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Antecedentes y Sucesiones

Capítulo I

Espero que les guste.

Me acuerdo que entró al apartamento a eso de las once y diecisiete de la mañana del nueve de
julio de aquel año, dos mil siete, justo dos meses después de haberse graduado de su Máster en
Relaciones Públicas y Comunicación Corporativa, dos meses de intensa búsqueda de trabajo, pues no
quería ser la típica niña, porque eso se consideraba todavía, que viviera de la cuenta bancaria de sus
papás, quienes ya habían hecho suficiente al regalarle los estudios que quería y donde quería, no sólo
Bachelor sino Master también, y el apartamento 8A en el 985 de la Quinta Avenida a su nombre, como
regalo de graduación del Bachelor in Science. Regresaba de una entrevista totalmente fallida en
“Sequined”, la casa de RRPP en la que todos querían trabajar, pues tenían no sólo a Playboy y a Ivanka
Trump Collection, sino también a Verizon y a una que otra marca de LVMH, y la paga, hasta para el que
pasaba leyendo PageSix todo el día, era más de lo que se ganaba en Bank of America en un puesto
Corporativo. Iba escuchando música en el primer iPhone que alguna vez existió, tenía apenas dos
semanas de tenerlo y lo estaba disfrutando, pues pocas personas lo tenían, y por culpa de “Smooth”,
aquella canción que todos conocían y que era considerada ya vieja por ser del noventa y nueve, no
escuchó la infidelidad de Enzo, su novio, quien se estaba mudando con ella esa semana. Abrió la puerta
de su habitación y ahí lo vio, en su cama, a Enzo ¡y a Ava!, su mejor amiga, en un doggy-style en el que
practicaban más que la infidelidad: sexo anal, un tanto violento y destructivo, algo que ella no
consideraba ni saludable ni sano y que era algo que siempre se lo había negado a Enzo.

Ava, su mejor amiga, era la hija del socio de su papá, bueno, del que próximamente iba a ser el
ex–socio, pues esa infidelidad era imperdonable, a nivel moral y social, pues en el reglamento de la
hermandad de mujeres, a la que ambas habían asistido en sus años universitarios, decía
específicamente, en el artículo romano diecinueve, apartado segundo, que ninguna de las miembros
podían involucrarse con la pareja de alguien del mismo conjunto, nunca. Luego de haberlos descubierto
y haberlos sacado casi a patadas del apartamento, hizo que se llevaran las cajas de mudanza de Enzo de
regreso pero, él al no tener dónde vivir, las habían ido a dejar a la oficina de Pierce Williamson, el futuro
ex-socio de su papá, con una nota que decía “Ava can explain.”, que no necesitaba firma, pues la
caligrafía era bastante clara de quién venía. Habiendo sacado a la escoria de su apartamento e ido a
comprar una nueva cama y nuevos accesorios para ella en Bloomingdale’s, pues no podía dormir en una
cama en la que habían fornicado aquellos dos infieles, llamó a su número de emergencias; una
convocatoria de sus otras dos amigas de la hermandad: Julia y Vanessa.

*
Y pensar que eso había sido básicamente el comienzo de todo, porque de no ser por ese día ni
por esa fallida entrevista, no hubiera llegado nunca a “Sparks PR” y nunca hubiera conocido a las
personas más importantes de su vida. Y el día de ahora, la fecha histórica, pues la vida de muchas
personas cambiaría, para bien o para más que bien, o para excelente, treinta de mayo del dos mil
catorce, siete años después del génesis, supervisaba flores, alumbrado, olores, texturas, etc. e intentaba,
con todo su ser, no derramar ni una tan sola lágrima, ni de tristeza ni de emoción, pues no era un día
para estar triste, pero sí emocional, aunque la emoción se la debía dejar a las personas más importantes
del día. Aunque quizás ese era el momento para llorar como una bebé, pues todavía no había ido a donde
su estilista y asesor de imagen personal a que le ayudara a estilizarle el cabello, y a que la maquillara
para irradiar su belleza o tapar su fluctuante bienestar emocional extrapolado a físico, pero ya no le
ayudaría a vestirse, porque ahora tenía a alguien en casa, no como en aquel momento, que le ayudara a
subirse la cremallera de su vestido shocking pink Donna Karan muy tallado a sus curvas superiores e
inferiores, que se sostenía de ambos hombros, todavía asimétrico, que terminaba exactamente sobre
sus rodillas. ¿Lo mejor de todo? Se elevaba doce centímetros sobre el nivel del suelo en un par de Very
Riche Strass Christian Louboutin, o en el único par que había sido manufacturado en cerúleo. Se sentía
extraña aquel día, no estaba segura por qué, pero tenía ganas de llorar, y de llorar con sentimiento, hasta
sentía, a ratos, que el aire le faltaba, pero no podía darse el lujo de recaer en lo de hacía un par de meses,
no señor.

Pero, volviendo al dos mil siete, llegaron sus amigas, Julia y Vanessa, como siempre, al rescate.
Julia era de su misma edad, pero apenas había terminado el Bachelor, pues se había atrasado un año y
medio “por motivos de fuerza mayor”, lo que se le conocía en el idioma y lenguaje oficial y real como
“rehabilitación” o “divorcio multimillonario”, y era una pelirroja de ojos más celestes que el agua de las
costas malasias y de piel blanca, muy blanca, con una explosión de pecas, y Vanessa era todo lo contrario,
una mujer de veintiséis años, la mayor de las tres, y era morena, de cabello negro y muy corto, de ojos
café oscuro, y era la futura Psiquiatra de las tres. Llegaron como en cada emergencia; con una botella de
1800 reposado, una red de cinco limas, dos six-packs de Heineken, lo suave, y una botella de Grey Goose,
todo para que hubiera desahogo y ebriedad, y, ojalá, un olvido.

Les contó todo, aunque ya lo sabían porque Ava había tenido un intento fallido de excusarse
antes de tiempo, y le hicieron todo tipo de preguntas catárticas, el típico: cómo, cuándo, por qué, qué
hiciste, qué piensas hacer, qué harás ahora. Y entre McDonald’s y la decepción amorosa, se sumergieron
en el alcohol hasta que ella quedó más muerta que John F. Kennedy sobre la cama que recién instalaban
los de Bloomingdale’s. No revivió hasta el día siguiente, justo a las siete de la mañana, entre que la
habitación giraba alrededor suyo y ella se tambaleaba, y la cegadora luz que penetraba las ventanas de
su habitación, logró arrastrarse, literalmente, hasta el baño para ducharse rápidamente, pues ya era diez
de julio y era la última entrevista del mes, ahora en “Sparks PR”, en donde sabía que no tenía
oportunidad alguna, pero, sólo porque sí, iría y se desquitaría, pues no quería el trabajo, estaba en una
faceta a la que yo llamo, banalmente, “despecho universal”. En aquel entonces era una mujer raquítica,
con un ligero bronceado permanente natural, de cabello café oscuro y liso, aunque a veces, cuando había
mucha humedad, se le formaban unas ligeras ondas, y, en aquella época, era más bien una “sun-kissed
blonde”, pues no le iba mal con el bronceado ni con sus ojos; era una mirada honesta y muy legible,
incapaz de mentir, a veces del color de la miel, a veces verdes. Y en aquel estado zombificado, después
de revivir a base de maquillaje y la ropa justa y necesaria, aunque juvenil, pues tenía veintidós, casi
veintitrés, se aventuró a la última entrevista del mes.

Su sentido de la moda era como el de todos; muy dependiente y pasajero, pero era femenina,
aunque ese día no se sentía particularmente bien, ni físicamente ni femeninamente bien. Bajó recostada
en el ascensor de la torre hasta el vestíbulo, en donde ya la esperaba su chofer de toda la vida, que a
veces era mayordomo de sus papás, todo para llevarla a “30 West and 21st. Street” para subir al décimo
piso y pasar por lo mismo de siempre: el interrogatorio profesional y el “¿Por qué crees que X te necesita
en su equipo?”. Gafas Ray Ban oscuras, aviator, prorque la resaca era canalla. Aquel hombre, como todo
buen chofer/niñera/guardaespaldas, ya le tenía lista una inmaculada impresión de su hoja de vida, que
no era su trabajo, pero seguramente se desvivía en atenciones por aquella mujer, no porque estuviera
enamorado, o quizás sí, pero se acostumbró a consentirla desde el día en el que, a sus veintitrés años,
lo contrataron para servirle a ella, y sólo a ella sobre todas las cosas. Caminó en sus Blahnik que siempre
se ponía, porque le encantaba caminar sobre Stilettos, pues le parecía que daba sensualidad y que le
daban cierta elegancia que pocas veces podía lograr, además, le ayudaban a tener una postura erguida,
lo que mantenía contenta a su mamá, y esperó en la oficina en la que la recepcionista la metió. La resaca
etílica no era lo único que estaba mal ahí, sino que se había acordado del dolor emocional que Ava y
Enzo le habían causado con tanta violencia, ¡sobre su propia cama!, tal vez era eso lo que más le
molestaba, y no era lo único, pues la hicieron esperar una hora y nueve minutos por que llegara Dios a
entrevistarla, pues, ella le llamó Dios, porque eso se creía hasta antes de salir de la oficina.

Verificaba todo, la temperatura del Champán, del vino blanco y tinto, y la posición de las etiquetas
de todas las bebidas alcohólicas, verificaba doblemente la temperatura del salón para asegurarse que la
flora perduraría hasta la noche y estuviera en su más hermoso momento para brillar junto a las personas
más importantes de la noche. Pensaba en lo temprano que era todavía, en que probablemente no se
habían despertado, o quizás no habían podido dormir por los nervios, pero decidió guardar su iPhone,
pues la tentación era demasiada, era tanta que estuvo a punto de llamarles, pero se dedicó a
inspeccionar la alfombra, que no tuviera ni una mancha, porque había tiempo de sobra para limpiarla,
porque todo tenía que ser perfecto, así como lo fue en su día, que ahora se habían invertido los papeles
y era ella quien velaba por la perfección. Supervisaba el doblado de las servilletas de tela y la posición
geográfica de ellas sobre los platos blancos de cerámica, hasta se escabulló en la cocina para supervisar
que los vegetales y las frutas fueran la frescura más fresca de la historia, todavía supervisó al Sous Chef,
que se encargaba de quitarle la cáscara a las naranjas, a las toronjas y a los pomelos para que el Chef se
encargara de cortarlos en gajos sin septas, todo mientras otro esclavo de la cocina sacaba semilla por
semilla de las granadinas, escogiendo las más sanas y más rojas. Así era ella, que tenía al Sous Chef y al
Chef haciendo lo que deberían estar haciendo otras personas.

- Quiero la lista entera de la Boda de los Morgan y quiero saber por qué la mayoría de los invitados del
lanzamiento de la colección de Armani∣Exchange no están bajo ningún dato en el RSVP- irrumpió aquella
menuda mujer en la oficina, con exceso de maquillaje y volumen de cabello, y bronceado, y joyas, y de
todo, hablándole como al aire, despertándola del susto, pues ya estaba soñando con los ojos abiertos, y
fue cuando notó que, detrás de la puerta, estaba una chica muy delgada en un mal intento por verse
chic y que tomaba nota con rapidez. – Consígueme una Diet Coke- exhortó, sin ningún “por favor” y sin
ningún “gracias”. – Soy Jacqueline Hall, Senior Planner de “Sparks PR”- dijo, dejándose caer en la silla de
cuero negro al otro lado del escritorio y hundiéndose en un hostigamiento prematuro por hacer otra
entrevista a otra aspirante a conocer a todos los famosos.

- Buenos días, yo soy…- dijo, pero Jacqueline levantó la mano, interrumpiéndola y evitando escuchar su
voz, porque le pareció muy aguda, aunque era que la suya era muy grave, hasta parecía no tener voz,
como si tuviera atrofiadas las cuerdas vocales, no, tenía voz de fumadora empedernida.

- Tu hoja de vida- sonrió, pensando en lo rutinario que aquello se estaba volviendo, ¿a caso era tan difícil
encontrar a alguien que fuera diligente, chic, inteligente y que tuviera algo que aportar? Le alcanzó la
hoja de vida, la que su adorado chofer se había encargado de tenerle lista. –Cum Laude en ambos
estudios…cinco idiomas…pasantías en Wilhemina Models y en Mercer LLC…investigación de inducción,
fusiones y adquisiciones…marketing estratégico… ¿y qué quieres hacer?- preguntó, volviéndola a ver con
mirada hastiada, preguntándose con qué maravilla saldría esta farsante.
- Pues, me acabo de graduar de NYU como dice ahí, y creo que entiendo mucho de las Relaciones
Públicas- sonrió, manteniendo la cordura, pues a ella tampoco le gustaba que la trataran como había
tratado a quien ella suponía que era su asistente.

- Con “creer” no se hace nada en este negocio, ni en la vida- y eso fue lo que le cayó como Chili con carne
con dos días de ayuno y de desayuno: pesadísimo.

- Digo, no conozco el negocio en sí, pero puedo aportar mucho

- Te diré algo- dijo, recibiendo la lata de Diet Coke de la mano de su asistente, que no le dijo “gracias” de
nuevo, y eso le molestó. – He visto a por lo menos a cien personas que quieren este puesto, que es un
mal puesto y con mala paga, y todos vienen aquí porque quieren llegar a ser como lo que Samantha
Jones les vendió en “Sex & The City”, eso es idealización de las Relaciones Públicas, pues no es sólo eso.
– hasta ese punto, ella no entendía por dónde iba el argumento, si es que era uno en realidad. – No se
trata sólo de organizar un evento, eso es una parte, pero cuidar la imagen es primordial, tanto la de la
marca, como la de la empresa, como la personal…y, sin ofenderte, tú no tienes imagen, eres como todos
los demás que han venido, queriendo ser alguien sin ser alguien

- Piensas que soy una pretensión nada más y que no tengo absolutamente nada que aportar, que soy
como todos los demás- sonrió mientras murmuraba para sí misma, cruzó la pierna.

- No me lo tomes a mal, es sólo un consejo, no pretendas ser de alta sociedad cuando no lo eres- dijo,
vertiendo luego el líquido en su garganta, dejando la marca de su brillo labial en el borde de la lata, era
asqueroso, sin clase, como ella, como lo que le decía a ella que no fuera.

Verificó que las ostras fueran frescas también, pues había costado dos vueltas al mundo
conseguir un proveedor de ostras recién sacadas del océano, y verificó que las abrieran y las limpiaran
correctamente para volverlas a cerrar y guardarlas en un enorme recipiente con hielo. Luego se dio un
vistazo por la estación de las entradas, que las estaban preparando en ese momento; salmón por aquí,
caviar por aquí más, eneldo cruzado, baguette recién horneado. Y, por último, habló con los tres
bartenders que estarían de turno; pues, por lo menos uno, debería estar pendiente de que las bebidas
en la mesa principal no faltaran, fuera agua o fuera champán. ¡El Champán! Y corrió al auto, en donde
su chofer de toda la vida, hasta que la muerte los separara, la esperaba pacientemente, como siempre,
y buscó y sacó la caja de diez botellas de Dom Pérignon Rosé Vintage Brut, que las llevó rápidamente al
congelador de Champán para tenerlos listos para el brindis. Y luego de eso, supervisó la estación de
postres, en donde probó, por última vez, el mejor Cheesecake de la historia y le dio el “ok” más sincero,
saboreando la felicidad que tendrían las personas más importantes del día al probar aquel inmaculado y
perfecto postre; la conclusión para un menú acertadamente compuesto, pues claro, lo habían
compuesto entre dos grandes; un teórico y un técnico culinario.

- ¿No soy de la alta sociedad?- preguntó, consiguiendo una negación de cabeza. – Explícame, no quiero
equivocarme, parece que sabes mucho al respecto- sonrió, con ese toque personal de resentimiento y
ego y orgullo herido.

-Primero, te hice esperar más de una hora, una Socialité se hubiera marchado, pues no necesita el
trabajo, yo tengo que soportarlos, no ellos a mí. Segundo, tus universidades.

- ¿Qué pasa con ellas?

- Te graduaste con honores en las dos, eso significa que eres inteligente, muy inteligente, y ambas
universidades son un tanto fuera del alcance del bolsillo de cualquiera

- ¿Ser de clase alta es ser estúpido?- rió.

- No siempre, hay excepciones, y tú lo sabes muy bien, por lo que creo que tuviste muy buenas ofertas
de becas para pagarte tus estudios y quizás una vivienda, o todavía vives con tus papás en
Queens…porque el acento neoyorquino lo tienes…lo que me hace pensar que ese bolso Balenciaga que
llevas es una copia cara pero muy buena, muy parecido a lo real, y que tus zapatos son otra buena copia,
dime… ¿son asiáticos o afroamericanos?

- ¿Por qué? ¿Quieres comprar unos también?-rió de nuevo ante la elucubración más insensata e
incoherente de la historia.

- Lo que me confunde es que me tratas de “tú” y no de “usted”, lo que nos hace iguales

- Las confusiones son relativas, bueno…es que uno se confunde solo- sonrió, poniéndose de pie.

- La entrevista no ha terminado- dijo Jacqueline, elevando el tono de voz. Qué carácter.

- Esto no es una entrevista, es una “deducción” de lo que crees que soy…y, si es una entrevista como tú
dices, yo la doy por terminada- dijo, alcanzándole la mano para despedirse. – Mamá tenía mucha razón…-
dijo, sólo por aventar una granada y esconder la mano, pues Jacqueline siempre iba a querer saber más,
más por cómo se le había “igualado”.

- ¿Qué con tu mamá?- se burló, liberando un enojo poco común.

- Nada, después de todo, vive en Queens…

- A mí nadie me ve la cara de estúpida- balbuceó iracundamente ante el ninguneo de alguien de clase


media que se creía de clase alta.

- Yo no te la he visto, tú te la has puesto, yo no juzgo, tú sí- sonrió. – Un placer, Licenciada Hall


- Yo tampoco juzgo- gruñó, sintiéndose retada como nunca antes.

- Te daré un consejo- sonrió, volviéndose hacia Jacqueline, pues ya estaba con un pie fuera de la oficina.
– Cuando quieras encontrar a alguien digno de una plaza tan “sobrevalorada”, entrevístalo, no le digas
que es de clase baja que se ha esforzado por pretender ser de clase alta…uno sabe lo que es y no necesita
que alguien se lo diga, alguien como tú mucho menos…dale la oportunidad de presentarse tal cual,
porque tú has asumido muchísimas cosas y no sabes si son ciertas…la estupidez no tiene que ver con
clases sociales, sino con la capacidad de aprovechar las habilidades mentales y fisiológicas que uno
posee…y, por cierto, me encantó tanto tener las dos becas que las puse en mi hoja de vida. Un placer. –
guiñó su ojo y salió de aquella oficina con más aire que nunca, con resaca nula y con una sonrisa de
orgullo curado.

Revisó que todo estuviera en su lugar y dio las últimas instrucciones a la encargada del evento,
como si fuera ella quien estaba encargada, pues podía estarlo pero para algo le estaban pagando a la
encargada, ella sólo era la “Double-Checker”. Subió a la habitación y se encargó, personalmente de
arreglar la cama, con sábanas Vera Wang y almohadas más cómodas que la comodidad misma, difusores
de olor de granadilla con un toque de pimienta roja y pino, toallas Frette blancas, batas de baño Matouk
Cairo, y todo lo necesario para no salir de ahí hasta que se les diera la gana, pues hasta una Duffel Bag
con ropa les había instalado.

Salió de aquel edificio con la mejor de las sonrisas y buscó en su bolso la cajetilla de Marlboro
Gold, que nunca se acostumbraba a llamarlos Gold porque seguían siendo los mismos Light, para ponerse
uno en los labios y encenderlo para relajarse, o al menos para empezar a relajarse. Inhaló la primera vez
y declaró una nueva vida, sin Enzo y sin Ava, dos amores que debía olvidar y que no podía reemplazar
porque eran únicos, habían sido únicos. Sacó su iPhone y empezó a marcar para que su chofer le hiciera
el favor de detener el auto frente el edificio y así ella poder irse a casa de sus papás a almorzar comida
caliente y deliciosa y, como era martes, seguramente habría Cheese Lasagna y Pomerol, y luego una
siesta en la habitación de cine, enrollada en una cobija con el aire acondicionado a menos mil grados
centígrados mientras alguna película aburrida y dramática como “Pearl Harbor” en TNT la hiciera dormir.
- ¿En dónde conseguiste un iPhone?- preguntó Jacqueline a sus espaldas, viéndola con asombro.

- Ah, por ahí en Queens- rió, colgando con su chofer de una buena vez.

- Me equivoqué contigo- dijo, acercándose y encarándola.

- No me juzgues

- Pues dime quién eres

- Si hubieras leído bien la hoja de vida, lo sabrías- sonrió, exhalando el humo del cigarrillo, que ya no era
tan placentero.

- Tú no me vas a dar clases de cómo leer una hoja de vida

- No, porque ese es tu trabajo, saber cómo hacerlo, yo sólo te digo que, así como a ti te dieron la
oportunidad de ser alguien, se la des a alguien más- el auto se detuvo frente a ella y el chofer se bajó del
auto para abrir la puerta trasera para ella. – Como dije antes, un placer- sonrió, pateando la colilla de su
cigarrillo con su Manolo Blahnik y recogiéndolo del suelo, pues no le gustaba ensuciar las calles de su
ciudad.

- Miss Roberts…- susurró, bajando la cabeza para saludarla y darle paso al interior del auto.

- Hugh, llévame donde mamá, por favor- murmuró, aunque Jacqueline alcanzó a escuchar.
- ¿A la oficina o a casa?- preguntó, viendo cómo su empleadora se metía en el auto.

- A la Quinta Avenida, por favor- dijo, nombrando la Avenida para remarcar la clase social y el “por favor”
para darle una lección de vida a Jacqueline.

Hugh cerró la puerta al cerciorarse que Miss Roberts estaba completamente dentro del Mercedes
Benz negro y de vidrios ahumados, no polarizados, pues a ella no le gustaba sentirse incógnita. Jacqueline
se quedó boquiabierta, parada en su soledad y estupidez en aquella acera, no sabiendo exactamente
quién era “Miss Roberts”, pero lo averiguaría y le daría el puesto, en caso de que lo aceptara después de
la escena de inmadurez que había presenciado.

Exactamente a esa hora, en ese momento, a las once y treinta y tres, en el Financial District, un
joven de veinticinco años, alto y un tanto flacucho aunque con una meta física muy fornida que todavía
no había alcanzado, estrechaba la mano de Timothy Whittaker después de haber firmado la sociedad en
la Consultora Financiera tras haber tenido demasiado éxito en la consultoría con el CitiBank, tanto que
habían firmado contrato por cinco años gracias a él. Era un joven de buen parecido, de ojos grises con
una pizca de turquesa, de barbilla ligeramente marcada por el medio, muy masculino; cejas pobladas
pero siempre divididas, cabello negro un tanto largo en rizos anchos que los peinaba hacia atrás y hacia
el lado izquierdo por costumbre, exento de barba, aretes y tatuajes. Vestido siempre en traje formal
negro, gris oscuro o azul marino, siempre de Ralph Lauren, pues en eran los patrocinadores del equipo
de Polo, obviamente, al que él pertenecía. Esa vez vestía de negro, camisa blanca y corbata azul a
diminutos círculos celestes que se detenía por una Tie-Bar que era notable, todo un consultor financiero.

Salió de aquella oficina y se dirigió a la suya, pues era nueva, y respiró, por primera vez, el aire de la
privacidad de un espacio de treinta metros cuadrados sólo para él y la horrible decoración, pues era
inexistente. Se acercó al ventanal que comprendía la altura completa de su oficina, de suelo a techo, y
contempló la hermosa vista de Governor’s Island. Sacó su recién adquirido iPhone, aparato que le había
molestado cambiar por su funcional Blackberry, y tomó una fotografía con aquella inmunda resolución.
Deshizo el botón de su saco e indicó a los trabajadores dónde colocar el escritorio, el archivero y dónde
quería conexiones para tener mejor acceso a todo. Salió del edificio y se dirigió a Dean & Deluca de
Broadway para almorzar con Patrick, su mejor amigo, quien acababa de terminar su especialidad de
Cirugía y ya tenía trabajo en Lennox Hill.
*

Ahora, el treinta de mayo del dos mil catorce, apenas se despertaba. No encontró a su esposa en la cama,
pues no había dormido en casa, ah, primera noche que no dormía con ella, no desde aquello, cómo la
había extrañado, en quince días, tendría un año de ser su esposo, y sonrió ante el recuerdo del día de su
boda, acordándose de lo nervioso que había estado pero de lo feliz que había sido desde ese día, el
recuerdo de Natasha, caminando hacia el altar del brazo de su ahora suegro, que su esposa vestía un
hermoso vestido blanco que no era pomposo ni engordante, sino que tallaba disimuladamente sus
curvas entre el encaje, pues era una explosión estilizada y elegante de encaje blanco, tanto en el vestido
como en la ligera chaqueta que le cubría los hombros, sólo para guardar el debido respeto ante la Entidad
Suprema en St. Patrick’s Cathedral y que estuvo a punto de llorar al verla más bella que nunca, pero se
sintió un poco incómodo ante la sensación y lo reprimió, porque era macho, y volvió a ver a Emma, quien
esperaba a Natasha frente a él, y le sonrió reconfortantemente, acordándole lo afortunado que era.

Se levantó, no sin antes lavarse los dientes y la cara, y salió en su típica ropa deportiva: pantalón ajustado
a sus piernas y en una camiseta negra, sólo para verla sentada a la mesa del comedor, jugando en su
iPhone mientras tomaba una taza en su mano izquierda y la llevaba a sus labios, no sin antes soplar el
líquido, que sabía que no era café. La vio unos momentos y sonrió ante la imagen que viviría ese día, que
más bien reviviría, y se acercó a ella al compás de la mordida de una tostada de pan integral con
mantequilla y jamón de pavo.

- ¿Nerviosa?- preguntó, sonriéndole mientras se inclinaba para darle un beso en su cabeza.

- Buenos días- rió en cuanto tragó. - ¿Qué tal dormiste?

- Bien, siempre duermo bien- sonrió de nuevo, sentándose a la mesa y sirviéndose jugo de naranja recién
exprimido. –Buenos días, Agnieszka- murmuró, saludando al ama de llaves al verla cruzar por la puerta
de la cocina, quien llevaba un plato con el típico desayuno que comía Phillip: cuatro trozos de tocino,
dos huevos revueltos, tres salchichas, dos tostadas de pan integral y dos tostadas a la francesa, polveadas
de azúcar pulverizada. – Se ve muy rico, como siempre, muchísimas gracias- agradeció, por educación,
por costumbre y por verdadero agradecimiento. - ¿Qué tal dormiste?- repitió, volviéndola a ver, notando
una pequeña frustración en su mirada.
- Bien, pues…nerviosa, un poco, pero dormí bien después de que Agnieszka me hiciera un té. – sonrió
para Agnieszka, quien le servía café a Phillip. – Pero bien, por lo demás, todo bien

- ¿Tienes todo? ¿Necesitas algo?

- Just her

- Isn’t that romantic?- rió.

- Deja las bromas- llevó la taza nuevamente a sus labios y bebió cálidamente tres tragos de ella, para que
Agnieszka se la llenara de nuevo. - ¿Has sabido algo?

- Oye, tranquila, todo está bien- interrumpió de nuevo. – Mi esposa lo tiene todo bajo control, confía en
ella, sabe lo que hace, siempre lo ha sabido

- Lo sé, lo sé, es sólo que no hemos hablado, no la he visto, no sé si está bien- murmuró entre su mordida
doble de tostada.

- Si no estuviera bien, ya lo sabrías, ¿no crees?- susurró Phillip, tomándola de la mano y haciendo que lo
viera a los ojos. – Relájate

Y pudo respirar tranquila, pues Phillip tenía razón, si algo no estuviera bien, ya lo sabría, por cualquier
vía de comunicación, además, no era como que vivieran lejos; si el apartamento se hubiera incendiado
o algo parecido, algo así de catastrófico, se hubieran dado cuenta, pues vivían literalmente en la misma
calle, sólo que en una avenida más a la derecha.

*
Pues, en aquel entonces, justo cuando Miss Roberts llegaba a casa de sus papás, en realidad al Penthouse
de la Quinta Avenida, una rubia y estresada Diseñadora de Interiores se esforzaba por explicar las cuatro
fases de la fabricación de muebles: Developing, Testing, Evaluation and Presentation, todo dentro de un
análisis complejo de qué tipo de herramientas utilizar sobre el grupo designado, fibra de vidrio en su
caso, cómo tratarlo, cómo prevenir daños y cómo explicar su desarrollo, en fin, sudando de nervios y de
emoción anticipada, pues era el último examen del semestre y, con eso, que estaba segura que aprobaría
con excelente calificación, estaría a un año de terminar su Maestría, que se había tomado el tiempo del
Mundo para hacerlo despacio y con buenas calificaciones, pues no quería regresar a casa, no era algo
que le llamaba mucho la atención.

- Dijiste que la funcionalidad no era igual a la calidad, ¿qué quisiste decir con eso?- preguntó uno de sus
ocho compañeros de curso.

- La calidad puede referirse a la calidad del material, o a la calidad de la mano de obra, la calidad del
acabado o, también, la calidad de la funcionalidad… la funcionalidad, por aparte, se refiere a qué tan
bien funciona el material para la estructura del mueble, qué tan bien funciona el diseño para el cliente;
desde la accesibilidad hasta el mantenimiento…

Y con esa respuesta, un tanto a la ligera, Professor Greene, dio por terminada la presentación y los dejó
libres en una digna vacación de verano, pues habían tenido que posponer las presentaciones un mes
debido a problemas de organización académica de la administración. Salió al calor y al sol de Savannah,
subiéndose el jeans hasta por debajo de las rodillas, quitándose sus tacones de cuero café Nine West de
ocho diminutos centímetros para deslizarse en unas sandalias de goma que habían diseñado los de
diseño de modas de ahí mismo y, quitándose su cárdigan azul, quedó en un look de verano en su
camiseta blanca desmangada, por la que, a los lados de las mangas, dejaba ver los elásticos de su blanco
sostén. Arrojó sus tacones y su bolso en la canastilla, tomó el manubrio y, caminando sobre la acera, dio
un salto y empezó a pedalear su bicicleta hasta Pizza Hut, la más cercana, en donde se encontraría con
Mia, su compañera de vivienda, y su novio, Lucas, y con su novio, Andrew, con quien nunca había
compartido nada más que besos tímidos y restringidos en el sofá de la sala de estar de su apartamento.

*
- Hannah, necesito que averigües quién es Natasha Roberts, la que estuvo aquí hace unos momentos-
dictó Jacqueline a su asistente, a la chica que había estado antes ahí. – Quién es, quiénes son sus papás,
qué hace, dónde vive, ¡todo! Si ha torturado patos en Central Park, ¡quiero saberlo! - gruñó, levantando
los brazos al aire. – Y tráeme una Diet Coke- exhortó en su voz aguda, hundiéndose en su silla de cuero
negra y encendiendo el monitor de su ordenador mientras le hacía el gesto de “retírate” a Hannah, quien
se retiraba como sin saber para dónde ir.

Jacqueline Hall era más falsa que el bronceado de Donald Trump, y pues, es que tenían el mismo
problema, un exceso de bronceado que dejaba de verse natural, era casi de tono naranja, a lo John F.
Kennedy, pero se veía mal, más por su cabello voluminoso al exceso, con una notable rinoplastia, sonrisa
de mentira, ojos por igual; de aquella moda que alguna vez hubo de los lentes de contacto de colores. Y
todavía usaba aretes gigantes, como si la primera regla de la moda fuera no usar aretes más grandes que
sus orejas, collares asfixiantemente enormes, en largo y en ancho, y en peso también, pues se veían mal
en aquel raquítico cuerpo, como si fuera Eva Longoria en su época más delgada, y en una blusa flamenca
y falda de vuelos, no había nada agradable, pues era simplemente demasiado.

- No tenemos nada sobre ella- dijo Hannah, alcanzándole la página impresa de datos inexistentes sobre
su víctima, ¿o había sido Jacqueline su víctima? Le arrebató la página y la lata de Diet Coke de las manos
con enojo, y le hizo el mismo gesto de siempre para que se retirara, sin ningún “gracias”, ni nada.

Entonces, ¿cómo saber quién es alguien de la alta sociedad si no existe un récord? Sencillo: llamar al
contacto de la hoja de vida y citarlo a una segunda entrevista. Jacqueline estaba más que interesada en
Miss Roberts, al menos porque era la excepción de la alta sociedad, ¿qué hacía mendigando un trabajo?
Buscó la hoja de vida y no la encontró, hizo que Hannah la buscara hasta que la oficina quedara hecha
un caos, todo para darse cuenta que había metido aquella inmaculada impresión en su bolso. Corroboró
el número y decidió llamar después de almuerzo, pues ya su diminuto y flacucho estómago le rogaba por
comida.

Phillip Charles Noltenius II estuvo siempre agradecido porque sus papás, Katherine Parker, heredera de
tres petroleras tejanas, y Phillip Charles Noltenius I, Veterano por la guerra de Vietnam, de 1970 a 1975,
quien se había dedicado, tras la guerra, a construir botes por motivo de terapia psicológica posguerra, a
tal grado que se convirtieron en demanda consumista de la elite mundial, no lo habían llamado “Junior”,
pues era todo menos eso. Tenía, en ese entonces, toda su vida de vivir en Manhattan aunque, desde que
cumplió los quince, sus papás se mudaron a Corpus Cristi, Texas, para que Katherine pudiera tomar
control sobre el patrimonio de la familia tras la muerte de su hermano mayor, en un típico y trágico
accidente en una de las perforadoras, y Phillip I pudiera seguir construyendo sus yates, lo habían dejado
viviendo solo en Manhattan. Le habían contratado dos guardaespaldas y le habían comprado un
apartamento sencillo y pequeño en el Financial District, el Penthouse, para que atendiera su vida escolar
prematura a Léman Manhattan, en donde era de los pocos que no eran internos. No quiso irse a Texas
porque sabía que quería quedarse viviendo en esa hermosa ciudad y que ahí trabajaría, en alguno de los
enormes edificios de Wall Street, y lo había logrado después de estudiar Economics y Finance en
Princeton, Bachelor y Master.

Tenía una hermana, Adrienne, que era cinco años menor que él, que lo admiraba a pesar de casi no
compartir con él, lo admiraba tanto, pero tanto, que lo odiaba, pues era el orgullo de sus papás, y
siempre que lo veía peleaba con él por A o por B motivo, pero era una admiración y una envidia profunda
que no era sana, ni a nivel filial, ni civil, ni social, un sentimiento que no había podido superar hasta el
día en el que su abuela materna, Elizabeth, había fallecido por un cáncer de páncreas que había
alcanzado a hacer metástasis y se había dejado ir sin el menor de los avisos previos, pues lo había visto
como un verdadero ser humano, llorando como un niño, con aliento a Whisky, ojos rojos, su traje de ya
dos días sin cambiar; lo veía humano, pero el encanto le había durado poco, pues le parecía simplemente
imposible demostrarle su amor, aunque si lo amaba, él a ella era distinto, pues él se desvivía por su
hermanita menor, intentaba ser su protector. Las dos veces que había ido a Texas, había tenido que
intervenir entre Adrienne y su novio de turno, bueno, su beso de turno, pues le importaba demasiado,
porque era muy bonita, era como una versión joven de Brooke Shields pero mejorada.

Pues bien, Phillip, entre su buen parecido, era asediado por las mujeres, era su debilidad, más bien Phillip
era la debilidad de muchas, pues decía que no tenía que probarlas a todas para saber cuál era la correcta,
no había conocido a una mujer que lo dejara pensando en nada y que le pusiera la mente en blanco, que
lo dejara sin palabras y lo hiciera hacer cosas estúpidas sin que ella se lo pidiera, pues, no estaba muy
lejos de conocerla. No era precisamente lo que se conocía como un “Playboy”, pues no se acostaba con
cualquiera, en realidad sólo se había acostado con dos mujeres en sus veinticinco años: Denise, su
primera vez y su novia de tres años en el colegio, y Valerie, su novia de dos años en Princeton; ambas
relaciones terminaron porque Phillip no podía ofrecerles, a largo plazo, esa cosa, sí, esa cosa del
matrimonio, pues eso era algo que a él no le interesaba, hasta le daba terror pensar en que debía atarse
a alguien y de por vida. Pero, fiesta a la que iba, lograba enamorar a cualquier señorita que se le acercara,
con sus habilidades políticas de hablar volúmenes vacíos sobre lo que fuera y, junto con su habilidad
para bailar bien, le conseguían uno que otro: “¿Continuamos esto en tu casa pero sin ropa?”, a lo que el
noventa por ciento del tiempo se negaba porque sabía que estaba mal, el otro diez por ciento accedía
porque no podía dejar que señoritas así de guapas intentaran llegar a casa, se perderían antes, y era de
los que se las llevaba a casa y las bañaba si se vomitaban, las ponía a dormir cuando ya se habían
desmayado, y lavaba, secaba y planchaba sus ropas para que, cuando se despertaran, tuvieran ropa
limpia.
- Ella, ¿cómo te fue en la entrevista de ahora?- murmuró Margaret, su mamá, inhalando el aroma del
Pomerol con el que acompañaba la Lasagna.

- Madre, por favor, no me llames así- dijo, llamándola “madre” por su enojo pasajero, pues solía llamarla
“mamá”, pero nunca “mami”, mucho menos “mamita”; oscilaba entre “Margarita” y “Maggie” también.

- ¿Por qué no? Dame una buena razón y te llamaré por tu segundo nombre, como a ti te gusta

- Bueno, aparte de que es porque me gusta más mi segundo nombre…intento hacerme mi propio
nombre, no quiero que me den un trabajo por ser la hija de Romeo Roberts y Margaret Robinson, todos
saben que “Ella Roberts” es su hija, pero “Natasha Roberts” es…una más- sonrió, ensartándole
elegantemente el tenedor a un par de hojas de arúgula.

- Me corrijo; Natasha, ¿cómo te fue en la entrevista de ahora?- rió, sacudiendo su cabeza de lado a lado,
dándole la razón a su hija pero sin decírselo.

- Jacqueline Hall me entrevistó, tal y como me lo advertiste

- No es muy amable, ¿cierto?- sonrió con ternura para su única hija.

- No, no lo es…le faltó tener una madre como tú- rió Natasha, tomándola de la mano. – Pero bueno,
basta de romanticismos- se recompuso, pues la relación entre ellas era un tanto de amor-odio. –
Seguramente me llamará para una segunda entrevista, para una entrevista de verdad, pues lo de ahora
no fue eso

- ¿Y qué fue?
- La muy perra…

- Señorita, watch that language…así no es como habla mi hija- interrumpió Margaret, regañándola con
la mirada y con su dedo índice.

- Pues, está bien…se dedicó a elucubrar sobre mí…pero cosas que ni te imaginas

- Cuéntame, porque puedo hacer algo al respecto al cubrir el servicio de comida en su evento de Armani-
sonrió con preocupación, pues siempre tuvo la imagen de una Natasha baja en autoestima, aunque se
equivocaba.

- Pues, se reduce a que mis papás habían tenido que vender sus riñones y que tuve que conseguir un par
de becas para poder ir a Brown y a NYU, que dejara de intentar parecer una Socialité, dijo que mi
Balenciaga era una copia muy buena, todavía me preguntó si era asiática o afroamericana- rió, llevando
el último bocado de Lasagna a su boca. – Dice que un rico no puede ser inteligente, que eso no va en los
genes- Margaret estalló en una risa.

- No seré tan ruda con ella, ¿está bien?- Natasha asintió. – Bien, ¿cuáles son tus planes para el resto del
día?

- Pues pensaba ver alguna película aquí, una siesta…superar a Enzo

- Cariño, Enzo no vale la pena, tú eres mucho más que ese ridículo francés- dijo, en tono reconfortante,
algo no muy común en ella. – Sal, distráete, ve de compras, yo invito- sonrió, sabiendo que esa era la
terapia femenina más efectiva para olvidar desde un mal de amores hasta una frustración de mayor
magnitud.
Después dos pizzas de Pepperoni y dos jarras de Pepsi, todavía después cinnamon sticks, todo un
consumismo en Pizza Hut, aquellas cuatro personas, todas estudiantes, se dirigieron al cómodo y
pequeño apartamento que quedaba casi a un lado de la universidad. Era de tres habitaciones, la suya y
la de Mia, más una sala de estar, una cocina y un baño, todo por el módico precio de seiscientos dólares
mensuales; con teléfono, cable básico, internet inalámbrico, lavadora y secadora, lavadora de platos,
agua caliente y aire acondicionado/calefacción incluidos.

- Ven aquí, déjame besarte- murmuró Andrew, cerrando la puerta de la habitación y halándola de la
mano, trayéndola hacia él y clavándole un beso un tanto salivoso que siguió, porque ella se lo permitió,
por su cuello, detrás de sus orejas y de nuevo a sus labios mientras sus manos la tomaban por la cadera,
la rodeaban alocadamente, metiéndose por debajo de esa camiseta blanca hasta su cintura y luego
bajaban lentamente hasta escabullirse entre sus panties blancos y la tela de su jeans para acariciar su
trasero.

El beso bajó por su pecho desnudo, besando sus huesudas clavículas y tomó la camisa entre sus manos
y la retiró, dejándola en su sostén blanco. Ella estaba jadeante, nerviosa, dubitativa, él, por el otro lado,
estaba emocionado que por fin iba a suceder, por fin, por fin, por fin, después de una larga espera de
cuatro meses iba a suceder, más con esa diosa, con esa perfecta mujer que podía ganarse la vida con su
belleza física, modelo pues, pero que era, sobre eso, inteligente y visionaria, más con ese ligero acento
tosco pero que le daba sensualidad, pero sólo era para algunas palabras, por lo demás, pasaría por
norteamericana, más con su cali-look; ligeramente bronceada, curvas generosas pero no exageradas,
esa cabellera rubia oscura y ondulada, un tanto alocada, ojos celestes que penetraban el alma de
cualquier hombre y mujer, era de las que volteaban cabezas.

La acostó sobre su cama y él se colocó sobre ella, besándola simplemente mal, desesperado,
provocándole asco a su novia, tentándola a detener aquella potencial escena de sexo que no quería que
sucediera, pero sentir que la tocaban la hacía sentir mujer, era una lucha mitológica en su cabeza. Le
quitó el jeans y la besó desde sus piernas hasta su entrepierna, liberando un callado gemido de excitación
al sentir su cálida exhalación en ese lugar que nadie había tocado hacía más de cinco años, nadie más
que ella y sólo ocasionalmente. Subió por su vientre, besándola, mordiendo su abdomen, haciendo aquel
momento doloroso y eterno, un arrepentimiento total para ella. Se quitó su camisa, que de haberla
dejado puesta lograba llevarla a la cama al cien por ciento, pero no, pues cuando se recostó sobre ella y
la dejó sentir sus pectorales ligeramente cargados de vellos viriles y masculinos, ella se estremeció y lo
detuvo.

- No, no…- murmuró, tapándose los ojos con un brazo y tumbándolo a su lado.
- ¿No qué, Sophia?- jadeó frustradamente Andrew mientras caía sobre su espalda al lado de una
parcialmente desnuda Sophia.

- No puedo, lo siento

- ¿Por qué no puedes? ¿Tienes miedo de que te lastime al sentirme dentro?- dijo, como si eso fuera lo
más obvio.

- No, no me vas a lastimar, simplemente no puedo

- ¿Vas a poder alguna vez?- preguntó, volviéndose hacia ella, viendo su celeste mirada encarar el blanco
techo. Sophia se quedó en silencio un momento, pensando lo que no debía pensar, pues no había nada
que pensar. – Pues, si nunca vas a poder…por la razón infantil que sea, porque debe ser infantil para que
no me la puedas decir, te da vergüenza…creo que esto tampoco no va a poder ser- susurró, sentándose
y dándole la espalda a Sophia, dejándole ver su tatuaje sobre su omóplato izquierdo, el que Sophia nunca
le había visto con tanto detenimiento, que no fue hasta entonces que supo que estaba mal escrito: “Life’s
to short to worry and to long to wait”. “Too!” gritó en su mente.

- ¿Me estás terminando?- murmuró, escondiendo su sonrisa.

- Así es, hermosa rubia- sonrió, viéndola en ropas menores de reojo, qué cuerpo que el que tenía. - ¿Estás
bien?- susurró, dándose la vuelta e inclinándose sobre Sophia para darle un beso en la frente. Ella asintió.
– Nos vemos por ahí- murmuró a ras de su frente y le dio otro beso. Se puso de pie, recogió su camisa
del suelo y salió de la habitación mientras se la volvía a poner, liberando a Sophia de una culpa sexual.

*
Regresó al auto, en donde Hugh la esperaba, como siempre, como desde que tenía once años y atendía
St. Bernadette’s Academy, él le abrió la puerta, tal y como mucho tiempo atrás frente a Jacqueline Hall,
y la cerró, bordeando el Mercedes Benz, negro y ahumado de las ventanas, como el de hacía siete años
pero seis años más nuevo que aquel, y condujo únicamente dos calles hacia arriba y media avenida hacia
la izquierda, dejándola frente al 680, que gloriosamente quedaba frente a Barneys, a la vuelta Hermès,
a un par de calles Bergdorf’s, mejor locación no existía. Saludó a Józef, el portero del edificio, y estalló
en lágrimas emocionales. Quizás era la mezcla de las emociones encontradas: revivir aquel día de hace
casi un año, tomando en cuenta el hecho de que todavía no creía verdadero lo que estaba a punto de
pasar, pues, no tan “a punto” pero ese día cambiaría todo, o quizás no, pero estaba feliz, muy feliz, y
muy conmovida. Se sentó en el sofá del Lobby y esperó dos minutos a que lo enrojecido de sus ojos se
desvaneciera. Hundió su cara en sus delgadas manos, ahora sin manicurar, restregó sus ojos, su cara
entera y terminó por peinar su cabello con sus dedos, teniendo cuidado de no enredar su anillo de
compromiso entre su cabello. Se puso de pie, paseando sus manos húmedas por su camiseta negra para
secarlas y caminó a ras de la alfombra con sus zapatillas deportivas Nike magenta y amarillo y esperó el
ascensor.

- Buenos días, Guapísima, ¿qué tal amaneciste?- sonrió al contestar su iPhone y escuchar el timbre de
llegada del ascensor.

- Bien, bien, ¿y tú?- preguntó, con cierta preocupación en su voz.

- Bien, también, voy llegando al apartamento ahorita…estaba en el Plaza

- Tú, como siempre, paranoicamente precavida- rió, acordándole que el día de su boda, antes de meterse
en el vestido, salió corriendo, ya maquillada y peinada, al Plaza sólo para asegurarse de que todo
estuviera bien.

- Pues, es un día muy lindo, todo tiene que ser perfecto- dijo, presionando el número once en el tablero.
- ¿Cómo te sientes?
- No tengo idea…es como cuando tienes hambre pero no sabes de qué, que tienes ganas de ir al baño y
vas, pero no haces nada, que estás aburrida pero no hay nada que te entretenga porque no estás
aburrida en realidad, ¿me entiendes?

- Sí, se llama “nerviosismo”- rió. - ¿Has dormido bien? ¿O debo enviar a mi masajista de nuevo para un
masaje relajante que te deje dormida cuatro horas? Todavía tienes tiempo

- No, estoy bien, de verdad... creo que necesitaba escucharte para que la calma me entrara en el sistema-
rió nasalmente, llevando la segunda taza de té a sus labios. - ¿Durmió bien?- escuchó el timbre de llegada
del ascensor y escuchó respirar pesadamente un par de veces a Natasha. - ¿Durmió bien?- repitió,
escuchando el sonido de las llaves en su mano.

- Bebimos un par de Martinis, no muchos, dos o tres, vimos la Saga completa de “Twilight” mientras
comíamos algo de “Cilantro”, tú sabes, para aliviar los nervios…- sonrió para el teléfono, insertando la
llave en el cerrojo y abriendo la puerta al girar la perilla. – Después de eso, se quedó dormida, like a
baby- continuó diciendo, caminando hacia la habitación. – Está muy bien, muy relajada, tranquila, ¿sí?-
murmuró, viendo que en la cama no había nada. Se escuchó un sonido gutural de esfuerzo sobrenatural.

- ¿Qué fue eso?

- No es nada, sigue dormida- mintió. – Te llamo luego, ¿sí?- murmuró, en un tono muy relajado que logró
venderle la mentira.

- Está bien, gracias, de verdad- murmuró. – Te veo más tarde, pero llámame o escríbeme antes para
relajarme, ¿sí?

- Will do, promise. Gotta go, ciao- colgó, arrojando su bolso y su iPhone sobre la cama y caminando hacia
el baño.
*

Andrew salió del apartamento y Sophia se vistió de nuevo, yendo antes al baño para darse cuenta que
su excitación no era más que una ilusión psicológica, pues la excitación que había sentido al sentir a
Andrew en su entrepierna, no había tenido efecto físico notable alguno, ¡ni húmeda! Y no fue que se
frustrara, pero al menos siguió corroborando, como siempre, que los hombres, en y con ella, no tenían
efecto alguno, más que uno que otro de repulsión, no, “repulsión” no era la palabra correcta, pues no le
daban asco, simplemente le incomodaba estar con uno en términos de intimidad. Salió del apartamento
en el look veraniego del sol abrazador, se montó en su bicicleta y se dirigió hacia el taller de carpintería
de la universidad, pues no tenía nada que hacer y no quería pasársela haraganeando en su cama, menos
con ese infernal calor que traspasaba las paredes y superaba al aire acondicionado.

Recorrió la bodega, la parte de desechos y recogió un par de paneles de plywood que no servían para
funcionalidad, pero sí para estética. No había nadie en carpintería, era la única que no quería disfrutar
del verano, o tal vez no sabía cómo, pues era primer verano que pasaba en Savannah. Los veranos
anteriores, por los últimos tres años, los había pasado en Atenas o en Roma. Atenas era la ciudad en
donde había nacido y vivido siempre, vivía con sus papás; Talos Papazoglakis, quien tenía años de ser
congresista del Movimiento Socialista Panhelénico, o PASOK, y buscaba ser Ministro de Relaciones
Exteriores, y Camilla Rialto, ama de casa porque a Talos no le gustaba que trabajara, pero había
estudiado Arquitectura en la Sapienza, aunque nunca la terminó porque se casó con Talos estando ya
embarazada con Sophia, por lo que se mudaron a Atenas, pues Talos era, en ese entonces, embajador
de Grecia en Roma a sus treinta años, todo porque Artemus, el papá de Talos, estaba ahogado en el
gobierno y había conseguido que le dieran a Talos la plaza con sólo haber estudiado Ciencias Políticas y
Diplomacia, por lo que ahora, veintitrés años después, buscaba todavía el puesto de Ministro de
Relaciones Exteriores, vaya frustración, para él por no conseguirlo, para Sophia porque seguía
intentando, pues a ella no le gustaba la política, menos verse involucrada en ella. Tampoco podía negar
que le encantaba ir a Roma a pasar el verano con sus abuelos maternos, a que la consintieran al máximo;
desde lo material hasta lo emocional, no se quejaba en ninguna ciudad, a veces quisiera poder tener a
sus abuelos, a Giada y a Salvatore en Atenas, pero eso era imposible, pues ninguno de los dos soportaban
a Talos. Le gustaba Atenas pero no para estar en su casa.

No sabía qué haría, simplemente hizo lo que mejor sabía hacer: improvisar. Y empezó a cortar la madera,
a pegarla a presión según los métodos que había aprendido en clase, y así lo hizo, Dios sabe cómo, pero
Sophia pasaría el resto del día, hasta parte de la noche y madrugada, construyendo una mesa de noche,
con cajones sin rieles, que era posible sacar y meter debido a que el diseño era realmente sensato y
había considerado todo, aunque claro, no podría pintarse, pues la laca, fuera de la densidad que fuera,
arruinaría el arduo y perfecto lijado de aquella madera ficticia.
- Hola- saludó Natasha al teléfono, no reconociendo el número del que la llamaban.

- Habla Jacqueline Hall, Natasha- dijo al otro lado del teléfono, ansiosa por saber algo sobre ella, no sabía
por qué o cómo, pero necesitaba saber.

- Ah, Jacqueline… ¿en qué puedo ayudarte?- rió nasal pero calladamente mientras repasaba con la
mirada el maniquí que tenía el vestido que ella quería. – Quiero ese, por favor- susurró para la asistente
de compras que le habían designado.

- Pues, quería saber si estás dispuesta a tener una verdadera entrevista de trabajo

- ¿Qué te hizo cambiar de opinión? ¿Qué tengo chofer y un iPhone? ¿O que sabes que puedo aportar
intelectualmente?- sonrió, caminando por entre los percheros de ropa, viendo qué más podía comprar,
sabía que Jacqueline no la creía intelectualmente capaz de trabajar, pero que los bienes colaterales que
ella podía traerle a “Sparks PR” eran grandes debido a sus amistades, ¿pues cómo negarse a alguien que
podía llevar a Jay-Z a un evento para cantar quince minutos? Y eso que sólo había sido para cinco mil
personas cuando estudiaba en Brown, pues Romeo había sido parte de su equipo de asesoría legal por
muchos años.

- Sólo quiero entrevistarte, ¿cuándo tienes tiempo?- obvió el comentario, pues las tres preguntas iban
amarradas una con la otra.

- Si pongo una hora, ni un minuto más, ni un minuto menos- exhortó, poniendo las reglas del juego,
advirtiéndole a Jacqueline que se había dado cuenta de lo pisoteable que era.

- Escoge el lugar
- Bueno, de hecho, estoy en Bergdorf Goodman, si pudieras venir hace cinco minutos sería de mucho
provecho, tengo la tarde ajetreada- sonrió, mintiendo, sólo para torturarla.

- Llego en cuanto antes

- Pregunta por mí a cualquiera y te dirán dónde encontrarme- colgó, arrojando su teléfono en el bolso.

Al otro extremo, Phillip Noltenius, ahora Junior Partner de “Watch Group”, hacía sus compras viriles,
esperando por un par de zapatos nuevos mientras merodeaba con la vista el extremo femenino, en
donde alcanzaba a ver a una mujer, no muy alta, definitivamente más baja que él, al menos unos quince
o veinte centímetros, pero tenía un cuerpo llamativo, aparte de un trasero demasiado exquisito en ese
jeans Roberto Cavalli. New York no es como la gente cree, al menos no Manhattan, mujeres hermosas,
todas hermosas, no se pasean todos los días por las calles, con suerte y se ve una al mes, con ropas de
diseñador que no parecen ser una explosión de esfuerzo fallido por verse bien, y ese día era ese día del
mes para Phillip, viendo a la mujer de cabello liso sonreírle a un abrigo negro y estirarlo del perchero,
reflejando en el vidrio de su Rolex las luces blancas de Bergdorf Goodman, segundo piso. Fue la primera
vez que Phillip quiso caminar hacia alguien y hablarle, porque siempre era al revés, pero se acobardó en
cuanto llegó la asistente a mostrarle el vestido del maniquí, el que había pedido, aunque no le quitó la
mirada de encima, pues nunca la volvería a ver, las probabilidades de volver a verla era de 1:1,600,000
si, y sólo si, residía en Manhattan.

- ¿Qué pasa?- murmuró, poniéndose de rodillas a su lado y acariciando su cabeza mientras terminaba
de jadear con el rostro literalmente metido en el inodoro. - ¿Estás bien? ¿Es la resaca?- y la vio sacudir
la cabeza. - ¿Entonces? Háblame, por favor…

- No sé, me desperté bien, me quedé acostada un momento y me mareé, no creo que sea lo que cenamos

- ¿Estás segura?
- Si, Nate, estoy muy segura- dijo, saliendo del inodoro y poniéndose de pie para lavarse los dientes. –
Gracias por quedarte, pues, no es como que tenías otra opción- sonrió.

- Darling, es un enorme placer- la miró a través del espejo y la abrazó, bordeando sus antebrazos. -
¿Nerviosa?

- Un poquito- se sonrojó. – ¿Sabes si…

- Shhh…tranquila, está bien, muy, muy bien- la interrumpió, como si tampoco quisiera que dijera su
nombre. - ¿Necesitas un masaje? ¿Otras horas de sueño? Todavía tenemos tiempo- murmuró, dándole
un beso en su cabeza, reconfortándola.

- No, no, desayuno me vendría bien- sonrió, paseando sus dedos por su cabello mientras Natasha se
despegaba de ella y le alcanzaba una toalla.

- Bueno, bueno, yo te preparo el desayuno mientras tú te metes ahí- señaló la Neptune Kara que habían
instalado hacía un par de meses.

- Está bien, sólo iré a darle de comer a Darth Vader- rió, caminando en la tanga negra de encaje y una
camiseta desmangada roja, dejando su trasero y sus piernas a la vista de una indiferente Natasha.

No muy lejos de ahí, y cuando digo “no muy lejos” es porque es realmente no muy lejos, o sea a
quinientos metros de ahí, Phillip terminaba su desayuno de campeón mientras la veía tomar de la taza
de té y acabarse su segunda tostada, ésta con Nutella mientras jugaba en su iPhone, frustrada por no
poder pasar de nivel, aunque no era lo que más le frustraba. Phillip se levantó de la mesa, ese día sin
tocar el periódico y sin revisar sus e-mails, pues se había tomado dos días libres, casi igual que su esposa,
igual que sus otros dos amores, aunque ellas se habían tomado desde el miércoles al medio día y no
regresarían hasta el miércoles entrante. Se dirigió hasta la habitación que habían designado para que
fuera el gimnasio privado, todo para que Phillip hiciera su rutina diaria: media hora para correr, media
hora de pesas, quince minutos de abdominales y quince minutos de barra.

- Estoy lista para mi entrevista- le dijo a Jacqueline en cuanto la vio acercarse escoltada por su asistente.

- ¿Quién eres?- preguntó, yendo al grano, viéndola husmear un tanto con asco entre la colección de Tory
Burch.

- Natasha Roberts- respondió, volviéndose a ella y haciéndole una expresión irónica, pues eso ya lo sabía.
– La persona que puede aportar más intelecto que los que organizaron la fiesta fallida de mi mamá- dijo,
en un tono de asco.

- ¿Quién es tu mamá?- se sentó en uno de los sillones, viendo a Natasha pasar de prenda en prenda,
sacando una que otra prenda de vez en cuando y alcanzándosela a su asistente.

- Depende de quién pregunta, ¿mi futura jefa o Jacqueline Hall?

- ¿No es lo mismo?- murmuró confundida, eso hasta yo lo entendí.

- Pues, si pregunta mi futura jefa, es Margaret Anne Robinson, si pregunta Jacqueline Hall, es “The Food-
Culture”, “Martha’s Slaughter”, “The Chef Stresser”, “The Food Butcherer”…”Spicy Devil”- y, con cada
sobrenombre, Jacqueline abría cada vez más la boca, tanto por el suspenso que Natasha le agregaba al
hacer una breve pausa tosca entre cada uno, como de la vergüenza que sentía al verse involucrada con
alguien de la alta sociedad.
- Tú eres “Ella”- suspiró, hundiendo su cara en sus manos, todavía no creyendo lo estúpida que había
sido ante tal eminencia, pues Margaret era de las críticas que evaluarían el evento de Armani por la parte
gastronómica, estaba frita.

- Prefiero “Natasha”…

- ¿Por qué? Tu vida fuera más fácil si usaras tu nombre real

- Es mi nombre real, no me lo invento, es mi segundo nombre, y me gusta más…además, no me gustan


las cosas fáciles

- Porque no has tenido que luchar por algo, nunca- suspiró frustradamente, tragando gruesamente y
clavándole la mirada a Natasha.

- Tú acabas de darte la respuesta…además, pienso que tengo mis propios méritos, que me gustaría tener
más por mi cuenta, lejos del nombre que todos conocen

- Discúlpame por haberte ofendido

- No me ofendiste, simplemente me juzgaste sin conocerme, no cualquiera puede juzgar…o, bueno, la


palabra “juzgar” es muy fuerte, llamémosle “proceso de perfilación”…y creo que tú no puedes hacerlo
sólo porque crees que has visto todo ya

- ¿Y tú sí?- la provocó, estaba enojada, una niña le estaba diciendo qué hacer y qué no hacer, estaba
demostrando más madurez que ella.
- Si hubieras leído mi hoja de vida lo supieras- sonrió, caminando hacia ella con una blusa Armani en sus
manos. – Mi trabajo final fue sobre perfilación criminal, y me han dicho que soy muy buena- rió,
alcanzándole la blusa. – Creo que es de tu talla, yo invito- guiñó su ojo, mostrándole un poco de gratitud
sólo porque sí.

- Perfílame entonces, si lo haces bien, tienes el trabajo

- Ah, pero yo no quiero cualquier trabajo, y eso lo sabes- dijo Natasha, retirándose y volviendo a repasar
el perchero.

- Tú vas por lo grande, tú quieres mi puesto, eso lo sé, tú has puesto las reglas

- Sí, yo las puse y ni cuenta te diste, en fin, si me das el trabajo, no te quitaré de tu puesto, haré que te
den otro mejor, en el que estés más a gusto, eso lo prometo

- ¿Y tú cómo sabes eso?- rió Jacqueline, sacudiendo la cabeza y viendo el precio de la blusa;
definitivamente no era cualquier niña rica.

- Porque te perfilé en el momento en el que entraste a tu oficina esta mañana, desde antes incluso-
caminó más lejos, hasta la sección de Emilio Pucci y Lanvin.

- Trato hecho, si me perfilas bien y te doy el trabajo

- Estás tan segura que fallaré que no sabes en qué te estás metiendo, pero, bueno…acepto- se acercó,
alcanzándole la mano para que se la estrechara, cerrar el trato como algo más que palabra, ya
involucrando la dignidad física.
Phillip observaba cada gesto de su amor, desde ese día, platónico, pues, como dije antes, nunca la
volvería a ver, nunca más, de eso estaba seguro y, si la volvía a ver, se acercaría y haría todo lo posible
por sacarle una sonrisa, pero no la buscaría, pues no sólo la veía inalcanzable, sino también muy joven,
le calculaba veinte años como máximo, pues su piel era muy jovial y tenía una expresión angelicalmente
traviesa de “yo te juro que yo no fui”.

- Eres más joven de lo que aparentas, porque crees que la edad es sinónimo de poder, de autoridad, de
que te respeten, no tienes más de treinta y cinco y aparentas tener más de cuarenta, porque también
crees que la edad es sinónimo de cantidad de experiencia, no eres de Nueva York, eres de Los Ángeles,
no eres de clase baja, tampoco eres de clase alta, eres clase media que ha tenido tragos amargos pero
también mucho tiempo tranquilo…por cómo hablas y que eres de California, diría que estudiaste en San
Francisco y viniste a Nueva York a probar suerte, pero da la casualidad que no estudiaste Relaciones
Públicas en lo absoluto, es algo que has aprendido y que lo sabes muy bien, a veces se te pasan los
detalles más pequeños y básicos, pero antes no, por eso tienes el puesto que tienes, porque antes lo
hacías tú sola y no tenías a alguien que lo hiciera por ti…vives en Chelsea, en un apartamento de una
sola habitación, y vives en una dieta eterna de Diet Coke, cigarrillos y goma de mascar Extra porque antes
no eras tan delgada, y el estrés te da mucha hambre, y eso engaña a tu estómago…¿sigo?- volvió a verla
y estaba estupefacta, alcanzó a ver que se negaba con la cabeza.

- ¿Cuándo puedes empezar?- murmuró, tratando de ocultar lo quebradizo de su voz.

- Al minuto que tengas mi contrato

- ¿Quieres discutir la paga?

- Aunque me pagues diez dólares, tendré un trabajo, ¿cuándo lo tendrás?- preguntó, alcanzándole otra
blusa a la asistente y marcándole la etiqueta, alcanzándosela luego a Jacqueline. Es que no soportaba
verla en esa blusa con vuelos exagerados, por eso le estaba regalando cosas.

- Mañana a primera hora- dijo, aclarándose la garganta. – Gracias…nos vemos mañana a las ocho en
punto.
Natasha bajó la cabeza en aprobación y siguió en lo suyo. Volvió a ver hacia la izquierda, pues sentía,
desde hacía rato, que la observaban, pero no vio nada ni a nadie. Cuatro bolsas no fueron suficientes
para llenar el vacío que había dejado Enzo, fue por eso que se trasladó a Barneys y luego a Saks, sólo
para otra ronda y triplicar el número de bolsas.

Ya era octubre, el frío apenas empezaba, nada brusco, simplemente daba el aviso del otoño, y Natasha
trabajaba como jefe de equipo para el lanzamiento de la nueva línea de Levi’s: “Justin Timberlake for
Levi’s”. Desde que había firmado aquel contrato con una “N”, una línea que partía del medio y garabatos
que subían y bajaban como si fueran un electrocardiograma, había estado en la planeación de catorce
eventos exitosos, era talento innato, sabía exactamente cómo cubrir los detalles, los errores, cómo
detener los rumores, sabía todo y llevaba mucho a la compañía, desde sus amistades en los eventos,
hasta amistades para ideas conceptuales. Su relación con Jacqueline había mejorado, y no sabía si era
porque era muy buena o si era por proteger la fachada que Jacqueline intentaba mantener frente a sus
esclavos. El trabajo era pesado, Jacqueline dictaba y ellos labraban, tenía semanas de setenta horas, de
trabajar doce horas al día, a veces los sábados, a veces pasar dos días sin dormir. Había dejado de
frecuentar a sus papás, y eso que vivían en el mismo edificio, cosa que le molestaba últimamente, pues
cuando podía dormir, Margaret bajaba del Penthouse para hablar con ella, y ella sólo quería dormir. Fue
por la misma razón que Natasha se volvió cafetera, que digo, adicta al café.

- Buenas noches, papá, ¿puedo pasar?- murmuró, habiendo tocado antes la puerta del estudio.

- Buenas noches, Cariño, pasa adelante- se puso de pie para recibirla, y le sonreía con el amor más grande
del mundo. – Siéntate, por favor- dijo en su dulce voz. - ¿En qué puedo ayudarte?- su sonrisa era
imborrable cuando veía a Natasha.

- No quiero que te enojes, estoy muy agradecida con el apartamento, de verdad lo estoy…- dijo Natasha,
sentándose al otro lado del escritorio, en el sofá turquesa.

- ¿Quieres venderlo? ¿Rentarlo? ¿Planeas mudarte?- las preguntas eran en tono dulce, muy suave, con
la misma sonrisa. Romeo Roberts era un hombre de mediana edad en aquel entonces, pues, cincuenta
y cinco años, alto, muy alto, alrededor del metro noventa, de facciones muy varoniles, de cabello corto
que ya pintaba algunas canas interesantes, ojos café y tez blanca, cero barba.
- No es que no me guste el apartamento, es muy lindo, de verdad que sí…

- ¿Pero?- murmuró, quitándose sus lentes e irguiéndose sobre su silla. – Vamos, Cariño, dímelo sin
vergüenza, soy tu papá, puedes confiar en mí- su acento británico, porque había crecido en Liverpool
hasta el momento en el que su papá había obtenido una plaza en Wall Street, era amable y cariñoso con
Natasha y con Margaret, pero, cuando era de defender a un cliente, era tosco y autoritario, todo lo
contrario.

- Sí, bueno…es que quería saber si todavía tienes el apartamento del Archstone- murmuró, sonrojándose
ante la petición, pues no era un “apartamento” sino el Penthouse.

- ¿El de Chelsea o el de Kips Bay?- Romeo era un hombre que no era difícil descifrarlo: Johnnie Walker
Blue Label en las rocas, habanos “Reserva” que se manufacturaban en Nicaragua y sólo de vez en cuando,
camisas blancas y zapatos Hugo Boss. Y siempre había querido tener un hijo, pero no pudieron tenerlo
por cuestiones físicas por mucho que intentaran, y Natasha había sido su abrir de ojos, pues había
resultado todo lo que habría esperado de su hijo varón que nunca tuvo, y todavía más, era simplemente
una hija excepcional, que nunca decepcionaba y, por lo mismo, le concedía todo lo que le pedía, más
que todo porque raras veces acudía a él con alguna petición estrafalaria.

- El que quieras darme- sonrió, abrazándose a sí misma y acariciando sus antebrazos.

- El de Kips Bay estará libre el próximo mes, puedes mudarte cuando lo desees, Cariño- así de fácil era,
Romeo no podía negarle cosa como tal, más porque sabía que el apartamento de Natasha era
precisamente codiciado en el mercado de las rentas, le pagarían más por él que por el de Kips Bay,
muchísimo más.

- ¿Estás seguro?- Romeo asintió, viendo la sonrisa crecer en su única hija, la sonrisa que había aprendido
de Margaret. - ¿Estás ocupado?- preguntó, por motivos de curiosidad.
- No, Cariño, para ti nunca lo estoy

- ¿Quieres ver el juego de los Giants conmigo?

- Claro que sí, Cariño, en un momento llego- sonrió de nuevo.

Natasha se levantó con una sonrisa de tranquilidad y de buena relación con su papá. Salió del estudio,
cerrando calladamente la puerta tras ella y se dirigió a la cocina, en donde Vika y Margaret cocinaban la
cena, el menú: patatas al horno con mantequilla, sal y paprika, filete a la plancha y ensalada capresse y,
de postre, rollos de canela, un menú que, para que se cocinara en la casa de “Food-Culture”, sonaba
demasiado alocado e incoherente, porque lo era. Margaret no juzgaba la composición holística, sino la
composición individual de cada platillo. Sacó un vaso bajo y, odiando como desde siempre lo hielos que
hacía el congelador, abrió la bolsa de hielo y sacó cuatro cubos, vertiéndolos en el vaso. Inhaló el
delicioso olor de la mantequilla derritiéndose sobre las patatas en el horno y salió de la cocina con una
sonrisa, directo al bar, a vaciarle la botella de Whisky a su papá, pero no era suficiente, tuvo que abrir
otra botella y, desde ahí, le gritó a Margaret, en el buen sentido, que sólo quedaba una botella de Whisky
sin abrir, lo que significaba que debían comprar otra docena.

- Ay, perdón, no sabía que había alguien aquí- dijo Sophia, tratando de no mostrar su agitación por el
susto de ver a alguien más en el taller.

- ¿No puedes dormir o te convertiste en una postergadora más?- sonrió la mujer que la había asustado.

- No tenía mucho que hacer en casa, vine a avanzar en mi proyecto

- Eres de las que viene por las noches porque casi no hay gente, ¿cierto?- rió, trazando una línea blanca
a ras de la regla sobre una tela roja y muy gruesa.
- Si, es que mucha gente me desespera, no se puede ni caminar aquí, además, a esta hora no tienes que
respetar tanto los horarios reservados… bueno, es que no hay

- Tienes toda la razón. Soy Alexandra, diseño de interiores- sonrió, alcanzándole la mano para saludarla
correctamente.

- Sophia, diseño de muebles- le estrechó la mano y Alexandra sintió una corriente que recorrió su mano
hasta su cabeza y hasta sus pies. - ¿Te importa si utilizo el soplete?

- No, para nada, yo estaré usando la máquina de coser de igual forma, ¿te molesta si pongo música?

- Adelante, igual no creo que se escuche tanto- rió, abriendo el casillero para sacar la estructura de metal,
era una lámpara o, bueno, debía ser una lámpara. Lo difícil era moldear la estructura, pues la conexión
eléctrica era pan comido para Sophia, sabía que no había sido malo que aprendiera un poco con Pan, su
ex-novio griego, quien, en aquel momento, no sabía si estudiar Veterinaria o Ingeniería Eléctrica, aunque
Sophia, de Pan, tenía desde que terminaron de no saber de él.

Alexandra no es alguien tan importante en la historia, pues, no para después pero sí para este momento.
Tenía quizás veinte años como máximo, estudiaba el Bachelor que Sophia ya había absuelto y, en ese
momento, trabajaba en el tapizado de un sofá que alguien de diseño de muebles había diseñado, Sophia
para ser exacta. En el dos mil siete, la homosexualidad era todavía menos aceptada que hoy en día, eran
más los que callaban y vivían con ese peso en los hombros por el resto de su vida: casándose, teniendo
hijos, no siendo felices, o creyendo que sí, confundiendo la tranquilidad y la compañía con la felicidad. Y
lo que vio Alexandra en Sophia fue puramente un chispazo sexual, que su jovialmente voló por los cielos,
más cuando Sophia se colocó toda la protección y empezó a trabajar con el soplete sobre la mesa de
asbesto, calentando el tubo de hierro hasta moldearlo a su gusto. Le gustaba ver cómo era incógnita tras
la máscara protectora y polarizada, pero le gustaba más cuando apagaba el soplete y levantaba la
máscara, limpiándose el sudor con el brazo y tomando el tubo con ambas manos para enfriarlo en el
estanque de agua fría.

Sophia vestía pantalón gris de algodón deportivo y una camiseta desmangada negra, por la que, por las
mangas, dejaba ver los elásticos de su típico sostén blanco. Sus antebrazos se definían cada vez que se
apoyaba tensamente sobre la mesa o levantaba con esfuerzo el pesado tubo de hierro, se definían más
cuando tomaba una de las barras del techo para estirarse, y no era tosco, era hasta femenino. Alexandra
terminó de morir cuando Sophia se agachó para amarrarse las agujetas de sus zapatillas, pues, al
agacharse, su pantalón se bajó un poco, le quedaba flojo y colgaba apenas de sus caderas, y la dejó ver
una tanga roja muy sensual que la descontroló a tal grado que se martilló el dedo en vez de martillar la
tachuela que iba a tensar la tela en aquel sofá.

- No, amore no, Io non ci sto, o ritorni o resti lì, non vivo più, non sogno più, ho paura aiutami, amore
non ti credo più, ogni volta che vai via, mi giuri che è l’ultima preferisco dirti addio- cantó Sophia al ritmo
de la canción que sonaba al fondo, la que Alexandra había puesto.

- ¿Hablas italiano?- preguntó, revisando que el tapizado del brazo izquierdo del sofá estuviera bien.

- Pues, así dice la canción- rió, sacando el tubo del agua.

- No, la canción no está en italiano

- ¿Ah, no?- rió a carcajadas. –Pues, sí, hablo italiano

- Por eso el acento- murmuró, viendo cómo carajos tapizar el interior del brazo.

- ¿Se me nota mucho?- pujó, levantando el tubo para ponerlo entre los soportes y, así, lijarlo.

- No, apenas…- balbuceó, frustrándose por no saber cómo tapizar el sofá. - ¿Y cómo se supone que deba
tapizar aquí si no se puede?- susurró para sí misma, pegándole al brazo del sofá.
- ¿Te puedo ayudar en algo? – Sophia caminó hacia el sofá, dándose cuenta que era su sofá. - ¿No puedes
tapizar el interior?- rió, agachándose y volcando el sofá sobre el respaldo.

- No, no puedo, no sé qué hacer- hundió su cara en sus manos pero, con el ruido del vuelco del sofá,
levantó la mirada.

- Cada mueble tiene su “truco”, por así decirlo– dijo, dándole un golpe con el puño ladeado al asiento. –
En especial los sofás y los sillones, pues, todo lo que puedes tapizar y que te sientas sobre él- dio tres
golpes más y el asiento se desprendió de la base.

- ¿Cómo sabes eso? ¿Cómo sabes qué método usar?- preguntó Alexandra un tanto anonadada, después
de todo la rubia no era sólo cuerpo sensual y sexual, sino también era quizás inteligente.

- Éste bebé- dijo, volviendo a colocar el sofá sobre sus patas. – Lo diseñé y lo construí yo- se puso de pie
y caminó nuevamente a su mesa para lijar el tubo. – Yo también tuve problemas para descifrar cómo
tapizar ciertas cosas, simplemente tienes que pensar con funcionalidad y, si así no resulta, el diseñador
tiene el cincuenta por ciento de la culpa, pues el resto de la culpa es tuya por no descifrarlo o no
solucionarlo, no puedes llegar donde el cliente a decirle “no supe cómo tapizarlo”- rió, limpiando el sudor
de su frente con el dorso de su guante izquierdo.- Bueno, a tu profesor, porque cuando trabajes,
seguramente no lo harás tú, sino que subcontratarás a alguien

Alexandra se rió ante el comentario, pues tenía razón. Definitivamente bruta no era la rubia. Además,
hablaba italiano, cosa que le llamaba mucho la atención, si no es por decir que le excitaba, pues se
imaginaba entre sus piernas y ella gimiendo en italiano, vaya mente. En cuanto el juego de los Giants
terminó, que ganaron por once puntos a los Jets, Natasha dio las gracias a sus papás por la hospitalidad,
a su papá por consentirla tanto y a su mamá por la exquisita comida, y bajó a dormir a su apartamento,
pues le esperaba una semana demasiado fea y, justo cuando Natasha se metía al ascensor directo del
Penthouse, Sophia salía por la puerta del taller, que ya le dolían los brazos de estar lijando y levantando
el tubo, y Phillip se levantaba a botar los recipientes desechables en los que su orden de Hooters había
llegado, pues él también era fanático de los Giants y, ante la decepción de la pérdida de su apuesta,
pues había apostado a que los Jets perdían por tres puntos y no por once, se tiró en la cama sólo para
hacer lo de todas las noches desde el diez de julio: acordarse de la chica que había visto en Bergdorf’s,
que, por no saber su nombre, le había llamado “Robin”, por “Robin Charles Scherbatsky Jr.”, simple y
sencillamente porque físicamente eran muy parecidas, y le parecía que podían tener hasta la misma
personalidad, aunque con un toque “literalmente” de Cobie, quizás y podía ser canadiense, quizás y le
podía gustar el Scotch como a él, quizás.

Sophia entró al apartamento, no sin antes recibir un mensaje de texto de Alexandra, su nuevo contacto,
que había olvidado las lijas en la mesa; a Sophia no le pareció importante, pues las lijas eran baratas y
no era que las necesitara urgentemente, pues ya se habían gastado pero, para Alexandra, era en verdad
una excusa para escribirle, para mantener el contacto. Se detuvo en la cocina rápidamente para
prepararse un sándwich de jamón y queso y la poca lechuga que pudo encontrar y se lo devoró en el
camino hacia su habitación, en donde cayó de golpe en su cama y encendió el televisor, quitándole todo
el volumen, pues Mia ya dormía. No encontró algo interesante para ver, pero, al llegar al último canal,
se quedó interesada en las imágenes adúlteras que se presentaban en él, más porque eran dos mujeres
dándose el mayor de los placeres sexuales, o al menos así parecía, después de todo, la pornografía no
es más que eso: una actuación más.

Se detuvo un momento por curiosidad, pues nunca antes, realmente nunca antes, había visto
pornografía, mucho menos de mujeres. Sophia ya sabía que las mujeres tendían a gustarle muchísimo
más que los hombres, en el aspecto físico, mental y hasta sexual a pesar de nunca haber estado con una
en ese sentido. Y sucedió lo que nunca creyó posible: se excitó, no de nervios estáticos, sino de
sexualidad, algo que le costaba lograr en sí misma y, las pocas veces que lo había logrado, que habían
sido quizás seis o siete en toda su vida, sólo dos habían tenido resultados de tipo “orgasmo”, o al menos
eso creía Sophia; ¿había tenido un orgasmo alguna vez? Llevó su mano hacia el interior de su pantalón y
de sus panties y corroboró lo que su respiración cortada le había advertido: estaba excitada, muy
excitada. Se recostó contra la pared, quedando con su espalda tanto en la cama como contra la pared,
se quitó su pantalón junto con sus panties, recogió sus piernas y llevó su mano a su entrepierna que, en
aquel entonces, estaba toda ya depilada con láser, se mantenía muy limpia, muy coqueta, recortada. No
gustaba mucho de su complexión reproductora, pues, no se veía como en la escena que estaba viendo,
era delgada en todo sentido, pues, los labios mayores un tanto carnosos, lo usual, pero su clítoris y sus
labios menores se salían muy disimuladamente por entre sus labios mayores.

Pues el hombre que estaba, por destino, encargado de hacer que cosas importantes sucedieran, y no
sólo en el sentido arquitectónico, se alegraba al escuchar que, por los altavoces del JFK, anunciaban el
próximo aterrizaje, el del vuelo “LH6590”, procedente de Roma. Pues, en el avión, venía una hermosa
mujer de veintidós años, casi veintitrés, que venía con cara de iguales amigos, expresión indiferente,
muy cansada por el viaje pues, de las siete horas de vuelo, sólo pudo dormir veinte minutos, y no le
parecía precisamente raro, simplemente era que tenía problemas para conciliar el sueño, pues sueño
siempre tenía, por lo mismo, como un círculo vicioso. Se reacomodó en el asiento, sacudiendo su jeans
Armani, verificando que sus Stilettos Ferragamo de gamuza negra estuvieran igual de impecables que su
chaqueta de cuero. Sacudió su cabellera para perder la estática, se cruzó de brazos y cruzó la pierna,
esperando a que al piloto se le ocurriera aterrizar de una buena vez. Sólo esperaba que el Arquitecto
Alessio Perlotta no se equivocara en cuanto al tal Arquitecto Volterra.

A Sophia por primera vez no le importó la complexión física de su entrepierna y se dejó llevar por el
momento, por aquella voz sobrenatural que le decía que lo hiciera, y lo hizo. Introdujo su dedo entre sus
labios menores, acariciando a su paso su clítoris, provocándose una respiración que nunca antes había
sentido. Repitió el movimiento y le gustó aquella rara pero sabrosa sensación. Dejó de prestarle atención
a la escena de las dos mujeres y cerró los ojos mientras repetía aquel primer movimiento, que era un
tanto golpeado, pero le gustaba, y la hacía respirar cortadamente contra su voluntad, como cuando
golpeaba el Birdie cuando jugaba Bádminton, ese era el secreto de sus brazos, eso y que solía hacer una
parada de manos para relajarse, para que la sangre bajara a su cabeza y se le oxigenara. Empezó a
respirar todavía más rápido, sus movimientos eran igual de rápidos pero inconscientes. Sintió un
inmenso calor invadirle el cuerpo, pero no podía detenerse para darse aire, simplemente algo la había
poseído. El calor incrementaba con cada roce que hacía sobre su clítoris; que su dedo bajaba
verticalmente por su entrepierna, en dirección hacia la cama, rozando su clítoris y la entrada de su vagina
con la punta de su dedo.

El tren de aterrizaje al fin se escuchaba salir, y las luces de la ciudad ya eran más cercanas que la cercanía.
Ella simplemente echó la cabeza hacia atrás sin deshacer su confiada postura y cerró los ojos, apreciando
cada sonido del avión al aterrizar, pues le gustaba lo que la gente aborrecía: el despegue y el aterrizaje.
Escuchó como si el avión acelerara y fue cuando escuchó el roce violento de las llantas sobre el asfalto
junto con la agitación de la cabina y, justo en ese momento, Sophia Papazoglakis jadeaba el primer
orgasmo verdadero de toda su vida, sacudiendo sus caderas al compás del movimiento de la cabina de
aquel avión de Lufthansa, balanceándose hacia adelante con su torso al mismo tiempo que el avión
seguía avanzando con enorme velocidad sobre la pista de aterrizaje, volviendo a recostarse sobre la
pared en el momento en el que la velocidad del avión disminuía.

- Todavía no entiendo por qué estamos aquí, un sábado por la noche, Arquitecto- murmuró Belinda
Hayek, la Arquitecta más veterana en el estudio de Ingenieros y Arquitectos “Volterra-Pensabene”,
calificado en el número dos del área de Virginia-Pennsylvania-Nueva York-Maine.

- Me pareció correcto que conociera a quien le dará dónde vivir, Arquitecta- repuso, moviendo la manga
de su chaqueta para ver la hora: diez y cincuenta en punto.
- ¿No le parece extraño que con veintidós años tenga un Máster?- su incredulidad había nacido desde
que Alec Volterra, el jefe y dueño totalitario del estudio, había anunciado que tendría una nueva
Asistente que sería desvalorizada por la plaza que le ofrecería, así que esperaba que la trataran como lo
que era: una Arquitecta y una Diseñadora y Ambientadora.

- Tengo buenas referencias, Arquitecta, quizás sólo terminó muy rápido el colegio y sacó un par de
materias en los veranos

- Tiene razón, Arquitecto…- murmuró, arrepintiéndose de haberse ofrecido a darle morada a la tal
Arquitecta Alfa-y-Omega. - ¿Es Pavlovic o Pavlovich?- preguntó, pues la pregunta era válida. El Arquitecto
se encogió de hombros, pues Alessio Perlotta siempre se había referido a ella por su nombre.

Sophia se recompuso, quedándose un momento estática y pensando, procesando, lo que acababa de


suceder. Volvió a ver al televisor y ahora era una escena totalmente distinta y de mal gusto, no, bueno,
era de dos mujeres, pero ya le parecía tedioso, sin llamarle la atención y cambió el canal para luego
apagar el televisor y arrojar, a ciegas, el control remoto a través de la habitación, escuchándolo caer en
el cesto de ropa sucia. Se quedó un momento así, procesando todavía, pues debía definir si eso había
sido un orgasmo y, al no saber, abrió su MacBook Pro, hizo click sobre Firefox, pues se rehusaba a usar
Internet Explorer, y escribió, avergonzada, “¿Cómo sé si he tenido un orgasmo?” y eligió el primer enlace
que Google le ofreció.

Aquella mujer salió antes que cualquier mortal del avión, pues por eso le gustaba viajar en Primera Clase,
para no pasar las desesperaciones populares. De su hombro colgaba un enorme y hermoso bolso Chanel
negro que no delataba su pedigree, de su mano izquierda llevaba un delicado Duffel Louis Vuitton negro
y, con la mano derecha, tiraba de un carry-on de cuero negro de la misma marca. Caminó en sus
hermosos Ferragamo por los suelos del JFK, se presentó al agente de migración, que era muy amable,
pues claro, era tan hermosa que hasta intento ligar con ella, haciéndole cero preguntas sobre el motivo
de su viaje o dónde se quedaría por el tiempo de la visita, simplemente se dedicó a preguntarle si era
estrella de cine, si el vuelo había estado bien, hasta le pidió el código de su equipaje pesado para que un
agente de la policía se lo tuviera listo y no tuviera que buscarlo ella. No era que le gustaba coquetear
con un agente de migración, que nunca eran pesados con ella como la leyenda urbana decía, pero
agradecía inmensamente sus atenciones. Recogió su equipaje de un agente de la policía, tal y como lo
había prometido el agente de migración, y, dándole las gracias, salió de aquel aeropuerto para
encontrarse con el que sería su jefe por cinco meses.
- ¿Architetto Volterra?- preguntó en su voz suave y dulce, con una sonrisa. Él asintió y se deslumbró ante
la belleza jovial de su ahora, en efecto inmediato, Asistente. – Emma Pavlovic- y se estrecharon la mano
con una sonrisa de tener buena química. – Piacere- fue sincera, realmente le dio placer social conocer a
un hombre que sabía que era comprensivo y entendible, que era amable y muy inteligente, como el
Arquitecto Perlotta, a quien le había no sólo remodelado su casa en Roma, sino también la había
rediseñado ambientalmente en el mes de junio, justo cuando regresó de Milán al haberse graduado de
Diseñadora de Interiores. Quién diría que, por buscar un trabajo para el verano, o sea ser niñera,
terminaría en Nueva York para conocer, de primera mano, cómo funcionaba el exuberantemente caro
mundo de la Arquitectura y la Ingeniería en una ciudad que no conocía muchos límites.

Lunes a las siete y media de la mañana, el estudio “Volterra-Pensabene” empieza temprano y termina
temprano, usualmente entre siete y ocho para terminar a las cuatro o cinco, con una hora para almorzar,
pues, los tiempos son flexibles, no siempre se respeta el horario del trabajador, pero todo se compensa
en el estudio. Situado en el “I Rockefeller Plaza”, compartían piso con la parte de “Marketing” de DirecTV,
que comprendía casi tres cuartas partes del piso entero, constaba de la recepcionista principal, tres
secretarias/asistentes: una para el equipo de ingenieros, otra para el equipo de arquitectas y una para
Volterra, el jefe, y ahora Emma Pavlovic, tres ingenieros: Robert Pennington, David Segrate, Mario
Bellano, dos Arquitectas: Belinda Hayek y Nicole Ross, y el Jefe: Alec Volterra, en total: un estudio de
diez integrantes, ahora once.

- David Segrate- se presentó el jefe de los Ingenieros, arrodillándose sobre una rodilla, siendo el típico
bufón. – Jefe de Ingenieros y tu futuro esposo- sonrió, besando la mano derecha de Emma, que ella
reaccionó con un retiro brusco de ella y una mirada de desesperación. – Soy el que trae la diversión a
ese cementerio…y si necesitas divertirte, de forma personal, ya sabes dónde encontrarme

Desde entonces, Emma Pavlovic supo que David Segrate nunca sería su esposo ni nada que la involucrara
con él de manera sentimental, pues no le parecía su tipo. ¿Tenía tipo? Prefirió dejarlo en que no estaba
lista para volver a intentar una relación amorosa. Hacía tres años que le habían roto el corazón en mil
pedazos, no sólo se había entregado ciegamente en el sentido emocional, que era algo que ella valoraba
mucho, pero también en el sentido sexual, su virginidad para ser exacta. Marco, así se llamaba el
desgraciado, que era el mejor amigo del hermano de Emma, que también se llamaba Marco, ambos unos
indeseables. Marco, el hermano, cometió fraude a principios del verano del presente año, Franco, su
papá, no tenía el dinero suficiente para sacarlo bajo libertad condicional, por lo que acudió a Sara, su ex
esposa, quien le negó el acceso a la herencia de su abuela para Marco, porque no había una como tal, la
herencia se la había dejado prácticamente toda a Emma, fue por eso que Marco detestó, desde ese
momento, a su propia madre y a su hermana. Fue, por lo mismo, que Emma salió huyendo de Roma,
porque quería y porque podía evitárselo todo.
¿Qué hizo el otro Marco? Pues, dos años de relación, un tipo ya con un trabajo estable, guapo, de esos
que hablaban en mandarín cuando Emma lo escuchaba hablar de negocios, un mono vestido de Armani
de pies a cabeza, era el novio de una Emma que era recién estudiante universitaria, desde sus diecisiete
hasta sus diecinueve: flores, desayunos, almuerzos, cenas, viajes del fin de semana, siestas juntos,
noches juntos, muchas cosas nuevas para Emma, que en su inmensa ingenuidad e inocencia, no le
parecían malas, porque no lo eran, ni cuando dejó, en una exquisita y atómica borrachera, que Marco,
su novio, le sacara una que otra fotografía comprometedora junto a él, con él, y él en ella. Y no sólo se
veía en juego su dignidad, sino su integridad física y moral pero esas fotografías habían quedado en el
olvido hasta ese año, que Marco, el ex-novio, sabía que Emma haría lo que fuera por desaparecer esas
fotografías: la amenazó con enviarle las fotografías a Franco, o publicarlas para que el trabajo de Franco,
y el futuro de ella, se viera un tanto afectado, pero no lo haría por una generosa cantidad de dinero pues,
al estar asociado con Marco, su hermano, debía reponer el dinero del fraude antes de que se dieran
cuenta de la segunda parte de la burrada. Y, si no fuera por Emma, que acudió, como siempre, a su mamá
y le explicó, omitiendo ciertos detalles, el por qué de su reclamo de la herencia, pues era algo que no le
interesaba tener, no era que menospreciara el dinero bien habido de sus abuelos maternos, la consultora
fraudulenta de los Marcos, en plural, pues eran socios, no se hubiera librado del juicio. A cambio, Emma
obtuvo las fotografías originales y sus respectivas copias, incinerándolas en la chimenea de su casa en
Roma, y libró a su hermano y a su ex de cinco años de prisión.

- Mi amor- saludó Natasha, con una sonrisa al teléfono mientras sacaba una bolsa de frutas congeladas,
un tazón y limoncello.

- Buenos días, mi amor- dijo Phillip, dejando de correr en la máquina y poniéndole pausa al cronómetro.
- ¿Qué tal amaneciste?- Natasha rió nasalmente. – Oye, está bien…es justo que te sientas así- su tono
era como el de Romeo, el de un caballero muy comprensivo y muy empático. – Estás reviviendo lo de
hace un año y sientes que estás perdiendo a tu mejor amiga, es entendible, mi amor…pero, tranquila,
sólo es una sensación, verás que nada cambia

- Odio cuando juegas al psicólogo conmigo- rió, abriendo la bolsa y pescando, en sentido literalmente
figurado, las frutas rojas: fresas, cerezas, arándanos, frambuesas y bayas rojas.
- Sólo quiero que sepas que no está bien ser egoísta

- Sí, sí…bueno, te llamo, no para hablar de mis problemas emocionales y sentimientos encontrados, sino
para pedirte que le des a Hugh mi frasco de Zoloft

- No creo que los necesites- dijo, preocupado, acordándose de hacía un par de meses, justo después del
cumpleaños de Natasha, que su adorada esposa había tenido un colapso nervioso a causa de un
problema que iba más allá de su propia estabilidad emocional.

- No son para mí

- Ah, ¿se siente mal? ¿Debería decir algo?

- ¡No!- siseó, viendo hacia los lados para ver si la tenía cerca. – Sólo dale el frasco a Hugh, supongo que
estará subiendo en unos minutos. Que no se dé cuenta por favor, lo tengo bajo control

- ¿Estás segura? ¿Por qué no llamas a Berkowitz para que la revise? O puedo llamar a Patrick si
quieres…sólo por si acaso- susurró, tratando de no alarmarse, pues las paredes de ese apartamento eran
particularmente extrañas: escuchaban.

- No, está bien, mi amor…le daré la mitad de la mitad, sólo para que se relaje…sólo, por favor, que no se
dé cuenta, no vale la pena tener a dos estresadas, bueno, a tres

- Dejaría de ser usted si no se estresara, querida Señora Noltenius- rió, caminando hacia su habitación
para abrir uno de los built-in-closets que Emma misma había construido para que tuvieran una caja
fuerte un tanto disimulada, pues ahí se encontraba el famoso frasco.
- No me aguanto por verte…te pones muy guapo, por favor

- Yo nací guapo- bromeó, digitando la clave de la caja fuerte, clave que Natasha desconocía por
ingenuidad, pues era muy fácil, “6282742”, o sea, “Natasha”. - ¿Debo entregarle a Hugh tus cosas
también para que te vistas ahí o vendrás a vestirte aquí?

- No me perdería por nada que mi esposo suba mi cremallera

- Ni yo de que mi esposa me haga el nudo correcto para el cuello correcto - rió, abriendo la caja fuerte y
sacando el frasco. – Te espero a eso de las cinco y media, así estamos temprano

- Perfecto, ten cuidado, por favor- dijo, vertiendo yogurt simple en el tazón con las frutas y vertiéndole
ligeramente un poco de miel de abejas.

- I always am, Nate- y colgó, llevando el frasco en su mano, en una misión especial, se sintió como Tom
Cruise en “Misión Imposible”, pues no podía dejar que ni Agnieszka lo viera, mucho menos la novia, y
abrió la puerta principal, justo cuando Hugh tocaría el timbre y le entregó el frasco. – Llévalo a salvo- rió.
– Gracias

Natasha ya se había mudado de edificio, ahora vivía en el Archstone de Kips Bay, de cuatro habitaciones,
tres punto cinco baños, un walk-in-closet que valía la pena, cocina de buen tamaño, espacio para mesa
y sillas de comedor del tamaño de su habitación en su vivienda anterior, enorme sala de estar y una
enorme terraza con vista al East River pero, al vivir sola y en ese mundo en el que enfiestarse era parte
de su trabajo, suena a trabajo perfecto para muchos, no había descubierto que tenía más habitaciones
más allá de la suya, que tenía más baños, un espacio de comedor, con suerte y había encontrado la sala
de estar. Vivía encerrada en su mundo, y, como no hacía la limpieza, sino que llegaba la hermana de
Vika, la ama de llaves de sus papás, Agnieszka, a hacerlo por ella pero, por lo mismo, nunca se dio cuenta
en la clase de soledad en la que vivía, ni un adorno en las paredes, ni un mueble que no fuera lo esencial
en su habitación, pues hasta solía comer en su habitación, si es que el sueño le daba tiempo para comer,
nunca se dio cuenta de lo lúgubre de su apartamento, es que no tenía tiempo, y si tan sólo Margaret
hubiera llegado un día cualquiera, pero Natasha prefería ir a donde sus papás, más que todo por la
comida.

Se había apartado un poco de sus amigos de verdad, de Vanessa y de Julia, que, de pronto, Vanessa
había transferido sus estudios a Seattle y Julia tenía novio, por fin tenía novio, se llamaba James, James
Doherty, ah sí, Natasha había ido al colegio con él, toda la vida, pues, James no había ido a St.
Bernadette’s Academy, pero sí al ala masculina que quedaba conjuntamente, St. George’s School, pero
nunca se habían hablado; primero porque James era el capitán del equipo de Lacrosse y segundo porque
Natasha era la capitana del equipo de Lacrosse, y los capitanes no tenían fama de llevarse bien entre sí,
pues se peleaban el derecho del engramado los Martes de tres y media a cinco y media. Se había vuelto
más amiga de sus compañeros de trabajo, pues entre fiesta y fiesta, ¿quién no se vuelve amigo? Y ahora
sus amigos eran típicos norteamericanos: Mandy, Jason, Brittany y Preston, con quienes trabajaba
literalmente 24/7. “Sparks PR” se había vuelto una de las compañías de Relaciones Públicas más
solicitadas por las buenas críticas de manejo que tenían con todos los aspectos de cada evento, desde el
equipo, que cuidaba su imagen personal, el de la compañía y el del cliente, a veces, desde que Natasha
trabajaba ahí y jugaba con sus contactos, lograban salir en primera plana de PageSix, logrando buena y
mala fama, pero fama era fama, y la mala fama se debía a algún error técnico por alguno de los invitados.
Además, acababan de abrir “Sparks PR: Los Angeles”, pero el comienzo estaba siendo demasiado rocoso,
por lo que Natasha sabía que transferirían a alguien de Nueva York para los Ángeles, y lo más probable
era que fuera Jacqueline, pues sería con una paga menor por ser comienzo, pero de regreso en casa y
Natasha esperaba que la nombraran Junior, como mínimo, a pesar de tener sólo tres meses de estar
trabajando allí. Tenía aspiraciones. Pero el que muy rápido sube, rápido lo bajan.

Pues aquella mañana del lunes, Phillip tenía el primer disgusto con los demás socios, pues lo habían
excluido de una de las decisiones más importantes del año fiscal, bueno, es que, según ellos, Phillip era
muy joven para saber tanto de la crisis que se avecinaba, aunque Phillip estaba muchísimo más
consciente de la magnitud de la crisis que atacaría al año siguiente y, por no escucharlo en el momento
que debían, tendrían problemas muy serios a partir del primer día del año entrante. Salió del edificio a
eso de las once de la mañana y encendió un cigarrillo, caminó hasta el monumento a los veteranos de
Vietnam, siempre lo relajaba, quizás porque el hecho de que el nombre de su papá no estaba ahí, lo
tranquilizaba. Y se acordó de su otro mejor amigo, al que le dio vivienda los últimos tres años de colegio
porque no le gustaba vivir tan solo, y él no quería estar internado, Christopher, quien, al salir del colegio,
había entrado a Harvard para estudiar Leyes, que sólo hizo un año y se retiró para unirse al Ejército, era
como su pasión escondida, Phillip se hizo pasar por su primo, pues compartían un lejano apellido:
“Parker”, y se había hecho responsable por firmar los papeles de consentimiento familiar, al él ser mayor
de veintiuno cuando Christopher todavía no lo era, pues a pesar de ir al mismo curso, Phillip le llevaba
dos años de diferencia. Ir a esa Plaza era arma de doble filo, alivio de que el nombre de su papá no
estuviera en el monumento, pero se acordaba de Christopher que acababa de irse a Afganistán y una
extraña aflicción le invadía el sistema, pues, ¿en qué momento se hizo cargo él de algo así? Si le llegaba
a pasar algo, parte de la culpa la tendría él.

Pero ese día fue especial, fue como ver la luz al final del túnel, pues vio a Jacqueline Hall, que no sabía
su nombre en ese momento, en la misma plaza, un tanto descompuesta al estar agachada y acariciando
un nombre. Pues, su interés no era ella en sí, sino que ella era a la que había visto con “Robin”, tal vez
ella le podía decir al menos el nombre verdadero, o dónde trabajaba, quién era, preguntas básicas que
podían resolverse con respuestas sencillas. Phillip apagó el cigarrillo con la suela de su Narvell Monk
café, tocó los bolsillos internos de su chaqueta por la parte externa y se acordó que estaba en el bolsillo
trasero de su pantalón. Sacó el pañuelo blanco, que tenía bordadas sus iniciales en azul marino, y caminó
cautelosamente hasta Jacqueline, se agachó junto a ella y le ofreció el pañuelo con una sonrisa
comprensiva.

- ¿Está bien? ¿Puedo ayudarle?- preguntó, de manera interesada en realidad, pero odiaba ver a una
mujer llorando, sobre cualquier cosa.

- Gracias- susurró cortadamente, tomando el pañuelo de los perfectos dedos de aquel hombre de voz
grave. – Estoy bien

- Déjeme al menos invitarla a un poco de agua- murmuró, tomándola suavemente por el antebrazo y
ayudándola a levantarse, relajándole sus piernas acalambradas por los tacones, que no llegaban a ser
Stilettos.

Ella asintió y caminó a su lado hasta el típico carro de perros calientes neoyorquinos, en donde una
simple botella de agua costaba más que una cerveza en el Irish Pub de la treinta y seis. La invitó a una
botella de agua fría, para que se tranquilizara y, cuando ella quiso devolverle el pañuelo, él le dijo que
se lo quedara, pues, ¿qué haría con un pañuelo blanco ya manchado de arcoíris por el maquillaje de
aquella mujer? Jugó la carta del caballero educado y desinteresado y preocupado, alcanzándole una
tarjeta de negocios que no decía nada más que “Phillip Charles Noltenius II – Finance Consultant Junior
Partner at Watch Group: Economic Development and Security and Competitive Economic Strategy –
noltenius.phillip@watchgroup.com” y eso era una simple ecuación: dinero+intelecto+buen parecido y
atento=homosexual, o eso era para Jacqueline. Ella, en gesto recíproco, le entregó su tarjeta, que no era
tan pomposa como la de él: “Jacqueline Hall – Senior Strategical Planner at Sparks
PR: jacqueline.hall@sparkspr.com”. Y eso ya era un comienzo para Phillip, pues tenía conexión,
desconocida, con su “Robin”, pero se acordó de que se había prometido no buscarla, sino dejar que las
cosas sucedieran sólo porque sí, pero tal vez una curiosidad de buena fe no le venía mal.

- Aquí están todos los proyectos que tengo ahora- dijo el Arquitecto Volterra, poniéndole a Emma siete
carpetas sobre el escritorio. – Familiarízate con ellos, ahora en la tarde me acompañarás a supervisar el
mantenimiento de la fachada de Prada en Soho…porque sí sabes qué es “Prada”, ¿verdad?- sonrió entre
su espesa barba.

Emma asintió, tomando las carpetas y se dirigió a un escritorio que le habían improvisado a un lado del
espacio de trabajo de “La Trifecta”, o sea el equipo de Ingenieros, que eran tan perdedores que ellos
mismos se habían llamado así, y la explicación era que eran un trío de Ingenieros, “Tri-“, cuya
combinación era perfecta, “-fecta”, o sea: “Trifecta”. Abrió todas las carpetas y buscó la de Prada, pues
era el más importante en ese momento; no llegaría al proyecto sin conocerlo. Emma no sabía mucho de
la Arquitectura en práctica, bueno, tenía dos grandes experiencias, las mismas que con el Diseño de
Interiores, pues había diseñado y construido su casa en Roma, en el área de Castel Gandolfo, así como
la remodelación para el Arquitecto Perlotta, pero era astuta, muy astuta, y comía información más rápido
de lo que se comía la comida comestible, tenía buena memoria, pero selectiva, y tenía un impresionante
buen sentido común. Tal habrá sido aquella enorme capacidad que, para el momento en el que fueron
a Soho, Emma ya sabía qué hacían, cómo, por qué, etc. y para cuándo tenían que entregarlo, pero sabía
que había algo malo con el “cómo”, pues estaban usando un material que, con el frío y la lluvia, era
demasiado propenso al deterioro, y se lo hizo saber al Arquitecto Volterra de buena y respetuosa
manera, en forma de un humilde aporte, que él casi le aplaude al iluminarlo, pues tenían dos meses
trabajando en ello y, cuando llovía, era como empezar de nuevo.

Alexandra Smith: Hola, Sophia… ¿qué harás el viernes por la noche?

Sophia Papazoglakis: Nada, ¿por qué?

Alexandra Smith: ¿Cena y unas copas?

Sophia Papazoglakis: Lugar y hora

Alexandra Smith: Tony’s, a las siete

Sophia Papazoglakis: Ok, te veo entonces


- ¿En qué te puedo ayudar?- acudió Natasha al llamado de Jacqueline, eran las cinco y dieciocho.

- Siéntate, por favor…pues, te he mandado a llamar para hablar, tú sabes…- Natasha sacudió su cabeza,
quitándose al mismo tiempo sus gafas Tag Heuer. – Como ya sabrás, Sparks PR en Los Ángeles está
literalmente en la quiebra…por la inexperiencia del conceptualismo…y, pues, los accionistas están
perdiendo mucho dinero, tú sabes…

- No entiendo, ¿qué quieres que haga al respecto?

- Quieren transferir a alguien de la oficina de aquí, y soy la primera en la lista

- Felicidades, Jacqueline- sonrió, dando unos silenciosos aplausos mentales, pues, casualmente, uno de
los accionistas, Peter Colt, había coincidido con ella en la cena que el New York Times le había dado a los
ganadores de Pulitzers, Margaret con su quinto, y Natasha se había dislocado la lengua hablándole
maravillas de Jacqueline, y su trabajo dio frutos. Se aplaudió de nuevo.

- Gracias…pero te he llamado para informarte que harán un pequeño recorte de personal- dijo, haciendo
que Natasha se asustara y tragara con la mayor de las dificultades. – El evento de Levi’s del viernes…es
tu trabajo decisivo, y el de tu equipo, si sale bien, mejor dicho “excelente”, te quedas, si hay un tan sólo
error, te vas, como todo tu equipo…

- Espera, ¿me estás amenazando?- murmuró, clavándole la mirada en la suya. Jacqueline asintió.

- Los accionistas necesitan gente capaz, que sea segura…pues, ahora es sí o no, te quedas o te vas y, si
te quedas, te promueven
- ¿Me promueven a qué?- sólo quería escuchar lo de “Junior Planner”, porque eso significaba que sus
semanas serían de no más de sesenta horas, pues el contrato lo estipulaba, no como el contrato actual,
que era “de horario flexible”.

- Todos aquí están diseñados para seguir órdenes, no pueden pensar por sí mismos a la hora de la
iniciativa, tú sí, por eso te he propuesto para mi plaza, gánatela- dijo, sonriéndole. – Ni una palabra a tu
equipo, que lo menos que quieres es crear un estrés colectivo, ¿verdad?- Natasha sacudió la cabeza. –
Pues, los accionistas están preocupados por ti, porque eres nueva en esto, no sólo en la compañía, por
eso tienes que ganártelo…hazlo grande, haz-lo

- Gracias, Jacqueline, de verdad, muchísimas gracias- dijo, poniéndose de pie.

- No me des las gracias…todavía…ahora, retírate, ve a trabajar, que no sospechen

¿Quién habría pensado que así de rápido sería? Pues, el secreto de “hacerlo grande” era tan sencillo
como hacer un par de llamadas para darle al evento una pincelada histórica: ¿qué pensaría el público si
el diseñador y su amigo cantaran juntos mientras las y los modelos caminaban por la pasarela y ellos
también usaran los jeans? Pues, eso. Levantó el teléfono y llamó a los representantes de ambos, con la
excusa de que sería diez veces mejor que Justin Timberlake y Timbaland se lucieran como la imagen real
de los jeans mientras cantaban “Sexy Back” mientras desfilaban por la pasarela: y les pareció genial.
Natasha simplemente se tuvo que preocupar de organizar e idearse la logística de la entrada de ambos
a la pasarela, cómo y por dónde entrarían, cómo hacer que la gente notara que eran sus mismos jeans,
y eso era pan comido y digerido. El problema de la historia es que no todo sale como se quiere, pues
Jacqueline había quedado encantada con Phillip y, a pesar de creerlo homosexual, se arriesgó.

- ¿Si?- respondió aquel teléfono, que su secretaria le había pasado la llamada sin mucha explicación.

- Mr. Noltenius, le habla Jacqueline Hall, de Sparks…nos encontramos ahora en la Plaza, ¿se acuerda de
mí?
- Ah, claro, Jacqueline. Espero que no sea por mi pañuelo el motivo de su llamada- bromeó, girando en
su silla para encarar la vista ya naranja y púrpura por la puesta de sol.

- En efecto, no puedo quedarme con un pañuelo Armani, Mr. Noltenius…por lo que me gustaría
regresárselo, lavado y planchado, ¿gusta el almidonado?- Jacqueline y su forma de coquetear, pero era
una asaltante de menores, pues ella tenía treinta y dos y estaba yendo tras un niño de veinticinco como
máximo, que veinticinco tenía.

- Lavado y planchado nada más. Dígame, ¿dónde puedo recogerlo?

- Tengo la semana un poco ajetreada…tengo un evento el viernes por la noche y me gustaría que nos
acompañara para devolverle su pañuelo

- Dígame el lugar y la hora y ahí estaré, Dios no quiera que mi pañuelo sufra sin su dueño- rió,
enamorando a Jacqueline, pues el ego inflado no era tan común en los homosexuales, según su
experiencia.

- Le haré llegar la invitación mañana por la mañana, la necesitará para entrar…y no se preocupe por su
pañuelo, lo verá con vida de nuevo. Un placer, Mr. Noltenius- y colgó, sonriendo inmediatamente y
llevándose el pañuelo a la nariz, oliendo una mezcla de su maquillaje y un adorable perfume planchado.
– Hannah- dijo por el intercomunicador y esperó a que aquella flacucha jovencita emergiera en su
oficina. – Lavado y planchado- ordenó, arrojándole el pañuelo al borde del escritorio. – Guárdalo con tu
vida y me lo das el viernes antes de ir al evento- Hannah agachó la cabeza.

Viernes. Aquella relación entre Alexandra y Sophia crecía con paciencia, pues, sólo eran amigas, Sophia
en realidad no se fijaba en Alexandra como mujer, aún estando más que segura que eran las mujeres las
que le atraían, más en el sentido sexual, pero a Alexandra no sabía por qué no la podía ver así, quizás
por ser menor que ella, pues apenas tenía diecinueve, hacía segundo año de Diseño de Interiores.
Sophia, por estar muy joven, decidió tomarse su tiempo para terminar su Master, haciendo de un año,
dos, así lograr mejores calificaciones y tardarse más, pues no sólo era por la edad y lo difícil que era
conseguir un trabajo a tan corta edad, pues en eso no había pensado cuando había sacado créditos extra,
llevando ocho materias al semestre durante su Bachelor, aunque tal vez era más pesado el hecho de no
querer regresar a casa, al menos no todavía. No sabía por qué el sólo hecho de vivir en Atenas, de nuevo
con sus papás, le daba no miedo, sino una asquerosa frustración.

Alexandra, por el otro lado, si veía a Sophia como una mujer, obviando el tema emocional, pues no quería
nada serio, sólo quería probar a Sophia que, por ser precisamente mayor que ella, la veía mil veces más
atractiva, más porque había comprobado que no era estúpida, en lo absoluto, que eso de que las rubias
son tontas no era más que una leyenda urbana, pues Sophia era la esencia de la inteligencia. Lo único
que no le agradaba mucho de Sophia era que fumaba mucho, la cajetilla de Marlboro Ice Fresh de veinte
cigarrillos le duraba diez días, pues fumaba dos diarios, la de Marlboro Gold de veinte cigarrillos le duraba
siete, fumándola paralelamente con la otra, el olor a cigarrillo le gustaba, no le molestaba, y Sophia no
se caracterizaba por tener dentadura amarillenta ni dedos o uñas amarillentas, se cuidaba mucho de no
ser por los cigarrillos, pues se le veía trotando, a veces, por ahí, y el aliento tampoco le olía típicamente
a cigarrillo, pues mascaba muchos Extra de hierba buena, la única goma de mascar que lograba
ahuyentar ese olor.

Esa noche, la esperaba en Tony’s ella sola, pues, la cita no involucraba a nadie más, y a Sophia tampoco
había parecido importarle. Y, cuando la vio entrar por la puerta, la saludó con la mano en alto, viéndola
acercarse a la barra, en donde ella estaba sentada, y su deseo sexual, en cuanto a Sophia, creció
demasiado, tanto que se dijo a sí misma que haría que Sophia cayera ante sus pies en un sentido
figurado. Era el cuerpo que tenía, no era realmente delgada, tenía curvas disimuladas y hasta un tanto
pequeñas, pero era proporcionada, y se veía igualmente bien en zapatillas deportivas o ropa deportiva
y holgada, como en un vestidito corto y desmangado y en tacones, pues la había visto hacía unas
semanas en un club cercano, que ella estaba en la fila y la había visto salir del club para fumar dos
cigarrillos y luego entrar. Pues esa noche vestía un suéter un tanto grueso, tejido a rayas blancas y azules,
que le quedaba un tanto grande, pantalón beige hasta los tobillos, ajustado a sus piernas, y mocasines
de gamuza roja, con su cabello suelto, con sus ondas alocadas y sus ojos celestes; simplemente hermosa,
tanto que recibió uno que otro halago al entrar.

Pues, Alexandra no era precisamente una Diosa griega, como da la casualidad que lo era Sophia en todo
el sentido de la expresión y su peso, pero era linda, de cara linda, de niña buena y tranquila, porque lo
era, simplemente tenía un lado sexual que Sophia había despertado por primera vez. Casi de su misma
estatura pero de cabello café oscuro y liso, ya no bronceada, sino unos tonos morenos muy ligeros, ojos
café, delgada, nariz un poco redonda pero pequeña, dentadura blanca y meticulosa, un cuerpo
simplemente delgado sin ser atlético, pues era más perezosa que los perezosos mismos. Su mamá era
de Chile, casada con un norteamericano, por eso era que Alexandra dominaba la bilingualidad de la vida.
Ella ya esperaba a Sophia con una cerveza fría. Se saludaron de beso y abrazo, pues realmente se caían
bien, listas para comerse el menú número cinco: “All you can eat: Pasta”.
Justo cuando Sophia se sentó, Phillip entraba al evento de Levi’s: cámaras, alfombra roja, rótulos
enormes de “JT for Levi’s”, y posó, obligado por uno de los del equipo de Natasha, no recuerdo si Mandy
o Brittany, y fue entonces cuando tuvo su momento en el que se volvería significativamente famoso en
la sociedad femenina neoyorquina. Pues él, en su momento, brilló, y brillaría luego todavía más, recién
salido del trabajo: traje negro, camisa de cuello blanco y torso rosado pálido y corbata azul marino a
cuadros diminutos rosado pálido, y en Richelieu Lanvin, fue catalogado como no sólo “El mejor vestido”,
sino también como “Nuevo miembro de los solteros codiciados”. Luego de posar tres minutos, entró al
club más intenso del momento “Bungalow 8”, en donde no habían dejado entrar más que a los invitados
y había seguridad por doquier, pues en ese club había tanto dinero en personas, como la deuda externa
de Haití. Accedió a tomarse una foto con un wrap-up Jeans, que se lo colocaron entre dos hermosas y
diligentes Señoritas, le ofrecieron Champán o Whisky, preguntó las marcas y prefirió el Whisky, pues un
Johnnie Walker Black Label, uno de los patrocinadores principales, no era mala idea. Un chico, vestido
todo de negro formal, lo ubicó en su asiento y se quedó ahí, sentado, sin conocer a nadie, pues, sabía
quiénes eran, pero no era amigo de ninguno.

- Team Alpha- dijo aquella voz tras él pues, al ser invitado de última hora, le había tocado sentarse en la
última fila. – El video empieza en minuto y medio, tenemos dos minutos y treinta segundos para estar
en posición, ¿listos? Bien- dijo, tocándose el oído y hablando por la manga de su vestido; negro y de
lentejuelas, de manga larga y ajustado, hasta por encima de sus rodillas, elevada quince centímetros en
unos hermosos Versace negros. – Yo me encargo de las luces, a sus puestos- ordenó, y taconeó hacia un
costado, que fue cuando Phillip, disimuladamente, logró verla de reojo, era ella. – Come on, people! It’s
our job! – dijo molesta, aunque con una sonrisa falsa, pues no podía darse el lujo de verse con mala cara.

Phillip escuchó atentamente la discusión que pasaba detrás de él, a veces le costaba escuchar, pues el
ruido crecía con cada segundo que pasaba. La voz le encantaba, era el punto medio y perfecto entre una
voz dulce y mimada, era un tanto aguda, quizás dos de cinco puntos, pero era, al mismo tiempo, rasposa,
era simplemente embobante. Pues, salió del rincón en el que estaba y se paró justamente al lado de
Phillip, él distrajo la mirada para no verse tan obvio, y sólo veía cómo su mano derecha reposaba
ligeramente sobre su cadera, y sus manos eran pequeñas, muy femeninas, dedos delgados, uñas cortas
y con laca negra a la perfección, tenía un anillo de diamantes, muy delgado, con los diamantes
incrustados en el oro blanco, sólo un regalo de graduación del colegio, uno de tantos. Sus piernas
ligeramente bronceadas no eran muy largas, pero eran delgadas y tonificadas, quizás por el arte de
caminar todo el día en un mínimo de diez centímetros. Sus pies eran hermosos también. Phillip le calculó
ser un treinta y nueve. Un par de venas se le saltaban en el empeine, las falanges se le marcaban un poco
y, por entre la abertura de sus Stilettos, pues eran Peep Toe, pudo ver sus perfectos dedos, también de
negro, pero perfectamente cuidados.
- Mandy…a mi señal- dijo, revisando rápidamente con la mirada que todo estuviera en su ubicación. –
Three…Two…One…Hit it- y Natasha se perdió entre la oscuridad y el aparecer del video de tal manera
que Phillip se quedó buscándola y no la encontró, no le quedó más remedio que enfocarse en la
presentación.

El tema, en la misma semana, había cambiado por completo, había cambiado de “Comfortably Chic” a
“Bringing Sexy Back”, de un lado al otro, tomando en cuenta que el sexo vende, y muy bien, pues después
de un video por el que Natasha había movido cielo, mar y tierra, para poder grabarlo, la música empezó
a sonar y dos paneles de la pasarela se levantaron, mejor dicho, se irguieron, de donde se materializaron
no sólo el diseñador mismo, Justin Timberlake, sino también su amigo y productor, Timbaland, cantando
“Sexy Back” sin censura, para despegarse de los paneles, que volvieran a su posición original y que las y
los modelos empezaran a desfilar, mostrando cada uno de los diseños, y sí, no eran cualquier modelos,
pues, entre las novatas, había experimentadas como Eugenia Kuzmina, Jessica Stam, Kate Upton y Sabina
Berner, y, de los masculinos, Jordan y Zac Stenmark y Misha. En lo que el desfile se llevaba a cabo,
maniquíes con los diseños eran colocados en el pasillo principal y las bolsas de agradecimiento eran
colocadas en la estación de salida, justo al lado del Coat-check. “El Marketing Líquido”, como le decía
Natasha, o la bolsa de agradecimiento, contenía un jeans de la talla exacta de cada invitado, cosa que
Natasha se aplaudía sola, una botella de Johnnie Walker Black Label, una pulsera Pandora y un charm
especial que decía “Levi’s” y una cena para dos personas en “Masa”.

Emma no era de las que solía salir a beber, mucho menos sola, pero sentía ese vacío en ella, y sólo llevaba
una semana en Nueva York. Tomó un Taxi para que la llevara al Plaza y, con ella, llevó la carpeta número
ocho que Volterra le había dado al final del día. Se trataba de un proyecto para Edward Weston, más
bien para su esposa, que se casarían en la primavera del año entrante y querían remodelar su Penthouse
en el Archstone “The Westmont” antes de poder siquiera pensar en ambientarlo. Y, con unas copas de
Petrus Pomerol del noventa y ocho y seis cigarrillos Marlboro rojos, Emma tragó toda la información
sobre el proyecto que empezaría a supervisar, tras Volterra, a partir del lunes.

- Oye, ¿qué harás después de aquí?- preguntó Sophia, ya pasada de cervezas, quizás se estaba tomando
la sexta, Alexandra era de menor tolerancia, desde la segunda cerveza se había sentido ya diferente,
además, Alexandra era menor de edad.

- Nada, irme a casa- respondió, viendo a Sophia tragar media jarra de cerveza sin el mayor de los
esfuerzos.
- ¿Has visto “Pirates of the Caribbean”, la nueva?- dio el último bocado a su plato de Penne Alfredo con
parmesano falso.

- No, dicen que está muy buena

- La tengo en casa, ¿la quieres venir a ver?- y esa pregunta alegró demasiado a Alexandra, era como si el
universo se pusiera a su favor, o tal vez sólo era la borrachera.

- Claro, de igual forma vivimos relativamente cerca- sonrió, pidiendo la cuenta con el típico gesto.

Sophia simplemente sonrió y terminó su cerveza, sacó cuarenta dólares y los arrojó sobre la mesa,
dejándole ver a Alexandra que tenía un arsenal de tarjetas de crédito y, del compartimiento del que
había sacado cuarenta inofensivos dólares, había, por lo menos, unos diez billetes más, quién sabe de
qué denominación. Hermosa, inteligente y adinerada. Pagaron la cuenta, dejando los setenta y tres
centavos de cambio como propina extra, pues habían molestado demasiado al mesero, y caminaron,
tambaleándose, hasta la casa de Sophia, que en realidad era un Duplex, ella vivía en la parte de arriba
junto con Mia, quien, para mantener la rutina, estaba en modo “mudo” pero sólo dejaba escuchar los
resortes de su cama ser violentamente aplastados por una fuerza bruta llamada “sexo”. Sophia puso la
película y, en lo que comenzaba, se desvistió frente a Alexandra, pues no lo consideraba malo, eran
mujeres y tenían lo mismo, y su sexto sentido, o sea el “gaydar”, no lo tenía para nada desarrollado.
Pues, dándole la espalda, se quitó hasta su típico sostén blanco para deslizar una camisa desmangada
por su torso, marcándosele sus pequeños pezones a través de ella y, al bajar su pantalón, le mostró su
tonificado y pequeño trasero a Alexandra, quien no la dejaba de ver con el mayor de los descaros. A
Sophia se le cayó el pantalón de las manos y se agachó únicamente con su espalda, dejándole ver,
fugazmente, los bordes de su intimidad, que se terminó cuando se metió en un pantalón deportivo.

Phillip no había visto a Jacqueline, pues, ahora el pañuelo ya no importaba, había valido más ver a su
“Olivia” que los sesenta y siete dólares que costaba el pañuelo, y merodeaba por el baño, pues los clubes
no eran particularmente lo suyo, sólo hacía tiempo para que una de las “Levi’s Sexy Girls” no lo siguiera
acosando, y lo había logrado hasta que la vio acercarse, y fue cuando se metió al baño por cinco minutos.
Salió y vio que no había ninguna acosadora, supuso que alguno de los Planners ya la había mandado a
trabajar y, saliendo del baño, se tropezó, en sentido figurado, con Jacqueline.

- Aquí tienes, guapo- gritó, pues la música era fuerte, más por la gente.
- Gracias, de verdad, me hacía falta- dijo sarcásticamente. – Muy bonita fiesta

- No es mi obra, es obra de mi sucesora- sonrió, dándole a Natasha el crédito que se merecía.

- Pues, sigue siendo una muy bonita fiesta que se ve asociada con “Sparks PR”- sonrió, guardando el
pañuelo dentro de su chaqueta. – Gracias por la invitación

- No pensarás que era de gratis, ¿o sí?

- Pues, era mi pañuelo- rió, encogiéndose de hombros.

- No eres muy “playboy”, ¿verdad?- coqueteó, acercándose a él y hablándole muy cerca de sus labios.

- No, no lo soy, soy un caballero- la apartó delicadamente de él.

- ¿Caballero o gay? Porque hay una diferencia, guapo- y lo tomó de su entrepierna, algo que no hizo
sentir bien a Phillip, pues él no era de hacer escenas en público, y no le gustaba que una extraña le
tomara su arma reproductora tampoco.

- Caballero, que gusta de damas- sonrió, quitándole la mano con una sonrisa.

- ¿Damas? Tú no tienes novia, guapo, entonces sólo queda la otra opción


- Si tengo novia, se llama Robin, y la voy a hacer mi esposa algún día- dijo, viendo, al final del pasillo, a
Natasha, que caminaba hacia el Coat-check. – Me tengo que ir, mi novia me está esperando- sonrió,
estrechándole la mano a Jacqueline y dejándola de brazos cruzados mientras veía únicamente la espalda
de un futuro y ya millonario guapo soltero codiciado que sería la decepción de muchas mujeres. Caminó
hasta el punto de salida, en donde vio que su chica misteriosa entregaba personalmente las bolsas de
agradecimiento.

- Me permite su número, ¿por favor?- sonrió Natasha. Fue la primera vez que la vio de cerca y no era
que fuera hermosa a nivel mundial, era hermosa, muy hermosa, por no decir “hermosísima”, a su
manera, pues, al menos a Phillip le gustaba. Le entregó el número, a lo que Natasha buscó su bolsa con
una sonrisa, apartándose el cabello para buscar. – Mr. Noltenius, en el nombre de Levi’s y Mr.
Timberlake, le agradecemos su presencia, esperamos que haya disfrutado del evento- sonrió
anchamente aunque era una falsa sonrisa por el cansancio, era algo que hacía ya automáticamente, algo
ensayado y aprendido. – Nuestros cooperadores esperan su apoyo- dijo, refiriéndose a un eufemístico
“los patrocinadores de esta orgía esperan que sea muy tonto y consuma lo que ellos le intentan
imponer”.

- Natasha, ¿puedo hablar contigo un momento?- dijo un hombre alto y grande, el bouncer.

- Claro- sonrió, volviéndolo a ver. – De nuevo, muchísimas gracias por su presencia Mr. Noltenius- dijo
con una sonrisa, excusándose y haciéndole de señas a Brittany que se hiciera cargo del punto de salida.

“Natasha”, así se llamaba. Salió de aquel club con una sonrisa que pocas veces había tenido, en realidad
sólo había tenido cinco sonrisas así en toda su vida: 1. Cuando nació Adrienne, 2. Cuando se graduó del
colegio, 3. Cuando se graduó de su Bachelor, 4. Cuando se graduó de su Master y 5. Cuando firmó la
Junior Partnership vitalicia en Watch Group. El nombre “Natasha” no sabía si le daba un miedo sensual,
si era simplemente sensual, o si era dulce como ella. Caminó un poco, hasta la esquina, para alejarse de
la gente y poder pedir un Taxi cómodamente, en donde vio a Natasha con un tipo. Discutían
tranquilamente, ella sacudía su cabeza en desaprobación, el tipo intentaba explicarle algo pero ella
parecía no entender. Sacudió su cabeza lentamente, vio su reloj, peinó su cabello y tomó de la mejilla al
tipo, le habló dulcemente, o al menos eso parecía, y le dio un beso en la mejilla para retirarse y caminar
de nuevo hacia el club. Pero él la haló de la mano y le plantó un beso en los labios que a Phillip le robó
la vida entera en ese momento, no era una señorita para molestar, ella tenía novio y él no era de los que
rompían relaciones ajenas, era un caballero, como su papá le había enseñado. Y fue cuando Phillip se
confundió de la manera más terrible, no sólo porque Enzo y Natasha no eran novios y, por apresurado,
no vio cuando Natasha le dio una iracunda bofetada, sino porque el dolor que sintió al ver eso, lo tomó
como si Natasha fuera sólo un apelativo sexual, cuando en realidad le dolió porque se había enamorado
literalmente a primera vista y, como el no conocía eso, lo tomó por el lado de “objeto sexual” que no
estaba bien, no era de un caballero y decidió no buscarla más.

Capítulo II

Emma se abrazaba a sí misma, contemplando un reluciente Central Park a través de la ventana. Era un
día extraño, pues, sólo era viernes por la mañana, como todos los demás, ruidos neoyorquinos: entre
naturaleza y urbanismo, bocinas, taladros, pajaritos, un día cualquiera, pero extrañamente no era
cualquiera. Siempre pensó que un día así no tenía nada de especial, nada de diferente, que era un día
como los demás, que simplemente no se iba a trabajar y que, a la hora, a la que usualmente salía del
estudio, estaría en el Plaza, en la Monroe Suite, en un Monique Lhuillier negro de un hombro, único,
hecho a la medida, que era como una cascada de chiffon drapeado y que terminaba siendo de plumas
hasta por arriba de su rodilla. Podía haber sido demasiado voluminoso como para hacerla ver seis tallas
más grande, pero estaba confeccionado de tal manera que se seguía viendo una inmaculada y esbelta
figura italiana. Y, como el plus, unos Lipsinka Louboutin de doce centímetros, de cuero negro, suela roja
y aguja de metal. Sophia estaría en un Oscar de la Renta que a Emma no le gustaba mucho, pero era lo
que Sophia quería usar ese día, y cada quien era dueña de sus decisiones, en especial en ese día.

Respiró hondo, cerró sus ojos, hundiéndose entre sus hombros y, al exhalar, abrió los ojos conforme
regresaba sus hombros a la posición original, y vio el día con un poco más de positivismo, más relajada,
pues, es que no era un día malo, era simple y sencillamente particularmente extraño. Paseó sus dedos
por entre sus ondas rubio oscuro y las mezcló con su cabello café claro, sonriéndole ante el panorama
de Central Park, porque realmente le gustaba ver que, entre tanta urbanización, se podía conservar un
espacio de tres avenidas de ancho por sesenta y un calles de largo de naturaleza que era arduamente
mantenida. No estaba preocupada, por primera vez, por la comida, la música, ni siquiera por la abogado,
ni por los invitados, eso no le preocupaba, le preocupaba en realidad que, por seguir una tradición, a
pesar de haberse prometido nunca caer en un convencionalismo, no supiera cómo estaba Sophia pues,
entre Natasha y Phillip, habían logrado que no se llamaran ni algo parecido, ni una señal de humo, hasta
las habían convencido de pasar la noche previa separadas; una escoltada, o más bien acompañada, por
Phillip, y la otra por Natasha. Eso era lo más extraño, pasar una noche sin Sophia, estar tan cerca y a la
vez tan lejos. Pero si su iPhone era de su completo dominio y, ¿por qué no sólo la llamaba? Nadie iba a
saber. Tomó su iPhone, presionó el ícono del teléfono y marcó 2-1-2-1-7-7-1-6-5-0, sólo porque le
parecía más rápido que irse a “favoritos” y presionar “A. Sophia”, que tenía la “A” para que fuera el
primer contacto en su lista, y presionó “call” pero, antes de llevárselo al oído, colgó, sin saber por qué
pero colgó.

*
Enero de dos mil ocho. Sophia se despertó con frío, todavía era temprano, demasiado temprano, pues
apenas eran las tres de la mañana, últimamente no podía dormir. Se quedó en su cama, viendo un blanco
techo inmóvil, escuchándose respirar, pensando en que ya sólo le quedaban pocos meses para regresar
a casa, aunque intentaría buscar trabajo en el área, que dudaba sabiamente que no lo conseguiría, y fue
cuando se le ocurrió buscar trabajo en Italia, todo con el motivo de no regresar a casa, no a Atenas, no
sabía por qué, pero no quería. Pues, el ambiente en su casa nunca fue insano, pero tampoco era el más
sano, simplemente no había afecto alguno entre sus papás. Por lo único que consideraba regresar era
por su hermana, Irene, a quien le llevaba siete años. Se acordó cuando su mamá la había llevado a comer
al McDonald’s de Lampraki después del colegio, pues era el punto medio entre el colegio de Sophia, que
quedaba en Tampouria, y la casa, en Kallipoli, en las afueras de Atenas, o sea Piraeus, y, muy dulcemente,
le preguntó si le gustaría un hermano o una hermana menor, y Sophia, quien había sido hija única por
siete largos y consentidores años, dijo “¿Por qué no? Sería bonito tener alguien con quien jugar”, claro,
en su mente eso era lo que pasaría, no que la atención de sus papás sería repartida entre ambas, al
principio setenta y cinco por ciento Irene y veinticinco Sophia, así quedó siempre, pues cuando se había
ido a la universidad, tenía diecisiete, Irene sólo tenía diez, y se quedó como la Princesa de la casa, pero,
cada verano y vacación de navidad, se volvían a conocer y pasaba que Irene admiraba mucho a su
hermana mayor por el simple hecho de verla ya una mujer, y le encantaba escuchar cómo decoraba las
casas y todas esas cosas que realmente no hacía más que en su cabeza.

Cuando Sophia llegaba, la atención la seguía teniendo Irene pues hasta ella enfocaba toda su atención
en ella, en conocerla, en llevarse bien con ella, en hacer casi lo imposible por entablar una relación
estable y contundente con ella, pues verse dos veces al año, si era con suerte, era todavía muy poco, por
lo que Sophia había tomado la decisión de escribirle una postal mensual, y se preguntarán: “¿por qué no
un e-mail?”, pues es simple; porque a Irene le gustaban las postales, y Sophia que se lo complacía con
una postal diferente cada vez, que consiguió un paquete de las postales más representativas de cada
Estado. Sonrió ante los recuerdos con su terrible hermana menor, que no la dejaba en paz ni un segundo,
todo lo tenían que hacer juntas: comer, dormir, hasta casi bañarse, cosa que Sophia no permitía, no
porque le diera vergüenza, sino porque podía ser el único momento en el que tuviera privacidad total.
Sophia trabajaba a su hermana al estilo del chantaje: “si tú no eres así/si tú no haces las cosas así/si tú
no haces esto…las postales se tardarán más en venir” y así había logrado que su hermana comiera a la
mesa tranquila, comiera de casi todo, pues milagros no podía hacer, dijera “por favor” y “gracias”, hiciera
sus tareas y que se involucrara en un deporte, en el tennis. Más allá de eso, Sophia se revolcaba en su
cama sin poder dormirse, sólo pensando, sin poder dejar de pensar, y, en su desesperante aburrimiento,
tomó su teléfono y le escribió un inocente y frustrado “¿Estás despierta?” a Alexandra, conversación que
se extendió hasta las seis y media, que Alexandra se quedó dormida y Sophia se fue a clase.

- Buenos días, Señores- saludó como todas las mañanas que llegaba; con una sonrisa y café y, esa
mañana, con una bolsa de rollos de canela y otra de daneses de queso. – Feliz Navidad y Año nuevo,
espero que todos estén bien y sus familias también…quiero avisarles que, a partir de ahora, fumar está
prohibido, pero pueden hacerlo afuera- y sacó tres cajetillas de Pall Mall rojos, colocándolas al lado del
termo de diez litros de café caliente. - ¿Alguna novedad?- sonrió ante los catorce trabajadores. Estaba
feliz, pues había pasado Navidad y Año nuevo en Roma, pues no había nada como los Cannoli que Franco
le mandaba a Sara, tradición navideña desde siempre, quizás lo único que Emma disfrutaba de él.

- Necesitamos que nos dé luz verde del acabado del techo para poder sellarlo- dijo uno, era calvo pero
joven, fuerte, muy fuerte, y alto, era el jefe de los trabajadores.

- Muy bien, a tiempo, me alegro- dijo, viendo hacia arriba y viendo que el techo de toda la sala de estar
estaba hecho, con cada putito detallito que Volterra le había dejado hacer, contra la coherencia mental,
arquitectónica y ambiental, a la futura dueña de la casa, sí, a la que llevaba, por pendientes, las pelotas
del millonario marido: “Emma, el cliente siempre tiene la razón aunque no la tenga, y se le da lo que
quiere por muy feo que sea”, porque sí, a Emma casi le da algo, y algo feo, bien feo, cuando vio que la
viga iba en degradación para que, en la madera, hicieran aquel micro-putito-detallito con los moldes.

- ¿De cuánto quiere el andamio, Arquitecta?- preguntó. Siempre estaba nervioso, Emma no se lo
explicaba.

- Aaron, por favor, llámeme Emma- sonrió. – De dos y medio estaría bien, pero tome antes algo de café
si quiere, no tengo prisa

- No, Arquitecta…perdón, Emma, enseguida se lo construyo

- Aaron, primero el café, se le nota que tiene ganas- rió. – Iré a darme una vuelta por los baños…- dijo,
dándose la vuelta y encarando a todos los trabajadores. – Jaime- llamó, y un señor ya de edad media dio
un paso adelante. – Oiga, esto no es el ejército- rió, bromeando por lo de dar un paso adelante y haciendo
reír a sus trabajadores. - ¿La conexión del agua?

- Está lista
- ¿Seguro?- sonrió, pues ya le había dicho tres veces que estaba lista y siempre que la probaba se
inundaba algo.

- Un cigarrillo a que lo está

- Que sean dos- levantó su pulgar y su dedo índice para contar dos, que así era cómo contaba ella,
levantaba del pulgar hacia el meñique, y se retiró, escuchando a los trabajadores un tanto extasiados
por el café mientras sumergían la mano en la bolsa con comida.

Phillip estaba en plena reunión de Socios y Asesores cuando un mensaje de texto de Jacqueline Hall hizo
que su iPhone vibrara sobre la mesa. “Es mi última semana en Manhattan, voy a L.A., guapo. ¿Cambiaste
de parecer?- Jackie”. Y no, no había cambiado de parecer, todavía luchaba con aquella imagen de una
Natasha, sin apellido todavía, besando a un tipo al que no podía ponerle cara, seguramente era feo, tan
feo que por eso su cerebro había bloqueado la imagen, aunque Enzo no era así de feo, simplemente
tenía cuatro cosas: cabello hermoso, acento francés, un piercing en la lengua que no dejaba nada sin
resolver a la hora del sexo oral, y un miembro de ocho pulgadas y media, por lo demás…era simplemente
un tío más. ¿Qué era eso de no poder olvidar a una mujer? No, pero él no estaba enamorado, eso jamás.
“Si sabes que sales cada tanto en PageSix, ¿verdad? Nunca te he visto con una novia, guapo. No me
ignores. – Jackie”, y no la ignoraba, simplemente lo desesperaba. Detestaba el “guapo”. Después de su
injustificado despecho, porque no era despecho, había decidido aceptar las invitaciones de sus
compañeros de colegio para salir a un club una que otra vez al mes, por eso de las apariciones en PageSix.
“Estoy muy ocupado. Ten cuidado con tus finanzas si las tienes en un banco, esto sólo va para peor.
Cuídate, suerte en L.A.” y así la calló para siempre, o tal vez no para siempre, al menos por un par de
meses.

Natasha firmaba su nuevo contrato; duración: período de prueba, o sea dos meses, tipo: renovable a un
año renovable, paga: aceptable, lo que costaban tres pares de Louboutin y una blusa Cavalli, horario:
cincuenta y cinco horas a la semana, tipo de horario: flexible, cubículo: no, oficina: sí, cargo: Senior
Strategical Planner. Era cinco de enero, todo Nueva York había vuelto a trabajar, y nunca se sintió mejor
después de unas merecidas vacaciones, pues había tenido, gloriosamente, una semana de vacaciones,
una semana entera, del veintiocho de diciembre al tres de enero, que había dormido, sin exagerar, doce
horas al día y donde sus papás para que Vika la consintiera las otras doce horas, aunque Agnieszka no
había dejado de llegar a hacer limpieza en el Penthouse de Kips Bay, eso le había dado tranquilidad hasta
más tarde ese día, pues Margaret empezaría a decirle a Natasha que tenía que arreglar ese Penthouse,
que con razón no tenía novio. Entró a su nueva oficina, ya vacía, sólo con las libreras, los archiveros, el
escritorio, las sillas y una puerta de vidrio que no le daría privacidad alguna, bueno, no es como que
antes la tuviera en su cubículo, ah, no, es que ni cubículo tenía porque trabajaba en una mesa enorme
que compartía con su equipo. Y se le ocurrió hacer algo nuevo, algo diferente, algo que Recursos
Humanos podría hacer pero, como sabía que no lo haría, llamó a una reunión general de equipos.

- ¿No es peligroso estar ahí arriba?- dijo una voz desconocida, al menos una que Emma no conocía. –
Digo, está muy alto- dijo, viéndola desde abajo con las manos en los bolsillos.

- Se aprende a vencer el miedo- sonrió mientras paseaba sus dedos a lo largo del puto detallado del
techo. – He estado más arriba- dijo, presionando un poco para corroborar que estuviera sólido a punto
de cemento, y lo estaba. – Ya me acostumbre- se dio la vuelta y vio una cara nueva, una que no conocía.

- ¿Necesita ayuda?- gritó, pues habían empezado a trabajar con el martillo no muy lejos de ahí.

- No, estoy bien- y se bajó del andamio con facilidad, se notaba que tenía práctica. – Creo que no nos
conocemos- dijo fuertemente, tratando de hacerse escuchar sobre el martillado. – Emma Pavlovic- le
extendió la mano luego de habérsela sacudido.

- Ted Wyatt- estrechó la mano de la Arquitecta con una sonrisa. – No sé qué me impresiona más, si que
esté vestida así- dijo, señalando sus Stilettos y su ropa- Y revise el techo y la facilidad con la que se ha
bajado de ahí arriba o la rapidez con la que trabaja. ¿Ingeniera?

- No, Arquitecta- le informó. - ¿Buscaba al Arquitecto Volterra? Se ha retrasado un poco, ya debería estar
llegando

- El día de ahora no me molesta la espera… ¿me podría informar cómo va mi casa, Arquitecta?- sonrió,
abriéndole paso para que le diera un tour.
- Por supuesto, ¿alguna pregunta en especial?- el dueño de la casa sacudió la cabeza. – Sígame y le
muestro- y todo lo hacía con una sonrisa, que era en parte ensayada, pues, la costumbre.

No era una casa particularmente pequeña, era en realidad enorme, monstruosamente gigante; tenía
ocho habitaciones, diez baños, cocina inmensa porque a Mrs. Wyatt le encantaba cocinar, espacio para
diez autos en garaje, piscina, sótano, ático, en fin, una casa que tenía de todo. Emma se tardó cuarenta
y cinco minutos en darle un tour relativamente completo por el interior de la casa, explicándole por qué
no habían puesto ningún piso todavía, pues era cuestión de proceso: primero el techo y luego el piso,
para no dañarlo. También le explicó por qué las tuberías no se reunían bajo la casa en un punto central,
como solía hacerse antes, sino que todas iban hacia fuera, para que, por si algún daño, la casa no se
dañara, cuestión de precaución e inversión.

- ¿Alguna pregunta?- sonrió, juntando sus manos con alegría y efervescencia, llegando al punto en el que
habían partido.

- Me lo ha aclarado todo, Arquitecta. Confío en usted que mi casa quedará como planeado, sin ningún
error.

- Está diseñado para que no haya falla alguna, en efectos de construcción y ensamblaje, en un mínimo
de quince años…pero, claro, en caso de haber algún defecto o imperfección, el estudio cuenta con cinco
años de control de calidad, si usted así lo decide

- ¡Ah! Emma, aquí estás…veo que has conocido al Señor Wyatt- sonrió Volterra, estrechando la mano de
un ahora cohibido cliente. – El auto te espera para llevarte al Archstone…cuando regreses al estudio, me
gustaría hablar contigo

- Como usted diga, Arquitecto- sonrió, tomando su abrigo y su bolso de un perchero que los trabajadores
le habían improvisado. – Un placer, Señor Wyatt- y él le sonrió mientras estrechaba su mano, pero no
dijo una tan sola palabra.
*

Sophia, por el otro lado, también veía Central Park desde la ventana, se preguntaba qué hacía Emma, si
ya se había despertado, si había dormido bien, si se sentía bien. A Sophia le resultaba especialmente
difícil no dejar de pensar en Emma, era como si, en vez de sangre, fuera Emma la que le corriera por las
venas, la misma Emma que respiraba, que pensaba, que sentía y que saboreaba; podía sonar a obsesión,
pero realmente se llamaba “enamoramiento” que no era ciego aunque muchas de las definiciones de tal
palabra era precisamente eso: “enamoramiento: dícese de un amor parcial o plenamente ciego”, y no lo
era, porque conocía a Emma en su efecto y en su defecto. Que había tenido que aprender a vivir con el
perfeccionismo y la puntualidad era pan comido, que había tenido que aprender a amar a Emma y a su
Ego, que a veces se refería a él como si fuera una persona más en el apartamento, eso era toda una
aventura, pero le gustaba, pues Emma se lo hacía más fácil, se lo endulzaba y le mostraba cómo poder
reírse, a carcajadas incluso, de y con su Ego. Hasta había aprendido que ella también podía ser
egocéntrica y egoísta, pues era parte de todo ser humano, aunque no le gustaba mucho, pero, ¿quién
se niega a sentirse alfa y omega? Y, ante esos pensamientos, Sophia reía calladamente frente a un Central
Park un tanto lejano.

- Bueno, ésta reunión no es para hablar sobre rendimiento, no es para regañarlos ni para despedirlos de
dos en dos- dijo Natasha, hablándole a sus veintisiete compañeros de trabajo. – Pueden respirar
tranquilos y estar tranquilos- continuó diciendo, notando que, por lo menos, el setenta por ciento se
relajaba y sonreía. – Quiero que sepan que soy la nueva encargada, me han nombrado Senior Strategical
Planner…y quiero que sepan que yo no estoy por encima de ustedes por ser la jefa, por eso, por raro que
les parezca, no se van a llamar “subordinados” o “empleados”, como antes, sino “cooperadores”, porque
eso es lo que son…ustedes aportan algo a esta empresa, un subordinado o un empleado simplemente
recibe órdenes…también quiero que sepan que pueden acudir a mí con la mayor de las confianzas,
aunque, sepan desde ya que milagros no hago porque todavía no he aprendido- rió, caminando de lado
a lado por el lugar de trabajo. – ¿Qué más?...Ah, sí…quisiera decirles que, por haber trabajado en el
“Team Alpha” no significa que “Team Beta” y “Team Gamma” van a ser tratados diferente, todos somos
la imagen de “Sparks PR”…y, por eso, tenemos que crear una imagen aquí dentro, esto no es una fábrica

- No entiendo qué quieres decir- murmuró Brittany.


- Pues, es sencillo…somos una compañía que planea eventos, ¿qué hay en un evento? Ambiente…y,
como ya dije, esto no es una fábrica, tenemos que experimentar, ¿alguien sabe el lema de Pixar?-
preguntó, viendo a sus veintisiete cooperadores. - ¿No? Bueno, su lema es “Funny work: work your fun”,
lo que significa que éste lugar tiene que ser cómodo para trabajar, porque yo sé la cantidad de horas que
se pasan aquí, pongan un poco de música, siéntense mezclados…tengo tres peticiones: la primera es que
las que no son Planners y están aquí- dijo, refiriéndose a las asistentes- Pasen de una en una a mi oficina
al terminar esto, que ya casi termina…La segunda, es que todos, al final del día, me entreguen un perfil
cubriendo los siguientes aspectos: quiénes son, cómo les gusta trabajar, con quiénes, en qué tipo de
eventos les gusta trabajar, sus habilidades, sus inhabilidades, qué del evento les gusta cubrir, cómo les
gustaría cubrir un evento, cinco cosas que crean que cada evento debe tener, cómo mejorar las
estrategias…y, qué les gustaría cambiar, ya sea del ambiente de trabajo, de las agendas, etc. , pero
quedémonos en la Tierra, ¿sí?- y los volvió a ver a todos, tomando nota atrasada de lo que acababa de
decir. – La tercera es que, de ahora en adelante, todos sean educados, espero por lo menos, las palabras
mágicas universales: “por favor” y “gracias”, ¿entendido?- todos asentían, todavía tomando nota. - Ah,
una cosa más, necesito un voluntario, por favor, ¿alguien?

- Si nadie lo hace, yo lo haré- se levantó Stephanie, una de las asistentes.

- Gracias, Stephanie…necesito que compres veintisiete grabadoras portátiles, por favor, es más rápido
que tomar nota, y yo invito, no hay necesidad de consultar a la parte administrativa- sonrió. - ¿Alguna
pregunta, comentario, sugerencia, queja, confesión, chiste, anécdota, momento vergonzoso del pasado
que quieran compartir con todos?

- Perdón- dijo Emma. – No sabía que había alguien en el apartamento

- Pasa adelante, no muerdo- rió aquel hombre, era mayor que ella sin duda alguna, quizás veintiocho ya.
– Soy Alfred- sonrió, acercándose a Emma y extendiéndole la mano.

- Soy la Arquitecta Pavlovic, vine a ver el progreso de la ambientación

- Pasa adelante…mi hermano no está, mi cuñada tampoco, están en Washington- dijo, caminando por el
piso de madera con sus pies descalzos, tenía cuerpo de adulto; que había envejecido rápido, pues sus
pies eran joviales, hasta parecían de niño. - ¿Quieres algo de beber? ¿Agua, café, té? ¿Quizás algo más
fuerte como un Whisky? Se nota que has tenido un día difícil

- Un poco de agua estaría bien, por favor- sonrió, poniendo los planos sobre un andamio pequeño que
tenía un par de tablas encima. Caminó por la sala de estar y, sólo con eso, supo que parte del piso estaba
mal instalado, pues la aguja de su Stiletto, aquel que eran parte de la primera manufacturación de
veinticinco pares de Jimmy Choo Cosmic que engañaban la vista al ser una perfecta impresión de piel de
pitón, y no una verdadera, sonó hueco, y frunció el ceño mientras refunfuñaba en su cabeza, y se arrojó
al suelo, sobre sus rodillas y acercó su rostro a nivel de la planicie, en efecto, madera inflada. Su idea era
inspeccionar el acabado del techo, el acabado de las columnas, la uniformidad de la pintura, las
adjunciones a los arcos y a las puertas, el acabado de la chimenea, pero el suelo era la segunda pasada
de Segrate. Y se hace llamar Ingeniero, como que si ebrio lo hubiera instalado…Ingeniebrio, jaja.

- Sólo hay fría ¿Con gas, sin gas?- gritó Alfred desde la cocina.

- Con gas está bien- murmuró, asomándose por el arco del comedor a la cocina, viendo que ya habían
llevado el enorme congelador cuádruple para el que habían tenido que quitar un gabinete superior e
inferior.

- Aquí tienes- le alcanzó una botella de Perrier. – Disculpa el déficit de vasos, le diré a mi cuñada que
tiene que pensar en eso- guiñó su ojo. Realmente era amable.

- No se preocupe, así está bien- abrió la botella y se la empinó, controlando sus tragos con elegancia.

- Ten, otra, se nota que estás no sólo cansada, sino también sedienta- rió, alcanzándole una segunda
botella mientras se rascaba el pecho sobre su camisa.

- Gracias- murmuró sonrojada, todavía con la voz afectada por las burbujas del agua.
- Si necesitas algo, estaré en la habitación al final del pasillo- sonrió. – Estás en tu casa…si quieres más
agua, no dudes en agarrar, que es lo único que tiene éste congelador- abrió la compuerta y era cierto,
estaba lleno, sin exagerar, de botellas verdes y azules.

- Gracias, prometeré trabajar en silencio para no molestarte- murmuró, con cierta vergüenza ante la
amabilidad de Alfred.

- Con tu permiso- dijo, agachando la cabeza y retirándose por la otra salida de la cocina.

Emma lo vio marcharse, era un hombre alto y fuerte, grande pero no gordo, como si había estado en
alguna academia militar o naval y luego se había descuidado un poco, de voz áspera y grave, pero no
gritaba, simplemente así era el tono de su voz, y su respiración era pesada, como la de un toro. Vestía
un jeans gastado que estaba roto de los bordes de las piernas y uno que otro agujero accidental en las
rodillas o en los muslos, una camisa que era roja y cuello en “V”, por donde salían un par de varoniles
vellos, y un suéter azul de cuello alto y de cremallera hasta la mitad. Tenía el cabello un poco largo, sin
ningún o poco producto para el manejo del cabello, unas minúsculas entradas prematuras, cejas
pobladas, dos lunares pequeños en su mejilla izquierda, ojos café muy transparentes, dentadura recta
pero no precisamente brillante de blancura como la de Emma, pero seguía siendo blanca, era de
facciones varoniles, hasta un tanto toscas, pero le daban cierto misterio, hasta pasaba por guapo.

Se metió a la bañera, tal y como Natasha le había indicado. El agua estaba tibia, un poco caliente, le
gustaba, así le gustaba, era perfecta. Natasha sirvió un vaso con Pellegrino y, justo cuando terminó, Hugh
le mandó un WhatsApp de “ya estoy aquí” y Natasha abrió la puerta en silencio, recibió el frasco y le
susurró un “gracias” que Hugh siempre agradecía con un “estoy para servirle”, que a Natasha eso le caía
como patada en el hígado, pues ya le había dicho sinfín de veces que ella lo veía como un amigo, como
algo más que no fuera un sirviente, pues le había hecho compañía y hasta la había consolado en
numerosas ocasiones. Tomó el tazón y el vaso y se dirigió al baño, en donde ya estaba aquella delgada
espalda sumergida en el agua hasta la mitad.

- Ten, a comer- dijo, alcanzándole el tazón y la cuchara que había puesto dentro.
- ¿Estás bien?- preguntó, viendo el frasco salir del bolsillo de su pantalón.

- Sí, ¿por qué lo preguntas?

- Porque… ¿estás segura que todo está bien?- preguntó de nuevo, apuntándole con la mirada y con el
dedo índice izquierdo al bolsillo del pantalón.

- Sí, en realidad son para ti…claro, no te tomes una entera, tómate un cuarto de una pastilla nada más y
te relajarás- sonrió, viéndola comer con apetito. Se sentó sobre la madera y puso sus manos sobre sus
hombros. – Sabes, estoy muy feliz por ustedes

- ¿Por qué lo dices?- preguntó entre las cucharadas de frutas con yogurt que se llevaba a la boca.

- Sé que piensas que porque te lo digo no lo estoy, pero quería decírtelo nada más… lo digo porque sé
quién eres y con quién te estás involucrando de esta manera y estoy segura que mejor no podría ser, no
podría haber resultado mejor, eres lo mejor que puede pasarle y ella a ti- masajeaba sus hombros con
sus pulgares, subiendo por el borde de sus omóplatos y bajando por su columna.

- Ella está como Dios manda y como ella quiere- rió, casi ahogándose con la comida en su boca. Era una
de las habilidades que había aprendido de su en ocho-horas-esposa.

- ¡Oye! Controla a tu hombre interior- rió Natasha a carcajadas, topando su frente a la cabellera de la
hermosa fémina. – Pero te doy la razón, los años le sientan mejor, aunque es tragona de años

- We’re almost Twenty-Ten…- murmuró, un tanto impresionada por el rápido paso del tiempo. – Dame
esa pastilla mejor- rió, y Natasha despegó sus manos de sus hombros y alcanzó el frasco, lo abrió y sacó
una pastilla, la partió por la mitad y luego otra vez por la mitad, pues la pastilla estaba ya dividida en
cuatro, por efecto de fábrica. Le alcanzó la diminuta porción de la pastilla y el vaso con agua.

Emma llegó al estudio, luego de haber inspeccionado cada habitación del apartamento, y se sentó a
esperar a Volterra mientras veía sus maltratadas cutículas, que le ardían los dedos, ninguna mujer debía
sufrir por algo así. Agradeció que Segrate no estaba, ah, es que había algo de él que no le gustaba, pues,
lo bufón, lo idiota, eso era tema aparte, pero había otra cosa que no le gustaba, quizás porque tenía la
vaga demencial idea de que, fácilmente, era de los que maltratarían físicamente a su pareja. Sólo estaba
Pennington, el único Ingeniero al que Emma tragaba, quizás por tímido, pero hasta tartamudeaba
cuando tenía que hablar con ella. Volterra decidió aparecer alrededor de las seis y media de la tarde.
Pasó de largo, arrojó unos planos sobre su escritorio y salió de su oficina para dirigirse a la sala de
reuniones, abriendo la puerta, encendiendo la luz y abriéndole paso a Emma para que pasara adelante.

- ¿Cómo lo quieres?

- Al grano, como siempre, Arquitecto- sonrió Emma, sentándose en una silla, apoyándose con sus codos
de los brazos de ésta.

- Te ofrezco trabajo, una plaza de Arquitecta y Diseñadora de Interiores, y te ofrezco no sólo eso, sino
también tramitar tu visa de trabajo…y me gustaría pagarte en retroactiva por éstos tres meses que has
trabajado aquí, dos mil quinientos por mes por ser mi “Asistente”, aunque eso será en secreto, y la paga
mensual, sería de siete mil netos, más la comisión del trece por ciento por cada proyecto en el que estés
tú sola, sino se reparte entre los que hayan trabajado en él…- vio a Emma un tanto pensativa, podía
escuchar su cerebro maquinar cada pensamiento. – Tienes el fin de semana para pensarlo

- Acepto la oferta con una condición- dijo a secas. – No soporto estar con los Ingenieros, quiero mi propia
oficina- y lo dijo porque creyó que eso detendría la oferta, muy en el fondo no quería todo aquello, no
había sido lo que esperaba.
- La sala de proyecciones nunca la usamos… es tuya- sonrió, porque sabía por dónde iba Emma, pero,
alguien así, tenía que ser un inmenso idiota para no contratarla. – Y la decoras a tu modo, a tu gusto…
hazle lo que quieras

- Está bien- sonrió. – Sólo quiero que me diga por qué

- Porque Alessio tenía razón, eres de otro planeta, no sólo sabes muy bien lo que haces, pero tienes una
conexión con el cliente y con la obra que cuesta encontrar, Wyatt se desvivió en halagos sobre ti durante
dos horas…la fachada de Prada no hubiera quedado tan bien si no hubiera sido por tu intervención, la
verdad es que mis proyectos han sido un éxito al cien por ciento porque tú los has supervisado, y no
quisiera desaprovechar la oportunidad de quedarme contigo para el estudio, serías una enorme
ganancia para el intelecto y nosotros te ofreceríamos una amplia gama de clientes

- Muy bien, acepto, Arquitecto- sonrió, extendiéndole la mano.

- Llámame Volterra nada más, y creo que puedes empezar tutearme- y estrecharon manos, dándole
inicio a lo que sería un paso más cerca de llegar a otro principio.

Después de una tarde de charlas individuales que entraban y salían y se relevaban unas con otras,
Natasha Roberts, ahora Senior Strategical Planner at Sparks PR, tenía treinta y un perfiles por leer, cada
uno de no menos de cuatro páginas. Había cambiado totalmente el modo de trabajar de Sparks PR en
su primer día como “jefa”, pues ahora ella era eso sólo de título y era la que aprobaba los proyectos
pero, por lo demás, era una colaboradora más con el pequeño privilegio de trabajar menos horas a la
semana. Además, a las asistentes, les había ofrecido una plaza, con una minúscula mejor paga que de
asistentes pero estaba bien, nadie sería asistente de nadie.

- Ciao!- contestó Sara. Estaba en la cocina, llenándole a Piccolo, el perro de Emma, un recipiente con
agua y otro con comida.
- Habla Emma…- su tono era confuso, entre triste pero emocionado, totalmente extraño y ajeno a lo que
Sara conocía en su hija.

- ¡Tesoro! Qué gusto escucharte… ¿estás bien?- Piccolo ladró al escuchar la voz de su dueña, pues, más
que su dueña, era su amiga, o algo así creía él.

- Sí, todo bien…necesito hablar contigo, ¿tienes tiempo? ¿Te desperté?- preguntó, pensando en que ya
debía ser pasado media noche.

- No, Tesoro, estoy dándole de comer a Piccolino- sonrió, acariciando al Weimaraner de su hija por detrás
de las orejas mientras bebía agua, que venía de cansarlo al tirarle la bola de tennis mientras ella bebía
una copa de vino tinto en la terraza al borde de la piscina y redactaba su Testamento, no porque se
estuviera muriendo, sino porque había decidido cambiarlo. - ¿Estás bien?- preguntó de nuevo, pues
Emma había suspirado de una inusual manera, así como había suspirado la noche en la que le dijo que
necesitaba la herencia de la abuela, y que no le había dicho exactamente qué era lo que tenían en contra
de ella, pero Sara, bajo la Capilla Sixtina, no se hacía ni lenta ni Santa, y supo que debía ser algo
puramente sexual, sólo que el tipo de material había permanecido en duda.

- Mami…yo…no sé cómo decírtelo- suspiró, cerrando los ojos, imaginándose la reacción de su mamá,
que lo iba a tomar bien aunque en el fondo se sentiría un poco mal.

- Emma, ¿estás embarazada?- murmuró.

- ¡Ay, mami! Claro que no- rió. Sara podía ser un poco catastrófica, como toda mamá, aunque Sara no
sabía de las discapacidades de su hija, discapacidad que para Emma no era un martirio, sino un alivio
que había descubierto a los dieciocho años en una visita al ginecólogo tras creer lo mismo que Sara creía.
¿Alivio? Pues, sí. Emma tenía dos razones muy grandes, y una era que los niños le gustaban, pero de
lejos o sólo una dosis de tiempo cada cierto tiempo, la otra razón era muy clara.
- Entonces lo que tengas que decirme no será tan malo- y Emma pudo sentir cómo sonreía, que caminaba
por el pasillo de aquella casa, de su primera casa, apagando las luces a su paso, con Piccolo tras ella,
cuidándola de la soledad y de la tristeza que Sara intentaba negar u ocultar entre la minuciosa
restauración del “Pecado Original y Expulsión del Paraíso”.

- No puedo regresar en marzo

- ¿Por qué? ¿Pasó algo? ¿Estás bien?

- Mami…es que acabo de recibir una propuesta de trabajo aquí en el estudio…- su voz se fue haciendo
cada vez más suave, más baja, más pequeña.

- ¡Tesoro! ¡Qué buena noticia! Cuéntame todos los detalles, por favor- sonrió, queriendo abrazarla por
su éxito, pero sufrió de aquel dolor de desprendimiento umbilical total que le congeló las entrañas.

Lo que diré a continuación puede perturbarles la mente, o simplemente no lo hará, pero es para que
entiendan un poco a Sara, si no quieren, estos dos párrafos pueden simplemente obviarlos y leer el
siguiente, o seguir con ellos. A Emma la concibieron, entre aburrimiento y obligación, a finales de
febrero, en la posición más muerta y rígida que pudo existir. Emma nació el ocho de noviembre, dos
semanas antes de la fecha pronosticada, el jueves que a Marco le tomarían una placa de Rayos-X para
ver el progreso de la clavícula dislocada, que fue suerte de Sara estar en el hospital en ese momento,
pues ahí mismo empezó todo, que en cuestión de dos horas, lo justo para que llegaran los abuelos pero
no Franco, Emma Marie Pavlovic Peccorini salió del vientre de su madre, llorando hasta casi desgarrarse
las cuerdas vocales. Pesó cinco libras y seis onzas, midió cuarenta y seis centímetros, tenía apenas cabello
y era del color del cognac, le contaron cinco dedos en cada extremidad, marcaron sus pies en la carta de
nacimiento y la envolvieron en la manta blanca para entregársela a Sara. Franco llegó mucho después,
enojado porque la Lira estaba perdiendo valor. Al mes de que Emma nació, a Sara le tuvieron que quitar
la vesícula, y, por alguna razón que no recuerdo, no pudo seguirle dando aquel alimento materno. Emma
fue de las afortunadas que usaba pañales desechables, al principio, por los primeros dos meses, de bebés
prematuros; así de pequeña era. Eso sí, Franco se encargó de que a Emma no le faltara nada, ni leche, ni
pañales, ni juguetes, ni cobijas, ni nada; hasta se despertaba para darle el biberón, al principio por los
cuarenta días de incapacidad de Sara por la operación, luego por hobby, porque le gustaba sostener a
algo tan pequeño y frágil en sus manos, hasta era quien la bañaba, siempre dos veces al día. Le gustaba
cuando bostezaba, o cuando se le quedaba viendo y movía los bracitos sin dimensión espacial alguna,
pero si había algo que le partía el corazón y lo hacía sentir el peor papá del mundo era cuando empezaba
a llorar.

Emma gateó a los seis meses, se puso de pie a los siete meses y medio, dio sus primeros pasos a los once
meses. Le gustaba el puré de manzana verde, que fruncía el rostro por lo ácido pero siempre pedía más
con la mirada y con la boca, le gustaba que Franco la lanzara por el aire, porque a él le gustaba su risa, y
a ella la emoción. Ah, pero los problemas empezaron cuando Emma no daba señal alguna de querer
hablar, hasta creyeron que sería muda, o tal vez sorda, pero no, simplemente no se le dio la gana hablar
hasta que Laura nació, una semana antes de entrar al Pre-School, o sea a los tres años, un mes y tres
días: desastre para Franco. La Consultora en la que Franco trabajaba, gracias a las consecuencias tardías
de Mussolini, o así decían muchos, había quebrado, y se convirtió en el equivalente a “Ama de Casa”
mientras Sara conseguía las primeras migajas del Vaticano, que eran trabajitos por ahí y por allá en toda
Europa, fue hasta mucho tiempo después que terminó siendo lo que es hoy en día. Pues Emma creció,
el divorcio no le sentó mal y por obvias razones, era de las detestables en el colegio, pues nunca abrió
un cuaderno para apuntar algo y siempre salía con A o A+, no fue hasta los últimos dos años de colegio
que tomó algunas notas de las clases y sus notas bajaron a B, pero eso fue lo peor, y porque entregó
tarde un trabajo por estar aplicando a la Sapienza. Lo único que Emma le pidió a Sara, antes de la
herencia, fue que le pagara lo que quería estudiar y donde lo quisiera estudiar, y fue un alivio para Sara
cuando la aceptaron en la Sapienza, pues no se iría a ningún lado, pues, de alguna manera, Emma no era
su hija nada más, eran como amigas pero con ciertas condiciones madre-hija. Fue cuando Emma decidió
estudiar su Master en Milán que Sara comprendió lo que era perder a un hijo, pues la pérdida de Laura,
en el fondo, no le había afectado tanto por el simple hecho de que no eran tan cercanas y, con Marco,
tampoco. Nueva York había sido algo peor, pero Sara sabía que era temporal, pero ese día que Emma le
dijo que se quedaría en Nueva York, Sara dejó de escuchar lo que Emma le decía, y sólo se concentró en
respirar para contener aquel frío y despiadado y miserable dolor, felicitó a Emma, se sintió orgullosa,
sintió todo lo que una madre debía sentir, pero, cuando colgó, estalló en las lágrimas más amargas,
porque no era lo mismo la soledad temporal que la soledad física hasta que Emma decidiera regresar,
¿y si no regresaba?

Dos semanas después, mientras que el país entero colapsaba, en un sentido general: socioeconómico y
político, Phillip Charles Noltenius II veía una lluvia de dólares que aterrizaban en su cuenta bancaria por
idear planes de seguridad personalizada ante tal catástrofe de la humanidad. Al mismo tiempo, estaba
en el ranking de los “Diez solteros más guapos” de la ciudad, de octubre a enero, en tan sólo tres meses,
había subido del puesto número diez al número seis, que muchos dirían que no era mucho, pero le llovían
tantas mujeres como dólares. Pero, pero, pero, había un factor muy importante, que él no podía
arrancarse a Natasha de la cabeza, al punto que había intentado estar con una mujer en Navidad, en
Texas, y no había podido porque sentía la necesidad de sólo estar con Natasha, fue por eso que lo
catalogó como una frustrante “obsesión”, peor aún, sexual.
Natasha, por el otro lado, estaba en una encrucijada: aceptar o no aceptar un evento, más bien un
cumpleaños. No era que menospreciara un cumpleaños sobre una Premier, o un lanzamiento
importante, pero era simplemente que “Mr. F”, que significaba, egocéntricamente, “Mr. Fucking-
Awesome”, quería celebrar su cumpleaños en Bungalow 8 porque no todos los días se cumplía treinta
años, y en eso tenía razón; como ven, era muy inteligente. Era recién llegado a Nueva York, bueno, era
neoyorquino, pero había desaparecido durante unos años, luego de un escándalo de drogas en NYU,
universidad a la que solía ir antes de desaparecer. Nadie sabía mucho de él, casi ni cómo era actualmente
en su forma de ser, pues en aquel entonces era cuatro cosas: despilfarrador, playboy, millonario y
partyboy, que fue en la época en la que su pseudónimo se hizo famoso.

- ¿Qué tenía en mente?- murmuró Natasha un tanto pensativa, tratando de no ver al troglodita, que era
guapo en el nivel de “fornicable” pero no de besarlo, nada romántico, puramente sexual, troglodita.

- Quiero una fiesta tóxica- dijo, así nada más.

- Tenemos una política de “no drogas” en nuestros eventos, somos una compañía responsable y sana,
promovemos un ambiente seguro

- Sólo pido que pongan el ambiente, no habrá drogas, eso se lo puedo asegurar

- Muy bien, entonces no le importará firmar el contrato de abstención de drogas y sustancias ilícitas,
¿verdad?- dijo Natasha, alcanzándole el contrato. – Puede llevárselo a casa, que lo revise su
abogado…para empezar a trabajar, necesito el contrato firmado y el cincuenta por ciento- sonrió,
viéndolo a los ojos con autoridad.

- Está bien- tarareó, tomando un bolígrafo que ubicó en el escritorio de Natasha y dibujó un garabato
infantil, perdón, firmó el contrato. – Y…- murmuró, sacando su chequera del interior de la solapa de su
chaqueta. – Setenta y cinco mil dólares, ¿a nombre de quién?
- “Sparks PR & Co.”- dictó, recibiendo el contrato y luego el cheque. – Muy bien, tengo una idea, si usted
quiere una fiesta “tóxica”, ¿qué le parece una versión de “Tomorrowland” dentro de Bungalow 8?

- Me gusta cómo piensa, dígame más- sonrió, juntando sus manos y echándose sobre el respaldo del
sillón.

- Luces estroboscópicas, láser, luz negra…música electrónica de su elección, a menos que la deje en
nuestro poder de elección, bebidas puras, largas y cortas, frías y calientes, ¿comida?

- Comida chatarra, bailarines que se mezclen con los invitados, profesionales en tectonic…- Natasha
asentía hipócritamente ante la desaprobación aprobada que le daba a su cliente.

- Muy bien, Señor Weston, su fiesta la tendrá en diez días y las invitaciones las tendrá mañana si aprueba
el diseño ahora antes de las tres de la tarde, ¿quiere que nos encarguemos de entregar las invitaciones
también?

- Haré que mi asistente le entregue la lista con las direcciones de cada invitado

- Muy bien, Señor Weston, le estaré llamando cuando terminemos con el diseño- sonrió, poniéndose de
pie.

- Por favor, llámeme Alfred- dijo, extendiéndole la mano para despedirse.

- Un placer, Señor Weston- y fue que él creyó que era profesionalismo, pero Natasha sabía que, si lo
llamaba por su nombre, sería una relación más personal que profesional, y ella no quería eso.
Emma entró a su nueva oficina, vacía y desalmada, escuchando a la Arquitecta Ross quejarse en silencio
por el dramático salto que Emma había tenido; a lo mejor y estaba teniendo algo con el jefe. Se apartó
para que los del alfombrado pudieran instalar la protección café oscuro en cada milímetro del piso, para
luego aspirarla y ver que los mensajeros cargaban con las piezas de sus libreras y de sus archiveros de
roble, que cargaban con el escritorio de nogal, con una mesa de dibujo, una CraftMasterII en negro, con
un panel de madera que se deslizaba hasta erguirse ortogonalmente para convertirse en un pizarrón,
entraban con todo lo que Emma podía necesitar, que había salido de su bolsillo, cosa que los del estudio
no sabían y habían creado un escándalo alrededor de ello, pues ellos no trabajaban para pagar los
antojos de alguien que escaló demasiado rápido, pero no sabían que Emma, de por sí, ya era pudiente y
que el trabajo en el estudio sería una simple autorrealización aparte que sumaría cantidades de dinero,
más del que ya tenía y no necesariamente mostraba.

- Ah, Arquitecta, un gusto en verla- la saludó, abriendo el congelador y sacando una botella de Perrier
para él.

- Alfred- sonrió, martillando los últimos remaches que tensarían la tela de los asientos de las sillas del
comedor. - ¿Cómo ha estado?- la diplomacia era parte de sí, pues, no le negaba conversación a muchas
personas, simplemente no tenía corazón para negarse a una plática, a menos que fuera David Segrate.

- Muy bien, ¿y tú?

- Bien, también, trabajando, como siempre- sonrió, dándole el último golpe al último remache y
poniéndose de pie.

- No sé cómo haces para andar todo el día en esos zapatos- la halagó, pues era algo digno de admirar,
más cuando la veía lijar algo ligeramente en su elegante ropa de trabajo, y siempre en sus zapatos muy
altos.

- Es la costumbre- sonrió de nuevo, tomando otro asiento para tapizarlo.


- Oye, disculpa el atrevimiento, no quiero que me tomes a mal…- dijo, acercándose a ella con la botella
en la mano. Emma emitió un gutural “mjm” que le dio luz verde. – Pues, mi cumpleaños es la otra
semana…y quería saber si querías y podías venir- sonrió. – No es una cita ni nada, sólo es un
cumpleaños…no quisiera ofenderte ni faltar a tu ética de trabajo, es sólo que pues, hemos platicado
mucho últimamente

- ¿Qué quisiera de regalo?- sonrió, aceptando su invitación sin decírselo.

- Sólo tu presencia, mi fiesta es distinta a las que has ido antes

- Está bien, ¿hora y lugar?

- No te preocupes, haré que te lleven del estudio al club, pues no creo que me quieras dar tu dirección-
rió. Emma se quedó callada, pues tenía razón, y no era porque no quería dársela, sino porque,
momentáneamente, estaba viviendo en el Plaza mientras encontraba un apartamento que le gustara y,
precisamente esa tarde, tenía una cita con un agente inmobiliario que tenía una propuesta de ensueño,
según él.

Fiesta de cumpleaños de Alfred James Weston-Ford. Lugar: Bungalow 8. Hora: 7 p.m., algo demasiado
temprano para la vida neoyorquina, pero tenía su razón de ser: la toxicidad. Ambulancia: lista. Número
de invitados: doscientos setenta y tres. Número de invitados que eran realmente amigos del
cumpleañero: doce. Invitados que valía la pena mencionar para la historia: dos. ¿Quiénes? Eso lo
veremos a continuación. Era una fiesta dividida, unos que pensaban que era todo un éxito, otros que
pensaban que era todo un desastre y, los que pensaban que era un éxito, se la estaban pasando de
maravilla, que era la mayoría. Los que pensaban que era un fiasco, se iban retirando paulatinamente de
aquel infierno electrónico, que drogaba de sólo escuchar el mismo ritmo. Dos de los que pensaban que
la fiesta era un fiasco eran dos personas muy importantes, nada más y nada menos que Emma Pavlovic,
extranjera, y Phillip Noltenius, aborrecedor del caos.

- Mi número- le dijo Phillip, alcanzándole la muñeca para que lo viera.


- Aquí tiene Mr. Noltenius, ha sido un placer haberlo atendido, Mr. Weston está muy agradecido con su
presencia y espera que haya disfrutado- sonrió Natasha en su vestido de encaje negro de manga corta.
– Mr. Weston espera poder compartir su próximo cumpleaños con usted- volvió a sonreír, alcanzándole
a Phillip su abrigo y una bolsa de agradecimiento.

- ¿No te acuerdas de mí?- preguntó, elevando su voz, pues la música, cuando abrían la puerta, era muy
fuerte. Natasha lo vio por un segundo, y le dio la más remota esperanza a Phillip de que lo hubiera
recordado y todavía vio sus manos para ver si localizaba algún anillo de compromiso y no.

- Sparks PR siempre se acuerda de su familia- sonrió. – Me permite su número, ¿por favor?- siguió
Natasha con el hombre que estaba atrás de Phillip.

Phillip salió de aquel club en estado depresivo: “¿Sparks PR se acuerda de su familia? What the fuck is
that supposed to mean?” No era más que una respuesta muy diplomática para un “No, Mr. Noltenius,
sé quién es por PageSix, pero usted y yo nunca nos hemos conocido en persona, no juegue de playboy
conmigo”. El ninguneo había creado, en parte, una frustración depresiva pero, por otra parte, un deseo
sinfín de Phillip por conocer a Natasha, por conocerla realmente, pero fue cuando su auto-diagnóstico
de “obsesión sexual” salió a flote y decidió desechar la idea de una buena vez.

Sophia estaba en otro tipo de fiesta, que no sabía cómo había dejado que Alexandra la arrastrara a ese
Kindergarten, a lo que se conocía nacionalmente como una “White-Trash-Party”. Era en una residencia
estudiantil, organizada por los de Publicidad; niñas y niños borrachos, bailando Sean Paul, por primera
se sintió mayor, con esa sensación de adultez altanera, pero no le quedó de otra más que quitarse su
abrigo y relacionarse con la gente, perdón, con los niños. Fue víctima de un par de embudos
universitarios, de aquel juego que apenas empezaba a hacerse famoso, el tal “Beer-Pong”, y también fue
víctima de un cigarrillo torcido que olía particularmente extraño, y, entre la inanición que sintió después
de tres o cuatro degustaciones inhaladas y la cerveza de mala calidad que corría por su sistema, se
encontró escabulléndose a la cocina de aquella casa, lugar que estaba prohibido, sólo para asaltar, entre
risas, al congelador. Se sentía extrañamente bien, con hambre pero bien, como si el mundo hubiera
disminuido su velocidad normal, o que ella iba más rápido que todos, y se reía, se reía y no sabía de qué
o por qué, y sacó unos recipientes herméticos del congelador, devorando en frío los asfixiantes
espaguetis y bebiendo un batido de papaya con leche que había por ahí: toda una bomba estomacal,
pero era a causa de la inanición.
- Sophia- siseó Alexandra, sorprendiéndola en la cocina, que Sophia se asustó y levantó las manos como
si fuera la policía.

- Yo no fui- y se reía con sus ojos un tanto cerrados, sonreía estúpidamente al vacío.

- Sophia, estás borrachísima- rió Alexandra, regresando los recipientes al congelador y arrancándole de
los labios el termo de batido.

- Oye, no había terminado- rió, siguiendo con el rostro el batido, que a cualquiera le habría sabido
espantoso, menos a Sophia en aquel estado en el que era capaz de comerse hasta a Alexandra en un
sentido más de canibalismo.

- Tenemos que irnos- murmuró.

- Shhh…alguien está susurrando- era la simple mezcla del alcohol con la marihuana.

- Es tu consciencia, y dice que nos tenemos que ir- Sophia asintió, saliendo de la cocina y creyéndose una
versión femenina de Ethan Hunt.

Salieron de aquella fiesta, Sophia caminando como podía, riéndose todo el camino de lo que sea, porque
Alexandra pujaba al intentar cargar con Sophia. Según Alexandra, Sophia era hermosa pero, ebria y
drogada, que no sabía que estaba drogada, era diez veces más hermosa, era juguetona, alegre, muy
alegre, le encantaba su risa, más cuando la detenía en la garganta y soltaba algún tipo de onomatopeya
mutada y luego reía a carcajadas, Dios, sí que estaba mal. Sophia sacó un cigarrillo y se lo puso a
Alexandra en los labios, diciéndole con la mano que no lo quitara de ahí mientras buscaba, en la
profundidad de su bolso, un encendedor. Sacó el encendedor y se lo quitó de los labios.
- Sabe como a frutishas- rió, acordándose de un argentino que había conocido alguna vez, que exageraba
su modo de hablar para conseguir más mujeres.

- Un cigarrillo no sabe a eso- murmuró Alexandra, abrazándose por el frío, que no era mucho, pero estar
paradas, en la calle, con mallas y Converse, no era exactamente lo que tenía en mente.

- No, tu lipstick- rió, pues el encendedor se le cayó de las manos por muchos malabares que hizo.

- ¿Quieres probar las frutishas?- susurró, aprovechándose del momento y de una borrachísima Sophia,
drogada también, pero eso no lo sabía nadie, sólo yo porque lo vi.

Y, muy al norte en el mapa, Phillip entraba en medio de su furia a su Penthouse, abriendo violentamente
las puertas, cerrándolas con odio, encendiendo desesperadamente su portátil. Estaba decidido a ir por
“Natasha” por simple capricho, no teniendo cuidado de sus acciones, de que su virilidad y masculinidad
se verían totalmente comprometidas y no por lo que probablemente se imaginan. Y, justo cuando
empezó a digitar “Natasha Sparkle PR Manhattan” en Google, Natasha decidía tomarse quince minutos
de descanso, pues la fiesta iba muy bien, como lo tenía planeado desde el principio, además, sólo
faltaban un poco más de cien bolsas por entregar y ya era hora de comer algo, y un cigarrillo, sino, no
sobreviviría hasta las ocho de la mañana, hora a la que había pronosticado que aquella drogada fiesta
terminaría. Natasha sabía, desde un principio, que las drogas estarían presentes, si Alfred era de la
familia que mantenía el monopolio farmacéutico en East Coast, con eso no sólo traficaban sustancias
no-medicinales, sino también limpiaban cada billete con un imperio farmacéutico por fachada; y Alfred
era, en su mundo, el encargado de proveer sustancias de prueba o “lo de siempre” pero, en el mundo
exterior, era Vocal de “Weston Medical Research & Tech. Labs”. ¿Cómo sabía Natasha todo eso? No era
por experiencia de consumista, sino porque, cuando Alfred estuvo en problemas, muchos años atrás,
contactaron a su papá, a Romeo, para que evitara cárcel o cargos que ligaran su “actitud” con la familia
y la compañía, Romeo simplemente se negó, y se lo había contado en tremendo secreto, sólo para que
no se fuera a involucrar con él, de ningún tipo de relación, y para que ya no comprara más medicamentos
fabricados por dicha fábrica.

Natasha devoraba, en secreto, un Cordon Bleu, ya frío, con una mano, mientras lo acompañaba con
patatas fritas, ya frías también. Era tanta el hambre que tenía, que no masticaba, simplemente sentía el
sabor y tragaba, y tragaba más de lo que fuera. Habían instalado una barra en el pasillo hacia el baño de
la entrada, para que el ruido de la música no fuera tanto y se pudiera platicar pero, sólo una persona
había sabido aprovecharla. Estaba sentada en uno de los ocho banquillos, vestía muy fuera de lugar,
como si hubiera llegado de trabajar, aunque le pareció interesante, pues, ¿qué clase de trabajo tendría
para vestir así? ¿Vogue? ¿Harper’s Bazaar? Era una hermosa combinación de una falda gris oscuro, que
sabía que era Burberry, una blusa de mangas bombachas pero angostas hasta tres cuartos del brazo, se
notaba que la blusa pesaba un poco, lo que la hacía muchísimo más cómoda al ser un tanto transparente
y, por ser color crema, se notaba apenas, bajo ella, un sostén del mismo tono de su piel, eso, un Rolex,
que lo sabía Natasha porque tenía el mismo, y sus infinitas piernas, que estaban cubiertas por medias
negras, adornaban a unos y puntiagudos Christian Louboutin. Bebía un cocktail corto, y no estaba segura
de qué era, pero lo bebía despacio y con gusto, acariciándose el cuello como si estuviera desesperada o
aburrida, bueno, aburrida sí se veía.

- I’ll take another ten- dijo por su muñeca, avisándoles al resto de supervisores que estaría fuera de
auxilio por diez minutos más y, limpiándose con una servilleta, los labios y las manos, caminó hacía
aquella mujer justo para encontrar a su alma gemela.

- Otro, por favor- dijo al bartender, sin prestarle atención a Natasha.

- Que sean dos, por favor, Max- sonrió Natasha, pidiéndole un “Mint” al bartender, que significaba “Mint
Lemonade”, un cocktail bastante suave y femenino, si así debo describirlo. - ¿Está libre?- preguntó,
señalando el banquillo a la par suya. Ella simplemente asintió. – Natasha- elevó su voz, pues
“Tomorrowland” hacía su trabajo en el fondo.

- Emma- repuso, volviéndola a ver y alcanzándole la mano, Natasha se la estrechó y, ambas, de cierta
forma, y a su manera, comprendieron que algo raro había entre ellas.

– No eres de por aquí, ¿cierto?- sonrió, viendo el perfil de Emma, un perfil perfecto, pero todavía no
lograba ver su rostro del todo.

- ¿Tanto se me nota?- rió, agachando la cabeza, cubriendo un poco sus mejillas con las ondas que caían
por ahí.
- Sólo un poquito- rió Natasha, recibiendo los cocktails de Max.

- Gracias- gritó Emma para Max, alcanzándole un billete de veinte dólares.

- Si sabes que es una fiesta y que el alcohol es gratis porque el cumpleañero ya lo pagó, ¿verdad?- bromeó
Natasha, viendo que Emma ingería aquella bebida hasta el fondo. “Wow, sí se quiere emborrachar”.

- Lo sé, es un gesto de agradecimiento, o “propina” como ustedes le llaman…un Martini, sin aceitunas,
por favor- gritó, con una sonrisa ya un poco afectada por los cinco cocktails, las dos copas de champán y
el futuro Martini. – Disculpa la pregunta…pero…- dijo, acercándose al oído de Natasha. - ¿De casualidad
tienes un cigarrillo?- preguntó, volviéndose a Natasha con una sonrisa.

- Max, lánzate al estrellado, mete la mano en mi bolso y saca la cajetilla comunal, por favor- gritó al
bartender, que no quería gritarle, pero es que joder con la música, para luego beber su congelado
cocktail hasta sentir que el cerebro se le congelaba. Max le alcanzó una cajetilla de Marlboro Rojo, le dio
dos a Max, que se los colocó tras las orejas, sacó uno para ella y le alcanzó la cajetilla a Emma. – Pero
afuera- gritó, sonriéndole, a lo que ya parecía ser un matrimonio de cansancio y ligera ebriedad, con un
hijo que se llamaba “qué fiesta más fea”. Se pusieron de pie y salieron del club, viendo una extensa fila
de personas que pretendían entrar y que no podrían. Hacía frío, pero no les importaba. - ¿Periodista?

- ¿Yo?- rió Emma, intentando encender su cigarrillo. Natasha asintió. – No

- ¿De la competencia?- preguntó, manteniendo el humo en sus pulmones.

- No conozco ni a quién le estaría haciendo competencia, ni con qué- rió, exhalando el relajante y caliente
humo de aquel sabroso cigarrillo, el primero en el día, que era lo único que le afectaba mientras estaba
en sus días femeninos: le tomaba más tiempo salir del edificio, ya fuera a la azotea o a la Plaza, que
fumar un cigarrillo, que en sus días necesitaba, por lo menos, tres o cuatro para no ceder a la proyección
de su mal humor.
- Equipo de Editores de Vogue o de Harper’s Bazaar

- Editora de Vogue USA es Anna Wintour, UK es Alexandra Shulman, España es Yolanda Sacristán, Italia,
de donde yo vengo, Franca Sozzani…y Harper’s USA está en gestión, UK es Picardie, España Melania Pan
y, de Italia, no hay, porque tenemos una versión traducida de la de UK- sonrió, haciendo del estómago
de Natasha una alegría total.

- Está bien, Emma Fashionista- rió, exhalando el humo. – Eres asesora de imagen- Emma tambaleó la
cabeza, entre un sí y un no, inhalando profundamente de su cigarrillo.

- No asesoro imágenes, las creo- era algo para reírse, pero a Natasha le pareció sumamente egocéntrico,
que le gustó.

- Diseñadora no eres

- ¿Por qué lo dices?- rió, exhalando lentamente el humo mientras veía su reloj.

- Tuvieras el Ego tan grande que confeccionaras tu propia ropa y no lo haces, falda Burberry, blusa
DVF…pues, quizás lo único que pasaría, si lo fueras, fueran los Louboutins…

- Fashionista yourself- canturreó, elevando la mirada y ambas se vieron, por primera vez a los ojos, que
una pensaba que la otra era despampanantemente hermosa y viceversa.

- Tu mano derecha- dijo, tomando su cigarrillo entre su dedo índice y medio para tomarle su mano
derecha. – Cierto, cómo no pensé en eso…eres Arquitecta- rió, dejando a Emma un tanto sorprendida
por la deducción. – Pero tienes que tener un plus, escondido, como diseño urbanista- Emma sacudió la
cabeza. – Diseño de interiores entonces- rió.

- ¿Cómo sabes? Digo, viste mi mano y dedujiste la Arquitectura, el “plus”…dime- rió, retirando su mano
de las de Natasha.

- Soy médium- rió, trayendo a Emma a una carcajada, la primera del día, no, la primera de la semana. –
No, dijiste que creas una imagen, no la asesoras, pues, eso hace un Arquitecto, ¿no?

- Podría haber sido Ingeniera

- Tienes cortaduras de diferentes materiales y grosores y escribes con pluma estilográfica, además, el
Ingeniero construye lo que el Arquitecto diseña- rió, sabiendo esto porque su tío, Neil, el hermano de su
papá, eso había dicho una vez, hace muchos años, pero supuso que eran agravaciones sin tiempo. – Y
no pareces ser del tipo que le gusta recibir órdenes- Emma se sonrojó un poco, dejándole saber a
Natasha, sólo con eso, que ella era su propia jefa, a pesar de tener a Volterra en el fondo. – El Arquitecto
se preocupa del diseño, el Ingeniero de que sea seguro

- Algo así, ¿y el Diseño de Interiores?- preguntó, viendo que el cigarrillo estaba a un turno de acabar.

- Te vistes demasiado bien para ser sólo Arquitecta, no sé, supongo que tienes que proyectar una imagen
chic y elegante, como tus diseños- sonrió. – Tú eres tu propio Marketing- guiñó su ojo, haciendo que
Emma se riera. – Por cierto…- balbuceó entre su inhalación, acordándose de lo que Agnieszka le había
dicho a Margaret, que Natasha vivía en un lugar inhabitable, que quizás por eso no tenía éxito con los
hombres, que necesitaba muebles, por lo menos, que ese Penthouse no tenía vida, solo mugre. – Tengo
un apartamento, no es la gran cosa, pero no he tenido tiempo de ambientarlo, y creo que me has caído
del cielo, ¿te gustaría ambientarlo? Pago bien- sonrió, como si con la sonrisa manipuladora lograría que
lo hiciera.
- Muy amable, pero creo que deberías ver mi portafolio primero- exhaló a través de la nariz. Y eso le
gustó a Natasha, que era profesional, pues cualquier novato habría tomado el trabajo de inmediato. O
quizás era que no le había preguntado por la paga, bueno, es que ella no tenía idea de cuánto podía
costar algo así. Y, justo cuando Emma inhalaba por última vez y empezaba a sentir que el humo se
calentaba mucho más, Alfred salió del club.

- Emma, aquí estás- rió, un tanto ladeado. – Jennifer Lopez- dijo, dirigiéndose a Natasha. – Espero que
no te moleste si me robo a la Arquitecta un momento- rió, tomándola delicadamente del brazo mientras
Emma le sonreía con motivo de “lo siento por irme así”.

Sophia no sabía a qué se refería Alexandra con “¿Quieres probar las frutishas?” y, culpando a la
borrachera y a la drogada incoherencia con la que su cerebro no pensaba, asintió. Alexandra respiró
hondo y saboreó el momento de su victoria. Sophia protegió la llama con su mano y encendió el cigarrillo,
sintiéndose relajada, lo que necesitaba para poder llegar hasta una cama y quedar como roca. Alexandra
le quitó el cigarrillo de los labios y se acercó lentamente a ella, con el olor en el fondo al Sophia exhalar
y sacar todo el humo de sus enormes pulmones. Sophia se reía al tener su frente apoyada a la de
Alexandra, no entendía por qué. Y Alexandra topó su nariz a la de Sophia y, en menos tiempo del que yo
pude notar, le plantó un beso tierno que sólo ella disfrutó, pues Sophia se asustó y se apartó.

- ¿No te gusto?- le preguntó Alexandra, un tanto enfadada, hasta ofendida.

- Tengo hambre- dijo lentamente, obviando el episodio, pues no, no le había gustado, no así.

Frente a la vista de Central Park, se desnudó con el único motivo de entrar a la ducha, pues la bañera,
ese día en particular, no le llamaba la atención. Encendió la ducha lo más caliente que se podía y, poco
a poco, la fue poniendo, no tibia, sino menos caliente, y se arrojó en aquella cabina de vidrio, con el agua
mojándole el cabello mientras se detenía con su espalda de la pared, pues había direccionado la cascada
hacia ella. Lentamente se deslizó por la pared, cayendo hasta sentarse sobre el suelo, y echó su cabeza
hacia atrás, dejando que el agua le corriera por el rostro. Se estiró para alcanzar el jabón que Agnieszka
había abierto especialmente para ella, levantó su brazo para mojarlo y lo dirigió a sus hombros, a
enjabonarse toda, sólo sentir el olor del jabón inundar sus pulmones, impregnando un olor a almendra
muy suave sobre su piel. Sabía que tenía cuatro horas, por lo menos, para que llegara la “Estampida de
la Belleza” al apartamento de Phillip, en donde le harían todo y ella no movería ni un tan sólo dedo, sólo
los labios para decir si le gustaba o no. Masaje de pies a cabeza, manicure, pedicure, retoque de corte
de cabello, peinado hasta la mitad, maquillaje, terminar el peinado, deslizarse en el vestido, en los
zapatos, respirar hondo y, el resto, sería historia.

Febrero de dos mil ocho. Natasha no había aprobado el período de prueba en “Sparks PR” a pesar de los
veintidós exitosos eventos que había llevado a cabo. A la junta de accionistas no le pareció el modo en
el que trabajaba, que parecía que la fiesta se la había llevado a la oficina y, siendo ese el motivo oficial,
se le dijo: “Es fácil, si accedes a volver a la forma original de trabajo, te quedas, pues no queremos
perderte, pero, si mantienes tu posición, tememos que debemos dejarte ir”. Natasha era demasiado fiel
a sus ideales, no le quedó más remedio que renunciar, que fue en el momento en el que Phillip ya estaba
más que decidido a perseguirla, sólo por apetito sexual, por muy feo que eso se escuchara, pues él así le
llamaba, pero yo le llamo un simple “estaba enamorado, más de lo que se puedan imaginar”. Y ese
episodio de Phillip, es muy gracioso, por eso creo importante contarlo. Él ya sabía que Natasha trabajaba
en “Sparks PR”, que era la jefa, o eso creyó, pues su información no estaba correcta.

“Men for Hunger” era una organización de hombres filántropos que se encargaban de recaudar enormes
cantidades de dinero para ayudar a una buena causa: combatir el hambre en África. Y, por la buena
reputación de “Sparks PR”, habían acudido a ellos para llevar a cabo su evento. En realidad Phillip no
tenía culpa de no saber, pues, cuando “Men for Hunger” contactó a “Sparks PR”, Natasha había accedido
a hacerlo pero, en el transcurso, se había ido de la compañía, dejando a cargo a Brittany, temporalmente,
mientras contrataban a alguien capaz. El proyecto consistía en que, en vista que el sexo se vendía mejor
que panes calientes, habían tenido la “fabulosa” idea de pedirle a los “Diez solteros más guapos”, que
eran los mismos “Diez solteros más codiciados”, que se quitaran la camisa para que las neoyorquinas
donaran sin cesar, y Phillip Charles Noltenius II, en el puesto número cuatro en belleza y en el puesto
número seis en codicia, había accedido a quitarse hasta los pantalones con tal de llegar a Natasha, mas
no sabía que no lo haría de esa manera.

Fue el mes que Emma tuvo sus documentos legales en orden, que el trámite empezó, y que pudo
empezar a ganar según el contrato, eso más un proyecto que la catapultó a cierta fama, que fue que
Glenn Close recién compraba un Penthouse en la Quinta Avenida y necesitaba que lo remodelaran
completamente, pues acudió a su viejo amigo, el Arquitecto Richard Moynahan, y tuvo que rechazar la
oferta, pues era eso o “The Freedom Tower”, que luego perdió, y llegaron al estudio “Volterra-
Pensabene”, sólo para que Emma tomara el gran pequeño reto. Todo en la vida de Emma estaba
significativamente mejorando, y, aunque siguiera viviendo en el Plaza, que no era mayor gasto, pues su
papá se encargaba de pagárselo aún cuando ella creía que lo cargaban a su American Express, sabía que
todo iba a mejorar algún día o en algún momento.

- Natasha, ¿verdad?- dijo al entrar a la sala de reuniones.

- Es correcto- sonrió, poniéndose de pie para recibirla. - ¿Cómo estás?

- Bien, muy bien… ¿y tú?- murmuró. Natasha sólo asintió, que no tenía mucho sentido, pero significaba
“bien”. – Adivino, vienes por lo del apartamento- sonrió, mientras Natasha asentía. – Bueno, pasa a mi
oficina en ese caso, por favor- y se puso de pie, caminando en unos imperdibles Manolo Blahnik recién
sacados al mercado.

Natasha se admiró al entrar a su oficina, típica de película pero con un estilo distinto. Era grande y
espaciosa, de alguna manera, no tenía muchas cosas, pero, en aquel enorme espacio, no se veía vacía.
Tenía un perchero del que colgaba un hermoso abrigo Burberry, lo notó por un ligero vistazo fugaz al
logo, bordado en negro, en la solapa de aquel estilizado abrigo, tenía una inmensa mesa de dibujo, en
donde tenía, en ese momento, el plano del apartamento de Glenn Close, pues le habían informado que
también debía dar una propuesta para ambientarlo, el escritorio principal le daba la espalda al enorme
ventanal que iba desde el suelo hasta el techo, pero, lo más impresionante, era que, en el escritorio, que
era largo y un tanto grueso, se veía pesado, descansaba una tecnológica e inmaculada iMac.

- Ponte cómoda- dijo, abriendo una gaveta de uno de los archiveros que Natasha no había visto. Se sentó
mientras curioseaba con la mirada las altas paredes de la oficina de aquella Arquitecta, repletas de
carpetas, que no eran de ella, de libros sobre Arquitectura y otras cosas en italiano que Natasha no
entendía del todo por verlos muy deprisa. – Aquí tienes- dijo, alcanzándole una carpeta de cuero rojo.
“Prada”, muy fina, y lo supo por el olor.

Natasha había acudido a Emma de la siguiente manera: El día después de haber renunciado a “Sparks
PR”, luego de haber desatado su furia en el Fencing Center contra un pobre novato, durmió hasta tarde,
tratando de recuperarse del último éxito que había tenido el martes por la noche, la fiesta anual de
“Absolut Vodka”, que había retumbado por toda la nación y habían empezado a llover demasiados
proyectos tanto para largo como para corto plazo, mas no contaban con que, con la partida de Natasha,
por asombroso que sonara, los días de “Sparks PR” estaban más que contados. Pues, el día después, que
se despertó incrédulamente tarde, a eso de las cuatro de la tarde, se dio un tour por el apartamento y
se dio cuenta que era demasiado grande para ella sola pero, si había de vivir sola, al menos debería estar
bien decorado. Y tuvo que llamar a “Mr. F” para pedirle el teléfono de Emma, que no supo dárselo, sólo
la dirección de su trabajo.

- Son increíbles, de verdad me gustaría que pudieras hacerlo- sonrió, todavía hojeando el portfolio más
sencillo pero más estilizado que existió jamás, claro, sin contar a todos los enormes íconos de la moda.
– Yo, de esto, no sé nada- rió, viendo una fotografía que había quedado exactamente igual al bosquejo.

- ¿De cuánto es tu presupuesto?- preguntó, abriendo su agenda y su pluma fuente, pasando el tapón
hacia la pluma, mostrándole el “Bentley”. Ah, Tibaldi.

- No más de un millón- dijo, diciendo el primer número que se le ocurrió. Emma levantó la mirada, era
como de sorpresa, pero soltó una risa nasal y sacudió la cabeza.

- ¿Hablamos de un apartamento o una mansión?- rió, todavía escribiendo algo que Natasha no alcanzaba
a ver, además, escribía muy a la ligera, parecían garabatos que sólo pocas personas entendían, y, por si
los jeroglíficos fueran poco, escribía en una mezcla de inglés, italiano y español.

- Es un Penthouse- le dijo. – Pero es sencillo, supongo…unas cuantas habitaciones, unos cuantos baños,
cocina, sala de estar, comedor, terraza…

- ¿Qué estilo te gusta y para cuándo lo quieres?

- No lo sé, estoy viviendo ahí por ahora…pues, en una habitación nada más, no me molestaría tener a
gente trabajando ahí, puedo huir de ahí por el tiempo que necesites para hacer tu trabajo- sonrió,
cruzando su pierna izquierda sobre la derecha y mostrándole a Emma unos tacones Chanel clásicos.
Definitivamente ahí había algo más que una relación profesional, y no amorosa, o tal vez sí, pues las
conversaciones y las demostraciones de afecto serían un tanto pasadas en un futuro, pero era una
potencial bonita amistad. – Y, pues, te soy sincera…me gusta sentirme cómoda, poder caminar por donde
voy sin tener que tropezarme, pero tampoco me gusta algo muy vacío…- Emma seguía escribiendo,
quizás hacía ya una tormenta de ideas o simplemente apuntaba relevancias. - ¿Cuánto tiempo te
tardarías?- Emma rió suavemente.

- Depende de tu presupuesto, de cómo sea y de qué quieras hacer… ¿has consultado otros decoradores?-
preguntó, pasando su ondulado flequillo tras su oreja izquierda.

- No, no conozco a otros, apenas y te conozco a ti- dijo Natasha, poniéndole a Emma una sonrisa. – El
trabajo, de verdad, es tuyo, si es que te interesa

- Bueno, te diré lo que pienso…- dijo, cerrando su agenda con la pluma en medio y sin taparla. – Por el
hecho de no haber competencia, te diría que son cinco mil de entrada pero, como sé que eres tú, déjalo
a la mitad, por el cigarrillo que me convidaste- sonrió.

- Pues, el cigarrillo no costaba ni cincuenta centavos- rió Natasha a carcajadas, recostándose sobre el
respaldo.

- Es un gesto que no cualquiera hace- sonrió, paseando su mano por su cabello y dejando que Natasha
viera sus aretes Harry Winston. Wow.

- Pero, ¿dos mil quinientos? Eso es mil veces más barato de lo que creí- dijo, cerrando sus ojos y
sacudiendo su cabeza. – No me hagas sentir mal, déjalo en cinco mil, en precio de cliente normal y luego
me invitas a un cigarrillo, pero Gold- Emma asintió. - ¿Cuál es el proceso?

- Bueno, es bastante sencillo, primero, necesito ver el Penthouse en cuestión, medirlo, curiosear por
ahí…luego, ver qué quieres hacer con él, también sería bueno saber si me quieres sólo a mí en el equipo
o a alguien más del estudio, y necesitaría los planos…y mucha disposición tuya, porque tendríamos que
ir de compras muchas veces y muy seguido, a menos que confíes en mi gusto ciegamente a partir de lo
que decidas hacer…

- Pues, ¿cuándo puedes ver el “Penthouse en cuestión”?- bromeó, con la mirada sonriente. Eran quizás
los veintitrés años ya.

- Podría ser mañana, a cualquier hora del día, aunque me tomaría quizás una o dos horas, así que tú
dirás- dijo, juntando sus manos en un ligero aplauso y recostándose sobre su espalda. – Se te nota la
desesperación- rió, aunque ella también estaba desesperada por tener una amiga.

- A la una de la tarde- dijo, pensando en que le daría la especialidad de la casa de sus papás. – Pero tienes
que llegar sin almorzar, mamá cocina los sábados y no me parece tan justo que te haga trabajar un
sábado

- Como tú digas- rió. – ¿Crees que puedes tener los planos para mañana mismo?- se levantó y camino
hacia su escritorio, contoneándose suavemente en su pantalón negro que le ajustaba su trasero de una
divina manera. Natasha lo aceptaba, tenía un buen cuerpo, envidiable en realidad, aunque estaba más
que perfectamente contenta con el suyo.

- Tú dime lo que necesitas y yo haré que suceda

- Muy bien- murmuró, alcanzándome una tarjeta. “Emma M. Pavlovic – Arquitecto y Diseñadora de
Interiores. Estudio de Arquitectos e Ingenieros Volterra-Pensabene. pavlovic.emma@v-p.com”.
Pavlovic. Apellido no italiano. Pavlovic. Le gustó a Natasha. – Cualquier cosa que se te ocurra en el
transcurso del día, puedes llamarme a cualquiera de los dos teléfonos o enviarme un e-mail, los reviso
rápido- sonrió, enseñándole su Blackberry. – La dirección es…

- Trescientos setenta y siete East y treinta y tres…o simplemente Kips Bay’s Archstone
Sophia no se había enfadado con Alexandra, simplemente habían decidido no seguirse viendo porque
eso no iba a ningún lado, pues Sophia no podía verla como mujer, a pesar de no haberle dicho nunca
que era lesbiana, y Alexandra no podía verla como sólo una amiga, y, desde ese entonces, Sophia se
aburría más, construía más muebles, estudiaba más, fumaba compulsivamente a causa del aburrimiento,
y dormía mucho, aunque no tanto, pues había encontrado la forma de encontrar la felicidad a domicilio:
Fish n’ Chips, una Dr. Pepper, un chunky brownie, todo, para luego, terminar en su cama,
masturbándose, pues, desde aquella vez que supo que de verdad había tenido un orgasmo, se empeñó
en aprender a llegar al orgasmo sólo con sus manos y su imaginación, lo que se le hizo rutina; no había
despertar sin un orgasmo, ni dormir sin otro.

Justo cuando Natasha salió de aquel enorme y altísimo edificio, Phillip Noltenius se encontraba en la
Lego Store de Rockefeller Plaza, comprando el último Ferrari que Lego había creado para que la multitud
lo armara y, justo cuando estaba haciendo fila para pagar y le faltaban once personas por que fuera su
turno, vio a Natasha sentarse, sola, en una de las mesas del café que estaba al lado. Se acercó a un
estante cualquiera, sin perderla de vista, y colocó la caja allí, pues no la compraría, tenía mejores cosas
en las cuales invertir su tiempo. Salió de la tienda, actuó con naturalidad casual, y se convenció de
aventurarse una vez más, la última vez, pues la tercera era la vencida.

- Sabes, lo más normal es que te obliguen a ponerte algo que no te gusta, pero eso de quitarle la ropa a
la gente es un tanto retorcido- rió, llamando su atención.

- I beg your pardon?- frunció su ceño, subiendo sus gafas oscuras hasta su cabeza y mostrándole sus ojos
a aquel guapo consultor de veintiséis años.

- ¿Me puedo sentar contigo? Es que ya no hay mesa- rió Phillip, usando la hora pico a su favor.

- No puedo negarle comida al hambriento- sonrió. – Gracias- murmuró para el mesero que llevaba su té.

- Bebes té…te creí más de café


- Tómelo despacio, ¿sí?- dijo Natasha, en un tono de desesperación, aunque todavía mantuvo la calma y
vertió un poco de azúcar en la taza.

- Lo siento, soy Phillip Noltenius- le alcanzó la mano.

- Natasha- dijo, estrechándole la mano y llevando la taza de té a sus labios. – Pues, ahora sí, Mr.
Noltenius, ahora que no somos completos extraños, ¿a qué se refiere con quitarle la ropa a la gente? ¿Es
que no ve el frío que hace para andar desnudo?- rió Natasha, sacudiendo su cabeza de lado a lado y
sonriendo con sarcasmo, con ganas de darle una bofetada, por ser un atrevido un tanto idiota, sí, le
pareció que era idiota.

- Entonces cuéntame por qué me la estás quitando a mí y a los otros nueve- Natasha se sorprendió, casi
le escupe el té en la cara de la impresión. Pues, una impresión que venía de dos lados: ¿qué tenía ella
que ver en eso? Y, eso de “…por qué a mí”, sonó un tanto extraño, causando en Natasha un leve
revoloteo en el estómago, seguramente por asco, pero se maravilló de lo que su mente pudo hacer al
desnudar a ese Don Guapo-pero-más-idiota-que-hace-cinco-segundos con la mirada. Y sí, fue entonces
cuando Natasha lo consideró muy guapo. – ¿No sabes de qué te hablo?- balbuceó, asustándose él
también.

- Pues, claramente no…

- Mañana, en el evento de “Men for Hunger”, me van a quitar la camisa y los pantalones para recaudar
dinero, a mí y a los otro nueve “Solteros guapos y codiciados” de la ciudad…

- ¿Y qué tengo yo que ver en eso?- rió, pensando en la buena idea que eso era, aunque no sería apto
para menores, menos para Daytime, como habían acordado en el momento de aceptar el proyecto. Y se
lo imaginó en calidad de Magic Mike, no pudo evitar sonreír sonrojadamente frente a la imagen
imaginada.
- Es tu cosa de Relaciones Públicas, tú dime- rió, haciéndole de señas al mesero que le llevara un café.

- ¿Mi cosa?- se preguntó en voz alta, bebiendo otro poco de su té.

- Sí, Sparks…

- Mr. Noltenius, yo tengo dos semanas de no ser parte de Sparks- y ese pedacito de información era lo
que Phillip había omitido en su inmensa sabiduría, en el maquiavélico plan para desnudarla, porque eso
quería, desnudarla y verla, no, no quería violarla porque eso no sería de un caballero, él sólo quería verla
sin ropa, toda la noche y todo el día.

- No puede ser- rió, rascándose el pecho, de la parte izquierda con la mano derecha.

- No debería dejar que lo traten así- rió Natasha. – Aunque no dudo que alguien como usted ha pasado
décadas entrenando para algo así

- ¿Y por qué crees eso?- preguntó, viendo el menú. - ¿Quieres algo de comer?

- No, estoy bien así, gracias…

- Un café grande, la taza más grande que tenga, si quiere me trae una jarra - dijo, dirigiéndose al mesero,
quien asintió y se retiró.

- ¿Y el “por favor” no se lo enseñaron en su casa Mr. Noltenius?- bromeó Natasha un tanto molesta por
ver cómo no era educado con el mesero.
- Tomaré nota mental, gracias- sonrió, haciéndole énfasis al “gracias”. - Entonces tú ya no estás en
Sparks…

- No, ¿qué tiene eso de asombroso?

- Pues, nada, creí que te vería mañana en el evento

- Pues, no, pero me está viendo ahora- sonrió, terminándose su té. – ¿Le molesta si fumo?- le preguntó,
enseñándole la cajetilla de Marlboro Gold.

- No si los compartes- Natasha le alcanzó la cajetilla tras haber sacado uno. – Pues, Natasha…- dijo entre
su cigarrillo mientras intentaba encenderlo y hablar al mismo tiempo. Le daba asco el hecho de tener un
Gold a punto de entrarle a los pulmones, pero todo por quitarse la frustración que lo inundaba. – Pasa
que ha habido una confusión

- No me diga- rió, en un tono sarcástico, rascándose la cabeza con la misma mano con la que detenía su
cigarrillo y sacando el humo por la nariz.

- Pues, si te digo, acepté hacer eso sólo porque creí que te volvería a ver, pero, como ya no estás, no lo
haré- Natasha se quedó petrificada, hasta tuvo que inhalar dos veces seguidas de su cigarrillo.

- Le diré algo, Mr. Noltenius…- murmuró entre su sonrisa más hiriente, la más falsa que implicaba asco.
- Eso no es algo que me haya halagado, en lo absoluto y al contrario, me asustó…probablemente hay
miles de mujeres que van a querer verlo sin camisa mañana y quizás no deba fallarle a la causa- su tono
era serio, hasta como si le estuviera dando una lección de vida. – Aunque, creo que no pensó en la buena
causa, sino sólo que quería verme, que, como ya le dije, me asusta y no me halaga, pues no conozco su
modo de cortejo, por así decirlo…- apagó prematuramente el cigarrillo en el cenicero y exhaló el humo
lentamente para volver a inhalarlo con su nariz, para luego ponerse de pie. – No necesito que haga ese
tipo de cosas para cortejarme, no estoy interesada, eso se lo digo desde ya…así que todavía está a tiempo
de retirar su presencia del evento de mañana, pues no me verá- se puso de pie y pescó un billete de
cinco dólares en su bolsillo del pantalón. – Espero que sea la causa la que lo convenza y no yo- sonrió,
colocando el cenicero encima del billete. – Ha sido una hermosa y afable plática con usted- sonrió de
nuevo, ahora ya más sarcástica. – Que tenga un buen día

En fin, era sábado, día de amanecer tarde para perderse en la televisión aburrida, pues no había mucho
por hacer para Sophia: ropa lavada la noche anterior, ya había estudiado, hasta había terminado de leer
“Memoria de mis Putas tristes” por segunda vez, también “Pride & Prejudice”. Encendió el televisor sólo
para tener un poco de ruido, pues Mia había ido a casa de los papás de su casi-esposo en Atlanta. Se
metió a la ducha, teniendo toda la libertad para salir desnuda de ella y caminar hacia su habitación, de
regreso al baño, luego a la cocina a abrir un paquete de Croissants instantáneos para ponerlos al horno,
y de regreso a buscar algo que ver en la televisión. Tarde, para Sophia, era el medio día, a la hora que
Natasha recogía los recipientes herméticos en casa de sus papás para llevarlos de regreso a su
Penthouse, así poderle dar algo de comer a Emma, quien se había voluntariado a trabajar un sábado, de
paso llevaba los planos. A la una de la tarde en punto, Emma entraba al Penthouse, pues el ascensor
abría directamente dentro del apartamento, y Natasha encendía el televisor para saber cómo quedarían
las donaciones de “Men for Hunger”.

El concepto de la donación era sencillo: eran diez minutos en total: cinco sin camisa y cinco sin pantalón,
intentando alcanzar una ilusa meta de cien mil dólares al minuto al decirle al público que, por cada diez
mil dólares que se donaran, sería un minuto sin camisa, por cinco minutos, luego lo mismo pero con el
pantalón, y había diez guapísimos hombres que pretendían recaudar un millón de dólares para combatir
el hambre en África, que un millón era poco, pero algo se podía aportar, pues era un tipo de prostitución,
y fue por ese evento que “Sparks PR” sería multado y hasta clausurado, por haber desnudez parcial en
pleno día. Emma se paseó con Natasha por el apartamento, maravillándose de lo enorme que aquel
Penthouse era, y que no tenía ningún mueble que no fuera en su habitación y uno que otro utensilio de
cocina y baño. Se sentaron a comer en la habitación de Natasha, como dos amigas de hacía años, Emma
pensando en lo poco profesional que estaba siendo al entablar una relación de amistad con un cliente,
pero eso ya había pasado con Alfred, quien había desaparecido por el momento quién sabe por qué
motivo.

- ¿Tu novio saldrá ahí?- preguntó Emma al lograr familiarizarse un poco con el concepto del programa.

- No, no tengo novio…pues, eso es de los diez solteros más guapos y codiciados de Manhattan…
- Ah, y ahí está el que te gusta- rió Emma, cortando con el tenedor un pedazo de patata al horno. Natasha
sólo rió nasalmente ante el comentario. - ¿A qué hora saldrá?

- Eso es lo que no sé, si al final saldrá…y, si sale o no, ambos tienen sus pros para mí, pero al mismo
tiempo sus contras, no lo conozco, sólo una vez he hablado con él- de repente la conversación se tornó
como si se conocieran mucho, lo que les pareció raro, pero no dijeron nada, después de todo, tenían el
poder para obviar algunas cosas.

- Ése está guapo- murmuró Emma, refiriéndose al que sacaban del escenario casi desnudo, pues él era
muy inteligente y se había puesto un calzoncillo clásico, pero de impresión de cebra.

- Fue conmigo al colegio, es abogado…pero, si no mal recuerdo, no le gustan las mujeres

- Ése también está guapo…demasiado guapo- rió Emma, haciendo que Natasha levantara la mirada, pues
estaba muy concentrada en cortar un pedazo de Filet Mignon.

- No…puede…ser- se carcajeó. – Dame un segundo- dijo, todavía con la risa atascada en su garganta.

Phillip salió por el escenario en pleno frío en Times Square, en donde, por micrófono, dijeron su nombre,
su edad, su profesión, y sus medidas. Saludó a las cámaras aéreas y, sin pensarlo dos veces, se quitó su
camiseta negra, de cuello en “V”, provocando en Natasha un suspiro al publicar sus pectorales, muy
tonificados ya, un leve six-pack que lo hacía un el aperitivo de una composición de tres tiempos, sus
brazos con venas saltadas y apenas vellos. De su pecho se notaban apenas unos cuantos varoniles vellos,
nada denso, simplemente ligeros y no tan poblado, sólo de sus pectorales y de la parte baja de su
abdomen. Se paseó rápidamente por el escenario, en donde el público, todas mujeres, gritaban al verlo
tan expuesto, que su jeans le colgaba de las caderas bajas y dejaba ver aquellas hendiduras que a toda
mujer aniquilaban, más cuando el borde del jeans estaba más bajo que el elástico amarillo, con las letras
en blanco “Hugo Boss”, y se alcanzaba a ver el color gris del resto de aquella barrera textil entre lo que
asesinaba y lo que dejaba a la imaginación de Natasha. A Sophia le pareció un hombre guapo, pues, no
le negaría un beso, pero seguramente era una de dos: o secretamente gay, como ella, o tenía una novia
en secreto, pues ahí sólo había solteros, y, al ver eso, Sophia se carcajeó, pensando en cómo había gente
que hacía cosas así, desde el que tuvo la idea hasta el ejecutor, y apagó el televisor. Natasha vio que
faltaban dos minutos para que la primera ronda concluyera y conocía el tipo de “juego” que era. Tomó
su teléfono y llamó a un tal “Mr. Travis”, Emma no entendía nada.

- Quiero que cierre la donación en este momento, que complete los cien mil desde mi cuenta, tiene un
minuto para hacerlo…y quiero una constancia de donación, impresa, en mi apartamento cuanto antes-
y, en efecto, faltando cuatro segundos para los primeros cinco minutos, Phillip fue escoltado, por unas
hermosas señoritas, fuera del escenario.

- ¿Por qué hiciste eso?- rió Emma ante la mirada de alegría de Natasha al ver que salía del escenario.

- No iba a dejar que vieran a mi futuro pretendiente en sólo calzoncillos, menos con éste frío- susurró,
como si un inmenso pudor la invadiera.

Abril de dos mil ocho. Emma se encontraba en el onceavo piso del edificio 680 de Madison y sesenta y
uno, firmando la compra a plazo mensual por cinco años y medio, pues sino tendría que declarar
impuestos sobre sus bienes italianos, que saldría más caro que pagarlo a plazos, pero era suyo, para lo
único que había utilizado la herencia de su abuela, para eso y para salvar, literalmente, su trasero por el
chantaje de Marco hacía no más de un año. ¿Su relación con Natasha? Pues, fue raro, pero se concretó
ante el más raro de los eventos, supongo. Cuando Emma le volvió a preguntar a Natasha sobre el
presupuesto para ambientar su Penthouse, ella le respondió como la primera vez: “No más de un millón”,
y Emma, en su plan profesional, usó menos de la mitad de la mitad, de la mitad, de la mitad del inflado
presupuesto de su futura mejor amiga, y no sólo le entregó un apartamento habitable, sino también
unas nuevas ganas de aprender a cocinar, aunque quedaron en eso, en “ganas”, pues sólo aprendió a
cocinar lo básico: una variedad de pasta con alguna salsa y algún queso cualquiera, pues Natasha no se
caracterizaba por ser tan exigente con la comida, podía vivir de un carrito de Hot Dogs y nunca superar
la talla cuatro de pantalón, cosa que alcanzó, en su mayor momento al comer sólo eso por un mes entero
y nunca pudo quitárselo hasta muchos años después, hasta que no fue talla dos porque no le cerraban,
y talla cuatro le quedaban flojos. Pues, cuando Emma le entregó el apartamento, Natasha se ofendió
porque Emma sólo le había cobrado cinco mil dólares por hacer el trabajo, que fue cuando se armó de
valor, primero para despertarse temprano, y llevó a cabo la operación más importante de su vida, hasta
ese momento, “operación que Emma me cobre bien”.

- Natasha, qué sorpresa- la saludó, poniéndose de pie y caminando hacia ella. Se saludaron con dos
besos, uno en cada mejilla.- ¿Todo bien con el apartamento?- preguntó, pues Natasha siempre le
llamaba para hacer algo, no llegaba a su lugar de trabajo, pues tenía bien claro que en el estudio sólo
trabajo se trataba, fuera de él cualquier cosa.

- Todo bien con el apartamento- respondió.

- Dime, ¿en qué puedo ayudarte?- Emma estaba confundida, por la misma razón que ya mencioné,
fruncía su ceño con ternura, al menos a Natasha eso le provocaba.

- Me parece una aberración lo que me cobraste- le contestó, indignada, pues, con una falsa indignación.

- ¿Fue mucho?

- Fue muy poco- repuso, sacando un sobre de su bolso y alcanzándoselo. – Ten, esto es lo que yo creo
que deberías haberme cobrado

- Cinco mil era lo que el contrato estipulaba, el resto fue para ambientar la Capilla Sixtina- dijo, que se
refería al Penthouse de Natasha como la Capilla Sixtina, pues había llevado tanto trabajado, que había
parecido Alquimia, o magia, pues había sido como traerlo desde la muerte, y Natasha la había llamado
“Michelangelo”, que a Emma sólo le sacó una carcajada y le dijo: “Entonces tengo que advertirle al
Vaticano que me robé la Capilla Sixtina y la traje a Nueva York”.

- Me parece muy poco después del cambio tan drástico que tuvo mi apartamento, tómalo como un bono

- Está bien, muchas gracias- dijo Emma, tomando el sobre con inmensa incomodidad.

- ¿Copas hoy por la noche?


- No puedo, tengo mucho trabajo para mañana…pero mañana por la tarde, entrada la noche, ¿puedes?-
murmuró Emma, tomando su Blackberry con una sonrisa un tanto extraña. Natasha se imaginó que era
algún pretendiente, pues, todavía no había tanta confianza como para hablar de cosas tan íntimas, pero
era su mamá.

- Iba a ir al Fencing Center a eso de las siete, ¿te importaría esperarme a que salga o debería cancelar?

- ¿Fencing?- suspiró.

- Sí, tú sabes, el deporte ese del traje blanco y las espaditas… si quieres puedes acompañarme para que
lo veas

- Claro, no estaría mal- rió, pensando en su época de colegio, que solía practicarlo. – Care for some
serious competition?

- ¿Juegas esgrima?

- No juego si de esgrima se trata- sonrió, guiñando su ojo.

Su relación con Natasha crecía cada día más, ninguna de las dos entendía cómo o por qué se llevaban
tan bien, aunque para Natasha había sido simple, pues del cheque en blanco que le había dado a Emma,
Emma se había cobrado un dólar, eso le encantó a Natasha, aunque luego hizo que Hugh le llevara un
cheque a Emma por veinte mil dólares, pues eso debía haberle cobrado desde un principio, pero, pues,
después de todo, Natasha no sabía nada de cómo funcionaba ese mundo, además, Emma nunca cobró
el dinero. Se entendían y se comprendían, a tal grado que Natasha, cuando la llamaron para ofrecerle
un trabajo bastante especial, no llamó a su mamá sino a Emma primero, que Emma se alegró demasiado
por ella, realmente demasiado. Emma ya había entregado el apartamento de Glenn Close, que, gracias
a ese éxito, Jack Nicholson y Eike Batista la solicitaron para sus respectivos Penthouse en Manhattan,
que meses luego caería Meryl Streep por primera vez, para que ambientara su apartamento más a su
estilo, que lo hiciera más cómodo, pues no pasaría mucho tiempo ahí pero, el tiempo que lo hiciera,
quería sentirse como en casa. También le había entregado el Penthouse de su ahora mejor amiga
Natasha Roberts, aprobando el gusto de Margaret Robinson, a tal grado que le aterrizó el primer
proyecto grande: demoler, diseñar, construir y ambientar la casa de Westport de Romeo Roberts, pues
ya la vida en la ciudad los estaba asfixiando un poco, y Margaret se tomaría un tiempo libre del New York
Times, dejaría las críticas a un lado, y Romeo trabajaría desde casa y viajaría a la ciudad solamente
cuando fuera necesario, pues era Socio.

Uno de los productores de “Project Runway” había escuchado de lo que había pasado con el personal
de “Sparks PR”, que le echaban más la culpa a eso que a la estupidez de idea de “Men for Hunger”, la
manera en cómo Recursos Humanos había cambiado el modo de operar, pero su sorpresa fue que había
sido Natasha, la jefe más fugaz que la compañía tuvo, tanto en Nueva York como en Los Angeles, por
supuesto antes de que clausuraran la oficina de Nueva York. Le ofrecieron la plaza de Junior Chief de
Recursos Humanos, pues tenían una vacante y necesitaban optimizar el personal, y debía ser ella porque
la Senior Chief tenía otras especificaciones, y aceptó, pero, para hacer una reforma interna, debía
mezclarse antes con la gente, así como lo había hecho en “Sparks PR”, conocer a la gente, saber cómo
funcionan para trabajar. Y fue así como consiguió ese magnífico trabajo, por el que firmó contrato anual,
con una excelente paga, excelente horario, aunque un poco estresante en la pre-temporada, antes y
durante la filmación del programa. Pues Natasha y Phillip no se habían hablado desde aquel encuentro
al azar en Rockefeller Plaza en febrero, pero Natasha le había enviado una copia de la constancia de
donación junto con una nota que decía: “La prostitución no es para usted, Mr. Noltenius. Gracias por
hacerme contribuir a tan buena causa.” Y, al final, un garabato, o sea la firma de Natasha, la corta, pues
le daba pereza escribir “Natasha Roberts”. Pero fue ese día, en el que los productores de “Project
Runway” habían decidido buscar ayuda profesional para tener un plan de seguridad económica y una
asesoría de bienes, para lo que contrataron a “Watch Group”, no precisamente porque tenían mucha
experiencia con clientes “pequeños” y privados, sino porque era barato. Phillip estaba entre los tres
consultores y asesores que habían salido ganadores, pues, la leyenda urbana decía, que ahí sólo mujeres
muy guapas trabajaban, y no era uno más, era el jefe del equipo.

En aquella reunión estaban los tres creadores, los tres representantes de las casas productoras, entre
ellos Heidi Klum, y los tres consultores de “Watch Group”. Discutían precisamente sobre el plan de
seguridad financiera que podían crear a partir del ingreso que, sorpresivamente, era muy alto, lo que
significaba que estaban demasiado bien a pesar de la crisis pero, por lo mismo, corrían peligro de caer
repentinamente en un agujero negro. Pues, Phillip pensó que Heidi Klum, a quien debían referirse como
“Mrs. Klum”, era muy guapa en persona, muchísimo más guapa que como se veía en la televisión, pero
alguien logró quitarle ese pensamiento pues, de repente, la puerta de la sala de reuniones se abrió y
entró Natasha, simplemente a dejarle una hoja de papel con una impresión a Heidi, y Phillip, sólo con
verla, sintió como si le pegaran en el estómago, como si no pudo respirar, sintió un hormigueo que le
causó sed, que no se le quitó hasta que Natasha salió de ahí. El tiempo se detuvo. Y fue cuando lo supo
aceptar, lo que sentía por Natasha no era una obsesión sexual, que sólo buscaba satisfacer una
necesidad, sino que estaba enamorado de aquella mujer que lo había ninguneado, que le había hablado
con tanta propiedad y, que ahora, lo había ignorado por completo; pues nada de eso le había dolido de
una mujer más que proviniendo de Natasha, bueno, es que ninguna mujer lo había tratado así.

-Adelante- dijo Natasha, habían tocado a la puerta.

- Natasha…- dijo Phillip, entrando. - ¿Cómo estás?- sonrió, quedándose de pie, pues ella no lo había
invitado a sentarse, sólo a pasar adelante.

- Mr. Noltenius, muy bien, ¿y usted? Por favor, pase adelante y tome asiento- Natasha trabajaba con sus
gafas puestas, revisando los perfiles que les había pedido a los ciento dieciséis trabajadores que estaban
a cargo de hacer que la magia sucediera, y apenas había leído cincuenta y nueve. - ¿En qué le puedo
ayudar? ¿Recibió mi nota?- sonrió, bajando el perfil y levantando sus gafas.

- Si, y no sé cómo sentirme al respecto; si comprado o salvado

- Comprado no puede sentirse, porque, a pesar de que era una prostitución lo que estaba pasando ahí,
yo no le pagué a usted para que se quitara su ropa, le pagué para que no se la siguiera quitando- sonrió,
tomando la taza en sus manos y soplándola suavemente.

- ¿Tan feo soy que pagaste casi sesenta mil dólares por que me quitaran del escenario?- rió, aflojándose
el nudo de su corbata Gucci.

- Lo hice por su bien, no creo que a sus papás les agrade que usted ande por ahí, desvistiéndose ante la
sociedad neoyorquina, además, piense en lo que hubiera pasado en términos de la Consultora tan
importante en la que trabaja- guiñó su ojo y Phillip sintió que se moría ante tanta sensualidad
concentrada en esa joven mujer.
- Tienes toda la razón, en eso no pensé, sería bueno que alguien pensara esas cosas por mí, o que alguien
me enseñara a pensarlas- murmuró, frunciendo su ceño y paseando sus dedos a lo largo de su quijada.
– Supongo que te debo ese dinero- dijo, abriendo su chaqueta y sacando una chequera. – O un café, que
ya veo que sí tomas café y que no estaba tan equivocado

- En lo absoluto, eso fue una donación, de buena fe y para una buena causa…pues, creo que la mejor
causa, para muchas neoyorquinas, hubiera sido que llegara a quitarse los pantalones así como le tocó a
Murray- rió, refiriéndose al Soltero más guapo y más codiciado, el que estaba en el número uno en ambas
listas.

- Entonces una invitación a almorzar

- Mr. Noltenius, ya le dije que me da miedo la manera en como usted corteja a las mujeres, pues, a no
ser que no me esté intentando cortejar- sonrió tras beber de su café.

- No te da miedo, te da risa mi inexperiencia

- Ah, ¿inexperiencia? Yo le llamaría “desesperación”- Natasha, a pesar de ser muy joven, sabía, por lo
general, sobre lo que hablaba, y hablaba con propiedad, con seguridad.

- Tú me desesperas, Natasha

- Pues, verá, Mr. Noltenius, por eso le digo que me da miedo su forma de cortejarme, usualmente no me
dicen que los “desespero”- rió, soltando su cabello y dejándolo caer sobre sus hombros.

- Admite que te gusto- sonrió, con una sonrisa matadora y sensual, apenas mostrando lo blanco de su
recta dentadura, ensanchando sus mejillas mientras levantaba, por defecto, su ceja derecha.
- ¿Y cómo ha llegado a tal fantástica conclusión?

- Pagaste sesenta mil dólares para que no me quitara el pantalón, no pensaste en mi trabajo ni en mi
imagen, pues algo así, por una buena causa, no es tan malo, aunque es prostitución, como bien lo has
dicho, pero lo hiciste porque no querías exponerme ante millones de personas a nivel nacional, porque
piensas que sólo debería exponerme a ti

- Pues, si tanto me gustaría que se expusiera ante mí, hubiera dejado que sus pantalones cayeran al
suelo, pues, por puro placer visual y de índole sexual, si es que me explico- guiñó su ojo, tratando de
copiarle la sonrisa.

- No soy bueno cortejando, eso ya lo sabes…pero por ahí dicen que “el que persevera, alcanza”

- ¿Eso significa que no descansará?- sonrió Natasha, acercándose a él con su torso por encima del
escritorio. – Cuidado y lo confunde con acoso, que mi papá es uno de los mejores abogados de Nueva
York

- Recuerda mis palabras…serás tú la que me robe el primer beso- guiñó su ojo, confundiendo a Natasha.
– Me retiro, Natasha, como siempre, un placer- le tomó la mano derecha, Natasha se dejó, pues creyó
que era para estrechársela de despedida pero no, Phillip la besó suavemente y, con una sonrisa confusa,
se retiró de aquella oficina.

Salió de la bañera, sintiendo las piernas un tanto débiles, sintiendo ganas de dormir una pequeña siesta
y no fue quién para llegar a la cama vestida, sino sólo con una toalla al cuerpo, y, arrojándose, como
pudo, quedó dormida en la cama, todo por la pastilla que Natasha le había dado. Natasha la arropó entre
las sábanas, sabiendo que el efecto de esa porción de la pastilla duraba un poco menos de tres horas, lo
suficiente como para que descansara un poco, aunque obligada, y no sintiera que los minutos eran
demasiado eternos. Natasha se metió a la ducha y estalló, nuevamente, en lágrimas emocionales, pues
el recuerdo del día de su boda la atacaba con ternura, y extrañó a Phillip, más que en toda la noche, pues
ya se había acostumbrado a dormir abrazada a él, él con el pecho desnudo y ella, por lo menos, con sus
brazos desnudos, siempre en un babydoll negro, normalmente comprado en La Perla si no es que lo
pedía por internet a la central de lencería más exquisita, la que Emma le había enseñado hacía muchos
años, pero en ese momento extrañó que la abrazara bajo el agua, como lo hacía todos los días desde
aquel percance hacía un par de meses, y estaba sumamente agradecida con Phillip, porque, desde ese
momento, no hubo día que no la consintiera, que no se preocupara el doble por ella, que la mimara
cariñosamente. Al principio le daba un poco de vergüenza aceptar el hecho de ser débil, pero Phillip se
había encargado, con sus atenciones y sus palabras, que no eran vacías, de reconstruir, poco a poco, la
confianza en su esposa, era lo menos que podía hacer.

Siempre creyó, junto con Phillip, que a la palabra “matrimonio” era para tenerle miedo, pues conocían
a muchas personas que habían tenido noviazgos de muchos años y, cuando se volvían un matrimonio,
todo se desmoronaba y se acababa diez veces más rápido de lo que había durado. Pero, en su caso,
quizás era la suerte de no haber tenido una relación de siete u ocho años antes de decidir contraer
matrimonio, o quizás era porque, por alguna extraña razón, sabían que lo que tenían era una relación
sana, pues sólo se habían peleado una vez en lo que llevaban de relación, una tan sola noche de dormirse
enojados, bueno, Natasha nada más, y todo por una apuesta infantil de Phillip con Emma. Por lo demás,
Natasha era realmente muy feliz con Phillip, le gustaba cuando la sorprendía en la oficina sólo para verla
porque la extrañaba, o cuando almorzaban juntos en su angosta hora de almuerzo, las risas
interminables por los comentarios de Phillip, o las risas que Phillip le provocaba a Natasha al hacerle
cosquillas bajo las sábanas los sábados por la mañana, el sexo era un plus, muy importante, pues era
muy bueno, el mejor que ambos conocían, pues no conocían mucha variedad tampoco, y no querían
conocerla. Y, después del desvarío de Natasha, cayó en otro aspecto, pues, en el que debía acordarse de
verdad, en el día de su boda. Pues, ambas bodas fueron muy especiales y en sentidos distintos.

- Pase adelante, Señorita Pavlovic- sonrió Phillip, esperándola de pie en su oficina y ofreciéndole asiento
en uno de los dos sillones que tenía frente a su silla de escritorio.

- Buenas tardes, Licenciado Noltenius- murmuró, taconeando en sus Stuart Weitzman por el piso de
madera. – Bonita oficina la que tiene- sonrió, sentándose donde Phillip le mostraba.
- Muchas gracias…dígame, ¿en qué puedo ayudarle? ¿Qué tipo de consultoría necesita?- se dio la vuelta
y se abrió paso a su silla, cayendo de golpe sobre ella y sonriéndole a Emma.

- No es exactamente una consultoría la que necesito- dijo, odiando la estética de aquella oficina, pues
era vacía, sin mucha ciencia, que si no era por un par de plantas, no tenía nada más que puros negocios.

- Ah, ¿no?- se asfixió, notando que Emma era muy guapa, en otro momento de su vida quizás la hubiera
enamorado con sus habladurías, o quizás no, pero ahora Natasha era lo único que tenía en mente. Y se
asfixió porque creyó que era una de esas lunáticas neoyorquinas que a veces cruzaban los límites al
querer verlo, todo porque seguía estando “soltero”.

- No, en realidad necesito que alguien cuide de mis finanzas y que me asesore en una inversión que sé
que es riesgosa

- Cuénteme primero de la asesoría, por favor

- Trabajo en un estudio, solía ser una sociedad, pero uno de los socios ya no está para rendir con su
cargo, y al estudio le falta seguridad económica, que en esta crisis creo que es muy necesario

- ¿Cómo funciona el estudio? ¿Con acciones, con utilidades, con qué?

- Pues, no hay accionistas, simplemente hay un dueño, inmueble, propiedad intelectual, el valor neto del
estudio

- ¿Quiere comprar el estudio?- sonrió, jugando con su bolígrafo.


- No exactamente, pues hablé con el dueño, que es mi jefe, obviamente, y aceptó darme el veinticinco
por ciento si yo financiaba, anualmente, la seguridad financiera, pues, desde completar el déficit y
reducir los impuestos

- Pero está muy consciente que no sería dueña del inmueble, sino dueña de una posible deuda, ¿verdad?-
Emma asintió, pues eso ya lo sabía.

- En realidad quiero patrocinar, por así decirlo, sus servicios para el estudio, cambiar la forma en la que
se manejan los ingresos, usted sabe, si eso no se controla de cierta manera, la seguridad no puede
llevarse a cabo- dijo Emma, dejando a Phillip un tanto sorprendido porque, aparentemente, tenía mucho
conocimiento sobre el asunto. – Una intervención es más bien lo que necesito, porque la asesoría sería
para que usted me diga si es seguro o no hacerlo, pero sé que lo quiero hacer- rió nasalmente Emma,
revisando las cutículas de sus uñas, lo accidentadas que estaban al haber preparado una mezcla de
cemento ella misma el día anterior en el Penthouse de Meryl.

- No es lo que hago usualmente…- murmuró Phillip, frunciendo su ceño y mordiendo su labio inferior,
entrando en estado pensativo, pues la propuesta le llamaba la atención.

- Lo sé, usted es un consultor, no un asesor, pero sé que puede hacerlo también- sonrió Emma, con
aquella sonrisa ladeada hacia la derecha y levantando sus cejas. – Si es por el precio de sus servicios, le
aseguro que puedo pagarlo

- No es tan caro, no se preocupe, pero tampoco es barato lo que me pide… con los documentos
necesarios, en un mes podría tenerle una que otra propuesta, que sería de revisarla, con el otro dueño
también

- ¿Qué documentos necesita?

- Registros de contabilidad, proyecciones, reportes o actas protocolarias de cómo se manejan los


ingresos, todo lo que tenga que ver con dinero, Licenciada Pavlovic- dijo, pensando que Emma, al decir
“estudio”, se refería a algo con Abogados y Notarios, pues tenía el parecido de una buena abogada, con
esa seriedad y esa autoridad.

- Prefiero “Arquitecta”, Licenciado- sonrió Emma.

- Disculpe, Arquitecta, creí que estaba en el mundo de las leyes

- También- guiñó su ojo, pues tenía que tomar en cuenta las leyes, no sólo nacionales y estatales, sino
las políticas de cada construcción porque eran distintas. – En fin, creo que usted es el hombre adecuado
para darme no sólo parte de una nueva sociedad, sino también mi tranquilidad- y con “tranquilidad” no
sólo se refería a una tranquilidad económica, sino a que necesitaba saber si Phillip era un hombre de
ética, al menos, pues Natasha solía hablar, a veces, de él, y Emma sabía que Natasha estaba más que
enamorada de Phillip, por lo que Natasha le había dicho lo que Phillip hacía; Emma ganaba doble: saber
qué clase de hombre era Phillip y cuidar de sus finanzas.

- Hay un precio fijo por eso, que llega hasta la propuesta, si la implementa, el precio aumenta

- Eso lo tengo muy claro, no esperaría menos, pues, es propiedad intelectual personalizada, Licenciado
Noltenius- sonrió Emma, sabiendo exactamente a qué se refería Phillip con los precios.

- Muy bien, entonces, sólo necesito los documentos para poder empezar a trabajar en lo que usted me
está pidiendo, Arquitecta y, mientras más rápido tenga los documentos, más rápido tendrá su
tranquilidad…ahora, al siguiente tema- dijo, poniéndose de pie. - ¿Agua?

- Por favor- sonrió.

- ¿Con gas, sin gas, con hielo, sin hielo?


- Con gas, sin hielo, si es tan amable- Phillip sirvió dos vasos de Perrier, uno con hielo para él y el otro sin
hielo para Emma.

- Ahora sí, cuénteme de cómo quiere que cuide sus finanzas- sonrió, llevándose el vaso a los labios.

- Tengo cierta cantidad de dinero que no pienso utilizar, y quisiera saber qué opciones tengo para no
tenerlo en el colchón de mi cama- rió, haciendo que Phillip se riera, pues en la crisis, era lo mejor que
alguien podía hacer.

- Ahora soy como un médico, o un abogado, con juramento hipocrático. ¿De cuánto estamos hablando?

- Si mis matemáticas funcionan, alrededor de once punto cinco, quizás un poquito más- sonrió, quitando
la mirada de la de Phillip, pues le sonrojaba decir la cantidad de dinero que tenía en el banco.

- Millones, supongo

- Sí, de euros- murmuró. Phillip soltó una leve carcajada nerviosa, tenía mucho dinero. - ¿Le parece
gracioso?- sonrió, levantando su ceja derecha y frunciendo sus labios.

- En lo absoluto, es mucho dinero- “está cagada en plata”. - Pues, primera pregunta, ¿en qué banco?

- Citi, no pregunte por qué, simplemente ahí están

- Muy bien, excelente en realidad, Arquitecta- sonrió, alcanzando un post-it. – CitiBank es un banco que
no ha sufrido tanto con la crisis, pero el dólar, en este momento, va hacia abajo, lo que trae al euro y a
la libra esterlina hacia arriba, y, por ser un banco de gerenciamiento internacional, el mejor en eso debo
decir, dejando fuera Suiza y las Islas Caimán, puede trasladar la administración de su dinero y sin
“traducir”, por así decirlo- dijo, haciendo las comillas aéreas con sus dedos. – En dólares…que podrá
pensar o no que es lo mismo tener dólares que euros, pues, en el momento que compre y venda al precio
de ahora, tendrá muchísimo más dólares de lo que pudo haber tenido hace un año, pero definitivamente
no le hará nada de bien, por lo que le recomiendo dejarlo en euros, es una moneda más estable y más
cara que el dólar… ¿qué tanto le gusta el dinero, Arquitecta?

- Pues, Licenciado, ¿a quién no le gusta?- rió Emma, asintiendo con su cabeza.

- ¿Tiene más cuentas además de esa?

- Si, pues, otra en el Citi, pero esa es local

- Asumo que usted no es de aquí, por lo que le recomiendo no transferir sus bienes a esa cuenta, sino
tendrá que declarar impuestos, demasiados, y la dejaría, no paupérrima, pero sí con menos dinero del
que cree…le propongo algo- Emma emitió un “mjm” gutural mientras tomaba el agua de su vaso. – Me
encargo de manejar sus cuentas, de hacer más dinero para usted y sin que mueva un dedo, de forma
segura, claro

- ¿Y usted qué ganaría, Licenciado?- rió Emma, pensando en lo raro de la propuesta.

- Aparte de lo que eso le costaría, pago único por servicio inicial o logística, pues, la comisión, el servicio,
como quiera llamarle…nada

- Está bien, pero dígame, ¿qué piensa hacer con tanto dinero?
- La enorme suma de dinero, un plazo fijo anual al cuatro por ciento, que es lo que ofrece CitiBank para
ese tipo de sumas…que sería una ganancia, en el primer año, de…- dijo, presionando su bolígrafo y
escribiendo en el post-it. – cuatrocientos cincuenta mil más o menos, el segundo año de cuatrocientos
setenta, y así sucesivamente… eventualmente podemos considerar áreas seguras de inversión,
dependiendo de cómo vaya evolucionando el mercado junto con la crisis

- La ganancia, ¿sería en euros o dólares?

- Supongo que lo quiere en euros- Emma asintió con una sonrisa. – Con el debido trámite legal, que de
eso me encargo yo, todo estará en euros

- Está bien… ¿y usted?

- Veinte mil de pago inicial, que incluye los trámites y mis servicios, y, luego, el cuatro por ciento de la
ganancia del plazo fijo, al año

- Muy bien- dijo Emma, sonriendo, sabiendo que Phillip, con el dinero, era muy inteligente, lo cual a
Natasha no le vendría mal y, si era bueno con el dinero, era, probablemente, bueno con todo lo demás,
pues a la larga, muchas cosas tienen que ver con el manejo del dinero. Y no era tan ladrón, pues de eso
sabía Emma por Franco. – Mándeme todo lo que necesita a mi correo electrónico- le alcanzó una tarjeta.
– Una reunión muy provechosa, debo decir, pero debo retirarme a mi práctica de Esgrima con mi mejor
amiga- sonrió, poniéndose de pie, diciéndole lo de la Esgrima sólo para probar su inteligencia, más bien
su curiosidad.

- Lo mismo digo, Arquitecta, un placer hacer negocios con usted- se puso de pie, sonriéndole mientras
le alcanzaba la mano.

- Lo mismo digo, Licenciado- le estrechó la mano. – Que tenga un buen día


*

Natasha salió de la ducha, ya un poco más repuesta y, habiéndose secado con una de las toallas Frette
que le había regalado a Emma hacía más de un año ya, se escabulló silenciosamente, para no atentar
contra el sueño de la drogada Afrodita que dormía placenteramente sobre la cama, al walk-in-closet de
Emma y Sophia, que antes se habría notado en qué parte empezaba la parte de Sophia, ahora ya no más,
pues el gusto de Sophia había evolucionado, diferente al de Emma pero dentro del mismo círculo de
Haute Couture. Sabía que la parte de Sophia empezaba, exactamente, del centro hacia la derecha, la de
Emma hacia la izquierda, fue por eso que merodeó por el lado izquierdo y le robó ropa a Emma, que
sabía que no le importaría, de todas maneras no estaba viendo. Salió del clóset, pues Hugh llamaba a la
puerta, y vio a Sophia tan tranquila que ella se sintió tranquila, caminó de largo, con Darth Vader
enredándosele en los pies de la emoción, pues era un cachorrito todavía. Darth Vader, de ahora apenas
diez semanas, había sido idea de Sophia, pues, un día caminando, en vista de que no conseguía un Taxi
a las cuatro y media que fuera hacia Times Square a comprar entradas para “Sister Act”, vio a un
hombre, pidiendo dinero en la entrada de Strabuck’s de la cuarenta y siete y Broadway, con un
diminuto French Bulldog negro, con una diminuta mancha blanca en el pecho. Sophia entró a
Starbuck’s para comprar una GiftCard de veinticinco dólares, luego salió.

- No sabía qué tipo de café le podía gustar- sonrió al hombre, agachándose sobre sus Bipunta Blahnik de
gramuza verde y gris. – Pero, para que le alcance unos seis días- dijo, alcanzándole la GiftCard. – Y sé que
no se va a alimentar de café, por eso, tenga- dijo, alcanzándole un billete de veinte dólares con una
sonrisa.

- Gracias, muchas gracias- murmuró aquel hombre, ya era un poco mayor, de edad indefinible por la
suciedad y el descuido en general.

- ¿Cómo se llama?- preguntó Sophia, refiriéndose al cachorrito, que en un principio lo creyó conejo, pero
sólo era porque era prácticamente un recién nacido.

- Michael, mucho gusto- dijo, confundiendo su pregunta, pero le extendió la mano.


- Mucho gusto, Michael, soy Nina- dijo, no diciéndole su nombre verdadero y estrechándole la mugrienta
mano con una sonrisa. - ¿Cómo se llama el chiquitín?- dijo, volviéndose al cachorrito.

- No tiene nombre, lo encontré esta mañana en los basureros de allá- dijo, señalando hacia el otro lado
de la calle.

- Me gustaría comprárselo- sonrió, acariciando la diminuta cabeza huesuda del cachorrito.

- Se lo regalo, yo no puedo cuidarlo- al hombre le faltaban uno o dos dientes, no olía muy agradable,
pues era entendible, pero Sophia no se descompuso por eso.

- Regalado no- sonrió, sacudiendo su hombro para que su bolso cayera entre su brazo y su costado.
Metió la mano en su Belstaff gris, sacando una Zagliani ocre y abriéndola, tratando de ocultar el interior
de su cartera, pues sólo tenía sus tarjetas de débito y crédito, no podía confiarse al cien por ciento. –
Tengo cien dólares nada más, ¿cree que eso basta?- la sonrisa del hombre no tenía descripción, le
faltaban tres dientes o cuatro. El hombre asintió mientras Sophia metía su cartera de vuelta a su bolso.
– Úselos sabiamente, Michael- murmuró, tomando con ambas manos al cachorrito y el hombre le
mostraba la falta del quinto o sexto diente.

Sophia fue rápidamente, con el cachorrito en sus manos, protegiéndolo hasta del sol, pues se notaba
muy débil, en busca de una tienda de mascotas, pues no tenía idea alguna de dónde encontrar a un
veterinario, la única tienda de mascotas que conocía era cerca de Rockefeller Plaza. Compró un par de
biberones, leche deshidratada que supuestamente era especial para perros, un collar y una correa, por
cualquier cosa, que pensaba quedárselo. Regresó a casa a revisarle el interior de las patas, pues podía
tener un tatuaje, pero no, por lo que decidió, sin consultárselo a Emma, quedárselo. Y no fue hasta que
Emma llegó del estudio, que fue directo a la cocina a servirse un poco de agua, que ubicó, cual halcón,
un biberón sucio.

- ¡So-phia!- gritó, un tanto asustada.


- Mi amor, viniste- la saludó, en voz baja, saliendo del cuarto de lavandería. – ¿Tienes hambre?-
preguntó, y luego le dio un beso en sus labios.

- Sophia, ¿qué es esto? – preguntó, volviéndose más pálida conforme los segundos pasaban, levantando
el biberón sucio.

- Por favor no te enojes- murmuró, bajando la mirada.

- ¿Qué hiciste?- susurró, levantándole el rostro con las manos. Sophia la tomó de la mano y, en silencio,
Emma taconeó hasta la habitación, en donde Sophia respiró hondo antes de abrir la puerta y encendió
la luz. – You’re hiding a baby in our Laundry Room?- rió Emma.

- A baby? What the fuck are you talking about?- rió Sophia, viendo cómo Emma se relajaba y el color le
volvía al rostro.

- ¡Por el alma de Darth Vader! ¿Qué es eso? – murmuró, escandalizada, viendo a la cosita negra moverse
a lo largo del suelo, se movía con lentitud.

- No es una rata- rió, carcajeándose en su cara mientras caminaba al interior de la habitación y lo tomaba
entre sus manos. – It’s a puppy- sonrió, alcanzándoselo.

- French Bulldog it seems- murmuró para sí misma, tomándolo con una mano. - ¿Lo compraste?

- No exactamente, se lo compré a un Homeless Guy en Times Square, can we keep it?


- Pues, no se hacen muy grandes, supongo que sí…- sonrió, viendo que el cachorrito apenas abría los
ojos. – Sólo hay que bañarlo y llevarlo al veterinario, está muy pequeño, tendrá cinco días de nacido
como mucho… ¿cómo piensas ponerle?

- Ya le pusiste nombre- rió. Emma la volvió a ver, bajando al cachorrito y viéndolo caminar
temblorosamente hacia Sophia. – Darth Vader

Natasha recibió de Hugh lo que le había pedido, un vestido Elie Saab, en realidad, EL vestido Elie Saab.
Con un “gracias” se despidió de Hugh, no sin antes haberle acordado de estar ahí a las cinco en punto
para que la llevara a la vuelta de la esquina, pues a su apartamento a sólo vestirse. Si bien era cierto,
Sophia había decidido llevar un de la Renta rojo poppy, que no era la mejor de las creaciones de aquel
diseñador y no era que era un mal diseño, o que estaba mal confeccionado, o tal vez sí, pero a Sophia
no terminaba de vérsele bien porque era muy angosta de las caderas y estaba diseñado para disimular
caderas anchas, pero era mil veces más lleno de vida que el Elie Saab, que era azul marino, aunque, esta
vez, Elie Saab le ganaba por años luz al gran Oscar de la Renta. Natasha había comprado el vestido en
secreto, pues todavía estaba a tiempo de hacer que Sophia cambiara de opinión: no era lo mismo un
vestido agarrado al cuello, como en un collar, que un hermoso Elie Saab de escote medio y espalda
descubierta pero aún con mangas, desmangado más bien, y que marcaba la silueta de Sophia en toda su
expresión. Tal vez lograba hacerla cambiar de opinión, por cuestiones estéticas de la novia, quien algún
día se arrepentiría y desearía que alguien se lo hubiera dicho, o al menos eso creía Natasha, pues la
demás gente no vería nada malo con el Oscar de la Renta, tendían a fijarse en otras cosas y no tanto en
eso, aunque el vestido de Emma se robaría el show, y el Elie Saab estaba a la altura del Monique Lhuillier
de Emma, el Oscar de la Renta en lo absoluto. Eso y los Jimmy Choo Victoria de quince centímetros, más
las respectivas joyas, impecable.

- ¿Qué hace aquí?- siseó Natasha a la espalda de Phillip.

- Natasha, qué gusto verte- rió, tomando el Florete en su mano.


- ¿Qué hace aquí?- repitió. – Esto es catalogado como acoso y es ilegal, Mr. Noltenius- Natasha estaba
enojada y no sabía por qué.

- Tengo práctica de Esgrima, pues, creo que es un poco obvio debido a que estamos en un centro de
Esgrima, ¿no te parece?- rió, poniéndose la careta. – Con tu permiso, tengo práctica

Phillip no había sido tan estúpido. Al principio le costó atar cabos, pues, no todos los días llegaba un civil,
sin referencia, a donde él a pedirle que le manejara los millones. Pues, Emma no le pareció tan
sospechosa, pero luego, cuando la vio en el fondo de una fotografía en PageSix, al lado de Natasha y
Margaret, comiendo en Masa, comprendió que quizás Natasha la había enviado, o ella había ido por su
cuenta, pero, lo que era obvio, era que Emma le había dicho lo de la Esgrima para que buscara a Natasha,
o al menos así lo creyó él, que estaba en lo correcto. Al tercer intento fue que las ubicó, iban los martes
y los jueves al “Fencing Center”, que se preguntó por qué no había intentado ahí primero, que fue cuando
gastó mil dólares al mes por que le enseñaran el deporte a las horas a las que Natasha y Emma llegaban,
sólo para verla.

- No puedo creer que esté aquí- gruñó Natasha, poniéndose el guante en la mano derecha para luego
tomar el Florete.

- ¿Quién?- murmuró Emma, viendo a su alrededor, pero era inútil, pues todos vestidos de blanco, para
qué.

- Phillip- dijo, a secas, colocándose la careta al mismo tiempo que Emma y, con eso, Emma sonrió, cosa
que Natasha no pudo ver.

Junio de dos mil ocho. Sophia terminaba de empacar su ropa, pues sólo su ropa se llevaría, se acababa
de graduar de su Maestría en Diseño de Muebles y había conseguido trabajo, extrañamente, en Milán.
De todos los lugares a los que había aplicado, que habían sido catorce, no esperó que “Armani Casa” la
contratara, ofreciéndole un apartamento compartido con otra empleada de la compañía, lo que le
pareció muy bien. La paga era decente para ser recién graduada, le daban casa y servicios básicos, lejos
y cerca de Atenas, haciendo lo que le gustaba. Respiró hondo al cerrar la última pieza de equipaje aquel
martes a las siete y media de la noche. Se dejó caer sobre la cama, viendo el vacío de su habitación, lo
blanco de las paredes, los muebles que había diseñado y construido ella misma, que alguien más llegaría,
quizás un freshman que maltrataría la funcionalidad de sus creaciones, que no los cuidaría. Se fue de
espaldas, cayendo sobre la cama ya desnuda también, pues todo lo había donado, y repasó los seis años
que estuvo en Savannah, las cosas buenas y las no tan buenas, y se acordó de Alexandra, de lo fugaz que
eso había sido y de lo bien que se habían llevado hasta aquel beso.

Sophia Papazoglakis: ¿Todavía tienes este número?

Alexandra Smith: Todavía lo tengo…

Sophia Papazoglakis: ¿Cómo estás?

Alexandra Smith: Bien, ¿y tú?

Sophia Papazoglakis: Bien, también…

Alexandra Smith: Ha sido una eternidad desde la última vez que hablamos

Sophia Papazoglakis: Si, lo sé…

Sophia Papazoglakis: Y lo siento

Alexandra Smith: No lo sientas, ¿copas más tarde?

Sophia Papazoglakis: No puedo

Alexandra Smith: ¿Mañana o el jueves?

Sophia Papazoglakis: Me voy en tres horas

Alexandra Smith: ¿A dónde?

Sophia Papazoglakis: A Milán

Alexandra Smith: ¿Cuándo regresas?

Sophia Papazoglakis: Conseguí un trabajo allá

Alexandra Smith: Oh…felicidades

Sophia Papazoglakis: Sólo quería despedirme y desearte mucha suerte en tu último año de Diseño de
Interiores ;)
Alexandra Smith: Gracias, buena suerte en tu nuevo trabajo, espero ver algún diseño tuyo algún día :)

Sophia Papazoglakis: Los verás :P Un abrazo

El Taxi sonó la bocina y Sophia se irguió con pesadez. Tomó su bolso y, con ayuda de Lucas, el novio de
Mia, bajó el equipaje hasta el Taxi, se despidió de un abrazo y se subió a lo que la llevaría muy lejos de
lo que en uno años tendría nuevamente. Pues ese día, en medio del verano, cuando los turistas se hacen
una masa enorme, los días que cualquier local detesta porque no se puede caminar tranquilo, pues no
es que sea posible otro día, pero esos días, caminar en contra de la masa, es simplemente imposible; los
Taxis no van a cualquier lado, el calor es insoportable, las horas de sol son eternas, el trabajo es el mismo,
y suena a queja, pero no lo es, pues es ventaja al mismo tiempo, menos ese día. Emma y Natasha habían
acordado ir a las siete al Fencing Center por una partida, la revancha, pues Natasha le había ganado la
última vez a Emma cuatro puntos a uno, un duelo difícil pero claramente tenía ganadora, que siempre,
o casi siempre, era Emma en realidad, pero, ese día, Emma había ido a Brooklyn a comprar el mármol
para las encimeras de la cocina de la casa de Westport de Margaret Robinson y se había atrasado por la
incompetencia del vendedor, por otro lado, Hugh, el chofer de Natasha, había tenido que ir a donde
Natasha lo había mandado, y por eso no podía regresar por ella al saber que Emma no llegaría a tiempo,
quizás ni llegaría, pues había un tráfico espantoso, típico de época de oleadas de turistas.

- ¿Qué pasó? ¿No viene Emma?- rió Phillip mientras se metía en el chaleco protector.

- Es de mala educación escuchar las llamadas telefónicas ajenas- dijo Natasha, deshaciendo las agujetas
de sus zapatillas.

- No estés de mal humor, al menos me conoces a mí aquí- sonrió seductoramente.

- Al menos- rió, tratando de ahogar una carcajada.

- ¿De verdad no me vas a dar una oportunidad de cortejarte bien?- preguntó, arrodillándose sobre una
rodilla y deshaciéndole las agujetas de la otra zapatilla.
- Es que me asusta su manera de conseguir que acepte

- Sabes, es el Siglo Veintiuno ya, no debería tener tu permiso para cortejarte, simplemente lo debería
hacer y ya

- ¿Y cómo piensa hacer eso si yo me niego a todo, grandísimo Genio?- murmuró con sarcasmo,
quitándole las manos de su zapatilla.

- Pues, te invito a comer algo, lo que tú quieras y donde quieras, dame la oportunidad, por favor, me he
esmerado en que al menos intercambies palabras conmigo…

- Eso es cierto, ha pagado mucho porque te enseñen el deporte…y es malísimo- rió.

- Oye, estoy aquí todavía- sonrió, intentando crear una falsa indignación ante su comentario. – No soy
tan malo

- Si lo es, Mr. Noltenius

- Bueno, te propongo un trato- Natasha asintió. – Tú y yo, una partida de cinco minutos, si tú ganas, te
dejo en paz

- ¿Y si usted gana?- preguntó, encontrando su mirada, enamorándose de la proximidad de sus ojos.

- Acepta ir a cenar conmigo ahora


-¿Si se da cuenta que es un tanto desproporcionado eso?

- ¿A qué te refieres?- frunció su ceño, viendo que Natasha volvía a amarrar sus agujetas.

- Usted me dejaría en paz, pero yo sólo aceptaría algo que puede pasar una tan sola vez…

- Tienes razón, entonces, las condiciones son: Cena ahora, almuerzo mañana y que me llames Phillip y
me trates de “tú”

- Fuera el almuerzo- sonrió. – Tengo un trabajo, eso lo sabe

- Muy bien, me conformo con la cena de ahora y que me tutees

- Prepárese para perderme, Mr. Noltenius- sonrió Natasha, poniéndose de pie.

Phillip aseguró su chaleco protector mientras veía a Natasha ponerse el suyo y caminar hacia un extremo
de la pista. Habló con el referee de turno y colocó cinco minutos en el cronómetro. Aflojó su cuello
mientras daba leves saltos y su cabellera se aflojaba del moño. Phillip la encaró al otro lado de la pista,
caminando hacia el centro mientras encendía su careta y Natasha hacía lo mismo. Se colocaron los
guantes. Tomaron el Florete, Natasha en su mano derecha, Phillip en la izquierda, pues era zurdo,
Tocaron sus chalecos para ver que funcionaban los Floretes al toque del chaleco y caminaron hacia el
borde del comienzo. Se colocaron sus caretas y tomaron posición. Primer asalto: de un paso, Phillip le
incrustó el Florete en el pecho, punto para él. Segundo asalto: saltos, engaños, adelantos y retrasos, el
sonido de las suelas de las zapatillas al rozar el suelo, Phillip esquivó a Natasha, más engaños, Natasha
le incrustó el Florete. Tercer asalto: Natasha, igual que en el primer asalto, de un paso, y punto. Cuarto
asalto: Phillip esquivó a Natasha, la engañó, la volvió a esquivar y punto para él. Quinto asalto y
quedando un minuto en el reloj: saltos, esquivos, ataques y defensas.
- Touché!- gritó Phillip, quitándose la careta y arrojando el Florete al suelo. – Ve pensando a dónde
quieres ir a comer- dijo, muy orgulloso, pues sabía que Natasha se había dejado ganar, no por lástima,
sino porque quería salir con él.

Ocho de octubre de dos mil ocho. Sophia diseñaba una mesa de café en forma de cilindro que era más
engañosa de lo que parecía. Tres meses de trabajar en Armani Casa y había evolucionado totalmente, se
tomaba en serio su trabajo y a sí misma, pues no podía no hacerlo, sus compañeros de trabajo eran lo
que había llamado “Bullys de la moda”. La mayoría eran hombres, sólo estaba ella y con quien compartía
el apartamento, Vivienne. Era un apartamento normal, a diez cuadras del estudio, muy céntrico, muy
pequeño, no era que no le gustara vivir ahí, o trabajar ahí, simplemente el día a día era un reto, siempre,
pues debía pasar por la aprobación visual de Gio y Francesco, dos italianos o italianas, Sophia no sabía
hacer la distinción, siempre vestidos muy extravagantes, a veces “normal” pero nunca convencional. Se
rumoraba que eran pareja, pero en realidad se detestaban, aunque todo se tranquilizó cuando Sophia
llegó, pues no era nada complicada y no era de las que sembraba la envidia en los demás a propósito, o
empezaba algún rumor o hacía cosas malas, simplemente se limitaba a hacer su trabajo y a socializar
muy de vez en cuando con sus tres compañeros de trabajo. Era simple, ellos no construían nada, ellos
simplemente diseñaban la estructura y podían hacer una que otra observación o propuesta en cuanto a
material o textura o color pero no siempre era tomado en cuenta. Primero iban ellos, los “Struttura”,
luego los “Wood-men” porque todos eran hombres y todo lo querían hacer de madera a pesar de que
su nombre era “Materiale”, luego iban las “Stoffa”, quienes decidían la tela en caso que hubiera que
decidir el tipo de la tela, luego estaba “Il Santissimo Gradimento”, quienes aprobaban la idea en general,
“santísimo” porque costaba lograr una aprobación, y, por último, los de la “costruzione”, que se dividía
en tres: taglialegna, sarta, montaggio. Sophia y yo conocemos eso como simple burocrazia.

- Adelante- dijo Natasha, respondiendo al llamado de la puerta. La puerta se abrió un poco y una mano
varonil, que tomaba una cámara digital entró a la oficina, soltándola, tomándola todavía por la correa. –
Pasa adelante- rió Natasha, poniéndose de pie con sus manos a la cadera.

- Feliz cumpleaños- entró Phillip, con una sonrisa millonaria, bordeó el escritorio de Natasha y le dio un
beso en su mejilla. – La olvidaste la otra vez en el café- le susurró al oído, poniendo la cámara en sus
manos. – Feliz cumpleaños- repitió.

- Gracias- sonrió, sonrojándose ante el susurro.


- Estás muy guapa- murmuró, tomándola de las manos. - ¿Qué planes tienes para ahora?

- Ha venido un amigo de Texas…y pues, vamos a salir a cenar con él, Emma y otros dos amigos… ¿por
qué?

- No, curiosidad, Natasha- le gustaba llamarla por su nombre, era un nombre que le sabía a travesura. -
¿Puedo llevarte a cenar mañana?

- Tengo Esgrima con Emma- murmuró. No pensaba cancelar sus planes con su mejor amiga por él,
después de todo, no eran nada…todavía.

- Si, lo sé…

- ¿No esperas que cancele mis planes con Emma, o sí?- susurró, viendo los dedos de Phillip acariciar los
suyos.

- En lo absoluto…respeto tus planes…quizás después de Esgrima, ¿o irás a cenar con ella también?

- Lo más probable- dijo, sonrojada ante sus caricias y ante la proximidad de él a su cuerpo. - ¿Cena el
viernes?

- Escoge el lugar y la hora, me tendrás ahí muy puntual- susurró, acercándose a ella y dándole un beso
en la frente. – Feliz cumpleaños- murmuro a ras de su frente, conteniéndose un “mi amor” y todos sus
equivalentes.
- Harry Cipriani a las ocho…- murmuró, viendo la espalda de esa magnitud caminar hacia la puerta. – Y
Phillip…- dijo, hablando más rápido de lo que había pensado. – Gracias por la cámara- sonrió,
conteniéndose la invitación para esa noche.

A Natasha le encantaba estar con sus amigos, pues, pocas veces tenían tiempo para reunirse, todos con
sus vidas aparte, cada quien con su horario y sus obligaciones, el único que tenía tiempo siempre era
Thomas, el amigo de Natasha de toda la infancia y que sus papás se mudaron a Texas por haber heredado
una pequeña petrolera. Pero era muy amigo de James, el novio de Julia, que de un tiempo acá le habían
empezado a llamar Julie, y James era el capitán de Lacrosse en la época de colegio, todos se conocían, y
Julie y James ya conocían a Emma, y no les caía mal, les gustaba su forma de pensar, además, parecía
hermana de Natasha, pues las dos se vestían casi igual, sólo que Emma era muy seria, y a veces se veía
un poco mayor para su edad, pero siempre se veía bien, y Natasha era más relajada, pero tapizada de
marcas y de diseñadores emergentes, igual que Emma, el trabajo de Natasha era serio, pero no tanto
como el de Emma. Lo que compartían Emma y Natasha era una habilidad importante: la verborrea, y,
por muy gracioso u ofensivo que eso suene, a ellas les servía, pues podían darle dolor de cabeza a una
roca y hablar de lo que fuera por horas y horas, poniendo cara de interés o de saber de qué hablaban,
ellas simplemente podían seguir una conversación cualquiera: hablaban demasiado, coherente, pero
demasiado. Pues, en esa ocasión, cenaban en el lugar favorito de Emma y Natasha, en un lugar asiático
en el que se habían propuesto probarlo todo en el menú, y era extenso, apenas iban por el número
cincuenta y tres. Y después de un par de copos de sake, frío y caliente, cada quien se fue a su casa, a
empezar lo que Sophia terminaba: dormir.

- Natasha- llamó Phillip, viéndola pasar de largo por el lobby hacia los ascensores.

- Phillip- sonrió, deteniéndose y reconociendo su voz aún sin verlo. - ¿Qué haces aquí? – todavía estaba
en el traje negro de la mañana, con un el botón del cuello de la camisa blanca deshecho y la corbata
negra a líneas blancas ya floja.

- Se me olvidó darte tu regalo de cumpleaños- sonrió, metiendo su mano izquierda en su manga derecha.

- No te hubieras molestado- se sonrojó, deteniéndose, con su mano izquierda por su cadera derecha y
su mano derecha acariciando su antebrazo izquierdo.
- No es la gran cosa- susurró, sacando su mano y extendiendo un trozo de lana roja muy largo que estaba
amarrado a su muñeca. – Tu mano derecha, por favor- Natasha se la alcanzó y Phillip la atrapó con la
lana roja, dándole una vuelta, moviendo su mano izquierda junto con la derecha para no enredarse.

- ¿De qué se trata esto, Mr. Noltenius?- murmuró Natasha, viendo cómo Phillip hacía un nudo extraño
pero imposible de deshacer.

- Es para que te acuerdes de mí cada vez que la veas, así como yo a ti…y para que sepas que, a pesar de
que físicamente no estoy ahí, te estoy acompañando, así como tú a mí- susurró. – Y esto- dijo, tensando
la lana. - Es porque de alguna manera estamos unidos siempre- dijo, sacando una Swiss Army Excelsior
color plata y abriendo la navaja para cortar aquella lana restante que estaba entre ellos. – Y, esta unión
es tuya, haz con ella lo que quieras y como quieras- susurró, depositando suavemente el trozo de lana
en la palma de su mano.

Natasha apretó con fuerza aquel trozo de lana roja y encontró la mirada de Phillip en la suya y
simplemente no pudo resistirse. Dio un paso hacia adelante, acortando la distancia física entre ellos y,
entre su dedo índice y medio de ambas manos, atrapó las solapas de su chaqueta y, con el resto de sus
dedos y las palmas de sus manos, recorrió el pecho de Phillip hacia abajo, acariciándolo mientras lo
tomaba por su chaqueta. Phillip, era en ese momento de su misma estatura, la veía hacia sus desviados
ojos, veía su cabellera suelta sobre sus hombros, sus delicadas manos recorrer su chaqueta y su pecho,
subiendo y bajando con lentitud, Natasha viendo hacia abajo, recorriendo su pecho con la mirada
también. Y, bajó sus manos para subirlas de nuevo, recorriendo las solapas, como antes, recorriéndolo
hasta su cuello, por detrás de su cuello, y su rostro se elevó, viendo a Phillip desde su barbilla, que era
muy sexy, con una leve masculina hendidura a la mitad, repasando sus labios, que sonreían levemente,
su nariz larga, recta y delgada, sus ojos turquesa grisáceo, sus cejas más rectas que levemente arqueadas,
su frente, la forma en la que empezaba su cabello, y su cabello negro ya después de un día entero de
trabajo, ya suave y sin mayor orden, pero todavía en su puesto, y lo recorrió de nuevo hasta sus labios,
entrelazando sus dedos detrás de su cuello, abrazándolo delicadamente. La distancia entre sus rostros
se acortó, cada uno sintió la respiración del otro muy cerca, Natasha cerró lentamente los ojos mientras
ladeaba su cabeza y se acercó cada vez más a Phillip hasta que sus labios rozaron los de él. Phillip tomó
a Natasha por un poco más arriba de su cintura, acercándola totalmente a él, rozando su pecho contra
el suyo sin ser abusivo, y saboreó los labios de aquella mujer que alguna vez fue desconocida, que alguna
vez le negó las palabras, o que le negó cualquier cosa. Sus labios encajaban con los de ella, se
succionaban suavemente, se acariciaban con las ganas de tantos meses, lento y amoroso, pues nada más
que eso había crecido en ellos.
Fue un beso tímido, muy lento, memorable, el más rico que Natasha había dado en su vida, el más rico
que le habían dado, Phillip se sintió demasiado bien, cayendo en el romanticismo no romántico de un
beso, sintiendo a Natasha tan cerca que no se lo creía, pues ambos habían cedido ante sus respectivos
orgullos, aunque las palabras de Phillip habían sido ciertas: Natasha le había dado el primer beso. Phillip
tomó a Natasha por sus muñecas y las retiró suavemente de su cuello, juntándolas a ras de su pecho
mientras Natasha y él terminaban aquel cariñoso beso de ojos cerrados con el típico ruido de un beso.
Phillip apoyando su frente contra la de Natasha pero sin cargarle peso alguno, sólo saboreando y
abrazando el momento, todavía con sus ojos cerrados, igual que Natasha, que le encantaba sentir el
calor de las manos de Phillip rodear las suyas. Le dio un beso en su frente y la abrazó suavemente, ella
reposando su cabeza contra el perfil del hombre que acababa de besar y, poco a poco, se fueron
apartando y abriendo los ojos hasta encontrarse nuevamente con sus miradas. Natasha sonrió, bajando
su mirada sonrojada.

- Por favor, por favor…- susurró Phillip, tomando nuevamente sus manos, dejando un vacío en la espalda
de Natasha. – Por favor…ya no más, ya me cansé de perseguirte…déjame llevarte a comer a la hora que
sea, déjame visitarte en tu apartamento, porque no sé en qué apartamento vives, déjame visitarte en tu
oficina cuando no sea tu cumpleaños o no tenga reunión, déjame tomar tu mano por la calle, déjame
besarte cuando te dé ganas o cuando me dé ganas, cuando nos dé ganas, abrazarte …y llevarte de
compras- sus pulgares acariciaban los nudillos de Natasha. – Pues, pero si el cortejo era de la Edad
Media…- murmuró, topando sus labios en su frente. - ¿Puedo ser tu novio?- y a eso le llamé yo “rendido
a sus pies”.

Capítulo III

Navidad dos mil ocho. Sophia regresaba a Atenas para reunirse con su familia, a reencontrarse con su
hermana Irene, pues tenía casi un año de no verla, desde las vacaciones navideñas pasadas, pues en
verano no había podido ir por haber llegado de una vez a Milán a trabajar. Se habían mudado al centro
de la ciudad, cerca de la embajada de los Estados Unidos de América, de tres pisos, unas cuantas
habitaciones grandes, una enorme cocina en la que su mamá y la ama de llaves cocinaban todos los días,
una oficina eternamente provisional de su papá, una piscina y un trampolín, más que eso no necesitaba,
pues, sólo los autos, que no eran tan lujosos, dos BMW que el gobierno proveía sin impuestos y que los
cambiaban cada cuatro o cinco años, no al mismo tiempo, y la Vespa de Sophia, que la había empezado
a utilizar Irene tras Sophia haberle dado permiso y haberle pagado la licencia para ello. La tensión entre
sus papás era bastante notable, no había ni violencia verbal ni física, pero había empeorado en el último
año, pues apenas y se saludaban, era como si la presencia del otro les molestara, Talos trataba de
restringirle la vida a Camilla, y Camilla, no estando contenta con eso, lo retaba, aunque, para ahorrarse
escenas intensas frente a sus hijas, no lo hacía y todo parecía estar que-sí-que-no-que-digamos-que-
bien. Sophia jamás había visto tan mal el matrimonio de sus papás, pues, era cierto, nunca habían sido
tan amorosos, sólo al principio, más o menos hasta la época en que Irene había nacido, y Sophia creía
que era porque Camilla se había adueñado de unas cuantas libras por el embarazo, cosa que no se le
veía mal, pero ya no era la raquítica y guapa mujer que utilizaba bikinis cuando iban a la playa; ya no.

- Mamá…perdón, no sabía que estaba aquí- murmuró Sophia. Acababa de entrar a casa, eran casi las
cuatro de la mañana, había salido con sus primas; Melania y Helena, que Melania era modelo de lencería
y Helena era presentadora de las noticias de las seis de la mañana en el canal “ERT”.

- ¿Cómo te fue?- se preparaba un té, dándole la espalda a Sophia todo el tiempo, quien se había apoyado
de una de las encimeras, pues esperaba a que se terminara de diluir el té en el agua.

- Bien, la pasamos muy bien, la película estaba entretenida…pero traducida al griego no mucho- rió. – Y
fuimos a donde los tíos, les mandaron saludos, llegaron unos amigos de Helena y pues, eran graciosos,
más después de un poco de Ouzo- rió por la nariz, acercándose a la espalda de su mamá. Era una mujer
guapa, de la misma estatura de Sophia, pero de tez suavemente dorada, rubia como Sophia, tonos claros
y oscuros en una mezcla natural, cejas finas y arqueadas, ojos celestes y cristalinos, cabello largo aunque
siempre recogido en un moño un tanto flojo, como en un torniquete francés, nariz pequeña y recta,
labios rosados, era casi igual a Sophia, sólo que las medidas variaban tras dos embarazos y veintidós años
de diferencia, delgada todavía menos para Talos, según Sophia. .

- Me alegro mucho, ¿quieres té?- preguntó, sonriéndole a Sophia por encima del hombro izquierdo, pues
por ahí se asomaba.

- No, gracias…pero la acompañaré con un vaso con agua- sonrió, dándole unas palmadas cariñosas en
sus hombros. - ¿Qué hace despierta a esta hora? Es un poco tarde…

- No podía dormir

- ¿Está todo bien?- murmuró.

- Hablé con Alec- sonrió, como si sólo el nombre tuviera ese efecto en ella.

- ¿Qué Alec?

- El que vive en Nueva York


- Ah- rió nasalmente. - ¿Qué pasó con él?

- Dice que va a dar un Seminario sobre material reciclado, por si te interesa, que con gusto te guarda una
plaza

- Tendría que consultarlo con la oficina, y lo más seguro es que no me manden a mí sino a cualquiera de
los otros, tienen más tiempo de estar ahí- se encogió de hombros, viendo que Camilla sacaba la bolsa de
té y la escurría sobre la taza con ayuda de la cuchara.

- También me dijo que si algún día quieres ir a Nueva York y no tienes dónde quedarte, que su casa tiene
las puertas abiertas para ti

- Bueno saberlo… ¿Y papá?- preguntó, abriendo el gabinete superior hacia la derecha sobre la cocina
para sacar un vaso.

- En Nueva York

- ¿Qué? ¿Desde cuándo?

- Quiero decir… en la oficina, supongo… disculpa, es que no he dormido bien, seguramente ando volando
bajo- sonrió. – Supongo que me quedé en el tema anterior- resopló, haciendo el gesto de “qué olvidadiza
yo” o “qué tonta yo”, o una mezcla de ambos.

- Casi no lo he visto desde que vine- dijo, volviéndose con el vaso en la mano hacia el congelador mientras
intentaba hacer de caso que no había escuchado nada. – Me imagino que pasa muy ocupado viendo
cómo tapar el sol con un dedo mientras intenta destapar el sol de la oposición…

- No hables así de él, por favor

- Lo siento, lo siento- refunfuñó amablemente mientras vertía agua en el vaso.

- Sé que sabes la verdad de las cosas, pero sólo eso tienes que hacer, saberlas…- dijo, haciendo que
Sophia pensara en lo adiestrada que tenía su papá a su mamá. – Pero hablemos de otra cosa mejor…
- ¿Como de qué?- dijo, casi ahogándose entre los tragos de agua, pues venía con casi una botella de Ouzo
en el sistema, que Camilla ya lo había notado pero decidió no decir nada, y el agua era lo único que le
ayudaba a evitarse la inevitable resaca.

- Pues, no sé…cuéntame de tu trabajo, ¿algún candidato?

- Ay, mamá- rió, empañando el vidrio del vaso. – Ahí todos son…no heterosexuales, por así decirlo- dijo,
evadiendo la respuesta, evadiéndose a sí misma.

- En el mundo en el que te mueves, seguro encuentras a alguien- sonrió, llevando la taza de té a sus
labios.

- Pues, el hombre que se meta al diseño…digamos que es de dudosa heterosexualidad, hay pocos

- No me refería a los hombres…sino a las mujeres, entre diseñadoras y modelos

- ¿Ah?- se extrañó Sophia, casi escupiéndole el agua, y la minúscula ebriedad que tenía en su sistema se
disipó en un tan sólo segundo.

- Debes ver muchas mujeres muy bonitas

- Diseño muebles, digamos que no es exactamente en donde hay mujeres, menos bonitas, supongo-
sonrió, aliviándose en vano.
- Sabes que no me refiero a eso…hablemos de lo que estoy intentando decirte…sin que Talos se entere,
lo prometo

- ¿De qué?- siseó, acercándose con su rostro a su mamá.

- ¿Ha habido alguna mujer que te guste para ti?

- No ha habido alguien- confesó, encogiéndose de hombros.

- Espero que la encuentres, sólo ten cuidado, ¿sí?

- Siempre tengo cuidado, mamá… ¿no le enoja?- preguntó por desgraciada curiosidad.

- Te mereces algo bueno, sea con la persona del género que sea, si eres feliz siendo soltera y teniendo
un perro, pues eso quiero para ti, no quiero que no seas feliz por agradarme o agradar a otros, los otros
te juzgan pero no te hacen feliz, piénsalo- sonrió. – Talos no se enterará por mí

- Siempre la imaginé queriendo nietos, por montones- rió Sophia, dándose cuenta que había dado
entrada gratis a un tema que le incomodaba.

- Yo no puedo decidir por ustedes, son dueñas de sus vidas- suspiró, vertiéndole un poco de miel a su té
y mezclándolo lentamente con una cuchara, que el suspiro de Camilla le dijo a Sophia cómo ella no era
dueña de su vida y por eso buscaba que las de sus hijas sí. - ¿Tú quieres tener hijos?

- No sé cómo decirlo para que suene coherente


- Intenta- sonrió maternalmente, dibujando los mismos camanances que tenía Sophia.

- Creo que tener un hijo debe ser con la persona que amas, que sabes que el amor y la genética harán el
milagro de darte un hijo que puedas criar, el hijo que quieres criar…

- ¿Pero?

- Un hijo es parte de esas dos personas, así como yo soy mitad suya y mitad de papá

Camilla rió un tanto sonrojada, que era que admitía que Sophia era fruto de un inmenso amor, el que se
había estado acumulando en una olla de presión, y que explotó aquella noche, que venían de una película
aburrida y de una cena incómoda, la noche en que aquel joven y futuro Arquitecto la llevó a su
apartamento sin intención alguna de propasarse, todo porque le tenía demasiado respeto y estaba
preparándose para el día en el que fuera un Arquitecto oficial, que sería el mismo día en el que le pediría
que se casara con él, no era un día lejano, faltaban tres meses nada más. Pues aquel apuesto joven, que
desde entonces era calvo, no por decisión sino por genética, la llevó a su pequeño apartamento en Via
Carlo Emanuele I, el cual compartía con un estudiante de Medicina, y le daba vergüenza, no sólo porque
Camilla era la única mujer en Arquitectura, sino porque, entre todos los ahí presentes, casi descendientes
de Da Vinci y que habían sido bendecidos por Le Corbusier, sino porque se fijó en él, en el menos
atractivo, en el menos adinerado. Era la primera vez que ella iba a su apartamento, porque a él le daba
vergüenza que viera la pocilga en la que él vivía mientras ella vivía en Via Aurora en una casa de tres
pisos, le daba vergüenza sentarla en el sofá en el que alguna vez fue blanco y ahora era del color del
descuido con derramos de café y otras sustancias, le daba vergüenza ofrecerle algo de beber, pues él
sólo tenía vino del más feo y más barato, que ni era suyo sino que de su compañero de vivienda. Siempre
iba él hacia Camilla porque le daba vergüenza, pero ese día Camilla le insistió que la llevara a donde él
vivía, pues tenían demasiado tiempo de conocerse, desde que habían empezado el curso para entrar a
Arquitectura, desde el colegio, aunque nunca fue tan serio hasta que empezaron la universidad y él se
fue de la casa de sus papás.

Inspeccionó la habitación de aquel hombre que tanto le fascinaba mientras él le servía aquel vino en un
vaso por falta de copas; eran menos de dieciséis metros cuadrados en los que había una mesa de dibujo
y la respectiva silla, la cama y una mesa de noche, con suerte y había un clóset, pero había uno. Y una
cosa llevó a la otra, entre el sudor del verano nocturno, la oscuridad de éste, los alientos que se volvían
uno sólo por tener aroma a vino tinto, las respiraciones pesadas mientras se escuchaba le rechinar de
aquella cama con cada movimiento, su primera vez, la de ella y la de él. Fue la vez que Camilla tuvo su
primer y único orgasmo, pues fue rara la vez que volvió a hacer eso, con el amor de su vida no lo hizo de
nuevo, ni con su futuro esposo; sólo se estaba seguro de que había tenido que hacerlo, pues Irene no
podía ser la segunda versión de la Divina Concepción. Ah, qué tiempos, qué día, pues fue la noche en la
que durmió con él, piel con piel luego de aquella sesión, en aquella cama diminuta, y que tuvo que salir
a primera hora de la mañana para que su mamá no sospechara nada.

- Y yo no quiero estar con un hombre, no puedo, no sé por qué- dijo Sophia al ver que Camilla se había
quedado viendo fijamente a un punto ciego.

- No te estoy preguntando por qué no puedes, porque la respuesta es simplemente que te atraen más
las mujeres, Sophia, no le des tantas vueltas, quiero la respuesta- sonrió un tanto divertida al ver que
Sophia se ponía cada vez más nerviosa.

- No puedo embarazar a una mujer, una mujer no puede embarazarme- suspiró con aire pesado de “eso
es obvio.”

- Pero puedes conseguir un donador, o adoptar- pero Camilla ya sabía la respuesta.

- No es mi esperma ni la suya, sería hijo mío y de él, o de ella y de él, pero no de las dos así como papá y
usted conmigo, lo podemos criar juntas, pero no es de las dos…lo mismo con adoptar, que en el caso de
consciencia social adoptaría, pero no me veo con un hijo realmente

- Eso es psicológico, el bebé sería de las dos, pase lo que pase, lo criaron juntas, ¿no?

- Sí, pero yo creo que si dos mujeres pudieran procrearse, habría una forma…- dijo, viendo la expresión
de Camilla que gritaba “por eso hay métodos clínicos”. – Una forma física- la corrigió antes de tiempo. –
Además… los niños no son ni mi debilidad, ni mi pasión, ni mi vocación…soporté a mi Nene porque era
mi hermana, no porque me dan ganas de…-y nada, mejor calló, pues Camilla le cuadriculó una mirada
de advertencia.
Debido a que los documentos legales de Emma estaban en proceso de ser legalmente estabilizados,
Emma tuvo que permanecer en el interior del país, que fue la navidad que Sara fue a Nueva York por
unos cuantos días, días en los que Natasha se había marchado a los Hamptons con sus papás, fue por
eso que no conoció a Sara esa vez. Emma se dedicó a mostrarle a Sara en donde trabajaba, qué tipo de
cosas hacía, dónde vivía, cómo vivía, en fin, le mostró lo bien que estaba en Manhattan. A Sara le alegró
ver lo bien que se sentía Emma, se veía como en su ambiente, muy cómoda, pues, le alegraba que al
menos uno de sus hijos fuera exitoso y no “a su manera”, como Laura, su hija menor, que vivía en su
mundo porque Franco la consentía con todo lo que le pedía, o Marco, quien estaba intentando regresar
al negocio, pero le iba mal por la reputación que él mismo se había hecho. Emma le contaba de Natasha,
y Sara se alegraba que tuviera, al menos, una amiga en quien aparentemente podía confiarle casi su vida.
También le contó un poco de Phillip, que no tenía una relación con él más que de negocios, pero que era
novio de Natasha, y no le parecía mal partido, sólo para aclarar los celos de amiga con los que Sara
bromeaba. Y Sara, por muy orgullosa que estuviera, no podía negar que le gustaría tener a Emma con
ella, porque sus expresiones las echaba en falta, así como cuando hablaba de la diferencia entre una
“ragazza”, y hacía el bulto en el pecho, y un “ragazzo”, y hacía el bulto en la entrepierna. Cosas así, cosas
que sólo Emma hacía y por ocurrencia nuclear y alocada, que a veces era como si no quisiera crecer.

Natasha, por el otro lado, tenía dos meses de ser novia de Phillip Charles Noltenius II, cosa que no le
había dicho a nadie, más que a Emma. No era que le diera vergüenza, pero tampoco pretendía
presentárselo a sus papás a los dos meses de noviazgo, aunque tuvieran realmente un poco más de seis
meses de estar saliendo. De un tiempo acá, se veían muy seguido, a veces hasta cuatro o cinco veces por
semana, salían a comer, por unas copas para conocerse todavía mejor, simplemente a caminar por ahí,
a veces Phillip llegaba a la oficina de Natasha y almorzaban juntos, o Natasha llegaba a su oficina y
cenaban juntos cuando Phillip tenía mucho trabajo, las cosas iban muy bien. Para Phillip no era tanto
problema esperar a que Natasha decidiera estar completamente con él, la entendía muy bien, pues dos
meses de relación oficial no era mucho tiempo y, si él había podido esperarla unos cuantos meses sólo
para que fueran pareja oficial, ¿por qué no esperar un poco más? Phillip, para la navidad, solía irse a
Corpus Cristi a pasarlo con sus papás y su familia lejana, con quienes no se llevaba mucho, pues no era
que se considerara mejor, pero la convivencia con sus primos no le gustaba tanto, era educado, le
gustaba más estar con Adrienne, aunque a ella le desesperara eso.

- ¿Natasha?- contestó en su voz adormitada.

- Perdón, perdón, creí que estarías despierto, perdón- murmuró Natasha.

- ¿Estás bien?- encendió la lámpara de su mesa de noche.


- Si, estoy bien…perdón, en serio, no creí que estuvieras dormido- repitió, como si la vergüenza pudiera
atravesar tantas millas de distancia.

- ¿Qué haces despierta a las cinco de la mañana?- Phillip tenía dos horas de haberse acostado, pues,
después de mucho Whisky con su papá y ayudarle a su mamá en la cocina, había terminado un tanto
cansado y ebrio.

- No me podía dormir…y salí a la piscina, pero, mierda, que está haciendo frío- rió, provocándole una risa
a Phillip.

- ¿Dormirías si te canto una canción de cuna o si te cuento un cuento?- Natasha se sonrojó y ahogó una
risa. - ¿No?- sonrió, abriendo los ojos para ver a su alrededor, para asegurarse que estuviera solo.

- No, no soy mucho de eso- rió entre su mandíbula que temblaba por el frío.

- Tienes frío, ve adentro…te acompaño a la cama, vamos- dijo, al fin aclarándosele la garganta.

- Está bien…pero tienes que quedarte callado porque todos están dormidos- susurró, entrando a la casa,
tropezándose con uno que otro mueble de la cocina, aguantándose los gritos por los golpes en los pies
descalzos, luego, casi se va al suelo a causa de uno de sus primos, Eric, quien estaba tan ebrio que se
había desmayado atrás de uno de los sillones de la sala de estar principal. – Ya, ya estoy en mi habitación-
susurró, escuchando una risa nasal de Phillip. - ¿De qué te ríes?

- I hadn’t heard you curse before

- Pues, ya me escuchaste- rió, metiéndose en la cama.


- ¿Ya estás en tu cama?

- Sip- era un momento un poco incómodo, en el que sólo se escuchaban respirar. – So…

- So…?- suspiró, volviéndose a acostar. – ¿De qué quieres hablar?

- ¿A qué hora regresas mañana?

- A eso de las siete de la noche, ¿por qué?

- ¿Necesitas que te vaya a traer?- bostezó, contagiando a Phillip.

- No, no, tomaré un Taxi, no te preocupes

- Necesito verte- confesó, cerrando sus ojos, entrando en esa etapa previa a quedar dormido, en la que
la información es más fácil sacarla, en la que uno confiesa hasta los pecados más oscuros.

- ¿Ah, sí? ¿Por qué?- rió, quedándose dormido también.

- Porque extraño tus besos…- suspiró, poniéndole a Phillip una sonrisa.

- Ve a traerme entonces, así te doy besos- balbuceó.


- ¿En dónde quieres dármelos?

- Pues, en tus labios, en tus manos, en tus mejillas, en tu frente…como siempre… ¿en dónde más?- rió,
estando a diez segundos de dormirse.

- Pues…- murmuró, ya dormida. – En mi cuello…detrás de mis orejas…mis hombros…mi pecho…- Phillip


abrió los ojos de la impresión, hasta el sueño se le quitó. – Aunque…pues…para resumirlo…- suspiró. –
Quiero besos en…- y ahí quedó la información, a medias, a punto de matar a Phillip.

- ¿En dónde?- susurró, con antojo curioso de saber en dónde los quería, pero todo lo que escuchó fue
una respiración pesada, que le gustó escucharla, y fue por eso que no colgó. – Buenas noches, mi amor-
susurró todavía más bajo, poniendo su iPhone a un lado y alistándose para dormir.

