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La geopolítica ambiental global: el desafío del cambio climático para América


Latina

Chapter · January 2013

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Fernando Estenssoro
University of Santiago, Chile
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Ecuador y Brasil. Un estudio de historia de las ideas políticas del tiempo presente en el espacio de la política mundial e internacional View
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Este artículo se publicó en:
Jaime Llambías Wolff (editor); América Latina. Interrogantes y Perspectivas. Toronto:
York University Press, 2013, pp.43-58. ISBN978155014830

LA GEOPOLITICA AMBIENTAL GLOBAL: EL DESAFIO DEL CAMBIO


CLIMATICO PARA AMERICA LATINA

Fernando Estenssoro Saavedra1

RESUMEN

Se analiza la proyección de la crisis ambiental global, particularmente su


variable cambio climático, como fuente de tensión y conflicto en el nuevo orden
global emergente. Al respecto se señala que en esta primera mitad del siglo
XXI, la geopolítica de la globalización será crecientemente la geopolítica del
medio ambiente lo que plantea un serio desafío apara América Latina. Se
ejemplifica con la mirada de de potencias como los EE.UU. frente al tema y el
papel que se le asigna a la Amazonía.

PALABRAS CLAVES

Crisis ambiental, cambio climático, política mundial, geopolítica de la


globalización, América Latina, Amazonía.

ABSTRACT
It analyzes the projection of the global environmental crisis, particularly its
variable climate change a source of tension and conflict in the new emerging
global order. It is noted that in this first half century, geopolitics of globalization
will increasingly be the geopolitical environment that poses a serious challenge
for Latin America. Exemplified by the look of power as the U.S. towards the
subject and the role that is assigned to the Amazon.

KEYWORDS

Environmental crisis, climate change, world politics, geopolitical of globalization,


Latin America, Amazon.

1
Doctor En Estudios Americano. Investigador del Instituto de Estudios Avanzados de la
Universidad de Santiago de Chile (USACH). Especialista en pensamiento político, época
moderna y contemporánea. Fernando.estenssoro@usach.cl / http://idea.usach.cl/

1
Introducción

Desde que el tema de la crisis ambiental global2 se estrenó en la agenda


pública mundial hace 40 años en la Cumbre del Medio Humano celebrada en
Estocolmo 1972, el sistema internacional siempre ha manifestado apreciaciones
diversas respecto de cómo entender esta crisis y dónde poner los énfasis para su
resolución. Al respecto, la principal línea de confrontación se ha dado entre la
perspectiva de los países desarrollados y altamente industrializados frente a la
perspectiva de los países subdesarrollados o en vías de desarrollo.
A modo de ejemplo, si recordamos todo el proceso referido a la búsqueda de
soluciones al tema del Cambio Climático,3 y aceptamos la premisa de que ningún
actor del sistema internacional rechaza la necesidad de alcanzar acuerdos
multilaterales para solucionar este problema, los esfuerzos como los realizados en
la Cumbre Mundial sobre Cambio Climático, efectuada en Copenhague el año
2009, no logró responder a las expectativas de concordar un plan que pudiera
sustituir y mejorar al protocolo de Kioto a partir del 2012, y todas la reuniones
internacionales del COP que han ocurrido posteriormente ponen en seria duda la
posibilidad de alcanzar en tiempo breve un acuerdo vinculante y efectivo a nivel

