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Sociología 1

Los nuevos pobres y la pobreza estructural

Ingresos de los hogares y Necesidades Básicas Insatisfechas. La pobreza y su relación con la desocupación, la educación y el
capital social

Entre los métodos de medición de la pobreza, el de "línea de pobreza" identifica a los que se denomina "pobres por ingresos", es
decir, aquellos hogares y personas que carecen de los ingresos suficientes para adquirir un conjunto de bienes y servicios destinados a
satisfacer sus necesidades elementales.

El método de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), que determina si un hogar cuenta con servicios sanitarios básicos, una
vivienda aceptable y acceso a la educación, entre otros indicadores censales, identifica lo que se llama "pobreza estructural". Su
principal limitación es que la información censal que utiliza como insumo queda rápidamente desactualizada.
El NBI identifica la pobreza de más larga data, mientras que no es útil para determinar las situaciones de pobreza reciente. Por el
contrario, el método de la línea de pobreza permite detectar a aquellos hogares que, aunque cuenten con una vivienda decorosa y
acceso a servicios, ya no pueden satisfacer adecuadamente sus necesidades debido a la baja de sus ingresos.

Desocupación y precariedad laboral

Los integrantes de este último grupo social, que conforman el llamado sector de los "nuevos pobres", se han multiplicado en los
últimos años en nuestro país debido al aumento de la desocupación y la subocupación, la reducción de los ingresos y el
incremento de los puestos de trabajo precarios, inestables y sin cobertura social. Se trata fundamentalmente de hogares de clase
media, que siguen viviendo en el espacio urbano pero cuyo nivel de vida ha caído sustancialmente.

La distribución del ingreso en la Argentina viene experimentado un persistente deterioro desde 1975. La desigualdad, que se había
reducido sustancialmente durante los años 40, se incrementó levemente a lo largo de los 50 y permaneció constante hasta mediados de
la década de los 70. A partir de ese momento no ha dejado de aumentar.

De acuerdo con Daniel García Delgado, de Flacso, a comienzos de este año el 10% de los habitantes más ricos del Gran Buenos
Aires (capital y Conurbano) ganaban 26,4 veces más que el 10% más pobre, mientras que en los años 70 su ingreso era 12 veces
superior. Para Claudio Lozano, director del Instituto de Estudios y Formación de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA),
"en términos relativos, la Argentina es dentro de América Latina el país que más se empobreció".

Durante el transcurso de este año, el fuerte aumento de la inflación, que afecta principalmente a los sectores de menores ingresos, ha
llevado los niveles de pobreza a sus máximos históricos.

La pobreza estructural ha sido objeto históricamente de políticas públicas focalizadas, normalmente asistenciales, como los
programas alimentarios y, más recientemente, de empleo transitorio. En cambio, el Estado carece casi por completo de políticas
orientadas al sector de los "nuevos pobres".

Si bien es cierto que estos últimos, debido a su nivel educativo, formación y experiencia laboral y acceso a redes sociales, cuentan con
mayores posibilidades de mejorar su situación en caso de una recuperación de la actividad económica, la magnitud que está
adquiriendo el fenómeno de aumento de la pobreza requiere la implementación de políticas públicas específicas para los "nuevos
pobres".

Pobreza y educación

El vínculo entre educación y pobreza ha sido siempre motivo de considerable debate. Entre ambas variables no parece existir una
relación lineal, sino que se alimentan recíprocamente en un círculo vicioso. El tercer aspecto que interviene es la inserción en el
mercado laboral.

En un mercado de trabajo competitivo, una persona con escaso nivel de instrucción tiene menos posibilidades de obtener un empleo
que otra más educada (aunque esta última no ocupe un puesto a la altura de su nivel de calificación). La falta de empleo o la
realización de tareas mal remuneradas o inestables, como las changas y el servicio doméstico, perpetúan la situación de pobreza. Al
mismo tiempo, los niños de hogares pobres abandonan la escuela debido a la necesidad de trabajar y a la pérdida de motivación
para estudiar.

Según Ernesto Kritz, hacia fines de los años 90 el mercado de trabajo del país se encontraba segmentado, desde la oferta y la
demanda, en un sector moderno, de mayor productividad, integrado por asalariados y trabajadores independientes estables, y una
periferia informal de la que participaban los trabajadores ocasionales y el servicio doméstico y donde las fronteras entre ocupación y
desocupación eran difusas. El crecimiento económico no podría reducir la desigualdad porque los trabajadores informales, debido a su
falta de calificaciones, no lograrían insertarse en el sector moderno.
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Kritz defendía una vigorosa política pública de capacitación para los más pobres, que "mejoraría no sólo el ajuste de oferta y
demanda en el mercado de trabajo, sino la equidad del proceso de modernización". Los programas públicos de empleo temporario no
modificarían la vulnerabilidad ocupacional de los beneficiarios a menos que se orientaran al entrenamiento y la reconversión.

