinochet sobre la realidad que se escondía tras esa fachada:
las casas de seguridad de la DINA, diseminadas por Santiago, trabajaban a toda
su capacidad durante el tiempo que duró la visita de Simón y de Kissinger. Los
chilenos disidentes eran sometidos a interrogatorios y torturas a pocos kilómetros
de los lugares en que se realizaban las recepciones oficiales y las reuniones a las
que asistían los dos representantes norteamericanos. Más de una docena de los
arrestados en esa época desapareció en el bajo mundo de la DINA y nunca más
se tuvo noticias de ellos. (5)

En el "frente externo", el movimiento mundial antijunta, en lugar de ir


desapareciendo con el transcurso del tiempo, como esperaban Pinochet y
Contreras, fue aumentando. El abuso constante de los derechos humanos en el
interior de Chile alimentó la campaña, pero, incluso más importante, con la
liberación de los dirigentes de la UP, entre 1975 y 1976, se generó una gran
inyección de energía en el movimiento de los exiliados.
A Contreras comenzaron a llegarle constantemente informaciones acerca de las
actividades de Orlando Letelier. Las más importantes procedían de la Embajada
de Chile en Washington y de la Misión Chilena ante las Naciones Unidas; uno de
estos informes, del embajador de la junta ante las Naciones Unidas, el almirante
en retiro Ismael Huerta, señaló las actividades de Letelier, promoviendo la
condena de Chile en el seno de la Comisión de los Derechos Humanos de la
ONU. Un informe procedente de Washington señalaba que Letelier se preparaba
para establecer un gobierno chileno en el exilio. Lo calificaba de terrorista que
tramaba un complot para derribar un avión de LAN-Chile.

El autor del informe que acusaba a Letelier de planificar actos de terrorismo contra
la junta, admitió posteriormente en una declaración haber distorsionado los hechos
porque sus informaciones sólo perseguían fines propagandísticos. Sin embargo,
otras informaciones sobre Letelier tenían bases más realistas. Sus auténticas
actividades amenazaban a la dictadura chilena, pretendiendo influir sobre los
lineamientos del gobierno norteamericano. Los senadores Frank Church, George
McGovern, Edward Kennedy, Hubert Humphrey y otros, usaron los argumentos de
Letelier para exigir una suspensión total de la ayuda militar a Chile. El voto con la
petición de suspensión fue presentado el 16 de junio de 1976.

A mediados de marzo, Letelier se entrevistó con los representantes demócratas


George Miller, de California, Toby Moffett, de Connecticut y Tom Harkin, de Iowa,
quienes proyectaban un viaje a Chile. No los impresionó contándoles historias
terroríficas acerca de las violaciones de los derechos humanos, sino más bien
trató de explicarles la lógica del reino del terror de Pinochet; expresó que la DINA
utilizaba el modelo del libre mercado de los "Chicago boys", con el fin de
proveerse de una mano de obra desesperada y desposeída. Letelier les pidió
comprobar su tesis de que existían lazos entre la represión y el modelo de
Chicago, dándoles nombres de personas y lugares para que visitaran en Chile. En
Santiago, y a pesar de un bombardeo de noticias que denunciaban el hecho, los
tres congresistas se entrevistaron con la hermana de Letelier, Fabiola, abogando
por los derechos humanos, con líderes de la oposición y del gobierno. Harkin trató
de visitar el más famoso centro de detención y torturas de la DINA, Villa Grimaldi,
pero no obtuvo el permiso. Al regresar a Estados Unidos, los parlamentarios
comenzaron a promover el apoyo del Congreso para la enmienda que solicitaba la
suspensión de la ayuda militar a Chile.

Los círculos políticos eran menos receptivos que el Congreso a los llamamientos
para actuar contra la dictadura de Pinochet. Letelier logró establecer contactos en
los pocos lugares en donde prevalecían las tendencias en pro de los derechos
humanos. William D. Rogers, Asistente del Secretario de Estado para Asuntos
Latinoamericanos, un convencido liberal, comió con Letelier poco después de la
llegada de éste a Washington. Con la mira puesta en las próximas elecciones de
1976, Letelier también logró acercamientos exitosos con los consejeros de los
contenedores demócratas, en particular con la gente de Jimmy Cárter. Cualquier
posibilidad de éxito de los demócratas asustaba a Pinochet y a Contreras, ya que
significaría el fin de la conveniente relación con la administración Ford y la
sustitución de Henry Kissinger. Pero lo que más temían era una abierta ruptura
con Washington, debido al problema de los derechos humanos. (6)

Letelier conquistó también gran altura entre los exiliados de la Unidad Popular,
que lo designó para representar a Chile en la reunión preparatoria de la
Conferencia de Países no Alineados, en Argelia, realizada durante la segunda
semana de junio. La organización había condenado a la junta, reservando un lugar
en la conferencia a la coalición de la UP. La nominación de Letelier como
representante ante la reunión de Argelia, significó su primera aparición pública en
un papel que podía presagiar su liderazgo en la coalición de la resistencia.

Había una lógica de tipo político para el ascenso de Letelier. El Partido Comunista
era demasiado controvertido, demasiado íntimamente asociado a la Unión
Soviética como para dar una imagen unificadora para la izquierda, especialmente
en vista del inflexible rechazo de los democratacristianos a cualquier tipo de
alianza con ellos. Además, la junta aún mantenía en su poder al Secretario
General del Partido Comunista, Luis Corvalán y el senador Volodia Teitelboim,
teórico del partido, residía en Moscú. El socialista Clodomiro Almeyda, portavoz de
hecho de la Unidad Popular, gracias a su estrecha relación con Allende y su alto
puesto en el gobierno de la UP, era respetado, pero carecía de la inspiración y la
energía necesarias para ser la figura central de una lucha que muchos pensaban
podía durar diez años. Carlos Altamirano, senador y Secretario General del
Partido Socialista hasta 1979, tenía seguidores en el interior. Su negativa a
abandonar Chile después del golpe y su dirección clandestina del partido, hasta
que finalmente se vio obligado a salir, unos meses después, reforzó su fama de
valentía. Pero Altamirano no pudo borrar la imagen de equivocado político que
tenía para muchos. Con la muerte de Allende, el máximo puesto directivo aún
estaba vacante.

Durante 1975 y 1976, Orlando Letelier, quien nunca fuera un miembro clave en el
interior del Partido Socialista, había madurado, convirtiéndose en un político
abierto y poco ambicioso. Tenía relaciones cordiales con los democratacristianos
de centro y se había ganado el respeto tanto de los comunistas como del MIR.
Fuera de Chile, tenía muchos aliados entre los numerosos partidos
socialdemócratas europeos.

Por lo anterior y en virtud de un proceso de eliminación, el papel de unificador


recayó sobre Letelier. El constitucionalista general Carlos Prats, de quien se
esperaba pudiera lograr una coalición de militares progresistas para derrocar a
Pinochet, fue asesinado en Buenos Aires en septiembre de 1974. Bernardo
Leighton, ex vicepresidente y el único democratacristiano considerado capaz de
forjar una coalición con la izquierda, se había retirado de la política militante luego
de haber estado a punto de morir en un atentado en Roma, en 1975.

A pesar de los esfuerzos por impedirlo, el sentimiento unitario persistió en el


interior del ala progresista del Partido Democratacristiano y la iniciativa fue
impulsada en Estados Unidos por Orlando Letelier, el ex Ministro del Interior de la
Democracia Cristiana Gabriel Valdés y el candidato presidencial
democratacristiano en las elecciones de 1970, Radomiro Tomic. Valdés, cuyo hijo
era asistente de Letelier, vivía en Nueva York y se desempeñaba como director
del Programa de Desarrollo Nacional de las Naciones Unidas. Tomic, como
Leighton, había elegido el exilio. Vivió durante un tiempo en Texas y luego en
Suiza. Los tres habían sido amigos por muchos años y a comienzos de 1976
iniciaron conversaciones informales en representación de sus partidos.

En Santiago, Michael Townley recibió y analizó los informes de la DINA enviados


por los colaboradores que vigilaban a Letelier en las tres ocasiones en que éste se
reunió con Gabriel Valdés en Nueva York. Estos hechos y el ascenso notorio de
Letelier en el liderazgo del movimiento de resistencia de los exiliados pesó
considerablemente en la conciencia de Pinochet, más incluso que en la de los
dirigentes en el exilio. Contreras consideró que el poder de Letelier en Washington
le daba el ominoso rango de "embajador en el exilio", minando la posición de la
junta en la capital misma de su fundamental aliado. Una vez que los agentes de la
DINA en el exterior se dieron cuenta de que Santiago había centrado su interés en
Letelier -de acuerdo a una fuente de inteligencia-, los informes fueron en aumento,
exagerando su importancia. Las informaciones llegadas desde Amsterdam, a
comienzos de junio de 1976, pueden haber sido "la gota que colmó el vaso".

En 1975, la firma holandesa de inversiones Stevin Groep había firmado un


contrato con el gobierno chileno, comprometiéndose a invertir 62.5 millones de
dólares en el sector minero por un periodo de cinco años. El mayor contrato
individual extranjero desde el golpe, el de Stevin Groep, fue una señal de triunfo
para el equipo económico de Pinochet, que había basado sus planes en el aflujo
de capital extranjero y los créditos. La empresa holandesa proyectaba introducir
técnicas mineras muy productivas para extraer de la montaña oro de alto grado,
plata y tungsteno, llevándolo hacia la costa y el lecho de los ríos.

Orlando Letelier llegó a Amsterdam el 11 de junio. La municipalidad holandesa de


Groningen informó a Stevin Groep, con quien tenía proyectos en obras públicas,
que los contratos serían cancelados si su división internacional no rescindía el
contrato con Chile. Luego de otros incidentes, el 10 de junio, Stevin Groep se dio
por vencido y suspendió el programa de inversiones. La cancelación formal del
contrato se produjo algunos meses más tarde. Pinochet, de todos modos, indicó a
Letelier como el responsable directo de la pérdida del contrato con Stevin. Los
informes de inteligencia señalaron detalladamente la intención de Letelier de
trabajar por el aislamiento de la junta pero, como siempre, sobreestimaron su
influencia.

En 1976, Letelier realizó cuatro viajes a Holanda. Amsterdam contaba con una
activa comunidad de exiliados chilenos y un fuerte movimiento de solidaridad
holandesa, siendo al mismo tiempo la sede de la división europea del Instituto
Transnacional del IEP. Letelier estaba convencido de que Holanda era el país
ideal desde el que podía organizarse un boicot económico contra Chile. La
resistencia chilena tenía allí un fuerte aliado: el Partido Laborista Holandés
gobernante, partido socialdemócrata que también gobernaba varias de las
ciudades principales. Al mismo tiempo, podía contarse con los sindicatos
holandeses para una solidaridad activa.

En una conferencia de prensa en La Haya, apareció con representantes de la


Central Unica de Trabajadores (CUT) en el exilio, máximo organismo sindical
chileno, y con la Federación Holandesa del Transporte, una de las más
importantes de ese país. En esa ocasión, Letelier se refirió a los sufrimientos del
pueblo chileno y explicó cómo podría ayudar el pueblo holandés.

"Un boicot, incluso si es realizado por un solo país, puede ser efectivo", señaló. "Y
aunque este boicot no tenga consecuencias directas sobre la economía chilena,
producirá efectos políticos".

En entrevistas de prensa, regresó constantemente sobre estos argumentos: "Las


acciones económicas desde el exterior son de máxima importancia, a causa de la
vulnerabilidad de la junta en cuanto a su dependencia financiera de los países
extranjeros". Señaló que una firma holandesa planeaba realizar grandes
inversiones en Chile y que Holanda se había convertido en el país más importante
dentro de la pequeña lista de inversionistas europeos en Chile. "A mi modo de ver,
cualquier inversión en Chile en este momento es inmoral, porque colabora con uno
de los regímenes más fascistas del mundo", agregó. Habló con decisión,
señalando que los inversionistas deberían considerar los riesgos comerciales que
entrañaban las inversiones en Chile, ya que un gobierno posterior a la junta, de
hecho, podría declarar nulos los contratos establecidos con ese régimen ilegítimo.

Letelier hizo esfuerzos por lograr que el gobierno holandés, en una próxima
reunión del consejo directivo del Banco Mundial, hiciera uso de su influencia y su
voz para impedir los préstamos de este banco a Chile. También intentó persuadir
al gobierno de que admitiera en el país más chilenos refugiados. Se reunió con el
presidente del Partido Holandés del Trabajo, Ina van der Heuvel, con el Ministro
de la Cooperación para el Desarrollo, Jan Pronk, con el miembro del Parlamento,
Relus Ter Bek, que se desempeñaba como encargado del Comité de Asuntos
Extranjeros, con el alcalde de Rotterdam, Andre van der Luow, y con un grupo de
dirigentes sindicales que incluía al Secretario General de la Federación de
Trabajadores Portuarios. Tras numerosas reuniones con Letelier, Relus Ter Bek
opinó que lo consideraba el más razonable, articulado, pragmático y bien
intencionado de los dirigentes chilenos que había conocido en Europa. Señaló que
sólo Letelier entendía la complejidad de la política europea.

Durante su visita de junio, Letelier manifestó una ¡dea que puede haber servido
para alimentar la creencia de la DINA de que estaba a punto de formar un
gobierno en el exilio. Propuso el establecimiento en Holanda de un "Instituto
Salvador Allende", que sirviera para preparar un gobierno constitucional y entrenar
a los futuros funcionarios gubernamentales, escogiéndolos entre los exiliados. El
equipo de ese instituto estaría preparado con elementos humanos y programas
que incluirían el diseño de una nueva constitución, en el momento de la caída del
régimen de Pinochet. Presumiblemente, el instituto se fundó en Rotterdam bajo los
auspicios de Andre van der Luow, el alcalde de la ciudad, quien se había reunido
con Letelier en febrero.

Pinochet y Contreras condenaron a muerte a Letelier y, en algún día del mes de


junio, (7) pusieron en marcha el operativo de asesinato de la DINA. Para Pinochet,
Letelier era un traidor, pues consideraba que las actividades antijuntistas que
realizaba eran antichilenas. Y él, personalmente, tomó en sus manos el asunto.
Basaba lo que consideraba su "derecho al poder" en una identificación personal
con el Estado. Gradualmente fue invadiéndolo la ira, ese tipo de furor que es la
resultante de una sensación de haber tomado una decisión errada, la que se
proyecta hacia afuera. Él, Pinochet, había salvado la vida de Letelier, liberándolo
del campo de concentración junto con otros prisioneros de la UP. Y ahora, este
hombre que literalmente debía su vida a la generosidad, demostraba su
ingratitud. (8)

El "momento justo" para la muerte de Letelier, como uno de sus asesinos recordó
más tarde, era septiembre, mes del inicio de la primavera en Chile; mes del
nacimiento de la nación, en 1810, bajo la espada de Bernardo O'Higgins, el
George Washington de Chile; mes del golpe de Pinochet, en 1973; del asesinato
de Prats, en 1974; del atentado a Bernardo Leighton, en 1975. Para ese
septiembre de 1976, la víctima elegida por la junta era Orlando Letelier.

PARA MICHAEL TOWNLEY, 1976 había sido un año relativamente tranquilo.


Desde su regreso de Europa y Miami, el 16 de octubre de 1975, no había tenido
que viajar, pudiendo gozar su tiempo libre con Brian y Christopher, que acababan
de ingresar al Saint George's, su antigua "alma mater". El trabajo de inteligencia lo
realizaba fuera de la casa de Lo Curro.

Virgilio Paz, compañero de Townley en México y Europa, fue su huésped durante


los meses de abril a junio. Contreras no había cumplido la promesa de entregar un
curso completo de entrenamiento secreto en retribución a los servicios prestados.
Por el contrario, la central de la DINA mantuvo a Paz a distancia y el único
entrenamiento que recibió fue el de Townley, en su laboratorio electrónico de Lo
Curro. Paz, fascinado con la bomba de control remoto, trató de aprender a
fabricarla. Sabía cómo armarla, pero carecía de la habilidad de Townley para
hacer las modificaciones que transformaban el inofensivo aparato en un mortal
detonador. Triste y amargado, discutía por teléfono con su esposa y molestaba a
Inés Townley con sus comentarios antisemitas. Por fin, a mediados de junio,
regresó a Estados Unidos.

Otros integrantes del equipo internacional de Townley estaban también en Chile,


trabajando con la DINA. El terrorista italiano Alfredo di Stefano, el del operativo
contra Leighton, había instalado en Santiago una agencia de noticias financiada
por la DINA, dedicada a canalizar artículos pro juntistas hacia revistas europeas
de tendencia derechista. La DINA facilitó a di Stefano y otros dos italianos (9) un
gran departamento para ser usado como oficina, equipado con télex. Los tres
individuos viajaban con frecuencia a Buenos Aires, donde establecieron relaciones
de trabajo con los contactos de Milicia de Townley.

Las obligaciones de Townley incluían servir a la red de inteligencia y operaciones


que había organizado anteriormente para la DINA. Dividía sus horas de trabajo
entre la Sección Exterior, al mando de "Lucho Gutiérrez", y la sección de
electrónica, bajo la supervisión del Mayor Vianel Valdivieso, uno de los más
cercanos confidentes de Contreras, coordinador de la red de la DINA encargada
de intercepciones y vigilancia electrónica. "Lucho Gutiérrez" era el nombre falso
del supuesto jefe máximo de las extremadamente secretas operaciones de
espionaje y asesinato en el extranjero. Más tarde, Townley declaró no saber cuál
era la real identidad de "Lucho" a mediados de 1976. Pero el primer jefe de
operaciones exteriores era su amigo Eduardo Iturriaga que, en junio de 1976,
estaba en Panamá tomando un curso especial en la Escuela Militar de las
Américas de Estados Unidos.

Townley trabajaba en estrecho contacto con los jóvenes tenientes y capitanes que
constituían la médula del Comando General de la DINA. Los muchachos de
Contreras adoptaron la actitud de conquistadores, despreciando al enemigo,
especialmente por su incapacidad o falta de voluntad para defenderse. Sus
metáforas más importantes las copiaron de la jerga médica: el comunismo era "un
cáncer en el cuerpo de Chile", la eliminación de este cáncer mediante una
"operación sangrienta" era la única esperanza para "salvar el organismo como un
todo". "Eliminación" llegó a ser un eufemismo aceptado para entender "asesinato".

Automáticamente, todos los simpatizantes de la UP fueron considerados


comunistas y todos los comunistas eran traidores, maricones, huevones, hijos de
puta, conchas de su madre. Este era el lenguaje del odio, necesario para
deshumanizar a las víctimas, para evadirse del hecho de que ellos, quienes
habían jurado defender Chile, estaban martirizando y asesinando a sus
compatriotas.

Uno de los integrantes de este círculo interno era el teniente primero Armando
Fernández, quien llegó a ser amigo de Townley, compartiendo su infantil
entusiasmo y su devoción a "Mamo", el coronel Contreras. Proveniente de una
rígida familia de militares, había ingresado a la Academia Militar por consejos de
su padre, el general en retiro Alfredo Fernández. El joven Armando se graduó en
la Academia, recibiendo el grado de teniente en 1969. Fornido, de mediana
estatura y cara de niño, tenía un aspecto serio e inocente. Sus cortos cabellos
negros caían sobre la amplia frente y las espesas cejas que enmarcaban sus
oscuros ojos acentuaban el color mate de su piel. Típico chileno de clase media,
obviamente no pertenecía a la aristocracia, pero su arribismo así lo hubiera
deseado. Los que conocían a la familia, describían a Armando como un "buen
muchacho".
La mayor parte de los agentes de la DINA tenían sobrenombres. A Fernández lo
llamaban "el águila". Era uno de los muchachos favoritos de Contreras y, como
Townley, fue asignado a la Sección Externa.

En un tranquilo día de fines de junio, Armando Fernández telefoneó a Townley


desde el cuartel general, diciéndole: "Pedrito" era el teniente coronel Espinoza, a
quien Townley consideraba "un amigo íntimo" y era quien lo había reclutado.
Como jefe de operaciones, era el principal asistente de Contreras. Espinoza
mantenía estrechas relaciones con Brasil, principal contraparte extranjera. No
había visto a Townley desde hacía casi un año. "Máxima seguridad" significaba
que la reunión se realizaría fuera de las oficinas de la organización.

Durante la época más fría del invierno santiaguino, la temperatura a menudo


desciende bajo los 0º C. El sábado por la mañana, Townley descendió en su
automóvil la colina donde se encontraba su casa, llevando un termo con café en el
asiento del lado. Al llegar a la planicie, siguió a la derecha, por Avenida Santa
María, bordeando el río Mapocho y pasando frente a ECOM, firma de
computación. Con la excepción del moderno edificio de ECOM, el paisaje era
rural, ya que la zona urbana de Santiago terminaba del otro lado del río.

Por las precauciones y advertencias, sabía que Espinoza no lo había citado por
cualquier cosa. Tras recorrer cerca de un kilómetro, nuevamente volteó a la
derecha, entrando en la ancha e inconclusa Avenida Américo Vespucio, una
arteria que circundaba la ciudad. Algunos metros más adelante, la arteria
terminaba en el Colegio Saint George's. Pensó que incluso en días laborales no
había tanto tráfico como para justificar la construcción de la avenida, que
seguramente ocupaban sólo los alumnos y el personal del colegio. Más adelante,
hacia la izquierda y cerca de un lugar llamado La Pirámide, divisó un coche oscuro
y se estacionó detrás.

Espinoza, vestido de civil (anchos y gruesos pantalones y mal ajustada chaqueta


deportiva, con las solapas demasiado angostas), bajó del vehículo y caminó hacia
Townley. Su firme paso, la postura erguida y sus lustrosos zapatos negros,
delataban su condición de militar.

Tomaron café y conversaron, primero sobre sus respectivas familias y luego sobre
asuntos relacionados con la DINA. Por fin, Espinoza fue al grano, preguntándole si
estaría dispuesto a aceptar otra misión fuera de Chile.

-"¿Eliminación?"

-"Sí".

Ni siquiera era necesario preguntar. Al nivel de Espinoza, las órdenes nada tenían
que ver con asuntos tan triviales como viajes de compra de equipos electrónicos.
"Éste es a los Estados Unidos", dijo Espinoza. "¿Crees que podrías conseguir a
esos cubanos con los que trabajaste antes? No necesito decirte que este
operativo es de primera prioridad. Las órdenes vienen de Mamo".

Esa acotación tampoco era necesaria. Townley sabía que, básicamente, la DINA
sólo operaba bajo las órdenes de Contreras, quien respondía exclusivamente ante
Pinochet. Otro asesinato. Más viajes que lo alejaban de casa... Y Espinoza le
pedía aceptar sin siquiera decirle el nombre de la víctima. No se mostró
entusiasmado. Más bien, se quedó mudo.

Respondió a Espinoza: "Las relaciones con los cubanos han estado irregulares.
Tenemos buenas relaciones con uno de los grupos. Durante casi un año trabajé
con un tipo que designaron para viajar conmigo por Europa. Después estuvo aquí
en Chile, en mi casa. La DINA lo conoce".

Notó que Espinoza evitaba nombrar el Movimiento Nacionalista Cubano, aun


cuando sabía todo lo relacionado con él y su trabajo para la DINA. Mirando a
través del parabrisas, tenía un agradable panorama de las montañas que se
extendían hasta Conchalí, una de las zonas más pobres de Santiago. Pero desde
allí no se veía la pobreza. Un canal de riego, sólo un angosto y sucio arroyo,
serpenteaba a lo largo de la empinada colina. Hasta el hecho mismo de que dos
hombres solos planearan un asesinato que se realizaría a miles de kilómetros de
distancia, era una abstracción. Se trataba de la departamentalización...

Townley, animado por servir a la DINA, se puso comunicativo. Virgilio Paz y su


grupo ayudarían. Nos necesitan y están dispuestos a cualquier cosa. El problema,
explicó a Espinoza, es el resto de la comunidad de exiliados cubanos,
especialmente los de Miami. Están muy molestos porque Pinochet entregó a
Rolando Otero al FBI. Ven esto como una traición; no importa que Otero haya sido
un loco exaltado, es uno de ellos, un luchador por la libertad. No podemos decirle
a toda la comunidad cubana que era un espía y fue una suerte que saliera vivo de
aquí. Pero yo puedo explicar esto a mis amigos de Nueva Jersey y estoy seguro
de poder convencerlos de que hicimos lo necesario.

Se quejó de que casi la mayor parte de 1975 había estado fuera de Chile y dijo
que su esposa estaba a punto de ser sometida a una histerectomía. Pero dijo no
tener objeciones a la petición de eliminación de Espinoza.

-"¿Cuándo?"

-"Dentro del mes de septiembre, como siempre".

-"Realizaré la misión si se me da una orden específica".

Después de más de una hora, se puso fin a la reunión. Espinoza le dijo que
volvería a ponerse en contacto con él.
Durante el corto trayecto de regreso a casa, pensó que, como siempre, cumpliría
las órdenes. Al llegar, le contó a Inés que la sección de operaciones exteriores
tenía otra misión para él. Inmediatamente, ella entendió de qué se trataba. Fue tal
vez en ese momento cuando Inés "Mariana" Callejas, la muchacha de una
pequeña ciudad de Chile, se dio cuenta de que el buen mozo joven
norteamericano con quien se había casado, se había transformado, simplemente,
en un asesino a sueldo de la DINA. Posteriormente, Inés escribió acerca de lo que
pensó en ese momento:

Él ya había llegado muy lejos, transformándose en uno de ellos. Era un agente de


la DINA, sin poder, pero respetado y, por supuesto, envidiado... Y al pobre le
habían prometido un rango militar, con lo que estaba feliz. Iba a ser mayor. Se
sentía un mayor. Sólo yo supe, simplemente supe que eso nunca se haría
realidad.

CASI INMEDIATAMENTE DESPUÉS de hablar por teléfono con Townley,


Armando Fernández voló a Buenos Aires. Se trataba de una Operación Cóndor.
Mientras Espinoza se ponía de acuerdo con "el Gringo", Fernández organizaría un
viaje seguro a Washington. "Tito", jefe del centro de documentación de la DINA, le
entregó dos pasaportes argentinos antes de que partiera. En Buenos Aires,
Fernández se puso en contacto con el servicio hermano de la DINA, SIDE, el
Servicio de Inteligencia del Estado. Pidió al SIDE que avalara los pasaportes y
solicitara visas al Consulado norteamericano a través de sus contactos con la CIA,
el Agregado Legal del FBI, o con amigos del Consulado. Pero el SIDE dejó a
Fernández con un palmo de narices (10). El 1º de julio, un jueves, Espinoza se
comunicó con Contreras. Había que encontrar otro camino.

A mediados de la semana, Contreras citó a Fernández a su oficina y le ordenó


acompañar a Townley a Asunción. Paraguay, obtener documentos paraguayos y
seguir viaje directamente a Washington. Fernández le pidió a Contreras aclarar el
rango de la misión, con lo que éste lo hizo responsable del operativo, pero incluyó
al mismo tiempo un factor ambiguo: Townley recibiría de Fernández las órdenes
de viajar. Contreras le pidió llamar a Townley para sostener una reunión de
planificación.

LA COLINA DE Lo Curro, una de las vistas más panorámicas de la ciudad, a


varios metros de altura, prácticamente no tiene smog. La fresca brisa y la
vegetación contrastan violentamente con la suciedad, el tráfico y la polución de la
invisible ciudad que se extiende allá abajo. Hacia el este, a poca distancia de la
casa de Townley, un amplio y hermoso pastizal, especie de meseta de poca
altura, es un paraíso para excursionistas y elevadores de volantines, en primavera
y verano. A la distancia, se alzan las nevadas cumbres de los Andes.

Townley y Fernández llegaron juntos a la reunión. Pocos minutos más tarde, arribó
Espinoza en un Chevy Nova rojo, de los automóviles que importó la junta para
usarlos como vehículos policiales, pero que terminaron en poder de los oficiales,
como vehículos privados. Fernández permaneció en el auto mientras Espinoza y
Townley daban un paseo. "Más departamentalización", pensó Townley. Espinoza
tenía órdenes precisas que impartir y cortó en seco las expresiones amistosas de
Townley. La misión sobre la que había hablado unas semanas antes, estaba a
punto de empezar y era realmente urgente.

El blanco era el "ex Canciller" (11) Orlando Letelier. "Desde que lo liberamos",
informó Espinoza a Townley, "Letelier ha estado dando problemas al gobierno en
el exterior. Debes hacer aparecer su muerte lo más accidental posible; prepara un
accidente automovilístico, un suicidio, o algo por el estilo. Usa a tus amigos
cubanos sólo como apoyo", dijo.

Townley pensó en sus aparatos Fanon-Courier, uno de los cuales sabía que
estaba en Nueva Jersey, listo para ser usado. Era un sistema rápido, a prueba de
tontos y absolutamente letal. Además, no era necesario enfrentarse con la víctima.
La bomba de Townley aseguraría que el trabajo fuera realizado. Preguntó a
Espinoza si aceptarían una bomba, en caso de que otros métodos no dieran
resultado. "Sólo asegúrate de que Letelier esté solo", le contestó Espinoza. "Haz lo
que sea necesario. Tus órdenes son eliminarlo por cualquier medio. Tú y
Fernández son responsables del asesinato. Deja que los cubanos te ayuden, si los
necesitas. Involúcralos, pero ustedes mismos den el golpe".

En seguida, le dio a conocer los planes. "Contreras -dijo- convenció a los


paraguayos para que se unieran a Cóndor; quiere ponerlos a prueba. Tú y
Fernández obtendrán de la inteligencia paraguaya sus documentos de viaje y
visas norteamericanas. Fernández se encargará de esa parte de la misión y luego,
tú y él estarán en igualdad de condiciones. De Paraguay, viajarán directamente a
Washington. Ni Fernández ni Espinoza dijeron a Townley que ya habían intentado
obtener documentos de viaje a través de la inteligencia argentina, otro miembro de
Cóndor, fracasando en su gestión.

Pocos días más tarde, Espinoza citó a Townley en las oficinas del centro de
Santiago; Fernández también estaba presente. Recibieron boletos aéreos abiertos
para viajar entre Santiago, Buenos Aires, Asunción, Santiago. Fernández, en otra
reunión, había recibido S5.000 dólares en efectivo. Enseñó el dinero a Townley,
dándole un sobre que contenía cerca de $1,000 dólares.

Después de la reunión, Fernández le dijo a Townley que quería salir


inmediatamente. Townley replicó que sería una pérdida de tiempo, ya que era
viernes y no podrían hacer nada en Asunción hasta el lunes. Fernández, por
motivos personales, quería quedarse un tiempo en Buenos Aires, de modo que
decidieron viajar separados y reunirse el lunes en Buenos Aires.

Ese fin de semana, Townley conversó con su esposa acerca de la misión y le


confesó quién era el blanco elegido esta vez. Ninguno de los dos sabía mucho
acerca de Letelier, sólo que había sido ministro de Allende y (una vaga impresión
personal), que tenía más clase que muchos de los dirigentes de la Unidad
Popular, un tipo socialista más sofisticado, semejante al distinguido Allende, sólo
que mucho más joven. Inés se sentía incómoda, no a causa de la moralidad del
asesinato, sino porque se realizaría en Estados Unidos. Al respecto, escribió más
tarde:

Tal vez debería haberlo impedido. Debería haber sido inflexible y caprichosa (lo
soy habitualmente). Haberlo amenazado con el abandono o la indiferencia. Pero
no lo hice, a pesar de saber, por la evasiva mirada de sus ojos azules, por sus
respuestas elusivas, que esta era una misión que él no comprendía del todo. Era
una orden que debería haber cuestionado las órdenes que recibía. Le dije: "No me
gusta esto", pero él ya sabía que no me gustaba. Sabía que no confiaba en los
soldados para los que él era otro soldado más en el trabajo, pero sólo un civil
cuando llegaran los buenos tiempos.

Lo vi empacar una pequeña maleta y le traje algunos pares de calcetines del


lavadero. "¿Hacia dónde?, le pregunté. "¿De nuevo a Estados Unidos?" "No", me
contestó. "Sólo a Paraguay". Y agregó: "Mira. La inteligencia paraguaya ofreció su
colaboración y el jefe quiere saber qué tal son. Van a darnos pasaportes
paraguayos para viajar a Estados Unidos.. . Voy con el capitán Fernández. (12) No
te preocupes, no es nada especial".

EL LUNES, TOWNLEY tomó un vuelo vespertino de LAN-Chile a Buenos Aires.


Parte del viaje lo hizo en la cabina, conversando con el piloto, un viejo amigo
llamado Martín. Desde el aeropuerto de Ezeiza, tomó un autobús hasta la terminal
de Avenida Rivadavia, lugar fijado para el encuentro.

Fernández lo esperaba con otro individuo. Townley los saludó. Al argentino lo


conocía, pues había formado parte de su equipo hasta 1974. Fernández le sugirió
que se registrara en su mismo hotel, El Embajador, situado en la calle Pelegrini, y
que esa noche asistieran a los espectáculos de nudismo de los alrededores.
Townley no aceptó la invitación, aduciendo que tenía un compromiso con el otro
tipo, de modo que se encontraría con él a la mañana siguiente, para volar a
Asunción.

Townley dejó la estación terminal con el individuo, miembro de Milicia, uno de los
más nuevos grupos terroristas anticomunistas, que operaba bajo la tutela del
SIDE. Milicia había adquirido una particular fama gracias a su predilección por
robar coches Ford Falcon, realizar secuestros y sostener una posición ideológica
nostálgica de Hitler y el Tercer Reich. Poseía una editorial, también llamada
Milicia, que imprimía textos nazis.

Se registró en el hotel República, en una estación con vista al Obelisco y, con su


amigo, se fue a cenar. (13)

A la mañana siguiente, Townley y Fernández tomaron un taxi hasta Ezeiza para


abordar el vuelo a Asunción de Aerolíneas Paraguayas, a las 6:00 a.m. Era el
martes 20 de julio. Ambos llevaban sus habituales documentos falsos
proporcionados por la DINA: Andrés Wilson y Alejandro Rivadeneira.
EL CORONEL BENITO Guanes, jefe de la División J-2 (inteligencia militar) del
ejército paraguayo, controlaba la restringida vida política del país de una forma
muy similar a como lo hacía Contreras en Chile. La dictadura, represión y
corrupción en Paraguay era mucho más abierta que en Chile. El reinado de veinte
años de Stroessner era una reliquia del caudillismo anterior a la Segunda Guerra
Mundial. Stroessner no necesitaba las caprichosas doctrinas de "seguridad
nacional" que el Pentágono había introducido en el continente desde los años
cincuenta. Circundado por Brasil, Uruguay, Argentina y Bolivia, todos con seguros
gobiernos de derecha y autoritarios, en 1976, Stroessner se sentía muy cómodo.
Pero los nuevos dictadores militares que gobernaban sus vecinos países,
empezaron a exigirle nuevos compromisos para lo que denominaban "la lucha
continental contra la subversión". Y de todos, los chilenos eran los más fanáticos.

Durante más de un año, los chilenos habían estado presionando a Paraguay a que
se les uniera en una dudosa causa para coordinar sus servicios de inteligencia. La
llamaban Operación Cóndor y, por supuesto, Contreras se autodenominaba
"Cóndor Uno". Sólo pocas semanas antas de la llegada de dos agentes de la
DINA, Paraguay se había integrado a Cóndor como miembro oficial,
estableciéndose códigos especiales y teletipos. Contreras, en una ceremonia
formal en Santiago, había galardonado a Guanes con una medalla de bronce que
decía: "En conmemoración de! ingreso de Paraguay a la Operación Cóndor. Julio
de 1976". Y ahora, antes de terminar el mes de julio, Contreras estaba pidiendo
ayuda en una misión específica.

Una jerigonza de letras salió del teletipo de la oficina central de J-2. El mensaje
llegaba a través del canal Cóndor y luego de su decodificación, podía leerse:

ADVERTIMOS QUE MAÑANA, 18 Ó 19 DE JULIO, LLEGARAN ALLÍ DESDE


BUENOS AIRES ALEJANDRO RIVADENEIRA CON ACOMPAÑANTE. EL
NÚMERO DE VUELO SERÁ ADELANTADO POR CÓNDOR UNO.
AGRADECERÉ ASISTENCIA EN LA REALIZACIÓN DE LA MISIÓN, DE
ACUERDO CON LO QUE LOS ARRIBA MENCIONADOS SOLICITEN.

El uso de la primera persona significaba que el coronel Contreras había mandado


personalmente el mensaje. Cuando éste llegó, el sábado, Guanes realizaba uno
de sus frecuentes viajes a Brasil. Un asistente le telefoneó para recibir
instrucciones. Guanes le ordenó esperar hasta su regreso. Un oficial de la DINA
completó el cable con una llamada telefónica desde Santiago, informando a los
paraguayos que Rivadeneira llegaría en el vuelo de la mañana del martes de
Aerolíneas Paraguayas.

Townley y Fernández aterrizaron en el destartalado aeropuerto Presidente


General Stroessner de Asunción y pagaron un dólar cada uno para ser sometidos
a una rutinaria inspección de inmigración y aduana. Tomaron un taxi que los llevó
a Asunción, a unos treinta kilómetros del aeropuerto. El conductor les recomendó
El Señorial, un hotel semielegante, localizado en el mejor barrio de la ciudad y no
lejos del Cuartel General del Ejército. Todavía no era mediodía. Los cielos azules
y la temperatura primaveral eran un grato cambio en relación a la contaminación
de Santiago y las intermitentes y frías lluvias invernales.

Después de comer, tomaron un coche que los llevó a través de las nueve cuadras
de la Avenida Mariscal López, hasta un grisáceo edificio donde, en un letrero
colocado a la altura del tercer piso, se leía "Estado Mayor del Ejército", en grandes
letras rojas. Un guardia los dejó pasar las grandes rejas de hierro, conduciéndolos
por un elaborado jardín hasta la puerta trasera. El capitán Sosa, oficial
naval, (14) los escoltó luego hasta la oficina del coronel Guanes. Allí, un mayor del
Ejército les comunicó que eran esperados pero que, por desgracia, el coronel
Guanes estaba fuera de la ciudad y él no podía ayudarlos personalmente, aunque
su petición de documentos no presentaba ningún problema. Sólo deberían
entregar dos fotos tamaño pasaporte y otras cinco más pequeñas, tamaño carnet.

Durante la reunión, Townley dejó que hablara Fernández. Para esta misión, se
presentaba como Oficial del Ejército de Chile y sabía que, a pesar de su fluido
español, después de unas cuantas frases podrían notarle su acento
norteamericano. Por otra parte, Fernández había sido muy celoso de su rango en
esta misión, dejando bien en claro que, mientras estuvieran en Paraguay, era él el
encargado.

Abandonaron las oficinas del ejército, sintiéndose satisfechos con lo obtenido.


Sólo un par de fotos, requisito indispensable para obtener cualquier documento de
identificación, y estarían listos para viajar a Washington en un par de días.

En la oficina que acababan de dejar, el mayor tomó un teléfono, llamando a un


puesto militar, situado en algún lugar de Brasil. "Ya están aquí", dijo el mayor a
Guanes. "Quieren que les proporcionemos pasaportes oficiales con nombres
falsos y les pidamos visas en la embajada norteamericana. Dicen que su misión es
ponerse en contacto con la CIA en Washington y conseguir algunos silenciadores
Colt para armas pequeñas. "Manténlos ocupados, mientras regreso en un par de
días", ordenó Guanes.

Townley y Fernández se hicieron fotografiar en un pequeño negocio del centro de


Asunción y llevaron las fotos a la oficina de Guanes. Desplazándose entre oficiales
militares y a menudo con agentes de la inteligencia paraguaya en calidad de
acompañantes nocturnos, hicieron una especie de excursión fantasma por la
ciudad, que es el centro del bajo mundo derechista de Latinoamérica.
Garantizándosele protección absoluta y anonimato en la zona libre de Stroessner
(el Santuario), la subcultura de Asunción incluye nazis fugitivos no sólo de
Alemania, sino también de los grupos simpatizantes del nazismo de Europa
Oriental, así como agentes de inteligencia de todos los principales países
latinoamericanos, más Sudáfrica y Taiwan. El general Viaux, de Chile, vivía en un
confortable exilio en Asunción, hasta que el gobierno de Pinochet redujo su
condena por el asesinato del general Schneider, en 1970, anulando su sentencia a
presidio.
Townley y Fernández fueron con el capitán Sosa y el mayor no identificado del
cuartel general al centro nocturno Iguazú, en las afueras de la ciudad. Los
paraguayos se pusieron ruidosos e insistieron en que dos argentinos, agentes del
SIDE, se unieran a ellos, mientras disfrutaban de una buena carne paraguaya y
gozaban del espectáculo ofrecido por voluptuosas nudistas al estilo brasileño.

Varios días más tarde, Townley y Fernández fueron citados a la oficina del jefe de
personal del ejército, el general Alejandro Freites. Fernández estaba muy
nervioso. Como teniente, se sintió intimidado y desconcertado por esta entrevista
personal con un oficial de tan alto rango. Cuando un mayor los escoltó a la oficina
del general y les pidió presentarse, el nerviosismo de Fernández se convirtió en
ira, al oír a Townley presentarse como un capitán de telecomunicaciones del
Ejército chileno. Townley lo había superado.

El general Freites les pidió amablemente dar a conocer el propósito de su misión.


El solícito mayor intentó aliviar su incomodidad recordando al general que los dos
chilenos pertenecían a la "inteligencia" y que una pregunta como esa resultaba
inapropiada. Pero el general quería una respuesta.

Apresuradamente, Fernández inventó parte de una historia de espionaje. La


misión envolvía tanto la vigilancia a empleado: sospechosos de la Corporación
Chilena del Cobre, empresa gubernamental en Nueva York, como la revisión de
rutina de elementos electrónicos de interferencia en la Embajada de Chile en
Washington, una intercepción de comunicaciones de tipo doméstico.

Los dos oficiales paraguayos se miraron interrogativamente el mayor conteniendo


una sonrisa, dijo algo así como "a una pregunta tonta, una respuesta tonta". Pero
Freites no bromeaba quería estar seguro de que Paraguay estaba protegido.
Preguntó a los dos hombres que estaban nerviosos, de pie ante él, si les
importaría que él informara acerca de esto a la embajada norteamericana.

"No es necesario", respondieron. "El jefe de la Central de la CIA en Santiago ya


fue ampliamente informado y dio su aprobación".

Freites les manifestó que tendrían que esperar sólo un tiempo más, porque el
coronel Guanes acababa de regresar de Brasil y se haría cargo personalmente de
su solicitud.

Pero la verdad era que Guanes había regresado hacía varios días a Asunción. La
demora en la obtención de los pasaportes y las visas no se debía a su ausencia,
sino a la desconfianza de prestar el nombre de Paraguay en una misión
desconocida de la DINA en la capital de Estados Unidos. Ayudar a otros países
que necesitaban documentos falsos para borrar pistas en misiones
antisubversivas, era algo rutinario para ellos, incluso mucho antes de la existencia
de Cóndor. Las mismas autoridades norteamericanas toleraban este tipo de
operaciones en otros países latinoamericanos. Pero esta misión en la capital de
Estados Unidos revestía peligros para el Paraguay. Los chilenos aseguraban que
la CIA había dado su autorización a la DINA, pero Guanes prefirió asegurarse
directamente con los norteamericanos.

Pero había una dificultad, ya que el jefe de la Central de la CIA acababa de


renunciar a su puesto y de abandonar Asunción; en ese momento, el puesto
estaba aún vacante. Guanes no contaba con su contraparte norteamericana.
Además, incluso si decidía arriesgarse en favor de Cóndor Uno, carecía de
contactos de alto nivel en la embajada norteamericana para obtener las visas.
Decidió manejar el asunto fuera de los canales de inteligencia, acudiendo a
"Teruco".

Teruco era Conrado Pappalardo, el comodín del presidente Stroessner.


Oficialmente, era el jefe del Protocolo en el Ministerio del Exterior. Orgulloso,
arrogante y mal hablado con sus subordinados, se tornaba obsequioso y servil con
los que eran más poderosos que él. Uno de los hombres más influyentes del país,
usaba su apodo incluso en los asuntos oficiales de gobierno.

Teruco prometió a Guanes que se ocuparía del asunto, pero él también tenía un
problema, ya que fuera del jefe de la Central de la CIA, sólo el embajador podía
extender visas norteamericanas en pasaportes falsos, y el embajador George
Landau no regresaría a su oficina hasta el lunes 26 de julio.

Townley y Fernández esperaron. El viernes, Guanes accedió a recibirlos. Prometió


arreglar el asunto lo antes posible, enviándolos a otra oficina para que llenaran
solicitudes de pasaportes paraguayos y visas norteamericanas. Fernández se hizo
llamar Alejandro Romeral Jara, estudiante, nacido en Estero, Paraguay.

Townley inventó el nombre de Juan Williams Rose, adaptación de su alias de la


DINA, Juan Andrés Wilson, más el apellido de una familia inglesa que había
conocido en Santiago. Se identificó como estudiante, nativo del Paraguay.

En Paraguay, los pasaportes especiales y las cartas confidenciales del Gobierno


solicitando visas, eran un poco más caras que las de los pasaportes ordinarios. El
consulado norteamericano no daba automáticamente ese tipo de visas, sino que
exigía entrevistas personales a fin de corroborar la documentación, pidiendo
fotografías para acompañar la solicitud de visa. Para eludir esas disposiciones, el
solicitante necesitaba contactos personales en la embajada, no bastando con la
solicitud normal. Teruco Pappalardo tenía dos contactos y se sintió muy
complacido de poder demostrarlo.

El lunes, con el asunto ahora en manos de Pappalardo, Fernández y Townley


fueron citados temprano en la mañana al Palacio de Gobierno, un edificio de estilo
colonial, poco atractivo, cerca de la Plaza de la Constitución, en el centro de la
ciudad. Su modesta operación secreta había salido de la sombría seguridad que
les daba el Cuartel General de Policía, a la arena pública de la diplomacia oficial
del Gobierno. Más tarde, Townley recordó que en ese momento sugirió abandonar
ese absurdo y regresar a Santiago sin los documentos. Pero eso habría
significado enfrentar a Contreras con las manos vacías, de modo que Fernández
insistió en continuar con lo que ya habían comenzado.

Cuando llegaron al Palacio de Gobierno, habían colocado una larga alfombra roja,
lo que indicaba la llegada de alguna personalidad. No queriendo ensuciar la
alfombra con la huella de sus pisadas, avanzaron por la orilla. Los condujeron a
una oficina, presentándolos al doctor Conrado Pappalardo, un hombre de unos
cincuenta años que, según les informaron, era un alto funcionario del despacho de
Stroessner. En su declaración, posteriormente, Townley sólo recordó su apodo,
"Teruco". Pappalardo era simpático, aunque algo pomposo y autoritario. Los
impresionó con la envergadura de sus contactos y la importancia de su posición.
Cortésmente, le hicieron notar su impaciencia por la demora. Él les aseguró que
las dificultades habían llegado a su fin, ya que los pasaportes estaban listos y él,
personalmente, se encargaría de obtener las visas apropiadas, lo cual no
constituía un problema, ya que era amigo personal del embajador George Landau.

Pappalardo tenía otro "buen amigo" que podría ayudarlos en Washington, según
les dijo, mencionando al general Vernon Walters, mirándolos al mismo tiempo,
para ver si estaban impresionados. Llamen al general Walters, les dijo, dándoles
un número telefónico que Fernández anotó.

Ambos habían escuchado a Contreras mencionar a Walters como amigo suyo. En


la visita que hizo a Washington en 1975, Walters lo había recibido en la oficina de
la CIA en Langley, Virginia, "la meca" de la inteligencia. Tal como el director
George Bush, Walters, según Contreras, estaba en otro grupo, a raíz de las
recientes modificaciones entre los asesores políticos. Walters era un antiguo
soldado que se suscribía al aspecto militar de la lucha contra la subversión
comunista. Seguramente, simpatizaba con los argumentos de Contreras, que
justificaban el uso de la desaparición y la tortura aplicada en Chile contra los
sospechosos de ser comunistas.

Townley y Fernández dejaron la oficina de Pappalardo y, en otro despacho, un


indiferente funcionario llenó a mano los pasaportes paraguayos, mientras
esperaban. Extendiéndoles los pasaportes para las firmas, les comunicó que las
visas estarían listas al día siguiente, en la tarde. Aliviados, salieron del Palacio de
Gobierno y, aunque todavía molestos, pensaron que aún era posible la misión.
Tomaron un coche que los llevó al Cuartel General del Ejército, donde se sentían
más a gusto, conversando con los agentes de inteligencia.

Después de comer, les comunicaron que un alto oficial de inteligencia, un teniente


coronel, deseaba verlos. La reunión parecía ser de carácter informal. En un
momento, su anfitrión se levantó abruptamente, explicándoles que debía hacer
algunas gestiones para contar con la asistencia de una orquesta militar a una
fiesta que esa noche ofrecería en su casa. Una vez solos, Townley y Fernández
se abalanzaron sobre los documentos del escritorio.
Allí estaban sus nuevos pasaportes, las solicitudes que acababan de llenar para
las visas norteamericanas y un detallado informe que describía todos sus
movimientos durante su semana de estadía en Asunción. Posteriormente, Townley
escribió: "Entre los documentos, también se incluía el nombre de un coronel del
Ejército norteamericano, cuyo apellido empezaba con «W». Creo que junto a su
nombre había una anotación diciendo que era el jefe de la Misión Militar
norteamericana en Paraguay".

El mensaje era claro: los paraguayos habían entrado en sospechas y los habían
vigilado, informando a los norteamericanos acerca de una misión de la DINA en
Washington. Los paraguayos habían probado ser menos crédulos de lo que
Cóndor Uno había esperado.

Townley y Fernández decidieron que su último día en Paraguay sería el martes 27


de julio. Si ese día no estaban listas las visas, regresarían a Santiago. Se
levantaron de madrugada, dirigiéndose a la recepción del hotel, que estaba vacía.
El guardia nocturno, un ceremonioso joven guaraní, estaba frente a la puerta de la
recepción, con los brazos cruzados bajo el amplio poncho azul marino. Llamó al
empleado y Fernández pagó la cuenta, dejando instrucciones para que tuvieran
listo el equipaje.

Se dirigieron al Cuartel General del Ejército, donde esperaron los documentos.


Después de algunas horas, les dijeron que los pasaportes con las visas estaban
listos en el Ministerio del Exterior.

Ya en el ministerio, en el centro de la ciudad, revisaron los documentos. Las visas,


estampadas en la página 11, eran del tipo B-2, tenían fecha de ese día y los
autorizaba para ingresar a Estados Unidos como turistas o comerciantes, hasta el
día 27 de julio del año siguiente. En la parte inferior, firmaba el funcionario
consular de Estados Unidos William F. Finnigan. ¡Por fin! Pensaron que la
operación había empezado a funcionar. Los norteamericanos no habían hecho
preguntas y, basándose sólo en las recomendaciones de Pappalardo, habían
otorgado las visas, eludiendo los requisitos de entrevista personal y fotografía.

Caminaron desde el Ministerio del Exterior hacia la Plaza de la Constitución.


Fernández señaló que, antes de iniciar la etapa Washington, tenían que
comunicarse con la DINA. En el camino, pasaron frente a la oxidada mole de
hierro de un agujereado tanque perteneciente a la Primera Guerra Mundial. Era el
monumento a las glorias de la victoria de Paraguay en la Guerra del Chaco de
1929 contra Bolivia.

Casi ocho cuadras más adelante, llegaron a la anticuada estación ferroviaria, en la


calle coronel Bogado. Desde la cabina telefónica de la estación, Fernández pidió
una llamada por cobrar a un número telefónico de seguridad de la DINA. Mientras,
Townley esperaba cerca de allí, observando una locomotora de vapor del siglo
XIX, preparada para su salida de esa tarde. Muchas cosas en Paraguay
pertenecían a épocas bastante remotas.
"Lucho Gutiérrez" contestó la llamada. (15) Fernández utilizó un código simple:
Habían obtenido la "mercancía", según las órdenes, pero hubo demoras no
presupuestadas y él se sentía incómodo con los problemas que se presentaron en
el proceso de "cerrar el trato". Luego dejó de hablar, asintiendo de vez en cuando.
Colgó y se reunió con Townley.

"Nuevas órdenes", le dijo. "No les gusta como huele esto. Tenemos que regresar
inmediatamente a Santiago".

A CIERTA DISTANCIA de allí, en la Avenida Mariscal López, más allá de las


oficinas del Ejército, en el corazón del más elegante barrio de Asunción, el
embajador George Landau regresó a su escritorio después de comer. Abrió una
carpeta en la que, en letras rojas, se leía SECRETO, la que acababa de sacar del
archivero con cerradura de combinación. Dentro de la carpeta había un cuaderno
para notas, varias de cuyas hojas estaban llenas con los primeros párrafos del
borrador de un cable. Cuando lo terminara, una persona de confianza lo
mecanografiaría y llevaría a otra oficina, donde sería codificado y enviado a través
del más seguro canal telegráfico. Iba dirigido a! general Vernon Walters, CIA,
Langley, Virginia y contenía el primer capítulo de la historia de Juan Williams y
Alejandro Romeral. En el escritorio de Landau también había fotocopias de los
pasaportes paraguayos.

TOWNLEY Y FERNÁNDEZ reservaron pasajes para regresar esa tarde a


Santiago, tras una escala nocturna en Buenos Aires. Allí, Townley volvió a cenar
con su amigo de Milicia. Como de costumbre, Fernández asistió a los
espectáculos nocturnos de nudismo de Pelegrini. A la mañana siguiente, tomaron
el primer vuelo disponible a Santiago.

Aún a cargo de la operación, Fernández se comunicó con el coronel Pedro


Espinoza a la mañana siguiente, entregándole los dos pasaportes especiales
paraguayos. Más tarde, Townley llamó a Espinoza. "Dije francamente al coronel
Espinoza que sospechaba que el capitán Fernández y mi afiliación secreta habían
sido consideradas comprometedoras para el gobierno norteamericano", escribió
Townley posteriormente.

Habían pasado el dato de la operación a la CIA.

La demora, la vigilancia, las insistentes preguntas de los paraguayos, la


insinuación de Pappalardo de que Walters esperaría la llamada en Washington,
todo eso lo ponía nervioso, según Townley expresó a Espinoza. Le ordenaron
esperar hasta nuevas órdenes y pensó que el asesinato de Letelier ya no contaría
con su participación.

CUANDO ROBERT DRISCOLL fue a su oficina en el Departamento de Estado, el


6 de agosto, encontró en el escritorio un sobre de papel manila de la CIA, cerrado
con tela adhesiva y cordel y rotulado "SECRETO". Driscoll, funcionario encargado
de los asuntos de Chile, manejaba el tráfico de cables desde y hacia la embajada
norteamericana en Chile. Los leía, archivaba y enviaba a las oficinas
correspondientes y otras agencias gubernamentales. Lo mismo hacía con los
informes sobre Chile dirigidos al Estado y a otras agencias. Driscoll abrió el sobre.
Adentro, encontró las copias "xerox" de dos pasaportes paraguayos. Los nombres
de Juan Williams y Alejandro Romeral no significaban nada para él. Miró las fotos
y se dio cuenta de que la CIA había incluido los negativos, indicando que habían
fotografiado los pasaportes. Una breve "nota de transmisión" proporcionaba la
única explicación del porqué la CIA había mandado el sobre. Ésta decía: "Memo a
Harry Shlaudeman (16) para DIA (Agencia de Defensa de Inteligencia). Asunto:
Envío de fotos y negativos de pasaportes paraguayos que fueron enviados
recientemente a Washington desde Asunción". Driscoll garrapateó un borrador,
buscó un lugar para las copias y colocó el paquete en la bandeja de "salidas".

ESPINOZA Y CONTRERAS recibieron un mensaje en clave de Guanes a través


del canal Cóndor, fechado el 7 de agosto. El representante de Estados Unidos
había informado a Guanes que su Gobierno había revocado las visas, extendiendo
órdenes de arresto de los dos hombres en el puerto de entrada al país, en caso
que intentaran viajar a Estados Unidos. Guanes pedía que Contreras le devolviera
los pasaportes por valija diplomática. Dos días después, llamó a Contreras, quien
le aseguró que los dos agentes no habían salido de Santiago y los pasaportes no
serían usados.

Posteriormente, Espinoza confesó: "El coronel Contreras me citó a su oficina,


pidiéndome los pasaportes y diciendo que el servicio de inteligencia paraguayo los
había solicitado de vuelta. Se los entregué y, en mi presencia, sacó las fotos y las
destruyó".

Los pasaportes, ahora inútiles productos de lo que en el seno de la DINA se


empezó a llamar el "fiasco paraguayo", fueron enviados a Guanes un mes más
tarde, mutilados, tal como lo señaló Espinoza.

MICHAEL TOWNLEY SE comenzaba a sentir cansado y frustrado mientras se


dirigía a su casa en el automóvil, desde el cuartel general. Su vida se había
convertido en una serie de misiones, la mayor parte de ellas desconectadas entre
sí. Sentía un creciente alejamiento de Inés y sus hijos, a quienes veía entre
misiones y encargos. Incluso estando en su casa, sujeto a la disposición y el
antojo de "su servicio", debía estar preparado las veinticuatro horas del día. Casi
siempre que terminaba una misión y se la comunicaba a Espinoza, nada volvía a
saber de su importancia o consecuencias. La DINA sólo daba explicaciones
cuando lo estimaba necesario. Incluso un obrero de ensambladura, por ejemplo,
puede entrever el proceso completo en el que ha contribuido con su parte.

Los asesinatos eran algo distinto. Tenían resultados espectaculares. Sus


superiores siempre se mostraban agradecidos por trabajos de ese tipo. Pero sus
largas ausencias significaban fricciones familiares. Inés cada vez prestaba menos
atención a su matrimonio, dedicada como estaba al grupo literario en el que había
encontrado gran aceptación.
Pero los soldados deben cumplir órdenes, sin cuestionarlas ni pedir informaciones
que sus superiores consideran innecesarias. Townley sentía que en la DINA se
había encontrado a sí mismo, había empezado a vivir como soldado y a
comportarse como oficial. Deseaba que Espinoza hubiera aceptado y entendido
sus reservas sobre la misión de Letelier en términos estrictamente profesionales.
No había demostrado temor, porque en la fanfarria del mundo del espionaje, el
miedo eran tan irrelevante como la curiosidad. Sin embargo, se moría por saber
qué habrían informado a Espinoza acerca de la reacción de la CIA ante el
incidente paraguayo y si el asunto de Asunción había provocado la suspensión
temporal o la cancelación de la misión.

Consideró que ya no debía seguir pensando en el asunto Letelier, porque lo


habían "quemado". Pappalardo así lo consideraba y él y Fernández se lo habían
comunicado a Espinoza. De acuerdo a todo lo que sabía, dedujo que la CIA no
apoyaba la misión de Washington. (17)

El carácter de Townley era producto de su ancestro norteamericano, si bien se


había comenzado a sentir más leal a Chile que a su país natal. La audacia de
llevar a cabo un asesinato en el corazón mismo de Estados Unidos había excitado
su gusto por la aventura, aunque sopesaba sus peligros.

Finalmente, Inés debió someterse a la histerectomía que, originalmente, estaba


fijada cuando Townley partió a Paraguay. Él estaba preocupado. Su dependencia
de ella era absoluta, hasta el punto de ignorar sus frecuentes aventuras
sentimentales a fin de mantener la relación. Estuvo en el hospital del 7 al 14 de
agosto. Durante ese periodo, Townley abandonó sus obligaciones habituales en la
DINA y en su laboratorio, pasando todo el día junto a ella. Pero sus superiores lo
localizaron, ordenándole presentarse en el cuartel general. "Anda inmediatamente
a Argentina". Nuevamente, Townley quiso protestar, pero el soldado nada dijo.
Voló a Buenos Aires el miércoles 11 de agosto, regresando la tarde siguiente a
Santiago.

En los interrogatorios posteriores rehusó hablar acerca de la naturaleza de esa


misión, tan urgente como para separarlo del lado de su esposa, pero es probable
que el viaje estuviera relacionado con el secuestro que dos días antes habían
hecho de dos diplomáticos cubanos en el centro de Buenos Aires. Ambos, un
funcionario consular sospechoso de ser agente secreto, y su chofer, fueron
secuestrados de su coche por agentes secretos de SIDE e interrogados sobre sus
supuestos contactos y lazos financieros con revolucionarios argentinos. Townley,
especialista de la DINA en asuntos cubanos, habría llegado en el momento
culminante de los interrogatorios del SIDE y torturado a los cubanos, utilizando sus
conocimientos comunes con los argentinos y ganando para la DINA nuevas
informaciones acerca de las operaciones de los cubanos.

A fines de octubre, los cuerpos hinchados de los dos cubanos, Jesús Cejas y
Crescencio Galamena, con los pies encementados, aparecieron en los bancos
areneros del río Lujan, cerca de Buenos Aires.
Pocos días después del regreso a Santiago de Townley, los médicos del Hospital
Militar dieron de alta a Inés, haciéndola guardar cama en su casa de Lo Curro. El
invierno derivaba ya en primavera. Terminaron las lluvias y aumentó la
temperatura.

Manuel Contreras consideró que el episodio del Paraguay había sido un molesto
retraso, pero no un obstáculo imposible de superar con agudeza. Mucho más lo
molestaba la incapacidad de la inteligencia paraguaya para colaborar
eficientemente y merecer su participación en la Operación Cóndor. Contreras
comenzó a trabajar duramente con su propio personal encargado de la
documentación y con amigos en el Ministerio de Relaciones Exteriores, a fin de
evitar nuevos problemas en la obtención de documentación falsa segura.

La Marina estaba a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Contreras no


podía manipularlos. Cualquier operación que se canalizara a través del Ministerio
de Relaciones Exteriores, necesitaba del consentimiento del comandante en jefe
de la Marina, José Toribio Merino, miembro de la junta. Un procedimiento
semejante funcionó bien cuando, un año antes, Contreras solicitó y obtuvo
autorización para colocar agentes de la DINA en embajadas en el extranjero con
calidad de diplomáticos.

Pero él no tenía intenciones de canalizar el operativo Letelier a través de la junta.


Para evitar enredos jerárquicos, Contreras consultó a su amigo, el coronel Enrique
Valdés Puga, un seguidor de la línea dura y el oficial de más alto rango dentro del
Ministerio de Relaciones Exteriores. Valdés Puga le presentó al funcionario civil de
carrera Guillermo Osorio: director de Asuntos Consulares. Contreras le explicó sus
necesidades: una serie de pasaportes oficiales auténticos que la DINA pudiera
llenar con nombres falsos. Estos pasaportes estarían "cubiertos" por la
numeración, que sería la misma de los otorgados por vías regulares. La oficina de
Osorio debería dar el mismo trato de autenticidad a esos pasaportes.

Osorio aceptó. Hombre ambicioso, casado con Mary Scroogie Alessandri, sobrina
del ex presidente Jorge Alessandri, más tarde pagaría un alto precio por su
colaboración con la DINA. Pero en ese momento, la oferta de Contreras se
ajustaba muy bien a sus inclinaciones ideológicas y políticas. Germanófilo, durante
muchos años prestó servicios en el consulado chileno en Bonn, a comienzos de
los años sesenta. Allí, se conquistó la simpatía de los alemanes de ultra derecha,
sacando a relucir su antigua participación en un grupo nazi chileno juvenil. Durante
el gobierno de Allende, Osorio estuvo relacionado con Patria y Libertad. Desde el
golpe, sus ideas derechistas le sirvieron muy bien en su carrera dentro del
Ministerio. El hecho de ayudar colateralmente a la policía secreta no interferiría su
estilo de vida y un favor a Contreras, el segundo hombre más poderoso del
régimen, conduciría a favores recíprocos.

Osorio se convirtió en el contacto de la DINA dentro del Ministerio de Relaciones


Exteriores. A mediados de agosto de 1976, la DINA le pidió extender una serie de
pasaportes. Sin que Osorio lo supiera, Contreras había separado siete,
numerados del 525-76 al 531-76, para el asesinato de Letelier.

EL 16 DE AGOSTO de 1976, un lunes, en Belgrado 11, comando central de la


DINA, había una gran actividad. Estaban hechas las llamadas telefónicas, citando
a los agentes. Se habían realizado reuniones, firmado papeles, elaborado
documentos, facilitado los equipos, calculado los gastos, enviado los mensajes.

El teniente Armando Fernández recibió sus nuevas órdenes directamente de


Contreras. En su oficina, Contreras presentó a Fernández a una alta y elegante
rubia de unos veinticinco años. Su espigada figura, muy a la moda, sus finos
modales y su expresión altanera denotaban aristocracia.

A Fernández y la mujer les entregaron pasaportes para firmar, tomándoles fotos.


Les comunicaron que tenían pasajes para Washington, dentro de unos días. La
identidad de Fernández para la misión, escogida por él mismo, era Armando
Faúndez Lyon. La mujer se llamaría Liliana Walker.

Un mensajero llevó los pasaportes y las fotos al Ministerio de Relaciones


Exteriores, a la oficina de Guillermo Osorio. Se pusieron los sellos y timbres
oficiales y Osorio llenó los formularios que identificaban a los poseedores de los
pasaportes como funcionarios oficiales del Gobierno de Chile, pidiendo visas para
Estados Unidos. Osorio escribió sus iniciales en los formularios: GOM (Guillermo
Osorio Mardones). Hacia media tarde, un mensajero del Ministerio llegó al
consulado norteamericano con los pasaportes en regla y las solicitudes de visa.
Los números de los pasaportes eran: 525-76 y 526-76.

Los agentes de la DINA Rene Riveros y Rolando Mosqueira recibieron una orden
de reportarse a la oficina de Espinoza, quien les dijo: "Antes que termine la
semana, viajarán a Washington". Contrariamente a las prácticas habituales de la
DINA, no se les permitió elegir sus nombres falsos para esa misión. Los
pasaportes que recibieron de Espinoza estaban a nombre de Alejandro Romeral
Jara y Juan Williams Rose. Riveros, un aficionado a la historia militar, reconoció su
nombre como el de un héroe naval chileno de ascendencia inglesa que, hace un
siglo, reclamó para Chile el Estrecho de Magallanes. El propósito de su misión era
actuar como señuelos y despistar así cualquier investigación que surgiera como
consecuencia de las sospechas creadas en Asunción.

Riveros y Mosqueira, usando las identidades de Williams y Romeral, recibieron la


orden de ponerse en contacto con el general Vernon Walters de la CIA y hacerse
notar antes de regresar a Chile. Si la policía norteamericana intentaba seguir la
pista dejada por Townley y Fernández en Paraguay, las huellas los llevarían a
Riveros y Mosqueira, quienes cumplirían una misión inocua en Washington,
saliendo de la ciudad mucho antes de cometerse el asesinato.
Espinoza les entregó dinero para sus gastos y boletos de avión. Sus pasaportes,
acompañados de una solicitud de visa que los describía como funcionarios del
Ministerio de Economía, los envió Osorio del Ministerio de Relaciones Exteriores.

EL MÁS ALTO funcionario del consulado norteamericano en 1976 era el cónsul


Josiah Brownell, al que asistían en sus obligaciones dos vicecónsules. John Hall,
un tercer secretario, no se encargaba precisamente de los asuntos consulares: su
cargo era una pantalla para encubrir su calidad de agente de la CIA.

A diferencia del Paraguay, el consulado norteamericano en Chile otorgaba


automáticamente las visas cuando las solicitaba el Ministerio de Relaciones
Exteriores. El martes 17 de agosto, uno de los funcionarios consulares, procesó
cuatro solicitudes, colocando visas en cuatro pasaportes oficiales chilenos:
Armando Faúndez Lyon (Nº. 525-76), Liliana Walker Martínez (Nº. 526-76), Juan
Williams Rose (Nº. 527-76) y Alejandro Romeral Jara (Nº 528-76). Todas las visas
tenían fecha 17 de agosto de 1976 y eran válidas para entradas múltiples, con un
año de duración. Eran visas tipo A-2 y certificaban que sus poseedores eran
funcionarios oficiales del gobierno.

