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Kathia Recio
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Para explicar lo que es el jichi conviene ante todo tomar el sendero que conduce a los tiempos
de hace ñaupas y entrar en la cuenta, para este caso parcial, de cómo vivían los antepasados
de la estirpe terrícola, antiguos pobladores de la llanura. Gente de parvos menesteres y no
mayores alcances, la comarca que les servía de morada no les era muy generosa, ni les
brindaba fácilmente todos los bienes necesarios para su subsistencia.
Para hablar del principal de los elementos de vida, el agua no abundaba en la región. En la
estación seca se reducía y se presentaban días en que era dificultoso conseguirla. Así en los
campos de Grigotá, en la sierra de Chiquitos y en las dilatadas vegas circundantes de ésta.
Como todo ser mítico zoomorfo, el jichi no pertenece a ninguna de las clases y especies
conocidas de animales terrestres o acuáticos. Medio culebra y medio saurio, según sostienen
los que se precian de entendidos, tiene el cuerpo delgado y oblongo y chato, de apariencia
gomosa y color hialino que le hace confundirse con las aguas en cuyo seno mora. Tiene una
larga, estrecha y flexible cola que ayuda a los ágiles movimientos y cortas y regordetas
extremidades terminadas en uñas unidas por membranas.
Como vive en el fondo de lagunas, charcos y madrejones, es muy rara la vez que se deja ver, y
eso muy rápidamente y sólo desde que baja el crepúsculo.
No hay que hacer mal uso de las aguas, ni gastarlas en demasía, porque el jichi se resiente y
puede desaparecer. Ítem más: No se debe arrancar las plantas acuáticas que crecen en su
morada, de tarope para arriba, ni apartar los granículos de pochi que cubren su superficie.
Cuando esto se ha hecho, pese a las prohibiciones tradicionales, el líquido empieza a mermar,
y no para hasta agotarse. Ello significa que el jichi se ha marchado.