2 referentes clínicos de la compulsión a la repetición)
Terror, miedo y angustia
En la neurosis traumática común veíamos dos rasgos:
1) Tiene que estar el factor de la sorpresa (terror) en su acusación.
2) La herida o el daño físico contrarresta la producción de la neurosis.
Debemos diferenciar ahora miedo, terror y angustia, no son sinónimos y
cada una tiene una relación particular frente al peligro.
Terror: Es el estado en que se cae cuando se corre un peligro sin estar
preparado, destaca el factor de la sorpresa.
Miedo: Requiere un objeto determinado en presencia del cual uno lo siente.
Angustia: Es la expectativa frente al peligro, un estado de preparación para
él, aun cuando el peligro es desconocido.
Sueños traumáticos (primer referente clínico)
En los sueños de las neurosis traumáticas se reconduce al enfermo
una y otra vez a la situación de su accidente, la persona despierta con
renovado terror, decimos que esta fijada psíquicamente al trauma. Sin
embargo en la vigilia no frecuentan este recuerdo. Es decir, el sueño los
traslada a la situación patógena una y otra vez, decimos entonces que la
función del sueño resulto afectada y desviada de sus propósitos, o bien
habría que pensar en las tendencias masoquistas del yo. [En este punto
empieza a caer la teoría de que el sueño es un cumplimiento de
deseo, ahora dirá que es un intento de cumplimiento de deseo. No
cumple con la función de cumplir con el deseo, ni la de guardián del
sueño, con lo cual es necesario hacer una enmienda a la tesis de los
sueños. Todo sueño es un intento de cumplimiento de deseo. Si este
deseo se cumple, el sueño se comporta como el guardián del dormir,
pero antes de esto, el sueño tiene otra función que es la de ligar la
excitación. Si esto se logra cumplimiento de deseo. Si no se logra
reproducción del afecto de terror. En algunos sueños se va
ligando la excitación, se arma el compromiso entre la pulsión y la
ligadura, pero en algún momento la energía de la pulsión se
sobrepasa y rompe este compromiso fracaso de la ligadura,
despertar angustiado].
FortDa (segundo referente clínico)
Luego observe en uno de los juegos del niño que el mismo no lo hacia
en base a una ganancia de placer. Este niño era un niño normal, el cual
tenia un carácter “juicioso”, pero tenia un mal habito, en ocasiones arrojaba
los objetos lejos de sí, y al hacerlo hacia “o o o o” con expresión de
satisfacción, que según la madre significaba “fort” (se fue). Es decir, el niño
jugaba a que sus juguetes se iban. Ahora bien, también se chequeo el juego
completo, en el mismo el niño jugaba con un carretel que tenia un piolín, el
niño tomaba el piolín por su punta y tiraba el carretel diciendo “o o o o”, y
luego tiraba del piolín diciendo “da” (acá esta). Este era el juego completo, el
de desaparecer y volver. La mayor parte de las veces no realizaba el juego
completo (lo cual seria placentero), sino que repetía incansablemente el
primer acto (fort).
El juego simbolizaba la renuncia pulsional del niño de admitir sin
protestas la partida de la madre. Significaba con los objetos de su alcance
ese desaparecer y regresar de su madre. Si la partida de la madre no le
resultaba agradable, ¿por qué lo repite en el juego? Podemos hacer tres
interpretaciones al respecto:
Podría decirse que jugaba a la partida porque era condición de la
reaparición, sin embargo esto no es así ya que la mayoría de las veces
solo jugaba a la partida.
Podría decirse también que en la vivencia era pasivo, y ahora se ponía
en un papel activo repitiendo como juego, a pesar del displacer.
El acto de arrojar el objeto para que se vaya, quizás es la satisfacción
de un impulso sofocado por el niño de vengarse de la madre por su
partida (no te necesito, yo mismo te echo)
Decimos que el esfuerzo de querer procesar psíquicamente algo
impresionante repitió en el juego una impresión desagradable, y esto se
debió a que la repetición (del fort) iba conectada a una ganancia de placer de
otra índole pero directa (por medio de la ligadura de excitación), no
dependiente del principio de placer.
Decimos entonces que a pesar de que existan medios dentro del
dominio del principio de placer para convertir en objeto de recuerdo y
elaboración anímica lo que es en si mismo displacentero, esto no explica
aquellas tendencias situadas mas allá de este, tendencias que serian más
originarias que el principio de placer e independientes de él.
III.
Hasta ahora la tarea del analista era interpretar, luego (a partir del
hombre de las ratas) era instar al enfermo a corroborar la construcción del
analista mediante su propio recuerdo, y descubrir y mostrarle las
resistencias que impiden el camino a ese recuerdo, y que las resigne. Sin
embargo, hacer conciente lo inconciente no se puede alcanzar plenamente
por este camino, ya que el enfermo puede no recordar todo lo que hay en el
reprimido, quizás justamente lo esencial. Mas bien, se ve esforzado a repetir
lo reprimido como vivencia presente en vez de recordarlo como el medico
prefiere en calidad de fragmento del pasado. La repetición tiene por
contenido:
Un fragmento de la vida sexual infantil (por tanto del complejo de
Edipo y sus ramificaciones)
Se escenifica en el terreno de la relación con el medico (transferencia).
La neurosis original se sustituye entonces por una nueva neurosis, a la cual
denominamos neurosis de transferencia. El medico quiere el máximo
recordar y la menor repetición. Ahora bien, a esta repetición llamaremos
compulsión de repetición.
En el tratamiento nos enfrentamos contra resistencias, estas
resistencias no son inconcientes como lo inconciente reprimido, ya que este
no ofrece resistencia alguna, sino que quiere irrumpir hacia la conciencia y
la descargar. Esta resistencia proviene del yo, que fue aquel que llevo a cabo
la represión en un primer momento. Sin embargo los motivos de las
resistencias así como las resistencias mismas son inconcientes (pero no como
el inconciente reprimido), con lo cual ahora dejaremos de poner en oposición
conciente – inconciente, y ahora diremos yo coherente y lo reprimido. Ya que
en el interior del yo es mucho lo inconciente: a lo preconciente (que tomamos
como inconciente) se le suma el núcleo del yo. Las resistencias justamente
parten del yo, así como sus motivos, y hemos de adjudicar la compulsión de
repetición a lo reprimido inconciente. Se quiere ahorrar el displacer que se
produciría por la liberación de lo reprimido, y nosotros queremos que ese
displacer se tolere invocando al principio de realidad. Es decir, placer para
un sistema, displacer para otro => no contradice al principio de placer. Lo
que se repite es la satisfacción pulsional.
Compulsión de repetición en base a lo no ligado
IV.
Si queremos situar espacialmente el aparato anímico, diremos que tenemos
un primer espacio, el del sistema PCc, donde llegan las percepciones del
mundo exterior y las sensaciones de placer y displacer que se originan en el
interior del aparato. Diremos que se encuentra en la frontera entre lo
exterior y lo interior (envuelve a los otros sistemas psíquicos). Estas
sensaciones y percepciones que llegan no dejan huellas en el sistema Cc,
sino que las huellas se producirían al propagarse la excitación a los sistemas
internos y contiguos. Decimos que la conciencia surge en reemplazo de la
huella mnemica.
El sistema Cc se agota en el proceso de devenir conciente, y esto se debe a su
choque directo con el mundo exterior.
Ahora imaginemos una vesícula indiferenciada de sustancia estimulable, su
superficie vuelta hacia el mundo exterior se diferencia por su ubicación y
sirve como órgano receptor de estímulos. Por el incesante embate de estos
estímulos contra su superficie, la misma se altera hasta cierta profundidad
de modo que su proceso excitatorio sucediese de manera diferente que en sus
estratos más profundos. Se formo entonces una corteza que ofrece las
condiciones más favorables para la recepción de estímulos y ya no puede
modificarse. Análogamente, en el sistema Cc no puede producirse ninguna
alteración permanente ante el paso de la excitación.
Esta vesícula seria aniquilada por la acción de los estímulos del mundo si no
estuviese provista por una protección antiestímulo. Su superficie se vuelve
inorgánica, filtrando las energías del mundo exterior, propagándose con una
fracción de su intensidad en los estratos contiguos. Al morir este estrato
superior, protegió a los demás estratos de sufrir igual destino.
Entonces, tenemos una protección antiestimulo, el estrato contiguo a ella es
el sistema Cc que recibe estímulos tanto del exterior como del interior del
aparato. Entonces, no hay protección antiestimulo ante los estímulos
pulsionales (sensaciones placer – displacer), es imposible huir ante estos,
estos no pueden filtrarse como si se hace con los estímulos externos, no
pueden reducirse.
Los estímulos provenientes del interior serán mas adecuados al trabajo del
sistema, y esto determina dos cosas:
1) La prevalencia de las sensaciones placer – displacer por sobre los
estímulos externos.