Riveros y Mosqueira salieron el sábado siguiente, aterrizando en Miami el 22 de


agosto, comenzando así la primera parte del plan de asesinato, planeado en tres
etapas por Contreras. Mosqueira, delgado y de cabellos claros, tenía un leve
parecido con Michael Townley, lo suficiente como para responder a la descripción
física que se señalaba en su pasaporte "Juan Williams Rose", en ocasión de la
solicitud de los documentos paraguayos. En el avión, Mosqueira había llenado la
forma migratoria I-94, colocándola dentro de su pasaporte. Cuando llegó su turno,
el oficial de inmigración recogió la forma y timbró el pasaporte sin dudar.

También Riveros pasó por inmigración sin problemas. Estaban sorprendidos,


Espinoza los había preparado, advirtiéndoles que podrían ser detenidos por los
funcionarios norteamericanos, ya que la DINA había sido informada a través de la
inteligencia paraguaya de que Estados Unidos los revisaría.

Mosqueira y Riveros pasaron ese día en Miami y, al día siguiente, 23 de agosto,


siguieron viaje a Washington. Se pusieron en contacto con la Embajada de Chile y
llamaron al general Nilo Floody, agregado militar. Éste relató posteriormente la
visita en una entrevista con el FBI:

En agosto de 1976, no se recuerda la fecha exacta, el general Floody, según sus


declaraciones, recibió en la Misión Militar chilena de Washington la visita de los
capitanes Mosqueira y Riveros. El general Floody declaró que los capitanes
Riveros y Mosqueira le dijeron que estaban en una misión de inteligencia para la
Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), y que el propósito de su misión era
conectarse personalmente con el general Vernon Walters de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA). El general Floody señaló que ni el capitán Riveros ni el capitán
Mosqueira le dieron razones específicas de su deseo de conectarse con el general
Walters. El general Floody señaló que los capitanes Riveros y Mosqueira le
manifestaron no haber tenido éxito en sus intentos por contactar al general
Walters en la oficina central de la CIA. En un esfuerzo por ayudar a los capitanes
Mosqueira y Riveros, el general Floody dijo haber pedido a su secretario, que
dominaba el inglés, llamar al cuartel central de la CIA a fin de localizar al general
Walters y solicitarle una entrevista. .. El general Floody declaró que su secretario
fue informado por el cuartel general de la CIA que el general Walters ya no
pertenecía a dicha organización y que, o se había retirado, o había renunciado a la
vida militar activa.

Misión cumplida. La CIA había recibido informes acerca de la presencia de


Romeral y Williams. Mosqueira y Riveros se hicieron notar, rondando la Embajada
de Chile y haciendo excursiones turísticas en un automóvil con chofer de la
embajada. El hijo de Floody, Ricardo, los acompañó personalmente en sus paseos
por Washington. Una noche, cenaron con el coronel Walter Doerner, oficial del
ejército chileno cuya presencia en el Instituto Interamericano ce Defensa era,
según el FBI, un pretexto para su real ocupación: jefe de la DINA en Estados
Unidos.

En Chile, entretanto, comenzó la etapa número dos del plan. Fernández y Walker,
que ya contaban con sus pasaportes visados, recibieron la orden de partir el 25 de
agosto.

El vuelo nocturno de Branniff de los miércoles de Santiago a Miami es uno de los


pocos vuelos directos a Estados Unidos y generalmente está completo. Armando
Fernández y Liliana Walker parecían un exitoso hombre de negocios y su elegante
esposa en viaje a Disney World. Walker se mantenía apartada del grupo que
esperaba abordar el avión, sosteniendo displicentemente su equipaje de mano. El
ligero sobrepeso que tenía Fernández casi no se le notaba en el holgado traje
veraniego que lucía. Su misión era vigilar los movimientos de un hombre, como
preparación para su asesinato. Sin embargo, su preocupación mientras iba junto a
la hermosa Liliana en ese vuelo de ocho horas de duración, era si ella haría o no
el amor con él. Puesto que simulaban ser esposos, deberían compartir el cuarto
del hotel en Washington. Ignorando las intenciones de Fernández, Walker podría
haber estado pensando en Letelier, cuya fotografía y antecedentes había
estudiado cuidadosamente. La habían escogido para la misión porque pensaban
que era el tipo de mujer a la que Letelier no habría podido resistirse. Era joven,
pero madura; aristócrata; afecta a dar opiniones políticas progresistas; el sexo era
parte de su bagage, su negocio, y lo ejercía sin entrar en mayores
consideraciones, de la misma forma en que se decidía por un suéter o una blusa.
Su preocupación era cómo llegar hasta Letelier y seducirlo, sin tener que ingresar
al círculo de sus amistades. Consideraba para ello contar con la ventaja de la
frecuente tendencia de los hombres casados a mantener sus asuntos
sentimentales discretamente separados de sus actividades políticas. (18)

Alrededor de las 6:00 a.m., llegaron al aeropuerto internacional de Miami, donde


pasaron aduana e inmigración. A las 8:00 a.m., trasbordaron a un avión de
Eastern Airlines, llegando a Washington dos horas más tarde. Fernández recordó
que, a pesar de la temprana hora, hacía calor y el ambiente estaba húmedo.
Reservaron una habitación en el Hotel Washington, cerca de la Casa Blanca, entre
la Calle 15 y la Avenida Pennsylvania; la habitación número 645 se transformó en
su base de operaciones.

El 26 de agosto, coincidieron en Washington la etapa uno y la dos de la operación


Letelier de la DINA. Mosqueira y Riveros podrían haberse conectado con
Fernández y Walker ese día, a fin de intercambiar información. Al día siguiente
Mosqueira y Riveros tomaron un avión con destino a Miami, donde permanecieron
el fin de semana en casa de una hermana de Riveros y visitaron Disney World.

Fernández había nacido en Washington, en 1949, mientras su padre era Agregado


de la Fuerza Aérea de la Embajada de Chile. Como oficial formado en la rígida
subcultura militar chilena, sentía casi una mística afinidad con Washington, hogar
del Pentágono y de la CIA, centro del mayor poderío militar del mundo. Como
muchos oficiales chilenos, tenía la posibilidad de seguir un curso de entrenamiento
en Estados Unidos, en la medida en que ascendiera de grado.

La hermana de Fernández, Rose Marie, vivía con Lawrence Guest, su esposo


norteamericano, en Centerville, Virginia, a unos quince minutos de camino del
hotel de los agentes de la DINA. Durante los trece días que permaneció en
Washington, convivió casi permanentemente con los Guest, desempeñando el
papel de un soldado sudamericano de vacaciones en Washington. Después de
pasar dos noches en el hotel con la Walker, se trasladó a casa de su hermana, en
Centerville.

Liliana Walker dejó pocas huellas de sus actividades durante los sofocantes días
de agosto en Washington. Un recibo del Hotel Washington indica que ella y tal vez
un acompañante tomaron un par de whiskies con soda en el bar Sky Terrace del
hotel. Ocupó la habitación hasta el 6 de septiembre. Y no hay más datos.

La hermana de Fernández y su cuñado testificaron más tarde en favor de éste,


diciendo que visitó el antiguo empleo de Larry Guest en el cuartel general del FBI,
un edificio tipo mausoleo, y estuvo todo el día en la Fundación Airlie, al norte de
Virginia, donde se tomó una foto con María Eugenia Oyarzún, la sociable
embajadora de Chile ante la Organización de Estados Americanos. Rose Marie
dijo al FBI que Armando nunca dejó el lugar durante esos días y no podría haber
estado comprometido en actividades de espionaje. Sin embargo, su esposo indicó
en su declaración al FBI que durante casi todo ese tiempo salieron juntos,
separándose al llegar a Washington.

Cualesquiera hayan sido los pretextos que tuvieron Fernández y Walker para
justificar su misión, se frustraron en su intento por seguir a Letelier. Desde el 26 de
agosto al 6 de septiembre, éste estuvo menos de cuarenta y ocho horas en el área
de Washington. El día en que llegaron Fernández y Walker, Letelier estaba en su
oficina de la Calle 19, entre Dupont Circle y la Calle Q. El día anterior había
llegado de sus vacaciones en Rehoboth Beach, donde su esposa arrendó una
casa, para asistir a una reunión en el IEP, a las 8:30 a.m. Estuvo en Washington
las noches del 25 y 26 de agosto y, en la tarde del viernes 27, regresó a
Rehoboth. El sábado en la mañana volvió a Bethesda y permaneció en su casa,
haciendo llamadas telefónicas hasta cerca de las 4:00 p.m. Luego tomó un avión a
Nueva York, saliendo esa noche hacia Amsterdam. Los agentes de la DINA y su
víctima se separaron; durante casi una semana, el complot mismo pareció
fragmentarse, con Letelier en Amsterdam y Fernández con la Walker en
Washington.

En el cuartel general de la DINA, el coronel Espinoza recibió las informaciones de


Fernández y Walker. La semana en Washington había sido prácticamente estéril a
causa de la ausencia de Letelier. Fernández solicitó permiso para regresar a Chile;
le habían comunicado que su padre estaba gravemente enfermo. Espinoza le
ordenó recoger cualquier información y luego dirigirse a Nueva York. La etapa
número dos, muy poco satisfactoria, se daba por terminada.

Espinoza citó en su oficina a Michael Townley, poniendo así en funcionamiento la


etapa número tres. Comunicó que debía llevar a cabo el asesinato de Letelier de
acuerdo a sus órdenes originales: usar a los terroristas cubanos exiliados para
realizar el crimen. Él debería estar fuera de Estados Unidos en el momento del
asesinato. Le comunicó que Fernández, su ex compañero de viaje, ya estaba en
Washington y le proporcionaría "datos previos de inteligencia" acerca de los
movimientos de Letelier. A Fernández se le había indicado encontrarse con
Townley en el aeropuerto internacional Kennedy. Era el 7 de septiembre. Le
ordenó partir a Nueva York la noche siguiente. Townley estaba sorprendido con
esas órdenes, ya que nada había sabido acerca de la misión de Fernández en
Washington.

En Union City, Nueva Jersey, los amigos de Townley del Movimiento Nacionalista
Cubano nacían planes para bombardear el carguero soviético Iván Shepetkov,
anclado en el puerto Elizabeth de Nueva Jersey.

En la tarde del 4 de septiembre, Letelier regresó de Amsterdam en un vuelo de


KLM hasta Nueva York. Por haber perdido el último vuelo de combinación a
Washington, pasó la noche con sus colegas del IEP, Saul Landau y Richard
Barnet, en un hotel del aeropuerto. En la mañana del 5 de septiembre, un domingo
húmedo y caluroso, los tres regresaron a Washington. La presa de la DINA estaba
de regreso.

AL REGRESAR A su casa de Lo Curro, Townley llamó a Virgilio Paz a Nueva


Jersey. Posteriormente, llamó a su amigo Fernando Cruchaga a las oficinas de
LAN-Chile en el aeropuerto internacional Kennedy.

A la mañana siguiente, "Tito", el encargado de documentación falsa de la DINA,


entregó a Townley un pasaporte con visa para Estados Unidos. Su foto estaba
adherida al documento que había sido extendido hacía dos semanas, el 24 de
agosto. El pasaporte estaba a nombre de Hans Petersen Silva. Otro agente de la
DINA le dio $980 dólares en billetes norteamericanos.

Tarde, en la noche del 8 de septiembre, Townley se dirigió al aeropuerto de


Pudahuel, abordando el LAN-Chile vuelo 142 con destino a Nueva York.

EN WASHINGTON, LOS memoranda e instrucciones hacían su camino


deliberadamente complicado, de un escritorio a otro y de una agencia a la otra. En
la Oficina de Visas y Pasaportes del Departamento de Estado, el director Julio
Arias firmó dos certificados de revocación de visa en dos pasaportes paraguayos a
nombre de Juan Williams Rose y Alejandro Romeral Jara. De su oficina, despachó
los documentos por valija diplomática a la embajada norteamericana en Asunción,
Paraguay, donde fueron recibidos el 15 de septiembre. Antes, la oficina de Arias
había mandado al Servicio de Inmigración y Naturalización norteamericano una
petición de rutina para la revisión de los dos individuos, ordenando se distribuyera
en todos los puestos de entrada y los consulados en el extranjero. El
Departamento de Estado fue notificado posteriormente que los dos individuos
habían llegado vía Miami con pasaportes chilenos, pero que no habían sido
detenidos en inmigración.

Notas:

1. Sólo Pinochet y Contreras conocían el contenido específico de los informes de inteligencia. Los
extraños se limitan a hipotéticas reconstrucciones basadas en los acontecimientos y operativos de
la DINA.

2. Uno de los militantes medios del Partido Comunista detenido por la DINA, resultó ser un agente
de la CIA que mantenía informados a los servicios de inteligencia norteamericanos acerca de los
planes del partido. Un funcionario de la CIA se acercó discretamente a un oficial de la DINA con el
que había trabajado. De acuerdo a lo que un funcionario norteamericano en Chile contó, la CIA
manifestó a la DINA que "X", el miembro del Partido Comunista declarado desaparecido, podría
servir a la causa común de la seguridad nacional chileno-norteamericana más efectivamente si era
liberado. Según dijo la fuente, la CIA ofreció "usarlo en conjunto", compartiendo con la DINA los
"resultados de la labor de inteligencia" del infiltrado.

La DINA nunca respondió a estas demandas y el agente de la CIA no apareció. El funcionario


norteamericano agregó al respecto: "Supusimos que la DINA lo asesinó antes que se establecieran
los contactos de la CIA

3. La lista incluía a Joanne Omang, del Washington Post; Rudolph S. Rauch III, del Time; Juan de
Onís, del New York Times; William Montalbano, del Miami Herald; a los corresponsales de la
Televisión Nacional Alemana, de Suecia, Italia y México. Los periodistas soviéticos y de Europa
Oriental fueron expulsados automáticamente.

4. Orlando e Isabel Letelier, desconocidos para Simón, jugaron un importante papel en la


elaboración de la lista que él llevó a Chile. Simón recibió la lista de Rose Styron, funcionaría de
Amnesty International, que se responsabilizó de su fidelidad. El día anterior, había revisado la lista
cuidadosamente con los Letelier.
5. Una lista parcial de los desaparecidos fue publicada en ¿Dónde están?, vol. 2, 1979, editado por
la Vicaría de la Solidaridad, organización pro derechos humanos patrocinada por la Iglesia católica.
El libro presenta informes documentados de los casos de 65 personas que desaparecieron a
consecuencia de redadas de la DINA contra dirigentes del Partido Comunista, entre el 29 de marzo
de 1976 y el 9 de septiembre de 1976. Aquellos que desaparecieron exactamente en la época de
las visitas de Simón y Kissinger, son:

Miguel Luis Morales Ramírez, dirigente sindical, PC (mayo, 3)


Mario Zamorano Donoso, Comité Central PC (mayo, 4)
Jorge Onofre Muñoz Poutays, Comité Central PC (mayo, 4)
Jaime Patricio Donato Avendaño, dirigente sindical, PC (mayo, 5)
Uldarico Donaire Cortez, Comité Central PC (mayo, 5)
Elisa del Carmen Escobar Cepeda, dirigente, PC (mayo, 6)
Fernando Antonio Lara Rojas, dirigente regional, PC (mayo, 7)
Lenin Adán Díaz Silva, Comisión Técnica, PC (mayo, 9)
Marcelo Renán Concha Bascuñán, militante, PC (mayo, 10)
Víctor Manuel Díaz López, Subsecretario General, PC (mayo, 12)
Eliana Marina Espinoza Fernández, militante, PC (mayo, 12)
Rodolfo Marcial Núñez Benavides, dirigente sindical, PC (mayo, 18)
César Domingo Cerda Cuevas, ex Comité Central, PC (mayo, 19)
Juan Rene Orellana Catalán, Comité Central Juventudes Comunistas (Jun. 8)
Luis Emilio Maturana González, dirigente regional, PC (junio, 8)

6. Preocupado, Contreras escribió al jefe de la inteligencia brasileña, Joao Baptista Figueiredo,


acerca de los peligros de una victoria demócrata en Estados Unidos. En la carta, fechada el 28 de
agosto de 1975 y entregada a la prensa tras el asesinato de Letelier y la misteriosa muerte del ex
presidente brasileño Juscelino Kubitschek, Contreras decía: "Comparto su preocupación por el
posible triunfo del Partido Demócrata en las próximas elecciones presidenciales de Estados
Unidos. También estamos enterados del apoyo permanente que los demócratas han dado a
Kubitschek y a Letelier, quienes, en el futuro, pueden influir seriamente en la estabilidad del Cono
Sur de nuestro hemisferio". La autenticidad de la carta se pone en duda por parte de los
investigadores federales de Estados Unidos, quienes la consideran totalmente apócrifa.

7. Naturalmente, la fecha de la decisión de asesinarlo sólo la saben los autores del crimen.

8. Hay evidencias de una profunda animadversión personal, cuyas razones no se comprenden


totalmente. Un ex alto oficial de la junta relató los detalles de una reunión con Pinochet, sostenida
a principios de 1974, con el fin de discutir una petición de ministros del exterior de varios países, en
la que se solicitaba la liberación de Almeyda, miembro del "club" de los actuales y los ex ministros
del exterior, respetado internacionalmente. El oficial informó que "el ochenta por ciento de las
cartas y telegramas pedían la liberación de Almeyda. Pregunté a Pinochet por qué no lo liberaba, a
lo que me contestó enojado: «No lo haré, porque si suelto a Almeyda, también tendría que soltar a
Letelier»".

9. Las fuentes de la DINA que se relacionaron con los italianos durante la estadía de éstos en
Chile, que duró hasta comienzos de 1977, dijeron que éstos usaban los nombres de Alfredo o
"Topogigio", Luigi o "Gigi" y Mauricio. Después de que la noticia de las relaciones entre di Stefano y
Townley la publicara en The Nation, en junio de 1979, John Dinges, el periódico romano La
Repubblica escribió que aquél había sido identificado como un terrorista fugitivo, llamado Stefano
delle Chiaie.

10. La entrada y salida de Argentina de Fernández, con el nombre de Alejandro Rivadeneira,


consta en los archivos de la policía de inmigración argentina. En 1978, los funcionarios de SIDE
informaron de las demandas de éste a Robert Scherrer, agente del FBI.
11. Ministro de Relaciones Exteriores.

12. En 1978, año en que ella escribió estas líneas, Fernández había sido ascendido a capitán.

13. Townley no identificó a este individuo, si bien seguramente sabía su nombre. Es extraño que
sus acusadores no le hayan pedido identificarlo, a fin de localizarlo y obtener de él lo que habría
sido una valiosa colaboración en relación a la evidente conexión entre Townley y Fernández.

14. Siendo Paraguay un país mediterráneo, es casi una ironía la existencia de la Marina en las
Fuerzas Armadas de ese país. (N. del T.).

15. Cualquiera que haya contestado el teléfono en la oficina de la DINA, se identificó como "Lucho
Gutiérrez", clave que significaba que era esa la Sección Exterior de la DINA.

16. Asistente Adjunto de la Secretaría de Estado para Asuntos Interamericanos.

17. Tanto en la misión de Argentina como en la de Italia, Townley trabajó con terroristas civiles,
relacionados con los servicios de inteligencia. Los miembros de Milicia y de AAA que ayudaron en
el asesinato de Prats, trabajaban directamente bajo las órdenes de SIDE, servicio de inteligencia
militar de Argentina. El grupo fascista italiano que había colaborado en el atentado a Leighton,
tenía lazos informales con los servicios de inteligencia de ese país que, en 1975, estaban
controlados por la derecha.

18. Fernández, Contreras y Espinoza negaron posteriormente saber el nombre real de Liliana
Walker. Las órdenes precisas que recibieron Fernández y su nueva compañera, nunca han sido
reveladas, o se perdieron en la maraña de la posterior actividad de espionaje. Una parte de la
misión, pero probablemente no la única, consistió en la vigilancia previa de Letelier en Washington,
eso es lo que posteriormente declaró saber Townley. Pero el papel de la atractiva agente, cuya
identidad hasta ahora han logrado ocultar los chilenos, es un misterio. Una explicación aceptable
es que ella tenía órdenes de seducir a Letelier, arrastrándolo a una situación comprometedora, con
la que el asesinato podría realizarse con mayor seguridad y tranquilidad.

VIII

UN ACTO DE TERROR

EL INTERMITENTE CANTURREO de Ronni Karpen Moffitt era una especie de música


de fondo mientras ella y Michael se dirigían con Orlando Letelier al IEP en la mañana del
21 de septiembre de 1976. Improvisaba con su voz (lo mismo que con la flauta),
manteniendo un control estructural y de allí pasando a desconocidas improvisaciones.
Amaba la música y a su esposo Michael Moffitt.

A los 25 años, Ronni había pasado de una infancia retirada al mundo de la política
internacional. Había crecido en Passaic, Nueva Jersey, donde sus padres -Murray e Hilda
Karpen- tenían una tienda de productos alimenticios. La atención que los Karpen dedicaban
a sus embutidos y pasteles, dejaba a sus hijos en segundo plano, pero para ellos, era
precisamente esa actividad de sus padres lo que hacía posible su asistencia a la universidad.

Ronni, la mayor de tres hijos y la única mujer, se graduó en 1973 en la Universidad de


Maryland y comenzó a experimentar en la carrera de la vida. Trabajó en una agencia de
publicidad; dio clases en tercer grado; abrió un centro comunitario de música en la zona
Adams-Morgan de Washington, una de las áreas multirraciales pobres, para que la gente
imposibilitada de adquirir instrumentos musicales pudiera utilizar los del centro. Hacia
1975, junto con sus actividades comunitarias, había empezado a trabajar de tiempo
completo en el Instituto de Estudios Políticos. Primero, como secretaria y luego, tras
adquirir los conocimientos necesarios, como coordinadora de los fondos del IEP.

Para Michael Moffitt, joven economista que trabajaba con Richard Barnet en el instituto,
Ronni era la encarnación misma de la alegría. Luego de un rápido y romántico noviazgo, se
casaron el Día del Recuerdo, el 30 de mayo de 1976. Les compañeros del IEP y los amigos
asistieron a la ceremonia realizada en el patio trasero de la casa de los Karpen, en Passaic.
Fue una suntuosa comida de bodas, con salchichas, paté, pasteles y champaña, bajo un
toldo en donde comieron, bebieron y bailaron hasta el anochecer.

Cuatro meses más tarde, los invitados a la boda recordarían los pequeños incidentes como
premonitorios: el viento que voló la chupah, arco que cubre a los novios en las ceremonias
nupciales judías, y el tropezón de Ronni cuando se encaminaba hacia el rabino.

En la mañana del 21 de septiembre de 1976, Michael se acomodó en el asiento trasero del


automóvil de Orlando, leyendo, mirando por la ventanilla, escuchando y, a ratos,
participando en la conversación de Ronni y Orlando acerca de un libro que ambos habían
leído en la infancia. Orlando, aunque no era un conductor lento, no tenía un estilo agresivo
al volante. Michael recordó haber pensado: "Si yo fuera conduciendo, lo haría mucho más
rápido".

El día estaba abochornado, con esa característica niebla de Washington desde junio a
septiembre. El cielo estaba cubierto. Ronni personificaba todo el brillo del cual el día
carecía. Cuando volteaba la cabeza para hablar con Orlando, Michael podía contemplar su
perfil. Se sintió más cómodo cuando abrió un poco la ventanilla, permitiendo que el humo
del cigarrillo de Orlando saliera.

El automóvil de Letelier, seguido por el sedán gris, adelantó la embajada de Chile, a la


izquierda, enfilando por Sheridan Gírele. El conductor del sedán presionó el botón de un
aparato enchufado al encendedor de cigarrillos y luego apretó otro botón.

Michael Moffitt escuchó un ruido agudo "como un alambre caliente sumergido en agua
fría". Vio un fogonazo sobre la cabeza de Ronni y luego lo sobrecogió un ruido demoledor,
ensordecedor.

William Hayden, un abogado que conducía detrás del coche de Letelier, salió
violentamente de su sopor matinal a causa del chispazo y la onda expansiva. Más tarde,
declaró: "Vi un automóvil que prácticamente caía del cielo envuelto en llamas". El
Chevelle de Letelier cayó sobre un Volkswagen estacionado y rodó hasta detenerse,
totalmente quemado, frente a la embajada de Rumania, dejando a su paso un reguero de
vidrios, sangre y trozos de metal y carne.
Los policías del Servicio Ejecutivo de Protección que custodiaban las nueve embajadas de
la calle, aparecieron de varios puntos, corriendo hacia los restos del coche y desviando el
tránsito.

Moffitt relató: "El auto se levantó del piso. Comencé a sentir el hedor más increíble en toda
mi vida ... Hacía mucho calor... Parece que nos detuvimos. Yo estaba arrodillado en el piso
y no sentía nada de la cintura para abajo. Había humo".

Moffitt salió expulsado del automóvil, sin un zapato, aturdido. Aspiró aire fresco para
desintoxicar su pulmones. "Vi a Ronni por detrás, tratando de arrastrarse hacia la orilla".
No vio a Orlando.

Corrió por el costado de los restos del vehículo, hacia el asiento del conductor y, en ese
momento, lo vio. "Había un boquete enorme en el auto y Orlando estaba dado vuelta,
mirando hacia la parte de atrás, con la cabeza medio colgando, trataba de moverla hacia
adelante ..." "¡Orlando!", gritó Michael abofeteándole el rostro. "Soy Michael, ¿me oyes?"
Vio a Letelier "tratando de murmurar algo, pero nunca dijo nada comprensible". Moffitt
entró al automóvil humeante, por entre trozos de metal retorcidos y, "traté de poner mi
brazo bajo su espalda y levantarlo, pero estaba muy pesado. En ese momento miré hacia
abajo y vi su carne abierta, con la parte inferior de su cuerpo separada del resto".

Desesperadamente, intentó alzarlo de nuevo, con todas sus fuerzas, pero no logró levantarlo
de la humeante carrocería. Con el rostro ennegrecido, cubierto de sudor, desistió y, lleno de
rabia y frustración, gritó: "¡Asesinos! ¡Fascistas!"

En ese momento vio a Ronni que yacía en el césped de una embajada. Había una mujer
inclinada hacia ella. "¿Quiere ayudarme?", le dijo. "Pero ella me contestó, «no. Déjeme
tratar de detener la hemorragia»". La mujer trató de llegar a la garganta de Ronni y colocar
su cabeza de modo de detener la hemorragia; "la sangre manaba de su boca", dijo Moffitt.

"La sangre le saltaba por la boca, había sangre por todas partes", declaró el oficial Walter
Johnson de la policía metropolitana. Johnson llegó al lugar de los hechos minutos después
de recibir una llamada por radio de un oficial de policía de Protección Ejecutiva. Vio el
automóvil destrozado y corrió hacia el vehículo.

"Cuando me acercaba, vi un pie en la calle ... Pude observar que, aparentemente, el


vehículo se había arrastrado unos cien metros, dejando restos en el camino, incluyendo el
pie. Me acerqué más al vehículo y miré dentro del auto; inmediatamente vi a un hombre
blanco, sentado en sus caderas, en el pavimento. Todo el piso del coche se había
desprendido. Había perdido las piernas por encima de las rodillas. Había sangre en todas
partes. El interior del vehículo estaba ennegrecido, convertido en chatarra. Miró hacia mí...
quiso acercárseme".

Johnson divisó un carro de incendios y solicitó a su conductor que pidiera una ambulancia,
por si todavía no habían llamado a ninguna.
"Entonces, vi a un hombre blanco . . . corriendo alrededor, muy excitado. Sus cabellos
estaban chamuscados. Gritaba cosas, dando a entender que los fascistas habían colocado
una bomba". "¡Los fascistas lo mataron!", gritaba Moffitt. "Lo asesinó la DINA. Pinochet,
el criminal".

Ante ese panorama, el detective Johnson sintió náuseas. Oyó gritos, vio más sangre, piernas
cortadas. Llegaron otros vehículos y más policías y sirenas. La multitud comenzó a
amontonarse.

Llegaron las ambulancias, abriéndose paso con ululantes sirenas por entre el tráfico
detenido. Letelier, lívido, sobre un charco de sangre, la medida de su evanescente vida, fue
sacado en entre los escombros por un oficial de la policía y los camilleros de la ambulancia.
Los enfermeros, inclinados sobre los muñones de sus piernas, trataban de tapar los vasos
sanguíneos. La ambulancia partió velozmente. Una vez que llegaron al Hospital George
Washington, situado a un kilómetro de distancia, Letelier ya había muerto.

Cuatro agentes del FBI salieron de un coche sin emblema y lograron entrar a Sheridan
Circle. Observaron la escena y comenzaron a dar órdenes. Una segunda ambulancia que
llevaba a Ronni Moffitt, salió hacia el hospital. Un policía no permitió que Michael Moffitt
acompañara a su esposa.

Cuando desapareció la última ambulancia, el agente especial del FBI L. Cárter Cornick se
esforzó por recordar todos los detalles sin perder la visión de conjunto. Se dio cuenta, como
lo mencionó más tarde en su declaración, que las ambulancias se habían llevado a las
víctimas, pero habían dejado un pie en e! pavimento, aún dentro de su zapato. Cornick
ordenó un estrecho cordón policial y luego acordonó toda el área, dividiéndola en secciones
numeradas para identificar con precisión cada lugar donde podían encontrarse evidencias.

Llegaron más agentes del FBI, entre ellos, el máximo oficial de la sede de Washington, el
agente especial Nicholas Stames. Informado sobre la identidad de Letelier, Stames supuso
que habría mucha publicidad, probablemente consecuencias políticas y presiones de
muchos grupos. Se acercó a Cornick y le dijo: "Este caso es suyo. Actúe".

Más tarde, Cornick recordó: "Todavía estaba allí Mike Moffitt. Ofuscado, gritaba: «¡DINA.
DINA!» Yo no sabía qué era la DINA, pero no tardé mucho tiempo en saberlo".

Finalmente, un coche policial llevó a Moffitt al hospital, donde Ronni recibía tratamiento
médico de emergencia. Llamó al IEP. La recepcionista Alyce Willy, al oír su voz, empezó a
bromear como de costumbre, "Él me dijo: «Basta, Alyce». E inmediatamente me di cuenta
de que algo malo había sucedido", recordó ella. "Me dijo algo sobre una explosión, un
automóvil. Que Orlando había muerto y que la DINA lo había hecho, o algo así. No fue
muy claro. Yo no sabía quién era la DINA, parecía el nombre de una mujer. Michael me
dijo que estaban atendiendo a Ronni y que no sabía cómo estaba. Me pidió llamar a Isabel.
Yo le pedí a Liliana que lo hiciera".

En una salita de tratamiento, un doctor le extrajo a Ronni un fragmento de metal del


esternón; le desinfectaron las heridas y la vendaron. "Me dijeron que Ronni estaba
seriamente herida, pero que estaban atendiéndola; parecía haber transcurrido una eternidad
... Me llevaron a una sala, acostándome en una camilla, mientras mucha gente me rodeaba.
Uno de los doctores se me acercó y dijo: «Su esposa ha muerto»".(1)

Liliana Montecino, secretaria de Orlando Letelier, llamó a Isabel, diciéndole que había
ocurrido un accidente con el automóvil de Orlando y que fuera al Hospital George
Washington. Mecánicamente, agregó: "No se preocupe, todo está bien". Liliana descendió
nerviosamente a la calle. Hacía menos de tres años, había recibido una llamada similar
desde Santiago de Chile: su hijo mayor, Cristian, había tenido un accidente. Dos agentes de
la DINA lo arrestaron, aparentemente confundiéndolo con otra persona. El hijo de Liliana
murió durante la tortura.

Pocos minutos más tarde, Alyce llegó a casa de Saul Landau. Entre sollozos, le dijo: "Un
accidente terrible ... Orlando está muerto .. . Ronni .. . Ronni . .. Ven al IEP. Marc y Dick
están en el hospital . . ." Landau corrió al instituto, llegando pocos minutos antes de que los
reporteros y otras personas ajenas comenzaran a repletar la recepción. Pidió a todos que
salieran y cerró la puerta con llave.

En la sala de emergencias del hospital, Marcus Raskin y Richard Barnet fueron informados
de la muerte de Orlando. Las autoridades del hospital, dándose cuenta de la naturaleza poco
usual del acontecimiento, hicieron de lado las precauciones burocráticas y dieron todas las
informaciones. No fue sino hasta la llegada de Ann, la esposa de Barnet, cerca de las 10:30
a.m., quien recurrió a su status médico para obtener información, que los codirectores del
IEP tuvieron la confirmación definitiva de que Ronni también había muerto, ahogada por su
propia sangre. Con un trozo de metal, la carótida se seccionó y la sangre, pasando a través
de la tráquea, había inundado sus pulmones.

Ann Barnet vio a Ronni. Su rostro, severamente quemado, estaba totalmente negro en
algunos lugares y había perdido por completo el color natural. Tenía claros signos de haber
sufrido agudos dolores.

Isabel Letelier recordó: "La llamada de Liliana me dejó muy nerviosa porque por su voz
comprendí que ella no sabía lo ocurrido. Me dije a mí misma: «Si hubo un accidente,
espero que no haya sido culpa de Orlando, él jamás se perdonaría haber hecho daño a
Michael y Ronni»". Isabel gritó a Illa, su sirvienta, que debía correr al hospital. Se dio una
rápida mirada en el espejo, tal como lo hacía siempre antes de salir. "Estaba vestida con
chaqueta y pantalones negros y, no sé por qué, sentí que no podía ir vestida así. Le dije a
Illa: «No puedo ponerme esto». Me cambié de ropa y salí, dándome cuenta de que llovía.
Tuve una especie de premonición de que algo horrible había sucedido. ¿Habría patinado el
automóvil? No me sentí capaz de conducir, por lo que pedí un taxi. Fue algo muy extraño,
puesto que yo siempre puedo conducir".

"El taxista se demoró siglos. Ustedes saben cómo se pone Washington cuando llueve; todos
van a vuelta de rueda. Cuando nos acercamos a la Mezquita en Avenida Massachusetts, el
tránsito estaba bloqueado en ambas direcciones. Comenzó a apoderarse de mí el pánico y le
dije al chofer: «Mi esposo manejaba el coche que provocó el accidente». Me sentí muy mal.
Orlando preferiría morir antes de lastimar a alguien".
"Vi a Michael Moffitt justo en el momento de llegar; la gente me dijo que había sido una
bomba. Michael gritó: «¡Mataron a mi niña!». Nos abrazamos. Me dolía el pecho y me
sentía muy débil".

Isabel pidió ver el cuerpo de Orlando, pero las autoridades del hospital y la policía trataron
de impedírselo. "No". "Imposible". "No se puede". "Los reglamentos lo prohíben". Citaron
reglas, leyes, autoridad. Isabel insistió. "Sabía que tenía que verlo. No importaba cómo
estuviera, pero verlo muerto era muy importante para mí". Finalmente, con la ayuda de Ann
Barnet pudo entrar a la sala donde yacía el cuerpo de Orlando.

"Vi el cuerpo sin piernas. Fue importante ver qué había hecho el enemigo. Orlando era la
vida, la vida, la vida. Sentí una pérdida terrible. Mi matrimonio podría haber terminado y
podríamos habernos no sólo separado, sino divorciado, pero él habría seguido siendo mi
amigo; en cierta forma, me habría cuidado, como lo hizo cuando estuvimos separados. Y él
era el padre de mis hijos. Cuando entré al hospital y me dijeron que estaba muerto, sentí
que se me doblaban las piernas. No tenía nada de qué agarrarme. La pérdida de Orlando me
produjo dolor en el pecho y la oscuridad me llenó las entrañas, el interior, donde él había
estado.

"Cuando lo vi, sólo con la mitad de su cuerpo, sentí furor. Una inyección de energía me
recorrió el cuerpo que un momento antes había sentido tan débil. Él amaba su cuerpo, sus
piernas, y el enemigo le había hecho esto. Me sentí preparada para luchar contra ellos.

"Pude ver en su rostro el dolor y la sorpresa. Esos deben haber sido sus sentimientos al
morir. No podía soportar el dolor en mi pecho, las ganas de llorar. Tuve razón al exigir ver
su cuerpo. Eso significó que nada había cambiado, ya que yo había estado luchando contra
estos asesinos desde el mismo día del golpe".

Recordó aquel día, en Chile, cuando Moy Tohá recibió la noticia de la muerte en prisión de
su esposo José y ella la acompañó al hospital. Las autoridades dijeron que su muerte había
sido "suicidio". Isabel le había murmurado a Moy en el oído: "Pide ver el cuerpo". Moy así
lo hizo, encontrando evidencias del asesinato.

"Recuerdo cómo se tranquilizó Moy después de eso. Y cómo estaba de tranquila Tencha,
tras la muerte de Salvador. Me dije a mí misma que nunca podría haber logrado esa
serenidad, que habría estado histérica, habría llorado sin ser capaz de pensar. Ansiaba estar
sola y llorar, dejar que mi dolor me saliera por la boca. Pero no pude. El modelo empezó
con el golpe. Cuando Pinochet mata, los sobrevivientes deben hacer lo necesario para
seguir adelante. Eso se había transformado en un medio de lucha. Supe que debía hacer
todo lo que estuviera en mis manos para que la muerte de Orlando costara cara a quienes lo
habían asesinado".

Cuando Ralph Stavins, colega del IEP, llegó a Sheridan Circle, a unos cinco minutos a pie
del instituto, grandes aspiradoras de la policía habían comenzado a limpiar los vidrios y
fragmentos de metal en la calle y los jardines de las embajadas. La lluvia había borrado la
mayor parte de la sangre y algunos hombres treparon a los edificios en busca de
fragmentos, mientras otros buscaban en los techos de Sheridan Circle, recogiendo pedazos
de vidrio, metal, restos de carrocería, trozos de ropa y fragmentos de huesos humanos.

Llegaron más amigos y miembros del IEP. Improvisaron carteles y comenzaron a reunirse
frente a la Embajada de Chile. Los oficiales del Servicio de Protección Ejecutiva
dispersaron a la enfurecida multitud, emitiendo una orden que prohibía manifestaciones en
un radio de quinientos pies alrededor de la embajada.

El embajador chileno Manuel Trueco dijo a un periodista radial que Letelier pudo haber
intentado arrojar una bomba a la Embajada de Chile mientras pasaba por allí y que la
bomba habría estallado en sus manos. Dos consejeros se reunieron con el embajador, tras lo
cual, rápidamente se retractó, aunque demasiado tarde como para evitar que sus
declaraciones aparecieran en los noticieros vespertinos.

JOHN DINGES, CORRESPONSAL residente de la revista Times y del Washington Post


en Chile, estaba en el escritorio de una pequeña oficina de una revista, en Santiago.

Bernardita, la secretaria, recibió la llamada y aunque no entendía el inglés, al escuchar mi


nombre me pasó el teléfono. Eran diez para las diez. El editor para el extranjero del
Washington Post fue inusitadamente breve: explosión en Washington hace unos minutos;
los cuerpos no han sido identificados, pero el automóvil, sin duda, pertenecía a Orlando
Letelier; un hombre -probablemente Letelier- murió. Escribe la "versión para Chile". Otros
editores llamaron, averiguando cómo estaba siendo cubierta la noticia.

Nunca había visto a Letelier, pero reaccionó como amigo de la familia. Mientras él estaba
en Isla Dawson, trabé amistad con su hermana Fabiola y a menudo discutimos su lucha
como abogado para lograr la liberación. A través suyo conocí a Isabel Letelier y, cuando
estuve en Washington en julio, la visité en su casa de Bethesda; recuerdo haberme
desilusionado porque Orlando no estaba.

Corrí las tres cuadras desde mi oficina, en la calle Matías Cousiño, hasta la Plaza de Armas
y entré violentamente por la puerta que tenía un cartel ordinario en donde se leía "Librería
Manantial". Adentro, una puerta llevaba hacia la Vicaria de la Solidaridad de la Iglesia
católica, centro de la actividad por los derechos humanos en Chile. El guardia de seguridad
de la puerta me reconoció, dejándome subir. "¡Mataron a Letelier!", grité mientras subía
por la escalera.

Dije cuanto sabia a un grupo de abogados, empleados y otras personas que se encontraban
reunidas en la oficina del director de la Vicaría, Cristian Precht. Un abogado salió
precipitadamente a buscar a Fabiola, quien, desde la liberación de su hermano, hacía dos
años, había estado trabajando sin descanso como miembro del equipo legal de los derechos
humanos, presionando a la tímida corte chilena para que actuara en los miles de arrestos
ilegales y los cientos de casos de personas desaparecidas. Alguien encendió la radio, pero
aún no había noticias. Fabiola llegó, muy alterada, pálida. Cuando las primeras noticias
confirmaron que Orlando Letelier estaba muerto, se enfureció y se le doblaron las piernas.
Nadie habló, nadie se molestó en decir que la DINA lo había hecho. Como institución, la
Vicaría había subsistido a tres años de detenciones, encarcelamientos y amenazas a
miembros individuales, trabajando bajo lo que ellos llamaban "el paraguas", el precario
santuario protegido por su vinculación a la Iglesia católica y varias organizaciones
internacionales de derechos humanos. Comenzaron los comentarios, pero inmediatamente
se acallaron, mientras el miedo se apoderaba de la oficina. Si la DINA podía asesinar a
Orlando Letelier en las calles de Washington, ¿cómo podíamos estar nosotros aquí a salvo,
con o sin la Iglesia?

Subí a los archivos de la Vicaría, el único lugar en Chile donde se reunían los archivos
completos y los análisis de la actividad de la DINA en la violación a los derechos humanos.
Como en los incontables casos sobre "derechos humanos", los funcionarios de la Vicaría
me ofrecieron su ayuda, sacando las carpetas.

Mis notas de ese día tienen la siguiente descripción:

("M" significa muerto; "A" quiere decir asesinato; "D" es desaparecido, tras haber sido
arrestado por la DINA).

M-A Schneider (Oct. 1970). Comandante en Jefe del Ejército.

M-A Prats (Sept. 1974). Com. Jefe Ejército. Ministro Defensa.

M-(¿suicidio? Tohá 1974). Socialista. Min. Defensa. Muerto en prisión.

M-A Letelier (Sept. 1976). Socialista. Min. de Defensa.

M-¿? Bonilla (marzo 1975). Militar. Defensa.

D Víctor Díaz (mayo 1976). Comunista. Comité Central PC.

D Carlos ¿orea (¡unió 1975). Socialista, dirigente.

A Leighton (Oct. 1975). Democratacristiano, dirigente. Sobrevivió.

M-¿? Alberto Bachelet (1974). FACH, pro allendista. Muerto en prisión.

Esa tarde, llamé a mi oficina del Post desde un teléfono público, usando un nombre falso:

El asesinato del exiliado chileno Orlando Letelier... forma parte de un modelo claro de
terrorismo dentro y fuera de Chile, que ha ido eliminando a las posibles amenazas al
régimen militar del general Augusto Pinochet.

Los observadores aquí creen que, si bien el atentado contra Letelier se realizó en Estados
Unidos, fue planeado aquí en la oficina de la DINA, la policía secretadle Pinochet.
El denominador común de todos los asesinatos o accidentes sospechosos es que la victima
era un rival militar inmediato para el ascenso al poder de Pinochet, o para su continuación
en el poder; o bien, la víctima era un opositor civil con fuertes lazos entre los generales que
rodean a Pinochet.

EL ABOGADO DE los Estados Unidos, Earl Silbert, tras consultar a Ronald Campbell,
jefe de su división de crímenes mayores, asignó a media mañana en el caso a Eugene
Propper como asistente del abogado por los Estados Unidos. (2)

La designación del miembro más joven de la división, reflejaba la opinión de Silbert de que
"el asesinato era un claro acto terrorista que sería prácticamente imposible resolver". Pero
señaló que Propper "era trabajador e ingenioso y no estaría sometido a presiones". Propper
estaba tomando un café en la cafetería del edificio de la Corte Distrital de Estados Unidos,
cuando Campbell le notificó su nombramiento.

Stanley Wilson, antiguo miembro de la policía metropolitana, maniobró para ser asignado
al caso Letelier-Moffitt, tan pronto como supo la identidad de Letelier. Por haber nacido en
la zona del Canal de Panamá, hablaba español.

EN LA TARDE del 21 de septiembre, la situación en los alrededores y dentro del IEP pasó
alternativamente del caos al orden y de allí nuevamente al caos. Poco después de que
Raskin y Barnet regresaran del hospital, llegaron los periodistas y las cámaras de televisión
repletaron la sala de seminarios de la planta baja.

Waldo Fortín y Juan Gabriel Valdés pidieron a Liliana Montéeme las llaves de la oficina de
Orlando, situada a media cuadra del edificio central. Acompañados por Saul Landau,
revisaron rápidamente los documentos de los archivos de Letelier, para asegurarse de que
no caerían en manos de los agentes del FBI materiales que podrían comprometer la
resistencia chilena, tanto en el interior del país como fuera de él. Valdés,
comprensiblemente desconfiado del gobierno que había ayudado a derrocar a la UP, estaba
convencido de que el FBI entregaría a la DINA todo lo que encontrara. Ninguno de los tres
encontró listas de nombres en la oficina de Orlando; pero ellos no sabían qué documentos
llevaba Letelier en su maletín, o en sus bolsillos. Cualquier información que pudieran
contener esos documentos, ahora estaban en poder de la policía y del FBI.

Raskin y Barnet dieron comienzo a la conferencia de prensa. Calificaron las muertes de


asesinato, conteniendo con esfuerzos su tristeza y pidiendo que el Presidente Ford y el
director del FBI Clarence Kelly investigaran a fondo el caso. Barnet acusó a la DINA:
"Creo que hay evidencias suficientes, basadas en lo que sucedió en Roma, en Buenos Aires
y ahora aquí en Washington, D.C., que muestran un patrón de conducta de las agencias de
inteligencia chilenas".

Michael Moffitt, vistiendo una camisa verde del hospital, prometió trabajar "para reunir a la
gente en el Capitolio a fin de solicitar el término de la ayuda a los dictadores en el poder".
Se esforzó por aparecer con los ojos casi secos ante las cámaras de televisión: "El gobierno
de Estados Unidos ayudó a derrocar el gobierno de Allende y a colocar en el poder a estos
dictadores. Ellos son los responsables de la muerte de mi esposa".
Cuando finalizó la conferencia de prensa, llegó la policía y procedió a evacuar el instituto, a
fin de que el equipo experto en bombas, con perros amaestrados, pudiera inspeccionar el
edificio. Los perros ya habían ladrado al acercarse a un automóvil cerca de Sheridan Circle.
El vehículo pertenecía a un conocido crítico de la CIA, y la policía tomó inmediatamente
todas las precauciones de seguridad. Más tarde, la inspección reveló la existencia de
mariguana en el vehículo, lo que provocó en los adiestrados animales la misma reacción
que les causan los explosivos.

Los perros olisquearon los salones del instituto y las oficinas. Fuera de la oficina de Ralph
Stavins, ladraron y gruñeron, indicando a sus guardianes que habían encontrado algo
interesante. El descubrimiento consistió en un producto químico utilizado en el papel del
mimeógrafo, cuyo olor se parece mucho al de ciertos explosivos.

Afuera, la calle estaba acordonada por la policía. Saul Landau mostró al oficial el
automóvil de Michael Moffitt, abandonado allí por su dueño la noche anterior a causa del
desperfecto, e hizo un movimiento para abrir la portezuela. El policía dio un salto y,
tomándole el brazo, gritó: "¡No toque ese auto! ¡Puede estar minado!"

Alrededor de las 2:00 p.m., llegó al lugar de los hechos el FBI; aunque se le esperaba,
aumentó el malestar general. La oficina había entrado en el caso porque Letelier había sido
miembro del cuerpo diplomático en Washington y, de acuerdo al protocolo, éste era un
status vitalicio, que caía dentro de la jurisdicción federal y no de la local. Los directores,
compañeros y personal del IEP recibieron la llegada de los agentes como si hubieran sido
portadores de la peste negra.

En 1974, el IEP había hecho una denuncia por daños contra el FBI. Basándose en las
informaciones de dos ex agentes de la organización, se supo que ésta había introducido en
las oficinas del IEP informantes ilegales que intervinieron los teléfonos, violaban la
correspondencia y mantenían al personal bajo vigilancia, desde 1968 a 1972. Además, el
IEP acusó al FBI de escarbar sistemáticamente entre sus desperdicios y, en una ocasión,
haber reconstruido a partir de cintas de máquina de escribir en desuso, una carta escrita por
uno de los-funcionarios. En 1975, el FBI admitió ante un comité investigador que había
colocado 62 informantes en el IEP. El fallo aún estaba pendiente en septiembre de 1976.

Así, cuando los agentes del FBI pidieron entrevistar a varios miembros del personal del IEP
que habían estado ligados más íntimamente a Letelier, los jefes del instituto pidieron que
Stavins, ex abogado y profesor de teoría política, estuviera presente. Durante toda la tarde
del 21 de septiembre, los agentes, molestos por esas irregularidades en los procedimientos,
hicieron sus preguntas. Landau fue uno de los primeros entrevistados.

-¿Quién piensa usted que puede haber asesinado a Letelier y a Moffitt?

-Pinochet.

-De nuevo, por favor -los agentes se miraron intrigados.


-Augusto Pinochet Ugarte, el Presidente de Chile -Landau deletreó el nombre. Los agentes
que tomaban notas le pidieron hablar más lentamente. Landau describió las actividades de
Letelier contra la junta.

-¿Pudo haber existido otra persona que usted piense deseaba o tenía alguna razón para
asesinarlo?

-No.

EN EL ATARDECER del 21 de septiembre, en casa de un amigo, Michael Moffitt, aún


vistiendo la camisa verde del hospital, con una venda que le cubría un corte en la cabeza,
logró recuperar el equilibrio. Los residuos de cordita (3) habían dejado manchas en su cara y
tenía los ojos rojos.

"Se produjo un agudo ruido, un resplandor de luz blanca ... ¡Jesús!", repetía. El dolor y la
angustia lo invadían, las arrugas que se marcaron ese día en su rostro, aún no desaparecen.
Todavía dominado por el golpe, temblaba constantemente, luchando por dominarse y
contestando con tranquilidad las frecuentes llamadas de los periodistas, a quienes dijo lo
que había ocurrido, repitiendo siempre el mismo mensaje: Pinochet y la DINA habían
asesinado a su esposa y a Orlando Letelier.

No había visto el cuerpo de Ronni. Sabía que Ronni estaba muerta, pero su última imagen
de ella viva insistía en aparecer en su imaginación, provocándole dolor y agonía. Sin temor
de mostrar su pena, dirigió su pasión hacia la venganza. Tan pronto como su convulsionada
mente se recobrara, buscaría a los asesinos. Sin embargo, comenzó su labor política antes
de recuperarse. Durante los seis meses siguientes, continuó escuchando el silbido, el
resplandor de luz blanca, y haciéndose la inevitable pregunta: "¿Por qué no arreglé el auto?
¿Por qué no me senté yo en el asiento delantero?" Preguntas tan justificadas como
irracionales.

LAS MANOS DE Michael Townley temblaban mientras tomaba un vaso de cerveza, con
los codos firmemente apoyados en la superficie barnizada de la mesa. Ignacio Novo y su
esposa Silvia estaban frente a él, junto a la ventana del Restaurante Viscaya, en el corazón
de la Pequeña Habana de Miami. Ignacio, miembro del MNC, había sido el primero en
contarle lo de la explosión en Washington.

-¡Estás temblando! ¿Qué te pasa? -preguntó Silvia Novo a Townley.

-Soy nervioso por naturaleza -respondió.

Townley estaba ansioso por salir del país y su avión no partiría hasta la medianoche. No
sabía si Silvia formaba parte de la operación, de modo que evadió sus preguntas acerca de
si la DINA estaba inmiscuida. Se imaginaba que Ignacio le habría contado acerca de eso y
que ella era tan militante como podía serlo una mujer en el machista mundo de los cubanos
exiliados, pero era mejor ponerse en guardia.
Desde su llegada a Miami de Newark, el pasado domingo por la noche, los acontecimientos
habían sido enervantes para Townley. Todo el lunes estuvo esperando escuchar las noticias
acerca de una explosión en Washington, imaginando una docena de razones por las que
pudiera haber fracasado. La bomba podría haberse caído, podría haber sido descubierta, no
haber funcionado o, simplemente, Paz y Suárez podrían haberse arrepentido, partiendo a su
casa y dejando el aparato bajo el automóvil.

"Durante todo ese tiempo, miles de preocupaciones me pasaron por la mente. Estaba
pensando en regresar a Washington para actuar yo mismo", confesó posteriormente
Townley. Se puso en contacto con Felipe Rivero, titular del MNC, pero el enigmático
Rivero ni siquiera demostró saber que la operación estaba caminando.

Empleó su tiempo en Miann para revisar el equipo que había ordenado a nombre de la
DINA en Audio Intelligence Devices de Fort Lauderdale y para visitar a sus padres. Había
¡do de compras, adquiriendo algunos recuerdos para sus hijos Brian y Chris. Cuando, por
fin, escuchó las noticias por la radio, se enfureció al saber que con Letelier había muerto
una mujer, preguntándose también por qué habrían hecho estallar la bomba casi frente a la
Embajada de Chile.

Townley apretó el vaso de cerveza para evitar los temblores de su mano, mientras Silvia se
burlaba de él. No era un hombre sin sentimientos, no era el Chacal, alguien capaz de matar
como si estuviera aplastando una cucaracha. Sabía que la muerte de la mujer no molestaría
a sus superiores en Chile, pero sí le molestaba a él, debido a lo que le quedaba de
sensibilidad moral, producto de su "formación en Norteamérica". Sus temblores eran
también una manifestación del vértigo que acompaña al hecho de haber matado, de haber
poseído el supremo poder, cometiendo el mayor de los pecados. Townley deseaba que el
temblor parara, ya que lo consideraba una demostración de debilidad. Saboreó en esos
momentos el alborozo, la sensación de orgullo, mezclada con asco y miedo.

Silvia e Ignacio Novo llevaron a Townley al aeropuerto de Miami la noche del 21 de


septiembre y lo vieron subir las escalinatas hasta la oficina de LAN-Chile. Sólo contaba
con unos pocos dólares y un boleto a nombre de Hans Petersen, que no tenía relación con el
nombre falso de su pasaporte. No pudiendo convencer al agente de LAN-Chile para que le
cambiara el boleto, no salió en el vuelo de LAN de esa noche. Al día siguiente, un piloto de
LAN que conocía, le consiguió un pase de un día para Santiago a nombre de Kenneth
Enyart.

EN WASHINGTON, Saul Landau comenzó a actuar.

A la mañana siguiente del asesinato, desperté y, calmadamente, me bañé, vestí y desayuné,


reuniendo los documentos que quería llevarme al instituto. Salí hacia mi automóvil y saqué
la llave del bolsillo. Cuando metí la llave en la chapa de la puerta, me comenzó a temblar la
mano y dejé rayada la pintura alrededor. Había terminado el impacto y comenzaba el
miedo.

Usé las dos manos para insertar la llave en el contacto y cerré los ojos, apretando los labios
mientras ponía en marcha el motor. Imaginé ruidos, llamas, humo, dolor. Pero mi Plymouth
Fury simplemente partió. El temblor se detuvo. Los involuntarios sueños diurnos se
sucedían velozmente en mi cabeza. Al llegar al edificio del IEP, había imaginado una
miríada de muertes violentas para mí, la mayoría de ellas relacionadas con la explosión del
auto. También me di cuenta de que tenía dos alternativas: o bien escapar del asunto, o bien
decidirme a vivir con este miedo. Podía permitir a mi fantasía escribir cuentos de horror e
inventar escenas criminales que me permitieran continuar trabajando y seguir funcionando.
De esos pensamientos no surgió ninguna decisión consciente; simplemente, empecé a hacer
lo que era necesario. Orlando había sido mi amigo, mi colega, mi camarada, lo mismo que
Ronni.

Nada dije a Ralph Stavins acerca de mis temores; así como él tampoco me contó los suyos.
Simplemente, partimos con las mandíbulas apretadas, presionando lo más fuerte que
pudimos para entregar a los asesinos a la justicia, o por último, para desenmascararlos. La
mayoría de la gente que conocíamos y amábamos, aquellos que trabajaban y convivían con
nosotros y tendrían que compartir cualquier efecto que tuviera nuestra misión; aquellos que
desde lejos amaban a Chile y deseaban justicia; los que, estando en el poder, sostenían
posiciones liberales; quienes conocieron a Orlando; los religiosos que, lamentándose,
decían que se había cometido un grave pecado, todos ellos, como una sola voz, dijeron a
Ralph Stavins y a mí que estábamos absolutamente locos exigiendo una investigación de
estos asesinatos. Todos tenían diferentes razones, pero coincidieron al opinar que sólo
obtendríamos más dolor y sufrimientos con nuestros esfuerzos. Sólo Isabel Letelier no hizo
objeciones. No era optimista en relación a nuestras posibilidades de éxito, pero no estuvo
en desacuerdo con nuestros planes. Era todo lo que necesitábamos, e ignoramos al resto
porque no nos gustaban sus consejos. Teníamos razones éticas y políticas. Sentíamos que
debíamos perseguir a los asesinos en la forma que pudiéramos.

EL GOBIERNO MILITAR chileno dio a conocer su "versión" a través de El Mercurio. El


23 de septiembre, una fuente no identificada, desde Washington, sostuvo que Letelier y sus
dos amigos estaban a punto de lanzar una bomba a la Embajada de Chile, cuando se
produjo la explosión.

Oficialmente, el Ministerio de Relaciones Exteriores condenó el asesinato como un


"lamentable e injustificado acto de terrorismo". Agregaba: "Para cualquier persona normal,
está claro que lo sucedido sólo puede dañar al gobierno chileno, ya que de inmediato se
convierte en parte de la campaña propagandística de la Unión Soviética en contra nuestra".

El Mercurio encabezó la noticia del sepelio de Letelier en Washington como "extremismo


norteamericano en el funeral de Letelier". En un editorial, pocos días más tarde, el
periódico señaló que Letelier había estado durante varios meses en una cárcel chilena y que
si Chile lo hubiese querido muerto, "había habido tiempo suficiente como para llevar a cabo
el hecho en nuestro territorio, sin notoriedad y con absoluta impunidad".

Otra noticia, procedente de DINACOS, la oficina de prensa de la Presidencia, señaló que el


asesinato del "señor Carlos Prats y su esposa" y el atentado a Bernardo Leighton, también
se produjeron durante la realización de la asamblea general de la ONU, y que el ataque a
Leighton se realizó el mismo día en que el Ministro de Relaciones Exteriores de Chile se
dirigía a la asamblea. "En vista de estos hechos", continuaba el comentario, "no cabe duda
de que no se trata de una coincidencia, sino de un frío y despiadado plan . .."

LOS ASESINATOS NO siempre unen a amigos y parientes. La muerte de Letelier, más


que soslayar, puso de manifiesto algunas de las diferencias entre la izquierda chilena y la
norteamericana.

Isabel Letelier, aún con los ojos secos, se elevó desde su papel de viuda al de dirigente
político. Mientras permanecía en el servicio fúnebre Gawler de la Avenida Wisconsin,
donde estaba el cuerpo de Orlando, atendía llamadas telefónicas y telegramas de todas
partes del mundo; hacía de mediador, arbitro y conciliador en las discusiones políticas que
surgieron en relación a la organización de la ceremonia de los funerales. Con firmeza, a
través de mensajeros, por teléfono, personalmente, dejó establecido que en ese asunto era
ella la autoridad.

El domingo 26 de septiembre, varios miles de personas se reunieron en una placita, al sur


de Sheridan Circle. Muchos llevaban carteles con fotografías de Ronni y Orlando. Las
primeras palabras pronunciadas en público por Murray Karpen, tras conocer la noticia de la
muerte de Ronni, estaban impresas bajo el retrato de su hija: "Orlando Letelier luchaba
contra la junta chilena. Los acusó de cometer actos de barbarie. Y ellos, para probar que no
son bárbaros, lo asesinaron a él y a mi hija". Bajo el retrato de Letelier, estaba la cita de un
discurso que pronunciara once días antes de su muerte: "Nací chileno, soy chileno y moriré
como chileno. Ellos, los fascistas, nacieron traidores, viven como traidores y serán
recordados por siempre como traidores fascistas".

Encabezando la marcha, caminaban Isabel y Fabiola Letelier, Michael Moffitt, los Karpen
y otras tres mujeres, cuyos seres más queridos habían caído víctimas de la junta: Hortensia
Bussi, viuda de Salvador Allende; Isabel, hija de Allende; Moy Tohá, viuda de José Tohá.

Los cuatro hijos de Letelier y los hermanos de Ronni caminaban junto a los senadores
George McGovern y James Abourezk, del ex senador Eugene McCarthy y los congresistas
George Miller, Tom Harkin, Pete Stark y John Brademas. Diplomáticos, exiliados,
burócratas, tecnócratas, académicos, trabajadores y gente de la calle, caminaban juntos, en
columnas de diez o más personas. Varios autobuses habían transportado gente desde otras
ciudades.

Un hombre de profunda voz, gritó:

-¡Compañero Orlando Letelier. ..!

-¡Presente! -respondió la multitud.

-¡Ahora . ..!

-¡Y siempre!
La consigna se repitió para Ronni, alternándose ambos nombres a paso lento y solemne.

Sólo quinientas personas pudieron entrar a la catedral, siendo cada una revisada
previamente en la puerta. La policía con sus perros ya había revisado el interior de la iglesia
y, entre la multitud, se introdujeron policías de civil.

El senador McGovern dijo desde el pulpito: "Si Orlando Letelier debió morir a los cuarenta
y cuatro años y la querida Ronni Moffitt debió morir a los veinticinco a causa del poder
desenfrenado de un loco, quiere decir que no hay seguridad para ninguno de nosotros".

Controlando su dolor, el miembro del Consejo del IEP, abogado Peter Weiss, habló de
Ronni Moffitt, "quien compartía las ideas /de Orlando/, su amistad y total dedicación, pero
no supo que esto la convertía en un soldado y que Washington, D.C. se había tornado un
campo de batalla". Weiss prometió a nombre personal y del IEP "poner a los asesinos de la
DINA, a sus protectores y colaboradores de todo el mundo al descubierto, sin piedad y
liberar al amado Chile /de Orlando/ de la tiranía fascista".

Hortensia Bussi, con una fiereza increíble que emanaba de su débil voz, declaró: "La junta
se equivoca si piensa que asesinando a los dirigentes populares cada septiembre logrará
quebrar el deseo de resistir hasta el final la batalla del pueblo chileno".

Dentro de la iglesia reinó un silencio sepulcral cuando Michael Moffitt se levantó para
hablar: "Se me hace difícil seguir adelante sin mi esposa", comenzó tranquilamente, "Ronni
nos ha enseñado que ninguno de nosotros puede aislarse del mundo . . . Si el propósito de la
junta es silenciar las voces que piden un Chile libre y que aman la paz en todas partes, no
han silenciado esas voces, cientos de veces las han multiplicado".

El obispo James Rausch terminó la ceremonia hablando de Orlando como una de esas
voces "decididas a exigir la liberación de los cautivos y la libertad de los oprimidos". Bajó
del altar y, en medio del profundo silencio, subió Joan Baez, quien, sin acompañamiento,
empezó a cantar "Gracias a la Vida". Y, al fin, las lágrimas inundaron los ojos de Isabel.

INVITADOS POR EL Presidente Carlos Andrés Pérez y por el Gobernador de Caracas,


Diego Arias, Isabel y sus hijos salieron a Venezuela, para sepultar en suelo latinoamericano
a Orlando Letelier. Largas filas de gente llenaron el camino hacia el cementerio. Isabel
había trabajado con empeño para lograr que en dos capitales se hicieran actos políticos, y lo
había logrado. Miles de ciudadanos en Estados Unidos y en Latinoamérica habían
respondido al asesinato con su pública protesta, demostrando su solidaridad con la causa de
Chile. En otras ciudades y con la organización de exiliados chilenos y grupos locales de
solidaridad con Chile, también demostraron a la junta que los asesinatos de Letelier y
Moffitt habían provocado la indignación internacional.

Para los exiliados chilenos que manifestaban, los gritos y consignas también escondían el
visceral temor que germinaba en su interior con cada nueva muerte, con cada noticia de
torturas, con cada detención nocturna. Una sensación de derrota y fracaso los desgarraba.
Las conclusiones a que se vieron obligados a llegar con el asesinato de Letelier, conducía
incluso a los más modestos de los exiliados de la Unidad Popular a un pensamiento
aterrador: lo mismo podía ocurrir a cualquiera que se convirtiera en público símbolo de la
resistencia a Pinochet y su gobierno.

Para quienes apoyaban la causa de Chile en los Estados Unidos, el asesinato de Letelier
significó que su propia patria ya no estaba fuera de los límites del terrorismo promovido
por la dictadura de Pinochet. De la muerte de Ronni Moffitt, cualquiera habría podido
decir: "Pude haber sido yo". Cada uno de los cientos de amigos de Orlando y Ronni, de sus
colegas, se habían rozado personalmente con la muerte.

La explosión siguió entorpeciendo las vidas de todos los que estaban cercanos, destruyendo
el mito de seguridad. "Después de lo ocurrido, parecía que el mal acechaba en todas
partes", señaló una mujer que presenció lo que ella pensó era una terrible demolición en el
camino a su trabajo el 21 de septiembre. Una hora más tarde, descubrió que en ello estaban
envueltos tres de sus amigos y que no había sido un accidente. "Nunca necesité más apoyo
que en los días que siguieron; pero me sentí demasiado vulnerable como para acercarme . ..
Todos tratamos de ayudarnos mutuamente, pero ese sentido de solidaridad que se tiene con
los amigos se había olvidado. Recapitulando, puede verse que eso fue el efecto del
terrorismo ... Por primera vez lo conocimos en carne propia".

Las acciones rutinarias, como la de conducir un automóvil, se tornaron traumáticas. La


explosión desafió el concepto mismo de "mi auto" o "mi casa", con una implicación no sólo
de posesión, sino de amparo y seguridad. Los lugares familiares se volvieron siniestros; los
rostros desapercibidos de tanto verlos, se convirtieron en sospechosos.

La confusión se extendió a los directores del IEP. ¿Quién era el encargado de qué área?
Raskin, Barnet y Landau trataron de decidir qué hacer, en quién creer y cómo delegar el
trabajo adicional. Nadie sabía, nadie podía haber sabido lo que puede hacer una bomba,
antes de que estalle. El terrorismo era algo que leíamos en los diarios y veíamos en el cine.

Algunos miembros del IEP comenzaron a objetar la presencia de chilenos en el instituto,


identificando en ellos el objeto que había atraído la violencia por primera vez en los catorce
años de existencia del organismo. Uno de ellos habló enojado acerca de que la dirección del
IEP había "firmado por nosotros un viaje a la muerte, sin consultar". Algunas de estas
mismas personas habían arriesgado sus vidas en el movimiento por los derechos humanos
en el sur, enfrentando armados a los Consejos de Ciudadanos Blancos, a los KKK y a los
corruptos alcaldes. Pero incluso el odioso y asesino piquete de racistas sureños, quedaban
pálidos ante la explosión del automóvil en la Calle de las Embajadas. Un acto de terrorismo
dirigido por un gobierno en el poder significa una audacia brutal que pocos se sienten
capaces de enfrentar.

En un primer momento, los asesinos habían tenido éxito.

Notas:
1. Por una cruel coincidencia, en el momento justo en que se realizaba la traducción de este conmovedor
capítulo, en el noticiero matutino de Radio UNAM, en la ciudad de México, se dio lectura a la noticia que
sigue: "Santiago de Chile. El día de ayer, 29 de octubre de 1981, el gobierno chileno cerró definitivamente el
caso del asesinato de Orlando Letelier, negándose a realizar una nueva investigación, solicitada por los
familiares del ex Canciller Orlando Letelier, de los antecedentes de los militares chilenos implicados en el
crimen". (N. del T.)