Emma se despertó el veinticinco de diciembre sólo para alistarse e ir a dejar a su mamá al JFK, pues debía
estar cuanto antes en Roma para una reunión de trabajo que se llevaría a cabo el veintinueve, cosa que
no le terminaba de parecer a Emma, pero el Vaticano a veces tenía las más extrañas ocurrencias. Emma,
en vista que no tenía mucho que hacer, se dedicó a trabajar en afinar detalles, aquellos detalles mínimos
que no podían dejarse pasar, en los planos de su más reciente proyecto; ambientarle la residencia
brasileña a Eike Batista.

- Feliz navidad- balbuceó Natasha, levantando dos bolsas con cuatro cajas de vino barato cada una.

- Feliz navidad- repuso Emma, dejándola pasar. - ¿Todo bien?

- Emborráchame para que te cuente- sonrió, sacando vasos de la encimera superior.


Pues, dos cajas después, los vasos ya no eran necesarios, pues sí, habían usado vasos, pues no valía la
pena ensuciar copas con esa baratija, y fue cuando empezaron a empinarse cada una el tetra pak
correspondiente hasta el punto de que pusieron música y, con las cajas de vino en la mano, bailaron
“Spice Girls”, estaban, después de dos cajas de vino cada una, más alcoholizadas que nunca en su vida,
quizás era la calidad del vino, o que no habían comido en lo absoluto. Lo más gracioso, aparte de los
gritos y las carcajadas, era que bailaban entre Britney Spears y Spice Girls, al rato salía un poco de Black
Eyed Peas, pues, al principio eran un poco rígidas pero, al no acordarse ni cómo o por qué habían
empezado a bailar, eran capaces de explotar en algún movimiento que realmente estaba bien hecho y
se veía bien, gracioso era cómo bebían sin la mayor de las educaciones del empaque, ese vino que sabía
demasiado feo, y que Margaret hubiera tenido un infarto al corazón de haber visto aquella escena, qué
pérdida de estilo, qué falta de caché.

- No sé qué hacer conmigo- rió Natasha, de una hora hacía acá, todo le daba risa.

- ¿De qué hablas?

- Llevo año y medio sin sexo…ya necesito- se carcajeó, empinándose el tercer empaque de vino.

- Tengo cuatro años de no saber qué es un orgasmo- se quejó Emma, imitando a Natasha pero
empezando con el tercero. – La vida, sin orgasmos, no es vida

- Amen to that, sister- chocó el tetra pak fuertemente contra el de Emma, derramando un poco de vino
sobre el piso de madera. – ¡Oops! No se puede desperdiciar hoy en día con esta crisis- rió, tirándose al
piso y lamiendo la madera para limpiarla.

- Mi piso está limpio…lo limpian todas las mañanas

- Alcohol es alcohol… ¿tienes cuatro años sin sexo? Hermana, estás jodida- rió, abrazándola por el cuello.
- Y tú dos y medio

- Dije uno y medio, exagerada- no sabría decir quién era más graciosa, pues ya las dos tenían las lenguas
inservibles, hablando lento, no hablando de cerebro sino que de alcohol. – Dios…tú estás cagada- estalló
en una risa ebria, hablándole muy cerca a Emma, hasta rozaba su nariz con su mejilla, todavía
manteniéndola abrazada por el cuello con el reverso de su codo.

- Cagada…pues no te quejes tú- dijo, clavándole el dedo índice en el hombro.

- ¿Cuál es tu secreto? ¿Te masturbas seguido?

- No se me había ocurrido, eres una genia…

- Dios…a mí tampoco se me había ocurrido- rió, caminando a lo largo de la sala de estar, con Emma bajo
el brazo.

- Ya no eres tan genia- se carcajeó Emma, empinándose el empaque y bebiéndolo hasta la mitad, hasta
que sintió que, de seguir bebiendo, vomitaría.

- Tú…eres muy bonita…que digo bonita… ¡hermosa!- gritó, bebiendo luego más del empaque. – Puedes
conseguirte un pene hermoso…que tenga un dueño hermoso…pero en esta ciudad sólo conozco tres
tipos de hombre: el que es amable que lo tiene chiquito, que me temo que ese sea Phillip, el que es un
motherfucker y lo tiene hermoso, que no es Phillip, y el que no te interesa porque le interesan los
hombres…

- Tú sí que hablas mierda- rió, arrastrando a Natasha por el pasillo y deteniéndose frente a la puerta de
su habitación, intentando abrirla.
- Me diagnosticaron diarrea verbal…o algo así- sonrió, bebiendo más del empaque, llevándolo hasta casi
la cuarta parte.

- Verborrea- la corrigió.

- Vergorrea

- Verborrea, Natasha

- Eso dije- rió, abriendo la puerta por Emma. – Ya no me aguanto como mujer…alguien más tiene que
sufrir conmigo y ya vi que no puede ser contigo porque tienes el mismo problema…

- ¿Quieres a Phillip?- dijo, viendo a Natasha acabarse el vino ya con expresión de vomito seguro.

- Lo adoro…y lo quisiera en todas partes pero no se puede

- ¿Por qué no?

- Porque no sé…quiero que me respete y si me acuesto con él ahorita, que ganas no me faltan, Arquitecta,
no me va a respetar tanto

- Él ha sido Harnatty y tú Frank Abagnale Junior…yo creo que si te respeta, y mucho


- Que pase cuando tenga que pasar- balbuceó, viendo cómo el espacio empezaba a darle vueltas
mientras intentaba quitarse el pantalón.

- En mi bolso hay dinero…yo invito a los condones- rió Emma, quitándose la camisa.

- No sé si un condón normal le queda- se cayó al suelo al no poder sacar la pierna izquierda del pantalón,
ahogándose en una risa que al día siguiente le dolería.

- Yo invito, dije- rió, caminando hacia Natasha, más bien tambaleándose, y ayudándola a levantarse,
acostándola en la cama y quitándole el pantalón.

- Gracias, hermana, eres una Santa

- Cuatro años sin sexo no significa que sea Santa

- Amén…- balbuceó, quitándose la camisa. – Qué bueno que esta plática no la voy a recordar mañana-
rió, metiéndose bajo las cobijas, siendo la primera noche que dormía donde Emma.

- Amén por eso- y eso fue lo último que supe de ese episodio, pues Emma se tiró a la cama, al lado de
Natasha y ambas quedaron muertas, tan así fue, que tuve que hacer silencio para escuchar si respiraban.
Y sí respiraban.

Phillip, por el otro lado, no muy diferente a Natasha, la extrañaba, más que todo porque habían sido un
matrimonio desde mucho antes de serlo de manera oficial; era rara la decisión que no tomaban juntos,
que no consideraran al otro, aunque tenía mucha libertad, pues habían desarrollado una confianza en la
que ni se preguntaban con quién estaban, ni en dónde, o qué hacían, los celos no eran parte de esa
relación, pues Natasha estaba muy segura de Phillip, digo, si la había perseguido por tanto tiempo, no la
iba a dejar ir así de fácil, pero tampoco lo iba a retar, y, por el otro lado, Phillip tenía a Natasha como un
trofeo, sabía que mujer como ella había muy pocas y no las iba a buscar, pues, para él, Natasha era más
que suficientemente perfecta: no era complicada, era muy directa, graciosa, no le costaba adivinar lo
que quería y pensaba porque se lo decía, muy relajada en cuanto a la mayoría de cosas, y raras veces
estaba de mal humor, nada que un Martini y un masaje de hombros o Emma no solucionara. Terminó su
sesión de ejercicios, que solía hacerlos de noche cuando regresaba del trabajo, justo antes de que
Natasha y Agnieszka tuvieran la cena lista porque, desde que él y Natasha se casaron, Margaret había
peleado y vuelto a pelear por que tuvieran servicio doméstico, por motivos de orden y limpieza y comida,
pues, si comían todos los días fuera, llegaría el día en el que empezarían a “crecer para los lados”.

Y pensó en Emma, en lo extraño que su relación había empezado con ella, siempre de negocios, y no
supo hacer el punto de partida de una amistad, pues, desde que Natasha y él empezaron su relación
oficial, cada vez fueron acercándose más a Emma, tanto individualmente como en pareja, más porque
les preocupaba que tuviera algo que ver con Alfred, es más, Phillip procuraba siempre estar al tanto de
la relación entre ellos dos, hubiera una o no, sólo por precaución. ¿El cariño que le tomó a Emma? Pues,
era como la hermana de Natasha, y era una relación como de mutualismo, si Emma estaba feliz, Natasha
estaba feliz, o en el mal plan, sí, en parte era una relación de interés, pero vivía agradecido con Emma,
porque era omnipresente con su esposa y de verdad se preocupaba, por ella y por él, y eso era nuevo
para Phillip, porque sus amigos se preocupaban por él, pero no a ese nivel. Hizo lo que Natasha le había
pedido: fue a la otra habitación vacía, en donde Emma se vestiría en un par de horas, y revisó que
estuviera todo lo que necesitaba: sus Stilettos, double-tape, el paquete de Kiki de Montparnasse, que
contenía los panties, su Guerlain Insolence y, lo más importante, su vestido, aunque claro, el Patek
Phillippe de oro blanco y sus aretes, que eran unas rosas de diamantes de Piaget, que eran importantes,
pues completaban un look no tan convencional, pero elegante y serio.

- ¿Por qué paramos aquí?- preguntó Phillip, viendo que se detenían frente al Plaza.

- Tranquilo…sólo pensé que tendrías hambre, pedí que tuvieran comida lista, Hugh la irá a traer- sonrió,
tomándolo de la mano y volviéndolo a ver. – Te extrañé- sonrió, sintiendo esos malditos escalofríos al
sentir el roce del pulgar de Phillip en sus nudillos.
- Te noto cansada, ¿saliste anoche?- preguntó, apartando el flequillo de su rostro, revelando unos ojos
casi muertos.

- Estuve con Emma- sonrió. – Ella se ve peor- rió, respirando hondo, tratando de no devolver el flequillo
a su lugar para cubrir su mirada. – No se ha podido levantar

- ¿Qué hicieron? Aparte de beber…

- Pues, es que no bebimos…no sé cómo llamarle a eso…tu novia también tiene su lado no-tan-
elegante…nos empinamos un par de tetra paks de vino…

- Classy- bromeó. – ¿Te sientes bien del estómago y de la cabeza?- Natasha asintió, bajando la mirada,
estaba nerviosa, aunque todavía con las secuelas de esa resaca que juró que nunca volvería a provocarse,
al menos no con vino de caja. - ¿Qué pasa?

- Nada- susurró, acercándose a él y dándole un beso que fue gloriosamente correspondido. Siempre eran
besos tiernos, a veces duraderos, más que todo cuando veían el juego de los Giants juntos, que utilizaban
los comerciales para besarse o Natasha para ensuciar a Phillip con la salsa de las chicken wings, o darle
de comer en la boca, siempre bromeando y riéndose, ya no se enojaban si los Giants perdían, al menos
habían estado juntos.

Hugh tocó la puerta del auto, pues vio que se estaban besando, y se metió al auto junto con la bolsa de
comida. Hugh era del tipo de empleado que veía muchas cosas, escuchaba muchas otras y, aún así, no
decía nada, no reportaba nada a Margaret aún cuando ella le pagaba extra por pasarle un reporte
semanal sobre Natasha, cosa de la que Natasha estaba muy al tanto, y no podía aceptar eso, por lo que
había hablado con él de decirle lo que pasaba, con el detalle de omitir a Phillip en la mayoría de los casos,
así como de cuando se quedaba a Phillip le daban las doce de la noche y no había salido del apartamento
de Natasha, pues era la hora en la que sus servicios diarios terminaban, comenzando a las siete en punto,
cinco días a la semana, a veces seis, pero Natasha casi siempre le daba el fin de semana libre y las
festividades nacionales, más dos semanas al año de vacaciones, hasta hizo que Margaret le diera quince
salarios por su lealtad y los años de trabajo. Esa noche, Hugh, que se llamaba Gregor en realidad, dejó a
Natasha y a Phillip con la bolsa de comida en la entrada del Archstone de Kips Bay y se retiró por órdenes
de Natasha, que se las dio en el camino hacia el JFK.

- Creí que comeríamos en mi apartamento- murmuró Phillip, siendo arrastro por Natasha a lo largo del
Lobby del Archstone Kips Bay.

- La comida sabe igual en mi apartamento que en el tuyo- sonrió, pidiendo el ascensor.

- Hugh va a regresar, ¿verdad? Se quedó con mi equipaje

- No te preocupes por eso, ¿sí? Hugh es una persona muy honrada

- No lo digo por eso…- entró al ascensor y Natasha introdujo la llave del Penthouse en la ranura,
apretando al mismo tiempo el botón de cerrar las puertas. - ¿Por qué haces eso?

- Es la técnica que usa la policía, mantienen el botón apretado para que no se detenga en ningún
nivel…no es secreto de Estado

- A veces me sorprenden las cosas que sabes, ¿sabes?- rió, volviéndola a ver con admiración.

- No soy tan estúpida como la gente cree- guiñó su ojo izquierdo, soltando una leve risa nasal que fue
interrumpida por el timbre del ascensor al llegar al Penthouse.

- No creo que eres estúpida…no me gustan las niñas estúpidas


- Pues, ahí está el error entonces, yo no soy una niña- sonrió, encendiendo la luz de la cocina. – Ponte
cómodo, por favor- murmuró, tomando la bolsa de las manos de Phillip. – No, ahí no…la puerta del final
del pasillo- dijo, deteniendo a Phillip de ir a la sala de estar y enviándolo a su habitación. – Pon una
película si quieres…siéntete como en tu casa

Phillip se extrañó ante las palabras de Natasha, pero siguió sus órdenes y se dio la vuelta para caminar
por el pasillo hasta la puerta blanca que se abría de par en par por ser doble. Era una habitación
espaciosa, de cincuenta y cinco metros cuadrados de alfombrado beige, que combinaba perfectamente
con las estructuras de madera blanca, como la base de la enorme cama y las repisas, con las mesas
laterales color granate, así como una sala de estar miniatura en sillones bajos azul marino, inspiraba algo
muy playero a lo South Hamptons, pero con elegancia, con estilo, la habitación podría haber sido muy
masculina, pero era muy unisex hasta cierto punto, perfectamente ordenada y limpia, con fotografías
enmarcadas de varias épocas de la vida de Natasha, una repisa muy alta, más cerca del techo que del
alcance humano, con premios que Phillip no conocía o reconocía, trofeos de Lacrosse y Esgrima, medallas
varias de quizás otros deportes que alguna vez practicó de pequeña, como la natación, el tennis, lo que
todo niño podía intentar hacer. Había unas puertas de vidrio, totalmente de vidrio, sin una división o
estructura de fibra de vidrio o madera, corredizas, que daban salida a una terraza miniatura, de cuya
baranda colgaban plantas perfectamente cuidadas para el invierno; que el secreto de Natasha estaba en
regarlas con una mezcla de agua tibia y pastillas anticonceptivas diluidas en el agua, algo que habría
aprendido en Brown por casualidad. A la derecha de la habitación se extendían estantes repletos de
libros, más fotografías, todo el material de la universidad, una colección de Vogue USA muy completa,
desde mil novecientos noventa y cinco, pues desde los once años se había interesado por la moda, ciento
cincuenta y seis ediciones de dicha revista, ordenadas por mes y por año, igual que las Marie Claire, Elle,
Harper’s Bazaar, Allure, InStyle y W, que dichos estantes enmarcaban un arco que daba entrada a un
walk-in-closet de veinticinco metros cuadrados, repleto de ropa en la parte superior, de zapatos en la
parte inferior, más uno que otro gabinete desplegable de joyas y ropa que no se podía colgar, todo en
madera blanca, que tenía, en la misma línea del arco, otro arco, que daba entrada al baño y sólo
alcanzaba a ver una pared. Se dirigió a la cama, fue cuando notó que la pared, que parecía beige con
cierta extraña textura por la pintura blanca, era en realidad blanca con textura beige, que era nada más
y nada menos que un patrón del logo de Versace, la medusa, colocado de tal manera que no parecía
mosaico, el logo en diferentes tamaños, pero muy, muy detallado.

- ¿Todo bien?- murmuró Natasha, asustando a Phillip, pues no la había escuchado entrar a la habitación
y él estaba concentrado en el patrón de la pared.

- Sí, ¿por qué?- dijo, aclarándose la garganta.


- No sé, sólo estás parado ahí- sonrió.

- Estaba viendo el detalle de la pared…es muy engañoso, sutil… interesante

- Pues, para que te quede claro, muy claro, la moda me gusta mucho…quizás porque mamá es amiga de
Donatella y Santo desde hace muchos años

- ¿Santo?

- Sí, Santo Versace…pues, era amiga de los tres…mi mamá empezó en Vogue, luego al New York Times…y
cambió de gremio al dejar de ser talla dos, que ahora ya es talla ocho, pero no le digas a nadie- rió, con
una risa bastante irónica.

- El secreto de “Food-Culture” está a salvo conmigo- sonrió. – Ahora, ¿qué tienes ahí?- dijo, señalando
el recipiente que Natasha tenía entre sus manos.

- El mejor platillo que preparan en el Plaza, que no está en el menú, que lo preparan sólo para mamá

- ¿Qué cosa extravagante le preparan?

- See for yourself- rió, alcanzándole el recipiente.

- No es cierto- rió al abrir el recipiente. - ¿Es en serio?


- Te va a gustar, cómetelo- sonrió, caminando hacia su walk-in-closet. – Ven, acompáñame para que no
comas solito- Phillip la siguió, tomando aquel burrito en su mano izquierda mientras detenía, bajo su
barbilla, el recipiente, para no derramar cualquier cosa sobre la alfombra. Natasha se quitó el abrigo,
revelándole a Phillip su vestimenta casual y vacacional; jeans ajustados a sus piernas, muy tallados, que
se interrumpían en sus piernas por unas botas de gamuza negra, altas, hasta media pantorrilla, que la
hacían elevarse catorce centímetros, volviéndola casi de la estatura de Phillip, llevaba una DKNY de seda
blanca que tenía una cremallera en la espalda.

- ¿Me ayudas?- murmuró, tomando su cabello con sus manos y colocándolo sobre su hombro derecho
para que cayera sobre su pecho, librando de cabello la espalda.

- Claro- dijo, colocando el burrito en el recipiente hermético, sacudiéndose las manos y tomando la
cremallera con sus dedos izquierdos.

- Hasta abajo, si eres tan amable- susurró, dejándoselo claro porque la blusa no era precisamente floja,
sino que se ajustaba a su abdomen, por lo que no podía sacarla por sus piernas.

- Como tú digas- y bajó la cremallera, primero rápido, pero, al ver que no había señal alguna de sostén,
se distrajo y se tomó su tiempo, a por lo que iba Natasha, y, cuando lo bajó del todo, dividiendo la blusa
en dos, vio que el jeans de Natasha le colgaba, de manera literal, de la parte inferior de sus caderas,
dejándole ver el yacimiento de su trasero que intentaba ser disimulado por una tanga negra de tul.

- Gracias- suspiró despegándose de Phillip y quitándose la camisa, perdiendo de vista el cesto de la ropa
sucia, por lo que dio una vuelta a propósito, mostrándole a Phillip la cantidad de centímetros cúbicos
que yacían de su pecho, de forma perfecta, pero no estaban desnudos sino que, a ellos, se pegaban dos
copas de látex que se unían por el centro.

- ¿Qué tienes puesto?- preguntó, casi asustado, bueno, más bien atorado con su propia saliva y su propio
oxígeno.
- Ah, ¿esto?- dijo, apuntando con su dedo índice al látex. Phillip asintió. – Es la magia del látex

- Se ve alienígena- rió honestamente, tomando de nuevo el recipiente y el burrito en sus manos.

- ¿Te parece?- volvió a ver a sus senos, frunció su ceño y lo volvió a ver con una sonrisa de picardía.

- ¿Qué?- rió, con la boca llena de burrito. – Se ve raro, pues, yo lo veo raro

- Quítalo entonces- dijo, cruzándose de brazos, colocándolos bajo sus senos.

- ¿Yo?- rió, tratando de tragar.

- Pues, a ti es al que no le gusta- se acercó todavía más, tomando el recipiente y poniéndolo aparte. –
Quítalo, no quiero verme alienígena- sonrió, tomándolo de las manos y escuchando que tragaba con la
mayor dificultad del mundo. Llevó sus manos en las suyas y las colocó sobre el látex, Phillip respiraba
pesado, estaba nervioso.

- ¿Y si te duele? O sea, está pegado a tu piel

- Te ayudo, entonces- y tomó los dedos de Phillip, hundiendo, en su seno izquierdo, el índice entre el
borde del látex y su piel, colocando su pulgar sobre el látex, apretó sus dedos y, lentamente, retiró, desde
el costado hacia el centro, el látex, liberando su seno, mostrándole su pequeño pezón, de color café muy
pálido, notándose apenas su existencia entre su caucásica piel. - ¿Ves? No me dolió…- Phillip asintió. –
Intenta con el otro tú solo

Phillip repitió el proceso, desde el costado hacia el centro, lentamente, como si realmente pudiera
lastimar a Natasha, pero era látex, no lo haría, y liberó su otro pezón, igualmente pequeño y circular de
la areola, corto y bien definido del pezón. La respiración de Phillip era larga y profunda, seguramente
caliente al salir de su nariz pero, al llegar a la piel de Natasha, era fría, tan fría que le erizó la piel, logrando
encoger aquel par de pequeños pezones y ponerlos muy rígidos. Logró apartarles la vista pero, en el
intento, encontró la mirada de Natasha, que pedía a gritos que la besara, que la besara toda, así como
le había intentado decir dos días antes. Se acercó a Phillip y le plantó un beso rápido, de unir y separar
los labios, haciendo un ruido muy propio de ese tipo de besos, pero Phillip reaccionó de buena manera
y buscó otro beso, más largo, mejor colocado, con un sabor distinto, rodeándola con sus brazos cubiertos
por la cachemira de su suéter rojo, era el principio de las mejores sensaciones según Natasha. Bajó con
besos al cuello de su novia, besos suaves que le daban cosquillas, que, cuando besó detrás de su oreja
derecha, Natasha sólo supo suspirar, no era virgen, eso no, pero después de más de un año sin sexo, era
como sentirlo todo por primera vez. Phillip se detuvo y encaró a Natasha, pidiéndole permiso con la
mirada, el permiso ya lo tenía, sólo tenía que aprovecharlo.

La juntó a él con sus brazos y la obligó a que lo dejara cargarla y, dándose la vuelta, la recostó sobre la
cama, quitándose el suéter pero quedándose con la camisa todavía. Se puso de rodillas y desenfundó las
piernas de Natasha, primero la izquierda y luego la derecha, arrancándole unos cómicos calcetines al
tobillo de Little Miss Matched, que parecía que se había equivocado de par, pero no, así eran. Natasha
se irguió completamente, quedando sentada sobre la cama, haciendo que Phillip se pusiera de pie y,
apuñando la camisa, la sacó del jeans, subiendo sus manos por su torso, acariciándolo a través de la
camisa blanca, llegando al tercer botón para empezar a desabotonar hacia abajo, para luego meter sus
manos en la camisa y acariciar el tonificado torso con sus manos, retirando su camisa por sus hombros,
dejándolo desnudo, sólo con su Rolex y las placas militares. Lo abrazó por su trasero y lo acercó a ella,
besándole su abdomen, la leve hendidura entre su six-pack, llegando, hacia abajo, a rozar su barbilla con
la hebilla de su cinturón. Phillip paseaba sus manos entre el cabello de Natasha, a ella le gustaba que la
peinara, la relajaba, y a él le gustaba sentir lo sedoso de él, pero, cuando Natasha acarició su miembro
por encima del pantalón, Phillip retiró su pelvis de la mano de su novia.

- No tengo protección- dijo, enojándose consigo mismo, aunque, ¿por qué debería llevar?

- Shhh…- susurró, atrayéndolo de nuevo por sus bolsillos, absteniéndose de la información: “Emma
invita”. – Confía en mí…

Deshizo la hebilla del cinturón y desabotonó la columna de botones del jeans, dejándolos caer al suelo,
que fue que Phillip se salió rápidamente de él, quitándose sabe-Dios-cómo sus Onitsuka y sus calcetines,
quedando en bóxers Hugo Boss muy ajustados. Natasha lo acarició con la palma de su mano,
envolviéndolo cóncavamente en ella, sintiendo la dureza de aquella parte de Phillip que, al tacto, no
parecía ser tan pequeña como se la imaginaba. Metió su mano por la disimulada abertura y sonrió.

- Aclaremos algo antes- dijo Natasha, tomando su pene y masturbándolo suavemente por dentro del
bóxer. - ¿Qué tipo te gusta?- sonrió, sintiendo su pene responder ante sus caricias.

- Sano, placentero…- jadeó, pues la mano de Natasha había llegado a su glande.

- ¿Circuncidado?- resopló, paseando sus dedos nuevamente por su glande para volver a sentirlo, Phillip
asintió. – Estás lleno de sorpresas- sonrió. – Pero dije “tipo”…y como eres un poco tímido, por lo visto,
te lo diré yo- sacó su mano y llevó ambas manos a los elásticos, enterrando sus dedos entre su piel. –
Oral y vaginal…

- ¿Oral y vaginal?- repitió Phillip, no entendiendo exactamente, excitándose ante una Natasha que era,
hasta cierto punto, mandona, o quizás sólo le gustaba jugar con las reglas claras, pues no quería
comprometer partes de su cuerpo, o sensaciones, con las que no se sentía cómoda, después de todo,
“más vale prevenir que lamentar”.

- Me gusta recibirlo…- dijo, viendo la erección de su novio frente a sus ojos. – Y darlo también…- que era
obvio que Phillip no tenía vagina, pero era la aclaración de lo que se podía hacer en la cama, lo que creo
que todos deberíamos hacer en algún momento, o quizás no, todos tenemos opiniones.

Metió el glande de Phillip a su boca, dándose gusto con el primer pene que de verdad se le antojaba
visualmente, no por el simple hecho de dar placer, sino porque consideraba que tenía un “pene lindo”;
largo y de un solo grosor, glande marcado, ninguna vena saltada, todo del mismo tono, excluyendo el
glande que era un tanto más rosado, pero era por el momento y eso le gustaba, pero había algo que le
gustaba muchísimo más que todo eso, cosa que no le había gustado de Enzo, ni de Garreth, su novio del
colegio, que tenían un escroto relativamente largo, cosa que no le daba asco, pero por lo mismo de que
“se come por los ojos primero”, en palabras de su mamá aunque no se refería a un pene, no se le
apetecían tanto, pero Phillip lo tenía justo para envolver sus partes más sensibles, que se notaban dos
pero muy disimulados. Y subía y bajaba por la longitud, presionando con sus labios a su paso,
escondiendo sus dientes, acariciando su glande con la lengua, topando la longitud a su vientre para
recorrerlo con su lengua y luego volver a introducirlo. Y succionó el glande, ocasionando en Phillip un
respingo de inestabilidad.

- ¿Oral y vaginal? Pues, somos iguales en eso- rió, despegando a Natasha de sí y recostándola sobre la
cama, desabotonando su pantalón y retirándolo de sus piernas.

- Pareces un niño- murmuró jadeantemente Natasha al sentir el peso de Phillip sobre ella.

- Me das mucho con qué jugar…- sonrió, a ras de su cuello. - ¿Callada o gimes?

- Callada- suspiró, sintiendo los labios de Phillip en ese punto que es desgraciadamente sensible. - ¿Tú?

- Callado- dijo entre sus besos que bajaban por el pecho de Natasha, bajando por entre sus senos. -
¿Posiciones?- Y se desvió hacia la izquierda, sintiendo sus besos hundirse en el seno de su novia.

- Abajo… ¡uf!, otra vez ahí- dijo, ante la lengua de Phillip marcar el contorno de su areola. – Costado
izquierdo…- tenía que hacer una pausa para tomar aire, pues, aparentemente, Phillip sabía exactamente
lo que hacía. – Arriba…

- ¿De frente o de espalda?- dijo, tomando el pezón de su novia entre sus labios, haciéndola tragar su
respuesta y tomarlo por la cabeza.

- Las dos…otra vez- y repitió, pero esta vez con una succión muy suave que causó un gemido agudo pero
suave en Natasha.

- ¿Tú o yo?- y mordió suavemente su areola, desde el borde superior hasta el inferior, cerrando su
mordida lenta y tortuosamente.
- Cualquiera… ¡ah!- jadeó, haciendo que Phillip repitiera el proceso.- Doggy y sus variaciones- gimió,
apuñando el cabello de Phillip, haciéndolo gemir entre la mordida, haciéndolo morder un poco más
fuerte su corto y pequeño pezón. – Oh my God…

- And what about…- suspiró, yéndose al seno derecho para darle la misma atención que al izquierdo. –
Your pussy? What does she like? – dijo, juguetonamente tratándola como a una persona, haciendo que
Natasha se riera, aunque dejó de reír por un ahogo repentino.

- Two fingers tops…licking, sucking, biting…blowing, fucking, grinding…- y Phillip bajó con besos por el
abdomen de la mujer que alguna vez llamó “Robin”, llegando a su poderosa tanga negra, tomándola por
la cadera y retirándola lentamente hacia afuera con la ayuda del elevar de piernas de Natasha. Y, bueno,
quizás les parezca raro por qué hablaban tanto en vez de sólo hacerlo, pero ya lo dije, un sexo ordenado
y coherente es, la mayor parte del tiempo, un buen sexo, y con “orden” no me refiero a “rutina”, sino a
no arruinarlo todo, que comprende a la “coherencia” también. Además, sólo ellos se entendían.

- Mierda…- suspiró en cuanto Natasha abrió sus piernas para él.

- ¿No te gusta?- dijo con una sonrisa, pues sabía que si le había gustado lo que veía y llevó su mano a su
entrepierna.

- She’s stunning- sonrió, cayendo de clavado en la entrepierna de Natasha, saboreando sus ajustados
labios mayores, su pequeño clítoris y sus limitados labios menores, que daban espacio para succionarlos
a pesar de ser muy justos y, para coronar aquella belleza, una franja de vellos angosta, de no más de un
centímetro de ancho, y corta, de no más de cuatro centímetros de largo.

Phillip, a pesar de no tener mucha experiencia, en lo que a la variedad se refería, sabía cómo hacerlo,
quizás había aprendido sólo con verlo de una que otra película pornográfica que había visto en sus años
de curiosidad y auto-aprendizaje, cuando era novio de Denise. Mientras muchas mujeres pensaban que
un año sin sexo no tenía nada de bueno, Natasha pensaba que sí, pues no se demoró ni en mojarse, cual
caridad de Júpiter, ni en correrse la primera vez; bastaron unos cuantos segundos para perder el control
ante la ávida lengua de su novio, lo que significaba que un año sin sexo era realmente sinónimo de más
orgasmos, al menos para ella. Pero Phillip no se detuvo, y le mantuvo la sonrisa muda a Natasha mientras
siguió prolongando el primer orgasmo en año y medio, que entendió por qué no se había masturbado
antes. Phillip introdujo un dedo en ella y logró un gemido pornográfico, que lo hizo sonreír, y otro gemido
salió de Natasha en cuanto jugó con su GSpot, y los gemidos femeninos no dejaron de invadir aquella
habitación mientras Phillip la penetraba con su dedo y besaba y lamía su clítoris al mismo tiempo, y un
orgasmo corto pero intenso envolvió el dedo de Phillip, quien luego levantó la mirada y encontró a una
sonriente Natasha, quien le dijo con la mirada que “sí”, para luego moverse y estirarse hasta abrir la
gaveta de su mesa de noche y sacar un Trojan, el que Emma había pagado, pues realmente había sacado
cinco dólares de la cartera de Emma, ella dijo que invitaba.

- Be gentle- susurró, refiriéndose a cuando la penetrara, mientras veía cómo, delicadamente, se ponía lo
que es, supuestamente, seguro para no tener el milagro de la vida nueve meses después.

Empujó despacio, ambos gimieron de placer, la estrechez de Natasha les sentaba bien a ambos, y, entre
besos y suspiros, a veces hasta gemidos, Natasha le clavó las uñas en la espalda y él la penetraba,
jadeante, uniforme, profundamente, pues Natasha lo abrazaba con sus piernas también. Ambos gemían,
sintiendo sus alientos mezclarse y agitarse cada vez más, Phillip que no desaprovechaba ni un segundo
los labios de su novia, gruñendo y jadeando, rozando su enrojecido pecho con los rígidos pezones de
Natasha, embistiéndola cariñosamente, que, de repente, se aferró más a él y se corrió, dándole a Phillip
el último pequeño empujón de ego y placer para gemir, junto a ella, y eyacular alocadamente dentro de
los límites del Trojan, cayendo sobre Natasha para luego traerla encima suyo al rodar sobre la cama.

- We ain’t that quiet, ain’t we?- bromeó Phillip, besando a Natasha.

- Se vale soñar- sonrió, sintiendo los espasmos postcoitales de Phillip en su vagina. – Te amo, Guapo-
susurró, hundiéndose en un beso que le terminó por robar el aliento y haciendo que a Phillip, por primera
vez, le gustara que le dijeran “Guapo”. Natasha no lloró, pero pronto lloraría, sólo sería una carta que
jugaría para sacar a su mejor amiga del borde del colapso emocional.

- Yo también te amo, mi amor- susurró en respuesta, haciendo que Natasha se riera nasalmente y dejara
caer su cabeza sobre su hombro, sonriente y complacida, con su corazón latiendo rápido, no sólo por el
orgasmo, sino por amor también. -¿Puedo quedarme a dormir?- murmuró, hundiendo sus dedos entre
el cabello de Natasha, que esa era la idea original, que se quedara con ella.
- ¿Roncas?

- No tengo idea...pero, si lo hago, me despiertas- dijo, abrazándola fuertemente, sintiéndola muy cerca,
muy tibia para ser el cruel invierno.

Junio dos mil nueve. Vamos por partes, primero: Phillip. Con la crisis, que no cesará nunca, Phillip
Noltenius se convirtió en el primer Junior Partner de “Watch Group” en tener tres bancos internacionales
en su quehacer diario, lo que lo convirtió en Senior Partner, que no sólo significaba tener una paga del
doble, sino también un horario más relajado, menos carga laboral que se resumía en la guía estratégica
de qué hacer con cada banco cuando acudieran a ellos, pero trabajaba de lleno, no como los otros seis
Senior Partners, que, con justa razón, ya se habían desfasado, pues tenían más de sesenta, casi llegando
a los ochenta y cinco. El trabajo más divertido que tenía era el de velar por la prosperidad y la seguridad
financiera de Emma, que, cuando la conoció ya como persona, no como cliente y amiga lejana de
Natasha, le cayó muy bien, prácticamente un clon de Natasha. El noviazgo con Natasha ya se había hecho
público, a tal grado que, un día, recibió un mensaje de texto de Jacqueline Hall: “Guapo, no sé si creer lo
que estoy viendo en PageSix, ¿algo que tengas que aclararme?”, a lo que Phillip contestó un sencillo:
“No me llames así, me revienta las pelotas, y, por respeto, a los tres, no tengo nada que aclararte, ni tú
nada que saber”. Margaret y Romeo ya lo conocían, que Margaret lo había recibido con los brazos
abiertos porque se vestía bien y, de alguna manera, conocía a Katherine aunque no eran amigas, pero
sabía que era de buena familia, digno de su hija, de su joya, y Romeo había jugado la carta de papá
violento; lo interrogó de arriba abajo y de izquierda a derecha, lo amenazó con perseguirlo por el mundo
entero si llegaba a romperle el corazón a su hija, así como el imbécil de Enzo, con la Cosmi Autoloader
en la mano, cargada para dispararle cuando lo atrapara. Y, cada vez que lo viera de nuevo, Natasha tenía
que “presentárselo” a su papá, por órdenes de él, que cada vez que se veían tenía que pasar por
interrogatorio.

Emma. Había trabajado únicamente en dos proyectos en los primeros seis meses, por falta de trabajo,
que no le afectaba mucho, pero porque necesitó de dos proyectos así de suculentos para no necesitar
de más, contando con un viaje a Brasil, importando toda una mercancía, y a sí misma, para ambientarle
la nueva residencia playera a Eike Batista, y el proyecto más grande que había tenido hasta el momento:
realmente construir la casa de los Roberts en Westport, que había sido demoler la casa anterior para
levantarla de nuevo. La política que Phillip había propuesto para la seguridad financiera del estudio había
sido un tanto polémica, pero efectiva, pues el estudio quedaba exento de riesgos: el estudio en sí tenía
a sus empleados bajo contrato, lo normal, pero ahora no se pagaba mensual un salario más la parte de
la comisión del trece por ciento de la que se era acreedor, sino que el estudio era ahora una empresa
para la que trabajadores independientes ejercían su profesión, es decir que, si uno de los empleados no
tenía un proyecto, el estudio pagaba del ingreso constante o previo por “prestar” el nombre por
“asociación de imagen” al trabajador. Al principio no les parecía justo pero cuando se dieron cuenta que
ganaban más, simplemente callaron y olvidaron el episodio. Entonces, no sólo había ganado un poco
más de un millón por esa casa que había costado construirla un carajo tan grande que parecían dos, por
lo que Emma, además de su ganancia, había obtenido un regalo melancólico por parte de Margaret: un
Steinway A, que simplemente lo fueron a dejar a su apartamento, que Natasha los había dejado entrar,
pues tenía llaves del apartamento de Emma por alguna emergencia, cosa que a Emma le molestó, pues
era un regalo muy caro y ya le habían pagado por sus servicios, y porque era un piano.

¿El problema con el piano? No sólo le acordó de una época muy mala en su vida, sino también desató
los malos recuerdos que había logrado de alguna manera contener, o quizás no contener, sino omitir o
hasta negar, porque se sentía mejor así. Y del piano, pues, una situación de golpes castigantes de parte
de su papá cuando era sólo una niña. Hablando de Franco Stefano Pavlovic, cuando se enteró que Emma
se había quedado en Nueva York, porque Emma no le hablaba ni de chiste, se encargaba de depositarle
lo mismo que le depositaba a Laura y a Marco, con la única diferencia que Emma, al principio no se dio
cuenta y usó el dinero, pues cuatro cifras en su estado de cuenta no eran tan significativas, pero luego,
cuando Phillip le mencionó el comportamiento raro de sus cuentas y le preguntó si había sido ella, Emma
comprendió que su papá lo hacía para enmendar las cosas que habían sucedido años atrás, que había
intentado muchas veces y siempre caía en lo mismo, que sólo había funcionado cuando Emma se había
alejado y nunca había regresado. Por lo que decidió que, ese dinero, lo depositaría, automáticamente
después del depósito, en otra cuenta y, una vez llegara a cinco cifras, lo donaría a alguna organización,
pues Franco no sabía que Emma ya tenía acceso a la herencia de Laura, su abuela, que era por eso que
su mamá y su hermana se llamaban así también, mucho menos sabía que Emma tenía un trabajo con el
que podía alimentarse bien, beber fino, más fino que en casa por no tener control de nadie más que el
suyo, y hasta despilfarraba en ropa y zapatos, su debilidad, y todavía lograba pagar el apartamento, y
ahorrar tres cifras cada mes, mejor dicho tres ceros, y podía pagarse sus gustitos lujosos, como el viaje
que estaba a punto de emprender con Phillip y Natasha; dos semanas a Tailandia. Pero antes del viaje,
había tomado un nuevo proyecto; la casa de los Mayfair, en donde querían una casa de huéspedes hecha
de materiales reciclados y un jardín que pareciera muestrario de flora, todo por recomendación de los
Roberts.

Natasha. Su relación con su mamá se había vuelto un poco rocosa a partir de la mudanza a Westport,
pues se había vuelto entre un poco controladora y paranoica: la soledad de Westport, más bien la lejanía
de la “civilización real” como le decía Natasha, refiriéndose a la Quinta Avenida, no le sentaba bien para
escribir, por lo que había decidido, por fin, tomarse un descanso del New York Times bajo la frustración
de no poder ganar un sexto Pulitzer y que la vida, sin aquello que Natasha decía, era decadente. Lo peor
de todo era que, ante su control obsesivo y su desvarío rural, Natasha ya no le contaba mucho y todo se
lo terminaba contando PageSix en una forma amarillista y, a veces, ni cierta, como todo chismógrafo, y
casi nunca le creía a Natasha la verdad. Pero todavía se querían, a su modo, pero se querían, y se querían
de lejos más que de cerca, por lo mismo del ataque interrogativo. Con su papá, todo seguía igual, Natasha
llamaba a su papá todos los días a eso de las diez de la mañana, que sabía que Margaret andaba en el
club de tennis, y aprovechaba para platicar con él. Su trabajo iba bien, todavía en el mismo puesto, y
disfrutaba lo que hacía, disfrutaba hacer su investigación semestral de perfiles de cada trabajador, y
realmente el ambiente de trabajo había mejorado mucho, en efectividad y en bienestar, que venían de
la mano. Su relación con sus compañeros de trabajo era muy buena, a pesar de que era de las más
jóvenes, y con los productores se llevaba de maravilla, su trabajo le encantaba, así de simple. La relación
con Phillip iba muy bien, no habían tenido ninguna pelea, se ponían de acuerdo en muchas cosas, entre
ceder y tolerar, todo era posible, pues, a Natasha al final le terminaba dando igual mucho de lo que
“decidían” en conjunto, a Phillip también, a veces hasta dejaban que el otro decidiera por simple
comodidad, confiando en el sano juicio, por supuesto.

El sexo era bueno, muy bueno, lo único que a Natasha no le gustaba era el maldito condón, le daba asco
verlo, antes y después de que Phillip se lo quitara, aun sin verlo, le daba asco, por lo que había decidido
recurrir a otro tipo de método anticonceptivo, que la había hecho ganar dos libritas sobre su peso
constante. Dormía noches donde Phillip, a veces Phillip dormía donde ella, dependiendo de las
prioridades laborales, aunque había cuatro o cinco días al mes que Natasha tenía mucho trabajo, que
salía muy tarde de la oficina y entraba muy temprano, que era un tanto cierto, pues programaba la
mayoría de la carga de trabajo alrededor de esos días, justo para que en esos días tuviera que atender a
eventos o quedarse en la oficina, todo por evitar a Phillip, pues sino conocería a una malhumorada
Natasha, que era graciosa, según Emma, pero no estaba dispuesta a correr el riesgo. Y su relación con
Emma, mejor que nunca, que sólo iba para mejorar y sólo seguir mejorando, pues se reunían todos los
sábados por la mañana, sin excepción, a desayunar en el Plaza y luego ir de compras, a evaluar el gusto
de Anna Wintour, que era acertado, menos con aquel par de Manolos que decidió acribillar. Cada vez
iban menos al centro de Esgrima, pero Emma seguía pateándole el trasero a Natasha, a veces, una en
mil, era al contrario, pues Emma, al ser un poco más alta y más delgada, era más ágil, o eso era lo que
Natasha quería creer. Por lo demás, Natasha dormía esos cuatro o cinco días con Emma, viendo películas
malas, digo, de mala calidad, teniendo una relación con dos tipos a la vez, con Ben y con Jerry, Natasha
con cualquier sabor y con cualquiera, Emma sólo Peach Cobbler y Cinnamon Buns, en panties y camiseta
desmangada, riéndose de los malos actores, durmiendo alocadamente, a veces amaneciendo abrazadas,
era como una “sleepover” que duraba cinco días, una vez al mes. Además, no era como que tuvieran
mucho que hacer, aparte de comer y acompañar a Margaret a uno que otro restaurante a comer, sí y
sólo sí, si Emma iba.

Sophia. Tenía un año de trabajar para Armani Casa, y sólo había logrado que trece de sus diseños fueran
aprobados, y había emitido más de cien, para que luego Francesco o Gio los reciclaran, es decir,
esperaran un par de semanas, y los emitieran como suyos con uno que otro minúsculo cambio y lograran
la aprobación que Sophia no. A Sophia, a la larga, no le importaba, pues al menos tenía trabajo en lo que
había estudiado y en una compañía importante, viviendo en Milán, lejos de Atenas, que todavía no se
explicaba bien por qué no le gustaba, sin amigos reales, sólo conocidos, pues en el trabajo todos velaban
por su supervivencia, cosa que Sophia no lograba aprender. Ese verano no iría a Atenas, pues Irene
estaba en un campamento en Suiza y Camilla, su mamá, tomaría un crucero por el mediterráneo,
entonces regresaría a donde se hablaba inglés todos los días a toda hora como idioma local y universal,
pero iría donde un amigo de su mamá, donde un Arquitecto, que Sophia sabía que había sido novio de
su mamá en algún momento de su juventud, antes de Talos, mucho antes quizás, pero era algo que no
le interesaba saber, sólo le interesaba que tendría dónde quedarse y que conocería Nueva York, que, a
partir de trabajar en Milán, le había interesado conocer aquella ciudad que por cien dólares en avión
hubiera podido ir cuando estudiaba en Savannah.

Las vacaciones en Tailandia fueron una mezcla de gracioso y sedentario, pues había sido un literal escape
de Manhattan. Se habían ido a la ciudad de Phuket, al Sri Panwa, en donde habían compartido una
habitación entre los tres; que pasaban de la cama, a la piscina, al restaurante, a la playa, de regreso a
una cama en la playa, más comida, más piscina, mucha bebida por las noches, platicando, ahondando la
relación que cualquiera podría confundir con un triángulo amoroso, pues Phillip se había encariñado más
con Emma al convivir con ella, Natasha le había comenzado a decir “Amor”, o “Mi Amor”, que a veces
Phillip y Emma no sabían a quién de los dos se refería. Fred era tema perdido, ni Emma le daba
importancia, pues no había pasado nada entre ellos, y Natasha prefería no gastar su saliva y sus energías
en eso, perdón, en hablar de él. Emma tuvo los diez días más relajantes del año, pasó en una sesión de
siete días de masajes rejuvenecedores, que lo de rejuvenecer nadie sabe, pero sin duda alguna los
disfrutaba porque no la tocaban mucho directamente con las manos, cosa que le molestaba, pero, lo
que más odiaba, era que un desconocido, al conocerla, la tomara del brazo, no sabía por qué, pero le
enojaba.

Bueno, Emma no era tan Santa, Phillip y Natasha tampoco, por lo que, después de tomar vino tinto
mientras se remojaban en el agua tibia de la piscina de la Suite, se iban a dormir a eso de las dos o tres
de la mañana, o al menos eso se decían unos a los otros, pues Natasha y Phillip hacían lo suyo, todos los
días por diez días. El problema era que ellos creían que la Suite era lo suficientemente grande para no
escucharse, pues eran un tanto ruidosos, y Emma, que no era de plástico, se calentaba con aquellos
femeninos gemidos de Natasha, con Phillip jadeando, era enfermo, eso lo sabía ella, pero era como tener
pornografía al lado, porque lo era, quizás, y siempre que los escuchaba, terminaba consintiéndose, pero
ella sí era callada, muy silenciosa, era más ruidoso el roce de su mano entre el spandex de su bikini que
sus inexistentes gemidos, quizás respiraba más pesado en el momento en el que “llegaba al clímax”,
pues Emma no podía decir “correrse” o “venirse”, simplemente le parecía vulgar y de mal gusto. Justo
después de la primera noche que esto sucedió, Emma supo que era tiempo de abrirse al mundo y dejar
que una relación le cayera del cielo, pues tampoco estaba tan desesperada como para buscarla, tenía a
su amiga la mano, quien era muy diestra desde muy temprana edad, más o menos desde los dieciséis
que descubrió muchas partes de su cuerpo que le daban felicidad express.
Utilizaba su mano derecha, los primeros años usaba sólo su dedo del medio, intentando descubrirse,
intentando saber qué tocar, cómo tocar ese qué y cuándo tocar el qué y de qué manera, pero luego,
cuando se había hecho novia de Marco, el amigo de su hermano, y él no estaba para complacerla, porque
a Emma sí que le gustaba sentirse complacida y satisfecha como mujer capaz de tener uno que otro
orgasmo, había descubierto que si juntaba sus dedos del medio, el de en medio y el anular, abría sus
piernas y las apoyaba con sus pies sobre la cama, y frotaba únicamente su clítoris, era un orgasmo en
potencia. Ahora, luego de muchos años, de pasar de tener sexo una que otra vez a la semana con Marco,
a tener nada por estar enfocada en otras cosas, pues entre Arquitectura, Diseño de Interiores y Diseño
de Modas, ¿quién tendría tiempo?, claro, que fue por el tiempo mismo que no absolvió Diseño de Modas,
volvía a tener un orgasmo. El primer orgasmo fue el más poderoso de toda su vida, era como una
sensación olvidada que explotaba dentro de ella, tres veces más intensa que la primera vez que había
tenido uno, ahora, con casi veinticinco años, sabía saborearlo en sus entrañas, sabía que no le gustaba
que su clítoris se mojara, sino que sólo estuviera húmedo para poder frotarlo con sus dedos, en contra
de las agujas del reloj, sobre el mismo punto, que su mano izquierda tomaba el borde exterior de su
muslo izquierdo, que le daba una sensación de estabilidad mientras ella sola se provocaba el descontrol
fisiológico al frotar su hinchado clítoris hasta explotar en un ahogo de respiración. Y había otra cosa que
a Emma le molestaba, y era dormir mojada, después de su orgasmo tenía que ir al baño y bañarse
rápidamente, para luego meterse a dormir completamente relajada.

Sophia había llegado a Manhattan a visitar a Volterra por dos semanas, las dos semanas que Emma no
estuvo, pues se tomaban vacaciones conjuntas. Sophia ya había conocido a Volterra, una vez en Roma,
un verano al azar, que Camilla llegó y Talos no, y se juntaron él, Camilla y otro Arquitecto, de apellido
Perlotta, le había parecido que eran buenos amigos, aunque Camilla le confesó que ella y Volterra habían
sido novios por un par de años, desde el colegio hasta la universidad, pero que ella, se había fijado en
Talos y lo había mandado todo al carajo, dándole seguimiento a una serie de errores de los que ahora se
arrepentía, y mucho, aunque eso último, al principio, lo omitió. Pues, estando donde Volterra, un señor
que había enviudado hacía cuatro años ya, sólo le servía, al principio, para platicar por las noches, cuando
llegaba de recorrer los distintos distritos o haber recorrido un museo entero sin perderse una tan sola
sala. Pues, Sophia, al ser muy diplomática y muy educada, le preguntaba a Volterra de su trabajo, ella le
contaba del suyo, y Volterra siempre le hablaba grandezas de las rarezas de la gente, más que todo de
la última rareza que había conocido, una tal “Emma Pavlovic”, y hablaba grandeza y proeza de ella, de lo
inteligente que era, de lo excelente que hacía su trabajo, de su ética profesional, le hablaba tanto de
Emma, que llegó un momento en el que Sophia se idiotizó con una idealización de la tal Emma, no en el
sentido emocional, sino en el sentido de una admiración anónima, pues la había imaginado enorme e
inalcanzable, aunque se la imaginaba de casi cuarenta años, quizás una mamá de dos y un esposo
abogado, pues le parecía muy seria para ser joven, fue toda una sorpresa cuando se desmintió un día,
que Volterra la llevó al estudio antes de ir a una obra de Broadway, y le mostró la oficina de Emma.
- Tiene algo, ¿no?- preguntó, viendo a Sophia inspeccionar distanciadamente cada detalle de aquella
oficina. Sophia asintió. – Pasa adelante, mírala bien si quieres- sonrió, dándole un empujoncito a Sophia
para que entrara a la oficina de Emma.

- Tiene buen gusto, la Señora- sonrió.

- ¿Señora?

- Pues, no sé, “Emma Pavlovic” me suena a cuarentona con hijos- se encogió de hombros, arqueando sus
cejas en gracia.

- No, Sophia- rió Volterra, entrando a la oficina y tomando la única foto de aquella oficina. – Emma tiene
tu edad- le alcanzó el marco de aquella fotografía.

- ¿Quién es?- preguntó, notando sólo a dos mujeres hermosas ahí.

- Ella- dijo, señalándole a Emma. – La otra es hija de una columnista del New York Times.

Y sí. No puedo escribir exactamente lo que sintió Sophia al saber que aquella idealizada mujer era todavía
mejor de lo que pensaba. Estaban Emma y Natasha, de pie, Natasha dándole de comer a los patos de
Central Park, su hobby favorito; “volverlos perros” como Emma le decía, Emma a la derecha, Natasha
sosteniendo una bolsa de plástico, en el que seguramente iban las sobras del almuerzo, ambas en ropa
de trabajo, o así parecía, pues no podían vestirse así un sábado, ¿o sí? Emma con su cabello café claro y
sus destellos rubio oscuro, un camino al lado que creaba un pequeño y disimulado copete que le sentaba
muy bien, maquillada a la perfección, su rostro no lo podía ver muy bien, pues la fotografía había sido
tomada desde un poco lejos, pero alcanzaba a notar su sensualidad en sus labios y en su sonrisa ladeada
que revelaba un poco de su blanca dentadura, en una blusa azul marino ajustada a su torso, una falda
gris pálido hasta por arriba de sus rodillas que se ajustaba bien a sus muslos y a sus caderas, piernas
desnudas que terminaban en unos Stilettos puntiagudos de piel de algo en negro. Se apoyaba sólo con
su pierna izquierda, tensándola, pasando hacia atrás su pie derecho, apoyándolo sólo sobre sus dedos,
su mano derecha se iba a su cintura izquierda y su mano izquierda posaba sobre la derecha, sonriendo,
mientras que la otra, que no estaba nada mal tampoco, la abraza con su brazo izquierdo por su hombro,
juntando su cabeza, sosteniéndose sólo en su pie izquierdo, que estaba sostenida por unos Stilettos más
altos que Emma, pero en rojo, en pantalón blanco que parecía mutilar sus piernas de lo ajustado que era
y una simple camisa negra desmangada que se ajustaba a su torso. Ambas con la inmaculada sonrisa,
como si hubieran crecido juntas y se llamaran “Mandy & Ashley”, sin ofender.

Julio dos mil nueve. Project Runway tenía ya seis temporadas exitosas en el record, llegando a superar
el rating que tenía “So You Think You Can Dance”, desplazando a “Dancing With The Stars”, aplastando
a “America’s Got Talent” y llegando a estar a un punto de “American Idol” y llegando a igualar, de manera
literal, a “The Amazing Race” y “America’s Next Top Model”, lo que significaba que iban por buen camino
y tenían tanto futuro como los demás programas, haciendo de la séptima temporada un tanto polémica
para el público por los personajes que se encontraban entre los concursantes. Lo bueno de esto era que
le daba un plus a BravoTV, los que lanzaban el programa al aire, que no era uno de los más fuertes, de
no ser por Project y por “Top Chef”, “The Real Housewives” nunca hubiera tenido tanto rating como
después, además, Lifetime había comprado los derechos del programa, lo que significaba que perderían
a su mayor entrada de dinero. Pues, trabajaba para el programa, no para el canal de televisión, y no se
encargaba de hacer nada creativo más que su trabajo, que era literalmente convencer a los jueces
invitados, que algunos no eran fáciles, bueno, ninguno era fácil, pero ninguno era imposible, pues ya se
estaba encargando de los jueces invitados de la octava temporada, pues corrían en tiempo televisivo
con la séptima temporada. Phillip y Natasha seguían, como antes, viento en popa a pesar de ser tan
incompatibles que eran compatibles, si es que eso tiene sentido.

Emma trabajaba de lleno en la casa de los Mayfair en las afueras York, Pennsylvania, estaban por
terminar la construcción de la casa de huéspedes, lo que la hizo mudarse, por un mes a la ciudad, pues
terminaría de ambientar la casa principal y haría los jardines, otra cosa que le resultaba difícil, pues no
era paisajista. No era una obra difícil en sí, simplemente no era fácil y era diferente a lo que Emma estaba
acostumbrada a hacer, y por eso había decidido supervisarlo todo personalmente más que lo que
acostumbraba. Lo interesante de ese mes, fue que Mr. Mayfair le preguntó a Emma si un amigo de su
hijo, Vincent, podía acompañarla en la supervisión, pues acababa de graduarse de Arquitecto y era como
un hijo para él y, Emma, con lo que le estaban pagando, un estorbo no era mayor cosa, quizás ni llegaría,
pero si llegó. Era un joven de veintidós años, recién graduado, de buen parecido, pues, normal, algo que
Emma obviaría, pero el joven era muy coqueto, ¿quién no lo sería con Emma? A Vincent lo que le pasaba
no era nada fuera de lo normal, le gustaba ver a Emma en sus ropas ajustadas, muy femenina, hasta le
gustaba que tuviera ese aire de autoridad, se la imaginaba una fiera en la cama, él lo único que quería
era eso, meterla a la cama, y Emma lo sabía, no era la gran ciencia descifrar cómo Vincent veía su escote,
o intentaba tocarla, hasta el punto que dijo: “Screw this, a darle una oportunidad para que deje de
molestar y deje de venir para estorbar” y aceptó una salida con él, que se dio cuenta que era un niño
todavía; pues la llevó a un bar de estudiantes, a tomas cerveza y a jugar pool.
- ¿La pasaste bien?- preguntó Vincent aparcándose en el “Hampton Inn”, hotel donde Emma se estaba
quedando.

- Si, claro…tus amigos son muy amables- sonrió, pensando en lo inmaduros que eran, y no era que ella
fuera la madurez con piernas, pero al menos no era así, era otra mentalidad quizás. – Gracias por las
cervezas- murmuró, quitándose el cinturón de seguridad.

- Oye… ¿puedo preguntarte algo?- dijo, apagando el auto mientras Emma asentía. - ¿Puedo acompañarte
arriba? Es que mis papás no están y no me gusta estar solo en la casa- murmuró, viendo sus manos.

- Sí, claro, pero sólo momento, ¿está bien?- Emma sabía que no era por eso, o quizás sí, pero el objetivo
principal era acostarse con ella.

Subieron a la habitación de Emma, Vincent deshaciéndose en preguntas de qué pensaba de la


distribución de su habitación, a lo que Emma respondía que ella no era fanática de las jaulas, tampoco
podía criticar la distribución porque era simple aprovechamiento del espacio reducido de cada
habitación. Se sentaron a ver televisión, Vincent puso ESPN, habiéndole preguntado antes a Emma si
podían ver eso, a lo que Emma hizo caso omiso. Era realmente un niño todavía, inquieto mientras veía
la televisión, enojándose porque algún equipo perdía, alegrándose porque otro equipo ganaba,
refunfuñando por algún tema polémico, como si el presentador o alguien pudieran escucharlo, o les
importara su opinión.

- Gracias por dejar que me quedara- sonrió, con aquel peso a cerveza que Emma no solía soportar.

- Gracias por invitarme hace rato- sonrió Emma de regreso, y fue cuando pasó lo menos esperado,
Vincent le plantó un beso a Emma justo cuando le iba a decir “drive safe” y la tomó por las mejillas.
Emma al principio no reaccionó y le siguió el beso, porque carajo que se sentía bien, aunque, cuando
logró enajenarse y escuchó los ruidos de aquel par de labios, lo detuvo. – Que no se repita- murmuró,
limpiándole los labios. Y no se repitió, pues Vincent nunca llegó de nuevo y Emma no lo buscó, yendo en
contra de lo que se había dicho en Tailandia; que se abriría a una nueva relación, pero no con alguien
menor que ella, no tan menor, menos cuando dos o tres años se veían tan grandes.

Natasha preparó un poco de comida de verdad para ella, sacando dos paquetes de comida congelada
del congelador de Emma, que Natasha nunca se explicaba por qué Emma mantenía cosas de “T.G.I
Friday’s” en su congelador, pero, en esa ocasión, le dio gracias a los gustos insípidos de Emma, pues no
quería comer granola o yogurt. Sacó un paquete de Cheese Sticks y uno de Potato Skins, metiéndolos
todos al horno, con Darth Vader jugueteando entre sus pies, ella con miedo de no aplastarlo. Le parecía
sumamente adorable, que se movía muy rápido y, que por su complexión craneal, por lo tanto nasal, no
respiraba bien y hacía ruiditos gracioso, era un perrito simpático. Y era negro, para que Phillip dejara de
molestar a Sophia con que era racista. Natasha abrió el gabinete que Emma había acondicionado para
guardar la comida de Darth Vader, pues lo había acondicionado de tal forma, con no sé qué material,
para que el olor a la comida no inundara la casa, pues Emma no era muy partidaria de ese olor en
particular. Vació un poco de comida en el recipiente de aquel pequeñín, para luego, con un vaso que
había sacado para ella, verter agua en el recipiente de al lado.

- ¡Emma!- gritó Natasha desde la cocina. - ¡Emma!- gritó de nuevo, sentada sobre una de las
encimeras.

- ¿Qué pasó?- jadeó, pues había corrido desde su baño hasta la cocina, tras ella venía Sophia.

- There’s an animal in your Livin-Room- siseó, apuntando por los sofás.

- ¿Cómo era?- sonrió Sophia, volviéndose hacia la sala de estar.

- Negro y peludo…I fucking swear it was a rat!


- Oye, más respeto- rió Sophia, levantando al cachorrito en sus manos y mostrándoselo a Natasha.

- ¿Y ese quién es?- preguntó, bajándose de la encimera y acercándose a Sophia, con una sonrisa, viendo
que era un cachorrito.

- Darth Vader- dijo, poniéndoselo en las manos.

- No se te olvide el “Pavlovic”- rió Emma. Sophia la volvió a ver. – Darth Vader Pavlovic- repitió, haciendo
que Sophia se derritiera de amor por ella.

- ¿El carajito tiene apellido?- rió Natasha acariciándole la cabeza mientras lo escuchaba respirar.

- Pues, claro…cuando lo llevé a la veterinaria, que Sophia no me acompañó- rió, volviendo a ver a Sophia
y sacándole la lengua. – Porque se quedó dormida…le hicieron un chequeo y tuve que sacarle un
certificado de nacimiento, eso todo el mundo lo sabe- rió en una callada carcajada.

- Sí, y no le pudo poner Rialto…- dijo Sophia, abrazando a Emma por la cintura.

- No estabas presente, podríamos haber negociado el orden de los apellidos…pero como ni tu


identificación me diste- dijo, cosa que ya sabía Sophia, pero sólo estaban bromeando. - ¿Está bonito el
carajito, verdad?- le dijo a Natasha.

- Oiga, no le diga “Carajito”…le puso Darth Vader, ahora, úselo, Arquitecta Pavlovic…

- ¡Hola, Familia!- saludó Phillip, abriendo la puerta del apartamento de Emma. - ¡Ah! ¿Qué es eso?- gimió
como con asco, creyendo que era una rata.
- Te presento a tu sobrino- le dijo Natasha.

- Dos cosas, dos puntos- dijo, tomándolo en sus manos y levantándolo. – Macho, bien armado, como su
tío- rió, hablando de lo que tenía entre las piernas, o patas. – Dos: claramente aquí hay algo malo en la
genética…- dijo, envolviéndolo en sus manos. – Emma María, se nota que no eres el papá- rió. – Confiesa,
Sophia

Regresó a la habitación de Emma con el plato de humeante comida chatarra y vio a Sophia en la misma
posición, de verdad que estaba muerta y le quedaba una hora y media todavía para descansar, pues
tenía que vestirse, al menos arrojarse algo encima para que la arreglaran. “Sorry, I can’t take you with
me” le susurró a Darth Vader, que la había seguido hasta la habitación. Emma le tenía prohibido subirse
a la cama, bueno, él solo no podía, pero había prohibido que lo subieran y que entrara al walk-in-closet.
Era un cachorrito necio, difícil de adiestrar así como a Piccolo, pero ya había logrado, con periódico en
mano, que hiciera sus necesidades en el cuarto de lavandería, en donde le habían colocado un metro
cuadrado de césped, que cambiaban todas las semanas, con un hidrante, además de un enorme cojín
muy cómodo, tan cómodo que Sophia podía dormir en él. La ventaja que tenían era que Ania, la del
servicio de limpieza, llegaba todos los días un poco después del medio día, y limpiaba lo que el diminuto
can hacía, aunque, en presencia de Emma, el can iba muy cómodamente al pedazo de césped. Emma
tenía la teoría, por lo que Sophia le había contado, que tenía un trauma sin resolver de su infancia, cosa
que Natasha apoyaba con su vocación de Psicóloga, que ahora jugaba a ser Dr. Doolittle, a lo que Sophia
respondía:“¿Infancia? Vamos, si sólo tiene tres semanas” y se morían de la risa. Los primeros días le
daban de comer a las horas que el veterinario les había dicho, Sophia se levantaba más temprano, no
para desayunar ella, sino para darle de comer al cuadrúpedo, y antes de irse a la oficina, Emma le curaba
las orejas, pues estaba lastimado.

A veces a Emma le daba demasiada ternura y quería llevarlo a la cama con ella y con Sophia, más cuando
se ponía a llamar la atención, queriendo ladrar, que por alguna razón no podía y le salía un chillido agudo
y gracioso, que al principio a Emma le daba ternura, luego lo hacía a propósito porque le daba risa, hasta
Phillip les dijo una vez: “El Carajito es medio marica”, y se reía, pero lo quería mucho, se había encariñado
con él, más ahora que vivía muy cerca de Emma; que al principio había sido por si Natasha necesitaba a
Emma, pero ahora hasta él se veía en la necesidad de Emma y de Sophia, comían juntos casi todas las
noches, y Phillip se arrojaba al piso a jugar con el Carajito, que sólo él le decía así, y Emma y Sophia ya
habían desistido de corregirlo, pues al principio le dijeron “Lo vas a confundir y luego ya no nos hará caso
cuando lo llamemos por su nombre”, pero a Phillip le importo diez carajos y continuó llamándolo
“Carajito”. Le había pedido las llaves del apartamento a Emma, pues, una copia, para sacarlo a caminar
por si Emma o Sophia no llegaban temprano, en fin, se había encariñado, tanto, que había pensado en
comprar uno para él y para Natasha, más o menos de la misma edad de Darth Vader para que no le diera
de golpes justicieros el primo mayor, pero lo quería en blanco o en beige para no confundirlo con el
Carajito, ya tenía el nombre perfecto.

Darth Vader empezó a querer ladrar, haciendo el cómico sonido agudo que a Natasha también le daba
risa, y Sophia se empezó a despertar, por lo que lo tomó con su mano y lo sacó de la habitación, saliendo
ella con él para tirarse en el sofá, no sin antes verificar que Sophia no se hubiera despertado, sólo se
había movido un poco y había quedado, a partes, desnuda, que tampoco era primera mujer que Natasha
veía desnuda, mucho menos la primera vez que veía a Sophia desnuda. Se tiraron juntos, bueno, Darth
Vader no tenía mucha opción, además, le gustaba que lo cargaran, le gustaba dormir tibio, así como
durmió por esa hora y media hora con Natasha, recostado entre su abdomen y en cuero del sofá.

Diciembre dos mil nueve. No hay mucho que decir, o quizás sí. “Per Se” tenía casi nueve años de estar
en el mercado gastronómico y culinario, pero, desde el cambio de Chef, y luego de Sous-Chef, se había
visto comprometido en el ranking como el número tres de los diez mejores, estando “Harry Cipriani” en
el primer lugar y “Masa” en el segundo. Margaret Robinson, quien no se había querido poner el apellido
de Romeo porque ella no era propiedad de nadie más que de ella misma, se había enfermado de soledad
y desesperación en el no tan retirado Westport, en donde podía gozar de una mansión pero no de la
Quinta Avenida como cuando vivía en el Penthouse del Archstone, y en Manhattan no podía gozar de
una mansión ni de la paz y tranquilidad del océano que veía todas las mañanas al despertarse. Fue a
principios de diciembre que Emma y Natasha habían ido a comer en la ausencia de Phillip, pues estaba
de viaje en Zurich, nunca pregunté por qué, y les había parecido muy rico. Emma, en su buen corazón,
invitó a Margaret a Per Se, sólo por el amor a su mejor amiga, con quien las cosas iban cada vez mejor,
con más confianza, pues sabía que las cosas no iban bien entre ellas, Margaret se negaba, estaba muy
distante, pero luego intervino Natasha y, entre las dos, lograron que Margaret las acompañara, que fue
cuando le encontró nuevamente el placer a la comida neoyorquina, escribiendo una crítica que
levantaría la economía remota en Per Se, retomando su trabajo en el New York Times y haciéndola una
verdadera acreedora a los cinco Pulitzer que había ganado de manera consecutiva desde el dos mil dos.

Luego, para Navidad, Phillip fue a Texas, Natasha a Westport y Emma a Roma, en donde se encontraría,
por primera navidad, con su hermana menor, Laura y su novio de turno, Diego, un español de Valladolid
que a Emma no le iba ni le venía, pues Emma sólo se concentraba en dos cosas: recuperar tiempo perdido
con Piccolo y pasar tiempo con su mamá. El problema con Laura no sabía cuál era en realidad,
simplemente habían crecido juntas pero por aparte, a pesar de llevarse sólo tres años, Emma no había
desarrollado ese sentido de protección y devoción por su hermana menor, pues a Laura parecía no
importarle su mamá, sino que prefería vivir la vida al tope, al máximo. Además, Emma no estaba muy
orgullosa del hecho de que se había tomado dos años sabáticos, patrocinados por papá, y luego, al entrar
a la universidad en septiembre, había decidido retirarse de los estudios a mediados de noviembre, pues
eso no era para ella y, como su mejor amiga, Marietta, se iría a vivir a Creta por no-sé-qué-motivo, Laura
decidió irse a vivir con ella. Realmente era un milagro que estuviera en Roma para Navidad, pues, ella y
su bronceado dorado y Diego. Lo que no le gustaba a Emma era que, por estar Laura allí, Franco llegaba
todos los días, y era demasiado ver a Franco por una semana entera, en días seguidos, justo de desayuno.

Marzo dos mil diez.

- Oh my God…harder…harder…- jadeaba Natasha entre aquellos sonidos graciosos de explosiones


diminutas bajo su cuerpo. – Faster…- gemía, escuchando a Phillip despegar las rodillas del plástico para
penetrarla más rápido, más fuerte. – Oh my God…you’re gonna make me cum…- era como el diálogo
improvisado de una película pornográfica vuelta realidad, siendo practicado todo sobre plástico de
burbujas protectoras, el que protegía, de manera exagerada, la nueva adquisición decorativa de
Natasha; una medusa Versace gigante de fibra de vidrio.

- Come on, cum…- le respondía Phillip entre jadeos, arrastrando a ambos por el alfombrado, pues, por
el plástico, se deslizaban.

- Faster, faster….- y Natasha se aferraba a él, apuñando su cabello fuertemente mientras lo besaba. – Oh
my God, oh my God, oh my God- gimió rápida y agudamente, dejándose ir en el primer orgasmo después
de sus histéricos días femeninos, que había tenido la oportunidad de haber huido del país con Emma,
sólo por ver un concierto en Londres; locuras de adultos jóvenes. - ¿Te vas a correr?- jadeó, clavándole
la mirada excitada a Phillip, quien no dejaba de penetrarla, que disminuía la intensidad de su orgasmo
pero lo alargaba.

- Ya casi…- gruñó, aumentando el ritmo de su pelvis, tomando a Natasha por sus hombros, con ambas
manos, cargándola tiernamente, ayudándose para impulsarse y penetrarla dieciocho centímetros dentro
de su vagina.
- Quiero sentirte- jadeó, irguiendo su cabeza, ayudándose del cuello de Phillip, viéndolo a los
ojos. “¿Dieciocho centímetros entrando y saliendo de su vagina y no lo siente?”, con esa
mirada confundida la veía mientras sólo trabajaba rápidamente con su pelvis, desplazando ambos
cuerpos. – Hazlo adentro- le pidió, sintiendo la tensión en su espalda, en su enrojecida espalda, sintió
más pesada su respiración de negligencia.

- No, adentro no- gimió, sintiendo los primeros espasmos de una eyaculación concentrada de semana y
media.

- Por favor- suplicó, clavándole las uñas por el placer que sentía al estar siendo penetrada, por la
excitación de la anticipación de aquella eyaculación, sintiendo las embestidas profundas y marcadas de
Phillip, tan excitada estaría que no se había terminado de correr cuando ya sentía que se corría de nuevo.

¿Cómo negarle a Natasha algo que coronaba con un “por favor”? Phillip se aferró a ella todavía más,
ambos apretando sus mandíbulas fuertemente, Natasha gimiendo a través de ella mientras fruncía su
ceño, sintiendo a Phillip deslizarse contra su pecho por el sudor que la fricción entre ambos creaba.
Phillip gruñó, acelerando el ritmo de sus penetraciones, Natasha sollozó ante su rápidamente provocado
orgasmo, más en un sentido psicológico que físico, y sintió a Phillip relajarse poco a poco mientras el
calor en su vagina incrementaba, que no sintió nada ajeno a ella más que el simple calor que la inundó.
Abrazó fuertemente a Phillip, no sabiendo ni dónde estaba en ese momento, más que en los brazos del
hombre que, veintitrés minutos atrás, se había arrodillado ante ella y, con un Tiffany de dos bandas de
diamantes blancos encerrando una de diamantes rosados, le pidió que se casara con él, a lo que Natasha
se había arrodillado con él y se le había lanzado encima de la emoción. Phillip cayó lentamente sobre
Natasha, sobre su pecho, escuchando su corazón latir muy rápido, escuchando cómo sus pulmones se
llenaban de un oxígeno que entraba por pocos por los jadeos.

- ¿Eso fue un sí?- murmuró, recorriendo los hombros de Natasha hasta sus manos, tomándoselas entre
las suyas, entrelazando sus dedos.

- ¿Cuánto pesas?- rió Natasha, dándose cuenta que su falta de aire era más por aquella bestia de hombre
encima suyo que por el reciente orgasmo.
- Ciento ochenta y cinco, ¿y tú?- sonrió, volviéndola a ver, retirando su peso y apoyándose con sus brazos
de aquel plástico de burbujas, reventando algunas por la fuerza.

- Ciento veintitrés- se sonrojó. – Mi amor…hay algo de lo que tenemos que hablar- esas palabras, el
“tenemos que hablar” hieren a cualquiera, y Phillip sintió como si un vacío se le materializara en el
estómago. – Mírame, por favor- susurró, tomándolo por las mejillas. - Si yo, en este momento, acepto,
no me puedo casar contigo…mis papás enloquecerían, pues, es que mi mamá se casó a los veintiocho y
una vez me dijo que ni se me ocurriera andarme casando tan joven, mi papá tenía treinta…

- ¿Eso es un “sí” pero que lo debo tomar en serio hasta que tengas veintiocho?- murmuró.

- Es correcto, Phillip- sonrió, acariciando su rostro.

- ¿Es por dinero? ¿Te desheredarían? ¿O qué?

- El dinero no me importa, no tienen manejo sobre eso, pues, de mis cuentas personales al menos no…me
importan mucho, me gustaría que estén no sólo el día de mi boda, sino toda mi vida…- Phillip respiró
profundo. - ¿Te molesta esperar?

- Acabas de aceptar a largo plazo, pueden pasar muchas cosas mientras tanto que, quizás, a la larga, no
nos dejen casarnos

- Have a little more faith in us- sonrió, irguiéndose con sus codos y acercándose a Phillip. – If you don’t,
I’ll have faith for both of us…and I’ll work damn hard to keep you from slipping through my fingers…

- Entonces, para mientras…- dijo, alcanzando la cajita cian. – Te lo pondré en la mano derecha, para que
no se te olvide lo que me prometiste- besó el anillo y se lo deslizó por el dedo anular derecho.
Sophia vivía un tanto estresada, preocupada, asfixiada por algo que ni ella sabía qué era, pues, que en el
fondo sabía muy bien, quizás sólo no quería aceptarlo. Había tres cosas que podía hacer para distraerse
de esos pensamientos, pues no quería siquiera otorgarles tiempo de consideración, y eran: caminar por
el Parque Sempione y fumar dos o tres cigarrillos mientras se paseaba por los caminos angostos del
parque, o sentada en una banca, para luego regresar a casa, a tres calles de ahí, o ir a su clase de cocina,
pues ya había aprendido a trabajar las cincuenta horas, ni un minuto más, en la oficina, y su clase de
cocina siempre le enseñaba algo nuevo, así fuese quebrar un huevo con una mano, o cortar cebolla sin
llorar, o, su favorito, a hacer un croissant, o, ir a su salón de carpintería, que era en realidad una bodega
con baño, lo que le permitía quedarse a dormir en un colchón inflable por si se quedaba hasta tarde
trabajando, entre el olor a madera de pino, que era su favorita. Sophia ganaba alrededor de dos mil
quinientos euros netos al mes, pues, por impuestos, y vivía con quinientos, pues le daban servicios
básicos y vivienda, el resto lo utilizaba para comprar ropa, invertir en materiales para construir y
confeccionar sus muebles y para pagar sus clases de cocina, aunque Talos siempre le daba una
mensualidad, que era mayor a su sueldo, y había decidido guardarlo todo en una cuenta aparte por
cualquier cosa. Había dejado de trotar por las mañanas, por pereza y porque siempre se dormía tarde,
había días en los que no dormía por estar trabajando en alguna creación, que luego vendía a un precio
muy bajo para todo el amor, el tiempo y la dedicación que le ponía; diseño que le denegaban en Armani
Casa, diseño que salvaba de las garras de sus compañeros de trabajo y los ejecutaba ella por aparte
cuando ya habían cumplido el mes reglamentario de haber sido rechazados.

- ¡Papi! ¡Papi!- murmuraba, intentando encontrarlo para no encontrarlo. - ¡Papi! – volvió a llamar.

- ¿A quién buscas?- le preguntó Emma, con una sonrisa tierna, pues, por estar jugando en su iPhone, no
había escuchado que buscaba a Papi.

- A Papi- la volvió a ver, como diciendo “¿No es obvio?”

- Quizás se está bañando- dijo, bloqueando su iPhone. – Te ayudaré a buscarlo


- ¡Agnieszka!- llamó, que inmediatamente salió aquella mujer del cuarto de lavandería. - ¿Ha visto a
Papi?- preguntó, con cara de preocupación.

- Estaba en su habitación la última vez que lo vi- respondió, hundiéndose entre sus hombros.

- ¡Papi!- volvió a llamar y no escuchó nada, para ese entonces ya habría aparecido.

- Darth Vader podrá ser un marica, pero Papi tiene complejo de tortuga- rió Emma, viendo a Papi, el
French Bulldog Beige, Papi Noltenius, que estaba sobre su dorso, intentando volver a las cuatro patas,
pero no podía. – Ya está- sonrió, tomándolo en sus manos y colocándolo sobre sus cuatro patas.

- Tía Emma es Bully- rió, acariciándolo por detrás de sus orejas.

- Oye, respétame, Felipe- sonrió, Emma, desbloqueando su iPhone para reanudar su desestresante
juego, que no le ayudaba con el estrés en realidad, pues no podía pasar de nivel, pero le ayudaba a matar
el tiempo. – Dice Natasha que en un momento deberían estar tocando la puerta los de Harry Winston

- ¿Qué compró ahora?- rió, sacudiendo su cabeza. Emma abrió el WhatsApp y le preguntó.

- Dice que mandó a pulir sus aretes y tus mancuernillas

Verano dos mil diez. Vacaciones en Punta Cana. Era segundo verano que pasaban juntos, ya se
empezaban a sentir como familia, siempre compartiendo la misma habitación, que había una sola cama,
enorme, en la que podrían haber dormido los tres, pero no, eso no se podía; ni Phillip ni Emma podían
concebir la idea de compartir la cama con el otro, así fuera que Natasha los uniera. Hay algo que tengo
que explicar: Emma, en aquel entonces, no tenía secretaria, que pronto la tendría, que no sólo sería
secretaria sino asistente personal, y era ella quien se encargaba de hacer las reservaciones. Pues, habían
decidido quedarse en una Junior Suite que tuviera vista a la playa y, literalmente, acceso directo a ella,
pero pasaba que la habitación estaba programada sólo para dos personas, por lo que Emma reservó dos,
una para ella y otra para Natasha y Phillip, pues ella entendía la necesidad de privacidad pero, no fue
hasta que Natasha se dio cuenta, que la obligó a cancelar su habitación y sólo decir que utilizarían el sofá
cama, que no era posible aquello que ella pensaba hacer, pues, en esa semana, la madre naturaleza tenía
programado sus cinco días y, sabiendo que Phillip era demasiado caballero, Emma no tendría que dormir
en el sofá y Natasha sería feliz, sin sexo esos días, pobre Phillip, y durmiendo con su mejor amiga. Que
eso fue exactamente lo que sucedió.

El error, de aquella locación, eran las cantidades inimaginables de todos los tipos de ron que había, y el
error era la fusión de ron, playa, calor y vacaciones, un sinónimo para sedentarismo alcoholizado, que
utilizaban para contrarrestar aquellos interminables días de estrés laboral. Se estarían quedando nueve
días en Punta Cana, en aquel paraíso, y se bebían, entre los tres, de cuatro a cinco botellas en el
transcurso del día, hagan los cálculos y resulta una membresía segura en Alcohólicos Anónimos. Pues el
día funcionaba así: amanecer alrededor del medio día, empezando con la primera botella de ron, que
Phillip se lo bebía en calidad de Cuba Libre y, las Señoritas, en calidad de Piña Colada o Cuba Libre, pero
bebían desde que se despertaban, almorzaban y desayunaban en el almuerzo, siempre mariscos,
decididos a probarlo todo en el menú, unas horas de sol, en la piscina o fuera de la piscina, tirados en la
playa, sobre la arena o sobre un chaise lounge, en el mar o simplemente por quedarse dormidos en una
hamaca en la terraza de la habitación, luego más alcohol entre siesta y siesta o entre las pláticas, cena y
más alcohol, en la habitación más alcohol hasta quedarse dormidos. Fue el miércoles de la primera
semana que sucedió lo que muchos podrían haber confundido con un ataque lésbico, pero no, o quizás
sí y decidieron tomarlo a la ligera, esto fue lo que pasó:

- Al carajo con el calor- se quejó Emma, empinándose su vaso de Cuba Libre.

- No te quejes, mira que el invierno ya se acerca y te estarás quejando de frío- rió Natasha,
acomodándose más cerca con Emma. Sólo había una hamaca, Emma la había ganado, pero Natasha se
había metido con ella, más que le gustaba el olor al bronceador de Emma, acostándose ambas al sol.

- En realidad tú me das calor, snuggling aquí conmigo…


- ¿No te gusta estar cuddling conmigo?- rió, abrazándola más. Estaba entre el brazo de Emma y su pecho,
viendo el enredado de la hamaca, pues estaban como hundidas en ella, era quizás por el peso de ambas.

- Pues, creí que Phillip era el que tenía ese trabajo

- Phillip no está, se fue a bucear…y tú eres mi mejor amiga, eso me da derecho a abrazarte y a muchas
otras cosas más…

- Entonces es culpa de Phillip que tenga calor- rió a carcajadas sarcásticas, abrazándola fuertemente, así
como un tiempo después abrazaría a Sophia.

- Ay, no te quejes, tampoco es como que él te diera frío

- Al menos no te tuviera aquí, echándome la pierna….no me hagas caso, creo que ya estoy borracha

- Yo amanecí borracha…

- Carajo, qué calor

- Ay, ya, déjame hacer algo en cuanto a eso

- ¿Te vas a bajar de mi hamaca?

- Ya quisieras- rió, llevando sus manos a las caderas de Emma, halando los cordones de spandex de sus
panties para deshacerlos y, seguidamente, haló sus panties hasta quitárseos.
- Pensamiento en voz alta, dos puntos: no sé qué es más raro, que tú me estés quitando el bikini o que
yo me esté dejando

- Para que deje de ser raro, también me lo quito yo- rió, quitándole la parte de arriba, sabiendo que eso
sonaba aún peor.

- Allow me, busy hands- Emma tenía razón, la situación era rara, pero estaban entre bromeando y entre
ebriedad, no pasaba nada.

- ¿Ves?- susurró Natasha, cerrando sus ojos entre el brazo de Emma y su pecho.

- ¿Qué veo? Tengo los ojos cerrados- sonrió, llevando su mano a su entrepierna para taparse, por
cualquier cosa.

- Que así está mejor, se te quita el calor

- Lo único que veo es que parecemos lesbianas

- No me importa- rió Natasha. – Aquí nadie me conoce, que piensen lo que quieran…tú sabes que no lo
soy, y de ti, pues, no lo comprobaré hasta que te vea con un macho- sonrió, abrazándola por su cintura,
aprisionando sus senos contra el costado de Emma, quien reía ante las ocurrencias de Natasha. – Oye,
¿puedo preguntarte algo?

- You just did- sonrió, quitándose las gafas de sol, pues sentía que se quedaría dormida y no quería la
marca de sus gafas en su rostro.
- They’re not real, aren’t they?- preguntó, rozando con su dedo índice su seno izquierdo.

- ¿No parecen?

- No, se ven muy bien formadas, hasta diría que son simétricas

- Y me lo dices tú que juro que son más grandes las tuyas que las mías…

- Las mías son naturales, dispuestas a una reducción, aunque a Phillip eso no le llama la atención…el
punto es, no son reales, ¿verdad?

- No tengo implantes

- No te creo

- Siéntete en plena libertad de tocarlas para que se te quite la incredulidad…- suspiró, pasando sus brazos
tras su cabeza para broncearse la parte interna de sus antebrazos y sus costados mientras sentía a
Natasha tocarla con plena libertad, que dejó de saber qué pasó, pues se quedó dormida bajo el sol.

Para Sophia ese verano no fue el mejor, en realidad fue el peor, pues una madrugada de viernes,
mientras bebía una cerveza y curaba la madera del escritorio que acababa de ensamblar, recibió la triste
noticia que Salvatore, su abuelo materno, había fallecido de un infarto cerebral. Quizás Sophia no
reaccionó de la mejor manera, quizás la reacción que tuvo fue no reaccionar de ninguna manera. Si bien
era cierto, Sophia lo adoraba pero, al estar en otro lugar, no haberlo visto en un año, la manera en cómo
le avisaron de su muerte, era como si no hubiera sucedido, quizás era la negación, quizás la
insensibilidad, quizás lo lacónico de su recién adquirido carácter darwinista. Fue tanta la confusión de su
reacción, que prefirió no ir a Roma, prefirió no escuchar más del tema a pesar de que Camilla le llamaba
una o dos veces al día, a veces al trabajo, preocupada por saber si estaba bien, y si lo estaba. A partir de
la muerte de Salvatore, hicieron que Giada, su abuela materna, se hiciera una revisión general para
evitarse más sorpresas, que no les salió como pensaban, pues Giada estaba con el cáncer ya muy
avanzado; pulmones, estómago, páncreas y el hígado iba en camino; no duró ni dos semanas. Sophia
actuó de la misma manera, indiferente, y se sentía culpable por eso, a veces, por las noches, tras una
botella de Smirnoff, se echaba a llorar en su improvisada habitación. Lloraba porque sentía culpa al no
sentir nada por la muerte de sus abuelos, aunque quizás era lo que pensaba cuando en realidad lloraba
de dolor, un misterio que nunca vamos a saber, ni ella ni yo. Se enrollaba en una cobija, con la botella
del cuello y se la empinaba, entre sus lágrimas, sin gracia alguna, drogándose con el barnizado de la
madera.

Noviembre dos mil diez. Natasha apenas acababa de cumplir veintiséis, eso de esperarse a los veintiocho
se le hacía demasiado lejos, como si faltara una vida entera, pues, es que dos años era demasiado, eso
se lo acepto. El día de Natasha era así: el despertador sonaba a las seis y media, se despertaba y le daba
“snooze”, volvía a sonar a las seis y treinta y cinco, era cuando se levantaba. A veces se levantaba en su
apartamento y Phillip simplemente ya no estaba, a veces se despertaba donde Phillip, pero, siempre que
se despertaba, Phillip ya se había levantado y ya tenía media hora de estar haciendo ejercicio; la media
hora que corría para luego levantar pesas. Se duchaba por quince minutos si no se lavaba el cabello, por
veinticinco si lo lavaba; pues se lo lavaba cada dos días, se lo secaba rápidamente con un secador de
cabello T3 y un cepillo redondo para alisar su cabello ya liso y dirigir las puntas levemente hacia afuera,
un poco de gel de aceite para que no se viera plano y muy liso, sino con forma y volumen, un vistazo a
su walk-in-closet, arrojándose la ropa, y las siete y cinco, poniéndose los Stilettos, se maquillaba y,
rociándose un poco con su Chloe by Chloé, las siete y media , sacando su abrigo del closet de la entrada,
si es que era invierno, bajando para encontrarse con Hugh, quien ya la esperaba frente al Lobby con un
Bagel relleno de queso Philadelphia y un Vanilla Spice Latte para que desayunara en el camino hacia
Garment District mientras admiraba su anillo de compromiso y cerraba los ojos para intentar que el
tiempo pasara más rápido.

- Buenos días, papá- saludó Natasha con una sonrisa, masticando su Bagel mientras faltaban todavía
veinte minutos para que entrara a trabajar y se encontraba, como cosa rara en Manhattan, parada ante
un semáforo en rojo en plena hora pico.

- Buenos días, cariño, ¿estás en el trabajo ya?

- No, voy en camino todavía. ¿Qué tal estás? ¿Todo bien en Westport?- preguntó, haciéndolo sonar como
si Westport estuviera tan lejos.
- Cariño, ¿estás libre esta noche?- repuso, obviando sus preguntas, cosa que no era una buena señal.

- Sí, claro que sí- tragó, sintiendo la necesidad de un cigarrillo de manera inmediata, por lo que bajó la
ventana y, con el Latte entre las piernas, el Bagel en una mano, encendió un cigarrillo temblorosamente.
Vaya desayuno.

- ¿En dónde te gustaría comer?

- ¿Viene mamá también?- inhaló sobre su café a través de su nariz mientras bebía un sorbo.

- Sí, también viene tu mamá

- ¿Jean Georges a las seis?

- Como tú digas, cariño. ¿Cómo estás?- su tono había cambiado de negocios a papá cariñoso y
preocupado.

- Bien, bien, ¿y tú?

- Bien, también, ¿cómo está Phillip?- preguntó. Ah, ya era demasiado raro, él nunca preguntaba por
Phillip, era como si no le cayera bien, ese era su trabajo como suegro, pero, ¿por qué preguntar por su
peor enemigo?

- Muy bien, siempre con mucho trabajo


- ¿Y Emma? ¿Cómo está?- eso era todavía más raro, algo definitivamente no estaba bien.

- Muy bien, también con mucho trabajo

- ¿Será que puede acompañarnos a cenar?

- ¿Emma o Phillip?- dijo, emocionada, pensando más en Phillip que en Emma.

- Por supuesto que Emma, cariño- rió Romeo.

- Le preguntaré, pero milagros no hago, papá

- Me gustaría mucho que nos acompañara, si no está disponible, no habrá ningún problema

- Está bien, la persuadiré en caso de que se niegue

Phillip empezaba el día en el monumento a los héroes de Vietnam, ahora con dos placas en el pecho, la
de su papá y la de Christopher, quien, desafortunadamente, no había logrado llegar a la clínica luego de
una intervención en Afganistán y sus cosas le habían llegado por correo postal, que debía enviárselas a
su familia, pero se quedó con la placa, para acordarse cada día de él, para no olvidarse de la suerte que
tenía de tener seguridad, tanto física como emocional. Al otro lado del mundo, Sophia Papazoglakis
tomaba su descanso diario, de una hora exacta, la que utilizaba para comer en el Passagio Duomo 2, así
es, en McDonald’s, ingiriendo cantidades industriales de comida: Big Mac sin pepinillos y con doble
queso, nueve Chicken Nuggets con salsa barbacoa, Patatine grande y Coca Cola grande; dispuesta a
engordar una talla, para llegar a una más sana talla cuatro, cosa que estaba logrando, pues sus
pantalones talla dos habían dejado de cerrarle cómodamente, pero un talla cuatro le quedaba
demasiado flojo. Emma, por el otro lado, tenía su primera reunión con los del mantenimiento anual de
la fachada de Prada en Soho, a plenas ocho de la mañana.

- Sophia, despierta- susurró Natasha, apartándole suavemente el cabello del rostro. – Sophia…amor,
Sophia, despierta- dándole besos en la cabeza, tratándola con cariño, así como le gustaría a ella que la
despertaran, que en realidad Phillip así la solía despertar los fines de semana. – Hora de levantarse…

- Cinco minutos más…- balbuceó entre quejidos soñolientos, dándose la vuelta y revelando su desnudo
cuerpo al salirse completamente de la toalla.

- No, vamos, Sophia…el séquito de dolor ya está aquí- dijo desde lo lejos, sacando ropa adecuada para
que Sophia se vistiera.

- He dormido tan rico- suspiró, abriendo sus ojos poco a poco, pues la luz obviamente le molestaba.

- No lo dudo, amor… ¿te sientes bien?- se acercó a ella y le empezó a poner, así como estaba, acostada,
un pantalón de yoga gris.

- Un poco mareada…- se sentó lentamente sobre la cama, ayudándole a Natasha a ponerle una camisa
de botones color salmón, la primera que había visto de botones, para que, cuando tuviera que quitarse
la camisa, no se arruinara el peinado.

- Con un poco de agua te vas a ir despertando poco a poco, ahora, repasemos, ¿qué dirás si te preguntan
por qué vives con Emma?
- Soy su compañera de vivienda, pagamos la renta juntas

- ¿Qué evento tienes?

- Una boda

- ¿De quién?

- De la hermana de Emma

- ¿Y por qué no está Emma aquí?- terminó de abotonarle la camisa.

- Porque tenía que hablar de negocios con Phillip, urgentes negocios

- ¿Dónde es la boda?

- En Westport

- Excelente, Sophia, no estás tan drogada como creí que estarías… ¿quieres algo de comer?- Sophia se
negó con la cabeza, estregándose los ojos con sus manos. – Ve donde Oskar, amor- le dio un beso en la
frente y salió de la habitación.

Cada segundo que pasaba, Sophia se sentía más cerca de una firma, más nerviosa, con más ganas de
vomitar, no con ganas de salir corriendo, porque no quería eso, simplemente esa sensación tenía. Era lo
que más quería, pero le asustaba al mismo tiempo, ¿qué tal si la firma no le salía bien? ¿Qué tal si Emma
se retractaba? ¿Qué tal si la comida era espantosa? ¿Qué tal si lo-que-sea?, y sacudía su cabeza para
ahuyentar sus pensamientos catastróficos, si todo estaría bien, todo resultaría bien, Emma, la familia,
los amigos, Natasha que se había encargado de tenerlo todo bajo control en cuanto a todo, porque eso
era lo que hacía demasiado bien, no dejar pasar ningún detalle. Se puso de pie y vio a Darth sentado,
esperándola y, con su cabeza ladeada, viéndola con preocupación. Sophia chasqueó sus dedos y Darth
Vader se movió hacia ella, lamiendo sus pies, dándole cosquillas.

- ¿Cómo estás?- susurró, tomándolo delicadamente con sus manos y subiéndolo a su regazo, haciéndole
cosquillas por las pequeñas cebolletas en sus muslos. – Ven, vamos a que hagan un milagro con esta
cara- rió, haciéndose burla a sí misma, volviéndolo a poner sobre el suelo, poniéndose de pie, un tanto
mareada, pero sonriente, algo en Darth Vader, o en el cosmos, la relajaba, o quizás era la pizca de aquella
droga que todavía corría por su torrente sanguíneo.

- ¡Sophia, Darling!- gritó Oskar, así de exasperante como siempre, levantando sus manos de una
particular manera, con su sonrisa blanca y su exagerado expresionismo facial.

- Hola a todos- balbuceó Sophia, viendo a seis mujeres instalar dos sillas de cuero en la sala de estar, que
habían movido los sofás, y luego instalarían una especie de mueble con espejo, todo muy provisional y
portátil. - ¿Algo de tomar?

- Ay, no, Sophia, ven…siéntate-le dijo, dándole unas palmadas a una de las sillas de cuero. – Te ves
muerta, ahora sí me llamarán Dios, pues haré milagros contigo- rió, saltando frenéticamente por la
emoción. - ¿Quién es el chiquitín?- preguntó, refiriéndose a Darth Vader, quien se había sentado bajo
uno de los banquillos del desayunador y veía a Sophia fijamente.

- Se llama Darth Vader- murmuró, sintiendo a Oskar tomar su cabello.

- ¿Te lavaste el cabello, ahora, Darling?- sus manos halaban esos cabellos individuales que dolían. Sophia
asintió, y pudo sentir la exhalación olor a menta de Oskar.
- Oskar, trátala bien, por favor, ha tenido una semana de infierno- dijo Natasha, sentándose en la otra
silla.

- Oskar siempre trata bien a las Princesas- rió, colocándose frente a Sophia para ver su rostro. – Déjame
verte bien, tú sabes, Darling, las arrugas…

- No creo que tenga arrugas, Oskar- resopló Natasha, sintiéndose aburrida ya de aquel tipo en pantalón
azul oscuro muy ajustado a sus delgadas piernas, camisa de un patrón floreado muy meticuloso, que
daba la sensación de ser magenta, corbata amarilla, más bien laser lemon, y en sus zapatos de cuero
brilloso, casi de charol.

- Oskar, hoy no estoy de muy buen humor- murmuró Sophia, que una de las ayudantes le quitaban las
manos de la cara para manicurárselas. – Cut the crap

- Ay, Darling, te tienen mal cogida- bromeó, no sabiendo realmente de lo que hablaba. Natasha volvió a
ver a Sophia con la mirada de “cálmate”. – Anyway, ¿de qué color las quieres?

- El veinticinco, como desde hace un año, por favor- dijo entre dientes, hablando de YSL. – Sólo limado

- ¿Y tú, Señora Noltenius?- se volvió a Natasha.

- Noir Primitif

- Sophia, ¿siempre el Middleton Updo?- preguntó, hablando del moño, el cual Sophia había probado a
principios de la semana anterior. Ella asintió. – Sin mucho spray, ¿verdad?- volvió a asentir.

*
Natasha veía las horas pasar con la peor de las lentitudes, no podía concentrarse en nada, no podía
siquiera leer los perfiles de los trabajadores de Project, y, ese día, luego de la llamada de Romeo, se le
hacía difícil, ¿qué podría tener que decirle? ¿Emma presente? ¿Ella escogiendo el lugar para cenar? Y le
daba vueltas, y más vueltas, y no lograba imaginarse nada, ni bueno ni malo, pero no podía ser bueno.

- Estudio Volterra-Pensabene, oficina de Emma Pavlovic, buenos días- contestó una voz nueva, aguda,
confusa.

- Buenos días, me puede comunicar con la Arquitecta Emma Pavlovic, ¿por favor?- murmuró Natasha.

- La Arquitecta Pavlovic no está disponible, ¿quisiera dejarle algún mensaje?- ah, eso era, tenía voz de
Hot Line.

- ¿Está en alguna reunión?

- No puedo darle esa clase de información

- Oiga, no es secreto de Estado, sólo necesito saber si está en alguna reunión- gruñó, arrancándose las
gafas.

- La Arquitecta Pavlovic no está disponible en este momento- repitió, como si Natasha fuera estúpida,
tanto para que se lo repitiera. - ¿Quisiera dejarle algún mensaje?

- Mire, si no está en una reunión, póngala al teléfono que me urge hablar con ella
- Lo siento, sólo puedo tomar mensajes- reafirmó, poniéndose nerviosa por el maltrato a través del
teléfono.

- ¿Cómo te llamas?

- Gabrielle- respondió, tragando con dificultades.

- Gabrielle, mucho gusto, soy Constance Noring- dijo, aguantándose la risa, pues su nombre era más bien
una broma para “constant snoring”. - Llamo del CitiBank, que tenemos un problema con su cuenta de
ahorros

- Permítame un momento, se la comunico- y la colocó en espera, Natasha aguantándose una enorme


risa, la primera del día.

- Pavlovic- respondió Emma al teléfono.

- Soy yo- rió Natasha.

- Coño…- suspiró. – Oye, no me juegues esas bromas- rió, tomándose el pecho, jugando con su nudo
argelino.

- ¿Estás en una reunión?

- No, sólo me estoy masturbando en la oficina- rió Emma. – No, es broma, antes de que me digas
algo…estaba estresándome con la habitación del bebé de Marion
- ¿Marion?

- Sí, tú sabes…Édith Piaf- suspiró, como si un famoso fuera un cualquiera, porque lo era.

- Non, Rien de rien- tarareó Natasha. - ¿Cotillard?

- Es correcto, Nate…

- Oye, ¿qué coño con la tal Gabrielle?- preguntó, acordándose del disgusto.

- Ah, es mi asistente y mi secretaria

- Ah…- murmuró, en el mismo tono de Emma. – Oye, ¿tienes planes para ahora en la noche?

- Tenía una cita con el Steinway, pero si me das algo más interesante, la tendré que cancelar

- So, esto fue lo que pasó, para que tengas una idea…

- Soy toda oídos- sonrió, tomando una de sus guías Pantone y buscando el verde para considerar tonos,
sólo para introducirlos al programa y colorear las paredes, pues se había pasado la mañana en diseñar
la habitación en SketchUp.

- Me llamó mi papá, que quiere que vaya a cenar con él y mamá


- Es una buena noticia, ¿no?- preguntó, colocando el teléfono entre su hombro y su oreja para digitar el
código en SketchUp.

- Pues, quieren que vayas tú

- ¿Yo?- rió. - ¿Y qué tengo yo que hacer en una reunión familiar?- “Ugh, qué feo este color”.

- Pues, no sé, y papá todavía me preguntó por Phillip

- Carajo, amiga, estás cagada

- Oye, no me cagues más, acompáñame, ¿sí?

- Claro que sí, sabes que por ti, lo que sea, menos patrocinarte o asolaparte un aborto

- Tú y tus ocurrencias- rió, sintiendo cómo se relajaba con sólo saber que Emma la acompañaría. - ¿Te
recojo en la oficina a las cinco y cuarenta?

- Siempre, amor

- Gracias…y discúlpame por lo de tu asistente

- Un besito, o dos… ay, que te como a besos mejor- sonrió, poniendo abajo el teléfono y sacudiendo su
cabeza mientras soltaba una risa nasal. Digitó el código correcto: 3375 y le gustó su invención; cosa que
escribió en su bitácora, pues ella sólo debía entregar el diseño con especificaciones, no ambientaría la
habitación, pues era en París y no en Nueva York, y debía considerar que todo fuera un tanto universal
para que, quien fuera que ambientara la habitación, pudiera encontrar algo igual o noventa por ciento
parecido. – Gaby, ¿puedes venir a mi oficina un segundo, por favor?- dijo por el intercomunicador.

- Arquitecta- sonrió, entrando a los diez segundos.

- Gaby, ya te dije que me llames “Emma”, por favor

- No puedo, Arquitecta- agachó la cabeza.

- Algún día…-suspiró Emma. – No te voy a regañar, tranquila- rió, viendo cómo aquella mujercita se
relajaba. – Para futuras…no sé cómo se dicen…mmm…futuras “referencias”- dijo, sintiendo su iPhone
vibrar en el bolsillo de su pantalón. – Cuando te diga que no me pases llamadas, no me las pases a menos
de que sea interna, alguno de mis clientes, Natasha Roberts o del banco, por favor

Phillip se revolcaba en el suelo, peleando con aquel chiquitín, gruñéndose mutuamente por pasar el rato,
según Phillip haciéndolo macho, molestando a Emma que eso era lo que le faltaba a Darth Vader, una
figura viril, a lo que Emma respondía con algún comentario al azar que cuestionaba su extraordinario
nivel de virilidad, pues machista no era; odiaba cuando Patrick, su mejor amigo, decía que la novia no
debería trabajar en un banco, sino en la cocina, que por eso estaba tan mal la economía. Phillip le había
preguntado a todas sus amistades si sabían de alguien que tuviera French Bulldogs a la venta, y nadie
tenía a pesar de ser la segunda raza más común en Manhattan, según estudios, por lo que, en su inmensa
desesperación, quizás arriesgándose a que Natasha no estuviera de acuerdo, o de arruinar la sorpresa,
había tomado su iPhone y había llamado a Emma, quien le acordó que debería buscar en un refugio de
animales, que quizás no sería de Pedigree, pero que resultaban ser buenos perros, así como Piccolo. Y
así se dirigió al control de animales de Manhattan, y no sólo se enterneció con las diferentes especies
que había ahí, sino que hizo una donación de cinco cifras y encontró a dos posibles candidatos para ser
adoptados; un French Bulldog blanco de cinco semanas, y uno beige de cuatro semanas, la misma edad
de Darth Vader. Y consideró la edad para que su Carajito tuviera con quién jugar, pero que ni uno ni el
otro peligraran la vida del semejante, llenó el formulario y, al día siguiente, se lo entregaron. Un perro
no era un hijo, y quizás Natasha lo vería como insulto después de lo que pasó, pero no.

Emma ya se encontraba igual que Sophia, pero en un sillón de la sala de estar del Penthouse de los
Noltenius, todo mientras gozaba del animalismo entre Phillip y Papi e intentaba platicar con el
supuestamente adulto; con sus pies en agua tibia, preparándolos para un pedicure, mientras escuchaba
su lista de canciones para relajarse; las veinticinco más escuchadas: Fix You de Coldplay, porque, ¿a
quién no le gustaba esa canción? My Kind Of Love de Emeli Sandé y People Help The People de Birdy,
porque le removían hasta la fibra más dura, Tolerância de Ana Carolina, la que representaba al portugués
y que era sexy, La Cose Che Vivi y La Solitudine pero en concierto, porque eran las dos canciones que
cantaba con emoción, Stop Stop Stop de Via Gra, que no entendía un culo de lo que decían porque ruso
no hablaba, pero era sexy, Rattle de Bingo Players, Mama Lover de Serebro y Mr. Saxobeat porque sabía
que con esas canciones podía trabajar el caño, Vogue porque era como un himno, Época de Gotan
Project, por ser el tango más sensual que existía, Flawless de George Michael porque la hacía sentir en
un Lounge neoyorquino de buen gusto, Bittersweet Symphony por “Cruel Intentions”, M’en Aller para
representar al francés, The World We Live In, This Is Your Life, When You Were Young y Mr. Brightside de
The Killers porque juntas hacían la mezcla perfecta para describir el diez por ciento de su vida, Sorry
Seems To Be The Hardest Word de Elton John a dueto con Blue y Cry Me A River de Diana Krall para
honrar al despecho sin sentido, You’ve Got The Love porque le encantaba la voz, Murder Weapon de
Tricky porque le encantaba el ritmo, White Knuckle Ride de Jamiroquai porque era la máxima expresión
de lo que pasaba cuando el jazz funk y el acid jazz decidían concebir, y, por último, Set The Fire To The
Third Bar de Snow Patrol, porque era la canción que había escuchado hasta el cansancio, la que había
escuchado más de quinientas veces porque era su favorita. Lo suficiente para relajarse totalmente.

- Arquitecta, ¿Rose Abstrait y Blunt Updo?- preguntó la asesora de imagen, que era de Margaret.

- Inna, tú sí sabes lo que debes hacer- sonrió Emma con sus ojos cerrados, sintiendo un masaje en sus
pies como ningún otro.

- Sin pestañas y sin drama, ¿verdad?- Emma asintió e Inna introdujo nuevamente el audífono de Emma
en su oído.

Emma no soportaba a Oskar, había dejado de soportarlo para la boda civil de Natasha, cuando él insistió
en hacerle el moño a su gusto y no cómo ella decía; para que, al final, Emma terminara deshaciéndoselo
para dejarlo suelto, tal y como un J. Mendel de ese calibre no debería ser opacado por un horrible
cabello, que no se le veía nada mal, simplemente eran los típicos complejos de mujeres.

- Ay, mamá, no me digas que ya dejaste el alcohol- bromeó Natasha en cuanto el mesero se fue, pues
Margaret había negado una copa de Château Margaux ’68 y había pedido, en vez de eso, un Bloody Mary
virgen, o sea que ningún tipo de alcohol.

- Habríamos querido esperar hasta después de la cena, al menos…pero creo que es hora de hablar- dijo
Margaret, cerrando el menú y quitándose sus gafas Lanvin, que eran el repuesto de sus desde-siempre-
gafas-Versace hasta que la graduación había tenido que aumentar, Romeo le tomó la mano, Natasha
volvió a ver a Emma y Emma hizo lo mismo que Romeo pero por debajo de la mesa.

- Dame un segundo, por favor- murmuró Natasha, levantando su índice, tanto para pedir tiempo, como
para llamar a un mesero. - ¿Tequilas?

- Gran Patrón, Don Julio y 1800- sugirió el mesero.

- ¿Por botella?

- Sólo Don Julio- sonrió.

- Tráigala, y hágalo seco, por favor- ordenó Natasha. – Dos shots, si se quiere lanzar al estrellato, por
favor- el mesero agachó la cabeza y se retiró, Natasha respiró hondo y entrelazó sus dedos con los de
Emma, Emma simplemente había encerrado la mano de su mejor amiga entre sus dedos y su otra mano,
para reafirmarle un “aquí estoy, y no me voy”. – Cero comentarios al respecto, por favor- pidió a sus
papás, empezando a perder el color que le daba el flujo de sangre. – Bien, adelante con la noticia-
Natasha se esperaba algo malo, pero superable y algo con lo que se podía lidiar en el día a día, pero fue
peor, que se podía lidiar con ello, sí, pero era más difícil de digerir.

- Bueno, cariño, como tú sabrás, tu mamá y yo nos hacemos una revisión médica anual- Natasha asentía,
anticipante por la mala noticia, estrujando los dedos de Emma.

- Ella…- murmuró Margaret.

- ¿Mamá?- repuso Natasha, entendiendo que se trataba sobre Margaret y no sobre Romeo.

- Natasha, perdón…todo va a estar bien- la consoló.

- ¿Qué va a estar bien? ¿Qué es todo?- le tembló la voz, dejó de pestañear, y Emma vio cómo sus ojos
empezaron a llenarse de lágrimas, algo que le supo romper el corazón en mil pedazos.

- Yo estoy bien, la presión un poco alta nada más- sonrió Romeo, volviendo a ver a Margaret con aquella
mirada enamorada, como en la fotografía de su boda; que Margaret había vestido Versace, muy avant-
garde para la época, cuando Versace apenas empezaba, que quizás ahora se vendería, por supuesto que
como “vintage”, por miles de veces más de lo que costó en aquella época, aunque en realidad era
“retro”. – Pero no es nada de qué preocuparse

- Y tú, ¿mamá?- tartamudeó, no desviando su mirada ni cuando el mesero le llevó la botella de Don Julio.

- Pues…todo va a estar bien- sonrió. Emma sintió como si el tiempo se detuviera y sólo Natasha se
moviera, en silencio, en angustia, sirviendo los dos shots de Don Julio con su mano izquierda, sin soltar
su mano, que Emma ya empezaba a sentir un inmenso calor que provocaba sudor.
- Dilo- puso la botella sobre la mesa y llevó sus dedos a uno de los shots que estaban frente a ella.

- I’ve got cancer…- murmuró, intentando tomarle la mano a Natasha, pero simplemente no pudo, pues
Natasha se llevó el shot a la garganta, luego el otro. – Todo va a estar bien- repitió, consolándola.

- ¿De qué?- logró expulsar, sirviéndose temblorosamente otros dos shots.

- No te preocupes, gracias a Dios se puede reconstruir- sonrió, indicándole que era de su seno izquierdo.

- I’m sorry- espetó. – You have fucking cancer and the only fucking thing you can think of is that it’s
reconstructable?- siseó incrédulamente, estaba sorprendida y enojada.

- Señorita, watch that language- espetó Margaret también, amenazándola con el dedo índice de la mano
derecha.

- I’d be fucking freaking out if I had cancer, I wouldn’t even be thinking about the “relief” of being
reconstructable…you’re sick- y bebió dos onzas de tequila de nuevo.

- Cariño, respeta a tu mamá

- Que se respete ella primero, papá…- y el segundo shot de tequila para servirse más.

- Ella Natasha Simonette Roberts Robinson- siseó enojadamente Margaret, confundiendo a Emma con
el “Simonette”.
- No, ¿sabes qué?- se llevó uno de los shots de tequila a la garganta. – Yo ya terminé aquí- y el segundo.
– Margaret, llámame cuando quieras que tu hija se preocupe por tu salud y no por cómo te ves
físicamente- dijo, soltando la mano de Emma sólo para ponerse de pie y tomar su bolso. – Papá, gracias
por la invitación, siento mucho no poder quedarme, te llamo un día de éstos- sonrió, con sus ojos
aguanosos, se dio la vuelta y se retiró. Sí, era enojo, enojo por impotencia, por miedo, porque Margaret
le ponía más peso a la estética que a su salud, como si a ella le importara todo aquello, pero también era
el mismo miedo que le enojaba, el miedo a que, a pesar de que sabía que era algo tratable, cáncer era
cáncer, y punto. Y ella no estaba lista para que su mamá tuviera cáncer.

- Lo siento mucho, Margaret- se disculpó Emma, tanto por disculpa como por un “siento mucho lo del
cáncer”.

- Gracias, Emma- sonrió ella, suspirando, intentando controlar la furia que le corría por la sangre.

- ¡Emma!- gritó Natasha desde la puerta, que le daba la espalda a la mesa.

- Cuídala, por favor- le pidió Romeo, Emma sólo agachó la cabeza.

- Ha sido un gusto verlos de nuevo, y, una vez más, lo siento mucho Margaret- se puso de pie y salió tras
una histérica Natasha, que había colapsado en la acera, contra la pared, arrastrando su chaqueta Helmut
Lang negra por la sucia pared de cal blanca neoyorquina y cayendo sobre su pantalón blanco virginal YSL.
Emma se agachó sobre sus primeros y únicos botines Tabitha Simmons y la trajo hacia ella, abrazándola,
consolándola en pleno silencio, que el ruido era el de la congestión nasal de Natasha y el de los autos y
taxis que sonaban las bocinas, que fue la vez que Natasha le arruinó su chaqueta IRO, pues su maquillaje
se corrió sobre el hombro, mancha que nunca se quitó y que Emma nunca le cobró, pues le parecía
ridículo. – Wanna get drunk?- sugirió, viendo a Hugh aparcarse frente a Jean Georges.

- ¿Tu casa?
- Mi casa- reafirmó, tomándola por los antebrazos y ayudándola a levantarse. – Mr. Grey Goose nos
espera

Llegaron al apartamento de Emma, simplemente a que Natasha se intoxicara con una botella de Grey
Goose, ya con un poco de tequila de antecedente, comiendo sándwiches de queso Gouda que Emma tan
cariñosamente le había hecho, intentando animarla, escuchando, minuto tras minuto, sobre el estrés
que le daban los finales de temporada de Project Runway, sobre cómo no le gustaba despertarse sin
Phillip, sobre cómo detestaba que el tiempo fuera tan lento, que se moría por casarse con aquel
potencial magnate, pero el tiempo no podía acelerarse. Emma no escuchaba más que una indeleble
negación y omisión del tema. Fue entonces cuando Emma descubrió la paradoja más grande de su vida;
mientras que tocar el piano le evocaba malos recuerdos, hacía sentir bien a otras personas, pues llevó a
Natasha a donde había instalado el piano y, para saber si las cuerdas estaban en perfecto estado,
mientras Natasha se empezaba a empinar la segunda botella de Grey Goose, le tocó “Funny Valentine”,
acompañado por un canto de emocional, un tanto melancólico, porque era la canción que le acordaba a
sus abuelos maternos, y luego le tocó “Set The Fire To The Third Bar” de Snow Patrol, canción que le
gustaba mucho y no tenía idea alguna de la partitura, por lo que se equivocó un par de veces, pero la
pudo tocar completa, que luego Natasha le pidió “My Heart Will Go On” y esa era más fácil. Luego, por
último, le pidió que le tocara su canción favorita, que era algo que quizás no muchos conocen por ahí,
“The Flood” de Take That, y, en su inmensa ebriedad y negación, cantó, a todo pulmón, hasta el último
suspiro de Jason Orange. Y fue que sucedió aquel salto astral entre la relación de Phillip y Emma, por la
indiscreción de Emma, por su desesperación.

- Aló- contestó Phillip, se escuchaba agitado, era la segunda ronda diaria de ejercicio, con algo se debía
cansar, pues Natasha no estaba con él y tampoco había sabido de ella desde hacía un par de horas.

- Soy yo- dijo Emma, suspirando en la cocina, sabiendo que ya había acostado a Natasha.

- ¿Quién yo?- bromeó, sabiendo ya que era Emma.

- Ay, Felipe, no es tiempo para juegos- lo regañó, dirigiéndose al cuarto de lavandería para sacar líquido
para limpiar el piso, más bien eliminar el vómito de Natasha.
- Ay, Emma María, no te enojes- sonrió, dejando las pesas a un lado. - ¿Qué pasó?

- Oye…Natasha ya se durmió, está conmigo…no sé si lo que voy a hacer es cometer un error o qué pero,
ojalá y no me quemes

- Me estás asustando, Emma… ¿Qué le pasó a Natasha?

- Ven a mi apartamento, es en la sesenta y uno y Madison, o sesenta y dos por si quieres entrar por
atrás… onceavo piso hacia el frente

Febrero dos mil once. Habían pasado Año Nuevo con Margaret, en el Penthouse de la Quinta Avenida,
pocas personas habían sido invitadas porque estaba recién operada, pues, hacía un mes que la habían
operado y apenas se estaba recuperando entre la edad, el orgullo estético y el enojo, también los efectos
de la mastectomía, los comienzos de la quimioterapia y la resignación temporal al New York Times,
hacían de Margaret Robinson, por primera vez, Margaret Roberts, con cuidados profesionales las
veinticuatro horas del día por los siete días de la semana, que, a pesar de que no era un cáncer
específicamente tan mortal como uno de páncreas o hígado, era igualmente molesto a pesar de que se
recuperaría y podría tener una vida normal dentro de lo que las disposiciones físicas se lo permitían.
Natasha había tenido la oportunidad de estar junto a su mamá, quizás recuperar un poco de la rocosa
relación que tenían, endulzarla un poco, darle un toque de madre-hija como cuando era más joven,
cuando ambas eran más jóvenes y no se dejaban llevar tanto por sus ambiciones individuales, además,
Natasha había sido promovida a Senior Chief de Recursos Humanos en Project Runway, con nuevas
prestaciones, tales como un mes de vacaciones más ocho días personales, aunque su semana laboral se
extendería a una base de cincuenta y cinco horas a la semana y no cuarenta como últimamente, además,
ahora rendía más a producción que a administración. Su relación con Phillip no había cambiado mucho,
los dos trabajaban de sol a sol, a veces hasta más, pero lograban mantener una relación sana que tenía
futuro de matrimonio, que ambos esperaban pacientemente por las noches que pasaban juntos y por
las noches que querían estar juntos y no podían porque Phillip tenía reuniones muy temprano o porque
Natasha necesitaba dormir bien, aunque de los viernes y los sábados juntos, por obligación, no se los
perdían por nada en la vida, a menos de que Natasha estuviera en sus días, cosa que Phillip ya sabía y
por eso no le decía nada.

Emma, por el otro lado, seguía siendo buena en su trabajo, a veces con muy poco trabajo, lo que la
impulsaba a seguir frecuentando el Fencing Center o una que otra clase sobre preparación de comida
japonesa, todo cuando estaba de baja de trabajo y, como no tenía problemas económicos porque, a
pesar de sólo tener un proyecto, le alcanzaba para dejar intacto su fondo hasta que cayera otro proyecto;
todo era porque Bergman Studio había tenido un salto astral que nadie se terminaba de explicar, quizás
eran cuestiones de calidad y no de procesos ilícitos, como por los que habían clausurado “Holt & Crugh
Studio”. Todo se remontaba básicamente a diciembre, que, de la nada, había tenido un reencuentro con
una vieja amistad, si es que así se le podía llamar, con Alfred James Weston, quien había acudido a ella
para que ambientara su apartamento en uno de los edificios Archstone. Estaba un tanto cambiado, era
el típico atractivo bad boy que se arrastraba cual niño desinhibido luego de cada fiesta, pero, ese mes,
luego de haber estado viendo a Emma, quien aclaraba una y otra vez a sus amigos que eso no era nada
serio, que sólo era por salir a cenar, Alfred hizo un voto de sentar cabeza con tal de que Emma aceptara
ser su novia. Feo no era, guapísimo quizás sí, pero eso de las fiestas no era mucho con Emma, pues no
tenía ganas de enfiestarse, esa época la había vivido en el colegio, ella ya había crecido. Y, aún, así,
aquella vez enfrente de un carrito de Hot Dogs de Rockefeller Plaza, en plena hora de almuerzo que se
había encontrado con Alfred, Emma recordó aquella sensación de sentir los labios de alguien más en los
suyos; de romántico no tenía absolutamente nada, pues eso de sostener un Hot Dog con la mano,
corriendo peligro de que el Chili con Carne le manchara su blanca camisa no era exactamente lo que se
imaginaba para un beso neoyorquino, pero así pasó, hasta le hizo cosquillas el hecho de que tuviera
barba, en aquel entonces era sólo candado. Y fue cuando empezó aquella relación extraña, en la que
Emma trabajaba mientras Alfred dormía y Alfred la recogía todos los días para llevarla a su apartamento,
en donde a veces se hacía útil y le ayudaba a revolver la salsa bolognesa mientras Emma drenaba la pasta
y la servía en los respectivos platos, o se encargaba de ordenar comida china o sushi de Masa, o a veces
aparecía con un ramo de flores o un cheesecake, o con chicken wings para que juntos vieran algún
partido de Baseball.

Mayo dos mil once.

- Hola- sonrió Alfred al Emma abrirle la puerta.

- ¿Hola?- suspiró, rascándose la cara con ambas manos para despertarse un poco más. Era sábado por la
mañana, ni tan por la mañana, alrededor de las once de la mañana.

- ¿Te desperté?- murmuró Alfred, poniendo sobre el suelo una bolsa de papel, viendo la mirada de Emma
de “no, sólo después de la señora borrachera de ayer se me ocurre madrugar madrugo”.
- Pasa adelante- dijo, cerrando su bata negra sólo con las manos, pues se había quedado dormida, luego
de haber logrado llegar viva a su apartamento desde Kips Bay, de donde Natasha, sólo en camisa
desmangada negra y tanga negra.

- Nena, no quería despertarte, lo juro- sonrió aquel gran hombre que era, quizás, veinte centímetros más
alto que Emma, y quizás tres veces Emma a lo ancho.

- Tranquilo- susurró, intentando encontrar las cintas de su bata, soltando los bordes, abriéndola sin
querer.

- ¿Tomaste mucho?- sonrió, sacando de la bolsa un jugo de naranja y un Egg McMuffin. Emma asintió, y
se aburrió de pelear contra su motricidad fina para tomar las cintas, por lo que cerró la puerta y se dirigió
a la cocina, en donde Alfred la esperaba con la comida. – Para ti, supuse que tendrías hambre

- Gracias- murmuró, sentándose en un banquillo y, de una desesperada manera, abrió su desayuno,


devorándoselo de seis mordidas. – Gracias, baby, no sabía que tuviera tanta hambre- sonrió, abriendo
el segundo Egg McMuffin que Alfred le alcanzaba.

- ¿Qué vas a hacer ahora?

- Nada, dormir la resaca, supongo, ¿por qué?

- Podríamos ir a almorzar, al restaurante ese de Brooklyn que tanto te gusta, o podríamos pedir que nos
traigan sushi de Masa por si no quieres salir…

- ¿Qué es lo que no me estás diciendo?- murmuró entre sus bocados de Hashbrown.


- Te estuve llamando ayer todo el día, pero me acordé que estabas ocupada con lo de Batista…y…bueno,
quería contarte que conseguí trabajo

- ¿En serio? ¿En dónde?

- Voy a abrir un bar- sonrió, al mismo tiempo que Emma dejaba que su ceja se levantara en escepticismo.

- Fred…

- Yo sé que nuestra relación tiene reglas, y una de ellas es que las drogas se queden lejos de mí y de ti…
y por eso sólo seré inversionista y a veces iré, sólo a revisar que todo esté bien y ya

- ¿Me lo prometes?- murmuró Emma, dándole los últimos bocados a su segundo Egg McMuffin

- Claro que sí…- sonrió, tomándole la mano izquierda. - ¿Vamos o pedimos?

- No tengo ganas de salir, pero si tú quieres salir, dame un momento y me baño y salimos

- Si nos quedamos, te costará un beso- y eso fue lo que le costó a Emma, un beso, un simple e inofensivo
beso que llevó a otra cosa. Fue porque Fred se acercó a ella y, mientras Emma lo tomaba por sus mejillas
y lo dejaba colocarse entre sus piernas, él la recogió del banquillo, y la llevó, cargada, hasta su cama
mientras la bata caía en algún lugar del pasillo.

- Espera- suspiró, con sus labios enrojecidos por los besos que se arrebataban, todo mientras Fred subía
poco a poco su camiseta y revelaba aquel abdomen plano, con la leve hendidura vertical que se formaba
por arriba de su ombligo y otras leves hendiduras a los bordes de su abdomen, un en-aquel-entonces-
tonificadísimo-abdomen.
- Relájate- dijo entre besos en su abdomen, que subían conforme retiraba la camiseta y la quitaba
totalmente del panorama y liberaba aquel busto que enloqueció a Alfred, en besos y mordiscos, en
lengüetazos que hacían que Emma le clavara las uñas en su espalda sobre su camisa, la barba que le
hacía cosquillas, la lengua que excitaba no sólo sus pezones, sino también todo lo que había estado en
fuera de uso, erizándole la piel, quitándole el control de su respiración, pero no gemía, sólo jadeaba y
respiraba muy pesado, así como Alfred, más cuando empezó a bajar por su abdomen hasta llegar a su
vientre.

- No me he bañado todavía- murmuró, intentando detenerlo, por vergüenza, pues tenía años sin estar
con alguien, y por higiene, pues tenía la idea de que algo así tenía que estar perfectamente dispuesto,
aunque no le cupo la posibilidad de que Alfred realmente la besara ahí, nadie nunca lo había hecho,
quizás porque no había estado con muchas personas, pero Marco jamás.

- Mejor- sonrió Alfred, tomando los elásticos de su tanga y quitándosela. – Relájate- le repitió, abriendo
de nuevo sus piernas y salivando por lo que se encontraba en medio de ellas, algo tan suave, tan delicado,
tan rosado, hasta se podía decir que estaba empapada.

- ¿Qué estás haciendo?- suspiró Emma al sentir la barba de Alfred rozarle sus labios mayores.

- Nena, déjaselo todo a Mr. F- rió, atacando el clítoris de Emma con su lengua; una nueva pero hermosa
sensación, ¿en dónde había estado aquella sensación? ¿En dónde se había ocultado?

Emma sintió por primera vez qué era que la suavidad de una lengua rozara la suavidad de su clítoris, la
forma en cómo la lengua de aquel hombre envolvía su clítoris, que había unos ruiditos húmedos que se
generaban con cada exhalación tosca de aquel romano. Y cuando su clítoris, por alguna conspiración del
cosmos, terminaba entre los labios de Fred, y éste lo provocaba con la punta de su lengua, peor o mejor
aún, cuando lo succionaba, Emma no sabía dónde colocar sus manos, si apuñar las sábanas revueltas, o
apuñar los rizos flojos de su novio, o, mejor aún, tomar sus senos en sus manos, apretarlos con fuerza,
con la misma creciente fuerza con la que el calor en su cuerpo aumentaba, respirar tan rápido como la
lengua de Fred se paseaba de lado a lado y de arriba abajo sin piedad, saboreando aquel concentrado
sabor que a cualquiera le encantaría probar, y no pudo más, se quedó sin aire, o lo atrapó en su
diafragma adrede, no sabría decir, pero contrajo su abdomen, apretó la mandíbula, frunció su ceño hacia
arriba y tomó a Fred por su cabeza, presionándolo contra ella mientras él, sin piedad alguna,
mordisqueaba ligeramente aquel empapado clítoris. Pero para Fred eso no había sido suficiente, no a
pesar de que su pantalón estaba por reventar, él mismo estaba demasiado sensible como para admitir
el origen de su erección y su sensibilidad, que, al contrario de cualquier hombre, no se originaba en
Emma como tal, sino más bien en uno de los productos que se desarrollaban constantemente en la
fábrica de su familia; la famosa pastillita azul, y, como no era suficiente un orgasmo, que sólo lo hacía
sentir demasiado hombre, demasiado viril y poderoso, introdujo en Emma un dedo, que eran dedos
largos y gruesos, muy masculinos, un dedo que entraba y salía de Emma, que sin haberse recuperado
totalmente de su primer orgasmo, ya sentía el otro en camino, que justo cuando Fred introdujo el
segundo dedo y, quizás con intención o con perdición, movió ambos dedos de arriba abajo dentro de
ella, Emma no supo qué pasaba en su vida y elevó sus caderas mientras todo se volvía borroso y su
cabeza estaba a punto de explotar entre sus jadeos o gruñidos y presenciaba la incómoda pero
placentera sensación de una eyaculación femenina.

- Así me gusta…- murmuró Alfred, limpiando aquellos restos de lubricante que corrían por sus labios
mayores y terminaban por gotear en los bordes del yacimiento de su trasero.

- Don’t…- murmuró Emma en cuanto sintió que Alfred ya iba a cruzar la frontera de su mismo pudor y
de su misma moral.

- Lo que tú digas, Nena- sonrió, quitándose la camisa y poniéndose de pie para quitarse el pantalón, no
sin antes haber materializado un condón de su bolsillo. Ah, sí, lo tenía todo planeado.

- ¿Tienes alguna infección venérea?- murmuró Emma, viendo su pantalón caer sobre el suelo y
encontrarse con un bóxer realmente ajustado, que trataba de esconder algo realmente rígido que
apuntaba hacia la izquierda, que llegaba casi hasta la cadera de aquel hombre. Fred sacudió la cabeza. –
No te preocupes por tu plastiquito…no lo necesitas- susurró, tomando los elásticos de aquel bóxer
mientras Fred se salía de sus zapatos y sus calcetines.

- No me lo tomes a mal, pero acabamos de empezar a salir, ¿tú piensas que esto va para matrimonio?-
murmuró un tanto asustado mientras su miembro saltaba con libertad ante los ojos de Emma.
- Soy estéril- rió, pensando en lo estúpido que Fred era, pero no le importó, menos con el hermoso y
suculento tamaño, en longitud y grosor, de aquel hombre, aquello que Emma repasaba con la mano, de
arriba abajo.

- Oh, perdón…- rió, tomando un paso hacia atrás en cuanto vio que Emma estaba a punto de introducir
su longitud a sus labios. – Don’t…- murmuró, evitando una felación, quizás era la hipersensibilidad
extrema que le daba aquel milagro medicinal.

- Lo que tú digas, Nene- rió Emma, remedándolo y echándose hacia atrás, tumbándose sobre su espalda
a la espera de una deliciosa penetración. Fred se colocó entre sus piernas y las abrió, tomó su candente
longitud en su mano derecha y la frotó dos, tres, veces contra el clítoris de Emma, sensación que a Emma
le encantaba desde Marco. Fred colocó su glande en la entrada de su vagina y lo introdujo, logrando un
leve gemido en Emma, aquel inevitable pero irrepetible gemido y, tomando sus piernas por el reverso
de sus rodillas, empujándolas al mismo tiempo que su longitud dentro de Emma, logró estar dentro de
Emma. Cinco minutos y contando. – Oh my God…it’s so big- cliché.

- Lo sé, Nena- sonrió. - ¿Cómo te gusta?

Emma se encogió de hombros y sintió a Fred salirse, o al menos eso sintió, pues no se salió del todo, y la
penetró, fuerte y rápido, deteniéndola por su cadera, incrustándole sus pulgares en su vientre,
embistiéndola ferozmente mientras ambos jadeaban de placer, quizás Emma no tanto, pero no podía
negar que se sentía rico, al menos más rico que al estar sola. Las esbeltas piernas de Emma eran débiles
y flojas, como la gelatina, sus pies también, iban y venían al ritmo de cada embestida. Fred se tumbó
sobre la cama, llevándose a Emma para que quedara a horcajadas sobre él, encarándolo, y Emma hizo
lo que mejor sabía hacer; se echó un poco hacia adelante con su torso y, sólo con su trasero, empezó a
penetrarse, a subir y a abajar, a mecerse sensualmente sobre aquel añorado pene, que luego sería una
terrible decepción, y Fred la tomaba por sus senos, apretujándolos sin piedad, pero a Emma no le
importaba, no en ese momento, y sintió a Fred gruñir, que fue cuando la tumbó de nuevo sobre su
espalda y la penetró sin piedad, que Emma sintió que aquella longitud la partiría verticalmente, que le
removía el enfoque visual, las neuronas, que le removía la inteligencia con cada rápida embestida, y era
impresionante la velocidad de aquella penetración, aquella ambición por eyacular, como si el orgasmo
de aquel hombre estaba a punto de explotar y luego se iba, y así un par de veces, como si trabajaba muy
duro por ello, como si se esforzara hasta el último cabello, que su pecho se tornara totalmente rojo y se
llenara de sudor, para que, al fin, sacara su miembro y lo masturbara una tan sola vez para que saliera
aquel líquido, un tanto gelatinoso y blancuzco, con aquella propulsión, que llenó a Emma desde su
abdomen hasta sus labios mayores, una literal y alocada explosión que parecía causarle más dolor que
placer a Fred, a Emma ni le iba ni le venía. Fred se tumbó al lado de Emma, entre tratando de recuperar
el aliento y evitando que su miembro tuviera esas contracciones postorgásmicas, pues le daba
vergüenza.

- Eso estuvo…increíble- suspiró Fred, viendo la lámpara de techo de la habitación de Emma.

- Si…- susurró Emma, sabiendo que la parte previa a la penetración había estado perfecta, pero que,
luego, todo se había venido abajo con su brutal penetración, que no negaba que le había gustado en un
veinte por ciento, pero, por lo demás, le había ardido, tanto en su femenino orgullo, como en su delicada
vagina. “El tamaño definitivamente no lo es todo”. – Voy a ducharme- murmuró después de batallar
contra el silencio incómodo y la imagen inerte del techo.

- Buena idea, te acompaño

- No me gusta que invadan mi privacidad en el baño

Fue el primer límite que le marcó a Fred, el primero de tantos, pues, a quién engañaba, ¿hacia dónde iba
esa relación? Natasha sabía exactamente hacia dónde iba, a lo que ella llamaba, de muy educada
manera, “hacia el carajo”, pues Emma y Fred no tenían absolutamente nada en común, sólo una
repentina y desgraciada soledad y necesidad de estar con alguien, más que romanticismo era
compañerismo. De ese momento en adelante, la relación se basaría en un extraño tipo de mutación de
necesidad sexual, sí, se reirían juntos, comerían juntos, no harían el amor porque no era algo que venía
en la codificación genética de Fred, pero tendrían sexo, sexo placentero para Emma cuando sólo era oral,
que era nunca, pues siempre había penetración, que nunca había durado más de cinco minutos, pues
era brutal, rápido, sin besos, sin caricias, en realidad a Fred le gustaba hablar sucio, pues, hablaba solo,
porque Emma se rehusaba a seguirle la plática, pues le desencantaba la vida, le robaba sonrisas, cuando
Fred le decía “quiero violar tu concha”, ugh, asco, demasiado. Emma, quien se creía incapaz de amar,
por lo de Marco, no era incapaz de amar, era simplemente una creencia, una autoconvicción, y no fue
por eso que con Fred se sentiría vacía todo el tiempo, pues le faltaba lo que él no podía darle; cariño
sincero que sobrepasara los mismos límites que ella se había impuesto, esa falta de intriga, esa
curiosidad que no le inspiraba, la carencia de delicadeza, pues era demasiado robusto y macho para dar
lo que le faltaba.
Capítulo IV

Gracias a todos por su apoyo. Ya veremos cómo evoluciona todo. Un saludo ;)

E.-

____________________________________

Sophia había salido a fumar los últimos cuatro cigarrillos de la cajetilla, ahogada no en humo, pues eso
sería una bendición, sino más bien en una aflicción que la invadía ocasionalmente, la que no entendía
por qué se materializaba. Caminó, como siempre, por el Parque Sempione, se sentó en la misma banca
de siempre, con un poco de frío al sólo vestir su típico cárdigan negro, pues ya había establecido que,
con ropa negra, era casi imposible equivocarse, y así era como iba a trabajar todos los días, intercalando
Banana Republic, a veces Gap, que eran marcas que obtenía porque Talos hacía pedidos a Estados Unidos
muy seguido, otras veces, sino casi siempre, Benetton, y algunas lujosas como Loro Piana, Prada, Versace
o Marni, pero siempre iba de negro menos los Stilettos, que había sido en Milán en donde había
encontrado la fascinación por la mágica altura de un buen tacón, que la mayoría los obtenía, por órdenes
de cinco en cinco como máximo, en Armani por ser empleada, pero tampoco podía resistirse a los Nine
West Peep Toe, o a los Stuart Weitzman, y su conocimiento de la moda llegaba a extenderse un poco
más allá del conocimiento público, pues era parte de su trabajo, pero aun así gozaba de las coderas en
sus chaquetas y en sus cárdigans, de sus jeans Guess y de sólo variar su conservador pero elegante estilo
con Stilettos de colores fuera de lo común; rojo, cian, magenta, amarillo, algunos negros, pero todos de
gamuza. Su dependencia cigarrera, que decidió que lo empezaría a dejar poco a poco, que quizás le
tomaría años, quizás no, pero valía la pena intentarlo, lo decidió en una noche, junto con mucha cerveza
en la sangre, pues se se dio por vencida y empezó a querer dejarlo, todo aquello no podía doler tanto
como las resacas que se estaba auspiciando cuatro días a la semana.

Su grupo de amigos, no eran sus amigos en realidad, pues sentía las barreras impedirlo, tanto la suya
como la de ellos, y podían charlar, emborracharse, así como en los últimos seis meses, podían ir de club
en club, a cual más chic, y podían amanecer todavía ebrios en algún sofá de alguna de las residencias
que daba el trabajo, podían hasta besarse en la imaginaria confianza que se tenían, pero ninguno bajaría
la guardia, ninguno se dejaría del otro, todo porque la competencia en el trabajo era demasiado alta y
cualquier error podía costar la plaza. Tenían diversión como extraños, y nada más. Sophia ya no se sentía
tan ajena a aquel mundo; iba de lunes a jueves al taller, martes y jueves a clase de cocina, y viernes y
sábado olvidaba hasta su nombre entre tanta cerveza y tanto vino tinto, entre los bailes eróticos que Gio
le daba, el más gracioso pero el más desgraciado de los dos, y entre las clases de baile que Francesco
intentaba impartirle, a veces intentaba enseñarle un poco de Samba cuando iban a un club brasileño en
un callejón no muy frecuentado, y se encargaba de aflojarle las caderas a la rubia griega, a veces le
enseñaba un poco de un supuesto merengue, y todo era porque Francesco, de pequeño, soñaba con ser
bailarín profesional de ritmos latinoamericanos, pero a sus papás les pareció que eso no era de un
hombre viril y por eso lo dejaron estudiar diseño de muebles, creyendo que sería carpintero por
automaticidad, y eso era algo que se aprendía en un seminario o taller aparte, que, en ese caso, Sophia
era más “viril” que Francesco porque sí sabía de carpintería y de muchas otras técnicas de construcción
práctica mientras que Francesco lloraba cuando se limaba mal las uñas; arte de ser mujer era ser cocinera
y carpintera de secreta profesión y pasión y todavía tener manos pulcramente presentables, siempre
manicuradas de Rouge Pop Art o de Violet Baroque para esconder uno que otro hematoma por un
martillazo que se podría haber debido a tres opciones: a) remota ebriedad, b) visión borrosa por llanto,
c) distracción por alguna llamada a su teléfono. Sophia se sentía como que necesitaba crecer, madurar,
y que no podía, que en vez de hacerlo se cerraba al mundo y a ella misma, que Milán definitivamente no
era lo que ella quería para toda su vida, pues le gustaba más Roma, pero, ahora que sus abuelos ya no
estaban, ¿qué gracia tenía? Y, por Atenas, había adquirido más bien un sabor a disgusto que de ser
acogedor, tal vez porque cada día que pasaba, sabía en la cárcel en la que vivía su mamá.

- Em…- suspiró Phillip, apoyándose del marco de la puerta mientras Emma se veía en el espejo. – Estás
guapísima- sonrió, recién duchado y rasurado, sin camisa y sólo en pantaloncillos blancos a cuadros
azules.

- Gracias- sonrió sonrojada, abrazándose a sí misma por los nervios, sintiendo los brazos de Phillip
envolverla y escuchando a Papi correr, en lo que su tamaño le permitía, hasta enrollársele entre los pies.

- ¿Estás bien?- Emma asintió. - ¿Segura?

- Sí… ¿de verdad me veo bien?- y la pregunta era un poco tonta, pues, entre Camel Croisière en sus
labios, Blush No. 6, Eyeshadow No. 2, Waterproof Eyeliner No. 1 y Mascara negra que alargaba sus
pestañas, todo sacado de YSL, se veía más que bien, más en su moño flojamente fijado.

- Mejor que nunca- sonrió con ella a través del espejo. – Natasha llamó, que a Sophia le falta un poco
pero ella ya viene en camino- Emma asintió, viendo a Papi frotarse contra sus tobillos. – Yo también
estaba nervioso- murmuró, obteniendo la mirada de Emma a través del espejo. – Siempre pensé que
sólo era una formalidad, pero no sabes de lo que hablas hasta que lo vives…y podrá ser sólo una
formalidad, pero te logra emocionar, hay momentos en los que te preguntas si la palabra “matrimonio”
va a complicar las cosas como por arte de magia, pero no, life itself is complicated- guiñó su ojo. – Sophia
y tú tienen un nivel de comprensión bastante alto, algo que yo quizás no tengo con Natasha, porque hay
cosas que no entiendo sobre las mujeres, para eso estás tú- rió. – Y piensa que esa unión será válida en
Nueva York, pero no en Nebraska, y pueden ser novias en otro lado, quitarse el peso por si no lo
aguantan…pero créeme, creo que el secreto de que un matrimonio funcione es dejar que funcione por
su cuenta, porque si ustedes pueden soportar una unión de trabajo, una unión económica, una unión de
hogar, una unión sentimental, que son las uniones que ya soportan y disfrutan, es porque aquí- dijo,
apuntando el pecho de Emma. – Ya están más que casadas- rió. – Disfruta tu día, preocúpate por tomarte
tu tiempo para arreglarte y déjale todo lo demás a mi esposa y a la “encargada” del “evento” en el hotel

- Gracias- sonrió, volviéndose a él y abrazándolo, que fue cuando Papi empezó a ladrar porque Emma no
era Natasha, qué cosas no habría visto Papi.

- Eres mi cuñada, mi mejor amiga, de la familia, Emma María- y le dio un beso en la cabeza, viendo su
reloj, que marcaba las cinco en punto.

- Y tú mi hombre favorito, Felipe- dijo en tono de telenovela, escuchando el ascensor abrirse con el típico
timbre y viendo a Papi salir corriendo, en lo que su tamaño le permitía, hacia el recibimiento efusivo de
Natasha.

- Life’s too short to worry, life’s too long to wait- guiñó su ojo, dándole una palmada cariñosa en su
hombro izquierdo. Aparentemente aquel “novio” de Sophia tenía una vaga idea, pero tenía una mala
ortografía.

- ¿En dónde está mi Papi?- llamó desde la entrada Natasha en su voz aguda y consentidora, causándoles
una risa a los tres humanos restantes en el Penthouse. Se escuchaban los gruñidos juguetones de Papi y
los típicos “lindo” que Natasha le regalaba mientras lo acariciaba con cariño.

- Mi amor- llamó Phillip, asomándose con Emma por el pasillo. – Dios mío- se paralizó, viendo a su
perfecta esposa darle sentido y perfección a un Alba Updo y al maquillaje YSL. – Te ves hermosa-
balbuceó.
- Guapo, espera a que me ponga mi vestido y mis Stilettos- sonrió, guiñando su ojo, trayéndole una risa
a Agnieszka, quien se encargaba de recoger las cosas de Natasha para llevarlas a la habitación. – Emma,
sal de la sombra de Capitán América- demandó, refiriéndose, con ese título, a Phillip. - ¡Ahhh!- gimió casi
tirándosele encima a Emma de la emoción. – Por el coño de Atenea…- suspiró, dándole una vuelta a
Emma con su mano. – Per.Fec.Ta- sonrió, ahorcándola en un abrazo fraternal lleno de emoción.

- Tú también te ves muy bien, amor- sonrió, respondiéndole el abrazo, tomando el cuidado de no
estropear ni peinado ni maquillaje.

Cinco de junio de dos mil once. El episodio de “ESO”.

- Por favor, si es de “Bank of America” ya le dije que no estoy interesada - balbuceó Emma al teléfono,
pues estaba dormida.

- Em, Em, soy yo- sonaba agitada, asustada.

- ¿Nate?- abrió los ojos, viendo su iPhone, no explicándose cómo Natasha le había llamado al
apartamento y no al móvil.

- Emma, tengo una emergencia- tartamudeó, hasta parecía que estaba a punto de hiperventilar.

- Cálmate, Cariño- se despertó, sentándose de golpe en la cama. - ¿Qué pasa?

- ¿Puedes venir a la cuarenta y dos y séptima?


- ¿A Times Square? ¿Qué haces en Times Square, Nate?

- Por favor, trae dinero- dijo, desesperada, con su voz quebrada, definitivamente estaba al borde del
colapso.

- Está bien, está bien, llego en quince minutos- colgó. – Fred- balbuceó, dándose cuenta que aquel
robusto hombre se había quedado a dormir. – Alfred- gruñó, moviéndolo por el hombro.

- Nena…- respiró hondo. - ¿Qué pasa?

- ¿Qué haces tú aquí?- se enojó, poniéndose de pie y dirigiéndose a su clóset.

- No quería ir a casa, pensé que podía hacerte compañía- sonrió, siendo cegado por la luz del clóset. –
Nena, me encanta verte dormida

- Fred, no me acoses, por favor- dijo apresurada, deslizándose en el primer jeans que había visto.

- Nena, ¿qué haces?

- Tengo que salir- se quitó la camisa y sacó el primer sostén que su mano agarró; un amarillo, realmente
al azar.

- Es casi la una, ¿a dónde vas?


- A Times Square- murmuró, metiéndose en una camisa desmangada que había sacado casi al mismo
tiempo de estarse poniendo el sostén.

- ¿Hay Flashmob?- Emma sacudió la cabeza. – Nena, a esta hora, en Times Square, sólo hay turistas,
locales abiertos y vendedores de cocaína

- No voy a preguntar cómo sabes lo de los vendedores de cocaína- gruñó, sacando sus zapatillas Converse
blancas, aunque ya maltratadas, y apagó la luz. – No sé a qué hora regrese- tomó su bolso.

- Nena, te acompaño

- No, no, quédate si quieres, pero voy sola- tomó su iPhone y su reloj.

- ¿Me puedes traer algo de comer? Estoy que me muero…

- Hay comida en el congelador- dijo, desapareciendo por el pasillo. – ¡Que no vengan los bomberos!

Y cerró, la puerta, respirando profundo, exhalando en libertad, y no se explicaba exactamente por qué
pero no le había agradado encontrarse a Fred dormido a su lado cuando habían acordado que los
domingos no dormiría ahí, nunca, pues le gustaba la compañía pero tampoco tanta compañía porque
sentía que su espacio personal era invadido. Estando en el ascensor, pidió un Taxi por teléfono, que, por
la excelente ubicación, cualquier Taxi llegaba en treinta segundos o menos, para que, cuando saliera al
Lobby, sólo tuviera que hacer el cruce de brazos reglamentario y se materializara el sedán amarillo. Se
dirigió a la dirección que le había dado Natasha, tardándose exactamente cinco minutos y seis dólares,
el tiempo insuficiente para saber qué le pasaba a Natasha, pues ahí, en Times Square, Fred tenía razón,
sólo había tiendas, uno que otro restaurante y básicamente eso, dejando fuera a los turistas y artistas
callejeros, pero si Natasha le había pedido que llevara dinero era porque quizás le habían robado el bolso
y, por tener la mala, o buena, costumbre de guardárselo en el bolsillo del pantalón, había logrado salvar
su iPhone recién adquirido. Y quizás estaba en un restaurante, comiendo sola por ser domingo, pero,
¿por qué no llamó a Phillip? Quizás no le contestó.
- Em- gimió, lanzándose en un abrazo necesitado.

- Nate, ¿qué pasa?- preguntó, retirándola de sus brazos, notando que tenía su bolso colgando del
hombro.

- Mierda…- suspiró, enterrando su mano en su bolso, buscando algo en aquella profundidad. –


Caminemos a Walgreens mientras lo encuentro

- ¿A Walgreens? ¿Mientras encuentras qué?- pero ya habían empezado a caminar.

- Necesito que seas mi amiga y mi hermana, no mi mamá, por favor- suspiró, intentando atravesar una
corriente de turistas.

- ¿Qué hiciste?- la volvió a ver, pero no conseguía encontrar la mirada de Natasha. - ¿Qué no hiciste?- se
detuvieron frente a la puerta de Walgreens, pero Natasha no respondió, sólo le dio a entender que
entraran con un giro de cabeza.

- No me regañes, por favor

- ¿Por qué te voy a regañar?

- No te enojes- dijo, intentando no sonar como un potencial colapso nervioso mientras tomaba una
canastilla y se dirigían al segundo piso por las escaleras eléctricas.
- Nate, no quiero enojarme, pero no me dices qué está pasando, ¿qué hacemos en Walgreens a esta
hora? ¿Se te acabaron los tampones y no sabes qué marca ni qué tamaño comprar?

- Es que no hice algo y ahora pasa algo

- ¿Qué no hiciste?- repitió, ya desesperada por no tener una respuesta concreta. Doblaban hacia el
fondo, entrando al pasillo de tampones. - ¿Se te rompió el cordón del tampón y no te lo puedes sacar?-
rió, pensando en lo poco probable que eso era pero que era lo único que podía tener sentido.

- Yo…- suspiró, sacando una barra blanca, larga y delgada, de su bolso. – Es positivo- se lo alcanzó y
Emma, sin verlo, comprendió.

- Holy…shit- le arrebató la canastilla a Natasha y buscó las pruebas de embarazo. - ¿Cuánto tienes de
retraso?

- Dos semanas y tres días

- Mierda, Natasha…- espetó, tomando una prueba de cada marca, habiendo quince en total. - ¿Y la
protección?

- Se suponía que no estaba ovulando- trató de excusarse, pero no era una excusa válida, no para Emma,
no para el Siglo XXI.

- Toma dos botellas de agua y te las tomas para hace cinco minutos, ¿entendiste?- se dirigió a la caja, en
donde la vieron raro, obviamente por las quince pruebas de embarazo y los dos litros de agua
embotellada. – Asumo que estoy pagando yo porque tu mamá ve en detalle tu estado de cuenta
mensual- Natasha asintió entre su ahogo de medio litro. – A mi apartamento no podemos ir, Fred me
dio la sorpresa de quedarse a dormir
- I can’t be pregnant- dijo entre su agitación nerviosa por intentar tomarse el agua de la primera botella.
– Me lo saca a golpes mi mamá

- ¿Tu mamá es tu preocupación?- Natasha asintió. – No voy a dejar que tu mamá te lo saque a golpes, ni
que consideres abortarlo, que en tu inmensa preocupación creo que ya lo consideraste, hasta
consideraste que yo te lo pagara, así nadie se da cuenta…y no, no, no, y otra vez no, prefiero sacarte de
aquí, evitarte una paliza de tu mamá, llevarte a Roma, evitar que lo abortes, me voy contigo todo el
tiempo y digo que es mío y ya, fin a tus problemas

- ¿Harías eso?

- Sí, pero sólo por ti…porque todos cometemos errores, hasta en las mejores familias se cometen de
esos- guiñó su ojo, tomando la bolsa con las pruebas. – Pero antes de saltar a conclusiones, espero que
ya te estén dando ganas de ir al baño…porque tienes quince pruebas que marcar- sonrió.

Sophia llegaba a la oficina, lista para explotar su imaginación, como todos los días, y ese día, en vez de
hacerlo, se pasó la mañana entera pensando en lo aburrida que estaba, en cómo, mientras Natasha, de
quien no tenía la más remota idea de su existencia, pues aquella fotografía había caído en el olvido,
descartaba once de las quince pruebas y Emma decidía, por ella, llevarla a un examen médico, uno de
verdad y que dijera la verdad, en cómo todos en el mundo tenían quizás una vida más interesante, más
intensa que la suya, que fue más o menos a la hora del almuerzo que su jefe la llamó a su oficina, no para
regañarla, no para despedirla, ni para felicitarla, sino para decirle que tenía que tomarse dos semanas
de vacaciones, pues, en el que caso que no lo hiciera, sus días de vacaciones se perderían, y él pensaba
que a Sophia le importaban las vacaciones, que más en lo incorrecto no podía estar. Y así, al salir de la
oficina de aquel italiano y consternado jefe, mientras a Natasha le tomaban una muestra de sangre y le
trituraba la mano a Emma y Phillip sufría de una intoxicación por comida, Sophia había accedido a
tomarse catorce días hábiles de vacación, lo que las políticas de la empresa “sugerían”, y, en el camino
a su apartamento, decidió pasar las obligadas vacaciones con su mamá, con Irene, le vendría bien un
poco de calor familiar. Empacó lo necesario y se dirigió al aeropuerto, a comprar el siguiente vuelo a
Atenas, llegando así de sorpresa, por la noche a su casa, para no encontrar a nadie en ella y tuvo que ir
a la oficina de Talos.
- Buenas noches- frunció el ceño Sophia, asombrándose de que todavía, a las ocho de la noche, la
secretaria de Talos siguiera trabajando.

- Las horas de atención son de nueve de la mañana a cuatro de la tarde y con cita previa- sonrió la
secretaria, que era menor que Sophia, quizás, a lo máximo, tenía veintidós.

- Podría decirle al Congresista Papazoglakis que lo busca Sophia, ¿por favor?- dijo, omitiendo la evasiva
grosera.

- Como le he dicho, las horas de atención ya están estipuladas y, hasta donde yo sé, porque sí puedo leer
la hora, no son esas horas- sonrió, enrollándole los ojos, cosa que le enojó a Sophia.

- Usted no entiende, sólo quiero que le diga que me de la llave de la casa o del apartamento, por favor-
trató de mantener la paciencia y la pasividad.

- ¿Su nombre?- sonrió de nuevo, pero emitiendo las palabras con enojo, como si lo último que Sophia
había dicho la hubiera sacado de sus casillas.

- Sólo dígale que Sophia está aquí y que necesita la llave de la casa o del apartamento, por favor- repitió,
repitiendo, al mismo tiempo, el mantra de marca personal: “paciencia, Pia, serenidad, Sophia,
tranquilidad, Supi”. La secretaria se puso de pie con el mayor de los disgustos, viendo a Sophia de pies a
cabeza, una y otra vez, como si le diera asco, como si su sola presencia le enojara y le incomodara. Qué
lástima el genio que tenía, porque no estaba mal. Sophia se distrajo en lo que la secretaria esperaba a
que Talos la atendiera, se dispuso a contemplar el nuevo mural del PASOK, y, justo cuando a Natasha le
daban la buena noticia, o sea que no estaba embarazada y que las pruebas de quince dólares no eran las
más confiables, Sophia escuchó la discusión que se tenía la secretaria con su papá.

- Creí que sólo era yo- le siseó la secretaria.


- Maia, no sé de qué hablas- se reía aquella voz masculina, que podía confundirse con cualquier otra voz
menos para Sophia, más por la rapidez con la que hablaba.

- Afuera está tu mujer, que quiere las llaves de tu casa o de tu apartamento- “Y lo tutea”.

- ¿Camilla?- se escuchó sorprendido, hasta asustado.

- No, la otra- casi se lo gritaba. “¿La otra mujer?”

- No tengo otra, sólo tú- y a Sophia casi le da una especie de ataque fisiológico; se sentía indignada,
engañada, enojada, simplemente desubicada.

- Y la tal Sophia, ¿quién es?- le gruñó.

- Mi hija mayor- pero Sophia ya se había quitado el título de “hija”, pues le parecía absurdo que tuviera
el descaro de llamarla así, que tuviera el descaro de encarcelar a Camilla y de engañarla de esa ridícula
manera cuando él ni siquiera era un papá o un esposo.

- Oh- suspiró. -¿La hago pasar?

- No, yo saldré- y Sophia escuchó el sonido de cuando se levantó de la silla, sintiendo ansiedad por no
saber qué decirle, si enfrentarlo o no, y se dio una bofetada mental para reaccionar. – Sophia, ¿qué haces
aquí?- sonrió Talos, ni le abrió los brazos para un abrazo, que tampoco lo quería Sophia, pero era así de
frío y distante con ella, desde siempre.
- Estoy en vacaciones- murmuró, tratando de evadir el enojo que la dominaba al saber que engañaba a
Camilla con la secretaria, que ser secretaria no tiene nada malo, pero qué cliché. – No había nadie en
casa

- Greta tiene que estar ahí, ahora mismo le llamo para que te abra- dijo, buscando un billete de veinte
euros entre un fardo de billetes de cincuenta, quizás era por eso que a la secretaria le había gustado
Talos, pues guapo no era; era alto, con la edad ya había dejado de ser tan plano y recto y había echado
panza, cabello gris con algunos destellos negros todavía, cejas rectas y cortas, nariz larga, con el tabique
marcado y un poco desviado a la izquierda, ojos celestes que se agrandaban por el aumento exagerado
de las gafas y que se contrastaban con el pomposo bronceado a lo JFK, de quijada ancha y barbilla
partida, cubierta por una barba de ancla que Sophia detestaba. – Ten, toma un Taxi…- dijo, alcanzándole
el billete. – Estoy muy ocupado, tengo mucho trabajo, dile a Camilla que dormiré aquí- Sophia sabía
cuando Talos estaba nervioso, pues empezaba a jugar con las mangas de su camisa, si no estaban
enrolladas las enrollaba, y si estaban enrolladas, las desenrollaba y las volvía a enrollar.

- Está bien, yo le digo- sonrió. “¿Por favor y Gracias murieron en alguna manifestación?”

- Hablaremos luego, Sophia, ve a casa, a Camilla le gustará mucho verte- sonrió, haciendo que Sophia se
preguntara por qué carajos a Irene si la llamaba “hija” o “cariño”, y con Irene no llamaba a Camilla por
su nombre, sino que se refería a ella como “mamá”.

- Sí…buenas noches, papá- murmuró, viendo cómo aquella altura se escondía en su oficina de nuevo. Y,
al llamarlo “papá” se dio cuenta de lo inevitable: papá era papá y se merecía amor incondicional. – Una
pregunta- dijo Sophia, acercándose al escritorio de la secretaria. - ¿Usted cree que con veinte euros
puede comprarse mejor carácter?- le dejó los veinte euros que Talos recién le daba y no le dio espacio
para indignarse en voz alta, sino que sólo le dio la espalda y se retiró por la puerta principal del
edificio. “¿Debería decirle a mamá?”.

Sara se encontraba en el Plaza, en el séptimo piso, con vista a Central Park. Veía el sol brillar como si
fuera el medio día, ardiendo, iluminando, como si fuera el día perfecto. Ya estaba maquillada y peinada,
que con su cabello rubio no habían hecho mucho, nada más secarlo de manera recta y plancharlo para
fijarlo bien, y el maquillaje, nada pesado, pues Sara no solía utilizar más que mascara y delineador, tal
vez un poco de Lipstick. Respiró profundo y sonrió, sacudiendo su cabeza, pues veía su vestido Dolce &
Gabbana, cuello alto pero ovalado, manga tres cuartos, en amarillo pálido de satín, exactamente hasta
la rodilla de largo, con un leve detalle de encaje en el borde de las mangas y que originalmente, a la
cintura, llevaba un cinturón del mismo tono, pero, por la ocasión, Sara lo había cambiado por un listón
de satín, del mismo tono, de dos pulgadas y medias de ancho, que iba fijado a una base sólida alrededor
de la cintura pero caía con fluidez al amarrarse por la espalda, y, bajo su vestido, descansaban sus
Valentino de gamuza negra, de diez centímetros de tacón y de punta fina; el estilo y el buen gusto era
tanto heredado como aprendido.

Se sentó a la cama, viendo sus pies, hacía un buen rato perfeccionados, en sus mocasines Prada azul
marino, viendo la alfombra de aquella habitación, pensando en lo que se venía, en si era lo que Emma
realmente quería, en lo que Sophia realmente quería. El origen de su batalla mental tenía nombre y
apellido: Franco Pavlovic, “que en paz descanse”. Y se lo había hecho saber a Emma, pues no quería que
su hija cometiera el mismo error que ella, o que el error le durara tanto tiempo, así como a Sara su
matrimonio; su sacrificio y su infierno, que le había durado trece años, no quería que a Emma le pasara
lo mismo, pero fue Emma quien la reconfortó al decirle lo que pensaba, el día anterior, desde su cerebro
y no desde su corazón: “Mami, yo te quiero muchísimo, eso lo sabes, y no quiero irrespetarte, pero
quiero que te des cuenta de ciertas cosas, como de que mi relación con Sophia no fue sacada de la cuna
del romanticismo literario, mi relación con Sophia es un poco más moderna, la hemos construido las dos,
nos hemos conocido a tiempo completo, a Sophia le importa lo que yo pienso, a mí lo que ella piensa…yo
no me estoy casando porque me estás obligando, yo se lo propuse, ella aceptó…y sé que tu miedo es
que yo no sea feliz con Sophia…pues, Mamá, yo no tengo hijos que me detengan para pedirle el divorcio.
Sé y no sé lo que estoy haciendo, y hay cosas que no puedo controlar, sé que estoy a tiempo de
arrepentirme pero no tengo nada de qué arrepentirme, por algo pasan así las cosas.”

Emma tenía razón, no sabía lo que hacía, ¿pues quién sabía en ese momento? Pero sabía que todo tenía
una solución inmediata, y sabía cómo manejarlo, no como ella. Sara no esperaba nada de Emma, sólo
que fuera feliz, pues ya había pasado por demasiadas cosas, cosas que ella todavía no se explicaba cómo
había dejado pasar, quizás por miedo, quizás por ser mala madre, pero siempre se había culpado, y
siempre se iba a culpar, del dolor físico de Emma, en especial de esa cicatriz que tenía en su espalda, que
era el recuerdo eterno de un maltrato a sangre fría, pero nunca olvidaría todas esas cicatrices
emocionales y psicológicas. Sara siempre supo lo que Franco hacía, lo supo cuando Emma tenía cinco
años, y era su primer día de colegio; la había bajado del auto luego de haber dejado a Marco y a Laura
en el Britannia, que Emma no atendía ese colegio porque no había sido admitida, y bajó su backpack y
su Lunch box Kipling rojos, la tomó de la mano izquierda y comenzó a caminar hacia la entrada del ala
del Kindergarten. Emma, en aquel entonces, era alta para su edad, siempre lo fue, estaba en esa graciosa
época en la que descubría palabras nuevas y nuevas maneras de emplearlas, que fue por la misma época
por la que aprendió a decir una que otra palabra soez, y que su cabello liso, tan liso y sedoso, era siempre
detenido por un listón. Vestía como siempre; leggings, que en aquel entonces terminaban de salir del
mapa, y suéter un tanto grande de torso pero no de mangas. Se detuvo a la entrada, le colocó en silencio
su backpack y le alcanzó su Lunch Box, que Emma tomó con la mano izquierda a pesar de ser diestra.

- Tesoro, ¿te quieres ir o te quieres quedar?- le preguntó, agachándose para igualarla en altura. Le daba
un no-sé-qué que no había estado gran parte de las vacaciones de sus hijos, por cosas de trabajo, y quizás
Emma quería estar un tiempo con ella, aunque era más al revés; ella con Emma.

- Me gusta venir a la escuela- sonrió aquella niña que ahora, veinticuatro años después se estaría
casando.

- ¿Estás segura?- su voz era la misma con la que cualquier madre consolaba a sus hijos.

- No me gustaba estar en casa- eso a cualquiera le dolía, pues estar en casa se suponía que era lo más
cómodo y reconfortante para un niño, y, a esa edad, era raro que a un niño le gustara tanto ir a la escuela.

- ¿Es porque trabajo, Tesoro?- le preguntó, pues le había dolido mucho el hecho que a Emma no le
gustara estar en casa cuando a Laura y a Marco había que ofrecerles todos los dulces del mundo para
sacarlos de la casa y llevarlos al colegio.

- No sé…papá es muy enojado, y la gente enojada no me gusta- sonrió, como si fuera de pan caliente del
que hablaba. Y escucharon la campana sonar, lo que le impidió a Sara saber más, pero eso ya era un
indicio. – Te veo más tarde, Mami- dijo en su voz de niña pequeña, abrazándola con ambos brazos y
dándole un beso en la frente. – Tómate tu tiempo para venir- sonrió, diciéndole adiós con la mano
mientras caminaba hacia atrás, luego se dio la vuelta y se alejó en dirección a una de las maestras que
esperaban a todos los niños para colocarlos en el aula correspondiente.

Luego, más tarde, cuando Marco salía de su práctica de futbol e iba en camino a por Emma, que aquellas
palabras le habían dado guerra todo el día, Marco gritaba tiranamente que quería una cajita feliz y Sara
se negaba, comprendió lo que pasaba; Franco la regañaba demasiado, pero Emma, en sus ojos, era la
más tranquila de las tres, ¿por qué razón la regañaría? Y, cuando tomó las cosas de Emma y la ayudó a
subir al auto, notó que se impulsaba, para subirse al auto, con su mano izquierda, que, cuando se hubo
sentado y abrochado el cinturón de seguridad, Sara le tomó la muñeca derecha y la presionó un poco, y
Emma emitió un quejido. Sara tenía que viajar mucho, por cosas del Vaticano, a cursos y seminarios,
tanto de preparación como de repartición, yendo por toda Europa, y era cuando Franco aprovechaba
para aleccionar a su hija, que su argumento era que Emma no era como los demás, que no era normal
que fuera tan callada, tan tranquila, que así sólo iba a dejar que el mundo le pasara en estampida por
encima y la aplastara, que tenía que aprender a defenderse, a ser perfecta en todo, hasta para amarrarse
las agujetas de sus zapatillas deportivas, que era por eso que Emma, todavía hoy en día, no deshacía las
agujetas de sus zapatillas, nunca. La mejor aliada de Emma era su abuela, o la peor, quien se llamaba
Sara y Laura también, que se había dado cuenta del maltrato de Franco hacia Emma, a tal grado que era
ella quien curaba a Emma, quien le daba masajes en sus hematomas y le aplicaba cicatrizantes en las
heridas que tenía a veces, casi siempre en la espalda, pero nunca dijo nada porque no concebía la idea
del divorcio, y su hija no iba a divorciarse del padre de sus nietos, así no era como debía ser.

Y pasó que coincidió que Sara regresó antes de tiempo a Roma de un seminario, pues Laura, su mamá
acababa de fallecer de un paro respiratorio, y, cuando llegó a su casa, vio, sin intención de espiar, a una
Emma de diez años ducharse con la puerta entreabierta, y ubicó marcas violetas, rodeadas de un verde
con señas rojas, que tenían forma de la palma de una mano, una sobre la otra, como una huella que
hubiera ido rotando; y era una mano demasiado grande como para ser la de Marco, su hijo mayor, y, lo
que delató a Franco fue que dejaba la marca de su anillo de matrimonio. Esa misma noche, camino a
recoger las cenizas, Sara le pidió el divorcio a Franco, que él estalló y le dijo que la iba a dejar sin un
centavo, pues Sara en realidad no tenía nada, y que la iba a dejar sin hijos también. Pero Franco nunca
contó con que Sara le pagaría por cada uno de sus hijos desde la herencia de su mamá, a Laura se la
vendió por medio millón de Liras, a Marco por un millón, y a Emma por cinco, todo porque creyó que no
tenía dicha cantidad, y si la tenía, hasta le sobraba para comprar a cinco Emmas más, y todavía no le
importó pagarle el millón por Marco a pesar de que se lo quitara a través de la Corte. Emma costaba más
por el mismo placer que tenía de pegarle, más bien de “educarla” como él decía.

Y, desde entonces, se encargó de dedicarle más tiempo a sus hijas, tanto como el que necesitaran, desde
llevarlas de viaje por el mundo, Marco enojado de por vida con su mamá porque no lo llevaba de viaje
pero, al ser menor de edad, era Franco el que no firmaba los permisos legales para poder sacarlo del
país, pues Franco podía tener a Marco pero no tenía la custodia completa como Sara con Emma y Laura.
Sara era de las que consentía, a su modo, a sus tres hijos por igual, pero a Marco nunca le parecía su
modo de consentir, pues Franco se encargaba de que no sucediera, era de las que no daba las cosas sólo
porque se las pedían, ella quería que se ganaran lo que pedían, pero Emma nunca le pidió mayor cosa,
Laura sí, y Sara se negaba, por lo que Laura acudía a Franco. Lo más que Emma llegó a pedirle a Sara fue
que le pagara su educación, como ella la quería y donde la quería, eso y la esgrima que, al entrar a la
universidad, ya no la pagaba, pues era gratis. Para Sara, sus tres hijos eran igual de valiosos, pero no
podía negar que por Emma tenía un cariño más especial, y quizás no era porque era la víctima, sino
porque, a pesar de estar en la distancia tantos años, seguía preocupándose por ella, seguía queriéndola,
aún cuando, a veces, no aprobaba lo que hacía, no era una relación de interés económico, como Marco,
que la única vez que se suavizó en cuanto a su mamá fue cuando estuvo en aprietos legales y quiso
cobrar su parte de la herencia, que no había una como tal para Marco, ni para Laura, pues, antes de
morir, como si Sara, la dueña del dinero, supiera que fallecería prontamente, cambió su testamento tras
ver la espalda de Emma, y de ver cómo Marco era un niño tirano que no apreciaba nada y que a Laura
todo le daba igual, era su forma de darles una lección de vida, que nunca aprendieron, pues Marco, en
su desesperación por salir del aprieto, odió no sólo a su propia madre, sino también a Emma, porque la
herencia era sólo de ella, Laura nunca entendió y nunca entenderá el por qué no hay herencia para ella,
pues nunca se dio ni se dará cuenta; su papá siempre la mantendría a flote, pasara lo que pasara, aun
después de fallecer.

Camilla había llegado la semana anterior, dos días antes que Sara, con quien, en Roma, se habían visto
un par de veces en el transcurso del año, que hacía un par de días más de un año que se habían conocido
como consuegras. Camilla sabía que la relación con Emma era seria, sabía que iba en serio para más
serio, pues Sophia nunca había hablado de sus parejas con ella, ni siquiera de Pan, su novio del colegio,
ni de Andrew, pues nunca supo de él, y sabía reconocer la mirada enamorada con la que Sophia veía a
Emma, y viceversa, porque esa era la mirada con la que Camilla alguna vez había visto al amor de toda
su vida, al amor al que nunca debió dejar por aquella eminencia política, quien le había prometido el
cielo, el mar, la tierra, la luna y las estrellas si dejaba al tal Alec Volterra, que hasta nombre de perdedor
tenía. Talos Papazoglakis se fijó en Camilla en aquel evento de “Historia de la Arquitectura Griega”, y le
importó poco que aquella hermosa mujer tuviera novio, pues aquel novio no podía ofrecerle un futuro,
no un futuro como el que él le ofrecía; lleno de lujos, joyas y comodidades como las que nunca soñó,
pues, a pesar de ser la nieta de Leopoldo Rialto, parte del grupo de Ingenieros que intentaban
implementar el sistema de trenes rápidos en Italia tras el modelo Alemán, el mismo modelo que los
Norteamericanos les habían dado tras la Segunda Guerra Mundial, y, a pesar de que tenía mucho dinero,
sabía que sus papás se habían acabado el dinero que aquel hombre se había esforzado en generar; que
tenían lo justo para vivir con cierta cantidad de lujos hasta el día de su muerte, pero nada de lo que
Camilla podía beneficiarse. Y la cegó, con sus habladurías de político, haciendo que cometiera el error
de dejar a Alec Volterra, con el corazón roto, y la llevó a Atenas, pues su período como Embajador ya
había terminado al cambiar de gobierno. En contra de la voluntad de sus papás, Camilla se largó de
Roma, a un semestre de terminar su carrera de Arquitectura Urbana, pues sólo una materia le faltaba,
hasta trabajo final había entregado ya, con dos meses de embarazo ya, embarazada de Sophia a sus
veintiún años, sólo para que Talos se enterara de que Camilla ya iba embarazada cuando se la había
llevado a Atenas. Y le prometió hacerla su esposa, darle los lujos que le había prometido, darle todo al
hijo que llevaba dentro, pero no le prometía felicidad, ni fidelidad, ni afecto, ni nada, se limitaría a ser la
figura proveedora, pero no le prometía siquiera ser cariñoso con el hijo que llevaba dentro, pues ni le
constaba que fuera suyo y no de “aquel”, ni siquiera Camilla sabía; esos eran los errores de los que
Camilla siempre se arrepintió. Pero claro, llegó un momento en el que Camilla si supo la verdad, si Sophia
era o no hija de Talos Papazoglakis; y la respuesta no había sido sorpresa alguna.
- ¿Qué pasa, mamá?- se acercó Irene por su espalda, dándole un pequeño susto, pues veía callada y
tranquilamente el estanque de Central Park desde el piso catorce. - ¿Estás nerviosa?- bromeó,
abrazándola por encima de sus brazos, haciendo que el contraste entre los tonos de piel fueran más
obvios.

- Un poquito, sí- sonrió, tomando los brazos de su hija menor, de ya veintidós años, con sus manos.

- ¿Por mi hermana o por el tal Alec?- rió, Irene, sabiendo muy bien que, desde que se vieron a los ojos,
algo pasó, algo como que se abrazaron con un amor nostálgico, como cuando un soldado regresa salvo
de Iraq y se reúne con su familia.

- ¿Qué tiene que ver Alec en esto?

- He visto cómo lo ves, no te hagas

- No me hago, no estoy nerviosa por él, sino por tu hermana- dijo, sacudiendo su cabeza, sin desajustar
su cabello, rubio pálido y claro y brillante en aquel torniquete francés.

- ¿Por qué?

- Así me sentiré cuando tú te cases también, Irene…si es que algún día te casas- sonrió, sabiendo lo
rebelde que era su hija menor. - ¿Está todo listo?- preguntó, quitando sus manos de los cálidos brazos
de Irene.

- Sí, me imagino que vendrán en cualquier momento


- Vamos a vestirnos, entonces- murmuró, volviéndose al perfecto perchero del que colgaban un vestido,
un pantalón y una blusa, dos atuendos que Sophia había comprado de su dinero, que Emma no había
tenido nada que ver a pesar de que Emma seguía auspiciándole la vida a Irene en Roma.

Era un vestido Oscar de la Renta, pues Irene siempre soñó con vestirse de él, que no era nada más que
un poncho egipcio blanco de algodón y spandex, con un cinturón rojo que caía, amarrado a la cadera,
por el centro, en medio de las piernas, hasta el borde del vestido, que bajaba hasta por arriba de la
rodilla, y aquello, en los Stilettos perfectos, rojo sangre, en piel de serpiente de agua, Christian
Louboutin, harían de la testigo número uno, por el lado de Sophia, una belleza exótica de ahora cabello
corto, muy corto, a lo Anne Hathaway post-Les-Misérables. Y colgaba, de aquel perchero, el atuendo de
la madre de la novia: Manolo Blahnik puntiagudo, de tacón medio, de cuero azul marino, Carolina
Herrera de tela, una camisa formal blanca de encaje, de cuello redondo, desmangada, una chaqueta de
seda azul marino, estilo bolero, y un pantalón de pierna ancha azul marino, para amar a Carolina Herrera.

Julio dos mil once.

- La mier…da…- se quejó Sophia al golpearse con el borde de una de las patas de la mesa de madera en
la que trabajaba, llena de astillas. Caminaba en la oscuridad de su taller, era jueves, se había quedado
dormida después de una botella de Captain Morgan y Coca Cola Vaniglia, una bebida demasiado dulce
pero embriagante, lo que Sophia necesitaba era sacudir aquello que ella sabía y que no sabía cómo
decírselo a Camilla. - ¿Aló?- alcanzó su teléfono, apenas alcanzando a contestar.

- ¿Sophia?- escuchó la voz de su mamá un tanto quebrada y baja, muy baja, no sólo de tono y volumen,
sino también de ánimo.

- ¿Mamá?- balbuceó, deteniéndose de la pared para caminar en territorio despejado. - ¿Está todo bien?-
murmuró, viendo su muñeca, para que el reloj Emporio Armani, por precio de empleada, le gritara la
hora, pues no la podía leer. Ah, sí, las dos y veintiocho.
- Me voy a vivir a Roma- suspiró y, por alguna razón, eso no hizo feliz a Sophia.

- ¿Cuándo se vienen?

- Necesitamos que vengas cuanto antes

- Mamá, ¿qué está pasando?

- Tu papá y yo nos vamos a divorciar- y Sophia vio la luz al final del túnel, y, egoístamente, sonrió.

- Mamá…- suspiró, no encontrando las palabras adecuadas pues, ¿qué se dice en un momento así?

- Tranquila, sólo necesito que vengas…tenemos que arreglar unas cosas, ¿cuándo puedes venir?

- Puedo pedir mañana libre y el lunes también, así salgo ahora por la tarde, al salir del trabajo, ¿está
bien?- susurró, sentándose sobre su colchón inflable y acariciando su pie desnudo, notando que tenía
una que otra astilla satánica ahí dentro.

- Gracias, Pia- alcanzó a escuchar una sonrisa de su mamá.

- Mamma…tutto bene?- murmuró, encendiendo la luz de la lámpara lateral para ver su pie.

- Tutto bene, Principessa- sonrió. – Irene sta bene, un po ‘triste, ma sta bene
- Bene…- suspiró, alcanzando su pinza para sacarse les tres jodidas astillas de su pie. – Riposare un po’,
bene?

- Sì…anche tu- y colgó.

Sophia se terminó de sacar las astillas, que le costó un carajo y medio sacarse la última, que era la que
más le dolía, pues estaba muy profunda, pero, sólo la sacó, se dejó caer sobre su espalda, a reanudar su
sueño, aquel sueño cargado y ahora liviano por el hecho de que sus papás se estaban divorciando. Quizás
no era bueno alegrarse por algo así, pero Sophia quizás sólo sabía la punta del Iceberg, y no se
divorciaban precisamente porque Talos le era infiel a Camilla, pues no era la primera vez, Camilla lo sabía
y se había dado cuenta de, por lo menos, cuatro, con ésta cinco. Se divorciaban porque Camilla había
decidido tirar la toalla, pues Sophia era lo suficientemente madura como para comprender y aceptar un
divorcio, y a Irene, si se le dificultaba, lo terminaría comprendiendo, pues ya no era una niña. Sophia se
despertó a eso de las seis de la mañana y corrió, con su pie un poco lastimado todavía, hasta su
apartamento, sólo para bañarse, arreglar equipaje rápido y ligero y salir a la oficina a tramitar, cuanto
antes, el boleto de vuelo y el permiso de días personales, por lo que, a las cinco y media de la tarde,
estaba abordando el avión para aterrizar en Atenas, dos horas después y dos horas en el futuro. Tomó
el Taxi, el que le cobraba cuarenta y cinco euros por llevarla hasta la puerta de su casa y, estando ahí,
respiró hondo y tocó el timbre. Greta, el ama de llaves de toda su vida, la dejó pasar al interior de la casa,
en donde se encontró a Camilla y le dio el abrazo más fuerte que le podía dar.

- ¿Cómo estuvo tu vuelo?- sonrió Camilla, ayudándole con su bolso.

- Bien, lo de siempre… ¿y mi hermana?

- Está en su habitación, sube- murmuró, desapareciendo por el pasillo de la oficina provisional de Talos
mientras Sophia subía las escaleras.

- ¡Supi!- la saludó Irene con una sonrisa triste.


- Nene- sonrió un tanto divertida, abrazando a su hermana menor. - ¿Cómo estás?

-Bien, ¿y tú?

- Bien también… ¿cómo te sientes?

- Supi…tengo diecisiete, no necesito que me endulcen las cosas- murmuró, volviendo a su portátil.

- Está bien, Señorita Adulta- rió Sophia, quitándose los zapatos y acostándose en la cama de su hermana.
- ¿Y papá?

- No viene mucho por aquí desde antes de que te fuiste hace tres semanas…es raro ver que se quede a
dormir, y yo sé por qué es…porque se están divorciando- dijo, antes de que Sophia pudiera explicarle.

- No sé exactamente cómo se maneja un divorcio…pero tienes que estar lista para lo que sea que se
venga, porque tienes edad suficiente para decidir, pero sigues siendo menor de edad, por un año
todavía, tendrás que vivir con quien te toque vivir…

- Lo sé, pero te estaban esperando para hablar de eso…

- ¿A mí? ¿Por qué?- preguntó Sophia, viendo que Irene se encogía de hombros. – Pues, pase lo que pase,
Nene…ni mamá ni papá te pueden obligar a que te vayas con ellos, y, hagas lo que hagas, yo siempre voy
a estar al pendiente de ti, te quedes con mamá o con papá

- ¿Por qué me suena a que te estás despidiendo, Supi?- se volvió sobre su silla giratoria hacia su hermana.
- No me estoy despidiendo, sólo te estoy diciendo que soy tu hermana y que yo no te voy a abandonar,
ni mamá, ni papá, así como ellos no me van a abandonar a mí sólo porque se están divorciando

- Sophia, Irene, ya llegó su papá- interrumpió Camilla en aquella habitación, haciendo que ambas se
levantaran de sus traseros y se dirigieran a su oficina provisional.

- Papá- susurró Sophia al verlo ahí sentado, mientras más de lejos, mejor.

- Sophia- sonrió al verla, pero no se puso de pie para saludarla, mucho menos a Irene.

- ¿Para qué nos querías ver?- preguntó Sophia, quedándose de pie, recostada del marco de la puerta con
su hombro y su antebrazo derecho mientras se cruzaba de brazos.

- Como saben, su mamá y yo nos vamos a divorciar, y no vamos a regresar…antes de que nos casáramos,
su mamá y yo firmamos un acuerdo prenupcial, en el que los bienes de la familia serían míos, pues su
mamá nunca trabajó

- Mamá nunca ha trabajado porque tú nunca la has dejado- rió Sophia, con esa risa de “descarado”.

- Ese no es el punto, Sophia, lo que yo vengo a hablarles es de negocios- Sophia se extrañó, pero no dejó
de sonreír sarcásticamente. – Yo tengo la capacidad económica para sacarlas adelante, a las dos, a ti,
hija- dijo, señalando a Irene. – Puedo pagarte los estudios, universitarios, así como se los pagué a tu
hermana también, cosa que con mamá no tendrás con seguridad, pues a mamá no le quedará ni un
centavo- era como si le tuviera lástima a Camilla, eso de de que se refiriera a ella como “mamá”, a Sophia
le sabía a lástima. – Tú puedes escoger con quién quieres vivir, con mamá o conmigo, pero tienes que
saber que si te vas con mamá, yo no te pagaré los estudios ni nada, pero si te vienes conmigo, tu vida
seguirá igual, y aquí en Atenas, pues mamá se va a vivir a Roma- era como una mala campaña política. –
Puedes pensarlo por el fin de semana si quieres- sonrió. – En cuanto a ti, Sophia…lo mismo, sólo que con
mi herencia, es de si quieres gozar de ella o no
- Eso es un chantaje, eso lo sabes-dijo Sophia un tanto dolida de orgullo.

- Entonces, ¿te desconozco?

- Hazlo - concluyó.

- Nunca fui tu papá, entonces- sonrió, como si eso le quitara un peso de encima.

- Si nunca lo fuiste… me quitaré tu apellido, ¿te parece bien?- dijo, como si aquello fuera fácil y tuviera
implicaciones ligeras.

- Vas a perecer, Sophia- rió Talos, como si gozara de sus palabras.

- Prefiero morirme de hambre a que el hombre a que mi papá me niegue la comida

- Yo me quedo contigo, papi- dijo Irene tras escuchar aquellas palabras que salían de la boca de Sophia.

Y así fue como Sophia pasó de ser “Sophia Papazoglakis” a ser “Sophia Rialto Stroppiana”, que resultaban
ser los mismos apellidos de Camilla. Sophia ayudó a su mamá a mudarse a Roma, que no necesitaba
mucha ayuda, pues conocía la ciudad como la palma de su mano, y a veces Sophia se subía a un tren de
viernes por la tarde a domingo por la tarde con destino a Roma, sólo para pasar con su mamá, para
apoyarla, pues había empezado desde cero, sólo con los veinte mil euros que Talos le había dado por
orden del Juez. Lo difícil de aquello era lo que todo papá temía para sus hijos hoy en día, que Camilla no
había terminado su carrera, no había trabajado nunca porque Talos le decía que eso era para el
Proletariado, y que ellos eran de la Élite, ahora, ¿en dónde podía trabajar Camilla? Después de todo, no
sabía hacer nada, sabía de aquella Arquitectura que había conocido hacía veintiséis años, pero no sabía
de su evolución, tal vez de vista sí, pero en la práctica no, ¿qué podía ejercer? Era el típico “no sabía
hacer nada”, nada más que cocinar, que fue el primer trabajo que consiguió, de ayudante en una
panadería, de levantarse todos los días a las cuatro de la mañana para tener abierto el local a las seis de
la mañana. Sophia había ahorrado mucho, había retirado sus clases de cocina, había dejado de salir con
sus compañeros de trabajo y había dejado el taller, había vendido las máquinas, todo, y ese dinero lo
usó para ayudar a su mamá, y, mes con mes, Sophia le ayudaba con quinientos euros, que no le sobraban
a Sophia, pero que tampoco le hacían falta.

Vacaciones de tipo playero, de nuevo, pero en las Bahamas, en el Atlantis, en una habitación doble, como
siempre, con vista a la playa, en donde pasarían semana y media en estado vegetativo total, entre
dormidos y despiertos, en el sol, en la sombra, en la arena, en un chaise lounge o en la cama, nadando
con delfines, con mantarrayas, Emma y Natasha alimentándose de Ben & Jerry’s como dieta básica, por
el calor y el sol para mantener la excusa de la evaporación humana, semana y media de comer, como
siempre, todo lo del menú del restaurante que quedaba más cerca de la habitación, pues tampoco se
moverían tanto sólo por comida, y pedían el alcohol a la habitación para ahorrarse la gente acumulada
en un reducido espacio, simplemente les daba demasiada pereza. Eran unas vacaciones soleadamente
aburridas, de esas de “fueron unas vacaciones…irrelevantes…un poco.”

- Hey…- susurró Natasha al salir a la terraza. – Son las tres y media… ¿qué haces despierta?- se cubrió
con su bata, más bien se arropó, pues la brisa era hermosamente fresca y ligera a pesar de ser constante.

- Lo mismo que tú- murmuró sin quitarle la vista al horizonte oscuro, que no se distinguía por la
iluminación del hotel, que, aún en el piso dieciocho, influía. No había luna, ni estrellas, era simplemente
una línea infinita empapada de negro. No era bonito, no, pero el sonido del mar y de la brisa la arrullaban
en su estrés y en su frustración por no poder dormir.

- I couldn’t sleep…- dijo, sentándose al lado de Emma, en el sofá del balcón.

- Me neither…

- Wanna talk?
- ¿Sobre?

- No sé, de lo que te moleste…creo que, desde que te conozco, no hay noche en la que duermas bien…

- Problemas para dormir…el cuarenta y tres por ciento de la población mundial los tiene- sonrió,
colocando un cigarrillo en sus labios y abriendo su Colibri Beam Sensor negro, en el que colocaba el
pulgar en la hendidura para crear la llama.

- Você não é qualquer pessoa

- Não, não sou qualquer pessoa…

- Soy psicóloga- sonrió. – Confía en mí

- Te confío mi vida, Nate- le alcanzó la cajetilla y el encendedor. – Si hablo de esto contigo…aceptarás lo


que te diga, te mantendrás al margen…y no le puedes contar a nadie

- ¿Por qué?- suspiró, sacando un cigarrillo mientras encendía el encendedor.

- Porque no me gusta la vida pública

- Prometo no contarle a nadie


- Bien- exhaló humo, levantando una botella grande de Pellegrino para desenroscarla y beber de ella. –
I keep having these nightmares, you know?

- ¿De qué tratan?

- Es básicamente lo mismo, siempre, es como que yo estoy doblemente presente, viendo lo que pasa
desde fuera pero haciéndolo al mismo tiempo…es como una película de miedo de los ochentas, como
de una trama intensa pero de mala calidad, te podría decir que alguien me está persiguiendo, pero sólo
es la sensación

- ¿En qué lugar estás?

- Tú sabes que un sueño es como un plano incoherente…es un edificio, de no sé cuántos pisos, pero es
enorme, y está como en medio de la jungla, pero turbo high-technology, de ventanales y lo demás de
metal galvanizado, y no sé de qué carajos estoy huyendo…pero sé que es malo…

- Mmm… ¿alguna vez sales del edificio?

- Funny that you ask… sólo a veces, y sonará gracioso, pero, cuando salgo, está la CIA o algo así, que ha
plagado la fachada del edificio, y, cuando salgo por la puerta, están todos apuntándome con una glock
diecisiete, y hay tanques apuntándome también

- ¿Ahí termina?- Emma emitió el “mjm” que tanto la caracterizaba. - ¿Y las veces que no sales del edificio?

- Puede ser que pasan dos cosas, dos puntos: la primera es que llego como a la parte trasera, en donde
hay como un evento de la high society, y pasa de ser todo metálico y tecnológico, a muy clásico, todo de
madera y cortinas rojas, un chandelier sobre las escaleras…y, no sé cómo, pero llego a una como
biblioteca
- Adivino, te despiertas cuando alguien te habla a tu espalda, ¿no?- Emma asintió, sacudiendo la ceniza
de su cigarrillo. – ¿Es la voz de un hombre o de una mujer?

- De un hombre

- ¿Qué te dice?

- No sé, no le entiendo

- ¿En qué idioma te habla?

- No sé, es muy tosco, entre ruso y húngaro, no sé…

- Mmm… ¿y la segunda opción?

- Voy de piso en piso, siempre bajando y revisando el piso, pero es como que no avanzo, hasta que llego
a un pasillo que huele a azúcar quemada, a ratos a pan…y me acerco cada vez más a una habitación, que
no sé si es habitación, pero escucho a una mujer y a un hombre pelearse, pero están siseando, no les
entiendo nada, y el hombre le dice que se calle, sale de la habitación y cierra la puerta de metal…y se va
caminando como si estuviera enojado

- ¿El hombre te ve?

- No sé, me asusto cuando veo que la sombra se acerca al borde de la puerta, me dejo de mover y cierro
los ojos, como si eso me volviera invisible…
- Es un sueño, con sus derivaciones, bastante…especial- sonrió Natasha, alcanzándole a Emma la cajetilla
de cigarrillos para que tomara otro.

- ¿Por qué?

- Mira, interpretar un sueño es algo muy subjetivo, cada quien lo interpreta a su gusto y en su
profundidad…esa clase de sueños, los repetitivos, son más comunes en niños, hasta quizás por los quince
años, cuando han tenido un trauma de muy pequeños…los adultos que tienen este tipo de sueños es
básicamente lo mismo, un trauma de la infancia sin resolver…acuérdate que todo está conectado, pues
puede ser que no hayas tenido un trauma siquiera parecido a lo que sueñes, pero, si de la nada te
empieza esta serie de sueños, es porque algo te lo ha activado…¿desde cuándo tienes este tipo de
sueños?

- Van y vienen…todo el tiempo…- apagó su cigarrillo en el cenicero y, sin haber sacado el humo, empezó
a sacar el siguiente de la cajetilla. – Huelo muchas preguntas, cariño…te contestaré las que pueda y las
que quiera contestarte

- Me las vas a contestar todas porque tienes curiosidad, quizás no curiosidad, sino que sólo quieres que
te diga, o te haga entender qué te aturde…para detener los sueños

- Muito bem…pergunta…

- Háblame de la relación entre tus papás, lo que quieras y lo que puedas decirme, pero desde el punto
de vista de una niña, de cuando todavía estaban casados, como si Emma de diez o doce años me
estuviera contando sobre la relación que había entre sus papás…

- Mmm…- suspiró, encendiendo su cigarrillo. – Era bastante inexistente…pues, yo era muy pequeña
cuando todavía estaban casados…me acuerdo que todos nos sentábamos a comer a la mesa, por las
noches nada más…mis papás cruzaban un par de palabras entre ellos, luego casi sólo mi mamá hablaba,
pero con nosotros…mmm…siempre durmieron en la misma habitación… mi papá no era muy cariñoso,
mi mamá tampoco, pero se daban risas…nos íbamos todos de viaje, siempre a donde mi abuelo, en
Bratislava, mi abuelo murió cuando tenía ocho años, se llamaba Félix, todo un personaje- rió ante el
recuerdo.

- ¿Y desde el punto de vista de una Emma del presente?

- Era una relación que puedo catalogar bajo el término “mierda”, sólo dormían en la misma habitación
por el bien mental de nosotros, pero no sé con qué desprecio se dormían en la misma cama, menos mal
allá las camas matrimoniales son la unión de dos colchones individuales- rió. – Seguramente mi mamá
en algún momento le dejó ir una patada… pues, no se odiaban, pero no tenían nada en común, mi papá
era muy violento, mi mamá no sé, no sé si le tenía miedo a mi papá o si no sabía cómo lidiar con él

- ¿Y tu relación con tu papá?

- ¿Desde un punto de vista de pequeña o de adulta?

- De las dos…

- Mmm…- inhaló profundamente, sintiendo cómo el humo le calentaba el pecho en aquella madrugada
de brisa. – De adulta…pues, mi papá no es una persona a la que yo admiro, no lo considero una figura
paterna en lo absoluto, no le tengo respeto, no soy capaz siquiera de abrazarlo, me cuesta verlo…lo miro,
pero nunca lo veo, no lo puedo ver a los ojos

- ¿Te da vergüenza…o te da miedo?- murmuró, irguiéndose y volviéndose a Emma con una intriga como
nunca antes, con interés total. Emma suspiró, se aclaró la garganta y se volvió a Natasha. - Mi amor…-
susurró, tomándole la mano en las suyas. – Déjame adivinar…tus sueños los empezaste a notar en cuanto
tus papás se divorciaron- Emma asintió, inhalando de su cigarrillo, sus manos temblaban un poco. – Y no
es primera vez que tratas el tema, no con un psicólogo, te ayudó mucho la primera vez, por eso no los
tienes todo el tiempo, como antes… y eres capaz de apartar tus recuerdos, de apagarlos, pero de manera
inconsciente
- I don’t wanna be a sad story, you know?

- You’re not a sad story, Em… those are just stories, back then, they were moments, they were your
reality- la abrazó, y Emma se dejó abrazar, algo no muy normal en ella. – Tus sueños… ¿quieres saber la
conexión?

- Sólo ilumíname, que la razón ya la tengo… ¿cómo llegas a eso?

- Estás huyendo de algo, no sabes de qué, de algo intangible, que a veces te atrapa, como cuando sales
del edificio, y a veces no, porque te despiertas…dijiste que la voz era de un hombre, que no reconocías
el idioma… pero luego hablaste de Bratislava, mi suposición es que era eslovaco, y que el olor de la cocina
eran esos panes que enrollan en una barra de madera y los ruedan en azúcar y canela, que eran tus
papás discutiendo, manteniendo la fachada para tus hermanos y para ti, pues eras una niña nada más, y
lo sé porque cerraste los ojos, como si te estuvieras escondiendo del monstruo bajo las sábanas, es un
mecanismo de defensa, y tu papá no te toca porque ya no puede tocarte… seguramente tienes algo que
te acuerda a tu papá, y mucho, en tu apartamento, que no lo ves todos los días, pero, cuando lo ves,
empiezas a tener esos sueños…

- La glock…- suspiró, como si fuera la revelación más grande del mundo.

- ¿Tienes una pistola en tu apartamento?- murmuró escandalizada Natasha, viendo a Emma a los ojos.

- En la caja fuerte… no sé, así crecí en la familia…

- Deshazte de ella y verás cómo te sucede menos, cada vez menos…si no sabes cómo deshacerte de ella,
seguramente mi papá te la compra- Emma sólo sonrió. – Gracias
- ¿Por qué?

- Por compartir algo tan personal conmigo

- There’s more to me than meets the eye

- Sabes… yo toda la vida quise ser perfecta, perfecta para mi papá, para mi mamá, y eso es como ser dos
personas distintas, porque ambos esperan cosas distintas…quise ser perfecta para mí, que eso es más
complicado porque nunca estás satisfecha… y había cosas que yo no entendía, por cosas de la inmadurez,
de la falta de realidad, no entendía por qué mis parejas me engañaban, por qué los tres novios que tuve
antes de Phillip me habían engañado, por qué no terminarme, por qué no darme la cara, y por qué
engañarme…y son cosas que hasta ahora entiendo, dos puntos: Ben fue mi novio, el primero de toda mi
vida, al que le di mi primer beso, estábamos en octavo quizás, o noveno, y me engañó con una de una
clase abajo, que con ella si se fue a la cama, luego fue Garreth, mi novio oficial, el primero, porque fue
con el que me consagré…pero me engañó una navidad, porque no me quise ir con él a Las Vegas, y luego
Enzo, que no le quise dar el culo y me engañó con quien creí que era mi mejor amiga, con Ava…

- Claramente no eran para ti, pues a Phillip mira cómo lo tuviste toda una eternidad y ahí sigue, porque
él si te ama- sonrió Emma, apagando su cigarrillo.

- Sí, pero te imaginas a mis diecinueve años, en primer año en la universidad, frustrada amorosamente,
no entendiendo que mi “maldición” era en realidad mi “bendición”… estaba feliz pero a la vez triste, y
me tardé hasta ahora para saber cómo eso puede ser posible, estar así, en ese contraste tan grande… y
llegué al punto en el que toqué fondo, nada de que me iba a suicidar ni cosas así…pero estaba en una
fiesta con Julie y Ava, fue la fiesta en la que conocí a Enzo, tenían una mesa repleta de líneas de
cocaína…una línea bastante larga y gruesa, y estaba dispuesta a probarlo, por masoquismo, pero Enzo
me vio, vio que estuve viendo aquella línea por diez minutos, como si dudaba…y se me acercó y me dijo
que no lo hiciera, que no era sano y que blah, blah, blah…terminé en la cama con él esa noche, y nos
quedamos así, a tal grado que Enzo y yo nunca tuvimos un punto de partida de noviazgo, simplemente
creamos una relación amorosa alrededor del acostón y de los siguientes acostones y ya…y no sé a quién
le tengo que agradecer que siempre quise ser perfecta, porque de no haber querido serlo, no fuera tan
complicada con los hombres, fuera más floja para ceder, y no estaría con Phillip…
- So…you’re saying that everything happens for a reason?- rió Emma, Natasha asintió. – Tal vez nunca
averigüe el por qué de lo mío…de muchas cosas…

- Tal vez sí lo sabes y no lo quieres aceptar…

- You know…I had this boyfriend…

- “The” Boyfriend?

- Ese mismo… fue como la reafirmación de que no puedo confiar en un hombre… confío en Phillip, en tu
papá, en Volterra…en cualquier hombre que no se meta conmigo sentimentalmente…me cuesta confiar

- ¿Y Fred?

- We’re just having fun…no somos nada serio…no tiene la capacidad para romperme el corazón porque
no lo he dejado entrar…es más físico…

- Supongo que está bien tener un poco de diversión, siempre y cuando sea con protección, ¿Verdad?-
rió, acordándose del episodio de “Eso”.

- “Eso” no me va a pasar a mí

- Oye, tú sí que tienes Síndrome de Peter Pan, en el sentido de que crees que esas cosas no te van a
pasar, pues eso creí yo…y vaya susto…
- No me va a pasar porque no me puede pasar, Nate… defecto de fábrica- guiñó su ojo.

- Oh, sorry, sorry, sorry…- balbuceó.

- It’s ok… lo sé desde hace años ya…

- Supongo que sí ya has considerado otras opciones- sonrió, tratando el tema como todos los demás.

- No, me apego a mi naturaleza…no estoy diseñada para ser mamá, no tengo el gen, no tengo la
habilidad, ni la vocación

- Creo que la explicación más válida es la que no dices, pues, al menos yo la aceptaría mucho más que
una explicación débil sobre “no me gustan los niños”…- sonrió, echando su cabeza hacia atrás. – Y puedes
escoger ser como tu mamá o como tu papá, pero el miedo es un mecanismo de defensa natural, que
justifica tus razones débiles

Agosto dos mil once. Era lunes ocho a las dos y treinta y nueve de la tarde en el Estudio de Ingenieros y
Arquitectos “Volterra-Pensabene”, Emma acababa de entrar a un tipo de concurso bastante peculiar,
pues podían concursar básicamente todos los del gremio del diseño; fueran diseñadores de moda,
gráficos, artesanales, de interiores, Arquitectos, Ingenieros, etc. ¿El premio? No era exactamente una
suculenta paga, eso también, pero, lo que más pesaba, era que, el diseño ganador, con sus respectivos
ajustes, sería materializado en la vitrina de Louis Vuitton de la Quinta Avenida, que significaban dos
diseños distintos, pues había un local en Rockefeller Center y otro sobre la Cincuenta y Siete, con el
motivo de Halloween, pero no del presente año, sino del siguiente, o sea dos mil doce. El “concurso”,
porque no cualquiera podía entrar, sino más bien Louis Vuitton Marketing Image los contactaba, y tenían
que impresionar, tenían que darle el Mojo adecuado a “Dress to impress your memories”, y Emma,
pensando totalmente fuera de la caja con Halloween porque no era una fiesta que ella celebraba, pues
no la entendía y le daba igual, hacía, en ese momento, a esa hora, de espaldas a la puerta, sentada sobre
un banquillo a su mesa de dibujo, el modelo físico de la vitrina del local de Rockefeller Center, y no era
un modelo como los que siempre hacía en un octavo de plywood, sino que este era en papel, que era lo
que la Arquitectura le permitía hacer con naturaleza, pero era lo que más se tardaba, alrededor de dos
días por modelos, pues eran dos y ya estaba contra el reloj.
- Adelante- respondió al llamado a la puerta, sin volverse, pues, juzgando por cómo habían llamado a la
puerta, dedujo que era Volterra.

- Si supieras lo hermosa que te ves haciendo manualidades- dijo David, viendo la espalda de Emma, ya
con la camisa por fuera y, al estar sentada de esa manera, su pantalón se bajaba un poco y dejaba ver,
por entre el borde de la camisa y el borde del pantalón, los indicios de una sensual tanga negra.

- David, ¿en qué te puedo ayudar?- suspiró con pesadez, pues David no era su persona favorita.

- Siempre al grano, ¿no?

- El tiempo perdido hasta los Santos lo lloran- dijo a secas.

- Bueno, bueno…sólo te quería preguntar algo, desde un punto de vista femenino

- Aja…

- Quiero invitar a una mujer a un juego de los Knicks

- Pero la temporada no empieza hasta en octubre, David, y apenas estamos en agosto

- Si, lo sé, por eso te quería invitar, porque queda tiempo, así puedes organizarte con tu tiempo y
podemos salir, tengo asientos al borde del juego, detrás del banquillo, ¿qué dices?
- David, de verdad, no me invites a salir, que nunca voy a aceptar, tengo novio

- ¿Cómo se llama el afortunado?- preguntó a su oído, deteniéndose con sus brazos de la mesa de dibujo,
encerrando a Emma entre ellos.

- Se llama Fred

- Fred, ¿Alfred o Frederick?

- Como sea, David, no quiero salir contigo, nunca…

Emma entró a su apartamento ese lunes por la noche, estaba demasiado cansada, se empezaba a sentir
débil, mal de salud, hasta le dolía el alma al caminar en sus Stilettos. Se bebió cinco tragos de Gin sin
parar, sin explicarse por qué o para qué, pero le calentó el cuerpo, y alcanzó a meterse en la cama en
medio de su terrible fiebre, en la que alucinaría, sí, algo sobre gaviotas picoteándola. Y se enrolló en la
cama, en posición fetal, creyendo, como todo adolescente, que se iba a morir y que era su despedida al
mundo tal y como lo conocía, se acobijó en el transcurso de la noche, sólo para que, al despertar, se
encontrara con Alfred, que la veía fijamente desde la puerta.

- Buenos días, Nena- dijo en su voz grave. – Son las doce de la noche

– Leave me alone- le ordenó, pero él no entendió, ella se dio la vuelta y se escondió bajo una almohada.

- Es que tengo un problema


- Mmm…- se quejó, quedándose dormida de nuevo, o empezando a quedarse dormida, pues escuchó
que Fred bordeaba la cama y se colocaba frente a ella. – No me gusta que me veas dormir, vete- le dijo,
levantando su mano para hacer la típica señal de “vete”.

- Nena, abre los ojos, por favor- Emma los abrió un poco y vio, por entre sus dedos, a Fred, con los
pantalones abajo, deteniendo su bulto entre sus manos.

- No tengo ganas de coger, Fred- se quejó de nuevo, viéndolo a los ojos con expresión de “o te vas, o te
mato”.

- Nena, por favor…estoy que ardo- dijo, quitando sus manos para que Emma viera su enorme erección.

- What the fuck are you wearing?- gimió, irguiendo su cuello mientras intentaba enfocar aquella imagen.
- ¿Estás usando mi Kiki de Montparnasse?- murmuró, tratando de enfocar todavía.

- Es muy cómoda, Nena

- Mastúrbate en otro lado, Alfred…y deja de robarme mis tangas que son caras

- Nena, ya me masturbé, tres veces, y no se me baja- gruñó, quitándose la tanga de Emma.

- Como quien dice que estás mal- rió, cerrando sus ojos y enrollándose de nuevo en las sábanas.

- Se me olvidó que me había tomado una dosis ya, y me tomé doble sin querer
- ¿Dosis de qué?- balbuceó, ya entrando en etapa de sueño.

- De viagra, Nena…la he usado toda mi vida, pero ahora se me ha pasado la mano

- Pues ve a pasarte la mano a otro lado que no sea en mi casa- espetó, todavía con sus ojos cerrados. –
Me siento demasiado mal, porque no puedo ni parártelo, y porque estoy enferma…now, take it home-
dijo, refiriéndose a su erección.

- Nena, por favor, haré lo que sea- sollozó, como si estuviera en un verdadero problema. - ¿Qué quieres
que haga?- Emma abrió los ojos y retiró sus sábanas.

- Quiero que me entregues mis llaves y que, de ahora en adelante, nos veamos en tu apartamento, sin
viagra, y que dejes de robarte mis tangas, por Dios…- Alfred se agachó, buscó las llaves en el bolsillo de
su pantalón y colocó las llaves en la mesa de noche. – Y me dejarás a mí hacerlo, porque no me imagino
lo que me dolería si me follas como siempre…

- Está bien, Nena, ¿algo más?

- Llévate tu Play Station- murmuró, quitándose su tanga roja, porque ya no tenía negras, para que Alfred
se hundiera en su entrepierna.

Y, lo único que Emma podía pensar era en lo mal que eso estaba, pero al menos ya no entraría a su
apartamento cuando se le diera la gana, Emma sabía que era el primer paso para el fin de una relación,
pero no tenían una relación, era básicamente sexo, pues cuando no había sexo Emma no podía ni verlo,
se desesperaba demasiado. Abrió sus piernas para él y Fred se encargó de lubricarla, con sus dedos y
con su lengua, eso sí lo sabía hacer demasiado bien, tan bien que, cuando ella se corrió, le dolieron hasta
los huesos. Tenía que aceptarlo, había algo bueno de Fred, no sólo su torpeza natural que hacía reír a
Emma pero que al mismo tiempo le enojaba, y nada más, bueno, sólo el sexo oral, Dios, sí que era bueno
el señor de treinta y un años, era lo único que a Emma le gustaba con él, le gustaba más cuando Alfred
le decía que sentara en su cara, y, aunque a ella no le gustaba mucho cabalgar la cara de nadie, Alfred la
obligaba, y ella, pues, no era tan difícil cuando ya estaba excitada, y lo cabalgaba suavemente, más bien
se mecía corta y suavemente sobre él, tomándolo del cabello y de la cabeza mientras él pellizcaba sus
pezones o apretujaba sus senos.

- Gime, por favor- le gruñó Alfred en cuanto Emma introdujo aquel miembro en su vagina, que iba a
cabalgarlo ella a su ritmo, a su adolorido ritmo. Emma no gemía porque no se sentía cómoda gimiendo,
sino confundía su vida con la pornografía. – Gime, por favor- le repitió, y Emma se rindió. ¿Por qué no?
De igual forma, eso ya era pornográfico, no había mucho sentimiento de por medio, al menos no de su
parte, pues Alfred podía llegar al punto en el que lo despreciaba porque la desesperaba.

- Ni se te ocurra cogerme- le advirtió. – Sino, dejo de gemir y te dejo de coger- porque eso era lo que
hacían, “cogían”, ahí no había tales de “hacer el amor”, aunque eso era lo que Emma iba a intentar esa
vez.

Emma pasó sus piernas a los costados del torso de Alfred y se echó hacia atrás, dejándolo ver todo su
lado frontal, con su miembro en ella, y Emma empezó a cabalgarlo, de arriba abajo, suave y lentamente,
que así debería ser el sexo, suave, para el goce de la mujer, qué egoísmo. Y gemía, fingía los gemidos,
pues no terminaba de sentirse capaz de gemir, pero la sensación suave le gustaba, pero, por estar
fingiendo, no podía gozarla, pues tenía que dividir su concentración entre gozar y gemir, y, en su fiebre
de treinta y ocho grados centígrados, no le era posible ser policrónica. Se dejó caer sobre su pecho,
cabalgándolo sólo con su trasero, de arriba abajo, cada vez más rápido, ambos gemían.

- Córrete para mí- gruñó Fred, creyendo que Emma era capaz de llegar al orgasmo con la penetración,
pues no sabía distinguir exactamente entre cuándo se corría y cuándo no.

Emma lamió sus dedos derechos y los llevó a su clítoris, que sabía que no tendría un orgasmo, pero era
parte de la actuación, hizo como si se tocaba, pero ni siquiera frotaba su clítoris, simplemente dejaba
que el dorso de sus dedos rozaran el vientre de aquel hombre, para que sintiera como si se estaba
tocando, y gimió lo más falso que pudo, fingió su primer orgasmo, que quizás yo no se lo hubiera creído,
pero Alfred si se lo creyó, y, sólo con ver esa terrible actuación, se corrió dentro de Emma por tercera
vez en su sobredosis de viagra, algo que a Emma no le gustaba, pues no le gustaba sentir que algo andaba
dentro de ella.
*

Sophia le puso el collar a Darth Vader, el Bottega Veneta negro y le sirvió un poco de leche, que había
descubierto que le gustaba, pero no se la tomaba toda, por lo que sólo le servía dos onzas, lo suficiente
para mantenerlo ocupado mientras se vestía. Desenfundó el Oscar de la Renta rojo, y notó, por el espejo,
que el Elie Saab colgaba ahí también, y dudó si debía darle gusto a Emma o no, sólo era un vestido.
Sacudió su cabeza. Sonrió. Sacó la correa y la encajó a la cremallera del vestido, método para subirse
sola la cremallera. Se quitó la ropa, colocándola en el cesto de la ropa sucia y salió, desnuda, hacia el
baño, a rociarse un par de veces su nuevo descubrimiento, el Hermés’ 24 Faubourg. Tomó el double-
tape, dos tiras y se dirigió al clóset nuevamente para pegarlas del lado del busto del vestido, siempre
sobre el vestido y no sobre la piel. Abrió el envoltorio de su tanga, una Argentovivo negra que no dejaba
ninguna marca, ni sobre la piel ni se ceñía bajo el vestido, se deslizó en ella y descolgó el vestido rojo,
bajó la cremallera se metió en el, tomó la correa y la tiró hacia arriba, subiendo así su cremallera; acto
seguido, aseguró el busto de su vestido a su piel con la cinta adhesiva doble y retiró la correa. Tomó su
bolso compacto, un Belstaff de metal, las barbaridades de la moda, arrojó su teléfono, un paquete de
goma de mascar, su cartera Valextra de cuero negro, en donde sólo había espacio para dinero y cinco
tarjetas, que una era su identificación, tanto la italiana como la norteamericana, una que Emma no tenía,
y su Visa Infinite, su Debit Card y su American Express, y cerró su bolso. Abrió el panel y sacó el tramo de
las joyas; buscando los aretes que Natasha le había regalado para la ocasión; de base de cuatro perlas
grandes, en el centro, una quinta y sobre las de la base. Abrió la cadena Tiffany que Emma le había
regalado y se quitó su anillo del dedo izquierdo, acordándose de cómo Emma se lo había propuesto, que
fue romántico, o quizás inesperado, ¿pero qué mujer no quiere algo así? Había que aceptarlo, todas
esperaban algo romántico, todas están a la expectativa de cómo, cuándo y con qué. Lo deslizó en la
cadena y se la puso al cuello, cayendo aquel anillo que le daba una idea muy concreta de lo que Emma
gastaría por ella, pues, sobre su corazón, descansaban seiscientos setenta y cinco mil dólares que podía
haber utilizado para otra cosa. ¿Cómo una cosita podía costar tanto? Si ni pulverizando billetes de cien
dólares se comprimían en algo tan pequeño y brilloso. Se subió a sus Jimmy Choo, un vistazo al espejo,
y no se sintió guapa, no se sintió de acuerdo, pero quizás eran los nervios. Tomó el vehículo de transporte
de Darth Vader, marca Sophia Rialto, y le daba risa siempre que pensaba eso, pues no era marca, era
simplemente amor al perro por que estuviera cómodo, y sólo era para transportarlo al edificio de
Natasha, pues pasaría el fin de semana con su primo, Papi.

Segunda semana de septiembre, dos mil once. Concierto de los Rolling Stones en Times Square, cuestión
de dos horas atrás. Emma estaba borracha, como nunca antes, de esas veces que ni caminaba recto, ni
siquiera en sus Converse que había bañado en cerveza. Estaba en el apartamento de Alfred, bueno,
apenas llegaban, y Emma y Alfred se besaban arrancadamente, arrebatado, salvaje, Alfred cargando a
Emma en el ascensor, apretujando su trasero sobre el jeans, su respiración era pesada, y tenía aquel olor
a pan agrio, a humo que no era de cigarrillo, con sus ojos rojos, que a Emma, en su ebriedad, no le
importaba, pues estaba caliente, el alcohol la había puesto así, o quizás algo que Alfred le había puesto
a las cervezas, no importaba. Entraron al apartamento, rebotando en las paredes, quitándose la ropa,
Alfred con una media erección.

- No puedo trabajar con eso, Nene- rió, señalando aquel miembro sin circuncidar un tanto cabizbajo. –
Tómate una azul- le ordenó. – Que ahora vamos a reventar la cama- gruñó en su inmensa ebriedad, y
Fred materializó aquella pastillita y la bebió figuradamente, pues no tenía agua, sólo saliva. - ¿Cuánto se
tarda?

- Cinco minutos…- balbuceó, viendo a Emma en varios planos, moverse lento, entre su marihuana. La
pastillita era psicológica.

- Oh, you’ve been a bad boy- dijo Emma, hablándole sexy, acostándolo de golpe sobre la cama. – How
bad have you been?- se subió sobre él, desnuda, tomando su pene para colocarlo sobre su vientre y
mecerse sobre él, atrapándolo entre sus labios mayores.

- Very bad…the baddest of them all…

- Tell me…bad boy- susurró a su oído, clavándole sus pezones, que le hizo cosquillas por los varoniles
vellos que cubrían el pecho de aquel ahora en potencial engorde adulto. - ¿Por qué te gusta cogerme?

- Porque eres sexy…estás más buena que el pan…

- ¿Y qué más?- siseó suavemente, bajando con su pecho por el suyo hasta llegar a atrapar su miembro
entre sus senos.
- Porque eres una fiera en la cama…

- ¿Por qué yo y por qué no otra?

- Porque me gustas tú- gruñó, sintiendo la lengua de Emma rozarle su glande, que Emma lo había
descubierto, sintiendo aquel miembro ya más erecto, que no era que Fred era impotente, era algo
psicológico. Y volvió a subir, con algo así ya se podía trabajar, y lo introdujo con dificultad en su vagina,
era como un dildo flojo, pero daba placer igual.

- ¿Y por qué te gusto, Nene?- dijo agitada, empezando a cabalgarlo, que fue cuando él la tomó
fuertemente de su trasero, tanto que fue una nalgada fuerte, y la empezó a penetrar sin piedad,
haciéndola gritar, y no de placer, sino de dolor, y de rabia.

- Don’t know, you look a lot like my mother- gimió, viendo los senos de Emma subir y bajar con una
impresionante velocidad.

- Stop, stop, stop…- gritó. – What the fuck is your problem?- siseó, sacándose su miembro de ella y
empezando a buscar su ropa con la mirada.

- ¿Qué dije?- sollozó.

- Dude, you need fucking therapy- se deslizó en su jeans.

- ¿De qué hablas, Emma?

- Ve a rehabilitación, carajo, ve a un psicólogo a que te trate el complejo de Edipo…haz lo que quieras, a


mí no me tomes en cuenta, yo me voy, esto se acabó
- Oh, come on, Emma!- gritó, viendo a Emma salir con su camisa a medias poner, con los zapatos en la
mano y el bolso en la otra, dejando su sostén y su tanga ahí tirados.

Emma, al igual que Sophia, se desnudaba para meterse en su Kiki de Montparnasse, una tanga, negra
como siempre, que, como su nombre lo decía, era como andar sin nada, totalmente seamless, igual que
la de Sophia. Descolgó la funda del vestido y lo arrojó sobre la cama, desabotonó aquellos botones
recubiertos de seda blanca, descubriendo su perfecto y apropiado vestido, que no era quizás hecho a la
medida, pero era estilo único por las plumas, y había sido ajustado especialmente para Emma. Tomó,
antes de deslizarse y estropear su perfecto vestido negro, su barra y sus polvos antifricción, se sentó a
la cama y frotó la brocha de los polvos sobre la unión de la falange y el metatarsiano pulgar e índice,
para luego frotar aquel ungüento sólido sobre el área y volver a polvearse. Técnica aprendida de
Natasha, quien era como la cajita de Pandora en cuanto a los secretos de la comodidad para evitar el
lema de “La Belleza Duele”, era por la altura de sus Stilettos y porque eran nuevos, sólo para que no se
lastimara y pudiera caminar cómodamente sobre ellos. Se subió a sus Stilettos y, así, se deslizó en su
vestido negro, que según yo le quedaba perfecto, según Natasha era la octava Maravilla construida por
el hombre. Subió la cremallera lateral, invisible, tal y como Emma lo había pedido, y, para esconderla
aún más, botones planos y cómodos, que terminaban por cerrar la complexión del vestido; una obra
maestra.

Caminó hacia la mesa de noche, tomó sus aretes Piaget y los fijó a sus orejas, tomó su Patek Twenty-4,
dándole un poco más de elegancia al asunto, pues su reloj de todos los días, el otro Patek, tenía muñeca
de cuero marrón quemado y era de oro rosado, y sabía que un reloj no se usaba con un vestido, pero sin
reloj se sentía extraña. Roció, a distancia de medio brazo, el Guerlain Insolence a cada lado de su cuello,
sobre su pecho vestido, sobre la parte interior de sus brazos y, habiendo colocado el frasco sobre la
mesa, vio su mano izquierda, y sonrió. Tomó el anillo entre sus dedos índice, medio y pulgar de la mano
derecha y lo sacó lentamente, y lo admiró, sonriendo, no había un anillo más chic, al menos eso pensaba
Emma, había sido lo que probaba la seguridad de Sophia, y se lo cambió de mano, enfundando su dedo
anular derecho con aquel anillo, sintiéndolo extraño, pero parte de sí, lo que la hizo sentir segura en
aquel momento de nervios. Respiró hondo, tres veces, y, tomó su bolso compacto, Fendi ocre, llevándole
un poco de descaro al asunto, pues no estaba en contra de aquello, más porque no vería su bolso muchas
veces por la noche; pues sólo llevaba su cartera, goma de mascar, y su teléfono, una cajita, ah, y un
Lipgloss.
*

Noviembre dos mil once.

- Gaby, ¿puedes venir un momento, por favor?- dijo Emma por el intercomunicador, reanudando su
tercera propuesta para los Hatcher.

- Dígame, Arquitecta- emergió, con su libreta ya en una página en blanco, lista para tomar nota, pero su
voz era quebradiza, y sus ojos estaban agachados.

- Siéntate, por favor- sonrió, apartando el teclado y el mouse, apoyándose con sus codos, recubiertos en
un suéter Donna Karan de lana, en una mezcla de tonos celestes y turquesas, con un poco de blanco. -
¿Qué pasa?

- Nada, Arquitecta- intentó sonreír, pero fue demasiado falso.

- Gaby, no te voy a regañar, yo no soy tu mamá- murmuró, intentando buscar la mirada de Gaby, pero
seguía sin verla. - ¿Qué pasa?

- Tengo problemas personales, Arquitecta, nada de qué preocuparse. Dígame, ¿qué puedo hacer por
usted?- inhaló su congestión nasal para evitar que saliera huyendo de su nariz.

- Gaby, ¿cuánto tiempo tienes de trabajar para mí?

- Un poco más de un año


- ¿No confías en mí?- murmuró, no por curiosidad, sino porque detestaba ver a una mujer llorar, pues
siempre lo asociaba con violencia, y porque Phillip se lo había dicho muchas veces, más cuando Natasha
tenía sus colapsos de cinco minutos por el estrés en el trabajo, además, si Gaby estaba mal, no era tan
efectiva como el resto del tiempo. – Pretendamos que no soy tu jefa, sino que tu amiga, ¿está bien?- dijo
al sentir que Gaby estaría a punto de evadirla de nuevo, y no iba a descansar mientras no viera que se
recomponía. Necesitaba que hiciera cosas por ella.

- Vivo en Brooklyn con mis papás, y mi hermano, con su esposa y su hijo…- Emma emitió un “mjm”. –
Hace dos meses llegó el hermano de mi cuñada…- y empezó a quebrarse en lágrimas.

- Gaby, háblame con confianza…yo no diré nada a nadie, esto se queda entre nosotras, ¿está bien?- ella
asintió, no sabiendo por qué el tono de Emma le parecía tan reconfortante.

- Es mayor que yo, tiene veintiocho…y se quedaba a dormir en la casa…

- ¿Te hizo algo?- pero Gaby no respondió. – Gaby, ¿te hizo algo?- repitió, poniéndose de pie y bordeando
el escritorio.

- Arquitecta, yo le juro…- sollozó, tapándose el rostro con ambas manos.

- Gaby…Gaby…- murmuró Emma, sentándose en el sillón de al lado. – Tranquilízate…háblame- murmuró


con aire a consuelo, alcanzándole un Kleenex de la caja que tenía arrojada, por cosa del destino, sobre
el escritorio.

- Es que tengo miedo de que me cueste el trabajo, Arquitecta- dijo entre sus sollozos y su congestión
nasal.
- Gaby, ¿has vendido propiedad intelectual de la oficina?- ella se negó con la cabeza. – Entonces no tengo
por qué quitarte el trabajo…háblame, por favor

- Tengo ocho semanas de embarazo- dijo, tan callada que Emma apenas le escuchó.

- Gaby, ¿fue sin tu consentimiento?- se negó con la cabeza.

- Sólo pasó, Arquitecta…se lo juro

- Gaby, no tienes por qué darme tantas explicaciones…pero, dime, ¿por qué lloras exactamente?
Seguramente podemos encontrar una solución- sonrió, poniéndose de pie para dirigirse a la micro-
estación de vasos y botellas de Pellegrino que tenía, que, por cuestiones del destino, tenía una botella
de agua sin gas, la que abrió y vertió en un vaso. – Gaby… ¿qué tan malo puede ser?

- Mis papás me van a echar a patadas de la casa, él no se va a hacer cargo… ¿qué voy a hacer?- rezongó,
y con justa razón.

- Vamos por partes… ¿por qué te van a echar de la casa?

- Es la reacción que espero, Arquitecta

- ¿Cuándo les vas a decir?

- Ahora que llegue a casa


- Hagamos una cosa, si es que te parece…- suspiró, no estando segura de lo que estaba haciendo, pero
si en sus manos estaba tranquilizar a una mujer desesperada, lo haría, más cuando era tan buena en su
trabajo. – Yo estoy dispuesta a ayudarte siempre y cuando no decidas abortarlo, ¿entiendes?- Gaby
asintió. – Si las cosas en tu casa salen mal, yo te daré un lugar para vivir mientras encuentras algo tú,
pero, pase lo que pase…te subiré el sueldo…y me encargaré de que a tu hijo no le falte una buena niñera,
ni a ti los tratamientos prenatales necesarios- y todo era porque Emma no podía pasar por lo que Gaby
estaba pasando, pero era algo raro, no podía pero tampoco quería, aunque siempre fue de apoyar a los
niños; casi siempre, sus donaciones, iban a hogares de niños huérfanos.

- Arquitecta…yo no podría aceptar eso…

- No es una pregunta, es una orden…si tus papás te dan la espalda, ten por seguro que yo no…porque no
sé qué es tener veintiún años y estar sola…pero sé que una mano amiga no te caería mal, todos
necesitamos ayuda de vez en cuando… ¿de acuerdo?

- Está bien, muchísimas gracias, Arquitecta…- suspiró, tomando el vaso con agua que Emma le alcanzaba.
– Sólo tengo miedo…

- A mal paso…

- Darle prisa- lo completó, secándose las lágrimas y soplándose la nariz.

- Exacto- sonrió Emma. – Pero ya no llores, ¿sí? Soluciones hay, y muchas- dijo en aquel tono
comprensivo mientras se devolvía al otro lado del escritorio, volviendo a levantar la barrera entre jefe y
empleado.

- Gracias, Arquitecta…- se recompuso. - ¿Qué puedo hacer por usted?


- Necesito que me compres un boleto de avión, para el diez de diciembre, saliendo de JFK por la mañana,
para llegar al Fiumicino, el aeropuerto de Roma…

- ¿Qué tan en la mañana? ¿Alguna aerolínea en especial? ¿Qué clase?

- Saliendo a eso de las ocho de la mañana, la aerolínea no importa, que sea directo o, si tiene escalas,
que no tenga que bajarme del avión, por favor…cómpralo en Primera Clase, por favor…entre menos dure
el vuelo, mejor- suspiró, trayendo de nuevo el teclado del ordenador hacia ella.

- ¿Qué más?

- Necesito que llames al Señor este de Little Wolf…se me ha olvidado el apellido, se llamaba Manuel o
Manolo, no me acuerdo, pero necesito que le preguntes si ya están las encimeras de mármol negro, si
están, dile que las venga a dejar, contra pago, y si no están, quiero que le llames tres veces al día para
presionarlo, acordándole que tiene “x” días de atraso, amenázalo con nunca trabajar con él de nuevo-
Gaby emitió un “mjm”. – Llámale a Jaime Gonzalez, el plomero de Aaron, y dile que se me sale el agua
de la ducha, que necesito que vaya a verla, que cotice y que me diga qué carajos hay que cambiarle de
una buena vez, que es tercera vez que pasa eso…

- ¿Algo más?

- Avísame cuando Volterra esté libre, por favor- sonrió, dando por terminada la sesión de labores en su
oficina, en lo que a Gaby se refería, pues eran apenas las diez de la mañana. Tomó el teléfono y presionó
el acceso directo número dos, pues el primero era el de Volterra.

- Centro de Recursos Humanos, Project Runway para Lifetime, buenos días- dijo aquella mujer que
parecía tener voz de pregrabación.
- Buenos días, con Natasha Roberts, por favor

- ¿Quién desea hablar con ella?

- Emma Pavlovic- sonrió, intentando aguantarse una risa por querer decirle “El Coño de Atenea”, que era
una simple burla a un comentario reciente de Natasha, pues había catalogado la vagina de Atenea como
mágica, como su vagina, pues una vez atrapaba un pene, no lo dejaba ir. Un comentario al azar, estúpido
pero al azar.

- Please tell me that you need me- gimió Natasha al contestar la llamada.

- I always need you, ma Chérie

- Tan linda que eres- rió.

- Lo sé, soy la más hermosa y la mejor amiga del mundo

- ¿Y ese salto de confianza?

- ¿Qué vas a hacer ahora por la noche?

- Mi vagina necesita descanso…he tenido demasiada acción desde el lunes

- Hoy es martes- rió Emma a carcajadas.


- Pues imagínate el abuso del uso…- rió, y qué bien se sentía reír así de fuerte. – En fin, estoy en
incapacidad autorecetada, ¿qué tenías en mente, oh, gran Emma?

- Oh, gran Nathaniel- bromeó. – ¿Qué dices si vamos al cine a ver cómo Cullen revienta la cama con
Bella?

- Tienes mi atención- sonrió. – Si yo no puedo tener sexo, que lo tengan ellos…aunque seguramente me
dará risa… vomita tu plan

- Tickets centrales para “Breaking Dawn”…y luego una Lady Gluttony en Olive Garden…Ravioli di
Portobello, con ensalada y Breadsticks…luego de una Smoked Mozzarella Fonduta…

- Unos cuantos Venetian Sunsets…

- Y, de postre, Zeppoli

- ¡Ah!- gimió suavemente al teléfono, cuidando que nadie la escuchara. – Me acabo de correr- rió
Natasha, levantando sus lentes por encima de su cabeza.

- Phillip puede venir también

- ¿Qué parte de “Incapacidad” no entendiste?

- Ay, ni que te haya abusado de la puerta trasera- rió Emma, viento que Gaby se acercaba a su oficina.
- Ay…no, nada que ver…es sólo que necesito un descanso…

- Como tú digas…

- ¿A qué hora es el chiste?- Natasha se negaba rotundamente a aceptar que la Saga le gustaba, que le
encantaba, a Emma le daba igual, pero había visto las películas anteriores con Natasha, había que
mantener la tradición.

- A las siete y media en el de siempre

- ¿Nos vemos a las seis frente a las escaleras?

- Me parece perfecto, mi amor- sonrió Emma, ruborizándose por haberla llamado así frente a Gaby, pero,
a fin de cuentas, ¿Gaby qué sabía? Nada.

- Go, Team Edward!- gritó, y luego colgó.

- ¿Ya está libre Volterra?- Gaby asintió. - ¿Alguna novedad?- preguntó, sacando su tarjeta de crédito,
pues su vuelo no se iba a comprar con imaginación o suspiros.

- Hay un problema…- Emma le alcanzó la tarjeta.

- ¿Qué pasó?- se puso de pie y empezó a caminar hacia el exterior de su oficina, para atravesar
longitudinalmente el Estudio para llegar a la oficina del Jefe.
- Hay sólo dos aerolíneas que vuelan directo, Alitalia y Delta, pero ambos vuelan de noche, y no hay de
Primera Clase, sólo de Clase Ejecutiva…

- ¿Cuál dura menos?- pasó de largo por los cubículos de la Trifecta, en donde David siempre hacía la
jugada del Exorcista al darle una vuelta de 360° a su cuello para seguir el trasero de Emma desde el punto
en el que estuviera, Dios, era al único al que le gustaba que las oficinas fueran con paredes internas de
vidrio.

- Alitalia, saliendo a las once de la noche de JFK…dura ocho horas y quince minutos, sin escalas, en Clase
Ejecutiva

- ¿Expedia?- Gaby y su “mjm”, el que había aprendido de Emma. – Alitalia opera con Delta, llama a las
oficinas de Delta y, si no consigues para el diez, que sea el once, pero en Primera Clase…no importa salir
de noche de aquí- se detuvo ante la puerta. – Los de Clase Ejecutiva… ¿superan los ocho mil?

- No, no pasan de seis mil

- Entonces sí, compra uno de Primera Clase, por favor- y llamó a la puerta de su jefe, justo para que,
cuando diera aviso de aprobación de paso, Gaby se retirara. - ¿Querías hablar conmigo?- entró a la
oficina.

- ¿Ferrero?- le ofreció de su recipiente de dulces y chocolates.

- Toda la vida, Arquitecto- rió Emma, sentándose en el sillón rojo del lado izquierdo y metiendo su mano
en el recipiente. - ¿Qué clase de trabajo sucio quieres que haga?- pues era la única razón que le
encontraba a su ofrecimiento de Ferrero.
- No es un trabajo sucio, es un favor- dijo, entrelazando sus dedos y echándose hacia atrás sobre su silla
de cuero. – Y sí, puedes considerar tus opciones

- Tú dirás…

- ¿Cuándo te vas a Roma?

- No te sabría decir si el diez o el once, Gaby está haciendo el milagro, ¿por qué?

- ¿Puedo mandar un paquete contigo?

- ¿Un paquete?

- Sí, no es nada ilícito, son papeles que necesito que lleguen a su destinatario lo más pronto posible, y
no quisiera mandarlo por Courier

- ¿Quieres que se lo entregue personalmente?

- Sí…vive cerca del centro

- Está bien, sólo dame el paquete y yo se lo entrego, con muchísimo gusto- sonrió Emma, pero Volterra
le acercó el recipiente de Ferrero de nuevo. - ¿Qué más?- rió.

- Necesito que hagas un depósito en una cuenta del Banco di Brescia


- Está… ¿bien?- dijo lentamente, no entendiendo del todo, pues no debía entender.

- ¿Cómo prefieres?- pero Emma lo vio con incógnita. – ¿Quieres que te dé el dinero líquido, que te lo
deposite en una cuenta, o qué?

- ¿De cuánto estamos hablando? Digo, para saber qué tan seguro es llevarlo a bordo. Volterra abrió sus
manos, las cerró, las volvió a abrir, cerró su mano izquierda y la volvió a abrir, sí, veinticinco.

- Euros

- Mmm…- pensó Emma, desenvolviendo el tercer Ferrero.

- No preguntes- levantó las manos en evasión rotunda.

- No iba a preguntar…mmm…- introdujo el Ferrero en su boca. – Es mucho dinero…estoy pensando en


cómo llevarlo al otro lado, ¿por qué no sólo lo transfieres?- pero Volterra levantó una ceja, diciéndole
“esa no es una opción”, y Emma supo que no era ilícito, pero Volterra estaba haciendo algo sin el
consentimiento del dueño de dicha cuenta.

- Lo que no quieres es que se den cuenta de que has sido tú, ¿no?

- Por eso te contraté, por inteligente- rió. – Sí, es por eso

- Deposito el dinero a la antigua; saco el dinero de mi cuenta en Roma, tú me lo repones aquí contra la
entrega de la copia del registro del depósito, ¿te parece?
- Como dije, por eso te contraté, por inteligente- sacó una página impresa de entre su carpeta. – Es para
hacerlo transparente, sin trampas

- No planeo robarte tu dinero- rió Emma, tomando la página y empezando a leerla.

- No creo que lo vas a robar, pero es para que quede una constancia legal, por cualquier cosa- Emma
terminó de leer aquel contrato, que no tenía nada de extraño, y, con el bolígrafo de Volterra, dibujó
aquella “E” que era torcida, unas montañas a la ligera, un círculo sin completarse, una “P” más alta que
el resto de letras, haciendo énfasis en que era mayúscula, como la “E”, que parecía la “D” de Disney pero
transformada a “P” , y luego aquella composición de garabatos que pretendían ser el resto de su apellido,
que terminaba con un punto.

- Sí sabes que voy a necesitar los datos de esa persona, ¿verdad?- Volterra asintió y le alcanzó un pedazo
de papel de tamaño promedio.

- Cuídalo con tu vida, por favor- Emma asintió, se puso de pie y abrió el dichoso papel:

Allegra C. Rialto

88 Via dei Foraggi, Roma

Banco Di Brescia 050536

No. 940-8162-8482

Víspera navideña del dos mil once. Era la primera navidad que Sophia no celebraría en Atenas. El divorcio
de sus papás había sido demasiado rápido y fácil, como si Talos quisiera deshacerse de Camilla y como
si Camilla quería que Talos se deshiciera de ella, era como una desesperación tan grande que, a pesar de
haberla dejado, literalmente, sin nada, pues le dio dinero, sí, pero Camilla no tuvo la oportunidad siquiera
de sacar su ropa de aquella casa, lo que significaba que había salido de ahí cual prófugo de la justicia;
sólo con lo que tenía puesto, su bolso, y fotografías sin marcos. No sabría decir si Talos era o no un mal
hombre, porque mal papá no era, o quizás sí, pues esa navidad, se había llevado a Irene y a Maia,
juntando hija menor con amante, por un crucero, desde antes de navidad hasta después de año nuevo,
por lo que Irene no había podido ir a Roma, aunque Camilla sabía que Talos no quería que Irene pasara
tiempo con ella, mucho menos con Sophia, pues la creía mala influencia; decía que tenía una actitud
bastante frondosa en una irrelevancia en cuanto a todo, que no era digno de un ganador, pero era
simplemente que Sophia había tomado la sabia decisión de no tomarse las cosas muy en serio, que las
raíces no le crecieran hacia el suelo, pues todo era pasajero, pero estaba muy consciente que llegaría el
momento de dejar que esas raíces crecieran, simplemente esperaba. Dentro de todo, del estrés del
trabajo, que se rumoraba que habría recorte de personal muy pronto, estaba muy contenta al estar con
Camilla, pues su relación no era nada mala, Camilla era muy cariñosa con Sophia, era de las que la
abrazaba por las noches cuando veían la televisión, la mimaba, y Sophia estaba doblemente contenta
porque Camilla había conseguido trabajo en la Sapienza tras haberse encontrado con un viejo amigo de
la universidad, Alessio Perlotta, que daba la casualidad que su esposa era la jefe de Recursos Humanos
y necesitaban a un jefe de Organización de Seminarios, para lo que contrataron a Camilla. Y fue entonces,
tras una breve plática, que Alessio Perlotta se enteró que Camilla estaba divorciada tras veintisiete años
de matrimonio, y, siendo amigo, muy buen amigo de Alec Volterra, no encontró más remedio que
hacerle saber que Camilla estaba soltera y trabajando en la Sapienza.

Emma, al mismo tiempo, pasaba el cumpleaños de Sara con ella, como siempre, sólo eran ella, Sara y
Piccolo, el fiel amigo, que nunca decepcionaba. A veces llegaba Franco, pero Emma le huía, subía
corriendo a su habitación cuando escuchaba el auto de su papá aparcarse, y se tiraba a la cama,
haciéndose la dormida, pues a veces Franco subía, y Emma lo podía sentir de pie a su lado, observándola,
que su tono cambiaba, entre sonrisa y enojo, cambios muy rápidos y muy violentos, pero se iba, siempre
se iba. Pero aquel día lo pasaba con su mamá, comiendo salmón ahumado y risotto con langosta, unas
buenas copas de vino blanco muy frío, entre risas, carcajadas más bien, Emma contándole a Sara de las
aventuras con Natasha, los problemas existenciales que surgían entre ellas, los desvaríos que tenían,
cosas del trabajo, de Alfred le contaba las cosas que debía saber, pues Alfred, en cierto momento, tomó
el teléfono de Emma y, según él, por hacer las cosas bien, llamó a Sara y se presentó, cosa que a Emma
le había enojado hasta el fin del mundo. Sara le contaba lo de siempre, novedades sobre Laura, pues
Emma no lograba compaginar del todo con ella a pesar de que se llevara mejor con ella que con Marco,
que de él no tenía muchas noticias; lo último que supo fue que se había ido a vivir con su novia a Livorno,
en donde aparentemente trabajaba con su futuro suegro, aunque nada era cierto para Sara, no desde
que Marco le había dicho y vuelto a decir que no quería saber de ella nunca más, que hiciera de cuenta
y caso que él estaba muerto para ella pues, para él, ella ya lo estaba. Emma no odiaba a Marco,
simplemente no lo comprendía, y tampoco quería comprenderlo, no quería acercamientos con él, pues
siempre tuvo muy presente que, por su culpa, ella terminó pagando los platos, literalmente, rotos; cosas
de la niñez y rencores ya sanados, pero las actitudes presentes pesaban más.

Sophia caminaba hacia su casa, entre el frío suave romano, en su ya pasado de moda abrigo negro, para
fríos medios, de no menos de cero grados, lo suficiente para sobrevivir en Milán y en Roma en aquella
época. Caminaba con sus manos en sus bolsillos, viendo hacia el suelo, caminando sobre el adoquín de
las callecitas laterales y escondidas de Roma, venía de la Piazza della Rotonda, así había venido
caminando, cabizbaja, viendo sus converse de cuero café aplanar sus futuros pasos, con su mala postura,
echando sus hombros hacia adelante y formando una concavidad con su pecho, escuchaba música con
ambos audífonos en sus oídos. Eran sólo veinticinco minutos caminando, a paso en tempo promedio,
pero, al ritmo que llevaba se había tardado más de lo normal que, si se hubiera tardado menos no habría
visto aquello. “Più Bella Cosa” empezaba a sonar, a retumbarle en los oídos, y caminaba por la acera,
todavía viendo hacia abajo, arrastrando y pateando su jeans, son la leve brisa que se escabullía por las
calles que le soplaba la melena rubia que llevaba abajo para cubrir sus orejas, iba de mal humor, tal vez
pensativa, pues había salido huyendo de aquella taza de café con su mamá y una de sus amigas de
aquella época perdida, de la misma que era Perlotta y Volterra, y, cruzando hacia la derecha para entrar
al callejón de la vivienda de su mamá, vio un auto, sedán, de color suave, color champán, un Jaguar,
aparcado frente a la puerta de la casa, pues no era edificio, sino dos apartamentos por piso. Y había una
mujer, un tanto alta, que tocaba el timbre, tenía un paquete en la mano, pero era un paquete que
fácilmente cabía por la escotilla del correo. Se cruzaba de brazos, y Sophia no se explicaba por qué se
había quedado ahí, viéndola, tal vez le daba risa la desesperación de aquella mujer, por cómo temblaba
intencionalmente su pierna izquierda, que estaba enfundada en un jeans ajustado, que parecía triturarle
las piernas. “Piú Che Puoi” sonaba cuando Sophia vio que aquella mujer, en aquel abrigo gris, abierto,
como si no tuviera frío en lo absoluto, fumaba un cigarrillo mientras intentaba introducir el paquete en
la escotilla del correo, en la escotilla del correo del apartamento de su mamá pero, justo cuando Sophia
reanudó la marcha, la mujer terminó por empujar el paquete, sin dañarlo y se agachó, estrujando la
colilla de su cigarrillo contra el adoquinado, pero no dejó la colilla tirada, sino que se la llevó a la mano y
abrió la puerta del auto para sacar una lata de Aranciata, dejar ir la colilla allí dentro y botar la lata en el
basurero más cercano, que fue cuando Sophia le alcanzó a ver el rostro, que se le hizo conocido, pero
no le hizo caso, pues aquella mujer se subió al auto y se marchó.

- ¿Lista?- se asomó Phillip por la puerta, viendo a Emma contemplar su anillo, que ahora residía en su
dedo anular derecho; un anillo de base de oro blanco, con un montaje de madera de nogal que, en
medio, guardaba un diamante color cognac; un anillo bastante extraño, pero que le habían halagado
varias personas ya y en distintas ocasiones.

- Como nunca- sonrió, volviéndose hacia él. – Qué guapo, Felipe- rió, viéndolo ahí, de pie, bajo el marco
de la puerta, adornando perfectamente un traje negro Fioravanti de solapa redonda, como a él tanto le
gustaba, que se ajustaba a su pecho y a sus piernas, sin dejar de ser masculino, tallado, de camisa negra
que la decoraban unas mancuernillas negras y plateadas Paul Longmire, corbata Lanvin negra y
Ferragamo negros.
- Lo mismo quisiera decir, Emma María…pero “guapa” no es la palabra que encaja- sonrió, sacando sus
manos de sus bolsillos.

- Mi amor…- llegó Natasha, con su vestido simplemente puesto, pues no podía subirse la cremallera ella
sola, se ponía sus aretes Sidney Garber, que eran unas perlas que estaban parcialmente envueltas en
una disimulada serpiente de diamantes, cuyos ojos eran rubíes. - ¿Me ayudas?- y Phillip, con todo el
placer del mundo, subió la cremallera de su esposa, acordándose de la primera vez que estuvo con ella,
pues, en vez de subírsela, se la había bajado, por órdenes de ella. Natasha levantó la mirada y vio a Emma
de pie, aferrándose a su bolso amarillo, y sonrió ampliamente; no pudo decirle un halago, no le salían
las palabras, sólo la sonrisa era suficiente para hacerle saber a Emma que estaba perfecta.

- Phillip.- contestó aquel hombre su teléfono, viendo que era Sophia, por lo que no le dijo su nombre,
para no alarmar a Emma, por cualquier cosa.

- Pipe… ¿dónde están?

- En el apartamento todavía, ya en un momento salimos, Natasha se está poniendo las chanclas nada
más- y Natasha le soltó una palmada de “no sea grosero, no son chanclas, son Christian Louboutin”.

- ¿Me pones a Emma, por favor?

- Te habla Sophia, Em- sonrió, alcanzándole el su iPhone.

- Mi amor- murmuró Emma, con una sonrisa demasiado grande.

- ¿Cómo estás?
- Bien, ¿y tú?

- I’m fine… te quería decir algo- resopló.

- Dime

- I was wondering if you had any plans for later?- rió Sophia, alistando las cosas de Darth Vader en un
bolso adicional.

- Tengo una boda en el Plaza… ¿y tú?- bromeó, sabiendo que era lo que Sophia buscaba.

- ¡Yo también!- siseó ridículamente. – Quizás puedes ausentarte unos minutos para tomarte una copa
conmigo

- Suena bien, ¿a qué hora?

- ¿Te parece si nos vemos en el Champagne Bar en quince minutos? I’ll be the one in red- le acordó,
preparándola mentalmente para que la viera en el Oscar de la Renta y no en el Elie Saab, aunque Emma
ni sabía que Natasha había comprado el otro vestido. - ¿Me esperas con un Whisky?

- Está bien, te veo ahí, mi amor

- Te amo- murmuró Sophia, un tanto sonrojada.

- Yo también- y colgó.
- ¿Qué pasó?- preguntó Natasha un tanto asustada.

- We’ll have a drink before the wedding- sonrió.

Enero dos mil doce. Era un día común y corriente en el estudio Volterra-Pensabene, Emma tenía su
desacuerdo semanal con David Segrate, que lo había reprendido por haberle mandado una docena de
tangas negras, pero Segrate se defendió, diciéndole que sólo era un detallito pequeñito para con ella,
que tal vez, estando cómoda de esos lados, aceptaría a ver cómo ganaba la carrera de veleros en Central
Park en marzo, y no, no, no, y por enésima vez, no, Emma no quería, no sabía por qué de Segrate, lo
único que le gustaba, era su ausencia, tal vez porque le acordaba a Franco, con esa actitud de gallito de
pecho ancho, pretensioso, eso es, como si supiera exactamente cómo manejar todo a su gusto,
manipulador y arrogante, ¿había acaso algún hombre que a Emma le gustara? Pues Fred no le gustaba,
en lo absoluto, le tenía cariño, un cariño raro, pero se lo tenía, sin duda alguna, pero eso era cosa del
pasado. Phillip, Romeo y Volterra, eran a los únicos tres hombres que Emma podía decir que les tenía un
inmenso respeto, que podía decir que los apreciaba mucho, quizás a Phillip más que a los otros dos,
porque la barrera de socios entre ella y Volterra no era tan flexible, aunque Volterra sabía que Emma
necesitaba, entre Segrate y Bellano, que Segrate era más intenso, un poco de protección paternal, y que
se notaba que la figura paterna le había faltado, aunque nunca quiso ahondar en el tema. Y luego, sólo
Pennington le agradaba, porque mantenía su distancia personal, estando soltero no se le acercaba, era
estrictamente una relación profesional, lo que lo hacía la adoración ingeniera de Emma.

- Volterra- contestó el teléfono de la oficina, que sabía que era una llamada directa, quizás de Emma,
pero no.

- Ciao, Alec- dijo aquella melodiosa pero ronca voz, menos la efusividad de hacía veintitantos años,
todavía menos desde la última vez que habían hablado, antes de que Sophia lo visitara aquel verano.

- ¿Camilla?
- Si

- ¿Cómo estás? Tanto tiempo sin saber de ti- sonreía, dándole la espalda a la puerta de su oficina, de las
pocas veces que le gustaba hablar por teléfono.

- Pues, estoy muy bien, ¿y tú?

- Muy bien, también, ¿cómo va todo en Atenas?- disimuló, según él para hacerse el desentendido.

- ¿En Atenas? Vamos, Alec, yo sé que ya sabes que no estoy en Atenas…

- Lo siento, es que no soy muy bueno para tratar temas delicados

- Lo sé, siempre has sido así- rió. - ¿Estás ocupado?

- En lo absoluto, Camilla, ¿cómo estás, cómo están tus hijas?

- Yo estoy bien, todas estamos bien, Irene se quedó en Atenas, con Talos

- ¿Sophia está bien? Me encariñé con ella cuando vino, muy simpática, seguramente con Irene también,
si la conociera, claro

- Tenemos que hablar de tantas cosas, Alec… ¿tienes planes de venir pronto?
- No, pero podría arreglar un viaje de unos pocos días, ¿por qué?

- Necesito hablar contigo, en persona si se pudiera…sino, por teléfono será

- ¿Estás bien? ¿Estás segura que tus hijas están bien?

- Sí, Alec, tenemos que hablar de muchas cosas, nada más- repitió, intentando evitar caer en el tema a
tratar.

- ¿Qué tan urgente es?

- Entre más pronto, mejor

- Puedo llegar a finales de febrero, ¿está bien?

- Tú dime cuándo vienes, te mandaré un correo electrónico para que tengas mi dirección

- Gracias, yo te aviso al tener la fecha definida… siempre es un gusto escucharte, Camilla

- El gusto siempre es mío, Alec

- Cuídate mucho, ¿sí?


- Tú también- sonrió, acordándose de cómo solían despedirse en aquella época. – Alec…no tenías que
hacer lo del dinero

- Tú hiciste lo mismo por mí, úsalo para lo que necesites

- Sabes que te lo pagaré, ¿verdad?

- Camilla, yo nunca te lo pagué, eso no es más que lo que te debía- sonrió, sabiendo que era una excusa
de la que se valdría en caso que Camilla le reclamara algo.

- En aquel entonces eran tres mil liras, Alessandro- rió, intentando no hablar muy fuerte, pues todavía
estaba en la oficina, pero le hablaba de su móvil.

- Y eso me hizo lo que soy, úsalo nada más…

- Está bien…gracias por el pago y por las fotografías y por acordarme de hace tantos años

- Con todo mi cariño, Ca- que “Ca” era tanto para “Camilla” como para “Cara mia”.

- Te mando un beso…y un abrazo

- Cuídate mucho, por favor…y, cualquier cosa, no dudes en llamarme, por favor

Diez de Febrero dos mil doce. Era el cumpleaños de Phillip, aunque había cumplido realmente el ocho,
una celebración en grande, como siempre, pero a Phillip simplemente no le gustaba, no era ni que le
diera igual, es que no le gustaba, punto. Le daba igual cumplir años, en realidad le gustaba, pues un año
más pasaba, lo que significaba, para él, que estaba cada vez más cerca de casarse con Natasha, que ese
era, por fin, el año en que Natasha cumpliría los veintiocho, pero sabía que, de proponérselo el día de
su cumpleaños, caería en eterna desgracia con sus suegros, que, por el momento, los tenía en el bolsillo,
pues vieron que no era simplemente un playboy que andaba detrás de su hija, ya tantos años de relación
era de respetar, y no se engañaban, había algo más que sólo tomarse de la mano, más cuando había sido
bastante presente y comprensivo con Natasha en la época en la que Margaret había tenido aquel
episodio, del que al principio sólo era de un lado, luego de ambos. Pero, de que le proponía matrimonio,
quizás no sobre una rodilla, se lo proponía, y lo haría especial, no como la primera vez, pero llevaría
trabajo, no quería forzarlo, y quería el anillo perfecto, no un anillo cualquiera, uno que gritara “Natasha”,
el que llevaría con orgullo en su dedo anular izquierdo.

La fiesta era aburridamente entretenida, pues, era aburrida para Phillip y para Natasha, pero, para el
resto de los invitados, era entretenida: alcohol, música, hombres y mujeres que se encargaban de animar
el ambiente, mientras Phillip intentaba poner su mejor cara para sus invitados, para sus amigos de las
distintas etapas de su vida, presentando a Natasha como su novia mientras recibía comentarios como:
“Noltenius, y yo que siempre te creí marica” o “Noltenius, excelente gol”. Phillip tenía un grupo muy
cerrado de amigos, a Natasha le cabían en ambas manos, y, por hacer la fiesta grande, tal y como a
Katherine le gustaba, utilizaba el recurso de “plus one” por cada invitado, y así se hacía la cadena y la
masa popular; esta vez era en el sótano del Archstone de Kips Bay, edificio donde vivía Natasha. Eso del
“plus one” terminó siendo lo que para Emma sería la cobardía total, pues estaba platicando con James
y Julie, estaban viendo a Thomas, quien ya residía en Nueva York, bailar con su nueva novia, una diva de
piernas flacas, de cabello voluminoso, muy bonita, pero simplemente no se veía muy enamorada de
Thomas, y pasó aquello.

- Nena, qué sorpresa- gritó Alfred a su oído, abrazándola, botándole su Hot Latina Cocktail sobre el
hombro de James.

- ¡Ten cuidado, imbécil!- gritó Julie.

- Perdón, perdón- dijo, sacando una servilleta que, al sacudirla, salió un polco blanco al aire, que Emma
se decepcionó porque sabía lo que era. – Ten, límpiate- se lo alcanzó a James.
- Vamos afuera- gruñó Emma, tomándolo del brazo, de un brazo flácido y regordete ya, o quizás sólo
flácido.

- Nena…no sabes la alegría que me da verte- balbuceó, saliendo a la luz del Lobby, que Emma lo llevaba
hacia afuera.

- Fred, ¿qué te metiste?

- Polvos mágicos, ¿quieres?- le ofreció, pero no, Emma sólo tenía ganas de pegarle. – Ah, no, se me
escaparon en el pañuelo que le di al que te botó el trago… ¡Libertad!- gritó sin sentido. Emma no logró
encontrar un adjetivo que se le ajustara a aquel estado de… pues, es que no sabía ni describir el estado,
pues “drogado” era muy poco.

- Vamos, tienes que comer algo- salieron en aquel frío de febrero, sin abrigo, sin nada, pero caminaron
a lo largo de la trigésima tercera calle, sólo dos avenidas arriba para llegar a McDonald’s. - ¿Por qué lo
haces?

- Nena… ¿por qué hago qué?

- La cocaína, la marihuana… estás fuera de forma, ¿qué pasa?

- Nena, no es tu culpa…pero no todos los días me rompen el corazón- suspiró, todavía siendo arrastrado
por Emma.

- ¿Te rompí el corazón?- se sorprendió, pues no era posible. Pues, es que ella estaba bien, ella no estaba
sufriendo, sólo enojada por su complejo de Edipo, o porque le robaba sus tangas, o porque simplemente
estaba enojada con él, por lo que fuera, pero le sorprendió el hecho de que podía romperle el corazón a
alguien sin ella darse cuenta. Sí, era la genial señal de que no lo había dejado entrar más allá que a su
vagina, pues, ni a su cerebro, pues nunca tuvo una escena de sexo imaginada.

- Fuiste mi primera relación seria

- Fred, lo de nosotros no era serio… we just…fucked, alright?- murmuró, pasando la calle.

- We didn’t just fuck- gimió. Aquel toro era sensible. – I made love to you

- Nene…mi definición de hacer el amor es distinta, es parecido a lo que hicimos cuando me sentía mal

- ¿Y no te hacía yo el amor al tratarte con cariño tu conchita?- Emma no sabía si reírse o asquearse por
la referencia, pero no le gustaba.

- No le digas así, por favor- suspiró Emma un tanto frustrada.

- ¿Qué? Si parece concha…

- Como sea, el punto es que no era mi intención romperte el corazón

- Nena, tú puedes arreglarlo

- Nene, hay cosas que no vas a cambiar por mí…como tus polvos mágicos, o tus nebulizaciones de
marihuana… yo no quiero eso ni para ti, ni para mi, para nadie… está mal
- Nadie me quiere, Nena- rezongó, oh, aquel hombre se sentía miserable, eso era todo: solo, ebrio,
drogado y con un pasado del cual se arrepentía cada vez que su papá se lo echaba en cara, que era cada
vez que lo veía frente a frente, y eso era todos los lunes: la dosis de la semana, para empezarla con pie
izquierdo y con esguince.

- ¿Por qué lo dices?- Emma taconeaba ya la última avenida, veía el McDonald’s al fin.

- Creen que soy malo…una mala persona, les doy miedo, asco…peor, lástima…las mujeres no quieren
nada conmigo si no es por mi dinero, no me respetan…la primera que me ha respetado, hasta
demasiado, has sido tú…y te he ahuyentado

- Fred…- suspiró. – Para que algo no funcione, es porque las dos partes no funcionaron en algo, y yo
también tengo culpa...en distintas etapas de lo que pasó entre nosotros

- Emma, por favor…no me dejes, sólo déjame estar alrededor tuyo…

- Pero no puedo tratarte como novio…sería engañarte si accediera… no es que no te quiera, es sólo que
no funcionamos porque somos demasiado diferentes; pensamos diferente, queremos cosas diferentes,
esperamos cosas diferentes… lo único que tenemos en común es que nos gusta el Sushi, y eso no creo
que tenga peso suficiente como para que lo de nosotros siga. Yo no te satisfago, tú no me satisfaces…
en sentidos más allá del sexual- dijo antes de que Fred pudiera lanzar un comentario de aquellos.

- ¿Entonces? ¿Qué tengo que hacer?

- Primero come algo- sonrió, abriendo la puerta del McDonald’s y dirigiéndose a la caja, mandando a
Fred a sentarse por ahí. – Supersized Big Mac Combo, extra pickles, coke, no ice…and a Cheeseburger
Kid’s Meal, no Ketchup, no pickles, and sparkling water- sacó un billete de diez dólares y esperó a por la
orden, que, al tenerla, la llevó hacia Fred, quien la veía, no sabía si por efecto y defecto de la cocaína,
con una enorme sonrisa.

- Te ves hermosa, Nena

- Gracias…pero concéntrate, come, por favor- quitó la cajita feliz y el agua con gas para ella.

- No me saques de tu vida, por favor…cerca pero lejos, sólo dame el placer de poder decir que eres mi
novia aunque no lo seas…

- Lo que te puedo ofrecer es una amistad, Fred…eso no te lo podría negar

- Por favor, no te besaría, no te tocaría de nuevo, iría a consejería psicológica si aceptas- y era un
chantaje, pero Emma, ante tal oportunidad de ayudarle, asintió.

- Está bien…

- ¿Cine y comidas?- sonrió.

- Pero no muy seguido…dame mi espacio también

- Sabes…tengo que pedirte perdón por lo que te dije la última vez

- No te preocupes, eso ya es cosa del pasado- sonrió Emma, mordiendo luego su quesoburguesa.
- No, es que tengo que explicártelo…- Emma se encogió de hombros, diciéndole “adelante”. – Mi
madrastra es de las que le gusta calentarme las pelotas y, con mi disfunción, me ha denigrado muchas
veces… mi madrastra es un poco mayor que tú, y te pareces a ella, con la diferencia que eres más
humana, más cariñosa, no me insultas…

Capítulo V

Veintiuno de Febrero, dos mil doce. Alec Volterra, quien en realidad se llamaba “Alessandro”, y “Alec”
no era más que su apodo de toda la vida, tanto lo habían llamado así que hasta se le olvidaba, a veces,
que se llamaba Alessandro y no Alec, pues nadie lo llamaba por su nombre verdadero, quizás porque
creían que se llamaba Alec en realidad, sólo Emma, que sabía por la sociedad, pero que creyó que su
nombre era Alec, aunque lo siguió llamando así, por comodidad, ese Arquitecto, que era una mezcla de
joven y adulto joven, pues apenas tenía cuarenta y nueve años, recién cumplidos, siete de haber
enviudado, y no sólo enviudado, sino que perdió la oportunidad de ser papá por primera vez, pues
Patricia, a sus treinta y un años, había tenido una complicación en su embarazo, tan grande, que había
significado su fallecimiento junto al del feto de veintitrés semanas, salió del Fiumicino, justo para
encontrarse a Camilla Rialto, saludándose con un abrazo que pareció eterno, pero era la emoción de
verse después de tanto tiempo a pesar de haber mantenido la comunicación esporádica.

- ¿Qué?- sonrió sonrojadamente Camilla.

- Estás guapísima- dijo, viendo a Camilla querer perderse entre las letras del menú.

- Tú no cambias, Alec

- Tú tampoco- sonrió, con aquella sonrisa torcida que, con los años, sólo había logrado mantenerse entre
una barba corta. – Fettuccine Alfredo e Pollo all’Arrabbiata- ordenó al mesero, con la sonrisa que no
olvidaba que Camilla comía Fettucine Alfredo.

- E Fontodi Chianti, per favore- cerró el menú, alcanzándoselo al mesero. – Te ves muy bien
- Tú también, llegando al medio siglo con gracia, ¿no?- rió, apoyándose nerviosamente de sus codos
sobre la mesa. - ¿Cómo estás? ¿Estás bien aquí?

- Sí, Alessio me metió a trabajar en “Il futuro è passato qui Seminari”… me queda mucho por aprender,
pero está interesante

- Tú sabes que puedo ayudarte, puedo llevarte a trabajar conmigo, ganando bien, te daría todo

- Alec, no puedo irme, no puedo dejar a mis hijas…que aunque estén lejos, Sophia en Milán e Irene en
Atenas, tengo que estar cerca, soy su mamá…

- Sabes que la opción está ahí para el futuro, por si te animas, ¿verdad?- Camilla asintió.

- Se te olvida el pequeño detalle de que yo no soy Arquitecta- dijo cabizbaja, arrepintiéndose de aquello,
aunque no tenía por qué arrepentirse tanto.

- En mi Estudio, yo digo quién es Arquitecto y quién no… además, nunca es tarde para terminar lo que
se empezó

- ¿Y volver a la Sapienza después de veinti-Santos años?- resopló.

- ¿Por qué no? Siempre tenías buenas calificaciones, buenos diseños, hasta me acuerdo que tenías los
mejores modelos

- Los tiempos cambian, yo no tengo experiencia… seguramente, si me meto a estudiar ahora, arrasan
conmigo. Ya estoy un poco mayor para estar queriendo terminar mi grado

- Sólo tienes que llevar la última materia- susurró.

- Materia que ya no existe- dijo a secas, tratando de evitar el tema. – Además, mi registro está más que
obsoleto, ya lo revisé… está “clausurado” porque, estúpidamente, nunca me exmatriculé

- Está bien, está bien- sonrió. – Quizás, si fueras Arquitecta, serías mi competencia

- Pero no lo soy- se encogió de brazos. – En fin…- suspiró.


- ¿Estás bien con lo del divorcio?

- Estoy mejor que antes, mejor que hace unos meses, mejor que antes de divorciarme…me ha sentado
bien… - un silencio un poco incómodo invadió el ambiente entre ellos dos, dejándolos sin nada que decir,
con mucho que pensar, que, de no haber sido por el mesero que llevaba la botella de Chianti, no habrían
reaccionado. – Alec…no sé, no sé cuántas veces voy a tener que pedirte perdón para dejar de sentirme
tan mal conmigo misma

- ¿Por qué me tienes que pedir perdón? Ca, aquello fue hace mucho tiempo, no te guardo ningún
rencor… no tendría caso que te castigara con mis cosas del pasado, ya lo pagaste creo yo…y de no haber
sido por aquello, no tendrías a tus hijas

- ¿Quieres ver a Irene?

- Claro que sí- sonrió, notando lo nerviosa que estaba Camilla, pero logró sacar su cartera de su bolso,
una cartera que Sophia le había regalado. – Bueno, aquí reconoces a las tres- era una fotografía de
Camilla y Sophia abrazadas, sentadas al lado de la otra, juntando sus sienes, siendo abrazadas, por arriba,
resaltando el rostro, por Irene.

- Está enorme- sonrió. – Muy guapa también, seguro tuviste problemas de corazones rotos

- No me mandaron a llamar nunca del cementerio- rió. – Es diferente a Sophia…

- Me imagino que, aunque no las hayas criado diferente, cada una creció por el lado que mejor le pareció

- Hay cosas que se aprenden, otras que se heredan, Alec


- ¿Talos tiene algún gen bipolar?- bromeó, tomando la copa de vino en su mano. Ay, cómo detestaba al
Congresista.

- No te sabría decir… Irene es muy graciosa, se ríe mucho, bromea mucho, a veces se le pasa la mano,
pero es inteligente, le gusta mucho jugar tennis…es más mimada que Sophia

- Sophia no es seria tampoco, Camilla…y tampoco mimada

- No, pero es más como su papá…

- Tú sabes lo que pienso de Talos- dijo, tratando de evitar el tema. – Y Sophia me cae muchísimo mejor
que él, hasta me sorprende que me caiga tan bien- rió, pues es que no podía ocultar su desagrado.

- Sophia es una persona demasiado adulta para la edad que tiene… no sé qué ha vivido y qué no, tampoco
soy tan acaparadora, pero ha vivido tanto que no ha vivido nada, se encierra en el mundo que más le
gusta cuando siente que se ahoga, no habla mucho de las cosas que le pasan, no habla nada en realidad,
su cabeza es una máquina de pensamientos que no descansan, puedes escuchar que no deja de pensar,
siempre está pensando en algo…se tira de clavado en lo que hace, le es fiel a sus ideas, a sus principios…

- Sin ofender, es como si todavía quisieras al respetable padre de la criatura- dijo, levantando las manos
para terminar el tema, pues le incomodaba.

- Escúchame…por favor…

- Está bien- suspiró, intentando que, con ese oxígeno, lo llenara de fuerzas y tolerancia, y paciencia.
- Sophia es diferente a las de su edad, yo lo veía cuando estaba en el colegio…estudiaba mucho porque
le gustaba, no era tan fiestera como sus amigas, tenía amigas pero le gustaba mantenerlas al margen de
su vida porque no le gusta que invadan su privacidad, tiene muchos secretos; secretos que ni sabe que
tiene, cosas que no entiende de su vida… y tiene algo muy especial, bastante único, algo que sólo he
visto en otra persona y que Sophia nunca tuvo contacto con esa persona…y es que le gusta hacer las
cosas bien, le gusta hacer el bien, hacer lo correcto, pero cuando sabe que, al querer hacerlo lastimaría
a alguien, no lo hace…

- No te estoy entendiendo, Camilla… Talos es un político… tengo mis reservas en cuanto a su profesión-
Volterra era todo bromas, pues no entendía en realidad, y yo tampoco habría entendido.

- Mira este video- le dijo, alcanzándole su móvil. – Y dime a quién te acuerda- lo tomó en sus manos y
miró fijamente la pantalla.

Era Sophia, sentada en un sofá, con sus pies al suelo, pies descalzos, con sus piernas abiertas, con sus
codos sobre sus muslos para colocar, aéreamente, el cubo enmedio de sus piernas mientras lo sostenía
entre sus manos. Se inclinaba hacia adelante y veía fijamente el cubo, lo analizaba, le daba un par de
vueltas, hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo. Levantó la mirada para ver a la cámara, sonrió y la
volvió a bajar, empezando a resolver el cubo de cuatro por cuatro, moviendo sus dedos y sus manos
rápidamente, deteniéndose para analizar el cubo nuevamente, tocando una que otra pieza que sólo ella
podía comprender su importancia, y seguía rotando las caras y las columnas, sonriendo cada vez más
ancho, empezando a gritar y a reírse histéricamente, pues la meta era hacerlo en menos de un minuto,
que no lo logró, pues lo resolvió en un minuto y dos segundos.

- Se parece a su papá, ¿verdad?- murmuró, tomando su vino hasta dejar la copa sin nada.

- A su…papá…- susurró para sí mismo, como si estuviera intentando descifrar aquella frase, que
comprendía y no comprendía al mismo tiempo.

- ¿Te acuerdas de aquella tarde, después de la prueba de Architettura del paessagio?


- Cómo olvidar que me llevaste a ver “Flashdance”- rió, sacudiendo la cabeza.

- Terrible, lo sé, la película estuvo terrible… pero… lo que pasó después…

- ¿El fiasco de cena donde Alessio?

- Después de eso- quiso gruñir, pero se contuvo, pues Volterra sólo le daba vueltas al asunto.

- Oh…sí, sí me acuerdo- se sonrojó, lo cual era raro.

- Bueno, esa fue la vez que tú y yo…bueno, que pasó eso

- ¿A dónde quieres llegar, Camilla?

- A que, cuando me fui de Roma…

- ¿Si?

- Ya tenía dos meses de embarazo…

- ¿Te casaste estando ya embarazada?- siseó, intentando no alterarse, aunque no había comprendido lo
que yo sí.
- Alessandro, no me estás entendiendo…no me estás queriendo entender…Sophia es como su
papá…porque su papá no es Talos- sintió aquel peso enorme levantarse de sus hombros, pero sabía que
la reacción no sería buena.

- No, no, no… ¿qué?- la reacción que todos esperábamos, incredulidad, negación, tartamudeo,
nerviosismo. – No, no, no… Sophia no puede ser mi hija- dijo, deshaciéndose el segundo botón de su
camisa polo, Camilla suspiró y le alcanzó un papel doblado en tres partes, que Volterra tomó en sus
manos, lo leyó, pero no lograba entender.

- Es negativo entre Sophia y Talos…eso es lo que dice ahí- la mente de Volterra era un nido de
pensamientos, de ganas de querer gritar, de salir corriendo, huyendo, corriendo y gritando como un
loco. – Y sólo tuve algo contigo… Irene fue algo menos físico y más científico

- ¿Desde cuándo sabes con certeza?- balbuceó, intentando no verla a los ojos.

- Desde que Sophia tenía dieciséis…

- ¿Por qué nunca me dijiste?

- Por miedo, por cobarde- hundió su rostro en sus manos.

- ¿Por miedo a que Talos te dejara como te ha dejado ahora?

- Talos los sabe, él le hizo esa prueba a Sophia

- ¿Qué? ¿Debería darle las gracias por criar a mi hija?- estaba enojado, realmente enojado, pues, lo
esperado obviamente.
- Te lo estoy diciendo ahora, ahora que ya no estoy con él, que Sophia no depende de él…no pensé con
claridad, no pensé, lo siento

- ¿Sophia lo sabe?- Camilla sacudió la cabeza. - ¿Cómo me trago todo esto? No conozco a mi hija… ¡Tiene
casi treinta años, Camilla!…la he visto una vez, recibí a mi hija en mi casa, creyendo que era hija tuya y
no mía, y se ha quedado llamándome “tío Alec”…

- ¿Quieres que le diga?

- No- murmuró, pasando sus manos por su calvicie. – Sophia ha creído toda su vida que su papá es el
Congresista…no puedes decirle, de la nada, que yo soy su papá, un hombre al que ha visto una vez…eso
es volverla en tu contra, en mi contra…y tendrías que darle muchísimas explicaciones que creo que no
quieres darle, que no sabes cómo darle…y yo no podría ayudarte porque soy nuevo en esto…no sé cómo
tratar a un hijo, a una hija…y quiero acercarme pero, ¿cómo? Dime, ¿cómo justifico mi acercamiento?

- No lo sé…no lo sé…

- ¿Por qué decidiste decírmelo?

- Vi las fotografías que se habían tomado juntos, y me pareció justo que supieras, terminé por armarme
de valor

- Me habría gustado saberlo muchísimo antes, el día que lo supiste

- Ya estabas con otras cosas en la cabeza, Alec…creí que era lo mejor para todos…perdóname
- Mi perdón lo tienes…el que te va a costar conseguir es el de Sophia, si es que te armas de valor para
decirle

- Pero tú no quieres que le diga, te contradices

- Tengo miedo, es justo que lo tenga, ¿no?

- Tienes toda la razón, discúlpame…

- Como sea, háblame de Sophia, por favor…que yo sólo la he conocido un poco, muy por encima

- Es como tú, se concentra en las cosas que le gustan, es muy apasionada en lo que hace, le encanta lo
que hace… aunque le cuesta relacionarse con los demás, siempre encuentra un “pero”, o muchos…

- Dímelo todo, por favor, no retengas nada, es mi hija y tengo derecho a saber- dijo Volterra, sirviendo
un poco más de vino en sus copas.

- Sophia es diferente, no es rara, pero es diferente…

- Noté que le gusta saber las cosas, curiosa, pero que vive como en su mundo, no habla mucho, pero,
cuando habla, es otra persona- sonrió, acordándose de las veces que Sophia lo había hecho reír.

- Sí… Sophia es especial… pero guarda muchas cosas para ella porque creo que siente que no puede ser
honesta con el mundo
- ¿Por qué? ¿Qué tiene Sophia?

- ¿Realmente quieres saber?

- Si lo sabes tú, tengo derecho a saberlo yo

- Sophia no te va a dar un nieto- suspiró lentamente.

- Ni siquiera sabe que me daría un nieto a mí…

- Alec, ensériate, por favor- suspiró Camilla, sabiendo que era la manera de evadir los temas incómodos
para él.

- Perdón… ¿Sophia está bien de salud?

- Sophia es muy sana, raras veces se enferma… come relativamente sano, está muy bien físicamente si
no fuera por el cigarrillo…

- ¿Entonces? ¿No encuentra con quién quisiera…tú sabes?

- Y aunque lo encuentre, no se podría… Sophia no es muy afín con los hombres

- ¿Me estás diciendo que Sophia es lesbiana?- susurró, como si todo el restaurante lo escuchara en
realidad. Camilla asintió lentamente. – Está bien- sonrió, pensando en cómo no lo sería, si la figura
masculina que tuvo en casa era una completa basura.
- ¿No la rechazas?

- Es mi hija, ¿cómo podría rechazarla?- Camilla se encogió de hombros. – Sophia no está arruinada, por
lo tanto no tengo nada que arreglar… al menos no tendré que preocuparme de que algún hombre se
quiera aprovechar de ella

- Las mujeres no somos tampoco tan sencillas, Alec, eso lo sabes

- Eso lo sé, trabajo con muchas… mi Socia, Dios mío, qué mujer más complicada… habría querido que
Sophia la conociera cuando llegó

- Suena como si estuvieras enamorado, Alec- rió Camilla, tapándose los ojos mientras sacudía la cabeza.
Sintió un poco de celos.

- ¿Enamorado? Al menos no de mi Socia, es mi protegida, es la frescura que el Estudio necesitaba… y


vaya que le funciona distinto el cerebro, tiene unas ocurrencias que sólo a ella le salen bien…

- ¿Al menos?

- Ca, tú sabes que hay cosas que no se pueden sólo apagar, ni con el pasar de dos décadas, casi tres… y
estoy segura que te pasa lo mismo

Marzo dos mil doce. Otro día normal en el estudio Volterra-Pensabene, Emma, como siempre,
discutiendo con David, esta vez no sólo porque las tangas no dejaban de llegar, sino porque insistía en
que la casa de los Hatcher, quienes ya habían aprobado el diseño estructural y ambiental, podía
empezarse a construir después, pues él estaba ahogado en trabajo, pero la fecha estaba fija, ya habían
emparejado el terreno, ya habían colocado las primeras tuberías, David sólo tenía que revisarlo, casi,
todo. Emma iría a Boston, a supervisar la tierra que habían utilizado y a verificar la ubicación de las
tuberías que, como siempre, Emma las reunía fuera de la base de la casa, ésta en especial porque tenía
sótano, y no podía tomar el riesgo de arruinar las estructuras, además, Emma necesitaba un escape de
Nueva York, y Boston siempre le había gustado, más porque la dejaban quedarse en la suite ejecutiva
del “Hotel Commonwealth”, el Estudio pagaba el precio de una habitación individual y Emma
simplemente completaba la diferencia, pues, al estar fuera de su casa, fuera de su comodísima cama, le
gustaba estar cómoda, tener todas las comodidades posibles. Y quizás Emma necesitaba un descanso
extra, pues Gaby, su asistente personal, estaba de baja por maternidad, que seguía viviendo con sus
papás aunque le habían negado la ayuda económica, pero Emma había cumplido con su palabra.

En vista de aquello, Emma decidió contratar a Moses, para cubrir el puesto de Gaby, no para que
desesperara a proveedores o los trabajos sucios que Gaby tenía que hacer, sino para que se encargara
tanto de ella, como del Estudio entero, que el Estudio le pagaba el cincuenta por ciento, y Emma el resto
de su bolsillo, y era buena inversión, pues Moses, el Handyman que había contratado de la misma
agencia de Vika y Agnieszka, había resultado muy inteligente, tan inteligente que Emma, al llegar a la
oficina, ya tenía su taza de té de vainilla y durazno y dos mentas al lado, cada sonido gutural o aireado
de desesperación o estrés, era solucionado con un vaso con hielo hasta la mitad del vaso, esencia de
menta, una rodaja de lima fresca, y Pellegrino hasta tres cuartas partes del vaso, al medio día, cuando
Emma se quedaba trabajando en vez de salir, Moses ya sabía que Emma, dependiendo de su humor,
comía Steak y puré de patatas cuando estaba estresada, cuando estaba relajada era Mac & Cheese con
langosta, y, cuando estaba ambivalente, Tartaletas de cangrejo y langosta, o, cuando Emma tenía
reunión de todo el equipo, usualmente el miércoles de cada semana, eran Vieiras a la paprika y al limón.

Phillip, por el otro lado, se reunía con Natasha para almorzar, o quizás no precisamente almorzar, pues
Natasha, trabajando más cerca de Emma, cruzaba rápidamente una cantidad considerable de calles y
avenidas, sólo para satisfacer sus antojos sexuales, en esa ocasión era un cunnilingus, pues era de los
pocos días que Natasha se ponía falda para trabajar, casi siempre era pantalón formal o semi-formal, o
jeans en sus distintos colores, a veces abusaba del código de vestimenta, que era muy flexible y chic, y
se ponía sus pantalones de cuero. Hugh recogía a Natasha a las doce en punto, ya con la comida de su
elección, ese día era Wendy’s: una Baconator para Phillip y un Spicy Chicken Wrap para Natasha, y se
escabullía hasta el Financial District, en donde la esperaba a cuenta de parquímetro, a que acabara con
su antojo y comiera ya frío, que no les importaba, pues, por ser la hora de almuerzo, todos huían de ahí
y quedaba sólo Phillip, se despedían con un beso y una mordida, Natasha acariciaba la nueva barba de
Phillip, que se la había dejado crecer, era una barba ordenada y bien cuidada de tres días, Natasha le
sonreía, Phillip besaba su frente y la iba a dejar hasta la puerta del Mercedes Benz negro, que había sido
recientemente renovado. Phillip, con sus manos en sus bolsillos, veía el auto tomar marcha y cruzar hacia
la derecha para hacerse camino a Garment District, sacaba las manos de sus bolsillos y se devolvía a su
oficina, arreglándose el nudo de su corbata en el ascensor, pues no era por Natasha que lo aflojaba, sino
porque a veces, más que todo después de comer, sentía que lo ahogaba.
- En Milán no encontré nada- suspiró Sophia, poniendo las tortas de carne al sartén para cocinarlas. – He
aplicado a ocho lugares hasta el momento, lo que encuentre

- Extrañas Milán, ¿verdad?- murmuró Camilla, viendo a su hija cocinar la cena, algo por lo que no se tenía
que preocupar con ella, pues, en ese sentido, era muy independiente.

- Se acostumbra a vivir allí, es como que usted no me diga que, al principio, no extrañó Atenas…que
aunque supiera cómo funcionaba Roma, no se lograba sentir completamente feliz

- Sí, supongo que tienes razón

- Hablé con Irene…está encantada con su iPad, enloquecida- sonrió, pero se le escapó una leve risa nasal.
– Está muy bien…la aceptaron en Penn State, está muy contenta… aunque cree que papá no la va a dejar
irse, dice que no está lista

- Tu hermana sabe lo que hace, sabe cómo manejar sus cosas y cómo lidiar con Talos…

- Sí…y hablé con papá también- Camilla trago con dificultad ante aquel sentido de pertenencia que no
era verdadero. – Sólo me deseó un feliz cumpleaños atrasado- rió, sacudiendo su cabeza. – Primera vez
que no se le olvida mi cumpleaños…- le dio la vuelta a las tortas de carne, tomando el provolone en sus
manos y colocando las rodajas sobre el lado ya cocido de las tortas.

- Bueno, lo importante es que Irene está bien, está contenta, y que Talos se acordó de tu cumpleaños…

- Más vale tarde que nunca, ¿no?- sacó los panes para las hamburguesas y los abrió. - ¿Cómo le fue
ahora?
- Bien, esa gente con la que estamos trabajando, son bastante conocedoras del tema de restauración y
curación…- Sophia colocó una hoja de lechuga sobre cada base y, sobre cada tapa, una rodaja de tomate
y un aro de cebolla morada. – Sophia… ¿puedo pedirte un favor?

- Sí, claro

- ¿Puedes tutearme?

- ¿Tutearla? ¿A usted, mamá?- resopló, guardando los vegetales en el congelador. Camilla asintió, cosa
que Sophia no vio pero pudo sentir. – Está bien, te voy a tutear de ahora en adelante

- Gracias… es que me hace sentir un poco vieja

- De nada… aunque, vieja, no estás… estás interesante- sonrió. Era la sonrisa más pura, más inocente,
blanca a pesar de los cigarrillos que fumaba a diario, que eran menos cada vez pero, al darle vergüenza
fumar frente a su mamá, había dejado los cigarrillos a un lado y sólo fumaba uno que otro
esporádicamente y no frente a Camilla, ni siquiera en el apartamento, que ahora vivían más cerca del
Centro Histórico, en un apartamento grande, en el que se iba la mitad del salario de Camilla, pero Sophia
no preguntaba, quizás Talos le daba algo mensual.

- ¿Qué piensas hacer mientras consigues trabajo? ¿Descansar? ¿Leer? ¿Sedentarismo?

- Pues, pensaba conseguir un trabajo de bajo perfil por mientras, en la panadería de la otra calle hay una
vacante, hablé con el hombre que estaba de turno, me dio la tarjeta del jefe y me dijo que le llamara
mañana por la mañana…y, con el dinero que gane, parte es para ayudarte y parte quizás para comprar
materiales para construir algún mueble, no lo sé…- retiró las tortas de carne y las colocó sobre las hojas
de lechuga. – No quiero estar de sedentaria
- ¿Qué pasa si no consigues trabajo aquí? ¿Regresarías a Milán?

- No, a Milán no voy a regresar, prefiero estar en Roma, contigo…porque no me gusta que estés sola…no
me siento tranquila-sacó las patatas del horno y las sirvió en ambos platos. – Voy a buscar trabajo aquí
en Roma, tiene que haber algo para mí… ¿no crees?- le alcanzó el plato y se aseguró que las hornillas de
la cocina estuvieran apagadas.

- Sí, creo que sí…

- ¿Por qué tanto interés en saber qué quiero hacer o qué voy a hacer?- murmuró, sentándose a la mesa
y poniéndole un poco de Dijon a su hamburguesa.

- No, sólo curiosidad…porque…no sé…quizás…podría hablar con Alessio o con Alec

- ¿Qué podría ofrecerme Alessio? Yo no soy Arquitecta, ni Ingeniera

- No lo sé, puede ser que sepa de alguien

- Y, ¿para qué hablarías con el tío Alec?- rió, tomando la hamburguesa entre sus manos, no viendo la
expresión de Camilla, la expresión de dolor ante el título errado que Alec tenía.

- Tal vez sabe de algún trabajo de aquel lado, o quizás él sí puede darte un trabajo- sonrió, imitando a
Sophia pero sin la mostaza.

- Necesitaría visa de trabajo para eso…no creo que alguien esté dispuesto a pagarla
- Pues, yo no sé, sólo opinaba

- Encontraré algo aquí, no te preocupes, no tendrás que molestar al tío…además, estoy segura que está
más que completo con su equipo- rió ante el recuerdo de cómo Volterra hablaba de sus trabajadores. –
Ya veremos, no te preocupes, ¿está bien?- aunque Sophia sí estaba preocupada, pues el hecho de que
hubiera un recorte de personal en una empresa tan estable como lo era Armani, Armani en general, pues
no sólo Armani Casa había sufrido, significaba que el resto de negocios más pequeños, tampoco estarían
en disposiciones de contratar más personal, sólo en caso que estuvieran reponiéndolo. Sophia quizás le
había mentido a Camilla, bueno, es que sí le mintió, pues, según Camilla, Sophia había sido despedida
directamente, y no le dio una razón, simplemente ahí mató el tema, todo para que Camilla no se
preocupara tanto como ella.

Aquellas tres eminencias, salieron a la calle, Natasha y Phillip tomados de la mano, Emma simplemente
repasando la laca de sus uñas con su dedo pulgar, sólo de la mano derecha, pues, en la mano izquierda,
llevaba su bolso compacto. Se quedaron de pie, como si esperaran a algo o a alguien, pero el Señor y la
Señora Noltenius simplemente esperaban a Emma, a que Emma se decidiera a empezar a caminar, pues
ella marcaría el paso, sólo eran dos avenidas, o sea doscientos metros, y bordear la Pulitzer Fountain
para entrar al Plaza. Emma respiró hondo, sintiendo su olfato muy agudo, pues era capaz de oler, desde
lejos, la grasa en la que cocinaban los hot dogs del otro lado de la calle, arena mezclada con ceniza de
cigarrillo en el basurero a la entrada del Lobby del edificio 800, su audición también se había agudizado;
escuchaba los motores de los autos como si corrieran calientemente en su cabeza, las bocinas la
aturdían, el sonido de un mudo subterráneo que pasaba bajo sus pies, la respiración preocupada de
Phillip y Natasha, que sentía también sus penetrantes ojos en la espalda. Abrió los ojos, respiró una vez
más, sonrió y dio inicio a una marcha, sobre sus Lipsinka Louboutin, que estaban muy cómodos, pero no
había por qué fiarse de un Stiletto que utilizaba por primera vez, por lo que había usado la milenaria
técnica del antideslizante en el zapato, que consistía en, sencillamente, con una tijera, trazar diagonales,
incrustando la hoja, en la suela del zapato, diagonales cruzadas, por supuesto, y todos sus Stilettos
habían pasado por el mismo proceso desde siempre, pues, a tal altura, nadie quería caer del cielo a la
tierra, y de golpe.

*
Todavía marzo, dos mil doce.

- Emma, ¿tienes un momento?- emergió Volterra la cabeza en su oficina.

- Claro, pasa adelante, por favor- sonrió, apenas llegando aquel martes por la mañana, que recién llegaba
de Boston la noche anterior.

- ¿Cómo va todo en Boston?- cerró la puerta calladamente y se dirigió a uno de los sillones frente al
escritorio de Emma.

- Muy bien, ahora ya empiezan a levantar la casa como debe ser, todo va muy bien, pero tendré que ir
en un mes de nuevo, pues, dicen que en un mes ya la tendrán lista, de estructura, claro

- Excelente- sonrió, entrelazando sus dedos, pensativo en otra cosa. – Vengo por dos cosas, por tres en
realidad…

- Dime

- La primera es que Meryl quiere que remodelemos el apartamento y que lo volvamos a ambientar,
¿quieres hacerte cargo de tu actriz favorita por segunda vez?

- No te cae muy bien, ¿verdad?- rió Emma.

- No, es de los clientes más flexibles que tenemos… es sólo que tengo al Radio City y a una casa en
Pittsburg, y he hablado con Meryl, bueno, con su asistente, y dijo que si tú lo hacías, no había problema
- Está bien, dame la carpeta del proyecto y yo lo hago, ¿quieres algo de tomar?- sonrió, sabiendo que a
Volterra algo le atormentaba.

- No, no, ya casi me tengo que ir…mmm… bueno, las otras dos cosas, mmm… felicidades por lo de Louis
Vuitton

- Gracias, Alec… ojalá y quede tal y como lo planteé- sonrió de nuevo.

- Ya verás que sí…

- Alec, sólo dímelo- rió, sabiendo que le daba vergüenza decir lo siguiente.

- No acudiría a ti si no fuera importante, eso lo sabes... y confío en que, una vez hablemos de esto, se te
olvidará- Emma asintió. – ¿Qué puedo regalarle a una mujer de tu edad?

- Oh… bueno, ¿qué le gusta a ella?- Volterra frunció sus labios y su ceño, como si intentara pensar. - ¿Qué
le gusta hacer?

- Le gustan los museos, le gusta armar cosas…

- De entrada te diría que le regalaras el Guggenheim de Lego Architecture… para que arme un museo-
rió. – Pero, Alec, a una mujer nunca le caen mal unas joyas, algo que sirva para comprar ropa, no le
regales ropa porque es el peor error…

- Tu idea suena a locura, pero suena coherente- murmuró. – Gracias- se puso de pie y se hizo camino
hacia afuera.
- Buena suerte- le deseó Emma, no sabiendo que Volterra simplemente bajaría a la Lego Store de
Rockefeller Center y compraría lo que Emma, en una broma, le había sugerido, todo para mandárselo a
Sophia, por Courier, para que le llegara a tiempo para su cumpleaños. - ¿Si?- dijo al teléfono, sabiendo
que era llamada del escritorio de Moses.

- Arquitecta, Natasha la está esperando

- Gracias, Moses.- colgó, y se puso de pie, empujando su silla para meter el asiento bajo el escritorio,
tomó su bolso devolviéndose a su escritorio por su iPhone. Caminó de regreso hacia afuera, poniéndose
su cárdigan color crema en el camino. – Perdón, Volterra me atrapó en la oficina- sonrió al ver a Natasha,
quien la esperaba fuera del auto, fumando un cigarrillo.

- Tranquila, Em- arrojó el cigarrillo al suelo y lo pateó para apagarlo, lo recogió y lo metió en la lata de
Coca Cola vacía que sostenía en la mano. – Sólo vamos a consentirnos, ¿sí?- ambas se subieron al auto,
para que las llevara donde Oskar, el asesor de imagen de Natasha, trabajaba para Bergdorf Goodman,
para una de las tantas adjunciones estratégicas, claro. - ¿Tienes la fotografía del Brooklyn Bridge del
sábado?

- ¿En la que estás con Phillip?- Natasha asintió. – Claro, mándatela- le alcanzó su iPhone para que fuera
autoservicio.

Natasha tomó el iPhone de su mejor amiga mientras se incorporaban a la Quinta Avenida, digitó la clave:
seis-dos-ocho-tres, que era una representación numérica para “Nate”, se salió de “Angry Birds”, deslizó
los paneles hacia la derecha para llegar a la primera pantalla, tocó el ícono de la flor, y a buscar, fotografía
tras fotografía, hasta que la encontró y se la mandó via WhatsApp, pero se quedó viendo las demás
fotografías, muchas de ella y Natasha, la mayoría en Bergdorf’s, cuando jugaban a probarse cosas, o en
La Petite Coquette, pero esas fotografías se borraban inmediatamente, sólo era para verse desde lejos y
con un par de libras más, por el lente de la cámara, y había fotografías de la construcción en Boston, una
enorme casa, otras de algunas telas de “Mood”, te la ducha de Emma, y Año Nuevo, fotografías con
Margaret, con Romeo, hasta algunas con Matthew, el primo de Natasha que tanto detestaba Emma,
pues no había Navidad que no quisiera llevarla a la cama, unas fotografías con Phillip, muy graciosas, de
los dos bailando ya un tanto ebrios, y, deslizando las fotos hacia atrás, encontró unas de Roma, que
asumió que era Roma porque era imposible que fueran de Manhattan; campos verdes, un tanto soleado,
la vista de un lago, que creyó que era el Lago Como, pues sus conocimientos geográficos de Italia se
reducían a Milán, Roma, Venecia, la pasta, la moda, y el Lago Como, y luego, la gran duda: era Emma,
abrazada de una señora, menor que Margaret, muchísimo menor si debía adivinar, con la misma sonrisa
de Emma, con un lunar bastante pálido sobre la parte baja de su mejilla derecha, arrugas de felicidad
alrededor de la sonrisa y los ojos, que eran oscuros, según la fotografía, rubia, más rubia que Emma,
rubia de verdad. Pasó a la siguiente fotografía y estaba la misma mujer, ahora de ojos verdes, como los
de Emma, y la siguiente fotografía, Emma dándole un beso en la cabeza, mientras la mujer no dejaba de
sonreír con inmenso carisma, y tomaba a Emma de las manos, mostrando un Rolex plateado, un DateJust
Lady 31, de fondo azul marino, con diamantes, o algo que brillaba, en vez de números, la corona
obviamente en el doce.

- ¿Quién es ella?- le preguntó Natasha mientras Hugh se aparcaba frente a las puertas de Bergdorf’s.

- Mi señora madre…

- Es muy guapa, te felicito

- Gracias- rió.