2) Que el aparato tendrá cierta conducta respecto a las excitaciones
internas que le produzcan un displacer demasiado grande, y las
tratara como si obrasen desde afuera, con el fin de poder aplicarle el
método defensivo de la protección antiestimulo. Este es el origen de la
proyección.
¿Qué ocurre si se presenta una cantidad muy importante de estímulos que
lograse romper esta protección? Si esa excitación entra al aparato, ¿Cómo
consigue defenderse el organismo? Si esto sucede, va a tratar a esa
excitación interna como si fuera externa para poder aplicarles el medio
defensivo de la protección antiestímulo.
Aquella cantidad que pueda llegar a romper la protección antiestímulo será
traumática, lo que provocará una perturbación económica en la vesícula.
En el aparato psíquico funciona la cadena de representaciones (huellas
mnémicas), frente a la cantidad de estímulos que se le presentan, pueden
ocurrir dos cosas: o la energía inviste a una huella y se liga (no perturba) o
la energía irrumpe y rompe la cadena de representaciones. Si esto último
ocurre, el AP intentará ligarla para poder conducir su tramitación de
acuerdo con el principio del placer.
Entonces, la compulsión a la repetición tiene como función ligar la
excitación. Es la respuesta del aparato para restituir esa ligadura que se
perdió, para que luego se pueda tramitar la excitación de acuerdo con el
principio de placer. Este intento puede fracasar, por lo que puede repetirse
una y otra vez. Esta ligadura sería entonces función del aparato psíquico
previa al principio del placer.
Neurosis traumática puede tomársela como el resultado de una
ruptura en la protección antiestímulo (terror, peligro de muerte). El terror
tiene por condición la falta del apronte angustiado, que conlleva a la
sobreinvestidura de los sistemas que reciben primero el estímulo. A raíz de
esta investidura más baja, los sistemas no están en buena situación para
ligar los volúmenes de excitación sobrevinientes, haciendo que la protección
antiestímulo se rompa más fácilmente. Entonces, el apronte angustiado
funciona como la última trinchera de la protección antiestímulo.
Sueños traumáticos buscan recuperar el dominio sobre el est ímulo por
medio del desarrollo de angustia, cuya falta causó la neurosis traumática.
Esto no contradice el principio del placer, sino que es independiente de él,
muestra una función del aparato psíquico más originaria (ligar la excitación)
V
Las fuentes más eficaces de excitación interna son las llamadas “pulsiones” del
organismo: los representantes de todas las fuerzas que provienen del interior
del cuerpo y se transfieren al aparato anímico.
Proceso Primario Proceso Secundario
Modalidad de trabajo del ICC. Todas La tarea de los estratos superiores del
las mociones pulsionales obedecen al aparato anímico sería ligar la
proceso primario, energia libremente excitación de las pulsiones que entran
móvil. en operación en el proceso primario.
Sólo después de la ligazón puede haber
un imperio del principio del placer.
Compulsión de repetición muestra en alto grado un car ácter pulsional.
Juego infantil se repite la vivencia displacentera porque mediante su
actividad se consigue un dominio sobre la impresión intensa mucho más
radical que el que es posible en el vivenciar meramente pasivo. El niño
busca la identidad de impresión, ni siquiera la repetición de vivencias
placenteras serán suficientes para el niño. El reencuentro de la identidad
constituye por si mismo una fuente de placer.
En el análisis la compulsi ón a repetir en transferencia se sitúa en todos
los sentidos más allá del principio del placer. El enfermo se comporta de
manera infantil, lo que muestra que las huellas mnémicas reprimidas de sus
vivencias de tiempo primordial no subsisten en su interior en estado ligado y
son insusceptibles de proceso secundario. A esta condición de no ligadas
deben también su capacidad de formar, adhiriéndose a los restos diurnos,
una fantasía que halla su figuración en el sueño.
¿Cómo se entrama lo pulsional con la compulsión a la repetición?
Una pulsión es un esfuerzo inherente a lo orgánico vivo de reproducir un
estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas
perturbadoras externas. Estábamos habituados a ver la pulsión en el
sentido del cambio, y ahora nos vemos obligados a reconocer en ella lo
contrario: la expresión de la naturaleza conservadora del ser vivo.
En algún momento se suscitaron en la materia inanimada las
propiedades de la vida. La tensión generada en el material hasta
entonces inanimado pugnó por nivelarse, así nació la primera
pulsión, la de regresar a lo inanimado. Durante largo tiempo fue
recreación/muerte de la sustancia, hasta que los influjos externos
forzaron a la sustancia sobreviviente respecto de su camino vital
originario, dando rodeos antes de alcanzar la meta de la muerte.
Meta de la pulsión regresar a un estado antiguo, inicial, que lo vivo
abandonó una vez y al que aspira regresar: la meta de toda vida es la
muerte, y retrospectivamente, lo inanimado estuvo ahí antes de lo
vivo. Junto con estas pulsiones conservadoras que compelen a la repetición,
hay otras que se esfuerzan en el sentido de la creación y el progreso.
Estas últimas también son conservadoras, pero conservan la vida por lapsos
más largos (fusión de dos células germinales). Son las genuinas pulsiones
de vida, dado que contrarían el propósito de las otras pulsiones, que llevan
a la muerte.
VI
Relación entre la compulsión a la repetición y la pulsión
a. Se pone en juego la satisfacción de determinadas pulsiones, sin placer
b. Este grupo de pulsiones es de naturaleza conservadora, no admite el
cambio
c. Intentan conservar y restituir el estado anterior (inorgánico) por el
camino más corto y rápido posible, pulsiones de naturaleza conservadora
PULSIONES DE MUERTE
Son aquellas que quedaron segregadas del YO
La compulsión de repetición es la satisfacción de la pulsión de muerte,
que aspira a la satisfacción plena (cuando estaba el otro de los
primeros cuidados que satisfacía al niño). Luego este objeto se pierde,
y se van obteniendo satisfacciones parciales. La diferencia entre lo
esperado y lo recibido es lo que genera el factor pulsionante.
Junto con ellas surge otro grupo de pulsiones que intenta alcanzar la
satisfacción, pero no de cualquier manera, sino por el camino más
largo posible, con el fin de preservar la vida. A este grupo lo llama
pulsiones de vida, aceptan los rodeos que el principio de placer
impone, por lo tanto estas pueden sintetizarse en torno al YO.
PULSIONES DE VIDA= Líbido del Yo + Líbido de objeto
Entonces, entre pulsiones yoicas y sexuales no hay una oposición, no caen
bajo la represión porque aspiran a lo mismo.
Siempre las pulsiones de muerte se encuentran amalgamadas a las pulsiones
de vida, y esta amalgama constituye el núcleo del yo (ello)
Principio de Placer Más allá...
Ligadura Energía no ligada
Libido Pulsión de muerte
Pulsión de vida Sueños traumáticos y de transferencia
FortDa Fort
Sueños (no traumáticos ni de
transferencia)
Nota al pie textual
El yo y el ello
El término icc abarcaba hasta el momento dos usos:
a. Descriptivo (latente) aquello latente o susceptible de conciencia, est á
mas cerca de la Cc que del Icc.
b. Dinámico(eficaz) procesos o representaciones intensas, eficaces, que no
devienen concientes por la acción de una fuerza que se les opone. A través
del psicoanálisis se encontraron medios para cancelar esta fuerza haciendo
concientes estas representaciones. Llamamos represión al estado en que
ellas se enco
ntraban antes de que se las haga concientes y llamamos resistencia la
fuerza que produjo y mantuvo la represión. Aquí lo reprimido es nuestro
modelo de lo inconciente. Insusceptible de conciencia.
Primera Tópica
(IccPccCc)
Esta tópica no basta para explicar las diferentes situaciones que surgen en
la práctica del psicoanálisis.
Yo coherente
Gobierna la conciencia
Accesos a la motilidad
Descarga de excitaciones
Censura Onírica
Represión / Resistencia
En el análisis lo reprimido se contrapone al yo, y queremos cancelar las
resistencias que el yo le plantea. Sin embargo el paciente nada sabe de esta
resistencia, y como esta resistencia parte de su yo hemos hallado en el yo
algo que es también inconciente, que se comporta como lo reprimido
(exterioriza efectos intensos sin devenir conciente, es eficaz, y necesitamos
de un trabajo particular para hacerlo conciente.
Entonces, ya no podemos reconducir a la neurosis a un conflicto entre
lo conciente y lo inconciente, ahora sustituimos esa oposición por la de yo
coherente y lo reprimido escindido de el.
Decimos entonces que todo reprimido es icc, pero no todo Icc es
reprimido, también una parte del yo es inconciente. Nos encontramos
entonces con un tercer inconciente, no reprimido y no latente (Icc
estructural/ello).