2. Silbert y Campbell se habían desempeñado como fiscales en la investigación y juicio del escándalo de
Watergate. El tercer fiscal de Watergate, Seymour Glanzer, dedicado a la práctica profesional privada, en
1978 fue contratado para representar a Michael Townley.

3. Tipo de explosivo. (N. del T.)

IX

LA INVESTIGACIÓN

EN LA TARDE del día del asesinato, Eugene Propper regresó a su oficina en el


cuarto piso del edificio de la Corte del Distrito de Estados Unidos y llamó al capitán
Joe O'Brien, jefe de la División de Homicidios de la policía metropolitana. Supuso
que los asesinatos de Letelier y Moffitt, igual que las decenas de otros crímenes
que había manejado, robos, secuestros, homicidios, fraudes y casos de drogas,
caían bajo la jurisdicción de la policía del distrito de Columbia.

El capitán O'Brien le hizo un rápido y acucioso detalle de las circunstancias que


rodearon el crimen, recogidas gracias a los informes radiales entregados por los
oficiales desde el escenario mismo de los hechos. No se había visto a nadie
abandonando el lugar. No había explicaciones para determinar quién o cómo
habían colocado la bomba. Él prometió enviar un informe escrito.

Hacia el atardecer, Propper empezó a darse cuenta de que el asesinato tenía


connotaciones internacionales y que el FBI debería participar en la investigación,
ya que Letelier, en su calidad de ex embajador chileno, caía dentro de un estatuto
federal especial que protege al personal diplomático. En la medida en que se
comunicaba con profesionales y amigos pertenecientes a agencias
gubernamentales de Washington, al ir dando lectura a los informes que
comenzaban a llegarle, una enloquecedora cacofonía de palabras zumbonas
empezó a asediarlo: comunistas, Allende, gobierno marxista, el papel de la CIA,
golpe militar, campos de concentración, derechos humanos, DINA, servicio de
inteligencia amistoso, IEP, ideología izquierdeante, simpatizantes comunistas,
asesinato político.

Habiendo perdido sólo un caso ante los tribunales, Gene Propper se había ganado
una reputación de impetuosa energía alimentada por la ambición, inteligencia
rápida y apasionada, instinto legal para resolver los problemas. Era impetuoso,
irreverente, ambicioso. Tenía casi un aspecto insolente, que lo salvaba de
aparecer arrogante gracias a su afabilidad espontánea. Fuera de los tribunales,
sazonaba su conversación con el uso de hipérboles y sarcasmo.

La pequeña, poco atractiva y convencionalmente pintada oficina de Propper, había


adquirido el aspecto de informalidad y desorden de la habitación de un estudiante.
Como contraste del decorado ofrecido por el mueble de archivo con cerradura de
combinación, instalado cerca de la puerta, sobre su escritorio, la pared estaba
cubierta de. caricaturas de Doonesbury y, encima del cesto de papeles, un cesto
de baloncesto de plástico, colgaba del muro.

Aunque por la barba y la motocicleta tenía una cierta imagen poco convencional,
Propper era un hombre apolítico que sólo ocasionalmente daba opiniones
ligeramente liberales acerca de los problemas raciales y las libertades civiles. La
Oficina de la Procuraduría de Washington, Estados Unidos, hacia la que
experimentaba una lealtad desenfadada, le proporcionaba la posibilidad de
ascender en su carrera, un deseo común de los abogados jóvenes, por el hecho
de que los casos importantes estaban relacionados tanto con las leyes federales
como con las locales. Este caso lo fascinó desde el primer momento. Estaba
furioso cuando vio las fotografías oficiales de la policía, tomadas a las dos
víctimas.

El 22 de septiembre, Propper tuvo una sesión de planificación de estrategias con


Joe O'Brien de la policía del distrito y con Carter Cornick, de la Oficina del FBI en
Washington. Propper comunicó a los investigadores que tomaría parte
directamente en la coordinación de la investigación. Elaboró un cuestionario con
las dos agencias de procedimiento legal que, amalgamando en Washington los
asuntos federales y locales, a menudo provocaba competencia entre ellas.

La palabra "asesinato" todavía no formaba parte del vocabulario oficial de la


investigación, pero O'Brien estuvo de acuerdo en ceder su lugar al FBI en el caso
de que comenzaran a predominar motivos políticos, o el caso se saliera de las
fronteras nacionales, donde la policía del distrito no tenía capacidad operativa.
Estableció que al mismo tiempo, el asesinato de Ronni Moffitt caía dentro de la
jurisdicción de la policía del distrito y su departamento proseguiría la investigación,
aunque manteniéndose en contacto con el FBI.

Cornick destacó que, teóricamente, cualquiera de las víctimas podría haber sido el
blanco y los motivos podrían haber sido pasionales. Habían sabido que Letelier
estuvo envuelto en un asunto sentimental y a raíz de ello estuvo separado de su
esposa. Tanto Ronni como Michael Moffitt tuvieron ex novios y novias que
deberían ser investigados. Letelier y Moffitt tenían cuentas bancadas y pólizas de
seguro que también era preciso investigar.

Los tres agentes, expertos en investigaciones criminales, siguieron el método


tradicional del "descarte". Todos ellos tenían sólo una vaga idea de la historia
reciente de Chile, pero lo que supieron en el curso de las primeras veinticuatro
horas después del asesinato, los convenció de la necesidad de informarse acerca
de esos acontecimientos, ya que éstos podrían llevarlos a la clave del caso.

Propper pidió libros y artículos acerca del gobierno de Allende. La CIA era una
presencia viva. Supo que la DINA, esa palabra repetida por Michael Moffitt y los
miembros del IEP, era la policía secreta, cuya fama de brutalidad le había valido a
Chile su condena por parte de la Comisión de los Derechos Humanos de la ONU
el año anterior. Leyó sobre el MIR, grupo de revolucionarios chilenos que
promovían la lucha armada; sobre la labor desempeñada por el Comité de la
Iglesia; sobre la participación de Estados Unidos en el derrocamiento del gobierno
de Allende; sobre el apoyo de la CIA a los grupos derechistas que asesinaron al
general Schneider. Propper concluyó que si la DINA u otra agencia chilena de
inteligencia estaba involucrada en el asesinato, como lo declaraban los colegas de
Letelier, la investigación estaría necesariamente relacionada con la CIA.

Propper presentó el caso a un gran jurado federal organizado para tal efecto. El
FBI comenzó un rastreo sistemático de sospechosos. La sección de
documentación investigó expedientes antiguos, dedicándose en especial a grupos
que, se sabía, usaban bombas. Desde la primera semana, la búsqueda se centró
en los grupos de cubanos exiliados que tenían historial terrorista. Pronto, en los
escritorios de Propper y Cornick comenzaron a acumularse gruesos expedientes y
memoranda.

Los primeros comentarios editoriales entregaron previsibles manifestaciones de


pesar, pero, contrariamente a lo usual, el conservador Washington Post apuntó un
dedo acusador hacia Chile y, de allí, al gobierno norteamericano:

Toda esta cadena de acontecimientos, por cierto, comenzó con la caída del
régimen de Allende, en cuyo debilitamiento Estados Unidos jugó un papel secreto.
En ello hay una lección que aprender, sólo si este país y sus dirigentes la
escuchan. En la medida en que nosotros interfiramos ilegalmente en los asuntos
políticos internos de otros países, asumimos la responsabilidad por sus
lamentables consecuencias.

Pero otra versión surgió también en los artículos y editoriales. Al comienzo


silenciada por respeto, se desarrolló la teoría de que extremistas de izquierda
habían matado a Letelier con el propósito de crear un mártir. En los últimos
meses, Chile había estado tratando de mejorar su imagen externa en relación a
los derechos humanos -según declaró el New York Times- por lo que era "difícil de
creer" que pudiera estar involucrado el gobierno chileno. El editorial formuló
abiertamente la pregunta de si el asesinato de Letelier había sido cometido "por el
gobierno de Chile o por los extremistas de izquierda, que no se detendrían ante
nada para lograr el descrédito" de la junta chilena.

Los más altos funcionarios del Departamento de Estado, en memoranda que


analizaban las posibles implicaciones del caso para la política norteamericana,
hacían énfasis en las fraternales relaciones entre Chile y Estados Unidos. Para la
mayoría de ellos, se excluía la posibilidad de que una agencia del gobierno militar
chileno hubiese perpetrado un acto de violencia en territorio norteamericano. Por
el contrario, los expertos en asuntos chilenos del Departamento de Estado
consideraban que el daño hecho al gobierno de Chile por el asesinato y las
acusaciones que establecían la participación en él de la DINA, sobrepasaba
cualquier posible beneficio que pudiera haberse obtenido con la eliminación de un
crítico como Letelier.

Un cable de la Agencia de Defensa de Inteligencia, del 28 de septiembre, decía:

Santiago había quitado su ciudadanía al ex embajador el 17 de septiembre (sic) y


se supo que realizaban investigaciones acerca de la naturaleza de sus
actividades, así como las actividades de su grupo.

... Es difícil echar la culpa a Santiago por varias razones. El poder de la DINA -
señalada como responsable- casi con certeza (un 80%), no llega hasta Estados
Unidos. La imagen de Chile sufrió un grave revés con el asesinato y esto es algo
que los autores del atentado deberían haber sabido y considerado con
anticipación. Más aún, el hecho se produjo, como dos atentados previos, durante
la reunión de la asamblea general de la ONU en Nueva York, un pésimo momento
para llevar a cabo un atentado por parte de Chile. Este país tratará de acallar la
ola de protestas, pero su posición en la ONU ya ha sido dañada
considerablemente. Tal vez el incidente nunca pueda ser explicado hasta sus
últimas consecuencias, ni se logre identificar a los asesinos, quedando así
insatisfechos los deseos de los críticos de Chile.

Se consideraba a los marxistas como los más probables sospechosos.


Asesinando a Letelier, creaban un mártir, una razón para atacar al gobierno
chileno. "Letelier ha dañado más a la junta muerto que vivo". Esa frase se convirtió
en la favorita del Departamento de Estado. La proximidad a la Embajada de Chile
de la explosión y el hecho de que el asesinato se produjera en la sesión de
apertura de la asamblea general de la ONU, se citaban como prueba de que el
gobierno chileno era una víctima y no el autor del crimen.

Durante la semana que siguió al asesinato, acudiendo a otras oficinas y agencias


del gobierno, conversando con representantes de la Embajada de Chile y de la
comunidad de chilenos pro juntistas de Washington, Propper escuchó una y otra
vez la teoría del mártir. Algunos de los ex colegas de Letelier en el Banco
Interamericano de Desarrollo incluso contaron anécdotas que reflejaban la
animosidad de la izquierda en su contra.

El agente especial del FBI, Cárter Cornick, escuchó los mismos rumores. Algunos
importantes oficiales del FBI se referían a Letelier y al IEP como "pro comunistas"
y "comunachos". Sugirieron a Cornick que dirigiera la investigación hacia la
izquierda norteamericana y los exiliados chilenos. Pero Cornick, a pesar de su
furioso anticomunismo, rechazó las insinuaciones.
Saul Landau y Ralph Stavins decidieron realizar una investigación independiente,
patrocinada por el IEP. Sentían necesaria su intervención para la conducción de la
investigación oficial, a fin de ponerla en la pista que condujera a la DINA. Más que
proveer pistas y claves, pretendían hacer entender a los investigadores de
Estados Unidos el contexto político del asesinato, delimitar la tenue línea divisoria
entre la cooperación con y la crítica hacia los esfuerzos de Estados Unidos.

Comenzamos con un conocimiento mucho más general que el del FBI. Sabíamos
lo que la DINA había hecho en el interior de Chile, por haber tenido contactos con
víctimas de la tortura y oído cientos de historias de detenciones, amenazas,
encarcelamientos y asesinatos, contadas directamente por las víctimas o sus
parientes. Las características de los ataques y amenazas contra los chilenos,
dentro y fuera del país, nos convencieron de que la DINA operaba también en el
extranjero.

Recortes de prensa e informaciones recogidas por los exiliados nos indicaban que,
tanto la prensa como la policía argentina, consideraban a la DINA sospechosa de
la explosión del automóvil y la consiguiente muerte de Carlos Prats y su esposa,
en el otoño de 1974; muchos periodistas europeos habían mencionado a la DINA
como el principal sospechoso en el casi fatal atentado sufrido en Roma por
Bernardo Leighton y su esposa, en octubre de 1975. Otras fuentes de información
aludían a las acciones de la DINA contra dirigentes importantes de la Unidad
Popular y la Democracia Cristiana en Costa Rica y varios países europeos. Por
todo esto, nos sentíamos seguros al formular nuestras acusaciones. Dejamos
abierta la posibilidad de que un grupo paramilitar como Patria y Libertad, o un
servicio de inteligencia rival, de la Fuerza Aérea o de la Marina, también pudieran
haber tenido razones o capacidad para matar a Letelier en suelo extranjero. Pero
en virtud de las conversaciones con ex militares chilenos acerca de la rígida
estructura vertical de las fuerzas armadas, no nos cabían dudas de que Pinochet
mismo debería haber sabido y autorizado un hecho como ese.

Yo había estado con Carter Cornick la noche del asesinato, en casa de Isabel
Letelier. Cuando le insistimos que uno de nosotros o un abogado estuviera
presente en las entrevistas del FBI con cualquiera de nuestros funcionarios,
Cornick se molestó. ¡De ninguna manera! Eso va en contra de cualquier
procedimiento. Fuimos inflexibles y lo acusamos de haber grabado personalmente
nuestras conversaciones telefónicas, violado la correspondencia, hurgado nuestra
basura. Movió la cabeza confundido. "No sé nada de eso", dijo, "pero le diré una
sola cosa. En este caso, estamos del mismo lado". Le exigimos nos explicara lo
que acababa de decir. Me miró directamente a los ojos: "Saul (tuve que pensar si
ofenderme o no por la libertad que se había tomado al llamarme por mi nombre),
quiero agarrar a quienes hicieron esto. Los quiero a todos. Y puedo prometerle
que llegaremos hasta donde sea preciso para lograrlo". Tenía el nudo corrido de la
corbata y un mechón de pelo le caía sobre la frente. Frunció los labios para
enfatizar su determinación. Juró no tener conexiones con nada de lo ocurrido en el
pasado entre el IEP y el FBI, que él no era sino un investigador criminal asignado
al caso. Le creí.
No podía proyectar mi idea preconcebida acerca del FBI como un símbolo y
personificación del perseguidor en la persona concreta de Cárter Cornick.
Respondió a nuestras preguntas acerca de lo que se sabía del caso, la mayoría de
las veces con un "no sé", y accedió a que una persona del IEP estuviera en la
puerta de la sala de entrevistas, en el caso de que el entrevistado considerara que
los agentes del FBI estaban haciendo preguntas no pertinentes. Mientras Cornick
hablaba acerca del horror del crimen cometido, ya no veía ante mí la imagen de J.
Edgar Hoover y su maquinaria, sino que vi y escuché a un hombre que pensé era
un policía honesto.

En Miami y Nueva York, movimos recursos para investigar dos cosas: individuos y
grupos de cubanos exiliados con conexiones claras y abiertas con Chile, y
exiliados cubanos con historial terrorista. Era importante mantener relaciones
estrechas y cordiales con Eugene Propper, de modo que sosteníamos largas
conversaciones telefónicas con él, visitábamos su siempre atestada oficina y, en lo
posible, tratábamos de saber siempre dónde se encontraba. Le entregamos la
información que recibimos de nuestras propias fuentes, dándole a conocer
nuestras teorías. Aprendimos a ser persistentes, haciendo caso omiso de su
indiferencia manifiesta ante nuestras informaciones. Nuestra estrategia de
cooperación se encontró con otro problema. Supusimos que todos los contactos
entre los terroristas exiliados cubanos y Chile eran del conocimiento de la CIA, si
es que no contaban con su bendición. Si la CIA había penetrado en la DINA,
poseyendo también conocimientos fundamentales de las operaciones terroristas
de derecha, lo más probable era que hubiera sido advertida del asesinato Letelier-
Moffitt. Si lo supieron con antelación, lo habrían impedido. ¿Por qué? Era lógico
que la CIA no permitiera un asesinato con esas características en el corazón de
Washington, D.C. Si lo sabían, no era probable que el FBI la acusara. Por eso,
¿podríamos confiar en que el FBI resolvería el caso? Nuestra única respuesta era
obvia: oficialmente, el gobierno de Estados Unidos no podía permitir que actos
como el asesinato Letelier-Moffitt se produjeran, ni menos en Washington, incluso
si estaban involucrados elementos renegados de la CIA. Pero, ¿estaría dispuesto
el FBI a inmiscuirse en el aparato de seguridad nacional, que nosotros
suponíamos ya sabía quién había realizado el crimen? Si el FBI contaba con el
apoyo del Congreso y, al mismo tiempo, sufría la presión de la prensa y la opinión
pública, podríamos tener esperanzas. Decidimos jugarnos el todo por el todo y
ayudamos a promover ese apoyo y la presión.

El FBI dio un carácter de "especial" a la investigación, codificándola como


CHILBOM. Ese status proporcionó a Cornick y a Propper la autoridad y el
presupuesto necesarios para ordenar la acción inmediata de cientos de agentes
del FBI en todo Estados Unidos. Los primeros informes de laboratorio llegaron al
escritorio de Propper cuando los expertos comenzaron la tediosa operación de
examinar y analizar los restos del automóvil de Letelier y el contenido de las
bolsas plásticas, con restos recogidos en Sheridan Circle. Los medios de
comunicación exigían noticias sobre los avances en la identificación del tipo de
bomba utilizado y el método de detonación. Propper y Cornick impusieron un
secreto más estricto del acostumbrado, rehusándose a dar informaciones y a
hacer comentarios.

Por fin, los expertos concluyeron que la bomba que mató a Letelier y a Ronni
Moffitt era obra de un eficiente y experimentado técnico, no de un aficionado en la
materia. El asesino había acomodado la carga -TNT o plástico- de manera que su
fuerza estallara hacia arriba, asegurando que Letelier, el conductor, recibiera su
máximo efecto. Consideraron que Ronni Moffitt no era el blanco buscado, sino la
víctima accidental de los trozos de metralla. Los investigadores no encontraron
restos de fusibles convencionales o equipo de detonación, pero identificaron
trozos de baterías del tipo Radio Shack y retorcidas agujas metálicas. Los
laboratoristas del FBI llegaron a la conclusión de que era muy probable que una
señal de control remoto hubiera activado la bomba, consistente en algún tipo de
aparato de radio. Un minutero y la caja de un reloj de bolsillo, encontrados en el
área, engañaron al comienzo a los investigadores, pero puesto que la carátula del
reloj casi no había sido dañada por la explosión, no podía tratarse de una parte de
la bomba. Alguien relacionado con la investigación informó del hallazgo de las
piezas de reloj al Washington Post, interpretando que la bomba utilizada era un
"aparato de tiempo relativamente sencillo".

El artículo del Post del 25 de septiembre especificó que en ese momento la


investigación se centraba en los últimos días y horas de Letelier. Los agentes
esperaban que, como en la mayoría de casos de asesinato en los que la víctima
conoce a su agresor, la vida y actividades de Letelier proporcionarían las ocultas
respuestas para dilucidar el crimen. Dentro de un maletín "Samsonite" gris oscuro
encontrado en el automóvil casi intacto, con la sola excepción de una perforación
de metralla, los investigadores tuvieron acceso a documentos de trabajo de
Letelier, libretas de direcciones, calendarios, cartas, una cinta de grabación, un
antifaz protector para dormir y aspirinas. El contenido proporcionó una biografía
aproximada del último mes de Letelier vivo.

Cornick decidió que agentes del FBI entrevistaran a cada una de las personas que
aparecían en la libreta de direcciones. Durante días, numerosas personas
recibieron llamadas telefónicas y visitas de agentes del FBI. Algunos de ellos,
aplicando los métodos aprendidos en el periodo de J. Edgar Hoover del FBI,
trataron de encontrar pruebas de actividades de izquierda y contactos. Muchos
dejaron suponer que la izquierda tenía alguna razón en particular para matar a
Letelier.

Una de las primeras diligencias de Cornick en la investigación fue ponerse en


contacto con un funcionario del Servicio de Inmigración y Naturalización de
Estados Unidos (INS), cuyas oficinas estaban en las calles 4a. e I, a corta
distancia de la sede del FBI. Cornick pensó que, si extremistas chilenos o agentes
de la policía secreta habían entrado al país para matar a Letelier o ponerse con
otros para que realizaran el asesinato, sus nombres deberían aparecer en los
archivos computarizados del INS, que registra a todos los extranjeros que
ingresan al país. El INS preparó una lista sacada de los registros, con casi mil
nombres de chilenos que ingresaron o dejaron Estados Unidos entre el 2 y el 22
de septiembre, así como de pasajeros no chilenos que habían viajado desde Chile
a Estados Unidos. Cornick asignó algunos agentes para que se dedicaran a
cotejar los nombres.

Los investigadores del IEP creyeron haber encontrado a los asesinos. Un


operador telefónico de un hotel de Nueva York había encontrado exiliados
chilenos con información sospechosa. Un hombre y una mujer chilenos se habían
registrado en el hotel a mediados de agosto; otros dos chilenos se reunieron con
ellos el 15 de septiembre. Los cuatro hicieron llamadas telefónicas a Chile y Costa
Rica y a un número en Washington, D.C., cinco días antes del asesinato; los
cuatro dejaron el hotel a las 3:27 a.m.

Una de las llamadas a Chile, según descubrieron los investigadores del IEP,
correspondía a una familia derechista cuyo hijo había estado involucrado en el
asesinato de Schneider. Uno de los chilenos, el oficial naval Hermán Ferrer,
sustentaba ideas de extrema derecha. Otro oficial de marina, Iván Petrovich,
estaba relacionado con la DINA, según declararon exiliados chilenos. El número
de personas, cuatro, coincidía con otra información sobre cuatro sospechosos
agentes de la DINA que llegaron en Lufthansa, si bien las fechas de ingreso no
coincidían. Las pistas del hotel también parecían concordar con la información de
la sirvienta de la casa de Letelier de que el día del asesinato había visto a tres
hombres y una mujer en un automóvil estacionado frente a la casa.

El FBI prometió revisar esos datos. "Nada", dijo Cornick a Landau pocas semanas
más tarde. "Hay un sucio asunto relacionado con el hotel y la misión militar, pero
no tiene ninguna relación con la explosión".

EL AGENTE ESPECIAL del FBI, Robert Scherrer había cubierto el cono sur de
Sudamérica desde 1972. Su título de agregado legal en la embajada
norteamericana en Buenos Aires, para nadie era un secreto que "encubría" sus
antiguos trabajos como espía, cuando el FBI tenía una red de inteligencia en
Latinoamérica y tuvo la responsabilidad de asesorar allí la actividad pro nazi
durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora, habiendo la CIA suplantado al FBI en
sus operaciones de espionaje en el extranjero, la labor del agregado legal
consistía en descubrir tráfico de drogas y persecución de fugitivos. Pero Scherrer
hizo mucho más. Era un experto en inteligencia. Desde Buenos Aires, cubría toda
Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia, manteniendo lazos con la policía y
los servicios de inteligencia de cada uno de esos países. Se había propuesto
llegar a conocer a Manuel Contreras, de Chile.

Delgado, poco más de un metro setenta de estatura, cabello rojizo y acento suave,
por su apariencia, Scherrer reflejaba los orígenes irlandeses de su madre. Su
rigidez provenía de la inflexibilidad germánica del padre y de su formación en el
seno de una clase media católica de Brooklyn.
El FBI de J. Edgar Hoover lo contrató cuando tenía 18 años, dándole trabajo como
empleado de archivos y mandándolo a estudiar leyes a la Universidad Fordham.
Para Scherrer, el trabajo en el FBI era mucho más que eso, llegando a convertirse
casi en una vocación religiosa.

Después del asesinato, reunió los cables procedentes de Washington y se puso a


trabajar. Extraoficialmente, hizo preguntas en los servicios de inteligencia militar
de Argentina. En el lapso de una semana, obtuvo sus frutos. Un soplón fue a
visitarlo, diciéndole estar seguro de que la muerte de Letelier era el resultado de
una "salvaje Operación Cóndor".

"Esos lunáticos de Santiago van a arruinarlo todo. Esto nos dañará


tremendamente. Si usted me habla del MIR, los tupamaros, de basura de ese tipo,
estoy de acuerdo. No me importa. Pero la otra basura, eso de salir fuera, a Europa
y a otros países, es un mal negocio. Cóndor era un proyecto bueno y esto lo
arruinará".

La fuente, un veterano agente de inteligencia, tenía que ver con la tortura y el


asesinato como con el pan de cada día. Scherrer conocía la situación del tipo y
sabía que le daba acceso a información valiosísima. El agente habló a Scherrer
con enojo, pero la apariencia de Scherrer siguió siendo tranquila. Lo exprimió,
saboreando una de esas escasas experiencias, esos momentos de intimidad en el
trabajo de inteligencia, cuando un agente pasa a otro información candente e
importante.

¡De modo que la llamaban Cóndor! Scherrer le dijo haber escuchado


informaciones vagas sobre intercambio de datos secretos y acerca de un
computador instalado en Santiago. Esa es sólo la "fase uno", contestó la fuente, el
intercambio y almacenamiento de datos sobre terroristas marxistas. El propósito
real de Cóndor son las "fases dos y tres". La fuente de Scherrer dijo haber oído
que las operaciones de la "fase tres" estaban en estudio para realizarse en
Portugal y en Francia, pero él no había sabido de ningún asesinato contemplado
aún en la "fase tres". Dijo tener razones para creer que Letelier pudo haber sido la
primera víctima.

Scherrer escuchaba, almacenando la información para recordarla posteriormente.


Hizo otras averiguaciones. El 28 de septiembre, una semana después del
asesinato de Letelier, envió a Washington su informe supersecreto.

ASUNTO: Operación Cóndor


posible relación con el asesinato de Letelier.

Operación Cóndor es el nombre en clave para la recolección, intercambio y


almacenamiento de datos de inteligencia relacionados con la izquierda, los
comunistas y marxistas, que se han establecido recientemente entre los servicios
participantes de Sudamérica con el fin de eliminar a los terroristas marxistas y sus
acciones en la zona. Además, la Operación Cóndor promueve operativos
conjuntos contra blancos terroristas en los países miembros ... Chile es el centro
de la Operación Cóndor que, además, incluye a Argentina, Bolivia, Paraguay y
Uruguay. También Brasil ha aceptado, supuestamente, entregar información a la
Operación Cóndor.

Una tercera y la más secreta fase de la Operación Cóndor incluye la formación de


equipos especiales de los países miembros para viajar a cualquier parte del
mundo, hacia países que no son miembros, llevando a cabo sanciones /que
incluyen/ el asesinato, contra terroristas o colaboradores de grupos terroristas
pertenecientes a los países miembros de la Operación Cóndor. Por ejemplo, un
terrorista o un partidario de una organización terrorista de un país miembro puede
estar en Europa. Se envía un equipo especial de la Operación Cóndor para
localizar y vigilar al blanco. Cuando termina la operación de localización y
vigilancia, se envía un segundo equipo de la Operación Cóndor para que lleve a
cabo el castigo preestablecido contra ese blanco.

Teóricamente, un país puede otorgar documentación falsa para el equipo de


asesinos que estará integrado por agentes de distintos países. Scherrer concluyó
que el asesinato de Letelier "puede haber constituido la tercera fase de la
Operación Cóndor".

Scherrer supo que Manuel Contreras -"Cóndor Uno"- había ideado y promovido la
creación de la operación, la que había entrado en funciones a fines de 1975. En su
etapa de formación, Chile había aportado la mayor parte del financiamiento,
realizando una serie de reuniones organizativas en Santiago, a expensas de la
DINA. También Chile proporcionó el elaborado sistema computarizado y fungía
como centro de operaciones.

El propósito de Cóndor era prevenir que los dirigentes de la resistencia izquierdista


de un país se refugiaran en otro. Los miembros de los servicios de inteligencia de
Cóndor tenían autorización para ejecutar a los izquierdistas sospechosos de
cualquier país perteneciente a la organización. Según se solicitara, los
izquierdistas detenidos en un país, podían ser llevados secretamente a su país de
origen para ser interrogados y ejecutados. (1)

EN LA PRIMERA semana después del asesinato, Cornick realizó la


desacostumbrada gestión de telegrafiar a todas las oficinas de su dependencia
para solicitar la opinión de los agentes y analistas acerca de "dónde debería
investigar". Los agentes en Nueva York, Nueva Jersey y Miami pusieron a trabajar
la red de sus soplones y dieron a conocer a Cornick lo que "en la calle" se decía
sobre el asesinato. Los señuelos y soplones proporcionaron un cuadro bastante
coherente. Apuntaban hacia los grupos de exiliados cubanos y a uno de ellos en
particular, el Movimiento Nacionalista Cubano. Algunos de los soplones señalaron
haber oído que Guillermo e Ignacio Novo estaban involucrados.

Los agentes que escarbaban entre sus archivos y en su memoria descubrieron un


incidente de colaboración probable Chile-exiliados cubanos en el intento de
asesinato de Bernardo Leighton en Roma, en 1975. "Cero" había mandado
comunicados a los medios de prensa de Miami, atribuyéndose el atentado a
Leighton y su esposa, y el asesinato del exiliado cubano Rolando Masferrer.
Ambos hechos habían ocurrido en octubre de 1975. El FBI dio crédito a lo que
afirmaba "Cero", debido a que entregaba detalles del atentado que sólo sus
autores podían conocer. Una poderosa bomba colocada bajo el automóvil de
Masferrer, le había volado las piernas. La bomba tenía un poder similar y había
sido colocada igual a la que mató a Letelier y Ronni Moffitt. En base a los archivos,
Cornick y sus hombres concluyeron que el atentado a Leighton había sido
producto de un "contrato" con el gobierno militar chileno, en el que "Cero" habría
servido como "fusil alquilado por Chile". La mejor información que tenía el FBI era
que "Cero" correspondía al nombre utilizado por el Movimiento Nacionalista
Cubano en actos de terrorismo y que entre sus miembros estaba el jefe del MNC
Guillermo Novo, su hermano Ignacio y un disidente del ejército revolucionario
cubano, José Dionisio Suárez, que se había ganado los apodos de "El Cepillo" y
"Charco de Sangre", gracias a su trabajo como asesino desde la victoria
revolucionaria.

DOS SEMANAS DESPUÉS del asesinato, se hizo evidente que éste no se


resolvería rápidamente. En informes enviados a la Oficina del Procurador General,
Edward Levi, Propper señalaba que el FBI había reducido su investigación a
móviles políticos y que el caso traspasaría las fronteras de los Estados Unidos.
Alrededor del 2 de octubre, informó a sus superiores que el FBI tenía pistas no
confirmadas que apuntaban hacia la DINA u otra agencia de inteligencia chilena.
En el cuadro de la administración oficial de Chile, no tenía lugar la suposición de
que el régimen de Pinochet hubiera instigado el asesinato y los "voceros" oficiales
tuvieron buen cuidado de no relacionar públicamente a ambos. Pero tras
bambalinas, sin embargo, tenía que encararse el problema, presionando por una
investigación que pudiera comprobar qué papel había desempeñado Chile en el
crimen. Y había un segundo problema: ¿colaboraría la CIA en la investigación? Y,
si lo hacía, ¿hasta qué punto?

El Procurador General Levi consideró que cualquier esfuerzo por resolver este
sangriento crimen sería un importante primer paso para restañar las heridas
profundas dejadas por Watergate y Vietnam. Ayudaría a restablecer la fe de la
opinión pública en la burocracia del gobierno, advirtió Levi, si todas las agencias
gubernamentales trabajaban juntas y con eficiencia en la solución del caso.

El Departamento de Justicia y la CIA lucharon por definir formas de trabajo


conjunto aceptables para ambos. Lo que necesitaba el Departameno de Justicia
convergía en un mismo punto con lo que la CIA tenía: la información que en el
caso se obtuviera llegaría hasta la corte, hasta el juicio público.

La CIA exigía la protección de la información que pudiera revelar "fuentes y


métodos". Más aún, una reciente orden ejecutiva surgida de las investigaciones
senatoriales sobre los abusos cometidos por la CIA, prohibía a la institución
dedicarse a asuntos de "inteligencia doméstica". La prohibición se hacía extensiva
en los casos de inteligencia extranjera cuya información pudiera ser usada en
casos criminales domésticos. La CIA estaba ligada al FBI, habiendo desaparecido
la amarga rivalidad de la época de J. Edgar Hoover; sin embargo, asumió la
posición de que sus asuntos eran la inteligencia y no los procesos legales.
Además, sostuvo que si las centrales latinoamericanas entregaban información
sobre el asunto Letelier y ésta se daba a la publicidad, las relaciones con todos los
servicios de inteligencia latinoamericanos se lesionarían.

Finalmente, la CIA sería considerada sospechosa de haber cooperado porque, en


el peor de los casos, la investigación podía revelar que algunos miembros de la
CIA habían trabajado en el pasado en Chile, estrechamente unidos a los que hoy
estaban involucrados en el crimen. El juicio contra esas personas traería
inevitablemente como resultado el desenmascaramiento de la información de
"seguridad nacional". Además, cualquier delincuente chileno podría chantajear a
Estados Unidos, amenazando con hablar de las actividades de la CIA en Chile.

El 4 de octubre, J. Stanley Pottinger, asistente del procurador general en derechos


civiles, y Eugene Propper se reunieron con el director de la CIA George Bush y
con el Consejero General de la CIA, Anthony Lapham, para encontrar una solución
al problema de la cooperación de la agencia. Bush señaló que ésta estaba
deseosa de colaborar, si Pottinger y Propper podían "resolver su problema" acerca
de la disposición ejecutiva que prohibía su participación en asuntos domésticos.
En el curso de las conversaciones salió a relucir el descubrimiento de Scherrer en
relación a la Operación Cóndor. Bush dijo que si el Procurador General Levi
solicitaba por escrito que la CIA iniciara la investigación de la Operación Cóndor,
ellos tendrían una solución para el "impasse" relacionado con la cooperación de la
agencia en el caso. Dijo que la existencia de un equipo terrorista internacional con
la capacidad de operar en suelo norteamericano constituía un asunto muy serio de
seguridad nacional y que entraba al terreno de competencia de la CIA. Consideró
que no habría problemas legales para entregar al FBI los resultados de esas
investigaciones realizadas por la CIA.

Durante los días siguientes, Pottinger arregló el asunto de la orden presidencial y,


con Propper, pulió los detalles para un acuerdo secreto circunscrito a la
cooperación entre el Departamento de Justicia y la CIA. Ésta entregaría
"relevante" información contenida en sus archivos, pero el Departamento de
Justicia no podría utilizar esa información en la corte, a menos que se obtuviera
independientemente de otra fuente. En el caso de que la investigación llevara a
una particular información entregada por la CIA, o a un testigo de la organización,
la decisión de utilizar esa información la tomaría el presidente.

Más que satisfecho, Propper estaba impresionado. Se había convertido en


miembro de un club muy especial. El correo de la CIA empezó a despachar al FBI,
y de allí a su oficina, montones de documentos calificados de ultra secretos. La
mayor parte del material se relacionaba con izquierdistas chilenos sospechosos de
actividades terroristas. Pero la CIA ocultó a Propper la información de que el
director adjunto Vernon Walters, pocas semanas antes del asesinato, supo acerca
de una misión secreta en Washington de dos oficiales de inteligencia chilenos que
usaban los nombres de Juan Williams y Alejandro Romeral. El director Bush había
recibido personalmente el cable del embajador Landau, informándole sobre el
proyectado viaje de los chilenos y había decidido con Walters qué decisión tomar.
Tampoco le dijeron a Propper que la CIA había recibido una llamada telefónica a
fines de agosto de 1976, informando acerca de la presencia en Washington de
Romeral y Williams. De acuerdo a una fuente bien informada, Bush no mencionó a
Walters, ni tampoco a Propper, acerca de los misteriosos agentes chilenos.

En lugar de entregar la información que poseía y que apuntaba hacia Chile, la CIA
se convirtió en defensora pública de la "teoría del mártir", haciendo evidente su
inocencia en el asesinato Letelier-Moffitt. En las semanas siguientes, el punto de
vista de la CIA sobre el caso se publicitó en los más importantes medios de
comunicación. La columna "Periscopio" del Newsweek del 11 de octubre decía:

Después de estudiar las investigaciones del FBI y de otras fuentes, la CIA ha


concluido que la policía secreta chilena no está involucrada en la muerte de
Orlando Letelier. . . La agencia llegó a esta conclusión debido a que la bomba era
demasiado burda como para ser resultado del trabajo de expertos, y porque el
asesinato, ocurrido mientras los dirigentes chilenos buscaban el apoyo de Estados
Unidos, sólo podía perjudicar al régimen de Santiago.

En un artículo encabezado con "LA IZQUIERDA ES SOSPECHOSA DE LA


ELIMINACIÓN DE LETELIER", el reportero del Washington Star Jeremiah O'Leary
escribió:

Los investigadores no descartan la posibilidad de que Letelier pueda haber sido


asesinado por extremistas de izquierda para crear un mártir, culpando a los
conspiradores de derecha. Varios funcionarios han señalado que la junta
derechista de Chile no tiene nada que ganar y todo que perder con el asesinato de
un dirigente socialista popular y pacífico, en el mismo momento en que los
problemas financieros de Chile están siendo revisados en Washington.

El 12 de octubre, el New York Times señalaba:

Los funcionarios de inteligencia /de la administración Ford/ dijeron que, tanto el


FBI como la Agencia Central de Inteligencia, sostienen la opinión de que está
descartado que el señor Letelier fuera asesinado por agentes de la junta militar
chilena. .. /Ellos/ dijeron tener entendido que la DINA estaba bajo el absoluto
control del general Augusto Pinochet y que asesinar al señor Letelier no podría
haber servido a los intereses de la junta. . . Los funcionarios de inteligencia
señalaron que se realizaba una investigación paralela, sosteniendo la tesis de que
el señor Letelier fue asesinado por extremistas de izquierda chilenos, como una
forma de entorpecer las relaciones entre Estados Unidos y la junta militar. . .

El 1º de noviembre, el Washington Post informaba:


Los agentes de la CIA dicen. .. creer que los operativos de la actual junta militar
chilena no tuvieron participación en el asesinato de Letelier. De acuerdo a fuentes
bien informadas, el director de la CIA, Bush, expresó este punto de vista en una
conversación sostenida la semana pasada con el secretario de Estado Kissinger.
Las evidencias con que la CIA ha contado para sostener esta conclusión inicial no
fueron reveladas.

Notas:

1. La mayoría de los ejemplos de los operativos Cóndor, correspondían a la fase dos, o a


operativos de dos países. Incluían la detención del dirigente chileno del MIR Edgardo Enríquez en
Uruguay, en abril de 1976 y su posterior ejecución secreta en Chile; el asesinato en Argentina del
ex Presidente de Bolivia, Juan José Torres, en junio de 1976; el asesinato de dos parlamentarios
uruguayos en Argentina, a fines de 1976. La CIA, posteriormente, declaró a un comité investigador
del Senado que había descabezado operaciones de Cóndor en Portugal y en Francia, informando
de ello a las autoridades pertinentes.

DOS NOMBRES EN LOS EXPEDIENTES

APENAS PASADA LA 1:00 p.m., del 6 de octubre, un DC-8 de Cubana de


Aviación despegó del aeropuerto Seawell de Barbados con destino a Kingston y
La Habana. Una vez por semana, el vuelo 455 de Cubana hacía el trayecto entre
La Habana y Georgetown, en Guyana, con escalas en Trinidad-Tobago, Barbados
y Jamaica. Los vuelos, iniciados en 1972, simbolizaban el quiebre del aislamiento
de Cuba de sus vecinos caribeños. Entre los setenta y tres pasajeros y la
tripulación, viajaban veinticuatro jóvenes del equipo de esgrima de Cuba,
celebrando sus medallas de oro ganadas en una competición realizada en
Venezuela pocos días antes.

Dos hombres que descendieron en Barbados dejaron dos paquetitos escondidos


en el avión. Uno de ellos llamó por teléfono a un hotel de Caracas, Venezuela. Un
empleado del hotel que escuchó la llamada, recordó posteriormente una frase
dicha en clave: "El autobús está lleno de perros".

A bordo del vuelo 455, el piloto encendió la señal de "no fumar", mientras el
aparato se elevaba en un día caribeño caluroso y tranquilo. En la torre de control
de Seawell, nueve minutos después del despegue, la voz del piloto de Cubana se
escuchó quebrada:

"ĄSeawell! ĄSeawell! CU-455. Tuvimos una explosión a bordo. Descendemos


rápidamente. .. Tenemos fuego a bordo... Petición para aterrizar de inmediato".
Los pasajeros, horrorizados, veían salir humo desde el piso hacia el exterior.
Luego, estalló una segunda bomba. "ĄCierra la puerta!", gritó el piloto a uno de los
miembros de la tripulación. "ĄEmergencia total!", comunicó a la torre de control.
Humos tóxicos penetraron a la cabina, la nariz del avión se inclinó y el DC-8, con
setenta y tres personas, se precipitó en el mar Caribe, a unas 8 millas de la costa.

No hubo sobrevivientes.

Hernán Ricardo y Freddy Lugo, los dos hombres que habían dejado el avión en
Barbados, regresaron a Trinidad en otro vuelo. Esa tarde, el Miami Herald recibió
un mensaje de un hombre con acento hispano que dijo representar a "El Cóndor" y
se adjudicó la explosión del avión en nombre del movimiento anticastrista. Otra
llamada, esta vez hecha por una mujer a una radioemisora de Miami, dijo que la
explosión la había realizado el CORU.

En Trinidad, Ricardo volvió a llamar a Caracas. Pedía instrucciones. Quien


respondió la llamada, en un semi código, le dijo creer que la línea estaba
intervenida. Efectivamente, lo estaba. Ricardo y Lugo fueron arrestados por la
policía trinitaria al día siguiente del atentado. Un taxista dio cuenta de la "sucia"
conversación, lo mismo que hizo en Caracas el empleado del hotel. Ricardo y
Lugo dijeron más tarde a los periodistas que la policía trinitaria los amenazó con
matarlos si no confesaban inmediatamente. Confesaron y rindieron su declaración
en la cual nombraron a Orlando Bosch y a Luis Posada Carrilles como integrantes
de la conspiración.

Las noticias del atentado desencadenaron una ola de informaciones de las


agencias policiales por todo el Caribe y Estados Unidos. Las piezas del
rompecabezas empezaron a caer. En Caracas, agentes del DISIP arrestaron a
Posada, veterano de Bahía Cochinos de 47 años, que había puesto en práctica el
entrenamiento recibido de la CIA en la policía secreta venezolana y
posteriormente había instalado su propia agencia de detectives. Luego DISIP
detuvo a Orlando Bosch, el número uno de los terroristas cubanos exiliados, una
especie de "Padrino".

Los investigadores del FBI de Washington que trabajaban en el caso Letelier,


entregaron a Jeremiah O'Leary, reportero del Washington Star, informaciones
exclusivas, que él publicó el 8 de octubre, diciendo que ellos también buscaban a
Orlando Bosch para interrogarlo en relación al asesinato de Leteiier. Bosch había
creado y organizado la CORU, un nuevo "grupo sombrilla", en el verano de 1976,
destinado a coordinar las actividades terroristas contra Fidel Castro. Sabía quién
había asesinado a Letelier y a Ronni Moffitt, dijeron los investigadores, y él mismo
podría estar involucrado en el crimen.

Ralph Stavins leyó las noticias sobre el atentado y, furioso, llegó a la oficina de
Landau, diciéndole: "ĄTe apuesto a que es el mismo grupo de exiliados cubanos!"
En el curso de los días siguientes, se comunicaron con los conocidos de Isabel
Letelier en Venezuela, la mayoría da ellos amigos de Orlando Bosch y la CORU,
según confirmaron los venezolanos, eran la misma cosa. Hicieron mención a una
misteriosa reunión realizada en Bonao, un refugio montañés en República
Dominicana.
Stavins y Landau pensaron que Bosch representaba la solución del caso. Un
periodista venezolano de El Nacional les comunicó que su periódico informaría
que Bosch mencionó a Guillermo e Ignacio Novo como los autores del atentado
Letelier-Moffitt. (1) Landau y Stavins llamaron a Propper para comunicarle sus
descubrimientos y recomendarle que saliera de inmediato a Venezuela para
interrogar a Bosch.

El 11 de octubre, el Departamento de Justicia de Estados Unidos solicitó


oficialmente que Venezuela permitiera interrogar a Bosch en relación al caso
Letelier. Los reporteros comenzaron a reunirse en Caracas, confiados en que
estaba a punto de descubrirse una de las más importantes historias de terrorismo
internacional.

Los investigadores del IEP, sintiéndose una sola y única cosa con los
investigadores oficiales, tal vez su vanguardia, reunieron un grueso expediente
sobre Orlando Bosch y lanzaron una suposición en el sentido de que era el
principal sospechoso en el asesinato de Letelier.

Tras gruesos anteojos que se le resbalaban de la nariz, Bosch tenía unos ojos
oscuros y penetrantes. Pediatra que, tras una corta participación en la lucha contra
Batista en el Frente del Escambray, se había instalado en Toledo, Ohio, Bosch
había renunciado a su carrera médica y, desde 1960 en adelante, se había
proyectado con una imagen del más combativo, el más duro, el más dedicado y
activo de los enemigos de Fidel Castro en el exilio. El aspecto vulnerable de su
infantil cara redonda, relajada aún más por sus gruesos y prominentes labios y un
bigotito juguetón, no concordaban con el estereotipo del terrorista moderno. Pero
Bosch se había ganado sus galardones terroristas en virtud de sus hazañas. En
1960, la CIA lo había llevado con sus compañeros a Everglades, sometiéndolo a
entrenamiento para la invasión de Bahía de Cochinos, según le dijeron. Pero la
agencia lo encontró demasiado salvaje, incontrolable e impredecible como para
incluirlo en su misión, y lo dejaron aislado en Florida, mientras los damas exiliados
desembarcaban en Playa Girón, Cuba, procedentes de Puerto Cabezas,
Nicaragua.

Cuando, en 1961, fracasó la invasión, Bosch atacó a la CIA, comunicando a los


gobiernos de Cuba y Estados Unidos que, en lo que a ti se refería, el terrorismo
auspiciado contra blancos cubanos desde el territorio norteamericano era un deber
moral y legal y que él usaría cualquier pretexto para realizar esa misión. "Tenemos
el derecho de trabajar por Cuba, aquí o en cualquier lugar del mundo. Si la CIA
violó las leyes y /John F./ Kennedy también las violó, żpor qué no podemos
nosotros hacer lo mismo?", preguntó a un entrevistador, en 1966. Durante un
breve periodo, Bosch trabajó en un hospital de Coral Cables, pero pronto el
director de la institución se dio cuenta de que estaba sirviendo a otros fines.
"Había llenado el hospital de explosivos", dijo un amigo de Bosch al Miami
Herald, después de ser éste despedido.
Hacia mediados de la década de los sesenta, Orlando Bosch había realizado una
serie de atentados y operativos comando contra el territorio cubano. La policía y
los guardacostas lo arrestaron varias veces, imputándole una serie de cargos. En
una ocasión, la policía encontró seis bombas antiaéreas en la maleta de su
automóvil. Trabajando con menos de una docena de devotos discípulos, Bosch
planificó grandiosos proyectos que requerían de mucho financiamiento. Pero rara
vez fracasaba en la obtención del dinero necesario, ya que los exiliados ricos no
podían decir que no a Orlando Bosch.

A mediados de 1967, el gobierno norteamericano se puso más selectivo con los


exiliados cubanos a los que permitía perpetrar ataques contra Cuba desde bases
norteamericanas. Bosch y su grupo no estaban entre los favorecidos por la CIA.
En el verano de 1967, la policía federal descubrió a Bosch y su grupo en el
momento en que se preparaban para lanzar una bomba a un carguero polaco
anclado en el puerto de Miami. No hubo resquicios legales o argumentos "tipo
CIA" que pudieran descalificar el testimonio de Ricardo Morales, soplón del FBI
que penetró el grupo de Bosch. El pediatra exiliado estuvo cuatro años en prisión.
Aún le faltaban seis de los diez años a que fue condenado, cuando salió en
libertad bajo fianza en 1972.

Bosch salió de prisión más furibundo y terrorista que nunca. Con la anuencia de
Henry Kissinger, Estados Unidos había firmado un tratado de no agresión con
Cuba, en 1973. Para Bosch, esto constituyó una clara evidencia de la traición de
Estados Unidos a la guerra santa contra Fidel Castro y comenzó a buscar
patrocinadores entre gobiernos antimarxistas más decididos, realizando una
peregrinación de dos años por Latinoamérica, violando con esto su libertad bajo
palabra.

A su nueva organización la llamó Acción Cubana y puso en movimiento una


campaña financiera para reunir $10 millones de dólares, tres de los cuales
estaban destinados a la contratación de asesinos para Fidel Castro y el resto, para
perpetrar atentados contra consulados y embajadas cubanos. Como blancos
especiales de su furor, destacó instituciones que simbolizaban un deshielo en la
guerra fría contra la Revolución Cubana. En noviembre de 1974 fue arrestado en
Caracas, acusado de dos atentados. El gobierno norteamericano, notificado de la
detención de Bosch, declinó el ofrecimiento venezolano de extradición para que
fuera a cumplir en Estados Unidos el resto de su condena.

Bosch se sentía como en casa en Venezuela y no deseaba salir de allí. Caracas


tenía una comunidad de exiliados cubanos grande y activa y varios veteranos de
Bahía de Cochinos habían encontrado trabajo en la policía secreta venezolana en
los años sesenta. Orlando García, amigo de Bosch, había sido nombrado director
del DISIP. Otro cubano, Rafael Rivas Vázquez, tenía el segundo lugar en la
institución. Luis Posada seguía siendo el jefe de operaciones de DISIP. El traidor
de Bosch en el pasado, y que nuevamente lo sería en el futuro, Ricardo "Mono"
Morales, era agente especial de DISIP. Todos ellos fueron entrenados por la CIA.
Los compinches de Bosch se disculpaban por haber tenido que arrestarlo, pero al
mismo tiempo le advirtieron que el clima político de Caracas no le permitiría
continuar con sus actividades anticastristas en Venezuela. Luego de ser liberado,
se dirigió a Curagao y, al poco tiempo, el 3 de diciembre, a Santiago de Chile.

Los investigadores del IEP tenían muchas sospechas pero pocos datos concretos
sobre la actividad de Bosch durante el año y medio de residencia en Chile. Landau
y Stavins leyeron que había conocido personalmente a Pinochet, señalándose que
durante su estadía en Chile se produjeron atentados contra las instalaciones
diplomáticas cubanas en los vecinos países de Perú y Argentina. De acuerdo
al Miami Herald, Bosch viajó con guardaespaldas chilenos a otros países
sudamericanos.

En febrero de 1976, Bosch nuevamente hizo planes. La policía costarricense lo


arrestó por haber complotado para matar a Henry Kissinger, que visitó Costa Rica
el 24 de febrero. El Ministro del Exterior costarricense, Gonzalo Facio, reveló que
Bosch había ingresado al país con un pasaporte oficial chileno, falso, a nombre de
Héctor Davanzo Cintolesi y que tenía una segunda misión, el asesinato del
dirigente chileno del MIR Andrés Pascal Allende y a su esposa Mary Anne
Beausire, quienes acababan de escapar de una cacería de la DINA en
Chile. (2) Nuevamente Estados Unidos se negó a custodiar a Bosch y encarcelarlo.
Dejó Costa Rica tras algunos días de detención e interrogatorios y, a fines de
marzo, se dirigió a la República Dominicana. Allí, durante varios meses, comenzó
a organizar una nueva coalición que acogiera la dura y larga rivalidad entre los
exiliados y canalizara su violencia colectiva hacia una nueva ofensiva anticastrista.

A comienzos de junio, en Miami se rumoreaba acerca de una gran convención de


importantes grupos de exiliados en Bonao, ciudad de descanso en las montañas
de la República Dominicana. Los reconocidos organizadores del encuentro fueron
Orlando Bosch y Frank Castro, cubano exiliado, casado con la hija de una
influyente familia dominicana. (3) La reunión terminó a mediados de junio con el
consenso para la acción y la formación de un nuevo grupo, el CORU, Comando de
Organizaciones Revolucionarias Unidas. (4)

En Miami se supo que el CORU contaba con una impresionante cantidad de


adherentes. Si bien se nombraba en primer lugar al grupo Acción Cubana de
Bosch, el CORU incluía a los jefes de la Brigada 2506, veteranos de Bahía de
Cochinos, el mayor y más respetado de los grupos de exiliados, con casi mil
miembros activos; el Frente Nacionalista de Liberación Cubana (FNLC) de Frank
Castro y el MNC de Felipe Rivero, grupos que declaraban contar con adherentes
de larga trayectoria militante.

El CORU se identificó con la Organización para la Liberación de Palestina,


indefinida ideológicamente, pero unida en el apoyo de tácticas terroristas
internacionales, con el fin de llamar la atención en su lucha por recobrar el
territorio. Los miembros del CORU adoptaron la estrategia del MNC: "guerra por
todos los caminos del mundo". Hasta Miami se filtraron informaciones de que
CORU había logrado un entendimiento "tácito" con las autoridades
norteamericanas. Algunos informantes señalaron que CORU había accedido a no
realizar actos de terrorismo en Estados Unidos; otros dijeron que este acuerdo
simplemente prohibía que CORU se atribuyera actos de terrorismo realizados en
Estados Unidos. No hubo discusión ante un hecho: el FBI había "vigilado" la
reunión, queriendo decir que sus soplones habían penetrado la asamblea y la
organización. Algunas fuentes en Miami dijeron que la reunión de Bonao y la
creación de CORU contaba con el activo apoyo de la CIA y con la aquiescencia
del FBI y que se le permitía operar para castigar a Fidel Castro por su política en
Angola, sin implicar directamente al gobierno norteamericano. (5)

Una ola de atentados, asesinatos y secuestros inundó Norte y Sudamérica, la


mayoría reconocidos por CORU como obras suyas, o identificados con sus
métodos. Hasta el 6 de octubre, los atentados habían costado la vida a tres
diplomáticos cubanos. Ese día, el bagaje del CORU aumentó a setenta y seis
muertos. (6)

Con Orlando Letelier y Ronni Moffitt, setenta y ocho personas habían muerto en
menos de cuatro meses.

EL PROCURADOR MICHAEL ligar, a petición de Isabel Letelier, Michael Moffitt y


el IEP, solicitó una entrevista con el Procurador General Edward Levi, a fin de
conversar acerca del estado de la investigación. La petición fue concedida el 21 de
octubre. Levi, entre Propper y Stanley Pottinger, asistente del procurador general
para los derechos civiles, expresó en nombre del gobierno su optimismo de que el
caso podría ser resuelto y opinó que las recientes informaciones de prensa que
exoneraban a la DINA eran poco serias y no se habían originado en el
Departamento de Justicia. Frente al procurador, Propper y Pottinger, se sentaban
Tigar, Isabel Letelier, Saúl Landau y el director adjunto del IEP, Markus Raskin.

Como en Watergate, dijo Tigar, la investigación debe estar bajo el control de un


fiscal especial. Además, agregó, ese fiscal especial debe tener la facultad de
acceder a los archivos de la CIA sobre Letelier, de la DINA y cualquier otra
persona u organización de importancia.

Tigar y Raskin manifestaron su temor de que, a raíz de la persecución que sufriera


el IEP en el pasado por parte del Departamento de Justicia, el FBI dirigiera la
investigación contra la izquierda. Expresaron que, tanto la vigilancia ilegal del FBI
y sus molestias contra el IEP, como la acción de la CIA contra el Gobierno de
Allende, viciarían la capacidad de investigación de estas agencias.

Levi, ex director de la escuela de leyes donde había estudiado Raskin, habló


lentamente, mostrando que elegía cuidadosamente cada una de sus palabras: "Mi
opinión es que el principal proceso de saneamiento para este país consistirá en
que las agencias regulares resuelvan casos como éste. Me horrorizaría si la
investigación se distorsionara. Pero hay restricciones para entregar información".
"Dado que esas agencias tienen motivos.. .", comenzó Tigar, pero Levi lo
interrumpió abruptamente: "En ese caso, estaremos especialmente atentos para
obtener información".

"En el asunto de los procedimientos.. .", recomenzó Tigar, tratando de exigir una
decisión sobre los emplazamientos relacionados con los archivos de la CIA.

"No puedo hacer emplazamientos basados en la información disponible hasta el


momento", replicó Levi.

La reunión parecía haber terminado, cuando habló Isabel Letelier.

"De acuerdo con el señor Propper, la idea de un crimen pasional ha sido


descartada, si bien él aún persiste en interrogarme sobre el asunto".

"Había una mujer en California. Sin embargo, no fue entrevistada por motivos de
salud", respondió Propper. "żY las averiguaciones sobre las cuentas bancarias?",
preguntó Tigar. "Usted las tiene en el maletín", interrumpió Isabel, agregando:
"żPor qué están interrogando a Maruja del Solar /tía de Letelier/?"

"Yo no puedo hacerme responsable de cada agente del FBI", dijo Propper.
"Tendrá el maletín en dos semanas más".

Mientras esperaban el elevador, casi en un susurro, Tigar dijo a Propper: "żPor


qué no un emplazamiento a la CIA?" En ese momento, sonó el timbre del
ascensor.

Propper miró a Tigar como un maestro que repite una lección supuestamente
conocida por el alumno desde hace mucho tiempo: "Si exijo un emplazamiento por
los archivos de la CIA y ellos no están de acuerdo, simplemente pueden afirmar no
tenerlos y, posteriormente, destruirlos". Los del IEP entraron al ascensor, diciendo
adiós a Propper.

AL DÍA SIGUIENTE, aunque no relacionado con la reunión del Departamento de


Justicia, un funcionario del Departamento de Estado llamó a la oficina de
relaciones del FBI, ofreciendo "algo que podría ser útil en la investigación del caso
Letelier". El relacionador escribió un memo subrayando la información: Hubo un
extraño incidente en Paraguay, hace unos meses, relacionado con dos oficiales
del ejército chileno llamados Juan Williams y Alejandro Romeral. Trataron de
obtener visas para entrar a Estados Unidos, utilizando pasaportes paraguayos. El
embajador norteamericano sospechó e hizo fotografiar los pasaportes, incluyendo
la página con la fotografía de los sujetos. Las visas fueron canceladas, pero los
dos individuos llegaron a Miami el 22 de agosto con visas diplomáticas tipo A-2 en
pasaportes oficiales chilenos. (7)
Cárter Cornick recibió el memo y, a los pocos días las copias de los pasaportes y
las fotografías, a través del correo del Departamento de Estado. Puso atención en
la descripción física de ambos individuos: Alejandro Romeral, cabello y ojos
oscuros; 1.74 metros de estatura; 26 años. Juan Williams, cabello rubio, ojos
azules; 1.89 metros de estatura: 34 años. Inmediatamente, buscó los nombres
Romeral Williams en la lista de la computadora del INS que había recibido hacía
varias semanas. Al no encontrar allí los nombres, ordenó a un agente reconfirmar
con el INS si había algún registro en sus archivos que comprobara la información
del Departamento de Estado. El INS contestó que su lista computarizada de las
formas I-94 que todos los extranjeros debían llenar y presentar a los oficiales de
inmigración al ingresar y salir del país, no registraban a Romeral y a Williams.
Luego, Cornick pidió a los agentes de la oficina de Miami que investigaran sobre la
presencia allí de los dos agentes chilenos sospechosos. Nuevamente dibujó un
blanco. Puso a un lado las fotografías y continuó asignando tareas aún no
realizadas y de mayor prioridad en el caso que las sospechas sobre los oficiales
chilenos de inteligencia.

EN SU INFANCIA, el juguete favorito de Larry Wack era un equipo de


dactiloscopia. Creció en Willingboro, Nueva Jersey y también era un fanático del
juego "policías y ladrones", en el que siempre quería hacer de policía. Cuando
tenía veinte años, escribió a J. Edgar Hoover, preguntándole cómo podía llegar a
ser agente del FBI. Hoover le respondió, diciéndole qué hacer, consejo que Wack
siguió. Después de graduarse en secundaria, en 1976, Wack fue a Washington,
obteniendo un trabajo administrativo en el cuartel general del FBI. En la
Universidad Americana, siguió cursos de criminología en sus horas libres.

Cuando en septiembre de 1975 se graduó en la academia del FBI, comenzó a


caminar con un balanceo fanfarrón y la cabeza muy derecha. Hablaba con la boca
torcida y a veces se dejaba abierta la chaqueta, para que se pudiera ver el bulto
de su pistola de servicio que le colgaba del cinturón. Wack tenía todo el aspecto
típico gringo: rubio, ojos azules y una suave cara infantil. Para completar esa
imagen, se dejó un bronco bigote rubio. En el trabajo, en la calle, Wack era rudo.
Había trabajado en la brigada contra bombas y terrorismo de la oficina de Nueva
York solamente durante seis meses y luego lo asignaron al caso del asesinato
Letelier-Moffitt, su primer caso importante.

El 11 de octubre, un hombre alto y de rostro anguloso, vestido en "blue jeans", se


acercó a Elizabeth Ryden en la Terminal Aérea Este de Nueva York, diciéndole
"ĄHola!". Elizabeth Ryden, una auxiliar de vuelo, esperaba el autobús Carey que
la llevaría al Aeropuerto Kennedy para cumplir con su trabajo. Una hora más tarde,
en un lugar de reunión para auxiliares de vuelo en el aeropuerto, Elizabeth Ryden
vio al mismo tipo que caminaba hacia ella y se le paraba a lado.

"Dile a tu amiguito que mejor saque su cochina nariz de los asuntos de Chile, o tú
ya no serás tan linda. ĄBum! ĄBum! żSabes lo que quiero decir?" Durante un largo
rato la miró fijamente y luego se dio media vuelta, desapareciendo entre la
multitud. Elizabeth Ryden notó que se estaba quedando calvo en la coronilla.
Enseguida corrió a un teléfono y llamó a su "amiguito" y novio, Larry Wack.

Una tarea al principio excitante, se convirtió en un problema personal para Larry


Wack. Ordenó un automóvil del FBI y corrió hasta el Aeropuerto Kennedy. En una
oficina de American Airlines, Wack pidió a su novia la descripción exacta del
sujeto. Un dibujante del FBI trabajó con ella y, juntos, lograron elaborar un retrato
hablado. Wack ordenó protección para su novia.

Comenzó a repasar las decenas de llamadas telefónicas y entrevistas que había


realizado durante los veinte días transcurridos desde el asesinato. Ninguna
calzaba con la descripción de Elizabeth. La mayoría de los entrevistados
pertenecía a la izquierda y estaban relacionados con Letelier. Pero también había
hablado con el jefe de la Misión chilena ante la ONU, el almirante Ismael Huerta, y
le había hecho preguntas directas sobre los contactos de Chile con exiliados
cubanos.

Wack compartía el punto de vista general de la oficina: Si había chilenos


involucrados, probablemente eran izquierdistas. Ocho años de formación en la
oficina le habían enseñado a ver a los izquierdistas como enemigos. Durante un
largo tiempo, esta actitud fue evidente en sus entrevistas con los chilenos
exiliados. Jaime Barrios y Mónica Villaseca, funcionarios de la oficina de Chile
Democrático en Nueva York, dijeron a Landau que la actitud de Wack era
francamente molesta. A comienzos de noviembre, Wack llegó a la oficina de Chile
Democrático, cercana a Naciones Unidas, sin telefonear previamente. Preguntó a
Jaime Barrios, encargado de las actividades de los exiliados en Nueva York, si
podía dedicarle unos minutos, que "no se trataba de nada especial". "żUsted cree
que el asunto del asesinato puede haber sido un error y que iba dirigido a otra
persona?", le preguntó Wack.

-"Es posible", contestó Barrios.

-"żLetelier tenía problemas económicos?"

Barrios negó con la cabeza.

-"żDe qué vivía? Usted sabe que su salario no era muy alto. Sería posible (y, por
favor, ésta es una mera suposición) que hubiera robado dinero en el IEP, lo que
habría provocado el asesinato?"

-"Lo dudo, pero puedo averiguar", respondió Barrios.

En seguida, Wack le hizo preguntas sobre su vida personal. Barrios y Mónica


Villaseca sostuvieron no saber nada acerca de la vida privada de Letelier.
También preguntó sobre los contactos de éste con Naciones Unidas.
Posteriormente, Barrios contó a Saúl Landau e Isabel Letelier el incidente,
quejándose con Cornick, Propper y también con el procurador general. Pero
Cornick tranquilizó a Landau diciéndole: "No se preocupen por Larry Wack. Es un
bonachón que está haciendo un condenado trabajo al investigar el caso. Barrios
debe estar equivocado".

Cornick tenía razón. Wack reprimió sus intereses personales, adoptando otros
métodos más sólidos. Supo que el Equipo anti Bombas y Terrorismo tenía
informaciones sobre otros tres atentados terroristas recientes en el área de Nueva
York-Nueva Jersey. En julio, la policía de Nueva York detuvo a tres jóvenes
integrantes de la fracción de Union City del Movimiento Nacionalista Cubano en el
momento de estar instalando una bomba a la salida de la Academia de Música de
Nueva York, donde se realizaba un acto pro revolución cubana. El 16 de
septiembre, una bomba colocada por un hombre-rana, perforó un costado del
barco soviético Ivan Shepetkov, en el puerto Elizabeth de Nueva Jersey. Dos días
después del asesinato de Letelier, estalló una bomba a la salida del Palladium
Theatre en Nueva York, donde se proyectaba una película cubana. Omega 7 se
atribuyó ambos atentados. El FBI supo que Omega 7 era el brazo armado de las
operaciones clandestinas de la rama de Union City del MNC.

Wack recogió y transmitió a Washington las primeras informaciones "callejeras"


que aseguraban que los hermanos Novo estaban coludidos. Había leído los
despachos de Cornick informando que el terrorista Orlando Bosch también nombró
a los Novo tras ser detenido en Venezuela.

Hurgó acerca de los Novo y del MNC en los archivos del FBI. En una de las
carpetas, encontró fotografías de publicaciones de los exiliados cubanos que
mostraban al diplomático chileno Mario Arnello compartiendo la tribuna con
Guillermo Novo y otros altos dirigentes del MNC en un acto denominado "Cuba y
Chile contra el comunismo". Junto a la tribuna, se veía a otro activista del MNC,
Jorge Gómez, uno de los detenidos en el frustrado atentado del 24 de julio en la
Academia de Música. El acto en cuestión había tenido lugar justo un año antes, en
el salón de la Iglesia de San Rocco, en Union City, decorada para la ocasión con
pancartas y dibujos que mostraban dos haces de luz destruyendo una hoz y un
martillo. Las fotos no constituían pruebas criminales, pero cimentaban una relación
política de alto nivel entre el gobierno chileno y el MNC. Y Wack ya tenía la
evidencia de que los miembros del MNC eran aficionados a jugar con bombas.

Trasladó sus energías en la investigación de la izquierda a la derecha. Comenzó a


recorrer las calles de Union City, deteniéndose en los pequeños negocios y
tomando cerveza en el bar Bottom of the Barrel. Los cubanos estaban casi
acostumbrados a verlo. Los agentes del FBI se habían convertido en parte de sus
vidas en los años recientes y Wack era más simpático que la mayoría de ellos.
Debido a su persistencia, empezaron a llamarlo "perro de caza".

