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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

DIVISIÓN DE ESTUDIOS DE POSGRADO


MAESTRÍA EN DOCENCIA PARA LA EDUCACIÓN MEDIA SUPERIOR

TRABAJO PRESENTADO POR: CÉSAR SAMUEL GONZALEZ BELMONT.


ASIGNATURA: ÉTICA DE LA PRÁCTICA DOCENTE.
PROFESOR: DR. JUAN FIDEL ZORRILLA ALCALÁ.

“Los padres solo pueden dar buenos consejos o ponerlos en el camino del bien, pero la
formación del carácter de una persona reside en ella misma”; esta frase de Anne Frank
constituye un reto para todos y cada uno de los que estamos involucrados con la formación
humana ya que en principio, atribuye a los padres un rol en el que aparentemente no existe
un mayor compromiso o responsabilidad que encaminar a os hijos sin asumir mayor
responsabilidad en su formación, y en un segundo momento asume que el individuo por si
mismo deberá ser capaz de formar su carácter, sin considerar que el ser humano es un ser
social por naturaleza y su carácter y personalidad estará influido en una gran medida por las
experiencias sociales y educativas que tenga a lo largo de su vida.

Pero, ¿Por qué hablar de formación humana y del carácter en lugar de hablar de educación?,
no resulta fácil responder a esta cuestión, sin embargo, podríamos empezar por decir que
históricamente los fines de la educación han estado asociados a diversos aspectos del ser
humano, de la cultura y de la sociedad, desde el desarrollo de las virtudes hasta los contenidos
y métodos de las ciencias, la tecnología, la industria, la religión y el mundo laboral.

A partir de la afirmación anterior, se podría volver a cuestionar ¿y acaso estos fines no están
directamente relacionados con el concepto de formación humana?, ¿cual sería la diferencia
entre educar y formar? Y ¿qué es necesario para que la educación sea una educación que
forme el carácter?

De acuerdo con Herbert Spencer, “la educación tiene por objeto la formación del carácter”,
sin embargo en la realidad la educación es una actividad comúnmente considerada y juzgada
por los resultados que produce1 y aun cuando exista una concepción antropológica para
considerar los modelos educativos que se implementarán, esta implementación estará
condicionada por los fines, lo cual, no necesariamente implica la formación para el desarrollo
del ser humano, sino por el contrario se buscaría acotar el desarrollo y orientarlo hacia los
fines que se pretende alcanzar.

Entonces se presenta el dilema entre educar y formar íntegramente el carácter de la persona,


como si el hecho de formar a los jóvenes en las competencias necesarias que el mundo
demanda hoy en día estuviera alejado de la conformación de valores y actitudes que
consoliden la personalidad de quienes participan en estos procesos de enseñanza aprendizaje.

1
Aníbal León (2012). Los fines de la educación, Orbis. Revista Científica Ciencias Humanas, vol. 8, núm. 23,
septiembre-diciembre, 2012, pp. 4-50. Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=70925416001
Es cierto que el carácter es una “tendencia única y permanente de un individuo de actuar de
un modo determinado”2, sin embargo, esta tendencia será producto de un proceso formativo
en el que los estudiantes irán desarrollando los distintos elementos que conforman una
competencia: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a convivir, para
participar y cooperar con los demás3, por lo que resulta necesario incorporar en nuestros
modelos educativos elementos que resulten los suficientemente integrados no solo para
captar la complejidad del ser humano, sino para, al reconocer esta complejidad poder incidir
de forma positiva en el desarrollo de personalidades competentes y capaces de establecer
relaciones de convivencia basadas en la moralidad.

Para llegar a ese desarrollo autónomo y moral, la persona como ya se mencionó, experimenta
a lo largo de su vida, dos ambientes que marcan y modelan su carácter moral: La familia y la
escuela, respecto al primer ambiente y retomando la frase de Anne Frank, los padres no solo
dan buenos consejos, ellos son los principales modeladores y criadores de la conducta moral,
adecuada o inadecuada4. En casa no solo se aprende la forma correcta de tomar los alimentos
o a decir “gracias” y “por favor”, bajo la tutela de los padres, el niño desarrolla un sistema
de valores que le permiten interactuar con su entorno de forma autónoma, basado no solo en
la enseñanza de modelos de conducta, sino en la conducta de quienes conviven con él,
principalmente los padres y finalmente, se consolida a partir de los procedimientos de toma
de decisiones y modelos de comunicación de la familia.

Con el propósito de aclarar cómo estos modelos conforman el carácter y personalidad moral
de los estudiantes, a continuación, se presentan dos casos:

En una familia tradicional en la CDMX, el padre de familia, abogado


de profesión, a lo largo de toda su vida ha practicado futbol
americano, esta pasión por ese deporte en específico ha permeado en
su familia de tal suerte que los domingos, el deporte que se ve es el
futbol americano, la ropa casual que utilizan es con frecuencia un
jersey del equipo favorito “de la familia”, los hijos practican ese
deporte en el equipo en el que el padre de familia es entrenador e
incluso, su aspiración educativa está condicionada por la universidad
en la que puedan conseguir una beca deportiva por la práctica de ese
deporte.