El ello constituye el núcleo del yo, de allí parte la compulsión a la
repetición, que se opone a la insistencia del icc reprimido, que aspira
únicamente a ascender a la Cc. Para ascender, las representaciones cosa icc
deben ligarse a representaciones palabra Éstas últimas son restos
mnémicos, provenientes mayormente de percepciones acústicas y visuales,
que pueden devenir de nuevo concientes.
A las percepciones internas corresponden las sensaciones de placer –
displacer. Las sensaciones de displacer esfuerzan a la descarga, es decir,
displacer = elevación de la investidura energetica, placer = disminución de
la misma. Llamamos al devenir conciente de estas sensaciones un otro
cuantitativo – cualitativo. Devienen concientes si alcanzan al sistema P, se
transmiten directamente hacia delante, y para este devenir no es necesario
que se liguen a representaciones palabras, sino que devienen tales de
manera directa. Las sensaciones son o bien Cc o Icc.
Yo lo que parte del sistema P y es primero prcc.
Ello el otro ps íquico en el que el yo se continúa y que se comporta como icc.
El individuo va a ser visto como un ello psíquico, no conocido e icc sobre el
cual se asienta el yo, desarrollado desde el sistema P como si fuese su
núcleo.
El yo no envuelve al ello por completo, sino en la extensión en que el sistema
P forma su superficie. El yo no está separado tajantemente del ello, sino que
confluye hacia abajo con él.
Lo reprimido también confluye en el ello, es segregado del yo por las
resistencias de represión, pero puede comunicarse con el yo a través del ello.
Agregamos a la vez que el yo lleva un casquete auditivo.
Entonces, el yo se ha desarrollado a partir de la parte del ello alterada por la
influencia directa del mundo exterior. Debe hacer valer sobre el ello la
influencia del mundo exterior, así como sus propios propósitos (reemplazar
el pcpio del placer que rige el ello por el pcpio de realidad). Al yo le es
asignado tambien el gobierno de los accesos de la motilidad.
IV. Las dos clases de pulsiones
Hay dos clases de pulsiones, las sexuales o Eros, que comprende a la pulsión
sexual no inhibida, y las mociones pulsionales sublimadas y de meta
inhibida que derivan de la primera (no inhibida), asi como tambien a la
pulsión de autoconservacion. La otra pulsion es la de de muerte, y vemos en
el sadismo un representante de ella, y es la encargada de reconducir al ser
vivo organico al estado inerte. El Eros tiene la meta de complicar la vida
mediante la reunion, la síntesis, de la sustancia viva dispersada, para
conservarla. Ambas pulsiones se aspiran a reestablecer un estado
perturbado por la genesis de la vida.
Las mociones pulsionales que podemos estudiar son retoños del Eros,
se nos impone la impresión entonces de que las pulsiones de muerte son en
lo esencial mudo y casi todo el alboroto de la vida parte del Eros.
Y si decimos que la vida esta gobernada bajo el principio de
constancia, destinada a ser un deslizarse hacia la muerte, son las exigencias
del Eros (pulsiones sexuales), las que como necesidades pulsional introducen
nuevas tensiones.
V. Los vasallajes del yo
Constitución del super yo
El yo se forma en buena parte desde identificaciones que toman el
relevo de investiduras resignadas del ello. Las primeras de estas
identificaciones se comportan como una instancia particular dentro del yo,
se contraponen a este como superyo. El super yo debe su posición dentro del
yo debido a dos identificaciones que se dieron en su constitución:
La identificación inicial ocurrida cuando el yo todavía era endeble.
Es el heredero del complejo de Edipo, con lo cual introdujo en el yo los
objetos mas grandiosos.
Y conservara a lo largo de la vida su carácter de origen: proveniente del
complejo paterno y su facultad de contraponerse al yo y dominarlo. Es el
recordatorio de la endeblez y dependencia en el que el yo se encontro en el
pasado (con los padres), el yo se somete entonces al imperativo categórico del
superyo.
Y que descienda de las primeras investiduras del ello hace que lo ponga en
relación con este, es por eso que mantiene afinidad con el ello y puede
representarlo frente al yo. Por ende esta mas distanciado de la conciencia
que el yo. Para poder explicar estos nexos lo mejor es volver sobre ciertos
hechos clínicos.
Reacción terapéutica negativa como exteriorizacion del sentimiento icc de
culpa (o necesidad de castigo)
Sentimiento cc de culpa vs sentimiento icc de culpa
Masoquismo Sadismo en relacion al super yo
Origen de la pulsión de muerte en el superyo
El superyo se engendro por una identificación con el arquetipo paterno, y
esta clase de identificación tiene el carácter de una desexualizacion (o aun
de una sublimación). Y parece ser que a raiz de esto también se produce una
desmezcla de pulsiones (no total), el componente erotico ya no tiene mas la
fuerza para ligar toda la destrucción aleada con el, y esta se libera como
inclinación de agresión y destrucción. De esta desmezcla el superyo extrae
todo el sesgo duro y cruel del imperioso deber ser. (en las neurosis obsesivas
la desmezcla es producto de una regresion consumada en el ello)
Hay dos caminos por los cuales el contenido del ello puede penetrar
en el yo: uno es el directo, el otro a traves del superyo. El yo se
desarrolla desde la percepción de las pulsiones hacia su inhibición,
y en esta operación participa el superyo, que es una formación
reactiva contra los procesos pulsionales del ello. El psicoanalisis
busca posibilitar al yo la conquista progresiva del ello. Este yo sufre
tres peligros: de parte del mundo exterior, de la libido del ello, y de
la severidad del superyo, y tres variedades de angustia corresponden
a cada uno de estos peligros (angustia como huida frente al peligro).
El yo quiere mediar entre el mundo y el ello, hacer que el ello
obedezca al mundo y a que el mundo haga justicia al deseo del ello.
El yo, mediante la sublimación y la identificación presta auxilio a
las pulsiones de muerte para dominar la libido, pero asi cae en el
peligro de devenir objeto de las pulsiones de muerte y sucumbir el
mismo ante ellas. Con lo cual debe llenarse con libido para poder
hacer esto, y por eso deviene representante del Eros y ahora quiere
vivir y ser amado. Y como este trabajo de sublimación tiene por
consecuencia una desmezcla de pulsiones (liberando las de muerte
en el super yo), la lucha contra la libido lo expone al peligro del
maltrato y la muerte.
Es en el yo en donde reside la angustia, la cual se desarrolla debido a
la amenaza que este encuentra frente a las tres clases de peligro. Retira
entonces su propia investidura de la percepción amenazadora, o del proceso
del ello amenazador, y emite aquella como angustia. Es decir, obedece a la
puesta en guardia del principio de placer.
El problema económico del masoquismo (1924)
Introducción
Decimos que el principio de placer gobierna los procesos anímicos, de
manera que su meta sea la evitación de displacer. Es asi que el masoquismo
(en donde el dolor y displacer son metas) es incomprensible a partir de este
principio. Y este masoquismo aparece como un gran peligro. Ahora bien,
¿corresponde llamar al principio de placer el guardian de nuestra vida? Para
responder esto primero hay que indagar la relacion del principio de placer
con las dos variedades de pulsiones.
Relación entre principios y pulsiones.
Primero establecimos el principio de Nirvana (principio de constancia,
tendencia a la estabilidad). En este el propósito es el de reducir a la nada las
sumas de excitación, o al menos mantenerlas en el mínimo grado posible.
Luego identificamos a este principio con el de displacer, pero si fuera así
todo displacer debería coincidir con una elevación de la tensión de estimulo y
el placer con su disminución. Si fuera asi estos dos principios estarían al
servicio de las pulsiones de muerte; cuya meta es conducir la inquietud de la
vida a la estabilidad de lo inorgánico, y tendría por función alertar contra
las exigencias de las pulsiones de vida (libido).
Sin embargo esto no es correcto ya que existen tensiones placenteras (por ej.
la excitación sexual) y distensiones displacenteras. Entonces placer y
displacer parecieran no depender del factor cuantitativo (tensión de
estimulo), sino de un factor cualitativo (un carácter de este estimulo), el cual
no podemos indicar.
Es así como llegamos a la siguiente conclusión: El principio de
Nirvana (subdito de la pulsión de muerte), fue modificado en el ser vivo por
la pulsión de vida (la libido) y por lo cual devino principio de placer, por lo
tanto, no son el mismo principio. De esta forma pulsión de vida y pulsión de
muerte se fusionaron a modo de regular juntas los procesos anímicos.
Decimos entonces que: el principio de Nirvana expresa la tendencia de
la pulsión de muerte (su meta es la rebaja cuantitativa de la carga de
estimulo); el principio de placer representa la exigencia de la libido (su meta
se refiere a un carácter cualitativo de la tensión de estimulo); y el principio
de realidad (su meta es la de una demora de la descarga de estimulo y una
admisión provisional de la tensión de displacer) es la modificación del
principio de placer mediante la influencia del mundo exterior. Estos tres
principios saben conciliarse entre si, y no se destituyen entre ellos.
Entonces, no puede renunciarse al principio de placer como el
guardián de la vida.