Durante la primera semana de noviembre, primero uno y luego varios cubanos


accedieron a reunirse secretamente con Wack en lugares seguros de la ciudad de
Nueva York. Le contaron todos historias similares. Alrededor de una semana antes
del asesinato de Letelier, le dijeron, vieron a miembros del MNC recorriendo la
ciudad con un chileno alto y rubio. Uno de los soplones lo vio con Alvin Ross y
Virgilio Paz en The Bottom of the Barrel, tarde una noche. Otro dijo que el chileno
había estado antes en Union City y que su asociación con Guillermo Novo y
Suárez se remontaba a un año atrás. Uno dijo que de inmediato se dio cuenta de
que el chileno rubio era agente de la DINA. El tipo hablaba un perfecto inglés, sin
huellas de acento hispano, dijo otro. Wack retuvo cada descripción. En términos
generales, todas coincidían: cabello rubio o castaño claro, de unos seis pies de
estatura, delgado, tipo atlético, ojos azules, de unos treinta años. Wack convenció
a sus informantes para que se reunieran con un dibujante del FBI, quien hizo un
retrato hablado, según ellos, ligeramente parecido al individuo.

ROBERT DRISCOLL, EN su calidad de encargado de los asuntos de Chile en el


Departamento de Estado, mantenía relaciones con la mayor parte de la
comunidad chilena en Washington, tanto de la embajada como de otras
reparticiones oficiales: el embajador y su personal, los agregados militares,
hombres de negocios, la misión de la OEA y los burócratas internacionales que
alternaban entre el servicio gubernamental y el trabajo en organizaciones como el
BID y el Fondo Monetario Internacional. Driscoll tenía un problema. Uno de sus
contactos chilenos, a los que le gustaba denominar "fuentes", le había contado
una turbia historia con posibles ramificaciones en los recientes asesinatos Letelier-
Moffitt. La fuente le comunicó que dos agentes de la DINA estuvieron en
Washington por la fecha del asesinato de Letelier, "rondando la misión militar
chilena".

En octubre de 1976, el Departamento de Estado no había realizado gestiones que


indicaran un interés especial en las muertes Letelier-Moffitt. Nadie había pedido a
los expertos del Departamento de Estado que pensaran en posibles pistas que
entregar al FBI, Driscoll, encargado de pesquisar, seleccionar y analizar los cables
de las oficinas en Chile y la región andina, en el quinto piso del edificio principal
del Departamento de Estado, en el decimosegundo año de su carrera había
aprendido que "estar rascándose la cabeza" era, decididamente, un
comportamiento peligroso.

Las relaciones con Chile eran buenas. Habían sido excelentes inmediatamente
después del golpe y luego, en 1975, tuvieron un periodo de decaimiento, cuando
Pinochet no cumplió la promesa hecha al Departamento de Estado de permitir la
visita a Chile de una comisión de Derechos Humanos de la ONU. En 1976, las
relaciones habían experimentado un evidente mejoramiento. En efecto, la mañana
del día del asesinato, había llegado a Washington una delegación chilena
encabezada por el Ministro de Finanzas Jorge Cauas, con el propósito de sostener
una ronda de entrevistas cordiales con altos funcionarios del Departamento de
Estado, además de los principales banqueros de Estados Unidos. Cauas había
trabado amistad con el Secretario del Tesoro de Estados Unidos, William Simón,
organizándole una visita a Chile para abril. También logró dar una buena
impresión al Secretario de Estado Henry Kissinger, cuando éste visitó Chile un
mes más tarde. En opinión del Departamento de Estado, Cauas era un tipo de la
vieja guardia, en quien podía confiarse que mantuviera sus promesas. Al mismo
tiempo, Cauas les aseguraba que el acceso de civiles "moderados" como él a
puestos previamente monopolizados por militares equivocados y fanáticos
derechistas, significaba un mejoramiento en la situación de los derechos humanos.

Driscoll analizó las políticas formuladas por sus superiores para tener claves que
le indicaran cómo manejar la delicada información recibida. Él secretario Kissinger
había anunciado a la prensa el 15 de octubre: "Aún no hemos encontrado
evidencias de quién está detrás del asesinato". Driscoll recibió también recortes
del Newsweek, el New York Times y el Washington Star que mencionaban a
"fuentes de inteligencia" señalando que la DINA chilena había sido virtualmente
eliminada de entre los sospechosos del asesinato Letelier-Moffitt.

La información que Driscoll poseía parecía contradecir estas opiniones. Y por


último, él ahora sabía que la inteligencia chilena había estado desarrollando una
misión secreta en Washington en la época de los asesinatos. Su fuente le entregó
también los nombres supuestos de los agentes chilenos, Juan William Rose y
Alejandro Romeral Jara, con el dato de que estos mismos individuos habían
tratado anteriormente de entrar a Estados Unidos subrepticiamente, procedentes
de Paraguay.

Revisó sus expedientes e ingresó los nombres a la computadora, la que


respondió: "positivo". En julio y agosto, una ola de cables relacionados con los
oficiales chilenos Romeral y Williams habían ingresado al expediente de Chile.
Había referencias a los últimos cables enviados el 15 de septiembre e, increíble, al
día siguiente del asesinato. Ordenándolos cronológicamente desde el más
reciente, los leyó.

El cable del 22 de septiembre, enviado por la noche a Santiago, había sido


redactado el día del asesinato. Advertía al Consulado en Chile no extender visas a
nadie que se llamara con alguno de los dos nombres. El cable del 15 de
septiembre, dirigido a la misión norteamericana en Paraguay, era un certificado
formal de revocación de visas, expedidas a Romeral y Williams el 27 de julio de
1976 en el consulado de Asunción. Otro cable, casi de la misma fecha, informaba
a Washington que el embajador norteamericano en Paraguay, George Landau, en
respuesta a una petición suya, había recibido de las autoridades paraguayes dos
pasaportes a nombre de Romeral y de Williams, a fin de cancelar con un sello las
visas en ellos estampadas.

A fines de agosto, un breve memo señalaba que el Departamento de Estado había


recibido mayor información en la Oficina de Visas y Pasaportes. Driscoll no se
molestó en revisar allí y siguió adelante. El siguiente objeto refrescó su memoria:
un pesado sobre de papel manila, fechado el 6 de agosto contenía un memo
adjunto, en papel rotulado de la CIA, dirigido a "Harry W. Shlaudeman, Asesor del
Secretario de Estado para Asuntos Interamericanos, DIA". Driscoll recordó haber
recibido el paquete y mirado las fotografías que contenía. Volvió a mirarlas. Las
mismas dos caras en las mismas dos fotos: un hombre de cabello oscuro, con
rostro ancho y poco regular, y un hombre de cabello claro, rostro anguloso, corto
bigote y barba. El memorándum adjunto sólo señalaba que las fotografías
pertenecían a "dos pasaportes paraguayos que fueron enviados recientemente
desde Asunción a Washington".

Driscoll encontró la orden dirigida de Landau en el sentido de que se advirtiera en


todos los puertos de entrada a Estados Unidos sobre los dos individuos. Los
mensajes explicaban que dos chilenos, con falsas identidades, habían intentado
obtener visas para viajar a Estados Unidos en el consulado norteamericano en
Paraguay. Uno de los cables tenía la observación "reftel", seguida de un número
en clave, indicando la referencia a un telegrama enviado el 28 de julio, vía "Roger
Channel", la más secreta de todas, directamente a la oficina del Secretario de
Estado Kissinger, pasando por encima de la red de comunicaciones del
Departamento de Estado. Para leer ese telegrama, Driscoll sabía que necesitaría
una autorización especial.

Driscoll sabía que era un procedimiento normal permitir a los agentes de


inteligencia extranjeros la entrada a Estados Unidos utilizando nombres y
documentos falsos. Él mismo y sus predecesores habían recibido visitas de
agentes chilenos que buscaban informaciones en la oficina para los asuntos de
Chile. (Manuel Contreras y su comitiva llamaron a la oficina durante su visita a
Washington, en agosto de 1975.) Lo insólito del asunto era que los agentes
chilenos hubieran usado pasaportes de un "tercer país" -Paraguay-, en lugar de
pasaportes chilenos. Y las nuevas informaciones de Driscoll de que los mismos
dos agentes (o tal vez otros, usando los mismos nombres) se las habían ingeniado
para entrar a Estados Unidos y llegar a Washington, a pesar de las órdenes de
Landau, le daban razones de más para sospechar. En el contexto del asesinato de
Letelier y Ronni Moffitt y las subsiguientes acusaciones contra el Gobierno chileno,
esta nueva información era candente.

Driscoll sabía que en el Departamento de Estado la interpretación favorita para el


asesinato era la "teoría del mártir". Lo pensó dos y hasta tres veces para
desarrollar una teoría mostrenca que podría significar una bofetada a las políticas
oficialistas. Decidió no "hacer olas" y escribió un memo.

El propósito del memo era informar a su superior, Harry Shlaudeman, sobre la


presencia de los dos agentes chilenos en Washington, sin relacionar ese hecho
con el contexto del asesinato de Letelier. Shlaudeman, tan capaz como él de
concluir que "dos más dos son cuatro", decidiría si dar o no la alarma. Si no
colocaba el "incidente paraguayo" en el contexto de los asesinatos Letelier-Moffitt,
en su memorándum no habría nada que sugiriera la posible relación entre ambos
casos.

Driscoll envió el memo a Shlaudeman el 11 de noviembre, explicando que los dos


chilenos, probablemente oficiales del ejército, habían ingresado a Estados Unidos
tras obtener visas en la Embajada norteamericana en Paraguay, con documentos
falsos, y después que el embajador Landau anulara las visas y diera órdenes de
investigación. Señaló haber escuchado que "estos fulanos estuvieron en la
Embajada de Chile" diez días antes y que "habían permanecido en el país unos
treinta días". Driscoll manifestó a Shlaudeman que deseaba pedir su opinión
acerca de las medidas a tomar. Por ejemplo, żpodrían ser expulsados del país
estos dos individuos, demostrando así a Chile que el Gobierno de Estados Unidos
no toleraba un comportamiento semejante?

El memorándum de Driscoll era un modelo de eufemismo burocrático. En ninguna


parte mencionó a la DINA o demostró intenciones de relacionar a los oficiales
chilenos con el asesinato de Letelier. Sin embargo, había actuado correctamente
al informar de un incidente sospechoso a su superior, solicitándole un consejo
acerca de cómo actuar. Que Shlaudeman estampara por escrito la existencia de
una evidencia circunstancial y sugiriera que los chilenos podrían estar
involucrados en el asesinato Letelier-Moffitt, según opiniones oficiales.

Sin embargo, Shlaudeman estaba igualmente decidido a "no ponerle el cascabel al


gato", y escribió una respuesta muy simple: "Bob, no canceles las visas, pero
informa de esto al FBI".

Driscoll examinó nuevamente el expediente, descubriendo que ya se había


mandado un memo acerca del incidente de Paraguay al FBI, el 22 de octubre. Y
decidió que esto era suficiente para mantenerlos informados. Ignoró las
instrucciones de Shlaudeman y, simplemente, anexó su memo al expediente. (8)

CORNICK HABÍA COMENZADO a trabajar duro en el caso. Sus agentes


desecharon cientos de pistas, la mayoría de ellas significativas. Examinó los
informes cablegráficos, destacando aquellos que eran lo suficientemente
llamativos para distraer a Propper. Incluso después de la selección preliminar de
Cornick, se despachaban más de cien documentos al FBI, a la ya saturada oficina
de Eugene Propper. Ambos se entrevistaban con frecuencia, acompañados a
veces por Donald Campbell, jefe de la División de Crímenes de Mayor Cuantía, y
por Lawrence Barcella, jefe adjunto y superior de Propper.

El FBI entregó a Propper una lista de cubanos exiliados que habían viajado a Chile
desde el golpe militar y éste comenzó a hacerlos comparecer ante el gran jurado.
Los molestos exiliados, respondiendo en las comparecencias contra su voluntad,
aportaron pocas informaciones nuevas.

El 27 de octubre Ignacio Novo, y dos días más tarde su hermano Guillermo, se


presentaron ante el gran jurado; sus respuestas fueron firmes: ninguno había
sabido nada de la DINA; el MNC se había retirado de CORU; Estados Unidos
estaba utilizando el caso Letelier-Moffitt para perseguir a los cubanos que
luchaban por la libertad. Guillermo, interrogado acerca de si alguna vez había
viajado a Chile, se amparó en la Quinta Enmienda.
BOB SCHERRER TENÍA noticias de los cubanos exiliados desde mediados de la
década de los sesenta, cuando en su calidad de miembro de la "Brigada Tamale"
del FBI, en Nueva York, asesoraba las actividades, tanto pro como
anticastristas. (9) En las semanas siguientes al asesinato, Scherrer proporcionó a
Cornick los nombres de los cubanos cuya entrada a Chile pudo verificar gracias a
contactos secretos con la policía chilena.

Scherrer conocía el terreno de la inteligencia latinoamericana, los espías, agentes,


dobles agentes y los complejos asuntos secretos existentes entre ellos. Entendía
la mentalidad de los agentes secretos latinoamericanos y de la policía, que se
sentían luchando en una guerra secreta en contra del comunismo desde hacía dos
décadas, tras la fachada de los distintos gobiernos en turno.

A menudo, sentían tener mucho más en común y mayores razones de lealtad


entre ellos que con sus amos políticos en constante cambio. Scherrer había
observado equipos que caían en situaciones ilegales, sin que por ello se alteraran
sus relaciones con el resto de la hermandad de inteligencia.

Patria y Libertad, en Chile (fuera de la ley durante Allende), era tratado como su
igual por la inteligencia brasileña, y muchos de sus integrantes se convirtieron en
agentes de inteligencia bajo el régimen de Pinochet.

La Triple A de Argentina había surgido en alianza con la inteligencia de ese país


bajo el débil gobierno peronista y luego perdió su fuero cuando el gobierno tomó el
poder, en 1976. Venezuela, con su gobierno democrático, titubeantemente
progresista, entregó su aparato de inteligencia a fanáticos cubanos exiliados
derechistas, como Orlando García y Rivas Vásquez y, en pago por sus servicios,
debió asilar y proveer de documentación falsa a terroristas activos como Orlando
Bosch. Los exiliados terroristas cubanos, "out" a raíz de la Revolución Cubana,
pertenecían al club secreto latinoamericano del anticomunismo. (10)

Scherrer había seguido sus vicisitudes a causa de la CIA, que alternativamente los
alentaba y desalentaba en su actividad marginal dentro de los trabajos de
inteligencia; ellos eran los secuestradores, los torturadores, los que hacían el
trabajo sucio.

Ante su inmersión en la sórdida atmósfera de la inteligencia latinoamericana,


Scherrer experimentaba sentimientos ambivalentes. Conversaba y hacía bromas
con torturadores y verdugos, valorando su anticomunismo, pero despreciando sus
métodos. Tenía que trabajar con ellos para ganar su confianza, pero,
contemporáneamente, adhería al principio de que el fin no justifica los medios.
Luchaba por combatir el mal, pero tratando de impedir que su alma se
contaminara.

El 26 de noviembre, Scherrer envió un largo informe analítico a Washington, vía


valija diplomática. Entregó evidencias, extraídas tanto de sus archivos como de su
experiencia personal, para llegar a las siguientes conclusiones: el Gobierno militar
de Chile tenía una "relación especial con los militantes anticastristas, y esas
relaciones incluían misiones criminales conjuntas. El cable era una respuesta a las
primeras consultas de Cornick a los agentes de todo el mundo para sacar
conclusiones acerca del asesinato Letelier-Moffitt. Era también un complemento
de su informe del 28 de septiembre sobre la Operación Cóndor.

Chile había ofrecido al movimiento de cubanos exiliados el tipo de apoyo y aliento


dado a ellos una vez por la CIA. Las fuentes de Scherrer informaron acerca de un
programa completo de relaciones chileno-cubanas, que podría proveer de una
base inviolable a los operativos de los cubanos contrarrevolucionarios. Pinochet,
según esa fuente, se había propuesto reconocer un gobierno cubano en el exilio,
con sede en Chile. Este tipo de reconocimiento diplomático, aun cuando se tratara
de un solo país, implicaba la posibilidad y el derecho de realizar una guerra contra
Cuba, buscando aliados y armamento en otras naciones anticomunistas. Orlando
Bosch era el hombre que había hecho esta solicitud a Pinochet. Había vivido en
Chile durante más de un año. De acuerdo con las fuentes de Scherrer entre los
exiliados cubanos, Pinochet prometió a Bosch aceptarlo como el presidente del
gobierno cubano en el exilio. Y algunas actividades en este sentido ya habían
comenzado: Chile estaba proveyendo de armas, explosivos y falsa documentación
a los cubanos exiliados. Bosch y otros más habían recibido asilo y protección en
territorio chileno, contra persecuciones por actividades terroristas.

Chile prometió establecer un campo de entrenamiento y entregar instrucción


militar y de inteligencia. Algunos de los exiliados eran llevados a una grande y
segura finca al sur de Santiago, un lugar especialmente reservado para ellos.

Scherrer hizo notar que la presencia cubana en Chile coincidía con el ímpetu de la
DINA en la organización de la Operación Cóndor, pero dijo no tener evidencias de
un papel oficial de los cubanos en esta organización. Sin embargo, concluyó, el
tratamiento de "tapete rojo" a los cubanos debía implicar forzosamente un
sustancial quid pro quo. Los cubanos relacionados con Chile eran, por lógica,
sospechosos en el asesinato Letelier-Moffitt. El terrorismo era su moneda y ellos
debían muchísimo a Chile.

Bosch era el principal sospechoso, desde que se supo su intento por organizar un
asesinato para Chile en Costa Rica. Pero los informes de los soplones del área de
Nueva York vinculaban al MNC al crimen, y Scherrer sabía que Guillermo Novo y
Suárez estaban entre los cubanos que habían visitado Chile. Y había decenas
más que habían hecho valiosas ofrendas ante el altar de Pinochet. El contrato
podría haberse hecho con cualquiera de ellos.

Uno de los cubanos que había Ądo a Chile en 1976 era un caso especial. Rolando
Otero, del FNLC de Frank Castro, unos meses antes del asesinato, había salido
de Chile directamente a una cárcel norteamericana y, no hacía mucho, enfrentó un
juicio en Miami por numerosas acusaciones de atentados terroristas. Scherrer,
personalmente, había realizado la captura de Otero, solicitando su detención al
gobierno chileno, que lo envió esposado en un avión hacia Estados Unidos.
Otero, igual que Bosch, íntimo amigo del ubicuo "Mono" Morales, informó a éste
en febrero de 1976 que había aceptado un contrato de asesinato con la DINA,
como una forma de demostrar su buena fe. Las víctimas elegidas eran Andrés
Pascal Allende y Mary Anne Beausire, los mismos blancos que otro servicio de
inteligencia chileno había entregado a Bosch. Morales, que estaba al tanto de la
tarea encomendada a Bosch, pasó la información al FBI, que advirtió al gobierno
costarricense sobre el doble complot. Después de que Bosch fue detenido en
Costa Rica, Otero regresó a Chile. Pocos meses después, fue secuestrado por la
DINA y encerrado en un centro de torturas. (11)

La expulsión de Chile de Otero, en mayo de 1976, había roto el patrón de las


relaciones cubano-chilenas. Otero odiaba a Scherrer por haber ordenado éste su
captura, pero odiaba al gobierno chileno más aún. Él y muchos otros exiliados
consideraban que la detención había sido una violación del acuerdo establecido
entre el gobierno de Chile y el movimiento de exiliados. Scherrer remitió a Cornick
al archivo de Otero, sugiriéndole un cuidadoso y bien planeado acercamiento al
cubano, detenido en la prisión de Miami, lo que podría ser fructífero. El visceral
odio de Otero podría abrir una ventana al manejo de los exiliados terroristas por
parte de la DINA. Agregó que el resentimiento de los cubanos exiliados ante la
traición sufrida por Otero era tan grande, que el FBI podría considerar seriamente
la posibilidad de que el atentado frente a la Embajada de Chile haya sido producto
de los cubanos, con el fin de causar problemas al régimen de Pinochet.

EL DETECTIVE STANLEY Wilson de Homicidios del Distrito de Columbia llamó al


agregado de prensa Rafael Otero (no está emparentado con Rolando Otero), a
quien había estado frecuentando desde el asesinato, y se puso de acuerdo para
reunirse con él en un restaurante a pocas cuadras de la misión chilena. "Tengo
algo que mostrarle", dijo Wilson. "A propósito, żquién es Tati?"

"Es hija de Allende, su nombre es Beatriz Allende. Ahora vive en Cuba. Sé más
sobre ella, pero, dígame, żpor qué quiere saberlo?"

"Aquí tengo una carta para Orlando Letelier firmada por ŤTatiť y enviada desde
Cuba". Los dos hablaron en español, considerándose mutuamente como
"fuentes". Se habían estado reuniendo con regularidad. Para Wilson, Otero era
una vía de comunicación desde el interior del gobierno de Chile. Para Otero,
Wilson era una forma de llevar el recuento de la investigación del caso Letelier-
Moffitt y saber cuan cerca estaban de Chile.

Otero, que a veces se autodenominaba por su cómico apodo de "El enano", en


Chile tenía fama de ejercer un periodismo venenoso. Alguna vez admirador de
Fidel Castro y funcionario de la agencia cubana de noticias Prensa Latina en la
oficina de Chile, hacia fines de la década de los setenta, se había convertido en
furibundo anticomunista. Tenía un pequeño semanario político que publicaba
durante la época de Allende con caricaturas insultantes y referencias
escatológicas. Se vanagloriaba de haber sido detenido veintiocho veces, con lo
que daba a entender que había sido una víctima de la persecución política de
Allende; en verdad, la mayoría de sus detenciones se produjeron en la época
anterior de Allende, por hurto y fraude. Orlando Letelier lo consideraba un
informante de la DINA en Washington.

La llamada telefónica de Wilson, a fines de noviembre, indicó a Otero que éste


estaba listo para "negociar" material seleccionado, a cambio de su cooperación en
el acceso a los expedientes de Chile acerca de terroristas latinoamericanos.
Mientras se ponía el abrigo y abandonaba la embajada, se reía para sus adentros.

Wilson no estaba seguro de si Otero trabajaba o no para la DINA, pero sí sabía


que era accesible. ĄEl FBI había estropeado tanto el caso!, pensaba Wilson. Los
agentes habían husmeado en la Embajada de Chile, habían entrevistado al
personal, pero no habían logrado ninguna información. Los chilenos se habían
cerrado "como ostras". En cambio, Wilson usó una táctica distinta, y le dio
resultados. Había convencido a Otero que, trabajando juntos, podrían mantener el
foco de las investigaciones donde debía estar: en los marxistas, en los cubanos
exiliados que habían trabajado por su cuenta, y en Orlando Letelier,
considerándolo un supuesto agente comunista. Wilson dudaba de que Chile
estuviera involucrado en el asesinato. Se había ganado la confianza de Otero y el
acceso a los documentos de la DINA.

Wilson encontró "increíbles" los expedientes que le mostró Otero. Prácticamente


cada terrorista activo en el hemisferio occidental, incluyendo a los cubanos pro y
contrarrevolucionarios, tenían un expediente. Con esto, Wilson se convenció de
que podría ganarle al FBI en la solución del caso. Sólo la CIA tenía expedientes
tan completos como aquéllos, y la CIA no los compartía con nadie.

Cuando llegó al restaurante, Otero ya estaba instalado. Dejó un montón de


papeles sobre la mesa, antes de saludar a Otero, y se sentó. Era un hombre de
hablar suave y comportamiento amable. Sacó varias fotocopias engrapadas y, en
español, comenzó a leer párrafos clave.

"Gastos a expensas de la oficina política, hasta el 15 de octubre de 1975.


Recibido: Dos pagos, uno por $3,000.00 a comienzos del año, y otro por $5,000,
en mayo de 1975. Total recibido: $8,000.00".

Wilson mostró a Otero los papeles que estaba leyendo y que consistían en una
relación mensual de gastos. De acuerdo a la naturaleza de la lista, para un chileno
informado como Otero, era obvio que la relación pertenecía a Orlando Letelier.

"ĄEs increíble! żDónde conseguiste todo esto?", preguntó Otero, entusiasmado.

"Espera. Éste es sólo el comienzo. Ahora te leeré una carta que indica dónde
consiguió ese dinero".

Mirándolo de vez en cuando para ver el efecto que le producía, leyó:


La Habana, 8 de mayo de 1975

Querido Orlando:

Sé que Altamirano quiere comunicarse contigo para plantearte una solución a los
problemas que han surgido allá y me pidió que te informara que
desde aquí (Wilson enfatizó la palabra), desde aquí, te mandaremos, en nombre
del partido, mil dólares ($1,000.00) mensuales para financiar tu trabajo. Te estoy
mandando cinco mil ahora, para no tener que hacerlo mensualmente.

Un gran abrazo para ti e Isabel Margarita de

(firmado) Tati

Wilson extendió la carta a Otero, para que éste viera que efectivamente estaba
firmada.

"Este es dinero de Cuba, amigo mío, para financiar un movimiento de resistencia


en Estados Unidos. Y hay otra carta que se refiere a otro pago de cinco mil
dólares. Toda esta basura salió del maletín de Letelier. Lo sacamos del automóvil
como prueba, el día del asesinato, y fotocopiamos todo su contenido", dijo Wilson.

Wilson y Otero, en la quieta mañana del restaurante, estuvieron reunidos más de


una hora, pasándose papeles y conversando animadamente. Otero le dijo todo lo
que se le ocurrió acerca de "Tati": Era la hija predilecta de Allende, de unos treinta
años, alta funcionaría del Partido Socialista de Chile. Durante los tormentosos días
de la Unidad Popular, había conocido a un diplomático cubano, con el que se
había casado. Después del golpe, ella, los niños y su marido, Fernández de Oña,
se habían ido a vivir a Cuba.

"El contacto de Fernández con el Gobierno cubano es perfecto", señaló Otero.


"Trabajó en el extranjero, żquién podría decir que no es un agente de inteligencia?
Letelier recibe dinero de la esposa del agente cubano, de este modo, se convierte
él mismo en un agente pagado por los cubanos. No podría haber resultado mejor
si nosotros mismos hubiéramos escrito esas cartas".

Otero dijo que no quería quedarse con ninguno de los documentos, argumentando
que podría ser peligroso para Chile si se sabía que la embajada tenía acceso a los
documentos antes de que se hicieran públicos, y podrían surgir acusaciones de
que la embajada los había sustraído. Aconsejó a Wilson entregar los documentos
a los amigos de Chile del Capitolio.

Tres semanas más tarde, el 20 de diciembre, la columna Jack Anderson/Les


Whitten, iba encabezada así: CONTACTO EN LA HABANA DE LETELIER. Y, en
algunos trozos, decía:
Documentos secretos encontrados en el maletín que llevaba Letelier el día del
asesinato, demuestran que había estado recibiendo mensualmente unos
misteriosos $1.000 dólares a través de un "contacto en La Habana".

Hemos visto algunos de esos documentos ultrasecretos. Fuentes de inteligencia


sostienen que ese dinero no podría haber llegado a Letelier sin la aprobación del
gobierno cubano.

Su contacto era Beatriz "Tati" Allende, hija de Salvador Allende. . . La mujer vive
actualmente en La Habana con su esposo, funcionario cubano.. .

Hablamos por teléfono con Tati Allende, pero ella se negó a revelar la fuente de
esos pagos. Dijo que su carta a Letelier tenía carácter personal y no comprendía
por qué se había dado a la publicidad, "a menos que no fuera para perjudicar" el
caso Letelier.

ISABEL LETELIER HABÍA comenzado a recoger los fragmentos del trabajo en el


exilio que Letelier dejara inconcluso. Siempre vestida de negro, ante las cámaras
de televisión y la prensa mostraba una imagen digna y sobria. Habló en iglesias y
sindicatos, en universidades y en manifestaciones públicas. Su mensaje era
simple: "Pinochet asesinó a mi esposo y a Ronni Moffitt, ciudadana
norteamericana. No son sino dos, entre los tantos que ha asesinado, torturado,
encarcelado, expulsado del país. Hacer justicia en los casos de mi esposo y de
Ronni Moffitt, significará hacer justicia a la mayoría del pueblo chileno. No busco
venganza, sólo busco que se haga justicia".

Además, estaba profundamente involucrada en la investigación independiente que


realizaba el instituto. Analizaba el significado de cada nueva pista o hecho, de la
interpretación de los datos, hasta dónde podría llegar el trabajo del instituto en
conjunto con el del FBI y de la fiscalía. En las reuniones con Cornick y Propper,
siempre se las ingeniaba para sacar información acerca del curso de la
investigación. En sus discursos, se contenía para no hacer acusaciones ni atacar
al gobierno norteamericano. Tal vez más que nadie en el IEP, sentía una
desconfianza visceral hacia ese gobierno y sus funcionarios, no sólo por lo que
sabía habían hecho a Chile, sino porque representaban un sistema imperialista,
revestido de una retórica democrática y anticolonialista. Mientras escuchaba, casi
siempre silenciosa, durante las reuniones con Propper, Cornick y otros
funcionarios gubernamentales, a veces se sonreía. "Me puse a pensar en la época
en que enseñaba español a los agentes del FBI; entonces me preguntaba que si
alguien puede aprender un idioma, está abierto para aprender otras cosas. Y esos
hombres tan educados, con el cabello muy corto y bien afeitados, que vestían
igual y tenían la misma expresión en sus rostros, repetían después de mí
palabras, frases y oraciones en español. A veces, me preguntaba: si digo ŤEl
socialismo es la única solución para Latinoamérica y el Tercer Mundoť, żlo
repetirían?"
HACIA DICIEMBRE, TRES meses después del asesinato, la investigación, como
atrapada en un torbellino, no siguió avanzando y comenzó a dar vueltas en círculo,
alrededor de las primeras pistas entregadas durante las semanas iniciales; los
hermanos Novo, Orlando Bosch, el CORU, la efímera conexión venezolana y la
aún más oscura conexión chileno-cubana. Los argumentos prefabricados por el
agente Larry Wack circularon entre las oficinas del FBI, los agentes de la
Administración de Control de Tráfico de Drogas, e inclusive entre el personal de la
Agencia Central de Inteligencia en el extranjero.

Hacia Navidad, se eliminaron los cientos de pistas falsas que los agentes del FBI
de todo el país habían estado siguiendo. Cornick mantuvo vivo el interés del FBI
en el caso, entregando gruesos "informes" (uno de ellos de mil páginas) a todas
las oficinas de la agencia. Pero el flujo de documentos al escritorio de Propper y
los informes con nuevos datos habían disminuido. Propper comenzó a
impacientarse con los nebulosos informes "de las fuentes", que repetían los
mismos hechos escasos e insustanciales. Necesitaba pruebas, algo que pudiera
usar en la corte. Y siguió haciendo desfilar a los cubanos exiliados por la sala del
gran jurado, en el tercer piso del edificio de la corte distrital.

A medida que pasaban las semanas, sin ningún progreso en la investigación, la


"luna de miel" con el IEP e Isabel Letelier se puso tirante. Isabel quería pruebas de
que la investigación se estaba centrando en la DINA, algún indicador oficial que
señalara entre los sospechosos reales a la DINA y el gobierno de Pinochet. El 8
de diciembre, Isabel Letelier y los compañeros del IEP se reunieron con el
Procurador General Levi por segunda vez. Propper anunció: "Hemos eliminado
todas las pistas, a excepción de la motivación política, la conexión sudamericana y
la conexión chileno-cubana anticastrista. Es hacia allá donde se dirige todo el peso
de la investigación". Antes de la llegada de los representantes del IEP, Levi
preguntó a Propper: "żPor qué no les dice que está investigando a la DINA?"
Propper se negó, porque, en ese caso, el IEP lo comunicaría de inmediato a la
prensa y "las fuentes que tenemos en Chile se callarán automáticamente".

Cornick y los expertos en explosivos del FBI estaban intrigados con el hecho de
que Michael Moffitt hubiera podido sobrevivir a la explosión, con sólo algunas
heridas y rasguños menores. Cornick pensó que la extraordinaria memoria de
Moffitt en relación a los ruidos e imágenes del momento previo a la explosión
podría resolver algunas cuestiones. Pensó que Moffitt, subconscientemente,
podría haber ocultado algunos detalles importantes. Fue al IEP y le manifestó que
el FBI le pagaría un viaje a Roches-ter para que viera un médico especializado en
un tipo de hipnosis que, en algunos casos, ayudó a recordar hechos que los
pacientes habían enterrado en su memoria. Moffitt accedió, aunque esa diligencia
no se realizó nunca. En seguida, estalló, reclamando a Cornick la lentitud de la
investigación y la actitud reticente del FBI en relación a la embajada chilena y a
Chile.

Cornick escuchó a Moffitt y en defensa propia calló, terminando por admitir su


simpatía hacia los sentimientos de Moffitt. Cuando abandonó el IEP, éste se
tranquilizó, dándose cuenta de que la visita de Cornick significaba que la
investigación del gobierno estaba entrando en detalles.

Más que nadie, Moffitt había sufrido el trauma del asesinato. Vio y escuchó la
explosión y la experiencia estaba grabada para siempre en su cerebro. A pesar de
todo, tres días después del hecho, apareció en la televisión, escribió un furibundo
editorial en el New York Republic, muy racional, y presidió una emocionante
ceremonia en la Iglesia Saint Matthew. Sólo después de eso tomó varias semanas
de descanso para recuperar el equilibrio. Regresó al instituto dos meses después
de la muerte de Letelier y su esposa y terminó de redactar el documento en el que
habían estado trabajando junto con Letelier la noche anterior al asesinato. (12)

De acuerdo con la investigación del IEP, (13) se puso en contacto con los
reporteros, tratando de persuadirlos para que siguieran las pistas que el instituto
les proporcionaba y presionaran al gobierno para que entregara los detalles de su
investigación; además de informar a algunos congresistas acerca del progreso del
caso, o su estancamiento. Cerca del monótono y gris invierno de 1977, en
circunstancias de haberse eclipsado el optimismo de Cornick y Propper y la
prensa no pudo obtener noticias lo suficientemente "impactantes" como para
mantener el interés del público puesto en el caso, Isabel Letelier y Michael Moffitt
tomaron la batuta. Comenzaron a realizar conferencias por todo Estados Unidos a
fin de sensibilizar a los norteamericanos con la sistemática violación de los
derechos humanos del régimen de Pinochet. Hicieron foros en universidades y
periódicos locales, donde los asesinatos habían provocado el mayor impacto.
Aparecieron en radio y televisión, se reunieron con directores de universidades y
dirigentes religiosos; hablaron a numerosos y diferentes grupos, tratando de
mantener vivo el interés de la opinión pública en la somnolienta investigación,
presionando sin descanso para colocar a Chile en la agencia de los derechos
humanos del nuevo presidente.

A COMIENZOS DE marzo, medio año después del crimen y meses después de su


última pista nueva, Propper y Larry Barcella viajaron a Caracas para interrogar a
Orlando Bosch en su celda de la prisión militar La Pastora. Durante la mayor parte
del tiempo del vuelo de ocho horas, Propper informó a Barcella sobre el curso de
la investigación.

En Caracas, un funcionario del Ministerio de Justicia los presentó al exiliado


cubano Rafael Rivas Vásquez, segundo en importancia del DISIP. Compañero de
Bosch en la organización de exiliados cubanos en Miami a comienzo de la década
de los sesenta, Rivas había dejado el grupo activista MIRR para conectarse más
de cerca con la CIA, introduciéndose en el trabajo de inteligencia. Bosch optó por
el terrorismo, pero los dos ex camaradas no perdieron contacto. Rivas dijo a
Propper y a Barcella que había conversado durante horas con Bosch, cuando éste
fuera detenido a comienzos de octubre. En esa ocasión, Bosch se había quejado
de la traición al movimiento cubano por parte de la CIA, de su detención y la
traición al movimiento cubano por parte del gobierno venezolano. En el curso de
su diatriba, señaló Rivas, habló del caso Letelier y, casi a contramano, hizo el
comentario de que los hermanos Novo lo habían hecho a petición de Chile.

Propper y Barcella obtuvieron la promesa de Rivas de ir a Washington y repetir


esa historia ante el gran jurado. Le preguntaron sobre conexiones entre Bosch y
Guillermo Novo y entre los cubanos exiliados y el Gobierno chileno. A ese punto,
Rivas se tornó vago, hablando en general sobre los esfuerzos de Manuel
Contreras para que servicios de inteligencia extranjeros como el DISIP vigilaran a
los exiliados chilenos y sus actividades. Dijo saber que Bosch y Novo habían
viajado juntos a Chile en diciembre de 1974, porque los había encontrado en un
hotel en Caracas, justo antes de que partieran. Dijo que estaban con otro exiliado,
José Dionisio Suárez, y manifestó que el DISIP estaría complacido de poder
proporcionar datos de inmigración que confirmaran la presencia de Novo en
Venezuela. Sin embargo, Rivas se volvió inútil cuando Propper y Barcella le
pidieron autorización para interrogar a Bosch, y los funcionarios del gobierno
venezolano no hicieron nada por agilizar el asunto. El embajador norteamericano
en Venezuela, Virón Vaky, fue muy frío ante la sugerencia de los investigadores
de que "presionara" un poco a los venezolanos. La falta de colaboración de la
embajada de Estados Unidos y de interés por parte de los venezolanos, animó
poco a Bosch para cooperar. "Al oso no pudieron darle ni palos, ni zanahorias" y,
finalmente, a través de su abogado, Bosch dejó a Propper con un palmo de
narices.

Pero el viaje no fue totalmente perdido. Inesperadamente, Rivas había entregado


la evidencia que Propper y Barcella podrían usar en la corte para probar que
Guillermo Novo, al viajar a Venezuela, había violado su libertad bajo palabra,
pudiendo regresar a prisión. El viaje a Venezuela convenció también a Propper y a
Cornick para seguir la pista ofrecida por Scherrer poco después del asesinato.
Rolando Otero, el terrorista del FNLC a quien Scherrer había sacado esposado de
Santiago en mayo del año anterior, había actuado bajo las instrucciones del DISIP
cuando se relacionó con la DINA, según manifestaron los agentes del DISIP a
Propper y a Barcella, entregándoles informaciones útiles y abundantes sobre las
operaciones de la DINA en el extranjero.

De regreso en Washington, Propper, ahora trabajando junto a Barcella, decidió


llamar por segunda vez ante el gran jurado al principal sospechoso entre los
exiliados cubanos. El viaje a Venezuela le proporcionó razones adicionales para
renovar su atención sobre el MNC. Citó a comparecer a Guillermo e Ignacio Novo,
Alvin Ross, José Dionisio Suárez y a varios sospechosos entre los participantes a
la reunión de CORU.

Cornick advirtió a Scherrer en Buenos Aires sobre el renovado interés en


Guillermo Novo y el MNC. Uno de los informantes de Scherrer le había dicho que
el contacto del MNC con Chile era un rubio agente de la DINA y que, por lo menos
uno de sus padres, era norteamericano. Scherrer combinó esa información con la
del agente del FBI Larry Wack, desde Nueva Jersey, en la que se señalaba que
habían visto a Guillermo Novo con un chileno rubio, poco antes del asesinato.
Armado el retrato hablado del FBI, que se basaba en la descripción del chileno
rubio que entregaron los soplones a Wack, voló a Santiago. Quería ver si el
misterioso rubio chileno-norteamericano, por un golpe de suerte policial, podía
tener archivada su fotografía en el consulado norteamericano en Santiago.

Estuvo inspeccionando una a una las casi 1.500 fichas de ciudadanos


norteamericanos residentes en Chile, la mayoría de ellas con las fotos, entre el 5 y
el 6 de abril de 1977. Comparó cada foto con el retrato hablado. Siete hombres
tenían un leve parecido con la descripción entregada por los informantes, aunque
estaban lejos del retrato hablado: cabello claro, cerca de treinta años, ojos azules.
Todos tenían apellidos hispánicos. Comenzó con la familiar rutina policial de
investigarlos. Ninguna de esas personas tenía alguna posible conexión ni con el
gobierno de Chile, ni con actividades de inteligencia.

En Nueva Jersey, Larry Wack mostró las siete fotografías a sus informantes.
Todos negaron con una seña. No. Ni Scherrer ni Wack, en su búsqueda del
hombre que pudiera calzar con la descripción de los sospechosos de cabello claro,
habían visto la carpeta del FBI que contenía las fotografías y los pasaportes de
Juan Williams y Alejandro Romeral.

Notas:

1. El Nacional publicó los nombres de los hermanos Novo el 18 de octubre.

2. La información que llevó al arresto de Bosch fue entregada al gobierno costarricense por el
Servicio Secreto de Estados Unidos, que la recibió del FBI. El informante del FBI fue el viejo amigo
de Bosch, Ricardo "Mono" Morales.

3. La esposa de Frank Castro era hija del almirante en retiro César de Windt, íntimo amigo del
entonces Presidente Balaguer.

4. En una entrevista concedida en prisión al periodista Blake Fleetwood (New Times, 13 de mayo
de 1977), Bosch dijo de CORU: "El gobierno dominicano me permitió permanecer en el país y
organizar acciones. Yo no me dedicaba a ir a misa, sino a conspirar, planeando atentados y
asesinatos ... Llegaba y salía gente y yo completaba con ellos ... La historia de CORU es verídica.
Hubo una reunión en las montañas de Bonao, con veinte personas que representaban a las
distintas organizaciones activistas. Fue una reunión de todos los jefes políticos y militares con
implicaciones revolucionarias. Fue una gran reunión. Todo se planeó allí .. . Por fin, tras 17 años,
teníamos juntos a todos los luchadores revolucionarios cubanos y sus dirigentes. Después de eso,
decidimos activar la acción. Queríamos golpearlo /a Castro/, por último, hacerle la vida imposible".

5. El lugar no fue nunca confirmado, aunque varias fuentes de los círculos investigadores revelaron
en Miami a los autores de este libro básicamente la misma historia de la creación del CORU, en
1979. Una fuente, veterano de la policía de Miami de la brigada antiterrorista, dijo: "Los cubanos
realizaron la reunión del CORU a petición de la CIA. Los grupos cubanos -el FNLC, Alpha 66,
Poder Cubano- a mediados de los años setenta, estaban actuando por cuenta propia y se había
perdido capacidad para controlarlos. Por eso, Estados Unidos "cocinó" la reunión para tenerlos
juntos a todos bajo su control. La señal principal era: ŤHaz lo que quieras fuera de Estados
Unidosť".

6. Entre julio y octubre de 1976, los miembros del CORU realizaron los siguientes actos terroristas:
14 de julio, atentado contra las oficinas de BWI (British West Indian Airlines en Bridgetown,
Barbados) y contra un automóvil de propiedad del gerente de Cubana de Aviación en Bridgetown.
17 de julio: la Embajada de Cuba en Bogotá recibió una ráfaga de metralla; atentados contra las
oficinas de Air Panamá en Bogotá (esta compañía manejaba en Colombia los asuntos de Cubana
de Aviación) y contra un automóvil de propiedad de un funcionario oficial del gobierno colombiano,
encargado de los asuntos de Cuba. Julio 22: intento fracasado de raptar al cónsul cubano Daniel
Ferrer Fernández en Mérida. México, donde los raptores mataron al acompañante de Ferrer, el
funcionario de Pesquera Cubana, Artaignan Díaz. Dos exiliados cubanos, Gustavo Castillo y
Gaspar Jiménez, quienes asistieron a la reunión de Bonao, fueron arrestados en Miami con
petición de extradición. 9 de julio: explosión de una bomba entre equipaje a punto de ser cargado
en el aeropuerto de Kingston, Jamaica, en un avión de Cubana. Si el avión hubiera despegado a la
hora prevista, el equipaje ya se habría encontrado a bordo y la bomba habría estallado en vuelo.
24 de julio: tres miembros del MNC (Santana, Gómez y Chumaceiro) fueron arrestados en un
intento por colocar una bomba en la Academia de Música de Nueva York, donde se realizaba un
acto celebrando el aniversario de la Revolución Cubana. 9 de agosto: CORU se atribuyó el rapto y
asesinato en Buenos Aires de funcionarios cubanos de la embajada, Jesús Cejas Arias y
Crescencio Galamena Hernández, acerca del que los autores de este libro supieron en 1979 que
se realizó en conjunto con la policía secreta argentina (véase capítulo 7: "El Blanco: Letelier"). 18
de agosto: dos explosiones en el aeropuerto internacional Tocumán, en Panamá y en la ciudad de
Panamá en las oficinas de Cubana de Aviación. 7 de septiembre: atentado contra la Embajada de
Guyana, en Puerto España, Trinidad-Tobago. Guyana había aceptado que los aviones cubanos
cargaran combustible en sus aeropuertos para continuar viaje a Angola. 16 de septiembre:
atentado contra el carguero soviético Iván Shepetkov, anclado en el puerto Elizabeth de Nueva
Jersey, que se atribuyó Omega 7. 21 de septiembre: atentado que asesinó a Orlando Letelier y
Ronni Moffitt en Washington, D.C. 23 de septiembre: atentado en el Palladium Theatre, en Nueva
York, que se atribuyó Omega 7. 6 de octubre: atentado contra un vuelo de Cubana de Aviación,
muriendo en él 73 personas. En comunicados que llamó "despachos de guerra", CORU se atribuyó
los atentados del 14 y 17 de julio, del 9 de agosto, del 7 de septiembre y del 6 de octubre.

7. Interrogado en 1979 acerca del asunto Romeral y Williams, Cornick dijo que consideró el
incidente "un poco desusado, eso es todo".

8. Después de más de un año transcurrido, los agentes del FBI entrevistaron a Driscoll. que tenía
el nuevo cargo de cónsul en Maracaibo, Venezuela. Dijo recordar muy poco el asunto y no
acordarse de quién le había dado la información de que Romeral y Williams estaban en
Washington. Señaló que ese mes había tenido "cientos de relaciones" con fuentes chilenas y era
imposible saber quién le había hablado sobre los dos oficiales.

En otra ocasión, sin embargo, un amigo del Departamento de Estado le preguntó lo mismo, por
curiosidad y con la intención de felicitarlo por su actuación al lograr salir adelante con lo que fue la
pista más importante en el caso Letelier-Moffitt. Molesto, Driscoll se puso "oficioso" y contestó que
sus fuentes eran confidenciales y revelaría esa información sólo a través de "los canales
indicados", si era necesario.

9. En 1976, los hermanos Novo y su cohorte del MNC del área de Nueva York anunciaron
públicamente sus planes para realizar actos terroristas en gran escala contra la EXPO 67 en
Montreal, especialmente contra el pabellón de Cuba. Un blanco especial de la vigilancia de la
Brigada Tamale era Ignacio Novo, en ese entonces el más activo de los dos hermanos.

10. Los pistoleros y los traficantes de drogas también tenían cabida en este sofisticado y cambiante
juego. Pinochet envió a la Administración de Control de Tráfico de Drogas de Estados Unidos un
cargamento de traficantes de cocaína, descubierto después del golpe y que fue achacado al
"corrupto" gobierno de Allende. De este modo, la mano derecha de Pinochet, Contreras, pudo
organizar a sus propios hombres, con la protección de la DINA, en las destilerías de cocaína y
lugares de embarque del producto. Los cubanos anticastristas también integraban esta acción. Los
enormes beneficios suplementaban el presupuesto clandestino de la DINA. Las ganancias de los
cubanos iban a los bolsillos individuales y a la causa anticastrista.

11. Primero, el gobierno chileno negó tener a Otero en su poder; luego, ofreció entregarlo en un
ataúd. La embajada norteamericana insistió en la extradición y dijo al gobierno chileno que si Otero
no era entregado al FBI. el Secretario de Estado, Henry Kissinger cancelaría su proyectada visita a
Chile, en junio de 1976, para asistir a la asamblea general de la OEA. El 19 de mayo, en virtud de
la orden de Scherrer, la policía chilena metió en un avión con destino a Miami a un Otero sucio y
medio muerto de hambre.

12. En 1977, el Instituto Transnacional publicó el documento titulado: El Orden Económico


Internacional, con los nombres de Letelier y Moffit.

13. Tras el asesinato, el IEP creó el Fondo Letelier-Moffitt por los Derechos Humanos. Entre otros
proyectos, ayudó a financiar la investigación independiente.

XI

DESCANSANDO EN CASA

POCOS DÍAS DESPUÉS de registrar los archivos consulares, Robert Scherrer fue
a visitar al director de la DINA, Manuel Contreras, como acostumbraba hacer en
cada viaje a Chile. Las oficinas interiores del cuartel general de la DINA, cerca del
centro de Santiago, tenían un elegante aspecto que denotaba recursos
económicos prácticamente inagotables. El área de recepción estaba presidida por
un ramillete de jóvenes secretarias cuyos vestidos, maquillaje y buena presencia
hacía pensar en modelos. Mesas de cristal y cromo, lámparas modernas y
cómodos sillones de piel completaban la atmósfera conosureña, imitación de
Madison Avenue.

La oficina privada de Contreras tenía un enorme atlas colocado detrás de un


escritorio de madera y un mueble con un complejo equipo de teléfonos, televisión
y radiocomunicación. Scherrer había estado reuniéndose con Contreras desde
1976 cuando, como resultado de las negociaciones relacionadas con la extradición
del terrorista cubano Rolando Otero, la DINA y el FBI establecieron relaciones
formales. Después del asesinato de Letelier, las relaciones se hicieron más
discordantes, pero manteniéndose siempre dentro de los límites de la
caballerosidad.

Scherrer se encontraba en la embarazosa posición de tener que ver con un


funcionario considerado uno de los principales sospechosos en un caso de
asesinato. En su primera reunión después del crimen, a fines de noviembre,
Contreras ofreció a Scherrer la "información confidencial" de que Ronni Moffitt era
una de las amantes de Orlando Letelier y que, por lo tanto, el FBI debería
considerar a Michael Moffitt como el más probable sospechoso, sobre todo
considerando que se había sentado en el asiento trasero, en lugar de hacerlo junto
a Letelier. Con mucho conocimiento de causa, el jefe de la DINA dijo a Scherrer
que cuando dos latinoamericanos viajan en automóvil con una mujer, siempre son
los varones quienes ocupan el asiento delantero. Contreras también le había
repetido la versión oficial de la posición del gobierno chileno: el asesinato había
sido planeado para dañar la imagen de Chile y formaba parte de un complot
marxista. También había prometido brindar su ayuda a Scherrer en la
investigación.

En las reuniones siguientes, Scherrer había comenzado a fastidiar con el asunto


de las relaciones de la DINA con los terroristas cubanos que habían visitado Chile.
Contreras contestaba sus preguntas con seguridad en sí mismo y sin revelar nada.
Ahora, en abril, Scherrer notó una diferencia en las respuestas de Contreras,
sintiendo que ya no se encontraba ante un hombre en la cúspide del poder. Una
extraña inseguridad había remplazado la impenetrabilidad del jefe de la DINA, que
otrora adoptaba una posición de Buda.

Revisaron los hechos presentados por Scherrer, Contreras negaba todo, las
relaciones de la DINA con Rolando Otero, Orlando Bosch, Guillermo Novo y José
Dionisio Suárez. Mientras hablaban, Contreras se paseaba por su oficina
alfombrada en gris; luego, parado ante su escritorio, manipulaba el pisapapeles de
bronce que lucía el emblema de la DINA, la bandeja del correo, el ventilador.
Ambos aceptaban las necesarias suposiciones de su situación: la discusión no
implicaba acusaciones ni un interrogatorio, sólo el deseo de Chile de cooperar en
la aclaración de un crimen cometido por otros.

De pronto, un cambio en la imagen fija de una de las pantallas de televisión los


interrumpió. En la pantalla, la inmóvil figura de la negra reja del cuartel general de
la DINA cambió a la imagen del presidente Augusto Pinochet, sentado en su
escritorio, a no más de medio kilómetro de distancia de allí, en el edificio Diego
Portales. Contreras regresó a su escritorio, presionó un botón y saludó a Pinochet.
Scherrer vio en ese momento la cámara fija de televisión arriba en el muro, que los
enfocaba a ambos. Tuteándole, Pinochet preguntó a Contreras si había terminado
el informe sobre "el almirante". Con discreción, Contreras respondió que se
comunicaría de inmediato para poder entregarle la información.

Scherrer aprovechó esa interrupción para poner fin a la incómoda conversación.


En un cable a Washington, dijo que Contreras, en esa entrevista y las siguientes,
parecía estar "esperando el otro zapato para saltar" en el caso Letelier.

Sólo sabía una parte de los problemas de Contreras. En las lóbregas aguas del
poder político dentro del gobierno militar, la corriente se había dirigido contra
Contreras y la DINA. Por primera vez en casi tres años, Pinochet había impuesto
frenos a su poder. Enfrentado a recortes presupuestarios y a las órdenes de
terminar con el exterminio de izquierdistas mediante desapariciones, (1) Contreras
se había aliado con sus más fervientes partidarios para defender su imperio de la
DINA.
Durante tres años, había enfrentado numerosos desafíos a su poder. El
progresista general Óscar Bonilla, uno de los originales partidarios del golpe y el
principal rival de Pinochet en el ejército, lo había atacado. Pero esta amenaza
terminó con la muerte de Bonilla, en un misterioso accidente en helicóptero, en
marzo de 1975. El general Sergio Arellano, otro gigante en el cuerpo de generales,
se había quejado a Pinochet contra la "Gestapo" de Contreras, expresando su
desacuerdo con oirás medidas. Recibió la orden de retirarse. El general Odlanier
Mena, (2) también a fines de 1975, siendo jefe del Servicio de Inteligencia Militar
[SIM), encaró a Contreras, acusándolo de que la DINA ejercía actos de espionaje
contra oficiales del ejército. Pinochet nombró a Mena embajador en Panamá y
luego en Uruguay, en el fondo, condenándolo al exilio diplomático. Contreras, a
través del control que ejercía sobre toda la información que llegaba a Pinochet,
había eliminado cuidadosamente toda oposición a la DINA, haciéndola aparecer
como oposición a Pinochet. Su alianza parecía ser eterna y sus destinos, estar
unidos indisolublemente.

La presión venía ahora de medios que estaban fuera de su control. Estados


Unidos tenía un nuevo presidente que había hecho de Chile un punto en favor de
su elección. (3) Los líderes de la oposición que no estaban en la clandestinidad se
reunieron en los salones del Hotel Sheraton San Cristóbal de Santiago la noche de
la elección y festejaron la victoria de Carter como si hubiesen pertenecido a su
partido. Los empresarios pinochetistas, los tecnócratas y economistas, también se
dieron cuenta de la reacción que se produjo en el hotel. Los partidarios civiles de
Pinochet comprendieron las vicisitudes en el poder de Estados Unidos, puesto que
formaba parte de su educación, de toda una vida en el mundo de los negocios y
contactos profesionales con lo que ellos llamaban "sus vecinos del norte".

Ahora que Cárter era presidente, el problema de los derechos humanos en países
como Chile se había convertido en el principal desafío de la política exterior.
Algunos de los poderosos de Chile comenzaron a reaccionar, lentamente al
principio. Deseaban transformar al gobierno que con su poder habían ayudado a
crear, en un gobierno que contaba con la gracia de Estados Unidos. Su lealtad a
Pinochet seguiría siendo firme, en la medida en que Su Excelencia mostrara cierta
flexibilidad. Pinochet, el realista, les permitió atacar un otrora sagrado blanco: el
floreciente imperio de Manuel Contreras.

Estos hombres habían trabajado juntos desde antes del golpe, no siempre de
manera formal, pero compartiendo ideas e intereses políticos y económicos afines.
Aunque nunca constituyeron cuantitativamente una mayoría entre los empresarios
chilenos, tenían, a pesar de todo, el poder económico y político como para
delinear el futuro económico del país en el Chile posterior al golpe. A lo más,
veinte o treinta se agrupaban en la cima del poder. En la banca y en la industria,
Javier Vial y Manuel Cruzat, primero juntos y luego separados, habían construido
el mayor imperio financiero que el país había visto en su corta vida. Cruzat y su
nuevo socio, el financista Fernando Larraín, contaban entre los más ejecutivos --
subordinados-- cinco ministros o ex ministros del gobierno de Pinochet. (4) Muy
cerca de los grupos Vial y Cruzat-Larraín, estaba el imperio de Agustín Edwards,
dueño de la editorial El Mercurio. Habían construido su base económica a través
del control de la política económica de la junta y del acceso a las grandes
empresas y bancos norteamericanos. Las empresas de Cruzat habían ganado el
sugerente nombre de "los pirañas".

En publicaciones, los miembros del grupo competían entre ellos, pero mantenían
un indiscutible y creciente control sobre los medios impresos. La empresa El
Mercurio poseía el periódico más importante, del mismo nombre, y los dos o tres
diarios restantes de Santiago. Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, había sido
un importante factor de persuasión para que, en 1970, Nixon ordenara una acción
encubierta de la CIA contra Allende. El principal colaborador de Edwards, Hernán
Cubillos, hasta el golpe, fue el principal agente de la CIA y conductor de los fondos
secretos destinados a grupos de oposición a través de El Mercurio diario del que
era presidente en ausencia de Edwards. (5)

Pinochet, poco tiempo después de asumir el poder, confió un grupo de


economistas asociados con estos constructores de imperios la tarea de restaurar
en Chile el capitalismo puro, perdido tras las reformas de la Democracia Cristiana
y la Unidad Popular. Éstos eran hombres elegantes, la mayoría entre 35 y 40
años, procedentes de buenas familias de terratenientes o industriales. Habían
estudiado en la Universidad Católica, obteniendo becas de la Fundación Ford u
otras similares, a comienzos de la década de los sesenta, para estudiar post
grados en economía o administración de empresas en la Universidad de Chicago.
Pinochet no se inmiscuyó en sus planes, puesto que no sabía nada de economía.
Simplemente, preguntó qué necesitaban para lograr sus objetivos, pidiéndoles no
interferir en la tarea de los militares consistente en extirpar el cáncer marxista.

Jorge Cauas, un hombre agradable, regordete, bajo de estatura, con el aspecto de


un académico más que de un banquero, condujo el equipo económico del
gobierno en su calidad de ministro de Finanzas, detentando el rango oficial de
"superministro". Sergio de Castro, ministro de Economía, y Pablo Baraona,
presidente del Banco Central, se rodearon de hombres que vestían, pensaban y
lucían como ellos: jóvenes brillantes, convencidos de que la ilustración
tecnocrática que defendían, por fin tenía libertad para empujar a un país atrasado
hacia el mundo moderno. Cuando Cauas fue nombrado embajador en
Washington, en marzo, todo el resto subió un escalón: de Castro a Finanzas,
Baraona a Economía, y Alvaro Bardón, vicepresidente del Banco Central, a la
presidencia del mismo. Eran hombres fríos y ambiciosos (aunque simpáticos,
como la mayoría de los chilenos), para quienes los derechos humanos en los
primeros años de la junta estaban mucho peor y, en chileno, "no les importaba un
comino". Sin embargo, al triunfar Jimmy Carter, vieron la luz.

La página editorial de El Mercurio y una deslucida revista semanal, Qué


Pasa, (6) eran sus voceros extraoficiales. Sus lineamientos en desarrollo
económico llamaban a la apertura de los mercados chilenos a la competencia
internacional para incentivar (léase desproteger) a las industrias nacionales que,
de ese modo, podrían competir en el extranjero. Creían poder controlar la inflación
sólo a través de mecanismos que manipularan los excedentes monetarios y de la
creación de un libre mercado de trabajo (Pinochet pudo garantizar esto al
desbaratar el otrora poderoso movimiento sindical chileno). Su mentor intelectual,
el economista Milton Freedman, les enseñó que la democracia política era
(aunque no necesariamente de inmediato) el producto natural de un mercado
económico libre, sin trabas.

A comienzos de 1977, el grupo decidió que la DINA de Contreras había perdido su


vigencia. (7) Los editoriales de El Mercurio comenzaron a sugerir que había llegado
el momento de que el régimen militar se sacara el uniforme de campaña de los
tres primeros años, vistiéndose con un ropaje más institucional. La actual
"inamovilidad política" podía arruinar los sólidos logros económicos, decía el
diario, previniendo contra el "fanatismo", el "fascismo" y la tentación de usar
"modelos franquistas pasados de moda" en el gobierno.

CUANDO EUGENE PROPPER y Cárter Cornick decidieron citar a ciertos


miembros del MNC ante el gran jurado, pusieron en práctica una nueva táctica,
una combinación entre "divide y vencerás" y "zanahoria y garrote". Garantizaron
inmunidad a José Dionisio Suárez y Alvin Ross, a cambio de su testimonio. Esto
provocó el efecto de prevenirlos de recurrir a su derecho de Quinta Enmienda para
guardar silencio, puesto que la inmunidad les garantizaba que no serían acusados
por ningún crimen que confesaran.

Ambos se negaron a hablar. El 20 de abril, un juez de la Corte de Distrito de


Estados Unidos declaró a Suárez en rebeldía, encarcelándolo hasta que se
decidiera a cambiar de parecer, o hasta el fin del periodo de sesiones del gran
jurado, en marzo de 1978. Ross, en cambio, fue liberado. Los informantes de
Propper y Cornick les advirtieron que había sido Suárez quien jugó el papel de
silenciador. Se había ganado una reputación de mantenedor de la disciplina en
términos jerárquicos, intimidando a la gente. Cornick y Propper esperaban que, al
permanecer Suárez encarcelado, Ross, "el hocicón", se sentiría menos inhibido
para dar cuerda a la lengua. Además, los informantes le dijeron que Ignacio Novo
tenía un serio problema de alcoholismo y, borracho, a menudo se vanagloriaba de
los crímenes cometidos. Con Suárez en la cárcel, Novo también se sentiría más
libre para hablar.

Propper y Cornick tenían una tercera razón para encerrar a Suárez y liberar a
Ross: sembrar las sospechas entre ellos.

Mientras Propper esperaba los resultados de su plan o de cualquier otro evento


que pudiera revivir el estancado caso, a comienzos de mayo, un policía de la
ciudad de Nueva York arrestó a Ricardo Canete de Céspedes, acusado de haber
girado un cheque sin fondos.

En la estación de policía, un sargento reconoció a Canete por haber estado allí en


ocasiones anteriores y ordenó al patrullero registrarlo cuidadosamente. En el
bolsillo, encontró varios cigarros de marihuana, un rollo de billetes falsos de veinte
dólares y un pequeño revólver, escondido en la entrepierna. También portaba una
licencia de conducir con uno de sus varios nombres falsos. Mientras las
acusaciones se multiplicaban, el agente miraba intencionadamente a Canete. Su
malestar se convirtió en temor cuando el agente lo invitó a su oficina privada y
ordenó cervezas, acomodando los pies sobre el escritorio.

"Ricky, esto podemos arreglarlo fácilmente, o complicarnos la vida. Y yo me


imagino que eres un tipo que prefiere las cosas fáciles", dijo el sargento.

Canete observaba la insignia y el arma del policía, igual como un policía contra el
vicio inspeccionaba las huellas de hipodérmica en el brazo de un drogadicto.
Aunque no entendió nada, Canete creyó haber comprendido sus palabras. La
cosa estaba clara: podía convertirse en soplón, o de lo contrario ir a la cárcel. De
manera que negoció su libertad, a cambio de información. Por cada cargo en su
contra, aumentaba la cantidad de información que debía entregar. Durante varias
semanas, ayudó a un agente del servicio secreto infiltrado en el circuito de
falsificación, quien le había vendido los malditos billetes de veinte dólares.

La Brigada de Explosivos e Incendios Intencionales del Departamento de Policía


de Nueva York estaba interesada en obtener informaciones sobre el MNC. Canete
dijo a los sargentos Robert Brandt y George Howard que se había retirado del
MNC a mediados de la década de los sesenta, pero que trataría de restablecer
contactos. Su amistad con Ignacio Novo se remontaba a 1960, junto con Felipe
Rivero y los hermanos Novo, ayudó a formar lo que más tarde llegó a ser el
Movimiento Nacionalista Cubano. Cualquier tipo de lucha ética que hubiera tenido
consigo mismo acerca de la traición a un viejo amigo, la solucionó rápidamente.
Marcó el número telefónico de Center Ford en Union City, donde Ignacio trabajaba
como vendedor.

Ignacio Novo reconoció su voz. Después de las formalidades, Canete le sugirió


renovar su amistad sobre la base de la ayuda mutua. Ignacio sabía que Canete
vendía documentación falsa, en tanto éste sabía que los integrantes del MNC
siempre estaban necesitando ese tipo de documentos. Pero Ignacio fue más lejos:
"Si Guillermo va a la cárcel, habrá guerra. Agarraremos a Propper, pescaremos a
Bell. Le pondremos la mano encima a Fiske (asistente del procurador de Estados
Unidos en Nueva York)".

Canete informó sobre su conversación a la policía. El 2 de mayo de 1977, oficiales


del Servicio Secreto de Estados Unidos, cuyas tareas incluían la protección de los
funcionarios del gabinete, dieron instrucciones a Canete, que se convirtió así en el
soplón de dos agencias policiales. El 12 de mayo, el Departamento de Policía de
Nueva York (NYDP) dijo a Canete que había encontrado una nueva acusación en
su contra, con lo que éste comenzó a enfurecerse por ese típico entrecruzamiento
de la policía. Lo habían usado para desenmascarar el circuito de falsificación que
le había pasado los billetes falsos y otras operaciones criminales con las que tenía
contactos. Había traicionado a Ignacio Novo, un viejo amigo y, posiblemente, lo
había metido en líos serios. Y después de eso, iría de todos modos a la cárcel.
El oficial del Servicio Secreto movió la cabeza, diciendo: "Lo siento", mientras a
Canete se le llenaban los ojos de lágrimas. "Tiene que haber alguna solución",
añadió el oficial, llevándolo a una habitación contigua. Allí, esperando con cara
sonriente, estaba el agente especial Larry Wack.

Wack tenía ante sí a un típico rufián callejero fanfarrón, que hablaba la auténtica
jerga del bajo mundo de la delincuencia. Pero detrás de esa fachada, sabía que se
ocultaba el cinismo del hombre que cree haber encontrado el secreto de la vida,
que, para su gusto, era demasiado molesta. Wack percibió un extraño y fugaz
revoloteo en sus ojos, una señal de inquietud, un Weltschmertz (8) que la perdida
criatura demuestra a veces, como si estuviera pidiendo socorro, o manifestando su
última vulnerabilidad.

Se hizo cargo de la libertad de Canete, para quien libertad significaba concurrir a


bares con espectáculos de nudismo, meterse en "camorras", "fumaderos" y soplar
cocaína; significaba darse empellones con los otros delincuentes callejeros, firmar
cheques sin fondos y salir del banco muriéndose de risa; significaba poder jugar
con el cortaplumas por la calle, hablar la jerga de los criminales en español, en
inglés y en "spanglish". Para Canete, la libertad significaba el olisqueo perruno que
practicaban los rufianes entre ellos, buscando en el otro signos de debilidad que
algún día pudieran usar en beneficio propio. Los pandilleros que nunca crecen,
pero que hacen crecer baldado y provocan padecimientos en el hígado y el riñón,
siempre dándose de golpes, como en broma, amenazándose de muerte en varias
formas. Sus charras vestimentas en las discotecas de mala muerte los hacen
aparecer como criaturas patéticas, sin embargo, son hombres capaces de
asesinar, robar, herir. Ésta era la libre vida callejera de Canete, su libertad, su
sentido de continuidad de un día al siguiente, desde la década del fascismo de los
sesenta hasta la década del crimen de los setenta.

Cuando Larry Wack comenzó su bombardeo verbal contra Canete vio un rostro
pálido y asustado, parcialmente cubierto por una bien cuidada barba negra. El
sarro de sus dientes denotaba la afición a cigarrillos ingleses importados, de
tabaco turco. Para Wack, Canete tenía todas las condiciones de un soplón.

Tras la máscara de rufián despreciable, Wack detectó una rápida y útil inteligencia.
El FBI querría que Canete fuera su hombre dentro del Movimiento Nacionalista
Cubano y éste lo aceptó como una tarea más del mismo inevitable juego; esto de
pasar de una agencia policial a la otra, como un viraje normal de la carrera de su
vida.