2
Se puede definir la crisis ambiental global como un paradójico fenómeno caracterizado porque el
crecimiento económico, junto al elevado nivel de desarrollo y estándar de vida alcanzado por la llamada
Civilización Industrial (donde el Primer Mundo es su ejemplo arquetípico), creó problemas de carácter
ecológico y ambientales de tan enorme magnitud que ha puesto en riesgo, por primera vez en la historia,
la continuidad de la vida del ser humano en el planeta. Fundamentalmente esta crisis se compone de las
siguientes macro-variables: la contaminación, la pérdida de la biodiversidad, el cambio climático o
calentamiento global, el agotamiento de los recursos naturales, la destrucción de la capa de ozono, y la
llamada” explosión demográfica”. Fue en la Conferencia sobre el Medio Ambiente Humano convocada
por la ONU y realizada en Estocolmo en 1972 (y que creó el Programa de Naciones Unidas para el Medio
Ambiente, PNUMA), donde este concepto de crisis ambiental global hizo su estreno formal en la agenda
pública mundial, poniendo de relieve la necesidad de su superación por parte de la comunidad
internacional (Estenssoro, 2009).
3
Como es sabido el tema del Cambio Climático, se refiere al aumento no natural de la temperatura media
del planeta por causa de la alta concentración en la atmósfera de los gases efecto invernadero o GEI, que
se emiten por la actividad humana. Si bien es cierto el efecto invernadero es un fenómeno natural, de la
misma forma como existe un cambio natural de la temperatura promedio de la Tierra y, por lo tanto, de su
clima, se considera que la actividad humana está provocando un peligroso aceleramiento del aumento de
la temperatura media del planeta, de aquí entonces que también se halla popularizado este problema como
el “calentamiento global”. Las principales actividades humanas que emiten GEI son: suministro de
energía, 25,9%; Industria, 19,4%; deforestación, 17,4%; Agricultura, 13,5%; Transporte, 13,1%;
Viviendas y edificios comerciales, 7,9%; desechos y aguas residuales, 2,5%. Por su parte, los GEI son de
dos tipos: los naturales y los creados íntegramente por el hombre. Los naturales son el vapor de agua
(H2O), el dióxido de carbono (CO2), el óxido nitroso (N2O), el metano (CH4) y el ozono (O3). Los
creados por el ser humano, son los halocarbonos, el hexafluoruro de azufre (SF6), los
hidrofluorocarbonos (HFC) y los perfluorocarbonos (PFC). De todos estos, la emisión antropogénica del
dióxido de carbono (CO2) es el que más contribuye a este calentamiento global (IPCC, 2008: 5-7;
Working Group III IPCC, 2007: 27-30).

2
global que permita estabilizar y luego reducir drásticamente les emisiones de GEI
en un plazo breve ¿Por qué ocurre esta situación? Por una razón muy simple y a
la vez compleja, ¿quién y cómo se asumen los enormes costos económicos que
implica cambiar la malla energética fósil que sostiene a gran parte tanto la
producción y el transporte a escala mundial? Más allá del discurso que señala que
“este es el problema más grave que amenaza a la humanidad en su totalidad y
que todos los integrantes de este mundo deben enfrentarlo y superarlo”, no
vivimos en un mundo homogéneo ni en términos de poder ni en términos de
responsabilidad respecto de la generación de la crisis ambiental.
Si seguimos con nuestro ejemplo del Cambio Climático, el consenso
científico señala que éste se viene agudizando desde la Revolución Industrial en
adelante y, en este sentido, es evidente que fueron los países más poderosos y a
la vez más industrializados del planeta los que tienen la mayor responsabilidad en
su generación. Sin embargo, la compleja paradoja política que plantea esta
situación en la actualidad es que parte significativa de la responsabilidad respecto
de tomar medidas claves de mitigación de este problema global recae en países
en vías de desarrollo, por ejemplo el caso de Brasil por poseer la mayor superficie
de la amazonia (uno de los más importantes pulmones naturales del planeta) o
China, que con su rápida industrialización ha alcanzado a los Estados Unidos
como el mayor emisor del gas CO2 a la atmósfera. Por lo tanto, más allá de los
discursos políticamente correctos, y todos los esfuerzos que la comunidad
internacional ha desplegado por alcanzar acuerdos efectivos a fin de solucionar
este problema, lo cierto es que estamos frente a un complejo tema político en el
cual la variable espacial o geográfica adquiere enorme relevancia. De aquí
entonces, la resolución de esta crisis ambiental en general, así como su variable
Cambio Climático en particular, proyecta tensiones que se pueden volver
determinantes para el orden mundial emergente en el presente siglo XXI.

1. El factor ambiental de la geopolítica de la globalización

Si consideramos que el equilibrio ecosistémico del planeta es clave para


garantizar la vida y este equilibrio se ve amenazado por un fenómeno como el
Cambio Climático, entonces las formas de uso y gestión del espacio geográfico
por parte del ser humano, desde la perspectiva ambiental, se transforma en un