Masoquismo
El masoquismo lo podemos observar en tres figuras:
Masoquismo erógeno: se observa como una condición a la que se
sujeta la excitación sexual. Se refiere al placer de recibir dolor
(satisfacción pulsional por el dolor), y se encuentra en el fundamento
de las otras dos formas. Tiene bases biológicas y constitucionales, y se
puede comprender solo mediante especulaciones.
Masoquismo femenino: se observa como una expresión de la
naturaleza femenina. Es el mas accesible a la observación.
Masoquismo moral: se observa como una norma de la conducta en la
vida. Es la forma mas importante y es apreciada como una necesidad
de castigo (= sentimiento de culpa icc).
Masoquismo femenino
De esta clase de masoquismo en el varón, nos dan noticia las
fantasías de personas masoquistas que desembocan en el acto onanista o
figuran por si solas la satisfacción sexual. Así como también las
escenificaciones reales de los perversos que responden a esas fantasías.
El contenido manifiesto en ambos casos es el mismo: ser amordazado,
atado, golpeado dolorosamente, maltratado de cualquier modo, sometido,
ensuciado, denigrado. En conclusión, ponen a la persona en una situación
característica de la feminidad: significan ser castrado, ser poseído
sexualmente o parir. De aquí deriva su nombre.
La castración o el dejar ciego (un subrogado de ella), han impreso a menudo
en estas fantasías la condición de que a los genitales o los ojos no les pase
nada. A la vez en el contenido manifiesto encontramos un sentimiento de
culpa, es decir, la persona debe castigarse pues a infringido algo. La culpa
nos lleva asi al masoquismo moral. El masoquismo femenino se basa
enteramente en el masoquismo primario, erógeno, el placer de recibir dolor.
Antecedentes del masoquismo erógeno
En tres ensayos se estableció que la excitación sexual se genera como
efecto colateral cuando la intensidad de ciertos procesos internos rebasan un
limite cuantitativo, a la vez se dijo que en el organismo no ocurre nada de
cierta importancia que no ceda sus componentes a la excitación de la pulsión
sexual. Según esto, la excitación de dolor y displacentera tendrían esta
consecuencia. La coexcitacion libidinosa provocada por una tensión dolorosa
y displacentera seria un mecanismo infantil que se agotaria luego y se ira
desarrollando mediante las diferentes constituciones sexuales.
Proporcionaria la base fisiológica sobre la cual se erigiría después (como
superestructura psíquica) el masoquismo erógeno.
Masoquismo erogeno
Esta explicación es insuficiente ya que no nos da información sobre
los vínculos entre el masoquismo y el sadismo. Tendremos que retroceder
hasta el supuesto de las dos variedades de pulsiones, llegando a la siguiente
elucidación: en el ser vivo la libido se enfrenta con la pulsión de muerte cuyo
objetivo es llevar a cada uno de los organismos elementales a la estabilidad
inorgánica. La tarea de la libido es volver inocua esta pulsión. ¿Cómo lo
hace?
Una parte la desvía hacia los objetos del mundo exterior (hacia fuera),
es lo que llama pulsión de destrucción (o de apoderamiento). Un
sector de esta pulsión de destrucción es puesto al servicio de la
función sexual y es lo que llamamos sadismo.
Otro sector de la pulsión de muerte permanece en el interior del
organismo y es ligado libidinosamente con ayuda de la coexcitacion
sexual antes mencionada, en este sector discernimos el masoquismo
erógeno originario.
La pulsión de muerte es domada por la libido a través de una mezcla y
combinación de proporciones variables entre las dos clases de pulsión. Es
decir, no hay pulsión de muerte y vida puras. No sabemos que proporción de
las pulsiones de muerte se sustraen de este domeñamiento.
En conclusión, luego de que la parte principal de la pulsión de muerte
fusionada con la libido se traslada hacia fuera (sadismo), en el interior
permanece como su residuo, el genuino masoquismo erógeno, que por una
parte ha devenido componente de la libido y por la otra sigue teniendo como
objeto al propio ser. Entonces, decimos que este masoquismo es la muestra
de cuando se fusionaron las dos pulsiones. Es el masoquismo primario.
Hablamos de masoquismo secundario cuando el sadismo proyectado hacia
fuera es introyectado hacia adentro, regresando a su situación anterior y se
añade al originario (primario o erogeno).
El masoquismo erógeno acompaña a la libido en sus fases de
desarrollo.
Fase oral = angustia de ser devorado por el padre.
Fase sádico – anal = deseo de ser golpeado por el padre.
Fase fálica = la castración que interviene en las fantasias
masoquistas.
Organización genital definitiva = ser poseído sexualmente y parir.
Masoquismo moral
Este masoquismo ha aflojado su vinculo con la sexualidad a la vez ya
no es condición que deba partir de la persona amada. Lo que importa es el
padecer, infligido por lo que sea o quien sea.
La forma extrema de este masoquismo se presenta en el tratamiento
analítico. Es lo que llamamos sentimiento inconciente de culpa (necesidad
de castigo) y que se presenta en el paciente frente a la influencia de la cura.
Y reconocemos a estas personas mediante la reacción terapéutica negativa,
que es una de las resistencias mas graves y el mayor peligro para el éxito del
tratamiento. La satisfacción de esta necesidad de castigo es quizás el rubro
más fuerte de la ganancia de la enfermedad y lo que mas contribuye a la
resultante de las fuerzas que van contra la curacion y no quiere resignar la
condicion de enfermo. Es decir, lo que que le interesa a esta tendencia
masoquista es retener cierto grado de padecimiento.
No es facil que un paciente nos crea al señalarle este sentimiento icc
de culpa (necesidad de castigo).
Entonces, el yo reacciona con sentimiento de culpa cuando no esta a la
altura de los reclamos su ideal, su superyo. El superyo es el representante
tanto del ello como del mundo exterior.
Psicología de las masas y análisis del Yo – Cap 7
Identificación la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva
con otra persona. Desempeña un papel importante en la prehistoria del
complejo de Edipo. El niño toma al padre como su ideal.
Posteriormente a esta identificación con el padre, el varón emprende una
investidura de objeto de la madre . Se producen entonces dos lazos
distintos:
Por un lado, una investidura sexual de objeto con la madre.
Por otro lado, una identificación con el padre al que toma por modelo.
Estos dos lazos confluyen formando el complejo de Edipo. El niño ve al
padre como un estorbo junto a la madre, su identificación se vuelve hostil y
quiere sustituirlo.
Esto muestra la ambivalencia de la identificación, puede darse vuelta
hacia la expresión de ternura o hacia el deseo de eliminación (retoño de la
fase oral, incorporación del objeto anhelado y aniquilación como tal)
Identificación ≠ Elección de objeto en el primer caso, el padre es lo
que uno querría ser, en el segundo, lo que uno querría tener. La diferencia
depende de que la ligazón recaiga en el sujeto o el objeto del yo. Por lo tanto,
la primera ligazón es posible antes de toda elección sexual se objeto. La
identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro, tomado
como “modelo”.
La organización genital infantil
Conferencia Nº33
La Feminidad
Los dos sexos parecen recorrer de igual modo las primeras fases de
desarrollo libidinal. Se diferencian en el ingreso a la fase fálica.
Para la niña, hay una equivalencia del clítoris con el pene, sostenida en
que ambos aportan una satisfacción de la misma índole. La vagina es algo
no descubierto para ambos sexos.
Entonces, en la fase fálica, el clítoris es la zona erógena rectora en la niña.
Con la vuelta hacia la feminidad, el clítoris debe ceder ese lugar a la
vagina (el varón continúa con la misma zona erógena en su madurez
sexual).
El primer objeto de amor, tanto en el varón como en la niña, es la madre
(primeras investiduras de objeto por apuntalamiento). En la situación
edípica, el padre deviene objeto de amor para la niña, mientras el varón
conserva el mismo objeto. Por lo tanto, la niña debe trocar zona erógena
y objeto, mientras el varon retiene ambos.
¿Cómo pasa la niña de la madre a la ligazón con el padre (de fase masculina
a fase femenina)?
Existencia de una ligazónmadre preedípica. Los vínculos libidinosos de
la niña con la madre son muy diversos, atraviesan las tres fases de la
sexualidad infantil, cobrando los caracteres de cada una de ellas. La madre
se toma como arquetipo y el padre es visto como un rival.
¿Por qué y como acabada esta ligazón?
Esta ligazón acaba en odio. El factor específico para este desenlace es el
complejo de castración. La diferencia anatómica entre los sexos no puede
menos que imprimirse en consecuencias psíquicas. La muchacha hace
responsable a la madre de su falta de pene, y no le perdona ese perjuicio.
Por lo tanto, también atribuimos a la mujer un complejo de castración.
La niña, ante la observación del genital masculino, se siente perjudicada, y
cae presa de la envidia del pene. Se aferra por largo tiempo al deseo de
llegar a tener algo así.