Junio dos mil doce. Emma sí que quería huir de Manhattan, pues se fue a meter, junto con Phillip y
Natasha, en plena época Eurocopa a Playa Mujeres, estaba estresada con lo de los Hatcher, que William
decía una cosa, Lilly decía otra, y todo era “pregúntele a William” para que, cuando le preguntara a
William, todo fuera “pregúntele a Lilly”, Emma simplemente quería arrancarse del cabello del estrés, de
la desesperación, más porque la casa, la estructura, ya estaba terminada, pero no estaba ni curada, que
era el característico baño que Emma le daba a todas las paredes antes de siquiera considerar hacer otra
cosa, y era un baño de seis capas, que prevenía el deterioro paulatino, tanto de adentro hacia afuera,
como de afuera hacia adentro, eso le daría tiempo a Emma, tiempo para relajarse y hacerle cambios a
cosas que podían cambiarse, correos de William, correos de Lilly contradiciéndolo, simplemente Emma
quería que la tierra le hiciera el favor de tragársela, ojalá y no se les ocurriera hacer algo con materiales
reciclados como a los Mayfair, que entonces, Emma, terminaría en prisión por asesinar a más de alguno
a su paso. Y se despertó aquella mañana de junio, que el sol le daba en la cara, intentó darse la vuelta
sólo para cubrirse del sol pero el sol le quemaba la piel, oh, divino sol latinoamericano, sol playero, sol
que rostiza. Se sentó y notó que no era su cama, sino una hamaca, y se bajó de aquella hamaca, todavía
con sus ojos cerrados, y se despertó al caer, hasta a media pantorrilla, en agua fría; la hamaca estaba
sobre una piscina.

Entre quejidos por el violento despertar del agua fría en sus pies, localizó la botella de Grey Goose y la
botella de Ginger Ale que estaban, sin elegancia alguna, tiradas sobre el suelo, y fue cuando la cabeza la
empezó a doler, vaya resaca. Repasó su cuerpo con sus manos, y sintió el spandex de su traje de baño,
que era de una pieza, y, localizando agua, no acordándose que estaba parada en ella, se arrojó a una de
las duchas que estaban diseñadas, ahí afuera, para quitarse la arena al entrar de la playa a la Suite, pero
Emma simplemente se sentó y dejó que el agua fría la bañara, la bañara hasta que se le olvidara que
tenía resaca. Quizás pasó una hora entera bajo el agua, simplemente sentada, viendo sus muslos y sus
rodillas, viendo sus pies, las dos venas que se le saltaban en cada pie, que se le marcaban las falanges
proximales y los metatarsianos, que esos se desvanecían en cuanto subían por el empeine, sus dedos,
demasiado bien cuidados para acostumbrar andar en Stilettos, pero con sus uñas de corte cuadrado, del
largo perfecto, con el mismo color de sus uñas de las manos.

- Pia, ¿cómo te fue?- preguntó Camilla, viéndola entrar al apartamento, acababa de tener una entrevista
de trabajo.

- Ya dieron la plaza- murmuró, sentándose de golpe sobre el sofá de la sala de estar y yéndose de golpe
hacia el lado, tomando su cubo Rubik de siete por siete, que había dejado en pausa, de la mesa de
enfrente. – No entiendo qué estoy haciendo mal…

- No estás haciendo nada mal… tú haces lo que puedes; buscas entrevistas, vas, y haces lo que tienes
que hacer, más no puedes hacer- se acercó, secándose las manos con una toalla blanca.

- Voy a seguir buscando, no te preocupes

- No te preocupes tú si no encuentras algo rápido, cuesta encontrar, eso lo sé yo…- se sentó al lado de
Sophia, que Sophia se movió para apoyar su cabeza sobre su regazo.
- Es como la frustración profesional más grande- suspiró, moviendo las caras del cubo. – Es como que un
cardiólogo sea taxista, como que un abogado sea plomero…

- No veas así las cosas, por favor

- Lo siento…sólo estoy frustrada…

- Déjalo ir…déjalo fluir- sonrió, tomando la cabellera rubia de su hija entre sus dedos, la empezó a peinar
suavemente. – No lo pienses tanto…deja que las cosas pasen, deja de querer tener el control y vas a ver
cómo todo se va solucionando poco a poco…

- Me da rabia pensar que me he quemado las pestañas estudiando tanto tiempo, teniendo buenas
calificaciones, trabajé casi cuatro años en el mismo lugar… que se supone que es un honor trabajar ahí,
y las referencias son irrelevantes, todo para terminar trabajando en una panadería, haciendo croissants
y focaccias todo el día, cobrando seiscientos euros al mes…eso no es aportar, me siento como un parásito
aquí- ah, pero seiscientos euros era más de lo que un trabajito cualquiera daba, pero Sophia estaba
acostumbrada a mejores cosas, cosas que no sabía que le faltaban pero que influían en su buen, o mal
humor.

- Sophia, escúchame- el tono de Camilla cambió un poco, de ser muy maternal y comprensivo a ser muy
maternal y regañón. – Si fueras un parásito, como tú dices, créeme que te presionaría muchísimo para
que consiguieras un trabajo, sé que no estás contenta al no tener un trabajo que te guste, porque trabajo
tienes…a mi no me importa si eres niñera o panadera, no me importa si eres la dueña del mundo entero
o no, no me importa con tal de que estés tranquila

- Y tu remedio para la intranquilidad es que simplemente… ¿me deje llevar?

- Deja que las cosas pasen, que sigan su curso, todo cae en su lugar en el momento adecuado…no te
desesperes, ¿de acuerdo?- sonrió, viendo la emoción con la que su hija giraba rápidamente las caras del
cubo. – No pienses tanto las cosas…
- No las pensaré, Camilla- rió, acomodándose sobre el regazo de su mamá. – Tengo una pregunta, no sé
si es correcto o no…pero… cuando te casaste con papá, ¿estabas pensando?

- Estaba pensando, sí, pero estaba pensando mal

- ¿Sabías en ese momento que estabas pensando mal?

- En ese momento pensé que era lo mejor para mí, y fui muy egoísta, pero sabía que estaba mal

- ¿Por qué? Digo, no sé… ¿egoísta?

- Tu mamá no ha sido la mujer más brillante, ni por cerca, y ha cometido muchos errores…pero llega un
momento en el que los errores se acumulan, se hacen una cadena de errores que no puedes
enmendar…pero, lo gracioso es que, dentro de toda mala acción, resulta algo bueno

- ¿A qué te refieres?- frunció su ceño, irguiéndose para sentarse y verla a los ojos, apartando el cubo.

- Siempre pensé que había sido un error casarme con Talos- dijo, evitando decir “tu papá”. – Pero, de no
haberlo hecho, no tendría a mis hijas como lo son ahora, Irene no existiera

- Viví siete años sin mi Nena, seguramente habría podido seguir sin ella y no hubieras tenido que casarte
con papá…

- Supongo que sólo quería hacer bien las cosas- mintió.


- No sé, quizás en aquel entonces no pensaban con la cabeza de pensar…

- ¡Sophia!- rió Camilla un tanto sonrojada.

- Ay, mamá, no me diga que el pudor ataca en cuanto uno más se acerca al medio siglo- rió. – Además,
no es como que usted sea una Santa- la volvió a tratar de usted para poder bromear con respeto. – Si
hubiera sido un error, mi hermana no existiera, lo que significa que, por lo menos, usted se acostó dos
veces con papá- y rió a carcajadas. – Yo y mi hermana, por raro que el orden suene… pero, por lo menos
dos veces, porque no creo que anotara a la primera

- Ya, ya, ya basta- ah, Sophia le había sacado todos los tonos de rojo que existían, encandecidos en sus
mejillas, en su frente, en todo su rostro, en su cuello y en su pecho. – Yo también puedo irme a la guerra
contigo

- No creo, no tienes material- rió Sophia, volviéndose a acostar sobre el regazo de Camilla pero
quedándose en la conversación.

- ¿No me crees capaz de contraatacar?- Sophia se negó con la cabeza. – Bueno, pues para que veas que,
a los cuarenta y nueve años, no te acercas al pudor… ¿cómo fue tu primera vez?

- ¿Cuál primera vez?

- Ay, Sophia, yo no nací ayer- rió Camilla. – Sé que no eres virgen

- Pues, físicamente no lo soy, pero no creo que eso defina la virginidad…creo que el entregarse
totalmente, en todas las capas del ser humano, eso es perder la virginidad…
- Un poco esotérica, pero está bien…

- ¿Ves? No puedes incomodarme

- ¿Has pensado en cómo sería si estuvieras con una mujer?

- Retiro lo dicho… ¿sabías que sí puedes incomodarme?

- Vamos, contéstame… ¿lo has pensado?- Sophia sacudió la cabeza. – No sé si esté en la naturaleza de
una mujer hacer un voto de castidad de por vida, ¿no hay mujer que te guste? ¿O ya probaste…tú
sabes?- rió, cerrando sus manos en puños y golpeándolos suavemente, que Sophia sabía, por
entendimiento universal, que eso era “vagina-con-vagina”.

- Me incomoda hablar de esto contigo, de verdad…

- ¿Por qué? Soy tu mamá…

- Por eso, porque eres mi mamá…y hablando de sexo contigo, de que lo haría con una mujer… no sé, ¿no
es demasiado para ti?

- Yo traje el tema de conversación…- sonrió. - ¿Lo has pensado?

- Supongo que sí, en algún momento lo he pensado, pero no sé cómo se hace eso… - imitó el “vagina-
con-vagina” de Camilla.
- Sabes que no puedes ser célibe por el resto de tu vida, ¿verdad?

- ¿Y me lo dices tú?- rió Sophia, llevando sus manos a su rostro. – Están las monjas- sonrió, tratando de
escaparse del tema incómodo.

- Eres joven, Sophia, disfruta todo lo de la vida, no lo pienses mucho

- No ha llegado la que me guste nada más, esa que me quite la capacidad de razonar, así como a ti te
pasaba con el tío Alec, o con papá- y Camilla le quiso decir que sólo con Talos, porque no había razonado,
pero que todavía le pasaba con Alec, y que la edad sólo era un número y que ella daría lo que fuera por
tener a Volterra, aunque no podía, no podía ni pensarlo. – Y fin de la discusión… de verdad me incomoda
hablar del tema contigo, sólo porque eres mi mamá, no porque no confíe en ti, simplemente… no sé, no
puedo

- ¿Tú me presentarías a tu pareja?

- Si la tuviera…supongo que sí, pues, sólo si es muy serio, supongo… y fin del tema, por favor

Era algún día por la noche de aquella vacación de una semana, y digo “algún día” porque hasta yo había
perdido la noción del tiempo, así como Emma, quien había aprendido a tomar tequila el primer día que
llegó, y le gustó, pues no se explicaba cómo en Roma servían un shot de aquella bebida con naranja, y
tequila blanco con naranja, el sólo recuerdo le daba náuseas, pero aquella mezcla de sal, tequila dorado
y lima, era como acercarse cada vez más a la eternidad, y uno tras otro, tras el siguiente. Y esa noche, en
su inmensa ebriedad, en ausencia de una ya desmayada Natasha, fue que pasó lo siguiente, de lo que
no se acordaría nunca, pero que, en su inconsciente, aquella semillita de iluminación mental y
preferencial, brotaría sin que se diera cuenta, eso era lo que Phillip llamaba una verdadera “Inception”:

- Felipe… tú me caes muy bien, es más, te quiero mucho


- Wow, gracias, Emma María, yo también te quiero mucho

- No, es que eres al único hombre al que quiero, no me lo tomes a mal, pero eres el único hombre que
vale la pena querer…

- ¿Y Alfred?

- Alfred es una persona conflictuada que necesita cariño, un cariño que yo no le puedo dar, que no creo
que le pueda dar a algún hombre, no a cualquiera

- ¿Y qué tengo yo de especial que no tengan los demás hombres que conoces?

- Eres caballeroso, cariñoso, considerado, eres un buen hombre y una buena persona, respetas a
Natasha… que no hace falta que te diga que si la lastimas, te mato, ¿verdad?

- Tranquila, sé que mi suegro te compró la pistola, duda, de que sabes disparar, no me queda- sonrió,
salpicándole un poco de agua en aquella noche de brisa marina y estrellas. – ¿Alguna vez te has
enamorado?

- No lo sé, hubo una época en la que creí que sí, que estaba enamorada…pero, ahora que lo pienso, era
la necesidad de sentirme querida, y, con Fred, no estoy enamorada, a veces me llevo bien con él, a veces
simplemente no, que es el cien por ciento del tiempo…

- Oye…Em…¿puedo preguntarte algo?


- Claro

- ¿Tú qué piensas de la homosexualidad?

- Me da igual, para serte sincera… en un mundo paralelo, ¿cómo se sentirían los heterosexuales?

- No, no… mi pregunta va por el camino de…

- ¿De que si me gustan las mujeres?- Phillip asintió. – No te puedo negar que hay mujeres guapísimas,
estando yo en el primer lugar- rió. – Es broma…pero sí pienso que hay mujeres muy atractivas, aunque
con ninguna he tenido ese impulso que tendría, por ejemplo, si el Príncipe Harry me dice que me quiere
llevar a la cama, o Ryan Reynolds…

- ¿Estás segura que lo harías?- levantó su ceja y la vio fijamente a los ojos.

- Con un poco de alcohol…supongo que sí

- ¿Y con un poco de alcohol te acostarías con…digamos con una mujer?

- Depende de la mujer, supongo

- Kate Winslet

- Un poco mayor… pero supongo que sí- rió Emma. – Aunque ya la he visto en pelotas varias veces y eso
deja poco a la imaginación
- Rosie Huntington-Whiteley

- No me parece atractiva, ni con todo el alcohol del mundo

- Cobie Smulders

- ¿La de How I Met Your Mother?- Phillip asintió. – Se parece a tu mujer- rió. – Cómo no voy a acostarme
con tu mujer, con ella creo que sí puedo

- Kristen Stewart

- Nunca

- Emma Watson

- Sin alcohol- rió Emma. – Definitivamente sin alcohol

- Natalie Portman

- Sin alcohol

- Isla Fisher
- ¿La esposa de Borat?- Phillip asintió. – Con alcohol

- Kate Middleton

- Never… con la realeza no me meto… sólo con el Príncipe Harry

- La mujer de las visiones en Twilight

- Con alcohol

- Jennifer Lawrence

- Oye, Felipe, te sabes a varias- rió a carcajadas, pero callándose para no despertar a Natasha, que era
indespertable por tanto alcohol. – Pero sí, con un poco de alcohol

- La mujer de Underworld, la que anda vestida de cuero todo el tiempo

- Ni con todo el alcohol del mundo, se parece a mi hermana

- Anne Hathaway

- Sin alcohol…pero que no me hable mucho porque…es más, que se quede callada y que sólo se ría, y
todos los sonidos sexuales
- Nicole Kidman

- Nunca, jamás, never… un dildo es más natural que ella- rió.

- Penélope Cruz

- Mayorcita… pero, como con Winslet, con alcohol

- Sofía Vergara

- Sofía Vergara…- repitió pensativa. – Sin alcohol, definitivamente, pero que me grite groserías

- ¿Por qué?

- No sé, o que me hable en inglés- rió.

- Mila Kunis

- You kidding, right?- rió. – Never, soy como tres metros más alta que ella…y no me gusta

- Katy Perry
- Con poco alcohol, pero sin esos corsets raros que se pone…- dijo, colocando sus manos en sus senos y
girando sus índices.

- ¿Y de la vida diaria?

- Ninguna… pues, no te ofendas, tu mujer está guapa, pero es tu mujer y es mi amiga, es mi hermana:
incesto

- No me ofendo- rió. - ¿De hombres a quiénes?

- Aparte del Príncipe y de Ryan Reynolds… a nadie, ni de la vida diaria y mortal

- ¿Ves? Yo que tú, empiezo a considerar a las mujeres para una relación amorosa

- ¿Y qué? ¿Volverme lesbiana?- siseó, se había ofendido un poco.

- Ser lesbiana no es una decisión, tener una vida amorosa miserable, o no tenerla en lo absoluto, si lo
es… mereces ser feliz, sea con un hombre o con una mujer… siempre y cuando seas feliz, nadie tiene
derecho a juzgarte, que lo van a hacer, pero a quién le importa… mírame a mí, catalogado toda la vida
como un homosexual y niño de papi y mami… y más equivocados no pueden estar, creo yo- sonrió,
acercándose a ella para abrazarla, pues la confianza era tanta como para poder hacer eso.

- Phillip… a veces dices unas cosas tan tontas que no sé cómo le haces para que suenen tan coherentes…

- Algo le aprendo a Natasha


- Sí, sí… ¿me llevas a la cama?- murmuró, notando que ya todo le daba vueltas alrededor suyo.

- Toda la vida, Emma María- sonrió, dejando que se subiera a su espalda para salir con ella por las gradas
de la piscina.

Julio dos mil doce.

- Ciao- contestó Sophia el teléfono de la casa, preguntándose quién llamaría a las once de la mañana a
casa, pues Camilla trabajaba a esa hora, y los bancos no solían llamar.

- Sophia, te habla Alec

- Ciao, zio Alec!- sonrió Sophia, dejándose caer en el sofá, y tomando su cubo Rubik. - ¿Cómo está?

- Muy bien, ¿y tú?

- Bien, bien, también… un poco cansada- resopló, no sabiendo por qué había dicho eso.

- ¿Y eso?

- Del trabajo

- Ah, ¿ya tienes trabajo?


- Bueno, trabajo en una panadería por ahora

- No me digas que sabes hornear pan- rió Volterra, viendo por la ventana de su apartamento.

- Bueno, ¿subestima mis habilidades de panadera?- rió. – Sería de que probara el pan que hago, le
demostraría que sí sé hornear pan, croissants y focaccias

- Estoy muy seguro de que sí

- Algún día, tío, algún día

- Espero que muy pronto- sonrió, intentando decirle lo que quería decirle, pero no sabía cómo.

- Sí…uhm… ¿quería hablar con mi mamá? Porque ahora no está, está en el trabajo

- No, Sophia, en realidad quería hablar contigo…

- ¿De qué?- balbuceó, enojándose por haber girado a mal tiempo una cara del cubo, haciendo que una
de las piezas se desprendiera.

- Resulta que el Estudio se tiene que expandir, y pasa que necesito una Diseñadora de Interiores

- ¿Despidió a su Estrella?- rió, acordándose de su cara, y que era la misma mujer que había visto en
diciembre a la puerta de su casa. No, no era la misma. ¿O sí? Fuck it, la memoria no era lo suyo.
- No, no, sólo necesitamos más personal…y me gustaría saber si te interesaría venir a trabajar conmigo-
Volterra no había considerado todas las respuestas, ni las implicaciones.

- Me gustaría, sí, pero creo que necesito visa de trabajo para eso, ¿no?

- No te preocupes por eso, no sería la primera que tramito- Sophia puso el cubo incompleto sobre la
mesa y se sentó de golpe.

- ¿La propuesta es en serio?- murmuró, un tanto incrédula.

- Necesito gente en la que pueda confiar, ¿te interesa el trabajo?- Sophia se quedó callada. – Sophia, es
en serio… necesito a una Diseñadora de Interiores, y el plus es que tú diseñas muebles también

- Tendría que hablarlo con mi mamá, supongo…

- Está bien, habla con ella… y, cuando tengas una respuesta, llámame, porque tendríamos que hacer
muchas cosas antes de que te contrate…

- No hay mucho que pensar, sólo quisiera hablarlo con mi mamá- y al diablo con dejar sola a Camilla, ella
se podía cuidar sola.

- No hay problema, Sophia, sólo una pregunta, ¿cuánto ganabas en Armani Casa y qué prestaciones
tenías?
- Tenía apartamento con servicios básicos, seguro médico y dos mil quinientos euros netos al mes- se
sintió enferma, como aturdida, abrumada.

- Déjame igualar el apartamento y duplicar la paga, sólo para que sepas lo que te ofrezco, y claro, el
Estudio paga el trámite de tu visa y el seguro médico, por eso no te preocupes

- Está bien, ¿le puedo llamar más tarde?

- A la hora que quieras, Sophia

- Tío Alec…- murmuró antes de que Volterra se despidiera de ella.

- Dime

- Gracias

- ¿Gracias? ¿Por qué?

- Por tomarme en cuenta

- Me ahorrarías el trabajo de intentar buscar a alguien competente- dijo, preguntándose por qué carajo
había dicho semejante cosa, pues sonaba como si Sophia fuera incompetente, o al menos así sonaba en
la cabeza de Volterra. Sophia rió nasalmente, no sabiendo exactamente qué decir. – Bueno, Sophia,
espero saber de ti muy pronto…y ojalá sea con una respuesta positiva
- A esperar por mi mamá- sonrió, y Volterra pudo sentir su sonrisa, la misma sonrisa de Camilla, la misma
sonrisa cálida y tierna, inocente. – Un abrazo, tío Alec

- Un abrazo, Sophia- y colgaron. Pero a Volterra eso no le bastaba, por lo que marcó el número de
Camilla, el de la extensión siete-cero-nueve y esperó a que contestaran.

- Ufficio Centrale di Seminari di Belle Arti di Sapienza, Università di Roma, questa è Camilla Rialto, come
posso aiutarvi?

- Ciao, Signora Rialto, posso rubare un minuto del vostro tempo?- sonrió Volterra, esperando una risa
nasal de Camilla.

- Ciao, Architetto Volterra- y ahí estaba, la sonrisa y risa nasal de Camilla. – Si può rubare il mio tempo-
rió, quitándose las gafas y colocándolas sobre el escritorio.

- Llamé a tu casa

- Y te acordaste que a esta hora, a las once y veintiuno, estoy en la oficina, ¿verdad?

- Eso ya lo sabía- rió. – Quería hablar con mi hija

- ¿Qué?- siseó, sintiendo que la vista se le nublaba, que la presión arterial era distinta, o mucha o muy
poca.

- Considéralo mi venganza por no decirme que Sophia es mi hija- rió. – Le ofrecí trabajo
- Explícame, ¿quieres?

- Ca, se me ocurrió que el Estudio está en la disposición de alimentar otra boca, y mi hija, con el potencial
que tiene, ¿de panadera? No, simplemente no logro concebirla haciendo pan todo el día cuando podría
estar en mi Estudio, tratando con clientes grandes, haciendo lo que le gusta, ejerciendo su profesión,
pues no creo que le haga gracia haber estudiado, ¿qué? ¿Cuatro o cinco años para terminar en una
panadería? Mi hija tiene que tener ambiciones, supongo

- Y supones bien, Alec…pero, ¿no es muy complicado que la contrates?

- Sería complicado aún si ya tuviera la visa de trabajo…como le dije a Sophia, no sería la primera visa que
tramito, y en ese problema no me volvería a meter a menos de que valiera la pena, y creo que mi hija
vale la pena… aunque, claro, si la reconociera como mi hija, y yo siendo ciudadano norteamericano, las
cosas fueran muchísimo más fáciles

- ¿A qué estás jugando, Alessandro?- siseó, paseando su mano por sus celestes ojos cerrados, intentando
buscar la claridad en la oscuridad de los pestañeos alargados.

- Tú no vas a aceptar mi dinero, no vas a aceptar que te ayude… económicamente, déjame ayudarle a mi
hija al menos…

- Eso no lo puedo evitar, y tampoco quiero

- No le voy a decir que soy su papá, Ca- rió. – Busco acercarme a ella, seguramente si le digo que soy su
papá, sus veintitantos años se le vienen abajo en una mentira y entonces no sólo llevo yo las de perder,
sino tú también, y realmente te valoro muchísimo, a mi hija también, sólo por el hecho de ser mi hija- y
esas palabras, “mi hija”, a Camilla le revolvían el estómago, tan ciertas pero tan ajenas. – Ca, yo no he
sido un papá para ella, y, más que un jefe, pretendo ser una persona de confianza
- Si sabes que le podríamos decir, ¿verdad?

- Es como si no me estuvieras escuchando, Camilla, ¿de qué nos serviría decirle a estas alturas del juego?
Lo más probable es lo que ya dije, que los tres perdamos

- ¿Y qué pasaría si, en vez de perder, como tú le dices, ganas? ¿Qué pasaría si Sophia, en vez de llamarte
“Arquitecto Volterra” por ser su jefe, te llamara “papá”? ¿No te gustaría que todo fuera como tiene que
ser?

- Nunca se sabe qué puede pasar, Ca, y creo que, por ahora, lo mejor es dejar que fluya como si yo no
supiera nada… supongo que no es engaño si nunca se entera

- Y para que no se entere, Alessandro Volterra, tienes que ser muy distante, porque serías su jefe, no su
papá

- Corrección, Camilla Rialto, sería la conexión entre ella y tú… además, si no supiera que puedo manejarlo,
que puedo controlarlo, no se lo hubiera propuesto, ¿no crees?

- Sophia, a pesar de que vivió mucho tiempo en Georgia, no es como que sepa mucho de la cultura, su
personalidad es distinta, Alec… ella es especial

- Y no te preocupes por eso, que yo sé lo que tengo en mi Estudio, te prometo que, en el ambiente de
trabajo, yo la protegeré de todo idiota… porque debo admitirlo, mujer que entra aquí, los tres ingenieros
la ven como presa fácil, pero tengo el plan perfecto para que sea intocable

- Comparte tu plan, entonces


- Simplemente planeo esconderla tras mi mejor carta, tras mi Socia, meterla en su oficina para que no
se mezcle con los ingenieros, que Emma le muestre cómo se hacen las cosas en el Estudio… confío en
Emma, más porque ella también viene de afuera y ha tenido que adaptarse, creo que podría ser la
oportunidad para que Sophia no se sienta sola, mucho menos aislada o diferente, pero, eso sí, la trataría
como una más de mis empleadas, con ciertos privilegios por ser “mi sobrina”, pero sólo para que no se
les ocurra tocarla

- No puedes evitar que las cosas le pasen, Alec, no puedes moverla en una burbuja… además, estoy
segura de que Sophia se sabe defender de cualquier arrogante… acuérdate de quién es Sophia, de lo que
te dije- murmuró, como si al decir esas palabras todos sabrían de qué hablaba, todos los presentes en la
oficina; nadie, nada y ninguno.

- Sophia se podrá defender de cualquier imbécil, y confío en ella, pero no confío en los imbéciles… confío
más en la protección que Emma podría darle, aún sin saberlo, aunque definitivamente le pediría ayuda

- ¿Planeas decirle a tu socia que tu hija va a trabajar con ustedes?

- A Emma no le interesan las contrataciones, ella sólo afloja dinero cuando hay que aflojarlo, y siempre
y cuando la deje en su oficina, todo está bien… además, Emma es de suma confianza, ella te depositó el
dinero y te dejó el paquete

- Y tú de verdad esperas que confíe en una mujer mayor para defender o proteger a nuestra hija…

- ¿Mujer mayor?- rió. – No cabe duda que Sophia y tú son iguales… Emma tiene la edad de Sophia, por
eso estoy seguro que puede darle una mano amiga…

- Creo que es momento de que confíe yo en ti…ciegamente- suspiró. - ¿Cuáles son los pasos a seguir?-
sintió a Volterra sonreír, pues sabía que, con eso, Sophia era contrato seguro.
- Necesito traerla a más tardar a el otro mes, porque los trámites son más rápidos si ella está presente…
además, le vendría bien adaptarse a la ciudad antes de empezar a trabajar

- Supongo que también necesitará tiempo para buscar donde vivir… porque ojalá y no estés pensando
en que vivirá contigo, porque apenas y vive conmigo…

- En lo absoluto, ¿te imaginas? ¿Viviendo con el jefe? Van a decir que es mi amante y no mi sobrina…-
rió nasalmente. Cálmate, Ca… voy a tenerle un apartamento listo, que le he dicho que el Estudio lo paga,
pero yo soy el Estudio…

- Confío en ti, Alec, confío en que Sophia caerá en buenas manos…

- Déjame a ser papá encubierto, por favor, al menos eso déjame hacer…

- No sería justo si no te dejara- sonrió. – Y no te preocupes, no le diré nada a Sophia sobre tu plan de
protección paranoica con tus ingenieros…

- No es paranoia, es precaución

- Como tú digas, Alec…- suspiró, volviendo a pasar su mano por sus ojos cerrados, rascándoselos a través
de los párpados.

- No le pongas “peros”, ¿sí? Déjame gozar a mi hija unos años, los años que ella quiera quedarse, el
tiempo que decida quedarse, por favor

- ¿Por qué habría de ponerle algún pero?


- Me dijo que lo consultaría contigo

- Pues no le diré que no, le diré lo que realmente está pasando, que prefieres ayudarme con mis hijas a
volver a ser lo que éramos hace veintisiete años

- ¡Camilla!- siseó sonrientemente. – Intenciones tengo, pero hay que darle tiempo al tiempo… más ahora
con la noticia de Sophia

- A ritmo lento y seguro, ¿está bien?- murmuró, viendo que la representante de curación del Vaticano
se asomaba por la puerta con un toque de nudillos. – Me tengo que ir, seguramente estaré sabiendo
algo de ti muy pronto

- Eso espero, Ca…

- Cuídese, Arquitecto- sonrió.

- Un abrazo, Ca- colgó, con una sonrisa que creyó que nunca se le iba a borrar.

- Doctora Peccorini, pase adelante, por favor- sonrió, poniéndose de pie ante aquella relajada mujer, que
parecía muy casual para ser la jefe de curación del Vaticano, y le extendió la mano.

- Gracias, Licenciada Rialto- sonrió de regreso, estrechándole la mano.

- Señora Rialto nada más


- Entonces, Señora Peccorini, nada más- sonrió, sentándose sobre la incómoda silla de la oficina de
Camilla. – Sólo vengo a firmar el currículum del Seminario, que me dijeron que había cambiado tres
aspectos, un objetivo y dos resultados

Agosto dos mil doce. Emma no terminaba de querer matarse cada vez que escuchaba del proyecto de
los Hatcher, aquella casa la acosaba en sus sueños, todos los cambios minúsculos que tenía que hacerle,
cambios sobre cosas que ya habían sido cambiadas, menos mal William Hatcher le había cedido todo el
poder a su esposa porque decía que, de cuestionarle las cosas, su matrimonio, de ya diez años,
terminaría y terminaría mal; y era un lujo que no podía darse, ni por él, ni por Lilly, ni por sus cinco hijos;
los gemelos y las tres princesas. El proyecto de Meryl se había tenido que posponer, pues a Meryl le
gustaba involucrarse directamente en las alteraciones de su vivienda, y no podía hacerlo por el simple
hecho de que filmaba una película en esos meses, y el proyecto no se reanudaría hasta el mes entrante,
lo que le daba tiempo a Emma para avanzar con el desorden de los Hatcher y con las ocurrencias con
Louis Vuitton. Aunque claro, lo más difícil siempre era lidiar con los Hatcher, en conjunto o por separado,
porque se les tenía que explicar lo que se había decidido la reunión anterior, que gracias a Dios todavía
vivían en Nueva York, pues Emma no se podía imaginar vivir en Boston, pues se reunía de dos a tres
veces por semana con Lilly o con William, como si no trabajaran, ah, no, es que no trabajaban, pues,
William sí, pero era cirujano plástico; dueño de muchas obras, como de la nariz de Lilly Hatcher, o de
muchas rinoplastias de infinidad de celebridades, pues era su especialidad, aunque también era el
creador de muchos bustos y de uno que otro facelift, browlift, botox, colágeno, etc. Y Emma no podía
pedir más dicha y más gozo que cuando Lilly decidía llevar consigo a su hija menor, Penelope, una niña
de cinco años, de piel sumamente morena, un chocolate brilloso y uniforme, ojos café, cabello rizado y
esponjado, erizado, con una sonrisa infantil muy blanca, que contrastaba el color de su piel, como el de
su mamá. Digo que Emma no podía pedir más porque, en esas reuniones, se decidían los destinos de las
decoraciones de cada habitación, y era lo que Emma más temía: cuando el niño en cuestión tenía más
voz y voto del que ella esperaba, pues aquella habitación sería, en contra de todo lo que Emma quería,
una explosión de rosado, rosado Mattel, y estructuras de madera blanca, toda una pesadilla; desde la
alfombra hasta las paredes, hasta las perillas de las puertas las quería en rosado, y su mamá que se lo
concedería al decirle a Emma que comprara perillas de oro rosado, sólo para que las perillas de la
habitación de Penelope fueran rosadas.

Y luego estaba Neré, la de seis años, que era todo lo contrario a su hermana Penelope, que estaba
obsesionada con La Sirenita, por lo que quería su habitación en el fondo del mar, con Ariel, con Flounder,
con Sebastián, y eso no le molestaba tanto a Emma, no era su favorito, pero era trabajable, no tenía que
romperse tanto la cabeza para armar un buen diseño, no tenía que materializarlo desde cero como el de
Penelope. También estaban los gemelos, que Emma les había diseñado una habitación dividida,
partiendo del diseño de su habitación en Roma, en forma de “U” cuadrada, sólo que la parte baja de la
“U” era el pasillo, con puerta, que daba a una sala de juegos; en donde habría, tras petición educativa
de los progenitores, un Play Station y una pantalla plana, que era en realidad una mini-sala de cine, con
butacas especiales que costaban un carajo y medio encontrar, que tenían que importarlas internamente
desde Seattle. Y las habitaciones de Joshua y Leo eran tan iguales como diferentes; pues ambos querían
camuflajes, con la diferencia de que Joshua quería camuflaje desértico y Leo camuflaje acuático: mismo
diseño, distintos colores, similar distribución. Por último, o de primero, pues era la mayor, estaba
Amanda, la imagen original de Penelope, con quince años, que era la habitación favorita de Emma, pues
Amanda sólo lo quería elegante, sin alfombrado, con el piso de madera, hasta se podía decir que lo
quería minimalista. Y todo eso, más la habitación de los jefes de familia, los baños de cada integrante de
la familia, las tres salas de estar familiares, la sala de cine familiar, la enorme cocina, la pérgola que
albergaba el jacuzzi, las tres habitaciones del servicio, la fachada, no sé cómo Emma no cedió a la locura.

- ¿Te gusta?- murmuró Volterra a espaldas de Sophia, quien veía, desde el marco de la puerta, la que
sería su habitación.

- Tío, está bien… digo, nadie nunca me preguntó si el apartamento en Milán me gustaba- rió, abrazándose
con sus manos sus antebrazos.

- Me gusta tener a mis empleados contentos- dijo, colocándose al lado de Sophia. – Más si son como
familia… ¿te gusta?

- Claro que sí… yo me acomodo a lo que sea- sonrió con sus ojos celestes un tanto melancólicos.

- Muy bien, ahora sólo necesitamos amueblarlo- colocó su mano derecha sobre el hombro izquierdo de
Sophia, porque la más mínima caricia paternal lo hacía feliz.

- Con un colchón inflable estaré bien… lo importante es tener dónde dormir, ¿no?

- Si así quieres… aunque, bueno, todavía no puedo contratarte oficialmente, pero me gustaría que
diseñaras al menos tu habitación, como un ejercicio, si quieres todo el apartamento
- Bueno… supongo que puedo hacer eso- sonrió, paseando su mano por su cuello y ladeando
continuamente su cabeza de lado a lado para aflojar la tensión.

- Tu mamá me dijo que te gusta hacer las cosas tú misma… ¿cierto?- Sophia asintió. – Y, como no puedo
contratarte oficialmente todavía, pensé que podías, en lo que te acomodas y conoces la ciudad, ir al
taller que tenemos en el Bronx… creo que encontrarás toda la maquinaria que necesites…- murmuró,
sacando su cartera para buscar una tarjeta de débito. – Aquí hay cinco mil dólares- dijo, alcanzándole la
tarjeta. – Como ves, es prepago…y, bueno, es para los materiales que puedas necesitar por si no
encuentras materiales para reciclar- sonrió mientras Sophia tomaba la tarjeta en sus manos. – Al regresar
a mi apartamento te daré la lista de lugares que tienes que conocer, desde proveedores hasta
subcontrataciones… con teléfono, dirección y cómo llegar a cada uno…

- Gracias- murmuró cabizbaja, todo le parecía irreal, como si no estuviera pasando.

- No me lo agradezcas… sólo espero que los papeles salgan pronto para que puedas empezar a trabajar
en el Estudio…

- Creo que me servirá el tiempo libre para conocer bien la ciudad…que no es muy grande, pero
seguramente es intricado para alcanzar cada esquina

- Te acostumbrarás…además, sabes dónde vivo yo, dónde está el Estudio…punto de referencia central:
Central Park- sonrió, pero vio que Sophia mantenía apagada la mirada. – Sé que es un gran cambio,
Sophia, y espero que valga la pena para ti

- Sólo quiero trabajar, ¿sabe?- Volterra asintió. – Digamos que soy nueva en la administración de mi
propio dinero… porque antes tenía el respaldo de mi papá, entonces no importaba si ganaba diez o mil
euros, porque siempre podía contar con su apoyo económico… ahora tengo un presupuesto, y quiero
ayudarle a mi mamá también… más con eso de que quiere sacar el certificado de “coach”
- Tu sentido de supervivencia es admirable, no te preocupes, aquí vas a sobrevivir, vas a vivir bien, y vas
a poder darle la ayuda a tu mamá- Sophia sonrió, pero no sonreía en realidad, sólo era un reflejo, pues
era esa única sonrisa que no dibujaba camanances, y se dio la vuelta para empezar a caminar hacia
afuera. – Sabes que si necesitas hablar, estoy dispuesto a escucharte

- Gracias, tío… pero soy de las personas que simplemente prefieren no hablar

- Sufrir en silencio no es bueno, Sophia, menos cuando estás en un lugar nuevo

- No sufro en silencio, simplemente no soy de hablar mucho, supongo…- se encogió de hombros, dándole
un último vistazo a la diminuta cocina, que casi que cabía sólo una persona entre los gabinetes.

- Así no era la Sophia que conocí hace un par de años

- Era la misma Sophia, pero sin mayores preocupaciones- sonrió, esta vez un poco sarcásticamente, pero
dibujó sus camanances.

- Cuando empieces a trabajar se te terminarán las preocupaciones que tanto te atormentan, ya verás…
te llevarás muy bien con los del Estudio

- Esa es la menor de mis preocupaciones… no hay especímenes más raros que los de Armani Casa, y si
tienes especímenes… les diré que sus compatriotas les mandaron saludos- rió, haciendo la seña de
Vulcana de Star Trek con sus manos.

- Especímenes Vulcanos no tengo, sólo un trío de testosterona desatada, dos Arquitectas que se estresan
por todo, y se dedican a restauración más que nada…
- ¿Todavía está aquella Arquitecta, la que creí que tenía cuarenta?- preguntó, acordándose de aquella
fotografía, que se acordaba y al mismo tiempo no se acordaba, pues probablemente, por mala memoria,
había modificado su rostro, y había distorsionado el recuerdo; lo que a todos nos sucede, pero la manera
en cómo lo preguntó, Volterra tuvo la impresión como si Sophia se interesaba por Emma.

- Todavía está Emma en el Estudio… te caerán todos muy bien, unos más que otros- sonrió, viendo que
Sophia, por fin, desde hacía tres días que llegaba, se le notaba cierta intriga a través de sus ojos.

Emma entró al Champagne Bar a las cinco y veintidós de la tarde de aquel día tan especial que la ponía
nerviosa, más nerviosa que cuando tuvo que dar su Valedictorian Speech el día de su graduación del
colegio, y, Dios mío, ese día sí que estaba graciosamente nerviosa, vestida en una toga roja con blanco,
con birrete blanco, que abajo de aquella manta amorfa llevaba, como todos sus compañeros, pantuflas
de Bob Esponja, y fue por ese chiste que casi no los dejan graduarse, a ninguno de los ciento treinta y
tres, pues era una falta disciplinaria muy grave, pero, a la larga, les convenía graduarlos, ¿para qué
retenerlos más tiempo si eran unos niños inquietos bajo el efecto de mil toneladas de azúcar? Se sentó
en uno de los sillones a la ventana, Phillip y Natasha habían ido a la Monroe Suite, salón en el que dicho
evento se llevaría a cabo, sólo para que Natasha se emocionara con el simple hecho de ver la decoración;
en el centro de cada mesa, que eran solamente cuatro y no era sinónimo de cuarenta invitados, pues
era algo pequeño y privado, había cilindros anchos, de quince centímetros de diámetro y la altura
variaba, había tres por mesa, que tenían, sumergidas en agua, orquídeas naranjas, con tonos en rojo y
rosado, con pringas violetas, y, sobre el agua, flotaba una candela blanca. Sólo el arreglo de la mesa de
la abogado era distinto, era bajo, bombacho en lo que al cilindro se refería, con las mismas orquídeas
apuñadas en un ramo elegante pero juguetón. La Arquitecta Pavlovic pidió una copa de Dom Pérignon
Rosé del noventa y cinco y un Whisky y se dispuso a esperar a Sophia, quien, en ese momento, le
entregaba a Darth Vader a Agnieszka, sin bajarse del auto, sabiendo que Emma la esperaba, pero no fue
suficiente.

- Hugh… ¿podría pasarme a un McDonald’s antes, por favor?- y aquel hombre, de buena fe y respetable
cariño, no preguntó ni le acordó que ya iban un poco tarde, simplemente reanudó la marcha de aquel
Mercedes Benz negro y se devolvió hacia Lexington y cincuenta y ocho, cinco minutos por el flujo de
tráfico y los semáforos y estaban ahí. Hugh se aparcó frente a Sleepy’s, dos locales hacia la izquierda de
aquel McDonald’s.
- ¿Qué quisiera de comer?- preguntó en su dulce voz.

- No se preocupe, Hugh, yo iré a comprarlo- sonrió Sophia, abriendo la puerta que daba hacia la acera.

- Lo siento, Miss Rialto, no puedo dejar que haga eso, ¿qué quisiera comer?- repitió con una sonrisa,
deteniéndola antes de que se terminara de bajar del auto.

- ¿Órdenes de Natasha o de Emma?

- De las dos- sonrió.

- Sólo quiero una McChicken sin mayonesa…con mostaza, por favor- sonrió ruborizada ante la sonrisa
que aquel hombre le ponía a su tedioso trabajo, que no dejó de sonreírle, ni cuando se subió al auto de
nuevo para dejarla con el aire acondicionado encendido, el motor corriendo, y con los seguros abajo,
mientras él iba a por la hamburguesa de Sophia, que se había negado a tomar dinero, pues Natasha le
había dado dinero por cualquier cosa. – Gracias, muchas gracias, Hugh- susurró, tomando la bolsa de sus
manos y metiendo su mano derecha en aquella bolsa de papel, sacando aquella miniatura hamburguesa
para sacarla del envoltorio. – Mmm…- gimió sexualmente ante el dañino sabor del TransFat. Y le dio otra
mordida, y otra, y otra, todo mientras Hugh intentaba incorporarse a la calle, pero, no, no, no. – Fuck…

- ¿Está todo bien, Miss Rialto?- preguntó Hugh, viéndola por el espejo retrovisor.

- No estoy segura- murmuró, alcanzando una servilleta para limpiar el poco de mostaza que había
derramado sobre su Oscar de la Renta, que, al limpiarlo, la mancha se hizo obvia, y grande, no podía
arreglarlo. – Necesito regresar al apartamento

- ¿Al 680 o al 800?


- Al 680

- Con gusto- sonrió.

Pero Sophia sólo pudo estresarse, ¿a qué maldita hora se le había ocurrido dicha estupidez? No tenía
hambre, simplemente estaba nerviosa y, ahora, su vestido estaba totalmente estropeado. “Dios salve a
Natasha por el Elie Saab”. Y, en cinco minutos, nuevamente, estaba de regreso en el Lobby del 680,
saliendo de golpe del auto, corriendo en sus Stilettos hacia los ascensores, que se tardaban una
eternidad en llegar.

- ¿Tesoro?- sonrió Sara al ver a Emma sentada, a solas, en el bar.

- Mami- sonrió Emma, poniéndose de pie y dándole un abrazo a Sara, un abrazo fuerte y cálido.

- Te ves… sin palabras, Tesoro- murmuró, no despegándose de los brazos de su hija. – Guapísima

- Gracias- balbuceó ruborizada, apretando una última vez a su mamá contra su pecho. – Tú te ves muy
bien también, sin duda alguna serás la suegra más guapa- rió, despegándose de los brazos de Sara.

- Gracias- repuso con aquella típica sonrisa. - ¿Está todo bien?

- Si, ¿por qué?

- Te veo sola, pensativa


- No, no, estoy esperando a Sophia nada más…que quiere que hablemos antes de hacerlo- sonrió, pero
se encogió de hombros. - ¿Cómo supiste que estaba aquí?

- Me pareció raro que no hubieras llegado ya, bajé al salón y ahí están Phillip y Natasha, junto con tus
otros amigos y algunas personas que no conozco, y me dijeron que aquí estabas- Emma sonrió,
volviéndose a sentar pero no soltó la mano de su mamá. – Quería decirte algo antes de todo esto…

- Dime- suspiró, pensando en lo malo que eso sonaba.

- “You have brains in your head. You have feet in your shoes. You can steer yourself in any direction you
choose. You’re on your own, and you know that you know. And you are the girl who’ll decide where to
go”- sonrió.

- Un gran filósofo…

- He meant what he said, and he said what he meant- susurró, viendo a Emma tomar de su larga copa
de champán.

- Larga vida al recuerdo de Dr. Seuss- sonrió, levantando su copa a manera de decir “salud” y se le empinó
hasta beberla toda.

- ¿Te veo en el salón?- sonrió, con sus ojos llenos de ternura, acariciando los nudillos de la mano izquierda
de Emma, acariciando su dedo anular, en donde pronto habría un anillo que no sería precisamente
disimulado. Emma asintió, ubicando al mesero para que le llenara la copa.
Sophia subió al apartamento, en profundos nervios que tenían raíces en la culpabilidad de el momento
en el que se le había ocurrido comer, y comer McDonald’s, ¡para lo que le gustaba! No lo odiaba,
simplemente había comido suficiente en sus años en Milán, en su intensa dieta de engorde, que no había
logrado nada más que piel reseca y el desarrollo de una atracción fatal por las McChickens con mostaza,
que, al morder, se sentía cómo la grasa y lo jugoso de la torta de pollo triturado, con cartílago, hueso y
quién sabe qué más, se fundían con la mostaza y se unían a lo crocante de la supuestamente fresca
lechuga. Se le cayeron las llaves al intentar abrir la puerta, y pensó en decirle a Emma que cambiaran el
sistema de perilla, pues meter la llave en el cerrojo era tan jodidamente difícil cuando se tenía prisa, que
hasta repasó en su cerebro, mientras intentaba tener la suficiente motricidad fina, que Samsung tenía
las perillas digitales más cómodas que podían existir, con huella digital o código de entrada, y estarían
en menos de un santiamén en el interior del apartamento, después de todo, Emma ya tenía algo parecido
pero en su habitación, la pantalla con la que controlaba la música, pero sólo la tenía porque se podía
aplaudir desde lejos para que la música empezara. Entró por fin al apartamento, intentando bajarse la
cremallera de la espalda ella sola, que no podía, por más que intentara, no podía, y tuvo un ataque de
pánico severo, o quizás no pero, ante la desesperación, se salió de sus Stilettos y se desplazó, intentando
todavía, bajar la cremallera, la que fue insultada por veintiún pasos hasta la habitación del piano, todavía
por los nueve segundos que Sophia se tardó en ubicar una tijera.

Introdujo la tijera entre su cuello y el collar del vestido, que se dio cuenta entonces por qué era mala
idea, era asfixiante, y cerró la tijera, liberando su cuello de aquel collar, que pensó en no ponerle collar
nunca más a Darth Vader. Luego, metió la dijera bajo su brazo izquierdo mientras lo mantenía en lo alto,
y cortó, literal y lateralmente, su vestido Oscar de la Renta, para que cuando se sacudiera, aquella tela
roja, pesada y maligna, no cayera sobre el suelo, y Sophia se estresó aún más pero decidió respirar
hondo, diez veces, así como Emma hacía en los tiempos de Segrate, y pensó con un poco de claridad:
despegar la cinta adhesiva de su piel y entonces, sólo entonces, caerá, y cayó al suelo, Sophia sonriendo,
no sin antes darle una patada histérica. Se dirigió al walk-in-closet, de donde rápidamente tomó la funda
negra que colgaba del perchero central, y lo llevó a la cama. Bajó la cremallera con una sonrisa y sacó su
Elie Saab, azul marino, impecable en confección, y entendió las razones del destino; ese era el vestido
que tenía que usar, no el Oscar de la Renta, ni ningún otro, sólo ese. Tomó dos tiras de cinta adhesiva y
las pegó en donde el corset empezaba. Bajó la cremallera lateral, que subía en una curva para evitar que
el encaje se estropeara, y se metió en él, afianzándolo a sus senos con la cinta adhesiva y subió la
cremallera. Eran dos franjas de algodón y spandex azul marino que caían en “V”, que se unían a la altura
de sus pezones, pero aquel algodón era ajustado, y seda georgette lo recubría ajustadamente pero con
los pliegues que acentuaban el busto de la novia, haciéndolo ver elegante y no simplemente un escote,
pues caía el anillo de compromiso exactamente enmedio de ambas franjas de tela, que se unían a la
parte baja del vestido en una transición de un built-in-leather-belt del mismo tono, que iba fijado
exactamente a la cintura real de Sophia, fusionado con la estructura del vestido. El vestido caía, hasta la
rodilla, ajustado por el spandex recubierto de la seda. Se vio en el espejo y supo que así debía ser, se
subió a sus Stilettos nuevamente, ya más tranquila, realmente tranquila, tomó su bolso y salió de aquel
apartamento como si nada hubiera sucedido.
Capítulo VI

Septiembre dos mil doce. Sophia terminaba de ensamblar su obra maestra, su cama, en el taller de
Davidson Avenue, en donde realmente esperaba ver a Emma para recordar su cara, que con el tiempo
se le había olvidado, pero nunca la vio, quizás Emma nunca iba al taller, pues era eso, nunca iba, no le
gustaba ir, no tenía por qué ir, si todas sus piezas eran compradas y no hechas, eran las ventajas de tener
todo comprado, de convencer al cliente de comprar todo o de restaurar los que ya se tenían y no querían
perder. O iba una vez a las aburridas a las ocho de la mañana, cuando recién abrían. No veía el día en
que podía comenzar realmente a trabajar, que las preguntas la invadían, ¿cómo sería el ambiente?
¿Serían todos como en Armani Casa? ¿Serían todos juntos pero no mezclados? ¿Cómo se manejaban las
cosas? ¿Qué pasaba si no encajaba? Sophia nunca había estado tan insegura en toda su vida, pero hacía
lo que su mamá le había dicho, lo que le había aconsejado, aquella frase de “déjate llevar, deja que las
cosas sigan su curso” era lo que la había llevado a Manhattan, aunque no podía negar que era difícil, sin
conocer a otra persona además de Volterra, con quien se veía un par de veces a la semana para cenar, y
era cuando mejor se lo pasaba, al menos podía hablar cómodamente con alguien que conocía, y que le
caía bien, pues Volterra era gracioso, se interesaba por saber cómo estaba, cómo se sentía, las preguntas
básicas que tenían que ver con el estado emocional. Y aquella noche, que no se vio con Volterra, pues
estaba en Pittsburgh, decidió salir de su apartamento, que a veces el piso cuarenta y uno, al ver hacia
abajo, no le aterraba, pero la hacía cuestionar la expresión: “mientras más alto, más duele el golpe”, y
era porque creía que, a cuarenta y un pisos sobre la calle, el golpe ni se sentiría. Salió a cenar, sola, pues
no conocía a nadie más que a los del taller y a Volterra, a un par de calles y avenidas de su edificio, a
comer un poco de italiano, lo que ya extrañaba, pues tampoco era como que el neoyorquino cocinaba,
lo podía notar por el tamaño de su cocina, aunque procuraba tener comida que no se tuviera que cocinar;
entre una dieta de frutas y verduras, sopas instantáneas y quesos y embutidos, y, claro, un poco de pan.
Y, después de una Minestrone y una Dr. Pepper, vaya combinación, caminó de nuevo hasta su
apartamento, fumando su cigarrillo entre la noche fresca, que podía empezar a sentir el frío, el potencial
frío.

- Estás loca- rió en aquella voz áspera y desinhibida, dos tonos por arriba del volumen promedio pero sin
gritar, era porque la otra mujer la arrastraba, y hablaba entre risas, voz sin restricción de una perfecta
gesticulación y pronunciación de cada palabra, de cada ausencia de palabras, en un tono creado entre la
nariz y la epiglotis, en pausas toscas y marcadas por un acento foráneo. - ¿Me vas a meter ahí?- volvió a
reír, en su voz suelta y carrasposa, en su acento británico.

- Vamos, sólo entra- reía la otra, que Sophia no sabía si era rubia o no, pues, eventualmente, lo rubio
desaparecía en cabello castaño. – Tengo muchísimos billetes de un dólar- remedaba su acento británico.
- ¿Cómo voy a entrar a un Stripclub?- “por la puerta”, pensó Sophia, pero la otra la seguía arrastrando
hacia donde había dos hombres, enormes, de enormes músculos que guardaban una puerta con aspecto
de entrada de perdición femenina, como si hubiera sido la inspiración de “Magic Mike”.

- Sólo disfruta de los machos- reía, acordándose de las palabras de Phillip: “Macho sólo hay uno: yo. Pero
puedes llevar a Emma a que vea que hay más hombres además de Fucker”, y le había alcanzado un rollo
de billetes de un dólar.

Y Sophia no las seguía, simplemente ellas caminaban, o se arrastraban, a lo largo de la acera contraria,
pero Sophia, ante su discapacidad de poder ver de lejos sin gafas, no logró reconocer a ninguna de las
mujeres, más porque era de noche, y la iluminación no ayudaba en lo absoluto, y por eso sólo siguió
caminando, inhalando su cigarrillo hasta su edificio, en donde, a falta de televisor y sólo con Wi-Fi,
decidió desempacar su nueva MacBook Pro de quince pulgadas, que era más potente que casi cualquier
portátil, pues era el único que podía correr AutoCad y SketchUp sin mayores dificultades, al menos las
últimas versiones, que eran las más completas. Y, al haber comprobado el sistema operativo, haberle
instalado todos los programas que tenía que tener, habiéndole dado las ocho de la mañana del siguiente
día, tirada sobre su colchón inflable, se dispuso a colocarle los respectivos cobertores a su portátil, que
el de la tapa era la Snow White’s Evil Witch, que sostenía la manzana, por encima un cobertor
transparente para proteger el aluminio. Terminó por caer muerta mientras esperaba las veinticuatro
horas de reposo del protector líquido.

- Buenas tardes, Arquitecta- se asomó Volterra a la oficina de Emma.

- Hola, Alec, pasa adelante, por favor- sonrió, con la sonrisa más cansada de toda su vida, pues habían
salido, con Natasha, de aquel Stripclub a eso de las cuatro de la mañana. - ¿Cómo va todo en Pittsburg?

- Mejor que con tu cara- rió, burlándose de las ojeras y de la expresión de resaca que tenía Emma. -
¿Noche difícil?

- Ni quiero acordarme- suspiró, terminando de escribir un e-mail a los corresponsales del proyecto de
Louis Vuitton. No era que no quería acordarse, es que no se acordaba.
- ¿O es que no te acuerdas?

- Sólo quiero irme a dormir- sollozó, viendo la hora, que apenas eran las dos de la tarde.

- Vete a casa, necesitas descansar… será nuestro secreto

- A ver… ¿qué ocurre?

- Nada, ¿por qué?

- Tú no eres así a menos que tengas algo que decirme o algo que pedirme

- Bueno, quería consultarte sobre una contratación, de un Arquitecto novato, recién graduado

- Contrátalo si quieres… sabes que en eso no me meto, contrata a Manhattan entero, siempre y cuando
no me lleves a la quiebra, adelante, no me lo consultes, confío en tu juicio- sonrió, viendo su reloj, que
no había pasado ni un minuto. - Trae el contrato y lo firmo

- Está bien- rió. – Ve a casa, descansa, ¿está bien?

- A veces siento que te adoro, Alec


- No me vas a adorar dentro de poco- guiñó su ojo, pero a Emma le pudo importar mil carajos, sólo tomó
su bolso y, pasando por el pasillo, despachó a Gaby, que al fin la tenía de regreso, pues no sabía cómo
había sobrevivido sin su enorme ayuda por tanto tiempo.

Octubre dos mil doce. Siete de octubre para ser exacta. Emma se levantó después de los alcoholizados
días, viernes y sábado, pues el viernes había cumplido años Natasha, y, el efecto del alcohol, le había
durado tanto, que había pasado todo el sábado en la cama, sin levantarse, sin comer, sólo tomando de
las seis botellas de Pellegrino que había logrado ir a traer por la mañana, que ahora estaban tiradas sobre
la alfombra, vacías, arrojadas sin cuidado, y eran las tres de la tarde, que, después de un día sin bañarse,
Emma no se sentía tan sucia, por primera vez en su vida, pero se arrastró, todavía con un leve dolor de
cabeza, hacia su walk-in-closet, en donde admiró la repletitud de él y amó las dimensiones de aquello, y
caminó hacia el interior para deslizarse en ropa deportiva, pues, por alguna razón, tuvo antojo de trotar
por Central Park, ir a visitar a sus amigos los patos, que eran tan grandes, que parecían perros, y era
culpa de Ella Natasha Roberts. Se metió en su sostén deportivo Supernova, en esta ocasión rosado,
seguido por una ajustada camisa amarilla desmangada, leggings de entrenamiento, un suéter ajustado,
en total desproporción cromática, y en sus zapatillas Stella McCartney, que Natasha siempre la
molestaba porque decía que ni para correr dejaba aparte las marcas, pero para Emma no había nada
como una fusión de un buen zapato, cómodo, funcional, y bonito. Y salió de su apartamento, con su
cabello, sucio, pero ¿para qué lavarlo antes? Lo atrapó en el único tipo de gorro que se ponía, de esos
de invierno, y, con las llaves del apartamento en el bolsillo de sus leggings, trotó, desde su edificio hasta
el MET, atravesándose Central Park por Transverse Road hasta el museo de Historia de Historia Natural,
llegando hasta Lincoln Square, yéndose por Amsterdam Avenue hasta que se convirtiera en la décima
avenida, pasando Hell’s Kitchen de largo, mientras escuchaba música inalámbricamente, pues su iPod se
encontraba amarrado a su brazo por debajo de suéter, y llegando a la cuarenta y dos, corriendo a lo
largo con “Show Me The Money” de Petey Pablo en sus oídos, pasando Bryant Park de largo hasta
incorporarse a Madison Avenue pero para bajar hasta Madison Square Park, irse por la veintiséis hasta
la segunda avenida, con Flo Rida de fondo, hasta la cincuenta, y correr la cincuenta hasta llegar a
Rockefeller Center, para incorporarse nuevamente a Madison y subir, desde la cincuenta, hasta la
sesenta y dos, y “Summertime Sadness” sonaba, y a Emma sólo le daban ganas de llorar, no sabía por
qué, pero quería estar en Roma, penosamente enrollada en una cobija en la cama de Sara, que la
abrazara. Hormonas. Casi tres horas después llegó a su punto de partida, muerta, sin aliento, famélica y
sedienta, que terminó comprando tres hot dogs del carro frente a su edificio, que, para cuando llegara
a la puerta de su apartamento, todo estuviera en su estómago ya.

Se arrojó a la ducha, no sin antes odiando tanto sudor, que fácilmente podría haber podido exprimir
hasta el suéter, y se sentó en la ducha, en su nueva ducha, con paredes de vidrio, con un grosor de dos
pulgadas, que estaban perfectamente instaladas, por fin, y lavó su cabello mientras escuchaba a Snow
Patrol salir de los parlantes impermeables de la ducha, mientras lavaba su cuerpo con el jabón Jo Malone,
y cantaba, a pulmón vivo y flojo “Hang Over” de Taio Cruz. Salió de la ducha, estirándose antes, sabiendo
que tenía que darse un shock de potasio antes de que le dolieran sus oxidados músculos, y, en vista de
que todavía tenía hambre y tenía cuatro bananos, que nunca tenía bananos, se los devoró, no sin antes
pensar, o imaginarse, lo que Natasha diría si la viera comiendo bananos, no en rodajas, sino desde la
cáscara; pues Natasha tenía un método bastante peculiar para comer bananos, para no verse muy
sexual: cortaba la mitad de la cáscara, a lo largo y se lo comía a cucharadas. Y se encontró sin anda por
hacer, su rompecabezas de cinco mil piezas ya lo había terminado, por lo que lo desarmó y lo guardó en
su respectiva caja, para guardarlo en la habitación del piano junto con los demás, con los otros dieciséis
que ya había armado y se detuvo a ver su piano, el Steinway A que Margaret le había regalado. Sacó el
banquillo y se sentó, acariciando la cobertura de las teclas con ambas manos, y lo abrió. Acarició las
teclas, sintiendo que las manos le ardían, como todas las veces que se acercaba a un piano, que el ardor
psicológico y físico en sus manos se hacía más fuerte a medida que lo tocaba, pero que dejaba de arder
al tocar una pieza sin ningún error. Empezó despacio, acorde fuerte, y acordes suaves y tiernos,
acordándole de una tergiversación de recuerdos, que no sabía si era película de Disney o qué, pero la
tocó, con sus ojos cerrados, llena de sentimiento, pues sólo le acordaba a que aquella canción sonaba
en el fondo cuando vio a su mamá sonreír amplia y verdaderamente por primera vez; que dibujaba una
“S” muy ancha, que la curvatura superior era cerrada, pues una línea recta salía tangencialmente a ella,
formando una “P”, para luego escribir “eccorini” en una letra ancha y suelta, como si fueran rizos
alocados, terminando con una curva, estilo Nike, invertido que subrayaba aquel garabato.

Y se acordó de la letra de aquella canción, “It’s All Coming Back To Me”, y balbuceó mentalmente, entre
su furia, “But if I touch you like this, and if you kiss me like that, It was so long ago, but it’s all coming
back to me now”, y dio un golpe iracundo a las teclas, causando un estruendo que, al tener presionado
el Sostenuto, se alargó, y duró lo que su ahogo mental y psicológico duró, pues aquella canción de un
melancólico amor, también podía verlo de la otra manera, de la manera dolorosa, que había logrado
mantener alejada desde que le había vendido, por un dólar, la glock diecisiete a Romeo. Quitó el pie del
pedal, cerró las teclas y salió de la habitación, con una furia y un inmenso dolor, que le dolía hasta que
le doliera el recuerdo, un dolor de orgullo, y se sirvió un vaso de Grey Goose puro, sólo con hielo, sin
agua, sin nada, y se lo llevó a su habitación, en donde se enrolló en las sábanas violetas y se dispuso a
ver “crappy TV”, como ella y Natasha le llamaban a la programación de los domingos por la noche, la
programación más grisácea y aburrida de toda la semana, cuando, en realidad, se suponía que debía ser
la mejor programación. Y pasó de largo los deportes, aburrido, nada que ver, VH1 y un documental sobre
Pitbull, adiós, “The E! True Hollywood Story: Courtney Love”, no, gracias, TNT Nitro: Steven Seagal
Special, nunca, Noticieros: El programa de Comida Saludable en las escuelas de Michelle Obama,
rumores entre la pareja de Twilight, blah, blah, blah, cayó en la repetición de Project Runway, que no
era su programa favorito por el simple hecho de que no tenía tiempo para verlo, ni Natasha lo veía,
aunque era estúpido, pues Natasha ya sabía lo que pasaba, y Emma también a pesar de que firmaban
un contrato de confidencialidad.

Se quedó dormida, y tuvo una de las peores noches desde hacía mucho tiempo, de dormir de bloque en
bloque, despertándose entre asustada y afligida, pues los sueños evolucionaron, de no pasar nada, a
realmente pasar algo, no importaba si se despertaba, si se relajaba, pero siempre terminaba mal, en su
sueño, hasta el último sueño, que fue que ella tomó el control de la situación y decidió terminar con ella
misma antes de que Franco lo hiciera. Y se despertó enojada, enojada con el cosmos, con la vida, con su
inconsciente, preguntándose cuándo carajos dormiría bien por primera vez, de verdad dormir, de eso
de no despertarse en toda la noche, de no despertarse con una pesadez moral todas las mañanas, o con
una melancolía aguda, y declaró que dormir era una pérdida de tiempo, de profunda inquietud, pues
eran las horas en las que el ser humano era totalmente indefenso: sujeto y víctima del subconsciente
bajo el secuestro del inconsciente, que el subconsciente goza, disfruta del estado inerte del ser humano,
de la muerta consciencia, de la inútil capacidad de razonar, y, mientras el inconsciente nos detiene, nos
retiene por los brazos, quizás amarrados a una silla, o a una barra, el subconsciente nos apuñala lenta y
sabrosamente en la espalda, nos traiciona con los recuerdos que todos quisiéramos olvidar, con aquel
recuerdo tan oscuro y tan mortal que hemos decidido creer que fue mentira, que fue producto de la
imaginación, pero el inconsciente lo revive, y se lo presenta en una imagen viva, acordándole de cómo
la empujaba, de con la sonrisa sádica con la que le pegaba, las palabras que escogía al gritarle, y ella
simplemente no podía gritarle; porque nunca quiso ser como él.

Se levantó con pereza, con cansancio, y se detuvo de los bordes del lavabo derecho, preguntándose si
algún día habría alguien que utilizara el lavabo de la izquierda, y vio por la ventana, un día de hermosa
transición verano-otoño, porque no quería engañar a nadie, el invierno no le gustaba, era una falsa
imagen que Hollywood vendía, pues hacía frío, y no se podía andar en Stilettos porque sino terminaría
sin dientes en cualquier acera, y se sorprendió: “¿Tan superficial soy?”, y sacudió la cabeza con su ceño
fruncido, en autodesaprobación. Levantó la mirada y vio a una mujer que la acechaba, alta, con las
clavículas saltadas, con expresión de ningún amigo, y le clavó la mirada verde en la suya, en una mirada
cansada, diciéndole “no me mires a mí, es tu culpa que estés así”, y respiró hondo, asintiendo, dándole
la razón, pues podría quedarse durmiendo todo el día, en modo sedentario, porque, después de todo,
era su propia dueña, eran los beneficios de ser Socia de Volterra, pero había una desventaja: si se
quedaba, no saldría nunca más, o así lo creía. Se arrancó la ropa como pudo, mientras la mujer que la
acechaba la veía de reojo por el espejo, burlándose de Emma por intentar quitarse, con un esfuerzo
sobrenatural, una camisa desmangada: “levantar y tirar hacia afuera” susurró la mujer, una y otra vez,
hasta que Emma la escuchó, y le hizo caso, y sólo así pudo quitarse la camisa. Encendió el agua de la
ducha, y se metió en ella, entre el vapor y las paredes cubiertas de azulejo marmoleado, beige y marrón,
y los gruesos vidrios, y el agua le quemaba los pies, y supo que le iba a quemar la espalda, pero no le
importó, se metió bajo la cascada, intentando no gritar ante el ardor, y, para olvidarse de aquello,
aplaude fuertemente para que la música inunde la ducha, “Shoot Him Down!”, canción que le levantaba
el ánimo, por obvias razones, y se reía, sabiendo que la imaginación era su mejor aliada, pero el recuerdo
de la prueba de italiano le invadió la mente.

//
- Papi, papi- corrió hacia Franco, quien le sonreía a la entrada de la puerta del apartamento.

- Tesorino!- la abrazó. - ¿Cómo te fue en el colegio ahora?- y la levantó, cargándola a sus siete años en
sus brazos.

- Bien- y le sonreía con su risa, falta de un diente, muy graciosa.

- ¿Qué aprendiste ahora?- caminó por el pasillo hacia la habitación de Emma.

- La Universidad de Roma, le llaman “La Sapienza” porque significa “Sabiduría”, y es la Universidad más
grande de toda Europa, tiene muchísimos estudiantes

- ¿Y sabes que “La Sapienza” fue fundada en mil trescientos tres por la Iglesia Católica?- Emma sacudió
la cabeza, pero todavía sonreía. – Le puedes decir eso a tu profesor de Cultura General, seguramente te
pone un A+

- ¿Adivina qué?

- Dime, Tesorino- la bajó al borde de su cama, ayudándole a quitarse su Backpack, que ya no era más
grande que ella, pues estaba muy alta.

- Tengo una “A” en italiano- sonrió.

- ¿Una “A”?- Emma asintió con la sonrisa más tierna del mundo. - ¿Por qué no tienes una “A+”?
- Me equivoqué en dos palabras, se me olvidó cómo se escribía “Pinocchio” y “Passeggiata”- su mirada
se apagó, vio hacia el suelo.

- Deletréalas para papá, por favor- sonrió, agachándose frente a ella, abriendo con su mano una de las
gavetas de ropa de Emma, sacando una camisa limpia.

- Pinocchio: P.I.N.O.C.H.I.O, Passeggiata: P.A.S.E.G.I.A.T.T.A- sonrió, creyendo que lo había dicho bien.

- No, Tesorino, Pinocchio tiene doble “c”, y Passeggiata tiene doble “s”, doble “g” y sólo una “t”, ¿te
quitas la camisa, por favor? Tengo que cambiarte para llevarte a donde la abuela- sonrió. Emma se quitó
la camisa frente a él, y se dio la vuelta para tomar su camisa limpia, pero fue cuando se descuidó, y
Franco le pegó una vez en la espalda media, sacándole el aire, y las lágrimas silenciosas.

- Papi- interrumpió Marco en el cuarto de Emma, justo cuando Franco le pegaba la segunda vez, él se
petrificó al ver cómo Franco le pegaba a su hermanita, que, a pesar que no era de su agrado, le molestó,
se asustó.

- Marco, espérame afuera, por favor, tu hermana se está vistiendo- sonrió, y Marco se retiró, pero sólo
se colocó al lado del marco de la puerta.

- Esas dos palabras ya no se te olvidan, ¿verdad?- susurró risiblemente, Marco lo escuchó. – Cada vez
que te equivoques en una palabra, te voy a pegar… estudia más para la próxima prueba- se puso de pie
y salió, dejando a una Emma muda, intentando no quejarse, porque, si sollozaba, le volvería a pegar, ya
le había pasado. – Marco, ¿qué pasó? ¿Por qué no estás listo?

- Laura quiere que vayas, no me hace caso- le dijo temblorosamente. Franco acarició el cabello rubio de
Marco, revolviéndoselo, revolviéndole los rizos flojos, y se marchó hacia la habitación de Laura. – Etta…-
murmuró Marco a espaldas de su hermana. Así la llamó siempre y para siempre, apodo que nadie se
podía explicar. - ¿Estás bien?- le acarició la espalda desnuda, en donde Franco recién le pegaba, a Emma
le ardía.
- Sí, estoy bien- murmuró, apartándose de la mano de Marco, extendiendo la camisa para deslizarse en
ella.

- Papá te pegó… ¿qué hiciste?

- Me equivoqué en dos palabras en mi prueba de italiano…

- Tienes que hacerte más inteligente entonces- dijo aquel niño, ayudándole a ponerse su camisa. –
Aunque eso va a estar difícil

//

Y, Emma, ante el recuerdo, salió de la ducha sin apagar el agua, deslizándose por el agua en sus pies,
cayendo de rodillas exactamente al inodoro, en donde vomitó, y vomitó, y volvió a vomitar, el sólo
recuerdo la enfermaba. Dejó ir la cadena, más bien presionó el panel en la pared, y se puso de pie,
sintiendo el ácido quemarle en su esófago, se metió a la ducha de nuevo, sólo para enjuagarse, y salió,
secándose cuidadosamente su espalda, que le dolía, psicológicamente, al tacto. Subió la toalla a su
cabello, y lo sacudió para secarlo, para quitarle el exceso de agua, y tomó el Spray, aplicándoselo por
diez segundos, sobre el cabello húmedo, y lo peinó con sus dedos, para luego retorcerlo en la toalla por
dos minutos; manera más fácil de moldear su cabello en sus típicas ondas. Caminó hacia su clóset, y vio
su ropa, paseándose por aquellos montones de ropa, pantalones, jeans, y tomó una falda gris, pensando
en que seguramente Segrate acosaría su trasero, con lo descarado que era, y pensó en lo que
seguramente ya había pensado antes, o alguien le había dicho, o lo había soñado quizás: “Entre Fred y
Segrate, entre la mentira sin sentido y el acoso sexual, prefiero tener una vida amorosa inexistente a
tener una vida amorosa de tipo miserable”. Se deslizó en su típica tanga negra, luego en unas medias
negras, para meterse en su falda, se quitó la toalla de la cabeza y aflojó su cabello con sus dedos, sin
peinarse, y pensó que, por su forma de vestirse, podía pasar por abogada, o por trabajadora social, pero
a quién le importaba si no era a ella. Se colocó su sostén reductor, pues si iba a mostrar trasero, no
mostraría busto, no era cosa de 2x1, y se metió en una blusa Burberry, en un patrón de café con beige,
de seda georgette, un tanto floja, y se arrojó una chaqueta Helmut Lang, estilo tuxedo de solapa redonda,
en gris, y se retiró a la cocina a servirse un tazón de granola con yogurt, para comerlo mientras se
maquillaba.
Deslizó el panel del maquillaje, que se encendían unas luces y revelaba un espejo, y, entre cucharadas
de desayuno, que eran diez cucharadas, contadas, pues Emma era de cavidad bucal ancha, por así
decirlo, pero era la prisa nada más, se aplicó lo mismo de todos los días: delineador negro, más ancho
en el párpado superior, mascara, un poco de Blush y, al terminar su desayuno, el Lipstick, y, justo cuando
iba a deslizar el panel para guardarlo todo, ubicó la fotografía, que la había escondido meses atrás ahí y
que nunca, desde ese entonces, la había visto hasta ese día, la tomó en sus manos: Franco y Emma,
pequeña, abrazados, con sonrisas, y, por impulsos iracundos, la arrojó al suelo, y la alfombra no puso
resistencia alguna, el marco se quebró, así como el vidrio, y se sintió mejor, un poco más liberada.
Caminó, sin recoger la fotografía, hacia los cilindros de sus zapatos, y movió las secciones hasta que
aparecieron sus Chiarana Louboutin: el perfecto cut-out shoe, en pie de pitón, puntiagudo en lo más
mínimo, el par que toda mujer debía tener. Y se dirigió, a pie, hacia el Estudio, pues le gustaba caminar
para despejar su mente, por eso salía más temprano, para estar, a más tardar, a las siete y quince en su
oficina, tomando su taza de té, y siempre escuchando música en su iPhone, veinte minutos sobre
Stilettos, quince sobre tacones mortales, “The Voice Within”, “Mama”, “La Solitudine: Napoli” y “How
To Love”, lo suficiente para llegar hasta su oficina, saludando únicamente, con un “buenos días”, que de
“buenos” no tenían nada”, a Gaby. Moses ya le tenía, sobre su escritorio, una taza de humeante té de
vainilla, infusión de vainilla y durazno en realidad, que la tomaba, todos los días, viendo hacia la ventana.

- Sem palavras…- suspiró Emma, poniéndose de pie, viendo a Sophia, en su vestido Elie Saab, caminar
hacia ella. – Oh, meu Deus…- sonrió para ella, pues Sophia venía muy lejos todavía. – Irreconhecível…

- Estás… wow…- suspiró Sophia, abrazándola fuertemente. – Gorgeous, ridiculously Good-looking-


susurró a su oído.

- Zoolander youself- rió Emma, despegándose de Sophia para verla bien. – Te extrañé

- La espera valió la pena…- Emma se sonrojó. – Sólo quiero besarte- sonrió, como si estuviera diciendo
cualquier cosa, menos algo así. Emma le alcanzó su Whisky.
- ¿Estás bien?

- Sí, ¿y tú?

- Un poco nerviosa, ¿tú no?

- Pues…sí, bastante- rió. – Sino pregúntale al otro vestido…

- It’s not about the Dress… it wouldn’t matter if you were wearing jeans and flip flops… you’re here, you
know?

- You’re here, too… looking as gorgeous as ever…

- I love you… I really do love you… enferma y obsesivamente, te amo- susurró Emma, tomando las manos
de su novia en las suyas.

- Em… yo también te amo… - celeste y verde se encontraron a la misma cóncava altura, y sin sonrisas,
sólo una mirada.

- ¿Qué estamos haciendo?- murmuró Emma, frunciendo su ceño en total y completa confusión.

- Caímos en la convencionalidad- sonrió Sophia. - ¿Qué quieres hacer?

- Hay tantas cosas que quiero hacer…


- Dímelas… todas… por favor- dijo, bebiendo aquellas dos onzas de Whisky de un trago.

- Hay una verdad universal… ¿sabes?- Sophia la vio con desconcierto. – Todo tiene su final, queramos o
no, todo tiene su final… y, personalmente, no me gustan los finales- a Sophia se le agujeró el alma, creyó
que estaba a punto de cancelarlo todo, que no importaría con tal de que Emma siguiera con ella. – No
me gusta el último día de la semana, el domingo, porque significa que el lunes voy a trabajar de nuevo,
no me gusta el último día del verano, porque no me gusta el invierno, no me gusta el último capítulo de
“The Great Gatsby” porque ya no hay otro capítulo, no me gusta decir “adiós”, porque el “adiós” es
definitivo, prefiero el “hasta luego”… - Sophia tenía dificultades para respirar, las manos de Emma
envolvían las suyas, sus dedos largos se entrelazaban con los suyos, tibios y delgados. – No llores, déjame
terminar… por favor…- Sophia asintió, viéndola a los ojos. – Lo gracioso es que me gustan los finales,
también me gustan, porque significa que hay un comienzo, el capítulo de un nuevo libro, el lunes, que
me acuerda que tengo un trabajo que me gusta, el final del día, porque estoy segura que me voy a dormir
a tu lado… porque no concibo el día en el que eso no suceda… lo que intento decirte es que no me
importa si es convencional o no, y hay muchas cosas que quiero hacer, pero que no quiero hacerlas si no
es contigo, cosas importantes, para mí y para ti… - abrió su bolso y buscó la cajita. – No es exactamente
el regalo de Bodas que esperabas, y, si no lo quieres, yo lo entenderé, sólo tienes que decirlo…

- Es…un…número… ¿estás jugando conmigo otra vez?- Emma asintió. - ¿Qué vas a hacer ahora, en un
rato?

- Pues… no sé, quizás tú tengas una idea más interesante…

- Tengo una boda, aburrida, que tengo que estar presente… I’m kind of…uhm… important… y estoy un
poco nerviosa- susurró.

- I’m always gonna have your back… - sonrió, tendiéndole la mano a Sophia. – Voy a tomarte de la mano
todo el tiempo

*
Ocho de octubre. Sophia firmó su contrato el día anterior, pues hasta el día anterior, su contrato tuvo el
sello de aprobación migratoria, y, ese día, en un pantalón negro de pierna semi-ancha, camisa negra
desmangada, en un cárdigan de botones, negro y de coderas café, tal y como iba a trabajar a Armani
Casa, con sus Jason Wu de gamuza cian, peep toe, tacón grueso pero de la altura de un Stiletto, se dirigió
a las seis y media de la mañana al Upper East Side a recoger su iPhone, que lo había dejado en el
apartamento de Volterra el día anterior, y lo necesitaba, por alguna razón lo necesitaba. Pero había algo
con lo que Sophia no contaba: el malestar estomacal. Era una fusión del Kebap de la noche anterior, con
mucha salsa, mucho chile, y el nerviosismo de la aceptación en el Estudio. Iba a salir con Volterra, al
mismo tiempo, pero se adelantó a la farmacia más cercana, a Duane & Reade de Madison y cincuenta y
ocho, pues necesitaba algún tipo de mezcla de Valeriana con Dramamine, y buscó, en todos los pasillos
hasta que encontró para las náuseas, menos la Valeriana, y se hizo camino hasta la fila. Le dieron más
ganas de vomitar en cuanto, acercándose, una mujer se le metió a la fila, pues, sólo llegó antes que ella,
pues todavía iba en un pasillo cuando ella se colocó en su lugar. Y la analizó desde atrás: pantalón
ajustado gris, chaqueta rosado claro, Louboutins en alguna piel entre marrón, plata, gris y algo enmedio.
Sophia inhaló su aroma, olía a limpio, a elegancia, a belleza. Y rió al ver que, de su mano izquierda, se
suspendía un paquete de tampones sin aplicador, cincuenta y seis tampones. Y el anillo, un anillo
plateado, reluciente, con un rubí, quizás, una piedra roja, brillante, en una mano muy femenina. Volvió
a reír, pero le dolió el estómago.

“Mier…da”, pensó, al ver que aquella mujer se daba la vuelta con su cuello y la analizaba de pies a cabeza,
con una mirada denigrante, quizás se había molestado por su risa. Pero no, simplemente se devolvió. Y
esa cara, a Sophia esa cara, denigrante, con autoridad, como si fuera suprema, se le hacía conocida,
quizás era una modelo, o una actriz, todo podía ocurrir, más en Manhattan, pues no sería la primera que
veía, por Central Park se paseaban algunas, a veces. Sophia bajó la mirada, viendo las infinitas piernas
de aquella mujer, que se acercaba a la caja con pasos seguros y femeninos, con un manejo seguro de sus
quince centímetros, como mínimo, como máximo dieciséis. Escuchó una canción que se le hacía familiar,
en algún lugar la había escuchado, sí, en el taller de Davidson Avenue, era “Your Song”, de Elton John, y,
de manera inconsciente, tarareó aquellos versos: “Yours are the sweetest eyes I’ve ever seen, and you
can tell everybody that this is your song”, y aquella mujer se volvió hacia ella, ahora con una mirada más
tranquila, más pacífica, más humana, pero se devolvió para avanzar en la fila. Se le notaba incómoda,
quizás por cómo Sophia no podía quitarle la mirada de encima, quizás por el vapor maloliente que
despedían los corredores mañaneros.

- Next!- gritó la asiática de la caja registradora. Aquella mujer, tan altanera, pero tan hermosa, ¿qué
tenía? Que la hacía tan inalcanzable, en altura, y en sociedad, pero que la hacía tan humana al darle el
puesto a Sophia, dando un paso hacia un lado, abriéndole paso con la mano derecha, agachando
suavemente la cabeza.
- Thank you- le susurró Sophia, aunque estaba segura que no la había escuchado, pues tenía el volumen
de la música muy alto, podía distinguir un piano.

Salió de aquella farmacia, sin mirar atrás. “Mierda” susurró en lo alto, dejando caer la bolsa plástica al
suelo, sintiéndose en una toma cinematográfica circular, ella como centro. “Mierda, mierda, mierda,
mierda”, sacó un cigarrillo mientras recogía la bolsa del suelo, y la vio caminar lentamente hacia la otra
dirección, Sophia simplemente aceleró su paso, olvidándose por completo de que Volterra la recogería
en la farmacia, y caminó en dirección a Rockefeller Center, olvidándose por completo de tomarse el
Dramamine, sintiéndose más repuesta sólo de la impresión, sin poder quitarse aquel rostro de la cabeza,
aquella grandeza. “What the fuck’s wrong with me?”. Y se detuvo de golpe a contestar su iPhone, era
Volterra, que dónde estaba, que fue exactamente cuando Emma la vio del otro lado de la acera, y se
alegró de verla más repuesta, pero pasó de largo, pues iba tarde ya, y sonrió, sonrió todo el camino,
sonrió a todos a su paso, sonrió a los del Lobby, a los conserjes, a los del servicio de limpieza, a todos,
hasta a Segrate. Y vio su oficina, ya transformada para que fuera invadida, tomó su taza de té y la bebió
como todos los días. Volterra se reunió con Sophia exactamente en el Lobby del edificio, tomándola con
una sonrisa, acompañándola en el ascensor, notando su nerviosismo.

- Tranquila, Sophia… es como cualquier otro trabajo- sonrió Volterra. – Estarás a salvo, en las mejores
manos

- Gracias, tío… ¿o debería decir “Arquitecto”?

- Como tú quieras…

- Tío, tengo una pregunta

- Dime
- ¿Trabajaría con alguien en especial?

- Todos trabajamos con todos, depende del proyecto, como te dije ayer por la noche… pero supongo
que, por estar en la misma oficina que Emma- y Sophia dejó de escucharlo, sólo escuchaba murmullos
que no podía distinguir. “¿En su misma oficina? Mierda.” – No trabaja muy bien en equipo, entre menos
gente, mejor- eso sí lo escuchó. – Pero, tranquila, no muerde- sonrió. “¿Y si quiero que me muerda?
¡Sophia! ¿Qué te pasa?”

- Let’s do this- suspiró, saliendo del ascensor, pasando por entre la puerta de vidrio que Volterra le abría,
la que daba entrada principal al Estudio Volterra-Pensabene, en donde se encontraba un escritorio
cóncavo, o bien, convexo, con una mujer sentada detrás de él, con el típico headset y micrófono, que
sonrió ampliamente para Volterra y para Sophia con un “Buenos días, Arquitecto”, y para Sophia, todo
eso, era como en cámara lenta, con “Consoler Of The Lonely” de fondo, con caminado de rockstar, que
todos saludaban a Volterra tras los vidrios que formaban el pasillo del ala derecha.

- Ingenieros- se anunció, abriendo la primera puerta de la izquierda del pasillo. – Quiero presentarles a
mi sobrina- dijo, marcando el primer límite, colocándole la etiqueta de “intocable” a Sophia. – La
Licenciada Rialto

- Hola, mucho gusto- sonrió, estrechando las manos de todos.

- Ah, la que invadirá la boca del lobo- rió Bellano. – Bellano- sonrió, presentándose.

- Querrás decir… “la belleza en persona”- lo corrigió Segrate. – David Segrate, jefe de Ingenieros

- Bienvenida, soy Robert… Pennington- tartamudeó aquel hombre.


- Cero bromas pesadas, ¿eh?- advirtió Volterra. – Que es cinta negra- mintió, y las sonrisas de Bellano y
Segrate se volvieron en un trago grueso. – Sigamos con el recorrido- y salieron de aquella oficina, a la
que Emma llamaba “el Prostíbulo”, pues allí se llevaban a cabo todas las ventas de cuerpo, del tipo de
“si me haces la pared, te llevo los planos un mes entero”. – No les hagas caso, son un tanto imbéciles…

- Me parecieron graciosos- sonrió Sophia, en un tono de voz muy tímido.

- Ten el menor contacto posible, cero físico de ser posible, por favor- rió. – Arquitecto Harris- abrió otra
puerta de vidrio.

- Ah, Licenciada Rialto, bienvenida- dijo, estrechándole la mano, casi arrancándosela. – Marcus Harris,
para lo que necesite

- Gracias, mucho gusto- ah, qué tedio, qué vergüenza presentarse.

- A seguir, que tienes que llegar al destino final- rió. – Harris, el concreto- le murmuró, Sophia saliendo
por la puerta. Harris asintió. – Aquí está mi oficina- dijo, apuntando a la puerta de sólida, de madera, del
final del pasillo.

- ¿Por qué es la única de madera?- preguntó, acordándose que hace algunos veranos había querido
preguntar lo mismo pero con la oficina de Emma.

- Porque las de vidrio son instalaciones, eran espacios abiertos que hemos cerrado para mayor
comodidad y discreción- guiñó su ojo. – Esa de ahí- dijo, señalando la puerta de vidrio al lado izquierdo
de su oficina. – Es la sala de reuniones… todas las semanas hay una reunión, por lo general sólo es una,
a veces son dos, a veces ninguna, depende de la cantidad de trabajo… pero sigamos- y se devolvieron
hacia la izquierda, volviendo a pasar por el escritorio de la entrada, para abrir la primera puerta de vidrio.
– Arquitectas, mi sobrina- sonrió, mostrando a Sophia.
- Belinda Hayek- sonrió, extendiéndole la mano. – Mucho gusto

- Mucho gusto, Sophia- sonrió.

- Nicole Ross- se presentó la otra. – Bienvenida

- Gracias- le estrechó la mano.

- Cualquier cosa, cuentas con nosotras- sonrió la Arquitecta Hayek.

- Gracias- sonrió tímidamente Sophia, saliendo de la oficina. – Todos son muy amables aquí

- No suelo tener a ogros en mi Estudio, Sophia- rió, pasando de largo un escritorio vacío en un espacio
abierto. – Ahí va la secretaria de las Arquitectas, Hayek y Ross, y de Fox, quien no está ahora porque
tenía una reunión en Hell’s Kitchen y la secretaria no sé dónde está- sonrió. – Gaby- llegó al escritorio
que estaba en un espacio abierto, luego de un cuarto que parecía cocina, porque lo era. – Mi sobrina,
Sophia

- Mucho gusto- sonrió Gaby, con su voz jovial y su sonrisa sincera. – Yo me encargaré de su récord- la
sonrisa imborrable, ¿qué pasaba en ese Estudio que todos estaban de tan buen humor?

- No creo que sea necesario, lo llevaré yo…cuando tenga uno- murmuró. – Pero gracias

- Para lo que necesite, Licenciada- y tomó asiento.


- Ahora sí, ¿lista?- bromeó. Sophia asintió, y Volterra llamó a la puerta, golpeando tres veces, lentamente,
con sus nudillos y abriendo la puerta al mismo tiempo. – Emma, mi Arquitecta estrella, ¿tienes un
momento?- asomó la cabeza por la puerta entreabierta.

- Buenos días, Alec, pasa adelante, por favor- dijo aquella voz, la misma de aquella noche, el acento
británico, la voz, el tono, “Dios mío…”.

- Vengo a presentarte a tu compañera de oficina, la Licenciada Rialto- sonrió, y Sophia entró a la oficina,
era tal y como se acordaba, sólo que ahora la adornaba Emma.

- Mucho gusto, Emma Pavlovic- sonrió, un tanto con su voz pegada, pero le extendió la mano.

- Gracias por el favor de Duane- sonrió, igual que Emma, y, de una brutal forma inconsciente, guiñó su
ojo. “¿Qué me pasa?”

Lo siguiente que Sophia supo, era que Emma se sentaba a su mesa de dibujo y, apretando “play” en el
iPod Nano, y una música extraña pero relajante salía del parlante, era como muy circense, pero
electrónica, y, aunque Sophia no lo supiera, era Bob Sinclar. Y veía a Emma, en su inmensa perfección,
con su pierna cruzada, sentada sobre el banquillo alto, que su Stiletto se detenía del tubo de apoyo del
banquillo, sin su chaqueta rosado pálido, con su espalda cubierta sólo por aquella camisa manga larga
blanca, que se le ajustaba a cada milímetro de su torso, que se le notaban los omóplatos cuando trazaba
líneas largas, que a veces se detenía, erguía su postura y jugaba, con su pulgar, con su anillo en su dedo
anular, definitivamente era un rubí, y le daba vuelta, lo giraba. Y Sophia no pudo evitar ver su reloj, muy
fuera de lo común, pues era de un dorado que no era ni amarillo ni opaco, tampoco era rosado, pero se
veía muy fino como para ser una réplica, el brazalete era de cuero de pitón café, de escamas anchas, y
luego, el reloj en sí, rodeado de diamantes, la circunferencia, y la cara era café, como un marrón
quemado, y tenía dos relojes dentro del reloj, un cronómetro de un minuto y el de las horas del día en
curso, con una pequeña ventanita para la fecha, las agujas en el mismo dorado, números romanos. Y
tampoco supo Sophia en qué momento Emma la había invitado a sentarse con ella, era como la
sensación de sentarse con los populares en el colegio, una autorrealización extrema, y entablaron una
conversación, y tampoco supo qué la poseyó como para que le dijera: “Así está mejor, tienes unos ojos
muy bonitos, déjame verlos”. Trá-game Tie-rra.

Día siguiente.
- Buenos días- sonrió Sophia, entrando a Louis Vuitton de Rockefeller Plaza, que era al otro lado del
edificio y Emma se encontraba montando la vitrina de Halloween. – Traje café- sonrió de nuevo,
levantando las dos bandejas, con cinco vasos herméticos cada una.

- Buenos días, Licenciada- sonrió Emma, sabiendo que la intención de Sophia estaba en orden, pero que
tendría que rechazar la oferta del café, pues no bebía café.

- Té, para ti- sonrió. – De vainilla y durazno… Gaby me lo dijo- dijo, alcanzándole el único vaso que tenía,
entre la tapadera y el vaso, un delgado cordón, el de la bolsa de té.

- Muchísimas gracias, Licenciada- sonrió, acariciando su mano al tomar el vaso en su mano. – Very…
thoughtful- murmuró para sí misma, asombrándose.

- Supuse que, si sería tu sombra, al menos te debería traer lo que sueles tomar, ¿no?- Emma sólo sonrió,
sacando la bolsa de té y colocándola sobre la tapa. – Ah, ten- murmuró, sacando un paquete de miel de
abeja de su bolsillo.

- Wow- rió Emma. – Gracias

- Arquitecta, ¿la pieza de vidrio cómo la instalamos?- interrumpió uno de los trabajadores.

- ¿El pulpo o las llamas?- se volvió a Aaron, el jefe de construcción, el que le ayudaba en todo trabajo;
grande o pequeño.

- Las llamas
- Primero el Pulpo, porque es más grande, va colgado… sólo son tres tornillos en la forma de arriba, los
nudos los haré yo- Aaron agachó la cabeza y se retiró.

- ¿Pulpos? ¿Llamas?- preguntó Sophia.

- Te explico- rió, volviéndose a una mesa en la que tenía el diseño extendido, colocándose al otro lado
de la mesa, dejando que Sophia viera el diseño. – Louis Vuitton se caracteriza por pensar fuera de la caja
pero sin ceder a la locura… se basan en una idea, de la que tiene que estar gráficamente plasmada, que
se note lo que es, ¿qué ves aquí?- murmuró, apoyándose con sus manos separadas de los bordes de la
mesa.

- Es… Disney- rió.

- No cualquier Disney… mira de cerca- murmuró, inclinándose un poco sobre la mesa, que el cuello
redondo de su blusa, que le quedaba holgado, se despegó de su piel, y Sophia vio, disimuladamente, el
sostén de Emma, que albergaba el par de senos que tanto se le antojaron en ese momento, que, en el
pestañeo, se imaginó entre ellos, besándolos, acariciándolos, mordiéndolos. “¿Qué me pasa con ella?” y
sacudía la cabeza para ahuyentar los pensamientos sexuales. Era la primera mujer que le despertaba
tales cosas, que hacía que su corazón latiera rápidamente, sin descanso, como si quisiera reventar su
pecho, salir corriendo.

- Son los villanos, ¿no?- susurró. – El pulpo es Úrsula, el maniquí de las llamas es Hades, la de los cuernos
es Maléfica, la del afro es Cruella…Jafar…

- Exacto…- susurró Emma, no comprendiendo por qué susurraba Sophia.

- ¿Cómo se te ocurren estas cosas?


- Villains are cooler than Heroes- rió, levantando su ceja derecha, bajando la izquierda, guiñando su ojo
izquierdo y llevando su mano izquierda a su cadera, al borde de su falda negra, y su mano derecha
tomaba el vaso de té caliente.

- ¿Cómo hiciste para hacer algo así?

- Hacen un concurso anual, las vitrinas de la Quinta Avenida son distintas a las de las otras cinco tiendas,
siguen la misma idea, pero les interesa más que éstas sean las que causen más impresión, porque tienen
la competencia inmediata del resto de tiendas a lo largo de la avenida… y te dan un catálogo de la ropa
que estará en Otoño en la tienda, para que lo puedas utilizar, porque tienen que tener ropa,
obviamente… y así es como, por ejemplo, Cruella se me ocurrió con el abrigo blanco, Maléfica con este
abrigo negro con violeta, Úrsula con este vestido negro, Jafar con el chaleco y el pantalón, aún el
cinturón, Hades por la toga… y, revisando los convenios, Louis Vuitton tiene convenio con Disney, por lo
que no se me hizo tan difícil

- Sí que tienes imaginación- rió. – A mí nunca se me hubiera ocurrido hacer algo así… mucho menos con
vidrio, me daría miedo, por si se quiebra

- Go big or go home, así funciona todo aquí… sino los demás te pisotean, créeme…- Sophia sólo tomó un
sorbo de su chocolate caliente. – Y con la imaginación… pues, leí en algún lado que Angelina Jolie está
filmando una película en el papel de Maléfica, y me acordé que Annie Leibovitz ha hecho como una
compilación de Disney, de famosos posando como los distintos personajes, David Beckham es el Príncipe
Felipe, Penélope Cruz es Bella, Julianne Moore es Ariel, Queen Latifah es Úrsula…

- No sé qué decir… es como transformarlo todo

- Cuidado con el plagio- guiñó nuevamente su ojo. – Ayúdame a vestir los maniquíes si quieres- Sophia
asintió, viendo a Emma beber su té hasta el fondo. “¿Cómo diablos no se quema?”.
Emma se movía con facilidad sobre sus Christian Louboutin Chiarana, movía a los maniquíes con facilidad
también, desenroscaba las partes, los vestía y los armaba como si nada, y a Sophia le gustaba ver cómo
les ponía los zapatos, pues se agachaba, y, en esa falda, que Dios perdonara sus pecados, porque lo único
que quería era tocar su trasero, le intrigaba saber qué tipo de panties usaba Emma, la gran Arquitecta
Pavlovic, que trabajaba para su ídolo, Meryl Streep, que no se imaginaba trabajando para ella,
seguramente se desmayaría al verla, ¿utilizaría tangas? ¿G-String? ¿Nada? Y no podía evitar sonrojarse
ella sola. Además, Sophia casi se muere cuando vio a Emma tomar el martillo y clavar ella misma un par
de tornillos para luego atornillarlos en la base falsa que se sostenía de las columnas. Se trasladaron a
Louis Vuitton de la cincuenta y siete, antes del medio día, en donde se tardarían un poco más en montar
la vitrina, pues el flujo de gente era mayor y no podían abarcar tanto espacio.

- So…who wants a Hot Dog?- sonrió Emma, dando dos aplausos para llamar la atención de sus
trabajadores. – Pasen una lista de cómo los quieren y qué quieren de tomar, por favor- le alcanzó un
pedazo de papel a Aaron. - ¿Y tú? ¿Comes Hot Dogs?- la miró con escepticismo.

- ¿Por qué no comería?

- Es comida chatarra- rió, alcanzándole tres tornillos a uno de los trabajadores.

- Pues… ¿y?

- Digo, cuidas la figura, supongo- sonrió. – No creo que comiendo Hot Dogs seas así de delgada

- Te sorprenderías- guiñó su ojo, y Emma sintió cómo su corazón dio un vuelco. – Creo que eres tú la que
no come de esas cosas

- Te sorprenderías- rió, agarrándose el “exceso” de grasa del abdomen. – Chilli Dogs con Cheese Whiz
- Que sean dos

- Dos me como yo- rió Emma, reacomodando su blusa para alcanzarle el hilo al trabajador.

- Yo también, por eso dije “que sean dos”… para mí

- Muy bien- y le sonrió, pero se le quedó viendo, analizando su rostro, que se apresuró en quitar la mirada
para no ser tan obvia. – Gracias- murmuró, tomando la lista de la comida. – Necesito un par de manos
extras, ¿me ayudas?- Sophia asintió, viendo a Emma tomar su bolso y escribir algo más en el papel
mientras salían de la tienda y caminaban en dirección a Miu Miu, en donde estaba el carro. – Y…
entonces, ¿SCAD?

- Sí, Bachelor y Master… seis años, desde que me gradué del colegio… no esperé, no tomé año sabático
ni nada, apliqué de una vez

- ¿Y de qué colegio te graduaste?- era simplemente conversación educada, para que no las atacara el
silencio incómodo.

- Scholi Moriati

- Eso no es aquí, ¿cierto?- Sophia veía la rapidez con la que Emma caminaba en esos quince centímetros,
no era caminado de pasarela, pero era una pisada recta y de largo proporcional, que se contoneaba un
delicioso trasero en esa falda negra, que seguramente no era de Gap.

- No, es en Atenas… digamos que soy mitad griega, mitad italiana

- Ah, qué interesante, Licenciada Rialto- sonrió. – El Rialto ya lo había escuchado, ¿es un apellido común?
- No lo sé, hay muchos italianos- rió Sophia.

- Sono molto consapevole- la volvió a ver y le guiñó su ojo derecho. – Soy italiana, digamos que cien por
ciento

- Pero tu apellido no suena a italiano- llegaron al carro de Hot Dogs.

- I’d like them in a Doggy-Bag, please- dijo al hombre del carro, quien tomaba la lista que Emma le
alcanzaba. – Chilli Dogs aside, please…- dijo, materializando en su mano izquierda una bolsa de tela, que
la utilizaría para meter las bebidas, latas y latas. – No, no es italiano… es eslovaco, pero mi papá es
italiano, mi abuelo era eslovaco… pero, volviendo al tema, ¿es un apellido común?

- No lo sé, como te dije, hay muchos italianos- rió. - ¿En dónde lo escuchaste?

- Esa pregunta me confunde… porque a veces pienso que es un lugar, en el que ya estuve, pero no me
acuerdo en dónde

- Ah, Arquitecta, ¿ha estado en muchos lugares?

- Por aquí y por allá- sonrió. – Aunque Roma es donde siempre quisiera estar… es muy especial-
murmuró, contando las latas y las botellas. - ¿Qué quieres de tomar?

- Agua estaría bien

- ¿Con gas, sin gas?


- Sin, por favor

- Sólo con gas si tienen sabor, entiendo- sonrió, metiendo una botella de agua fría a la bolsa y una Dr.
Pepper para ella. Sophia asintió, recibiendo la primera bolsa del hombre del carro. – En Roma- dijo para
sí misma. – Claro… en Roma… ¿no te llamas Allegra, o si?

- Allegra es mi mamá… pero todos le dicen Camilla- se explicó, recibiendo la segunda bolsa.

- Sí, “via dei Foraggi”… cierto… le dejé un paquete a tu mamá, entonces- rió, sacando un billete de
cincuenta dólares de enmedio de sus dedos para pagarle al hombre contra la entrega de los Chilli Dogs,
que iban en un hermético desechable en otra bolsa. A Sophia se le vino a la mente aquella imagen, de
aquella mujer sin rostro, o con rostro, pero el recuerdo estaba más que distorsionado.

- También es un lugar en Venecia- dijo Sophia, saliéndose rápidamente del tema.

- Cierto, el puente del gran Canal…- Sophia asintió. – Sin ofenderte, Venecia no me gusta- murmuró,
reanudando la marcha antes de que el hombre pudiera darle el cambio.

- A mí tampoco- rió. – Prefiero Roma, o Nápoles…el Vaticano sobre Venecia…

- El Vaticano es aburrido, la Plaza San Pedro es muy grande, demasiado…

- ¿Tú vivías en Roma?


- Sí, pues, toda mi vida viví en Roma, ahí fui al colegio, fui a la Sapienza… sólo me moví a Milán año y
medio para hacer mi Máster y luego vine aquí. - ¿Tú viviste en Roma?

- Sí, antes de venir, con mi mamá…sólo un par de meses, en lo que conseguía trabajo… ¿vivías en la
ciudad?

- Al principio sí, vivía cerca del Centro Histórico, cerca de la Plaza España… y luego viví en Castel Gandolfo,
primero del lado Valle San Lorenzo y luego un poco más a la orilla del lago…- Sophia tuvo la sensación
que Emma era pudiente, pero quizás de clase media-alta que tenía el suficiente dinero para costearse
una casa en Castel Gandolfo, un chalet, pues era lo más común allí.

- Creo que una vez fui al Lago Albano, pero en algún verano hace años ya

- No es el Lago Como- rió. – Pero relaja ver agua

- Digamos que el Hudson no me relaja mucho

- Ah, vives de ese lado- sonrió, deteniéndose para rascarse la pantorrilla derecha con el empeine
izquierdo.

- ¿Es mala zona?

- Nunca he vivido ahí pero he arreglado un par de apartamentos en Chelsea y en Greenwich, cosas
pequeñas, pero no me parece una mala zona…

- Supongo que tú vives en el Upper West Side o en Lower Manhattan


- No, vivo en el Upper East Side- sonrió, colocándose frente a la vitrina y haciéndoles una seña, a los
trabajadores, se que salieran a comer.

- Estamos en el Upper East Side, ¿no?- Emma asintió.

- Buen provecho, Señores- sonrió, poniéndoles la bolsa de tela en el suelo, sacando ella la botella de
agua y la lata de Dr. Pepper. – Se me olvidaba- sonrió. – Aaron, meta la mano en mi bolso y saque la
cajetilla, por favor- le extendió el brazo con mucha confianza, y Aaron metió la mano, sacando dos
cajetillas. – La de Marlboro déjela, que esa es mía… o tómela, creo que hay suficientes para los cinco-
sonrió y volvió a acomodar su bolso en su hombro, volviéndose a Sophia.

- Eres como que…muy amable con los trabajadores- susurró. – Como que muy, muy amable

- Como te dije ayer, es cuestión de mantenerlos contentos para que trabajen bien… y, pues, piensa,
¿cómo te negarías a trabajar si hay buena paga y buena comida?

- Les diste tus cigarrillos, no creas que no me di cuenta

- Y pagué un almuerzo que el Estudio no paga… además, si le hubiera quitado la cajetilla de Marlboro,
hubiera marcado todavía más la diferencia entre ellos y yo, y lo que intento es que sea lo más fina
posible, que lo único que la marque sea la obediencia y el respeto, claro, la autoridad viene como plus

- Lo tomaré en cuenta- sonrió, abriendo el empaque y apoyándolo de un banco que uno de los
trabajadores había sacado. – So…

- Scholi Moriati, por ahí íbamos, creo


- Supongo- dio una mordida Sophia. – Toda mi vida ahí…desde esos años en los que empiezas a caminar
hasta que te gradúas

- Dekaéxi olókli ̱ra chrónia?

- Claro que también hablas griego- rió Sophia, un tanto sorprendida, pues italiano, inglés y griego ya era
bastante, y no exactamente la combinación más común.

- Pues, depende de con quién sea, supongo- dijo, con su boca llena, pero enseñando nada de comida,
sin mancharse su camisa color crema, qué riesgo, qué agallas comer Chilli con Carne y Cheese Whiz con
una camisa así de susceptible. – Disculpa la pregunta, pero, ¿cuántos años tienes?

- Veintisiete… ¿por qué?

- Simple curiosidad, Licenciada…

- Tengo una pregunta

- ¿De respuesta elaborada?- rió Emma, volviendo a morder su Hot Dog. Sophia sacudió la cabeza
mientras terminaba de tragar.

- Harris…el que tiene cara de asustado… ¿es Licenciado o Arquitecto? – Emma rió nasalmente mientras
terminaba, de una enorme mordida, su primer Hot Dog.
- Depende de cómo lo veas…es las dos cosas…tiene un major en Fine Arts y un minor en Arquitectural
Landscape Design… pero, para mí, es Licenciado- dijo en un tono indiferente, como si ser “Licenciado”
fuera lo peor del mundo.

- Suena como que si el título te diera problemas… o es porque el título de Arquitecto es muy preciado
para ti

- Es una profesión que busco preservar

- ¿Por qué?

- ¿Alguna vez te despertaste y viste a tu alrededor algo que no tenía sentido?- Sophia asintió. – Bueno,
pues a mí me pasó desde pequeña, que no me terminaba de gustar mi casa, nunca, y me preguntaba
“¿Por qué no hay un mueble así? ¿O un color aquí? ¿O una forma acá?”… y me pareció la forma más
coherente de hacer lo que me gusta, fusionando la Arquitectura, que es la parte de crear y construir,
para complementarla con el diseño de interiores…porque, a veces, una buena ambientación no termina
de quitarle el mal gusto a una estructura…

- Te entiendo perfectamente…- sonrió, viendo cómo se devoraba, en tres mordidas, el segundo Hot Dog.

- ¿Y tú? ¿Por qué la combinación?- le preguntó, limpiando sus labios a pesar de que no tenía nada que
limpiar, y limpió sus manos, que tendría que lavárselas, o bañarlas en Purell para que se le quitara el olor
a callejero, que era lo que no le gustaba de comer con las manos.

- Como tú, nunca me gustaban los lugares…siempre creí en que una estructura podía ser muy fea por
fuera pero una sorpresa por dentro… pero, estudiando Diseño de Interiores, te das cuenta que no existe
el mueble perfecto, ese que cabe en una esquina específica, con los colores y el acabado que necesitas…
y por eso me especialicé en eso… aunque después me di cuenta de eso que dices, que las
estructuras…pues, hay unas que no tienen salvación, necesitarías un milagro, que por más que le pongas
y le quites, se van a ver raras…
- Suele suceder… y, por experiencia, te digo que yo también he cometido errores arquitectónicos, de
creación… y vivir con eso en la conciencia es… fa-tal - rió, buscando en su bolso su teléfono. – Un
segundo- sonrió, agachándose para tomar la lata de Dr. Pepper que tenía entre los pies. – Hello!- saludó
efusivamente. – Estoy supervisando Louis ahora… acabo de almorzar… Chilli Dogs- rió, Sophia sólo la veía
reír, y le encantaba verla, era como si cada movimiento que hacía era diferente. – Creo que si lo compras
tú y Donatella se da cuenta, te odiará de por vida… además, los diseños de Donatella te van bien…
aunque no te puedes vestir toda la vida de Donna Karan y de Donatella… varía un poco, ¿si?...- Esos
nombres le sonaban a Sophia tan de amistad, la manera en cómo se refería a ellas, a Donatella Versace
y a Donna Karan, ¿quién era esa mujer? ¿O con quién hablaba? – Amor, ahora estoy libre- rió. – Podemos
cenar a las ocho… Está bien, Brasserie a las ocho… yo también, Amor, Bye- sonrió, y Sophia lo
malinterpretó todo, era Natasha quien hablaba, y no sabía que se trataban así de cariñoso, y, según
Sophia, ese “yo también” sólo correspondía a un “Te amo”, que no sabía por qué le costaba respirar ante
la idea. Yo sí sabía, intenté hacérselo saber, pero no pude. – Lo siento… los colapsos nerviosos- rió Emma,
abriendo la lata de Dr. Pepper al haber arrojado el iPhone a su bolso.

Sophia sólo sonrió y terminó de comer en silencio, intentando descifrar por qué le daba
tanta “rabia” que Emma llamara a alguien “mi amor”, o le contestara un “te amo”. ¿Qué estaba
pasando? ¿Por qué con Emma sentía que no tenía ninguna fuerza? “No puede ser”, Si, Sophia, sí puede
ser. “No puede ser, simplemente no puede ser… no a mí, no ahorita, no con ella”, pero sí, Sophia, si puede
ser, simplemente sí puede ser, a ti, a cualquiera, en cualquier momento y con cualquier persona, es la
ley de la vida: “Expect the Unexpected”, ah, no, ese es el slogan de Bleu de Chanel, la fragancia para
hombres. “¿Cómo me desenamoro?”, no te puedes desenamorar, Sophia, no estoy segura siquiera si la
palabra existe, pero no se puede. Pues, le habían gustado tantas mujeres como a Sara Peccorini le
gustaba la berenjena, nada, ninguna, le gustaban de vista, pero no para comérsela, en un sentido
figurado…o literal, pero había llegado su “nunca”, y, así como Sara Peccorini comía, en aquel momento,
Penne alla putanesca e melanzana, o sea con berenjena, y le parecía lo más rico que había comido en
aquel restaurante con su mejor amiga, Carmen, y Sophia supo, en el momento en el que Emma se
despidió de ella, de un beso en cada mejilla, al final del día, que por fin habían terminado de instalar las
vitrinas en la cincuenta y siete, que no quería besos en las mejillas, sino besar sus labios, besar su cuello,
enterrar su nariz entre su cabello y su cuello mientras mordisqueaba por aquí y por allá: un
enamoramiento que, en escala del uno al diez, siendo el diez el mayor puntaje, era un verdadero e
insuperable “Shakespeare”.

- Good Evening, Double-O-Seven- rió Emma, pues el número de teléfono de Natasha terminaba con
“007”.
- Good Evening, Em- rió, refiriéndose a “M”.

- ¿Cómo estás?- sonrió, abrazando a su mejor amiga mientras tambaleaba su cabeza de lado a lado. -
¿No viene tu hombre?

- Quizás más tarde, tenía que trabajar bastante… sólo fui a darle la fuerza que necesitaba

- Dios mío…estás bañada en pecado, Anticristo- rió Emma, tomándola de los hombros para entrar a
Brasserie.

- No, hoy no me bañó… usamos casi que tres condones por vez

- Agh, por favor, no hablemos de cosas que tengan que ver con semen, por favor…- frunció su ceño, con
un poco de asco. – Pensaba comer un Croque Madame con Bechamel…ahora eso ya no será posible

- Está bien, está bien…- murmuró, sentándose a la mesa. – I’ll have the Filet Mignon, medium, Please

- I’ll have a Steak Frites, medium well- ordenó Emma. – And Brasserie Signature Martinis, Olives on the
side, Please…and keep them coming- sonrió ante el asustado mesero, que era su primer día y ya lo habían
bombardeado con una orden complicada, o así le pareció, pues no pudo concentrarse por la belleza de
las dos mujeres.

- Oye, Em, de verdad, perdona que no puedo invitarte a lo de mamá el otro sábado, sólo puedo invitar a
dos… y James se muere por conocer al comité gastronómico

- Nate, tú tranquila, ¿sí?- sonrió, estirando la servilleta de tela sobre su regazo, sobre sus piernas
cruzadas. – Me quedaré armando mi rompecabezas
- A veces no sé si me das lástima o te admiro

- Ouch- rió.

- No quise decirlo así…

- Lo sé, lo sé…tienes razón… tengo que terminar a Alfred, ya… el viernes de la otra semana…o cuando lo
vea…- suspiró, viendo cómo el agua fría caía en las copas que llenaba el mesero.

- No hablemos de ese, mejor- rió. - ¿Cómo va todo con tu intrusa?

- Se llama Sophia Rialto - le dijo, atravesando su burla con la mirada.

- Ah… ¿cómo es Sophia?- preguntó, haciendo una nota mental de averiguar cosas sobre Sophia.

- Es mi sombra, por ahora

- ¿No te molesta que te ande siguiendo cual perro?

- No me molesta que me siga un perro así de guapo- rió. – Y no es un perro, es bastante humana, de
hecho…

- ¿Guapa?
- Supongo, sí… rubia, como de mi estatura, delgada…

- ¿Barbie?

- No, no Barbie…es distinta, supongo… no sé, Nate, su presencia no me molesta…además, siendo la


sobrina de Volterra, Segrate se ha alejado de mi oficina, al parecer Volterra le dijo que era cinta negra-
rió.

- ¿Y eso es gracioso porque…?

- Porque Sophia no parece que mate a una mosca, debe ser mentira

- Nunca subestimes a una mujer

- No la subestimo, simplemente es…humana, no sé…tranquila, graciosa, puedes conversar con ella


fácilmente, no estorba, que es lo más importante

- Sounds like she’s cool…- murmuró, notando la manera en cómo Emma cambiaba el tono de su mirada
cuando hablaba de la tal Sophia. – Al menos te ha alejado al imbécil de David

- No es lo más rico que ha hecho, y eso que sólo ha estado ahí dos días

- ¿Rico?- rió Natasha, echándose con su espalda sobre el respaldo de la silla. – Vamos, Em… ¿qué clase
de palabra es esa?
- Tiene manos suaves- Natasha soltó una carcajada. – Oye, es cierto…tiene manos suaves, ¿qué le voy a
hacer?

- Ay, qué descaro…- sacudió su cabeza.

- ¿Y cómo te fue ahora?- sonrió Volterra. - ¿Cómo va todo con Emma? Me enteré por ahí que eres su
sombra- comían en “Il Vagabondo”, un poco de italiano y vino tinto.

- Bien, todo va bien- sonrió, clavándole el tenedor a su ensalada.

- ¿Qué tal te parece Emma? ¿Es la boca del lobo como dicen?

- No creo, es muy humana…pues, tiene sus aires de grandeza, un ego generosamente grande, pero es
amable, es muy afable su compañía, conversa conmigo, me explica todo lo que hace, por qué lo hace
así, cómo decidió hacerlo así… me impresiona, la verdad

- ¿Por qué?

- Tiene mi edad, me considero joven, y creo que el ego que tiene es justificable, no cualquiera trabaja
con Louis Vuitton, o con Meryl Streep… tienes que ser alguien para que te busquen, ¿no cree?- Volterra
asintió pensativamente. – Me parece una persona interesante además…

- Emma es una persona complicada, quizás no complicada, pero si compleja, no acomplejada…

- ¿A qué se refiere?
- Tiene muy claro lo que quiere y cómo lo quiere, y le molesta que interrumpas su proceso…le gusta que
se hagan las cosas como ella dice, que debo admitir que es raro que se equivoque con algo, si tiene dudas
pregunta, pero siempre acierta…sólo una vez ha tenido un error, y fue porque la Arquitecta Fox le dio
un consejo que no era el más de acuerdo a lo que Emma hacía, por eso, en lo que a su trabajo se refiere,
Emma es muy cerrada… y es la única que no le pasa sus diseños a Harris…pero tiene su carácter, Sophia,
le gusta el control, porque sabe que es muy buena teniendo el control de las cosas, sólo así puede lograr
la perfección, que es perfeccionista en todo sentido, ¿no has visto cómo se viste?- Sophia asintió. – Según
Emma todo tiene su momento, su lugar, su razón de ser, pero el momento correcto…

- No es muy flexible, entonces- murmuró Sophia, clavando nuevamente su tenedor entre la lechuga y el
tomate. – No le quita lo interesante, tío… es como muy madura para su edad, como que creció y se
quedó joven, aparte que se ve como de veintitrés años…¿no cree que para alcanzar ese nivel de
conocimiento se necesita madurez antes que experiencia?- Volterra asintió pero un tanto dudoso. –
Digo, el nivel de seguridad en sí misma que tiene…no sé, me hace admirarla… - pero Volterra ya sabía
que no era admiración, que era algo más. – Sólo digo, es una persona interesante, pareciera que ha
vivido tanto que no ha vivido nada… es como…perfecta- suspiró.

- ¿Perfecta?- Sophia asintió, bebiendo de su copa. – Emma quiere alcanzar la perfección, pero sabe que
no es perfecta… yo creo que por eso su obsesión con la perfección laboral, pues es lo único que está
perfecto siempre, su trabajo, los resultados de su trabajo…lejos de eso, no la conozco en un sentido muy
personal, pero sé que hay cosas que no la dejan vivir en paz

- Lo tiene todo, tío… un trabajo, un buen trabajo, pues dudo que Emma gane lo que yo gano, tiene un
novio, vive en el Upper East Side…exitosa en todo sentido

- ¿Novio?- rió. – Emma no tiene novio, al menos no que yo sepa… anduvo saliendo con un alguien pero
ya no, al menos ya no la he escuchado mencionarlo desde hace mucho

- ¿Ah, no?- sonrió, intentando disimular la sonrisa, pero no pudo.


- Emma, el único novio que tiene, es su trabajo… tú crees que teniendo novio, ¿se iría de la oficina a las
seis de la tarde?- Sophia se encogió de hombros. – Busca una excusa para no ir a su apartamento…vive
cerca de Louis Vuitton de la cincuenta y siete, por cierto…así de “en el Upper East Side” vive…

- Entonces es como que trabaja por hobby o gana tan bien que puede costearse la vida ahí, gana tan bien
como usted

- A veces Emma gana más, depende del proyecto…el proyecto jugoso que tiene es el de Boston…no me
acuerdo cuánto le están pagando…oye, qué falta de ética de trabajo tengo contigo- rió, sabiendo que
era porque era su hija. – Ya no más Emma por la cena, ¿de acuerdo?- Sophia rió. – La verás el viernes y
así puedes preguntarle lo que quieras, directamente a tu sujeto de estudio

- ¿Hasta el viernes?- Volterra asintió, terminándose su pizza de pepperoni. - ¿Qué voy a hacer mañana
entonces?

- Puedes trabajar en lo de los Hatcher, que Emma me dijo que te habían contratado- sonrió. – Puedes ir
al taller, a comprar materiales…

- O me puede decir dónde estará…- Volterra supo que Sophia simplemente se había enamorado, ¿era
raro? Y fue cuando Volterra consideró sus opciones, entre proteger a Sophia de una manera
descontrolada, o mantenerla protegida con alguien que conocía, con Emma, pero le parecía un poco
difícil imaginarse a Sophia tan enamorada de Emma, imposible imaginarse a Emma correspondiéndole,
pero, ¿qué lugar más seguro que Emma?

– Prada…- suspiró. – En Soho, sobre Prince Street y Broadway- notó la sonrisa de Sophia, que crecía cada
vez más. – Estará supervisando el mantenimiento de la fachada…

- ¿Mantenimiento?
- Es Patrimonio Cultural, se le tiene que dar mantenimiento… y es todos los años, antes del invierno, para
evitar mayores daños en el invierno, y para que, con el cambio de temperaturas y humedad entre
primavera y verano del otro año, contando con que bajo Prada hay una estación de subterráneo, no haya
un daño de tipo “multa”

Sophia y Emma caminaron de la mano hacia el salón, volviéndose a ver por momentos, Emma admirando
la belleza que despedía su rubia favorita, con su cuello delgado, que colgaba tiernamente el anillo de él,
los aretes que Natasha le había regalado, el toque perfecto para el Elie Saab, que no era el vestido que
hacía ver bien a Sophia, sino al revés, Sophia hacía ver bien al vestido. La licenciada veía la felicidad con
la que Emma la veía de regreso, esos ojos verdes nunca se vieron más puros, bueno, sólo un par de veces,
cuando le dijo que la amaba, cuando se reconciliaron en la oscuridad de la víspera de año nuevo del dos
mil doce, y cuando le pidió, de aquella tan rara pero interesante manera que se casara con ella, y no
podía evitar ver su sonrisa, disimulada y tirada del lado derecho, que invitaba a comer de la comisura de
sus labios, a besarlos, a simplemente firmar el papel y hacer el amor, hacer el amor una y otra, y otra
vez, sentir su piel así como la primera vez, así como la noche de la reconciliación, así como la noche de
la propuesta, así como esas veces que no se daban un orgasmo, sino que sólo sentían sus pieles rozarse,
sus alientos mezclarse y sus labios unirse, entre caricias tiernas y apasionadas, que sólo querían sentirse
cerca. Sophia desvió su mirada hacia el hombro desnudo de Emma, qué hombro para gustarle, con esas
pecas dispersas, pocas pero sensuales, sus antebrazos, la clavícula que se le saltaba, el calor de su mano
que envolvía la suya, su pulgar que acariciaba el costado del suyo, pero, al ver nuevamente hacia el
frente, Sophia se detuvo.

- ¿Qué pasa, mi amor?

- Voy a ir por mi mamá- rió. – Se me había olvidado que iría por ella y por mi hermana

- No sé si ya están aquí, mi amor… déjame preguntarle a Phillip, ¿sí?- Sophia asintió, viendo a Emma
buscar su iPhone.
- ¿Qué se supone que haga con un ocho?- rió, refiriéndose al número que le había dado Emma, quien se
encogía de hombros mientras desbloqueaba su iPhone. - ¿Es el número de orgasmos que me vas a dar?-
Emma rió a carcajadas. - ¿Las veces que Darth Vader ha desgraciado el piso?

- Pipito- saludó a Phillip por el teléfono, sacudiendo su cabeza con una sonrisa para responderle a Sophia.
– Una pregunta, ¿Camilla e Irene ya están ahí?... Roger that, Sarge. Pavlovic, Out. – y colgó. – Te espero
en el salón, ¿está bien?- dijo, volviéndose a una sonriente Sophia.

- Hubiera sido más fácil si estuvieran ya abajo- rió.

- ¿Por?

- Seguro me da “the talk”

- Esa “talk” me la dieron a los catorce, y luego a los dieciséis, y luego a los diecisiete… ¿no estás un poco
mayor para eso?- rió Emma. – Digo, a los veintinueve como que no esperan que seas virgen- rió a
carcajadas descaradas.

- ¡Ay!- canturreó, riéndose por el buen humor de su novia. – Esa nunca me la dio porque me incomodaba
demasiado… y le he huido por veintinueve años, Arquitecta, no voy a dejar de huirle ahora.

- Creo que, en realidad, tienes miedo de confesarle a tu mamá que eres una ninfómana- murmuró,
tomándola de la mano y acercándola a ella lentamente. – Y de confesarle que te encanta cuando me
como tu clítoris…- y aquel murmullo se iba convirtiendo, con el paso de las palabras, en un susurro
juguetón y coqueto. – O… cómo te gusta que te haya eyacular…- susurró a ras de su oído, Sophia con la
piel erizada y tratando de tragar con normalidad. – Mientras penetro tu…- respiró, cayendo su exhalación
tibia sobre el cuello y el hombro de Sophia, que sintió cómo Sophia apretujaba su mano, intentando
decirle “¿mi qué?”. – Ano
- Holy.Fuck- resopló Sophia entre su ahogo, respirando por fin, soltando el aire que tenía estancado en
sus pulmones, pero, al mismo tiempo que lograba respirar, resolvía sonrojarse del color de la alfombra
del Radio City Music Hall.

- Holy is your tiny and tight little asshole- sonrió Emma, despegándose de su oído y clavándole los ojos
en los suyos. – Te estaré esperando…- sonrió, dando el primer paso hacia el final del pasillo, en donde, a
la izquierda, se encontraba el salón.

- Wait, wait…- Emma se detuvo, y Sophia vio cómo respiraba hondo. La tomó de la mano y la haló hacia
ella. – You’re so gonna regret this- rió, dándole un beso fugaz en sus labios.

- No te tengo miedo- sonrió, que Sophia le soltaba la mano y se daba la vuelta para salir por el pasillo
principal hacia los ascensores.

- ¡Deberías!- elevó su voz junto con su dedo índice derecho, como haciendo la típica seña de regaño
paternal, de una amenaza de “no lo vuelvas a hacer”, y desapareció al cruzar hacia la izquierda.

Octubre doce, viernes, dos mil doce. Ya era relativamente tarde, al menos ya no había sol, y era el fin de
una larga y extraña semana para Natasha, había tenido que despedir a alguien por primera vez, y no le
había gustado, pues había visto la preocupación de aquel hombre, el qué haría entonces, y, peor aún,
cuando se había puesto a llorar, rogándole que le diera una segunda oportunidad, y fue que Natasha no
supo si le daba lástima, miedo, asco, o qué, pero no sabía ni cómo consolarlo, sólo le pasó la caja de
Kleenex, e intentó con todas su fuerzas no verlo, pues le incomodaba, no era decisión suya despedirlo o
no, eso era lo que el hombre no entendía, era decisión de producción, pues, últimamente, el equipo
llegaba incompleto a Parsons, siempre estaba incompleto, que eran cables de extensión, o conectores
de cámara a monitor, o cualquier cosa, y Natasha simplemente hacía su trabajo, despedirlo, cumplir con
la orden que venía del departamento de su mismo nivel, que tenía que rendir hacia abajo al despedirlo,
hacia la derecha para contratar a un nuevo técnico. Qué momento más incómodo, e hiriente también,
pues la mirada de ese hombre, de preocupación y ruego, se convirtió en una mirada de odio otorgado
por casualidad al Natasha decirle “lo siento, Mr. Fields, pero no hay nada que yo pueda hacer”. Y esa
secuencia de imágenes se repetía en su cabeza, una y otra vez, sin descanso, intentando descifrar la
reacción del hombre, por qué la odiaba a ella y no a los que habían tomado la decisión de despedirlo en
un principio. Salió de su oficina, taconeando sobre sus botas, hasta por debajo de la rodilla, rojas, de
gamuza y cuero Louboutin, que enfundaban su skinny Jeans The Row, cubierto por los bordes de un
abrigo negro de otoño, largo, hasta por arriba de la rodilla, que guardaba una camisa formal, de manga
larga, de lino, color crema, a rayas distanciadas y gruesas, azules con contornos blancos.

- Miss Roberts- la saludó Hugh, abriéndole la puerta trasera de aquel Mercedes Benz.

- Hugh, buenas noches- sonrió entre su cansancio, arrojando su bolso Narciso Rodriguez de golpe al
asiento para luego meterse ella, Hugh cerrándole la puerta, ella apoyándose con su codo de aquel corto
espacio que había entre la ventana y el vacío, llevando su mano a su cara, deteniéndolo desde su frente,
escuchando a Hugh subirse al auto, encendiéndolo, ella apoyando la cabeza contra el vidrio.

- ¿Miss Roberts? ¿Está todo bien?- preguntó en su voz preocupada al verla así a través del espejo
retrovisor, manía que tenía de todos los días desde aquel día que Natasha iba llorando, en silencio, como
siempre le había gustado. Tenía once, o doce, aquella vez, mal día en el colegio.

- Sí, todo está bien, Hugh- murmuró, pero sin dirigirle la mirada, ni el más mínimo y considerado reojo.

- Recogí el paquete de la oficina de Mr. Shaw- murmuró, alcanzándole el sobre manila por entre los
asientos.

- ¿Y qué dijo?- lo tomó con su mano izquierda, irguiéndose para sacar lo que había dentro.

- Nada en especial, que esperaba tener el resto del pago cuanto antes y que el Señor Romeo nunca se
enterará, como acordado- puso el vehículo en marcha. - ¿A Kips Bay?
- No, a donde Phillip, por favor…

- Con mucho gusto, Miss Roberts- sonrió, ya con la corbata un poco floja y con su camisa desabotonada
al primer botón. - ¿A Watch Group?

- No, a Beaver House, por favor- murmuró, revisando la cantidad de papeles que aquel sobre contenía,
un merecido diez para Shaw, el P.I de Romeo. Guardó los documentos en el sobre y los metió en su
bolso, preguntándose de dónde había sacado tanta información, ¿qué tanto podía existir sobre alguien?
Y no había algo que Natasha odiara más que los semáforos en rojo, todos en rojo, pues no sólo estaba
cansada, sino que estaba ansiosa por revisar los documentos, y tenía hambre, y ganas de verlos con
Phillip. – Yes, hi, uhm… I’d like a Carne Asada Quesadilla, two Puerco Burritos, one Puerco Torta, one
Tamarindo and one Jamaica, to William Beaver House, 47th Floor, Please… I’ll pay cash, and twenty
dollars extra if you could make it in less than half-an-hour, ok?... Ok- y colgó, viendo, a lo lejos, el edificio
de su príncipe azul, pero no alcanzaba a ver si las luces estaban encendidas, que nunca lo había logrado.

- Creí que no te vería ahora- sonrió Phillip al abrirse el ascensor.

- ¿Ya comiste?- caminó, arrojando su bolso sobre la mesa de la entrada para quitarse, en el trayecto
hacia Phillip, su abrigo.

- No, estaba a punto de ordenar- sonrió, recibiéndola entre sus brazos, abrazándola por la cintura
mientras Natasha lo abrazaba, con sus muñecas, por su cuello para saludarlo con el típico beso.

- Olvídalo, Guapo… ya ordené, mexicano para los dos, uno de esos de Tamarindo que tanto te gustan-
sonrió, volviendo a darle un beso, enterrando sus dedos entre su cabello.

- ¿Sucede algo?- murmuró, notando la falta de espíritu de Natasha.


- Mal día en la oficina, nada más- sonrió de nuevo, dándole otro beso, este fugaz y corto, despegándose
de él para colgar su abrigo en el closet de la entrada.

- ¿Algo de lo que quieras hablar?

- Tuve que despedir a alguien… no big deal, for me, of course… for him…you know- suspiró, sacando el
sobre de su bolso y volviéndose hacia él.

- Me imagino que no fue fácil… me asustaría si lo hubieras disfrutado… ¿qué tienes ahí?

- Toda la información sobre la nueva compañera de trabajo de Emma

- ¿La Intrusa?

- Esa misma…

- Oye… ¿no es invasión a la privacidad eso? ¿No va en contra de algún reglamento femenino?

- Tengo la demencial teoría de que a Emma le gusta- susurró, tomándolo de la corbata y halándolo hacia
ella.

- ¿Le gusta de que le gusta trabajar con ella o de que le gusta físicamente?

- Las dos cosas… sólo que la segunda opción no la sabe todavía


- Y…esta demencial teoría, como tú le llamas… ¿de qué comentario de Emma parte? ¿O es simplemente
que estás perdiendo la cabeza?

- Oye, respétame- rió, dándole un golpe burlón con el sobre en la cabeza. – Tú sabes cómo es Emma…te
conté cómo estaba porque le iban a invadir la oficina… pues ese turbo-cabreo que tenía se le evaporó
ante la guapísima mujer que invadió su oficina… que no sé qué tan guapa sea, pero Emma habla
grandezas de ella, laborales, físicas…hasta me dijo que sus manos eran suaves

- Tal vez sólo le ha caído bien, tal vez sólo son compatibles- trató de razonar con Natasha, como si él
tuviera integridad, al menos más que Natasha. -Dame ese sobre- rió ante su curiosidad, perdiendo toda
moral que el diablo podía robarle.

- Así me gusta, Phillip Charles- sonrió, pegando el sobre a su pecho para que lo tomara y ella caminó
hacia el sofá de la sala de estar, un comodísimo sofá de cuero, ancho y cómodo, negro, como todos los
muebles en ese Penthouse, y se dejó caer de espaldas, con sus pies colgando del brazo. – Mi amor…

- Dime- dijo, sacándole las botas, cosa que Natasha no le había pedido, pero él, por atención
personalizada, lo hacía.

- ¿Qué tan bueno eres dando masajes?

- No lo sé, pero supongo que podría intentar contigo… Consentida- susurró, bromeando.

- No pienso salir de aquí hasta el lunes por la mañana, ¿sabes?

- ¿Y qué hay de Emma? ¿No tenías una riña en el Fencing Center programada para mañana?
- Ya no, Emma me canceló… - suspiró, sintiendo a Phillip quitarle sus cortos calcetines.

- ¿Qué podría ser mejor que estar contigo?- sonrió, subiendo sus manos a los bordes del jeans de su
novia, sabiendo que el botón sólo era adorno, pues era Denim con Spandex, lo que lo hacía retirable, y
lo retiró. – Pues, ¿más importante?

- Mmm… Guapo, así me gusta- rió, tanto por su pregunta como porque la estaba desvistiendo. – No es
mejor en calidad de tiempo, pero es mejor para ella

- ¿A qué te refieres?

- Soy mala influencia- sonrió con diversión.

- Ay, no seas mala- le reprochó en tono mimado, cómo le daba risa a Natasha cuando hablaba así. Phillip
tenía la habilidad de hacerla reír en tres segundos, o menos, cuando hablaba y se movía como un
homosexual que se había potencializado al lado femenino, así como Ross Matthews, que sacaba la mujer
más mujer que llevaba dentro, o cuando hablaba como afroamericana, con todo y gestos, que su nombre
era artístico era Lashonda o Shaniqua, y esa habilidad la había aprendido de las adorables secretarias del
área de Mergers & Acquisitions, que eran otro tipo de consultores. - Dime

- Guapo, la curiosidad no es buena- sonrió, sintiendo a Phillip desabotonarle la camisa, y sólo sintiéndolo,
pues tenía sus ojos cerrados.

- ¿Y me lo dices tú? ¿La que ha mandado a investigar a la mujer esa?- rió.

- Touché, touché…
- Vamos, dime, no le voy a decir a nadie- terminó por desabotonar aquella camisa, viendo la unión de su
sostén del mismo color de su piel.

- Le di el teléfono de Alastor

- ¿Quién es Alastor?

- Alastor Thaddeus, Psicólogo funcionalista… es un Dios para resolver los traumas

- Dos cosas- dijo, abriendo la camisa de su novia mientras acariciaba, con sus dedos, el contorno de su
sostén de encaje. - ¿Por qué sabes tú de ese psicólogo y en traumas? Y, ¿por qué necesita Emma un
psicólogo? Is she alright?

- Muchos de mis compañeras en NYU decían que estaban traumadas, por A o por B motivo, y terminaban
en el consultorio de Alastor, y es un poco famoso por arreglar traumas sin remitirte a un Psiquiatra… y
Emma está bien, sólo necesita saber algo, supongo… no sé con exactitud, ella simplemente preguntó si
sabía de un buen psicólogo que no fuera tan psicólogo

- Tú eres psicóloga, ¿no podías ayudarle tú?

- No soy psicóloga clínica… mi minor es en Psicología Clínica y Criminalidad, pero no me hace una
psicóloga con la capacidad de hacer ni la mitad de lo que un psicólogo clínico hace

- Pero, digo, eres su mejor amiga… algo sabes de eso


- Guapo, a veces es más fácil contarle tus problemas a alguien que no conoces y que, como profesional,
no te juzgará… yo puedo decirle muchas cosas, pero siempre la relación de amistad va a interferir en mi
distanciamiento

- ¿Y… lo que le pasa a Emma no tiene nada que ver con tu humor?

- Un poco, sí, es justo preocuparse, ¿no?

- Ustedes viven como en simbiosis, ¿no?

- Pretty much… pero dejemos de hablar de Emma, que íbamos por buen camino, se me había olvidado
que estaba preocupada por ella también- suspiró, abriendo sus ojos, viendo los ojos grises de Phillip,
sonriéndole con ternura, como si quisiera pedirle algo. – Sólo pregunta

- No, no quiero preguntarte… quiero decirte lo que quiero

- Ay, Guapo… así me gusta, mi oposición oficial- gruñó cariñosa y juguetonamente, sentándose,
recostando su espalda sobre el respaldo.

- No sé qué quiero, en realidad…

- And we’re back to Square one- rió. - ¿Quieres casarte conmigo?- sonrió, levantando su mano derecha,
mostrándole el anillo y el cordón rojo alrededor de su muñeca, que había sido recientemente renovado,
y el anillo no se lo quitaba ni para ducharse.

- Desde hace mucho tiempo, mi amor


- ¿Tienes una propuesta más interesante?- Phillip asintió, pero luego dudó y tambaleó su cabeza. –
Aclárate, ¿sí?- y sacudió la cabeza. – Oh, se trata de tus fantasías, ¿no?- y asintió. - ¿Quieres que las
adivine?- volvió a asentir. – Quieres que me masturbe para ti… y quieres saber si estoy dispuesta a tener
sexo anal, ¿cierto?

- La primera si es fantasía… pero… la segunda no, no podría hacerte eso

- Si puedes… sólo tienes que pedirlo… aunque pedirlo es lo que te da problemas…- murmuró, guiando
su mano, por la verticalidad de su abdomen, hasta su sexo, introduciendo su mano dentro de su tanga,
la típica tanga negra.

- You have got to be fucking kidding me- gruñó ante el timbre del Lobby.

- No te preocupes, Guapo… que sí me masturbaré para ti… sólo si te quitas las ganas anales que me traes

- No tengo lubricante

- Pero yo sí

- ¿Anal?- su mirada se abrió de par en par, casi se le salen los ojos.

- ¡No!-soltó una carcajada mientras se ponía de pie sobre el sofá y saltaba por el respaldo para caer sobre
el suelo. – Piénsalo- sonrió. - Yo invito- dijo, desapareciendo por el pasillo, no para vestirse, sino para
que el hombre del servicio a domicilio no la viera semi-en-pelotas. Phillip ya había aprendido que,
cuando Natasha decía que ella invitaba, era porque ella invitaba, pues, al principio, Phillip no la dejaba
gastar en nada, y Natasha, un día, decidió rebelarse contra el sistema de gastos y le regaló un Yacht-
Master, un Rolex de platino, con una nota que decía: “Mi amor, ¿prefieres que gaste quince mil veces
más que lo de la cena del sábado, o lo de la cena del sábado? Con advertencia y amor, Natasha”, e hizo
que se lo fueran a dejar un Payaso, una enfermera sexy, y Fabio, pues, un doble de Fabio. Y él no quería
repetir aquella vergüenza, que le dio risa, pero lo hizo entender. – Here- sonrió, alcanzándole un Adizero
Bermuda gris. – Yo ordeno- dijo, refiriéndose a la cena.

- Gracias

- I’d take a bullet for you

- No digas eso, Natasha…- suspiró, imaginándose esa escena, y no la pudo digerir, se quitaba su camisa
junto con su corbata. – Nadie me va a disparar… nunca

- Pues, sólo mi papá- rió, sacando las servilletas de uno de los gabinetes.

La cocina de Phillip era lo único que no le gustaba, pues sólo estaba ahí puesta, contra la única pared
que no era completamente de vidrio, y no tenía pared que le diera privacidad, simplemente estaba a la
vista pública dentro del Penthouse; era lo que Emma decía: “mi apartamento lo compré porque tenía
una cocina grande y no era completamente abierta, no entiendo por qué los neoyorquinos no cocinan
en sus casas”, y Emma tampoco cocinaba, al menos no muy seguido, pero esa noche sí, cocinaba vieiras
y cola de langosta a la mantequilla y al limón, con un toque de ajo y cebolla, y el ingrediente secreto de
Sara, nuez moscada y un poco de Bourbon para flambear aquellos mariscos, y servirlos al lado de una
generosa porción de arroz al vapor, con un vaso alto de Grey Goose con Pellegrino, un toque de menta
y limón, y, junto a Coldplay en los parlantes de la habitación del piano, a puerta cerrada para no perturbar
a los vecinos, se dispuso a terminar de armar su rompecabezas de mil quinientas piezas, aquella imagen
de Van Gogh.

- ¿Tienes algo?- preguntó Phillip. Estaban acostados en su cama, en su, Foglia de roble, un diseño de
Armani Casa, que en un principio fue concepción de Sophia pero que había sido de los muebles
modificados por Gio o Francesco, que fue que sólo le agregaron una curvatura a la parte final de la cama.
- Pues… cuando Emma me dijo que estaba guapa… no me dijo que estaba así…- dijo, mostrándole una
fotografía de Sophia saliendo del edificio en Rockefeller Center. – De guapa

- Con el debido respeto que te mereces, mi amor…

- Lo sé, lo sé… está guapísima

- ¿Es normal que una Arquitecta sea así de guapa?- rió, volviendo a sus páginas. – Digo, Emma es guapa,
es diferente, no las puedo comparar

- No es Arquitecta- sonrió, dándole la hoja de vida de Sophia. – Es Diseñadora de Interiores y de Muebles

- ¿Diseñar muebles es una profesión?- resopló. – Debe ser buena para que haya trabajado tanto tiempo
en Armani Casa

- Una pregunta… ¿en qué caso pagarían de dos cuentas distintas el mismo fin?

- ¿A qué te refieres?

- Sophia está bajo el seguro financiero, por ahora, según esto… y el pago viene, con normalidad, de
Volterra-Pensabene, pero, el apartamento en Chelsea… vale dos mil quinientos mensuales, no lo paga
ella

- No, eso no puede ser… el seguro mensual, por cada trabajador, cubre hasta cinco mil dólares, dos mil
quinientos más necesitaría la firma de Emma y de Volterra, y eso pasaría por el contador y luego por mí…
¿dice quién lo está pagando?
- No, sólo dice que es una transferencia que se ha programado por los próximos seis meses, para que se
haga el depósito a la administración de Clever Tower…- hizo una pausa y rió. – Desde la cuenta de
Volterra

- No está haciendo nada malo, entonces- sonrió, pasando las páginas. – Es su cuenta personal, no tiene
nada que ver con el Estudio

- ¿Por qué harías algo así? Digo, Volterra no le pagó un apartamento a Emma cuando recién llegaba… ¿o
sí?

- Mi amor, tal vez sólo trata de ser amable, dos mil quinientos dólares para Volterra… ni los nota al final
del mes… oh, escucha esto: hija de Allegra Camilla Rialto Stroppiana y Talos Artemus Papazoglakis,
congresista y secretario general de la fracción del Movimiento Panhelénico Socialista, Sophia Rialto
Stroppiana, sus primeros tres años de vida tuvo el primer nombre por “Nina”, que fue removido en el
ochenta y ocho, fue declarado como una confusión estatal, tiene una hermana, se llama Irene Melania
Artemisia Papazoglakis, es bisnieta de Leopoldo Rialto, uno de los cinco ingenieros que implementaron
el sistema de trenes rápidos en Italia, su abuela materna era actriz de teatro, su abuelo dos veces
medallista olímpico de plata en Shooting…

- Suena como que si Sophia tuviera mucho dinero, Phillip

- Sus papás se divorciaron el verano pasado, razón principal de que Sophia se haya cambiado el apellido…
dice aquí que la justificación fue “acuerdo mutuo entre padre e hija” y luego la dejó, a ella, y a su mamá
sin un centavo

- Pues, sí, supongo… porque Savannah College por seis años no creo que sea barato…
- Creo que cuesta más o menos cuarenta mil al año, pues, sin costos de vida, claro… Summa Cum Laude
en su Bachelor y Cum Laude en su Master… la niña es superdotada- rió, poniendo los papeles sobre el
suelo.

- Tiene veintisiete, niña no es… y Emma tiene Summa Cum Laude en ambas cosas- dijo, saltando a la
defensiva de su mejor amiga.

- ¿Por qué hiciste que investigaran sobre ella? ¿Tienes celos?

- No, no son celos, es sólo que…

- ¿Qué?- murmuró, quitándole las páginas de las manos y tirándolas, a ciegas, sobre el suelo. – Dime…

- Emma no es feliz, quizás un poco de amor le ayude

- ¿Amor? ¿Qué se supone que tiene con Fucker?- dijo, refiriéndose de tal manera a Alfred, porque él sí
pensaba que Alfred era un verdadero Fucker, un Fucked up Fucker, había algo en él, más allá de su
comportamiento y de su historia, que no le terminaba de agradar.

- Con Fucker no tiene nada- rió Natasha, acomodándose entre los brazos de Phillip.

- Tú lo que quieres es saber si, por cómo Emma habla de Sophia, es que inconscientemente hay cierto
coqueteo, ¿no?- Natasha asintió, paseando su mano por el pecho de Phillip, que le gustaba que tuviera
vellos, pues no eran muchos y no era una jungla densa. – Just give her a Little push when the time’s
right… they’re both gorgeous…

- Emma no es tan lesbiana, mi amor


- Get her drunk

- Tú sabes algo que yo no sé, Phillip Charles

- Alcohol is the truth serum, go for it

- Está bien… está bien… ahora, tema concluido… tengo ganas de algo, un antojito

- Nate, ¿no comiste suficiente?

- No es eso… - sonrió, con una risa nasal, despegándose de los brazos de su hombre y quitándose su
sostén. – Te debo algo, que será un literal placer dártelo- se colocó entre las piernas de Phillip,
encarándolo, abriendo sus piernas sobre las de él.

- ¿Es en serio?

- Yo no bromeo con esas cosas, mi amor… pero…- susurró, irguiéndose hasta topar su frente con la de
Phillip. – Quiero que lo saques pero que no lo toques- y atrapó su labio inferior con sus dientes.

Natasha también podía ser traviesamente picante. Phillip se quitó sus pantaloncillos junto con su bóxer,
dejando su miembro, suavemente flácido, a la vista de su novia, quien se había recostado, con sus
piernas abiertas, frente a Phillip, pero deteniéndose con su codo izquierdo para ver el panorama. Acarició
su vientre con sus dedos, juntos y suaves, guiando la caricia con sus uñas, manicuradas al natural, hasta
su monte de Venus, en donde Phillip tuvo que intervenir y le ayudó a quitarse lo único que separaba su
vista de aquella masturbación. Llevó sus dedos, sus cuatro dedos hasta cubrir por completo su sexo,
acariciándolo totalmente, de arriba abajo, lento, sólo para que Phillip viera que ella se trataba con cariño
también. Y, con su dedo medio e índice, introducidos levemente entre sus labios mayores, acarició, de
arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, desde su perineo hasta su clítoris, lentamente, gozando su
momento, pues no engañaba a nadie, ni a sí misma, simplemente le gustaba que Phillip estuviera viendo.
Presionó su clítoris con su dedo de enmedio, liberando aquellos sonidos húmedos de cuando su dedo se
despegaba de su pequeño clítoris, sonidos sensuales y tiernos, bueno, tiernos quizás no, pero eran
lindos, según Phillip. Natasha no solía gemir cuando se masturbaba, pues en la oscuridad de su
habitación, ella sola, ella y su vívida imaginación, no podía hacerse gemir ella sola, pero ahora,
masturbándose frente a Phillip, sí que podía gemir, por morbo, por excitación, por excitarlo a él, que era
notable, pues su pene, conforme los segundos pasaban, se iba acomodando a una hermosa y recta
erección.

Phillip veía el cambio en el cuerpo de Natasha, haciendo el recuento de lo raquítica que solía ser cuando
la conoció, cuando la vio por primera vez, que quizás era talla cero, o talla dos, pero ahora, en su hermosa
talla cuatro, que seguía siendo pequeña, en estatura, en proporción a él, y en peso, era muy liviana
todavía, pues Phillip solía levantar doscientas libras en pesas todas las mañanas, ciento veinticinco libras
no eran nada. Y el cambio físico momentáneo también lo pudo apreciar, aquello de que los pequeños
pezones de su novia se hicieron todavía más pequeños, más rígidos, que se concentraban tímidamente
en el centro de cada seno, sus senos que descansaban sobre la parte más alta de su abdomen plano,
grandes, pero no enormes, dignos de un escote que casi nunca mostraba, a menos que fuera para él, el
rubor de sus mejillas y de su cuello, parte de su pecho, a la altura de sus clavículas, sus ojos café
transparentes, bordeados de un maquillaje en negro, lo miraban con lascivia, con excitación, su ceño
fruncido mientras mordía el interior de su labio inferior por la parte derecha. No se diga la parte de su
cuerpo que tocaba con tanto cariño, con tanta delicadeza, sus labios mayores hinchados, apenas
brillosos por sus jugos, pues al no ser muy carnosos ni envolventes, sus jugos tendían a salirse fácilmente,
lo que enloquecía a la testosterona ahí presente. Introdujo su dedo, pausadamente, acariciando sus
adentros como lo hacía cuando no podía estar con Phillip por razones temperamentales, que eran los
cuatro días que dormía con Emma, pero que utilizaba la ducha nocturna para darse placer, y así, junto
con su tampón, dormir plácidamente al lado de Emma. Y acariciándose, o frotándose, suavemente su
GSpot, dejó salir un gemido liberador junto con su orgasmo, que la intensidad se creaba al compás del
frote de Natasha en su clítoris, para alargarlo.

- ¿Cumplí tus expectativas?- sonrió, todavía un poco agitada por su orgasmo, Phillip, en estado mudo,
asintió lentamente. – Sabes…- se acercó a él con su espalda. – Tienes un pene tan lindo…- sonrió,
tomando aquella erección en sus manos, sólo atrapándolo en ambas manos. – Tan lindo que me dan
ganas de comérmelo a besos

- No sé cuánto tiempo aguante- balbuceó, sintiendo que Natasha cerraba un poco más sus manos.
- ¿Quieres que me lo coma? ¿Lo quieres aquí enmedio?- susurró, poniendo su mano entre sus senos. –
Or… do you want to fuck me?

- Get on four- le susurró con una sonrisa y Natasha, creyendo que iba a sacarle los ojos de la magnitud
de aquella violación, obedeció con una sonrisa, le encantaba cuando Phillip le decía qué hacer.

- Oh my God- suspiró al sentir la lengua de Phillip entre sus glúteos. Era una sensación extraña, pero
sabrosa, le gustaba, y supo por qué no había dejado que Enzo lo hiciera, porque no era suyo, y dejó caer
su rostro sobre la cama, rindiéndose ante la sensación, la barba suave de Phillip rozándole su trasero, la
lengua que era rígida y se paseaba verticalmente por su agujerito, que se fueran al carajo las normas
sexuales “normales”, eso se sentía demasiado bien.

- ¿Te gustó?- suspiró, irguiéndose y alcanzando el típico y molesto condón, para ambos, para colocárselo
sin que Natasha lo viera, pues simplemente no le gustaba.

- Para ser la primera vez… creo que me mojé muchísimo más

- Primera vez para ambos entonces- y rozó su miembro contra el interior de los labios mayores de
Natasha, para lubricarlo, para luego meterlo lentamente. Phillip nunca había contemplado la idea,
menos con Natasha, a quien tanto respetaba, pero es que veía hermoso hasta su agujerito rosado, y,
como sabía lo pulcra que era Natasha, se había decidido a probarlo, y no supo qué le había gustado más,
si la combinación de el calor, el sabor y la textura, o lo que había provocado en Natasha, o la combinación
de ambas cosas. Y empezó a penetrarla, tal y como a Natasha le gustaba, el consenso del placer, que era
rápido para Phillip pero suave para Natasha, el punto perfecto y, viendo aquella espalda, con los
omóplatos saltados por estarse deteniendo de la cama, con el cabello a lo California Invertido, es decir
rubio de la raíz, difuminándose a castaño hacia las puntas, y su trasero, que se movía agraciadamente
con cada embestida, Phillip no pudo contenerse al agujerito, era mágico, y lubricó su pulgar para
acariciarlo con él. – You’re so perfect…- gruñó, acariciando el agujerito circularmente mientras la
penetraba, Natasha se autoestimulaba, tanto de sus pezones, con su mano izquierda, como de su clítoris
con su mano derecha. Y empujó lentamente su pulgar dentro de Natasha, sintiendo que lo estrujaba,
que ponía un poco de resistencia.
- Más… más…- gemía Natasha, diciéndole “más rápido, más duro, más adentro”. Y Phillip enterró
completamente su dedo en el agujerito, Natasha gemía de placer, gemía doble si dibujaba círculos
dentro suyo, y le gustaba, Dios mío que sí le gustaba, tanto que se corrió, se corrió tan fuerte que Phillip,
entre los espasmos vaginales de Natasha, se corrió dentro de ella, con la barrera del látex por supuesto.
Se salió de Natasha, tomándola delicadamente por la cintura para traerla junto a él. – Lo disfruté
muchísimo- jadeó, tomando el miembro de Phillip para deslizarle el condón hacia afuera.

- Yo lo haré- dijo, evitando que ella lo anudara y lo botara.

- Es lo menos que puedo hacer por ti, mi guapísimo Semental- sonrió, deslizándolo hacia afuera y
tomándolo entre sus dedos mientras se levantaba de la cama y se dirigía hacia el baño. – Hey… I wanna
ask you something…- murmuró, acostándose a su lado bajo las sábanas, acomodándose entre sus brazos.

- Las preguntas que quieras

- ¿Qué piensas de tener hijos?

- Oh… bueno…- resopló, quedó pensativo un momento, en un sonido gutural del génesis de la tierra. –
Siempre y cuando salgan de ti, ¿por qué no?

- ¿Cuántos quieres?

- Los que tú quieras tener… porque sé que ahorita puedes pensar que quieres tener diez, porque sé que
te gustan los niños, no creas que no te he visto jugar con Leni, o con Henry cuando los llevan a
Lifetime…pero creo que, después de unos cuantos ya el cuerpo no te rinde para más
- Pues, mi amor, yo quiero dos o tres… porque no me gusta ser hija única

- ¿Por qué no? Tienes la atención absoluta de tus papás, no tienes que pelear con alguien que te acusa
de algo que no hiciste…

- Y te sientes solo… aunque Adrienne no lo acepte, se le nota que te adora… yo aprendí a adorar a Greg,
porque era el primo mayor, del lado de mi mamá, claro, y era popular… pero nunca tuve que compartir,
ni cosas así

- La razón de por qué no quieres compartir a Emma- rió, haciéndole cosquillas a Natasha.

- Si la comparto, no seas grosero- gimió entre risas.

Sophia no se sentía mal, pero, por alguna razón, todavía no terminaba de sentirse bien. No esperaba que
la gente de la estudio la incluyeran de inmediato, pues, Emma sí lo hizo, pero en un sentido laboral, en
un sentido personal no, era la barrera que Emma había construido entre ellas, y Sophia no sabía cómo o
qué hacer para que no le doliera esa cercanía tan distante, que era entendible, pues el hecho de que ella
estuviera interesada en Emma, no significaba que hubiera reciprocidad. Y, tras dos horas de estar dando
vueltas a la cama, pensando en qué estaría haciendo Emma, en cómo sería su vida fuera del trabajo:
quizás Emma trabajaba todo el fin de semana sin descanso, quizás salía con sus amigos, pero, a las tres
de la mañana, hora en la que Sophia estaba en su cama, intentando dormir, pero no pudiendo ante el
bombardeo mental de quién era Emma, se la imaginó yendo a la cama, sola. Todavía fue capaz de verla
desvestirse, mucha imaginación; frente a un espejo de cuerpo entero, desabotonando su camisa negra,
botón a botón, con una mirada ya cansada, invadida de sueño, retirándola, dejándola caer sobre el suelo,
y se imaginaba aquella estructura de su torso, hombros cuadrados pero femeninos, no de tenista, con
las clavículas saltadas, con la cadena que llevaba ese día; fina, con un pendiente de una bolita estática,
y un abdomen plano, quizás tenía un arete, quizás no, pero se la imaginó en un sostén negro. Y se
desabrochaba su pantalón blanco, dejándolo caer sobre el suelo, saliéndose a pasos de él, quedando
sólo en su sostén y en su tanga, porque usaba tangas; se la había visto a través del pantalón en cuanto
se había agachado, pero no pudo distinguir el color, por lo que creyó que era negra también, o nude.
Y cuando menos sintió tenía su mano adentro de su pantalón de pijama, imaginándose a Emma quitarse
lentamente su sostén, liberando sus senos, ¿cómo serían sus pezones? Juzgando por el color de sus
labios, debían ser rosado pálido, un poco más oscuros que los suyos, o café muy pálido, quizás no muy
pequeños, pero, “¿Por qué los quiero tanto?”, y sacudía la cabeza para volver a su imaginación, que era
cuando Emma tomaba su tanga por los elásticos de la cadera y lentamente la deslizaba hacia abajo, y
gimió, algo que era nuevo para ella, y volvió a gemir en cuanto se imaginó a Emma verse en el espejo,
pero su imaginación la traicionó, pues vistió a Emma en algo que lograba tapar cada milímetro de su piel,
hasta abrió los ojos y se dio cuenta de que se estaba masturbando, pensando en Emma, y casi muere de
la vergüenza, pues nunca se había masturbado pensando en alguien, no así. Y se sentó de golpe sobre la
cama, poniéndose de pie para salir a su diminuta terraza para devorar tres cigarrillos, para calmarse, uno
tras otro, viendo la oscuridad neoyorquina, concentrándose en no pensar en Emma, pero no podía, pues,
viendo al Hudson, las palabras de Emma le sonaban una y otra vez en su cabeza: “Relaja ver agua”. ¿Qué
tenía su voz que no podía encontrarle un defecto? ¿Era la seguridad con la que hablaba? ¿Era la manera
en cómo gesticulaba y pronunciaba las palabras? ¿La manera en cómo utilizaba su boca como medio
para expresar más allá que una palabra? ¿Era cómo mordía su labio inferior por el lado izquierdo cuando
trazaba una línea recta muy larga? ¿Era cuando sonreía? ¿Las pocas veces que sonreía? ¿O los momentos
en los que sonreía? ¿Era la manera en cómo se paraba: sus piernas estiradas, la izquierda siempre de
apoyo, recto, a noventa grados sobre el suelo, su pie derecho apenas apoyado sobre el suelo, formando
un ángulo de treinta grados entre ambas piernas, y su mano izquierda a su cadera, a veces ponía la
derecha sobre la izquierda, erguida y con firmeza? ¿O era la manera en que gritaba por dentro lo que no
decía? Sí, tal vez eso era, el enigma de lo que era, de lo que escondía tras sus turbulentos ojos verdes,
de la fachada. Pero su cabello, en esas ondas rubias y castañas que se mezclaban sin temor. Y ese día, se
veía diez años menor de lo que era, pues llevaba su cabello partido por el costado izquierdo, apenas
había tomado su flequillo por el lado derecho con un Bobby Pin que habría jurado que estaba forrado
de listón negro.

Pero Emma no, Emma estaba dormida, totalmente muerta bajo sus sábanas, que la cubría de pies a
cabeza mientras abrazaba, bajo su cabeza, una almohada, y descansaba su rostro sobre su mejilla
izquierda, con su rodilla derecha flexionada; totalmente cómoda. Y soñaba lo que los últimos días
soñaba; que estaba sentada en una de las butacas del Radio City Music Hall, en aquellas butacas rojas,
ella sola en la parte superior, la parte baja también estaba vacía, sólo había dos o tres personas que veían
lo mismo que Emma: una mujer, de estatura media, piel morena, cabello rubio que no era nada natural,
Emma sabía quién era, y escuchaba su voz, cerraba los ojos para tomar ese glorioso momento,
literalmente música para sus oídos, y era porque se había dormido con la música encendida, con “My
Kind Of Love” en el fondo, y soñaba eso, sólo disfrutando de la música, del ensayo, la prueba de sonido,
o como aquello se llamara, y sentía una mano rodear su cuello, suave y cariñosamente, como si no
quisieran asustarla o interrumpir su momento, la mano la tomaba por el hombro derecho, y tenía miedo
de abrir los ojos porque no quería saber quién era, porque sabía que era un sueño, como cosa extraña,
y sabía que si no abría los ojos nada pasaría, pero sintió una segunda mano tomarle su hombro izquierdo,
y masajeaba sus hombros, suave y pacientemente, no eran las manos a las que le temía y, poco a poco,
abrió los ojos, en el sueño, y vio a Sophia, sonriéndole entre ese par de camanances mientras le
acariciaba sus hombros. Emma se hizo hacia atrás, para saludarla, y Sophia se acercó a ella, pues estaba
sentada en la butaca de atrás. Y, aún sabiendo que era un sueño, y sabiendo que era porque sabía que
era un sueño, la tomó por su cabeza con su mano, acercándola lentamente a su rostro, y la besó, lenta
y apasionadamente, liberando vapor, liberando esas intensas ganas que tenía, saboreando la suavidad
de sus labios, succionando suavemente su labio inferior mientras la tomaba gentilmente del cuello. Y el
beso fue dulce, que Emma no quería que se detuviera, sólo quería mantener sus labios en los de Sophia.
Se despertó de golpe, abriendo sus ojos, escuchando que “I Kissed A Girl”, pero en versión acústica,
sonaba en el fondo, y se rió, pues le atribuyó aquel sueño a la canción, qué coincidencia.

Aplaudió una vez, que era lo que daba espacio a un comando y dijo: “Playlist: Classic: Prokofiev”, y
empezaron los trombones y las tubas junto con las violas, los cellos y los violines, Emma respiró hondo,
inhalando aquella composición tan maestra, que no era alegre, ni relajante, sino que inspiraba tensión,
y hasta un poco de terror y desesperación, pues básicamente así le gustaban, no las alegres, no el Lago
de los Cisnes, porque se escuchaba a dulces y a rosado, sino “Suffocate”, “Tristesse”, “Requiem”; de
preferencia “Introitus”, “Lacrimosa Dies Illa” y “Dies Irae”, hasta le gustaba la Marcha Funeral de Chopin,
o la Séptima Sinfonía de Beethoven, el Segundo Movimiento para ser precisa, y no se diga un poco de
Orff y su “Carmina Burana: O Fortuna”. Se puso de pie, vio la hora, apenas las tres y media de la
madrugada, y, ¿qué hacer? Pues no iba a volver a dormir, eso ya lo sabía, hasta mucho había dormido,
cuatro horas era demasiado para los últimos días. Se metió en su típico sostén deportivo, un Supernova
negro, pues tenía uno en cada color, y se volvió a meter en su camiseta negra, se deslizó un par de
calcetines y se metió en sus zapatillas tennis, se hizo un moño alto y fijo, se lavó los dientes, tomó sus
botellas de agua, una fría y una con agua tibia, y se dirigió, con su iPod y sus llaves, apagando la música,
hacia el octavo piso, en donde había un gimnasio, pues, a las tres de la madrugada, ¿quién estaría
utilizando la banda sin fin? Y llegó, directamente a la banda, primero a caminar, en nivel uno, nivel dos,
a marchar, en nivel tres, nivel cuatro, a trotar en nivel cinco, correr en nivel seis, hasta alcanzar el nivel
siete tras una hora, y media hora de nivel siete, hasta que la camisa la tuviera sudada completamente,
que el iPod llegara al punto de terminar la lista de música clásica para pasarse al pop, rock, y demás;
“Silhouettes” en ese caso.

Subió nuevamente a su apartamento, a comer su desayuno sabatino: dos pancakes con miel de maple,
un huevo revuelto con jamón de pavo y una mimosa mediterránea; en vez de jugo de naranja era jugo
de durazno. No era de todos los sábados, sólo cuando necesitaba matar el tiempo, y, sabiendo que no
iba a poder dormir, pues a las ocho tenía la cita con Alastor, que no sabía si ir o no ir, más porque le
cobraría doscientos dólares por la media hora, y, normalmente, un psicólogo tomaba una hora, por lo
que eran cuatrocientos dólares seguros, se devoró su creación culinaria en la barra del desayunador en
compañía de un poco de George Michael, para cambiar el ambiente de música clásica, y la edición de
Vogue USA de octubre para luego ducharse e irse.

*
- Increíble- sonrió Irene al abrir la puerta. – Estás… - y se lanzó en un abrazo, sin encontrar una palabra
que describiera lo que quería decir.

- Gracias, Nene- sonrió, correspondiéndole el abrazo, un poco asfixiada por el abrazo. - ¿Estás lista ya?-
murmuró, despegándose de Irene para verla. Ella asintió. – Estás guapísima, Nene- sonrió, acariciándole
los antebrazos a su hermana menor.

- No más que la novia- rió. – Y me refiero a ti, no a Emma- “Eso es porque no la has visto” pensó Sophia
con una carcajada interna mientras asentía para traducir el “gracias”.

- ¿Y mamá?

- En el baño

- Nene…si quieres baja, Emma ya está ahí, Phillip y Natasha también…- Irene asintió. – Mamá y yo
bajamos en un segundo- y entró a la habitación mientras Irene tomaba la cámara digital, que ya había
tenido la advertencia mundial de “ni facebook, ni twitter, ni instagram, ni ninguna red social”, y salió de
la habitación en sus Stilettos, que le costaba caminar en ellos pero no habría otra ocasión tan cercana o
tan importante como para hacerlo, más por ser amante de las zapatillas deportivas y las flip flops, la
culpa era del tennis, según ella.

- Pia- sonrió Camilla al abrir la puerta del baño y verla cómodamente sentada, recostada sobre el
respaldo del sofá, con su pierna derecha sobre la rodilla izquierda. – Estás preciosa, hija- le dio un beso
en la cabeza, cuidando de no desarreglarla.

- Tú también estás muy guapa, mamá…- sonrió, ofreciéndole asiento frente a ella. - ¿Algo que me quieras
decir?
- ¿Algo como qué?

- No sé, alguna charla, o sermón, o lo que sea…

- A estas alturas de tu vida, creo que un sermón, sobre lo que sea, es un poco inútil- sonrió cariñosamente
para Sophia. – Nunca quisiste un sermón… ¿quieres que te lo de ahora?- Sophia asintió. Camilla se puso
de pie y buscó algo en su bolso, sacó dos sobres. – Este- dijo, alcanzándole un diminuto sobre. – Es tu
regalo de bodas

- Mamá, dijimos que no queríamos regalos- sonrió, tomando el sobre en su mano.

- No es nada- sonrió. – Y… este- dijo, alcanzándole un sobre más grande. – Es un sermón… que no puedes
leer hasta después de la boda

- ¿Cómo? ¿Me vas a dejar con el hígado curioso?- murmuró, notando que había algo sólido dentro del
sobre. Camilla asintió. - ¿Emma te obligó a esto?

- Emma te ama, Sophia… y quiere que todos seamos parte de eso, que no se quede en que fuimos sólo
invitados

- ¿Todos? ¿En qué los ha metido ahora?- rió, pero Camilla se encogió de hombros. – Como sea… ¿algo
que quieras decir?

- Ya dije todo lo que tenía que decir


- ¿Segura?

- ¿Hay algo en especial que quieres que te diga?

- No lo sé, eres la mamá de la novia… ¿no se supone que tienes que decirme algo?

- ¿Algo como qué?

- Yo no sé, tú eres la que lo tienes que decir

- Uhm…está bien…- se quedó pensativa por un momento, viendo a Sophia a los ojos. - ¿Tienes buen
sexo?- y lo hizo porque quería incomodar a Sophia, porque no tenía nada que decirle, todo lo decía en
su sermón sellado.

- ¡Ay, mira la hora!- resopló Sophia, viéndose la muñeca equivocada, pues en la muñeca derecha no tenía
su DateJust Special Edition en oro blanco y diamantes.

- Tú querías un tema incómodo, yo te lo estoy dando

- ¿Quieres que discuta mi vida sexual contigo?- siseó incrédulamente aquella rubia Afrodita. Lo que
hubiera dado Afrodita por verse así.

- Llega un momento, en todo matrimonio, en el que el sexo es prácticamente lo único que te mantiene
en cierta sintonía… y ustedes, por lo que sé, no van a tener hijos… ¿tienes buen sexo?
- No, me he estado guardando para este día- Camilla la vio con escepticismo. – Me da nervios pensar en
lo distinto que es el sexo con otra mujer… ¿te imaginas? ¿Te imaginas cómo será mi noche de bodas?-
Sophia se merecía un premio por tal actuación, pues el descaro con el que hablaba sobre aquel-alguna-
vez-tema-tabú, la falsa indignación, era digna de aplaudir. - ¿Te imaginas a dos mujeres desnudas
pretendiendo hacer lo que hacen un hombre y una mujer en la cama?- la mirada de Camilla simplemente
se abría cada vez más, una mirada de desconcierto y confusión. – Yo tampoco puedo imaginarme eso,
porque es distinto, mamá… y eso es todo lo que tienes que saber sobre mi vida sexual, ¿o quieres que
te cuente lo que hacemos por las noches? ¿O a veces por las mañanas, antes de ir a trabajar?

- ¡Ya, ya, ya! ¡No estoy oyendo nada!- elevó su voz, tapándose los oídos.

- Hay placeres que deberías explorar, Ca- sonrió, haciendo una descarada referencia, en tono y en
expresión, a Volterra. - ¿Quién es la incómoda ahora?- levantó su ceja derecha y sonrió del lado.

- Creo que sí es hora de que bajemos, Sophia- balbuceó entre sus mejillas sonrojadas, poniéndose de
pie.

Sábado trece de octubre de dos mil doce. Emma por fin regresaba a casa, había salido a las siete y media
de la mañana hacia el consultorio de Alastor, en su look de sábado; un super skinny jeans de YSL, suéter
de patrón de leopardo, Peacoat corto y azul de otoño y en sus Pitou Louboutin, nada que un bolso Chanel
color crema no pudiera hacer funcionar, pero Alastor, quizás no había sido una pérdida de tiempo, pero
entendía por qué tenía tanta clientela con traumas, pues ella se imaginaba a un anciano, casi de bastón,
de esos que irradiaban psicología, pero no, era un Brendan Frasier de la época de “George Of The Jungle”,
un poco bohemio, con ese bronceado que a Emma se le encendió su “gaydar”, que la hizo comprender
por qué era tan caro, si era un deleite visual, para todas quizás, pero Emma sólo reconoció que estaba
guapo y simplemente le contó lo que quería contarle.

- Tomémoslo despacio, ¿quiere?- sonrió, indicándole que se sentara. – Las pesadillas, Señorita Pavlovic,
¿cuán frecuentes son?
- Depende, hay veces en las que son todos los días y por un período generoso, como de una semana, o
dos, pero a veces son pocos días, y me despierto, para volverme a dormir y seguir con la pesadilla o
empezarla de nuevo

- ¿Tiene usted un buen ambiente laboral?

- El mejor

- ¿Un ambiente personal?- Emma ladeó su cabeza en desentendimiento. – Pues, en su casa

- Vivo sola, supongo que sí

- ¿Y en su vida personal?- Emma ladeó nuevamente su cabeza pero hacia el otro lado. - Sus amigos, su
familia, su vida amorosa

- Con mis amigos estoy bien, tengo pocos pero buenos amigos, con mi familia estoy como siempre, y
vida amorosa no tengo

- ¿Por qué tiene pocos amigos?

- No soy muy sociable

- Explíquese, por favor


- Pues, usted dígame…- rió. – No me gusta mezclarme con cualquiera, soy muy selectiva con mis
amistades… llámele altanería o arrogancia, pero no me interesa ser amiga de medio mundo

- ¿Alguna razón en especial?

- Prefiero tener pocos a tener miles que no sean mis verdaderos amigos, por muy trillado que eso suene,
supongo

- ¿Y su familia?

- Disfuncional; papás divorciados, mi hermano mayor vive con mi padre, o algo así, mi hermana se casó
hace cuatro años, o tres, y no vive en casa, y mi mamá, vive en el extranjero

- ¿Por qué la diferencia para referirse a su papá? ¿Padre y mamá? – Emma se encogió de hombros, era
la primera vez que lo hacía y la única vez que lo hizo en toda su vida, lo hizo sin intención alguna,
simplemente salió. – No necesita decirme que hay cierto distanciamiento entre usted y su papá

- No hablamos, si es eso lo que quiere saber…

- ¿Alguna razón en especial?- preguntó de nuevo.

- Agresión- dijo con una sonrisa mientras exhalaba. Una sonrisa falsa, de incomodidad. - Y sé que mis
pesadillas tienen que ver con él, y que sólo aparecen cuando me acuerdo de él… lo que yo quiero es
dormir bien, dormir más de tres horas seguidas, o más de cinco en total

- ¿Últimamente tiene esas pesadillas?- Emma tambaleó la cabeza. - ¿Las tenía y terminaron o no han
empezado o las tiene desde hace varios días?
- Desde finales de septiembre hasta lunes, martes por la madrugada se puede decir

- ¿Es normal eso?

- No lo sé, vienen y van, no son constantes…

- ¿Sueña otras cosas?

- Bueno…- resopló.

- Dígame, Señorita Pavlovic, pierda la vergüenza

- No me acuerdo bien de lo que soñé los últimos días, sólo sé que fue diferente…

- ¿Algún tipo de sueño en especial?- preguntó, entre lazando sus dedos y viéndola sonrojarse. – Si lo
tuviera que poner en una categoría cinematográfica, ¿en qué categoría lo pondría?

- Entre comedia romántica y romance

- La pornografía también es un género, Señorita Pavlovic- sonrió aquel hombre, al que Emma
simplemente le quiso arrancar la cabeza en ese momento, ¿qué le importaba al pervertido ese si tenía
sueños “mojados”?
- No creo que haya tenido uno de esos- dijo a secas un tanto a la defensiva.

- No necesariamente tiene que haber explícitamente una relación sexual, o un roce sexual en el sueño,
lo que tenga una respuesta fisiológica en usted, eso es lo que cuenta

- Bueno… supongo que sí, ahora en la madrugada

- ¿Alguna persona en especial?- Emma se ruborizó como nunca antes en su vida. - ¿Es una fantasía o es
una realidad? Digo, ¿es una persona que usted conoce o es una fantasía sexual?

- La conozco

- Señorita Pavlovic, hay cosas que nosotros mismos sabemos y no queremos aceptar, y en este momento
usted está en completa negación de lo que quiere, ¿de qué tiene miedo? ¿De que no le corresponda?

- Yo no quiero nada con esa persona- frunció su ceño. “I don’t?”.

- Usted verá, Señorita Pavlovic, un sueño de ese tipo, suele suceder más cuando no tenemos a la persona
con la que queremos estar, tendemos a querer lo que no tenemos; por eso resulta fácil, porque no hay
una conexión sentimental, el respeto no es tan grande como cuando tenemos esa conexión… nos
convertimos en lo que quisiéramos ser porque sabemos que no podemos lastimar a esa persona

- Yo sólo quiero que me diga qué hacer para dormir mejor, o cómo dormirme nuevamente- sonrió,
intentando cortar el tema antes de que empezara la segunda media hora.

- ¿No debería haber ido a un neurólogo para eso?- sonrió sarcásticamente el hombre.
- No lo sé, usted dígame- sonrió en respuesta Emma, poniéndose de pie.- No soy una persona a la que le
excitan las medicinas, o los doctores, o los exámenes médicos…

- Usualmente, cuando despertamos de una pesadilla, estamos llenos de tensión aunque no lo parezca,
y, el error que comete la mayoría de personas es que se levanta, por un vaso con agua, o al baño, a lo
que sea, no se levante, pierda la tensión sin levantarse de la cama, relájese e intente dormir… hay un
método, que no sé si le va a servir: imagínese un pizarrón blanco, y tiene dos marcadores, uno azul y uno
rojo, con el azul dibuje un círculo grande, con el rojo un noventa y nueve, y luego bórrelo sin borrar el
círculo, y escriba el noventa y ocho, y así sucesivamente…

- Bien, lo pondré en práctica- sonrió. – Muchísimas gracias- le alcanzó la mano.

- ¿Cita el otro sábado a la misma hora?

- Ya lo veremos- guiñó su ojo mientras le estrechaba la mano. – Ha sido de gran ayuda- salió del
consultorio, pero sólo para hacer cita para el miércoles de la semana entrante, no para el sábado.

Y salió de ahí, justo para ir a cortarse el cabello, como cada quince días, que ya le estaba empezando a
dar pereza, por lo que decidió, con ayuda de su asesor de imagen, Oskar, parte de lo que le había
aprendido a Natasha: nada mejor que tener un asesor de imagen, no para que asesoraran, sino para que
uno sólo llegue y él busque, comprar en Bergdorf’s sin mover un dedo, o pocos, que debía cortarse el
cabello una vez al mes nada más, quizás hasta una vez cada dos meses, pues Emma no se maltrataba el
cabello con una plancha o con una secadora, y, luego de un corte de cabello, “mani y pedi”, lo usual, ,
almorzó en el Plaza, se dedicó a repasar cada tienda de la Quinta Avenida, sólo para liberar vapor de la
olla de presión, y terminó con dos bolsos nuevos, un par de pantalones, un vestido casual, un abrigo y
cuatro pares de zapatos; entre Vivienne Westwood, Christian Louboutin y Lanvin. Y concluyó su día al
cenar, tras haber dejado las bolsas en su apartamento, en Moralda, el mejor lugar que conocía para
comerse un Philly Cheese Steak. Regresó a su apartamento, a guardar sus compras y, con una pinta de
Peach Cobbler de Ben & Jerry’s y uno que otro cigarrillo, se pasó la mayor parte de la tarde y noche en
el balcón de la habitación del piano, escuchando su música vergonzosa; desde Jennifer Lopez hasta Nicki
Minaj, desde LMFAO hasta Britney Spears, que disfrutaba en el silencio provocado, aislado por sus
audífonos mientras jugaba Angry Birds, porque simplemente le daba la gana de no hacer nada, porque
podía, y era porque necesitaba el tiempo para pensar en lo que el Psicólogo Bohemio le había dicho
sobre Sophia, pues no era primer sueño que tenía, pero sólo en el último le había visto la cara, en los
anteriores se sentía a ella, y por eso la había besado con tantas ganas en ese sueño. Así como Emma lo
veía, sólo tenía dos opciones, dos puntos: opción uno, extrapolar su sueño a su realidad, explorarlo
dentro de su vida diaria con Sophia, ¿sería que realmente quería besarla? U opción dos, quitarse las
ganas en cuanto a Sophia al entrar en un estado de negligencia aprendida.

- Hey- saludó a través del teléfono, con una voz baja.

- Hola, amor, ¿cómo estás?- sonrió Emma, volviendo a sus Angry Birds.

- Muy bien, ¿y tú?

- Bien, también…

- ¿Qué haces?

- Pues, nada, estoy en el balcón, con una cobija, con helado y música, ¿y tú?

- Estoy frente a tu puerta… se me olvidó llamarte antes- rió vergonzosamente, pues sabía que Emma
odiaba las visitas espontáneas.

- Espera, te abro- rió nasalmente, apagando el cigarrillo y poniéndose de pie para hacerse camino hacia
la puerta principal. – Qué hermosa sorpresa- sonrió, viendo a Natasha en su abrigo azul pero en ropa de
Phillip.
- Can I crash your place?- Emma la vio escépticamente. – I brought Tequila- sonrió, sacando una botella
de su bolso.

- Pasa adelante, por favor- rió haciendo énfasis en el “por favor”, como si ella también necesitara esa
botella de tequila. -¿Pasó algo con Phillip?

- No, ¿por qué?

- Creí que te quedarías todo el fin de semana con él…

- Y yo creí que el pan engordaba más en la mañana- sonrió, quitándose su abrigo y guardándolo en el
closet de la entrada.

- El pan es pan, engorda a toda hora, pero es rico, so I don’t give a single fuck

- You don’t give a fuck about anything, don’t you?

- I care… but only for things that are worth it- sonrió, caminando hacia la cocina para sacar un cuchillo,
para cortar las limas.

- ¿Y qué es lo que vale la pena?- murmuró, sacando sal para ponerla en un recipiente.

- Tú, Phillip, el Popurrí, mi mamá, extrañamente mi hermana también…

- ¿Y tú? ¿No te importas?


- Particularmente no me importo, pero me gusta importar, ¿a quién no?- “Qué plática más profunda”.

- A mí me importan mis papás, mi trabajo…Phillip y tú, son las cuatro cosas por las que realmente me
preocupo- abrió la botella de tequila, pero se dio cuenta que no había sacado los copitos.

- Mi trabajo…sí, también me importa mi trabajo- rió, sacudiendo suavemente su cabeza.

- ¿Qué te importa del trabajo? ¿La profesión, el ambiente, la imagen, la paga?

- Me importa rendirle honores a la profesión que, con eso, mantengo la imagen… la paga me da igual,
no me quejo, definitivamente no me quejo… el ambiente de trabajo me importa tanto como para preferir
trabajar sola

- O con la Intrusa- rió, no dándose cuenta que implicaba lo que no quería implicar.

- Se llama Sophia…- la corrigió, como todas las veces que Natasha se refería a ella. – Y con ella es
diferente, antes de que preguntes, no es un avance pero tampoco es un obstáculo, no me muero por
trabajar con ella, pero no me molesta hacerlo, supongo…

- Bueno, entonces… brindemos por…- murmuró, alargando la última palabra mientras servía quizás dos
onzas en cada copito. – Porque nos importa lo que nos importa y porque no nos importa lo demás-
sonrió, hundiendo su gajo de lima en la sal, imitando a Emma, y chocaron los copitos, lamieron la sal,
bebieron el tequila y mordieron el gajo de lima.

- So… what’s up with the whole tequila thing?- preguntó, sin hacer ninguna expresión de dolor esofágico
luego del tequila.
- Supuse que podíamos emborracharnos, ¿no quieres?

- Tiene que haber una razón, ¿no?- sonrió Emma sirviendo tequila en los copitos.

- Tengo un problema…- Emma la volvió a ver mientras le alcanzaba otro gajo de lima, preguntándole con
la mirada. – No sé cómo describirlo…

- Pues, tal vez con un poco más de tequila se te afloje el cerebro y después la lengua- sonrió, hundiendo
su gajo en la sal para repetir el proceso. – Por la solución de tus problemas, amor- guiñó su ojo y bebió
el tequila. – Está riquísimo…- suspiró con una sonrisa, sirviendo un poco más.

- Son…quizás once o doce shots cada una, ¿no?- Emma asintió, partiendo otra lima, que no era que los
gajos se habían acabado, es sólo que pensó que, tras otros nueve o diez shots más, no tendría la habilidad
de cortar la lima sino de amputarse la mano. – A veces te envidio

- ¿Por qué?

- Porque todo te importa un carajo

- Creí que ya habíamos establecido que hay cosas que si me importan- rió nasalmente, tomando la
tercera lima para cortarla.

- Tú te importas un carajo… eso es envidiable


- O sea… no me puedo tomar muy en serio, sino no avanzo… me importa lo que la gente piense de mí,
¿a quién no? Y trabajo mucho en no tomármelo en serio, porque a veces pienso demasiado las cosas, y
es cuando no logro avanzar… es raro, porque puedo tomar una decisión grande, como venir a vivir aquí,
sin conocer a nadie, choque cultural al máximo, trabajo nuevo… pero no logro tomar una decisión tan
pequeña como en dónde poner esa escultura- rió, apuntando a una escultura de una mujer desnuda. –
No sé si clavarla a la pared, porque es demasiado pesada, o diseñarle un tipo pedestal para ponerla sobre
él, o simplemente deshacerme de ella

- Creo que entonces sí te importas, y mucho… ya no te envidio- rió, chocando suavemente su copito
contra el de Emma, y, con el ritual, el tequila para adentro. – Si no te tomaras en serio, no hubieras huido
de Roma

- En realidad, mis planes eran muy concretos… quería examinarme, al fin, para diseño de modas… pero
no lo hice

- ¿Estudiaste diseño de modas o querías estudiarlo?

- Es raro que nunca te haya contado esto- rió, sirviendo más tequila. – Lo estudié pero no lo examiné,
eran demasiados exámenes en Diseño de Interiores, los prácticos eran pesadísimos… y decidí posponer
los exámenes de la otra carrera por un semestre, que nunca llegué a hacer porque me vine

- El gusto es adquirido, estudiado y agregado, ¿no?- Emma asintió con una sonrisa. – Sólo los exámenes
te hacen falta, ¿por qué no lo absuelves?

- Tendría que volver a cursarlo, el año entero para tener derecho a examinarme, sólo lo puedes posponer
por cuatro semestres, y ahora no me apetece ni puedo ir a Milán – sirvió otro tequila, y aplaudió para
que la música empezara a salir de los parlantes de la sala de estar y de la cocina, aplaudió de nuevo para
abrir el comando. – All songs, random- y salió “Killing Me Softly” de The Fugees. – Como te decía, antes,
cuando no tenía un trabajo, me gustaba estudiar, hubiera pasado toda mi vida estudiando todos los tipos
de diseños y arquitecturas que existen, hasta hubiera experimentado con la ingeniería… pero porque me
sobraba el tiempo, pero una vez empecé a trabajar, never in my life vuelvo a estudiar… siempre estoy
estudiando, pero no desde cero, sólo ampliando lo que le dicen “el conocimiento”- rió, levantando su
copito.

- Por la hagaranería- rió Natasha, tomando su tequila y golpeándolo contra el granito de la barra.

- Haraganería- rió Emma a carcajadas, sirviendo más.

- Suele suceder que el de habla materna habla peor que el de habla aprendida- dijo, falsamente
resentida.

- No es que se me olvide el italiano, pero a veces escribo un poco mal- rió, tratando de suavizar el
momento.

- Je ne sais pas, ma Chérie…- llenó de sal otro gajo de lima y levantó su copito. – Pour ne pas parler
correctement

- Salut- murmuró Emma, lamiendo la sal de su gajo, deslizando el tequila por su esófago, ya sintiendo
que le quemaba, pero qué sensación más rica y mordió la lima. – Tu sais, le français n’est pas sexy

- Creí que era la única que creía eso- rió, sirviendo más, llegando casi a la mitad de la botella. – Es el
portugués

- Es sexy, pero no es salaz como el italiano

- Amen to that, sister- levantó el copito, y Emma, a diferencia de Natasha, lo bebió puro. – El portugués
es seductor
- Un baile sensual, sí…- gruñó Natasha pero en un sentido sensual y juguetón. – Pero el italiano es sexo,
apasionado e intenso, con sudor, gemidos, ¡uf!- Emma sonrió y levantó su copito, llevándoselo a sus
labios, igual que Natasha, sin sal y sin lima.

- No entiendo cómo puedes estar así todo el tiempo- rió Emma, limpiando los restos de tequila que se
había derramado sobre su barbilla.

- ¿Así cómo?- preguntó, sólo para provocar la respuesta, pues sabía que Emma tenía, el noventa por
ciento del tiempo, demasiado pudor encima como para hablar de sexo.

- Así como con ganas

- ¿Con ganas de qué?

- Ay…tú sabes- dijo, notándosele la inmensa incomodidad, sirviéndose más, pero sólo para ella, obviando
el copito de Natasha, y lo llevó a sus labios al ver que Natasha se negaba con la cabeza. – Así…- gimió en
su tono de desesperación, sintiendo ese calor recorrerle las venas, y esa anestesia general que reinaba
en su cabeza. – Con esas ganas de tú sabes- y sirvió más tequila, esta vez sí en los dos copitos.

- ¿De coger?

- ¡Ay!- gimió, llevando sus manos a su pecho, como si la palabra le doliera. – No le llames así- rió
infantilmente, con todo el pudor del mundo, pues a pesar de que había utilizado la misma palabra con
Alfred, había sido porque ese era el lenguaje de él, pero no era el suyo, y odiaba llamar así a esa acción.
- Perdón, me corrijo, y digo dos puntos: acto en el que se une un pene y una vagina, en penetración;
usualmente acompañado por sexo oral; felación y cunnilingus, en otros casos, entre parejas más
experimentadas y con más confianza, o en la pornografía, sexo anal, ¿qué te parece esa definición?-
Emma simplemente sacudió su espalda, pues se había puesto nerviosa. - ¿Qué? ¿Me vas a decir que
nunca te excitas y no hablas sucio?

- ¡Sh!- rió Emma, sumergida en la incomodidad del asunto.

- Oh, come on! Tus secretos están a salvo conmigo- sonrió, viendo a Emma empinarse la botella de 1800
y beber cuatro tragos seguidos, poniéndola de nuevo sobre la mesa, con una expresión facial de asco,
pues claro.

- A veces… no soy una persona muy sexual

- Eso es imposible, te acostabas con Fred

- Pues, sí… es bastante…”considerado”, por así decirlo, para el sexo oral- sonrió, no sabiendo de dónde
le había nacido decir algo así.

- Ah, ¿te gusta el sexo oral?- sonrió, levantando su ceja, sabiendo que ya había entrado al tema de
clavado, y que era muy poco probable que aquello terminara.

- ¿A quién no?- resopló, sirviendo más tequila en los copitos. – Es más, te confesaré que Fred ha sido el
único que me ha visto tan de cerca de por ahí

- ¿Nunca te habían dado sexo oral?- eso sí que era una noticia impactante para Natasha. Emma sacudió
la cabeza lentamente mientras llenaba otro gajo de lima con sal. – Pues, entonces, ahora que no estás
con Fred, en teoría, supongo, porque lo suyo es como la peor de las relaciones que he conocido… ¿qué
haces?

- Ocasionalmente me toco…

- ¿Ocasionalmente?- murmuró, llenando su gajo de lima en la sal también.

-Sí, allá a las… mil- susurró con la mirada al vacío, lo que le demostraba a Natasha que el
“ocasionalmente” era una vez cada nunca.

- “Ocasionalmente” suena a problema vaginal- rió.

- Sí, pues… no soy de las de grifo abierto, ¿sabes?- Natasha la vio con confusión, su mirada ya estaba un
tanto apagada, qué rápido efecto de tanto alcohol. – No me lubrico… ni fácil, ni mucho- y lamió la sal del
gajo, bebió el copito y mordió el gajo, sacudiendo su cabeza mientras exhalaba el fuego que aquella
bebida reposada le provocaba en su esófago.

- Entonces… ¿cómo haces? Porque ya me dijiste que te aburriste del vibrador que te regaló Julie…

- Me aburrí de él porque no me hacía nada…

- Ay, Arqui, su clítoris es de hacerse rogar entonces- rió Natasha, sirviendo los últimos dos copitos que
tenía la botella para ofrecer.

- Un poco… pero a veces logro lubricarme


- Emma, no digas “lubricarme”, por favor

- ¿Y cómo se dice?

- Mojar- dijo frescamente, levantando los brazos, como si quisiera decir “es que así se dice”.

- Ay, no… se oye muy… ordinario- susurró en indignación, ah, qué pudor, qué contradicción. Natasha
sólo le lanzó la mirada de “dilo”, y Emma respiró hondo. – Me cuesta mojarme, ¿de acuerdo?- Natasha
asintió lentamente con una sonrisa.

- Tienes que tener un plan de apoyo- rió, levantando sus cejas, sintiéndose ya un poco ajena a su propia
racionalidad, aunque Emma estaba peor, motivo de su sonrisa. – Como la pornografía- Emma se carcajeó
en su cara, Natasha no se explicaba por qué. – Comparte el chiste, ¿sí?

- ¿Sabes que una persona de cada cinco, que ven pornografía, es mujer?- Natasha se negó lentamente
con la cabeza. – No te voy a negar que alguna vez he visto… pero puedes revisar mi laptop, cero
pornografía

- ¿Y tu iPhone?

- ¿Puedes ver pornografía en el iPhone?- sonrió graciosamente, intentando no soltar la carcajada.

- Pero eso es algo que ya sabías… eres una malísima mentirosa

- Salud, hermana, porque soy una mala mentirosa- sonrió, levantando el último copito de tequila.
- Espera…

- ¿Qué?

- ¿Qué categorías te gustan?- sonrió pícaramente, tratando de hacer lo que Phillip le había dicho la noche
anterior.

- No sé ni un carajo de categorías

- Entonces, ¿debo suponer que te gustan los videos de sexo anal, sexo con maduras, interracial y
zoofilia?- Emma soltó la carcajada ebria del siglo.

- Está bien… uhm…- se quedó un momento pensativa, haciendo un breve recuento de los videos que
alguna vez había visto, y se dio cuenta de que no eran tan especiales, ni tan alarmantes, ni tan nada. –
Usualmente sólo veo la parte del cunnilingus

- Oh, ¿te gusta ver a la mujer recibiendo placer o al hombre dándolo?

- Yo qué sé… es mi parte favorita del sexo, ¿qué quieres que haga?- sonrió, levantando nuevamente el
copito para beberlo.

- Wait…- susurró Natasha. - Ya no puedo, voy a vomitar- sonrió, deteniéndose el estómago.

- You’re such a pussy- se bebió el suyo y, de ipso facto, bebió el de Natasha también. – Mañana voy a
tener una Señora Doña Resaca…- murmuró para sí misma, luego exhalando el calor que el tequila le
había dado. – Pregunta, ¿qué con la ropa de Phillip?- rió, acordándose que andaba en un pantalón
deportivo holgado, que definitivamente no era nada ella.
- Ah, es parte de mi problema

- ¿Me quieres contar sobre tu problema?- Natasha se quedó pensativa. – Vamos, yo te acabo de decir
que no me mojo y que veo pornografía…”porno”- se corrigió.- Para que estés más contenta con mi
lenguaje- sonrió.

- Tendría que quitarme el pantalón

- ¿Y cuándo ha sido eso un impedimento, Natasha?- rió ebriamente, tomando las limas en sus manos
para botarlas.

- Está bien, está bien…- suspiró. – Vamos al baño…- se puso de pie y tomó a Emma de la mano. – A lavarse
las manos- susurró, abriendo el grifo del lavamanos de Emma y colocándole un poco de jabón líquido en
las manos. – Bien lavadas- y la acompañó, entre imitándola y guiándola, pues Emma sí que estaba
borracha, hasta tenía los ojos rojos, seguramente no estaba de tan buen humor y por eso le había
afectado tanto y tan rápido. Natasha se secó las manos y le alcanzó la toalla a Emma, para que, cuando
Emma volviera a ver, viera a su mejor amiga bajarse los pantalones.

- Oh… entonces no era broma- rió. – Do you usually go regimental?

- What the fuck does that mean?- dijo, saliéndose del pantalón, quedando desnuda de la cadera hacia
abajo.

- Que no usas panties

- Ah, no, es parte del problema…


- A ver… ¿qué tienes?- sonrió un tanto burlonamente, pues, ¿qué podría tener como para andar así?
¿Herpes? – Natasha se acercó a los lavabos y, apoyándose de sus brazos, se impulsó hacia arriba para
sentarse entre ambos lavabos.

- Estoy un poco… lastimada- susurró, abriendo sus piernas, no en ese sentido, pero sí para Emma. – Look

- ¿Tú pretendes que yo vea tu aparato reproductor?- murmuró graciosamente y entrando en una faceta
de confusión.

- Bueno, tú preguntaste qué tenía, es tu decisión si ves o no

- ¿Herpes?

- ¡Ay, no!- rió Natasha. – Dije que estoy lastimada, no que tengo una infección de transmisión sexual

- Bueno, bueno… ¿qué tienes?- preguntó, todavía guardando la distancia, pues no estaba entendiendo
del todo.

- Realmente esperaba que tú me lo dijeras

- What the fuck? ¿No es trabajo de tu novio verte ahí?

- ¿Conoces el término “te confío mi vida”?- Emma asintió. – Pues esta soy yo, confiándote no sólo mi
vida, sino también mi “aparato reproductor”
- Es un tremendo honor- rió. – Pero, ¿qué quieres que haga?

- Que veas, carajo, que veas qué carajos tengo

- This is the most awkward thing I’ve ever done- resopló, hincándose entre las piernas de Natasha. – Gira
el regulador hacia la derecha para más luz, por favor- le dijo a Natasha, acercando su rostro cada vez
más a la entrepierna de su mejor amiga.

- ¿Arriba o abajo?

- Arriba, creo- murmuró Natasha, refiriéndose a que le dolía, o le ardía, o le quemaba algo alrededor de
su clítoris. - ¿Qué ves?

- Aparte de lo que ya había visto, pero de lejos… nada- sonrió.

- Vamos, Em…it fucking burns

- ¿A dónde?

- No sé, si supiera te lo dijera- dijo, haciendo una expresión de “¡Duh!”.

- Está bien- respiró hondo. – Ábrela…supongo- y Natasha, ruborizada por primera vez ante Emma, abrió
su intimidad, y vio a Emma hacer su labor de… ¿de qué? ¿Eso era lo que una amiga hacía? ¿O una
hermana? Pues Natasha no sabía, nunca había tenido una hermana, y con Emma no le daba tanta
vergüenza. – No veo nada fuera de lo común- murmuró. – Pero, con el debido respeto que te mereces
tú, y tu vida, y tu aparato reproductor se merecen…- volvió a respirar hondo, llevando su pulgar al cuerpo
clitoriano, sólo para dar un vistazo, en plan médico, alrededor del glande clitoriano. – Sinceramente… no
veo nada, amor- por lo visto no era nada grave, pero eso no le quitaba el ardor a Natasha que, cuando
Emma deslizó, realmente por accidente, su pulgar hacia abajo, Natasha sintió morirse entre el ardor, la
quemadura y no pudo evitar gemir de dolor. – Perdón, perdón, perdón, perdón…- dijo rápidamente
Emma.

- Sweet Motherfuckers…- respiró hondo. – Ahí, ¿qué mierda tengo ahí?- Emma sacó su iPhone y, tras
unos cuantos juegos con su pulgar, encendió el flash de la cámara; bendito sea el iPhone5, y, con ayuda
de aquella resplandeciente luz, alcanzó a ver un diminuto rasguño, que era quizás de un milímetro de
largo y de un tono de rojo bastante perdido.

- ¿Nunca te dijeron que no te lavaras tan exhaustivamente?- rió Emma. – Tienes un rasguño más
pequeño que el grosor de un Penny

- No me lavé exhaustivamente… ha de haber sido en mi intento desesperado por quitarle la mano a


Phillip de ahí

- Bueno- sonrió, dando un beso a sus dedos. – No se te va a salir el cerebro por ahí- y puso sus dedos en
el aparato reproductor de su mejor amiga, en realidad dándole un beso de manera indirecta. – Sana,
sana…- susurró. – Seguramente para mañana ya se te ha quitado

- ¿No hay un tipo de ungüento que me pueda poner?

- Mi casa no es farmacia, Natalia- rió Emma a carcajadas, poniéndose de pie. – Además, es un área
bastante susceptible, no querrás una infección por ponerte cualquier cosa, ¿cierto?

- Creo que me duele menos ya…


- Pues, claro, ahora que ya sabes que no es un hematoma, o un rasguño del tamaño de mi cicatriz, claro
que ya no te duele tanto- rió, ayudándole a bajarse de aquella encimera.

- ¿Cómo te hiciste esa cicatriz?- preguntó, siguiendo a Emma hacia la habitación, pues ya había apagado
la luz.

- Ah- rió. – Fue el motherfucker supremo- balbuceó, halando las sábanas. – Come on, naked ass, let’s get
some sleep- sonrió, tratando de evitar el tema de su papá. Aplaudió dos veces para apagar la música y
salió rápidamente a apagar la luz de la cocina y la sala de estar, para luego apagar la luz del balcón de la
habitación del piano y meterse a la cama con Natasha, la del trasero desnudo.

Capítulo VII

Sophia se despertó aquel domingo por la mañana con un poco de resaca después de haber recaído en
beberse una botella de Smirnoff No. 57, pero qué hermoso era dormir diez horas seguidas: era perder
el tiempo, el tiempo que valía la pena perder, porque era el tiempo en el que no veía a Emma, a la
hermosa Diva que se paseaba en Stilettos todo el día, la que le robaba la razón, la que le impedía pensar
con coherencia cuando le clavaba la mirada en la suya. ¿Por qué Emma, cuando le hablaba, sólo podía
verla a los ojos? Era como si atravesara su alma, pues tenía tanta autoridad y seguridad concentrada en
su mirada que terminaba por cruzar cualquier barrera que Sophia le pusiera, pero Sophia no podía
hacerle lo mismo, pues Emma sólo la miraba a los ojos cuando quería saber algo de ella, pero, cuando
Sophia quería saber algo de Emma, era como si el verde tan claro de sus ojos se volviera turbio, como si
fuera un mecanismo para distraer al oponente; a veces desviaba la mirada, o simplemente cambiaba de
tema, aunque Sophia nunca había logrado preguntarle algo personal directamente, pues, cuando Emma
sentía que la pregunta incómoda se avecinaba, manipulaba el ambiente de la conversación y la sacaba
por una perfecta y calculada tangente. Y se levantó a eso de las tres de la tarde, con hambre de desayuno
a la hora de un almuerzo tardío, pero, antes que cualquier cosa sucediera, entre bostezos y dedos en el
cabello, Sophia salió al sol otoñal, a su balcón, a fumar un cigarrillo, porque nada mejor que un cigarrillo
para bajar de tono una maligna resaca. Sophia fumaba su cigarrillo de una particular manera; lo ponía
entre sus labios, flojo, apenas para detenerlo, y luego lo presionaba a medida que acercaba el
encendedor, un mortal Zippo rojo, y ampliaba su cavidad bucal sin abrir la boca, creando un par de
hoyuelos poco profundos en sus mejillas a medida que inhalaba la primera vez, y luego soltaba el
cigarrillo de sus labios, tomándolo entre su dedo índice y medio de la mano derecha, entre la unión de
las falanges medias y distales, y colocaba su pulgar en su pómulo derecho y su dedo anular y meñique
sobre su tabique mientras exhalaba el humo por la nariz.

Y terminó su cigarrillo, que después de encenderlo era toda exhalación de humo por la boca, y rápida,
nada de direccionar el humo hacia algún lado o jugar con él a hacer el “fantasmita” o a hacer aros,
simplemente lo fumaba, como si fuera por rutina y no por placer, pues era costumbre, fumaba uno al
día, dos como máximo porque el olor no le gustaba mucho, ese olor que no se quitaba con nada y, por
lo mismo, siempre apagaba su cigarrillo muchísimo antes de que llegara cerca de sus dedos, o lo tomaba
entre las puntas de su pulgar y su índice por si quería fumar tres inhalaciones más. Analizó su situación
culinaria, qué tenía y qué quería, pues no había nada que diera para mucho: tenía jamón de york y
provolone pero no tenía pan, tenía harina para empanar, pero no tenía carne de ningún tipo para
empanar, y tenía patatas fritas. “Viva el TransFat”, y vació la botella de aceite en una olla mientras que,
al jamón de york, le colocaba un rollo de provolone enmedio para luego enrollarlo, pasarlo por harina
con paprika, luego por huevo, y luego por la harina para empanar, así por cuatro rollos, más con una
coca cola de dos litros, que sabía que se la terminaría en menos de dos horas, y puso a freírlo todo, las
patatas y los rollos improvisados, y, en cuestión de cinco minutos, Sophia estaba ingiriendo una
arterioesclerosis junto con una hipertensión, no se digan las úlceras estomacales.

Lo que le gustaba a Emma de beber tanto era precisamente que dormía como una bebé, dormía por
siete horas y, que ella supiera, no soñaba absolutamente nada, aunque la parte difícil era quitarse la
resaca, pero para eso había remedio, que ella y Natasha, ya más repuesta de su lesión, relativamente
bañadas, se dirigieron a la séptima y cuarenta y cuatro, al mejor lugar, en el que con sólo entrar, por el
olor, la resaca se bajaba en un cincuenta por ciento, Bubba Gump Shrimp Co. aquello era. Emma siempre
pedía un Forrest’s Seafood Feast, que no era nada más que camarones y pescado empanizado con
patatas fritas, un poco de salsa tártara, que no la comía, tampoco la “ensalada” que goteaba mayonesa
tibia, y Natasha variaba entre Mama’s Southern Fried Chicken y Steamed Crab Legs pero siempre con
patatas fritas. Ambas acompañaban su comida con Strawberry Moscow Mules para que todo cayera en
su lugar y por su propio peso, pues siempre disfrutaban de un Key Lime Pie, porque el postre era lo que
engordaba, y por eso siempre ordenaban, tras haberse devorado el Key Lime Pie, un Ice Cream Caramel
Spice Cake junto con un batido de Oreo, ese sí era compartido, sino explotaban. Y salían de aquel lugar,
con las gafas de sol, ambas oversized, tomadas del brazo, que Natasha solía caminar a la derecha de
Emma, pues Emma, al ser más alta que ella, la tomaba siempre, con su brazo derecho, por sus hombros,
y ella la abrazaba, con su brazo izquierdo, por su cintura. Caminaban por Broadway hasta la treinta y
tres, en donde tomaban línea recta hasta el Archstone de Kips Bay, un paseo justo para digerir la comida
de más o menos treinta minutos. Emma en sus ballerinas Lanvin de piel de pitón, y Natasha en el único
par de zapatos que le quedaban de los de Emma, unas ballerinas Fendi que Emma, al estar distraída, las
tomó en treinta y siete, no en treinta y ocho, que era lo que Emma solía calzar de no ser en flip flops,
que era treinta y nueve por cuestiones estéticas y de comodidad. Luego de dejar a Natasha en Kips Bay,
en donde Phillip la esperaba, que había ido a dejarle sus botas y su ropa ya limpia, Emma se dirigió hacia
su apartamento que, a las seis y media de la tarde, con una brisa fría, no le pareció mala idea caminar
hasta allí, una caminable distancia, más cuando le daba tiempo para cansarse pues, al haberse
despertado tan tarde, seguramente le costaría dormirse, pero aquellos cuarenta y cinco minutos que le
tomó en llegar, junto con tres cigarrillos y una botella de Power-C Vitamin Water, nada podían ser tan
malos, menos porque nunca se cansaba de apreciar la Arquitectura preguerra entre aquellos edificios
postguerra.
- Buenos días, Licenciada-sonrió al ver a Sophia abrir la puerta.

- Buenos días, Arquitecta- sonrió, viéndola de pie, en un vestido azul marino, muy ajustado, cuello alto
pero elíptico que rodeaba su cuello, no lo abrazaba, de tres cuartos de manga, nada muy escandaloso,
muy conservador en realidad, aunque, ¿era lo mismo conservador que elegante?

- ¿Qué tal tu fin de semana?- murmuró, volviéndose al ventanal mientras bebía su típica taza de té,
mostrándole la espalda de su vestido a Sophia, que ese escote hubiera querido que fuera frontal y no
trasero, pues bajaba triangular e invertidamente por su espalda, y no se diga lo que había en la parte
alta de aquella esbelta espalda. Fue la primera vez que Sophia vio las pecas de Emma, pecas dispersas y
sensuales, eran como un factor sorpresa, pues eran muchas pero pocas, las suficientes para notarse y
para inspirar besos fantasiosos en Sophia, pero no las suficientes para llegar hasta sus antebrazos, ¿o sí?
No. Ni a su pecho.

- Pues… normal, ¿y el tuyo?- sonrió sin quitarle la vista a su espalda, preguntándose si llevaría sostén
puesto porque no tenía ningún elástico por su espalda.

- No me quejo- dijo con sus labios dentro de la taza, como si estuviera enfriando, a soplos, su té. – Aunque
definitivamente mejor que el anterior- sonrió, y Sophia llegó a su escritorio, que se posicionaba
ortogonal al de Emma por el lado derecho, formando una “T” o una “L”, depende de cómo lo viera cada
quien.

- Eso es bueno- murmuró, viendo que el vestido de Emma llegaba hasta entre sus rodillas y medio muslo,
dejando ver una generosa longitud de sus infinitas piernas, que se elevaban en unos Stilettos de patrón
de leopardo que dejaban ver sus dedos perfectamente pedicurados.

- Buenos días, Arquitecta, disculpe la tardanza- dijo Gaby desde la puerta.

- Ah, Gaby, buenos días, pasa adelante, por favor- sonrió, dándose la vuelta. – Toma asiento, por favor-
Gaby iba lista para la primera ronda de encargos del día. - ¿Me trajiste lo que te pedí?
- Oh, sí, déjeme y lo voy a traer- sonrió nerviosamente, volviendo a ver a Sophia de reojo.

Emma se sentó sobre su silla, reclinando un poco el respaldo hacia atrás, pero sólo por la posición de su
espalda, y, mientras sostenía la taza de una peculiar manera; su dedo medio y anular dentro del
agarradero, su índice sobre el agarradero, su meñique bajo él, su pulgar abrazando la taza, cruzó su
pierna izquierda sobre la derecha, alejándose un poco del escritorio, dejando que Sophia viera la
perfección con la que podía sentarse. Esperaba a por Gaby, pero Sophia no podía quitarle la mirada de
encima, ¿por qué era tan perfecta? Su nariz recta, sin el más mínimo relieve del tabique, un tanto
respingada, al dos por ciento quizás, que, al igual que su labio superior, tenía una leve hendidura,
mínima. Sus ojos decorados con pestañas largas y coloreadas de negro, al igual que sus párpados, y no
se diga la perfección con la que la curvatura de sus cejas se formaba, la degradación progresiva, que todo
daba elegancia y, al mismo tiempo, ternura a aquel par de ojos verdes que no estaban delineados por
un verde más oscuro, eran simplemente de un tono que podía tender a turquesa pero que seguían
siendo verdes. Sus labios, rosado cálido, de un tono amable y apetecible, el labio superior definido en
una simple ecuación trigonométrica: f(x)= 0.5cos(x), y su labio inferior g(x)= 0.01x^2. Y ni hablar de las
leves marcas que encerraban las comisuras de sus labios a cada lado, formando unos sensuales
paréntesis de felicidad, apenas una ligera y corta línea. Boca que, al abrirse, pues la taza de té iba a sus
labios, dejaba ver la rectitud blanca de su dentadura superior. Su cabello caía por sus hombros, en esas
ondas que se notaban húmedas todavía, con el flequillo direccionado con precisión hacia la derecha,
creando un camino corto y hasta un tanto jovial.

- Gracias- sonrió, tomando el folder de Gaby con su mano izquierda, colocándolo suavemente sobre su
escritorio, y lo abrió, lo hojeó lentamente en silencio mientras sostenía la taza de la misma manera, en
lo alto, pues se apoyaba del brazo de su silla con su codo. – Perfecto- murmuró, cerrando el folder,
agitando su pie izquierdo sobre el aire. – Necesito que me avisen los de Mood cuando tengan la tela que
pedí, que me compres tres entradas para “Sister Act”, abajo, no tan cerca del escenario y hacia el pasillo
de en medio, para el jueves, si es que encuentras, sino no… que llames a Aaron y que le digas que quiero
anclar algo a una de las paredes de mi apartamento, que dicho objeto pesa un…montón y que, para
anclar, ya tiene siete anclas de hierro… confirma que sí para la fiesta de “PDF”, y averigua cuándo puedo
reunirme con Meryl lo antes posible, por favor

- ¿Es todo?- sonrió, terminando de apuntarlo todo en su libreta. Emma asintió. – Licenciada Rialto, ¿se
le ofrece algo?
- No, Gaby, gracias…- sonrió, encendiendo su portátil, haciendo aquel típico sonido Macintosh.

- Con su permiso- murmuró, poniéndose de pie para salir.

- ¿Tienes algo que hacer ahora?- murmuró Emma, viendo a Sophia de reojo mientras escribía, en el
ordenador, la clave.

- Sólo darle tres diseños de lámparas de pedestal a Mrs. Hatcher, para la sala de cine, que dijo que tú le
habías dado permiso de poner dos lámparas, una a cada lado de la pantalla- sonrió, viendo la taza de
Emma, que la ponía sobre el escritorio, y se fijó en una pulsera que no había tenido la semana anterior;
fina de grosor, una simple cadena, que era interrumpida, cada centímetro y medio, quizás, por una bolita
brillante y, cuando Emma irguió el brazo para rascarse el hombro derecho con la mano, Sophia alcanzó
a ver que bajaba, del broche de la pulsera, una pequeña adjunción que desembocaba en una cruz,
pequeña. Oh, ¿católica?

- Y… supongo que ya tienes el diseño de la sala de cine, ¿verdad?- sonrió Emma, volviéndose con su silla
hacia el escritorio de Sophia, que fue cuando Sophia vio que no era su reloj raro, aquel café, sino que
este era de cara pequeña, todo en color plata, con el mismo contorno de brillantes, sólo con una
ventanilla para la fecha y no los diez relojes que tenía el otro.

- Oh, yo sabía que algo se me olvidaba- sonrió sonrojada, pues, ¿cómo pensaba diseñar algo acorde a la
ambientación si no tenía una idea de cómo era la ambientación? Bueno, es que en Armani Casa todo se
diseñaba sin una base, a lo que cayera.

- Le pasa a cualquiera, es cuestión de costumbre, supongo- sonrió Emma, abriendo una gaveta de su
escritorio y sacando una especie de corcho de botella de vino tinto. Lo abrió, era un USB-Drive, qué
ingenioso, y lo conectó a su ordenador, empezando a dar clicks y más clicks. – Por cierto, tenemos que
hacer un pedido nuevo de iMac, la información sobre los Especificaciones Técnicas ya están en la página
web, y me aseguré de que tuvieras una, pues tu contrato va por un año, no puedes estar un año trayendo
y llevando tu MacBook, ¿cierto?
- No me molesta, pero gracias

- No me lo agradezcas… uhm… esto no lo sabe el resto del Estudio, pero te lo estoy diciendo para que
tengas lo que quieres… revisa ahora los TechSpecs, entra al dominio de Volterra-Pensabene, a la carpeta
de “Memos”, hay un archivo que se llama “Pedidos”, entra ahí, y luego a uno que se llama “Technología”,
luego a “Hardware”, y elige las especificaciones que más se te ajusten, hazlo rápido porque hay un
presupuesto, y aquí es Darwinismo en ese sentido…

- ¿La pido como quiera?- murmuró sorprendida.

- Sí, si la quieres de veintiún o veintisiete pulgadas, de cuánto quieres el quad-core…todo eso, aunque te
recomiendo que la pidas con i7, con un Tera de Fusion Drive, con Magic Mouse y Magic Trackpad,
wireless keyboard, con Pages, Keynote y Numbers, con AppleCare, sin One to One, y pide un impresor
también… y hay, debajo de todo lo que quieres, un espacio para que escribas los programas adicionales,
pues, hay casillas que rellenas, por ejemplo con SketchUp, no sé si la Trifecta tiene AutoCad, que supongo
que lo utilizas… es de revisar, porque para AutoCad necesitas Microsoft, entonces es de ver si ya hay
Microsoft para el nuevo sistema operativo- sonrió, viéndola a los ojos, pero, una vez terminó de decir
aquello, se devolvió al ordenador para sacar el Flashdrive. – Ten, aquí está toda la casa- dijo,
alcanzándoselo con una sonrisa. – Creo que la sala de cine es la séptima etapa

- Gracias- tartamudeó. ¿Por qué Emma le ayudaría tanto? ¿No se suponía que era un ogro?

- Anytime- suspiró, recogiendo su taza, poniéndose de pie y caminando hacia afuera, siendo acosada,
por la espalda, por la mirada de Sophia, quien por fin pudo respirar con normalidad. - ¿Quieres algo de
tomar? ¿Un café? ¿Un té?- preguntó estando justo bajo el marco de la puerta, preguntándose dos
cosas: “¿Por qué no le ofrecí nada de tomar los días anteriores? ¿Por qué le ofrezco en realidad?”.

- No te preocupes, lo traeré yo después


- Vamos, aprovecha- sonrió, girando su cabeza para verla de reojo mientras veía hacia el exterior de la
oficina, hacia el pasillo, y veía a Harris coquetearle a una de las secretarias.

- Café estaría bien, gracias- sonrió.

- ¿Con leche, sin leche, con azúcar, sin azúcar? ¿Con toque o sin toque?- rió nasalmente, que Sophia no
comprendió a qué se refería con “toque”. Harris no era Segrate, pero parecía.

- Media taza de café, un tercio de leche, sin azúcar- dijo, no pensando en que eso sonaba demasiado
exhortativo, pero a Emma eso le gustó, que fuera específica, y sólo sonrió graciosamente, como si le
hubiera divertido, porque así era. Y Emma se metió a la cocina, pues Moses, por alguna extraña razón,
no había llegado, y Gaby no era la que debía hacer ese trabajo. Sacó la taza que había llevado para Sophia
aquella mañana, pues pensó que sería un bonito detalle de bienvenida si tuviera su propia taza, así como
ella, así como todos los demás, pues tomar de una taza blanca, no era digno de un Diseñador de
Interiores, mucho menos de alguien perteneciente a Volterra-Pensabene. Y siguió las indicaciones de
Sophia, hasta le puso un poco de espuma encima, con un poco de canela, sólo para que se viera bien,
ella sacó un vaso y una botella de Pellegrino.

– Aquí tiene, Licenciada, bienvenida al Estudio- sonrió Emma, alcanzándole aquella taza negra que decía,
a letras blancas “To Save Time, Let’s Just Assume I Know Everything”. Sophia la vio con escepticismo. –
La compré en negro porque, eventualmente, las blancas se terminan manchando- sonrió.

- Gracias- era la única palabra que podía decir, la única que le salía. – You’re like…very nice to me…

- Why wouldn’t I be nice to you?- murmuró, abriendo su botella de Pellegrino y vertiendo aquella bebida
espumante en el vaso.

- Pues, invadí tu oficina… supongo que eso no te cayó como un rico desayuno en ayuno
- No miento, porque me dijeron durante el fin de semana que soy malísima para eso…- dijo, tomando un
poco de agua del vaso. – No fue la idea que más me gustó… pero entiendo por qué Alec lo quiso así

- ¿En serio?- reaccionó, pues Volterra no le había dado ninguna explicación, simplemente “ahí había
espacio”, pero había espacio con las demás Arquitectas.

- Sí, eres su sobrina… y no sólo eres de mi misma profesión, pues era la única diseñadora de Interiores
aquí, sino que también eres muy bonita- sonrió, no sabiendo exactamente cómo o por qué había dicho
aquello, simplemente salió corriendo en libertad.- Te protege de los Depredadores

- Gracias- resopló ruborizada, pues esas últimas tres palabras habían causado una tremenda sonrisa,
tanto interna como externa.

Emma simplemente sonrió un tanto sonrojada, ¿qué? ¿Emma, sonrojada? Jamás, nunca, pero ahí estaba,
sonrojada, con una sonrisa culpable y flagelante que sólo lograba interrumpirla cuando llevaba el vaso a
sus labios. Se sentó a la mesa de dibujo, que fue entonces que Sophia vio que estaba llena de materiales,
que Emma los quitó poco a poco, más bien los deslizó hacia un lado, y, con el mayor de los cuidados,
levantó la superficie de la mesa para volverla recta y no inclinada. Abrió una de las cajas que había
movido y sacó rectángulos y cuadrados de un fino plywood, con lo que daba a entender que estaba a
punto de materializar un modelo a real escala sobre algún diseño, que no era suyo, sino de Volterra;
porque a Volterra no le gustaba hacer manualidades, a Emma sí, y a Emma no le gustaba revisar las
conexiones eléctricas, mucho menos las de gas, que a Volterra eso le daba igual, y era por eso que
intercambiaban. Emma empezó a empujar con sus dedos porque las piezas ya venían cortadas, pues
mandaban los diseños de SketchUp a “MakeItHappen” y era en donde daban los diminutos paneles, pero
sin pintar. Emma, como siempre, con su sentado de pierna cruzada. Se quitó su reloj, su pulsera y su
anillo, los colocó a un lado y, tomando la base, empezó a ensamblar aquel modelo, que era como un
rompecabezas armado a presión, Sophia la veía a ratos y, cada vez que la volvía a ver, había avanzado
muchísimo más, terminando, base a base, pues era un modelo desmontable por pisos, cada parte de la
casa. Pero, Emma, como siempre, escuchando a Sophia escribir en su portátil, así como lo hago yo ahora,
sólo que Sophia escribía un poco más rápido y menos tosco porque sabía de mecanografía, yo también
pero escribo más rápido a mi manera. En fin, Emma no podía concentrarse, y fue por eso que decidió
poner música, más bien pidió permiso.
- Licenciada Rialto, ¿le molesta si pongo música?- preguntó, ¿desde cuándo Emma Pavlovic pedía
permiso para algo así? Al menos la semana pasada no lo había pedido.

- En lo absoluto, Arquitecta- sonrió, y Emma, con una sonrisa, dibujó un “gracias” con sus labios, presionó
“play” en el iPod que mantenía en el Estudio y Mozart le hizo el favor de llenar aquella oficina. – Esa ya
la he escuchado, creo yo- murmuró Sophia.

- Me sorprendería si no la hubieras escuchado nunca

- ¿Quién es?

- Mozart, es la última parte de la Sequentia di Requiem, Lacrimosa dies illia- murmuró, terminando de
ensamblar el techo desmontable, Dios bendiga el momento en el que a Emma se le ocurrió hacer todo
con una base en aquel plywood de tres milímetros de grosor, pues era ensamblable y sin utilizar
pegamento, que era lo que a Emma no le gustaba; supongo que el hecho de ser muy exigente en ese
sentido la había llevado a una invención personal.

- ¿Sabes latín también?- rió Sophia, viendo el modelo de la lámpara en AutoCad, dándole un vistazo a
trescientos sesenta grados. Lindo sólido de revolución, Sophia.

- No, pero es de mis movimientos favoritos

- ¿Por qué?

- No sé, no es porque sea religiosa o algo así, simplemente me parece saturado de emoción, es la forma
en cómo el D Menor lo hace más significativo- Sophia la escuchaba hablar, ¿qué era D Menor? ¿Emoción?
Si era una canción fúnebre, que digo canción, obra, composición, movimiento, como sea, bueno, y de
fúnebre, Sophia lo asociaba con algo funesto. – Es intensa, tanto en composición rítmica como en la
maravilla que hace el coro

- ¿Es por la letra?- sólo quería que Emma siguiera hablando, no importaba si era de astrofísica, que
seguramente sabía algo de eso, pues si sabía algo de D Menor, algo de todo tenía que saber.

- No, acuérdate que Requiem es una misa de difuntos, nada interesante puede salir de los versos, pues,
sólo dice que el día está cubierto en lágrimas, pues, el día en el que el difunto resurja de las cenizas para
ser juzgado ante Dios, y piden por la misericordia, que sea gentil y que le dé, al difunto, un eterno
descanso y “Amén”… pero es cómo lo cantan, en realidad, call me crazy, pero me gusta

- Creo que es un gusto musical casi extinto- murmuró, escuchando el cambio de ritmo, a otro que ya
conocía, pero no quiso parecer una ignorante ante Emma y por eso no preguntó.

La mañana se pasó, y Moses sin aparecer, por lo que Emma supo que tendría que salir a comer algo en
vez de comer ahí, pero antes, a terminar de pintar las paredes internas de la habitación que tenía en sus
manos, que las pintaba, sí, con pintura real, nada de spray, sino con témperas y pinceles planos de la
serie veintidós. Y pintaba todo cuando ya estaba construido, así, las habitaciones con el mismo color,
que también eran desmontables, podían ser pintadas de una vez. Pintaba aquella habitación con un
marrón “Gold Fusion”, que era más bien beige, pero qué le iba a hacer Emma al nombre del color sino
repetirlo, y hacía los colores a cálculo visual, comparándolo con la paleta de Pantone que sostenía en su
mano izquierda, otra razón para pintar todas las habitaciones del mismo color al mismo tiempo. Era
divertido, era como regresar al Kindergarten, que no era fácil, pero era pintar, y se sentía toda una Badass
por hacerlo sin gabacha y que podía manchar su vestido Armani, pero no, tenía cuidado, aunque ya le
había pasado que sí se había manchado. Se detuvo, sólo faltándole una habitación de color “Creamy
Peach” y los baños, que los cuatro baños eran de “Pale Periwinkle Blue”, entrelazó sus manos y estiró
sus brazos hacia el frente y luego hacia arriba junto con respiraciones profundas. Se puso de pie y, viendo
que Moses llegaba con paquetes, entendió que estaba cumpliendo con los encargos de las diferentes
áreas del Estudio, y sólo dejó el trío de recipientes plásticos, en los que enjuagaba los pinceles, con los
pinceles adentro, y la paleta plástica en donde había mezclado los colores, sólo para que las lavara.

- ¿Qué haces?- murmuró Emma al entrar a la oficina de nuevo, viendo a Sophia, y, oh Dios mío, Emma
pecó, ¿de verdad pecó? Pues ella, al no creer realmente en los pecados, simplemente la vio sensual y
empezó a desvestirla en su mente, pero se detuvo en cuanto le quitó la camisa.
- No estoy muy segura con mis diseños

- ¿Me dejas ver?- sonrió, Sophia asintió y Emma se colocó tras ella, inclinándose sobre su hombro,
rozando su busto, sin intención alguna, contra el hombro de Sophia, no pudiendo evitar inhalar su
perfume, floral pero con una pincelada cítrica, olía a limpio, un tanto suave pero intenso, la mezcla
perfecta, y eso que a Emma no le gustaban los florales, pues, a pesar de que el Chanel No. 5 era floral,
era más bien con un tono como de madera, entre terroso y pulcro. – Me gusta el primero y el tercero-
murmuró, volviéndose hacia Sophia, viendo de cerca sus ojos, desviando rápidamente su mirada, pero
falló, pues cayó en sus labios, y se acordó de su sueño, y quiso besarla, atacarla a besos, tumbarla de su
silla al suelo para besarla, qué ganas le traía.

- Se los mandaré a Lilly para que me diga lo que piensa…- dijo en su voz pegajosa, viendo, más cerca que
nunca, las facciones perfectas y tersas de Emma.

- A mí me gustan- guiñó su ojo, sintiendo el calor del aliento de Sophia rozarle sus labios y la punta de su
nariz. Qué poder para resistirse. – Y, usualmente, si a mí me gusta algo, a Lilly también- sonrió, y, wow,
qué ego, pero era cierto, Lilly Hatcher confiaba en el gusto de Emma, sólo le hacía cambios de tipo, no
de gusto.

- ¿Usas lentes de contacto?- murmuró, obviando el comentario de Emma.

- No, ¿por qué? ¿Se me pusieron amarillos como a Cullen?- rió.

- No- resopló Sophia, devolviendo la mirada al portátil para mandarle las imágenes a Mrs. Hatcher. – Tu
iris es todo del mismo tono

- ¿No se supone que así es?


- No lo sé, mi iris es más oscuro del contorno, creí que así era siempre- se encogió de hombros, pero vio
a Emma analizar su ojo, y no supo si era incómodo o qué, no le molestaba, en realidad le incomodaba la
inhabilidad de no poder besar esa sonrisa traviesa, ladeada hacia la derecha.

- Pues, tus ojos están bien… tienen aire de Stepford Wife- sonrió para molestarla. - ¿Tienes hambre?

- Un poco, sí

- Ven, te invito a comer

- Claro, claro- sonrió, respirando con normalidad en cuanto Emma se retiró para ir por su abrigo y su
bolso. “Qué piernas, Dios mío”. Le mandó las imágenes a Lilly y, luego de haber cerrado su portátil, que
la manzana se apagó en la mano de la Evil Witch, tomó su bolso y su típico abrigo negro, siguió a Emma
hasta el ascensor. - ¿A dónde vamos?

- Pues a almorzar, como todo mortal a las dos de la tarde- sonrió, subiendo al ascensor mientras escribía
rápidamente en su iPhone, se notaba que era WhatsApp, y escribía con una sonrisa, y se reía nasalmente
con cada respuesta, que sólo vibraba, no sonaba. – Perdón- murmuró. – Me acaban de cancelar el
almuerzo- rió mientras sacudía su cabeza en inmensa diversión, pues comería con Natasha, y ahora
Sophia, pero Natasha había decidido almorzar con Phillip, por lo que ahora serían sólo ella y Sophia. – Te
iba a presentar a mi mejor amiga, pero le surgió una longitud extrema de trabajo y no puede venir, así
que seremos tú y yo nada más- sonrió, refiriéndose, con “longitud”, a la longitud del miembro masculino
de Phillip.

- No sabía que venía tu amiga, pues, que iba a venir…- murmuró sonrojada.
- Pues, no sé, es mejor, puedo comer con mayor tranquilidad- rió. – Ella sólo tiene una hora para
almorzar, y siempre que nos reunimos a almorzar termino con la comida hasta aquí- dijo, poniendo su
mano en su garganta. – De tan rápido que me hace comer

- ¿Y tú no tienes una hora también?

- En teoría sí, pero en la práctica no… pues, imagínate, si me tomo sólo una hora para almorzar y llego
apresurada a la oficina, ¿qué hago? Si la pintura no se ha secado no puedo seguir trabajando… además,
a tu tío no le importa cuánto te tomes para almorzar, la Arquitecta Hayek almuerza todos los días con
sus hijos en el Upper West Side, se toma dos horas y media, pero siempre rinde, que es lo que a tu tío le
importa- se detuvieron en el vigésimo primer piso, en donde se subieron dos hombres, de General
Electric.

- Arquitecta- suspiró uno. - ¿A almorzar tan tarde?

- No, ya voy a casa- mintió. Sophia no dijo nada.

- Cómo quisiera tener un trabajo en el que no se hace nada- bromeó aquel hombre.

- Pues, ¿qué le puedo decir, Licenciado Smith?, es una pena que, por no hacer nada me paguen, por
proyecto, el doble de lo que usted gana al año- rió.

- Touché- rió el otro. - ¿Cómo va el negocio, Arquitecta?

- Generoso, no me quejo, siempre hay algo que hacer- sonrió Emma, dándole gracias a Dios por que el
timbre del Lobby ya sonaba. – Espero que todo bien en ventas- rió, saliendo del ascensor, tomando a
Sophia gentilmente del brazo.
- ¡Buen provecho!- gritó el que Emma había pisoteado con su tan modesto argumento.

- Del piso cuarenta hacia abajo, es todo de General Electric, los primeros diez son de ventas, los siguientes
son de desarrollo técnico, los siguientes diez son de estrategia y los siguientes diez son de administración
central, y esos dos- rió Emma, saludando con la mano, que también era un “gracias”, al Agente de
Seguridad que le abría la puerta. – El trabajo de esos dos es encontrar la manera de cómo arruinar los
productos, en el menor tiempo posible

- Is that even a job?- resopló Sophia, caminando a la izquierda de Emma, cosa que a Emma no le gustaba,
le gustaba ver más hacia la derecha que hacia la izquierda.

- Bienvenida a Nueva York- sonrió Emma, pasándose a la izquierda de Sophia, quien no entendió
exactamente por qué lo hacía.

- Gracias, supongo- rió Sophia, no sabiendo hacia dónde se dirigían, ella sólo seguía a Emma. - ¿Puedo
preguntarte algo?- Emma emitió su típico “mjm” gutural mientras atravesaban la calle. - ¿No tienes frío?

- No, ¿por qué?

- Digo, estamos a diez grados y tú andas en vestido…

- Te acostumbras al frío, usualmente, a partir de mediados de noviembre, empiezo a llevar sólo pantalón,
pero todavía está agradable el clima… la nieve es lo que no me gusta

- Es lo que a la mayoría de gente le gusta, ¿no?


- Supongo que sí, pero en la nieve no puedes caminar en Stilettos- rió, caminando a lo largo de la cuarenta
y nueve, en dirección a la Quinta Avenida. – No es tanto por eso, es el frío que no puedes evitar tener,
porque, por muy grueso que sea tu abrigo, siempre hay algo que te da frío, y, vamos, Licenciada, una
que viene del paraíso Romano… ¿qué carajo sabe del frío?- rió, paseando su mano por su cabello, pues
había una ventisca un tanto incómoda.

- Yo ahora tengo frío, no sé cómo haré más adelante

- Tendrás que comprarte un buen abrigo, y térmicos, y de esas botas para andar en la nieve y en lo
mojado

- ¿No son muy feas?

- Pues, Licenciada Rialto, nadie dijo que el invierno era glamuroso- rió Emma, apuntándole con el dedo
que iban a cruzar a la derecha.

- Bueno, al menos sé que no seré la única que las use- sonrió, viendo que Emma se cambiaba de brazo
su bolso, revelando las “C” encajadas, que sólo podían significar “Chanel”.

- Es decisión de cada quien, supongo, no juzgo- sonrió un tanto forzadamente, pues sintió que había sido
un poco altanera, que no era su intención.

- Eso quiere decir que tú no usas- rió la Licenciada, viendo hacia el suelo.

- A veces siento que no puedo caminar bien en zapatos sin tacón- frunció su ceño, pues era la primera
vez que lo decía, y era cierto. – Pero sé que tengo que usar zapato bajo para descansar los Metatarsianos,
que nadie quiere un juanete- Sophia se rió a carcajadas. - ¿Te parece gracioso tener juanetes?
- Pues no, pero es la manera en cómo lo dices, como si fuera el fin del mundo tener un juanete

- Mi hermana tiene, y sé que duelen- rió.

- Y supongo que también sabes que los zapatos muy altos y de punta afilada son causas de juanetes
también, ¿cierto?- murmuró, haciendo un alto, pues Emma abría la puerta de T.G.I Friday’s.

- Pues, claro que lo sé, pero es más probable por genética y por mal uso del calzado, entiéndase un
zapato muy pequeño o muy angosto; la altura no ha sido el factor más trascendental en ello- sonrió. –
Roberts, table for two- le sonrió al host, quien buscó aquel nombre en la lista y asintió, tomando dos
menús y abriéndose paso en aquel atestado lugar, justo para una mesa de esquina en el área con menos
ruido; la privilegiada mesa que Natasha siempre pedía. – I’ll have an Ultimate Mojito, Please… and keep
them coming- sonrió Emma para el mesero mientras abría el menú. “Wow, qué profesional, jaja,
bebiendo en horas laborales…aunque, técnicamente, esta no es una hora laboral”.

- I’ll have just a coke, please… and uhm, could you please get me some lime juice on the side, please?- El
mesero asintió con una sonrisa y se retiró. “Aw, she’s so sweet”, pensó Emma con una sonrisa.

- ¿Coca cola? Ahora me siento mal- rió Emma, cerrando el menú, pues no sabía ni por qué lo había
abierto si ya sabía lo que pediría.

- ¿Por qué?

- Como que soy un poco alcohólica- sonrió, quitándose el abrigo, que no sabía por qué lo tenía puesto
todavía, lo dobló por el medio hacia el exterior y lo colocó sobre el respaldo de la silla de la par.
- No soy nadie para juzgarte- “Sólo para enseñarte qué es alcoholizarse de verdad, y arrancarte ese
vestido”. – Todos bebemos- sonrió. – Quizás no a las dos de la tarde, un lunes, pero lo hacemos

- Dime algo, Sophia- sonrió, inclinándose sobre la mesa, intentando buscar su mirada con la suya. Oh, la
primera vez que la llamaba por su nombre, y lo decía tan bien, era como si lo acariciara. - ¿Hay alguna
razón en especial por la cual te vistas de negro?

- ¿A qué te refieres?

- Digo, todos los días que te he visto, te he visto de negro, lo único que cambias son tus zapatos

- No me había dado cuenta- mintió. – Supongo que tengo mucha ropa negra nada más… y supongo que
es fácil ponerte sólo negro, supongo que es inconsciente- sonrió.

- El negro es un arma mortal si lo sabes usar, y debo decir que te ves muy elegante en negro- sonrió
Emma, con una sonrisa tierna que volvía loca a Sophia.

- Gracias, tú también te ves muy elegante… en el color que sea- le respondió la sonrisa y el halago, pero
Emma sólo podía concentrarse en no ver el pecho de Sophia, pues su cárdigan negro, de cuello triangular,
tenía tres botones, que, entre el primero y el segundo, de abajo hacia arriba, se creaba un agujero
sensual que dejaba ver una pequeña parte de su inocente y tierno sostén; blanco y rosado a rayas, que
se notaba que era Victoria’s Secret. Emma simplemente podía tragar saliva, ¿por qué quería hacerle
tantas cosas?

- Gracias- frunció su ceño, desviando la mirada de golpe, respirando hondo. - ¿Ya sabes qué vas a pedir?

- No estoy segura, ¿y tú?


- Chicken Fingers, así me queda espacio para postre- rió, tomando su cabello entre sus manos, desde su
flequillo, y empezó a trenzarlo, tomando cada vez un poco más de cabello, no dejando de trenzarlo hasta
que tuvo una trenza floja y ancha, que luego la unión con el resto de su cabello, lo tomó en su mano y,
ágilmente, lo retorció con su dedo índice hasta dejarlo enrollado, en espiral, a media altura, que lo fijó
con una banda elástica que materializó de por debajo de su reloj, y, ah, era un Rolex.

- Era una de mis opciones, ¿son ricos?- Emma asintió. - ¿Qué pides de postre?

- Salted Caramel Cake… es una porción de torta de vainilla caliente, que es de la textura perfecta, es
flaky, y cremosa al mismo tiempo, y viene con una bola de helado de vainilla, que es como la muerte en
vida, la resurrección, al unir lo caliente de la torta y lo frío del helado, y viene bañado en salsa de
caramelo, que hasta le sientes una pequeña patada de picante, como todo verdadero caramelo- y esa
descripción, Sophia sentía como si la estaba desvistiendo lenta y tortuosamente, y es que Emma estaba
coqueteando con ella, pues la manera lasciva en cómo cerraba sus dientes para pronunciar las palabras,
y la manera en cómo le daba forma a las palabras con sus labios, el tono, la gracia que le ponía con el
lenguaje de su mirada, Sophia tragó grueso y respiró hondo.

- Suena rico- sonrió.

- Lo es…pero…- “Pero te quisiera a ti de postre…más que a eso otro”.

- ¿Pero?

- ¿Dónde están nuestras bebidas?- dijo, desviándose del tema.

Y almorzaron juntas, como lo harían muchas veces desde entonces, entre risas, anécdotas del Estudio
más que nada, a veces Sophia abriéndole un poco de su mundo a Emma, pero ella no dejaba que Sophia
entrara, no dejaba que entrara nadie, era un milagro que dejara entrar, a veces, a Natasha.
Compartieron aquel sexual y orgásmico postre, la primera vez que Emma compartía su postre con
alguien que no era Natasha, y no se sintió tan mal, quizás porque era Sophia. Y le gustaba ver cómo
comía, a bocados pequeños pero rápidos, con sus labios cerrados, intentando no hablar mientras tenía
la boca llena, pues ella no tenía aquella habilidad que Emma tenía para esconder la comida y hablar con
naturalidad. Sophia también se divertía al ver comer a Emma, pues no era que comiera en “seco”, pero
le había dado su salsa de mostaza, porque no le gustaba y a ella sí, sólo se había quedado con la salsa
barbacoa, y no exactamente para hundir las pechugas de pollo en ella, sino las patatas fritas, que todo
iba detenido del tenedor y era cortado con el cuchillo, y Sophia se asombró de que alguien bebiera más
que ella, por costumbre, pues Emma se había tragado tres Mojitos y una Limonada, para que, con el
postre, se tragara un vaso de veinte onzas de agua con gas. Y sucedió aquella cosa que, por ser la primera
vez, de manera tan personal, no le enojó a Sophia, pues Emma la invitó. Volvieron a la oficina, en donde
Emma siguió con sus manualidades mientras seguía con su repertorio musical, pero ya no era clásico,
pues tuvo compasión de Sophia, y le puso algo más comercial y más actual, pero que igual Sophia no
conocía, un poco de Seu Jorge para animar aquella oficina, y pintaba, tarareando suavemente, “Seu
cabelo me alucina, sua boca me devora, sua voz me ilumina, seu olhar me apavora, me perdi no seu
sorriso, nem preciso me encontrar, não me mostre o paraíso, que se eu for, não vou voltar”, y Sophia
simplemente la escuchaba mientras jugaba en su iPhone, pues no había obtenido respuesta de Lilly, y
no tenía nada que hacer, y tampoco quería irse hasta que Emma se fuera, pues sólo con verla era
suficiente.

Martes dieciséis de octubre de dos mil doce. Sophia entró a las siete y media a la oficina, iba tarde, por
supuesto, como siempre, pero en el Estudio no había un horario fijo, simplemente todos preferían entrar
temprano para salir temprano. Y entró en su desesperación por llegar tarde, saludando secamente a
Gaby a la entrada, y abrió la puerta, para ver algo que simplemente hubiera querido no ver, o quizás sí.
Era Emma, de espaldas, apoyada con sus brazos de la mesa en la que estaba la caja de luz, con sus brazos
separados, inclinándose hacia adelante con su torso, sacando un poco su trasero en una falda blanca y
ajustada de encaje, hasta por exactamente arriba de la rodilla, de medias negras de grado diez o veinte,
muy livianas en densidad y que se detenían por un elástico de encaje negro a medio muslo, algo que
Sophia no podía ver y que seguramente, si lo veía, le daba un paro cardíaco. Y, del torso, una chaqueta
ajustada, azul marino, que no sabía Sophia si llevaba camisa manga larga o eran los bordes de aquella
chaqueta los que eran rosado cosmético, que eran los bordes, pues la blusa era de cuello alto y elíptico,
como el vestido del día anterior, pero bajaba en un plisado que partía del centro hacia el exterior y que
se concentraba únicamente entre la posición de sus pezones, manga tres cuartos y una costura que
marcaba la cintura, pero sus Stilettos, es que tenía cada par, tan único y tan perfecto, tan envidiable,
unos Sergio Rossi de diez centímetros, no muy altos, pero de piel de pitón negra, puntiagudos. Sophia
no supo si eran las medias, o su trasero, o que sólo quería llegar y levantarle la falda para verle lo que
tenía debajo. “Qué pervertida soy”, y sí, pero sólo es pecado si lo consideras pecado, querida Sophia. Y
le pareció tierno el moño que llevaba Emma, pues era normal, de esos que se toman todo el cabello de
una vez, se retuercen y se fijan, nada de trenzas, nada de flequillo a un lado, simplemente tirado hacia
atrás.
- Buenos días, Arquitecta- sonrió, entrando por fin a la oficina, viendo que la esperaba una taza de café
ya preparada, como el día anterior, sobre el escritorio.

- Buenos días, Sophia- y otra vez, aquella pronunciación, aquella caricia irresistible. - ¿Qué tal la noche?

- Bien, como todas las anteriores, nada nuevo- sonrió, viendo una carpeta negra bajo la taza de café. -
¿Y la tuya?

- Bien, también, como todas las anteriores, nada nuevo- la remedó, pues no quiso decirle: “Estuvo tan
bien que casi me masturbo pensando en ti, todo por culpa de ese botón traicionero que me dejaba ver
tu sostén”.

- Te levantaste de buen humor

- Siempre, Sophia, siempre- sonrió, irguiéndose y llevando sus manos a su cadera. – Hm…- tarareó
pensativamente mientras veía un plano sobre el otro, como si algo no le terminaba de parecer correcto.
– Oye, ¿tú alguna vez has visto algún plano?

- Pues, sí- rió.

- ¿Con tuberías y toda la cosa?

- Ah, no, con eso no… sólo los planos primarios, a lo mucho y cableado eléctrico

- Es suficiente- dijo. – Hazme un favor, por favor- murmuró, notando lo raro que eso se escuchaba. – Ven
aquí y dime qué es lo que no está bien, por favor, que no logro verlo- y Sophia se colocó tras ella, pues,
un tanto a su lado, viendo hacia la caja de luz. – No, pues, más de cerca- sonrió, tomándola con su mano
derecha por la cadera, sobre el yacimiento de su trasero en aquel pantalón negro, que ambas sintieron
esa corriente, pero ninguna dijo algo al respecto. - ¿Ves algo?

- Mmm…- suspiró, viendo las líneas negras sobre las rojas, que era la manera en cómo se distinguían el
original de la copia en cuestión, que era la copia sobre la que se ejercían los cambios, la de líneas negras.
– Aquí- dijo, señalando con su dedo, que tenía laca roja, y a Emma le gustó eso a pesar de que no le
gustara para ella, para tenerlo en ella. – Falta la caja térmica

- Sí… eso era- murmuró son una sonrisa, preguntándose si necesitaba gafas o qué si lo tenía enfrente. –
Gracias, Sophia

- De nada, Arquitecta… Gracias por el café

- No me des las gracias a mí, sino a Moses- sonrió, y Sophia se ruborizó, pues, claro, ¿en qué mundo
volvería Emma a prepararle un café?

- Cuando lo vea será- murmuró. - ¿Y esto?- dijo, refiriéndose a la carpeta negra.

- Ah, es un proyecto pequeño… es de ambientar una cosa en Amsterdam y Sesenta y Cuatro… y es tuyo-
sí, el consultorio/oficina de Alastor Thaddeus.

- Supongo que era tuyo y me lo pasaste

- Tienes que hacerte tu reputación de alguna manera, ¿no?- dijo Emma, apagando la caja de luz y
llevando los planos a la mesa de dibujo, en donde los fijó con tachuelas y deslizó la superficie hacia arriba,
a manera de pizarrón. - ¿O pensabas hacértela de la nada?
- Gracias… de verdad, muchas gracias

- No me des las gracias, sólo impáctalo con tus diseños- sonrió, conectando la pistola de silicón a la
electricidad, pues empezaba la parte del modelo del día anterior que no le gustaba; pegar la parte del
paisajismo, no se diga lo de pegar los pisos y las escaleras, pero alguien debía hacer el trabajo sucio. –
Ay, ¿a qué se debe este honor tan temprano?- rió Emma al contestar su teléfono.

- Estoy pudriéndome, ¡sálvame!- gimió Natasha, tendida sobre la silla de su oficina, tapándose el rostro
con la revisión de eficiencia de personal por parte de cada área, eran no más de cien páginas en total,
toda una novela.

- ¿Qué pasa, amor?- rió Emma, pegando los arbustos entre las líneas que había dibujado en la base.

- Me estoy pudriendo, ¿te parece poco?

- Apenas son las diez de la mañana- rió a carcajadas. - ¿Qué sugieres que haga, Nate? ¿Qué salga
corriendo a contarte un cuento?

- Pues… en realidad pensaba en que me entretuvieras con tus anécdotas con la Licenciada

- ¿Perdón?- volvió a ver a Sophia de reojo, quien estaba muy concentrada en elevar y traer a tercera
dimensión los planos de aquella oficina.

- Está ahí en la oficina, ¿cierto?

- Es correcto, Nate, ¿cuándo te volviste tan inteligente?- sonrió, escuchando una leve sonrisa nasal de
Sophia, pues su sarcasmo era evidente.
- Ay, bueno… te llamaba para otra cosa, también…

- Dime, amor

- A que no adivinas a quién voy a entrevistar

- ¿Hombre o mujer?- y aquella pregunta confundió a Sophia y, sin la mayor intención de entrometerse,
agudizó su audición.

- Hombre

- ¿Está guapo?

- Está “Emma-mente” guapo- rió, y Sophia alcanzó a escuchar aquello, y supo que Emma no era para
ella, pero estaba confundida, pues Emma claramente flirteaba con ella, a no ser que su personalidad
fuera así de “graciosa”.

- ¿Es actor, cantante o filántropo?

- Es actor

- ¿A Reynolds?- y Sophia alcanzó a escuchar aquel “mjm” afroamericano que salía de la voz de
Natasha. “Pero es una mujer con la que habla, ¿Nate? No, debe ser algún Nathaniel con voz de mujer,
seguramente un particular prójimo homosexual”. – Está guapo, pero, ¿por qué me dices esto?
- Por si quieres venir, por accidente, a mi oficina

-Voy a tener que dejar ir esta… lo prefiero idealizado y de lejos- sonrió, pensando en que lo único que
quería era que Sophia se inclinara sobre la mesa para que el cuello ancho de su camisa se despegara de
su piel y ella pudiera ver el sostén que llevaba.

- Bueno, está bien, no digas que no te lo ofrecí- rió. - ¿Qué vas a hacer ahora por la noche?

- Tenía pensado trotar una hora, o dos, antes de mi cita con Petrus y Camus, ¿tienes algo mejor para
mí?- Sophia simplemente pensó que tendría una cita doble, pero “Camus” le sonaba conocido,
¿cantante? ¿Actor? Y era algo a lo que le daría vueltas por muchas horas.

- Ir a darle de comer a los patos a Central Park- pudo sentir que sonreía al otro lado del teléfono. – Tengo
medio paquete de pan ya un poco pasado, que no planeo botar, prefiero dárselo a los patos

- Nate, esos patos, si los sigues alimentando, van a parecer perros, llevo años diciéndotelo… además, hay
un rótulo muy claro que dice “Don’t Feed The Ducks”

- Lo sé, lo sé… pero es mi pasatiempo favorito- suspiró, quitándose los papeles del rostro para erguirse
de una buena vez.

- Está bien, voy a trotar de cuatro a cinco y media y te veo en el Pond, ¿de acuerdo?

- Excelente, ahora tendré algo que esperar por el resto del día, porque podrirme no estaba en mis planes
- ¿Y tu hombre?- y Sophia creyó confirmar la teoría que aquella voz era de un agudo homosexual.

- En Boston hasta el viernes por la mañana

- Está bien, supongo que podemos tener juntas una cita con Petrus, pero sin Camus porque sé que no te
agrada la literatura francesa… sólo un poco de televisión, ¿está bien?

- Perfecto, it’s a pajama party!- rió, viendo que el jefe de administración caminaba hacia su oficina. –
Aquí viene Satanás, me tengo que ir, te veo luego- y colgó antes de que Emma pudiera despedirse.

- Sí…te veo luego- susurró a su iPhone, golpeándolo suavemente contra la palma de su mano, como con
una pesadez emocional.

- ¿Todo bien?- preguntó Sophia, viendo cómo le había cambiado el humor a Emma.

- Sí, sí…- dijo, recomponiéndose sobre el banquillo para volver a tomar la pistola de silicón, que odiaba
que le quedaran esos finos hilos que, al enfriarse, se notaban demasiado. – Agh…- suspiró, por la
frustración.

- ¿Puedo ayudarte en algo?

- Si tienes alguna solución para que no me quede silicón en la base, te lo agradecería- suspiró.

- Déjame ver los arbustos- dijo, poniéndose de pie, rozando la mano de Emma al tomar el arbusto. -
¿Tienes Mounting Tape?
- Sí, creo que sí- murmuró, abriendo las gavetas para buscar aquella específica cinta adhesiva. – Aquí
tienes- dijo, alcanzándole el rollo de cinta adhesiva. Sophia tomó una de las tijeras de Emma y cortó un
trozo, lo suficientemente grande como para pegarlo en el fondo de la base, pues el arbusto era
simplemente un recubrimiento de un diminuto recipiente vacío, y tenía un fondo falso, en donde Sophia,
con tres trozos del mismo tamaño de cinta adhesiva, cubrió el agujero y lo pegó entre las líneas que
Emma había dibujado. Emma la veía con asombro, pues eso nunca se le hubiera ocurrido, y era más fácil
que deshacerse los dedos al intentar llenar los bordes de silicona. Y, justo cuando Sophia se inclinó al
lado de Emma para pegar el arbusto, no sólo inhaló aquel floral perfume que a Sophia le sentaba de
maravilla, sino que también sintió el busto de Sophia repasarle, realmente por accidente, su hombro.

- ¿Es acrílico o témpera?

- Témpera

- Ah, pues… entonces es fácil… ¿cómo sueles quitarte la silicona de los dedos cuando se te enfría?

- Te sonará raro…pero con chapstick, algo con grasa

- Sí, y la témpera es soluble en agua, no en aceite… sólo para que no lo vuelvas a pintar- sonrió,
alcanzando a inhalar el aroma del cabello de Emma, un aroma nuevo y diferente, pero limpio, como para
enterrar la nariz ahí mientras le daba besos, besos que, con cada minuto que pasaba, intentaba
contenerlo más.

- Wow…- suspiró, volviendo a ver a Sophia, que si no es porque Sophia se aparta, Emma roza su nariz
con su mejilla. – Gracias, Sophia- “Y rubia pero no bruta, ¡toma, estereotipo!”.

- Es un placer, Arquitecta- sonrió, regresando a su portátil para seguir levantando aquella construcción
digitalmente. “Aunque sería un mayor placer besarte”.
Emma siguió el método de Sophia, apilando tres cuadros de cinta adhesiva para pegarlos dentro del
recipiente de los arbustos, y luego, por Sophia también, logró quitar aquellos hilos molestos de silicona.
Y terminó el modelo, justo para llevárselo a Volterra, dos días antes de que se lo pidiera. Volvió a entrar
a la oficina, a limpiar la mesa de dibujo, que en realidad era mesa para todo. Escuchaba los suspiros de
Sophia, como si estuviera cansada, porque lo estaba, no había estado durmiendo bien, pues sólo podía
pensar en Emma, en su enferma obsesión por ella, y en aquella remota imagen de su espalda del día
anterior, de aquellas pecas, de aquella marca blanca en el ligero bronceado de aquella blanca piel, que
sólo había visto una parte de aquella cicatriz, y una parte muy pequeña. Sophia simplemente esperaba
a que el archivo terminara de convertirse a un formato que fuera menos pesado, pues con los retoques
de ambientación sería muy pesado. Mientras esperaba, Emma limpiaba, sacó un cubo Rubik de su bolso,
de cuatro por cuatro, y fue un ruido que a Emma le llamó la atención, pues Sophia no lo hacía por
alardear de su “inteligencia”, pues era algo que con algoritmos se podía resolver fácilmente, pero ver la
agilidad, con la que Sophia movía las caras, era impresionante, hasta parecía que no pensaba los
movimientos, que simplemente movía, y, antes de que Emma terminara de limpiar, que no se tardó más
de dos minutos, Sophia ya había completado el cubo, y “Wow”, para desordenarlo de nuevo, ahora sin
ver mientras veía, en la pantalla de su portátil, que faltaban treinta y dos minutos para que la conversión
terminara. Emma salió a traer un poco de agua, que Moses le preparaba en menos de treinta segundos,
y regresó a su oficina, sólo para caer de golpe sobre su silla, que fue lo que hizo que Sophia reaccionara
mientras Emma clavaba su concentración en el monitor de su ordenador, a contestar e-mails.

Pero Sophia no pudo quitarle la vista a Emma de encima, hasta desordenaba realmente sin sentido, pues
su concentración estaba total y completamente en el muslo de Emma, que su falda se había subido y
ella no se había dado cuenta, dejando que Sophia viera el encaje elástico de sus medias, y era algo que
a Sophia le robaba la cordura, al punto de que el cubo se le salió de las manos, que realmente saltó de
ellas y cayó del lado del escritorio de Emma. Emma volvió a ver al cubo y, con una sonrisa, alcanzó el
cubo en cámara lenta, con sensualidad. Sophia sólo quería hacerle todo lo que nunca le había querido
hacer a nadie, ni a un hombre ni a una mujer, ¿por qué a Emma sí?, esa era una pregunta que a Sophia
no se le quitaba de la cabeza. Ya sabía que estaba enamorada físicamente de ella, que era la mitad de la
explicación de por qué quería besarla tanto, de por qué quería probarla, pero no se sentía capaz de
siquiera pensar en probarla sin ropa, aunque eso no la libraba de imaginársela sin ropa. La otra mitad
era lo de antes, una idealización de Emma, la que había tenido aquel verano olvidado, pero ahora se
daba cuenta de que su idealización no estaba muy lejos de ser la realidad; mujer con un ego
impresionante, con autoridad, con carácter, pero con la capacidad de ser amable, aunque también tenía
la capacidad para ser un ogro, esa ambigüedad salía por cada poro de su piel. Pero también era la intriga
de quién era en realidad, porque más allá de ser Arquitecta y Diseñadora de Interiores, más allá de ser
italiana, y todavía más allá de sus Christian Louboutin y su bolso Chanel, tenía que tener una historia, así
como todos en esta vida, ¿cuál sería su historia? ¿Cuál sería la historia de aquel anillo que a veces
utilizaba en su dedo anular y a veces en su dedo índice? ¿O cuál sería la historia de su acento? ¿O del
verdadero “¿qué hace aquí?”?
Miércoles diecisiete de octubre de dos mil doce.

- Regresó- sonrió Alastor para Emma.

- Pues, si no quiere atenderme…puedo irme también- sonrió Emma, tomando asiento en aquel sofá de
cuero rojo, que no era feo porque era relativamente cómodo.

- No, no me malinterprete, Señorita Pavlovic… es sólo que creí que no volvería, que la sesión del sábado
le había incomodado

- Mi vida es incómoda, Doctor Thaddeus, y aún así la vivo lo mejor que pueda

- ¿Se considera usted existencialista, Señorita Pavlovic?

- ¿Yo?- resopló sacudiendo su cabeza, girando el Venti de un Iced Passion Tea Lemonade de Starbuck’s,
el cual había comprado ante la eminente sed después del trabajo. El psicólogo asintió lentamente, con
sus dedos entrelazados sobre su abdomen, viéndola con serenidad sonriente. – Ninguna vida es perfecta,
Doctor Thaddeus- dijo Emma. – Pero la mía es casi perfecta… y me gusta mi vida, con todo lo malo y todo
lo bueno; estoy con vida, mi familia está con vida, estoy saludable al igual que mi familia, tengo oxígeno
en mis pulmones, sangre en mi sistema circulatorio, una sonrisa que regalarle a todo peatón que me vea
a los ojos, un saludo de buenos días, buenas tardes o buenas noches, para todo aquel que me atienda o
me lo desee primero, tengo techo, tengo trabajo, tengo amigos, tengo dinero suficiente como para no
preocuparme si el día de mañana me quedo sin trabajo… dígame usted, ¿qué tan mal le suena mi vida?

- Nada mal, Señorita Pavlovic, nada mal… pero usted dijo que su vida es “casi perfecta”, lo que implica
que no lo es, no lo es para usted… y me confunde, porque lo que me acaba de decir me lo diría una
persona feliz, no una persona a quien le incomoda vivir su vida
- Touché, touché- sonrió. – Pero la felicidad es pasajera

- ¿Me quisiera explicar?

- Siempre que le pasa algo que lo hace feliz, aquello que le pone una sonrisa genuina en su rostro, aquello
que lo hace ver la vida sólo con positivismo, como si todo fuera bueno y correcto, como si lo malo y lo
incorrecto fuera mentira, pero la más mínima cosa le borra la sonrisa, le quita todo aquello, dígame
usted si no le ha pasado

- ¿Y en la adversidad no se puede ser feliz?

- Se puede ser feliz, es una decisión, pero a veces los factores externos no ayudan a los internos, no lo
suficiente como para que la decisión sea la acertada… aunque yo sí soy feliz, aunque a veces me siento
miserable… no en el sentido de desdicha, sino de aflicción, sin fuerza, sin valor- suspiró, para luego dar
un par de tragos fríos a su té.

- ¿En qué momentos se siente “miserable”?

- No lo sé… no es siempre, ni todos los días…es esporádico, momentáneo…pues, igual que la felicidad, la
miseria es pasajera

- Dígame algo, ¿qué le parece si cambiamos de tema?- Emma asintió. - ¿Cómo va el sueño?

- Bien, bien

- ¿Ha estado durmiendo bien, bastante, o bien y bastante o bastante bien?


- Pues, el sábado que vine, mi mejor amiga y yo nos tomamos una botella de tequila y dormí como un
bebé- Alastor asintió para que le siguiera contando. – El domingo me desperté un par de veces, pero me
logré dormir, el lunes dormí poco pero bien... y, lo que dormí, realmente lo dormí bien

- ¿Por qué?

- Fue un día bastante bueno, en un sentido general, sin tensiones, sin estrés en el trabajo, un par de risas
por aquí y por allá…

- ¿Algo en particular que haya soñado?- Emma se sonrojó. – No tiene que decírmelo, pues no sé a qué
ha venido este día, pero seguramente las respuestas que busca las encontramos en lo más mínimo de
sus respuestas

- La semana pasada llegó una compañera nueva de trabajo- suspiró, poniéndose de pie y bebiendo un
poco más de su ácido té. – Es la sobrina de mi jefe…

- ¿Tiene problemas con ella?

- Mi trabajo es muy especial… somos pocos en el Estudio, soy la dueña de una parte del Estudio, no sé si
los demás trabajadores lo saben o no, pero soy dueña del veinticinco por ciento, y mi jefe es mi socio, le
sigo llamando “jefe” por costumbre… el punto es que yo tengo una oficina personal, como mi jefe, la mía
es un poco más grande, y da a St. Patrick’s Cathedral, es la oficina de ensueño, se lo juro… y, bueno, hace
un mes, más o menos, me consultó sobre una contratación, yo no suelo meterme en cuestiones
administrativas, en el sentido de personal y esas cosas, por lo que le dije que ese tipo de cosas las hiciera
él solo, que confiaba en su criterio… y, bueno, el lunes pasado anunció que tendríamos una nueva
compañera

- ¿Qué tiene de especial ella?


- Que está en mi oficina, ahí la han metido porque no había otro espacio… pero yo no sabía que era la
sobrina de mi jefe en ese entonces, ahora sí lo sé

- ¿Eso cambia las cosas?

- Sí y no- la vio con una mirada de “explíquese”. – Cambia las cosas porque yo a mi jefe lo respeto mucho,
y respeto a su sobrina también, pero eso no me quita la sensación de que es mi oficina… es egoísta, yo
lo sé… pero no es porque sea la sobrina de mi jefe que la respeto y la tolero…porque hasta me gusta
tenerla en la oficina; es graciosa, amable, muy inteligente…

- Señorita Pavlovic, a veces nos cerramos a las posibilidades más relevantes de nuestras vidas, por
egoísmo…quizás puede encontrar, en la sobrina de su jefe, una nueva amiga

- Entonces- dijo, obviando el comentario del psicólogo bohemio. – No sé qué me pasó… pero desde el
momento en el que la vi, que estreché su mano, no sé, no me siento yo, no me siento como siempre me
sentí… y los días pasan y me siento más ajena a lo que conozco de mí

- ¿Me quisiera explicar bien, por favor?

- Agh…- suspiró Emma, cayendo de golpe sobre el sofá, bebiendo hasta el fondo su té. – Sophia es
especial… es como si, cada vez que la veo a los ojos, veo un poco de su vida, veo un dolor que no ha
sanado, es como si tuviera mil preguntas por hacer y no se siente capaz de hacerlas… pero es la forma
en la que sonríe, lo genuino de su sonrisa, es como si viviera el momento porque no puede mirar al
pasado… porque le duele aceptar muchas cosas, o porque no quiere darse cuenta de muchas otras

- Dígame una cosa, Señorita Pavlovic… ¿hablamos de Sophia, la sobrina de su jefe, o de usted?- sonrió,
cambiando de pierna. Emma frunció su ceño, como si no entendiera la pregunta. – A ver…- suspiró. –
Volvamos al sueño, ¿le parece?
- Sophia… desde el día en el que la vi…desde entonces sueño con ella, a veces no le veo la cara, pero sé
que es ella, o me gusta pensar que es ella… es reconfortante, es cálida, me hace sentir segura…

- ¿En el sueño o en la vida real?

- Definitivamente en el sueño- asintió.

- Y en la vida real, ¿cómo la hace sentir?

- Siempre llega tarde, después que yo, entre quince y veinte minutos después que yo… y me enoja su
impuntualidad, de verdad me enoja- suspiró, poniéndose nuevamente de pie, qué inquieta. – Pero
cuando llega, y veo que está bien, que está sana, y que sólo se quedó dormida o se tardó en bañarse o
tomó un taxi muy tarde, me invade la paz… es como una cajita intrigante que contiene sólo inquietudes,
curiosidades y muchas cosas por decir y por hacer… y es como si guardara la calma, como si estuviera en
su zen todo el tiempo, tomando las cosas con calma, encontrando soluciones sin perder la cabeza… como
si tomara su vida entre su sonrisa…

- A ver, déjeme ver si entiendo- sonrió, irguiéndose y poniendo ambos pies sobre la alfombra. – No le
molesta la impuntualidad en sí, sino porque cree que algo le ha pasado- Emma tambaleó la cabeza, entre
sí y no, pero ambas respuestas eran correctas. - Y, con su sola presencia, la contagia de su serenidad-
entonces asintió. – Señorita Pavlovic… ¿qué tipo de sueños tiene con Sophia?

- Pues, al principio eran como el final tranquilo a mis pesadillas, pues empezaba con pesadillas, pero
llegaba un momento en que aparecía alguien que hacía que la pesadilla terminara, pero del sábado para
ahora, se han intensificado…

- ¿En qué sentido se intensifican?


- Al principio eran sólo besos

- ¿Besos en dónde?

- En la mejilla, en las manos…

- ¿Y luego?- sonrió, viendo que a Emma le costaba demasiado trabajo hablar sobre aquello que él ya
sabía, pero de nada servía saberlo si Emma no lo decía, pues, al decirlo, contemplaría aceptarlo.

- Besos en los labios

- ¿Y cómo eran esos besos?

- Eran tiernos y lentos… era la necesidad de besarla, de no dejar de besarla

- ¿Quién comienza los besos?

- Yo…

- Entiendo- suspiró. - ¿Hay algo más que sólo besos?

- Pues…- resopló, sentándose de nuevo, recostándose y apoyando los pies sobre el brazo contrario. –
Cada vez escalan, más y más… y los besos se vuelven caricias, caricias que tienen repercusiones físicas
en la vida real, caricias que, en el sueño, son íntimas, caricias que se vuelven acciones imposibles en la
vida real, pero que en el sueño son tan posibles como que no quiero despertarme… y me enoja
despertarme… es como si estuviera obsesionada con ella- le hablaba al techo blanco, intentaba no hacer
contacto visual con aquel hombre, se le hacía más fácil así, evitando el contacto visual.

- El término “obsesión”, Señorita Pavlovic, no es tan simple como una idea con la que su mente la asalta
constantemente, es un término muy fuerte… y no creo que usted esté obsesionada con ella

- ¿Ah, no?

- No, Señorita Pavlovic…- sonrió. – Dígame, en esta semana que han trabajado juntas, ¿ha habido algún
tipo de roce fuera de lo común?

- No que yo sepa

- ¿Ve? Si usted tuviera una obsesión con ella, buscaría hasta la más mínima excusa para tocarla, para
convencerla de hacer lo que su inconsciente y su subconsciente hacen en sus sueños…- Emma respiró
hondo, como si estuviera aliviada, pues, no estar obsesionada era algo bueno. – Una pregunta, ¿ha
tenido algún acercamiento personal con ella? Como de hablar de sus vidas, salir fuera de las horas de
trabajo…

- No, para nada… no tengo tanta confianza con ella como para hablarle de mi vida personal…

- ¿Ella lo ha hecho?

- Pues, sí, lo que sea que le pregunte, me lo responde…


- ¿No lo ve?- Emma frunció su ceño en confusión. – Ella le está confiando a usted su vida, aspectos de su
vida personal, y usted no…

- No puedo simplemente abrirme con ella sólo porque sueño con ella a diario

- Sabe, Señorita Pavlovic… a veces, las mejores cosas, las cosas que cambian nuestras vidas para bien,
son las que nos perdemos por cerrarnos a cualquier alternativa, por no contemplar el hecho de
considerar las opciones que tiene… a veces tenemos que dejar el orgullo a un lado, dejar el lado racional
a un lado y simplemente considerar el lado irracional de las cosas… le soy muy sincero, Señorita Pavlovic,
yo pienso que a usted le gusta Sophia, más de lo que cree y más de lo que conoce, por eso le está
costando trabajo aceptar que tiene emociones comprometidas con ella… pues si sólo fuera una relación
laboral, sea recíproca o no, usted, siendo su jefa, porque eso es lo que es, podría reprenderla por ser
impuntual, en cambio, no lo hace y se tranquiliza al ver que llega sana y salva…

- ¿En conclusión?- murmuró, sentándose sobre el sofá y apoyando sus codos sobre sus muslos, fijando
su mirada en el arreglo floral de la mesa que dividía el sillón de Alastor y su sofá.

- Lo que usted ve en Sophia, lo que usted dice que ve en sus ojos, es lo que usted ve en usted misma…
quizás por eso le da tanta curiosidad, porque es como verse frente a un espejo, en esencia, porque no lo
es, pues quizás usted está malinterpretando lo que ve en sus ojos, quizás no es lo que ella es, sino un
reflejo de lo que usted es, de todo lo que usted quiere ser, quiere hacer, quiere decir y quiere sentir, y
usted misma no se lo permite…- sonrió, viendo a Emma hundir su rostro en sus manos. – Hay cosas que
toman tiempo, unas más que otras, sanar heridas del pasado no es lo mismo que aceptar los hechos del
pasado, y no va a ser fácil ni rápido indagar en su pasado para encontrar las respuestas de lo que está
pasando en su presente… todo es una cadena de eventos, Señorita Pavlovic, todo lo que uno cree que
no le afecta, quizás no le afecte en ese momento, pero quizás le afecte mucho tiempo después, o quizás
no le afecte nunca, o tal vez ni cuenta nos damos que nos afectó o que nos está afectando…- Emma
enterró sus dedos en su cabello, deteniendo su cabeza entre sus manos, respirando hondo y no porque
estaba enojada. – Como usted me dijo al principio, su vida es casi perfecta, mencionó muchas cosas,
pero no mencionó al amor, y, dejando a un lado el romanticismo, todo ser humano necesita amor, es un
mito que el ser humano puede vivir en la soledad, la soledad mata como un café con arsénico todas las
mañanas… lento, sin dolor, hasta el momento en el que termina con nuestras vidas.

- ¿Qué hago?- balbuceó sin despegarle la mirada al suelo.


- Yo no puedo decirle qué hacer, eso sólo usted puede decidirlo… pero puedo aconsejarle que considere
sus opciones, que deje, por un momento, las normas sociales y su orgullo, sólo para considerar sus
opciones con claridad, pero no aparte sus principios morales, mucho menos sus deseos… todo ser
humano busca la autorrealización, todo ser humano quiere ser feliz… y, si me pregunta, Señorita
Pavlovic, en la vida que los humanos mismos hemos construido en conjunto, hasta la felicidad tiene su
precio… el camino que tome para ser feliz, abandone lo que tenga que abandonar para ser feliz, siempre
habrá gente que la juzgue, pues de los juicios nadie se salva…reflexione las cosas…quizás Sophia no sea
la solución, pero al menos habrá aceptado que una mujer tiene la capacidad de contagiarle paz y
tranquilidad, y eso ya es un comienzo… piérdale el miedo a los riesgos- sonrió, viendo a una Emma
indefensa, como si hubiera quebrado su armadura, que seguramente la tendría intacta al cruzar la calle,
pero al menos las palabras habían penetrado aquella armadura tan densa. - ¿Tiene miedo de que sea un
error?

- No sólo de que sea un error, sino de que sea una equivocación, de ambos lados…

- ¿Usted alguna vez cometió un error que le diera felicidad cometerlo?- Emma asintió. – Usted dice que
la felicidad es pasajera, pero así como ese error que cometió, ¿qué pasaría si el error no fuera fugaz, sino
eterno o repetitivo para que la felicidad durara hasta que usted decidiera no tenerla más?

- Sí…- dijo en su voz pegajosa. – Supongo que tiene razón…

- Lo que sea que le haya hecho, el que se lo haya hecho, me da la impresión que ya no está en su vida-
sonrió, viéndola ponerse de pie. – Aproveche la ausencia del pasado, pero no lo olvide

- Ya va a ser la media hora…y tengo que irme…- suspiró Emma, intentando no escucharlo más.

- ¿Cita para la otra semana?- sonrió, poniéndose de pie.


- Ya lo veremos- dijo, aclarándose la garganta y extendiéndole la mano. – Ha sido de mucha ayuda-
sonrió, estrechándosela, tal y como lo había hecho el sábado anterior.

Jueves dieciocho de octubre de dos mil doce. Emma no había podido dormir, pues las palabras de Alastor
le rebotaban, le hacían eco, hasta le gritaban, y no sólo eso, sino que también su subconsciente le decía
“tiene razón, no seas tan testaruda, ¿qué puede salir mal”, pero Emma sabía que si salía mal, saldría muy
mal, muy, muy mal, irremediablemente mal, pero quería intentarlo, quería intentar algo, pero no sabía
ni qué ni cómo. Llegó a la misma hora de siempre, a las siete y cinco, sólo porque se había detenido a
comprar cigarrillos, Marlboro rojos, pues no podía fumar Light, no tenían el mismo efecto relajante en
ella, necesitaba tres Light para suplir uno rojo, o quizás era psicológico, pues fumar rojos desde los
diecisiete tenía que ser una costumbre, diez años, casi once. Veía St. Patrick’s Cathedral a lo lejos
mientras tomaba su típico té en su taza negra, con contornos blancos, que detallaban a Darth Vader. Y,
pensando en lo que Alastor le había dicho, cosa que no podía apartar de su mente ni por un segundo,
vio su reloj, su Patek Philippe, que el segundero se movía tan lento, como si no tuviera prisa por hacer
que el minutero llegara a las siete y veinte, hora a la que Sophia llegaba usualmente, y pensaba en lo
que ella misma había dicho, en la preocupación que tenía por Sophia, de si llegaba bien, en una pieza,
que la impuntualidad le enojaba, pero que le dejaba de enojar cuando Sophia llegaba con vida, como si
fuera mayor aventura tomar el Taxi. Vestía camisa desmangada negra, ajustada a su torso, pero era de
algodón de noventa por ciento, lo que evitaba que su ombligo se marcara, algo que Emma odiaba en
una camisa, pantalón negro, no muy ajustado a las piernas, pero tampoco de pierna ancha o recta, ahora
elevada en Karung Zalou Louboutin, dieciséis centímetros, no era la gran cosa. Escuchó aquel taconeo
sordo sobre la alfombra, las siete y dieciséis, y volvió a ver hacia el pasillo para corroborarlo, y, en efecto,
era Sophia, que caminaba entre sus alborotadas pero sensuales ondas rubias, hasta la oficina, en donde
Emma la esperaba con la puerta abierta. Emma caminó hacia la puerta, Gaby todavía no había regresado
de la oficina de la Trifecta, pues Emma necesitaba cualquier cosa, sólo quería quitarla del escritorio.

- Buenos días, Sophia- sonrió Emma, con una sonrisa interna y externa, corroborando que le daba paz
ver a Sophia en una pieza, caminando con la sonrisa que la caracterizaba, más entre sus camanances.

- Buenos días, Arquitecta- sonrió de regreso, llegando a dónde Emma, que Emma, tímida y
calculadoramente, le dio un beso en la mejilla, pero se arrepintió al momento que se lo daba, por lo que
se movió a la otra mejilla, para completar aquel beso, que no decía mucho, sólo una potencial amistad,
aunque Sophia casi se derrite. - ¿Cómo estás?- dijo, dándose la vuelta, mostrándole a Sophia sus pecas,
plagando elegantemente sus hombros también.

- Bien, ¿y tú? ¿Qué tal tu noche?


- Bien- suspiró, alcanzándole la taza con café, que había jugado a ser Barista y había logrado lo “único”
que sabía hacer; una hoja. - ¿Y la tuya?

- Caí muerta- rió. – Increíble lo que Lilly Hatcher puede cansarte con tanta información… gracias- sonrió,
tomando la taza y notando la hoja. – Moses jugando a ser Barista, qué lindo- y Emma sonrió, pero Sophia
notó que algo no estaba bien. - ¿Está todo bien?

- Sí, sí… un poco desvelada…solamente- sonrió apagadamente, sentándose en su silla y encendiendo el


monitor de su iMac.

- ¿Quieres uvas?- sonrió, sacando un hermético con uvas.

- ¿Verdes y sin semillas?- Sophia asintió. – Te quitaré dos- sonrió forzadamente, sólo por no ser
descortés. – Gracias- y las metió a su boca, masticándolas sin ganas de sentir sabor, ni textura.

La mañana fue eterna para ambas, pues no cruzaron ni una tan sola palabra, Emma haciendo ajustes a
la casa de los Hatcher, Sophia terminando las propuestas para aquella oficina, simplemente cada uno en
lo suyo, tal y como Sophia imaginó que el ambiente de trabajo sería, así como en Armani Casa, todos
juntos pero, al mismo tiempo, separados, cada quien en lo suyo, viendo hacia el frente, sin detenerse a
mirar alrededor. Pero Sophia no era así. A veces se detenía para ver a Emma, trabajando seriamente,
con su ceño fruncido, a veces frunciendo los labios, dando clicks colocados, apretando teclas junto con
clicks, o cuando se daba la vuelta en su silla, bebiendo agua con gas, y veía hacia afuera con la pierna
cruzada, “Si tan sólo me tuvieras confianza para decirme lo que te pasa”, y Sophia seguía trabajando,
viendo a aquella diva en pleno apagón, físico, mental y emocional, como si quisiera simplemente irse.
No salieron a comer, Emma ni siquiera comió, simplemente se pasó entre su ordenador y su iPhone, por
lo que Sophia cayó en lo mismo de antes, ir a almorzar sola y, en vista que no conocía exactamente la
ubicación de tantos restaurantes, ni tenía reservaciones para la hora de almuerzo, terminó almorzando
en Dean & DeLuca, que quedaba en el edificio prácticamente, sola y pensativa, acariciándose las mejillas
ante el recuerdo de los besos de Emma, ¿de dónde le había nacido aquello? Era un acercamiento
bastante sorpresivo, pues Sophia no esperaba que la besara. ¿Y qué tenía aquella mujer que le gustaba
tanto? Sophia le daba vueltas a sus pensamientos, intentaba descifrarlo pero no podía y, entre más
pensaba en el humor extraño de Emma, más quería acercarse y preguntarle qué le pasaba, más quería
acercarse y succionarle sus problemas a través de un beso. Y es que Emma la confundía, era como si le
coqueteara constantemente, accidental o intencionalmente, coqueteo era coqueteo, pero luego
actuaba así de fría, es que Emma no podía ser lesbiana, jamás, nunca, una Diva así, de ese calibre, debía
tener un novio secreto igual de Divo, igual de hermoso, alguien con quien tuviera noches de pasión
desaforada, llenas de sudor, besos y gemidos, una relación heterosexual. Pero Sophia no podía dejar de
pensar en una Emma en ese tipo de situaciones, en las que la lujuria la invadía, ¿cómo se transformaría
su humor, su mirada, su lenguaje corporal? ¿Cómo sería despertarse junto a ella? ¿Sería de despertarla
con besos? ¿Dormiría desnuda, apreciando la perfección de cuerpo que tenía, o dormiría con alguna
pijama sensual? No, Sophia no podía contenerse los pensamientos, ni podía evitar imaginarse a Emma
con ella, pues era algo imposible, más después de la frialdad de Emma, soñar no costaba nada.

- Arquitecta- sonrió Sophia al verla caminando por el Lobby que iba hacia afuera. - ¿Vas al apartamento
de Meryl?- pues pensó en preguntarle si podía acompañarla.

- No… voy a casa ya- murmuró, enrollando una bufanda de seda, blanca con negro, en las mismas
proporciones, alrededor de su cuello.

- Que te vaya bien- sonrió, acercándose a ella, y le dio un beso en ambas mejillas, así como Emma lo
había hecho hacía un par de horas. – Espero que te mejores- murmuró, acariciando cariñosamente su
hombro sobre aquel abrigo Altuzarra negro.

- Gracias, Sophia- sonrió. – Te veo mañana- y reanudo los pasos hacia el exterior.

Bueno, al menos la vería al día siguiente. Y acarició sus labios, pues había besado las suaves mejillas de
aquella Arquitecta a la que estaba segura que no sólo ella se la quería comer entera con tantas ganas,
es que, según Sophia, no había nada que besos sinceros no podían arreglar, que fue cuando se le ocurrió
que Emma estaba de luto, pues vestía toda de negro, desde su bolso hasta sus zapatos, toda su ropa,
hasta su bufanda era blanco y negro, pero no, Emma no estaba de luto, simplemente había sido lo
primera que había visto por la mañana. Sophia subió a la oficina, viéndola vacía sin Emma, y le dijo a
Gaby que, si no tenía nada por hacer para Emma, que podía retirarse, pues Sophia no estaba
acostumbrada a tener secretaria o asistente personal, y tampoco era como que inundarían de llamadas
telefónicas, ¿o sí? Lo hecho, hecho estaba, y Sophia se encerró en aquella oficina, contemplando el poder
que tenía Emma para llenar con su presencia aquel espacio, y trabajó en silencio, y trabajó más y más,
tanto que ni se dio cuenta a qué hora el sol ya no estaba. Y se encontró sola en la oficina, de no ser por
Volterra, quien trabajaba exhaustivamente en el proyecto de Pittsburgh todavía, hubiera estado
realmente sola. Se dirigió a su apartamento, en plena inhabilidad de poder quitarse de la mente a la
tristeza de Emma, al humor amargo de aquella mujer, de aquella hermosa mujer, la que le coqueteaba
pero la rechazaba, todo sin saberlo, lo que daría por darle un beso, por tenerla entre sus brazos, por
estar ella entre sus brazos, por hundirse entre sus labios, por...”por hacerle el amor, el amor más sincero
y apasionado que exista, que no conozco, pero lo inventaría en ese momento”. Salió a fumar un cigarrillo
mientras escuchaba música, le gustaba The Raconteurs, un grupo bastante inusual, pero que contagiaba.
“And maybe I just don’t see the reason, but in the corner of my heart your ignorance is treason”, eso era
lo que aquella canción decía, que Sophia le encontraba un significado propio, se sentía identificada con
aquello, pero también se sentía identificada, y no en el buen sentido, cuando decían “you don’t
understand me, but if the feeling was right, you might comprehend me”, se apegaba más a Emma, pues
era cierto, Sophia no conocía a Emma, no podía comprenderla, lejos de comprender lo que sentía, lejos
de todo eso, necesitaba que Emma se abriera con ella, que confiara en ella, aunque sabía que Emma no
era lesbiana, es que respiraba heterosexualidad, pero luego, Sophia sentía que sí podía tener una
oportunidad, con cualquiera, pues todos eran corruptibles: “and I don’t claim to understand you, but
I’ve been looking around and I haven’t found anybody like you”, aunque quizás debía medir el nivel de
corruptibilidad de Emma, saber un poco más sobre ella.

Emma, por el otro lado, simplemente vio a Sophia tan lejos que decidió ponerle fin, tosco y de ipso facto,
a aquellas ridículas y demenciales ideas de besarla, de tocarla, de acariciarla, de rozar su piel contra la
suya, así como en sus sueños, así de candente, de apasionado, pues no sabía si eso era hacer el amor,
nunca había hecho el amor, no como lo describían, así, con esa conexión sentimental en ese momento,
que era más una sinfonía de jadeos y de “te amo” que otra cosa, además, nunca se le había ocurrido, ni
siquiera había contemplado la idea de que Sophia fuera heterosexual, además, ¡Volterra!

- Es su sobrina, carajo, no te vas a meter con la sobrina de tu jefe

- ¿Y qué pasa si Alastor tiene razón?- aquella mujer enojada de ojos verdes la vio a través del espejo del
baño mientras Emma se detenía de los bordes del lavabo. – No soy feliz…- gruñó, ejerciendo fuerza sobre
el lavabo, como si quisiera tirarlo contra el suelo, pero sólo creó una reacción de rebote, quedando de
pie, erguida ante el espejo, haciendo contacto visual con aquella mujer que tenía el descaro de sólo
aparecer cuando no quería que apareciera.

- Si lo eres, eres feliz así… meterte con Sophia es firmar el consentimiento de tu propia desgracia. Dime,
¿te falta algo? Y “amor” no es una respuesta válida, porque tienes amor, tienes a Natasha, a mamá…
- Tú…- suspiró con mirada incrédula. – Tú no entiendes, ¿verdad?

- Aparentemente no

- Ya me aburrí de ser “Emma”, “Arquitecta Pavlovic”, ya me aburrí de ser “Tesoro”, de ser “Nena”…
necesito que alguien me llame “mi amor”

- Natasha te llama así y tú a ella, ¿cuál es el problema?

- Que necesito a alguien que me abrace, que me bese, que me lleve a la cama, ¿es tan difícil eso de
entender? Alguien que me quiera diferente, que me tenga un amor de romance, no de amistad, no de
fraternidad

- Emma, Emma, Emma…- suspiró, tomándola de los hombros con delicadeza. – Eso no lo vas a encontrar
en Sophia, y lo sabes…

- Entonces explícame por qué me gusta tanto Sophia, ¿sí?

- Tienes una atracción física por ella, nada más- la abrazó, envolviendo sus brazos con los suyos. – Tú
sabes que, aunque Sophia te corresponda, no la dejarás entrar aquí- dijo, poniendo su mano sobre su
corazón. – Así como no dejas entrar a nadie, a veces ni a ti misma… ¿por qué crees que Sophia sería la
excepción?- sonrió, en aquel tono que Sara le solía poner para hacerla cambiar con cariño.

- Porque no me gustaría tanto si no fuera la excepción… es más, no sé si alguien me ha gustado tanto


como ella, si me ha intrigado tanto… ni siquiera Marco… nadie
- Emma, deja de buscar el amor, deja que el amor venga a ti…eventualmente encontrarás a alguien que
satisfaga tus necesidades- le dio un beso en la mejilla.

- Pero si ya vino, está ahí, en mi oficina… dejé que viniera a mí, sería estúpido no “pelear” por él, ¿no
crees?

- Pero no la vas a dejar entrar… ni siquiera eres capaz de abrirte a un nivel superficial con ella, ¿así quieres
que te ame?- resopló, soltando a Emma, quien se volvía a detener de los bordes del lavabo. – Tú sólo
tienes curiosidad sexual, tú quieres saber a qué sabe Sophia Rialto, te arde por saber

- ¿Y cómo explicas el hecho de que sea una mujer?

- Eso lo sabes tú, lo sabes y no lo quieres aceptar… tal vez, quizás, el día que aceptes el “por qué”, puedas
hacerte la vida más fácil- Emma la volvió a ver con rabia, pues no había hecho más que confundirla. –
Llévala a la cama si quieres, ten tu diversión, pero te acordarás de mí el día en el que eso termine mal…-
le dio un beso en el hombro y Emma la vio desaparecer, y desapareció porque su iPhone estaba sonando,
y caminó, en toalla, pues terminaba su ducha, y ahora la discusión con su jodida consciencia, hasta su
bolso.

- Ciao, Mami- sonrió, dejándose caer a la cama.

- Ciao, Tesoro. ¿Cómo estás?

- Bien, ¿y tú?- se dejó caer sobre su espalda, escuchar a Sara era lo único que la tranquilizaba.

- Muy bien, ¿cómo va todo en el trabajo?


- Pues muy bien, muy bien, tengo una nueva compañera de trabajo- sonrió, no sabiendo por qué le
contaba eso a Sara, pues en el caso de Harris no le había contado.

- Cuéntame

- Pues, nada, compartimos oficina- Sara soltó un sonido de incredulidad. – Yo sé, yo sé, pero comparto
civilizadamente, tal y como me enseñaste

- Yo sé que no te gusta compartir, pero me alegra mucho que lo hagas- sonrió. - ¿Cómo se llama? ¿Es
amable?

- Se llama Sophia y, sí, es amable, muy amable… es la sobrina de Volterra, pero, bueno, ese es otro tema,
¿cómo va todo en la Capilla Sixtina? ¿Ya terminaron de curar el techo?

- Ahora está muy húmedo, eso nos atrasa demasiado, pero ya la cantidad de turistas bajó, podemos
cerrar la Capilla un día a la semana, lo que les da tiempo de avanzar

- Al menos avanzan- rió Emma. – Oye, te quería decir algo… llego hasta el dieciséis de diciembre, quería
llegar un día antes… pero no había espacio en vuelo directo ya, salgo en la mañana de aquí, a eso de las
cuatro y cincuenta y cinco, estaría llegando a las seis o siete a Roma

- Tú sabes que me gusta que vengas- sonrió. – Pero si alguna vez quieres quedarte, sólo tienes que decirlo

- No veo por qué querría quedarme, mamá… creo que dos festividades con Natasha serían demasiado-
rió. – Es suficiente con Año Nuevo… además, nunca logro que vengas, y tampoco puedo dejar de verte
por tanto tiempo, un año es bastante, no tengo la capacidad de imaginarme que pases la navidad sola,
nadie debería pasarlo solo, ¿no crees?
- Para que seas un poquito antinavidad… creo que tienes razón. ¿Qué quieres que te regale de navidad?

- Lo mismo de todos los años, por favor, ¿y tú? De navidad y de cumpleaños por separado

- Me caería bien una cartera, como todos los años, que no sé qué les hago que las destruyo- rió a
carcajadas mientras digitaba la clave de la alarma central. – Y de navidad, como siempre, que cocines tú

- ¿Ves cómo nos ponemos de acuerdo?- rió Emma. – Ojalá y todo fuera así de fácil

- ¿Está todo bien? ¿Todo bien con Alfred? ¿Con tu mejor amiga?

- Mamá- rió. – Mi mejor amiga se llama “Natasha”

- Tú sabes que los nombres no son mi fuerte

- Eso es selectivo creo yo, porque, vamos, mamá, ¿confundir a Piccolo con Franco? Está difícil- rió. – Ese
es el subconsciente hablando en voz alta

- Bueno, ¿y quién dice que el subconsciente no se equivoca?- rió Sara, no sabiendo que le daba a Emma
una pequeña esperanza para con Sophia. – Aunque, bueno, tal vez en este caso no se equivocó- y la
esperanza se acabó.

- Trata a Piccolo con amor, ¿sí?- sonrió, pensando en que Piccolo era más humano y más hombre que
Franco.
- Claro que sí, Tesoro… pero, contesta a mi pregunta, ¿está todo bien?

- Sí, claro que sí, con mucho trabajo nada más- suspiró. – Tengo un proyecto al que le cambian cada cosa
cada tres segundos, es increíble…

- Bueno, intenta relajarte siempre que puedas

- Sí, ahora regresé temprano de la oficina y fui a trotar un rato al gimnasio del edificio…

- Ah, ¿cómo está la resistencia? ¿Bien?

- Pues, sí, como siempre- sonrió. – Algún día dejaré el vicio, Santa Madre- rió, refiriéndose al vicio de los
cigarrillos.

- Ojalá, ojalá, que sabes que no es algo que me guste para ti…

- Lo sé, madre- dijo, que sólo utilizaba el “madre” cuando algo le incomodaba. – Te haré orgullosa algún
día no muy lejano

- Ya estoy orgullosa de ti, Tesoro- sonrió. – Y, bueno, ya es tarde aquí, son casi las dos de la madrugada,
tengo una reunión a las ocho, ¿nos hablamos pronto?

- Cuando quieras, sabes que puedes hablarme en horas de oficina también… aunque ya sé que no te
gusta interrumpirme en mi trabajo, pero es sólo para que lo sepas… te quiero mucho, mami
- Yo a ti, Tesoro, cuídate mucho, ¿si?

- Tú también, pasa buenas noches

- Buenas noches, Tesoro- colgó.

Viernes diecinueve de dos mil doce, D-Day, o algo así. Como todos los días, Emma tomaba su té mientras
veía hacia abajo, a veces hacia St. Patrick’s Cathedral, que quedaba a la izquierda de su oficina, pues veía
con mayor facilidad el Empire State de frente, en donde a veces se imaginaba a Natasha bajarse de un
Bentley, ah, cuántas veces habían hablado de eso ya, con un vestido único, definitivamente Versace, o
Donna Karan, pues eran como sus tías, y la ola de invitados, unos famosos, otros súper famosos, otros
turbo famosos, otros, como Emma, para nada famosos, y nada de marcha nupcial, nada de Mendelssohn,
sino de Johann Pachelbel, y Emma sonreía ante las últimas pláticas con Phillip, que habían sido
confidenciales en su totalidad, pues se trataban sobre el anillo de Natasha, el anillo decisivo, aquel que
toda la gente vería en su dedo y sabría que aquello pasaría, y Phillip, al no saber mucho sobre joyas
femeninas, había recurrido a Emma, desde para saber qué tipo de anillo, hasta la marca y el color, y
habían considerado todas y cada una de las Top Ten Brands para Engagement Rings, desde volar a París
para comprar un Chopard único en su especie, hasta comprar uno en Tiffany, que no importaba el precio,
pero tenía que gritar “Natasha Roberts”, así como en Harry Potter, que la varita escogía al mago. Vestía
un suéter gris de angora, con su cabello recogido en un moño estilizado, falda negra, bombacha a lo más
mínimo, que llegaba hasta por arriba de la rodilla, midiendo un metro y ochenta y seis centímetros en
sus Flo Orlato Louboutin de patrón de leopardo. Y todo aquello se coronaba con una mirada confundida
y confusa, que no había descansado en lo absoluto, sino que había pasado toda la noche escuchando su
colección de Laura Pausini mientras terminaba el rompecabezas que había comprado la semana anterior,
le dolía la cabeza, le ardía la luz en sus ojos, escuchaba el ruido de una construcción pesada; taladros,
martillos, demoledoras, todo en su cabeza, que demolía cada pensamiento relacionado a Sophia, pero
que había otra parte que reponía lo que demolían, era la demoledora moral y la reponedora razón, la
dinamita de lo incorrecto, las tijeras para cortar la mecha de la dinamita de la irracionalidad, “Supongo
que lo tendré que hablar con Natasha…ella suele aclararme mejor las cosas, mejor que yo”, y respiró
profundo, bebiendo su caliente taza de té.

- Gaby, que venga Moses, por favor- dijo por intercomunicador, viendo que eran las siete y quince y
Sophia no llegaba, típico.
- Buenos días, Arquitecta- dijo aquel afroamericano, que tenía la sonrisa más tímida y blanca de la
historia.

- Buenos días, Moses, gracias por mi té- sonrió Emma.