3
claro problema político. Hoy en día son varios los politólogos, sociólogos y
geógrafos que coinciden en este aspecto. Se plantea, por ejemplo, que “la
escasez de los recursos naturales, los riesgos ecológicos, la relación entre
crecimiento económico y degradación ambiental, el miedo a una crisis
medioambiental global, la capacidad de movilización social de la ecología, el
cuestionamiento por parte del medio ambiente de algunos aspectos de la
soberanía de los estado-nación y el papel de los organismos internacionales”,
están llevando a la “ambientalización de la geopolítica” (Nogue y Vicente, 2001:
200). Beck, por su parte ha señalado que “con el discurso ecológico se
experimenta todos los días el fin de la política exterior, el fin de los asuntos
internos de otro país, o sea, el fin de los llamados Estados nacionales” (citado
en Caride y Meira; 2001: 48).
Por cierto, no se trata de un cambio inmediato en el sistema internacional
a raíz de la crisis ambiental, sino de un proceso hacia un nuevo orden político
global emergente que está en desarrollo y donde el factor ecológico puede ser
un importante generador de conflictos por temas de soberanía. Si aceptamos
que desde el fin de la Guerra Fría, el orden mundial viene transitando de un
esquema bipolar a otro multipolar, este tránsito se caracterizaría por el hecho
de “que nos acercamos a una prolongada etapa de rivalidad hegemónica entre
potencias globales, potencias mundiales y potencias regionales por acceder a
niveles mayores de la jerarquía de potencias en el sistema-planeta”
(Rodríguez, 2010). Y en esta pugna, “la ecología y el medio ambiente serán
factores de conflicto adicionales, tanto por la necesidad de los Estados de
controlar el agua y preservar sus propios entornos naturales, como por el
imperativo de cautelar su respectivo patrimonio ecológico territorial. Los riesgos
de guerra ambiental, es decir de utilización de componentes del clima o del
medio ambiente como instrumentos de destrucción masiva, podrían acentuarse
en el futuro” (Ibíd.). Taylor y Flint, también concluyen que en la geopolítica de la
globalización coexisten variables muy distintas como la preocupación por “la
conservación de la biodiversidad de las selvas tropicales” junto con “el
mantenimiento de la competitividad de Londres” dentro del concierto de las
ciudades mundiales. Esta situación puede ser altamente confrontacional, si se
considera que el modelo de vida hegemónico se caracteriza,
esquemáticamente, por el elevado nivel de consumo. Sin embargo, dada la

4
gran cantidad de habitantes del planeta y sus proyecciones de crecimiento, no
es posible a la Tierra sostener el estándar y estilo de vida propio del Primer
Mundo para toda la humanidad. Por lo tanto, para estos autores, lo que mucha
gente plantea es “que las tendencias actuales son insostenibles desde el punto
de vista ecológico”, lo que lleva a afirmar que la “la crisis ecológica global es la
tensión definitiva entre el lugar y el espacio, entre hacer de la Tierra un lugar
habitable y explotarla como espacio de recursos” (Taylor y Flint, 2002: 409).

2. Cambio Climático y problema energético, un solo fenómeno estratégico


con dos caras.

Otra característica de la geopolítica de la globalización es que la variable


ambiental y la variable energética se transforman en un sólo fenómeno con dos
caras. Esto es así porque la llamada Civilización Industrial depende de los
combustibles fósiles -carbón, gas y petróleo- para su funcionamiento
(particularmente del petróleo, como fuente de energía primaria). Y, como es
sabido, los combustibles fósiles son los grandes emisores de dióxido de
carbono (C02), que a su vez es el más importante de los GEI de raíz
antropogénica, con más del 76% del total de estos.4
El gran problema es que durante las próximas décadas la matriz
energética seguirá dependiendo de los combustibles fósiles. Como señala la
Energy Information Administration de los EE.UU., el consumo de energía a
nivel mundial se incrementará en un 57% entre 2004 y 2030, y los combustibles
fósiles, seguirán siendo los más utilizados por su importancia en el transporte y
en el sector industrial. Específicamente el consumo de petróleo aumentaría de
83 millones de barriles día en el 2004 a 97 millones de barriles día en el 2015 y
a 118 millones en 2030 (Ciemat, 2006). Igualmente la Central de Inteligencia
Americana (CIA), proyectó un fuerte incremento del consumo energético
mundial para el 2020, pasando de un aumento del 34% entre 1980-2000 a un
aumento del 50% entre el 2000-2020, y la base de este aumento seguirá

4
El cuadro de emisión global de GEI por acción antropogénica al año 2004 era el siguiente:
C02, producto de quema de combustibles fósiles= 56,6%; CO2 proveniente de la deforestación
= 17,3%; CH4= 14,3%; N2O= 7,9%; CO2 proveniente de otras fuentes= 2,8%; F-gases=1,1%
(IPCC, 2008: 28)