Contando su historia a recién conocidos, Canete mezclaba hechos reales con


fantasías que intentaban dar la impresión de un hombre nacido hacía diez mil
años, que había llevado toda la sabiduría de los tiempos a las experiencias
callejeras. Según Canete, su carrera política comenzó durante la insurrección
conducida por Fidel Castro contra Batista, a fines de la década de los cincuenta.
Decía haber contrabandeado armas para el Movimiento Veintiséis de Julio.
Orgullosamente, contaba que Fidel Castro le rogó que partiera con él a Cuba,
cuando los barbudos regresaron a la isla tras una corta visita triunfal a Nueva
York, en 1959. Según decía, en 1960, Fidel Castro le ofreció una oportunidad para
ir a Cuba a recibir entrenamiento de la KGB, preparándose para servir en la
inteligencia cubana. Rechazó ambas ofertas, aceptando en cambio el ofrecimiento
de la CIA, ingresando en 1960 a la Brigada 2506 que invadiría Cuba. Gracias a su
habilidad e inteligencia, la CIA lo usó de intérprete del dirigente político exiliado
Tony Varona. En una oportunidad, esta actividad lo llevó a Hyannisport, donde se
fotografió junto a la familia Kennedy.

Tanta era la importancia de Canete para la CIA, que dos semanas antes del
desembarco en Bahía de Cochinos, lo sacaron de las fuerzas invasoras,
reclutándolo en un escuadrón secreto, Operación 40. Planificado por el Procurador
General Robert Kennedy, este cubano exiliado tipo Waffen-SS debía limpiar los
bolsillos de la resistencia, después de la exitosa invasión, y neutralizar a los
elementos disidentes en el interior de las fuerzas armadas invasoras. En esta
aventura, Canete se asoció a figuras legendarias de la CIA, como el coronel Rip
Robertson y Grayston Lynch. La CIA también lo conectó con el principal hombre
de la mafia, John Rosselli, y la mujer de la mafia, Marita Lorenz, en el ZR/ RIFLE,
sigla clave de la CIA para el complot de asesinato de Fidel Castro.

En 1964, Canete participó en el atentado con bazuca contra el edificio de


Naciones Unidas, perpetrado por el MNC, cuando "Guillermo /Novo/ jodió todo,
dejando que la bazuca se hundiera en el lodo". También "puso fuera de combate a
algunas bestias" y "eliminó algunos negros" con los Novo en el prostíbulo de la
Calle 116, en Harlem. Hacia 1966, su imaginación fascista sobrepasó los
estrechos límites de los obsesionados anticastristas del MNC y, abandonando a
los cubanos exiliados, se integró (o infiltró) en el Partido Nazi Norteamericano de
George Lincoln Rockwell, que eran "un atado de locos condenados".

En algún momento de los años sesenta, se fue a Vietnam, donde la CIA lo ubicó
en el programa Phoenix. Se especializó en hacer hablar a integrantes del
Vietcong, amarrados de una cuerda desde helicópteros en vuelo. A fines de la
década, ya de regreso en Estados Unidos, alternaba su tiempo entre el
contrabando y la venta de zapatos. Durante toda su peligrosa carrera, Canete
siempre consultaba a los jefes espirituales de su culto a los santones, protectores
yoruba que lo alejaban del peligro. Practicaba los ritos apropiados de la santería
con los amuletos que siempre usaba bajo la camisa. También se ligó a los Tongs
chinos y a algunas fracciones de la mafia de Brooklyn, y aprendió Tai Quan Do.

En los sesenta, también aprendió las técnicas de la falsificación, así como otras
artes útiles para hacer dinero fácil, rápido y con poco trabajo. Se especializó en
trabajos para la policía secreta sudafricana, BOSS, y el MOSSAD israelí. "Firmó
un contrato con el líder Yasser Arafat de la OLP y, personalmente, le impidió a ese
hijo de puta venir a Estados Unidos por periodos mayores de tres semanas".

Ahora, como agente de Wack, se reunía con Ignacio Novo, quien le presentó a
Alvin Ross. Novo le pidió documentos falsos, especificándole edad, estatura, color
de cabello y de ojos. Canete entregó copias de estos documentos a Wack,
recibiendo como pago y cimentación de su relación $300 dólares, por los cuales
firmó un recibo. (9)

Por la naturaleza de las preguntas del gran jurado y por la atención que el FBI
prestaba al MNC, los Novo sabían que no pasaría mucho tiempo antes de que
descubrieran que Guillermo había viajado a Chile sin autorización, violando así su
libertad bajo palabra. Suárez estaba en la cárcel y Guillermo hizo planes para
escapar. Canete le fabricó documentos usando el nombre de Frederick Pagan,
con una licencia de conducir de Nueva Jersey, un pasaporte panameño y fe de
bautismo que correspondía con la edad y constitución física de Guillermo Novo. El
20 de junio, Novo no asistió ante el gran jurado que consideraría la revocación de
su libertad bajo palabra, de manera que se le extendió una orden de arresto.
Desapareció en el protector submundo de la Pequeña Habana de Miami.

EN SANTIAGO, UN chapucero operativo de la DINA que incluía el secuestro de


un niño de dieciséis años, dio a las revistas Ercilla y Qué Pasa un pretexto para su
primer reportaje sobre los abusos cometidos por la DINA desde el
golpe. Ercilla apareció con un artículo al respecto de cuatro páginas, entregando
todos los detalles del secuestro, identificando a agentes de la DINA como los
posibles autores e ilustrando el artículo con impresionantes dibujos de fieros
agentes aplicando cigarrillos encendidos en la piel viva del muchacho atado y
encapuchado. Qué Pasa siguió con extractos de un testimonio secreto ante el
juzgado, que contradecía las declaraciones de la DINA de que sus agentes no
estaban involucrados. En los números correspondientes a todo el mes de junio, los
semanarios progubernamentales llevaron a sus lectores, paso a paso, por la
pesadilla vivida por el muchacho, Carlos Veloso, hijo de un dirigente sindical. Este
episodio entregó a muchos chilenos su primera visión del bajo mundo de terror y
mentiras de la DINA, que constituía el reinado del miedo del gobierno militar. (10)

El 2 de mayo, después del colegio, Carlos Veloso había ido a la oficina de su


padre, la Fundación Cardijn, patrocinada por la Iglesia. Ya estaba oscuro a las
6:30 p.m., cuando salió de la oficina. Mientras caminaba hacia una parada de
autobuses, tres hombres salieron de un automóvil, lo arrojaron al piso del asiento
trasero, llevándolo a una casa donde lo torturaron con cigarrillos encendidos,
toques eléctricos y drogas durante seis horas, mientras lo interrogaban acerca de
las actividades laborales de su padre. Luego, lo sacaron de un auto, dejándolo en
un barrio residencial, justo antes de comenzar el toque de queda. Un transeúnte
ayudó al convulsionado muchacho para que pudiera llegar hasta su casa.

Dos días más tarde, otros agentes de la DINA llegaron a la casa de Veloso,
diciendo a sus padres que estaban investigando el secuestro y querían llevar al
muchacho y a su padre, Carlos Héctor Veloso, para hacerles algunas preguntas.
En el centro de interrogatorios, los agentes separaron al joven de su padre,
diciéndole que matarían a su familia si no memorizaba una historia falsa de lo
ocurrido y no identificaba a cuatro vecinos (todos dirigentes sindicales de
oposición) como los secuestradores. En un determinado momento, los agentes, a
través de una ventana secreta, le mostraron a su padre. El joven Carlos vio a un
hombre apuntando al padre con una escopeta. Reconoció al agente armado como
uno de sus raptores originales.

Tres agentes de la DINA se instalaron en la casa de Veloso. Nuevamente


drogaron e hipnotizaron al joven. Al padre le dijeron que los marxistas habían sido
los raptores de su hijo. El 25 de mayo, los agentes de la DINA llamaron a una
conferencia de prensa en la que, bajo la estrecha vigilancia de éstos, el joven
Veloso identificó las fotografías de sus vecinos como los secuestradores. Los
cuatro nombres entregados a la prensa, correspondían a cuatro personas
reportadas como "desaparecidas" desde el 4 de mayo. Los agentes anunciaron
luego que los cuatro eran reconocidos marxistas subversivos y habían sido
entregados a una corte militar, acusados de secuestro.

La historia verdadera del muchacho salió a luz cuando un obispo católico investigó
el caso y puso al joven y a su familia bajo protección. A comienzos de junio, la
familia hizo declaraciones bajo juramento ante un juzgado militar, denunciando el
secuestro de la DINA y asilándose posteriormente en Canadá.

El martes 28 de junio, el editor de Qué Pasa, Jaime Martínez, dejó su oficina al


atardecer, subiendo a su automóvil estacionado enfrente. Mientras lo ponía en
marcha, un hombre escondido en el asiento trasero le apuntó con un arma en la
nuca, mientras otro sujeto armado abría la portezuela e ingresaba al vehículo.
Martínez, un hombre delicado, intelectualoide, de unos 40 años, saltó del coche
pidiendo ayuda. Un grupo de trabajadores de la revista presenció los hechos. Uno
de ellos anotó el número de placas del Peugeot último modelo que, velozmente,
se acercó al vehículo de Martínez y recogió a los dos frustrados
secuestradores.(11)

ESE MISMO DÍA, en Washington, Cárter Cornick y Eugene Propper hicieron una
llamada oficial al nuevo embajador de Chile, Jorge Cauas, quien recibió en su
oficina al joven fiscal y al agente del FBI, con mucha amabilidad. De acuerdo al
protocolo, no era normal que un embajador recibiera llamadas de personas con el
rango de Propper y Cornick, pero la posición de Cauas como embajador ante el
gobierno de Jimmy Cárter había atravesado por muchas dificultades.

Cauas se consideraba un economista, un tecnócrata que evitaba la política.


Democristiano en el pasado, con actividades en el equipo económico de Frei,
había apoyado con entusiasmo la dictadura de Pinochet, como su única
oportunidad de aplicar las teorías políticas que sustentaba en un "laboratorio" libre
de presiones políticas. Sus antiguos amigos estaban desilusionados, pero seguían
pensando en Cauas como en un ejemplar distinto en el ganado de Pinochet.
Durante sus casi tres años como responsable de la economía chilena, se mantuvo
públicamente como analista apolítico. Jamás emitió juicios sobre las informaciones
de represión política, las torturas y los asesinatos practicados por su gobierno. Eso
no era de su incumbencia.
Ningún otro chileno podía llevar a Washington el prestigio y las cualidades
personales que poseía Cauas. En eso, tenía alguna similitud con Orlando Letelier,
y en el hecho de que había vivido antes en Washington, como director de
investigaciones para el desarrollo en el Banco Mundial. Cauas se consideraba
"embajador" ante Nueva York y la comunidad de la banca privada, lo mismo que
embajador ante la Casa Blanca. En eso, no tenía rivales. A partir de 1976,
mientras daba los toques finales al programa de austeridad más severo de la
historia del país, las compuertas del crédito privado internacional se abrieron,
permitiéndole evitar un déficit de 800 millones de dólares en la balanza de pagos.

En la diplomacia, su éxito era considerablemente inferior. Nombrado embajador


por Pinochet seis semanas después de la elección de Carter, llegó a Washington
en febrero, pero sólo un mes más tarde Cárter aceptó recibirlo para que entregara
sus cartas credenciales. Las relaciones eran frías y empeoraban en la medida en
que la administración Carter desataba su campaña en pro de los derechos
humanos, haciendo alusiones constantes a Chile. A comienzos de junio, Rosalynn
Carter expresamente omitió a Chile en su gira por Latinoamérica y, una semana
después, el vicepresidente Walter Mondale y el Consejero de Seguridad Nacional
Zbigniew Brzezinski recibieron al ex presidente Frei en la Casa Blanca. (12)

El caso Letelier produjo malestar a Cauas. Contemporáneo, aunque no su amigo,


respetaba a Letelier y estaba familiarizado con su trabajo en el Banco
Interamericano de Desarrollo. Pero, cuando a mediados de 1976, el presidente
Pinochet presentó a la reunión del gabinete el decreto que lo privaba de su
ciudadanía, Cauas lo firmó. Ahora, sinceramente quería creer que Chile no tenía
nada que ver con el asesinato, así como tampoco con el atentado contra Leighton,
o con el asesinato de Prats.

Propper y Cornick habían ido a ponerle ese asunto sobre su escritorio. Propper,
con gran deferencia, le habló sobre los esfuerzos y la determinación del
Departamento de Justicia para resolver el crimen. La investigación, señaló, había
develado los nombres de varios terroristas cubanos que se sabía visitaron Chile, y
deseaba solicitar la ayuda de Chile para obtener informes acerca de las
actividades de tres individuos: Guillermo Novo, Orlando Bosch y Rolando Otero.

Cornick entregó a Cauas una reseña con las fechas de entrada de los cubanos a
Chile y sus supuestos alias. Dijo que se deseaba descubrir qué contactos y
reuniones habían realizado con los funcionarios de los servicios de inteligencia
chilena. Cauas les aseguró que haría todo lo que estuviera de su parte para
solicitar la información a las más altas autoridades chilenas, y que estaba ansioso
por colaborar personalmente, como pudiera, con la investigación. Señaló que
Estados Unidos y Chile tenían un interés común en la identificación de los
responsables de las horribles muertes de Letelier y Ronni Moffitt. Chile, en
particular, había sido gravemente dañado por las constantes acusaciones de su
participación en el asesinato. Sólo resolviendo el caso criminal, el nombre de Chile
quedaría limpio de toda mancha.
Ambos investigadores dejaron la oficina. A los pocos días, Propper recibió una
llamada telefónica de la embajada, informándole que el presidente de Chile,
personalmente, ordenó a Investigaciones, la policía civil, comenzar una
investigación, de manera que se pudiera dar respuesta a las preguntas acerca de
los tres cubanos. (13)

La respuesta a la solicitud, que fue transmitida a través de Cauas a Propper, casi


un mes más tarde, consistente en un memorándum de tres páginas catalogado de
"estrictamente confidencial", no contenía ninguna información sobre Bosch y Otero
que ya no hubiera aparecido en los medios de prensa, agregando sólo sus
direcciones mientras permanecieron en Chile. Guillermo Novo, que entró a Chile
con su verdadero nombre, el 3 de diciembre de 1974 y salió el 19 de diciembre,
era un "terrorista" sobre el que no se conocían "acciones negativas". El informe
ignoró las preguntas de Propper sobre los supuestos contactos de los cubanos
con la DINA. Lo importante, según Propper, sin embargo, fue que una parte del
gobierno chileno se estaba manifestando deseosa de colaborar con la
investigación de Estados Unidos. (14)

EL 8 DE JULIO, Larry Wack recibió una llamada telefónica a las 2:00 de la


madrugada y escuchó la voz temblorosa de Rick Canete. Wack sabía que éste
había concertado una entrevista con Alvin Ross esa tarde, para entregarle
documentación falsa, pero no esperaba tener noticias hasta el día siguiente.
Canete empezó a contarle una historia, mientras Wack hacía esfuerzos por prestar
toda su atención. Cuando mencionó algo sobre "la bomba de Letelier", Wack lo
interrumpió, diciéndole que comenzara de nuevo, para conectar una grabadora.

Mientras ponía la máquina en marcha, le dijo: "Ahora vuelve a contarme todo,


frase por frase, tal como recuerdas la conversación. Y cálmate".

"Voy a encontrarme con Al en Ascione Ford, donde trabaja como vendedor.


Cuando llego, sale y cierra la puerta (es tarde y él mismo cierra el negocio).
Vamos en su automóvil a tomar un trago en un restaurante. Veo un
portadocumentos abierto en el asiento delantero, con dos sobres de papel manila,
uno dice Orlando Letelier, y el otro, Chile. En el restaurante es muy atento y me
ofrece un trago u otra cosa, mientras él va a hacer unas llamadas telefónicas. Pido
una Coca-Cola con limón.

"Luego regresamos al garage. Necesito una máquina para llenar los documentos
que le traje. Mientras escribo, él se pone a decir pendejadas, ¿tú ves? Empiezo a
fabricar unas tarjetas de identificación para un tal Frederick Pagan. Me jacto de mi
trabajo, tú ves, para fabricar esas DD 214, (15) tienes que tener en la cabeza todos
esos códigos del ejército norteamericano; un error, y eres hombre muerto.

"Y entonces, él me dice: «Yo también soy bueno en mi trabajo», y empieza a


jactarse de sus bombas, diciendo que una vez fabricó una en una maceta para
plantas. No le creo. No me interesa meterme en sus pendejadas, así es que sigo
escribiendo, mientras le contesto, «sí, Al. Seguro».
"Y él agrega: «No estoy bromeando. Te lo digo en serio. Mi bomba era una
maravilla, hasta los profesionales me la alabaron».

"Sí, chico, le digo mientras sigo escribiendo. Ya casi tengo listos los DD 214. Él se
molesta un poco y me dice: «Mira. Yo hice la bomba de Letelier. La hice aquí
mismo. Usé explosivo plástico porque son las más fáciles de moldear y se pueden
usar para penetración, produciendo la cantidad de calor que se necesita. Usé un
reloj con un aparato con ácido».

Wack lo interrumpió: "Rick, ¿estás dispuesto a someterte al detector de mentiras


para comprobar la veracidad de tu historia?"

"¡Por supuesto!", contestó Canete, mientras Wack detenía la grabación.

En la tarde del día siguiente, Wack se encontró con su informante en Central Park.

"¡Esto es una locura!", dijo Canete. "He ido demasiado lejos. Yo no sabía que me
estabas metiendo en el medio de una tropa de asesinos. Ya no quiero más de esta
basura, quiero salirme de esto".

Wack había tenido poca experiencia en el trato con soplones, pero sabía que
Canete estaba aterrorizado y presentía el peligro en que su hombre estaba
metido. Sin éxito, trató de persuadirlo para que continuara y siguiera en contacto
con él. Canete se negó. Dijo que iría a la próxima cita con Ross, para entregarle
los documentos, y eso sería todo. Se separaron, caminando en direcciones
opuestas.

EN UNA CELDA de Raiford, la Penitenciaría Federal de Florida, Rolando Otero


manifestaba su ira contra Augusto Pinochet, el hombre que personificaba la última
de las traiciones de su vida, el que le había prometido asilo en Chile y, en cambio,
sus asesinos lo habían humillado como ratón en la trampa, entregándolo después
al odiado FBI.

Otero, contrastando con el vulgar y barrigón Orlando Bosch, personificaba la típica


imagen que todos -y él también- tenían del terrorista ideal. A los treinta y cinco
años, con rasgos oscuros y bien definidos y complexión atlética, se veía más joven
y menos ahíto que la mayoría de los terroristas cubanos de Miami. Mientras otros
vendían zapatos y automóviles, Otero dedicaba todo su tiempo a las actividades
paramilitares, manteniendo un estilo de vida ostentoso: ropa, mujeres, centros
nocturnos, muchos viajes, y el buceo como afición.

La ira dominaba la vida de Rolando Otero. Fidel Castro y la Revolución lo habían


seducido cuando era niño, hasta que, tras salir exiliado con su aristocrática familia,
había alimentado un sentimiento de venganza, jurando matar todos los objetos de
su anterior devoción. A los dieciséis años, la CIA lo reclutó, constituyéndose en el
integrante más joven de las fuerzas invasoras de Bahía de Cochinos. Odiaba a
Castro, sobre todo porque lo había derrotado, sometiéndolo a largos meses de
prisión. Desde su punto de vista, traicionado una vez más por la CIA, se convirtió
en terrorista independiente, disponible para cualquier grupo que le propusiera
aventuras y financiamiento.

Muchos de los terroristas cubanos estaban desilusionados con el gobierno


norteamericano, por haber relegado a un segundo plano la causa del
derrocamiento de Fidel Castro, en la década de los setenta. Pero Rolando Otero
se lanzó. En su furia, entre octubre y diciembre de 1975, prácticamente cada
símbolo oficial de Estados Unidos en Miami recibió una bomba: El Aeropuerto
Internacional de Miami, dos centrales de policía, el cuartel general del FBI, la
Oficina de Seguridad Social, el Edificio Federal, y un gran banco privado. El FBI
estaba convencido de que el autor era Otero. Partió a República Dominicana y de
allí a Venezuela, dejando ambos países justo antes de que llegaran las peticiones
de extradición.

Encontró asilo en Santiago de Chile, a comienzos de 1976. Tenía la esperanza de


admirar de cerca el verdadero "nacionalismo" del gobierno de Pinochet y de
participar en la victoriosa guerra que se llevaba a cabo contra el comunismo. Pero
ahí también se encontró con la traición.

Gene Propper leyó los informes sobre Otero. A pesar de las negativas de Chile,
existían claras evidencias de que había estado en contacto con la DINA hasta el
momento de su extradición, en mayo de 1976. Estuvo participando en misiones
para la DINA y en el juicio, en enero, manifestó su resentimiento contra Chile y su
deseo de hablar. En julio, Propper hizo arreglos con el abogado de Otero y superó
los escollos legales para sostener una entrevista con él. William Clay, su abogado,
dijo que Otero estaba dispuesto a entregar información, cooperando ampliamente
en lo relacionado con cualquier información sobre Chile y su policía secreta, pero
no aceptaría ninguna pregunta acerca de los exiliados cubanos. Propper se
manifestó de acuerdo con él. Consiguió un escrito y arregló así el traslado de
Otero a Washington.

La entrevista se realizó en julio, en la oficina del Procurador de Estados Unidos en


Washington. Otero estaba nervioso, cruzaba y descruzaba las piernas, apretaba
los labios y las mandíbulas, hasta que los músculos contraídos se notaban en su
cara. Habló rápidamente, como ametralladora. Al comienzo, manifestó su ira,
hablando incoherentemente sobre la injusticia de su expulsión de Chile, la traición,
su odio hacia el agente especial Scherrer y hacia Manuel Contreras.

Propper lo dejó desahogarse y luego lo interrogó punto por punto. Quería


informaciones detalladas de todos los contactos personales de Otero con los
funcionarios de la DINA. Al cabo de tres días de interrogaciones, se descubrió la
historia.

En Caracas, a fines de enero de 1976, según dijo Otero, estuvo en el


departamento de su viejo amigo Ricardo Morales. Venezuela, sabiendo que el FBI
pedía su extradición, lo dejó entrar, en el entendido de que viajaría a Chile de
inmediato. Supo que "Mono" Morales era entonces funcionario del DISIP, la policía
secreta venezolana. Propper también sabía que era informante ocasional del FBI.
Morales persuadió a Otero para que éste hiciera un doble trabajo en Chile: con la
DINA, tal y como lo había planeado, pero también que informara al DISIP sobre
las acciones de la DINA en el extranjero.

Otero viajó a Santiago el 3 de febrero, registrándose en el elegante hotel de estilo


colonial El Emperador. De allí, se fue al Ministerio de Relaciones Exteriores,
ubicado en el ala del Palacio de la Moneda que había quedado intacta tras el
bombardeo. Se identificó como capitán del ejército de exiliados cubanos y, tras
una cordial bienvenida, un funcionario de inteligencia del ministerio le dijo que se
pondría en comunicación con él en su hotel, en unos días más.

A los pocos días, tres agentes de la DINA, dos hombres y una mujer, llegaron
hasta su habitación. Vestían de civil y se comportaban de manera áspera y
autoritaria. De acuerdo con el informe de Propper. Otero dijo a los agentes "que
esperaba luchar contra el comunismo cubano dondequiera que se encontrara y
que su propósito era ponerse en contacto con la DINA, por encargo de los
exiliados cubanos anticastristas". Añadió haberse puesto en relación con la DINA
para comprarles explosivos y otros materiales, en retribución a lo cual él podría
entregarles "informaciones que a ellos les interesaba sobre comunistas
latinoamericanos".

Describió a los tres agentes. La mujer parecía sólo tomar notas y guardar silencio.
Tenía unos treinta años y era morena. El que parecía ser encargado, se identificó
como el mayor Torres; tenía unos cuarenta años, tez olivácea y era alto y atlético.

El tercer integrante dijo poco, pero hizo preguntas incisivas, mostrando gran
conocimiento sobre los cubanos exiliados. Tenía "un metro ochenta de estatura,
era flaco, de pelo rubio y ojos azules". Otero le calculó entre treinta y dos y treinta
y cinco años, diciendo que parecía más alto a causa de su complexión delgada.
Dijo que el agente "tenía aspecto débil y hablaba español con acento
norteamericano".

La expresión de Propper no cambió; no dio señales a Otero de que la descripción


del agente rubio y alto era más interesante que todo lo que ya había dicho.
Rápidamente, comenzó a pensar. El informante de Wack habló de haber visto un
chileno alto y rubio, acompañado de Guillermo Novo en los días previos al
asesinato. Otro informante agregó el detalle de que "el contacto de la DINA" de
Novo era un chileno-norteamericano. Ahora, Otero parecía haber cerrado el
círculo: personalmente, se había reunido con un agente de la DINA alto, rubio,
experto en asuntos cubanos y que hablaba español con acento norteamericano.

Otero prosiguió la historia de su odisea con la DINA. Habló de otro agente que
fungía como su oficial y le ordenó el asesinato de Andrés Pascal Allende y Mary
Anne Beausire, haciéndolo viajar a Costa Rica con sus propios medios
económicos. Llegó hasta Caracas con la intención de cumplir la orden, informó allí
del asunto a Morales y luego regresó a Santiago. Dijo haber estado varias veces
con el agente rubio y alto de la DINA.

Cuando se llevaron a Otero, Propper y Cornick analizaron la información recibida.


Supieron que el hombre que contrató a Novo para el asesinato podía ser el agente
que interrogó a Otero en Santiago. Discutieron acerca de si llevar el interrogatorio
un paso más adelante, mostrándole a Otero las fotos entregadas por el FBI como
parte del incidente paraguayo. Las fotos habían circulado por algunas oficinas del
FBI, pero los agentes tenían estrictamente prohibido mostrarlas a alguien que no
fuera oficial.

Las fotografías y en general el incidente de Paraguay no habían constituido parte


importante de la investigación y Propper tuvo que refrescarse la memoria. Incluían
la primera página del pasaporte que contenía los datos personales y la descripción
física de Romeral y de Williams. Aunque las fotos en blanco y negro estaban
sobreexpuestas, y se hacía difícil distinguir el color de cabello, la descripción de
Juan Williams del documento calzaba.

Cuando los agentes discutieron si mostrar o no a Otero las fotos de Williams y de


Romeral, algunos sostuvieron que Otero podría estar jugando chueco, a pesar de
su evidente odio contra la DINA y podría informar a la DINA a través de los
cubanos que las fotos estaban siendo usadas en la investigación del caso Letelier.
Propper estaba indeciso. Durante meses, había puesto grandes esperanzas en la
posibilidad de encontrar pistas en el gobierno de Chile o en la Dina. Cualquier
signo de que la investigación se estaba centrando en agentes individualizados,
como Romeral y Williams, considerándolos sospechosos, podría "secar de
inmediato la fuente". Finalmente, decidieron que debía correrse el riesgo.

El 12 de julio enseñaron a Otero las fotos mezcladas con otras. No lo dudó: el


rubio agente de la DINA que había conocido en Santiago era el hombre de la
fotografía que representaba a Juan Williams Rose. Habían pasado más de ocho
meses antes que el Departamento de Estado entregara los pasaportes a Propper.
Había pasado casi un año desde que las fotos llegaran a poder del embajador
norteamericano, George Walter Landau, en Paraguay.

El misterioso Juan Williams se convirtió en el centro de la investigación. Los


teletipos alertaron a las oficinas regionales en relación a la renovada importancia
de las dos fotografías.

En Buenos Aires, Robert Scherrer recibió las noticias. Puesto que había manejado
el asunto de la expulsión de Otero el año anterior, tenía especial interés por los
largos cables que resumían los resultados de los tres días de interrogatorios.
Cablegrafió a Washington, engrosando con su análisis la ya voluminosa
información. La identificación de Williams como agente de la DINA en contacto con
los cubanos en Santiago, según lo señalado por Otero, era "un enorme avance" en
el caso, concluyó. Inmediatamente planificó otro viaje a través de Los Andes,
hasta Santiago.

LOS RUMORES DE que Pinochet tenía planes de desmembrar la DINA


comenzaron a circular en los medios políticos de Santiago en el mes de julio y
provenían de dos fuentes: la jerarquía eclesiástica y la embajada norteamericana.
Y los rumores calzaban con los acontecimientos políticos del mes.

El 11 de julio, Pinochet lanzó un discurso en la antorchada ceremonia organizada


por el Frente Nacional de la Juventud, patrocinada por el gobierno. Por primera
vez, delineó el tipo de gobierno que Chile tendría después del gobierno militar,
prometiendo que pronto empezaría el periodo de transición hacia la
"institucionalidad". Dijo que Chile tendría una "nueva democracia" que protegiera
al país por siempre de caer en las garras del marxismo. Sería una "democracia
autoritaria, integradora y protectora, basada en el principio de subordinación y la
economía libre".

El plan de Pinochet era llamar a elecciones parlamentarias a comienzos de 1980 y


aseguraba virtualmente su elección como primer presidente electo en ese nuevo
sistema. (16)

De este modo, por primera vez, se refería a un proyecto electoral. El


Mercurio y Qué Pasa alabaron el discurso, al que bautizaron como "El Plan de
Chacarillas", por el nombre del cerro desde donde fue pronunciado. Era su plan,
concebido por las mentalidades tecnócratas de los financistas y escrito por uno de
ellos, Jaime Guzmán.

La embajada norteamericana también lo vio como el resultado de sus infatigables


esfuerzos por persuadir a Pinochet de abandonar el absolutismo y encaminarse
hacia la constitucionalidad, no importando los plazos. Con varios días de
anticipación, se enviaron copias del discurso a la embajada, así Washington
podría felicitarlos de inmediato. En Santiago, el encargado Thomas Boyatt, el
personero más importante desde la salida del embajador David Propper, llamó al
día siguiente personalmente al Ministerio de Relaciones Exteriores, ofreciendo al
ministro Patricio Carvajal una conferencia de prensa. En ella, señaló: "Acabo de
realizar una visita oficial al canciller Carvajal para expresarle de la manera más
cordial y formal la positiva reacción que ha habido por parte del gobierno de mi
país ante los progresos hacia una nueva institucionalidad por parte de Su
Excelencia el Presidente. Mi gobierno está muy satisfecho de ver a Chile en
camino hacia un régimen gubernamental generado por un proceso electoral".

Angustiados, los dirigentes de la oposición declararon que Boyatt había felicitado a


Pinochet por un proyecto que ellos consideraban una "farsa" y "una burla dentro
de la democracia". (17) Pero Boyatt sabía algo que la oposición ignoraba: los civiles
que formaban parte del gobierno y los militares moderados habían convencido a
Pinochet de que hiciera gestiones sustantivas para mejorar las relaciones con
Estados Unidos. Boyatt, amigo de Pinochet desde hacía tiempo, también sabía
que entre los planes estaba realizar cambios en la DINA.

Manuel Contreras comprendió las implicaciones personales que tenían los


anuncios presidenciales. Significaba que Pinochet había optado contra el modelo
gubernamental propuesto por él y sus seguidores, un estado rígido y autoritario,
sin elecciones ni partidos políticos, donde el gobierno, como arbitro último,
controlara tanto los negocios como los sindicatos. Peor aún, los informantes de
Contreras llegaron con la noticia de que hacía algún tiempo Pinochet había
solicitado al general en retiro Odlanier Mena, rival de Contreras, la formulación de
un plan de reestructuración del servicio de inteligencia de Chile. Además, Pinochet
había nombrado al coronel Jerónimo Pantoja, que estaba fuera del círculo de los
íntimos de Contreras, como el segundo hombre de la DINA.

El 13 de agosto, durante una visita oficial de Terence Todman, Asistente del


Secretario de Estado de Estados Unidos, un vocero oficial anunció la disolución de
la DINA y la formación de una nueva organización de inteligencia, la Central
Nacional de Información. La DINA, continuaba el anuncio, "ha completado sus
delicadas funciones de seguridad nacional que se le habían confiado". Contreras
siguió siendo el director del nuevo organismo.

Robert Scherrer llegó a Santiago una semana después de estos hechos.


Necesitaba descubrir quiénes eran Juan Williams y Alejandro Romeral, sin que
Contreras percibiera su interés. No era difícil de suponer que si Juan Williams
estaba efectivamente involucrado con los cubanos en el asesinato de Letelier, y
Contreras sabía que Scherrer estaba en la pista, Juan Williams, quienquiera que
fuese, sería otro de los desaparecidos de la DINA.

Scherrer hizo averiguaciones. Una revisión secreta en el Gabinete Central de


Identificaciones, organismo responsable de los carnets de identidad entregados a
todos los chilenos, resultó negativa. No había registros de nadie que se llamara
Juan Williams o Alejandro Romeral. En seguida, fue al Ministerio de Defensa y se
le permitió revisar los archivos del rol militar. No existía ningún capitán o teniente
Williams ni Romeral.

Luego, fue a visitar al cónsul de Estados Unidos, Josiah Brownell. Se había


reunido varias veces antes y sus relaciones eran íntimas. Brownell rechazó su
petición de revisar los documentos consulares, exigiéndole para ello una
autorización expresa de Washington. Afortunadamente, Brownell recibió los
"memos operativos" que autorizaban la investigación y llevó a Scherrer al
archivero gris donde se guardaban las solicitudes de visa "forma 257-A".
Rápidamente encontró las solicitudes de Juan Williams y Alejandro Romeral, las
que fotocopió.

Puesto que se trataba de visas oficiales, sabía que era necesaria sólo una "nota
verbal" del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile para solicitar las visas en
el caso de asuntos oficiales de gobierno. Brownell le mostró dónde estaban
archivadas dichas notas y tuvo que revisar cientos de páginas de documentos que
acompañaban las solicitudes de visa. Todos los documentos estaban en carpetas,
en orden cronológico. Allí estaba la nota, una para ambos individuos. Era una
carta-tipo, señalando que Romeral y Williams iban a Estados Unidos en viaje
oficial de negocios, por encargo del Ministerio de Economía.

Scherrer enfatizó a Brownell que los archivos del consulado eran de capital
importancia en el caso Letelier, advirtiéndole que no permitiera la remoción de
ningún documento, ni menos su destrucción. Tras confirmar que en el Ministerio
de Economía no trabajaba nadie con esos nombres, cablegrafió su informe,
Romeral y Williams eran nombres falsos. Habían solicitado y obtenido visas
oficiales con la ayuda del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile para una
misión secreta en Estados Unidos, cerca de un mes antes del asesinato de
Letelier y Ronni Moffitt. La identificación de Williams como capitán de la DINA
relacionado con los terroristas cubanos por parte de Otero, era una razón de más
para considerarlo sospechoso en el caso, si podía establecerse que en esa fecha
estaba en Washington.

Scherrer pidió a Cornick copias de las fotos de Romeral y Williams y de los


pasaportes paraguayos, así como un acabado informe de todos los datos en poder
del FBI que pudieran responder a la básica interrogante: ¿Estaba Williams en
Estados Unidos alrededor de la fecha del asesinato?

DOS SEMANAS DESPUÉS, estando en su oficina de la Embajada de Estados


Unidos en Buenos Aires y mientras examinaba las fotos y los pasaportes
paraguayos, sonó el teléfono. Para su sorpresa, el coronel Contreras estaba en la
línea. "Quiero que venga de inmediato. Es algo muy importante para mí", le dijo
Contreras. Sorprendido, Scherrer le contestó: "¡Ni siquiera tengo visa para entrar a
Chile!"

"No se preocupe por la visa", prácticamente le gritó Contreras. Scherrer hizo


especulaciones acerca de las posibles razones de la urgencia del jefe de la DINA,
quien le agregó: "Acabo de hacerle reserva y alguno de mis funcionarios lo
esperará en Pudahuel". El capitán de la DINA Rene Riveros recibió a Scherrer en
el aeropuerto de Santiago, haciéndolo pasar por inmigración y aduana.

Sin mirar a su alrededor, despreocupadamente como de costumbre, Scherrer


escudriñaba cada uno de los rostros de los oficiales de la DINA al entrar a
Belgrado 11. Ninguno se parecía a las dos fotos. "Quiero visas para Sus
Excelencias. Las necesito de inmediato, para que el presidente y su esposa
tengan seguridad", le dijo Contreras. El presidente Cárter había invitado a todos
los jefes de Estado latinoamericanos, incluyendo a Pinochet, para que asistieran a
la ceremonia de la firma del Tratado del Canal de Panamá. "Le pido como favor
personal que intervenga en este asunto y penetre la barrera que se ha creado en
su embajada. Necesito cincuenta y cinco personas. Después de todo, hay una
gran hostilidad hacia nosotros en ciertos círculos por estos días", explicó
Contreras. También quería permiso para que sus agentes portaran armas.
Scherrer le prometió que haría lo posible. Regresó a la embajada y reunió un
equipo de fotógrafos para que cubrieran varias horas de trabajo. Al día siguiente,
telefoneó a Contreras por su línea directa, diciéndole: "Pude mover algunos hilos y
le tengo buenas noticias. Mándeme los pasaportes y, personalmente, les pondré
las visas, devolviéndoselos de inmediato".

Un mensajero de la DINA llevó los pasaportes a la embajada de Estados Unidos.


Scherrer se sonreía mientras examinaba cada pasaporte antes de pedirle al
fotógrafo que lo copiara. Reconoció algunas caras, como la del coronel Víctor
Barría Barría, hombre de la DINA en Buenos Aires, y la del jefe de electrónica de
la DINA, José Fernández Schilling. Escribió todos los nombres y números de los
pasaportes. Luego, vio otra cara familiar. El nombre del empleado civil del
gobierno era Morales Alarcón, pero la foto pertenecía a Manuel Contreras. La
fecha de expedición del pasaporte era el 22 de septiembre de 1976, el día
siguiente al del asesinato.

Le molestó no encontrar los nombres de Romeral y de Williams, así como


tampoco sus fotos entre todos los pasaportes. Sin embargo, se dio cuenta de que
los pasaportes de Fernández Schilling, Barría Barría y Morales Alarcón tenían
numeración seriada que correspondía a la secuencia de los de Romeral y de
Williams. (18)

El 5 de septiembre, Pinochet y su escolta aterrizaron en Washington y se


registraron en dos pisos del Hotel Embassy Row, a dos cuadras de la Embajada
de Chile, en Avenida Massachusetts. Pinochet consideraba que esa invitación a
Estados Unidos era un paso importante para la restauración de su dañada
imagen. El presidente Cárter había dado audiencia a cada jefe de Estado
latinoamericano, y Pinochet deseaba ser tratado por el presidente norteamericano
como su igual.

El senador por Mississippi, James Eastland, hizo un almuerzo en honor de


Pinochet. En medio de bromas, Eastland hizo esta observación a otro senador: "Le
dije a Pinochet que yo apoyaba la medida de encarcelar a todos los comunistas y
agitadores y Pinochet me contestó: «Eso es exactamente lo que yo estoy
haciendo»".

Más tarde, mientras hacía antesala junto a Pinochet para entrevistarse con Carter,
su traductor percibió que éste tenía los nudillos casi blancos de tanto apretar la
silla, en la Casa Blanca. Carter dio la bienvenida a Pinochet y se estrecharon las
manos. Dio un informe al Presidente de Estados Unidos acerca del progreso que
había hecho en la erradicación del comunismo y la restauración de la ley y el
orden. Amablemente, Carter esperó su turno para discutir algunos puntos. Sin
elevar la voz ni dejar de sonreír, le dijo que el asunto de los derechos humanos
seguía siendo un punto fundamental para Estados Unidos y que esperaba amplia
colaboración en el caso Letelier. Pinochet se manifestó ignorante de la
preocupación de Carter, pero le aseguró que, personalmente, garantizaría una
cooperación total.
Poco después, Pinochet ofreció una conferencia de prensa. Un periodista le pidió
comentar acerca de las acusaciones de que Chile había ordenado el asesinato de
Letelier. Pinochet hizo el signo de la cruz contra sus labios y juró inocencia. El
gesto escapó a los representantes de prensa de Washington, pero no así el
juramento: "Soy cristiano, no soy asesino. Juro que nadie en el gobierno chileno
planeó jamás una cosa semejante".

Les Whitten, de la oficina de Jack Anderson, había probado casi exactamente lo


contrario a partir de informes del FBI. El día de la partida de Pinochet, el jueves 8
de diciembre, la columna de Anderson apareció en cientos de periódicos alrededor
del mundo: "El siniestro jefe de la policía secreta de Chile fue el hombre que
estuvo detrás del asesinato . . . Algunas fuentes del Departamento de Justicia
sugieren que el presidente chileno Augusto Pinochet en persona ordenó el
asesinato".

Mientras Pinochet estaba en Washington, el agente especial del FBI Larry Wack
recorría discretamente sus contactos en Union City, incluyendo aquellos que sabía
se negarían a cooperar, así como aquellos que anteriormente le habían
proporcionado informaciones. Desde la conversación con Canete acerca de Alvin
Ross, Wack era doblemente cuidadoso. Un error de su parte, cualquier signo que
llevara a algún miembro del MNC a sospechar quién había sido su informante,
podría significar la muerte de alguien ...

Había leído los informes sobre las entrevistas en Washington con Otero y sobre la
investigación de Scherrer en Santiago de los nombres y las fotografías de Romeral
y Williams. Había recibido las fotos hacía algunos meses, pero no podía usarlas
"en la calle". Ahora, ya tenía autorización para mostrarlas a sus informantes que,
en noviembre pasado, le habían hablado de un chileno rubio que andaba con
Guillermo Novo y con otros miembros del MNC.

Organizó una reunión secreta e individual con cada uno de ellos, dándole carácter
de urgente. Pero este era un proceso lento pues tenía que asegurar protección
total, usando agentes para comprobar que los informantes no eran seguidos.
Necesitó otros agentes del FBI para que desempeñaran labores de vigilancia, la
posición de una revista en el bolsillo de un abrigo o bajo el brazo, todas "claras" y
"peligrosas" señales para reuniones clandestinas.

Uno a uno, Wack mostró a sus informantes las fotografías de los pasaportes
paraguayos. Algunos de ellos recordaban al individuo bien afeitado, por lo que
Wack hizo que el laboratorio del FBI quitara la barba de Williams de una de las
fotos.

El 16 de septiembre, Wack telegrafió a Cornick informándole los resultados: todos


sus informantes señalaron que la foto de Williams coincidía con el hombre que
habían visto con los miembros del MNC. Ninguno de ellos reconoció a Romeral.
EN WASHINGTON, CARTER Cornick reorganizó sus prioridades en el caso. Por
primera vez, colocó al comienzo de la lista las fotos de Romeral y de Williams y el
incidente de Paraguay. Cornick revisó el expediente, encontrándolo contradictorio.
Un memo del Departamento de Estado había dado detallados informes sobre la
entrada a Miami de Romeral y de Williams el 22 de agosto, un mes antes del
asesinato. El memorándum mostraba visas diplomáticas A-2 y pasaportes oficiales
chilenos, no paraguayos. Esto coincidía con las solicitudes de visa descubiertas
por Scherrer en Santiago. El memo llevó a Cornick a una hipótesis lógica: Romeral
y Williams, después de obtener los pasaportes paraguayos, regresaron a
Santiago, obteniendo allí nuevas visas y pasaportes, con los que viajaron a
Estados Unidos para cumplir la misma misión secreta.

Pero, de acuerdo con el Servicio de Inmigración y Naturalización, nadie que


tuviera esos nombres había ingresado a Estados Unidos. Entonces, ¿cómo supo
el Departamento de Estado que Romeral y Williams habían ingresado al país y
cómo se enteraron de los detalles de sus pasaportes?

Cornick comparó la información de los pasaportes paraguayos con las solicitudes


de visa. Las descripciones variaban ligeramente. Los pasaportes paraguayos
estaban a nombre de Juan Williams y de Alejandro Romeral, omitiendo los
apellidos maternos. Los individuos que entraron a Miami, según se informó, lo
hicieron como Juan Williams Rose y Alejandro Romeral Jara, de acuerdo al
informe. Posiblemente, esa diferencia había ocasionado un error en el archivo.

Cornick decidió averiguar una vez más, tanto con el Departamento de Estado
como con el INS. Llamó al buró de Chile del Departamento de Estado y habló con
el nuevo encargado, Robert Steven, que recientemente había remplazado a
Robert Driscoll.

Steven conocía bien Chile y sentía un gran afecto e identificación con el país,
fenómeno poco común entre los funcionarios del Servicio Exterior que habían
trabajado allá. Entendía las complicaciones de la política chilena y se hizo cargo
del buró de Chile con una autoridad y entusiasmo que inmediatamente fue
evidente para Propper y Cornick, que siempre se habían quejado de la desidiosa
respuesta de Driscoll a sus preguntas en torno al caso Letelier-Moffitt.

Cornick no dio indicaciones a Steven acerca de por qué deseaba investigar el


asunto Romeral-Williams. Presentó la petición como algo de rutina. Conversaron
acerca del caso. Cornick se mostraba optimista, pero entregaba pocos datos
acerca de los recientes progresos.

Steven se dedicó a su tarea. Como miembro selecto de la pura cepa brahmánica


de Massachusetts, consideraba el Servicio Exterior un empleo agradable y
privilegiado. El caso Letelier-Moffitt le interesaba y la mayor parte de su primera
semana en el buró de Chile, se dedicó a poner en orden los caóticos archivos
dejados por Driscoll.
EL 21 DE SEPTIEMBRE comienza la primavera en Chile, en el pasado, la época
de elecciones; de los asesinatos políticos y campañas policiales punitivas contra la
izquierda, en 1974, 1975 y 1976. En los transparentes y tibios días de la primavera
de 1977, se desarrollaba la lucha más enconada por el poder, desde, que se
produjera el golpe.

Contreras permanecía en la fortaleza de Belgrado 11. Los dirigentes de oposición


interpretaban este hecho como prueba de que el estado policial, con su absoluta
falta de respeto por los derechos básicos de los ciudadanos, continuaba igual.
Apuntaban hacia las similitudes entre la ex DINA y el decreto presidencial que
creaba la nueva Central Nacional de Información, CNI. Contreras, sin embargo, se
aferraba desesperadamente al poder. Ya no podía contar como su aliado absoluto
al Presidente de Chile y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.

Durante septiembre y octubre, Contreras se mantuvo cerca de sus siempre leales


agentes civiles de la DINA. Los oficiales de carrera del ejército, como el director de
operaciones, coronel Pedro Espinoza y el capitán Armando Fernández, ya no
querían ligar su futuro a un imperio declinante. Comenzaron a salir de la DINA,
trasladándose a puestos militares.

El equipo de los leales de Contreras evitaba cuidadosamente usar el término


"Ceneí" (CNI), refiriéndose al "servicio", que, para ellos, siempre significaría la
DINA, vanagloriándose de su poderosa línea dura. En septiembre, estalló una
serie de bombas en El Mercurio, el Citibank y la antigua residencia de Pinochet. La
prensa reprodujo con celo las acusaciones oficiales contra los "extremistas de
izquierda". Pero entre los periodistas y el personal de la embajada de Estados
Unidos era un secreto a voces que los hombres de Contreras habían colocado la
mayoría de las bombas, si es que no todas, como advertencia a los que
promovían la línea blanda. (19)

Habían sobrepasado a Contreras. Mientras las mismas leyes marxistas que había
jurado erradicar habían aparecido como serpientes malignas en el seno de la
DINA, los intereses económicos habían determinado el curso de los
acontecimientos.

El grupo económico de tecnócratas había usado a la DINA, había confiado en el


deseo sin barreras de Contreras para destruir el sindicalismo chileno, silenciar
todas las opiniones políticas, salvar a la nación de todos los obstáculos
institucionales que se presentaban en el camino de su modelo económico. Pero
una vez que esto se había logrado, los "Chicago boys" encontraron que la DINA y
sus métodos eran un obstáculo y, sin sentimentalismos de lealtad, ahora
completaban activamente para su eliminación y la de su jefe, de su creador.

Como coronel, había pasado por encima del poder de diez generales en la
cúspide de su autoridad. Con la DINA eliminada formalmente y sin el sólido apoyo
de Pinochet, descubrió lo que ya había sospechado: no tenía independencia en el
seno de la estructura militar. Tenía amigos y admiradores, pero no tantos en
comparación con la cantidad de enemigos. Incluso sus partidarios incondicionales
no poseían el poder como para enfrentarse al cuerpo de generales y defender su
posición sin el apoyo abierto de Pinochet.

Contreras, obligado a retroceder, reunió a sus incondicionales y se preparó para


dar la batalla por recuperar el apoyo de Pinochet, para convencer a Su Excelencia
de que el grupo económico lo había persuadido de disolver la DINA y arrodillarse
ante Estados Unidos. En verdad, lo había engañado y traicionado a la patria.

Antes de tomar la ofensiva, Contreras debía protegerse. Pinochet lo remplazaría


por el general Odlanier Mena, su enemigo, un hombre celoso del poder de su
predecesor. Contreras no quería ninguna evidencia comprometedora en manos de
Mena. Antes de entregar el mando, supervisó a sus hombres en una tarea que
duró una semana, expurgando de los archivos de la DINA el material relacionado
con detenciones clandestinas, brigadas, interrogatorios y centros de ejecución.

El 22 de octubre, Contreras asistió a mediodía a una recepción en la embajada de


Perú. Entre los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores, vio a su
amigo, el coronel Enrique Valdés Puga, que le había solucionado sus necesidades
de pasaportes. Guillermo Osorio, el hombre de Puga que había implementado los
detalles, estaba al otro lado de la sala. Contreras y Puga le sonrieron. Osorio
había comenzado a beber incluso antes de ver a Puga y a Contreras en la
recepción. Cuando se acercaron, apuró el resto de su vaso de vino y pidió más.
Observadores señalaron que el trío se fue a la una de la tarde y, en el automóvil
de Contreras, llevaron a Osorio a su casa. Un pálido Osorio entró solo a su casa.
Mientras la sirvienta los atendía para comer, siguió bebiendo. Comió poco y
contestó con cautela a las preguntas de su esposa Mary sobre su evidente estado
depresivo. Ella no insistió, había aprendido a no provocarlo.

El débil y maduro diplomático de carrera se levantó tambaleante de la mesa


diciendo que "se tendería a descansar un rato" y pidiendo a su esposa un "Alka-
Seltzer". En el dormitorio, se quitó los pantalones, tomó el "Alka-Seltzer" y se
recostó. Su esposa lo dejó solo. A los pocos minutos, ella y la sirvienta oyeron un
disparo, precipitándose en la habitación. Osorio sostenía un revólver que
guardaba en el velador, en su mano, colgando del dedo pulgar. De un pequeño
agujero en la mitad de la frente, caía un delgado hilillo de sangre. (20)

LA PRIMERA SEMANA de noviembre, el gobierno comunicó oficialmente que


Contreras había renunciado a la dirección de la DINA/CNI. Simultáneamente, se
anunció que Contreras estaba entre los ocho coroneles del ejército promovidos a
brigadier general. Contreras, según decía el anuncio, había sido nombrado
consejero especial del presidente en asuntos de seguridad nacional.

Desde 1973, Contreras había sido una figura misteriosa, cuyo nombre rara vez se
mencionaba, un símbolo casi abstracto del terror que dominaba Chile. Pocos fuera
del ejército lo conocían. El 3 de noviembre se levanto, oficialmente, el manto del
misterio y la fotografía de Contreras se distribuyó a la prensa, junto con las de los
demás coroneles ascendidos a brigadier general. Esa tarde, el rostro de Contreras
apareció en la primera plana del tabloide La Segunda.

El nuevo director del CNI, Odlanier Mena, se reintegró al ejército para asumir su
cargo. Había regresado sólo algunos días antes de su puesto de embajador en
Uruguay. Cuando fue a asumir el cargo en el cuartel general de la DINA, a
mediados de noviembre, llevó consigo a una docena de ayudantes militares
seleccionados. Entraron al edificio de Belgrado 11 con la actitud de un ejército de
ocupación. Los archivos mostraban aún las huellas del saqueo perpetrado por los
hombres de Contreras, habiéndose retirado de su ex oficina la mayor parte del
equipo electrónico.

Las siguientes tres semanas, Mena y sus hombres eliminaron cerca de mil
agentes, la mayoría de ellos civiles, a través de la solicitud de su renuncia
voluntaria o, directamente, del despido.

En Washington, Robert Stevens rastreó los archivos del buró de Chile en busca de
material relacionado con Romeral y Williams y el incidente paraguayo. Conociendo
los normales procedimientos de trabajo de los funcionarios del Departamento de
Estado, concluyó que el material más importante acerca de lo ocurrido en
Paraguay podría estar archivado en el fichero secreto personal de Harry
Shlaudeman, que recientemente había dejado el cargo de secretario asistente
para Latinoamérica. Después de obtener la autorización, fue a la oficina vacía de
Shlaudeman y abrió el archivo de material clasificado.

No estaba equivocado: allí había varias carpetas relacionadas con el asunto de


Paraguay y los pasaportes Romeral y Williams. Debido a su clasificación, nunca
habían circulado a través de los canales normales del Departamento de Estado.
Cada vez que encontraba material de importancia, se lo enviaba a Propper por
correo. En algunos casos, pedía al fiscal que acudiera personalmente al
Departamento de Estado a leer documentos cuya clasificación como ultrasecretos
no permitía su traslado o reproducción. (21)

El documento clave era un cable del embajador George W. Landau, dirigido a


Vernon Walters, director adjunto de la CIA en 1976, enviado a la CIA vía
Departamento de Estado, a través del canal conocido como "canal Roger". Por
primera vez, Propper dirigió toda su atención a lo sucedido en Paraguay en julio y
agosto de 1976, lo que había permitido que Estados Unidos tuviera en su poder
las fotografías que actualmente constituían el centro de su investigación.

Según supo Propper, el general Vernon Walters había viajado a Paraguay en junio
de 1976 para sacar de su puesto al jefe de la CIA, a raíz de una discusión con el
embajador Landau. El jefe de la CIA engañó a Landau poniéndolo en la
embarazosa situación de haber tenido que negar al gobierno paraguayo que cierto
individuo de esa nacionalidad era agente de la CIA, lo que demostró ser falso. El
viaje de Walters tenía el doble propósito de hacer un sumario al jefe local de la
CIA y tratar de convencer a los paraguayos de no matar al desafortunado agente,
detenido y acusado de participar en un complot para derrocar al presidente
Stroessner.

Esta tarea no era desconocida para Walters, desde mucho tiempo asignado a
Latinoamérica y amigo cercano de las figuras más importantes de los gobiernos
militares que controlaban la región. Consideró ese viaje como un obsequio previo
y su ya presupuesto retiro de la agencia.

El agente paraguayo Conrado Pappalardo recibió a Walters a su llegada,


organizándole entrevistas con personalidades del país, incluyendo al presidente
Stroessner. La visita había sido cordial. El jefe de la oficina de la CIA fue enviado a
Buenos Aires, y de allí, a Estados Unidos, pero el destino del agente de la CIA,
que había sido torturado y permanecía en prisión, aún no se resolvía cuando
partió Walters, en la última semana de junio.

Luego, Landau se había ido de vacaciones por dos semanas y, a su regreso,


Pappalardo le hizo una petición que Landau calificó en el cable como "extraña".
Pappalardo le dijo que el presidente Pinochet de Chile había solicitado al
presidente Stroessner pasaportes para dos agentes chilenos de la DINA, el
capitán Juan Williams y el teniente primero Alejandro Romeral, para llevar a cabo
una misión en Estados Unidos. Pappalardo señaló que él tenía entendido que la
misión chilena había sido arreglada en Santiago con la CIA y que los dos
individuos estarían en contacto con el general Vernon Walters a su llegada a
Washington. Pappalardo había informado inmediatamente a Landau sobre la
misión chilena y pidió que éste facilitara el otorgamiento de las visas por parte de
Estados Unidos. Landau señaló que había sospechado de ese asunto por
considerar inusual que la CIA en Chile arreglara una misión de la DINA en Estados
Unidos usando pasaportes de un tercer país. Pero, expresó, parecía que la
solicitud de visas para la misión chilena a Estados Unidos era el quid pro quo que
Paraguay exigía a cambio de salvar la vida del agente de la CIA. Landau dijo
haber otorgado las visas después de haber intentado infructuosamente de
comunicarse con Walters, a fin de consultarlo sobre el asunto. Pero señaló haber
tomado la precaución de fotocopiar los pasaportes y enviado las copias a la CIA,
de manera que ésta pudiera controlar a los agentes de la DINA.

Luego, Propper leyó la respuesta de Walters, del 4 de agosto. Decía no haber


hecho ningún arreglo con Pappalardo en relación a la colaboración en esa misión
de la DINA. Dijo haber discutido el asunto con el director de la CIA, George Bush,
llegando al acuerdo de que la agencia no quería nada con esa misión y no
deseaba ponerse en contacto con los agentes Romeral y Williams. También
señalaba que la petición paraguaya era "altamente irregular" y "una extraña
manera de hacer negocios".

Propper supo que el embajador Landau tomó medidas inmediatas para reparar el
paso en falso que había dado al otorgar las visas. Cablegrafió al Departamento de
Estado, señalando que las visas para Romeral y Williams deberían ser
canceladas, avisándose al 1NS para prevenir su ingreso al país. Landau avisó al
Departamento de Estado que había llamado a Pappalardo, solicitándole retirar los
pasaportes a los chilenos y llevarlos a la embajada para cancelar las visas. (22) En
las semanas que siguieron, Landau llamó diez veces a Pappalardo hasta que,
finalmente, a mediados de septiembre, recibió los pasaportes que no habían sido
utilizados.

Para Propper estaba claro que el incidente paraguayo había suscitado un


considerable malestar en los escalones superiores de la CIA y el Departamento de
Estado, mucho más del acostumbrado para una cancelación de visa, asunto
manejado generalmente por los funcionarios consulares y de la Oficina de Visa y
Pasaportes del Departamento de Estado. Supuso que tal vez eso podría atribuirse
a la "delicadeza extrema" del otro asunto, el cambio del jefe de la oficina de la CIA
y el descubrimiento del agente de la CIA paraguayo.

Propper siguió la huella dejada por los pasaportes. El buró de Chile del
Departamento de Estado recibió las copias de los pasaportes el 6 de agosto.
Propper ya conocía los siguientes documentos: los memos del Departamento de
Estado que habían acompañado las fotos y demás documentos de Romeral y
Williams que se adjuntaron al ser enviados al FBI, después del asesinato.
También el comunicado del 22 de octubre del Departamento de Estado,
notificando al FBI que Romeral y Williams habían ingresado a Miami el 22 de
agosto, con pasaportes chilenos.

Después de que Cornick le comunicara que las averiguaciones con el INS eran
negativas, ya que no existían datos sobre la entrada al país de Romeral y
Williams, Propper había descartado esa información. Cornick había vuelto a
revisar los datos del INS, después de que Otero identificó la fotografía de Williams
como la del agente de la DINA, pero recibió la misma respuesta negativa anterior.

Los nuevos documentos proporcionados por Steven eran un descubrimiento


sorprendente. Propper leyó un memo fechado el 11 de noviembre de 1976, del
funcionario del buró chileno Robert Driscoll y dirigido a su jefe, Harry Shlaudeman.
Decía que los dos oficiales chilenos habían sido vistos en Washington durante un
periodo que coincidía con el asesinato. Shlaudeman había ordenado a Driscoll
enviar la información al FBI, cosa que éste no hizo.

Las preguntas eran obvias. Si el INS no tenía datos de la entrada al país de


Romeral y Williams, ¿quién había informado al Departamento de Estado que dos
chilenos, usando esos nombres, habían entrado con pasaportes diplomáticos
chilenos en la fecha exacta del 22 de agosto? ¿Quién había informado a Driscoll
de que alguien había visto a los dos individuos en Washington? ¿Por qué Driscoll
había desobedecido la orden de su superior, no informando al FBI?

Pero aún existía una pregunta más importante: ¿Quién era Juan Williams y quién
era Juan Williams Rose? ¿Eran dos personas, o una sola? Cualquiera que fuese
su real identidad, el Juan Williams cuya fotografía aparecía en el pasaporte
paraguayo, era un oficial del ejército chileno, un agente de la DINA que se
encargaba de los asuntos cubanos y que había sido identificado en compañía de
Guillermo Novo, el presunto asesino, cerca de la fecha del asesinato. Juan
Williams debía ser ubicado e interrogado.

Propper se reunió con Cornick para decidir la estrategia a seguir. Cornick envió a
Scherrer la información recién encontrada del Departamento de Estado. Casi en
ese mismo momento, Scherrer había sabido algo de la información, lo que lo
estimuló más aún por descubrir la identidad de Juan Williams. En una recepción
de comienzos de noviembre en Buenos Aires, casualmente escuchó el nombre
Williams en una conversación de un oficial del ejército chileno. El oficial contó a
Scherrer que ese nombre, originalmente inglés, correspondía a un capitán de la
marina que, en el siglo XIX, había desempeñado un importante papel en la historia
militar de Chile. Juan Williams había derrotado a los franceses en una incursión
marítima, en 1843, reclamando para Chile el Estrecho de Magallanes. Scherrer
escondió su asombro cuando el oficial agregó que la fecha exacta del famoso
desembarco de Juan Williams en el Estrecho fue el 21 de septiembre de 1843,
¡aunque más de un siglo después, el mismo día del asesinato de Letelier!

La investigación no podía progresar sin pedir, de una u otra forma, informes sobre
Juan Williams directamente al gobierno chileno. El asunto era cómo hacerlo. Un
paso en falso podía provocar la desaparición del misterioso Juan Williams para
siempre.

El despido de Contreras de la DINA/CNl había cambiado radicalmente el balance


del poder en el seno de las fuerzas militares y policiales chilenas. Por primera vez,
era posible que un acercamiento discreto a través de la policía o los canales
diplomáticos se manejara en forma confidencial, sin que inmediatamente se filtrara
la información hasta Contreras. También era posible que si incluso Contreras
sabía algo sobre el interés de Estados Unidos por Williams, ya no estaría en
condiciones de eliminarlo. (23)

Propper prefería plantear a Chile el asunto Juan Williams a través del embajador
Jorge Cauas. Pero el primer intento por contar con la cooperación de Cauas en la
investigación, en junio pasado, había sido un gran fracaso. Al comienzo, éste
aseguró a Propper que el mismo presidente Pinochet había ordenado una
investigación especial sobre las actividades de los cubanos exiliados en Chile.
Esto resultó ser una mentira, no obstante los funcionarios norteamericanos
estaban convencidos de que Cauas era sincero al manifestar el deseo de
cooperación de Chile. Más tarde, cuando llegaron las respuestas chilenas a las
preguntas de Propper acerca de los cubanos, contenían sólo falsedades y
sirvieron únicamente para convencer al fiscal de que el gobierno chileno estaba
directamente involucrado en el caso Letelier, o encubriendo a los culpables.

En un cable enviado el 7 de diciembre desde Buenos Aires, Scherrer propuso una


estrategia. Decía que, dado lo que se sabía acerca del incidente paraguayo,
especialmente la petición personal de pasaportes por parte de Pinochet al
presidente Stroessner, era posible que el gobierno chileno negara tener
conocimiento de los nombres, si se les preguntaba oficialmente. Para eliminar esa
posibilidad y poner a los funcionarios chilenos entre la espada y la pared,
recomendaba revelar los detalles específicos que poseía el FBI que, aunque
insuficientes, serían extremadamente embarazosos para el gobierno chileno.
Además de los nombres de Williams y de Romeral, se diría a los chilenos que el
FBI sabía que ambos individuos habían obtenido visas en el consulado de Estados
Unidos el 17 de agosto de 1976, viajando a Estados Unidos en el curso de ese
mismo mes.

En seguida, propuso una artimaña para ocultar la verdadera extensión del


conocimiento que Estados Unidos poseía en relación al incidente paraguayo. Se
informaría a los chilenos que las computadoras del FBI habían entregado datos
relacionados con el intento de Romeral y Williams de usar pasaportes paraguayos
y obtener visas en Asunción, en julio de 1976. Concluyó que los chilenos
quedarían impresionados por esa información que estaba en poder de las
computadoras norteamericanas, y preocupados con la posibilidad de que el FBI
poseyera más informaciones de las que había revelado.

En lugar de proceder a través del embajador Cauas, Scherrer propuso acercarse


al general Ernesto Baeza, director de investigaciones, con el objeto de mantener la
solicitud de información sobre bases estrictamente policiales. Baeza había
colaborado con el FBI y otras agencias de investigación criminal en varias
ocasiones en el pasado, y Scherrer lo conocía bien. También era uno de los
generales que había expresado su desacuerdo con Contreras y las operaciones
de la DINA, entregado a Scherrer información sobre las actividades de los
cubanos exiliados en Chile y datos de inmigración acerca de los viajes de éstos
desde y hacia Chile.

GEORGE WALTER LANDAU, alto y delgado individuo de unos cincuenta años,


ahora embajador en Chile, salió de su despacho para saludar a Scherrer,
conduciéndolo hasta su oficina privada. De su maletín, Scherrer sacó las
fotografías de Williams y Romeral y un borrador de la carta dirigida al director de
investigaciones Baeza, subrayando la petición de información por parte de
Estados Unidos. Landau reconoció las fotos que existían gracias a que, diecisiete
meses antes, siendo embajador en Paraguay, su instinto le ordenó fotografiar los
pasaportes y enviarlos a la CIA.

Landau prometió el total apoyo de la embajada, mostrándose entusiasta dentro de


su habitual comportamiento apático. El asunto sería tratado exclusivamente de
policía a policía, pero Landau insistió en que se le consultara e informara de cada
paso.

El jueves 29 de diciembre, se despacharon las fotos y la carta. Baeza se


encontraba de vacaciones en Punta Arenas, al sur del país, pero su segundo, J.F.
Salinas, aseguró que inmediatamente le haría llegar la carta.
Pasó una semana sin tener noticias de Baeza. Posteriormente, Scherrer, que ya
había regresado a Buenos Aires, recibió un llamado urgente de Landau, pidiéndole
viajar de inmediato a Santiago para presionar a Baeza en el asunto Romeral-
Williams. En Santiago, Scherrer y Landau se reunían a diario. Baeza seguía en
Punta Arenas y sospecharon que simplemente estaba eludiendo el asunto. Todas
las mañanas Scherrer llamaba a Investigaciones, presionando a Salinas y luego
se reportaba con Landau. Después de una semana de insistencias, Salinas
organizó una comunicación por radio entre Scherrer y Baeza, quien le dijo haber
recibido las fotos y la carta, pero que había "seguido los canales oficiales",
enviando la petición norteamericana al Ministerio del Interior, general Raúl
Benavides, oficial superior de la DINA/CNI de acuerdo a la reestructuración.
Abatido, Scherrer terminó la conversación y se fue a informar a Landau. Sentía
que Baeza había cedido, lavándose las manos de todo el asunto y lanzándolo
hacia arriba, donde evidentemente lo habían bloqueado.

Landau y Scherrer se reunieron en la oficina del primero y luego cablegrafiaron por


separado sus informes a Washington. Con el rechazo de Baeza para encargarse
del caso como un asunto policial, la investigación quedaba ahora en manos del
Departamento de Estado y del Departamento de Justicia. De allí en adelante, la
diplomacia y el uso selectivo del poder internacional de Estados Unidos, tomarían
la delantera por encima de las investigaciones realizadas por los encargados del
caso, siendo ellos quienes determinarían el destino que tendría el asunto.

El embajador Landau, involuntariamente envuelto en el caso desde antes del


asesinato a raíz de su anterior cargo en Paraguay, se unió a Propper, Cornick,
Wack y Scherrer, tomando el asunto como un desafío personal. Como la mayoría
de los encargados de asuntos latinoamericanos en el Servicio Exterior, Landau
había estado de acuerdo con la "teoría del mártir". Se había resistido a la idea de
que el poco usual incidente de los pasaportes paraguayos estuviera vinculado al
caso Letelier-Moffitt. Después del asesinato, no había intentado siquiera llamar la
atención del FBI sobre el incidente. (24)

Según él, había hecho lo apropiado al reportar el asunto a sus superiores del
Departamento de Estado y al director y el director adjunto de la CIA. Nada tenía
que agregar ahora a sus cables e informes de 1976.