- ¿Quisiera otro?

- No se preocupe…

- ¿Qué puedo hacer por usted, entonces?- a Emma le gustaba Moses, en el sentido de que era como un
niño grande, no tenía más de treinta años, y siempre vestía camisa de botones y de manga corta, con la
distinguida camisa blanca por debajo, que ambas camisas iban dentro del jeans, y siempre usaba
zapatillas deportivas, usualmente eran café y de cuero.

- ¿Tiene cosas que hacer?- Moses se negó con la cabeza. – Necesito que vaya a alguna farmacia y me
compre Migergot, o algo que me quite la migraña en un segundo, por favor- le alcanzó un billete de
cincuenta dólares, que había sido el primer billete que había sacado.

- Arquitecta, esa migraña se le quitaría con un poco de descanso- dijo con su tono de consejo.

- Prefiero las tabletas- sonrió, agitándole el billete para que lo tomara. – Y si pudiera comprarme un Bagel
de Cheddar y Mozzarella en el camino, se lo agradecería mucho- dijo en su baja voz. – Si no le alcanza,
yo se lo repongo al regresar

- Vuelvo enseguida- dijo en su voz grave y profunda, se dio la vuelta, guardando el billete en su cartera,
y tomando su abrigo del perchero que compartían él y Gaby.
- Gaby- dijo, asomándose a su escritorio. - ¿Puedes imprimir lo que hay aquí, por favor?- le alcanzó un
Flashdrive, el mismo que le había alcanzado a Sophia unos días antes. – Fíjate bien que no salga la línea
esa en el centro… sino tendremos que llamar al técnico para que limpie el plotter- Gaby tomó el
Flashdrive y se dirigió al salón donde Harris tenía su escritorio, pues era el que revisaba todos los planos,
menos los de Emma.

- Y pensar que tengo que ir al aniversario de “PDF”- suspiró Emma en voz alta, como si sus pensamientos
fueran automáticamente vocalizados por el cansancio.

“PDF” era el club mortal en el que Fred era inversionista, pues, socio, o como se llamara aquello que era
Fred, y las siglas eran “Preston-David-Fred”, qué inteligentes. Era un club de mal gusto y de mala muerte,
realmente Underground, pues estaba en un sótano, y era el lugar de distribución masiva de cocaína,
pero sólo entre la élite social, libre de leyes, libre de todo, y sólo iba porque quería terminar a Fred y
porque Natasha quería ir, todo por ver aquel mitificado lugar al que nunca había ido. Se dirigió a la
cocina, en donde enjuagó su taza, la secó con una toalla y, conectando la tetera eléctrica, espero un
minuto a que hirviera, quitó la jarra y vertió el agua en su taza, arrojándole la bolsa de té de vainilla y
durazno dentro, dándole vuelta al reloj de arena para marcar los cuatro minutos de difusión. Asomó la
cabeza por el pasillo, hasta su oficina y no vio a Sophia, pero llegaría en cualquier momento. Tomó el
Portafilter y lo colocó bajo el dispensador del café recién molido y haló la palanca hacia ella para que
cayera, en el Prtafilter, la cantidad óptima de café molido. Le dio un par de golpes con la mano, sólo para
que la montaña de café se aplacara y presionó el café con el Tamper, para luego introducirlo en la Group
head hasta girarlo y asegurarlo. Colocó la taza de Sophia bajo el filtro, apretó el botón, y escuchó cómo
el ruido de aquella máquina le taladraba el cerebro, maldito dolor de cabeza. Vertió un poco de leche
fría en la jarra de aluminio para vaporizarla y, al introducirla, el ruido del vapor, de la ebullición de la
leche, era peor que la de la cafetera. Pero aquello cesó.

- Buenos días- sonrió Sophia, asomándose juguetonamente por entre la puerta de la cocina.

- Buenos días, Sophia- sonrió Emma, sacando la jarra del vaporizador.

- ¿Cómo te sientes?
- No muy bien, pero aquí estoy- murmuró, dándole unos golpes a la jarra contra la encimera de madera.
- ¿Café?

- Eso estaría muy bien- sonrió.

- Oye, disculpa por ayer, no me he estado sintiendo muy bien… de salud- dijo, como si tuviera que darle
alguna explicación a Sophia, cosa que odiaba, dar y recibir explicaciones que nadie pedía.

- No te preocupes, yo entiendo

- ¿Cuál es tu animal favorito?- sonrió Emma, tomando la taza de café en una mano y la jarra en la otra.
Qué pregunta más rara.

- Pues…- rió. – Me gustan los leones, ¿por qué?

- Pregunta- sonrió, inclinando la taza de café y vertiendo la leche en círculos, para luego dejar la jarra de
leche estática y crear un círculo blanco en el café, hizo una pausa y siguió, ya a ras del contorno se detuvo,
corriendo la leche hacia el centro, desde afuera hacia adentro, creando, dentro de los dos círculos, una
línea al centro. – Es curioso, ¿sabes?- Sophia se le quedó viendo con expresión inocente de incógnita. –
Siempre que le preguntas a alguien cuál es su animal favorito, el cincuenta por ciento dice que los perros,
el quince por ciento dice que los peces, sea de la especie que sea, el trece por ciento dice que las aves,
de la especie que sea, el cinco por ciento los reptiles o los anfibios, como las iguanas, las salamandras,
las ranas, y sólo el dos por ciento admite que le gustan los felinos, que usualmente son personas arriba
de cincuenta y tres años- tomó un palillo y lo sumergió en la parte oscura, en la que no estaba ninguno
de los dos círculos, y empezó a dibujar, alrededor de la línea, dos semicírculos contrarios. – Los felinos
no suelen ser los preferidos, porque son distantes, hasta un poco violentos, muchísimo más que la familia
de los canes, aunque si preguntas si prefieren baby dogs or baby kittens, tendrás cincuenta y cincuenta-
introdujo el palillo en la parte de café y luego en donde la línea y los dos semicírculos se unían, creando
un círculo café. – Usualmente la gente no admite que le gustan los gatos porque se asocia con el
estereotipo de la mujer mayor, viuda, que vive con sus quince gatos- rió, dibujando líneas de café que
partían de los semicírculos hacia afuera, tres líneas de cada lado, y luego un punto sobre cada
semicírculo, dos líneas finas sobre los puntos recién hechos, se empezaba a ver la cara. – Claro, ese es
un estereotipo estadounidense, no te alarmes… pero me parece bastante…”especial”, por así decirlo-
murmuró, creando unas ondas que salían del círculo más grande de leche, creándole una melena a
aquella cara. – Que te gusten los leones y no los tigres, porque, supuestamente, se dice que los tigres,
su pelaje, su patrón de rayas, es una seducción, es la manera en cómo seducen a su presa, que es lo que
pasa con el ojo humano, lo seducen- tomó la taza en ambas manos y se la alcanzó a Sophia, mostrándole
que le había dibujado, cual Barista, gracias a Sara y a su curso intensivo de “cómo hacer café aunque no
te guste”, un león un tanto caricaturizado. – Pero a ti te gustan los leones- sonrió, viendo la sonrisa de
Sophia al ver el dibujo. – Que son peligrosos, y grandes, pero no más grandes que los tigres… no son más
rápidos, ni más peligrosos, y, aún así, un león sigue teniendo el título de “Rey de la Selva”

- Wow…- resopló Sophia, abrazando su taza con sus manos. – Interesting facts- rió, viendo a Emma quitar
el Portafilter y dándole unos golpes contra un recipiente que ya tenía café usado dentro. - ¿Qué hubiera
pasado si te hubiera dicho que me gustaban los tiburones? ¿Me hubieras hecho un tiburón?

- Tampoco- rió Emma, colocando el Portafilter sobre la rejilla de la cafetera y enjuagando la jarra de
leche. – Te hubiera hecho una hoja y te hubiera dicho que a mí también me gustan los tiburones- guiñó
su ojo, que sólo logró coronar aquel momento de enamoramiento total de Sophia. Y Sophia entendió
que no había sido Moses el de la hoja en su Latte el día anterior, sino Emma.

- ¿Es tu animal favorito?

- Me gustan los perros, pero no tengo uno porque vivo en un apartamento… y trabajo, no podría darle
la atención necesaria… me gustan muchísimo los peces, todo lo que tenga que ver con agua - sonrió,
sacando la bolsa de té de su taza para luego dejarle ir un chorro de miel. – Pero tampoco tengo una
pecera, porque los peces que me gustan no los puedo poner en una pecera…

- ¿Qué tipo de peces te gustan?

- No sé si le puedes llamar peces, pero me gusta el tiburón martillo, las medusas y las mantarrayas
- Te gustan los peligrosos- rió Sophia, viendo a Emma pasar de largo hacia la oficina.

- Como te dije, “Villains are cooler than Heroes”… además, no es como que a ti te guste la seguridad con
tu león- rió, notando que su dolor de cabeza, a pesar de que seguía ahí, era menor. - ¿Has ido al
zoológico?

- ¿Al de Central Park o al del Bronx?

- A cualquiera- Sophia sacudió su cabeza. – Tengo un buen tiempo de no ir, cuando quieras, podemos ir-
sonrió, volviéndose a su silla para dejarse caer y empezar con el trabajo, a revisar los cambios de Lilly
Hatcher.

- Sí, claro- sonrió Sophia, y sonrió con ganas, con ansias, con emoción genuina. – Cuando quieras- cayó
sobre su silla, viendo el dibujo caricaturizado del león de su latte. – Gracias por el café… y por el león

- Anytime- sonrió.

- Oh…my…what…the…oh…no…- suspiró Sophia. – Lilly entró en un estado de demencia total

- ¿Qué pasó?- Emma la volvió a ver, Sophia restregaba sus ojos en desesperación. - ¿Cuántos muebles
más te ha pedido?

- No es cuántos muebles más, aunque ya veinticuatro distintos y sesenta y uno en total es bastante…
escucha esto- rió. –Licenciada Rialto, mi hija Penelope es fanática de Barbie, y se preguntaba si existe la
posibilidad de que pudiera tener un modelo a escala, de nuestra casa, para sus muñecas, lo
suficientemente grande para que las muñecas quepan de pie, con todos los muebles a escala
proporcional. El espacio, para poner dicho modelo, lo arreglaré con la Arquitecta Pavlovic, pues pienso
que se podría poner sobre el mueble que yace de la ventana. Espero su respuesta, un saludo, Lillian Claire
Hatcher.

- Oficialmente…esa mujer está bajo el efecto de alguna droga- rió Emma a carcajadas. – La pregunta es
si lo harás

- Pues, la oferta está bastante divertida…pero, ¿te imaginas construir cada miniatura? ¿Cada gabinete
de la cocina, cada ventana, cada cama? Me vuelvo ciega y me quedo sin dedos- rió.

- A ver, si lo vas a hacer, yo puedo ayudarte… pues, tú me dices si necesitas granito para la cocina, o qué,
si es que lo quieres hacer al cien por ciento… y, si decides tomarlo, en ese momento agrego dos metros
cuadrados de cada textil que se utilizará en esa casa

- ¿Y cómo haré con los acabados de las paredes de la sala de estar o de la sala de cine?

- Licenciada Rialto, se le olvida que habla con la que le hace todos los modelos a Volterra, eso se hace
con arcilla y un molde a escala, o con moldes de plástico, cubiertos de pintura para plástico… sólo tiene
que pensarlo como un modelo, como el que hice hace unos días, y tiene que pensar que la desgraciada
casa tiene que poder desplegarse hacia los lados, el techo hacia arriba, etc.

- Le responderé a Lilly que sí- sonrió.

- Si necesitas ayuda, estaría más que complacida en brindártela- sonrió Emma, viendo a Moses entrar,
por fin, a la oficina, pues estaba con la puerta abierta.

- Arquitecta, con su permiso- sonrió Moses, entrando a la oficina con una bolsa plástica y una bolsa de
papel. – Aquí están las tabletas, le compré Vitamin Water, me dijeron en Duane que servía mucho para
los dolores de resaca, que son muy similares a los de la migraña, y aquí está su Bagel, y su cambio- dijo,
sacándose unas monedas y unos billetes del bolsillo.

- Quédeselo, Moses, almuerce algo rico- sonrió, sacando una Vitamin Water Revive de la bolsa plástica,
pescando al mismo tiempo la caja de sus tabletas. – Gracias- dijo, abriendo la botella y luego la caja.

- Para lo que necesite, Arquitecta- dijo. – Licenciada Rialto, buenos días

- Buenos días, Moses

- ¿Se le ofrece algo?

- No, gracias, muy amable- sonrió, sonrojando a aquel hombre de enorme tamaño, pero que era tenía
aire de ser muy cariñoso.

- Con su permiso, entonces- dijo, dándose la vuelta y retirándose por entre la puerta para desaparecer
en la cocina, a lavar las tazas que ya habían ido a dejar, lo que Emma había utilizado.

- Sabes, con lo de la migraña- dijo Sophia luego de haber bebido un poco de aquel café. – Yo me la quito
con Vodka- rió, Emma casi escupe el agua vitaminada de la risa.

- Eso es como caer nuevamente en la alcoholización

- Pues, claro… la única manera de evitar la resaca es quedarse ebrio- rió, levantando su taza al estilo de
“True Story”.
- Lo tomaré en cuenta, aunque ahora no estoy de resaca, sólo de dolor de cabeza

- Cierto, muy cierto, pero el Vodka me lo quita a mí

- ¿Qué insinúa, Licenciada? – sonrió Emma un tanto divertida.

- No sé, no suelo beber en el almuerzo

- Ah, pero yo sí- guiñó su ojo. – Un segundo- dijo, tomando el teléfono de la oficina en su mano y
levantándolo a su oreja, pues, como Gaby no estaba, había sonado directamente. - Estudio Volterra-
Pensabene, habla Emma Pavlovic- dijo, y, ¡ah!, eso a Sophia la mató, la mató de sensualidad, pues el
tono de Emma era como pregrabado, automático, sensual. – Ah, sí- rió nasalmente. – Dígame que Mrs.
Gummer estará pronto en la ciudad… claro que sí, en este momento le mando directamente las
fotografías del progreso del apartamento… pues, sí, pero necesito que me apruebe alguna propuesta,
que se sienta libre de llamarme, o de darme un feedback, estaré encantada de trabajar para su gusto-
era un tanto hipócrita, pues, el tono, pero era el cliente, o la asistente del cliente. – Está bien, con
muchísimo gusto… sí, sí… claro, sí… téngalo por seguro… sí, una cosa más, dígale a Mrs. Gummer que
tenemos el servicio de manufacturación de muebles personalizados a su disposición… excelente… sólo
las fotografías de las esculturas, por favor…bien, sí, sí… bueno, un placer, adiós- y se contuvo para
reventar el teléfono contra la base. - ¿Qué dices si trabajas con Meryl Streep?- se volvió a Sophia.

- Oh, ¿Mrs. Gummer es Mrs. Streep?- Emma asintió. – Pues, claro, ¿cómo negarme?

Aquella jornada laboral fluyó mejor que la anterior, no era que hablaran sin parar, pero al menos se
hablaban, en especial para reírse y no enojarse ambas de los cambios de Lilly Hatcher, Emma
rediseñando la habitación de Penelope para que el modelo de la casa cupiera al lado de la ventana, que
sí iba a caber, pero ya no tendría una cama extra, sino una plataforma. De paso, Emma mandó a Moses
a que le comprara dos Barbies, pues, una Barbie y un Ken, sólo para medir las dimensiones de aquella
casa, para ayudarle a Sophia, pues Emma no tenía mucho que hacer y, por ayudarle a Sophia, entre risas
y sonrisas, criticando a las Barbies actuales por ser extremadamente plásticas, no como las de su época,
que tenían curvas reales por lo menos, envió las dimensiones de los distintos plywood, junto con los
modelos que quería en moldes de plástico para las paredes que tenían relieves a “MakeItHappen”, para
hacerle la vida más fácil a Sophia, ordenó el granito a “Soap & Stones”, hasta se dispuso a buscar, en
“My Miniature World”, la flora que adornaría los jardines de aquella casa. Almorzaron juntas entre
aquella aventura infantil, Emma su Mac & Cheese con langosta, Sophia un sandwich Capresse, a Emma
se le había pasado el dolor de cabeza pero no el cansancio, sólo quería dormir, y quería dormir con
Sophia. Sophia, por el otro lado, veía a Emma trabajar con sus manos, digitar las búsquedas rápidamente,
con sus uñas perfectas, ahora sólo con su reloj, ¿en dónde estaría aquella pulsera? Y aquello se alargó
hasta las seis de la tarde, entre Sophia comiendo manzanas verdes de la cocina del Estudio y Emma con
cuatro botellas de Pellegrino encima, Emma con las mangas de su suéter recogidas hasta sus codos, su
cabello en un moño suelto y desordenado, pero con orden y elegancia, el maquillaje un tanto denso ya,
el cansancio notándosele cada vez más. Y Sophia con tres botones abiertos en su camisa, que
ocasionaban en Emma algo más que un deleite visual: un goce interno que saboreaba, en su imaginación,
con sus labios y sus dientes, que arrancaba aquel sostén negro con sus manos, más porque veía aquel
abultamiento femenino, que no era de prominente tamaño, pero sí que era generoso.

-Oh, Dios- suspiró Emma viendo su reloj. – Ya es tarde- dejó caer su cabeza en resignación mientras se
apoyaba con su brazo derecho del escritorio de Sophia y veía las opciones de despliegues de aquella casa
infantil, que no lograban encontrar la manera ideal para la accesibilidad de Penelope, y de sus muñecas.
– Sweet lord- gimió.

- ¿Qué pasó?

- ¡La piscina!- dijo, con sus ojos anchos y tapándose la boca en desesperación. – La piscina, la piscina, la
piscina…- susurraba para sí misma mientras caminaba rápidamente a su escritorio y se daba golpes
suaves con sus dedos en su frente.

- ¿Qué pasa con la piscina?- murmuró Sophia, admirando la belleza que irradiaba Emma cuando estaba
estresada, le daba ternura, sólo quería besarla y decirle que todo iba a estar bien aunque no lo estuviera.

- Lilly no pretende que tu casa tenga una piscina, ¿o sí?

- Holy…
- Exacto- rió Emma. – Porque si quiere una jodida piscina… que la haga ella- rió a carcajadas, contagiando
a Sophia. – No, no, no… ya sé qué voy a hacer…- respiró hondo. – Haz la casa como es, sólo vamos a
deslizar paneles por paredes exteriores, y pisos desmontables… así hago que, donde esté la casa, sea
una plataforma circular que sea giratoria, y así puedo hacer el mueble hueco, con un recipiente que sea
piscina…- Emma hablaba como si estuviera pensando en voz alta.

- Explícame mejor, por favor

- A ver…- suspiró. – Imagínate un círculo que puedes girar con facilidad, como las de un restaurante
chino, pero de tal manera que la plataforma quede a nivel del resto de la superficie, como si estuviera
incrustada, sin mayor espacio entre lo que gira y lo estático, la suspensión y el giro lo cubro yo… el punto
es que en la misma plataforma que giraría, hago un hueco, un recipiente, como le quieras llamar, que
sería la piscina… y el círculo nos daría espacio para que, si quiere meter a la maldita Barbie en el estudio
de Lilly, que la pueda meter… es como que si las paredes hicieran que el juego estuviera guardado, en
una caja

- Entonces… tú quieres que la estructura exterior, el soporte, tenga una ranura para deslizar el panel,
para “guardar” el juego, ¿no?- Emma asintió. – Pero esa superficie giratoria de la que hablas… ¿no sería
difícil hacer la suspensión si hay un recipiente que se salga del resto de la superficie?

- No si haces la superficie giratoria del mismo grosor que el recipiente, de la misma profundidad, ¿me
explico?

- O sea, ¿tú quieres hacer una superficie giratoria de veinte centímetros de altura?

- Es como una caja… no te preocupes, sí se puede hacer- sonrió. – Casi me muero con la tal piscina
- No, no te mueras, por favor- murmuró Sophia, regañándose a sí misma por haber dicho eso. – No voy
a poder hacer esto sin tu ayuda- sonrió, matándole a Emma toda ternura. “Bueno, al menos no quiere
que me muera”. – Digo…agh…tú me entiendes- se sonrojó.

- Sí, tranquila- resopló, apagando el ordenador. – Te entiendo

- Bien- suspiró, materializando el primer bostezo.

- Licenciada- rió Emma. – Creo que es hora de que usted y yo nos vayamos a casa

- Desgraciadamente no voy a casa, tengo que esperar a Alec…y Dios y él saben a qué hora iré a casa-
sonrió, viendo a Emma ponerse de pie para ir a por su abrigo Burberry azul marino, un Trench Coat más
bien.

- Bueno, yo sí ya me voy, tengo cosas que hacer- sonrió caminando hacia Sophia, quien la veía acercarse
mientras arreglaba el cuello del abrigo. – Espero que pueda ir a descansar pronto- se inclinó y le besó la
mejilla, pues, no labios contra mejilla, más bien mejilla contra mejilla, soltando aquel ruido pasional de
un beso, que habría querido darle en los labios, cerca de su oído, poniendo la piel, de aquella Licenciada,
de punta.

- Que tengas una linda noche, que te diviertas- balbuceó, viendo una sonrisa Pavlovic desvanecerse por
el pasillo, mientras que, de su mano, colgaba su bolso Chanel. -¡Lleva paraguas!- alcanzó a gritar, pues
el cielo era hasta con un tono de rojo de lo nublado que estaba.

Emma tomó un Taxi, pues estaba con prisa, Natasha pasaría por ella a eso de las siete, y Natasha solía
hacer la aclaración de “a eso de…” porque con Emma había que ser puntuales, pues odiaba que a ella la
hicieran trabajar para estar lista a cierta hora, y ellos no, así a quién no le molesta. Se desvistió y se dio
una ducha rápida, con agua muy caliente, evitando que su cabello se mojara, pues lo había subido todo
a un moño sobre su cabeza, nada sensual, nada atractivo, simplemente por efectos de efectividad. Se
colocó su maquillaje nocturno, que no era tan distinto al diurno, sólo aplicaba un poco más de negro
para crear Smokey Eyes, lo cual acentuaba sus verdes ojos, más con un poco de mascara que alargaba
dramáticamente sus pestañas. Y, luego de haberse rociado un poco de su Insolence de Guerlain, se metió
en una camisa blanca de algodón, ajustada a su torso, desmangada y de cuello cuadrado, pero no se
puso sostén, pues, encima de su camisa, arrojó otra blusa desmangada, de lentejuelas doradas, era una
explosión de brillante, se deslizó en sus Skinny Jeans Burberry, elevándose dieciséis centímetros,
midiendo exactamente un metro y noventa centímetros, lo que la hacía más alta que Phillip, lo cual le
daba risa, qué adorables eran sus Highness Strass Louboutin, una de las adquisiciones de hacía una
semana. Arregló su cabello, estilizó sus ondas sobre sus hombros, pero apartó su flequillo, hacia la
derecha, fijándolo con un Bobby Pin, viéndose inocente pero sensual, una mezcla matadora. Y, justo
cuando terminaba de subirse en sus Louboutins, Natasha le mandó un WhatsApp de “Ya estoy aquí”, y
Emma tomó su abrigo negro Altuzarra. Iba sin bolso, sólo con dinero líquido, identificación y una tarjeta
de débito en su bolsillo, en el otro bolsillo iba con su iPhone y las llaves del apartamento. Pero una vez
cerró la puerta, se sintió vacía, quizás porque le habría gustado tener a Sophia ahí, o quizás porque no
quería ir a esa fiesta, no quería ver a Fred, porque verlo significaba terminarlo, y era demasiado cobarde,
sólo quería estar en Roma, cobardemente, escondida en donde nadie se acordaba de ella, ya no más,
sólo Sara, que no la juzgaba, sólo la protegía, y quizás Sara podría terminar a Fred por ella, y rió ante el
pensamiento, pero no era mentira que quería estar con Sara, era la mamitis, el homesick, de esos
sufrimientos incesables, latentes, a veces estallaban.

- Emma María, qué guapa- sonrió Phillip, abriéndole la puerta del Mercedes a Emma.

- Felipe, not so bad yourself- rió, dándole un beso en aquella mejilla barbuda, pero cuidada, que no le
gustaba mucho. Pues, claro, ¿qué hombre se ve mal en un jeans azul oscuro y en una camisa celeste que
no tenía la necesidad de decir la marca para saber que era Burberry? Además, a Phillip no le sentaban
mal los jeans ajustados a sus piernas, pues, no Skinny Jeans, pero tampoco de pierna recta, y Emma
podía decir que Phillip tenía el mejor gusto en zapatos masculinos, aunque él decía que era Natasha, el
hombre tenía buen gusto y punto, nadie podía quedar mal en unos Byron by Jimmy Choo, menos con un
Blazer Ralph Lauren, una chaqueta que Emma le quería robar por ser perfecta, pues quería que Ralph
Lauren tuviera una así pero para mujer, que no tenía. – Hola, amor- sonrió al entrar al auto, escuchando
el cierre de la puerta tras ella, Phillip siempre se sentaba adelante cuando iban las dos, por respeto a la
amistad.

- Hello, gorgeous- sonrió, dándole un beso en su mejilla, que, al contacto con sus labios, se expandió
hasta la comisura de sus labios. - ¿Todo bien?

- Sin contar que tengo muchas horas sin dormir, sí, todo bien- sonrió. – Buenas noches, Hugh
- Buenas noches, Señorita Pavlovic- respondió el saludo mientras se incorporaba a Madison.

- Te juro que no creo que dure mucho… menos en ese sótano- murmuró Emma.

- Relax, Darling, sólo bebamos Martinis a costillas de Fred

- Whisky- agregó Phillip con una sonrisa.

- Y esa cosa también, nada puede salir mal- sonrió Natasha. – Además, Phillip me ha reglado una
dotación muy generosa de Black &Gold Cigarettes

- Me costó conseguirlos, así que disfrútenlos- rió Phillip mientras jugaba Angry Birds en su iPhone.

- Eres un exagerado, esos se encuentran en cualquier tabaquería- rió Emma, tomándolo por el cuello,
con cariño, por el asiento.

- ¿Y que yo voy de tabaquería en tabaquería?- rió. – Como que fuera trabajo

- Pues si no es de dinero no te interesa, cierto- bromeó Emma, rascándole la barba, haciéndole cosquillas.

- Si no es de hacer manualidades tampoco te interesa- dijo Phillip, mordiéndole el dedo suavemente.


- Hago manualidades a grandes escalas, Felipe… tus suegros no tuvieran una casa tan exquisita, me
permito decir, si no fuera por mis manualidades

- Touché- rió Natasha.

- Pero mis manos no sirven sólo para manualidades- rió Emma, llevando a todos en el auto a pensar en
algo sexual. – Pues con algo tengo que batir tus records en Angry Birds, ¿no? Con la lengua no se puede-
y todos respiraron hondo, hasta se rieron, hasta Hugh.

Sophia llegó a su apartamento y, justo cuando salía del ascensor, la electricidad se cortó, que dio gracias
a Dios y a todos los dioses por haberla dejado subir en ascensor, no haberla dejado atrapada, y no haberla
hecho subir cuarenta y un pisos con sus piernas, pues no estaba en forma, nunca lo estuvo, no para eso,
no para subir veintidós gradas por piso. Dio gracias también por haber inventado una luz tan intensa
para el iPhone, pues en ese momento le sirvió para no quebrarse la dentadura con lo que se pusiera a
su paso. Y, ante la carencia de electricidad, el aburrimiento que “Where’s My Water?” le llevó al terminar
todos los niveles disponibles, quedó dormida, y durmió por un par de horas, hasta la una de la
madrugada, mientras Emma y Natasha bailaban “Let Me Clear My Throat” y “Teach Me How to Dougie”,
graciosas y ridículas bajo el efecto del alcohol, qué fiesta más mala, realmente era decadente, lo único
bueno eran los Martinis, pues eran como a Emma le gustaba. Fred había tenido el detalle de ponerle el
nombre en honor a Emma, el Martini de la casa se llamaba “Sexy Architect”, un nombre un tanto perdido
y desubicado, pero Emma quizás se sentía halagada, quizás no. Y estaban bailando de lo más cómodas,
haciéndose burla, riéndose por recuerdos, Phillip platicando con los pocos sobrios y conscientes, pues
ahí había tanta cocaína como la que le quemaron a Pablo Emilio Escobar Gaviria, y, en aquel humor
drogado, Fred se acercó a Emma y no sólo la tomó de sus senos, que sintió que estaban libres, y los
extrañó, pero, al creer que Emma se había dejado de aquello, Fred creyó que Emma había recapacitado
y lo aceptaría de nuevo, pero no fue así, Emma se sintió denigrada, no se sintió bien, sólo quiso llorar,
salir corriendo de ahí, pero no, no iba a darle ese gusto a Fred. Se sentó a la barra, pidió un Martini, que
se rehusó a pedir un “Sexy Architect”, pues realmente estaba molesta con Fred. “Si tuviera algo con
Sophia, ¿sería así como con Fred? ¿Así de distante, llena de rechazos, de repulsiones? No, Sophia no tiene
el carácter como para denigrarme de esa manera… ¿y qué carajo hago pensando en Sophia? No puedo
dejar de pensar en ella, no puedo. Natasha. Sí, Natasha tiene que saber qué hacer. Natasha sabe, tiene
que saber. Bingo, ahí viene”.

Sophia se despertó, notando que la luz eléctrica todavía no había sido arreglada, por lo que, a oscuras,
se levantó para desmaquillarse, pues se había quedado dormida en la ropa de trabajo, y, una vez
desmaquillada, se desnudó, pensando en lo bien que lo estaría pasando Emma, quizás bailando con su
novio, o quizás ya estaría dormida después de haber tenido un relajante orgasmo, ¿Emma tenía
orgasmos? Varios según Sophia. Y se metió en un pantalón de pijama en plena libertad de entrepierna,
pues no le gustaba dormir así, le gustaba dormir libre pero, por el frío, dormía con pantalón, cosa que
en Milán no podía hacer porque no estaba sola, sólo cuando dormía en el taller. Se metió en una camisa
negra de manga corta y, paseando sus dedos por su cabello, regresó a su cama, en donde se sentó un
momento y repasó su día, el discurso de Emma sobre el león, sus risas y sus sonrisas, el beso que le había
dado en la mejilla, el sonido que se había escapado de sus labios, y repasó su mejilla con su mano, que
le resonaba aquel sensual y tierno sonido. Emma se metió en un Taxi y regresó a su apartamento, para
encontrarse sola y miserable por su pasado con Fred, por la falsedad de todo aquello, por la denigración
de todo, en medio de su desmesurada frustración y latente enojo, se quitó la camisa de lentejuelas,
como si aquello fuera lo que reflejaba a Fred, y la pateó con la aguja del Stiletto, adiós Alberta Ferretti,
un agujero de repulsión, pues aquella camisa sólo le acordaría al toqueteo abusivo de Fred, que habría
querido despellejarse, pero tuvo un momento de lucidez y buscó su iPhone en su bolsillo. Sophia se puso
de pie de nuevo, pues fue a por un vaso con agua a la cocina, un vaso de agua frío que lo bebió
rápidamente, eso solía relajarla, solía regresarle el sueño, y se devolvió a la habitación, a volver a
sentarse, sonriendo por las sonrisas de Emma, esas sonrisas blancas, esas marcas por sonreír, que debía
sonreír mucho. Y rió nasalmente, sacudió la cabeza y se metió en las sábanas, acostándose sobre su
costado derecho, pasando su mano por debajo de la almohada, de tal manera que quedara sobre su
codo, recogió sus piernas y cerró los ojos. Y su iPhone vibró, sonó al compás de un singular golpe sobre
aluminio y la luz se encendió.WhatsApp. “Emma Pavlovic: ¿Qué hace mi compañera de oficina un viernes
por la noche y ya metida en su cama lista para dormirse?”, wow, qué precisión. El resto lo saben. Aunque
creo que no todo.

- ¿Y Sophia?

- Hola, Alec, buenas tardes, ¿cómo estás?- sonrió Emma sarcásticamente.

- Perdón, Emma. Qué guapa estás- sonrió. - ¿Cómo estás?

- Sophia ya bajará con Camilla- guiñó su ojo. – Ven, deja que te arregle la corbata- murmuró, tomándolo
del nudo y apartándolo de la puerta.
- ¿Qué tiene de malo mi corbata?

- Sabes, ser hombre es difícil- dijo con sarcasmo. - Supremacía social, autoridad hereditaria, proveedor y
figura primordial en la familia, a un nivel social, en un nivel económico son los que más ganan alrededor
del mundo, menos en Suecia y en Dinamarca, que van igual- le deshizo el nudo. – En un nivel político, la
mayoría de senadores, congresistas, diputados, parlamentarios, presidentes, ministros, cancilleres, etc.,
son hombres, nuestra vida está plagada de hombres, hombres que hacen grandes cosas, mujeres que
los siguen, y lo más sencillo que un hombre tiene que hacer es vestirse bien, y nada que un traje no
pueda satisfacer, y lo más sencillo no lo pueden hacer, pueden gobernar un país, llevar abajo la
economía, dirigir un batallón, pero no pueden anudarse correctamente una corbata- suspiró en
frustración ridícula mientras sonría y le anudaba un Windsor. – Camisas de cuello separado y,
especialmente, hombres con cuello largo como el tuyo, se hacen un Windsor, no un Four in Hand-
levantó su ceja y haló la corbata hasta llevar el nudo a su cuello. – Y ya está; las cuatro personas que te
componen, se ven mejor y más presentables para la boda de su hija

- ¿Las cuatro personas?- murmuró confusamente.

- Jefe, Socio, Mentor… y, la cuarta persona, la sabes tú- sonrió, asegurándole la corbata con el clip y
abotonándole el saco. – Por cierto, la regla de un saco de tres botones es la siguiente: “Sometimes the
first one, Always the second, Never the third one”

-Gracias, Emma- sonrió, trayéndola a sus brazos para un abrazo cálido.

- ¿Algo que quieras decirme?

- ¿Algo como qué?

- No lo sé…lo que tú quieras… supongo que ahora es el momento- sonrió.


- Bueno, Arquitecta, sí…hay algo que quiero decirle- suspiró. – Quiero que me disculpes por creer que
todo era un chiste para ti, por creer que la ibas a lastimar… Supongo que todos cometemos errores

- Unos más que otros, sí…- sonrió Emma. – Y, Alec, hay errores que si su solución se posterga una y otra,
y otra vez, salen caros…

- ¿A qué te refieres?

- Tú lo sabes… ahora, si me disculpas…- murmuró, desviando lentamente su rostro y su cuerpo hacia la


izquierda. – Tengo invitados que saludar

Capítulo VIII

Miércoles veinticuatro de octubre de dos mil doce. Emma se despertó a las seis en punto, sin
despertador, sin nada, simplemente por costumbre, se estiró y abrió los ojos, viendo hacia la izquierda,
hacia el lado izquierdo de la cama, y no vio a Sophia. Se sintió rara al no despertar junto a ella, pero, ¿por
qué? Sólo había dormido con ella un par de veces, tal vez era la obsesión, pero no, no, “obsesión” es un
término muy fuerte. ¿Qué tenía Sophia que la embriagaba tanto? Le robaba la razón. ¿Era eso
enamorarse? Sí, sí, enamorarse era ser tonto, pues, ciego y tonto, ceder a lo que no cedía normalmente,
pero con Sophia quería muchas cosas, pero no, no, y nuevamente no, “¿Le pedí que se mudara conmigo?
Holy…fuck.”suspiró, irguiéndose de golpe sobre la cama, encontrándose desnuda, y sí, aquello no había
sido un sueño caliente, ¿en qué momento se le había ocurrido aquello? ¿Habría sido la remota ebriedad?
¿O era precisamente que estaba enamorada, en tal profundidad, que hacía cosas tontas? Y se levantó,
tomó su iPhone y llamó, a plenas seis y tres de la mañana, a Alastor Thaddeus.

- Alastor- contestó, no sonaba a que lo hubiera despertado.

- Doctor Thaddeus, habla Emma Pavlovic- suspiró, encendiendo la luz de su walk-in-closet para buscar la
ropa que se pondría.
- Ah, sí, buenos días, Señorita Pavlovic- lo sintió sonreír con ironía. - ¿En qué le puedo ayudar?

- Perdón por llamar a esta hora, para empezar…- sacó una camisa formal, amarilla y de manga larga,
Burberry, al típico cuadriculado pero en negro y blanco. – Quería saber si tiene tiempo ahora, necesito
hablar

- Tengo la primera cita a las siete, el día lo tengo lleno… pero, si va a ser como las otras veces que sólo
se toma la primera media hora, supongo que puedo recibirla a las seis y media

- Ahí estaré- dijo Emma. – Gracias, lo veo en un momento- y colgó, sacando un jeans y luego unos
Ferragamo del cilindro.

Se dirigió al mueble de ropa casual, abriendo la primera gaveta para deslizarse en la primera tanga que
tomó, luego, la segunda gaveta, sacó un sostén deportivo, se metió en un short Supernova, en una
mezcla obscena de cian y magenta, algo que sólo en los deportes se podía ver bien, se metió en una
camiseta del Hombre de Vitruvio, que la tenía en todos los colores habidos y por haber, pues era, quizás,
una de las imágenes que más le gustaban, pues era la supuesta perfección, o quizás estaba en el mismo
nivel de sus camisetas sarcásticas, como la de “I’m NOT insulting you. I’m describing you” o “I’m fairly
certain ‘YOLO’ is ‘Carpe Diem’ for stupid people”, camisetas que casi nunca se ponía, pero que era el
chiste de su closet. Se enfundó un par de calcetines, se metió en sus zapatillas deportivas, sin
desamarrarlas, como ya alguna vez expliqué, y, colocando su iPhone en la banda del brazo, se colocó sus
audífonos y presionó “play”, un poco de Tchaikovsky y su Obertura 1812. Introdujo su identificación, su
tarjeta de crédito y unos billetes, junto con sus llaves, en el bolsillo interior del short. Se lavó rápidamente
los dientes y la cara, se hizo un moño rápido pero tenso, se deslizó en una sudadera gris con rojo, se
puso su reloj deportivo y, saliendo por la puerta del apartamento, enfundó su cabeza en un gorro. Salió
del edificio, respiró hondo y, tomando dirección hacia Central Park, bordeándolo hasta incorporarse a la
sesenta y cinco, la primera calle que atravesaba Central Park, corrió hasta Central Park West, o sea, lo
atravesó, y buscó la calle sesenta y cuatro y llegó a la residencia catorce.

- Buenos días, Señorita Pavlovic- sonrió Alastor al abrirle la puerta, pues la secretaria no había llegado
todavía. - ¿Agua?- sonrió de nuevo, viéndola sudando, casi sin aliento, pues había atravesado Central
Park en diecinueve minutos, tiempo suficiente para que Tchaikovsky se terminara y Liszt también.
- Por favor- dijo, quitándose el gorro y bajando la cremallera de su sudadera. Aquel hombre se movía
con tanta serenidad, sin ninguna preocupación. ¿Cómo sería la vida de un psicólogo clínico? ¿Irían ellos
también a un psicólogo? No, mucho “In Treatment”. – Gracias- dijo, sentándose en el sofá, en el de las
últimas dos veces, y tragó el vaso con agua tibia.

- La veo diferente- sonrió. – Sonaba aturdida al teléfono, pero no la veo precisamente aturdida, ¿o me
equivoco?

- No lo sé…

- A ver, despacio y desde el principio, como siempre. ¿Qué ha pasado?

- Bueno…- suspiró, quitándose la sudadera y arrancándose la banda con su iPhone del brazo. – Pensé en
lo que me dijo la semana pasada… en lo de que me podía perder de muchas cosas buenas si me cerraba…
y, bueno, hasta mi mejor amiga me alentó, como si ya supiera lo que pasaba…

- Señorita Pavlovic- resopló. – A veces creemos que somos disimulados, que nos guardamos muchas
cosas, pero no es así, todo lo decimos de alguna manera, por el lenguaje corporal, o por las palabras que
escogemos para expresarnos, aún por las más mínimas acciones… y no dudo que su mejor amiga la
conozca muy bien a pesar de que no se abre mucho con ella

- Pues, tiene un minor en perfiles criminales

- Ah- rió nasalmente. – Entonces su mejor amiga la conoce mejor que lo que usted se conoce a sí misma

- Quizás sí, quizás no, no lo sé…- se encogió de hombros.


- En fin… ¿qué ha pasado?

- Esto no es fácil- susurró.

- Yo sé que no es fácil, Señorita Pavlovic… pero, como le dije, a veces tenemos que decir las cosas en voz
alta para considerar aceptarlas- sonrió.

- Bueno… el viernes fue un día bastante especial, por así decirlo, tuve un fiesta, no me sentía bien, le
conté a mi mejor amiga… regresé a mi apartamento y le hablé a Sophia, terminamos comiendo un Kebap
en el carro de la cincuenta y cinco y la sexta…

- Oh, esos son muy ricos- rió, sólo para aflojar el momento, que Emma tomara la declaración como algo
ligero. – Debería probar el que va en una tortilla de trigo

- Son buenísimos- rió Emma de regreso, sintiéndose un poco más relajada por sólo reírse. – Pero no me
desvíe del tema que no tenemos mucho tiempo… el punto es que comenzó a llover y llevé a Sophia a mi
apartamento, porque el Taxista no quería bajar hasta Chelsea, estaba lloviendo demasiado fuerte, y,
estando en el apartamento, llegó mi ex-novio, que quería tener relaciones sexuales, pero, por más que
le dijera que no, no entendía… y Sophia estaba ahí, y me besó frente a él- cerró los ojos, acordándose de
aquel beso con una sonrisa. – El hombre se fue, Sophia me dio a entender que no era nada… y, bueno,
la lluvia no terminó, y se quedó a dormir en mi apartamento… pero, como yo me despierto a cada rato,
no sé en qué momento se me ocurrió abrazarla… se veía tan frágil, tan desprotegida, con frío, y sólo
quería abrazarla y hacerla sentir segura… no sé por qué, de verdad que no sé…

- Una pregunta, antes de que siga- sonrió con su ceño fruncido. – Bueno, dos… ¿la abrazó porque la vio
desprotegida y frágil o porque quería abrazarla? Pues, no sé si usted vive en una zona peligrosa, aunque,
por lo que me dice, tiene que vivir cerca de la cincuenta y cinco y sexta para que el Taxista se haya negado
a bajar “hasta” Chelsea… y, la segunda pregunta, ¿qué sintió al abrazarla?
- Es que ese beso que me dio, me revolvió el estómago, me quitó el enojo por el desafortunado evento
con mi ex-novio… me fui a bañar y dejé la puerta abierta para que entrara si quería, pero no entró, me
esperó afuera… y ella no se bañó, no quería que se enfermara, y simplemente era algo que me daba
ganas… y, cuando la abracé, no sé, sólo quería apretarla fuertemente contra mí, no sólo abrazarla con
un brazo, sino con los dos, pero se hubiera despertado…y me daba demasiada tentación meter la mano
en lugares inapropiados, pero me conformé con besar su hombro. Y, por lo mismo de que no puedo
dormir, me quedé ahí, escuchándola respirar, en eterna tranquilidad, no sé si envidiándola por poder
dormir así de profundo y sin moverse, sin despertarse… pero, no sé, me quedé dormida, dormí como
por cuatro horas, sentí cuando puso su mano sobre la mía…

- ¿Y luego qué pasó?

- Llegó mi mejor amiga, que uno de sus amigos le había cancelado a último momento ir a la fiesta de su
mamá, y quería saber si yo quería ir, porque su mamá sólo le había dado dos puestos… y vio a Sophia en
el apartamento y nos invitó a las dos… y, pues, íbamos en el auto hacia la fiesta cuando le volví a
preguntar el hombre que le gustaba, y no me dijo “él es así, y aquí, y allá”, sino que me dijo que le llamara
“persona”, porque era de otro mundo, o algo así… y, bueno, yo estaba fumando un cigarrillo y me dijo
que, lo que más le gustaba de esa persona, era cómo fumaba su cigarrillo- se puso de pie y empezó a
caminar de lado a lado.

- Supongo que entonces se dio cuenta que el beso que le había dado la noche anterior no era sólo
“cualquier” beso, ¿cierto?

- Pues, llevé a Sophia a la mejor habitación de la casa, que sabía que era la mejor porque yo la hice, la
que tenía mejor vista… y la besé… no me diga nada todavía- dijo, viendo que abría su boca para sacar
alguna pregunta o comentario. – Bueno, para no alargarlo más… volvimos a mi apartamento, ya de
madrugada, pasó lo que pasó, y amanecimos juntas, pasó lo que pasó, luego, el lunes, dije tantas
estupideces, como que estaba comprometida de corazón con ella, y ella me dijo que me amaba, y ayer
por la mañana, que amanecí en su apartamento, no sé si cabe en relaciones sexuales pero algo de eso
pasó, y ayer por la noche tuvimos Face-Time-Sex… y le dije que se mudara conmigo- cayó sentada sobre
el sofá, sin aliento, pues todo aquello lo había dicho en un respirar, rápido, como si no quisiera que la
juzgaran, pues no quería eso.
- Vamos, por partes, ¿le parece?- sonrió, y Emma asintió, viendo en su reloj que eran las seis y cuarenta
y uno. – La parte del sexo, la primera vez, ¿qué tan cómoda se sintió?

- Muy cómoda, era como si supiera lo que estaba haciendo… no tenía ni idea de qué hacía, sólo pensaba
en cómo me gustaría a mí que me hicieran las cosas… y sólo quería comerla a besos, que lo hice… o no
me acuerdo, no sé… tenía muchísimo champán encima

- ¿Y las siguientes veces?

- No me dio vergüenza que me viera desnuda, tampoco me importó que ella fuera mujer, sentía que no
era tan incorrecto

- Y, en comparación a sus relaciones sexuales con un hombre, ¿cómo siente eso?

- Me encanta el cuerpo de Sophia, no me da asco tocarlo, ni abrazarlo, pegarlo al mío, quiero abrazarla,
mimarla, besarla todo el tiempo… la quiero sólo para mí y eso me asusta

- Dejemos eso a un lado, por ahora…- sonrió. – Señorita Pavlovic, a usted qué le parece más íntimo, ¿un
beso o una relación sexual?

- Ahora que lo pienso… un beso

- Y usted le dio un beso a Sophia, le entregó su intimidad real… no es que el sexo implica besos, es que
el beso implica, a corto o largo plazo, una relación sexual… tiene que considerar todos los factores, pues
eso que le dijo, que estaba comprometida de corazón, es cierto, lo está. Usted le entregó no sólo su
intimidad en un beso, sino que le entregó su cuerpo en ya un par de ocasiones, lo que significa que a
usted le gusta, a ella también, que no fue algo de sólo una vez… y usted siente algo por Sophia, algo que
quizás nunca ha sentido, quizás porque no ha sentido o quizás porque tiene miedo de sentirlo… eso no
fue una estupidez, como usted le llama, eso es lo que usted siente, porque le ha entregado dos cosas
muy importantes; su cuerpo y su “alma”, si así quiere llamarle… le falta entregarle su “mente”, que es lo
que comprende todo su pasado, su presente y su futuro, su esencia, el por qué de su modo de actuar-
sonrió. – Ahora, ella le dijo que la amaba… y, por cómo usted lo ha dicho, creo que lo ha tomado en
broma… quizás Sophia esté confundida, o quizás no, usted no conoce los sentimientos de Sophia…
quizás, para ella, usted es la persona correcta, la persona que ella quiere para hacer muchas cosas, para
dejar de hacer muchas otras… a usted le puede tomar tiempo, mucho o poco, saber si Sophia es, para
usted, esa persona… quizás ya lo sepa y no lo quiere aceptar, quizás no lo sepa, lo dude, pero llegará el
momento en el que todo lo tendrá claro

- Pero todo está sucediendo muy rápido

- Señorita Pavlovic, se lo digo por experiencia personal, a veces el tiempo que dura una relación no
asegura el éxito de ésta, no se puede juzgar, mi esposa y yo nos conocimos, un mes después ya
estábamos comprometidos y no porque estaba embarazada, sino porque se sentía correcto, y, pues,
llevamos ocho años de casados, sin problemas de ningún tipo… y le digo esto por lo que usted le dijo a
Sophia, que se mudara con usted. Usted dijo que ella era la sobrina de su jefe, ¿cierto?

- Pues, no es la sobrina, es la hija de una novia que mi jefe tuvo hace muchísimos años…

- Pero sabe que si su jefe confía en ella, usted puede confiar en ella… lo que significa, Señorita Pavlovic,
que a usted, Sophia le hace sentir confianza, en el sentido de seguridad física, y no sé cómo fue el
ambiente en sus relaciones sexuales, pero, si se ha repetido, es porque le gusta, como le dije antes,
quizás, lo que usted quiere, es tener a Sophia en su apartamento para repetir esas relaciones sexuales,
que no tiene nada de malo, quizás es su manera de dejarla entrar a su vida, de decirle usted a ella que
usted no está jugando con ella

- Es que no estoy jugando con ella… al principio quería sólo quitarme las ganas de estar con ella, quitarme
esa curiosidad, pero, estando en mi cama… créame que la cosa cambió, es que me pregunto cómo no
quererla, si es tan tierna, tan considerada… sabe, lo que me impactó es que… bueno, tengo una cicatriz
en la espalda… y Sophia la besó
- Sophia sabe, entonces, que las cicatrices no son causadas por algo que dio risa, sino por algo que
significó dolor… y, mientras más grande la cicatriz, más grande fue el dolor… usted lo ha procesado como
que ella no quiere sólo sexo, ¿cierto?- Emma asintió. – Señorita Pavlovic, no hay una velocidad adecuada,
ni correcta, puede hacerlo todo en un día, vivir una vida en un día, o alargar las cosas, igualmente las va
a disfrutar o las va a detestar, depende de cómo construya usted la relación… usted sabe qué hacer, sabe
si ponerle un alto o si dejar que siga… que no le importe lo que piensen los demás. Piénselo así: aquí, en
la universidad, el primer año, todos viven en Dorms, y nadie juzga a nadie, los compañeros de dormitorio
ni se conocen… usted conoce más a Sophia de lo que usted cree y, si no me lo cree, pregúntese cuántas
cosas íntimas sintió usted que Sophia le entregaba al tener relaciones sexuales, pregúntese si fue sólo
sexo o si fue algo más

- Entonces… ¿qué? ¿Sólo dejo que todo fluya y ya?

- Es una manera de hacerlo, sí- sonrió. – Tal vez la mejor decisión que tome es no pensar las cosas tanto

- Usted suena a Sophia- resopló Emma, volviéndose a poner la sudadera. – Me dijo que me dejara llevar,
que sólo hiciera eso… porque quizás yo era de las personas que, si pensaban mucho las cosas, se
arrepentían

- ¿Y es así, Señorita Pavlovic?- sonrió tranquilamente, viendo a Emma rehacerse el moño. Era una rareza
de mujer, definitivamente.

- Sí, así es… lo único que no me gusta de mi trabajo es que tengo que revisar muchas veces lo que hago,
por errores, y llega un momento en el que no me gusta, y empiezo a querer cambiar aquí y allá, por eso
sólo lo reviso una vez y luego se lo paso a mi jefe- se puso de pie y sacó su American Express del bolsillo
interior. - ¿Le puedo pagar con tarjeta a esta hora?

Sophia se despertó aquella mañana, con una sonrisa, estirándose de la misma manera que su sonrisa se
estiraba, y decidió haraganear cinco minutos más, que no entendía por qué cinco minutos eran tan
rápidos. Pero se levantó, dándose cuenta que estaba desnuda, y se acordó de aquel episodio de
FaceTime, y, con el simple recuerdo, se mojó, por acordarse de Emma al masturbarse, ¿qué estaban
haciendo? ¿A qué estaban jugando? Pues a Sophia le daba risa nada más, pues le gustaba el juego, y
cayó de nuevo a la cama, abriendo sus piernas y saciando sus enormes ganas, las ganas que aquel
recuerdo travieso le daban, y aquello se sentía tan bien, recorrerse a sí misma por donde Emma había
estado, recorría sus labios menores, donde Emma había succionado, y había paseado su lengua con tanta
lentitud, con tanta dedicación, Emma no lo sabía, pero le gustaba más de lo que creía, se le notaba en la
mirada. Y Sophia sonreía al jugar con su cabello y penetrarse, que era algo que Emma no había hecho,
pero que quería que hiciera, con muchas, muchas ganas, quería sentirla adentro, seguramente tendría
la misma maestría para penetrar que para lamer y relamer, y succionar, y morder. Gimió. Presionó su
clítoris con sus dedos y lo acarició en círculos, rápidamente, sosteniéndose a sí misma al apretujar su
seno derecho con su mano izquierda, y se acordó de cuando Emma se corrió frente a ella la primera vez,
que se corrió por ella y para ella, y levantó sus caderas, arqueando su espalda, sin poder despegar sus
dedos de su clítoris, que ahora lo frotaban rápidamente para alargar su orgasmo, y rió. Emma llegó a su
apartamento, corriendo como antes, tomándose ese momento para pensar en lo que Alastor le había
dicho, y no era mentira, el tiempo de una relación no determinaba su éxito, cada relación era única y
tenía su propia naturaleza, pero el problema base de aquella potencial relación era Emma, sí, porque le
tenía miedo al amor, aunque en realidad le tenía miedo a lo que ella creía que era el amor, aquel amor
destructivo que le tuvo a Marco. Pero no había manera de saber cómo sería el amor con Sophia si no era
que lo intentaba. Se metió a la ducha, se lavó el cabello rápidamente, se secó con prisa, se vistió mientras
se maquillaba, pues ya estaba tarde, ya eran las siete y media. Y fue la única vez que tomó un Taxi para
ir al trabajo, pues, por ir tarde.

- Arquitecta, buenos días- la interceptó Gaby a la entrada del Estudio, que veía a Emma estresada por
llegar tarde.

- Buenos días, Gaby… Buenos días, Liz- saludó a la secretaria de Volterra, la que estaba en el escritorio
principal, el de la entrada. - ¿Qué me tienes?

- Reunión el otro viernes con Meryl Streep, los Hatcher quieren un reporte financiero y Project Runway
quiere cuatro propuestas para el miércoles de la otra semana, lo quieren moderno pero austero,
cómodo… y fueron muy específicos en que hiciera todo lo contrario a lo que la psicología del color le
decía, querían intensidad, no armonía- murmuró, intentando seguir el paso de Emma.

- Está bien, está bien- suspiró y se detuvo frente al escritorio de Gaby, dándose la vuelta hacia ella. –
Llámales, pídeles los diseños anteriores y qué quieren cambiar, qué quieren mantener… y cambia la
reservación del Commonwealth, para que la Licenciada Rialto se quede en mi mismo cuarto, pide una
cama adicional nada más… y cero molestias por la próxima media hora, por favor- Gaby asintió, y vio a
Emma abrir la puerta y cerrarla de golpe. “¿Mal humor?” rió Gaby.
Emma dejó caer su bolso sobre el suelo, y caminó con autoridad hasta la silla donde estaba Sophia, la
empujó contra la ventana, Sophia viéndola a los ojos un tanto asustada, topó contra la ventana, Emma
se subió a la silla, encerrando, con sus rodillas, los muslos de aquella rubia, y le plantó un beso feroz,
nostálgico, la tomaba del cuello, Sophia de su cintura, de su cadera, de su trasero en aquel jeans, y los
ruidos de aquel beso húmedo salían de sus labios. Emma tomó las manos de Sophia de su trasero y las
llevó a sus senos, quería que la tocara, que la hiciera suya, ahí, en ese momento, y Sophia deshacía los
botones de aquella blusa, sacando a su vista el sostén negro de Emma, en el que clavó sus labios, besando
ese pequeño lunar, mordisqueando aquellos abultados y sensuales atributos, abrazándola fuertemente
por su cintura. Sophia le quitó su abrigo, revelando un blazer azul marino, que se lo arrancó también,
cayendo sobre sus pies, no dejaba de besar sus senos, de atrapar aquel encaje entre sus dientes. Pero
no, el teléfono, el jodido teléfono. Y Emma tuvo que levantarse, abrochando sus botones en el camino,
que habían sido cinco, tenía la camisa abierta hasta su ombligo, y contestó, con una furia increíble.

- ¿Qué?

- Emma, necesito que vengas, tu secretaria no me deja entrar- dijo Segrate al otro lado del teléfono.

- ¿No puedes esperar un momento?

- No, tenemos un problema- Emma respiró hondo.

- Está bien, sólo déjame terminar la otra llamada- y colgó, levantó el teléfono y lo volvió a colgar. –
Perdón… ataque de furia- sonrió, volviéndose a Sophia, que tenía los labios rojos de tanto besarla.

- No te preocupes- balbuceó, todavía en shock del asalto.

- Buenos días, mi amor- sonrió Emma, caminando hacia ella, halando la silla a su puesto original,
pasándole encima a su abrigo y a su chaqueta con las ruedas de la silla.
- Buenos días, mi amor- repuso Sophia, pues no sabía exactamente qué había pasado, pero ese asalto sí
que la había puesto mal, no sabía que podía mojarse tanto, tan seguido y en tan poco tiempo.

- Regreso en un segundo, ¿sí?- Sophia asintió. Caminó hasta la oficina de Segrate, en donde la esperaban
Pennington y el susodicho de pie, con expresión de funeral. - ¿Qué pasó?

- Me vas a matar…- suspiró Segrate.

- ¿Qué pasó?- repitió, intentando guardar la calma. “¡Al fin te puedo matar, maldito cabrón!”.

- Teníamos que probar la conexión del agua- Emma se cruzó de brazos, eso no podía ser bueno. – Y la
dejaron correr, todo estaba bien… pero…

- ¿Pero qué?- siseó. – Robert, ¿qué pasó?- se volvió, pues el cobarde de David no le diría.

- En los planos, tú reuniste todas las tuberías aquí- dijo, apuntando un punto sobre el jardín en el plano
que se proyectaba sobre la pantalla. – Cuando estaban poniendo las tuberías, había una piedra aquí-
señaló otro punto, que estaba sobre una de las tuberías principales. – Y es demasiado grande como para
sacarla

- ¿Es?- murmuró, llevando sus manos a su cara.

- Bueno, con David pensamos que la grúa no estaba en el presupuesto, entonces lo que hicimos fue
bordear la piedra
- Robert, David…- suspiró. – Si bordearon la piedra… significa que la próxima conexión está bajo la casa,
bajo la sala de estar, ¿cierto?

- Sí… pero el problema no es ese, sino que no teníamos presupuestadas tres piezas más, para bordear la
piedra y que, en efecto, las tuberías se reunieran en el punto que habías planeado… entonces
compramos de PVC de cuatro centímetros- David y Robert cerraron los ojos.

- Adivino… dejaron correr el agua, todo estaba bien pero la conexión de siete centímetros a cuatro se
arruinó con la presión y ahora tengo un cráter en la sala de estar, ¿verdad?- susurró, deteniéndose de la
mesa de dibujo de Pennington así como se detenía de su lavabo. Y no obtuvo respuesta, pues, en el
silencio la tuvo. - ¿Qué tanto dejaron ir el agua?

- Toda

- Dios les ayude… porque ahí hay concreto reventado y techo afectado… no sé cómo van a hacer para
arreglar eso, no cuando ya hay toda una estructura alrededor del desastre… porque no pienso llamar a
los Hatcher para decirles que se reventó una tubería porque a los genios de mis Ingenieros se les ocurrió
dejar correr el agua a cien y no a sesenta y cinco, a la presión normal para Massachusetts… - suspiró,
estando realmente molesta, pero le divertía pensar lo idiotas que habían sido. – Estimen el presupuesto
para que eso esté arreglado para cuando lleguemos el cinco de Noviembre, estímenlo bien, piensen qué
le van a decir a Volterra, pidan que el Espíritu Santo lo ilumine para que no les descuente la pérdida de
sus salarios… porque al Estudio, esa estupidez, le va a salir caro… ¿Tienen idea de cuánto cuesta arreglar
algo así en semana y media?- siseó.

- Pues, en eso estaba, Emma- dijo Pennington. – Y… hasta ahora, si tomamos en cuenta que hay que
abrir un poco más para arreglar la conexión, que hay que tapar el cráter, que hay que volver a poner
concreto y que hay que arreglar el techo… son alrededor de doce mil dólares

- No me digan “alrededor de”, díganme cuánto va a salir, porque los Hatcher quieren un reporte
financiero para hoy, lo que significa que ustedes van a tener que explicarles un par de cosas…. – Emma
respiró hondo, se irguió y se dirigió hacia la puerta. – Arreglen eso para antes del almuerzo, porque
Volterra va a salir a las cuatro para Pittsburgh y dudo que pueda hacer mucho desde allá… - salió de
aquella oficina, entre ansiosa, divertida, frustrada y enojada, quizás era tanto su enojo que sólo podía
sonreír. – Moses- llamó a la cocina.

- Dígame, Arquitecta

- Deje mi té- sonrió. – Necesito que consiga dos rosarios, dos botellas de agua bendita y dos cruces y dos
biblias y que se los lleve a Segrate y a Pennington

- ¿Arquitecta?- rió.

- Los necesito cuanto antes- sonrió. – Pase a mi oficina, por favor- y caminó a su oficina, que Sophia ya
había recogido su bolso y había colgado su abrigo del perchero y había puesto el blazer en el respaldo
de su silla. – Aquí tiene- sonrió, alcanzándole un poco de dinero. – Espere un segundo- murmuró,
escribiendo dos Post-Its que decían: “Que Dios los acompañe. Pavlovic”. – Se lo pone a cada paquete,
por favor- sonrió.

- ¿Algo más?

- No, no creo. ¿Sophia?

- No, absolutamente nada, Moses, gracias

- Con su permiso, entonces- la tarea más rara que alguien le había dado a Moses.

- ¿Qué lo mandaste a hacer que parecía confundido?- preguntó Sophia.


- Lo mandé a comprar ayuda espiritual para los Ingenieros

- ¿Qué pasó? ¿Problemas?

- Sólo reventaron el concreto y arruinaron el techo- rió.

- Solamente…- murmuró Sophia en tono de burla. – Oye… quiero hablar contigo

- Dime

- Estaba pensando… en lo de mudarme contigo…- Emma emitió su “mjm”. – No me puedo mudar…

- Está bien- suspiró Emma, sintiendo paz pero incomodidad. – Entonces, si no te mudas conmigo, al
menos ven a dormir conmigo algunos días de la semana, ¿sí?- se volvió a ella con una sonrisa.

- ¿No estás enojada?

- ¿Me veo enojada?- sonrió Emma. ¿Estaba enojada? No, el problema de Segrate y Pennington era más
intenso.

- No- rió. – Y… bueno, con lo de irme a dormir contigo, a eso no me puedo negar… pero me gustaría que
durmieras en mi apartamento también

- Me parece justo- asintió Emma en aprobación absoluta. - ¿Empezamos este fin de semana?
- ¿Mi casa o tu casa?

- Rock, Paper, Scissors?

- Dos de tres, donde la que gane- rió Sophia, sabiendo que Emma le ganaría, pues, ¿en qué mundo perdía
Emma a algo tan sencillo como eso?

- Uno- dijo, levantando su puño. – Dos- lo golpeó contra su mano. – Tres- y sacó tijera, Sophia papel. –
Parece que va a ser en mi casa, Licenciada- rió.

- Otra vez- refunfuñó Sophia. – Uno, dos, tres, ¡Ja! ¿Decía, Arquitecta?- rió, sacándole la lengua a Emma,
pues Emma había sacado papel y Sophia tijera.

- La decisiva- rió Emma. – Um, Dois, Três- y ambas sacaron piedra. – Jeden, Dva, Tri- sacaron papel.

- ¿Qué idioma fue ese?- rió Sophia a carcajadas.

- Eslovaco- dijo con una expresión divertida. – Cuenta tú

- Moja, Mbili, Tatu- rió Sophia, sacando piedra y matando a la tijera de Emma. - ¡Eso es!- gimió
divertidamente, halando ambos brazos hacia abajo en una descarada victoria.

- ¿Qué idioma es ese?


- Swahili- guiñó su ojo.

- ¿Hablas Swahili?- tosió Emma.

- No, sólo hablo italiano, griego, inglés y le hago bailes sensuales al español

- Buena mezcla… oye, estaba pensando- sonrió. – Viernes a Domingo en tu apartamento… ¿te parece si
vamos al Zoológico el sábado?

- Suena bien, ¿es una cita?- rió nasalmente Sophia.

- Será una cita si salimos de ahí con un par de Souvenirs y comemos, aunque sea, un Slurpee… y damos
un paseo en los Camellos- rió, haciendo una expresión de saturación de adrenalina en su sistema.

- Suena muy romántico- rió Sophia con sarcasmo.

- ¿Romántico?- pensó Emma en voz alta. - ¿Qué vas a hacer ahora en la noche?

- Pues… nada, en realidad, ¿por qué?

- I’d like to take you on a real date, no friends, no parties, just you and me

- Está bien… cuéntame sobre esta cita


- ¿Te gustan las películas exageradas y de acción?- Sophia asintió, pues no tenía un género favorito de
películas, no veía mucha televisión en realidad, no tenía televisor, pero nadie se negaba nunca a una
buena risa, fuera por gracia o por mentira. – Taken2 está a las seis y veinte

- La primera es demasiado exagerada, seguramente la segunda también- rió. – Claro, suena bien

- Luego… ¿qué te gusta comer?

- Soy omnívora- sonrió. – Pizza, tengo ganas de una buena pizza, grasosa, de esas que te dejan la
consciencia contaminada de tanta grasa, pero que no sea italiana, que sea americanizada

- Tengo Sbarro y Pizza Hut en la cercanía del cine

- Sbarro

- Bueno, entonces, este es el plan, dos puntos: Vamos al cine a ver Taken2 a las seis y veinte, que
tendríamos que salir a las seis de aquí, cenamos en Sbarro de la séptima y cuarenta y siete, y luego te
dejo en tu apartamento, ¿te parece?

- ¿Me vas a dejar pagar algo?- Emma se negó con la cabeza. – Negociemos- suspiró. – Las entradas al
cine o lo que comamos en el cine, porque no pienso morirme de hambre ahí dentro, no en un cine

- Está bien, tu pagas mi enorme Mountain Dew y mi Hot Dog, ¿te parece?

- It’s a date- proclamó con una sonrisa.


Viernes veintiséis de octubre, dos mil doce. Meryl estaba más que concreto, pues a Emma no le gustaba
dar un proyecto por sentado hasta no estrechar la mano del cliente, de manera personal, empezarían a
trabajar en el apartamento en cuanto Emma regresara de Boston, pues a Meryl no le urgía tanto, y
prefería que se tardaran a que resultara algo de mala calidad, que, de terminar de mal gusto y/o mala
calidad, Emma era la primera en considerar ponerse una bala a través de los sesos. Sophia era diferente,
pues había pasado todo el jueves en el taller de Davidson Avenue, cortando madera para ensamblar las
camas de todas las habitaciones, que se llevarían en piezas para economizar el espacio de los camiones
que llevarían la mayoría de los materiales restantes; los muebles pequeños o que no podían ser
transportados en piezas, como las lámparas, o las sillas, sillones, sofás, esos muebles serían los últimos
que llevarían, y que no tenían prisa por sacarlos, pues la casa no la entregaban hasta en marzo, y Lilly
había accedido a recibir los muebles en una ventana del diez de diciembre al veinte de enero, claro, con
la debida notificación previa. Y Sophia también había estado todo el viernes en el taller, dejando a Emma
sola por segundo día, día dolorosamente consecutivo, y Emma se sentía sola, como si el espacio, que
alguna vez fue muy pequeño para ella sola, fuera ahora muy grande ante la ausencia de Sophia. Veía la
silla de Sophia, la veía vacía y, en medio de su desvarío, se preguntaba qué tenía Sophia que le gustaba
tanto, tanto no, demasiado, y se preguntaba, también, sobre la razón de aquel impulso, cuyo origen
permanecía desconocido, el por qué decirle que se mudara con ella así de rápido, ¿por qué? La respuesta
la sabía y no la sabía y, ante aquel desvarío, dieron las cinco de la tarde, que Emma sonrió al ver que
pasaba de ser las “16:59 p.m.” a ser “17:00”, se puso de pie, apagó el ordenador, metió su silla en su
escritorio, arrojó su teléfono en su bolso, se colocó su Altuzarra negro, se enrolló su bufanda Roberto
Cavalli, tomó su bolso, apagó las luces, cerró la puerta de su oficina y, viendo que sólo quedaban Fox,
quien estaba al teléfono, y Hayek, quien veía atentamente unos planos en la pared, salió del Estudio,
tomando un Taxi hacia su apartamento para cambiarse y preparar lo que llevaría para quedarse, como
acordado, donde Sophia.

Habían quedado que Emma llegaría a las seis en punto al apartamento de Sophia, sólo a dejar sus cosas
e irían a cenar, a un lugar que Emma solía describir, tras las palabras de Margaret: “not too fancy, yet
not quite shabby”; a Smith & Wollensky, y, claro, Emma invitaba. Emma preparó su típico Duffel Louis
Vuitton con lo básico; una camisa para dormir, que no estaba segura si la necesitaría, tres tangas, negras
todas pero diferentes en diseño, un hipster porque estaba en sus días femeninos, que usualmente le
duraba cuatro días y ya iba por el tercero, dos sostenes, un jeans, dos blusas, sus artículos de aseo
personal, que intentó limitarlo sólo a su perfume, su cepillo de dientes, su jabón para el rostro, su
desodorante y su aceite para humectarse la piel ante la entrada del invierno real y no oficial, pero no era
tan brutal como para andar en zapatillas, sus zapatillas negras de cuero Blahnik. Y, exactamente a las
seis, Emma dejaba su Duffel en la habitación de Sophia y salía, con aquella rubia, hacia el ascensor.

- Entonces- dijo Emma, cerrando el menú para alcanzárselo al mesero. - ¿De qué hablaremos esta noche,
Licenciada Rialto?
- Tengo una pregunta- sonrió, tomando su copa de agua en su mano para llevarla a sus labios, Emma
asintió suave y pausadamente para darle a entender que preguntara. - ¿Cuál es tu secreto para
mantenerte en forma?

- Digo lo que pienso- resopló, notando en Sophia una mirada confundida. – Verás- sonrió. – Mi abuelo
me contaba que, en Bratislava, donde vivía él, más o menos por mil ochocientos, se decía que la gordura
era el reflejo de todo lo que te comías; y no se refería exactamente a comida

- Entonces, ¿qué? ¿Decir lo que piensas es como un laxante?

- Básicamente- asintió. – Él decía que la comida no era tan dañina como la omisión de la verdad…

- Bueno, la mayoría de políticos no son exactamente delgados- rió Sophia, pensando en la gordura, por
los años, de la que Talos se había hecho acreedor.

- Sophia, le has encontrado otro significado a “pez gordo” en el ámbito de la política- rió Emma, que no
sabía por qué le gustaba escucharla hablar.

- ¿Tienes alguna idea de lo que tu sonrisa me provoca?

- I beg your pardon?- se asustó, pues eso había surgido de la nada.

- Tú te ríes mucho, sonríes bastante, eso se nota… pero no lo haces con cualquiera

- No cualquiera me hace reír o sonreír, Sophia


- ¿Qué tengo que hacer para mantener una sonrisa en tu rostro?

- Dejar que te invite- guiñó su ojo con una sonrisa amplia y exagerada, de chantaje total.

- Está bien- rió. – Vaya chantaje

- ¿Qué tengo que hacer yo para que me dejes conocerte?

- Invitarme- sonrió, volviendo a ver al mesero que llevaba sus cervezas en un vaso con orilla dorada, ah,
viva Stella Artrois.

- Pregunta- sonrió al irse el mesero. - ¿Tú sabes que te gustan las mujeres, los hombres y las mujeres o
soy una aventura de principios curiosos?- Sophia la vio con sorpresa. – Perdón, olvida la pregunta… creo
que fue un poco tosca

- No, es sólo que fuiste ”al grano”

- Pues, ¿para qué perder el tiempo?- sonrió burlonamente, chocando su vaso suavemente con el de
aquella rubia que tenía frente a ella.

- Te puedo admitir que un hombre está guapo, guapísimo o que es, simplemente, un manjar visual, pero
no puedo estar con ellos así como he estado contigo… eso lo he comprobado

- ¿Te dan asco?


- No, no… asco no… no sé… sólo no puedo….

- Pero has tenido novios, ¿no?

- Sí, tuve dos, uno en el colegio y el otro en la universidad, pero ya durante el Máster

- ¿Y novias?

- Ninguna

- I like you- dijo Emma, desviando su mirada para evitar sonrojarse, pues, de ver a Sophia, se sonrojaría
y le dejaría ver demasiado de su atormentada intimidad sentimental.

- I certainly like you, too- sonrió.

La cena siguió como se esperaba, tranquila y graciosa, llena de risas y sonrisas que eran provocadas por
la historia de Sophia, de una Sophia universitaria, con compañeros de veinte años, que trataba sobre
una broma, bastante buena pero grosera, que le habían hecho al asistente de uno de los profesores del
módulo de construcción, pues era demasiado altanero y arrogante, a veces hasta se creía el profesor, o
con la autoridad que este tenía, pues había llegado a tal grado de “autoridad” que les descontaba
créditos, enteros o fracciones, por llegar tarde a la clase, lo cual era injusto. La clase de “Construcción
primaria y secundaria” era a los martes a las seis de la tarde, oficialmente empezaba a dicha hora,
realmente empezaba quince minutos después, antes de esa clase tenían “Construcción aerodinámica y
espacial”, que empezaba a las cuatro, en realidad a las cuatro y quince, y terminaba a las cinco y cuarenta
y cinco, dichas clases quedaban de punta a punta y ambas eran únicas, pues no había otra opción de
otro día u otra hora, ambas eran obligatorias. Pues habiendo aclarado esto, el asistente, sabiendo lo
mismo que ustedes, decidía tomar asistencia a la antigua, nada de que cada alumno firmaba al final de
la clase, sino que tomaba asistencia quince minutos antes de la hora oficial, o sea a la hora que la clase
anterior acababa. Pues, cansados de aquello, los setenta y cinco estudiantes, notando que los trabajos,
pues no había exámenes para dicha materia, eran corregidos en dos etapas; la primera etapa era que el
asistente los corregía, a lápiz, luego los entregaba a los alumnos para que pudieran revisar la nota
prevista, quejarse, preguntar, etc. , y luego lo corregía el profesor, pero pasó que se dieron cuenta que
el profesor simplemente sumaba el puntaje que el asistente otorgaba, pues nunca hacía otra anotación
y nunca variaba en su nota. Aquellos estudiantes, fraudulentos, cambiaron las anotaciones a lápiz, y se
convirtieron en el primer grupo, completo, en aprobar el curso con, por lo menos, una B-. De aquello
nunca se dieron cuenta, más que el asistente pero, de decir algo, significaría no sólo su trabajo, sino el
de su jefe también.

- Mis relaciones no se caracterizaron por ser exitosas- susurró, abrazándola por la espalda y tomándola
por la cintura mientras fumaban un cigarrillo en el balcón del apartamento de Sophia. – What if…-
susurró, cortando su propio impulso para pensar bien lo que diría a continuación. – I don’t know… I don’t
know how this really works

- Me neither- murmuró Sophia, exhalando el humo denso mientras Emma introducía su mano, la que
estaba libre de cigarrillo, por debajo de su blusa.

- What if we mess up?- llevó el cigarrillo a sus labios e inhaló por última vez el humo del cigarrillo, pues
no dejaba que se acercara al filtro, pues eso era lo que causaba los dedos y las uñas de color amarillo.

- If we mess up… it’ll mean that at least we tried- sonrió, apagando el cigarrillo en el cenicero, justo al
mismo tiempo que Emma.

- ¿Qué pasa si no trato lo suficiente?

- No trates… let it flow… let it be… ¿no quieres saber hasta dónde es capaz de llevarnos nuestra
naturaleza?

- ¿Tú crees que somos compatibles?- susurró, que Sophia se giraba para encararla, pero siempre con su
cintura entre sus brazos.
- Apuesto a que somos más compatibles de lo que creemos- sonrió, juntando sus labios con los de Emma.

- Algún día voy a averiguar qué es lo que tanto me atrae de ti- murmuró, introduciendo sus manos bajo
la camisa de Sophia, cada vez más arriba.

- ¿Y si nunca lo averiguas?- murmuró juguetonamente, desabotonando la blusa de Emma, desde el


primer botón de arriba hacia abajo.

- Oh, trust me, I will find out- sonrió. – Tengo que decirte algo- Sophia asintió, terminando de
desabotonar su camisa, revelando su sostén negro. “Does she only wear black underwear?” – Estoy en
mis días

- ¿Y?- murmuró, dibujando el contorno de la copa de su sostén con su dedo índice, acariciando el borde
de la tela negra y el principio de su piel.

- Nunca me han hecho el amor en mis días

- ¿Te molesta?- llevó sus labios a donde había paseado su dedo.

- No, pero no me siento muy cómoda con la idea de que mi sangre esté por todas partes…- suspiró,
considerando ceder si Sophia se lo pedía.

- ¿Mañana?- suspiró, que, cuando exhaló, el aire tibio cayó ya frío sobre los senos de Emma, y notó cómo
aquella piel se erizaba suavemente.
- Lo más seguro es que hasta el domingo se pueda- pero Sophia introdujo su dedo entre la copa y el seno
derecho de Emma y, lenta y seductoramente, tiró hacia abajo.

- ¿Alguna vez has tenido esa sensación… esas ganas por saberlo todo sobre una persona?- Emma emitió
aquel “mjm” que sólo a ella le podía sonar así de extraordinario, pues era, quizás por su acento, o quizás
era sólo la maravillosa capacidad de hacer que todo lo que dijera sonara elegantemente bien.

- Sophia…yo…

- Dije que quería saberlo todo…- atrapó su pezón, ya erecto y rígido por la brisa fría de aquel otoñal fin
de octubre. – No me gustan las cosas a la fuerza… yo tengo todo el tiempo del mundo- Emma se
estremeció ante la combinación de aquellas palabras, que eran sinónimo de “paciencia eterna”, y del
lengüetazo plano y húmedo que Sophia ejercía en la parte inferior de su areola, levantando suavemente
el rígido pezón para terminar de lamer, sólo con la punta de su lengua, hasta la parte superior de la
areola. – Quiero saber todo eso que te gustaría decir y no dices… porque todos nos guardamos cosas, no
sobre los demás, sino sobre nosotros mismos

- Quiero decírtelo…- suspiró ante el mordisco que atrapaba toda su pequeña y encogida areola izquierda.

- Some day, you will- sonrió, regresando el sostén a su posición original.

- Tengo que ir a cambiarme…- murmuró Emma, apartando suavemente a Sophia de su camino y saliendo
del balcón, o entrando al apartamento, como ustedes quieran.

- Te espero en la cama- sonrió ante el generoso “mood-swing” de Emma, tal vez le había incomodado, o
tal vez sólo había tocado alguna fina hebra de algo que le evocaba cosas no tan agradables. Se dirigió a
la habitación, en donde vio el Duffel de Emma sobre el suelo y, siendo Louis Vuitton, lo recogió y lo
colocó en la silla que había colocado en la esquina de su habitación…quién sabe por qué razón. Se sentó
sobre la cama, sobre el lado que solía dormir, el lado izquierdo de la cama, rara vez pasaba al derecho,
y no sabía por qué, pero así había sido con Emma; Emma durmió del lado derecho y ella del lado
izquierdo, y ninguna de las dos se pasó al otro lado, o tal vez sólo para abrazarse, pero aquello era válido.

- No te había preguntado…- llegó Emma, viendo a Sophia sentada, viendo sus manos, que tenía las
cutículas dañadas por el filo de la madera que todavía no limaba ni curaba, sino que recién cortaba
personalmente y sin guantes, pues sus manos, al ser un poco pequeñas, no había guantes en el taller
que le quedaran y se había olvidado de comprar unos de su talla. - ¿Está todo bien?

- Sí, es sólo que me arden los dedos… me los hice polvo en el taller

- Déjame ver- sonrió, hincándose frente a ella y tomando sus manos entre las suyas. – Me gustan tus
manos- susurró, extendiendo los dedos de Sophia sobre su puño para verlos.

- ¿Por qué?

- Son suaves- dijo, besando cada enrojecido dedo, porque sabía que había una manera de acabar con
aquello. – Y es raro…porque te dañas las cutículas pero no la laca- alcanzó su bolso y, después de unos
segundos de pesca, sacó una Victorinox plana, la que era una tarjeta, la que le había regalado Phillip, y
sacó la diminuta tijera. – No muevas los dedos, por favor- y se dedicó a cortarle, con el mayor de los
cuidados, cada nanómetro de de piel astillada, pues, lo que ardía no era exactamente que estuviera
astillada, sino la astilla en sí, pues se había encargado de deshidratarse y se atascaba en cada tela. –
Adivino…- murmuró, como para sí misma.

- Eres buena adivinando- resopló Sophia, dándole la otra mano, sintiéndose consentida, demasiado
consentida, y le gustaba pero, al mismo tiempo, se preguntaba si Emma era realmente así con ella
porque le importaba o porque le gustaba lo que pasaba en la cama o por cualquier otra razón que no
fuera interés cariñoso.
- Usas negro, mucho negro, porque es casi imposible equivocarse con ese color y porque te da la
impresión que el color cambia, a pesar de ser el mismo, si lo pasas de un pantalón a una falda… y es por
eso que sólo usas pantalones

- Me considero una “Tomboy” reformada- rió. – No sé cómo es que puedes ir tú a trabajar en esas faldas
que te pones, que son ajustadas de todos lados, o en vestido…

- ¿Tú crees que yo no soy una “Tomboy” reformada?

- ¿Con ese gusto? Jamás

- La ropa no es sólo ropa, Sophie… habla por sí sola…- sonrió. – Me gusta verme bien… pero es más
porque quiero que mis clientes sepan, sólo con verme, que yo no estoy dispuesta a jugar o a decorarles
o diseñarles algo a lo Faux-Pas

- ¿Faux-Pas?

- Un “Faux-Pas” es algo social, es como un evento sin tacto, de mal gusto, ordinario, torpe… si no me
equivoco es más que todo para definir algo que va en contra de una norma social o de una costumbre
colectiva, quizás puede llegar a afectar las reglas de la “etiqueta universal”- sonrió, besando sus dedos
recién librados de cutículas dañadas. – “Faux” significa “falso”, “Pas” es “paso”… un paso en falso

- ¿Y cómo sería diseñarles algo a los “Faux-Pas”?

- En la industria más superficial- dijo, refiriéndose claramente a la moda. – Hay tres categorías…
categorías que se utilizan, según los críticos, para posicionar a un diseñador de acuerdo a la
proporcionalidad que el diseñador muestra de su marca, su nombre o lo que sea, en sí mismo… están
los “Generales”, como Carolina Herrera, Valentino, Tom Ford, Miuccia Prada y Monique Lhuillier, que
son los que, al salir ellos a la pasarela, muestran que su colección es tal y como ellos son, luego están los
“Oficiales”, como Diane von Furstenberg, Vera Wang o Karl Lagerfeld, que siempre se ven igual y que
varían entre lo que ellos son y alguna locura, pero no se visten personalmente mal, los Generales y los
Oficiales se visten bien, porque son los que piensan que ellos quieren vestir a la sociedad a su modo,
¿qué mejor manera de mostrar que sus creaciones son accesibles al ponérselos ellos mismos? – Sophia
intentaba entender todo, pero se distraía por cómo Emma articulaba cada palabra, cada letra, cómo
formaba las palabras en aquel acento británico que tanto le fascinaba. – Y están los “Faux-Pas”, que no
necesariamente son malos diseñadores, o alocados, pero ellos no tienen nada que ver con la colección
que presentan, generalmente son el fenómeno de la “fashion misconception” … en esa categoría cabe
Betsey Johnson, John Galliano o Ágatha Ruíz de la Prada

- Entendí la octava parte de lo que dijiste…- resopló, elevando a Emma hasta ponerse ambas de pie,
Emma sin soltarle las manos, pues no le gustaba que Sophia tuviera sus dedos rojos, y sólo quería
besarlos y acariciarlos, hacer que se curaran por arte de magia.

- Perdón, me emociono con el tema…- se sonrojó.

- ¿Te gusta mucho la moda, verdad?- Emma asintió. - ¿Por qué no estudiaste eso?- preguntó, haciendo
como si Natasha no le hubiera dicho, pues sería bonito escuchar aquella afirmación salir de aquel acento
británico.

- Si lo estudié pero no lo absolví… y lo que estudié no era la parte de “Corte y Confección”, sino “Crítica
y Diseño de Modas”

- ¿Cuál es la diferencia?

- Yo puedo darte un diseño, dibujarlo, concebirlo en papel… puedo decirte qué está mal y por qué está
mal, pero no puedo intervenir para alterar el producto, ni para concebirlo materialmente, sé las costuras
principales, sé dónde están y con qué puntada se dan para darle los diferentes efectos, los diferentes
acentos, pero yo no sabría colocar la tela bajo la aguja y coserlo…
- Y… en alguna cosa que hayas estudiado sobre ropa… ¿no te enseñaron nada sobre quitar la ropa, de
casualidad?- sonrió mientras susurraba a ras de su rostro, encontrando la mirada sonrojada de Emma,
esa mirada sonrojada de sorpresa, tan tierna, tan jovial, tan inocente.

- Tengo un PhD en eso- resopló, halando a Sophia entre sus brazos para acercarla a ella y clavar sus labios
en su cuello, ladeando su cabeza hacia el lado derecho para bezar la parte izquierda del cuello de su
rubia favorita, de la única rubia, así de rubia, que le llamaba la atención.

- Te extrañé- suspiró al sentir aquellos besos en su cuello, que no sabía si había extrañado más a Emma
o a sus besos, pero ambas se implicaban mutuamente, eran recíprocas y simbióticas.

- Aquí estoy- dirigió sus labios hacia detrás de su lóbulo. – Aquí me tienes- y Sophia pudo haber sentido
mal, como cualquier adolescente enamorado, pues Emma no le respondió un textual “yo también te
extrañé”, en vez de eso, sonrió y cerró los ojos en alegría, pues aquellas dos enunciaciones no eran más
que sinónimos para decir lo que no dijo, más porque la intención se notaba, y demasiado, pero el Ego y
el Orgullo de Emma Pavlovic eran más grandes que el querer reventar en un “mi amor, yo también te
extrañé”, porque Emma sí la había extrañado, no sólo en su cama, sino también en su oficina, en todo
tipo de privacidad que le pudiera quedar. - ¿Puedo tocarte y besarte?- susurró, a ras de su cuello, que
no tenía que pedir permiso, no para Sophia, además, ya había empezado.

- Todo lo que quieras, por el tiempo que quieras- murmuró, ladeando su cabeza hacia la derecha para
que Emma tuviera un mayor acceso. Pero Emma levantó su camisa, pues era eso, simplemente una
camisa, o camiseta, no sabría decir con exactitud, pero era negra y de algodón, muy ajustada a su torso,
que pronunciaba su no-tan-grande-busto y delineaba su plano abdomen, de cuello redondo, que apenas
dejaba ver las interioridades de sus huesudas clavículas, delineaba sus torneados antebrazos, más
cuando los estiraba, pues sus tríceps se marcaban suavemente, todavía se marcaban, y Sophia siempre
sonríe cada vez que le digo que todavía se le marcan, las mangas bajaban hasta por arriba de sus codos,
ni manga corta ni manga tres cuartos. Reveló un sostén blanco, liso y de algodón, de copa gruesa, que
albergaba con cariño aquel par de senos que volvían loco a cualquiera.

Emma escabulló sus dedos fríos por debajo de los elásticos de aquel sostén, aquellos que lo detenían de
los hombros, y volvió con sus labios a su cuello, besando aquel punto en el que el cuello se fusionaba
con el hombro, deslizó el elástico derecho; bajándolo por el hombro hacia el antebrazo, rozando el
trayecto con su mano, acariciando con sus labios el mismo trayecto que el elástico había recorrido, y
repitió el proceso con el elástico izquierdo, haciendo que la excitación de Sophia fuera inevitable. Sophia
tomó a Emma por sus hombros, en realidad sólo se detuvo de ellos, y se dejó besar; porque le gustaba
que la besaran así, que Emma la besara así, como si le estuviera haciendo el amor a cada milímetro de
piel que besaba, que el área que encerraban los labios de aquella eminencia de Arquitecta, el roce de
sus labios ahí, despertaba aquella sexualidad sensual que nunca había logrado salir del estado de
adormitado letargo, que ahora terminaba por agudizar sus terminaciones nerviosas. A Emma le gustaba
besar aquella piel porque era de Sophia, simplemente empezando por eso, y porque era uniforme;
blanca, que no era que el color fuera relevante o motivo de gustos o disgustos, pero ésta le fascinaba
porque el blanco de Sophia Rialto no era blanco nórdico, no ese blanco que tendía a tornarse rosa con
la más mínima exposición al sol, sino que era un blanco como el color de un diamante cognac, como un
bronceado de rangos menores, un dorado pálido, crónico y vitalicio; el color de aquella tibia piel, que
aún estaba tibia cuando Sophia se quejaba de frío; sí, tibia y suave. No tenía ninguna cicatriz, lo que a
Emma le gustaba demasiado, pues era la señal de que nada físicamente violento le había sucedido a su
rubia favorita, no tenía pecas, ni lunares, ni manchas de ningún tipo, ni en su rostro, ni en el resto de su
cuerpo.

Le gustaba pasar sus brazos por su cintura, abrazándola completamente, sin despegar sus labios de su
cuello, moviendo sus manos por su espalda, acariciando, de abajo hacia arriba, por la hendidura que
formaba su columna vertebral, hasta llegar al broche de su sostén, el cual, según Emma, no estaba
colocado correctamente, pues estaba demasiado arriba, y eso sólo podía significar un error de compra
de índole horma o talla; muy pequeña o inadecuada, pero eso era algo que arreglaría más adelante. De
un movimiento suave separó aquel elástico que abrazaba la espalda de Sophia, la bordeó por sus brazos
y la acarició desde sus omóplatos hasta sus clavículas con la punta de sus dedos, haciendo que aquel
sostén cayera sobre los pies de ambas. Con el reverso de sus dedos acarició lenta y ligeramente sus
pezones, que, lo único que ocasionó, fue que aquellos rosados y pequeños pezones se erizaran; que se
tornaran rígidos y se encogieron todavía más de la areola, lo que a Emma le parecía tierno, pues el
pezoncito se endurecía y se definía por encima del relieve de la ésta. Deslizó sus manos hasta el botón
del jeans blanco, primera prenda blanca que le veía a Sophia, o de otro color que no fuera negro o que
no se utilizara en los pies o en las manos, pues su reloj era rojo granate. Aquel coqueteo físico era algo
de lo que ambas gozaban, a Emma porque le encantaba recorrer a Sophia, porque le picaban las manos
si no la estaba tocando, y a Sophia porque nunca se imaginó que alguien pudiera tocarla de esa manera,
de esa manera tan íntima y próxima, de un roce bastante personal y acortado, al punto de excitarse sin
hablar y sin verse a los ojos, con el sólo sentir, que ni era un roce totalmente sexual, pues no estaba
acariciando nada que pudiera mojarla, dejando fuera a los pezones, claro, que todo aquello le provocaba
las mitológicas mariposas en el estómago, aunque también aquel hormigueo entre sus piernas, en el que
sentía a su corazón latir entre el aturdimiento nervioso que hacía que sus piernas se debilitaran y, que,
como producto final e impulsivo, la hacía simple y sencillamente abrirlas para invitar a Emma a que
abusara, POR FAVOR, de ellas y de todo lo que había en su longitud y exactitud, periférico y central.
Desabrochó el jeans y metió sus manos entre el trasero, cubierto por unos panties de algodón, y el jeans
de Sophia y lo apretujó suavemente con ambas manos, que fue cuando Sophia gimió ligeramente, pues
no podía negar que le gustaba que tocaran su trasero, no alocadamente, sino así como Emma, sensual y
suave. Sophia se dio cuenta de que a Emma le gustaba jugar con su trasero, pues era un apretujón
delicado y pensó en pedirle una nalgada, sólo por diversión, por conocer la fuerza sexual que podía
implicar un golpe en su trasero, un golpe de aquella Arquitecta, con aquella mano tan perfecta, pero su
impulso se interrumpió al encontrar la mirada de Emma, que Emma ni siquiera la veía, sino veía algún
punto perdido en el hombro izquierdo de Sophia, y Sophia, entre la caricia y el tono de su mirada,
entendió que Emma le decía que su trasero era intocable, que lo acariciaba y nada más. Emma bajó el
jeans y los panties de aquella rubia, los sacó de sus pies, y acarició aquellas piernas, brillosas por lo
perfectamente humectadas que estaban, y Sophia, tras el acariciar de sus pies, de sus pantorrillas, de
los besos que Emma le daba a sus rodillas, de las caricias en sus muslos y del abrazó con el que Emma
culminó todo aquello, un abrazo por su trasero, que acompañó con un beso en su monte de Venus, se
dio cuenta que Emma era totalmente inofensiva, pues alguien que besara y acariciara de esa manera,
que respetara su piel, su integridad física de esa manera, simplemente le parecía imposible que pudiera
maltratarla, aun en el más simple y minúsculo de los sentidos.

- Lo que no me enseñaron fue a poner la ropa de regreso- susurró, incrustándole un beso en sus labios
que fue tan profundo que hasta sintió como si besara más allá de sus labios, como si besara su alma,
como si la besara completamente.

- No sé como vaya a sonar lo que voy a decir… porque en mi cabeza suena retorcido- sonrió a ras de sus
labios, sintiendo que Emma acariciaba su labio inferior con su pulgar, como si intentara conocerlo con
otra parte de su cuerpo.

- Dilo… así lo pensamos en conjunto

- Contigo no quisiera que hubiera ropa de por medio…

- Wow…- resopló, tomando a Sophia nuevamente por su cintura, acercándola a ella a una distancia más
allá que personal e íntima, pues sus senos se rozaron, en desventaja los de Sophia pero se rozaron con
los de Emma, sus abdómenes también, ahí no había desventaja. – Acabo de descubrir que tu cabeza
tiene potencialidad de Santo- rió Emma, bajando sus manos por el trasero de Sophia.
- I beg your pardon?

- Si supieras lo que pasa por mi cabeza… eso sí que es retorcido… lo que tú quieres… es nivel de
Kindergarten- y acarició su trasero de una manera lasciva pero todavía respetando su integridad física y
moral.

- What?

- Por primera vez, en mis veinte-casi-ocho años, odio mis días de menstruación- Sophia emitió una risa
graciosa. - ¿Te parece gracioso?

- You’re kind stiff with words, you know?

- Stiff?

- Sí, tú sabes…rígida, cuadrada, linear, correcta- resopló, pero Emma todavía no entendía.- How do you
call a man’s genitals?

- Penis and testicules?- rió con una sonrisa confusa, levantando un poco su ceja derecha entre la ridiculez
de su comentario.

- People call it dick or cock… and balls or nuts… ¿cómo les llamas a éstas? - preguntó, colocando las
manos de Emma sobre sus senos, apretujándolos un poco.

- Breasts?
- People call them boobs… ¿cómo le llamas a esto?- sonrió, llevando la mano derecha de Emma a su
mojada entrepierna.

- Le llamo…- tomó aire, mucho aire- Sophia está excitada, lo que hace que sus glándulas vaginales
secreten lubricante, así se lubrica su vulva, preparándola para tener un contacto físico de índole sexual-
dijo rápidamente hasta quedarse sin aire.

- People call it “wet pussy”- rió Sophia, aunque no había entendido que Emma sólo le estaba tomando
el pelo. – Pero- dijo, viendo la expresión facial de Emma, que era de arrogancia sensual total. – Tú no
eres “those people”… y me gusta que tengas esa rigidez para las palabras

- No creo que sea lo único que tengo rígido- rió a carcajadas ridiculizantes hasta para sí misma. – En fin,
Señorita- sonrió- ¿No quieres que la ropa sea un obstáculo?

- No

- Explícate, por favor

- Quiero que, siempre que durmamos juntas, haya la menor cantidad de ropa posible

- Eso es tentar al diablo- sonrió Emma, quitándose su camisa y, casi que al mismo tiempo, su sostén.

- No soy el diablo… pero te aseguro que no soy Santa


- Y así…- susurró, tomándola por la cintura y acercándola a ella. – Estás perfecta- sonrió, que iba a decir
“me encantas”, pero no tuvo el coraje para hacerlo.

Sophia sólo sonrió y le dio un beso corto y rápido de agradecimiento en los labios. Su objetivo no era
quebrar a Emma, no era desarmarla hasta que quedara lo más humillante y significante de ella pues, si
ella insistía, eso pasaría; no era lo mismo a que Emma decidiera hacer muchas cosas, o a decirle muchas
otras, todo porque eso le dejaría a Emma su dignidad y su integridad intacta, pero, dentro de todo,
Sophia necesitaba que aquello pasara rápido, todo porque no podía explicarse en qué mundo, o en qué
estado demencial, Emma Pavlovic estaría ahí con ella en ese momentos o en esas circunstancias; le
parecía imposible, un juego o algo que no sabía describir. Y eran las batallas mentales de cada una, pues
Sophia nunca se había sentido más atraída a alguien, tampoco tan bien con alguien, entre la comodidad
y la comprensión, pero la reciprocidad era casi nula. Realmente se cuestionaba la acción de la paciencia
que se había proyectado para Emma, ¿qué tanto podía esperar a que Emma se decidiera a hablar? ¿Qué
tanta paciencia le podía tener? Se dirigió al baño para lavarse el rostro y los dientes, dándole vueltas al
asunto de la paciencia, porque Sophia era muy paciente, siempre lo fue, pero también tenía su fecha de
expiración, ¿qué tanto iba a explotarla Emma?

- ¿Necesitas algo?- murmuró Sophia con una sonrisa al ver a Emma de pie.

- No, ¿por qué?- levantó su ceja mientras pasaba sus dedos por entre su cabello y Sophia veía que el
Duffel de Emma estaba nuevamente sobre el suelo y, sobre él, estaba su camisa y su jeans doblados a la
perfección bajo el sostén, que Sophia nunca había visto esa forma de guardar un sostén, o de doblarlo,
y, a un lado de él, estaba lo que suponía Sophia que era su tanga negra, aunque tenía otra puesta,
siguiendo flexiblemente la petición de Sophia.

- Estás parada nada más…- se encogió de brazos.

- No sé de qué lado duermes tú- sonrió. Sophia se le quedó viendo con una genuina expresión de
“What?!” pues eso, para ella, no era ningún problema, ¿o sí? – Digo, siempre hay un lado en el que uno
se siente más cómodo durmiendo, ¿no crees?

- No sé… siempre he dormido del lado izquierdo- dijo, apuntando frente a ella mientras Emma tomaba
una nota mental de que, a partir de ese día, ella dormiría del lado derecho para que Sophia durmiera al
lado izquierdo, fuera en la cama que fuera.
- Lado derecho será- sonrió, bordeando la cama para colocar su reloj, su anillo y su cadena sobre la mesa
de noche.

- ¿Te molesta dormir del lado derecho? Porque podemos cambiar- le dijo mientras veía con el cuidado
que colocaba las cosas; su reloj extendido, su anillo viendo hacia la pared y, en medio de éste, dejó caer
lenta y suavemente su cadena.

- El lado derecho es más que perfecto- murmuró con una sonrisa, materializando, literalmente de la
nada, su iPhone para colocarlo antes que su reloj y sobre la pantalla.

- ¿Segura?- se acercó ella a la mesa de noche en la que solía poner sus cosas, que para ella no importaba
el orden, ni la forma, simplemente que no se cayeran. Emma asintió suavemente mientras silenciaba su
iPhone. - ¿Tienes frío?

- No, ¿y tú?- Sophia sacudió su cabeza y se metió a la cama, cosa que le dio luz verde a Emma para
meterse también. - ¿Me estabas esperando para meterte a la cama?

- Es tu cama- sonrió, arreglando las almohadas para poder recostarse.

- Sí, pero la vez pasada no preguntaste nada de eso, ni hiciste nada de eso- murmuró, acomodándose
ella también hasta quedar sobre su espalda.

- La vez pasada no se suponía que me iba a quedar a dormir, y tú te dormiste… ¿querías que te despertara
para preguntarte?- resopló, pero Sophia sólo se le quedó viendo con curiosidad, pues la manera en cómo
había dicho lo último le había dado la impresión que eso, para Emma, era un ultraje.
- Me puedes despertar cuando quieras- dijo suavemente, estirando su brazo para apagar la luz de su
lámpara, ahora la de Emma era la única que estaba encendida. – Desde para preguntarme dónde están
los vasos…

- En el gabinete superior, a la derecha de la cocina

- Hasta cómo se reinicia el agua caliente

- Fusible ocho- sonrió.

- ¿Cómo sabes eso?

- Si estudiaste Diseño de Interiores tienes que saber que, por definición, la vajilla va a arriba y los
utensilios van abajo; la vajilla va a la derecha de la cocina porque a la izquierda pueden ir las especias, y
no es gran ciencia lo del fusible… es un edificio construido en los ochentas, en aquella época,
enumeraban los fusibles de acuerdo a su prioridad por área, y, en aquella época, se acostumbraba a
poner un fusible por interruptor porque, en caso de que uno hiciera cortocircuito, no era sinónimo de
que toda tu conexión eléctrica, o gran parte de ella, se estropearía… pero, volviendo a los
interruptores…- sonrió. – Y tienes uno en el pasillo, uno en la cocina, uno en tu habitación, otro en tu
closet, otro en el baño, van cinco, y tienes uno en la sala de estar y otro en la terraza, que son siete… tu
calefacción es el noveno porque sólo lo utilizas un par de meses al año, por lo tanto, el octavo fusible
pertenece a tu agua caliente…

- You’re like really, really clever- resopló, viendo a Emma estirar su brazo para apagar la lámpara.

- That’s what I do for a living- murmuró, volviéndose hacia Sophia con el cuidado de no golpearla o
agredirla por accidente. – Pero, volviendo a lo de despertarte… no creo que valga la pena despertarte si
no me estoy muriendo- susurró, abrazando a Sophia por sobre su costado, formando una posición de
encaje demasiado tierna y tibia que hizo que a Sophia no le importara esperar, pues era como si las
intenciones de Emma fueran las más cariñosas posibles; no tenía la obligación de abrazarla, ni siquiera
se le había ocurrido a Sophia que lo haría, ni pedírselo, y mucho menos los besos que ahora le daba en
su hombro desnudo en plena oscuridad mientras la tomaba de la mano para entrelazar sus dedos. - No
soy muy fan de despertar a las personas

- ¿Alguna razón en especial?

- Respeto el sueño de los demás… no soy alguien que suele dormir bien, o mucho

- Y… ¿ahora tienes sueño?

- ¿Tú tienes sueño?- repuso con la evasiva más clara de todas.

- Un poco

- ¿Un cuento te ayudaría a dormir?- murmuró Emma a su oído, causándole escalofríos a Sophia, tanto
que cada poro de su piel se erizó, hasta su espalda, cosa que le dio escalofríos a Emma también.

- Oh, ¿Emma Pavlovic cuenta cuentos?

- Mmm…- resopló entre un tarareo.

- Vamos, cuéntame un cuento, así te digo si es un cuento de verdad o es algo que has improvisado, ¿te
parece?

- Bueno- rió suavemente mientras Sophia se daba la vuelta para encararla mientras permanecía abrazada
por Emma. –Había una vez un niño, pequeño, como de seis o siete años, y cenaba con su papá mientras
la niñera se hacía cargo de su hermanito de un año y su mamá estaba en la típica cena semanal con sus
amigos. Después de haberse comido su porción de pollo frito y de puré de patatas, viendo que sólo el
brócoli y la zanahoria le quedaban, decidió emplear la técnica que usaba su mamá cuando quería librarse
de algo. “Papá, ¿qué es la política?” le preguntó el niño, notando la sonrisa del papá al ver que su hijo
tenía interés en su trabajo, hasta se imaginó que el pequeño Johnny sería congresista como él. Y el papá,
bajando el periódico para prestarle atención a su hijo, le respondió: “Hijo, déjame explicártelo de esta
manera: yo soy el que trae el pan y el dinero a la casa, llámame ‘Capitalismo’. Tu mamá, ella administra
el pan y el dinero, así que llamémosle ‘Gobierno’. Nosotros, tu mamá y yo, estamos para satisfacer tus
necesidades, así que a ti te llamaremos ‘la gente’. De paso, llamaremos a Mandy, la niñera, ‘la clase
trabajadora’ y, a tu hermanito, le llamaremos ‘el futuro’. Ahora, ve a cepillarte los dientes y a la cama
mientras piensas si lo que te he dicho tiene sentido” y el niño se fue con una sonrisa, pues no había tenido
que comerse las verduras. – Sophia intentaba no reírse, ¿a dónde iba con eso? No sabía qué le daba más
risa: si la seriedad con la que Emma contaba la historia o el contenido de ésta. – Así que el pequeño
Johnny se fue a dormir mientras intentaba encontrarle sentido a las palabras de su papá. Por la noche,
se despertó porque su hermanito, el pequeño Mike, estaba llorando, entonces se levantó a ver que todo
estuviera bien con él. Cuando llegó a la habitación de su hermanito, encendió la luz y se dirigió hacia
donde él estaba y lo levantó, que, para su sorpresa, su hermanito lloraba porque su pañal se había
rebalsado de sólidos que eran un tanto líquidos. Así que el niño, asqueado y preocupado por su
hermanito, fue a la habitación de sus papás y vio que su mamá estaba dormida, no la quiso despertar. –
Sophia entendió que aquello tenía que ver con Emma, muchísimo, quizás era un poco de su vida.
– Entonces fue a la habitación de la niñera. La puerta estaba cerrada. Como la casa era un tanto antigua,
todavía tenía cerrojos anchos, por lo tanto, el pequeño Johnny miró a través del cerrojo y vio a su papá
en la cama con la niñera.- Sophia agradeció que las luces estuvieran apagadas, pues su expresión de
asombro era indisimulable. – Se dio por vencido y se regresó a la cama, además, su hermanito se había
callado.

- ¿Qué pasó después?- murmuró Sophia, acariciando con sus dedos los dedos de Emma.

- A la mañana siguiente, el pequeño Johnny se sentó a la mesa con su papá, que leía el periódico de
nuevo. La niñera se hacía cargo del pequeño Mike y la mamá servía el desayuno; huevos revueltos,
salchichas y tocino para el papá, para el pequeño Johnny y para ella sólo unos hot cakes. La mamá le
sirvió jugo de naranja y una taza de café al papá, que fue cuando bajó el periódico y notó al pequeño
Johnny sentado frente a él. “Buenos días, campeón” le dijo el papá mientras tomaba la taza de café en
su mano. “Papá, creo que ahora entiendo qué es la política” le dijo el niño. El papá, muy emocionado,
bajó completamente el periódico y le sonrió, “Hijo, dime en tus propias palabras de qué crees que se trata
la política”. El niño tomó el jugo de naranja entre sus manos y dio un sorbo, “Bueno… mientras el
Capitalismo está jodiendo a la clase trabajadora, el Gobierno está dormido. La gente está siendo
ignorada y el futuro está sumergido en mierda.”- y Sophia no se contuvo y soltó una carcajada que le
costó terminar. – Wow, nunca había tenido una reacción así con esa historia tan mala- rió Emma.

- It was a pretty lame story- rió. – Pero me dio risa


- Al menos logré una risa- murmuró, dándole un beso de sorpresa a Sophia en sus labios.

- Sabes… podemos hablar hasta que te duermas, yo no tengo prisa por dormirme

- No tienes prisa, pero tienes sueño- sonrió, abrazándola fuertemente.

- ¿Vas a velarme el sueño?

- Voy a cerrar los ojos hasta quedarme dormida, así no parecerá que te lo estoy “velando”, ¿te parece?

- ¿Te molesta dormir sobre tu costado derecho?

- ¿Es más cómodo para ti dormir sobre tu costado derecho?

- Costumbre, aunque casi siempre me despierto boca abajo y viendo hacia la derecha… y no quisiera
despertarte

- Seguramente no estaré dormida- sonrió comprensivamente, abrazándola, porque eso quería hacer. Sí,
que Emma se tomara el tiempo que quisiera.

- ¿A qué hora iremos al Zoológico?

- Abren a las diez


- ¿Cómo te piensas ir? ¿En Taxi?

- ¿Y pagar como cuarenta dólares por eso?- rió. – Jamás

- ¿Teletransportación?

- No, mi amor- sonrió. – El número dos nos lleva desde Times Square hasta Pelham, de la estación al
Zoológico son como diez minutos caminando… y sale cada cinco o siete minutos, entonces supongo que
como a las nueve y media tendríamos que salir porque se tarda como media hora en llegar

- ¿De verdad esperas que crea que vamos a ir en subterráneo?- sintió a Emma asentir con sus labios
contra su hombro. - ¿Emma Pavlovic viaja en subterráneo?

- Si vamos a ir al Bronx Zoo, tiene que ser una experiencia totalmente original- sonrió, volviendo a darle
besos en su hombro. – Te digo, con todo y paseo en los camellos, el Slurpee, la fotografía junto a la jirafa
de Lego…

- Suena divertido- murmuró, bostezando luego, casi tragando a Emma de la potencia de aquel bostezo.

- Espero que lo sea- sonrió. – Duerme…

- Buenas noches, Emma

- Buenas noches, Sophie


¿Sophie? Ah, Sophia casi se derrite. Emma se quedó ahí, estática, sin moverse, sólo escuchando a Sophia
respirar con tranquilidad, y no sabía si era envidia que Sophia pudiera dormir así o si le alegraba que lo
hiciera. Fue en ese momento en el que Emma realmente se sintió bien al estar durmiendo con alguien,
se sintió bien durmiendo en una cama que no era suya y que no conocía, pues ni en la cama de Natasha
podía dormir, prefería que Natasha durmiera donde ella y no al revés. Quizás era porque no tenía el olor
al que asociaba con la palabra “hogar”, pues todo aquello olía a Tide, y ese era el caos de Natasha, que
no era un mal olor, al contrario, era bastante neutral, pero no era el caso de Sophia. Sus sábanas olían a
ella, a una mezcla del L’Air que rociaba en su cuello y en sus brazos con el perfume de su shampoo y su
acondicionador, que Emma se había sorprendido cuando se había dado cuenta de que eran unas viles
botellas de Pantene, no era el mismo olor a lo que ella llamaba “hogar” porque no olía a esa mezcla de
lavanda y a Chanel del final del día y de las horas del Jo Malone en su cabello, pero olía a comodidad, y
era un olor tibio y fresco que no le molestaba, en el que no se le hacía imposible descansar y bajar la
guardia. Y se quedó dormida hasta a eso de las siete y media que se tuvo que despertar ante la opaca
luz del cielo gris que se metía por la ventana de la habitación de su rubia ¿novia? Como sea, Emma se
salió de la cama, directo a la ducha por sus días femeninos, y dejó a la rubia Afrodita muerta en la cama,
que abrazaba una almohada bajo su cabeza y se acobijaba hasta media espalda. Veinte minutos después
salió del baño, vestida en un jeans de color red tomato que no era tan rojo, sino más rosado, una camisa
blanca manga tres cuartos y, encima, un suéter Polo azul marino de cuello en “V”, lo que contrastaba
perfectamente con sus zapatillas amarillas Alexander McQueen. Le daba un diez porque no había once.
Registró el congelador por algo de comida y no encontró mucho, sólo lo suficiente como para prepararle
unos Hot Cakes a Sophia, que así lo hizo.

El día estaba programado de tal manera que almorzarían en el Zoológico, verían lo que querían, se
regresarían para ir al Zoológico de Central Park y luego matarían el tiempo en algún lugar de la Gran
Manzana, quizás en Times Square o quizás en Little Italy, o China Town. Pero no. A eso de las dos de la
tarde la tormenta las tomó por sorpresa en pleno Zoológico, en medio de aquel sector, frente a los osos
polares, y habían quedado empapadas: las zapatillas de Emma, casi nuevas, habían fallecido, su suéter
empapado, el de Sophia también, y no tuvieron más remedio que comprar un arsenal de souvenirs de
mal gusto: un par de camisetas negras, con una cobra en blanco, que era justo el recuerdo de la cátedra
de Emma en cuanto habían visto una en la casa de los reptiles, y no sólo habían sido las putas camisetas,
sino también un suéter que no daba a conocer su origen en lo absoluto con su rótulo de “The Bronx Zoo”,
pero, ah, como eso no era suficiente, pues por diez dólares más les hacían el veinticinco por ciento de
descuento, tomaron dos cosas que según Sophia parecían consoladores, y Emma no sabía ni cómo
describirlos, eso y el único paraguas que quedaba. Pues bueno, todo aquello las hizo sentir como unas
verdaderas turistas, y turistas con sal, pues cuando habían salido de aquella tienda en donde habían
despilfarrado el dinero de Emma en las horrendas camisetas y demás, empezó a llover más fuerte, lo
que las volvió a mojar parcialmente, que de no haber sido por aquel paraguas de gusto espantoso, se
habrían mojado completamente. Y las ganas de ir al zoológico de Central Park se apagaron. Emma
simplemente optó por tomar un Taxi y pagar los cuarenta y ocho dólares que costaba hasta el
apartamento de Sophia, cosa que tenía que hacer por la seguridad de su salud pues, de tardarse mucho
en ducharse, se enfermaría casi que de por vida, pues era el complejo Pavlovic, que se remontaba a
cuatro generaciones hacia atrás: nunca se enfermaban pero, cuando lo hacían, terminaba no siendo una
gripe cualquiera, sino una neumonía, no un simple dolor de cabeza, sino una migraña, no un esguince,
sino una dislocación o una quebradura.

Llegaron al apartamento de Sophia, Emma casi que se desvestía en el trayecto sólo para arrojarse a la
ducha, a la diminuta ducha. Llamó a Sophia y la haló para que se bañara con ella, era antojo y deseo,
Sophia lo agradeció y lo recordaría para siempre, más que todo porque Emma, por no caerse, se agarró
de la cortina y la rompió, lo cual fue motivo de carcajadas y de una inundación en el baño. Terminaron
apreciando el diluvio por la ventana mientras comían de Blockhead y tomaban cerveza, lo que las dejó
repletas hasta el punto de llevarlas a la cama para dormir. Y al día siguiente sólo fue de permanecer en
la cama, que sólo habían salido para desayunar, para luego volver a la cama y hacer el amor bajo el cielo
gris que expulsaba agua por cada milímetro que tenía.

- Emma, Darling- sonrió Margaret, recibiéndola con un abrazo cálido y con una sonrisa de oreja a oreja.
Ah, Margaret. Margarita. Maggie. Marge. – Estás… Dios mío- dijo, enrollando sus ojos hacia el techo y
llevando su mano a su pecho para luego tirarla hacia atrás. – “Hermosa” no te describe lo suficiente

- Gracias, Margaret- resopló Emma un tanto sonrojada. – Gracias por venir

- No me lo perdería por nada en el mundo- murmuró, tomándola de las manos y viéndola a los ojos a
través de sus ojos grises que se hundían con precisión entre un par de arrugas laterales. - ¿Estás feliz?-
sonrió, ahondando sus arrugas alrededor de sus labios. Pues, sí, Margaret no era precisamente una
mujer que había sido bonita, pero tenía algo, era quizás la frialdad con la que imponía su presencia, de
eso que no movía ni un dedo y todos estaban al pendiente de qué hacía, de cómo se movía, de qué decía
y de qué vestía. Era de expresión fría pero con una sonrisa cálida. Su ojos eran turbios, a veces verdes, a
veces azules, ahora eran grises, quizás era porque no había podido dormir mucho por estar escribiendo
su columna semanal, la cual, semana a semana, tenía el mismo impacto en el New York Times, la
publicaban todos los jueves, todo para que entre jueves y viernes sus críticas fueran tomadas en cuenta
para el fin de semana, pero, semana a semana, se le dificultaba cada vez más surgir con algo nuevo e
interesante, todo porque ya lo había cubierto prácticamente todo, y ahora se había concentrado en la
guerra entre los vegetarianos y los omnívoros/carnívoros, que, para ello, había tenido que pasar un mes
entero pretendiendo ser vegetariana, todo un martirio para alguien que realmente disfrutaba cada pizca
y cada sabor de cada platillo.
- Sí, sí…- murmuró incómodamente.

- Emma, hija- las interrumpió Romeo. “Ah, gracias, Romeo”, y lo abrazó así como había abrazado a
Margaret. – Es un gusto verte- sonrió.

- Lo mismo digo- sonrió Emma, viendo que Romeo era como Phillip, y que Natasha, literalmente, se había
casado con su papá, que era lo normal. Y le dio risa. Y era como Phillip porque solía combinar el color de
su corbata con el atuendo de Margaret, que en esta ocasión llevaba una corbata rojo cereza sólo porque
Margaret llevaba una blusa, muy elegante, del mismo color.

- Helena viene en camino- le informó, cosa que Emma no necesitaba saber.

- Y Sophia está por bajar- sonrió en respuesta. - ¿Me disculpan un momento?- dijo con una sonrisa para
los Roberts, quienes asintieron y la dejaron ir. – Viniste…- susurró a su espalda con asombro mientras él
veía su teléfono, o al menos eso pretendía hacer, pues estaba tan nervioso que no sabía qué más hacer;
no conocía a nadie más que a Volterra, y él no estaba en ese momento.

- ¿E-Emma?- tartamudeó, intentando saber si la misma voz de hacía tantos años pertenecía a esa
despampanante mujer de la que hacía más de ocho años no había sabido nada por un capricho suyo y
no de ella.

- Hasta donde mi pasaporte lo dice, sí, soy Emma- resopló. – Creí que no vendrías- se le lanzó en un
abrazo caluroso y nostálgico, que él tardó unos momentos en reaccionar.

- Aquí estoy, Pav- dijo mientras paseaba su mano por la espalda de Emma.
- ¿Desde cuándo estás aquí?

- Hoy vine- se despegaron del abrazo y la examinó disimuladamente.

- ¿Cuándo te vas?

- Creo que el lunes- balbuceó, viendo el rostro perfecto de Emma, el rostro que con los años había
distorsionado para peor, pues sólo quería olvidarla, pero así como él la había distorsionado, Emma había
mejorado, y mil veces más de lo que aquella infantil e inmadura mente varonil, que sufría de despecho
crónico, había intentado convencerse.

- ¿Crees?- sonrió.

- Sí, no sé si acortar mi estadía o alargarla- dijo, inhalando aquella fragancia que despedía la mujer de la
que, desde que la vio sentada en la segunda fila del aula Magna para la clase de Historia del Arte I, se
había enamorado. – Emma…- dijo por impulso, haciendo una pausa para pensar bien lo que iba a decir.
– Te quiero…- alargó la última palabra, oscilando entre “robar de el peor error de tu vida”, “secuestrar
para que sepas que puedo darte más de lo que el imbécil con el que vas a casarte te ofrece”, “decir que
es no debería estar aquí”, o lo que le dijo a continuación. – Decir… que estás muy guapa- sonrió.

- Tú estás muy guapo también, Lu- sonrió, dándole una palmada amigable en su pecho, justo sobre la
solapa de su saco. – Los años no nos han sentado tan mal

- No, no tanto- dijo a secas, viendo que Emma desviaba su mirada de él y veía hacia atrás, hizo un gesto
de “ven aquí” y esperó con una sonrisa.

- ¿Estás bien?
- Si, Pav… debe ser el Jetlag- sonrió, intentando no darse vuelta, todo porque sabía que era el futuro
esposo de Emma, y seguramente le darían ganas de golpearlo hasta matarlo, porque no había hombre
lo suficientemente bueno o suficiente para Emma, probablemente ni él.

- ¿Seguro? Sabes que puedes hablarme- dijo Emma, acordándose de por qué no habían hablado por
tanto tiempo: porque no tenían nada de qué hablar. Y, sí, esa invitación había sido un error, aunque su
consciencia estaba tranquila.

- Todo está bien, Pav

- Bueno… Luca- dijo, extendiendo su mano al lado de su brazo para alcanzar la mano de Sophia. – Quiero
que conozcas a Sophia- y la haló para que viera frente a frente al hijo del Arquitecto Perlotta.

- Sophia, es un placer conocerte- dijo, dándole un beso en cada mejilla. – He oído de ti por mi papá-
porque por Emma no había escuchado nada nunca de Sophia, ni de ella misma, pues Luca había cortado
toda la conexión entre ellos en cuanto Emma lo había rechazado un poco antes de graduarse de
Arquitectura.

- Y yo por Emma- sonrió. – No sabía que venías…

- Aquí estoy- repitió, viendo a Emma a los ojos. – Espero que no sea mayor problema… me decidí a último
minuto

- En lo absoluto- corearon las dos, y él se preguntó por qué Sophia tenía voz en aquello, ¿era la Wedding
Planner, o qué?
- Puedes sentarte en la mesa de allá, si quieres- dijo Emma, apuntándole a la mesa en la que estaban
Julie y James junto con Thomas y la pareja provisional que, como siempre, tenía planes de matrimonio
desde la primera cita. – O en la de allá- apuntó hacia la mesa en la que estaban los que sabían de Emma
y Sophia en la oficina. – O, si te quieres sentar con Volterra y el resto de adultos responsables… puedes
sentarte en la de allá- sonrió, apuntándole la mesa a la que Sara se sentaba mientras hablaba con Phillip.

- Ya veré en cuál- dijo a secas. – Pav, ¿cigarrillo?- le ofreció, mostrándole la cajetilla de Marlboro Rojo.

- No, gracias

- Vamos, serán menos de cinco minutos- sonrió, acercándole la cajetilla con la mano.

- No, gracias… ya lo dejé- sonrió, devolviéndole la mano y la cajetilla.

Fue entonces cuando Luca Perlotta, aquel hombre de treinta años, que nunca fue apuesto hasta que,
por despecho, decidió ser apuesto a base de mucho gimnasio y mucho estilo forzado, que se encontraba
de pie, incrédulo ante la enunciación de Emma, vestido en aquel traje Dolce & Gabbana negro, con la
corbata más evidente al cuello y sus zapatos que no hacían nada más que hacerlo ver como un maniquí
de de la marca misma, no supo quién era Emma Pavlovic, pues la que él conocía era una mujer que se
vestía bien, pero no tan bien, de expresión seria y tosca que sólo soltaba una sonrisa o una risa pero no
eran consecutivas, sin maquillaje, en ocasionales tacones pero nunca tan altos como los Lipsinka que
llevaba en ese momento, y ni hablar de los demás accesorios. Además, la Emma que él conocía era
fanática de la Roma, que era de las que se embriagaba en cada partido de la Roma contra la Lazio y que
cantaba, a pulmón flojo, “Roma, Roma, Roma, core de ‘sta Città, unico grande amore, de tanta e tanta
gente che fai sospirà. Roma, Roma, Roma, lasciace cantà, da sta voce asce un coro so centomila voci
c’hai fatto innamorà…” con la camisa de la temporada, siempre autografiada por todos los jugadores,
pues era de los beneficios vitalicios de que su abuelo materno hubiera trabajado en la administración de
dicho club. Y aquella misma Emma era la que fumaba tres o cuatro cigarrillos diarios por su cuenta pero
que era capaz de acabarse una cajetilla entera si se la ofrecían, más si bebía Moretti. La Emma que no
solía tener amigas mujeres porque la desesperaban, y ahora era amiga de Sophia, la hija de Camilla
Rialto, la que trataba a Volterra con los pies, y amiga, aparentemente muy cercana, de la mujer de cabello
oscuro y de la pelirroja que abrazaba con tanta emoción. ¿En qué momento? Pues no, él no conocía a
esa Emma que estaba viendo, haber llegado era un completo error, pues ahora le gustaba más. En aquel
entonces le pareció superable que lo rechazara, porque no consideraba que era mal partido, pero ahora
se iba a casar, ¿quién de todos ellos era el imbécil? ¿El hombre vestido de negro? ¿El afroamericano? ¿El
imbécil que le acariciaba el hombro al mismo tiempo que se lo acariciaba a la pelirroja? No, tenía que
ser el imbécil que estaba hablando por teléfono en una esquina, el único imbécil de traje gris carbón y
zapatos café, ¿cómo se había podido fijar en él? Transpiraba homosexualidad con su camisa de cuello y
muñecas blancas y de fondo celeste con la corbata marrón.

- Buenos días, Licenciada- suspiró suavemente en cuanto sintió a Sophia despertarse entre sus brazos.

- Buenos días, Arquitecta- resopló, pues se preguntó si habría algún día en el que ella se despertaría
antes que Emma. - ¿Qué hora es?

- Las ocho de la mañana… y tres o cuatro minutos- sonrió, llevando su mano a sus labios, pues se habían
dormido con los dedos entrelazados, y empezó a besarla.

- Todavía es ayer

- Quizás en Roma- rió, tomando a Sophia de tal manera que la llevó hasta estar sobre ella.

- ¿Cómo es que te despiertas con una sonrisa?- se escabulló entre su cuello y su hombro y se dedicó a
besarla, a besarle sus hermosas y llamativas pecas.

- Despertarse no es mi parte favorita- rió. – Pero no es tan malo cuando, lo primero que veo, es a ti

- Mmm… no sé cómo no enamoras a cualquiera- susurró a su oído. – Dices las cosas más…
- ¿Más qué?

- Sweet- sonrió, volviéndose hacia los labios de Emma para besarla, beso que las llevaría a una ronda
sabatina y matutina, de lo mejor.

- Tú no te cansas de hacer el amor, ¿verdad?- resopló, tumbándola a un lado para colocarse ella encima.

- ¿Bromeas?- se mordió su labio inferior con lascivia. – La última vez que tuve la más mínima expresión
de sexo fue cuando tenía diecisiete

- ¿Una década sin sexo?- rió y Sophia asintió. – Eso es como…

- Como diez años sin sexo- rió Sophia y atrapó el labio inferior de Emma con sus dientes.

- Iba a decir “eternidad”, pero “diez años” es lo mismo- y siguió el beso con una sonrisa.

Habían tenido una noche bastante interesante; entre que Sophia había accedido, por fin, a que Emma le
ayudara a vestirse, porque Emma era de la opinión que el negro era elegante, pero también demasiado
serio y hasta un poco intimidante, y era por eso que Sophia, con la personalidad que poseía, necesitaba
proyectar esa felicidad y amabilidad que la caracterizaba, y habían hablado de Emma, que era algo tan
nuevo para Emma como para Sophia, que Emma no era exactamente la primera vez que lo hablaba, pues
ya lo había hecho con Natasha y con Alastor, pero no así, no de esa manera tan detallada, tan profunda,
y Sophia que había comprendido que ese tema no se tocaba sólo porque sí, eran un tema del que no
sabía si prefería saber para comprender a Emma o si prefería no saber para no conocer las cicatrices
emocionales y mentales que aquello tenía. Además, había conocido el lado sencillo de Emma, el lado
que no gritaba Coco Chanel, el lado en el que bebía té de manzanilla, en el que se calzaba unos Converse
más arruinados que las manzanas que tenía en su congelador, en el que se sentaba en el dominio público
peatonal a comer comida de la calle y no le importaba quedar con el aroma a aquel pincho de carne que
nadie quería saber su procedencia. Y, después de todo eso, que se diera por vencida y aceptara el hecho
del único sentimiento que no había experimentado nunca antes en su realidad y totalidad: el amor. Ese
sentimiento era especial por dos razones: porque era con Sophia, una mujer, y porque no veía la
capacidad de lastimar en Sophia, no la veía en su naturaleza, no entre sus cabellos rubios que esa mañana
descansaban sobre la almohada blanca mientras la besaba con amor, con verdadero amor.

El medio al amor, para Emma, era quizás comprensible, tenía miedo a amar a alguien tanto, con tal
incondicionalidad, porque quería que su vida fuera de lo menos triste posible. Había crecido con la idea
de que Dios, sí, Dios, había creado al ser humano para cometer errores y para aprender de ellos, pero
que eso no significaba que habían sido creados para sufrir, no para llevar una cruz, no para llevar al
mundo en los hombros, claro, eso no significaba que estaba exenta de dolor y frustración y sufrimiento,
pero había un límite, el límite que le otorgaba la rutina de silencio al ducharse, que era silencio porque
estaba ocupada en otra cosa: Pater Noster, Ave Maria, Gloria Patri, Salve Regina et O Lenis Mater!.
Creyente a su modo, pues las iglesias no le gustaban, la religión hecha por el hombre no le gustaba, y no
le gustaba porque no la podía comprender como los principios de la Bauhaus, pero su fe la mantenía,
por costumbre y por fiel creyente pero no practicante, y sí consideraba los momentos de confesión, dos
o tres veces al año, a veces sólo una. Y, pues eso, era su manera de protegerse, y Sophia le había dado
tanta seguridad en cuanto a eso que Emma había terminado por quitarse toda su protección, la famosa
“armadura” a la que Sophia se refería, y había decidido aventurarse a darse una oportunidad en el amor
incoherente, insensato y estúpido que tenía por Sophia, pero quizás ese era el mejor tipo de amor, el
que era irracional.

- ¿Ahí?- susurró con mirada comprensiva.

- Más a la derecha- suspiró Sophia. – No, a la izquierda, entonces- ambas rieron. – Oh my God… ahí, sí…-
bueno, sí, era el dedo de Emma, el dedo que abusaba con cariño el clítoris de Sophia, el dedo que estaba
destinado a oler a Sophia en casi todo momento. No, mentira. Pero sí era el dedo que iba a compensar
la década sin sexo. Eso sí.

- ¿Así?- jadeó Emma, que le excitaba ver a Sophia así, así de descompuesta, que disfrutaba del roce de
lo más pequeño de su cuerpo, la manera en cómo su expresión facial cambiaba, la manera en cómo
respiraba y contraía su abdomen al roce del suyo, que Sophia movía sus caderas en un vaivén sensual, y
que se detenía de su cuello mientras le robaba besos esporádicos para saciar las ganas labiales. Sophia
sólo pudo asentir, y ni asintió bien, sólo se dio por sentado que lo hizo. - ¿Quieres eyacular?
- ¿En tu cama?- gimió. Le preocupaba arruinar las costosas sábanas que se sentían como nubes cuando
la envolvían.

- Las sábanas se lavan- guiñó su ojo. - ¿Quieres eyacular?- y fue inmediato el rubor que invadió a Sophia,
un “sí” que se sobreentendió aquí, en la China y en Madagascar.

- ¿A dónde vas?- suspiró, viendo que Emma se iba hacia su entrepierna y succionaba dos de sus dedos,
los que introduciría en Sophia en tres, dos, uno. – Oh shit… fuck me- jadeó, sintiendo la lengua de Emma
en su clítoris y sus dedos ir de arriba abajo en el interior de su vagina.

Nada que unas succiones de clítoris y la tibia respiración nasal de Emma, junto con aquella estimulación
de GSpot, nada existía que no pudiera ser más que una evidente eyaculación, diez segundos y contando,
y parecía como si Emma estuviera apuñalando a Sophia, pero eran los gemidos más genuinos y sensuales
que alguien podía emitir desde sus entrañas, que eso a Emma sólo le ponían una sonrisa. Se quedó sin
aire, y Emma dejó de lamer su clítoris y de penetrarla, pues tenía el tiempo justo para mover su boca a
la vagina de aquella a-punto-de-eyacular-griega, una vagina que, al igual que el resto del interior y parte
del exterior de su vulva, era tan rosada como sólo en esas ocasiones: brillante de lubricante, cálida del
rosado que explotaba en ella, y candente por la hinchazón natural de la excitación. Emma sólo tuvo que
penetrar su vagina con su lengua y fue lo que le dio luz verde a Sophia, lo que hizo que dejara de resistirse
a tanta presión vaginal, y terminó por expulsar un moderado chorro, no parecía proyectil ni era tan
abundante como el primero de toda su vida, pero Emma lo bebía mientras aquello terminaba de salir;
sabía a la mezcla perfecta entre dulce y suave para el paladar y para la garganta, algo que era como si la
cachemira se pudiera tragar. Aquel orgasmo concluyó con un gemido de liberación de parte de Sophia,
que pudo gemir en cuanto la eyaculación cesó, y Emma, con una sonrisa, besó su clítoris mientras se
controlaba aquella tiritante mujer.

- Diez años…- resopló Emma mientras subía por su abdomen con mordiscos y besos, un abdomen
intranquilo que merecía caricias como esas.

- Valieron la pena- rió, que se contrajo del todo y gimió porque su clítoris y su GSpot todavía estaban
intentando estabilizarse.
- ¿Ni masturbarte?- sonrió, deteniéndose un momento para dedicarse a sus pezones.

- Eso sí- sonrió entre las cosquillas que le daban los besos sonrientes de Emma. – Tampoco soy de piedra

- Definitivamente no, Licenciada- resopló y le dio un beso suave en sus labios para tumbarse a su lado.

- ¿Qué pasa?- murmuró un tanto preocupada, volviéndose hacia Emma mientras le acariciaba las pecas
que se esparcían por su hombro. - ¿Estás bien?

- Si, mi amor, estoy bien- sonrió al volverla a ver.

- ¿En qué piensas?- susurró, llevando sus labios hacia el irresistible hombro de su novia.

- ¿Estás segura que quieres hacerlo?

- ¿Por qué? ¿Lo estás dudando?

- Sophie… es que… es como que le des un juguete nuevo a un niño pequeño

- Let me be your Barbie then- guiñó su ojo y le dio un beso en la mejilla. - ¿Ducha?

Hay pocas cosas que describen una personalidad a gritos, aun cuando la persona no dice ni una tan sola
palabra: la forma en cómo come, la manera en cómo camina y con qué se viste, independientemente
sea marca desconocida o Armani. Y así pues, se demostró, con ajustes a través de generaciones y
generaciones, que la personalidad no es algo que se hereda, sino que se aprende, y no necesariamente
de una sola persona, sino que termina siendo un popurrí de esencias, un collage de proyecciones visuales
y una mezcla bioquímica que se ha administrado internamente para que las cadenas de aminoácidos
repitan el proceso todas las veces que la persona las desencadene y de manera inconsciente, y aun
siendo aprendidas, son degeneradas o mejoradas por decisión del sujeto. ¿Lo más curioso de todo? Sí,
es que todo eso se absorbe en los primeros años de vida, todo porque se desarrolla y se madura con los
años, pero no es por eso que se habla de que “fulano no tiene personalidad”, no, sino porque no se tiene
personalidad cuando se ha hecho una copia exacta de algo o alguien y no se ha dejado lugar para
personalizarlo. Personalidad: personalizar. Tiene lógica. Es curioso cómo lo más insignificante puede
marcarnos, como Britney Spears en “I’m A Slave 4 U” con sus pantalones de cuero y la tanga/bikini fucsia
encima, hasta lo más relevante a nivel histórico, como las consecuencias a largo plazo del Wall Street
Crash del ’29 o, para mantenerlo más reciente, el rescate de Ingrid Betancourt, todo nos marca, todo,
todo, lo que vivimos y lo que no, las verdades y las teorías de la conspiración.

¿La crisis del ’29? – Se levantaron con la Guerra. ¿Ingrid Betancourt? – Qué bueno que la rescataron,
ojalá y haya sido rescate y no parte de algún plan maquiavélico. ¿La tanga de Britney Spears? – La tanga
se usa bajo el pantalón, no por encima. Todas esas cosas las absorbía porque no había modo de que no,
pero la marca que habían dejado se reducían a ese tipo de comentarios que ni siquiera se atrevía en voz
alta para no gastar saliva. ¿Qué fue lo que la marcó? Fue algo tan sencillo como irrelevante para muchos,
pero para Emma eso fue lo que significó su futuro, fue el punto de partida, lo que significó la raíz para
quién era ella junto con las ramificaciones, o las implicaciones, de dicho evento. MTV Awards del
noventa: Vogue. Los seis minutos y medio que Emma mejor invirtió alguna vez. No sólo era Madonna,
no, no sólo era un tributo a la vogue de Marie Antoinette, porque “Vogue” no sólo era eso, no sólo era
una canción, o una presentación, o un video, era una creencia, una convicción, un manual. Al principio
no era tapizado de Valentino fotografiado por Testino, no, era una guía para saber cómo vestirse de
acuerdo a edad y cuerpo, era precisamente lo que su nombre significaba: “una moda o un estilo que
prevalece en el tiempo: ‘el vogue es realismo”. La primera Vogue que Emma sostuvo en sus manos fue
la edición de diciembre del noventa, que Sophia Loren estaba en la portada, y había escogido la versión
Estadounidense porque Kylie Minogue ni cosquillas le hacía en la memoria y Sophia Loren era italiana.
Debía significar algo estar en la portada de una revista estadounidense al ser italiana. Luego, al devorar
visualmente la revista, pues a los seis años qué carajo que iba a absorber tal longitud, hizo que Sara le
comprara la edición italiana porque le picaba todo por leer, por entender, y fue cuando descubrió a Edith
Head: diseñadora de vestuario, la inspiración para Edna Mora de “Los Increíbles”.

Y, pues sí, hablaban de aquella película que era aclamada por muchos, odiada por otros, una película de,
quizás, malas actuaciones o simplemente una trama extraña, pero era entretenida, y a Emma no le
gustaba la película, en lo absoluto, la trama le aburría, quizás porque estaba acostumbrada a ver películas
de trama más elaborada o más rápida, pero había algo que valía la pena de esa película: el principio, esa
escena tan majestuosa. La Quinta Avenida de Nueva York, Tiffany & Co., Audrey Hepburn, que lo único
que le interesaba era que quería vestirse como Coco Chanel, y las perlas, los guantes, el peinado, Mancini
de fondo, las joyas: magnífico. Esa elegancia, ese porte, era simplemente interesante y llamativo para
Emma, que no era que quería ser Coco Chanel, pero si había ropa así en el mundo, ¿por qué no usarla?
Quería sentirse dueña de su elegancia, de su imagen personal, quería inspirar el respeto y la distancia,
la autoridad y la imponencia que no tenía con Franco o con sus hermanos, quería sentirse grande.

Vogue podía ser hasta un sacrilegio o una blasfemia al pretender utilizar términos como “Dios”,
“Trinidad” y “Divina Concepción”, pero todos tenían su razón de ser: Karl Lagerfeld era el diseñador de
Chanel, que no eran sinónimos, pero era el Dios de la elegancia, La Trinidad, no era la “Santa Trinidad”,
sino era un trío de modelos históricas: Christy Turlington, Linda Evangelista y Naomi Campbell, a las que
no se les sacaba de la cama por menos de diez mil dólares por un trabajo, a las que Margaret había
logrado sacar en el ochenta y dos por menos de la mitad, Divina Concepción no era nada referente a la
Virgen María, no, sino que era cada edición de Vogue, pues era única, con contenido único y modas que
recién se descubrían, diseñadores recién descubiertos y que prometían un gran futuro, y, todo eso, a
Emma le gustaba tanto como los cannoli de su abuela: la terminología, el diseño, el sonido y el olor de
cada página al ser volteada, conocer un poco de historia de la moda, como que los botones fueron
invención de Napoleón Bonaparte.

- Emma- la vio fijamente a los ojos. – Insegnarmi come devo vestire- y le guiñó el ojo, pues estaban en
un lugar público, en Bergdorf.

- Hay dos maneras de comprar: deductiva o inductivamente

- ¿Y de qué partes?

- Deduces de la ropa al zapato o induces del zapato a la ropa. Ninguna de las dos es la más correcta,
depende de tu forma de comprar

- Oh, Arquitecta, ¿usted cómo compra?

- Del zapato a la ropa


- ¿Por qué?

- Piénsalo: la mayoría de gente compra su ropa y luego se da cuenta de que no tiene un zapato que
combine, y es más difícil encontrar un par de zapatos a encontrar un atuendo… por eso yo compro mis
zapatos y luego veo cuáles son las posibilidades, aunque casi siempre intento escoger zapatos que sé
que pueden ir con más de dos colores

- Soy toda tuya- sonrió. – Y no sólo por lo de hace rato

- ¡Sophia!- se carcajeó. – Presta atención y luego arreglamos eso- ensanchó la mirada y le sacó la lengua.
- ¿Sabes la diferencia entre un Stiletto y un tacón?

- ¿No se supone que el Stiletto es mayor a diez centímetros?

- Errado, cara Sophia- sonrió. – Un Stiletto es la forma del tacón, tiene que ser una aguja; hay Stilettos
desde los seis centímetros, normalmente hasta los dieciséis. Tacones son todos. ¿Sabes cómo escoger
un tacón?

- Pues, lo que pueda soportar, ¿no?

- No exactamente, quítate los zapatos, por favor- sonrió, y Sophia se los quitó. – De puntillas- y Sophia
se elevó hasta donde sus dedos podían soportarla. – Si un tacón supera esa altura no es para ti, porque
eso es lo que hace que una mujer ande caminando como que si es cangrejo recién parido… y se ve
espantoso

- ¿Cangrejo recién parido?- rió un tanto fuerte, llamando la atención de todos los Asistentes de
Bergdorf’s y la de los compradores. – Espero que nunca hayas visto el parto de un crustáceo, Emma
- No necesito verlo si puedo ver a Jennifer Garner en tacones- sonrió, alcanzándole un par de Louboutin
de dieciséis centímetros sólo para saber si los pies de Sophia los soportarían. – De puntillas- le dijo
cuando ya se había puesto los Stilettos, y sí, podía elevarse un poco más, lo que significaba que podía
utilizar Stilettos de hasta dieciséis centímetros, más allá de eso no tenía expresión de Dios. – Ahora, tú
tienes pie angosto, por lo que todo tipo de tacón se te ve bien, aunque, por ser angosto como el mío,
tienes que evitar los Slingbacks, porque necesitas soporte en el talón para no hacer el ridículo… entonces
te recomiendo que sean cerrados, puntiagudos o no, peep toe o D’Orsay, algo que te de soporte tanto
en la punta como en el talón. Escoge quince pares de Stilettos- sonrió, ofreciéndole toda la sala de
zapatería femenina, de zapato alto nada más, que tenía Bergdorf Goodman para ella. – Intenta evitar a
Steiger, los Stilettos curvos no son la mejor idea- guiñó su ojo.

Emma se paseó por ahí junto a su Asistente de compras, que Sophia tenía la suya, y Emma, a diferencia
de Sophia, sabía en qué tipo de Stiletto se sentía más cómoda, más bien en qué diseñadores, porque no
cualquiera daba un zapato cómodo, y Louboutin y Ferragamo eran excelentes en comodidad, les seguía
Blahnik, Giuseppe Zanotti, Jimmy Choo y McQueen, luego algunos Fendi, algunos Valentino y uno que
otro par Lanvin, y, por último, en la categoría de 7 puntos de 10 en comodidad, caían Atwood, Saint
Laurent, Prada, Weitzman y los Charlotte Olympia, que eran como la nueva sensación a pesar de que
llevaba tiempo en el mercado. Decidió probar unos Gucci que se veían que gritaban su nombre, tres
pares de Louboutin, dos pares de botas porque ya se acercaba el invierno y no se podía estar muy
confiada, y el repuesto de sus Fendi, que no se mediría ningún zapato porque sabía que en 7.5 le
quedarían a la perfección. Emma no sufría del mal de las actrices, de esas que tenían que inyectarse
colágeno en la planta del pie para poder soportar la altura, y era porque no escogían el Stiletto así como
le había aconsejado a Sophia, quizás sus asesores de imagen se los decían, pero no hacían caso, quién
sabía: Emma sí podía soportar todo el día en dieciséis centímetros, más porque andaba descalza en su
casa, todo el tiempo.

- Dime lo que piensas- sonrió Sophia, alcanzándole su iPhone para que viera, en la aplicación remota de
Bergdorf’s, los que había escogido.

- Te los tienes que medir todos, pueden ser un poco engañosos- sonrió. – Pero me gustan

- ¿Todos?
- Uno de cada diseñador, sólo para que estés segura que es tu talla- y observó a Sophia medirse cada
uno de los quince pares, caminar sobre ellos, que dio gracias a Dios porque Sophia no caminaba como
cangrejo recién parido, caminaba bien, lo que era extraño para alguien que no estaba acostumbrada a
utilizar Stilettos. - ¿Te quedan todos?

- Sí…

- ¿Pero?

- Hay dos que no me convencen

- Si no te convencen, llévalos arriba, tal vez te terminan de convencer cuando veas algo con lo que
puedan combinar- sonrió. – Sino, simplemente los quitas

- Pero tendría que regresar a escoger otros dos

- ¿Por qué?

- Dijiste quince

- Pero no significa que los quince tienes que llevar, Sophie… eran los quince que más te gustaban, pero
si sólo te gustan diez, pues sólo diez llevas- volvió a sonreír, y Sophia quitó los dos pares de la lista de su
iPhone, que se conectaba directamente con la de la asistente de compras. Subieron hasta el segundo
piso, en donde estaba todo lo que una persona podía ponerse para cubrir sus piernas, pues, de ropa. –
Talla dos hay hasta para regalar aquí- sonrió. – No te será difícil encontrar algo

- ¿No me vas a dar ningún consejo?


- Sabes lo que te gusta y lo que no… pero sí te puedo decir que se te podrían ver bien los que no bajan
de la cadera- dijo, apuntándole aquel hueso que a ambas se les saltaba. – Pero sabes que mis pantalones
y mis faldas siempre van un poco más arriba de la cadera; son más cómodos, al menos para mí

- ¿Eso es todo? Creí que tú me ibas a ayudar a escoger

- Yo no me voy a poner tu ropa, no me queda- rió suavemente. – Fíjate en los zapatos nada más

Y así, como si sonara la música Lounge de fondo, de esa que caracterizaba a los clubes más chic de
Manhattan, esa que relajaba sin éxtasis, esa que hacía que la gente comprara más, Sophia aprendió que
había faldas, como las Pencil o las rectas, que hacían que sus piernas se vieran más largas y tonificaban
sus muslos de tal manera que tenía una figura más femenina que en un pantalón, se veía más sensual,
que era lo mismo que pasaba con los vestidos, pues definían y acentuaban sus delicadas curvas, y los
colores, que nunca pensó que utilizaría, como el amarillo pollo literal, o el fucsia. Aprendió también que
las camisas no son cualquier cosa de “me gusta ésta y me gusta aquella” sino que hay ciertas costuras,
como las que Emma le mostró que iban a la altura de los hombros, que se tenían que respetar, así como
la técnica de levantar los brazos a la altura de los hombros para medirse las mangas, o las blusas, que
eran especiales, que las asimétricas tenían un límite para caer sobre el hombro desnudo, que las de
cuello oblicuo tenían un contorno para mostrar la frontera de cuánta piel era ético mostrar, aun las
blusas desmangadas, qué tipo de desmangado y qué tipo de corte era. Y Emma le mostró, de paso, cómo
escoger una chaqueta o un blazer que le acentuara la postura y los hombros: sin hombreras, de solapas
largas y angostas, de unión triangular u oblicua, de máximo dos botones, de mangas angostas, pues todo
aquello acentuaba el busto de las dimensiones correctas y proporcionaba una línea más pulcra del
vestuario, que se veía más femenino que andrógino o unisex.

Le explicó que un abrigo no era sólo un abrigo, que había cierto corte de abrigos que le sentaban mejor
a las mujeres angostas de espalda como ella, y que las abrigaban más por lo mismo, que siempre había
que tener un abrigo negro, uno blanco, uno beige o café y uno azul marino o rojo, o de todos los colores
previamente mencionados. El azul y el rojo, el café y el beige debían ser largos, hasta la rodilla, el negro
podía ser hasta la cadera o hasta medio muslo, el blanco hasta medio muslo, y que había que descartar
los abrigos holgados, porque pesaban más y porque el aire frío tendía a meterse por entre las mangas,
que el mejor tipo de abrigo era el Pea Coat nunca fallaba pero que el Notch-Collar sólo se utilizaba de la
rodilla hacia abajo. En cambio, el Trench Coat se podía utilizar de cualquier largo y en cualquier color,
puesto que estaba diseñado a no cerrarse casi nunca, y estaba diseñado, también, para ser totalmente
impermeable pero no precisamente caliente, pues su objetivo era proteger más de la lluvia que de la
nieve y del frío.

- Creí que venía sola- siseó Sophia en cuanto Emma entró al cambiador.

- No creo que sea apropiado que alguien más te ayude con esto- sonrió Emma, mostrándole la típica
bolsa del área de lencería, que era para ayudar al comprador. – Además… - murmuró, y dejó caer la
bolsa, tomó a Sophia de las manos y la topó contra el espejo, entrelazando sus dedos con los suyos y
apretujando suavemente sus manos mientras lo empañaban con las manos el espejo. – Te traigo unas
ganas… que creo que soy el diablo ahorita- Sophia sólo supo carcajearse, porque tenía razón de reírse.

- Qué diablo más guapo- sonrió, plantándole un beso a Emma que hacía de aquello una potencial multa
y veto del lugar. – Si es así… no me resisto a que me posea el diablo- suspiró al despegarse del beso
candente que se dieron, que Emma hasta subió las manos de Sophia por encima de su cabeza y, con su
rodilla, acarició abusó del roce que se creaba contra su entrepierna.

- Terminemos con esto y vámonos… que se me ha ocurrido otra forma en la que se puede utilizar la
lavadora- rió, pues la vez pasada habían bromeado de lo que Natasha les había contado en los Hamptons,
que había visto en “Mil Maneras de Morir”, que unas lesbianas se habían muerto por estar cogiendo en
la secadora, que había hecho cortocircuito la casa, a lo que Sophia preguntó el número de la muerte y
Natasha respondió: “No sé, era como la número mil setenta y tres”, y Emma se dio la carcajada del siglo,
luego de la que se dio en cuanto Phillip se dio cuenta de que los champiñones estaban podridos: “Los
hongos tienen hongos… Hongo-Inception… interesante”, todo porque no había mil setenta y tres en mil.
– Porque la secadora nos va a quemar

- La lavadora…- sonrió Sophia, tomando a Emma por su trasero, acariciando con su dedo índice donde
sabía que estaba aquella unión que al mismo tiempo era separación, la paradoja corporal. O algo así. –
Pero tiene que estar lavando algo… ¿no crees?

- Sí… sino no tiene gracia- sonrió, y la tomó de sus muslos, haciendo que diera un respingo para cargarla
contra el espejo. – Y creo que ya sé qué vamos a lavar
- ¿Ah, sí?

- Sí

- ¿El qué?

- Ya verás- sonrió, clavando su nariz entre los senos de Sophia, que agradeció a todo ente superior por
haberle desabotonado la camisa hasta el tercer botón, en donde se sentía lo febril de sus senos, donde
se respiraba la inocencia de sus pezones. Le dio un beso a la altura de la tráquea y la bajó. – Fuera
camisa… fuera todo, Licenciada Rialto

- Architetta- resopló. – Ti piace vedermi nuda

- No, non solo nuda- guiñó su ojo, sacando el sostén de la bolsa y desabrochándolo de la espalda.

- Listo- suspiró viéndose al espejo con Emma tras ella, que ambas veían el reflejo de la Sophia-desnuda-
del-torso en el espejo.

- Creo que es demasiado criminal que te veas en el espejo así- susurró, extendiéndole el sostén frente a
ella para que sólo introdujera los brazos entre los elásticos del soporte.

- ¿Por qué?

- No sé, me parece sexy que te veas desnuda en un espejo- levantó la ceja mientras le abrochaba el
sostén. – A lo que vinimos- rió. – Tu talla de sostén está bien, pero tienes que utilizar un treinta y dos en
vez de un treinta y cuatro, te queda mejor, ¿ves?- sonrió, arreglándole los senos entre las copas para
luego ajustárselo de los elásticos y de la espalda. – Las proporciones de un sostén están diseñadas para
que los cuadrantes externos abracen tus omóplatos, por lo que la banda de la espalda debe queda a
media espalda, no a la altura de tus senos- le ajustó sus senos por la parte externa de las copas. – Si halas
la banda de la espalda hacia abajo, el busto se levanta- y lo levantó hasta donde debía quedar. – Se ve
mejor, te da una mejor postura y es más cómodo, tiende a dejar menos margas en los costados también

- La verdad es que…- dijo, colocándose de perfil para ver cómo tenía que colocarse el sostén, qué arte. –
Se ve muchísimo mejor- y le dio un beso rápido en los labios sorprendidos, que sólo la hizo sonreír para
luego tomar una de las tangas que había tomado. - ¿Qué haces?- rió por nerviosismo, pues le estaba
quitando sus panties.

- ¿Qué? ¿Vas a tallarte una tanga sobre un bikini?- levantó la ceja, viéndola a través del espejo.

- Se supone que no puedo hacer eso

- Eres Sophia Rialto, claro que puedes- mantuvo su ceja en lo alto y bajó aquel bikini rojo para introducir
sus pies en las piernas de aquella tanga. – Listo- sonrió, acomodándole aquellos elásticos donde
correspondían. - ¿Te gusta cómo te queda?- y Sophia se vio en lencería negra, que se veía elegantemente
sensual, se veía bien, y asintió. – Espera…- frunció su ceño y tomó aquella parte que se perdía entre los
glúteos de Sophia.

- ¿Qué pasó?

- No sé, espera- lo volvió a introducir, pero de tal manera que Sophia se inclinó hacia adelante y se apoyó
con ambas manos del espejo.

- ¿Cómo se ve de atrás?- la provocó Sophia.


- No tienes idea- resopló, y no pudo contenerse a besar y mordisquear cada glúteo por separado y por
detalle. – Hermoso- y su respiración aterrizó en la horma de su glúteo izquierdo, que le erizó al piel a la
rubia que se veía en el espejo y se veía cómo su expresión de excitación se iba construyendo, no sólo
con palabras, sino con los besos y los mordiscos que Emma no dejaba de darle. – Los pediremos a Seattle,
hay más de donde escoger- sonrió, y le retiró la tanga para arrojarla a la bolsa y ponerse de pie, que con
una mano, con destreza profesional, le desabrochó el sostén y Sophia se sacudió hasta salirse de él y así
quedar completamente desnuda. – Tú preguntaste qué íbamos a lavar, ¿cierto?

- Asumo que las sábanas de hace rato- sonrió a través del espejo mientras Emma la abrazaba suavemente
por el abdomen desde su espalda.

- Prefiero que las laven en la lavandería- susurró, viendo, a través del espejo junto con Sophia, cómo su
mano, sin restricción alguna, se escabullía hasta la entrepierna de Sophia, quien abría sus piernas sin
dudar un segundo de la inmoralidad irrelevante del asunto, pues, a mal tiempo: buena cara, y era el peor
lugar para jugar con el clítoris de Sophia, pero la cara de ambas no era buena, era excelente. - ¡Uf,
Sophia!- susurró suavemente a su oído mientras que, con su otra mano, la tomaba de uno de sus senos.
– Te lubricas tan rápido

- Me mojas tú- la corrigió, que no sabía por qué seguía con los ojos abiertos mientras veía a Emma tocarla,
quizás tenía curiosidad. - ¿Nos vamos?

- I thought you’d never ask- sonrió.

- Emma, Tesoro- le tocó el hombro Sara, que odiaba interrumpirla cuando estaba con sus amigos, más
cuando se veía tan feliz, pero tenía algo importante que enseñarlo, más bien a “alguien”. – Quiero
presentarte a alguien- dijo al Emma darse la vuelta.

- Salve- le alcanzó la mano para saludarla de la manera más cordial que pudo encontrar.
- Bruno, es un placer conocerlo- dijo Emma, omitiendo la mano y le dio un beso en cada mejilla.

- El placer es mío- sonrió. Era un hombre pequeño si se plantaba frente a Emma, alrededor del metro
ochenta, pero Emma medía unos Lipsinka Louboutin más. Era muy masculino, de cabello café oscuro y
casi negro, tenía los rastros de unas cuantas arrugas en la frente y de los ojos a las sienes, sus ojos eran
café oscuro, sus cejas, partidas por mitades iguales, sin retocarse, una nariz pequeña y hasta un tanto
infantil para ser un hombre que infundía respeto, tenía una barba que se notaba que cuidaba como si
fuera lo único que tuviera por cuidar; afeitada sólo para dejarla alrededor de los labios, que la parte
inferior se cortaba intencionalmente del bigote, pero lo hacía ver diferente e interesante. Vestía un
hermoso traje gris oscuro, con su respectivo chaleco en el mismo color, una camisa blanca a cuadros, de
finas líneas azul marino, corbata azul grisáceo a pequeños rombos en un tono más bajo, y, para coronarlo
todo con un poco de personalidad, la punta de un pañuelo rojo se le escapaba del bolsillo frontal de la
chaqueta. – Se ve usted muy guapa- la halagó, que Emma casi le da una bofetada por tratarla de “usted”.
- ¿Me podría presentar a la otra novia?- sonrió, que mostró su blanca dentadura, que no era tan blanca
pero pasaba por blanca.

- Un momento, por favor- sonrió amablemente y se dio la vuelta para robarse a Sophia, que no podía
dejar de pensar en lo hermosa que se veía. – Sophia, él es Bruno

- Ah, Bruno, mucho gusto- le dio un beso en cada mejilla, igual que Emma. Aquella escena la analizaba
Luca Perlotta desde el asiento que había tenido que tomar después de darse cuenta de que estaba a
punto de perder a Emma para siempre, mas no sabía que nunca la había tenido, no porque no era buen
partido, simplemente porque él no era Sophia.

- El gusto es mío, Sophia- momento totalmente incómodo, pues sólo a Sara se le ocurría llegar con su
novio de ya, quizás, un año, a la boda de su hija, que no era una boda normal, pero Bruno admiraba a
Sara porque no había dejado de apoyar a Emma, ¿por qué debería?- Se ve usted muy guapa- sonrió. -
¿Puedo tomarles una fotografía a las dos y luego con Sara?- ambas asintieron y, simplemente, se
abrazaron por la espalda y sonrieron para la cámara, voilà… o “vualá”.

*
Y, sí, el tiempo pasó, pasó la pelea, pasó Matt, pasó el arranque de Emma de querer arrancarle la cabeza,
pasó el cumpleaños de Phillip, aquella memorable vez de la que ninguna de las dos se olvidarían nunca
a pesar de lo ebrias que estaban, pasó Springbreak: Roma, Franco y Piccolo, Venecia, Natasha e Irene,
Mýkonos, la apuesta estúpida y Pan de mierda, que así le quedó para cuando hablaran entre Emma y
Natasha o entre Emma y Phillip o entre los Noltenius, que siempre se reían cuando se referían al
verdadero pan de comida, pues aquel Pan no se podía comer ni aunque les pagaran, no porque fuera
pescador, sino porque era un perdedor que había jugado a pellizcarle las pelotas a Phillip, que eso no se
hacía, porque una vez Phillip odiaba a alguien, a alguien como Jacqueline, el odio se convertía en infinito
y eterno desprecio, así como había pasado con Pan también, y con Franco, aunque eso nunca se lo dijo
a Emma. Pasó el cumpleaños de Sophia, las noches solitarias porque Emma estaba en los Hamptons
terminando de acomodar la casa de los van De Laar, todo lo que tuvo que ver con la boda de Natasha y
Phillip, que nunca se dieron cuenta la relevancia que esa boda había tenido, no sólo para los novios sino
para todos, pues, a raíz de aquello, Emma había comprado aquel anillo que ahora colgaba del cuello de
Sophia, y había ideado toda una idea complicada alrededor de pedirle que se casara con ella, una idea
que no tenía sentido por ser demasiado complicada. Pasó la fusión con Trump Organization, que seguía
viento en popa, el accidente de Franco y su muerte, todo lo que eso implicaba para los Pavlovic, que fue
la última vez que Emma vio a Marco en toda su vida. El embarazo de Natasha, los secretos que le
rondaron a todo aquello, la verdadera hermandad entre Emma y Natasha, el apoyo que se brindaban en
las buenas y en las malas, en las malas y en las peores.

El hecho de que Emma descubriera que Volterra era el papá de Sophia, las ganas que tenía de decirle a
Sophia que Talos no merecía el título de papá, aunque se abstuvo porque Volterra, en ese momento,
tampoco lo merecía, o tal vez sí después de que le diera permiso de casarse con su hija. Y, por último,
pero no menos importante, la explosión entre Sophia y Volterra, aquel episodio en el que Sophia,
simplemente, se cansó de que le mintieran en la cara y de que la trataran como no estaba dispuesta a
ser tratada, porque su dignidad era más valiosa que todo eso. Y, sí, los planes de Emma con Sophia luego
de que había renunciado, pues no podía renunciar, no quería que renunciara, porque no supo cómo
saber si sobreviviría un tan sólo día sin saber que Sophia estaba respirando el mismo aire, y no sólo en
el trabajo, sino en su vida también. Quizás no era el momento perfecto, quizás no era ni el momento
adecuado, pero así fue, así pasó, simplemente porque Emma, ese día, supo que era el momento para
que Sophia decidiera algo grande sin la presión de su papá, sin la presión de su mamá y sin la presión de
un trabajo, aún sin la presión de Emma, simplemente, ese día, Sophia sería dueña de su propia presión
y de sus propias decisiones, porque así había sido desde el momento en el que había vocalizado aquellas
temerosas palabras en aquel violento tono: “¡Re-nun-cio! ¡Renuncio, renuncio, renuncio!”, pues se le
notó que, el peso de vivir con la hipocresía de sus papás y la insistencia intrusa de su papá, que le
agradecía el trabajo y el hecho de haber conocido a Emma, pero no de las mentiras, porque tenía
derecho a saber, todo eso se le hizo vapor y se difundió en la atmósfera hasta el punto de hacer de Alec
Volterra el hombre con la consciencia más pesada del Planeta por un par de días.
- Mi amor…- susurró en tono casi mudo y la vio a los ojos con nerviosismo, sí, las dos estaban nerviosas.

- Marry me- susurró, entrando al segundo más eterno de toda su vida, al segundo que duró, según
Emma, dos horas y treinta y siete minutos con doce segundos, el segundo que Sophia se tomó para
responder, pues aquello, para Sophia, había surgido un tanto de la nada, la había tomado por sorpresa.

- ¿Dos de octubre?- suspiró por fin, abrazando a Emma suavemente y le dio un beso en su mejilla. –
Interesante fecha para que te empieces a referir a mí como tu “futura esposa”- susurró a su oído
suavemente y le dio un beso nuevamente.

- Sólo corroborando - murmuró en voz temblorosa mientras tomaba a Sophia por la cintura y la mantenía
así de cerca por si aquella respuesta no era más que un simple comentario más, pues no quería dejarla
ir, ni ese día, ni mañana, ni si tenían otra pelea, no.

-Sí- susurró aireada y flojamente y paseó sus manos hasta abrazarla por el cuello, y detenía su sien
izquierda contra la sien izquierda de Emma, Emma simplemente la abrazó fuertemente y respiró
profundamente. – Sí… sí… sí… sí…- repitió suavemente, que cerró los ojos porque sólo quería
concentrarse en esa sensación que no podía vivir sin ella: estar entre los brazos de Emma, respirándola
y sintiéndola.

- Gracias- suspiró, colocando sus labios en el cuello de Sophia, sólo para apoyarse, pues necesitaba
reposar para recomponerse de aquel estrés de tiempo infinito.

- No me lo agradezcas, no es un favor el que te estoy haciendo, ¿o sí?

- Buena suerte es que todo te salga bien, que todo te salga como quieres
- ¿Te das cuenta que tenemos algo con los balcones?- sonrió, introduciendo sus dedos entre el cabello
de Emma para peinarlo suavemente. – Las dos cosas más importantes han pasado en un balcón

- No pensé en eso- resopló Emma, irguiéndose para, por fin, ver a Sophia a los ojos, quien le dio un beso
tan extraño, tan cálido, tan diferente, tan como si no fuera simplemente “Sophia”, el primer beso como
que eran futuras esposas una de la otra.

Y ese beso, delicado, amoroso, tan frágil, encajaba perfectamente entre los labios de las dos italianas,
se sentía más allá de los labios, más allá de sus sensaciones, y las obligaba a simplemente no querer
abandonar el momento, porque estaban sólo ellas dos y sólo ellas dos sabían lo que pasaba, lo que
sentían, cómo y por qué. Era lento, era mutuo, era tan sincero como que no podían abrir los ojos, era
tan increíble que no los abrían porque se sentía irreal, como en un sueño, si había que ponerle un color
era el celeste: confianza, paz y lealtad pero, más importante, por colectividad y por separado, la
integridad; física, moral y emocional. ¿Cuánto podía encerrar un simple beso? Para Emma era increíble
la respuesta de la pregunta, más que todo por el color, pues se sentía bien, se sentía en paz, sí, se lo
daba con tal delicadeza porque la respetaba, la amaba, y sabía, confiaba, que Sophia le iba a
corresponder con las mismas intenciones, un beso que sólo era para Sophia, que sólo a Sophia había
podido darle porque con ella había conocido el amor y el respeto a ella misma, pues no estaba sometida
a una relación por obligación, ni porque no sabía qué quería, así como la tuvo con Fred, Sophia jamás la
había lastimado físicamente, nunca, y no era capaz, y, la única pelea relevante que habían tenido se
había resuelto de manera amorosa y civilizada, ahí no había daño emocional, pero, sobre todo, lo más
importante para Emma era su integridad moral, pues con Sophia, o por Sophia, se dio cuenta que el
amor es realmente ciego: no conoce de edades, ni de profesiones, ni de clases sociales, mucho menos
de géneros. Sí, no estaba mal besar a una mujer, no estaba mal amar a una mujer, no estaba mal estar
con una mujer, estaba mal no ser feliz, estaba mal no respetar al amor, estaba mal negarse a que la
moralidad era relativa y no conservativa.

- So…- susurró al despegarse de los labios de Emma, que mantenían sus ojos cerrados y mantenían frente
contra frente y nariz contra nariz. – We’re getting married…

- Sólo si tú quieres…

- ¿Cómo lo tienes pensado? ¿Las Vegas?- rió, cayendo totalmente entre los brazos de Emma, por frío y
porque nunca se sintió mejor estar así, envuelta en ellos.
- Jamás… tú te mereces algo mejor… aquí, en Manhattan… que no sea rápido, porque no estamos
haciendo nada malo ni a escondidas de nadie

- Sabes, yo me podría casar contigo mañana, no necesito tanto

- Podríamos, pero quiero hacer las cosas como las he venido haciendo: bien

- ¿A qué te refieres?

- Quiero tener una vida normal y tranquila, quiero darte una vida normal y tranquila, y la única manera
de que sea así, es que aprovechemos las igualdades que nos dan… yo no quiero casarme en Las Vegas
porque estoy turbo ebria y necesito casarme contigo aunque mis papás no me dejen, no, a Las Vegas
podemos ir a jugar BlackJack o a ver alguna cosa, podemos ir cualquier día… quiero que sea especial,
que, cuando nos acordemos de ese día, nos acordemos sin ningún arrepentimiento ni remordimiento…
vivimos en Manhattan, ¿por qué no casarnos donde vivimos?

- Sabes que es algo que no tiene tanto peso como un matrimonio heterosexual, ¿verdad?

- Sí, y aún así, tiene más peso casarte por la ley flexible que casarte en Las Vegas en una capilla que sería
el equivalente a un Quicky en el sexo

- Entonces… tú quieres hacerme el amor- sonrió mientras soltaba una risa nasal muy suave.

- Sí, quiero darte el lugar que te mereces ante la ley, porque si lo hacemos en Las Vegas, no es tan factible
- Está bien, nos casaremos en Manhattan… pero con una condición- resopló, y ambas abrieron los ojos
y se clavaron las miradas.

- Tú dime

- Nada de vestidos blancos, ni velos, ni marchas nupciales, ni nada de eso, ¿de acuerdo?

- ¿Cómo no?- rió con sarcasmo. - ¿Qué más?

- No quiero que sea ni en invierno ni en otoño

- ¿Primavera?- sonrió, y Sophia también.

- Natasha y Phillip- susurró Sophia.

- Definitivamente- susurró Emma de regreso. – Tus papás, tu hermana y mi mamá

- ¡Mis papás!- siseó con frustración. – Mi mamá estará bien… pero, ¿mi papá?

- ¿Qué tiene de malo invitar a tu papá?

- No he hablado con él en años, mi amor… además, no creo que le haga gracia alguna que quiera que
venga a Manhattan para ver a mi mamá y a mi hermana, y verme a mí, casándome con una mujer
- Sophia- suspiró y sacudió la cabeza.

- Ah… ¿te referías a Volterra?- Emma asintió. - ¿Por qué no sólo preguntas?

- Porque hace rato te entendí que no querías hablar al respecto

- Te debo una, por la de la cicatriz- sonrió.

- Tú sabes que Talos no es tu papá, y no me dijiste nada… no sé, creí que yo te estaba ocultando algo

- ¿Y estás enojada porque no te lo dije?- Emma sacudió la cabeza. - ¿Podemos entrar? Me muero de frío-
se abrazó a sí misma por debajo de los brazos de Emma, y Emma simplemente la dejó entrar a la
habitación del piano. – Me di cuenta en Londres, no fue hace mucho, pero, con lo de tu papá, preferí no
decírtelo… y, luego, me di cuenta de que no importa si Alec es mi papá o no, el hombre con el que crecí,
me haya quitado su apellido o no, ese es mi papá, porque a él fue al que escogió mi mamá para que
fuera mi papá, no Alec… no estoy precisamente orgullosa de mi mamá, ni de Alec, porque entiendo que
lo que pasó fue un error, pero saber que estoy yo de por medio y seguir pretendiendo como que todo
sigue igual no me parece justo, tengo derecho a saber, y no de ti, sino de ellos, porque ellos me tienen
que decir la verdad, ellos son los que la han estado ocultando… que se tomen el tiempo que quieran
para decírmelo, porque voy a estar esperando el momento, sólo porque sé que es lo correcto… además,
piénsalo de esta manera, dos puntos: creciste con tu papá pero años después tu mamá te dice que Bruno
es tu verdadero papá, what the fuck, no?- Emma asintió, pues Sophia tenía razón. – Pasé más de un
cuarto de siglo creyendo que Talos era mi papá, y no importa si lo es o no, es una costumbre que no se
me va a quitar… a Alec, que acaba de llegar a mi vida, y ha venido como si fuera la primera cita, todo
nervioso, ¿cómo voy a verlo? Digo, al hombre lo conocí hace años en dos semanas, y ahora que me dio
trabajo, ni siquiera porque me merecía la plaza, seguramente ni me necesitaban… y se lo agradezco,
pero, ¿de qué te sirve tanto esfuerzo si no tienes el coraje para decirme la verdad? A Alec puedo verlo
como un amigo, como un padrastro, es psicológico creo… no es como que me alivia saber que Talos no
es mi papá, sólo entiendo muchas cosas, pero, con el título de “papá” no se nace, ese título y ese respeto
se gana

- Él te quiere mucho… de una manera bastante extraña que no logro comprender, pero te adora
- ¿No sería más sano que nos quisiéramos los dos al comprender totalmente la naturaleza de la relación
que tenemos? Digo, Volterra actúa como actúa porque reacciona como jefe pero ejerce de papá, ¿qué
coherencia tiene eso?

- Ninguna

- Tengo veintiocho, vuelo directo a los veintinueve, ¿no estoy un poco grande ya para podes absorber
una noticia de esas?- simplemente exhaló y se dejó caer en el sofá.

- ¿Te sientes mejor?

- ¡Uf! Definitivamente- rió. – Perdón

- Nada de “perdón”- sonrió Emma, cayendo a su lado y tomándole la mano. – Me gusta cuando te enojas
pero no conmigo

- No estoy enojada contigo, mi amor- sonrió, y se colocó abrazando las piernas de Emma con las suyas,
dándole la cara y pasando sus manos por su cuello. – No cake- susurró.

- ¿Qué?

- No quiero torta- rió.

- ¿Y qué va a dar Sophia Rialto de postre el día de su boda?- sonrió, peinando suavemente el flequillo de
Sophia hasta por detrás de su oreja.
- Creí que me iba a convertir en “Sophia Pavlovic”- mordió su labio inferior.

- Me gusta tu apellido, te da algo que no sé qué es

- Pues a ti no te sentaría nada bien el “Rialto”- sonrió. – Tienes un Ego demasiado grande para llevarlo
con humildad- ambas se carcajearon. – No, yo quiero tu apellido

- Pero a mí me gusta cómo suena “Sophia Rialto”

- Puedo ponerlo en vez del “Stroppiana”- guiñó su ojo. – “Sophia Rialto-Pavlovic”, es mi oferta final

- Qué miedo- sonrió, jugando rozando su nariz contra la de Sophia. - ¿Qué pasa si no la tomo?

- Tú sabes que no pasará nada- le dio un beso en la punta de su nariz.

- La tomo, entonces- sonrió, tomando aquella franja de la camisa de Sophia, sí, la que tenía los botones,
y que, uno por uno, iban a ser removidos.

- ¿Qué quieres tú?

- Familia y amigos, tampoco voy a imitar la boda de los Noltenius- exhaló, haciendo que a Sophia se le
erizara la piel, hasta los microscópicos poros de su pecho se elevaron suavemente. – Que no te
preocupes por los gastos y que firmes un acuerdo prenupcial
- ¿Me estás haciendo una Ice Queen?- resopló, refiriéndose con ese sobrenombre a la mamá de Phillip,
a Katherine.

- Al contrario, her-mo-sa – sonrió, llamándola así porque alguna vez, hacía alrededor de un año, la había
llamado así casi que por única vez, pues, después de eso, se convirtió en “mi amor”. – Tudo o que é meu,
é seu também- terminó de desabotonar toda la camisa, ocho botones en total, y no la abrió para ver lo
que había debajo, no, simplemente trazó una línea vertical con su dedo índice, desde donde empezaba
su tráquea hasta su ombligo.

- ¿Y yo qué voy a darte?- susurró, pues estaba consciente de que ella podía tener ciertas comodidades
pero no las mismas de Emma, ella no podía competir contra eso.

- Tú…- sonrió, introduciendo su mano bajo la camisa, sin descubrir nada, para quitarle, suavemente, el
Sticky-Bra a Sophia. – Tú me vas a der el placer de ser lo primero y lo último que vea cada día, tú me vas
a dar el placer de poder referirme a ti como “mi esposa, Sophia”, tú me vas a dar algo que no se compra…

- ¿Qué es?

- Felicità, amore mio- colocó el sostén a un lado, todavía no descubría el torso de Sophia. - ¿Qué esperas
tú de mí?

- Tendrás que esperar hasta que escuches mi votos- sonrió.

- ¿Votos?- susurró. - ¿Votos a lo Phillip y Natasha?

- ¿Quieres una boda relativamente normal?- le dio un beso en la frente. – No soy fan de los votos, pero
que queden registrados y con público- guiñó su ojo.
- Podría avergonzarte si te digo: “no va a haber noche en la que no te saque diez orgasmos”

- Se muere mi mamá- rió. – Está bien…- suspiró y se acercó a su oído para decirle el secreto más silencioso
que alguna vez le dijo, secreto que ni yo escuché.

- ¿Eso quieres?- sonrió con ojos de estupidez amorosa, y Sophia le robó un beso corto que le afirmó
positivamente su pregunta mientras se quitaba su camisa.

- Comeremos luego- resopló Sophia, volviendo a besar a Emma, esta vez como cuando estaban en la
terraza, y Emma se dejó recostar sobre el asiento del sofá, cayendo con Sophia encima, sintiendo sus
antebrazos fríos y sus labios tibios.

No fue sexo, ni sexo con amor, y tampoco hicieron el amor, creo que traspasaron los parámetros de
dicha última acción. Sophia se había dejado caer completamente sobre Emma, rozaban sus cuerpos aun
con ropa, que se la terminaron quitando al mismo tiempo que terminaron en el suelo, entre la mesa de
café y el sofá, y terminaron volcando la mesa porque necesitaban espacio para besarse, besarse hasta
que tuvieran los labios enrojecidos, rozar sus cuerpos desnudos, calentarlos por el mismo roce, las
caricias de sus manos. Emma recorría a Sophia lentamente por su espalda, repasaba sus vértebras y
luego la abrazaba fuertemente para volcarla y estar ella encima, Sophia que, al estar abajo, jugaba con
el cabello de su futura esposa, que sentía cómo los rubios cabellos de Emma, los pocos que tenía, se
enredaban entre su anillo de compromiso, pero no dolía cuando la seguía peinando, simplemente se
besaban más. Fue mejor que tener mil orgasmos, o así confiesan ambas, que terminaron media hora
después, o más, con sonrisas en sus rostros, Emma recostada en un cojín que había halado del sofá,
Sophia entre las piernas de Emma, sobre su abdomen, apoyando su quijada sobre su mano derecha
mientras ambas admiraban aquel anillo.

- ¿Cómo le voy a decir a mi mamá?- rió Sophia, que había depositado el diamante amarillo dentro del
ombligo de Emma y sólo dejaba el anillo que sobresaliera del relieve del abdomen y veía a Emma a través
de aquella circunferencia con un ojo cerrado.
- Puedes hacerlo así como a ti te gustaría que te dijeran que Volterra es tu papá- sonrió, que mantenía
sus manos bajo su cabeza, en aquella típica pose de relajación veraniega y paradisíaca total, y veía a
Sophia a través de la lejana circunferencia de oro blanco, así como ella, con un ojo cerrado y el otro
abierto.

- Con madurez, con seriedad- sonrió, que Emma le arrojaba un beso con un guiño de ojo muy juguetón.
- ¿Tendría que viajar a Roma para eso?

- Si tú quieres, mi amor… y puedes hacerlo en estas dos semanas en las que no tienes que ir al Estudio

- Ahora entiendo por qué no me dicen nada- rió. – Soy tan cobarde como ellos

- ¿De qué hablas?

- No sé cómo decirle a mi mamá que me voz a casar- introdujo su dedo en el anillo y lo recogió hasta
colocárselo correctamente.

- Pues, arregla todo y dile a tu mamá que viene un par de días a Nueva York y lo hacemos juntas

- ¿Tú no quieres decirle a tu mamá?

- Una llamada bastará…- guiñó su ojo, tomó a Sophia de las manos y la haló hacia ella hasta que quedaran
torso contra torso y nariz contra nariz.

- ¿Quiénes sabían de tus intenciones?- entrecerró sus ojos.


- Los Noltenius, mi mamá… no dudo que Margaret y Romeo sepan… y…

- Y Volterra- le completó la frase. – Por consiguiente mi mamá ya sabe- rió. – Entonces, una llamada será
suficiente

Capítulo IX

- Emma María- se puso Phillip de pie al ver a Emma y a Sophia salir del ascensor, que daba directo a
donde él esperaba. – Pia- las abrazó a ambas con una sonrisa frustrada, cansada y preocupada. – Gracias
por venir

- Pipe, ¿cómo estás?- susurró Sophia, como si no quisiera que la escuchara nadie más que Phillip.

- Bien, bien, por favor, tomen asiento- les ofreció la sala de espera, las pocas sillas que estaban vacías, él
estaba vacío.

- ¿Está despierta?- murmuró Emma antes de sentarse en una silla.

- Creo que sí, entra, le alegrará verte- sonrió con la misma sonrisa y mirada cansada.

- Regreso en un momento- suspiró, colocando su bolso en la silla al lado de Sophia.

- Pia, ¿cómo estás?- se dirigió a ella, quien se sentaba a su lado mientras veían a Emma desaparecer por
el pasillo hacia la habitación de Natasha.

- Bien- sonrió un tanto incómoda, pues era un ambiente incómodo. - ¿Y tú?- Phillip simplemente sacudió
la cabeza y Sophia, por reflejo, simplemente lo abrazó, y sólo bastó esa muestra de cariño para que
Phillip dejara de ser aquel hombre resuelto y bien estructurado, frío de cabeza aún durante un incendio,
estalló en dolor, culpa e impotencia. Fue como si se quedara sin aire, como si quisiera gritar hasta
romperse las cuerdas vocales, quería patalear como un niño pequeño en medio de un berrinche, quería
odiar a todos, a todo el mundo, a todo, pero simplemente apuñó el suéter de Sophia, lo apuñó tan fuerte
como pudo, y Sophia sólo lo abrazó por la espalda y por su mejilla, estaba más inconsolable que Emma
en su peor momento.

Al mismo tiempo que Phillip emitió el primer ahogo gutural, Emma entró a la habitación en la que, con
sólo entrar, le dio más frío que de costumbre, y no sabía por qué, pues todo estaba cerrado, y hasta un
poco oscuro para que la luz no penetrara tanto en la habitación. No, en esa habitación no había nada
que estuviera bien o que fuera a estar bien, pero Emma, como optimista, sólo podía esperar que todo
iba a estar bien, igual que todos. Caminó sobre sus zapatillas deportivas Samba marrones, pues le había
parecido interesante que no fueran negro y blanco como solían ser, y, al llegar al borde de la cama,
simplemente rozó el borde lateral con la parte externa de su rodilla y se sentó a la orilla de la cama. Bajó
la cabeza y vio la mano de Natasha, realmente delgada y blanca, no era el blanco que la invadía en otoño,
era un blanco consumido.

- Hey…- susurró Natasha en cuanto Emma le tomó la mano, que había abierto los ojos.

- No quería despertarte

- No lo hiciste- sonrió suavemente. - ¿Qué haces aquí?

- Phillip me llamó…- Natasha sólo sonrió mínimamente, pues no podía sonreír, no quería.

- How are you feeling, Nate?- pero ella sólo sacudió la cabeza, una vez hacia la izquierda y una vez hacia
la derecha, no le daba para más, inhaló profundamente y lo atrapó en un golpe pulmonar para evitar
llorar. – Hey… hey… hey…- susurró comprensivamente Emma.

- Es sólo que…
Fue todo lo que pudo decir, fue lo último que dijo en casi un mes, se aferró a Emma, se aferró con pánico,
con la misma frustración de Phillip, con dolor físico y emocional, Emma sólo pudo abrazarla, así como
Sophia a Phillip, ambos inconsolables. Natasha estaba peor que aquella vez afuera de Jean Georges,
estaba diez veces peor, una magnitud que ningún alcohol podía ahogar. Se aferró a Emma de la misma
manera de aquella vez, apuñando la solapa izquierda de su chaqueta, arruinándole el finísimo cuero café
de aquella chaqueta Armani, pero a ninguna de las dos le importaba, Emma simplemente la abrazó, y se
quedó con ella entre gemidos, quejas inentendibles, gruñidos y dolores, mares de lágrimas, un desborde,
un colapso. ¿Y en dónde carajos estaba Margaret? Emma esperó, y esperó, la abrazó por un poco menos
de una hora, la consoló sin palabras, sólo con su abrazo y los besos que le daba en la cabeza, que no
tenía palabras que la pudieran reconfortar, no sabía siquiera qué era que le arrebataran algo tan
importante, al que se alimentara de ella, que viviera por ella; de eso no sabía nada, y no lo sabría nunca.

El día después del cumpleaños de Natasha, los dolores habían empezado, no eran precisamente de
vientre, pero había empezado a tener dolores corporales generales, todo el tiempo tenía frío y le
molestaban las caderas para desplazarse por el apartamento, y eso que había tomado todo muy en serio,
había estado llevando una vida bastante tranquila, sin sexo, de buena alimentación y de mucho, mucho
reposo, pero no había sido suficiente. A partir de los dolores, le recomendaron reposo absoluto hasta
que se sintiera mejor pero ese “mejor” nunca llegaría, pues, con cada día que pasaba, a Natasha le
aumentaba el dolor, en especial en la cadera. No retenía nada, ni líquidos ni sólidos ni intermedios, y
nada de que le lograban llegar al intestino delgado, nada, bocado que se llevaba al esófago era bocado
que vomitaba. Se había empezado a deshidratar de una manera demasiado rápida, por lo que optaron
por suero intravenoso, que tuvieron que punzarla cuatro veces para poder dar con la vena, y había
empezado a dormir casi todo el día, Phillip había dejado de ir a trabajar por estar con ella. Margaret y
Romeo estaban por terminar de mudarse a Manhattan, ese fin de semana se instalarían nuevamente en
aquel Penthouse que habían dejado hacía tantos pocos años.

Había sucedido a eso de las cuatro de la madrugada. Phillip no había podido dormir en toda la noche,
era cuarto o quinto día que no pegaba el ojo por estar al pendiente de Natasha, a quien le dolía
demasiado moverse y había que estarla moviendo cada cierto tiempo de acostada a sentada y a
recostada, todo para que la espalda y la cadera no le molestaran tanto. Natasha se había despertado por
el frío y por las ganas de ir al baño, que, aparentemente, era una buena señal, pues entre eso de no
moverse y no alimentarse, era raro que fuera al baño. Ambos se levantaron, Phillip para ayudarle a
sentarse y a pararse, pues para caminar ni se diga, la cargaba hasta el baño entre sus brazos. Estando
Natasha sentada y haciendo sus necesidades, le dijo a Phillip que si por favor le podía servir un vaso con
agua, pues tenía molestias en la garganta y, sorpresivamente, tenía sed. Habían empezado a mantener
agua embotellada en la habitación para que Natasha pudiera beberla rápidamente y, ese día, Phillip no
encontró ninguna botella, por lo que salió hacia la alacena a traer una pero, en el camino, se dio cuenta
de que la luz de su iPhone se encendió, y tomó el iPhone para revisarlo, pues le parecía raro que alguien
le estuviera escribiendo o llamando a esa hora, pero no era un mensaje para él, se habían equivocado
de número telefónico. Entró a la alacena y no encontró las botellas, tuvo que regresar al interruptor para
ver mejor, las encontró en el tercer estante, que era a su altura y, por sacar dos botellas con una sola
mano, se trajo el paquete entero al suelo, que casi le cae en los pies, pero fue más rápido y los apartó.
Recogió el paquete y lo volvió a poner en el estante. Apagó la luz y se dirigió con ambas botellas hacia la
habitación, pero la luz de su teléfono se volvió a encender y tuvo que revisarlo, por costumbre, le dio un
ataque de tos muy fuerte, que, con su voz, era más grave y fuerte en sonido, número equivocado de
nuevo, pues él no era “Johnny”. Tomó las botellas y se dirigió a la habitación, que sólo tuvo que entrar
para saber que algo no estaba bien. Dejó caer las botellas y, cuando entró al baño, sólo vio algo de lo
que nunca quería acordarse de nuevo.

Nada en esta vida es una mera coincidencia, todo pasa por algo, y eso era algo con lo que Phillip debía
aprender a lidiar después de ese episodio, pues él se atribuía las dos cosas, que Natasha, su esposa,
tuviera un aborto totalmente natural, y que se dislocara la clavícula por el golpe contra el lavabo. Fue
una serie de culpas. Phillip hablaba por teléfono, Natasha estaba dormida, y Agnieszka se había acercado
a él para preguntarle si Natasha tenía agua todavía pero él, al estar más en la discusión de negocios al
teléfono que en lo que pasaba alrededor suyo, sólo asintió y Agnieszka no colocó las dos botellas que
debían estar ahí. Si tan sólo él hubiera revisado que hubiera agua antes de irse a la cama, si tan sólo no
se hubiera detenido a ver el mensaje en su iPhone, si tan sólo hubiera encendido la luz desde el principio,
sin tan sólo hubiera sacado una botella primero y la otra después para no botar el paquete entero al
suelo, si tan sólo no hubiera revisado una segunda vez su iPhone, si tan sólo no hubiera tosido hubiera
escuchado el quejido de Natasha, sólo si tan sólo, si tan sólo hubiera escuchado cuando Emma le dijo
que un lavabo ovalado era más fácil de limpiar que uno rectangular, si, si muchos “si tan sólo”, y si algo
de eso no hubiera pasado, Phillip creía que Natasha no hubiera tenido que levantarse sola del inodoro,
no se hubiera caído, que en la caída se dislocó la clavícula al golpearse contra la esquina del lavabo, y no
hubiera tenido el aborto. Si tan sólo. Pero no, no fue la caída lo que causó todo aquello, fue una simple
y terminal falta de compatibilidad entre el Frijolito y Natasha, aquello sólo era cuestión de tiempo, una
bomba de tiempo que simplemente explotó en ese momento.

- ¿Cómo estás?- le preguntó ese día, una semana después del episodio, que ya habían llevado a Natasha
de regreso al Penthouse.

- Bien

- ¿Estás seguro?
- Sí, Em… no me afecta el hecho de que no voy a ser papá, sino de que Natasha está así de mal

- ¿Qué tan mal?

- Igual… ya no sé qué hacer, casi no come, no se levanta de la cama, llora el tiempo que no está dormida,
no puedo cuidarla, no puedo hacer nada, ¡no me deja!- hundió su rostro entre sus manos. – No puedo,
ya no puedo, ya no puedo

- ¿No puedes qué, Phillip?- levantó Emma la ceja al ver que sacaba una cajetilla de cigarrillos.

- Ya no sé qué hacer, ya intenté todo, no me habla, no me ve… ¿qué quieres que haga?- dijo, poniendo
un cigarrillo entre sus labios.

- ¿Qué carajo estás diciendo?- le arrebató el cigarrillo de los labios y lo quebró frente a él. - ¿Me estás
diciendo que te estás rindiendo?- le pegó a la mano, y la cajetilla cayó veinte pisos hacia abajo hasta la
calle.

- ¡No puedo! ¡Yo no entiendo a Natasha!- y nadie lo vio venir, pero Emma le dio una bofetada.

- Escúchame bien, Phillip- levantó su dedo índice, así como Margaret. – Una vez te lo voy a decir, y sólo
una jodida vez, ¿comprendiste?- él la veía con asombro, pues nunca había visto a Emma dar un tan solo
golpe. – Lo que pasó, pasó, y lo siento, debe ser difícil- gruñó, todavía amenazándolo con su dedo índice.
– Esa mujer que está ahí es tu esposa, a la que le juraste que ibas a estar para ella en las malas y en las
peores, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas?

- Em…
- No hay nada que puedas hacer para regresar en el tiempo, nada de lo que pasó se puede cambiar,
preocúpate por lo que va a pasar. Esa mujer que está en tu cama está deprimida, golpeada por la vida y
por la cerámica del lavabo… si tú no estás dispuesto a estar para ella, muévete a un lado y no estorbes,
que lo que necesita es saber que estás ahí. Así que si de verdad te importa, vas a ir a estar con ella, la
vas a abrazar, vas a aguantarte los golpes que te dé y no la vas a dejar de abrazar hasta que le veas la
más mínima mejora, ¿me entendiste?- gruñó, y gruñó feo, estaba enojada. - ¿Me entendiste?

- Sí…- respondió como un niño recién regañado por malas calificaciones.

- No la vas a presionar, no le vas a decir que tú no vas a comer si ella no come, motívala, no la presiones…
- sus ojos se volvieron como si tuviera dos vidrios tiritantes frente al verde que tanto los caracterizaba.
– Nada, absolutamente nada es más importante que Natasha- Phillip sólo dio un paso hacia adelante y
envolvió a Emma entre sus brazos para darle un abrazo muy fuerte. – No se trata de que lo supere, se
trata de que lo acepte

- You’re just as scared as I am…- murmuró, y Emma le soltó un golpe en su pecho, un golpe de impotencia,
como si estuviera protestando, porque ella tampoco podía hacer algo para alegrar a Natasha.

- The hell I am… ni para lo de Margaret estuvo así- se limpió rápidamente las lágrimas y respiró
profundamente. – Voy a entrar un minuto, luego es toda tuya- se despegó de él sin otorgarle una mirada
directa, pues no le gustaba que la vieran a los ojos cuando lloraba.

- Emma- la detuvo. – Gracias

Emma agachó la cabeza y entró al Penthouse, tomó el bouquet de lirios entre sus manos y el pequeño
sobre blanco entre sus dedos, taconeó sobre sus Louboutin Ron Ron azules, golpeó suavemente la puerta
tres veces y la abrió. Sonrió porque extrañaba esa cara, ese cuerpo, extrañaba la presencia de Natasha
a pesar de que, en ese momento, era irreconocible entre su depresión, entre su mirada fija al vacío, que
veía el tiempo pasar a través de las puertas de vidrio que daban a la terraza de su habitación, en donde
había días que no veía el sol porque estaba nublado, o veía la lluvia caer sobre el linóleo de la terraza,
veía a los Protonotarios que se paraba en el barandal de hierro, y su estado inerte corporal, que estaba
acostada sobre su costado derecho para mantener en reposo su brazo y su clavícula izquierda. Colocó el
bouquet en la mesa de noche de su lado, a la que le daba la espalda y, sobre la nota del día anterior,
colocó la de ese día. Llevaba cuatro con esa. Tomó el bouquet del día anterior y lo colocó en la terraza,
en donde sabía que lo iba a ver con seguridad. Se acercó a la cama, así como aquel día en el hospital, y
se sentó a su lado, encarándola, pero Natasha no reaccionó, no la volvió a ver.

- Aquí estoy- le susurró, acariciando su mejilla para luego guardar su flequillo tras su oreja. – Para lo que
sea que necesites, Nate…- se inclinó sobre ella y le dio un beso pausado en su sien. – I love you- y le dio
un segundo beso, con el que Natasha sólo cerró los ojos pero pareció no reaccionar más allá de eso.

Emma, desde que la habían llevado de regreso al Penthouse, se había tomado la tarea de llevarle, a
diario, un bouquet de Lirios, porque estaba consciente, con su conocimiento paisajista, que los Lirios
tenían cierto efecto en las personas que estaban en dolor, físico, mental o emocional, y le llevaba, junto
con el bouquet, que siempre cambiaba de color para darle pluralidad a la vista del otoño, llevaba una
nota sellada en un sobre pequeño, algo que le escribía todos los días por si, en algún momento, se le
daba la gana leerlas, pero ya iban cuatro días y no se le había dado la gana, tendría que llevar quince,
para que a la decimosexta, Natasha estuviera lista para hablar con ella la primera vez desde el incidente.
Y todos los días hacía lo mismo, a eso de las cinco de la tarde, así se partiera la tierra en mil pedazos, ella
llegaría al Penthouse, le dejaría el bouquet en su mesa de noche, colocaría la nota sobre la del día
anterior, que todas estaban enumeradas, y llevaría el bouquet del día anterior a la terraza, se sentaría
en el mismo lugar, le haría la misma caricia, le susurraría las mismas palabras, le diera los mismos dos
besos, y se iría, porque entendía que, para aceptar algo así, se necesitaba tiempo y espacio pero también
apoyo, por eso iba todos los días.

- ¿Bueno?- contestó aquella voz a la que muchos le temían pero no Phillip.

- Mamá, hola- dijo mientras Emma estaba en la habitación con Natasha.

- Phillip, ¿cómo estás?- dijo sin la más mínima alegría en su voz.

- Bien, ¿y usted? ¿Cómo va todo?


- Bien, bien, no te imaginas cómo han subido las ventas, ha sido un mes excelente- y eso sí que pudo
sentirse a sonrisa. – Estoy preparando todo para poder ir a visitarlos en dos semanas, me muero por ver
cómo está quedando la habitación de mi nieto

- Mamá, hay algo de lo que tenemos que hablar

- Ahora voy a una reunión, ¿hablamos luego?

- No- le dijo, y era primera vez que le decía “no” a la Reina del Hielo. – Es urgente

- Phillip Charles, ¿qué puede ser más importante que una inversión de nueve millones?

- Natasha- y la sangre le empezó a hervir a Katherine, pues siempre se refería a Natasha como “mi nuera”
o “la esposa de Phillip”, nunca por su nombre porque no le terminaba de agradar. – Natasha es más
importante

- Phillip, si es para hablar de divorcio, lo hablaremos luego, ¿de acuerdo? Conozco un abogado excelente
que los puede divorciar en menos de setenta y dos horas

- Mamá, no me estoy divorciando de Natasha- gruñó un tanto desesperado.

- Entonces no le veo la importancia a lo que sea que tengas que decirme, Phillip, hablamos luego

- Mamá, si me cuelga, le juro que me enojo de por vida- gruñó claro y fuerte.
- Phillip Charles, no me hables así que soy tu madre- lo reprendió en su tono tajante.

- Natasha lo perdió- eso era todo lo que quería decir, pues consideraba que ese era el paso que
necesitaba dar para aceptar completamente que eso había pasado para, así, preocuparse ya sólo por
Natasha, su esposa.

- ¡¿Qué?!- Phillip no pudo verlo, pero su mamá se quedó en blanco. Llevó su mano derecha, que parecía
que tenía Parkinson de lo mucho que le temblaba, y así, temblorosamente, se quitó sus gafas. Phillip
esperaba alguna de las siguientes cosas:

a) ¿Está bien?

b) ¿Cuándo pasó?

c) ¿Por qué pasó?

d) ¿Necesitan algo?

e) Lo siento mucho, Phillip

f) Llego mañana mismo para poderlos acompañar

g) etc.

h) Todas las anteriores

Pero quizás ese temblor en la mano no era de sorpresa, aunque sí era, pero no de devastación, sino de
otra cosa, que no sé cómo se llama exactamente.

- Sí…- murmuró, pues no sabía si repetir aquello.

- ¿Me estás diciendo que ni siquiera un nieto me puede dar?- y pareció que aquello lo había ladrado.
- ¡Mamá!- se sorprendió. - ¿Cómo puede decir eso? No fue su culpa

- ¿Cómo que no fue su culpa? Seguramente tiene algo malo ahí adentro que no se le pega bien- y yo
digo: What the fuck?! – Ay, Phillip, yo te dije que esa mujer no era para ti, yo te dije que no era sana,
¿ves cómo sí tenía razón? No puede darme ni un nieto prematuro, vergüenza le debería dar

- ¡Más respeto para mi esposa!- le exigió. – Y sepa que no voy a ir a Corpus Cristi para Navidad, porque
voy a pasarlo con mi familia aquí en Nueva York

- ¿Familia?- resopló. – ¡Si ni una familia te puede dar! Tu familia está en Corpus Cristi, Phillip Charles

- Buenas noches, Katherine- dijo en tono seco y terminó la llamada, que dejó a Katherine con el típico
“A mí no me hablas así”, que, del enojo, apretujó el iPhone en su mano derecha y lo estrelló contra la
madera de la terraza en la que se encontraba. – Nota mental, dos puntos: no tomar nada que venga de
mi mamá- dijo para sí mismo en voz alta, pues sólo así se le quedaban las cosas más importantes.

¿Iracundo? Sí. ¿Injustificadamente? Jamás, hasta me alegró que exigiera respeto para su esposa, esposa
a la que estaba decidido recuperar del silencio y de la ausencia a costa de lo que fuera: no iría a trabajar
hasta que se recuperara, se quedaría con ella todo el tiempo, estaría para ella las veinticinco horas del
día por los ocho días de la semana. ¿Su misión? Revivirla. Sólo quería saber que no había perdido la voz
que tanto le gustaba, quería saber que, en aquella mujer vacía, Natasha seguía llenándola de vida, de
travesuras, de la esencia juguetona que la caracterizaba, que estaba la mujer sin escrúpulos, la que era
hasta una pizca de vulgar, pero que todo se resumía a la mujer que se le había escapado por entre los
dedos por no haber sabido cómo manejar la situación emocional, y si ella había hecho el esfuerzo de
mantenerlos juntos, desde la primera vez que le había propuesto matrimonio hasta ese día, él le debía
exactamente lo mismo, y nada menos. Entró decidido a recuperarla, a atraparla antes de que se
estrellara contra el suelo en un tipo de suicidio emocional, se dirigió a su habitación, en la que no se
había encendido la luz desde que había regresado, y no la encendió para respetar la visión de su esposa,
pero se acostó a su lado, imitó su posición pero le dio la cara, le tomó la mano izquierda con la derecha
y le dio el primer beso desde la noche del incidente, que habría querido dárselo en los labios, pero
respetaba demasiado su espacio. Así se quedaron toda la noche, tomados de la mano, pues eso no lo
objetó la Señora Noltenius, quien logró dormirse junto a su esposo.
La melodía era tan familiar, tan melancólica y nostálgica, tan triste, que no era sólo la melodía sino
también la postura de Emma, su actitud en cuanto al piano, pues no estaba erguida, y, con cada presión
a las teclas, era como si tuviera un intento de erguirse, era como un rebote. Tenía sus ojos cerrados, su
respiración se notaba que era apenas esporádica y suave, que respiraba al ritmo de los pausados rebotes
que ella misma provocaba. La melodía era limpia y suave, como si un carrete de hilo rodara por un lienzo
eterno de seda, pero su expresión facial no era suave, era de preocupación, de terror, porque tenía
miedo: no sabía qué hacer para ayudar a Natasha, no sabía si era su deber ayudarla o no, no sabía cómo,
o qué hacer, se sentía mal por cómo había tratado a Phillip, pero era la misma impotencia, pues para
ella, Natasha era su hermana, no su esposa, pero era igual de importante, no era necesario que no fueran
hijas de la misma madre, o que compartieran un tan sólo alelo, simplemente era así, y nadie podía
atentar contra esa conexión. Quería arreglar algo y no tenía las herramientas para hacerlo, ni siquiera
sabía si lo que estaba haciendo era correcto. Tenía frío, frío en sus manos por las teclas frías, frío en sus
pies por los pedales congelados, frío en sus piernas por estar únicamente en panties, frío en sus brazos
por estar únicamente en camiseta desmangada, pero el frío era el mismo que había sentido en presencia
de Natasha, era como estar con ella, cómo la extrañaba, pero no era momento de pensar en sí misma,
sino en su mejor amiga, en su hermana. No supo en qué momento cambió de melodía, pero era más
alegre, o menos triste, era más amarilla.

- Look at the stars, look how the shine for you and all the things that you do- cantó suavemente Sophia
mientras Emma se deslizaba un poco hacia la izquierda para que ella se sentara a su derecha, y sólo
sonrió ante la presencia de su prometida, de su prometida en secreto porque habían acordado no decirle
a nadie hasta que Natasha y Phillip lo supieran primero, y eso no era urgente en esos momentos. –
Supuse que aquí te encontraría- murmuró en cuanto Emma terminó la canción.

- No podía dormir

- ¿Quieres hablar?- la tomó de la mano, que a Emma le gustaba ver que Sophia utilizaba el anillo en su
dedo, no se lo había quitado desde que se lo había dado hace un poco más de dos semanas, bueno, sólo
para ducharse.

- Si tú te acercas a mí con un problema, te ayudo a solucionarlo. Estoy acostumbrada a tener la solución


para todo, porque casi siempre tiene que ver con dinero, y eso se me facilita. Pero ahora no veo solución,
no veo cómo puedo solucionarlo
- No puedes

- Odio no poder

- No es tu culpa no poder, así como no fue culpa de Natasha, o como no fue culpa de Phillip… no es culpa
de nadie, mi amor

- Veo cómo mi mejor amiga se deteriora con el pasar de los días, cómo se va desmejorando física y
emocionalmente, que no le veo avance alguno… es como dejar que alguien se muera en las manos aún
cuando sabes hacer una perfecta resucitación cardiopulmonar

- Mi amor, el tiempo es el lo único en lo que puedes confiar- se recostó sobre su hombro desnudo y
atrapó su mano entre las suyas. – Me parece muy lindo lo que haces todos los días, y no sabría decirte
si deberías hacer más o no deberías hacer nada, pero Natasha está en todo su derecho de sufrir en
silencio el tiempo que le tome aceptar que necesita hablarlo con alguien y, cuando eso pase, primero
será con Phillip, luego verá si decide hacerlo contigo o con Margaret, pues las dos le dirán cosas distintas;
tú la tratarás de animar, Margaret la tratará de víctima, así como ha venido tratándola, que no sé si es
el mejor trato que le puede dar

- ¿Me quieres acompañar mañana?

- Puedo acompañarte, pero no voy a entrar contigo a ver a Natasha

- ¿Por qué no?

- Porque pienso que es un momento muy íntimo, muy privado, y no cualquiera puede estar ahí, tú no
eres cualquier persona, yo sí
- Pero Natasha es tu amiga también

- Lo que pasa es que no quieres entrar sola de nuevo, ¿verdad?

- Me conoces tan bien- asintió lentamente.

- Natasha sabe que estoy para ella pero a quien en verdad va a acudir es a ti, no a mí

Emma no se dio por vencida, no podía darse ese lujo, porque darse por vencida era como resignarse a
algo que no existía en el corazón de Natasha, ni en su corazón ni en su vocabulario, y no podía hacerlo
sólo porque sí. Pues pasaron catorce notas de Emma, catorce bouquets de Lirios, y Natasha seguía
igual, que ni siquiera habían podido sacarla de la cama para llevarla a su revisión, no quería saber nada
de eso, nada de nada, y tuvo que llegar el médico a hacerle la revisión general y a revisarle el progreso
de la clavícula, que había sanado bastante bien porque no se movía, pero le quedarían los dolores
reglamentarios mientras no se alimentara bien, pues se había rehusado al suero intravenoso, no otra
vez, ya suficiente. Pues ese día llovió como si el cielo fuera a caerse, llovió con furia, como si fuera
huracán, el diluvio bíblico; gotas anchas y potentes que hacían mucho ruido al estrellarse contra los
vidrios, pues el viento era increíblemente fuerte. El cielo no era gris, era hasta rojizo, daba miedo, daba
sensación de traer malas consecuencias. Emma sólo llegó a dejarle el bouquet número quince, con la
respectiva nota y las respectivas palabras, y se largó a su apartamento porque tenía cosas que hablar
con Sophia, quien ya había vuelto al Estudio y estaba, nuevamente, en la oficina de Emma, pues la suya
había sido usurpada por un especialista en conexiones eléctricas y tuberías, y estaban analizando la
posibilidad de que ellas dos se convirtieran del panel de contribuidores de ElleDecor, que harían una
crítica, un top10, un artículo y un análisis al año, uno por cada trimestre. La paga era buena, el
reconocimiento mejor y era lo que Trump quería para estar orgulloso de que estaba asociado con
personas capaces, o algo así.

– Emma trajo una Tarta Tatin de pera en vino tinto, Sophia lo hizo… she thought you might like it- dijo
suavemente mientras estaba acostado al lado de Natasha, quien se volcó sobre su espalda con dicho
comentario. Era la primera vez que se movía frente a él. Veía al techo, eran iguales, sin vida, blancos.
Posaba su mano izquierda en su vientre y su mano derecha al azar, pero no la soltaba de la de su esposo.
Phillip sólo veía su abdomen, ya raquítico, que hasta las costillas se le notaban, cosa que no era normal
en ella. – Por cierto, Tía Donna llamó para preguntar si te habían gustado el cárdigan y el suéter que te
mandó, le dije que te habían encantado… - Natasha se sentó sobre la cama, le dio la espalda, y se puso
de pie, pues tenía ganas de ir al baño. Phillip se puso de pie, aquello le parecía extraño, y no sabía si era
bueno o no, pero no le gustaba que lo ignorara más que de costumbre, que le diera la espalda. – Nate…-
susurró al ver que se quedaba de pie, estática, al borde del baño, en donde la madera se convertía en el
linóleo beige del baño, era la primera vez que intentaba ir a ese baño desde el incidente, estaba
frecuentando el del pasillo por mientras. – Nate…- susurró nuevamente al ver que se abrazaba
suavemente y se resistía a entrar. – Mi amor…- murmuró en tono amoroso y comprensivo mientras la
abrazaba por la cintura. – Entremos…- intentó dar un paso hacia el interior del baño pero Natasha se
resistió, no quería entrar. – Estaré contigo todo el tiempo, no me voy a ir- intentó dar el paso pero se
volvió a resistir. – Por favor- y decidió utilizar la fuerza bruta, la empujó junto con él hacia el interior, ella
sólo se apresuró para querer salir, pero Phillip la detenía, no la dejaba salir, no aunque le estuviera
pegando histéricamente en el pecho mientras él la mantenía abrazada.

- ¡No es justo!- sollozó, cansándose de darle golpes a su esposo, que fue que estalló en un llanto tan
inconsolable como el de la mañana siguiente al incidente, que apenas se recuperaba del legrado.

- No, no lo es…pero hiciste lo que pudiste, y no es tu culpa- intentó razonar con ella, que ya sólo lloraba
amargamente, cosa que le partía el alma, pues odiaba ver a una mujer llorando, lo detestaba.

- Perdón- balbuceó entre su llanto, entre sus lágrimas y sus ahogos, entre su congestión nasal, entre su
falta de consuelo, el que empezaba a encontrar entre los brazos de su esposo.

- ¿Por qué me pides perdón, mi amor?

- No sé cómo manejar esto

- No tienes que manejarlo tú sola… déjame manejarlo contigo- le daba besos en su cabeza, la abrazaba
con ganas, así como la había extrañado, y le encantaba escuchar su voz; con tan poco y ya sentía a su
esposa de regreso.
- Tú no eres el problema, Phillip- le dio un golpe que realmente le dolió, pero no le hizo caso, entendía
la rabia, la frustración. – Es como si estuviera tan sucia que no se quiso quedar conmigo

- ¿Sucia?- la abrazó más fuerte y la cargó lo suficiente como para que colocara sus pies sobre los suyos,
y caminó lentamente hacia la ducha. – Tú no estabas sucia, no lo estás…y nunca lo estarás- murmuró
mientras se metían a la cabina de la ducha. – No fue tu culpa- encendió el agua, y un chorro suave de
agua tibia los empezó a bañar, así como estaban, en la misma posición, abrazados y con ropa; Natasha
reposando su cabeza sobre el pecho de Phillip, él con sus brazos alrededor suyo, manteniéndola cerca y
protegida, apoyando su mejilla sobre su cabeza. – Déjame ayudarte, por favor

Natasha asintió, ya no podía ella sola, ya no quería, se sentía demasiado miserable como para cargar ella
sola con tanta miseria, necesitaba un respiro porque estaba por ahogarse, necesitaba eso, ese momento,
ese momento en el que sólo el agua de la ducha se escuchaba caer, en el que la ropa les pesaba por el
exceso de agua, que goteaban y que no les importaba más que estar juntos y el intento de Phillip
por limpiar a su esposa. Lentamente, sin intención lasciva alguna, le quitó la ropa, que fue que se dio
cuenta de la vulnerabilidad de su cuerpo; las consecuencias rojas de aquella intervención quirúrgica
ambulatoria de la que ninguno de los dos había querido saber mayor cosa, sólo las consecuencias de
dicha intervención, que cabía la posibilidad de la esterilidad, pero era por el bien de la Señora Noltenius,
la decadencia del cuerpo de su esposa, raquítica, tan raquítica como la primera vez que la había visto en
Bergdorf Goodman; sus clavículas saltadas, los rastros del hematoma profundo del golpe, los omóplatos
más saltados que de costumbre, sus caderas saltadas, así como sus costillas . Lavó cada milímetro del
cuerpo del verdadero amor de su vida, llamándose a sí mismo “Imbécil” por haber pensado en tirar la
toalla, paseó el jabón de miel de abejas, avena y leche de almendras por todo su cuerpo, y ella se dejó,
le gustó sentirse consentida, más cuando Phillip lavó las partes que eran más delicadas, que no les
importó lo rojo, sólolimpiar a la Señora Noltenius. Y lavó su cabello, que aprovechó para hacerle un
masaje suave y cariñoso a su esposa.

La cargó hasta la cama, la secó con la toalla más suave que encontró, la humectó, la vistió con la paciencia
más grande de los tiempos de la razón, con la debida protección y de la debida manera, la peinó y la
metió a la cama. Sólo salió de la habitación para llevarle algo de comer, que regresó con una pequeña
porción de la Tarta de Sophia, pues había que cuidar su estómago por la falta de costumbre de la comida.
Phillip la abrazó mientras comía lentamente aquella mezcla de sabores livianos, y, aunque no cruzaron
otra palabra en toda la noche, supo que iban por buen camino, más cuando Natasha se quedó dormida
sin la pastilla, la que tiempo después le ofrecería a Sophia para relajarla el día de su boda, y se quedó
dormida enrollada contra él hasta que fue de mañana y ambos se despertaron distintos, quizás no con
infinito positivismo, pero sí sin tanta miseria.
- Bonjour, mon amour- susurró Phillip al ver que Natasha se despertaba, que sólo se despertó y se aferró
más a él. – C’est un nouveau jour- ella no le correspondió ni el saludo ni las palabras que le siguieron,
simplemente intentó empezar volver a la normalidad de su matrimonio, y le dio un beso corto en sus
labios, que ambos lo sintieron tan bien como el primero que se dieron mutuamente.

- ¿Qué hora es?

- Casi las nueve- sonrió Phillip, viendo que Natasha se sentaba sobre la mesa y, por primera vez en su
conciencia y consciencia, veía el Bouquet de Lirios y la pila de sobres. – Son de Emma- la vio acercarse al
bouquet y darle una probada olfativa a los Lirios.

- ¿Vas a ir a trabajar?

- Mi trabajo es estar contigo- sonrió, viendo a su esposa tomar la pila de sobres, todos iguales y firmados
de la misma manera, que no sólo era una “E.-“, así como solía firmar Emma, sino que decían “Emma”,
todos.

- ¿Los has leído?- le preguntó, revirtiendo el orden de los sobres para dejar el primero arriba.

- No, son tuyos…

- ¿Sabes qué dicen?

- No, no le pregunté y tampoco me dijo- bostezó suavemente. - ¿Los vas a leer?

- Después de desayunar y de ducharme- dijo, colocando la pila de sobres nuevamente sobre la mesa de
noche para retirar las sábanas y levantarse.
- Espera, le diré a Agnieszka que lo traiga a la cama, no te muevas- dijo, saliéndose rápidamente de la
cama, haciendo que se quedara sentada. - ¿Qué quisieras de desayunar?

- Tengo ganas de avena

- ¿Café?

- No, agua, por favor- murmuró, volviéndose a meter a las sábanas, pues afuera hacía frío. Tomó
nuevamente los sobres y abrió el primero. – “Lo siento mucho”- leyó en susurros, pues había ciertas
cosas que las leía así para protegerse de que su mente divagara y empeorara lo escrito. – “No fue tu
culpa”- leyó el segundo. – “No sé cómo te sientes, pero estoy para lo que necesites; cualquier día,
cualquier hora, en cualquier momento. Siempre”- ese le causó un leve nudo en la garganta, pero logró
contenerlo. – “No tienes que estar bien para nadie, sólo para ti. No hay nada que debas sentir o debas
hacer. No encuentro un manual para que sepas cómo lidiar con esto”.- Natasha respiró hondo. –
“Tómate tu tiempo”- el nudo quiso salir pero, por no salir, sus ojos se llenaron de lágrimas. – “Cry when
you need to because I know how tears are helping you grieve”- las primeras lágrimas recorrieron su
rostro por efecto de la gravitación. – “Be patient with yourself and give yourself time to heal”- y todavía
no sabía qué tenía de especial el número siete, pero casi siempre era el más acertado. – “Im here. Call
me any time of the day or night. I’ll cry with you, I’ll listen to you and I’ll even laugh with you. I’ll bring
the tissues”- una lágrima cayó sobre el pequeño papel que leía. – “¿Cómo te sientes hoy? Me gusta
pensar que mejor que ayer y no tan bien como mañana”- contuvo la congestión nasal y salió el segundo
par de lágrimas. – “Alimenté a los patos del Pond en tu nombre”- y rió con su aliento. Le dio la vuelta al
papel porque tenía una flecha que se lo indicaba. – “No tiene nada de malo que te hayas reído hoy”.-
respiró hondo y ahogó una segunda risa, pero salió en forma de aliento, igual que la anterior. – “Cuando
estés lista, te voy a escuchar y no te voy a ver como si hubieras perdido la razón”- asintió suavemente
entre un sollozo casi mudo. – “Mais pour nous aussi la life is good, quizás no ahora, pero pronto”- volvió
a reír con su aliento tembloroso. – “If troubles seem like they never end…just remember to keep the
faith.”- abrió el número catorce. – “Anytime you need a friend, I will be there.”- abrió el número dieciséis.
– “So don’t you ever be lonely, love will make it alright.”

- Mi amor, ¿está todo bien?- se asustó Phillip al verla con todos los papeles regados por la cama y con
lágrimas en los ojos.
- ¿Tenemos pan viejo?- le preguntó mientras se limpiaba las lágrimas con los bordes de las mangas de
su suéter.

- Puedo preguntarle a Agnieszka… ¿estás bien?

- Cuando terminemos de comer… y de ducharnos, ¿podrías hacer que Emma venga, por favor?

- Por supuesto- sonrió, al ver que su esposa tenía la mínima señal de una sonrisa al tener su labio tirado
hacia un lado. - ¿Algo más que necesites?

- No me las quiero volver a tomar- dijo, alcanzándole el frasco de Zoloft, que Phillip se lo tomó e
inmediatamente las guardó en la caja fuerte, que para Natasha fue suficiente, pues desconocía la
combinación. - ¿Vienes conmigo?- lo invitó a la cama al haber guardado todas las notas de Emma en un
solo sobre.

Phillip se volvió a acostar con ella y la volvió a abrazar, ella le dio un beso, un beso más completo que el
del día anterior, más ella, más él, más ellos, que se besaron por tanto tiempo que hasta Agnieszka los
interrumpió al entrar con la charola del desayuno de ambos, y se alegró de ver a Natasha con más vida
a pesar de que sus ojos gritaran frustración y tristeza, pero eso pronto acabaría. Sólo les dejó la charola,
el tazón de avena para Natasha, así como le gustaba; con canela, nuez moscada, azúcar moreno y
extracto de vainilla, una botella con agua fría, y, para Phillip, un bagel, queso crema y lascas de salmón
ahumado. Desayunaron mientras veían, por primera vez en casi un mes, veían la repetición de las
noticias del día en la BBC, no había noticias buenas, al menos las malas superaban a las buenas, a las que
podían alegrar, pero no les pusieron mucha atención, pues Natasha pidió sus ediciones mensuales de las
revistas que solía leer, y Phillip se dedicó a simplemente disfrutar de su esposa, de verla comer, de verla
leer usando sus Tom Ford de vidrios súper delgados, que el grosor se reducía a la mitad, y de cuyo lente
izquierdo gozaba de +0.50 y el derecho de +0.25, que no era nada pero no quería llegar a ser como
Margaret, de +1.50 en cada ojo.

- ¿En qué piensas?- le preguntó Sophia al notar que ya llevaba más de media hora en su silla y veía, con
pasividad, hacia afuera en una pose bastante desganada.
- ¿Sabes por qué le llaman “The Big Apple” a esta ciudad?

- Ilumíname- sonrió, dejando a un lado el contrato de ElleDecor, pues ella no leía tan rápido como Emma
y le gustaba saber, punto por punto, lo que podía y debía hacer para ser parte del Panel de Expertos.

- A los caballos les gustan las manzanas- resopló. – En los años veinte, un escritor se refirió a Manhattan
como “La Gran Manzana” porque todas las compañías quería estar aquí, así como todos los caballos
corren tras la manzana

- Interesante dato, mi amor- se puso de pie y caminó hacia ella mientras intentaba no preguntarle si
estaba así por Natasha, pues últimamente, para Emma, el tema de Natasha era un tanto sensible; Sophia
había vivido, de primera mano, lo que significaba ella para su futura esposa, era como si le hubieran
arrancado la mitad de su felicidad, como si estuviera medio presente y medio ausente.

- ¿Te quieres sentar conmigo?- se volvió a ella, y Sophia asintió, pero se dirigió hacia la mesa de dibujo
para arrastrar el banco hasta colocarlo al lado de Emma, o eso pretendió hacer. – No, aquí- sonrió,
dándose unas palmadas en sus muslos.

- Hace un mes nos regañaron por demostrarnos nuestro afecto en el ojo privadopúblico- dijo, haciendo
de la última expresión algo gracioso.

- Llámame irrespetuosa, sin escrúpulos, como quieras- suspiró, recibiendo a Sophia sobre su regazo. –
Pero, pregúntame cuántos carajos me importa eso- Sophia pasó su brazo por la nuca de su hermosa
Arquitecta, quien llevaba su cabello recogido en un moño que le había robado dos calles y cinco
Bobbypins en hacerlo.

- ¿Cuántos carajos te importa eso?- susurró con una sonrisa, que logró que riera nasalmente.
- Ni uno- sonrió, diciéndolo en serio, que quizás su Ego de Alfa y Omega la había desubicado en cuanto
a la moralidad y su relativismo, o quizás era que simplemente podía hacerlo: su Estudio, su oficina, su
novia, su boca, sus reglas. Punto.

- That’s what I thought- dijo con una lengua lasciva que terminó por encontrar sus labios, y labios con
labios, simplemente abusando terriblemente del espacio que las rodeaba, pues Emma había entrado ya
en la etapa de: “Sophia es mi novia, ¿y qué?”. – Dime algo, Emma Marie- que sonó a un acento francés
de lo más gutural y correcto que existía a pesar de que Sophia, de francés, ni un culo sabía, o algo así le
había dicho en una borrachera a Emma, quizás el día antes de renunciar, así se brutal habrá sido la
borrachera que ni se acordaba cuándo había sido, algo que sonó a “Emmá Marí” y la “r” muy tierna y
seductora, y rozaba la punta de su nariz contra la de la poseedora de aquel seductor nombre, que
ninguna sabía qué tenía de especial hacer aquello, pero casi siempre lo hacían. – Tu cumpleaños es en
diez días

- “Tu cumpleaños es en diez días”- repitió, intentando sacarse una risa, tanto a ella misma como a Sophia.

- Ay- rió, y Emma también, misión cumplida. - ¿Qué quieres hacer para tu cumpleaños? ¿Qué quieres
que te regale?

- ¿Qué quieres hacer? ¿Qué me quieres regalar?- levantó la ceja.

- No sé si enojarme o reírme cuando haces eso- dijo con su ceño fruncido y una expresión graciosa, la
misma que pone cualquiera con “ay, qué lindo el niño”.

- Me gustas enojada… pero no conmigo- sonrió, arrebatándole un mordisco de mentón que le dio
cosquillas a Sophia.

- No te me alejes del tema


- No fui yo, fuiste tú- se irguió un poco, sólo para poder besar a Sophia en su cuello.

- Como sea- suspiró al sentir sus labios detrás de su oreja derecha. - ¿Qué quieres que hacer? ¿Quisieras
algo en especial?

- Me gustó mi cumpleaños del año pasado…

- No se vale repetir

- Supérate- rió.

- No quiero hacer algo que no te guste

- No lo harás- dijo entre un suspiro mientras se dedicaba a darle lengüetazos cortos a Sophia, lengüetazos
amargos por el perfume.

- Tampoco quiero hacer algo demasiado… no sé cómo decirlo…- murmuró, tomando la cabeza de Emma
para mantenerla en ese punto, exactamente sobre la yugular, en donde se debía a la quijada. – No quiero
hacer algo muy extremo

- No te tengo miedo- sonrió, que siguió besando ahí.

- Deberías
- Noticia de última hora: Arquitecta muere de tanto coger- se burló Emma. – Sorpréndeme, porque
de tanto cogercualquiera se va feliz a la tumba

- Bene, bene- rió. - ¿Qué quieres que te regale?

- Sorpréndeme

- Me voy a vengar por el rompecabezas ese- rió.

- Véngate… ya te dije, no te tengo miedo- murmuró, elevando su rostro para verla a los ojos.

- Ya te dije que deberías- la tomó con su mano izquierda por la mejilla y la trajo hacia ella, la trajo hacia
un beso suave y sedoso, de ojos cerrados y las manos de Emma abrazando a Sophia por la cintura, un
beso que las obligaba a seguir besándose porque el segundo que le seguía al segundo presente era mil
veces más rico que hace dos segundos.

- ¡Oh!- espetó aquella femenina voz al abrir la puerta y verlas en aquella tertulia. La mirada de Sophia se
ensanchó, la de Emma se cerró en modo de autoprotección infantil, como si no la vieran por tener los
ojos cerrados. – Perdón, no quería interrumpir… y Gaby no está, perdón- dijo nerviosa.

- Pasa adelante- fue lo primero que se le ocurrió a Sophia. – Yo tenía que salir a hacer algo a ese lugar-
Emma seguía con los ojos cerrados. – Quédate- Sophia se levantó del regazo de Emma y, limpiándose el
contorno de sus labios, salió de la oficina a un lugar sin lugar, sin rumbo, sólo a intentar reírse
histéricamente para no desplomarse en un repertorio poético de palabras soeces.

- Perdón, no quería interrumpir- repitió.


- No te preocupes, Belinda- abrió los ojos y respiró hondo. – Dime- se volvió con la silla completamente
hacia ella.

- Necesito que firmes los planos que aprobaste ayer- dijo, colocándole un rollo de quince planos sobre
el escritorio.

- ¿Son los de García o los de Henderson? Es que aprobé los dos

- Los de Henderson- suspiró, viendo a Emma sacar su pluma fuente, no la que tenía el Bentley grabado,
pues esa la utilizaba a diario y para casi todo, sino la Omas de madera de olivo que tenía tinta roja y sólo
la utilizaba para firmar los planos. - ¿Cómo va lo de Newport?

- No tengo idea, no me encargué de la construcción, sólo de los diseños… cuando la terminen de construir
la voy a ambientar- respondió sin volverla a ver mientras levantaba cada esquina inferior derecha para
firmar.

- ¿Y Providence?

- No vamos a construir hasta que acabe el invierno, es más barato- le faltaban tres planos por firmar,
pero decidió ver a Belinda a los ojos con una sonrisa. - ¿Me vas a preguntar lo que de verdad quieres
preguntarme o no?- Belinda ensanchó la mirada porque quería preguntar lo obvio, y no sabía cómo, ni
si sus ganas eran tan evidentes. – Está bien, puedes preguntarme… de verdad- sonrió, volviéndose a los
planos para terminar de firmarlos.

- Are you girls a thing?- obviamente esa era la pregunta más, valga la redundancia, obvia.

- No diría que somos una thing… ya llevamos casi un año- dijo, firmando el último plano. - ¿Eso te
molesta?
- Nunca te imaginé…- murmuró mientras se arreglaba las solapas de su chaqueta, la clásica señal de que
estaba nerviosa y/o incómoda.

- ¿Cómo?- sonrió mientras enrollaba los planos.

- Bueno, tú sabes… con una mujer

- No es una mujer, es Sophia- la corrigió.

- Bueno, felicidades- resopló. – Supongo

- Gracias, supongo- se puso de pie y le alcanzó los planos. - ¿Algo más?

- ¿Algo como qué?

- Bueno, no sé- se encogió de hombros.

- No, nada- dijo rápidamente al escuchar que el teléfono de Emma sonaba. – Tu secreto está a salvo
conmigo- sonrió.

- No es un secreto- la volvió a corregir, y tomó el teléfono. – Pavlovic- contestó su iPhone.


- ¿Cabe la posibilidad de que puedas venir, Emma María? – le dijo Phillip en una voz que parecía ser de
un hombre totalmente diferente.

- Claro, ¿a qué hora me necesitas?

- Ya

Emma se volvió blanca, pálida, sin vida, y sólo colgó. Belinda vio aquella descomposición de aura y
sonrisa, sólo la vio ponerse su blazer gris oscuro, que contrastaba divinamente con su camisa celeste
Burberry, que nadie sabía qué tenían esas camisas que hacían que cualquier mujer se viera bien en ellas,
y le daba un contraste más obtuso por la falda negra que empezaba en su cintura. Taconeó en sus Sexy
Strass Louboutin, que muchos, en cuenta Anna Wintour, creían que eran Stilettos para la noche, pero un
Louboutin no tenía día y no tenía hora, siempre deslumbraba y despertaba y alborotaba la envidia con
su suela roja, pues nadie sabía, tampoco, por qué la suela roja era tan llamativa. Yo sí, y Emma también.
Tomó su bolso y su ligera bufanda Hermès, aquella con la que había vendado a Sophia alguna vez, y, en
el camino, aparte de cruzarse con Gaby, que Emma le indicó que saldría un momento con una simple
señal de manos al formar una “T” con ellas, se cruzó con Sophia, que estaba riéndose con Clark en una
de las fuentes de agua, se arrojaron un beso aéreo, pues Clark, por muy macho que se hubiera visto la
primera vez, no había tardado tres días más en sacar, en propulsión, su homosexualidad, pues aquella
vez, en la oficina, no le estaba admirando el busto a la Licenciada Rialto, sino el corte y la silueta que la
camisa le daba a su torso. Sophia no le preguntó a dónde iba, simplemente, por la cara que llevaba, supo
que algo había sucedido con Natasha.

- Emma María- sonrió Phillip al abrirse el ascensor justamente en el interior del Penthouse. – Qué rápida-
le abrió los brazos. Se veía diferente.

- No sé si, de haber corrido, habría llegado más rápido- dijo, sintiendo a Phillip abrazarla por los hombros
mientras la encaminaba hacia la habitación principal.

- ¿En Stilettos?- resopló. – Cuidado y te lastimas, Tigresa- le dio un beso en la cabeza y la apretujó un
poco. – Voy a estar en… por ahí- dijo con una sonrisa, dejándola sola frente a la puerta. – Go ahead… you
know she doesn’t bite- le hizo un gesto de “adelante” con ambas manos, el mismo de “retírate”, pero
era un gesto raro.

Emma golpeó suavemente la puerta, tres veces, como siempre, respiró hondo, así como todos los días
anteriores, y giró la perilla, exactamente como antes, y empujó la puerta lentamente. La habitación
estaba llena de luz relativa, pues no había sol, peor había luz, no como todos los días anteriores, o quizás
era la hora a la que llegaba, pues solía llegar a eso de las cinco, no a eso de las diez y media. La cama
estaba arreglada, con las almohadas contra el respaldo, apiladas así como a Natasha le gustaban, las
sábanas sobresalían por el pliegue del edredón; el color crema se veía estupendo sobre el gris oscuro del
edredón, y la banda, a los pies de la cama, en verde olivo, tan tensa como todo lo demás. La puerta del
baño estaba cerrada, la del walk-in-closet estaba cerrada también. Se movió por el alfombrado mientras
veía todo en su lugar, el mueble de la televisión, el que Sophia les había diseñado especialmente para
ellos, que tenía cajones en los que se guardaban las sábanas y las toallas, una sala pequeña de tres sillas,
una mesa de café entre ellas, dos y una, y una mesa lateral con uno de los bouquets que Emma había
llevado, la decoración en los estantes progresivos; las botellas de colección de Natasha, eran todas
rojizas y en distintas formas, veinticinco en total, todas del Met Gala, daban una por cada año. Salió a la
terraza y tampoco estaba ahí. Sumergió su mano en su bolso para sacar el sobre del día, pues tuvo la
sensación que no había nada que hacer ahí, por lo que le dejaría la nota sobre la mesa de noche, así
como todos los días, más tarde regresaría con el bouquet.

-So… - murmuró desde la puerta del walk-in-closet que apenas se abría. Emma dejó caer la cabeza al
escuchar su voz, al escucharla como la típica Natasha y, mientras se volvía hacia ella, levantó la mirada
junto con una sonrisa. – No sé cuáles ponerme – dijo, levantando un par de Stilettos en cada mano. –
Los Zanotti- sacudió la mano izquierda, mostrándole los botines de gamuza marrón pero que tenían el
agrado del descaro de ser peep-toe. – O los Versace- sacudió su mano derecha, mostrándole la gamuza
negra y la aguja de metal.

- ¿Cuál es la ocasión?- sonrió, caminando lentamente hacia ella, conteniéndose el abrazo que quería
darle, que tenía intensiones de apretujarla con todas sus fuerzas.

- Tú dime- le apuntó, con la mirada, hacia uno de los estantes del mueble de la televisión: una bolsa de
papel de la que salía un Baguette.
- Definitivamente los Versace- guiñó su ojo con cierto orgullo, un orgullo que sólo a Sara le vi alguna vez,
esa sonrisa que se contiene en la que intenta presionar los labios contra sí pero la tira hacia un lado y
tensiona la nariz.

- Sabía que dirías eso- suspiró, levantando sus pies hacia atrás, flexionando la rodilla para enfundarse los
Stilettos mientras Emma tomaba la bolsa y sentía que no era un Baguette viejo, sino fresco, hasta estaba
tibio todavía. - ¿Me harías el honor?- le tendió la mano, y Emma se la tomó con el sobre, para dárselo
personalmente, y terminaron brazo bajo brazo y con la mano en la de la otra mientras se dirigían hacia
el Pond, que en todo el camino no dijeron ni una tan sola palabra, sólo caminaron con paz en su mente,
sin soltarse la mano ni el brazo, sin soltar el sobre entre sus palmas. Hasta se sentaron así en la banca,
juntas, no como siempre, que Emma se sentaba y la veía darles de comer a los patos, Emma le alcanzaba
la bolsa con el Baguette, lo detenía, y Natasha cortaba un pedazo con su mano: trabajo en equipo. -
¿Novedades?

- Jennifer Lopez perdió la cabeza- sonrió, viendo a Natasha arrojar el primer pedazo. – Ya anunció que
está planeando hacer un cover de Vogue

- Está loca

- Lo mismo dije yo- rió. – Pero sólo le van a vender los derechos a Lady Gaga, a Beyonce o a Lana Del
Rey… eventual y preferiblemente a Adele, pero ella no hace un up-tempo así, aunque quién sabe

- J.Lo que se quede cantando con el Pitbull… y que se vista como en los Grammys del dos mil: eso NO
es Vogue

- Amén, al fin alguien que entiende- rió, que habría querido tener un Martini para brindar por eso.

- Em…- se volvió a ella sólo con su rostro. Emma vio la tristeza que todavía tenía, vio que estaba
intentando mantenerse a flote, que no estaba bien pero que estaba intentando, y eso era lo que
importaba en ese momento. – Perdón
- ¿Por qué me pides perdón?- se sorprendió, pues no era lo que esperaba, esperaba más una plática que
cabía entre los parámetros de “irrelevancia mundial, relevancia personal”, así como lo de Jennifer Lopez.

-Porque me encasillé

- Nate, no tienes que pedirme perdón… en lo absoluto- murmuró suavemente mientras chocaba
suavemente, a manera de apoyo, su frente contra la sien de Natasha. – Estás en todo tu derecho

- Pero te abandoné… aún después de todo lo que has hecho por mí

- Yo te veo y te siento aquí, conmigo, ahora… no veo que me hayas abandonado- apretó un poco su
mano. – Además, no se trata sobre mí

- No sabía qué decir, ni qué sentir, ni qué hacer…

- There’s nothing you can make that can’t be made, no one you can save that can’t be saved, nothing you
can do but you can learn how to be you in time, it’s easy: All you need is love- citó, que los Beatles no
eran de su agrado, ni por cerca, pero era lo único que podía decirle en ese momento.

- Gracias…- suspiró. – Gracias por hacerme saber que no te es suficiente estar para mí, sino estar
conmigo… gracias por las flores, por las palabras, por las notas… por todo

- ¿Las leíste todas?

- No, no todas… me falta una- susurró, soltándole la mano a Emma para tomar el sobre en sus manos.
- Te puedo decir lo que dice- la detuvo, pues le dio ansiedad que la leyera frente a ella.

- Me gusta tu caligrafía- sacó la nota, que estaba doblada, como todas las anteriores, por la mitad. – Esto
es, precisamente, lo que pensé al terminar de leer todas tus notas- sonrió. – I love you, too- le dio un
beso en su mejilla y terminó por abrazarla.

- ¿Es raro que te quiera más a ti que a mis hermanos?

- No, porque yo soy irresistible, ¿cómo no quererme?- rió nasalmente.

- Toda la razón, Darling, toda la razón- le alcanzó el Baguette y Natasha cortó otro pedazo. - ¿Cómo estás
del hombro?

- Me molesta poco, sólo para levantar el brazo, pero nada tan satánico como la vez anterior- sonrió,
recostándose sobre el regazo de Emma, recostándose sobre la banca, todo para que Emma peinara su
cabello, pues eso le gustaba; la relajaba. – Lo que sí me tiene ya un poco desesperada es que a veces me
agarra con la guardia abajo esto de la indisposición

- Perdón, me estás hablando en tailandés- dijo, poniéndole un poco de humor al asunto, pues se acordó
de cuando habían intentado pedir una dirección en aquel viaje y no habían entendido nada a pesar de
que dijeron “¡Claro! ¡Sí! ¡Entendimos!”, que se perdieron por una hora.

- Es como esos días del mes… en los que dices “es que estoy en ESE día”- suspiró.

- Pero eso, ¿es normal?


- Las primeras dos semanas, sí

- Pero ya te pasaste de las primeras dos semanas

- Digamos que mi puntualidad femenina está en plena Revolución Sanguinaria… paso tres días sin
sangrar, me dejo de poner esas cosas espantosas y me vuelve a caer

- ¿Cuáles cosas espantosas?- rió Emma por cómo lo había dicho.

- Esas cosas que parecen pañales

- Se me ha olvidado el nombre

- Pero es que son horribles, son como así de grandes- y trazó la distancia entre sus dedos medios, que
casi llegaba al metro de longitud imaginaria.

- ¿En serio?- levantó Emma su ceja con diversión.

- Bueno, tal vez así- y redujo la distancia en tres cuartas partes. – Pero eso sí que me tiene ya un poco
fuera de mis paciencias… hasta creo que está resentida porque hay roce todo el día, todos los días

- Como que si nunca utilizaste

- Bueno, después de los catorce no… y de los doce a los catorce… pues, no era roce directo, if you know
what I mean- levantó las cejas de horror.
- Pronto dejarás de usar pañales y volverás a la normalidad, a los veintisiete días que te caracterizan…

- ¿Te acuerdas de “eso”?- Emma asintió y se aclaró la garganta, pues se estaba preparando para entrar
al tema. – No sé cómo pude ser tan idiota de haberlo considerado…

- Eran las circunstancias, Nate… muy distintas a las de ahora, y yo sé que no lo hubieras hecho

- ¿Puedo decirte algo?

- Por favor

- La frustración me pasó rápido porque, en el fondo, sabía que iba a pasar, no sé si te acuerdas que te lo
dije un día cuando estaba en Westport- Emma asintió. – Frustra, sí, porque no es real ni tangible hasta
que pasa… pero me frustra más el miedo

- ¿A qué le tienes miedo, Nate?

- ¿Qué pasa si vuelvo a perderlo? ¿Qué pasa si no puedo nunca más?

- ¿Te han dicho algo los médicos como para que pienses eso?

- No, pero es algo que no se me quita de la cabeza… tú viste a Phillip cómo estaba de emocionado, viste
cómo se puso a pintar la habitación, él, él, él con sus manos… ¿qué pasa si nunca llego a darle un hijo
que utilice esa habitación?
- ¿Tienes miedo de que Phillip te deje por eso?- Natasha asintió tímidamente, con miedo, no, no con
miedo, con pavor. - ¿Phillip sabe las posibles consecuencias de lo que pasó?- volvió a asentir.

- Quizás no dice nada porque todo es muy reciente, pero no puede ser que no le importe

- No es que no le importe, Nate, simplemente le importas más tú, tu salud… y si algo malo puede pasarte,
le importará más tenerte sólo a ti a arriesgarse a que no estés tú. Estoy segura de que Phillip entiende
que no es que tú no quieras, él está consciente que no es tu culpa… y te admira por haber tenido los tres
meses más difíciles, por haber aguantado tanto- Natasha sólo respiró hondo y cerró sus ojos. – Phillip ya
entendió que no es tu culpa, y que tampoco fue su culpa

- Es que él no tiene la culpa

- Pero él, al principio, así como tú, creyó que sí la tenía

- No veo razón para justificar eso

- Él creía que, de haber llegado antes al baño, tú no te hubieras caído y nada de eso hubiera sucedido…
que si hubiera hecho algo diferente, nada hubiera sucedido

- Pero si cuando me caí ya había pasado, es más, creo que me desmayé por lo que vi… - aún con los ojos
cerrados, a Natasha se le escaparon dos lágrimas, una de cada lado.

- Pues Phillip pudo haber jurado sobre la Biblia que podía haber sido diferente, que nada hubiera pasado,
pero ya entendió que no fue su culpa, ni la tuya… por eso está tan tranquilo, tan positivo- Emma
materializó un Kleenex y, con delicadeza, recogió y secó aquella humedad que se escapaba de aquellos
ojos que sufrían de ojeras, no por no dormir, sino de tanto llorar. – Llora todo lo que quieras… llora
conmigo, llora con Phillip, llora sola, con tu mamá, con tu papá, puedes hacerlo hasta con Sophia, todos
te vamos a entender… porque sabemos que no es fácil y que necesitas tiempo, pero nadie te va a dar la
espalda… llora todos los días, llora cada vez que tengas ganas, no te lo guardes… va a llegar el día en el
que ya no vas a querer llorar más, y todos vamos a estar listos para eso también… tienes a tus papás, a
tu esposo, me tienes a mí- parecía mamá, repitiéndole lo mismo una y otra vez pero en distintas palabras,
pero sólo era para que se le quedara grabado en la memoria. – Podemos hacer lo que hacíamos al
principio… me puedo quedar hablando contigo toda la noche, te puedo leer, te puedo contar cosas… o,
cuando te sientas sola o no quieras dormir sola en medio del día, llámame… y yo te voy a acompañar en
silencio, y voy a estar cuando te despiertes

- No puedo hacerte eso, sería comprometer tu trabajo, tu vida, tu noviazgo con Sophia

- Mi trabajo no es más importante que tú, mi vida la llevo a la ligera, ya te lo he dicho, me interesa llevar
más en serio la tuya… y, por mi noviazgo con Sophia, no te preocupes… ella entiende

- Creo que necesito conseguir un trabajo para poder distraerme y no interferir en la vida de los demás-
suspiró.

- ¿Como qué quisieras hacer?

- No sé, algo que me mantenga ocupada, que me dé poco tiempo para pensar

- Nate, sabes que de pensar nunca vas a estar exenta, que tienes que pensar en ello. Pero seguramente
encontraremos algo para que hagas, ya verás… quizás sería un buen momento para usar la influencia de
“Ella Roberts”

- Me quedo con “Natasha Noltenius” mejor- sonrió suavemente. – Necesito un trabajo como el de
Sparks, uno así de ofuscante y absorbente…
- ¿Planner?

- Sí, algo que me mantenga pensando en alcohol, en música, en detalles que no sean de mi vida, algo
grande y complicado

- Nate, creo que tengo la idea perfecta- sonrió, y Natasha abrió sus ojos y encontró la mirada perfecta. -
¿Te gustaría planear la Boda que realmente querías y no ese popurrí alla Natasha que se inventaron las
madres?

- ¿Y casarme de nuevo?- resopló. – Me gusta estar casada, pero, ¿no es muy pronto para renovar los
votos?

- No, no te casarías tú…- Natasha se irguió, se sentó de golpe y se le cayó la quijada hasta que topó contra
el asiento de la banca.

- Perdón- suspiró asombrada. – Totalmente egoísta de mi parte al no preguntarte de tu vida

- No me gusta que me preguntes, me gusta que adivines y deduzcas

- ¿Ya?- preguntó con una sonrisa amplia, tan amplia como la Natasha de hacía cuatro meses. Emma no
tuvo que asentir, ni exteriorizar un “sí”, simplemente se aflojó el cuello. - ¡Felicidades!- se lanzó en un
abrazo tan brusco y cariñoso, tan alegre, que ahuyentó hasta a los patos. - ¿Cuándo? ¿Cómo? ¡Cuenta
con detalles!

- ¿Me lo pregunta mi mejor amiga o la encargada de planear mi Boda?- sonrió, con la misma alusión a
Jacqueline Hall.
*

Las puertas de la Monroe Suite se abrieron y una mujer blanca, de estatura media, caminaba en Stilettos
bajos, de, quizás, ocho centímetros, negros igual que su vestido, que sólo Emma y Natasha sabían que
era vestido, los demás podrían haber jurado que era falda, pues, sobre él llevaba una chaqueta roja, que
menos mal Sophia no se había dejado el Oscar de la Renta, pues era el mismo tono. Era seria pero de
rostro cálido, quizás era el peinado lo que la hacía ver menos seria, pues llevaba una trenza angosta que
le daba cierta jovialidad, quizás era para detenerse el flequillo en un mal día. En su mano llevaba dos
carpetas de cuero rojo, idénticas, así como en las que almacenaban los contratos en el Estudio, pero
eran Prada; culpa de Natasha.

De repente, todos se encontraron en silencio, nadie supo cómo o por qué, quizás porque ella se
posicionó tras la mesa más alejada y que estaba centrada, la del bouquet distinto, y todos se volvieron
hacia ella, todos entendieron. Luca Perlotta, que se había dado cuenta que ya era muy tarde para salir
corriendo de ese lugar, simplemente vio alrededor suyo y no vio a ningún hombre fuera de lugar, sólo
que el hombre vestido de negro le tomaba la mano a la mujer de rosado jódeme-la-vista, ese no era el
ya-casi-esposo de Emma, tampoco el hombre que había estado hablando por teléfono todo el tiempo,
pues ahora estaba en su mesa y le sonreía a las otras cuatro mujeres, a los dos hombres también. En la
mesa en la que estaba Alec sólo había vejestorios, nadie fuera de lugar, ¿quién coño era el casi-esposo
de Emma? ¿A quién tenía que darle la golpiza del Siglo por haberle robado al amor de su vida? Y, por
eso, siempre digo que hay que leer todo: instrucciones, e-mails, invitaciones, contratos, etc. para no
hacer el ridículo, así como lo estaba haciendo Luca en ese momento, que no fue hasta que Emma se
colocó frente a la mesa de la mujer, que recién hacía su entrada triunfal, junto a Sophia. Sí, en ese
momento comprendió por qué estaba Camilla allí, por qué eran tan cercanas Sophia y Emma, y sólo
quiso llorar, pues, al principio, sintió lo mismo que Alfred; que había convertido a Emma en lesbiana por
su reacción infantil en cuanto ella lo rechazó pero, en cuanto Emma le tomó la mano a Sophia,
comprendió el verdadero significado oculto, y quizás imaginado, de las palabras de Emma al rechazarlo:
“Luca, eres un buen hombre… pero yo no soy para ti”. ¿Emma lesbiana? Qué desperdicio de mujer.
Bueno, lo mismo dicen de los hombres.

- Querido amigos y familiares- empezó diciendo la Abogado, que no le importaba si le escuchaban o no,
le importaba que aquel día fuera memorable para Emma y para Sophia, y era culpa de Natasha también,
que se había sentado con ella por dos semanas, todos los días, para desarrollar aquel discurso, que tenía
que hacerlo ver, para los escépticos y los sonrientes, tan normal y tan puro como una boda heterosexual,
que tenían que ser palabras que tocaran alguna fibra sensible, esas palabras que las hicieran iguales ante
todos los presentes, que eran los que importaban, esas palabras que las convertían en familia. – Estamos
aquí reunidos para presenciar y celebrar la unión, de Emma y Sophia, en matrimonio- ambas nombradas
se volvieron a ver con una sonrisa que enterneció a todos los ahí presentes menos a Luca Perlotta, que
todavía estaba un poco asombrado. – En el tiempo que han estado juntas, entre su mutuo amor y su
mutua comprensión, han crecido y han madurado y, ahora, han decidido vivir juntas sus vidas como
esposas- Emma a la izquierda, Sophia a la derecha; así como siempre, pues a Emma no le gustaba ver
hacia la izquierda. – El verdadero matrimonio es más que sólo unir a dos personas en él; es la unión de
dos corazones, es lo que nace y vive en el amor mutuo, que nunca envejece y que hace, del día siguiente,
un día lleno de prosperidad sentimental.

- Que siempre puedan hablar sobre las cosas que les molesten, que siempre puedan tenerse confianza
mutua, que puedan reírse, que puedan disfrutar la vida juntas, que puedan compartir esos momentos de
paz y tranquilidad cuando el día ya esté llegando a su final. Que tengan la bendición de una vida llena de
felicidad y de un hogar lleno de calidez emocional y comprensión, que siempre se necesiten, no por vacío,
sino para comprender su mutua plenitud, que siempre se quieran, pero no porque se faltan. Que siempre
puedan abrazarse pero no para cercarse una a la otra, que puedan tener éxito en todas las cosas que
quieran, tanto para una como para las dos, y que no fracasen en las pequeñeces de la cotidianidad. Que
tengan felicidad, que la encuentren en hacerse felices mutuamente, que tengan amor y que lo encuentren
en amarse mutuamente

Nadie sabía si era el deber de la Abogado decir esas palabras, pero a nadie le importaba, más porque
nadie sabía que Natasha era la que les deseaba todo aquello, pues le parecía justo que, por no tener
derecho a una Religiosa, por lo menos en la Civil, en la que importaba para todo lo que no fuera Espiritual,
tuvieran las palabras hermosas; las palabras que Natasha habría querido escuchar, fuera del Abogado o
del Obispo. Le dijeron parecidas, pero no esas y, después de todo lo que Emma, y a la larga Sophia, había
hecho por ella y por Phillip, ¿cómo no hacerlo? Por otro lado, era interesante ver a la parte de la familia,
a la parte adulta mayor a los cuarenta y cinco años; Camilla y Volterra, Margaret y Romeo, Sara y Bruno.
Camilla, desde que vio a Sophia frente a la Abogado, simplemente se descompuso en lágrimas que se le
escapaban sin mayor esfuerzo, sólo corrían sin hacerla gemir o sin ahogarla, y mantenía el pañuelo que
Romeo le había alcanzado al comenzar aquello entre su puño, el cual estaba presionando sus labios.
Volterra, que estaba a su lado izquierdo, no sabía si sentirse orgulloso por estar presente en la Boda de
su hija, o estar increíblemente enojado por la impotencia que sentía al saber que, luego de la ceremonia,
que Emma le había jurado diez veces que sería corta, la fotografía familiar sería sólo Camilla, Irene y
Sophia, él estaría fuera, y por cobarde. Pero, sin importar aquello y conmovido por las sonrisas y las
miradas tiernas que se daban su hija y su Arquitecta Estrella, su jefa y la dueña del Estudio que él había
erigido con Pensabene, y mejor no podía ser, no cuando sabía las intenciones de Emma, a pesar de que
él quedaba, como con la fotografía familiar, fuera del plano.
- Emma y Sophia, este día lo han escogido ustedes para que, frente a sus amigos y familiares, den el
primer paso hacia el comienzo de una nueva vida, una vida juntas. Por todos los “mañana” que vienen,
ustedes se escogerán de nuevo, pero en la privacidad de sus vidas. Vivan las maravillas del mundo, incluso
cómo la paciencia y la sabiduría pueden calmar la inquieta naturaleza del ser humano. Que en los brazos
reconfortantes y amorosos siempre encuentren un lugar seguro al que puedan llamar “hogar”.

Sara era otra historia. Ella estaba bien, tenía la sonrisa de orgullo perfectamente instalada, pues nunca
creyó que Emma se casaría, nunca le había visto esas ganas, esas ansias, ni esa emoción, pero se alegraba
de que fuera con Sophia, alguien con quien realmente le veía paz. Ese día no tenía preocupaciones, ni la
que le había surgido aquel día que Emma le informó de sus planes de casarse con Sophia, aquel que tenía
nombre y apellido, y no es que se haya alegrado por su muerte, porque no le alegraba, pero sabía lo que
eso significaba para cada uno de sus hijos; para Laura era indescriptible, algo que no iba a poder superar
en ésta vida, ni en la siguiente, para Marco era enojo y hora de crecer y ser independiente, de aprender
a vivir con lo que se tiene y no con lo que sebe, para Emma fue una simple liberación, que le pareció
injusto que se muriera, porque dentro de todo lo quería, a su manera pero lo quería, pero comprendió
que la naturaleza de su relación había sido, desde hace varios años, como si uno de los dos hubiera
estado muerto. Tras ella estaba Bruno, que aquello iba realmente serio, quizás no terminaría en
matrimonio pero sí en una relación duradera. Él no era ni homofílico ni homofóbico, simplemente los
entendía, y admiraba a Sara, pues creía que para ningún padre era fácil cuando sus hijos definían sus
preferencias, y la admiraba porque estaba ahí, con esa sonrisa, con esa mirada de felicidad, y la admiraba
más porque no sólo era que hiciera cosas para mantener una fachada, como muchos podían creer, sino
que, cuando a él le había hablado de Emma, se le habían iluminado los ojos, y había hablado grandeza y
proeza de ella; se le notaba el orgullo y el amor.

- Y, así, Emma y Sophia, les quisiera preguntar; Sophia, ¿qué te trae aquí hoy?

- Mi amor por Emma y el deleite de ser su esposa- sonrió, viendo a Emma un tanto sonrojada, pues ya
sabían ambas que eso de decirlo frente a otras personas era simplemente: awkward.

- Y, a ti, Emma, ¿qué te trae aquí hoy?

- La vida- sonrió. – Y mi amor por Sophia y las simples ganas de ser su esposa- guiñó su ojo derecho y
ambas intentaron no reírse, pues se habría visto mal, muy mal. Y eran los nervios de lo que venía a
continuación.
- Les pregunté qué era lo que las había hecho enamorarse, y cada una tiene una respuesta por aparte.
Emma, ¿te gustaría compartirlo con Sophia en este momento?- bueno, tal vez no eran votos, porque los
votos eran los mismos casi siempre, mejor eso. Qué vergüenza. Aunque los votos venían después.
Vergüenza doble.

- Que tienes agallas para “dejarte llevar”, porque es tu deseo vivir la vida al máximo pero sin excesos.
Porque no hay montaña rusa tan alta y tan rápida que pueda hacerte sucumbir. Porque tienes la
habilidad de no cambiar tu forma de ser ante un mundo que te consume y que te tienta a cambiar.
Porque no conoces más límites que los que tú te pones, porque tienes el valor para defender lo que es
tuyo y en lo que crees, porque tienes carisma y eres educada; siempre pides las cosas “por favor” y las
recibes con “gracias”. Porque tienes un corazón bondadoso y porque has aprendido a usar lo que tienes
para hacer cosas buenas y para hacerlas bien, así como al C…- se tapó la boca y sólo Phillip y Natasha
rieron suavemente porque sabían que se refería a “Carajito”. – A Darth Vader- se corrigió a tiempo, que
Sophia le lanzó la mirada de “¿Ves como ni tú lo llamas ya por su nombre?”, pero le dio risa.

- Sophia, ¿podrías compartir tu respuesta con Emma?

- No sé- rió. – Son demasiadas cosas… - se mordió su labio inferior y respiró hondo. – No sé… eres
considerada y muy cariñosa, me cuidas en todos los sentidos y en todas las formas que existen; te
preocupas por hacerme entender que tú y yo somos tan iguales como diferentes y que, a pesar de estar
juntas, vamos por diferentes caminos pero que corren paralelamente, cada quien haciendo lo suyo pero
al lado de la otra. Siempre me incluyes en tu mundo, en un mundo en el que soy nueva, te preocupas
por mi bienestar, que nada me falte y que nada me afecte; así como cuando me cuidaste cuando estaba
enferma- sonrió, que “enferma” encerraba múltiples cosas que no eran precisamente enfermedades,
sinootras cosas. – Porque eres generosa y no te vales de ello para hacerte más increíble, porque sabes
quién eres y qué quieres. Tu Ego- sacudió lentamente su cabeza mientras soltaba una risa nasal, risa que
contagió a todos los que conocían a Emma y a su Ego, que eran casi todos, todos menos Bruno y Luca,
quien no había escuchado nada después de lo que Emma había dicho de Sophia. – Tu ego es enorme-
asintió. – Pero su existencia es sabiamente fundamentada, y es tan fascinante que no sólo me hace reír
todos los días sino que también me enseña cosas nuevas y me hace reconsiderar mis ideas… todo eso
and your british accent- dijo, imitando el acento de Emma, que logró sacarles una risa a todos, a todos
por igual.
- Emma y Sophia, esas son las cualidades que atesoran la esencia de su relación- “eso y mucho sexo”
pensaron las dos al mismo tiempo. – Acuérdenselas a ustedes mismas todos los días. Una relación exitosa
no es sólo amor, pero ayuda mucho. A partir de hoy, su relación se hará más fuerte y más profunda,
todavía más llena de amor, pero todos sabemos que eso no borrará las diferencias que hay entre ustedes
dos. El matrimonio no cambiará que Sophia no desayune y tome un Taxi todos los días por despertarse
tarde y tomarse su tiempo para ducharse, no evitará que Emma quiera tener todo controlado para que
sea perfecto, y tampoco cambiará la importancia que Emma le otorga a la moda, así como tampoco
evitará que Sophia doble el cubrecama cuando a Emma le gusta bajo las almohadas. El matrimonio no
va a evitarles discusiones diplomáticas en la oficina por una tela; que si es chiffon o que si es charmeuse
la mejor opción, o por si es mejor trabajar en secuoya o en ceiba. Tampoco evitará que Emma no deje
que Sophia pague las cuentas o que, para Sophia, un Kebap sea sinónimo de “la mejor cena del mundo”.
Sin embargo, saber lo que la otra necesita para ser feliz y tener la voluntad para proveérselo si ayuda al
entendimiento, y eso es algo que ya hacen muy bien- “y no sabe cómo funciona eso en la cama” volvieron
a pensar, que sabían lo que pensaban por las miradas divertidas que se lanzaban.

- Emma y Sophia, ustedes han decidido caminar, por la vida, tomadas de la mano. No hay declaración de
amor más verdadera que esa. Su decisión de estar juntas no fue determinada por un único momento,
sino por incontables momentos especiales.- “y muchas primeras veces y muchos primeros orgasmos”.
- Sepan que el objetivo del matrimonio no es que piensen igual, porque nunca lo harán, pero sí es que
piensen juntas. Tienen que estar de acuerdo en que se puede estar en desacuerdo. Ustedes se pertenecen.
El fundamento de su amor es una amistad profunda.- ya, para ese entonces, Camilla Rialto estaba
abrazada por Alessandro Volterra, abrazada así como Margaret se abrazó de Romeo el día de la Boda
Civil de su única hija, la que estaba de pie a pocos pasos de Emma y se veía como una mujer feliz, dueña
de sí misma y en control de todo lo que quisiera controlar. – Serían tan amables de tomarse de las manos
y verse a los ojos, ¿por favor?

Estas son las manos de tu mejor amiga, llenas de amor para ti, tomando las tuyas en el día de tu boda

Estas son las manos que te rascaran la espalda cuando no te alcancen los brazos y las manos para rascarte
tú sola

Estas son las manos que te ayudarán a decorar el apartamento

Estas son las manos que tomarán el teléfono y te enviarán un mensaje de texto diciéndote que te amo
aun cuando estemos en la misma habitación

Estas son las manos que, a veces, van a querer estrangularte

Estas son las manos que te van a sostener para reconfortarte y te harán cosquillas para hacerte reír

Estas son las manos que limpiarán lágrimas de tristeza, de estrés y aflicción, y de felicidad
Estas son las manos que van a cargar a Darth Vader para bajarlo de la cama

Estas son las manos que van a trabajar junto con las tuyas para construir un futuro juntas

Estas son las manos que te van a amar y a adorar apasionadamente con el paso de los años

Sí, todo eso lo dijo, y lo dijo tal y como Natasha le había enseñado; el tono, la postura, los gestos, todo,
y todo lo había dicho perfectamente a pesar de que a Emma y a Sophia les pareció que faltaban una, dos
o tres cosas que le faltaron. ¿En dónde quedó “las manos que te van a abrazar toda la noche” o “las
manos que te van a cocinar tu comida favorita”? ¿Qué tal con “las manos que te van a mimar cuando te
enfermes” o “las manos que te van levantar cada vez que te caigas? Bueno, bueno, sí, muy lindo todo
eso, y qué bueno y qué sano pensaban aquellas dos mujeres de veintinueve años por igual, que poseían
la misma inmadura madurez mental, y, aún así, no estaban exentas de desvariar en una línea tenebrosa
y obscena aun estando en un momento tan sano. Sí, había faltado mencionar más habilidades: las manos
que van a recorrerte completamente, las que van a desvestirte tortuosamente, las que van a acariciar
cada milímetro de tu piel con la misma pasión intensa y candente con la que Michael Bublé interpreta
“Cry Me A River”, las mismas manos que van a traerte hacia mí para poder hacerte el amor, las que te
van a hacer gemir, las que te van a hacer alcanzar uno, dos, tres, o los orgasmos que aguantes, y que
también tienen la capacidad de hacerte eyacular, que son las mismas manos que te van a detener
mientras te sacudas sin control, las que te van a detener la cabeza para que me sigas comiendo, las que
te van a mimar hasta que te duermas.

- Les pregunto a las dos: ¿Han venido por voluntad propia?

- Sí- corearon ambas mientras asentían una tan sola vez para respaldar la afirmación.

- Emma, ahora te pregunto a ti, ¿Aceptas a Sophia como tu esposa?

- Sí, acepto- algo pasó que a ambas se les revolvió el estómago, quizás de risa porque siempre se habían
burlado del famoso “sí, acepto” y ahora lo estaban diciendo ellas, o fue quizás que todo, en ese
momento, se convirtió en realidad.
- Sophia, ¿Aceptas tú a Emma como tu esposa?

- Sí, acepto- dijo por protocolo, pues aquello se sobreentendía, y ni había terminado de decir aquellas
palabras cuando Phillip le alcanzaba a la Abogado una caja pequeña y rectangular de cuero negro, sólo
para que la abriera y mostrara dos anillos de tres filas de diamantes transparentes que se incrustaban,
al estilo pavé, en oro blanco, en cuyo interior se podía leer el nombre de su esposa; el de Sophia llevaba
grabado “Emma” en sánscrito, y el de Emma llevaba “Sophia” en hebreo, que tenían sus razones para
ser distintos y no en simple escritura estándar.

- Emma, por favor toma el anillo, ponlo en el dedo de Sophia y exprésale tus votos- Emma tomó el anillo
que estaba de su lado y verificó que fuera el de Sophia, le tomó la mano izquierda, libre del anillo de
compromiso, y colocó el anillo justo para empezar a recorrer su dedo con él.

- Nosotros; yo, Emma, y mi Ego, te tomamos a ti, Sophia- todos rieron, y supuestamente Emma no iba a
decir eso, lo había escrito por molestar, pero en ese momento de nervios se le olvidó olvidarlo. – Para
que seas mi esposa, mi compañera en la vida y mi único y verdadero amor. Apreciaré nuestra amistad y
te amaré ahora, mañana y para siempre. Confío en ti y te respeto, reiré y lloraré contigo porque sólo tú
sabes contagiarme plenamente.- terminó de deslizar el anillo. – Voy a amarte fiel e incondicionalmente,
así sea que los tiempos sean buenos, sanos y felices, como los malos, tristes o que estén llenos de
indisposiciones. Lo que sea que venga, te prometo que estaré para ti, para siempre, haya prosperidad o
pobreza, haya Christian Louboutin o Nine West, haya estilo Clásico o Rústico, porque lo demás no
importa si eres lo primero y lo último que veo en el día. – ahora, eso sí supo quebrar a Sara, pues no era
que no supiera cuánto amaba a Sophia, pero escucharla decir esas cosas, que quizás podían estar fuera
de lugar o podían ser estúpidas para muchos, pero significaban mucho para las dos, y era eso lo que
debía importar, que se mantuvieran fieles a sí mismas para mantenerse fieles mutuamente.

- Sophia, por favor toma el anillo, ponlo en el dedo de Emma y exprésale tus votos- Sophia imitó a Emma,
sólo que no tuvo que verificarlo, tomó la mano de su ya-casi-esposa en la suya y colocó el anillo en la
perfecta posición.

- Yo, Sophia, los tomo a ustedes, Emma y Ego de Emma, para que sean ¿mis esposas?- resopló, trayendo
más humor a la situación, haciendo que ambos padres, ambos en lágrimas, fueran capaces de reírse. –
Emma, para que seas mi esposa, mi compañera en la vida y mi único y verdadero amor- eso era igual, y
también era culpa de Natasha, pues no podían decir cosas totalmente fuera de lo que se estipulaba el
protocolo. – Uno mi vida a la tuya, no sólo como esposa, sino como tu amiga, tu confidente y tu aliada.
Te confío mi inmenso amor por ti, te seré fiel, prometo respetarte, acompañarte y amarte siempre, pase
lo que pase, haya prosperidad o pobreza, suenen las Spicegirls o me toques una pieza de Chopin en el
piano o me cantes “I’m Coming Out” desde Orlando hasta Port Everglades, así tengas una sonrisa o no,
así balbucees en portugués y no te entienda, prometo reírme y hacerte reír hasta que el chiste de la
plancha te aburra, no hay nada mejor en el día que ver la perfecta sonrisa que naturalmente construyó
mi Arquitecta favorita. – sólo se querían abrazar, se querían besar, se querían tocar más que las manos,
se querían sentir, pero, con una mirada de la Abogado, tuvieron que continuar. – Prometemos amarnos
la una a la otra y compartir hasta nuestros pensamientos más íntimos- “y retorcidos, y sucios, y sexuales,
y obscenos, y no aptos para nadie aquí presente… quizás sólo Natasha”.

- Prometemos sostenernos, apreciarnos y valorarnos- dijo Emma.

- Queremos vivir cada día como si fuera el último- “y hacer el amor como si fuera la última vez”.

- Y prometemos nunca acostarnos enfadadas- “pues, claro, con un poco de Vodka o Whisky, sexo y
sonrisas, ¿quién lo hace?”-

- Si el dolor entra en nuestras vidas- “como el de esos incómodos días o como cuando le insisto que me
penetre con más de un dedo”.

- Juntas lo superaremos- sonrió Emma, “con San Ibuprofeno y masajes”.

- Mientras envejezcamos y lentamente cambiemos- “que calculo que a los cuarenta estará más buena
que el pan”.

- Podremos mirarnos a los ojos y saber que lo que tenemos juntas nunca desaparecerá- “como los
jueguitos traviesos, los cubos de hielo, los cumpleaños… etcétera, etcétera, etcétera.”
- Y, con cada aliento que exhalemos- “porque sí que me deja sin aire a veces”.

- Crecerá nuestro amor- y se escuchó un coro de “Awww…” que luego se convirtió en una risa incómoda
colectiva.

La Abogado abrió las dos carpetas al mismo tiempo y, del interior de su chaqueta, sacó una pluma fuente
Etoile Montblanc, que cómo odiaba Emma las plumas fuente de esa marca, porque no eran tan suaves
como las Tibaldi al estar en contacto con el papel, las Montblanc terminaban por rasguñarlo, y eso sólo
lo podía saber alguien que había tomado el taller de “Escritura, Caligrafía y composición de fuente y
papel”. Peor aún, la tinta era negra. Pero eso era parte del Trastorno Obsesivo-Compulsivo de la
Arquitecta Pavlovic, pues no se podía ser todo perfecto sin tener un punto débil, pues, eso. Tanto Emma
como Sophia firmaron en ambas carpetas, Emma al lado izquierdo, Sophia al lado derecho, bajo la firma
de Emma firmaron Sara y Natasha como sus testigos, bajo la de Sophia se trazaron las de Phillip e Irene,
y todo aquello terminó con la firma de la Abogado, que qué-firma-más-fea-válgame-Dios, pero era
Abogada, le pagaban para las legalidades, no para que escribiera bonito, y un sello en tinta roja.

- Emma y Sophia- dijo, juntando sus manos, haciéndolas sonar como en un aplauso incómodo. Emma y
Sophia apretujaron la mano de la otra, pues Emma no había dejado de tomarla de su mano izquierda,
sólo la había soltado para tomar el anillo. – Por el poder que la legislación del Estado de Nueva York me
confiere, y por el permiso que sus amigos y familiares me otorgan, es un privilegio para mí, Helena Miller,
estar aquí el treinta de mayo de dos mil catorce, para declararte a ti, Emma Maria Pavlovic Peccorini, y
a ti, Sophia Rialto Stroppiana, como esposas de por vida.- Emma y Sophia respiraron, por fin,
tranquilamente, como si esos diez o quince minutos hubieran sido la carga más grande de sus vidas,
quizás por la emoción, quizás por la ansiedad, quizás por una mezcla de ambas cosas. – No sé quién besa
a quién- murmuró la Abogado. – Pero pueden besarse

Y no lo hicieron, simplemente se abrazaron fuertemente. O tal vez sí se besaron, pero no en los labios,
sino en ambas mejillas para luego volver a caer en un abrazo cálido y fuerte mientras todos aplaudían,
menos Camilla que luchaba contra sus lágrimas y Luca que estaba casi por desmayarse al ver que aquello
era real, pues entendía todo, sí, y lo respetaba, pero no lo libraba de la sorpresa, no Señor. Vio cómo
Phillip y Natasha se les lanzaban en un abrazo, el flash de una cámara no dejaba de brillar, que había
estado presente desde hace tiempo ya, desde el Champagne Bar, pero nadie se había dado cuenta por
los nervios, ni Emma ni Sophia lo habían notado durante los quince minutos más pesados de sus vidas.
Aunque quizás era la discreción con la que trabajaba la fotógrafa; Annie Leibovitz, amiga desde hace una
vida de Margaret, y había accedido a ser la fotógrafa oficial no sólo por la amistad y por la buena paga,
sino porque era un evento que ella, en el fondo, siempre quiso experimentar con Susan, y era su manera
de hacerlo, pero sola.

Capítulo X

Había sido un día largo, un día de doce horas laborales, casi que de sol a sol y un poco más. Había
empezado a las siete en punto, como siempre y, apenas a las nueve de la noche, se dignaba a regresar a
su casa, a su adorada casa en donde la esperaba su adorada cama y su adorada futura esposa, que ya
era oficial dado a que Natasha y Phillip ya sabían, pues no sé si ya lo dije pero habían tomado la decisión
de que el mundo lo supiera hasta después de ellos por el momento por el que pasaban, pues no podían
estar tan alegres cuando ellos estaban en un agujero del que no veían salida pronta, pero sí la vieron y,
ahora, las familias sabían, hasta Margaret y Romeo, que habían tenido la delicadeza de mandarles una
botella de champán del año en el que se habían casado para que celebraran un matrimonio con otro.
Volterra sabía, no porque Sophia o Emma le hubieran dicho, sino porque Camilla se lo contó entre gritos
histéricos de felicidad, que Volterra había tenido que sentarse y había ido a parar al hospital por un
ataque de ansiedad severo. Aunque, claro, ambas se acercaron a él y le dijeron lo que planeaban, así
como lo hicieron con los que eran únicamente del Estudio Volterra-Pensabene, perdón, Volterra-
Pavlovic, y Gaby y Moses habían sido los que más se habían alegrado, que no significaba que hubieran
recibido rechazos. Cero secretos, y todo lo que tuviera que ver con besos, caricias y demás, ocurría a
puerta cerrada o en la privacidad de sus vidas, no en los pasillos o en el ojo público laboral, pues
comprendían que era una falta de respeto.

Las locuras suceden sin mayores avisos, así como ese día, que el Presidente de Trump Organization, o
sea Donald Trump Sr., se había despertado con la idea más intempestiva e irracional de la historia:
“Remodelemos y Reambientemos el Hotel”. El muy desgraciado había enviado un e-mail a las cuatro y
cuarenta y nueve de la mañana, en el que les pedía su asistencia en su oficina a primera hora. Y llegaron
los dos, como perros, con las lenguas por fuera por haber salido en literal carrera, que Emma se había
terminado de vestir y maquillar en el Taxi y no había desayunado. Así fue que Sophia no pudo disfrutar
de su Arquitecta, ni en casa ni en la oficina, pues Emma estuvo todo el día escuchando las aberraciones
que salían de aquella boca, que quería paredes aquí y allá, que derribaran paredes allí y acá, colores,
texturas, ¡todo! Doce largas horas de estar escuchando aquello, que lo que se agradecía era la paga y la
comida, pues eso sí tenía de bueno.

Emma sólo respiró hondo y sonrió en cuanto el ascensor la dejó en el onceavo piso. Metió la mano a su
bolso, lo sacudió y no escuchó sus llaves. “A la mierda”, enrolló sus ojos en frustración y lo inspeccionó
detenidamente mientras se apoyaba con la rodilla de una pared para crear una superficie de apoyo. No
estaban allí. Tocó los bolsillos de su pantalón azul marino, los bolsillos de su Blazer gris, el bolsillo de su
camisa color crema, los bolsillos de su Trenchcoat beige, y no, simplemente las llaves no estaban.
Seguramente las había dejado donde Trump. “A la mierda”. Respiró hondo nuevamente, sólo porque
estaba a punto de correr en dirección a la pared para estrellarse y quedar simplemente inconsciente,
pero, en vez de eso, sacó su iPhone del bolsillo delantero derecho de su pantalón y le envió un WhatsApp
a Sophia de “No tengo llaves, me abres, ¿por favor?” y sólo tuvo que esperar menos de diez segundos
para que la puerta se abriera.

- Buenas noches, Arquitecta- levantó la ceja aquella rubia.

- Perdón, ¿nos conocemos?- bromeó, un tanto nerviosa, pues su rubia favorita vestía, homenajeando al
cumpleaños pasado, un corset de cuero negro mate, garter que detenía sus medias en perfecta posición.
Llevaba unos Giuseppe Zanotti de quince centímetros, que el empeine lo recorrían triángulos dorados
para darle un poco de color al atuendo asesino.

- Soy tu regalo de cumpleaños- sonrió, acercándose a ella, que todavía estaba a un paso del interior del
apartamento.

- Si mi prometida te ve, te juro que se pone celosa- sonrió mientras Sophia la halaba hacia el interior de
su hogar.

- ¿No te da miedo que nos descubra?- murmuró lascivamente mientras le quitaba su Trenchcoat y su
Blazer al mismo tiempo.

- No le tengo miedo- guiñó su ojo.

- Deberías- siseó sensualmente.


- ¿Por qué?- rió nerviosamente al sentir una nalgada sorpresiva que hizo que diera un respingo. Sophia
la empujó contra la puerta, la acorraló entre sus brazos, los cuales la mantenían frente a ella y rodeaban
su cabeza rectamente.

- Porque si me llamó a mí es porque es peligrosa- dijo a su oído y luego mordió su lóbulo.

- No te ves peligrosa- la trajo por la cintura hacia ella y le robó un beso. – Feliz cumpleaños para mí- rió
con ansiedad, pues, por el momento, le estaba gustando, y todo el día de estar con Trump no era tan
malo cuando algo así le abría la puerta.

- Cumpleaños de gemidos y muchos, muchos orgasmos es lo que te espera- tomó a Emma por sus muslos
y la levantó hasta cargarla, hasta tener sus piernas alrededor de su cadera.

- Cuando hablas así… no sabes cómo me gusta- se exaltó al sentir otra nalgada de Sophia, que había sido
fuerte pero hermosamente rica.

- Te gusta que te diga que voy a hacer que te corras tanto que vas a necesitar terapia psicológica después,
que planeo hacerte eyacular hasta que me aburra de probarla al salir de tu vagina, y que voy a darte el
mejor sexo oral de toda tu vida… ¿eso es lo que te gusta escuchar?- sonrió, soltándole otra nalgada pero
en su otro glúteo. Emma asintió ya con su rostro enrojecido de la creciente excitación. – Que tengo
enormes ganas de comerme tu ano…- paseó sus manos por todo su trasero hasta llegar a aquella zona
erógena que estaba ya sensible aun por encima de la tela del pantalón y de la tanga que no tenía, pues
había salido con tal prisa que hasta eso se le había olvidado. – De penetrarlo con mi dedo- y paseó
únicamente su dedo por la ranura haciendo que Emma suspirara con acento de sexo. – Con la lengua si
quieres- Emma gruñó, aunque no sabía qué tenía aquello de sensual con exactitud. – Y planeo cogerte…
y cogerte… y cogerte… y cogerte otra vez… en todas las posiciones que sé que te gustan y en otras que
quizás no hayas hecho conmigo- ¿qué podría ser todo aquello? Joder.

- Hazlo ya, por favor- jadeó, sintiendo cómo su vagina ya secretaba un poco de calientes jugos que
terminaban por embadurnarse contra el pantalón.
- No será fácil para ti- la bajó. –Eso te lo advierto

- Por favor, sólo… hazlo- y no se dijo más, Sophia la llevó de la mano a la habitación, que, cuando se
abrió la puerta, el ambiente más erótico gritó; iluminado a base de velas rojas que despedían olor a
canela.

- ¿Confías en mí?- murmuró antes de que Emma entrara a la habitación.

- Te confío mi vida, mi amor

- Si algo no te gusta, sólo dilo

- What’s not to like?- resopló, pero Sophia simplemente la tumbó sobre la cama al mismo tiempo que
cerraba la puerta de golpe. - ¿Mi amor?- murmuró sorprendida, pues no comprendía del todo.

- Aplaude- le dijo, suprimiendo el “por favor” que Sophia, la risueña Sophia, habría agregado por
automaticidad.

Emma así lo hizo, y Chopin empezó a inundar la habitación, sólo piano, algo suave y tranquilo. Sophia
había pasado planeando aquello desde que Emma le había dicho aquello de “supérate”, y lo había
planeado así como Emma lo hubiera planeado, cuidando cada detalle, sabiendo sus exactas movidas al
tiempo correcto, con puntualidad de juego, pues eso iban a hacer, iban a jugar, y conocía su movidas tan
bien como Emma conocía las suyas a la hora de combinar Loro Piana con Versace, Ferragamo y Roberto
Cavalli. La lista de canciones eran la guía del tono de aquel cumpleaños, pues sí, era ocho de noviembre,
viernes, el vigésimo noveno cumpleaños de la Arquitecta Emma Pavlovic. Sophia la abrazó por la cintura
y la empujó hasta el centro de la cama y, al ritmo de “Opus 9 No. 3”, la besó como si estuviera decidida
a hacerle el amor y sólo el amor, un beso apasionado y tierno, sencillo y pulcro. Emma recorría el cuerpo
de su rubia griega con lentitud, al mismo ritmo que Sophia la besaba, y su piel se erizaba cuando Sophia
rozaba su entrepierna con su rodilla, o cuando le respiraba en el cuello al besarla. Sí, ¿a quién no le
gustaría tener todo eso?
- ¿Confías en mí?- le susurró cariñosamente al oído.

- Te confío mi vida, mi amor- le repitió mientras escuchaba los últimos acordes de una de sus piezas
favoritas.

- Siéntate- dijo, volviendo al mismo tono de “aplaude”, uno muy diferente al que había tenido hacía un
comentario. Sophia materializó aquella bufanda Hermès negra, aquella con la que Emma la había
vendado alguna vez, y, sin preguntarle si podía hacerlo, la vendó suavemente mientras Ravel empezaba
a sonar con su Bolero. La tomó de la cintura y la recostó sobre las almohadas. Dejó caer sus Stilettos con
mucho ruido para que Emma escuchara que se empezaba a desvestir. Emma seguía con sus Stilettos. -
¿Ves algo?

Emma sacudió la cabeza y no pudo ver a Sophia sonreír con picardía. Se colocó sobre Emma, abrazando
sus caderas con sus rodillas, tomó sus manos y se recorrió con ellas, haciendo que Emma la tocara al
ritmo que ella le marcaba y con el tono con el que se lo marcaba. Comenzó por su cuello, luego por sus
hombros, por su pecho, por sus senos cubiertos por la seda del corset, y ahí se detuvo un momento,
pues tenía que jugar con sus senos: levantarlos, apretujarlos, redondearlos, volverlos a apretujar,
levantarlos de nuevo. Se deslizó por su cintura y su abdomen, Emma sintiendo los detalles de la seda en
el encaje que rodeaba aquella zona, e intentaba hacer la distinción entre el sonido del roce, el sonido de
ambas respiraciones, el Bolero de Ravel, todo. Recorrió sus muslos sobre las medias del cuarenta por
ciento, suaves y tersos, su trasero que estaba atrapado minúsculamente en una tanga, o al menos así se
sentía. Llevó las manos de Emma al garter y logró que desabrochara las dos correas que unían el garter
con el corset. Las llevó nuevamente a su abdomen y consiguió que sus dedos encontraran las pequeñas
correas que ajustaban aquel corset, luego las llevó al centro vertical y logró que Emma tomara la
cremallera, que no tuvo que indicarle que la bajara, pues lo hizo por sentido común. Con la ayuda de las
manos de su futura esposa se sacó aquel corset que tenía complejo de chaleco y lo arrojó al suelo con
fuerza, para, luego, volver a recorrer su torso ya desnudo.

- No- le dijo en tono plano y tosco en cuanto Emma quiso erguirse para llevar sus pezones a su boca, y
volvió a caer recostada de golpe. – Si quieres algo, lo tienes que pedir… y ya veré yo si te lo concedo
Oh. Oh. Oh. Oh. De eso iban a jugar. Ten cuidado Sophia. Hizo que Emma encontrara los elásticos de su
tanga para retirarla, y luego hizo que le quitara las medias. Estaba completamente desnuda, y Emma lo
sabía pero no podía admirar aquello que tanto le gustaba. Se volvió a recorrer, se dio una nalgada con la
mano de Emma y gimió genuinamente, pues aquello a ella también le excitaba a pesar de que sólo
sucedería una vez, y eso lo tenía muy claro. Llevó sus manos hacia la parte frontal y, con toda la intención,
se masturbó por unos segundos con los dedos de Emma, que hasta hizo que la penetrara suavemente
con un dedo, dedo que Sophia después succionó de tal manera que a Emma se le escapó un gemido, y,
de haberlo estado viendo, se habría corrido. Ravel terminó su juguetón Bolero y Orff se encargó de
propiciarle un sobresalto a Emma con su “Carmina Burana”, pieza que Emma conocía pero que casi le da
un infarto al corazón al no esperársela. Con el comienzo de la canción no hizo nada pero, cuando
empezaron a cantar “Semper crescis aut decrecsis”, Sophia tomó una de las manos de Emma y, con una
seda igual de suave como la que le vendaba los ojos, la ató al respaldo de la cama, que nunca le había
encontrado función al tubo de madera que era parte de él, no hasta ese día, y lo mismo con la otra mano.

- Dije que no sería fácil- le susurró al oído con una sonrisa.

Emma no le respondió, simplemente tiró de sus manos para saber los límites, y no era tan generoso
como habría esperado. No era que no le gustaba, simplemente aquello era extraño, más cuando Sophia,
con aquella tenebrosa pieza de fondo, empezó a desvestirla. Bueno, ahí si le empezó a gustar, le empezó
a encontrar la gracia y la diversión a aquel juego, pues no sólo no ver y no tocar le aceleraban el corazón,
sino la pieza también, y de los besos que Sophia le daba conforme iba abriendo su camisa poco a poco,
o los besos y los mordiscos que le daba en sus senos al simplemente deslizar hacia arriba su sostén, pues
le interesaba que sintiera que no estaba completamente desnuda. Se tomó su tiempo para quitarle el
pantalón, que simplemente rió nasalmente al ver que no llevaba ningún tipo de panty. Piernas desnudas,
torso no tanto. Se acercó al borde de la cama, del lado que ella solía dormir y trajo la hielera portátil, la
que parecía mixer de cocktails. La hizo sonar al oído de Emma y ella se sacudió en un escalofrío sensual
que erizó sus pezones.

- Mi amor- jadeó Emma al sentir que Sophia introducía sus dos dedos en su vagina, que estaban fríos por
haber tomado la hielera portátil, que era de aluminio. Dejó ir un hielo de tal manera que quedará entre
la palma de su mano y el clítoris de Emma, pues no la iba a penetrar, sólo la iba a hacer eyacular. –
Cazzo!- gimió al sentir el hielo. – Fa freddo!

- Lo so- resopló a ras de su pezón derecho, el cual succionó al mismo tiempo que empezaba a trabajar
en aquella eyaculación.
- Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda…- gimió Emma tan rápido como pudo. Sophia dejó su pezón
tranquilo y se colocó entre sus piernas, que sacó el hielo y siguió moviendo sus dedos rápidamente, sólo
para que, cuando llevara su cálida cavidad bucal a encontrar aquel congelado clítoris, Emma gritara como
nunca antes y expulsara una generosa cantidad de lubricante, el cual Sophia atrapó con maestría en su
garganta. – Mierda- rió agitadísima, halando sus manos pero siendo retenida por las bufandas.

- Qué malhablada te has vuelto- murmuró Sophia, que volvía a introducir sus dedos en Emma para
hacerla eyacular de nuevo.

- Sin hielo, por favor- frunció su ceño tiernamente, como si le tuviera miedo al hielo, pero Sophia no tenía
ninguna intención de hacerlo de nuevo, sólo era para que ahora sintiera más lo cálido de su lengua
conforme su orgasmo se construía en base a gemidos. – Dios mío- jadeó al cabo de treinta segundos. –
No, no, no, no…- atrapó el aire en sus pulmones, tiró de sus manos y, con un gruñido feroz, empezó a
temblar de todas partes: del cuerpo, del alma, de la voz, del corazón, de la mente, hasta del aura.

- Ese “no” pareció “sí”- le dio un golpe suave en su clítoris mientras se limpiaba las pocas gotas que no
había bebido de aquella máxima expresión de mujer. Y ese simple golpecito le sacó un gemido agudo
que a Sophia casi le provoca un orgasmo, aunque creo que se corrió auditivamente.

- Más- rió temblorosamente.

- En eso estamos de acuerdo, her-mo-sa – sonrió y volvió a llevar sus labios al clítoris de aquella mujer
que se estaba dejando más de lo que ella habría creído.

Con su dedo acariciaba aquel agujerito, y Emma estaba tan fuera de órbita que le abría las piernas, de
tal manera, para invitarla a entrar. Se le antojaba demasiado, aunque “demasiado” era demasiado poco
para su antojo. Había resuelto juntar sus manos sobre su cabeza, pues era demasiado incómodo tenerlas
colgando, si las juntaba caían sobre las almohadas sobre su cabeza. Gemía por impotencia, por lujuria,
por placer, pues el mismo sonido de un gemido le excitaba, era como una autoexcitación, y funcionaba
bien, pues, aparte de las eyaculaciones, estaba más mojada que todo el agua del planeta, tanto habrá
sido que la lengua de Sophia le sacaba aquellos sonidos empapados, su dedo, que sólo acariciaba su
palpitante ano, le sacaba sonidos húmedos. Y mordisqueaba sus labios mayores, succionaba su clítoris
junto a sus labios menores, apenas provocaba su ano con la punta de su dedo, que Emma ya quería que
lo introdujera todo, ¿qué tenía esa zona que eran tan prohibida pero tan placentera? Sophia, eso era lo
que tenía, o, más bien, su dedo, que se había introducido con parsimonia. Ahogó lo que la mezcla de un
gruñido, un gemido y un jadeo hubieran hecho en seis idiomas diferentes, y se contrajo por su propia
gana de sentirse estrecha para gozar de aquel dedo y de aquella tensión muscular que ella se provocaba,
hasta tiró de las bufandas para tener más fuerza de tensión. El cielo en su cama.

Sophia la acariciaba con su mano izquierda mientras trabajaba con gusto en su clítoris, en su casi rojo
clítoris, pues estaba tan hinchado y excitado que era simplemente imposible no pasar por alto el color y
el tamaño del que se había vuelto, que no era inmenso, ni grande, pero era del tamaño perfecto para
que Sophia lo atrapara tensamente entre sus labios, como si le estuviera dando un beso, y jugaba con su
lengua dentro de los límites que sus propios labios marcaban. Y nada como acelerar las penetraciones,
o hacerlas despacio y profundas, pero nunca rápidas y profundas, pues tampoco quería lastimar esas
latitudes. Emma se contraía para relajarse y volverse a contraer con impulso, y lo hacía de tan sabrosa
manera que se sentía etérea, así como cuando, lo primero que veía en el día, era el rostro dormido de la
mujer que ahora la hacía sentir cosas que nunca había sentido tan agudas, el inocente rostro de la mujer
que le enseñaba, en ese momento, a pensar en otras maneras de verla: verla con sus audición, con su
olfato y con su tacto, verla a través de la resequedad que inundaba su boca de tanto gemir.

- Dos- gimió.

- ¿Dos qué?

- Dos dedos, por favor- “Is she for real?” Sí, lo decía muy en serio, quería otro dedo, y no sabía por qué,
simplemente lo sabía, pues se acordó de que se había sentido bien.

- Feliz cumpleaños- le deseó, aunque realmente no quería hacerlo porque sabía que la lastimaría, aunque
ganas no le faltaban, pues aquella vez había sido la única vez. Y eso lo dijo ella, y lo dijo Emma, y lo dije
yo. Pero supongo que toda “única vez” se hace “únicas dos veces”.
- Oh. My. God! – gruñó al tener ambos dedos en aquel agujerito. – Ni se te ocurra sacarlos- le advirtió
con un ahogo de aliento, que Sophia los sacó un poco pero sólo para penetrarla, sacándole así un grito
sexualmente sensual de placer y molestia, y otra vez, pero, para distraerla de la molestia, succionaba
suavemente aquel hinchado botoncito, y lo succionaba como succionaba sus pezones, ah, los pezones
estaban totalmente en el olvido. – Muérdelo- gruñó con “A Girl Like You” de fondo, que estaba segura
que ese era el punto de la canción. Sophia lo mordió y, con un respingo agitado, se contrajo de cada
músculo, triturando los dedos de Sophia, que supo que era momento de sacarlos para intensificar su
orgasmo, logrando así sacarle un “Oh, Mon Dieu!” y ahogarlo en una risa histéricamente orgásmica. -
Más- rió con la típica sonrisa de niño pequeño, así como la que le ponía al Tío Salvatore cuando la tomaba
y la lanzaba por el aire.

- ¡Ninfómana!- gritó fuertemente, haciendo que Emma se riera y gimiera por estar todavía bajo el efecto
del orgasmo. Si le hubiera quitado la bufanda de los ojos, quizás se habría confundido con la mirada pos-
marihuana menos lo rojo.

- Sigo esperando a que me cojas- sonrió, no sabiendo en dónde estaba Sophia realmente, pues no la
sentía en la cama, hasta que sintió que liberaba sus muñecas de ambas bufandas de seda.

- ¿Cómo lo quieres?

- Sorpréndeme- sonrió.

- Quítate la de los ojos- y Emma se la arrancó, siendo cegada por la baja luz de las velas pero viendo a
Sophia a un lado de la cama, sosteniendo un dildo en su mano.

- ¿No era negro nuestro dildo?- preguntó, sentándose para quitarse la camisa y el sostén. – Oh- suspiró
al ver que no era cualquier dildo. - ¿Eso cómo se usa?- rió.
- Esto va en mí- dijo, señalando la parte corta. – Esto te lo meto yo a ti- rió, pues aquello sonaba
demasiado cruel. – Déjame arreglar eso que se escuchó espantoso- sí, por favor. – Con esta parte te voy
a coger- dijo, y ambas volvieron a reír, pues aquello no había sonado nada mejor. - ¿Quieres probarlo?

- Pero, antes, quiero comerte- levantó la ceja, librándose por fin de su sostén.

- Luego me comes- se subió a la cama y se arrodilló frente a las piernas abiertas de Emma. – Ahora, debo
decir que yo no soy hombre, por lo tanto no tengo este don- suspiró al empezar a introducir aquella
parte en su vagina. Pues, sí, era como un arnés pero sin arnés. Era la forma de una “L” amorfa, bueno,
era un Feeldoe, y era rojo.

- Si supieras lo sensual que te ves haciendo eso- susurró Emma, que era un pensamiento que debía
quedar sólo en su mente pero quizás los orgasmos habían estropeado aquella conexión. Y es que Sophia
lubricaba aquella parte con sus propios jugos y luego empezaba a introducirlo, suspirando y cerrando
sus ojos, deteniéndose por sus labios mayores, atrapando aquel grosor de látex entre sus dedos índice y
medio de la mano izquierda, pues con la derecha lo introducía.

- Dios mío- resopló al introducirlo todo, que era corto en comparación al falo inofensivo, quizás la mitad
de la longitud.

- ¿Rico?

- Ya me dirás tú- sonrió, acercándose a Emma, tomando sus piernas en sus brazos para acomodarla. Lo
tomó en su mano derecha y lo lubricó un poco al frotarlo contra la humedad excesiva que definía la
entrepierna de la Arquitecta Pavlovic.

Y sólo tuvo que introducirlo lentamente para sacarle aquel gemido a Emma, el gemido que le había
sacado el día de su cumpleaños con un poco de saliva y su pulgar, ese gemido que daban ganas de
embotellarlo y venderlo, que daban ganas de grabarlo y hacer una canción de veinticuatro horas con él.
Se inclinó sobre la cumpleañera, cuyo cumpleaños era ese día pero lo celebrarían, de manera pública, al
día siguiente, y, estando sobre ella, arremetió lentamente aquel artefacto en ella, todo, todo,
provocándose, a ambas, un gemido en la misma tonada. Escucharon sus respiraciones excitadas y
agitadas, más bien alientos, Sophia se detuvo un momento para juntar todo el coraje que tenía, pues
para ella no era fácil sentirse tan masculina, mucho menos hacer los movimientos de un macho, y le
estaba dando tiempo a Emma para que se diera cuenta de aquello; las dos en la misma página, pero la
curiosidad podía más. La Licenciada tomó un hielo, que ya habían empezado a ser cada vez más
pequeños por el calor que inundaba aquella habitación con las veintinueve velas y los dos cuerpos, le
quitó el exceso de agua con sus labios y luego lo colocó en los labios de Emma, que estaban tan ardientes
que, instantáneamente, el hielo empezó a derretirse doblemente rápido. Emma estiró su brazo y alcanzó
otro hielo, pues el que Sophia le había puesto lo había utilizado para la saciedad de su sed.