Un joven fue detenido por las autoridades al atraparlo robando


autopartes en la Colonia Doctores de la CDMX; en su declaración,
este joven estaba consciente de que su conducta estaba en contra de
la ley, sin embargo no demostraba remordimiento alguno por sus

2
Marvin W. Berkowitz. Educar la persona moral en su totalidad. Revista Iberoamericana de Educación, Num.
8, Educación y Democracia (1). Recuperado de https://rieoei.org/historico/oeivirt/rie08a03.htm
3
Jacques De Lors (1994). Los cuatro pilares de la educación. En “La educación encierra un tesoro”. México:
El correo de la UNESCO, pp. 91 – 103.
4
José Bellido y Esther Villegas, Influencia de la familia en el desarrollo de pautas inadecuadas de conducta,
Universidad de Alicante. Recuperado de https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/5905/1/ALT_01_10.pdf
acciones, ya que para él, esta forma de vida era algo correcto puesto
que la sociedad no les había proporcionado las oportunidades de
educación ni de trabajo para poder sobrevivir, el había reprobado el
examen de ingreso al sistema de educación media superior y se había
visto en la necesidad de ingresar al negocio familiar que consistía en
la venta de autopartes robadas, negocio del cual dependía no solo su
familia directa, sino varias familias en situación similar a la suya.

En ambos casos es posible identificar con claridad que la conducta de los jóvenes es
consecuencia de una educación familiar en la que los distintos componentes de la moralidad
se ven afectados no solo por un modelo parental, sino por un sistema de valores asociado a
la forma en que estas familias proceden. Para llevar a cabo este análisis, tomemos el mapa
de la moralidad de Berkowitz5:

La conducta puede calificarse como moral e inmoral a partir de una serie de normas
establecidas social y culturalmente, sin embargo, en ambos casos, los jóvenes asumían su
conducta como algo moral en función de que la “normalidad” familiar legitimaba sus actos
e incluso en ambos casos, la intención de los jóvenes, tanto los que buscaban una beca
deportiva para continuar sus estudios, como el que robaba autopartes para ayudar a la
supervivencia de su familia era buena desde esa perspectiva.

Por otra parte, el carácter de los jóvenes había sido moldeado a lo largo de su vida a partir de
la práctica de ciertas actividades y de la interiorización de algunos valores que dentro de su
núcleo familiar eran consideradas como morales e incluso deseables.

Los valores que estos jóvenes proyectan mas allá de un juicio moral, están basados en un
sistema de creencias familiares que. Ellos han interiorizado por una parte la práctica
deportiva como un valor que no solo les permite convivir de manera armónica con su familia
y las otras familias que pertenecen al equipo, sino que representa una oportunidad para su
desarrollo físico, emocional y profesional; en el otro lado, el joven que robaba autopartes,
asume los valores de responsabilidad y solidaridad hacia la familia, aún y cuando su conducta
afectara a terceros, bajo lemas como “la familia es primero” o “de que lloren en mi familia a
que lloren en la suya, mejor que lloren en la suya”.

El cuarto elemento de este mapa es el razonamiento, es decir, las acciones son consecuencia
de una evaluación a partir de los valores de las personas, por lo tanto, como se explicó
anteriormente, en ambos casos, las acciones están determinadas por los valores asumidos,
independientemente de la legalidad de las acciones.

Finalmente, la emoción también juega un papel importante, en palabras de Berkowitz, la


emoción moral “es la raíz del dinamismo de la vida moral”, es decir, la emoción es la energía
que permite e impulsa a actuar a la persona. En ambos casos queda claro que las emociones
juegan un papel importante, por una parte, el entusiasmo ante la práctica de un juego, en el

5
Marvin W. Berkowitz. Op. Cit.
otro la intensidad de actuar y exponerse personalmente por el bien de la familia;
curiosamente, en ambos casos, la emoción resulta un factor indispensable para la acción.

En este orden de ideas y entendiendo que la educación y modelos familiares son diversos y
que la moralidad en función de lo que socialmente ha sido determinado como una conducta
moral, no necesariamente corresponde con la normalidad, es la escuela la que debe asumir la
función formadora en este ámbito de tal suerte que se ha vuelto una necesidad imperiosa
buscar modelos de formación del carácter que puedan cumplir con dos funciones:

a) Una función facilitadora, en la que se complementen los efectos positivos de la


familia relacionados con la formación moral.
b) Una función subsanadora, que sustituya o corrija la ausencia de influencias o las
influencias negativas ofrecidas por la familia.

Para lograr esto, los colegios tienen que contar con un proyecto de formación del carácter
que permita a los estudiantes apropiarse de los valores que al colegio le interesa desarrollar,
a partir del tipo de persona que se esté interesado en formar. Lo anterior conlleva una serie
de dificultades que van desde elegir a partir esta anatomía moral el ideal de persona que se
pretende formar, identificando los valores, actitudes y principios subyacentes a la
personalidad deseada para, finalmente, establecer un conjunto de pautas y acciones que
permitirán la absorción de esos valores por parte de la comunidad educativa.

Esta última parte no se puede lograr simplemente por decreto ni por una serie de campañas
de valores, es necesario que estos valores y principios vayan permeando en la comunidad a
partir principalmente de la demostración de estos por parte de todos los miembros de la
comunidad educativa: Directivos, docentes, administrativos e incluso los mismos
estudiantes, quienes a través de la práctica continua y del currículum oculto irán adquiriendo
en una comunidad de aprendizaje, justa y democrática la personalidad buscada por el simple
hecho de vivirlos y ponerlos en práctica.

De acuerdo con Perrenoud6, el desarrollo de las competencias se alcanza poniendo en juego


los saberes y habilidades, hasta alcanzar

6
Philippe Perrenoud (2012). Cuando la escuela pretende preparar para la vida. ¿Desarrollar competencias o
enseñar otros saberes?, Ed. Grao.

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