5
siendo el petróleo, en cambio las energías renovables “no superarían el 8 por
ciento del abastecimiento energético” global (Sohr, 2009: 23).
En síntesis, pese a los avances y esfuerzos que se han realizado por
diversificar la matriz energética a nivel mundial, esta seguirá dependiente de
los combustibles fósiles, por lo menos, hasta mediados del presente siglo y
probablemente más allá, transformando a ambas variables, energía y medio
ambiente, en un solo fenómeno geopolítico. Por estas razones, John P.
Holdren, Director The Woods Hole Research Center y Presidente de la
American Association for the Advancement of Science, señaló que la “energía
es el centro del problema ambiental, el ambiente está en el centro del problema
energético, y resolver el dilema energía-economía-ambiente es el núcleo del
problema del bienestar sustentable tanto para las naciones industrializadas
como en desarrollo” (citado en Zanelli, 2009). Opinión similar a la del politólogo
canadiense Homer-Dixón, quien también señaló que la crisis del Cambio
Climático y la dependencia de nuestra civilización de los combustibles fósiles,
son un sólo problema y que él sintetiza como el “problema del carbono” (C02),
por lo tanto, la solución del calentamiento global y la necesidad de contar con
fuentes energéticas limpias de CO2 son inseparables (Homer-Dixon, 2009).
Lo anterior quiere decir que la solución de la ecuación compuesta por las
variables: disponibilidad de recursos energéticos y crisis ambiental, se
transforma en determinante para el devenir de los asuntos políticos mundiales,
regionales y locales, dado que su discusión nos retrotrae al tema de la
supervivencia misma y explica porqué el tema se viene transformando en un
tópico político estratégico prioritario, que puede manifestarse en grados
crecientes de tensión Norte-Sur.

Por ejemplo, si analizamos perspectivas del Primer Mundo, en el año


2004 el Pentágono planteó al Presidente George Bush (hijo) que el Cambio
Climático implicaba una amenaza aún mayor para la seguridad de los Estados
Unidos, que el terrorismo fundamentalista islámico que derribó las Torres
Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre del 2001, dado que en los
próximos 20 las mega-sequías y el hambre provocarán revueltas masivas,
migraciones catastróficas y guerras nucleares. Por lo tanto, los EE.UU. debían,
entre otras medidas, construir fortalezas defensivas tendientes a proteger al

6
país de los inmigrantes por el cambio climático (Towsend y Harris, 2004;
Schoijet: 229, 230). Igualmente, en noviembre del 2007, el Center for Strategic
& International Studies y el Center for a New American Security, señalaron que
a raíz del “calentamiento global”, la seguridad de los EE.UU., se vería
crecientemente amenazada por fenómenos tales como: la emergencia de
conflictos bélicos por recursos de agua dulce, masivas migraciones de
personas desplazadas, aumento de la construcción de reactores nucleares
para abastecimiento energético, enfermedades infecciosas cada vez más
frecuentes y mortales, entre otros problemas (Campbell, et. al, 2007). En
febrero del 2010, el informe The Joint Operating Environment 2010, realizado
por el Joint Forces Command (JFC), del Departamento de Defensa de los
EE.UU., reiteró que las principales amenazas a la seguridad de la
superpotencia y de todo el sistema internacional en la primera mitad del siglo
XXI, vendrían de problemas asociados al aumento de la población mundial, que
para el 2030 podría llegar a los 8 mil millones de personas (el 95% de este
aumento ocurriría en los países en vías desarrollo), de aquí se desprenderían
otros problemas tales como: la escasez de agua dulce y contaminación de los
cursos de agua (principalmente en los países en vías de desarrollo); aumento
de la demanda de energía y su consecuente aumento del consumo
combustibles fósiles (JFC, 2010: 12-37).
También el impacto de la crisis climática sobre la seguridad mundial fue
discutido en el 2007 por el Consejo de Seguridad de la ONU a petición de
Reino Unido y fue tratado como “problema de seguridad” en la Cumbre de
Primavera del 2008 de la Unión Europea (Olabe y Mikel, 2008: 175).
Igualmente, desde la academia canadiense Homer-Dixon, ha señalado que el
“stress energético” a raíz de la crisis de producción del petróleo, unido al
“stress ambiental”, con problemas como la deforestación, la falta de agua y
crecimiento demográfico; además del “stress del Cambio Climático”, entre otras
tensiones globales, se están transformando en una amenaza catastrófica para
el orden mundial (Homer-Dixon, 2006).