Empezó a penetrarla lentamente y no muy profundo, tampoco en mucha longitud, ambas gemían, pues
aquel artefacto era tan perfecto que daba placer en ambos GSpots. Emma colocó el hielo en el cuello de
Sophia, empezó a derretirse, y recorrió sus hombros, sus clavículas, su pecho, sus pezones. Ah, sus
pezones respondían positivamente al hielo, se tornaron rígidos y aun más pequeños con el contacto, que
mientras Emma los provocaba, el hielo se derretía y las gotas caían directamente sobre su pecho, algunas
fuera del área al estar Sophia penetrándola suavemente. El hielo se derritió completamente, Sophia se
dejó caer sobre Emma y se decidió a penetrarla más rápido mientras la abrazaba y la besaba en su cuello,
que gran parte del tiempo sólo le respiraba por cansancio. Emma simplemente la abrazaba y se dejaba,
literalmente, coger, pero esta vez no le importaba, hasta le gustaba, pues era Sophia quien lo hacía, y lo
hacía para su placer y no el de ella, además, un falo de látex no le molestaba tanto a su vista, ni en su
vagina. La rubia se irguió y subió las piernas de Emma a sus hombros para poder penetrarla mejor. Las
caderas le empezaban a molestar, terrible movimiento al que no estaba acostumbrada y ya sabía que
prefería la mano acalambrada que la cadera adolorida.

No había nada mejor que ver a Emma tan perdida y desubicada en tiempo, espacio y volumen, que sólo
tomaba a Sophia por la cadera para que le diera más. Ambas habían comenzado a sudar como si fuera
verano y hubieran estado tres horas bajo el sol del medio día, tanto por sudor como por lo enrojecido
de sus rostros y sus pechos, que a Emma le terminaba en el yacimiento de sus senos, a Sophia también
pero se le escabullía por entre sus senos y se le coloreaba parte de su abdomen, sí, tanto esfuerzo era
sinónimo de rojo, y ni hablar de sus antebrazos y sus hombros. Divina. Divinas. Sophia tomó a Emma de
sus tobillos para, de manera psicológica, poder darle más, que era lo que le pedía entre gemidos y jadeos,
y, por si eso no bastara, había una señal que ella había aprendido de primera mano: las manos de una
mujer decían mucho, si se posicionaban en la parte frontal de la cadera significaba que bajara el ritmo o
que le dolía, pero Emma la tomaba casi por su trasero, quizás era la bendición de tener brazos largos, o
quizás era la posición comprimida en la que estaban, y eso significaba que le diera más.
- Tócate- gruñó Sophia, pues aquello era digno de una ovación; ver a Emma tocándose no tenía precio,
era lo más sensual que había visto, bueno, Emma y todo lo que hacía y decía y pensaba y comía y bebía
y etc. era sensual.

Emma dejó su mano izquierda en la cadera de Sophia y llevó su mano derecha a su entrepierna, que no
sabía lo empapada que estaba hasta que su dedo se deslizó sin ella poder frenarlo. Eso, para algunas
mujeres, era realmente bueno, para Emma también, pero no cuando se refería a autoestimularse, pues
con tanto desliz no tenía tanta puntería y/o precisión para frotar aquel punto clave, o débil, o que la
debilitaba. ¿Alguna vez escucharon “Future Sex Love Sounds”? Digo, la canción. Si la han escuchado,
pues pónganla en el fondo de la escena, a Sophia penetrando a Emma con ese ritmo, y que le cante “Just
tell me which way you like that, do you like it like this? Do you like it like that? Just tell me which way you
like that”, porque esa canción sonaba. Y, justo cuando sonaba “I think she’s ready to blow, must be my
future sex love sound and when it goes down, Baby, all you gotta do is…” Emma se corrrrió, sí, con
cuádruple “r” porque así de intenso fue. Quizás porque era la versión en vivo en Madison Square de
hacía tantos años y se escuchaban los gritos y los aplausos y eso le daba una pincelada de voyeurismo
de parte del público inexistente hacia ellas y de exhibicionismo de ellas hacia el público inexistente.

- ¿Otro?- rió Sophia, limpiándose el sudor de la frente con su brazo.

- No te tengo miedo- levantó la ceja mientras se acariciaba el abdomen, como si eso la calmaría.

- Deberías- repitió, sacando aquel artefacto empapado, lo cual era raro, pues Emma tendía a reducir su
lubricación tras el segundo orgasmo, pero ninguna de las dos se quejaba si daba para más. – Oh, look-
sonrió, mostrándole el inofensivo falo. – Ya veo que no fingiste- rió.

- Nunca he tenido que fingir un orgasmo contigo- se sorprendió, y doble, pues Sophia paseó su dedo por
aquella sustancia que no era lubricante, sino su orgasmo, y lo llevó a su boca, haciendo el típico sonido
de “mmm-mmm-mmm, qué rico” mientras lo succionaba. - ¿Tú conmigo sí?

- Créeme, sabrías si lo hubiera hecho… soy pésima actriz- sonrió, dibujando sus camanances sonrojados,
no por esfuerzo, sino por timidez y vergüenza. – Y ahora que quería ser un poco… no sé cómo decirlo
- ¿Un poco… como una “dominatrix”?- se sentó y la abrazó mientras le colocaba besos suaves en su
hombro derecho.

- Sí, un poco así… no lo logré del todo… no puedo tratarte así- suspiró, siendo tumbada sobre la cama.

- Al principio te salió bien, y no me molestó, me gustó… pero…- se colocó sobre ella, con sus rodillas
encerrando su cadera, sintiendo aquel falo rondar por su trasero, que le daba cosquillas. – Sea de la
forma que sea, mi amor, te prefiero a ti… hasta para la violencia te prefiero a ti… prefiero que me pegues
tú a que me pegue alguien más- murmuró y luego mordisqueó su mentón.

- Non voglio farti del male- susurró, viendo a Emma a los ojos mientras ella se erguía y Tolerância sonaba
en el fondo, canción que Sophia podía entender un poco por ser parecido al español, porque castellano
no hablaba.

- Non lo farai- guiñó su ojo y volvió su mirada hacia el falo, que ya lo había ajustado hasta que estuviera
frente a ella, más cerca de su vagina que de su trasero, pues, a pesar de que dos dedos podían empezar
a contar como sexo anal completo, no era lo mismo a tener algo tan largo y uniformemente grueso, no
Señor. – Esta cosa se seca demasiado rápido- rió al tomar el Feeldoe en su mano.

- Ni se te ocurra- le advirtió con tono serio, y lo decía con toda la seriedad que tenía en su sistema. Se
estiró y abrió el cajón de su mesa de noche. – Ten…

- ¿Lubricante? ¿En serio?- lo tomó en su mano.

- Estaba en promoción, yo qué culpa- levantó las manos en tono de “yo no fui”. – No creas que lo compré
por aparte
- No he dicho nada- rió, vertiendo un poco de aquella cosa transparente, porque tan líquido no era, en
su mano para luego arrojar el botecito a ciegas, que se notaba que era de promoción porque era del
tamaño del desinfectante de bolsillo, y lubricó aquella longitud para, muy despacio, volver a introducirla
en su vagina, con el mismo gemido, con la misma expresión facial.

- ¿Rico?- sonrió, dándole las dos manos a Emma para que tuviera de qué sostenerse para cuando se
penetrara ella sola.

- Lo que tú tengas que ver con mi vagina…- suspiró, tomando las manos de Sophia y cayendo suavemente
sobre ella, dejando una corta distancia entre ambos rostros. – Siempre me resulta rico- ahogó un gemido
al empezar a cabalgar suavemente, sólo con su trasero, manteniendo las manos de Sophia en las suyas
y a los lados de la rubia cabellera suelta.

- Dios mío- jadeó.

- ¿Qué pasa, mi amor?

- Se siente tan rico- resopló. Y, explico por qué, dos puntos: la forma de un Feeldoe, esa “L” amorfa, tenía
mucho que ver, más que todo porque cuando Emma subía, tiraba la parte que estaba dentro de Sophia
hacia arriba también, lo que provocaba un jadeo al presionar su GSpot, cuando Emma bajaba, bajaba la
parte dentro de Sophia también, entonces, en Sophia, se creaba el mismo efecto que como si Emma
estuviera penetrándola con dos de sus dedos, de arriba abajo, para hacerla eyacular.

- Dímelo a mí- susurró.

Continuó penetrándose sensualmente, así como le gustaba que algo tan grande como un falo entrara en
su vagina: suave, despacio y con delicadeza. Cabalgaba a Sophia al ritmo de la sensual música, que gracias
a Dios no era “One More Time” de Daft Punk, pues habría sido la follada del Siglo y de los siguientes tres,
pero no, gracias a Dios que era “La Solitudine”, que había salido porque la lista de canciones llegaba
hasta Tolerância, pero había caído una buena canción, tranquila y conmovedora, más cuando era en
vivo. Me gustaba que nada, nunca, iba de acuerdo al plan, pues en el plan no estaba que Sophia se
resistiera a ser flexible y suave con Emma, tampoco estaba que terminarían haciendo el amor como en
ese momento, o que Emma le robaría el control que tenía por automaticidad desde que nació, bueno,
es que a Sophia le gustaba que Emma tuviera el control, porque así la Arquitecta se sentía más cómoda
y ella también.

- Me voy a correr- gimió Sophia al sentir aquello tan propio del orgasmo femenino, y que no sabía si era
sólo orgasmo u orgasmo eyaculatorio.

Emma se derritió ante el gemido rubio, griego, italiano, hermoso, perfecto y lujurioso de Sophia, y nunca
entendió el verdadero motivo del Harlem Shake hasta ese momento, casi un año después, pues el ritmo,
luego de “Con los terroristas”, encontró el ritmo de la penetración, que la hizo más marcada y un poco
más rápido mientras apretujaba las manos de Sophia en las suyas y se fundía en un beso para robarle
cada gemido, cada suspiro, cada gruñido, cada grito. Nada más sensual que el gemido agudo que se
escapó por la nariz de aquella Licenciada en Perfección, el que indicaba, nada más y nada menos, que
un orgasmo intenso y duradero, que no era sólo un orgasmo, sino una eyaculación que apenas y lograba
salir por los bordes del artefacto hasta mojar la cama, y esa eyaculación no la habría notado Emma si no
hubiera sido porque Sophia empezó a temblar sin control y se deshacía en respiraciones profundas y
pesadas.

- You’re so beautiful- susurró a su oído y luego le dio un beso, y otro, y otro, y la llenó de besos suaves y
cariñosos, besos de agradecimiento, por todo su rostro, por su cuello, pero siempre terminando por
besar sus labios.

- Feliz cumpleaños- sonrió suavemente, todavía sintiendo aquellos espasmos vaginales y en su clítoris,
espasmos en todos lados. - ¿Me superé?

- Mmm… me suena a que se ofendió, Licenciada- se irguió, tirando hacia abajo el Feeldoe en la vagina
de Sophia, quien se sacudió al sentir aquello.

- No, es sólo que cuesta impresionarla, Arquitecta- se sacudió de nuevo al Emma sacarse aquel artefacto,
pues tiró de él hacia arriba y volvió a presionar su sensible GSpot.
- No hay ni un tan sólo día en el que usted, Licenciada Rialto, no me impresione- retiró completamente la
cosa esa de la vagina de Sophia y se tumbó entre sus piernas. – Todas las mañanas me impresiona la
serenidad que tiene cuando duerme- se acomodó justo para estar en su entrepierna. – Y que esa misma
serenidad es la que lleva al trabajo, eso es impresionante- abrió sus piernas un poco más e hizo que las
flexionara bien. – Me impresiona la manera en la que sonríe sin importar cuán estresado o pesado sea
el ambiente que la rodea- comenzó a darle besos en su pubis, besos que se sentían demasiado bien. –
Usted, en general, me impresiona- y se hundió entre sus labios mayores, succionando todo el sabor que
caracterizaba a la R.I.D (Rubia Impresión Diaria). – Y me impresiona que cada día me sepa mejor

Pues, sí. Al fin le había tocado a Emma, y cómo le encantaba hacerlo. Jamás se imaginó que practicarle
sexo oral a una mujer iba a gustarle infinitas veces más que a un hombre, porque a un hombre nunca le
gustó, simplemente lo hacía por obligación, y la obligación se le había vuelto costumbre, porque eso era
lo que a Marco, aquel ****, le gustaba. Y no era el sexo oral a cualquier mujer, no, era a Sophia, porque
Sophia la “había convertido”, así como Thomas le decía, que la había convertido homosexual a través
del sexo. Y quizás tenía razón, quizás fue a través del sexo, pero no le podía negar la parte en la que el
amor se había vuelto más grande que el sexo, algo que Thomas creía conocer, algo que todos creemos
conocer y no sabemos que no lo conocemos hasta que lo conocemos. Elevó las piernas de Sophia con
sus manos, las empujó hacia adelante con un solo objetivo: poder pasear su lengua sin restricciones,
desde su vagina, acariciar su perineo, y terminar en aquel agujerito en el que se concentraría con
gentileza y con cariño, que la verdad nunca vi que esa acción, viniendo de cualquiera de las dos para la
otra, se viera sucia, quizás porque no era una inundación de saliva y gemidos y locura, no, era delicado,
besado, acariciado, era apasionado, sí, pero con respeto, tanto para Sophia como para el agujerito.

No sé, había algo de sensual, no sólo la acción, sino que era la música, no sé, no sé cómo explicar lo que
inundaba aquella habitación, aparte del olor a canela y a sexo, y de los gemidos de Sophia, y los ruidos
que Emma hacía al besar su agujerito, era la melodía que salía por los disimulados parlantes de la
habitación, que eran seis y se encontraban en el techo, sí, era también la cooperación de Bach y su
concierto para dos violines en D menor, que no era ninguna filarmónica, ni ninguna sinfónica, sino que
Itzhak Perlman e Isaac Stern se encargaban de contribuir a aquel sexo oral que, quizás, los hubiera hecho
cometer el suicidio al saber que acompañaban algo así con una pieza tan hermosa. Bueno, al menos no
era Gusttavo Lima y su Balada Boa, que no tenía nada de malo, sólo un portugués muy básico y la jerga
del Tchê tcherere, pero al menos se tenía un gusto más refinado, dejando a un lado a Baauer y a su
Harlem Shake, claro está. Pues, no sé, yo creí que era sexy. Emma se cobró la del agujerito y, con
gentileza, le introdujo el dedo, y lo penetraba suavemente mientras se volvía a su clítoris para hacerla
temblar nuevamente, que no necesitó de mucho, pues, sin previo aviso, Sophia la ahogó contra su
entrepierna al traerla hacia ella con sus manos mientras se empezaba a reír por el orgasmo cosquilloso
que le proporcionaba su prometida.
- ¿Feliz cumpleaños para mí o para ti?- rió Sophia, tapándose el rostro de la vergüenza, pues ella no debía
correrse; el plan era que, de tantas ganas que se había guardado, la asaltaría a la mañana siguiente.

- ¿Te urge tener veintinueve?- resopló Emma, cayendo a su lado pero volviéndose hacia ella para tener
la típica conversación post-coital.

- Quizás- se volvió hacia ella, más bien sobre ella, cayendo entre sus piernas, así como le gustaba estar.

- Deberías haber nacido un par de meses antes, entonces- rió en burla suprema, trayendo a Sophia a una
digamos-que-ofendida-carcajada.

- No, la vetustez te sienta mejor a ti que a mí- le regresó la jugada.

- ¿Vetu-qué?

- Vetustez: de vetusto, o sea “extremadamente viejo y anticuado”- ambas rieron a carcajadas como si
nunca se hubieran reído en sus vidas.

- Te amo, Sophia- le dijo con la sonrisa ladeada hacia la derecha.

- ¿Aunque te haya dicho Tutankhamun?- se mordió el labio inferior.

- ¡Pf! Eres rubia, y hasta por eso te amo- imitó su gesto, y Sophia le reconoció que había sido una buena
jugada.
- Yo también te amo- rió, restregando rápidamente su nariz contra su vientre, causándole cosquillas
infantiles. – Me acaba de surgir una pregunta un poco extraña

- ¿Una pregunta como cuando me preguntaste que por qué “dos más dos es cinco” o una pregunta como
cuando me preguntaste sobre la construcción de Central Park?

- No tengo idea- rió.

- Una nueva categoría- aplaudió, que, sin querer, apagó la música. De todas maneras no importaba, INXS
podía esperar otra vida.

- ¿Te pudiste depilar con láser?

- Oh- rió con una expresión que Sophia jamás le había visto. – Tú quieres saber si soy rubia- asintió con
burla pero con respeto por la forma de preguntar.

- ¿Lo eras?- dijo, y lo dijo en pretérito porque ya no lo era, al menos no tenía más piel de la que saliera
más rubio que no fuera de su cabeza, y eso que el rubio, ahí, no abundaba tanto.

- No, era como café… supongo- rió, tratando de acordarse del color exacto. – Era como del color del
barro cuando se está trabajando. – Y usted, Licenciada, ¿se lo pudo hacer con láser o tuvo que recurrir a
la electrólisis?

- Con láser- dijo un tanto ofendida, pero falsamente ofendida. – Tan rubia no era
- ¿A qué edad?

- Dieciocho, me lo vine a hacer aquí- rió. - ¿Y tú?

- Quattordici

- Emma, ¿qué tanto puede tener una niña de catorce?- rió.

- Es lo que la niña de catorce no quería tener- guiñó su ojo. – Además, si tenía que lidiar con algo como
con la menstruación, ¿por qué iba a lidiar con la naturaleza púbica?

- Yo a los catorce era como soy ahora- se burló descaradamente mientras deshacía sus manos y se
dedicaba a besar el vientre de Emma.

- Peor, te quedan más menstruaciones que a mí- rió Emma.

- Ni me lo acuerdes… que ya me tiene que estar visitando en estos días

- Te quería preguntar algo- tembló ante los besos de Sophia. Cosquillas y no sabía qué más. - ¿Qué
haremos para Navidad y Año Nuevo?

- ¿Haremos?- respiró pesadamente contra su vientre, acordándose de aquella pelea hacía un poco
menos de un año.

- ¿Quieres ir a Roma a ver a tu mamá y a tu hermana?


- ¿Por qué me suena a que tú vas por tu lado y yo por el mío?- frunció su ceño al elevar su mirada para
encontrar la de Emma.

- Yo no voy a ir a Roma- sonrió un tanto avergonzada.

- ¿Por qué no? ¿Qué hay de tu mamá?

- Me gustaría quedarme, no tengo ganas de ir a Roma

- A ver…- se irguió hasta sentarse. - ¿Por qué no quieres ir? ¿Pasó algo con tu mamá?

- No- resopló. – Todo está bien con mi mamá… es sólo que no quiero ir

- ¿Y esperas que crea que no tienes ganas de ir cuando pasas todo el año esperando el momento para
ir?- sonrió, cayendo al lado de Emma para abrazarla.

- Son dos cosas, y digo dos puntos: no estoy lista para Roma, porque ir a Roma sería hacer el ritual
fúnebre, o sea ver a mis tíos y eso…- se quedó en silencio y simplemente sacudió la cabeza como con
asco. – Y también implica que tengo que conocer a Bruno

- ¿Quién es ese?- Emma se carcajeó y la llenó de besos cosquillosos y sonoros mientras Sophia se reía
también. – Ya me acordé- dijo con la resaca de la risa. – Eventualmente lo vas a conocer

- Y “eventualmente” no tiene que ser en Navidad…


- Entonces, ¿te quedas con Natasha?- Emma asintió y se puso de pie para apagar las velas, todo porque
la distraían y el olor a canela con sexo ya empezaba a ser demasiado picante. - ¿Hay un espacio más para
mí?

- ¿No quieres ir a Roma?

- Roma no va a ninguna parte- rió. – Y la Navidad, a mí, si me gusta… aunque no sé si sea por las razones
que deberían gustarme

- ¿Por qué te gusta?

- ¡La comida!- suspiró con sus ojos cerrados y se tomó el abdomen.

- Nunca he pasado una Navidad con los Roberts, así que no sé qué clase de comida sirven

- Comida navideña es comida navideña

- Buen punto… asumo que también te gusta Thanksgiving- resopló.

- Me gusta más Navidad- sonrió, viendo la espalda de Emma, un tanto huesuda pero no anoréxica, y
todavía con aquella cicatriz que no podía evitar ver.

- Podemos traer a tu mamá y a tu hermana para Navidad y Año Nuevo, para que valga la pena la aplanada
de trasero en el avión
- ¿Y tu mamá?

- Hablé con mi hermana- Sophia se asombró. – Y con mi mamá también, así que no me pongas esa cara-
rió. – Mi hermana llegará con Aristóteles a pasar la Navidad con ella

- ¿Y el Año Nuevo?

- Bruno… y ahórrate los comentarios sexuales, por favor- le advirtió, pues Emma todavía tenía aquello
de no lograr entender que su mamá tenía necesidades sexuales también, quería creer que la edad
marchitaba ese tipo de necesidades. Sophia hizo el gesto de la cremallera en sus labios y se puso de pie
para unirse a Emma en el baño, la ducha más bien. – Entonces, ¿traemos a tu mamá y a tu hermana?

- Will it make you Happy?

- Te pregunto a ti si quieres traerlas

- ¿Qué te parece si les pregunto?

- Está bien…- la abrazó para traerla bajo el agua caliente, que no les importó mojarse el cabello, pues
aquello era correr peligro de resfriado, más para Emma.

- Si dicen que sí…- murmuró Sophia con su cabeza recostada en el hombro izquierdo de Emma. –
Regálame eso de Navidad- Emma rió nasalmente y acarició su cabeza ante el comentario. – No bromeo,
Primera Clase
- ¿Y qué más?

- Una cena en Serendipity… una Cheddarburger con Tocino y Chili- canturreó ridículamente como si
pudiera saborearlo en su boca.

- Un Footlong Hot Dog con chili y cebolla- le hizo la competencia. – Me gusta cómo piensas

- Es que tengo hambre- rió, alcanzando el jabón para pasearlo por la espalda de Emma.

- Ya somos dos

- ¿No has comido?

- Y si hubiera comido estaría igual después de lo que me hiciste- rió, robándole un beso que terminó
llevando a Sophia a estar contra la pared. – Is it ok if I give you something else for Christmas?

- Lo que quieras- susurró a ras de sus labios, que paseaba el jabón por su trasero y le provocaba una
sonrisa idílica al sentirlo tan suyo. – Y yo, ¿qué te regalo?

- Unas Pascalare de cuero, siete y medio

- ¿Qué más?

- Necesito algo para mi iPhone


- ¿”Algo” entiéndase “un protector”?- Emma asintió.

- ¿Qué tal una fotografía con mis papás?- sonrió Sophia, tomando a Camilla y a Volterra entre los brazos
para posar para algo improvisado, y antes de que los dos pudieran poner la cara de “What the
fuck?” salió la fotografía perfecta, con la sonrisa perfecta. – Si tendría que dar un premio para el secreto
peor guardado, se los daría a ustedes sin pensarlo dos veces- rió, y desapareció de la escena para hacer
la típica movida de Irene: arrojar una granada y salir corriendo.

- Pavlovic, ¿podemos hablar?- se acercó Luca de nuevo a Emma al terminar de tomarse una fotografía
con Sara, que ya se había tomado con todos, igual que Sophia, sólo por darle el gusto a Natasha, no
porque, la única fotografía que realmente les importaba era la obvia.

- ¿Ya te vas?- juntó sus manos y empezó a jugar sus dedos, la típica señal de que Emma estaba un tanto
incómoda por la situación pero sin saber exactamente por qué.

- Te debo una disculpa

- ¿Por qué?

- Porque me lo tomé muy personal- se sonrojó, pero Emma le hizo el gesto de “no entiendo”. – Yo no
sabía que te gustaban las mujeres- susurró, como si fuera algo malo. – De haberlo sabido no hubiera
actuado como un niño inmaduro… no sabía que, por más que te esperara, no ibas a llegar…
- Eres un buen hombre- dijo, notando lo cliché de esa frase. – Hay mujeres que te van a corresponder-
doble cliché. – Y no estoy enojada, ni resentida con lo que pasó… agradezco que hayas venido a mi boda,
eso ya muestra que lo has puesto todo atrás, ¿no?

- No sabía que te ibas a casar con una mujer- susurró con una risa nasal.

- ¿Y qué piensas de eso?

- Te veo muy feliz- le abrazó con el cuidado de no estropearle el peinado. – Y espero que lo seas, siendo
o no mi amiga

- ¿Eso quiere decir que te quedas a cenar, al menos?- sonrió.

- Credo di sì- sonrió. – Pero hay algo que quiero decirte antes

- Dime

- Estás guapísima- suspiró, sabiendo que Emma entendería que todavía le atraía. – Y Andrea todavía se
acuerda de ti- dijo rápidamente, hablando de su hermano menor, aquel al que Emma había cuidado en
sus años de Universidad, hacía nueve años. Andrea debía tener trece ya. – Estaba igual que yo, celoso
del hombre con el que te ibas a casar- rió.

- ¿Todavía no lees bien las cosas?- rió Emma, acordándole de aquel examen de Física II en el que Luca
no había respondido toda la última parte al no haber leído que había una segunda parte en el reverso
de la última página.
- Creo que nunca aprendí en realidad- le acarició la mejilla y, suavemente, le dio un beso en la frente. –
Ve a disfrutar de tu boda- sonrió.

- No te vayas sin despedirte- le advirtió con aquella mirada superior que siempre tuvo, y que era por eso
que Luca Perlotta la adoraba tanto, porque era una mujer fuerte y grande, una mujer especial.

- No lo haré- sonrió con sus manos en los bolsillos del pantalón mientras la veía retirarse con pasos hacia
atrás con una sonrisa. La vio reunirse con su ahora-cuñada, que se abrazaron, y Luca confirmó que Emma
ya no era la de antes, pues la Emma de antes odiaba los abrazos.

Emma se despertó de golpe y llevó sus manos a su rostro para masajearlo bruscamente ante el doloroso
hecho de estar despierta. Respiró hondo y se volvió, sólo con su cuello, hacia la derecha, pues no sabía
ni qué hora era ni si Sophia seguía muerta a su lado. Y sí, ahí estaba todavía, con la ligera sonrisa de todas
las mañanas, ¿sería que nunca soñaba algo feo? Su cabello rubio estaba un tanto alborotado al no ser la
persona más tranquila para dormir si no dormía abrazada a Emma, que no era que no hubieran dormido
abrazadas, pues el frío lo ameritaba, pero Emma se había levantado al baño en plena madrugada y
Sophia se había movido: malo para volver a abrazarla. Era lo único bueno de despertarse después de
haber estado durmiendo tan bien, ver a Sophia todavía dormida no tenía precio ni descripción de
sentimiento. Sus brazos estaban por encima de las cobijas y estaban recogidos de tal manera que
recogía, de paso, su busto, haciendo que, por entre el escote del misaki babydoll, su pezón derecho se
saliera de los límites que marcaba el encaje. Emma resopló por sus pensamientos, pues, para estar recién
despierta, estaba bastante lúcida en cuanto a no quitarle la mirada de encima a aquella areola que
cualquiera hubiera pasado por algo por ser casi del mismo tono cromático del resto de su piel. Se volvió
hacia la izquierda para tomar su iPhone, sólo para ver la hora, las dos y cuarenta de la tarde. Estaba
nublado, podrían haber sido las seis de la mañana. Seguramente nevaba.

- Buenos días, Licenciada- susurró frente a ella, sólo viéndola, nada de propasarse. No tuvo respuesta. –
Buenos días, mi amor- volvió a susurrar y le acarició suavemente la mejilla con su pulgar y la palma de
su mano, pues el resto de sus dedos caían por su cuello. – Sophie- sonrió al ver que ya se despertaba
poco a poco, y se acercó a su rostro para instalarle un beso inundado de ganas de seguir besando a pesar
de que Sophia no reaccionara tan rápido.
- Tienes el mejor timing de todos- sonrió, trayendo a Emma encima suyo, que Emma haló las sábanas
para quedar ambas soterradas en ellas.

- ¿Por qué?- se colocó entre sus piernas y la siguió besando.

- ¿Por qué crees?- dijo entre un beso, que llevó su mano al interior de su tanga y sus dedos al interior de
sus labios mayores para acariciar su empapado clítoris.

- È un’emergenza d’amore?- murmuró juguetonamente.

- E no, non si chiede perché- colocó sus dedos lubricados en los labios de Emma, quien rió nasalmente
ante el aroma y la viscosidad de aquello, y los introdujo a su boca; los succionó con verdadero deleite. –
I’m so horny- suspiró, sintiendo a Emma empezar a embestirla suavemente, directamente su pubis
contra su entrepierna.

Cómo le encantaba a Emma la cara que tenía Sophia cuando se despertaba así, que no era muy común,
pero, cuando lo hacía, se le derretían hasta los ovarios por la mirada excitada que la dominaba. Y ni
hablar de la sensibilidad o hipersensibilidad que el despertarse así le daba, pues el más mínimo roce la
hacía ahogar un gemido que gritaba “make me cum”. No tuvo mayor problema para, con su nariz y sus
labios, retirar el escote de encaje para mordisquear y besar aquellos pálidos pezones que se volvían más
pequeños con cada caricia. Sophia se frotaba su clítoris mientras Emma la penetraba suavemente con
dos dedos. Qué ganas de correrse. Los gemidos se le escapaban y se le salían de control, y era de esos
orgasmos que no quería alcanzar porque las caricias se sentían demasiado bien: el calor que salía en
forma de vapor a través de sus alientos y que inundaba aquella cueva que formaba la sábana en la que
Emma las había encerrado, la mezcla de los sonidos era digna de adorar; los besos y las succiones de los
labios de Emma a los pezones de Sophia, la inundación vaginal de la Licenciada; tanto por la penetración
como por el frote, dos ruidos distintos, el aliento y los gemidos de Sophia, el aroma; aroma a mujer
excitada. Sa-bro-so. Alargó todo aquello hasta que no pudo más y tuvo que dejarse ir en un temblor
general mientras sacudía y agitaba su cadera, penetrándose suavemente con los dedos estáticos de
Emma. Doblemente Sa-bro-so.
- ¿Café?- sonrió Emma.

- Dime que ya te libraste de Quentin Tarantino- rió, haciendo una breve alusión a los días femeninos de
Emma.

- Mañana, pero sabes que puedes hacerme lo que quieras- le regresó el escote a su puesto. – Todo lo
que tienes que hacer es obviar el tampón o sacarlo

- ¿Qué quiere Emma Pavlovic?- preguntó con una sonrisa sonrojada al Emma sacar los dedos de su
vagina.

- Lo que Sophia Rialto quiera- sonrió, llevando sus dedos a los labios de Sophia, que en algún momento
pensó que eso se veía mal y era de mal gusto, pero podía más el gusto de ver a Sophia succionando sus
dedos llenos de ella misma.

- Sabes que odio que me hagas eso- dijo, terminando de limpiar el dedo índice de Emma.

- Y tú sabes que puedes hacerme lo que quieras, que no tengo que querer o tener ganas, sólo lo haces o
me dices y ya

- ¿Qué hay de mi dedo en tu…?- rió.

- En escala del uno al diez, ¿qué tanto te gusta mi…?

- Claramente tengo una fijación- rió.


- ¿Desde el punto de vista de Freud o desde el punto de vista de Rialto?

- Desde que vi que te gusta y desde que sé lo que te provoca y desde que me gusta su sabor, su textura
y su calidad

- Entonces, ¿tu dedo?- Sophia asintió un tanto divertida. – Cuando quieras, mi amor- se acercó a su rostro
y la empezó a besar en tono de “buenos días”. – Feliz Navidad

- Feliz Navidad, Arquitecta- sonrió, volviendo a besarla y paseando sus manos por la espalda cálida de
Emma.

- ¿Café?

- Café- afirmó Sophia, irguiéndose y dándola una nalgada a Emma, qué ganas le tenía. - ¿A cuánto
estamos?- preguntó, pues, en invierno, Emma acostumbraba a revisar, antes que nada, el clima en su
teléfono.

- A menos dos- dijo Emma, regresando el teléfono a la mesa de noche y dándole la espalda a Sophia para
cargarla. – Tú abres la puerta, ¿de acuerdo?

- Como usted diga, Arquitecta- rió, asegurándose a su cadera con sus piernas mientras Emma al
aseguraba con sus brazos. - ¿Qué tienes ganas de desayunar?

- ¿Vas a cocinar?

- ¿No quieres que cocine?- abrieron la puerta y sintieron el frío del invierno neoyorquino.
- ¿Qué me vas a cocinar?

- Lo que tú quieras- Sophia sólo gruñó y decidió reírse. – Pan con Nutella será- rió.

- No creo que haya comprado pan- la bajó antes de entrar a la piscina, dándose cuenta de que,
realmente, hacer lista de supermercado era necesario.

- Creo que hay un tubo todavía, sino crepas serán- caminó hacia el congelador pero Emma no la soltó, la
abrazó por la cintura.

- Crepas suenan mejor. ¿Te ayudo?

- ¿Puedes derretir seis cucharadas de mantequilla? – Emma asintió y recibió el paquete de mantequilla
simple en su mano derecha y Sophia sacó la leche y tres huevos. – Seis cucharadas son tres onzas- le dijo,
pues Emma no era tan diestra en eso de las medidas, por eso los postres nunca le quedaban perfectos,
todo era al cálculo.

- Si no habrías sido tan grande en el Diseño de Interiores… creo que podrías haber llegado lejos en la
cocina

- No me gusta mucho cocinar… o sea, si me gusta pero no me muero si no cocino- rió, vertiendo dos
tazas de leche en un recipiente para luego, con una mano, quebrar cada huevo. – En cambio, si no estoy
diseñando, me desespero

- Pero te quedan bien las cosas, eso es lo que importa


- Me quedan bien porque respeto las medidas- bromeó. – En realidad respeto la receta y el orden de las
cosas, supongo que por eso me quedan bien… aunque a ti te quedan bien, también

- Cocinar carne o pasta no es ninguna ciencia, Sophia... tampoco un Tiramisú o un Panino de chocolate
con queso

- A cualquiera que le digas eso último seguro vomita- rió, viendo a Emma meter, en un recipiente, la
mantequilla al microondas.

- Pero no me interesa cualquiera, sino tú- la volvió a abrazar por la cintura mientras batía la leche y los
huevos mientras vertía un poco de agua a la mezcla. – Oye, ¿estás segura que a Irene le gustará lo que
le compramos?

- Y si no le gusta tiene dos opciones, dos puntos: aguantarse o cambiarlo- Emma se despegó de ella para
alcanzarle la mantequilla ya derretida y para poner la crepera, una de las mejores compras en el último
mes. – No es obligación que tú le regales algo, tampoco yo, pero es un gesto nada más

- Está bien, está bien- renegó falsamente en tono infantil.

- Por cierto, ¿hay código de vestimenta?

- Casual

- ¿Casual a lo mortal o Casual a lo Natasha?

- ¿De qué hablas?- se carcajeó Emma mientras vertía un poco de aceite en un recipiente para esparcirla
con una brocha sobre la crepera.
- Cuando Natasha dice “casual, como yo”, no es casual

- ¿Por qué no?

- Casual, para Natasha, es de Stilettos y maquillaje y no sé qué más

- Entonces, el término que buscas es Casual, o sea “Natasha en decadencia”

- ¿Qué te vas a poner tú?

- ¿Por qué siento como si le siguieras teniendo miedo a Margaret?

- ¿Porque la asocio con Margaret Thatcher?- rió, llevando el recipiente de la mezcla a la encimera al lado
de la crepera. – No, hablando en serio… no sé- sacó un cucharón y vertió la futura primera crepa mientras
Emma sacaba la Nutella de uno de los gabinetes superiores.

- Sí lo sabes- le arrancó la etiqueta a la jarra de Nutella, manía que tenía, y empezó a llenar el lavabo con
agua caliente para suavizar aquella crema.

- ¿Alguna vez has leído una de sus críticas?

- Algunas, sí
- Me intimida que cuando me ve, en su cabeza, construye una crítica así como la que le escribió
a Ramayan, que sus días se terminaron apenas dos semanas después de que Margaret comió allí

- Me parece gracioso que te intimide la mamá de Natasha y no la mía

- Ah, no… la tuya…- rió nasalmente al sacudir lentamente su cabeza.

- ¿Le tienes miedo?

- Miedo no… pero intimida, también

- Pero, Sophia…- rió, sacando un plato grande de un gabinete. – Mi mamá es la persona menos
complicada que existe, hasta su cara te invita a creer que es amable

- Sí, pero tu mamá es como tú… o tú como ella, son tan perfectas que dan miedo

- ¿Te doy miedo?

- ¡Ay!- le golpeó su hombro con el suyo. – Al principio intimidas, y yo sé que te gusta, no me digas que
no

- Que no soy payaso, carajo… obviamente que no me gusta que se me acerquen como que fuera
atracción de parque de diversiones… y tampoco soy perfecta, Sophia… mi mamá tampoco
- No estoy acostumbrada a que mi mamá se lleve a sí misma con esa seguridad, es intimidante pero
interesante, no sé si me explico

- A mí tu mamá me cae muy bien, no me da miedo…

- ¿Y si mi mamá fuera como Margaret?

- Está bien, entiendo tu punto… mírale el lado bueno, mi amor, mi mamá vive del otro lado del mundo

- Es que no sé cómo explicártelo, ya me confundí yo también- sacó la primera crepa y la colocó sobre la
encimera y no sobre el plato para que Emma le esparciera un poco de la Nutella ya suavizada y la doblara
a su gusto. – Tu mamá se parece a mi profesora de cocina en la personalidad, pero es algo que tiene que
ver con cómo te manejas en el espacio que sabes que no es cualquier persona… es como ver dos cosas
totalmente distintas, como contigo

- ¿Conmigo?

- Sí, no es lo mismo tu ropa y tu postura de lunes a viernes en época de trabajo a tu ropa y tu postura de
fin de semana o de vacaciones… cinco días a la semana, el que te vea en la calle, sabe que eres alguien,
el fin de semana no

- ¿Y cómo te gusto más: Alguien o Nadie?

- Me gusta trabajar con Alguien, me encanta… pero me gusta vivir con Nadie, porque es la parte cálida
de Alguien

- Sabes que sólo tienes que decir si algo no te gusta, ¿cierto?


- Pero me gustas así porque te conozco… en cambio, dejando a un lado a tu mamá, que padece del
mismo fenómeno tuyo de Alguien y Nadie, Margaret es Alguien todo el tiempo

- She comes across as cold and shallow, yes… pero acuérdate de las bodas, era otra persona totalmente

- Muy cierto- le dio la vuelta a la segunda crepa mientras Emma doblaba la primera por la mitad para
luego enrollarla y comerla, compartida, a mordiscos vulgares.

- Y no puede ser tan mala si nos mandó, de su puño y letra, aquella nota de felicitación, ¿verdad?

- Exacto… - susurró.

- Aunque, en realidad, pienso que estás así porque tu hermana te pone nerviosa y estás cruzando los
dedos y hasta la vagina para que no haga alguna pasada a lo Venecia

- Eso y que mi mamá se dé cuenta de la verdadera ostentosidad que me rodea

- ¿Por qué debería ser eso algo malo?

- Porque absorbe, y me gusta que me absorba- rió. - ¿A quién no le gusta vestirse bien y tener cosas
como tu closet?

- No tienes idea de las ganas que tengo de hacerte el amor por eso que acabas de decir- sonrió contra
su cuello y le ofreció el rollo de crepa, al que Sophia le dio dos mordidas. - ¿Le has enseñado nuestro
closet?
- Apenas vino ayer… que, por cierto, qué raro que siga dormida… y mi hermana más

- Déjalas, será el Jetlag

- ¿Cuántas más te vas a comer?- Emma le mostró un dos con sus dedos porque estaba ocupada
devorando la primera, y Sophia sacó la segunda crepa para colocarla sobre la encimera.

- Sabes, no es lo mismo ser ostentoso y arrogante, un verdadero snob extravagante, así como Oskar a
pesar de que no tiene mucho de qué alardear, a ser un ostentoso con un pie en la tierra, así como los
Roberts… no creo que los Roberts, ninguno de los dos, incomode a tu mamá de alguna manera… de los
que debes tener un poco de cuidado es de los Noltenius

- ¿Por qué?- frunció su ceño, pues para ella eso no tenía sentido.

- Porque Katherine si tiende a ser más como tú ves a Margaret, sólo que elevada a alguna exagerada
potencia

- Pero, mi amor, mi mamá no va a conocer a Katherine

- ¿Ah, no?

- ¿En dónde estabas cuando Phillip estaba contando eso?

- ¿Cuándo?
- Hace como un mes- rió. – Ah… no- se carcajeó. – Fue el día de tu cumpleaños, pues, el día que fuimos
a celebrar tu cumpleaños con tus amigos, que al final quedábamos sólo los cuatro y brindamos
veintinueve shots de Tequila a tu salud

- Sí, y antes de los ocho shots que me tocaban a mí, me tomé como cinco Martinis y cuatro copas de
Champán- susurró un tanto avergonzada. – Con razón no me acuerdo de nada- rió.

- Jamás te había visto tan ebria

- Ya, ya- se sonrojó. - ¿Qué pasó con Katherine?

- Buenos días- sonrió Camilla al emerger por el pasillo. – Feliz Navidad

- Buenos días- sonrió Emma, volviéndose a ella y la saludó con un beso en cada mejilla.

- Buenos días, mamá- murmuró Sophia sin despegarse de la crepera, recibió un beso de Camilla. - ¿Qué
tal dormiste?

- Bien, de maravilla

- Camilla, ¿un café, un té?

- Lo que sea que tú tomes- sonrió, y Emma, acordándose del Latte de Sophia, se encargó de sacar las tres
tazas para preparar cada bebida. - ¿Qué tal durmieron?
- Bien- rió Sophia, sacando la tercera crepa. - ¿Crepa con Nutella?

- Está bien. ¿A qué hora regresaron?

- Como a las dos de la madrugada- sonrió Emma, dejando salir agua hirviendo de la cafetera para que
cayera en la taza de Camilla, que ya tenía la bolsa de té dentro. - ¿No tuvieron mucho frío?

- No, para nada… aunque aquí afuera sí hace un poco de frío- se abrazó por sobre la bata blanca que
Sophia le había dejado en su habitación la noche anterior.

- Ya va a calentar un poco- dijo Emma al apretar unos botones en un panel electrónico en la pared.

- ¿Y mi hermana?- preguntó Sophia mientras engrasaba la crepera.

- Sigue dormida… tú sabes que tu hermana, si no la despiertas, es capaz de dormir todo el día

- Ah, mal de hermanas- rió Emma, volviendo a recibir un golpe suave de hombro de parte de Sophia. –
Aquí tiene- le alcanzó el té con un reloj de arena, que indicaba el tiempo exacto de fusión. - ¿Latte, mi
amor?

- Por favor- respondió un tanto sonrojada, pues no estaba acostumbrada a ser llamada así frente a su
mamá. – Le estaba contando a Emma que la familia de Phillip no va a venir

- ¿Por qué?- preguntó Emma mientras vertía un poco de Nutella en la crepa para esperar a que el café
terminara de refinarse, sin ruido alguno, en el interior de la cafetera.
- Katherine no tomó muy bien la noticia del aborto de Natasha, se dijeron un par de cosas y Phillip se
enojó con ella… hasta arruinó el teléfono

- Por eso es que tiene uno nuevo, entonces- rió Emma.

- ¿Natasha tuvo un aborto?- interrumpió Camilla, y ambas asintieron mientras le daban la espalda.

- Fue natural- dijo Emma.

- Pero es tema delicado, mamá… así que ni condolencias ni comentarios alusivos, por favor

- Entendido- sonrió. – Voy a ir a despertar a tu hermana, sino se va a desfasar en el sueño- se levantó y


se retiró.

- ¿Cómo no me enteré de eso?- murmuró Emma, colocando las Crepas en el plato grande que había
colocado sobre la hornilla para mantenerlas calientes.

- Sí te enteraste, lo que pasa es que tenías tanto alcohol en el cerebro que se te olvidó- rió.

- ¿Qué fue lo que le dijo Katherine con exactitud?

- Le dijo que a Natasha le debería dar vergüenza no poder darle, ni siquiera, un nieto prematuro… que
seguramente tenía alguna enfermedad o algo que hacía que “no se le pudiera pegar bien”
- Che cagna!- suspiraron las dos, pues era lo mismo que Emma había dicho la primera vez.

- Bueno, entonces no tienes nada de qué preocuparte- sonrió Emma, tratando de poner el tema en el
olvido.

- Dame un beso

- ¿Sólo uno?- rió Emma, recibiendo la crepa en la encimera mientras Sophia engrasaba nuevamente la
crepera.

- Los que quieras y donde quieras- susurró, llevando su rostro hacia el de Emma para poder besarla en
esa posición tan incómoda. – Te amo

- Will you marry me?- susurró con una mirada imploradora que daban ganas de abrazar y consentir.

- I’m taken- sonrió, levantando su mano izquierda para mostrarle el anillo en su dedo anular.

- Qué celosa estoy- y volvió a darle un beso, de esos duraderos y de mala suerte al ser pillado por Camilla
y por Irene.

Todavía veinticuatro de diciembre de dos mil trece, nueve y catorce de la noche, tremenda nevada.

Emma y Sophia caminaban de la mano, Emma le tomaba la mano izquierda a Sophia, ambas sin guantes
al estar acostumbradas a ese tipo de frío. Caminaban desde la sesenta y dos hasta la setenta y nueve a
lo largo de la Quinta Avenida. Emma en suéter de cachemira blanco por debajo de su chaqueta azul
marino, en un jeans azul gastado, botas café hasta por debajo de la rodilla y sin tacón, encima un abrigo
azul marino Carolina Herrera que le daba toda la comodidad de flexibilidad anatómica hasta por debajo
de la rodilla y que combinaba, con la misma perfección, con su bufanda rojo sandía de cachemira, muy
abrigada al igual que su novia y futura esposa, quien, a diferencia de ella, llevaba un abrigo gris carbón
de cuello alto para protegerla de que se le congelada la parte trasera de éste cuando no llevara bufanda,
pero en esta ocasión sí llevaba bufanda, era negra y de cachemira. Su abrigo la cubría hasta por arriba
de las rodillas, y cubría su camisa blanca por debajo del suéter de lana violeta que caía con escote
triangular, y era por eso que se había puesto la bufanda. Llevaba sus legendarios Converse de cuero café,
que daban un bonito tono al pantalón blanco. No llevaban bolso, simplemente las llaves del
apartamento, un poco de dinero, sus identificaciones y una tarjeta de débito o crédito cada una, sólo
por cualquier cosa.

Tras ellas venían las Rialto muertas en frío, más Irene que Camilla, pues Irene, por necedad, había
decidido no aceptar el abrigo que Emma le había ofrecido, y que le hubiera servido. Irene como si la
hubieran sacado del catálogo de Abercrombie & Fitch sólo que con el abrigo más chic que pudo tomar
prestado del closet de la entrada, uno de esos abrigos que no calentaban a nadie ni a nada, y Camilla,
siempre muy conservadora, caminaba con sus manos en los bolsillos de su buen abrigo Armani negro, el
que encapsulaba la perfecta manera de vestir de aquella mujer, la que siempre vestía pantalón y nunca
falda, tan Sophia a pesar de que ella ya había cedido varias veces, y camisa de botones manga larga con
cárdigan con coderas, y unos Proenza Schouler negros de cuña. Tanto Irene como Camilla se asombraron
del interior del edificio donde vivían los Roberts en el Penthouse, aquel edificio donde Natasha alguna
vez vivió también. Se asombraron por la cortesía del Botones de la puerta y el del ascensor, que les
desearon Feliz Navidad con una sonrisa y saludaron a Emma con un sencillo “Señorita Pavlovic”, pues no
era primera vez que iba. Desde que Phillip había regresado a trabajar y Natasha se encargaba de su boda,
si Sophia tenía más trabajo que ella, Emma iba a casa de los Roberts para estar con Natasha y para
discutir los gustos de la boda, hasta ya habían empezado a trabajar con Margaret en el menú, a veces
Emma salía antes con tal de no estar de florero en su propia oficina mientras Sophia estaba hasta el tope
de cosas por hacer, y se iba a pasar la tarde con ambas Robinson, o Roberts en presencia de Romeo.

El Penthouse se abría directamente en una amplia sala de estar que era, al mismo tiempo y de alguna
manera, comedor. Pisos y paredes de madera, la pintura de Van Gogh sobre la chimenea, los muebles
de cuero marrón, floreros atestados de pascuas blancas y rojas, un árbol navideño muy elaborado en
una esquina, las ventanas que daban a Central Park y a la nieve que lo invadía, las típicas alfombras rojas,
daba un sabor a Ambientación Clásica con una pincelada de Vintage. Dejaron sus abrigos y sus bufandas
en el closet de la entrada y, con un abrazo de Romeo, fueron recibidas con una copa de Bollinger, la
favorita de Margaret porque acompañaba cualquier cosa y cualquier ocasión.

- Entonces, ¿usted es la mamá de Sophia?- sonrió Margaret, totalmente una mujer distinta a la de hacía
un año para Año Nuevo, pues llevaba maquillaje y un peinado perfecto, así como siempre y todos los
días, y vestía muy parecido a Camilla, sólo que pantalón de pierna ancha que cubría sus Stilettos de
gamuza negra y, sobre la camisa verde esmeralda, llevaba una chaqueta dorada. - ¿Es primera vez que
viene a Nueva York?- le preguntó al Camilla haber asentido.

- No, vine el año pasado también

- ¿Y por qué no la conocí el año pasado?- sonrió con travesura, pues así eran todas sus sonrisas, que
nunca se sabía si era sonrisa honesta o sonrisa burlona.

- Pasé Navidad con Sophia donde unos amigos muy cercanos

- Pero usted también es de Roma, ¿no?- Camilla asintió un tanto incómoda, es que Margaret y su voz
monótona e indiferente la intimidaban. – Pues, cuando quiera venir, y no quiera incomodar a Emma y a
Sophia, sabe que tiene un lugar dónde quedarse- le acarició el antebrazo.

- Muchísimas gracias, igual si usted va a Roma algún día- dijo por educación, pues sabía que Margaret
era de las que se quedaba en el hotel más caro y más cerca de todo, aunque, en dado caso, prefería
quedarse en casa de Sara y no de Camilla porque no la conocía mucho, aunque le parecía conocible.

- Muchas gracias- sonrió Margaret de regreso. – Cuénteme… ¿usted en qué trabaja?- y se la llevó Dios
sabe dónde para platicar, pues ya estaba harta de los amigos de Romeo que sólo tenían tres temas en la
boca: dinero, leyes y golf.

- Tranquila, Sophia- sonrió Natasha, que estaba sentada sobre las piernas de Phillip. – Mi mamá anda de
buen humor ahora

- ¿Alguna razón en especial?- bromeó Emma.


- Se va a ir de viaje con mi papá… a Aruba o a un lugar así

- Creí que tus papás no viajaban- dijo Emma, tomando a Sophia de la cintura para que no se sentara al
lado de Phillip sino que imitara a Natasha.

- They don’t, mamá odia volar… pero nada que con un par de joyas y un par de Paloma Cocktails no
solucionen… Tequila, Toronja y agua con gas, antes de que pregunten

- Dime que habrá de esos más tarde- suspiró Sophia, pues estaba nerviosa por Irene, que había
desaparecido igual que su mamá, y porque Matt llegaría en algún momento.

- Hay de esos, Sangría de fresa y albahaca, Mojito de toronja y champán, Shirley Temple, Pink Lemonade
Margaritas y, a las doce, van a servir Champagne Floats… y hay Whisky, mucho Whisky y mucho, mucho
Vodka

- ¿Cuál es el más criminal?- preguntó Emma, pues era la señal clave para hacerle saber a Sophia que no
bebería de esos.

- Creo que los Paloma, no estoy segura- respondió Natasha llevando su Margarita a sus labios.

- Ya sabemos cual no vas a beber- rió Emma, dándole un sorbo a su vaso de Grey Goose.

- Mrs.-soon-to-be-Pavlovic – rió Phillip, refiriéndose claramente a Sophia. - ¿Qué dices si me acompañas


a buscar esos pinchos de entraña que andaban paseando por ahí?- Sophia rió y le dio la razón, y es que
ellos eran los más comelones. – Deberías relajarte un poco- le dijo al oído.

- Por alguna extraña razón no lo logro


- ¿Es por tu mamá y Margaret o por tu hermana o por el-que-no-debe-ser-nombrado?

- Fuck- suspiró. – Ahora sí estoy estresada

- Well, that bitch ain’t comin’- dijo en su tono de Lashonda y chasqueó sus dedos tres veces, haciendo
que Sophia soltara una carcajada histérica, pues no había nada más gracioso que eso. – Lo dejé amarrado
a una silla- guiñó su ojo.

- No te creo

- No, no soy capaz de hacer algo así, pero soy capaz de dejarlo estéril y, por esa misma razón, lo visité en
su lugar de trabajo para ofrecerle un negocio que no podía rechazar

- ¿Ese trabaja?

- Y tú tienes Doctorado en Microbiología- sonrió. – Sólo averigüé su estado financiero, que no fue difícil
con mi fuente fidedigna- resopló, tirando la mirada hacia donde Natasha y Emma hablaban de alguna
cosa interesante, tan interesante que Emma ensanchaba la mirada ante lo que Natasha efusivamente le
contaba, pero no hablaban de ningún conflicto, sólo de que había sobornado al Comité de Filántropos
de Nueva York para que le cedieran el salón que ella quería para la fecha estipulada: nadie le iba a robar
la perfección, así le costara un cheque de seis cifras para contribuir con alguna mierda de Central Park.
– Sólo hice que, por alguna razón, se ganara un viaje de diez días a Las Vegas, viaje para dos personas y
estadía en el Wynn

- No debiste, suena a demasiado dinero


- No gasté ni un centavo, Pia- la abrazó mientras le acercaba un pincho a la boca. – Me deben favores en
CitiTourism

-Gracias, Pipe- mordió el pincho, terminó por sacar lo que el sabor podía hacerle a su boca y le dio un
beso en la mejilla, el cual él recibió con una sonrisa tierna y cosquillosa. - ¿Cómo estás?

- Sabes, estoy bien, mejor de lo que esperaba- mordió el pincho y colocó el palillo en un recipiente de
aluminio que estaba un tanto escondido. – Es primera Navidad en la que Natasha y yo nos vemos en ese
dilema de si ir a Corpus Cristi o quedarnos aquí, porque no sólo por lo que ha pasado es que no podemos
separarnos como cuando éramos novios. Le agradezco a Natasha que haya querido interceder por mi
familia y que quería ir a Corpus Cristi para Navidad si pasábamos Año Nuevo aquí, así como todos los
años. Y le tengo respeto- tragó con dificultad y alcanzó otro pincho, que Sophia lo empujó un poco hacia
un lado porque había alguien más que quería tomar uno y ellos se habían apoderado de la bandeja. –
Ella sabe lo que mi mamá me dijo, y, ni así, con todo el enojo y frustración que sé que tiene adentro, se
deshizo en insultos y ofensas hacia mi mamá. Pero ya no quiero ser un Mama’s Boy. Si mis papás me
dejaron aquí cuando tenía quince, aquí está mi casa, aquí trabajo, aquí tengo a mi esposa, aquí vivo con
mi esposa, ¿por qué carajos me voy a ir a meter a Corpus Cristi con gente de la que no sé nada en todo
el año y, en el momento en el que me ven, me preguntan si puedo ayudarles con un financiamiento? Lo
peor de todo, Pia, que no sé si es peor, es que Margaret y Romeo, que se supone que me tendrían que
dar guerra, se han portado más como papás conmigo que mis propios papás: mi papá que le regaló las
pelotas a mi mamá y ella que las usa de pendientes. Estoy un poco harto, y, aunque no lo creas, sufrí un
ataque de éxtasis cuando supe que Emma y tú se quedaban… porque ustedes son mi familia, la familia
que tengo con Natasha

- ¿Qué te puedo decir, Pipe?- suspiró. – Mis papás tampoco son para alardear, pero no dejan de ser mis
papás, pero sí te doy la razón… después de un tiempo, tu percepción de “familia” cambia totalmente. Mi
familia es más disfuncional que las Kardashians

- No es por cortesía, pero yo creo que tu mamá es una mujer muy dulce, muy maternal también, me
agrada a pesar de que casi no la conozco, y, aunque no pueda decir nada de tu papá porque no lo
conozco, diría que debe haber sido un buen hombre y un buen papá como para que hayas resultado lo
que eres, ¿no crees?

- Can you keep a secret?


- Fo’ sho, babe- volvió a decir en su acento de Lashonda.

- Tú sí conoces a mi papá

- Bueno, bueno, he leído sobre el Congresista Papazoglakis pero nunca he tenido el placer de hablar con
él así como lo he hecho con tu mamá

- No, has hecho negocios con mi papá- resopló, tomando unos Puffs de mozzarella y albahaca de una de
las bandejas. – Llevo los genes de Volterra

- Fuck me- dijo sorprendido. - ¿En serio?

- Es lo malo de cuando mi teléfono es igual al de él- rió. – Me dio una reacción alérgica en Londres,
aparentemente soy alérgica a los cacahuates y yo ni enterada, quizás porque no me gustan, pero como
confundimos teléfonos, mi mamá le decía a Volterra, en un vil WhatsApp, que si yo tenía esa reacción,
lo más seguro era que él también, porque esa alergia es genética

- Linda, hermosa manera de darte cuenta, ¿o ya sabías?

- La veía venir con bastante posibilidad desde que un poco después de su boda, que fue que me dijo algo
como que: “si yo fuera tu papá” y me regañó por algo de la oficina, no me acuerdo bien, pero se puso
todo nervioso y me dijo como diez veces “pero no lo soy, no soy tu papá”

- ¿Emma sabe?
- Sí, sabe pero no porque yo se lo dijera… y no sé si Natasha sabe

- No creo que sepa, esa noticia habría volado, ¿no crees?- rió. – Comemos del mismo plato

- Cierto- ambos volvieron a ver a sus respectivas mujeres, que seguían en la misma intensa plática, pero
habían empezado a hablar de otra cosa, algo con colores. – Oye, yo no sé cómo funciona exactamente,
pero… ¿quisieras ser Testigo en mi boda?

- Será un honor, Sophia- le hizo una reverencia medieval que le provocó más risa que “honor”. - ¿Quién
será mi acompañante? Supongo que Natasha está más que para Emma

- Si por Emma fuera, Natasha oficiaría la cosa- rió. – Pero mi hermana

- ¿No quisieras que fueran tu hermana y tu mamá? Digo, no es compromiso, para nada

- Es complicado explicarlo, pero mi mamá siempre será mi mamá

- Está bien, pero, si cambias de parecer, me lo dices, ¿de acuerdo?

- Claro que sí- sonrió. – Por cierto, no sé si Emma ya le dijo a Natasha o como sea, que el dos de enero
nos vamos a Los Ángeles

- ¿Y eso?
- Emma tiene que ver unas cosas de Trump en Malibú y tiene una cita con no-sé-quién para no-sé-qué,
y quizás, si tienes tiempo y ganas, puedes venir con tu esposa

- Claro, sólo denme la información y yo me encargo de lo mío y… creo que tu hermana no está
desaparecida, sólo está fumándose la Marlboro entera- rió mientras veía a través de las puertas de vidrio
que daban a la terraza. – Creí que no fumaba

- Fuma cuando tiene frío, pero estar afuera da frío- resopló. – Oye… ¿qué tanto sabes de joyas?

- Paso por joyero cuando no paso por afeminado, ¿por qué?- Sophia levantó su mano izquierda, pues
pretendió dejar ciego a Phillip con el destello del brillo de su anillo. – Si esperas que te diga cuánto costó…
no te voy a decir

- No, stronzo- sacudió la cabeza.

- ¡Ah! ¿Quieres uno para Emma?

- Pero no puede ser sólo “uno”, tiene que ser “Emma”… y lo tengo en mi cabeza pero no creo que exista

- ¿Por qué no lo haces?

- Porque no soy diseñadora de joyas, ni practico la orfebrería, ni tengo los materiales

- Sophia, vives en Nueva York, ¿tú crees que hay algo que sea imposible en esta ciudad?- ella sólo lo vio
a los ojos. - ¿Qué te parece si un día de estos salimos tú y yo y visitamos a Mr. Batton?
- ¿Y ese quién es?

- El que puede traer tu diseño a la vida real- guiñó su ojo. – Y ya sé a qué va Emma a Los Ángeles- rió. –
Ya me acordé

- ¿A qué?

- A lo mismo que tú vas conmigo, pero ella con su vestido

- Ca.ra.jo, no había pensado en el vestido… en realidad, I know shit about my own wedding- rió.

- Beverly Hills, Pia… no quiero ni saber con cuánto equipaje voy a regresar

- ¿Bromeas? ¿Cuál es la diferencia entre la Quinta Avenida y Beverly Hills?- resopló. – Las mismas marcas
que hay aquí son las que hay allá

- I take it you’ve never been to LA- sonrió, alcanzándole un bollo de queso que había sumergido en salsa
de vino tinto.

- A mí háblame de Georgia, y de allí sólo de Savannah y de Atlanta, luego puedes hablarme de


Jacksonville, Tampa, Orlando y Fort Lauderdale, San Antonio y Houston

- California es el infierno- le dijo con mirada de preocupación, que Sophia mordía el bollo desde los dedos
de Phillip. – Natasha lo llama “Síndrome Hollywoodense”
- ¿A qué?

- A que, cuando estás en California, inconscientemente intentas acercarte a ser superestrella- rió. –
Aunque sea por turismo, o curiosidad, vas a parar a Rodeo Drive, el distrito del fucking shopping, y está
comprobado que, de ahí, no sales con las manos vacías

- Eso es para las mentes débiles

- A ver, déjame preguntarte algo, y respóndeme con sinceridad…- metió el resto del bollo a su boca y
alcanzó otro. Qué buenos que estaban. - ¿Prefieres Bergdorf’s o Barney’s?

- Depende, ¿para qué?

- En general

- Bergdorf’s, tiene más cosas

- Pues así es Rodeo Drive- sonrió. – Es un Bergdorf’s gigantesco, así que no dudo que tú o yo seamos la
excepción. Barney’s es la Quinta Avenida, más selecto- guiñó su ojo.

- Pipe…- suspiró. – Tú ya te casaste- Phillip la volvió a ver sorprendido, quizás era el tono que había
utilizado.

- Sí, dos veces- dijo, refiriéndose a la civil y a la religiosa.


- ¿Quieres ser mi Maid of Honor?

- Ya vi esa película- rió. – Y no tenemos futuro con eso

- Pues, es que Natasha es evidente que trabaja con Emma, y tú conoces a Emma y me conoces a mí, ¿qué
podría salir mal?

- ¿El hecho de que soy hombre y no tengo idea de esas cosas no te suena problemático?

- Y yo soy el hombre de mi boda- rió. - ¿No ves lo perfecto que eso es?

- ¿Cómo puedes ser el hombre?

- No sé una mierda de mi propia boda- repitió. – Supongo que tú tampoco sabías

- Sabía menos que una mierda, yo sólo hice lo que me dijeron que tenía que hacer… ese mundo es
peligroso, tú sabes… flores, música, comida: bitch fight

- ¿Ves? Sólo ayúdame con lo básico, lo “peligroso” lo resolveré por mi cuenta

- ¿Y qué es lo básico?

- ¿Qué le regalo a Emma?- rió.


- A-e-i-o-uh- inhaló ridículamente. – Eso es un nivel astral de asistencia

- Vamos, tú tienes una Insider- dijo, volviendo a ver a Natasha, que seguía en las mismas con Emma.

- Eso es trampa, Pia

- Es una oportunidad sana, ¿por qué no debería tomarla? Además, Emma te ayudó a escoger los anillos
y te ayudó con tu traje

- Fair point well made- frunció su ceño.

- Además, tú ya has de saber qué me va a regalar Emma

- Y si lo supiera no te lo dijera- aunque él ya sabía, y sabía desde muchísimo antes que Sophia siquiera
oliera todo.

- No te estoy pidiendo que me lo digas, me gusta que me sorprenda…además, sabrá Dios y ella qué me
va a regalar. Seguramente no puedo igualarlo o superarlo, ya sea por precio o por magnitud

- No se trata de qué tan caro sea, se trata de lo que significa- sonrió y la abrazó por el hombro y volvió a
ver a su alrededor para asegurarse de que nadie lo viera ni lo escuchara. – Natasha, por ejemplo, me
regaló dos cosas, que seguramente ya sabes

- ¿Las mancuernillas?
- ¿Lo otro?

- No

- Bueno, querida e inocente Sophia- suspiró. – Sólo porque eres tú y porque confío en que no vas a decir
que te lo dije, te lo diré- se acercó a su oído. – Me dio las mancuernillas para que las utilizara en la boda
religiosa, y me regaló su behind…- Sophia se asombró. – Me dijo: “own me”, y, contrario a lo que
cualquiera piense, no es que ella sea mía sino yo suyo- rió. – Yo termino haciendo lo que ella quiere. Y
las mancuernillas pueden haber costado veinticinco mil dólares, lo otro fue gratis pero, para mí, significó
más que todo lo que pudo haberme dado

- Problema técnico- rió. – Emma ya lo tuvo

- ¡Pia!- siseó incómodamente. – Detalles de eso no necesito- se sonrojó.

- Te sonrojas- se burló.

- No te estoy diciendo que copies la idea de Natasha, te estoy dando un ejemplo- le cambió el tema. –
Pero será un placer… un gusto- se corrigió, pues “placer” no le sonaba muy bien después de aquella
rápida conversación. – Sí, será un gusto poder ayudarte con eso. ¿Algo más?

- Sé cuánto le gusta a Emma quedarse en el Plaza

- Oh- rió. - ¿Quieres una habitación en el Plaza?

- No quiero caminar hasta el 680


- Como si quedara tan lejos- rió. – Pero, creo que sería un bonito detalle, más si consideras que estarás
ebria, toda la noche en Stilettos y tendrás ganas de consumar el proceso. ¿Qué necesitas que haga?

- ¿Cuál es la mejor habitación?

- Bueno, depende… ¿para qué?

- Necesito que sea cómoda, espaciosa porque ya sabes cómo es Emma con la accesibilidad y la movilidad,
y necesito que tenga buena vista a Central Park, que se vea el Pond de ser posible

- Necesitas una habitación en el décimo séptimo u octavo piso- dijo pensativo. – El décimo noveno piso
es para la Suite Royal, que es demasiado grande, demasiado cara y, para lo que la quieres, no vale la
pena. Creo que una Edwardian o unaTerrace. La Edwardian es de un piso, sala de estar, habitación
principal y baño, no tiene terraza pero tiene vista a Central Park. La Terrace es de dos pisos. Tiene
estudio, sala de estar y baño en el primer piso, y, en el segundo, tiene la habitación principal un súper
baño y la terraza pero no sé si la terraza da a Central Park, no me acuerdo… pero ahí solía quedarme
cuando me sacaban de mi apartamento- sonrió. – La Edwardian si sé que tiene vista a Central Park si así
la pides, la diferencia es como de quinientos dolores pero, si te quedas más de cinco noches, te hacen el
quince por ciento de descuento en la sexta y el veinte de la séptima en adelante, ¿cuánto tiempo piensas
encuevarte?

- Menos de una semana, tengo un trabajo- rió. – Y un jefe que…- sólo ahogó su frustración en un gruñido.

- ¿Esa es tu luna de miel o es simplemente un tiempo para Fuck-a-lot?

- Fuck- suspiró, y Phillip se rió. – No, no, no para “fuck-a-lot”, es que no había pensado en la luna de miel-
y hundió su rostro en sus manos.
______

Hola a todos y a todas, (me molesta poner "@")

Sólo quería agradecerles por seguir leyendo, por comentar, por valorar.

No soy fanática de demorarme mucho pero estoy en una época un tanto estresante, espero que puedan
entender la demora, pues tampoco quiero darles algo con lo que yo no esté contenta.

Por cierto, con el debido e inmenso respeto que se merecen, dijeron algo de "Hung Up" de Madonna y
"Gimme Gimme" de ABBA, que no estaban de acuerdo conmigo, y pusieron su explicación, y si fuera así,
estuviera de acuerdo, pero yo sé que "Hung Up" es una adaptación rítmica de "Gimme Gimme", pero
eso digo, sarcásticamente, "...de la manera más extraña posible", pero, por si eso no se entendió, "Se
dejaban llevar por el ritmo de aquella invención de aquel DJ que para Emma pasaba por genio...". Para
los que ya entendieron la esencia de mis personajes, pues entenderán que yo también paso al DJ por
genio. Again, espero que no haya sonado muy grosera mi explicación, es sólo que casi me da el ataque,
pero, igual, respeto sus opiniones, y me agrada saber que no dudarán en decirme si algo no se entiende,
que eso es algo que me gusta mucho (y esto no es sarcasmo, aclaro). Sino pregúntenle a cualquiera que
me haya escrito.

Capítulo XI

- Qui nessuno mi conosce- rio Sara al micrófono, pero todos los que no sabían quién era asumieron que
era la mamá de Emma, la mamá de la gran Arquitecta Pavlovic, la de apellido difícil de recordar y/o
pronunciar. – Por la cara que tiene Emma, supongo que no sabía que iba a estar aquí- todos volvieron a
ver a Emma y, en efecto, tenía cara de susto. – Seré breve y concisa para ahorrarte el estrés- los
compañeros de trabajo de Emma y sus amigos, que se resumían a todos los invitados que la acosaban
con la mirada, rieron al verla, por primera vez, sumergida en un estrés del que apenas podía patalear
para salir a la superficie. – Para mí es un honor estar aquí, y lo es porque nunca creí que un día como
este llegaría a ser parte de tu vida- le hablaba directamente a Emma. – Y es un honor que lo hayas
decidido compartir conmigo y con tus amigos, porque sólo así podemos tener una idea de quién es Emma
bajo el ala de la Arquitecta Pavlovic. Signora e Architetta Pavlovic, ora sei una moglie e senza dubbio vi
sarà la moglie perfetta, accanto una donna che è riuscita a stupire- sonrió para Sophia. – Arquitecta
Pavlovic, usted es la hija que todo papá espera tener, la hija que, como mamá, soñé aspirar para criarla-
Emma respiró hondo, así como si quisiera succionar todo el oxígeno del salón, no quería llorar. –
Licenciada Rialto. Sophia. Mi nuera. Creo que usted es lo que todo papá espera para que su hija conozca
y se enamore por el resto de su vida. No sólo se ha ganado el corazón de mi hija sino el mío también-
Sophia volvió a ver a Emma y sólo le tomó la mano. Emma estaba muy sentimental, y Sophia podía ver
cómo intentaba aguantar la secreción líquida de sus lagrimales sobre sus córneas. – Me alegra haber
sido testigo del desarrollo de su relación, una relación que no me preocupa, sino me gusta: es sana,
divertida y se apoyan mutuamente. Y, ahora, me gustaría darles siete palabras que espero que ambas
recuerden siempre: Mia kardiá pou agapá eínai pánta néa. – Sara no levantó su copa, pues no era el
brindis principal, pero brindó con su hija y con su nuera desde lo lejos y fue directo a darles un abrazo.
Fotografías y más fotografías.

- Para los que no hablan griego- rio Phillip al micrófono, mientras se acercaba a Emma y a Sophia. -
Significa que Emma y Sophia serán siempre jóvenes- sonrió. – Pues, perdón que no me he presentado.
No sé cuántos aquí me conocen y cuántos no. Yo soy Pipe para Pia, Felipe para Emma María, pero me
llamo Phillip. Y yo voy a hablar por las dos- sonrió para ambas y le acarició el hombro a Emma. – A Emma
la conocí en modo “mujer de negocios” antes de que otra cosa sucediera y, de no ser por mi esposa… a
quien no veo en este momento- la buscó con la mirada para no encontrarla. – No habría entablado una
amistad como la que tengo hoy contigo- se dirigió directamente a Emma, olvidándose del resto. – Emma,
te admiro- le dijo con una mirada sincera. – Eres hermosa, no más hermosa que mi esposa- dijo con una
expresión de “me va a matar si digo que es la más hermosa del mundo”. – Tienes una vida interesante,
llena de Louboutin y Monique Lhuillier, llena de Minimalismos y Clasicismos, de diseños y distribuciones,
de Roma y Nueva York, llena de Chopin y de amor. Eres una persona a la que yo considero que tiene una
vida realmente Vogue, y considero que la tienes desde el ocho te octubre del dos mil doce- sonrió para
Sophia. – Día en el que… ¡pam, pam, pam!- hizo sus típicos efectos especiales. – La Licenciada Sophia
Rialto usurpó tu espacio laboral: invadió tu oficina con escritorio incluido para robarte tu oxígeno de oro-
todos los del Estudio rieron, pues se acordaban de cuando Emma había sido la primera en casi cometer
suicidio ante la noticia de una diseñadora de muebles. – Sophia- se volvió a ella. – Pia- sonrió con cariño.
– Me acuerdo cuando te conocí. No te conocí como a Emma, no entre dinero y finanzas, sino en una
fiesta, así como Emma conoció a Natasha, ¿ironía? No creo. Te he visto terminar de crecer. Te he visto
entrar a Bergdorf’s para salir sin nada, y te he visto entrar a Bergdorf’s con una bolsa que contiene unos
Stilettos que gritan “Emma” entre el patrón de leopardo. Te he visto amar a Emma, y te he visto pedirle
perdón, así como he visto a Emma regañar a su Ego y a su Orgullo cuando algo tiene que ver contigo.
Nunca pensé, ni en mis más locas ocurrencias, que ustedes dos serían tan disparejas, tan diferentes, que
eso las haría ser completamente compatibles. Nunca creí que a alguien le pareciera sexy el Ego de Emma,
y tampoco creí estar en el momento en el que Emma se hiciera humana por celos. Ustedes son las dueñas
de mis “nunca creí”, a ustedes les debo un cambio de mentalidad, y se los agradezco. Y les agradezco
que, gracias a ustedes, conocí la vida más allá del apoyo mutuo y de la familia. Emma, eres mi familia y
la de mi esposa, eres mi cuñada y mi hermana. Sophia, eres mi familia, mi hermana. Las quiero mucho a
las dos, y sé que van a ser muy felices, más de lo que ya lo eran hace media hora. Ahora, en honor a lo
que alguna vez vivimos juntos- sonrió mientras se retiraba y le daba la mano a Irene y a Camilla. – No
podemos olvidar quiénes son- Natasha emergió y se llevó a Emma, pues Emma era parte de eso. Sophia
no entendía. – No podemos olvidar quién eres, Pia. Ni de dónde vienes, ni qué te describe. Esto es con
amor y para que, probablemente, te mueras de la vergüenza- sonrió, y le alcanzó el micrófono a uno de
los meseros que llevaba una bandeja repleta de Ouzo.

Eran grupos de tres, eran tres, pero uno sólo era de dos. Emma estaba entre Camilla e Irene, como buena
familia recién formada. Natasha tenía a Clark, sólo porque le fascinaba bailar y estaba más que
encantado de poder hacerlo, y tenía a Volterra. Phillip tenía a Sara. La guitarra empezó y Sophia se
carcajeó, sólo necesito un segundo para reconocerlo. Se carcajeaba sin cesar. ¿En qué momento habían
decidido bailar Syrtaki? Ah, qué risa. Todos coordinados, así como si hubieran decidido ensayar por
meses. Todo buen griego lo conocía y lo sabía bailar, sino no era griego. Todavía era lento, lentísimo, y
casi nadie entendía, bueno, nadie entendía, sólo veían a Sophia reírse y cubrirse el rostro ante la exacta
ridícula vergüenza de la que Phillip había hablado. Le gustaba ver a Emma, tan elegante y
bailando Syrtaki, ¡qué ridículo! Y la cara de Phillip, como si le gustara bailarlo, porque le había gustado
demasiado aprenderlo. Culpa de Irene, idea de Phillip y Emma entre una estupenda loquera y borrachera
remota, una broma que se había enseriado. Justo cuando empezó a acelerarse el ritmo, Sophia se puso
de pie y se unió al baile, pues le acordaba a su época del colegio, a cuando no tenía idea de que un día
como ese llegaría a su vida, y se colocó entre Phillip y Sara. Sabían sólo ellos, los que bailaban, lo que eso
significaba. Ni un cabello se les movió de lugar, sólo eran risas, pasos, rodillas flexionadas, y ahora un
círculo. Una ridiculización pero una sensación de hogar como nunca antes, algo tan suyo, algo tan de
ella, algo para ella.

- Si fueran todos tan amables de tomar su Ouzo y el plato que tienen enfrente- dijo Natasha un poco
agitada por el baile. – Les pido que, por favor, se unan con nosotros a la pista- meseros llevaron platos
para los que no habían llevado, para los que habían bailado, y un shot de Ouzo, un shot doble para
empezar la noche.

Eran platos de porcelana, finos, diseñados y comprados sólo para lo que vendría a continuación. Eran
blancos del centro, azul marino de las gruesas orillas y, en un extremo, tenían el “Emma” en dorado, y,
en el otro, “Sophia” también en dorado. El que Emma sostenía decía “Sophia” en el centro, el de Sophia
decía “Emma”, eran únicos.

- ¿En serio? ¿Syrtaki?- rio Sophia para Emma, quien sólo guiñó su ojo para ella con esa sonrisa de
complicidad. – Gracias- se sonrojó, recibiendo los platos cada una y el shot de Ouzo en la mano derecha.
- ¿Ouzo?- uno de los meseros colocó una caja de fibra de vidrio frente a Emma y a Sophia, una caja un
poco profunda que estaba recubierta de tela azul marino.
- Bienvenida a casa- sonrió Emma.

- Porque mi hermana y mi mejor amiga, Emma, sea feliz con la mejor mujer que puede existir, junto con
Emma y conmigo- dijo con el mismo Ego de Emma. – Por Sophia y por Emma, porque sean felices- levantó
Natasha el shot de Ouzo.

- Evíva, se mas - levantó Sophia su shot.

- Se séna- sonrió Emma, que chocó suavemente los vidrios y bebieron aquel etanol que Dios mío, qué
fuerte.

- Evíva!- corearon los que sabían, y las imitaron. Emma tomó a Sophia de la cintura, la acercó a ella y,
entonces sí, la besó en sus labios en pleno público mientras el flash de la cámara empezaba a caer como
una ráfaga, y ambas arrojaron el plato, entre su beso, a la caja. – Opa!- corearon de nuevo, y las imitaron
pero por sobre la superficie recubierta de la pista de baile mientras Emma y Sophia se seguían besando,
momento Kodak de verdad.

- ¿Compraste una vajilla de porcelana sólo para quebrarla?- rio Sophia a ras de sus labios.

- Era una vajilla especial- sonrió, envolviéndola entre sus brazos. – El mundo está tan loco, tan
trastornado, que un poco de tradición no nos vendría mal- y le dio un beso en su cabeza.

- Eso se quiebra en la puerta de la casa

- Lo sé, pero prefiero ahuyentar todo lo malo entre los que nos rodean- guiñó su ojo. – Además, una
vajilla rota- recibió un plato de uno de los meseros, el único que había sobrado, y le mostró que sus
nombres estaban separados. – Significa una vajilla nueva…
- ¿Y tenías que quebrar una para comprar otra?- bromeó.

- Tenía que quebrar la separación entre nosotras- quebró el plato junto con el resto, no en la caja, y
susurró un “Opa!” que se me hace imposible describirlo de tan cariñoso y sensual que se escuchó. Sophia
sólo entrecerró sus ojos y rio nasalmente. - ¿Qué?- resopló al entregarle los shots vacíos a un mesero
que se les acercó.

- I just married- la señaló con su dedo índice y la punzó en su hombro desnudo. – You- susurró. Emma
frunció su ceño, no entendiendo qué significaba eso en realidad. Sophia llevó sus manos a su nuca y
desató la cadena de la que pendía el anillo de compromiso. Lo sacó y lo vio por unos segundos. Emma
se asustó, y se asustó más al ver que sacaba su anillo de matrimonio, el que acababa de deslizarle.

- ¿Qué piensas? - preguntó con miedo.

- Es surreal- Emma pudo respirar tranquila al ver que sólo lo había sacado para ponerse el anillo de
compromiso antes que el de matrimonio. Sophia sonrió, le gustaba cómo se veía aquello: primero
compromiso y luego matrimonio. Doble compromiso: evolución, proceso, desarrollo. – Se siente
diferente

- ¿Sabes por qué?- sonrió, llamando a un mesero, que colocaba un plato nuevo sobre cada puesto. Sophia
sacudió la cabeza. – Porque ya no somos “Emma” y “Sophia”- tomó uno de los platos que el mesero tenía
en su bandeja y le agradeció con la cabeza. – Somos “Emma y Sophia”- y le mostró que, en los platos
nuevos, platos blancos con un anillo azul marino que dividía la base de la orilla y un anillo que recorría
el contorno, sus nombres estaban juntos y entrelazados en el centro enSverige Decorado y en dorado,
que se la “E” de su nombre se entrelazaba con la “p” de su esposa. – Estábamos en punto cero, por eso
te besé, porque fue lo único que une los antecedentes a las sucesiones: antes y después de la vajilla rota.

- Detallista nivel “Emma Pavlovic”- tomó el plato en sus manos y acarició los nombres.
- Ven. Annie probablemente tiene que irse pronto- la tomó de la mano y le devolvió el plato al mesero
que tan diligentemente la esperaba. – Un par de fotografías y todos felices… y tienen que limpiar los
platos rotos- rio.

- ¿Por qué los nuestros están en cajas?

- Porque esos platos son nuestros- sonrió.

- Adelante- dijo Emma ante el llamado de la puerta, que bajó el volumen de su música, de su “Tunnel
Vision”, pues estaba en pleno desborde de inspiración y terminaba de diseñarse el vestido que creía
perfecto: serio e interesante y que cayera en la categoría de “elegancia” pero que no fuera difícil de
arrancar si pensaba más en algo post-recepción-de-boda.

- ¿Estás ocupada?- le preguntó Camilla desde la puerta.

- No, pase adelante, por favor- sonrió, poniéndose de pie de su silla de cuero para apagar la luz de la
lámpara. – Creí que se iban a tardar más

- Sophia me dio la llave, ella e Irene se quedaron- dijo, que se sentó donde Emma le señalaba. – Creo
que si veía un zapato más, pierdo la cabeza- se detuvo la frente y sacudió la cabeza.

- Qué bueno que no estoy usando zapatos- resopló Emma. Se sentó a su lado. – Camilla- suspiró. – No sé
de qué quiere hablarme pero, entre más pronto lo hagamos, mejor… que no me gusta picarme la
curiosidad porque sin hígado nadie vive y a usted le urge tener respuestas- Camilla ensanchó la mirada.
- Hay varias cosas que quisiera hablar contigo

- Soy toda oídos, y deberíamos aprovechar que Sophia no está para que no se estrese- sonrió.

- Sé que sabes que Alessandro es el papá de Sophia- lo dijo como una afirmación, no como una pregunta.

- Y tiene que saber que, así como se lo dije a él en su debido momento, yo no voy a decirle nada a Sophia.
No me corresponde a mí decirle algo así

- No es eso lo que yo quiero pedirte

- ¿No?

- Creo que, en este momento, tú conoces a Sophia muchísimo mejor que yo- suspiró. – La manera en
cómo hemos intentado tapar el sol con un dedo ha sido simplemente… un fracaso- Emma quiso no
asentir, pero asintió. – Sophia ya no me cuenta la misma cantidad de cosas que antes, y sé que es porque
prefiere ahorrarse lo que implica contármelo y, al no poder hablarle con la verdad, con el único que
puedo hablar es con Alessandro, y él conmigo

- Sophia ya no está en edad para aguantarse regaños de todos los “adultos” en la habitación cuando
sabe, soprattutto, que hay un elefante enorme y que es rosado en la misma habitación que comparte
con usted y Volterra- le dijo Emma con una ceja hacia el cielo. – Y no son los regaños en sí los que le
molestan, sino cómo juegan con la información y cómo deciden lidiar con ella

- No te entiendo
- Todo lo que Sophia haga con usted, Volterra lo sabe. Todo lo que Sophia haga con Volterra, usted lo
sabe. No tiene privacidad con su jefe porque va directo a contarle a su mamá. No tiene privacidad con
su mamá porque su jefe lo sabe. Y ese es el problema. Con el debido respeto, Camilla, el hecho de que
Volterra esté estúpidamente enamorado de usted, y viceversa, no le da más derecho a sentirse más
papá… usted le puede contar hasta al Papa si quiere, Volterra también, porque el Papa se ve bastante
amable, pero Volterra no puede jugar a ser Papá cuando es Jefe: se ve mal y lastima a Sophia, y la lastima
porque siente como si usted mandara a Volterra a arreglar cualquier disgusto. Se toma atribuciones que,
socialmente y ante los ojos de Sophia, no le corresponden

- Eso no lo sabía, no me lo dice

- Sophia está un poco cansada ya, y mejor prueba de eso no hay sino que renunció

- Alessandro me dijo lo que había pasado- dijo, acordándose de las palabras de aquel hombre: “Mi hija…
en una mesa, ¡teniendo relaciones sexuales en el trabajo!”.

- ¿Le dijo por qué había renunciado Sophia?

- Porque le gritó… y no lo culpo, sé lo que hicieron

- Y ese es el problema, Camilla- suspiró. – Si hubiera sido yo y alguien más, alguien que no fuera Sophia,
Alec no hubiera puesto el grito en PageSix. Alec me trata diferente a los demás trabajadores porque soy
su socia, no por otra cosa, pero Sophia es una más si él no encuentra las pelotas para decirle a Sophia
por qué se toma tantas atribuciones. Lo que Alec hace se llama “nepotismo”, y eso, aquí y
probablemente en todo el mundo, si Sophia quiere y Alec no se tranquiliza, Sophia puede, feliz de la
vida, alegar acoso…

- Pero no renunció porque Alessandro la acosa, ¿o sí?


- No exactamente- sonrió. – Renunció porque se cansó de que Volterra se sintiera con más derecho sobre
ella, como si fuera su papá, que ni su papá le hablaba así, hablando de Talos. El problema fue que Volterra
reaccionó como papá, porque le juro que si hubiera sido otra persona del Estudio, que me consta que
ha habido, sólo llama la atención y ya porque, para empezar, no era en horas de trabajo y la “evidencia”
podíamos usarla ambas partes a favor nuestro. La clara muestra es que conmigo no se enojó, y no se
enojó porque, con el perdón del francés, soy dueña de su trasero y hasta más… pero Sophia es su hija, y
por mucho que supiera o no que está conmigo, y a qué nivel lo está, eso fue lo que lo hizo perder la
cordura, y no lo culpo, no ha de ser fácil ver a su hija en esas cosas… además, Camilla- suspiró. – En el
video sólo se veía lo suficiente para entender lo que estaba pasando, no es como que hicimos una
película pornográfica

- Es culpa de Alessandro, entonces- suspiró con alivio, que Emma frunció su ceño en desaprobación.

- La culpa no es de Volterra- le dijo con el ceño todavía más fruncido, pues la culpa la tenían todos, hasta
ella. – Todo fuera más fácil si Sophia supiera la verdad- aunque ya la sabe.

- ¿Qué pasa si nos da la espalda?

- Con el debido respeto, Camilla- resopló. – Sophia ya está grande y puede tragarse una noticia así. A la
larga, si Talos o Alec es su papá, da igual… y Volterra no me cree cuando se lo digo, pero le dará vergüenza
el día en el que Sophia se dé cuenta por sí misma, porque entonces quedará de mentiroso y de cobarde,
que para Sophia, eso es peor- Camilla se quedó en silencio, y es que sabía que estaba sumergida en algo
de lo que no sabía cómo salir. Además, Emma tenía razón, y Volterra no era el único a quién culpar. – Yo
sólo quiero que Sophia tenga lo que se merece, y quiero que tenga una mamá y un papá, así sea que siga
llamando “papá” a Talos o lo cambie por Volterra… nadie tiene por qué perder si las cosas se dicen de
frente, pero todo a su tiempo y cuando se arme de valor

- Te debo una disculpa, te juzgué mal

- No se preocupe, yo sólo quiero lo mejor para Sophia, y sé que, lo mejor, es cuando usted está en buenos
términos con ella- sonrió.
- No, no es por eso

- ¿Por qué?- ensanchó la mirada.

- Creí que no ibas muy en serio con Sophia- dijo en su pequeñísima voz. – Creí que era tu experimento

- Soy maquiavélica pero no tanto- resopló.

- Lo siento

- ¿Hice algo mal?

- Creo que eres exactamente lo que necesitaba para encontrarse, y por eso te respeto y te he tomado
cariño a pesar de que no tenemos un trato directo o constante…

- Camilla, sé que hice mal al no pedirle permiso para proponerle a Sophia que se casara conmigo, sé que
no he actuado de la mejor manera entre que he acaparado a Sophia en mi vida y en mi mundo y que he
dejado que Sophia ceda a lo que me rodea… pero tiene que saber que mis intenciones, para con Sophia,
son las más sinceras y las más sanas- sonrió. – No sé si para usted todo ha sucedido muy rápido, y me
disculpo por eso, es sólo que estoy segura, y podría jurarlo sobre la Biblia, que Sophia es con quien yo
quiero estar porque me hace feliz, muy, muy feliz, y, lo que me da Sophia, yo lo respondo con respeto,
con protección y con amor, yo no tengo intenciones de lastimar a Sophia porque no tengo corazón para
verla descompuesta. Eso ya lo hice una vez y es algo que sólo una vez quiero ver en los días conscientes
que me quedan
- ¿Es necesario que se casen?- preguntó, pues eso era algo que no entendía. – Digo, ¿no podrían sólo
seguir viviendo juntas?

- ¿Le molesta que nos casemos? Porque, de ser así, no lo hago- dijo un tanto frustrada y adolorida. – No
quiero que haya alguien en desacuerdo, no alguien tan importante para Sophia

- No, es sólo que quiero entender por qué quieres casarte si Sophia…- y calló.

- No cabe duda que Sophia es igual a usted- rio divertida. – Quizás sea sólo un papel lo que nos una,
porque, más allá de eso, no podemos hacer nada y, aunque pudiera, no lo hiciera, porque no me interesa
eso, me interesa gozar de los beneficios que eso trae

- ¿Beneficios?

- Va más que todo en términos de salud- sonrió. – Dios no lo quiera pero si a mí me llega a pasar algo no
quiero que todo lo que tengo se vaya a ninguna parte, me gustaría asegurar a Sophia. De la misma
manera en que si a Sophia o a mí nos pasa algo y estamos en el Hospital, Sophia y yo no somos familia,
no podemos tomar una decisión sobre la otra, no se hable de algo tan sencillo como las visitas cuando
sólo dejan entrar a los familiares. Legalmente nos facilita la existencia…

- Bueno, en eso tienes razón

- Además, ni Sophia ni yo tenemos por qué escondernos en estas cuatro paredes- dijo, haciendo un
recuadro imaginario con su dedo índice. – Yo quiero una relación normal, y creo que Sophia se merece
una también… creo que el mundo está demasiado alterado y acelerado, un poco de convencionalidad
no le viene mal a nadie

- ¿Firmarán un acuerdo prenupcial?


- Sólo uno en el que se haga constar que todo lo mío es de Sophia también… todo lo que tengo… no sé
cómo comérmelo yo sola- sonrió. – Quiero compartirlo todo con ella- se sonrojó. – Desde mi clóset hasta
mi cuenta bancaria, desde mi oxígeno hasta mi mano- Camilla sólo sonrió. – Y me gustaría muchísimo
que ustedes aceptaran que las traiga para la Boda, así como todo lo que ustedes necesiten; desde un
viaje en vacaciones hasta una cuenta de teléfono, desde un auto y gasolina hasta algo hospitalario… lo
que sea para que Sophia esté tranquila a sabiendas de que ustedes están perfectamente bien y con el
apoyo que necesiten

- ¿Sophia está al tanto de eso?

- Ella me ha dicho que haga la Boda como quiera- rio, omitiendo la parte de Las Vegas. – Así que, yo
quisiera traerla a usted y a Irene, así como voy a traer a mi mamá

- Me refiero a lo otro

- No estoy segura- sonrió ampliamente para librarse de toda culpa. – Pero ya lo hablaremos

- ¿Han escogido fecha?

- El treinta de mayo. Es viernes…

- ¿Es por algo en especial?

- El clima nada más- rio, sabiendo que era porque ninguna de ellas dos estaría siendo víctima de un
asesino en serie. – Es algo semi-formal, por la tarde-noche, pero creo que Sophia les hablará más de eso
en un par de semanas
- ¿Qué te gustaría que les regalara?- sonrió, que con eso les daba la completa bendición.

- En realidad, no quiero regalos- sonrió de regreso. – Quiero que me ayude a regalarle algo

- Está bien…- murmuró. - ¿Quieres contarme?

- Quiero que tenga parte del Estudio- la mirada de Camilla se perdió en tiempo y espacio.

- Tengo entendido que eso, con lo de Trump, es carísimo

- Obviemos el dinero, por favor- se sonrojó, pues le incomodaba aquel tema, más cuando no estaba
segura si Camilla sabía cuánto tenía en su cuenta bancaria. – Tengo el setenta y cinco por ciento, Alec
tiene el resto… en teoría, dos partes son mías, una de Natasha, pero en la práctica son tres mías, ella
sólo es un plan de apoyo, y me gustaría poder dirigir el Estudio en varias direcciones, más en la rama en
la que Sophia no suele explotar, la cual creo que tiene mucho potencial para ser una nueva etapa. El
diseño de muebles tiene un futuro prometedor porque es personalizado

- Me imagino que Sophia no sabe nada de esto, ¿verdad?

- No, me pidió que no le regalara joyas nada más- rio. – Pero mi regalo viene desde antes, lo compré
pensando en ella… porque creo en ella

- ¿Qué necesitas que haga?

- Necesito que le regale un número cinco


- ¿Un cinco?

- Sí, ya sea en papel, en metal, en lo que sea… sólo un cinco. Yo le daré un cuatro, mi mamá le dará un
seis, Natasha un ocho, Phillip un tres, Volterra un nueve, Margaret y Romeo le regalarán un seis e Irene
un ocho

- Entonces, ¿un cinco y un ocho?

- Sí

- ¿Qué significa?

- Sophia lo sabrá- sonrió.

- ¿Han hablado de qué harán después de la Boda?

- ¿De una luna de miel?

- Sí

- No, pero me gustaría llevarla lejos de todo- se sonrojó. – Para desconectarnos totalmente y poder estar
juntas- y no se dio cuenta de que eso sonaba a “sexo”. – Una playa, para poder descansar también, que
se nos vienen unos meses ajetreados… quizás Bora Bora y el Four Seasons
- ¿No es muy caro eso?

- Sophia se merece lo mejor

- Tú no conoces límites, ¿verdad?- rio Camilla muy encantada.

- No tengo- guiñó su ojo. – Mucho menos cuando se trata de Sophia, de su comodidad y de su relajación

- ¿Quieres quitar esa cara, por favor?- ladró Camilla junto con un puntapié bajo la mesa.

- Es la única que tengo, acostúmbrate- gruñó. – Emma me debe una buena explicación y una norme
disculpa- se cruzó de brazos como un niño pequeño.

- ¿Qué te hace pensar que Emma le dijo?

- ¡Es la única que sabía!- y gruñó letras, consonantes y vocales entre sus dientes, con sus puños cerrados,
así como José Mourinho reaccionó en el juego del Real Madrid contra la Real Sociedad.

- Te juro, Alessandro, que si les arruinas la noche… te va a ir mal, muy mal- le advirtió con esa mirada
que sólo una mamá podía poner. – Cambia esa cara YA- Volterra sólo gruñó calladamente. – Lo digo en
serio

- ¿Por qué no reaccionas ante lo que acaba de pasar?- refunfuñó.


- Porque Sophia iba a saberlo de mí- Volterra dejó caer la quijada.

- ¿Y no se te ocurrió decirme?

- ¿Para que me dijeras que “no, ¿y si se enoja?”?- rio. – La que se lo ocultó fui yo, tú eres
una cosa colateral nada más. Si se va a enojar, que se enoje conmigo

- Soy su papá

- Entonces empieza a actuar como uno- levantó su ceja. Volterra la vio penetrantemente y se levantó de
golpe. - ¿A dónde crees que vas?

- A hablar con Emma

- No, tú no vas a ninguna parte- ladró, deteniéndolo de la mano, pero él se la arrebató. – ¡Alessandro!-
le siseó a una espalda ya distante y que caminaba hacia donde estaba Emma y Sophia con Margaret, que
se sacaban un par de fotografías, literalmente para el recuerdo, mientras los meseros empezaban a servir
comida y bebidas.

- I’ll see myself out after the guest’s takes- le dijo Annie a Emma.

- Do please have something to drink and eat, anything you want or need- sonrió Emma, extendiéndole
la mano. – Your transportation should be waiting for you to take you to the airport, and your name
should be on the list for any flight of your choice with American Airlines
- I wish you both the very best- sonrió, estrechándole la mano. – I should be delivering the takes within
a week or two

- Take all the time you need- resopló Emma, viendo que Volterra se acercaba con cara de querer
asesinarla. Margaret se robó a Annie y la hizo desaparecer de su vista, que, de no ser por el flash de la
cámara, no hubiera sabido si seguía ahí o no. – No se ve muy contento- susurró Emma para Sophia, quien
le tomaba la mano y le besaba los nudillos. Sophia sólo se encogió entre sus hombros y no le dio
importancia alguna.

- Emma- gruñó Volterra. - ¿Podría robarte a tu esposa por un momento?

- Ya regreso- sonrió Sophia y le dio un beso corto y rápido en sus labios para el enojo de Volterra. – Ajá,
Alessandro- sonrió, tomándolo del brazo con el suyo mientras se dejaba guiar por él hacia donde sea
que la llevaba. - ¿Qué se te ofrece?

- ¿Bailarías conmigo?- murmuró ya más relajado.

- No hay música- Volterra la empujó suavemente y la volvió a atrapar entre sus brazos, ya en la posición
de baile.

- Paupérrima excusa para no bailar conmigo. Muévete- sonrió.

- Guíame- rio, pues no debía guiar ella sino él, y Volterra se empezó a mover, que no era un buen bailarín,
sino un buen bailador. - ¿Con quién estoy bailando; con mi jefe, con el ex-novio de mi mamá, con mi
“tío” o con mi papá?

- Tengo ese síndrome de personalidades múltiples- sonrió. – Pero estás bailando con el ex-novio de tu
mamá, a quien alguna vez conociste fuera de todo esto y llamaste “tío”, y luego fui tu papá, por último
tu jefe. Supongo que es una síntesis de todo… y espero no haber arruinado las fotografías con mi cara
de asombro- sonrió incómodamente.

- Te mata Natasha… o Margaret, que le salió caro que Leibovitz tomara las fotografías

- Nunca entendí cómo es que hacen esas cosas

- ¿Cuáles?

- ¿No te parece todo muy “over the top”?

- ¿Todo qué?

- Todo, tu vida, la vida que llevas con Emma

- ¿Escoges el día de mi boda para decirme que tengo un Alterego Consumista y que mi vida es superficial
y materialista y no exactamente en el sentido filosófico de la palabra?

- Te casas en el Plaza, tienes a un ultra Chef cocinando para menos de cincuenta personas, el mismo que
cocina para losOscares, te casa la misma mujer que divorció y casó a Donald Trump y a todos los Trump,
tienes una vajilla sólo para quebrarla, Vanity Fair te toma fotografías, creo que lo que tienes encima, en
ropa, zapatos y joyas… ¿no te parece demasiado?

- Vamos por pasos- sonrió resentidamente. – Se llaman “Oscars”, no “Oscares”, y ni así, son los Premios
de la Academia, y se llama “Wolfgang Puck” y no está cocinando allá atrás. Vanity Fair no tomó las
fotografías- rio. – Leibovitz fue regalo de Margaret, Helena fue recomendación de Romeo… what the
fuck, no sé por qué te tengo que dar explicaciones de cómo gasto mi dinero o de los regalos que me
dan…- frunció su ceño. – Ahora bien- sonrió para intentar relajarse. – Es mi boda, mi esposa está sola,
estoy bailando sin música como idiota con el hombre que, a pesar de que ya le dije que sé que es mi
papá, no me dice nada y, por si eso fuera poco, me está criticando mi boda… quite disrispectful diría yo.
Así que, yo voy a ir a disfrutar mi noche, mi matrimonio, y a mi esposa con mis amigos y mi familia, si
quieres ser parte de mis amigos o mi familia, que al menos se quedan sus críticas para sí mismos, eres
más que bienvenido para quedarte pero, si no te consideras parte de mi familia o capaz de mantenerte
esas cosas para ti, pues, hay varias puertas por las que puedes salir-auch. Le dio un beso en cada mejilla,
lo tomó por los hombros y le sonrió. – Gracias por el baile- se despegó de él con la misma frustrante
sonrisa, y, al darse la vuelta, se dio cuenta que todos la veían dejar a su papá solo, que todos sabían, no
porque Emma o Sophia lo hicieran evidente sino porque era más que obvio desde el momento en el que
la contrató de la nada, más cuando usó al fracaso de Harris para cubrir la pronta contratación de Sophia
cuando el mercado no estaba preparado para diseño de muebles a tan alto nivel.

- Buenos días- sonrió mientras veía saltar las rodajas de pan integral de la tostadora.

- Tú no duermes, ¿verdad?- resopló Irene en su adormitada voz alrededor de su alborotado cabello.


Emma sólo guiñó su ojo.

- ¿Qué te puedo ofrecer de desayuno?- Irene sólo bostezó y sacudió su cabeza. – Bueno, no es tanto
desayuno si son las once de la mañana… así que…- sonrió, colocando ambas rodajas de pan en un plato
pequeño para luego esparcirle una generosa capa de mermelada de fresa sobre una mísera capa de
mantequilla. – Puedo ofrecerte un par de Toast o un Panino con Pomodoro, Mozzarella e Funghi

- Una Pizzetta?- resopló.

- ¿Quieres una?
- Bueno- frunció su ceño. – Supongo que sí- murmuró con extrañeza y vio a Emma sacar un paquete de
rodajas de queso y un tarro con una especie de pasta roja. – Pasta de tomate seco- sonrió. -
¿Champiñones?

- Sí, gracias- sonrió, notando cómo sacaba sólo dos de uno de los cajones.

- ¿Dormiste bien?

- No sé qué tiene esa cama que me hace dormir demasiado bien, ¿y tú? ¿Tu cama no es lo
suficientemente…cómoda?- rio nasalmente con la picardía de un sentido alternativo, que podía ser
cualquier cosa relacionada con Sophia. ¿Relacionada? Jaja, sí.

- Mi cama, querida cuñada- resopló, alcanzando la bolsa de papel que tenía enfrente mientras encendía
el horno. – Es perfectamente cómoda

- ¿Cómo es que no duermes, entonces?

- Estoy acostumbrada a dormir poco

- ¿Cosas de la perturbada consciencia?

- ¿Perturbada? No- sacudió la cabeza con aquella expresión de burla.

- ¿Mucho sexo?- rio.


- Irene… nunca me ha gustado que me den un consejo cuando no lo he pedido, es una de las tres cosas
que odio en realidad, pero voy a escupir hacia arriba y voy a dejar que mi odio hable

- Me vas a dar un consejo

- Consejo…no, advertencia mejor- sonrió, esparciendo la pasta de tomate sobre la rodaja inferior de pan.
– La curiosidad, conmigo, no tiene límites

- ¿A qué te refieres?

- Lo que sea que me preguntes, sea por travesura, por curiosidad o simplemente porque te pongo
nerviosa, porque sé que lo hago- sonrió. – Pero, lo que sea que me preguntes, te lo voy a responder…
así que piensa bien en lo que me vas a preguntar, porque voy a seguirte el juego

- ¿Cuáles son las otras dos cosas que odias? ¿Semana sin sexo y tener a tu suegra al otro lado del pasillo?

- Dos preguntas: ¿por qué Sophia y tú creen que mi familia política es algo que me preocupa? Y, ¿por
qué todo tiene que ver con sexo?

- ¿Qué es lo que no tiene que ver con sexo?- sonrió. – Todo en esta vida tiene que ver con sexo: la comida,
la bebida, la risa, todo tiene que ver con sexo

- No, tiene que ver con placer, no con sexo. Y, la familia política, ¿quién no lo odiaría? Yo sé que yo sí lo
odiaría, hasta lo evitaría
- Odio cuando me insisten, cuando me quieren convertir o me quieren obligar a hacerme cambiar de
opinión- la volvió a ver mientras, con destreza, cortaba los champiñones en rodajas para colocarlo sobre
la pasta de tomate. – Y odio cuando tu hermana no está feliz

- ¿Es feliz?- murmuró, mostrándole la primera mirada de preocupación por su hermana. - ¿Tú la haces
feliz?

- No sé si soy yo, no sé si yo sea el factor especial, pero sí es feliz

- ¿Lo eres tú?

- ¿Alguna vez soñaste con algo perfecto?- sonrió, volviéndose al otro champiñón. - ¿Alguna vez creíste
que puedes tener algo perfecto, algo que puedes describir únicamente como “perfecto”?

- La perfección no existe- susurró. – Todo tiene defectos

- ¿Qué te hace pensar que los defectos no son parte de la perfección?

- ¿Tú crees que tu vida es perfecta?

- Nunca ha estado tan bien, está como lo que conozco bajo “perfecta”: tengo una familia, tengo amigos,
tengo trabajo, tengo salud… tengo a tu hermana, ¿qué más puedo querer de la vida? ¿Qué más puedo
esperar de mi vida? Lo tengo todo, hasta más

- Debes odiar la pregunta, yo sé que mi hermana la detesta- suspiró, abriendo la puerta del congelador
para sacar el jugo de naranja. - ¿Qué hay de tener hijos? Yo quiero tenerlos algún día
- Y me alegra el hecho de que quieras tenerlos, de verdad- sonrió. – Pero aquí estamos con tu hermana;
ella que cree en la naturaleza de las cosas, y se lo respeto

- Y tú, ¿qué hay de lo que tú quieres, de lo que tú crees?

- No puedo tener hijos- se volvió a ella y dejó de rebanar.

- Vamos, todo papá ha dicho eso en algún momento, todos se han preguntado si serán o no buenos, si
serán ellos o sus hijos los que sean una Santa Cagada… pero eso no significa que hay que tenerle miedo

- ¿Qué te hace pensar que le tengo miedo a ser una Santa Cagada?

- Todos le tienen miedo a eso, pero, al final, todos son buenos y todos adoramos a nuestros papás, hagan
lo que hagan, la caguen cero, una o mil veces. Es el miedo a la responsabilidad

- No le tengo miedo a la responsabilidad, tengo varias responsabilidades muy grandes en mi vida y creo
que he logrado llevarlas sin mucho problema

- ¿Responsabilidades como cuáles?- sonrió desafiantemente. ¿Quiere guerra? Guerra tendrá, carajo.

- Tengo responsabilidades en el trabajo: ser eficiente, innovadora, mi responsabilidad es ser responsable


y ser creativa. En casa tengo que pagar cuentas, en la familia estoy al pendiente de todos, hasta de ti
cuando, en realidad, no tengo ninguna obligación para contigo, y tengo responsabilidades con tu
hermana
- Y, aun así, ninguna es tan grande como criar a un hijo… ¿por qué estás tan a la defensiva con la idea?
Ni mi hermana se pone así

- Bueno, tú lo pediste- suspiró, sacando la bandeja del horno para colocar el Panino, o Pizzetta con
tapadera, sobre ella. – Nopuedo tener hijos porque soy estéril. Eso es en el ámbito biológico, clínico,
físico, como quieras llamarle. No quiero tener hijos porque no voy a arriesgarme a convertirme en el ser
abusador que era mi papá, no le voy a dar pie a eso, eso termina conmigo: ámbito psicológico, mental,
emocional. No necesito tener hijos porque no me siento vacía, porque no es obligación, porque no está
escrito en piedra que cada mujer debe ser mamá, o que cada matrimonio debe tener hijos… y eso, Irene,
es en la parte social

- Emma, lo siento- susurró con su mirada perdida. – Yo no sabía

- Aprendes a vivir con tu naturaleza, así como tu hermana dice. No puedes forzarla: el mundo está como
está porque jugamos a ser omnipotentes, jugamos con las leyes de la naturaleza… y no me voy a morir
si el cliché no se cumple. Además, si pudiera tener un hijo, sería tenerlo de tu hermana

- Pero eso no se puede

- Y me alegra que me entendieras- sonrió.

- Pero, ¿no quieres niños a los cuales cantarles el Happy Birthday, a los que hay que cambiarles pañales
y darles de comer papilla?

- Por eso seré la mejor tía que pueda existir. Para eso tengo a Natasha, tengo a mi hermana que no tarda
en salir embarazada al paso que va, y te tengo a ti… en tiempo eventual. Que no sean mis hijos no
significa que no me gusten los niños
- Y, entonces, cuando te cases con mi hermana, ¿qué va a pasar?

- ¿A qué te refieres con “qué va a pasar”?

- ¿Qué van a esperar? ¿Qué van a desear?

- Todavía no te entiendo con claridad

- ¿No va a haber ningún cambio? Digo, ¿se van a apegar a la rutina?

- ¿Tendría que cambiar? – resopló.

- ¿Se van a casar y van a seguir igual?

- Por eso, Irene, ¿qué tiene que cambiar?- suspiró. - ¿Tiene que cambiar algo en general?

- No lo sé, es sólo que me parece un poco aburrido, como si no fueran a empezar desde cero- se encogió
entre sus brazos.

- Ese es el problema- sonrió, doblando una de sus ya frías tostadas para llevarla a su boca. – El único que
se aburre es el que no sabe divertirse con lo que tiene, y el único que necesita empezar desde cero es el
que ha sido víctima de la única moraleja de Esopo que vale la pena contar: Don’t shit where you eat- rio,
no sabiendo en realidad si tenía algo que ver con Esopo o con alguna de sus camisetas obscenas.

- No creo que te estoy entendiendo


- ¿Por qué voy a empezar desde cero si quiero darle seguimiento a lo que ya tengo?

- Entonces, ¿no hay nada que quieras cambiar?

- ¿Es tan difícil creer que no, que todo está bien?

- ¿Ni para mejorar?

- Todo es perfecto, Irene- sonrió. – No hay nada que quiera cambiar, de verdad

- Realmente tengo un poco de envidia- se sonrojó.

- ¿Todo bien con tu vida amorosa?

- No tengo una- balbuceó suavemente.

- Uno reconoce a los de su clase, así como un Payaso reconoce a otro Payaso

- De verdad, no tengo una vida amorosa

- ¿Cómo se llama? – Irene sólo rio nasalmente y sacudió su cabeza. – El hecho de que no tengas una vida
amorosa no significa que no haya una persona de interés, so, ¿cómo se llama? – volvió a sacudir la
cabeza. - Asumo que tu mamá no sabe y tu hermana tampoco, ¿verdad?
- No

- ¿Por qué no?

- ¿Por qué sí?

- Es cómodo cuando puedes ser quien eres con tu familia

- ¿Tú hablas con tu familia de Sophia?

- Con mi mamá, sí. Mis hermanos y yo no tenemos la cercanía que tienes tú con tu hermana… por eso
cuento con Natasha y con Phillip; ellos también son mi familia

- Todavía no estoy lista para decirle a mi mamá

- ¿Crees que no va a entender?

- ¿Tú logras entender que me gustan ambos?

- No veo por qué no, no tiene nada de complicado

- ¿No lo ves como una indecisión o una confusión?- Emma sólo sacudió la cabeza. – Es que pienso que
es difícil, mi hermana es lesbiana, sólo le gustan las mujeres
- Sin embargo, estuvo con Pan de Mierda- sonrió.

- A lo que voy es que ella puede categorizarse como “homosexual”, así como Natasha puede
categorizarse “heterosexual”…

- Mmm… ya veo- sonrió de nuevo. – ¿No te parece normal que te gusten los dos?

- No te pueden gustar los dos, tiene que gustarte uno más que el otro, ¿no?- Irene asintió suavemente.
– No todo es blanco y negro, Irene

- ¿Tú te consideras bisexual, entonces?

- Te lo puedo plantear así: fui heterosexual porque me acostaba con hombres pero no porque me gustara
estar con ellos, era bisexual porque pasé de estar con un hombre a estar con una mujer, soy lesbiana
porque estoy con tu hermana y me voy a casar con ella. Si eso me hace lesbiana, bisexual, o confundida,
pues eso soy. No tiene nada de malo porque no es que no sepas qué te gusta y qué no, eso sí lo sabes,
te gustan ambos pero pesa más quién es y no su género

- ¿Cómo le explicas a tu mamá que te puede gustar cualquiera, hombre o mujer? ¿Cómo haces que
entienda que no ves hacia la derecha sino también hacia la izquierda?

- ¿Es difícil explicarlo o aceptarlo?- murmuró, doblando la otra tostada para comerla.

- Pero yo sé que me gustan ambos


- Saber no es lo mismo que aceptarlo- sonrió.

- ¿Tú le dijiste a tu mamá quién eras?

- No salí realmente del clóset- suspiró. – Pero sí le dije quién era tu hermana, y no le he mantenido nada
importante en secreto

- ¿Nada importante?

- No- sonrió de nuevo. – Nada… hasta en el sentido sexual

- ¿Cómo puedes hacer eso?- siseó con sorpresa. - ¿Cómo puedes hablar de sexo con tu mamá?

- ¿Tengo algo de qué avergonzarme?

- Le cuentas de tus experiencias sexuales, eso no es normal- susurró. - ¿No te da algo cuando le estás
contando?

- No es como que le cuento que me gusta hacer que tu hermana pierda el control ante éstos - sonrió con
picardía y levantó su dedo índice y medio de la mano derecha, que Irene dejó caer su quijada. – Le cuento
lo suficiente como para que sepa por qué estoy bien o por qué estoy mal, le cuento para que sepa que
mi relación con tu hermana es sana

- Tu mamá es más cool que la mía, de eso doy fe


- ¿Y eso por qué es?

- La vez que conocí a tu mamá, no sé- rio.

- ¿Qué hizo?- preguntó un tanto avergonzada en anticipación con su mano sobre sus ojos para
esconderse de su misma vergüenza.

- Nada, es sólo que me dio esa impresión

- Tu mamá también es bastante afable, inspira confianza… yo se la tengo

- Es irónico que tú se la tengas y sus hijas no

- No estoy en posición de opinar sobre la naturaleza de la relación que hay entre su mamá y ustedes dos-
dijo, sacudiéndose las migajas y el problema de las manos.

- Al menos mi hermana tiene buenas razones para no confiar tanto en ella, yo no gozo de ese lujo

- Eso me suena a excusa, a que necesitas algo para no confiar en ella, para no contarle

- Es realidad

- ¿A qué te refieres, entonces?


- Hablo de Volterra y mi hermana- se acercó a ella con susurros mientras veía de reojo hacia el pasillo
para asegurarse que nadie viniera.

- ¿De las peleítas en la oficina?

- Yo sé que tú sabes que no es eso a lo que me refiero… yo sé que tú sabes que mi hermana y yo no
compartimos el mismo…- volvió a ver sobre su hombro y agachó la mirada. – El mismo papá

- ¿Y tú cómo sabes eso?

- Mi papá me lo dijo cuando se dio cuenta que mi hermana estaba trabajando con él - rio nasalmente. –
Eso no cambia la forma en cómo veo yo a mi hermana, o en cómo aprecio a mi mamá… es sólo que mi
hermana, que no sé si sabe pero sé que tú sí, tiene la excusa perfecta para no contarle las cosas a mi
mamá con el mantra ese de “don’t lie to those who trust you, don’t trust those who lie to you”

- Entonces, ¿tú quieres contarle pero también quieres una excusa para no contarle?

- Quisiera no tener que contarle- la corrigió.

- Pero no tienes que contarle a nadie, creí que le querías contar para sentirte aliviada

- No, eso es algo que tú trajiste a la mesa- sonrió, confundiéndonos a las dos. Era buena. – En fin, me
parece admirable que puedas contarle muchas cosas a tu mamá, más cosas así de íntimas

- Te vas a cansar de mentir, de inventar excusas para poder estar con esa persona, de hacer planes
maestros para que no descubra nada, pero vas a estar perdiendo el tiempo porque ningún papá es tonto;
siempre han sabido y siempre sabrán…
- Son cosas que todavía no entiendo a profundidad, ¿tú cómo hiciste para entender lo que te pasaba?

- Tuve que ceder… más bien tuve que aprender a ceder

- ¿A qué te refieres?

- Me gusta el control, nada puede salir mal si todo está bajo control, y siempre he tenido control sobre
las cosas que hago, sólo las veces en las que me he equivocado es cuando no he sabido controlar todo
lo que suelo controlar. Con “control” me refiero al control de todo, pues si pudiera controlar el clima,
hasta eso controlaría. Control de espacio, control de situación, control de emociones, todo
prácticamente racional. Y, de la nada, llega tu hermana

- ¿Y cuál es el problema con mi hermana?

- Yo era la única Diseñadora de Interiores en el Estudio y, de la nada, llega tu hermana, o sea… ¿qué
carajos? Ese fue el primer problema, la pérdida de control sobre todo trabajo que tuviera que ver con
Ambientación. Egoísta, yo sé, pero así es el trabajo, nadie quiere que le roben cuota ni de broma. Luego,
tengo que ceder espacio en mi oficina para que tu hermana pueda tener un espacio también, y eso es
pérdida de control laboral casi total, sólo me faltaba darle un porcentaje de mi salario y ya era absoluto.
Digamos que en el trabajo ya no tenía control más que en lo que aterrizaba en mi regazo… y, no sé,
perder el control me enoja, me frustra, necesito tener el control para tener tranquilidad, porque lo único
que tengo seguro es mi trabajo, mi nombre en el gremio, lo demás es fluctuante y no es constante. En
fin, eso cambió porque ningún cambio me había sentado tan bien: menos carga laboral al tener con
quién compartir proyectos, alguien con quién platicar sin tener que salir de mi oficina, alguien con quién
platicar en italiano y alguien con quién consultar mis ideas. Me molestó cuando empecé a perder el
control de lo que no era el trabajo

- ¿Emociones, sentimientos?
- Hasta fui al Psicólogo- sonrió, como si aquello fuera problema o fuera gracioso.

- ¿Fuiste porque estaba atentando contra el control que te gusta tener sobre tu racionalidad o porque
era mujer?

- Punto clave: una mujer me estaba llevando a hacer combustión- sonrió. – Y voy a ser tan honesta como
fui con tu hermana… me metí con tu hermana porque me dio curiosidad, porque tenía ganas, porque,
de tan incorrecto que sonaba, sonaba correcto. Claro, cuesta darte cuenta de lo que está pasando
cuando lo único que puedes ver es que alguien te está robando todo tu control, cuando ves que alguien
te hace contarle cosas de tu vida que no le has contado a nadie, cuando te das cuenta de que tu control
tiene fallas por las que sólo alguien tan inteligente como tu hermana puede meterse, que es que se mete
en esas fallas y las va haciendo más grandes hasta que hace que tu control explote y ya no tengas más
de eso. Empiezas a dejarte llevar por algo que no conoces, que por no conocerlo lo catalogas como
peligroso, de eso que te hace caer sobre tus rodillas ante sus pies cuando antes pretendías que un par
de centímetros en un Stiletto hicieran la diferencia de un Ego en desesperación por autopreservación.
Entendí lo que me estaba pasando cuando todo lo que hacía tenía que ver con tu hermana, y terminé de
comprenderlo cuando se enojó conmigo. Ha sido de las cosas que más me han dolido en mi vida, que
me han marcado a tal grado que no quiero que nunca más se enoje conmigo de esa manera…

- No entiendo mucho

- Sólo alguien a quien quieres de esa manera, con esa intensidad, puede lastimarte tanto

- ¿Te lastimó y sigues con ella?- siseó sorprendida.

- Y yo a ella, pero eso se llama “perdón”, que es algo que también aprendí a pedirle a un “extraño”

- Entonces, mi hermana te quitó todo tu autocontrol y así es como entendiste lo que te pasaba
- Sé que tu hermana es la persona indicada para mí porque es la única que sabe devolverme el control,
que me deja tener el control, alguien a quien le gusta como soy y que me quiere como soy, porque
intentó cambiarme y yo a ella y eso no nos llevó a nada bueno. Aprendimos a convivir, no a vivir con la
otra nada más. Y te digo todo esto porque tu hermana es alguien de quien vale la pena alardear

- ¿Alardear?

- Me cansé de quererla en secreto, me cansé de inventar excusas para poder estar con ella, me cansé de
llevar una doble vida… y no es justo para tu hermana, que siendo quién es para mí, no tenga el lugar que
se merece en mi vida y en la suya. Llegué al punto en el que no me interesa dejar de vivir por cuidar algo
tan privado, algo de lo que la gente no tiene por qué opinar porque no conoce, sino me interesa tener
sólo una vida, una mezcla de vida privada y vida pública, que sepan que Sophia es mi novia pero que no
tienen que saber qué es lo que pasa a puerta cerrada, así como cualquier otra pareja en cualquier parte
del mundo

- Pero tú haces eso porque puedes

- Sí, porque me doy el lujo de poder querer hacerlo, y, porque quiero, puedo- sonrió, abriendo el horno
para sacar la comida de Irene. – Eso no significa que voy a gritarlo por un megáfono por toda la Octava
y la Quinta Avenida- suspiró, como si aquello naciera en el fondo de sus entrañas.

- Pero fácilmente podrías ahorrarte todos esos comentarios ignorantes

- Siempre van a haber comentarios ignorantes, Irene, seas así o asá, no importa lo que hagas, siempre
están. Es sólo que no quiero tener que estar en mi casa para poder tomar a tu hermana de la mano, para
poder abrazarla por la cintura, para poder darle un beso…

- Pero, para eso, no necesitas el permiso de la gente, Emma, ¿o sí?


- No, no tú no lo necesitas, aunque, probablemente, la gente piensa que sí, no lo sé… es cuestión de
apreciación de las cosas

- ¿Cómo?

- No es lo mismo que te acepten a que te den permiso de desinhibirte porque, como todo humano, la
desinhibición corre a distintos niveles; desde pasividad hasta locura extrema. Pero, por pasos, si tú no te
aceptas y no te entiendes, si tú no te comprendes, ¿cómo esperas que los demás lo hagan? Es lo mismo
con el respeto. Y quizás no necesitas el permiso de la gente, pero la sensación de tenerlo creo que te
facilita tu existencia- sonrió. – Date permiso de hacer las cosas como los demás pero con el respeto que
los ajenos a tu vida se merecen

- Me hablas como en código

- No puedes esperar que todos reaccionen positivamente ante quién eres, pero si tú respetas el ambiente
es más probable que te toleren, que eso es lo que ha pasado en la oficina… apenas y mi Asistente sabía,
junto con Volterra, pero nunca incomodamos al resto y tampoco pretendemos darles un vistazo a
nuestra vida privada, algo no más allá que un beso o una mirada no afecte

- Entonces tengo que conocerme para que me conozcan, en pocas palabras, ¿no?

- Sí…y, créeme, Irene, la vida sin mentiras es más fácil. Además, tu mamá no ha tenido una mala reacción
en cuanto a tu hermana, ¿por qué la tendría contigo?

- Porque yo no soy parte de ningún error al que tiene que compensarle todo- se encogió entre sus
hombros.
- Ni Sophia ni tú son un error, y tu mamá no creo que le esté compensando algo a tu hermana. Ella va a
entender, o va a intentar entender en el mejor de los casos…

- ¿Tú crees?

- Lo poco que conozco a tu mamá, creo que no es una persona a la que un enojo se le puede ver con
claridad- sonrió. – No me la imagino enojada, mucho menos por algo que no es tu culpa

- En eso tienes razón…

- Siempre la tengo- sonrió kilométricamente con un poco de burla. – Pero, bueno, ¿cómo se llama?

- Clarissa

- ¿Y?

- Nada, sólo estamos saliendo, nada grave, nada serio

- ¿Qué estudia? ¿Cuántos años tiene?

- Química y Farmacia, tiene veintidós

- ¿Lo has hablado con tu hermana? – ella sacudió su cabeza. - ¿Por qué no?
- Por lo mismo que te dije la vez pasada- suspiró con frustración. – Pasé mucho tiempo burlándome de
mi hermana porque le gustaban las mujeres

- Don’t shit where you eat- rio Emma, abriendo la lavadora de platos para colocar su plato y su vaso en
ella.

- Por eso vengo a ti

- Te agradezco mucho la confianza, Irene, de verdad… pero creo que son cosas que a tu hermana le
gustaría saber, así como ella alguna vez te dijo que le gustaban las mujeres

- Me gusta hablar contigo- se sonrojó, pero no por atracción sexual, sino por algo que no sabía qué
nombre darle. – Pues, no es como que hablemos mucho pero me gusta- Emma sólo rio nasalmente con
una sonrisa y sintió cómo su nerviosismo se materializaba en sus venas.

- ¿Por qué?- susurró con la resaca de su sorpresa.

- Porque creo que no cualquiera logra arrancarte una conversación- elevó sus cejas y sacudió su cabeza,
como si no entendiera que Emma no entendía. - ¿Puedo preguntarte algo?

- La pregunta debe ser bastante excéntrica como para que me estés preguntando si puedes

- Me da vergüenza preguntarlo

- ¿Por qué no se lo preguntas a tu hermana, entonces?


- Porque eso implica doble vergüenza

- Oh… bueno, adelante

- ¿Qué tanta diferencia hay entre un hombre y una mujer?

- Oltre al fatto che l’uomo ha un pene e la donna ha una vagina…- se carcajeó, haciendo su respectiva
mirada de “yo sé a qué te refieres, pero ríete de la vida”. – È molto semplice

- Semplice?

- Sì- sonrió. – Mi piace di più con la tua suorella, quindi una donna

- ¿De verdad?- suspiró con la boca llena de Panino.

- Bueno, es que depende a qué te refieras…- Irene sólo ensanchó la mirada y Emma comprendió. - ¿Ya
has estado con un hombre?- ella sacudió la cabeza pero luego asintió. - ¿Sí o no?

- Olvídalo- sacudió su cabeza sonrojada. – Mal tema de conversación

- Sexo anal, entiendo- resopló sólo para provocarla.

- ¡No!- siseó escandalizada y tan roja como el suéter que llevaba Emma esa nublada y nevada mañana. -
¡Ahhh! ¡Asco!- gruñó, sacudiéndose de la espalda mientras se tapaba el enrojecido rostro entre sus
manos, que Emma sólo supo reírse con una carcajada que procuró mantener muda.
- Cálmate- dijo todavía con su risa de por medio. – Sólo bromeaba- la tranquilizó con su mano sobre su
hombro, que era la primera vez que la tocaba por voluntad propia si no era para saludarla de beso. –
Cuéntame, que no te dé vergüenza… que yo tampoco he sido Santa

- Sólo fue… tú sabes… él a mí, yo a él

- ¿Felación y Cunnilingus?

- Mi hermana me dijo algo de que eras un poco rígida con las palabras- murmuró como para sí misma.

- Me corrijo: ¿sexo oral?- Irene asintió. - ¿Te gustó?

- Esa es una pregunta un poco personal, ¿no te parece?- se sonrojó con la mirada cuadrada.

- Tiene su objetivo

- No soy fanática de chuparlo- Emma sólo consiguió reprimir su reacción de asesinato auditivo ante el
verbo “chupar”, pues no sabía por qué pero le sonaba raramente sucio, y kinky.

- No era la respuesta que buscaba, pero no necesito la respuesta, ya no- rio. – Sólo piensa que cuando
estás con una mujer, el setenta u ochenta por ciento del tiempo es Cunnilingus y las posiciones son
menos, todo el tiempo utilizas las manos… la resistencia es distinta

- ¿Resistencia? Suena a deporte


- Es, quizás, una disciplina que debería ser considerada para los Juegos Olímpicos- sonrió burlonamente.
– Y me refiero a que los movimientos son distintos…la mayor parte del tiempo, dependiendo qué tipo
de relación estés teniendo, supongo

- ¿De qué hablas?

- Tú no cabalgas a una mujer, eso es básicamente imposible si es natural…

- ¿Natural?

- Creo que esto mejor lo discutes con tu hermana- dijo ya incómodamente, pues eran demasiados
detalles y no sabía cómo explicar para no darle una idea de cómo era su vida en la cama.

- El día que mi hermana y yo hablemos de sexo… va a nevar en Venecia- Emma sólo lanzó otra graciosa
carcajada y sacudió la cabeza. – Y buscarlo en Google es un tanto vergonzoso, prefiero avergonzarme
contigo

- Es que hablarte de eso es como hablarte de lo que hago yo- susurró con un poco de pudor.

- Ah, todavía logro incomodarte- rio.

- Ni una palabra a tu hermana, ¿de acuerdo?- dijo ante el reto, que había caído en la trampa de Irene.

- Lo prometo
- Penetrar- levantó su dedo índice de la mano derecha. – O Penetrar- resopló, levantando su dedo del
medio también. – Penetrar- hizo el mismo movimiento que el verbo implicaba. – O Eyacular- repitió, sólo
que ahora era la mímica para lo que se sobreentendía. – Clítoris- cerró su mano en puño y señaló uno
de sus nudillos, sólo para agregarle sentido figurado. – Frotar- lo hizo circularmente. – O Frotar- cambió
el movimiento a uno vertical y luego horizontal. – Clítoris- repitió. – Lamer, succionar, mordisquear,
ojo, mordisquear, no morder. Besar- Irene asintió con su sonrisa sonrojada. – Eso último aplica para todo
lo que hay alrededor y para…- señaló sus propios senos con sus dedos índices. – Orgasmo clitorial: por
sexo oral- susurró. – Por masturbación

- ¿Para qué me voy a masturbar si estoy con alguien?- susurró de regreso mientras ambas veían sobre
sus hombros.

- Ella a ti o tú a ella- y asintió. – Por roce- separó su dedo índice del medio, creando un dos americano y
frotó la coyuntura contra su dedo índice izquierdo. – O por roce- resopló, creando aquella entrelazada
posición con ambos pares de dedos.

- ¿Qué más?- preguntó al ver que Emma se quedaba como si ya no tuviera información.

- Eso es lo básico, no es tanta ciencia… es como de sentido común, en realidad…

- Yo carezco de sentido común- gimió caprichosamente.

- Mira un poco de pornografía, qué se yo, amplía el conocimiento- dijo en su tono desesperado, pero
Irene sólo se sonrojó. - Esto es verdaderamente incómodo porque ya dejo de hablar de mí- suspiró. –
Pero, lo que nos funciona a nosotras es que nos hablamos

- ¿Sobre qué?- Emma sólo llevó su mano a su frente y se dio un golpe, pues creyó que aquello era
evidente. - ¿SobreVogue?
- Sobre “más a la izquierda” o “más fuerte” o “más rápido”… o, bueno… tú me entiendes- sonrió.

- Es un poco perturbador saber que o tú estás abajo o mi hermana está abajo…- se sacudió.

- La diferencia fundamental- dijo, aclarándose la garganta ante la incomodidad del asunto. – Es si te gusta
o no

- ¿A ti te gusta?

- Siempre me consideré una persona relativamente asexual, o quizás con muy poco apetito sexual… pero,
cuando llegué a tu hermana…- rio nasalmente y sacudió lentamente la cabeza. – Realmente se me antoja

- Incómodo- rio.

- A lo que me refiero es a que me siento más cómoda conmigo misma y con alguien más si es una mujer,
pues, tu hermana…pero para generalizarlo- sonrió nerviosamente. – Ya no me imagino estando con un
hombre

- ¿Por qué?

- ¿De verdad quieres saber?- Irene asintió. – Porque me gusta el cuerpo de una mujer y no lo sabía-
sonrió. – Y, hablando lo que es y cómo es, con los verbos que encajan en la situación, ¿de acuerdo?

- Por favor
- Me gusta el cuerpo de tu hermana; es delicado, esculpido, fino. Es suave, liviano, justo para poder
apreciarlo y acariciarlo… es digno de adorarlo. Me gusta sostenerlo y detenerlo, me enloquece hacerlo
temblar y me gusta protegerlo, porque eso se merece; se merece respeto. Porque con tu hermana conocí
el respeto en la cama, nunca me ha hecho algo que no me guste, y es muy justa. Tiene olor y sabor a
mujer, y me gusta que se ve como una, una que me encanta aunque quizás no pueda hablar con
propiedad por ser la única mujer con la que he estado, pero no quisiera estar con nadie más, ni hombre
ni mujer, porque es como la Heroína: una vez la probé y me volví una adicta. No puedo detenerme, no
puedo no tocarla, no puedo no besarla, no puedo no darle amor- se sonrojó.

- ¿No será que ves a mi hermana perfecta porque estás estúpidamente enamorada de ella?

- Puede ser, pero eso no tiene nada de malo- sonrió. – Lo que te estoy diciendo es que adoro el cuerpo
de tu hermana, y amo a tu hermana, es como la combinación perfecta… no necesito más

- Suena a como si se dan caña todos los días y un par de veces al día

- Por sorprendente que te parezca- resopló. – No

- Entonces, ¿qué? ¿Quieres que piense que ven alguna película por las noches y se abrazan hasta
dormirse?

- Eso, o hablamos de cualquier cosa… ni tu hermana ni yo somos fanáticas de la televisión- sonrió. – Y no


todos los días tenemos ganas, tampoco somos hornos

- Si te gusta el control… ¿Christian Grey?- pero Emma sólo rio. - ¿Sí?


- Y el “Red Room of Pain” es la habitación en la que ustedes duermen, y nuestra safeword es “Apples”-
sonrió.

- Lo siento, no quise insinuar que…

- No te preocupes. Es una pregunta justa… y la respuesta real es que no. Me gusta el control pero ya no
lo tengo

- ¿Ya no lo tienes?

- No, ya no soy sólo yo y mis decisiones afectan a tu hermana también, sólo lo que tenga que ver conmigo,
y por ningún lado con tu hermana, sólo en esas cosas me gusta tener el control

- Tu Ego no es tan grande por lo visto- resopló.

- ¿Qué te hace pensar eso?

- Piensas en mi hermana, la tomas en cuenta

- Ah, es que soy Egocéntrica, no Egoísta… yo soy el centro de todo acontecimiento pero no soy sólo

- ¿Eso te funciona?- Emma no entendió y sólo entrecerró los ojos entre su ceño fruncido y una ceja
elevada. Una expresión bastante compleja. – Lo del Ego, ¿es sexy?

- En realidad, lo de mi Ego es relativamente nuevo, no siempre fui así


- ¿Cómo empezó?

- En una pelea con mi hermano, en el dos mil cinco- sonrió, no con nostalgia sino con orgullo. – Él estaba
enojado y me dijo que me fuera a follar con lo más patético que tenía, mi grandioso y sensual Ego

- Entonces, ¿es un inside joke?

- Algo así

- Y te lo creíste

- Lo que no mata- sonrió, notando a Sophia emerger del pasillo.

- ¿Engorda?- rio Irene, tanto por su referencia como por la mirada idiotizada que Emma había instalado
para Sophia.

- Algo así- repitió en un susurro.

- ¿Y mi mamá?- preguntó Sophia en su sensual y mimada voz, que se acercaba a pasos pequeños en una
bata violeta que cubría lo mismo de siempre y en el color de siempre, todo mientras peinaba su cabello
ya seco después de una ronda de secado a calor. Recién bañada. Con una sonrisa.

- Dormida, todavía- sonrió Emma, pero eso sólo logró ponerle una sonrisa amplia y blanca que la hizo
dar dos o tres pasos rápidos y, de un salto, caer con sus piernas alrededor de la cadera de Emma. Linda.
Con esa sonrisa y ese suave y corto grito de emocionado amor. – Buenos días, mi amor- canturreó en un
susurro, lo cual fue el punto de partida para el beso que Sophia le daba.

- Buenos días- susurró Sophia de regreso a ras de sus labios. – Y buenos días a ti también, Sirenita-
resopló, volviéndose a ella mientras su mejilla quedaba al roce de los labios de Emma, quien la seguía
besando mientras la bajaba para ponerla de pie.

- Veo que dormiste bien- sonrió Irene.

- No mejor que mi mamá- resopló.

- Mi amor, ¿quisieras algo para desayunar?- interrumpió Emma, tomándole la mano para besársela.

- Y esa es mi señal- canturreó Irene, levantando los brazos para librarse de la situación. – Me voy a ir a
bañar

- Sería bueno, que no sé cómo mi mamá puede dormir con ese perfume con olor a destilación

- ¿Tanto se me nota?

- No se te nota, se te huele- rio Sophia con una carcajada. – Ve a ducharte, luego veremos qué vamos a
hacer, pues, cuando mi mamá se despierte- Irene sólo asintió y se retiró. – Hola- sonrió para Emma.

- Hola, mi amor- la tomó por la cadera y la subió a la encimera. - ¿Qué tal amaneciste?
- Muy bien, ¿y tú?

- Mmm…amanecí sin ropa- se acercó a ella todavía más al Sophia abrir sus piernas, y Sophia que la
abrazaba por el cuello con sus muñecas mientras le sonreía. - Recostada sobre tu pecho… que lo primero
que vi, ¿sabes qué fue?

- Mmm… déjame adivinar… ¿circulares?

- Mjm…- canturreó suavemente mientras quitaba su cabello de su camino para poder besar su cuello.

- ¿Protuberantes?

- Mjm…

- ¿Pequeños?

- Mjm…- rio nasalmente mientras sus labios seguían su camino como si tuvieran vida propia y sus manos
desataban la laza que amarraba su bata a su torso.

- ¿Hermosos?

- Perfectos- susurró con una sonrisa y mordisqueó su lóbulo izquierdo.

- ¡Mis hermosos ojos azules!- siseó con una risa de cosquillas.


- Son hermosos, sí, pero estaban cerrados

- My dimples?

- Estabas sonriendo un poco, sí, eso es cierto- sonrió, subiendo sus manos por su torso para deslizar
suavemente la bata hacia afuera y, así, deslizarse con sus labios hacia sus hombros. - ¿Sueños húmedos?

- Húmedos…- suspiró. – ¿Con “húmedos” es suficiente como para estarme muriendo de ganas por
masturbarme?

- ¿Masturbarte?- ensanchó la mirada y se la clavó directamente a la suya.

- ¿Qué fue lo primero que viste?- le preguntó con la mejor de las evasivas.

- ¡No me hagas esto!- siseó con una risa. - ¿Quieres masturbarte?

- ¿Qué fue lo primero que viste?- repitió. Emma sólo tomó los elásticos de su sostén y, abruptamente,
los tiró hacia abajo hasta sacar sus senos al frío aire de invierno que no era opacado por la calefacción
central.

- Estos- sonrió sin quitarle la vista de la suya mientras acariciaba suavemente sus areolas con sus dedos;
dibujaba círculos.

- ¿Qué tenías ganas de hacerles?


- ¿Quieres masturbarte?- sonrió traviesamente, dándole a entender que era un flujo de información
recíproca.

- ¿Qué me dijeras si te digo que ya me masturbé?

- Te pediría permiso para almorzar

- ¿Almorzar?- resopló.

- Corrida

- Mmm…- suspiró y sacudió la cabeza. – No vas a encontrar una corrida

- Entonces no te has masturbado

- Nop- sacudió juguetonamente la cabeza. – Bueno, no me he corrido, que es otra cosa. ¿Qué tenías
ganas de hacerles?- repitió con la misma sonrisa, que cerró los ojos al debilitarse en cuanto Emma
pellizcó sus pezones. – Fuck…- gimió hermosamente al Emma aplicar más fuerza y tirar un poco de ellos.

- ¿Duele?

- Me gusta- se sonrojó.
- ¿Sigo?

- ¿Eso querías hacerme?

- No, quería besarlos- los soltó y Sophia gimió ante la sensación de picante hormigueo que nacía en sus
pezones, que realmente sus pezones se habían tornado un tanto rojos de donde Emma los había tomado.

- Mmm…- sonrió en ese tono provocador. Llevó sus manos a sus senos para tomarlos con erotismo, entre
sus dedos índice y medio atrapó su pezón. – Is that so?- Emma sacó su lengua con una sonrisa en la
mirada y, con lentitud, se acercó a su pezón izquierdo para darle un lengüetazo puntiagudo sólo al pezón
por entre sus dedos. – Emma…- suspiró, aplicando presión ella misma a su pezón con sus dedos mientras
Emma hacía de las suyas con lengüetazos rápidos y despiadados.

- Dígame, Licenciada Rialto

- Ya sé qué quiero de regalo de bodas- susurró.

- Lo que usted quiera

- Te diré el otro año- guiñó su ojo. ¿Doce horas más? Claro que aguantaría.

- ¿Quieres masturbarte o quieres que te lleve a la cama y te haga gritar?

- ¿Quieres que me masturbe?


- Nunca me quejo cuando tienes ganas de masturbarte, mucho menos cuando es frente a mí- y atacó sus
labios con los suyos sólo para saciarse la sed. Llevó su mano derecha a su entrepierna y, con paciencia y
malas pero buenas intenciones, deslizó su tanga hacia un lado e introdujo sus dedos entre sus labios
mayores para acariciar su clítoris. Estaba demasiado mojada, parecía mentira. Llevó sus empapados
dedos a su pezón izquierdo, que se encargó de limpiarlos en él, o quizás era para lubricarlo. Sophia se
concentró en ver los dedos de Emma, en cómo le hacía ese masaje suave, pausado y erótico, que eso le
excitaba todavía más y sólo acrecentaba sus ganas de tocarse o de que la tocara Emma, pero algo tenía
que pasar, sino haría combustión. - ¿Qué quieres que te haga?- sonrió, todavía esparciendo su lubricante
por su pezón y que ya lo empezaba a absorber.

- ¿Quieres que me masturbe?- repitió calladamente a su oído.

Emma sólo rio nasalmente y se sonrojó, pero Sophia sonrió, le dio un beso en la punta de su nariz y llevó
su mano a su entrepierna para empezar a masturbarse. Emma llevó sus labios a los pezones de Sophia,
y, de pronto, cada quien estaba obteniendo lo que quería a pesar de que estaban en la cocina y corriendo
peligro de que Camilla o Irene las encontraran in fraganti, pero no les importaba, simplemente estaban
en completa libertad. No siendo conocida por conformarse con poco, Emma llevó nuevamente sus dedos
a la entrepierna de Sophia en donde colocó sus dedos sobre los suyos para conocer el movimiento que
le generaba tanto placer junto a las succiones en sus pezones. Era raro pero sexy, o así lo consideraban
ambas y por distintas y evidentes razones, ¿por qué querría Sophia masturbarse y no dejar que Emma lo
hiciera? ¿Por qué masturbarse cuando podía pedirle a Emma que la llevara a la cama y le hiciera el amor?
No, pero es que no quería hacer el amor, ella sólo quería correrse gracias a su perturbador pero hermoso
sueño, sueño en el que su regalo de bodas se había revelado. En realidad, a Sophia, lo que le gustaba y
le excitaba, era que sabía que a Emma le gustaba saber que se estaba masturbando, cosa que no
entendía por qué no le daba ciertos celos que no le regalara su placer y quisiera hacerlo sola. Quizás
porque no lo estaba haciendo sola ni a escondidas, sino con ella presente y en completo deleite. Emma
no se conformó sólo con conocer el movimiento circular rápido que Sophia ejercía sobre su clítoris, ese
movimiento tan sencillo pero que le sacaba hasta la última gota de sus gemidos más femeninos. Llevó
sus dedos, dejando atrás a los de Sophia, y, sin previo aviso, los introdujo en su vagina con un poco de
dificultad por la posición en la que estaba sentada; nada que reclinarse un poco hacia atrás no arreglaba.
Y ahí estaban las dos, Sophia masturbándose, Emma penetrándola con dos dedos mientras hacía un
hermoso rosado de los pezones de su prometida.

- You’re gonna make me squirt…- susurró entre sus jadeos mientras tomaba a Emma de su nuca, que
Emma se despegó de sus pezones y llegó a sus labios al halar a Sophia todavía más al borde de la
encimera para poder seguirla penetrando y besando al mismo tiempo.
- Squirt on me- mordisqueó su labio inferior, lo tiró y lo soltó, sólo para besarla de nuevo mientras Sophia
ya la abrazaba con sus piernas por su cadera y la penetración se hacía más difícil pero más rica al ser
hacia arriba y sin interrumpir su autoestimulación. – You’re so beautiful…- suspiró mientras Sophia se
encargaba de retrasar su orgasmo sólo porque le encantaba ese momento de completa inflamación por
excitación, ese momento exactamente previo al clímax; sus labios mayores esponjados e inflamados, sus
labios menores muy tensos, su clítoris rígido, y los dedos de Emma que hacían de su vagina, y del mínimo
roce con su GSpot, una verdadera fantasía de placer. Se frotó todavía más rápido, proporcional al
mordisco que Emma le daba entre el beso que compartían, y con los dedos de Emma hasta donde
pudieran alcanzar, que ya se empezaban a mover dentro de ella hacia adelante y hacia atrás, se aferró
fuertemente del cuello de Emma, dejándola de besar para poder adoptar una mejor posición, frente
contra frente era cómodo para ambas, y era más cómodo con la mano de Emma dándole soporte a la
suya. Demasiado bueno. Demasiado rico. - ¿Rico?

- No te detengas- suspiró, y eso sólo sirvió para que Emma acelerara su movimiento, recíproco al del
frote extremo de sus dedos, tensó la mandíbula, gruñó tan fuerte como su próximo orgasmo, no,
orgasmo no, eyaculación extrema. - ¡Emma!- gimió, poniéndole nombre a la eyaculación que la hacía
temblar y mecerse de adelante hacia atrás, de arriba abajo, y llenaba y rebalsaba la concavidad de la
mano de Emma con el orgasmo que no cesaba por el simple hecho de que todavía frotaba rápidamente
su clítoris porque no tenía razón para dejar de hacerlo, no sabía cómo detenerse y tampoco sabía por
qué lo haría si se sentía demasiado bien, quizás porque Emma la detenía con fuerzas mientras todo se
venía abajo pero en el buen sentido de la sensación, o quizás porque Emma no le había dejado de
susurrar sinfines “te amo”, o quizás era la combinación de ambas cosas.

- Sophie…- susurró agitada, no sólo escuchando el descontrol en su pesada y jadeante respiración, sino
sintiéndola con su mano en su espalda. – Respira, mi amor- resopló calladamente mientras le daba besos
en su cabello y Sophia intentaba pescar un poco de oxígeno.

- ¿Me das un abrazo?- jadeó con sus ojos cerrados, sacando su mano de su entrepierna para impulsarse
hacia el interior de la encimera donde estaba sentada, que Emma también retiró su mano y dejó que
Sophia se deslizara por el granito; se deslizó con facilidad al estar empapada totalmente de su
entrepierna, un poco de sus muslos y de su trasero.

- ¿Estás bien?- murmuró, dándole un abrazo verdadero, tal y como se lo había pedido, aunque odiaba
que se lo tenía que pedir. Ella asintió. - ¿Bajón hormonal?
- No sé

- Háblame- dijo en ese tono preocupado que sólo reflejaba un corazón roto por la clara caída emocional.

- No sé qué me está pasando

- ¿De qué hablas, mi amor?- le preguntó mientras alcanzaba una servilleta y la humedecía con el poco
de agua que quedaba en la botella de Pellegrino que se había bebido durante la madrugada para no
amanecer con resaca.

- Tengo demasiadas ganas

- ¿De hacer el amor?- preguntó, paseando la servilleta por sus pezones para limpiarlos. – Porque puedo
llevarte a la cama y complacerte cada orgasmo que quieras tener, el número que necesites, mi amor

- ¿Por qué necesito tantos?

- Estás ovulando, eso lo sé, pero…- devolvió las copas del sostén a su lugar y, con gentileza, regresó los
elásticos a sus hombros y, con una sonrisa, arregló sus senos dentro del sostén. - ¿No estarás demasiado
estresada?

- ¿Por mi mamá?

- Puede ser… pero, no sé, me siento como si me hubiera tomado un frasco entero de Viagra
- ¿Así de caliente?

- Demasiado, ¿no te parece?

- ¿Te da vergüenza?

- Es sólo que no sé por qué estoy tan necesitada, ¿alguna vez te has sentido así?- le abrió más las piernas,
pues la intención de Emma no era otra más que limpiarla con la servilleta en vista de que no podía
hacerlo con su lengua.

- ¿Insaciable?- Sophia asintió. – Sí

- ¿Conmigo?

- Sí

- ¿Por qué nunca me dijiste?

- ¿En el crucero?- elevó la ceja, tomando la decisión de quitarle la tanga a Sophia por estar demasiado
mojada. – Creí que se había sobreentendido

- ¿Entre alcohol y desnudez cómo se supone que voy a identificar qué noche o qué día?

- Precisamente, mi amor- sonrió, abrazándola por la cintura para bajarla de la encimera.


- ¿Todas?

- Todas. Así que, si tienes ganas de más, o de hacer algo en especial…lo hacemos, yo encantada

- ¿No es algo malo?

- ¿Malo? No- sonrió. - ¿Por qué sería malo?

- Si tienes ganas, ¿no es porque no soy lo suficientemente hábil como para complacerte?

- Eso significaría que yo también soy ineficiente- resopló.

- Eso es imposible

- Yo quisiera no irritarme y no cansarme nunca para hacer el amor todo el día

- Se van mañana- sonrió, tomándola de la mano para llevarla a la habitación, pero Emma se detuvo al
arrojar la servilleta al suelo, pues sólo quería limpiar los restos de eyaculación.

- ¿Power hour?- sugirió con una sonrisa mientras se agachaba para recoger la servilleta.

- ¿Eso no es un shot de cerveza por cada minuto?


- Power day, entonces- sonrió. – Un orgasmo cada hora, o en su proporción

- ¿Doce y doce o veinticuatro y veinticuatro?

- Comencemos con doce y doce, se escucha más humano, ¿no crees?

- ¿Este cuenta?

- Licenciada Rialto- resopló, dejándose guiar a su habitación por la vista de las piernas desnudas de
Sophia, más bien su parte frontal, pues Sophia caminaba hacia atrás y dejaba que viera su desnuda
entrepierna. – En escala del uno al diez, ¿qué tantas ganas tiene?

- Mil- sonrió. – Me estoy quemando por dentro

- ¿Qué carajos comiste o bebiste?- rio, cerrando la puerta mientras Sophia caía sobre la cama y abría sus
piernas.

- No lo sé

- No, en serio- sonrió, colocándose sobre ella, abrazándola por la cintura para empujarla hasta las
almohadas. – Viagra

- ¿Existe para las mujeres?


- Allegedly- abrió la bata de Sophia, que no era que estuviera cerrada, simplemente quería descubrirla.
– Realmente parece que estás bajo el efecto de un poco de Viagra- dijo al acariciar su entrepierna con
sus dedos.

- ¿Por qué lo dices?

- Clítoris rígido todavía, labios mayores hinchados, labios menores tensos, no dejas de mojarte… supongo
que debe ser el equivalente a una erección fálica, por fea que se escuche la comparación

- Pero lo único que tomo son vitaminas

- ¿Desde cuándo tomas vitaminas?- preguntó asombrada, pues nunca la había visto tomarlas, no que
ella supiera.

- Desde que… no sé, mi hermana insiste en que las tome, dice que blah-blah-blah, el sol, el calcio, la
nieve, no sé… no le presté atención porque te estaba viendo el trasero- sonrió. – Guilty!- se declaró.

- ¿Dónde están?- Sophia sólo volvió a ver su mesa de noche para señalarle el frasco negro. Emma lo tomó
y empezó a leer los componentes de cada cápsula mientras Sophia le quitaba el suéter y empezaba a
besar su pecho. – Sophia- rio.

- ¿Qué?

- ¿Qué dice aquí?- le señaló con el pulgar el nombre de un componente.

- Citrato di Sildenafil, ¿qué es eso?- Emma lanzó la carcajada del Siglo, la que delataba la picardía de
Irene. - ¿100 miligramos de eso? ¿Eso es bastante?
- Son 100 miligramos de Viagra- rio. – Has sido víctima de tu hermana

- ¿Cómo va a ser efectivo el Viagra en una mujer?- frunció su ceño con escepticismo.

- Supongo que sólo hay una manera de saberlo- sonrió, y abrió el frasco para depositar dos cápsulas en
su mano y beberlas con el agua que tenía Sophia a la mano. – Ojalá y entremos en sintonía

- Te acabas de tomar 200 miligramos de eso- rio.

- Y, si el Viagra tiene efecto alguno en la mujer, pues arderé en el infierno

- Mejor entre mis piernas, ¿no te parece?

- ¿Piernas entre piernas?

- Y con roce- añadió positivamente. – Digo, para “hacer combustión”

Capítulo XII

- ¿Personal?- intentó no tartamudear, pero esas cosas sí lograban impresionarla, que sí lograban privarla
de habla.

- Usted es libre de escoger a su equipo, sabemos, por experiencia, que un Arquitecto, en su


caso Arquitecta, suele traer consigo a uno o dos Arquitectos o Arquitectas adicionales. Claro, si usted
prefiere trabajar sola, nosotros no tenemos ningún problema siempre y cuando el proyecto salga a
tiempo y la cotización sea cariñosa. Sólo tiene que revisar el proyecto- y le deslizó un folder a través de
la mesa. – Todas las especificaciones están ahí dentro. En cuanto a usted, Licenciada Rialto- se volvió a
Sophia, quien llevaba su copa de vino de regreso a la mesa, y le alcanzó otro folder. – Lo mismo; usted
estaría a cargo de la ambientación y puede hacerlo sola o con alguien más, que puede escogerlo entre
nuestros diseñadores o, más inmediato, con su compañera de trabajo- le señaló a Emma. – Ustedes
estarían a cargo de todo menos de la construcción, pero, para el resto, tienen al equipo de TO West
Coast a su disposición: Ingenieros, Paisajistas, Diseñadores, etc., sin costo alguno… pero eso es algo que
va en las especificaciones- sonrió.

- Una pregunta un tanto ilógica, supongo- frunció Emma su ceño. - ¿Por qué no hacerlo a través del
Estudio? Sería más barato

- Y se tardaría más- sonrió. – Tienen suficientes proyectos como para no entrar de lleno a éste, y, por lo
que tengo entendido, usted tiene pendientes en Providence, Newport y Malibú con nosotros, pero son
proyectos que ya no le quitan tanto el sueño… además, creo que la repartición del cobro no sería igual-
sonrió, sabiendo exactamente que, de hacerlo a través del Estudio, todos ganarían básicamente por
igual. – Y están basados en Nueva York, mover un Estudio entero no se puede; es más fácil mover sólo a
unos cuantos- sonrió. - Por otro lado, Licenciada Rialto, usted no está tan cargada de trabajo tampoco,
y su parte sería más profunda por ser más extensa porque entregaría hasta muchísimo después de su
compañera- Emma y Sophia se volvieron a ver. – Bueno, ¿creen que para el lunes podríamos tener una
respuesta sencilla de “sí” o “no”?- la telepatía no les funcionaba tan bien en ese momento. – Tomen el
fin de semana para pensarlo, para leer las especificaciones, lo que necesiten

- Pregunta; si la Arquitecta Pavlovic no acepta el proyecto, ¿eso significa que no lo aceptamos las dos?-
murmuró Sophia.

- No, vamos, claro que no- sonrió él.

- Bueno, en ese caso, revisaré las especificaciones en estos días pero, de entrada, le podría decir que sí-
sonrió la rubia, que Emma la volvió a ver con su ceja levantada, como si aquello no le hubiera gustado.
- Me alegra escuchar eso, Licenciada Rialto- sonrió, llevó su vaso con agua a su garganta y se puso de pie.
– Ahora debo irme- y ambas mujeres se pusieron de pie, por respeto quizás. – Pero el lunes, a la misma
hora y aquí- ladeó su cabeza hacia el lado derecho mientras veía a Emma con la sonrisa carismática.

- Aquí estaremos- repuso Emma, alcanzándole la mano para cerrar la reunión con una simple formalidad
que no fuera el vino tinto.

- Siempre es un placer, Arquitecta- le estrechó la mano pero colocó su mano izquierda sobre la suya
también, algo que a Emma le molestaba porque tenía las manos demasiado calientes. – Licenciada
Rialto- sonrió para ella, reciclando el apretón de manos como con Emma. – Que tengan un buen fin de
semana

- Igualmente- corearon las dos, y vieron cuando él sólo sonrió, asintió y, educadamente, abrochó su saco,
se dio la vuelta y desapareció por entre las puertas de Catch, restaurante del hotel donde Emma y Sophia
se hospedaban.

Emma sólo firmó la cuenta de la comida y la bebida, que no había sido gran cosa, nada que unas copas
de vino para ellas y una Bruschetta para él no hicieran. En silencio se dirigieron al ascensor, en un silencio
intenso y tenso.

- ¿Qué fue eso?- espetó Emma, indignada por la movida de Sophia, casi apuñalada en la espalda.

- ¿Qué fue qué?- sonrió, recostando su espalda contra la pared del ascensor y soplándose aire con el
folder entre su mano derecha.

- ¿Qué fue qué?- preguntó Emma como si no pudiera creer el cinismo que no existía.

- Whatever it is, I’m not following- resopló Sophia.


- ¿En dónde quedó la palabra teamwork?- murmuró, cruzando sus brazos y llevando sus dedos índices a
las cutículas de sus dedos pulgares. – There’s no “I” in “teamwork”, isn’t it?- añadió con lastimada
seriedad.

- There is no teamwork, Emma- repuso, dando el primer paso hacia adelante en cuanto la puerta del
ascensor se abrió en el piso en el que se hospedaban. – Si yo te pido que seas parte de mi séquito de
Ambientadores auxiliares, entonces sí hablaremos de “teamwork”… para empezar, de “team”- sonrió.

- ¿Y qué si no trabajo contigo?- llevó sus puños a su cadera, así como alguna vez su abuela la había
regañado.

- ¿Qué?- se encogió entre sus hombros. - ¿Se va a acabar el mundo? ¿Vamos a vivir un híbrido de “Deep
Impact” y “Armaggedon”? – sacó la llave y, en cortos segundos, empujó la puerta para abrirla.

- ¿Cuál es tu problema?- susurró, arrojando el folder sobre el sillón y escuchando luego la puerta cerrarse
automáticamente.

- ¿Mi problema?- se volvió a Emma antes de caer sentada en el sofá y sólo arrojó su folder a la mesa
lateral. - ¿Tú me preguntas a mí cuál es mi problema?- se apuntó con su dedo índice derecho a su pecho
y su mirada se entrecerró; claramente la indignación más grande era la de Sophia

- Pues no veo a otra Sophia aquí- siseó, y sin sonrisa. – Yo no acepto nada sin antes consultarlo contigo

- ¿No?- abrió sus brazos y vio hacia arriba, aquella jugada cínica pero enojada. – Refréscame la memoria,
por favor, pues, con Providence, con Newport, con Malibú, que yo me acuerdo que tu consulta fue más
bien un “Es un proyecto interesante, lo tomé”, ¿o me equivoco?
- ¿Ahí empieza tu problema conmigo?- ensanchó la mirada y llevó sus dedos a enterrarlos entre su
cabello para peinarlo hacia atrás, que no importaba, pues luego se le acomodaría con una división por
su lado derecho y caería casi con las mismas ondas nuevamente.

- Bueno, sabes, mi problema empieza con tu mal humor- dijo, paseando sus dedos por entre su cabello.
– Te alteras porque las cosas no salen como las planeaste tú para ti, si algo no tiene sentido, tu mundo
se vuelve un cataclismo de proporciones bíblicas, y Dios nos libre a todos los seres humanos alrededor
tuyo cuando algo no sale de acuerdo a tu plan. ¿En dónde queda la flexibilidad, Arquitec…ta?- remedó
al uniformado del vuelo de hacía un par de horas. – Yo entiendo que todo gire alrededor suyo, porque
así es, porque así he dejado yo que sea- y en eso tenía razón; Emma podía creer que tenía el control
pero, desde el momento en el que Sophia le admitía: “sí, Emma, tú tienes el control”, era porque ella lo
tenía, pues, ¿quién no iba a tener el control sino el que le hacía creer al otro que lo tenía? – A mí no me
importa si asesinas a una aeromoza que sólo hace lo que le dicen, a mí no me importa si asesinas a un
niño que no deja de llorar en todo el vuelo, pero, lo que sí me importa es que dejes que un imbécil te
coquetee descaradamente y tú no lo detengas desde el principio, o en el medio, o en el final, sino que
ahí lo tienes por me-importa-un-carajo-cuántas-horas, que te está hablando mierda y tú sólo te sigues
el juego como colegiala, como si te gustara…- Emma cambió su expresión facial, de alguien enojado y
con razón de estarlo a un regaño como nunca en su vida. – Nunca creí decir esto- suspiró. – Pero ahora
entiendo a mi mamá con mi papá- ¿Talos o Volterra? – Es preferible no saberlo, porque, si lo sabes, es
como que te estén matando lentamente… peor cuando lo hacen frente a ti

- Estás celosa…- susurró anonadada.

- No shit, Sherlock!- siseó. – Y no sólo eso- sacudió su cabeza. – Estoy furiosa… mi trabajo no es propiedad
tuya, que si yo no estuviera contigo, de ninguna manera, yo estuviera comiendo mierda, ¡eso lo
reconozco! Y gracias por el empujón tan cariñoso, pero yo no soy sinónimo tuyo, yo no me voy a mover
porque tú te moviste y no me voy a detener porque a ti se te dio la gana detenerte; no en un proyecto.
¿Qué hubieras hecho si Junior se hubiera acercado sólo a mí y no a ti también?- levantó las manos. -
¿Acaso no puedo trabajar con otros Arquitectos? ¿Acaso no puedo trabajar fuera de lo que tenga que
ver contigo?- estaba roja del rostro, roja del poco pecho que mostraba entre los botones abiertos de su
camisa blanca, estaba furiosa, furiosísima.

- Sophia…- se acercó con pasos cautelosos hacia ella.


- ¡No! ¡Nada de Sophia!- imitó su tono, acercándose a ella y provocándole pasos en retroceso por las
cosquillas de miedo que le tenía a esa mirada.

- Sophia, sólo tomemos las cosas con calma… vamos a tranquilizarnos…- dijo con sus manos como si
quisiera poner distancia entre la fiera y ella a falta de látigo y protección, pero se encontró acorralada
entre la rubia, hermosa e iracunda fiera y la pared. Analizó sus rutas de escape y, como si por chiste
fuera, hasta la puerta la ventana le quedaba lejos. - ¿Sophia?- murmuró al ver que ella no se detenía.

- Nada de Sophia- repitió en un susurro colérico.

- Just… take it easy- balbuceó, pero Sophia le cayó con sus manos a la pared para encerrar su cabeza
entre ellas. – Yo sé que estás enojada, Sophie- y Sophia simplemente le arrancó un beso que no se
esperaba, un beso que la tomó por los muslos en cuanto liberó su cabeza. Sus manos recogieron sus
piernas hasta hacerlas abrazar su cadera entre aquel violento beso del que Sophia tenía el control, un
beso mordido y tirado que enrojeció los labios de Emma en un dos-por-tres mientras la presionaba más
contra la pared como si fuera a tumbarla con la espalda de la única persona a la que había celado en
toda su vida, porque hasta para eso era perfecta Emma, hasta la hacía sentir insegura. – Mi amor…- gimió
entre asustada y confundida.

- Ése es mi nombre- gruñó, bajándose de sus Stilettos y la volvió a besar, sólo para escuchar que Emma
dejaba caer sus Stilettos al suelo de madera. – Mi amor- jadeó contra su cuello para luego mordisquearlo
un tanto fuerte. Hizo que Emma gruñera. – Mía, mía… mía, y de nadie más- la embistió contra la pared,
pelvis contra pubis hasta donde la falda la dejara. – Mía- repitió, volviendo a embestirla y recogiendo su
falda entre sus dedos para empujarla hacia su cadera para poder embestirla con más cercanía. – Sólo
mía- la despegó de la pared logró caer sentada en el sofá en el que había pretendido sentarse hacía unos
segundos. – Mine- gruñó como si estuviera asesinando al Mayor Osborne con aquella palabra, con aquel
pronombre posesivo.

- Mi amor…- la detuvo Emma por las mejillas con ambas manos. – Mi amor, no Sophia- susurró, paseando
su pulgar por el labio inferior de su novia. – Ti amo- le dijo mientras la veía a los ojos. – Ti voglio bene…
solo a te, solo a te- se acercó lentamente a sus labios hasta rozarlos con los suyos. –Unicamente…
solamente… puramente a te- y fue incrustándole el beso a medida que iba de menos a más, un beso
para calmarla, para anestesiarla, para… bueno, Sophia llevó sus manos a su falda y, con la furia que no
podía desatar, tomó aquella abertura que se materializaba en la parte trasera de esta, la tomó entre
ambas manos y dejó que Emma la besara como sólo sabía besarla a ella, así, con esa mano que la envolvía
desde la nuca hasta la mejilla mientras el pulgar le acariciaba el pómulo. Sophia tiró de aquella abertura
en direcciones apuestas, ocasionando un provocado accidente de ruptura textil, un asesinato de una
falda Dolce & Gabbana; el primer asesinato, el que le daría pie a convertirse en asesina en serie, pues, el
requisito para serlo, eran tres muertes como mínimo y con el mismo modus operandi. - Si può fare quello
che vuoi con me…- susurró sin el menor indicio de enojo, sino inundada de cariño y ternura, ternura que
quizás nadie podía explicarse. – Sono tua

- Mia- repuso, tirando nuevamente de la falda hasta llegar romperla hasta a la banda que abrazaba la
cintura de Emma.

- Solo tua…- jadeó, dándole besos a su labio inferior mientras peinaba su rubio flequillo hacia su oreja y
la veía con esa mirada de adoración y veneración, como si estuviera viendo algo perfecto; lo único
perfecto. – E non da chiunque altro…né da chiunque altra

- Non si può essere- la pizca de desesperación era notable, esa pizca de “no” era todavía más. – Io ti
appartengono- gimió entre dientes, pero no era un gemido de excitación, sino de esos que salían por
enojo y frustración.

- E io a te, e io a te- murmuró con intenciones de que entendiera que no tenía por qué estar celosa, que
no tenía que dudar de nada. – Perdón- le dio un beso en la frente. – Perdón- besó su entrecejo. – Perdón-
su tabique y, así, beso a beso, por la punta de su nariz, su labio superior, su labio inferior, su mentón y
de regreso a sus labios. – Perdón

- Ya…- susurró, colocándole el dedo índice sobre sus labios para que, por un carajo y la mitad del otro,
así como decía Natasha y pensaba Emma, cállate la boca. Agresiva, pero linda, sensible y susceptible,
humana; la calló porque el perdón le dolía y le enojaba más que los celos, y le enojaba más porque si le
estaba pidiendo perdón era porque lo decía en serio, y lo pidió varias veces, o sea varios dolores y varios
enojos, ¿cómo pudo tenerle celos al uniformado si era ella quien tenía a Emma? - ¿Por qué
andas commando?- paseó sus manos por su desnudo trasero, por aquel trasero que debía estar cubierto
por la lana de la ahora difunta falda.
- Estética…- se ahogó ante una nalgada que no esperaba. – Textil- recibió otra pero en su glúteo
izquierdo. - ¿Te gusta?- mezcló un gemido con un gruñido ante la tercera nalgada, nalgada que había
sido más fuerte que la anterior y, definitivamente, doblemente más fuerte que la primera.

- Me gustas tú- la vio a los ojos, Emma todavía con su mano a la mejilla de quien le regalaba una cuarta
nalgada. Gruñó. – Me fascinas- la quinta nalgada y ya se acercó al límite de aquello intangible, y ella lo
sabía. – Me gustas más sin ropa- azotó por sexta vez, sacándole a Emma un gemido muy marcado y
relativamente fuerte, de esos gemidos que ya se escapaban de lo sabroso y caían en manos del dolor.
Emma llevó sus manos a su chaqueta y, rápidamente, la hizo desaparecer de su torso, quedándose sólo
envuelta en aquella blusa que fácilmente pudo haberla cubierta únicamente en encaje hasta las
muñecas, pero no, sólo el frente de su torso era sólido. - ¿Donna Karan?- susurró, subiendo sus manos
por su espalda para acariciarla a través del encaje. Emma sacudió la cabeza. – Tú no usas Michael Kors…
eso es para nosotros los mortales- entrecerró la mirada y dibujó una sonrisa tanto en su rostro como en
el de Emma. Paseó sus manos a su abdomen para sentir esa mezcla negra de algodón, spándex y
poliamida, acarició su abdomen, al menos lo que la banda del esqueleto de la falda le permitía, subió sus
manos hasta sus senos, todavía cubiertos en sólido y los apretujó suavemente. - ¿Carolina Herrera?-
sonrió, sabiendo que había acertado aun sin Emma haber respondido, pues el encaje del pecho se lo
dijo, más el borde que no llegaba a sus clavículas.

- Sí, es Carolina…- y calló ante la acción de Sophia: tomó la blusa del cuello y, con fuerza bruta, pero no
de bruta, la tiró hacia abajo para liberar el torso de Emma. Segundo asesinato. – Era- se corrigió pero sin
enojo a pesar de que era primera vez que se ponía aquella blusa, la primera y la única. – Rompiste mi
falda y mi blusa- susurró con una sonrisa que revelaba su diversión.

- Rompiste mi paciencia y mi estado invicto de nunca tener celos- dijo, tomando aquel sostén adherido
a ella. – Y arruinaste el bolígrafo que me robé del Plaza- sonrió, rompiendo aquellas copas de silicón. –
Escribía rico

- ¿Estamos a mano?- resopló, viéndose obligada a abrazar a Sophia por su cabeza al ella traer su pezón
izquierdo a sus labios. Sophia succionó su areola, que se tradujo a un “no, no todavía” y, con su mano
derecha, le dejó ir la última nalgada, la que sabía que era para plantarse al borde del colapso; estaba
jugando con fuego y con los límites, era venganza un tanto maquiavélica pero que se podía ver desde
ambos puntos de vista y que no necesariamente eran “bueno y malo”, sino que eran: tentar los límites
de Emma para que supiera cómo se estaba sintiendo ella, así de lastimada, así de ardida, o empujarla
hasta su límite pero mostrándole que sabía dónde estaba dicho límite, señal de que le importaba y la
respetaba. O simplemente, quizás, tenía ganas de darle nalgadas, kinky side y de ambas. Emma gimió,
ahora sí de excitación pero con ardor en su glúteo izquierdo. - ¿Estás lista después de que alegabas que
era como andar el infierno entre las piernas?- resopló, bajando la cremallera trasera de la banda que
envolvía su cintura, que ahora, la presunta falda, pendía, literalmente, de un hilo, hilo que Sophia, muy
salvajemente, rompió.

- Era Dolce- sonrió con la boca llena, mostrándole a Emma los restos de aquella falda entre su puño.

Y no respondió la pregunta, pues, así como le había dicho Emma por la mañana, “con ese cuerpower,
¿quién no se recupera rápido?”. San Replens y San Ibuprofeno, que ya luego lidiarían con las
consecuencias en el hígado. La tomó por la cintura, la abrazó fuertemente y, con la furia que no podía
sacar más que consigo misma, por insegura, se puso de pie para llevar a Emma hasta la cama. La tumbó
entre aquella comodidad que pareció abrazarla con un perfecto amortiguamiento y ella, colocándose
sobre Emma, quien ya se había quitado su blusa y estaba totalmente desnuda y vulnerable, pero sensual,
ante sus ojos, tomó cada solapa de su camisa por los botones que no estaban abrochados y, con la misma
técnica rompe-faldas, tiró de ella hasta hacer que los botones salieran cual explosión de M&M’s; asesina
en serie. A Emma se le iluminó la mirada, así como cuando le ponían la versión en vivo de “Strani Amori”
o de “E Poi”, pero la versión de Laura Pausini. Se irguió hasta sentarse y detuvo a Sophia, que tenía prisa
por quitarse la camisa, pero no, Emma no tenía prisa, no para lo que no tenía planeado. Le tomó las
manos y, con una leve sonrisa, vio aquel dedo anular con aquel anillo; lo acarició y lo besó, así como se
solía, y se suele, besar al anillo Papal, luego pasó a besar cada uno de sus nudillos, de las yemas de sus
dedos, de sus palmas. Eran las manos perfectas; eran hasta perfectas para pegarle, eran las únicas manos
que podían pegarle, de las únicas que manos que podían violentarla con cariño. Y ella estaba entre esas
manos. ¿Control? Eso ya se lo había aclarado a Irene: no lo tenía, y no lo tuvo desde que Sophia casi le
vomitaba los Chiarana Louboutin en Duane & Reade, no desde aquel moribundo tarareo de “Your Song”.

¿Demagogia? Quizás sí, pues entre el carisma que trazaban sus dedos al rozar sus clavículas y la retórica
que utilizaban sus ojos, podía mover masas, pero, a falta de masas, sólo quiso mantener a Sophia así,
hincada y estando sobre ella, como debía ser, todo para abrazarla con su brazo izquierdo mientras
recorría su piel y empezaba a instalarle besos por donde su dedo había pasado. No era un momento
de docere, delectare, movere, no. No era una estrategia que repetiría cada vez que a Sophia le dieran
celos porque se estaba prometiendo agudizar sus sentidos para no dejar que aquello sucediera de nuevo,
al menos que no se diera por ella no darse cuenta de lo que realmente pasaba. ¿Por qué no se dio
cuenta? Quizás porque el mal humor le había nublado la alarma, quizás porque, al estar con Sophia, nada
de lo que le dijeran podía seducirla. Sólo tenía ojos para Sophia. Tomó aquella tarjeta sólo por educación
y no porque tenía intenciones de llamarlo, y en ese momento se había incomodado, por lo cual había
decidido ir al baño sin necesidad de hacerlo, en donde dejó ir la tarjeta que recién le daban en el
basurero. No quiso ser grosera con el hombre que le había dado su asiento. Diplomática.
La abrazó con ambos brazos por su cintura, por debajo de aquella camisa Ralph Lauren y besó sus senos
o al menos hasta donde el sostén rosado pálido, el cual, por motivos de diseño, era tan inocente y virginal
como provocador; puramente spándex en donde no fueran las copas, pues ahí todo se resumía a encaje
pero a dos tiempos, los cuales se dividían por una diagonal que viajaba como bisectriz del segundo al
cuarto cuadrante en un plano cartesiano, todo lo que estaba bajo la diagonal era de encaje sólido y, todo
lo que estaba sobre ella era de encaje transparente: la diagonal cortaba visualmente su casi invisible
areola pero dejaba su erecto pezón en lo transparente. Era como para ahogarse de la mezcla de nervios
y tentación, pero todo tenía solución en la vida de Emma; lo que no se solucionaba con un vilipendio, ni
con una risa, ni con dinero, se solucionaba con el uso de razón intricado de nivel dos: en este caso
aprovechar el encaje ligero.

No le interesó quitar nada de su camino, sino que se dedicó a besar y a mordisquear, a lamer y a
succionar por encima del encaje mientras sus manos viajaban por toda la espalda de Sophia y repasaban
cada vértebra, se deslizaban hasta su cintura para sentir la ligera femineidad de aquellas minúsculas pero
marcadas curvas, se escabullían más hacia el sur hasta acariciar su trasero. No era que Emma estaba
reclamando lo que era suyo, porque suyo no era nada, sino todo era de Sophia, todo, todo, todo, hasta
ese momento en el que alguna faceta de la misma Emma podía haber jurado y perjurado que lo era,
pero no era más que la veneración y la adoración que Sophia, sin pedirlo, obtenía. Sophia era dueña de
todo, de toda Emma, y era tan importante y trascendental que podía decirle a Emma que saltara y Emma
no la cuestionaría, simplemente le preguntaría: “¿De qué edificio quieres que salte, mi amor?”. Así.

- Cos’è che vuoi?- dijo entre los besos que le colocaba entre aquellos B’s.

- Quisiera tener una de esas cosas que usan para marcar el ganado vacuno- resopló, y rio ante la
expresión de Emma. – Para marcar lo que es mío de por vida

- Perdón, ¿qué es lo que vas a marcar?- siseó incrédula pero sorprendida y la volcó sobre su espalda.

- La tua figa- rio. – Quisiera ponerle un “Propietà di Sophia Rialto Stroppiana”

- ¿De verdad?- Sophia asintió con una sonrisa por estar viendo la escéptica mirada de Emma. – Mmm…-
musitó y se retiró de la cama, que Sophia se irguió sólo con sus codos para seguirla con la mirada.
- O sea, es una metáfora

- Si tuvieras ese hierro medieval…- dijo, sumergiendo su mano en el maletín en el que todavía estaba su
accidentado y obsoleto pantalón The Row junto con sus desgraciados Louboutin, pues, como toda buena
Diseñadora de Interiores, llevaba un pequeño recurso de Prismacolor de colores primarios y secundarios,
pero no era eso lo que buscaba, sino su recurso de Sharpie de doble punta en negro para las notas, en
rojo para las correcciones, en azul para las adiciones. – Me dejaría

- ¿Por qué?- frunció su ceño, pues ahora la confundida era ella.

- Porque es tuya- sonrió, logrando sacar aquel Sharpie negro. – Ten- se lo alcanzó y se tumbó a su lado
con sus piernas abiertas.

- Podemos decirle a Natasha que nos traiga nuestro dildo- rio, no sabiendo qué hacer con aquel Sharpie,
pues lo único que se le ocurría era lo que su comentario implicaba pero, para eso, estaban sus dedos.

- Puedes decirle si quieres o podemos comprar uno aquí, como sea tu voluntad- sonrió, tomando el
Sharpie en sus manos sólo para destaparlo y colocar la tapa en la punta contraria. – Márcame- se lo
volvió a alcanzar, que Sophia lo tomó y frunció su ceño. – A falta de hierro…- le señaló su pubis.

- ¿Quieres un autógrafo?- sonrió, colocándose entre sus piernas para marcar su territorio.

- El autógrafo luego… por favor, Licenciada Rialto, le pido que tome posesión, por escrito, de lo que le
pertenece- dijo en un tono ceremonioso.
- Pro…- comenzó a escribir, pero Emma empezó a carcajearse por las cosquillas que aquel marcador le
provocaban. – Quieta, Arquitecta… sino habrá castigo

- ¿Qué tipo de castigo?- resopló intrigada.

- I’ll fuck the living daylights out of you- sonrió como si hubiera dicho que π era un número infinito, y
Emma que sólo supo tragar la saliva hasta del siguiente año. – Ahora, quieta- repitió, reanudando aquella
declaración de patrimonio. – Propie…- y empezó la risa de nuevo pero no movió las piernas, simplemente
apuñó las sábanas. – Propietà di…- bajó al siguiente renglón imaginario, el cual ya quedaba interrumpido
por el yacimiento de los labios mayores de Emma. – Sophia…- utilizó el yacimiento como espacio. –
Rialto- pero no se detuvo, simplemente siguió escribiendo pero ya no leía.

- El testamento lo podemos hacer en un papel aparte, mi amor- resopló Emma al sentir la tinta ya hasta
su muslo y que Sophia no se detenía.

- ¿Es legal si yo digo en mi testamento que, de morirme yo antes que tú, que no puedas estar con alguien
más?- preguntó mientras seguía escribiendo. – Pues, en un sentido sexual

- ¿Es legal si yo digo en el mío, de morirme yo antes que tú, que tienes la obligación de ser feliz así sea
que estés con otra persona?- frunció su ceño, pues lo que le interesaba era la felicidad de Sophia. Con
los celos lidiaría en el más allá.

- Me tomo un coctel de arsénico y Ouzo si te mueres antes que yo- sonrió, marcando el punto final de
aquella declaración. - ¿Así o más Shakespeare?

- ¿Qué dice?
- Propietà di Sophia Rialto. Futura esposa de la dueña del presunto y ya señalado aparato reproductor
femenino. Mía, toda mía- sonrió y subió a sus senos, que, sin preguntar, firmó cada uno de ellos: el
derecho por arriba de la areola, el izquierdo por debajo de esta.

- ¿Qué más quieres declarar como tuyo?- sonrió cosquillosamente mientras Sophia terminaba de firmar
su seno izquierdo.

- Date la vuelta- y Emma, muy obediente, se volcó sobre su abdomen, pues ya sabía que eso también iría
con firma. – Mmm…- suspiró a ras de aquella piel.

- ¿Está rojo?

- Tampoco soy tan mala- rio, pasando a su glúteo derecho. – Sí sabes que no se te va a quitar con la
primera pasada de jabón que te des en la ducha, ¿verdad?

- Sí sabes que no tengo la intención de borrarlo, ¿verdad?- sonrió, sintiendo el punto que Sophia
dibujaba, el punto que siempre iba sobre el “Rialto” pero nunca sobre el “Sophia”.

- Listo- le informó, dándole un beso rápido a cada rosado glúteo. Rosado y no rojo. Emma se dio la vuelta
con una sonrisa y le alzó los brazos, así como Irene le alzaba los brazos para que la cargara cuando tenía
menos de un año.

- ¿Algo más?

- Sí- murmuró, arrojando el Sharpie a ciegas.


- Tú dirás- pero Sophia no contestó, simplemente le clavó un beso suave y apasionado que se encargó
de recorrer cada esquina y curvatura del interior de su boca. – Mi amor- rio nasalmente con una sonrisa,
atrapándola entre sus brazos para acortar la proxémica a cero. – God… you’re so beautiful- susurró en
ese tono en el que siempre se lo había susurrado, con la misma mirada, con el mismo gesto de recoger
su flequillo tras su oreja. - ¿Cómo quieres que me fije en alguien más si contigo lo tengo todo?

- ¿No te falta nada?

- Absolutamente nada; lo tengo todo contigo. Tengo un hogar al que me gusta llegar, por el que me
desespero por llegar todos los días, tengo una hermosa novia con quien voy a la cama todas las noches
para dormir y despertarme junto a ella, con ella entre mis brazos o yo entre los suyos, tengo comida,
tengo bebida, tengo dinero, tengo como mil canciones de Laura Pausini en mi iPod… ¿qué me puede
faltar? – Sophia sonrió y sacudió su cabeza, ¿cómo era posible que le quitara todo su enojo tan rápido?
¿Cómo hacía para evaporarlo y ponerle sonrisas y risas? Y, ¿Laura Pausini? Emma é italianissima. – Mi
amor…- sonrió, volcándola sobre su espalda para colocarse sobre ella.

- Suena mejor que “Sophia”- pensó en voz alta.

- Pero tu nombre me gusta- frunció su ceño. – Quizás tenga más significado para mí que sólo su
significado en griego… engriego- recalcó con una sonrisa.

- ¿Ah, sí?- Emma asintió. - ¿Qué más significa para ti?

- La primera Vogue que tuve en mis manos fue una en la Sophia Loren estaba en la portada. No era la
gran cosa como para que te llamara la atención, pero era Sophia Loren y en una portada de Vogue US…
creo que es de las pocas portadas de las que me acuerdo con tanta exactitud; la fotografía era
básicamente como un busto como en una escultura, en fondo blanco y con ella con su bronceado salvaje
y que se notaba que la habían maquillado con más dorado que lo que su cuello tenía porque, al cuello,
tenía un… no sé si a eso puedes llamarle “collar”- resopló. – Pero todo era en dorado, hasta las letras de
la portada eran como en un dorado-olivo, era excesivo. A lo que voy es a que esa sensación que tuve al
lograr tener la revista en mis manos- y sonrió con nostalgia. – Estaba en inglés porque era la versión
estadounidense, y era cara, me costó la mitad de mi mesada: casi catorce mil liras. Pero jamás me sentí
tan intrigada, tan emocionada, tan satisfecha y es, quizás, de las cosas de las que mejor y con más cariño
me acuerdo… y me ha gustado el nombre “Sophia” desde entonces- sonrió. – Quizás porque lo vi más
grande que sólo como un sinónimo de la actriz mejor pagada y más reconocida de Italia, quizás porque
lo vi importante al estar en la portada de algo de otro país… y creo que era por eso que yo no podía tener
una conversación civilizada con Sophia Napolitani en el colegio, o que nunca me terminó de emocionar
mi clase de “Planificazione del territorio e del paesaggio I” con la tal Sofia Rossi… tuve que cambiarme a
la clase de Manuela Ricci, que era a las ocho de la mañana, para que me gustara- rio. – Y me acabo de
dar cuenta que soy la persona más rara que conozco- se sonrojó, pues aquello nunca lo había dicho en
voz alta.

- Eres un poco rara- resopló, repasando las pecas de los hombros de Emma con sus dedos. – Pero es lo
que te hace interesante- sonrió.

- Sophia Rialto, mi amor…- hizo una pausa al sacudirse entre los escalofríos cosquillosos que Sophia le
provisionaba con su roce. – Vuoi sposarmi?

- ¿Todavía quieres que me case contigo?

- ¿Por qué? ¿No debería quererlo?

- Digo, ¿después de este ataque de celos?- se sonrojó. - ¿Después de que asesiné tu ropa?

- Te lo dije en Roma, cuando estábamos en la ducha: puedes quebrar, romper, arruinar cualquier cosa…

- Pero no lo más caro y preciado que tengo- completó aquella cita.

- No me importa si incendias mi clóset con todo adentro… eso no disminuye lo que yo siento por ti ni lo
que siento cuando estoy contigo- así, ¿quién no? – ¿Te casarías conmigo?
- Hoy mismo en el Ayuntamiento- sonrió con esa sonrisa que daban ganas de comérsela a besos, esa
sonrisa que era más bien una mordida sonriente de su labio inferior.

- ¿Sí?- levantó la ceja derecha y analizó su alrededor para ubicar aquel Sharpie, el cual estaba, gracias a
la loca y confundida fuerza de Sophia, a su alcance.

- Sí- asintió, deteniendo a Emma, más bien a su pereza de no querer ponerse de pie para alcanzar el
marcador.

- Bueno…- sonrió, mostrándole el Sharpie. – Cásate conmigo

- What?- espetó sin enojo pero con confusión mientras tomaba el Sharpie de la mano de Emma.

- Sí, cásate conmigo… ya mismo si quieres

- ¿Y qué hay de la boda?

- Será una formalidad muy bonita- sonrió.

- Pero no tenemos un abogado

- Ay, ¿pero quién está pensando en eso?- rio burlonamente, pues Sophia era quien quería correr a Las
Vegas por hacerlo en ese momento.
- No molestes- bromeó.

- Las que nos vamos a casar somos tú y yo, indirectamente con nuestras familias políticas pero eso es un
efecto secundario- resopló. – No nos estamos casando ni con Belinda, ni con los Noltenius, ni con los
Roberts, ni con nadie que no seamos nosotras mismas… so, ¿cuál es el problema? Lo que yo necesito es
un papel que diga que eres mi esposa para que el mundo de asuma y te absorba como tal, yo no necesito
de ese papel para yo saberte mi esposa

- Skatá- suspiró.

- Mmm… Licenciada Rialto, ¿con esa boca besa a su madre?- resopló, acariciando su labio inferior con su
pulgar.

- Con la misma con la que te beso aquí- colocó su índice sobre sus labios sonrientes. – Con la misma con
la que te beso aquí y aquí- murmuró, deslizando su mano hasta llegar a sus senos. – Exactamente con la
misma con la que te beso aquí- acarició suavemente su entrepierna. – Ma, suprattutto, Architetta
Pavlovic, con la que la beso- sonrió traviesamente. – Aquí- alcanzó a rozar aquel agujerito que se contrajo
ante ello. – Así que, sí, con la misma boca con la que te beso a ti, con la misma boca con la que me rebalso
en obscenidades, con esa misma boca beso a la mia mamma, no una, sino dos veces- rio burlonamente.
- ¿Te quieres casar con esta boca tan… soez y obscena?- Emma se acercó a su oído izquierdo y,
permitiéndose inhalar aquella fragancia a té verde de sus rubias ondas, dio un beso a su cuello, en donde
alcanzaba a saborear nasalmente el Violet Blonde que tan bien le sentaba.

- Absolutamente- susurró a su oído, y Sophia sólo materializó un gruñido que se convirtió en risa
nerviosa. – Cásate conmigo- sonrió ya dándole la sonrisa y la mirada de frente.

- Emma María- resopló, irguiéndose con su torso para sentarse sobre la cama y para obligar a Emma a
quedar sobre sus rodillas, así como ella había estado antes. – Arquitecta Pavlovic- tomó su dedo anular
izquierdo y, mordiendo la tapa de la punta fina del Sharpie, tiró de él para empezar a dibujar. – Mi
amante, mi cómplice y mi modelo de Victoria’s Secret- rio nasalmente, remedando al uniformado
mientras dibujaba dos líneas paralelas que simulaban un anillo. – Soy su mayor admiradora, su compañía
y su teammate- empezó a rellenar aquel espacio con manchas que parecían ser un patrón de cebra. –
Prometo ser celosa, impuntual y mantener my clumsy sass que tanto le divierte- levantó la palma de su
mano y, en el reverso de su dedo anular, empezó a escribir algo que, aparentemente, sólo ella sabía lo
que decía. – Porque te amo, Em- sonrió al terminar de escribir aquello y le dio un beso en la punta de su
dedo.

- Licenciada Rialto- sonrió, tomando el Sharpie de la mano de Sophia y tomando su mano izquierda para
empujar su anillo de compromiso hacia abajo, así podría dibujar. – También conocida como “la intrusa
más guapa y más perfecta”- resopló, trazando las mismas líneas que había trazado Sophia pero con una
mínima mayor distancia. – Usted es mi todo- dibujó un círculo en el centro y llenó de círculos más
pequeños los alrededores. – Quiero ser lo que te vuelva loca, tu egocentrismo y to egoísmo, tu jefa y tu
esclava. Quiero ser, para ti, lo que desconozco que conozco y lo que sé que no sé. Porque haces que me
sienta bien conmigo misma, me haces sentir que soy una buena persona- Sophia se ahogó en ternura.

- Reclámalo- susurró llena del rojo favorito de Emma, de ese rojo vermillion que tanto le gustaba
nombrar para exagerar el tono.

- No me gusta pedir perdón porque significa que me equivoqué- suspiró, levantando la palma de Sophia
para escribirle, probablemente, lo mismo que ella le había escrito. – Y no me gusta equivocarme, al
menos no contigo porque sé que te lastima… eso es todo- explicó. – Pero reconozco cuando me
equivoco, y hoy me equivoqué. Lo siento mucho, mi amor

- Shhh… it’s ok…- susurró.

- Soy tuya- sonrió, que sonrió doble por haber terminado de dibujar y por lo que había dicho. Levantó la
mirada y se encontró con la sonrisa que más le gustaba, la sonrisa de Sophia. – Te amo- imitó el beso en
su dedo mientras deslizaba el anillo de compromiso a su posición original.

- Yo también te amo- sonrió ladeadamente y se lanzó en un beso que la llevó hasta recostarla sobre la
cama.
- Me gusta mi anillo de H&M- sonrió.

- No es de H&M, es de Forever21- resopló burlonamente.

- Mejor, más de aquí- rio, y vio el interior de su dedo. - ¿Son trazos al azar o significa algo en especial?

- Sophia- sonrió. – Es mi dedo, es mi esposa, ¿no?

- ¿En qué idioma está?- frunció su ceño.

- Hebreo

- ¿Y desde cuándo sabes hebreo?

- Tranquila, sólo sé escribir mi nombre en varias escrituras- sonrió, viendo ella el interior de su dedo. –
Hablando de escrituras- rio al ver lo que había escrito.

- Para que me lleves contigo a donde quiera que vayas- sonrió tiernamente.

- ¿Por qué en sánscrito?

- Porque me gusta la impresión que me diste para mi cumpleaños- sonrió.


- Me costó los dedos hacer esa placa y las pestañas encontrar el preciso color, más te vale que te guste-
le advirtió serena y divertidamente.

- ¿Por qué crees que sé cómo se escribe mi nombre en sánscrito?- levantó su ceja. – Y ese malachite
Green te quedó perfecto

- Uy, Arquitecta- rio nasalmente. – Sabe, yo no podría estar con alguien que no reconociera los colores
por su nombre

- ¿Es algo que le excita, Licenciada?- Sophia asintió. - Gamboge yellow- sonrió. – Razzmatazz pink, Arsenic
gray, Caput Mortuum violet- dijo en ese tono seductor que daba risa.

- ¡Ah!- jadeó aireadamente con una leve risa de por medio. – Orgasmo cromático de Diseñador de
Interiores- se sacudió juguetonamente. Emma rio con una carcajada que no era más que un sinónimo de
alivio al notar que a Sophia ya se le había evaporado aquella furia. Ojalá y no regresara nunca. Ojalá y
nunca le diera pie a eso.

- ¿Qué pasa?- murmuró, extrañada de que Sophia se había quedado sin palabras o con la palabra en la
boca y no la podía sacar. - ¿Estás bien?

- ¿Qué quieres que te regale el treinta de mayo?

- Eso me acuerda, tú no me has dicho qué quieres que te regale tampoco- frunció su ceño, y Sophia que
terminó tumbada a su lado, sobre su espalda, y riéndose hasta casi llorar. – Bueno, ¿quieres compartir
el chiste?

- ¿De verdad quieres saber?


- Sino te voy a dar algo que no quieras o que no te interese tener- frunció su ceño.

- Bene, bene- se acercó a su oído y, tan bajo como pudo, le dijo exactamente lo que quería, paso a paso,
minuto a minuto, todo, se lo dijo todo, y me dio vergüenza preguntarles luego qué había sido porque no
había podido escuchar. Emma se fue coloreando de rojo y fue dibujando una sonrisa de anticipantes y
actuales nervios, ¿qué podría ser?- ¿Qué dices?- rio. - ¿Se puede o no se puede?

- De que se puede, se puede, mi amor- rio, cubriéndose los ojos con sus manos.

- ¿Quieres?- pero Emma se desplomó en una carcajada histérica e inestable que, de un movimiento
risible y ridículo, terminó en el suelo y riéndose todavía más, de lo que quería Sophia y de su caída
triunfal. - ¿Estás bien?- rio, intentando no reírse por la caída, pero no pudo contenerse la risa al ver que
Emma lloraba a causa de la misma.

- Fuck…- se quejó entre su risa, frotándose el antebrazo izquierdo, pues había caído sobre él. Sophia se
bajó de la cama y se colocó sobre Emma para acariciarle ella su antebrazo.

- Sana, sana… que sino, San Ibuprofeno mañana- resopló, dándole besos suaves.

- Gracias, mucho mejor- sonrió. – Ahora, volviendo al tema anterior… ¿de verdad quieres eso?

- Sometimes you wonder, and ask yourself the question. I know the answer, but I’m asking you the
question- murmuró sin quitarle sus celestes ojos de los suyos verdes.

- Sabes que no puedo negarte algo así


- Yo sólo te estoy dando la opción de acceder o negarte, que, hagas lo que hagas, yo no me voy a enojar,
¿entendido?- Emma asintió. – Piénsalo… que tienes hasta el treinta de mayo para pensarlo… pero tick-
tick-tick, el tiempo corre- rio.

- Y, en caso de que me niegue, ¿qué te regalo?

- Ya dije, lo que sea menos joyas- sonrió.

- Bene, bene- la volcó sobre su espalda y se recostó sobre su costado, apoyando su cabeza con su mano.
– Lo pensaré, ¿de acuerdo?

- Pero no me digas nada

- ¿No?

- No, no quiero saber si me lo vas a regalar o no- Emma asintió. – Ahora, ¿qué quieres tú?

- Pongamos las cosas sobre la mesa- suspiró, y se quedó viendo al vacío.

- ¿Qué?

- Necesito un papel- dijo todavía con la mirada perdida.

- ¿Para?
- Notas y un sketch del hotel- murmuró, volcándose sobre su abdomen para ponerse de pie, que no supo
por qué no sólo se sentó y se puso de pie.

- Oye, oye, oye- la detuvo del brazo. – No le huyas a tu regalo de bodas- frunció su ceño.

- No le estoy huyendo, es sólo que se me va a olvidar lo que se me ha ocurrido- hizo una expresión
graciosa con sus labios.

- Espera- sonrió, alcanzando el siempre presente Sharpie. – Ten, dibuja

- No tengo papel

- ¿Necesitas?- se volcó sobre su espalda y retiró las solapas de su camisa de su abdomen.

- ¿Es en serio?

- ¿O prefieres mi espalda?- sonrió.

- Lo que sea- balbuceó rápidamente, y se colocó entre sus piernas con la punta fina del Sharpie lista para
victimizar el abdomen de Sophia.

- Ahora: tu regalo
- Ya dije que pongamos las cosas sobre la mesa- empezó a dibujar las líneas rectas con las que siempre
empezaba en completo Coup d’état con el punto de fuga.

- Yo pago el Plaza

- Yo el viaje a Bora Bora

- Y la boda- añadió.

- Y la boda- sonrió, viendo a Sophia que se acomodaba, feliz de la vida, con sus brazos tras su cabeza.

- ¿Qué quieres que te regale, entonces? ¿Quieres una colección de Louboutin?

- Bienes mancomunados… bueno, lo mío es tuyo, que puedes quitarme lo que quieras- resopló. – Yo te
aseguro que no voy a quitarte nada de lo que te pertenece

- Pero eso ya lo habíamos acordado- frunció su ceño.

- Y habíamos acordado que iba a tener firma pero que iba a necesitar autorización tuya para cada
movimiento mayor a “x” cantidad

- Olvida la autorización, a eso me refiero…

- No me siento muy cómoda sabiendo que puedo hacer lo que quiera con algo que no es mío
- Te lo doy para que lo uses a tu gusto- sonrió. – No me importa si lo usas para comprar tampones o si lo
usas para comprarte un auto, eso es tuyo y lo usas para lo que quieras… para darle fuego si quieres

- No voy a darle fuego- susurró. – Es sólo que no me siento cómoda… pero, si eso es lo que quieres que
te regale, lo haré

- Confío en que tampoco me vas a dejar en la calle… y, no sé, es como para compartir todo lo que es mío
contigo, todo, todo

- Lo firmaré, mi amor, pero no me parece que sea proporcional

- Hay algo más- sonrió, y, claro que había algo más. – Como será tu dinero, por favor, hazte cargo
totalmente de la tranquilidad y de la comodidad de tu mamá y tu hermana

- ¿Con tu dinero?

- Nuestro dinero- la corrigió. – Y quiero que tu mamá y tu hermana estén cómodas, sin preocupaciones
de nada, viviendo en una buena zona y viviendo bien… porque sé que eso te va a dar tranquilidad

- Pero se supone que es un regalo para ti, no para mí

- Y para mí es un regalo verte tranquila, ¿sí?

- Perdón que me poseyó el diablo…- susurró.


- Me gusta cuando estás enojada… pero no conmigo- susurró de regreso. – Pero hoy, no sé, te viste linda-
sonrió. – Y supongo que me lo merecía

- Sólo necesito que me respondas una cosa

- Las que quieras

- ¿Te diste cuenta de que te estaba coqueteando?

- No le estaba prestando atención, pero sí me di cuenta cuando me dio su tarjeta… por eso me puse de
pie y fui al baño, cosa que hice sólo porque no supe qué más hacer, y, cuando regresé, tú estabas
reventándote los oídos con Robbie Williams y parecías estar dormida. Ahora, si te preguntas por qué no
le dije que me dejara en paz, o no le dije que estaba contigo, fue simplemente porque es la táctica que
sé que no funciona con un hombre, no cuando es así como él… de haberlo hecho, habríamos terminado
siendo dueñas de sus mayores fantasías sexuales

- ¿Cómo puede estar tan segura?

- Porque hay estudios que demuestran que el ochenta por ciento de hombres heterosexuales, o sea ocho
de cada diez, tienen alguna fantasía que involucra a dos mujeres. De esos ocho hombres, por lo menos
tres tienen una mayor susceptibilidad si se trata de una pareja ya existente de mujeres

- Y esos datos, ¿te los acabas de inventar o existen de verdad?

- A mí háblame de inventarme un edificio, no una cifra estadística- sonrió. – Estaba en el último artículo
de la edición deVogue de Mayo pasado
- ¿Cómo es que te acuerdas de lo que había en la edición de Vogue del Mayo pasado?

- Porque estaba todo sobre la horrible película de “The Great Gatsby”- sonrió de nuevo. – Carey Mulligan,
o Daisy Buchanan, estaba en la portada, en un vestido Prada de terciopelo yellow-green… I didn’t like
the cover… maybe because I don’t like her- resopló.

- ¿Porque arruinó a Daisy Buchanan?

- No arruinó al personaje, simplemente Mia Farrow hizo un mejor trabajo, bueno, a ella la dirigieron
mejor quizás, o simplemente era mejor actriz, quién sabe… pero no sé, igual de fastidiosa que Scarlett
Johansson y Jessica Alba… hasta Lindsay Lohan es más entretenida

- Quizás porque no le dan papeles tan trascendentales para tus gustos

- Cierto, aunque su mejor papel ha sido el de Hermione Granger en SNL hace como diez años- levantó la
mirada con sorpresa. – Fuck, estoy vieja- rio.

- ¿Cómo era Emma hace una década?

- Irresistible, como siempre. Adicta a los cigarrillos… creo que ese fue el año que fumé dos cajetillas de
cigarrillos en un día mientras reproducía el modelo de la Torre pendente di Pisa. En Converse blancos
casi todo el tiempo, jeans Armani porque eran los únicos que estaban diseñados, por la posición de los
bolsillos traseros, para esconder una tanga o para recogerte y asegurarte el trasero si se te ocurría no
ponerte ni siquiera eso. Camisas Benetton en su mayoría, todo lo que fuera para el frío debía ser Versace
porque Armani me hacía ver sin cintura, cosa que tú sabes que no tengo tanta- resopló. – Pluma fuente
Tibaldi, regalo de graduación de colegio de mi mamá, y con tinta azul porque la tinta negra me ponía de
mal humor, y una fanática devota de Laura Pausini- guiñó su ojo.
- ¿Por qué te pone de mal humor la tinta negra? Es algo que no he logrado entender

- Son varias cosas- sonrió entre su concentrada mirada, la cual seguía sus trazos cortos sobre el vientre
de Sophia.

- Tenemos tiempo, ¿tienes ganas?

- Mis hermanos no se graduaron de mi mismo colegio, ellos fueron al Britannia

- ¿Alguna razón en especial?

- I wasn’t that much of a talker- dijo con un suspiro. – Llegué a los tres años no en completa omisión de
la verbalización conceptual porque sí hablaba pero no decía más que lo necesario

- ¿Alguna razón en especial?- repitió ya más atenta.

- No te sabría decir- retiró el marcador y, sosteniéndolo entre sus dedos como si fuera un cigarrillo, retiró
el flequillo que le obstruía su memoria y su vista. – En el Britannia no me aceptaron porque, a falta de
habla hasta por los codos como todo niño de tres años y el inicio de sus preguntas de “por qué”, la
superestrella de la psicóloga que estaba, supongo yo que en el examen de admisión, me diagnosticó
lento aprendizaje, me rechazaron la admisión porque ellos no tenían ningún tipo de “educación
especial”- resopló. – Al mismo tiempo hice el examen de admisión en la AOS y ellos sí me aceptaron,
claro, vieron que yo no era tan apasionada con el habla y simplemente le dijeron a mi mamá que,
bueno… por la plata baila el mono- rio. – Si pagaba el año completo en el primer pago, que no iban a
tener ningún problema para aceptarme aunque ellos se reservaban el derecho de asesorarme dejar Pre-
Kinder o de aprobármelo…
- ¿Todo porque no hablabas?

- O sea, sí hablaba- rio. – Es sólo que… no sé, no sé por qué no me gustaba hablar

- ¿Te gusta hablar ahora?

- No me voy a morir si no hablo- sonrió. – Puedo estar mucho tiempo en silencio, me gusta el silencio,
aunque no es el silencio en sí sino los sonidos… si son un mismo sonido, un ritmo, no me importa; así
como si es el de un taladro o el de un martillo, pero cuando un niño llora… me desespera, esos ruidos
que fluctúan en tono… no sé

- ¿Y la música?

- Contradictoriamente me hace colocar mi mente en blanco… soy rara, ya te lo he dicho, pero, volviendo
al tema de la tinta negra- rio.

- No, no, sólo dime si te aprobaron Pre-Kinder al menos- mordió su labio inferior, entre burla y ternura.

- Dice mi mamá que, como dos semanas después de que ya había pagado como veinticinco mil Liras- rio,
pues era demasiado dinero, aun en conversión a euros, peor a dólares. – Íbamos camino a donde mis
abuelos paternos, en auto, travesía total, y que yo no pude cerrar la boca en todo el camino- Sophia
estalló en una carcajada que obligó a Emma a dejar de dibujar. – Doce horas sin parar

- ¿Sin parar de hablar o de conducir?

- Pues, no dejaron de conducir para hacer que mi verborrea durara menos- rio, y Sophia que sólo pudo
incrementar su carcajada. – Dice mi mamá que me decía: “Emma, juguemos de estar callados, gana el
que se quede callado más tiempo”- y Sophia reía más, y más, y más. – Y dice que le decía: “Ay, mami, ya
perdí” y seguía hablando

- ¿Qué tanto podías decir?

- Todo lo que no había dicho, supongo- rio. – No me acuerdo de eso- su mirada se apagó, cerró los ojos
y sacudió la cabeza.

- Pero sí te acuerdas de ese día, ¿verdad?- asintió. – Bueno, cuéntame de la tinta negra, mejor

- Entonces- suspiró, reanudando sus trazos pero con la punta fina del marcador. – Cuando estábamos
aprendiendo a escribir utilizábamos lápices, a partir de primer grado comenzabas a utilizar pluma fuente
para detener el trazo que, si utilizabas bolígrafo…

- Se deslizaba y terminabas con una “fatal caligrafía”- concluyó Sophia, pues ella también había tenido
ese método.

- Conmigo eso no funcionó mucho- rio. – El punto es que todos escribíamos con tinta azul porque era la
que vendían en el colegio por si se te acababan los repuestos, y yo me acostumbré al azul. A partir de
quinto grado ya podías abortar la pluma fuente y podías pasar a ser un niño grande que escribía con
bolígrafo. Yo me quedé con la pluma fuente, no por efectos de la caligrafía sino por cómo escribía en el
papel. Mi hermano solía jugarme la broma de que le colocaba un repuesto de tinta negra en vez de una
azul… travesura, broma, no sé, pero ese azul sucio que quedaba luego… opté por comprar pluma fuente
Lamy, y muchas, así, por cada travesura cíclica de mi hermano, yo podía seguir escribiendo con tinta azul
mientras lavaba y limpiaba la que había sido víctima suya

- ¿Él utilizaba tinta negra?


- La utilizaba porque papá la utilizaba para firmarle los reportes de calificaciones- ladeó su cabeza y le
gustó lo que vio a pesar de no estar ni remotamente terminado. – El día que mis papás firmaron el
divorcio, mi papá tomó mi pluma fuente para firmarlo porque su bolígrafo no tenía tinta

- No creo que sea que la tinta negra no te guste, simplemente te gusta más la tinta azul

- Probablemente- sonrió como si tuviera cierto recuerdo que le pasaba cual película ante sus verdes ojos,
así como si se hubiera transportado a aquel momento, ¿por qué habían estado ella y sus hermanos
presentes? Ah, ya se acordaba por qué. – Y la tinta negra me gusta sólo en los bolígrafos porque, cuando
es azul, es un dolor de ovarios conseguir dos del mismo tono de azul si son de distintas marcas- pero
suspiró y se quedó atrapada en el tiempo de su memoria; eso sí era input de Franco.

- ¿En qué piensas?- susurró con una leve sonrisa y unos superficiales camanances que la adornaban. -
¿Em?- ladeó su cabeza y la tomó por la mejilla al no conseguir respuesta.

- Como te decía- resopló, sacudiendo su cabeza suavemente y cerrando sus ojos mientras fruncía su ceño
y sus labios. - ¿Qué era lo que te estaba diciendo?

- ¿Te sientes bien?

- Sí- asintió, pero era ese “sí” que le daba sólo por decirle que sí. Sophia sólo sonrió y se volvió e recostar
para que Emma pudiera seguir dibujando.

- Tengo una pregunta para ti

- ¿De respuesta elaborada?- resopló, acordándose de aquellos principios de bromas pero verdades.
- No estoy segura

- Bueno, adelante

- ¿En dónde te ves en diez años?

- ¿En qué aspecto?- Sophia sólo levantó las manos. – ¿Quieres una respuesta a lo Miss Rhode Island en
“Miss Congeniality” o una respuesta improvisada?

- La que te venga mejor

- Son las…- murmuró, elevando su muñeca izquierda para leer la hora del reloj que Margaret y Romeo le
habían regalado de Navidad, que el de ella era en fondo negro y el de Sophia era blanco-grisáceo, ambos
ediciones especiales y de treinta y cuatro milímetros de diámetro. – Dos y cincuenta y cuatro minutos,
hora los Ángeles… eso es, en hora Nueva York, las cinco y cincuenta y cuatro minutos- suspiró y se quedó
en silencio unos segundos.

- Phillip y Natasha ya estarán en el aeropuerto- comentó abruptamente.

- Seguramente sus traseros vendrán en Primera Clase- dijo con un poco de cinismo. – Y tu oportunidad
de pedirle a Natasha que nos trajera nuestro dildo se ha esfumado

- Estoy segura que Los Ángeles tendrá su gracia también- sacó su lengua. – Pero ese no era el tema…
aparte, yo no quiero ver un dildo any time soon

- ¿Qué tanto es “any time soon”, una semana, un mes?


- Por lo menos mientras estemos aquí- sonrió, y Emma rio. – Como sea, ¿en diez años a las cinco y
cincuenta y cuatro hora Nueva York?

- Ah, sí- asintió, irguiéndose un poco para ver un poco más de lejos el dibujo. – En diez años… será martes,
¿en dónde te ves tú un martes en diez años?

- Yo te lo pregunté primero

- Y yo luego, ¿qué diferencia hace?- rio.

- No sé si quiero mi propia marca de muebles, pero no quiero dejarlo, prefiero dejar el Diseño de
Interiores y no el Diseño de Muebles

- ¿Qué más?

- Quiero estar en casa, que eso no significa que no voy a estar trabajando, dependerá de la hora que sea,
supongo. Hogar… cómoda, feliz… ¿y tú?

- Te podría decir que estaría entrando al apartamento, que arrojaría la bufanda sobre el respaldo del
sillón que le da la espalda a la puerta principal, te llamaría sólo para que emergieras con esa sonrisa que
tanto me mata y con un Martini en cada mano; uno para ti y uno para mí, te lo agradecería con una
sonrisa y con un beso, pero te diera dos besos porque uno es para saludarte y el otro para agradecerte,
brindaría quién-sabe-por-qué o quizás sólo en silencio, y lo bebería rápido de cuatro tragos. Me quitarías
la copa, me quitaría el abrigo, te preguntaría si tienes hambre; si tienes ganas de que cocine, de que
cocinemos, de cocinar o de que alguien más cocine; alguien como Smith & Wollensky- sonrió. –
Cenaríamos como todas las noches, en la barra, yo a tu izquierda. Quizás usaríamos la chimenea, sólo
para no tener frío, y beberíamos una copa de vino mientras hablamos quién-sabe-de-qué. Me gustaría
hacerte el amor hasta que el silencio nos inunde y sólo veamos el contraste del fuego y la nieve, y
quedarnos en el sofá, con cobijas y la botella de vino hasta quedarnos dormidas hasta el día siguiente-
Sophia dibujó una sonrisa que intentó comprimir entre sus labios, una sonrisa de la enorme represión
de ganas de arrojársele para comérsela a besos, para querer estar en ese momento que, por más que
sólo fueran palabras cortadas, sonaba perfecto. – O podría decirte que eres tú quien llega a casa, y yo te
recibo con una copa de Bollinger sólo porque sí, o podría decirte que llegamos juntas y cada quien se
sirve lo que quiere beber, o podría decirte que estaríamos cenando donde los Noltenius, quizás y no sólo
estaríamos cuatro sentados a la mesa, quizás y seríamos cinco, seis, o siete, quién sabe- se encogió entre
hombros. – O podría decirte que estaría en cama por un resfriado fuera de serie, o quizás esté sola,
sentada en un sillón en un hotel… yo no sé dónde voy a estar en diez años- sonrió dubitativamente. –
Pero no me importa si es A, B, C, y las letras que existen hasta llegar a la Z, tomando en cuenta las letras
que ya no pertenecen al alfabeto, y no me importa porque lo que sí quiero saber, en ese momento, es
que no me faltas, que sea donde sea que esté, contigo o sin ti, que no voy a estar sin ti… no sé si me
explico

- Mi amor…- resopló sonrojada, y quizás resopló para enmascarar su conmoción.

- No sé en dónde voy a estar en diez años, no sé si voy a estar en esta habitación y recordando este
momento, no sé si voy a estar haciéndote el amor en nuestra cama… que nuestra cama puede estar en
Nueva York, en Florencia, en Roma, en el Lago Como, en Atenas, en Mýkonos… no sé en dónde estaré,
pero sé que mi denominador común eres tú; en todo lo que haga y a donde sea que vaya

- Para no hablar, para que no te guste hablar, hablas demasiado perfecto- sacudió lentamente su cabeza
con cierto regocijo, como si aquello le fascinara, porque así era.

- Es que, para no tener nada bueno o relevante que decir, mejor cerrar el pico- sonrió de esa picante
manera, que era la sonrisa tirada más hacia su derecha al mismo tiempo que elevaba la ceja del mismo
lado. – Pues, si quieres que te hable estupideces… get me drunk

- ¿Quién te ha dicho que hablas estupideces cuando estás ebria?- ladeó su cabeza con una sonrisita
divertida e inocente.
- Bueno, es que no estoy segura si se ríen de mí o se ríen conmigo- rio nasalmente, como si lo encontrara
divertido.

- No hablas estupideces, simplemente… creería que, por lo menos, el noventa por ciento de las cosas te
da risa, y te pones muy, muy, muy caliente

- ¿Caliente en temperatura corporal o caliente de “caliente”?

- Supongo que por estar caliente es que te pones caliente, ¿no?- Emma tambaleó su cabeza, pero
terminó por darle la razón. – Y te entra tu dancing mood

- Eso sí, yo no bailaría sobria, jamás

- ¿Por qué no? No bailas mal

- Yo sé que no bailo mal- guiñó su ojo, Sophia sólo gruñó graciosamente ante lo sensual de su ego, Ego.
– Problemas de autoestima, supongo

- ¿Emma Pavlovic tiene problemas de autoestima?- resopló. – No me lo creo, ni tú te lo crees

- No me divierte bailar si no estoy un poco happy

- Y no hay nada como verte bailar Footloose con Thomas, o verte en plena coreografía de Single
Ladies con Natasha y Julie- resopló.
- Prefiero bailar Flight Attendant contigo

- Con esa terminamos en el pasillo. Qué pérdida de porte y elegancia- rio.

- No dije que era sinónimo de seguridad, de preservación de integridad física- sonrió, y se retiró para ver
su bosquejo desde más lejos. – Es una canción que excita, supongo

- Aunque, en teoría, “Bolero” de Ravel es la canción, si así quieres llamarla, que hace que una mujer se
excite más rápido

- Y, aun así, tú lograste, no sé cómo, excitarme con Orff… y tampoco sé cómo no me mataste del susto

- Si mis intenciones hubieran sido matarte… te habría puesto un poco de Leona Lewis

- Me conoces bien- se acercó nuevamente y retocó aquella parte que casi rozaba el sostén de
Sophia. Mierda, necesitaba más espacio. Debió calcular mejor.

- ¿Qué tanto espacio te hace falta?- le preguntó al leerlo de sus ojos.

- Dos-que-tres pulgadas, quizás menos… pero lo completaré luego, no pasa nada

- Se te va a olvidar- resopló, irguiéndose con cuidado para no rozar su piel contra la punta del marcador,
se quitó la camisa y, acto seguido, hizo desaparecer su sostén. – Sigue dibujando- se volvió a recostar y
llevó sus brazos tras su cabeza para tirar sus senos hacia arriba.
- ¿Segura?

- No veo por qué no- rio, que su risa escaló a carcajada incoherente hasta encogerla en posición fetal.

- Comparte el chiste, que también quiero reírme

- Paint me like one of your french girls- dijo entre su risa. – No tiene sentido ni referencia, yo sé, sólo me
dio risa

- Las francesas no son mis favoritas, tuve un par de compañeras en el colegio y en la universidad, más en
Milán… quizás es porque no me gusta el francés para empezar- sonrió. – Pero con gusto pinto a mi griega
favorita. ¿Puedo quitarte el pantalón? No quiero mancharlo- Sophia asintió todavía con su risita mal
puesta y, dejando que Emma desabrochara ambos invisibles botones, levantó su trasero para que se lo
sacara, pero Emma también retiró el seamless Culotte de encaje, pues no quería mancharlo ni por roce.

- ¿Estás con el de Santa Mónica o con el de Beverly Hills?

- Beverly Hills. Para el de aquí tendría que ver todos los hoteles que dan a la playa para no hacer algo
remotamente parecido y que sea diferente…

- ¿Qué piensas para el de Beverly Hills? ¿Lounge o minimalista?

- Le viene mejor un lounge creería yo, pero es de retocarlo todo y de que nos acepten la propuesta inicial

- Mi amor- dijo, viendo hacia el techo, que siempre se había preguntado por qué siempre debía ser
blanco.
- Dime- murmuró entre su concentración al estar ya dibujando sobre sus senos.

- ¿Me perdonas?

- ¿Por?

- Por lo que hice con Junior, fue un poco traicionero de mi parte

- No, no lo fue- suspiró, frunciendo su ceño ante el siguiente trazo, ese trazo que tenía mucho tiempo de
no experimentar, ese trazo que dudaba, ¿por qué? Ah, es que no estaba dentro de su ritual: ella sentada
sobre el Safco, pierna izquierda sobre la derecha, que su Stiletto quedaba exactamente atrapado en la
barra que rodeaba el banquillo a media altura, rectamente inclinada sobre la Alvin Craftmaster
modificada, su mano izquierda deteniendo el papel y algún tipo de instrumento de precisión gráfica,
pues, con su mano derecha, y con el Ambition Faber Castell de madera de coco, trazaba las líneas que
ahora trazaba al tembloroso cálculo por ser sobre Sophia, pues no quería ensartarle la punta de aquel
marcador, y, de fondo, quizás no tendría a Mozart, o a Beethoven, ni a Chopin, sino algo con más sabor,
algo más lounge, algo que sonara chic, de eso que se metiera bajo la piel y que se sublimara de alguna
extraña manera, “Early Daiquiris” de Maxim Illion, sí. – Tienes razón, yo no soy dueña de tu trabajo

- Pero pasa que me gusta trabajar contigo

- Licenciada Rialto- resopló un tanto divertida, que casi se tira del balcón al haber trazado lo que no le
convencía, que no era el trazo en sí sino la falsedad de él sobre la perfecta piel de su Sophia. – No me
diga que quiere que trabajemos juntas

- La diferencia entre Providence, Newport y Malibú, y éste proyecto, o proyectos, no sé, es que esos tres
te los dieron a ti y no tienen nada que ver conmigo, pero, en este caso, Beverly Hills y Santa Mónica sí,
es como con la casa de los Hatcher… mi pregunta es: si estás haciendo un boceto del hotel, ¿eso significa
que sí lo tomarás?

- Te lo pongo así como funciona una agencia de modelos- murmuró seriamente. – Ellos administran y
representan a las modelos hasta cierto punto, pues, la que tiene la última palabra es la modelo: ella dará
su cara por la marca, lo que significa que no cualquiera puede contratarla. Transformemos el proceso a
nuestro gremio- sonrió. – El Estudio nos administra a pesar de ser relativamente independientes, si el
cliente llega al Estudio, entonces el proyecto se le arroja a cualquiera que esté libre a menos de que el
cliente sepa con quién quiere, en ese caso, si el proyecto llega a mí, yo estoy en todo mi derecho de
negarme a trabajar con el cliente; como en el caso del primo de Natasha. Aquí nada de proxenetas y
prostitutas- resopló. – El hecho de que trabaje con los Roberts no le da acceso directo a Blair, o el hecho
de que haya trabajado con los Hatcher no significa que, automáticamente, voy a aceptar un proyecto
con algún familiar. Ahora, si hablamos de la Señora Gummer, del Señor Trump, de la Señora Close… no
es porque son ellos, porque son grandes, sino porque sé que no me van a hacer ninguna estupidez que
me haga tropezar en el camino; sé cómo trabajan, sé cómo piensan, sé cómo les gustan las cosas.
Entonces, si Junior se levanta con una idea como la de su papá, una idea de “remodelemos todo”, lo
haría si las condiciones laborales me lo permiten, porque tampoco voy a tomar doce proyectos… esas
mierdas se caen si tengo demasiado, y llevo treinta y nueve proyectos exitosos en mi récord, cinco que
están pendientes, no necesito que se me caiga una casa

- Entonces, ¿ni te había ofrecido el proyecto y ya lo habías aceptado?- murmuró.

- Claro, en mi cabeza sí, porque me gusta trabajar con ellos, es como que no tengas límites para nada-
suspiró. – Pero, sin ofender porque probablemente suene raro o grosero, la diferencia entre tú y yo, no
sólo es una sino varias

- ¿Cuáles son?

- Digo dos puntos: primero, tú vas a tomar tu punto de partida a partir de lo que yo decida hacer con la
infraestructura, tú dependes de mí en un setenta por ciento, el treinta restante es donde se vuelve
negociable pero yo no dependo de ti. Segundo, tú no puedes ser parte de mi equipo en el caso que
decidiera tener un apoyo, pero yo sí puedo ser parte del tuyo; esas dos diferencias se resumen en un
desbalance… y, tercero, es un proyecto que nos va a tomar un año, año y medio si se cae el mundo- rio.
– Yo tengo los tres proyectos ya mencionados a mi cargo y tengo la asistencia con Volterra para la TO,
nos vamos a casar en abril, tiempo para el que sé que sólo Providence estará terminado, para mayo
estará Newport, y luego queda Malibú que va para octubre marzo del otro año, la TO poco a poco y para
terminarlo antes de la temporada alta, o sea abril, mayo a más tardar, dependiendo del movimiento que
tengan ellos, y, si tomo este proyecto, que son dos en uno y no son simplemente casas sino edificios que
no pueden ser ni parecidos al de Malibú ni similares entre sí, lo tiramos para marzo del dos mil dieciocho,
lo cual asegura trabajo hasta esa fecha pero también asegura estrés y todo lo que eso implica. Lo había
aceptado, pero quería consultarlo contigo, pues, sólo exponerte los casos… y no porque quiera que sólo
trabajes conmigo, sino porque quería saber qué pensabas al respecto

- Fuck- suspiró con arrepentimiento.

- Pues, quería preguntarte si te parecía conveniente que me hiciera cargo de lo que me ofrecen o si te
gustaría que fuera parte de tu equipo; básicamente a eso se reducía

- Yo sí te quiero en mi equipo, pero es decisión tuya si aceptas estar a cargo o no y si aceptas, encima de
eso, estar en mi equipo

- Si acepto estar en tu equipo, que también me gustaría mucho, tendría que recurrir a apoyo, que no me
molesta en lo absoluto…

- ¿Volterra?

- Pensaba más en Belinda, quizás y Nicole también para repartir la carga de trabajo, así me quedaría más
espacio para trabajar más de cerca contigo, ¿te gustaría eso?

- ¿De verdad harías eso?

- ¿Por qué no?


- Porque sé que no te gusta trabajar tanto en equipo

- No soy fanática, pero con Belinda ya he trabajado varias veces, y Nicole, entre Belinda y yo, no tiene
mayor opción más que la de no cuestionarnos y hacer lo que le decimos- rio. – Además, contigo sí me
gusta trabajar

- Por eso dije “tanto”- tosió entre un bostezo y un estiramiento de brazos y piernas al ver que Emma ya
tapaba el marcador y se ponía de pie para verlo desde arriba. - ¿Por qué no Volterra?

- Se reserva sólo para la otra costa, además, es una manera de no involucrarte con él por tanto tiempo

- De no ser por eso, ¿lo escogerías a él?

- Probablemente no- resopló, dándole la mano para ayudarle a ponerse de pie. – No le gustan los
edificios, se estresa demasiado

- Sólo no quiero que por mí hagas esas cosas, tampoco es como que no lo puedo ver ni en pintura… le
ha bajado la intensidad

- No lo hago por ti, lo hago por la salud mental de todos; ¿Volterra y dos edificios? Sálvese quien pueda-
Sophia rio. - ¿Le puedo tomar una fotografía al dibujo?

- Había dado por sentado que lo harías- sonrió. - ¿Me quieres de pie o acostada?

- Acuéstate- murmuró, yendo en dirección a su bolso para sacar su teléfono.


- Entonces, ¿qué será; serás parte de mi equipo?

- It would be a great honour- sonrió, subiéndose a la cama para terminar con aquello.

- ¿Vas a hacerte cargo del proyecto?

- Sí, y voy a ver con Belinda y Nicole, con Pennington y Clark también- sonrió, enfocando aquel boceto.
– Mmm…

- ¿Qué pasó?

- No logro que sólo salga el dibujo

- ¿Salen mis pezones?

- Y otras partes también- rio.

- Pues, si son para tu uso personal, ¿por qué no?

- ¿Es en serio?

- Confío en ti- sonrió, halando una almohada hasta colocársela bajo la cabeza. Más cómoda. – Puedes
tomarme todas las fotografías que quieras
- Parecería que quieres que te las tome

- Me gustaría más enseñártelo en vivo y en directo cada vez pero, si es algo que tú quieres, ¿por qué no?

- Creo que es una agradable oferta para cualquier otra persona que no sea yo- sonrió. – No te preocupes,
censuraré tus partes de las fotografías y luego me desharé de ellas, ¡puf! Como si nunca existieron.
Prefiero quitarte la ropa- sonrió, y arrojó el teléfono sobre la cama para arrodillarse sobre ella. –
Hablando de ropa…- se colocó exactamente con sus piernas entre las suyas y reposó su frente contra la
suya. Sophia cerró los ojos, así como si Emma tuviera la intención de regañarla. – No vas a incendiar mi
clóset, ¿verdad?

- No, eso implicaría incendiar mi ropa también- bromeó todavía con sus ojos cerrados, Emma sólo rio
nasalmente y dejó caer un poco más de su peso sobre ella. – Tengo una pregunta

- Mjm…- murmuró guturalmente mientras se encargaba de darle besos en su mejilla derecha, que el
trayecto estaba diseñado hacia sus labios.

- ¿Puedo acompañarte mañana?

- ¿A lo del vestido?

- Sí

- ¿Por qué no?


- ¿No es como que de mala suerte?

- No estoy segura porque eso sólo lo he escuchado cuando hay un vestido blanco implicado

- Y tú no eres ni virgen y el blanco no te gusta en los vestidos…

- Exacto- rio, y mordisqueó su quijada. – Mi vestido no sé si será negro…

- Phillip y yo tenemos cosas que hacer

- No quieren acompañarnos, eso es, ¿verdad?

- No, no es eso- resopló. – Aunque, si encuentro un vestido que me guste aquí, no veo por qué no
comprarlo, ¿no crees?

- Y, ¿en qué has pensado, mi amor? ¿Vas por la línea de la psicología del color o simplemente por la
estética?

- Esperaba que me ayudaras tú… porque quiero verme bien para ti

- Siempre te ves bien para mí- sonrió, llevando su nariz a la suya para rozarla contra ella.

- No, pero quiero verme especialmente bien


- Quiero verte cómoda y feliz, el vestido que pueda contribuir a eso es el acertado… porque me gustaría
verte sin ropa, aunque no sé qué tan apto para todo público eso sea- rio.

- Quiero que me quieras arrancar el vestido- susurró y, de manera inconsciente, abrió un poco más sus
piernas. – Quiero que me quieras hasta la desesperación

- Siempre me desespero por tenerte- besó su cuello y llevó su mano derecha a aquella entrepierna que
tanto quería su atención.

- Puedes tenerme donde quieras y cuando quieras, eso ya lo sabes- se ahogó ante la suave y superficial
caricia circular que los dedos de Emma hacían sobre sus labios mayores que, al ejercer un poco de
presión, llegaban a su clítoris. – En tu oficina, en tu escritorio para ser más específica…

- Si me acuerdo bien- susurró a su oído. – Ambas veces fueron porque tú querías

- ¿Qué te puedo decir? Tu oficina tiene algo que me pone mal- suspiró hacia adentro al Emma rozar
directamente su clítoris.

- ¿Arde todavía?

- Be gentle

- Hey…- murmuró con una sonrisa al salir al mismo balcón en el que había tenido la última plática con el
respetable Señor Matthew Blair, o, como Phillip solía llamarlo, “Mateo”. – Te estaba buscando
- ¿Para qué soy bueno?- sonrió, dejando salir el humo del cigarrillo por entre sus dientes. Era la pregunta
que siempre le hacía, y la respuesta era siempre la misma: una sonrisa y risa pulmonar, una sacudida
horizontal de cabeza y nunca una respuesta verbal. - ¿Estás segura que no quieres uno?- le mostró
nuevamente la cajetilla.

- Totalmente, gracias- sonrió, apoyándose de la baranda con sus manos.

- ¿Cuándo lo dejaste?

- Hace como un año

- ¿Por qué lo dejaste, por salud? O… ¿te levantaste un día y lo decidiste?

- No, no sé exactamente por qué lo dejé…al principio creí que era por el sabor de la comida…aunque
creo que sólo necesitaba la excusa para dejarlo. A veces me dan ganas de fumar, y de fumar una cajetilla
entera, de fumarme hasta el cartoncillo de la cajetilla- resopló.

- No sé si admirarte por tener fuerza de voluntad para no hacerlo o si preguntarte lo obvio

- ¿Qué sería lo obvio?

- ¿Por qué no lo has hecho?- Emma rio nasalmente y asintió dos veces, sí que era obvio.

- Las arrugas- respondió con una risa interna al acordarse de la verdadera razón.
- No has cambiado mucho- sonrió, acordándose de aquella vez que estaban sentados bajo el sol de
verano en la Plaza España mientras se comían un gelato con Andrea, su hermano menor y a quien Emma
solía cuidar, que Emma se cubría el rostro del sol con la capucha de su sudadera entre aquel calor, todo
porque no quería acelerar las arrugas que empezaban a ahondársele. Emma no respondió, sólo vio sus
uñas, algo que solía hacer en un momento de incomodidad total. – Entonces… te casaste- asintió en
silencio y con pausas alargadas de por medio. – Nunca creí que cambiarías de parecer…- Emma lo volvió
a ver con una mirada escéptica pero desconcertada. – Me acuerdo cuando me dijiste que nunca te
casarías porque no creías en el matrimonio, ¿no te acuerdas tú?

- Parco di Colle Oppio- murmuró, acordándose de aquella noche en la que, muy ebria, de las pocas veces
que se había embriagado como estudiante en Roma, había estallado en lo que ahora Natasha le había
enseñado a nombrar como: “C2H6O” y no simplemente “alcohol”, pues la fórmula química ya decía
mucho de la seriedad del asunto. – Después del final de Scienza delle Costruzioni- añadió.

Se vio de pie sobre aquel césped verde perfecto, que tenía una botella de Grey Goose en la mano
izquierda, la cual sostenía sin la menor pizca de etiqueta al tomarla por el tallo y con el puño y por estarla
bebiendo directamente de la boquilla, y, en la mano derecha, la mitad del cigarrillo que fumaba sin
piedad al darle la espalda al iluminado Coliseo y darle la frustrada y enfurecida frente a Luca, quien
estaba tendido sobre el césped y la veía como si fuera su entretenimiento personal, que quizás era la
combinación de aquella desinhibición y la Topvar que Franco le había traído a Emma de Bratislava pero
que ella se la había regalado a él porque ella no bebía cerveza. Después de mucho Prosecco de mala
calidad, de calidad de estudiante de segundo semestre, que la mitad de aquella bebida había sido
absorbida por su cabello, por su camisa a cuadros y por sus típicos Converse blancos, después de muchos
cigarrillos y la fiesta en la que había gozado como nunca en su vida, algo de lo que ya se sentía culpable,
había terminado en el parque con Luca porque él no se acordaba dónde había dejado su auto; así de
tóxico había sido aquello. Estaba en algo a lo que Luca le llamaba “trance”, pues, con el Coliseo iluminado
y la transición de noche al amanecer, Emma se había desinhibido en la molestia del matrimonio fallido
de sus papás y de las mentiras que rodeaban hasta el divorcio porque cada parte se protegía de la
contraria pero también la protegían. ¿Cómo creer en algo que no podía funcionar con normalidad, como
algo que funcionara como un negocio? ¿Cómo creer en algo en lo que había visto ser disfuncional en
todo sentido? ¿Cómo seguir los mismos pasos de sus papás?

- Pero una Emma de dieciocho-diecinueve años no es la misma de hoy- sonrió él, viéndola como con
nostalgia. – Sabes… a Sophia nunca la conocí por más que nuestros papás fueran amigos- suspiró. – No
es ni tema de conversación cuando Camilla llega a almorzar o a cenar a casa de mis papás… y tampoco
sabía que era… bueno, tú sabes- sonrió avergonzado por el término que parecía no poder verbalizar. –
Nunca imaginé que preferías a las rubias- la molestó con un codazo suave. – Tiene la personalidad de
Donatella Torri, eso sí lo sabes, ¿verdad?

- ¿De la que nos daba Física I, II y III?- rio.

- The one and only. Me acuerdo cómo te gustaba ir a esas clases, y eso que eran a las ocho de la mañana
los lunes

- Sí, las clases a las que no llegabas y, si llegabas, era como una hora tarde

- Y quizás por eso me tardé tanto en terminar la carrera- rio.

- Tampoco te urgía terminarla- sonrió.

- A ti tampoco, pero hiciste cuatro años y medio en tres, con laboratorios, semestre fuera y prácticas

- Y ahora dura tres- resopló. – Irónico

- Lo harías en dos años, quizás

- Pero no me dejarían tomar Física II al mismo tiempo de la I- rio. – Ya Santonelli no es el decano y mi


papá no puede enamorarlo con una sesión de Whisky, golf y un excelente servicio de te…- lanzó la
carcajada antes de terminar aquella expresión tan de ellos, tan vulgar y tan ordinaria, tan obscena. Y
luego vino el silencio. Además, había sido el semestre en Bratislava el que le había ayudado a sacar todas
las materias que no se llevaban en la Sapienza hasta el tercer año, o sea “Elementi di restauro”, “Scienza
delle Costruzioni”, “Progettazione urbanistica II” e “Processo edilizio e tecnologie realizzative”, clases
que tuvo que tomar porque sí pero que sólo iba por firmar la asistencia, pues, el examen, lo tendría por
pan comido.

- Pav…- murmuró, colocando su mano sobre su hombro desnudo mientras hacía desaparecer la colilla
del cigarrillo. – Sé que las condolencias no te van bien, pero siento mucho lo del Doctor- dijo, refiriéndose
a Franco como si en realidad lo lamentara a pesar de que no. “Doctor”, buen apodo aunque no era más
que su título. – Quise llamar… pero supuse que no querías que te lloviera sobre mojado

- No fue nada

- La intención es la que cuenta- sonrió comprimidamente como si quisiera sacudirse esa mala pasada de
las manos. - Es que no sabía cómo contactarte, y, si lo hacía, no sabía qué te diría

- ¿No sabías cómo contactarme?- resopló, apoyándose con ambas manos de la baranda y dejando caer
su rostro hacia el suelo.

- No encontré la manera, no se me ocurrió nada

- Sabes- sacudió su cabeza. – Hablo con tu papá, por lo menos, dos veces al año: para su cumpleaños el
veinte de julio y para Navidad. Hablo con tu hermano para su cumpleaños el nueve de agosto y para
Navidad, que, para Navidad, es la misma llamada para los dos porque llamo a tu casa, casa en la que sé
que sigues viviendo porque siempre le pregunto a tu papá cómo estás, porque por eso es que, año con
año, no hay tarjeta de Año Nuevo que no falte, así como solíamos dárnoslas cuando estábamos en la
Universidad. Te felicito para tu cumpleaños, el nueve de noviembre, porque nunca se me olvida que es
un día después de mi cumpleaños, porque nunca se me va a olvidar la confusión del “9/11”- resopló. –
Para ti es tu cumpleaños, para los habitantes de esta ciudad, y de éste país, es otra cosa porque leen
raro la fecha. Te felicito por e-mail, así te he felicitado desde que me acuerdo, desde que se lo pedí a tu
papá. Pero, después de todo, supongo que la intención cuenta todavía más- sonrió, y, por primera vez,
Emma supo lo que era el verdadero resentimiento.
- Estaba enojado, lo siento- se disculpó sinceramente, con toda la sinceridad que podía tener en su
confundida cabeza. – Y aquí estoy- sonrió, intentando buscar su mirada. – El día de tu Apocalipsis, por
así decirlo- resopló.

- No, el Apocalipsis ya pasó… y no estabas ahí- lo volvió a ver con comprensión a pesar de la falta que le
había hecho en ese momento.

- Sabes, me enteré muy tarde de que te habías venido a trabajar aquí- suspiró. – Mi papá me lo contó
como una cosa más, ni siquiera me lo contó sino me lo comentó. Todo fue tan… de repente- frunció su
ceño. – Y fui a tu casa pero nadie me abrió, supuse que tu mamá estaría trabajando, y la busqué en el
Vaticano

- Sí, me lo dijo

- Me dijo que no estabas bien, que habías tenido un problemita y que la pasantía con Alec te había caído
como del cielo… me insinuó que necesitabas espacio, de tiempo y de espacio físico, por eso no te busqué
más, más porque me dijo que sólo era por unos meses y que regresarías porque estabas pensando en
hacer los exámenes en Milán, los últimos tres que te faltaban, y luego volverías a la Sapienza a estudiar
el Magistrale en Arquitectura del Paisaje… te esperé y te quedaste aquí, ¿por qué no regresaste?

- ¿Para qué iba a regresar?- se encogió entre sus pecosos hombros. – No tenía nada que me atara más
que del cuello para ahorcarme

- ¿Qué hay de tu mamá?

- Fue hora de crecer- sonrió. – Y aquí, por lo menos, hacía lo que me gustaba… y estaba lejos de lo que
no me gustaba
- Y has crecido bien, Pav- la abrazó con su brazo, así como solía hacerlo cuando eran amigos. - ¿Estás
bien?

- Mejor que nunca- apoyó su sien sobre el hombro de aquel hombre del que ya era de su estatura. –
Gracias por venir… bonita sorpresa

- Siento mucho que me haya tomado demasiado tiempo

- Mejor tarde que nunca

- Y siento mucho no haber estado para ti por algo que hasta hoy no entendí

- ¿Qué se supone que significa eso?- resopló.

- Cuando me dijiste lo que me dijiste- dijo, refiriéndose a cuando Emma lo había detenido sin previo aviso
al él, literalmente, confesarle su amor. – No entendí por qué… y me enojó lo que me dijiste, fue como la
respuesta más famosa para evadir a alguien, es el típico “no eres tú, soy yo”, pero realmente no sabía
de qué hablabas, creí que era por Ferrazzano- el Marco que no era su hermano. – Que era porque, no
sé, que todavía pensabas en él, y me enojaba no saber por qué él era mejor que yo, qué tenía él para
tener tu atención, qué tenía él que no tenía yo- rio nasalmente y sacudió su cabeza. - Sólo habría querido
que me lo dijeras- rio. – Me tomó un poco mal parado esto de Sophia y tú

- Lo de Ferrazzano es un poco tabú en mi vida- suspiró. – Y, te lo dije en esa ocasión, que eras un buen
hombre, que eras muy bueno, y que te quería muchísimo… pero que yo no era para ti, que eso no iba a
funcionar por mí

- Por eso, habría sido más fácil que me dijeras “por qué” y no sólo que no eras para mí… toda mi
frustración no habría sucedido y tú y yo no habríamos tenido ningún problema
- Yo no tengo ningún problema contigo- rio. – Sólo te resiento la omisión, pero aquí estás… entonces se
compensa

- ¿Por qué no me dijiste que no era yo el problema sino los hombres en general?

- Porque no son un problema- rio. – No tengo ningún problema con tu género, tengo problema con la
gente en general

- Pero estás con una mujer, algo tiene que carecer un hombre… que no sea longitud porque está difícil
que con una mujer lo logres- bromeó, aunque, si de longitud se trataba, Sophia le daba los orgasmos
más largos que podía experimentar, y eso ya era longitud.

- Pero no porque tenga un problema con el género contrario- rio de nuevo. – Ni porque tengan… pues…
pene pequeño, tú sabes- dijo como si no hablaran de nada extraño.

- ¿Sigues llamando las cosas por sus nombres?

- La mayor parte del tiempo, sí- se encogió entre sus hombros.

- Bueno, llamemos las cosas alla Pavlovic y preguntemos las cosas como son: ¿por qué no me dijiste que
eras lesbiana?

- ¿Porque no lo sabía?- resopló.

- Vamos, Pav, ¿a los veintitantos y no sabías? Eso ni Ricky Martin se lo cree


- Me gustan los hombres

- Pero de lejos- completó su idea.

- Exacto- asintió. – Esto es lo más cerca que un hombre logra conmigo desde hace ya un buen tiempo-
dijo, refiriéndose al semiabrazo que recibía.

- ¿Y mujeres?

- Sólo Sophia

- ¿Qué te da Sophia?

- Lo que necesito; ella me entiende a un nivel que ni siquiera yo me entiendo- sonrió para sí misma.

- Sabes, creo que nunca te vi tan feliz como cuando te estaban sacando del mercado- dijo entre su
metáfora. – Me alegro que exista ese alguien que pueda conocerte sin conocerte y que pueda
comprenderte sin conocerte- le dio un beso en su frente y la dejó de abrazar. – Realmente te deseo lo
mejor

- Gracias

- No hay de qué- resopló. – Pero, a lo que viniste… mejor dicho, ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar
adentro con Sophia y tus amigos? Esos amigos que se ven a distancia de brazo pero que te conocen más
que yo
- Debería, pero la vejiga de una mujer también tiene sus manías- sonrió. – Y no digas eso de mis amigos,
que tú también puedes conocerme… conocerme de nuevo, así como yo a ti, porque no sé quién eres

- Luca Perlotta, socio en “Perlotta e Trentini”… sólo Arquitecto, soltero, vivo con mis papás todavía… y
me gusta beber Topvar porque me acuerda a una de las personas que marcó mis vida, me gusta sentarme
en las escaleras de la Plaza España mientras me como un gelato; due limone, y veo cómo los turistas
arrojan sus monedas a la fuente, me detengo a ver las vitrinas de Dolce & Gabbana y sonrío ante el
suspiro o el gruñido que saldría de la persona que se vería contra el reflejo de la vitrina para saber cómo
se le vería tal blusa o tal falda, no me gusta el café porque me gusta el té de durazno y vainilla, y suelo
reírme cuando estoy pidiendo el scontrino y escucho a los turistas decir “un café”, porque sólo me
acuerdo de cuando tú, un tanto ebria, hiciste la aclaración de que “un café” no significaba nada más que
una aberración de la traducción, porque en Italia no existe simplemente “un café”, porque eso es agua
sucia, como la que beben aquí, porque en Italia se pide el café como es: “un latte”, “un espresso”. Y me
enoja cuando la Roma le gana a la Lazio, pero me da risa cuando escucho a los hinchas cantar el himno
de la Roma… y no Alfa Romeo que no vea con nostalgia, o Martini al que no le saque la aceituna, o vez
que llame “Fumicio” al “Fiumicino”, o canción de Laura Pausini que no me haga recordar a una poseída
mujer que cantaba cada canción con los pulmones en las manos y el corazón en la boca; en especial
“Strani Amori”, “La Solitudine”, “La Mia Banda Suona Il Rock” e “Le Cose Che Vivi”… pero, aparte de eso,
tú sabes: cenas románticas, trabajo comunitario y largos paseos por la playa- dijo con tono de moderador
de Concurso de Belleza. – Ah, y no puedo evitar decir que Nek canta “Almeno Travolta” gracias a ti-
ambos se carcajearon como solían hacerlo.

- No he cambiado mucho

- Ahora eres Arquitecta Emma Pavlovic, ya no simplemente “Pav” o “Pavlovicini”- resopló, que el
segundo era cómo le canturreaba él desde la puerta de su casa para que supiera que ya había llegado
por ella. “Pavló-vi-cinii”. – Socia en “Volterra-Pavlovic” porque ni Flavio Pensabene pudo contigo, ni
siquiera muerto- bromeó. – Tienes un aura que te resume a la música que ponían en “Black Label”; muy
chic, elegante y pulcra, lounge, subida en agujas de metal, uñas y bronceado perfecto, cabello de envidia,
sonrisa asesina, futones blancos y luces verdes, violetas y azules, una blanca entre ellas para poder verte
con precisión: diva- Emma no supo qué hacer más que carcajearse. – Inalcanzable para todo pobre
mortal espectador que vea la suavidad con la que te mueves, porque flotas, y pareciera que, quien te
está haciendo reír, no te saca una risa de medio-risa, sino que sólo genera más intriga porque lo seduce.
Pero quien te hace reír es una mujer, que cualquiera pensaría que es tu mejor amiga por la cercanía
física, pero es por la iluminación que no se distingue la cercanía visual, y es entonces cuando ambas se
convierten en la pesadilla de las fantasías y los desvaríos que son inevitables abrazar por mayor intento
de racionalización

- ¿Estás seguro que fumabas tabaco y no lo que estaban fumando en casa de Giuliana?- rio, acordándose
de aquella nube densa que le había afectado hasta a ella y que era por esa vez que había descubierto
que podía alojar seis quesoburguesas del McDonald’s en su estómago, eso más la bebida más grande,
que debía ser agua con gas, y el respectivo McFlurry, ah, y las papatinas enormes.

- Una vez vi una mujer así en un Lounge en Londres, y ahora te veo a ti en esa posición- sonrió. – Con la
diferencia de que sé que no eres fanática de los clubes y de que te veo completa y no vacía como a
aquella mujer, y te veo feliz, esa risa de risa llena y sonrisa, y casada- sonrió de nuevo. – Como sea, Pav-
sacudió su cabeza. – Si quieres intentar tener una amistad, porque eso es lo que puedes darme,
considérame presente y, por efecto inmediato, con llamadas para el cumpleaños y para Navidad la
tarjeta

- Tienes que conocerme de nuevo, saber que hay cosas a las que les doy más importancia y a otras a las
que no, que tengo otras costumbres y otro modus operandi

- Suena justo- sonrió. – Ahora, dime que, entre todas las mujeres accesibles y proporcionales a mi edad
que están en ese salón, hay por lo menos una soltera

- ¿Irene?- rio. – La hermana de Sophia

- No soy tu amigo ese que anda buscando en las incubadoras de Maternidad a su futura novia- rio.

- Entonces no, no hay solteras creo yo

- Con Irene será


- Bien- asintió y despegó sus manos de la baranda. – Por cierto, grandísimo sucio y pervertido- rio como
si le divirtiera llamarlo así. – No creas que no me di cuenta cómo estabas maquinando una película
pornográfica en tu cabeza cuando nos estaban molestando- le dio un golpe con el dorso de su mano y,
con una sonrisa, entró al espacio cerrado y ventilado.

- Me tomaron por sorpresa, no había modificado mis ajustes de Software, no pude evitarlo, perdón- se
encogió entre sus hombros.

- Descarado- rio con su abdomen y sacudió su cabeza.

- Dejaría de ser yo si no fuera tan descarado

- Eres el descaro con piernas

- Y otras cosas más

- ¡Ah!- gruñó con asco. – Por favor, dejemos a tu pene fuera de la conversación

- ¿Ves cómo sigues siendo tú la sucia?- rio, dándole el típico codazo.

- ¿Yo?- resopló con cinismo divertido y no tuvo que sacudir la cabeza para obtener la reverencia de su
amigo.

- Entonces… Señora Pavlovic, ¿qué puede decir en su defensa?


- Tengo personalidades múltiples

- Pav- suspiró graciosamente. – Ni me digas que estallo en lo que no te gustaría

- Nada que ver- frunció su ceño. – No he tenido nada con Sophia todavía

- ¿Te casaste con alguien con quien nunca has…?- se plantó a medio pasillo.

- En realidad, aparte de que fui al baño, salí a avisarte que la comida ya estaba por ser servida- resopló,
dándole unas palmadas cariñosas en su hombro izquierdo.

- Pav, yo te conté de cuando la mujer de inglés me violó- y aquel recuerdo voló por la memoria de Emma,
provocándole una risa al abrir la puerta ese día por la noche, noche en la que Elizabeth Arthur, la que
impartía el curso de inglés para no-tan-de-nivel-medio durante el primer año, había, literalmente,
ordeñado al joven en cuestión.

- Materia que aprobaste porque dejaste que te violara a su gusto todo el segundo semestre- rio. Materia
que Emma no tuvo que llevar nunca durante toda la carrera a pesar de que sí hacía exámenes.

- Y así me enseñó a hablar inglés

- Y así hablo yo un poco más de griego- murmuró mientras abría la puerta y lo dejaba en estado de
potencial explosión masculina al saberlo cierto. Así eran varias de las pláticas que tenían cuando jóvenes;
graciosas, de insinuaciones, bastante sexuales sólo por hobby, por ser inmaduros o porque el tema les
gustaba. Todos sabemos cómo es eso.
Capítulo XIII

- ¿Personal?- intentó no tartamudear, pero esas cosas sí lograban impresionarla, que sí lograban privarla
de habla.

- Usted es libre de escoger a su equipo, sabemos, por experiencia, que un Arquitecto, en su


caso Arquitecta, suele traer consigo a uno o dos Arquitectos o Arquitectas adicionales. Claro, si usted
prefiere trabajar sola, nosotros no tenemos ningún problema siempre y cuando el proyecto salga a
tiempo y la cotización sea cariñosa. Sólo tiene que revisar el proyecto- y le deslizó un folder a través de
la mesa. – Todas las especificaciones están ahí dentro. En cuanto a usted, Licenciada Rialto- se volvió a
Sophia, quien llevaba su copa de vino de regreso a la mesa, y le alcanzó otro folder. – Lo mismo; usted
estaría a cargo de la ambientación y puede hacerlo sola o con alguien más, que puede escogerlo entre
nuestros diseñadores o, más inmediato, con su compañera de trabajo- le señaló a Emma. – Ustedes
estarían a cargo de todo menos de la construcción, pero, para el resto, tienen al equipo de TO West
Coast a su disposición: Ingenieros, Paisajistas, Diseñadores, etc., sin costo alguno… pero eso es algo que
va en las especificaciones- sonrió.

- Una pregunta un tanto ilógica, supongo- frunció Emma su ceño. - ¿Por qué no hacerlo a través del
Estudio? Sería más barato

- Y se tardaría más- sonrió. – Tienen suficientes proyectos como para no entrar de lleno a éste, y, por lo
que tengo entendido, usted tiene pendientes en Providence, Newport y Malibú con nosotros, pero son
proyectos que ya no le quitan tanto el sueño… además, creo que la repartición del cobro no sería igual-
sonrió, sabiendo exactamente que, de hacerlo a través del Estudio, todos ganarían básicamente por
igual. – Y están basados en Nueva York, mover un Estudio entero no se puede; es más fácil mover sólo a
unos cuantos- sonrió. - Por otro lado, Licenciada Rialto, usted no está tan cargada de trabajo tampoco,
y su parte sería más profunda por ser más extensa porque entregaría hasta muchísimo después de su
compañera- Emma y Sophia se volvieron a ver. – Bueno, ¿creen que para el lunes podríamos tener una
respuesta sencilla de “sí” o “no”?- la telepatía no les funcionaba tan bien en ese momento. – Tomen el
fin de semana para pensarlo, para leer las especificaciones, lo que necesiten

- Pregunta; si la Arquitecta Pavlovic no acepta el proyecto, ¿eso significa que no lo aceptamos las dos?-
murmuró Sophia.
- No, vamos, claro que no- sonrió él.

- Bueno, en ese caso, revisaré las especificaciones en estos días pero, de entrada, le podría decir que sí-
sonrió la rubia, que Emma la volvió a ver con su ceja levantada, como si aquello no le hubiera gustado.

- Me alegra escuchar eso, Licenciada Rialto- sonrió, llevó su vaso con agua a su garganta y se puso de pie.
– Ahora debo irme- y ambas mujeres se pusieron de pie, por respeto quizás. – Pero el lunes, a la misma
hora y aquí- ladeó su cabeza hacia el lado derecho mientras veía a Emma con la sonrisa carismática.

- Aquí estaremos- repuso Emma, alcanzándole la mano para cerrar la reunión con una simple formalidad
que no fuera el vino tinto.

- Siempre es un placer, Arquitecta- le estrechó la mano pero colocó su mano izquierda sobre la suya
también, algo que a Emma le molestaba porque tenía las manos demasiado calientes. – Licenciada
Rialto- sonrió para ella, reciclando el apretón de manos como con Emma. – Que tengan un buen fin de
semana

- Igualmente- corearon las dos, y vieron cuando él sólo sonrió, asintió y, educadamente, abrochó su saco,
se dio la vuelta y desapareció por entre las puertas de Catch, restaurante del hotel donde Emma y Sophia
se hospedaban.

Emma sólo firmó la cuenta de la comida y la bebida, que no había sido gran cosa, nada que unas copas
de vino para ellas y una Bruschetta para él no hicieran. En silencio se dirigieron al ascensor, en un silencio
intenso y tenso.

- ¿Qué fue eso?- espetó Emma, indignada por la movida de Sophia, casi apuñalada en la espalda.
- ¿Qué fue qué?- sonrió, recostando su espalda contra la pared del ascensor y soplándose aire con el
folder entre su mano derecha.

- ¿Qué fue qué?- preguntó Emma como si no pudiera creer el cinismo que no existía.

- Whatever it is, I’m not following- resopló Sophia.

- ¿En dónde quedó la palabra teamwork?- murmuró, cruzando sus brazos y llevando sus dedos índices a
las cutículas de sus dedos pulgares. – There’s no “I” in “teamwork”, isn’t it?- añadió con lastimada
seriedad.

- There is no teamwork, Emma- repuso, dando el primer paso hacia adelante en cuanto la puerta del
ascensor se abrió en el piso en el que se hospedaban. – Si yo te pido que seas parte de mi séquito de
Ambientadores auxiliares, entonces sí hablaremos de “teamwork”… para empezar, de “team”- sonrió.

- ¿Y qué si no trabajo contigo?- llevó sus puños a su cadera, así como alguna vez su abuela la había
regañado.

- ¿Qué?- se encogió entre sus hombros. - ¿Se va a acabar el mundo? ¿Vamos a vivir un híbrido de “Deep
Impact” y “Armaggedon”? – sacó la llave y, en cortos segundos, empujó la puerta para abrirla.

- ¿Cuál es tu problema?- susurró, arrojando el folder sobre el sillón y escuchando luego la puerta cerrarse
automáticamente.

- ¿Mi problema?- se volvió a Emma antes de caer sentada en el sofá y sólo arrojó su folder a la mesa
lateral. - ¿Tú me preguntas a mí cuál es mi problema?- se apuntó con su dedo índice derecho a su pecho
y su mirada se entrecerró; claramente la indignación más grande era la de Sophia
- Pues no veo a otra Sophia aquí- siseó, y sin sonrisa. – Yo no acepto nada sin antes consultarlo contigo

- ¿No?- abrió sus brazos y vio hacia arriba, aquella jugada cínica pero enojada. – Refréscame la memoria,
por favor, pues, con Providence, con Newport, con Malibú, que yo me acuerdo que tu consulta fue más
bien un “Es un proyecto interesante, lo tomé”, ¿o me equivoco?

- ¿Ahí empieza tu problema conmigo?- ensanchó la mirada y llevó sus dedos a enterrarlos entre su
cabello para peinarlo hacia atrás, que no importaba, pues luego se le acomodaría con una división por
su lado derecho y caería casi con las mismas ondas nuevamente.

- Bueno, sabes, mi problema empieza con tu mal humor- dijo, paseando sus dedos por entre su cabello.
– Te alteras porque las cosas no salen como las planeaste tú para ti, si algo no tiene sentido, tu mundo
se vuelve un cataclismo de proporciones bíblicas, y Dios nos libre a todos los seres humanos alrededor
tuyo cuando algo no sale de acuerdo a tu plan. ¿En dónde queda la flexibilidad, Arquitec…ta?- remedó
al uniformado del vuelo de hacía un par de horas. – Yo entiendo que todo gire alrededor suyo, porque
así es, porque así he dejado yo que sea- y en eso tenía razón; Emma podía creer que tenía el control
pero, desde el momento en el que Sophia le admitía: “sí, Emma, tú tienes el control”, era porque ella lo
tenía, pues, ¿quién no iba a tener el control sino el que le hacía creer al otro que lo tenía? – A mí no me
importa si asesinas a una aeromoza que sólo hace lo que le dicen, a mí no me importa si asesinas a un
niño que no deja de llorar en todo el vuelo, pero, lo que sí me importa es que dejes que un imbécil te
coquetee descaradamente y tú no lo detengas desde el principio, o en el medio, o en el final, sino que
ahí lo tienes por me-importa-un-carajo-cuántas-horas, que te está hablando mierda y tú sólo te sigues
el juego como colegiala, como si te gustara…- Emma cambió su expresión facial, de alguien enojado y
con razón de estarlo a un regaño como nunca en su vida. – Nunca creí decir esto- suspiró. – Pero ahora
entiendo a mi mamá con mi papá- ¿Talos o Volterra? – Es preferible no saberlo, porque, si lo sabes, es
como que te estén matando lentamente… peor cuando lo hacen frente a ti

- Estás celosa…- susurró anonadada.

- No shit, Sherlock!- siseó. – Y no sólo eso- sacudió su cabeza. – Estoy furiosa… mi trabajo no es propiedad
tuya, que si yo no estuviera contigo, de ninguna manera, yo estuviera comiendo mierda, ¡eso lo
reconozco! Y gracias por el empujón tan cariñoso, pero yo no soy sinónimo tuyo, yo no me voy a mover
porque tú te moviste y no me voy a detener porque a ti se te dio la gana detenerte; no en un proyecto.
¿Qué hubieras hecho si Junior se hubiera acercado sólo a mí y no a ti también?- levantó las manos. -
¿Acaso no puedo trabajar con otros Arquitectos? ¿Acaso no puedo trabajar fuera de lo que tenga que
ver contigo?- estaba roja del rostro, roja del poco pecho que mostraba entre los botones abiertos de su
camisa blanca, estaba furiosa, furiosísima.

- Sophia…- se acercó con pasos cautelosos hacia ella.

- ¡No! ¡Nada de Sophia!- imitó su tono, acercándose a ella y provocándole pasos en retroceso por las
cosquillas de miedo que le tenía a esa mirada.

- Sophia, sólo tomemos las cosas con calma… vamos a tranquilizarnos…- dijo con sus manos como si
quisiera poner distancia entre la fiera y ella a falta de látigo y protección, pero se encontró acorralada
entre la rubia, hermosa e iracunda fiera y la pared. Analizó sus rutas de escape y, como si por chiste
fuera, hasta la puerta la ventana le quedaba lejos. - ¿Sophia?- murmuró al ver que ella no se detenía.

- Nada de Sophia- repitió en un susurro colérico.

- Just… take it easy- balbuceó, pero Sophia le cayó con sus manos a la pared para encerrar su cabeza
entre ellas. – Yo sé que estás enojada, Sophie- y Sophia simplemente le arrancó un beso que no se
esperaba, un beso que la tomó por los muslos en cuanto liberó su cabeza. Sus manos recogieron sus
piernas hasta hacerlas abrazar su cadera entre aquel violento beso del que Sophia tenía el control, un
beso mordido y tirado que enrojeció los labios de Emma en un dos-por-tres mientras la presionaba más
contra la pared como si fuera a tumbarla con la espalda de la única persona a la que había celado en
toda su vida, porque hasta para eso era perfecta Emma, hasta la hacía sentir insegura. – Mi amor…- gimió
entre asustada y confundida.

- Ése es mi nombre- gruñó, bajándose de sus Stilettos y la volvió a besar, sólo para escuchar que Emma
dejaba caer sus Stilettos al suelo de madera. – Mi amor- jadeó contra su cuello para luego mordisquearlo
un tanto fuerte. Hizo que Emma gruñera. – Mía, mía… mía, y de nadie más- la embistió contra la pared,
pelvis contra pubis hasta donde la falda la dejara. – Mía- repitió, volviendo a embestirla y recogiendo su
falda entre sus dedos para empujarla hacia su cadera para poder embestirla con más cercanía. – Sólo
mía- la despegó de la pared logró caer sentada en el sofá en el que había pretendido sentarse hacía unos
segundos. – Mine- gruñó como si estuviera asesinando al Mayor Osborne con aquella palabra, con aquel
pronombre posesivo.

- Mi amor…- la detuvo Emma por las mejillas con ambas manos. – Mi amor, no Sophia- susurró, paseando
su pulgar por el labio inferior de su novia. – Ti amo- le dijo mientras la veía a los ojos. – Ti voglio bene…
solo a te, solo a te- se acercó lentamente a sus labios hasta rozarlos con los suyos. –Unicamente…
solamente… puramente a te- y fue incrustándole el beso a medida que iba de menos a más, un beso
para calmarla, para anestesiarla, para… bueno, Sophia llevó sus manos a su falda y, con la furia que no
podía desatar, tomó aquella abertura que se materializaba en la parte trasera de esta, la tomó entre
ambas manos y dejó que Emma la besara como sólo sabía besarla a ella, así, con esa mano que la envolvía
desde la nuca hasta la mejilla mientras el pulgar le acariciaba el pómulo. Sophia tiró de aquella abertura
en direcciones apuestas, ocasionando un provocado accidente de ruptura textil, un asesinato de una
falda Dolce & Gabbana; el primer asesinato, el que le daría pie a convertirse en asesina en serie, pues, el
requisito para serlo, eran tres muertes como mínimo y con el mismo modus operandi. - Si può fare quello
che vuoi con me…- susurró sin el menor indicio de enojo, sino inundada de cariño y ternura, ternura que
quizás nadie podía explicarse. – Sono tua

- Mia- repuso, tirando nuevamente de la falda hasta llegar romperla hasta a la banda que abrazaba la
cintura de Emma.

- Solo tua…- jadeó, dándole besos a su labio inferior mientras peinaba su rubio flequillo hacia su oreja y
la veía con esa mirada de adoración y veneración, como si estuviera viendo algo perfecto; lo único
perfecto. – E non da chiunque altro…né da chiunque altra

- Non si può essere- la pizca de desesperación era notable, esa pizca de “no” era todavía más. – Io ti
appartengono- gimió entre dientes, pero no era un gemido de excitación, sino de esos que salían por
enojo y frustración.

- E io a te, e io a te- murmuró con intenciones de que entendiera que no tenía por qué estar celosa, que
no tenía que dudar de nada. – Perdón- le dio un beso en la frente. – Perdón- besó su entrecejo. – Perdón-
su tabique y, así, beso a beso, por la punta de su nariz, su labio superior, su labio inferior, su mentón y
de regreso a sus labios. – Perdón
- Ya…- susurró, colocándole el dedo índice sobre sus labios para que, por un carajo y la mitad del otro,
así como decía Natasha y pensaba Emma, cállate la boca. Agresiva, pero linda, sensible y susceptible,
humana; la calló porque el perdón le dolía y le enojaba más que los celos, y le enojaba más porque si le
estaba pidiendo perdón era porque lo decía en serio, y lo pidió varias veces, o sea varios dolores y varios
enojos, ¿cómo pudo tenerle celos al uniformado si era ella quien tenía a Emma? - ¿Por qué
andas commando?- paseó sus manos por su desnudo trasero, por aquel trasero que debía estar cubierto
por la lana de la ahora difunta falda.

- Estética…- se ahogó ante una nalgada que no esperaba. – Textil- recibió otra pero en su glúteo
izquierdo. - ¿Te gusta?- mezcló un gemido con un gruñido ante la tercera nalgada, nalgada que había
sido más fuerte que la anterior y, definitivamente, doblemente más fuerte que la primera.

- Me gustas tú- la vio a los ojos, Emma todavía con su mano a la mejilla de quien le regalaba una cuarta
nalgada. Gruñó. – Me fascinas- la quinta nalgada y ya se acercó al límite de aquello intangible, y ella lo
sabía. – Me gustas más sin ropa- azotó por sexta vez, sacándole a Emma un gemido muy marcado y
relativamente fuerte, de esos gemidos que ya se escapaban de lo sabroso y caían en manos del dolor.
Emma llevó sus manos a su chaqueta y, rápidamente, la hizo desaparecer de su torso, quedándose sólo
envuelta en aquella blusa que fácilmente pudo haberla cubierta únicamente en encaje hasta las
muñecas, pero no, sólo el frente de su torso era sólido. - ¿Donna Karan?- susurró, subiendo sus manos
por su espalda para acariciarla a través del encaje. Emma sacudió la cabeza. – Tú no usas Michael Kors…
eso es para nosotros los mortales- entrecerró la mirada y dibujó una sonrisa tanto en su rostro como en
el de Emma. Paseó sus manos a su abdomen para sentir esa mezcla negra de algodón, spándex y
poliamida, acarició su abdomen, al menos lo que la banda del esqueleto de la falda le permitía, subió sus
manos hasta sus senos, todavía cubiertos en sólido y los apretujó suavemente. - ¿Carolina Herrera?-
sonrió, sabiendo que había acertado aun sin Emma haber respondido, pues el encaje del pecho se lo
dijo, más el borde que no llegaba a sus clavículas.

- Sí, es Carolina…- y calló ante la acción de Sophia: tomó la blusa del cuello y, con fuerza bruta, pero no
de bruta, la tiró hacia abajo para liberar el torso de Emma. Segundo asesinato. – Era- se corrigió pero sin
enojo a pesar de que era primera vez que se ponía aquella blusa, la primera y la única. – Rompiste mi
falda y mi blusa- susurró con una sonrisa que revelaba su diversión.
- Rompiste mi paciencia y mi estado invicto de nunca tener celos- dijo, tomando aquel sostén adherido
a ella. – Y arruinaste el bolígrafo que me robé del Plaza- sonrió, rompiendo aquellas copas de silicón. –
Escribía rico

- ¿Estamos a mano?- resopló, viéndose obligada a abrazar a Sophia por su cabeza al ella traer su pezón
izquierdo a sus labios. Sophia succionó su areola, que se tradujo a un “no, no todavía” y, con su mano
derecha, le dejó ir la última nalgada, la que sabía que era para plantarse al borde del colapso; estaba
jugando con fuego y con los límites, era venganza un tanto maquiavélica pero que se podía ver desde
ambos puntos de vista y que no necesariamente eran “bueno y malo”, sino que eran: tentar los límites
de Emma para que supiera cómo se estaba sintiendo ella, así de lastimada, así de ardida, o empujarla
hasta su límite pero mostrándole que sabía dónde estaba dicho límite, señal de que le importaba y la
respetaba. O simplemente, quizás, tenía ganas de darle nalgadas, kinky side y de ambas. Emma gimió,
ahora sí de excitación pero con ardor en su glúteo izquierdo. - ¿Estás lista después de que alegabas que
era como andar el infierno entre las piernas?- resopló, bajando la cremallera trasera de la banda que
envolvía su cintura, que ahora, la presunta falda, pendía, literalmente, de un hilo, hilo que Sophia, muy
salvajemente, rompió.

- Era Dolce- sonrió con la boca llena, mostrándole a Emma los restos de aquella falda entre su puño.

Y no respondió la pregunta, pues, así como le había dicho Emma por la mañana, “con ese cuerpower,
¿quién no se recupera rápido?”. San Replens y San Ibuprofeno, que ya luego lidiarían con las
consecuencias en el hígado. La tomó por la cintura, la abrazó fuertemente y, con la furia que no podía
sacar más que consigo misma, por insegura, se puso de pie para llevar a Emma hasta la cama. La tumbó
entre aquella comodidad que pareció abrazarla con un perfecto amortiguamiento y ella, colocándose
sobre Emma, quien ya se había quitado su blusa y estaba totalmente desnuda y vulnerable, pero sensual,
ante sus ojos, tomó cada solapa de su camisa por los botones que no estaban abrochados y, con la misma
técnica rompe-faldas, tiró de ella hasta hacer que los botones salieran cual explosión de M&M’s; asesina
en serie. A Emma se le iluminó la mirada, así como cuando le ponían la versión en vivo de “Strani Amori”
o de “E Poi”, pero la versión de Laura Pausini. Se irguió hasta sentarse y detuvo a Sophia, que tenía prisa
por quitarse la camisa, pero no, Emma no tenía prisa, no para lo que no tenía planeado. Le tomó las
manos y, con una leve sonrisa, vio aquel dedo anular con aquel anillo; lo acarició y lo besó, así como se
solía, y se suele, besar al anillo Papal, luego pasó a besar cada uno de sus nudillos, de las yemas de sus
dedos, de sus palmas. Eran las manos perfectas; eran hasta perfectas para pegarle, eran las únicas manos
que podían pegarle, de las únicas que manos que podían violentarla con cariño. Y ella estaba entre esas
manos. ¿Control? Eso ya se lo había aclarado a Irene: no lo tenía, y no lo tuvo desde que Sophia casi le
vomitaba los Chiarana Louboutin en Duane & Reade, no desde aquel moribundo tarareo de “Your Song”.
¿Demagogia? Quizás sí, pues entre el carisma que trazaban sus dedos al rozar sus clavículas y la retórica
que utilizaban sus ojos, podía mover masas, pero, a falta de masas, sólo quiso mantener a Sophia así,
hincada y estando sobre ella, como debía ser, todo para abrazarla con su brazo izquierdo mientras
recorría su piel y empezaba a instalarle besos por donde su dedo había pasado. No era un momento
de docere, delectare, movere, no. No era una estrategia que repetiría cada vez que a Sophia le dieran
celos porque se estaba prometiendo agudizar sus sentidos para no dejar que aquello sucediera de nuevo,
al menos que no se diera por ella no darse cuenta de lo que realmente pasaba. ¿Por qué no se dio
cuenta? Quizás porque el mal humor le había nublado la alarma, quizás porque, al estar con Sophia, nada
de lo que le dijeran podía seducirla. Sólo tenía ojos para Sophia. Tomó aquella tarjeta sólo por educación
y no porque tenía intenciones de llamarlo, y en ese momento se había incomodado, por lo cual había
decidido ir al baño sin necesidad de hacerlo, en donde dejó ir la tarjeta que recién le daban en el
basurero. No quiso ser grosera con el hombre que le había dado su asiento. Diplomática.

La abrazó con ambos brazos por su cintura, por debajo de aquella camisa Ralph Lauren y besó sus senos
o al menos hasta donde el sostén rosado pálido, el cual, por motivos de diseño, era tan inocente y virginal
como provocador; puramente spándex en donde no fueran las copas, pues ahí todo se resumía a encaje
pero a dos tiempos, los cuales se dividían por una diagonal que viajaba como bisectriz del segundo al
cuarto cuadrante en un plano cartesiano, todo lo que estaba bajo la diagonal era de encaje sólido y, todo
lo que estaba sobre ella era de encaje transparente: la diagonal cortaba visualmente su casi invisible
areola pero dejaba su erecto pezón en lo transparente. Era como para ahogarse de la mezcla de nervios
y tentación, pero todo tenía solución en la vida de Emma; lo que no se solucionaba con un vilipendio, ni
con una risa, ni con dinero, se solucionaba con el uso de razón intricado de nivel dos: en este caso
aprovechar el encaje ligero.

No le interesó quitar nada de su camino, sino que se dedicó a besar y a mordisquear, a lamer y a
succionar por encima del encaje mientras sus manos viajaban por toda la espalda de Sophia y repasaban
cada vértebra, se deslizaban hasta su cintura para sentir la ligera femineidad de aquellas minúsculas pero
marcadas curvas, se escabullían más hacia el sur hasta acariciar su trasero. No era que Emma estaba
reclamando lo que era suyo, porque suyo no era nada, sino todo era de Sophia, todo, todo, todo, hasta
ese momento en el que alguna faceta de la misma Emma podía haber jurado y perjurado que lo era,
pero no era más que la veneración y la adoración que Sophia, sin pedirlo, obtenía. Sophia era dueña de
todo, de toda Emma, y era tan importante y trascendental que podía decirle a Emma que saltara y Emma
no la cuestionaría, simplemente le preguntaría: “¿De qué edificio quieres que salte, mi amor?”. Así.

- Cos’è che vuoi?- dijo entre los besos que le colocaba entre aquellos B’s.

- Quisiera tener una de esas cosas que usan para marcar el ganado vacuno- resopló, y rio ante la
expresión de Emma. – Para marcar lo que es mío de por vida
- Perdón, ¿qué es lo que vas a marcar?- siseó incrédula pero sorprendida y la volcó sobre su espalda.

- La tua figa- rio. – Quisiera ponerle un “Propietà di Sophia Rialto Stroppiana”

- ¿De verdad?- Sophia asintió con una sonrisa por estar viendo la escéptica mirada de Emma. – Mmm…-
musitó y se retiró de la cama, que Sophia se irguió sólo con sus codos para seguirla con la mirada.

- O sea, es una metáfora

- Si tuvieras ese hierro medieval…- dijo, sumergiendo su mano en el maletín en el que todavía estaba su
accidentado y obsoleto pantalón The Row junto con sus desgraciados Louboutin, pues, como toda buena
Diseñadora de Interiores, llevaba un pequeño recurso de Prismacolor de colores primarios y secundarios,
pero no era eso lo que buscaba, sino su recurso de Sharpie de doble punta en negro para las notas, en
rojo para las correcciones, en azul para las adiciones. – Me dejaría

- ¿Por qué?- frunció su ceño, pues ahora la confundida era ella.

- Porque es tuya- sonrió, logrando sacar aquel Sharpie negro. – Ten- se lo alcanzó y se tumbó a su lado
con sus piernas abiertas.

- Podemos decirle a Natasha que nos traiga nuestro dildo- rio, no sabiendo qué hacer con aquel Sharpie,
pues lo único que se le ocurría era lo que su comentario implicaba pero, para eso, estaban sus dedos.

- Puedes decirle si quieres o podemos comprar uno aquí, como sea tu voluntad- sonrió, tomando el
Sharpie en sus manos sólo para destaparlo y colocar la tapa en la punta contraria. – Márcame- se lo
volvió a alcanzar, que Sophia lo tomó y frunció su ceño. – A falta de hierro…- le señaló su pubis.
- ¿Quieres un autógrafo?- sonrió, colocándose entre sus piernas para marcar su territorio.

- El autógrafo luego… por favor, Licenciada Rialto, le pido que tome posesión, por escrito, de lo que le
pertenece- dijo en un tono ceremonioso.

- Pro…- comenzó a escribir, pero Emma empezó a carcajearse por las cosquillas que aquel marcador le
provocaban. – Quieta, Arquitecta… sino habrá castigo

- ¿Qué tipo de castigo?- resopló intrigada.

- I’ll fuck the living daylights out of you- sonrió como si hubiera dicho que π era un número infinito, y
Emma que sólo supo tragar la saliva hasta del siguiente año. – Ahora, quieta- repitió, reanudando aquella
declaración de patrimonio. – Propie…- y empezó la risa de nuevo pero no movió las piernas, simplemente
apuñó las sábanas. – Propietà di…- bajó al siguiente renglón imaginario, el cual ya quedaba interrumpido
por el yacimiento de los labios mayores de Emma. – Sophia…- utilizó el yacimiento como espacio. –
Rialto- pero no se detuvo, simplemente siguió escribiendo pero ya no leía.

- El testamento lo podemos hacer en un papel aparte, mi amor- resopló Emma al sentir la tinta ya hasta
su muslo y que Sophia no se detenía.

- ¿Es legal si yo digo en mi testamento que, de morirme yo antes que tú, que no puedas estar con alguien
más?- preguntó mientras seguía escribiendo. – Pues, en un sentido sexual

- ¿Es legal si yo digo en el mío, de morirme yo antes que tú, que tienes la obligación de ser feliz así sea
que estés con otra persona?- frunció su ceño, pues lo que le interesaba era la felicidad de Sophia. Con
los celos lidiaría en el más allá.
- Me tomo un coctel de arsénico y Ouzo si te mueres antes que yo- sonrió, marcando el punto final de
aquella declaración. - ¿Así o más Shakespeare?

- ¿Qué dice?

- Propietà di Sophia Rialto. Futura esposa de la dueña del presunto y ya señalado aparato reproductor
femenino. Mía, toda mía- sonrió y subió a sus senos, que, sin preguntar, firmó cada uno de ellos: el
derecho por arriba de la areola, el izquierdo por debajo de esta.

- ¿Qué más quieres declarar como tuyo?- sonrió cosquillosamente mientras Sophia terminaba de firmar
su seno izquierdo.

- Date la vuelta- y Emma, muy obediente, se volcó sobre su abdomen, pues ya sabía que eso también iría
con firma. – Mmm…- suspiró a ras de aquella piel.

- ¿Está rojo?

- Tampoco soy tan mala- rio, pasando a su glúteo derecho. – Sí sabes que no se te va a quitar con la
primera pasada de jabón que te des en la ducha, ¿verdad?

- Sí sabes que no tengo la intención de borrarlo, ¿verdad?- sonrió, sintiendo el punto que Sophia
dibujaba, el punto que siempre iba sobre el “Rialto” pero nunca sobre el “Sophia”.

- Listo- le informó, dándole un beso rápido a cada rosado glúteo. Rosado y no rojo. Emma se dio la vuelta
con una sonrisa y le alzó los brazos, así como Irene le alzaba los brazos para que la cargara cuando tenía
menos de un año.
- ¿Algo más?

- Sí- murmuró, arrojando el Sharpie a ciegas.

- Tú dirás- pero Sophia no contestó, simplemente le clavó un beso suave y apasionado que se encargó
de recorrer cada esquina y curvatura del interior de su boca. – Mi amor- rio nasalmente con una sonrisa,
atrapándola entre sus brazos para acortar la proxémica a cero. – God… you’re so beautiful- susurró en
ese tono en el que siempre se lo había susurrado, con la misma mirada, con el mismo gesto de recoger
su flequillo tras su oreja. - ¿Cómo quieres que me fije en alguien más si contigo lo tengo todo?

- ¿No te falta nada?

- Absolutamente nada; lo tengo todo contigo. Tengo un hogar al que me gusta llegar, por el que me
desespero por llegar todos los días, tengo una hermosa novia con quien voy a la cama todas las noches
para dormir y despertarme junto a ella, con ella entre mis brazos o yo entre los suyos, tengo comida,
tengo bebida, tengo dinero, tengo como mil canciones de Laura Pausini en mi iPod… ¿qué me puede
faltar? – Sophia sonrió y sacudió su cabeza, ¿cómo era posible que le quitara todo su enojo tan rápido?
¿Cómo hacía para evaporarlo y ponerle sonrisas y risas? Y, ¿Laura Pausini? Emma é italianissima. – Mi
amor…- sonrió, volcándola sobre su espalda para colocarse sobre ella.

- Suena mejor que “Sophia”- pensó en voz alta.

- Pero tu nombre me gusta- frunció su ceño. – Quizás tenga más significado para mí que sólo su
significado en griego… engriego- recalcó con una sonrisa.

- ¿Ah, sí?- Emma asintió. - ¿Qué más significa para ti?


- La primera Vogue que tuve en mis manos fue una en la Sophia Loren estaba en la portada. No era la
gran cosa como para que te llamara la atención, pero era Sophia Loren y en una portada de Vogue US…
creo que es de las pocas portadas de las que me acuerdo con tanta exactitud; la fotografía era
básicamente como un busto como en una escultura, en fondo blanco y con ella con su bronceado salvaje
y que se notaba que la habían maquillado con más dorado que lo que su cuello tenía porque, al cuello,
tenía un… no sé si a eso puedes llamarle “collar”- resopló. – Pero todo era en dorado, hasta las letras de
la portada eran como en un dorado-olivo, era excesivo. A lo que voy es a que esa sensación que tuve al
lograr tener la revista en mis manos- y sonrió con nostalgia. – Estaba en inglés porque era la versión
estadounidense, y era cara, me costó la mitad de mi mesada: casi catorce mil liras. Pero jamás me sentí
tan intrigada, tan emocionada, tan satisfecha y es, quizás, de las cosas de las que mejor y con más cariño
me acuerdo… y me ha gustado el nombre “Sophia” desde entonces- sonrió. – Quizás porque lo vi más
grande que sólo como un sinónimo de la actriz mejor pagada y más reconocida de Italia, quizás porque
lo vi importante al estar en la portada de algo de otro país… y creo que era por eso que yo no podía tener
una conversación civilizada con Sophia Napolitanien el colegio, o que nunca me terminó de emocionar
mi clase de “Planificazione del territorio e del paesaggio I” con la tal Sofia Rossi… tuve que cambiarme a
la clase de Manuela Ricci, que era a las ocho de la mañana, para que me gustara- rio. – Y me acabo de
dar cuenta que soy la persona más rara que conozco- se sonrojó, pues aquello nunca lo había dicho en
voz alta.

- Eres un poco rara- resopló, repasando las pecas de los hombros de Emma con sus dedos. – Pero es lo
que te hace interesante- sonrió.

- Sophia Rialto, mi amor…- hizo una pausa al sacudirse entre los escalofríos cosquillosos que Sophia le
provisionaba con su roce. – Vuoi sposarmi?

- ¿Todavía quieres que me case contigo?

- ¿Por qué? ¿No debería quererlo?

- Digo, ¿después de este ataque de celos?- se sonrojó. - ¿Después de que asesiné tu ropa?

- Te lo dije en Roma, cuando estábamos en la ducha: puedes quebrar, romper, arruinar cualquier cosa…
- Pero no lo más caro y preciado que tengo- completó aquella cita.

- No me importa si incendias mi clóset con todo adentro… eso no disminuye lo que yo siento por ti ni lo
que siento cuando estoy contigo- así, ¿quién no? – ¿Te casarías conmigo?

- Hoy mismo en el Ayuntamiento- sonrió con esa sonrisa que daban ganas de comérsela a besos, esa
sonrisa que era más bien una mordida sonriente de su labio inferior.

- ¿Sí?- levantó la ceja derecha y analizó su alrededor para ubicar aquel Sharpie, el cual estaba, gracias a
la loca y confundida fuerza de Sophia, a su alcance.

- Sí- asintió, deteniendo a Emma, más bien a su pereza de no querer ponerse de pie para alcanzar el
marcador.

- Bueno…- sonrió, mostrándole el Sharpie. – Cásate conmigo

- What?- espetó sin enojo pero con confusión mientras tomaba el Sharpie de la mano de Emma.

- Sí, cásate conmigo… ya mismo si quieres

- ¿Y qué hay de la boda?

- Será una formalidad muy bonita- sonrió.


- Pero no tenemos un abogado

- Ay, ¿pero quién está pensando en eso?- rio burlonamente, pues Sophia era quien quería correr a Las
Vegas por hacerlo en ese momento.

- No molestes- bromeó.

- Las que nos vamos a casar somos tú y yo, indirectamente con nuestras familias políticas pero eso es un
efecto secundario- resopló. – No nos estamos casando ni con Belinda, ni con los Noltenius, ni con los
Roberts, ni con nadie que no seamos nosotras mismas… so, ¿cuál es el problema? Lo que yo necesito es
un papel que diga que eres mi esposa para que el mundo de asuma y te absorba como tal, yo no necesito
de ese papel para yo saberte mi esposa

- Skatá- suspiró.

- Mmm… Licenciada Rialto, ¿con esa boca besa a su madre?- resopló, acariciando su labio inferior con su
pulgar.

- Con la misma con la que te beso aquí- colocó su índice sobre sus labios sonrientes. – Con la misma con
la que te beso aquí y aquí- murmuró, deslizando su mano hasta llegar a sus senos. – Exactamente con la
misma con la que te beso aquí- acarició suavemente su entrepierna. – Ma, suprattutto, Architetta
Pavlovic, con la que la beso- sonrió traviesamente. – Aquí- alcanzó a rozar aquel agujerito que se contrajo
ante ello. – Así que, sí, con la misma boca con la que te beso a ti, con la misma boca con la que me rebalso
en obscenidades, con esa misma boca beso a la mia mamma, no una, sino dos veces- rio burlonamente.
- ¿Te quieres casar con esta boca tan… soez y obscena?- Emma se acercó a su oído izquierdo y,
permitiéndose inhalar aquella fragancia a té verde de sus rubias ondas, dio un beso a su cuello, en donde
alcanzaba a saborear nasalmente el Violet Blondeque tan bien le sentaba.

- Absolutamente- susurró a su oído, y Sophia sólo materializó un gruñido que se convirtió en risa
nerviosa. – Cásate conmigo- sonrió ya dándole la sonrisa y la mirada de frente.
- Emma María- resopló, irguiéndose con su torso para sentarse sobre la cama y para obligar a Emma a
quedar sobre sus rodillas, así como ella había estado antes. – Arquitecta Pavlovic- tomó su dedo anular
izquierdo y, mordiendo la tapa de la punta fina del Sharpie, tiró de él para empezar a dibujar. – Mi
amante, mi cómplice y mi modelo de Victoria’s Secret- rio nasalmente, remedando al uniformado
mientras dibujaba dos líneas paralelas que simulaban un anillo. – Soy su mayor admiradora, su compañía
y su teammate- empezó a rellenar aquel espacio con manchas que parecían ser un patrón de cebra. –
Prometo ser celosa, impuntual y mantener my clumsy sass que tanto le divierte- levantó la palma de su
mano y, en el reverso de su dedo anular, empezó a escribir algo que, aparentemente, sólo ella sabía lo
que decía. – Porque te amo, Em- sonrió al terminar de escribir aquello y le dio un beso en la punta de su
dedo.

- Licenciada Rialto- sonrió, tomando el Sharpie de la mano de Sophia y tomando su mano izquierda para
empujar su anillo de compromiso hacia abajo, así podría dibujar. – También conocida como “la intrusa
más guapa y más perfecta”- resopló, trazando las mismas líneas que había trazado Sophia pero con una
mínima mayor distancia. – Usted es mi todo- dibujó un círculo en el centro y llenó de círculos más
pequeños los alrededores. – Quiero ser lo que te vuelva loca, tu egocentrismo y to egoísmo, tu jefa y tu
esclava. Quiero ser, para ti, lo que desconozco que conozco y lo que sé que no sé. Porque haces que me
sienta bien conmigo misma, me haces sentir que soy una buena persona- Sophia se ahogó en ternura.

- Reclámalo- susurró llena del rojo favorito de Emma, de ese rojo vermillion que tanto le gustaba
nombrar para exagerar el tono.

- No me gusta pedir perdón porque significa que me equivoqué- suspiró, levantando la palma de Sophia
para escribirle, probablemente, lo mismo que ella le había escrito. – Y no me gusta equivocarme, al
menos no contigo porque sé que te lastima… eso es todo- explicó. – Pero reconozco cuando me
equivoco, y hoy me equivoqué. Lo siento mucho, mi amor

- Shhh… it’s ok…- susurró.

- Soy tuya- sonrió, que sonrió doble por haber terminado de dibujar y por lo que había dicho. Levantó la
mirada y se encontró con la sonrisa que más le gustaba, la sonrisa de Sophia. – Te amo- imitó el beso en
su dedo mientras deslizaba el anillo de compromiso a su posición original.
- Yo también te amo- sonrió ladeadamente y se lanzó en un beso que la llevó hasta recostarla sobre la
cama.

- Me gusta mi anillo de H&M- sonrió.

- No es de H&M, es de Forever21- resopló burlonamente.

- Mejor, más de aquí- rio, y vio el interior de su dedo. - ¿Son trazos al azar o significa algo en especial?

- Sophia- sonrió. – Es mi dedo, es mi esposa, ¿no?

- ¿En qué idioma está?- frunció su ceño.

- Hebreo

- ¿Y desde cuándo sabes hebreo?

- Tranquila, sólo sé escribir mi nombre en varias escrituras- sonrió, viendo ella el interior de su dedo. –
Hablando de escrituras- rio al ver lo que había escrito.

- Para que me lleves contigo a donde quiera que vayas- sonrió tiernamente.

- ¿Por qué en sánscrito?


- Porque me gusta la impresión que me diste para mi cumpleaños- sonrió.

- Me costó los dedos hacer esa placa y las pestañas encontrar el preciso color, más te vale que te guste-
le advirtió serena y divertidamente.

- ¿Por qué crees que sé cómo se escribe mi nombre en sánscrito?- levantó su ceja. – Y ese malachite
Green te quedó perfecto

- Uy, Arquitecta- rio nasalmente. – Sabe, yo no podría estar con alguien que no reconociera los colores
por su nombre

- ¿Es algo que le excita, Licenciada?- Sophia asintió. - Gamboge yellow- sonrió. – Razzmatazz pink, Arsenic
gray, Caput Mortuum violet- dijo en ese tono seductor que daba risa.

- ¡Ah!- jadeó aireadamente con una leve risa de por medio. – Orgasmo cromático de Diseñador de
Interiores- se sacudió juguetonamente. Emma rio con una carcajada que no era más que un sinónimo de
alivio al notar que a Sophia ya se le había evaporado aquella furia. Ojalá y no regresara nunca. Ojalá y
nunca le diera pie a eso.

- ¿Qué pasa?- murmuró, extrañada de que Sophia se había quedado sin palabras o con la palabra en la
boca y no la podía sacar. - ¿Estás bien?

- ¿Qué quieres que te regale el treinta de mayo?


- Eso me acuerda, tú no me has dicho qué quieres que te regale tampoco- frunció su ceño, y Sophia que
terminó tumbada a su lado, sobre su espalda, y riéndose hasta casi llorar. – Bueno, ¿quieres compartir
el chiste?

- ¿De verdad quieres saber?

- Sino te voy a dar algo que no quieras o que no te interese tener- frunció su ceño.

- Bene, bene- se acercó a su oído y, tan bajo como pudo, le dijo exactamente lo que quería, paso a paso,
minuto a minuto, todo, se lo dijo todo, y me dio vergüenza preguntarles luego qué había sido porque no
había podido escuchar. Emma se fue coloreando de rojo y fue dibujando una sonrisa de anticipantes y
actuales nervios, ¿qué podría ser?- ¿Qué dices?- rio. - ¿Se puede o no se puede?

- De que se puede, se puede, mi amor- rio, cubriéndose los ojos con sus manos.

- ¿Quieres?- pero Emma se desplomó en una carcajada histérica e inestable que, de un movimiento
risible y ridículo, terminó en el suelo y riéndose todavía más, de lo que quería Sophia y de su caída
triunfal. - ¿Estás bien?- rio, intentando no reírse por la caída, pero no pudo contenerse la risa al ver que
Emma lloraba a causa de la misma.

- Fuck…- se quejó entre su risa, frotándose el antebrazo izquierdo, pues había caído sobre él. Sophia se
bajó de la cama y se colocó sobre Emma para acariciarle ella su antebrazo.

- Sana, sana… que sino, San Ibuprofeno mañana- resopló, dándole besos suaves.

- Gracias, mucho mejor- sonrió. – Ahora, volviendo al tema anterior… ¿de verdad quieres eso?
- Sometimes you wonder, and ask yourself the question. I know the answer, but I’m asking you the
question- murmuró sin quitarle sus celestes ojos de los suyos verdes.

- Sabes que no puedo negarte algo así

- Yo sólo te estoy dando la opción de acceder o negarte, que, hagas lo que hagas, yo no me voy a enojar,
¿entendido?- Emma asintió. – Piénsalo… que tienes hasta el treinta de mayo para pensarlo… pero tick-
tick-tick, el tiempo corre- rio.

- Y, en caso de que me niegue, ¿qué te regalo?

- Ya dije, lo que sea menos joyas- sonrió.

- Bene, bene- la volcó sobre su espalda y se recostó sobre su costado, apoyando su cabeza con su mano.
– Lo pensaré, ¿de acuerdo?

- Pero no me digas nada

- ¿No?

- No, no quiero saber si me lo vas a regalar o no- Emma asintió. – Ahora, ¿qué quieres tú?

- Pongamos las cosas sobre la mesa- suspiró, y se quedó viendo al vacío.

- ¿Qué?
- Necesito un papel- dijo todavía con la mirada perdida.

- ¿Para?

- Notas y un sketch del hotel- murmuró, volcándose sobre su abdomen para ponerse de pie, que no supo
por qué no sólo se sentó y se puso de pie.

- Oye, oye, oye- la detuvo del brazo. – No le huyas a tu regalo de bodas- frunció su ceño.

- No le estoy huyendo, es sólo que se me va a olvidar lo que se me ha ocurrido- hizo una expresión
graciosa con sus labios.

- Espera- sonrió, alcanzando el siempre presente Sharpie. – Ten, dibuja

- No tengo papel

- ¿Necesitas?- se volcó sobre su espalda y retiró las solapas de su camisa de su abdomen.

- ¿Es en serio?

- ¿O prefieres mi espalda?- sonrió.


- Lo que sea- balbuceó rápidamente, y se colocó entre sus piernas con la punta fina del Sharpie lista para
victimizar el abdomen de Sophia.

- Ahora: tu regalo

- Ya dije que pongamos las cosas sobre la mesa- empezó a dibujar las líneas rectas con las que siempre
empezaba en completo Coup d’état con el punto de fuga.

- Yo pago el Plaza

- Yo el viaje a Bora Bora

- Y la boda- añadió.

- Y la boda- sonrió, viendo a Sophia que se acomodaba, feliz de la vida, con sus brazos tras su cabeza.

- ¿Qué quieres que te regale, entonces? ¿Quieres una colección de Louboutin?

- Bienes mancomunados… bueno, lo mío es tuyo, que puedes quitarme lo que quieras- resopló. – Yo te
aseguro que no voy a quitarte nada de lo que te pertenece

- Pero eso ya lo habíamos acordado- frunció su ceño.