El descubrimiento de la castración es un punto de viraje en el desarrollo de
la niña. De ahí parten tres orientaciones del desarrollo: una lleva a la
inhibición sexual, otra al complejo de masculinidad y la tercera a la
feminidad normal.
Inhibición sexual La niña, que hasta ese momento sabía procurarse
placer por la exitación de su clítoris, renuncia a esta satisfacción
masturbatoria, desestima su amor por la madre y reprime parte de sus
propias aspiraciones sexuales. Considera su castración como una
desventura personal, sólo de a poco la extiende a otras personas de sexo
femenino. Su amor se había dirigido a la madre fálica, con el
descubrimiento de que la madre es castrada se vuelve posible abandonarla
como objeto de amor, y resulta desvalorizada para la niña.
Sexualidad normal con la renuncia a la masturbación, se renuncia a
una porción de actividad. La vuelta hacia el padre se consuma con la ayuda
de mociones pasivas. El deseo con el que la niña se vuelve al padre es el
deseo del pene que la madre le ha denegado, y ahora espera del padre. Sin
embargo, la situación femenina sólo se establece cuando el deseo del pene se
sustituye por el deseo del hijo (hijo=falo). Con la transferencia del deseo
hijopene al padre, la niña ha ingresado en el complejo de Edipo.
El complejo de Edipo en el varón, se desarrolla a partir de la sexualidad
fálica. La amenaza de castración hace que el complejo de Edipo sea
sepultado, y se instaura el superyó como su heredero. Entonces, existe una
asimetría entre los dos sexos. En el caso de la niña, el complejo de
castración prepara al complejo de Edipo en vez de destruírlo. En el niño, la
angustia de castración hace que el Edipo se supere. (castraciónedipo/edipo
castración).
Complejo de masculinidad la niña se rehúsa a reconocer la falta de
pene, y mantiene su quehacer clitorídeo, buscando una identificación con la
madre fálica o con el padre. Hay una proporción mayor de actividad,
como la característica en el macho. No existe la oleada de pasividad que
inaugura el giro hacia la feminidad. Lo más extremo de este complejo sería
una homosexualidad manifiesta.
Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre
los sexos
En la situación del complejo de Edipo, el niño retiene el mismo objeto al que
ya en el período precedente (lactanciacrianza), había investido con su líbido
todavía no genital. La postura edípica del varón pertenece entonces a la
fase fálica, y finaliza por la angustia de castración, o sea, por el interés
narcisista en sus genitales.
Con respecto a la prehistoria del complejo de Edipo, sabemos que hay en ella
una identificación de naturaleza tierna con el padre, de la que todavía
esta ausente el sentido de la rivalidad hacia la madre. Otro elemento de
esta prehistoria es el onanismo de la primera infancia, cuya sofoación
por parte de las personas encargadas de su crianza, activa el complejo de
castración.
El Edipo en la niña esconde otro problema. Incialmente la madre fue para
ambos el primer objeto. El varón lo retiene, y la niña lo resigna y toma a
cambio al padre como objeto. ¿Cómo sucede? Ella nota el pene del niño y lo
discierne como el correspondiente de su clítoris, a partir de ahí cae víctima
de la envidia del pene. En oposición, el varón se muestra poco interesado
por la región genital de la niña, pero más tarde, bajo el influjo de la
amenaza de castración, aquella observación se volverá significativa.
La niña afloja los vínculos tiernos con el objetomadre, responsabilizándola
por la falta del pene. Sobreviene también en ella una contracorriente
opuesta al onanismo, independiente del influjo pedagógico de las personas
encargadas de la crianza. Esto es un preanuncio de aquella oleada
represiva que en la época de la pubertad eliminará una gran parte de la
sexualidad masculina para dar paso a la feminidad.
Hasta ese momento no había complejo de Edipo, pero ahora la líbido de la
niña se desliza (a través de la ecuación hijo=pene) a una nueva posición.
Resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo, y con
éste propósito toma al padre como objeto de amor. La madre pasa a ser
objeto de los celos.
Entonces, en la niña, el complejo de Edipo es una formación secundaria.
Las repercusiones del complejo de castración le preceden, y lo preparan. En
cuanto al nexo entre complejo de Edipo y complejo de castración, se
establece una oposición fundamental entre los dos sexos. Mientras que el
complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo
de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este
último. Esta contradicción se esclarece si se reflexiona en que el complejo
de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido:
inhibidores y limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad.
La diferencia entre varón y mujer en cuanto a esa pieza de desarrollo sexual
es una comprensible consecuencia de la diversidad anatómica de los
genitales y de la situación psíquica enlazada con ella, corresponde al
distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración
(disimetría del falo).
En el varón, su investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en
parte sublimadas; sus objetos son incoporados al yo, en donde forman el
núcleo del superyó y prestan a esta neorformación sus propiedades
características. El supeyó deviene el heredero del complejo de Edipo.
En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La
castración ya ha producido antes su efecto, y consistió en esforzar a la niña a
la situación del complejo de Edipo. El superyo nunca devien tan implacable,
impersonal e independiente de sus orígenes afectivos como lo exigimos en el
caso del varón (el superyo de la mujer es más débil).
Esquema de Psicoanálisis. Puntos 7 y 8
La experiencia analítica demuestra que las vivencias de los primeros años
del niño poseen un significado inigualable para su vida posterior. Presenta
un interés particular que exista algo que sea lícito designar la vivencia
central de este periodo de la infancia.
Complejo de Edipo situación por la que todos los niños están destinados a
pasar, deriva de manera necesaria del factor de la crianza prolongada y de
la convivencia con los progenitores.
Para dividir lo masculino y lo femenino en la vida anímica, nos sirve una
ecuación convencional y empírica: masculino=fuerte y activo,
femenino=débil y pasivo.
El primero objeto erótico del niño es el pecho materno, el amor se engendra
apuntalado en la necesidad de nutrición satisfecha. Al comienzo, el pecho no
se distingue del cuerpo propio, cuando tiene que ser divorciado del cuerpo y
trasladado hacia fuera, toma consigo una parte de la investidura libidinal
originariamente narcisista. Este primer objeto se completa luego en la
persona de la madre. En el cuidado del cuerpo, ella deviene la primera
seductora del niño.
Cuando el varón entra en la fase fálica de su desarrollo libidinal, ha recibido
sensaciones placenteras de su miembro sexual y ha aprendido a
procurárselas a voluntad mediante la estimulación manual, deviene el
amante de la madre. Busca sustituir junto a ella al padre, quien hasta
entonces ha sido su envidiado arquetipo.
La madre comprende que la exitación sexual del varón se dirige a su propia
persona, por lo que le prohibe el quehacer manual bajo la amenaza de
castración por parte del padre. Si a raíz de esta amenaza el hombre puede
observar unos genitales femeninos, cree en la seriedad de lo que ha oido y
viviencia, al caer bajo el influjo del complejo de castración, el trauma más
intenso de su joven vida.
Para salvar su miembro sexual, renuncia de manera más o menos completa
a la posesión de la madre. A consecuencia de la amenaza resigna la
masturbación, pero no la actividad fantaseadora que la acompaña. Retoños
de éstas fantasías onanistas teempranas suelen procurarse el ingreso a su
yo posterior y consiguen formar parte de la formación de su carácter. La
vivencia íntegra del Edipo cae bajo la represión, y todas las mociones de
sentimiento y reacciones activadas en ese tiempo se conservan en el icc,
prontas a perturbar el posterior desarrollo yoico tras la pubertad.
La niña, en cambio, reacciona frente a la falta de pene (envidia del pene).
Abandona de pronto la masturbación, porque no quiere acordarse de la
superioridad del varón, y se extraña por completo de la sexualidad.
Se produce un desasimiento de la madre amada, a la que no puede perdonar
que la haya echado al mundo tan defectuosamente dotada. Se sustituye a la
madre como objeto de amor, cambiándola por el padre. Hay una
identificación desde dentro con la madre, la hija se pone en su lugar y quiere
sustituirla. Su nueva relación con el padre tiene al principio por contenido
disponer de su pene, pero culmina en otro deseo: recibir el regalo de un hijo
de él. Así, el deseo del hijo ha reemplazado al deseo del pene.
Entonces: varón edipo castración / mujer castración edipo = Asimetría
Edípica
El sepultamiento del complejo de Edipo
Complejo de Edipo fenómeno central del período sexual de la primera
infancia, sucumbre a la represión y es seguido por el período de latencia.
El desarrollo sexual del niño progresa hasta una fase en que los genitales ya
han tomado sobre si el papel rector. Pero estos genitales son solamente los
masculinos, porque los femeninos siguen sin ser descubiertos. Esta fase
fálica no prosigue su desarrollo hasta la organización genital definitiva, sino
que se hunde y es relevada por el periodo de latencia.
¿Cómo sucede esto?