7
3. Un tema de interés para América Latina: Los ecosistemas como un
nuevo tipo de recursos estratégico.

Como bien señaló el director de Estudios Prospectivos de UNESCO,


Jerome Binde, la principal enseñanza que dejó la segunda cumbre de
Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente, el 2002 en Johannesburgo, es que
“no se pueden oponer, desarrollo sostenible y desarrollo a secas, lucha contra
la pobreza y conservación de los ecosistemas”. Por el contrario, es necesario
“luchar en todos los frentes a la vez: a partir de ahora, nuestro enfoque debe
ser global, lo mismo que nuestra conciencia” (Binde, 2008:104).
Sin embargo, dependiendo del problema específico que se analice,
existen indudablemente ecosistemas que son más importantes que otros para
el sostén de la salud ambiental global y parte importante de ellos se localizan
en los países en vías de desarrollo cuyo soporte económico radica en la
explotación de sus recursos naturales. Esta situación provoca una permanente
tensión entre la no intervención económica de ecosistemas considerados
“vitales” y la necesidad de aumentar el crecimiento económico a fin de de
superar la pobreza. Y más allá de las interminables declaraciones de buenas
intenciones que ocurren en los foros internacionales, lo cierto es que no existe
un política realmente efectiva a nivel mundial, que redistribuya globalmente de
manera equitativa la riqueza y el progreso en que vive una parte de la
humanidad y que permita la preservación de los ecosistemas naturales. Por el
contrario, lo que si existe es un aumento permanente en la tensión que se
desprende de perspectivas ambientales encontradas entre países
desarrollados y países en vías de desarrollo.
Tensión que no es menor para América Latina, dado que tanto en la
variable protección de la biodiversidad del planeta, como en la de conservar los
ecosistemas que son fundamentales para mitigar el Cambio Climático a nivel
global, el espacio biogeográfico de esta parte del mundo adquiere una
importancia gravitante, particularmente porque aun tiene ecosistemas poco
intervenidos por el ser humano y la presión primer-mundista para que se
mantengan así está aumentando.

8
El caso de la Amazonía

Un ejemplo clarificador es la discusión que ocurre con relación al destino


del ecosistema amazónico o Amazonía,5 ya que esta porción del espacio
terrestre tiene un valor significativo tanto en lo que respecta a la conservación
de la biodiversidad como a la mitigación del calentamiento global.
Por ejemplo, en el tema de conservar la biodiversidad existen dos
planteamientos principales: proteger las especies y las poblaciones individuales
o proteger los hábitats en los que viven. Y en este sentido, según los
especialistas, la más importante de las dos es la conservación de los
ecosistemas enteros (hábitat natural), asegurando su funcionalidad. Ahora si
consideramos que la destrucción de los ecosistemas es la mayor amenaza
para biodiversidad y esta destrucción ha ocurrido fundamentalmente por la
intervención del ser humano, resulta entonces que la conservación “prístina” de
los ecosistemas no intervenidos o muy poco intervenidos es una exigencia
creciente. Así, se señala que sólo quedarían sin transformar por el hombre el
51,9% de las tierras emergidas (aproximadamente 90 millones de km2), pero si
se excluyen las áreas desérticas, rocosas y heladas, las zonas no
transformadas o con sus ecosistemas poco intervenidos son sólo el 27% de las
tierras emergidas. En este mismo sentido, América del Sur tiene el 62,5% de su
territorio poco intervenido, fundamentalmente el ecosistema amazónico; e
igualmente Oceanía tiene el 62,3% de su territorio bien conservado, que
corresponden fundamentalmente a los desiertos de Australia
(MappingInteractivo, 2001; Hannah, Carr, Lankerani, 1995: 128-155)
Respecto de la variable del Cambio Climático, es conocida la
preocupación por la conservación y preservación de principales sumideros
naturales de CO2 como son las masas boscosas y los océanos del planeta.
Para nuestro análisis, el caso de las masas boscosas es relevante dado que
todas ellas se localizan en algún lugar del espacio terrestre que pertenece o es
5
“O que generalmente se denomina Amazónia é a área drenada pelo rio Amazonas e seus
afluentes e o que caracteriza é a cobertura de floresta tropical que, ao norte, se esparrama
para além de alguns dos divisores de água. Estima-se está selva abranja uma área de 6,5
milhoes de quilometros cuadrados repartidos por oito países siendo a maior porcao a do Brasil”
(Fregapani, 2000: 16). Hay que tener en consideración que otros estudios señalan que la
cuenca total del Amazonas son 7,5 millones de kilómetros cuadrados (Díaz y Jaramillo, 1996).
Los países que integran el Tratado Amazónico son: Brasil, Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador,
Surinam, Venezuela, y Guyana. De ellos Brasil tiene la soberanía sobre el 66% del total. .