- Y habíamos acordado que iba a tener firma pero que iba a necesitar autorización tuya para cada
movimiento mayor a “x” cantidad
- Olvida la autorización, a eso me refiero…

- No me siento muy cómoda sabiendo que puedo hacer lo que quiera con algo que no es mío

- Te lo doy para que lo uses a tu gusto- sonrió. – No me importa si lo usas para comprar tampones o si lo
usas para comprarte un auto, eso es tuyo y lo usas para lo que quieras… para darle fuego si quieres

- No voy a darle fuego- susurró. – Es sólo que no me siento cómoda… pero, si eso es lo que quieres que
te regale, lo haré

- Confío en que tampoco me vas a dejar en la calle… y, no sé, es como para compartir todo lo que es mío
contigo, todo, todo

- Lo firmaré, mi amor, pero no me parece que sea proporcional

- Hay algo más- sonrió, y, claro que había algo más. – Como será tu dinero, por favor, hazte cargo
totalmente de la tranquilidad y de la comodidad de tu mamá y tu hermana

- ¿Con tu dinero?

- Nuestro dinero- la corrigió. – Y quiero que tu mamá y tu hermana estén cómodas, sin preocupaciones
de nada, viviendo en una buena zona y viviendo bien… porque sé que eso te va a dar tranquilidad

- Pero se supone que es un regalo para ti, no para mí


- Y para mí es un regalo verte tranquila, ¿sí?

- Perdón que me poseyó el diablo…- susurró.

- Me gusta cuando estás enojada… pero no conmigo- susurró de regreso. – Pero hoy, no sé, te viste linda-
sonrió. – Y supongo que me lo merecía

- Sólo necesito que me respondas una cosa

- Las que quieras

- ¿Te diste cuenta de que te estaba coqueteando?

- No le estaba prestando atención, pero sí me di cuenta cuando me dio su tarjeta… por eso me puse de
pie y fui al baño, cosa que hice sólo porque no supe qué más hacer, y, cuando regresé, tú estabas
reventándote los oídos con Robbie Williams y parecías estar dormida. Ahora, si te preguntas por qué no
le dije que me dejara en paz, o no le dije que estaba contigo, fue simplemente porque es la táctica que
sé que no funciona con un hombre, no cuando es así como él… de haberlo hecho, habríamos terminado
siendo dueñas de sus mayores fantasías sexuales

- ¿Cómo puede estar tan segura?

- Porque hay estudios que demuestran que el ochenta por ciento de hombres heterosexuales, o sea ocho
de cada diez, tienen alguna fantasía que involucra a dos mujeres. De esos ocho hombres, por lo menos
tres tienen una mayor susceptibilidad si se trata de una pareja ya existente de mujeres
- Y esos datos, ¿te los acabas de inventar o existen de verdad?

- A mí háblame de inventarme un edificio, no una cifra estadística- sonrió. – Estaba en el último artículo
de la edición de Voguede Mayo pasado

- ¿Cómo es que te acuerdas de lo que había en la edición de Vogue del Mayo pasado?

- Porque estaba todo sobre la horrible película de “The Great Gatsby”- sonrió de nuevo. – Carey Mulligan,
o Daisy Buchanan, estaba en la portada, en un vestido Prada de terciopelo yellow-green… I didn’t like
the cover… maybe because I don’t like her- resopló.

- ¿Porque arruinó a Daisy Buchanan?

- No arruinó al personaje, simplemente Mia Farrow hizo un mejor trabajo, bueno, a ella la dirigieron
mejor quizás, o simplemente era mejor actriz, quién sabe… pero no sé, igual de fastidiosa que Scarlett
Johansson y Jessica Alba… hasta Lindsay Lohan es más entretenida

- Quizás porque no le dan papeles tan trascendentales para tus gustos

- Cierto, aunque su mejor papel ha sido el de Hermione Granger en SNL hace como diez años- levantó la
mirada con sorpresa. – Fuck, estoy vieja- rio.

- ¿Cómo era Emma hace una década?

- Irresistible, como siempre. Adicta a los cigarrillos… creo que ese fue el año que fumé dos cajetillas de
cigarrillos en un día mientras reproducía el modelo de la Torre pendente di Pisa. En Converse blancos
casi todo el tiempo, jeans Armani porque eran los únicos que estaban diseñados, por la posición de los
bolsillos traseros, para esconder una tanga o para recogerte y asegurarte el trasero si se te ocurría no
ponerte ni siquiera eso. Camisas Benetton en su mayoría, todo lo que fuera para el frío debía ser Versace
porque Armani me hacía ver sin cintura, cosa que tú sabes que no tengo tanta- resopló. – Pluma fuente
Tibaldi, regalo de graduación de colegio de mi mamá, y con tinta azul porque la tinta negra me ponía de
mal humor, y una fanática devota de Laura Pausini- guiñó su ojo.

- ¿Por qué te pone de mal humor la tinta negra? Es algo que no he logrado entender

- Son varias cosas- sonrió entre su concentrada mirada, la cual seguía sus trazos cortos sobre el vientre
de Sophia.

- Tenemos tiempo, ¿tienes ganas?

- Mis hermanos no se graduaron de mi mismo colegio, ellos fueron al Britannia

- ¿Alguna razón en especial?

- I wasn’t that much of a talker- dijo con un suspiro. – Llegué a los tres años no en completa omisión de
la verbalización conceptual porque sí hablaba pero no decía más que lo necesario

- ¿Alguna razón en especial?- repitió ya más atenta.

- No te sabría decir- retiró el marcador y, sosteniéndolo entre sus dedos como si fuera un cigarrillo, retiró
el flequillo que le obstruía su memoria y su vista. – En el Britannia no me aceptaron porque, a falta de
habla hasta por los codos como todo niño de tres años y el inicio de sus preguntas de “por qué”, la
superestrella de la psicóloga que estaba, supongo yo que en el examen de admisión, me diagnosticó
lento aprendizaje, me rechazaron la admisión porque ellos no tenían ningún tipo de “educación
especial”- resopló. – Al mismo tiempo hice el examen de admisión en la AOS y ellos sí me aceptaron,
claro, vieron que yo no era tan apasionada con el habla y simplemente le dijeron a mi mamá que,
bueno… por la plata baila el mono- rio. – Si pagaba el año completo en el primer pago, que no iban a
tener ningún problema para aceptarme aunque ellos se reservaban el derecho de asesorarme dejar Pre-
Kinder o de aprobármelo…

- ¿Todo porque no hablabas?

- O sea, sí hablaba- rio. – Es sólo que… no sé, no sé por qué no me gustaba hablar

- ¿Te gusta hablar ahora?

- No me voy a morir si no hablo- sonrió. – Puedo estar mucho tiempo en silencio, me gusta el silencio,
aunque no es el silencio en sí sino los sonidos… si son un mismo sonido, un ritmo, no me importa; así
como si es el de un taladro o el de un martillo, pero cuando un niño llora… me desespera, esos ruidos
que fluctúan en tono… no sé

- ¿Y la música?

- Contradictoriamente me hace colocar mi mente en blanco… soy rara, ya te lo he dicho, pero, volviendo
al tema de la tinta negra- rio.

- No, no, sólo dime si te aprobaron Pre-Kinder al menos- mordió su labio inferior, entre burla y ternura.

- Dice mi mamá que, como dos semanas después de que ya había pagado como veinticinco mil Liras- rio,
pues era demasiado dinero, aun en conversión a euros, peor a dólares. – Íbamos camino a donde mis
abuelos paternos, en auto, travesía total, y que yo no pude cerrar la boca en todo el camino- Sophia
estalló en una carcajada que obligó a Emma a dejar de dibujar. – Doce horas sin parar
- ¿Sin parar de hablar o de conducir?

- Pues, no dejaron de conducir para hacer que mi verborrea durara menos- rio, y Sophia que sólo pudo
incrementar su carcajada. – Dice mi mamá que me decía: “Emma, juguemos de estar callados, gana el
que se quede callado más tiempo”- y Sophia reía más, y más, y más. – Y dice que le decía: “Ay, mami, ya
perdí” y seguía hablando

- ¿Qué tanto podías decir?

- Todo lo que no había dicho, supongo- rio. – No me acuerdo de eso- su mirada se apagó, cerró los ojos
y sacudió la cabeza.

- Pero sí te acuerdas de ese día, ¿verdad?- asintió. – Bueno, cuéntame de la tinta negra, mejor

- Entonces- suspiró, reanudando sus trazos pero con la punta fina del marcador. – Cuando estábamos
aprendiendo a escribir utilizábamos lápices, a partir de primer grado comenzabas a utilizar pluma fuente
para detener el trazo que, si utilizabas bolígrafo…

- Se deslizaba y terminabas con una “fatal caligrafía”- concluyó Sophia, pues ella también había tenido
ese método.

- Conmigo eso no funcionó mucho- rio. – El punto es que todos escribíamos con tinta azul porque era la
que vendían en el colegio por si se te acababan los repuestos, y yo me acostumbré al azul. A partir de
quinto grado ya podías abortar la pluma fuente y podías pasar a ser un niño grande que escribía con
bolígrafo. Yo me quedé con la pluma fuente, no por efectos de la caligrafía sino por cómo escribía en el
papel. Mi hermano solía jugarme la broma de que le colocaba un repuesto de tinta negra en vez de una
azul… travesura, broma, no sé, pero ese azul sucio que quedaba luego… opté por comprar pluma fuente
Lamy, y muchas, así, por cada travesura cíclica de mi hermano, yo podía seguir escribiendo con tinta azul
mientras lavaba y limpiaba la que había sido víctima suya

- ¿Él utilizaba tinta negra?

- La utilizaba porque papá la utilizaba para firmarle los reportes de calificaciones- ladeó su cabeza y le
gustó lo que vio a pesar de no estar ni remotamente terminado. – El día que mis papás firmaron el
divorcio, mi papá tomó mi pluma fuente para firmarlo porque su bolígrafo no tenía tinta

- No creo que sea que la tinta negra no te guste, simplemente te gusta más la tinta azul

- Probablemente- sonrió como si tuviera cierto recuerdo que le pasaba cual película ante sus verdes ojos,
así como si se hubiera transportado a aquel momento, ¿por qué habían estado ella y sus hermanos
presentes? Ah, ya se acordaba por qué. – Y la tinta negra me gusta sólo en los bolígrafos porque, cuando
es azul, es un dolor de ovarios conseguir dos del mismo tono de azul si son de distintas marcas- pero
suspiró y se quedó atrapada en el tiempo de su memoria; eso sí era input de Franco.

- ¿En qué piensas?- susurró con una leve sonrisa y unos superficiales camanances que la adornaban. -
¿Em?- ladeó su cabeza y la tomó por la mejilla al no conseguir respuesta.

- Como te decía- resopló, sacudiendo su cabeza suavemente y cerrando sus ojos mientras fruncía su ceño
y sus labios. - ¿Qué era lo que te estaba diciendo?

- ¿Te sientes bien?

- Sí- asintió, pero era ese “sí” que le daba sólo por decirle que sí. Sophia sólo sonrió y se volvió e recostar
para que Emma pudiera seguir dibujando.
- Tengo una pregunta para ti

- ¿De respuesta elaborada?- resopló, acordándose de aquellos principios de bromas pero verdades.

- No estoy segura

- Bueno, adelante

- ¿En dónde te ves en diez años?

- ¿En qué aspecto?- Sophia sólo levantó las manos. – ¿Quieres una respuesta a lo Miss Rhode Island en
“Miss Congeniality” o una respuesta improvisada?

- La que te venga mejor

- Son las…- murmuró, elevando su muñeca izquierda para leer la hora del reloj que Margaret y Romeo le
habían regalado de Navidad, que el de ella era en fondo negro y el de Sophia era blanco-grisáceo, ambos
ediciones especiales y de treinta y cuatro milímetros de diámetro. – Dos y cincuenta y cuatro minutos,
hora los Ángeles… eso es, en hora Nueva York, las cinco y cincuenta y cuatro minutos- suspiró y se quedó
en silencio unos segundos.

- Phillip y Natasha ya estarán en el aeropuerto- comentó abruptamente.

- Seguramente sus traseros vendrán en Primera Clase- dijo con un poco de cinismo. – Y tu oportunidad
de pedirle a Natasha que nos trajera nuestro dildo se ha esfumado
- Estoy segura que Los Ángeles tendrá su gracia también- sacó su lengua. – Pero ese no era el tema…
aparte, yo no quiero ver un dildo any time soon

- ¿Qué tanto es “any time soon”, una semana, un mes?

- Por lo menos mientras estemos aquí- sonrió, y Emma rio. – Como sea, ¿en diez años a las cinco y
cincuenta y cuatro hora Nueva York?

- Ah, sí- asintió, irguiéndose un poco para ver un poco más de lejos el dibujo. – En diez años… será martes,
¿en dónde te ves tú un martes en diez años?

- Yo te lo pregunté primero

- Y yo luego, ¿qué diferencia hace?- rio.

- No sé si quiero mi propia marca de muebles, pero no quiero dejarlo, prefiero dejar el Diseño de
Interiores y no el Diseño de Muebles

- ¿Qué más?

- Quiero estar en casa, que eso no significa que no voy a estar trabajando, dependerá de la hora que sea,
supongo. Hogar… cómoda, feliz… ¿y tú?

- Te podría decir que estaría entrando al apartamento, que arrojaría la bufanda sobre el respaldo del
sillón que le da la espalda a la puerta principal, te llamaría sólo para que emergieras con esa sonrisa que
tanto me mata y con un Martini en cada mano; uno para ti y uno para mí, te lo agradecería con una
sonrisa y con un beso, pero te diera dos besos porque uno es para saludarte y el otro para agradecerte,
brindaría quién-sabe-por-qué o quizás sólo en silencio, y lo bebería rápido de cuatro tragos. Me quitarías
la copa, me quitaría el abrigo, te preguntaría si tienes hambre; si tienes ganas de que cocine, de que
cocinemos, de cocinar o de que alguien más cocine; alguien como Smith & Wollensky- sonrió. –
Cenaríamos como todas las noches, en la barra, yo a tu izquierda. Quizás usaríamos la chimenea, sólo
para no tener frío, y beberíamos una copa de vino mientras hablamos quién-sabe-de-qué. Me gustaría
hacerte el amor hasta que el silencio nos inunde y sólo veamos el contraste del fuego y la nieve, y
quedarnos en el sofá, con cobijas y la botella de vino hasta quedarnos dormidas hasta el día siguiente-
Sophia dibujó una sonrisa que intentó comprimir entre sus labios, una sonrisa de la enorme represión
de ganas de arrojársele para comérsela a besos, para querer estar en ese momento que, por más que
sólo fueran palabras cortadas, sonaba perfecto. – O podría decirte que eres tú quien llega a casa, y yo te
recibo con una copa de Bollinger sólo porque sí, o podría decirte que llegamos juntas y cada quien se
sirve lo que quiere beber, o podría decirte que estaríamos cenando donde los Noltenius, quizás y no sólo
estaríamos cuatro sentados a la mesa, quizás y seríamos cinco, seis, o siete, quién sabe- se encogió entre
hombros. – O podría decirte que estaría en cama por un resfriado fuera de serie, o quizás esté sola,
sentada en un sillón en un hotel… yo no sé dónde voy a estar en diez años- sonrió dubitativamente. –
Pero no me importa si es A, B, C, y las letras que existen hasta llegar a la Z, tomando en cuenta las letras
que ya no pertenecen al alfabeto, y no me importa porque lo que sí quiero saber, en ese momento, es
que no me faltas, que sea donde sea que esté, contigo o sin ti, que no voy a estar sin ti… no sé si me
explico

- Mi amor…- resopló sonrojada, y quizás resopló para enmascarar su conmoción.

- No sé en dónde voy a estar en diez años, no sé si voy a estar en esta habitación y recordando este
momento, no sé si voy a estar haciéndote el amor en nuestra cama… que nuestra cama puede estar en
Nueva York, en Florencia, en Roma, en el Lago Como, en Atenas, en Mýkonos… no sé en dónde estaré,
pero sé que mi denominador común eres tú; en todo lo que haga y a donde sea que vaya

- Para no hablar, para que no te guste hablar, hablas demasiado perfecto- sacudió lentamente su cabeza
con cierto regocijo, como si aquello le fascinara, porque así era.

- Es que, para no tener nada bueno o relevante que decir, mejor cerrar el pico- sonrió de esa picante
manera, que era la sonrisa tirada más hacia su derecha al mismo tiempo que elevaba la ceja del mismo
lado. – Pues, si quieres que te hable estupideces… get me drunk
- ¿Quién te ha dicho que hablas estupideces cuando estás ebria?- ladeó su cabeza con una sonrisita
divertida e inocente.

- Bueno, es que no estoy segura si se ríen de mí o se ríen conmigo- rio nasalmente, como si lo encontrara
divertido.

- No hablas estupideces, simplemente… creería que, por lo menos, el noventa por ciento de las cosas te
da risa, y te pones muy, muy, muy caliente

- ¿Caliente en temperatura corporal o caliente de “caliente”?

- Supongo que por estar caliente es que te pones caliente, ¿no?- Emma tambaleó su cabeza, pero
terminó por darle la razón. – Y te entra tu dancing mood

- Eso sí, yo no bailaría sobria, jamás

- ¿Por qué no? No bailas mal

- Yo sé que no bailo mal- guiñó su ojo, Sophia sólo gruñó graciosamente ante lo sensual de su ego, Ego.
– Problemas de autoestima, supongo

- ¿Emma Pavlovic tiene problemas de autoestima?- resopló. – No me lo creo, ni tú te lo crees

- No me divierte bailar si no estoy un poco happy


- Y no hay nada como verte bailar Footloose con Thomas, o verte en plena coreografía de Single
Ladies con Natasha y Julie- resopló.

- Prefiero bailar Flight Attendant contigo

- Con esa terminamos en el pasillo. Qué pérdida de porte y elegancia- rio.

- No dije que era sinónimo de seguridad, de preservación de integridad física- sonrió, y se retiró para ver
su bosquejo desde más lejos. – Es una canción que excita, supongo

- Aunque, en teoría, “Bolero” de Ravel es la canción, si así quieres llamarla, que hace que una mujer se
excite más rápido

- Y, aun así, tú lograste, no sé cómo, excitarme con Orff… y tampoco sé cómo no me mataste del susto

- Si mis intenciones hubieran sido matarte… te habría puesto un poco de Leona Lewis

- Me conoces bien- se acercó nuevamente y retocó aquella parte que casi rozaba el sostén de
Sophia. Mierda, necesitaba más espacio. Debió calcular mejor.

- ¿Qué tanto espacio te hace falta?- le preguntó al leerlo de sus ojos.

- Dos-que-tres pulgadas, quizás menos… pero lo completaré luego, no pasa nada


- Se te va a olvidar- resopló, irguiéndose con cuidado para no rozar su piel contra la punta del marcador,
se quitó la camisa y, acto seguido, hizo desaparecer su sostén. – Sigue dibujando- se volvió a recostar y
llevó sus brazos tras su cabeza para tirar sus senos hacia arriba.

- ¿Segura?

- No veo por qué no- rio, que su risa escaló a carcajada incoherente hasta encogerla en posición fetal.

- Comparte el chiste, que también quiero reírme

- Paint me like one of your french girls- dijo entre su risa. – No tiene sentido ni referencia, yo sé, sólo me
dio risa

- Las francesas no son mis favoritas, tuve un par de compañeras en el colegio y en la universidad, más en
Milán… quizás es porque no me gusta el francés para empezar- sonrió. – Pero con gusto pinto a mi griega
favorita. ¿Puedo quitarte el pantalón? No quiero mancharlo- Sophia asintió todavía con su risita mal
puesta y, dejando que Emma desabrochara ambos invisibles botones, levantó su trasero para que se lo
sacara, pero Emma también retiró el seamless Culotte de encaje, pues no quería mancharlo ni por roce.

- ¿Estás con el de Santa Mónica o con el de Beverly Hills?

- Beverly Hills. Para el de aquí tendría que ver todos los hoteles que dan a la playa para no hacer algo
remotamente parecido y que sea diferente…

- ¿Qué piensas para el de Beverly Hills? ¿Lounge o minimalista?

- Le viene mejor un lounge creería yo, pero es de retocarlo todo y de que nos acepten la propuesta inicial
- Mi amor- dijo, viendo hacia el techo, que siempre se había preguntado por qué siempre debía ser
blanco.

- Dime- murmuró entre su concentración al estar ya dibujando sobre sus senos.

- ¿Me perdonas?

- ¿Por?

- Por lo que hice con Junior, fue un poco traicionero de mi parte

- No, no lo fue- suspiró, frunciendo su ceño ante el siguiente trazo, ese trazo que tenía mucho tiempo de
no experimentar, ese trazo que dudaba, ¿por qué? Ah, es que no estaba dentro de su ritual: ella sentada
sobre el Safco, pierna izquierda sobre la derecha, que su Stiletto quedaba exactamente atrapado en la
barra que rodeaba el banquillo a media altura, rectamente inclinada sobre la Alvin Craftmaster
modificada, su mano izquierda deteniendo el papel y algún tipo de instrumento de precisión gráfica,
pues, con su mano derecha, y con el Ambition Faber Castell de madera de coco, trazaba las líneas que
ahora trazaba al tembloroso cálculo por ser sobre Sophia, pues no quería ensartarle la punta de aquel
marcador, y, de fondo, quizás no tendría a Mozart, o a Beethoven, ni a Chopin, sino algo con más sabor,
algo más lounge, algo que sonara chic, de eso que se metiera bajo la piel y que se sublimara de alguna
extraña manera, “Early Daiquiris” de Maxim Illion, sí. – Tienes razón, yo no soy dueña de tu trabajo

- Pero pasa que me gusta trabajar contigo

- Licenciada Rialto- resopló un tanto divertida, que casi se tira del balcón al haber trazado lo que no le
convencía, que no era el trazo en sí sino la falsedad de él sobre la perfecta piel de su Sophia. – No me
diga que quiere que trabajemos juntas
- La diferencia entre Providence, Newport y Malibú, y éste proyecto, o proyectos, no sé, es que esos tres
te los dieron a ti y no tienen nada que ver conmigo, pero, en este caso, Beverly Hills y Santa Mónica sí,
es como con la casa de los Hatcher… mi pregunta es: si estás haciendo un boceto del hotel, ¿eso significa
que sí lo tomarás?

- Te lo pongo así como funciona una agencia de modelos- murmuró seriamente. – Ellos administran y
representan a las modelos hasta cierto punto, pues, la que tiene la última palabra es la modelo: ella dará
su cara por la marca, lo que significa que no cualquiera puede contratarla. Transformemos el proceso a
nuestro gremio- sonrió. – El Estudio nos administra a pesar de ser relativamente independientes, si el
cliente llega al Estudio, entonces el proyecto se le arroja a cualquiera que esté libre a menos de que el
cliente sepa con quién quiere, en ese caso, si el proyecto llega a mí, yo estoy en todo mi derecho de
negarme a trabajar con el cliente; como en el caso del primo de Natasha. Aquí nada de proxenetas y
prostitutas- resopló. – El hecho de que trabaje con los Roberts no le da acceso directo a Blair, o el hecho
de que haya trabajado con los Hatcher no significa que, automáticamente, voy a aceptar un proyecto
con algún familiar. Ahora, si hablamos de la Señora Gummer, del Señor Trump, de la Señora Close… no
es porque son ellos, porque son grandes, sino porque sé que no me van a hacer ninguna estupidez que
me haga tropezar en el camino; sé cómo trabajan, sé cómo piensan, sé cómo les gustan las cosas.
Entonces, si Junior se levanta con una idea como la de su papá, una idea de “remodelemos todo”, lo
haría si las condiciones laborales me lo permiten, porque tampoco voy a tomar doce proyectos… esas
mierdas se caen si tengo demasiado, y llevo treinta y nueve proyectos exitosos en mi récord, cinco que
están pendientes, no necesito que se me caiga una casa

- Entonces, ¿ni te había ofrecido el proyecto y ya lo habías aceptado?- murmuró.

- Claro, en mi cabeza sí, porque me gusta trabajar con ellos, es como que no tengas límites para nada-
suspiró. – Pero, sin ofender porque probablemente suene raro o grosero, la diferencia entre tú y yo, no
sólo es una sino varias

- ¿Cuáles son?

- Digo dos puntos: primero, tú vas a tomar tu punto de partida a partir de lo que yo decida hacer con la
infraestructura, tú dependes de mí en un setenta por ciento, el treinta restante es donde se vuelve
negociable pero yo no dependo de ti. Segundo, tú no puedes ser parte de mi equipo en el caso que
decidiera tener un apoyo, pero yo sí puedo ser parte del tuyo; esas dos diferencias se resumen en un
desbalance… y, tercero, es un proyecto que nos va a tomar un año, año y medio si se cae el mundo- rio.
– Yo tengo los tres proyectos ya mencionados a mi cargo y tengo la asistencia con Volterra para la TO,
nos vamos a casar en abril, tiempo para el que sé que sólo Providence estará terminado, para mayo
estará Newport, y luego queda Malibú que va para octubre marzo del otro año, la TO poco a poco y para
terminarlo antes de la temporada alta, o sea abril, mayo a más tardar, dependiendo del movimiento que
tengan ellos, y, si tomo este proyecto, que son dos en uno y no son simplemente casas sino edificios que
no pueden ser ni parecidos al de Malibú ni similares entre sí, lo tiramos para marzo del dos mil dieciocho,
lo cual asegura trabajo hasta esa fecha pero también asegura estrés y todo lo que eso implica. Lo había
aceptado, pero quería consultarlo contigo, pues, sólo exponerte los casos… y no porque quiera que sólo
trabajes conmigo, sino porque quería saber qué pensabas al respecto

- Fuck- suspiró con arrepentimiento.

- Pues, quería preguntarte si te parecía conveniente que me hiciera cargo de lo que me ofrecen o si te
gustaría que fuera parte de tu equipo; básicamente a eso se reducía

- Yo sí te quiero en mi equipo, pero es decisión tuya si aceptas estar a cargo o no y si aceptas, encima de
eso, estar en mi equipo

- Si acepto estar en tu equipo, que también me gustaría mucho, tendría que recurrir a apoyo, que no me
molesta en lo absoluto…

- ¿Volterra?

- Pensaba más en Belinda, quizás y Nicole también para repartir la carga de trabajo, así me quedaría más
espacio para trabajar más de cerca contigo, ¿te gustaría eso?

- ¿De verdad harías eso?


- ¿Por qué no?

- Porque sé que no te gusta trabajar tanto en equipo

- No soy fanática, pero con Belinda ya he trabajado varias veces, y Nicole, entre Belinda y yo, no tiene
mayor opción más que la de no cuestionarnos y hacer lo que le decimos- rio. – Además, contigo sí me
gusta trabajar

- Por eso dije “tanto”- tosió entre un bostezo y un estiramiento de brazos y piernas al ver que Emma ya
tapaba el marcador y se ponía de pie para verlo desde arriba. - ¿Por qué no Volterra?

- Se reserva sólo para la otra costa, además, es una manera de no involucrarte con él por tanto tiempo

- De no ser por eso, ¿lo escogerías a él?

- Probablemente no- resopló, dándole la mano para ayudarle a ponerse de pie. – No le gustan los
edificios, se estresa demasiado

- Sólo no quiero que por mí hagas esas cosas, tampoco es como que no lo puedo ver ni en pintura… le
ha bajado la intensidad

- No lo hago por ti, lo hago por la salud mental de todos; ¿Volterra y dos edificios? Sálvese quien pueda-
Sophia rio. - ¿Le puedo tomar una fotografía al dibujo?

- Había dado por sentado que lo harías- sonrió. - ¿Me quieres de pie o acostada?
- Acuéstate- murmuró, yendo en dirección a su bolso para sacar su teléfono.

- Entonces, ¿qué será; serás parte de mi equipo?

- It would be a great honour- sonrió, subiéndose a la cama para terminar con aquello.

- ¿Vas a hacerte cargo del proyecto?

- Sí, y voy a ver con Belinda y Nicole, con Pennington y Clark también- sonrió, enfocando aquel boceto.
– Mmm…

- ¿Qué pasó?

- No logro que sólo salga el dibujo

- ¿Salen mis pezones?

- Y otras partes también- rio.

- Pues, si son para tu uso personal, ¿por qué no?

- ¿Es en serio?
- Confío en ti- sonrió, halando una almohada hasta colocársela bajo la cabeza. Más cómoda. – Puedes
tomarme todas las fotografías que quieras

- Parecería que quieres que te las tome

- Me gustaría más enseñártelo en vivo y en directo cada vez pero, si es algo que tú quieres, ¿por qué no?

- Creo que es una agradable oferta para cualquier otra persona que no sea yo- sonrió. – No te preocupes,
censuraré tus partes de las fotografías y luego me desharé de ellas, ¡puf! Como si nunca existieron.
Prefiero quitarte la ropa- sonrió, y arrojó el teléfono sobre la cama para arrodillarse sobre ella. –
Hablando de ropa…- se colocó exactamente con sus piernas entre las suyas y reposó su frente contra la
suya. Sophia cerró los ojos, así como si Emma tuviera la intención de regañarla. – No vas a incendiar mi
clóset, ¿verdad?

- No, eso implicaría incendiar mi ropa también- bromeó todavía con sus ojos cerrados, Emma sólo rio
nasalmente y dejó caer un poco más de su peso sobre ella. – Tengo una pregunta

- Mjm…- murmuró guturalmente mientras se encargaba de darle besos en su mejilla derecha, que el
trayecto estaba diseñado hacia sus labios.

- ¿Puedo acompañarte mañana?

- ¿A lo del vestido?

- Sí
- ¿Por qué no?

- ¿No es como que de mala suerte?

- No estoy segura porque eso sólo lo he escuchado cuando hay un vestido blanco implicado

- Y tú no eres ni virgen y el blanco no te gusta en los vestidos…

- Exacto- rio, y mordisqueó su quijada. – Mi vestido no sé si será negro…

- Phillip y yo tenemos cosas que hacer

- No quieren acompañarnos, eso es, ¿verdad?

- No, no es eso- resopló. – Aunque, si encuentro un vestido que me guste aquí, no veo por qué no
comprarlo, ¿no crees?

- Y, ¿en qué has pensado, mi amor? ¿Vas por la línea de la psicología del color o simplemente por la
estética?

- Esperaba que me ayudaras tú… porque quiero verme bien para ti

- Siempre te ves bien para mí- sonrió, llevando su nariz a la suya para rozarla contra ella.
- No, pero quiero verme especialmente bien

- Quiero verte cómoda y feliz, el vestido que pueda contribuir a eso es el acertado… porque me gustaría
verte sin ropa, aunque no sé qué tan apto para todo público eso sea- rio.

- Quiero que me quieras arrancar el vestido- susurró y, de manera inconsciente, abrió un poco más sus
piernas. – Quiero que me quieras hasta la desesperación

- Siempre me desespero por tenerte- besó su cuello y llevó su mano derecha a aquella entrepierna que
tanto quería su atención.

- Puedes tenerme donde quieras y cuando quieras, eso ya lo sabes- se ahogó ante la suave y superficial
caricia circular que los dedos de Emma hacían sobre sus labios mayores que, al ejercer un poco de
presión, llegaban a su clítoris. – En tu oficina, en tu escritorio para ser más específica…

- Si me acuerdo bien- susurró a su oído. – Ambas veces fueron porque tú querías

- ¿Qué te puedo decir? Tu oficina tiene algo que me pone mal- suspiró hacia adentro al Emma rozar
directamente su clítoris.

- ¿Arde todavía?

- Be gentle

*
- Hey…- murmuró con una sonrisa al salir al mismo balcón en el que había tenido la última plática con el
respetable Señor Matthew Blair, o, como Phillip solía llamarlo, “Mateo”. – Te estaba buscando

- ¿Para qué soy bueno?- sonrió, dejando salir el humo del cigarrillo por entre sus dientes. Era la pregunta
que siempre le hacía, y la respuesta era siempre la misma: una sonrisa y risa pulmonar, una sacudida
horizontal de cabeza y nunca una respuesta verbal. - ¿Estás segura que no quieres uno?- le mostró
nuevamente la cajetilla.

- Totalmente, gracias- sonrió, apoyándose de la baranda con sus manos.

- ¿Cuándo lo dejaste?

- Hace como un año

- ¿Por qué lo dejaste, por salud? O… ¿te levantaste un día y lo decidiste?

- No, no sé exactamente por qué lo dejé…al principio creí que era por el sabor de la comida…aunque
creo que sólo necesitaba la excusa para dejarlo. A veces me dan ganas de fumar, y de fumar una cajetilla
entera, de fumarme hasta el cartoncillo de la cajetilla- resopló.

- No sé si admirarte por tener fuerza de voluntad para no hacerlo o si preguntarte lo obvio

- ¿Qué sería lo obvio?

- ¿Por qué no lo has hecho?- Emma rio nasalmente y asintió dos veces, sí que era obvio.
- Las arrugas- respondió con una risa interna al acordarse de la verdadera razón.

- No has cambiado mucho- sonrió, acordándose de aquella vez que estaban sentados bajo el sol de
verano en la Plaza España mientras se comían un gelato con Andrea, su hermano menor y a quien Emma
solía cuidar, que Emma se cubría el rostro del sol con la capucha de su sudadera entre aquel calor, todo
porque no quería acelerar las arrugas que empezaban a ahondársele. Emma no respondió, sólo vio sus
uñas, algo que solía hacer en un momento de incomodidad total. – Entonces… te casaste- asintió en
silencio y con pausas alargadas de por medio. – Nunca creí que cambiarías de parecer…- Emma lo volvió
a ver con una mirada escéptica pero desconcertada. – Me acuerdo cuando me dijiste que nunca te
casarías porque no creías en el matrimonio, ¿no te acuerdas tú?

- Parco di Colle Oppio- murmuró, acordándose de aquella noche en la que, muy ebria, de las pocas veces
que se había embriagado como estudiante en Roma, había estallado en lo que ahora Natasha le había
enseñado a nombrar como: “C2H6O” y no simplemente “alcohol”, pues la fórmula química ya decía
mucho de la seriedad del asunto. – Después del final de Scienza delle Costruzioni- añadió.

Se vio de pie sobre aquel césped verde perfecto, que tenía una botella de Grey Goose en la mano
izquierda, la cual sostenía sin la menor pizca de etiqueta al tomarla por el tallo y con el puño y por estarla
bebiendo directamente de la boquilla, y, en la mano derecha, la mitad del cigarrillo que fumaba sin
piedad al darle la espalda al iluminado Coliseo y darle la frustrada y enfurecida frente a Luca, quien
estaba tendido sobre el césped y la veía como si fuera su entretenimiento personal, que quizás era la
combinación de aquella desinhibición y la Topvar que Franco le había traído a Emma de Bratislava pero
que ella se la había regalado a él porque ella no bebía cerveza. Después de mucho Prosecco de mala
calidad, de calidad de estudiante de segundo semestre, que la mitad de aquella bebida había sido
absorbida por su cabello, por su camisa a cuadros y por sus típicos Converse blancos, después de muchos
cigarrillos y la fiesta en la que había gozado como nunca en su vida, algo de lo que ya se sentía culpable,
había terminado en el parque con Luca porque él no se acordaba dónde había dejado su auto; así de
tóxico había sido aquello. Estaba en algo a lo que Luca le llamaba “trance”, pues, con el Coliseo iluminado
y la transición de noche al amanecer, Emma se había desinhibido en la molestia del matrimonio fallido
de sus papás y de las mentiras que rodeaban hasta el divorcio porque cada parte se protegía de la
contraria pero también la protegían. ¿Cómo creer en algo que no podía funcionar con normalidad, como
algo que funcionara como un negocio? ¿Cómo creer en algo en lo que había visto ser disfuncional en
todo sentido? ¿Cómo seguir los mismos pasos de sus papás?

- Pero una Emma de dieciocho-diecinueve años no es la misma de hoy- sonrió él, viéndola como con
nostalgia. – Sabes… a Sophia nunca la conocí por más que nuestros papás fueran amigos- suspiró. – No
es ni tema de conversación cuando Camilla llega a almorzar o a cenar a casa de mis papás… y tampoco
sabía que era… bueno, tú sabes- sonrió avergonzado por el término que parecía no poder verbalizar. –
Nunca imaginé que preferías a las rubias- la molestó con un codazo suave. – Tiene la personalidad de
Donatella Torri, eso sí lo sabes, ¿verdad?

- ¿De la que nos daba Física I, II y III?- rio.

- The one and only. Me acuerdo cómo te gustaba ir a esas clases, y eso que eran a las ocho de la mañana
los lunes

- Sí, las clases a las que no llegabas y, si llegabas, era como una hora tarde

- Y quizás por eso me tardé tanto en terminar la carrera- rio.

- Tampoco te urgía terminarla- sonrió.

- A ti tampoco, pero hiciste cuatro años y medio en tres, con laboratorios, semestre fuera y prácticas

- Y ahora dura tres- resopló. – Irónico

- Lo harías en dos años, quizás

- Pero no me dejarían tomar Física II al mismo tiempo de la I- rio. – Ya Santonelli no es el decano y mi


papá no puede enamorarlo con una sesión de Whisky, golf y un excelente servicio de te…- lanzó la
carcajada antes de terminar aquella expresión tan de ellos, tan vulgar y tan ordinaria, tan obscena. Y
luego vino el silencio. Además, había sido el semestre en Bratislava el que le había ayudado a sacar todas
las materias que no se llevaban en la Sapienza hasta el tercer año, o sea “Elementi di restauro”, “Scienza
delle Costruzioni”, “Progettazione urbanistica II” e “Processo edilizio e tecnologie realizzative”, clases
que tuvo que tomar porque sí pero que sólo iba por firmar la asistencia, pues, el examen, lo tendría por
pan comido.

- Pav…- murmuró, colocando su mano sobre su hombro desnudo mientras hacía desaparecer la colilla
del cigarrillo. – Sé que las condolencias no te van bien, pero siento mucho lo del Doctor- dijo, refiriéndose
a Franco como si en realidad lo lamentara a pesar de que no. “Doctor”, buen apodo aunque no era más
que su título. – Quise llamar… pero supuse que no querías que te lloviera sobre mojado

- No fue nada

- La intención es la que cuenta- sonrió comprimidamente como si quisiera sacudirse esa mala pasada de
las manos. - Es que no sabía cómo contactarte, y, si lo hacía, no sabía qué te diría

- ¿No sabías cómo contactarme?- resopló, apoyándose con ambas manos de la baranda y dejando caer
su rostro hacia el suelo.

- No encontré la manera, no se me ocurrió nada

- Sabes- sacudió su cabeza. – Hablo con tu papá, por lo menos, dos veces al año: para su cumpleaños el
veinte de julio y para Navidad. Hablo con tu hermano para su cumpleaños el nueve de agosto y para
Navidad, que, para Navidad, es la misma llamada para los dos porque llamo a tu casa, casa en la que sé
que sigues viviendo porque siempre le pregunto a tu papá cómo estás, porque por eso es que, año con
año, no hay tarjeta de Año Nuevo que no falte, así como solíamos dárnoslas cuando estábamos en la
Universidad. Te felicito para tu cumpleaños, el nueve de noviembre, porque nunca se me olvida que es
un día después de mi cumpleaños, porque nunca se me va a olvidar la confusión del “9/11”- resopló. –
Para ti es tu cumpleaños, para los habitantes de esta ciudad, y de éste país, es otra cosa porque leen
raro la fecha. Te felicito por e-mail, así te he felicitado desde que me acuerdo, desde que se lo pedí a tu
papá. Pero, después de todo, supongo que la intención cuenta todavía más- sonrió, y, por primera vez,
Emma supo lo que era el verdadero resentimiento.
- Estaba enojado, lo siento- se disculpó sinceramente, con toda la sinceridad que podía tener en su
confundida cabeza. – Y aquí estoy- sonrió, intentando buscar su mirada. – El día de tu Apocalipsis, por
así decirlo- resopló.

- No, el Apocalipsis ya pasó… y no estabas ahí- lo volvió a ver con comprensión a pesar de la falta que le
había hecho en ese momento.

- Sabes, me enteré muy tarde de que te habías venido a trabajar aquí- suspiró. – Mi papá me lo contó
como una cosa más, ni siquiera me lo contó sino me lo comentó. Todo fue tan… de repente- frunció su
ceño. – Y fui a tu casa pero nadie me abrió, supuse que tu mamá estaría trabajando, y la busqué en el
Vaticano

- Sí, me lo dijo

- Me dijo que no estabas bien, que habías tenido un problemita y que la pasantía con Alec te había caído
como del cielo… me insinuó que necesitabas espacio, de tiempo y de espacio físico, por eso no te busqué
más, más porque me dijo que sólo era por unos meses y que regresarías porque estabas pensando en
hacer los exámenes en Milán, los últimos tres que te faltaban, y luego volverías a la Sapienza a estudiar
el Magistrale en Arquitectura del Paisaje… te esperé y te quedaste aquí, ¿por qué no regresaste?

- ¿Para qué iba a regresar?- se encogió entre sus pecosos hombros. – No tenía nada que me atara más
que del cuello para ahorcarme

- ¿Qué hay de tu mamá?

- Fue hora de crecer- sonrió. – Y aquí, por lo menos, hacía lo que me gustaba… y estaba lejos de lo que
no me gustaba
- Y has crecido bien, Pav- la abrazó con su brazo, así como solía hacerlo cuando eran amigos. - ¿Estás
bien?

- Mejor que nunca- apoyó su sien sobre el hombro de aquel hombre del que ya era de su estatura. –
Gracias por venir… bonita sorpresa

- Siento mucho que me haya tomado demasiado tiempo

- Mejor tarde que nunca

- Y siento mucho no haber estado para ti por algo que hasta hoy no entendí

- ¿Qué se supone que significa eso?- resopló.

- Cuando me dijiste lo que me dijiste- dijo, refiriéndose a cuando Emma lo había detenido sin previo aviso
al él, literalmente, confesarle su amor. – No entendí por qué… y me enojó lo que me dijiste, fue como la
respuesta más famosa para evadir a alguien, es el típico “no eres tú, soy yo”, pero realmente no sabía
de qué hablabas, creí que era por Ferrazzano- el Marco que no era su hermano. – Que era porque, no
sé, que todavía pensabas en él, y me enojaba no saber por qué él era mejor que yo, qué tenía él para
tener tu atención, qué tenía él que no tenía yo- rio nasalmente y sacudió su cabeza. - Sólo habría querido
que me lo dijeras- rio. – Me tomó un poco mal parado esto de Sophia y tú

- Lo de Ferrazzano es un poco tabú en mi vida- suspiró. – Y, te lo dije en esa ocasión, que eras un buen
hombre, que eras muy bueno, y que te quería muchísimo… pero que yo no era para ti, que eso no iba a
funcionar por mí

- Por eso, habría sido más fácil que me dijeras “por qué” y no sólo que no eras para mí… toda mi
frustración no habría sucedido y tú y yo no habríamos tenido ningún problema
- Yo no tengo ningún problema contigo- rio. – Sólo te resiento la omisión, pero aquí estás… entonces se
compensa

- ¿Por qué no me dijiste que no era yo el problema sino los hombres en general?

- Porque no son un problema- rio. – No tengo ningún problema con tu género, tengo problema con la
gente en general

- Pero estás con una mujer, algo tiene que carecer un hombre… que no sea longitud porque está difícil
que con una mujer lo logres- bromeó, aunque, si de longitud se trataba, Sophia le daba los orgasmos
más largos que podía experimentar, y eso ya era longitud.

- Pero no porque tenga un problema con el género contrario- rio de nuevo. – Ni porque tengan… pues…
pene pequeño, tú sabes- dijo como si no hablaran de nada extraño.

- ¿Sigues llamando las cosas por sus nombres?

- La mayor parte del tiempo, sí- se encogió entre sus hombros.

- Bueno, llamemos las cosas alla Pavlovic y preguntemos las cosas como son: ¿por qué no me dijiste que
eras lesbiana?

- ¿Porque no lo sabía?- resopló.

- Vamos, Pav, ¿a los veintitantos y no sabías? Eso ni Ricky Martin se lo cree


- Me gustan los hombres

- Pero de lejos- completó su idea.

- Exacto- asintió. – Esto es lo más cerca que un hombre logra conmigo desde hace ya un buen tiempo-
dijo, refiriéndose al semiabrazo que recibía.

- ¿Y mujeres?

- Sólo Sophia

- ¿Qué te da Sophia?

- Lo que necesito; ella me entiende a un nivel que ni siquiera yo me entiendo- sonrió para sí misma.

- Sabes, creo que nunca te vi tan feliz como cuando te estaban sacando del mercado- dijo entre su
metáfora. – Me alegro que exista ese alguien que pueda conocerte sin conocerte y que pueda
comprenderte sin conocerte- le dio un beso en su frente y la dejó de abrazar. – Realmente te deseo lo
mejor

- Gracias

- No hay de qué- resopló. – Pero, a lo que viniste… mejor dicho, ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar
adentro con Sophia y tus amigos? Esos amigos que se ven a distancia de brazo pero que te conocen más
que yo
- Debería, pero la vejiga de una mujer también tiene sus manías- sonrió. – Y no digas eso de mis amigos,
que tú también puedes conocerme… conocerme de nuevo, así como yo a ti, porque no sé quién eres

- Luca Perlotta, socio en “Perlotta e Trentini”… sólo Arquitecto, soltero, vivo con mis papás todavía… y
me gusta beber Topvar porque me acuerda a una de las personas que marcó mis vida, me gusta sentarme
en las escaleras de la Plaza España mientras me como un gelato; due limone, y veo cómo los turistas
arrojan sus monedas a la fuente, me detengo a ver las vitrinas de Dolce & Gabbana y sonrío ante el
suspiro o el gruñido que saldría de la persona que se vería contra el reflejo de la vitrina para saber cómo
se le vería tal blusa o tal falda, no me gusta el café porque me gusta el té de durazno y vainilla, y suelo
reírme cuando estoy pidiendo el scontrino y escucho a los turistas decir “un café”, porque sólo me
acuerdo de cuando tú, un tanto ebria, hiciste la aclaración de que “un café” no significaba nada más que
una aberración de la traducción, porque en Italia no existe simplemente “un café”, porque eso es agua
sucia, como la que beben aquí, porque en Italia se pide el café como es: “un latte”, “un espresso”. Y me
enoja cuando la Roma le gana a la Lazio, pero me da risa cuando escucho a los hinchas cantar el himno
de la Roma… y no Alfa Romeo que no vea con nostalgia, o Martini al que no le saque la aceituna, o vez
que llame “Fumicio” al “Fiumicino”, o canción de Laura Pausini que no me haga recordar a una poseída
mujer que cantaba cada canción con los pulmones en las manos y el corazón en la boca; en especial
“Strani Amori”, “La Solitudine”, “La Mia Banda Suona Il Rock” e “Le Cose Che Vivi”… pero, aparte de eso,
tú sabes: cenas románticas, trabajo comunitario y largos paseos por la playa- dijo con tono de moderador
de Concurso de Belleza. – Ah, y no puedo evitar decir que Nek canta “Almeno Travolta” gracias a ti-
ambos se carcajearon como solían hacerlo.

- No he cambiado mucho

- Ahora eres Arquitecta Emma Pavlovic, ya no simplemente “Pav” o “Pavlovicini”- resopló, que el
segundo era cómo le canturreaba él desde la puerta de su casa para que supiera que ya había llegado
por ella. “Pavló-vi-cinii”. – Socia en “Volterra-Pavlovic” porque ni Flavio Pensabene pudo contigo, ni
siquiera muerto- bromeó. – Tienes un aura que te resume a la música que ponían en “Black Label”; muy
chic, elegante y pulcra, lounge, subida en agujas de metal, uñas y bronceado perfecto, cabello de envidia,
sonrisa asesina, futones blancos y luces verdes, violetas y azules, una blanca entre ellas para poder verte
con precisión: diva- Emma no supo qué hacer más que carcajearse. – Inalcanzable para todo pobre
mortal espectador que vea la suavidad con la que te mueves, porque flotas, y pareciera que, quien te
está haciendo reír, no te saca una risa de medio-risa, sino que sólo genera más intriga porque lo seduce.
Pero quien te hace reír es una mujer, que cualquiera pensaría que es tu mejor amiga por la cercanía
física, pero es por la iluminación que no se distingue la cercanía visual, y es entonces cuando ambas se
convierten en la pesadilla de las fantasías y los desvaríos que son inevitables abrazar por mayor intento
de racionalización

- ¿Estás seguro que fumabas tabaco y no lo que estaban fumando en casa de Giuliana?- rio, acordándose
de aquella nube densa que le había afectado hasta a ella y que era por esa vez que había descubierto
que podía alojar seis quesoburguesas del McDonald’s en su estómago, eso más la bebida más grande,
que debía ser agua con gas, y el respectivo McFlurry, ah, y las papatinas enormes.

- Una vez vi una mujer así en un Lounge en Londres, y ahora te veo a ti en esa posición- sonrió. – Con la
diferencia de que sé que no eres fanática de los clubes y de que te veo completa y no vacía como a
aquella mujer, y te veo feliz, esa risa de risa llena y sonrisa, y casada- sonrió de nuevo. – Como sea, Pav-
sacudió su cabeza. – Si quieres intentar tener una amistad, porque eso es lo que puedes darme,
considérame presente y, por efecto inmediato, con llamadas para el cumpleaños y para Navidad la
tarjeta

- Tienes que conocerme de nuevo, saber que hay cosas a las que les doy más importancia y a otras a las
que no, que tengo otras costumbres y otro modus operandi

- Suena justo- sonrió. – Ahora, dime que, entre todas las mujeres accesibles y proporcionales a mi edad
que están en ese salón, hay por lo menos una soltera

- ¿Irene?- rio. – La hermana de Sophia

- No soy tu amigo ese que anda buscando en las incubadoras de Maternidad a su futura novia- rio.

- Entonces no, no hay solteras creo yo

- Con Irene será


- Bien- asintió y despegó sus manos de la baranda. – Por cierto, grandísimo sucio y pervertido- rio como
si le divirtiera llamarlo así. – No creas que no me di cuenta cómo estabas maquinando una película
pornográfica en tu cabeza cuando nos estaban molestando- le dio un golpe con el dorso de su mano y,
con una sonrisa, entró al espacio cerrado y ventilado.

- Me tomaron por sorpresa, no había modificado mis ajustes de Software, no pude evitarlo, perdón- se
encogió entre sus hombros.

- Descarado- rio con su abdomen y sacudió su cabeza.

- Dejaría de ser yo si no fuera tan descarado

- Eres el descaro con piernas

- Y otras cosas más

- ¡Ah!- gruñó con asco. – Por favor, dejemos a tu pene fuera de la conversación

- ¿Ves cómo sigues siendo tú la sucia?- rio, dándole el típico codazo.

- ¿Yo?- resopló con cinismo divertido y no tuvo que sacudir la cabeza para obtener la reverencia de su
amigo.

- Entonces… Señora Pavlovic, ¿qué puede decir en su defensa?


- Tengo personalidades múltiples

- Pav- suspiró graciosamente. – Ni me digas que estallo en lo que no te gustaría

- Nada que ver- frunció su ceño. – No he tenido nada con Sophia todavía

- ¿Te casaste con alguien con quien nunca has…?- se plantó a medio pasillo.

- En realidad, aparte de que fui al baño, salí a avisarte que la comida ya estaba por ser servida- resopló,
dándole unas palmadas cariñosas en su hombro izquierdo.

- Pav, yo te conté de cuando la mujer de inglés me violó- y aquel recuerdo voló por la memoria de Emma,
provocándole una risa al abrir la puerta ese día por la noche, noche en la que Elizabeth Arthur, la que
impartía el curso de inglés para no-tan-de-nivel-medio durante el primer año, había, literalmente,
ordeñado al joven en cuestión.

- Materia que aprobaste porque dejaste que te violara a su gusto todo el segundo semestre- rio. Materia
que Emma no tuvo que llevar nunca durante toda la carrera a pesar de que sí hacía exámenes.

- Y así me enseñó a hablar inglés

- Y así hablo yo un poco más de griego- murmuró mientras abría la puerta y lo dejaba en estado de
potencial explosión masculina al saberlo cierto. Así eran varias de las pláticas que tenían cuando jóvenes;
graciosas, de insinuaciones, bastante sexuales sólo por hobby, por ser inmaduros o porque el tema les
gustaba. Todos sabemos cómo es eso.
Capítulo XIV
- ¡Emma, Tesoro!- gritó burlonamente al abrir la puerta de par en par. A Emma se le fueron los colores
luego de que los colores del arcoíris le pasaran por su cara, no por miedo sino por vergüenza.

- Arquitecta, perdón- se escabulló Gaby entre los brazos extendidos de aquel hombre que simulaba
algún tipo de grandeza bíblica con ellos.

- Señora der Bosse- sonrió Emma avergonzada. - ¿Me disculpa un momento?

- Claro- dijo con las huellas de aquel sobresalto.

- Si gusta, puede hojear los portafolios para encontrar un estilo que se acerque a lo que le interesa-
sonrió de nuevo, abriéndole las dos carpetas rojas. Ella sólo asintió mientras veía su reloj, algo que, en
el mundo de Emma, no era nada bueno. Emma se puso de pie y, con un sobresalto vuelto perfecto
enojo, no enojo de verlo sino enojo por esa entrada de campeonato, como si se tratara de Pedro por
su casa luego de la Guerra caminó hacia él. – Tú- gruñó, y lo tomó del brazo para sacarlo de su espacio
laboral y cerrar la puerta tras ella. - ¿Qué demonios haces aquí?

- Tesoro- sonrió grandiosamente. - ¿Cómo estás?- la tomó de las manos y estuvo a punto de besarlas,
pero Emma jamás, ¡jamás!, se dejaría besar por él, por esa cosa.

- De pie- espetó. - ¿Qué buscas aquí, David?

- Arquitecta, ¿quisiera que llame a Seguridad?- preguntó Gaby en una pequeña vocecita de no saber
si hacía lo correcto o no, no por Emma sino por él, pues nunca le cayó bien y nunca la había tratado
bien, más que todo porque siempre se refirió a ella como La Secretaria: “Secretaria, comunícame con
Emma.”
- Gabriela- espetó él, y ambas, Gaby y Emma, espetaron un “Gabrielle” en sus mentes. – Sólo será un
minuto

- Mi paciencia está a punto de terminarse, David. Así que te pregunto de nuevo…- dijo entre un suspiro.

- Ya sé, ya sé- la interrumpió, y cómo odiaba eso Emma. – “Qué hago aquí”- murmuró como para sí
mismo. – Sólo vine a avisarte, personalmente, que estoy muy alegre que estaremos trabajando juntos
de nuevo- Emma sólo respiro hondo, con una pesadez que tenía nombre: “Volterra”. – Pues, en el
mismo aire, al menos- sonrió. - ¿No me das un abrazo de bienvenida?

- Escúchame bien- se acercó a su rostro con furia. – Aquí las cosas ya no funcionan como cuando te
fuiste, aquí las cosas funcionan como yo digo. Aquí la que manda soy yo, así que no me interesa cómo
es tu contrato pero date por informado que, con la primera cagada, por más mínima que sea, conmigo,
con algún proyecto o con cualquiera en el Estudio, no voy a dudar ni un segundo en sacarte de nuevo,
¿me entendiste?

- Capisco, preciosa- sonrió. – Allora, ¿qué dices si, cuando termines con tu cliente, vienes conmigo a
celebrar con unas copas?

- Y la cagada cuenta en mi vida fuera del trabajo también

- Sabes que no puedes despedirme por una cuestión personal; ya dos veces sería abusar

- No cuando es sexual harrassment, porque la segunda ya sería más difícil de sacudir- sonrió, y David
se dio por enterado que no estaba jugando. – Además, será mi palabra contra la tuya, así que ten
cuidado- él levantó las manos para librarse de una anticipada culpa.
- En ese caso, Arquitecta Pavlovic, la veré el lunes a primera hora, ¿verdad?- sonrió, que intentó ser el
altanero de siempre, pero hoy ya no tenía cómo escudarse en nadie, ni siquiera en Bellano porque ya
no estaba.

- Gaby, que el Ingeniero Segrate vea la salida del edificio hasta el lunes por la mañana- dijo suavemente
sin quitarle la mirada desafiante de la suya.

- Ingeniero- dijo Gaby. – ¿Sería tan amable de acompañarme?

- Con todo gusto, Gabriela- asintió de esa manera que era evidente para el agrado de Emma y él y sus
protuberantes entradas de denso cabello negro, cabello al que Emma alguna vez lo vio parecido al
cabello de un Ken que alguna vez tuvo su hermana, le dieron la espalda y se alejaron por el pasillo.

- Disculpe la molestia, Señora der Bosse- se disculpó sinceramente ante la mujer de cabello rubio-
blancuzco y de ojos penetrantemente celestes, más que los de Sophia, y se asustó al ver que no había
tocado ningún portafolio y la esperaba con mirada tensa, espalda rígida y pierna cruzada sobre la cual
reposaban sus manos. - ¿Encontró algo que le guste? – ella sólo frunció sus labios por el lado izquierdo
y empujó sus perfectas gafas Tiffany.

- ¿Su… novio?- preguntó con un poco de indiferencia, pero fue la pregunta la que le pareció extraña a
Emma.

- Compañero de trabajo- sonrió, volviendo a la hoja de apuntes en donde tenía únicamente el nombre
de aquella mujer en tinta azul de su pluma fuente: “Victoria Genevieve der Bosse”, y el tipo de vivienda
a remodelar y ambientar: “Condo”. Ni dirección, ni número de habitaciones, ni presupuesto, sólo a esa
mujer que, de ponerle un sombrero, podría pasar por Victoria, Duchess of Whatever-the-place-would-
be.
- ¿Su novio?- repitió, y Emma entendió que la respuesta que le había dado no era adecuada para lo
que quería saber.

- No- sonrió con paciencia, y la mirada de aquella rígida mujer, tres niveles más que Katherine y con,
quizás, cien millones de razones más, se dirigió a las manos de Emma. – Tampoco es mi prometido- y
qué le importa, resopló.

- Tampoco está casada- ¿a dónde va esto?

- No- sacudió sus dedos para reafirmarle aquello.

- ¿Más o menos cuánto se tarda en entregar su trabajo?

- Bueno, eso dependerá de los ajustes que se acuerden para la remodelación, que es lo más tardado.
La parte de ambientación y decor toma más o menos diez días si invadimos

- ¿Un estimado?

- ¿La remodelación incluye derribar una que otra pared?

- Quizás

- ¿La cocina y/o los baños deben ser modificados?


- Sí

- En escala del uno al diez, siendo diez bastante, ¿qué tanto considera usted que se tenga que
remodelar?

- Siete

- Dependiendo de su presupuesto, mínimo seis semanas- sonrió con la seguridad que necesitaba
aquella mujer.

- ¿Por qué debería escogerla a usted y no a los de Bergman?- sonrió de regreso.

- Señora der Bosse- suspiró Emma con una disimulada impaciencia. – Yo no le voy a decir que soy su
mejor opción por dos razones- y se ahorró el “y digo dos puntos”. – La primera es que no conozco a
los Ambientadores de Bergman, la competencia no es algo que me apasiona, ni para saber quiénes son
y para saber cómo superarlos, ni para boicotearlos; prefiero jugar limpio y bajo mi propio estilo y mis
principios. La segunda es que no puedo darle una opinión acertada cuando no sé si su Condo es parte
de una casa, tipo Townhouse, o si es parte de un edificio como un apartamento, penthouse o no.
Tampoco sé qué estilo le gustaría para su comodidad, y no sé si puedo darle lo que quiere con el
presupuesto que tenga- sonrió.

- Piso treinta y ocho y treinta y nueve del 515- dijo con una mirada más relajada y suave.

- Lenox Hill, ¿cierto?- destapó su pluma fuente y empezó a anotar todas las especificaciones.

- Cinco habitaciones, cuatro punto cinco baños, sala de estar, comedor, cocina, cuarto de lavandería y
Servidumbre- asintió.
- ¿Chimenea?

- ¿Quiero o tiene?

- ¿Tiene?

- No

- ¿Quiere?

- No estaría mal- sonrió, y Emma, con la misma sonrisa, asintió mientras apuntaba aquello en la página
del lado derecho, en donde se apuntaban los deseos del cliente, pues, en la de la izquierda, eran datos
generales.

- ¿Más o menos cuántos metros cuadrados?

- Doscientos cincuenta, quizás

- ¿Algo en especial que quiera que se cotice con anterioridad?

- No tengo prisa- suspiró, sumergiendo su mano en su impecable Birkin Bag negra para sacar una
memoria USB. – Aquí están los planos y fotografías de cómo era mi Condominio anterior
- ¿Le gustaría algo similar a su Condominio anterior?

- Estoy abierta a estilos nuevos, pero los colores me gustaría preservarlos

- Entiendo- sonrió y elevó la mirada al terminar de apuntar aquello. - ¿Cambio de piso, alfombrado,
cambio de azulejo, cambio de superficies, cambio de escaleras?

- Me gustaría quitar todas las molduras, me gustan las paredes lisas

- Señora der Bosse, tendré que darle un vistazo a las cláusulas del contrato de compra o arrendamiento
del Condominio, pues, usted entenderá que se tiene que jugar bajo las reglas de la administración de
cada edificio, más cuando es arrendado

- Mi esposo es el dueño del Condominio, pero supongo que puedo darle una copia del anexo de
mantenimiento

- Eso será más que suficiente

- ¿Eso significa que sí hará la remodelación?

- Yo le puedo decir que sí, pero no sé si usted quiera adquirir mis servicios

- Si es por el precio no se preocupe- murmuró, volviendo a ver su reloj con un poco de impaciencia.
- ¿Quisiera una cotización antes de establecer los parámetros del contrato por el proyecto?

- ¿Hay variaciones de precio?

- Sí

- ¿Es primera vez que busca a un ambientador, verdad?

- Unos amigos nos dieron el contacto de ustedes y nos dijeron que habían trabajado muy bien y muy
rápido, mi esposo sólo sabía de Bergman y, como somos nuevos en la ciudad, mejor buscar una
segunda opinión también

- ¿De dónde viene, Señora der Bosse?- le preguntó con amabilidad mientras insertaba la memoria USB
en su iMac.

- Chicago, a mi esposo lo van a transferir en unos meses. Trabajará en éste edificio

- Ah, ¿General Electric?

- Sí

- Me imagino que no es primera vez que viene a la ciudad


- No como turista

- ¿Le gusta para vivir?

- Es igual de ajetreado que Chicago sólo que con menos viento- sonrió.

- Nunca he estado en Chicago- suspiró, volviéndose a la pantalla para copiar los archivos a una carpeta
roja. Pero estoy al tanto del vibrador gigante llamado “Cloud Gate”, pervertidos.

- ¿Tiene mucho tiempo viviendo aquí?

- Mmm… un poco más de seis años

- Pero usted no es de por aquí, ¿verdad? – Emma sacudió su cabeza con una sonrisa. - ¿Inglesa?

- Italiana- resopló.

- Ah, disculpe, es que el acento

- Fue el acento que aprendí de pequeña- sonrió. – Señora der Bosse- le alcanzó la memoria USB. – Yo
no pretendo aprovecharme de usted y no sé si tiene más opciones o si buscará más opciones, o si
tomará en cuenta a Bergman también. Le recomiendo que vayamos por partes hasta que sepa con
seguridad si quiere que le haga el trabajo; primero una cotización junto con uno o varios diseños
preliminares, luego las modificaciones, luego la remodelación y, por último, la ambientación

- ¿Y qué necesitaría para la cotización?

- Tomar medidas extras, que me diga lo que quiere y cómo lo quiere, qué pared quiere que derribemos,
etc.

- ¿Cuándo tiene tiempo?

- ¿Le parece bien lunes o martes?- sonrió, alcanzando el teléfono para llamar a Gaby.

- Estaré fuera de Manhattan, regreso el veintitrés. El veinticuatro estaría bien si es por la mañana

- Gaby, ¿qué tengo a partir del veintitrés de este mes?...- vio la hora en su reloj y sólo supo sonreír. -
¿Y por la mañana?...- y cubrió el teléfono con su mano. - ¿Le parece bien a las nueve de la mañana el
viernes veinticuatro?- le preguntó a la Señora der Bosse, quien asintió. – Gaby anótame a la Señora
der Bosse a esa hora, por favor. Gracias- y colgó. – Para ese entonces ya habré visto los planos y tendré
una que otra idea de lo que usted quiere, una vez vea el espacio físico será más fácil, supongo

- ¿Cómo le entrego el anexo del contrato?

- Si gusta puede enviármelo de manera digital a mi correo electrónico o tenerlo físico - dijo,
alcanzándole una tarjeta de presentación. – O, si gusta me hace saber, por correo electrónico o por
teléfono, en dónde dejará la copia para que la recojan de aquí del Estudio
- Entonces…- murmuró mientras leía aquella tarjeta. - ¿El viernes veinticuatro a las nueve en el
Condominio? – preguntó, poniéndose de pie y llevando su bolso a su brazo.

- ¿Le gustaría que le acordáramos con anterioridad? - dijo luego de asentir mientras se ponía de pie.

- Estaría muy bien

- ¿Con dos días de anticipación estaría bien?

- Estaría perfecto- sonrió.

- Cualquier cosa que necesite, o que se le ocurra, por favor, no dude en llamarme o en escribirme

- Muchas gracias, Arquitecta- le tendió la mano y Emma, con una sonrisa, se la estrechó como si le
hubiera acordado un poco a su mamá.

- Lo que sea que necesite- dijo con ese gesto que era demasiado de Emma, ese aplanamiento de aire
con sus manos mientras sostenía la pluma fuente entre su pulgar y su índice derecho. La encaminó
hacia la salida y le abrió la puerta. – Por cierto, Señora der Bosse, ¿puedo saber quién la refirió?

- Los Hatcher tienen una casa muy bonita- sonrió y siguió su camino, Emma sólo supo sonreír y se
aplaudió mentalmente. Claro que tenían una casa hermosa, ¿quién la había diseñado? ¿Quién sino
ella?

- Qué tenga un buen día- le dijo a aquella espalda con hombreras que cada vez se alejaba más por el
pasillo, que parecía estar desfilando por una pasarela infinita. Bajó su cabeza y, con la misma pensativa
sonrisa, cerró la puerta de madera y se dirigió a su escritorio, o esa intención tuvo, pues se quedó de
pie mientras veía el diluvio inundar su pereza.

- Arquitecta- la llamó Gaby al Emma no atender al llamado a la puerta. - ¿Arquitecta?- se acercó


lentamente hacia donde estaba frente a la ventana, y lo hizo con cautela, pues creyó que estaba
enojada. – Arquitecta, ¿está bien?- le tocó el hombro y sintió cómo reaccionaba aquella mujer.

- Gaby- sacudió su cabeza mientras pestañeaba de esa manera que delataba su viaje al remoto vacío
y, para la sorpresa de Gaby, Emma la abrazó por sus hombros, como si fueran amigas de toda la vida.
– Tuve un lapso de perdición- resopló, no sabiendo exactamente por qué le explicaba eso. - ¿Me decías
algo?

- Sólo quería disculparme de nuevo por la interrupción del Ingeniero- dijo sonrojada. Emma entendió
que era por el abrazo,WTF, y, con la sonrisa de “no te preocupes” junto con una sacudida de cabeza,
puso el abrazo incómodo en el pasado.

- ¿Sophia ya salió?

- Sigue en reunión- Emma frunció sus labios y respiró muy hondo, estaba aburrida.

- Necesito que imprimas lo que hay en la carpeta roja, dos copias - dijo, idiotizada nuevamente por la
vista.

- ¿Algo más?

- Dile a Volterra que quiero hablar con él, ya sea que él venga a mi oficina o que yo vaya a la suya- Gaby
asintió como si tomara nota mental. – Necesito que, en el momento en el que Sophia salga de esa sala,
a lo que sea, que la interceptes y le preguntes si tiene ganas de cocinar, por favor. Y, por favor, un poco
de agua- Gaby asintió una última vez y, en silencio, se retiró junto con la mirada acosadora de Emma,
que sólo sonreía ante la satisfacción de que Gaby tuviera buen gusto para comprar un tacón. Tomó el
teléfono y, sin llevarlo a su oreja, marcó el número tres para luego dejarse caer en su silla mientras
llevaba el teléfono a su oreja. Y esperó un tono, dos, tres. Cuatro.

- ¡Aló!- jadeó Natasha del otro lado.

- Oh, do please tell me I didn’t interrupt any procreation process- resopló un tanto sonrojada, pues
aquel jadeo era tan familiar y conocido desde que supo cómo era que Phillip y Natasha buscaban
preservar la especie a pesar de que no la preservaran en ese momento.

- Estoy con Thomas- gruñó, y se escuchó cómo pujaba y dejaba caer algo pesado sobre el suelo. - Fuck-
suspiró, todavía agitada. – What’s up?

- Besides from the ceiling…- resopló. - ¿En qué andas?

- Ando en Reebok- bromeó. – Estoy haciendo lo que Jõao llama “brazilian butt lift”… un tipo de cardio
que me dio risa todo el tiempo porque era de sacar y meter el culo y, ahora, básicamente levantar
pesas con el culo- rio.

- ¿No será con las piernas?

- Con los muslos, casi culo, es lo mismo- inhaló la típica congestión nasal que la atacaba cuando sudaba
más de lo que se catalogaba como “sexy”. – Estoy por terminar

- ¿Thomas está haciendo lo mismo?


- No- tosió sin aire. – Está intentando conquistar a la tercera candidata en la banda sin fin- resopló. –
Esta sí le ha hecho caso, ahí lo tiene hablando de lo mucho que le gusta Bruno Mars

- Y me imagino que a Thomas le encanta y ya están planeando ir a verlo en concierto y todo eso

- Y te imaginas bien, seguramente al rato se le pasa la mano y le dan la tercera bofetada metafórica de
la tarde

- Pobre, dile que digo yo que le doy un diez por esfuerzo y perseverancia, pero que está más que claro
que no está buscando en el lugar adecuado

- Déjalo soñar- resopló, sentándose contra la pared mientras abría una botella de Vitamin Water
Revive. Viva el potasio. – Dice que si Phillip pudo conmigo, y cito textualmente lo que piensa de mí:
“una mujer con complejo de mírame y ni se te ocurra mirarme más, mucho menos acercarte, peor
tocarme y mimada hasta del culo”- Emma resopló. – Que si él pudo conmigo, con esta gorgeously-
perfect-conceited-arrogant-overblown-vain-snooty-bitch- respiró hondo al quedar sin aliento. – Él
puede, en sus palabras, con “cualquiera”

- Si te das cuenta que cinco o seis de esos adjetivos que te atribuiste son explícitamente sinónimos de
“fatuo”, ¿verdad?

- Y ese no era el punto, cariño- rio. – El punto era que si Phillip pudo conmigo, él puede con cualquiera

- Se le olvida el punto clave


- ¿Y ese cuál sería?

- Que Phillip sólo tenía que mirarte, así, de reojo, para que tú suspiraras muchas mariposas y glitter y
todo lo mawkish que se te ocurra

- Oh, Shakespeare, por favor, aclárame el término “mawkish” que esta pobre y analfabeta mortal no
ha comprendido- dijo en tono melodramático.

- Aclaremos algo primero- rio. – “Pobre” ni de pobreza ni de desdicha, “analfabeta” no eres porque
sabes leer y escribir

- Ah, pero “analfabeta” también implica las siguientes variaciones, y digo dos puntos: ignorante. Sin
Cultura, mejor conocido como el término “inculto”. Profana en alguna disciplina

- Y es por eso, Ella Natasha, que, con esa definición de diccionario, no cabes en la tasa de
analfabetismo- rio.

- Touché, touché. Pero, ¿qué es “mawkish”?

- Cheesy, corny, marica… - sólo escuchó que lanzó una carcajada descarada que la contagiaba.

- Sabes- dijo entre su risa en decrescendo. – Ya te extrañaba

- Is that so?- dijo en ese tono juguetón, como si no fueran amigas sino algo más, pero no era más que
una broma.
- Muchísimo, amor- sonrió, y pudo sentir cómo mordía su labio inferior por la misma burla del
momento.

- ¿Tienes ganas de verme?

- Si te veo no respondo- dijo con esa “r” enrollada que implicaba erotismo.

- ¿Qué me vas a hacer cuando me veas?- rio, siguiéndole la broma.

- La pregunta es “¿qué no te voy a hacer?”- resopló, y, por primera vez, bebió de aquel líquido
violetamente granate.

- ¿Tienes planes para hoy por la tarde-que-noche?

- Mmm- se saboreó el líquido, pero Emma estaba aguantándose la risa al imaginarse cómo todo aquello
sonaría. - ¿Qué planes me tienes? – preguntó con un susurro lascivo, así como si estuviera a punto de
tener phonesex, cosa que ya había tenido en múltiples ocasiones pero sólo con Phillip porque sabía
Dios qué glándula o qué botón le había oprimido para colocarla en modo sexual-activo desde que se
acostaron la primera vez.

- ¡Uf!- siseó con una sonrisa divertida. – Cena romántica, unas copas, un par de risas cómplices… quién
sabe en qué termine

- ¡Emma!- gimió calladamente como si estuviera en el apogeo de un inventado y ridículo clímax. - ¿Qué
te llevo de postre?
- Now you’re talking- rio.

- ¿Qué vamos a cenar?

- Es sorpresa, Darling

- ¿Y cómo voy a saber qué llevarte de postre?

- ¿Qué tienes ganas de comer de postre, Nathaniel?- suspiró, que se llevó un sobresalto al Sophia abrir
la puerta de golpe, pero sólo sonrió para su sonrisa de “justo a quien quería ver”.

- Ahora estoy en el gimnasio, y creo que, por lo mismo, se me antoja todo lo que sea más dulce que
aquella torta que te hizo vomitar de tan dulce que era

- Siempre tan linda que me acuerdas de mis malos ratos- resopló, no quitándole la vista de encima a
Sophia, quien se dejaba caer en su silla para estirarse únicamente de sus brazos y, ya más relajada,
quitarse sus gafas para limpiarlas así como siempre las limpió, así como a Emma le daba un minúsculo
paro cardíaco por verla demasiado parecida a Volterra.

- ¿Qué te parecen unos éclairs de Veniero’s?

- No creo que quieras comer algún tipo de crema- resopló.


- ¿Me vas a dar algo picante? Porque sabes que para eso soy un poco marica, más conociéndote, que
no me sacas tabasco o un jalapeñito, sino que, sólo por atentar contra mi colon, me sacas un Trinidad
Moruga Escorpión

- Para eso mejor te esperas a mañana, que sale la columna de tu mamá- rio.

- Ha-ha, very funny. ¿Me vas a dar algo picante?

- Quizás picante no, condimentado sí- Natasha sólo se quedó en silencio. – Y allá va la diarrea mental

- ¿Podrías ser un poco menos asquerosa?

- Bueno: “y allá van los problemas gastro-intestinales agudos”- rio con burla extrema, haciendo que
Sophia se riera nasalmente a pesar de no saber de qué hablaban exactamente.

- Está bien, mi querida matapasiones- resopló. – Ya entendí

- Oye, yo con eufemismos no merezco que me trates con disfemismos

- Como sea, ¿qué te parece un cinnamon pull-apart bread?

- Esa es la actitud que esperaba de alguien tan grandioso como tú, oh, gran Nathaniel- dijo
burlonamente.
- Emmanuelle, te diré lo que siempre he querido decirte: “las mejores amistades están basadas en la
impertinencia, la inadecuación y el sarcasmo”

- Pues, Natalia, supongo que nuestra amistad está con la base más sólida que pueda existir- se carcajeó.

- I love you, Em

- I love you, too- sonrió sonrojada mientras escondía su mirada entre sus uñas. Sophia no sintió celos,
simplemente le nació una sonrisa de ternura y de alegría sana al saber que Emma le podía decir a su
mejor amiga eso que no sabía cómo traducirlo: “yo también te amo” o “yo también te quiero”, maldito
inglés y su sencillez, pero, fuera amor o profundo cariño, sinónimo de “te quiero”, también tenía
derecho a sentirlo por alguien más que no sólo fuera ella, más cuando se trataba de alguien como
Natasha, que era como su otro pulmón, la mitad de su consciencia y un cuarto de su tranquilidad. –
And I mean it

- Y me has hecho la mujer más feliz en éste gimnasio- susurró con una risita de chiste colegial.

- Eso no me dice nada bueno

- ¿Por qué no?

- Porque no hay lugar más estresante y descompensado, a nivel hormonal, emocional y físico, que un
gimnasio

- Cierto- resopló. – Pero, como sea, I love you, you idiot


- Los insultos son necesarios para el perfecto mantenimiento de nuestra amistad, ¿no?

- Pero así me adoras

- Eso es cierto, Dah-ling

- Entonces- dijo, antes de que el silencio incómodo entrara a la escena. - ¿A qué hora me quieres para
nuestra cena romántica?

- Seis… pues, para ejercitar un poco la lengua- resopló, como si no les hubiera bastado todo lo que
habían acribillado en Los Ángeles.

- ¿Es cosa de infieles, de trío masculino, de trío femenino o de cuarteto-o-sea-orgía?- rio.

- Orgía, orgía- dijo en ese tono de aclaración pero no se dio cuenta de cómo eso sonaba de mal, tan
mal y extraño, y extraviado, que Sophia ensanchó la mirada y la volvió a ver.

- Perfecto, entonces estaré ahí a las seis-y-media-siete, con un cinnamon pull-apart bread y con mi
señor esposo

- Ahí te esperaremos, cariño- sonrió y, sin decirse adiós o algo parecido, ambas colgaron.

- Creo que me perdí de algo- dijo Sophia, que Emma sonrió para Gaby, que por fin entraba con su agua.
- Gaby, eres una caridad del cielo- le agradeció Emma, llevando el vaso con agua a sus labios y, con su
dedo índice levantado, le pidió que se esperara un momento.

- Licenciada Rialto, ¿quisiera algo de beber?

- Un café, si eres tan amable, Gaby- sonrió, dejando caer sus hombros como si le estuviera pidiendo
en forma de plegaria. – Por favor

- Claro que sí, Licenciada. ¿Con leche?- sonrió de regreso, Sophia asintió, y se volvió a Emma, quien
terminaba su agua y le alcanzaba el vaso. - ¿Más?

- Por favor- asintió con los ojos vidriosos por el gas de aquella recién abierta botella de Pellegrino.

- Enseguida- y se retiró por donde entró.

- Invité a Natasha a cenar, y me estaba preguntando, a su manera, si era infidelidad, trío u orgía-
murmuró, girándose sobre su silla para terminar en el escritorio de Sophia.

- Swingers, entonces- sonrió, pues ella también podía jugar a eso.

- Fair point well made, Signorina Rialto- guiñó su ojo derecho. Eso derretía a cualquiera. - ¿Café?

- Estoy que me duermo- suspiró con una sonrisa, cruzando sus brazos sobre el escritorio e inclinándose
sobre él con su torso para acercarse a Emma.
- Pero, ¿un café?- resopló burlonamente.

- Sí, agua sucia- susurró juguetonamente. – Porque eso hace la cafetera que trajo Volterra, ya se
acostumbró demasiado al café local

- Pero usted, Licenciada Rialto- adoptó la misma posición que Sophia y se acercó a su rostro con el
suyo. – Usted quiere un Latte, ¿no?

- Primero quiero ahorcar a Alec por haber querido jugar a ser Barista y haber terminado jodiendo la
Cimbali- dijo una suave risa nasal y esofágica que lograba enamorar a Emma, más por cómo gesticulaba
aquello, como si quisiera morderle los labios, que esa era la intención. – Y, sí, me hace falta mi Latte…
el café se me congela de lo asqueroso que sabe, parece una decantación asquerosa, es como si le
pudieras sentir las partículas de café entre el agua. Agua sucia

- ¿Y te conformas con agua sucia?

- Es lo que hay: cafeína o no cafeína, créeme que funciono mejor con cafeína, más en un día como
éste- sonrió minúsculamente, lo suficiente como para mostrarle una pizca de la blancura de su
dentadura. – Pero no creo que Alec quiera volver a escuchar algún comentario alusivo a la cafetera-
resopló, acordándose de la reunión que habían tenido el día anterior, que había explotado en enojo al
sentirse agredido después de los inofensivos comentarios de la avería de la Cimbali, de la adorada
Cimbali, a quien le llamaban “Doña Cimbali” porque se merecía respeto histórico por hacer el
mejor café matutino, que Rebecca y Nicole bebían un Capuccino, Sophia y Volterra un Latte, aunque
Volterra era más de café con leche alla americana, y, el resto, o unamericano, que era en realidad un
Lungo. – No quiero que me acribille así como lo hizo con Clark

- ¿Quieres un Latte?
- No le voy a decir a Gaby que corra a Starbuck’s a que me compre uno

- Yo podría ir a comprártelo

- No, no

- Sólo tengo que salir y ya estoy casi que haciendo fila- sonrió con esa sonrisa que decía “si tanto se te
antoja un Latte, te juro que contrato a alguien para que sólo se encargue de subírtelo”.

- Cafeína, eso es todo- rozó la punta de su nariz contra la de Emma, y Gaby tuvo que llamar a la puerta,
a pesar de estar abierta, para no interrumpir nada que cayera en la categoría de “para mayores de
veintiún años”. – Gaby, eres un ángel- sonrió con la misma caída de hombros, y es que no puedo
explicar cómo o qué denotaba o connotaba. – Gracias- suspiró, tomando la taza como siempre la
tomaba; con su dedo medio y anular en la oreja, su dedo índice sobre ella, su meñique bajo ella, su
pulgar abrazando el resto. Era la taza que Phillip le había regalado “sólo porque sí”, pues había pensado
en ella en cuanto la vio: era básicamente un beaker con capacidad de medir trescientos cincuenta
mililitros de líquido y que, contra líquido oscuro, o sea café, se dibujaba la molécula de cafeína.

- Gracias, Gaby- asintió Emma, tomando el vaso en su mano.

- ¿Necesitan algo más?

- Yo no, gracias- sacudió Sophia su cabeza a ras de la taza y luego bebió aquello que sabía a un cuarto
de lo que un Latte podía saber.

- ¿Arquitecta?- sólo para asegurarse.


- Gaby, tú que todo lo sabes- se volvió a ella completamente de frente con una sonrisa que, o daba
miedo, o daba risa. - ¿Cuál es la súper máquina para hacer café que tienen los del piso de arriba?

- No tengo idea, Arquitecta- dijo con miedo de que reventara con ella. – Pero puedo averiguar

- No, no te preocupes- suspiró. – Sólo quiero que busques alguna máquina para hacer café, que haga
Capuccino y Latte sin mayor problema

- ¿Así como Doña Cimbali o como las de Starbuck’s?

- ¿Cómo son las de Starbuck’s?

- Pues, hay unas que vienen para hacerlo de Pods y no de café recién molido como Doña Cimbali

- ¿Has probado los de Pods? – Gaby asintió. - Entre Pods y café recién molido, ¿qué prefieres?

- Em, yo creo que no hay nada como café recién molido- intervino Sophia al ver que Gaby se ahogaba
en el intento, todo porque sabía que de su respuesta dependería lo que haría la compulsiva de Emma.

- Yo no bebo café, por eso pregunto- sonrió para Gaby. - ¿Es mejor el café recién molido?

- Y supongo que más barato también- asintió.


- Búscame otra Doña Cimbali, entonces, y que la vengan a instalar y con mantenimiento, igual que la
anterior y, por la gracia de Dios, inclúyele una garantía de más de un año, por favor

- ¿Quiere que la compre?

- La donaré a los consumistas de café- sonrió.

- Ah, ¿con su cuenta? – Emma asintió. – Como usted diga, Arquitecta. ¿Algo más?

- Sólo lo de Alec, por favor- suspiró, y Gaby, con una leve sonrisa, se retiró, cerrando tras ella la puerta.
– So, los días de agua sucia están contados, mi guapísima Licenciada Rialto- sonrió en voz baja al
acercarse a ella.

- Todo lo haces ver tan fácil- dijo como si todavía no terminara de comprender la profundidad de las
superficialidades de las decisiones de Emma, esas decisiones que no consideraban todas las variables,
sólo un “la compro de Pods o compro La Cimbali”, ese era el dilema.

- Porque lo es- susurró con esa sonrisa estúpida que no podía lograr quitarse. – Además, sé cuánto te
gusta el Latte y, si en mis manos… - Sophia entrecerró la mirada mientras bebía un sorbo generoso que
le calentaba las entrañas. – Y, si en mi bolsillo está- se corrigió con una sonrisa y Sophia se lo agradeció.
– Poder darte un Latte como te gusta, ¿por qué no?

- How can I not love you?- susurró, volviendo a cruzarse de brazos y acercando su rostro al de Emma.
- I know- mordió su labio inferior y vio angelical pero pícaramente hacia arriba. – I’m fucking irresistible-
dirigió su mirada, ahora picante y seductora, quizás por la ceja arqueada, a la mirada de Sophia.

- The fuck you are- susurró más bajo y se acercó lo suficiente para unir sus labios a los de Emma.

- No sabes cómo quisiera subirte aquí- dio unas palmadas a su escritorio. – Bajarte ese pantalón que
tanto me está estorbando- dijo contra sus labios y, con el roce de su pantorrilla desnuda en la
pantorrilla cubierta de Sophia, logró hacer que cerrara los ojos. - ¿Qué tienes bajo el pantalón?- le
preguntó casi inaudiblemente, que sus labios rozaban los suyos al gesticular.

- Adivina- la provocó, paseando sus dientes por sus labios, pues cómo quería arrancarle besos y demás.
– Y adivina el color también

- Sino, ¿qué? – sonrió, devolviéndole las incompletas mordidas.

- ¿Me estás retando?- resopló.

- Eso es precisamente lo que estoy haciendo

- Mmm…- suspiró pesadamente, como si quisiera tragarse sus palabras y simplemente arrojársele en
un beso. Era demasiado intenso para ella, intenso para los cinco días que llevaba sin que Emma la
tocara porque, para su desgraciada sorpresa, sus días femeninos habían decidido adelantarse y no para
bien, no con el mismo modus operandi de asesinar dentro de los límites de la mutilación, pues aquello
había parecido un cierto tipo de hemorragia por genocidio uterino. - ¿Qué quieres si tú ganas?

- Te lo diré luego
- No, ya

- Bossy- murmuró para sí misma. – Me gusta cuando te pones así

- Ah, ¿a Emma Pavlovic, a la fiera indomable, le gusta cuando la dirigen y le exhortan?

- Me gusta cuando me dices “no” con esa seriedad que sólo sabes poner en ese momento, o cuando
me dices “tócate”- dijo, y empezó a darle besos cortos sobre sus labios. – Me parece muy sexy- dijo en
tono de voz normal y se despegó de ella para tomar su vaso con agua.

- ¿Eso quieres si ganas?

- Eso es lo que quiero- asintió. – Y, si ganas tú, ¿qué quieres?- y llevó el agua a su garganta.

- I so wanna ride your face- Emma se ahogó con aquel agua, entre risa y un “fuck” sonriente que era
culpa de lo naughty que eso sonaba. Y Sophia que no pudo contenerse la risa burlona por el ahogo de
sorpresa.

- Eso puedes hacerlo cuando quieras- tosió, aunque quiso decirle “hazlo aunque gane, porque voy a
ganar”.

- Y también puedo decirte que “no” cuando quiera- repuso con la sonrisa maquiavélica que
personificaba a su ego. Ego, “ego”, con “e” minúscula. – Pero esto es un acuerdo
- ¿Cuántos intentos tengo?

- Tres

- Tres para color y tres para tipo, ¿verdad?

- No, sólo tres para los dos, ¿para qué quieres más?- resopló.

- No es muy justo, quieres ganar

- Está bien, te doy cinco características

- ¿Encaje?- Sophia llevó la taza a sus labios y asintió suavemente. - ¿Menos de dos colores?- sacudió la
cabeza. - ¿Dos colores?- asintió pero con su dedo índice. - ¿Colores primarios oscuros?- sacudió su
cabeza. – En escala del uno al diez, ¿qué tan cómodo le sienta a tu…?- respiró hondo, considerando la
palabra “trasero” un poco fuera de suavidad.

- ¿A mi…?

- Tú sabes

- I don’t know if you’re talking about my pussy or about my ass


- Your behind- sonrió.

- Mmm…- bebió de su agua y, ante el llamado a la puerta, dejó caer su cabeza en un “fuck this
moment”, y lo quiso hacer doble al ver que era Volterra.

- ¿Se puede?

- Pasa adelante, por favor- le dijo Emma, que, si le pedía un segundo con Sophia, seguramente ardería
Troya. – Tiene que ser Kiki de Montparnasse- le dijo a Sophia, que se ponía de pie para dejarlos a solas.
– Y así- introdujo su dedo índice derecho entre su índice y dedo del medio de la mano izquierda: tanga.
Ella sólo rio.

- No quiero ser inoportuno- dijo Volterra, no entendiendo de qué hablaban, pues no debía entender.
– Puedo regresar luego si están trabajando

- No, yo voy a llenar mi taza con más café nada más- sonrió Sophia, pero Emma le lanzó la telepática
mirada de “regresas, por favor”.

- Me dijo Gaby que querías hablar conmigo- le dijo Volterra con sus manos en sus bolsillos, como si le
hubieran succionado toda la autoridad o jefatura con el cruzar la puerta.

- Siéntate, por favor- frunció su ceño y apartó su vaso con agua.

- Gracias- haló la butaca en la que aquella Señora se había sentado con anterioridad y se dejó caer con
suavidad. - ¿De qué querías hablar conmigo?
- Primero te quiero decir que voy a donar una Doña Cimbali al Estudio

- ¿Está bien?- dijo entre afirmación y pregunta, ¿qué se suponía que debía responder a eso?

- Sólo para que estés al tanto de que no estoy utilizando fondos de VP

- Supongo que nos alcanza para una cafetera, ¿no? Digo, no creo que haya necesidad de que la pagues
de tu bolsillo si debemos tener suficiente para una

- Que se siga utilizando para el café en sí, que tampoco es lo más barato del mundo

- Como tú digas, eso es de hablarlo con Moses. Por cierto, ¿en dónde está? No lo he visto en todo el
día

- Está recogiendo unos planos para Belinda y para Rebecca

- Ah, ya veo- suspiró, y dio las típicas palmadas a sus rodillas. Señal de incomodidad.

- Ayer en la reunión dijiste que, a raíz de lo de TO y Washington, que los Ingenieros iban a tener las
manos llenas- comenzó diciendo.

- Puedo explicarlo- la interrumpió.


- Por favor- tomó el vaso en su mano y, recostándose sobre el respaldo de la silla, se dedicó a
escucharlo.

- David sólo tiene un contrato temporal para ayudarme a mí, son cuatro meses nada más y por cuatro
meses le he dado el contrato, sólo cuatro meses- sí, ya entendí que sólo por cuatro meses. – Me cayó
una casa en los Hamptons y no veo por qué molestar a los Ingenieros cuando ya tienen suficiente
trabajo

- Y, dentro de todos los Ingenieros habidos y por haber en esta ciudad, David Segrate fue tu elección

- Ya he trabajado con él, conocemos cómo trabajamos, y sólo serán cuatro meses… o mientras la
construcción se termine

- Yo sólo quiero que sepas que, así como se lo dije a David, a la primera cagada, por muy mínima que
sea, yo no voy a dudar ni un segundo en sacarlo de planilla

- Emma, pero es un buen Ingeniero

- Y no lo dudo, pero hay algo que va más allá de lo que pueda saber hacer- Sophia emergió en silencio
y Emma, siguiéndola con la mirada para saber si podía confirmar sus sospechas de tanga, la vio sentarse
con un poco de incomodidad. – Pero yo no lo quiero alrededor mío, ni laboralmente ni personalmente,
que ya le dejé claro que no tengo ningún problema con decirle a Romeo que me ayude a ponerle una
demanda por acoso

- No te atreverías- suspiró con una suave sonrisa.


- Cuando me dijiste el año pasado si podías contratar a Segrate de nuevo, te dije que prefería darle
fuego a su salario a pagárselo, y no porque sea un mal Ingeniero, porque no lo es, pero mi paciencia
como mujer tiene sus límites y él los sobrepasó quizás antes de tiempo

- Lo despediste por una razón personal, no por una razón profesional- intentó razonar lo irrazonable.

- Revisa tus parámetros de profesionalismo intralaboral

- Revisa los tuyos también- contraatacó, y se sabía que se refería a aquel episodio que nunca debió
pasar pero pasó.

- Alec, no es nada personal… pero si lo quieres hacer personal, créeme que también puedo hacerlo
personal

- No quise decirlo así- dijo defensivamente, pues ya veía su futuro en esa conversación, más con la
sonrisa que empezaba a crecer en Emma. Ya le sonaba un “el pecado es que me metí con tu hija, eso
es lo que te tiene ardido”, pero esas no eran ni las palabras ni las intenciones de Emma.

- Sólo quiero que le dejes claro a Segrate, como quien lo contrató, que es tu proyecto nada más, que
no crea que lo vamos a contratar de nuevo… y pregúntale por qué lo sacaron de Bergman- sonrió. –
Tal vez así te desanimas

- Ya le pregunté y dijo que fue un malentendido

- Así como con lo mío- asintió. – Pídeles una recomendación a los de Bergman y date cuenta de qué
hizo… y pesará en tus hombros si lo hace aquí también
- No sé de qué estás hablando

- El hombre tiene que comer- sonrió, y, gracias al cielo, le sonó el teléfono. – Un momento- y recogió
el teléfono para contestarlo, pues era una llamada que no podía perderse, llamada de trabajo.

- Hola, Sophia- se volvió a ella.

- Hola- sonrió un tanto incómoda.

- ¿Cómo te fue en Los Ángeles? – susurró, cambiándose de butaca para quedar más cercano a ella.

- Bien, bien… ¿por qué?

- Ah, pues, pregunta, ganas de saber- Sophia arqueó sus cejas y, con un resoplido, llevó su taza de café,
que era el mismo de hacía rato, a sus labios para darle un trago generoso. Asco. - ¿Puedo saber a qué
fueron?

- A una reunión de trabajo- respondió, pues no quiso hacerlo de manera irrespetuosa o responder con
ese tono de “¿no es obvio?”, y todo porque el tono de Volterra fue como de una curiosidad disfrazada.
Y él como si lo hubieran regañado; cabizbajo y mudo. – Junior quiere que ambiente lo que va a diseñar
Emma

- ¿Las dos torres?


- Pues, todavía no sé si serán dos o más

- Creí que ya lo habían hablado eso- frunció su ceño. – Digo, esos eran los planos que vi

- No hay planos de eso todavía- susurró, y fue entonces que comprendió. – Junior quiere dos hoteles

- Ah, eso no lo sabía

- A eso fuimos

- ¿Y se los dieron? – asintió. – Felicidades- sonrió él, incomodándose de nuevo.

- Y… ¿cómo estás? – la mirada se le iluminó de regocijo. - ¿Qué hiciste para Navidad y Año Nuevo?

- Nada en especial, sólo Napoli con mi hermana

- ¿Tienes hermana?- siseó sorprendida.

- Elsa, y mi cuñado se llama Ariosto

- ¿Sobrinos?- ¿primos?
- Giordano, Mariano, Rossana y Cassandra

- ¡Cuatro!- siseó con una sonrisa, y le alegró saber que, al menos, tenía cuatro primos a pesar de que
no los conocía, pues Helena y Melania no habían querido hablarle desde que, supuestamente,
desconoció a Talos como su papá.

- Casa llena

- Mi mamá nunca me dijo que tenías una hermana

- Es mucho menor que yo, casi diez años, creo que nunca la conoció- Sophia dibujó una “o” con sus
labios y no supo qué más decir.

- Perdón por la interrupción, Alec- dijo Emma, relajando a Sophia al rescatarle de aquella incomodidad.
– Como te decía… ¿qué era lo que te estaba diciendo?

- No sé, pero ya averiguaré bien sobre David y no te preocupes por él, ¿de acuerdo?

- Confío en ti que no pasará nada- él asintió y, con un impulso de brazos, se puso de pie.

- Bien. Uhm… yo voy a ir a mi oficina que tengo cosas que hacer

- Yo en un rato me voy a ir- le dijo Emma, sólo para informarle que saldría a las cuatro y treinta.
- Acuérdense de mañana- Emma sólo asintió y lo vio retirarse y cerrar la puerta tras él.

- ¿Qué hay mañana?

- No sé qué número de cumpleaños sería el de Flavio Pensabene- suspiró. – Para mí es vacación- se


volvió a ella con su ceja arqueada hasta el cielo. – Entonces… es tanga y es negra

- No- sonrió, tomando su taza de café para darle el último asqueroso sorbo.

- Culotte y negro- frunció su ceño, ¿en qué momento se le ocurrió que era Culotte? Sophia sacudió su
cabeza. – Commando- susurró.

- Creo que perdiste- sonrió al tragar.

- No puede ser, tiene que ser trampa

- No- sacudió su cabeza con una sonrisa triunfal. – Nada de trampa, simplemente no ganaste

- ¿Es azul marino?

- No

- Pero es tanga
- No- sacudió su cabeza una tan sola vez y se puso de pie.

- ¿A dónde vas?

- A ninguna parte- resopló, quitándose su cárdigan amatista y lo arrojó sobre el respaldo de su silla.
Llevó su mano al primer broche del pantalón, que era una lengua que cubría el botón, y,
desabotonándoselo y bajando la cremallera, se dio la vuelta y dejó que Emma viera aquello.

- ¿Garter?

- Yo sé que sabes que no es Garter- dijo, subiendo su pantalón para abrocharlo cuanto antes.

- Pero sí era negro- argumentó como si no hubiera escuchado lo último. – Eso es la mitad correcto-
Sophia se dio la vuelta y, con travesura en la mirada, se apoyó sobre su escritorio con sus brazos y sus
manos, dejando que su rubia cabellera cayera sobre sus hombros forrados de blanco.

- ¿Y eso qué significa, Arquitecta?- susurró lascivamente.

- No sé- balbuceó, dándole atención visual al escote de Sophia, que no era prominente, en lo absoluto,
simplemente tenía un botón que ya dejaba poco menos a la imaginación. – Yo no puse las reglas del
juego, pero están inconclusas- murmuró, introduciendo su dedo en aquel botón que no la dejaba
apreciar completamente su escote y, de un tirón, liberó el botón. Gruñó al ver el sostén negro que
abrazaba con tanto cariño aquellos abultados senos, que no eran sinónimo de ningún Wonderbra sino
de un buen sostén.
- ¿Cincuenta y cincuenta?- juntó sus brazos para juntar sus senos y Emma dejó caer la quijada hasta el
Lobby; treinta y ocho pisos.

- S-sure- balbuceó sin concentrarse en aquello al tener toda su concentración en el ajustado y abultado
escote de su novia.

- ¿Qué ves?- lo apretó todavía más.

- El comienzo del Paraíso- susurró, llevando su dedo índice a aquella piel para rozarla. – Como te iba
diciendo…- suspiró, introduciendo apenas su dedo entre el sostén y su piel. – Subirte a tu escritorio,
bajarte el pantalón, inspeccionar como-se-llame-lo-que-tengas-bajo-él, y comerte

- Del uno al diez, ¿qué tantas ganas tienes de comerme?

- Cien- susurró para sí misma, pues estaba desconcentrada, y era culpa de su dedo, el cual se introducía
lentamente hacia adentro de la copa y ya alcanzaba a rozar cierta piel de especial textura. – Mil… un
millón

- Sí sabes que después de mis días soy de correrme muy rápido, ¿verdad?

- Sí sabes que después de tus días estoy que asesino por comerte, ¿verdad? - rio con su garganta y,
ante la risa, Sophia se irguió y se volvió a abotonar la barrera que bloqueaba la imaginación de Emma.

- No- gimió como si estuviera en medio de un berrinche. - ¿A dónde vas?


- Al baño- sacudió sus hombros ante un escalofrío y tomó su cárdigan; era culpa del frío.

- Feliz evacuación urinaria- sonrió desde lejos.

- ¿Quién dijo que iba a eso?- mordió su lengua por fuera y Emma, con un gruñido que no logró sacar,
se dio cuenta que aquello no había sido totalmente justo, ¿a qué había aceptado con cincuenta-
cincuenta?

Tomó su agua y, viendo cómo se reventaban las burbujas al salir a la superficie, se acordó de cuando
Sophia le había insinuado que lo de ellas era una burbuja y que eventually, it’d pop. Respiró hondo
ante el amargo sabor que aquello le dejaba, o quizás sólo era el sabor escondido del agua gasificada.
“It would pop” susurró mentalmente entre los tragos de agua, ¿por qué estaba tan sedienta? Bueno,
ese no era el punto. “Would” fue lo que le llamó la atención. “It” stands for “bubble”, “pop” is a verb,
hence an action: to burst, to explode, to break open; eso estaba claro. “Would” es subjunctive
imperfect: “se rompería”, pero también es past tense “se rompió”. ¿O había dicho “it could eventually
pop” y ella lo había transformado a “it would”? Porque, de ser “could” significaría que “podría
romperse” pero no era un hecho. “Could”≠ “Would”. Posibilidad ≠ Hecho seguro. Bueno, pero
Pellegrino estaba diseñado para que las burbujas reventaran en la superficie, era el viaje del fondo a
la superficie lo que le tomaba tiempo a cada burbuja, y siempre era un viaje de distinta duración, pues
había unas que iban suicidamente hacia la superficie, como si les urgiera, como si fuera competencia,
pero había otras, no se sabía si inteligentes o cobardes, que se aferraban al vaso y no era hasta que la
superficie las alcanzaba y las hacía reventar. Colocó el vaso sobre la mesa y, con el golpe, vio cómo las
burbujas que estaban aferradas a las paredes del vaso, se desprendían y se reventaban en la superficie.
Frunció su ceño y sus labios para sólo saber cruzarse de brazos al ver aquel atentado terrorista.

- Jamás te vi tan interesada en el agua- dijo con una leve risa al entrar nuevamente a la oficina. Emma
sólo sonrió. - ¿En qué piensas?

- Sólo me estaba poniendo en el lugar de las burbujas- respondió, notando, de ipso facto, que aquella
respuesta sonaba o muy filosófica o bajo el efecto de alguna droga. – Pues, que hay unas que se aferran
al vaso y hay otras que se dejan ir
- Todas son burbujas, ¿por qué las diferencias?

- Porque hay unas que tardan más en reventarse

- Pues, eso es lo que hace una burbuja, ¿no?- sonrió cariñosamente y sin ganas de ofenderla. – Se infla
para desinflarse: todo lo que sube tiene que bajar

- Sí, eventualmente todas se revientan, es sólo que hay unas que van directo a reventarse y otras que
no, que, a menos que hagas que la superficie llegue a ellas, se revientan

- Y el hecho de que se revienten es algo malo, supongo, por cómo lo dices

- Dejan de ser burbujas, pierden la forma… explotan

- Mmm… míralo así- sonrió, acercándose con su silla más al interior de su escritorio para tener su
teclado más cerca. – La burbuja sube a la superficie porque oxígeno pertenece con oxígeno, hidrógeno
con hidrógeno, y digamos que hablamos a un nivel de completa sencillez

- Dejando el lado químico-reactivo a un lado, eso es como que digas que la burbuja se revienta por
voluntad propia porque necesita estar con los de su clase

- No es porque “necesita estar con los de su clase”, es porque… imagínate cómo es estar bajo el agua,
¿no te ahogas? Pues, por eso subes a la superficie, para tomar aire, ¿no?

- Still, it explodes
- Cuando dices que te pones en el lugar de las burbujas, ¿estás dentro de una o tú eres la burbuja?

- ¿Cuál sería la diferencia?

- Si estás dentro de la burbuja, siempre puedes nadar- dijo mientras abría el archivo que había llevado
luego de su reunión, el mismo que Emma empezaría con la Señora der Bosse, y Emma, sabiendo que
Sophia no sabía exactamente por qué el tema con las burbujas, se sintió más tranquila, pues eso era
cierto: podía nadar. – Cambiando el tema, ¿cómo te fue con Mrs. der Bosse?

- Es de esos clientes que no sabes si son bipolares o simplemente son extraños- resopló, halando los
portafolios, que seguían abiertos, y los cerró para colocarlos nuevamente sobre el estante.

- ¿De los que te desesperan?

- De los que medio me desesperan

- Buena suerte- resopló, presionando un claro “enter” en el teclado y se escuchó el impresor en trabajo.

- ¿Y tú?

- Para el catorce de febrero, a las seis de la tarde, tengo que haber parido un Penthouse entero

- Scusi?- sollozó sorprendida.


- 15 Central Park West

- ¡Mierda!- canturreó en un susurro. – Ese es de Triple Mint

- ¿Eso qué significa?

- ¿Que son enormes?

- Cinco habitaciones, cinco baños completos, doce espacios… sí, es un monstruo- resopló.

- ¿Y qué quiere?

- La esposa se enamoró de una sala de estar, así que alrededor de eso voy a hacerlo todo. Me ha dado
completa libertad para hacer lo que se me ocurra, claro, después de que me apruebe el diseño inicial

- ¿Cuándo tienes que entregárselo?

- Hasta el lunes voy a poder ir al penthouse porque ese día se va la esposa de viaje con la hija, entonces
una semana después como máximo, ¿por qué?

- Suena a que es bastante trabajo


- Me dijo, como si no entendiera por qué, que había ido a dos ambientadores más antes de venir aquí
y que le habían dicho que era imposible, que con tan poco tiempo no podían hacerlo. Dijo que el dinero
no agilizaba las cosas tanto como creía

- Seguramente fue a consultar con particulares o de fracciones pequeñas, no con un Estudio

- Me dijo los nombres pero no eran de ninguna fracción

- Hence, aquí si funciona porque tenemos a Aaron, a Chris y a Jack, que ambos son expansibles

- ¿Tú necesitas a Aaron?

- Depende de la Señora der Bosse, pero tómalo que es por orden de llegada- sonrió.

- Es que si lo necesitas convoco a Jack

- Empieza tú con Aaron, y, si me sale lo de la Señora der Bosse, voy a necesitarlo pero para remodelar,
que ese grupo de trabajadores no lo utilizarás tú, ¿o sí?

- No, yo sólo imagen, no espacio

- ¿Ves? Cuando tú estés saliendo de lo tuyo, yo estaré empezando quizás o estaré remodelando-
Sophia tomó el teléfono y presionó el primer botón de la columna. – Toma a Aaron, que sé que te
gusta trabajar con él- y bajó el teléfono.
- Arquitecta, es usted muy amable- sonrió, escuchando el llamado a la puerta.

- Los planos se están terminando de imprimir, Arquitecta- irrumpió Gaby, creyendo que por eso la
llamaba Emma.

- Gracias, pero no era yo, ella- señaló Emma a Sophia para Gaby.

- Dígame, Licenciada

- ¿Aaron está libre?

- Sí- y sacó la libreta, ya sabía. – Necesito a Aaron y a Marcel, que me acompañen el lunes a las diez y
media a la ochenta y tres y Park, al quince. Necesito tomar medidas extras. Que me vean en la entrada,
en el Lobby, y que sea en punto. Diles que la fecha es el catorce de febrero al mediodía, por favor-
sonrió.

- ¿Algo más?

- Sólo averíguame si hay mármol negro y a qué precio lo tienen

- ¿Sino granito negro?

- Exactamente- sonrió.
- ¿Eso es todo?

- Gracias, Gaby- asintió.

- So, estaba pensando… si quieres te puedo ayudar- se volvió Emma a Sophia.

- ¿No tienes mucho trabajo?

- La próxima semana la tengo sin nada

- ¿Sin nada?- sonrió traviesamente por el doble sentido de aquello.

- Absolutamente sin nada- respondió con lascivia. – Pues, tengo que revisar los planos de la Señora der
Bosse e inventarme alguna cosa, que casi igual que tu cliente, la Doña quiere conservar los colores de
su antiguo Condo pero está abierta a nuevos diseños

- Sí sabes que eso es sinónimo de muchas cosas, ¿verdad?

- De “quiero que sea idéntico”, de “no sé qué quiero”, de “diseñe cien cosas y le voy a decir que no a
todas porque lo quiero idéntico”, de “quiero diseñarlo yo pero no puedo dibujar y no tengo el
conocimiento de contactos y proveedores”, etc., etc., etc.- Sophia sólo rio y se dirigió al impresor. – Si
me dio los planos y las fotografías de su Condominio anterior, eso debe contar para algo
- ¿Era bonito?

- Es claco pero con cierto toque actual; colores tierra, un azul marino por aquí, un granate por allá, un
ocre… no hay nada blanco, ni los muebles, y los muebles son de esquinas suavizadas, de madera lisa y
tinte uniforme, podría pasar por nogal pero es demasiado sólido el color… no era feo, era habitable,
pero demasiado oscuro para mi gusto

- Y el Condo de aquí, ¿tiene más iluminación natural?

- Y una vista impresionante- resopló. – En Lenox, pisos treinta y ocho y treinta y nueve. Son dos Condos
en esos dos pisos, arriba el Penthouse que es más pequeño

- Tengo la leve impresión que ya has trabajado en ese edificio

- Cuando vine, al principio, Alec estaba remodelando el Penthouse

- Interesante- dijo por no saber qué más decir. – Entonces, Arquitecta Pavlovic, ¿cuánto me costará su
ayuda?

- ¿Cuánto es su presupuesto?

- Le di Hourly Flatrate

- Ah- rio. – Te gustó mi tarifa, ¿verdad?


Y explico: el proceso de cómo Emma estimaba su ganancia (Diseño de Interiores).

0. Iniciación del proyecto: cotización y diseños primarios tenían una tarifa base de, siempre, quince mil
dólares.

1. Flatrate per Item: por un proyecto que excedía un presupuesto inicial de cincuenta mil dólares, en
especial los que eran de cartera abierta, fuera con buen o mal gusto, se le cobraba el 45% de comisión
por todo lo comprado y adquirido, y no necesariamente compraba lo más caro, le gustaba más la
calidad. Ese era el precio de lo que estaba en la lista de servicios, pues, cosas como las horas extras,
teniendo una base de ocho de la mañana a cinco de la tarde, costaban seiscientos dólares por sobre la
base. Eso más lo que se llamaba Manpower Rate, que variaba por la cantidad de hombres que se
necesitaban y el tiempo, pero sólo cobraba el 75%, el resto lo ponía ella de su ganancia. Y lo hacía así
por si el cliente tenía su propia mano de obra.

2. Hourly Flatrate: trabajaba en base a horas, siempre de ocho de la mañana a cinco de la tarde, sólo
que ya por mil dólares dentro de ese margen de tiempo, todo porque caía en los siguientes
parámetros: con licencia y acreditación nacional, había tenido ya tres publicaciones, se acomodaba
completamente al estilo y al tipo de proyecto y había caído bajo el estatus de “Premium” por haber
trabajado con una que otra personalidad de uno que otro gremio, porque era miembro ad libitum de
ElleDecor y porque pertenecía a TO. Y mil dólares era hasta poco para Manhattan y para sus
parámetros. Las horas extras se marcaban por mil cien. Eso más el 75% del Manpower Rate.

3. Area Rate: exclusivamente para espacios comerciales, así como lo hacía con la TO, y cobraba, por
pie cuadrado, quince dólares. En asuntos comerciales no se incluía la mano de obra porque la ponían
los clientes; una preocupación menos.

El proceso de cómo Emma estimaba su ganancia (Arquitectura).

Aquí no me voy a meter mucho porque se ajustaba para cada cliente, pues estaba la cotización inicial,
la misma que para Diseño de Interiores, pero a eso se le agregaba el precio de cada plano y el precio
del modelo a escala en caso que el cliente lo necesitara. Luego, no solía estimarlo por una tarifa por
hora, pues entonces cobraría mil setecientos como mínimo aunque había clientes que así lo preferían,
sino solía hacerlo sobre un porcentaje, y el porcentaje se estimaba a partir del valor del proyecto, de
la época del año, del tiempo invertido, etc. Era una tabla que Flavio Pensabene había diseñado, y
funcionaba con amabilidad para ambas partes, pues se trataba de una oscilación entre el 5% y el 65%.

- Le sale más barato pagarme por hora que pagar por ítem si todo es nuevo- resopló.
- Entonces, Licenciada, ¿de cuánto es su presupuesto?

- De…- suspiró y llevó su mano a su cabello.

- ¿Cuánto le estás cobrando por hora?

- Quinientos

- ¿Cuántas horas por día laboral?

- Diez; de ocho a seis

- Eso es…- vio hacia arriba con su ojo izquierdo cerrado con fuerza y sus labios fruncidos y tirados hacia
el lado izquierdo: la típica muestra de la calculadora mental de Emma. – Ciento veinticinco mil

- Y creo que voy a tener que trabajar los sábados también

- ¿A cuánto los das?

- A seiscientos cincuenta, igual diez horas

- Ciento cincuenta y un mil- suspiró. A Sophia le dio risa, risa nerviosa, pues el cálculo no lo había hecho.
- ¿Y si cobraras por área?
- Son cinco mil seiscientos pies cuadrados

- ¿Y tu tarifa por pie cuadrado es…?

- Nueve

- ¡Pf!- rio. – Por un Extreme Makeover no vas a cobrar cincuenta mil, menos por lo compacto del
tiempo y lo monstruoso del área- sacudió su cabeza. – Quédate con la que tienes, así me invitas a
un Kebap- guiñó su ojo.

- Te invito cuando quieras, mi amor- sonrió, formando aquellos camanances to die for. - ¿Cuánto me
cobras por ayuda en la primera semana?

- Bueno, eso se resume a los diseños y a un presupuesto bastante vago, ¿verdad?- ella asintió mientras
le daba los golpes a las páginas que tenía entre las manos para alinearlas y, así, poderlas perforar para
incluirlas al archivo de Preston Emmett Carter III. – Mmm…

- Vamos, Arquitecta- rio sin verla. – Póngase precio

- ¿Tienes ganas de cocinar?- sonrió.

- ¿Hoy?
- Sí, la cena

- ¿Y qué estaré cocinando?- se apoyó del escritorio así como se había apoyado hacía unos minutos y
sonrió. - ¿Qué se le antoja a mi Emma?

- Se me antoja una venganza

- Pero la venganza es dulce, y escuché que Natasha lleva el postre

- Pero la venganza también se sirve fría- sonrió.

- ¿Desde cuándo el helado es sinónimo de venganza?- ambas se carcajearon, una porque se dio cuenta
de lo estúpido que era lo que recién decía y la otra porque la analogía estaba demasiado acertada. –
Anyhow, ¿qué quieres que cocine?

- Arquitecta, disculpe- dijo Gaby al compás del llamado a la puerta, pues había quedado abierta.

- Pasa adelante, Gaby- sonrió.

- ¿En dónde quisiera que los guardara?- venía con los planos en las manos, así como a Emma le gustaba
que los trataran, y era una de las cosas que hacían que apreciara a Gaby por sobre Liz, la
Secretaria/Asistente de Volterra, pues ella solía dejarle marcas de pliegues ligeros a los planos.

- Me voy a llevar un set- dijo, estirando su brazo para alcanzar uno de los tubos; escogió el de cuero
negro. - ¿Puedes guardar el otro?
- ¿En el armario, en la pared o ahí?- preguntó, señalándole el mueble donde tenía ya unos cuantos
enrollados y verticales.

- Ahí está bien- sonrió, recibiendo de Gaby el set de cuatro planos para enrollarlos y dejarlos ir en el
tubo. – Gracias

- Licenciada, ya hablé con Aaron y Marcel

- ¿Dijeron que sí?

- Sí, sólo que Aaron me dijo que sólo tenía a catorce hombres, y Marcel dijo que ya había llegado su
Walnut Dowel y que si necesitaba el taller que lo tenían libre

- Gracias- balbuceó, intentando no sudar ni ponerse muy nerviosa para que Emma no le preguntara
sobre el Dowel. – Entonces, ¿qué?- se volvió a Emma.

- ¿Qué de qué?

- No sé, no me dijiste qué querías

- Ah- resopló. – Tengo ganas de comer pan

- ¿Pan?- Emma asintió. – Pero si comes pan casi todos los días, ¿cuál es la ocasión tan especial?
- No, no pan de pan- dijo con esa movida de cabeza para marcar el término. – Knedlíky

- Ah, sí- rio burlonamente mientras daba un click para apagar su iMac. - ¿Sabes en dónde lo venden?

- Aparte de que lo venden en cada esquina y con cada comida que se te ocurra en la República Checa…
no

- Creí que eras Eslovaca, no Checa

- Bueno, Checos-lovaquia- rio, y Gaby, notando cómo era el trato entre ellas dos, tan normal y tan de
amigas, rio nasalmente y dejó ir el plano, pues se tardaba en enrollarlos por no tener la destreza de
Emma. – Hasta hace veintiún años era lo mismo

- Bene, bene. Entonces, ¿Qué es un Kennedy?- rio, sabiendo muy bien lo que decía, y Emma que, junto
con el dolor mental de aquello, se unió a su carcajada, que no fue por eso que Gaby salió de aquella
oficina sino porque ya no tenía nada que hacer ahí.

- Knedlíky- pronunció lentamente.

- ¿Y qué dije?- mordió su lengua por fuera.

- You wanna ride my face- guiñó su ojo y, viendo que la pantalla de su iMac se apagaba, se puso de pie
y metió la silla en el escritorio.
- ¡Mi amor!- siseó sonrojada y se sacudió de hombros ante el escalofrío que la recorrió de sólo
imaginarse, fugazmente, en aquella acción. Emma sólo sonrió, tomó su teléfono y lo arrojó a su bolso.

- ¿Nos vamos?- asintió. – Un Knedlíky es un dumpling checo

- ¿Diferente al dumpling que se conoce como “dumpling”?- preguntó, caminando hacia el perchero en
donde Emma la esperaba con su abrigo abierto y listo para que sólo colocara sus brazos hacia atrás y
ella poder deslizárselo.

- Es un pan hervido, al vapor, como quieras verlo

- Suena lógico y racional- murmuró, deteniendo las mangas de su cárdigan con la punta de sus dedos
para que no se le subieran al enfundarse las mangas del perfecto Ralph Lauren negro. – Pero presiento
un “pero”

- Tradicionalmente arrojan la masa al agua, pero queda un poco viscoso por fuera

- Y no te gusta- murmuró, dejado que Emma le colocara el abrigo y aplanara las minúsculas hombreras.

- No

- Eso supongo que se puede arreglar- suspiró, sacando su cabello del abrigo, el que había quedado
atrapado y se dio la vuelta.

- ¿De verdad?
- Lo envuelves en Saran Wrap, you poke it un par de veces y lo arrojas al agua; asumo que tendrá el
mismo efecto- sonrió, viendo cómo Emma se abrochaba el blazer negro al botón que estaba
justamente bajo su seno izquierdo y dejaba ver, por entre el triángulo que se formaba, únicamente
una porción del detalle negro que se esparcía por el ajustado algodón azul marino que cubría su torso.
No vamos a llamarle camisa, ni blusa, ni corset, pues era otra cosa, quizás una elegante y estilizada
camisa muy ajustada. Tomó su bufanda, de casualidad negra, la extendió y unió puntas opuestas para
crear un triángulo largo y pesado, el cual llevó a su cuello y terminó por enrollar sus puntas en sentidos
opuestos. - ¿Se hace de la misma manera que un pan normal?

- Asumiría que sí, pues; harina que es tres cuartos semolina y un cuarto cake flour, huevo, un splash
de buttermilk, agua y levadura… y, si es tradicionalísimo, envuelves pan en trozos con la masa

- ¿Pan-inception?- resopló, observando la destreza de Emma para enrollarse las cosas, tenderse otras,
enfundarse en un Lanvin que ya era segundo invierno que la protegía del frío, y mantener la
compostura de sus manos y sus muñecas.

- Exactamente, Licenciada Rialto

- Pues, lo que usted quiera, Arquitecta… no prometo que me quede como probablemente lo comía en
casa de su abuelo pero haré el intento- dijo mientras se enrollaba su bufanda, de manera literal, al
cuello, pues a ella no le importaba tanto la estética, o quizás Emma la había enrollado así para cubrirse
el pecho.

- Todavía no me has dado algo de comer que no tenga buen sabor, no veo cómo un pan hervido puede
ganarte

- Las cosas más sencillas son las que más cuesta que salgan bien… o algo así dijo el que nos daba clases-
rio, tomando su bolso y esperando a que Emma terminara de abrocharse su abrigo.
- No me imagino cómo un pan hervido puede salir mal

- Bueno, es cierto, no se te puede quemar, pero sí se te puede overcook supongo

- Quizás, pero sé que lo vas a hacer bien- sonrió, tomando su bolso y el tubo con los planos. Se acercó
a Sophia y, tomándola torpemente por la cintura, la trajo hacia ella. – Te he extrañado- susurró, y le
clavó un beso de aquellos que hacían gruñir de lo rico que se sentía, de aquellos suaves pero con
pinceladas de sexualidad adormitada pero activa.

- Yo también, pero si me vuelves a besar así I swear to God que no me hago responsable- susurró, y
simplemente le dio un beso corto pero estratégicamente aplicado para dejarla queriendo más para
luego abrir la puerta y salir hacia su camino a casa.

- Gaby, yo creo que si no tienes nada más que hacer puedes irte- sonrió Emma mientras pasaba por su
escritorio en el pasillo.

- Gracias- asintió. – Que tengan buen día

- Igualmente- suspiró Sophia, buscando su teléfono, que sonaba al compás de lo que representaba
musicalmente a la creación de Ian Flemming.

- Nos vemos el lunes- le dijo Emma con una sonrisa.

- ¿El lunes?
- Sí, no me acordaba que teníamos libre- arqueó sus cejas. – Como sea, seguramente a Peter le
agradará que estés en casa

- Muchas gracias, Arquitecta- sonrió, no sabiendo exactamente por qué pero que no le gustaría
trabajar en ningún otro lugar que no fuera el Estudio, más bien para ninguna otra persona que no fuera
Emma. – Aunque tengo que venir porque va a venir Aaron a instalar la Ultra Latch a las diez

- Pregúntale si no puede hacerlo el lunes antes de que vaya con Sophia a donde sea que tengan que ir,
sino hasta el martes. No me urge que la ponga- Gaby asintió. - ¿Taxi, por favor?- preguntó con una
sonrisa imploradora, Gaby sonrió y llevó su teléfono a su oído, marcando el botón azul, para llamar al
Lobby y, así, que le tuvieran listo un Taxi a su jefa. – Nos vemos el lunes- Gaby sólo volvió a asentir con
una sonrisa, pues ya estaba en lo del Taxi.

- ¿Mañana a las cinco?- dijo Sophia al teléfono con expresión de “mierda, no puede ser”, y Emma la
abrazó por sus hombros para empezar a caminar por el pasillo, que sólo se despidió de Belinda y de
lejos por estar ella al teléfono, pues Nicole y Rebecca brillaban por su ausencia en esa área pero
aburrían a los Ingenieros. – No, no hay ningún problema- resopló. – De cualquier modo, hablamos de
esto en un rato que te espero para cenar y no me preguntes qué te voy a dar de comer porque ni yo
sé- dijo antes de que Phillip pudiera preguntarle porque cuando se trataba de algo que tuviera que ver
con pimientos enteros o atún prefería hacer una pequeña escala en el McDonald’s del Flatiron District
por one Bacon & Cheese Quarter Pound no onions, no ketchup, no pickles. – Sí, sí, sí…- dijo como si la
estuviera regañando, así como se solía responder de adolescente, pero no era por regaño, era
actuación. – Te veo cuando tu mujer te lleve- mordió su lengua, cosa que Phillip pudo sentir y colgó.

- ¿Qué hay mañana a las cinco?- le preguntó mientras esperaban por uno de los cuatro ascensores.

- Voy a acompañar a Phillip a escoger un par de zapatos- suspiró, arrojando el teléfono en el interior
de su bolso.
- Sabes, desde que conozco a Phillip, siempre lo he visto en los mismos zapatos- resopló. – Ralph Lauren
para trabajar, Tom Ford para semiformal, Ferragamo o John Lobb en Black Tie y Varvatos para casual
medio serio

- Y, aparte, está su Nacho Figueras-look

- Creo que en el tiempo que tengo de conocerlo nunca lo he visto jugar polo o en su Nacho Figueras-
look- dieron un paso hacia el interior del ascensor. - ¿Tú sí?

- Fotografías en su oficina

- No suelo ir a su oficina- sonrió. – Queda donde el aire da la vuelta

- Tan exagerada- le tomó la mano y recostó su sien sobre su hombro.

- Todo lo que queda después de Soho ya se me hace lejos

- Para caminar no, eso está claro… te tardarías como una hora y media o dos, dependiendo de tu suerte
con los semáforos y de la velocidad que lleves

- Caminando es una eternidad y, en Taxi, me parece una aberración pagar veintiocho dólares por ir a
donde los hombres deciden los precios hasta del aire que estoy respirando en este momento

- Metafórico pero cierto. Cambiando el tema- Emma emitió su típico “mjm”. – No tenía idea que David
había regresado
- Sí, regresó por cuatro meses- rio.

- ¿Puedo saber qué es lo que no te agrada de él? Es que no creo que sea porque manchó el piso de los
Hatcher o porque te dijo lo que te dijo

- No, con imbéciles se trabaja día con día

- Entonces, ¿por qué lo odias tanto?

- No lo odio, simplemente quisiera que su papá hubiera utilizado condón- sonrió al mismo tiempo que
la puerta se abría y Sophia se ahogaba en una carcajada interna.

- Definitivamente no es nada personal

- No me gusta él como persona, me acuerda a alguien

- ¿A quién?

- A Marco

- ¿Tu hermano?
- No, el otro- Sophia no dijo nada, sólo ahogó un “oh”. – Y no sé, me incomoda muchísimo su actitud
conmigo

- Sé que la primera impresión fue muy mala de acuerdo a tus parámetros, yo me habría reído en su
cara, pero, ¿no crees que es su manera de ser chistosamente idiota?

- No sé si lo hace por molestarme, porque sabe que me enoja, o si lo hace porque realmente quiere
llevarme a la cama. Además, tengo la leve impresión de que no ha de ser buen amante

- ¿Que lo tiene pequeño?

- O que no sabe usarlo, no importa cuál de las dos o si es las dos- resopló, saliendo al aire frío que le
cayó como patada a los pulmones. Cómo extrañaba el cigarrillo en aquella época. – No sé si lo leí en
alguna parte, si lo escuché como comentario o lo pienso de manera personal, pero siempre he creído
que el hombre que más se jacta es el que menos puede hacer o sabe hacer

- Skatá- gruñó. – Qué frío- se echó el bolso al hombro e introdujo sus manos a los bolsillos de su abrigo.

- Ven aquí- la abrazó con su brazo por la espalda para darle una pizca de calor corporal mientras se
acercaban al Taxi. – Además, pienso que tú tienes demasiado uno perfecto y lo sabes usar
perfectamente bien- susurró lascivamente a su oído.

- ¡Mi amor!- rio sonrojada, que se confundía por la patada del frío, pero también eran los nervios.

- Y, lo mejor de todo, es que no lo tienes colgando entre las piernas y no tengo que hacer magia para
que sirva- sonrió. – Me gusta que no lo tengas y que te lo puedas poner y quitar…
- Sólo una vez lo he usado, no hables como si fuera cosa de todos los días

- No me quejo si lo usas, pero debo decir que disfruto más cuando…- se acercó a su oído mientras abría
la puerta trasera del Taxi. – Frotas tu clítoris contra el mío- Sophia detuvo la puerta por la parte
superior con ambas manos, sólo porque necesitaba apuñar algo, y gruñó sin aire. Casi llegaba al
orgasmo. Emma rio, arrojando el tubo sobre el asiento para meterse. – Setenta y nueve y primera- le
dijo al taxista mientras Sophia dejaba caer su nerviosismo sobre el asiento y cerraba la puerta. - ¿En
qué piensa, Licenciada Rialto?- susurró, tomándola de la mano y acariciando sus dedos con su pulgar.
Le gustaba verle el anillo en su dedo, y era algo que nunca le había entendido a Natasha o a Phillip,
pero era simplemente hermoso, más cuando sabía que Sophia no era de cargarse las manos; como
mucho la primera pulsera que le había regalado, aquella rosada que tenía un charm de un corazón, su
reloj y una eventual banda elástica. La otra pulsera la tenía como una especie de trofeo, o recuerdo,
de cuando Emma se la había completado: “Marry your passions”, y le había dado un charm de un
Converse, un reloj despertador, una taza, una vespa y un crucero, y sólo ellas sabían qué tenía que ver
cada uno con lo de la frase, pues había unos que se sobreentendían y había otros que no. - ¿Todo
bien?- Sophia sólo deslizó su mano y colocó la mano de Emma sobre el interior de su muslo izquierdo.

- Todo bien…- colocó su mano sobre la de Emma y, lentamente, la desapareció por debajo de la parte
de abrigo que caía sobre su regazo. – Pero…- la arrastró hasta su entrepierna. – Va a estar mejor

- Rush hour- suspiró frustrado el taxista al ver que todo Park Avenue estaba lleno de vehículos amarillos
y uno que otro que se salía de contexto entre las luces rojas de los semáforos.

- Try over third- le dijo como si él no lo hubiera considerado ya, porque no lo había considerado luego
de un día demasiado largo y de turistas que le pedían que los llevara a un lugar como si no existieran
dos o tres con el mismo nombre en la ciudad, así como el que le dijo “Lléveme a McDonald’s”, ¿a cuál
de todos si había alrededor de ochenta y sólo en Manhattan? – And, if I’m not mistaken, you can turn
to the right on the 70th- y lo sabía porque Hugh solía tomar esa ruta.

- You’re the boss- y le hizo caso.


- Te tengo demasiadas ganas- le susurró al oído y apartó su mano de su entrepierna para abrazarla por
sus hombros pero, para no dejarla sola, colocó su mano izquierda en aquel lugar. – Y desde hace rato-
exhaló contra su cuello, que había apartado su cabello con su nariz.

- No tienes idea de cuántas ganas te he tenido todos estos días- cerró sus ojos y recostó su cabeza
contra el bajo cabezal de aquel Crown Victoria.

- ¿Qué tienes ganas de que te haga?- le comenzó a dar besos suaves sin importarle lo que el taxista
pudiera pensar; no estaba haciendo nada malo. – Pide gustos

- Ya te dije

- ¿Y aparte de jugar a que mi boca es toro salvaje?- resopló, ocasionándole un escalofrío que la sacudió
graciosamente.

- No quiero que sea toro salvaje, sólo quiero grind it… tampoco me interesa ahogarte

- ¿Y cómo planeas grind it?

- Como se supone que se hace: meciéndome de adelante hacia atrás- resopló, sintiendo ya que los
dedos de Emma la recorrían de arriba abajo por encima de aquel pantalón de lana.

- ¿De frente o de espalda?


- Mmm…- resopló guturalmente. – ¿Quieres que lo haga de espalda?

- Lo que usted quiera, Licenciada Rialto

- Nunca lo he hecho de espalda

- En teoría sí

- ¿Cuándo?

- Cuando comprobamos que el sessantanove es un fraude- rio, tomándole su entrepierna con fuerza,
que si no es porque Sophia sabía controlarse, habría gemido. – Año Nuevo del año pasado

- Cierto, pero no es tan fraudulento, simplemente no es equitativo

- Concéntrate en lo importante, Sophia- llevó su frente a su sien.

- ¿Que puse mi trasero en tu cara?- rio, sabiendo que eso no sonaba nada romántico ni sensual.

- Ajá, y que me gustó tenerlo tan cerca, y que te gustó lo que te hacía

- Arquitecta- se volvió a ella con una leve sonrisa mientras el taxista se incorporaba a la tercera avenida.
- ¿Me está usted insinuando que quiere un sesenta y nueve? – Emma sólo sonrió y Sophia ahogó un
gruñido que se traducía a un “la sola idea me vuelve loca en este momento”, pues sabía que, con el
paso del tiempo, aquello podía variar y podía terminar siendo sobre la mesa del comedor. – Pero tengo
una imagen…

- Descríbela- reanudó el roce de sus dedos.

- Es que me gusta sostenerte- se sonrojó, y, por esa reacción, se ganó un beso de Emma en su mejilla.

- ¿Y mis manos dónde están?

- Emma…- sacudió su cabeza. – Es demasiado intenso

-¿No puedes?- le dio otro beso en su mejilla. Sonó a reto.

- No estoy segura de dónde están

- ¿Cuáles son las posibilidades?

- Que estén aquí- dijo y, disimuladamente, apretujó sus senos. – Pero fuerte, así como si te estuvieras
deteniendo- Emma suspiró por no gruñir, por no ceder a sus ganas de violarla en ese momento. No
sería el primer Taxi. – O en mi espalda baja y mi trasero… quizás deslices un dedo en mí- Emma apretujó
su entrepierna por reflejo. – No sé si lo dejarías dentro o lo sacarías para volver a deslizarlo- apretujó
su entrepierna todavía más. – O quizás sólo me abraces por los muslos, así como sueles hacerlo- dijo
rápidamente y en tono regular, como para matar la intensidad.

- ¿Por qué no me dijiste de la magnitud de ganas que tenías?


- Es un mal necesario- Emma le formó la expresión fisionómica de “¿Cómo va a ser eso un mal
necesario?” – Es como cuando inflas un globo, lo anudas; le haces un minúsculo agujero y puedes dejar
que salga un poco de aire, que sea constante durante los cinco días, o puedes reventarlo

- I’m so getting raped tonight!- celebró con expresión de Sharapova cuando ganaba un quiebre, y el
taxista, ante esa enunciación, que “rape” y la celebración no concordaban, casi se ahoga de la sorpresa.

- Easy there, Tiger- la tranquilizó con la voz más dulce que el taxista alguna vez había escuchado, y
tomó su mano de su entrepierna, pues la estaba asesinando lenta y tortuosamente. Emma se sonrojó
y sonrió un tanto avergonzada. – Estás de muy buen humor- le susurró, no criticándola sino
reconociéndoselo y recalcándoselo.

- ¿He estado de mal humor?- murmuró con preocupación.

- No, es sólo que estás de buen humor a pesar de lo de David- Emma asintió. - ¿Te pone de buen humor
saber que te tengo demasiadas ganas?

- Sí y no. No es el hecho de que me vas a violar sino el hecho de que quieres violarme; eso significa que
me ves atractiva- sonrió. – Me gusta ser atractiva para ti

- ¿Eleva tu ego? – resopló.

- No. Mantiene mi autoestima y la satisfacción conmigo misma de que, a quien yo quiero, me quiere
de regreso… pues, “querer”, desde cariño y amor hasta hacer cosas de adultos- rio. Sophia recostó su
cabeza sobre su hombro y sonrió, pues ella sentía lo mismo. Emma Pavlovic: humana. – No es tanto la
parte del sexo lo que me gusta de estar contigo, eso es un plus, un muy buen y muy grande plus, pero
podría pasar días enteros sólo observándote o conversando contigo; sobre tu Celebrity Fuck-List o
sobre lo poco que sé de Fórmula 1

- ¿Celebrity Fuck-List?- rio. – Por favor de eso no hablemos que me va a dar un ataque de celos

- Y no se hable más de eso, que es primera vez que me pongo mi blazer- sonrió. Sophia rio con su
abdomen y, en su plan de distraerse, sino sería escoltada en el asiento trasero de un Crown Victoria
pero del NYPD por disturbios públicos de tipo “pornografía”, metió la mano en su bolso y sacó su
divierta y distracción de siempre; el Rubik de 5x5. - ¿Aburrida o nerviosa?

- A punto de hacer combustión nada más- sonrió, desordenando los colores, que no importaba qué
tanto esfuerzo le pusiera a aquello, nunca se demoraba más de setenta y cinco segundos en resolverlo
si era eso lo único que hacía en ese momento. – Es imposible aburrirse contigo

- ¿Nunca te has aburrido?

- Ni cuando te consumió “Berlin Noir”- resopló, levantando su mirada para encontrar la de Emma y
ver, de reojo, que ya se incorporaban a la primera avenida. – Me gustaba verte leer

- ¿Por qué?

- Te ves… como si estuvieras en lo que estás leyendo, así como si estuvieras en medio de lo que está
pasando; como cuando Gatsby dice “I’m Gatsby... “, y no es Nick Carraway el que se asusta y dice
“What?” o el que le implora una disculpa, “I thought you knew, Old Sport. I’m afraid I’m not a very
good host.” y tienes una expresión facial y emocional como si fuera a ti a quien te lo está diciendo,
como si te ha disculpado en nombre de Nick Carraway…
- ¿Tanto me absorbe?

- No tiene por qué ser malo, es algo que yo no puedo hacer… pues, me lo tienen que estar describiendo
milímetro a milímetro, pero entonces eso sería como los rollos perdidos de Alejandría- rio. – Tu
conceptualización es tal que, si yo te digo que dibujes una escena, lo puedes hacer; son más que
simples instrucciones o una vaga idea

- Pero eso me pasa con pocos libros, pues, con los que realmente te absorben

- ¿Y qué libro no ha logrado absorber a mi novia?- arqueó su ceja izquierda y, de manera inconsciente,
Emma asoció la ceja izquierda con Camilla y la vio demasiado idéntica, pues Sophia solía arquear la
derecha, así como ella, y no la arqueaba tanto ni tantas veces como ella, pero bajaba la izquierda y
subía la derecha; entre escepticismo y burla.

- ¿Qué libros no ves entre los que tengo?

- Mmm…- el taxi redujo la velocidad para que Emma le dijera por dónde quería que la dejara.

- Agata & Valentina, please- interrumpió los pensamientos de Sophia. $15,48 en el taxímetro, el taxista
se orilló, logrando un estratégico puesto y gracias a Dios. – Keep it running- suspiró, tomando el tubo
en sus manos mientras Sophia, todavía pensando, abría la puerta para salir huyendo hacia el interior
del local, que huía del frío. – Cazzo…- se sacudió de frío al salir y expulsar vapor de su nariz y su boca.
– No es mentira que está demasiado frío- abrazó a Sophia y caminaron hacia el interior de aquel paraíso
culinario.

- ¡Twilight!- exclamó al entrar. – No tienes esos libros


- Muy observadora- sonrió, echándose el tubo y el bolso al hombro, igual que Sophia, para tomar una
canasta cada una. – No me gustó el primer libro y le regalé la trilogía a Gaby

- Tampoco tienes “50 Shades of Grey”

- Ah, pero las películas sí que las voy a ver, así como hice con Twilight- rio.

- ¿Por qué no lees antes los libros? No es como que te tardes una eternidad leyendo algo tan ligero-
dejó ir una bolsa de levadura y una de cada harina necesaria en su canasta mientras Emma tomaba
una bolsa de pan del estante.

- Porque ya Natasha se encargó de contármelos, en desorden pero me los contó… y no soy muy
fanática de leer cómo el Señorito beats the living shit out of la Señorita

- Pero en la película lo verás

- Es gráfico, y asumo que Hollywood tampoco va a permitir algo tan gráfico por tanto tiempo; vas a
saber que está pasando pero no lo vas a ver con tanto detalle… y, por si es demasiado, tengo el recurso
de taparme los ojos- sonrió, caminando hacia el mostrador de carnes para buscar lo que se le antojaba.
¿Entraña como siempre? No. – Six of those- dijo, señalando con su dedo índice a aquellas pieles
blancuzcas que albergaban carne roja. – Mi imaginación es mi peor enemiga

- La de cualquiera, mi amor- recostó su quijada sobre su hombro e inhaló su perfume. - ¿Cómo vas a
querer que lo prepare?

- ¿Cómo lo prepararías tú?


- Sellado del lado de la piel, luego al horno… claro, crispy but juicy and tender

- Nunca voy a entender cómo logras darme algo que no esté seco- rio, recostando suavemente su
cabeza sobre la de Sophia.

- Voy a ir a traer lo que necesite, porque asumo que vas a querer una salsa

- ¿Sería mucho pedir?

- En lo absoluto- le dio un beso en su pómulo. - ¿Tenemos Pomerol?

- Sí, pero no sé si hay frío- que sólo mantenían frío porque lo utilizaban para cocinar.

- No será problema- le volvió a dar un beso y pasó de largo.

Emma tomó la bolsa que le alcanzaban y, con una sonrisa de agradecimiento, pasó de largo a traer
unas cervezas para Phillip y un par de latas de mezcla de Bellini, pues iría en contra de lo que la
tradición dictaba; que el Prosecco sólo se bebía en Primavera, pero ella tenía tres botellas
de Valdobbiadene Superiore di Cartizze. Además, le había entrado un antojo por un Bellini, algo raro
en ella. Quizás le ofrecería Bellinis a Natasha, que le encantaban, aunque a ella le gustaba casi todo lo
que fuera alcohol gracias a sus antecedentes de Sorority Sister en la KAΘ (Kappa Alpha Theta), le
gustaba todo menos el Sambuca y los cocteles que fueran cremosos, con excepción de la piña colada.
Recogió seis paquetes de semillas; dos de caju, uno de almendras, dos de pistacho y uno de piñón.
Tomó unos bocadillos de cheddar y un frasco de salsa arrabbiata. Se reunió con Sophia para pagar,
$188,36 y digno de pedirle a American Express que lo pagara por ella, se dirigieron a casa, pero ahora
MasterCard le hizo el favor de pagar $29,31.
- Te traje- murmuró sin verla, mostrándole el par de TOMS, que originalmente debían ser para hombres
pero a Sophia le habían gustado, que llevaba entre sus dedos y, cuando levantó la mirada, frunció su
ceño. – Creí que íbamos a cocinar comida, ¿o es el ingrediente secreto?- rio al ver que Sophia mezclaba,
en una cubeta transparente, aquel líquido denso, más denso que la pintura cruda, como si fuera flúor
dental en gel. Y Emma sabía qué era pero no entendía por qué.

- No, es que necesito hacer una prueba- sonrió, agregándole más del ingrediente seco al líquido y
volviendo a encender el taladro, su taladro, pues Sophia tenía un set de herramientas que sólo ella
utilizaba, se volvió a la mezcla. – Gracias por los zapatos, ya me los cambiaré

- Allow me- se agachó y, suavemente, levantó el pie derecho de Sophia para quitarle el Ferragamo de
escamas morning rose y lo colocó cobre el suelo de madera fría. Levantó el pie izquierdo, de la misma
forma, y, antes de dejar que lo pusiera sobre la madera, lo presionó en varios puntos, como si le
estuviera dando un masaje. Aquello se convirtió en caricia; sus manos se pasearon por su tobillo,
decidieron subir por debajo del pantalón para acariciar su pierna y, mientras subían hacia su rodilla,
subía el pantalón con el doblez de sus muñecas. Dio unos cuántos besos a aquella pantorrilla mientras
le ponía la zapatilla, y repitió el proceso con su otro pie. – Listo- murmuró, poniéndose de pie que,
mientras lo hacía, llevó sus manos cada vez más hacia el interior de las piernas de Sophia, siempre por
detrás de ella. Acarició su trasero y sintió los elásticos de aquella cosa que no era ni tanga, ni bikini, ni
garter, ¿qué carajos era? - ¿Quieres algo de beber, her-mo-sa?- sonrió contra su oído y acordándole
de aquellas veces, graciosas y juguetonas veces, en las que se llamaron así.

- Mete tu mano- susurró, sacando el mezclador del taladro y colocando el taladro sobre la el dorso
para no hacer ningún desorden de mala sanidad.

- Con gusto- llevó su mano por su cintura, acariciándola lentamente para torturarse a sí misma.

- No, no ahí- sonrió en cuanto Emma iba a por el interior de su pantalón. – Aquí- le señaló la cubeta
con una sonrisa sonrojada. – Sólo mójatela antes de meterla- y ambas rieron por el doble sentido de
aquello, pero Emma, en su infinita risa interna de “that’s what she said”, mojó su mano con el agua
que salía del grifo junto a ella. – Separa tus dedos así- le mostró cómo antes de que Emma la metiera
a la cubeta. – No muevas los dedos por cinco minutos- sonrió y le dio un beso en su mejilla.

- ¿Me vas a dejar anclada aquí?- resopló.

- Sólo son cinco minutos- sonrió, abriendo el grifo para lavarse las manos y arrojarse un delantal
encima. - ¿Quieres algo de beber? – Emma asintió con una sonrisa que Sophia sabía muy bien lo que
quería de beber. – Eso más tarde, ¿sí?- se acercó a ella y, tomándola por las mejillas con amas manos,
húmedas y frías, la trajo a un beso sano y sin intenciones de que escalara a algo más. – Yo también
quisiera servirte eso en éste momento- murmuró contra sus labios. - ¿Quieres un Martini? – ella sólo
asintió.

- So… ¿qué es lo que estás haciendo conmigo?

- Sólo quiero saber si éste es más rápido que el otro, pues de cinco a diez minutos

- ¿Alginate?

- Sí, pero se supone que ese se seca en la mitad del tiempo; es nueva fórmula

- Se ve más denso

- Es que no sé qué me dio la vez pasada por hacerlo todo con yeso… me tardé una eternidad haciendo
una réplica
- Y me imagino que era algo que podías meter en alginate

- Sí- Emma escuchó que el hielo caía en el mixer.

- Esa es un desventaja del alginate, supongo, que no es que puedes arrojar la cubeta contra la pared
para sacarle el molde… o tampoco puedes meter la silla para recrear el acabado que tiene el asiento

- Para eso necesitaría una piscina llena de alginate- rio, vertiendo el dash de vermouth y luego la
generosa y justa cantidad de gin. - ¿No tienes frío?- le preguntó en cuanto se detuvo a verla: falda
negra Oscar de la Renta y blusa azul marino muy ajustada, como si fuera de algodón y spándex; al
menos era de manga tres cuartos. Y estaba descalza.

- No- sacudió su cabeza y llevó su mano derecha a su vista para inspeccionarse el ya tan necesitado
manicure. El ruido del hielo dentro del mixer atacó el ambiente y, en cuestión de veinte segundos,
Emma ya tenía un Martini en su mano derecha mientras Sophia se amarraba el delantal negro que
decía un tan-Emma: “Homo Sapiens: luchó por estar en la cúspide de la cadena alimenticia para ser
vegetariano.”. Humor ácido decía Natasha, ah, no, es que Margaret le había regalado ese delantal a
Sophia en cuanto se dio cuenta que cocinaba y que, en realidad, la Tarta Tatin de pera en vino tinto,
que le había horneado a Natasha cuando estaba en aquella faceta, había sido la mejor que se había
comido en toda su vida, aunque una bola de helado de vainilla había sido lo único que le faltaba, que
no era culpa de Sophia sino de sus gustos. - ¿Tú?

- Un poco

- Ya encendí la calefacción- se terminó su Martini. Qué poco duraba aquello.

- A ver… tu pan- suspiró, sacando un recipiente de vidrio en donde vertió las medidas de harinas
necesaria y al cálculo, pues ya sabía las medidas en base a su mano; una de las primeras cosas que les
habían enseñado en las clases de cocina. ¿En qué momento se le ocurrió aprender a cocinar? Ah, sí,
cuando se cansó de comer lo mismo y tenía tiempo de sobra. – ¿Es pan normal?

- Sí

- ¿Es Brioche, Baguette, Flatbread?- un poco de levadura.

- Es como un Baguette

- Ajá, ¿y el pan?

- Yo te ayudaré con eso, no te preocupes- sonrió, y Sophia, con una risa nasal, dejó ir un poco de sal y
una pizca de baking soda. – Creo que, de los placeres más grandes de mi vida, es verte cocinar

- ¿Ah, sí?- resopló, quebrando un huevo con una mano luego de haberlo golpeado contra el granito de
la encimera.

- No sé por qué pero me gusta- quizás era el delantal, quizás era el hecho de que podía cocinar algo
que no fuera pasta, carne o pescado, o pancakes.

- ¿Me veo sexy?

- Demasiado- Sophia aplaudió dos veces. – “Playlist: Sophia…”- le dio espacio para que escogiera ella,
pero ella sólo rio y no dijo nada.
- Ah, esa canción me gusta- rio, ensuciándose las manos con aquella masa.

- ¿Cuál es?

- “Coffee & TV”… es de Blur

- Me suena el grupo- dijo al escuchar el nombre, pero la guitarra de la canción no le decía nada, menos
cuando empezó a cantar aquella voz que no padecía de vibrato. – Pero no es nueva la canción, ¿o sí?

- Uy, no- sacudió su cabeza. – Es como del noventa y ocho o noventa y nueve- a Emma le dio el ataque
de risa ese de “estoy un poco mayor”. – En realidad, la canción no me gustaba… me llegó a gustar por
el video. Creo que ha sido de los pocos videos de los que me acuerdo… pues, cuando MTV era Music
Television y no esos programas que ponen, a la que se embarace más rápido o al que haga el mayor
ridículo

- Toda la razón- rio, pues Emma también había notado el cambio polar que había tenido aquel canal y
reconocía que, MTV Europe tenía mejor programación que la cede “Americana”. – Pero, ¿de qué
trataba el video?

- Es de una leche

- ¿Una leche?

- Sí, un empaque de leche; la cajita. Es de una familia que el hijo ha desaparecido y han puesto el
anuncio en las cajas de leche, entonces ésta cajita de leche en especial quiere animar a los papás
porque el hijo nada que aparece, pero no lo logra entonces se va a la ciudad a buscar al tipo. En su
travesía, aparte de que casi lo matan como diez veces, se enamora de una caja de leche de fresa…
pues, la ve al otro lado de la calle y están ahí haciéndose los imbéciles como por media hora y, cuando
la leche decide cruzar la calle, a la leche de fresa le ponen un pie encima y la matan; y sale la leche
rosada como que es sangre y la leche simple sale corriendo hasta que llega a un callejón oscuro y están
todas las latas y los empaques del Guetto. De casualidad encuentra al tipo, que no es que se ha perdido
sino que está ensayando la canción con su grupo, ve la caja de leche y se da cuenta que lo están
buscando entonces se va a su casa. Llega a la casa y, justamente antes de entrar, se bebe la leche- rio.
– Y ves que la leche todavía le queda un poquito de vida y saluda a los papás y está contento porque
encontró al fulano, se muere, le salen alas, asciende al cielo y se encuentra con la leche de fresa- Emma
se carcajeó. – Creería que está entre los cincuenta mejores videos de todos los tiempos

- ¿A quién se le ocurre lo de la leche?

- Hay videos de videos- se encogió entre sus hombros. – Desde Coldplay y “The Scientist” hasta Lady
Gaga y “Telephone”, desde Nirvana y “Heart Shaped Box” hasta Blink182 y “All The Small Things”

- Y tu video favorito, ¿cuál es?

- Ay- sonrió de reojo. – Obviamente que “Call On Me” de Eric Prydz- rio, y Emma sólo se acordó de
aquello tan es-pan-to-so. – Probablemente es ese- señaló hacia arriba. - ¿Y el tuyo? ¿Vogue?

- No- rascó sus labios, asombrándose de la destreza que tenían los dedos de Sophia para algo que no
fuera de muebles o vaginal, pues trataban aquella masa con el sonido perfecto de una masa
perfectamente hecha; con esa elasticidad. – “Runaway”… aunque no es mi favorito, no tengo uno que
pueda catalogar como “favorito”

- ¿Kanye?

- Sí. Me gusta el contraste de todo


- Me gusta más cuando la tocas en piano, es más tranquila, es más tú

- ¿Tú me consideras tranquila?

- No eres hiperactiva; eres normal, supongo… ahora estás un poco intensa pero es entendible- resopló.
– Yo también quisiera que me bajaras el pantalón aquí, ahora, que me hicieras dejar la masa a un lado
y que deslizaras un dedo… o dos, ¿qué prefieres?- la volvió a ver con una sonrisa burlona, y Emma
gruñó. – Tienes razón- asintió ante el gruñido. – Mejor subo una pierna y tú te agachas

- ¡Argh!- gruñó muy fuerte y quiso acercarse a ella, pero la cubeta la detuvo por el peso relativo. –
Sophia…- suspiró con sus ojos cerrados.

- Esta es la encimera del treinta y uno- rio suavemente y guio su mirada hacia la masa nuevamente. –
We’ve fucked where we eat

- Y en donde dormimos, en donde nos duchamos, en donde nos vestimos, en donde lavamos las
toallas… y en cada sofá que tengo

- Y en la oficina- sonrió.

- ¿Alguna vez que sea tu favorita?- intentó mover los dedos dentro de aquella composición que ya se
había endurecido; definitivamente era más rápida que la versión anterior.

- Cualquier tipo de celebración, festividad o evento, sea cumpleaños de una de nosotras o de alguien
más, sea Navidad, cuatro de Julio o la cena anual de Margaret para el comité gastronómico…- se quedó
en silencio al acordarse de la primera vez de todas; y fue como sentir a Emma como aquella vez en esa
cocina: hincada y con su lengua sobre sus labios mayores, su nariz que había rozado su perineo, y,
¡Dios mío, suyo y vuestro! – Mierda… todas esas son intensas, aunque, entre esas y el resto, no sabría
escoger una favorita; todas han sido especiales a su modo y en todas me he corrido rico- Emma sólo
tragó saliva, mucha saliva, que quiso tener un litro de agua para tener más qué tragar. - ¿Tú tienes una
favorita?

- No, sólo tengo una que no me ha gustado mucho

- ¿Cuál?

- En Roma- frunció su ceño, acordándose de aquel accidente. Y logró sacar la mano. Sin preguntarle a
Sophia, tomó el release agent y, teniendo cuidado de no contaminar demasiado el ambiente culinario,
roció donde había sacado su mano para luego, verterle el líquido amarillento al transparente,
mezclarlo con unas batidas y verterlo en el interior de aquella forma que había creado su mano. –
Literalmente fue por mí y no por ti- se acercó al grifo y se lavó las manos.

- Pero me cuidaste rico también- sonrió, dejando la masa en paz y, cubriéndola con una manta, la
guardó en el gabinete inferior.

“A Little Party Never Killed Nobody” comenzó a sonar en el fondo, que esa era la imagen que Sophia
tenía con aquella parte de “The Great Gatsby”, esa parte que a Emma la tenía tan decepcionada del
remake cinematográfico más reciente, esa en la que había participado “El Alquimista”, así como le
llamaba Emma a Leonardo DiCaprio. ¿Por qué? Porque, según ella, todo lo que tocaba, o lo hacía oro
como en “The Departed”, o lo arruinaba como en “The Great Gatsby”. Ryan Gosling era físicamente
apto para ser Jay Gatsby, y Amanda Seyfried una verdadera Daisy Buchanan. O quizás era que la
película, toda su composición, era demasiado nueva e innovadora que se habían perdido en el tiempo
de la manera más absurda, como si estuvieran en el presente pero atrapados en un ambiente post-
Primera Guerra Mundial. A mucha gente le gustó, pero a ella no. Sólo la música, o esa canción, le había
gustado.
- ¿En qué te ayudo?- le preguntó Emma, viendo cómo Sophia colocaba su venganza sobre una tabla de
madera y, con minuciosa destreza, hacía incisiones superficiales sobre la piel.

- ¿Prefieres ajo y cebolla o romero, eneldo y thyme?- rio, sabiendo desde ya la respuesta.

- Si me das un traje de esos que usan los de control de radioactividad, entonces sí me aventuraré a la
cebolla- dijo al ver que era una cebolla morada, que era la que la convertía en la mujer más susceptible
hasta hacerla llorar lo que no tenía por llorar.

- Lo sabía- le alcanzó otra tabla de madera y el cuchillo con el que varias veces soñó asesinar a la Señora
Davis a las cuatro de la mañana cuando se disponía a calentar su garganta de Ópera.

- ¿Por qué lo secas?- le preguntó al ver que secaba su venganza-mejor-dicho-broma con papel de
cocina.

- Porque si no lo secas hay más vapor de por medio, si lo secas tienes un hermoso dorado crocante-
sonrió. – Que supongo que es lo que quieres

- Supones bien… ¿cómo cuánto tiempo se va a tardar?

- ¿Lo quieres bien cocido o tres cuartos?

- ¿No me va a matar la salmonella si me lo como medio crudo?

- No, esto no es pollo- rio. – Puede quedar un poco crudo


- ¿Cómo te gusta a ti?

- Es tu venganza, ¿cómo la quieres, bien cocida o medio cruda?- dijo con ese tono burlón pero que
reflejaba mucho de lo que la venganza se trataba. Broma, venganza, como sea.

- Medio cruda- sonrió.

- Media hora, más o menos, entonces

- Ah, no es tanto- frunció su ceño y dejó de picar el romero para encender el agua caliente del grifo,
así llenar una olla para su pan, y la colocó sobre la hornilla más grande, la que tenía mayor potencia. –
Por cierto, tenemos que hablar sobre dos cosas- Sophia se volvió a ella con esa mirada de “tenemos
que hablar” no se dice a menos de que sea realmente malo. – Sobre Springbreak y sobre tu cumpleaños

- ¿No falta mucho para las dos cosas?- resopló, volviendo su vista a la cebolla que estaba a punto de
ser finamente mutilada.

- El tiempo vuela, y entre trabajo y boda, ¿no crees que es mejor que lo planifiquemos con suficiente
tiempo?

- Eso será en el caso de Springbreak, mi cumpleaños se puede improvisar

- Hablemos de Springbreak, ¿a dónde quisieras ir?


- ¿No vienen Phillip y Natasha?

- Será de preguntarles, pero, ¿a dónde quieres ir?

- El año pasado escogí yo, ¿por qué no escoges tú?

- Porque yo escogí Bora Bora- sonrió.

- Y no me quejo, en lo absoluto- dijo, terminando de hacer las incisiones verticales para empezar a
cortar. – Pero yo malversé las del año pasado, así que, en compensación, escoge tú

- Y si te dijera que quiero ir a Las Vegas, ¿aceptarías?

- Sí, aunque sé que no quieres ir- sonrió, y no supo en qué momento la música le entró a las venas pero
empezó a marcar el ritmo con su cabeza y con el cuchillo.

- You’re so pop- suspiró bromeando mientras terminaba de picar el romero.

- Tú sabes que mi playlist es como la de una Sorority- rio, indicándole que dejara ir todo; el romero, el
eneldo y el tomillo en un recipiente que tenía en una esquina. – Voy desde “¡tienes que escuchar esta
canción!” hasta “por favor, no me juzgues”- rio. - ¿Así te quieres casar conmigo?

- ¿De qué hablas?


- Digo, a sabiendas de que escucho desde eso- apuntó con su cuchillo hacia el techo para referirse a la
todavía retumbante y pegajosa canción. – Hasta Justin Bieber

- Sólo tienes una canción del niño ese- rio. – Y es Will.I.Am con él, no él con Will.I.Am. Además, como
toda buena sobreviviente con uso de plena razón de los 90’s y principios del segundo milenio; me gusta
Britney Spears, *N Sync, Backstreet Boys… supongo que tienes permiso de que te guste Bieber

- Corrección: me quedo con la canción, nada más… al niño se lo dejo a Julie que tiene esa fijación con
que se lo quiere coger- rio, y Emma se ahogó al acordarse de aquel comentario de Julie: “ese niño, el
Justin que no es el original, el canadiense caprichoso, el que trae locas a las niñas… si me dice: ‘Julia,
quiero cogerrrrte’, se me cae la ropa y le abro las piernas en ese segundo. ¡Qué puberto para estar tan
lindo!”. – A mí háblame más del Justin original, del one and only, de Mr. Suit & Tie

- Ah, ¿a ese sí le abrirías las piernas?

- Lo secuestraría para que me cantara y me bailara- rio. – Para coger… bueno, quizás secuestro a la
esposa también para que le haga el favor- Emma sonrió y se acercó a la mejilla de Sophia para darle
un beso. – Only you can fuck me- susurró.

- Fuck…- suspiró, poyando su frente contra la sien de Sophia.

- Sí, “fuck”- pero no era eso a lo que Emma se refería.

- Se oye tan… mal- susurró. – Pero tan sexy al mismo tiempo

- Es sólo una palabra- se volvió a ella. – Si la usas bien o mal es decisión tuya… - le dio un beso en la
punta de su nariz y, con un suspiro de autocontrol sobrehumano, se volvió hacia su fabulosa cebolla.
– Versión pornográfica de “Oh, fuck! Please, fuck my pussy!”- gimió ridículamente, provocando una
risa tanto en ella como en Emma. – “Yes! Yes! Yes, yes, yes! Fuck it harder!”- y todavía más risa. – O
puede ser la versión que yo conozco: “Fuck me”- susurró lascivamente, transportando a Emma a esa
vez que se lo había dicho en una combinación de susurro, gemido, balbuceo, jadeo, en esa voz que
sólo el sexo podía ponerle a una mujer a la que le estaban frotando su clítoris mientras le besaban los
labios. Los ovarios de Emma explotaron, así como aquella vez, que se acordaba tan bien de la posición
en la que estaba en ese momento; entre sábanas blancas, sobre el lado derecho de Sophia y con sus
piernas entrelazadas para mantener sus piernas abiertas, se acordaba del cabello rubio de Sophia;
alborotado por las horas de sueño y por ya un orgasmo que Emma le había arrancado. Sexo mañanero
de las diez y media y en altamar, ¿mejor que eso? Casi imposible. – Creo que de actriz porno me muero
de hambre… o de actriz en general

- Y allá llegaron los bomberos a apagarme los ovarios- rio, dejando caer su cabeza en frustración. Ah,
ese juego las iba a matar.

- Esa era la intención- sonrió, terminando de mutilar la cebolla y retirándose para colocar, sobre otra
hornilla, la sartén más grande que Emma podía tener. Y era grande.

- ¿Por qué me estás torturando?- se quejó calladamente, que Sophia vertía un poco de sal en el
recipiente donde Emma había dejado ir las otras especias, y luego le dejó ir un poco de pimienta.

- Es que si dejo que me toques… - tarareó mientras revolvía aquella mezcla y la esparcía sobre la piel
de aquella broma con sabor a venganza, o venganza con sabor a broma. Broma en general y en
realidad. – Se me quema el agua de tanto que quiero que me des

- ¿Por eso la pierna cruzada?- resopló. Jugando con fuego. Y se quemó, pues Sophia sólo arqueó su
ceja y sonrió. - ¡Es un Peek-a-boo!

- Pero Kiki de Montparnasse


- Sea de la marca que sea, es un Peek-a-boo

- Es Kiki de Montparnasse- dijo con esa mirada que significaba algo que sólo una repetición.

- No es un Peek-a-boo normal, entonces

- No, no lo es- repuso, terminando de esparcirle la mezcla a aquella piel. Sacó un recipiente rectangular
de vidrio y encendió el horno. – Ajá, entonces… tu pan- tomó el pan que habían comprado y lo llevó a
la tabla en la que Emma había picado aquellas especias. - ¿Qué tanto pan se le pone?

- No tengo idea- rio. – Va envuelto, es lo único que sé

- ¿Envuelto entre o envuelto en medio de?

- Entre- supuso.

- Eres una consentida- resopló, sacando cinco rebanadas para quitarles las orillas, pues ya sabía que
Emma le diría un: “mi amor… ¿podrías quitarle las orillas?”. – Pon las bromas sobre la piel- le apuntó
la sartén, que ya debía estar caliente, pues el error principal de toda carne era que no se colocaba
sobre algo realmente caliente.

- ¿Aceite o algo?
- Si quieres tener arterioesclerosis de verdad, ponle… pero no necesita- y qué sonido el de aquellas
venganzas al caer sobre el acero inoxidable, y del aroma ni se diga. – Marca cinco minutos y déjalos
ahí, ayúdame con una Baker grande y una que le quepa dentro

- Entonces, Licenciada- dijo al asentir ante la sensual orden que le sabía a orden sexual. - ¿A dónde
iremos en Springbreak?

- No sé, pero quiero ir a una playa- sonrió, sabiendo que a Emma eso era lo que le gustaba, y a ella que
no le importaba salir o no salir, del país o de la cama. – Si no me falla la neurona que se encarga de esa
conversación… ¿no querías ir a Lençóis Maranhenses? ¿O era Fernando de Noronha?

- A Lençóis no, por favor no- rio, pues le encontraba la belleza pero no el entretenimiento, y tampoco
le encontraba comodidad como le gustaba. - ¿Dónde queda Fernando de Noronha?

- Brasil también… y, mierda, no era ninguno de esos dos lugares, entonces- rio. - ¿A dónde era que
querías ir?

- ¿A Mýkonos?

- No, es que nombraste una playa

- Ah, “Jericoacoara”, pero para Springbreak se llena demasiado… ¿qué hay de Fernando de Noronha?

- En la universidad tuve una compañera que toda su vida giraba alrededor de ese lugar; le llamaba
“Paraíso Terrenal”. Iba todas las vacaciones… creo que su familia tenía un hotel allí, o ella era de allí,
no sé, no me acuerdo- terminó de cortar el pan en pequeños cuadros, aunque no le habían quedado
tan perfectos como si hubiera decidido usar el cuchillo correcto, pero no valía la pena si igual nadie iba
a ver el pan. – Google it para ver qué hay- suspiró, sacando aquella masa de aquel gabinete, que sabía
que no había crecido casi nada, pero igual lo iba a desinflar.

- Lo veo luego- se irguió, colocando ambos bakers sobre una encimera. - ¿Qué hago con estas dos?

- Coloca la pequeña dentro de la grande y rellena el contorno libre con agua y un poco de hielo.

- Creí que ibas a cocinarlo, no a enfriarlo- resopló, llenando el Baker más grande con un poco de agua
para luego dejarle caer el pequeño dentro.

- Es para que no pierda tanto jugo. Si tienes agua, va a haber más vapor, o sea menos probabilidad de
que la carne se seque

- Interesante

- Quieres steam it, no cook it. Así como funciona el método de vaporizar la leche cuando haces un
Latte; la leche tiene que estar fría

- Nunca lo había visto- rio. – Pues, no en Iron Chef al menos

- Química en el colegio no era como crees- polveó la encimera con un poco de harina y dejó caer la
masa. – Era más práctico que aprender de orbitales s, p, d, f- estiró la masa como si fuera a convertirla
en pizza y, en el centro, colocó los trozos de pan. ¿Sentido común? No había manera de equivocarse,
no en esa etapa, pues la mayor parte de errores ocurrían al momento de los ingredientes secos y los
líquidos, en donde el orden de los sumandos si afectaba el total, y era por eso que existían las tortas
que se hundían; en especial el cheesecake. – Pero, el profesor era extremadamente agradable, creo
que por eso no deserté el primer año e hice los tres de química
- ¿Tres años de química avanzada?

- Lo puedes ver así o como una clase de cómo hacer tus propias cosas- rio. – Pues, aprendimos a hacer
un perfume, a hacer jabones, a cómo hacer un soufflé perfecto porque a la esposa del profesor le
encantaban y era su cumpleaños; que ahí fue que aprendimos lo del agua y nos explicó por qué…
aunque, claro, a veces sí teníamos clases teóricas, pero también jugábamos con láminas de magnesio
y mecheros Bunzen, o jugábamos a arrojar un poco de Sodio al agua, que gracias a eso fue que el
último día de colegio decidimos arrojar media libra a la piscina

- Y con honores- rio. – Debes hacer un soufflé excelente

- Nadie se ha quejado todavía- guiñó su ojo. – Y como sé que no eres fanática del chocolate, o de lo
dulce en general, no te ofrezco hacerte uno

- ¿No puedes hacerme uno de vainilla?

- As the matter of fact, I can- sonrió. - ¿Quieres uno de desayuno?

- Mejor para la cena de mañana, si no es mucho pedir- sonrió, y Sophia sacudió su cabeza. – ¿Tienes
todo lo que necesitas?

- Revisa si hay vainilla

- Hay beans, pasta, azúcar y extracto- dijo al abrir el gabinete de las especias.
- Entonces sí- sonrió, reanudando su tarea de envolver pan entre masa de pan y Emma volvió a lo suyo,
a lo del hielo. - ¿Cuánto falta para los cinco minutos?

- Ya casi

- Déjalos dos minutos en lo más alto- y Emma giró la perilla de la hornilla. – Quiérelos- sonrió
alcanzándole lo que había sobrado de la mezcla de especias.

- Los querré más cuando los coma- rio y, con una sonrisa que no se podía explicar, roció aquellas
hierbas sobre lo que se veía realmente apetitoso. No existía Fergie, ni Blur, ni Bieber, sino una voz que
nunca había escuchado antes; mujer, definitivamente afroamericana, pero le ponía cierta vibra
extraña al ambiente, que no por ser extraña estaba mal.

- But I gotta believe that this ain’t the end of the road, it’s all a bad dream until you believe…- tarareó
calladamente aquella rubia que no sabía si lo que hacía estaba bien hecho, pero lo seguía haciendo.
Eso era. El ritmo no era sexy pero tenía algo que sabía a noches de invierno de Pomerol y chimenea,
con cobija y desnudez; sabía a los besos post-coitales. – And you gotta know, the story is still to be
told, just breathe… remember to breathe

- Nunca había escuchado esa canción- interrumpió su modo de cantante.

- No es tan vieja, es como del dos mil ocho o nueve. La canta “Lalah Hathaway”

- Es un poco… sexy- rio, notando los dos minutos que debía esperar y, por instinto o sentido común,
que para Emma no era tan común en otras personas, bajón la intensidad nuevamente a dos y les dio
la vuelta.
- Si no le prestas atención a la letra- dijo de cerca, pues se había acercado para sacar el Saran Wrap. –
Pero tienes razón, omitiendo la letra, es como para gemirte al oído

- ¡Sophia!- rio nerviosamente.

- Y estoy orgullosa de mi nombre- bromeó. – Colócalos sobre la piel en el Baker pequeño y al horno

- ¿Así de rápido?

- Sólo es para sellar, seguramente ya están sellados del otro lado también- Emma sólo lo consintió e
hizo lo que Sophia decía, después de todo, Sophia era la que sabía. – Marca media hora en el
cronómetro de la cocina- dijo, acercándose a ella con la cebolla y dos ajos para prensarlos
inmediatamente.

- Eso huele bien- suspiró entre el sonido de la cebolla freírse entre la grasa que había despedido aquella
venganza.

- ¿La quieres un poco plana para contrarrestar lo condimentado de la carne o lo quieres un poco
refrescante?

- Como quieras- inhaló ya el olor del ajo entre la cebolla. Orgasmo olfativo. – Huele demasiado bien

- Espero que tenga un sabor decente- rio, dejándole ir un generoso chorro de pomerol y un dash de
harina.
- ¿Dudas de tus habilidades?

- No, nunca. De tu paladar- rio, alcanzándole una paleta de madera para que empezara a revolver
aquello y bajó la intensidad a uno, pues, por mientras, ella picaría las cuatro hojas de menta que llevaba
el paquete.

- ¿Qué tiene mi paladar?

- It’s so picky

- Pero así me quieres- sonrió con inocencia pero reconociendo que tenía razón al decir aquello.

- Te quiero, sí- se acercó y arrojó la menta a lo que ya empezaba a verse más espeso. – Te quiero de
“te amo” y te quiero de “te quiero subir la falda y abusar totalmente de tu integridad física”- murmuró,
y notó cómo Emma apretujaba la paleta de madera entre sus dedos. – Pero serás tú quien gima con la
canción sexy en el fondo…

- ¿Qué te voy a gemir?- preguntó como si no le afectara tanto, pero sí que lo hacía; de eso era testigo
el algodón que arropaba su entrepierna.

- ¿No lo sabes?- Emma sacudió la cabeza, pero Sophia pasó sus manos por si cintura hasta abrazarla y
guio una mano a su entrepierna, provocándole a la torturada Arquitecta un gruñido que sabía a gemido
también. – Precisamente eso vas a gemir- rio suavemente a su oído y la soltó para regresar al pan, que
ya sólo tenía que enrollarlo en el plástico.
- Me estás matando- se volvió a ella, desatendiendo la salsa, y sólo supo apreciar la silueta de su rubia
tortura momentánea. Cuántas ganas le sobraban para quitarle ese delantal y dejar que el mundo se
quemara entre el horno y las hornillas. Cuántas ganas le sobraban para adorarla con la voz de Diana
Krall en el fondo. Cada “Cry Me A River” era distinto. - ¿Qué te hice para que me estés matando así de
lento?- se acercó a ella por su espalda y la abrazó por la cintura hasta envolverla completamente entre
sus brazos. – Porque podría jurar que te divierte- susurró a su oído y llevó sus labios a su hombro
derecho para darle besos sobre la tela de su camisa.

- No me has hecho nada- susurró. – Y tampoco me divierte porque yo también estoy un poco mojada

- No me digas esas cosas- resopló, siguiendo con su vista a las manos de Sophia que enrollaban el
segundo pan. – Que yo también puedo jugar

- Eso hemos estado haciendo desde hace como dos horas, mi amor… hemos estado jugando con fuego

- Y me estoy quemando viva a pesar de que estoy hecha un océano

- Ah, pero eso es hambre- rio. – Es por el olor de la comida. La salivación es una reacción natural ante
el hambre y el estímulo visual y olfativo

- Tienes razón- sonrió traviesamente y se dirigió a la salsa para quitarla de la hornilla. - ¿Quieres probar
la salsa?

- Sure- pero lo que no vio es que Emma, traviesamente, metió su mano en su pantalón y alcanzó a
corroborar lo que ya sabía cierto. - ¿El agua está hirviendo ya?
- Sí- se acercó a la olla y, con cuidado, dejó ir ambos proyectiles de carbohidratos en el agua y volvió a
tapar la olla.

- Abre- le dijo Emma y ella, con una sonrisa, abrió sus labios y dejó que Emma burlara sus expectativas
al estar esperando salsa y no su sabor.

- Fuck…- gruñó, y rápidamente tomó la mano de Emma entre las suyas; no quería dejar ir ese dedo, no
hasta quitarle todo su sabor. – Felicitaciones a la cocinera- sonrió al ya no sentir ningún sabor. – En
escala del uno al diez, quedó “Oh My God!” de rico

- Me alegra que te guste- guiñó su ojo y llevó la paleta de madera sobre su mano para darle de probar
la salsa de verdad. - ¿Te gusta?

- Sabe bien, pero eso no significa que me guste- frunció su ceño.

- ¿Le falta algo?

- No, está bien así… es sólo que me borró el otro sabor- se sonrojó. Llamaron a la puerta. – Dios te
ama, Emma- rio mientras se retiraba hacia la puerta.

- Eso ya lo sabía- sonrió. – Pero, ¿por qué lo dices?

- “Salvada por la campana”, literalmente… que te iba a violar

- ¡No!- gritó caprichosamente hermoso.


- Por favor, pasen adelante- rio Sophia al abrir la puerta, que Phillip y Natasha no sabían de qué se reía
pero seguramente tenía que ver con Emma, literalmente con Emma, pues era una risa un tanto
burlona.

- Pia- sonrió Phillip, alegrándose por su sonrisa, pero dejó pasar primero a su esposa como todo buen
caballero.

- Hello, Darling- sonrió Natasha y, deteniéndose para darle un beso en cada mejilla, pasó a la cocina
para dejar el postre que venía empacado alla Margaret Roberts’ house para mantenerlo caliente.

- ¿Cómo estás?- murmuró, recibiendo un beso en la frente por parte de Phillip y tomando el paquete
que venía envuelto en papel de empaque; seguramente helado de vainilla para los gustos de Natasha,
parecidos a los de su mamá y en pleno invierno, o quizás era el glaseado.

- Cansado, he tenido tres días demasiado fuck my job- dijo, quitándose su gorro y su bufanda para
colocarlos sobre el respaldo del sillón que le daba la espalda a la puerta principal. - ¿Y tú?

- Cansada, también- resopló, cruzándose de brazos por frío y por estarlo esperando a que se quitara el
abrigo Massimo Alba. – He estado a base de café todo el día

- Bienvenida a mi mundo, Pia

- No, tú no entiendes- rio. – Café… café americano, café de diez partes de agua para una de café

- Ah- sonrió, quitándose su saco también y arrojándolo sobre el respaldo.


- Sólo hoy bebí como cuatro tazas, y eso no es normal… usualmente un Latte, máximo dos, cumplen
con los requisitos

- Estás mal, Pia, pero, por lo demás, ¿todo bien?

- Ya tengo la mano… pero no la he sacado del molde y no sé cómo sacarla para mañana porque no
vamos a ir a la oficina

- No te preocupes, dámela y yo me la llevo- la abrazó por los hombros y empezaron a caminar hacia la
cocina mientras le daba un beso en la cabeza. – ¡Madre de Dios! ¡Aquí huele a comida!- suspiró con
inanición.

- Y me asustaría si la cocina oliera a otra cosa- rio Emma, acercándose a él para pasarle los brazos por
el cuello y dejarse dar un abrazo.

- Emma María- sonrió. – Freddy Krueger me llamó- y Natasha sólo le dejó ir un manotazo de “ni se te
ocurra ese comentario”.

- Sí, a mí también me llamó- rio. – Dijo que quería su cara de regreso- las tres mujeres se carcajearon
e intercambiaron high-5’s. Buena movida para el tiro que le había salido por la culata. – Papito, cuando
tú vas, yo ya fui y regresé diez veces y me estoy bebiendo mi tercer Martini- guiñó su ojo mientras le
daba unas palmadas en su pecho.

- Mujeres- sacudió su cabeza. – Inteligentes y emocionales: combinación mortal


- Ay- resopló Natasha, abrazándolo como si fuera una niña de tres años y Phillip su gigante oso de
felpa. – Dicen que todo lo peligroso es triplemente más atractivo que lo seguro

- Muy cierto- sonrió, agachando su cabeza porque le gustaba que Natasha se la tocara; ya tenía un
poco más de cabello pero seguía expuesto al clima. – No me digan que eso es lo que vamos a comer-
rio, viendo la cubeta con aquel vomitivo color. Pepto-Bismol. Ese era el color.

- No- rio Sophia. – Es una prueba que estaba haciendo

- Ah, ¿y qué es?

- Un molde

- ¿De qué?

- Ah, Phillip- rio Natasha. – Se me había olvidado decirte- volvió a verlo con mirada seria a pesar de
que Emma y Sophia ya sabían que estaba a punto de asustarlo o de perturbarlo. – Es que, bueno, tú
sabes… Emma y Sophia son mujeres

- Lo sé- asintió.

- Bueno, y…

- ¡No!- suspiró. - ¿El pene de quién tienen ahí?- rio fuertemente.


- No, ahí está mi mano- le dijo Emma. – Sophia estaba haciendo una prueba… de que no tiene daños
secundarios para la piel- Sophia sólo se dirigió a la cubeta para fruncir sus labios ante la inhabilidad de
no poder no reírse.

- Y, uhm…- murmuró Natasha. – Querían saber si, de regalo de bodas, les podías regalar…- el rostro de
Phillip se volvió más blanco que de costumbre, sus ojos perdieron ubicación y sintió que la faltó el aire.

- ¿Y tú estás de acuerdo con eso?- balbuceó, que fue cuando Emma no pudo más y estalló en la
carcajada, contagiando así a las otras dos mujeres. - ¿Almorzaron diablito hoy?- suspiró aliviado de
que era broma.

- Oh, come on- lo molestó Emma, volviéndose a la sartén de la salsa para verterla en un recipiente que
había sacado previamente. – Acepta que salió bien

- Maestras de la improvisación- las acreditó. – Casi me matan

- Es un poco perturbador saber que eres capaz de creer que te pediríamos algo así- rio Emma.

- Yo creo que, de querer uno, mi amor, no te lo pedirían a ti porque sería como estar cogiendo contigo-
dijo Natasha.

- ¡Por favor! ¡Cambiemos el tema!


- ¿Qué? ¿No te halaga la idea de que quisiéramos el tuyo por sobre el de cualquier otro?- rio Emma.
¿Qué le pasaba? Estaba con ganas de molestar, de bromear. Ah, era su manera de canalizar su
frustración sexual.

- Gracias por considerarlo bonito, al menos- dijo con sus cejas arqueadas. – Muy amables- sonrió. –
Pero el tema se clausura as of this moment

- Como tú digas- corearon Natasha y Emma.

- Ahora sí, en son de paz, ¿quieren algo de beber?- sonrió Emma, viendo a Sophia sacar la masa de
color que albergaba el molde de su mano. – Tengo Whisky y cerveza para el caballero y, para la
distinguida dama, puedo ofrecerle todo lo que no le ofrecí a su esposo. Tengo para hacer Bellini

- Bellini será- sonrió Natasha mientras Emma caminaba hacia el bar para sacar tres copas.

- By all means, Felipe, estás en tu casa- bromeó al ver que abría el congelador.

- Gracias, Emma María- guiñó su ojo y sacó una cerveza.

- ¿Me sirves uno también?- murmuró Sophia mientras alcanzaba, de su bolso, la caja de sus gafas, de
donde no sacó sus gafas sino un bisturí. Emma asintió. – Pipe, ¿me ayudas?

- Será un placer- dijo en su burbujeante voz de cerveza.


- Y yo, ¿en qué me hago útil?- balbuceó Natasha, sumergiendo su dedo en la salsa. Estaba para matar
y luego morirse. - ¿Todo a la lavadora de platos?- sonrió, que eso sí le gustaba hacer.

- Estás en tu casa, Darling- le dijo Emma, que vertía la mezcla del Bellini en cada copa para luego abrir
la botella de Prosecco. – Por cierto, Springbreak- dijo nada más, y Sophia notó cómo, tanto Natasha
como Phillip, reaccionaron con una sonrisa.

- ¿Vamos a ir los cuatro siempre?- sonrió Phillip, provocándole ternura a todas.

- Si ustedes no tienen algo planeado, pues, si no van a ir sólo ustedes dos… second Honeymoon, yo qué
sé- dijo Sophia, clavándole el bisturí a la goma que se había formado alrededor del molde. – Son libres
de unirse

- ¿Qué planes hay, Em?- preguntó Natasha mientras enjuagaba el sartén.

- No sabemos todavía. ¿Cuánto tiempo de vacación tienen?

- Lo mío es abierto- dijo Phillip.

- A mí no me vean que no tengo trabajo- añadió Natasha. - ¿Cuánto tiempo tienen ustedes?

- Diez días laborales, como siempre- sonrió Emma, deteniendo el corcho del Prosecco a tiempo, sino
terminaría contra el techo, contra su hermoso y blanco techo. – Que nos podemos tomar a partir del
dieciocho de marzo, pero seguramente no habrá problema si nos tomamos trece días laborales- sonrió,
alcanzándole una copa a Natasha.
- Dueñas de su propio tiempo, excitante- rio Phillip, arrancando lo que Sophia había cortado con
cuidado de no arruinar la mano. - ¿A dónde iremos, familia? ¿En dónde celebraremos los veintiún años
de Sophia?- le dio un cabezazo suave por broma.

- Nada de rifas malversadas, por favor- les advirtió Emma.

- ¿Múltiples destinos o sólo uno? – preguntó Sophia.

- Supongo que tendrá mucho que ver los lugares a los que queramos ir- dijo Natasha. - ¿A dónde
quieres ir, Sophia?

- Yo sólo sé que no quiero cruzarme el Atlántico por un par de días- sacudió su cabeza. - ¿Y tú?- le
preguntó a Natasha.

- Es invierno, necesito sol, arena y mar… mar al que me pueda meter

- Quizás sería bueno que no fueran a un lugar al que ya fueron- comentó Sophia.

- Tailandia, Punta Cana, Las Bahamas, Playa Mujeres, Roma, Mýkonos…- contó Emma.

- ¡Y el fraude de Venecia!- espetó Natasha, que todavía seguía arrepentida.

- Entonces, ¿qué? ¿Dejamos fuera República Dominicana, Las Bahamas y México?- dijo Phillip.
- En dado caso, las Bahamas sí o sí; el mar es relativamente frío, ¿te acuerdas?- dijo Natasha.

- ¿Qué hay de Cayo Largo, Cuba?- murmuró Emma.

- Mmm…- sacudió Natasha su cabeza. – Cuba es demasiado complicado para nosotros por
ser americans… además, según me estaba diciendo mi papá, hay unas regulaciones relativamente
raras; eso de “sedentarismo supremo” no puede ser, aparte que me estaba diciendo que casi no
aceptan tarjetas de crédito o débito entonces debes llevar cash… y que no puedes traer ni habanos ni
ron- rio.

- Ah, si no se puede importar ron, ¡¿para qué?!- rio Sophia, contagiando a Phillip.

- Pia, se nos cayó el negocio del ron- bromeó él.

- Cuba queda descartado- sacudió él su cabeza.

- Más por el “dolce far niente” literal que por tu contrabando de ron- rio Emma.

- Emma, ¿el año pasado no dijiste algo de Brasil?- se volvió como si hubiera tenido una brillante idea.

- No tiene nada que ver conmigo- le dijo Sophia, pues eso se prestaba a que estuvieran, nuevamente,
trabajando juntos.

- Cierto, Jericoacoara, Em- sonrió Natasha, cerrando la lavadora de platos al haberlo metido todo ya.
- Sólo nombré el lugar por poner un ejemplo- explicó. – Pero Sophia me ha dicho de “Fernando de
Noronha”, ¿qué sabes sobre ese lugar?

- Dame cinco minutos y lo sabré todo- rio, sacando su iPhone de su bolsillo. – I so wanna go there- dijo
al cabo de diez segundos con tan sólo ver la primera imagen y se la enseñó a Emma.

- Fuck…- suspiró, y sólo se escuchó un gruñido de Sophia en el fondo. – Felipe, Sophia, ¿Fernando de
Noronha?- les mostró aquella fotografía.

- Yo voy a donde me lleven- sonrió Phillip.

- Yo también… que haya cama y/o hamaca y comida y allá voy- agregó Sophia.

- Ah, issue- dijo Emma de repente. – Ustedes dos necesitarían visa si no me equivoco

- No sería ningún problema, sólo se saca y ya, y no dudo que mi mamá conozca a alguien en el
consulado- dijo Natasha.

- Entonces… ¿Fernando de Noronha?- preguntó Sophia sólo por confirmar, y todos asintieron. – Suena
perfecto

- El lunes le diré a Gaby que busque todo lo necesario- dijo Emma, acercándose a la olla para darle
vuelta a sus panes, que ya tenían apariencia de como eran en la casa de su abuelo.
- ¿Qué es eso? – le preguntó Natasha al ver aquello tan raro, flotando.

- Carbohidratos, para que engordes un poquito… que estás demasiado flaca- le susurró con la lengua
de fuera, y se lo susurró para que no saliera el tema a nivel público.

- Sigo siendo talla cuatro

- ¿Y estás pesando…?

- Ciento catorce libras- agachó la mirada, pero Emma, en vez de regañarla, la abrazó por los hombros
y recostó su cabeza contra la suya. – Mi mamá insiste en que visite a Alastor

- ¿Por qué no me habías contado?

- Porque me lo dijo hoy por la mañana que me vio- sacudió su cabeza. – Odio cuando llega de la nada
y entra como Pedro por su puta casa

- Y asumo que estabas en ropas menores o sin ropa como para que digas algo así

- Sabes, en mi casa siempre me dijeron que una puerta cerrada permanecía siempre cerrada a no ser
de que se llamara y me dieran permiso para entrar; así funciona todavía cuando yo voy a donde mis
papás. Phillip tiene ya unas semanas de estarse yendo a eso de las siete y media al trabajo para llegar
a las ocho, eso significa que, a esa hora, todavía no me he duchado y sigo intentando revivir; que ese
tema ya lo vamos a tocar, y resulta que hoy mi mamá decide llegar a las ocho en punto porque, como
si había despertado a las cuatro de la mañana para terminar de escribir la columna de la otra semana,
ya tenía hambre y estaba aburrida. Entra como Pedro por su puta casa, independientemente de que
el ascensor abre directamente en el interior del apartamento, pero la puerta de mi habitación se
mantiene cerrada, por Agnieszka, desde el momento en el que tenemos la intención de dormirnos
hasta el momento en el que ya salgo duchada y lista para que el mundo me vea- resopló. – Pues no,
hoy mi llega mi mamá y abre la puerta de mi habitación, ve que me estoy bañando y decide sentarse
a esperar, pero no se sienta en la sala como la gente normal, no, ella decide sentarse en el diván del
clóset. Y, claro, yo duchándome como si me estuviera esterilizando, no vi que estaba ahí por el vapor…
y sólo salí de la ducha y me dijo un muy suyo: “Ella Natasha- sacudió su cabeza y bajó sus gafas para
verme sobre ellas como con desaprobación- estás demasiado flaca, ya no te ves saludable”. Hasta se
me cayó la toalla del susto

- ¿Y qué piensas sobre lo de que “no te ves saludable”?

- ¿Me veo saludable?

- Sí- asintió. – Delgada pero saludable, además, sé que estás comiendo como siempre… menos, pero
lo de siempre

- Pues, después de que me dijo eso, ¿qué hambre iba a tener? Lastimó mi autoestima- dijo con su
mirada de arrogancia elaborada. – Y de ahí salió con que debería ir con Alastor

- ¿Con qué propósito?- resopló. – Si Alastor lo que hace es… yo ni siquiera sé lo que hace el hombre,
sólo sé que me cobra por que le cuente mis problemas

- Problemas tenemos todos. ¿Tú crees que debería ir?

- Te lo voy a poner así, y digo dos puntos: si hay cosas que no puedes hablar con Phillip, con tus papás
o conmigo, o con alguien de tu confianza, si son cosas que no puedes, no quieres o crees que no debes
hablarlas con los previamente mencionados… creo que valdría la pena
- ¿Por eso fuiste donde Alastor la primera vez? I mean, ¿porque no podías/querías/creías-que-no-
debías hablar cosas conmigo o con tu mamá?

- Necesitaba que alguien ajeno a mi vida me dijera que no estaba mal lo que estaba sintiendo

- Yo te lo podría haber dicho, porque eso pensaba y lo sigo pensando

- Lo sé, pero es algo que habría percibido como que me estabas diciendo lo que quería escuchar, o el
apoyo incondicional por ser mi amiga; supongo que no puedo explicarlo, pero se siente diferente… es
como si el mundo te está diciendo las cosas, el mundo que no se reduce a los que te rodeamos a diario

- No, no, creo que te entiendo- frunció su ceño. – Es lógico

- Yo sé que el hecho de que tu mamá te haya dicho que fueras con un psicólogo no te agrada cuando
eres tú quien tiene un minor en Clinical Forensic Psychology, es como que si a mí me remitieran a un
Arquitecto para que analice y critique mi trabajo… no tiene nada de malo con ir a un psicólogo y eso
lo sabes… si te remiten a un psiquiatra… pues, eso ya es otra cosa, significaría que estás bien- sonrió
suavemente.

- Hay cosas de las que no quiero hablar porque siento como si volviera a abrir la caja

- A veces es mejor abrir la caja, ver qué hay dentro y conocer lo que hay dentro para saber qué hacer
si la caja se cae y, por accidente, se abre y sale todo eso rodando por el suelo. Y tú, mejor que nadie,
sabes que el psicólogo no te soluciona los problemas, simplemente te guía- Natasha sólo asintió. – ¿Lo
has hablado con Phillip?
- Va a pensar que estoy loca- rio, viéndolo de reojo. Lo vio muy guapo, aunque echaba de menos su
cabello largamente corto.

- ¿Loca?- resopló. – Loca cuando le arrojas un zapato a un cristiano, loca cuando pagas sesenta mil
dólares para prevenir que el hombre que te gusta no quede casi-en-pelotas, loca cuando, con una
botella de ron encima, decidiste hacer un mortal y casi te fracturas hasta el…- le hizo la mirada de “ya
tú sabes qué”. – De igual forma, háblalo con él si quieres, si no quieres tampoco te voy a obligar… pero,
hagas lo que hagas, I’ll be there for you

- No te digo- resopló. – Por eso te adoro

- Yo sé, yo me adoraría también- guiñó su ojo y recibió un “duh” mental de Natasha. – Ahora, siguiente
tema… ¿qué con tus resurrecciones matutinas?

- Ah, otro de los temas salieron sobre el desayuno- rio. – Mi mamá, vergonzosa e incómodamente para
mí, no sé para ella, me empezó a preguntar de mi vida sexual… pues, de la falta de

- ¿Fue antes o después de lo de la comida?

- Después, pero me volvió a decir lo de Alastor cuando le insinué que no cuento como persona activa
en estos momentos

- ¿Todavía no?

- Estaba en mis días los días anteriores, que creo que ya recuperé el ciclo de veintisiete días- sonrió
placenteramente. – Ayer intentamos de nuevo y me volvió a pasar lo mismo, es frustrante… es más
frustrante el hecho de que lo dejo con blue balls porque no me deja hacer algo al respecto
- Make love, don’t fuck

- Con la emoción que me pone la anticipación y la expectativa- sacudió su cabeza. – Es difícil poder
bajarle el tono; sólo quierofuck his brains out- volvió a verlo y sonrió al ver cómo le ayudaba a Sophia
mientras hablaban sabía Dios qué.

- Yo también- suspiró con la sonrisa idiota. – Digo, yo a Sophia- sacudió su cabeza al comprender por
qué Natasha la veía de la manera en la veía. – Hemos estado jugando con fuego desde hace rato ya

- ¿Todavía no se han quemado?

- Ya nos quemamos, varias veces, pero no nos hemos curado- sonrió.

- Te envidio tanto… no sabes cuánto- suspiró.

- No tienes nada que envidiarme, Nate- golpeó su copa contra la suya y se vieron a los ojos por la
amenaza mundial de “mala suerte” pero que ellas lo habían traducido a “un mes de mal sexo” a pesar
de que eran siete años en realidad. – Volverás a lanzarte al estrellato- sonrió, refiriéndose clara y
vulgarmente a la pornografía.

- Ojalá, que ya me estoy desesperando

- ¿Qué hay de oral sex?


- Creo que no me escuchaste- rio y bebió de su Bellini. – Prefiere quedarse con blue balls a que le dé
uno

- Pero, como te dije antes, no sería primera vez que le das uno

- “Todo o nada”- dijo nada más.

- Goloso, pero respetuoso, supongo- se hundió entre sus hombros. – Pero me refería a que si vas a ir
poco a poco… what the fuck would I know, tal vez que él te lo haga a ti; tal vez te relaja

- Me da pánico tenerlo así de cerca entre las piernas

- Con la luz apagada, eso soluciona casi todos los problemas de una mujer- rio.

- Le tengo pánico a correrme también- agachó la mirada, pero alcanzó a ver que Phillip molestaba a
Sophia, o al revés, pues Sophia se había encargado de enseñarle un poco de griego, pero sólo lo que
toda persona quisiera saber en otro idioma: cómo rebalsarse en palabras obscenas y soeces. – Siento
que se me va a venir hasta el esófago. Y, por favor, no me digas que vaya a un consejero sexual

- No, no te iba a decir eso- resopló. – Te iba a decir que, la solución que le veo, es que o superas tú sola
tu miedo o con Phillip, que podrías emborracharte para estar más relajada también

- ¿Ves? ¿Para qué necesito un consejero sexual?- rio. - ¿Esa es tu mano?- se acercó a Phillip y a Sophia
al ver la blanca mano que desmoldaban.
- Replica exacta- respondió Emma.

- Demasiado exacta- se asombró Natasha.

- Te sorprenderías de lo que se puede hacer con alginate- le dijo Sophia. – Desde piel hasta segmentos
de pared de concreto

- Ese mundo que no conozco- resopló Natasha. - ¿Y qué van a hacer con tu mano?- se volvió a Emma,
y todos entendieron a lo que se refería.

- Nada, sólo era una prueba- sonrió Sophia. – ¿O la quieres tú?

- No sé para qué la querría- resopló.

- Supongo que puedes hacerme el favor de pasar por el basurero para botarla, ¿verdad?- sonrió Emma.

- Sure- sonrió Natasha, y Phillip casi se le arroja encima en un abrazo de agradecimiento, pues le estaba
haciendo la vida más fácil y sin saberlo.

- Por cierto- rio Phillip. – Están muy pop- señaló hacia el techo para referirse a la música.

- ¡Ay!- refunfuñó Sophia y aplaudió tres veces. – “Playlist: Emma”- no dijo artista ni canción porque no
se le ocurrió nada.
- “Club des Belugas: The Beat Is The Rhythm”- añadió Emma, y pasó de ser “Cry Me A River” de
Timberlake a ser de aquel ritmo relajante pero sensual, como si actuara directamente en el libido de
cada uno para con su recíproca pareja. Qué rico ese ritmo.

- ¿Cuánto tiempo le falta a la comida?- murmuró Natasha, pues el olor ya la había cautivado.

- Diez minutos- suspiró Sophia.

Y diez minutos pasaron; pan cortado en rebanadas de tres cuartos de pulgada, carne rebanada en
media pulgada, salsa sobre la carne. Sólo carne, salsa y pan. Fuera los vegetales. Bueno, de vegetales
sólo el ciboulette finamente cortado para agregarle color.

- Fuck me- gruñó Natasha. - ¡Está tan rico!- parecía que nunca había comido en toda su vida.

- ¿Te gusta?- rio Emma, tomando una rebanada de su adorado pan y, contra todo lo que toda persona
pudo haber creído, lo sumergió en la salsa y le dio un glorioso mordisco que le supo a infancia.

- ¿Qué es?- preguntó Phillip.

- Es del clan de los amigos de tu esposa en Central Park- sonrió Emma y llevó su Bellini a sus labios.
Natasha sólo dejó caer su tenedor y su cuchillo y tragó sin masticar.

- Dime que no es el pato que arruinó tu Balmain- balbuceó con la mirada hacia el infinito, acordándose
de las amenazas de muerte de Emma para con el pato-asesino-de-pantalones.
- Está bien, te diré que “no”- sonrió.

- ¿Cómo me das de comer un pato al que le he dado de comer?

- Supongo que eso te convierte en una versión de la bruja de Hansel y Gretel, y a los patos… pues, eso,
los convierte en Hansel y Gretel- rio maquiavélicamente.

- Estás trastornada, Emma- dijo con asombro, pero Emma sólo supo carcajearse.

- Vamos, que los compré en Agata y Valentina- dijo entre su carcajada, trayendo a Phillip y a Sophia a
una risa. – Tómalo como mi venganza por april fools’- sonrió.

- Bromanza de mal gusto- dijo, haciendo un neologismo de broma y venganza. – Además, eso fue hace
demasiado tiempo, supéralo

- Por favor, ¡ilumínennos!- rio Phillip.

- ¿De qué april fool’s están hablando?- resopló Sophia, dándole el primer mordisco al famoso pan de
Emma, y tenía que aceptar que tenía su encanto, demasiado encanto.

- April fools’ dos mil once: resulta ser viernes; día en el que todo el Estudio Volterra-Pensabene decide
tener una reunión de tres horas y tu novia me deja colgada sobre el almuerzo. Tu novia tiene que
comer, no se alimentará del aire- dijo Natasha.

- Y, entonces, Ella Natasha, muy amablemente, me dice que no me preocupe, que me va a enviar algo
de comida con Hugh porque ella ya estaba almorzando. Pues estábamos hablando sobre la
restauración del Radio City, si no me equivoco, y entra una docena de Drag Queens a dejarme un
maldito sándwich en frente de todos y me bailaron “New York, New York” pero la versión de Liza
Minnelli- Sophia y Phillip rieron a carcajadas, Phillip casi muere por ahogo. - ¿Así o más vergonzoso?

- En el dos mil ocho, Project hizo un episodio sobre diseñarles los Stage Costumes a unas Drag Queens…
todavía tenía un par de teléfonos y, por un módico precio, avergoncé a mi mejor amiga- sonrió. –
Acéptenlo, mi broma fue mejor que la de Emma- Phillip y Sophia se volvieron a ver y prefirieron no
tomar parte en eso.

- Yo sólo quiero saber qué dijo mi papá- rio Sophia, que todos se petrificaron al escuchar aquello, no
porque no lo supieran porque lo sabían perfectamente bien, sino que nunca se imaginaron escuchar
aquello. Hasta Sophia se extrañó de sí misma, wtf, pero todos encontraron cierto consuelo en distintas
cosas; Phillip en el poco de Prosecco, Natasha en su rostro cansado, Emma en la falta de un buen Latte,
Sophia en todas las anteriores más en la distracción sexual que tenía a su lado.

- Bueno, imagínate la escena- rio Emma, omitiendo el “mi papá” por la salud de su noche sexual y de
la conversación en sí. – Doce Drag Queens; me acuerdo de Mrs. Templeton, de Charlamange, de Miss
Devine Monroe y de La’Niqua Johnson- resopló, acordándose de aquella imagen. – Entraron como si
no estuviéramos en reunión, y entraron porque nadie quiso detener a doce de ellos, entraron con una
Boom Box con la canción, y empezaron a cantarla. Me pusieron el sándwich en frente y, entre que
arrojaron confetti y glitter, me dieron la respectiva serenata. De la vergüenza no pude ver a nadie más,
lo único que sé es que Belinda casi se hace de la risa y Bellano que creyó que lo llegaban a buscar a él
porque se había acostado con una Stripper y creyó que eran las amigas o qué se yo, no sé- se carcajeó.
– Pero del tema no se volvió a hablar en el Estudio

- Emma en su primer momento de “por favor, Dios, separa la tierra para que me trague”- rio Natasha.

- Y fue ese año que acordamos no bromear nunca más para April Fools’- se volvió Emma a su mejor
amiga. – Pero la venganza quedó latente

- Dale tres años a esta broma- le dijo Phillip a su esposa. – Te dará risa
- Sabias palabras, Felipe Carlos- añadió Emma. – Vamos, Nathaniel, don’t be so bitter about it… acepta
que te la creíste y que, si te la creíste, es porque fue buena

- No fue buena, fue cruel- sonrió. – Pero estuvo bien pensada

- Tú sabes que lo único que me detiene de asesinar al pato que arruinó mi pantalón es tu amor por los
de su especie

- No serías capaz- se burló Natasha, llevando la mitad de un trozo de pato a su boca. Si tan sólo no lo
sintiera como pecado, así como estarse comiendo a alguien de su familia, pero estaba demasiado rico;
la mezcla perfecta entre lo crocante del exterior con lo tierno y jugoso del interior, ¡y la salsa! – Puede
ser que no los soportes con sus graznidos

- Es sólo que no entiendo cómo hay gente que les da de comer aun cuando ven que hay un rótulo que
dice “Do NOT feed the ducks” y es como que les digas “Por favor, amado ciudadano y/o turista,
alimente a los patos mil veces al día”. Además, parte de tus impuestos municipales van para el
mantenimiento de Central Park y tengo entendido que también es para darle de comer a los patos;
para darles de comer lo que comen y no pan

- Es una obra de caridad la que se hace, que a mí no me consta que les den de comer adecuadamente-
refunfuñó Natasha.

- Compra menos pan y dales de comer lo que comen ellos, no pan

- Son aves, ¿qué puede tener de malo darles pan?


- Como que nunca me has escuchado cuando te digo que es como que le des chips a un niño los tres
tiempos de comida- rio. – Así de dañino es. El pato no se trata como ave convencional a la hora de
darle de comer, así como el pingüino, ¿o también les vas a dar pan a los pingüinos?

- Entonces, ¿qué? ¿Los estoy matando?

- A veces les das whole wheat- suspiró. – Supongo que no será tan malo…

- Entonces, ¿cuál es el problema?

- Son como las malditas palomas, ¡son una plaga! Pero, como sea- pasó su mano por su rostro para
cambiar de tema. – Me han ofrecido dos sillas adicionales para Carolina Herrera, el siete de febrero a
las diez de la mañana, ¿te interesa ir?

- ¿Puedo saber cómo lograste entrar?

- Citaré a tu esposo: “Conozco a gente que conoce gente”- rio. – Y tengo tres adicionales para Monique
Lhuillier el ocho de febrero a las nueve de la mañana, ambos son en Theater

- Yo sí voy- dijo con una sonrisa. – A los dos

- Felipe, al de Lhuilier te puedo invitar si quieres ir- sonrió. – Digo, de cumpleaños

- Amable tu invitación, pero creo que a mi suegra le vendría mejor- sonrió él, sacudiéndose la invitación
por no lograr comprender a veinticinco-que-treinta-y-cinco-mujeres-caminando-veinte-metros.
- A mamá seguramente la invitaron hace meses- suspiró Natasha.

- Anyhow, sino daré el asiento a alguien más- dijo Emma, llevando su Bellini a sus labios para beberlo
completo. – Hablando de cumpleaños, Felipe, ¿cuántos es que cumples?

- Treinta y dos bien vividos años- rio.

- ¿Qué quieres que te regale?- le preguntó entre su habilidad de mezclar un nuevo Bellini de ambos
líquidos simultáneamente.

- ¿Va un regalo individual o un regalo de la familia Pavlovic-Rialto?- sonrió con bromista inocencia.

- Aw, Felipe- se desplomó Sophia y le soltó un suave golpe con su mirada al tenerlo demasiado lejos,
pues, frente a ella. - ¿Quieres uno o dos regalos?

- Lo dejaré a discreción de la familia Pavlovic-Rialto

- Suena bonito- dijo Natasha. - ¿No?- Emma y Sophia se volvieron a ver y sólo pudieron sonreírse y
sonrojarse. - Lo voy a tomar como un “sí”

- Sounds perfect- susurró Sophia, y tanto a Emma como a Natasha se les agujeró algo parecido; a
Natasha el corazón, a Emma el cerebro, pero en el buen sentido, en ese sentido que derretía.
- Por cierto- dijo Natasha. – ¿Cuándo pueden reunirse con Helena?

- ¿Y esa quién es?- espetó Emma, viendo la mirada de sus tres acompañantes, esa mirada de “vaya
manera de preguntar”.

- ¿La persona que va a hacer que ustedes sean legales?

- Ah- rio Emma. – No sabía que así se llamaba. ¿Para qué necesitamos reunirnos?

- Para discutir sobre el prenup y, claro, que le den fotocopias de todo lo legal que necesite… que no sé
qué es lo que necesita en realidad al ser ustedes non-US citizens

- Yo creo que la otra semana sale bien- dijo Sophia. – Que sólo se deje llegar al Estudio, ¿no?- se volvió
a Emma.

- Si sale bien contigo, claro- sonrió.

- Ya hablaron sobre eso, ¿verdad?- preguntó Natasha con escepticismo.

- Claro- asintió Sophia. – Ya eso está más que aclarado

- Perfecto
- Anyhow- se aclaró Emma su garganta. – Treinta y dos- se volvió a Phillip. - ¿Qué quieres hacer para
tu cumpleaños? ¿Lo de siempre?

- No- dijo Natasha, hablando por él al él tener demasiado pato en su boca. – En realidad no hemos
hablado de eso, pero Phillip hizo esa señal con sus dedos que involucraba a los que estaban presentes.

- Nosotros, Thomas, James y Julie, Patrick y Erin- dijo después de tragar prematuramente. – Harry
Cipriani, supongo

- Tu cumpleaños es sábado- le dijo Emma. – ¿Lo celebramos viernes o sábado?

- Si van a ir a lo de Lhuilier el sábado por la mañana, mejor el sábado por la noche, así no tienen que
madrugar ni nada para no perdérselo

- Ah, Felipe, ¿estás pensando en un desorden?- rio Emma.

- Tocan los treinta y dos tequilas- añadió Sophia.

- Cuarenta y ocho onzas- suspiró Natasha.

- Dos botellas de 1800, siete limas y treinta y dos dashes de sal- concluyó Emma con el cálculo. – I’m
so looking forward to it- rio.

- Sólo quiero que hayan descansado bien, en especial tú que me imagino que vas a tener prueba de
vestido luego de la pasarela, ¿no?
- Very thoughtful of you, Felipe, pero es tu cumpleaños y tú decides

- El sábado por la noche- sonrió. – Eso es lo que quiero… no quiero que vayan destilando tequila a
donde estarán todas las personas que se adornan con YSL hasta donde no les da nunca el sol. Y fin de
la discusión; lo quiero sábado

- Y sábado lo tendrás- rio Natasha como queriendo calmar a un niño en medio de su berrinche.

- Nate- le dijo Sophia, de las pocas y raras veces que se dirigía a ella por su nombre en su presencia.

- ¿Sí, Sophie?- sonrió ella con regocijo.

- Mientras a Emma le ajustan el ochenta-y-nueve-sesenta-y-uno-ochenta-y-nueve, ¿irías conmigo en


un shopping crawl?

- Sure thing, ¿qué vamos a comprar? Digo, para hacer mis apropiadas investigaciones con anterioridad

- Un vestido

- ¿Un vestido o el vestido?

- La robe- dijo Emma en esa “r” que le desabotonó la camisa a Sophia por completo. – Elle ne voulait
pas que je vois la robe jusqu’à ce qu’elle l’a acheté
- Je ne parle pas français- dijo Sophia en un perfecto acento. – Pero supongo que te está diciendo que
no quiero que vea el vestido hasta que lo compre

- Para que no lo hables…- rio Natasha, y Emma que sólo sonreía cabizbaja mientras le ensartaba el
tenedor a su ya-no-tan-graciosa-broma porque ya había pasado. - ¿Por qué no quieres que lo vea?

- Porque no sé- se encogió entre sus hombros.

- Bueno, con gusto te ayudaré- sonrió la única mujer de cabello oscuro, que sonreía más por la canción
del fondo, un clásico y que le sabía a Emma de principio a fin. – Nunca la había escuchado en italiano…
no es Laura Pausini, ¿verdad?

- No, no- resopló Emma mientras sacudía su cabeza. – Giorgia

- ¿Y ella quién es?- preguntó Phillip, pues a él que no le hablaran de música porque de eso sabía lo
mismo que de cocina: nada. Él sólo escuchaba la música de Natasha porque no le molestaba, y la de
Natasha tenía una petrificante base en los 90’s para luego convertirse mayormente en música
electrónica porque era lo que le levantaba la adrenalina en el gimnasio, en especial “Turn Up The
Night” de Enrique Iglesias; sexy, él, la canción y así la hacía sentir a pesar de que estaba sudando lo
que era insudable. - ¿Hermana de Laura Pausini?

- No- rieron Sophia y Emma.

- Las dos empezaron prácticamente con el Festival di Sanremo- dijo Sophia.


- O “Festival della canzione italiana di Sanremo”, si así lo prefieres y con mayor precisión- añadió Emma.
– Ahí empezó Andrea Bocelli también

- Y Eros Ramazzotti

- Dentro de Italia, siendo italiano y habiendo vivido los noventas como niño o adolescente, tienes que
conocer a Giorgia, a Eros y a Laura Pausini. Quizás la Pausini ha tenido mayor éxito por haberse lanzado
a otro tipo de mercado, uno más pop y en inglés y en español- explicó Emma.

- Pero, lo que a ti te puede interesar- se volvió Sophia a Phillip. – Es que fuera todo el mundo, fuera de
Italia y de los pocos afortunados que saben buscar bien en Google o en YouTube, todos creen que
Laura Pausini canta esa canción

- Pero Laura Pausini la habría cantado mejor- sonrió Emma con un poco de sobrevaloración para su
cantante favorita.

- ¿Canta mejor?- preguntó Phillip.

- Ni Giorgia misma puede cantar sus propias canciones como Laura Pausini las canta

- ¿Laura canta mejor las canciones de Giorgia que Giorgia?- frunció su ceño con confusión, ¿cómo
podía ser eso?

- Esa es la opinión de Emma nada más, Pipe- resopló Sophia. – Emma está enamorada de Laura Pausini
- Corrección: enamorada de su voz- arqueó su ceja y llevó más pan a su boca; lo único que se atrevía a
tomar con las manos para comer por no ser grasoso y dejar nulo olor. - Y sólo como cantante… porque
conozco una voz que me vuelve cien veces más loca- se volvió a Sophia, quien sabía exactamente a
qué se refería. – Y prefiero escuchar esa voz que escuchar la de Laura Pausini- sonrió para Sophia,
quien estaba más sonrojada que nunca y sólo podía llenarse la boca con todo lo que pudiera.

Y así, entre broma y broma, un tanto grosera o muy ligera, se les pasaron las rebanadas de ese pan
que seguramente repetirían con mucha hambre o por gula, el pato se evaporó gracias a Phillip, que
parecía como si en su casa nunca le dieran de comer por las ganas con las que había decidido,
determinantemente, a terminar con aquella ave que podía dejarse un tanto cruda y sin correr peligro
de entablar una amistad caótica con la salmonella, bacteria a la que Emma y Natasha le tenían pavor
por culpa de James, quien les había hablado alguna vez sobre la mala cocción de un pollo en la ICE, lo
cual había provocado un brote de dicha bacteria y muchos en el hospital, que lo único que les había
dado pánico era el síntoma más extremista, sí, ese, sí, el que tenía que ver con sangre donde no debía
haber.

Me acuerdo que todos hicieron la misma expresión y emitieron el mismo sonido gutural de placer
sexual-gastronómico al unir aquel postre con el helado de vainilla. Me dio risa pero también se me
antojó, y eso que no soy de comer cosas dulces. Fue sorprendente ver que Emma no sólo se repitió
una vez, ni dos, sino terminó comiéndose cuatro rebanadas para dos bolas de helado, pues con el frío
no le venía tan bien. Quizás era el mismo invierno, aburrido y frío, el que le daba tanta hambre… o
gula, pero Emma sabía que no podía engordar tanto, no por estética sino porque sabía, basándose en
experiencia propia, que lo primero que iba a crecer no sería ni su trasero ni su abdomen sino sus senos,
y, en sus propias palabras: “quiero que se me hagan más pequeñas, no más grandes” y fruncía sus
labios con el sólo pensamiento. En fin, lo sudaría a la mañana siguiente en la banda sin fin mientras
Sophia acompañaba a Phillip en su búsqueda por el supuesto par de zapatos.

- Gracias por la cena y por la amable compañía, Señoritas- sonrió Phillip mientras se despedía de Emma
con un beso en la frente y un abrazo que Emma, muy cariñosamente, le correspondía.

- Siempre es un placer, Felipe- lo apretujó hasta hacerlo pujar por falta de aire. – Nate, estás en
completa libertad de dejarte caer mañana si quieres
- Te llamaré, que mi mamá quiere que la acompañe al doctor- repuso, viendo a Phillip despedirse de
un amoroso abrazo de Sophia.

- Te veo mañana a las cinco en la entrada de Bergdorf, ¿verdad?- le dijo Phillip a Sophia.

- Sure thing- sonrió. – No se te olvide- le alcanzó la cubeta con el molde y la réplica de la mano de
Emma.

- No te preocupes- guiñó su ojo rápidamente, tan rápido que pareció que pestañeaba con ambos ojos,
y tomó la cubeta para deshacerse de ella en el camino pero para conservar la mano. – Buenas noches,
Pavlovic-Rialto- sonrió, cruzando la puerta hacia el exterior del apartamento y le tomaba la mano a
Natasha.

- Buenas noches- murmuraron las dos; Emma apoyada de la puerta con su mejilla y su pómulo mientras
mantenía sus manos en las manijas, y Sophia apoyada del marco de la puerta.

- A-ay – suspiró Sophia junto con un bostezo de notable cansancio y se retiró del marco de la puerta
en cuanto vio a los Noltenius desaparecer en el interior del ascensor y, así, Emma pudiera cerrar la
puerta. – Comí demasiado- rio graciosamente al estarse estirando con sus brazos hacia arriba, como si
quisiera tocar el techo, como si quisiera aniquilar a la Señora Davis para que no la despertara en nueve
horas.

- Ya somos dos- murmuró Emma, viendo cómo bajaba sus brazos y se retiraba a la cocina quién sabía
a qué si Natasha y Phillip les habían ayudado a limpiar y a ordenar y ya la lavadora de platos estaba
haciendo de las suyas. – Mi amor- la alcanzó a tomar de la mano y la haló hacia ella como en un paso
de baile relativamente intenso, pues Sophia se detuvo de su antebrazo y sus rostros quedaron a corta
distancia. Ella sonrió, y se empezó a mover suavemente mientras la abrazaba por la cintura; contoneo
un tanto bajo y flexionado y hacia la derecha, hacia la izquierda. Sophia pasó sus manos a su cuello y
sólo siguió el ritmo que ella le marcaba.
- Dime- susurró, sintiendo las manos de Emma bajar por su espalda pero que nunca terminaban de
llegar a su trasero.

- Estoy sobria- le dijo, apoyando su frente contra la suya y dejaba que Bittersweet Faith se terminara
para darle espacio a una canción aleatoria.

- Tú no bailas sobria- cerró sus ojos al escuchar el comienzo de una de tantas canciones que nunca le
había escuchado a Emma, pero era una canción muy versátil; podía servir para una escena
pornográfica, para un anuncio de lencería, o de un perfume, o de un lascivo chocolate, quizás hasta de
un cigarrillo, o podía ser utilizado para la relajación auditiva de Emma, pero todo era muy sexy. “Lisa”.

- Sí, contigo- sonrió, acortando más la distancia entre sus cuerpos al entrelazar la coordinación de sus
pies.

Podía parecer muy tonto desde el punto de vista de alguien ajeno a lo que estaba sucediendo en ese
momento y sólo entre ellas; Sophia que se dejaba llevar a ciegas porque no le interesaba ver nada con
los ojos, prefería conocerlo todo a través de lo que Emma le enseñaba, del minúsculo y pausado vaivén
horizontal de sus caderas, así como si estuviera dibujando una curva de coseno, pero le gustaba la
mezcla de la música, de la respiración tranquila de Emma, del calor con el que la envolvía con sus
brazos, del olor que se desprendía del cuello de Emma. Fue entonces cuando se dio cuenta que había
extrañado ese olor, ese aroma que era tan Emma pero que había pasado mucho tiempo sin sentirlo,
quizás por eso era que la encontraba tan completa, tan ella, tan Emma. Inhaló aquella fragancia que
ya costaba apreciar por el pasar del tiempo y del trabajo.

- Te amo- susurró entre el silencio que ahondaba entre canción y canción, que ya “Coffee To Go”
sonaba, como si las dos anteriores no fueran suficientes ni suficientemente sexy. – Te amo tanto- le
dijo en ese tono de “no te imaginas cuánto”.

- Yo no sé cuánto te amo- murmuró, y eso no sonaba tan bien, pero Emma sabía muy bien lo que decía.
– No puedo estimarlo en dinero. No puedo pesarlo, ni en Kilo-Newtons ni en Toneladas, no puedo
medirlo en ninguna kilométrica dimensión; no puedo estimar ni área ni volumen, ni puedo calcular con
cuántas candelas you light my darkest moments…- se acercó a su cuello, Sophia mantuvo sus ojos
cerrados. – El precio que le ponga, lo que le otorgue de masa, lo que calcule por peso, lo que determine
en medidas; área y volumen, lo que mida en intensidad lumínica…- le clavó un beso que pareció besarla
toda, un beso cariñoso y con todas las escalaciones de amor, un beso lleno de sensación de hogar. –
Será muy poco para lo que eres en realidad- murmuró, y le clavó otro beso igual. – No sé cuánto te
amo porque no conozco esos números, esas dimensiones, esas magnitudes- cambió de lado y le colocó
otro beso que la hizo suspirar. – Y, por primera vez en mi vida, tengo algo que no se puede resolver
con dinero, con una fórmula, con una ecuación, con Pantone o con una costura, con una tela, con un
estilo…- la abrazó completamente, haciendo que Sophia la abrazara por su cabeza como si no quisiera
soltarla nunca, porque así era. – Y me disculpo por no poder ponerle ni precio, ni peso, ni medidas, ni
un color, ni una textura… pero espero que lo que haga el resto de mi vida te demuestre eso que no sé
cómo poner en palabras

- Den me afínoun… - susurró aireadamente, como si se estuviera consolando a sí misma y, de paso, a


Emma también. Emma se irguió y la vio a los ojos, ¿cómo o por qué pensaría que tenía la capacidad
para dejarla? Emma sabía que si tenía la capacidad para amarla también tenía la capacidad para
lastimarla, pero nunca para dejarla. – Poté

- No- susurró.

Con mucha delicadeza, logró encajar sus labios con los de Sophia; no para arrancarle el beso sino para
simplemente ver hacia donde la llevaba Sophia. Pero ella sólo correspondió la incertidumbre con un
poco de tranquilidad, como si no quisiera ir a ningún lado más que más profundo entre los labios de
Emma. Cómo le gustaban a Emma esos besos que, después de uno largo, quedaban como pequeñas y
húmedas resacas. Sólo se abrazaron, Emma dejó caer su frente contra su hombro derecho mientras la
envolvía completamente entre sus brazos, Sophia abrazó el momento como algo verdaderamente
perfecto porque no había mayor confianza que la de un abrazo, que la de uno que había nacido de
Emma en especial, de ese que no parecía terminar.

- Me gusta cuando me dejas abrazarte- le dijo mientras le acariciaba la cabeza, pasando sus dedos por
entre su cabello, y le daba besos esporádicos.

- ¿Cómo no dejarme?- volvió su rostro hacia su cuello y reanudó sus besos. El problema con los abrazos
era que tendía a sentirse atrapada, y así no podía con su tranquilidad; iba más allá de lo que podía
impacientarla, pero le gustaba abrazar, más si la otra persona no lo correspondía. Pero Sophia sabía
que, el noventa por ciento del tiempo que Emma dejaba que la abrazara, era porque necesitaba uno.
– Mmm…- exhaló contra su cuello al presenciar el hermoso bostezo de Sophia. – Ven- se irguió y la
tomó de la mano. – Vamos a la cama- le dio un beso a sus nudillos y, de un paso, se estiró para apagar
las luces de la cocina y el comedor.

- Hueles diferente…- murmuró mientras se dejaba guiar por el pasillo.

- ¿A qué huelo?

- A Chanel No. 5- dijo ya en el interior de la habitación.

- No me logré acostumbrar a ningún otro- susurró, volviendo a atraparla entre sus brazos.

- No me estoy quejando… es sólo que huele a muchas cosas

- ¿Sí?- sonrió, quitando su cabello de su cuello para volver a besarla, y ella asintió. - ¿A qué huele?

- Huele a aquella mañana en Duane & Reade- suspiró. – A tu cumpleaños… al Bronx Zoo- se ahogó y la
tomó por la nuca. – A los Hamptons… huele a todas las noches que abracé mis almohadas en el
apartamento de Chelsea y a todas las mañanas que me veías con ganas de asesinarme por ser
impuntual- atrapó el cabello que cubría su nuca en su puño pero sin lastimarla. – Y a todas las mañanas
que me despertabas recién duchada… huele a right now- inhaló profundamente y llenó su nariz de ese
momento. Emma escabulló sus manos por debajo del cárdigan y la blusa de Sophia para acariciar su
piel, para abrazarla directamente a ella y no a dos capas de Burberry.
- Sono gocce di memoria queste lacrime nuove, siamo anime in una storia incancillabile- murmuró
contra su cuello, que era la canción que sonaba en el fondo. Definitivamente su iPod se estaba
poniendo a su favor. – Le infinite volte che mi verrai a cercare nelle mie stanze vuote

- Inestimabile e inafferrabile, la tua assenza che mi appartiene. Siamo indivisibili, siamo uguali e fragili…
siamo già così lontani- murmuró de regreso, que ni sabía que conocía con tanta precisión la letra de
esa canción porque no le gustaba Giorgia, ella era “Team Laura”, y, con el paso al coro, ese cambio de
melodía, de menos a más en intensidad, Emma le dio le vuelta a Sophia para abrazarla por la espalda,
todavía con sus manos dentro de su blusa y que acariciaban únicamente su abdomen. Sophia mantuvo
su mano izquierda tras su cuello para aferrarse de la nuca de Emma, quien en ese momento de “e dimi
como posso fare per raggiungerti adesso” alcanzaba sus labios con un beso inocente e inofensivo,
ajeno a la intensidad de la canción. – Te amo- susurró, que Emma tuvo que volver a darle la vuelta para
encararla pero Sophia ya había llevado sus manos a su cárdigan y lo estaba retirando. Suficiente
sufrimiento, suficiente espera, demasiado calor.

- Yo a ti, mi amor- sonrió, llevando su mano a la mejilla de Sophia para acariciarla, para ahuecarla, y a
Sophia que le gustaba esa caricia y no sabía exactamente por qué. Llevó sus manos a la mano de Emma
y, disfrutando de su tacto, la tomó y la llevó a sus labios para besarla. - ¿Puedo?- murmuró, llevando
su mano libre a los botones de su blanca blusa.

Sophia asintió y soltó su mano para dejar que la desvistiera como sólo ella sabía; sin prisas, despacio,
botón a botón, con retiros suaves y despreocupados, pacientes, con sus labios para besar sus hombros
desnudos mientras sus dedos retiraban los tirantes de su sostén para poder descubrir completamente
los hombros. Sophia acariciaba su espalda al caer entre sus brazos, paseaba sus manos como si la
conociera a través de sus dedos y a través del ajustado algodón de la blusa de Emma, que al tacto era
más bien cachemira. Sin despegar sus labios de su cuello o sus hombros, la abrazó completamente
para desabrochar el Josephine de Odile de Changy y, sin quitárselo, acarició la zona de la que debía
ajustarse para alegrarse ante la inexistencia de marcas en su piel; señal de un buen sostén y de una
buena talla. A Sophia le gustaba que, cuando Emma quitaba su sostén, su vista no iba directamente a
sus senos, sino se quedaba en sus ojos, pues sus manos iban, a ciegas pero con conocimiento
topográfico, hacia su pantalón, y lo dejó caer hasta el suelo, que Sophia se salió de él al mismo tiempo
que se quitaba sus TOMS.
- ¿Puedo ver cómo te desvistes?- le susurró al oído con un rubor demasiado lindo en sus mejillas y en
su pecho.

- L’amore poi cos’è, dammi una definizione- cantó a dueto con Ramazzotti mientras Sophia daba pasos
hacia atrás para sentarse sobre la cama.

- Combinazione chimica o è fisica attrazione, mi sai dire tu cos’è- resopondió.

- Se ti innamorai sarà un incrocio di emozioni- se llevó las manos a un costado de su falda y empezó a
bajar la cremallera. – Inevitabile, non ci sono spiegazioni e non pe chiaro neanche a me- la terminó de
bajar y empezó a bajarla.

- Si dice amore quando si accende che più rovente non c’è, sbatterci contro pe inevitabile, sta
capitando proprio a me- sonrió, viendo a Emma erguirse con una sonrisa.

- Si dice amore se tutto prende, ma non ti importa perchè, tanto lo sai che è inevitabile ed è successo
anche a me, come a te- la señaló y le sacó una risa abdominal y nasal, pues le gustaba cuando Emma
se ponía así de juguetona, así de jovial. – Inevitabile- sacudió al ritmo sus caderas con pasos estáticos.
– Anche se ti chiudi dentro

- Nascondersi non serve, è questione sai di tempo, ti sorprende prima o poi, prima o poi

- Questo è l’amore che fa cambiare in ogni parte di te, finirci dentro è inevitabile, sta capitando proprio
a me- llevó sus manos al borde de su blusa y, de un rápido movimiento, la estiró hacia arriba para
quitársela. – Questo pe l’amore che fa dannare e uscire fuori di te, viverlo in pieno è inevitabile ed è
successo anche a me, come a te- y, en vez de señalarla, Sophia se puso de pie y le tendió la mano,
Emma se la tomó y se dejó llevar hasta la cama, en donde quedó de pie entre las piernas de Sophia.
- Si dice amore quando si accende che più rovente non c’è, sbatterci contro è inevitabile, sta capitando
proprio per me- cantó mientras acariciaba su abdomen con el corto borde de sus uñas mientras Emma
se desabrochaba su Andres Sarda de copa completa y lo hacía desaparecer en silencio para escucharla
cantar aquello que habían discutido en Londres el año anterior.

- Si dice amore se tutto prende, ma non ti importa perchè, tanto lo sai che è inevitabile ed è successo
anche a me, come a te- sonrió, elevando su rostro con una caricia en su mentón para que se pusiera
de pie, y “Irresistible Bliss” empezó a inundar la habitación, pero Emma sólo aplaudió para que la
música se apagara.

- ¿Demasiado porno?- resopló a ras de sus labios con una sonrisa.

- Sólo quiero escucharte a ti- la cargó con su brazo derecho hasta recostarla sobre la cama, que con
ayuda de sus rodillas la llevó hasta las almohadas.

- Está fría- susurró, refiriéndose a la cama.

- ¿Mucho?- le preguntó, pasando su flequillo tras su oreja y viéndola con esa mirada y sonriéndole
como eso que se traducía a “God, you’re so beautiful”.

Sophia no contestó, sólo elevó su cabeza para halar a Emma con un beso. Pacífico, ciego pero
conocedor, tibio al roce acomodador de sus pieles, ruidosamente húmedo pero no asqueroso, no
nefasto, un beso que, a través de su sonido, se podía saber que estaba siendo dado y recibido
recíprocamente con algo más que ganas de lo que venían anticipando toda la tarde, un beso que era
pausado, dado y no arrancado ni succionado, sino regalado. Era superficial a nivel lingüístico pero era
más profundo a nivel emocional, pues por muy “simple” que fuera el beso, por mucho que implicara
en cinco minutos, por muy seco pero húmedo que fuera, simplemente estaba más allá de mi propio
entendimiento. Ah, es que esos besos no eran como los que se daban de saludo, de despedida, de “me
muero por besarte”, no, era más como lo que las aislaba del mundo, era el beso que era tan suyo, y
sólo suyo, que sólo podía nacerles en la privacidad del silencio y de sus comodidades, de esos besos
que nunca nadie sería testigo, pues cualquiera podía presenciar un beso de “te amo” pero nunca un
beso de “te…amo” que se generaba entre un gruñido, un jadeo, un susurro, un abrazo, que nacía en
esos momentos de soledad en pareja. Un beso sin intenciones lascivas, sin tacto que incitara al
erotismo que sabían que tenían a punto de estallar. Había un momento para todo y, si habían esperado
cinco días y toda la tarde, ¿acaso no podían darle espacio a un beso como ese? Sí, sí podían. Y era de
las cosas más ricas, en sabor y en valor, que habían conocido entre ellas y para con ellas; sólo el ruido
de sus labios, sin gemidos, sin embestidas, sin respiraciones pesadas. Sólo. Sólo. Hasta los ruidos de
sus labios se tomaban su tiempo.

Luego, a esos minutos de besos lentos, le siguió un suspiro de Sophia, pero fue un suspiro ligero y fue
porque Emma dejó sus labios para volver a su cuello mientras se dejaba caer un poco sobre Sophia.
Otra sesión de besos lentos y cariñosos, de esos que Emma colocaba y que Sophia le sostenía y le
abrazaba con sus manos por su cuello. En otra ocasión le habría dado uno que otro corto lengüetazo
por la reacción que eso provocaba en Sophia, ese suspiro corto y rápido, pero sólo se encargó de besar
cada lado de su cuello hasta llegar a la fusión de sus clavículas, en donde ya el juego cambiaba
únicamente de dirección pero no de tono, pues ya empezaba a bajar lenta y verticalmente hasta
encontrarse con el dilema inmediato: ¿seguir verticalmente o desviarse de manera horizontal? Difícil,
difícil. Bajó por su abdomen, dándole besos a un lado y a otro de su eje de simetría, que no fue que se
olvidara de lo que había pasado de largo, simplemente podía esperar. Llegó al elástico de aquello que
conocía únicamente por ser Kiki de Montparnasse, que sólo podía significar algo en su conocimiento:
lencería sensualmente atrevida o sensualmente conservadora. Besó desde su cadera izquierda hasta
su cadera derecha y, con una suave caricia, hizo que Sophia se volcara sobre su abdomen.

Infarto cerebral, respiratorio y cardíaco: Kiki de Montparnasse que se resumía en un negro voyeur
welcome back panty. ¿En qué momento lo había comprado Sophia que no se había dado cuenta
Emma? Lo que de frente podía pasar por Culotte o por tanga, de atrás tenía únicamente el contorno
de un Culotte al ser vacío del centro, lo que revelaba toda su hendidura entre los elásticos negros pero
que, juguetona y sensualmente, le sentaba bien, aunque, ¿quién se ponía eso en un día de trabajo?
Ah, sólo alguien que tenía intenciones secundarias y que no tendría tiempo para cambiarse. Admiró
su trasero con cercanía, esparciendo su exhalación sobre su glúteo izquierdo a medida que le daba
besos de respeto y preservación de esa parte del cuerpo de Sophia, pues cómo le gustaba su trasero;
parte que se iba a Tie Break con su vulva y que sólo eran superados por la sonrisa tan sincera y tan
perfecta, y en la sonrisa se incluían los ojos que no podían mentir. Le colocó besos superficiales sobre
su hendidura, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba para seguir por toda su columna hasta llegar
a su desnuda nuca. A eso lo conozco yo como “adoración”.

- Sophie…- susurró a su oído como si la estuviera despertando de algún largo sueño, que Sophia rio
nasalmente con un rubor exagerado al ser rubor de la caricia de su nombre de cariño y el rubor de los
mil besos que Emma le pudo haber colocado. Ella sólo se dio la vuelta entre los brazos de Emma y, con
una sonrisa de recién-besado-cuerpo, suspiró mientras pasaba sus manos por sus costados para sentir
su tibieza. – You are so beautiful- dijo en ese tono de “es increíble lo hermosa que eres” y flexionó sus
brazos para hacer llegar sus labios a la frente de aquella rubia y mejorada Afrodita.

- Gracias- murmuró con doble exagerado rubor. – You’re not so bad yourself- le dijo con un guiño de
ojo izquierdo en cuanto la vio a los ojos.

- Yo sé que derrito todo lo que toco- sonrió tirado hacia el lado derecho. – Pero, ¿sabes tú lo hermosa
que eres?- arqueó su ceja y acarició su mejilla, ahuecándola como a Sophia le gustaba, y a ella le
gustaba por cómo cerraba sus ojos y se dejaba ahuecar.

- ¡Emma!- resopló calladamente y cerró sus ojos.

- Hermosa, inteligente, buena persona; sólo con eso ya eres un arma de fuego- sonrió. – Cariñosa,
juguetona y salaz; y con eso te conviertes en arma de destrucción masiva- susurró, repasando sus
labios con su pulgar para saber su suavidad.

- Emma- la detuvo con su dedo sobre sus labios y la volcó sobre su espalda para estar ella encima.

- Dimmi- susurró, pero Sophia no supo qué contestar y Emma supo qué hacer; sólo tomarla
suavemente por las mejillas para traerla a la reanudación de los besos para luego agregarles lascivas
intenciones.

La palabra “dimmi”, semplicemente una composizione del verbo “dire” e del pronome reflessivo di “io”,
in altre parole “mi”, era una de las palabras más sencillas pero que más le gustaban a Sophia de Emma
y todo porque se le salía la agudeza vocal y una sonrisa a lo “Beatrice Stanhope” en cuanto Ursula le
dice que ya no va a casarse con “Lyle van de Groot”, pero arqueaba su ceja derecha y la mirada era un
tanto burlona, como si la respuesta que esperaba era totalmente para reírse, aunque sólo era la
potencial reacción a la ternura o al regocijo de la respuesta, no para burlarse, pues sólo con Sophia
lanzaba ese “dimmi”.
Emma se irguió con su torso, manteniendo a Sophia abrazada por la cintura, y se dedicó a darles la
atención, que les había prometido, a los dilatados pezones de la rubia que se entregaba más allá que
sólo en cuerpo, sino en tiempo y en espacio también, pues las emociones ya las tenía Emma en su
posesión. Hasta eso cambiaba, la manera en cómo se encargaba de ellos; no los mordisqueaba, no los
succionaba, simplemente los atrapaba entre sus labios para darles besos y más besos, un ocasional y
minúsculo lengüetazo con ojos cerrados, no con la mirada concupiscente y penetrante que solía
clavarle en la suya cuando se adueñaba de sus pezones. Las respiraciones bucales de Sophia
empezaron, así como su temperatura corporal empezó a subir a tal punto que la cama ya no le pareció
tan fría. Lentamente la recostó sobre la cama, pero siempre mantuvo sus labios abrazando al ya erecto
pezón derecho. Sophia se dejó relajar, y la muestra de eso era la posición de sus brazos, que los dejaba
reposar sobre su cabeza como en un quinta posición pero floja y más afilada en esquinas, o codos, que
la original. La mano derecha de Emma la recorría por su costado, desde su cintura hasta su muslo para
que, como escala, se detuviera para acariciar el respectivo glúteo.

Si había algo que a Sophia la mataba era la sensación de los pezones rígidos de Emma al rozarle su piel;
le daba cosquillas y la invadían las ganas de sentirlos con sus manos y con sus labios, más sólo sentir
su rigidez contra las palmas de sus manos. Tal vez apretujarlos un poco. Pues, sí, ella era más fanática
de esos C que Emma de sus B, aunque Sophia era fanática de lo que abrazaba la Le Fleur Thong de esa
ocasión y del resto de piel que conformaba a Emma; sí, era su fan número uno. Thomas y James alguna
vez, ah, sí, para el cumpleaños de Emma, se dedicaron a hablar de “pezones de la farándula”, y
determinaron el top10; ubicando a Lindsay Lohan en el puesto número siete, Julianne Moore en la
cuarta posición, Constance Jablonski en segundo lugar y, coronada como la mujer de los pezones más
apetecibles según ellos, estaba Joanna Krupa. Y, ante una investigación inmediata para que los
presentes aceptaran su top10, Sophia corroboró que estaban más equivocados que Santa Claus en
Semana Santa, pues los pezones perfectos estaban casi siempre en un sostén negro, La Perla o Kiki de
Montparnasse y los tenía realmente bajo sus narices; los de Emma.

La Arquitecta Pavlovic calculó rápida y mentalmente el lugar perfecto para colocar cada beso al
empezar a bajar, que ahora cada beso era precedido por un mordisco, y se tomó su tiempo, torturando
a Sophia, para llegar nuevamente al borde del Kiki de Montparnasse, en donde no se detuvo y decidió
besarlo hasta hundirse entre las piernas de Sophia. Sólo tuvo que rozar sus labios contra la seda para
saber por qué Sophia había sido muy constante en lo de cruzar su pierna. Estaba empapada; de vista,
de humedad atmosférica y de estado físico. Emma besó exactamente donde sabía que estaba su
clítoris y, con el roce de aquello, sus labios se alcanzaron a humedecer con lo que había provocado en
Sophia a lo largo de las horas de tortuosos jugueteos. Sophia recogió sus piernas y tomó a Emma por
sus mejillas mientras recibía besos que los sentía directamente a pesar de casi no sentirlos, y casi se
muere en un ahogo de esos sensuales cuando Emma paseó sus dedos de arriba hacia abajo por sus
labios mayores, los cuales también estaban empapados. Fue entonces cuando Emma se dio cuenta
que la parte frontal dejaba de existir exactamente en el punto estratégico del medio del perineo y no
logró resistirse. Y así, Sophia con sus piernas recogidas, sintió la nariz de Emma recorrerla desde su
clítoris hasta su vagina, en donde se detuvo con intenciones de unir ese aroma tan de Sophia que le
sabía al contraste perfecto entre dulce y la pizca de salado necesario para que le gustara. Sacó su
lengua y, bendiciendo en tres segundos al genio que había inventado aquella tanga y a Kiki de
Montparnasse por haberla sacado al atrevido mercado, la rozó contra su agujerito, que no la tomó por
sorpresa, pero le sacó un gemido sensual, agudo y mimado como si hubiera sido sacado de
“Lujon”. Voyeur back panty, rio mentalmente, pues claro, para eso era. Repitió el lengüetazo una, y
otra, y otra vez hasta que ya no pudo sólo conformarse con lengüetazos verticales y decidió saborearlo
como se debía; así como le gustaba a ambas: con besos, caricias de labios, de suaves penetraciones y
cariños con la lengua.

No sé cómo supo Sophia o cómo le dijo Emma, el hecho es que Sophia terminó sobre sus rodillas y sus
piernas un tanto abiertas sobre la cama, no con Emma entre ellas así como lo habían hablado hacía
unas horas; eso venía luego porque a ninguna de las dos se les había olvidado. Emma llevó sus labios
a aquel agujerito que, ya sin vergüenza y sin pudor, agradecía las atenciones y se rendía ante la avidez
que quería poseerla. Sophia dejó caer su torso sobre la cama, no porque no le gustara mantenerse
rígida en postura sino porque no tenía fuerzas para sostenerse; si no podían temblarle las rodillas eran
los codos. No había nada que a Emma le gustara más que esa sensación de rechazo, sí, esa que el
agujerito le daba a su lengua en cuanto la invadía sin profundidad alguna; era divertido… y rico. Y ya,
Sophia ya no aguantaba más; estaba sensible, excitada y con las más colosales ganas de correrse que
ni ella podía comprender dicha magnitud, y fue por eso que simplemente se dejó caer sobre la cama y
se volcó sobre su espalda. Reveló lo enrojecida que estaba, ese calor que ya no soportaba ni por ser
invierno, y Emma sabía exactamente lo que quería, y ella también quería. Llevó sus manos al elástico
de la Kiki de Montparnasse y, dándole besos en sus rodillas y en el interior de sus muslos, la retiró de
la manera que más podía matarla, pues Sophia juntó sus piernas y recogió ligeramente sus piernas, lo
cual actuaba cual compresión de labios mayores, para luego abrir sus piernas y revelar lo brillante que
estaba.

Admiró el panorama; la ligera sonrisa sonrojada, los celestes ojos entreabiertos, las ondas rubias ya un
tanto desubicadas de los revolcones previos, su mano derecha sobre las ya un poco desordenadas
sábanas, su mano izquierda sobre su muslo, sus piernas abiertas pero no recogidas, su entrepierna ya
encandecida, más encandecida de su clítoris, el cual ya se hacía visible al estar hinchado y
probablemente un tanto rígido, sus labios mayores igualmente hinchados hasta el punto de ser
relativamente carnosos pero todavía dentro de su delgadez, sus labios menores estaban tensos y no
proveían mayor cobertura, al igual que sus labios mayores, a su vagina, la cual se veía apetitosamente
estrecha.
Emma se tumbó a su lado, con su cabeza sobre las almohadas, y Sophia comprendió de qué se trataba
aquello. Como si a Phillip le hubieran ofrecido Profiteroles, con esa misma sonrisa, con esa misma
emoción, en vez de correr al ofrecimiento, se colocó sobre Emma, dándole primero un beso en sus
labios, un beso con sabor a “gracias por consentirme”, se colocó exactamente sobre sus labios, dejando
que sus hombros descansaran sobre la cama al atraparlos entre sus rodillas abiertas, la tomó por la
cabeza para sostenerla. Emma la abrazó por sus muslos, así como si la estuviera halando hacia abajo,
hacia ella, pues quería que la promesa fuera literal, ¿quería cabalgar sus labios? Que los cabalgara.
¿Quería mecerse y frotarse contra ellos? Que así lo hiciera. Sophia se empezó a mover en longitudes
verticales milimétricas, un vaivén corto y sensual que pretendía ahogar a Emma con la cantidad
exagerada de ganas que había secretado en las horas anteriores. Quizás eran los días los que hacían
de ese sabor algo concentrado y rico en pinceladas, quizás eran las horas de secreción, quizás sólo era
que Emma era extranjera después de cinco-cortos-pero-eternos-días de no probarlo. Y lo bebía como
si fuera a dejar de existir. Sophia había empezado a gemir muy bajo, eso que se traducía a sensualidad
gutural y que todavía dejaba la sensación de “Lujon”, como si no pudiera existir algo más sensual,
fantástico e irreal, pero tan verdadero como que Emma, cada vez que abría sus ojos y veía hacia arriba,
pensaba “oh, Dio! Lei è bellissima! Bellissima come in superlativo assoluto di perfettamente bella”.

Se acordó de la imagen que visualizaba Sophia, qué mente para tener sus momentos sensualmente
retorcidos, y subió sus manos hasta sus senos, tomándola por sorpresa al ella tener sus ojos cerrados
por la inhabilidad de poder abrirlos, pues el placer se los cerraba. Los apretujó así como Sophia le había
descrito, así como si se estuviera deteniendo, aunque más bien la halaba hacia abajo también, y eso
sólo hacía que Sophia se sintiera extremadamente sensual dentro de la lujuria y el erotismo que la
envolvía, ese que ya incrementaba un par de milímetros en su vaivén y que elevaba el volumen de sus
gemidos guturales. Emma tuvo que aceptar que, con el perdón de quien fuera en este momento y del
que sea en este, le había gustado apretujar de esa manera tan sin escrúpulos; quizás fue el gruñido
que se originó en el clítoris de Sophia pero que tomó de sus senos la fuerza que necesitaba para salir
de su garganta, o quizás fue el hecho de lo duro dentro de lo suave y sensual. Duro no era sinónimo
de rudo o cruel, nota mental. Sophia se empezó a perder, a diluir entre gemidos rezagados, y Emma
que sólo notaba un “todavía no, que está demasiado…rico”, y por eso no cedía a sus ganas de succionar
lo que quería, que ya había calculado qué, cómo y cuándo según la forma del movimiento, la velocidad
del mismo, la presión y la dirección.

Fue todavía más picante cuando Emma soltó sus senos para llevarlos nuevamente a sus muslos, o esa
era la intención, pues se detuvieron en su trasero por rendirle homenaje a la imagen que Sophia había
construido en su cabeza. Lo acarició con una mano en cada glúteo, suave y sólo jugando a sentir el
movimiento muscular de su vaivén, ese que relajaba y tensaba sus glúteos. Llevó sus dedos a su
hendidura y, con suprema lentitud, dejó que se escabulleran hacia el interior y alcanzaron a rozar el
húmedo agujerito que resguardaba esa proeza de ajustado trasero. Sophia se contrajo ante el roce y,
por reacción, clavó más a Emma contra sus labios mayores y aplicó más fuerza, pero tuvo cuidado de
no ahogarla, pues eso de la Necrofilia no era lo suyo y no pretendía enviudar antes de tiempo. Suspiró
en cuanto Emma empezó a masajear el agujerito con uno de sus dedos, que asumió que era el de en
medio de la mano derecha porque podía sentir el anillo heredado en la cercanía. Con todo y la
estimulación, eso de deslizar media huella dactilar, la humedad pareció consumirse y fue entonces
cuando Emma entró en pánico porque no sabía cómo recoger lubricante de Sophia o saliva suya para
volver a lubricarlo, pues quería deslizarlo completamente, así como Sophia gritaba subliminalmente
entre sus sensuales ahogos.

Dejó de estimularlo para hacer lo único que se le ocurrió, para recurrir al plan XYZ. Llevó su mano
izquierda al interior de su Le Fleur, pues con la derecha iba a hacerle más cosas a su vagina, y, con la
intención de sólo lubricar su dedo, no pudo resistirse y decidió lubricarlo junto con un poco de su
propio placer al frotar su clítoris. Lo único malo de aquello era que Emma era inútil para hacerse correr
si estaba así de inundada, a ella eso de la mano izquierda y la más mínima fricción no le funcionaba
mucho; prefería humedad y no inundación y la mano derecha. Pero, entre el ahogo de Sophia y la casi
nula fricción de sus dedos al frotar su clítoris, gimió, y gimió porque era un potencial orgasmo bajo
esas circunstancias si no dejaba de jugar con su clítoris. Con sobrehumana fuerza de voluntad, pues no
sé de dónde la sacó, retiró su mano y la regresó al trasero de Sophia, en donde pudo empezar a deslizar
su dedo de en medio en su interior mientras Sophia gruñía de genuino placer y soltaba su cabeza para
aferrarse al respaldo de la cama. Y, como si Sophia gritara un obsceno “gáma lígo maláka mou,
parakaló!” entre sus placenteros gemidos, su dedo se deslizaba hacia afuera y hacia adentro con
asesina lentitud, no porque así lo quería hacer sino porque era la mano izquierda y no era tan ágil.
Tenía que entrenarlo para ocasiones como esas.

Llegó el momento de ahora o nunca. Emma succionó al paso del vaivén para que Sophia misma tirara
de sus labios menores, mayores y su clítoris, hacia atrás y hacia adelante para luego soltarlos y volver
a succionarla. Se necesitaron cuatro de esas succiones y un gemido largo y cortado, en voz y en
movimiento físico, poseyó a la mujer que, de haber existido durante el Gobierno de JFK, podría haber
detenido la crisis con esa sonrisa que se le empezaba a dibujar con cada corte muscular, esa sonrisa
que borraba la tensión y daba rienda suelta al libre albedrío. Se tomó unos sonrientes segundos para
recuperarse mientras Emma sacaba su dedo y se encargaba de darle besos a lo que sabía que tenía
mayor flujo sanguíneo que su carótida en ese momento. Dejó caer su cabeza su cabeza sobre las
almohadas al ver que Sophia dejaba caer su quijada hasta su pecho, señal de recuperación, y, con
cierto salto de rodillas, se tumbó al lado de Emma, en realidad se tumbó al lado en el que Emma solía
dormir y, llevando su mano a su frente mientras terminaba de reírse abdominalmente, Emma se volvió
a ella y la abrazo ligeramente.
- Licenciada…- susurró Emma, apartándole el flequillo del rostro con sus dedos. Sophia la volvió a ver
con una sonrisa sonrojada post orgásmica que valía la pena guardar en un recuerdo perfecto. – No
tiene ni la más remota idea de lo hermosa que se ve en éste momento- logró sonrojarla todavía más,
pero Sophia volcó a Emma sobre su espalda y se colocó sobre su costado.

- ¿Estuvo rico?- susurró, recogiendo los restos de la mezcla de lubricante y orgasmo que Emma tenía
sin limpiar alrededor de sus labios.

- Eso te lo debería estar preguntando yo a ti- sonrió, ahogándose al ver que Sophia, lo que había
recogido, lo limpiaba de sus dedos con su propia lengua.

- No sabe mal- guiñó su ojo.

- No, sabe perfecto- se sonrojó. – Pero, ¿estuvo bien?

- Estuvo perfecto- susurró, acercándose a sus labios para agradecerle sus ocurrencias con un beso
sencillamente de labios y de rostros ladeados. – Enséñame tus dedos- sonrió, empujando la punta de
su nariz hacia arriba con la suya. – Mmm…- los inspeccionó con un poco de lejanía y terminó por darle
un beso a cada dedo. – La otra mano

- ¿Qué esperas encontrar?- le alcanzó la otra mano, la que no tenía anillo, sólo reloj.

- Esto- balbuceó, llegando a los dedos que había utilizado para lubricarla nuevamente. – Éste sabe a
mí- susurró, introduciendo todo el dedo del medio en su boca, y Emma asintió con el corazón y los
pulmones en la boca. – Éste sabe diferente- dijo al limpiar el anular. – Y éste sabe igual al anterior-
suspiró al limpiar su dedo índice. Emma la vio con confusión. – No saben a mí
- ¿No?

- Saben a ti- sacudió su cabeza con una sonrisa y se deslizó hasta la cadera de Emma para poder ella
admirar el paisaje también, que le encantaba ver que Emma, aun acostada, tenía la capacidad de
conservar la circular y abultada forma que un par de C podían tener por rigidez. – Gemiste…- sonrió,
llevando sus manos a los elásticos de la tanga que dejaba que Emma no se rebalsara aunque, al ser de
encaje de tul, aquello era básicamente imposible. Emma asintió. - ¿Por qué?- y vio lo impensable: un
rubor rojo-carmín que la invadió en menos de un segundo. Sophia sólo rio nasalmente y retiró el tul
de su camino, que tuvo que suspirar al impresionarse con lo empapada que estaban los labios mayores
de su futura esposa, hasta de su ingle por rebalse. Se acercó con una sonrisa a su entrepierna, Emma
sólo la siguió con la mirada, con esa mirada que gritaba el “Parakaló” que Sophia había transpirado.
Sophia alcanzó el tul de nuevo y lo paseó por aquella inundación para drenarla dentro de lo que las
capacidades textiles le permitían. - ¿Te estabas masturbando?- le preguntó, volviéndola a ver mientras
acariciaba sus labios mayores con su dedo índice y medio; separados y uno en cada labio mayor, y de
arriba hacia abajo.

- Necesitaba lubricarte- se sacudió levemente ante la caricia.

- ¿Te masturbaste?- reformuló la pregunta y llevó fue como si hubiera activado sus dedos en modo
“retroceso”, pues acarició sus labios mayores, de la misma manera, pero son el filo suavizado de sus
manicuradas uñas. Emma asintió. Sophia rio nasalmente y se acercó a su entrepierna y, como si la
estuviera torturando realmente, le dio un beso al origen superior de sus labios mayores. – Mastúrbate-
sonrió, que Emma ensanchó la mirada, arqueó su ceja y sonrió ante lo “bossy” que le gustaba de
Sophia. – Para mí, ¿por favor?- sonrió kilométricamente. Así, ¿quién no? Emma llevó su mano derecha
a su entrepierna y, con un suspiro para sacudirse el poco pudor que podía tener, introdujo su dedo
medio y anular entre sus labios mayores para empezar a frotar su clítoris. – Más despacio…- murmuró,
y Emma bajó la velocidad de su frote. – No…- tomó sus dedos de su clítoris y los irguió para darles un
beso que luego se volvió en succión y lubricación completa. – Así- los colocó sobre su clítoris y,
mostrándole el ritmo; un ritmo lento que duraba dos segundos en completar el frote circular, así de
lento, Emma suspiró y dejó salir el primer ahogo verdaderamente suyo.

- Shit…- suspiró sin saber cómo se le había escapado eso del cerebro, quizás había huido por tanta
presión, quizás necesitaba ser libre. Eso era intenso.
- Detente- murmuró Sophia, y Emma se sintió un tanto aliviada, hasta agradecida. – No dije que
quitaras tus dedos- sonrió. Emma los volvió a posar sobre su clítoris. – Ábrelos un poco- Emma así lo
hizo; los abrió lo suficiente hasta atraparlo entre ellos, y Sophia, viendo aquello con lascivia, y que le
divertía por alguna razón, se acercó con sus labios y empezó a darle besos y lengüetazos, haciendo que
Emma se ahogara una que otra vez, pues estaba dándole toda la atención al descubierto glande de su
clítoris. – Continúa- sonrió después del primer gemido. Oh, Dio! Emma volvió a unir sus dedos y
reanudó su frote. Se sentía diferente, quizás porque su clítoris estaba más hinchado, o quizás sólo
estaba más rígido, o quizás sólo estaba más sensible. – Más lento- le ordenó. – Y más presión

- Fuck…- gimió. Eso era intenso, demasiado intenso, no sólo para Emma sino para la situación misma.

- Fuck?- resopló Sophia. Emma solo asintió minúsculamente con esa mirada de excitación que derretía
a Sophia. – Detente- dijo de nuevo, y la Arquitecta Pavlovic, abusando de su sentido común, abrió sus
dedos para atrapar su clítoris entre ellos de nuevo. – Así me gusta- sonrió, y llevó su dedo índice
izquierdo al interior de sus labios menores. Lo paseó de abajo hacia arriba, desde su perineo hasta el
final del glande de su clítoris y de regreso, y otra vez, y una vez más. Emma que se ahogaba entre
temblores que no quería librar porque no quería perderse ni un milímetro del roce del dedo de Sophia.
Su dedo llegó nuevamente a su clítoris y, con todas las malas intenciones, lo frotó horizontal y
rápidamente, causándole a Emma un sollozo de tortuoso placer. Se detuvo y lo presionó con un poco
más presión de la acostumbrada y, al soltarlo, le dio uno, dos, tres, cuatro golpes suaves, que, con cada
golpe, Emma gemía calladamente y daba un respingo que en realidad era como si el golpe la tirara
contra el respaldo de la cama y las almohadas y la fricción de las sábanas la mantuvieran en el mismo
lugar.

- Fuck- suspiró temblorosamente.

- Sí…- susurró Sophia mientras bajaba su dedo a su vagina. – Fuck- y deslizó su dedo, toda su longitud,
en la estrecha vagina de Emma. – Continúa, por favor- Emma volvió a obedecer. Tenía que aceptar
que, por muy intenso y cruel que fuera eso, de cruel no tenía mucho sino era más bien placentero… y
le estaba gustando. – Más rápido- exhortó cariñosamente, que fue cuando se empezaron a escuchar
cómo los jugos de Emma quedaban atrapados en el frote anterior y creaban el sonido húmedamente
sensual que acompañaba a sus ahogos agudos. Sophia sólo presionaba esporádicamente su GSpot. –
Más rápido- repitió, y aquello ya era tempo un-nivel-más-alto-que-normal y, con ese tempo, así
incrementaron las presiones en su GSpot. – Más rápido
- Fuck!- jadeó, arqueando su espalda y contrayendo todo en una etapa preorgásmica.

- Detente

Y sabrá Dios y Emma de dónde sacó las fuerzas para detenerse si estaba tan cerca del orgasmo. Emma
estaba respirando ya agitadamente, su rostro y su pecho se habían coloreado de ese rojo de esfuerzo
y excitación, y placer, que sólo Emma podía colorear para sí misma. Sophia sacó su dedo de la vagina
de Emma y lo llevó a su clítoris; estaba lo más hinchado y caliente que podía estar, ya no era el mismo
rosado sino de un rosado que se incendiaba por origen espontáneo pero focalizado, tan caliente estaría
que Sophia podría jurar que por eso no parecía estar lubricado; por evaporación. Acarició su clítoris
con la empapada punta de su dedo, en círculos pequeños y lentos y sin presión alguna. Tomó los dedos
de Emma y los guio a su vagina. Primero obligó su dedo anular hacia el interior y lo sacó, luego lo
mismo con su dedo medio para estar los dos sumamente lubricados. Los regresó a su clítoris y,
mientras Emma esperaba con ansias el “continúa”, Sophia llevó su dedo al agujerito que también
gritaba por atención. Era increíble ver cómo la excitación de Emma había llegado, sin esfuerzo y sin
eyaculación, hasta las sábanas, lo cual era bueno, pues Sophia provocó aquel agujerito y, junto con el
“continúa” que tanto había esperado Emma, introdujo su dedo en su ano.

- Holy fuck…- gruñó.

Y esta vez Sophia lo tomó literal, pues empezó a penetrarla, pero era una penetración especial;
deslizaba su dedo hasta ya no tener más longitud visible, lo hacía desaparecer, lo dejaba dentro,
estático, luego movía la punta sólo de arriba hacia abajo, lo volvía a dejar estático y, por último, lo
sacaba por completo para volver a repetir el proceso. Eso de detenerse y continuar era, para Emma,
como cuando estaba en un bar, así como solía ser en Bungalow 8, que los bartenders se encargaban
de tardarse cinco minutos en hacerle un maldito Martini, con todos sus trucos y demás. Era esa
ansiedad que crecía con cada etapa, esa ansiedad de “esta vez sí me lo da” y no se lo daba porque
sacaba otro truco de donde no vamos a mencionar. Sophia sí sabía lo que hacía, y Emma también, pero
Sophia estaba idiotizada al ver aquella elegante mano darse placer, y ni hablar de la mano izquierda
que había encontrado lugar de dónde aferrarse al acordarse de que tenía un par de hermosos y
redondos senos para ello.
- Detente- dijo con la intención de que fuera la última vez, pues luego se la comería como si nunca
antes lo hubiese hecho. Pero Emma no se detuvo, simplemente siguió frotando su clítoris. – Detente-
repitió.

- No-no… puedo- sollozó. Guerra nuclear en los ovarios de Sophia.

- ¿Te vas a correr?- fue una pregunta con respuesta un tanto evidente, aunque sabía que a Emma le
gustaba más el proceso de placer que el orgasmo en sí, aunque el orgasmo nunca lo negaba,
simplemente lo postergaba lo más que podía.

- Mhm- gimió agudamente. El mejor “mhm” que Emma alguna vez pudo exteriorizar con sus cuerdas
vocales. Situación en los ovarios de Sophia: Armagedón.

De repente todo se tornó como si Emma quisiera salir huyendo, así era su descontrol, sus ganas de
huir de su propia mano, de la intensidad que ella misma se provocaba por orgasmo. Sophia observaba
extasiada, probablemente así como presenció la media libra de sodio en la piscina de su colegio, con
ese brillo en sus celestes ojos; maravillada, en el cielo. Luchó contra todas las contracciones de Emma,
esas que le estrujaban su dedo, y luchó también contra el descontrol de sus caderas, esas que estaban
poseídas por lo que parecían ser cien orgasmos en uno solo. Emma se dejó de frotar, atrapó aire en su
diafragma y, con un gemido de alivio y la reanudación del frote, ahora ya más ligero por estar su clítoris
tan rígido como nunca, sucedió aquello que a Sophia tanto la había impresionado. Una calmada pero
abundante eyaculación se encargó de representar a su más placentero momento en los últimos cinco
o seis días, ya había perdido la cuenta, una eyaculación que, sin saber cómo, el dedo de Sophia ya no
tuvo espacio y terminó saliendo de una muy placentera manera.

Se quedó ahí, sentada frente a Sophia mientras la velocidad de su frote disminuía así como los
espasmos. Esos espasmos… a Sophia la volvían triplemente loca, más en ese momento.

- Perdón- murmuró, abriendo sus ojos y, creyendo lo contrario, se encontró con una sonrisa de genuina
felicidad y verdadero entretenimiento alla Rialto.
- ¿Por qué?- ladeó su cabeza hacia el lado izquierdo. La sonrisa no se le borraría, quizás, en toda su
vida, aunque tendría que quitarla para no parecer una loca.

- No pude detenerme

- No me pidas perdón por eso- resopló, acercándose a ella con su ceño adecuado para la ridiculización
de la preocupación. - ¿Estuvo rico? – sonrió, irguiéndose y colocándose tras ella para llevar sus manos
a sus hombros.

- Mi libido está muy contento- se sonrojó sobre lo que parecía ya estarse desvaneciendo. Las
eyaculaciones cómo solían colorearla hasta de los brazos. - ¿El tuyo?

- Mmm…- dijo de manera gutural mientras apartaba el cabello de Emma y lo pasaba hacia su pecho. –
Está contento también- susurró a su oído y llevó sus labios a las pecas que tanto le gustaban. ¿Acaso
había algo que no le gustara de ella? Hasta lo que no le gustaba le terminaba gustando.

- ¿Pero?

- Quisiera postre- mordisqueó su hombro izquierdo.

- ¿Quisieras o quieres? Hay una diferencia

- Quiero… pero no sé si me lo vas a querer cocinar- resopló y pasó su cabello hacia el hombro que
recién dejaba, pues se dedicaría a besar y a mordisquear el otro.
- ¿Qué se le antoja, Licenciada?- resopló, inclinando su cabeza hacia la izquierda para darle espacio a
Sophia.

- ¿Me harías eyacular… por favor?

- ¿Cuántos platillos tiene una cena casual dentro de la etiqueta, Licenciada?

- Tres- resopló un tanto confundida, ¿a qué venía eso? Ah…oh. - ¿Qué te parece si el segundo platillo
lo dejamos en manos de…?- mordisqueó un tanto fuerte su hombro y rio.

- ¿En manos de…?- se volvió hacia ella con su cabeza.

- De quien pueda comérselo- sonrió con sus labios un tanto fruncidos y arqueó su ceja. Así, así, ¡así se
veía impecable y perfectamente bellísima!

- Mmm…- sonrió Emma y sonrió de la misma manera que su hermosa rival. - ¿Por qué me suena tan a
reto, Signorina Rialto?

- No, no es un reto- sacudió su cabeza con sus ojos cerrados y su ceño fruncido mientras batía su dedo
índice de lado a lado. Daba cierta risa pero no de burla. – Cuando a Emma Pavlovic le dan un reto…-
suspiró, halando a Emma de los hombros para recostarla sobre las almohadas. – Se sabe que el rival
nunca fue rival porque perdió antes de siquiera pestañear- resopló, colocándose sobre Emma, con sus
rodillas abrazando sus caderas.
- No siempre gano- sonrió muy consciente de la verdad de esa declaración y colocó sus manos sobre
los muslos de Sophia.

- Ah, pero eso es sólo el uno por ciento de las veces que se trata de perder o ganar y se debe a las
diversas variables aleatorias que puedan influenciar el reto- tomó las manos de Emma de sus muslos
y entrelazó sus dedos entre los suyos. Emma se sentía, así y por muy extraño que suene o parezca,
segura; ese fenómeno de las manos nunca se lo había podido explicar, pero eso de sostenerse las
manos era increíble. – Así que, en esta ocasión, no lo llamaremos “reto

- Ah, porque entonces lo habría ganado desde ya, ¿no?- mordió su labio inferior, como si se burlara
respetuosamente de las palabras de su Sophia.

- Por eso y porque no se trata de ganar

- ¿Y de qué trata entonces?- recogió sus piernas y dejó que Sophia apoyara su trasero contra ellas.

- Es que ya perdiste- Emma rio como si hubiera Coco Chanel la hubiera poseído en ese momento; con
esa gracia, con ese carisma, esa diversión un tanto elegante pero altanera. Sophia se acercó a su rostro
con el suyo, acortando toda lejanía y reduciéndola a cercanía, a esa cercanía que Emma sólo a Sophia
le permitía por ser un juego suave y cariñoso de narices.

- Te amo- murmuró, arrebatándole las palabras de los labios y recorriéndole los antebrazos con ambas
manos. – Te amo- murmuró de nuevo y le dio un beso en sus labios. – Te amo- otro beso. – Te amo- y
otro. – Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo- susurró, volviendo a jugar con su nariz.

- Mi amor…- rio ligeramente sonrojada. – Yo también te amo- sonrió, repasando el labio inferior de
Emma con su pulgar al tenerla tomada por su mejilla.
- ¿Te casarías conmigo?- le preguntó con ese brillo especial en sus ojos, ese brillo que sólo saltaba
cuando la pregunta era verbalizada, pues era como si buscara reconfirmación dentro de lo que ya sabía
que era cierto, o quizás sólo le gustaba escuchar el “sí”.

- Sí- sonrió, tomándola por ambas mejillas y jugando con su nariz de lado a lado. – Sí, sí, sí… siempre
sí- terminó por darle un beso que sabía a “sí”… y a ella misma también.

- Ya sé qué quiero de regalo de bodas- sonrió, y sonrió como si hubiera tenido una epifanía.

- ¿De verdad?- ensanchó Sophia su mirada y logró sonreír de satisfacción, pues no había algo que le
pudiera emocionar más que saber que le podía regalar algo a la mujer que lo tenía todo, aunque, para
Emma, “todo” se resumía en un nombre: Sophia Rialto. Emma asintió. – Dime, ¿o tengo que adivinar?

- No, pero es algo que me puedes regalar en este momento- y eso, para Sophia, no sonaba tan
satisfactorio, pues seguramente era algo que no caía bajo su definición de regalo.

- Nómbralo y yo haré que suceda- sonrió, citando a la mismísima Emma Pavlovic ante los clientes de
cartera abierta; sus favoritos, y con justa razón.

- Dime lo hermosa que eres- acarició su mejilla. ¿Eso contaba como regalo?

- Algo tengo que tener como para que la mujer más hermosa, o sea tú- colocó rápidamente su dedo
sobre la punta de su nariz. – Se fije en mí

- Mi amor… por favor- sonrió seductoramente, y no en el sentido sexual, sino en el sentido de


persuasión, esa sonrisa que podía conseguir permisos de modificación estructural, sonrisa o escote
pero Emma prefería sonrisa porque era para un Objetivo unisex, y era la misma sonrisa que dibujaba
cuando se salía con la suya.

- Soy hermosa- se sonrojó.

- Not good enough

- Soy muy hermosa

- Not quite there yet- sacudió su cabeza. Sophia se irguió y se cruzó de brazos como una niña pequeña
a punto de empezar un berrinche. – Dime lo hermosa que eres

- Soy la mujer más hermosa- dijo con ese juego de cejas que era la mezcla perfecta entre narcisismo
falsificado y razón absoluta de ser.

- Vas por buen camino- sonrió.

- Soy la mujer más hermosa de tu vida

- La mia vita, la tua vita… la nostra vita… la loro vita- se encogió entre sus hombros y arqueó ambas
cejas.

- Soy la mujer más hermosa del mundo- intentó no sonreír, ni reír, pues todo era causa del narcisismo
obligado. Pero se sentía bien.
- No te lo creo- sonrió.

- Soy la mujer más hermosa del mundo- repitió, pero Emma frunció risiblemente sus labios y sacudió
su cabeza. – Soy la mujer más hermosa del mundo- elevó su voz y Emma se quedó pensativa un
momento pero sacudió nuevamente su cabeza. – Soy la mujer más hermosa del mundo- elevó todavía
más su voz, logrando que Emma tambaleara su cabeza. - Sono la donna più bella del mondo!- gritó,
alzando sus brazos al cielo como si eso le diera fuerzas para gritar algo tan narcisista. Emma sonrió y
se irguió con su torso para abrazar a Sophia. – Yo soy la mujer más hermosa del mundo- susurró
sonrientemente ante una cariñosa y abrazadora Emma.

- Sí, lo eres- murmuró, elevando su rostro a medida que daba besos en el trayecto, todo para
encontrarse con la mirada de Sophia.

Capítulo XV

¿Describir o no describir? Ah, ése es el dilema. Decisions, decisions.

Era tarde, o quizás sólo había sido un día horriblemente largo y difícil y, por eso, las seis de la tarde
parecían ser las mil y una de la madrugada del primer día del mes siguiente. No tenía nada que ver con
el sol, o la falta de, no tenía nada que ver con las nubes grises que habían cubierto más su tranquilidad,
su zen, que lo que realmente debían cubrir, o sea el cielo. No tenía nada que ver con que había tenido
que escuchar horas, y horas, y horas, e interminables horas del mismo mantra que había inundado su
oficina por el simple hecho de que no tenía puerta de manera temporal al haber sufrido un accidente
por culpa de los juegos de Segrate con Selvidge, el dueño de los mantras, el dueño de la que alguna vez
fue la oficina de Sophia. Y ni hablar del primer problema del día, el problema que la recibió al teléfono
en ayunas y sin té, sólo para reclamarle de manera pacífica; que Selvidge tenía toda la culpa, pues trataba
sobre los cinco robles que había decidido plantarle a la Señora Talbert en su jardín, cinco robles que
debían haber sido doce eucaliptos. ¿Por qué no fueron eucaliptos? Simple y sencillamente porque a
Selvidge le pareció que los robles se verían mejor, y eso había implicado una pérdida de doce mil dólares,
una pérdida pequeña para el Estudio, pero era una pérdida grande por ser árboles y porque se debía a
un tipo de negligencia que hacía que Emma sonriera a lo largo de toda la llamada, con vergüenza, y,
cuando terminaba la llamaba, colgaba pacíficamente pero recogía nuevamente el teléfono para
reventarlo contra la base, para luego respirar con pesadez y que Gaby se materializara para saber a quién
tenía que buscar para hacía diez minutos y Moses para llevarle su té, sus mentas, y su vaso de Pellegrino.

Luego estaba el problema de Junior. Ay, Junior. Había llegado a las once de la mañana para revisar los
planos preliminares de Los Ángeles, y habían estado hasta hacía dos horas haciendo notas sobre cambios
polares y modificaciones mínimas, aunque el parto doloroso, por crítica, regaño y frustración, había sido
el problema de la fachada, que Selvidge tampoco había hecho ningún cambio porque no le parecía
adecuado. Vaya Paisajista. Y Emma que nunca había conocido a alguien con mayor gusto sin fundamento
o con un Ego más grande que el suyo. Quizás porque era el sobrino, con epíteto censurado, de Flavio
Pensabene. Entre mierda y mierda, porque así lo había pensado ella, el proyecto más grande que había
tenido hasta esa fecha, o sea Los Ángeles, lo habían colocado en stand by aun después de la revisión de
los planos y de los diseños preliminares. Stand by no era tan grave como que ya no iban a colocar ni la
primera roca, pero podían estirar el proyecto hasta los veinticuatro meses reglamentarios, por contrato,
para meter la excavadora, sino el Estudio estaba en todo su derecho de vender o reproducir los planos
y diseños ya concebidos. Todo el día para que terminara en un desgraciado stand by, y, con esa hazaña
que no era tan mala, habían caído las que sí eran malas o las que le daban pereza, pues, a partir de ese
proyecto, había logrado hacer la jugarreta de rotar los proyectos que ya tenía: Newport que ya estaba
prácticamente construido y sólo se encargaría de ambientarlo en-un-dos-por-tres, Providence que se lo
había dado a Hayek para que tuviera vacaciones de sus hijos, por muy feo que se escuchara, y se había
quedado únicamente con Malibú. A partir de la desaparición, o el stand by, Hayek le había regresado
Providence y, como si los planetas se estuvieran alineando en su contra, der Bosse quería su Condominio
terminado para finales de marzo y no para finales de mayo, así como en un principio habían
pronosticado.

Aparte de eso, TO había pedido que se hiciera una auditoría durante el mes de marzo. ¿Qué significaba
eso? Phillip no tenía tiempo para vacaciones al ser el asesor financiero del Estudio, Emma no tenía
tiempo para vacaciones por tener a Lady der Bosse respirándole fuego en la nuca y porque Alec, sin
saberlo todavía, le había planteado la idea de darle un mes de vacaciones si no se tomaba las dos
semanas de Springbreak porque necesitaban ver lo del tercer socio antes de que el año fiscal terminara,
y, durante la auditoría, o antes, o después, quizás era buen momento para hablar sobre ello, pues
Natasha no podía ser el socio fantasma por siempre y para siempre; esas jugadas eran temporales y
únicas. Y así, entre dinero, favores, trabajo y un “ay, me van a matar cuando llegue a la casa porque no
habrá vacaciones”, Emma recogió sus ovarios del suelo de su oficina, pues lágrimas de estrés jamás
habrían, y Phillip contempló una cariñosa compra de llamado de piedad en Harry Winston para su esposa
mientras se recogía lo mismo que Emma, pues ambos habían recibido la noticia del futuro financiero
hacía no más de una hora. Para inventar mierdas eran profesionales. Phillip que no iba a dejar sola a
Emma, Emma que no iba a dejar solo a Phillip, trabajo era trabajo y, al trabajar de la mano, quizás el
enojo de sus respectivas mujeres sin vacaciones se disiparía un poco y caería repartido entre los dos.
¿Fatalistas? Ya lo creo.
Si tan sólo el día hubiera sido tan bueno como Emma se había sentido en la mañana mientras, sentada
sobre el diván de su clóset, enfundaba sus piernas con pantyhose negras. Lento, sensual, consciente,
muy consciente de que Sophia la veía desde la cama con sus brazos cruzados y con la mirada divertida.
Esa imagen era para fascinarla. Luego de sus piernas, que se puso de pie y, con la misma lascivia
entretenedora con la que se había puesto sus medias, le había dado la espalda para que viera su trasero,
y, con la misma lentitud, había asegurado el borde de sus medias al garter. Luego vino el sostén. Juguetón
striptease a la inversa, muy entretenido, muy sensual. Una camisa desmangada negra, muy ajustada,
una pencil skirt de cuero negro que la cubría desde la cintura hasta media rodilla, se subió a unos
Manolos de doce centímetros de patrón de leopardo en blanco y negro, se arrojó un tuxedo blazer negro,
toda de negro como si anticipara el luto de su sonriente T.G.I.F, y, con un beso prolongado de labios,
acarició la mejilla de Sophia mientras la veía con derretimiento visual. Le susurró un “happy valentine’s
day, enjoy your present”, le dio un beso en la frente, se puso de pie y había pretendido caminar hacia su
trabajo, pero se detuvo antes de dar el primer paso y le plantó un último beso en los labios a su
prometida, un beso que Sophia se aseguró que le durara hasta la hora en la que regresara. Y encima cayó
su Altuzarra negro. Fácil, sencillo.

Emma no le había dado rosas, ni la había llenado de chocolates por más que Natasha le insistiera que los
chocolates eran parte de una ensalada porque venía del cacao y el cacao de un árbol, o algo así, tampoco
había preparado una cena de exceso romanticismo y miel, ni siquiera le había dado un regalo físico de
esos que cualquiera podía alardear tangiblemente frente a las amistades. Instead, Emma le había
regalado, a plenas seis de la mañana, que Sophia se había despertado, una caja de cartón con un papel
que decía un romántico, aun exhortativo, “Tómate el día libre. Es una orden.”. Le había dado el día libre
porque recién el día anterior había entregado la versión híbrida de “Extreme Makeover: Home Edition”
y “Home: Impossible”, proyecto que le había robado dieciséis horas al día, sino es porque dieciocho, y
eso había contado tanto para los días hábiles laborales, de lunes a viernes, como para el resto; sábado y
domingo. Pero había valido la pena, una paga así definitivamente había valido la pena, pues era el primer
proyecto que le dejaba tanto dinero como para poder decir que se cruzaría de brazos por el resto del
año para poder disfrutar de Emma, pero no había nada mejor que verla todo el tiempo, sentada en su
escritorio o en su mesa de dibujo. Ah, y volviendo al regalo, Emma, como su jefa, le había ordenado un
día de descanso por haber tenido “n” cantidad de días de cansancio consecutivos, pero, como su novia,
había abusado de su poder de jefa para regalarle un día de cama y sueño, y, lo mejor de todo, de fin de
semana largo. No era exactamente el regalo más romántico, ni el más esperado, pero era perfecto,
inesperado y único.

Entró en silencio al apartamento, que se dio cuenta de que Sophia quizás ni había podido ponerse de pie
en todo el día, quizás y con suerte se había logrado duchar porque eso era algo que no la dejaba vivir,
un día sin bañarse era peor que pegarle a su mamá. No había rastros de luces encendidas, o el típico
vaso que dejaba sobre la barra, el vaso en el que se servía agua y bebía enteramente en ese lugar. Emma,
ante las ganas de entrar en modo “fin de semana” y sintiéndose acompañada en soledad espacial, hizo
una breve escala en la cocina para abrir el congelador y llenar un vaso alto con hielo y Grey Goose; pero
no muchos hielos porque incomodarían al no querer llenar el vaso con él sino con Grey Goose, pues lo
bebió así como Sophia bebía su agua. Entre lo extremadamente frío del líquido y el hielo, el fuerte pero
sedoso sabor, y el ardor en su esófago, no supo por qué pero recurrió al refill. Y, con el vaso en la mano,
la botella en el bolso, y taconeando por el piso de madera lo más callado que se podía, llegó a su
habitación, ¿cómo decirle a Sophia, ese día, que ya no habría vacaciones porque no podía? ¿Cómo decirle
a Sophia, ese día, que el proyecto más grande que habían tenido, tanto juntas como por separado, había
sido colocado en stand by porque decidieron ir en contra de la proyección financiera? Todas las
frustraciones, todo el estrés, todas las preocupaciones, todo en lo que no podía ver algo bueno o con
armonía, todo eso se le olvidó en cuanto la vio dormida en la cama. Se sintió así como alguna vez vio a
Franco al llegar a casa; cansado, que llegaba directo a la cama, o al sofá, y que se aflojaba la corbata
mientras suspiraba la resaca de del trabajo y se olvidaba de ese mundo desde ese momento hasta el
lunes a las siete de la mañana. Y así lo hizo, sólo que, en vez de aflojarse la corbata, porque no tenía,
simplemente bebió más de su vaso mientras sentía cómo el ardor le corría por las venas y le calentaba
el poco frío que le quedaba a lo que ella todavía llamaba invierno y nada de primavera o transición de
invierno a primavera, eso era febrero, y, en vez de sentarse en la cama, volvió a cerrar la puerta para
dejar a Sophia dormir y, contrario a su papá, se dirigió a la habitación del piano.

Cerró la puerta tras ella, así como si se estuviera escondiendo, y, contra todo lo que ella sabía y conocía
de sí misma, se acercó al piano y deslizó sus dedos a lo largo del teclado cubierto, así como con nostalgia
a pesar de que no tenía esa sensación. Dio dos sorbos generosos al líquido que a cualquiera le podía
saber denso y demasiado dulce entre lo amargo, tanto hasta crear el reflejo de asco esofágico. Colocó la
botella y el vaso sobre la mesa de café, esa, en la que solía armar sus rompecabezas a pesar de que tenía
ya más de seis meses de no saber qué era uno, quizás más, quizás desde que Sophia había llegado a su
vida porque, con su llegada, se había dado cuenta que tenía mejores cosas que hacer. Quizás y no tenía
tanto de armar un rompecabezas, quizás y sólo era la sensación. Dejó que su blazer se saliera de su torso
y, con un movimiento extraño pero preciso, lo dobló por la mitad vertical, dejando las solapas hacia el
exterior, y, con puntería, lo arrojó suavemente sobre el respaldo del sillón que le daba la espalda al
escritorio.

Abrió el piano como si tuviera todo el tiempo del mundo, porque lo tenía, y lo hacía así de despacio
porque lo disfrutaba; le gustaba abrir la caja y ver el arpa y las llaves de afinación que tanto le había
costado manipular, menos mal se había rendido y había terminado por contratar a alguien que lo hiciera
por ella. A tanto no había llegado en sus años de tocarlo. Se sentó en el banquillo y admiró las
teclas; pristine, y, dándole un último sorbo al vaso, para luego colocarlo sobre el suelo, igual que la
botella, en el lado interior de la pata izquierda trasera del banquillo, paseó sus dedos a lo largo del
teclado como si estuviera esperando a que sus dedos le dijeran qué tecla presionar.
¿Qué sería de esa pieza sin los pedales? No lo sabía, pues en realidad, a pesar de que notara la diferencia
de cuando había pedales y cuando no, no sabía exactamente por qué existían aparte de la función que
desempeñaban, y tampoco quería saber qué sería de esa pieza sin ellos. Esa pieza le había costado
aprenderla, más por los pedales, pues ella realmente nunca la había tocado, sólo la había escuchado
incontables veces cuando era pequeña, y sólo la había tocado únicas veces en su intento de
experimentación. Sólo quería saber si podía tocarla, y no fue hasta que logró alcanzar los pedales que su
experimentación cesó.

Había tres cosas que reconfortaban a Emma; esa pieza de Rachmaninoff, el olor a su casa, no a
Manhattan, que tendía a oler a eucalipto, sino ese olor característico de la ropa que se lavaba en casa
de su mamá, un olor a té verde que estaba impregnado hasta en la tierra, y, sorpresivamente, estar entre
los brazos de Sophia, pero estar realmente envuelta; aprisionada, más si era mientras dormían. Eran esas
tres cosas las que tendían a hacer cierto tipo de borrón y cuenta nueva, esas cosas que la hacían cambiar
de la noche a la mañana, de un segundo a otro.

Y Sophia, que se había despertado al sentir que ya no estaba sola en casa, y que la habían visitado pero
que se habían compadecido de su sueño, había entrado a ese espacio que le pertenecía a Emma desde
el momento en el que hacía sonar la primera nota. Se había quedado de pie, recostada, con su antebrazo
derecho, del marco de la puerta, con sus brazos cruzados, su melena alborotada, con una sonrisa de
ebriedad de sueño y emociones conmovedoras al ver la lentitud y el silencio en el que la intensidad de
la pieza se desarrollaba. No era momento para hablar, no era momento para acercarse e interrumpir el
momento de qi interno que se estaba sanando conforme la melodía tomaba cuerpo y forma de una
nostalgia a la que le gustaría volver pero que pensaba que era mejor ya no tenerla, que era mejor para
ella, y para el mundo, tenerla veintitantos años atrás. Sophia sabía que significaba algo más que sólo un
recuerdo, pero no sabía qué recuerdo, pues tampoco se atrevía a preguntar por si era un tema delicado.
Quizás era la manera en cómo arqueaba su espalda durante los seis minutos y veinte segundos de
duración, quizás era la suavidad con la que sus manos se deslizaban por el teclado, quizás eran sus pies
al presionar los pedales, quizás y no era nada, quizás y ese nada era todo. Ella sabía muy bien eso, más
porque esa pieza tuvo un impacto demasiado grande la primera vez que la escuchó, que en ese momento
no le vio y no le escuchó nada en especial, pero luego se dio cuenta de que era de las favoritas de Emma
a pesar de que nunca antes se la había escuchado, no hasta después de que Sara había llegado hacía casi
un año. Antes de eso, las piezas que más le escuchaba, eran básicamente las de Chopin, ese trío de piezas
que no sabía qué tenían pero que sonaban tan Emma.

Ahora, después de que se le notaba que le había retomado cariño al piano, pues ya no sólo lo utilizaba
para desempolvar las teclas, sino que lo utilizaba como cierto modo de escape y reencuentro, y, a veces
empezaba a tocar teclas sin sentido hasta transformarlas en “Summertime Sadness”, canción que era
perfectamente sencilla, ya sólo se trataba de ella y el piano. A veces comenzaba tocando una tecla, la
primera E, la más aguda, quizás porque era rara y a nadie le gustaba, y la tocaba un par de veces hasta
desviarse por una E más baja, y luego tres D#, una D# más baja, tres C#, una C# más baja, A, A, G#, E de
nuevo, y eso lo repetía entre una máscara de acordes que no sabía de dónde los había sacado pero que
hacía de aquello, de ese “let’s have a toast for the douchebags, let’s have a toast for the assholes, let’s
have a toast for the scumbags, every one of them that I know. Let’s have a toast for the jerk-offs that’ll
never take the work off. Baby, I got a plan: run away as fast as you can. Run away from me, baby, run
away. Run away from me baby, run away. It’s about to get crazy, why can’t she just run away?”, algo
menos soez, menos obsceno, así como si la melodía original y la letra se anularan y sólo quedara la
traducción al piano; algo que ella sólo podía definir como algún tipo de “saudade”; un término tan
intenso que no tenía traducción exacta en ningún idioma y que tampoco se podía explicar en su propio
medio lingüístico con precisión. Y, al mezclar “Runaway” con “Latitude”, que no sabía cómo había llegado
a ese híbrido, pues tampoco era amante del hip-hop, hacía de aquello una perfecta y conmovedora
melodía a pesar de que, sin tipificar, el lenguaje verbal, que se anulaba con el piano, no era ni el más
conmovedor, ni el más doloroso, o quizás doloroso sí era pero por cuestiones de semántica y semiótica.
Prefería escuchar la letra de “Latitude” en “Touch The Sky”, aunque, si de preferencias se trataba,
prefería mil veces la versión original de “Touch The Sky”, o sea “Move On Up”, pero canciones tan
alegres, o movidas, no eran de su agrado en cuanto a traducirlas al piano se refería.

Si no sabía qué tocar y no alcanzaba la primera tecla, y quería algo intenso, no le quedaba otra opción
que disfrutar “Duel Of Fates”, porque le acordaba a cierta parte de su niñez, pues Marco había sido
siempre fanático de Star Wars, y era por eso que Emma sabía más que sólo el nivel 2.1 de conocedores
de la materia. Era intensa, no movida, no como la única que sabía tocar y que le divertía porque era
risible; “Uptown Girl” y que le había gustado a partir de los BRIT Awards del dos mil uno. Sino sólo tocaba
la melodía de fondo de “Clown”, también a partir de los BRIT del año anterior, y a Sophia que, para
ponerle una sonrisa, le tocaba el estribillo de “Suit & Tie”, aunque también funcionaba “Mirrors”, pero
esa ya era más de su agrado para tratarla con el piano. Y, si quería seducirla, lanzaba el As bajo la manga
y optaba por algo intenso y, desde su punto de vista, erótico; “Cry Me A River”, pero la versión del Señor
Bublé. Seducción, despecho, tristeza, saudade, tensión, enojo, frustración, conmoción, misterio, miedo,
estrés, y de esos términos para abajo. O simplemente que no fuera una traducción de “Don’t Stop
Believin’”, o de “A Thousand Miles”, o de “Fuck You”, pero tampoco de “Imagine” de John Lennon, o
cualquier cosa de los Beatles, pero sí “Apologize” y “Diamonds”, Beyonce estaba prohibida, al igual que
Bruno Mars pero con excepción de “Treasure” y en su iPod. “Rolling In The Deep” si estaba de humor
para mover rápido las manos. “Stars” de Simply Red, pero esa sólo la tocaba en su cabeza al no conseguir
animarse a tocarla porque no encontraba manera coherente para hacerlo en teclas.

Presionó el último “La” con Fermata, que se tomó el tiempo que duró su prolongada inhalación para
quitar el pie del pedal y el dedo de la tecla. Se irguió, todavía con sus ojos cerrados, y exhaló todo el aire
que sus pulmones habían tenido desde en la mañana que había tenido que ver de dónde se sacaba el
dinero para solucionar el problema de los árboles de mierda porque Volterra no estaba en el Estudio.
Aflojó su cuello; hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia arriba, hacia abajo, lo giró hacia la izquierda,
hacia la derecha, entrelazó sus manos y sus brazos, los estiró hacia arriba y, escuchando que todo le
crujía con éxito, sacudió sus hombros al mismo tiempo que soltaba sus manos para aflojarse del todo.
Un verdadero T.G.I.F. Thank God It’s Friday. Dibujó una sonrisa y, aflojándose también los dedos al
hacérselos crujir, dos veces por cada mano, colocó sus manos en cierta región que podía hacer sonar
algo más alegre que “Vocalise”, algo como “Clair de Lune”, o podía hacer sonar la única pieza que a
Sophia le partía la compostura emocional en un-dos-por-tres; “Moonlight Sonata”. Pero no, la sonrisa
era de saber que estaba en su hogar. Porque una casa no era sinónimo de hogar, ni hogar de casa;
porque, según Luther Vandross, “ a house is not a home when there’s no one there to hold you tight and
no one there you can Kiss goodnight”.

- I’d enjoy the view, too- resopló Emma antes de presionar las teclas que tenía pensado presionar, pero
eso tendría que esperar. Se volvió a Sophia con una sonrisa de alegría genuina por verla todavía con
actitud de estar en la novena etapa de su sexto sueño, pero su mirada, al contrario de la celeste y fresca
de Sophia, estaba cansada. - ¿Te desperté?- Sophia sólo sacudió la cabeza. Emma estiró su brazo y le
tendió la mano para que se uniera a ella.

La rubia melena caminó hasta donde estaba Emma, y estaba un tanto avergonzada al estar en la bata
gris carbón La Perla Baletto, esa que Natasha una vez había hecho pasar por vestido semi-formal de día
al rehusarse a ir a un desayuno con las Tías, o sea con las amigas de Margaret, y Margaret la había sacado
en pijama, o sea en bata, en esa bata, y sólo le había dado tiempo para subirse en unos decolleté Versace,
pues se había maquillado en el auto y había intentado peinarse bajo los gustos de su mamá, esos gustos
de nada de cabello en la cara, pero había fallado al no poder conseguirlo frente al reflejo de las puertas
de Le Parker Meridien, y sólo había podido hacerse una trenza gruesa para luego intentar sujetarla con
una banda elástica en un moño. A diferencia de Natasha, Sophia, que hacía lazas para vivir, no se tomaba
la molestia de amarrarse ninguna laza más que la de los zapatos cuando tenía que hacerlo, así que, con
la bata entreabierta, que dejaba ver una camiseta desmangada blanca y un shorty negro, se sentó sobre
las piernas de Emma sin saber por qué, pues lo acostumbrado era que se sentara a su lado izquierdo.
Pasó su brazo izquierdo por detrás de la nuca de Emma hasta abrazarla más cerca de lo que comprendía
un abrazo lateral, y, con su mano derecha, ahuecó la mejilla izquierda de una Emma que cerró los ojos
ante la caricia.

- Buenas noches, Arquitecta- susurró Sophia, todavía con voz de sueño descansado.

- Buenos días, Licenciada- sonrió, pasando su brazo derecho por la espalda de Sophia hasta abrazarla por
la cintura y, con su mano izquierda, la aseguró sobre su regazo. Sophia acercó su rostro al de Emma y, al
no tener que advertirle lo que haría, besó sus labios como para quitarse la consciente soledad en la que
había dormido; que dormir era rico, y bueno, y demasiado hermoso, pero era incómodo al sentir que el
lado de la cama donde dormía Emma no sólo estaba vacío sino también frío, y había sido por eso que
había dormido en su lado, abrazando la almohada que siempre acomodaba la cabeza de la Arquitecta, y
había procurado dejar ese espacio, en donde se impregnaba el olor de su cuello al final del día, contra
su nariz. Buena táctica para sentirse parcialmente acompañada. – Hola, mi amor- sonrió con sus ojos
cerrados al Sophia despegar remotamente sus labios de los suyos. Y ahí, en ese momento, estaba por fin
en su hogar.

- Ciao…- susurró de nuevo, dándole besos cortos pero lentos y pausados en ambos labios. – Tutto bene?

- Perché me lo chiede?

- Cambiemos la pregunta…- resopló, continuando con sus besos por aquí y por acá, pero siempre
alrededor de sus labios. - ¿Cómo te fue hoy?

- Tengo buenas y malas noticias- vomitó, pues, a mal paso había que darle prisa.

- Las malas primero

- Los Ángeles está en stand by, el lunes nos van a reunir a todos para comunicárnoslo, pero Junior dice
que es un hecho

- ¿Malibú también te lo colocaron en stand by?- Emma se negó de manera gutural. - ¿Qué más?

- Phillip no puede irse de vacaciones

- ¿Y eso?
- Tiene que trabajar

- ¿Natasha viene o se queda?

- Yo tampoco puedo irme de vacaciones, y estoy casi segura que Natasha tampoco- apretó sus ojos, así
como si esperara una bofetada imaginaria.

- ¿Qué pasó?- frunció su ceño y alejó su rostro del de Emma para verla a los ojos.

- Tenemos una auditoría y tenemos que ver lo del siguiente año fiscal para entregarlo con el reporte de
la auditoría…

- Ah- resopló. – Creí que Volterra había patinado en estrógeno

- No, para nada- sacudió su cabeza. – Pero, aquí vienen las buenas noticias- sonrió. – Como no puedo
tomarme las vacaciones en ese tiempo, Alec me dijo que me podía tomar más tiempo luego

- ¿Navidad?

