Por eso no podemos herir o acariciar con las palabras. En este espacio relacional uno
puede vivir en la exigencia o en la armonía con los otros. O se vive en el bienestar estético
de una convivencia armónica, o en el sufrimiento de la exigencia negadora continua.
(HUMBERTO MATURANA)
Un viejo amigo me llamó por teléfono para invitarme a decir algunas palabras durante la
ceremonia de su casamiento. Cuando llegó el día pactado y mientras escuchaba lo que
decían otras personas, me cuestioné si el discurso que había preparado sería adecuado.
Todos hablaban sobre la felicidad y el amor –algo similar a lo que yo había preparado–,
por lo que pensé que mi discurso no aportaría nada nuevo. Sin embargo, cuando llegó mi
turno y comencé a hablar, inesperadamente, otras palabras surgieron de mi boca.
Mencioné que si bien consideraba que el amor era un requisito esencial en la vida de
cualquier pareja, para que se mantuviera vivo a lo largo del tiempo debíamos alimentarlo
manteniendo conversaciones significativas y profundas.
Este último comentario que me hizo esa mujer joven, no debería sorprendernos. En el año
2004 se hicieron unas encuestas a nivel mundial, en relación a la duración de los
matrimonios. ¡Me impactaron!
Las tasas más altas de divorcios las encabezan los Estados Unidos, Puerto Rico y Rusia,
donde un 50% de los matrimonios terminan en separación, y la duración promedio de los
mismos es de 7 años. Esta encuesta tiene 7 u 8 años de antigüedad por lo que sospecho
que hoy en día este índice habrá crecido.
Razones pueden haber muchas y no es el tema que quiero tratar. Es notorio que los
tiempos han cambiado para todos y los espacios de relax para sentarnos tranquilamente
con la familia, con nuestra pareja o con algún amigo a tomar un mate, ya no son tan
frecuentes. El sentarse simplemente a conversar sobre la vida, ha sido sustituido en
muchos casos, por un segundo trabajo, por la televisión u otros nuevos entretenimientos
como los teléfonos celulares, los e-mails, las redes sociales, el PlayStation, los shoppings,
el cibercafé.
Hoy es normal escuchar comentarios como ¿Cuántos amigos tienes en Facebook? Esta
pregunta podría sonar extraña hace unos años atrás, pero el impacto que han generado las
redes sociales en las relaciones humanas es enorme, y en especial Facebook que hoy en
día tiene asociados al 10% de la población mundial.
Un estudio realizado por los sitios SocialHype y Online Schools¹ revela que la mitad de
los usuarios jóvenes, al despertarse por la mañana, revisan primero su cuenta en vez de ir
al baño y también es lo último que hacen antes de irse a dormir. Pero no termina aquí, ya
que otro estudio realizado por la Universidad Napier de Edimburgo, entre doscientos
estudiantes, demuestra que para un diez por ciento de los usuarios, recibir una nueva
solicitud de amistad es sinónimo de estrés y ansiedad. Rechazarla los hace sentirse
culpables.
El psicólogo uruguayo Roberto Balaguer, hace una reflexión similar con respecto a las
relaciones que establecemos con los teléfonos móviles o celulares. Durante la conferencia
TedX Montevideo 2012², él
Esta reacción coincide con estudios hechos por las Universidades de Stanford y Nueva
York que revelan nuevas patologías o enfermedades como consecuencia de la relación
que tenemos con nuestros teléfonos móviles: nomofobia (fobia por no tener el teléfono),
vibranxiety, ringxiety (ansiedad por desear que suene o vibre) o fauxcellarm (sentir que
vibra cuando ni siquiera lo tenemos con nosotros).
Balaguer también comenta: “El teléfono funciona como un cordón umbilical que nos
mantiene conectados entre novios, padres, hijos, colegas, etc., y lo más interesante es que
como llevamos ahí nuestras lista de todos nuestros contactos todo el tiempo, esto nos
mantiene atados a nuestros afectos y si no tenemos el teléfono con nosotros, nos sentimos
solos, desamparados o sin sostén”. Con esto no pretendo negar la tecnología ni mucho
menos, yo soy un acérrimo usuario, pero me lleva a reflexionar ¿Podremos seguir
utilizando la tecnología pero sin olvidarnos de la importancia del diálogo presencial con
nuestra pareja, del compartir cara a cara con los amigos, de la charla cariñosa al borde de
la cama con nuestros hijos o de la conversación íntima con nosotros mismos?
En un poema leo:
conversar es divino.
Pero los dioses no hablan:
hacen, deshacen mundos
mientras los hombres hablan.
Los dioses, sin palabras,
juegan juegos terribles.
El espíritu baja
y desata las lenguas
pero no habla palabras:
habla lumbre. El lenguaje,
por el dios encendido,
es una profecía
de llamas y una torre
de humo y un desplome
de sílabas quemadas:
ceniza sin sentido.
Cuando nos comunicamos, la presencia del otro nos constituye, es decir, somos en
relación al otro. Por ejemplo, un hijo es hijo porque se constituye en relación a sus padres,
y un jefe es jefe en la medida que existen subordinados. Parece un trabalenguas filosófico,
pero nosotros somos porque hay otros que existen, o sea que prescindir de los demás sería
como negarnos a nosotros mismos.Mi conclusión: nuestras relaciones e interacciones con
otros es lo más importante que tenemos y las conversaciones son el medio ideal. Esto es
lo que le da significado a nuestras vidas. Regalemos a los demás el tesoro más grande que
les podemos ofrecer: nuestra presencia.