9
reclamado como propio por algún Estado nacional, a diferencia de los océanos
cuya mayor superficie se considera “alta mar”.6
Si consideramos que la Amazonía, con sus 6,5 millones de Km2, es
identificada como una de las principales masas boscosa del globo (selva
húmeda tropical), dado que contiene la mayor biodiversidad del planeta y
además eso uno de los sumideros naturales de CO2 más importantes que
existen (de aquí su mención como “pulmón del planeta”), queda claro que su
proyección geopolítica se ha complejizado aun más, particularmente para el
Brasil, que tiene la mayor proporción del ecosistema amazónico (66%). De
hecho Schoijet señala que si bien en el siglo XIX y primera parte del XX,
cuando la ecología estaba en pañales, nadie cuestionaba “el derecho de
cualquier país a utilizar sus recursos naturales, incluyendo sus tierras
cultivables”, pese a que se originaron enormes desastres ambientales (como
fue el caso del Dust Bowl), la “deforestación de la Amazonía y el cambio
climático se produce en una situación históricamente nueva, en que la ciencia
se ha desarrollado lo suficiente como para prever que la combinación de
ambos procesos lleva a un desastre probablemente mucho mayor (...) que
seguramente afectará a muchos países”. De aquí entonces, resulta
“imprescindible limitar la soberanía del Brasil sobre la Amazonía,
condicionándola a que su gobierno detenga la deforestación” (Schoijet: 151).
Por lo tanto, si la geopolítica tradicional visualizaba a la Amazonía como
un inmenso territorio riquísimo en recursos naturales y poco poblado, ahora,
frente a la crisis ambiental, ha adquirido nuevo valor estratégico, en su calidad
de “pulmón natural del planeta” y reservorio de biodiversidad. Así, su valor ha
aumentado y con ello el interés de distintos poderes económicos y políticos
internacionales y transnacionales por su posesión y gestión (Fregapani, 2000).
Como es sabido, el interés de las grandes potencias Europeas y de los
Estados Unidos por la Amazonía se remonta al siglo XIX y primera parte del
XX, por cierto bajo los argumentos propios de los momentos histórico-político

6
“La alta mar es toda aquella extensión de mar no sujeta a la soberanía de ningún Estado y
que está abierta a todos los Estados, con litoral marítimo o sin el. De acuerdo al nuevo derecho
del mar, la alta mar comienza donde termina la zona económica exclusiva (...) La alta mar no
es susceptible de apropiación; está reservada para fines exclusivamente pacíficos y todos los
Estados tienen en ella iguales derechos” (Llanos, 1980: 233).

10
específicos de entonces.7 Y si bien, ya el Presidente de EE.UU., Woodrow
Wilson, planteó tempranamente su internacionalización como bien común y
patrimonio de la humanidad dada su característica de “pulmón del planeta”8,
será en la segunda mitad del siglo XX, con el tema de la crisis ambiental global,
cuando la Amazonía recobra un extraordinario interés del ahora llamado Primer
Mundo, alarmado por el proceso de deforestación y “devastación” que sufriría
producto de la explotación económica que hacen de ella (o permiten que se
haga) los países que contienen su ecosistema.
Por cierto, con el avance que ha tenido el debate mundial sobre la crisis
ambiental, hoy día nadie pone en duda el papel fundamental que le cabe a un
ecosistema como el amazónico para sostener el equilibrio ecológico del
planeta, pero resultará inaceptable para los países latinoamericanos en general
y para el Brasil en particular, que desde el Norte se les dicte como deben
actuar y se les intente fijar “el papel de guardianes del equilibrio ecológico
mundial, sujetos a reglas dictadas por centros foráneos”, ya que, entre otras
cosas, “se estaría subsidiando la modalidad de desarrollo, altamente
deteriorante del medio ambiente, que continúan privilegiando los países del
mundo industrializado” (Comisión de Desarrollo, 1991:18). Así cuando el
Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, señalaba que “ningún país tiene
un interés mayor en reducir el impacto del calentamiento global que Brasil. Es
por esto de que estamos en la primera fila de las iniciativas para encontrar