Por el contrario, para la directora de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE), Mercedes Marcó del Pont, si bien
las políticas de formación cumplen importantes funciones redistributivas en el caso de los desocupados de baja calificación, cabe
cuestionar su eficacia "desentendiéndose de lo que ocurre con las tendencias profundas de la demanda de empleo, siempre provocadas
por el contexto de la política socioeconómica". De acuerdo con la economista de la FIDE, el modelo de convertibilidad tenía una
reducida potencialidad para generar empleo y, en ese marco, una política de elevación de la calificación de los desocupados podría
inducir una nueva distorsión en el mercado de trabajo: la de la "inempleabilidad de los calificados".

Luis Beccaria sostiene que "la educación per se no soluciona los problemas de empleo (...) La mayor parte de nuestra población vive
de su trabajo y, si los padres tienen dificultades para insertarse en el sistema económico, van a tener problemas con sus ingresos, y por
lo tanto sus hijos no tienen posibilidades de mantenerse en el sistema educativo. Es lo que algunos llaman el círculo de la pobreza
que hoy pasa por la dificultad de inserción de los padres en el mercado de trabajo".

"Lo que sucede es que el que no tiene el título (secundario) no trabaja (...) Las diferencias de niveles de acceso a la secundaria por
niveles de ingreso se están ampliando tanto que, de todas las políticas que se están implementando, la que subsidia la permanencia de
los chicos de menores ingresos en la escuela es de la mayor importancia", concluía Beccaria.

Un estudio realizado por Roberto Frenkel en el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) muestra que en el Gran
Buenos Aires, entre 1991 y 1998, la distribución de los ingresos tendió a polarizarse según la educación. La diferencia entre el grupo
de ocupados con educación terciaria y el resto aumentaba, mientras que los ingresos de los trabajadores con educación inferior a la
terciaria tendían a uniformarse. Según Frenkel, "como política para reducir la desigualdad, el camino de la educación es más tortuoso
de lo que parece a primera vista".

Pobreza y capital social


Un enfoque relativamente nuevo en las políticas sobre la pobreza es el que pone el acento en el concepto de capital social. Mientras
que el capital humano se refiere a las cualidades de las personas, entre ellas el nivel educativo y las calificaciones laborales, el capital
social apunta a la cantidad y calidad de las relaciones que existen entre los individuos de una comunidad.

Un grupo o comunidad rico en capital social se caracteriza por la abundancia de asociaciones y redes formales e informales, basadas
en valores compartidos, normas de reciprocidad y confianza mutua. Diversos estudios revelan que las comunidades con un buen
stock de capital social logran resolver sus problemas colectivos más fácilmente que aquellas cuyos miembros se encuentran
relativamente aislados, ya sea por desconfianza, falta de tradición cooperativa o imposibilidad de acceder a redes sociales más
amplias.

Los llamados "nuevos pobres", por ejemplo, que son mayoritariamente grupos de clase media que han visto reducidos sus ingresos,
siguen contando sin embargo con un stock de relaciones sociales y la capacidad de crear otras nuevas que les permiten paliar las
situaciones de desocupación o subocupación y les facilitan la reinserción laboral en el caso de una recuperación de la economía. Por el
contrario, las redes sociales a las que tienen acceso los sectores caracterizados por la "pobreza estructural" son en general limitadas
y alcanzan sólo para mantener las condiciones mínimas de subsistencia.

Las políticas dirigidas a aliviar la pobreza están incorporando cada vez más como uno de sus componentes la creación de capital
social en los grupos destinatarios, no sólo a través de la organización comunitaria sino además facilitando su acceso a redes humanas,
económicas y de información más amplias (7).

El creciente fenómeno del trueque en nuestro país es un ejemplo de la utilización de capital social para la creación de un mecanismo
alternativo ante la crisis económica. La Red Global de Trueque, que se plantea como un complemento de la economía formal, no
hace uso del dinero ni del intercambio directo de bienes, sino de vales llamados "créditos". Las personas vuelcan sus bienes y
servicios a la red y toman de ella lo que ésta les ofrece.

La Red llama a este mecanismo "trueque multirrecíproco", para distinguirlo del "recíproco" que tiene lugar entre sólo dos personas. El
sistema está claramente sustentado en la reciprocidad y la confianza: "Quien acepta créditos debe saber que lo hace bajo su entera
responsabilidad y porque el sistema tiene credibilidad, así como las personas que lo integran. Debe saber asimismo que en la Red no
existe una jerarquía superior a la que pueda recurrir para hacer valer un reclamo en este sentido", se explica.