Realizó un juego de suposiciones acerca de lo que otros en e! •Departamento de


Estado llamarían "una pelota difícil", un americanismo que Landau prefirió evitar.
Nacido en Viena, se había hecho ciudadano norteamericano cuando era soldado
en la Segunda Guerra Mundial. Aún conservaba un aristocrático aire europeo que
lo distinguía de sus colegas embajadores. Pero su arrugado rostro, asoleado a lo
largo de todo el año, tenía la expresión del diplomático veterano, una mezcla de
afabilidad y firmeza. Huellas de su acento austríaco añadían a su inglés un toque
autoritario.

Landau poseía excelentes credenciales para la tarea que iba a emprender con el
gobierno militar. Había llegado al grado de coronel en la Inteligencia del Ejército de
Estados Unidos y, en 1947, había dejado el servicio. Dedicado a los negocios
privados, había vivido varios años en Colombia como gerente general de una
planta manufacturera de automóviles. En 1957, fue oficial de reserva del Servicio
Exterior, siendo asignado a Montevideo con el rango de Agregado Comercial. (25)

La mayor parte de su carrera diplomática le había facilitado el contacto con


dictadores de derecha. Sirvió en España como jefe de los funcionarios políticos
durante el régimen de Franco, especializándose en asuntos españoles y
portugueses durante algún tiempo, antes de ser nombrado embajador en
Paraguay, en 1972. En España se ganó la reputación de ardiente defensor de
Franco y su gobierno, pero hacia 1977, en las audiencias del Senado que
discutían su nombramiento de embajador en Chile, se declaró "ferviente defensor
de la causa de los derechos humanos". Una vez que Scherrer lo convenció que
agentes de la DINA, y no izquierdistas, eran lo más probables sospechosos de los
asesinatos, Landau se abocó a la tarea de forzar a los chilenos para que
entregaran al testigo clave del caso: Juan Williams.

En Washington, Propper se sintió vengado al saber que Scherrer había fracasado


en su intento por usar a Baeza. Aunque nunca se habían reunido, con frecuencia
ambos habían estado en desacuerdo en relación a qué tácticas usar para
aproximarse a las potenciales fuentes chilenas. Se sintió reforzado por la
presencia de un rígido y decidido embajador como Landau. Había llegado a la
conclusión de que se habían agotado los recursos regulares de la investigación.
Sólo les quedaba una carta: el retrato de Juan Williams. Propper estaba
preocupado por lo débil de su posición ante Williams y lo poco que en realidad
sabía acerca del misterioso agente. Las evidencias de sus informantes, que
ligaban al agente con los cubanos, eran sólidas y convincentes, pero virtualmente
inútiles en la corte. A este punto, era dudoso de que pudiera incluso obtener el
permiso de arresto de Guillermo Novo y Alvin Ross.

Sin embargo, Propper podía contar con otras fuerzas. Con el apoyo del
Departamento de Estado, podría levantar su mano tan arriba que, tal vez, los
chilenos, conscientes de su culpa y sin saber la real extensión del conocimiento de
Estados Unidos, pudieran sentirse obligados a cortar sus amarras, perdiendo la
apuesta. El cuadro de un gigantesco juego de póquer se reproducía claramente en
su imaginación. No era un buen jugador, pero le encantaba el desafío del póquer y
su maniobra principal: el lance:

El mecanismo legal que escogió para su movida fueron las cartas petitorias o
rogatorias, que eran una solicitud de asistencia judicial internacional. Este recurso
permitía a la corte de un país pedir a la corte de otro realizar ciertos
procedimientos legales. Estas peticiones eran recíprocas y frecuentes en asuntos
de comercio exterior en los juzgados de la mayoría de los países no socialistas.
Los procedimientos incluían poner a los testigos bajo juramento y hacerles
preguntas proporcionadas por la parte solicitante. Propper comenzó a preparar
una lista de preguntas para Juan Williams y Alejandro Romeral.
EN SU LABORATORIO electrónico de Lo Curro, Michael Townley pasó la mayor
parte de su tiempo, durante enero de 1978, aprendiendo técnicas
computacionales. Durante el último año, su trabajo en la DINA había cambiado
radicalmente y, tras la renuncia de Contreras, Townley se había considerado
afortunado de no haber sido purgado por el general Mena junto con otros tantos
agentes civiles. Se dedicó a los libros y revistas técnicos con la misma dedicación
con que una vez estudiara la tecnología del terrorismo: electrónica y explosivos.
Ya había establecido contactos comerciales con dos firmas importadoras de
computadores de Estados Unidos, efectuando compras para la DINA y una
clientela privada que iba en aumento.

Pensaba poco en la misión Letelier. Desde entonces, mucha agua había corrido
bajo el puente y otras misiones en Argentina habían llenado su atención. Sus
colegas de la DINA le habían aliviado el nerviosismo (26)que le produjera el fiasco
de Paraguay, asegurándole que otros dos agentes usando los mismos nombres
Romeral y Williams, viajaron a Estados Unidos para despistar las posibles
pesquisas. De acuerdo a lo que sabía, la investigación norteamericana de los
asesinatos se había concentrado casi exclusivamente en el "contacto cubano",
siendo incapaz de ligar el crimen con Chile o con la DINA. (27)

A fines de enero, mientras se preparaba para salir de vacaciones al sur, con su


familia, Townley recibió una llamada desde Miami. Quien llamaba, se identificó
como "Fernando". Reconociendo el código y la voz, supo que se trataba de
Guillermo Novo. Hablaron con eufemismos. Novo le pedía dinero y, aunque
calmado, su solicitud de un "préstamo" de 25,000 dólares fue firme. Dijo que el
caso estaba candente y la "organización" necesitaba el dinero para "reubicar a
algunos de sus miembros".

Townley fue amable. Sabía que Novo había estado escondido desde junio pasado,
usando peluca y cambiándose de escondite en escondite dentro de la Pequeña
Habana. Le dijo que comunicaría su solicitud a Contreras, que estaba de
vacaciones en su casa en la playa, en Santo Domingo. Durante los días
siguientes, recibió más llamadas y peticiones de dinero, primero Novo una vez
más, y luego de Virgilio Paz y Alvin Ross. Cada uno usó una táctica distinta. Novo
siguió llamándolo "préstamo". Paz señaló que era un asunto de honor y amistad
entre él y Townley y entre el MNC y la DINA. Ross gruñó y maldijo, amenazando
con graves consecuencias si la DINA no pagaba su "deuda".

En su Austin Mini, Townley se dirigió a Santo Domingo, a una hora y media de


distancia de Santiago, para hablar con Contreras. Tenía que pasar por San
Antonio, el puerto, y luego cruzar el puente de cemento del turbio río Maipo.
Mientras conducía por el puente, pudo divisar a su derecha el edificio de Tejas
Verdes y el cuartel de ingeniería del Ejército, donde había estado varios días
entrenándose para su carrera en la DINA. Sobre el puente, en una colina a su
izquierda, estaba la blanca estatua de cemento del Cristo de Maipo y, abajo, los
restos de las abandonadas cabanas del campo de concentración. Cinco minutos
más tarde, llegó a los negros roqueríos conocidos como Rocas de Santo Domingo,
enfilando por las tranquilas calles llenas de bugambilias, hasta llegar a
identificarse ante el guardia de la calle de Contreras.

Manuel Contreras, aún vistiendo su atuendo de pesca, saludó calurosamente a su


agente, quien le comunicó las noticias. Contreras le pidió su opinión acerca de la
petición de los cubanos. Contestó que era poco probable que el FBI hubiera
organizado una investigación seria contra los cubanos. Un miembro del MNC
había estado en la cárcel durante casi un año por rehusarse a testificar ante el
gran jurado y las autoridades norteamericanas no habían podido culparlo del
crimen.

Dando muestras de que la reunión había terminado, Contreras negó el dinero,


pidiéndole que les comunicara que podían mandar a Chile a sus familias, si
querían, que ellos se encargarían. Pero, continuó, los miembros del equipo del
asesinato deberían arreglárselas solos, ya que ya no contaba con tanto
presupuesto como antes.

Mientras se encaminaba hacia la puerta, en un lance de audacia poco habitual en


él, Townley insistió por última vez. "Si usted no puede ordenar el envío del dinero",
dijo, "¿no podría .. . Usted sabe . . . pedirlo más arriba?" "No puedo", contestó
textualmente Conteras. "Nadie, excepto yo, sabe acerca del operativo. No puedo
pedir dinero".

EL 17 DE FEBRERO, el asistente del Secretario de Estado, Warner Christopher,


citó al embajador de Chile Jorge Cauas al Departamento de Estado. Allí, entregó a
Cauas un documento de diez páginas, atado con cinta roja oficial y que lucía los
sellos del Departamento de Estado y del Departamento de Justicia. Los
documentos estaban firmados por el Secretario de Estado, Cyrus Vance, el
Procurador General Griffin Bell y por William B. Bryant, juez jefe de la Corte del
Distrito de Estados Unidos, por el Distrito de Columbia.

Christopher informó a Cauas que un documento idéntico se presentaría


oficialmente al Ministerio de Relaciones Exteriores por intermedio del embajador
George Landau. Cauas leyó rápidamente el documento que contenía una carta del
juez Bryant a la Suprema Corte de Chile y una lista de cincuenta y cinco preguntas
para "Juan Williams Rose y Alejandro Romeral Jara".

El punto tercero de la carta de Bryant decía:

Ha sido puesto en conocimiento del Procurador General de los Estados Unidos .. .


que dos miembros del ejército chileno ingresaron a Estados Unidos un mes antes
de los asesinatos de Orlando Letelier y Ronni Moffitt. Por lo menos uno de esos
individuos se reunió con una de las personas supuestamente responsables de
estos asesinatos. Ambos individuos obtuvieron previamente visas para ingresar a
Estados Unidos haciendo uso de documentación fraudulenta de otro país y no de
Chile. Dichas visas fueron revocadas por Estados Unidos el 9 de agosto de 1976,
a raíz del origen fraudulento de los documentos, el cual fue descubierto.
Subsecuentemente, obtuvieron visas oficiales del tipo A-2, en la Embajada de
Estados Unidos en Santiago de Chile, el 17 de agosto de 1976, presentando
pasaportes oficiales chilenos.

La carta describía a Williams y a Romeral y agregaba: "Se cree que estos


individuos poseen conocimientos e información concernientes a estos asesinatos.
Por lo tanto, se solicita que ustedes obliguen a cada uno de ellos a comparecer
ante la corte para responder bajo juramento al cuestionario que se anexa a esta
rogatoria". Cauas terminó de leer la carta y hojeó las cuatro páginas a un espacio
que contenían las preguntas. Adjunto al documento, estaban las fotografías de
Williams y de Romeral y las copias de los pasaportes paraguayos.

Cauas reiteró su promesa de que el gobierno chileno cooperaría ampliamente con


la petición norteamericana, pero esas eran sólo palabras. Las evidencias
presentadas en los documentos inmiscuían claramente en el caso Letelier-Moffitt
al gobierno chileno por primera vez. Cauas preguntó a Christopher acerca de la
publicidad, agregando que suponía, como había sucedido en situaciones
anteriores, que el Departamento de Estado mantendría en secreto todos los
aspectos del caso, así como las cartas rogatorias. Christopher respondió que eso
ya no sería posible, puesto que la carta de Bryant se publicaría en la Corte Distrital
de Estados Unidos.

Después de menos de treinta minutos, la reunión se dio por finalizada.

EL JUEVES SIGUIENTE, las noticias con las cartas rogatorias llegaron a la


primera plana de los periódicos de Santiago, después de haber sido publicadas en
el Washington Post. El orquestado juego de póquer de Propper, comenzaba a
sacar una carta a la vez.

Una avalancha de denegaciones y descargos oficiales comenzó a manar de los


medios gubernamentales chilenos. En sus archivos oficiales, no existía ningún
Juan Williams o Alejandro Romeral, manifestaron los voceros del Ejército, la
Marina, la Fuerza Aérea y el Ministerio de Relaciones Exteriores. Tampoco había
civiles con esos nombres, señaló el Gabinete de Identificación, tras una revisión
de seis archivos. "¡El apellido Romeral no existe en Chile!", publicó en un
encabezado el diario oficial del gobierno, El Cronista. "Es asunto de Estados
Unidos explicar cómo la embajada norteamericana en Chile otorgó visas a
Williams y Romeral", señaló un oficial.

Al día siguiente, los funcionarios de la embajada norteamericana, en


informaciones entregadas a varios corresponsales extranjeros, jugaron otras de
las cartas de Propper. "Sabemos que los nombres son falsos", dijo un vocero.
"Tenemos una carta de petición de visas a esos nombres firmada por un
funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, señalando que Romeral y
Williams viajarán a Estados Unidos en misión oficial de negocios, en
representación del Ministerio de Economía. Que ellos expliquen eso".
Michael Townley pasó casi todo el mes de febrero de vacaciones con Inés y dos
de sus hijos en una cabana junto a un lago en el sur de Chile. Llenó su tiempo y
ganó algún dinero extra instalando equipos de radio a los ricos agricultores de la
zona. El tiempo pasado junto a Inés, descansando y conversando, estrechó sus
debilitadas relaciones. Los tres hijos de Inés ya habían abandonado el hogar.
Ronnie y Andy, hacía dos años, y ahora Susie, que pensaba casarse.

Michael e Inés conversaron acerca del futuro y el dinero. El colegio privado Saint
George's era cada año más caro a causa de los cambios económicos
implementados por los "Chicago boys". El sueldo de Townley en la DINA perdía
cada año su valor adquisitivo y era casi insignificante. La mayor parte de sus
ingresos procedía de trabajos fuera de horario en la empresa privada y en la libre
importación de equipo electrónico, esto último, una garantía por su posición dentro
de la DINA.

Inés lo urgía a que dejara para siempre la DINA y trabajara de tiempo completo en
el negocio de importación de computadores que había iniciado. Y Townley estaba
tentado de hacerlo. Desde la salida de Contreras, la DINA había cambiado; pero
su lealtad hacia Contreras no había disminuido y alimentaba la esperanza,
discutida en todos los tonos en los medios de la DINA, de que Contreras
recuperara su poder.

Los Townley regresaron a Santiago, encontrando el nombre de Juan Williams


encabezando todos los periódicos. Townley maldijo. Llamó a su secretaria de la
DINA/CNI y se encontró con que lo esperaba un mensaje. Debía llamar al coronel
Vianel Valdivieso, incondicional de Contreras y jefe de su sección de electrónica.
Valdivieso lo citó para esa misma noche en el "Noco's Pizza", un pequeño
restaurante del barrio alto.

Valdivieso recogió a Townley en su casa, conduciéndolo al restaurante. Allá se


encontraron con Fernández y ordenaron una pizza. Townley estaba contento de
volver a ver a Fernández. A los pocos minutos, un Peugeot gris entró al
estacionamiento del restaurante. Valdivieso lo vio e hizo una señal. Townley y
Fernández salieron del restaurante, sentándose en el asiento trasero del Peugeot.
Townley observó que el conductor era Eduardo Iturriaga, su ex jefe en la Sección
Exterior. Junto a él estaba Manuel Contreras. Iturriaga salió del estacionamiento,
mientras lo seguía otro automóvil, que Townley identificó como de los
guardaespaldas de Contreras.

"Hice arreglos para que los dos partan al sur, al campo, donde estarán a salvo de
todo esto, en caso de que algo salga mal", dijo Contreras a Townley y Fernández.
Señaló haberse anticipado a los problemas, en vista de lo ocurrido en Paraguay.
"Pero la operación secreta se hará cargo cuidadosamente de eso. Riveras y
Mosqueira contestarán las preguntas de los gringos".

Townley se puso tenso, pensando: "¡Al sur!". Sabía que allí desaparecerían como
cientos de presos antes que ellos. La traición que siempre había temido, del
hombre al que admiraba casi tanto como a Su Excelencia, el Presidente. Era obvio
que él y Fernández se habían convertido en tipos que sabían demasiado y
Contreras estaba pensando quitárselos de encima.

"Sugiero que Fernández y yo nos mantengamos en el asunto secreto hasta donde


nos sea posible", dijo Townley. "No dejaré Santiago". Por primera vez se oponía
francamente a una orden.

Fernández dejó que hablara Townley, mientras Contreras iba enfureciéndose.


Pero Townley, por insistencias de su esposa, había llegado preparado para
asegurarse la vida. Dijo a Contreras que había arreglado las cosas de modo que
ciertos documentos acerca de sus actividades en la DINA estuvieran en poder de
amigos de confianza, fuera del país.

POCOS DÍAS DESPUÉS, el equipo investigador de Estados Unidos jugó otra de


sus cartas. Entregaron las fotos de Williams y Romeral al antiguo reportero
del Washington Star, Jeremiah O'Leary, junto con un completo informe sobre la
determinación del gobierno para obligar a Chile a la presentación de los dos
agentes a un interrogatorio. Dos personas con conocimientos del caso que habían
tenido acceso a las fotos, admitieron que el artículo de O'Leary estaba oficialmente
autorizado. El Star publicó las fotos el 3 de marzo, bajo un titular destacado:
ESTADOS UNIDOS AMENAZA CON ENDURECER RELACIONES CON CHILE.
El artículo decía: "Funcionarios de por lo menos dos agencias federales dijeron
al Washington Star que una actitud poco cooperadora por parte de Chile en
relación a la petición norteamericana, podría traer como consecuencia, por lo
menos, el retiro del embajador George Landau, o la ruptura de relaciones
diplomáticas, en el peor de los casos".

A la mañana siguiente, en Santiago, las fotos de Romeral y Williams aparecieron


en El Mercurio. Ignacio Peñaflor (28) recogió el periódico en la entrada de su casa y
exclamó: "¡Chucha! El gringo".

Había visto al Juan Williams de la foto sólo unas semanas antes. Conocía a
Michael Townley desde 1974, cuando éste había reparado su automóvil en el taller
de Juan Smith.

Se habían hecho amigos y Peñaflor lo invitó una vez a su casa a tomar un trago.
Townley asistió con su esposa, la que escribía cuentos con el seudónimo de
"Mariana" y una vez había ganado un premio literario de El Mercurio. Recordaba a
Townley como un tipo agradable pero misterioso. Obviamente, estaba muy por
encima de los mecánicos automotrices chilenos en general, tanto por sus modales
como por su nivel de vida. En esa ocasión, también se había vanagloriado de su
época de militante de Patria y Libertad.

Peñaflor, ferviente partidario del gobierno de Pinochet, llamó a un redactor de El


Mercurio, amigo de confianza. Más tarde, el editor del periódico dio la autorización
para publicar el artículo. La búsqueda entre periódicos anteriores al golpe,
proporcionó un recorte con la foto de Townley aparecida en un tabloide de
izquierda que encabezaba la noticia: EL ASESINO DE CONCEPCIÓN. Un
periodista fue asignado para entrevistar a Inés Callejas Townley. A medida que
transcurría el día, muchas otras personas llamaron entregando informaciones
similares.

Los artículos con las fotos aparecieron al día siguiente, ocupando casi toda la
primera plana. La foto de "Williams" estaba junto a la del asesino de 1973, que
mostraba un Townley más joven y desarreglado. En ambas fotos, el hombre, no
cabían dudas, era el mismo. Un artículo sin firma, señalaba que Townley era un
agente de la CIA y relataba la historia de su pasado en Patria y Libertad. En un
artículo separado, Inés Callejas fue identificada como "íntima amiga" de Townley.
Reproducía su declaración de no haber visto a Townley desde hacía cuatro años.
Ninguno de los artículos ligaba a Townley con el gobierno chileno o con la DINA.
Ese mismo día, un editorial de El Mercurio urgía al gobierno chileno para que
cooperara con la petición norteamericana, a la que había llamado el exhorto.

Los artículos de El Mercurio, el más progobiernista y autorizado periódico del país,


inyectó energía periodística en Chile. La falta de reacción por parte del gobierno
en relación a las revelaciones de El Mercurio, fueron interpretadas por los medios
de prensa como una luz verde para investigar. Se publicaron decenas de
reportajes de personas que habían conocido a Townley. Jay Vernon Townley fue
localizado por el Washington Post, en Florida, y confirmó que su hijo vivía en
Chile, pero dijo no haberlo visto desde hacía tres años. En Santiago, el jefe de
Patria y Libertad, Pablo Rodríguez, declaró a la prensa que Townley había sido un
"colaborador" en la lucha contra Allende.

Townley fue indicado como el contacto norteamericano, como la mano de la CIA


en el asesinato Letelier-Moffitt, pero los periodistas no se atrevieron a publicar
todo lo que sabían. Un reportero chileno, vecino por algún tiempo de Townley en
Lo Curro, descubrió que dos chilenos que regularmente entraban y salían de su
casa, habían admitido ser empleados de la DINA. Pero el reportero, convencido
por una conversación privada con un dirigente derechista de que Townley era
agente de la CIA, no publicó la noticia. Otros periodistas, profundamente
contrarios al gobierno de Pinochet, pero decididos a preservar el exiguo
periodismo de oposición que quedaba, simplemente temieron proporcionar nuevos
hechos al caso.

Varios días después de la identificación de Townley, un periodista de oposición


recibió una llamada de un amigo que lo citaba para una entrevista personal. En la
reunión, éste señaló al periodista conocer la identidad del otro hombre de las
fotos. Alejandro Romeral era el capitán del ejército Armando Fernández, dijo,
mostrándole una página fotocopiada del anuario de la Academia Militar, de 1969,
Cienáguilas. El Fernández de la foto de graduación era inconfundiblemente la
misma persona: "Romeral". El amigo dijo haber sido advertido de la verdadera
identidad de Romeral por los condiscípulos de Fernández, molestos por la posible
relación de los militares chilenos con el asesinato de Letelier.
Las fuentes señalaron que Fernández había estado ligado a la DINA desde su
creación. El periodista sabía que su identificación eliminaría muchos de los
"comentarios" relacionados con la ciudadanía norteamericana de Townley. Si
escribía la historia, ya no habría duda de la conexión del gobierno militar chileno y
la DINA con el caso Letelier. Y temía que eso no fuera tolerado por el gobierno. Al
regresar a su oficina, llamó a John Dinges, corresponsal residente del Washington
Post.

Al día siguiente, el 8 de marzo, la noticia que identificaba a Romeral como el oficial


Fernández de la DINA apareció publicada en el Post. Cuando Dinges redactaba el
artículo, varios periodistas chilenos que habían recibido la noticia empezaron a
hacer preguntas en la oficina local de Prensa Asociada (AP). Hacia media tarde, el
servicio cablegráfico había transmitido la noticia. Ahora que se basaba en
publicaciones extranjeras, la prensa local de Santiago no temió que la publicación
provocara represalias. El Mercurio, en su primera plana, puso juntas la foto de
Romeral y la de Fernández, aparecida en el anuario Cienáguilas. En el mismo
número, El Mercurio publicó la primera reacción de Pinochet a las cartas
rogatorias. "Este gobierno no tiene nada que ver con el crimen cometido contra el
señor Letelier", declaró, agregando que él tenía la impresión de que todo este
asunto era "una bien montada campaña, como todas las campañas comunistas,
para desacreditar al gobierno".

LA IDENTIFICACIÓN DE Juan Williams como Michael Townley, un ciudadano


norteamericano, desencadenó una febril actividad en la oficina del asistente del
fiscal de Estados Unidos, Eugene Propper. Estaba preparado para la posibilidad
de que "Williams" tuviera un padre norteamericano y hablara inglés, pero no para
el hecho de que fuera ciudadano norteamericano, con posibles vínculos con la
CIA. Supo que no había duda de que Townley tenía contactos con funcionarios de
la embajada de Estados Unidos. Por casualidad, el ex cónsul Frederick Purdy
estaba en Washington para entrevistarse por otro asunto con un asistente del
procurador. Purdy dijo conocer a Townley y Propper fue llamado para
entrevistarlo. Le pidió todos los datos sobre Townley en relación a la CIA y éste
respondió que el individuo "había estado en con- tacto" con la agencia en varias
oportunidades durante el periodo de Allende, pero que nunca había sido un agente
a sueldo. Propper creyó en la información de la CIA.

El FBI no tenía informes de Townley, pero Cornick ordenó a sus agentes en todo
el país averiguar sobre él, con lo que su expediente creció rápidamente. El agente
Larry Wack localizó a la hermana menor de Townley, Linda, en North Tanytown,
Nueva York, donde vivía con su esposo, Fred Fukuchi. Fue parca y muy vaga,
pero señaló recordar que su hermano la había visitado durante un viaje. Llamando
a un amigo que había visto a Michael durante la visita, dio como fecha aproximada
alrededor de septiembre de 1976 y también, recordó, hizo varias llamadas
telefónicas durante su estadía.

Wack le pidió los recibos mensuales de teléfono y Fred Fukuchi sacó de los
archivos domésticos los recibos correspondientes a varios años. El agente se llevó
a su oficina sólo los correspondientes a septiembre de 1976, dedicándose a
comprobar los números. Descubrió que Townley había hecho dos llamadas por
cobrar, el 9 de septiembre, a Union City, Nueva Jersey, al bar Bottom of the Barrel,
guarida de los integrantes del Movimiento Nacionalista Cubano, que Wack conocía
bien. El 19 de septiembre, dos días antes del asesinato había una llamada al 201-
945-7198, número de teléfono a nombre de Guillermo Novo.

Nuevos datos adicionales llegaron de un informante de Miami, que comunicó al


FBI la compra por parte de Townley de equipo de espionaje en Audio Intelligence
Devices, en Fort Lauderdale. El presidente de AID, Jack Holcolm, confirmó
conocer a Townley, entregando facturas que comprobaban la visita de éste, bajo
el nombre de Kenneth Enyart, el 21 y 22 de septiembre de 1976. En Nueva
Jersey, una visita del FBI al departamento de Alvin Ross, descubrió gran variedad
de equipo para la fabricación de bombas y un recibo de compra de instrumentos
de espionaje que, según los expertos, podrían haber sido usados como
detonadores de control remoto, del tipo utilizado en el asesinato.

Propper se mantuvo en contacto con lo que sucedía en Santiago por intermedio


del tráfico cablegráfico del Departamento de Estado. La embajada comunicó que
el gobierno chileno había reiterado su cooperación total, abriendo una
investigación interna a fin de determinar el origen de los pasaportes usados en su
viaje por Romeral y Williams. Sin embargo, los chilenos no habían dado ni un paso
de importancia para presentar a los dos individuos y la embajada temía que el
ofrecimiento de cooperación fuera sólo una maniobra para ganar tiempo.

Propper estaba listo para viajar a Chile, en cuanto recibiera las indicaciones.
Quería estar presente para conducir los procedimientos de los interrogatorios. El
18 de marzo, se recibió una comunicación de la embajada, anunciando que Chile
estaba listo para presentar a Romeral y a Williams. Esa noche, Propper y Cornick
abordaron el avión, llegando a Santiago a la mañana siguiente, un domingo.

LA PRIMERA SEÑAL de que el presidente Pinochet estaba en problemas se


presentó cuando Jorge Cauas voló a Chile, pocos días después de recibir las
cartas rogatorias. Anunció su renuncia como embajador ante Estados Unidos y,
antes de abandonar Washington, dijo a sus amigos del Departamento de Estado
que estaba profundamente desilusionado. Finalmente, había aceptado como
ciertas muchas de las acusaciones sobre la brutalidad de la DINA que, como
embajador, había declarado que eran falsedades. Las revelaciones que
vinculaban a su gobierno con el asesinato de Letelier, según manifestó a un
amigo, era una de las razones para renunciar a su cargo.

En Santiago, Cauas se encontró con que existía consternación entre sus amigos
civiles en el gobierno. Ningún otro acontecimiento en los casi cuatro años de
gobierno militar había dañado tanto el futuro del régimen. Sin la colaboración de
Estados Unidos, sus planes eran totalmente ilusorios. Habló con hombres de
negocios, con banqueros y con los que llevaron la batuta de la línea editorial de
los principales medios de prensa. El lenguaje era cuidadoso, pero tenían una
opinión unánime: no se le permitiría a Contreras impedir los acuerdos del gobierno
con Estados Unidos.

Durante las dos semanas siguientes, mientras las portadas de periódicos y


revistas salían llenas de revelaciones acerca de Townley, Fernández y los
pasaportes falsos, quienes se consideraban miembros de la derecha "ilustrada"
formulaban una estrategia.

En cenas de grupos reducidos y en reuniones a horas insólitas en sus importantes


oficinas, surgió un entendimiento común. Los civiles sintieron que no estaban
solos con sus puntos de vista. Tenían el apoyo de cinco importantes generales:
Sergio Covarrubias, jefe de personal del Ejército; Héctor Orozco, jefe de
Inteligencia Militar; Odlanier Mena, director de la DINA/CNI; Rene Vidal, ministro y
Secretario General de Gobierno; Enrique Morel, jefe de la Zona Militar de
Santiago. Todos ellos, tanto los civiles como los militares, eran reconocidos
incondicionalmente de Pinochet. Algunos creían firmemente que si la DINA había
realizado la operación Letelier, Pinochet no había sido informado. Otros pensaban
que ninguna participación, fuera de la DINA, podría ser probada. Todos tenían
razones personales para considerar a Contreras un enemigo potencial.

Estaban de acuerdo en que el caso Letelier no necesariamente debía convertirse


en un Watergate chileno; que no necesariamente debía provocar un cambio
radical en el curso del régimen, sino que debía reforzar el ya creciente
afianzamiento del grupo económico civil y sus partidarios militares en el gobierno.
Ellos tenían el control efectivo de la prensa y sabrían cómo acallar los efectos
dañinos que podrían producir nuevas revelaciones. El daño, creían, podía
enfocarse hacia sectores del régimen que querían debilitar, como Contreras y sus
adversarios en la ultra-derecha, los que deseaban poner cortapisas a su modelo
económico. La opción de retirar su apoyo a Pinochet y buscar una figura
alternativa llegó a ser discutida en esos círculos, a comienzos de marzo, pero muy
pronto se abandonó esa opción, principalmente porque no existía la persona
indicada y porque un rompimiento abierto con Pinochet habría necesitado otro
golpe, terminando con la fachada de unidad del Movimiento Once de Septiembre.

Su tarea, entonces, fue la de convencer a Pinochet para que adoptara una


estrategia, en otras palabras, aceptar su liderazgo en el manejo de la economía
del país. A cambio, ellos ofrecían el apoyo unido de los sectores más poderosos
de los círculos militares y civiles. Hernán Cubillos, ex oficial naval con acceso a la
embajada norteamericana, surgió como el hombre clave de los empresarios para
convencer a Pinochet de adoptar sus puntos de vista.

En el lado opuesto, estaban los seguidores de Contreras y él mismo, quienes


proponían el aislamiento y una declaración de independencia de Estados Unidos.
Sus representantes exigían a Pinochet proclamar que las cartas rogatorias de
Estados Unidos constituían una violación de la soberanía chilena, y rechazar la
cooperación con la investigación norteamericana en todo sentido. En el seno de la
comunidad militar existía el sentimiento de que la cooperación para encontrar a
"Romeral y Williams" constituía una traición del código de honor militar, de
acuerdo con el cual sólo un oficial asume la responsabilidad por acciones que
resulten de sus órdenes.

Contreras, en una serie de reuniones en su casa de Santiago, lanzó discursos


napoleónicos a sus partidarios militares y civiles allí reunidos. Expresó que la
DINA había sido el instrumento más efectivo en la erradicación del marxismo y en
la creación del Chile nuevo que todos deseaban.

"Hemos servido en la oscuridad, ensangrentando nuestras manos para que los


chilenos pudieran vivir en la luz y la tranquilidad", recordó más tarde uno de los
asistentes a la manifestación de Contreras. Sus palabras, según el testigo,
seguían: "Ahora hay quienes proponen que entreguemos a una potencia
extranjera a los muchachos que, siguiendo con lealtad nuestras órdenes, fueron
los soldados a la vanguardia de nuestra batalla contra el comunismo".

Contreras expresó que el trabajo de la DINA y el de todo el Movimiento Once de


Septiembre habría sido en vano si Chile se entregaba a los banqueros y grandes
empresarios, cuyo único principio era el beneficio y cuya principal lealtad era con
el Tío Sam. Contreras sabía que sus partidarios, leales pero poco numerosos, no
bastaban y que su única esperanza era convencer al presidente Pinochet
personalmente para que adoptara su posición. Por eso, le solicitó una entrevista.

El general Augusto Pinochet esperaba ser Presidente de Chile hasta 1990 y jamás
habría adoptado esa posición. Esa ambición y el anticomunismo eran sus dos
únicos principios guías. Desde 1973, había neutralizado las fuerzas competidoras
en el interior del régimen, dándole a cada grupo un trozo de la acción. Había
dejado la economía en manos de empresarios y economistas pro
norteamericanos, contra los deseos de la extrema derecha, que lo presionaba
hacia la adopción de un sistema económico estatizado, de acuerdo a lineamientos
fascistas. En cambio, Pinochet había depositado en los fascistas la misión de
derrotar el marxismo, dándoles libertad para organizar un autoritario estado
policial.

Pinochet, al manejar el asunto Letelier, estaba decidido a mantenerse neutral,


evitando verse forzado a escoger una u otra de las facciones, de manera que con
ello perdería la lealtad de la otra. Estaba en una posición privilegiada. La misión de
asesinar a Letelier había sido realizada por Contreras, pero sólo él y Pinochet
sabían cuál era la respuesta a la pregunta de todas las tendencias: ¿Había dado
la orden Pinochet? ¿Había aprobado el asesinato de Letelier y otros crímenes de
la DINA? Cualquier cosa que Pinochet hubiera hecho, debía separarse de
Contreras, pero no tan violentamente como para permitirle declarar públicamente
que era él quien había dado la orden. Tenía confianza en Contreras, lo
consideraba un hombre inteligente, que comprendía lo que había debido hacer su
presidente. En los viejos días, cuando aún era él la cabeza de la DINA, a menudo
usaba una frase en sus sesiones de inteligencia: la primera tarea del jefe de
inteligencia es "administrar el silencio". Aprovechando esa estrategia, Pinochet la
hizo suya para asegurarse de que Contreras continuaría fiel a esa máxima.

Manuel Contreras llegó al edificio Diego Portales y tomó el seguro ascensor que lo
condujo hasta el vigésimo segundo piso, donde estaban las oficinas del
presidente. Sin embargo, en lugar de ser conducido a la oficina privada de
Pinochet, lo llevaron hasta la sala de conferencias, donde lo encontró presidiendo
una reunión con los dieciocho miembros de su gabinete.

Cuando tomó asiento, Pinochet le pidió informara sobre el caso Letelier a los
integrantes del gobierno. Añadió que, en particular, había tres preguntas que
requerían de una respuesta específica: ¿Era Michael Townley agente de la DINA?
¿Tuvo algo que ver la DINA con el asesinato de Letelier? ¿Había alguna razón
para que el gobierno o los militares rechazaran la petición de Estados Unidos de
interrogar a "Romeral y a Williams"?

Contreras respondió como Pinochet estaba seguro que lo haría. Para las primeras
dos preguntas, dijo que la respuesta era "no". Michael Townley había realizado
trabajos de "telecomunicaciones" para la DINA sobre bases abstractas, pero no
había sido un agente de tiempo completo. La DINA no había tenido nada que ver
en el asesinato de Letelier. No había razones para que "Romeral y Williams" no
fueran interrogados. No tenían nada que ver con el asunto Letelier y, además, no
eran Townley y el capitán Fernández. Los dos hombres que viajaron en agosto de
1976 como Williams y Romeral, explicó Contreras, eran Rene Riveros y Rolando
Mosqueira, ambos capitanes del ejército que antes pertenecieron a la DINA. Su
misión se realizó con el conocimiento de la Agencia Central de Inteligencia y
consistió en tareas rutinarias de vigilancia. En Washington, establecieron
contactos con el cuartel general de la CIA.

Contreras terminó su informe, se levantó y salió. Pinochet lo había manipulado


para que mintiera ante el gabinete en pleno, haciendo aparecer al presidente
como totalmente inocente.

EUGENE PROPPER LLEGÓ a Santiago en el soleado atardecer del domingo 19


de marzo, pensando que el gobierno chileno había decidido cooperar. Cornick y
Scherrer llegaron en el mismo vuelo. A Propper lo recogió una limusina de la
embajada, llevándolo a la lujosa residencia del embajador, situada en una colina
junto al Club de Golf Los Leones, en pleno corazón de la ciudad. Cornick y
Scherrer se instalaron en el Hotel Carrera, en el centro. El lunes, los tres se
reunieron en las oficinas del embajador, en el noveno piso; pasando a través de
innumerables puertas con cerradura especial y guardias, llegaron a la sección de
máxima seguridad, señalada POL/R, el cuartel de la estación de la CIA en Chile.
Necesitaban severas y seguras medidas para realizar su trabajo.

Ese día, el gobierno chileno informó al embajador que los dos hombres que
habían viajado a Estados Unidos con los pasaportes Williams y Romeral
aparecerían el miércoles ante el juzgado chileno encargado de las cartas
rogatorias. El juez, una mujer llamada Juana González, conduciría los
interrogatorios, basados en las preguntas elaboradas por Estados Unidos. La
embajada norteamericana había contratado un abogado chileno, Alfredo
Etcheberry, para que representara a los fiscales norteamericanos en la audiencia,
el que estaría autorizado para hacer preguntas adicionales.

El embajador Landau se reunió con Propper para elaborar la estrategia a seguir.


La ciudadanía norteamericana de Townley cambiaba radicalmente la situación. El
gobierno chileno difícilmente podría rehusar una demanda de extradición de
Estados Unidos, tratándose de un ciudadano estadounidense buscado por la
justicia, sugirió Landau. Después del interrogatorio a Townley y su predecible
negativa a contestar las preguntas, Propper solicitaría su deportación inmediata a
Estados Unidos. Landau dijo: "Se lo pediremos, es nuestro". Propper se manifestó
de acuerdo.

El agente Scherrer estaba intrigado por el hecho de que Juan Williams hubiera
resultado ser ciudadano norteamericano. Fue al Consulado de Estados Unidos
para revisar los archivos de los ciudadanos residentes. Había ido al mismo lugar
hacía casi un año, buscando al "rubio chileno-norteamericano", sin encontrar
nada. En ese entonces, había revisado cada una de las 1,500 fichas del archivo.
Se preguntaba por qué no había notado el nombre y la foto de Townley en los
registros.

Encontró varias tarjetas 5x8 unidas con grapa. Michael Townley se había
registrado en el Consulado en 1957, cuando llegó con sus padres; en 1964 y
1966, cuando nacieron sus hijos; en enero de 1971 y en octubre de 1973. Pero no
había ninguna fotografía. En el espacio para una foto tamaño pasaporte, en la
tarjeta de encima, Scherrer sólo encontró goma reseca y restos de papel. En algún
momento, la foto de Townley había estado adherida a la tarjeta, pero la habían
sacado, antes de la primera revisión que hiciera, en abril del año anterior.

El martes, el ejército chileno anunció que el general Contreras había renunciado


"voluntariamente". En un almuerzo pocos días después, Pinochet declaró a un
grupo de periodistas que había dejado el servicio activo para no asociar al ejército
con la investigación chilena en el caso de los pasaportes falsos.

El miércoles, tarde, los capitanes Rene Riveros y Rolando Mosqueira


comparecieron ante la juez Juana González y el abogado por Estados Unidos
Alfredo Etcheberry. Ambos, tras identificarse, dijeron haber viajado a Estados
Unidos en agosto de 1976 en una misión oficial de la DINA, usando pasaportes a
nombre de Juan Williams y Alejandro Romeral. Manifestaron estar preparados
para responder a las preguntas formuladas por Estados Unidos.

Apenas miró a los dos individuos, Etcheberry, que esperaba ver a Townley y a
Fernández, exclamó: "¡Estos no son los hombres que buscamos!", dirigiéndose a
la juez. "De ninguna manera corresponden a las fotografías de los dos individuos
que anexamos a las cartas rogatorias. La identificación de los dos individuos que
constituyen la base de la petición de Estados Unidos se logró a través de las
fotografías, no de los nombres, ya que suponíamos que éstos eran falsos. En
nombre de mi cliente, el gobierno de Estados Unidos, exijo que la corte suspenda
este procedimiento y se abstenga de dar a conocer el contenido del cuestionario a
estos dos individuos".

Propper estaba furioso cuando supo que los chilenos habían tratado de hacer
pasar a dos extraños como Romeral y Williams. Scherrer, en cambio, estaba
divertido. Siempre se había cuestionado las ligeras discrepancias en la filiación
física de Williams en el pasaporte paraguayo y en el pasaporte chileno que se
había usado para ingresar a Miami. El pasaporte paraguayo señalaba como fecha
de nacimiento el 18 de octubre de 1942; estatura, 1.89 m. En tanto que el
documento chileno señalaba el 12 de marzo de 1949 y 1.75 m. Él y Cornick
habían discutido con Propper la posibilidad de que dos pares de individuos
hubieran usado las identidades Williams y Romeral. Scherrer y Cornick siempre se
habían sorprendido por la aparente irracionalidad de la DINA al mandar a los
mismos dos hombres, con idénticos nombres falsos, para matar a Letelier, a
sabiendas de que las autoridades norteamericanas ya sospechaban de Romeral y
de Williams. Ahora eso tenía más sentido. Townley y Fernández efectivamente
habían viajado a Paraguay, obteniendo pasaportes y visas bajo los falsos nombres
de Williams y Romeral. Ellos no podían haber sabido que el embajador Landau
hizo copias de los documentos, incluyendo las fotos, pero sí sabían que los
norteamericanos habían sospechado, ordenando la cancelación de las visas. Dos
hombres involucrados en la misión de eliminar a Letelier, ahora identificados como
los capitanes Mosqueira y Riveros, habían usado los nombres Romeral y Williams
para dar una explicación inocente de lo que había sucedido en Paraguay. Cornick
posteriormente supo que Mosqueira y Riveros, como "Williams y Romeral", habían
hecho notar a la CIA su presencia en Washington. Por lo que dedujo que la
segunda versión Romeral-Williams era una operación encubierta, destinada a
despistar al FBI en las sospechas que pudiera haber tenido sobre el incidente
paraguayo, después del asesinato.

Casi había funcionado. Pero Landau había ordenado fotografiar los pasaportes
paraguayos, y no había duda de que "Williams" era Michael Townley y era el
hombre que buscaba el FBI.

También el embajador Landau estaba ofendido por lo que consideraba una trampa
de los chilenos para desviar la atención sobre Michael Townley. Temprano por la
mañana del jueves, llamó al ministro chileno del Exterior, solicitándole una
reunión. Hacia mediodía, todos los oficiales relacionados con el caso se reunieron
en la oficina del ministro Patricio Carvajal. Entre los funcionarios chilenos estaba el
viceministro de Relaciones Exteriores, Enrique Valdés Puga; el director del CNI,
Odlanier Mena; el subdirector del CNI, Jerónimo Pantoja; el viceministro del
Interior, Enrique Montero, y Miguel Schweitzer, (29) abogado. Junto a Landau,
alrededor de la concurrida mesa de conferencias, estaban Eugene Propper, el
abogado Etcheberry y Thomas Boyatt, subjefe de la misión de Landau.
Cuando el embajador se levantó para hablar, a uno de los presentes le recordó a
un general prusiano que daba una lección a sus subordinados. En un español
medio y perfectamente articulado, Landau explicó las consecuencias que tendría
el error de Chile si no entregaba a Michael Townley. Todas las delicadezas del
protocolo internacional se vinieron al suelo, mientras Landau martillaba a los
chilenos con sus argumentos.

Estados Unidos, su gobierno, consideraba que la integridad de sus relaciones con


el gobierno de Chile dependía de una sola cosa, la presentación de Michael
Townley para que respondiera el cuestionario de Estados Unidos acerca del
asesinato de Letelier, señaló Landau. El argumento de que Townley no estaba
bajo el control del gobierno y no fue habido, no era un argumento creíble. Nuestros
investigadores tienen evidencias de que Townley está vinculado de alguna manera
al asesinato de Letelier, y declaramos responsable de su aprehensión al gobierno
chileno. La no cooperación en este asunto puede obligar a nuestros investigadores
a hacer pública la información que tiene en su poder y que sindica al gobierno
chileno como cómplice del asesinato de Orlando Letelier y Ronni Moffitt.

El abogado Miguel Schweitzer, en representación de Chile, se mantuvo en la


posición chilena oficial de que Michael Townley nada tenía que ver con el gobierno
de Chile y que su país había cooperado ampliamente con la investigación de
Estados Unidos. Estados Unidos, dijo, al rehusarse a entregar todas las
evidencias que posee del caso, no ha correspondido a esa cooperación.

Antes de que terminara la reunión, los chilenos se comprometieron a entregar a


Townley para que fuese interrogado, con la condición de que la embajada
continuara declarando a la prensa que Chile estaba cooperando en el caso.

Una semana más tarde, Michael Townley hizo su primera aparición pública. Fue
fotografiado saliendo de un automóvil de la DINA/CNI y entrando al Ministerio de
Defensa para atestiguar ante el general Héctor Orozco quien, en su calidad de jefe
de Inteligencia del Ejército, conducía una investigación interna de las fuerzas
armadas por el asunto de los pasaportes falsos. La declaración de Townley a
Orozco siguió los lineamientos de la historia secreta inventada por él con
Fernández. Manuel Acuña, abogado representante de Townley, dijo que su cliente
"había salido poco de su casa" desde que su fotografía apareció en los periódicos.
Al día siguiente, Townley y Fernández acudieron al cuartel general del CNI, en
Belgrado 11, donde, por acuerdo especial, la juez González y el abogado
representante de Estados Unidos, Etcheberry, esperaban para escuchar sus
respuestas a las cincuenta y cinco preguntas formuladas por Propper. Townley
respondió seis preguntas sobre sus características personales y su educación,
rehusándose a contestar el resto, sobre la base de autoincriminación. El
testimonio tuvo lugar el 1º de abril, "Día de los Inocentes" en Europa y Estados
Unidos.

Aunque fue liberado sin cargos, supuso correctamente que en seguida Estados
Unidos pediría su extradición y sería entregado al FBI. Con Acuña, su abogado,
planeó una estrategia para permanecer a salvo en Chile, aunque significara que
debería pasar un tiempo en la cárcel. El plan parecía perfecto. Acuña se las
ingenió para que el caso del crimen de Concepción se reabriera. La casi olvidada
demanda de detención de Townley fue reactivada y le sería muy útil. Los cargos
de 1973 invalidaban la petición de expulsión, de ese modo, sería imposible que
Chile lo entregara. A pesar de sus deseos de cooperar, las manos del gobierno
estarían atadas. Funcionarios cercanos al presidente Pinochet habían asegurado
a Townley que el gobierno no mantendría su promesa.

Mientras Michael Townley hacía malabarismos para salvarse, el viceministro del


Interior, Enrique Montero, y el abogado Miguel Schweitzer viajaron a Washington
con autorización para negociar la expulsión de Townley. Durante largas horas de
discusión en el Departamento de Estado con los fiscales Propper y Larry Barcella,
se determinaron las condiciones del acuerdo. Schweitzer y Montero pidieron que
Estados Unidos accediera a mantener la investigación de Letelier en un punto en
el que no se fuera más allá de la identificación del papel desempeñado por
Townley. Schweitzer argumentó que el gobierno chileno temía que el caso Letelier
pudiera ser usado por los enemigos de Chile dentro del gobierno de Estados
Unidos, que buscaban el derrocamiento de Pinochet. El caso podría ser usado
como una investigación que permitiera inmiscuirse en todas las actividades de la
DINA, tanto en Chile como en el extranjero, manifestaron.

Los fiscales norteamericanos les aseguraron que no era esa la intención de


Estados Unidos. Dijeron que no podían prometer la limitación de los propósitos de
la investigación de Letelier, pero, con el fin de obtener la extradición de Townley,
estaban de acuerdo en callar a los medios de prensa y a otros gobiernos donde
pudieran haber sucedido crímenes perpetrados por la DINA, todas las demás
informaciones sobre las actividades de la DINA.

Acordaron que los procedimientos de extradición, no expulsión, podrían usarse en


futuras defensas.

Propper también prometió mantener en secreto el acuerdo mismo. Los


negociadores chilenos señalaron la necesidad de pulir el texto final en Santiago.
La noche del 7 de abril, el negociador Miguel Schweitzer llamó al fiscal Eugene
Propper a su casa, comunicándole que habían obtenido la aprobación y que el
acuerdo estaba listo para ser firmado. Propper llamó a Larry Barcella; eran más de
las 10:00 p.m. y celebraba su vigesimonono cumpleaños con algunos invitados en
casa.

El acuerdo debía ser firmado de inmediato, ya que los fiscales temían que el
gobierno chileno cambiara de parecer. Barcella, que tenía el borrador del acuerdo
en su portadocumentos, se dirigió inmediatamente a la Embajada de Chile, donde
esperaban Schweitzer y Enrique Montero. Éste firmó por Chile y Barcella por
Estados Unidos, a nombre de su jefe, el Procurador de Estados Unidos, Earl
Silbert. Bajo el nombre, colocó las iniciales ELB, en una escritura casi ilegible.
Para el gobierno de Chile, el acuerdo significaba que Estados Unidos no se
serviría de la información obtenida en la investigación de Letelier para denunciar
ante el mundo los crímenes de la DINA. Para Propper y Barcella, el acuerdo era
un precio insignificante a pagar para obtener la expulsión del hombre que creían
era el que había organizado los asesinatos Letelier-Moffitt. En el acuerdo quedaba
estampado el compromiso de los chilenos de poner a Townley en un avión y
mandarlo a Estados Unidos.

Barcella permaneció un rato conversando con Schweitzer y Montero. Preguntó


sobre la situación en Santiago. ¿Podría salir mal alguna cosa?

En su vacilante inglés, Montero contestó: "Las cosas en Santiago son muy


«confundidas»".

Schweitzer, más fluido, lo corrigió: "Confusas. No puedo predecirle qué sucederá.


Ya no se sabe quién es el encargado ahí. Las cosas cambian cada hora".

EN SANTIAGO, MICHAEL Townley tenía confianza en que los informes sobre su


expulsión eran una mera estratagema. Creía que Pinochet, aunque parecía estar
entregándolo a Estados Unidos, insistiría en el "gambito de Concepción" de
Townley para negar la petición norteamericana, al hacerlo enfrentar acusaciones
por el homicidio de 1973, en Concepción.

Tres días antes, el presidente Pinochet había informado a los otros tres
integrantes de la junta sobre su decisión de entregar a Townley a las autoridades
norteamericanas. El general de la fuerza aérea Gustavo Leigh protestó porque una
decisión tan importante como esa hubiera sido tomada sólo por el presidente y no
por toda la junta. Pinochet se impuso y, como ya era habitual en las reuniones de
los cuatro, nadie apoyó a Leigh en su desacuerdo. Pinochet no mencionó que
Schweitzer y Montero habían viajado a Washington para negociar un acuerdo
secreto en relación a la expulsión de Townley.

A media tarde del viernes 7 de abril, el oficial de la DINA/CNI Jerónimo Pantoja


llamó a los agentes Cornick y Scherrer para que asistieran a su oficina, en
Belgrado 11. Les mostró un documento oficial firmado por el ministro del Interior
Raúl Benavides, decretando la expulsión de Michael Townley, pero se negó a
entregar a Cornick una copia. Dijo que el documento de expulsión de los
negociadores de Chile en Washington de que el acuerdo había sido firmado con
los fiscales norteamericanos.

Townley no debería saber acerca de ese decreto antes de ser llevado a


Investigaciones, señaló Pantoja. "Townley consiguió un abogado inteligente y
están manipulando la situación. No estaremos en condiciones de sacarlo del país
hasta el domingo, el sábado por la noche, a más tardar".

A las 6:30 p.m., Townley se dirigió a Investigaciones con su abogado Manuel


Acuña, entregándose a las autoridades por el homicidio de Concepción. Estaba
nervioso, pero de buen ánimo. Acuña, propietario de un avión privado, había
arreglado con los detectives de Investigaciones el traslado de Townley a
Concepción, bajo la custodia de un agente, al día siguiente. Muchos de los
detectives de Investigaciones conocían a Townley por su trabajo en la DINA y lo
invitaron a jugar pool en la sala de recreación. Acuña se fue, diciendo a Townley
que lo llamaría al día siguiente. No hay nada de qué preocuparse, le dijo. Incluso
si surge un decreto de expulsión antes de que lleguemos a Concepción, la ley da
un plazo de veinticuatro horas para apelar ante la Suprema Corte.

A las 8:30 p.m., las radioemisoras chilenas interrumpieron sus programas para
transmitir un anuncio especial del gobierno. En virtud del decreto 290 del gobierno,
comunicó el locutor, el permiso de residencia de Michael Townley ha sido
revocado y debe ser expulsado del país. El gobierno ha determinado que Townley
ha cometido numerosas violaciones a las leyes chilenas, ingresando y saliendo
ilegalmente del país.

Alrededor de la mesa de pool, en Investigaciones, las burlas de los detectives


adquirieron un cariz de bajeza. Sabían de los planes de Townley para hacerse
detener en Concepción, evitando así la expulsión del país. La cárcel de
Concepción está llena de presos políticos, le dijeron. Muchos de ellos son
"extremistas" y uno, asesino. Se reían, pero Townley palideció. "Te apuesto a que
no duras ni un solo día ahí adentro", bromeó uno de los detectives. Tirando el
bastón de pool, salió de la sala y, en un teléfono, comenzó a hacer llamadas,
seguido por los guardias.

Robert Scherrer y Carter Cornick se levantaron a la mañana siguiente en el Hotel


Carrera, reuniéndose en la Sala de Cobre para tomar un buen desayuno, poco
después de las 8:00 a.m. Bromearon acerca de la tensa espera del decreto de
expulsión de la noche anterior. Su trabajo en Santiago estaba casi terminado y
había sido exitoso. Townley estaba seguro bajo la custodia de Investigaciones y
esa noche sería embarcado en el vuelo internacional de Braniff a Miami. Ellos se
encontrarían a bordo de la nave para recibirlo.

Scherrer, en "blue jeans", regresó a su habitación cerca de las 9:00 a.m. para
cepillarse los dientes. Sonó el teléfono. El hombre del otro lado de la línea rehusó
identificarse.

"Vaya inmediatamente al aeropuerto de Pudahuel. Townley estará en el vuelo 052


de Ecuatoriana de Aviación, programado para despegar a las 9:45 a.m. No se
preocupe por pasajes y reservas, nosotros nos encargaremos. Por favor, dése
prisa. El abogado de Townley está maniobrando".

Scherrer llamó al embajador Landau a su casa. Le dijo que se corría un riesgo al


sacar a Townley en una línea aérea que no fuera norteamericana, especialmente
en ese vuelo, con escalas en Ecuador. Landau escuchó atentamente el análisis de
Scherrer, y decidió: "Tal vez esta sea nuestra única oportunidad, deberemos correr
el riesgo".
Scherrer se puso traje y llamó a Cornick, que tomaba su tercera taza de café en el
Salón de Cobre. Minutos más tarde, dejando su equipaje y la cuenta del hotel sin
pagar, Scherrer y Cornick salieron del hotel, subiéndose a un automóvil de la
embajada que los esperaba afuera.

Media hora más tarde, el coche con los dos agentes del FBI, llegaba hasta el
aeropuerto de Pudahuel, entrando hasta la misma pista que ocupaba el multicolor
avión de Ecuatoriana. La hora preestablecida del despegue ya había pasado, pero
las autoridades del aeropuerto retuvieron el permiso de salida.

Scherrer y Cornick esperaron en la escalinata de aluminio, viendo cómo una


caravana de automóviles de la policía rodeaba el camino que conducía al
aeropuerto. A los pocos minutos, un grupo con ametralladoras salió del edificio del
aeropuerto y un vehículo se dirigió hacia el avión. La alta figura en "blue jeans" de
Michael Townley, salió lentamente. Esposado, Townley subió la escalinata,
custodiado por un guardia. Miró a Scherrer, reconociéndolo, pues lo había visto en
las oficinas de la DINA, en una de sus visitas a Contreras. La foto de Cornick la
había visto en los periódicos. Lo condujeron a un asiento junto a la ventanilla, en la
cola del avión, ocupando ellos los otros dos asientos. El avión tomó pista una hora
después, comenzando su vuelo de doce horas hasta Estados Unidos. Michael
Townley se tapó la cara con las manos esposadas, y lloró.

"Mike", le dijo Cornick, "tú entiendes, ¿no? Estás en serios problemas y serás
arrestado tan pronto como pises suelo norteamericano".

Townley, con el rostro ceniciento, contestó con fría y airada voz: "Con estas
esposas, no pensé que me llevarían a un pic-nic".

Cornick, sentado junto a Townley, adoptó el papel de sabueso, de policía riguroso,


diciéndole con aspereza los cargos de los que se le acusaba. Scherrer, en el
asiento del pasillo, era más amistoso. Tenía, incluso, un tono ligero. Le habló
como un oficial de inteligencia a otro. La conversación versó sobre la investigación
que los había reunido. Las horas pasaban de acuerdo al ritmo de tragos, comidas
y tiempo muerto del vuelo.

"Me pregunto qué le sucederá a Fernández", dijo Townley. Su voz se quebró al


hablar de su esposa e hijos y, nuevamente, le corrieron las lágrimas. Luego, se
puso tenso. "Este será el fin de Chile", recordó Scherrer que había comentado.
"Los democratacristianos volverán, dejando la puerta abierta a los comunistas de
nuevo. Como la última vez. Todo nuestro trabajo habrá sido en vano".

Fue entonces cuando Scherrer sintió que Townley había traspasado la frontera
entre el operativo de inteligencia y la defección. Sabía que Townley confesaría
todo. Arreglarían la protección y prevenciones necesarias, pero esos eran simples
detalles. Townley mostraba una compulsión por contar su historia, por descubrir su
bagaje de informaciones a individuos como Scherrer y Cornick, a quienes
respetaba por su posición y cuyo respeto deseaba tan vehementemente. Ellos
entendían su odio por los comunistas, su devoción infantil por Contreras y la
obediencia militar a sus órdenes.

EL VUELO DE Ecuatoriana de Aviación, con Townley a bordo, fue desviado de


Nueva York por razones de seguridad y aterrizó en el aeropuerto internacional
Baltimore-Washington. Townley fue confinado a la base militar Fort Meade,
viéndose diariamente con Cornick y Scherrer, en medio de las extremas medidas
de seguridad usadas para los defensores de Watergate. Una semana después de
su llegada, firmó un acuerdo con el abogado de Estados Unidos, declarándose
culpable por conspiración en el asesinato de un funcionario extranjero. El acuerdo
estipulaba que no debería dar información acerca de ninguna actividad de la
DINA, excepto aquellas que se relacionaban con el caso Letelier. Se le garantizó
una sentencia de no más de diez años en prisión, con la posibilidad de salir en
libertad bajo palabra después de cumplir tres años y cuatro meses. Durante las
siguientes semanas y meses, Michael Townley contó la historia de la operación de
la DINA para asesinar a Orlando Letelier.

La semana después de la expulsión de Townley, los miembros del gabinete, en


Chile, renunciaron a petición de Pinochet. El nuevo gabinete tenía, por primera vez
desde el golpe, una mayoría civil, entre los que el más prominente nuevo ministro
era el del Exterior, Hernán Cubillos.

El 14 de abril, la policía de Miami y los agentes del FBI ubicaron y detuvieron a


Guillermo Novo y a Alvin Ross, quienes habían estado ocultos en la Pequeña
Habana de Miami. Ignacio Novo fue detenido a los pocos días en Union City,
Nueva Jersey. Dos cubanos siguieron fugitivos: Virgilio Paz y José Dionisio
Suárez. Este último había sido liberado sólo cuatro días antes de la llegada de
Townley a Estados Unidos. (30) El 1º de agosto, un gran jurado de Estados Unidos
repuso las acusaciones, culpando a siete hombres del asesinato de Orlando
Letelier y Ronni Moffitt. Los acusados eran: Manuel Contreras, Pedro Espinoza,
Armando Fernández, Guillermo Novo, Alvin Ross, José Dionisio Suárez y Virgilio
Paz. Ignacio Novo fue acusado de perjurio y de encubridor de los crímenes ante el
gran jurado.

Notas:

1. Los funcionarios de los derechos humanos de la Iglesia católica señalaron que por primera vez
desde el golpe, nadie había desaparecido entre enero y abril.

2. Este no es un nombre común en los países de habla hispana, tampoco en Chile. Su origen,
según se comenta en el país, está en una disputa matrimonial entre los padres de Mena. Mientras
la madre estaba encinta, juró poner a su futuro hijo el nombre de su esposo --Reinaldo--, pero "al
revés". (N. del T.)

3. El candidato Jimmy Carter, en uno de los debates preelectorales con el presidente Ford, dijo:
"Observo que el señor Ford no ha hecho comentarios acerca de las prisiones en Chile. Este es un
típico ejemplo, como muchos otros, de que su administración derrocó un gobierno elegido
constitucionalmente y ayudó al establecimiento de la dictadura militar.

4. Los cinco ministros con pasadas o presentes relaciones con el grupo Cruzat-Larraín son: Jorge
Cauas, Ministro de Economía y Finanzas; Fernando Léniz, Ministro de Economía; Pablo Baraona,
Ministro de Economía y Presidente del Banco Central; José Piñera, Ministro del Trabajo; Alfonso
Márquez de la Plata, Ministro de Agricultura. De acuerdo a la investigación del economista
Fernando Dahse, los conglomerados creados por Cruzat-Larraín, Vial y Edwards, con otros cuatro,
controlaban 101 de las 250 mayores compañías chilenas, incluyendo la mayoría de los bancos
privados. El grupo Cruzat-Larraín, el mayor de todos, controlaba 37 de las 250 empresas. Véase
Fernando Dahse, Mapa de la Extrema Riqueza: Los grupos económicos y el proceso de
concentración de capitales (Santiago, 1979).

5. La editorial Lord Cochrane pertenecía parcialmente a la familia Edwards, propietarios de El


Mercurio; pero, hacia 1977, la casa editora estaba bajo el control de Hernán Cubillos, quien había
dejado El Mercurio en 1973, tras una disputa por dinero con Edwards. Lord Cochrane y una tercera
editorial, Publicaciones Andinas, llenaba los puestos de periódicos con revistas hechas en Miami,
publicadas en español y con formato norteamericano, como Vanidades, Cosmopolitan y Mecánica
Popular. Sólo la democratacristiana revista Ercilla, de circulación nacional, se mantenía
independiente de las principales editoriales, pero, en 1976, también cayó en el paquete, cuando la
compró una subsidiaria de Cruzat. El editor de Ercilla, Emilio Filippi, recolectó entonces dinero en
Europa y Estados Unidos, lanzando su propia revista, Hoy.

La relación de Cubillos con la CIA fue revelada durante una audiencia judicial el 23 de octubre de
1978, en el caso del funcionario de la ITT Roberto Berrellez acusado de haber mentido a un
subcomité del Senado, en 1973, en relación a la actividad ITT-CIA contra Allende (Washington
Post, 14 de noviembre de 1978).

6. Qué Pasa fue fundada por Cubillos, Baraona y el ideólogo de la derecha, Jaime Guzmán,
durante el primer año de gobierno de Allende. En esos tres años, Qué Pasa fue subsidiada por la
oposición. Se editaba en el mismo edificio del Instituto de Estudios Generales, fortaleza ideológica.
El IEG, cuyo presidente en 1973 era Pablo Baraona, fue posteriormente aludido en el informe del
Comité Church sobre la acción encubierta en Chile: "La CIA fue progresivamente fundando la
mayor parte de una organización de investigaciones de la oposición (más del 70% en 1973) ...
Muchas de las acusaciones presentadas por los parlamentarios contra el gobierno, eran
redactadas por el personal investigador de estos organismos". Acción encubierta en Chile: 1963-
1973 (Washington, D.C., 1975), p. 30.

7. Un factor decisivo para ir a la ofensiva contra la DINA, en 1977, puede haber sido el papel que
ésta desempeñó en la denuncia de un escándalo de proporciones en el mercado monetario. La
quiebra de varias pequeñas financieras que realizaban operaciones monetarias dudosas y que
habían surgido en 1976, obteniendo beneficios del 20 y 30% mensuales en tasas de interés,
estaban minando la superendeudada economía, hasta que una fianza del Banco Central
desencadenó la ola de quiebras financieras. En el punto culminante de la crisis, agentes de la
DINA proporcionaron informaciones a la prensa santiaguina, lo que contribuyó a aumentar más aún
la crisis, proclamándose que el grupo económico de los "Chicago boys" era un desastre. Una de
las firmas quebradas fue "La Familia", ligada al consejero de Pinochet Jaime Guzmán. Ésta había
hecho préstamos a estudiantes de la Universidad Católica, feudo de Guzmán desde el golpe, con
un 24% de interés mensual, haciendo uso de depósitos a corto plazo.

8. Dolor universal, en alemán en el original. (N. del T.)

9. Wack se las arregló para que, en la acusación contra Canete por posesión de dinero falso se la
hiciera un juicio leve, pero que se le juzgara en caso de interrumpir su cooperación.
10. La primera vez que se hizo amplia referencia a la DINA en la prensa chilena fue en noviembre
de 1975, cuando muchos periódicos publicaron un boletín de la DINA que describía de un modo
favorable a ésta los acontecimientos relacionados con la detención del médico inglés Sheila
Cassidy, con ocasión de un operativo en el que una mujer fue asesinada. Una publicación hecha
por Qué Pasa en el mes de agosto de 1976, se refería a algunos procedimientos de la DINA, como
el uso de capuchas, intimidaciones y desaparecimientos, pero a la vez felicitaba a la institución por
haber eliminado a los marxistas.

11. Cuando se hicieron las averiguaciones del caso, resultó que ese número de placas "estaba
fuera de circulación". Pero Martínez no tenía ninguna duda de que sus atacantes habían sido
enviados por Contreras y que había empezado la lucha abierta.

12. En virtud de su rango de ex ministro de Relaciones Exteriores, el socialista Clodomiro Almeyda,


uno de los dirigentes más importantes de la UP, tuvo un tratamiento similar, al ser recibido en el
Departamento de Estado por el Secretario Adjunto, Warren Christopher. Esas visitas protocolares
de los dirigentes de oposición son raras, aunque no son las primeras y constitutían un claro índice
de que Washington no consideraba el gobierno de Pinochet como el único personero del pueblo de
Chile.

13. Sin embargo. Pinochet no ordenó la investigación en esa época, de acuerdo con lo que el jefe
de investigaciones, general retirado Ernesto Baeza, manifestó a Scherrer en Santiago, el 15 de
julio; en esa ocasión dijo no estar en antecedentes de ninguna investigación sobre los cubanos.

14. Poco después de la reunión del 28 de junio, Cauas sometió al detector de mentiras a un
funcionario de la embajada durante su interrogatorio acerca de reuniones con cubanos exiliados en
la misión chilena.

15. Tarjetas de identificación del servicio militar.

16. De acuerdo al sistema, Pinochet personalmente designaría un tercio de los miembros del
Congreso, y los otros dos tercios serían elegidos en votación directa. En seguida, los miembros del
Parlamento elegirían un presidente. Así, en el caso de que Pinochet se presentara como
candidato, cosa que todos creían sucedería, sólo necesitaría el 66% de la votación, además del
voto de sus parlamentarios incondicionales.

17. Un vocero del Departamento de Estado expresó sus temores en una declaración clarificadora,
pocos días después, señalando que la administración seguía "muy preocupada" por las violaciones
a los derechos humanos en Chile y que Cárter preferiría un regreso "más rápido a la democracia
que el prometido por Pinochet".

En realidad, hasta la fecha, Pinochet nunca ha llamado a elecciones, de acuerdo a lo prometido


por él en Chacarillas. (N. del T.)

