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Clarín.com » Edición Miércoles 03.10.2001 » Opinión » La discriminación produce daños psíquicos entre
los chicos

TENDENCIAS

La discriminación produce daños psíquicos entre los chicos

En las aulas, cada vez más niños son segregados por sus pares por su aspecto o su raza. Es
imprescindible que los adultos ayuden a romper el circuito víctima-victimario, que genera
marcas difíciles de revertir.

EVA GIBERTI. Psicoanalista

Quienes recibimos consultas por parte de adultos hemos podido registrar un notable cambio en lo que se
denomina "el motivo de consulta": la enunciación de los conflictos habituales con la familia, con la pareja, con
el trabajo fue sustituyéndose por la descripción del doloroso suspenso que el desempleo y la recesión
producen. Sus efectos se articulan con los que podrían haber sido consultas por desajustes familiares que,
lejos de desaparecer, se incrementaron.

Más allá de esta realidad, otros hechos —que no constituyen novedades— adquirieron identidad de
conflictos. Los padres de chicos y de chicas que concurren a la escuela primaria han comenzado a
reconocer como daño psíquico la presencia de la discriminación: "Mi hija, de diez años, no quiere ir
más a la escuela porque, como es gordita, las compañeras la desprecian. No quieren juntarse con ella. La
discriminan".

Y también :" Mi hijo siempre se pelea en la escuela. Se burlan de él porque es morocho, como toda la familia.
Dicen que es negro y que por eso no puede estar con los otros. Lo discriminan".

Cualquier adulto que haya padecido segregación por su físico, su religión o su situación económica sabe por
experiencia que la discriminación entre chicos y chicas tiene historia. La novedad reside en que las
familias comenzaron a comprender que las discriminaciones y exclusiones pueden dañar psíquicamente a sus
hijos. La primera consideración que es preciso tener en cuenta reside en el lenguaje que utilizan las familias,
porque encierra un peligroso deslizamiento ideológico: no se discrimina a la hija porque es gordita o al
hijo porque es morocho. Al afirmarlo de este modo, las víctimas cargan con la responsabilidad de ser "gordos
o morochos" como si tales características constituyesen una falta. La cuestión es exactamente la opuesta: los
discriminan porque los compañeros se instituyen como transgresores de la ley. Dada su capacidad
psíquica de absorción, los chicos, sin proponérselo, pasan a formar parte de una comunidad en la cual
innumerables personas precisan sentirse superiores a otras y para lograrlo utilizan la estrategia de la
discriminación. Los chicos se entrenan en estas prácticas reproduciendo lo que la comunidad y sus
familias les ofrecen. Entonces, cuando se afirma: "La discriminan porque es gordita", la familia de la víctima
se adhiere a la lógica de los discriminadores. De este modo se genera en la víctima una confusión que excede
la categoría de lo psicológico y avanza en territorios de la confusión sociopolítica que le impide reconocer la
posición transgresora y violenta de quien la victimiza.

Esta aclaración se impone ya que los discursos de los padres —que continuamente escucho— terminan
enfatizando la vivencia de culpabilidad de los hijos que son agredidos mediante la discriminación.
Mecanismo que delata la escasa conciencia ciudadana acerca del tema.

Preciso es comprender que no se trata de "cosas entre chicos", sino que algo muy peligroso se oculta en el
ejercicio de estas prácticas. A los padres les importa el sufrimiento de sus hijos e hijas victimizadas por sus
pares, y por ese motivo recurren a la consulta. Pero no se trata solamente de la exclusión que opera sobre
cada víctima , sino la evidencia de una cultura que facilita y también promueve diversas formas de
discriminación.

Entre ellas, por ejemplo, el despotismo de los adolescentes que seleccionan a las chicas que concurren a los
locales bailables según sean "gordas o estén bien". Estar bien, para esos niveles de tilinguería, se circunscribe
a los perfiles cuasi anoréxicos de aquellas adolescentes que viven pendientes de su silueta. Y aquellas que no
se incluyan en estos cánones arriesgan ser humilladas por el desdén de los varones que no intentarán
comunicarse con ellas. Sería posible describir otras discriminaciones gestadas en el ámbito escolar destinadas
a maltratar a la compañera que desciende de alguna etnia diferente de las europeas, ya sean propias de
nuestras culturas aborígenes o asiáticas.