Otro ejemplo es el del Banco Grameen, creado en 1974 en Bangladesh por el economista Muhammad Yunus con el objetivo de
ofrecer microcréditos sin requisitos de garantía al 10% más pobre de la población y que ha iniciado una experiencia en nuestro
país. El objetivo del emprendimiento es ser autosustentable. Al eliminar la garantía, el sistema se basa "en la confianza mutua, la
responsabilidad, participación y creatividad".
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El concepto de capital social en los proyectos de alivio de la pobreza

Se trata de un nuevo enfoque que procura fortalecer la capacidad de los pobres para mejorar su situación a través de la
asociación y el desarrollo de la confianza. Casos instructivos de América Latina y EEUU. Criterios para el diseño de
proyectos

Entre las estrategias de reducción y alivio de la pobreza, el concepto de capital social es un enfoque nuevo que se diferencia de los
criterios exclusivamente asistenciales aplicados por la mayoría de los programas. Organismos y agencias internacionales han
promovido en los últimos años estudios y líneas de acción destinadas a fortalecer la capacidad de los pobres para mejorar su
situación formando redes asociativas basadas en la cooperación y la confianza dentro de sus comunidades y con la sociedad más
amplia.

Aunque debemos cuidarnos de no convertir el concepto de capital social en otro término de moda o de considerarlo una panacea para
resolver los problemas de la pobreza y del desarrollo económico y político, lo cierto es que añade una dimensión nueva y hasta
ahora descuidada en las investigaciones y las políticas sobre la materia.

La noción de capital social, que fue popularizada por Robert Putnam a partir de su investigación sobre el desempeño de las
instituciones gubernamentales en Italia, se encuentra en plena construcción. Mientras el capital físico se relaciona con las riquezas
materiales y el humano con las habilidades y los conocimientos de las personas, el capital social alude a los lazos existentes entre los
individuos de una comunidad.

Para el Banco Mundial, "se refiere a las instituciones, relaciones y normas que conforman la calidad y cantidad de las interacciones
sociales de una sociedad (…) No es sólo la suma de las instituciones que configuran una sociedad, sino asimismo la materia que las
mantiene juntas". De acuerdo con el organismo, "numerosos estudios demuestran que la cohesión social es un factor crítico para
que las sociedades prosperen económicamente y para que el desarrollo sea sostenible".

Hay algunos ejemplos claros acerca de cómo el capital social contribuye a aliviar la situación de los pobres. Si en una comunidad
existen lazos basados en la confianza, normalmente entre familiares y vecinos, las personas serán capaces de organizarse y
cooperar para mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, las comunidades pobres carecen habitualmente de conexiones con la
economía formal. Fortalecer el capital social significa entonces, además, que los pobres no queden limitados a las redes de vecinos y
familiares, sino que puedan vincularse con la sociedad y los mercados más amplios para tener acceso a información y recursos
adicionales.

En los últimos años se ha reunido evidencia empírica acerca de que las asociaciones locales y las redes sociales tienen un impacto
positivo en el desarrollo local y el bienestar de los hogares. Un estudio realizado en 45 villas del continente africano, en el que se
utilizó como medida de capital social el número de miembros de los grupos y redes, estableció que el nivel de capital social tenía
una incidencia clave en el bienestar de los hogares, incluso controlando por el tamaño del hogar, el nivel educacional, los activos de
la familia, acceso al mercado y zona geográfica.

Dos ejemplos clásicos de América Latina

También en América Latina han predominado históricamente las iniciativas asistenciales para el alivio de la pobreza. Existen sin
embargo algunas experiencias que han hecho uso del capital social de la comunidad. Quizás el caso más citado es el de Villa El
Salvador, en Perú, una localidad que cuenta hoy con 350 mil habitantes y que en algo más de 30 años de existencia logró mejorar
las condiciones de vida de los pobladores a través de una experiencia de participación cívica, cooperación y confianza mutua,
apoyada en los rasgos de la cultura local.

Villa El Salvador nació oficialmente el 11 de mayo de 1971, pocos días después de que cientos de migrantes procedentes de los
callejones de Lima y Surquillo tomaron tierras públicas en las afueras de la capital de Perú. En cuestión de horas se sumaron otros
miles. Tras un intento fallido de desalojo, las autoridades trasladaron a las primeras 2.300 familias a unos arenales que se
constituyeron en el núcleo original de la localidad. En un mes el arenal se pobló con más de 100 mil personas, en su mayoría
provenientes de los "cinturones de miseria" de los alrededores de Lima. Traían con ellos la cultura indígena de cooperación y
actividad comunitaria, que fue la base para iniciar un proceso de desarrollo urbano y social a partir del trabajo voluntario que le
valió a la localidad el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia (1987) y otros reconocimientos internacionales, entre ellos de las
Naciones Unidas y la Unesco

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