18. Scherrer hizo uso de su poder para reducir de 55 a 13 los permisos de portar armas. Mandó las
fotos de los 55 agentes de la escolta de Pinochet al cuartel central del FBI, "quemándolos" a todos.
Contreras no viajó, pero en cambio, el hombre de la DINA en el Ministerio de Relaciones
Exteriores, Guillermo Osorio, acompañó a Pinochet.

19. Los nuevos agentes del CNI también actuaron con violencia. Poco después de los atentados,
Víctor Fuenzalida, ex activista de Patria y Libertad, fue encontrado drogado y amordazado en su
automóvil, luego de haber estado desaparecido por tres días. Según declaraciones de su esposa a
la prensa, agentes del CNI lo torturaron e interrogaron. Ella confesó que Fuenzalida había
trabajado para la DINA como experto en explosivos, poco después del golpe.
20. Respondiendo al llamado de la esposa de Osorio, Valdés Puga regresó con el general
Forestier a la casa. Ambos arreglaron toda la situación, a fin de evitar la autopsia.

21. A Propper, Barcella y sus superiores Donald Campbell y Earl Silbert se les autorizó para tener
acceso a material clasificado de cualquier departamento del gobierno.

22. El jefe de inteligencia paraguaya, coronel Benito Guanos, en un memo firmado por él que llegó
a manos de los autores de este libro, decía que el embajador Landau le pidió el 6 de agosto
"contactar a su amigo (de Guanes) Manuel Contreras" para pedirle que devolviera los pasaportes.

23. La extensión del poder real de Contreras en los meses que siguieron a su despido de la
DINA/CNl, fue objeto de especulaciones, incluso en el seno del grupo civil del gobierno.
Oficialmente, Contreras había regresado a su puesto de jefe de la Escuela de Ingenieros de San
Antonio, pero había informaciones dignas de confianza que sostenían la obtención de un jugoso
presupuesto secreto para mantener un grupo policial paralelo al CNI del general Mena. Los
observadores de la embajada norteamericana dieron gran importancia a las informaciones, de que
Pinochet, forzado a sacar a Contreras por la presión interna e internacional, continuaba
cooperando con Contreras en la formación de un autónomo "Escuadrón de la Muerte", dirigido por
éste y sus partidarios de la DINA. La ¡dea de que Pinochet seguía apoyándose significativamente
en Contreras, se reforzó en diciembre, cuando se supo que Contreras había viajado a la Argentina
para llevar a cabo cruciales negociaciones con ese gobierno en relación al conflicto limítrofe del
Canal Beagle.

24. Cuando durante el juicio fue interrogado en relación al asesinato. Landau dijo:

P.: ¿Qué hizo usted con los pasaportes?

Landau: Primero los miré, comprobando que no tenían fotos ni habían sido usados. Luego los
archivé. Nunca nadie me preguntó por ellos.

P.: ¿Permanecieron en su archivo?

R.: Así es. Los llevé conmigo de Paraguay a Chile y, de acuerdo a mi experiencia, eran pasaportes
inútiles. No sabía qué hacer con ellos y no fue sino hasta 1978 cuando todo este asunto se activó y
los nombres de Williams y Romeral salieron a la luz. Entonces dije al agente del FBI: "¿Sabía usted
que yo tengo esos pasaportes?" Él me contestó: "No". Entonces, le dije: "Mire, son sólo un pedazo
de papel, ya que no tienen fotografías. No fueron usados, pero si los quiere y usted me da un
recibo, se los entregaré". Y eso fue lo que hice.

25. Landau tenía 37 años y carecía del grado de bachiller cuando ingresó al Departamento de
Estado. Sin embargo, comenzó con el grado R-4, el equivalente aproximado de su grado militar de
coronel. La "R" siguió durante tres años ligada a su nombre. Recibió un grado académico de "Arte"
en la Universidad George Washington tras dos años de estudio, en 1969. En esa época, ya había
alcanzado el grado máximo del Departamento de Estado, O-Il.

26. El 12 de abril de 1977, un artículo del periodista Bob Woodward en el Washington Post le
provocó unos cuantos días de pánico, pues mencionaba a un tal Edmund Wilson como ex agente
de la CIA y sospechoso del asesinato Letelier-Moffitt. Éste era un nombre demasiado parecido al
seudónimo de Townley en la DINA, Juan Andrés Wilson.

27. La opinión de Townley, dada a conocer ante el tribunal, era que Baeza no había entregado a la
DINA las fotografías de Williams y Romeral.
28. No se trata de su nombre verdadero.

29. Schweitzer, hijo del ex ministro de Justicia de Pinochet del mismo nombre, fue uno de los cinco
candidatos sugeridos por la Embajada de Estados Unidos para representar a su gobierno en el
asunto de las cartas rogatorias.

30. Suárez era sospechoso en el caso Letelier y había sido encarcelado por orden de la corte por
rehusarse a atestiguar ante un gran jurado, después de habérsele garantizado inmunidad. Fue
liberado, debido a que estaba a punto de terminar el periodo de sesiones del gran jurado.

XII

UNA MEDIDA DE JUSTICIA

LA TENSIÓN PODÍA sentirse ya desde la entrada al Tribunal de Justicia del


Distrito de Estados Unidos, a pocas cuadras del Capitolio y a una media milla de la
Casa Blanca. Guardias armados que manejaban el detector de metales revisaban
a cada persona que ingresaba con el celo de un oficial de seguridad de Aerolíneas
El Al. En los ascensores, dominaba el nerviosismo. Los asistentes bajaron en el
sexto piso, siendo revisados nuevamente. Los espectadores y la prensa, los
padres y hermanos de Ronni Moffitt, Isabel Letelier y sus hijos, las familias de los
acusados, todos se alinearon en una sola fila, vaciaron el contenido de sus
bolsillos en bandejas especiales, colocando sus carteras y maletines en una cinta
que pasaría por una caja de Rayos X. En seguida, una vez más, todos pasaron a
través de un detector.

Más de 200 personas esperaban en la sala anterior a la de la corte, pensando si


tendrían un lugar entre los 150 asientos, 50 de los cuales estaban reservados a la
prensa.

A todo lo largo del pasillo, custodiaban los uniformados alguaciles de los Estados
Unidos, característicos por sus rostros serios, una actitud casi militar y el bulto de
sus armas que se percibía a través de la chaqueta. Fuera de la sala de la corte, un
pequeño anuncio señalaba la orden del día: "9 de enero de 1979. 9:30 a.m. Los
Estados Unidos de Norteamérica vs. Guillermo Novo Sampol, Alvin Ross Díaz e
Ignacio Novo Sampol".

Un grupo de exiliados cubanos de Union City, Nueva Jersey, realizó una pequeña
manifestación en la calle, frente al edificio, denunciando que los Novo y Ross eran
víctimas de un complot del gobierno norteamericano destinado a eliminar el
Movimiento Nacionalista Cubano. Proclamaron que las tiendas y otros negocios de
Union City habían cerrado ese día, como un gesto de apoyo a los tres acusados.
Más tarde, uno de los militantes del MNC, pegó una calcomanía de Omega 7 en la
pared del baño para hombres del sexto piso. Los alguaciles llamaron al escuadrón
de la policía experto en bombas que, con sus perros, rastreó el área. Los perros
no encontraron explosivos, pero el incidente aumentó la tensión.
Los alguaciles escoltaron a dos de los tres acusados desde el cuarto de seguridad
hasta la sala misma de la corte. En seguida, Ignacio Novo, en libertad bajo fianza,
entró junto a los espectadores. Los tres acusados se abrazaron: los artistas de
televisión comenzaban de esta manera sus representaciones. Los acusados
podrían haber sido miembros de la misma familia, ya que Ignacio Novo se parecía
bastante a Alvin Ross tanto como a su hermano Guillermo.

Ross y Guillermo Novo enfrentaban cargos de conspiración en el asesinato de un


funcionario extranjero, asesinato en primer grado de Orlando Letelier y Ronni
Moffitt y asesinato con uso de explosivos. Todos estos cargos eran castigados con
prisión perpetua. Guillermo Novo también estaba acusado de mentir a un gran
jurado. El gobierno acusó a Ignacio Novo de dos cargos menores: perjurio ante el
gran jurado y "ocultamiento de una felonía", significando con ello que él sabía del
crimen y no lo denunció.

De acuerdo con el sumario, Novo y Ross habían ayudado a Michael Townley a


organizar el asesinato y obtener los explosivos letales, pero no se sostenía que
ambos hubieran estado presentes en Washington, en el escenario del crimen. Las
personas más importantes entre los acusados, los tres miembros de la DINA de
Chile, estaban visiblemente ausentes del tribunal. El gobierno de Estados Unidos
había solicitado formalmente a Chile la extradición del general en retiro Manuel
Contreras, el coronel Pedro Espinoza y el capitán Armando Fernández, a raíz de
lo cual el tribunal chileno había ordenado el confinamiento de los tres en el
Hospital Militar de Santiago, donde gozaban de comodidades, aunque estaban
bajo arresto. José Dionisio Suárez y Virgilio Paz, acusados de ayudar a Townley a
colocar la bomba y detonarla, seguían prófugos.

El juicio que estaba a punto de comenzar sería la primera manifestación pública


de los dos años y medio de investigación por parte del Asistente del Procurador de
Estados Unidos, Eugene Propper, y el FBI. La importancia del juicio residía en el
poder de las evidencias de Estados Unidos, que vinculaban al régimen militar
chileno de Augusto Pinochet con el complot para asesinar a Letelier; no era un
simple homicidio, sino un grotesco acto de terrorismo internacional. La Suprema
Corte de Justicia de Chile había encontrado pretextos para diferir una decisión en
relación a la extradición de los tres funcionarios de la DINA, esperando el
resultado del juicio y la reacción pública en relación al papel de Chile en los
asesinatos.

Además de la cargada atmósfera que precedió el juicio, estaba el papel que


desempeñaría el único agente de la DINA bajo custodia en Estados Unidos.
Michael Townley no había sido acusado junto con el resto, sino que se le había
permitido declararse culpable de un único cargo: conspiración para el asesinato de
un funcionario extranjero. Incluso cuando su participación en el crimen había sido
mucho más seria que la de los Novo o la de Ross, el gobierno lo consideraba no
un acusado, sino el principal testigo de los hechos, el hombre de quien dependía
el éxito del juicio.
Guillermo Novo desempeñaba el papel del jefe entre los acusados. Se sentó de
espaldas a la prensa y al público, pero cuando miraba a su alrededor, su rostro
expresaba desafío, confianza y autoridad. Dentro de su ajustado traje de tres
piezas, se escondía un cuerpo delgado y nervioso, cuyos movimientos parecían
producirse en una recóndita fuerza, que solamente le permitía cambiar de una
posición a otra. A pesar de sus esfuerzos por controlarlas, las piernas le
temblaban. A excepción de su señal de reconocimiento hacia los amigos y
familiares que estaban entre el público, no mostraba signos de emoción.

Novo había nacido en Cuba en 1939, y llegó a Estados Unidos con su familia, en
1954. Se hizo ciudadano norteamericano y estudió química. Después de la
Revolución Cubana, la que al comienzo lo atrajo, se hizo adepto de la ideología
fascista de Felipe Rivero; con él y con su hermano Ignacio, fundó el Movimiento
Nacionalista Cubano, a fines de 1959. Creía que sus ideas liberarían a Cuba de
Fidel Castro, del comunismo y la corrupción que había sembrado; esas ideas lo
llevaron a ponerse en contacto con Chile, con la DINA, con Michael Townley y, en
ese momento, con una corte, enfrentando un juicio por asesinato doble.

Alvin Ross Díaz nació en La Habana siete años antes que Guillermo Novo. Desde
una familia de clase media baja, Ross saltó a un oficio de matón en el casino de
juego del club nocturno Tropicana. Para él, la revolución significó el cierre de los
casinos. Después de abandonar su patria, regresó como integrante de las fuerzas
invasoras de Bahía de Cochinos, entrenadas por la CIA, en 1961. Como los
hermanos Novo, a veces vendía automóviles usados para vivir, en Union City.
Había desarrollado un tic facial, un pequeño temblor en la mejilla derecha, más
notorio e impredecible gracias a los frecuentes movimientos de los ojos y la
cabeza. Su cara redonda, que deliberadamente había entrenado para que
aparentara ser peligroso y vil, calzando con su reputación de pistolero, había
perdido la juventud y su piel había comenzado a relajarse.

Ignacio Novo, dos años mayor que Guillermo, carecía de la energía física y la
claridad mental que proyectaba su hermano. Siendo el único de los tres acusados
libre, tras pagar una fianza de 25,000 dólares, trató de recolectar fondos para la
defensa y organizar el apoyo de la comunidad.

Poco después de las 9:30 a.m., el alguacil, dentro de la sala, gritó: "Todos de pie".
Todos se levantaron, mientras entraba un negro de baja estatura, edad mediana y
cabello entrecano. El juez Barrington Parker Jr., caminaba con muletas desde que
perdiera la pierna en un accidente automovilístico, hacía algunos años. Con
dignidad, subió lentamente los tres escalones de la tarima, se acomodó los
anteojos sin marco y saludó con una inclinación hacia los fiscales, a la izquierda, y
hacia la mesa de la defensa, a la derecha. Tomó asiento y todos los asistentes lo
imitaron.

Ex comisionado nacional del Partido Republicano, Parker fue nombrado en la


barra de la corte federal, en 1969, por el presidente Nixon y había presidido
algunos de los casos nacionales más controvertidos. Tenía fama por sus modales
rudos y estrictos en la corte y por su escepticismo hacia las demandas de las
agencias gubernamentales de Estados Unidos, las que sostenían que "los
intereses de la seguridad nacional", las hacía acreedoras de protección especial
en la corte; estas demandas parecía iban a jugar su papel en el juicio del caso
Letelier. (1)

Abajo, a la derecha del juez Parker, estaban los tres cubanos acusados y sus
abogados, Paul Goldberger para Guillermo Novo, Lawrence Dubin para Alvin Ross
y Óscar González Suárez representando a Ignacio Novo. A la izquierda de Parker,
entre los acusados y la tribuna aún vacía del jurado, estaban los fiscales Eugene
Propper, E. Lawrence Barcella y Diane Kelly, nueva fiscal en el caso, encargada
de redactar los numerosos memoranda legales que se esperaba surgirían.

El juicio comenzó, iniciándose el proceso de la elección de un jurado. El viernes 12


de enero, cuarto día del juicio, los doce miembros del jurado y seis reemplazantes
ingresaron a la sala. Todos eran negros, de los cuales, siete eran mujeres. Por sus
actitudes y aspecto personal, tenían la apariencia de ser trabajadores de clase
media. Muchos de ellos trabajaban en el gobierno. El juez Parker les ordenó
retirarse porque se habían recibido amenazas.

"Debido a las circunstancias del caso, la interrogación individual de los miembros


del jurado será forzosamente larga, complicada y minuciosa", anunció Parker.
Había eliminado a todos aquellos que tenían opiniones concretas sobre la CIA,
Chile o Cuba, y a los que tenían conocimientos acerca del trabajo que
desarrollaba el IEP.

Pasó el primer fin de semana. El lunes 15 de enero, en una audiencia sin jurado,
Parker no dio lugar a una moción de la defensa de eliminar las evidencias
encontradas en un departamento rentado por Alvin Ross. Las evidencias incluían
alambre detonante, fusibles eléctricos y un recibo por la compra de un dispositivo
detonante Fanon-Courier. El hecho de que el material hubiera sido obtenido
legalmente por agentes del FBI, era una prueba importante contra los acusados.

Parker dio instrucciones al jurado.

Para Eugene Propper, tras los dos años y medio desde que había comenzado su
investigación, había llegado el momento de depositar el caso en manos del jurado.
Tenso, nervioso como un actor que debe presentarse en el escenario de
Broadway y recitar su parlamento, después de años de actuaciones de segundo
orden, Propper comenzó su exposición inicial. Trató de contar la historia, a fin de
impedir que el jurado se perdiera en una cacofonía de nombres hispanos.

Les habló acerca de un hombre llamado Salvador Allende, que había sido elegido
presidente de un país sudamericano llamado Chile. Acerca de la dictadura militar
que derrocó ese gobierno, eliminando el Congreso, los sindicatos y los partidos
políticos. Propper explicó quién había sido Orlando Letelier y por qué llegó a ser
considerado un enemigo por el gobierno militar chileno. Les habló de la DINA y del
MNC, de Michael Townley, Manuel Contreras y los misteriosos pasaportes con los
nombres de Juan Williams Rose y Alejandro Romeral Jara.

Habló de decenas de evidencias que mostraría para establecer las relaciones de


trabajo entre los miembros del MNC y el gobierno chileno, entre Guillermo Novo,
Alvin Ross, Michael Townley y la DINA. Nombres como Iturriaga, Fernández y
Espinoza aparecieron mezclados con detonadores de control remoto, LAN-Chile,
modificación de Fanon-Courier, fósforos eléctricos, permanganato de potasio,
claves, cartas, huellas digitales. Aseguró al jurado que todo quedaría claro a
medida que el juicio progresara.

La defensa pasó al estrado después del almuerzo. Paul Goldberger,


representando a Guillermo Novo, prometió al jurado probar que "Michael Townley
era un agente contratado por la CIA" que, desde 1974, había sido un "espolón
dentro de la DINA", un doble agente. Lanzó a la CIA contra el jurado, gritó su
nombre, insinuó haber descubierto la verdad del caso de los misterios del
espionaje y el encubrimiento. "Fue un crimen monstruoso cometido por gente
monstruosa", dijo Goldberger, "pero probaremos que ni la DINA, ni el Movimiento
Nacionalista Cubano, ni el gobierno chileno tiene responsabilidad alguna en él ...
Por más difícil que sea de creer, la CIA fue la responsable de un asesinato en la
capital de la nación".

Su colega Lawrence Dubin, de la misma escuela en técnicas judiciales, invocó el


nombre de Vernon Walters, ex director adjunto de la CIA, como habiendo tenido
una ominosa conexión en el caso y con Michael Townley. Él y Goldberger trataron
de dejar al jurado con la impresión de que el gobierno había acorralado a sus
clientes y que el asunto Letelier se relacionaba más con un mundo de espías que
con los patriotas idealistas que eran sus clientes. Ambos abogados prometieron
documentos y testigos para demostrar que Townley era agente de la CIA.

Oscar González Suárez, hombre de más de cincuenta años, habló en nombre de


Ignacio Novo, tal como había hablado en favor de sus clientes cubanos exiliados
por más de dieciocho años. Su inglés con fuerte acento hacía difícil seguir su
presentación por momentos, pero señaló con vehemencia que el caso de Ignacio
debía separarse del juicio por asesinato y que, en todo caso, Ignacio no hizo más
que escuchar las noticias de los asesinatos por la radio y llevar a Townley, "este
personaje nefasto", al aeropuerto.

Más tarde, Propper llamó a Michael Moffitt al estrado. Su tarea consistía en


entregar al jurado un recuento del horror de la explosión como sólo una víctima
que la sufrió y sobrevivió a ella puede relatarlo. El testimonio de Moffitt se había
tenido que repetir dos veces. La ira que había sentido en el momento de los
asesinatos y posteriormente se había transformado en una oposición tenaz contra
el fascismo, el gobierno de Pinochet y los empresarios que lo apoyaban. Pero su
pasión y odio no había desaparecido totalmente.
"Sabes, Michael, Townley me pidió decirte que realmente siente lo de Ronni. Y yo
le creo. Cualquier cosa que puedas sentir hacia él, pienso que es un tipo serio y
realmente siente lo que dice, no en relación a Orlando, pero sí con Ronni", le contó
Propper en uno de los ensayos para su testimonio.

Controlando la voz, Moffitt le contestó: "Puedes decirle a Mike que si alguna vez
tengo la oportunidad, le sacaré el corazón".

En el estrado de los testigos, Moffitt se desempeñó bien.

Otros testigos se presentaron al día siguiente, el 16 de enero. El detective Walter


Johnson, primer policía que llegó al lugar de la explosión; William Hayden,
automovilista que conducía junto al automóvil de Letelier; Danna Peterson, médico
que intentó salvar la vida de Ronni Moffitt. Los forenses Leroy Kiddick y James
Luke presentaron las conclusiones de las autopsias realizadas a las dos víctimas.
El juez Parker se negó a admitir como evidencias las fotografías de los cuerpos
mutilados.

En seguida, el fiscal se dedicó a establecer los motivos del asesinato y a conectar


a los acusados con el gobierno chileno en general y con la DINA en particular.
Propper y Barcella sacaron de su saco de testigos a un hombre bien conocido por
el jurado. El senador George McGovern, candidato presidencial demócrata en las
elecciones de 1972, en su estilo pausado, dio a conocer al jurado cómo Letelier lo
había "sensibilizado" efectivamente en "lo relacionado con las violaciones a los
derechos humanos" y cómo sus conversaciones influyeron sobre él para actuar en
su calidad de parlamentario en el apoyo de la decisión de terminar la ayuda militar
de Estados Unidos a Chile.

El parlamentario holandés Relus ter Beck informó al jurado sobre las actividades
antijuntistas de Letelier en Holanda, en especial sus esfuerzos para que una firma
holandesa cancelara una inversión de 63 millones de dólares en Chile. Ter Beck,
corno McGovern, puso de manifiesto la relevancia política de Letelier. El jurado
pudo comprobar que la víctima tenía relaciones estrechas con, por lo menos, el
pueblo de dos países.

Ya tarde ese día, los fiscales llamaron a Rafael Rivas Vásquez, exiliado cubano,
director adjunto de DISIP, servicio de inteligencia venezolano. Atestiguó que
Manuel Contreras, en su calidad de jefe de la DINA, visitó Caracas en 1975,
solicitando su colaboración para informar a la DINA sobre las actividades de los
exiliados chilenos en Venezuela. Rivas Vásquez también recordó haberse reunido
con Guillermo Novo cuando éste hizo una escala en Caracas, en viaje hacia Chile,
en 1974. Pero cuando Propper le pidió identificar a Guillermo, el testigo, vacilante,
apuntó hacia Ignacio.

Al séptimo día, Isabel Letelier subió, al estrado, luciendo un collar con una piedra
negra labrada, cuya inscripción decía "Isa". Orlando la había esculpido para ella
en Isla Dawson. Contó al jurado la historia de la vida de su esposo. Su testimonio
estableció que Letelier "estaba a cargo de la resistencia chilena en Estados
Unidos" y que el régimen de Pinochet encarcelaba y mataba a aquellos que
discrepaban de él. Su voz, suavemente acentuada, evocó el sufrimiento, la
determinación y la valentía. Goldberger y Dubin trataron de desprender de su
testimonio que ella había admitido creer que la CIA era responsable del asesinato.
Les dio una lección medular sobre la historia chilena reciente, el barbarismo y la
brutalidad de la junta. Durante un receso, Propper comentó: "Cada minuto que
permanece ella en el estrado, más simpatías se gana por parte del jurado".

La interpretación del testimonio de Isabel Letelier por parte de los abogados de la


defensa, se prolongó hasta la mitad de la mañana del día siguiente, el 18 de
enero. En seguida apareció Michael Townley. Su ingreso a la sala se cambió
rápidamente a una puerta lateral, para evitar que se encontrara frente a frente con
Isabel, mientras ella dejaba el estrado. Desde su expulsión de Chile, hacía nueve
meses, había aumentado unos doce kilos de peso. Vestía un traje a rayas azul
oscuro. Su cabello liso lucía un corte a la moda y tenía la barba y los bigotes
cuidadosamente arreglados. Mientras caminaba rígido hacia el estrado, con un
aspecto de seria indiferencia en su rostro, el suspenso en la sala aumentaba
visiblemente. Townley era un asesino de carne y hueso, un integrante de la policía
secreta que estaba a punto de confesar contra aquellos que le habían ordenado
matar y contra los que habían trabajado con él en su horripilante profesión.

El jurado, muchos de cuyos integrantes habían estado permanentemente


adormilados o aburridos, empezaron a reaccionar ante la presencia de Townley.
Un silencio tenso cayó sobre la sala. Sentados muy derechos en sus sillas, los
miembros del jurado pudieron contemplar en tres cuartos de perfil, cuando dirigía
su mirada hacia el frente, al hombre acerca de quien el fiscal en su discurso de
presentación había hablado tan vehementemente y sobre cuya credibilidad
dependía el caso del gobierno.

Michael Townley contaba con una audiencia fascinada, que esperaba


ansiosamente oír sus palabras y observar cada una de sus expresiones y
movimientos. Mientras respondía las preguntas preliminares para establecer su
identidad, dio la impresión de un joven educado, respetuoso, de hablar suave. Se
veía tranquilo, alerta e inteligente. Por lo común respondía con un "sí, señor" o un
"no, señor". Treinta y seis años, casado, dos hijos, sin haber terminado ta
educación media, miembro activo de Patria y Libertad en 1972, su hobby, la
electrónica; dejó Chile, regresando después del golpe como Kenneth Enyart y
siendo reclutado como agente de la DINA.

El crimen de Townley minimizó el de los tres acusados, no obstante haberse


convertido en aliado de los investigadores y fiscales de Estados Unidos, en su
calidad de testigo principal para la acusación. El caso se mantendría en pie o se
derrumbaría, dependiendo de su habilidad para retractarse a sí mismo como un
asesino cuya profesión era el engaño y la brutalidad, convenciendo al mismo
tiempo al jurado de que esta vez sí decía la verdad.
Paso a paso, Townley volvió a contar la historia de la primera misión de asesinato
que inició con la colaboración del MNC. En oraciones cortas y precisas, sin
emocionarse, recordó dónde había estacionado su casa rodante en México y la
cantidad de explosivo y tipo de detonador con que había planeado asesinar a
Carlos Altamirano y Volodia Teitelboim. Su voz no hacía distinciones entre
falsificar una tarjeta de identidad, ordenar un platillo, probar un detonador, leer un
mapa caminero, planificar el asesinato de dos personas, o comprar juguetes para
sus hijos.

El juez llamó a receso para comer. Townley bajó del estrado, sentándose en el
banquillo de los testigos. La mañana había dado dividendos al precio que Propper
había pagado por la credibilidad de su testigo, pero algo más acerca de su
relación había comenzado a aparecer. Tan pronto como Propper terminó de
ordenar sus documentos en el portafolios, se dirigió a la salida. Al pasar junto a
Townley, le sonrió, haciéndole un guiño rápido e íntimo de aprobación.

Al regresar para la sesión de la tarde, los tres acusados cubanos se ubicaron


solos, llegando los primeros entre todos los actores. Pronto, ingresaron el público
y la prensa y se sentaron, conversando en susurros, en la atmósfera de biblioteca
que habían implantado los alguaciles. Trajeron a Townley, quien tomó su lugar en
el banco de los testigos, a unos metros de los acusados. Ni el juez, ni el jurado, ni
los abogados estaban aún en la sala.

Guillermo Novo permaneció de espaldas al público. A la izquierda, estaba su


hermano y, cerca de él, Ross. Mantenían la vista fija uno en el otro o en los
documentos que tenían delante. Sus murmullos en español, al comienzo parecían
ser producto de la lectura. Los músculos del cuello de Townley se fueron
endureciendo en la medida en que el volumen de los murmullos aumentaba:
"ĄCuídate! Degenerada mierda de la CIA. Hijo de puta". Desde la sección del
público, una cubana gritó: "ĄCórtenle la lengua! ĄA los soplones se les aniquila!"

Los alguaciles detectaron el conflicto, pero no entendían el significado de las


palabras. Mientras lo insultaban, los acusados no miraron a Townley. Miembros de
la prensa que hablaban español, tradujeron para sus colegas.

El juez, el jurado y los abogados de la defensa y la acusación regresaron a la sala


a los pocos minutos y Townley volvió a subir al estrado. Propper lo encaminó
hacia la orden del coronel Espinoza de conectarse con el MNC y matar a Letelier
"de una manera que pareciera inocua".

Townley relató los acontecimientos de los días de septiembre, desde su llegada a


Nueva York. Contó los detalles de la reunión en el Motel Chateau Renaissance.
"Les expliqué que la misión de matar -asesinar- a Orlando Letelier, requería de
ayuda". Nombró uno por uno a los que estuvieron presentes en la reunión:
Guillermo Novo, Juan Pulido, (2) José Dionisio Suárez, Alvin Ross. Si el técnico en
autodestrucción hubiera decidido hablar sobre otros temas, la audiencia podría
haberse dormido, o habría abandonado la sala; pero los hechos insignificantes, de
cada día de la conspiración -una cena, una llamada telefónica, las estúpidas
definiciones ("la DINA no es el gobierno, es una agencia del gobierno")-
transformaron los inofensivos detalles cotidianos en la sustancia, la textura y el
sabor de un asesinato a sangre fría.

P.: Díganos si en algún momento usted obtuvo una respuesta de alguien del
Movimiento Nacionalista Cubano. Y, si fue así, żde quién?

R.: A la mañana siguiente, Virgilio Paz fue al Chateau Renaissance, donde yo


estaba, y me llevó en su automóvil a buscar al señor Guillermo Novo.
Conversamos en el coche de Virgilio Paz y en esa ocasión, Novo me dijo que el
MNC tomaría parte en la misión.

Townley relató cómo consiguió el TNT, los explosivos C-4 y el aparato Fanon-
Courier que él había modificado, transformándolo en un detonador de control
remoto. Señaló el camino, los nombres y los números de las autopistas recorridas
con Virgilio Paz, el 16 de septiembre, hasta llegar a Washington.

Con cada detalle, aumentaba la atención del jurado, manteniéndolo en suspenso


con las compras en Sears y Radio Schack: "soldadura, destornilladores, pinzas,
cosas de ese tipo". Llevó consigo al jurado por cada paso que dieron los asesinos
en su camino hasta hacer estallar a sus víctimas: al Holiday Inn y el Motel
Congress Regency, al McDonald's y al Roy Rogers, y, finalmente, en la
madrugada del 19 de septiembre, a Ogden Court, donde vivía Letelier. Townley
señaló: "Paz me comunicó que esperaba, que quería, o deseaba, que yo mismo
pusiera el aparato en el automóvil".

La forma tan inofensiva de describir el crimen, frustraba cualquier intento por hacer
juicios morales o metafísicos. Él trivializaba la vileza. Como si el villano literario
de Heart of Darkness se hubiera convertido, de palabras sobre el papel, en real
sujeto de carne y hueso, este educado y obediente joven traía a la realidad el mal
existente en la vida real. Ante la blanda audiencia de la sala de la corte distrital, el
mal se disolvía en una falsa imagen del ingenio burocrático, de lo innombrable.

Una vez colocada la bomba, informó Townley al jurado, el trío eligió el lugar para
hacerla estallar. "Antes habíamos visto un parquecito que estaba en el camino de
Orlando Letelier hacia su trabajo y les sugerí -pensando con rapidez, Townley
modificó su lenguaje para evitar contradicciones-, les indiqué que ese sería el
lugar para detonar la bomba". Luego, explicó sus motivos humanitarios: el parque
"era muy poco frecuentado y /era/ muy poco probable que alguien más pudiera
resultar herido. También ordené que al detonar la bomba, Orlando Letelier
estuviera solo en el vehículo". Pero Townley se distrajo. "Los últimos detalles,
como el qué y el dónde, los dejé en sus manos", dijo al jurado.

En seguida, condujo a su audiencia fuera de Washington. Alvin Ross lo recibió en


el aeropuerto de Newark, escuchó su informe sobre la colocación de la bomba, y
lo llevó donde Guillermo Novo. Con la misma extremada atención, sin establecer
diferencias entre lo sustantivo y lo trivial, Townley contó que llamó por teléfono,
estacionó un auto, compró cigarrillos, visitó a su hermana y abandonó el área de
Nueva York, dirigiéndose a Miami el 19 de septiembre.

Tras haber implicado totalmente a Guillermo Novo y a Alvin Ross en la


conspiración para el asesinato, en su recuento de los tres días de estadía en
Miami, presentó el caso del gobierno contra Ignacio Novo.

"Estoy casi seguro de haber llamado desde Audio Intelligence Devices al señor
Ignacio Novo, ese mismo día. No estoy seguro de si fue en esa llamada o en otra
que hice más tarde, que Ignacio me dijo: ŤżOíste la radio? żOíste las noticias?ť.
Yo le contesté: ŤżCómo?ť. Y él dijo: ŤAlgo grande sucedió en Nueva York,
perdón, en Washington, D. C.ť." En seguida, relató cómo se había encontrado con
Ignacio Novo, para cenar juntos. "Discutimos la operación, lo que había sucedido".

Townley continuó con el cuento de la conspiración: Repuso los explosivos que el


MNC le había prestado para la misión; reembolsó los "gastos directos que habían
hecho en la operación", "mandándosele en las primeras semanas de octubre, a
Guillermo Novo y Virgilio Paz, una suma que, posiblemente, no pasaba de $1.600
dólares".

Poco después de las 4:00 p.m., concluyó la investigación directa de Townley. Se


le veía satisfecho. Su testimonio había presentado al jurado una información
coherente y convincente de la conspiración. Cuando Townley regresó a su asiento
en el banco de los testigos, el abogado de la defensa, Paul Goldberger, pidió
acercarse al estrado. La defensa y la acusación se agruparon frente a Parker,
conversando animadamente durante quince minutos, fuera del alcance del oído de
los espectadores y el jurado. En seguida, el juez Parker dio por terminada la
presencia del jurado por ese día. Él y los abogados se dirigieron a las oficinas del
juez para proseguir la conversación confidencial.

En esas sesiones confidenciales, Goldberger sostuvo que Michael Townley


debería ser sometido a repreguntas en el estrado, en presencia del jurado, en
relación a su participación en el asesinato de Carlos Prats en Argentina y en el
atentado contra Bernardo Leighton en Roma. Goldberger señaló tener evidencia
documentada de la presencia de Townley en esos países en la época de los
atentados y que, además, su cliente Guillermo Novo había escuchado a Townley
admitir haber asesinado a los esposos Prats en Argentina. Los abogados de la
defensa estaban fascinados con el sutil golpe bajo propinado a la investigación del
gobierno.

El juez Parker escuchó. Era su deber establecer límites para las repreguntas
solicitadas por la defensa. Informaciones acerca de la supuesta participación de
Townley en otros asesinatos ordenados por la DINA habían aparecido en la
prensa antes del juicio y Parker las había leído. "He oído algo acerca de un asunto
en Argentina y en Italia", dijo. Estaba inclinado por autorizar la investigación "total"
de Townley.
Propper arguyó con vehemencia que ninguno de esos casos era territorio
permisible para repreguntas por parte de la defensa. Townley tenía un acuerdo
firmado con la fiscalía, en el sentido que sólo podría ser citado para testificar en
los crímenes cometidos en Estados Unidos o contra ciudadanos norteamericanos.
Todo lo demás estaba fuera de esos límites. Éste había sido el acuerdo a que
Propper había llegado con el abogado de Townley, y estaba decidido a mantener
los términos del acuerdo, defendiendo a Townley de ser interrogado sobre sus
otras actividades y crímenes con la DINA. Propper utilizó el argumento de que
Townley tenía "un privilegio de Quinta Enmienda".

Señaló que Townley se consideraba aún un leal empleado del gobierno chileno y
sólo empezó a entregar información sobre el caso Letelier después de que un
funcionario de ese gobierno, el general Héctor Orozco, lo había autorizado para
hacerlo. Sostuvo que Townley era "un servidor público" que había hecho un
juramento sagrado: "Como servidor público y agente de la DINA, fue liberado de
su obligación de no hablar sobre el caso Letelier por el mismo gobierno de Chile,
pero puede ser acusado -y tengo aquí las leyes /chilenas/- dándosele una
condena de quince años o algo así, por cualquier otra cosa que diga sea asunto
legal o no".

Extrañamente, se habían invertido los papeles. Los abogados de la defensa,


Goldberger y Dubin, quienes habían abierto el caso sosteniendo que ni la DINA, ni
los cubanos tenían algo que ver con el asesinato de Letelier, ahora sostenían que
el juicio debería ser un medio para mostrar los crímenes de Townley por orden de
la DINA en los tres continentes. Propper y Barcella se convirtieron en firmes
defensores de los derechos de Townley y sus argumentos presuponían que la
DINA, lejos de ser el aparato terrorista sin ley que Propper había descrito en su
primera argumentación ante el jurado, era una entidad legítima de gobierno, cuyos
empleados estaban ligados a ella por juramentos de discreción y cuyas
regulaciones debían ser respetadas por la corte de Estados Unidos. La discusión
se prolongó hasta las 6:00 p.m., cuando Parker dio por terminada la sesión, sin
haber manifestado su decisión.

A la mañana siguiente, el juez Parker abrió la sesión llamando al estrado a los tres
cubanos acusados. Los reconvino por sus "amenazas e insultos" dirigidos contra
Townley, advirtiéndoles no repetir el incidente. Afligido, Ignacio Novo aseguró al
juez: "hicimos comentarios, pero no amenazas, si esto tranquiliza a la corte".

La disputa sobre las áreas permitidas para repreguntas por parte de la defensa
continuaron en sesión abierta, aunque con la ausencia del jurado. Goldberger dijo
haber recibido una copia del testimonio de Townley en Chile, antes de ser
expulsado. En ese testimonio ante el general Héctor Orozco, el mismo funcionario
chileno que había "permitido" a Townley cooperar con la fiscalía, éste había
negado bajo juramento cualquier participación en el asesinato de Letelier.
Goldberger expresó que la declaración podía ser leída al jurado, para demostrar
que Townley había cometido perjurio.
Propper brincó. "Esa declaración es, según tengo entendido, un secreto. No fue
mostrada a Estados Unidos y está guardada en un libro sellado. .. Aparentemente,
no se entrega a nadie y, si así fuera, constituiría una violación a las leyes chilenas,
con una pena máxima de veinte años", dijo, apuntando en dirección de las copias
del código chileno que tenía encima de su escritorio.

Con mordacidad, Parker le dijo: "żUsted representa al gobierno de Chile?". Ordenó


que antes de las repreguntas, debería mostrarse a Townley la declaración, a fin de
determinar si efectivamente era su testimonio.

Goldberger llevó la discusión a Prats y Leighton, señalando que las otras


operaciones de asesinato deberían ser examinadas, para mostrar el modus
operandi de Townley. Además, dijo, Estados Unidos tiene "la obligación moral y
legal" de informar a otros gobiernos sobre los crímenes y el papel en ellos de
Townley. El argumento de los fiscales de que los crímenes estaban excluidos en
virtud de la Quinta Enmienda a que Townley tenía derecho y del acuerdo de rebaja
de condena, era insustancial. Primero, el viaje de Townley a Europa en 1975, en el
que él, indiscutiblemente, organizó el atentado a Leighton, se gestó en Estados
Unidos, donde se reunió con Virgilio Paz, convenciéndolo para que lo acompañara
en esa misión; de este modo, la conspiración efectivamente comenzó dentro de
las fronteras de Estados Unidos. Segundo, el derecho de su cliente a la Sexta
Enmienda, para solicitar repreguntas al testigo, podría tener más peso que la
protección de Townley en la Quinta Enmienda, sobre todo si ello involucraba el
proceso en un país extranjero, Chile, por los crímenes relativamente triviales de
violación de las reglas secretas de la DINA.

Dubin agregó que el acuerdo de Townley incluía el sustancial "beneficio" de


liberarse de ser procesado por otros crímenes, y el jurado debería saber cuáles
habían sido esos crímenes, a fin de juzgar equitativamente los motivos de Townley
para prestar testimonio.

El fiscal Larry Barcella respondió: "Él /Townley/ obtuvo permiso de Héctor Orozco
para tratar el caso Letelier con todas sus ramificaciones. Nosotros no tenemos
ninguna autoridad para ordenarle que vaya más allá de eso". Ridiculizó la
evidencia del papel de Townley, agregando: "El pasaporte del señor Townley
muestra que estaba en Argentina por la fecha en que Prats fue asesinado. Yo me
aventuraría a decir que, al mismo tiempo había en Argentina otros treinta millones
de personas".

El juez Parker puso fin a la discusión, señalando estar listo para dictaminar. El
jurado, dijo, ha visto y oído abundantes evidencias de que Townley era un agente
de la DINA y acerca de qué tipo de organización era ésta. "Creo que ante el jurado
hay ya suficientes pruebas de que el señor Townley no es el tipo de personas
junto a la que les gustaría sentarse en el servicio religioso dominical. No autorizaré
repreguntar al testigo en relación a los incidentes de Argentina e Italia. Éste es el
dictamen de la corte".
Parker ordenó que hicieran pasar al "testigo Townley". Goldberger le mostró la
declaración, preguntándole si era la misma que había hecho en Chile, antes de ser
expulsado. Townley la miró, dándose cuenta de que era una transcripción sin firma
y no la declaración original que recordaba haber firmado al margen de cada
página.

"Yo no hice esa declaración, señor", dijo Townley lacónicamente.

Se ordenó al jurado regresar a la sala. Propper había llevado a Townley hasta el


complot para asesinar a Letelier y le pidió identificar las pruebas que corroboraban
su testimonio oral. La cantidad de documentos era impresionante, la mayor parte
de ellos proveniente de Chile y en poder del FBI gracias a Inés Townley,
constituyendo parte del acuerdo. Propper sacó cada prueba, diciendo el número
asignado a ella por la corte y pidiendo a su testigo que explicara.

Uno a uno, mostró los pasaportes y las licencias de conducir a nombre de Hans
Petersen, los recibos de Avis-Rent-a-Car, el motel y la gasolinería, las boletas de
la autopista y el restaurante, los pasajes aéreos y las fotografías. Townley
identificó las fotos de Guillermo Novo, Ross y Paz, junto con los representantes
chilenos ante la ONU, Mario Amello y Sergio Crespo, ligando así al MNC con el
gobierno chileno. Luego, el jurado vio cables eléctricos, recipientes de plástico,
material para bombas, fósforos eléctricos. Townley explicó cómo esos objetos,
juntos, habían servido para matar a Orlando Letelier y Ronni Moffitt. Dio al jurado
una breve lección de electrónica, habiéndoles de "oscilación de una señal",
"megahertz" y "VHF", para explicar cómo el aparato Fanon-Courier en sus manos
se había convertido en un arma mortífera. En seguida, Propper mostró el acuerdo
de rebaja de pena, leyéndola ante el jurado.

En la tarde, Paul Goldberger lanzó la primera pedrada en relación a la repregunta


de Townley. Después de las dos primeras preguntas, éste se sintió golpeado,
mirando a su alrededor en busca de ayuda. Simplemente, Goldberger había
tomado un detonador eléctrico de entre las pruebas que estaban sobre la mesa de
los fiscales y pidió a Townley que dijera al jurado dónde lo había obtenido. Éste
trató de evadirse, contestando que lo había obtenido por intermedio de un servicio.

P.: Dónde, żpor intermedio de su servicio?

R.: En relación a esto.. .

SEÑOR PROPPER: żPodemos acercarnos al estrado, Su Señoría? Townley


miraba implorante a Propper y al juez Parker.

LA CORTE: En relación a esto, conteste la pregunta.

TOWNLEY: Su Excelencia, debido a la naturaleza de mi trabajo y al hecho de que


puedo incurrir en faltas legales respondiendo a esta pregunta, respetuosamente,
debo negarme a contestar, en el entendido de que la respuesta podría pretender
incriminarme.

En menos de tres minutos de interrogatorio, Goldberger había forzado a Townley a


valerse de la Quinta Enmienda, para evitar así dar información sobre la DINA.

Parker no hizo ningún esfuerzo por esconder su irritación. Despidió al jurado por
todo el fin de semana y dijo, furioso: "Hasta el momento, el ritmo de este caso es
alarmantemente lento. Algunos de sus aspectos /que nos están deteniendo/
deberían haberse resuelto con antelación". Cuando el jurado abandonó la sala,
reconvino a Propper: "ĄUsted debería haber advertido a la Corte hace mucho
tiempo acerca de este problema!".

Goldberger se levantó, diciendo con solemnidad: "Rechazo todo el testimonio


directo /de Townley/, sobre la base de que no puede invocar en todo momento su
privilegio de la Quinta Enmienda". Los abogados se aproximaron al estrado.
Propper pidió a Parker autorización para entrevistar en privado a Townley y
persuadirlo de que respondiera preguntas sobre la DINA, relacionadas con el caso
Letelier. Parker, tras autorizarlo, suspendió las sesiones hasta el lunes
siguiente. (3)

El lunes, décimo día del juicio, el juez Parker abrió la sesión e inmediatamente
llamó a los abogados al estrado. Nuevamente, el público quedó fuera de la
discusión.

El abogado de Townley, Barry Levine (4) habló primero, diciendo que su cliente
contestaría la pregunta de dónde había obtenido el fusible eléctrico, pero que
continuaría invocando la Quinta Enmienda si se le interrogaba acerca de "los
propósitos de los asuntos relacionados con el general Prats o Leighton". El asunto
de la Quinta Enmienda se había resuelto con un débil compromiso. Goldberger
dijo que durante el fin de semana había conseguido una copia del affidávit de
Townley en Chile que, indiscutiblemente, era copia del original, con la firma de
éste en cada página. En ese momento, se estaba haciendo una traducción al
inglés.

El día avanzó con cortos periodos de repreguntas, alternados con largas


conferencias en el estrado. En la tribuna, Townley admitió que la declaración con
su firma era auténtica. Explicó que, de acuerdo a órdenes recibidas del general
Contreras, en esa declaración había mentido al general Héctor Orozco,
relatándole la versión de la misión secreta inventada con el capitán Armando
Fernández. Dijo que más tarde fue extraditado, aceptando cooperar y había hecho
una segunda declaración ante el general Orozco, esta vez conteniendo la verdad
sobre su participación en el asesinato. Después de eso, cambió su papel de
asesino por el de ciudadano modelo, de agente clandestino por el de un remilgado
burgués.
"La presentación aquí de este documento", dijo a Goldberger, "fuera o
públicamente fuera de la investigación del general Orozco, sé positivamente que
constituye una violación a la ley chilena".

"Usted no esperaba que obtuviéramos la declaración, żverdad?".

"Para serle franco, no lo esperaba; va contra la ley, y cualquiera que haya violado
la ley en Chile al obtener el documento, probablemente será castigado", agregó
virtuosamente Townley.

Dubin y Goldberger, imposibilitados de preguntar a Townley sobre otros crímenes


de la DINA, fueron incapaces de despedazar su testimonio a través de
repreguntas. Pero hábilmente se las ingeniaron para sembrar dudas sobre su
credibilidad, llevándolo hacia asuntos que pusieran al descubierto su frialdad de
carácter, esperando poder convencer al jurado de que un hombre tan despreciable
no dudaría en mentir.

Goldberger preparó el diálogo siguiente:

P.: żTiene algún remordimiento por haber matado a Letelier?

R.: żEspecíficamente al señor Letelier?

P.: Sí.

R.: No, señor. Pero sí, en el caso de la persona que lo acompañaba. Mucho,
señor.

P.: Según su apreciación, Letelier era un enemigo, żcorrecto?

R.: Él era un soldado, yo también lo era. Correcto, señor.

P.: En el momento en que usted lo mató, en Avenida Massachusetts, żera él un


soldado?

R.: En sí mismo, en su partido, en sus acciones, estaba realizando una batalla


contra el gobierno de Chile.

P.: żY usted se vio a sí mismo como un soldado, señor Townley?

R.: Así es.

P.: żUn soldado que había recibido la orden de cumplir un contrato, de cometer un
asesinato?

R.: Así es, señor.


P.: żEl gobierno le dio alguna vez una orden, o la DINA le dio una orden de
asesinar a quien usted no quería matar?

R.: No, señor. No estoy diciendo que yo estuviera de acuerdo con asesinarlo.
Recibí una orden y la cumplí lo mejor que pude.

Un soldado, en una guerra reconocida sólo por sus jefes, había matado a un
hombre catalogado como un soldado enemigo. Por desgracia, también había
muerto un civil. Órdenes. Cumplía órdenes. Las mismas palabras escuchadas en
los juicios por crímenes de guerra de los nazis en Nuremberg; las palabras de los
norteamericanos acusados de la masacre de civiles en My Lai durante la guerra
de Vietnam. Por un momento, los dos años y medio de la investigación del
asesinato Letelier-Moffitt se congelaron en un solo bloque. Había llegado el
instante, como en una tragedia de la antigüedad de que el elenco y los
espectadores, la prensa, los familiares, los protagonistas, se detuvieran a
reflexionar. żQuién había creado este monstruo que se autodenominaba soldado?

Pero el ambiente de la sala de la corte no daba lugar a la trascendencia. El


sistema de Pinochet, la DINA, la junta militar chilena, los crímenes de los mini
nazis del Tercer Mundo, nunca fueron el tema en la Corte del Distrito de Estados
Unidos. Por el contrario, el juicio, lo mismo que la investigación, estrechaba el foco
y evitaba las implicaciones de carácter histórico. Los "derechos" del testigo-estrella
del gobierno determinaban el carácter del interrogatorio, mientras los
procedimientos sepultaban la connotación política del crimen.

Más tarde, ese mismo día, Goldberger y Townley sostuvieron los siguientes
"dimes y diretes":

P.: Cuando su esposa participó en el viaje a México (usted dijo que su esposa era
agente), żsabía ella cuáles eran las circunstancias? Ella sabía a qué iba, żno es
verdad?

R.: Ella sabía que íbamos a interrumpir una reunión. Así es, señor.

P.: ... żSabía ella que iban a México a matar a algunas personas, si era posible?

R.: Eso ya se mencionó. Sí, señor.

P.: żY ella formaba parte del plan?

R.: ... Ella no estaba involucrada en la planificación misma.

P.: żNo fue ella usada como pantalla, por decirlo así, en el viajecito en casa
rodante hasta México?

R.: Esto formaba parte del encubrimiento. Sí, señor.


P.: Y ella sabía las circunstancias del pla. . . żY ella sabía los nombres de las
personas. . . el nombre de Altamirano. . . el nombre de Teitelboim?

R.: La mayoría de los ciudadanos chilenos sabía muy bien esos nombres, señor.

P.: żPlanearon en Estados Unidos ir a matar a alguien a México?

R. Sí, señor.

P. Su esposa formaba parte del plan, żno es así?

R. Ella iba a ser usada en él. Así es, señor. . .

P. De modo que quería no sólo estar usted en la posición que tenía, sino también
arrastrar a su mujer a la posibilidad de ser culpada por haber cometido crímenes
en Estados Unidos.

Era un esposo normal, cuya mujer lo acompañaba en viajes de negocios. Un buen


padre que compró regalos a sus hijos después de saber que su bomba había
matado a dos personas. Un hombre hogareño, que no veía contradicciones en
cuidar a su amada y, al mismo tiempo, hacer volar en pedazos a la amada de otro.
El creativo asesino escogió con precisión sus palabras en la corte. Las respuestas
de Townley encerraban un ligero, tono burlón, como si hubiera estado
respondiendo en una obra de teatro ante los espectadores; como si estuviera
riéndose de la credulidad de quienes lo interrogaban y que veneraban la cortesía y
el respeto. Permaneció en el estrado hasta el jueves 25 de enero, sometiéndose a
las repreguntas de la defensa. A lo largo de los seis días de testimonio, se
mantuvo consistente en la reconstrucción del complot de asesinato.

Pero el largo y polémico proceso de repreguntas parecía haber mellado su fría


compostura. Durante el último día en el estrado, permanentemente miraba al juez,
corno pidiendo socorro, o a Propper, como preguntándole: "żNo puedes objetar?".
A menudo se quejó de dolor de garganta y, entre las preguntas, tomaba
compulsivamente sorbos de agua, interrumpiendo el curso del interrogatorio. La
imagen de confianza en sí mismo había empezado a desmoronarse, mostrando en
cambio la débil personalidad as un muchacho vulnerable.

Entre tanto, los reporteros del Washington Post y el New York Times obtuvieron
copias de las conversaciones confidenciales en el estrado, sostenidas el 22 y el 23
de enero, en las que los abogados y el juez Parker discutieron el acuerdo secreto
que había firmado Estados Unidos con Chile, como condición para obtener la
extradición de Townley. SILBERT SE PUSO DE ACUERDO CON CHILE PARA
RESTRINGIR LA INFORMACIÓN, decía un encabezado del Washington Post del
24 de enero. El New York Times anunció que el acuerdo firmado por el abogado
de Estados Unidos Earl Silbert y el Ministro del Interior de Chile Enrique Montero
significaba que Estados Unidos "restringiría la información" sobre el caso Letelier-
Moffitt, específicamente lo relacionado con los crímenes de Prats y Leighton. El
razonamiento de Propper en relación al acuerdo, decía la noticia, fue que el
gobierno chileno creía "que el gobierno norteamericano los estaba usando como
una acusación política para deshacerse del gobierno de Pinochet, y que ellos
querían seguridad de que no íbamos a regar por todo el mundo la basura. Esa era
la base del acuerdo".

Durante la conversación en el estrado, Propper justificó su actitud de mantener en


secreto el acuerdo ante la corte y la defensa. Los abogados de la defensa habían
sido informados de la existencia de dicho acuerdo por un abogado chileno. "Para
su información, Su Señoría, éste fue un acuerdo entre Estados Unidos y Chile,
/en/ el cual el señor Townley no tuvo participación (con todo respeto, por tener que
volver al asunto), teniendo en cambio que ver con la información que hubiéramos
descubierto. Dijimos que esta información sólo sería usada en las cortes de
Estados Unidos, o entregada al gobierno de Chile. Es decir, no la entregaríamos a
la prensa, ni a todo el mundo. Y Chile, a cambio de lo anterior, si tenía alguna otra
información del caso Letelier, la entregaría a Estados Unidos.

Las discusiones en el estrado, el acuerdo secreto con el gobierno de Chile y los


términos del acuerdo de reducción de pena de Townley, revelaron los lineamientos
que seguía la acusación al presentar el caso. Tomados todos esos factores,
entregaron una respuesta parcial a la misteriosa razón de que Chile hubiera
extraditado a Townley. La respuesta parece haber sido que Estados Unidos había
planeado anticipadamente con Chile una forma de investigar y juzgar el asesinato
de Letelier, protegiendo a la vez al gobierno chileno del desenmascaramiento y su
culpabilidad. La DINA, sus operaciones dentro y fuera de Chile, su personal, había
quedado fuera de los límites, con la minuciosamente definida excepción de la
operación Letelier. La autocensura impuesta por los fiscales en relación a sus
pruebas, fue más clara con cada nuevo testimonio, pero esto no interfirió con sus
esfuerzos por establecer la culpabilidad de los tres acusados no chilenos.

Después de Townley, un desfile de testigos subieron al estrado para reforzar su


increíble historia, al corroborar las pruebas. El jueves 25 de enero era el décimo
tercer día. El cuñado de Townley, Fred Fukuchi, relató al jurado la visita a su casa,
dos días antes del asesinato, y mostró los recibos con las llamadas telefónicas de
y a Guillermo Novo y los integrantes del MNC de Union City. Un vendedor de
artículos electrónicos comparó una nota de venta por un aparato Fanon-Courier,
con una copia encontrada en la oficina abandonada de Alvin Ross.

El lunes 29 de enero, el Agente Especial Robert Scherrer subió al banquillo para


explicar cómo obtuvo un mensaje a través del teletipo de "Cóndor Uno" a la
inteligencia paraguaya, pidiendo la ayuda de Paraguay en la misión de Townley y
Fernández a Washington. Era una de las pocas evidencias, aparte del testimonio
de Townley, que ligaban a la DINA de Chile con el caso. Scherrer estaba también
preparado para decir al jurado lo que había sabido acerca de la Operación
Cóndor, la red de asesinato multinacional dirigida por Manuel Contreras y
financiada por Chile. Pero fue interrumpido después de describir la Operación
Cóndor como "una red de inteligencia" de países sudamericanos y de identificar a
Manuel Contreras como "Cóndor Uno".

La aparición de José Barral entre los testigos ese mismo día, hizo que los
acusados pusieran cara de dolor. El murmullo de Guillermo Novo "ĄCarajo!", pudo
oírse hasta la primera fila de espectadores. También el rostro de Barral reflejaba
angustia mientras Propper y Barcella procedían a interrogarlo. Barral, simpatizante
del MNC, que dijo haber sido entrenado en el uso de explosivos, describió un
ambiente en que la gente traficaba con elementos para la fabricación de
explosivos. Aseguró ser un auténtico cubano nacionalista. "Guillermo Novo es mi
amigo. . . Un patriota", dijo. "Creo que es un hombre que ha sufrido mucho por la
humanidad, lo admiro enormemente".

Barral dijo al jurado que Alvin Ross y José Dionisio Suárez habían ido a su casa
en septiembre de 1976 y este último "quería saber si yo tenía una cápsula
explosiva que pudiera darle". Sin embargo, la memoria de Barral fue vacilante al
tratar de recordar si Ross había escuchado o no su conversación. Propper mostró
a Barral una cápsula explosiva (5) y éste la identificó diciendo que era la misma, o
una similar, a la que le entregara a Suárez en esa ocasión. Dijo haber sacado la
cápsula de su escondrijo, una maceta al fondo del jardín, entregándosela a Suárez
sobre la base de una petición telefónica de Guillermo Novo. Señaló haber sido
interrogado "cientos de veces" por el FBI y obtuvo la promesa de liberarse de
culpas al testificar en el juicio.

Barral fue el primer testigo que provocó sorpresa a los acusados. Su nombre fue
mencionado a la defensa sólo la noche anterior a su comparecencia. Y los
abogados de la defensa sabían que vendrían más sorpresas.

Al día siguiente por la tarde, Ricardo Cañete subió al estrado. Todos los acusados
recordaron al ex miembro del MNC. Ahora descubrirían a un nuevo Cañete, el
soplón, ante el que se vanagloriaron de haber cometido, o deseado cometer,
crímenes.

Cañete reveló al jurado cómo se había acercado a Ignacio Novo, en mayo de


1977. Novo, declaró, dijo que "el gobierno trataba de culparlo del asunto Letelier.
Yo le contesté: ŤĄNo me digas!ť. . . Él agregó: ŤĄAsí es!ť. Y luego, dijo:
ŤPerdóname, tengo que llamar por teléfono para ponerme en contacto con
algunos amigos de la DINA que han estado informándome de cómo van las
cosasť". Ignacio Novo pidió a Cañete documentación falsa y ante la corte volvió a
contar la historia de los documentos a nombre de Frederick Pagan, de los que dio
una copia a Ignacio y otra al agente del FBI, Larry Wack.

Cañete identificó una foto suya, saliendo del restaurante Se Chuan Taste de
Nueva York con Ignacio Novo y una mujer llamada Marta. Atestiguó haber
entregado a Ignacio Novo, en Union City, un pasaporte panameño y otros
documentos a nombre de Víctor Triquero, el que más tarde usó Guillermo Novo en
su fuga.
Habló de la reunión crucial con Ross. "Mientras yo escribía a máquina el DD 214
(falsos papeles militares), hacía alarde de mi trabajo. El señor Ross empezó a
fanfarronearse de sus asuntos: fabricación de bombas. . . Llevando más lejos la
conversación. . . el señor Ross me dijo: ŤYo hice la bomba de Letelierť. Le
contesté: ŤżY qué?ť".

Posteriormente, habló de una reunión con Virgilio Paz, en 1978, en el bar Bottom
of the Barrel, en Union City. Cañete se quejó de que el gobierno lo presionaba
para que testificara ante el gran jurado acerca del caso Letelier. Alvin Ross se
reunió con ellos.

CAÑETE: El señor Paz me miró a través de la mesa y me dijo:

"Mira. Nosotros lo hicimos. Ellos lo saben, pero deja que lo prueben". Me volteé,
mirando al señor Ross para que confirmara lo dicho por Paz. Asintió con la
cabeza. El señor Ross dijo: "No te preocupes por nada. Incluso tienen algunos
papeles míos y son tan estúpidos que ni siquiera saben lo que tienen".

En seguida, Cañete dijo al jurado que había estado trabajando como informante
pagado por el FBI desde su primera reunión con Ignacio Novo. Permaneció en el
estrado todo el miércoles 31 de enero. Al día siguiente, el agente especial Larry
Wack testificó haber contratado a Cañete como informante.

Después del testimonio de Cañete, el gobierno presentó a dos criminales,


Sherman Kaminsky y Antonio Polytarides, quienes estuvieron con Alvin Ross y
Guillermo Novo en el Centro Correccional Metropolitano de Nueva York.
Kaminsky, un sionista que alguna vez perteneció al ejército secreto de Israel, el
Haganah, cumplía una condena por extorsión. Atestiguó que Ross se había
fanfarroneado en su presencia de haber matado a Letelier y de otros actos
terroristas. Dijo que atestiguaba con gusto contra Ross porque pensaba que era
un sujeto peligroso. Polytarides, un convicto por posesión ilegal de armas, testificó
que Guillermo Novo trató de comprarle armas y explosivos. Aunque la transacción
final nunca se produjo, señaló Polytarides, Novo trató da darse importancia,
vanagloriándose de haber participado en el asesinato de Letelier.

El juicio fue pospuesto varias veces, mientras los abogados discutían sobre qué se
le había permitido decir a cada testigo ante el jurado. El juez Parker se irritaba con
las demoras, pero se esforzaba por evitar equivocaciones que más tarde pudieran
dar pie a declarar el juicio viciado, cuando se produjera la inevitable apelación.
Permitió informar acerca del testimonio de cuatro controvertidos testigos que
habían sido soplones: Barral, Cañete, Kaminsky y Polytarides. La prensa y el
público de la ahora poco frecuentada sala, escuchó el testimonio y luego una
versión expurgada del mismo, ante la presencia del jurado. Y el jurado, en
realidad, sólo estaba presente en la sala una mínima parte de las sesiones diarias,
que duraban entre cinco y siete horas.
Cuando empezó la cuarta semana del juicio, Propper y Barcella trataron de agilizar
las cosas, recortando su lista de testigos. Elaboraron acuerdos con la defensa
para leer declaraciones de testigos de menor importancia, en lugar de hacerlos
comparecer. Los expertos del FBI en huellas dactilares y explosivos
proporcionaron los datos faltantes en la cadena de evidencias de la acusación.
Habiendo presentado 26 testigos y 126 evidencias, la acusación descansó el 6 de
febrero, vigésimo día del juicio.

Desde Chile, encerrado en el Hospital Militar de Santiago con sus guardaespaldas,


Manuel Contreras seguía los procedimientos. Los corresponsales chilenos que
cubrían el juicio, lo presentaban ante el público lector como un circo primitivo de
disputas legales y contradicciones. Mientras la defensa se preparaba para subir al
estrado, Contreras ordenó a su abogado, Sergio Miranda Carrington, ex integrante
del Partido Nazi chileno, ir a Washington con el fin de proporcionar asistencia
legal. (6)

A través de una cuenta gubernamental, Contreras arregló el asunto de los pasajes


y gastos de Miranda y dos ex agentes de la DINA. Miranda llegó a Washington el
sábado 3 de febrero, registrándose en el Guests Quarters, frente al Hotel Intriga,
donde el equipo de la defensa instaló su cuartel general de operaciones. Durante
una reunión en la habitación de Miranda, tarde una noche, éste dio a conocer sus
trucos para utilizarlos en el juicio; los dos ex agentes de la DINA atestiguarían que
Townley nunca había sido agente, trabajando por su cuenta en el laboratorio de su
casa; entregarían nombres de "agentes de la CIA", supuestamente al tanto de las
actividades de Townley en Chile, cartas robadas, enviadas por éste a su esposa y
la grabación de una llamada de Townley a un agente de la DINA en Chile.

La reunión fue poco productiva. Miranda se manifestó contra el caso de Estados


Unidos, pensando en las formas de detenerlo. Mientras, no podía mirar de frente a
los dos abogados de la defensa, Goldberger y Dubin, ambos judíos. Estaban
furiosos por haberse reunido con ese hato de antisemitas, pero les interesaba
obtener cualquier evidencia nueva que pudiera ayudar a sus clientes. Preguntaron
a Miranda cómo enfrentarían una repregunta los dos agentes de la DINA. "Muy
fácil, harán uso de su maravilloso resquicio legal norteamericano de la Quinta
Enmienda y se negarán a decir cualquier cosa", bromeó Miranda.

Goldberger examinó los "documentos oficiales de la DINA" que había llevado


Miranda y se enfureció. "ĄPuras falsedades obvias! żPara qué nos trae todas
estas porquerías?", recordó haber pensado. Las cartas de Townley parecían ser
genuinas, pero su contenido era inocuo. En cambio, la conversación telefónica
grabada interesó a los abogados. Se llevaron una copia de la cinta al irse y a los
otros ofrecimientos de Miranda dijeron: "Gracias, pero no".

El martes 6 de febrero, día en que descansaban los fiscales, los abogados de la


defensa presentaron una transcripción de la conversación telefónica al juez Parker
y a Propper y Barcella. Townley, según se afirmó, había hecho la llamada desde la
oficina privada de Propper, la semana anterior, marcando él directamente.
Propper y Barcella regresaron a su oficina para leer la transcripción. Townley,
como ya se había hecho costumbre durante el juicio, haraganeaba por ahí, bajo la
superficial vigilancia de un alguacil. En la transcripción, que se suponía
correspondía a las palabras de Townley, leyeron calumnias raciales contra el juez
y el jurado, comentarios insultantes sobre Propper y sugerencias acerca de cómo
revertir el caso de los fiscales en contra de los cubanos.

También leyeron lo que parecía ser una sugerencia en broma, consistente en


organizar una campaña para intimidar al juez Parker. "Desde ahora, ofrezco pedir
a amigos de todo el mundo que lo llamen /a Parker/ amenazándolo, hasta lograr
hacerlo renunciar al caso".

Barcella golpeó con el puño la puerta de balance que llevaba desde el área de
recepción de las oficinas de los abogados estatales hasta los escritorios de las
secretarias. La puerta se desprendió de sus goznes, cayendo contra un escritorio,
del otro lado de la habitación. Barcella se miró los hinchados nudillos. En ese
momento, Townley se le aproximó, pidiéndole hablar con él. "ĄApártate de mi
vista!", le gritó Barcella.

Al día siguiente, en la corte, el juez Parker consideró el asunto de la grabación con


su habitual actitud malhumorada, pero no emitió juicios enérgicos, ni permitió que
el asunto se convirtiera en un factor del caso. Aceptó un rápido informe del
laboratorio del FBI, que consideraba las evidencias de diferentes ruidos
ambientales, como una prueba suficiente de su autenticidad. Ordenó a Townley
subir al estrado, en ausencia del jurado, para verificar si, en efecto, él había hecho
esa llamada, increpando a Propper por haber dado a un asesino profesional libre
acceso a su oficina y a su teléfono. (7) Pero denegó una moción de la defensa para
permitir que la cinta se considerara un testimonio en descrédito de Townley.

Durante los dos días siguientes, la defensa presentó once testigos, de los que sólo
uno había sido incluido también en la lista de los fiscales. Se refirieron a Isabel
Letelier, tratando de que ella admitiera haber manifestado sus sospechas de que
la CIA había violado la correspondencia de su esposo. Dijo ella que había
manifestado al FBI la ocasional entrega de su correspondencia abierta, pero que
sospechaba de la DINA. "Temía que el gobierno norteamericano hubiera permitido
a la policía secreta de Chile actuar en este país para seguir a los refugiados
chilenos. Sabía que el jefe de la policía secreta de Chile había venido /una vez/ a
este país, reuniéndose con el jefe de la CIA", contestó.

En debates abiertos en la corte, pero en ausencia del jurado, la defensa pidió que
se consideraran evidencias las cartas y documentos encontrados en el portafolios
de Letelier. "Quiero presentar al jurado el contenido del maletín y demostrarle lo
que /Letelier/ estaba haciendo en realidad", dijo Goldberger. Citó el uso de la
palabra "camarada" en una de esas cartas, como evidencia de su actividad
comunista y sus $1.000 dólares de sueldo mensual provenientes del Partido
Socialista de Chile, como prueba de que era un agente cubano. Barcella señaló
que las cartas de un muerto eran "el típico caso de rumores" y que las
acusaciones de la defensa sobre los contactos comunistas de Letelier eran "casi
una forma de macartismo". El juez Parker dictaminó que la defensa no podía
interrogar a la señora Letelier sobre el portadocumentos y su contenido, ni
tampoco utilizarlos como evidencia. (8)

Edward Cannell III, ex guardia marina de la Embajada de Estados Unidos en


Santiago, testimonió haber salido muchas veces con Michael Townley, pero no
haberlo visto nunca en la sección de la CIA de la embajada.