El desdén con que se recibe la presencia de una compañera boliviana arriesga ser acompañado por la opinión
de alguna maestra que comenta: "Y -son chicos distintos, vienen de otra cultura, son menos inteligentes que
los nuestros, más lentos-" Los especialistas en ciencias de la educación, investigaciones mediante, han
registrado la existencia de estos prejuicios que contribuyen en la producción de discriminaciones, insertas en la
cotidianidad de la vida escolar.

Las huellas de la humillación


Es posible registrar las huellas que estas exclusiones, segregaciones y discriminaciones pueden
marcar en las víctimas cuando se toma contacto con la desdicha que impregna sus psiquismos. Y cuando se
reconocen los mecanismos de defensa que utilizan, con frecuencia patológicos, destinados a someterse a
quienes las agreden. Defensas erróneas que conducen a estas pequeñas víctimas a creer que deben tornarse
objetos de amor por parte de quienes las victimizan, como única manera de garantizar su deseo de ser
aceptadas, en lugar de ser rechazadas y humilladas.

La humillación que sobrelleva la víctima adquiere características peculiares cuando la discriminación apunta al
origen: ser miembro de una etnia cuya piel es morena, o cuyos rasgos difieren de los rasgos que a los chicos
les resultan familiares posiciona a la víctima en una situación sin salida; sabe que no podrá modificar estas
características y entonces apunta la responsabilidad de su padecimiento hacia sus padres que "la hicieron así".
No encuentra argumentos para oponerse a quienes la maltratan y se encoge, se culpabiliza ante la
crueldad e ignorancia de sus compañeros. Se trata de discriminaciones sociomorales, que implican un
abuso moral tendiente a generar vergüenza en quien se siente obligado a sobrellevarla: los sentimientos de
vergüenza y de humillación cronificados en la niñez constituyen instancias persecutorias en la formación del
Yo. Y garantizan un sufrimiento persistente, en oportunidades perdurable.

Haber reconocido estos sufrimientos en los hijos constituye un progreso por parte de las familias, pero no es
habitual que soliciten a la escuela una presentación de los padres de los alumnos que discriminan para que se
les advierta que los chicos no nacen discriminando, sino que aprenden a hacerlo en la
comunidad que los acoge. Y en la familia que los sostiene. En la familia que diariamente sintoniza programas
de tevé cuyos protagonistas se burlan de los y las gordas, caricaturizan a los homosexuales, desprecian a
quienes son "viejos" y con reiterada frecuencia humillan a las mujeres en diálogos que las muestran como si
fuesen tontas. Discriminación sexual, racial, de género, por edad... cualquier forma de descalificación
destinada a inventar la superioridad de quien discrimina.

Estas discriminaciones —a diferencia de las discriminaciones positivas que fundan otra categoría dentro de los
derechos humanos— constituyen una categoría de la violencia que busca encontrar el placer que produce
definir quiénes serán las personas excluidas de determinados lugares o posibilidades; intenta imponer una
supuesta racionalidad que explique la limitación de aquellos/as a quienes se define como inferiores o
incapaces. La práctica de la discriminación se ha naturalizado de modo tal que actualmente forma parte de los
modelos de pensamiento que desarrollan algunas de sus víctimas logrando la adhesión de sus protagonistas,
convencidas de su inferioridad.

Quienes discriminan —sean niños, niñas o adultos— precisan ser reeducados y rescatados. Enseñar los
Derechos del Niño, de la Niña y de la Adolescencia en la escuela no es suficiente si al mismo tiempo no se
impone el alerta permanente acerca de la discriminación, ya que el mundo exterior aporta, continuamente,
ejemplos de inequidad discriminatoria. Ante ellos no cabe la indiferencia, sino la denuncia, la puesta de límites,
y sobre todo, el coraje cívico capaz de oponerse a las prácticas y a los discursos que propician o encubren
discriminación, más allá de quienes sean aquellos que los ejerzan.

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