7
Sólo concentrándonos en la primera mitad del siglo XX, se pueden destacar las siguientes
manifestaciones del interés de las potencias europeas y EE.UU. por la Amazonía, cuando se
señala “que en 1919 durante la reunión de la Liga de Naciones en París el presidente de la
delegación de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, en presencia de Epitácio Pessoa,
delegado del Brasil, propuso al ministro británico Lloyd George ‘la internacionalización de la
Amazonía’; mientras que en 1923 se crea la Compañía Ford Industrial do Brasil para explotar la
riqueza de la Amazonía; en 1928 se hace ‘intensa propaganda en los Estados Unidos con el
objetivo de atenuar el problema racial, transfiriéndose grupos de negros norteamericanos para
la Amazonía’; en 1935 Paul Reynaud, ministro de Francia y el representante de Polonia, ‘ante
la exigencia de Hitler para recuperar colonias alemanas, propusieron resolver el problema del
espacio vital mediante cesión de tierras de la Amazonía’; durante la Guerra de 1939 a 1945,
Nelson Rockefeller ‘mandó ingenieros norteamericanos a hacer estudios y levantamientos en la
Amazonía, sobre todo con miras al aprovechamiento de las riquezas naturales’; en 1967 el
Hudson Institute entidad ligada al Pentágono dio publicidad al plan de construcción de grandes
lagos en la Amazonía y un año después Herman Kahn, presidente del Hudson Institute, publicó
conjuntamente con Antony J. Wirnes, también de aquella organización, el libro El año 2000, en
el cual son propuestas administraciones multinacionales en la América del Sur" (Ruiz-Eldredge,
1979: 5-18)
8
De acuerdo con Díaz y Castillo, “en 1914 el Presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson
propuso la internacionalización de la Amazonía’ argumentando que era un bien común como
gran pulmón del mundo y por lo tanto, patrimonio de la humanidad” (Díaz y Castillo, 1996).

11
soluciones que preserven nuestro futuro común" (Sauven, La Nación, Santiago,
10 de junio de 2009:19); su pensamiento debe ser complementado con las
declaraciones realizadas por su Ministro de Defensa, Nelson Jobim, que en un
discurso ante el Jefe del Estado Mayor de Estados Unidos, Mike Mullen,
planteó: "Tenemos exactamente la intención de ser una potencia, participando
en América Latina y recordando siempre que la Amazonía brasileña es cuidada
por los brasileños en favor de Brasil y del mundo. O sea, no hay tutela posible
sobre la Amazonía que no sea la brasileña" (La Nación; Santiago, 3 de marzo
de 2009).
En este sentido, el planteamiento permanente de los países
latinoamericanos (y los en vías de desarrollo en general), es que la causa de la
crisis ambiental radica en la histórica asimetría en el desarrollo humano y
económico que caracteriza a un mundo donde el llamado Primer Mundo, logró
su alto estándar de vida sobre la base de un sistema económico altamente
contaminante y depredador de recursos naturales que “encadenó” al Tercer
Mundo a la función de proveedores de materias primas y fuerza de trabajo. Por
lo tanto, la solución a la misma, no puede ser sobre la base de clausurar el
derecho al desarrollo y crecimiento de los más pobres.
Precisamente, respecto de la deforestación de la Amazonía, se señala
que esta obedece, por sobre todo, a la presión por ganar espacios para realizar
una agricultura destinada a commodities como la soja, o el café, donde los
principales mercados consumidores y demandantes de los mismos están en el
Primer Mundo (Procopio: 2009), o porque en su subsuelo existen importante
recursos energéticos y mineros.9
En síntesis, lo que se señala desde América Latina es que la principal
lógica que impera y ordena el sistema internacional, es la de un intercambio
económico desigual que ha existido entre el centro y la periferia desde la era
moderna en adelante y que no ha cambiado en la actual época de
globalización. Así, lo que ha ocurrido frente a fenómenos como la crisis
ambiental, es que esta lógica de poder e intercambio desigual no ha cambiado
sino que se ha hecho más compleja. Vale decir, si antes de que existiera

9
Ver al respecto el caso de Ecuador y las reservas de petróleo y gas encontrada en la sección
de selva amazónica donde se ubica la reserva de indígena de la comunidad Yasuní (Martínez,
2009).