- Or Honeymoon, or Summer, or all of the above

- Suena bien, ¿no?- apoyó su frente contra la de Emma con una sonrisa.
- Lo estás tomando sorprendentemente bien- frunció su ceño.

- ¿Por qué lo tomaría mal? – rio. – Mis vacaciones pueden ser aquí, allá, en donde sea… pero que me
pueda despertar un poco tarde

- I swear to God que te lo voy a compensar

- Todo a su tiempo, Arquitecta- le dio un beso en su nariz y retiró su rostro nuevamente. - ¿Eso te tiene
así de tensa?

- En un noventa por ciento- asintió.

- Si es por vacaciones… no sé, estoy segura que podemos arreglar algo de un fin de semana largo en
algún lugar, ¿no crees?

- No es por eso- sonrió al verle el anillo de nuevo.

- ¿Entonces?

- ¿Has comido algo en todo el día?

- Emma- le lanzó el latigazo de mirada, ese que significaba “no me saques una tangente”.

- Sophia- la remedó.
- ¡Ay!- gruñó con una risa de por medio. – Me comí lo que me vino a dejar Hugh a eso de las dos de la
tarde, y me bañé también

- ¿Y dormiste bastante?- asintió. – Hoy sí me sentí con una enorme necesidad de meterme veinte
cigarrillos a la boca y fumarlos todos al mismo tiempo- Sophia ladeó su cabeza como si no entendiera. –
Selvidge hizo una estupidez menor y estuve como mil horas con Junior, haciéndole cambios a los diseños,
todo para que al final me dijera que era noventa y nueve por ciento seguro que lo ponían en stand by;
me dieron ganas pegarme contra la mesa o de tirarme del edificio

- Ah, ¿por eso la botella?- volvió a ahuecar su mejilla y consiguió que Emma se recostara en la palma de
su mano, algo que no duró mucho, pues le tomó la mano y la movió a sus labios para besarla. - ¿Qué
necesitas?

- ¿De qué?

- Estás tensa, cansada, supongo que un poco enojada también… ¿qué puedo hacer?

- Dime que lograste recuperarte un poco hoy

- Sí, descansé mucho, y rico

- Bien- sonrió, devolviéndole la mano a su dueña. - ¿Qué quieres hacer mañana?

- Lo que sea que tú estés haciendo… siento que no te he visto en demasiado tiempo- sonrió, llevando su
mano al vaso de Grey Goose y bebió un sorbo que le indicó que tenía el estómago vacío, demasiado
vacío.
- Yo sólo quiero que me acompañes a la cincuenta y siete y quinta

- ¿A Tiffany’s?

- Es correcto, Licenciada- apoyó su frente contra el hombro de Sophia y la abrazó con ambos brazos. –
Quiero que limpien mi anillo y me gustaría, de paso, escoger nuestras wedding bands…

- ¿Es una cita?- resopló divertida.

- Ah, Licenciada Rialto, ¿qué tiene en mente?

- Si vamos en la mañana, no sé, podemos almorzar por ahí…tal vez tengas ganas de asaltar Barney’s o
Saks… yo qué sé

- Suena a que es una cita perfecta- sonrió, levantando su mirada y deteniendo sus labios del hombro de
Sophia. – Pero, por ahora… ¿qué tienes ganas de cenar?

- ¿Sushi?

- Ah, cómo te cae de bien el descanso en exceso- resopló, pues Sophia siempre era de “lo que tú quieras”,
a lo que Emma respondía con un “de eso no hay”, así como su mamá solía responder. Oh, no. Emma se
estaba volviendo más parecida a Sara. Bah, qué importaba. - ¿California, Rainbow, Alaska?

- Y tus nigiri- sonrió, materializando su teléfono del bolsillo de la bata para recurrir al mesero a distancia
más rápido, a GrubHub para rogarle a Kabuki que les dieran cena en un promedio de cuarenta minutos
o menos. - ¿Pago yo o pagas tú? – Emma se encogió entre sus hombros mientras veía a Sophia tocar
rápidamente la pantalla de su iPhone. – Pagas tú- resopló, haciendo a Emma muy feliz por ello.

- Ocho, Uno, Cinco, Uno – sonrió, abriendo un poco la bata de Sophia hasta desnudarle el hombro para
besárselo mientras terminaba de hacer el pedido.

- Listo- tosió, apartando su iPhone de entre ellas dos para que no hubiera nada que pudiera distraerla. –
Ahora, ¿qué?- pero Emma sólo se encogió entre sus hombros y mordisqueó su hombro. – Dame un
momento, ya regreso- se puso de pie, pero Emma la detuvo y no la dejó irse.

- ¿Tienes que ir al baño?

- No que yo sepa

- Entonces no te vas a ninguna parte- levantó su ceja derecha.

- ¿Y eso por qué?- la provocó, intentando ponerse de pie nuevamente.

- Porque vas a tocar piano conmigo- improvisó.

- Pero yo no toco piano

- Eso es lo que crees tú- sonrió, y regresó el hombro de la bata a su lugar. – Manos sobre las mías- y
Sophia se volvió sobre su cintura hacia el piano y colocó las manos sobre las de Emma. - ¿Qué quieres
tocar?
- ¿Cuáles son mis opciones?

- Desde “Twinkle Twinkle Little Star” hasta el segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven…
¿cuál será?- Sophia frunció sus labios y su ceño, y ladeó la cabeza como si no supiera exactamente de
qué hablaba Emma. - ¿Qué quieres sentir?

- Que no sea Moonlight Sonata

- ¿Quieres algo lento o rápido?

- Rápido es sinónimo de intenso y violento

- Ah, pero a ti te gusta- sonrió, sabiendo que tenía razón. Y le gustaba porque era como tenerla entre las
piernas; así de intenso, así de profundo. – Entonces, ¿qué será?- Sophia no supo qué responder, pues no
lograba encontrar una canción que fuera intensa y en la que Emma no se descompusiera en cierto nivel.

- Si yo te digo “pasión”, ¿qué es lo que se te viene a la mente?

- De color: negro. De olor: canela. De sabor: Pomerol. La pasión es elegante, tiene rectitud, no tiene
orden pero tiene respeto, es intensa; como estar jugando con fuego, es erótica, es seductora… escala:
va de menos a más. Es violenta pero no de agresión, sino de la calidad de la profundidad de sus matices,
es peligrosa porque es steamy, es impredecible- sonrió, empezando a presionar las primeras teclas que
conformaban las primeras notas de “Vocalise”. – Puede ser romántica: lenta, silenciosa, conmovedora,
cansada físicamente- se detuvo y Sophia la volvió a ver. – O puede ser románticamente picante:
fluctuante; rápida y luego lenta, intensa a nivel físico y emocional, ruidoso, incapaz de contenerse,
sensual… traviesa, juguetona, pero ésta es más recta- irguió su espalda y movió sus manos por el teclado.
– Y te deja extasiado, con ganas de más; es como catorce RedBulls en un sorbo- empezó a hacer sonar
el piso de madera con su pie izquierdo, así como si estuviera haciendo el conteo, aunque eso sólo iba a
marcar el ritmo por toda la canción. Presionó múltiples teclas al mismo tiempo.
Era algo que parecía ser más juguetón, de diversión y ridiculez, que seductor y caliente. Bueno, eso sólo
aplicó para las primeras notas, pues el ritmo cambiaba constantemente, era violento de la derecha pero
era picante de la izquierda, rápido de la derecha y cariñoso de la izquierda. Luego cambió, brevemente,
a lo que parecía ser una pausa a tanta recreación intensa cardíaca, así como si hubiera estado diseñada
para descansar, aunque estaba diseñada para gozar de la repetición de la escalación de intensidad.
Intensa sin descripción de nivel, pero era por encima de diez sobre diez, y lo era no sólo por la melodía,
por la aceleración de flujo sanguíneo en Sophia, sino que lo era también por cómo Emma le clavaba los
dedos a las teclas, así como si quisiera quebrarlas o adherirlas a lo más bajo del teclado. El ciclo era
evidente, era esa fluctuación de la que Emma hablaba, pues siempre volvía, de alguna manera, al
principio calmado pero confuso, y luego volvía a despegar en múltiples tipos de clímax, pues había
distintas razones. Y Sophia supo que eso era más intenso que una sesión de cama en cuanto la sensación
de las manos cambió; la izquierda era repetitiva pero estática, era violenta, pero no era más violenta que
la derecha, que había pasado, de ser tranquila y cariñosa toda la pieza, a ser rápida y desesperada,
intensa, muy agresiva pero, por alguna razón, la misma agresión era seductora, tan seductora que Sophia
había decidido quedarse con sus manos para ella sólo para ver la rapidez con la que ambas manos se
movían a su modo. Emma dejó de abrazarla, pues ya el final se acercaba y, pasando sus manos por el
abdomen de Sophia, terminó aquella persecución de notas violentadas pero excitantes que se acercaban
cada vez más a lo más grave. Finalizó con un acorde que parecía no pertenecer, pero no era más que la
sensación y la actitud post-clímax, esa que era el acabose y que implicaba, en términos de clímax
femenino-sexual, una sonrisa, quizás una risa, y muchos músculos que se contraían en el área abdominal
y vaginal.

- Si eso es lo que tú entiendes por “pasión”…- resopló Sophia, enrojecida de sus mejillas y de su pecho.
– Fuck…

- Too much crap?- resopló, creyendo que había sido demasiado aire el que había hablado, pero eso era
exactamente lo que entendía por “pasión”. Ella sacudió la cabeza. - ¿Qué entiendes tú por “pasión”?

- Te vas a reír si te digo

- No creo
- Bene, bene…- murmuró, volviendo a abrazarla por sus hombros. – L’italiano è passione… e la mia
ragazza è appassionata, ma, forse, la mia ragazza è italiana e ha il sapore di la passione che viene dal
perizoma nero, la sua voce, il suo tocco, la seduzione nei suoi occhi… è la donna più perfetta; sapore,
profumo, aspetto… tutto urla “passione” nella mia ragazza, ma anche erotismo, seduzione, amore,
eleganza e bellezza, quindi posso dire che lei non solo è appassionata, ma anche la passione per sé-
Emma no dijo nada, ni siquiera pudo colorear sus mejillas del “rosso passione” coloquial, simplemente
se quedó en silencio con una sonrisa que gritaba incredulidad. – Too full of shit? – resopló.

- Dios mío… you’re so beautiful- susurró.

- “The most” beautiful- la corrigió, haciendo que dibujara una sonrisa kilométrica. – Ésa es la sonrisa que
quiero ver- sonrió, presionándole suavemente la punta de su nariz con juguetonería, y entonces Emma
sí se sonrojó. – Nunca te había escuchado tocar esa canción

- Escuchado no- sacudió su cabeza. – Pero varias veces te he hecho cosas con esa canción en la cabeza-
a Sophia se le cayó la quijada, pero la recogió para tensarla en una carcajada nerviosa. – “Libertango”…
de Piazzolla

- Ah, ¿italiano?

- Argentino- sonrió. – Pero la pasión del italiano, según tú, la llevaba en la sangre- guiñó su ojo.

- ¿Y me has “hecho cosas” con esa canción en la cabeza?

- En múltiples ocasiones- sonrió con falsa inocencia y falta de culpa.

- ¿Con qué otras canciones?- preguntó con curiosidad.


- “Eu Tiro A Sua Ropa” fue la más utilizada en las vacaciones en altamar, “Cry Me A River” de Bublé,
“Inevitabile”, el Segundo Movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven, y “Vocalise”…

- ¿”Vocalise”?- eso no podía ser nada bueno.

- En sinfónica, en violín, en cello, en piano, en saxofón, en clarinete, en voz…

- ¿Hay alguna diferencia?- preguntó con un poco de vergüenza, pues la ignorancia le daba vergüenza.

- La profundidad de la emoción, supongo- se encogió entre sus hombros. - ¿Por qué tienes esa cara?

- Es la única que tengo- bromeó, intentando sacudirse la pregunta de encima. Emma sólo levantó la ceja
derecha. – ¿Te sientes mal cuando estás conmigo?

- ¿Qué?- ensanchó la mirada con preocupación.

- Es que esa canción es tan… triste- susurró, como si no quisiera que nadie escuchara su opinión.

- ¿Te parece triste?- preguntó con suavidad en su mirada.

- Al extremo, por eso pregunto si te sientes mal cuando estás conmigo… digo, si piensas en algo así de
triste cuando estás conmigo, no sé, como que no encaja
- Es sentimentalismo- le dijo, pero eso no borró la preocupación del rostro de Sophia. – Te explico- sonrió,
sentándola a su lado, pues su pierna derecha ya se había empezado a adormecer. – Pero tienes que
escucharme hasta el final, ¿de acuerdo?- ella asintió. – Es un tipo de decepcionante melancolía, o de
melancólica decepción, quizás y es ambas. No es algo que te obliga a entrar al mundo de la miseria, no
es que te haga sentir miserable, aunque eso dependerá de tu interpretación. Pero esa melancolía,
esa saudade- suspiró, como si fuera la única palabra que pudiera describir esa emoción. – Sí,
esa saudade es mía. Y es una melodía simple, tan simple que seduce, que idiotiza. Es de esas melodías
que basta con que la escuches una vez para acordarte de ella toda tu vida, y, lo mejor de todo, es que es
una melodía versátil, que su interpretación depende del recuerdo que te evoque. Es difícil que una pieza
no tenga tiempo, que sea apta para la eternidad, porque lo que te provoca siempre te lo va a provocar.
Para mí no sólo es la saudade, son varios recuerdos, recuerdos que son todos muy distintos, y por eso
voy de forma en forma, de saxofón a clarinete, de piano a violín, de soprano a cello, porque cada uno
me acuerda a algo distinto. Es algo amargamente intenso, porque una sola melodía te evoca muchas
cosas, pero es increíblemente bonito que algo tan sencillo contenga tanto y tengas de dónde escoger a
la hora de evocar algo- hizo una pausa y la tomó de la mano para colocarla sobre la suya, pues empezaría
a presionar las primeras teclas para hacer sonar esa tan temida canción. – Es triste, es melancólica, está
llena de frustración, de muerte en vida; eso es muy cierto… no lo discuto

- Es sólo que lo asocio con que algo está mal- susurró, interrumpiéndola, aunque, por la pausa que había
hecho, no contaba como interrupción.

- ¿Sabes por qué me gusta en realidad?

- Espero que no sea porque estás triste y te sientes identificada

- Ni siquiera “Tristesse”- rio nasalmente. – Cuando era pequeña, y hablo de hace una eternidad… que
tenía, quizás y con suerte tres o cuatro años… no sé, creo que mi primer recuerdo fue exactamente ese-
sonrió ante la evocación del recuerdo y dejó de tocar las teclas. – La casa en la que vivíamos era de tres
pisos; en el primero estaba la cocina y el comedor, la sala de estar, el estudio, y, justo frente a las puertas,
que daban hacia la terraza y al jardín, mi mamá tenía su Yamaha G. Mi casa se dividía en dos cosas: arte
y deporte. Amor por la Roma, amor por Kandinsky, Matisse, Monet, Pavarotti, Chopin y Mozart. Mi papá
se encargaba de los deportes, que lo dejaba a nuestra discreción, y mi mamá del arte, también a nuestra
discreción. Mi hermano jugaba il calcio y tocaba la guitarra, mi hermana con el Ballet mató dos pájaros
de un tiro, y yo en tenis y el piano. El punto es por qué escogí el piano- aflojó su cuello, como si esa razón
le provocara cierta tensión indeseada. – Esa noche que no estaba dormida, busqué a mi mamá pero no
estaba en su habitación y, cuando bajé a la cocina, porque si no estaba en su habitación estaba en la
cocina, vi que estaba tocando el piano. Y es ése momento en el que dices “quiero ser como mi mamá”.
No me acuerdo qué estaba tocando, probablemente Liszt o Rachmaninoff, son sus favoritos hasta la
fecha, y, no sé, simplemente vi lo rápido que movía las manos, que movía las manos y salía música del
piano que estaba prohibido tocar, y movía los pies, se movía ella- Sophia sólo sonrió ante la sonrisa que
apenas se le dibujaba a Emma, y le fascinaba cómo revivía el momento en su mente con los ojos cerrados.

- Emma, Tesoro- sonrió Sara al notar que Emma estaba bajo el marco de la puerta a su derecha. - ¿Por
qué no estás durmiendo? ¿No tienes sueño?- vio hacia arriba para ver la hora en el reloj que colgaba
sobre la puerta. No era tarde, eran apenas las nueve de la noche. Emma sacudió la cabeza. - ¿Quieres
que me acueste contigo?- pero Emma sólo se acercó, así como si el piano la estuviera seduciendo. Se
plantó al lado derecho del piano, entre el teclado y Sara, y veía las relucientes teclas y luego veía a su
mamá, así como si les estuviera pidiendo permiso. - ¿Quieres tocarlo?- sonrió, y a Emma se le iluminó la
mirada. – Ven- la tomó por la cintura y la sentó a su lado. – Toca la que quieras- Emma colocó su mano,
demasiado pequeña en aquel entonces, y presionó la primera E de todo el teclado. Apenas sonó, pues
la falta de fuerza no permitía un mayor volumen y, con una sonrisa, volvió a ver a una sonriente Sara que
se divertía y se entretenía al ver con la cautela y la emoción con la que Emma se encargaba de tocar la
tecla menos esperada. – Otra vez- le dio permiso, y Emma la volvió a presionar. Una sonrisa se le dibujó
en el rostro. – Otra vez- y la sonrisa se hizo más amplia. – Otra vez- repitió, y, cuando Emma hizo sonar
la tecla, emitió una risa nasal, haciendo que Emma riera de la misma manera. - ¿Quieres tocar otra o
quieres tocar una canción?

- ¿Una canción?- se volvió a ella con miedo. Sara asintió.

- Yo te enseño- sonrió. - ¿Quieres?- Emma asintió y, siendo levantada para caer sobre el regazo de Sara,
se sintió en la gloria por haberse quitado la curiosidad del piano. – Pon tus manos sobre las mías y vamos
a tocar algo tranquilo, ¿sí?- Emma asintió de nuevo.


- Me acuerdo demasiado bien, era “Vocalise”- sonrió, abriendo los ojos y viendo a Sophia sonreír de la
misma manera en la que ella había sonreído aquel día. – Todas las noches, mi mamá la tocaba conmigo
en sus piernas, y la tocaba hasta que me quedaba dormida. Cuando tenía seis, ya la tocaba con ella… las
dos al piano, cada quien tocando su parte, claro, simplificada y más lenta que de costumbre… terminé
de aprender a tocarla cuando tenía once o doce, pero, cuando aprendí a tocarla sola, fue que mis papás
se divorciaron y yo me divorcié del piano- resopló. – La pieza no es triste para mí… me hace sentir bien,
aunque sea raro. Me hace sentir…

- Especial- sonrió.

- Sí- arrastró la palabra aireadamente, como si hubiera sido la epifanía más relevante de su vida, aunque
la epifanía más relevante había sido ese momento en el que había decidido que quería a Sophia para
ella, y sólo para ella. – Y, cuando la pienso y estoy contigo, no sé… me siento especial, supongo

- Ahora entiendo por qué es tan importante para ti

- ¿Por qué no preguntaste antes?

- Porque sabía que era algo demasiado personal

- Entre tú y yo no hay nada personal- guiñó su ojo. – Puedes preguntar y saber lo que quieras y necesites

- ¿Por qué creías que iba a tomar tan mal lo de las vacaciones?

- Porque íbamos a celebrar tu cumpleaños, ¿o se te olvidó tu cumpleaños?

- Mi cumpleaños pasado lo celebramos aquí- sonrió. – No es motivo de enojo repetir el lugar


- ¿Y qué quieres hacer?- suspiró, cubriendo el teclado al mismo tiempo que se ponía de pie. – Digo,
¿quieres hacer algo en especial? ¿Quieres algo en especial?... ¿Quieres que te haga algo en especial?

- No lo he pensado- tosió, viendo a Emma estirar el cuero de su falda al agacharse para recoger el vaso
y la botella del suelo.

- ¿Y de regalo?- se volvió a ella con una sonrisa traviesa. - ¿Parecido al año pasado?

- Encontrarás la manera de superarte- guiñó su ojo, pero ella no era tan mala. – Llévame a cenar, unas
copas y una buena cogida- Emma sólo la volvió a ver con la mirada cuadrada, eso nunca dejaba de
tomarla por sorpresa.

- “Buena cogida”- resopló. – Got it- guiñó su ojo y se sentó en el sofá, más bien se dejó caer y, cruzando
su pierna derecha sobre la izquierda admiró la manera en cómo Sophia se movía hasta llegar donde ella
estaba. Agradeció, de paso, a Luigi Bormioli por haber diseñado la línea Michelangelo, en especial por
haber tenido la decencia humana de hacer un vaso de veinte onzas y no sólo de catorce. - ¿Algo más?-
preguntó, siguiéndola con la mirada de completo entretenimiento. Cómo le fascinaba observarla.

- ¿White chocolate Cheesecake? – se dejó caer a su lado y la vio beber de aquello tan puro que ardía.

- ¿Con veintinueve velitas o sólo con una? – Sophia levantó su dedo índice. – Una será. ¿Con canción o
sin canción?

- Con tal que no sea la tropa de DragQueens a media reunión, I’m up for anything less embarrassing
- Nunca te haría eso- sacudió su cabeza. – Ese momento de no saber qué hacer o qué decir, y de no saber
dónde esconderse, no se lo deseo a nadie… mucho menos a ti

- Muchas gracias- Emma ladeó su cabeza, así como si le estuviera diciendo “no hay de qué”, y bebió su
Grey Goose hasta el fondo. - ¿Puedo preguntarte algo? – Emma asintió al todavía tener el último sorbo
en su boca y, en vez de colocar el vaso en la palma de su mano, así como solía hacerlo cuando no tenía
portavasos al alcance como en esa ocasión, lo colocó porque sí sobre la edición de la “Cosmopolitan”
que nunca debió haber recibido, mucho menos de las manos de Selvidge, de ese personaje que entendía,
por “moda”, algo parecido a la revista más vacía e inadecuada para encerrar ese mundo, pero había sido
un bonito gesto, al menos uno hasta cierto punto desinteresado, pues ya estaba muy consciente de que
Emma no lo soportaba, y era por eso que se esforzaba tanto en caerle bien. - ¿Tenis?- rio, recostándose
sobre el sofá, con su nuca sobre el brazo de este, y abrió sus piernas para que Emma se recostara sobre
ella.

- Como dije; deportes y arte- suspiró, recostándose sobre el pecho de Sophia mientras dejaba que sus
Manolos cayeran sobre el suelo de un golpe sin cuidado y sin cariño. – Aunque creo que era más bien
deportes y música, porque ninguno de nosotros nos inclinamos nunca a la pintura, o a la actuación

- ¿Estás segura?- la abrazó, más bien la aprisionó con sus brazos y sus piernas. – Porque, hasta donde yo
sé, no se necesita ser Monet para considerarse artista plástico de lienzo- rio suavemente a su oído. –
Lienzo, acrílico, acuarela… llámale como quieras, pero tú tienes un plano y un portaminas; mismo
concepto, mismos aires de grandeza y lapsos de delirio y demencia teatral y artística, bueno… tú me
entiendes- le dio un beso en su sien y clavó su nariz entre el cabello flojo que terminaba en el moño.

- Muy cierto, Licenciada Rialto- sonrió, levantando su trasero para recoger su falda, pues los elásticos de
las medias ya le habían caído en la percepción física y, por motivo psicológico, le apretaban en sus
muslos, o quizás eran los broches del garter los que se le estaban clavando en la piel; o quizás ambas
cosas. - Pero de mi mutación de gustos hablaremos luego- gruñó, dándose por vencida al no poder
subirse la falda, y fue por eso que llevó sus manos al costado para bajar la cremallera y sacársela, que la
arrojó sin la mayor delicadeza al sillón donde estaba su chaqueta también. – También me divorcié del
Tenis a los doce

- ¿Puedo saber por qué te divorciaste?


- Mi mamá veía esas habilidades adquiridas como algo positivo para nosotros, que quizás nunca lo
íbamos a utilizar, pero nunca estaba mal saber un par de cosas más- sonrió ante la libertad de broches
de su muslo izquierdo. – Mi papá, por el otro lado, lo veía más como algo de diferenciación con los
demás; si éramos economistas, no seríamos cualquier economista al ser integrales en otras áreas y no
sólo en algo tan académico… mi mamá era de “si no te gusta, no lo hagas”, mi papá era de “si ya lo
empezaste, termínalo”; dos opiniones totalmente distintas. El problema es que a mí me gustaba el piano,
pero la idea del piano, la idea de “Vocalise” que giraba alrededor de él, pero yo no quería ser una versión
actualizada y mejorada de Wilhelm Kempff

- No sé quién es él- susurró, pasando sus manos hacia el broche que, aparentemente, le estaba ganando
a Emma.

- Un pianista increíble- sonrió, volviéndola a ver, que la sien de Sophia quedó directamente ante sus ojos
y su mejilla rozó su nariz. Ella asintió en entendimiento. – Mi vida habría estado completa si Carlotta De
Fiore me hubiera enseñado “Vocalise” aparte de la Ninna Nanna de Brahms

- Y asumo que no fue así- frunció su ceño al no poder desabrocharle la última banda del garter, no podía
ganarle a las dos.

- No- rio ante la evidente frustración de los dedos de Sophia, los cuales no veía por estar viendo su
pómulo de cerca. – Empezamos con “ABC”, luego el “Happy Birthday” y “Chopsticks”. La primera canción
que aprendí a oído, que fue directamente después de “Chopsticks”, fue “Linus and Lucy”. A los seis,
después de que todo había sido Brahms, Liszt y Tchaikovsy, pasamos a Chopin. Después vino Beethoven,
Mozart, más Liszt, más Tchaikovsky, menos Chopin y nada de Rachmaninoff. A los ocho aprendí la versión
principiante de “Vocalise” y sólo por oído y por mi mamá, a los doce terminé de aprenderla. Cuando mis
papás se divorciaron, como yo ya sabía tocar “Vocalise” y mi vida con el piano estaba resuelta y completa
y ya podía morir tranquila en ese aspecto, simplemente me divorcié yo también, y, como mi mamá era
de “si no te gusta, no lo hagas”, dejé el piano; pero, al vivir con ella, ella, muy inteligentemente, siguió
tocándola todas las noches- hizo una breve pausa, no porque la posición fuera incómoda para ambas al
Sophia no poder desabrocharle el garter de las medias, sino que tuvo que darle un beso y un mordisco
en la parte exterior de su mejilla, ahí en donde se fundía con su quijada. – Yo no volví a tocar un piano
hasta que conocí a Margaret- sonrió contra su mejilla, que Sophia ahora sonreía por haber podido
desabrochar el **** garter.
- A Margaret ya vamos a llegar; el punto es el divorcio con el piano y el Tenis- chocó suavemente su
frente contra la suya, así como si le hubiera ganado al borrarle la Tangente.

- Todos los días tenía clases de piano, menos el domingo, de Tenis tenía de lunes a viernes. Siempre,
todos los días después de mi clase de piano, mi papá me sentaba y me decía que le enseñara lo que
estaba aprendiendo; si lo hacía bien podía ir a hacer de mi culo un florero por el resto de la tarde si así
lo quería, pero, si lo hacía mal, me quedaba en el piano hasta que lo hiciera bien o mi mamá llegara-
suspiró, que de eso no iba a hablar a un nivel más profundo por intentar recordar a Franco con más
cariño que con resentimiento. – Cuando aprendí a tocar el “Cascanueces”, las primeras tres piezas se
convirtieron en lo de todos los días de la semana, de lunes a viernes, porque a mí papá le encantaba
Pyotr- dijo, como si hubieran sido amigos, como si hubieran sido familia, con ese abuso de confianza. –
De ahí que no me gusten sus composiciones, aparte de que me parece demasiado aburrido. La única que
me gusta es la “Obertura 1812” pero con los cañones porque lo asocio con la explosión del Parlamento
en “V for Vendetta”; y porque tiene de todo

- Sabes, es cierto, nunca te he escuchado pero ni la “C” del “Cascanueces”- si Emma habría podido mutar
su cara a una smiley cibernética, habría colocado una verde, una a punto de vomitar, o una vomitando.
A Sophia le dio risa.

- Demasiado juguetón para mi gusto- se sacudió en un escalofrío mientras tomaba el primer borde de
encaje elástico para quitarse sus medias. – De “Obertura 1812” me gusta que es intensa en todo sentido;
puede aplicar para quince minutos de destrucción masiva, quince minutos de sexo oral lento e intenso
que terminen en un orgasmo explosivo, puede ser un sueño, una pesadilla, puede serlo todo. Tiene
suspenso, tiene romance, tiene peligro, tiene miedo, tiene risa; entretiene, ¡y los cañones!- abrió sus
manos junto con su gruñido para simular una explosión remota. – En fin, ¿en dónde estaba?- resopló,
regresando sus manos a su media derecha para seguirla doblando a lo largo de su muslo.

- En que Don Tchaikosvky no te gusta- murmuró entre una risita aireada.

- Ah, sí. Entonces…no sé, la cosa es que, como ya te dije, yo no quería ser pianista profesional… y, como
ya podía tocar canciones en piano con sólo escucharlas y experimentar un poco, tenía la imbécil manía
de querer tocar hasta “Turn The Beat Around” de Gloria Estefan
- ¡No me digas que te gustaba esa canción!- se carcajeó.

- Nadie dijo que los noventas fueron elegantes- se sonrojó, pero no pudo darle ese latigazo con la mirada
de “no me molestes” que sonaba más a plegaria que a reclamo, en cambio, sólo siguió doblando su
media, que ya iba por debajo de la rodilla al ir con toda la paciencia que sólo Segrate en sus mejores días
sabía robarle. – Como sea, cuando mi papá veía que yo tenía la brillante idea de tocar alguna estupidez
de esas en piano, me decía que no, que eso lo hacía la gente ordinaria… y, bueno, quizás antes no te lo
dije, pero como había cosas y actitudes en mi papá que eran inevitables, años después me di cuenta que
hacía cosas, que sabía que lo iban a enojar, sólo por el hobby de llevarle la contraria; como que la
pubertad rebelde me llegó a los nueve o diez y no con el fin de mi vida con tampones. Cabe mencionar
que no lo disfrutaba, porque el resultado no era chistoso, pero ese momento de libertad, o de rebeldía,
supongo que tuvo que haber valido la pena…

- No hablemos de eso, mejor, ¿te parece?- sonrió, abrazándola significantemente más fuerte, pero Emma
no tenía mayor problema con eso, quizás porque entre ellas, definitivamente, ya no había nada personal.

- No es nada, mi amor- vio hacia arriba, y sólo recibió un beso en su frente. – Mi papá quería que
fuéramos los mejores en todo; decía que una persona integral debía ser integral en todo sentido y que,
para que nadie nos pisoteara en la vida, teníamos que tomar la vida como un juego de ajedrez; con doce
pasos de ventaja sobre el contrincante. Para él, la formación de las tres áreas; física, académica-
intelectual, y artística, realmente hacían, de una persona, un ser humano completo. Por eso nos quería
perfectos en lo que sea que íbamos o queríamos hacer. Si iba a tocar el piano, no sólo lo iba a tocar, lo
tenía que estudiar y tenía que ser pianista. Si iba a jugar Tenis, no sólo tenía que jugarlo, tenía que vivirlo,
tenía que ser tenista. Los sábados no iba a clases de Tenis, por eso, los sábados, jugaba contra mi papá.
Nunca aborrecí el deporte, no lo aborrezco todavía, pero el día en el que me dijo que iba a competir, y
no municipales o regionales…- rio nerviosamente y sacudió su cabeza. – I chickened out y ya no me gustó

- ¿Cuántos años tenías?

- Los primeros regionales los jugué cuando tenía ocho, cuando me quiso meter a los nacionales… ¡pf!-
rio, arrojando la primera media al mismo sillón que estaba sirviendo de perchero. – Soy competitiva pero
no tanto. Menos mal que dos semanas antes de los nacionales me “estropeé” la muñeca derecha-
resopló, comenzando a doblar la media que le quedaba.

- No sabía que te habías fracturado

- No, no me fracturé. En realidad no tenía nada- rio. – El hijo de uno de los que trabajaba con mi mamá
era ortopeda; nada que un favor no pudiera hacer- sonrió. – Hasta tenía placas de rayos-X falsas y todo;
la mejor mentira que ha sacado mi mamá hasta la fecha

- ¿Ves? Tu mamá es muy cool

- Estoy segura que la tuya también lo era, al menos con esas veces en las que te llegaba a despertar para
ir al colegio y sólo le decías “no tengo ganas de ir”, y no ibas- sonrió, volviéndose a Sophia para ver su
reacción.

- ¿Y tú cómo sabes eso?- se sonrojó.

- Yo lo sé todo- guiñó su ojo.

- ¿Tú hacías lo mismo?

- No, yo sólo faltaba cuando estaba realmente enferma- se acercó a su mejilla y le dio un beso. – Eres
una consentida… y te gusta que te consientan

- I do- susurró con una sonrisa, que se acercó a su rostro pero no le dio un beso de comprensión mundial,
sino uno que pasaba tanto por esquimal como por provocación, pues parecía que la besaría por cómo
abría y buscaba sus labios, pero no la besó, sólo jugó con su nariz. – Pero tú no te quedas atrás- susurró
de nuevo, ahora contra sus labios, y se despegó de su rostro para dejarla en stand by.

- Si buscas la palabra “consentido/consentida” en un diccionario, en vez de una definición, saldrá mi


nombre- se estiró con su cuello y le arrebató un beso fugaz. – En fin…

- ¿Qué dijo tu papá de esa vez? ¿Nunca las descubrió?

- Después de que me tuvo entrenando dos meses, tres horas al día, asumió que podía ser cierto porque
mi entrenador le había dicho que me había caído

- ¿Y fue cierto eso?

- Hasta arruiné mi reloj- dijo, como si eso hubiera sido lo peor de la caída, pues cualquiera habría
esperado que el orgullo hubiera sido lo más lastimado o lo más doloroso.

- ¿Tú de verdad esperas que crea que desde los diez-once-doce usabas reloj?

- El primer reloj que tuve, y que no me lo dieron en ninguna Cajita Feliz del McDonald’s, fue cuando tenía
siete, cuando logré convencer a mis papás de que leer la hora era tan fácil como sumar todos los números
del uno al cien y sin saber nada de Gauss- arrojó la segunda media y respiró tranquilamente al sentirse
relativamente libre. Esperaría unos segundos para sacarse el garter de la cadera. – Mi primer reloj fue
un Swatch azul oscuro, que me duró dos años hasta que Prometeo se lo comió

- ¿Quién es Prometeo?- rio.


- El Gran Danés que teníamos- levantó su trasero y se quitó el garter, ahora ya sólo quedaba en ropas
casi menores pero definitivamente más cómodas. – Cuando cumplí quince, mi mamá me regaló mi
primer Cartier

- Y a ese, ¿qué le pasó? ¿Se lo comió Prometeo también?

- No- sacudió su cabeza con una risa nasal. – Lo cambié por el Patek que me regaló mi mamá al terminar
la escuela; un Calatrava azul oscuro. Cuando me gradué de Arquitectura, mi papá me regaló un Rolex,
uno como el que le había regalado a mi hermano cuando se había graduado de Economía, uno como el
que le habría regalado a mi hermana si se hubiera graduado de algo algún día- resopló. – Ese reloj nunca
lo usé, lo dejé en la caja y, hasta el día de hoy, no lo he sacado nunca. Cuando me gradué de Diseño de
Interiores, mi mamá me regaló el Patek que usaba ella, que lo acababa de arreglar y pulir, y que había
sido de mi abuela

- ¿Y éste?- le dio un golpe al vidrio del reloj con su dedo.

- Lo compré el año que vine a Manhattan

- ¿Se te arruinó el de tu abuela?

- No. Cuando vine, vine con un reloj que no me traía buenos recuerdos… supongo que, en mi búsqueda
de realmente “empezar de nuevo”, hasta el reloj tenía que ver. Ese Omega se lo di a Rebecca

- ¿Por qué a Rebecca?

- Me dijo que le gustaba, le dije que se lo quedara si quería- rio, encogiéndose entre sus hombros. – Me
pareció mejor que simplemente botarlo en algún basurero en el trayecto del sofá de Rebecca a la oficina,
y viceversa
- ¿Ferrazzano?- Emma asintió. – Entonces, volvamos al Tenis, mejor- sonrió Sophia, llevando sus manos
al moño de Emma para deshacerlo y, así, poder enterrar sus dedos entre las ondas flojas que
comprendían ese caótico pero ordenado moño improvisado.

- Mis papás se divorciaron, mi mamá me dijo, que si ya no quería ir a Tenis, que no fuera; así como con
el piano… dejé de ir, y nada más- rio nasalmente, pues otra explicación no había.

- ¿Y esgrima?

- No sé, me llamó la atención y eso hice- se volvió a encoger entre sus hombros.

- ¿Y cómo fue que volviste a tocar piano? Digo, ¿por qué fue culpa de Margaret?

- Señora Robinson- sonrió Emma al Margaret aparecer en la sala de estar en donde la esperaba.

- Emma, deja las formalidades- sonrió Margaret, acercándose a ella como si tuviera una vida entera de
conocerla a pesar de que era segunda vez que la veía, pues, la primera vez, había sido en su oficina, y
había sido por recomendación de Natasha que nunca, bajo ninguna circunstancia, la llamara “Señora
Roberts” en su presencia, pues entonces la respuesta sería una corrección de apellido y una explicación
de cómo ella no era propiedad de Romeo, eso y una sonrisa fingida; de ahí, en adelante, todo iría hacia
abajo. - ¿Cómo estás?- le tomó ambas manos en las suyas y la haló hacia un beso en cada mejilla, más
bien mejilla con mejilla.
- Muy bien, ¿y usted?- sonrió, agradeciéndole a todos los Santos que había bajado del cielo por haber
conspirado para que no la abrazara.

- Muy bien. ¿Todo bien con el camino?- sonrió de regreso, apretujándole un poco más las manos para
luego soltárselas, que fue cuando Emma, igual que la vez anterior, no pudo evitar dejar caer su quijada
hasta el núcleo del planeta al ver su anillo en el dedo anular izquierdo, ese que no sabía si era de
compromiso o de matrimonio; ese anillo plateado, grueso por delante al tener un rubí rectangularmente
ovalado, ese rubí que tendía más a ser violeta que rojo y que estaba rodeado por “n” cantidad de
diamantes transparentes en una cúpula baja que sostenía el bisel, anillo que hacía constar que Romeo
había sido el primer cliente de Fred Leighton, el cliente que le había dado el dinero, por el anillo, para
que abriera su siguiente posición en Madison Avenue.

- Sí, todo bien. Muchas gracias por traerme- cerró su boca y se cruzó de brazos, así como si quisiera
esconder el sencillo anillo que ella tenía en su dedo anular derecho, ese que podría haber sido el
tataranieto bastardo del anillo de Margaret, que, a pesar de que era un Van Cleef & Arpels, no se
comparaba con tanto brillo que era llevado con tanta ligereza en una manicura que no tenía nada de
apoteósico ni espectacular; una vil manicura de mantenimiento, sin laca, sin brillo, simplemente era.
– Bueno, usted me dice por dónde empezamos- sonrió, tomando su agenda para tomar nota de lo que
sea que fuera a salir de esa literaria y pepperónica boca.

- No sé- rio, como si fuera algo ligero y sin importancia lo que había decidido con Romeo: demoler para
levantar. - ¿Por dónde te gustaría empezar?

- ¿Qué le parece si empezamos por los lugares en los que suele pasar más tiempo? Así nos aseguramos
que sea adecuado para sus necesidades y sus gustos- se encogió entre hombros; no podía negar que
Margaret, entre sus arrugas alrededor de los ojos, unas muy bien ganadas arrugas, le intimidaba.

- Eso sería la cocina, la terraza y el jardín, mi habitación y mi oficina- dijo con esa sonrisa que no
necesitaba ser ni blanquísima ni rectísima para ser perfecta o seductora pero no en el sentido sexual,
sino que era imposible no prestarle atención.
- Usted me guía- sonrió, notando cómo Margaret la analizaba de pies a cabeza y de cabeza a pies. Le
daba miedo. – Si quiere empecemos por la habitación- opinó, tal vez así la dejaría de analizar, aunque la
mirada de Margaret se suavizó en cuanto la vio en esos Fendi de encaje y laza.

- Mejor por mi oficina- la contradijo suavemente, tomándola del hombro izquierdo para guiarla por las
escaleras hasta el segundo piso. – Luego podemos ir en orden, mi oficina es lo que más importa

- ¿Qué tan espaciosa le gusta?

- No es tanto el espacio que necesito para moverme como el espacio que necesito- respondió, tomando
la delantera en las escaleras mientras notaba, de reojo maternal, que Emma sufría del mismo mal de
Natasha; no podía ver un pasamanos sin ponerle la mano encima. – Necesito paredes que sean libreras
pero sin que sean invasoras, así como las que tengo ahora

- ¿Cuántas libreras tiene ahora?

- Se podría decir que es una nada más- frunció su ceño. – Pero necesito más espacio, supongo que por
eso quiero paredes que sean libreras, porque ahora no tengo de esas

- Todo espacio se puede aprovechar, Señora Robinson, sólo es cuestión de cómo se organice para que se
puede aprovechar al máximo- dijo al terminar de subir las escaleras, que había contado trece escalones,
lo que significaba que había una altura de, más o menos, tres metros y medio, si y sólo si la altura de
cada escalón estaba alrededor de los veinticinco centímetros.

- Llámame “Margaret”- la corrigió sin darle tiempo para hacerlo ella. – Cuando me acabé el espacio,
supongo que tomé una mala decisión con las otras libreras- sonrió, llegando a la puerta de madera
oscura, que giró la perilla y la dejó ir hasta que se detuviera contra el tope. – Por favor- le dio espacio
para que entrara.
Era un espacio rectangular que, en un principio, debió haber tenido tan buena luz como tan buena
capacidad de espacio para moverse. Medía unos tacaños siete metros de longitud y unos asquerosos
tres de ancho; el techo era más bajo en proporción con la altura que había del primer al segundo piso.
El piso era de madera, y estaba increíblemente bien cuidado, tan bien cuidado que podía reusarse, más
porque era un exquisito Macassar Ebony que recubría, sin tanto gusto, hasta las paredes. La habitación
corría de manera horizontal y tenía una vista relativamente paupérrima del mar, algo que Emma, en lo
personal, consideraba que debía ser pecado capital. El primer obstáculo era que la puerta no estaba
centrada, sino que más hacia la izquierda, lo que daba, de la proporción psicológica y visual del espacio,
una verdadera sensación de incomodidad. Luego estaba la sensación de la invasión que Margaret había
mencionado. Era un pasillo, igualmente horizontal, hecho de libreras contiguas que estaban a una corta
distancia de la pared, que también estaba hecha de libreras; eso no sólo daba la sensación de esa prisión
temporal, sino que, para buscar un libro, o una revista, el tiempo sería realmente demasiado y de manera
exponencial al crear sombra a causa de las posiciones de las libreras contra la luz natural del día, y era
una lástima, pues la luz natural se aprovechaba de una hermosa manera al tener ventanas tan grandes
y sin persianas o cortinas que pudieran obstaculizarla.

- Hmmm…- suspiró Emma, viendo hacia todos lados mientras pensaba en qué clase de humor viviera ella
si su oficina fuera así de mal organizada. Colocó su mano contra el grosor de la librera, sólo para calcular
una medida aproximada, quince centímetros, y las revistas se veían espantosas al estar guardadas de
manera horizontal y no vertical, aunque eso era cosa de gustos y de su Trastorno Obsesivo-Compulsivo,
pues, por el ancho de la librera, seguramente, al ponerlas verticales, se les saldría la quinta parte. – Es
una buena idea hacer paredes con libreras- dijo, sabiendo que sí lo era, pues así era en su apartamento
también. -¿Qué tanto espacio le hace falta?

- Demasiado- suspiró. – Esto sólo es del setenta al ochenta, en la habitación de huéspedes del ochenta y
uno al ochenta y cinco, en mi habitación del ochenta y seis al noventa y, en Manhattan, del noventa y
uno hasta ayer- sonrió.

- Bueno, ya me dijo que quiere ver las dos opciones entre segundo y un posible tercer piso- dijo, abriendo
su agenda y destapando su pluma fuente para apuntar sabía Dios quién con esos jeroglíficos a medias y
en tres idiomas distintos. –Podríamos hacerlo hacia arriba, así aprovechamos el espacio. En el caso de
que sean sólo dos pisos, que el techo sea más alto, ya sea para toda la casa o sólo para esta habitación.
Si es de tres pisos… podríamos hacerlo de segundo a tercer piso, así tener dos pisos dentro de su oficina-
y le notó la sonrisa de emoción y de aprobación. Tres pisos serían, entonces. – Pero le voy a enseñar las
dos opciones- resopló, pues no podía basarse sólo en su oficina, aunque, de ser ella, su casa y su oficina,
quizás sí lo haría. – Podemos calcular el espacio que le hace falta y podemos dejar espacio para que lo
llene con lo que está por venirle en literatura- sonrió. – Y podemos hacerlo hacia arriba, con espacio para
caminar o un verdadero segundo piso interno… pero eso va más adelante. ¿Qué me dice de la
ambientación? ¿Le gusta que sea todo de madera oscura?

- Para mi oficina sí, para el resto de la casa, al menos para los pasillos y las áreas comunes, prefiero el
blanco, al menos en las paredes; el piso me da igual- Emma asintió. – Las libreras me gustarían de
madera, no me agrada el metal para poner libros- Emma sonrió, pues ya eran dos cosas en las que se
parecían. Y nada como el nogal para albergar literatura valiosa. Ah, Emma y su fijación con el nogal, como
si la palabra misma le excitara.

- Vamos a ver qué más hay aquí- sonrió, caminando hacia adelante y dejando atrás las libreras que tanto
le habían impresionado, no por feas, sino porque no estaban bien, simplemente no lo estaban. Y su
mirada se iluminó, hasta sintió que levitaba y que el mundo se detenía, que el tiempo era inexistente.
– Tiene un Steinway- murmuró, no dándose cuenta que caminaba como por atracción magnética hacia
el piano que se mantenía abierto de la caja pero no de las teclas. – Un Henry Z. Steinway- dijo como si
no pudiera creerlo, y no pudo contenerse a tocarlo, no a hacerlo sonar, sino a tocarlo, a ponerle las
manos encima.

- ¿Perdón?- resopló Margaret al verla tan perdida e impactada.

- Sólo hicieron noventa y un pianos de estos… en conmemoración al cumpleaños número noventa y uno
de Henry Z. Steinway- y pensó en el precio. Cuál Yamaha, cuál Fazioli, cuál Bosendorfer. Un Steinway &
Sons y edición limitada. – Usted tiene una joya- se volvió a ella con una sonrisa kilométrica, y retiró la
mano al volver a caer de golpe en la tierra por la sonrisa burlona que tenía Margaret.

- No cualquiera sabe qué es un Steinway, mucho menos qué es uno de éstos- murmuró, acercándose a
ella con una sonrisa que le acordaba a Sara. - ¿Tocas el piano?

- Tocaba… de pequeña- balbuceó.


- Tocar el piano es como andar en bicicleta: nunca se olvida- guiñó su ojo. – Adelante- sonrió,
descubriendo el teclado. –Tócalo- y Emma tuvo un flashback muy conmovedor a aquella vez que Sara la
había invitado a tocar un vil Yamaha.

- No, no podría- intentó evadirlo, pues, al ver las teclas, las relucientes teclas, se acordó de la última vez
que había tenido las manos sobre un piano, esa vez que había querido arruinarlo para nunca más tener
que tocarlo, y menos mal que Sara le pidió el divorcio a Franco.

- ¿Qué sabes tocar?

- Lo normal- sonrió defensivamente. – No sabía que usted tocara piano

- No, no lo toco- resopló divertidamente. – Romeo sabe tocarlo, fue un regalo- Emma sólo dibujó una
“ah” muy suave y aireada con sus labios. – Vamos, tócalo… yo sé que sí quieres

- No sabría qué tocar

- ¿Qué sabes tocar?- repitió, sacándole el banquillo a Emma para que tomara asiento.

- Varias cosas- se ahogó, pero logró caer con indiferencia falsa sobre su trasero.

- ¿Qué te gusta tocar?

- Chopin- suspiró, deslizando sus dedos a lo largo del teclado ya descubierto. – Rachmaninoff, Liszt…
- ¿Tchaikovsky?- sonrió.

- Una que otra- dijo, refiriéndose a que sabía tocarlo pero que no le gustaba, e hizo sonar la primera
tecla, así como aquella vez hacía veinte años.

- Me fascina Tchaikovsky- y rogó mentalmente que no le preguntara si sabía tocar alguna del
“Cascanueces”.

- A ver si me acuerdo bien de alguna…- resopló nerviosamente, viendo hacia abajo para ver la posición
de sus pies al mismo tiempo que hacía crujir sus dedos y sus muñecas para aflojarlos. Hizo sonar las
primeras notas, pero las hizo sonar mal, y se detuvo con el corazón en la boca. – Lo siento- Margaret sólo
frunció su ceño y sacudió su cabeza con una sonrisa.

- Yo entiendo que los primeros metros en bicicleta, después de tanto tiempo, no son tan fáciles- sonrió.

Emma respiró hondo y, arqueando su espalda y sus dedos, empezó a apretar teclas con sus ojos cerrados.
Era, de todo lo dulce que alguna vez le había gustado, y de Tchaikovsky, “Romance en F Menor”, todo
porque le acordaba a los viajes que hacía en tren de Milán a Roma, pues, usualmente, esa pieza era la
que tendía a sonarle en sus audífonos y no sabía por qué. Pero, una vez alcanzaba a la parte risible y
alegre, como si fuera una fiesta, la quitaba, pues dejaba de gustarle, y por eso era el común denominador
el disgusto. Margaret le vio ese no-sé-qué, ese respeto completo en cuanto al instrumento, a la pieza, al
sentimiento, ese respeto que Romeo solía sólo tenerlo a medias, pues él no era enseñado sino que había
aprendido básicamente solo, y, para él, el piano, aparte de ser un instrumento muy hermoso e intricado,
no tenía mayor valor sentimental, pues nunca se le había plantado un recuerdo con una conexión
parecida a la de Emma.

- Después, cuando le entregué la casa, ya ambientada y todo, como diez vidas después… vengo un día a
la casa y, en búsqueda de mi rompecabezas, me encuentro con ese piano- apuntó al Steinway A que
tenía a su lado derecho. – Natasha tenía llave de mi apartamento, todavía tiene, y fue así como pudieron
meter el piano. No me preguntes cómo lo metieron porque no sé

- Pero, ¿por qué te regaló un piano?- resopló.

- Ya me habían pagado, que no era poco, y, encima de eso, me dan un piano. Sinceramente, creí que era
una broma… porque ese piano no es barato, y es algo que ni yo en mis más destellos de locura y delirio
me compraría, mucho menos a alguien más. Le llamé a Margaret para agradecerle los noventa mil
detallitos que había colocado en esta habitación, pero le dije que no podía aceptarlo

- ¿Qué te dijo? ¿Se enojó?

- Me dijo que, así como a ella le habían regalado un Henry Z. Steinway, que así tenía que aprender yo a
aceptar lo que viniera de buena fe- se encogió entre sus hombros y se volvió un poco con su cuerpo hacia
Sophia. – Dijo que había visto la “pasión” con la que había tocado esa pieza, una pieza que ella todavía
no sabe que no me gusta, y que, una pasión así, merecía tener un instrumento para vivirla. Que
reconstruyera mi relación averiada con el piano, que era de aprovecharla así como había aprovechado
yo el espacio con su oficina/biblioteca- resopló. – Y, así, es como ese piano está aquí. Esporádicamente
lo tocaba sólo para asegurarme que, por no usarlo, las cuerdas no estuvieran averiadas… pero nunca
logré el cariño completo

- ¿Y ahora?- ahuecó su mejilla derecha. - ¿Son amigos o no?

- Encontré otra función para él- sonrió, volviéndose totalmente hacia Sophia con su cuerpo, que se colocó
de rodillas entre sus piernas y se detuvo del brazo en el que Sophia posaba su espalda. – Ayuda, no sé si
ayuda a que me desahogue, a que me calme, a que me contente, a que me acuerde quién soy y por qué
soy así… no sé a qué ayuda, pero ayuda

- ¿Ayudo?- preguntó suavemente, cerrando sus ojos al sentir la frente de Emma contra la suya.
- El piano todavía no me hace reír, ya sea por chiste o porque me está haciendo cosquillas. El piano
todavía no me abraza en la noche y tampoco puedo abrazarlo. El piano no me hace el amor, no le puedo
hacer el amor al piano. El piano ahí está, y ahí estará, al piano lo doy por sentado a menos de que le
salgan piernas y decida arrojarse por la ventana, pero tú… a ti te tengo que cuidar porque no quiero
conocer el día en el que te dé por sentada o ni siquiera pueda tenerte

- Mi amor…- la calló amablemente, ahuecando ambas mejillas con sus manos.

- Sophia…- abrió sus ojos y retiró un poco su rostro del de ella para poder verla a los ojos. – Yo sé que no
soy precisamente la persona más sencilla y simple que vas a conocer en tu vida, yo sé que hasta mis
simplezas son complejas, yo sé que no soy fácil de entender, de entretener y de soportar… yo sé que
tengo muchísimas cosas que llevarían a cualquiera a pensar que soy medio sociópata, hasta psicópata…

- Shhh…- colocó la punta de sus dedos de la mano derecha sobre sus labios, callándola nuevamente.

- Sólo…- susurró.

- No lo digas- susurró de regreso.

- Soy demasiado feliz- sonrió con el claro nudo en la garganta. – Y soy feliz contigo, y estoy feliz contigo…
y me hace feliz verte feliz; que si tengo que hacer que me guste Tchaikovsky y volver al Tenis porque eso
te hace feliz, créeme que lo voy a hacer

- La condescendencia tampoco es tu estilo- sonrió mínimamente. – Y no sé por qué me estás diciendo


esas cosas… yo no quiero que cambies, porque la Emma que conocí es la que me hace reír, la que me
hace aprender, la que me hace estar bien, la que me hace feliz… Emma con su Ego, Emma con
comentarios como “Puh-lease, si esto parece que lo diseñé desmayada por alcohol y con la mano
izquierda” cuando Selvidge te lleva algo que no te gusta, Emma con su clóset más grande que su
habitación, Emma con sus manías y sus rituales, Emma con su té de vainilla y durazno y las dos mentas,
Emma que mide uno ochenta y siete o uno setenta y cuatro, la Emma que me despierta todos los días,
la Emma que me deja verla ducharse, vestirse y desvestirse, la Emma que me acuerda que soy impuntual,
la Emma que levanta la ceja derecha y a la pobre Estatua de la Libertad se le cae la toga y se le paga la
llama, la Emma que adora las canciones intensas en ritmo y que le importa un pepino y un melón si
hablan de penes y vaginas, la Emma que suele repudiar a Bruno Mars con excepción de “Treasure”
porque es demasiado sexy, la Emma que odia comer con las manos porque se muere si tiene olor a
comida en ellas, la Emma que se murió cuando “Blurred Lines” resultó ser un hit adolescente y gritó que
eso era invención de Marvin Gaye, la Emma que me canta para hacerme reír o para seducirme, la Emma
a la que no le importa si al resto no nos gusta su modo de ser, su carácter o su personalidad, pues “para
los gustos están los colores”- sonrió, y Emma que estaba probablemente del mismo color de la suela del
setenta por ciento de sus Stilettos. – La Emma que pelea con los términos de la moda, la Emma que me
besó con curiosidad disfrazada de miedo en el balcón de la casa de Margaret, la misma Emma a la que
se le ocurrió redefinir todos mis términos sexuales, la Emma que me ha complacido sin dejar de
respetarse, la Emma que me ha dicho “no” cuando no quiere o no le gusta, la Emma que me ha enseñado
que no tiene que decirme que me ama para yo saberlo- sonrió. - Esta Emma que me deja estar enojada,
que me deja ser dominante, que me deja restringirla y atarla- guiñó su ojo y rio nasalmente, que Emma
ya no pudo más y sólo rio al no poder colorearse más de rojo.

- I just… - bajó la mirada, y luego resignó su cabeza.

- You just…?- levantó su rostro con su mano por su quijada.

- No sé- cerró sus ojos. – Sólo quiero saber que no te estoy ahuyentando con todo lo que te estoy
diciendo

- Lo que me estás diciendo no es nada malo- sonrió, trayéndola a su pecho para volverse a recostar.

- No sé, supongo que en mi cabeza suena un poco loco… demasiado loco- resopló, abrazándola y dejando
que su peso cayera suavemente sobre el suyo.
- Está más loco el que se cree cuerdo que el que cree que está loco- sonrió, que terminó por acomodarse
sobre su costado izquierdo para que Emma cayera entre ella y el respaldo del sofá pero todavía sobre su
brazo. – Y créetelo como que fuera la palabra de Dios porque esa es la verdad absoluta de mi tesis de
doctorado en Psiquiatría- frunció sus labios ridículamente para contenerse la risa. – Y es dato empírico

- Psiquiatría… empirismo… palabra de Dios- resopló. – Suena convincente- y se dejó atacar por el beso
que le esperaba desde hace un rato, ese beso que normalmente sucedía en la cama y que, usualmente,
era de buenas noches, de buenos días, de cierre al momento sexual, o, también, cuando simplemente la
cursilería y el romance las tomaba por sorpresa.

- Bueno, como dijo el Presidente más controversial, pero el más efectivo de este país, “All great change
in America begins at the dinner table”- levantó Thomas su escocés al ver que Emma llegaba a la mesa en
donde ya la esperaba un platillo; mitad con hielo contenido en una caja metálica y cinco ostras pequeñas,
una con una pizca de roe, otra con crocante trozos pequeños de tocino, y, las tres restantes, cada una
con un cítrico finamente picado, pomelo, toronja y naranja, y, la otra mitad, se resumía a un carpaccio
de salmón que se había colocado de tal manera que cada meticuloso doblez tuviera, por base, un gajo
de algún cítrico y una microscópica varita de eneldo que se cruzaba. – Porque yo digo que todas las cosas
buenas de su vida empiecen en esta mesa y sobre esta cena- sonrió, refiriéndose a Sophia y a Emma, y
elevó un poco más su vaso para concluir el primer gesto de buen deseo verbalizado para con alguien
más que no fuera él o una conquista. – Cin Cin!- concluyó.

- Cin Cin, Tommy- sonrió Emma, elevando su Grey Goose para chocar imaginariamente su vaso contra el
suyo, y luego se volvió a Sophia para hacerlo verdaderamente con un guiño de ojo. – Hola- susurró para
Sophia, tomándola de la mano mientras se sentaba a su lado para comer; tenía hambre. - Missed me?-
sonrió suavemente.

- Tú sabes que sí- resopló, dejando que Emma recuperara su mano para que pudiera comer.

- Oh my God…- balbuceó James ante la primera ostra que se le deslizaba por la garganta. – ¿Nos podemos
repetir?- sonrió para Emma.
- Lo que sea que se te antoje, pídelo- sonrió, pasando su brazo tras la espalda de Sophia, pues ya se
sentía con el completo derecho legal de declarar, con su lenguaje corporal, que Sophia era suya, ¡y de
nadie más!

- Aunque quizás quieras esperar porque viene el Beef Tenderloin con Portobello y más sorpresas- dijo
Natasha, que veía a Luca con ganas de matarlo por saber exactamente lo que pensaba pero, si Emma no
decía nada, ella tampoco.

- ¡Me espero!- dijo con la boca llena de la segunda ostra.

- Van a disculpar mi ignorancia en esto de las bodas y esas cosas cursis y de adultos mayores y
responsables- dijo Thomas, que le pasaba sus ostras a James para que James le diera el salmón, porque
si el pudiera comer una tan sola cosa, por el resto de su vida, no titubearía en nombrar al salmón. –
Pero… ¿soy yo o no hay torta?

- Buen ojo, marica- lo molestó James.

- Ay, es que Nate y Phillip si tienen la fotografía cursi de cuando están cortando la maldita torta- le gruñó.

- Pues no, nosotros no tenemos la maldita torta- rio Sophia. – Al menos no para cortarla con el público
presente

- Yo sólo realmente espero que los huéspedes vecinos no se quejen más tarde- se carcajeó Thomas, que
cualquiera habría esperado un latigazo por impertinente, pero, en vez de eso, todos se carcajearon, y se
carcajearon tan fuerte que llamaron la atención de la mesa de al lado por sobre la suave música de fondo,
por sobre el piano de las Nocturnes de Chopin.
- No creo que puedan tirar la casa por la ventana porque sus mamás están en el hotel- las defendió Julie,
como si eso fuera motivo de represión de ganas.

- Sí, como nuestras mamás están en completa omisión de lo que hacemos- resopló Emma con una mirada
de ridiculización a terceros.

- Por cierto, Em- dijo James. - ¿Quién es el Señor que está sentado al lado de tu mamá?

- ¿Tu futuro padrastro?- rio Julie.

- Quién sabe- se encogió entre sus hombros y llevó su Grey Goose a sus labios. – Di Benedetto es el novio
oficial de mi mamá, pero no creo que deba considerarlo como padrastro todavía

- ¿Cuánto tiempo tienen de ser novios?- le preguntó Luca.

- Un año, un poco más… no estoy segura- sonrió, volviéndose hacia todos lados para buscar un diligente
y gentil mesero que le llevara un Martini y una copa de champán.

- ¿Un poco más de un año y vino a tu boda?- se ahogó Julie. Emma sólo se encogió de brazos con una
sonrisa, pues ya veía al ángel que le llevaría lo que le pidiera.

- Debe ser serio como para que lo hayas invitado- opinó Thomas.

- Tú no eres serio y estás invitado- rio Phillip, que para eso, para molestar a Thomas, se pintaba de todos
los colores habidos y por haber en la base de datos de Pantone. – Sólo digo- se defendió ante las risas
con sus manos a la altura de su cabeza, así como si lo hubiese detenido la policía con las manos en la
masa.
- Es mi mamá, puede traer a quien quiera y será bienvenido, así como tú podías traer a una de tus
conquistas- sonrió suavemente luego de haberle acordado al mesero, por segunda vez, que no quería
ver ni aceitunas ni la más mínima cáscara de limón.

- Entonces, ¿ya lo conocías?- le preguntó Luca.

- No- sacudió la cabeza. – Sólo de lo que mi mamá me contaba

- ¿Y se está quedando aquí con tu mamá?- rio Thomas.

- Supongo, no sé- rio Emma un tanto incómoda. – Acaba de venir del aeropuerto, eso sí sé

- Cuidado y les hacen competencia más tarde- se carcajeó, creyendo que era gracioso, pero nadie más
rio.

- Shit wasn’t funny- lo regañó Natasha.

- Sorry- se escondió él entre sus hombros.

- Como sea- diluyó Sophia el momento incómodo. – Mi suegra espera que la saques a bailar de nuevo

- Tu suegra tiene alguien con quién bailar- sonrió. – Pensaba más en tu hermana
- Te prohíbo terminantemente que te metas con Irene- le advirtió Emma.

- Puedes bailar y hablar con ella si quieres- le dijo Sophia, no sabiendo de dónde le salía tal agresividad
a su esposa.

- Pero no puedes meterte con Irene- repitió Emma.

- Está claro que Emma no quiere tener parentesco contigo- sonrió Phillip, que, en su plan de siempre
molestar, dijo exactamente lo que Emma quería decirle. – Ni siquiera de índole política- resopló, que
recibió una telepática palmada en el hombro por parte de Emma, pues, por parte de Sophia, recibió un
beso y un abrazo por la misma razón.

“Red” sonaba en el fondo, y, pretendiendo guardar el tarro de Ben & Jerry’s en el congelador, decidió
darle cuatro cucharadas más al Peach Cobbler mientras disfrutaba de la canción que no sabía si le
pertenecía o no, pues podía ser tan suya como de Emma, o podía ser de ambas; quizás una la había
adoptado. Guardó el tarro en el congelador y, agachándose para sacar una pastilla de jabón del gabinete
bajo el lavabo, dejó ir la cuchara en la lavadora de platos junto con la pastilla. Apagó las luces que estaban
a su paso mientras se empinaba la botella de agua y dejaba la cena, y la escena de la cena, tras ella con
una sonrisa interna por estarse acordando de las interminables risas que las historias de Emma le habían
provocado, esas historias oscuras y vergonzosas que sólo el alcohol podía ocasionar en la adolescencia
de una persona. No debía ser tan tarde, pues la noción del tiempo la había perdido a partir de tanto
dormir, y las ganas de meterse nuevamente a la cama eran demasiado golosas hasta para su gusto, pero
ahí había una expresión que la cubría y la protegía de todo: “No se vale juzgar”, expresión verbalizada
por la misma Emma después de la última ebriedad de la que sufrió en su cumpleaños. Llegó a la
habitación y, cerrando la puerta tras ella, vio hacia el interior del baño al estar la puerta abierta y la luz
encendida.

Emma estaba frente al espejo y masajeaba su rostro con la espuma jabonosa con sus dedos. Marcaba el
ritmo que “Tanguera” le provocaba, y, con sus cuerdas vocales y su boca cerrada, tarareaba el ritmo
mismo, pues el ritmo sensual y apasionado la hacía perder el control y la consumía. Creo que a Emma,
muy en el fondo, le gustaba todo lo que partía individualmente de la esencia del tango, algo que
implicara pasión, erotismo, tensión sexual y seducción. Sophia sonrió al verla tan perdida entre la
vanidad y la música, le parecía algo muy Vogue. No vestía como si Tom Ford le hubiera dado la vuelta,
simplemente estaba en lo que nadie sabía si era ropa sencilla o pijama elegante, pues no era nada más
que la típica tanga negra, una Chantal Thomass que no tenía nada en especial más que una franja gruesa
de seda elástica que abrazaba su cadera para luego lanzarse a la fama con una fina capa de encaje negro
sobre seda gris, y ni hablar del toque femenino y cursi de la laza, algo que a Emma, en lo personal, no le
gustaba, pues ella no era regalo, y, como si le costara trabajo, abultaba su trasero de una extraña pero
exitosa manera al no tener soporte inferior que lo recogiera. Su torso no tenía nada más que el sostén
negro que no se veía, pues encima tenía la camisa desmangada negra.

La vio recoger agua entre sus manos para quitarse la espuma, y volvió a sonreír al ver cómo,
meticulosamente, quitaba la espuma más cercana a la línea de su cabello, pues no le gustaba
humedecerlo porque luego tenía que secarlo y nunca quedaba completamente seco de inmediato;
incomodidades personales. Entró al baño en silencio para no interrumpir la conexión que tenía con la
música, y, en el mismo silencio, salió de ahí para cepillarse los dientes mientras se paseaba por ahí y por
allá, pues pretendía decidir hacer algo que podía ser bueno o mejor, dependiendo de cómo se veía la
situación y de si resultaba así de difícil como lo había previsto, que, de resultar ser así, sería un éxito
total, al menos para ella. Mantuvo la espuma en su boca, con la manía de morder el cepillo sólo porque
sí, y abrió la gaveta inferior de su mesa de noche para sacar aquel cubo que había tenido por más de
cuatro días y que no había podido traerlo al oxígeno. Sólo lo colocó sobre la mesa de noche de Emma,
entre la lámpara y el teléfono, no sin antes mover un poco ese rectángulo de madera de nogal que
contenía tres tipos de cactus pequeños. Sí, a Emma le gustaba dormir con espinas al lado. Pero no era
más que la costumbre, pues desde que era pequeña siempre tuvo cactus.

Y se detuvo para sonreírle al marco que contenía las siete fotografías en la pared. Estaba la
reglamentaria, esa que era con Sara y que era, probablemente, de cuando Emma tenía dos años, pues
Sara la cargaba contra su pecho, con sus brazos bajo sus muslos, y ambas daban la espalda a la cámara
por estar viendo hacia arriba, que Sara le señalaba “La Creación de Adán” dentro de la Capilla Sixtina.
Estaba la segunda reglamentaria, esa que era también con Sara y que se comprendía a un abrazo
asfixiante de Emma por la espalda, ambas sonriéndole a la cámara aunque con los ojos cerrados, así
como si hubiera sido algo fortuito, porque así había sido, y esa era más reciente, de hacía dos o tres años.
La tercera era de alturas; pies descalzos pequeños sobre los típicos Oxford Gucci negros, que Emma veía
hacia arriba, Franco se encorvaba hasta casi cuarenta y cinco grados, y se notaba que le sonreía mientras
le tenía tomadas ambas manos; estaban bailando. La cuarta era con Natasha, ambas riéndose
mutuamente, tomadas de la mano libre al tener una copa de champán en la otra, y vestían como para
uno de esos Brunch que Margaret solía hacer y que Natasha no podía ir sola desde que había conocido
a Emma. La quinta era de ellas dos en Mýkonos; Emma sentada a la orilla de la piscina, Sophia entre sus
piernas pero en el agua, tomadas de las manos, Emma apoyando su mejilla en la sien de Sophia, ambas
sonriendo. La sexta era de ella, aquella fotografía en la que parecía haber tenido un día entretenido pero
no miserable ni ajetreado a pesar de las mangas recogidas y las gafas, esa en la que estaba con sus brazos
estirados y tensos sobre la mesa para apoyarse, que sus hombros se saltaban por debajo de la camisa
blanca, y su sonrisa embriagaba mientras que sus camanances provocaban ese “aw”. La séptima era la
más reciente; eran ellas dos de nuevo, y había sido la fotografía más in fraganti que a Emma alguna vez
le habían podido tomar: con resolución del iPhone de Natasha, Emma abrazándola por los hombros con
su brazo izquierdo, ambas compartiendo un beso de ojos cerrados porque habrían podido jurar que
nadie las estaba viendo, ni siquiera Natasha que tenía ojos en la espalda, y ella ahuecaba la mejilla de
Emma con su mano izquierda, que el anillo era lo que a Emma más le gustaba.

Se volvió al cubo y sonrió sólo porque sí, y, sintiendo que ya la boca se le quemaba por la espuma que
había mantenido por tanto tiempo, se dirigió al baño para terminar su limpieza dental y su rápido
enjuague facial. Emma seguía con su rostro, culpa del maquillaje. Roció dos veces su rostro con el
Omorovicza y se dio aire hasta que su piel lo absorbió al compás de “Tolling Bells” de Chopin. Para el
momento en el que terminó, Sophia ya la esperaba en la cama, apenas recostada sobre la pila de
almohadas que casi siempre terminaban en el suelo porque estorbaban. Aplaudió para que la música se
callara, pues no estaba precisamente del mejor humor para que Depeche Mode le robara la buena vibra
de su comodidad musical. Pasó de largo hacia el clóset, en donde, como por la mañana, le dio un
espectáculo de sensualidad a la rubia que la esperaba entre las sábanas azul marino. Arrojó la camisa al
cesto de la ropa sucia, que se encargaba en dividirla entre el cesto blanco era para la ropa blanca, el
cesto rojo para la ropa de colores, el cesto negro para la ropa negra y el cesto gris para las ropas menores
que, a veces, eran más caras que algo que cubría todo el torso o que un wetsuit para bucear, quizás
cobraban por ausencia de tela. Llevó sus manos hacia su espalda y, sabiendo que Sophia la veía,
desabrochó su típico sostén negro pero no lo sacó de inmediato, sino que se colocó de perfil y lo sacó
como si estuviera en completa omisión del acoso visual, que, al sacarlo, su busto se transformó a la
escala real de lo que realmente era, pues aquel sacrilegio era no sólo reductor sino aburrido al no tener
ni encaje, ni nada sensual. Al liberar aquel par de Cs, sólo supo acariciarlas hacia abajo para luego
recogerlas suave y rápidamente hasta que, al soltarlas, hicieran ese minúsculo rebote sensual que a
Sophia tanto la mataba. Se volvió a la gaveta de las pijamas, sacó un Babydoll Fieldwalker negro y lo
arrojó, temporalmente, al brazo del diván. Con una sabia sonrisa, tomó la banda elástica de su Chantal
Thomass y, sólo agachándose con su espalda mientras la deslizaba hacia afuera por sus muslos, asesinó
a Sophia con las más traviesas intenciones, que Sophia hasta apuñó las sábanas de la provocación.

- Ay…- suspiró Emma, pues no logró los tres puntos al no haber encestado aquel retazo de tela negra. -
¿Entretenida, Licenciada Rialto?- resopló al ver que Sophia ni siquiera podía pestañear, pues no quería
perderse de nada.

- Demasiado- sacudió su cabeza en ese sentido de que era algo increíble.


- ¿Ah, sí?- levantó su ceja derecha con una sonrisa que gritaba lascivia.

- Non potete immaginare quanto mi piacerebbe conservare momento come questi… sai, come in un pen
drive - Emma sólo rio nasalmente y se coloreó de un rojo que no era tan rojo. – Sí, así lo reviviría cuando
quisiera; en una reunión, mientras me cortan el cabello, mientras estoy sola…

- ¿De verdad?- sonrió, apoyándose del marco de la puerta del clóset.

- Y me acabo de dar cuenta que eso suena demasiado pervertido- se tapó el rostro con ambas manos,
como si pudiera hacer que con eso la vergüenza se esfumara.

- Mmm…- se saboreó con una sonrisa, que apagó la luz del clóset y dejó en el olvido su intento de ponerse
pijama. Ya qué. – ¿De verdad te gustaría tener una especie de Flash Drive para verme una y otra vez?-
resopló, pues la idea era tan rebuscada y tan remota que era demasiado normal. Se hizo camino hacia
ella y se sentó sobre la cama; su pierna derecha sobre la cama y descansando flexionadamente sobre su
costado, la pierna izquierda caía de la cama hasta que su pie se detenía del suelo, mientras Sophia no
respondía con palabras sino con la mirada. – Tienes razón… suena un poco pervertido- guiñó su ojo con
una risa interna, pues no pensaba que lo era, simplemente era una broma con pokerface.

- I’m sorry- murmuró muy bajo y con el rojo que la invadía ante la nerviosa vergüenza.

- Don’t be- se acercó a ella y le dio un beso en la frente. – Que sea pervertido no quiere decir que no
me…- hizo una pausa para pensar bien la palabra. – Que no sea amusing- sonrió con esa sonrisa que era
un poco más tirada hacia la derecha.

- ¿Qué es amusing; la idea o yo?- Emma sólo levantó su mano derecha, pero sólo su dedo del medio y el
anular estaban erguidos y tensos. Oh, Emma. – Y tú que vives para provocarme- entrecerró sus ojos con
una verdadera sensación de buen gusto por ese “dos” que no era normal si no estaban en la cama y las
intenciones de eyacular no estaban en el plan de lo fortuito.

- Oh, well, Mrs.-soon-to-be-my-wife – frunció su ceño y se puso de pie, que haló las sábanas hacia el final
de la cama. – Digamos que es recíproco- la tomó de los tobillos y la haló hacia ella, que ella ya caminaba
alrededor de la cama para llegar a su lado. Sophia que se había desecho en una risa de goce infantil. –
Yo provoco para que me provoquen de regreso- la tomó de las muñecas y la haló hacia ella hasta que
quedara sentada sobre la cama, y la mantuvo tomada de sus muñecas con fuerza, como si no quisiera
que se le escapara. – La diferencia está en si utilizas el término “provocativo”- susurró a su oído izquierdo
y besó su cuello para luego remitirse a su otro oído. – O si utilizas el término “provocador”- mordisqueó
su lóbulo.

- ¿Pijama?- dijo nada más.

- Exacto- sonrió. - ¿Por qué la sigues teniendo puesta?- resopló, tomándola por la cintura para empujarla
un poco más al centro, o quizás hasta que ella pudiera poner cómodamente las rodillas sobre la cama y
no sobre la orilla.

- ¿Por qué no me la quitas tú?- mordió su lengua como para reprimirse la sonrisa y aseverar la
provocación, esa cuyo término apropiado era “provocativo” y no “provocador”.

- Yo no voy a hacer nada que tú no quieras que te haga- sonrió, que a Sophia la expresión facial se le
transformó en una especie de potencial manipulación celeste. - ¿Quieres dormir?- le preguntó a su oído,
que no esperó ninguna respuesta y se dedicó a besar su cuello.

- No tengo sueño

- ¿Quieres ver una película?- resopló contra su cuello, haciéndole cosquillas internas a Sophia, pero no
de esas cosquillas que daban risa.
- No, no quiero

- ¿Quieres hablar mierda?

- Eso más tarde- resopló ante la naturalidad del tono de la pregunta, y, ante la incomodidad de sentirse
aprisionada por las piernas de Emma, las sacó hasta poder abrirlas y hacer que fueran las piernas de
Emma las que estuvieran entre las suyas.

- Mmm…- paseó su lengua desde su tráquea hasta su mentón, en donde la guardó y le clavó la mirada
en la suya. - ¿Qué quieres hacer, entonces?

- ¿No lo sabes?- recogió sus piernas hasta elevar sus rodillas y, ante la negación de Emma, la tomó por
la cadera con sus piernas hasta hacer que cayera completamente sobre ella. - ¿De verdad no lo sabes?

- No- susurró contra sus labios y, tomándola por sorpresa, embistió su entrepierna con su pelvis. - ¿Qué
quieres hacer?- le preguntó, rozándole sus labios con sabor a Burt’s Bees Wax de menta, y arremetió de
nuevo. Sophia sólo suspiró y cerró sus ojos. – Dimmi- y de nuevo. Sophia llevó sus manos al shorty y, con
prisa y ayuda de Emma, aquella seda negra desapareció de la cama para caer sobre el suelo. Emma sólo
sonreía en el proceso, y sonreía porque había sido más fácil de lo que había creído. – Todavía no me
dices- arremetió de nuevo, que ahora si chocó su piel contra la de Sophia, y se sintió tan celestial que
parecía ser la primera vez que hacía eso; lo que tres semanas sin roce podían hacer.

- Sigue haciendo lo que estás haciendo- susurró, colocando sus manos en el trasero de Emma con una
nalgada que hizo a Emma sonreír y luego gruñir al sentirse ricamente apretujada mientras la obligaba a
embestirla de nuevo.

- ¿Te gusta?- la embistió de nuevo, y fue más fuerte que las veces anteriores, tanto que Sophia sintió
como si realmente la estuviera penetrando con la sola intención de no hacerlo. – Naughty, naughty,
naughty…- canturreó a su oído y la embistió una vez más, que ahogó a Sophia en sabrá Dios qué palabra
sexual en griego, esa palabra que se tradujo a nivel físico al apretujarle su trasero más fuerte para traerla
de nuevo contra ella.

Emma la embistió una, y otra, y otra, y otra vez, que nunca deseó ni pretendió tener un falo para
potencializar los ahogos de la rubia de quien abusaba, simplemente necesitaba roce, o golpe, algo
intenso, algo quizás un poco agresivo, algo como esos apretujones de trasero, algo como esas
embestidas, algo que le comprara tiempo para incrementar la paciencia y no ceder a algo que ella
consideraba una verdadera violación. Tres semanas sin nada era demasiado, y, en ese momento, era
como querer hacerle de todo y muchas veces en un segundo por echarlo de menos. Tres semanas para
ese par de ninfómanas, aunque ninfómanas diferentes según Natasha, pues Sophia era del tipo de
ninfómana coloquial, usual y común, del tipo que le gustaba el placer a cualquier hora y en cualquier
lugar y numerosas veces al día de ser posible, pero era ninfómana de “poder” y no de “necesitar”: “si se
puede se hace, si no se pude no se hace… que no es el fin del mundo”. Contrario a Sophia, Emma era del
tipo incomprendido, sufría de ese tipo de ninfomanía que se reducía a una simple expresión: “no es lo
mismo coger con alguien que cogerse a alguien”. Sí, Emma no necesitaba tanto ella su placer sexual, ese
de gemidos, gruñidos y demás tanto como Sophia, ella necesitaba esa sensación y esa satisfacción de
saber que estaba dándole placer sexual a Sophia, ella necesitaba su premio: los gemidos y el descontrol
de Sophia. Aunque quizás tampoco podía negar que la teoría de la neo-ninfomanía se le caía en cuanto
tenía antojo severo de Sophia en ambos sentidos, o como cuando se dejaba hacer “A”, “B”, “C” y todas
las letras del alfabeto porque le gustaba que fuera Sophia, o quizás era porque a Sophia le gustaba
también. Llámenle condescendiente, complaciente, consentidora, etc., como quieran, pero Phillip
estaba del lado de Emma; que no había mejor premio que ver a su víctima en descontrol total.

Emma, a pesar de que Sophia no era capaz de mantener sus ojos abiertos, le clavaba la mirada en la suya
porque eso era lo que le gustaba, eso y no sólo escuchar los ahogos o los potenciales y futuros gemidos,
sino que le gustaba sentirlos chocar en forma de exhalación golpeada contra sus labios.

- No…- musitó la rubia, abriendo sus ojos al no recibir otro empujón de aquellos. Emma le sonreía con
esa sonrisa de ojos entrecerrados a nivel sensual conmovedor y sólo pudo sonrojarse sin poder
contenerse. – Esa sonrisa…

Se acercó con lentitud a sus labios para atacarlos con la suavidad que compensaba la rudeza con la que
la había atacado en un principio. Poco a poco, Sophia fue aflojando sus manos hasta que liberó su
trasero, como si el beso la relajara y la tranquilizara para no quedarse sin amortiguador para las horas
que debía estar sentada. Llevó sus manos a la espalda de Emma y se dedicó a acariciarla, a repasar cada
vértebra con sus dedos índice y medio de la mano izquierda mientras que, con la mano derecha, hacía
un imposible e inconsciente recuento de cada peca. Aquello no le incomodaba a ninguna de las dos,
simplemente a Emma le daba cosquillas que la hacían sacudirse en un escalofrío de hombros. Le tomó
las manos a Sophia y las colocó sobre su cabeza, contra la cama, y ahí las mantuvo mientras dejaba de
pensar cuántos besos serían suficientes, pues nunca eran suficientes, nunca sobrarían. Se moría por ser
la autora de su descontrol orgásmico, pero sabía que, después de tanto tiempo de no tener acción,
considerando que no había habido ni acción individual y solitaria, si iba a por el orgasmo agresivo, que
se construía en poco tiempo por la velocidad y la intensidad de su boca en la región sur, sólo haría que
Sophia se irritara antes de tiempo, lo cual significaba un único orgasmo. Por eso prefería tomar las cosas
con calma a pesar de tener más que sólo la cabeza caliente, pues, en caso de que fuera sólo uno, que
fuera así de grande y apoteósico como la final de la UEFA Champions League del dos mil cinco.

Eran besos como para censurar si se daban en público, y eran para censurar porque nadie tenía que
verlos ni que presenciarlos sino ellas, pues nadie más entendería exactamente qué era lo que estaba
pasando entre ellas en ese momento; quizás podían imaginárselo, podían creer, asumir, pero no podían
saberlo con exactitud. Quizás serían censurados por la profundidad sin lengua, quizás por cómo se
retorcían los labios contrariamente, quizás por los tirones, quizás por las sonrisas, quizás por los ruidos
que eran imposibles evitar y que tampoco querían evitar, quizás era por cómo Emma le succionaba la
lengua a Sophia con suavidad, que su punto de detenimiento era hasta donde los labios abiertos de
Sophia la dejaban llegar, quizás eran los juegos de narices, quizás era la declaración de que sí sabían para
lo que servía la boca. Y era en ocasiones como esas a las que Sophia misma llamaba “some bipolar sexual
intercourse”, pues cambiaba de intenso-agresivo a intenso-romántico, y era como si la intensidad fuera
la variable independiente para que lo romántico fuera negativo y lo agresivo positivo, por así decirlo,
pues podía ser al revés y no sólo “positivo” o “negativo” de valores numéricos representativos. Bastó
con el tirón de labio inferior que Emma hizo como para que Sophia sacara fuerzas de donde era imposible
sacar y la tumbó sobre la cama, piernas entrelazadas, o quizás sólo intercaladas, Emma que había
perdido el poder para mantenerle las manos fuera de alcance, y Sophia que aprovechaba tener sus
manos de regreso; no para violarla con el paseo de sus manos sino para aferrarse a ella a pesar de no
necesitarlo. Detuvo el beso eterno y abrió sus ojos, dibujó una sonrisa para Emma, sonrisa que Emma
supo adoptar porque sentía exactamente lo mismo. Empujó su nariz con la punta de la suya, hacia un
lado y hacia el otro, intentando mordisquearle arrancadamente los labios pero no pudiendo por la
distancia que provocaba el choque de sus narices, y eso lo sabía, pero le daba risa, y Emma que
aprovechaba el momento para regresarle la caricia en la espalda al deslizar sus manos por debajo de su
camisa.

Sophia se irguió, pues creyó que la intención de Emma era únicamente arrancarle la camisa, y no iba a
dejar que la estirara o la rompiera, o atentara mortalmente contra ella, porque era de las camisas que
tenían sabor a una Roma post-desempleo milanés, se la quitó, y Emma que fue directamente a sus senos
como si fuera atracción magnética, porque quizás eso era. Tomó su seno izquierdo en su mano mientras
atacaba suavemente al pezón derecho, que sólo quería comérselo, pero la paciencia le dio una bofetada
doble y la hizo entrar en razón; terminó atrapándolo entre sus labios, luego de haber rodeado su areola
con su lengua, lo tiró suavemente hasta que se le escapara, lo lamió de arriba abajo, lo volvió a atrapar,
le dio un besito, en diminutivo, y entonces sí lo mordisqueó. Luego le calmaría el suave hormigueo con
otra suave succión y otro besito. Su otro pezón fue víctima del mismo proceso. El agradecimiento era
recíproco; Emma por dejarla hacerlo, Sophia por recibirlo. Se volvieron a reunir en un beso, que Emma
le pagó con la misma moneda pero más al norte y al frente; con sus manos en sus senos, y Sophia que
no se quejaba en lo absoluto y aprovechaba para detenerla por el cuello y las mejillas mientras empezaba
un vaivén más vertical que horizontal que duraría poco.

- Todavía no me has dicho qué quieres…- le dijo Emma contra sus labios.

- Lo que tú quieras- sonrió, trayéndola consigo hasta recostarse sobre las almohadas.

- Mmm… no me digas eso- sacudió su cabeza.

- ¿Qué quisieras hacer?- le preguntó, repasando su labio inferior con su pulgar, pues estaba enrojecido
ante las succiones que recién cesaban, enrojecimiento del que ella declaraba mea culpa.

- Es secreto- susurró, que no era secreto, sólo quería provocarla.

- Peíte mou- hizo un puchero gracioso, y Emma sólo la trajo con ella hasta erguirla, que luego, cuidando
mucho el tono del empujón, Sophia cayó sobre sus rodillas y sus manos sobre la cama. – ¡En cuatro!-
siseó falsamente escandalizada, eso ya se ponía interesante.

- A la mitad- resopló, trayéndola a ella por la cintura para que su espalda quedara contra su pecho y su
trasero en perfecto encaje con su pelvis muy al ras de la cama.
- ¡En dos!- se corrigió con una risa nasal mientras se dedicaba a sentir cómo los brazos de Emma la
envolvía por entre sus brazos; su mano izquierda se dirigió hacia su seno derecho y su mano izquierda
hacia ahí, hacia donde probablemente podían ahogar cualquier reactor nuclear.

- Dirty Dancing: Havana Nights- susurró a su oído al mismo tiempo que empezaba el contoneo de su
cadera, por consiguiente, obligando a la de Sophia a imitarla. – “Represent Cuba”- mordisqueó su
hombro derecho. – Sólo para que sepas la canción y el nivel de perversión con la que te voy a…- pero
Sophia la interrumpió al suspirar.

- ¿A qué?- cerró sus ojos y se dejó ir, que, inconscientemente, la canción tocaba en el fondo mental de
cada una. Steamy. – Are you gonna fuck me?- sonrió con travesura retadora.

- No sé, no me has dicho qué es lo que quieres- su dedo viajó precisamente entre su vagina y su clítoris,
pues dependía mucho de lo que Sophia quisiera si su dedo terminaría en su vagina o en su clítoris.

- Me estás torturando

- ¿Yo?- resopló a su oído, volviendo a recorrer esa zona lisa y empapada que aparentemente tenía efecto
en la rubia víctima. – No… tú te torturas solita al no decirme

- Non mi importa se mi stupri o mi humpi… finchè lo fai con delicatezza

- Entonces sí- le dio un beso en su cuello. – En cuatro- y Sophia cayó con sus manos nuevamente sobre
la cama, que Emma sólo le dejó ir una nalgada picante para que se recostara.

- ¡Mi amor!- rio totalmente divertidaand excitada.


Emma se recostó parcialmente sobre ella, a su lado izquierdo, y, llevando su mano a su trasero, abrió sus
piernas para poder tener acceso desde atrás mientras besaba sus hombros y, al mismo tiempo, hacía
aquella acción que Sophia había pretendido italianizar. “Humpi”, del inglés “hump me”, del castellano
no-tengo-traducción-exacta-o-coherente. Introdujo sus dedos superficialmente, únicamente entre sus
labios mayores para revivir su conocimiento topográfico de aquella ranura rosado pálido que estaba lo
más encandecida que podía estar ante el ir y venir frotado que los dedos de Emma le hacían. Expulsó
ese callado y agudo “’¡Ah!” ante la mezcla de los mordiscos que Emma le daba a su hombro y el roce
vertical que la recorría desde su clítoris hasta el último de sus agujeros del punto sur. Ahora, con Emma
un poco más sobre ella, manteniendo el humpi activo, se veía obligada a resignar su frente contra la
cama, pues Emma había pasado su brazo por su cintura hasta envolverla y alcanzar su clítoris para ejercer
la tortuosa caricia política: engañosa, lenta, complicada, y fácilmente corrupta, que en este caso era
sinónimo de “interrumpible”. Clavándole sus erectos pezones en su espalda, Emma aprovechó para crear
la base perfecta de una estrategia que dictaba éxito con más de un orgasmo. Dejó su clítoris a un lado
para inspeccionar el nivel de hinchazón en sus labios mayores, y, a su juicio, estaban listos para la
segunda etapa; empapados y a dos tercios de lo que su máxima capacidad de hinchazón natural
implicaba. Sacó su mano de ahí, dejando a Sophia en completo extravío por no saber qué pasaba si lo
estaba haciendo tan bien, y, dibujándole besos en la espalda, fue bajando hasta que pudo mordisquear
y besar lo que normalmente se escondía bajo una talla Small y bajo el dos de pantalón.

Recogiendo una pierna para flexionarla y levantando un poco su trasero, Emma se clavó sin asco y sin
restricciones entre sus piernas para, con su lengua, probar al fin lo único que realmente tenía aroma a
Sophia y no a una invención de Nina Ricci. De abajo hacia arriba, desde su clítoris hasta su vagina, para
luego clavarse todavía más y succionar su labio mayor derecho, o izquierdo, depende del punto de vista,
soltarlo y luego succionar el otro. Seguir lamiendo, succionado, lamiendo, succionando. Se concentró en
su clítoris, pues la dirección del lengüetazo no era el usual, algo que era arma de doble filo porque podía
provocar incomodidad o provocar una curiosidad nerviosa por descubrir, o redescubrir, la sensación. En
el caso de Sophia era goce seguro. Alcanzó a succionarlo una tan sola vez, pues su posición no era la
mejor para succionar algo que estaba, en ese momento, tan abajo y tan escondido, por lo cual decidió
dejarlo en eso, en una provocación de segunda etapa al regresar a lo que quedaba con mejor acceso
para sus labios y para su lengua. Además, Emma sabía muy bien que Sophia era como ella en ese sentido;
más clitoriana que vaginal y, de concentrarse demasiado en su clítoris, sólo estropearía su propia
estrategia.

Separó sus labios mayores para ver sus adentros, los penetró con la mirada a manera de gloriosa y
glorificadora inspección al ver sus tensos labios menores que, por la posición, se habían logrado esconder
bajo los mayores. Mantuvo los mayores separados y se dedicó a saludar a los menores con un generoso
beso francés que hizo que Sophia gimiera abiertamente por primera vez. La rubia llevó su mano a su
glúteo izquierdo para separarlo un poco del derecho, y Emma, conociendo muy bien su lenguaje corporal
sexual, supo lo que quería con tanta urgencia. Empujó su lengua contra ella hasta introducirla
delicadamente en el rosado y ajustado agujero que cuidaban sus labios menores. La penetró así por lo
que pareció ser suficiente tiempo como para que Sophia reconociera los componentes de su excitación
genital; con cada penetración interlabial, el labio superior de Emma chocaba contra su perineo y su nariz,
extrañamente fría de la punta, contra su otro agujerito y, ocasionalmente, su mentón rozaba apenas su
clítoris. Emma se detuvo un momento para respirar apropiadamente pero Sophia, al no sentir la
continuidad, llevó su mano a la cabeza de Emma para traerla hacia ella, pues necesitaba más, y fue
entonces que la condescendencia de Emma entró a la escena y la obligó a hacerle caso a Sophia, aunque,
quizás, “obligar” suena muy fuerte, pues lo hizo con la sonrisa más gustosa que tenía en su repertorio.
Sedujo a su vagina con las cosquillas que prefirió no adentrar para poder darle un descanso y, así, poder
saltar a la tercera etapa.

- ¡No!- rio con cierta angustia al sentir que Emma se le escapaba de su mano.

- ¡Licenciada!- siseó con una sonrisa, tomándola por la cadera para tumbarla sobre su espalda, que cayó
casi sobre las almohadas, pero eso no importaba.

- ¡Arquitecta!- la imitó, que Emma ya le abría más las piernas y colocaba su pierna izquierda sobre su
almohada, pero eso no importaba tampoco, y Sophia que se acomodaba con una almohada bajo su
cabeza, pues eso de ver cómo Emma haría lo que estaba a punto de hacerle era para sit back and
enjoy de manera literal.

- Ya te humpeé- dijo, hispanizando el “humping”. – Supongo que sólo queda violarte con delicadeza-
sonrió, que era una media burla por lo que le había dicho, aunque no era burla del qué sino del cómo, y
se acercó a su entrepierna y abrazó sus muslos para acomodarse en espacio.

- Then shut the fuck up and do it- rio, tomando a Emma de la cabeza para hundirla entre sus piernas.

- Yes, Ma’am- dijo en ese tono de acatar órdenes militares.

Empezó por besar sus labios mayores sin presión alguna de su parte, uno que otro lengüetazo para no
desperdiciar nada del sabor de Sophia. Paseó su nariz a lo largo de cada labio mayor, lo que implicaba
cosquillas para Sophia, pero era una provocación tan perfecta que simplemente se dejaba de ella para
disfrutarla mejor. Con lentitud y paciencia, colocó su lengua sobre su clítoris y sus labios alrededor de él;
labio superior cubriendo desde un poco más arriba del yacimiento de sus labios mayores, labio inferior
hasta un poco antes de su vagina. Trazó uno que otro círculo con lo plano de su lengua, pues sino, de
usar la punta, sería irritación segura. Cerró sus labios en un beso para luego volver a la posición labial
anterior y esta vez, en vez de hacer círculos o trazos rectos, se dedicó a jugar un poco con el alfabeto. Sí,
se dispuso a dibujar cada letra del alfabeto sólo por diversión propia, pues sabía que era una cruel
tortura, pero no quería ir directamente a lo que sabía que hacía que Sophia perdiera el control ante un
orgasmo, sino que, en vez de eso, quería ir más por las ramas para jugar un estratégico Jenga sin ningún
riesgo. Justo cuando llegó a la “M”, llevó su mano izquierda al vientre de Sophia para tirar un poco de
sus labios mayores con el tirar de su monte de Venus y, con su mano izquierda, dejó libre el muslo de
Sophia, pues llevó su dedo índice a la entrada de su vagina para empezar a coquetearle; quería que
Sophia estuviera en la posición en la que le tuviera que rogar que lo introdujera, quería que se lo pidiera
así como le pedía todo en esos momentos de sonidos húmedos y gemidos mudos que eran sólo
respiraciones agudas: con su cuerpo.

Le clavó la mirada en el momento justo, pues Sophia la veía trabajar sensualmente, y logró colocarla al
borde del colapso orgásmico mental por la lascivia egocéntrica, ególatra y arrogante que gritaban los
ojos de Emma, esa mirada de orgullo al ser dueña del placer de Sophia, pues ella lo manipulaba a su
gusto. Para la “P”, Sophia se contrajo internamente con toda la intención de querer succionar el dedo
de Emma hacia el interior de su vagina, pero eso se lo dejaba a su imaginación y a la ciencia ficción, y fue
suficiente plegaria y señal vaginal para Emma. Lentamente introdujo su dedo hasta la mitad,
ocasionándole un gemido en volumen normal, y, sabiendo muy bien cómo funcionaban las
penetraciones con Sophia, simplemente dejó que su dedo presionara aquel canal hacia abajo. Había
ocasiones en las que Sophia pedía penetración vertical, esa que era básicamente la que la hacía eyacular,
a veces pedía la horizontal, esa de entrar y salir, a veces era la que Emma muy elocuentemente llamaba
“Cosine-Fuck”, pues simulaba las curvas periódicas del coseno; con sus nudillos golpeaba suavemente el
GSpot y con la yema de sus dedos presionaba el fondo bajo. Ahora sólo presionaba por la duración de
una blanca, dos tiempos, y luego sólo dejaba que el músculo se relajara y volviera a su elasticidad normal,
esto en un silencio de cuatro tiempos. Hermosa, hermosa movida que obligó a Sophia a detenerse de
algo, que de haber habido sábanas bajo ella habría sido perfecto pero, como estaban hasta al final de la
cama, sólo logró apuñar la esquina de una de las almohadas y su seno derecho con fuerzas.

Emma volvió a cerrar sus ojos y, cuando terminó el alfabeto, introdujo un segundo dedo y succionó todo
el área que sus labios encerraban para crear cierto vacío entre su boca, sus dedos y el conducto que
invadía con ellos. Soltó la succión de sus labios y, con el gemido de luz verde, sacó sus dedos, los giró, y
los volvió a meter para volver a succionar todo el aire que quedaba en el área. Su lengua se paseaba
ligeramente de un lado a otro, que ya podía sentir la rigidez de su clítoris, y, dentro de ella, tiraba sus
dedos hacia abajo al ritmo de “Taper Jean Girl” para, con ayuda del vacío, hinchar el rubio GSpot. Sophia
ya no pudo mantener sus caderas bajo control y empezó a contonearse, a rozarse contra la cama, a
mecerse contra Emma y a sentir sus dedos todavía más adentro a pesar de que estaban hasta el fondo.
Emma, al presenciar la divinidad de aquello, se compadeció de Sophia, más por cómo apretujaba ya
ambos senos. Anuló el vacío, llevó sus dedos a su GSpot y, con la gentileza que le había pedido, lo frotó
circularmente al mismo tiempo que mantenía su boca abierta para recibir lo que ese entrecortado
gemido se traslapaba con un gruñido que hacía que se sacudiera alocadamente dentro de los límites que
el brazo de Emma le marcaba. Emma supo que eso sería intenso porque quiso detenerla, o eso le dijeron
las manos de Sophia, pero no le hizo caso y succionó su clítoris para obligarla a terminar lo que ambas
habían empezado. Se contrajo, creó el vacío que apretujó los dedos de Emma, que no tuvieron más
remedio que luchar contra la contracción, y, exhalando tan fuerte que fue en volumen nulo, se dejó ir.

- Stop! Stop! Stop!- gimió, que Emma dejó sus dedos en modo muerto y se despegó de Sophia mientras
tragaba los frutos de su travesura y de su placer.

Su tiempo se volvió lento, como si todo sucediera en cámara lenta alrededor suyo y el European Jazz le
tocara “Clair De Lune” en vivo. Observó todo: la luz, que era poca porque sólo estaba encendida la
lámpara de la mesa de noche de Sophia, la tranquilidad de todo lo que no involucraba la cama, la cama
que era evidencia de la escena del crimen; Emma había asesinado a la Abstinencia-obligada-por-trabajo-
alias-castigo-de-la-vida. Sophia estaba ahí, sobre la cama, sin aliento. Su abdomen se hundía y se inflaba,
tensaba la mandíbula con cada espasmo post-orgásmico que tenía, algo que no sucedía con frecuencia.
Sus ojos estaban cerrados, su labio inferior estaba tenso y tirado hacia abajo, pues no podía respirar por
la nariz sino sólo por la boca y, al tener su mandíbula tensada, respiraba entre dientes. Jadeante. Así
estaba. Así como si hubiera corrido como histérica por todo Central Park, aunque se había corrido menos
de una onza, pero una onza de tres semanas de concentración y mucha glucosa de por medio. Sus piernas
seguían flexionadas sobre la cama, apenas y podían sostenerse con los pies, pues estaban rendidas, y se
notaban así al estar cansadamente unidas por el choque de sus rodillas. El olor, era una mezcla que ya
extrañaba. Podía oler lo que acababa de hacer, podía oler a Sophia de dos formas; de ella misma y de
sus dedos o de su nariz y su boca.

Había manera de arreglar las cosas, y su familia se caracterizaba por eso. Su abuela materna todo lo
arreglaba con una coca cola, su abuelo paterno con decir “pero la Roma es el mejor equipo de Italia y
siempre lo será”, su mamá con la comida, ergo la cocina. Franco había adoptado esa manía también, y
todo lo arreglaba con un Gelato. Laura, su hermana, todo lo arreglaba con sol, playa, arena y sus gafas
oscuras Bvlgari, pues no importaba si era playa nudista o no. Marco, su hermano, lo solucionaba todo
con culpar a Berlusconi. Así que ella, ante aquello, podía escoger desde una coca cola hasta a Berlusconi.
Pero no. Ella solucionaba las cosas con audífonos Bose que le llegaran hasta al cerebro, o con Grey Goose,
o con dinero, o con una sesión terapéutica en BBS (Bergdorf’s, Barney’s, Saks). Pero, para con Sophia,
todo, o la mayoría de cosas, sucesos y demás, lo solucionaba con besos. Y eso hizo. Abrió sus piernas con
un beso en cada rodilla, que pretendió reposarlas sobre la cama pero se desplomaron hacia los lados.
Dio un beso al yacimiento de sus labios mayores, a su monte de Venus, a su vientre, a su inquieto
abdomen mientras tomaba las manos de Sophia en las suyas y les brindaba confort con sólo su tacto.
Las colocó en su nuca para poder seguir subiendo con besos por su abdomen, siguiendo el valle de Bs,
sus clavículas, su tráquea, ambos lados de su cuello, el centro de su cuello, su mentón y, por fin, sus
labios, los cuales estaban resecos de tanto jadear. Humedeció sus labios con los suyos y, justo al final de
lo que sonaba en su cabeza, se dejó caer lentamente sobre Sophia hasta proyectarle su tranquila
respiración al tener su pecho sobre el suyo. Y la abrazó. Se quedó en silencio, inhalando el perfume de
las ondas rubias mientras Sophia terminaba de bajarse de la nube en la que estaba, y sólo esperó,
sabiamente esperó a que reaccionara con la señal más mínima.

- You are so beautiful…- susurró aireadamente a su oído en cuanto la escuchó tragar saliva. – And you
taste so beautifully…

- Mmm…- rio nasalmente, intentando no reír con el abdomen por tenerle miedo a contraer demasiado
la zona.

- ¿Rico?- ella asintió, y Emma sólo se dedicó a darle besos en su cuello mientras la tomaba por debajo
de sus hombros hasta aferrarse a ella.

- My clit is still throbbing- susurró, que ya recuperaba un poco el aliento.

- ¿Eso es bueno?- mordisqueó su hombro con una sonrisa.

- Se siente rico

- ¿Pero?

- No hay ningún “pero”- la tomó de la cabeza para elevarla y poder verla a los ojos. – Gracias
- Literalmente, fue un placer- guiñó su ojo con una sonrisa. - ¿Fui lo suficientemente gentil?

- Frustrante por ratos, pero el resultado fue excelente- sonrió, notándose ya más recuperada, pues
recogió sus piernas y no le temblaron ni se desplomaron hacia los lados. – Por favor, dime que tus días
no están a la vuelta de la esquina

- Ante el estrés de Lady der Bosse, no- sacudió su cabeza. – No sé cómo hizo, ni qué me hizo, que me la
adelantó como diez días y acabo de terminarlos hace dos días

- ¿Eso es normal?

- Eso mismo le pregunté al gyno- sonrió. – Pero estoy bien, por eso no dije nada

- ¿Y qué te dijo él?

- Me diagnosticó que sufría del fenómeno de McClintock

- Cuando un doctor, de la especialidad que sea, incluye términos como “síndrome”, “fenómeno”,
“complejo”… y esas cosas… no puede ser nada bueno- frunció su ceño.

- Mi período solía ser de veintiocho días. Me preguntó si desde hace algunos meses venía cambiando,
que un día más, un día menos, o más días

- ¿Y?
- Bueno, para tu cumpleaños del año pasado, la hemorragia me duró como diez días; cosa que no pasa
conmigo. Luego se me redujo a veintisiete días, a veintiséis, a veinticinco, pero en proporción a los
veintiocho que tenía; o sea, se me adelantó tres días. Me preguntó si vivía con otras mujeres

- No, sólo conmigo- la interrumpió.

- Exacto- sonrió, y le dio un beso corto en sus labios. – Seguramente a ti se te ha atrasado un par de días
y, a la larga, las dos estamos al mismo tiempo

- ¿O sea… estamos sincronizadas?- rio.

- Algo así

- Bullshit!- siseó ridículamente. - ¿En serio?

- Me explicó, pero creo que, cuando me dijo que no era nada malo, dejé de ponerle atención- sonrió
inocentemente para librarse de toda culpa.

- Pero el mes pasado todavía teníamos días de diferencia

- Hace un mes no tenía a fucking-Victoria-der-Bosse como cliente- sonrió. – El estrés me la adelanta

- Y a mí me la atrasa
- ¿Ves?- sonrió, trayéndola consigo para quedar ella sobre la cama y Sophia encima suyo. – Todo está
bien y tenemos básicamente tres semanas al mes para no preocuparnos por tener reserva de regulares
y super

- Entonces no hablemos de eso- sonrió. – Y empieza a prepararte mentalmente para el fuck fest que
vamos a tener tú y yo

- F-fuck fest?- tartamudeó asombrada ante tal término. Sophia sólo sonrió y guiñó su ojo, estirándose
sobre Emma, pretendiendo ahogarla con sus Bs. – A veces eres tan plana

- ¿Plana?- resopló, logrando abrir la gaveta del medio. – Son copa B, eso no es ser plana- sacudió su torso
suavemente para provocar a Emma, quien tomó la provocación como una invitación, pues elevó su
cabeza hasta atrapar su pezón izquierdo con sus labios.

- Me refería a que dices las cosas como si no fueran nada- dijo con la boca llena, que le costaba mantener
el pezón aprisionado por cómo Sophia se movía al estar moviendo su brazo y su espalda por estar
buscando sabía Dios qué.

- Yo sólo te estoy avisando que, después de Tiffany’s, no vamos a salir de la cama hasta el lunes por la
mañana

- ¿Ni para ir al baño?

- Excepciones aplican- rio, al fin devolviéndose con su espalda, que se irguió sobre Emma y, con la sonrisa
picante, levantó su mano para mostrarle a Emma lo que tenía. – Comida y baño nada más- agitó el falo
inofensivo y siempre erecto, así como Emma haría su seña para establecer el “solamente” y sus
sinónimos.
- Capisco- asintió una Emma incapaz de cerrar su boca por estar a la expectativa de qué haría Sophia con
la invención de Lelo; ¿sería para ella misma o sería para ella? Sophia movió el falo de lado a lado y rio
ante lo que parecía ser una idiotización suprema, pues Emma lo seguía con la mirada a donde fuera que
estuviera, y le gustaba saber que nada era seguro ni nada era predecible. – Me estás matando de la
curiosidad- gruñó, tomándola por la cadera hasta tumbarla sobre la cama y quedar ella encima, a
horcajadas sobre ella, su entrepierna sobre la suya. - ¿Es para mí o para ti?

- Sí te das cuenta de que no hay respuesta para tu pregunta, ¿verdad?

- ¿Ah?- sacudió su cabeza con incredulidad y confusión.

- Si es para mí; puede ser que lo haga sola frente a ti o que te diga que me lo hagas. Si es para ti, lo
mismo. De cualquier modo, es para las dos… porque nos gusta ver- sonrió, colocando la punta del falo
sobre sus labios, así como cuando lo hacía con un bolígrafo al estar esperando que la información fuera
procesada correctamente en el cerebro de Emma. – Al menos yo soy súper voyerista si se trata de ti-
dijo, como si en la conversación no hubiera un elefante rosado y enorme, no, perdón, un dildo negro
que tenía la capacidad de demoler el edificio con su vibración. Tampoco, sólo bromeo. Emma frunció su
ceño, así como si todavía no entendía completamente, pues el dildo la distraía demasiado. – Está bien,
está bien- resopló. – Supongo que podemos compartirlo un momento- lo introdujo lentamente entre
ambas entrepiernas, que dio gracias a los inventores por crear esa curva que era apta para el momento,
pues lo había deslizado entre ambos pares de labios mayores, haciendo, con esto, que el desliz del silicón
empujara ambos clítoris hacia arriba.

Ni en sus más alocados sueños y desvaríos se imaginó Emma que un vibrador podía compartirse de esa
manera. Más humpingpero con un vibrador de por medio, el vibrador que cualquiera, después de
probarlo, lo describiría como el Aston Martin de los vibradores. Ah, eso debía ser interesante, y la sonrisa
era imposible esconderla. Pero, ¿qué era de un vibrador si no vibraba? Emma llevó su mano a su trasero
para buscar el control, pues Sophia había decidido simplemente tomarla por la cadera al imaginarse lo
que se vendría. Empezó con la vibración más suave de las diez y, progresivamente, mientras se
mantenían estáticas una sobre la otra, hizo que la vibración llegara a seis, nivel en el que ya se empezaba
a sentir algo que tenía potencial. El nivel siete le sacó una risa a Sophia, el ocho provocó un ahogo que
ambas sincronizaron sin la intención de hacerlo. El noveno nivel provocó un respingo en Emma y un
gemido más agudo y mudo que existente en Sophia. El décimo, el máximo, ah, con eso sí que se podía
trabajar siempre. Emma regresó sus manos hacia el frente, que colocó su pulgar derecho sobre la punta
para mantenerlo en su lugar, pegado al monte de Venus de Sophia, y su mano izquierda buscó la mano
de Sophia en su cadera para entrelazar sus dedos con los suyos.
No supieron en qué momento sucedió, pero Emma empezó un vaivén corto y despacio sobre la longitud
que se alargaba entre sus labios mayores, que seducía a sus labios menores para que no se resintieran
de la atención que le daba a su clítoris. El vaivén era con presión, pues empujaba el dildo hacia abajo,
que sólo hacía que a Sophia le taladrara paradisíacamente, a modo de masaje, la más sensible de sus
zonas erógenas. Era mejor que Disney, mejor que cualquier Louboutin, mejor que cualquier copa de
champán. Emma mordía su labio inferior como si quisiera guardarse los gemidos que se le escapaban en
forma de exhalaciones pesadas, su ceño estaba invertidamente fruncido, sus ojos cerrados, sus caderas
iban de adelante hacia atrás con mayor presión, con mayor longitud, con mayor velocidad, y sus dedos
permanecían entre los de Sophia y manteniendo el dildo en su lugar. Sophia era la esencia de la misma
historia; ella tensaba sus pantorrillas al no poder moverse con el mismo vaivén, encogía los dedos de sus
pies por el simple hecho de tener las piernas cerradas, lo que provocaba un placer corto punzante al no
ser como siempre con sus piernas abiertas, sus manos permanecían a la cadera de Emma y sus ojos
clavados en Emma a pesar de querer cerrarlos para disfrutarlo completamente, pero no había nada
mejor que ver ese placer en combinación con lo que sus manos sentían alrededor de su cadera, que a
veces parecía que era ella quien traía y empujaba a Emma sobre aquel silicón que nunca había conocido
tanta humedad como para no poder evaporarla. Veía sus senos moverse con y en consecuencia del
movimiento de caderas, que sólo quería poder tomarlos en sus manos, apretujarlos, llevar sus pezones
a su boca, más cuando sabía que Emma era particularmente hipersensible de ambas circulares áreas a
la humedad de sus labios, y a lo que ellos comprendían.

- Theé mou!- jadeó Sophia bastante de la nada, pues, de un momento a otro, sintió ese cambio fisiológico
en su interior nervioso.

- ¡No!- gimió Emma, pues no podía ser posible que ella, con vaivén, no estuviera tan próxima al clímax
como Sophia. - ¡Todavía no!- gruñó.

Sophia le clavó las uñas en la cadera y desaceleró el vaivén mientras se disponía a recitar la tabla
periódica para comprarle a Emma un poco de tiempo, que quizás sólo le compraría un minuto, quizás
menos, pero, en ese tiempo, Emma tenía que arreglárselas para correrse al mismo tiempo que Sophia;
ésa era su meta. Contrajo todo lo que pudo, relajó todo lo que contrajo, y repitió el proceso mil veces
en veinte segundos que, cuando se contraía, sentía cómo su clítoris se escondía entre el capuchón y,
cuando se relajaba, volvía a salir para recibir el vaivén en dirección hacia la vagina, que se le debilitaban
los colores cuando sentía el sabor de la vibración. Sophia iba por Prometio, al principio de los lantánidos,
cuando se dio cuenta de que, quizás, no alcanzaría a llegar a Lawrencio, al final de los actínidos, al final
de la tabla.
- Holy shit!- gruñó, ya no pudiendo aguantar más, que alcanzó a llegar a Lutencio.

Pero Emma todavía no podía hacer milagros.

Sophia se sacudió bajo Emma, que nuevamente le limitaba el espacio para hacerlo y eso lo hacía más
intenso. Sus piernas se abrían y se cerraban mientras se frotaban fuertemente contra la cama, sus dedos
se incrustaban en Emma, y su gruñido salió como salió; fuerte, intenso, entrecortado, entre dientes, todo
mientras su cabeza se levantaba si su torso estaba sobre la cama y se recostaba si su torso estaba
arqueándose por el aire. Emma sonrió con frustración, pues cómo le habría gustado correrse al mismo
tiempo; no podía negar que tenía algo de magia el descontrol mutuo.

- ¿Rico?- le preguntó con una sonrisa sincera mientras retiraba el vibrador de entre ellas, pues su idea
seguía siendo no irritarla, más después de que Sophia tenía planeado un fuck fest.

- No he terminado- gruñó. Tumbó a Emma sobre la cama, tomando el dildo en el movimiento y, con la
agresividad que a veces la poseía y que a Emma la enloquecía si no tenía enojo por antecedente, frotó
nuevamente el vibrador contra su clítoris.

- ¡Sophia!- jadeó, abriendo sus piernas lo más que pudo para sentir aquella vibración en su plenitud y sin
limitaciones de espacio por encierro de sus labios mayores, los cuales estaban demasiado hinchados y
perfectos para el gusto de Sophia.

Sus entrañas todavía palpitaban al no haber tenido tiempo para estar en completa consciencia de su
orgasmo, el cual, tras la definición del mismo, no terminaba. Ah, quizás a eso se refería con “no he
terminado”, o quizás a que no había terminado con Emma. Pudo haber ido directamente a sus labios
para saborear sus gemidos, esos que sabía que en cualquier momento empezarían a salir, más agudos y
más fuertes en cuanto el orgasmo se acercara y fuera una inminente eminencia al haber sido cortado,
pero, de haber ido a sus labios, la habría asfixiado sin intenciones de hacerlo y no pretendía enviudar
antes de tiempo, mucho menos ser ella la autora del crimen. Fue a su areola derecha, que la succionó y,
manteniéndola así, tuvo una sesión de juegos húmedos e íntimos con el pezón que ya no conocía una
mayor rigidez ni una mayor erección. Emma la tomó por los puntos de abuso, una mano a su cabeza, en
donde enterró sus dedos entre su cabello, y la otra fue a la mano que deslizaba la vibratoria lujuria por
su clítoris sólo porque necesitaba marcarle el ritmo adecuado. Sophia adecuó el ritmo de ambas cosas
y, moderando la vibración, pues si la mantenía continua no lograría nada en Emma, la colocó en una
vibración que nadie entendía y que no necesitaban entender, pues simple y sencillamente era tan al azar
que era placentera; vibración corta, larga, creciente y decreciente en intensidad, alternando ambos
motores, que el de la punta era más preciso que el del cuerpo fálico, pero ambas se sentían bien.

Era como revivir dos momentos en uno; la primera vez de todas, pues se había acordado del ahogo
sincero y puro de Emma al ella mordisquear su pezón izquierdo, así como en ese momento que hacía lo
mismo y tenía la misma reacción, esa vez y la primera vez que habían tenido un vibrador con el cual
jugaron de manera improvisada.

- Don’t stop, don’t stop…- jadeó, así como la primera vez, y Sophia sonrió, clavándole la mirada en la
suya mientras mantenía su pezón izquierdo entre sus labios. – Me voy a correr…- susurró, atrapando aire
en su diafragma, echando su cabeza hacia atrás y retirando su mano del cabello de Sophia para poder
apuñar lo que fuera menos su cabello porque la lastimaría.

Sophia liberó su pezón de entre sus labios y, arrojando a ciegas el vibrador, tomó ambas piernas de
Emma en sus manos para abrirlas y elevarlas un poco. Cuatro segundos después, dándole tiempo a
Emma para tener la idea de la frustración de un orgasmo que no había podido alcanzar, se hundió entre
sus labios mayores con la única intención de jugar al borde del colapso sexual. Emma apoyó sus pies en
sus hombros para mantenerse en la misma posición mientras Sophia la devoraba suave y lentamente en
una leve y agradable succión que, internamente, traía pinceladas circulares de su lengua. Sophia estiró
sus brazos para tomarla de sus senos, lugar del que Emma ya se tomaba a sí misma y jugaba con sus
pezones al pellizcarlos delicadamente con sus pulgares y sus dedos índice y medio. Con esto sólo logró
compactar la posición y sentirse todavía más cerca de Emma, y Emma de ella. Emma volvió a respirar de
la misma cortada manera, atrapando suficiente aire como para ya no necesitar más oxígeno nunca en su
vida, y, en cuanto Sophia succionó fuertemente de sus labios menores y su clítoris, y los tiró sin liberarlos,
sus caderas se levantaron de la cama para volver a caer de golpe, y para repetir esa convulsión que tenía,
de fondo, una respiración profunda y densa que no permitía la salida de ningún gemido, ni gruñido, ni
jadeo, ni risa. Así de intenso y desubicante era hasta para la inconsciencia.

- ¿Rico?- imitó su tono de voz, y Emma sólo asintió son una sonrisa que estaba sonrojada por encima de
lo enrojecido que el sexo le provocaba a sus mejillas, su cuello y su pecho. – Así se vio- resopló, dándole
besos a su ingle, a sus hinchados labios menores, y uno a su clítoris sólo para saber si estaba o no irritada,
pues también formaba parte de sus miedos. - ¿Puedo?- preguntó con una pizca de vergüenza.

- ¿Quieres?- rio nasalmente, apoyándose con sus codos de la cama para elevar su vista, pues aquello sí
que quería verlo.

- Necesito- dijo en ese tono de adicción.

- Be my guest- sonrió, dándole el permiso que no necesitaba para volver a hundirse entre sus piernas
con el objetivo de catar aquello que evidenciaba un orgasmo de verdad. – Ah…- gimió agudamente ante
el reflejo de contracción que le provocaba la lengua de Sophia al introducirse superficialmente en su
agujerito inferior para recoger aquel minúsculo y transparente líquido blancuzco que era más denso que
su lubricación y que, por lo mismo, se había logrado detener en ese agujerito que no había sido ni
siquiera visto por el día de hoy. – Sophie…- suspiró al sentir el recorrido que hacía su lengua al ir
recogiendo su orgasmo; su ano, su perineo, su vagina y el interior de su vagina.

- ¿Más?- sonrió, deteniendo la punta de su lengua antes de rozar su clítoris.

- ¿Para mí o para ti?- rio nasalmente, teniendo un improvisado espasmo que contrajo cada agujero
superficial, cosa que trajo a Sophia a una risa.

- Estás un poco sensible- sonrió.

- “Poco” es halago- dijo en ese tono de indignación ante la infravaloración de su estado. Otra risa para
Sophia.

- Está bien, me corrijo y digo dos puntos: “estás hipersensible”


- Eso sería exageración- corearon las dos al mismo tiempo con una risa nasal al final.

- ¡Hey!- refunfuñó Emma sin la más mínima señal de molestia sino de regocijo al ser un tanto predecible.

- ¿Qué?- levantó su ceja derecha con esa mirada de estar conteniendo una demasiado buena. - ¿Le vas
a decir a mi mamá que te estoy molestando?- rio, no pudiendo guardarse absolutamente nada, y rio
tanto que cayó sobre su espalda.

- ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!- se arrojó sobre ella con una risa. – No me retes que llevas las de perder- rio, tomándola
de las muñecas, así como al principio, y las llevó sobre su cabeza mientras reanudaba el humping.

- ¿Y qué perdería yo?- resopló contra el rostro de Emma, pues Emma ya había colocado su nariz contra
la suya.

- Cuando tu mamá me pregunté qué me dijiste, y por qué me lo dijiste, no creo que quieras que sepa
que estabas comiéndote mi corrida, ¿o sí?- Sophia gruñó ante lo sucio y travieso, pero lindo, que ese
“comiéndote mi corrida” se le había escuchado a Emma, o tal vez gruñó por la embestida que Emma le
daba.

- Así ya no me gusta jugar- bromeó.

- ¿Te gusta jugar con tu clítoris?

- ¡Emma!- gruñó ante la sensualidad con la que había rematado esa pregunta.
- Dimmi, ti piace?

- Troppo- susurró, buscando sus labios con los suyos, pero sólo alcanzaba a rozarlos con sus dientes,
pues ya, ante lo inalcanzable, sólo quería halarlos hacia ella con sus dientes.

- ¿Quieres jugar?- la embistió otra vez, que, a su paso, rozó su torso, sus erectos pezones contra los de
Sophia. Ella sólo suspiró ante la otra embestida. ¿Qué tenía aquello que le gustaba tanto? Erotismo, eso
era todo. - ¿No?

- ¡Sí!- movió sus caderas para que la embistiera más. – Hoy… mañana… y pasado mañana… y todo el
mes… y todo el año… y toda mi vida- gruñó, pues, entre tiempo mencionado y tiempo mencionado,
Emma la había embestido.

- ¿Y me vas a dejar jugar con él?- cesó las embestidas.

- El hecho de que yo lo tenga pegado al cuerpo no significa que no sea tuyo- sonrió cariñosamente, así
como si estuviera ahuecándole la mejilla con la mirada.

- Te amo- susurró, tan bajo que parecía como si no quisiera que nadie más que Sophia le escuchara, pues
algo así sólo era para ella, era algo especial y demasiado íntimo como para que lo escuchara su cama. –
Te amo…- soltó sus muñecas y llevó su mano derecha a la mejilla de Sophia para traerla a un beso
tranquilo y cálido. Sophia la tomó por ambas mejillas y la trajo todavía más hacia ella, más en ella, más
entre sus labios. – Just say yes…- le susurró, abrazándola para sentirla cerca. Cómo la había extrañado.

- Siempre te voy a decir que sí- susurró con una sonrisa, sabiendo exactamente a qué se refería Emma
con esas tres palabras; tanto a la canción de “Snow Patrol” como a la pregunta que le venía haciendo
desde octubre, pregunta que daba a conocer la remota inseguridad en sí misma al no creerse
suficientemente buena para merecerse a Sophia, pero eso era algo que nunca diría en voz alta, que ni
siquiera lo pensaría así de concreto, pero Sophia lo sabía, y, aunque no lo entendiera completamente,
no necesitaba preguntar ni cuestionarlo, simplemente no dejaba de ser ella misma en toda respuesta.
Pero esa pregunta era motivo de nervios para Sophia, aunque por otra razón. – Sin arrepentimientos, mi
amor

- Tú sabes que, si me porto mal, puedes amarrarme- guiñó su ojo.

- Y no sólo cuando te portas mal- resopló. - ¿O es que me estás insinuando que quieres que lo haga?

- No, hoy no- sonrió suavemente con cierta incomodidad ante la idea de que podía pasar y que sabía que
no protestaría aunque no quería que lo hiciera. – Pero, volviendo al tema, ¡a jugar con tu clítoris!

- Juguemos- resopló.

- ¿”Juguemos”?- levantó la ceja derecha, la cual acompañó con esa sonrisa ladeada que provocaba
pequeños orgasmos visuales. – Eso suena a Orquesta, Principessa- le dio un beso a sus sorprendidos y
confundidos labios y se dedicó a bajar, por su cuello y su pecho hasta llegar a su entrepierna, sólo con el
roce de la punta de su nariz.

- What? – Emma sólo rio contra su vientre, que no se contuvo las ganas y le hizo cosquillas a
su ombelico con su lengua. - ¡Ah!- rio al creer haber entendido, y también por la cosquilla. – Emma
Voyerista quiere ver cómo me masturbo, ¿verdad?- atrapó su cabeza entre sus muslos, pues ya estaba
frente a sus labios mayores.

- Pensaba más en que te masturbaras y yo te ayudo- sonrió, volviéndose a su muslo izquierdo para darle
un beso junto con una caricia con su mano por la parte exterior. Sophia se sonrojó, y sonrió, trayendo la
almohada de Emma bajo su cabeza y librando a Emma de entre sus muslos. - ¿Qué quieres?

- Tú sabes lo que quiero- sonrió.


Emma rio nasalmente, pues sabía lo que quería y lo sabía demasiado bien. Besó sus labios mayores y su
ingle mientras disfrutaba del aroma que también había extrañado, de ese que, por si las dudas, inhalaría
cual cocaína para que le durara hasta el día siguiente. Sophia abrió sus labios mayores para que Emma
hundiera sus labios y su lengua entre ellos, que, al soltarlos, sus labios besaron y envolvieron los de
Emma. Besó su clítoris así como si se tratara de una adoración, porque eso era. Tiraba suavemente de
sus labios menores con leves succiones pero no se salía de los límites de los labios mayores, así como si
no se saliera de las líneas cuando coloreaba, y, con su dedo índice de la mano derecha, empezó a relajar
su vagina con penetraciones que sólo comprendían el recorrido interno hasta cubrir su uña y nada más;
algo muy superficial y muy suave, sólo para relajar y para empezar a construir de nuevo. Succionó su
clítoris y sus labios mayores, y tiró de ellos hasta dejar sus labios mayores, los masajeó con su lengua y
con el movimiento sensual de sus labios, así como cuando, de pequeña, le decían que imitara a un pez,
los soltó en cuanto Sophia se ahogó. Continuó penetrándola, ahora hasta medio dedo y presionando
hacia arriba, girándolo, y presionando hacia arriba para estimular su GSpot, mientras tanto le daba besos
a la parte interior de sus muslos.

- Tócate- dijo suavemente, apoyando su mejilla y su oreja izquierda contra su muslo, pues quería asientos
de primera fila y no dejaría de penetrarla.

- ¿Cómo quieres que me toque?- le preguntó, pensando que Emma tenía algo concreto en mente, así
como la última vez que Emma se había masturbado para ella, pero no, Emma no tenía nada; ella
improvisaría.

- De la manera en la que te disfrutes más, mi amor- le dio un beso a su muslo y se volvió a recostar sobre
él.

Sophia llevó su mano derecha a su entrepierna sólo para darse cuenta de lo exageradamente mojada e
hinchada que estaba. Acarició sus labios mayores sin estrategia alguna, sólo le gustaba sentir la
hinchazón, y le gustaba saber que Emma veía sus dedos ir de arriba hacia abajo sin la intención de
presionarlos, simplemente de tease them. Emma veía sus dedos ya más recuperados, pues había tenido
sabía-Dios-y-ella-qué-percance que había parecido, por casi diez días, como si Sophia había decidido
meter ambas manos en una licuadora; los tenía destrozados, con las cutículas levantadas y laceradas,
sin laca, uno que otro corte fino o raspadura en sus nudillos o en sus dedos. Presionó sus labios menores,
según Emma para abrirlos y dejarla ver nuevamente su clítoris, pero no, los masajeó para su propia
tortura, los abría y los cerraba a su gusto, estirando y relajando sus labios menores, escondiéndolos y
enseñándolos. Pasó de sus labios mayores a su USpot, olvidándose de su clítoris, por un momento, para
poder disfrutarse al máximo; lo acariciaba de arriba abajo con su dedo índice mientras le aplicaba
suavidad y parsimonia. Emma seguía con su dedo dentro de ella, alternaba las caricias en su GSpot y en
su ASpot para estimularla completamente, y, en cuanto esto llegó a la atención de Sophia, sabía que, el
orgasmo que le esperaba, sería de nivel atómico hacia arriba y hacia más intenso. Introdujo dos dedos
en ella para hacerla sentir repleta, algo que a las dos les gustaba sentir. Había dejado de penetrarla, sólo
masajeaba ambos puntos y observaba y apreciaba las reacciones ante tal delicado masaje.

- Mi amor…- jadeó Sophia un tanto agitada, que retiró su mano del área y se aferró a sus senos.

- Dimmi- sonrió, despegándose de su muslo para volver a darle besos en sus labios mayores.

- ¿Podrías…?- y calló, sonrojándose por sobre la abundante circulación acelerada de sangre que fluía por
su cuerpo y que se evidenciaba en su pecho y en sus mejillas.

- Quiero- sonrió de nuevo, tomando ambos muslos en sus manos para recogerlos y llevarlos un poco
hacia arriba, pero Sophia los cerró y dejó que Emma salivara ante la imagen de esa entrepierna al ser
comprimida por ambos muslos. – Dios…- suspiró al ver aquello tan majestuoso.

- ¿Me quedo así?- le preguntó al aire al no poder verla.

Emma sólo detuvo sus muslos con mayor firmeza, dándole el “sí” que no decía, y Sophia colocó sus
manos sobre las de Emma para sentirse acompañada y parte de lo que estaba a punto de suceder.
Empujó sus muslos hasta hacerlos tocar su abdomen y, así, cedió a la tentación de no sólo besar y darle
uno que otro lengüetazo, sino que mordisqueó ambos labios juntos al ladear su rostro, los succionó, y
se preguntaron ambas cómo no se les había ocurrido hacer eso antes, más cuando succionaba sus labios
mayores y se le escapaba uno primero y el otro después. Quizás era el sonido que se creaba entre esa
acción y la siguiente, quizás era la novedad, lo innovador que podía estar tachado de básico y anticuado
en cualquier libro de kamasutra, o de lo que fuera. Acarició la compresión con sus tres dedos; su dedo
índice sobre el labio mayor izquierdo, el dedo anular sobre el derecho y, el de en medio, sobre la ranura
que ambos creaban entre su hinchazón. De arriba hacia abajo, de arriba hacia abajo, disfrutando de
cuando su dedo de en medio rozaba la parte, de sus labios menores, que apenas se salía por entre los
mayores. Sophia estaba tan mojada que no había necesidad de un anilingus al haber derramado
lubricante hasta en la cama y por cuestiones de canales y gravedad, pero la no-necesidad no opacaba al
deseo. Emma se acercó a su perineo y le dio dos besos suaves que hicieron que Sophia se contrajera, y,
con el mayor de los respetos, le dio un beso a su otro agujerito mientras Sophia trituraba sus dedos en
sus muslos como si gimiera con ellos. Paseó su lengua por el agujerito, de manera uniforme y lenta.
Paseaba su lengua sin involucrar la punta de ésta, alternaba las caricias con besos y con succiones o
mordiscos a las tangentes que su cabeza trazaba en el yacimiento de sus glúteos, y luego continuaba con
su lengua. Círculos lentos, presiones intencionales, rectitudes linguales, y sus exhalaciones que,
gloriosamente, aterrizaban en su perineo.

Sophia soltó las manos de Emma y las llevó hacia la perdición del espacio al no saber dónde colocarlas
para no violarse a sí misma, pues sabía que, de hacerlo, no se disfrutaría tanto como lo estaba haciendo
en ese momento. Emma concluyó suscariñitos con un beso que marcó un claro final lingual, dejó que
Sophia abriera lenta y sensualmente sus piernas, que las mantuvo sin su ayuda en el aire, aunque
simplemente las posaría con lentitud sobre la cama. Emma se volvió a recostar contra su muslo derecho
y, adorando en cámara lenta cómo Sophia llevaba su dedo de en medio a su clítoris, por fin, sonrió de
satisfacción, pues sabía que el placer que compartían no se limitaba a meter-sacar-lamer, o lamer-meter-
sacar, y correrse, sino que era más que sólo el hecho del placer; era la diversión, el momento en pareja,
en complicidad, en equipo, y, por la manera en la que lo hacían, ninguna de las dos necesitaba escuchar
eso que no se decían; ese “te amo” que gemían, respiraban y transpiraban y que las hacía sacudirse para
luego gritárselo entre besos y caricias, y el eventual abrazo en el que caerían bajo las sábanas.

- ¿Rico?- sonrió con su labio inferior entre sus dientes al ver ese contoneo anónimo y subliminal que
invadía y poseía a Sophia, ese que tenía sabor a “Do You Only Wanna Dance”.

La rubia excitación emitió un sensual y mimado “mjm”, acompañado con esa mirada de resignación, de
rodillas ante el placer y la consciencia de sí misma al sentirse y saberse sensualmente erótica.
Resignación y Rendición. Emma se derritió. Y, ¿por qué no? El dildo seguía vibrando en el olvido, que a
la cama no le daba ningún placer y sólo ganaba gastar la batería. Lo tomó en su mano derecha, pues le
quedaba al alcance de una contorsión y media, y, yendo de menos a más, porque así se disfrutaba más
y se lastimaba menos, lo colocó sobre la vagina de Sophia, quien ahogó un grito al sentir que la vibración
le llegaba más allá de la superficialidad que apenas rozaba. Empezó a empujar contra su vagina, pues no
era lo mismo dos dedos que una circunferencia de ese calibre, y Sophia, pidiendo sentirlo adentro, relajó
su vagina para, al sacudir su cadera, la punta se le alcanzara a deslizar hacia adentro con la remota ayuda
de un empujoncito de Emma. La empezó a penetrar sólo con esos tres-cuatro centímetros, pues quería
estimular la entrada de lo que, en un futuro, se contraería y apretujaría sus dedos o el dildo, pero algo
trituraría. Fue haciendo de la penetración algo más profundo pero mantuvo la lentitud, dejando así
espacio y tiempo para que disfrutara de la presencia y la ausencia de la mezcla del grosor y la vibración.
- Por favor- gimió Sophia, estando ya al máximo de sus posibles niveles de excitación y lujuria, que Emma
sacó el vibrador de su vagina. – No…- dijo en ese tono avergonzado.

- You’re so beautiful- susurró Emma, introduciendo su dedo en ella sólo para lubricarlo, que esa era su
intención desde el principio. – And you look so damn beautiful right now…- le dio un beso a su muslo y,
lentamente, empujó su dedo en aquel agujerito que se había llevado la vergüenza y el “por favor” para
ser complacido. Sophia gimió, y se contrajo intencionalmente al sentirse repleta de aquellos lugares de
los que disfrutaba en secreto y en complicidad con Emma, pues era como disfrutar a Emma de otro
modo.

No se dejó de frotar su clítoris, que alternaba el frote de suave y circular concéntrica presión con el frote
vertical que hacían sus dedos anular y medio al atraparlo entre ellos. Y, sabiendo que podía dejarse ir en
ese momento, decidió no hacerlo al ver la última oportunidad de poderse disfrutar más en cuanto Emma
giró su dedo dentro de ella, pues se acomodaba para volverle a colocar la vibración sobre su vagina. No
se leían las mentes, al menos no de manera oficial, pero el deseo de una lo intuía la otra, y así fue como
Emma intuyó que debía introducir la vibración hasta donde las proporciones de Sophia la dejaran, e
intuyó que debía dejarla dentro, sin hacer ningún tipo de rotación ni penetración, sólo debía dejarlo
dentro, porque lo que sí debía activar, en modo penetración, era su dedo. Mínima, ajustada y ligera, así
era la manera en cómo la penetraba, así como si acariciara cada milímetro de lo que corrompía. Sophia
no avisó, simplemente no pudo al ceder a ese momento crítico de aceptar o no el orgasmo, decisión
positiva que apagó el resto de sus funciones: el habla, la respiración, el control de su cuerpo, la vista, la
rectitud mental. Sólo pujó, o gruñó sin gruñir, y dejó que su mano frotara horizontalmente su clítoris a
la velocidad que más se le acercaba al valor de 299 792 458 m/s, y soltó un quejido que sonó a un “¡Ya!”
con aguda potencia que repitió con cada contracción interna que la obligaba a elevar sus caderas. Emma
sólo supo contemplarla maravillada mientras intentaba mantener su ritmo de descontrol al mantener su
dedo y el vibrador dentro de ella, pues, si soltaba el vibrador, probablemente Sophia lo expulsaría con
tanta fuerza que la golpearía en la cabeza y quedaría desmayada.

- Fuck…- rio un poco, todavía extasiada y perdida entre ese orgasmo. Emma sólo apagó el vibrador y
esperó a que Sophia lo sacara, ya fuera con su mano o con sus músculos vaginales, pues, al ya no tenerlo
adentro, ella sacaría su dedo con la mayor de las lentitudes.

- You are, without doubt, the most beautiful creature I’ve ever seen- susurró, notando que, al sacarse el
dildo con su mano, dejó que su premio saliera de sus adentros, el cual recogió con su dedo para
saborearlo. – And the most tasty, too- sonrió, sacando su dedo de su agujerito para saborearlo también.
– Sip, too tasty

- Dios…- suspiró nada más, cerrando sus piernas y recostándose sobre su costado.

- ¿Sí? ¿Qué se te ofrece, Sophie?- bromeó Emma, que la broma le quedó bien, pues hizo reír a Sophia.

- Tú eres Dios, deberías saber lo que quiero- sonrió, y Emma que, no sabiendo, sólo siguió su instinto.

- Ven- le alcanzó ambas manos, que Sophia se las tomó sin preguntarle a dónde iban o a qué iban a ese
dónde.

Ella simplemente se dejó ir, y la otra la guio.

- Y, no me lo tomes a mal, es sólo que es algo que me preocupa- sonrió falsamente, que le quedaba
mejor no sonreír; era horrible cuando sonreía.

- No, no se preocupe- sonrió con la misma falsedad, sólo que, a Natasha, la sonrisa la había ensayado
demasiado bien a lo largo de los años y era por eso que se le notaba natural y sin esfuerzo. – No lo tomo a
mal- volvió a ver su iPhone y todavía, para ese momento, después de tantas llamadas directo al buzón
de voz, no había señales de vida de Phillip, la potencial víctima de asesinato.

- Sólo es para que no existan malos entendidos entre nosotros- dijo, que Natasha se carcajeó en sus
adentros pero, como si tuviera algún tipo de propulsión en su trasero, se puso de pie al escuchar el
timbre del ascensor.
- ¡Nate!- la llamó, así como todos los días, y, esperando que, como todos los días, Natasha se tomara un
par de segundos en emerger, se asombró al ver que ya lo esperaba frente al ascensor; de brazos cruzados
y con mirada de realmente querer asesinarlo. – Mi amor- sonrió, abriendo sus brazos con la intención
de abrazarla, pero Natasha sólo se hizo a un lado para revelar a la sorpresa que tenía hundido su culo en
su sofá, sofá que probablemente retapizaría sólo por el hecho de haber albergado su no-bienvenido-
culo. - ¿Mamá?- el arcoíris tuvo la decencia de abstenerse a colorear su rostro por etapas, o quizás sólo
le tuvo miedo a la reacción.

- Ah, ya veo que no tienes Alzheimer, Phillip Charles- se puso de pie, aplanando el regazo de su falda roja
que no necesitaba ser aplanada por ser de un grueso tweed. – Creí que se te olvidaba responderme el
teléfono

- Ah, ¡mal de familia!- siseó Natasha para Phillip, quien, sólo con eso, supo que su noche sería tan fea
como la vez en la que Natasha le había dicho, cuando la estaba acosando, que se comprara un Atlas y
que hiciera una lista de todos los lugares a los que quería ir, y que, aparte de esa lista, hiciera una de los
lugares a los que no iba a ir nunca y, que en esa lista, la incluyera a ella.

- Exactamente, ¿qué está pasando aquí?- balbuceó Phillip, dejando caer su portafolio contra la esquina
mientras se aflojaba la corbata.

- Esperaba más un beso y un abrazo- dijo Katherine, acercándose a él con la misma mirada asesina de
Natasha. Clusterfuck y en su casa. Phillip sólo sonrió, así como si se estuviera ahogando, porque eso
estaba pasando, y, en su intento de rezar en lenguaje primitivo, se dejó abrazar por su mamá, que, por
darle la mejilla, simplemente recibió un beso mal colocado en la comisura de sus labios. – Así me gusta-
pareció ladrar, y Natasha no supo qué le enojó más; a) el hecho de que Phillip no le diera un beso y un
abrazo a ella primero, sino a su mamá, b) que había llegado demasiado tarde y había decidido no
contestarle ningún método de comunicación, o, c), la marca del lápiz labial rojo de “cheap skank” que le
había dejado en la comisura de sus labios. Definitivamente era la última opción, eso y que Phillip, al ver
su descontento, intentó darle un beso, pero ella no besaría ningún Tarte Amazonian de felaciones por
$20.

- Entonces… mamá- sonrió nerviosamente ante el rechazo de Natasha y los primeros indicios de su frío
sudor. – Supongo que estabas por aquí…- resopló con el toque de sarcasmo que sabía que suavizaría,
poco a poco, el mal humor de su esposa.
- Bueno, tomando en cuenta de que mi hijo no se ha dignado en contestarme el teléfono en más de
cuatro meses, supuse que estaba en orden si le daba una sorpresa a ti y a tu esposa- sonrió, que Natasha
de verdad casi vomita de lo asquerosa que era la sonrisa falsa de su suegra, pero era más fuerte su poder
Hollywoodense de meter pokerface cuando tenía que meterla en juego. - ¡Sorpresa!- murmuró con
cierta fallida gracia mientras le arreglaba la corbata. Y ese era el momento para que Phillip brillara.

- Ah…- sonrió, casi asfixiándose por cómo había quedado de apretada su corbata. - ¿Hace cuánto viniste?-
respiró hondo, aflojándose de nuevo la corbata en cuanto vio que su mamá se dio la vuelta para buscar
asiento. Así como Pedro por su casa.

- Recién vengo del aeropuerto- respondió, y Natasha le apuntó a la esquina, pues ahí estaba su equipaje.
No. No. No. Natasha no tenía invitados nunca, no que se quedaran a dormir en su casa, y, bajo ninguna
circunstancia, permitiría que fuera la mujer que la acusó de “tener algo malo como para que un embrión
no pudiera pegársele bien al útero”; y tecnicidades y términos apropiados ni quería discutirlos por ser
totalmente… en fin, ella no permitiría que fuera ella la que estrenara la cama de la habitación de
huéspedes. – Hace dos horas, en realidad- se volvió a él. – Phillip, ¿qué tienes ahí?- le tomó la mano
izquierda, esa que se aferraba con miedo a la bolsa de Tiffany’s. Él sólo se volvió hacia Natasha, quien
fruncía sus labios y levantaba su ceja derecha. – Eres todo un caballero, muy romántico también. Feliz
día de San Valentín para los dos- sonrió, provocándole otro gag reflex a Natasha, mientras sacaba la caja
de la bolsa para abrirla. - ¡Natasha!- suspiró. - ¿Y tú qué le compraste a Phillip?- le mostró el par de
aretes, que no eran por el hecho de ser San Valentín sino porque iba a sufrir por el fortuito evento de las
no-vacaciones.

- Mamá… uhm…- cerró Phillip la caja de golpe y se la arrebató sin el tono de lo que implicaba. - ¿Por qué
no te sientas un momento?

- Nonsense!- tiró su mano hacia atrás. – He estado sentada por demasiado tiempo

- Está bien…- suspiró, sintiendo el latigazo de Natasha en su mejilla; bofetada visual. – En ese caso, no
sé… acabo de salir de una reunión…
- ¿Ya cenaste, Phillip?- lo interrumpió Katherine.

- No, todavía no- se aplanó el abdomen por sobre la camisa, como si repasara su abdomen para revisar
su nivel de hambre. - ¿Qué hay de comer, Nate?- se volvió a Natasha, y, sólo con verla se acordó que
tenían reservaciones en Gramercy Tavern, y reservaciones para DOS. Tragó grueso, sabía que de haber
un premio a las peores cagadas, él tendría el primer lugar por los próximos diez años y sólo por esa
cagada.

- Creo que quedamos en que íbamos a salir a cenar, Phillip- entrecerró sus ojos con una sonrisa de “estás
más que muerto” y empezó a sacudir lentamente su cabeza en desaprobación.

- Ah, ¡perfecto!- suspiró Katherine. – Vamos los tres, entonces- ahondó la tumba de Phillip, que Phillip
sólo pudo estirar el cuello de su camisa para poder tragar bien.

- Podemos ir los tres- sonrió Natasha. – Espero que le guste Gramercy Tavern- suspiró con esa sonrisa
de estar exhalando un ahorque de esposa neurótica a través de él.

- Nunca he ido- colocó su mano sobre el hombro derecho de Natasha.

- Ahora irá… y, supongo yo que, después de la cena, la llevamos a su hotel- se volvió hacia Phillip con
toda la intención de ponerlo entre la espada y la pared, o entre ella y la pared. Que espadas tenía, no
sólo tenía floretes, sino también espadas y sables.

- ¿Hotel?- resopló Katherine.

- Sí, mamá… yo creo que estarías más cómoda en un hotel- y yo también estaré más cómodo.
- Nonsense, Phillip!- dijo con esa risa de diva fallida mientras agitaba su cabello hacia un lado. - ¿Qué
más comodidad que estar invitada a la casa de mi hijo?- el silencio atacó luego de la risita de “fuck my
life” de Phillip. – Bueno, supongo que no tienes tanta hambre que no veo movimiento

- Yo estoy listo para irnos- se encogió de hombros.

- Bueno, entonces esperaremos a que Natasha se arregle- sonrió para Natasha, que Natasha frunció su
ceño al no entender, si ya estaba lista ella también. – Ve- la despidió con ese gesto de mano que tanto
asesinaba las entrañas de Natasha.

- No me demoraré mucho- entrecerró sus ojos para Phillip y, así como el gesto de Katherine, así se retiró
a su clóset, en donde empezó a fantasear sobre los argumentos que defenderían su posición en la
discusión de más tarde, pues no pensaba darle el placer, a Katherine, de presenciar una pelea, no cuando
no quería que tuviera armas contra ella o contra su matrimonio.

- Phillip- sonrió Katherine, tomándolo por la nuca, una caricia maternal que nunca había tenido con él
desde nunca y para siempre, por eso quizás se le veía tan mal el sobreesfuerzo. - ¿Cómo has estado?

- Ocupado en el trabajo- suspiró, apartando la bolsa de Tiffany’s, que ya sabía que mejor ni intentaría
regalárselo a Natasha y que era mejor devolverlo, quizás ni le convenía cambiarlo.

- ¿Todo bien en el trabajo?- intentó buscar su evasiva mirada, y Phillip sólo se acordó de cuando su Nana
lo hacía con él.

- Todo bien- sonrió, introduciendo sus manos a los bolsillos de su pantalón.


- Estás muy guapo, Phillip Charles… pero ese corte de cabello te sienta demasiado mal- pues apenas y le
estaba tomando forma, apenas y empezaban a notársele los rizos anchos y flojos pero lo tenía todo de
un mismo largo por efectos de uniformidad.

- Mamá- rio pesadamente. - ¿Qué te trae por aquí? Como que Corpus Cristi no queda a la vuelta de la
esquina…

- Vamos, Phillip Charles, ya te lo dije; no contestabas mis llamadas, ¿qué otra opción me quedaba?- se
cruzó de brazos. – Si la montaña no viene a mí, yo voy a la montaña

- Supongo- se encogió de brazos y agradeció que lo llamaran por teléfono, pues no tenía nada que hablar
con su mamá, todo lo que quería era una disculpa, y no para él sino para Natasha.

Ella no entendía cómo no podía haber estado lista, ¿qué tenía de no-listo su pantalón de cuero y su
camisa azul marino? Es más, si sólo hubiera caminado en sus Valentino rojos, y sin ropa, habría tenido
mejor estilo que su propia suegra, que quizás era ella quien debía arreglarse más y no parecer personaje
sacado de algún diario de la realeza inglesa. ¿Quería guerra? Guerra fría le daría y, se la daría de la mejor
forma que sabía al tener, de alguna forma y en sólo tres grados de separación, la sangre de Ronald
Reagan. Sí, Señor: Carrera Nuclear 2.0. Y la iba a outgrow, de eso estaba segura, pues le exigiría tanto, a
nivel del inconsciente y del subconsciente, que terminaría dándose por vencida sin siquiera atentar con
fármacos en una copa de vino blanco. ¿Quería guerra? Podía darle guerra a nivel del complejo de Edipo
al que Phillip le había huido con tanto éxito, podía meterse en el vestido ese, en ese Oscar de la Renta
de seda rosado-más-aburrido a líneas verticales de encaje negro; algo que probablemente sería de la
aprobación de su suegra, pero que era un vestido que estaba diseñado y que había sido utilizado para
los desayunos aburridos de Margaret. Sí, “aburrido” era lo que la describía. Pero como la guerra se
peleaba con provocaciones, porque pelearía sucio, se metió en el Dolce negro morboso que, por ser
traslapado del pecho, dejaba un tentador escote que no era apto para la aprobación de ninguna vieja
ridícula-conservadora. Nada que unos Pigalle Spikes rojos no lograran arrebatar una cordura o una
aprobación. Recogió su cabello en un moño ordenado pero flojo, de esos que eran precisamente para
recoger la atención y depositarla, aparte de en su escote, aunque sólo sería de su perturbada suegra, en
sus gruesas argollas Piaget.

- Phillip- emergió Natasha en la sala de estar, con el abrigo Armani gris carbón en su brazo, que su mano
sostenía su borsetta Lanvin roja. Phillip sólo colgó sin previo aviso e intentó no dejar caer su mandíbula
hasta el Lobby. – Necesito que me ayudes…- sonrió, dándose la vuelta para mostrarle su espalda
completamente desnuda para que le subiera la cremallera.

- You look so breathtakingly beautiful- susurró a su oído mientras se aprovechaba de la desnudez de su


espalda para acariciar su cintura con sus manos.

- Gracias, mi amor- sonrió, notando que su suegra estaba en plan de acosadora al estarle viendo la
espalda, que quizás juzgaba la falta de sostén, o quizás que la espalda del vestido no llegaba ni a media
espalda, o quizás la mezcla de ambas, o quizás, también, que se alcanzaba a ver, por la profundidad de
la cremallera, el elástico superior de su Kiki de Montparnasse que era básicamente encaje, encaje, y más
encaje, pero era transparente y con un agujero juguetón que dejaba ver el principio de separación
trasera. Efecto: escandalizada. – Gracias- repitió, agradeciéndole su ayuda, que Phillip, inmediatamente,
tomó el abrigo de su brazo y lo sostuvo en el aire para que Natasha sólo enfundara sus brazos.

- Es un placer- sonrió antes de que le agradeciera de nuevo, y le tendió la mano para tomársela. Bueno,
tal vez se libraba de la intensidad de la discusión de más tarde, quizás y había quitado ya los elevados
tonos de voz. - ¿Nos vamos?- preguntó con una sonrisa, que Natasha había rechazado su mano sólo para
abrazarlo por la espalda, a la altura de su cintura, e inhalaba el Aqua Di Gio de las solapas de su Cucinelli
negro, o quizás era que se desprendía del cuello de su camisa celeste, o quizás era todo él. – Entonces,
mamá, ¿en qué hotel te gustaría quedarte?- sonrió, tomando su equipaje en la mano que le quedaba
libre mientras ella se colocaba su abrigo sin ayuda de nadie.

- No sé, ¿cuál me recomiendan ustedes?- dijo entre la dificultad que estaba teniendo al no poder doblar
las solapas por el cuello.

- Mi amor- sonrió Natasha, sacando el lápiz labial rojo que le haría la competencia al cheap skank de
Katherine, un Rouge G de Guerlain de un rojo que no implicaba promiscuidad, o quizás de una muy cara
y refinada, con gusto. – Yo creo que tu mamá se puede quedar con nosotros- sonrió ampliamente para
Katherine, quien se notó asombrada ante la bienvenida.

- ¿Mamá?- preguntó Phillip, también asombrado. Ah, pero Phillip no entendería la guerra. - ¿Te gustaría
quedarte con nosotros?
- ¿Están seguros de que no hay problema?- dijo con la mirada extraviada, como si los ojos no hubieran
seguido el curso de la bofetada triunfal primeriza de Natasha.

- Yo, por mí, no hay ningún problema- dijo Phillip, pues Natasha estaba ocupada en delinear sus labios
con su segunda bofetada triunfal.

- El tiempo que necesite- se encogió Natasha entre sus hombros, que, al hacerlo, su escote se tensó y se
abultó.

- Igual, sólo vengo un par de días- rio, intentando no ceder al llamativo-y-especialmente-provocador-


para-ella-escote-de-su-nuera, pues ni Phillip lo encontraba tan provocativo; él estaba acostumbrado y
había crecido de una manera más… actual. – Tengo unas cuantas reuniones, y luego me voy- así que,
dentro de todo, no era ni visita voluntaria.

- Quédate el tiempo que necesites, entonces- sonrió Phillip, presionando el botón del ascensor mientras
Natasha se le enrollaba más entre su brazo.

Phillip cenaría cordero, Katherine se haría de estómago pequeño con un pescado, Natasha cenaría
suegra al carbón.

- Mmm…- se saboreó con una sonrisa al despegar sus labios de los de Sophia, y mordisqueó su propio
labio inferior, como si quisiera frenarse a sí misma para no arrancarle otro beso. – La vita è bella…
sopratutto quando sto con te- y entonces sí le robó un beso que pasaba por “besito”.

- Eso lo debería estar diciendo yo- resopló, dejándose envolver por los brazos de Emma y sintiendo la
sonrisa de ojos cerrados que se posaba sobre su hombro derecho.
- ¿Te ha gustado la manera en cómo hemos pasado nuestro Valentine’s?

- Ni tan en omisión, ni tan convencional- sonrió, cerrando sus ojos ante el roce de la esponja sobre su
pecho. – Es muy…nosotros- rio nasalmente, sintiendo la risa nasal de Emma aterrizarle en su cuello.

- “Nosotros”- susurró, apretujando la esponja para escabullirla por debajo de los senos de Sophia. - Suena
demasiado bien, ¿no crees?

- I do- sonrió en ese tono de ceremonia de matrimonio, y Emma sólo se sonrojó ante esas dos
insignificante palabras que tanto la emocionaban.

- Veux-tu m’épouser?- colocó la esponja sobre uno de los estantes.

- Mmm…- sonrió, dándose la vuelta para encarar a Emma, que dejo que sus brazos quedaran entre
ambos pechos, así como si estuviera resguardándose entre Emma y sus brazos. – Oui- le arrancó el beso
que le había arrancado Emma hacía unos pocos segundos. – Oui- le arrancó otro beso corto. – Oui- y
otro. – Oui- y otro. – Oui- y el último, que Emma ya la tenía abrazada y ella sólo recostó su cabeza sobre
el hombro de Emma.

- Te amo- susurró, y le dio un beso en la cabeza mientras abrazaba el momento, que el agua caía frente
a ella y sólo se escuchaba eso, pero le gustaba sentir a Sophia tan cerca, que no era sólo por cercanía
sino porque estaba así, recostada en ella.

- Yo más- resopló, sabiendo exactamente lo que se le venía encima.

- ¡Ah!- inhaló hacia adentro en falsa indignación, pues no podía negar que le gustaba que la quisiera
tanto también. – No es cierto
- Sí lo es- se irguió y la vio a los ojos.

- No, yo te amo más a ti

- No creo- sonrió, tomándola por la cintura.

- Créelo- levantó Emma su ceja derecha.

- ¡Uy!- ronroneó ante la convincente ceja.

- Me basta con saber que me quieres- sonrió.

- ¿Te rebalsa con saber que quiero casarme contigo?- subió sus manos a su cuello y la abrazó con sus
muñecas mientras Emma la tomaba por la cintura hasta acercarla completamente a ella.

- Ese es el comienzo del clímax de mi vida- le dijo con una mirada ruborizada. – De entonces, en adelante,
es un clímax de índole tántrica

- ¿Qué?- rio.

- Sí, los orgasmos más largos de tu vida…

- Espero que sea algo bueno


- ¿Te imaginas un orgasmo de, qué se yo, nueve horas?- rio, haciendo, quizás, una exageración, pues de
sexo tántrico sabía absolutamente nada. Sophia sólo se sonrojó. – Estíralo al resto de mi vida, y así será

- ¿Cómo puedes estar segura?

- No lo estoy, pero tengo fe- sonrió. – Sé que si algo no funciona, lo vamos a solucionar y, que si te cansas,
te dejaré respirar

- Lo peor que puede pasar es que tu Ego tenga que dormir en el sofá

- Supongo que será en las noches en las que me amarres a la cama- levantó su ceja y sonrió con picardía.

- Es correcto, Arquitecta- resopló, dando un paso hacia atrás para dejar que el agua le cayera sobre los
hombros.

- ¿Te molesta mi Ego?

- It amuses me- dijo, llevando sus manos a su pecho para quitarse los restos de jabón. – No deja que el
aburrimiento inunde las cuatro paredes en las que estés

- Me alegra entretenerte, ya lo he dicho- sonrió, observando cómo, con rapidez, Sophia se quitaba los
restos de jabón que ella podría haberle quitado en el mismo tiempo, pero a la octava potencia.

- Yo sé que yo también te entretengo- rio.


- You happen to be pretty interesting- guiñó su ojo, que hizo que Sophia se sonrojara. – Pero también
entretienes

- Espero que sea para entretenimiento propio y privado- sacó su lengua y apagó el agua.

- No comparto mis excitaciones laborales con el mundo, Signorina- abrió la puerta y la dejó pasar, que
Sophia sólo sonrió ante su amabilidad, pero se vio en la situación de víctima al recibir una nalgada que
le ocasionó un respingo para caer en la alfombra.

- A-auch- resopló, volviéndola a ver, que sólo se encontró con una sonrisa desafiante de saber que no le
había dolido por muy fuerte que se hubiera escuchado. – No olvides a tu amigo- le señaló el estante.

- Yes, ma’am- rio Emma, tomando el vibrador en su mano, pues, si había que lavarlo y tenían que
ducharse ellas, ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro? - ¡Sophia!- rio, que Sophia le había arrojado la
toalla a la cabeza. Pero no sabía por qué eso le sacaba las carcajadas.

- ¡Emma!- la remedó mientras se secaba la espalda.

- ¿Sabes?- se acercó a ella, colocando la toalla y el vibrador en el mueble de los lavamanos. – Yo creo
que no es necesario- colocó su mano sobre las suyas y detuvo la toalla, que la tomó con la otra mano
para luego tomar a Sophia de la cintura.

- ¿No es necesario?- susurró con una sonrisa, viendo a Emma arrojar la toalla contra la pared para que,
si tenía suerte, aterrizara sobre los ganchos. Tenía suerte pero no puntería. – Mmm…- entrecerró sus
ojos y la volvió a abrazar por el cuello con sus muñecas. - ¿En qué piensas?
- No lo sé- la tomó por los muslos hasta cargarla, que Sophia abrazó su cadera con sus piernas mientras
Emma se abría camino hacia la cama.

- Me arriesgaría a decir que definitivamente no estás pensando en ponerme alguna película de mal
gusto- rio nasalmente, alcanzando a apagar la luz del baño con su pie.

- Yo jamás te he puesto una película de mal gusto- frunció su ceño con ridiculización.

- No, nunca- rio. – Sólo vas desde “Van Helsing” hasta “Batman & Robin”, desde “The Happening” hasta
“Catwoman”

- Vamos, Sophie- sonrió, recostándola sobre la cama y dejándose ir sobre ella. – Hollywood también se
equivoca- guiñó su ojo. – Y yo sólo me rio de sus… misfortunes

- Con gouda panini que puedes sumergir en salsa marinara

- Yo no fui hecha para esas películas raras y elevadas de “Life of Pi”, o para llorar a moco tendido con
alguna película como “Marley & Me”

- Ah, pero sí te he visto llorar- rio Sophia. – Y como a nadie había visto llorar antes

- El “Lorax” y “Wall-E” son la excepción- dijo con su mirada de potencial pero imposible resentimiento.

- Y “Toy Story”, y “Schindler’s List”, y “The Help”… y la última escena de “The Curious Case of Benjamin
Button”- rio.
- ¿Y sabes qué es lo mejor de todo?

- Tú dirás- se irguió, haciendo que Emma se irguiera con ella también, pues sólo quería acostarla sobre
las almohadas, quería enrollarse entre su brazo y su costado para acostarse sobre su pecho.

- Tú lloras conmigo y terminamos ahogando las penas en Ben & Jerry’s- rio.

- Muy cierto- sonrió, observando a Emma quitarse sus perlas de sus lóbulos.

- ¿Y esto?- sonrió, tomando aquel paquete que Sophia había colocado antes de los gemidos y de la ducha.

- No sé- suspiró Sophia, enterrándose entre sus hombros al mismo tiempo que decidía colocarse entre
sus piernas para recostar su cabeza sobre su abdomen. Una almohada así a quién no le gustaba. – Lee la
tarjeta

- Cause lately I’ve been craving more- leyó en voz alta la que Emma creía que era la caligrafía más
ordenada y legible de todo el Estudio, pues no era la natural al ser esa la griega. – S.

- Y me acabo de dar cuenta de que es Valentine’s- frunció su ceño, como si no fuera su intención, porque
no lo era.

- ¿Es para mí?- sostuvo el paquete sobre la punta de sus dedos.

- Y supongo que se me olvidó escribirle que era para ti- rio.


- Entonces sí es para mí- levantó su ceja derecha con una sonrisa curiosa.

- Es correcto- le dio un beso en su abdomen y, colocando sus manos sobre él, reposó su mentón sobre
ellas.

- ¿Puedo abrirlo?

- Es tuyo, puedes abrirlo cuando quieras- se extrañó ante la pregunta.

- ¿Estás segura que es mío?- frunció su ceño.

- Como que me llamo “Sophia”

- Mmm…- frunció su ceño todavía más.

- ¿Qué pasa?

- Aparte de que no esperaba un regalo…- entrecerró sus ojos mientras recorría el listón azul marino con
sus dedos y sentía las angostas canaletas por la longitud de una pulgada. – Se ve extremadamente
elaborado- desvió su mirada hacia la de Sophia.

- Sure it is, significó mis dedos hacértelo, así que disfrútalo- rio.

- Ah, ¿esta es la licuadora de dedos?- preguntó sin mucho interés aparente, pues estaba más
concentrada en la forma en la que el listón se convertía en una laza de perfectas proporciones en los
aros. Sophia asintió. – Déjame preguntarte una cosa- agitó el paquete para saber si era una especie de
piezas o lo que sea que hubiera dentro, pero nada se movió y nada ocasionó ningún ruido. – En escala
del uno al diez, ¿qué tanta mano tuya hay envuelta en este papel?

- ¿Del uno al diez?- resopló, y Emma asintió mientras sacaba el listón del camino para poder apreciar el
papel, que no era un simple papel que se le había ocurrido comprar en Papyrus, o que había decidido
sacar de alguna papelería extraviada en Brooklyn, o en Jersey que sólo ella conocía. – Armadura
medieval, de herrero, a la medida

- ¿Tanta?- se sorprendió. Ella sólo asintió. - ¿El papel?

- El noventa por ciento lo hice yo; yo lo diseñé, lo corté, lo moldeé, lo pulí, lo armé, lo volví a pulir, lo
desarmé y armé para cerciorarme que funcionara, lo guardé, hice el papel, y lo envolví- sonrió. – Lo único
que no hice fue el listón, ni algunas de las cosas que hay adentro- Emma sólo frunció su ceño y buscó el
borde del papel; blanco con pequeños pétalos azules, probablemente hydrangea, y era artesanal a un
nivel de grosor fino que ni Emma en su mejor intento de hacer papel artesanal pudo lograr, los bordes
eran perfectos y la superficie era como un anticonceptivo: noventa y nueve punto nueve-nueve por
ciento seguro, pero, en este caso, era uniforme y sin grumos, sin imperfecciones. Y, por si fuera poco, no
tenía ese olor que tanto caracterizaba al papel reciclado, o artesanal, pues tenía ese olor a vainilla y
durazno, como si Sophia había logrado capturar la esencia del té matutino de Emma y de manera
transparente. Ah, viva la química. – Realmente espero que lo disfrutes…

- Estoy segura de que lo disfrutaré- sonrió.

- Y, bueno… espero que no te frustres- resopló, y decidió dejar de verla para evitarse el contacto visual
por su comentario.

- ¿Por qué me frustraría?- resopló, pudiendo ya sentir algo como un maldito cubo rubik, que no era que
le estresaran o que no pudiera resolverlos, aunque quizás no podía resolverlos si no era por que sabía
los algoritmos de memoria.
- Sólo digo- rio nasalmente contra su abdomen y se dedicó a darle besos que, quizás, podían implicar
uno “rápido” que no era por corta duración sino por rápida planeación.

- ¿Es venganza por algo?- resopló, sintiendo cosquillas por los besos y los mordiscos que Sophia le daba.

- Revenge is a strong word- rio. – Maybe… to get even- sonrió para ella y guiñó su ojo, sólo para ver que
Emma ya depositaba la caja de madera en su mano al haber quitado el papel con el cuidado de no
romperlo.

- Es un… - dijo como si estuviera decepcionada, como si esperara algo más. – Es un cubo- frunció su ceño,
que le daba vueltas para apreciar las seis caras de la figura. - ¿Qué se supone que voy a hacer con un
cubo de madera?

- Detener un plano cuando lo desenrollas- murmuró con una sonrisa extraña, pero Emma le lanzó la
mirada de “¿en serio?”, y no le quedó más remedio que quemarse un poco. – Esa caja la hice yo, para ti

- Ah, no es un cubo, es una caja- sonrió un poco más complacida.

- Bueno, es un cubo que es una caja- rio.

- ¿Y cómo abres esta caja?- frunció su ceño, que tuvo que encender la luz de su lámpara para notar que
no había forma aparente de abrirla como una caja convencional. Sophia permaneció en silencio, sólo
quería saber si había hecho un buen trabajo… o uno excelente. – No se puede abrir- levantó sus cejas y
frunció sus labios, que le buscaba bordes que pudiera levantar.

- Sí se puede abrir, yo la abrí y la cerré diecisiete veces para cerciorarme de que se podía abrir y cerrar-
resopló, irguiéndose para recoger las sábanas, pues el frío ya le estaba empezando a penetrar la piel, y
no habían sido diecisiete veces sino siete, aunque diecisiete era sólo una pista subliminal que implicaba
el número de pasos que se requerían para abrir la caja. – Es de nogal

- I can see that- murmuró, todavía intentando descifrar cómo abrir la caja.

- Y abrirla con un martillo… te juro que me enojo de por vida, Emma- le advirtió al ver esa mirada de
solución inmediata. – Yo no licué mis dedos para que los aplastaras con un martillo luego

- ¿Y cómo se supone que voy a abrirla si no tiene tapadera?- preguntó con esa mirada que imploraba un
rescate.

- Sí tiene

- ¿En dónde?- le mostró el cubo, quizás le ayudaría. Pero no.

- Vamos, Em… si te digo por dónde comenzar… mejor te la abro de una vez- sonrió, halando las sábanas
y enrollándose contra el costado derecho de Emma.

- Dame una pista, al menos- la abrazó con su brazo para que Sophia pudiera recostar su cabeza sobre su
pecho y la pudiera abrazar a ella. – Sólo una

- No es un cubo rubik- sonrió, sabiendo que no era esa la pista que Emma quería, es más, ni sabía que
esa podía ser pista.

- ¡Ajá!- rio, asustando a Sophia, pues ella habría esperado que le tomara más tiempo descifrar el
mecanismo de la caja.
- Holy shit…- gruñó Sophia. – No me digas que ya sabes cómo abrirla

- No- rio, y Sophia respiró de alivio. – ¡Veo unas líneas!- susurró emocionada, como si hubiera
redescubierto América.

- Sí, mi amor, las líneas son importantes- resopló, deshaciéndose el moño para poder estar más cómoda.

- ¿Hay algo adentro?- la volvió a agitar, que Sophia se ahogó, pues no sabía si lo que había adentro se
saldría de donde estaba.

- No lo sé- sonrió, volviendo a abrazarla, aunque el abrazo le duró poco, pues su mano iba de aquí hacia
allá con suavidad, repasando las gotas restantes que quedaban de la negligencia de secarse. - ¿Tú qué
crees?

- No lo sé- levantó su ceja derecha y desvió su mirada de la caja hacia la mano de Sophia que tomaba su
seno izquierdo. Estrategia distractora. – Por eso pregunto

- ¿Te gustaría que hubiera algo adentro?- lo apretujó un poco, y la estrategia era porque ya temía por el
tiempo que sabía que le tomaría a Emma descifrarlo todo; no llegaría ni al domingo por la noche cuando
esa caja ya estaría abierta. – Cambiemos la pregunta, mejor. ¿Qué te gustaría que hubiera adentro?

- One of your already-worn-thongs- sonrió pícaramente.

- One can only hope that, that what’s inside, is way much better than an already-worn-thong- guiñó su
ojo con una sonrisa y soltó su seno para simplemente abrazarla.
Y fue como darle un juguete nuevo a un niño, un juguete que no conocía pero que quería conocer.
Exactamente el objetivo de Sophia, quien se durmió y dejó a Emma analizando la caja. Si no se podía
abrir con martillo, ni tenía tapadera evidente, si no era un cubo rubik y tenía líneas de finas incisiones o
separaciones, ¿cómo carajos se abría la caja?

- Phillip, ¿por qué no le ayudas a tu mamá con el equipaje?- sonrió, acariciándole la mejilla mientras
esperaban que las puertas del ascensor se abrieran.

- ¿De verdad no hay ningún problema con que me quede?- preguntó Katherine, pues no se tragaba la
amabilidad de Natasha. Y no debía.

- Mi casa, su casa- sonrió Natasha, saliendo del ascensor.

- Gracias- dijo secamente, viendo a Phillip tomar su equipaje mientras Natasha se alejaba un par de pasos
más para adquirir distancia entre ellas dos. – Gracias por la cena, estuvo muy rico

- ¿Ya te duermes?- murmuró Phillip.

- Sí, tuve un día ajetreado- acarició su brazo.

- Buenas noches, Katherine- sonrió Natasha, manteniendo la distancia, que relevó el abrazo, o el beso,
con una cabeza baja que implicaba reverencia pero distante. Katherine respondió su reverencia y
observó cómo Natasha desaparecía por el pasillo.

- ¿Todo bien entre Natasha y tú?- le preguntó mientras se acercaban a la habitación de huéspedes.
- Sí, todo bien- sonrió, abriendo la puerta y encendiendo la luz para que viera otra de las creaciones de
Emma. Quizás Katherine tenía que considerar remodelar, o reambientar su casa, aunque era raro el
diseñador de interiores que se encargara de esculpir todo en hielo. - ¿Por qué?

- Estuvo muy callada durante la cena

- A veces es de pocas palabras- dijo nada más. – Aquí hay toallas y, lo que sea que necesites, pídeselo a
Natasha o a Agnieszka, ¿de acuerdo?

- Tú también estás de pocas palabras, ése no eres tú

- Mamá, no tuve un buen día. Lo único que quiero hacer es ir a dormirme… hablaremos mañana- y
entonces lo invadió la pesadez de la sensación de tener que despertarse a una hora mortal, o al menos
que tenía que levantarse, y no podía quedarse en la cama con Natasha. A eso tenía que agregarle la
noticia de las vacaciones, y la ausencia de Emma en su vida por el fin de semana; pues Emma ya había
avisado con demasiada anticipación que ese fin de semana lo pasaría sólo con Sophia, y por eso ni
desayuno, ni brunch, ni nada. - ¿Tienes todo lo que necesitas?

- Hablaremos mañana, ¿cierto?

- Sí- se acercó a ella y, sin la fuerza para negárselo, la abrazó y le dio un beso en su cabeza. Después de
todo era su mamá. – Buenas noches- dijo un poco incómodo, pues no sabía si era correcto ir a la guerra
sin saber a qué se estaba metiendo, si era correcto perdonar una ofensa de la mujer que le dio la vida,
una ofensa que no tenía una disculpa de por medio.

- Buenas noches, Phillip- murmuró, encontrándose sola en la habitación en la que ahora Phillip la
encerraba porque tenía mejores cosas que hacer que soportarla, y sólo supo caer de golpe sobre la cama.
- ¿Nate?- preguntó al aire oscuro de su habitación. Ni una luz encendida, al menos no del interior de
esta, y sólo se le ocurrió ver hacia la terraza, en donde la vio sentada, que sólo se acordó de cuando solía
dormir en el apartamento de Kips Bay y salía a fumar un cigarrillo. – Aquí estás…- sonrió al abrir la puerta.
Natasha sólo lo volvió a ver con una minúscula sonrisa y asintió. – Está haciendo frío, vamos adentro,
¿sí?- le tendió la mano, que Natasha se la tomó y, en cuanto estuvo dentro de la habitación, Phillip la
cargó entre sus brazos con buenas intenciones.

- Bájame, por favor- murmuró en tono más molesto que neutral, y Phillip obedeció. - ¿Tú de verdad no
sabías que tu mamá iba a venir?

- Tú sabes que no contesto llamadas de teléfono que no conozco- sonrió, acariciándole la mejilla
mientras ella se quitaba su abrigo.

- ¿Y las mías?- ladeó su cabeza con esa mirada de “entonces soy desconocida”.

- Lo siento, mi amor. Tenía el teléfono en silencio desde una reunión y no me di cuenta

- It’s ok- sonrió, que le ahuecó rápidamente la mejilla y se retiró de su vista hacia el clóset. Phillip frunció
su ceño, ¿en dónde estaba la pelea que tanto había anticipado?

- De verdad lo siento- repitió, no sabiendo exactamente qué esperar.

- Lo sé, y no te preocupes… ya pasó- repuso de espaldas a él mientras se quitaba los aretes y los colocaba
sobre su mesa de noche.

- Hey…- susurró preocupado y le tocó el hombro, que sintió un minúsculo y fugaz rechazo porque
Natasha apartó su hombro pero se dejó tocar. - ¿Qué te dijo?
- Nada en especial- dijo en el mismo tono de voz.

- Nate, ¿qué te dijo?

- Nada, Phillip. No me dijo nada- se volvió a él con una sonrisa.

- Natasha- ladró suavemente. – El hecho de que no hable mujer no significa que no tenga una vida entera
de conocerte

- ¿Y eso qué tiene que ver?- resopló como si de verdad le diera risa, pero era sólo para evadir lo
inevitable.

- Que sé cuándo tienes cara de arsénico- y Natasha sólo cayó sentada sobre la cama, que Phillip se agachó
frente a ella y esperó a que le dijera algo; un gesto, una palabra, lo que fuera. Pero, en vez de eso, obtuvo
dos manos al rostro y un suspiro de dolor emocional. – No puedo ayudarte si no me dices qué te dijo, no
puedo defenderte si no me dices qué hizo

- Cuando vine de cortarme el cabello tu mamá ya estaba aquí, y no estaba como toda persona normal,
no estaba en la sala de estar… - Phillip ahogó un gruñido, pues ya sabía en dónde había estado.

- ¿Por qué no te dijo nada Agnieszka que aquí estaba?

- Porque le dijo que la estábamos esperando, que no nos molestara ni nada- dejó caer sus brazos
cruzados sobre su regazo al sentir que Phillip le quitaba los Stilettos. – Y ese no es el punto, a la larga eso
no me importa, supongo que así como mi mamá invade tu casa, así puede tu mamá invadir la mía
- ¿Qué fue lo que realmente te molestó?

- Me comenzó a decir que había leído en no-me-acuerdo-dónde que un aborto natural era normal, que
una de seis mujeres lo tenían. Luego me comenzó a bombardear con preguntas de si estaba yendo
regularmente al ginecólogo, que si estábamos intentando lo suficiente, que si estábamos intentando al
menos… que si habíamos pensado en otras opciones; adoption, surrogate, in vitro- Phillip frunció su
ceño, pero eso no era lo peor. – And she kept talking, and talking, and talking… y, de la nada, me está
diciendo que, con el perdón que le debo y que necesita, ella no cree que, dentro de todo, traer a su nieto
entre mis amistades sea lo más adecuado, que si era por eso que no habíamos intentado de nuevo, que
si era porque mis amistades serían una mala influencia en su nieto. Ah, porque quiere nieto y no nieta;
dice que las mujeres, en la sociedad de hoy, están condenadas al fracaso

- ¿Qué?- dijo con mirada de confusión total.

- Su problema, aparte de que soy incapaz de compartirme con un cigoto, es que mi mejor amiga es
lesbiana…- sólo señaló a la mesa de noche de Phillip y había un archivo. – Y que sigue estancada en los
cincuentas y sesentas

- ¿Es eso lo que creo que es?- Natasha sólo asintió. – Tú sí sabes que no voy a firmar esos papeles,
¿verdad?

- No importa si los firmas o no, yo no los voy a firmar; eso desde ya te lo digo- Phillip tomó el archivo en
sus manos, lo abrió, hojeó el documento y lo volvió a cerrar con una risa nasal de indignación. – Prefiero
firmarte el divorcio y vivir en unión libre para siempre… porque, digo, todo el problema es que me casé
con su bebé

- Yo no soy su bebé- rio, y partió el archivo en dos partes desiguales que arrojó por sobre su hombro con
cierto regocijo. – Si lo fuera…- sacudió su cabeza y se volvió a sentar a su lado. – I bet you wouldn’t like
me- sonrió, acariciándole el cabello con suavidad.
- Sólo estoy un poco indignada, seguramente en dos semanas me va a dar risa… y, cuando le cuente a
Emma, seguramente me voy a partir en mil de las carcajadas que me van a dar. It just hurts…

- Lo siento, ¿qué puedo hacer para hacerte sentir mejor?- ella sólo se subió a su regazo y se enrolló sobre
él mientras él le acariciaba la espalda y el cabello. – Debo decir que te ves… sin palabras- la halagó por
cuarta vez en la noche.

- Creí que habíamos acordado que nada de regalos- murmuró Natasha, que le aflojaba el nudo de la
corbata y le desabotonaba la camisa.

- Y lo cumplí, ¿o no?- resopló, rozando su nariz contra su mejilla.

- Entonces, ¿los Tiffany eran para tu mamá?- rio nasalmente.

- Ah- suspiró. – Quise que fueran Winston pero no encontré unos que me gustaran tanto como esos

- ¿Qué quieres comprarme?

- Tengo malas noticias- cerró sus ojos, así como Emma, que esperaba una bofetada de alguna índole.

- ¿Más?- rio. – Imposible- Phillip permaneció en silencio. - ¿Qué pasó?

- Springbreak- murmuró.

- Fuck…- rio. – Asumo que es algo bueno que no habíamos pagado todo
- Te lo voy a compensar, lo prometo

- Handsome, no lo digo por mí- rio. – Yo vivo en vacación eterna, el que necesita vacaciones eres tú

- ¿De verdad me veo tan tenso?

- No tanto, pues, al menos no antes de que vieras a tu mamá- rio nasalmente.

- Mmm…- frunció su ceño. - ¿Qué te parece si te invito a un Martini?

- Tendría que ver cuándo tengo tiempo en mi ajetreada agenda- sonrió. – Tal vez mañana- le dio un beso
en su mejilla.

- Qué rico- sonrió ante el beso.

- ¿Otro?- él asintió y recibió otro. - ¿Otro?

- ¿Tú no quieres uno?

- I’m always up for hugs and kisses, Handsome- guiñó su ojo. Ya, ya era una Natasha más normal. - ¿Me
das uno?

- ¿Sólo uno?- entristeció su rostro.


- Oh, Handsome- susurró y le dio un beso en sus labios, un beso que probablemente estaba destinado a
ser inocente y sonriente pero que se volvió sinónimo de la palabra “perdición”.

Y después de tanto tiempo, de meses que parecieron vidas que parecieron eternidades, una tras la otra,
con la presencia de Katherine a sólo dos habitaciones de por medio y a puertas abiertas porque, después
de todo, era su casa y su hogar, sí, después de tanto tiempo, Natasha cayó sobre Phillip y no como todas
las noches, que recostaba su cabeza sobre su pecho y lo abrazaba por el cuello mientras escabullía sus
piernas entre las suyas. No, hoy le cayó encima, literalmente, pecho sobre pecho, piernas entrelazadas,
que literalmente lo detenía contra la cama. Y Phillip que no protestaba, no, él era un Santo de su propia
devoción en ese momento, pues pensaba y esperaba que, ojalá sucediera algo. ¿Necesitaría Natasha
enojarse tanto como para “aflojarse” un poco? Él no sabía, y yo tampoco, pero él no haría nada,
absolutamente nada, para detener el momento o para influenciarlo ni en lo más mínimo. Bueno, había
cosas que no podía evitar, pero sólo podía esperar que no fuera sólo un beso de “buenas noches” que
había sido dado antes de tiempo y por el doble, triple, cuádruple de tiempo y con algo que él llamó
alguna vez “hambre”. Y quizás le gustó esperar que no lo fueran a dejar, otra vez, con algo inconcluso;
algo que no reprochaba pero que tampoco le hacía precisamente cosquillas para que riera.

Natasha dejó de besarlo, frenó la continuidad del beso al suspirar con su labio inferior entre sus dientes
y mantuvo cerrados sus ojos. Quiso decirle algo, algo como “tengo demasiadas ganas”, pero eso sonaba
demasiado desesperado, o quizás algo como “let us fuck”, pero eso sonaba demasiado crudo e
impersonal y con déficit de suavidad romántica, o quizás le quiso decir la verdad; algo que implicaba sus
ganas hérmeticamente comprimidas por tantos meses de abstinencia y pánico por paranoia, algo que
implicaba el pánico mismo, la vergüenza por sus repentinas inseguridades sexuales porque corporales
no tenía, y la impotencia. Tampoco sabía cómo pedirle que le tuviera paciencia, más en ese momento
porque se estaba rebalsando de ganas y de miedo de manera simultánea, tampoco sabía cómo sabía
que tenía ganas, tampoco sabía por qué, y todo lo resumió en queuna mujer también tiene necesidades,
a veces extremas necesidades. Ah, y, por si fuera poco, como que, de tanto tiempo sin estar al tanto de
su propia sexualidad, se había “oxidado”, por así decirlo; no se acordaba qué seguía; si el control le
pertenecía a él o a ella. Pero no era que no se acordaba, era un simple ataque de ansiedad, en términos
coloquiales y malinterpretados. Él se quedó estático, o parcialmente estático, pues no le arrebató ningún
beso, sólo observó lo que probablemente pasaba por su cabeza mientras acariciaba su espalda y peinaba
uno que otro cabello rebelde, que se había salido del moño, tras su oreja. ¿Qué vio? Nunca estuvo más
en lo correcto que esa vez, pues no pudo descifrar qué era esa nube difusa de contaminación mental,
algo que ni la dueña de dicha contaminación podía lograr categorizar.
- Mmm…- suspiró con pesadez, que se irguió y Phillip, en su atracción magnética, la siguió hasta erguirse
con ella. - ¿Me ayudas con la cremallera?- susurró, manteniendo sus ojos cerrados y su respiración
continua y profunda para relajarse.

Phillip llevó sus manos a su cadera, ella sintió el calor que la recorría suave y a paso milimétrico hacia la
cintura para luego desviarse hacia su espalda. En cuanto tomó la cremallera entre su dedo índice y su
pulgar izquierdo, Natasha apuñó el poco cabello negro que tenía él en su cabeza después de que lo había
dejado con dos milímetros el primer día del mes del presente año. Phillip no gruñó aunque debía aceptar
que dolía, pero nunca lo había tratado de esa manera, y no era del tipo de tirarlo del cabello para
provocarlo, era de nervios, de simple y pura reacción nerviosa. La bajó lentamente y notó cómo
recuperaba su cabello al no abusar de la piel que había abusado cuando la había subido hacía unas horas.
De repente, Phillip se volvió a sentir en aquel momento en el que una mujer se había desvestido frente
a él por primera vez, con ese pudor, con esa vergüenza, que se retiraba una manga para luego retirarse
la otra mientras sus ojos permanecían cerrados y se cubría sus senos con sus manos como si se hubiera
arrepentido de la intimidad del momento. Y se sintió igual que la primera vez que él había visto a una
mujer desnudarse frente a él, como en un parque de diversiones, como en una confitería, como fucking
Charlie at the Chocolate Factory.

- Hey…- susurró Phillip, ahuecándole la mejilla derecha y sonriéndole conmovedoramente. – Don’t beat
yourself up- susurró de nuevo, haciendo que Natasha abriera los ojos.

- ¿No quieres?- preguntó en esa pequeñísima voz.

No respondió, pues no era decisión suya si iba a suceder o no, era decisión de ella y de nadie más. Él sólo
la abrazó, dejando que su sien reposara sobre su hombro, y no le importó nada porque no lograba
ponerse en sus zapatos, por eso no podía enojarse, porque su ignorancia, que no era falta de empatía,
no lo dejaba.

- Vamos- sonrió, poniéndose de pie con Natasha alrededor de su cintura.

- ¿A dónde?
- A… no sé, ¿a dónde quieres ir?

- ¿Es en serio?

- Cien por ciento… ¿a dónde quieres ir?

- No quiero ir a ningún lugar- frunció su ceño. – Sólo quiero meterme en la cama, supongo- suspiró con
un poco de frustración

- Entonces nos vamos a meter en la cama- sonrió, recostándola sobre la cama para luego alejarse e ir al
clóset.

- No estoy entendiendo- murmuró, irguiéndose y volviéndose a Phillip, que sacaba algo de las gavetas
de las pijamas de Natasha y luego se metía al baño para luego regresar con algodones y una botella en
su mano. – De verdad que no te estoy entendiendo- lo siguió con la mirada, todavía con sus brazos
cruzados sobre su pecho para cubrirse las evidencias de su feminidad.

- No hay mucho que entender- sonrió, arrojando la botella y los algodones sobre la cama para luego
enrollar la seda y deslizársela a Natasha sobre la cabeza. – De pie- murmuró, y, dejando que la seda la
cubriera hasta medio muslo, sacó el vestido por debajo de ella. – Step- y Natasha se salió de él al verlo
en el suelo. – Sit- sonrió, agitando la botella, que ya los líquidos celestes se mezclaban de manera
uniforme. – Cierra los ojos- y obedeció. Nunca había desmaquillado a una mujer, nunca había
desmaquillado a nadie, pero sabía la teoría por ver, noche tras noche, cómo su esposa desmaquillaba
sus ojos frente al espejo, y la fuerza aplicada era calculable; primero el párpado inferior, luego el
superior, siempre en la misma dirección, luego las pestañas hacia abajo y hacia afuera. – Ya…- susurró al
terminar su ojo izquierdo. – Hola- sonrió al ver sus ojos, y Natasha sólo se sonrojó.
- Sabes… de verdad no estoy enojada por lo de las vacaciones- susurró, observando a Phillip colocar la
botella en una repisa y los algodones sucios en el basurero.

- Lo sé- sonrió, quitándose su abrigo y su saco al mismo tiempo. - ¿Cuántas horas te he visto esta
semana?- murmuró, sentándose a su lado para quitarse los zapatos luego de haber arrojado su saco y
su abrigo sobre el respaldo de una de las sillas. – No, ¿cuántas horas he podido estar contigo esta
semana? Y, con “estar”, me refiero a una conversación que no sea sobre cómo me fue en el trabajo, o
sobre qué se yo- se hundió entre sus hombros mientras colocaba sus zapatos, uno junto al otro, al lado
de la esquina de la cama. – Me has faltado- Natasha ensanchó la mirada, pues tenía demasiado tiempo
de no escuchar aquello. – Supongo que te he estado dando por sentada… y lo siento- suspiró, tomándole
la mano.

- No entiendo- dijo con tono escéptico.

- Creo que no he estado muy al pendiente de ti- ladeó su cabeza. – Creo que, en las últimas semanas,
todo ha sido trabajo, trabajo, y más trabajo y no te he dejado hablar… al menos, de lo que hablamos
cuando nos vemos, es de mi trabajo, y de que te cuente qué estoy haciendo, y de que me desahogue de
Whittaker y Bowen- suspiró, perdiendo su mano ante la de Natasha, pues ella ya le desanudaba la
corbata y le desabotonaba el resto de su camisa, y él se dejaba.

- Mi vida, últimamente, no es tan interesante como la tuya, Phillip. Mi vida se ha resumido a mis sesiones
de gimnasio con Thomas, a desayunar con mi mamá para ver su columna impresa, a mi mamá y a sus
amigas; con esos desayunos o almuerzos que siento que dejo años gloriosos de mi vida entre las mimosas
y las risas de gente opulenta, a planear la boda de Emma de principio a fin, y luego estás tú: te veo
despertar cuando todavía está oscuro, te veo entrar y salir a la habitación, te veo entrar al baño y salir
ya listo para trabajar, recibo mi beso en la frente, una sonrisa, una caricia en la cabeza o en la mejilla, y
veo que te vas, luego no vuelvo a verte hasta que vienes a la hora de la cena. No contestas mis llamas,
que ya sé que estuviste en una reunión y se te olvidó quitarle el silencio, estoy aquí con tu mamá, que
me da una cátedra de alternativas para darle un nieto, porque nietas no quiere, y luego que no quiere
que ni su nieta sea tocada por las manos de Emma. ¿Sabes lo increíblemente difícil que es no ahorcar a
alguien que te dice que tu mejor amiga es como una enfermedad? Digo, peor aún luego de que me dijo
que tenía un claro desperfecto por mis años de locura y promiscuidad en la universidad, porque eso es
lo que se hace en una Sorority en Brown, ¿sabes? No sólo soy puta, porque once a hooker, always a
hooker, sino que también estoy contaminada, por tantos hombres, que ningún cigoto va a querer
convertirse en embrión adentro de mí, y, por si fuera poco, mi mejor amiga es el Anticristo. ¿Cómo
estoy?- resopló ya histérica, y Phillip que sonreía como imbécil porque eso quería que sucediera, que se
desahogara. – Te lo diré así como me lo dijo tu mamá- sonrió. – Sin ofender, I don’t give a single fuck
sobre tu mamá y lo que piense ella de mí, de mis amigas, o de nosotros- y suspiró en completo desahogo.

- ¿Más tranquila?- sonrió, tomándola nuevamente de la mano.

- Bastante- se sonrojó.

- Gracias por decirme lo que te dijo con exactitud- se acercó a su sien y le dio un beso.

- Es sólo que no quiero que mañana vayas y le reclames por lo que me dijo, quedaré como la big
wimp que se quejó contigo y que necesita que la defiendan

- No te defiendo porque creo que seas débil, te defiendo porque te mereces respeto- frunció su ceño. –
Y lo hago por mí también, porque detesto ver que alguien puede llegar a lastimarte tanto con dos o tres
palabras, algo que no hace casi nadie y que mi mamá es de las excepciones; eso me molesta, y me
molesta por ella, porque no puede entender que no hay nada que pueda hacer para que yo me ponga
de su lado y te trate como ella quiere que te trate, como que se le olvida que tus amigos son mis amigos
y que, ante todo y sobre todo, vas primero… porque mi mamá no va a ser quién me consuele si me toca
firmar el divorcio, porque mi mamá no va a ser lo primero y lo último que vea en el día, Dios me libre si
es ella lo primero y lo último que veo en el día- sacudió su cabeza. – Mi mamá es mi mamá, y cualquiera
puede criticarme por no darle el lugar de Santidad que se merece, porque ni es Santa ni parió a un Santo.
Nunca va a dejar de ser mi mamá, pero mamá de parto, porque mamá de lazo maternal…- volvió a
sacudir la cabeza. - ¿Qué mamá no intenta convencer a su hijo de catorce años de irse con ella a otra
ciudad? ¿Qué mamá deja a su hijo de catorce años con un chofer, una cocinera y una Nana? Ella no
estuvo ahí para muchas cosas, cosas hasta para las que tu mamá sí ha estado, ¿cómo va a ser eso posible?
Si ella no estuvo ahí para cuando me gradué del colegio, de la universidad, si ni siquiera me llamó para
felicitarme por conseguir un trabajo de asistente en Watch, ni para cuando me convertí en associate, ni
cuando me convertí en partner, ni cuando me convertí en senior partner… si nunca me ha felicitado para
mi cumpleaños pero se ha encargado de celebrarme a lo grande como si fuera una fiesta de cumpleaños
de Preschool, si no me felicitó cuando me comprometí contigo, ni cuando me casé contigo, ni cuando…-
sólo suspiró y suprimió el tema. – Ella no ha estado como mi mamá, el poder que quiere tener no lo
tiene, y no se lo voy a dar, mucho menos si anda por mi vida, y por la tuya, ofendiéndote o poniéndote
condiciones, mucho menos poniéndole condiciones a alguien que está más presente que ella en mi
familia
- No… no sé qué decir- balbuceó.

- Sólo dime que estás más tranquila y que no le vas a hacer caso a mi mamá

- Lo prometo- sonrió.

- Así me gusta- se puso de pie y se quitó la camisa y el pantalón sólo para arrojarlos al respaldo de la silla.

- ¿A dónde vas?- lo detuvo antes de que fuera hacia el baño.

- A lavarme los dientes- resopló.

- No, no. Ven aquí- lo haló de la mano. – Creí que íbamos a ir a la cama… íbamos, plural de tú y yo

- Toda la razón- la haló de la mano y la trajo hacia él para él poder retirar las sábanas. - ¿De verdad te
sientes mejor?- le hizo un espacio entre su costado y su brazo, que Natasha, muy complacida y muy
sonriente, se acostó a su lado, apoyando su cabeza de su mano que tenía soporte del codo sobre la cama.
Ella asintió. – Sabes… hoy, entre que estaba viendo cómo sobrevivía la noticia de las vacaciones fallidas…
no sé, me puse a pensar en qué podríamos hacer después de que termine de hacer lo que tengo que
hacer, o en los fines de semana que tengo el otro mes, o después, no sé

- ¿Y a qué conclusión llegaste?

- Bueno, sé que no puedo traer el mediterráneo al atlántico y que no puedo llevarte a Brasil- frunció su
ceño, pero relajó su rostro al ver que Natasha apoyaba su mejilla sobre su pecho y se acomodaba en
posición fetal, para verlo a los ojos, por falta de espacio entre Phillip y la orilla de la cama. – Y me puse a
pensar en que no tenía exactamente a dónde llevarte impromptu

- ¿Entonces…?

- Hamptons, ¿no te parece?

- ¿Y convivir con mi familia?- rio. – Yo sé que yo no quiero

- Pensaba más en… no sé, tu tío fue un hombre muy generoso- sonrió.

- Ah…- resopló. - ¿Qué pasa con ese terreno?

- De nada nos sirve tenerlo si sólo hay césped, ¿o sí?

- ¿De qué estás hablando?

- ¿No crees que una casa se vería bien en un terreno como ese?- levantó sus cejas y acarició la mejilla de
Natasha con su mano. – No necesitamos un castillo, así como parecen ser todas las casas allí,
simplemente digo que podemos tener, por lo menos, un baño, una cocina, y una cama… y una piscina

- ¿Y esto sólo se te ocurrió?

- ¡Pop!- rio. – Sólo se me ocurrió


- Creo que es una inversión bastante grande- suspiró. – Pero también creo que, si es algo que tú quieres
hacer, no veo por qué no… aunque la casa de mis papás siempre está a nuestra disposición, eso lo sabes-
se volvió a su pecho y le dio un beso. – Lo mejor de ser nosotros es que no necesitamos de una casa en
la playa, mucho menos en los Hamptons- sonrió, y volvió a besar su pecho. – Podemos decidir si
queremos amanecer bajo cero en Siberia, si queremos amanecer en desnudos, en una hamaca y con una
caipirinha en la mano en Trancoso, o si queremos tomarnos una fotografía en el Partenón al atardecer,
o si queremos dormir en altamar… eso hacemos- sonrió y le volvió a dar otro beso. – Eso es porque
podemos, porque queremos, y porque no tenemos la obligación de explotar lo que tenemos aquí para
vacacionar

- Está bien- sonrió con sinceridad. – Y… otra cosa que se me ocurrió

- Tú dirás

- ¿Qué te parece si, de mis cincuenta horas a la semana, empiezo a trabajar sólo cuarenta?

- ¿Cómo piensas hacer eso?

- Ningún Senior Partner trabaja cuarenta horas, trabajan veinticinco o treinta y sólo para uno o dos
clientes, y Whittaker y Bowen los dos trabajan para Bank of America y para el Deutsche Bank, Webb
tiene sólo a NBC, y Schmidt a Apple. Yo tengo BNP, Citi, JPMorgan Chase y Wells Fargo… BNP se terminó,
se lo voy a dar a tres Juniors, Citi y JP son míos, Wells Fargo se lo van a dar al sobrino de I-don’t-give-a-
fuck-who que acaba de salir de la universidad.

- ¿Y te dejan hacer eso?

- Como el Estudio está bajo Trump, ese es mi comodín


- Pero el Estudio es personal

- Pero Trump no- sonrió. – Y Whittaker y Bowen dijeron que no había ningún problema siempre y cuando
mantuviera las dos cuentas seguras

- Cuarenta horas…- murmuró.

- Treinta y cinco, en realidad- sonrió. – Puedo llegar a la misma hora e irme antes, pero puedo llegar
después e irme a la misma hora, o puedo trabajar como imbécil tres días y no ir a trabajar el resto así
como hace Whittaker. Amanecer contigo, desayunar contigo, ir a Central Park por la tarde a darle de
comer a los patos, o poder ir yo a comprar ropa contigo y no pedirte que me compres algo, o poder
acompañarte a reírme de lo que hablan las amigas de tu mamá- sonrió de nuevo. – O simplemente para
ver una película contigo, o ir a Broadway a encontrar una obra que podamos ver veinte, treinta, cuarenta
veces…

- ¿Y si regreso a trabajar?

- Regulo mi horario al tuyo, no es ningún problema. ¿Piensas volver a trabajar any time soon?

- Lo pienso, sí- le dio otro beso en su pecho y subió a su rostro, que se colocó sobre él con todo su cuerpo
y los abrazó por los costados. – Aunt Donna me ha preguntado si quiero hacer un par de cosas con ella

- ¿Y?

- No es en los próximos meses, sería después de Fashion Week


- Pero acaba de ser Fashion Week- frunció su ceño.

- La siguiente- resopló. – Pero no es nada seguro

- Bueno, lo veremos cuando venga- sonrió, levantando sus brazos para quitarse su reloj, pues sino se lo
tenía que quitar tras la espalda de Natasha y no sabía por qué eso no le agradaba, quizás porque le
causaría escalofríos.

- Mi amor…- murmuró sonrojada al moverse un poco sobre él y notar la resaca de una media erección
no resuelta.

- No te preocupes- sonrió, colocando su reloj sobre la mesa de noche. Vio a Natasha a los ojos y notó
una convicción extraña que la hizo erguirse con su torso sobre él, quedando a horcajadas a la altura de
su cadera. - ¿Qué haces?- frunció su ceño al ver cómo jugaba indecisamente con sus dedos en lso bordes
de la seda de su babydoll.

- Haciendo…- susurró, y cruzó sus brazos para tomar los bordes contrarios y, así, retirar la seda hacia
afuera. – Dejando de intentar- suspiró, y llevó sus manos a su moño para deshacerlo y dejar caer su
cabello por sus hombros. – Supongo- concluyó con esa pizca de duda que nunca se esfumaba por
completo.

- No es necesario…- balbuceó entre un susurro, pero había partes de su cuerpo que gritaban la necesidad
rezagada.

- Shhh…- cerró sus ojos, como si quisiera ser invisible en ese momento de falta de confianza y convicción
en sí misma, y llevó su mano hacia el interior de la Kiki de Montparnasse.
Phillip observó la escena sin la más mínima cantidad de éxtasis, sólo observaba como si le maravillara su
falta de entendimiento de qué estaba sucediendo en realidad. Sus manos se posaron, sin su control
directo, sobre sus muslos y los acarició lentamente de arriba hacia abajo mientras examinaba su rostro;
limpio y puro, sin maquillaje que pudiera ocultar el miedo de la mirada cerrada, su mandíbula estaba
tensa. Sus clavículas estaban saltadas, su pecho no estaba coloreado de ningún rojo aparente pero si
invisible, sus senos eran motivo de saber que los había extrañado de esa manera, pues no era lo mismo
en la ducha, que Natasha procuraba salirse en cuando él se metía, y que las veces que la había visto
desnuda, desde aquel entonces, había sido únicamente de espaldas o uno que otro nip slip del que no
tenía control por las ropas nocturnas. Estaban dilatados, tanto la areola como el pezón, ambos muy
suaves a simple vista. Su abdomen respiraba hacia arriba y hacia abajo con lentitud, como si cada círculo
que ella trazaba sobre su clítoris era una exhalación o una inhalación. Sus antebrazos estaban adheridos
a sus costados, su mano izquierda se posaba abierta sobre su abdomen, como si abrazara su cintura, y
su mano derecha se movía dentro de las capas de encaje que ofrecían cierta transparencia.

- ¿Está todo bien?- preguntó con un poco de miedo al ver que sacaba su mano y abría sus ojos pero no
se los regalaba a él.

Ella asintió y sólo introdujo su mano derecha en sus bóxers para sacudirse en un escalofrío de hombros
y estiramiento de cuello al sentir la calidez y le rigidez de lo que apenas tocaba. Agradeció
silenciosamente, en el fondo de su psique, a Hugo Boss por hacerlos elásticos de todo milímetro, pues
dejó que aquella longitud saltara entre sus piernas pero no para rozarla contra ella, pues simplemente
pareció adherirse al vientre de Phillip con ese sonido de golpe suave. Llevó su mano a su entrepierna,
que Phillip creyó que lo tocaría a él, pero no, simplemente deslizó el encaje hacia un lado, lo detuvo con
su mano izquierda y, tomando a Phillip con la derecha, simplemente lo lubricó con lo que recién producía
en su exhaustivo intento de querer sentirse capaz, poderosa, mujer, de sentirse nuevamente lo que
apenas hacía algunos meses había sido. Phillip no se atrevió a tocarla, sólo podía apretar los dedos de
sus pies y tensar su quijada con cada frote que sentía tan extraño pero tan perfecto. No se atrevió a
permitirse un gemido, o un gruñido, ni un ahogo, ni un suspiro, simplemente se proclamó en volumen
mudo para no asustarla o distraerla, para no cohibirla, para no interrumpirla, pues claramente eso estaba
siendo de ella y no de él, aunque él no se quejaba en lo absoluto.

No era un vaivén sensual y lujurioso, no, más bien era temeroso y tímido, como si se estuviera
redescubriendo, como si intentara activar aquellos puntos en los que sabía que le gustaba y que ahora
desconocía. Se irguió un poco más, más bien estiró sus muslos para obtener una mayor distancia entre
ella y Phillip, y, con un suspiro que dejó que un gemido agudo y de medio dolor se le uniera, intentó
introducirse la punta de Phillip. No pudo. Respiró hondo y lo volvió a intentar, pero no quería ceder, y
Phillip no quería estropearlo todo con pasar sus manos más allá de sus muslos para sugerir que utilizara
su dedo primero.
- I’m sorry- suspiró con su voz entrecortada al darse por vencida, que dejó que su cabeza cayera en
resignación hasta que su mentón se fusionó con su pecho.

- Hey…- susurró Phillip, levantando su rostro con su mano por su mejilla. Y momento de la verdad para
Phillip, o se arriesgaba y se ganaba un llanto que le incomodaría por el resto de sus días, o no se
arriesgaba y se ganaba un llanto que le incomodaría por el resto de sus días. La ganancia era la misma,
¿por qué no? Suspiró. – No uses eso- sonrió. – Puedes usar esto si quieres- dijo, esperando una bofetada
del destino con tan sólo enseñarle su dedo índice. – Puedes hacerlo tú o puedo hacerlo yo, como quieras-
dijo, por si lo anterior no hubiera sido suficiente tumba.

Natasha tomó su dedo en sus manos y, guiándolo a su entrepierna, lo sumergió con cierto pánico entre
sus labios mayores y menores, haciendo que Phillip tosiera sólo para ahogar el gruñido por la inundación
que había ahí. Frotó su dedo desde su vagina hasta su clítoris, lo frotó una, dos, cuatro, diez veces contra
su clítoris, y luego, cuando le tuvo confianza a su dedo, lo guio a su vagina, en donde empezó a empujar
con un gemido de repletitud que le acordó que le gustaba sentirse así. Lo dejó ahí adentro unos segundos
y luego lo introdujo por completo, hasta donde pudiera el dedo alcanzar. Liberó la mano de Phillip,
dejando su dedo estático dentro de ella y, volviendo a apoyarse con su mano izquierda de él, se recorrió
lentamente con su mano derecha. Siempre con sus ojos cerrados.

- Ayúdame- abrió sus ojos para Phillip, que a él le enterneció que le pidiera ayuda, algo que nunca
sucedía, mucho menos en ese ámbito.

- A lo que sea- sonrió. - ¿Qué hago?

- No sé, por eso te pido ayuda- se sonrojó.

- Lo voy a sacar, ¿de acuerdo?- le avisó, pues no quería sacarlo intempestivamente y causar algún tipo
de herida o lo que sea, pues nada era imposible para él. Ella asintió y, lentamente, se fue sintiendo vacía
conforme el dedo de Phillip la dejaba. - ¿Te puedo acostar?- ella volvió a asentir. Phillip se irguió, y, con
delicadeza, la recostó sobre las almohadas y la acomodó hasta que se notara que estaba cómoda. -
¿Puedo?- señaló desde lo lejos su Kiki de Montparnasse mientras subía su bóxer a su cadera para no
ponerle más presión de la que ya creía él que tenía ella. Con un suspiro, volvió a asentir y se sintió
completamente desnuda hasta el punto de sonrojarse de sobrehumana manera, que se cubrió los ojos
con su brazo para no ver, para no saber si Phillip se concentraba visualmente en su entrepierna, pues no
había cerrado sus piernas, eso sería demasiado. - ¿Me vas a decir si cambias de opinión?- asintió. – Por
favor, dime que me vas a decir

- Lo prometo- dijo en su pequeñita vocecita.

Se colocó parcialmente sobre ella pero sin dejar caer su peso, simplemente se apoyó de sus brazos para
dejar el mínimo roce de su pecho contra el suyo, sólo para que sintiera por dónde estaba y por dónde
iban sus intenciones. Le dio un beso en la frente, el beso más respetuoso que conocía, y bajó a sus labios
para besarla muy, muy, muy despacio. Sin lengua, sin tirones, simplemente labios que se entrelazaban
sin por qué ni para qué a pesar de que las razones y los objetivos eran tremendamente aparentes.
Natasha lo tomó por la espalda alta, por los omóplatos que se le marcaban al estar apoyado de esa
manera, y, en cuanto se movió hacia su cuello, reaccionó de la misma manera en la que había
reaccionado con su cabello y la cremallera, sólo que ahora le clavó las uñas. A él no le importó a pesar
de que aceptaba que ardía un poco. Supo que iba por buen camino porque ella estiraba su cuello para
que la siguiera besando, y le estiraba el lado contrario para que lo besara. Regresó a sus labios para no
presionarla, para no acorralarla ante la idea que iría directamente a sus senos, y, para ese entonces, las
uñas se habían escapado un poco de su piel y se habían vuelto en caricias de palmas de manos que
recorrían sus hombros y su nuca hasta terminar en su cabello pero sin apuñarlo.

Besó sus clavículas, del exterior al interior hasta llegar a su esternón, y luego bajó verticalmente, pasó
por en medio de sus senos, que no fue que los omitiera o los ignorara, simplemente no quiso abusar de
la confianza que le estaba regalando Natasha en ese momento, pues cuántas veces su confianza no se
había derrumbado en segundos, que no era confianza en él, sino la confianza en sí misma y que le
proyectaba a él. Besó su abdomen, que se salió de la línea recta que llevaba y simplemente la llenó de
besos por aquí y por allá con la lentitud que llevaba para darle tiempo de aceptar, procesar, asimilar,
prepararse y aceptar de nuevo. Llegó a la zona peligrosa, esa que siempre se marcaba por el elástico
superior de cualquier tipo de ropa interior inferior, y le dieron el visto bueno al no sólo abrir más sus
piernas para él, sino también al recogerlas para apoyarlas con sus pies sobre la cama. Besó el “infinito”
que apenas se le veía, ese que él mismo le había dibujado ante el ocio y las risas postcoitales de
celebración de compromiso privado. Intentó no sonreír ante la corta franja de vellos, pero no pudo y
sonrió, y la llenó de besos porque había extrañado tenerla tan cerca. Se dejó caer sobre su abdomen
sobre la cama y abrazó sus caderas por sus muslos, que, en el proceso, le tomó las manos a Natasha y
entrelazó sus dedos, pues no había nada que sus manos no le dijeran; eran lo que la delataban siempre.
No fue directo a ceder a sus ganas de acordarse a qué sabía su esposa, sino que se desvió por el interior
de sus muslos, iba y venía como quería pero se aguantaba los mordiscos, que en otro momento le
habrían sacado una risa por cosquillas, o quizás un gruñido que no era capaz de sacar en ese momento.
Y, justo cuando estuvo frente a frente con lo que estaba evidentemente coloreado de un rosado brillante
y tenso, detuvo todas sus intenciones porque Natasha casi le fracturó los dedos.

- ¿Sigo?- le preguntó, viéndola directamente a los ojos.

- ¿Qué me vas a hacer?- preguntó sonrojada, que voy a dejar de decir que estaba sonrojada porque le
duró toda la noche y parte del día siguiente.

- ¿Qué quieres que te haga?- sonrió, que cabe mencionar el hecho de que se sonrojó más. - ¿Quieres
que me detenga?

- I have a full bladder- entrecerró su ojo derecho con una expresión de “mala suerte”.

- ¿De verdad?- le dio un beso a ese punto en el que sus labios mayores se partían en dos. Ella se negó
con la cabeza. - ¿Quieres que me detenga?- repitió.

Tuvo que aceptar que el pudor nunca le había sentado mejor, bueno, eso creía Phillip, porque a ella le
avergonzaba demasiado. Antes, antes de lo que ella se había diagnosticado con múltiples nombres, entre
los cuales estaba “impotencia sexual”, antes, ante esa pregunta, habría levantado su ceja derecha, habría
sonreído con su labio inferior entre sus dientes, habría reído nasalmente y lo habría tomado de la cabeza
para que se lanzara de clavado hasta que la boca le doliera. Pero hoy no, hoy no pudo emitir respuesta
convincente, era afirmativa pero negativa, era negativa pero positiva, sólo suspiró y cerró los ojos. Así
de difícilmente fácil.
Quizás era por eso que Phillip y Emma no tenían ningún problema con el otro, con la invasión o
intromisión del otro, o con los comentarios, opiniones, o lo que sea, pues eran tan parecidos que hasta
les daba vergüenza aceptarlo. Quizás era el orgullo, o el Ego, quien les hacía sombra y no dejaban que
esa semejanza se viera en la vida diaria o en el ojo público, pero, en cuestiones íntimas y en las que una
cama, o la implicación de esta, tenía algo que ver, y que implicaba a la mujer, Natasha o Sophia fuera el
caso correspondiente a cada uno, los dos se resumían a la adoración misma. Quizás y tenían el potencial
para hacer el amor de la misma manera, con la diferencia de que Emma no tenía ningún problema con
no tener problemas de erección que no fuera disimulada por un buen sostén y que Phillip estaba muy
orgulloso de sus papás por haberle dado una buena educación y alimentación, y una buena dotación
fálica.

En fin. Así como Emma hacía un momento, o en ese momento, pues las cosas corrían de manera paralela,
él la besó con tal delicadeza que el término “violación gentil” nunca se le cruzó por la cabeza, que
simplemente buscaba aceptación o aprobación para que siguiera adelante con sus besos, quería sentirse
bienvenido de manera segura, sin titubeos físicos, psicológicos, emocionales, y todo lo que podía
significar. Besó la superficie por lo mismo, y los besó una, y otra, y otra, y otra vez, y otra vez hasta que
consiguió que lo dejaran pasar a un nivel más profundo y que no era precisamente su lengua. No utilizó
ningún recurso más que sus labios para besar su clítoris, difícil por ser muy pequeño, pero nada era
imposible para él. Con sólo un beso logró uno de esos gemidos que raras veces le había escuchado, pues
era de esos pequeñitos de rebalse de excitación y necesidad, pues nunca antes había tenido tanta
necesidad, sólo ganas. Se sacudió suave y rápidamente, como un escalofrío, y fue suficiente luz verde.

No eran precisamente besos, eran mordiscos labiales que terminaban en besos, succiones lentas y sin la
intención de tirar de él o de sus labios menores, o de sus labios mayores, simplemente estaba tratándola,
de allá abajo, como la trataría allá arriba. No sé cuántos tomaron, pues como pudieron haber sido cinco
también pudieron haber sido seis, o siete, o diez, pero fueron los suficientes como para acordarle a
Natasha lo que se sentía tener una primera vez a pesar de que no lo fuera, y había tenido varias primeras-
veces-después-de-cierto-tiempo en su vida, y le gustaba porque no necesitaba de nada y necesitaba
todo, en dosis intensas pero cariñosas, para ahogarse la primera vez, para emitir un gruñido junto con la
exhalación, para experimentar la independencia de sus caderas. Y el miedo lo superó en un cincuenta
por ciento ante la emoción de saberse para nada impotente.

- ¿Estás bien?- tuvo que preguntar ante el silencio extraño, que si no hubiera sido por el ahogo no se
hubiera dado cuenta que había alcanzado el clímax de su sexualidad, aunque, por su expresión facial, ya
no sabía si era clímax o una molestia por incomodidad.
- Me corrí- susurró entrecortadamente, y estaba sorprendida por ello.

- ¿En serio?- resopló con una sonrisa, dándose cuenta, inmediatamente, que la risa quizás no era buena
por prestarse a parecer una burla inocente y sin malas intenciones. Ella asintió así como si le diera
vergüenza la sensación. - ¿Suficiente… o… sigo?- preguntó sonrientemente.

- Take them boxers off- sonrió, con una clara convicción en sí misma. – And be gentle

Capítulo XVI

—Hemos trabajado… ¿qué? ¿Cinco? ¿Seis? ¿Siete años? —le preguntó Volterra ante el silencio
incómodo de lo que debía ser una conversación bastante sencilla y fugaz porque sólo debían discutir una
tan sola cosa: el tercer socio, peron ante la ineptitud de ambos, debían, como siempre, ir en circulos,
más bien en espiral, hasta llegar al punto de relevancia real.

—Sí —murmuró Emma poniéndole un signo de interrogación cerebral a Volterra al no saber si era “sí”
a los cinco años, o a los seis, o a los siete—. Más o menos siete... —dijo indiferente al no estarle
prestando atención.

—Pues, en esos más-o-menos-siete-años, jamás te he visto tan consumida en algo por tanto tiempo
—bromeó—. Mucho menos en algo que no sea un plano. Estás como ausente…

—Yo sé lo que es el cubo, sé el mecanismo para abrirlo… pero, por alguna frustrante razón —murmuró
sin otorgarle el honor de que lo viera a los ojos por estar rotando el cubo entre sus dedos así como lo
había hecho ya por once días sin tener éxito aparente—, no consigo que se deslicen los malditos paneles.
Sé dónde están, veo las malditas líneas de separación pero, por alguna razón… —suspiró y levantó su
mirada—. Como sea, ¿qué me decías? —sacudió su cabeza y colocó el cubo sobre su escritorio.

—El tercer socio, es imperativo —suspiró con un poco de aburrimiento—. ¿A quién le vas a vender el
veinticinco por ciento?

—¿Veinticinco? —resopló Emma un tanto indignada, y su indignación se incrementó ante el


asentimiento de Volterra—. Yo no estoy vendiendo una mierda —se encogió entre sus hombros y volvió
a tomar el cubo.

—Es imperativo. Está en el contrato. Es obligación.

—Y así como está en el contrato, que es imperativo, lo cual es sinónimo de “obligación”, yo te estoy
diciendo que no estoy vendiendo una mierda… a nadie.
—¿Sí sabes que tenemos que entregar todo eso con la auditoría, verdad?

—Sí, lo sé.

—¡¿Entonces por qué demonios no te lo tomas en serio?! —elevó el tono de su voz haciendo que
Emma cerrara sus ojos, frunciera sus labios y respirara profunda y pesadamente.

—Para la edad que tienes, para la experiencia y la reputación que te precede… —abrió sus ojos y la
clavó su verde y molesta mirada en la suya muy azul—, y para los años que tienes de conocerme: eres
un hombre de poca fe, o que me tiene poca fe.

—Tú sabes que tenemos que cumplir con el contrato.

—Sí, lo sé. Yo discutí el contrato… y te lo puedo recitar si quieres. —Volterra solo inhaló paciencia y
exhaló impaciencia—. Yo no tengo que vender el veinticinco por ciento obligatoriamente, puedo vender
el uno por ciento si así lo quisiera.

—¿Y quién, en su sano juicio, quisiera comprar solamente el uno por ciento? —rio burlonamente, y
Emma, ante eso, simplemente presionó el ocho en su teléfono.

—Belinda, ¿podrías venir un momento a mi oficina, por favor? —le preguntó por teléfono sin quitarle
la mirada a Volterra de la suya y, en silencio, colgó el teléfono ante el “I’ll be right there”—. No entiendo
cómo jura que voy a abrir este cubo si un martillo —susurró para sí misma mientras seguía dándole
vueltas y vueltas.

—¿Por qué no sólo preguntas? —le dijo Volterra no dándose cuenta de que Emma solamente pensaba
en voz alta y que no hablaba con él.

—Me tiene fe —sonrió cínicamente para él—,sabe que la voy a abrir sin su ayuda.

—Llevas toda la semana pasada y lo que va de ésta intentando abrirlo… y no has podido.

—Y eso sólo prueba la poca fe que me tienes —rio—. Aunque puede ser que tengas razón, quizás
necesito tragarme el orgullo y pedirle que me ayude.

—¿Qué pasó? —se asomó Belinda por entre la puerta.

—Pasa adelante, por favor —la invitó Emma con tan solo señalarle el asiento vacío que estaba al lado
de Volterra.

Belinda Hayek era una mujer de los treinta tardíos; de treinta y siete interesantes años que habían
rebotado una y otra vez entre el Upper West Side y el Upper East Side. Era quizás, sin tacones de
cualquier tipo, un poco más alta que Emma, pero, al rehusarse a “caminar en zancos” todo el día y no
querer pasar de los ocho centímetros, Emma terminaba por parecer más alta. Su cabello era negro, o
castaño, o marrón, o café oscuro, o todos los anteriores junto con algunos destellos color ámbar que
eran pinceladas estratégicas entre una melena que parecía que cada mañana salía de un salón de belleza,
de pistola y cepillo, y que, junto con las ondas y un ligero y voluminoso camino al medio, hacían de su
rostro una estructura relativamente interesante: pómulos evidentes y mejillas flacas, ojos café muy
oscuros y decorados siempre con un negro relativamente pesado pero que impactaba, cejas arqueadas,
nariz corta y genérica, sonrisa sana y blanca que se coronaba de un carismático lunar un poco más arriba
de la comisura derecha de sus rosados labios. No era blanca, tampoco era morena, era como un abuso
de sol que se había absorbido en dos semanas de sombra, no tenía curvas exuberantes y tampoco pasaba
hambre. Tenía suerte.

—Díganme, ¿para qué soy buena? —suspiró Belinda con una sonrisa mientras tomaba asiento y su mano
derecha, como siempre, peinaba su cabello hacia atrás para que volviera a tomar la misma forma.

—¡Uf! —frunció Emma su ceño con una risa nasal—. Para muchas cosas, Belinda.

—Gracias —murmuró un tanto incómoda ante el comentario—. ¿Para qué me llamaste?

—Tengo una serie de preguntas para ti —dijo Emma sin despegarse de su cubo.

—Las que quieras —elevó sus cejas y, sabiendo que no sería algo de un minuto, sino de dos o tres,
cruzó su pierna izquierda sobre la derecha y se echó contra el cómodo respaldo de la butaca.

—Hipotéticamente hablando —le advirtió—. Si yo te dijera que el uno por ciento del Estudio está a la
venta, ¿lo comprarías? —le preguntó Emma sintiendo la penetrante mirada de Volterra taladrarle sus
párpados.

—Depende del precio —se encogió entre hombros.

—Tú dirás —sonrió Emma ante la respuesta.

—No sé, dame un precio y te digo si lo compraría —repuso Belinda.

—Digamos… cien mil.

—¡Já! —rio Volterra—. No le hagas caso, Belinda. Digamos que máximo trece mil.

—¿Tendría beneficios por el uno por ciento? —preguntó curiosamente.

—Sociedad en papel, aumento del diez por ciento en tu salario fijo, aumento del diez por ciento en tu
bono de fin de año, descuento en lo que al Estudio le corresponde por cada proyecto que tomes… —
suspiró Emma mientras intentaba acordarse de otro tipo de beneficios—. Hacer uso de la tercera
columna de la tabla de Pensabene, más vacaciones… y, no sé, tendría que revisar qué otras cosas más.

—¿Todo eso por el uno por ciento?


—Claro, es la famosa tabla de Pensabene y su quinta columna —intervino Volterra—; del uno al diez
por ciento son los mismos beneficios.

—¿Y me preguntas, hipotéticamente hablando, si compraría el uno por ciento? —se volvió a Emma
con una risa interna tan grande que no pudo quedarse siendo interna—. Sólo espérame que voy a traer
mi chequera —bromeó un tanto en serio.

—Mi uno por ciento cuesta cien mil —elevó sus cejas—, el de Alec es el que cuesta trece mil —
resopló, y Volterra dejó que su boca se abriera en asombro—. Claro, era sólo hipotéticamente hablando
y para probarle a Alec que el uno por ciento sí despierta intereses —sonrió.

—Oh… —suspiró Belinda.

—Belinda, ¿de verdad comprarías el uno por ciento? —frunció Volterra su ceño.

—No veo por qué no. El hecho de que mi nombre no esté en la puerta no me afecta… las cosas se
complican una vez se está en la impresión de las facturas.

Emma levantó su mirada y, como si se estuviera excusando por tener la razón, se encogió entre hombros
con una sonrisa para ambos.

—Belinda, yo creo que, de vender el uno por ciento, serás a la primera a la que acudiremos —sonrió
Emma.

—Bien. ¿Eso es todo? —preguntó poniéndose de pie con sus manos en sus bolsillos.

—Eso es todo —ladeó Emma su cabeza con una sonrisa—. Gracias.

—Cuando quieran —resopló volviéndose sobre su derecha para salir de esa oficina con una risa
interna de “¿qué acaba de pasar?”.

—¿Cien mil? —rio Volterra al cerrarse la puerta con Belinda del otro lado—. ¿Es en serio?

—Bueno, es que nadie es tan imbécil de comprar el uno por ciento por cien mil dólares… como Estudio
particular no construimos ni el cinco por ciento de las construcciones de Nueva York, ni hablar de la Tri-
State-Area. Ahora, por trece mil… —asintió lentamente.

—¿Comprarlo por trece mil es ser imbécil? —rio.

—No me entendiste —sacudió su cabeza con la pesadez de que su chiste no se había entendido tan
bien—. Le dije “cien mil” para que supieras que yo no voy a vender ni el uno por ciento. Belinda tiene
demasiado cerebro como para decirme que no a ese precio. En cambio tú… tú ya le pusiste precio a tu
uno por ciento —sonrió—. Tu falta de fe en mí te puede costar un uno por ciento de lo que todavía eres
dueño… y venderlo por trece mil…
—Tú sabes que el uno por ciento vale trece mil y no cien mil —gruñó pacíficamente.

—Eso era antes de TO —rio—. Después de eso, querido futuro-suegro, vale alrededor
de cuarenta mil… —suspiró y se volvió a su cubo—. Yo sí he hecho mi tarea —sonrió para sí misma—.
Tienes que saber que yo no voy a vender ni un uno por ciento del uno por ciento de lo que tengo —
«porque planeo regalarlo»—, pero, si no me tienes fe y no confías en mí, adelante y vende tú el uno por
ciento por veintisiete mil dólares menos —sonrió.

—No es que no te tenga fe —sacudió su cabeza y se quitó las gafas con un suspiro—, es sólo que no
sé qué estás planeando hacer. Digo, no puedes quedarte con el setenta y cinco por ciento para siempre.
Eso se llama “gula corporativa”.

—Hombre de poca fe y de poca imaginación —bromeó.

—¿Qué piensas hacer con el tercer socio sino?

—Verás… —colocó el cubo sobre el escritorio y tomó la botella de Pellegrino en sus manos para
abrirla—. Este país tiene leyes… algunas muy buenas, algunas coherentes, algunas inteligentes, y tiene
otras que realmente son tontas —rio tomando el vaso vacío—, como esa en la que se supone que es
ilegal caminar con un helado en el bolsillo los días domingo —rio entre su propio goce mientras llenaba
el vaso con lo que le quedaba a la botella—. Pero, por ejemplo… —se dejó ir contra el respaldo de su
comodísima silla y dio un sorbo corto a su fría agua gasificada—. Si yo le dejo una herencia a alguien, ese
alguien, al recibir mi herencia, debe pagar un porcentaje proporcional al valor de lo que le he heredado…
¡y se lo tiene que pagar al Estado! —siseó con cierto ultraje escondido pero que era gracioso; un
escándalo—. Yo compré el veinticinco por ciento a trescientos veinticinco mil, ahora eso aumentó a un
uno y seis ceros. El porcentaje de impuestos, por ese traspaso, o herencia, es del treinta y siete por
ciento… o sea trescientos setenta mil. Claro, todo sería más fácil si yo se lo traspasara a alguien que no
es ciudadano porque entonces sólo pagaría sesenta mil.

—Entonces, ¿qué? ¿Se lo vas a dar a Sophia? —rio, considerando lo imposible que eso sonaba, pues
si él no estaba tan loco como para ofrecerle parte de la sociedad a su propia hija, ¿cómo iba Emma a
considerarlo con su "novia"?

—Es una posibilidad —elevó sus cejas y llevó el vaso a sus labios.

—Yo no sé si Sophia tiene sesenta mil dólares —se carcajeó, y Emma, ante esa carcajada, sólo dejó
que la película mental siguiera la escena con sus manos al cuello de Volterra.

—No es algo que yo tenga derecho a discutir —dijo diplomáticamente.

—Entonces, si no es Sophia, ¿a quién?

—Como dije, hay leyes de leyes —dijo evadiendo su pregunta—. Y no es lo mismo un traspaso entre
dos personas naturales, o una herencia, a que si yo pongo el veinticinco por ciento correspondiente a
nombre de Sophia una vez me case con ella —sonrió ampliamente con toda la victoria de su idea—. Eso
me va a costar no más de mil dólares; entre licencia matrimonial y el abogado que efectúe el traspaso
legal… es como que fuera gratis.

—¿Y has contemplado la idea de que a Sophia eso no le interese?

—Sí, y, en ese caso, como sé que no te has dado cuenta de que estoy diez pasos adelante desde que
nací, tengo doscompradores seguros.

—¿Quiénes?

—La curiosidad mató al gato, Alec —rio.

—No es que no te tenga fe, es que no sé qué estás haciendo… se supone que somos socios.

—Belinda, ¿quién más? ¿No estabas aquí hace dos minutos?

—Creí que te referías a alguien más —entrecerró sus ojos—. Pero, bueno…

—No te preocupes, al final de la auditoría sólo tenemos que entregar potenciales compradores junto
con el porcentaje a vender y, para antes de que el año fiscal se termine, Sophia y yo nos habremos casado
y ya tendré una respuesta de si eso le interesa a Sophia o no.

—¿No lo has hablado ni en broma?

—Ah, cómo te gustaría saber las cosas que hablo con Sophia —bromeó—. No son aptas para todo
público.

—Emma, estoy hablando en serio.

—Ay… —resopló—. Poca fe, poca confianza y poco sentido del humor y de la preservación de la salud
mental —ensanchó la mirada al decir eso último.

—Estás un poco imposible —suspiró.

—¿Estoy? —levantó su ceja derecha—. Soy imposible.

—Hoy un poco más que de costumbre.

—Las costumbres son un poco aburridas —guiñó su ojo y se volvió a su cubo—. Dime algo…

—Algo.

—Corregiré mi declaración: no eres un hombre con poco sentido del humor sino con mal sentido del
humor —sacudió su cabeza.
—¿Qué quieres que te diga?

—Cuando me contrataste, ¿por qué me diste una oficina?

—Porque sabía que, si no te ofrecía un espacio privado y con una puerta, no aceptarías.

—Y cuando se te ocurrió cambiar el manejo administrativo, ¿por qué acudiste a mí?

—Porque necesitaba a alguien con quien compartir la inversión —se encogió entre hombros.

—¿Y por qué yo y no Belinda?

—Dólares —resopló—. Belinda tiene que pensar en su familia y no se viste de Dolce hacia arriba y sus
contemporáneos. Además, sé reconocer ambición y una clase social cuando la veo.

—Mientras el mundo pelea por abolir la separación de clases sociales, el Arquitecto Volterra lo sigue
empleando —lo molestó.

—Yo conocí Checoslovaquia y Yugoslavia, no República Checa y Eslovaquia, y Macedonia, Eslovenia,


Serbia y Croacia. Yo conocí el “día de la Raza” y no “el día de la Humanidad”, conocí el Muro de Berlín
junto a Reagan y a Gorbachev, todavía vi las Torres Gemelas…

—¿Y tú qué crees, que nací ayer? —rio realmente divertida—. El factor de la edad no te queda tan
bien porque tú y yo caímos, en bruto, en el mismo tiempo y en el mismo espacio… mi primer pasaporte
fue checoslovaco —sonrió—. En fin… a lo que iba era a que me conoces bastante bien a pesar de que no
conoces mucho de mi vida privada, pero, para lo que me conoces, me extraña que creas que no tengo
múltiples planes de respaldo. Si a Sophia no le interesa, a Belinda claramente sí, y, si a ti Belinda no te
satisface, Natasha estaría más que interesada en invertir realmente en nosotros. Y relájate un poco que
todavía falta para que cerremos año fiscal.

—¿Cuánto le darías a Sophia?

—¿Cuánto crees?

—¿Uno por ciento? —Emma lo volvió a ver con una mirada asesina y no en el mejor sentido —. ¿Todo?
—se asombró, y Emma reforzó su mirada—. ¿Cuánto?

—Veinticuatro por ciento para que su nombre no esté ni en la factura ni en la puerta… o al menos el
apellido de Camilla —sonrió—. Y no te preocupes, que si Sophia no lo quiere tomar no la voy a obligar,
pero le voy a vender a Belinda el uno por ciento a precio de regalo… quizás mil sería un precio cómodo,
de esa manera no pierdes nada y no tienes nada de qué preocuparte.

—Te preguntaba porque una vez le pregunté y me dio a entender que no estaba interesada… supongo
que el amor la hizocambiar de parecer —suspiró.
—¿Amor? —rio Emma—. No, tampoco es milagroso, ni montañas mueve… mucho menos a estas
alturas de la relación; ese estado de estupefacción ya se evaporó hace bastante —resopló como si
bromeara consigo misma, aunque ella estaba muy consciente de que, a pesar de saber una que otra
imperfección de Sophia, que "imperfección" nunca fue sinónimo de "desperfecto", ella seguía estando
maravillada hasta el punto de extasiarse con su existencia—. Pasa que hay una diferencia
semántica entre “comprar” y “recibir”… o sea, Sophia nunca compraría un porcentaje del Estudio porque
no considera que el Estudio, o el mercado en realidad, toma muy en serio lo que a ella de verdad le gusta,
entonces, si eso no es así, ¿por qué comprar algo en lo que no cree?

—Un momento —levantó su palma derecha—. ¿Cómo que no hace lo que le gusta?

—¿Tú alguna vez has visto a Sophia trabajar?

—En realidad no.

—¿Cómo soy yo cuando estoy empezando un proyecto?

—Depende de si es arquitectura o ambientación.

—Hablemos de ambientación porque es lo que tengo en común con Sophia.

—Tienes mil muestrarios abiertos, pantone por aquí, lápices y prismacolor por allá, revistas, internet…
no sé qué quieres que te diga —se encogió entre sus hombros.

—No es porque quiera a Sophia de la manera en la que la quiero —se excusó, más que todo por el
verbo “querer”, pues no consideraba que era necesario decir lo que era evidente y que tanto parecía
perturbarle a Volterra—, pero deberías ver lo increíble que es verla trabajar: la manera en la que cierra
los ojos cuando desliza sus dedos por las telas del muestrario, o la manera en la que se mordisquea la
parte interna de las comisuras de sus labios cuando está intentando darle forma a un concepto en la
pantalla… pero, sobre todo, lo más impresionante es ver la sonrisa que tiene cuando está en el taller; es
como verla en Disney World. Se recoge el cabello, se recoge las mangas, los Stilettos se convierten en
Converse… ycon los mismos componentes, con los que diseña, construye los muebles que pocos clientes
le piden.

—¿Muebles sobre ambientación? —preguntó un tanto sorprendido.

—Sí, y es bastante meticulosa —levantó el cubo entre sus dedos como si fuera una invención—. Puede
hacer desde una cama hasta esto —se lo alcanzó, pues le notaba en la mirada las ganas que tenía de
jugar con él.

—¿Ella hizo este cubo? —murmuró recibiéndolo entre sus manos.

—Sí —asintió tomando el vaso con agua en su mano para llevarlo a sus labios.
—Es una caja china, ¿no?

—Japonesa.

—Eso —sonrió al ver la perfección de los encajes de cada rectangular panel dentro de cada controlado
y suavizado borde y cómo apenas se notaban las ranuras entre cada panel—. Es bastante… —murmuró
entre la lluvia de adjetivos mentales que intentaban describir la pulcritud del acabado y del ensamblaje.

—¿Impecable? —Volterra asintió—. ¿Pulcro? —Volvió a asentir—. ¿Inmaculado, perfecto,


estratégico, meticuloso?

—Y todos los epítetos de tu diccionario —rio.

—Y muchos otros —repuso con una sonrisa que no implicaba nada más que algo que Volterra
realmente no quería ni debía saber.

—¿Cómo es que no puedes abrirla?

—A raíz de ese cubo fue que hice que Gaby me comprara siete cajas japonesas para aprender el
mecanismo; creí que no había entendido del todo… pero, aparentemente, es algo más cruel que una
caja japonesa de cuarenta y dos movimientos —se encogió entre hombros—. Y sí es caja japonesa, no
es cubo rubik —resopló al ver que pretendía manejar las caras del cubo como si fuera uno de los
mencionados.

—Pero debe poderse…

—He intentado levantar una de las caras como si fuera tapadera, he intentado desenroscar, he
intentado rotar, he intentado empujar, he intentado deslizar… sólo no he usado un martillo porque sé
que dejó las manos y los ojos haciéndolo.

—¿Por qué no le preguntas cómo se empieza? Digo, tendrá que ser la primera movida la que es la que
te está obstaculizando todo, ¿no crees?

—Eso creo, pero no quisiera preguntarle porque no es posible que no pueda abrirla sin su
ayuda… aunque, como te dije hace un rato...

—Orgullosa —susurró con una sonrisa.

—Exacto, aunque estoy que me como las manos del estrés de no poder abrirla —asintió—. Pero, ¿en
dónde estaría el reto si fuera a la página de soluciones? Reto es igual a diversión; mientras más difícil y
frustrante sea el reto, la diversión es amargamente demasiada.

—Cierto. ¿Hay algo adentro?


—Quizás, no me dio seguridad de nada.

—Mmm… —resopló—. Lo que no entiendo es por qué te está retando

—¿Tiene algo de malo? —frunció su ceño y sus labios.

—No, no… no me malinterpretes —sacudió su cabeza y, con cuidado, agitó el cubo por curiosidad—.
Nunca me han retado de esa manera… es algo nuevo para mí.

—Bueno, no le llames “reto”… llámale “juego”.

—Tampoco.

—¿Camilla nunca jugó contigo? —sonrió con falsa inocencia, y Volterra le lanzó una mirada aburrida
y que le advertía lo que no estaba en discusión—. ¿Puedo preguntarte algo muy personal?

—Si debes… —sonrió con cierto enmascarado cariño porque Emma no solía entrometerse en ese
ámbito tan “algo muy personal”.

—¿Por qué no funcionaron las cosas con Camilla? —Volterra dejó el cubo estático entre sus manos e
irguió la mirada con una combinación condimentada de confusión, incomodidad, estupefacción e
incertidumbre—. No, no, lo siento… no debí preguntar eso —se disculpó Emma antes de que Volterra
pudiera desatar la bestia que sabía que tenía dentro porque ya la había vivido una que otra vez.

—Sabes… nadie nunca me preguntó eso —frunció su ceño.

—Quizás porque it’s nobody’s business —sonrió.

—¿Por qué quieres saber tú? ¿Por curiosidad?

—No logro entender la relación que tienen ustedes dos —se encogió entre hombros.

—¿Por qué no?

—Juntos pero separados, juntos pero no revueltos.

—Ah… —levantó ambas cejas—. ¿Qué es lo que sabes exactamente sobre nosotros?

—No mucho.

—Vamos, yo sé que algo sabes… y está bien que me lo digas.

—Yo sé que no funcionó —dijo evasivamente.

—Y sabes por qué no funcionó.


—Todo tiene dos lados —sonrió suavemente—. Además, ni siquiera sé cómo se conocieron ustedes
dos.

—Yo la conocí en el último año de colegio. Ella era de nuevo ingreso en invierno, yo estaba por
graduarme… yo estaba protestándole al profesor de física que mi examen estaba perfecto y que me
merecía el diez que él no quería darme porque no le escribí las unidades en el último ejercicio —resopló
como si se estuviera acordando de ese momento de necedad injustificada—. Camilla entró al salón de
clases en medio de mi temperamento, ella no me vio, no me hizo caso, no se dio cuenta de mi
existencia… pero yo sí me di cuenta de la de ella.

—¿Ves? Yo siempre creí que se habían conocido en la universidad —rio.

—La terminología cambia —sonrió—. Nuestro colegio era de hombres y de mujeres, no de hombres
y mujeres, compartíamos instalaciones pero no nos mezclábamos más que en los pasillos… y, después
de que vi a Camilla, que hasta me dejó de importar el nueve punto siete que me había puesto el
desgraciado, simplemente me encargué de ser el primero en salir de la clase de física para no volver a
encontrármela.

—… the fuck? —rio.

—Joven, estúpido y nervioso —se excusó al encogerse entre sus hombros—. La quería ver pero no
quería que me viera, supongo. Mucho menos después de que tenía mejores calificaciones que yo —
frunció sus labios.

—¿Mujer intimidante?

—¿Bromeas? —rio—. Era física avanzada para no llevar química, pero ella llevaba física y química
avanzada porque odiaba biología. Claro que es intimidante.

—Entonces, ¿qué? ¿La acosaste en la universidad por todo lo que no la acosaste en el colegio? —rio.

—No exactamente, yo no soy un acosador… vivía nervioso de sólo verla —se encogió nuevamente
entre sus hombros y colocó el cubo sobre el escritorio—. Y, hasta la fecha, me sigue pasando. Pero ese
no es el punto… después del colegio yo me tomé un año para trabajar, para decidirme entre arquitectura
e ingeniería civil, y, por eso fue que Camilla me alcanzó. Y, claro, cuando entré a la primera clase el primer
día, ahí sólo había hombres.

—Sólo hombres y Camilla.

—Y Camilla —asintió—. Por eso es que nos “conocimos” en la universidad, porque fue cuando de
verdad empezamos a hablar… aunque a Camilla le gustaba decir que fuimos novios desde el colegio.

—¿Por qué?
—Por Camilla fue que conocí a Pensabene —rio—. No sé cómo fue que coincidimos en una fiesta y,
cuando Flavio hizo su movida con Camilla, ella sólo me haló y le dijo que éramos novios, Flavio no le
creyó, Camilla le dijo que éramos novios desde el colegio y… bueno… —se sonrojó.

—Y te violó la boca… entiendo.

—No diría que me la “violó” —rio.

—Arquitecto Volterra… es usted un romántico.

—Arquitecta Pavlovic… —rio de nuevo.

—Ah-ah-ah —lo detuvo con la palma de su mano en el aire—, no te conviene entrar en detalles de mi
vida sexual… o la falta de —le advirtió, aunque lo último lo dijo sólo para compensar la verdad de su
exhaustiva y sabrosa, y pintoresca, y vívida vida sexual.

—Como sea… —sacudió la cabeza para sacudirse el recuerdo de aquel video que ya no existía más
que en su cabeza—. En el momento en el que todo pasó, soy sincero, no sabía qué había hecho mal o
qué me faltaba para ser de su gusto… pero, hoy que lo puedo ver a distancia de brazo, no sé, creo que
en aquel entonces era demasiado… insípido.

—¿”Insípido”?

—Sí —frunció su ceño y se quitó las gafas—. Toda mi vida giraba alrededor de la arquitectura: estudiar,
estudiar, memorizar, aprender, criticar, ser criticado, maquetas, modelos, seminarios, talleres, pasantías
y trabajos que me propulsionaran de alguna manera hacia algo que sólo existía en mi cabeza. Cuando
estaba con Camilla, mis temas favoritos eran la universidad, la arquitectura, que tenía que estudiar para
los exámenes, que no entendía algo que ella sí… no sé, era tonto, y nuestras citas involucraban a Alessio
y a Flavio, y a materiales para las maquetas o para estudiar algo, o para lo que fuera. Hasta hace pocos
años entendí que quizás y fue que la asfixié con tanto de lo mismo; que yo hablaba, y hablaba, y hablaba,
y nunca la dejé hablar de algo que no fuera de lo que a mí me gustara. Fui muy egoísta, y quizás eso no
es excusa para lo que hizo, pero sé que tiene mucho que ver. Supongo que Talos simplemente le ofreció
algo diferente. Y a él lo odié, lo detesté por muchos años porque creí que era su culpa; boca de político,
de demagogo, carismático, y, de paso, no era feo; ya tenía algunas canas cuando se conocieron, tenía el
bronceado que Kennedy habría deseado, siempre en saco y corbata… y con él podía hablar francés,
inglés…

—Creí que hablabas francés —frunció su ceño.

—A raíz de eso —rio, y Emma elevó sus cejas y abrió su boca para expulsar un suave “oh”—. Resentido
con Camilla, odiando al desgraciado que me robó a la única mujer que de verdad me gustaba y que todo
lo que yo quería, todo eso de ser el mejor, era porque sabía que con un trabajo mediocre no podía darle
a Camilla lo que conocía como costumbre.
—No me imagino a Camilla siendo tan materialista…

—Nunca se quejó de beber vino de un vaso o de una taza, tampoco se quejaba de caminar desde la
universidad a mi apartamento, tampoco se quejaba de mi ropa… nunca se quejó de nada, pero yo sabía
que no era lo suyo.

Emma rio nasalmente y se tomó un segundo de su tiempo, o de su vida, para darse cuenta de que había
dos posibilidades: o todos somos iguales o somos parte de alguna coincidencia. Mientras Camilla nunca
se quejó de beber vino de un vaso o de una taza, Sophia todavía tenía un mini paro cardíaco cuando veía
el precio de una copa de vino aunque no lo decía, mientras Camilla nunca se quejó de caminar quién-
sabía-cuántas-cuadras, Sophia todavía seguía extrañándose de cuando ella pagaba algo y no quería el
cambio porque detestaba las monedas y los billetes de un dólar; en especial cuando se trataba de un
taxi, que mientras Camilla nunca se quejó de la ropa de “Alessandro”, Emma tenía que esconder viñetas
y cubrir precios para susurrar una única enunciación: “si te gusta, cómpralo”. Y quizás no era que todos
éramos iguales de la manera inmediata y literal, sino que éramos iguales pero en el sentido más
ridículamente opuesto, y eso nos hacía coincidencias; coincidencias que la hacían sonreír en ese
momento. Quizás todavía alcanzó a tener tiempo para darse cuenta de que podía encontrar, hasta cierto
punto, equivalencias que se proyectaban, de la relación Volterra-Camilla, hacia la suya: ella era Camilla
y Sophia era Volterra; ella no se quejaba de lo que a Sophia le gustaba porque no había quejas que
pudieran juzgar los gustos tan tiernos y sencillos de Sophia, o de Volterra, que eran quienes intentaban
igualar algo que no era pedido, algo que no era necesario porque, lo que ofrecían, era precisamente
lo que a ellas, Emma o Camilla, les faltaba.

—¿Camilla y tú dejaron de hablar?

—Por muchos años —asintió casi en silencio—. La primera vez que volvimos a hablar, pese a los
esfuerzos de Alessio y Flavio, fue en el dos mil cinco… para lo de Patricia. Sólo llamó para las
condolencias, para saber si estaba bien.

—¿Esperabas verla?

—Es complicado.

—Y tengo tiempo.

—Sí, sí esperaba verla —asintió.

—Pero no vino.

—No —disintió—. Al principio creí que era porque Talos no la había dejado venir, pero sólo fue que
no consideró apropiado aparecerse después de cómo habían terminado las cosas… y habría sido
incómodo. Sólo llamó y se encargó de inundar de peonías —sonrió ante el recuerdo del olor, del color y
del gesto.
—¿Peonías? —frunció su ceño como si no entendiera.

—Me gustan las peonías —sonrió—, me relajan.

—Curioso…es bueno saberlo —sonrió de regreso—. So… ¿desde entonces volvieron a hablar?

—Pero no mucho, lo suficiente como para que me contara que tenía dos hijas, y que Sophia estaba
estudiando en Savannah. Nos vimos un par de veces en Roma y por casualidad en casa de Alessio… pero
nada muy cerca. Ya cuando se separó de Talos fue que empezamos a hablar.

—Realmente hace poco…

—Pues, sí. Lo que pasa es que después de que Camilla se fue, yo no tenía mayores aspiraciones más
que académicas pero no podía hacer mi especialización porque me faltaba financiamiento, ella me pagó
los dos años y medio de universidad y me ayudó con la vivienda… no sé cómo. La cosa es que, cuando se
separó de Talos, el dinero que te di fue para pagárselo.

—Supongo que hiciste el cálculo porque, hasta donde yo sé, la universidad no era tan cara… nunca lo
ha sido.

—Y quizás, de no ser por lo que me pagó, yo no estaría aquí. Por eso se lo devolví como se lo devolví.
Y no era que quería intentar algo con ella —aclaró.

—Pero se han acercado.

—Evidentemente —rio—. Tengo una hija con ella, ¿no te parece razón suficiente?

—Razón sí, excusa no.

—¿Qué es lo que quieres saber en realidad?

—¿Vas a regresar con Camilla o no? —sonrió.

—No.

—¿Vas a regresar con Camilla o no? —repitió.

—No lo sé, a veces creo que me confundo entre las dos versiones de Camilla que conozco; la que me
hace feliz y la que me lastima. Pero la sigo queriendo de la misma manera.

—Ésa es una respuesta más aceptable que un “no” —rio girándose sobre la silla para alcanzar su
bolso—. Pero me gustaría saber por qué respondiste que “no”.

—No lo sé, sería un poco raro.


—¿Raro que concluyan lo que quedó inconcluso? —resopló sacando un rectángulo de papel azul
marino impecable.

—No lo sé —se encogió entre sus hombros.

—No me estás preguntando, pero esa zona gris en la que están; en la que no son nada pero no son
algo concreto, es realmente incómodo. Hasta Irene lo nota.

—Entre la distancia tampoco se pueden hacer maravillas, sólo lo que se logra por teléfono.

—Y nadie te detiene para que vayas a Roma en tiempo de… cuando se te dé la gana —rio.

—¿Estás jugando a ser Cupido conmigo?

—No, esa profesión te la dejo a ti —sonrió—, sólo digo que “go big or go home”. —Le alcanzó el sobre
y tomó el cubo entre sus manos.

—¿Qué es esto?

—Bueno, ábrelo si quieres saber.

Del sobre azul marino sacó un rectángulo azul marino y que era unos milímetros más pequeño que el
sobre, dicha pieza se encargaba simplemente de reunir una serie de rectángulos color crema que, en
ciertos momentos de desvarío, podía parecer champán pero mate. La parte azul marina se traslapaba
sólo de un extremo vertical y, en el punto exacto del triangular traslape, se encontraba un fortune
knot de platino con esmalte azul marino y cristales transparentes; algo que sólo Swarovski podía dar.

—Ah, ya tienen fecha —murmuró con tan solo leer el primer nombre, lo cual le había asombrado porque
era el de Sophia y no el de Emma.

—Estás cordialmente invitado —sonrió Emma—. Te preguntaba lo de Camilla por el “plus one”.

—¿Camilla trae un “plus one”? —se ahogó con el poco aire que le quedaba.

—No que yo sepa. Pueden ser el “plus one” del otro —guiñó su ojo.

—Sabes… —suspiró, y Emma irguió la mirada por la simpleza del tono de su voz—. Me esperaba que
fuera un derroche de nombres… digo, con los nombres de los papás también.

—Bueno, mi papá no está vivo… y, de estarlo, seguramente no lo aprobaría —sonrió—. Y, hasta donde
tengo entendido, Sophia tiene un conflicto en cuanto a sus papás, y digo “papás” para referirme al
género masculino.

—¿Talos viene?
—Ya Sophia lo invitó, si viene o no es problema de él. ¿Habrá algún problema?

—No, en lo absoluto.

—¿Seguro?

—No es como que lo odie todavía —rio sacando el rectángulo pequeño que decía “RSVP” para rellenar
las casillas—. No comparto su manera de tratar a Camilla, pero Camilla ya estaba grande como para
saber cómo defenderse… pero le agradezco que haya criado a Sophia y que le haya dado lo mejor —
sonrió.

—¿Cuándo piensas decirle a Sophia que eres su papá? —susurró—. Te lo pregunto porque es una
bomba de tiempo.

—Lo he estado hablando con Camilla y, no sé, si por ella fuera ya lo sabría —rio y le alcanzó la tarjeta
del “RSVP”—. Por cierto, ¿en dónde está Sophia?

—No tengo idea —se encogió entre hombros, aunque sí sabía dónde estaba.

—¿Tú tienes algo que hacer?

—¿Aparte de producir dióxido de carbono mientras der Bosse me llama para decirme que vendrá “x”
día? No.

—¿Te está sacando canas? —rio.

—En mi familia empiezan a salir a eso de los treinta y cinco, y la alopecia tampoco es dominante —
resopló—. Pero no niego que es de esos clientes que dan ganas de decirles que se metan ciertas cosas
por el cu… —y tosió, no por censurarse sino porque realmente necesitaba toser.

—¿Y Providence y Newport?

—Para Newport falta mes y medio. Providence estará listo en diez días, y sólo tengo que ir a
terminarlo; creo que tres días será suficiente.

—Ah, ¿te quedas allá?

—No lo sé...aunque creo no voy a gastar seis horas al día por ir y venir por mucho que eso me
gustaría —«aunque eso signifique dormir sola».

—¿Sophia tiene algo que hacer?

—No que yo sepa, ¿por qué?


—¿Por qué no te vas con Sophia?

—¿Es en serio?

—No veo por qué no —rio—. Pero eso lo deciden entre ustedes y si no tiene otra cosa que hacer.

—Como el jefe diga —resopló—. Gracias.

—No me lo agradezcas. Cambiando un poco el tema… —dijo abruptamente—, ¿qué quisieras que te
regalara aparte del número?

—No lo sé, ¿qué nos quisieras regalar?

—¿Qué te va a regalar tu mamá?

—Un set de ocho botellas de vino; del primer al quinto aniversario, el de los diez, el de los quince y el
de los veinte.

—¿Ustedes beben seguido?

—El ocasional Martini, la ocasional copa de vino, el ocasional vodka… la ocasional botella de
champán… diría que tres días a la semana hay un poco de alcohol involucrado pero no en cantidades
exuberantes.

—No me lo habría imaginado —frunció su ceño.

—¿De mí o de Sophia?

—No, a ti ya te he visto deseando que alguien te mate para no sufrir más por la resaca —rio—, hablaba
de Sophia.

—Conoce sus límites —sonrió—. En fin…

—No planeo contribuir a la causa —sacudió su cabeza, pero Emma ladeó su cabeza con su ceño
fruncido porque no entendió el comentario—. No quiero que terminen en AA.

—¡Já! —lanzó la monosílaba carcajada ridiculizadora—. A veces se me olvida lo gracioso que es usted,
Arquitecto Volterra —entrecerró sus ojos.

—Yo sé —sonrió burlonamente para defenderse—. ¿Qué te parece si les regalo “n” cantidad de
marcos para que no tengan las fotografías volando por el espacio?

—¿”n”?

—Sí, tú dime el número que quieren y yo se los regalo.


—No suena nada mal, Arquitecto.

—Algo se aprende entre tantas mujeres —sonrió—. ¿Cuántos marcos necesitarían?

—Uno —se encogió entre hombros—, pero que sea uno bonito.

—¿Lo quieres vertical u horizontal? ¿De cinco por siete o de ocho por diez? ¿Individual, doble, o de
varios marcos pequeños? ¿De qué color? ¿De qué marca?

—Vertical, de ocho por diez, individual y que, cuando lo veas, lo primero que digas sea: “sí, éste es”.
Y, de ser posible, evita a Weingeroff y a Thorson Hosier.

—Entendido —asintió tomando nota mental—, y de regalo de cumpleaños para Sophia, ¿qué podría
regalarle?

—No tengo idea —rio.

—¿Qué le vas a regalar tú?

—Una cámara —«y una cogida histórica».

—¿Una cámara? —frunció su ceño.

—Sí, creo que hay momentos que vale la pena inmortalizar para poder verlos una, y otra, y otra vez
—guiñó su ojo derecho—. Pero, ¿qué le quisieras regalar?

—No sé, algo que le sirva… esperaría yo.

—Mmm… —frunció su ceño y, cerrando los ojos, echó su cabeza contra el respaldo de su silla—. Deja
a un lado el hecho de que Sophia es Sophia y piensa en qué le podrías regalar a tu hija…

—A mi hija… —suspiró y se recostó sobre el respaldo de la butaca mientras posaba su tobillo derecho
sobre su rodilla izquierda—. No sé, creo que le regalaría aretes…

—¿Y a la hija de tu exnovia que es tu empleada?

—Quizás algo un poco más impersonal… quizás unas flores, no sé.

—Flores a un extremo, aretes al otro. ¿Qué hay en el medio?

—¿Qué hay en el medio?

—No sé, pero, lo que sea que se te ocurra, procura que no sea para el trabajo —sonrió y se volvió a
su cubo.
—¿Qué tipo de flores le gustan a Sophia?

—Peonías —resopló, pues por eso le había asombrado lo del comentario de hacía rato—. “Pillow Talk”
o “Coral Supreme”.

—¿Es en serio?

—Sí —asintió sin verlo a los ojos—, y si le pones un poco de “Baby Breath” por ahí creo que quedarías
más que sólo “bien”.

—¿Le gustan las perlas, los diamantes, los rubíes, los zafiros?

—Diamonds are a girl’s best friend —sonrió—, pero Sophia no es cualquier mujer.

—¿Eso qué significa?

—Que tienen que ser la mezcla justa entre elegancia, pulcritud y seriedad, pero no pueden ser muy
grandes; studs o hoops. Si son hoops tienen que ser completos.

—¿Qué hay de un libro? —preguntó abrumado de tantos factores que debía considerar.

—Tiene gustos muy dispersos —sacudió su cabeza—; le gustan serios, ligeros, de comedia, distopias…
lo que sea que la entretenga, y sólo suele leer cuando realmente tiene antojo de leer. Ni yo he podido
descifrar su gusto literario.

—¿Películas?

—Comedias que no incluyan nada parecido a “American Pie”, comedias románticas, suspenso, balas,
explosiones, sangre, Jason Statham… básicamente vemos todas las películas que no son las parecidas a
“American Pie”, hasta la ocasional de “miedo”.

—¿Ropa?

—¿Sabes sus tallas?

—No, pero Camilla puede que sí, o tú —sonrió.

—Si quieres regalarle ropa no es que vas y se la escoges.

—¿Entonces?

—Le compras una “gift card” para que ella se lo compre a su gusto, talla y color que le vengan en
gracia. Y sí, sí sé que las mujeres somos complicadas: difusas y dispersas pero específicas y concentradas.

—Mejor no lo has podido plantear —rio—. ¿Qué le regalan tus amigos a Sophia?
—El año pasado… —frunció sus labios para potencializar su esfuerzo mental para acordarse—. Phillip
y Natasha le regalaron una gift card.

—¿Y este año?

—Curioso —rio—. Eso ni yo lo sé. ¿Qué le regalaste tú el año pasado?

—Un cheque.

—Fino, es lo mismo que una gift card. ¿Cuál es tu preocupación, entonces? —rio.

—¿Nunca te ha pasado que no te acuerdas de quién te regaló algo?

—¿Tú te acuerdas de qué te regalé para tu cumpleaños? —levantó su ceja derecha.

—¡Ves! —siseó.

—¡Eres un caso, Alessandro! —rio Emma—, ¿de verdad no te acuerdas de qué te regalé?

—¿Sabes cuándo cumplo años? —preguntó boquiabierto.

—Pá… —rio—. El doce de julio, y naciste en el sesenta y uno en Lanciano. Y te regalé el bolígrafo con
el que acabas de decirme que sí irás a mi boda —sonrió.

—¿En serio? —frunció su ceño.

—No —se carcajeó—. No te regalé nada porque sé que no te gustan los regalos. Pero ya veo a qué te
refieres…

—Caí… —gruñó con una sonrisa divertida.

—Pregúntale tú a ella qué quiere que le regales, es más fácil, ¿no crees?

—Puede ser —murmuró, viendo que su reloj ya dictaba las cuatro de la tarde en punto—. Por cierto,
¿en dónde está Sophia?

—Debe estar en el taller trabajando en la adición que me prometió hace unos meses para mi clóset
—sonrió.

—No sé quién consiente más a quién; si tú a ella o ella a ti.

—Reciprocidad, Alessandro —sonrió, viéndolo ponerse de pie—. ¿Te vas?

—Todavía no, debo ir en busca del regalo perfecto; de ese que diga “soy tu jefe pero también soy tu
papá” y empezaré por Google —asintió—. ¿Tú no te vas? Son las cuatro.
—Mmm… —musitó y estiró su brazo para retirar la manga de su muñeca y, así, descubrir su reloj—.
Sí.

—Penny for your thoughts? —preguntó, pues le pareció raro en cómo Emma había decidido irse
cuando parecía no tener intenciones de hacerlo.

—Voy a matar un poco de tiempo —sonrió, poniéndose de pie y arrojando el cubo dentro de su bolso
mientras apagaba su iMac—. Y, a juzgar por tu escepticismo, si quieres puedes venir conmigo a trotar
una hora, o hasta que te den ganas de no seguir trotando más.

—No, gracias —rio—. Emma, ¿te puedo dar un consejo?

—Beninteso —murmuró un tanto indiferente.

—Inercia —susurró, y, cuando Emma levantó la mirada, Volterra ya no estaba dentro de su oficina,
ya iba por el final del pasillo.

«¿Inercia?», pensó. Si tan sólo Alessandro Volterra hablara claramente y le dijera la inercia de qué, o de
quién, si es que hablaba metafóricamente.

—Arquitecta —sonrió por saludo al contestar el teléfono.

—Sophie… —sonrió Emma mientras luchaba por encontrar el balance entre su teléfono y su Cinzia
Rocca gris.

—Hola, mi amor —resolvió saludarla como se debía.

—¿Qué tal estás?

—Muy bien, ¿y tú? —pujó y jadeó casi al mismo tiempo.

—Bien, estoy saliendo del Estudio. ¿Estás en el taller?

—Sí, ¿por qué? —preguntó sin aliento—. ¿Te urge mi presencia? —bromeó con segundas intenciones.

—¡Sophia! —rio divertida.

—Digo, si te urge… en este momento me voy —sonrió, y Emma pudo sentir esa sonrisa a pesar de no
poder verla.

—Are you having fun?

—Depends on what you’re about to suggest.

—¿Con qué estás trabajando?


—Con una pistola de clavos.

—¡Uh, sexy! —siseó seductoramente—. Y… ¿qué tienes puesto? —preguntó por primera vez en su
vida sexual y no sexual, con y sin curiosidad y sólo para añadirle ese no-sé-qué a su juego.

—Facetime —dijo nada más y cortó la llamada, que le dio el tiempo suficiente a Emma para buscar
sus audífonos en su bolso y colocárselos en sus oídos—. Hola —dijo al conectarse audiovisualmente vía
Facetime.

Su sonrisa estaba enmarcada por sus característicos camanances y brillaba en un mate Labello de funda
azul, o celeste, no me acuerdo. Sus mejillas estaban un tanto enrojecidas y un leve brillo se esparcía por
todo su rostro hasta que quitaba el exceso con su brazo o con su muñeca, que, al hacerlo, delataba el
uso de un guante para-nada-sexy pero que, de alguna manera, lograba ser sexy.

Su cabello estaba recogido en una coleta desordenada y alta, su cuello se veía largo y esbelto, un tanto
rojo por alguna razón de la vida, y sus hombros se delineaban, como siempre, con suavidad y perfección.

Vestía una camiseta desmangada blanca bajo la camisa, a cuadros rojos y negros, de botones y
mangas largas pero que se había recogido en dobleces hasta por debajo de sus codos.

—Hola… —suspiró Emma con una sonrisa al verla, que le bajó el ritmo a su alocado intento de colocarse
su abrigo para poder concentrarse en verla. Ah, esa paz.

—Hola, Arquitecta —sonrió de tal manera que su dentadura superior apenas se dejó descubrir por
entre sus labios.

—¿A qué hora vienes a casa? —balbuceó estúpidamente ante la sonriente rubia que disimuladamente
mascaba lo que Emma presumía que era un Extra Polar Ice.

—¿A qué hora me quieres en casa? —ladeó su cabeza así como, por roce, se le había transferido de
Emma. Emma sólo se sonrojó—. ¿Me quieres ya en casa?

—¿A qué hora vienes a casa? —repitió por la simple vergüenza de poder verbalizar ese “sí” mental
que tanto quería gritar.

—Sólo termino aquí y pido un taxi —sonrió.

—¿Tienes hambre?

—Ahora que lo mencionas… sí —asintió—, no me había dado cuenta de que se me había pasado el
almuerzo. —Emma frunció su ceño y sus labios con cierto disgusto porque sabía que Sophia no
desayunaba y que ese trozo de goma de mascar no era precisamente ni un tentempié—. Pero estaría
más que agradecida si me invitas a comer algo —dijo con cierta inocencia para librarse de cualquier
regaño mental y para suavizar la expresión facial de su Emma.
—¿Qué te gustaría comer? —preguntó amablemente.

—Algo con french fries —respondió, pues no había mayor gusto para Emma, del que ella supiera, que
cuando le decía que “sí” a invitarla y a qué quería que la invitara—, algo como fried chicken.

—¿Te veo en cuarenta minutos o en más?

—En cuarenta estaría perfecto, mi amor —asintió con una sonrisa.

—¿Quieres postre?

—Sólo si compartimos.

—You look lovely today —sonrió, y vio cómo Sophia, por encima del rubor de esfuerzo, se coloreó de
un tono más candente—. Te veo luego —guiñó su ojo y, con una sonrisa y un beso silencioso, recibió una
sonrisa visual para terminar la llamada.

Apretó el micrófono sólo para dejar que cualquier canción inundara su oído derecho mientras terminaba
de tomar su bolso y se disponía a salir de su lugar de trabajo.

Se despidió de Gaby con las mismas palabras de siempre: “si no hay nada más por hacer puedes
irte. Que tengas buen día, y hasta mañana”, a lo cual Gaby respondía: “que tenga buen día, Arquitecta”,
agitó su mano frente a la oficina de Belinda para despedirse de ella, quien, aparentemente, siempre que
ella se iba estaba pegada al teléfono por alguna razón, agachó la cabeza para despedirse de Selvidge,
quien pintaba una mandala, y salió por la entrada principal, no sin antes murmurar un “hasta mañana”
para Caroline, la del escritorio principal.

Introdujo el audífono izquierdo en su oído para que Empire State Of Mind le inundara la
audición y la privara de maquinar pensamientos inconclusos e incoherentes.

No supo de quiénes estaban en el ascensor cuando se unió a ellos, sólo sabía que todos eran hombres
en trajes negros y camisas blancas, entre corbatas rojas y amarillas, y luego le importó poco ver que una
de las puntas de sus Corneille Louboutin se veía relativamente más rara que de costumbre, y no fue
hasta que dio el siguiente paso que se dio cuenta de una ligera laceración que perturbaba el cuero negro.
Debió haber sido de su inquietud matutina al estar rozando su pie contra el filo del escritorio de Phillip
mientras hablaban de los posibles escenarios, y, si no era por eso… tampoco le importó por qué, para
eso los tenía en seda negra, en piel de algún reptil rojo, en tweed gris carbón y en seda turquesa oscura.

Y, de repente, se encontró sentada en la barra de T.G.I. Friday’s entre la cuarenta y ocho y la


cuarenta y nueve y quinta, con un audífono abajo mientras procuraba tener paciencia suficiente para
esperar las dos órdenes de Crispy Chicken Fingers, mustard dressing on the side, y una generosa porción
de aquel Salted Caramel Cake; exactamente lo mismo que había almorzado aquel día con Sophia, aquel
primer día de almuerzos juntas, aquel día de sostén de PINK de Victoria’s Secret que tanto le había
perturbado hasta que había logrado apagar su combustión.
En esa ocasión, en esa remota y temporal impaciente soledad, no abusaba de su edad, o de su
inaceptable desesperación por ver a Sophia, pues no ahogaba esa incapacidad de decirle que “le urgía
verla” en ningún tipo de alcohol sino en algo a lo que Natasha, y ella misma, llamaban “chapstick en vaso
y con hielo”, o sea una Straberry Lemonade Crush; una perfecta combinación de fresas machacadas por
negocio, jugo de lima, jugo de limón, azúcar, una odiosa cantidad de sprite y un gajo de amarillo limón
que pretendía ser más decoración que algo más útil.

El cubo estaba nuevamente presente y sacaba lo más jovial de Emma que se podía, pues, por
pereza de interrumpir su implosión cúbica-mental, había colocado el vaso alto de ese ácido chapstick en
vaso entre sus brazos para no despegarse de la pajilla y beber por aburrimiento y por ganas de tener
algo en la boca. Algo como la ansiedad. Pero ella y yo sabíamos que un cilindro plástico, o sea la pajilla,
no era lo que le quitaría la ansiedad, aun así la mordisqueara y, con eso, evidenciara la inmadurez de la
etiqueta y el protocolo en la gastronomía.

Emma estaba consumida en lo que se resumía a la pura desconcentración por tener demasiadas
cosas en la cabeza: el tercer socio, Volterra, Sophia, el cumpleaños de Sophia, el maldito cubo que era
imposible que le estuviera ganando, ¿acaso era la maldita caja de pandora? Ojalá y estuviera aquel
Voyeur Back Panty de Kiki de Montparnasse dentro de la caja. Y Natasha, a quien no había visto en lo
que le parecía una eternidad, o sea dos días, y que no lograba concebir que Thomas pasara más tiempo
con ella que ella, pero, al menos, sabía que le ayudaba a mantenerse ocupada y distraída de las cosas
que realmente le perturbaban; que la comida, que la bebida, que “Nate, confío en tu gusto para todo;
yo comeré lo que sea y beberé lo que sea… así sea pan y agua. Pero, al menos, pon un poco de
mantequilla y sal, y hielo”.

Apartó el cubo porque estaba al borde, nuevamente, de querer abrirla por las malas y
simplemente se taladró los audífonos en ambos oídos para gozar de “Talk Dirty” en repetición, una y
otra, y otra vez mientras, con sus dedos, tomaba la pajilla y revolvía circularmente su bebida.

Eran dos minutos y cincuenta y ocho segundos de recuerdos divertidos que no tenían precio a pesar de
que le habían costado menos de dos dólares en iTunes.

Sí, era culpa de la canción y de dos botellas de Gin y una de Vermouth, y quizás también de aceitunas
rellenas de blue cheese, de champiñones salteados a las hierbas y al vino blanco, y de una enorme cesta
de perfectos crostini para comerlos con el guacamole, o con las rebanadas de mozzarella, o con el pesto,
o con las cebollas caramelizadas, o con los tomates y albahaca para hacer la perfecta bruschetta, o era
culpa de las dos docenas de ostras. Y era culpa del sofá, y de las risas, y del momento, y de la graciosa
ebriedad que las había colmado; que se daban de comer mutuamente, que bromeaban y que
simplemente estaban ahí, en ese momento y ellas dos.

En ese momento Emma se sintió muy bien, y se sintió bien porque no había nada mejor que hacer
después de conocer los anillos que estarían en sus dedos anulares de la mano izquierda, no había nada
mejor que dejar las bolsas de Bergdorf’s y Saks a la entrada para sentarse a comer en cualquier lugar que
no fuera la mesa.
Claro, después de Martinis cada tanto, Jason Derulo hizo su aparición y Sophia comentó lo sexual que
era la canción, y Emma, sólo por llevarle la contraria, pues de “Talk Dirty” todo sonaba sexual, le dijo que
era imposible. Sophia, ante el evidente y juguetón reto, se puso de pie y simplemente se dejó ir en un
striptease un tanto torpe pero gracioso para probarle a Emma que sí podía ser sexual. Claro, terminó en
lo que cualquiera podría llamar “steamy sex”. Muchos jadeos callados, frentes juntas, un poco de
malévolo sudor. Pasó “Shot You Down” de Nancy Sinatra con distorsiones de Audio Bullys, “Four To The
Floor” de Starsailor, “Drop It Like It’s Hot” de cuando Snoop Lion era Snoop Dogg, “Bom Bom” de Sam &
The Womp y una invasión muy graciosa de Pointer Sisters con “I’m So Excited”, y Sophia terminó a
horcajadas sobre el regazo de Emma, con Emma contra su pecho mientras se abrazaban entre la falta de
aliento por haber imitado a los conejos.

Luego las había atacado una risa bastante estúpida, pero orgásmicamente estúpida, y habían reanudado
la acción de comer.

Interrumpieron su pervertida película en su cabeza al creer que era su pedido, hasta materializó
su cartera para pagar, pero no, no era su pedido.

Bueno, ni modo, se encogió entre sus hombros, respiró profundamente con impaciencia, no porque se
estaban tardando lo normal sino porque no se aguantaba por decirle a Sophia que le urgía verla. ¿Por
qué no lo sólo lo hacía por teléfono? Bueno, hay cosas que es mejor decirlas frente a frente. O quizás
era mejor frente a frente porque quizás se lo diría contra su cuello, o quizás se lo diría como algo muy
normal y en tono indiferente para no sonar tan sensible y vulnerable, o quizás se lo susurraría al oído
cuando estuvieran a punto de dormir, o quizás y, de tantas ganas que tenía de decírselo, no se lo diría.

El recuerdo de Sophia, ese de que le susurraba concupiscentemente la letra de “Talk Dirty” a su oído, la
atacó de nuevo, y sólo supo sacudir la cabeza y adentrarse en el mundo de Angry Birds para seguir en su
intento de conquistar cada nivel con tres estrellas, aunque ella sabía que el juego ya había pasado de
moda.

Entre “Wearing Out My Shoes” se puso a pensar en las cosas que más le quitaban la paz mental,
y no era precisamente el tercer socio porque para eso tenía plan A, plan B, y hasta plan Z.

Era el cumpleaños de Sophia, ¿qué iba a hacer para su cumpleaños? El regalo lo tenía, y era, quizás, el
regalo más indecoroso pero, de alguna forma, era lo que Sophia quería aunque no se le ocurría que podía
hacerse. Sí, sí, una cámara, todo porqueaquellas palabras le sonaban en su memoria una y otra vez: “Non
potete immaginare quanto mi piacerebbe conservare momenti come questi… sai, come in un pen drive”.
Todavía le daba risa, pero, bueno. En fin. Ajá. El problema no era el regalo, el problema era que no sabía
cómo celebrárselo.

Su cumpleaños era un martes, o un lunes en caso de que se encaprichara de celebrárselo nuevamente a


la hora Rialto o a la hora de Roma, o de Atenas. Martes. ¿Qué se hacía un martes aparte de no casarse,
no embarcarse y, desgraciadamente, sí apartarse de su casa? “Llévame a cenar, unas copas, y una buena
cogida”, ése era el deseo de Sophia, pero más vaga no podía ser. ¿A dónde quería ir a cenar? ¿Quería ir
a cenar a Butter, a Masa, a Smith & Wollensky, a Jean-Georges, al balcón del apartamento? ¿Y qué quería
comer? ¿Copas de qué quería; de vino tinto, del inusual vino blanco, de Martini, de Bollinger? ¡Y la
“buena cogida”!

Eso último, en el diccionario de Emma, significaba nada más y nada menos que “algo especial”… y, en
mis palabras, “something out of the box”, así que asumo que sí, era lo mismo. Ya lo había sacado de la
cama porque ni en la cama había empezado, ya habían compartido los attachments, o sea los juguetes,
aunque esos eran de las dos desde un principio, ¿qué podía hacer? Ah, tenía el cerebro quemado, pero,
al final del túnel, vio la luz. Ya la había vendado pero no para algo tan sexual, ya habían tenido un tímido
Bondage pero ella había sido la víctima. Y, listo, la iba a asesinar pero ya tenía respuesta, o quizás sería
Sophia quien la asesinaría a ella, y no era en un sentido metafórico sino real. Las copas de Bollinger, y
que ella escogiera dónde cenar.

Y, a poco menos de un mes, se le ocurrió recurrir a la magia de TripAdvisor para tener una especie de
escape de fin de semana largo en compensación por la falta de Springbreak y para abonar sonrisa a su
cumpleaños, pues nunca se le olvidaba que no había mejor forma, para quedar bien con la Licenciada
Rialto, que dejarla despertarse hasta que su cerebro se aburriera de dormir.

¿Poconos? Sí, Poconos. Y, cuando menos lo supo, desechó la idea de que Camilla o Irene pudieran venir,
pues hasta eso se le había ocurrido, pero nada mejor que un escape de Spa; de masajes suecos y poco
sol, y un poco de frío, para que no quisiera ni salir de la cama… cosa que a ella la seducía porque, en
cuestión de segundos, ya lo tenía todo fríamente calculado y reservado en “The Lodge at Woodloch”.

Le entregaron su pedido y, ni lenta ni perezosa, de manera literal y no metafórica, llegó antes


al 680 cuando ni había salido de la puerta del restaurante.

—¡¿Mi amor?! —llamó Emma al abrir la puerta, pues cómo esperaba escuchar un “¡En la cocina!” o un
“¡En el baño!”.

—Aventé la pistola de clavos y me vine —rio Sophia, emergiendo de la cocina con una copa de Martini
en su mano derecha.

—Hola —murmuró ruborizada y sorprendida mientras que, con la aguja de su Louboutin derecho,
cerraba la puerta.

—Hola —sonrió Sophia, alcanzándole la copa y tomándole la bolsa de papel; un perfecto trueque—.
Primera vez que llego antes que tú —resopló, tomando a Emma por la cintura con su brazo y, con la
incomodidad de una remota diferencia de trece centímetros de Louboutin, perdón: de altura, se elevó
en puntillas para robarle un beso de “hola, bienvenida a casa, qué bueno verte”.

—Me urgía tanto verte… —suspiró en cuanto Sophia liberó sus labios de entre los suyos.

—¿Sí? —se ruborizó, pero, al mismo tiempo, se enterneció de ver el rubor en las mejillas de Emma
también.
—Eso de que no estés ni un segundo en la oficina… no es de Dios —dijo, y hasta a mí me impresionó
lo fácil y cursi que le había salido aquello.

—¿No? —balbuceó casi con sus entrañas derretidas, y Emma sacudió suavemente su cabeza mientras
bebía su Martini hasta el fondo para obligarse a borrar el rubor de sus mejillas, pero sólo logró que se
esparciera hasta por el minúsculo triángulo de pecho que se escabullía entre los botones libres de su
camisa de patrón de leopardo; “de leopardo en drogas” según Natasha porque era en negro y azul
marino—. Yo también te extrañé —susurró.

—¿Sí? —imitó su tono de voz.

—Uy, sí —resopló, y la soltó para ir en busca de la cocina, pues el olor de la comida le había despertado
demasiado el hambre.

—Aren’t you the cutest of them all… —murmuró Emma con una sonrisa y, quitándose el abrigo para
arrojarlo sobre el respaldo de una de las sillas del comedor que quedaba a su paso hacia la cocina.

—I am —rio, y se volvió para guiñar su ojo—. ¿Cómo te fue hoy?

—No me quejo de nada laboral, sólo de mi soledad —dijo en ese tono dramático que le daba risa a
Sophia, o quizás era más que nada por su puño en su pecho, buen toque—. ¿Y tú?

—Día aburrido al cien por ciento, cero licitaciones, cero todo —resopló, y sacó las tres cajas de cartón
en las que estaban esa comida que no era ni almuerzo ni cena—, definitivamente tampoco es de Dios
no verte…

—Is that so? —rio, y la abrazó por la cintura para recibir una papa frita entre sus dientes.

—Totalmente —murmuró, y arrojó tres papas fritas a su boca.

—¿Por qué no fuiste a la oficina, entonces?

—¿Por qué no fuiste al taller, entonces? —la remedó, y su punto tenía validez—. No es como que no
seas bienvenida… in the end, you’re the boss —sonrió, y le dio más papas fritas a Emma—. You’re the
owner…

—It happens to be I am —susurró a su oído al estar desnudo por llevar su cabello en una coleta alta y
desordenada, y la apretujó un poco más entre sus brazos—. Pero creo que es bueno que tengas tu Disney
World de vez en cuando —susurró nuevamente a su oído y le plantó un beso suave y sin segundas
aparentes intenciones tras su oreja.

—Eres tan considerada —bromeó sarcásticamente.

—Lo sé —susurró su Ego, quien era incapaz de notar el sarcasmo.


—Te hice algo mientras estuve en el taller —le dijo luego de un momento de silencio incómodo, pero
no era que no tuvieran nada que decirse sino que les urgía más masticar las jugosas piezas de pollo frito.

—¿Otro cubo? —tosió ante el miedo que la sola idea le provocaba, y Sophia lanzó la carcajada—.
¿Qué le parece tan gracioso, Licenciada?

—No voy a hacer un cubo de esos nunca más —sacudió su cabeza—. Son demasiado complicados de
hacer…

—¡Y de abrir!

—Y puedes decir lo que sea de mi cubo, pero no me digas que no te entretiene la idea de no saber
cómo abrirlo.

—A mi Ego le duele, pero sí… me divierte. Y, entre la poca humildad que conozco, estoy pensando
pedirte ayuda.

—Bene, bene —sonrió y le dio un beso en su mejilla—. Pero, volviendo a tu pregunta inicial: no, no
es otro cubo.

—¿Qué es?

—Tampoco es otro artificio de Satanás —dijo Sophia, pues sabía demasiado bien lo que Emma
pensaba del cubo, cosa que no le importaba.

—Ah, eso ya es decir bastante —resopló.

—Yo sé que te va a gustar.

—¿Dónde está?

—Ah, lo vas a tener que encontrar —rio.

—I don’t even know what it looks like —entrecerró sus ojos con cierta indignación que era más
graciosa que verdadera.

—Es un cilindro de nogal, como de veinticinco centímetros de altura, muy lindo, muy brillante, muy
suave… —sonrió, y supo muy bien cómo se escuchaba eso en la GCP de Emma, Glándula Cerebral
Pervertida.

—Un dildo de madera… —murmuró para sí misma—. Because latex and plastic are simply too
mainstream…

—Tiene algo adentro.


—Cazzo… —suspiró—. Definitivamente es otro artificio de Satanás si tengo que abrirlo.

—Es “abre fácil”.

—Podría jurar que me dijiste lo mismo del cubo —sonrió, y mordió la pieza de pollo que estaba a la
espera entre sus dedos.

—Si lo encuentras antes de que me dé sueño… puedes hacerme lo que quieras sobre la superficie en
la que está escondido—susurró con lascivia a su oído.

—Ninfómana… —susurró de regreso.

—Y así te gusto… —repuso, y dio una mordida sonora al aire muy cerca de su oído.

—Como sea… —canturreó, pues la temperatura ya estaba subiendo sin control—. Hay algo de lo que
quiero hablarte.

—Yo también tengo que hablar contigo—murmuró.

—Oh… bueno, tú primero, entonces —sonrió, aunque, por dentro, estaba que se cortaba las venas
del estrés que le provocaba el hecho de que Sophia tenía algo que decirle y que le había dicho que “tenía
que” hablar con ella.

—Hay varios musicales nuevos en Broadway, tres o cuatro si no me equivoco —dijo, y Emma pudo
respirar de alivio.

—¿Sí…?

—Y, bueno, considerando que te gustan los musicales en Broadway y no en el cine, ¿qué te parece si
vemos algunos?

—Me parece perfecto —sonrió—. ¿Cuáles quieres ver y cuándo las quieres ver?

—Pensaba en que podíamos escoger equitativamente…

—“Chicago”, siempre “Chicago”.

—¿Dos más?

—“Anything Goes” ya no está… supongo que “Jersey Boys” y “Mamma Mia” —se encogió entre sus
hombros—. ¿Y tú?

—¿Qué tal te suena “Matilda” y “Kinky Boots”?

—Como que no las he visto —sonrió—. ¿Cuál otra?


—Me gustaría volver a ver “Sister Act”.

—Ya no está en Broadway, están en gira creo…

—El otro mes van a estar en la ciudad por una semana, ya revisé —sonrió—. Además, “Amaluna” abre
el veinte de marzo en el Citi Field, pensé que te gustaría verlo en la primera función abierta al público.

—¿El veinte? —frunció sus labios, pues eso significaría que no podrían irse ese día por la tarde a
Pennsylvania.

—Veintiocho. Ya compré las entradas.

—¿Y dónde están esas entradas? —rio.

—En el cilindro —sonrió—, junto con otras cosas que he metido también.

—Qué conveniente —rio de nuevo—. Pero me gustaría ir, y me gustaría saber dónde está el famoso
cilindro.

—Busca donde nunca buscarías algo —sonrió—. Ahora, ¿de qué querías hablarme?

—De tu vagina —murmuró indiferentemente, pero Sophia sólo se coloreó de rojo y ensanchó la
mirada.

—¿Qué tiene de malo mi vagina? —tartamudeó, pero Emma sólo le regresó la carcajada—. ¿Qué tiene
de gracioso mi vagina?

—Absolutamente nada, es perfecta, mi amor.

—¿Entonces?

—En realidad quería hablarte de Providence y de tu cumpleaños —dijo, ahuecándole la mejilla—. ¿Te
gustaría venir a Providence conmigo en semana y media, por dos o tres días?

—¿Es una propuesta indecente?

—Podemos hacer cosas indecentes mientras estemos allá, eso no será ningún problema —guiñó su
ojo derecho y se volvió al gabinete contrario a ella para sacar dos vasos—. Claro, a menos que no
quieras… —se encogió entre sus hombros y colocó los dos vasos en la encimera.

—“Cosas indecentes”… —suspiró—, ¿qué entiendes tú por eso?

—Cosas como… —sonrió, levantando su dedo índice de la mano derecha para sólo agitarlo
lentamente mientras su ceja se elevaba cada vez más—, como ciertos tipos de torturas, de hermosas
torturas que rompen cualquier tipo de protocolo y etiqueta, quizás y le toquen las teclas a la ética del
sexo convencional… quizás te bañe en champán, o quizás te agarre contra una puerta de vidrio, quizás y
sea sobre un suelo que todavía esté empacado, o quizás sea mientras me ayudes a meter los asientos
de las sillas en los marcos de las sillas… o, si no lo quieres tan extremo, quizás para rebalsar la bañera de
la habitación del hotel —sonrió—. Eso último me acuerda que, a principios de abril, vienen a instalar la
Neptune Kara que alguna vez me dijiste que querías —ensanchó su sonrisa y Sophia, de su rojo evidente,
pasó a tres tonos más rojo—. Podremos rebalsar nuestra propia bañera en nuestra propia casa —dijo
como si fuera algo totalmente irrelevante, y se volvió al congelador para sacar una botella de Pellegrino.

—Pero a ti no te gustan las bañeras… —murmuró, siendo eso lo único que resolvió decir por ser
verdad.

—Que no me gusten a mí no significa que no te gusten a ti… además… —desenroscó la tapadera de


la botella y el gas se escapó como siempre—, tampoco me gustaba la idea de compartir mi oficina con
alguien más, mucho menos por motivos de aglomeración, pero como es contigo… no puedo ni pensar
en una mejor manera de hacer que algo me guste.

—¿Si te doy espárragos te gustarían?

—Cosas como mi paladar no se ajustan tan fácil como mi actitud en cuanto a numerosas cosas.

—Dejarías de ser tú… —rio, tomando el vaso con agua que Emma le había servido para bajar un poco
la comida y hacer que cayera en su estómago de una buena vez.

—Exacto, y, por la misma razón por la que mi paladar nunca se va a acostumbrar a los espárragos, o
a las aceitunas sumergidas en mi Martini, es que te digo que vengas conmigo a Providence —ladeó su
cabeza hacia el lado derecho.

—Pasamos de preguntar a decir —resopló Sophia.

—Alguien una vez me dijo “no me gusta que me pregunten tanto” —sonrió y ladeó su cabeza hacia el
lado izquierdo.

—Touché, touché —asintió dándole la razón—. Pero esa vez me diste una buena razón.

—¿Necesitas más razón que yo? —atrapó su sonrisa entre sus labios y rio inaudiblemente a través de
su nariz, ella sabía muy bien que su Ego se había inflado tres veces su tamaño pero, aun así, lograba verle
lo gracioso.

—Me corrijo: no necesito razón, necesito motivos.

—¿Volterra me planteó la idea? —se encogió entre sus hombros y arrojó papas fritas a su boca.

—Sabes que no me refería a eso —murmuró.


—No sé exactamente a qué te referías —dijo con sinceridad.

—¿Por qué quieres que vaya contigo?

—Bueno, me tomé el atrevimiento de revisar tu calendario y no tienes ningún proyecto.

—Podría tomar un proyecto cualquiera en estos días sólo por las ganas de tener algo que hacer —
refutó su idea.

—También pensé que te vendría bien un cambio de aire por eso de que no vamos de vacaciones en
Springbreak —dijo Emma, y, al ver cómo Sophia reía suavemente y sacudía su cabeza con cierta
decepción, se frustró y empezó a sentir como si sudara más frío que durante los peores de sus resfriados
vueltos bronquitis. Sophia no quería saber algo "oficial", quería saber lo real y un simple "¿por qué
quieres tú que yo vaya?", pues no le servía de mucho si Emma necesitaba el espacio que nunca quería—
. Y porque, no sé, no sé qué voy a hacer yo sola en Providence —suspiró.

—Now, aren’t you colorful?— sonrió y ahuecó su mejilla con su mano izquierda.

—Me acuerdo de cuando tuve que ir a no-me-acuerdo-dónde después de tu cumpleaños el año


pasado, y sólo me acuerdo de lo aburrido que fue, de que no me gustó dormir sola a pesar de que el
Facetime duró toda la noche… no es de Dios —susurró.

—Con un “porque quiero que me acompañes” era suficiente, pero me gusta saber por qué no te gusta
que no te acompañe —sonrió de nuevo y se acercó a sus labios para darle un beso con un tono de
ternura.

—¿Me harías el favor y el honor de acompañarme a Providence? —preguntó en su tono ceremonioso.

—Y hasta a Alaska si quieres.

—Gracias.

—Gracias a ti por la invitación.

—Las invitaciones son sólo una formalidad contigo.

—Sólo por curiosidad… —dijo, y vio a Emma dar una triple mordida a su pieza de pollo; ya le había
aburrido estar comiendo—. ¿Por qué no me dijiste que fuera contigo desde antes?

—Me gusta mantener contento a Volterra porque eso significa que no se va a meter ni contigo ni
conmigo, no quiero que volver a tener un clusterfuck de escalas superiores a lo que a cualquiera le toca,
no quiero que te vuelva a ver o a gritar de esa forma y, egoístamente, no quiero sentirme culpable por
eso. Yo no te voy a arrastrar a algo que sé que te duele —empezó diciendo—. Al principio pensaba ir y
venir todos los días para verte, pero toma demasiado tiempo; casi tres horas en ir y tres en regresar, y
vales la pena… pero luego me puse a pensar en que, haciendo eso, no serían sólo dos o tres días sino
tres, o cuatro, o cinco, y tengo ciertas obligaciones que superan a mis caprichos —se sonrojó—, pero,
cuando Volterra lo sugerió… bueno, ¿cómo decirle que no? —preguntó retóricamente en ese tono
ridículo que tanto le gustaba—. Llámame “conservadora”, “clásica”, o “tight bitch”, pero permiso del
jefe todavía cuenta.

—¿Permiso del “jefe” o del “suegro”? —ladeó su cabeza.

—Del jefe que resultó ser mi suegro —sonrió ampliamente y de esa manera en la que intentaba
sacudirse el tema de encima.

—Buena salida —resopló—. Pero, sí, sí voy…

—¿Alguna condición o requisito?

—¿Cómo nos vamos a ir?

—En auto, ¿quieres conducir tú?

—¡No! —siseó con una risa de por medio.

—¿Por qué no?

—Porque eso significa que tú estarás a cargo de la música, y no planeo volver a sufrir bajo Dead Or
Alive, Diana Ross o Celine Dion.

—Ah, pero está bien que yo sufra tres horas de un popurrí de Beyoncé, Justin Timberlake y Florence
& the Machine, ¿no? —bromeó.

—Hmmm… —entrecerró sus ojos y frunció sus labios—. Ya veo a lo que te refieres…

—Soluciones hay —dijo con la boca llena mientras que, con sus manos, se impulsaba de la encimera
para poder sentarse sobre ella—. Podemos dividir el viaje: la ida será tu música y el regreso la mía, o
viceversa.

—Eso sería sufrir tres horas cada una, no es sano… ¿o no te acuerdas de cómo tuvimos que parar a
medio camino porque hiciste combustión?

—Tenía ganas de ir al baño —se excusó.

—Sí, y por lo mismo ahogaste tus penas en un Long Chicken with Cheese, no mayo, large french fries
and large coke de Burger King.

—Y me dio hambre —rio.


—Podríamos hacer una playlist de siete u ocho horas y, una vez le damos “play”, nada de darle “next”,
¿qué te parece?

—Supongo que es una buena forma de diluir los malos gustos de cada una —sonrió Emma.

—No son “malos”, porque no creo que el hecho de que me guste Queen sea algo de mal gusto, o que
a ti te guste Duran Duran sea de mal gusto, simplemente no compartimos los mismos gustos porque tú
naciste antes de tiempo y yo soy una mainstream whore —guiñó su ojo.

—The Pussycat Dolls, Will.I.Am y The Naked And The Famous quedan prohibidos en esa playlist.

—Prince, Diana Ross, y con eso me refiero a ella como solista y a The Supremes, y Celine Dion también.

—Es un placer hacer negocios con usted, Licenciada Rialto —dijo Emma, y le extendió la mano para
cerrar el trato.

—El placer viene más tarde —guiñó su ojo y le estrechó la mano con una firmeza digna de ser correcta.

—Licenciada —suspiró Emma con estúpido enamoramiento.

—¿Sí? —se acercó y se colocó frente a ella, con su abdomen contra sus rodillas.

—I love you —sonrió.

—I love you, too —repuso y le alcanzó más papas a Emma—. So, dime de qué se trata Providence,
¿quieres?

—Invasión total, estadía en el Renaissance Providence… toallas extras y almohadas de extra plumas
—sonrió—. Vista al Capitolio, a una altura considerable por si nos dan ganas de suicidarnos, y con early
check-in. El día empieza a las nueve de la mañana y termina a las seis de la tarde, desayuno obligatorio
en la cama, cena en cama o en restaurante, múltiples rondas de café, o sea "agua sucia", y suculentos
almuerzos en forma de treinta centímetros de Subway porque es lo que más cerca de la casa queda,
claro que serán con galleta, bebida de tu elección y una bolsa chips. Pronostico que los Muliere son
personas bondadosas y darán comida extra si así se les ocurre.

—¿Clientes presentes durante el proceso de ambientación?

—El primer día no, los otros dos sí… aunque sólo será Mrs. Muliere y dos personas más; cero niños,
cero esposo, sólo Aaron y sus secuaces, y nosotras. Siete habitaciones, nueve baños, dos salas de estar,
un jardín, una pérgola, cocina, comedor, sótano, ático, oficina y sala de juegos. Paredes pintadas, suelos
protegidos, jardines por hacer, cuadros y demás por colgar de las paredes, muebles por ensamblar,
mover y meter, clósets por arreglar y, quizás, crash courses de cómo doblar ropa para qué parte del
clóset, cómo tender camas, cuidado de superficies… en fin, lo de siempre —sonrió.
—Suena más interesante que no hacer nada aquí —sonrió de regreso.