Al día siguiente, el embajador George Landau fue llamado al estrado de los


testigos. Originalmente, lo habían citado para testificar por parte de la acusación,
pero Propper decidió que su testimonio sería superfluo, puesto que la defensa no
había argumentado contra la versión de Townley sobre la obtención de los
pasaportes Romeral y Williams en Paraguay.

En su calidad de embajador en Paraguay en la fecha del asesinato y de


embajador de Chile en la época de la identificación y expulsión de Townley,
Landau había desempeñado un papel constante y crucial en el caso. Los
abogados de la defensa lo citaron porque deseaban que el jurado escuchara su
versión del contacto del Director Adjunto de la CIA, Vernon Walters, con el
incidente del Paraguay. Landau, alto, tostado por el sol y digno, tal como se
pensaba, relató la cadena de acontecimientos exactamente igual a como la
relatara en un affidávit ante Propper, hacía algunos meses. Dijo haber otorgado
visas a dos "oficiales del ejército", chilenos, a petición de un funcionario
paraguayo, en julio de 1976, informando a Walters, de la CIA, que ambos
individuos llegarían a Washington. "Sospeché desde el comienzo y pedí que se
me entregaran los pasaportes después de otorgar las visas .. . y se fotografiaran
desde la primera a la última página, incluyendo las fotos de las personas".

El testimonio de Landau difería sólo en un detalle de su previo affidávit: había


dicho que la petición de que los paraguayos proveyeran los pasaportes venía
directamente del presidente Pinochet a su contraparte, el general Alfredo
Stroessner, presidente de Paraguay. En el estrado, Landau señaló solamente:
"una petición de alto nivel del gobierno chileno".

Landau se retrató a sí mismo como habiendo actuado decidida y correctamente


para borrar cualquier posible apadrinamiento del gobierno de Estados Unidos en la
misión de los dos chilenos en su país. Atestiguó haber dicho al funcionario
paraguayo Conrado Pappalardo que olvidara el asunto. "Devuélvame los
pasaportes porque no tienen ningún valor y considere que las visas están
canceladas. Si /los chilenos/ tratan de usarlos, serán arrestados en el aeropuerto
de entrada a Estados Unidos. Informé al Departamento de Estado que las visas
están canceladas".

Dijo haber recibido varias semanas después, a comienzos de septiembre, los


pasaportes Romeral y Williams, sin fotos y que, en 1978, los había enviado al FBI,
"cuando todo este asunto se activó y aparecieron los nombres de Romeral y
Williams".

La acción de Landau de fotocopiar los pasaportes, había llevado al descubrimiento


del equipo de asesinos de la CIA y a la identificación y posterior expulsión de
Michael Townley. Ningún otro acontecimiento o prueba había desempeñado un
papel tan importante en la investigación del caso. Sin embargo, en el juicio de los
tres cubanos, su significado era menospreciado y opacado por el testimonio más
espectacular del asesino en persona. Ni la defensa, ni la acusación, preguntaron a
Landau por qué, si las fotos de los pasaportes Romeral y Williams estaban en sus
archivos y en los de la CIA y el Departamento de Estado semanas antes de que se
produjera el asesinato, se había tomado tanto tiempo para que los nombres y las
fotografías "aparecieran" en la investigación.

La defensa, no habiendo logrado sacar de Landau ni la más pequeña evidencia de


alguna conexión de la CIA en la misión del asesinato, a pesar de los esfuerzos de
Landau por impedirlo, al día siguiente pasó a interrogar a dos testigos de la CIA.
Marvin L. Smith, Jefe de Operaciones de la CIA, y Robert W. Gambino, Director de
Seguridad de la Agencia, antes del juicio, habían entregado affidávits a Propper,
estableciendo que Michael Townley se puso en contacto con la agencia en 1970 y
en 1973, pero que nunca había trabajado para la CIA en ningún aspecto. En los
pasillos, durante un descanso, Goldberger explicó a los reporteros que, al llamar a
los agentes al estrado, no esperaban que se alzaran de brazos y dijeran: "Nos
agarraron. Él siempre fue agente nuestro". La táctica de la defensa era maniobrar
a los oficiales de la CIA hacia negativas exageradas acerca de las actividades de
ésta, que pudieran convencer al jurado de que se estaba realizando un
encubrimiento y que las negativas acerca de Townley eran mentiras, señaló
Goldberger.

Gambino, Director de Seguridad, en una corta aparición en el estrado, dijo que su


oficina había otorgado "aprobación preliminar de seguridad" para usar al señor
Townley en "una actividad operativa", en febrero de 1971. La CIA tuvo "cierto
interés en Townley" hasta diciembre de 1971, fecha en que se canceló la
aprobación de seguridad. Dijo no saber si Townley había sido "usado" alguna vez.

Pero Goldberger y Dubin formularon preguntas a las que Gambino no dio


respuestas. żHabía tenido la CIA operativos en Chile entre 1971 y 1973? Gambino
no tenía información sobre si las hubo o no. żHabía allá en Chile algunos
empleados de la CIA en esa época? No, de acuerdo al conocimiento personal de
Gambino. żAlguien de la CIA podía responder a eso? Gambino no respondió.

En seguida, el Director de Operaciones, Marvin Smith, hizo el juramento de decir


toda la verdad y nada más que la verdad. Puesto que él era responsable directo
de lo que llamaba "Operaciones clandestinas" en el extranjero, podría esperarse
que tuviera respuestas a algunas de las preguntas sobre Chile y Michael Townley.
En marzo de 1971, dijo, "se tomó la decisión de contactarlo /a Townley/, de
utilizarlo. . . Esa fue nuestra intención". En agosto de 1971, los empleados de la
CIA en Chile ("Sí. Había varias personas de la CIA en Chile"), trataron de ubicarlo
en una dirección en Santiago que él había entregado, pero se les comunicó que
había regresado a Estados Unidos. Dos semanas más tarde, se designaron
agentes para tratar de localizarlo en Miami, pero se comunicó que había
regresado a Chile. (9) Con esto, la CIA renunció a Michael Townley.

Goldberger presionó. "La CIA estaba también profundamente interesada en


derrocar el régimen de Allende, żno es verdad?" Propper objetó la pregunta. Ha
lugar, contestó Parker.

Goldberger reformuló su pregunta. żHabía algunas operaciones de la CIA en


Chile, en esa época? Sí. żTuvo algún papel político la CIA allá? No. Los archivos
no revelan eso. żHabía una sección de la embajada norteamericana llamada
POL/R? No sé. żSabe dónde estaba ubicado el cuartel de la CIA en Chile? No.
Goldberger preguntó acerca de los archivos de la CIA sobre Michael Townley. Sí.
Había un archivo. No. No hay documentos secretos de la CIA. No. No había fotos
de Michael Townley en los archivos de la CIA. żRecibió la CIA una fotografía de
Michael Townley en 1976? "Puedo decirle que no hay ninguna foto de Michael
Townley en los archivos de la CIA".

Tras una pausa, Goldberger preguntó: "żAlguna vez lo registraron bajo el nombre
Juan Williams Rose?" No. Smith lo había registrado con los siguientes alias:
Andrés Wilson, Hans Petersen Silva y Kenneth Enyart, pero nunca con el de
Williams. "żSabía usted que existía un ciudadano norteamericano trabajando para
la DINA de Chile?" No.

Smith escuchaba las preguntas y entregaba sus respuestas en un tono neutro.


Goldberger y Dubin alzaron las cejas y miraron significativamente hacia el jurado.
La táctica probablemente pasó desapercibida para el jurado, pero el interrogatorio
de la defensa ganó un par de puntos contra la credibilidad de la CIA. Incluso, esto
tuvo un efecto dramático, si bien no aportaron evidencias nuevas. El interrogatorio
de la defensa fracasó en su intento por demostrar la falsedad de la historia de la
CIA de que Michael Townley nunca había trabajado para la agencia.

Había terminado el último y el mejor de los golpes de la defensa. Ésta descansó


desde el mediodía del viernes 9 de febrero, vigésimo tercer día del juicio.

Prevalecían los argumentos finales y, con ellos, comenzaron temprano el lunes


siguiente. El cansancio se reflejaba en los rostros de los abogados de ambas
mesas. Durante cinco semanas, habían pasado interminables días en la corte y
largas tardes y amaneceres preparando a los testigos, estudiando los testimonios
y elaborando estrategias. El abogado de la defensa, Goldberger, había faltado un
día por enfermedad. Una infección o virus afectó la voz de Propper, minando sus
energías durante los días difíciles, los finales.
Barcella, quien había repreguntado a la mayoría de los testigos de la defensa, se
levantó para resumir el caso, para reconstruir la miríada de detalles acerca del
complot para matar a Letelier, ligando para el jurado, cada evidencia que ligaba a
Guillermo Novo y a Alvin Ross con los asesinos y a Ignacio Novo con el
encubrimiento. Barcella actuó para reforzar la credibilidad de su testigo-estrella y
para desechar cualquier mínima duda sobre la probidad del acuerdo firmado a fin
de lograr el testimonio de Townley.

"Se necesita un infiltrado. Así es como puede saberse lo que sucede en el interior
de una conspiración", dijo. "Sin Michael Townley, este monstruoso crimen nunca
se podría resolver totalmente, żverdad?. . . Y sin ese acuerdo, Michael Townley no
habría testimoniado. . . Y todos los conspiradores habrían escapado".

Entregó su interpretación sobre la aparente actitud irracional de Chile al entregar


al FBI al hombre que podía probar que Letelier había sido asesinado en virtud de
un plan forjado en Chile. El gobierno chileno entregó a Townley al FBI, dijo:
"porque Chile no sabe lo que Townley sabe. . . Porque Contreras no permitió que
nadie supiera lo que sabe Townley".

Los abogados de la defensa también entregaron sus puntos de vista. Goldberger


acusó a Michael Townley de mentiroso profesional y de "un hombre que habla de
eliminar gente como si se tratara de insectos". Un hombre que ha dirigido su
testimonio contra los cubanos para evitar pasarse el resto de su vida en la cárcel.
"Nadie puede ser convencido por la palabra de Michael Townley, y a eso se
reduce el caso", dijo Goldberger. Pero tácitamente aceptó de que había poca
evidencia para insistir sobre su opinión inicial de que Townley era un agente de la
CIA. "Nosotros no podemos probarlo, no podemos ir más allá de una razonable
duda". Pero el jurado sí podría, sugirió, puede tener más de una razonable duda
acerca de los descargos de la CIA y la credibilidad de Michael Townley.

El juicio había dado un extraño viraje. El gobierno de Chile, acusado en las


declaraciones iniciales de los fiscales de la responsabilidad de enviar terroristas a
las calles de Washington, se mencionó poco en el testimonio presentado al jurado.
Tanto la acusación como la defensa evitaron estrategias que apuntaran a la crítica
directa del gobierno de Pinochet. Fue extremadamente sorprendente que la
defensa hubiese coordinado su estrategia con el gobierno de Chile para calzar en
la teoría de Contreras de "la CIA lo hizo". Pero hubo una explicación poco lógica
para el procedimiento de guantes blancos de los fiscales en su trato al gobierno
chileno, y menos justificación aún para la camaradería que se puso en evidencia
en las relaciones entre los fiscales y Michael Townley. En efecto, Townley se
había convertido en parte del proceso de la acusación y, con arrogancia, había
manipulado el caso del gobierno norteamericano para hacerlo inofensivo al
régimen de Pinochet. Él definió los términos de su propio
testimonio, (10) rehusándose a responder preguntas relacionadas con el trabajo
interno de la DINA y con otros crímenes que había cometido a su servicio. Y su
rechazo fue aprobado por un apasionado argumento del fiscal, que hizo exclamar
al juez Parker contra Propper, en una ocasión: "Parece que usted estuviera
representando al señor Townley".

Incluso, los fiscales incorporaron los principales argumentos de Chile, como la


inocencia de Pinochet y la no participación de oficiales, excepto los de la DINA en
el asesinato. El fiscal Barcella repitió la opinión de Townley de que Contreras no
había informado a Pinochet del asesinato. Pero Townley sólo sabía lo que
Contreras le había dicho, y no tenía conocimiento directo de si Contreras y
Pinochet habían discutido o no el asesinato de Letelier en sus reuniones diarias,
antes y después del hecho.

El argumento final fue el primer reconocimiento público de que el gobierno


norteamericano aceptó la historia de que el asesinato de Letelier en cierta forma
había sido un acto de Manuel Contreras y sus seguidores de la DINA, actuando
por su cuenta, como una especie de pícaro elefante fuera del control de su amo, el
general Pinochet, a quien Estados Unidos otorgó generosamente el beneficio de la
duda.

Al día siguiente, luego de las instrucciones del juez Parker, él jurado se retiró a
cumplir sus obligaciones. Luego de deliberar durante tres horas ese día, regresó al
día siguiente, 14 de febrero, a las 3:30 p.m., exactamente ocho horas y media
después de haber comenzado sus deliberaciones. Sólo entonces, los miembros
del jurado anunciaron haber llegado a un veredicto.

En la sala de la corte, más de veinte alguaciles se pararon como estatuas. Más


alguaciles patrullaban los corredores. Una mujer, portavoz del jurado, se puso de
pie, leyendo la decisión con voz neutra. Guillermo Novo: Primera acusación,
culpable. Segunda acusación, culpable. Una letanía de "culpables" siguió a todos
los cargos contra Guillermo. Luego, para Alvin Ross: Culpable, culpable, culpable,
en todos los cargos. Y luego, lo mismo para Ignacio Novo.

Silvia Novo, la esposa de Ignacio y otros miembros de la familia, comenzaron a


llorar desde que oyeron el primer "culpable". Los acusados se mantenían
impávidos en sus asientos. El juez Parker revocó la libertad condicional de Ignacio
Novo y fijó las sentencias y fechas para las apelaciones. Cuando los acusados se
levantaron para ser escoltados fuera de la sala, Ignacio alzó el puño y gritó:

"ĄViva Cuba!"

Luego, mirando hacia los periodistas, dijo:

"Los dados estaban cargados".

El juicio había terminado.


1. Parker manejó el caso del ex director de la CIA Richard Helms, sumariado en
1977 por mentir a un Comité del Senado de Estados Unidos acerca de la
participación de la CIA en la acción encubierta en Chile. Con reticencias, Parker
aceptó un acuerdo de reducción de pena que Helms obtuviera del Procurador de
Estados Unidos Earl Silbert. Al multarlo con una suma de 1,000 dólares, Parker
dijo a Helms: "Ahora está usted ante esta corte en desgracia y vergüenza". Helms
abandonó la sala y anunció a los reporteros que esperaban afuera, sosteniendo
una copia de la disposición de Parker: "Llevo esto como una medalla de honor".
En otro caso que implicó rebaja de pena por parte del gobierno de Estados
Unidos, pedida para proteger supuestamente la seguridad nacional, Parker citó a
un funcionario egipcio sobornado por la Corporación Westinghouse, contra la
voluntad de los funcionarios norteamericanos.

2. Pulido murió de un ataque al corazón, el verano de 1978, antes de que se


realizaran las acusaciones contra los presuntos culpables.

3. La entrevista con Townley se realizó en presencia de un taquígrafo, pero la


transcripción se mantuvo secreta hasta después de terminado el juicio. Una
segunda entrevista se realizó esa misma tarde en la oficina de Propper, esta vez,
sin la presencia de un taquígrafo.

4. Colega de Seymour Glazer, que no pudo representar a Townley pues los


abogados de la defensa lo incluyeron entre los testigos.

5. El testimonio de Barral fue retrasado porque el laboratorio del FBI insistió en


desactivar la cápsula detonante antes de permitir su exhibición en la sala de la
corte.

6. Contreras pudo haber entregado considerable ayuda financiera a los defensores


de los cubanos. Después del juicio, los agentes Cornick y Scherrer descubrieron
una cuenta de Contreras en el Banco Riggs de Washington, siendo informados del
depósito de 25,000 dólares, pocas semanas antes del juicio, a través de una
operación de traspaso de fondos. Un cheque firmado por Contreras. por esa
misma cantidad, fue cobrado a los pocos días por un intermediario y entregado a
Hernán Parada, empleado de LAN-Chile, siendo cambiado en efectivo en Miami,
Florida Los agentes del FBI no pudieron rastrear el dinero hasta su destino final,
pero sospecharon que terminó en uno de los fondos de la defensa del MNC en
Miami.

7. En una carta posterior al juicio, dirigida a Earl Silbert, Parker señalaba: "Este
asunto es muy grave. Se le exige hacer una investigación sobre esta llamada
telefónica y, específicamente, sobre el acceso del señor Townley a los teléfonos
del gobierno, en general".

8. En una audiencia previa, el 12 de diciembre de 1978, Propper dijo que el FBI


había "examinado /los documentos del portafolios/ cuidadosamente, no
encontrando evidencias de que Letelier hubiera estado trabajando para algún
gobierno, ni cubano, ni chileno, ni otro".

9. En esa época, Townley estaba en San Francisco. (Véase el Capítulo 4, "El


Chacal del Cóndor").

10. El mismo Townley se refirió al punto 5 de su acuerdo que, en efecto, decía que
los crímenes cometidos fuera de Estados Unidos estaban fuera de los limites del
interrogatorio.

EPÍLOGO

23 DE MARZO de 1979. "En los diez años que he servido en esta barra, nunca había
presidido un juicio de asesinato tan monstruoso como éste", comentó el juez Parker,
sentenciando a Guillermo Novo y a Alvin Ross a prisión perpetua en una institución de
máxima seguridad. Podrían salir en libertad bajo palabra en 1999. Ignacio Novo,
condenado por perjurio y encubrimiento de una felonía, fue sentenciado a ocho años de
prisión, con la posibilidad de solicitar libertad bajo palabra después de treinta y dos meses.

11 de mayo de 1979. Parker sentenció a Michael Townley, en base al acuerdo de reducción


de condena firmado más de un año antes a cambio de su testimonio, a diez años, tomándose
en cuenta el tiempo que ya había pasado en prisión. Bajo la cláusula de protección de
testigos federales, recibió una nueva identidad, siendo confinado en una prisión de mediana
seguridad, con opción a libertad bajo palabra no antes de octubre de 1981. En la audiencia
de la sentencia dictada por Parker, una vez más, Townley expresó su ausencia de
remordimientos por haber matado a Letelier, diciendo que esperaba regresar a vivir en
Chile, una vez cumplida su condena.

31 de mayo de 1979. El depuesto general Manuel Contreras, desde su confinamiento en el


Hospital Militar de Santiago, acusó al Ministro de Relaciones Exteriores Hernán Cubillos y
a otros dos ministros civiles de haber "puesto en peligro el honor de la nación" por su
relación con el gobierno de Estados Unidos en el caso. Pocos días más tarde, después que el
presidente Pinochet lo reprendiera públicamente por su acción, Contreras declaró: "Como
soldado, estoy listo una vez más para obedecer las órdenes de mi general /Pinochet/, a pesar
de la ignominiosa posición de algunos lacayos que lo rodean".

El 16 de mayo, en un dictamen preliminar, el Presidente de la Suprema Corte de Justicia,


Israel Bórquez, denegó la extradición de Contreras, Espinoza y Fernández a Estados
Unidos, donde debían presentarse a juicio. Los tres permanecieron bajo arresto, con una
apelación pendiente para una presentación ante la misma corte. En Washington, el
Asistente del Procurador de Estados Unidos, Eugene Propper, y el embajador
norteamericano George Landau hacían antesala en la oficina del congresista Tom Harkin
para solicitarle posponer la introducción de una resolución firmada por cincuenta y cinco
parlamentarios, solicitando que el presidente suspendiera préstamos bancarios privados a
Chile, basándose en el Acta de los Poderes Económicos Internacionales de Emergencia, de
1977. Landau y Propper sostuvieron que una resolución del Congreso en este sentido, se
vería en Chile como una interferencia en el proceso judicial y serviría de pretexto para
denegar la extradición solicitada a la Suprema Corte. Propper aseguró a los miembros del
Congreso que una negativa de extradición, o, al menos, una negativa para conducir un débil
juicio en Chile, provocaría muy graves sanciones contra el régimen de Pinochet.

En los nueve meses que siguieron al juicio, los grupos Omega 7 y Cero, pertenecientes al
Movimiento Nacionalista Cubano, se atribuyeron el asesinato de dos dirigentes exiliados
cubanos, quienes proponían la reconciliación de los exiliados cubanos con el gobierno de
Cuba, además de seis atentados en las áreas de Washington y Nueva York.

El 1º de octubre, la audiencia de la Corte Suprema sostuvo la disposición de Bórquez de


que la extradición debería ser denegada, argumentando que el caso de Estados Unidos se
había basado principalmente en la palabra de Michael Townley, cuyo testimonio había
estado condicionado por el acuerdo firmado con el gobierno norteamericano. Contreras,
Espinoza y Fernández, después de poco más de un año de confinamiento, fueron liberados.
Espinoza y Fernández regresaron a la vida activa en el ejército. La Corte rechazó utilizar el
abultado paquete de evidencias norteamericanas contra los tres acusados, en el improbable
caso de que en el futuro se realizara algún juicio militar. El embajador Landau regresó a
Washington pocos días más tarde para discutir las posibles sanciones a Chile por parte de
Estados Unidos. Por tercera vez, era llamado a Washington desde su nombramiento, en
noviembre de 1977, debido a protestas relacionadas con el caso Letelier. En un editorial,
el New York Times calificó la decisión chilena como "una pirotecnia judicial.. entendible en
el contexto del régimen chileno, fuertemente controlado por personas que podrían estar
implicadas", en el asesinato de Orlando Letelier.

El 30 de noviembre, la administración Carter anunció una serie de medidas punitivas por la


actuación de Chile en el caso Letelier. Chile fue criticado no por su negativa a extraditar,
sino porque los inculpados chilenos eran "funcionarios de ese gobierno" y porque "durante
más de veinte meses, el gobierno de Chile no había hecho ningún esfuerzo serio para
investigar o condenar por sí mismo estos crímenes". La declaración señalaba que el
presidente Carter había ordenado la reducción de la Misión norteamericana en Chile, el
término de las ventas militares de "conducción", el "retiro" de la Misión Militar
norteamericana, la suspensión del financiamiento del Export-Import Bank y el término de
nuevas actividades de la Corporación Internacional de Inversiones Privadas en Chile. La
declaración calificaba el asesinato de un "magno acto de terrorismo internacional",
señalando que la conducta de Chile en este asunto había sido "deplorable... En particular, su
negativa a conducir una completa y clara investigación de este crimen". El gobierno militar
de Chile había, "en efecto, favorecido este acto de terrorismo internacional", no obstante
casi pudo llegar a establecerse la responsabilidad del gobierno de Pinochet en el asesinato
mismo. Las medidas "no fueron más que un latigazo" que "reafirmó, en lugar de debilitar,
el gobierno militar /de Pinochet/", comentó en un despacho desde Santiago el Washington
Post.

Tres meses después de haber sido anunciadas las represalias de la administración Carter, no
se había retirado a ningún funcionario de la embajada y los oficiales chilenos se felicitaban
por haijfit enfrentado tan exitosamente el bluff montado por Estados Unidos. Hacia febrero
de 1980, las relaciones de Estados Unidos con Chile volvieron a recuperar el tono afable de
apoyo que caracterizara los primeros años de la dictadura de Pinochet, agregándose ahora el
entusiasmo manifestado por Estados Unidos en relación al modelo económico chileno. Para
controlar la organización sindical creciente, Pinochet promulgó nuevos decretos,
permitiendo a la DINA/CNI arrestar a los disidentes sin mediar cargo alguno, relegándolos
a aldeas remotas por periodos de tres meses. Aunque la destitución de Contreras puso fin a
los arrestos masivos y desapariciones, el director del CNI, Odlanier Mena, continuó
recurriendo a la tortura en centros de interrogatorio secretos. El embajador Landau, sin
pronunciarse sobre los derechos humanos, aprobó, en febrero, la publicación de un informe
del personal de la embajada, que ponía de manifiesto su apoyo al programa económico
chileno. Decía:

Por su confianza en el mercado económico. Chile está a la vanguardia de una respuesta neo
conservadora mundial ante la amenaza de una creciente inflación... Muchos observadores
privados norteamericanos se inclinan a creer que el régimen militar se mantendrá durante
diez años con un gobierno estable y moderado, razonablemente favorable a la libre empresa
y a la inversión extranjera.

¿CÓMO SE DEBE concluir la historia de un complicado acontecimiento que involucró a


varios países durante algunos años; un capítulo fundamental sobre la propiedad y el
bienestar, la intriga, el asesinato y, finalmente, la cacería y la captura? En las novelas de
espionaje, todas las piezas calzan; el autor controla los hechos y los personajes. En la vida
real, la intriga desafía los controles literarios, y el final de una historia como la que
acabamos de contar, es mejor presentarlo a los lectores mediante una serie de preguntas,
que constituyen respuestas parciales y deducciones, a partir de las evidencias incompletas.
Así se hace la mayoría de los juicios.

¿TUVO EL GOBIERNO NORTEAMERICANO EL SUFICIENTE CONOCIMIENTO


PREVIO COMO PARA HABER EVITADO LOS ASESINATOS? La respuesta depende
de quien sabía qué y cuándo, y qué hicieron con eso. A partir de julio de 1976, ocho
semanas antes de que fueran asesinados Orlando Letelier y Ronni Moffitt, varios altos
funcionarios de la CIA y del Departamento de Estado sabían que la DINA había organizado
una operación secreta en Washington, D. C. El 26 de julio de 1976, Conrado Pappalardo,
asesor máximo del presidente Stroessner del Paraguay, pidió al embajador norteamericano
George Landau visas norteamericanas para dos oficiales chilenos de camino a Washington,
en una misión de inteligencia que requería pasaportes paraguayos en lugar de chilenos.
Cualquiera sea el curso de la interacción de las agencias de inteligencia, Landau, de
acuerdo a su último testimonio, consideró que ésta era una inusitada petición. Sin embargo,
otorgó las visas. Aparentemente, su decisión se basó en la reiteración de Pappalardo de que
la petición provenía del presidente Stroessner, que, a su vez, la había recibido del
presidente Pinochet. También se le informó que el director adjunto de la CIA, general
Vernon Walters, estaba en conocimiento de la misión chilena y estaría en contacto con los
dos agentes cuando estuvieran éstos en Washington.

Pero, sospechando, el embajador Landau tomó dos precauciones: fotocopió los pasaportes
de Juan Williams y Alejandro Romeral y mandó un cable ultra secreto, vía Departamento
de Estado, al general Vernon Walters, al cuartel general de la CIA. Este cable es secreto,
pero conocimos parte de su contenido. En él, Landau preguntaba a Walters si la misión
chileno-paraguaya se había planeado en conjunto con la CIA.
¿QUIÉN LEYÓ EL CABLE DEL EMBAJADOR LANDAU Y CÓMO ACTUARON
CON ÉL? En ausencia de Walters, el cable de Landau y las fotos fueron al director de la
CIA, George Bush. (1) En el Departamento de Estado, el cable llegó a la oficina de Harry
Shlaudeman, Asistente del Secretario de Estado para Asuntos Interamericanos, tras haber
llegado primero a la oficina del Secretario de Estado Henry Kissinger.

La reacción de la CIA fue peculiar. Landau esperaba que Walters tomara determinaciones
rápidas, en el caso de que la misión chilena no contara con la aprobación de la CIA. Pero
pasó una semana, durante la que el equipo de asesinos podría haber tenido tiempo para
realizar su plan original de viajar directamente a Washington desde Paraguay, y matar a
Letelier. Walters y Bush conversaron esa semana sobre el asunto. No supimos de ninguna
otra acción de la CIA, pero Walters cablegrafió a Landau a Paraguay, a más tardar, el 4 de
agosto, para informarle que la CIA no tenía nada que ver con la misión chilena y él
personalmente "no estaba enterado".

A juzgar por sus acciones, el embajador Landau estaba alarmado. Canceló las visas y pidió
a la inteligencia paraguaya recuperar los pasaportes. Consideró el asunto lo suficientemente
serio como para ordenar notificaciones de alerta en todos los consulados de Estados Unidos
y en los puertos de entrada al país, para detener a Williams y Romeral a su llegada.
También realizó diez llamadas telefónicas en las semanas siguientes, para insistir en la
devolución de los pasaportes. No explicó por qué estaba tan preocupado con el asunto
Romeral-Williams, pero no cabe duda de la seriedad con que se dedicó al hecho. En el caso
Letelier-Moffitt, se negó a discutir asuntos que iban más allá de su testimonio oficial.

Los funcionarios norteamericanos supieron otro hecho importante antes del asesinato. A
pesar de la orden emitida por Landau, dos individuos, usando pasaportes chilenos a nombre
de Juan Williams y Alejandro Romeral, obtuvieron visas oficiales A-2 para ingresar a
Estados Unidos, en el consulado norteamericano en Santiago, y entraron al país el 22 de
agosto. (2) Las autoridades de Estados Unidos en el aeropuerto internacional de Miami
detectaron su llegada, reportándola al Departamento de Estado. Además, cuando Romeral y
Williams llegaron a Washington, alertaron a la CIA con su presencia, motivando que un
funcionario de la Embajada de Chile hiciera una llamada al general Vernon Walters a
Langley.

Es imposible de creer que la CIA sea tan descuidada en sus funciones de contraespionaje
como para simplemente haber ignorado una operación clandestina de una agencia de
inteligencia extranjera en Washington, D.C., o en cualquiera otra parte de Estados Unidos.
Es igualmente dudoso que Bush, Walters, Landau y otros funcionarios no estuvieran en
conocimiento de la cadena de asesinatos internacionales que se habían atribuido a la DINA.
El general Walters, jefe de los contactos de la CIA con servicios de inteligencia extranjeros,
de seguro poseía detallados conocimientos acerca de la actividad criminal de la DINA.

¿POR QUÉ LO HICIERON? No lo sabemos. Debería haber sido lógico para aquellos que
sabían de la operación secreta que se ponía en marcha en Washington tratar de descubrir
qué estaba a punto de hacer Chile. Los servicios de inteligencia de la DINA de Chile y de la
CIA de Estados Unidos no eran adversarios que trataban de subvertir mutuamente sus
sistemas de gobierno, por el contrario, eran servicios de inteligencia amigos, en permanente
contacto entre sí, a través de canales normales de comunicación.

Los chilenos hicieron aparecer su misión a Washington como contando con la aprobación
de la CIA. Tal vez, el director y el adjunto de la CIA ordenaron a sus representantes en
Chile decir a sus contrapartes de la DINA y de otros servicios de inteligencia chilenos
"¡Oigan! Sabemos: que están a punto de hacer algo en Washington, así es que mejor
dígannos de qué se trata, o deténganse". (3)

Una cosa es clara; el jefe de la DINA, Manuel Contreras, habría suspendido la misión de
asesinato si el jefe de la CIA o el Departamento de Estado hubiera expresado su desacuerdo
al gobierno chileno. Un agente de inteligencia que conocía el caso dijo que ninguna
advertencia habría cancelado el asesinato. Cualquier cosa que hayan hecho Walters y Bush
-si es que hicieron algo-, la misión de la DINA se llevó a cabo. Orlando Letelier y Ronni
Moffitt están muertos. Pero la pregunta prevalece: ¿HABRÍAN PODIDO PREVENIRSE
ESTOS ASESINATOS?

UNA VEZ QUE SE PUSO EN MARCHA LA INVESTIGACIÓN, ¿POR QUÉ SE


DEMORÓ TANTO? Bush, Walters, Landau y otros que en esa época fueron informados de
la actividad secreta chilena, ¿actuaron de inmediato, dando a conocer lo que sabían? El
asesinato se produjo el 21 de septiembre de 1976. Las acusaciones se presentaron el 1o. de
agosto de 1978. Sin embargo, las evidencias que condujeron a la identificación de Michael
Townley y a su expulsión, en abril de 1978, ya estaban en poder de altos funcionarios
norteamericanos semanas antes del asesinato.

Obviamente, la información Romeral-Williams y las fotografías estaban en íntima relación


con la investigación del FBI. Más aún, una semana después del crimen, el agente del FBI
Robert Scherrer informó sobre la existencia de la Operación Cóndor. Su cable del 28 de
septiembre con la información de Cóndor llegó al FBI con "distribución colateral" al
Departamento de Estado y la CIA.

Cóndor era una red de servicios de inteligencia compuesta de seis países sudamericanos
con dictadura militar, organizada por Contreras para perpetrar asesinatos de exiliados
disidentes. Los procedimientos de Cóndor consistían en pedir a los países miembros falsos
documentos para las brigadas asesinas, compuestas por agentes de otros países que
integraban la organización. Paraguay era uno de los miembros. Scherrer, incluso sin saber
sobre el asunto Romeral-Williams en Paraguay, concluyó que el asesinato de Letelier
calzaba con las características de una Operación Cóndor. Los que sabían acerca del
incidente Romeral-Williams en Paraguay y su posterior viaje a Washington, tenían muchas
más razones para llegar a la misma conclusión. En las semanas previas al crimen, sabían
que Chile había implementado una misión tipo Cóndor, vía Paraguay.

¿QUÉ HICIERON BUSH, WALTERS Y LANDAU, ADEMÁS DE OTROS


FUNCIONARIOS DEL DEPARTAMENTO DE ESTADO Y LA CIA CON LA
INFORMACIÓN ROMERAL-WILLIAMS Y LAS FOTOGRAFÍAS, DESPUÉS DEL
ASESINATO? La primera semana de octubre, Eugene Propper y varios oficiales del
Departamento de Justicia se reunieron con Bush, director de la CIA, para discutir sobre la
cooperación de la Agencia Central de Inteligencia en el caso Letelier. De acuerdo con uno
de los asistentes, en esta reunión Bush habló sobre la Operación Cóndor, pero no dijo una
sola palabra sobre las fotografías y el incidente de Paraguay. Ni Bush, ni Walters, ni alguna
otra persona de la CIA entregó la información que poseía sobre la misión secreta chilena a
Propper o al FBI. (4) En lugar de entregar una información que señalaba directamente como
sospechosos a Chile y la DINA, la CIA parece haber hecho exactamente lo contrario. En
el Newsweek, el Washington Post, el Washington Star y el New York Times aparecieron
artículos diciendo que la CIA había llegado a la conclusión de que la DINA nada tenía que
ver con el asesinato de Letelier. Según se agregó, el director de la CIA, Bush, informó
personalmente al Secretario de Estado Kissinger sus conclusiones acerca de la inocencia de
la DINA.

El Departamento de Estado entregó una parte, no toda, de la información sobre la misión


secreta de Chile al FBI, el 22 de octubre, un mes después del crimen. Esa información
consistió en las copias de los pasaportes paraguayos con las fotos de Romeral y de
Williams, la llegada de dos individuos con estos nombres a Miami, el 22 de agosto, con
pasaportes chilenos. El Departamento de Estado rehusó entregarnos el memorándum oficial
que enviara al FBI sobre el asunto, de manera que no pudimos saber exactamente cómo se
catalogaba el incidente paraguayo y la fuente de su conocimiento de la entrada a Miami de
Romeral y Williams.

Sabemos que la información y las fotografías Romeral y Williams no desempeñaron papel


alguno durante los diez primeros meses de la investigación del FBI. También supimos de
cinco casos de retención, destrucción o encubrimiento de documentos clave para el caso.
Los ejemplos sacados a la luz en nuestra investigación hacen surgir la posibilidad de que en
el seno del gobierno norteamericano haya habido un intento de sabotear la investigación del
FBI, desviando la atención del gobierno militar chileno:

1. El asistente del Procurador, Propper, y el FBI no recibieron el cable enviado por el


embajador Landau a Vernon Walters, donde explicaba el incidente paraguayo, sino sólo
más de un año
después del crimen.

2. Robert Driscoll, encargado del buró de Chile en el Departamento de Estado, no informó


al FBI de su conocimiento de que Romeral y Williams estaban en Washington alrededor de
la fecha
del crimen. Un memo con esa información, procedente del archivo del buró de Chile, llegó
al FBI más de un año después de asesinato.

3. Los archivos del Servicio de Inmigración y Naturalización (INS), conteniendo las formas
I-94 que documentan la entrada a Estados Unidos de tres de los cinco miembros de la
misión asesina de la DINA, fueron sacadas de las computadoras del INS. Los nombres
faltantes eran: Alejandro Romeral Jara, Juan Williams Rose (entrada a Miami el 22 de
agosto, con pasaportes chilenos) y Hans Petersen Silva (nombre usado por Michael
Townley para entrar a Nueva York el 9 de septiembre de 1976). (5) Además los funcionarios
del INS llevaron a cabo una investigación de archivos en 1979, descubriendo la
desaparición de todas las circulares que acompañan normalmente a los avisos de vigilancia,
como los ordenados por el Departamento de Estado para Romeral y Williams.

4. Alguien con acceso a los archivos de registro de ciudadanos en el consulado


norteamericano en Santiago, sacó la fotografía del expediente de Michael Townley
archivado allí.

5. Otra evidencia de los archivos del Consulado, también fue destruida. Después de su
expulsión, Townley dio a los investigadores los nombres de Hans Petersen Silva, Armando
Faúndez
Lyon y Liliana Walker Martínez, usados respectivamente por él, Armando Fernández
Larios y por la agente de la DINA, habiendo realizado estos dos últimos la vigilancia
preliminar a Letelier. El agente Scherrer, del FBI, cuando investigó, a mediados de 1978,
encontró la solicitud oficial de visa 257-A para los tres nombres, pero descubrió que el
cónsul norteamericano Josiah Brownell ordenó la destrucción en el archivo del documento
de prueba que debería haber incluido la carta del ministro de Relaciones Exteriores,
solicitando visas para los tres agentes. Las cartas, firmadas por un funcionario chileno,
presumiblemente el jefe de la Sección Consular, Guillermo Osorio, también puede haber
tenido anotaciones de los funcionarios de Estados Unidos que concedieron las visas. Los
funcionarios consulares declararon que la destrucción se hizo de acuerdo a una disposición
de rutina, que elimina los archivos antiguos. Pero Scherrer, en una anterior investigación de
los archivos, en 1977, advirtió a Brownell que debería conservarse todo lo relacionado con
el caso. Preguntamos a Brownell por qué había destruido los archivos que Scherrer le había
pedido conservar, pero se negó a responder.

Y a esta lista puede agregarse un sexto ejemplo de ocultación de pruebas. El contenido


completo del portadocumentos que Letelier llevaba el día en que fue asesinado, fue
reproducido mientras estaba en poder de los investigadores, entregándose su contenido a la
prensa. Aparecieron decenas de artículos, la mayoría escritos por columnistas de derecha,
que retrataban a Letelier corno un agente cubano a sueldo y, por extensión, como espía de
la KGB. Las acusaciones e imputaciones se basaban en el "sorprendente" hecho de que
Letelier recibiera 1,000 dólares mensuales del Partido Socialista de Chile para cubrir los
gastos que implicaba su trabajo en Estados Unidos contra el gobierno de Pinochet. Por el
hecho de que la carta de la tesorera del Partido Socialista viniera de Cuba y estuviera
casada con un funcionario del gobierno cubano, algunos llegaron a la conclusión de que
Letelier era agente de la DGI de Cuba. El FBI investigó el portadocumentos, concluyendo
que las acusaciones eran infundadas. Letelier era exactamente lo que aparentaba ser: un
dirigente político en el exilio que representaba la Unidad Popular de Chile en Estados
Unidos. (6)

Sin menospreciar la especiosa lógica de las acusaciones, sus implicaciones en la


investigación del asesinato quedaron en claro: si Letelier era realmente un espía, entonces
su muerte, como un asesinato de pandilleros, había sido un ajuste de cuentas entre
delincuentes violentos, que vivían en un mundo de asesinato e intriga, un acto que no
merecía ni juicio ni castigo.
¿QUÉ HABRÍA SUCEDIDO SI LA INFORMACIÓN FALTANTE HUBIERA SIDO
ENTREGADA, O HUBIERA SIDO ENTREGADA ANTES? Un agente del FBI, después
de haber visto una copia del memo de Driscoll por primera vez en 1977, dijo: "Se habrían
evitado considerables esfuerzos en la investigación", si el FBI hubiera sabido de la
presencia de Romeral y Williams en Washington. Consideró que "el caso habría sido
resuelto un año antes".

En nuestra reconstrucción de la investigación del FBI, faltaron dos piezas en el


rompecabezas. Una, explicaría por qué el FBI, en las semanas posteriores al crimen, hizo
tan poco con la información que poseía acerca de la misión secreta chilena, siguiendo, en
cambio, otras pistas de menor importancia. La otra, explicaría qué indujo con tanta tardanza
a los investigadores -a mediados de 1977- a resucitar la olvidada pista Romeral-Williams y
empezar a enseñar las fotos a sus informantes.

Si bien la falta de esa información entorpeció el proceso de la investigación, esa no fue la


única causa de que el agente del FBI Carter Cornick y el fiscal Eugene Propper se
demoraron tanto en asignar la prioridad de la pesquisa a las fotos Romeral-Williams, la
información sobre el incidente de Paraguay y la llegada a Miami de los agentes chilenos.
Propper y Cornick declinaron explicar qué ocurrió, pero sostuvieron no haber encontrado
obstáculos, aparte de las "tramitaciones burocráticas", en el curso de sus investigaciones.
Nos gustaría pedirles que la hicieran de nuevo.

Sería inocente de nuestra parte, así como de la parte de quienes realizaron la investigación
del gobierno, calificar ejemplos como ocultamiento y destrucción de pruebas como el
producto de inconsciencia burocrática, como un caso en que una parte del gobierno no sabe
qué hace la otra. Tampoco es explicación suficiente el decir que la tendencia sicológica de
los funcionarios públicos, imbuida de anticomunismo y susceptible a la versión sin
fundamento de las "teorías del mártir" hayan, de cierta forma, cegado a los profesionales,
impidiéndoles ver los hechos concretos que tenían enfrente.

Ninguna explicación burocrática puede justificar los rodeos y obstáculos que encontraron
los investigadores para resolver el caso. No fueron los ocultamientos de la DINA, como
tampoco el sigilo del Movimiento Nacionalista Cubano los que mantuvieron la
investigación fuera de la pista correcta durante casi un año; fueron las acciones conscientes,
u omitidas a propósito, de los funcionarios y agencias del gobierno de Estados Unidos.

Una vez que llegaron a la pista correcta, los investigadores usaron las fotografías para
identificar a Michael Townley. Con su extradición y posterior confesión, según el equipo
del FBI de Carter Cornick, Robert Scherrer y Larry Wack, y los integrantes del equipo de la
Oficina de los Abogados de Estados Unidos, Eugene Propper y Lawrence Barcella, los
crímenes estaban resueltos. Su investigación del caso y posterior acusación, revelaron al
mundo una conspiración terrorista dirigida por funcionarios del gobierno militar chileno. La
historia de su gestación y los obstáculos que superaron constituyen la última mitad de este
libro. Todos estaban envueltos, más allá de sus responsabilidades oficiales. En el transcurso
de la investigación y el juicio, trabajaron tiempo extraordinario, las más de las veces con
pasión, dando pasos sorprendentes.
Al mismo tiempo, estaban cercados por los límites del sistema en el que habían trabajado,
no atreviéndose a desafiar los estrechos marcos establecidos para su investigación y
acusaciones del crimen. Las disposiciones de la División de Crímenes de Mayor Cuantía de
la Oficina del Procurador de los Estados Unidos, establecían que el equipo de
investigadores pesquisara un asesinato político, sin llegar hasta la fuente política del
asesinato. En 1978, Eugene Propper dijo a un reportero: "La gente que atribuye
motivacions políticas al hecho está equivocada. Aquí no hay nada político. Es un estricto
caso de asesinato, un caso en el que alguien resultó con sus piernas voladas".

Sin embargo, para establecer los hechos, se necesitó recurrir a decisiones políticas y,
entonces, el asunto se le quitó de las manos al Procurador de Estados Unidos. El caso pudo
ser juzgado porque la administración Carter autorizó al embajador Landau para que
presionara al gobierno de Pinochet a que entregara a Townley al FBI.

Pero cuando los Estados Unidos se enfrentaron a la necesidad de emprender la más difícil
tarea de obtener a Manuel Contreras, el segundo hombre más poderoso de Chile,
súbitamente modificaron su decisión original, limitándose a hacer una petición de
extradición al sistema judicial chileno.

El embajador Landau, que había actuado como un león en el asunto de la expulsión de


Townley, con lo que Estados Unidos sólo tenía el esqueleto del caso, se convirtió ahora en
un cordero, declarando tener fe en el sistema judicial chileno.

¿POR QUÉ ESTADOS UNIDOS DIRIGIÓ SU PETICIÓN -QUE, EN EFECTO,


ACUSABA A FUNCIONARIOS DEL GOBIERNO CHILENO DE ABUSAR DE SU
PODER- AL SISTEMA JUDICIAL CHILENO? El gobierno de Estados Unidos pidió a la
corte chilena presentar en el juicio al jefe del servicio de inteligencia más importante del
país. En las mejores épocas y en los países más democráticos, esto habría sido una petición
poco realista. El sistema judicial chileno, en los cinco años del régimen de Pinochet, nunca
había actuado contra el gobierno militar, en ningún asunto de importancia. La ficción de la
independencia del poder judicial era evidente en Chile.

Puede llegarse a la conclusión de que el gobierno norteamericano, aceptando esta ficción


como un hecho y sometiendo el caso al sistema judicial, en lugar de insistir en la
extradición por vías diplomáticas, ayudó al fracaso de la gestión de extradición.

Estados Unidos aceptó una segunda ficción: que los asesinos de la DINA estaban, en cierta
forma, desligados del gobierno chileno, como si Townley, Fernández, Espinoza y Contreras
hubieran cometido el crimen un tanto individual y no sujetos a las órdenes de Pinochet.
Estados Unidos prefirió no reconocer que el asesinato se había cometido para servir los
propósitos del gobierno de Pinochet, aceptando, en cambio, los términos impuestos por ese
gobierno para manejar el caso. Esos términos -y no es de sorprenderse- incluían la promesa
de que el enjuiciamiento del caso Letelier no involucraría al régimen de Pinochet.

Esta protección estaba implícita en el acuerdo secreto entre el Procurador de Estados


Unidos, Earl Silbert y el viceministro Enrique Montero para lograr la expulsión de Michael
Townley, así como en el acuerdo firmado por Townley para la rebaja de su condena.
Ambos acuerdos representaban las condiciones de Chile impuestas al juicio norteamericano
por el asesinato de Letelier, que impedía la denuncia de los crímenes de la dictadura de
Pinochet.

La decisión de Estados Unidos de proteger el régimen de Pinochet fue dictada por


consideraciones de política internacional y no con el fin de apoyar a los fiscales para lograr
el castigo de los implicados en el asesinato. (Por lo contrario, la exclusión en el juicio de las
evidencias sobre los crímenes de la DINA y el papel desempeñado en ellos por Pinochet,
favorecieron la condena de los cómplices cubanos.) La decisión puede entenderse como
producto de la política del gobierno de Estados Unidos hacia Latinoamérica. Al evitar el
descrédito del régimen de Pinochet, Estados Unidos estaba protegiendo sus propios
intereses, su sistema de inteligencia, las prioridades de su seguridad y sus pilares
económicos.

Pinochet, al deshacerse de Allende, había extraído una gran espina de la zarpa del león, y
Washington le estaba agradecido. La relación de la política norteamericana con el gobierno
militar era la de un protector con su protegido; las reconvenciones ocasionales en relación
al desprecio por los derechos humanos de Pinochet, sólo servían para poner de manifiesto
la preocupación norteamericana por su vástago. El asesinato de Letelier puso en un dilema
al gobierno de los Estados Unidos: aclarar el crimen traía consigo el riesgo de desacreditar,
y posiblemente derrocar, a Pinochet y su sistema. La administración Carter se vio
enfrentada inexorablemente a la elección entre castigar al gobierno chileno por haber
perpetrado un acto de terrorismo internacional, o proteger a Pinochet.

Tal como en el pasado, cuando quienes elaboraban las políticas invocaban la seguridad
nacional para justificar su apoyo a las dictaduras latinoamericanas, nuevamente en este caso
prevaleció el argumento de la seguridad nacional. La estabilidad del régimen de Pinochet se
convirtió en algo sagrado para los intereses norteamericanos, por encima del castigo al
terrorismo ejercido por ese régimen.

La habilidad de Estados Unidos para actuar en el caso Letelier, también se vio limitada por
la naturaleza comprometedora de las anteriores actividades de la CIA en Chile y las
relaciones permanentes entre la CIA y la DINA. La investigación amenazaba no sólo con
desenmascarar a Pinochet y sus crímenes, sino también con revivir el espectro de nuevas
denuncias relacionadas con la acción secreta de la CIA. La revista Qué Pasa dejó al
descubierto un aspecto vulnerable de los servicios de inteligencia norteamericanos en un
breve comentario de mediados de 1979: Si Estados

Unidos solicita la extradición de Manuel Contreras, ex jefe de inteligencia de Chile, Chile


podría pedir la extradición del ex director de la CIA, Richard Helms, por el papel
desempeñado por la Agencia Central de Inteligencia en el complot de secuestro y asesinato
del general Rene Schneider, en 1970.

La investigación reveló que la CIA y la DINA tenían relaciones de trabajo en la época del
asesinato de Letelier, lo que permitía a agentes de la DINA ingresar con frecuencia a
Estados Unidos. A sabiendas, los funcionarios de la embajada de Estados Unidos extendían
visas para misiones chilenas de inteligencia. En el caso Letelier, los integrantes de la
brigada asesina de la DINA, casi sin excepción, habían tenido, o tenían en ese momento,
vínculos con la CIA y otras agencias gubernamentales norteamericanas. La CIA había
apadrinado el terrorismo de los exiliados cubanos, habiendo entrenado a tres de los cinco
implicados en el asesinato. La CIA había ayudado a crear las condiciones propicias para el
golpe militar chileno; había alentado y ayudado a Manuel Contreras a crear y hacer
funcionar la DINA. Sin embargo, los funcionarios de Estados Unidos minimizaron y
ocultaron los lazos existentes entre la CIA y la DINA. El fiscal Earl Silbert y el asistente
del fiscal, Propper, en una carta enviada a los abogados de la defensa, pocas semanas antes
del juicio, declararon que "la relación, si es que la hubo, entre la CIA y la DINA no es
relevante en el caso. Si se encuentra alguna relación que sea relevante y útil para la defensa,
se hará pública". Un memo de los fiscales, presentado más tarde a la corte, decía: "No hay
absolutamente ninguna evidencia de que la Agencia Central de Inteligencia tuviera
conocimiento previo o haya participado en el asesinato de Letelier ... No existe ni la más
mínima prueba que indique la participación o el conocimiento de la CIA en este
asunto". (Las cursivas son nuestras.)

Finalmente, es difícil creer que la red de agentes de la CIA no hubiera -mucho antes del
crimen- detectado la Operación Cóndor y las actividades criminales conjuntas de las
fuerzas policiales latinoamericanas.

A la luz de las complejas relaciones entre la seguridad nacional norteamericana, la política,


la banca y los círculos empresariales de Estados Unidos, y Chile, debemos preguntarnos
por qué Contreras escogió asesinar a Letelier en Washington, D.C. La razón obvia es que
Letelier vivía y trabajaba en Washington, por lo que era más fácil asesinarlo allí. Al
perpetrar el espectacular asesinato en la capital de Estados Unidos, Contreras dio al
gobierno chileno un argumento sicológico que asegurara a aquellos favorablemente
dispuestos hacia Pinochet la inocencia de su gobierno. Chile no podía ser el autor del
crimen, se razonaba, porque la muerte de Letelier sólo podría haber favorecido las reservas
y el descrédito del gobierno de Pinochet, precisamente en el momento en que había iniciado
una campaña para mejorar su imagen en relación a los derechos humanos, abriendo así
camino a nuevos préstamos. Contreras era implacable, y la audacia de un asesinato en la
capital de Estados Unidos servía para intimidar a los enemigos reales y potenciales. Pero
más allá de esas explicaciones obvias, las evidencias van hacia un panorama más complejo.

Regresemos a Romeral y a Williams. Contreras favoreció dos veces su detección por parte
de la CIA. Sabía que la CIA había sido informada del intento de Paraguay, así como sabía
que la cancelación de visas significaba que también la entrada a Miami sería detectada. Por
órdenes suyas, sus agentes, viajando como un segundo equipo Romeral-Williams,
informaron de su llegada a Washington a la oficina central de la CIA.

Michael Townley, cuya veracidad hemos aceptado en general, declaró no haber sido
informado directamente de la segunda misión de Romeral y Williams, sino que supo a
través de redes secretas de la DINA que Contreras ordenó la segunda misión para encubrir
la real misión del asesinato. El uso de los mismos nombres era una maniobra para borrar a
los Romeral y Williams originales, que tanta alarma habían producido en Paraguay. Parece
ilógico que un hombre planificando un asesinato llame la atención sobre la presencia de sus
agentes en el lugar y cerca de la fecha del crimen que había ordenado se cometiera.
Nosotros entregamos la siguiente interpretación acerca del propósito de la primera y la
segunda misión Romeral-Williams. Con la misión de Paraguay, Contreras intentó implicar
a la CIA en la operación Letelier, sin decir necesariamente a la CIA el real propósito de la
misión en Washington. Creía que, al tener sobre sí sospechas de haber colaborado, la CIA
se aseguraría de que cualquier investigación posterior no prosperara. El propósito de la
segunda, llamada misión encubierta, realizada por agentes que usaban los mismos nombres
Romeral y Williams, puede haber sido tantear si la CIA actuaría para prevenir o controlar
una operación encubierta en Washington. Luego de informar a la CIA de la presencia de los
agentes y comprobar que nada sucedía, Contreras dio luz verde para la real operación de
asesinato.

En las declaraciones que en defensa propia hizo en Chile contra su extradición, Contreras
insinuó que la mano de la CIA estuvo presente en cada paso de ambas operaciones
Romeral-Williams, que él negó tuvieran relación con la muerte de Letelier. Dijo que el
representante de la CIA en Chile, "cuyo nombre no recordaba", sugirió el uso de pasaportes
de un tercer país y aconsejó a Contreras posponer la primera misión, usando los mismos
nombres en la segunda. Contreras sostuvo que otro agente de la CIA, nuevamente le falló la
memoria para recordar su nombre, llevó los pasaportes Romeral y Williams al consulado
norteamericano el 17 de agosto de 1976 y, personalmente, timbró en ellos las
visas. (7) Contreras señaló que el propósito de ambas misiones era ponerse en contacto con
su "amigo", el general Vernon Walters de la CIA, quien le había prometido entregar una
lista de los parlamentarios de Estados Unidos favorables al gobierno chileno.

La táctica de Contreras parece haber sido una variación de la táctica del "correo gris",
usado con éxito en años recientes por personas relacionadas con la CIA acusadas de
crímenes, para desanimar la investigación, advirtiendo que el crimen habría sido cometido
como parte de una operación de la CIA, o que la investigación del crimen sacaría a relucir
los secretos de la CIA.

Hasta dónde se cumplió el plan de Contreras, no lo sabemos. En el análisis final, Contreras


se equivocó al creer que podría cometer impunemente un asesinato en Washington.

Cuando decidió asesinar a Letelier en Washington, Contreras no previo que el crimen


podría concentrarse en la felonía de asesinato en lugar de pensarse en un asesinato político,
y aun así afectar al gobierno chileno, sin llegar a su derrocamiento. Tampoco comprendió la
flexibilidad y sutileza de la política y el sistema judicial de Estados Unidos, ni la
determinación de partidarios y amigos de Letelier en todo el mundo. Cometió un error y
éste le costó caro: su rango y su puesto.

Tan sorprendente como la elección de Washington por parte de Contreras, fue su elección
del ciudadano norteamericano Michael Townley como el asesino.

La personalidad de Townley atrajo la atención y provocó la especulación de todos los que


siguieron de cerca el caso Letelier.

Como salido de novelas de espionaje y películas de detectives, este enigmático personaje


no sólo evitó un castigo más severo, sino que se las ingenió para despertar las simpatías e
impresionar a algunos de sus acusadores. Él y su familia gozaron de consideración especial
e indulgencia por parte de las autoridades norteamericanas. No hemos encontrado ninguna
evidencia que demuestre que Townley era agente de la CIA, pantalla o doble agente, pero
la paradoja de un asesino confeso que establece los límites de su propio testimonio,
deambula por los pasillos de la corte y utiliza libremente los teléfonos de los fiscales para
hacer llamadas internacionales, es curiosa. Como testigo del gobierno, Townley tuvo la
oportunidad de pedir, y la recibió, inmunidad para su esposa, haciendo extensiva su propia
inmunidad a crímenes cometidos por él en otros países. La protección cubrió las actividades
de su padre, a quien apoyó la calidad de agente extranjero de su hijo. A mediados de 1978,
poco después de que Michael Townley comenzara a cooperar con el FBI, la policía de
Miami entregó información sobre las actividades bancarias de Townley en el lugar de
trabajo de su padre, el South East First National Bank. La información reveló la existencia
de una cuenta conjunta Jay Vernon Townley-Andrés Wilson (nombre en la DINA de
Michael Townley). Pero, ágilmente, el asistente del Procurador, Eugene Propper, dio
órdenes para retener esa información.

Una característica permanente fue la relación especial con funcionarios norteamericanos a


lo largo de una década de la carrera terrorista de Townley, así como con diplomáticos
norteamericanos y agentes de la CIA, como hemos podido descubrir. Sin embargo, se dejó
a un periodista chileno projuntista la tarea de identificar su fotografía, tras haber sido
publicada en la prensa, pretendiéndose hacernos creer que la CIA no tenía fotografías de
Townley en sus archivos.

Hasta el momento de la redacción de este libro, ni la CIA, ni el Departamento de Estado,


como tampoco el FBI, nos dieron a conocer ningún documento sobre el caso Letelier-
Moffitt, que nosotros habíamos solicitado, basándonos en el Acta de Libertad de
Información. Los funcionarios de dichas dependencias también se negaron a responder a
algunas de nuestras preguntas, invocando la "seguridad nacional".

¿QUÉ INTERESES SE DEFIENDEN AL OCULTAR INFORMACIÓN ACERCA DE LA


INVESTIGACIÓN DEL CASO POR PARTE DEL FBI Y LA COOPERACIÓN O NO
COOPERACIÓN DE LA CIA? ¿Qué intereses se defienden al retener la documentación de
rutina que contenía las visas y órdenes de arresto de Romeral y Williams, por ejemplo, y las
comunicaciones oficiales entre la CIA y el Departamento de Estado cuando se detectó por
primera vez, antes del asesinato, la misión secreta chilena? ¿Qué intereses nacionales o de
seguridad se defienden, escondiendo las razones que tuvieron la CIA y el Departamento de
Estado para permitir a policías secretas extranjeras de regímenes represivos entrar a Estados
Unidos? Las respuestas son un misterio, pero no lo son para los Pinochet, los Stroessner y
los Contreras del mundo. Ellos ya lo saben. Pero a los norteamericanos, cuyos intereses
vitales se han visto afectados, se les niega acceso a ellas y se les permite saber poco de su
propio aparato de seguridad.

PINOCHET PERPETRÓ UN ataque terrorista en suelo norteamericano, pero la


administración Carter no ha visto este hecho lo suficientemente serio como para castigar a
su régimen. Pinochet salió adelante con el asesinato.
Orlando Letelier y Ronni Moffitt no pueden ser resucitados. Hasta ese punto, no hay
justicia posible. Pero sus asesinatos hicieron mucho más que simplemente agregar dos
cadáveres a la colección de Pinochet. Produjeron un cambio cualitativo en el clima político.
Debido en parte a la publicidad y a la campaña política internacional que rodeó la
investigación y el juicio, los militares chilenos se vieron obligados a debilitar su dominio
absoluto, destituir a Contreras y disolver el imperio de la DINA. El pueblo chileno
nuevamente empezó, con limitaciones, a actuar políticamente, organizar la oposición,
iniciar una cauta pero resuelta campaña para restaurar las instituciones democráticas. Por
primera vez desde el golpe, los estudiantes y trabajadores hacen manifestaciones y
organizan huelgas, y las mujeres reclaman la desaparición de sus maridos, hijos y
hermanos.

En noviembre de 1978, Isabel Letelier regresó a Chile para solicitar la devolución de la


ciudadanía de su esposo, pidiendo que la justicia chilena declarara ilegal el decreto que
despojaba a Orlando de su ciudadanía.

En Chile, repitió lo que había dicho muchas veces desde el asesinato: era el mismo
Pinochet quien había debido autorizar el asesinato. Los agentes de la DINA/CNI la
vigilaron abiertamente durante sus apariciones públicas, tomando fotos a todos ¡os que
hablaban con ella. Pero notó que el pueblo no parecía intimidado. La detenían, la
saludaban, le expresaban su sentimiento por la pérdida de su esposo, le pedían que
continuara su batalla por la justicia.

En su última noche en Santiago, y habiendo realizado sus gestiones legales y visitas


familiares, asistió a un concierto de música popular. Después del intermedio, el maestro de
ceremonias, antes de dar por iniciada la segunda parte del espectáculo, hizo mención de las
personalidades que estaban entre el público asistente. Los embajadores de Venezuela y
Alemania se pusieron de pie para agradecer los aplausos. El maestro de ceremonias
continuó: "También esta noche nos honra con su presencia la viuda de Orlando Letelier,
Isabel". Estallaron los aplausos y, mientras Isabel se ponía de pie, éstos crecían en
intensidad. El maestro de ceremonias, a través del micrófono, pidió: "Gracias, señoras y
señores. Ahora, por favor, permítannos iniciar la segunda parte del programa". Los
aplausos continuaron, convirtiéndose en un sonido rítmico, clap, clap, clap. "¡Por favor,
señoras y señores!", rogaba el maestro de ceremonias.

Desde el auditorio, un hombre de potente vozarrón, gritó:

"¡Compañero Orlando Letelier...!"

"¡Presente!", respondieron los asistentes.

"¡Ahora .. .!", repitió la voz de bajo.

"¡Y siempre!", coreó el público.


Notas:

1. Walters estaba retirándose de la CIA, y aunque aún figuraba en la nómina de pago en esa época, estaba
descansando en Florida, gozando de sus vacaciones acumuladas, antes de dejar oficialmente la agencia.
Landau mandó su cable el 28 de julio, temprano ese día. La oficina de Bush acusó recibo ese mismo día, o al
siguiente.

2. De acuerdo con la investigación oficial de Estados Unidos, no se supo sino hasta marzo de 1978 que el
segundo equipo Romeral-Williams se componía de dos agentes de la DINA distintos, y no de los asesinos
Townley y Fernández.

3. De conformidad con un affidávit archivado en el caso por Robert Scherrer, ni el jefe de la CIA, ni otro
subordinado /en Chile/ se había comunicado con el general Contreras ni otro agente de la DINA en 1976, en
relación con algún viaje de funcionarios de la DINA a Estados Unidos para entrevistarse con el general
Walters".

4. Y parece ser que tampoco se les pidió directamente. El FBI no interrogó a Walters sobre el incidente de
Paraguay hasta el 14 de junio de 1978. Walters dijo que no podía entregar información pertinente acerca del
asesinato de Letelier y que "nunca había discutido con algún funcionario paraguayo sobre la expedición de
pasaportes falsos o de algún operativo de inteligencia conjunto chileno-paraguayo". También se ofreció a ser
sometido a una prueba de detección de mentiras sobre lo declarado.

5. Después de que la expulsión de Townley abrió el caso, a mediados de 1978, una búsqueda de veinticuatro
horas en los archivos del INS realizada por un equipo de treinta y cinco a cincuenta empleados, a insistencias
del FBI, hizo aparecer las formas originales I-94 de Romeral, Williams y Petersen.

Propper, en una declaración entregada sobre su acción, usada en el juicio civil conducido por Isabel Letelier y
Michael Moffitt contra el gobierno chileno, respondió lo siguiente acerca de las formas I-94:

R.: Si mal no recuerdo, el FBI tuvo gran dificultad en encontrarlas (al decir esto, puedo estar cometiendo un
error que molestará al FBI) en los archivos del INS. Pero el Departamento de Estado, o las había retirado,
poniéndolas juntas con los pasaportes, o algo hizo con ellas, por eso no estaban en los archivos de
inmigración cuando el FBI las buscó por primera vez.

P.: ¿Sabe usted por qué las sacaron? ¿Alguna vez su investigación descubrió por qué sucedió esto?

R.: No, que yo recuerde. Pienso que el Departamento de Estado investigaba lo que estaba ocurriendo en
Paraguay.

6. Sin embargo, el FBI no refutó públicamente las acusaciones, ni dio a conocer sus propias conclusiones
acerca de los documentos contenidos en el maletín en la época en que aparecieron los artículos mencionados.
La refutación se hizo al fin en una declaración poco difundida de Eugene Propper, en una audiencia anterior al
juicio, en diciembre de 1978.

7. Un ex agente de la DINA dijo haber recibido su visa para una operación secreta en Estados Unidos en
diciembre de 1976, en esa misma forma. Un funcionario norteamericano identificado como agente de la CIA,
llevó al agente, ex militante de Patria y Libertad, Anthal Pipthay, al consulado un sábado por la tarde (día de
descanso del personal) y colocó la visa en su pasaporte, a fin de que pudiera viajar al día siguiente. La misión
del agente de la DINA, que más tarde fue conocida por el FBI, implicaba hacerse pasar por izquierdista y
obtener información aún no publicada de un periodista del Wilmington News, sobre una serie de artículos que
éste escribía sobre los contactos de la CIA con chilenos de derecha, antes y después del golpe.
ACERCA DE LOS AUTORES

JOHN DINGES CRECIÓ en Emmetsburg, Iowa. Después de obtener una


Licenciatura en Inglés y Filosofía en Loras College, en Dubuque, estudió teología
en la Universidad de Innsbruck, Austria. Durante varios años enseñó teología y
luego cambió de vocación, comenzando como editor en Des Moines Register and
Tribune, escribiendo libros y en revistas de cine, haciéndose posteriormente
periodista. Obtuvo un grado de Maestro en Estudios Latinoamericanos en la
Universidad de Stanford y luego, al obtener una beca de Inter-American Press
Association, fue a Chile a cubrir la Revolución de Allende. La estadía que en un
principio sería de nueve meses, se prolongó a cinco años y medio, durante los
cuales fue corresponsal de la revista Times, del Washington Post, Radio ABC y
Latinamerica Press. También publicó en People, The Nation e Inquiry, y fue
coeditor de Toward a Theology of Christian Faith ("Hacia una teología de la fe
cristiana").

SAUL LANDAU NACIÓ en la ciudad de Nueva York, graduándose en la


Universidad de Wisconsin con una Licenciatura y luego una Maestría en Historia;
realizó investigaciones en Stanford y en la Universidad de California, en Berkeley.
Con Paul Jacobs, es autor de The New Radicals ("Los nuevos radicales") y To
Serve the Devil ("Servir al demonio"). Durante los últimos quince años, ha
realizado unas tres docenas de películas, tanto argumentales como documentales.
Entre estas últimas, están: Fidel, Brazil: Report on Torture ("Brasil: Reportaje de la
tortura"), con Haskell Wexler, y Paul Jacobs and the Nuclear Gang ("Paul Jacobs y
la Pandilla nuclear"), con Jack Willis. Ha ganado premios en festivales en Ann
Harbor, Cannes, Venecia, Mannheim, y últimamente, obtuvo el premio George F.
Polk en investigación periodística y el Emmy, por Paul Jacobs and the Nuclear
Gang. Es funcionario del Instituto de Estudios Políticos y ha sido director de su
Instituto Transnacional.

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