Varón ha volcado interés en sus genitales, y lo demuestra con su vasta
ocupación manual. Los adultos están en desacuerdo con ese obrar, y
sobreviene la amenaza de castración sobre esa parte tan estimada por él.
La tesis es que la organización genital fálica en el niño se va a pique
a raíz de esta amenaza de castración. Al principio, el varón no presta
atención a esta amenaza, y lo que quiebra su incredulidad es la observación
de los genitales femeninos. Con ello se vuelve representable la pérdida de
su propio pene, y la amenaza de castración obtiene su efecto con
posterioridad.
El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una
activa y una pasiva. Pudo situarse de manera masculina en el lugar del
padre y, como él, mantener comercio con la madre, raíz de lo cual el padre
fue sentido como un obstáculo; o bien quiso sustituir a la madre y hacerse
amar por el padre, con lo cual la madre quedó sobrando. La posibilidad de
castración puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del
complejo de Edipo. En efecto, ambas conllevaban la pérdida del pene;
una, la masculina, en calidad de castigo, y la otra, la femenina, como
premisa.
Entonces, hay un conflicto entre el interés narcisista por el pene y la
investidura libidinosa de los objetos parentales. Por lo general triunfa la
primera, y el niño se extraña del complejo de Edipo.
Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación.
La autoridad del padre es introyectada al yo, forma ahí el núcleo del
superyo, que toma prestada del padre su severidad y perpetúa la
prohibición del incesto. Las aspiraciones libidinosas pertenecientes al
complejo de Edipo son desexulizadas y sublimadas. Con este proceso se
inicia el período de latencia.
Niña la niña no comprende su falta actual como un carácter sexual, sino
que lo explica mediante el supuseto de que alguna vez poseyó un miembro
igualmente grande, y después lo perdió por castración. La niña acepta la
castración como un hecho consumado, mientras que el varon tiene
miedo a la posibilidad de su consumación.
Excluída la angustia de castración, está ausente también un poderoso
motivo para instituir el superyó. En la niña estas alteraciones parecen ser
resultado de la educación y del amedrenamiento externo, que amenaza con
la pérdida del ser amado.
La niña entonces se desliza (por ecuación simbólica) del pene al hijo, su
complejo de Edipo culmina en el deseo, alimentado por mucho tiempo, de
recibir por regalo un hijo del padre. El complejo de Edipo es abandonado
poco a poco, pero el deseo de poseer un pene y recibir un hijo permanecen en
lo icc, donde se conservan con fuerte investidura y contribuyen a preparar al
ser femenino para su posterior papel sexual
Pegan a un niño
Es en el período de la infancia, que abarca desde los dos a los cuatro o cinco
años cuando por primera vez los factores libidinosos congénitos son
despertados por las vivencias ligadas a ciertos complejos. Las fantasías de
paliza sólo aparecen hacia el fin de ese período o después de él. Tienen una
historia evolutiva, en cuyo transcurso su maor parte cambia más de una vez
su vínculo con la persona fantaseadora, su objeto, contenido y
significado.
Primera fase de la fantasía “El padre pega al niño (que yo odio)”. El
niño azotado, en efecto, nunca es el fantaseador, lo regular es que sea otro
niño, casi siempre un hermanito. La fantasía no es masoquista, es sádica,
ya que el niño fantaseador nunca es el que pega, sino que lo hace un adulto
indeterminado que luego se vuelve reconocible de manera clara y unívoca
como el padre.
¿Qué significa?
En esta fase, la niña esta fijada con ternura al padre y tiene una actitud de
odio y competencia hacia la madre. Esta es una fantasía que satisface los
celos del niño, es una representación agradable que el padre azote al niño
odiado. “el padre no ama a ese otro niño, me ama solo a mi”. Es dudoso que
esta fantasía pueda ser calificada de puramente sexual o sádica, pero es el
material desde el cual ambas cosas están destinadas a nacer después.
Segunda fase de la fantasía “Yo soy azotado por el padre”. La persona
que pega es la misma, pero el niño azotado ha devenido otro, por lo regular
es el niño fantaseador mismo. La fantasía se ha teñido de placer en alto
grado y se vuelve masoquista. Esta segunda fase es de todas, la más
importante; puede decirse que nunca ha tenido una existencia real. Se trata
de una construcción del análisis, nunca llega a devenir conciente.
¿Qué significa?
Se alcanza el estadio de la organización genital. Los enamoramientos
incestuosos sucumben a la represión, estos vínculos están destinados a
sepultarse por tratarse de una elección incestuosa de objeto. Con este
proceso represivo, aparece una conciencia de culpa, anudada a los deseos
incestuosos y justificada por su perduración en lo icc.
La fantasía de la época de amor incestuoso era “el padre me ama solo a
mi, y no al otro niño porque le pega”. La conciencia de culpa invierte
este triunfo como castigo “no te ama a ti pues te pega”. Entonces, el ser
azotado por el padre se convierte en la expresión directa de la conciencia de
culpa ante la que sucumbe el amor por el padre. La conciencia de culpa es
uno de los factores que hace que la fantasía sádica devenga masoquista.
También se produce una regresión a la fase sádicoanal y toda subrogación
psíquica del amor incestuoso deviene icc. “El padre me ama” se entendía en
el sentido genital, por medio de la regresión se muda en “el padre me azota”.
Entonces hay una conjunción entre conciencia de culpa y erotismo.
La fantasía no es sólo el castigo por la referencia genital prohibida, sino su
sustituto regresivo, y a partir de esa fuente recibe la excitación libidinosa
que desde ese momento se le adherira y hallará descarga en actos onanistas.
Tercera fase de la fantasía “Los niños son azotados”. La persona que
pega nunca es la del padre, o bien queda indeterminada. La persona propia
del niño fantaseador no sale a la luz en la fantasía de la paliza
<<probablemente yo estoy mirando>>. En lugar del niño azotado, casi
siempre están presentes ahora muchos niños (en la fantasía de las niñas).
La fantasía ahora es portadora de una excitación intensa, inequívocamente
sexual, y como tal procura la satisfacción onanista.
¿Qué significa?
Esta fantasía parece haber vuelto al sadismo. Produce la impresión como
si en la frase “el padre pega al otro niño, solo me ama a mi”, el acento
se hubiese retirado sobre la primera parte después de que la segunda
sucumbió a la represión. Sin embargo, sólo la forma de esta fantasía es
sádica, la satisfacción que se gana con ella es masoquista. Se ha tomado
sobre si la investidura libidinosa de la parte reprimida y, con esta, la
conciencia de culpa que adhiere al contenido. En efecto, los muchos niños
indeterminados a quienes el maestro azota son sustituciones de la persona
propia.
El complejo de Edipo es el verdadero nódulo de la neurosis; y la sexualidad
infantil que en él culmina, la verdadera condición de la misma, y afirmamos
que los residuos subsistentes de él en lo inconsciente representan la
disposición a una adquisición ulterior por el adulto de la enfermedad
neurótica. La fantasía de flagelación y otras fijaciones perversas
análogas serían entonces residuos del complejo de Edipo, cicatrices
dejadas por el curso del proceso.
Inhibición, síntoma y angustia
Idea central: inversión de la fórmula: ahora es la angustia la que
crea la represión.
Capítulo IV
Pequeño Hans:
Se rehúsa a andar por la calle porque tiene angustia ante el caballo.
No es una angustia indeterminada frente al caballo, sino de una
determinada expectativa angustiada: el caballo lo morderá.
Se encuentra en la actitud edípica de celos y hostilidad hacia su
padre, a quien a la vez ama de todo corazón toda vez que no está
involucrada la madre como causa de conflicto (ambivalencia). Su
fobia tiene que ser un intento por solucionar ese conflicto.
El motor de la represión es la angustia frente a la castración; el
contenido angustiante “ser mordido por el caballo” son sustitutos
desfigurados de “ser castrado por el padre”. Este último contenido fue
el que experimentó la represión.
Capítulo VII
Zoofobias el yo debe proceder aquí contra una investidura libidinosa de
objeto del ello (Edipo), porque ha comprendido que ceder a ella aparejaría el
peligro de la castración. Tanto la moción erótica hacia la madre como la
agresiva (pulsión de destrucción) hacia el padre pueden ser reprimidas. El
yo se defiende de las exigencias de la líbido, no de otras pulsiones. Pero al
no haber mociones pulsionales puras (mezcla de pulsión de vida y pulsión de
muerte), la investidura sádica de objeto (padre) es también libidinosa.