12
conciencia de la crisis ambiental, el papel que el centro le asignaba a la
periferia era fundamentalmente el de proveedor de materias primas, ahora
también le ha asignado el papel de sostenedor y conservador de ecosistemas
que se consideran vitales para el funcionamiento del planeta y que,
precisamente, se ubican en el Sur del mundo, dando así un nuevo “giro de
tuerca” a la compleja geopolítica de la globalización:

La geopolítica de la biodiversidad y del desarrollo sustentable no sólo


prolonga e intensifica los anteriores procesos de apropiación destructiva
de los recursos naturales, sino que cambia las formas de intervención y
apropiación de la naturaleza cuestionando la sustentabilidad posible de la
racionalidad económica (…) Así, ante el calentamiento global del planeta
(…) la geopolítica del desarrollo sostenible mira con optimismo la solución
de las contradicciones entre economía y ecología al proponer la
reconversión de la biodiversidad en colectores de gases de efecto
invernadero, con lo cual se exculpa a los países industrializados de sus
excedentes de sus cuotas de emisiones, mientras se induce una
reconversión ecológica de los países del tercer mundo (…) La nueva
globalidad justifica las ventajas comparativas entre los países más
industrializados y contaminantes y los países pobres que revalorizan su
capacidad para absorber los excesos de los países ricos y ofrecen los
recursos genéticos y ecoturísticos de sus reservas de biodiversidad. La
diferencia entre países centrales y periféricos ya no sólo se da por el
pillaje y sobreexplotación visible de los recursos, sino que queda
camuflada bajo las nuevas funciones asignadas a la naturaleza en las
estrategias de apropiación de los bienes y servicios ambientales del
planeta (Leff, et. al, 2002: 478-486).

Conclusión

Si se toma el ejemplo de la Amazonía y se proyecta a un planteamiento


más general, podemos señalar que la compleja geopolítica de la globalización
tiene en el tema medioambiental una nueva variable en donde a los espacios
biogeográficos de América Latina, o por lo menos a un sector significativo de
ellos, se le asignan un creciente valor natural-conservacionista estratégico,
tanto en relativo a la conservación de la biodiversidad como frente al tema del
calentamiento global. Se trata, por lo tanto, de una lógica que se hace
extensible o todos los ecosistemas de América Latina, el Caribe y otros
sectores del Sur del mundo “poco intervenidos”, tales como los bosques fríos y
templado lluviosos de Chile y Argentina, los distintos ecosistemas patagónicos,

13
los glaciares y grandes reservas de agua dulce, los ecosistemas costeros y
marinos, entre otros.
Vale decir, precisamente en la medida que se mantengan como
ecosistemas naturales prístinos o poco intervenidos su valor aumenta en
proporción directa a la agudización de la crisis ambiental. Y la tensión política
mundial no sólo se expresa en la perspectiva tradicional de apropiarse de
territorios de un Estado por parte de otro Estado, sino que ahora se trata de
influir de manera determinante sobre el tipo de gestión que se hace sobre estos
territorios que contienen un ecosistema clasificado como altamente vital o
sensible para el equilibrio ecológico global, a fin de que se no se exploten
industrialmente y se conserven prístinos y/o poco intervenidos.
Para nadie es un misterio que “un ambiente apropiado no puede
obtenerse mediante los actos individuales de un país” (Thurow 1992: 261), y la
crisis ambiental, con variables como el Cambio Climático, es un argumento que
se utiliza reiteradamente sobre la necesidad de avanzar en un nuevo tipo de
orden global requiere de la acción de toda la comunidad internacional. Sin
embargo, en la medida que no se logren acuerdos multilaterales efectivos y
satisfactorios para todos los países, tanto desarrollados como en vías de
desarrollo, y que las nuevas instituciones globales emergentes o por emerger
sean capaces de dar plena garantía de justicia a todos los actores del sistema,
esta tensión puede ser crecientemente compleja y determinante para la política
mundial de la primera mitad del presente siglo XXI. La falta de acuerdos
multilaterales no detiene la crisis ambiental, por el contrario, la agrava. Y, en
este sentido, no se puede descartar que surjan medidas para mitigarla más-
menos unilaterales (por difíciles que sea imaginarlas hoy día), sobre todo por
parte de los Estados más poderosos y desarrollados, en la medida que la crisis
se agrave y su preocupación aumente.

14
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