Tan pronto como discierne el peligro de castración, el yo da la señal de
angustia e inhibe el proceso de investidura amenazador en el ello, por medio
de la instancia placerdisplacer. La angustia de castración recibe otro objeto
y una expresión desfigurada: en el caso de Hans, ser mordido por el caballo
en vez de ser castrado por el padre. La formación sustitutiva tiene dos
ventajas: la primera es que esquiva un conflicto de ambivalencia, pues el
padre es simultáneamente un objeto amado; y la segunda, que permite al yo
suspender el desarrollo de angustia. En efecto, la angustia de la fobia solo
emerge cuando se percibe su objeto. [Se sustituye entonces un peligro
pulsional interior por un peligro de percepción exterior, por lo que puede
protegerse del peligro mediante la huida y la evitación de percibirlo,
mientras que la huída no vale frente al peligro interior]. La exigencia
pulsional no es un peligro en si misma, lo es solo porque conlleva un
auténtico peligro exterior, el de la castración. Por lo tanto, en la fobia, en el
fondo sólo se ha sustituido un peligro exterior por otro.
Neurosis Obsesiva el motor de toda la posterior formación de síntoma es
aquí, evidentemente, la angustia del yo frente a su superyó. La hostilidad
del superyó es la situación de peligro de la cual el yo se ve precisado a
sustraerse. Si nos preguntamos por lo que el yo teme del superyó, se impone
la concepción de que el castigo de este es un eco del castigo de castración.
Los síntomas son creados para evitar la situación de peligro que es señalada
mediante el desarrollo de angustia.
El yo se pone sobre aviso de la castración a través de pérdidas de objeto
repetidas con regularidad (pecho materno, heces). Se tiene entonces una
nueva concepción de angustia. Si hasta ahora la considerábamos una señal
afecto de peligro, nos parece que se trata tan a menudo del peligro de la
castración como de la reacción frente a una pérdida, una separación.
La primera vivencia de angustia, al menos del ser humano, es la del
nacimiento, y este objetivamente significa la separación de la madre, podría
compararse a una castración de la madre (ecuación hijopene). Sería muy
satisfactorio que la angustia se repitiera como símbolo de una separación a
raíz de cada serparación posterior, pero no es así, ya que el nacimiento no es
vivenciado subjetivamente como una separación de la madre, pues esta es
ignorada como objeto por el feto enteramente narcisista.
Capítulo VIII
El análisis del estado de angustia nos permite distinguir entonces: 1) un
carácter displacentero específico; 2) acciones de descarga, y 3) percepciones
de estas.
Ya los puntos 2 y 3 nos proporcionan una diferencia respecto de los estados
semejantes, como el duelo y el dolor. Las exteriorizaciones motrices no
forman parte de esos estados; cuando se presentan, se separan de manera
nítida, no como componentes de la totalidad, sino como consecuencias o
reacciones frente a ella. Por tanto, la angustia es un estado displacentero
particular con acciones de descarga que siguen determinadas vías. {Bahn}.
De acuerdo con nuestras opiniones generales, tenderíamos a creer que en la
base de la angustia hay un incremento de la excitación, incremento que por
una parte da lugar al carácter displacentero y por la otra es aligerado
mediante las descargas mencionadas.
Estamos tentados de suponer que es un factor histórico el que liga con
firmeza entre sí las sensaciones e inervaciones de la angustia. Con otras
palabras: que el estado de angustia es la reproducción de una vivencia que
reunió las condiciones para un incremento del estímulo como el señalado y
para la descarga por determinadas vías, a raíz de lo cual, también, el
displacer de la angustia recibió su carácter específico. En el caso de los seres
humanos, el nacimiento nos ofrece una vivencia arquetípica de tal índole, y
por eso nos inclinamos a ver en el estado de angustia una
reproducción del trauma del nacimiento.
¿Cuál es su función, y en qué oportunidades es reproducida? La respuesta
parece evidente y de fuerza probatoria. La angustia se generó como reacción
frente a un estado de peligro; en lo sucesivo se la reproducirá regularmente
cuando un estado semejante vuelva a presentarse.
Se separan dos posibilidades de emergencia de la angustia: una, desacorde
con el fin, en una situación nueva de peligro; la otra, acorde con el fin, para
señalarlo y prevenirlo.
Sólo pocos casos de la exteriorización infantil de angustia nos resultan
comprensibles; detengámonos en ellos. Se producen: cuando el niño está
solo, cuando está en la oscuridad y cuando halla a una persona ajena en
lugar de la que le es familiar (la madre). Estos tres casos se reducen a una
única condición, a saber, que se echa de menos a la persona amada (añorada
La angustia se presenta como una reacción frente a la ausencia del objeto;
en este punto se nos imponen unas analogías: en efecto, también la angustia
de castración tiene por contenido la separación respecto de un objeto
estimado en grado sumo, y la angustia más originaria (la «angustia
primordial» del nacimiento) se engendró a partir de la separación de la
madre.
Cuando el niño añora la percepción de la madre, es sólo porque ya sabe, por
experiencia, que ella satisface sus necesidades sin dilación. Entonces, la
situación que valora como «peligro» y de la cual quiere resguardarse es la de
la insatisfacción, el aumento de la tensión de necesidad, frente al
cual es impotente. Opino que desde este punto de vista todo se pone en
orden; la situación de la insatisfacción, en que las magnitudes de estímulo
alcanzan un nivel displacentero sin que se las domine por empleo psíquico y
descarga, tiene que establecer para el lactante la analogía con la vivencia
del nacimiento, la repetición de la situación de peligro; lo común a ambas es
la perturbación económica por el incremento de las magnitudes de estímulo
en espera de tramitación; este factor constituye, pues, el núcleo genuino del
«peligro
Con la experiencia de que un objeto exterior, aprehensible por vía de
percepción, puede poner término a la situación peligrosa que recuerda al
nacimiento, el contenido del peligro se desplaza de la situación
económica a su condición, la pérdida del objeto. La ausencia de la
madre deviene ahora el peligro; el lactante da la señal de angustia tan
pronto como se produce, aun antes que sobrevenga la situación
económica temida. Esta mudanza significa un primer gran progreso en el
logro de la autoconservación; simultáneamente encierra el pasaje de la
neoproducción involuntaria y automática de la angustia a su
reproducción deliberada como señal del peligro.
Reconocemos entonces dos situaciones de emergencia de angustia: una
inadecuada en una situación nueva de peligro (automática o traumática) y
otra acorde a un fin, para señalar y prevenir el peligro (angustia señal).
Ambas formas de la angustia demuestra ser producto del desvalimiento
psíquico del lactante, que es el obvio correspondiente de su
desvalimiento biológico.
La pérdida del objeto como condición de la angustia persiste por todo un
tramo. También la siguiente mudanza de la angustia, la angustia de
castración que sobreviene en la fase fálica, es una angustia de separación y
está ligada a idéntica condición. El peligro es aquí la separación de los
genitales. La privación de ese miembro equivale a una nueva
separación de la madre; vale decir: implica quedar expuesto de nuevo, sin
valimiento alguno, a una tensión displacentera de la necesidad (como
sucedió a raíz del nacimiento).
Hemos perseguido su mudanza desde la pérdida del objetomadre hasta la
castración y vemos el paso siguiente causado por el poder del superyó. Al
despersonalizarse la instancia parental, de la cual se temía la castración, el
peligro se vuelve más indeterminado. La angustia de castración se
desarrolla como angustia de la conciencia moral, como angustia social.
Ahora ya no es tan fácil indicar qué teme la angustia. La fórmula
«separación, exclusión de la horda» sólo recubre aquel sector posterior.
Expresado en términos generales: es la ira, el castigo del superyó, la pérdida
de amor de parte de él, aquello que el yo valora como peligro y a lo cual
responde con la señal de angustia..
Otra tesis que he formulado en algún momento pide ser revisada ahora a la
luz de nuestra nueva concepción. Es la aseveración de que el yo es el
genuino almácigo de la angustia; la angustia es un estado afectivo que,
desde luego, sólo puede ser registrado por el yo. El ello no puede tener
angustia como el yo: no es una organización, no puede apreciar situaciones
de peligro. En cambio, es frecuentísimo que en el ello se preparen o se
consumen procesos que den al yo ocasión para desarrollar angustia;
de hecho, las represiones probablemente más tempranas, así como la
mayoría de las posteriores, son motivadas por esa angustia del yo frente a
procesos singulares sobrevenidos en el ello. Aquí distinguimos de nuevo, con
buen fundamento, entre dos casos: que en el ello suceda algo que active
una de las situaciones de peligro para el yo y lo mueva a dar la
señal de angustia a fin de inhibirlo, o que en el ello se produzca la
situación análoga al trauma del nacimiento, en que la reacción de
angustia sobreviene de manera automática. Ambos casos pueden
aproximarse sí se pone de relieve que el segundo corresponde a la situación
de peligro primera y originaria, en tanto que el primero obedece a una de las
condiciones de angustia que derivan después de aquella. La angustia señal
caracteriza a las psiconeurosis y la reacción automática de angustia a las
neurosis actuales.
Cuando exponíamos el desarrollo de las diferentes situaciones de peligro a
partir del arquetipo originario del nacimiento, lejos estábamos de afirmar
que cada condición posterior de angustia destituyera simplemente a la
anterior. Los progresos del desarrollo yoico, es cierto, contribuyen a
desvalorizar y empujar a un lado la anterior situación de peligro, de suerte
que puede decirse que una determinada edad del desarrollo recibe, como si
fuera la adecuada, cierta condición de angustia. El peligro del
desvalimiento psíquico se adecua al período de la inmadurez del yo,
así como el peligro de la pérdida de objeto a la falta de autonomía
de los primeros años de la niñez, el peligro de castración a la fase
fálica, y la angustia frente al superyó al período de latencia.
Es posible que existan también vínculos más estrechos entre la situación de
peligro operante y la forma de la neurosis que subsigue. Puesto que
sabemos con certeza que la histeria tiene mayor afinidad con la feminidad,
así como la neurosis obsesiva con la masculinidad, ello nos sugiere la
conjetura de que la pérdida de amor como condición de angustia
desempeña en la histeria un papel semejante a la amenaza de
castración en las fobias, y a la angustia frente al superyó en la
neurosis obsesiva.
Addenda Punto B
En el peligro realista desarrollamos dos reacciones: la afectiva, el estallido
de angustia, y la acción protectora. Previsiblemente lo mismo ocurrirá con el
peligro pulsional.
Avanzaremos otro paso no contentándonos tampoco con la reconducción de
la angustia al peligro. ¿Cuál es el núcleo, la significatividad, de la
situación de peligro? Evidentemente, la apreciación de nuestras fuerzas
en comparación con su magnitud, la admisión de nuestro desvalimiento
frente a él, desvalimiento material en el caso del peligro realista, y
psíquico en el del peligro pulsional. En esto, nuestro juicio es guiado por
experiencias efectivamente hechas; que su estimación sea errónea es
indiferente para el resultado. Llamemos traumática a una situación de
desvalimiento vivenciada; tenemos entonces buenas razones para
diferenciar la situación traumática de la situación de peligro.
Ahora bien, constituye un importante progreso en nuestra autopreservación
no aguardar a que sobrevenga una de esas situaciones traumáticas de
desvalimiento, sino preverla, estar esperándola. Llámese situación de
peligro a aquella en que se contiene la condición de esa expectativa;
en ella se da la señal de angustia. Esto quiere decir: yo tengo la
expectativa de que se produzca una situación de desvalimiento, o la
situación, presente me recuerda a una de las vivencias traumáticas que
antes experimenté. Por eso anticipo ese trauma, quiero comportarme como
si ya estuviera ahí, mientras es todavía tiempo de extrañarse de él. La
angustia es entonces, por una parte, expectativa del trauma, y por
la otra, una repetición amenguada de él.
De acuerdo con el desarrollo de la serie angustiapeligrodesvalimiento
(trauma), podemos resumir: La situación de peligro es la situación de
desvalimiento discernida, recordada, esperada. La angustia es la
reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, que más
tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de
peligro. El yo, que ha vivenciado pasivamente el trauma, repite
ahora de manera activa una reproducción moderada de este, con la
esperanza de poder guiar de manera autónoma su decurso.
Hasta ahora no hemos tenido ocasión ninguna de considerar a la angustia
realista de otro modo que a la neurótica. Conocemos la diferencia; el
peligro realista amenaza desde un objeto externo, el neurótico
desde una exigencia pulsional. En la medida en que esta exigencia
pulsional es algo real, puede reconocerse también a la angustia neurótica un
fundamento real. Hemos comprendido que la apariencia de un vínculo
particularmente íntimo entre angustia y neurosis se reconduce al hecho de
que el yo se defiende, con auxilio de la reacción de angustia, del
peligro pulsional del mismo modo que del peligro realista externo,
pero esta orientación de la actividad defensiva desemboca en la
neurosis a consecuencia de una imperfección del aparato anímico.
Addenda Punto C
Conferencia 32: Angustia y vida pulsional
Señoras y señores: Esa descomposición de la personalidad anímica en un
superyó, un yo y un ello, que les expuse en la conferencia anterior, nos obligó
a adoptar también otra orientación en el problema de la angustia. Con la
tesis de que el yo es el único almácigo de la angustia, sólo él puede
producirla y sentirla, nos hemos situado en una nueva y sólida posición
desde la cual muchas constelaciones cobran un aspecto diferente. Y de hecho
no sabríamos qué sentido tendría hablar de una «angustia del ello» o
adscribir al superyó la facultad del estado de angustia. En cambio, hemos
saludado como una deseada correspondencia el hecho de que las tres
principales variedades de angustia .la realista, la neurótica y la de
la conciencia moral puedan ser referidas tan espontáneamente a
los tres vasallajes del yo: respecto del mundo exterior, del ello y del
superyó. Con esta nueva concepción ha pasado también al primer plano la
función de la angustia como señal para indicar una situación de peligro.
En efecto, hemos indagado recientemente el modo en que se genera la
angustia en ciertas fobias que incluimos en la histeria de angustia, y
escogimos casos en que se trataba de la represión típica de las mociones de
deseo provenientes del complejo de Edipo. De acuerdo con nuestra
expectativa, habríamos debido hallar que es la investidura libidinosa del
objetomadre la que se muda en angustia a consecuencia de la represión y
entonces, en la expresión sintomática, se presenta como anudada al sustituto
del padre. El resultado fue lo contrario de nuestra expectativa. No es la
represión la que crea a la angustia, sino que la angustia está
primero ahí, ¡es la angustia la que crea a la represión. Pero, ¿qué
clase de angustia será? Sólo la angustia frente a un peligro exterior
amenazante, vale decir, una angustia realista. Es cierto que el varoncito
siente angustia ante una exigencia de su libido, en este caso ante el amor a
su madre; por tanto, es efectivamente un caso de angustia neurótica. Pero
ese enamoramiento le aparece como un peligro interno, del que debe
sustraerse mediante la renuncia a ese objeto, sólo porque convoca
una situación de peligro externo. Y en todos los casos que indagamos
obtuvimos idéntico resultado. Confesémoslo llanamente: no esperábamos
que el peligro pulsional interno resultara ser una condición y
preparación de una situación de peligro objetiva, externa.
Pero todavía no hemos dicho qué es ese peligro real que el niño teme como
consecuencia de su enamoramiento de la madre. Es el castigo de la
castración, la pérdida de su miembro.
La angustia de castración no es, desde luego, el único motivo de la represión;
ya no tiene sitio alguno en las mujeres, que por cierto poseen un complejo de
castración, pero no pueden tener angustia ninguna de castración. En su
remplazo aparece en las de su sexo la angustia a la pérdida de amor, que
puede dilucidarse como una continuación de la angustia del lactante cuando
echa de menos a la madre.
El peligro del desvalimiento psíquico conviene al estadio de la
temprana inmadurez del yo; el peligro de la pérdida de objeto (de
amor), a la heteronomía de la primera infancia; el peligro de la
castración, a la fase fálica; y, por último, la angustia ante el
superyó, angustia que cobra una posición particular, al período de
latencia.
Hemos averiguado dos cosas nuevas: la primera, que la angustia crea a la
represión, y no a la inversa, como pensábamos; y [la segunda], que una
situación pulsional temida se remonta, en el fondo, a una situación de
peligro exterior. La siguiente pregunta será: ¿Cómo nos representamos
ahora el proceso de una represión bajo el influjo de la angustia? Opino que
así: El yo nota que la satisfacción de una exigencia pulsional
emergente convocaría una de las bien recordadas situaciones de
peligro. Por tanto, esa investidura pulsional debe ser sofocada de algún
modo, cancelada, vuelta impotente.
El yo dirige una investidura tentativa y suscita el automatismo placer
displacer mediante la señal de angustia.
La angustia neurótica se ha mudado bajo nuestras manos en angustia
realista, en angustia ante determinadas situaciones externas de peligro.
Pero esto no puede quedar así, tenemos que dar otro paso, que será un paso
atrás. Nos preguntamos: ¿Qué es en verdad lo peligroso, lo temido en una de
tales situaciones de peligro. Lo esencial en el nacimiento, como en cualquier
otra situación de peligro, es que provoque en el vivenciar anímico un estado
de excitación de elevada tensión que sea sentido como displacer y
del cual uno no pueda enseñorearse por vía de descarga. Llamemos factor
traumático (ver nota) a un estado así, en que fracasan los empeños del
principio de placer; entonces, a través de la serie angustia neurótica
angustia realistasituación de peligro llegamos a este enunciado simple: lo
temido, el asunto de la angustia, es en cada caso la emergencia de un
factor traumático que no pueda ser tramitado según la norma del
principio de placer.
Sólo las represiones más tardías muestran el mecanismo que hemos
descrito, en que la angustia es despertada como señal de una situación
anterior de peligro; las primeras y originarias nacen directamente a raíz del
encuentro del yo con una exigencia libidinal hipertrófica proveniente de
factores traumáticos; ellas crean su angustia como algo nuevo, es verdad que
según el arquetipo del nacimiento.