—Good. Now, lo otro que quería decirte era de tu cumpleaños.

—¿Qué con eso?

—¿Qué piensas de un fin de semana largo con un poco de frío, poco sol, cama cómoda y masajes y
champán, y relajación, y demás?

—¿Sólo tú y yo?

—Sólo tú y yo… —sonrió—. Y celebramos tu cumpleaños entre la mayor de las comodidades y de los
sacrilegios del sedentarismo: champán en la cama, sábanas, sexo, sueño y sin espasmos musculares en
tus hombros… lejos del trabajo, de toda civilización o, por lo menos, de la Gran Manzana, mini
Springbreak… ¿qué te parece?

—No suena nada mal… ¿en dónde está ese paraíso terrenal?

—Pennsylvania.

—Ah —resopló–. ¿Poconos?

—No estaba al tanto de tus conocimientos geográficos —sonrió—, pero sí: Poconos.

—¿Cuándo nos vamos?

—Jueves por la tarde o viernes por la mañana antes de tu cumpleaños, y regresaríamos el día que
quieras; lunes o martes —dijo, a pesar de que las reservaciones las tenía desde jueves por la noche hasta
el martes por la mañana, pero nada que una modificación de reservación no pudiera arreglar.

—¿Cómo cambiarían nuestros planes?

—No lo sé —se encogió entre sus hombros—, lo único que es seguro es: una cena, unas copas, y una
buena cogida —sonrió—. Lo demás es flexible y queda a la disposición de tu gusto y de tus ganas.

—¿Te puedo ser muy sincera? —murmuró un tanto sonrojada.

—Por favor.

—Suena muy bien, muy bonito, y tengo ganas de ir, de verdad que sí tengo ganas de ir…

—¿Pero? —ladeó su cabeza con una suave sonrisa tirada hacia el lado derecho.

—Hay dos cosas que debes considerar…


—¿Cuáles?

—Favoritismo y dinero.

—Es tu cumpleaños, ¿cómo voy a cobrarte tu “fiesta” de cumpleaños? —rio un tanto indignada.

—No me refería a ese dinero… —suspiró—. Sé que es algo en lo que probablemente no piensas
mucho porque lo tienes solucionado con todos tus proyectos, pero no sé qué tan bueno sea que me pase
la mitad del mes de marzo sin trabajar, a eso añádele la-semana-o-diez-días que rondan nuestra boda,
añádele el tiempo que nos fuguemos al lugar más recóndito del mundo para nuestras vacaciones,
entiéndase "Honeymoon", y, asumiendo, la semana de diciembre que pasaré en Roma… no sé cómo voy
a llegar a mi meta anual al paso que voy y con la cara que tiran las licitaciones o con la frecuencia que
me llueven clientes del cielo…

—Ganaste más de ciento setenta con lo de Carter —frunció su ceño.

—Ciento cincuenta, en realidad…

—¿Por qué?

—Por el veinticinco que me toca poner de lo de Aaron…

—Independientemente de eso —dijo Emma, y le dio un sorbo a su agua para luego volver a llenar el
vaso—, con ciento cincuenta de lo que te queda al final ya cubres el porcentaje anual básico del Estudio…
además, el año fiscal no comienza en enero sino en julio, y, hasta donde mis cálculos no me fallan, estás
más que bien…

—How can you be so confident?

—How can I not? —ladeó nuevamente su cabeza—. Tengo doce meses para poner mi once punto
once-once-once por ciento del capital del Estudio… entre nueve personas se logra muy fácil recaudar
más de un millón para cubrir gastos básicos y esenciales, en cuenta el café y la leche del Latte que te
bebes por las mañanas y el mantenimiento de tus parques de diversiones en el taller… todo eso más un
salario fijo que te ayuda todos los meses por si fue un mes seco —guiñó su ojo—. Al final del día sólo son
ciento diez mil dólares base, en un año de trabajo, que tienes que darle al Estudio para tu propio
beneficio.

—Ése es un número que está por encima del salario promedio —rio irónicamente—. No son “sólo
ciento diez mil dólares en un año”…

—Eso no se escuchó bien, ¿verdad? —cerró sus ojos con avergonzado dolor mental y verbal.

—No.
—Bueno, considérate afortunada de tener ciento diez mil dólares para que te quite el Estudio
anualmente… significa que tienes trabajo seguro y ganancia segura a pesar de que no te caiga ningún
cliente del cielo, o que las licitaciones no sean las que se adecúan a tu campo… considérate realmente
afortunada —sonrió.

—Todavía me parece increíble la manera en la que funciona ese Estudio —resopló mientras sacudía
su cabeza.

—¿Por qué?

—Lo que importa es que, en doce meses, des, por lo menos, ciento diez mil dólares para el fondo
básico de manutención y mantenimiento, y estás bien —rio—. Puedes tomar un proyecto de un millón
de dólares que te tome seis meses, pagas tus ciento diez mil, y puedes hacer de tu culo un florero por el
resto del año fiscal si así se te da la gana… al final, tomas otro proyecto o no, es entrada segura y el
Estudio sólo te quita el cinco por ciento.

—Puedes hacer eso, nadie está en contra de eso en el Estudio… con tal de que cumplas con la meta
anual, nadie te dirá nada… pero no sé si ves que Belinda hace de su culo un florero sólo porque tiene
proyectos de seis cifras —se encogió entre hombros—. Como te dije alguna vez; una vez pones un pie
en ese Estudio, eres prácticamente tu propio jefe: tú te pones tu horario, tu carga laboral, tu método de
trabajo, todo… eres libre de hacer lo que quieras y como quieras hacerlo, así sea pasearse en calcetines
por toda la oficina como Clark, o escuchar “x” mantras al día como Selvidge, o ver "Game of Thrones"
como Jason cuando no está con sus cosas de contabilidad, o tener tiempo para beber dos dedos de
Whisky como Belinda, o darte el tiempo, todas las mañanas, de empezar el día con una taza de té de
durazno y vainilla frente a la ventana mientras piensas en nada. Todos podríamos hacer un proyecto
grande y ya, pero nos gusta lo que hacemos… y ésa es la explicación que buscas. ¿A ti te gusta lo que
haces? —le preguntó en esa voz que sonreía en el fondo, y Sophia no supo cómo responderle—. Yo sé
que lo de diseñar y ambientar tiende a aburrirte y a desesperarte un poco si no tienes tiempo para
perderte en un mueble o varios… si quieres hacer un proyecto del tamaño del Titanic para luego tener
tiempo de sólo hacer muebles el resto del año, hazlo que nadie te dirá nada. Tómate las vacaciones que
quieras, por el tiempo que quieras y cuando quieras, pero asegúrate de que tus ciento diez mil dólares
estén en el lugar que corresponden, de lo contrario recibirás menos el año siguiente —sonrió—.
Pensabene quiso que así fuera el ambiente laboral y, por lo visto, le funcionó.

—Entonces… ¿nos vamos el jueves por la tarde y regresamos el martes por la tarde? —sonrió
ampliamente.

—Ésa es una actitud que me gusta más —sonrió de regreso y ahuecó su mejilla izquierda.

—Es sólo que no puedo evitar no pensar en eso…

—Me acuerdo de tu primer año con nosotros; no te fue nada mal. Ahora que ya te conocen nuestros
clientes fijos y que sabes muchísimas cosas más de las que sabías al principio, trucos, atajos y que
conoces a alguien que conoce a alguien, créeme que todo se hace más fácil. Creo que eres la única, en
el Estudio, que todavía se preocupa por revisar las licitaciones —dijo como si eso le causara ternura—.
Piensa en cuántos proyectos te han llovido y cuántos has buscado, y piensa en si realmente las
licitaciones valen la pena en tiempo, energía y dinero en comparación a los que te han llovido….

—Ahora que lo dices… —frunció su ceño—, tienes razón.

—Lo sé —sonrió el Ego de Emma—. Ahora, por la parte de lo que tú llamas “favoritismo”, es lo mismo
—y le explicó—: Podrás ser la hija del dueño y la novia de la socia mayoritaria, pero eso no te da ningún
privilegio por sobre los demás. Digo, no es por eso que tienes trato especial. Belinda llega al Estudio
luego de dejar a sus hijos en la escuela, se toma dos horas para almorzar con ellos y ni que viviera tan
lejos, se va todos los días antes de las cinco de la tarde a menos de que esté en medio de un destello de
lucidez, los fines de semana no toma llamadas ni de clientes ni de nosotros, se toma una semana en
Springbreak, dos semanas para Navidad, dos o tres semanas en verano, y numerosos fines de semana
largos. Rebecca es la primera en llegar siempre, pero los viernes ya no llega porque ya está con Don,
quizás en Miami o quizás aquí, se toma tres semanas para Navidad, una semana para Thanksgiving
porque su mamá vive en Pasadena, después de que termina un proyecto se desaparece por tres días.
Nicole sube todos los días al taller para almorzar con Marcel, los días que su hermana no puede cuidar a
Alex, ella no llega a trabajar. A lo que voy es a que nadie tiene un trato especial, no importa si tienes un
año o veinte de trabajar en el Estudio, no importa si eres Ingeniero, Arquitecto o Diseñador, o Paisajista
for that matter; todos hacen lo que quieren y cuando quieren… sólo respeta a los clientes y a los
proyectos, sino hell will break loose de parte mía, Volterra y Belinda.

—Lo haces sonar tan fácil —murmuró, pasando sus manos por el cuello de Emma para abrazarla por
su nuca.

—Es que es fácil… —sonrió—. No puedes matarte trabajando porque, al final, pierdes más de lo que
ganas; te pierdes cumpleaños, fiestas, y pides muchas disculpas y haces muchas llamadas por teléfono…
esa vida no es vida. “Déjate llevar, no lo pienses tanto” —dijo, y a Sophia eso le sonó tan familiar que la
sonrojó.

—Tienes razón —asintió, y dio un mordisco a la penúltima pieza de pollo que le correspondía a ella—
. Let’s go to Poconos.

—Serán dos horas de ida y dos horas de regreso en auto también —rio Emma.

—¿Otra playlist?

—Es tu cumpleaños, haremos lo que quieras —sonrió, y dejó ir su frente contra la de Sophia—, y
escucharemos lo que quieras. Condescendencia al máximo —rio nasalmente y, de un mordisco, le robó
la mitad de la pieza de pollo que sostenía entre sus dedos.

—Mmm… —se acercó a sus labios—. ¿Y cómo piensas cogerme?

—Todavía no lo sé, tendré que improvisar —sonrió.


—Ni tú te lo crees —rio, y le robó un beso corto para volverse a las papas fritas.

—Acepto sugerencias.

—Lo tomaré en consideración —rio y se despegó de Emma—. ¿Ya no vas a comer?

—Hay postre —dijo, dándose unas palmadas sobre su abdomen.

—De T.G.I Friday’s y de Sophia’s Bakery —guiñó su ojo, y sacó la caja que quedaba en la bolsa de
papel, esa que contenía la sagrada porción de gratificante caramelo picante de textura flaky pero, al
mismo tiempo, fluffy—. Digo, por si más tarde tienes un craving de algo más… “indecente”.

—Toda la vida —rio, no pudiendo frenar sus ganas ante la última pieza de gula frita.

—¿No que no?

—“Y.O.L.O” —se excusó con la boca llena, que casi se ahoga entre tragar y la risa que le salía, y Sophia
que se deshizo en una carcajada que provenía desde la puerta del congelador, pues nada mejor que un
postre “a la mode”, y mejor si era Vanilla Blue Bell, el cual era exclusivo para los postres y, por eso, la
pinta duraba tanto—. ¿Qué no se cura con comida?

—¿Qué te duele?

—¿El aburrimiento en la oficina no te parece suficiente?

—¡Uf! ¿Cómo fue que dijo tu mamá aquella vez? —rio provocativamente mientras sacaba dos
cucharas para lanzarse de clavado en el postre—. “Sólo las personas aburridas se aburren”.

—Muy cierto —asintió Emma sin la menor señal de indignación.

—Era una broma —murmuró un tanto arrepentida—. No te considero una persona aburrida.

—Ah, pero sí lo soy —rio.

—¿Cómo es que puedes ser aburrida pero me entretienes al mismo tiempo? —levantó su ceja y
frunció sus labios, así como Emma solía hacerlo.

—Ah, esa es una reacción que me provocas tú con exclusividad: sacas lo mejor de mí.

—Hey, if you wanna kiss my ass… —dijo, y rio por cómo sonaba eso—, you just have to say it.

— ¿Cuándo te volviste tan sexual? —rio ante el doble sentido que había sido demasiado bien aplicado.

—Cuando aprendí que las referencias sexuales te divierten —sacó su lengua y, como si nada, cuchareó
el postre de ambos componentes para, luego, soltar un gutural “mmm” de genuino gusto.
—¿Rico?

—Como la primera vez —dijo con la boca llena.

—Bene. Por cierto, ¿ya viste el top diez que tenemos que determinar para Decor?

—Otomanes… ¿o es “otomen”? Siempre tuve esa pregunta, más con “Doberman”, ¿cómo es el plural,
“Dobermen” o “Dobermans” o “Dobermanes”?

—Y tienes que considerar “Dobermänner” —rio en el acento tirolés que había aprendido en algún
momento de alguna de sus compañeras en la universidad.

—¿Por qué presiento que esta conversación ya la tuviste con alguien que no es conmigo?

—Porque ya la tuve —sonrió.

—¿Con quién?

—Con Luca —dijo.

En esa milésima de segundo se acordó de aquella mañana, debían ser las diez o las once, y no era que
había “amanecido” con Luca Perlotta en una cama, sino que realmente había “amanecido”; habían
decidido prestarse a una fiesta universitaria, de esas que no había invitación formal, o sea en papel o en
facebook, sino que era tan secreta que sólo era susurrada al oído por sertan tóxica.

Si el cielo tenía ríos de leche y miel, o como sea que deba ser en alguna parábola bíblica, esa fiesta debía
ser parecida al cielo con sus ríos de vodka, ron y cerveza. Había diez cosas de hielo para deslizar el shot
y beberlo frío, había shots con fuego, había juegos que no tenían ganador ni perdedor porque el alcohol
era lo único que salía perdiendo al ir disminuyendo en minúsculas cantidades. Música electrónica, de
esas canciones a las que Emma llamaba “para detener el techo”, una piscina a la que daba asco meterse
de tanta gente y tanta bebida de colores que se había ahogado. Desde entonces Emma no soportaba el
Absolut Vodka ni el Bacardi, se puede decir que sufrió de empacho.

Y pasó que, como cosa realmente rara, se había prendido demasiado y había tenido una dosis extraña
de adrenalina que la había hecho ver el amanecer junto a Luca, otro ebrio igual que ella, y junto a
múltiples víctimas que habían caído a causa del alcohol (cadáveres). Vieron el amanecer y, ante el hecho
de que ya era de mañana, ¿por qué no desayunar? Y así, caminando en zigzag, que, si se acordaran bien
de la situación, no eran tambaleos sino casi un ejercicio militar de arrastre; rebotando entre las esquinas
de las paredes, gateando, arrastrándose, caminando, y como fuera que pudieran salir de ahí, decidieron
comer algo. Pero estaban tan lúcidos, y eran tan brillantes, que no pudieron desayunar en Roma, no
pudieron desayunar la comida que Sara, con lástima y amor, les podría haber hecho para bajarles la
estupidez, aunque quizás no fueron con Sara porque sabían, tanto Emma como Luca, que, luego del
amoroso desayuno, vendría la sonrisa en silencio y la amena y tenebrosa plática de “no estoy
enojada, pero estoy un tanto decepcionada”.
Así de imbéciles estaban, que Emma, en el camino, recogió una botella de Absolut, casi llena, de la mano
de uno de los caídos de la barra del bar para beberla a trago seco y puro, para compartirla con Luca
mientras, entre su inhabilidad y su ebriedad, lograba conducir hasta las afueras de Roma.

Esa escena era de la que Emma se acordaba con minucioso detalle: el sol les ardía en las futuras resacas,
resacas que posponían por los tragos de Vodka, iban al aire libre en el descapotable de Luca porque, de
lo contrario, rebajarían diez libras vía oral, el aire alborotaba el cabello de Emma, pero no le importaba
porque no le importaba nada en ese momento, y fue quizás, por lo mismo, por lo que, con el mar a su
izquierda, las gafas de sol que le pertenecían a la profesora de inglés con la que Luca lograba pasar los
exámenes, se aburrió de escuchar el viento y a su propia consciencia, y decidió poner un poco de música.
Un CD, en aquel entonces, un CD que definiría ese momento con demasiada simpleza y con demasiada
precisión. “Not That Kind” de Anastacia. ¿Por qué tenía Luca algo así en su Ferrari 360? No le importaba.
Pero sabía de memoria, de tipo karaoke, “Not That Kind”, “I’m Outta Love”, “Who’s Gonna Stop The
Rain”, “Love Is Alive” y “Made For Lovin’ You”.

Cómo había pasado el tiempo. Que en aquel entonces se vestía puramente de jeans porque no
había aprendido a estar orgullosa de sus piernas en vista de que las consideraba flacas, eran camisas
Benetton de botones o camisetas de impresiones desgastadas; no era de bandas de rock porque, dado
a que no gustaba particularmente del rock, no se le veía bien en ningún nivel y eso lo sabía ella, aunque
siempre tuvo su camiseta de los Rollings Stones y de Pink Floyd, luego tenía las camisas sarcásticas que
siempre le gustaron; como esa de “Support our Troops” y era un clon de Star Wars, o aquella de “Viva la
Evolución” que estaba inspirada en el Ché Guevara pero que, ahora, tenía un primate, o esa que decía
simplemente “Star Trek” pero en la tipografía de “Star Wars”, luego se había acostumbrado al blazer, y
variaba entre Converse y Stilettos.

—Hey… —susurró Sophia al verla ida en su memoria, y ahuecó su mejilla—. ¿Estás bien?

—Sí, ¿por qué?

—No sé, te quedaste callada —se encogió entre hombros. Por lo visto no había sido una milésima de
segundo sino un minuto entero.

—Sorry —resopló, y sacudió su cabeza como si quisiera sacudir el recuerdo por alguna razón.

—¿En qué pensabas?

—En Luca —respondió.

—¿Algo que quieras compartir?

—No sé si invitarlo a nuestra boda —frunció sus labios.

—¿Por qué no quieres invitarlo?


—No es que no quiera, porque sí quiero, es sólo que… no sé, no sé nada de él desde hace años.

—Pensé que sí porque te he visto escribirle y enviarle postales…

—Que sé que recibe porque Alessio las recibe, pero nunca he recibido nada de regreso… y, en esta
ocasión, creo que, al menos, me merezco un “no” por RSVP.

—Invítalo, si viene qué bueno, sino… bueno… no sería nada nuevo, ¿no?

—Si no viene, o si no responde, será lo último que le envíe —dijo con aire de determinación.

—Que así sea, entonces, mi amor —susurró con una sonrisa suave y reconfortante.

—Sí, bueno… —suspiró y se bajó de la encimera.

—¿Quieres? —le ofreció del postre, pero Emma sacudió su cabeza y sólo se empinó el vaso hasta
dejarlo casi seco para luego ponerlo en el lavavajillas.

—Más tarde, quizás —sonrió, y se llevó el resto de papas fritas a la boca sólo porque le estorbaba el
hecho de tener que botar algo tan sagrado como ese alimento tan tóxico pero tan sabroso—. Voy al
baño —dijo, y le dio un beso en la frente.

Sophia se quedó en silencio, y supo que no era un “voy al baño, ya regreso” porque pasó el baño de
visitas de largo. Guardó el resto del postre, lavó su cuchara y su vaso, y, habiendo ordenado todo, se
dirigió a la habitación porque le picaba eso de que Emma la evadiera siempre que hablaban de Luca, que
quizás era por eso que no hablaban de él casi nunca. Tomó el bolso de Emma y, viendo de reojo hacia el
interior de su habitación, no vio a Emma y pasó de largo hacia el cuarto de lavandería sólo para recoger
el cilindro. Tantos juegos no eran tan divertidos, quizás y lograba levantarle los ánimos con el cilindro,
pues, con lo que había adentro.

Entró a la habitación de nuevo, cerrando la puerta tras ella por una simple manía que Emma le había
proyectado y contagiado, y no vio a Emma ni en el baño ni en la habitación en sí. Colocó el bolso sobre
el final de la cama, al igual que el cilindro y, en silencio, se acercó al clóset sólo para verla sentada en el
diván.

—Would you come to bed with me? —le preguntó entre un susurro mientras le acariciaba el hombro.

—Sure —respondió, y se puso de pie realmente sobre sus pies y no sobre las agujas de los Stilettos
que se habían echado a perder y ni cuenta se había dado de cómo, cuándo o por qué.

—¿Quieres ver alguna película?

—Sí, ¿por qué no? —sonrió, quitándose su Patek y su pulsera para colocarlas sobre la mesa de noche.
—Te toca escoger…

—No, a ti te toca escoger… yo escogí la vez pasada.

—Vimos “The Notebook”, y te pareció tan mala que quedamos en que perdería turno —le dijo, que
no habían quedado en nada, pero era mejor que Emma la escogiera para que se sintiera más a gusto que
estar mirando y no viendo, que estar sabiendo que perdía su tiempo de la peor manera en una película
que ya le conocía el final sin haberle visto el principio, algo peor que estar y no estar.

—Te cedo el turno —dijo Emma, que no tenía ganas de ver una película; en realidad no tenía ganas
de nada sino sólo de estar.

—¿Qué tal si empezamos un maratón de “Breaking Bad”? —preguntó, pues, entre las opciones que
le daba Netflix, no era tan mala idea, no cuando la comparaba con más películas del estilo de literatura
de Nicholas Sparks… si es que así se llamaba.

—Sure —suspiró, acariciándose el dedo anular de su mano derecha al sentirse un tanto incompleta
sin el anillo de siempre por haberlo dejado en Tiffany’s para que lo limpiaran y lo pulieran.

—Pero ven conmigo, por favor —susurró a su oído, tomándola suavemente por los hombros para
traerla consigo a una cómoda posición que, para Emma, era un tanto incómoda.

Terminó entre las piernas de Sophia, siendo rodeada por sus brazos y por múltiples almohadas mientras
descansaba sobre su pecho, así estaba mejor y se sentía mejor.

Tanto Emma como Sophia, sabían que no le prestarían ni un cinco por ciento de atención a lo que fuera
que sucediera en la pantalla del televisor, por lo que el volumen era muy bajo, pero podían estar en
silencio, podían estar hablando sin realmente hablar, y Sophia estaba más que contenta y satisfecha con
que Emma se dejara envolver de esa manera.

—Sophie… —murmuró de repente, que Sophia acariciaba su cabeza al enterrar suavemente sus dedos
entre su cabello.

—¿Sí? —sonrió, casi derretida ante la caricia que le había hecho a su nombre, a la cariñosa variación
del mismo.

—¿Te casarías conmigo? —levantó su mirada, sólo para encontrar la sonriente mirada celeste de la
rubia que había detenido las caricias en su cabello.

—Me casaría el viernes contigo —sonrió con mayor amplitud, y le plantó un beso sincero en su frente.

—¿Por qué hasta el viernes?


—Tomando en cuenta que tenemos que sacar la licencia, no lo podemos hacer en este momento sino
hasta mañana… además tenemos que esperar veinticuatro horas para que entre en vigencia. Por lo
tanto, hasta el viernes podríamos… pero, si no hubiera ninguna ley, lo haría hoy mismo.

—Oh, fudge —suspiró, transformando el típico “fuck” que ya no le daba tanta resaca moral decir pero
que decía demasiado desde hacía algún tiempo—. Hasta para querer ponerte un anillo en el dedo
necesito permiso del Estado —sacudió su cabeza, y se volvió a Sophia, acomodándose entre su brazo y
su pecho.

—De alguna parte deben sacar dinero extra, ¿no crees?

—Literalmente hicieron un negocio del amor…

—Si tan sólo todos los matrimonios fueran por amor a primera vista y no por amor a primera visa —
bromeó, y Emma rio guturalmente con su sonrisa amplia pero cerrada—. Supongo que hay cosas para
las que se aplican las mismas leyes: las heterosexuales y las homosexuales…

—Para eso sí somos iguales —rio.

—Nadie dijo que la igualdad era gratis —guiñó su ojo, y se bajó un poco para quedar más cerca del
rostro de Emma—, quizás sólo deberías pensar en que es algo bueno que nos cueste lo mismo a nosotras
y a Natasha y a Phillip… treinta y cinco dólares no es nada.

—Pagaría más que eso por ser tu esposa —murmuró con sus ojos cerrados, como si quisiera dormir
una siesta, pero no era eso sino que no podía ver a Sophia a los ojos cuando le decía esas cosas.

—Aren’t you a sweetheart—sonrió, y acercó sus labios a los de Emma.

—I am —susurró, rozando los labios de Sophia con los suyos al gesticular, y no pudo resistirse a
regalarle un beso que tenía el mismo sabor a cuando recién despertaba; un beso amodorrado y suave,
un poco perezoso pero tierno y cariñoso—. Marry me… —susurró casi inaudiblemente en ese segundo
en el que sus labios se separaron fugazmente de los de Sophia.

Pero Sophia no le dio una respuesta, no le dio el “sí” que siempre sería “sí” y que nunca sería una rara
transformación al “no” o al arrepentimiento, y tampoco reanudó el beso, lo cual provocó que el corazón
de Emma subiera por su esófago. Sophia simplemente se despegó de Emma y enterró su mano en el
bolso que recién llevaba a la habitación para sacar el cubo, y Emma la veía penetrantemente, con miedo
que tendía al pánico, al pavor, pero, por alguna razón, no podía sacar la fácil pregunta de “¿dije algo
malo?” o algo más doloroso, por las opciones de respuesta, “¿ya no quieres casarte conmigo?”.
Fatalismo.

—No importa si estás lejos o estás cerca —murmuró entre los golpes suaves que le daba con sus nudillos
a las caras del cubo como si buscara una cara en especial—. Ni por qué —sonrió al escuchar que la cara
que hacía sonar era la única que no sonaba hueca—. No importa si es espacialmente o emocionalmente
que estás lejos o cerca, no importa si tienes un mal día o un día de esos que quisieras sólo borrar de tu
calendario cerebral, no importa si estás de mal humor; cortante, enojada, sofocada, o simplemente
distante —murmuró, colocando el cubo, sobre la cara que le había dibujado una sonrisa, sobre su mesa
de noche y se volvió a Emma—. No importa si quieres dormir en el sofá, o si no quieres abrazarme por
la noche, no importa si no quieres hacerme el amor, no importa si no quieres ni verme… —dijo, y giró el
cubo en el sentido de las agujas del reloj, y Emma escuchó un sonido que no podía describir—. Así como
no importa si quieres estar encima de mí, o si me quieres ahogar en condescendencia y cariño, o si me
quieres llenar de besos y hacerme cosquillas hasta que llore de la risa, o si quieres contarme la misma
historia todos los días, o si tuviste el mejor día de toda tu vida y no sabes ni cómo es que cabes en tu
cuerpo de tanta felicidad, y sonrisas y ganas de saltar y lo que sea, así como no importa si quieres que te
abrace toda la noche, o que quieres pasar tu vida entera haciéndome el amor y cosas indecentes, así
como no importa si quieres velarme el sueño toda la vida… —tomó el cubo entre sus manos y,
volviéndose completamente a Emma hasta recostarla sobre las almohadas y ella colocarse a horcajadas
sobre ella, tomó la cara inferior entre sus dedos y la giró, que creó un pequeño espacio para que, una de
las caras laterales, se pudiera deslizar hacia abajo—. No importa lo que hagas o lo que digas, o lo que no
hagas o lo que no digas, no importa cuántas veces lo hagas o lo digas, realmente no importa —sonrió
para Emma mientras que, a ciegas, deslizaba las caras del cubo, o sólo secciones de él; hacia arriba, hacia
abajo, hacia la izquierda, hacia la derecha, nuevamente hacia arriba, hacia adelante, hacia la izquierda,
hacia atrás, etc. —. No importa cuántas veces me preguntes si quiero casarme contigo, no importa en
qué idioma me lo preguntes, no importa si me lo preguntas, si me lo pides, o si me lo exhortas, sólo no
me lo ruegues —susurró, y, por fin, diecisiete movimientos después, la cara superior del cubo se deslizó
completamente hacia adelante hasta que quedó en la mano derecha de Sophia—. Yo te quiero a ti,
independientemente de cómo estemos, yo te quiero a ti y sólo a ti, y mi respuesta va a ser siempre “sí”,
y te voy a decir que “sí” cada vez que me lo preguntes…

—E-entonces, ¿te casarías conmigo? —tartamudeó, y Sophia sólo sonrió con cierta ternura mientras
se acercaba a ella, a su oído.

—No es un “me casaría contigo”, es un “me casaré contigo” —susurró a su oído y, dándole besos en
su mejilla hasta llegar a sus labios, la besó de una extraña manera, de una nerviosa y extraña manera.

—¿Pero? —suspiró Emma por el sabor de ese nerviosismo que era imposible esconder.

—I’ll marry you, but… —sonrió, levantando el cubo y volcándolo entre su mano para que Emma viera
el interior—. Will youmarry me?

Emma quedó en estado de petrificación, casi como si la hubieran disecado de la impresión, y sólo podía
mover sus ojos, aunque no era que los quisiera mover, se le movían como si tuvieran una exagerada y
longitudinalmente corta autonomía. Sophia rio nasalmente ante su reacción, ¡ajá! De esas gloriosas y
gratificantes veces que la dejaba sin habla por haberla tomado completamente desprevenida. Y, con
gentileza, introdujo su mano derecha en el cubo para sacar aquel anillo que era tan ella y tan Emma al
mismo tiempo; lo único que no había hecho era el bisel de oro blanco, eso lo había hecho aquel joyero
de humor podrido que Phillip le había recomendado, pero, lo demás, era todo ella: el nogal que iba por
el exterior del bisel lo había cortado y moldeado hasta que quedara perfecto, y, a pesar de no poder
parir un diamante, movió todo lo que no sabía que podía moverse para conseguir un diamante del color
del cognac más suave que existía. Media pulgada de ancho, muy cómodo para el modelo que tenía de la
mano de Emma, con el diamante que sólo dejaba ver su circular contorno un poco por arriba del nivel
del suavizado nogal.

Y la cara de Emma, que no era ni un “WTF” ni una novia sorprendida en el buen sentido de la
reacción, era plana, era pálida, era muda. Sólo pudo asentir, y Sophia, con esa sonrisa que encerraban
sus camanances, se inclinó sobre ella para, mientras la besaba, deslizarle el anillo en el dedo que le
correspondía.

— Loved you once, love you still, always have and always will —susurró Sophia entre sus labios, y, sin
saber realmente cómo o por qué, provocó en Emma uno de esos colapsos que tenían más un aspecto de
rebalse emocional.

Si Natasha tuviera que describir ese momento, lo habría descrito como “se le salió lo maricamente
femenino”, si Phillip era quien lo describiría, lo habría descrito como “reacción hollywoodense en tonos
bajos y pasivos”, pero, como soy yo quien lo describe… no sé, supongo que sólo tuvo un episodio de una
idílica e idealizada feminidad coloquial; no gritó porque no encontró sus cuerdas vocales, no saltó de la
emoción porque tenía a Sophia encima, no llamó a todo el directorio telefónico para contar la noticia
porque no conoció momento más íntimo y privado que ese, y, como si por arte del mismísimo arte
emocional, se rebalsó en gotas de agua que conocían sus pómulos al compás de cada suave beso que
recibía en sus labios, besos que la hacían sentir, junto a la sensación extraña que le daba el anillo, setenta
y cinco por ciento completa y complementada.

Sophia no cesó el beso, ¿por qué lo haría? Quizás no había sido la propuesta más romántica de
la historia, quizás no había sido la propuesta más romántica que podía haber pensado, pues no la preparó
en lo absoluto; era algo que iba a pasar cuando debía pasar y con las palabras que debía pasar, un “déjate
llevar” inconsciente, y no cesó el beso porque, por primera vez, en el año y medio que tenía de conocer
a Emma; año y medio que parecía una vida y que, al mismo tiempo, parecían ser horas nada más, conoció
a una Emma emocionalmente feliz entre el sentimentalismo y la naturaleza aprendida y heredada.

Para Emma, algo tan sencillo como un gesto de reciprocidad, algo tan sencillo como tiempo bien
invertido en diseñar algo que sólo existiría para ella, algo tan sencillo en palabras y en improvisación,
algo tan sencillo que parecía imposible que fuera tan sencillo, que parecía imposible que algo tan sencillo
y, hasta cierto punto juguetón y rebelde, provocara tal felicidad que podía ser proyectada con potencia,
y que eran esos momentos tan sencillos y tan puros, esas cosas tan secretas y pequeñas que sucedían
entre ella y Sophia, que, lo único que podía decir, era que eran esas cosas que la hacían tan suya y tan
de nadie más.

Sí, eso que todos buscaban, y que costaba encontrar, y que a veces se iban del mundo terrenal sin
haberlo encontrado, era lo que Emma había encontrado en el lugar y en la persona que menos se
esperaba, y era quizás eso, lo inesperado, lo que más la llenaba con regocijo, lo que en realidad la llenaba,
y que el veinticinco por ciento que todavía no tenía era un simple papeleo y un simple ritual legal y oficial,
pero, realmente, estaba completa.
Los componentes de aquello eran sencillos: despertarse entre la noche sólo para escuchar una
respiración casi muda por estar colmada de tanta tranquilidad y relajación, despertarse entre la noche
sólo para saberse acompañada, despertarse por la mañana con la misma melena rubia con la que se
había dormido, escuchar su pegajosa voz cuando recién se despertaba, el gruñido felino de cuando se
estiraba y pedía cinco minutos más, ese “Buenos días, Arquitecta”, sus celestes ojos que penetraban su
alma al mismo tiempo que le daban la tranquilidad que la cristalina playa de Seychelles le daba y que
resaltaban entre párpados finamente delineados de negro y pestañas que milagrosamente se alargaban
con mascara, su voz un tanto mimada y que no era ni aguda ni grave, que no era ni suave ni áspera, la
juguetonería, la travesura, la picardía, las noches de Carolina Herrera bajo un delantal y con una espátula
en la mano, las carcajadas, las gafas y las mangas recogidas, sus manos, su tacto, su popular gusto
musical, su pereza, sus ganas de dormir, y la vocecita de cuando se estaba quedando dormida, sus labios,
su piel, sus preocupaciones y sus despreocupaciones, su sabiduría y su omisión, su habilidad para hacerla
sentir en casa así estuvieran en la oficina, su habilidad para tranquilizarla y para agitarla, su habilidad
para frustrarla por ser impuntual y su habilidad de enorgullecerla por ser de las pocas personas que la
sorprendían cada día con algo nuevo o con algo viejo, sus mil caras y sus mil sonidos, sus monólogos en
griego que debían ser mentales pero que recitaba en voz alta, el italiano sin gestos, la capacidad para
seducir, para ser agresiva y para ser muy tierna. Y SU SANTA PACIENCIA, pues nadie toleraba un Ego tan
grande, ni una personalidad tan condimentada, personalidad a la que Sophia había descrito como un-
tanto-thai por ser picante pero fresca al mismo tiempo, por atrapar e interesar al punto de no querer
dejar de conocer/comer, por no poder empacharse.

Si supiera cómo levitar, lo habría hecho, o quizás estaba levitando y era Sophia quien la anclaba
a la cama, además, ¿para qué levitar si eso significaba que no podría seguir entre las manos y los labios
de Sophia, que la había tomado de las manos y, con cada gota que salía, estrujaba sus dedos, pero a
Sophia no le importaba porque estaba con ambos pies en el apogeo de su autorrealización emocional.

—Te amo —susurró Sophia, jugando, con su nariz, con la nariz de Emma; empujaba la punta de su nariz
hacia arriba con la suya, la hacía hacia la izquierda y hacia la derecha, y, esporádicamente, besaba su
labio superior.

—S ‘agapó —alcanzó a decir antes de ser víctima de más besos suaves y dedos que limpiaban sus
mejillas y sus sienes.

—¿Sí? —resopló contra sus labios, y Emma asintió rápidamente—. Entonces, ¿sí te casas conmigo?

—Sí, mi amor.

—Bene —susurró, y dejó reposar su frente sobre el hombro de Emma mientras se dejaba abrazar por
las manos y los brazos que la sostenían aun sin tocarla—. And married we will get —dijo en ese tono de
Yoda.

—Le pese a quien le pese, voy a poder alardear que eres mi esposa.
—Ah, ¿de eso se trata todo? —bromeó, cayendo a su lado sobre su espalda mientras era Emma quien
se volcaba sobre su costado para verla a los ojos y acariciar su mejilla y jugar con su flequillo.

—Sí, de eso se trata… de eso y de negocios, claro —sonrió cariñosamente mientras inhalaba su casi
inexistente congestión nasal.

—¿Ves cómo nuestra vida está completa entre esos dos componentes?

—Mmm… —emitió un suspiro que se transformó en risa nasal—. No lo sé, yo sólo sé que te amo —
sonrió suavemente.

—Dime si no soy súper romántica: improvisación suprema, con “Breaking Bad” en el fondo, y encima
de ti… —resopló.

—Eso es precisamente lo que lo hace especial —sonrió—. Eso y el maldito cubo de mierda —sonrió
con mayor amplitud, como si eso la libraría de una mirada asesina, pero divertida, de “yo sé que igual te
gustó aunque no lo pudiste abrir”.

—Siento mucho que no era una tanga la que había adentro —bromeó.

—Me gusta más lo que sí era —se sonrojó, y vio su mano para asimilar el hecho de que tenía un anillo
en su dedo anular—. Y sí me parece romántico —se sonrojó todavía más—; no cualquiera diseña y hace
el anillo, mucho menos se quiebra la cabeza y se licúa los dedos para hacer la caja… al menos yo no lo
hice.

—Mmm… —frunció su ceño y colocó su mano izquierda sobre la de Emma—. A mí me gusta mi anillo.

—Y a mí el mío, Señora Rialto-Pavlovic.

—That has such a nice ring to it… —suspiró, evocando la imagen gráfica de aquellas letras de imprenta
sobre las que había firmado el famoso “prenup”, y Emma sólo sonrió en silencio mientras no conseguía
quitarle la mirada de encima—. ¿Qué?

—You are so beautiful… —susurró, y se acercó nuevamente a sus labios mientras que, con su mano,
la tomaba por la nuca para traerla hacia ella—. So, so, so beautiful… —y le dio un beso que podía haber
pasado por tímido, pero era simplemente una mezcla de agradecimiento, admiración y mucho, mucho,
mucho cariño—. ¿Qué quieres hacer hoy? ¿Quieres ir a cenar? ¿Quieres ir al cine? Dime, ¿qué quieres
hacer?

—Quiero estar contigo.

—Yo no voy a ninguna parte si no es contigo, llámale “parasitismo” —sonrió, y la volvió a besar de la
misma manera.
—Y, de repente, querer estar contigo es ser parásito —entrecerró sus ojos con cierta broma que
cubría aquel “así es como se mata el romance: con un término”.

—¿Quién dijo que tú eres el parásito? —susurró, ahuecándole la mejilla mientras sonreía ante la
mano que sentía acariciar suavemente su espalda; “Mmmm…”, eso le gustaba, y doble “Mmmm…”, pues
a Sophia también le gustaba, y no sólo era la parte de la espalda sino también la parte de la mejilla—.
“Tú quieres estar conmigo, yo necesito estar contigo”, ¿quién es el parásito en esa oración?

—Nadie —resopló—. “Parásito”, o “parasitismo” for that matter, suena demasiado… extremo, y feo…
y tú, quizás eres un poco extrema en algunas cosas, pero de fea… —sacudió su cabeza—, de fea tienes
lo que tienes de activista.

—¿”Parasitismo” no es como decir “Simbiosis”?

—Es un tipo de simbiosis, pero no son sinónimos.

—¿Hay algún tipo de simbiosis que pueda describir lo que tenemos?

—“Mutualismo”: ambos organismos, en este caso nosotros, o sea homo sapiens, se benefician
mutuamente de la interacción de manera “equitativa”… el “parasitismo” es que básicamente una de las
partes se aprovecha totalmente, o explota, a la contraparte; no es que exclusivamente vive en él pero
vive de él —le explicó—. Ejemplo de “mutualismo”: Nemo y su anémona. Ejemplo de “parasitismo”: una
sanguijuela en tu cuerpo —dijo sólo por aclarar la diferencia.

—Mmm… —frunció su ceño y, dándose un momento para pensar, llevó su mano al seno de Sophia
para posar su mentón sobre ella, pues eso de clavarle un hueso en esas adoradas partes no era ni uno
de sus pasatiempos intencionales, ni uno de los placeres pecaminosos de Sophia—. Sigo pensando que
soy más un parásito.

—¿Por qué?

—Porque la sola idea de no tenerte me ahoga —susurró sonrojada—, siento que no puedo respirar.

—Pero si no me voy a ninguna parte… —sonrió reconfortantemente—. ¿Es por eso que me preguntas
si me voy a casar contigo? —Emma sólo asintió en silencio, con un rubor todavía más fuerte.— Eres mi
garrapata favorita, ¿sabes?

Sí, quizás ése era el término que mejor describía a Emma desde hacía un tiempo, pues no había momento
en el que no se aferrara a Sophia a pesar de que no se estaba yendo any time soon; se aferraba a ella
por las noches cuando parecía un simple abrazo, se aferraba a ella con la mirada que parecía de acoso
cuando ella se alejaba por más de una puerta de por medio, se aferraba a ella sin tocarla, se aferraba a
ella sin decírselo, se aferraba a ella legal y emocionalmente, y se aferraba porque era lo único a lo que
valía la pena aferrarse en este mundo tan loco y fluctuante, y quizás no se lo decía porque era mostrar
demasiada vulnerabilidad, pero tampoco se lo decía porque Sophia lo sabía; quizás no lo sabía con tanto
detalle, pero la noción la tenía.

También quizás era por eso, por los “ahogos de amor”, que Emma se sentía, de cierto modo, en
deuda con Sophia; no porque le agradecía que la quisiera, que eso iba implícito porque sabía que no era
fácil quererla por ser muy compleja, pero le agradecía que le provocara las ganas de quererla inundar,
hasta ahogarla, de amor, le agradecía que sacara lo mejor de sí misma y no sólo para con ella sino con el
mundo también… aunque quizás había excepciones, como con ciertas simpatías políticas, o como con
cierto equipo de futbol y sus fanáticos (la Lazio), pero, bueno, ¿qué era del mundo sino meras
discriminaciones?

Edad mínima para votar: dieciocho. Edad mínima para fumar: dieciocho. Edad mínima para beber: en
Italia dieciocho, en Eslovaquia dieciocho, en “América” veintiuno, ¡veintiuno! Se tiene que ser ciudadano
para votar, no es suficiente con ser parte del motor de la economía, no es suficiente con ser afectado,
por la política interna, de la misma manera que un ciudadano. Se tiene que tener cierta altura para
subirse a una montaña rusa. Sus discriminaciones, al final del día, no eran ni relevantes ni ilegales, ni
meramente inmorales.

Y, sí, se vio en ese momento y, como cosa nada rara, sonrió internamente al verse aferrada,
física, metalúrgica, emocional y visualmente a Sophia. Estaba aferrada de su ropa y de su piel.

—Don’t ticks suck blood? —preguntó Emma, pues eso de la biología/zoología/o-lo-que-sea no era su
fuerte a pesar de que sabía dos o tres cosas.

—Indeed.

—¿Es esa una referencia a tu sangre, por casualidad?

—¿Perdón? —resopló, pues no entendió a lo que Emma se refería.

—Si las garrapatas chupan sangre, y yo soy una garrapata, ¿no se supone que, por teoría del silogismo,
yo debería chupar sangre también?

—Si la memoria no me falla, eso ya lo has hecho —sonrió.

—Lo sé, y mi pregunta es si es que estás insinuando que quieres que sea garrapata.

—Yo estoy para lo que quieras, cuando lo quieras y como lo quieras.

—¿Ah, sí? —levantó su ceja, y, así como a la Estatua de la Libertad se le apagaba la llama con esa ceja
hacia arriba, a Sophia se le desintegraba cualquier tipo de ropa interior que tuviera—. Kinky —la acusó
acertadamente.

—Y voyerista —agregó.
—¿Y nudista?

—Exclusivamente para tu recreación —sonrió—, para ti y para mí pero no para el público.

—Es recíproco —susurró y, reacomodándose sobre Sophia, entre sus piernas, llevó sus dedos a los
botones de la camisa de Sophia para empezar a deshacerlos, uno a uno, con lentitud—. Hay quienes
dicen que “Disney World”, o “Disneyland” for that matter, es el lugar más feliz del mundo, hay otros que
dicen que es Dinamarca, otros dicen que es un libro —sonrió como si hablara consigo misma, como si
pensara en voz alta—. Para mí, el lugar más feliz del mundo, o, en realidad, el que me hace más feliz a
mí, es ese pedacito de tu piel que puedo tocar, que puedo besar, que puedo acariciar, que puedo
succionar, que puedo rascar, que puedo disfrutar descaradamente… imagínate si estás completamente
desnuda, puedo trazar mi propio camino de la felicidad con mis dedos… —susurró, abriendo su camisa
y acariciando la vertical desnudez de su pecho hasta encontrarse con el cuello de la camiseta blanca—,
con mi mano… —bajó su mano y la introdujo en el interior de aquella camiseta, envolviendo su cintura
y su abdomen en una caricia mientras, intencionalmente, subía su camisa para descubrir su abdomen—
, con mis labios… —besó su cuello y se desvió por su pecho hasta que la camiseta no la dejó seguir, pero,
mientras tanto, no dejó de acariciar esa minúscula curva que cualquiera llamaría cintura—, con mis
uñas… —susurró, y, sin vergüenza, subió su mano hasta tomar su seno derecho por debajo de la
camiseta, que lo apretujó suavemente, clavándole sus uñas hasta llegar a la copa de su sostén para
retirarla y dejar que su seno saliera parcialmente libre de tul y encaje blanco—, con mi lengua… —rodeó
su dilatado pezón con la punta de su lengua y sin quitarle la mirada de la suya, lamió lenta y suavemente
hacia arriba para empujarlo temporalmente hacia arriba, luego hacia la izquierda, hacia la derecha,
nuevamente hacia arriba, y lo envolvió entre su lengua para atraparlo entre sus dientes y tirar
delicadamente de él—, con mis dientes… —susurró, y volvió a mordisquearlo, cosa que hizo que Sophia
sufriera de un corto y rápido ahogo, quizás por la estimulación, quizás por la penetrante mirada, o quizás
por la combinación de ambas cosas—. Sí, eso significa que voy por buen camino —sonrió, y se acercó a
sus labios para besarla.

Emma la trajo hacia ella, para que quedaran arrodilladas y, así, poder quitarle las camisas y sin dejarla
de besar. Sophia le sacó la camisa del interior de su falda y se la desabotonó mientras recibía besos en
su cuello y en sus hombros, que las manos de Emma viajaban por su espalda para llegar al broche de su
sostén.

Si no era Kiki de Montparnasse, y no era tan inocente como La Perla, debía ser Odile de Changy; un negro
meticuloso reductor y afianzador de senos que no tenía ni encaje, ni tul, ni nada que no fuera seda negra
que compactara, redondeara y, al mismo tiempo, levantara un poco. Era de los “wonderbras” de Emma,
pues la maravilla, para ella, no era que le aumentaran, sino que le redujeran una o dos tallas. No debía
ser un sostén conservador, porque no lo era, pero tampoco era travieso, y sólo era conservador porque
cubría aquella minúscula peca que adornaba el seno izquierdo de Emma, ese que a Sophia le encantaba
ver cuando llevaba camisas relativamente flojas y se inclinaba intencionalmente para enseñarle su
escote.

Para Emma no había nada más emocionante que ese momento en el que Sophia la dejaba
quitarle todo, todo, todo, ese momento en el que Sophia dejaba, a su criterio, el orden y el tempo de la
desaparición de su ropa al no tocarla pero ni para deshacerse el botón del pantalón, y, para Sophia, era
lo mismo pero al contrario, era eso de que Emma le quitara la ropa porque sabía que era algo que
disfrutaba profundamente; lo notaba en la delicadeza de sus dedos, de sus manos, en la sonrisa interna
que se iba ensanchando con cada prenda que quitaba, en cómo la envolvía entre besos y caricias que no
eran de desesperación, aunque, claro, eso era por la ocasión, pues, de no aguantarse las ganas, de no
haber anticipación y sólo desesperadas ganas, se iba al grano. Pero esa cultura de revelar el núcleo
desnudo de ojos celestes, ese ritual, era para disfrutarlo, y era por lo mismo por lo que, en esas
ocasiones, Sophia no interrumpía el proceso con quitarle a ella la ropa, simplemente dejaba desnudarse
completamente primero, que eso era algo de lo que se había dado cuenta hacía tan sólo pocos meses,
pues luego, entre el proceso, sería decisión de Emma si compartía su propia desnudez con ella; si se
desnudaría con su ayuda, sin su ayuda, o si dejaría su desnudez en manos de ella. Todo era porque a
Sophia ese momento no le emocionaba tanto, pero le satisfacía saber que a Emma sí, pues lo único que
le interesaba era el resultado de medio camino; la desnudez, y no le importaba si era rápida, lenta,
compartida o no, aunque sí le gustaba cuando Emma la compartía con ella. Ella también podía ser muy
condescendiente.

Emma tomó a Sophia por la cintura, la abrazó, la envolvió completamente entre sus brazos
hasta casi fusionarla con ella misma, y la cargó momentáneamente hasta recostarla sobre su espalda
para bajar, de sus labios, a su abdomen; trazando un camino de un beso por segundo por pulgada.

Le gustaba que ya no eran aquellos jeans de denim que parecía ser crudo aunque no lo era, que ya no
eran aquellos Levi’s que, a pesar de tener un bonito color y una bonita textura, de alguna forma no
lograban hacerle justicia a sus piernas, que ya no eran aquellos True Religion que la cegaban con lo casi
fluorescente de las costuras; ahora eran del perfecto color y desgaste, con el número útil y perfecto de
bolsillos, de la más suave textura que podía existir, tan suaves que podían llegar a ser primos de la
cachemira, que le abrazaban la cadera con precisión, ni muy flojo ni muy apretado, que le delineaban las
piernas, que tenía cremallera y no una hilera de botones que sólo provocaban suicidio en Emma.

Deshizo el botón, bajó la corta cremallera y, dándole un beso entre la abertura de la cremallera, deslizó
el jeans hacia afuera sólo para darse cuenta de que Sophia carecía de aquella prenda que la habría
separado visualmente de sus labios mayores. Quizás era porque aquella ceja hacia arriba los había
desintegrado, pero no, no era por eso, y Sophia sí había salido, por la mañana, con dicha prenda bajo el
jeans y sobre su piel.

—Me encanta cuando me sorprendes de esa manera —susurró, volviendo a tomarla por la cintura con
ambos brazos para traerla consigo, para traerla sobre su regazo y que abrazara su cadera con sus piernas.

—Sorpresa! —siseó aireadamente en aquel acento italiano mientras la tomaba por el cuello y Emma
la acercaba todavía más, hasta el límite en donde lo imposible se volvía posible.

—Así es mi “happy place” —dijo, dándole besos en su cuello.

—¿Y el “happiest”? —se ahogó.


—Spogliami… e saprai —sonrió contra su cuello.

De haber sido dinero, cualquiera habría escuchado “ka-ching!”, y fue básicamente lo que Sophia escuchó
en ese momento, o pudo haber sido “¡Gol!”, o el equivalente para la ocasión, pues sólo sonrió y, con la
ligereza que la caracterizaba, deslizó sus manos hacia los hombros de Emma para retirar la volátil camisa
de Emma y, así, poder saludar, de beso y abrazo, a todas aquellas pequitas que se esparcían por sus
hombros mientras Emma la mantenía lo más cerca que podía.

Así como su camisa, su sostén terminó en alguna coordenada ciega que la cama, o del suelo, y,
sutilmente, la tumbó sobre la cama para retirarle la falda. Las faldas… sí, por eso no le gustaba mucho el
invierno, además del resto de razones climáticas, pero adoraba a Emma en falda, o en vestido, que no
era que se quejara cuando vestía pantalón, pero había algo que le gustaba de lo corto, de la media
desnudez de sus piernas en Stilettos, quizás era la accesibilidad, quizás la extrema femineidad y
feminidad que exudaba, o quizás era que le encantaba ver la redefinición de la silueta que una pencil
skirt podía proveer. Y, junto con su Givenchy, su Andres Sarda negra se escabulló en la perdición para
dejarla casi tal y como Sara la había traído al mundo.

—Ya casi estoy en mi “happiest place” —susurró, recibiéndola a la altura de sus labios y envolviéndola
nuevamente entre sus brazos—. Pero me conformaría toda mi vida así, con este casi-happiest-place, a
estar sólo una vez en mi happiest place.

— ¿”Así” cómo?

—You and me, naked… me holding you, you holding me —ladeó su cabeza con esa pequeña sonrisa
de absoluta sinceridad.

—Si por mí fuera te llevaría muchas veces al día, todos los días, a tu happiest place…

—No quiero forzarte a hacer algo que no quieres hacer —le dijo, ahuecándole nuevamente la
mejilla—. Nunca me lo perdonaría.

—Nunca me has forzado a nada —frunció su ceño, pero no en ese tono de enojo o confusión, sino
más en un tono de enternecida preocupación.

—Pero si llega el día en el que no quieres hacer algo, me lo vas a decir, ¿verdad?

—Hay muchas cosas que no sé, cosas que no conozco, actitudes que nunca tuve y que nunca he visto,
experiencias que me dan curiosidad, y no te puedo decir que no me gusta “Moonlight Sonata” si no la
he escuchado… no me conozco con tal profundidad todavía, o quizás sí y soy una reckless bitch… todavía
no sé qué es lo que no sé.

—Wo-ow… eso último sí que es un pensamiento cazzamente profondo —suspiró asombrada, pues
eso tenía sentido a pesar de sonar, quizás, muy aristotélico; tampoco era una sabelotodo de la filosofía—
. Pero sólo quiero que me digas que “no” cuando sientes que es un “no”, porque no quieres, porque no
te gusta, porque no tienes ganas, porque no-sé, y no me voy a enojar por escuchar un “no”…

—Emma, pasé diez años de mi vida en el limbo… diez años es bastante tiempo para darte cuenta de
quién eres, de qué quieres, cómo lo quieres y con quién lo quieres… y pasas diez años complaciendo a
otros pero viviendo sola hasta cierto punto, diez años en los que podía ir para acá y para allá porque no
tenía ataduras de nada, diez años que fueron como cuando te zumban los oídos; incómodos, molestos,
y abrumadores hasta el punto de querer huir hasta de quien eres. Lo mejor que me pudo pasar fue que
me despidieran de Armani Casa porque, muy en el fondo, no me gustaba ni vivir en Milán ni trabajar en
un lugar en el que nos hacíamos tropezar unos a los otros sólo para tener un diseño en manufacturación.
Y me sirvió mucho irme a vivir un tiempo con mi mamá porque me llevó, sin saberlo, a lo que realmente
soy; no soy una loca desatada que colecciona botellas de Smirnoff, o que deja de dormir una semana
entera por estar o ebria o con resaca, o que apaga ciertas emociones porque así es más fácil, porque
hubo un momento en el que creí que me iba a conformar con lo más mínimo, con algo como lo que
tenían mis papás, y sólo por tener una vida. Pero tú… —rio, sacudiendo su cabeza con aire de “no lo
creo”—. Eres tan suave, tan delicada conmigo…

—¿Es malo?

—No —sacudió su cabeza—. Es sólo que jamás me imaginé encontrar a alguien que le gustara
consentirme —se sonrojó.

—Al principio no te gustaba.

—No es que mis papás no me consintieran, pero no veía cómo o por qué me iba a consentir alguien
más.

—Sophie… la vida no es fácil, pero, si puedo hacerte el viaje más ameno, eso haré; sea comida, sean
viajes, sea ropa, sea lo que sea… porque no hay nada que me asfixie más que verte preocupada,
incómoda, o dolida por algo. Quizás mi forma de quererte no es la más convencional, ni la más
romántica…

—No hay día que pase sin que me digas que me amas, no hay día que pase sin que me digas “you’re
so beautiful”, no existe el día en el que no me besas, en el que no me abrazas… si me enfermo me cuidas,
si estoy cansada me dejas descansar, eres capaz de cambiarme el tampón si tengo pereza de levantarme
a cambiármelo —rio—. Y no importa si es sexo o si me estás haciendo el amor, nunca es sólo sexo, nunca
es algo sólo físico. Mierda, si se supone que no debías saber nada sobre sexo con mujeres y resulta que
casi que sólo tienes que levantar tu ceja para que me corra, y me he conocido más contigo, en todo
sentido, que estando sola o quizás con alguien más. Y me gusta quien soy… y me gusta ser una
calenturienta sin remedio.

—Eres una de las pocas personas a las que comprendo y a las que quiero comprender, y que quiero
cuidar, y que no quiero que pase un día sin que sepas lo hermosa que eres, o lo mucho que te amo, no
quiero que no sepas lo mucho que me importas. Y también me gusta quién eres y quien soy yo desde
que estoy contigo, y también me gusta que seas una calenturienta sin remedio —sonrió.

—¿Pero?

—Sólo quiero que me prometas que, el día que no tengas ni potencial chispa, me lo digas… por favor.

—Te lo prometo —se acercó a sus labios y le dio un beso corto.

—Perfetto. Ahora, ¿qué quieres hacer? ¿Quieres quedarte así un rato, una ducha, un masaje, que
traiga Ben & Jerry’s y vemos una película al azar?

—Quiero llevarte a tu happiest place, eso es lo que quiero —susurró, y Emma, sin decirle nada, la
trajo a sus labios para intentarlo una tercera vez—. Te amo, soon-to-be-my-wife —sonrió entre el beso,
que Emma sólo la abrazó y la trajo completamente sobre ella para sentir ese liviano peso que tanto le
gustaba.

Sophia se desvió por su cuello, Emma posó sus manos en su nuca para guiarla, sin fuerza y sin necesidad,
por dónde tenía que ir; sus hombros, nuevamente su cuello, sus labios, un breve juego de narices,
nuevamente sus labios, su cuello, su pecho y, al fin, llegó a aquel diminuto lunar que no sólo besó sino
que también, sin mucho éxito, intentó mordisquear.

Le pagó con la misma tortuosa moneda. Se encargó de, clavándole su celeste mirada en la suya
muy verde, acariciar su areola derecha con la punta de su lengua, y, esto sí con éxito, logró evitar a su
pezón, el cual se erguía y se endurecía con justa rapidez. Primero lo besó superficialmente, luego lo
atrapó entre sus labios para jugar con su lengua hasta volverlo un suave mordisco que le provocó un
suspiro corto y agudo a Emma. Y las succiones que le siguieron a ese mordisco fueron la muerte más
tortuosa y placentera existente. No le salían gemidos, ni gruñidos, pero jadeaba y se ahogaba con esa
típica nota aguda al final de cada succión, y los mordiscos a sus areolas, mordiscos que se cerraban y
atrapaban su erecto pezón para tirar de él.

Y, como Sophia no tenía planes de moverse de ahí, porque ese día sabían demasiado bien, llevó su mano
a la entrepierna de Emma sólo para hacer un sondeo de la zona.

Aparentemente estaba en estado natural, húmeda eso era, y sus labios mayores no padecían de ningún
tipo de sensual hinchazón que evidenciara su notable pero pacífica excitación. Volvió a acariciar sus
labios mayores hasta llegar a su fin sur, en donde eso no se llamaba “humedad” sino “inundación”, y eso
le gustaba a Sophia, más, que por lo que significaba, porque no entendía nunca de dónde sacaba Emma
que le costaba “mojarse”, aunque quizás ése era el problema: Emma no se “mojaba” sino se “rebalsaba”,
no había punto medio.

Decidió no mojar sus dedos, pues la idea era hacerlo exactamente como a Emma le gustaba.
Y, así, con sus dedos secos, se adentró en el húmedo mundo interlabial de Emma para acariciar su clítoris,
que dio gracias a Dios porque el rebalse no era suficiente y demasiadamente exagerado como para
inundar hasta su clítoris sin importar la gravedad.

Su clítoris no estaba perfecto; húmedo, suave y muy blando, pero era perfecto para aplicar las fases que
Sophia sabía que no podían fallar en ese caso; primero era básicamente una lenta caricia con sus dedos,
una caricia superficial que no se enfocara en ninguno de los dos puntos débiles que la podían hacer hasta
gritar, caricias circulares que no tenían un rumbo determinado, en el sentido de las agujas del reloj, luego
lo empujaba suavemente hacia arriba, y continuaba la caricia circular, ahora en contra de las agujas del
reloj. Separó sus dedos para tomarlo por los costados, sólo para acariciarlo, sin presión y sin intención
de hacerlo rápido, sino desafiaría a la gravedad y haría que sus inundación subiera hasta donde no quería
más lubricante que el que tenía al principio.

Eso de empujar su clítoris suavemente hacia arriba, eso de la ligera caricia, eso de Sophia succionando
sus pezones como si nunca los hubiera probado antes; eso le encantaba a Emma, la volvía loca, pues era
una suave escalación de excitación que podía disfrutar al no proveerle un orgasmo tan rápido.

Luego vino la segunda fase: el masaje. Era como el masaje que solía darle Camilla en sus
hombros, pero ella lo aplicaba, a escala, en el clítoris de Emma; no era un recorrido con presión sino
presiones aisladas y pausadas que caían en la categoría de "punzadas cariñosas", cosa que a Emma
lograba arrancarle jadeos de boca ya un poco abierta y que todavía lograba cerrarse por largos períodos
de tiempo para inhalar entre dientes y exhalar por la nariz, y, al final, siempre aquella nota aguda. Las
manos de Emma eran dos máquinas que trituraban el cubrecama azul marino porque tenía que aferrarse
a algo que no fuera a Sophia, sino, probablemente, la lastimaría.

La tercera fase era tirar del prepucio clitoral con su dedo índice para aplicar el primer frote, este
muy despacio, a media presión continua, sobre el glande clitoral desnudo. Ya no estaba tan blando como
al principio, era de esperarse, estaba rígido en realidad, pero tampoco estaba en el punto máximo, en
ese punto que era en el que Emma ya no podría evitar un gemido. Justo cuando empezó a frotar su
glande, dejó descansar a sus pezones para ir a sus labios y dejar que Emma se desquitara con besos.
Cuando le provocó el primer espasmo muscular, ese que era automático en la cadera, dejó de frotar su
clítoris para encontrarse con sus labios mayores empapados e hinchados, probablemente estarían
coloreados de un suave tono rosado candente, igual que su pecho y su cuello, y, bastándole con saber
que era imposible malinterpretar esa excitación, volvió a su clítoris para concluir con la fase número
cuatro. El frote era continuo pero prácticamente en el mismo lugar, el tempo ya no era lento pero
tampoco era rápido, era un sabroso ritmo que la tenía jadeando y tratando de contener la reacción de
sus caderas. Y, sólo por si Sophia quería asesinarla en placer, trasladó el frote a uno de los puntos débiles
de Emma; la punta de su clítoris, y la frotó un poco más rápido.

Emma se sentía demasiado bien, demasiado, demasiado bien, ese frote era la mezcla perfecta entre un
placentero y picante ardor que desencadenaba corrientes esporádicas que la recorrían y que terminaban
por salir en un gemido que Sophia atrapaba entre sus labios para que lo tomara con el siguiente beso,
pero eran gemidos que se acumulaban con rapidez.
En cuanto Emma soltó el cubrecama de su mano izquierda y la llevó a la mejilla de Sophia para
fusionarla entre sus labios, para no soltarla, Sophia comprendió que era momento de hacer erupción. Se
volvió a concentrar en todo su clítoris, en esa rigidez de la que la inundación ya se apoderaba con picardía
sonriente y divertida, así como ese segundo lleno de un tan sólo grito de cuando empezaba “Hulk” en
Island of Adventure, en ese maldito tirabuzón que terminaba siendo divertido y catártico por los gritos
y por la liberación de estrés ante la eminente anticipación de minuto y medio exactos.

Frente contra frente, tabique contra tabique, Emma jadeaba ya sólo aire, ya no le quedaban más notas
agudas, y se detenía con ambas manos de la nuca de Sophia, la etapa de asesinar ya había pasado y,
ahora, sólo quería que la hiciera explotar, quería sentirse víctima del dominio que Sophia tenía sobre
ella y del que nunca abusaba, quería sentirse suya; a sus pies, bajo ella, por ella.

Sabía que venía, las dos lo sabían, pero, a falta de gemidos, Sophia no pudo prever el momento exacto
de la exponencial escalación de saturación de estimulación, y Emma, ante la perfección del frote, no
supo en qué momento sacó aquellas dos exhalaciones continuas que la obligaban a apretar su mandíbula
y sus ojos, y, con una sensual sacudida al compás de un gruñido sensual, Sophia simplemente supo que
tenía que frotar rápido, muy, muy, muy rápido aquella rígida cúspide que estaba haciendo combustión
entrañal. El abdomen de Emma se contrajo igual que siempre, y sólo quería huir de ese maléfico y
despiadado, pero satisfactorio, frote.

Todavía no se había ni empezado a calmar cuando ya Sophia le daba la suavidad que necesitaba
con sus labios en los suyos, esa tranquilidad que exhalaba contra su mejilla, un modelo de relajación
temporal para que Emma lo imitara y recuperara su respiración junto con su ritmo cardíaco promedio.
Los espasmos eran inevitables, así como los microgemidos agudos que no salían de su boca, pues Sophia
acariciaba sus tensos labios menores y sus hinchados labios mayores para no ser simplemente alguien
que abusaba y no recompensaba ni mimaba con las caricias que se traducían a algo más que sólo cariño
y que trascendían al "gracias por dejarme tocarte". El respingo placentero de cuando Sophia recorrió
lentamente su USpot hasta terminar en la-todavía-rígida-cúspide de su clítoris...sin palabras.

—That was life-affirming —suspiró Emma por fin.

—¿Lo hice bien? —preguntó con una sonrisa que pretendía ser inocente.

—“Bien” se queda corto, mi amor —sonrió—. Te amo…

—Mmm… esos “te amo” orgásmicos son especiales, aunque algunos dirían que no cuentan —se
sonrojó—. Pero yo te amo más.

—No cuentan si hay alcohol de por medio, un arranque más fortuito que "al azar", y que sea la
primera, o de las primeras veces, que te acuestas con ese alguien —frunció su ceño, pero no pudo
mantenerlo fruncido por tanto tiempo, pues la sonrisa la atacó—. Además...yo te amo más.

—No, yo más.
—Y, de repente, tenemos quince años —entrecerró sus ojos—. Yo te amo más, y fin de la discusión,
y punto final y se acabó el papel.

—Uy —suspiró con esa sexual expresión facial de goce extremo—. Yo soy la donna più bella del mondo
pero sólo si yo te amo más.

—Qué bajo —sacudió su cabeza con una risa nasal.

—Para casos extremos hay medidas extremas —se encogió entre sus hombros.

—Puedes amarme más mañana, hoy yo te amo más… pero el título de “Donna più bella del mondo”
te lo puedes quedar para siempre, mi amor.

—Hay veces en las que me dan ganas de comerte a besos…

—Esos me dan cosquillas —susurró, pues ya había ocurrido una vez, y casi se accidenta de la risa—.
Pero, si incluyes succiones y lengua, puedo decirte qué es lo que quiero que me comas a besos —levantó
su ceja derecha.

—¿Ah, sí? —sonrió divertida.

—Oh, sí —susurró con sus ojos cerrados y un movimiento de cabeza que decía lo mismo: un sabroso
e inequívoco “oh, sí” que abusaba de ser hipérbole y pleonasmo al mismo tiempo.

—Arquitecta Pavlovic —resopló en ese tono que pretendía ser ceremonioso y muy recto y
respetuoso—, ¿qué quiere que le coma a besos?

—Licenciada Rialto, quiero que me coma a besos aquí —señaló sus labios con su dedo índice—, a
mordiscos y besos aquí —deslizó su dedo por su cuello y por su pecho—, quiero que se vuelva loca con
estos —dijo, paseando su dedo índice por su dilatada-relajada-y-postcoital-areola para luego pellizcar
suavemente de su pezón y tirar suavemente de él, luego tomó la mano de Sophia en la suya y, sacando
su dedo índice, le dijo—: y quiero que me bese aquí —susurró lasciva y seductoramente mientras trazaba
una línea vertical sobre su abdomen hasta llegar a su vientre—, y puede mordisquear aquí, y besar
también, y si hay lengua no me enojo —dijo, extendiendo la mano de Sophia y colocándola sobre su
vientre—. Pero, aquí… —la deslizó hacia su vulva—, aquí quiero que me coma sin piedad, que me haga
querer break free; con besos, con mordiscos, con su lengua, con esas succiones que sólo usted sabe
cómo y dónde me gustan… y es libre de tocar lo que quiera —guiñó su ojo y, automáticamente, su ceja
derecha se elevó con tal egocéntrico, picante y seductor erotismo, que Sophia tuvo un miniorgasmo
mental con repercusiones físicas.

—Arquitecta, me excita cuando me dice exactamente qué es lo que quiere —suspiró Sophia, sacando
su mano de la entrepierna de Emma para llevarla a su rostro.

—¿Sí?
—Oh, sí —imitó su expresión, tanto verbal como facial.

—Entonces, complázcame —volvió a levantar su ceja, y Sophia sólo gruñó por lo sensual que eso se
había escuchado.

Colocó su dedo índice sobre sus labios y, con la delicadeza que la caracterizaba, lo escabulló entre ellos.
Emma lo succionó con la misma seducción que “Windmills Of Your Mind” tenía para aquel que creyera
en seducir y ser seducido; recorrió la longitud, succionándolo mientras lo cubría y lo descubría, y, para
dejarlo libre, lo fue sacando poco a poco, que, con cada milímetro menos, que había entre sus labios y
la liberación, aumentaba la lentitud. Terminó con un beso que hizo a Sophia gruñir internamente, sí,
Emma conocía las debilidades visuales de Sophia, y las conocía desde mucho antes de que ella las
descubriera.

Sophia paseó su dedo por sus labios, dándole inicio al camino que Emma le había marcado anteriormente
y besó sus labios con ese momento decisivo de “Invece No” en Milán, ese momento bombástico que le
daba inicio al coro; intenso y profundo, catártico y desencadenado. Con demasiadas ganas. Su dedo se
deslizó por su mentón, y, tras su dedo, iban sus labios, pasando por su cuello, en donde aparecían los
mordiscos esporádicos. Llegó a enterrar su nariz entre sus senos y, no pudiendo contenerse las ganas,
tomó ambos senos y los apretujó contra ella como si quisiera ahogarse entre ellos, pero eso sólo le
provocó una risita a Emma que más bien parecía un juguetón ronroneo.

Volvió a ofrecerle su dedo índice para que lo succionara mientras ella hacía lo que le habían exhortado
de tal sensual manera; volverse loca con esos pezones cuyas areolas ya empezaban a encogerse de nuevo
y se coloreaban de una capa de placentero rosado por la misma locura. Así era como sabía ella que Emma
era imposible de apagar, que no importaba si le recitaba la tabla periódica o le daba una lección sobre
orbitales, ella siempre iba a querer placer, no existía un matapasión de ese tipo, y Emma, por el otro
lado, sintió como si encabezaba la lista de las cien mujeres más sensuales del mundo, aunque la que
encabezaba desde siempre era la de Sophia.

Recuperó su dedo y continuó trazando aquella misma línea que Emma había trazado por su abdomen,
la llenó de besos lentos y un tanto sonoros hasta que llegó a su vientre, en donde, entre la desesperación
por llegar ahí, sólo dio un lengüetazo lento que finalizó con un beso, un beso que se repitió pero un
milímetro más abajo, y otro beso un milímetro más abajo que el anterior, y así sucesivamente hasta
llegar a la encrucijada de no saber si seguir verticalmente, o si desviarse por su labio mayor izquierdo o
derecho.

—Licenciada, ¿me va a comer? —preguntó, llevando su mano a sus labios mayores para invitarla a sus
labios menores al separarlos un poco más de lo que sus piernas abiertas los habían obligado a abrirse.

—Todo a su tiempo, Arquitecta —susurró—. Es sólo que, como a usted, me encanta ver… —suspiró,
y su tibia exhalación aterrizó ligeramente sobre el clítoris y los labios menores de Emma, provocándole
un ahogo de ojos cerrados y una contracción vaginal demasiado evidente como para intentar disfrazarla
de reflejo voluntario.
—Otra vez —murmuró en su voz de modo excitado encendido.

—¿Otra vez? —resopló Sophia, y Emma asintió.

Inhaló aire tibio con aroma a Emma-más-un-orgasmo, y, lentamente, sacó el aire por entre sus labios
con demasiada lentitud, lentitud que era demasiado rica y fría, y que hacía que Emma sonriera como si
aquello le diera cosquillas.

Sacó su lengua y lamió desde su perineo hasta su clítoris, volvió a soplar de la misma manera, y
volvió a lamer aquel interior para, luego, volver a soplar.

Sabía dulce, un poco más dulce que de costumbre, quizás era por la sobredosis de piña que había tenido
los últimos días. Ah, bendito el antojo y las cinco piñas que lo saciaron.

Abrazó a Emma por sus muslos mientras se dejaba ir entre lo que conocía con tanta
profundidad, ambos tipos de profundidad, que podía propiciarle un orgasmo en cualquier estado, hasta
en coma etílico. Ah, no, eso ya lo había hecho. Le gustaba succionar su clítoris y, mientras lo mantenía
entre sus labios, jugaba con su lengua sin prisa alguna, le gustaba succionarlo y dejar que se le escapara
para volver a atraparlo, le gustaba succionarlo y bajar a su vagina para pasear su lengua por su USpot, y,
entre técnica y estrategia, se detenía para soplar suavemente sobre aquel rosado y encendido clítoris.

Sophia no conoció el momento en el que su mano derecha se retiró de la piel de Emma para ir
a la suya, para ir a su entrepierna e imitar, con sus dedos, lo que le hacía a Emma con su lengua.

Emma gemía y Sophia le contestaba con un gemido de su creación, y eso sólo iba en escalación sensual,
el siguiente era más caliente que el anterior; a Emma la privaba de racionalidad con los gemidos que ella
misma se provocaba, que le habría gustado ver cómo se tocaba porque no había algo más sensual y
erótico, pero estaba más que contenta con esos gemidos que siempre le parecieron más hermosos y
poéticos que “Vocalise” de Rachmaninoff, y a Sophia que le encantaba que Emma enterrara sus dedos
entre su cabello mientras estaba entre sus piernas, pues era la manera más honesta de hacerle saber
hasta lo que no debía saber.

Le encantaba que la halara más para hundirla entre sus labios mayores o para sentirla más adentro
cuando la penetraba con su lengua, le fascinaba cuando le indicaba que quería succiones y con qué
frecuencia y con cuánta fuerza, pero no podía negar que se derretía cuando simplemente peinaba su
cabello; pasando su flequillo tras su oreja, y que encontraba, entre los incontenibles gemidos, el tiempo
y el control para verla de esa manera que le calentaba el pecho, y no era nada más que una mezcla
saturada de “God, you’re so beautiful” y “God, I love you so much”. Además, quizás Emma nunca lo había
dicho, pero, cuando Sophia estaba entre sus piernas y la veía a los ojos sin dejar de comérsela, no sólo
le parecía hermoso sino también terminaba por excitarla todavía más.

Dejó de tocarse porque ya no podía dividir su concentración en ambas cosas, eso sólo la hacía
divagar, y, antes de que otra cosa sucediera, Emma reclamó esos lubricados y ajenos dedos para su
degustación personal.
Los limpió hasta que no encontró otra gota de su sabor, hasta que todo estaba en su boca, y,
devolviéndole la mano a Sophia para volver a enterrar sus dedos en su cabello, sólo se encontró con una
sonrisa que se transmitía celestemente; una sonrisa pícara y juguetona que le advertía lo que estaba a
punto de suceder, y ¡Mh!, Emma gimió al sentirse físicamente invadida, pero “invadida” en el mejor de
los sentidos y con el mejor de los resultados.

Un segundo dedo la invadió. Ahora los dos dedos entraban y salían de ella sin ninguna dificultad, casi sin
fricción, que en ese caso era muy bueno, y Sophia no podía no salivar ante lo perversos que eran esos
empapados sonidos de sus dedos entrando y saliendo de Emma.

Esta vez sí notó lo que no había notado en el orgasmo anterior, o más bien “para el orgasmo
anterior”; ese “click” repentino que era como dar comienzo a la construcción de una torre de cartas: se
debía hacer con precisión, con puntería, con delicadeza, y se debía tener una base estable, sino se caía
en cualquier momento y por cualquier travesura de la vida.

Sophia sintió cómo Emma se contraía y se relajaba, todo era intencional para ayudarle a construir esa
torre de cartas que cada vez iba más alta y más alta, Sophia que sólo le ayudaba con leves presiones en
su GSpot y esas succiones de las que Emma le había pedido, esas succiones que sólo ella sabía hacerle.

Emma soltó la melena rubia y se aferró al cubrecama mientras un gemido entrecortado salía de
sus cuerdas vocales y sus caderas iban en dirección contraria a su abdomen, pero Sophia lograba
mantenerla bajo control y en su lugar con su brazo, y sólo soplaba suavemente sobre aquel clítoris que
explotaba nuevamente en esa catarsis nerviosa que resultaba ser tan gratificante para ella y tan
placentera para Emma.

Dejó de sacudirse al cabo de los intensos segundos que reían nerviosamente por segunda vez en su
clítoris, una sonrisa se le dibujó en sus labios, y esa sonrisa de ojos cerrados fue la que Sophia subió a
besar.

—¿Satisfecha… o me faltó algo por comer? —susurró a su oído.

—Me fascina cuando me comes, Sophie —y ahí estaba, Sophia se sonrojó nuevamente ante la caricia
que le hacía a su nombre con ese diminutivo—. Mi affascina…

—¿Quieres que haga algo más?

—Eso te lo debería estar preguntando yo a ti; se supone que íbamos a hacer lo que tú querías.

—Mmm… —rio nasalmente, como si tuviera un plan divertido pero perverso en mente.

—Dimmi —sonrió en ese tono agudo que era propio de la expresión.

—Todo depende de si estás dispuesta a hacer algo.


—¡Licenciada Rialto! —siseó, y la risa la atacó—. ¿Qué tiene en mente?

—¿Qué dice de un reto, Arquitecta? —dijo, haciendo que la mirada de Emma se ensanchara junto con
una sonrisa.

—Usted dirá, Licenciada Rialto.

—I want you to make me cum without touching me —susurró, y Emma lanzó una carcajada que había
nacido desde lo más profundo de sus entrañas.

—¿Cómo se supone que voy a hacer que te corras sin tocarte? —levantó su ceja derecha.

—Ingéniatelas —sonrió, guiñando su ojo y encogiéndose entre sus hombros.

—No te puedo tocar… —murmuró para sí misma para desarrollar algún plan, si es que existía uno
para superar ese reto—, ¿con qué no te puedo tocar?

—Me puedes besar —dijo, dándole un beso corto en sus labios—, no me puedes morder, no me
puedes lamer, no me puedes succionar… es más, digamos que tu boca sólo puede ir en la mía, y no
puedes tocar ninguna zona erógena. No puedes usar tus manos, sólo para detenerte o para detenerme.

—Madre de Dios, ¿qué te poseyó? —se carcajeó.

—Algo que veo que te gusta demasiado.

—Indeed —suspiró, tumbando a Sophia sobre su espalda para porque-sí.

—¿Aceptas el reto?

—Suena un poco imposible…

—Puedo darte un premio si lo logras —dijo, sabiendo que, con eso, Emma se vería en la incómoda
posición de tener que aceptar.

—¿Y si no lo logro?

—Pues, no sé, supongo que vas a tener que vivir con la frustración de la derrota —sonrió
ampliamente, que eso último a Emma le sonó tan mal que le parecía inaudito e inaceptable tener que
enfrentarse a eso.

—Eso nunca —sacudió su cabeza, y gruñó porque su teléfono empezaba a sonar con “Mambo
Italiano”, lo cual significaba que era Volterra quien le llamaba—. Alessandro Volterra tendrá que esperar
a que mi Ego esté orgulloso de mí —dijo, tomando su teléfono y colocándolo en silencio, pues, cuando
no le contestaba, solía llamar más de una vez; una vez había llamado treinta y siete veces en dos horas
y no era ni tan urgente—. Repasando las reglas: no manos a menos que sea básicamente la cadera, los
hombros, las rodillas y las pantorrillas, boca sólo en la tuya y sólo labios, y no tocar zonas erógenas
directa y descaradamente, ¿cierto?

—Sí.

—Va bene. ¿Qué tan mojada estás? —le preguntó, poniéndose de pie para acudir a la gaveta inferior
de la mesa de noche de Sophia.

—Tengo hasta para regalarte en tus días menos mojados —dijo luego de tocarse—. ¿Me vas a decir
lo que me vas a hacer?

—Todavía estoy pensando, mi amor —balbuceó con poca atención, pues aquella precaria selección
de juguetes no la obligaba a pensar inteligentemente—. ¿Puedo hacer y usar lo que quiera?

—Siempre y cuando se apegue a las reglas, sí.

—Fuck —suspiró, dejando caer su cabeza en resignación, pues sólo había uno que no utilizaría
precisamente con las manos, pero se acordó de que era un método efectivo, pues así lo había logrado la
vez pasada, la única diferencia, entre aquella vez y esta, era que ahora había presión e intención, y Sophia
estaba en un punto gris en el que había estado cerebralmente excitada pero que, físicamente, era sólo
una reacción y no un estímulo directo— No sé de dónde sacaste esta idea, pero está macabramente
difícil —suspiró Emma, viendo que la luz de su teléfono se encendía, que era otra llamada de Volterra, y
decidió arrojar el teléfono al suelo para que no distrajera a nadie de los implicados.

—Sólo tienes que pensarlo bien, hay múltiples formas de hacerlo —sonrió, viendo a Emma con el
feeldoe rojo en su mano, que se le notaba insegura en cuanto a la forma, pues no sabía si lo
usaría en Sophia o con Sophia—. Son tres, si no me equivoco.

—Dime que la que tengo en la mano es una, por favor.

—Sí, sí es.

—Good. Y, si no funciona, ¿puedo cambiar de método?

—Claro, el punto es que me corra.

—Good —repitió, tomando ya el feeldoe con seguridad en su mano y, de rodillas frente a Sophia,
introdujo en ella la parte corta, la parte que hacía, de aquello, para usarlo “con” Sophia.

—Fuck… —suspiró así como si le hubieran cortado el oxígeno temporalmente.

—¿Rico?
—Tú sabes que sí —sonrió, viendo a Emma recoger un poco de su lubricación entre sus dedos para
lubricar un poco el falo que entraría en ella.

—¿Alguna última request antes de empezar? —preguntó, colocándose en una posición relativamente
cómoda para introducir esos diecisiete centímetros en ella.

—Sorpréndeme —guiñó su ojo.

Emma cerró sus ojos y gimió en tres tantos, en esos tres tiempos en los que logró hacer que la longitud
desapareciera dentro de ella. Y, sí, fue tan sensual y hermoso, que Sophia simplemente supo enamorarse
todavía más de ella y de sus gemidos.

Pudo haber ido a por el orgasmo seguro, más bien eyaculación, pero sabía que le tomaría algún tiempo
para excitarla, ¿y qué mejor que un estímulo visual completo acompañado por un estímulo vaginal?

Flexionó sus piernas y se echó hacia atrás, deteniéndose, con sus manos, por entre las piernas
de Sophia. Eso le dio una vista frontal y completa, y no pudo negar que le gustaba; le daba una nueva
perspectiva corporal de Emma al nunca antes haberla visto en esa posición que obligaba a su anatomía
a tomar tensiones e intensidades que eran prácticamente males necesarios: su abdomen se marcaba de
cierta manera a pesar de que no era precisamente sólido como una roca ni definido como en las primeras
etapas de un fisicoculturista, simplemente era plana y ahora se le marcaba algo en todo su abdomen,
sus acromiones se saltaban, sus senos caían de tal manera que Sophia sólo quería erguirse para comerlos
de nuevo a pesar de saber que podía irritar y/o lastimar, y ni hablar de su entrepierna. ¡Dios mío! La
hacía mordisquear su labio inferior con la peor y la más peligrosa de las antojadas lascivias que conocía
en sí misma; podía verlo todo hinchado y tensamente estirado, su clítoris se marcaba con mayor
perfección y mayor nitidez que cuando estaba recostada, acostada o de pie, y sus labios menores se
veían comprometidos al estar abrazando aquel falo rojo, el cual ya había empezado a desaparecer en su
interior junto con una baja de caderas y trasero que hacían que Emma sólo pudiera echar su cabeza hacia
atrás como si se rindiera ante el uniforme placer que la inundaba, que controlaba y que chocaba
suavemente, a la entrada, contra su GSpot.

Subía y bajaba, no era rápido, no era lento, tenía el ritmo perfecto como para disfrutarlo, y sí que lo
disfrutaba, pues, cuando lo hacía desaparecer, se contraía intencionalmente, y se contraía, y se contraía
de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, y más fuerte. Con cada contracción era un pujido que ahogaba, y que
su abdomen se endurecía y se marcaba, y sus senos, ¡sus senos! They bounced so gracefully, tanto que
hacían a Sophia suspirar y no sólo del placer que empezaba a ser físico sino también del enamoramiento
visual, de literalmente taking her breath away.

Sophia no pudo resistirse a recorrerla, pues ella sí podía tocarla, o, al menos, eso no había sido
tema de discusión en lo absoluto. Comenzó por sus tobillos, subió por sus pantorrillas, que estaban
demasiado tensas y, a pesar de ello, lograban tensarse más, acarició sus rodillas y siguió por el interior
de sus muslos hasta llegar a ese punto en el que no sabía si quedarse a residir ahí por el resto de su vida
o si seguir hacia arriba por sus caderas.
Emma descansó unos momentos con aquella longitud en su interior, aunque, en realidad, no
era que descansaba sino que se mecía de adelante hacia atrás para su propia diversión, pues no sólo era
su placer sino también el de Sophia, quien ya había empezado a gemir por la reacción en cadena de los
componentes que ella le proveía. Y, de repente, sintió a Sophia dividirse para ella con su mano izquierda
en su cadera, para aprender sus movimientos, y su mano derecha que se convertía en un simple dedo
pulgar que iba directo a abusar de lo que más le llamaba la atención en ese momento, de lo que más
pensamientos pervertidos y lujuriosos le alocaba.

—¿Estás bien? —murmuró Sophia al darse cuenta de que Emma no había ni respirado por una
considerable cantidad de tiempo; ni respirado, ni gemido, ni nada, sólo se había empezado a mover de
nuevo. Ella asintió—. Respira… —y, como si eso fuera lo que Emma necesitara, como si necesitara que
le acordaran que era una función vital y que debía ser autónoma, respiró profundamente, sintiendo la
misma torre de cartas construirse hacia arriba, pero no se dio cuenta en qué momento se había
empezado armar, pues, según ella, ya iban por uno de los últimos pisos.

—You’re gonna make me cum —sollozó en ese claro acento británico, no deteniéndose ni
deteniéndola, dejando a Sophia en un enorme dilema: ¿quiere o no quiere? ¿Seguir o no seguir?

—Stay still —le dijo, con la longitud a medio camino, y la tomó por la cintura con ambas manos para,
apoyándose con sus pies, hacer el trabajo sucio por ella, yendo ella hacia arriba mientras la traía hacia
abajo, pues Emma, regresaría al punto inicial como si tuviera un resorte automático en sus caderas y en
sus piernas.

No lo hacía rápido pero lo hacía profundo, justo en donde el límite estaba; ese milímetro en el que era
justamente picante: ni muy-muy ni tan-tan, preciso y justo antes de convertirse en un intento de
perforación. No tuvo que decirle nada, sólo tuvo que pensarlo para que Emma entendiera que quería
que se tocara.

Fue ese gemido progresivo, que fue de menos a más en todo sentido; en volumen, en
agresividad, en intensidad, en contracción, que hizo que Emma se quedara en la cúspide del látex rojo
mientras se sacudía mentalmente, pues, en esa posición, jamás había experimentado un orgasmo y,
quite frankly, temió por su vida.

Frotó y frotó, y frotó de nuevo su clítoris, lado a lado, tan rápido como si se tratara de ganarle a la
intensidad que no podía abrazar como normalmente lo hacía, era como lo que empezaba y terminaba
su catarsis nerviosa-corporal.

En el momento en el que calmó su intensidad, Sophia se irguió, tomándola por la cintura, más bien
abrazándola para acercarla a ella, para traerla entre sus brazos como un cierto tipo de consolación por
no poder disfrutar al cien por ciento esa montaña rusa de sensaciones, y, sin querer queriendo, la deslizó
alrededor del falo.

—¿Estás bien? —le preguntó casi en secreto, escuchando cómo Emma tragaba entre sus jadeos de
cansancio en cuclillas.
—Dame un segundo —jadeó, abrazándola con su brazo izquierdo por sus hombros, tomándola
suavemente por el cuello con su mano derecha y reposando su frente en la suya—. Me corrí… —resopló
en ese estado estupefacto digno de una monumental e intensa corrida.

—Sí, lo vi —sonrió—. It dripped…

—¿De verdad? —se sonrojó, pues todavía había cosas que no podía evitar que le avergonzaran un
poquito, como “gotear” un orgasmo que no era precisamente lubricante; lo prefería cuando salía
suavemente y apenas se notaba o apenas se deslizaba por entre sus piernas y aterrizaba en su agujerito,
pues entonces eso significaba que Sophia lo recogería con su lengua o con su dedo.

—Sí, y me gustó.

—¿Sí? —susurró aireada y flojamente, que ya empezaba a cabalgar de nuevo, pero era lento, muy
lento, y muy sensual.

—Sí… —y fue atacada por un beso de esos que eran permitidos según las condiciones del reto—. Y
debo decir que me fascinó la vista…

—Licenciada, ¿hay alguna otra vista que quisiera ver?

—It so happens I do —Emma se despegó de sus labios y ensanchó la mirada—. Quiero ver tu espalda.

—¿Sí? —sonrió, despegándose totalmente de Sophia, quien se recostaba mínimamente, apoyándose


sobre sus codos, mientras Emma se colocaba sobre sus rodillas y buscaba al rojo, a ciegas, por entre sus
piernas—. ¿Así?

—Espera… —soltó un quejido, pues eso de estar hincada y recostada no era precisamente cómodo,
por lo que se irguió para hacerlo así como sabía, de antemano y por motivo de una conversación hacía
unos meses, que a Emma le gustaría recibir un poco de delicado y suave placer.

—Oh, that’s deep…

Emma gimió al caer sobre sus rodillas, pues, sin querer, Sophia había martillado, sin intención alguna,
con una fuerza que parecía estar en la categoría de “perforación”, pero no fue tan incómodamente
doloroso como habría pensado, fue incómodo, sí, pero, extrañamente, le dio una risible y ridícula
cantidad de placer, rudo y agresivo placer, pero que, en el fondo, sabía que todo era porque era Sophia
quien estaba tras ella, y era su pelvis la que rozaba su piel, y eran sus manos las que la tomaban por la
cadera, y eran sus ojos los que recorrían su espalda; la hendidura que se formaba a lo largo de su columna
por la posición de sus brazos, al igual que sus omóplatos un tanto saltados, y era Sophia quien la hacía
resignar su cabeza en dirección al cubrecama que sus manos apuñaban.

Sophia era la personificación del más perfecto y preciso de los deleites; táctiles con sus dedos
incrustados en su cadera, con su pelvis que chocaba suavemente contra el trasero de Emma, lo cual
llevaba a parte de lo auditivo, el choque de pieles, los gemidos crónicos de Emma, y el sonido que
delataba la celestial y generosa excitación con la que coqueteaba el rojo, lo visual era tan sencillo como
admirar las curvas de Emma, cada curva, cada peca, cada rebote de cabello, cada vena de sus manos que
era capaz de reventarse de tanta fuerza con la que apuñaba el cubrecama, su trasero que reaccionaba
con cierta firmeza con cada choque, y nada como saber que no era ella quien traía a Emma para
penetrarla, sino que era ella que iba y Emma que venía a encontrarla.

No pudo resistirse y le dejó ir una nalgada que se escuchó más fuerte de lo que en realidad
había sido, y Emma gruñó placenteramente como si le diera luz verde para otra nalgada, y otra, y otra,
y otra, y que la siguiera penetrando para luego sorprenderla con otra nalgada. Las nalgadas cesaron
porque Sophia así lo decidió, pues, por Emma, podría haber seguido haciéndolo por motivos de placeres
pecaminosos, pero Sophia decidió terminar con broche de oro; una nalgada doble, cada mano a cada
glúteo para luego apretujarlo y, por cuestiones del pervertido subconsciente, separó sus glúteos para
obtener esa vista que no se le habría ocurrido ni en sus más lujuriosos momentos de racionalidad.

Vio cómo lo rojo entraba y salía de Emma, pero eso no era lo que le había robado la atención.

Ese agujerito, ese agujerito era lo que la colocaba en ese modo de estupefacción extrema. Todavía
estaba empapado, no sabía si desde el principio, si era una acumulación de los tres anteriores, o si era
del último, pero brillaba, y, por segundos, se contraía, lo cual sólo la enloquecía cada vez más.

Llevó su pulgar al aparentemente-inocente-agujerito, el mismo pulgar que había utilizado en su clítoris,


y no lo penetró porque eso era ilegal en esa cama y en cualquier superficie sobre la que explotaran sus
sexualidades en pareja, y era ilegal y penalizado por la ley de las incomodidades porque debía hacerse
bien, es decir con "estímulo" previo y mucho cariño, por lo cual sólo lo masajeó, pues no había nada
mejor que ser bienvenida que ser dolorosa e incómodamente recibida.

Lo hacía en círculos o de arriba hacia abajo, superficialmente o con un poco de presión, haciéndole creer
que era momento de satisfacerlo, porque lo gritaba sin tener voz, pero no lo penetraba.

Detuvo la penetración, notando a una Emma jadeante y cansada, pero ninguna de las dos quería
detenerse en ese momento, no hasta que Sophia tuviera lo suyo, no hasta que Emma tuviera otro. Y,
justo cuando iba a penetrar su agujerito, Emma se irguió para recuperar un poco su aliento, que se vio
envuelta en los brazos de Sophia para, al ladear su rostro, poder encontrarse con sus labios.

Sophia acarició su torso; sus senos, su abdomen, y una de sus manos se dirigió a su clítoris sólo para
darse cuenta de que Emma estaba al borde de la inminente irritación clitoriana, lo que significaba que
“sólo en caso de emergencia”, o sea en caso de inevitable orgasmo, podía frotarse.

Emma se volvió a Sophia y, con la mirada, le indicó que se recostara, y a Sophia le dio risa saber
exactamente lo que Emma pensaba, ese “obediente, así me gusta”. Claro, era parte de la disputa del
poder y el control, y, aunque podía parecer que Emma tenía el control, sólo era eso, una apariencia, pues
quien tenía el control era Sophia; el hecho de que Sophia no estuviera haciendo mucho, más que
admirando el paisaje, no significaba que no se jugaba bajo sus reglas. Distintos tipos de poder y control
para distintos tipos de antojos.

Emma, todavía de espaldas a Sophia, se colocó a horcajadas para, nuevamente a ciegas, introducir al
rojo en ella. Se quedó unos segundos sin moverse, rehusándose a cabalgar, pues en ese momento se dio
cuenta de que realmente no estaba hecha para tal acción fálica, que prefería mil veces a Sophia como
mujer, y dio gracias a Dios, y a todos los Santos que conocía, por hacer del uso del rojo lo menos posible:
una vez en cinco meses era suficiente para disfrutarlo y aborrecerlo hasta ojalá-mucho-tiempo-después,
aunque eran potenciales tres meses nada mas.

Antes de que Sophia le preguntara si se sentía bien, Emma se empezó a mover, o a mecer, de
adelante hacia atrás, pues eso se sentía bien, y se sentía bien en Sophia también. Compartieron el ritmo
porque Sophia empezaba a perderse entre las sensaciones de las que recientemente estaba consciente.
Con sus manos nuevamente en la cadera de Emma, marcándole la longitud y el ritmo de cómo tenía que
mecerse para hacerla gemir, pero la pelea del control era divertida, pues Emma, sabiendo lo que había
quedado inconcluso, llevó su mano a su entrepierna para lubricar sus dedos, los cuales luego llevó a su
agujerito para cerciorarse de que no le faltara lubricación alguna. Sophia, al ver esto, se le olvidó que
tenía otro objetivo y se acordó de su prioridad. Emma se echó hacia adelante, tomándola por las piernas
para un soporte que no era necesario pero que era agradable por estar aferrada a ella de alguna manera,
y Sophia, olvidándose también de su pulgar, llevó su dedo índice derecho a ejercer una que otra caricia
que debía estimular. Lo introdujo lentamente, haciendo a Emma gemir de tal sensual manera que era
imposible no reconocer que le gustaba más que sólo gustarle, pero le gustó más al sentirlo de manera
no superficial, hasta se detuvo para saborearlo; para estrujarlo, para sentir cómo entraba y salía de ella,
para sentirse total y completamente complacida, o, como Sophia lo conocía, “bien cogida”.

Tabú, incorrecto, inmoral, antihigiénico y no saludable, pero, cazzo, doble cazzo, se sentía bien
si se hacía bien, y Sophia sabía cómo disfrutar de eso tan estrecho, más caliente que tibio, suave, y que
estrujaba fuertemente si era su autónoma voluntad, todo para hacer a Emma disfrutar como disfrutaba
en ese momento.

Emma gruñó ante lo intenso y continuo del estímulo doble, y sus gruñidos se intensificaron al compás
del ritmo de su vaivén, que cada vez era más rápido, y más rápido, y sólo bastó con que Sophia no pudiera
mantener su dedo adentro para que Emma se irguiera, al punto de que el rojo se saliera de ella mientras
frotaba rápidamente su clítoris y una minúscula y tímida eyaculación saliera de ella.

Si hubiera podido fotografiar a Sophia en ese momento, perpleja y extasiada al mismo tiempo,
lo habría hecho sólo para enmarcarlo y archivarlo. ¿Qué le pasaba a Emma que se estaba corriendo con
tanta facilidad? ¿Qué le pasaba a Emma que se estaba dejando hacer tanto?

Sophia se irguió y la tomó por la cadera para que se irguiera y, así, poder tumbarla sobre la
cama para que recobrara el aliento que le faltaba. La vio como aquel día que habían decidido censurar
por no ser apto ni para ellas de recordar; cansada, agotada, y demasiado relajada, por lo que decidió
sólo volcarse hacia ella y empezar a darle besos suaves en su hombro y en su mano.
—¿Te sientes bien? —preguntó, no pudiendo evitar verbalizar su disfrazada preocupación.

—“Bien cogida” —resopló, pero sacó fuerzas para volcarse y colocarse nuevamente a horcajadas
sobre Sophia—. “Turbo-bien-cogida” —rio, pero su risa cesó en cuanto se deslizó nuevamente alrededor
del rojo.

Sophia rio, lanzó una carcajada que no pudo continuar porque Emma se lanzó sobre ella con delicadeza
para tomarla por debajo de sus hombros, aferrándose para impulsarse y para detenerse, y, acomodando
sus piernas, empezó a cabalgarla así como en noviembre; sólo con su trasero y asegurándose de que
fuera lo suficientemente rudo y gentil como para seducir a su GSpot hasta que pasara lo inevitable.

—¡Me voy a casar con un semental! —rio entre sus gemidos prematuros.

—Jinete profesional —la corrigió entre jadeos, y dejó caer su rostro al lado del de Sophia.

Sophia abrazó a Emma por la espalda para asegurarse de que no iría a ninguna parte, no sé por qué, pero
así lo hizo y por esa razón, y Emma que había empezado a gemirle suavemente, y con la maléfica
intención, a su oído, cosa que actuaba, de su oído, en conexión directa con su GSpot, el cual,
sorpresivamente, estaba cediendo mucho más rápido de lo esperado.

De repente, como si hubiera sido una decisión que nadie pudo prever, Emma llevó su rostro
contra el de Sophia con la única intención de besarla, que era exactamente lo que Sophia estaba a punto
de pedirle en vista de que no la estaba tocando en el menor de los sexuales sentidos. Fue un beso agitado
e inestable, apenas podían entrelazar sus labios, apenas podían saborearse, pero hacía lo único que
debía hacer: calentar hasta explotar.

No fue que gritara, pero su gemido fue prácticamente eso, y, junto con un temblor y que casi perforó la
espalda de Emma con sus dedos mientras eyaculaba, y Emma que no se detenía, se sintió en la gloria de
los hormigueos nerviosos femeninos, Emma ganó.

—Dios mío… —jadeó Sophia en cuanto terminó de sacudirse.

—Te amo —susurró a su oído, para luego darle besos en su cuello, para besar el aire que fluía por su
tráquea.

—Yo también te amo, mi amor —sonrió, sintiendo un tirón vaginal al Emma salirse del rojo para, lenta
y suavemente, sacárselo a ella para desaparecerlo de la escena, y ojalá de sus vidas por un par de meses
también—. ¿Me abrazas? —dijo en esa pequeñísima voz, pero ni había terminado de preguntarlo cuando
Emma ya la tenía entre sus brazos y le daba besos en su cabeza, pues Sophia se recostaba sobre su pecho
y se aferraba por su abdomen.

—¿Te sientes bien? —susurró con cierto miedo a escuchar que la respuesta fuera un “no”, el cual
tenía el noventa por ciento de probabilidades de serlo.
Sophia sólo asintió contra su piel entre un suspiro que decía más un “sí” que un “no” pero que no dejaba
de ser un “no” muy pequeño, debía ser algún tipo de bajón hormonal, de esos que se disfrazaban de
algo bajo y malo, a veces triste, pero que era en realidad bueno y que, por la falta de capacidad para
poder aceptarlo, era que sabía a confusión.

—Sophie… —susurró al cabo de unos minutos que le parecieron eternos por el silencio que había
dominado la habitación.

—¿Sí? —repuso con sus ojos cerrados.

—Tengo que ir al baño.

—Oh, claro —resopló, volcándose sobre su espalda para dejar que Emma se levantara.

Acosó a Emma con la mirada, la manera en la cual se sentaba sobre la cama para luego ponerse de pie
y, con piernas relativamente adoloridas por la falta de ejercicio y por la reconfirmación de no estar
diseñada para el sexo heterosexual, a pesar de que preferia cabalgar a ser cabalgada por cuestiones de
comodidad-control-y-placer, acosó el contoneo flojo y perezoso. La vio estirarse completamente, así
como todas las mañanas que se despertaba, estirando sus brazos y colocándose en puntillas hasta tocar
la parte superior del marco de la puerta del baño, que era cuando se le marcaba levemente la espalda y
los brazos y que sus pantorrillas sí se marcaban, ah, el arte del Stiletto.

La vio desaparecer en aquella habitación de enorme eco, y se volvió al televisor para verlo encendido,
que sólo resolvió apagarlo porque era un desperdicio de tiempo y de todo lo demás. Tomó el cubo en
sus manos, las dos partes, y, volviendo a ensamblarlo para cerrarlo, lo colocó sobre la mesa de noche de
Emma así como la primera vez. Se volvió al cubrecama para ver el típico desastre, ese que implicaba un
cambio de cubrecama porque todavía no concebían usar una toalla, y, al menos, no eran las sábanas
sino sólo el cubrecama. Sacudió su cabeza y, poniéndose de pie para retirar el cubrecama, escuchó a
Emma tararear esa canción que ella también conocía pero que no sabía de dónde, y tampoco se acordaba
de su nombre.

De repente, dejó de escuchar a Emma tararear y, ante un gemido extraño, escuchó el motivo
de la visita de Emma al baño.

—¿Estás bien? —se asomó Sophia al baño con el rojo en la mano.

—Sí, ¿por qué? —murmuró sin darle la mirada, pues la tenía escondida bajo su mano en una especie
de tergiversación del Pensandor de Rodin.

—No sé, se escuchó como si te hubiera dolido.

—Aparentemente estoy un poco demasiado sensible —dijo, reanudando el proceso líquido con un
gemido que casi logró callar—. Siento como si la vejiga me está presionando todo lo que no me debería
estar presionando…
—¿Necesitas Replens o Advil? —Emma sólo sacudió la cabeza y terminó, por fin, de hacer lo que tenía
que hacer—. ¿De verdad estás bien?

—Sí, mi amor —dijo, dejando ir la cadena para acercarse a la ducha—. ¿Te unes?

—I do —sonrió, y lo dijo en ese tono ceremonioso que logró sonrojar y emocionar a Emma.

—Hola —se acercó Irene por la espalda de Sophia, deslizando sus brazos por su cuello para abrazarla y
darle un beso en la mejilla.

—Hola, Nene —sonrió Sophia, desviando su tenedor hacia la boca de Irene, pues era lo más normal
entre ellas; robarse la comida de esa manera.

—Irene —sonrió Natasha—, ¿por qué no te sientas con nosotros? —preguntó con la esperanza de
que el tal Luca le diera su silla.

—Sí, sí —dijo Phillip, poniéndose de pie para traer una silla extra, silla que colocaría entre Emma y
Luca para la comodidad de todos.

—No dejes que te roben la juventud en esa mesa —rio Emma, haciéndose a un lado para que la silla
cupiera.

—Gracias —le sonrió a Phillip, al guapo de Phillip, al guapo y caballero de Phillip—. Perdón por
interrumpir —se disculpó con Emma.

—Nada que ver —rio—. ¿Qué bebes?

—Nada, por el momento —murmuró.

—Ah, ¿te da vergüenza beber frente a tu mamá? —la codeó suavemente, provocándole una amena
risa sonrojada.

—Aquí estás en la mesa de la condescendencia —guiñó Natasha su ojo, y se empinó su copa de


champán al mismo tiempo que levantaba su mano para llamar a un mesero, pero no pudo evitar
mantener su enojo al ver que Luca chasqueaba sus dedos, grotesca y groseramente, para que le llevaran
un plato de comida a Irene, pues recién servían el plato fuerte: un medallón de carne a la parrilla, con
una porción de layered baked potatoes con provolone, romero y cebolla, salsa de vino tinto,
champiñones y pimienta y cuatro espárragos unidos y envueltos en una tira de prosciutto, que, en el
caso de Emma, no había espárragos sino judías verdes—. Que no se te olvide que te conocimos en
Venecia… —la molestó Natasha.

—Mi mamá nunca me ha visto así, ni en diciembre —se sonrojó—, además, duermo en la misma
habitación que ella.

—¿Tienes un año de no saber qué es alcohol en exceso? —rio Emma, que le hablaba suavemente a
Irene, pues, paralelamente, había otra conversación.

—Y no sólo de alcohol —sonrió amplia e inocentemente—. Los excesos no son buenos, pero el déficit
tampoco…

—Voy a hacer de cuenta y caso que no sé nada de eso —rio—, pero, ¿qué quieres beber?

—No, de verdad, todavía no he logrado hacerme a la idea de que mi mamá me vea así como ustedes
me vieron en Venecia.

—Bueno, no creo que una copa de champán te haga daño… sé que no eres de sólo una copa, por eso
digo.

—Ya bebí como cuatro, más el trago de Ouzo… —suspiró.

—Bueno, tú bebe sin miedo… si es necesario, Natasha tiene las llaves de mi apartamento para que
duermas allá, ¿te parece? —sonrió Emma, y no había ni terminado de hablar cuando Irene ya había
sonreído con su copa de champán en una mano, que le apuntaba al interior para que el mesero se la
llenara—. Además, no es como que tu mamá no sepa —guiñó su ojo y se volvió a la conversación
paralela.

—Oye, Emma, ¿y no vas a bailar con Sophia? —le preguntó James—. Digo, así como en la boda de
Natasha, que tuvieron su “first dance”.

—Quizás quebremos la pista, pero no hay “primer baile” —intervino Sophia, pues, para que Emma
bailara en público, tenía que tener una botella de Grey Goose y veinticinco Martinis más como mínimo.

—Bueno, ¿y qué canción bailarían en caso de que hubiera? —preguntó Julie.

—“At Last” de Etta James —dijo Thomas.

—¡No! —rio James—. No es su estilo.

—“Time After Time” —dijo Thomas nuevamente.

—Nací en el ochenta y cuatro, pero eso no significa que sea fanática de la canción —rio Emma.
—“And I Am Telling You” de cualquiera de las dos; Jennifer Hudson o Jennifer Holliday —opinó James.

—¿Te parece que son “Dream Girls”? —bromeó Natasha, sacudiendo su cabeza.

—“Tu Vuò Fa l’americano”! —interrumpió Luca, que sólo hizo reír a Emma como si fuera un chiste
entre ellos, porque así era, y, en el rostro de todos, se dibujó un enorme WHAT THE FUCK?.

—¿Por qué bailarían algo de Renato Carosone? —preguntó Natasha con esa mirada asesina de “mejor
cállate”.

—¡Ah! —aplaudió Luca—. Primera persona no-italiana, o americana, que sabe que no es de Sophia
Loren.

—Esattamente: Americana, ma non “persona non grata” —sonrió Natasha con ganas de matarlo, cosa
que él no entendió, pero Sophia sólo supo ahogar su risa en otro bocado de jugosa carne, igual que Phillip
con su Whisky.

—La novia personificó a Sophia Loren para un Halloween —rio Luca, volviéndose a Emma, quien se
sonrojaba peor que la peor vez, y todos le clavaron la mirada a Emma, pues no se la imaginaban haciendo
eso, fuera lo que fuera que hubiera hecho.

—¿Emma se disfrazaba? —tosió Julie totalmente sorprendida.

—Culpable —murmuró Emma, y bebió el resto de su Grey Goose de golpe, como si eso le ayudara a
pasar más rápido por ese trago más amargo que el de la bebida misma—. Pero ha sido el único Halloween
para el que me he disfrazado en toda mi vida —dijo en su defensa—; perdí una apuesta.

—Por favor dime que el disfraz era del vestido azul-tedioso con verde-peor —rio Thomas, que todos
se volvieron a él, ¿cómo sabía él de esa película y de ese vestido? Y sólo se escuchó un “marica” que salió
de las cuerdas vocales de James.

—No logré encontrar un vestido así —se encogió entre sus hombros.

—¡No! —suspiró Irene—. ¿La escena de “Tu Vuò Fa l’americano”? —rio.

—Pero el traje de baño era Versace, y los Stilettos eran Ferragamo —dijo en su defensa.

—¡Ah! —se escuchó en un coro, como si eso lo arreglara todo, porque lo arreglaba.

—Mi amor —resopló Sophia, acercándose a su mejilla para darle un beso—. Dime que hay, al menos,
una fotografía de eso —susurró a su oído.

—¿No quieres ver un video, mejor? —susurró Emma de regreso, y Sophia, ante su sorpresa, dibujó
un “oh” con sus labios para darle seguimiento con su cabeza.
—Como sea, no —reaccionó Sophia para el resto—. No bailaríamos “Tu Vuò Fa l’americano”.

—Yo creo que depende mucho de cuál es el mood, o el propósito —dijo Emma.

—Tienen que tener canciones que sean suyas, ¿no? —preguntó Irene—. Digo, que les acuerde a algo
que hicieron juntas.

—Sure we do —asintió Emma, sonriéndole al mesero que le alcanzaba, para variar de su Grey Goose,
un Martini.

—¡Por favor, entreténgannos! —rio Luca, muy curioso por saber qué tipo de canciones eran las que
contaban la historia de ambas como pareja.

—“Your Song” —dijo Sophia por dar un ejemplo—, fue la canción con la que nos conocimos.

—¡Aw! —se burló James—. Ain’t that sweet…

—Bueno, ¿qué te parece “Fuck Your Body” de Christina Aguilera? —contraatacó Emma, que Thomas,
Luca, Irene y Phillip soltaron una carcajada descarada—. Trust me, ni quieres saber lo que significa esa
canción para nosotras —levantó su ceja derecha—. Necesitarías terapia psicológica por el resto de tu
vida.

—Y, en una nota más suave, ¿cuál otra? —preguntó Julie.

—“Flight Attendant” o “Bittersweet Faith” —repuso Emma con rapidez.

—O “You’ll Never Find (Another Love Like Mine)” —añadió Sophia—. De Bublé y Laura Pausini.

—Me las imaginaba más de “Secret Smile” de Semisonic —dijo James.

—Esa se me la ha tocado en piano —dijo Sophia.

—Mmm… yo habría dicho que “Run To You” era más apropiada —rio Thomas.

—Se la he tocado en piano —sonrió Emma—. Pero no es una canción que bailaría…

—“No Ordinary Love” —dijo Julie.

—Ésa es más una make-love-to-me-song y medio pornográfica —rio Natasha, aunque debía aceptar
que era una canción con la que sabía que podían trabajar, y podían porque ya lo habían hecho, pero eso
nada.

—Me gusta más la versión en piano —sonrió Sophia, volviendo a ver a Emma, pues tenía mucho que
ver la canción.
—Algo más gay-club-de-principio-de-Siglo —suspiró Thomas—. Algo como “Waiting For Tonight” de
Jennifer Lopez.

—¡Hey! —frunció Emma su ceño—. Es una de mis canciones favoritas de los noventas, no te metas
con esa.

—Ay, al menos no la has tocado en piano —rio Luca, recibiendo otro latigazo mental de parte de
Natasha, y una vapuleada de parte de Phillip. Ah, cómo quería reventarle la boca para cosérsela sin
anestesia, para luego arrancarle cada punto. Demasiado “The Punisher” y demasiada violencia por
aparte.

—Eso se puede tocar, si es que se puede, en uno de esos pianitos eléctricos que puedes ponerle
cuerdas, vientos y percusiones… de esos que tienen como veinte teclas nada más —dijo, y añadió—:
además, hay que respetar al piano y a la canción.

—¡Tanguera! —interrumpió Phillip, causándole una risa a Thomas, una risa infantil e inmadura porque
aquello sonaba a “tanga”.

—Oh, grow up! —suspiró Emma para Thomas—. Ésa fue la canción que bailaron mis papás —dijo.

—¿En qué año se casaron? —curioseó James.

—Finales de los setentas, ¿por qué?

—Es un poco avant-garde bailar tango en tu boda, ¿no crees? Digo, para la época.

—No sé, supongo que sí —se encogió entre hombros—. ¿Qué bailaron tus papás?

—“LOVE” —respondió, volviendo a ver a Julie.

—Los míos se casaron en Gales, así que no me miren que fue con gaitas y mi papá en falda —dijo Julie,
encogiéndose entre sus hombros.

—“Can’t Help Falling In Love With You” —dijo Thomas, que se llevó un “¡agh!” que era más por
molestarlo que por lo cliché de la canción.

—Mis papás bailaron “My Funny Valentine” —dijo Natasha.

—Los míos “Fly Me To The Moon” —dijo Phillip.

—No-ioso! —rio Luca—. Demasiado cliché.

—¿Qué bailaron los tuyos? —entrecerró Natasha su mirada, sabiendo exactamente qué significaba
“noioso”.
—Esa de taaaa-ra-ra-ra-ra, taaaa-ra-ra-ra-ra, taaaa-ra-ra-ra-ra…tarán-tararán-tararán-tararaaaaa-
tarararaaaaa-tarán —tarareó, pero los Noltenius estaban ya ahogados en risa, Irene por contagio
también, y Emma, sabiendo cuál era, sólo se quedó en silencio para que siguiera tarareando—. Tarán-
tatararantarán-tarán-tatararantarán-tan-tan-tan-tin-tin-tin-tin-tin-tín! Tarán-tarán-tarán!

—“Treasure Waltz” de Strauss —dijo Emma, teniendo piedad de él al notar que hasta ella estaba
riéndose descaradamente.

—Ah, italianos y con un Vals Vienés —suspiró Phillip.

—Tradizionalissimo —sonrió Natasha en el mismo tono en el que alguna vez gritó un “touché”
cuando le ganaba un punto a Emma en esgrima, sólo que ahora tenía aire a espada y no a florete—.
Anyhow… ¿qué bailaron sus papás, Señoritas Rialto?

—“L’Hymne à l’amour” —dijo Irene.

—“Nel Blu Dipinto Di Blu” —dijo Sophia al mismo tiempo que Irene, y, claro, cada una hablaba de sus
papás—. Ah, no, cierto —sacudió su cabeza—. Bailaron Édith Piaf.

—¿Ves, Emma? —rio James—. Tus papás fueron un poco avant-garde al bailar tango.

—Supongo que sí —sonrió, y llevó su Martini a sus labios para, de un sediento trago, terminárselo.

—Entonces, Señoras-recién-casadas —resopló Natasha—, ¿qué bailarían?

—Es fácil —dijo Sophia, viendo a Emma a los ojos—. “Vocalise” —murmuró, haciendo a Emma sonreír,
que, a pesar de que no sabía cómo se bailaba esa pieza, o si en realidad podía bailarse, era precisamente
lo que las envolvía en todo momento: confort, hogar, refugio, amor, ternura, apoyo en tristeza,
nostalgia, inspiración y liberación.

A Natasha se le iluminaron los ojos, Phillip sólo pudo sonreír ante la idea. Irene, quien había escuchado
aquella melodía cuando había llegado en diciembre del año anterior, no comprendió muchas cosas, pero
seguramente tenía más significado que “Fuck Your Body”.

—¿Y esa cuál es? —preguntó Luca, haciendo que Natasha y Phillip lo declararan como una pérdida de
tiempo para siempre, que ellos, a pesar de que no supieran exactamente el por qué o el significado de
la pieza, así como Irene, habían visto el efecto que tenía en ambas cuando Emma la tocaba en el piano.

Y lo declararon como pérdida de tiempo porque sabían que no se quedaría para vivir, para descubrir y
para conocer a la Emma que quizás nunca debió dejar ir, porque, aunque Emma le diera espacio para
que estuviera en su vida, porque era su amigo, un amigo que valía la pena tener, estaría siempre más
lejos que cerca. Nunca llegaría a compartir cama con Emma, así como Phillip a pesar de que hubiera sido
excepción de una vez, nunca llegaría a ser una mano tendida para ayudar a Emma a levantarse, así como
los Noltenius y hasta Julie, James y Thomas, nunca sería un hombro para llorar, algo que hasta Phillip
era, nunca sería dueño de los secretos más secretos de Emma; él estaría ahí, rondaría, curiosearía,
creería que entendía, pero era corto de vista y flojo para nadar en filosofías más profundas y maduras
que la suya, y, por mucho que intentara y que Emma lo dejara, sería la amistad de altibajos y no de
continuidad.

—Es de Sergej Vasil’evic Rachmaninov —dijo Thomas en ese acento medio ruso y medio italiano que ni
yo pude imitar, pero Sophia no resistió su risa, pues, si Thomas sabía, era porque debía ser más pop que
“Jenny From The Block”.

—¿Puedo? —susurró Emma a su oído, que estaba tras ella y se veían a través del espejo.

—Por favor —sonrió, desenroscándole la tapa al tarro de suero humectante para darle tres pushes
en la palma de su mano.

—¿Cómo te sientes? —murmuró, frotando el suero cremoso entre sus manos para esparcirlo por sus
hombros con un suave masaje.

—Muy relajada, ¿y tú?

—También. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres seguir viendo Breaking Bad?

—Realmente no me llama la atención —suspiró, sintiendo los dedos de Emma recorrerla con suavidad
pero con firmeza, haciendo la presión justa y necesaria—. ¿Tú quieres verla?

—Some random neurotic lad cooking meth? —frunció sus labios—. No, gracias… prefiero ver Devious
Maids.

—Entonces… ¿qué quieres hacer?

—No lo sé —sonrió, pasando sus manos a su pecho para pedirle más suero—. ¿Qué tan cansada estás?

—Eso te lo debería estar preguntando yo a ti. —Volvió un poco su rostro hacia el de Emma y posó su
frente contra su sien mientras intentaba no sentir tanto las manos que masajeaban su abdomen y sus
senos.

—Yo estoy bien, mi amor. ¿Qué quieres hacer?

—No sé, dame opciones.


—Te diría de ir a Coney Island…

—Pero queda en la novena mierda y está cerrado —rio.

—Exacto. Podríamos ir al cine…

—¿Alguna buena?

—Creo que ya arrasamos con las que vale la pena ver en el cine…

—¿Qué te parece si sólo salimos a caminar, Times Square o Little Italy quizás? —preguntó, poniendo
sus manos sobre las de Emma, las cuales se habían detenido sobre sus senos—. Pero más tarde, por la
noche, así quizás, si nos da hambre, podemos cenar… o unas copas. No Stilettos, no fancy clothes, just
you and me acting like tourists.

—Prefiero Times Square en ese caso —sonrió.

—Va bene, mi amor —susurró en completa aceptación del consenso, y, no tomándola por sorpresa,
Emma la besó hasta hacer que se volviera completamente, pues, esos besos del lado, si se podían dar de
frente, ¿por qué complicarse tanto? —Por cierto… ¿qué canción tarareabas hace rato?

—¿En la ducha?

—No, antes.

—Mmm… ¿cómo iba? —preguntó, abrazándola de tal manera que la obligó a dejar que la cargara
para llevarla al clóset mientras Sophia le tarareaba la canción—. Ah, “Last Tango In Paris”, ¿por qué? ¿Te
gusta?

—No sé dónde la he escuchado antes, pero sí… me gusta mucho.

—Creo que en mi iPod la has escuchado.

—Puede ser —sonrió, bajándose de Emma para ponerse un poco de ropa—. ¿Sabes tocarla en piano?

—Sí, creo que sí, pero la versión en piano es muy distinta a la versión original…

—¿Puedo escucharla?

—Claro que sí, mi amor —sonrió, alcanzándole unos pantaloncillos, muy cortos, de seda negra—. ¿Me
alcanzas una camisa, por favor?

—“Camisa”: con o sin mangas, de qué color, de qué tela…


—“Una camisa” —resopló, subiéndose un divertido culotte de patrón de leopardo con las costuras en
cian.

“Una camisa”; dos palabras tan sencillas pero que habían logrado atormentar a Sophia con facilidad.
¿Cómo podía pedir sólo "una camisa"? Tenía camisas sin mangas, con mangas, de manga corta, larga,
tres cuartos, camisas de spándex, de algodón, de cachemira, de encaje y de jersey, camisas con las que
dormía, camisas con las que hacía ejercicio, camisas que eran camisas, camisas que no había usado
nunca, camisas sólidas o a rayas. Tantas variables, tantas variaciones, mierda.

—¿Qué camisa quieres verme puesta? —susurró a su oído, sacándola de su debate mental, que veía
aquellos rectángulos que estaban ordenados por colores y por largo de manga; en donde comenzaba el
blanco de nuevo, era un largo más de manga.

—Ninguna —dijo, y todo porque no sabía qué camisa podía querer ella.

—Ninguna será —susurró lascivamente, y se alejó de Sophia para cubrirse el torso con la bata Arlotta
de cachemira negra—. ¿Vamos al piano?

—Sí —susurró, logrando ponerse una camiseta desmangada azul marino, pues fue la primera que
agarró, y, antes de salir del clóset, tomó su bata Burberry, que le gustaba porque era demasiado suave
para ser verdad, demasiado suave y ligera como para darle cierto óptimo calor.

—Ven, siéntate conmigo —murmuró Emma, dándole unas palmadas al banquillo, a su lado derecho,
para que la acompañara.

—Me gusta cuando me invitas a sentarme contigo —murmuró, recostando su cabeza sobre su
hombro mientras Emma apretaba un par de teclas porque no se acordaba exactamente de dónde era
que empezaba aquella melodía.

—Eres bienvenida a sentarte conmigo cuando quieras, no necesitas invitación —sonrió.

—Lo sé, es sólo que me gusta cuando me dices que me siente contigo.

—¿Por qué?

—Porque así siento que no invado —guiñó su ojo.

—No invades —sonrió, dándole un beso en su cabeza antes de empezar—. Además, cuando invades
me gusta…

—Eso no es cierto.

—¿No invadiste mi oficina?


—Touché.

—¿Ves? De verdad me gusta, mi amor —le dio otro beso en la cabeza—. ¿Lista?

—Sorpréndeme.

Era muy distinto a como se escuchaba en la versión, o versiones, que tenía Emma en su iPod; la de Gotan
Project y la de Gato Barbieri. Esta era lenta, menos seductora, con una pizca de melancolía triste por la
misma lentitud, a Sophia sólo le evocaba una imagen de una noche realmente fría en París, una como
aquellas que sufrió de pequeña porque a Talos le encantaba París, y ella cómo lo aborrecía. ¿Por qué
huir de Atenas para ir al frío parisino? Ah, pero sólo era el principio el que era relativamente distinto,
pues la melodía central ahí estaba, eso que seducía ahí estaba; no era juguetón, ni alegre, ni sonriente,
pero seguía teniendo ese je ne sais quoi. No había ni boinas ni acordeones, ni violines ni saxofones, pero
seguía siendo, todavía era.

Y Emma, Emma era otro cuento. Tenía sus ojos cerrados, cosa que sólo hacía cuando la melodía
significaba algo más que sólo el nombre y la melodía misma, que significaba un recuerdo, y,
normalmente, esos recuerdos le gustaban porque la reconfortaban en aquellos espacios de tiempo en
los que quiso tener ese confort, que, ahora, podía sanar y limpiar en retrospectiva.

—Lo siento, lo siento, lo siento —dijo rápidamente, abriendo sus ojos y retirando las manos del piano
como con miedo—. Perdón.

—Mi amor… —susurró suavemente Sophia, tomándole la mano derecha entre las suyas—. No pasa
nada. —Le besó la mano y la colocó en su mejilla mientras le tomaba la otra mano para hacerle lo mismo.

—I’m sorry, I messed up —dijo, cerrando nuevamente sus ojos.

—Nada, mi amor —tomó sus manos y les empezó a dar besos—. Vamos, toca otra cosa…

—Me voy a equivocar.

—Toca conmigo, entonces, ¿sí? —Emma se quedó en silencio, no le respondió ni con su mirada—.
¿Por favor?

Tampoco respondió, estaba en esa faceta de inseguridad extrema por algo que no existía más, pero que,
de alguna manera, le dejaba ese amargo sabor en la consciencia, un ardor en las manos, y un dolor en la
memoria. Sophia deslizó sus manos debajo de las de Emma, se acordaba de dónde tenía que colocar sus
manos porque lo había visto demasiadas veces, pero ella no era pianista, ni sabía cómo tocar en realidad,
pero el principio de ese híbrido lo conocía.

Las primeras notas eran perfectas, con las pausas justas y los silencios perfectos, la fuerza
perfecta, y los espacios, y la velocidad de las manos, pero llegó un momento en el que ya no sabía qué
hacer, ni cómo seguir porque todo implicaba más dedos al mismo tiempo.
Emma, al Sophia no saber cómo seguir, deslizó sus manos bajo las suyas para seguir la melodía,
y Sophia sólo sonrió ante su pequeño logro, porque lo consideraba logro, y sonrió porque le gustaba la
melodía.

—Algún día la voy a aprender a tocar toda.

—Quizás quieras empezar por “Twinkle Twinkle Little Star” —sonrió Emma, agradeciéndole
mudamente a Sophia por sacarla de su propio recuerdo.

—Kiss me… —susurró, y Emma, ante el doble sentido que le vio a dicha frase, le dio un beso corto y
agradecido en sus labios para luego volver al teclado y tocar esa canción de Sixpence None The Richer—
. Se me había olvidado la existencia de esa canción —resopló al Emma concluirla.

—¿Es bueno que te la haya acordado?

—Me acuerda a una de mis primas —se encogió entre sus hombros.

—¿A Melania o a Helena?

—A Helena.

—Por cierto, ¿no las vas a invitar?

—La familia de mi papá no es precisamente la más mentalmente abierta que existe en el mundo —
sacudió su cabeza—. Y no quiero invitarlas a algo que me lleve a mi propia tumba.

—¿Por qué lo dices?

—Son el equivalente a la prima Consuelo de Natasha, pero en físicamente bonito, de esos que me
bajan el autoestima. Prefiero celebrarlo con personas que me quieren y que me respetan...y que no me
hacen sentir insegura.

—Y estás en todo tu derecho.

—¿Y tus hermanos? ¿No te han dicho nada?

—Laura no puede venir para la boda, pero me dijo que venía después, así aprovecharía para ver a
mamá también.

—¿Y Marco?

—No espero que venga —resopló—. No después de lo de papá. Además, no es como que lo quiero
en mi boda, lo invité porque es mi hermano, pero más allá de la diplomacia y la cortesía no hay nada. Si
viene, qué bueno, lo voy a recibir y no en mi casa, pero ojalá y no venga.
—¿Lo dices por ti o por tu mamá?

—Por las dos, y por ti. Sé que si viene, lo primero que va a hacer es rebalsarse en comentarios
hirientes, sean contra mí o contra ti, luego que mi mamá tiene demasiados años de no verlo, y no creo
que sea sano que a mi mamá le llueva sobre mojado sólo porque mi hermano, para lo único que sirve,
es para aferrarse a un resentimiento.

—Por mí no tienes que preocuparte, ya estoy grande y puedo lidiar con los comentarios de tu
hermano…

—Pero yo no —dijo secamente—. Como sea… mi hermano no es tema de discusión.

—¿A qué te acuerda “Last Tango In Paris”? —le preguntó, siendo ese su plan de apoyo automático
para cambiar de tema.

—¿A qué te refieres? —sonrió.

—No sé, creo que te acuerda a algo que te gusta.

—Me acuerda a mis papás —ladeó su sonrisa.

—¿Es una historia que te gustaría contarme?

—¿Te gustaría algo de beber? Digo, para pasar el rato.

—Sure —sonrió, sabiendo que era una historia buena y una buena historia, entretenida y profunda,
de esas profundidades que costaba sacarle a la superficie.

—¿Quieres una copa de vino tinto? —Emma le extendió la mano mientras se ponía de pie para que
la acompañara a la cocina—. ¿O estás con ganas de algo más fuerte?

—¿Qué beberás tú? —le preguntó, tomándole la mano e imitándola—. ¿Un Martini?

—Lo más probable, pero creo que hay una botella de Pomerol por si te interesa terminártela.

—En ese caso, sí; me encantaría una copa de Pomerol.

—O puedes abrir una también, todavía tengo como quince botellas.

—Nunca te pregunté, pero, desde que te conocí, no has comprado otra botella de vino tinto. ¿Por
qué compraste tantas botellas si casi no bebes vino tinto?

—Es buena pregunta —rio—. Pero no las compré, me las regaló Margaret.

—¿El Pomerol no es como que un poco caro?


—Depende del año, como todo vino, pero sí, en general es caro.

—Entonces…

—¿Has escuchado de cuando subastan bodegas? —Sophia asintió—. Hace como dos años, quizás un
poco más o un poco menos, una amiga de Margaret la invitó a una de esas subastas, y resultó que la
bodega estaba llena de cajas de madera, y se supone que te dan cinco minutos para medio ver, desde
afuera, si vale la pena comprarla, y dice Margaret que las cajas tenían el logo de Petrus Pomerol; la “P”
blanca en el sello de cera roja, que no es el sello nuevo —dijo, alcanzándole una copa de vino tinto junto
con la botella, que alcanzaba para tres copas todavía—. Según cuenta ella, la oferta empezó con cien
dólares, hasta que llegó a tres mil y sólo quedaban ella y otro, que dice ella que era por simple curiosidad
porque no había forma que supiera qué significaba el logo. Al final, Margaret compró por seis mil dólares
lo que había en la bodega: ochenta y un cajas de diferentes cosechas, la mayoría entre el setenta y el
ochenta y cinco. Cada caja trae seis botellas.

—Más de cuatrocientas botellas —susurró Sophia.

—Cuatrocientas ochenta y seis para ser exacta —sonrió, colocando hielo en el mixer—. Demasiadas
botellas, no te las bebes en toda tu vida creo yo, más cuando Margaret y Romeo beben poco vino tinto
porque prefieren el vino blanco, si es que de vinos se trata. Por eso me regaló cinco cajas, y Natasha me
dio dos más, porque a ella le dio doce.

—Entonces, nuestras noches de vino tinto, chimenea, y pláticas a bajo volumen, ¿se las debemos a
Margaret?

—Pomerol o no pomerol, siempre sucederían —sonrió, vaciando las medidas necesarias en el mixer.

—Tienes razón… —rio nasalmente, y esperó a que Emma mezclara su Martini—. Salud —sonrió—,
porque Margaret me tiene adicta al Pomerol.

—Salud —guiñó su ojo y bebió de esa fría bebida que tanto le gustaba—. So, ¿todavía quieres saber
de “Last Tango In Paris”?

—Por supuesto —rio, notando cómo Emma iba al congelador a sacar el postre que no se había comido
hacía un poco más de una hora.

—Es básicamente de esas cosas que no tienes que estar viendo —rio—. Vivíamos cerca de la Piazza
Navona, en la Via Arco della Pace; casa independiente, cocina grande, sala de estar grande, jardín, lo cual
es rarísimo en Roma, y, bueno, todos los espacios que necesitáramos y hasta más, y era por eso que casi
todas las fiestas las celebraban en nuestra casa; pues, las más importantes. No me acuerdo si era navidad
o año nuevo, pero sé que era una de esas dos fechas porque mis primos habían llegado, mis tíos también,
mi abuela Sara, unos amigos de mis papás; era casa llena. Tienes que tener en cuenta que mis primos
son mayores que yo, al menos los tres del tio Salvatore, que esos eran y siguen siendo de la misma raza
de mi hermano, luego estaba yo, luego iba la hija menor del tio Salvatore, mi hermana, y el hijo llorón
de la tia Teresa. Te digo esto porque, bueno, tenía siete u ocho, quizás y ya tenía nueve, no me acuerdo
bien, pero yo me había quedado dormida un poco después de las doce en la habitación de mi hermana
que estaba en el tercer piso porque estaba más cerca de mis papás, pero yo dormía en el segundo piso,
entonces, cuando me desperté, no sé qué hora era, pero me llamó la atención que ya no había ruido de
gente sino sólo de música… que tú sabes cómo son las reuniones herméticas de italianos —sacudió su
cabeza ante el recuerdo de la contaminación ambiental que eran—. Como sea, me llamó la atención que
la música seguía encendida, pero no escuchaba a nadie, entonces bajé, según yo, a apagar las luces y la
música.

—No me digas que viste a tus papás… tu sai —rio.

—No, no —se carcajeó—. Sí eran mis papás, pero no estaban intentando procrearse —dijo con la
resaca de su risa.

—Menos mal…

—Me acuerdo que estaba mi papá a medio estudio, que habían sacado todas las sillas y los sillones a
la sala de estar para que todos tuvieran donde sentarse. Tenía la copa de vino tinto en la mano derecha,
y, en la izquierda, tenía un libro que creo que no se acordaba de dónde lo había sacado porque veía a
una de las libreras. El libro era “Moby Dick”, era una versión bastante buena, de portada verde con
blanco, y me acuerdo que lo había sacado para citarle, a la tía Elisabetta, la esposa del tío Salvatore,
“better to sleep with a sober cannibal than a drunk Christian”, porque, para las nueve de la noche, el tío
Salvatore ya estaba que ni podía amarrarse las agujetas de los zapatos. La canción que sonaba en el
fondo era “Cry Me A River” pero cantada por Julie London. Dentro de todo, no sé, me gustaba ver a mi
papá… —frunció su ceño.

—¿Puedo saber por qué?

—No sé —se encogió entre sus hombros—. Siempre pensé que era una persona que, si no lo conocías
y lo veías entrar a un lugar, el cuello se te torcía; tenía presencia, supongo... —suspiró.

Era alto, medía casi los dos metros, era grande, de espalda ancha y torso largo, no era ni delgado ni
gordo, ni llegaba a “relleno”. Su brazo derecho era más fuerte y ancho que el izquierdo, por el tennis y
por otras actividades extracurriculares que Emma no iba a mencionar, en realidad era atlético. Desde
que Emma se acordaba, su papá había tenido cabello negro, ni corto ni largo, pero con destellos grises y
blancos. Su rostro era largo y un tanto rectangular, tenía la quijada ancha, la nariz larga y un tanto
torcida, y sus labios siempre parecían expresar su disgusto en general. Sus ojos eran verdes, como los de
Emma, y su sonrisa era pícara, maquiavélica, y era un hombre al que le cambiaba la aparente
personalidad si se dejaba crecer la barba; mientras más larga la barba, más malo era. "Complejo físico
de terrorista", decía tía Carmen. Tenía leves arrugas en su frente y alrededor de sus ojos.

Siempre vestía formal, de traje negro, azul oscuro o gris, camisas de cuello correcto, a veces
vestía chaleco también, su corbata siempre estaba anudada en un perfecto Windsor, y sus zapatos
siempre Gucci, igual que su cinturón.
—Antes de que los invitados llegaran, mi papá había llegado a mi habitación para que le diera mi opinión
en cuanto a la corbata; podía elegir entre una amarilla y una celeste, y era contra camisa blanca, pero
ninguna de las dos me gustaba, entonces me dijo que le buscara una. Tenían un built-in-closet en la
habitación, y, cuando abrías las puertas donde mi papá guardaba sus camisas del trabajo, había millones
de recuadros en los que metía las corbatas enrolladas. La puerta del lado derecho tenía, además,
recuadros más pequeños, y sólo había telas negras, blancas y rojas; eran corbatines. Me preguntó si
quería que se pusiera uno, le dije que sí… y me acuerdo que, cuando terminó de anudárselo, le dije que
parecía regalo —sonrió ante el recuerdo, era un grato recuerdo.

—¿Se enojó?

—No —rio—. Se puso a reír, y me preguntó si estaba igual de guapo que mi mamá.

—¿Qué le dijiste? —preguntó Sophia, un tanto aterrada de saber que una inocente respuesta podía
haberle costado un dolor físico.

—Que le faltaba una cosa; el pañuelo en el bolsillo del saco —sonrió—, y me dijo que era cierto, que
eso era precisamente lo que le faltaba.

—¿Qué niña de siete años piensa en el pañuelo?

—Mi papá me enseñó a anudar corbatas, a saber qué tipo de camisa se tenía que usar, a saber cómo
medir a un hombre para su ropa, porque su ropa era a la medida; ningún pantalón ni ninguna camisa le
quedaba bien, entonces aprendí. Con mi mamá aprendía cosas de niñas, con mi papá aprendía cosas de
niños “por si mi esposo algún día terminaba siendo un inútil en esas cosas” —rio, y Sophia comprendió
el porqué de sus manías con la ropa de los hombres, por qué siempre peleaba con las elecciones y con
los errores de principiante—. El punto es que ahí estaba mi papá, en el estudio. Y me acuerdo que mi
mamá se acercó por detrás para abrazarlo y para robarle el último trago de vino.

—Adivino, la canción que sonaba en el fondo, de ese abrazo, era “Last Tango In Paris”…

—No, era el final de “La Vie En Rose” —sonrió—. Mi mamá, en aquel entonces, tenía el cabello muy
corto, hasta aquí —dijo, señalando la línea de su quijada con ambas manos—. Era delgada, la mitad de
lo que es ahora, quizás, porque las perspectivas engañan, pero yo la veía muy delgada, y esa noche se
había puesto el vestido que le había regalado mi papá; un Valentino negro de sólo un hombro y que
tenía una abertura al costado a que, por pasos, se le viera una pierna, y usaba medias y tacones negros;
I think my mom was a real catch… te juro que todo lo empecé a ver en blanco y negro, como si fuera una
película. Mi mamá apartó la copa y el libro cuando el acordeón empezó a sonar, y me acuerdo que mi
papá se dio la vuelta y la tomó como nunca lo había visto. No sé, empezaron a bailar, muy juntos, muy
arrastrado pero seco y tenso, parecía que se querían… y las piernas las movían como nunca había visto;
las movían rectas, sin mover las caderas, mi papá le daba vueltas a mi mamá, entrelazaban las piernas y
parecía que se daban patadas, pero que, de alguna manera no se pegaban, y mi mamá sonreía, y mi papá
también. Mi mamá lo tomaba por el brazo con delicadeza, o quizás era la mezcla del brazalete de perlas
y sus anillos de compromiso y matrimonio… me pareció una escena tan pulcra, tan elegante, tan
entretenida, que, no sé, se me quedó en la memoria…

—No sabía que tu mamá bailara tango —sonrió Sophia con cierta ternura que le provocaba la
expresión facial de Emma.

—She does… o, al menos, lo bailaba cuando estaba con mi papá —se encogió entre hombros.

—¿Y por qué tarareabas la canción en el baño? Digo, no es el lugar más normal como para acordarte
de algo así.

—Me acordé del ritmo nada más —se volvió a encoger entre hombros.

—Sabes… pienso que es un recuerdo muy bonito el que tienes —sonrió.

—¿Por qué?

—A mis papás nunca los vi darse afecto... pues, sólo el beso en cada mejilla y un abrazo lejano de
cuando en cuando, pero nada muy serio ni muy cercano.

—Bueno, eso sí, dentro de todo, hubo un tiempo en el que sí se medio daban afecto...es que, aunque
mi papá nunca lo dijo en voz alta, mi papá sí quería a mi mamá. Lo que pasa es que mi papá tenía una
forma de querer un poco rara, y creo que nunca la dejó de querer…

—Pero si ni en pintura se podían ver —rio Sophia.

—Mi mamá, y todo lo que tiene que ver con mi mamá, es en lo único en lo que mi papá “falló”, por
así decirlo. Fue lo que se le escapó de las manos, lo que se le salió de control y lo que le ganó justo y
limpio. A la larga no te sabría decir si estaba enojado con mi mamá por saber cómo manejarlo, por saber
cómo detenerlo y atacarlo, o si estaba enojado consigo mismo por haber dejado que mi mamá se le
saliera de las manos. Y, no sé, mi papá nunca volvió a tener novia y/o esposa, nunca la engañó con otra,
le enviaba regalos para el día de la madre, el día del padre, su cumpleaños, navidad… a veces creo que
sólo buscaba excusas… y, no sé, prefiero creer que tenía buenas intenciones.

—¿Por qué se divorció entonces? Digo, pudo haber jugado la carta de nunca querer firmar los papeles
y, por lo que me has contado, duró menos de un mes.

—Creo que no se quería divorciar, y creo que lo del dinero fue su manera de decirle que no quería,
porque dinero no necesitaba, pero no sé —se encogió entre sus hombros—. Mi mamá le esquivó cada
bala…

—Me gusta cuando me cuentas cosas así —sonrió un tanto sonrojada.

—No son la gran cosa, no son parte relevante de la historia universal…


—Son relevantes para ti, y sí son la gran cosa… son las cositas que te definen, que son parte de ti, y
me gusta ser parte de eso —se sonrojó por completo.

—A veces cuesta contar ciertas cosas, pero sabes que sólo tienes que preguntar para empezar a
darme el empujón —sonrió.

—Pero si no sé qué es lo que ha pasado en tu vida… no es como que puedo preguntar puntualmente,
¿no crees?

—Pregunta y verás…

—No sé —rio—, no tengo preguntas.

—No preguntas “puntuales” como tú les dices, preguntas sobre lo que sea… sabes que te las
responderé en el momento, o en la brevedad de lo posible.

—¿Respuestas sin censura?

—Totalmente.

—¿Cuál era tu juguete favorito?

—Play-Doh; me gustaba dejarlo en el frasco y sólo enterrar mis dedos… me relajaba, y me gustaba el
olor —rio, encogiéndose entre sus hombros—. ¿Van con rebote las preguntas?

—Si tú quieres —sonrió, y Emma asintió—. Una cubeta, una pala y un rastrillo para la arena.

—Interesante —rio—, ¿cómo te quedaban los castillos?

—Tomando en cuenta que dejé de hacer castillos de arena cuando tenía diecisiete… diría que nada
mal —rio—. Buscaré una fotografía y te enseñaré. Programa de televisión de cuando eras pequeña…

—I Pronipoti! —exhaló.

—Gli Antenati —rio, notando lo totalmente opuesto que eso era—. ¿Te dan miedo las cucarachas?

—No sé si es miedo en realidad, pero me cagan las que vuelan —rio, sacudiendo su cabeza ante la
sola idea de imaginarse una—. ¿A ti?

—No sé, tengo sentimientos encontrados —rio—, pueden resistir una bomba nuclear pero no un
zapato.

—Buen punto, pero siguen siendo asquerosas.

—Sin duda alguna. ¿Bicicletas o patines?


—Bicicleta, mil veces —Sophia asintió, más bien su dedo índice asintió por ella, pues bebía vino tinto—
. ¿A qué edad perdistetu inocencia?

—Diecisiete, ¿y tú?

—En el límite entre los diecisiete y los dieciocho.

—¿Primer orgasmo?

—Dieciséis, creo —se sonrojó Emma.

—Veintitrés. ¿Cómo es que te corriste si no habías experimentado nada de eso?

—Estaba aburrida, mi mamá estaba trabajando, mi hermana estaba de vacaciones en Bordeaux… me


atacó la curiosidad, agarré un espejo, me vi, me exploré… y toqué donde “no tenía que tocar”, y me
terminé corriendo… aunque, si soy sincera, la primera vez que me toqué no me corrí, me tomó como
tres o cuatro intentos porque, justo cuando llegaba a ese punto crítico en el que o te dejas ir o te dejas
de tocar para frenarlo, lo frenaba.

—¿Por qué?

—Era demasiado intenso, quería saber qué se sentía pero, al mismo me daba pánico la sensación de
estar al borde de tener ganas de ir al baño… o así se sentía —se sonrojó.

—¿Cómo te sentiste la primera vez que te corriste?

—Me quedé como paralizada por un rato, supongo que trataba de entender qué era lo que estaba
sintiendo en realidad… pero, en el intento de saberlo, me quedé dormida. And, God, I slept like an angel…
¿y tú?

—Estaba en mi habitación, sola, de noche… creo que venía de cenar con una amiga, y estaba aburrida
y pasando los canales cuando llegué a ese canal, y, pues, eran dos mujeres… fue realmente vergonzoso.

—¿Por qué?

—Fue extraño, rápido, sentí como que me estaba quemando… y se me pasó. Lo primero que hice, al
regresar a la Tierra, fue buscar en Google, literalmente, cómo se sentía tener un orgasmo para saber si
eso era lo que me había pasado —Emma rio conmovida, pero le gustaba saber esas cosas que nunca se
había atrevido a preguntar porque, de alguna forma, quería que Sophia, y su sexualidad, fuera suya en
todo sentido, quizás por eso no le interesaba saber el pasado, porque le interesaba saber más del
presente—. Y, a decir verdad, aparte de que me gustó… cuando estaba en Milán lo agarré como escape,
entre terapia, hobby y para matar el tiempo, que me sirvió para conocer cómo me funciona. Cuando
vine aquí todavía tenía la resaca de esa adicción… pero se me quitó cuando me tocaste tú; no es lo mismo
que me toque yo a que me toques tú… it’s hot.
—Bueno, tú eras dueña de uno que otro sueño pornográfico —sonrió, llevando su Martini a su
garganta para hacerse otro.

—Oh, really? —rio nasalmente en ese tono gracioso que implicaba cierto interés burlón.

—Una vez tuve que quitarme las ganas —se sonrojó—, y todo porque tuve un glimpse of your bra…

—Oh, come on! El día que estábamos en Louis Vuitton, que tú te apoyaste de una mesa y llevabas
una camisa relativamente floja… —gruñó—. Eso no fue de Dios…

—¿Por qué?

—No hubo momento en el que no te quitara la ropa con la mirada…

—¿Me imaginaste así o distinta?

—Distinta —rio, y la mirada de Emma le pidió una explicación sin censura—. A nivel físico habría
apostado a que no eras completamente depilada, y a que tus pezones eran un poco más grandes, y a
que quizás tenías un piercing en el ombelico.

—¿Qué te hizo pensar eso?

—Te veía muy recta como para estar completamente depilada, asociaciones supongo. Bigger boobs,
bigger nipples, maybe? Y, lo del ombligo, no sé, acto de rebeldía juvenil, supongo.

—Interesante, debo decir —asintió, mezclando nuevamente su Martini.

—¿Y tú?

—No pude imaginarte, tuve que verte —se sonrojó—. Y por eso me encanta verte. You sweep me off
my feet —sonrió, vertiendo la fría mezcla en su copa.

—Y tú de los míos —dijo, sirviéndose un poco más en su copa.

—¿Tienes alguna otra pregunta?

—Top tres de celebridades con las que te acostarías.

—Monica Bellucci.

—¿Y las otras dos?

—Monica Bellucci —dijo nada más—. Ha sido mi amor platónico desde antes de “Malèna”. Además,
tiene una campaña con Dolce & Gabbana que saca del estadio hasta a Scarlett Johansson. ¿Y tú?
—Natalie Portman, although she has really small boobs...I like big boobs, como las tuyas, de lo
contrario, me quedo con Monica Bellucci también.

—Monica Bellucci es como Kate Winslet: no hay película en la que no le quiten la ropa…

—Certo, certo —rio—. Con la diferencia que con Monica Bellucci da gusto que se la quiten, con Kate
Winslet… bueno, ya pasó de moda.

—En eso estamos muy de acuerdo, Principessa —guiñó su ojo, golpeando suavemente el borde de su
copa contra la de Sophia—. ¿Quieres helado? —le ofreció de su cuchara, cosa que no solía suceder.

—Dime tú en qué mundo me voy a negar a eso… —sonrió, abriendo sus labios para que Emma le diera
de lo más cremoso que existía en el mundo de la vainilla sintética y congelada—. Ven aquí, ¿sí? —sonrió,
dándole unas palmadas al banquillo que estaba a su lado para que se sentara a su lado y que la barra no
las separara.

—¿Tienes alguna otra pregunta?

—Ti piace il Tiramisù? —murmuró, recogiendo un poco de aquel olvidado postre con la cuchara para
ofrecérsela a Emma en sus labios.

—Solamente di cioccolato.

—¿Sí?

—En realidad, sólo he comido el que hace mi mamá, y lo como una vez al año —rio—. Sabes que mi
debilidad no son las cosas dulces…

—¿Y cuál es tu debilidad? —sonrió.

—Tú sabes —dijo, tomándole por las mejillas para traerla a un beso—. Pero nos acabamos de duchar…
—susurró contra sus labios.

—Y, mientras el agua no se acabe… —sonrió, con su labio inferior entre sus dientes para privarla,
juguetonamente, de un beso.

—Y aunque se acabe —rio nasalmente.

—¿Qué quieres hacerme? ¿Quieres tocarme, quieres comerme, quieres…?

—Quiero verte —sonrió, poniéndose de pie, girando a Sophia sobre el banquillo para tener mejor luz.

—¿Aquí? —preguntó un tanto extrañada.


—¿Por qué no? —levantó su ceja derecha, lo cual hizo que los pantaloncillos de Sophia cayeran de
golpe al suelo—. Siéntate y abre tus piernas, por favor…

El banquillo era de cuero negro, parecía un sillón fino, delgado y miniatura pero elevado en el típico tubo
cromado. Tenía brazos bajos y cómodos para la posición en la que debían utilizarse: para estar sentados,
quizás una pierna cruzada mientras la otra se apoyaba del dowel cromado, o quizás ambos pies sobre el
dowel, o quizás no, pero, ante la inhabilidad de poder abrir las piernas, por lo mismo de los brazos,
Sophia sólo supo colocar sus piernas sobre ellos. ¿Resultado? Totalmente abierta.

Y no sólo eso, pues no estaba recostada con rectitud, sino básicamente al borde del banquillo, sino Emma
no podría ni ver, ni comer, ni nada.

Great minds think alike.

—¿Estás cómoda? —murmuró, arrodillándose frente a ella y acariciando el interior de sus muslos.

—Sí, mi amor —sonrió, y realmente estaba cómoda, hasta tomó la copa de vino en su mano para
tenerla al alcance—. ¿Te gusta lo que ves? —dijo en el eco que hacía su copa por estar a punto de beber
un sorbo de ella.

—Se ve tan… relajada —susurró, paseando suavemente sus dedos por sus labios mayores.

—Lo está… ¿quién no lo estaría después de haberse corrido?

—Muy cierto —asintió, sintiendo la suavidad del estado post-coital de sus labios mayores, que les
costaba regresar a su suavidad y a su estado normal de relajación; todavía les quedaba una pizca de
rosada hinchazón—. ¿Estás relajada?

—¿Me estás hablando a mí o estás hablando con ella? —rio, refiriéndose a su entrepierna.

—A ti.

—Orgasmo, ducha, vino tinto y cachemira… ¿tú qué crees?

—Buen punto —murmuró, abriendo sus labios mayores para ver sus adentros—. It’s still pink… bright
pink.

—You just made me squirt, no esperes que lo asimile tan rápido —rio, sintiendo las caricias en sus ya-
menos-tensos labios menores.

—Me acuerdo de la primera vez que te hice eyacular…


—Sí, fue en esa mesa —dijo, apuntando con su dedo a la mesa de café de la sala de estar—. Fue muy,
muy sexy… y placentero, y muy, muy arousing —suspiró, pues Emma había bajado sus dedos y ahora
acariciaba el agujerito que escondían sus glúteos presionados contra el cuero del banquillo.

—Fue muy gratificante hacerte eyacular…

—Tendrías que haber visto tu cara —rio—, fue como si quisieras estar exactamente frente a esa
explosión.

—But then again you thought it was pee… —sacó su lengua, que Sophia solo desvarió y quiso sentirla
exactamente ahí, donde la tocaba.

—Hey, hay gustos de gustos —se encogió entre sus hombros y bebió un poco más de su copa—. A mí
me gusta que me muerdas cuando te estás corriendo, a ti podía ser que te gustara la urofilia.

—¿Me veo como una persona a la que le gusta que la bañen en agua de riñón? —rio.

—No, en realidad no —y Emma asintió—. “Agua de riñón”… ¿por qué no puedes decir “pipí”, “pis”,
“orina”?

—Suena feo —frunció su ceño, devolviendo sus dedos a sus labios mayores para volverlos a abrir.

—¿Y “agua de riñón” no?

—Suena más gracioso que feo… ¿cuál es la palabra más fea para ti?

—En griego: papari.

—Cosa significa “papari”?

—Testículo… pero más en un sentido de “bola” o “pelota”… que en inglés no me suena nada mal, pero
en griego es simplemente asqueroso. Pero también me da asco la palabra “moist”… ¿la tuya?

—Le Tette… —suspiró, sacudiendo su cabeza entre asco y dolor verbal—. No logro concebir cómo es
que hay una palabra más fea que esa y en el idioma que sea, sea que se refieran a una o a dos, o a
muchas.

—Yo te la he dicho —se carcajeó.

—Una vez, o dos —se encogió entre sus hombros—. Casi me matas…

—Matapasión total, entiendo. Me lo hubieras dicho antes.

—Me la dijiste en un período de tiempo de como un mes, no me la has vuelto a decir.


—¿Qué otra palabra no te gusta?

—Próstata. Mucosa. El verbo “chupar” en un sentido sexual... "Chúpame el clítoris" suena totalmente
asqueroso y de mal gusto.

—¿Y las palabras que sí te gustan?

—Epiglottide, Abbastanza, Attraversiamo. Epíteto, Asequible. Dystopia, Epiphany, Espionage. Prêt-à-


porter, Avant-garde, Faux-pas, Touché, Cliché. República, Serendipity… y, en otra nota: clítoris y Sophia
—dijo, logrando sonrojar a la dueña de “en otra nota”—. ¿Las tuyas?

—Erotic, Lascivious, Salacious, Nuance. Tuxedo. Troglodite. Juxtaposition. Godspeed. Solitudine.

—“Erotic”… —murmuró, clavándole la vista a aquello que había invadido con el rojo hacía unos
momentos—. Es una palabra bastante sexy, igual que “nuance”.

—La palabra “squirt” realmente me hace cosquillas…

—Non mi piace, ma non mi dispiace —se encogió entre hombros, presionando la entrada de su vagina
con su dedo.

—¿Cómo descubriste tú ese fenómeno?

—No lo descubrí en la década pasada —dijo, deslizando su dedo hacia su pequeño y-no-tan-escondido
clítoris—. Es de las cosas más gratificantes, que conozco en el ámbito sexual, que me hacen sentir
mujer… aunque tengo entendido que no todas las mujeres están cómodas con la sensación —sonrió.

—Really? —resopló, terminándose su copa de vino para dejarse ir ante las caricias que Emma le hacía
en su clítoris.

—Supongo que se ve violento, asqueroso, y no sé qué otras cosas más…

—¿Por qué te gusta a ti?

—Es un colapso total —se encogió nuevamente entre sus hombros—. Colapso mental, físico,
emocional… y te ves en la posición de negarte esa liberación o de sentirte libre. Es como si me consintiera
a mí misma a raíz de que deje que me toques, de que deje que me excites, y, en parte, es porque es lo
que me provocas tú… yo sola no puedo provocármelo.

—Sí, sí puedes —susurró, con su cabeza hacia atrás, sus codos apoyados de la barra del desayunador
y sus ojos cerrados—. Te he visto tocarte y hacerte eyacular… aun sin penetrarte.

—Pero tú me excitaste y tú me estás viendo —sonrió, y sonrió porque notó cómo Sophia empezaba
a liberar jugos, brillantes jugos—. Y todo está en la respiración: inhalas hasta que ya no te cabe un
milímetro cúbico de aire, y lo sueltas en tantos de diez segundos…puede ser que te maree al principio,
pero es intenso.

—Suenas a “tips para un buen orgasmo” de una Cosmopolitan…

—No, eso fue algo que aprendí en yoga.

—No sabía que hacías yoga…

—I don’t. Tuve mi episodio cuando empezaba la universidad. ¿A ti te gusta eyacular?

—Por supuesto.

—¿Por qué?

—Me hace sentir una verdadera sex-bomb —rio, que ahogó su risa en un gemido al sentir que el dedo
de Emma se infiltraba en su vagina—. Me gusta tu mirada, y tu actitud, antes, durante y después de que
eyaculo. Es como nuestra versión de sexo anal...

—¿Por qué?

—Porque son tuyos… son cosas mías que las he descubierto por ti y contigo, no puedo evitar pensar
que son cosas que son tuyas y que me hacen tuya. Plus, me hace sentir sexy… —gruñó de placer ante el
segundo dedo de Emma en su interior—. Oh my God… that feels good… —suspiró, pues Emma no la
penetraba, solo presionaba suavemente su GSpot.

—¿Tienes alguna idea de lo que me gusta ver cómo te hinchas? —susurró—. ¿Tienes alguna idea de
lo mucho que me gusta cuando haces eso? —sonrió ante una contracción vaginal de Sophia.

—Sigue hablando…

—Does it arouse you?

—Sort of… it’s provocative.

—Mmm… —rio nasalmente—. Hablemos las dos… ¿de qué tienes ganas?

—De que no te detengas.

—No me voy a detener hasta que me digas que me detenga —sonrió—. Pero, ¿de qué tienes ganas?

—De que no te detengas —repitió, volviendo a contraerse internamente.

—¿Quieres que te toque?


—Por favor…

—Pero yo quiero verte —sonrió, y Sophia, halando el cuello de su camisa, descubrió sus senos para
acariciarlos—. Tease them… —le dijo, llevando su pulgar a su clítoris a manera de recompensa para
ambas.

—No te detengas —suspiró, abriendo sus ojos al escuchar el teléfono de la casa y estirándose para
alcanzarlo.

—Tus deseos son órdenes —sonrió.

—Hello? —suspiró, que cualquiera habría apostado a que recién se despertaba de una siesta—. ¡Alec!
—siseó, y Emma, sacudiendo su cabeza, no se detuvo—. Yo muy bien, ¿y tú? —su rubor se expandió por
su rostro y su pecho con sorprendente velocidad, quizás era la retención de suspiros y gemidos—. Dame
un segundo… —dijo, y presionó el botón de “mute” para hablar sin que él se diera cuenta—. Es Alec…

—So it seems —sonrió, girando sus dedos en su interior para empezar a penetrarla suavemente.
Cruel.

—Quiere hablar contigo —le alcanzó el teléfono.

—Speaker —dijo nada más, y Sophia, entre la falta de motricidad fina, lo colocó en speaker—.
Arquitecto Volterra, buenas tardes —sonrió, viendo a Sophia morder sus gemidos para que no se
escucharan.

—Buenas tardes —repuso, sabiendo que Emma, de no recibirlo, lo molestaría por una semana
entera—. ¿Estás ocupada? —Emma volvió a ver a Sophia para encontrar respuesta.

—¿Qué se te ofrece? —preguntó al no obtener respuesta más que una contracción vaginal.

—¡Te he estado llamando desde hace horas!

—Debo tener el teléfono en silencio —resopló—. ¿Qué pasó?

—¿Estás en tu casa?

—No, estoy en Central Park —rio sarcásticamente.

—Digo, ¿vas a salir de tu casa?

—Eventualmente, ¿por qué? —Sophia gimió, pero lo supo disimular con una tos que sólo tenía efectos
secundarios y dobles en su vagina.

—Tengo que enseñarte algo urgentemente.


—¿No puede esperar a mañana?

—¡No!

—Está bien —suspiró—. ¿Voy yo o vienes tú?

—Estoy a una cuadra de ti —Emma levantó la mirada para encontrar la de Sophia; ah, la divina presión
de tiempo—. Llego en nada —y colgó.

—No te detengas —gimió Sophia—. Todavía tenemos tiempo; dijo “cuadra” y no “avenida”.

—Baja tus piernas —le dijo, sin sacar sus dedos de ella.

Sophia se apoyó con sus pies del suelo, apoyó su trasero en el borde del banquillo y, con sus piernas
abiertas y extendidas, recibió los labios de Emma en su clítoris.

Se aferraba al borde del asiento del banquillo con fuerzas, pues no sabía por qué pero el hecho de estar
de pie y con sus piernas tensas y rectas le daba otra tonalidad de intensidad y sabor a las sensaciones
que Emma le provocaba con sus succiones y su lengua mientras la penetraba hacia arriba.

No tenían más de cinco minutos, según ellas, y no era justo que tuvieran que hacerlo con esa
presión encima, pero era menos justo interrumpirlo cuando ya iban más allá de la mitad.

—Córrete —exhortó Emma, y Sophia no supo por qué le había gustado tanto que se lo dijera así de seco,
así de plano, pero, al compás del evidente sonido de cuando las puertas del ascensor se abrían de par
en par, y sabían que era Volterra, Sophia simplemente inhaló tanto oxígeno como pudo y, sacándolo en
diez segundos, tal y como Emma recién le comentaba, llevó sus manos a la cabeza de la italiana que
devoraba su clítoris sin piedad.

Gimió, y gimió porque no hubo forma de contener ese gemido, pues, el no gemir era como negarse el
placer del orgasmo que todavía estaba teniendo.

Y Volterra, que no era sordo, se detuvo frente a la puerta con su dedo casi sobre el botón del
timbre. Los colores lo invadieron; pasó de blanco a rojo múltiples ocasiones y en diversas intensidades y
tonalidades, y no supo por qué no había interrumpido. Quizás porque era algo que él no tenía por qué
interrumpir, quizás porque no creyó que fuera exactamente eso, quizás porque no supo si era un gemido
asociado o un gemido de su descendencia, quizás porque se cohibió ante la vergüenza de ser
prácticamente el público, quizás y sí quiso interrumpir.

Escuchó un “Oh my God” que era una mezcla entre un gruñido y un suspiro, que tampoco
reconoció la voz, pero sí ese gruñido suspirado, pues ya lo había escuchado, aunque en otro idioma,
hacía casi treinta años.

Ah, el orgasmo que provocaba gemidos religiosos.


Su inteligencia le dio para un poco más, pues, calladamente, regresó al ascensor para recrear el
sonido sólo por si acaso se había escuchado, pues no quería quedar como un entrometido, y, dándole
tiempo suficiente a Emma para enjuagarse la boca, y a Sophia para recuperarse y subirse sus
pantaloncillos, decidió llamar a la puerta y no al timbre.

—¡Alec! —sonrió Emma al abrir la puerta, como si nada había pasado, aunque sus labios estaban un
tanto rosados, igual que sus rodillas.

—Emma —sonrió, acercándose para darle un beso en cada mejilla, que Emma se aplaudió por haberse
enjuagado, aunque los rastros de orgasmo no se limpiaban tan fácil en el aire que invadía el espacio.

—Por favor, pasa adelante —le dijo, invitándolo al interior con la puerta abierta de par en par—. ¿Te
ofrezco una copa de vino, una cerveza, un whisky? —murmuró, cerrando la puerta tras él.

—Lo que sea —sonrió, viendo a Sophia que lo veía con una sonrisa desde el banquillo en el que había
sido víctima de Emma, pero ahora estaba con las piernas cruzadas, y él creyó que le alegraba verlo, pero
era la sonrisa post-coital más normal en ella, aunque también le agradaba verlo—. Sophia… —se acercó
a ella, y fue recibido con un abrazo muy cálido que lo hizo sentir bienvenido en una vida que todavía no
sabía cómo enfrentar.

—Arquitecto —susurró Sophia a su oído, y bastó para darle una patada a la alegría de Volterra, aunque
él se lo buscaba—. Por favor… —sonrió, ofreciéndole el banquillo a su lado.

—Gracias.

—So… ¿qué es tan importante, Arquitecto? —sonrió Emma, alcanzándole una copa de vino tinto
mientras se encargaba de abrir otra botella de Pomerol para colocarle un aireador.

—Primero que nada, justo después de que te fuiste, la secretaria de “Patinker & Dawson” llamó para
decir que se van a mover de espacio y que les gustaría que ustedes dos ambientaran las nuevas oficinas
—dijo, señalándolas a las dos por igual—. Mañana va a llegar alguien para hablar con ustedes, así que,
Sophia, por favor llega al Estudio —dijo, y Sophia asintió—. Y, segundo… —dijo, alcanzándole una caja
rectangular y delgada de cuero blanco y que tenía una “O” azul marino y en mayúscula que se
interrumpía, a media altura y por el lado izquierdo, por unas ondas en celeste.

—¿Es algo malo?

—Qué voy a saber yo —rio—. Está a tu nombre… es ilegal que abra correspondencia ajena.

—¿Y cómo sabes que es urgente?

—Porque llegó un hombre en saco y corbata a dejártelo personalmente, no un simple mensajero. Por
eso te estaba llamando… dijo que vieras los papeles que estaban dentro y que esperaban tu llamada lo
antes posible.
—Holy shit —rio, pues aquello no le sonaba tan bien, y la caja pesaba un poco—. No, dime —rio—,
¿qué es?

—¿Cómo voy a saberlo? —dijo, apuntándole al sello de seguridad que no había sido roto todavía.

—Anoíxte to, agápi mou —susurró Sophia con una sonrisa, que el punto era que Volterra no supiera
lo que le decía, pero él sabía qué significa lo último: “mi amor”.

Le quitó el sello de seguridad y, deslizando la tapa hacia afuera, se encontró con una carpeta, igualmente
de cuero blanco, y que, al sacarla, había otra carpeta bajo esta. Volvió a ver a Sophia como si buscara
apoyo, como si buscara que le diera ese suave empujón para que recogiera el valor deseado. Abrió la
carpeta y se encontró con una página que simplemente decía “Redesign Luxury” y, bajo esto, un modesto
“Oceania Cruises – Your World Your Way”.

—What the… fuck? —rio Emma.

—¿Qué es? —le preguntó Volterra, muy curioso, pues veía que Emma sólo pasaba las páginas y su
sonrisa sólo crecía.

—No estoy segura —se encogió entre sus hombros—. No sé si me están dando un viaje en un crucero,
o si me están pidiendo que lo rediseñe, que, en ese caso, no sé qué me están pidiendo que rediseñe…
porque no sé nada de arquitectura naval, mucho menos de ingeniería naval —dijo, alcanzándole la
primera carpeta a Volterra para que la hojeara junto con Sophia mientras ella hojeaba la segunda.

—Those are some nice boats… —murmuró Sophia, y Volterra asintió.

—La pregunta es… ¿qué tienen en común tú y los cruceros?

—“Fragata” —murmuró Emma.

—¿Qué?

—Quieren que ambiente la “Fragata” —Sophia y Volterra levantaron sus miradas al mismo tiempo
para clavarse en una Emma que leía lo que había en la otra carpeta.

—¿Tú directamente o es una especie de competencia? —balbuceó Volterra.

—No lo sé, pero me han dado especificaciones, desglose de pago, metodología de trabajo… y… —
murmuró, tomando la última carpeta de la caja—. Un sample contract… —dijo, sacando la tarjeta del
contacto inmediato.

—Mi amor, ¿qué esperas para saber? —sonrió Sophia, alcanzándole el teléfono para que saliera de
sus dudas.
—Ya regreso… —frunció su ceño, tomando el teléfono de la mano de Sophia.

—¿Cómo te va? —le preguntó Sophia ante el silencio incómodo.

—No me quejo —sonrió—, ¿y a ti?

—Tampoco me quejo —dijo, poniéndose de pie para caminar hacia el otro lado de la barra.

—¿Qué tal está tu mamá? —El nerviosismo se le notaba, ¿por qué era que no podía hablar con ella
con tranquilidad? ¿Por qué tenía que hundirse tanto?

—¿No has hablado con ella? —rio nasalmente y un tanto incrédula.

—No, últimamente no.

—¿Puedo saber por qué? Digo, hasta donde yo sabía, hablan cada dos o tres días si no es porque
todos los días.

—He estado un poco ocupado —dijo, internamente sonrojado.

—Bueno… —tarareó, vertiendo más vino en su copa—. Tú sabes, encontrándose más canas con el
paso de los días, lidiando con mi hermana… lo normal —se encogió entre hombros, pues no le diría más
de lo que podía ser usado en su contra.

—Y tu hermana, ¿qué tal está?

—Alec, tú realmente necesitas un curso intensivo de “small-talk” —resopló—. ¿Por qué te pones tan
nervioso cuando estás a solas conmigo? ¿Acaso me parezco demasiado a mi mamá? —bromeó, aunque
eso era cierto.

—Sabes, sí te pareces mucho a tu mamá… sólo que tu mamá, a tu edad, creo que ya tenía que llevarte
a Dimotiko, si no me equivoco.

—No, a los cinco estaba en la parte de guardería Montessori del colegio —sonrió, no sabiendo
exactamente cómo tomar ese comentario, pero, si a eso iban a jugar, ella también jugaría—. Pero tienes
razón, mi mamá sí me llevaba… mi papá nunca me llevó.

—No me refería a eso —dijo sonrojado—. Me refería a que tú no tienes hijos…

—¿Es tu intento de preguntarme si voy a tener hijos? —rio, caminando hacia el interruptor para
encender la luz de la cocina.

—Supongo que sí —frunció su ceño, aunque no sabía que esa era su intención.
—¿Qué tanto puedo confiar en ti? —le preguntó, tomando la cuchara que Emma había abandonado
para seguir comiendo de aquel helado que ya no estaba tan sólido.

—Me gustaría si confiaras en mí totalmente… aunque sé que no es lo que yo quiera.

—¿Por qué quieres saber si voy a tener hijos?

—Simple curiosidad —dijo, acordándose en ese momento que Camilla le había dicho, en numerosas
ocasiones, que Sophia no era quien le daría “nietos”, pero, quizás, muy en el fondo, él quería escucharlo.

—Suena sincero. Bueno… no voy a tener hijos porque creo que es muy difícil que Emma y yo podamos
concebir uno, ¿no crees? —rio, incomodándolo un poco pero él no se dejaría vencer—. Y, a decir
verdad… no es algo que me entusiasme, tampoco es algo que me haya llamado la atención antes. No me
veo con un hijo…

—Nadie se ve con un hijo creo yo.

—¿Tú te ves con un hijo? —sonrió Sophia ante la prueba de fuego.

—Yo… yo… yo creo que estoy un poco viejo para dedicarme a eso —rio—. Además, me mataría que
me preguntaran cómo se llama mi nieto cuando es mi hijo.

—Creo que hay personas que sí se ven con hijos, pero el factor decisivo es si quieren o no tenerlos, y
si pueden o no tenerlos. Y yo no me veo con hijos, me veo con sobrinos en el caso extremo de que mi
hermana quiera compartir su útero con otro ser humano, que es algo que dudo mucho. Pero, ¿qué hay
de ti?

—¿Qué hay de mí?

—¿No querías hijos o simplemente no se dio?

—Nunca me vi con hijos, igual que tú… pero, cuando Patricia se embarazó, me cambió todo…

—Lo siento —susurró.

—No, simplemente no debía ser. Aunque sí me habría gustado saber cómo es eso de cambiar pañales,
y de desvelarme, y de darle de comer, y de hacerlo reír… —sonrió nostálgicamente, no por Patricia sino
por lo que se había perdido de Sophia, eso que Camilla le había robado.

—No logro imaginarte cambiando pañales…

—Aprendí con mis sobrinos —sonrió ladeadamente mientras se aflojaba el cuello con su mano—. En
fin… ¿no crees que tu mamá quiera un nieto algún día?
—El hecho de que quiera un nieto no significa que haga algo que no quiero sólo por complacerla —
dijo un tanto incómoda—, pero respeta mi decisión y no me insiste. Como te dije, tal vez mi hermana es
quien se los da…

—¿Y qué hay de Emma?

—¿Por qué no se lo preguntas a ella? —resopló.

—Bueno, ella no está aquí ahora —se encogió entre hombros—, pero tienes razón —dijo, pues notó
que se estaba pasando de la frontera imaginaria.

—Cambiando de tema… Emma me dijo que le habías sugerido que me fuera con ella a Providence.

—Sí, no me parece mala idea.

—¿Puedo saber por qué se lo sugeriste?

—Supongo que es una buena oportunidad para que salgas de Nueva York y que veas otro ambiente
laboral; lo he hecho con todos en algún momento —se excusó antes de tiempo—. Además, supe que
Emma estaba intentando decidir si ir todos los días o si quedarse allá… antes se quedaba, ni siquiera
había dudas sobre eso, supuse que tú eras un factor. Emma no me sirve si está exhausta, tampoco me
sirve si está de mal humor, y todo se trata de hacer al cliente feliz. Y creo que te mereces días libres
después de lo de Carter.

—Te lo agradezco —sonrió, ofreciéndole más vino, el cual aceptó.

—Cuando quieras: empleado feliz es cliente feliz —dijo, que Sophia sólo rio ante la ineptitud
conversacional de su papá—. Por cierto, quería hablar de dos cosas contigo.

—Por favor… que la small-talk se te da muy mal.

—¿Qué quisieras de regalo de cumpleaños?

—No tienes que regalarme nada, no es obligación —sonrió.

—Quiero regalarte algo… algo que quieras, algo que necesites, lo que sea…

—De verdad, no tienes que reglarme nada… pero, si quieres regalarme algo, regálame lo que quieras…
después de todo, ¿no sé supone que ése es el objetivo; regalar algo que creas que la otra persona quiere
o necesite?

—¿Qué me regalarías tú a mí?


—Te regalaría un reloj, porque me estorba el hecho de que no usas uno y, aun así, logras ser
demasiado puntual —sonrió—. O un rubik 360.

—Soy un inútil para regalar cosas… ¿ya tienes un rubik 360?

—Sí, fue una pesadilla al principio…

—Dame algo con qué trabajar, al menos —dijo desesperado—. Ni Emma me supo decir qué te podía
regalar…. dime, ¿por qué no te puedo regalar yo lo que Emma te va a regalar y, así, que Emma te conoce
mejor que yo, te da otra cosa? —Sophia se deshizo en una carcajada, pues Volterra no sabía lo que Emma
realmente le regalaría—. ¿Qué tiene de gracioso?

—No creo que sea apropiado.

—¿Qué tiene de inapropiado una cámara? —frunció su ceño, y Sophia sólo sacudió su cabeza—. Oh…
oh-oh… —se sonrojó.

—No necesito una cámara —dijo para finalizar ese subtema—. Regálame un keychain.

—¿Un keychain?

—Sí, uno funcional y que no sea un USB —dijo, viendo que, por el pasillo, se asomaba Emma con el
teléfono en la oreja, y sólo tuvo que alcanzarle las carpetas que había dejado para verla desaparecer
nuevamente—. ¿De qué otra cosa me querías hablar?

—No, no, de nada —sonrió un tanto incómodo, pues no supo cómo abordar el tema de que le gustara
más diseñar muebles que ambientar espacios.

—Va bene… me dijo Emma que sí vienes a nuestra boda —sonrió ella.

—Sí, ¿cómo me la perdería? —resopló, y Sophia que, siendo como su papá, no supo cómo seguir la
conversación—. Supongo que ya tienen todo listo, ¿no?

—Creo que sí.

—¿Crees?

—Sí, “no estoy segura”.

—No te creo…

—¿Por qué no?

—¿Nunca planeaste tu boda desde pequeña? —resopló—. Tu mamá sí la tenía planeada…


—Bueno, no soy mi mamá —rio—. Lo que significa que no, nunca planeé mi boda… a mí me interesa
casarme, haya champán o agua, haya banquete o hamburguesas de noventa y nueve centavos de
McDonald’s, esté la sinfónica o sea la música de mi iPod…

—No sé por qué no te creo…

—Pregúntale a Emma —sonrió—. Cuando me lo propuso, prácticamente le dije que, si por mí fuera,
podríamos “elope”… son las ganas de casarme, lo que eso implica, a nivel de ceremonia, es eso: una
implicación, pero yo podría casarme el viernes en el City Hall.

—¿Por qué no lo hacen así, entonces? No me imagino a Emma de cabeza en la boda… no le he visto
ni una revista.

—No. Emma considera que es bueno hacerlo entre amigos y familiares, sólo por el arte de
“compartir”. Además, hay varias razones por las cuales ya esa no es una opción.

—¿Puedo saber cuáles razones?

—Ya están las tarjetas impresas y ya enviamos varias —rio.

—Ah, creí que Emma te había hecho firmar un Prenup.

—Lo dices como si fuera algo malo —frunció su ceño.

—¿Te hizo firmar un Prenup? —siseó indignado.

—Emma no me obliga a hacer nada —le dijo en ese tono que sólo gritaba “cuidado, Alessandro, te
estás pasando”—. Pero, si tu curiosidad debe saberlo, sí, sí firmamos un Prenup… y son bienes
compartidos, así que no creas que Emma, “dentro de todo”, se está “protegiendo”. —Y fue sólo entonces
que Alessandro Volterra comprendió lo que Emma le había dicho por la tarde, eso de los traspasos
legales y materiales—. Sabes, creo que deberías intentar conocer a Emma un poco más… no sé por qué
me acabas de dar la impresión de que aparentas esperar lo mejor aunque, en realidad, esperas lo peor.

—Es que la Emma que conocí no dejaba entrar a nadie ni por esa puerta —dijo, señalando la puerta
principal.

—¿Ni a ti?

—Dos o tres veces como máximo y cuando las paredes todavía eran blancas —rio—. Y fue porque
teníamos demasiado trabajo y me estaba mudando de apartamento.

—Sabes, a veces no sé si me pusiste en su oficina porque Emma, según tú, no se caracteriza por ser
muy amable, o porque realmente pretendías protegerme de la Trifecta.
—No, pudo haber sido cualquier excusa menos la de hacerte pasar un trago difícil.

—Relájate, Alessandro —rio, y Volterra se quedó perplejo de ver cómo Sophia era tan Camilla—. Sólo
bromeaba.

—En fin… ¿ya tienes vestido?

—Sí —sonrió, bebiendo su copa de vino hasta dejarla seca—. Eso sí ya lo tengo.

—¿Qué color es?

—Es rojo, 032 C en idioma Pantone si así lo prefieres.

—No sé de memoria las muestras Pantone —rio, pero sabía que el rojo que Sophia le mencionaba era
un rojo vibrante, el rojo que todos definían como rojo—. ¿Te ves guapa?

—En realidad, no lo sé, no me termina de convencer —sonrió—, pero me cansé de buscar un vestido
que me gustara. Supongo que compré el primero que era “apropiado”.

—¿Apropiado para quién?

—Para la ocasión —dijo, sirviéndose más vino por el simple hecho de estar aburrida.

—No lo sabría yo, nunca me he casado —rio.

—Cuando te cases con mi mamá hablaremos —guiñó su ojo, y Volterra se ahogó con el vino que bebía.

—¿Cómo me dices eso?

—No es como que no quisieras —elevó ambas cejas.

—Ni siquiera tenemos una relación como para sugerir algo así…

—No, eso no era una sugerencia, era un simple comentario… aunque, si quieres una sugerencia, aquí
te va: dejen de perder el tiempo —dijo, y lo dijo porque había visto que Emma se asomaba ya por el
pasillo, pues, en su presencia, Volterra sería incapaz de descomponerse como estaba a punto de
hacerlo—. ¿Qué te dijeron?

—Todavía lo estoy procesando… —frunció su ceño, aunque ya lo había procesado; mordido,


masticado, degustado, tragado, digerido… y estaba en el dilema de si asimilarlo, a nivel biológico, o de si
desecharlo cual celulosa—. ¿De qué hablaban?

—De nada en especial —dijo Volterra rápidamente, pues si Sophia le decía, Emma participaría de la
misma manera, y todo porque si él había tenido derecho de meterse en una que otra cosa, ellas también
tenían derecho y sólo por incomodarlo—. Bueno, yo me tengo que ir —dijo ante la incomodidad del
momento.

—Gracias por venir a dejarme los papeles —dijo Emma.

—Cuando quieras —suspiró Volterra, poniéndose de pie luego de terminar su copa de vino—. Las veo
mañana, ¿verdad?

—¿A qué horas programaron la reunión? —le preguntó Emma.

—Si no me equivoco… a las diez —dijo, caminando junto a Emma hacia la puerta.

—Va bene —suspiró, abriendo la puerta mientras Volterra se daba la vuelta para despedirse de besos
y abrazos de Sophia.

—Las veo mañana —murmuró, le dio dos besos a Emma; uno en cada mejilla, y salió por la puerta
principal con las manos vacías: sin idea de regalos de cumpleaños, sin el más mínimo ánimo de decirle a
Sophia la verdad, abrumado por lo que Sophia le había dicho, sin futuros nietos, sin papeles.

—¿Quiénes son “Patinker & Dawson”? —preguntó Sophia en cuanto vieron a Volterra desaparecer
en el interior del ascensor.

—Law Firm —dijo, cerrando la puerta suavemente y no dejando que Sophia se le escapara de las
manos—. Son los “Roberts, Bockius & McCutchen” de Mergers & Acquisitions; son con los que
trabajamos para cuando lo de TO.

—Creí que Romeo también era de Mergers & Acquisitions —sonrió al sentir cómo Emma la tomaba
por la cintura para abrazarla.

—Romeo también es de Mergers & Acquisitions, él trabaja con todo lo que tiene que ver con Philip
Morris/Altria Group, y fue de los que negoció el Merger de Exxon con Mobil en el noventa y nueve, y de
los que negoció la Acquisition de Chevron a Texaco —murmuró, acercándola a ella mientras caminaban
torpemente, por estar abrazadas, hacia la cocina—. Y, de paso, sabe una que otra cosa de migración…

—Con razón trabaja sólo una vez al año —rio.

—La vida de los ricos y famosos —guiñó su ojo, dándole un cabezazo suave a Sophia, y se despegó de
ella para ordenar—. Películas que te parecen vergonzosas pero que te gustan —le dijo antes de que ella
pudiera decir “habla la que sabe”.

—¡Uf! Esa está difícil —rio—. Empieza tú.

—“Legally Blonde”, “Miss Congeniality”, “Election”… y “Ferris Bueller’s Day Off”, ¿y tú?
—“Monster-In-Law”, “Napoleon Dynamite”, “Home Alone”… y las malditas películas de “The Hunger
Games”.

—¡Napoleon Dynamite! —rio—. Es tan rara que me gusta.

—Yo ni siquiera sé en qué época se supone que es la película —rio.

—¿Quieres verla?

—Ya no te dieron ganas de salir, ¿verdad? —resopló.

—Me entró la pereza… y, por el momento, sólo quiero quitarte la ropa, meterte a la cama conmigo,
pedir cena si nos da hambre, y simplemente abrazarte y besarte hasta que te duermas.

Capítulo XVII

—No, no, no, no, no —la detuvo justo a tiempo—. No vas a firmar con un bolígrafo, mucho menos con
un Cross—sacudió su cabeza y agitó su dedo índice de lado a lado—. Mucho menos con tinta negra
cuando está impreso en negro —dijo, alcanzándole la pluma fuente Omas Arte Italiana Milord de tinta
azul, esa que era especial para firmar contratos, cheques y demás asuntos oficiales.

—Como tú digas, y cuantas veces digas —sonrió, tomando la pluma en su mano para firmar trece
veces en las trece páginas que tenía cada una de las cuatro carpetas que tenía frente a ella.

—Cincuenta y dos firmas que te harán famosa.

—¿Cómo me hace esto famosa? —rio, trazando la primera letra de su firma—. Estoy perdiendo el
veinticuatro por ciento, más uno, de un excelente Estudio de Arquitectos e Ingenieros…

—Sí sabes que ese veinticuatro, más uno, nunca fue tuyo, ¿verdad?

—Oh, yes… but a girl can dream, Arquitecta Pavlovic —susurró.

—Oh, yes, a girl can —murmuró, tomando su taza de té para llevarla a sus labios—. But a woman has
goals.

—¿Así o más profundo? —rio, refiriéndose al sentido filosófico del comentario.

—Eso te preguntó Phillip ayer por la noche, ¿verdad? —bromeó Emma, ahogando la risa traviesa en
el eco de su taza.

—Phillip es sinónimo de profundidad… él no pregunta si está bien “así”, él sabe que “así” está bien.

—A veces eres tan explícita en lo que a tu vida sexual se refiere… —sacudió su cabeza.
—Una mujer que está orgullosa de su sexualidad no se avergüenza de su vida sexual… o de la falta de
—rio—. Aunque, normalmente, tiende a ser una percepción polar; a un lado tienes la lástima, al otro
tienes a un híbrido de arrogancia con orgullo.

—No, sólo te burlas de ti misma cuando te das lástima y elogias todo lo que esté a tu paso cuando
tienes una vida sexual más viva y placentera que la de Baco —sonrió.

—True —asintió una tan sola vez—. Pero, ¿a quién le importa sino a uno mismo?

—A mí me importa si tienes vida sexual o no —sonrió ampliamente.

—Y eso es porque… —levantó su mirada—. ¡Porque eres una pervertida!

—Sólo por las noches —susurró, y guiñó su ojo derecho—. Pero no, no es por eso… es porque estás
más manejable y más soportable cuando decides imitar a los conejos.

—Hieres mis sentimientos, Emma Marie —rio—. Pero es muy cierto… debo haber sido peor que una
apendicitis antes de perder mi inocencia.

—Nate, llámale como quieras menos “inocencia” —rio—. Nunca fuiste “inocente”; eso se te nota.

—El término “virginidad” me afecta… es tan…

—¿Religioso?

—¡Exacto! —suspiró, cerrando la primera carpeta para alcanzársela a Emma—. Y tú y yo sabemos que
no soy particularmente religiosa.

—Ah, pero estabas más que contenta en el altar, siendo bendecida por Dios a través de la boca del
Obispo, ¿no?

—That was different —levantó su dedo índice—. Tú sabes que sólo me interesaba que me dieran
permiso legal, social, religioso, parental, y demás, para poder sudar cada superficie de mi apartamento
con Phillip, ¿no?

—Lo que tú digas —se encogió entre hombros y bebió su taza hasta dejarla sin té; ya estaba más frío
que tibio y el sabor había mutado en amargura de expresiones faciales de asco en la italiana.

—¿Tú no lo harías?

—¿Haría… qué?

—Casarte por la iglesia… digo, tú eres más creyente que yo.


—No necesito permiso de nadie para hacer que Sophia sude sobre la mesa del comedor… o que me
haga sudar ella a mí—rio.

—Yet, te estás casando…

—Pero no lo hago porque necesito que me den permiso, o porque no quiero que
hayan Trojans involucrados, o las consecuencias de cuando no los hay… sino porque, cuando descubran
que cometí el crimen perfecto, Sophia no tenga que testificar en mi contra —sonrió burlonamente.

—El único crimen, cuyo cadáver tienes literalmente en tu clóset, es ese kaftan Michael Kors rojo.

—¿Ese que me regalaste tú? —rio.

—Yo no te lo pude haber regalado —sacudió su cabeza—. Yo no tengo tan mal gusto.

—Te lo regaló una de tus primas, no me acuerdo cuál de todas porque todas tienen el gusto por el
suelo, y te lo estabas probando cuando ni siquiera te entró —sonrió—. No te quedaba por esas —dijo,
señalándole el escote que escondía bajo su suéter de cachemira violeta—. Y yo te dije que me lo dieras,
por eso es que crees que está en mi clóset, pero, en realidad, se lo di a alguien a quien realmente le
quedaría y que lo apreciaría.

—No me digas que le regalaste un regalo a Sophia; eso es bajo y barato.

—¿Cómo se te ocurre? —frunció su ceño—. Además, Sophia no es tan fanática del rojo. Se lo di a
Gaby.

—Sí sabes que eres un poco nepotista con tu secretaria, ¿verdad?

—Gaby no es mi secretaria, Gaby es Gaby: es como un título —levantó su ceja—. Y el término que
buscas, en dado caso, es “favoritismo” porque Gaby no es realmente parte de mi familia —sonrió—.
Que, en el caso de que sea ése el término al que te refieres, entonces es un “sí”: Gaby es mi favorita.

—Cuidado y te meten a la cárcel por violación al menor.

—Tiene veinticuatro —entrecerró sus ojos—. Y todavía no entro en la categoría pornográfica de


“maduras”, y nunca entraré a la de MILFs, if you know what I mean.

—Siempre creí que la secretaria de mi papá tenía privilegios, pero, entre ella y Gaby, está difícil
decidir: extra innings.

—¿Innings? —preguntó un tanto extrañada por la referencia.

—Sí, cariño: “innings”.


—¿Desde cuándo utilizas referencias del deporte del verano?

—Desde que Phillip ganó la cuenta de los Yankees y, como regalo de bienvenida, le dieron season
tickets —sonrió—. Baseball, Derek Jeter, una cerveza y un Hot Dog en el Yankee Stadium, cantando “Here
Come The Yankees”… quizás es momento para volverme una aficionada.

—Quizás pasen muchos años antes de que logres llegar a la Serie Mundial, pero, mientras tanto,
engordarás un poquito —guiñó su ojo.

—Sí sabes que a veces no me caes bien, ¿verdad? —rio burlonamente.

—No te caigo bien cuando tengo razón.

—Exacto —dijo, cerrando la segunda carpeta para alcanzársela a Emma—. En fin… ¿a qué hora te vas?

—A las tres y media. ¿Se te ofrece algo antes de que me vaya a mi fin de semana largo?

—¿Qué tal si me quitas a mi suegra de encima? —sonrió—. ¿No quisieras llevártela a Poconos?

—Creo que es una oportunidad que voy a dejar pasar —rio—. Se me muere en el camino con lo
homofóbica que es.

—¡Ése es el punto, Emma! —ensanchó la mirada—. El crimen perfecto: un infarto cardíaco y cerebral
provocado de manera pasiva.

—Acuérdame qué es lo que está haciendo tu suegra en la ciudad de nuevo, por favor…

—Está intentando comprar dos oil rigs… —se encogió entre hombros, pero, en crescendo, dibujó una
sonrisa maquiavélica.

—Y tu papá es el intermediario, ¿no?

—Quería comprarlos por quince —rio nasalmente, sacudiendo su cabeza—. El valor estimado es de
ochenta por uno y ciento tres por el otro.

—Debe haber vaciado su cuenta bancaria para acercarse con una propuesta tan generosa —rio
sarcásticamente.

—Tiene casi un mes de estarme peleando que mi papá, sólo por joderle la existencia, no le quiere
vender las plataformas —dijo—. Y no es mi papá, yo le dije a mi papá que no se las vendiera —sonrió
inocentemente—. Creí que así saldría más rápido de mi casa… y resulta que me ha salido el tiro por la
culata porque se han tardado una eternidad en negociar.

—¿Y tus teorías son…?


—Digo dos puntos: opción “A”; es una guerra constante sólo para joderme la vida, opción “B”; es una
guerra constante porque le arde la cuenta bancaria, opción “C”; no le interesa comprar nada y sólo
quiere recuperar lo-que-sea con Phillip, opción “D”… realmente no tengo opción “D”, pero creo que es
una mezcla de todo. Si pudiera llevar a Phillip al parque, de la mano, y mecerlo en cualquier columpio,
balancín, o-lo-que-sea, lo haría… pero creo que ciento-ochenta-y-tantas-libras no son fáciles de
maniobrar para una Doña de ciento sesenta y cinco centímetros que se viste como la prima perdida de
la Reina de Inglaterra, que tiene mal gusto o que tiene buen gusto pero que no tiene dinero para tener
buen gusto, y que usa tacón bajo y grueso, que usa cheap-skank-red-lipstick, ese de felaciones en rebaja,
y que se rocía de un Elizabeth Arden que hace que el perfume de Britney Spears sea un Guerlain
Shalimar… el único buen gusto que tiene es el Cartier que le regalamos para su cumpleaños, y los Van
Cleef & Arpels que significan su sagrado voto de cierre vaginal ante Dios —sonrió maléficamente.

—Acuérdame de nunca caerte mal —rio.

—Baby, jamás te descuartizaría así por muy mal que me cayeras… tienes muchas cosas rescatables;
como el buen gusto. Eso no se compra.

—El gusto es adquirido, eso es muy cierto.

—Quisiera poder regalarle un poco de buen gusto para navidad… pero, ¡bueno! —suspiró—. Como
no existe, un trozo de carbón es lo que le voy a regalar instead —sonrió ampliamente—. Quizás y le
regale un cargamento de carbón… ¡uh! ¡Sería una excelente broma navideña!

—Cálmate, Santa Claus… apenas estamos en marzo —rio.

—Speaking of which… —dijo, alcanzándole la tercera carpeta de la misma manera—. No me has dicho
qué le vas a regalar a tu Sophie —dijo en ese tono suave y risueño, casi infantil.

—Sí te dije —frunció su ceño.

—¿Y esperas que te crea que le vas a regalar una cámara?

—¿Por qué nadie me cree que eso le voy a regalar? —rio extrañada.

—Es una cámara… una vil cámara…

—Dime una cosa: ¿cómo le dices a Phillip lo que quieres que te regale de cumpleaños?

—He just makes it happen.

—Sí, sí, yo sé cómo funciona esa parte… pero me refiero más a la parte en la que tú le dices qué
quieres y por qué quieres eso que quieres.
—Mmm… —se detuvo a media firma—. Es una buena pregunta —frunció sus labios y asintió
lentamente mientras mordisqueaba el interior de su labio superior por el lado izquierdo—. La primera
vez me regaló un mini refrigerador para mi oficina porque siempre me quejaba de que mis bebidas
desaparecían en el refrigerador comunal… creo que se aburrió de mis quejas, tú sabes, de que no tenía
jugo de tomate para bajarme la resaca —se encogió entre hombros, pues Emma sabía exactamente a
qué veces se refería porque ella también había tenido la misma resaca los mismos días y sin jugo de
tomate, no porque desapareciera sino porque en ese Estudio no existía de eso hasta ese entonces—. No
sé, supongo que sólo escucha mis quejas y me las resuelve…

—Ahora pregunto: ¿qué tiene de raro que le regale una cámara a Sophia?

—Tiene un iPhone, ¿para qué necesita una cámara?

—¿Mejor resolución? —se encogió entre hombros.

—Sophia no es de tomar tantas fotografías como para que le des una cámara con una memoria de
sabe-tu-mamá-cuántos-gigas…

—Prefiero dejar a mi mamá fuera del tema —ensanchó la mirada y sacudió lentamente su cabeza de
lado a lado hasta que sacudió sus hombros en un escalofrío que era generado por asco y perturbación
por partes iguales.

—Kinky —levantó ambas cejas y lanzó la monumental carcajada que no significaba nada sino una
burla descarada.

—¿Qué? —murmuró confundida.

—Tú me escuchaste… kinky.

—¿El hecho de que quiera dejar a mi mamá fuera del tema es algo “kinky”?

—No, kinky es el hecho de que le vas a regalar una cámara, porque no creo que tantos gigas le sirvan
para tomarle fotografías al amanecer o al atardecer, o a los rascacielos, o a las aves…

—Ella dijo que le gustaría guardar ciertos momentos, guardarlos en algo como un Flashdrive…

—Y tú diste el salto a la cámara…

—Que guarde lo que quiera y cuando quiera —se encogió entre hombros—. Sean amaneceres y
atardeceres, sean plagas avícolas, o sean fotografías turísticas…

—O desnudos de mi mejor amiga —rio.

—O desnudos de tu mejor amiga —asintió.


—Si me preguntas a mí, cosa que no estás haciendo…

—Pero que de igual forma me lo dirás… —la interrumpió Emma.

—Yo creo que la mayor expresión de confianza no es compartir tu clóset, o tu cama… sino dejarte
vulnerable en algo que te inmortalice en tiempo y espacio, sea del tipo de congelamiento que sea:
fotografía, pintura, escultura, etc.

—Lo tendré muy en cuenta cada vez que pase por la escultura de la mujer desnuda en mi apartamento
—sonrió—. Me acordaré de ti.

—Es raro que no te acuerdes de mí porque soy yo —guiñó su ojo.

—Eres tú, sí, pero a escala y sin curvas —rio—. Digo, sin ofender a tu full C-cup, por no decir 36D —
guiñó su ojo con una pizca de venganza.

—Yo sé que gustaría tenerlas así de grandes como las mías…

—¡Na-ah! —exclamó en ese tono que Phillip solía imitar, en ese tono afroamericano—. Ya tengo
suficiente peso con mis Cs normales… con Cs llenas o Ds, cuidado y me voy de frente.

—¡Como sea! —siseó, reanudando su firma—. El tema no son mis rebalsadas Cs sino el hecho de que
le vas a regalar una cámara a Sophia, y que creo que eso muestra mucha confianza.

—I do trust her… —asintió—. Eso no es tema de discusión ni de refutación.

—Está bien, no dije que no confiabas en ella… y, además de la cámara, ¿qué le vas a regalar?

—¿Aparte de un fin de semana extremadamente-largo en Poconos y la cámara? —Natasha asintió—


. No lo sé, lo que sea que me pida. ¿Ustedes qué le van a regalar?

—Vas a tener que esperar para saberlo, igual que ella —sonrió—. Por cierto, ¿en dónde está?

—Salió a almorzar con Volterra.

—Ah, esa es nueva.

—Camilla le llamó ayer para decirle que fuera, así que supongo que cuenta como obligación. Están
celebrando su cumpleaños.

—Supongo que sí es el secreto peor guardado de la historia —rio Natasha.

—Yo creo que sólo Volterra no sabe que todos sabemos. Me gusta llamarlo “negación”… o “pánico”.

—¿Qué hay del otro papá? ¿Viene a la boda?


—No creo, todavía no le ha dicho nada a Sophia… pero, por lo que ella dice, asume, y cree cual religión
de su devoción, es más un “NO” que un “no”.

—Bien. Siguiente tema: te alegrará saber que ya decidí el menú, y las bebidas, y la música, y la
decoración, y todo. Sólo falta que se arreglen de nuevo con la protegida de mi papá…

—Con la hija adoptiva —bromeó.

—Ha-ha, very funny —entrecerró sus ojos—. Mi papá sólo tiene ojos para mí.

—Eres hija única, ¿qué esperabas? —rio.

—Touché. En fin… ¿ya decidieron regalos de bodas?

—No queremos regalos —sacudió su cabeza—. ¿Te acuerdas que te dije lo de la vajilla? —Natasha
asintió—. Ya la están haciendo.

—Bien… pero realmente esperaba quebrar un plato y gritar “Opa!”… es fantasía social, creo yo.

—Para tus cinco años de casada podemos hacer lo eso.

—Pero con la vajilla de porcelana de mi suegra —sonrió.

—Dios… sí que la odias.

—No la odio… sólo no me cae bien —la corrigió, pues había una diferencia muy grande que era
realmente muy pequeña.

—¿Por qué no sólo le dices a tu papá que te la quite de encima?

—Porque no voy a dejar que, por mi incomodidad, los clientes de mi papá pierdan tanto dinero.
Además, puedo soportar un par de días más con ella… puedo soportar que, cuando me despierte, lo
primero que vea es a mi suegra apoyada en el marco de la puerta que nos ha estado viendo dormir.

—Creepy…

—En otra vida, en otra dimensión, podría apostar a que mi suegra es una cougar adúltera… deberías
ver cómo ve a Phillip cuando está dormido —sacudió la cabeza.

—Dentro de esa capa de hielo tiene que correrle un poco de sangre tibia o de maternidad, whatever
the case might be.

—Pues que le corra en la privacidad de su cuerpo y de su tiempo… que no veo por qué tiene que
vernos dormir todos los días, debería dormir más ella.
—¿Y Phillip no le ha dicho nada?

—La vez pasada irrumpió en la habitación con desayuno en la cama, nos despertó de golpe, que casi
me cago porque esa no es manera civilizada de despertar a alguien, y no entendió todas las indirectas
de “estamos sin ropa” hasta que me hizo sentarme y vio que me estaba cubriendo las niñas con las
sábanas. Phillip le dijo que no era momento para hacer esas cosas, mucho menos a las seis de la mañana
en un sábado, la sacó de la habitación, me cogió hasta que casi me quema los sesos, y luego
desayunamos todos juntos a la mesa como una familia perfectamente disfuncional.

—¿Quedaste contenta?

—“Compensada” diría yo… aunque, sí, contenta también… me dijo que gritara si quería, que exagerara
todo si quería… encontramos a mi suegra casi con infarto después de que grité pornográficamente un
“harder, harder, harder!” y un “oh my God, it’s so deep!”… cosa que nos dio risa en el momento porque
ni me estaba cogiendo, pero, hey… si quiere ser público, hay que darle espectáculo, ¿no?

—¿Por qué esa anécdota no la sabía yo?

—Porque estuviste en Providence la semana pasada y porque fue en los Hamptons…

—Que no me invitaste, cierto —bromeó.

—Te quiero demasiado como para hacerte soportar a mi suegra; ese karma me lo trago yo, y sólo yo.

—¿Quieres que te santifiquemos? —rio—. Seguramente mi mamá conoce a alguien en el Vaticano;


tú dilo y hacemos que suceda.

—¿Para eso no necesito milagros, y no sé qué más?

—La información la podemos buscar en Wikipedia —sonrió.

—Olvídalo, calidad de Santa no tengo… aunque es milagro que no la haya matado todavía, eso debe
contar, ¿no?

—Estoy segura de que sí, amor —rio.

—Como sea… ¿cómo vas con tu regalo de bodas?

—Bien, Sophia aceptó que me hiciera cargo de Irene y Camilla… eso es más que suficiente para mí.

—¿Eso cuenta como filantropía?


—Very funny —entrecerró sus ojos mientras presionaba el número uno en su teléfono para llamar a
Gaby, pues sabía que no estaba en su escritorio al haberla enviado en una misión especial que trataba
sobre socialización con las secretarias que gozaban del título de “secretaria”.

—¿Y Sophia qué quiere que le regales?

—Esta conversación ya la tuvimos, ¿verdad?

—No que yo sepa —sacudió su cabeza.

—Me pidió algo imposible.

—“Imposible” no existe en tu diccionario, Emma.

—Gaby —sonrió al abrirse la puerta—. ¿Té frío? —sonrió, relevando al “por favor” que la sonrisa
significaba.

—Claro que sí, Arquitecta. ¿Algo para usted, Señora Noltenius?

—Lo mismo, por favor —murmuró, notando que Gaby sólo asentía y se retiraba, cerrando la puerta
tras ella—. ¿Qué fue lo que te pidió?

—¿Te he dicho algo de la nueva adquisición al arsenal de juguetes que tenemos? —ladeó su cabeza
con su ceño fruncido.

—¿Nueva adquisición? ¿”Arsenal”? ¿Cuántos tienes?

—Tres… si no me equivoco.

—¿Y a eso llamas “arsenal”? —rio.

—Plural ya lo hace arsenal —se encogió entre hombros—. Pero, volviendo a lo que es realmente
importante, supongo que no te he contado, entonces.

—Acuérdate que suprimimos el tema de conversación lo más que pudimos.

—Cierto… bueno, tenemos un vibrador, el dildo que tú conoces, y un… un… un… —frunció su ceño
todavía más mientras hacía gestos con sus manos, gestos que intentaban describir la forma del objeto
pero que, por alguna razón, no tenían sentido.

—¿Strap-on? —intentó adivinar.

—That’s the problem… it doesn’t have straps.

—¿Dildo doble?
—De alguna forma, sí. Pero es como… no sé… no es recto.

—¡Oh! Thomas me habló de eso hace un tiempo…

—Ni voy a preguntar qué carajos hace Thomas viendo pornografía lésbica.

—Fantasía de todo hombre que conozco —dijo un tanto indiferente—. Pero, ¿qué pasó con eso?

—Bueno, lo hemos utilizado dos veces: para mi cumpleaños y hace dos semanas, pero es más bien
que Sophia lo usa conmigo.

—Hablemos de roles.

—Sí, supongo que sería el hombre.

—Ajá, y Sophia te pidió que lo usaras con ella… —Emma sólo asintió—. ¿No puedes o no quieres?

—Ayer lo medí y me sentí muy rara, incómoda… y, hablando las cosas como son, la idea me estorba,
me perturba, me incomoda. No quiero ni puedo hacerlo; me vi al espejo y casi me muero al ver que, de
un momento a otro, tenía una cosa de esas que tienen los hombres…

—Díselo —rio nasalmente.

—Dijo que tenía hasta el día de la boda para hacerlo, pero que no le dijera…

—Y tenías pensado hacerlo este fin de semana, ¿no?

—¿Cómo sabes?

—Dentro de todo, amor, tú quieres que tu boda sea especial… quieres que sea algo que, cuando te
acuerdes, te haga sonreír con cariño y no con picardía nostálgica. Tú eres toda sobre adoración, sobre
apreciación, sobre amor en lo que a Sophia se refiere, y con “Sophia” me refiero a cuerpo, mente y,
aunque no te guste el término, corazón, alma o como quieras llamarle. Tú tratas a Sophia como si se te
fuera a quebrar entre las manos, tú adoras a Sophia así como alguna cultura precolombina adoraba al
sol, y a la lluvia, y a las estrellas, y no logras verte teniendo sexo ese día, no ese día; de todos los días de
tu vida, no logras verte teniendo sexo crudo, rudo, divertido y seco… te ves llenándola de besos y caricias,
y de algo que te haga sentir posesión y pertenencia pero sin llegar a darla por sentado y sin llegar a
cosificarla. Tú te ves haciéndole el amor hasta que la idea, de que es tuya, te dé una bofetada y te haga
sólo sentir más ganas, y más ganas, de seguir haciéndole el amor; y quieres que te toque más de lo que
normalmente te toca, que te toque porque, aunque lo niegues, un papel le dio permiso a ella de tocarte
y a ti de dejarte tocar, y tienes ganas de ceder lo último que te queda por ceder… y eso es algo que no
se logra a través de sexo pornográfico, ni con un strap-on a la cadera… porque, por si eso fuera poco,
eres mujer y te casaste con una mujer, y quieres ser mujer, y quieres que sean mujeres entre ustedes.
—Emma se quedó muda, con la mirada ancha y perpleja—. ¿Tú sabes por qué Sophia te reta? ¿Por qué
le gusta jugar contigo? ¿Tú sabes por qué te dio un cubo y no una caja normal? ¿Tú sabes por qué?

—Ilumíname, por favor.

—Muy en el fondo, enterrado en su consciencia e inconsciencia, ella cree que es simple, insípida, que
no es como tú; que tienes capas y capas de colores y sabores. Ella cree que es plana, que es un poco
aburrida, y sabe lo rápido que tú te aburres de las cosas, que tienes que estar entretenida para no
mandarlo todo al carajo… así como yo sé que mandaste al carajo el primer intento de pedirle que se
casara contigo, porque te aburrió esperar, porque te aburrió que Sophia estuviera ausente, porque
simplemente te desesperaste… de la misma manera en la que mandaste al carajo a Fred: porque te
aburriste de soportarlo, porque te aburriste de la rutina.

—No sé si te estoy entendiendo.

—Sophia no quiere que caigan en una rutina, claro, eso ni tú lo quieres… aunque las rutinas no te
disgustan porque sabes que, al menos, hay cosas que son seguras a pesar de que juegas con el límite de
lo seguro y de lo aburrido; de lo que das por sentado, pero Sophia cree que tiene que hacer más, más, y
más, y simplemente más para mantenerte entretenida; así como lo hizo con el cubo. Te reta porque sabe
que te gustan los retos, le gusta jugar contigo porque sabe que eso te entretiene; seduce a tu Ego y a tu
interés. El problema es que ya no se da cuenta de que lo hace inconscientemente, no se da cuenta de
que te entretiene verla, o de que te entretiene preocuparte hasta porque el papel higiénico sea de
algodón del Olimpo con extracto de manzanilla, o que te preocupas porque tenga el shampoo para
cabello rubio porque sabes que piensa que su cabello es rebelde, o que te preocupas porque tenga ropa
que le guste sin importar su precio… ese memorándum no lo recibió; ese en el que le haces saber de que
ella es tu mayor entretenimiento sólo porque existe. Así que, por si no me has entendido, Sophia te reta
porque cree que eso es lo que quieres y necesitas… aunque creo que es lo que ella cree que necesita
para sí misma, en el caso de que no se haya dado cuenta de que estás, sin ofender, casi de rodillas ante
ella.

—¿Cuánto tiempo tienes de estar aguantándote todo esto? —elevó su ceja derecha.

—Me acaba de salir —se encogió entre hombros—. Pero me dejó con esa idea desde que empezó a
hacerte ese anillo —dijo, señalándole su dedo anular izquierdo.

—Su trabajo no es entretenerme así, aunque no niego que sí infla mi Ego… pero no necesito que me
rete a que cuente cuántas estrellas hay en el cielo para mantenerme entretenida —frunció su ceño.

—Eso yo lo sé, pero ella quizás no lo sabe…

—Me acabas de decir que se lo diga.

—En cierta forma, sí.


—¿Sophia te ha dicho algo?

—Nada fuera de lo normal, sólo tenemos conversaciones convencionales —sonrió—. Lo que te acabo
de decir es mi opinión, la cual sabes que siempre es la correcta —rio egocéntricamente.

—Es que tiene lógica lo que dices…

—Mírale el lado bueno, si Sophia lo hace es porque no te da por sentada. —Emma suspiró y hundió
su mirada en su mano—. Explícale que no te sientes cómoda haciendo lo que te pide, pregúntale si es
algo que quiere o si es sólo un juego curioso… quizás ahí esté el factor determinante, pero explícale que
el día de tu boda no la vas a follar hasta sacarle los ojos.

—La vez pasada le dejé muy claro que ella puede decirme que “no” cuando sienta que es un “no” o
un “no sé”.

—Creo que hay muy pocas cosas que tú no le vas a hacer o que no vas a hacer por ella, y forzarla a
hacer algo es una de esas cosas. Eso es bueno —sonrió.

—Ahorita tengo algo trabado —suspiró de nuevo, señalándose su garganta.

—¿Desde hace cuánto?

—El lunes… tuve una reunión con los de “Oceania Cruises”.

—Sí, me dijiste que habías tenido una reunión, y que te había ido bien… pero no hablamos detalles ni
nada.

—Me ofrecieron el trabajo, directamente a mí... quieren que ambiente el crucero nuevo.

—Eso es bueno, ¿no?

—Bastante —sonrió minúsculamente.

—¿Por qué no te noto tan contenta?

—Son veintitrés espacios distintos los que tengo que ambientar; desde habitaciones de tripulación
hasta habitaciones de huéspedes, desde el bar a la orilla de la piscina hasta el restaurante formal, el
Lobby, los baños, todo. Me pagarían seis cifras por mi trabajo, empezando en septiembre cuando me
entreguen los planos y las especificaciones, para entregarlo en el verano del dos mil quince para su
primer viaje.

—Dijiste “me pagarían”… asumo que estás pensando en no tomarlo.


—Tengo hasta el miércoles de la otra semana para aceptarlo o rechazarlo —se encogió entre
hombros.

—¿Pros?

—Buena paga, bueno en el portafolio, buen jefe y buen cliente, buenos beneficios posteriores a mi
trabajo con la empresa en general… experiencia, blah, blah, blah… lo mismo de siempre.

—¿Y el Downside?

—Es en Miami —murmuró, y, estando a punto de continuar, la puerta se abrió, que era Gaby con los
dos vasos de té frío en sus manos, por lo cual Emma simplemente decidió no continuar hasta que Gaby
volviera a salir.

—Miami… —dijo Natasha para recoger nuevamente el tema ante la salida de Gaby—. Todavía no le
veo el downside real, estás con un proyecto en Malibú y no te escuché hablar de un downside.

—En enero del otro año tendría que estar de planta en Miami.

—Oh… —musitó, frunciendo su ceño.

—El primer viaje lo tienen programado para el diecisiete de julio, eso significaría siete meses de planta
en Miami… viviría siete meses allá.

—Iría a visitarte, eso es seguro —sonrió.

—Y sabes que serías más que bienvenida…

—¿Pero?

—Me ofrecen todo; vivienda, transporte, comida… pero sólo para mí.

—Ah… —suspiró—. Ya entiendo…

—La mitad es un “sí” muy grande… la otra mitad es un “no” igualmente grande.

—Analicemos el “no”.

—No voy a moverme siete meses a Miami, no voy a dejar a Sophia aquí… si no pude soportar la idea
de estar tres días sin ella, y fue por eso que fue conmigo a Providence, ¿cómo no me voy a ahogar en
siete meses? Esa desesperación no la calman ni seis cifras. Y, por el otro lado, no puedo pedirle que
venga conmigo, que deje de trabajar aquí para que me acompañe a vivir allá sólo porque…

—¿Por qué no sólo lo hablas con ella? —la interrumpió.


—Porque sé que me va a decir que lo tome, que we will make it work… pero, sinceramente, no puedo
dejarla, no puedo sólo irme.

—Si Sophia estuviera en tu lugar, ¿qué le dijeras?

—Trabajaría a distancia, pero eso es porque siendo Arquitecto eso puede hacerse hasta cierto punto…
pero Sophia no es Arquitecto.

—Suprime la arquitectura.

—Tengo licencia nacional, quizás podría hacer freelancing allá por ese tiempo, o no sé… —se encogió
entre hombros—. Pero sí aventaría todo por irme tras ella. No puedo dormir de pensarlo, a veces me
encuentro con dificultad para respirar, a veces me entra esa desesperación que me lleva a los pocos
berrinches que hice cuando no se me veían tan mal; de esos de patalear, de sacar el Satanás que llevo
dentro hasta terminar llorando por impotencia… me estresa el hecho de saber que no sabría si está
comiendo bien, si está durmiendo bien, si está bien.

—Darling, háblalo con ella —rio nasalmente—. Quizás no tenga la respuesta que buscas pero puede
ser que te diga algo que te haga decidir con mayor facilidad.

—Es sólo que… —dijo, y gruñó ante la impotencia de poder decidir.

—Soluciones hay, y muchas —le dijo—. Al final del día yo sé que terminarás con una sonrisa.

—Al menos al final del día de hoy sí —sonrió—. ¿Qué vas a hacer este fin de semana? —le preguntó,
pues asumió que, con cambiar el tema, parte de su aflicción se esfumaría.

—Mis papás se van a los Hamptons, creo que me voy a ir con ellos… no me voy a quedar aquí
soportando a mi suegra de gratis. Por cierto, mis papás quieren cenar con ustedes algún día, pues,
nosotros iríamos también… quieren desearle feliz cumpleaños a Sophia.

—Sólo digan el día, la hora y el lugar, y llegamos. ¿Qué tal está tu mamá?

—Va a estar toda una semana con Martha en mayo.

—Las amiguitas se vuelven a juntar —rio.

—Lo mismo le dije yo. Sólo falta Aunt Donna para revivir las tardes de arresto domiciliario —se
carcajeó.

—Hablando de tu Aunt Donna… no te entendí nada de lo que me dijiste hace un par de días y se me
había olvidado preguntarte.
—Me ofreció ser Head de Relaciones Públicas de DKNY —se encogió entre hombros—. Pero roba
demasiado tiempo; desde conferencias de prensa hasta lanzamientos de colecciones, y, en realidad, no
tengo ganas de trabajar en algo que me consuma tanto, no cuando Phillip está regresando tan temprano
del trabajo y que en verdad puedo pasar tiempo con él.

—Esa parte sí te la entendí, pero me hablaste de otra cosa también.

—Quiere que sea un apéndice de planta para Recursos Humanos y para Relaciones Públicas; que
supervise, que intervenga y que encuentre los puntos débiles de cada área; “Damage Control”.

—No suena nada mal, Nate.

—No, eso me llama más la atención… y quiere que observe periféricamente desde los preparativos
para la siguiente Fashion Week.

—Ya entendí, ya entendí —asintió—. ¿Estás contenta?

—Si no estuviera mi suegra, lo estaría mucho más —sonrió—. Por cierto… hay algo que te quiero
pedir.

—Lo que quieras.

—Quiero limpiar esa habitación —dijo, y Emma supo de cuál habitación hablaba—. Quiero que hagas
lo que sea para que esa habitación no sea lo que es ahorita.

—¿Por qué quieres hacer eso? —murmuró un tanto sorprendida, quizás más triste que sorprendida
porque asumió algo que no era.

—Estoy cansada de que mi suegra lo utilice para atacarme silenciosamente; cada cierta cantidad de
días la encuentro en esa habitación, curioseando las cajas para ver qué encuentra. La vez pasada la
encontré con la lámpara de la jirafa en las manos y que había sacado los Tartin et Chocolat de una de las
gavetas… —suspiró, sacudiendo su cabeza con infinita desaprobación—. Te pagaré lo que me pidas, sólo
deshazte de eso, por favor…

—Más despacio, más despacio —sonrió reconfortante y empáticamente—. ¿Quieres que me deshaga
de todo eso o quieres que lo quite de tu vida temporalmente?

—Just make it go away —susurró.

—Está bien —asintió una tan sola vez—. ¿Qué te gustaría que hiciera en esa habitación?

—No sé, ¿qué se te ocurre?

—¿Qué tal algo como lo que tienen tus papás en el Penthouse? —ladeó su cabeza con una sonrisa.
—¿Mi escape de la depresión?

—Sí —asintió—. Digo, pensando en algo fácil y que puede o no ser temporal… nada que sea una
instalación muy complicada para que se pueda quitar cuando el momento llegue, ¿no crees?

—Continua…

—Algo ordenado pero simple, oscurezco las paredes pero no lo suficiente como para complicarme en
un futuro, anular o reducir la luz natural con una persiana especial, te instalo una pantalla junto con
todos los dispositivos que se te ocurran para tener buen sonido y buena imagen… te puedo poner un
mini bar con un refrigerador y congelador pequeño, para poner una que otra botella y vasos. ¿Prefieres
un sofá muy grande o butacas?

—Sofá muy grande, y muy cómodo… en el que me pueda acostar de frente de ser posible.

—Un sofá muy grande será. Además, te pondría algo en lo que puedas guardar un par de cobijas, tu
colección de DVDs obsoletos y demás… ¿qué te parece?

—¿Alfombrado?

—¿Qué tanto le quieres complicar el trabajo a Agnieszka?

—Lo menos posible.

—Entonces no —rio—. Lo dejamos así como está.

—Sabes que confío en tu gusto, haz lo que quieras… pero hazlo cuanto antes, por favor.

—¿Vas a estar mañana por la mañana en tu casa?

—Depende de lo que me vas a decir a continuación —rio.

—Puedo hacer que lleguen mañana a desarmar muebles y a despintar paredes —sonrió—. Ellos
empacarían los muebles y se los llevarían mañana mismo; los meterían a mi bodega, si estás de acuerdo.

—Suena perfecto —sonrió agradecida, y ni había terminado de expresarse verbalmente cuando


Emma ya presionaba el botón del intercomunicador.

—Gaby, ¿puedes venir un momento, por favor? —sonrió para el teléfono y se volvió a Natasha
mientras soltaba el botón—. Sólo tienes que hacer algo; o pones a Agniezska a guardar toda la ropa y los
utensilios, y todo-lo-que-sea, o lo haces tú.

—¿También te la llevarías? —preguntó un tanto extrañada.


—Darling, you asked me to make it go away —dijo con una sonrisa, volviéndose a la puerta porque
Gaby recién entraba.

—Dígame, Arquitecta, ¿qué puedo hacer por usted? —dijo Gaby, materializando su típica libreta,
ahora con un bolígrafo Tibaldi que Emma le había regalado porque no lograba concebir que las cosas se
escribieran con un Pilot negro, así como lo hacían el resto de secretarias.

—Necesito que veas si Jack está libre mañana. Si está libre, dile que necesito que se lleve a dos para
desarmar y empacar unos muebles en el apartamento de la Señora Noltenius —sonrió, pues cómo le
gustaba ver cuando Natasha se sacudía ante el título de “Señora”—. Quiero que se lleven esos muebles,
junto con otras cajas que les den, a mi bodega… y que empiecen a despintar las paredes. —Gaby asentía
mientras escribía rápidamente en ese idioma que sólo ella se entendía—. No, mejor que sólo las pinten
de blanco. Si no terminan mañana, que regresen el… —se volvió a Natasha para que ella completara la
frase.

—El lunes estaría bien.

—El lunes —confirmó Emma.

—¿De qué hora a qué hora pueden estar en su apartamento, Señora Noltenius? —le preguntó Gaby
directamente a Natasha.

—De siete y media a cinco —se encogió entre hombros, pues no sabía cómo funcionaba eso, pero se
sintió cómoda con la idea del tiempo por la mirada de aprobación que le daba Emma—. Y que no se
preocupen por el desayuno o el almuerzo, o la comida en general —dijo, dibujándole a Emma una
sonrisa.

—¿Algo más? —murmuró Gaby, levantando su mirada para encontrarse la de Emma y la de Natasha.

—Si no está Jack, que lo haga Marcel, por favor —sonrió—. Y que tengan cuidado con esos muebles,
por favor —dijo con esa mirada que significaba que Gaby tenía que advertirles que debían tratar a los
muebles como tratarían a sus propios hijos—. ¿Tienes hambre? —le preguntó a Natasha.

—Más o menos —sonrió, volviéndose a las carpetas para seguir firmando.

—Puedo pedirles algo de almorzar —dijo Gaby, y Emma volvió a ver a Natasha para buscar un “sí” o
un “no”, pero todo lo que obtuvo fue un “no sé” que era sinónimo de “como tú quieras”.

—Sushi estaría bien —dijo Emma—. Dos de los míos, por favor —añadió antes de que Gaby le
preguntara qué quería Natasha, y eso se resumía a una orden de Rainbow Roll, dos Ebi, dos Hirame, dos
Ika, dos Kani, dos Maguro, dos Sake, dos Tai, dos Tako y dos Katsuo, con un suculento y exagerado
montículo de Gari rosado, no amarillo, y una generosa flor de wasabi para cuatro paquetes de salsa soya.

—Enseguida —murmuró.
—Y, Gaby —la detuvo Emma antes de que se retirara—. Necesito que le digas a Moses que me compre
unas cosas…

—Dígame —sonrió, volviendo a materializar su libreta y su bolígrafo.

—Space bags, de trece por veinte… con una docena bastarían. Seis cajas de plástico de quince por
veintiuno por doce. Bubble wrap de veinticuatro pulgadas de ancho, que la longitud sea de más de
treinta y cinco pies. Un dispensador de Packing Tape, de la transparente, y adhesive pouches. Ah, y un
Sharpie negro… y que lo lleve hoy a la casa de la Señora Noltenius, por favor.

—¿Algo más?

—Por favor almuerza algo, yo invito —guiñó su ojo, haciendo que Gaby se sonrojara, así como siempre
sucedía, siempre que la trataba demasiado bien.

—Gracias, Arquitecta —murmuró—. Con su permiso —dijo, y se retiró de aquella oficina.

—¿Qué era de tu vida antes de Gaby? —rio Natasha.

—Era más complicada… pero, ¿quién no se acostumbra a tener ayuda? —resopló—. No me quejo.

—No la vi en la lista de invitados de tu boda.

—No, tiene un viaje programado.

—¿Tiene o le programaste un viaje?

—Pobre… —rio—. Le tendrías que haber visto la cara, siempre que le digo que se siente cree la voy a
despedir…

—Adelante —elevó Emma su voz ante el llamado de la puerta.

—Su agua —sonrió Gaby al entrar a la oficina.

—Gracias, Gaby. Muy amable —sonrió de regreso.

—Licenciada, ¿se le ofrece algo? —se volvió hacia Sophia, quien trabajaba en lo de “Patinker &
Dawson” con “MoneyGrabber” de fondo.
—No, Gaby, gracias. Todavía tengo café —murmuró sin quitarle la vista a la pantalla de su iMac.

Gaby asintió y, así, en ese silencio que tanto la caracterizaba siempre que estaba frente a Sophia, pues
la mezcla de Emma y ella le daba más pánico que cuando sólo estaba Emma, pretendió darse la vuelta
para volver a su escritorio a jugar cualquier cosa ante la falta de movimiento laboral.

—Gaby… —la llamó Emma con tono serio y aireado.

—¿Sí? —se detuvo y, con una respiración profunda, reunió coraje para darse la vuelta y verla de
frente.

—Siéntate un momento, por favor —dijo, apuntándole con la mirada a una de las butacas frente a su
escritorio mientras cerraba la última edición de ElleDecor, no sin antes haber arrojado su iPhone entre
el tour escrito y fotográfico que proveía el artículo sobre la residencia de Tommy Hilfiger en el Plaza—
. ¿Qué tal está Jay? —le preguntó en cuanto ya estaba sentada.

—Bien, muy bien. Creciendo… —respondió un tanto extrañada por la pregunta, pues Emma no era de
las personas que precisamente se preocupaban por su hijo; ella sólo pagaba Guardería y Niñera,
próximamente pagaría Preschool tras la promesa que le había hecho a Gaby en su debido momento.

—El trece de mayo cumple años, ¿verdad? —Gaby asintió—. ¿Dos?

—Sí, dos.

—¿Y tú?

—Veinticinco —resopló un tanto sonrojada, aunque, en cuanto emitió su respuesta, dudó de la


pertinencia de la misma, pues podía haberle estado preguntando cuándo era que ella cumplía años,
además no sabía por qué le estaba preguntando eso—. El treinta de mayo —añadió.

—Perfecto, no me equivoqué —sonrió Emma.

—No le estoy entendiendo, Arquitecta.

—Sabes, para mi vigésimo quinto cumpleaños me sumergí en tanto alcohol que se me olvidó hasta mi
nombre; pero la pasé demasiado bien con mis amigos. Veinticinco shots de Vodka, fotografías que hasta
la fecha me dan vergüenza y que me sirven para tener un vago recuerdo de la noche; bebí, fumé porque
en esa época fumaba bastante, comí, bailé, y se me olvidó que tenía cierta reputación que cuidar —rio—
. Licenciada Rialto, ¿usted cómo celebró su vigésimo quinto cumpleaños?

—Lo celebré con un resfriado, y un par de pinzas para sacarme las astillas de madera de los dedos —
respondió Sophia, estando realmente muy avergonzada de lo deprimente que eso había sonado, aunque
habría sido más deprimente si hubiese mencionado el hecho de que había ingerido una botella de
Smirnoff en soledad, sobre un colchón inflable con “Baby One More Time” de fondo, y ni hablar de lo
que habría sucedido si hubiese mencionado que la había cantado a todo pulmón entre ebriedad de gafas
y mala puntería de pinzas contra la paupérrima luz de una lámpara de mesa de noche.

—¿Cómo planeas celebrar tu cumpleaños, Gaby? —rio Emma, pues ella sí sabía cómo había sido ése
cumpleaños de Sophia, hasta sabía que “As Long As You Love Me”, cuando pertenecía a los originales,
había sido la canción que había sonado al compás de los quejidos que se le escapaban en cuanto sus
lastimados dedos se enterraban en el algodón empapado con alcohol, o quizás había sido vodka; Sophia
no se acordaba.

—Todavía no lo sé, quizás como todos los años: con mis papás, y con Jay.

—Ya veo… ¿y le vas a celebrar el cumpleaños a Jay?

—Sí, algo pequeño, con algunos de los niños de la guardería… todavía no sé.

—Gaby… —dijo, estirando su brazo para sumergir su mano en su Bottega Veneta negra—. Yo sé que
todavía estamos en marzo, pero no quiero que se eche a perder —sonrió, sacando, de su bolso, un sobre
rectangular negro que, en la esquina superior derecha, tenía la distintiva “T” en blanco que sólo podía
significar “Trump”—. Mi boda es el treinta de mayo, y, por mucho que me gustaría que nos acompañaras,
me parece que es más justo que celebres tu cumpleaños por tu lado —dijo, y, con la misma sonrisa, le
alcanzó el sobre—. Y me parece más justo que te tomes un par de días libres también; que te relajes, que
descanses, que cambies de ambiente… sol, playa, uno que otro masaje, que alguien haga la cama por ti…
tú sabes: que te consientan —suspiró, notando las ganas que Gaby tenía de abrir el sobre pero que, por
lo que sus papás le habían enseñado, no lo haría frente a ella y sólo le agradecería—. Ábrelo, y dime si
tienes tiempo para eso —rio, atentando contra los principios de aquella mujer con la que tenía una
relación más cercana y más sana que con su propia hermana.

Gaby le dio la vuelta al sobre y, con delicadeza, despegó la solapa para abrirlo. Adentro había una serie
de papeles doblados en tres secciones, papeles que sacó para ver qué eran.

—Arquitecta… —suspiró anonadada, y a Emma cómo le satisfacía saber que estaba haciendo algo bueno.

—Alec sólo está esperando una respuesta de mi parte para firmar tu permiso y entregárselo a Jason.
Tú dirás si tenemos algo que firmar o no —sonrió.

—Arquitecta, no sé qué decirle… —se sonrojó.

—Seis noches en Waikiki… no puedes decirme muchas cosas.

—Yo creo que sí —intervino Sophia con una risa nasal, y Emma sólo sonrió ante la mirada confundida
de Gaby—. Digo, Waikiki no queda a la vuelta de la esquina, ¿no?

—Ah, Licenciada Rialto —rio Emma—. Gracias por acordarme —dijo, aunque no era que se le había
olvidado, simplemente le gustaba superarse porque su Ego se lo agradecía si era gradual y no de una
vez—. Yo y mi cabeza… —se sacudió, abriendo la primera gaveta de su escritorio para sacar uno de los
sobres del Estudio—. No planeo que nades hasta allá —dijo, alcanzándole el segundo sobre—. Antes de
que digas “sí” o “no”, tienes que saber que hablé con tu mamá. —Gaby levantó la mirada, fue como si le
hubieran mencionado a la muerte—. No te preocupes por niñera, por nada; todo está cubierto. Tu mamá
va a cuidar a Jay por esos días.

—Además, sólo una vez se cumple veinticinco —dijo Sophia.

—Gracias, Arquitecta. Gracias, Licenciada —sonrió.

—No, no —sacudió Sophia su cabeza—. Yo no tuve nada que ver con eso, Gaby… eso fue Emma.

—Gracias, Arquitecta —se sonrojó.

—No hay de qué, Gaby. Supuse que unas vacaciones bien merecidas estaban en orden.

—Aunque… Emma —murmuró Sophia, tratando de contenerse la risa y la sonrisa—. ¿No crees que
falta algo?

—Yo creo que sí —rio, y le dio risa porque Gaby ya no sabía ni cómo sentarse de la incómoda emoción.

—Sí, yo también creo eso —dijo Sophia, alcanzándole un sobre que era demasiado pequeño como
para ser otro papel, tamaño carta, doblado en tres secciones—. Creo que también es justo que compres
un bikini nuevo, y que le regales a Jay lo que se le antoje.

—Nada que una gift card de Macy’s no pudiera hacer.

—Me retracto, tu secretaria es más consentida que la de mi papá —rio Natasha, alcanzándole la
última carpeta—. “Asistente” —se corrigió antes de que Emma la pudiera corregir.

—Hace un par de semanas, David quería un favor de Gaby… creo que era que le prestara su código
de impresiones porque él no tiene, y Gaby le dijo que no. David le preguntó qué le había hecho como
para que le negara algo tan vital para su trabajo, y Gaby le dijo: “Ingeniero Segrate, usted se mete con la
Arquitecta y se mete conmigo”. Boo-yah!

—Con razón la quieres tanto; hasta te defiende.


—That’s the point: she’s loyal. Además, gana más que la secretaria de Volterra; su lealtad está
implícita en su descripción laboral.

—No veo por qué no debería, de igual forma Volterra no es el que tiene más poder aquí: él tiene un
voto y tú tienes tres, próximamente sólo dos en el caso de que Sophia te firme los papeles, o quizás sigas
teniendo tres en caso de que Sophia no quiera el veinticuatro por ciento, o el veinticuatro más uno.

—Volterra es el Managing Partner, lo que lo hace, básicamente, el que tiene más poder en papel.

—En papel —resaltó—. ¿Quién de ustedes dos gana más; tú o él?

—Si hablamos de salario fijo yo gano más que él pero por las distribuciones de porcentajes, pero, en
lo que a proyectos se refiere… —suspiró, frunciendo su ceño y llevando el vaso de té frío a sus labios—.
Creo que este año él hará más que yo. Yo he tenido cinco proyectos de arquitectura particulares, él ha
tenido dos de patrimonio cultural y tres particulares entre Philadelphia y Washington, que es donde
mejor pagan, pagan tan bien como en Boston y en Providence.

—Espera, ¿está cagado en plata?

—Este año creo que lo va a cerrar con cinco… uno de sus mejores años.

—No parece…

—No, no parece. Se acaba de comprar un Condo en el veintidós, sobre la Cincuenta y Nueve y Quinta.

—Eso es al lado del Plaza —dijo estupefacta.

—Sí, exactamente al lado del Oak Bar. Por fuera no es muy vogue, pero tiene su encanto por dentro.
Son los últimos dos pisos más una parte del rooftop. La terraza del último piso da exactamente frente al
Pond… tiene una vista impresionante. Después de esa compra no está tan cagado en plata, pero sigue
teniendo sus lujos…

—Siempre me lo imaginé siendo una persona muy sencilla.

—Lo es, todavía no logra entender muchas cosas que encierran la comodidad doméstica, pero creo
que ya se dio cuenta de que, si no disfruta lo que ha ganado, no vale la pena. Ahora quiere que alguien
le haga la limpieza, que le cocine, todo…

—¿Qué le dijiste para corromperlo?

—Cuando fuimos a ver el apartamento, porque quiere que se lo ambiente, le pregunté qué iba a hacer
con una cocina tan grande… y su respuesta fue: “yo nada… que alguien más me cocine, y que ese alguien
se encargue de regar las plantas y de aspirar las alfombras que sé que me vas a poner”.
—¿Y ese “alguien” no será Camilla Rialto?

—Mi mamá cocina más rico —susurró traviesamente—. Pero no sé, yo le dije que buscara en Pavillion
a una housekeeper/cook que no tuviera miedo de vivir con un hombre soltero, o que fuera live-out. Digo,
de Pavillion viene Agniezska, Vika y Hugh… y creería que Anya también es de Pavillion.

—Pavillion debe odiar a mi familia —rio—. Hemos privatizado a tres.

—Y cómo no —se carcajeó—. Pero, volviendo a lo de Camilla… no tengo idea de qué hay ahí. La vez
pasada estaba en la oficina de Pennington y Clark, estábamos viendo unos planos que nos habían
enviado de TO, y sólo se escuchaban las carcajadas de Volterra.

—¿Estaba hablando con Camilla?

—Sophia le habló en ese momento a Irene, y, en efecto, estaban carcajeándose los dos… que Alec,
aparentemente y según Irene, se aburrió de no tener acceso rápido y directo a Camilla y por eso le regaló
un iPhone, para que pudieran Facetime cuando se les diera la gana… o qué sé yo. El punto es que Camilla
estaba intentando descifrar cómo funcionaba el teléfono, y Alec la estaba molestando.

—¿Qué dijo Sophia?

—Estaba un poco indignada —rio—. En diciembre fuimos a la Apple Store porque Sophia le iba a
regalar un iPhone nuevo a Irene, que escogiera el que quisiera; color y memoria, y, estando allí, Sophia
le preguntó a Camilla cuándo se le vencía el contrato de su Blackberry, así veían de aprovechar que ya
estaban allí para comprarle un iPhone también. Camilla le dijo que ella no entendía de esos teléfonos,
que eran muy complicados, que ella se quedaba con Blackberry porque eso había tenido desde que Talos
le había dado el primero: a lo seguro. Y no, no, no, y no. Ya te imaginarás a Sophia cuando supo que de
Volterra sí había aceptado uno… o quizás le enojó el hecho de que Volterra se tomó la molestia de
imponérselo —rio de nuevo.

—Esa relación es más rara que la de Mariah Carey y Nick Cannon…

—Muchísimo más rara —asintió—. She’s hot for him, he’s hot for her.

—Sí te das cuenta de que acabas de utilizar una referencia sexual para referirte a tus suegros,
¿verdad?

—No puedo explicar esa tensión de otra forma —se encogió entre hombros—. Alessandro no es
guapo; si tuvieras que poner una cadena evolutiva de físicos, a un extremo tendrías a Jason Statham y,
al otro extremo, tendrías a Stanley Tucci… eso que hay en medio es él. Guapo no es.

—Feo tampoco… digo, si es el último hombre en la tierra, más de alguna de le tira encima.

—¡Ah! No hablemos de mi jefe en ese sentido, por favor.


—Tú empezaste.

—No, yo dije que no era guapo.

—Tu definición de “guapo” se reduce a Ryan Reynolds y al Príncipe Harry —entrecerró sus ojos.

—Touché.

—Como sea… el punto es que es una relación extraña.

—Es que no tienen nada resuelto; lo dejaron en stand by hace tres décadas y ahora ya no saben ni
cómo referirse al otro… a veces parecen adolescentes, pero creo que es porque no vivieron eso.

—¿Quién es el que no se deja?

—¿Que no se deja qué?

—O sea, siempre hay una parte que da el primer paso, la otra siempre se contiene.

—Los dos intentan demasiado eso de contenerse, son como una olla de presión sin agua. Ninguno da
el primer paso, pero, en caso de que alguien lo diera… apostaría a que es Camilla quien lo da; Volterra
es el que tiene la vagina estrecha… digo, metafóricamente hablando.

—Tendría que ver cómo se comporta él alrededor de ella.

—Eso nunca lo he visto, pero sí he visto cómo se comporta cuando habla de ella, o habla con ella… es
un niño nervioso, y eso hasta él lo sabe.

—Tiene, ¿qué? ¿Cincuenta?

—Cincuenta y dos.

—Esa cosa todavía le funciona, y todavía tiene la capacidad de rebelarse —rio, haciendo que Emma
sólo hundiera su rostro entre sus manos ante el comentario—. Ya está bastante grande como para
dejarse de tanta mierda.

—A veces lo entiendo, o al menos trato de entenderlo.

—¿Qué hay que entender? Sólo se está haciendo de rogar.

—No creo que sea que se hace de rogar, creo que es que a veces se acuerda de lo que le hizo Camilla…
aunque, según lo que me dijo la vez pasada, sabe que fue culpa suya y no sólo de ella. Y no es que no le
perdone que literalmente lo dejó por Talos, porque eso lo superó, lo que no le logra perdonar es que le
robó a Sophia, que le robó ese tiempo con Sophia; le robó ser papá.
—Bueno, si lo pones así es entendible —asintió—. Pero tampoco puede ponerle todo el peso a Camilla
porque, a estas alturas, si tanto le urgiera recuperar tiempo con Sophia, si es que esa es su intención, ya
le habría dicho que él es su papá.

—True, pero ni él se entiende… dice que se confunde entre las dos versiones que conoce de Camilla.

—Tu suegra no me deja ese sabor de cometer el mismo error dos veces porque le pesan bastante,
creo que es de esas personas que pueden perdonar a cualquiera menos a sí mismas.

—También es muy cierto; no es algo que me haya dicho, pero no tiene que decírmelo para darme
cuenta de que, para perdonarse, tiene que completar el proceso…

—Y el proceso es decirle a los dos involucrados, ¿no?

—Sí. Y Camilla le va a sacar la delantera a Volterra… quiere decirle a Sophia, le pica la boca por
decírselo, pero Volterra siempre se retracta. Iban a decirle en diciembre, que era parte del porqué habían
venido, pero Volterra salió huyendo a Napoli.

—Bueno, entiendo que la situación involucre a los tres, y que la opinión de Volterra, en ese caso,
también pesa bastante, pero llegará un momento en el que a Camilla no le importe en lo absoluto si él
está de acuerdo o no, si está presente en el momento en el que se lo diga a Sophia o no. Después de
todo, no es él quien tiene que come clean, es ella.

—Eso lo sé yo, lo sabes tú, lo sabe Irene, lo sabemos todos menos Volterra. Y, así como Sophia me
dice, ella entiende que su mamá hizo algo que no necesariamente fue “malo”, pero que estuvo mal
hecho, y que entiende que su mamá siga sintiéndose mal por eso, porque Talos no fue un papá amoroso,
pero fue un buen papá en el sentido de que nunca le faltó nada y, todo lo que pedía, se lo daba, que
quizás y Volterra le habría dado lo que Talos no, y no le habría dado lo que Talos sí. Ella dice que no
puede culpar a su mamá por algo así, no por la decisión, porque ella también tuvo que tragarse a Talos,
y, dentro de todo, Sophia adora a Irene aunque, el noventa por ciento del tiempo, tenga ganas de
matarla. Ella no culpa a Camilla por eso, los resultados fueron compartidos, pero sí le pesa que no tenga
el valor para decírselo, aunque hasta eso le respeta. Lo que no logra tragarse es el hecho de que Volterra
la trate en esa zona gris, que sea un papá en el trabajo y un jefe en la vida civil, que se confunda de roles;
después de todo, Volterra es su papá, que resulta ser su jefe, y es el jefe que resulta ser su papá: no
puede separar las dos cosas.

—Y ahí está el error, no tiene por qué separarlo…

—Le emociona saber que tiene una hija, está orgulloso de quién es Sophia, pero le queda la astilla de
que no fue producto suyo sino de Talos, que creo que es entonces cuando abusa de su ineptitud parental.
Siempre que Sophia hace algo mal, o algo malo for that matter, Volterra anula la parte parental y abusa
de su autoridad como jefe.

—¿Y Sophia qué piensa al respecto?


—Dice que cuando hace algo mal, que es como si se lo atribuyera a Talos automáticamente… y,
sinceramente, comparto su teoría.

—¿En qué tipo de cosas pierde él el control?

—No es que pierda el control, porque eso se acabó en cuanto Sophia le renunció el año pasado…
pero, por ejemplo: el martes tuvimos reunión general, y Volterra, como todos los años, nos avisa de
seminarios, talleres, que tenemos que renovar tales permisos o licencias para el comienzo del año fiscal.
Resulta que, en junio, hay un taller de una semana en NYU sobre el minimalismo, y Volterra me preguntó
si estaba interesada en hacerlo, que el Estudio lo iba a cubrir, lo mismo con Selvidge.

—Asumo que, por cómo me lo dices, no se lo ofreció a Sophia.

—No —disintió—. Esperamos al final de la reunión para saber qué era eso de no ser equitativo… a
que no sabes de qué se agarró.

—No puede ser falta de fondos… —Emma sacudió la cabeza—. ¿Tiempo en el Estudio?

—No, no importa cuánto tiempo tengas de estar trabajando aquí, si hay un seminario, taller, o lo que
sea, se lo ofreces a todos por igual; tengas diez años o una semana de estar aquí.

—¿Sophia tiene programado un proyecto para esas fechas?

—Tenemos que entregar “Patinker & Dawson” a finales de noviembre, no es algo que urge. Por lo
demás, cero proyectos por el momento.

—Me rindo —levantó las manos.

—¿Te acuerdas de que te dije que le había dicho a Volterra que a Sophia le gustaban más los muebles
que la ambientación?

—Oh —rio—. ¿Lo tomó muy literal?

—Demasiado. Le dijo que, cuando hubiera algo sobre diseño o manufacturación de muebles, le
avisaría… pero que, dadas las circunstancias de que no le gusta el diseño de interiores, que no vale la
pena invertir en ella in that area of expertise.

—Me confundí —frunció su ceño—. ¿No le gusta el diseño de interiores o le gusta más lo que tenga
que ver con muebles?

—No es que no le guste el diseño de interiores, porque sí le gusta; por algo lo estudió… pero, no logró
entender que le gustaba más trabajar en muebles que en ambientación, que en ningún momento se
empleó la palabra “odio” o alguno de sus sinónimos.
—¿Qué le dijo Sophia? —le preguntó, pero Emma sólo sacudió la cabeza ante la inhabilidad de poder
hablar mientras bebía de su té frío—. ¿Qué le dijiste tú?

—Que una de las políticas del Estudio es el reparto equitativo de formación laboral; tú no sólo traes
un brownie y lo arrojas al cielo para jugar a los Hunger Games de manera literal, traes suficientes
brownies, mejor si hay para repetirse. En el caso de que el taller fuera de cupo limitado por Estudio, que
entonces se iba a hacer como se ha hecho siempre con lo de arquitectura o ingeniería: se rifa el puesto.
Me dijo que no iba a gastar en algo que a Sophia no le interesaba, que eso era lo que yo le había dicho.

—O es porque es hombre o es porque es un poco tonto.

—Combinación mortal de las dos —rio—. Al final sólo le dije que su obligación, como jefe, era hacerlo
equitativo, que si Sophia se lo rechazaba era otra cosa.

—¿Se lo ofreció?

—Sí, pero Sophia ya estaba un poco irritada… va a ir al taller conmigo, y con Selvidge.

—¿Qué clase de término es “irritada”? —resopló.

—No estaba enojada, estaba entre molesta, incómoda e indignada… me dijo que no entendía cómo
podía él decidir por ella qué era lo que le gustaba y lo que no; después de todo, Volterra la contrató por
ser diseñadora de interiores, no por ser diseñadora de muebles.

—Ése era el plus, y que es su hija.

—Sí, pero hablo de area of expertise.

—He really lacks of parenting skills…

—No lo culpo. A veces trata a Sophia como si tuviera tres años, a veces como si tuviera quince, a veces
como si fueran contemporáneos… y, por supuesto, aunque diga que no es cierto, me considera la cuna
de sus problemas.

—¿Por qué?

—Piensa que arruiné la humildad de Sophia —se encogió entre hombros—. ¿Te parece que hice eso?

—¿Sinceramente?

—Por favor.

—Creo que Sophia, cuando te conoció, lo único que llevaba en su equipaje eran inseguridades: físicas,
emocionales, económicas, mentales, creativas, etc., etc., etc. Sí ha cambiado, pero no necesariamente
para mal. Si hablamos del aspecto creativo, creo que se ha permitido salirse de su comfort zone, que ha
aprendido de ti tanto como tú de ella; sean pequeñeces o ideas grandes. Si hablamos del aspecto
emocional, creo que no hay mayor seguridad emocional que sentirte parte de un hogar… digo, sé lo
suficiente como para saber que tiene una vida sexual bastante activa, que recibe mucho cariño de tu
parte, y que se siente incluida y no como que está en la periferia. Si hablamos del aspecto físico… bueno,
no ha acudido a ningún procedimiento estético, no porque le falte o le sobre algo, o porque no le guste
algo, sino porque no la haces sentir insegura; tiene el mismo corte de cabello, con las mismas ondas que
se enrollan en las puntas, no ha engordado ni adelgazado, simplemente ha dejado que el factor
económico haga de las suyas. Cuando vino no tenía mucho, era nueva, no conocía la ciudad y me
atrevería a decir que no se conocía ni a ella misma, quizás y estaba en una etapa en la que se estaba
reinventando. Te conoce a ti, que cagas Benjamin Franklin y Barroco y Rococó, y su reacción es
compararse, y eso es algo que no se hace porque entonces sí crees que eres menos o que vales menos
cuando en realidad es algo que se reduce a una cuestión monetaria, pero eso es algo que adquiere el ser
humano como si fuera deporte. Tú no llevas una vida como la de mis papás, o como la mía, dentro de
todo eres más de bajo perfil, no tienes chofer porque crees en el transporte amarillo, y sabes que, de
necesitar que te lleven, Hugh lo hace encantado de la vida o porque yo le diga. Contigo Sophia conoce
algo que se llama “calidad de vida”, quizás en el sentido estético: mani y pedi, un buen corte de cabello,
productos adecuados para la piel y el cabello, etc. No es que tú hayas cambiado su forma de expresarse,
porque no lo has hecho; Sophia habla de la misma manera, se mueve de la misma manera, quizás a
puerta cerrada se suelte más, y es normal, pero sigue siendo la misma. Lo que sí cambiaste es algo que
nota cualquier mujer o cualquier hombre interesado en dicha mujer: la ropa. No es que cambiaste su
forma de vestir, aunque quizás, con hacerle saber lo hermosa que es para ti, le subiste l’estime de soi y
conseguiste que, de vez en cuando, mostrara piernas bajo vestido para venir a trabajar, pero todavía no
usa faldas o vestidos sólo porque sí; tiene que tener una buena razón, tan buena como una reunión
importante. El estilo lo sigue conservando, básicamente lo único que hiciste fue cambiar Nine West por
Christian Louboutin, Banana Republic por Dolce & Gabbana, Victoria’s Secret por La Perla o Kiki de
Montparnasse, un reloj Armani por un Rolex, aretes Tiffany para el día a día… y, claro, quizás tú le
compres muchas cosas, pero porque está en tu naturaleza de compradora compulsiva y porque te
fascina gastar en Sophia, más cuando sabes que la misma camisa desmangada, que pudo haber
comprado en Gap, la viste ahora de Ralph Lauren y que le hace justicia a las curvas que tiene o que
necesitan ser resaltadas para tu propio deleite, o que el algodón fue cambiado por la celestial cachemira,
y que las sábanas de algodón ahora son de ciento catorce hebras de algodón egipcio. Life’s so much
easier when you get pampered and taken care of.

—Claro, ¿a quién no le gusta la comodidad de la ropa que está diseñada para ser incómoda? Volterra
lo ve como algo superficial, algo muy materialista y no en el sentido filosófico de la palabra…

—The man has no taste in fashion whatsoever —rio—. Viste igual todo el tiempo; su paleta de colores
es sólo en el torso: camisas celestes, blancas, azules o rojas… todas sólidas. Y luego la chaqueta casual
que se arroja: gris, azul oscuro o algún tono de café/beige.

—Still, no sé cómo puede criticarme si sus jeans son Armani y sus zapatos Ferragamo… —dijo,
indignada y como si fuera su excusa o su pieza central de defensa.
—En dado caso no es que arruinaste a Sophia… sólo la hiciste feliz —sonrió—. Y viceversa. Nunca te
vi querer tanto a alguien, y no sólo en el sentido físico que pasa por “deseo sexual”, sino también en el
sentido emocional.

—Me hace feliz, y si me hace feliz sólo puedo corresponderle con cariño, con mucho cariño.

—Tú la adoras…

—En todo sentido… literalmente caigo de rodillas, así como tú dijiste.

—That’s love, Darling.

—Y me gusta —sonrió.

—Hablando de que te gusta… hablemos de lo que te gustaría, ¿sí?

—No entendí, pero sí.

—¿Quieres votos, quieres ir al grano, qué quieres?

—I’d like to say something meaningful… sean votos, o lo que sea.

—¿Quieres hacer que tu mamá y tu suegra lloren?

—Mi mamá está difícil que llore, pero supongo que sí; algo conmovedor pero no ridículo.

—Bien. ¿Quieres primer baile?

—Siempre he creído que el primer baile es algo demasiado “cheesy”… sin ofender —rio—. De igual
forma no sería el primer baile que tengo con Sophia.

—Pero sí sería el primer baile que tendrías con tu esposa —rio.

—Oh, shut up —sacudió su cabeza—. Un papel sólo la hace mi esposa ante la ley… además, tendrías
que emborracharme al extremo como para quitarme la vergüenza. Prefiero hacer mi versión de Dirty
Dancing literal en la privacidad que me corresponde —guiñó su ojo.

—Oh, come on! —le lanzó esa mirada que era potencial latigazo—. Vas a compartir uno de los
momentos más importantes de tu vida con nosotros, you might as well share a first dance.

—Quiero algo convencional sólo para hacerla sentir normal, pero no quiero que se sienta igual que el
resto.

—O me tienes demasiada fe… o me tomas por medio-idiota.


—Scusi? —ensanchó la mirada.

—¿Cómo esperas que crea que Sophia no se siente “normal” o que no es feliz siendo quien es, con
los gustos y preferencias que le nacen por naturaleza?

—Yo no dije que no era feliz; sólo hice la distinción entre ser “uno del montón” o ser parte de la
diferenciación, así como sucede con las células: tienes una célula madre y le pones “A”, “C”, “D”, “Q” y
“R” características, las cuales resultan siendo glóbulos rojos, pero, si le pones “A”, “B”, “C”, “D” y “Q”,
eso resulta siendo una neurona... o algo así, no terminé de leer el artículo —se encogió entre hombros.

—¿Puedes dejar de hablar mierda y hablar en algún idioma que yo entienda? Digo, tú sabes que soy
un poco idiota por naturaleza.

—Bueno, mi querida medio-idiota-y-mejor-amiga —sonrió burlonamente—. El hecho de que aceptes


tus preferencias no necesariamente significa que te sientes cómoda con ellas en el ojo público.

—Como soy medio-idiota, tengo que saber si hablamos de Sophia o si hablamos de ti.

—She deserves to have a life —entrecerró sus ojos—. Es una combinación óptima, corregida y
aumentada, de “ethos”, “moralidad” y “ética”.

—Un poco Socrática.

—Más Aristotélica que Socrática, en realidad… aunque la parte Aristotélica viene más en la retórica y
en la oratoria si no me equivoco.

—La filosofía y yo nos llevamos tan bien como Segrate contigo… logré sacudirme las dos filosofías en
la universidad.

—O sea…

—Nada. Explícame —rio—. Pero explícame de una manera en la que entienda.

—“Ethos” es un estilo de vida que es subjetivo porque fue invención de un grupo, una sociedad, una
cultura, etc. Básicamente es un… “lo que es”. “Moralidad”, ah, es un término que me encanta —sonrió—
. No hay tal cosa como la inmoralidad; lo que es inmoral para ti es moral para otra persona —le explicó
antes de que le preguntara el por qué—. Es lo que es aceptado, lo que es aplicable porque es una
convicción básica para el funcionamiento de una sociedad. Son normas que ahora, en su mayoría, son
leyes… y no necesariamente “inmoral” y “no moral” son sinónimos. Y luego tienes a la “ética”, lo que, en
otras palabras, debería pronunciarse como “lo que debería ser” para que todos vivamos felices con
unicornios y arcoíris, y gocemos de justicia total.

—Dime algo, ¿esto tiene algo que ver con tu boda o sólo es para sacarme una tangente? —ladeó su
cabeza.
—Tengo dos teorías, y digo dos puntos: tu suegra nubla tu coeficiente intelectual, o la falta de sexo
ha hecho que tu cerebro no respire inteligencia.

—Como dije: estoy medio-idiota.

—Está bien… –suspiró—. Yo evolucioné.

—¿Qué evolucionaste?

—Yo quiero tener lo que toda la gente tiene.

—Eso se llama “permiso” —rio—. Permiso social, legal, parental, sexual, todo lo que crees que no
necesitas.

—No —sacudió su cabeza—. Yo no necesito tener permiso, pero no está mal si lo tengo.

—Por favor, ilumíname.

—Empecé avergonzándome hasta de las pestañas por lo que estaba pasando con Sophia; Dios no
quisiera que alguien se enterara de que me estaba acostando con una mujer, mucho menos que me
tenía totalmente imbécil. El término “noviazgo” me daba escalofríos, y me refiero a lo “moral” —dijo,
haciendo las comillas aéreas para resaltar la subjetividad del último—. Sophia me dio la seguridad y la
comodidad de hacerme saber y entender que eso era entre ella y yo, que no tenía que ser público y que
eso ella me lo respetaba hasta el punto de que no le importaba si era o no público. Está muy claro que
yo quiero poder referirme a Sophia como “mi esposa”, pero es parte por sentido egoísta y de cruda
posesión, sana posesión debo decir, y parte porque se merece el lugar real que tiene en mi vida; no me
basta con que la gente sepa que es mi compañera de vivienda, o que es mi compañera de trabajo, o la
mujer que invadió mi oficina, no me basta en lo absoluto: ella se merece algo mejor. Lo mejor que me
pudo pasar fue el episodio del taller, ese por el que Volterra personificó a Satanás… since then, I really
don’t give a fuck anymore: quiero poder entrar y salir de este Estudio con ella de la mano, no sólo
caminando lado a lado, quiero que, cuando me llame a que vea un diseño en su monitor, yo pueda
acercarme por un costado y darle un beso, o poder abrazarla por la cintura cuando esté trabajando en
la caja de luz. Con esto no quiero decir que no lo hago, o que me rechace o que me detenga esos gestos,
pero siempre existe ese “estamos en la oficina” que siento que le quita las ganas de todo.

—¿Y pretendes que, con casarte, esa frase se le quite?

—No, pretendo que, estando frente al público que me interesa, Sophia pueda anular la parte de la
“moralidad”… that’s the whole point of it; de a quiénes hemos invitado.

—Sigo procesando…

—Yo quiero casarme con ella, eso es lo que yo quiero, con eso me basta… pero es más gratificante
saber que puede “break-free”… así sea que estemos aquí y con la puerta abierta o cerrada, o que
estemos en el pasillo o en la sala de impresiones, nada que incomode o que le falte el respeto a los
demás… o que las hormonas no sepan liberar con una mano en la boca para callar. Así sea que estemos
con Julie, James y Thomas, o que estemos con Camilla e Irene, o con mi mamá y Bruno, o con tus papás,
aun con Volterra. Ella se merece su comodidad de actuar con la misma libertad que los demás…

—Contenerse, no frenarse —murmuró.

—¡Exacto!

—Interesante abordaje de la situación; lógico y bien pensado debo decir.

—¿Pero?

—No es el tema con el que empezamos —rio.

—No, todo empezó por el primer baile…

—Quieres algo convencional para hacerla sentir normal y cómoda entre un selecto grupo de personas,
pero no quieres que sea ordinaria.

—Oficialmente te anulo el “medio” del “medio-idiota”.

—Qué linda —rio nasalmente—. Pero, como sea… estás medio-convencional.

—¿Sabes qué fue lo primero que me dijo cuando se lo propuse?

—Asumo que te refieres a algo sumamente irrelevante como para que sea relevante. —Emma
asintió—. Entonces no, no sé… o quizás sí sé y no me acuerdo.

—“Nada de vestidos blancos, ni velos, ni marchas nupciales, ni nada de eso”.

—Pero estás teniendo votos.

—Tú no tuviste votos en tu boda civil porque te los leyó el abogado —rio.

—Cierto.

—Además, no pretendo sólo pararme en frente de todos a ser víctima de las leyes, y de un abogado
que hable mierda por quince minutos.

—Abogada, mujer —la corrigió—. Y no hablará mierda, de eso me encargo yo… y te daré el
“dinamismo” que quieres.

—Gracias.
—¿Brindis?

—¿No habíamos tenido ya esta conversación? —frunció Emma su ceño.

—Rompiste mi esquema —sacó su lengua—. No quieres primer baile, no quieres cut the cake, quieres
votos…

—Brindis… que lo haga quien quiera.

—¿Qué tal si lo haces tú?

—¡No! —sacudió su cabeza entre una risa—. Que lo haga alguien más, no me interesa quién, pero
que sea corto.

—Bien. Entonces, si no quieres primer baile, no quieres cut the cake… ¿qué quieres en su lugar?

—No lo sé, nunca me he casado —sonrió—. Y tampoco me han invitado a tantas bodas.

—Piensa en el concepto de tu boda, en el principio.

—Como dije, si por Sophia fuera… we would elope. Sólo quiero que se sienta cómoda.

—¿Qué la hace sentir cómoda? ¿Qué la relaja? —Emma sólo lanzó una carcajada que atrapó entre
sus dedos, una carcajada más abdominal de exhalación nasal continua que era de ojos cerrados y cejas
elevadas—. Y “comer clítoris” no es a lo que me refiero —dijo en cuanto se dio cuenta de lo que recién
implicaba con sus preguntas.

—Yo no dije nada —levantó ambas manos para sacudirse el inequívoco mea culpa mental.

—No, yo lo dije.

—Eso es porque tú sabes lo que la relaja… porque es lo mismo que me relaja a mí, y que te relaja a ti,
y que relaja a cualquier mujer que no tenga tendencias conservadoras.

—Creería que las conversadoras son más salvajes en la cama…

—“Conversadoras” no. Con-ser-va-doras —rio, claramente ante la burla de la dislexia verbal de la que
sufría su mejor amiga desde siempre.

—Ése no es el punto —rio, burlándose de sí misma de una muy sana manera—. Sólo dime qué
podríamos hacer para que Sophia se sienta cómoda —dijo, dejando fuera cualquier término que
implicara “relajación”.

—Es una buena pregunta, lo admito. ¿Qué te hace sentir cómoda a ti?
—¿Cómoda o bien?

—Relajada —sonrió, atrapando su labio inferior entre sus dientes para frenar su risa.

—Una cobija Matouk, una copa de vino tinto, Ben & Jerry’s Peach Cobbler o Blueberry Vanilla Graham,
“Pearl Harbor” o “Bossa Nova”, tentativamente en un abrazo de Phillip.

—¿”Bossa Nova”?

—Sí, la de Pedro Paulo.

—Ah —resopló—. Bueno, me parece muy bonita tu idea de “relajación”, pero no creo que eso se
pueda hacer a media boda.

—¿Qué te relaja a ti? Y tiene que ser algo que no sea Sophia, o que no tenga que ver con Sophia.

—Lo que sea que tenga que ver con mi casa…

—¿Tu mamá? —sonrió un tanto conmovida.

—Sure… —se sonrojó.

—¿Algún ritual?

—Puede decirse que sí —asintió, aunque tambaleó su cabeza de lado a lado en un “más o menos” al
mismo tiempo—. Mi mamá, aparte de beber un capuccino por la mañana y uno por la tarde, no es quien
compra bolsas de té… creo que, para ella, ir a una tea store es como cuando yo voy a una papelería:
podría irme a la quiebra; todo me gusta, todo es perfecto. Mantiene las cajas de aluminio de “n” cantidad
de olores y sabores. A veces, cuando no podía dormir, nos quedábamos en la cocina hablando sobre
cualquier cosa y fue así como se me hizo costumbre tomar té… que la mezcla de vainilla y durazno fue
simplemente porque me gustaban los dos olores, y resultó ser algo que me gustó.

—Té es agua amarga.

—Y el café también —sonrió—. Y así te lo sigues tragando.

—Touché.

—El punto es que eso me relajaba; me podía hacer dormir, me podía despejar la mente para seguir
estudiando, o simplemente una distracción por tener algo en la boca. Junto al té, en mi casa siempre
había Cannoli; los que tenían chocolate y que eran de mi hermana y de mi mamá, y los que no tenían, y
que tampoco tenían azúcar glas, esos eran los míos.

—So… you hung out with your mother?


—Sí… pero, a veces, eso no me era suficiente y me iba a su habitación, me metía en su cama y… bueno,
cuando ella ya se dormía, yo me levantaba y me iba a la mía. Pero era relajante.

—Make her feel home… but like in home-home.

—¿Grecia?

—Camilla e Irene vienen, todos los que vienen son de Roma; es como que traigas Roma a tu boda.
Trae lo que no viene.

—¿Grecia? —repitió.

—No estoy segura qué costumbres tienen en Grecia, o qué cosas son las que a Sophia la hacen sentir
en casa… digo, en esa época nostálgica que todos tenemos.

—Sophia dice que no hay nada que la haga sentir tan en casa como el Ouzo.

—¿Qué hay de tradiciones?

—Creo que se quiebra un plato a la entrada de la casa para empezar de nuevo, con vajilla nueva, y, el
número de pedazos rotos, es el número de años que se supone que dura tu matrimonio.

—Somewhat jewish.

—No tengo idea de cómo funcionan ellos, vengo de una extensa ascendencia de católicos, algunos
ortodoxos o dos veces cristianos…

—¿Por qué no quiebras platos? Digo, estarías convirtiendo mis fantasías en realidad —rio.

—Se te olvida que no voy a ir a mi casa ese día.

—Sí, sí… ese día no vas a caminar ni quinientos metros para poder hacerle el amor a tu esposa.

—Y es por eso que no puedo quebrar el plato a la entrada de mi casa.

—No lo quiebres en tu casa, quiébralo como para consumarlo todo… Opa! —resopló—. Quebrar un
plato tiene que relajar a cualquiera; no todos los días te regalan esa oportunidad.

—Muy cierto, pero eso no es algo que Sophia ha vivido.

—El Ouzo lo ponemos como trigger de “Opa!”.

—No suena mal…

—¿Pero?
—No, ningún “pero”.

—Vamos, Em… yo conozco ese tono. Si es por Volterra… que se lo meta por el…

—No, no, no es eso… es sólo que siento que falta algo.

—¿Algo como el primer baile? —rio.

—Sorpresivamente: sí.

—Voy a ver “My Big Fat Greek Wedding” y veré qué se me ocurre— se carcajeó, y, entre su risa
contagiosa, comenzó a tararear aquella distinguida y distintiva canción que era más himno que el himno.

—You’re a fucking genious! —exclamó.

—Eso lo sé… pero, ¿por qué soy un genio? —resopló, todavía con la resaca de la carcajada.

—Mýkonos, ¿no te acuerdas?

—Hubo comida, playa, Santorini, “la mentira”, tus celos y Pan de mierda… un enojo fugaz…

—¿No te acuerdas que Sophia le intentó enseñar a Phillip cómo-se-llamaba-esa-canción?

—¿Estaba ebria?

—¿Tú o Sophia?

—Las dos —se encogió entre hombros.

—Fue precisamente después de las dos botellas de Ouzo, que nosotras dos estábamos en la piscina y
Sophia pretendió enseñarle.

—Riiiight… —rio, no acordándose—. Debo haber estado hammered.

—Tomando en cuenta la resaca que soportamos… sí.

—Fuck… esta sería una tarde de sol, playa y caipirinhas de no ser por tus jefes…

—Ni me lo acuerdes —sacudió su cabeza—. Pero tenemos vacaciones pendientes juntos.

—Totalmente. Pero, volviendo al tema del baile… ¿por qué no bailas eso con Sophia?

—Ya te dije que yo sola no, necesito que la vergüenza se reparta entre más personas o que me
emborraches muy rápido.
—¿Sabes cómo se baila?

—Le puedo preguntar a Sophia.

—Si le dices no tiene gracia… ridiculiza el momento para aflojarlo un poco —sonrió—. Hazla reír, haz
que se le olvide que es una ceremonia que pretende ser seria.

—Eso nos deja a YouTube, entonces.

—Para eso mejor le preguntas a Sophia.

—O a Irene —sonrió—. Le podría preguntar hasta a Camilla. Ellas deben saber.

—Déjame marinar bien la idea, ¿te parece?

—Sólo prométeme que no voy a ser yo sola bailándole a Sophia; para eso mejor le hago un striptease…
que es de la única manera en la que le bailo en frente.

—Déjamelo a mí, yo lo arreglaré todo para que no seas tú sola, ¿de acuerdo?

—Sophia… —se acercó Volterra con aquella misma pesadez e inquietud que le provocaba su ineptitud
parental de la que Emma tanto se quejaba de manera mental, o verbal si era con Natasha.

—Alessandro… —sonrió diplomáticamente, haciendo que la incomodidad de la mesa se esparciera a


velocidad exponencial.

—¿Me prestas a tu esposa un momento? —preguntó, tragando gruesamente ante el término


“esposa” pero logrando sonreír.

—Ella goza de libre albedrío —sonrió, ahora con cinismo.

—Perfecto —repuso, volviéndose hacia Emma con una sonrisa que implicaba una obligación—. Cinco
minutos, nada más —dijo, tendiéndole la mano a la de vestido negro.

—Alessandro… —resopló casi inaudiblemente, imitando a Sophia, más por una ridiculización que por
una sonrisa de agradable compañía—. ¿Qué puede ser tan urgente que me has sacado de mi octavo
Martini, o de mi sexto vaso de Grey Goose, o de mi cuarta copa de champán? —sonrió, estando
demasiado sobria como para lo que alegaba haber bebido.
—Cualquiera diría que tu objetivo es embriagarte —resopló, tomándola por el brazo con el suyo—. O
que realmente estás contando lo que bebes.

—En realidad, Arquitecto… —frunció su ceño, y no por el comentario sino porque se dirigían a donde
a Emma no le gustaba estar ni “prácticamente” a solas—. Ya perdí la cuenta… yo sólo bebo sin parar.

—Como dije, cualquiera diría que estás intentando embriagarte… y de forma exhaustiva —sonrió,
volviéndose a ella y tomándola sutilmente con su mano por la cintura hasta envolverla por la espalda
con su mano y su brazo.

—Cualquiera diría eso, sí… supongo —suspiró.

—¿Arrepentida de firmar un papel? —bromeó.

—Eres cualquiera —sacudió su cabeza—. ¿Hoy qué te picó? —entrecerró sus ojos, dándole su mano
en la suya—. ¿Qué hice para que te hayas amargado?

—Tú le dijiste a Sophia, ¿verdad?

—Sabes, detesto bailar sola…

—Por eso bailas conmigo —sonrió.

—Whatever… —suspiró.

—¿Tú le dijiste a Sophia?

—Te di mi palabra de que no le diría.

—La palabra valía algo en la Edad Media, y creo que ya no estamos en la Edad Media desde hace
demasiado tiempo…

—Oh, you so hate me —rio—. Te la robé.

—Todo lo que quiero saber es si le dijiste o no.

—Como no estamos en la Edad Media, no importa lo que te diga…

—No importa si le dijiste o no, sólo quiero saber si le dijiste o no.

—Verás, Alessandro… eso de que era “la única” que sabía no es cierto. Irene sabía, los Noltenius
sabían, Belinda sabía, Nicole y Rebecca sabían, Gaby sabía… y, sobre todo, Sophia sabía.

—¿Cómo podía saberlo si no es porque se lo dijiste?


—Es el secreto peor guardado de la historia, aparte de la existencia de los extraterrestres —rio—. En
realidad, creo que tú le dijiste… pero no me acuerdo —sonrió—. Tu hija… mmm… me gusta más como
suena “mi esposa” —levantó su ceja derecha—.Mi esposa no es nada tonta, deberías estar orgulloso. Se
fue por la línea de la genética, empezando por la peanut allergy. No tiene ni un pelo de Papazoglakis, ni
siquiera el apellido. ¿Por qué te molesta tanto que sepa que es tu hija? Digo, ¿no deberías estar orgulloso
de haber contribuido a la concepción de la octava maravilla? —resopló un tanto confundida, aunque
quizás sí era el alcohol el que empezaba a hablar, pero, por muy sorprendente que su suelta lengua
fuera, tenía sentido.

—Debido a que, en efecto, soy quien concibió a tu “octava maravilla”, soy su papá y tenía derecho a
decirle.

—El antónimo de “derecho” es “deber”, ¿sabes? —sonrió—. Si no cumples tus deberes, no puedes
reclamar tus derechos.

—¿Alguna vez has considerado un lugar en la política? Porque suenas exactamente como de alguna
comisión del Senado, algo pro Familia o pro Educación.

—Mmm... me gusta más ladrar órdenes—sonrió—. Prefiero estar en la cúspide administrativa de una
fuerza que se llama “partido político”, quizás la Secretaría estaría bien. Irónico, ¿no crees? —guiñó su
ojo.

—Parece ser que la ironía se me perdió en el camino —frunció su ceño.

—Primera etapa de la ironía: Política. Segunda etapa de la ironía: Secretaría de algún partido político.
Tercera etapa de la ironía: tu némesis es el Secretario del Panellínio Sosialistikó Kínima, mejor conocido
como “PASOK” o “Movimiento Socialista Panhelénico”. Cuarta etapa de la ironía: Sófocles y su Edipo —
guiñó su ojo, y lo hizo de la manera más hiriente que conocía por el simple hecho de estar cansada del
tema de la paternidad, de lo correcto o lo incorrecto, de la verdad o de la mentira, y se cansó de que
dudara de ella, y de que la criticara silenciosamente—. Totalmente irónico.

—¿Desde hace cuánto querías decirme eso? —rio, intentando no mostrar la herida que sabía que se
merecía.

—Uh… —frunció sus labios, siendo alejada y a halada en un giro sutil—. Desde que supe que eras su
papá, aunque, en realidad, me pica la boca desde que te tardaste muy poco en bully me and/or her.

—Bully? —rio nasalmente, totalmente indignado y asombrado.

—No me digas que Sophia renunció porque tenías una cara bonita —le devolvió la risa.

—Eso no fue bullying, eso fue standard procedure para cuando mis empleados deciden hacer una
película pornográfica en el trabajo.
—Cierto… —asintió escéptica pero graciosamente—. Pero, lo que sí es cierto, y muy neutral en lo que
a las ironías y sarcasmos se refiere, es que Sophia ya sabía… y, el hecho de que, a pesar de que te lo dijo
hace unos momentos y no has podido reaccionar… es una lástima; no está enojada, simplemente decidió
ser la persona más adulta y madura e incluir a su papá en una fotografía que inmortalizaría uno de los
días más especiales de su vida, ¿o pretendías estar ausente el día de su boda?

—My attitude… that’s just selfless.

—I believe it would actually be “selfish”.

—Tomato-Tomatoe…

—Tú no le dijiste nada porque tenías miedo, sino pánico, de que reaccionara mal y que “la perdieras
antes de tenerla”… eso es ser egoísta, no desinteresado, ni altruista, ni autosacrificio, mucho menos
caridad. No pensaste en lo que a Sophia realmente le importa. But then again… eso es porque, dentro
de todo, no la conoces más allá de sólo lo que quieres ver.

—¿Te provoca algún placer este tipo de bullying que me estás haciendo? —frunció su ceño.

—Tit for tat, porque, hasta donde sé, sigues siendo mi jefe y no mi suegro.

—Con la diferencia de que yo te respeto.

—Dudas de mi palabra, me acusas de haber faltado a mi palabra, me señalas con el dedo por cualquier
cosa que salga mal entre tú y Sophia, pero de lo bueno nada, lo bueno es tu éxito, y, por si fuera poco,
te robas a mi esposa, que es tu hija, que su boda no es nada sino pretenciosa, pomposa, opulenta, “over
the top”.

—¿Ella te lo dijo? —exhaló, quedando boquiabierto.

—No tuvo que decírmelo. Sé leer labios… maña de sobreprotección que desarrollé desde que conocí
a Sophia… siempre la estoy cuidando, así sea que tenga “n” cantidad de metros entre ella y yo; yo
siempre estoy ahí, yo siempre me entero.

—No era mi intención ofenderla, u ofenderte, simplemente no sabía qué decir.

—¿Qué tal una confirmación de paternidad? —preguntó, encogiéndose entre hombros en esa
incómoda posición que hacía que su brazo se aburriera—. Sophia ya lo sabe, no está enojada… ¿qué tan
difícil es aceptarlo?

—No sé cómo ser un papá.


—Nadie tiene un manual… pero pierdes más jugando a ser papá que cuando no sabes cómo ser uno.
Sólo dale un abrazo, y empieza de ese punto. Un papá no sabe todo, no necesita ni quiere saber todo, y
tú sabes demasiado.

—Sé demasiado sólo porque ustedes se encargaron de hacerlo público.

—Sabes demasiado porque la curiosidad es tu peor enemiga, quizás tu castigo también —rio—. En el
momento en el que la ropa empieza a desaparecer es el momento en el que dejas de ver, y eso es por
salud mental; está mal ver a tu hija en esas “actividades recreacionales”.

—Realmente te da placer restregarme esas cosas en la cara, ¿no?

—¿Esto…placer? —rio—. No —sacudió la cabeza y se acercó más a él para acercar su mejilla derecha
a la suya—. Pero, como eres curioso y quieres y necesitas saberlo todo, el placer viene luego, e involucra
a tu hija y a la superficie, ritmo y cantidad de su elección—sonrió amplia y cruelmente entre el susurro
que envolvía su oído, y regresó a la posición recta y erguida que había aprendido por cuestiones del
destino—. Ups… ¿demasiado cruda la imagen? —se burló ante el hundimiento anímico de su postura.

—Sé que lo disfrutas, y probablemente me lo merezco.

—Probablemente —entrecerró sus ojos, dándose cuenta de que, en realidad, bailaban algo
totalmente inapropiado y sólo porque era una canción que debería estar bailando con Sophia; “You Go
To My Head”.

—Cambiando el tema, porque se nos ha salido de las manos y ya se volvió un poco ofensivo —
murmuró con una sonrisa de “aquí no ha pasado nada”, pues era lo más inteligente por hacer—. ¿Ya te
dije que te ves muy guapa?

—Nunca está mal repetirlo —guiñó su ojo.

—Te ves muy, muy guapa —repitió, sólo para alimentar su Ego y su feminidad.

—¿Digna de tu hija?

—No lo sabría —rio—. Tendría que verte recién despierta y sin maquillaje, con el cabello en calidad
de melena… hay a mujeres a quienes una ducha y el maquillaje las transforma demasiado.

—No quiero saber con qué gárgolas te has despertado al lado —rio, devolviéndole la suave patada
visual y mental.

—Con Camilla y con Patricia —sonrió.


—Sin comentarios —sacudió su cabeza, pues a Patricia nunca la conoció y siempre le había parecido
una mujer promedio, y, en lo que a Camilla se refería, prefería no imaginarse nada por su propia salud
mental al ser demasiado-casi-igual a su ahora esposa—. ¿Sabes quién se ve muy guapa, también?

—Sophia.

—No —susurró—. Ella se superó.

—Sí, su vestido rojo le sienta muy bien —rio sarcásticamente.

—Aparentemente ese vestido tuvo un altercado con un par de tijeras, y una mancha de mostaza de
McDonald’s —entrecerró sus ojos—. No tuve nada que ver con eso.

—Dashing.

—No. “Mesmerizing” —lo corrigió—. Pero no me refería a ella, sino a Camilla.

—Ah, sí… guapísima —asintió, pues estaba demasiado de acuerdo.

—Habiendo aclarado eso, quiero decirte que I know for a fact que estuviste con ella el miércoles por
la tarde, y por la noche, y que llegó muchísimo después que Irene a la habitación… en la madrugada —
sonrió.

—¿Quieres saber por qué llegó tan tarde?

—“Temprano” —lo corrigió—. Y no voy a aceptar una excusa como “le quería enseñar la vista del
atardecer que tengo”.

—¿Por qué no si eso fue?

—¿De verdad quieres saber? —levantó su ceja derecha.

—No es una excusa, es una inocente verdad. Así que, sí, sí quiero saber.

—¿Estás seguro?

—Tengo oídos de acero; me declaro inmortal e invulnerable a tus comentarios.

—Mmm… “la vista” fue la excusa que usé, y que no necesitaba, para que Sophia subiera a mi
apartamento la primera vez que nos acostamos —sonrió, y sonrió más amplio en cuanto Volterra sí se
vio afectado por el comentario—. Uy, ¿demasiado crudo otra vez?

—Yo no utilicé mi vista para meterme en los pantalones de una Rialto —rio.

—¿Tu vista? —resopló—. La de tu Condo quizás.


—Sólo la invité a cenar, unas copas de vino blanco, y mucha plática directa sobre muchas banalidades
y vanidades, y se nos pasó el tiempo… además, no es como que vivo tan lejos de este hotel; la dejé
exactamente en la puerta de su habitación. Y, por si esa no fuera explicación suficiente, pedimos comida
de Nino’s y nada más; acuérdate que no tengo ni muebles ni nada allí —sonrió.

—Y es bueno saberlo… se me olvida que ya no estás en edad de hacer deporte sobre el suelo —rio—
. Y, para una futura referencia: los pantalones se quitan, no te metes en ellos —guiñó su ojo.

—Smart mouth.

—That I am —repuso.

—Pia —la llamó Phillip con un susurro a su oído—. ¿Bailas conmigo? —le tendió la mano por un costado,
y Sophia se la tomó mientras veía la aprobación de Natasha, aprobación que era parte de un plan que
estaba diseñado para ser satisfactorio para ella, y para el resto—. Tu esposa debe estar sufriendo de la
vergüenza —rio.

—Tiene que estar acribillando a Alec en compensación —sonrió, viendo de reojo a Sara que le tomaba
la mano a Bruno mientras él simplemente observaba la escena cual antropólogo social ejerciendo el etic,
y que Camilla y Sara reían infaliblemente con Romeo y Margaret entre las copas de champán que
predominaban en la mesa, pues el Dirty Martini, con dos aceitunas, que Sara bebía era la excepción.

—¿Qué dices si we get this party started? —la miró con esos ojos coquetos mientras la tomaba de esa
amable y fraternal manera para bailar, para bailar medio-en-pareja; juntos pero con cierta distancia que
se acortaría por la confianza y el respeto que se tenían.

—Oh, what the fuck —rio, dándose por vencida con la rectitud de su aparente actitud, y se sumergió
en esas notas que sólo implicaban el acid jazz que Phillip le había contagiado

—No hace falta decir que me alegro por ustedes dos —sonrió Phillip, que su rostro se iluminaba con
una sonrisa ante el comienzo de la canción, canción que le acordaba a sus comienzos con Natasha en
Bungalow 8 cuando todavía existía como tal. Era su género musical favorito, si es que podía contar como
género.

—No hace falta decir que yo también —rio Sophia, tomándolo de las manos para improvisar así como
sólo ellos dos sabían hacerlo para la envidia de sus respectivos cónyuges—. Dime que tuviste algo que
ver con la música, porque, hasta el momento, he escuchado varias canciones de nuestra playlist
compartida sólo que en vivo —rio de nuevo.

—ES nuestra playlist compartida, pero en vivo —guiñó su ojo, empujándola y tirándola de sus manos
para luego darle una suave vuelta—. I know people who know people.

—Good useful people, I must say —resopló, notando que, ante el contagio aparente, James y Julie se
unían a ellos, pero todavía alejados de Emma y Volterra, quienes, para ellos, seguían hablando de algo
importante y personal, pero era justo en el momento en el que Emma cedía a la guerra de quién tenía
la capacidad de hacer más feliz a sus respectivas Rialto—. ¿Qué piensas de Luca? —le preguntó a su oído
por la casualidad misericordiosa de la posición en la que estaban.

—No me cae bien —dijo indiferente, no porque le fuera indiferente, porque no lo era; sólo quería
golpearlo por imprudente e irrespetuoso, y por ser la verdadera definición de “persona non grata”—. ¿Y
tú?

—A mí tampoco, se le notan las ganas que tiene de propasarse.

—¿Ganas? Pero si eso ha hecho todo el rato —ensanchó la mirada.

—No me gusta que asocie cualquier cosa sexual con Emma —agachó sus celestes ojos para medir la
distancia que había entre ambos pares de pies—. No tenía que verlo a los ojos para saber que lo
disfrutaba.

—¿Estás bien?

—I’m just pissed … my wife is not a toy to get oneself off with… en dado caso es mi dildo personal, no
su muñeca inflable ni su playmate del año —sacudió su cabeza, intentando sacudirse la ofensa y la
indignación también.

—He won’t last shit in her life; si no estuvo por tantos años, ¿cómo pretendes que se quede?

—Yo no pretendo que se quede, si Emma quiere que se quede, se va a quedar… la conocí sin él, y no
le hacía falta.

—Si no le hacía falta…

—No significa que le va a sobrar, pero sí significa que a mí sí —se encogió entre hombros, y en eso le
di la razón.

—Agresiva, me gusta —estuvo él de acuerdo conmigo.

—¿Alguna vez te has enamorado de esa manera tan estúpida que no se te olvida que estás enamorado
de esa persona?

—Sí. Y me casé con ella —sonrió.

—Es lo mismo, sólo que él no se casó con ella… y es algo que nunca se te quita, es algo que te pica
toda tu vida. Ejemplo: mi mamá. Corroboración: el pervertido ese. Él no es mi amigo, y no va a ser mi
amigo.

—¿Por qué no?


—No puedo ser amiga de alguien que desvista a mi esposa con la mirada cada vez que la vea. Se
merece integridad y respeto. Y yo también.

—Pia, tú que conoces a Emma… ¿tú crees que lo va a dejar entrar?

—Quizás sí, no lo sé —se encogió entre hombros—, parece que así de pesado “bromeaban” todo el
tiempo.

—Al principio van a ser muy unidos, luego se van a separar porque así es la naturaleza de esa relación…
eso más el factor de perversión.

—Sólo espero que no diga más estupideces… o que Emma le dé la bitch slap que se merece.

—Si se mete contigo se la dará, si se mete con ella no; buena fe y beneficio de la duda. Mírale el lado
bueno, nos enteramos de que se disfrazó de Sophia Loren.

—Buen punto —sonrió, notando que Thomas llegaba con Irene, lo que significaba que Natasha estaba
con el indeseable en la mesa, que sólo tuvo que ver hacia la mesa para darse cuenta de cómo él veía a
Emma, quien le agradecía a Volterra por el baile, parte guerra y parte guerra pasiva, y se ponía de pie
para robársela en cuanto se acercara.

Estaba sentada en el sillón de la habitación; espalda recta, pierna izquierda sobre la derecha, pie
izquierdo inquieto de arriba hacia abajo con efecto de rebote corto, manos deteniendo ligeramente la
última edición de Vogue.

Odiaba que Rihanna estuviera en la portada de marzo, quizás por eso no había tenido el valor de siquiera
abrirla; no era nada personal a pesar de que sólo le gustaba “Diamonds” y porque era tocable en piano,
lo cual sonaba demasiado bien. Simplemente no consideraba que una portada de primavera era
apropiada para ella. En realidad, ella no consideraba que Rihanna fuese una celebridad Vogue, mucho
menos una persona con dichas características que el término implicaba. Para marzo era alguien más
como Kate Hudson, o, aunque lo aborreciera, alguien como Scarlett Johansson; marzo era, para Emma,
el equivalente al “September Issue” del primer semestre impreso.

Su moño era alto, desordenado y relativamente flojo, su ceja derecha se levantaba


esporádicamente en cuanto leía o veía alguna aberración. Fruncía sus labios y su ceño, al mismo tiempo,
cuando encontraba algo interesante.
Frente a ella, además del ottoman que no utilizaba, estaba, sobre la silla del escritorio, su duffel
bag negra Louis Vuitton, la de siempre, y, sobre esta, estaba su ropa perfectamente doblada, y la cama
estaba intacta.

Todavía tenía su reloj, sus aretes y sus anillos puestos, simplemente se había quedado en la
pijama de aquella misma vez, de aquella vez que le acordaría a Sophia en cuanto viera la escena.

—This is so familiar… —dijo en cuanto salió del baño, apagando la luz y cerrando la puerta tras ella.

—Con la diferencia de que estoy sentada, y no de pie —sonrió, cerrando su Vogue y colocándola sobre
el ottoman—. Y hoy no voy a preguntar qué lado de la cama prefieres —dijo, poniéndose de pie y
caminando hacia ella.

—¿No? —ladeó su cabeza con una minúscula sonrisa que apenas ahondaba sus camanances.

—No —susurró, tomándola por la cintura—. ¿Te gustó la cena?

—¿Qué no me puede gustar de un herb crusted sea bass? —sonrió, pasando sus manos por su nuca
para adoptar esa posición que tanto le gustaba porque era muy íntima y, de cierto modo, seducía a
Emma a que la besara en sus labios—. Y una copa de vino blanco… y tu compañía… y de cómo planeas
conquistar el mundo, Cerebro.

—Mi Ego sonríe, Pinky —susurró con una sonrisa, cediendo luego a la seducción de sus labios para
besarlos lenta y delicadamente.

—Me gusta más cuando tú sonríes —susurró en cuanto su labio inferior regresó de entre los de
Emma—. That’s more like it —sonrió ante su sonrisa—. ¿Cama?

—Hasta que ya no quieras estar ahí —guiñó su ojo—. Escoge el lado que quieras.

—¿Qué tal si escogemos el lugar luego?

—También puedo hacerte cosas indecentes en el suelo, no hay problema —resopló.

—You can suck my pussy later —sonrió—. And you better suck it hard.

—Y, mientras tanto, ¿qué haremos?

—Vamos a hablar sobre el elefante rosado —dijo, tomándola de la mano y sentándose sobre la cama.

—No estaba al tanto de que había un elefante rosado —murmuró confundida.

—Lo que sea que no puedes decirme, que no me has dicho y que te está comiendo, dímelo.
—No sé de qué estás hablando —se encogió entre hombros.

—No quiero irme a la cama sabiendo que hay algo que no me estás diciendo y que es más importante
y relevante, por no decir trascendental, que algo tan simple como una queja de algún cliente o que der
Bosse te está amenazando sin fundamentos porque sé que eso termina en lo que ambas sabemos: en
que se las meta por el culo —sonrió—. Eso que no me estás diciendo, y que sé que te viene molestando
con mayor peso con el paso de los días… es casi lo mismo a que si estuviéramos enojadas; no quiero irme
enojada a la cama.

—¿Qué quieres primero; lo liviano o lo pesado?

—¿Tiene algo que ver con salud? —ladeó su cabeza.

—Absolutamente nada —sonrió—. No es grave, sólo liviano o pesado.

—Dame lo pesado primero, así lo liviano es prácticamente nada.

—Oceania Cruises…

—¿Lo aceptaste?

—Todavía no.

—¿Por qué no?

—Quería consultarlo contigo.

—Esa discusión de L.A —susurró—, no tienes que consultarme nada, tómalo si quieres, I’ll have your
back.

—No, esto sí es algo que debo consultarte… es en Miami.

—Si es por la comida cubana… —empezó diciendo, pues a Emma no le fascinaba aquella comida.

—Es por siete meses.

—Siete meses equivalen a buena paga, ¿no? —ladeó su cabeza al mismo tiempo que se volvía con su
torso hacia ella para verla de frente y no torcer su cuello de esa tan incómoda manera al estarla viendo
hacia la derecha, lo cual era una simple falta de costumbre.

—Siete meses en Miami —susurró.

—Oh… —suspiró casi inaudiblemente.

—Exactamente… —la imitó.


—Bueno, como te dije… yo te apoyo en la decisión que tomes.

—Si yo estoy siendo honesta, me gustaría que tú también lo fueras, por favor.

—Estoy siendo muy honesta; yo te apoyo.

—¿Te es indiferente mi decisión?

—No.

—¿Entonces?

—Es tu proyecto; es tu decisión —se encogió entre hombros, pues para ella era demasiado evidente
lo que eso significaba.

—Pero necesito saber qué hacer —frunció su ceño.

—Pesa las ventajas y las desventajas… vas a tomar la decisión correcta.

—Sophia, te estoy diciendo porque necesito saber qué piensas… porque tu opinión cuenta —dijo,
llamándola por su nombre con cierta seriedad.

—No, mi opinión no cuenta… es la única que vale —dijo, con su mirada al vacío—. Tú no sabes qué
decidir. Quieres que decida por ti.

—¡Sí! —elevó un poco su voz, lo suficiente como para que su desesperación se notara—. Quiero que
me digas qué hacer porque yo no sé. Ayúdame.

—¿Te gusta el proyecto?

—Es muy bueno.

—¿Te gusta porque pagan demasiado bien o porque el proyecto en sí es bueno?

—Me están pagando por hacer algo que me gusta; me están pagando por divertirme lujosamente.

—¿Qué piensas de vivir en Miami siete meses?

—Que es coherente, que tiene sentido y lógica, pero es demasiado tiempo lejos del Estudio;
concentrándome en un tan solo proyecto, es demasiado tiempo de la ciudad y que no me gusta Miami…
y que sé que eres capaz de decirme que lo tome, o que no, pero puedes acompañarme o no. Either way,
me sentiría culpable por irme y porque vinieras.

—¿Cuándo te irías?
—En enero.

—Tómalo —sonrió.

—¿Qué? —siseó boquiabierta.

—Tómalo —repitió, llevando su mano a sus labios para besarla.

—¿Vendrías conmigo?

—¿Quieres que vaya contigo?

—Es lo que hace la diferencia.

—¿O quieres quedarte conmigo? —sonrió.

—Urgentemente —susurró.

—Yo no te voy a obligar a que rechaces un proyecto que suena bueno, te voy a obligar a que lo tomes,
y voy a buscar un proyecto y algún seminario o taller interesante. Yo no tengo proyectos para ese tiempo,
estoy a tiempo de controlar qué proyectos tomo y cómo los tomo; al menos los suficientes como para
que mi cuota en el Estudio se pague.

—Si no lo logras, yo te ayudo —dijo rápidamente.

—No, eso no.

—Ayuda recíproca; tú vienes conmigo para mi paz mental, yo te completo la cuota para tu paz mental.

—Yo te apoyo —repitió con la misma sonrisa.

—No me digas eso, por favor… —susurró cabizbaja.

—¿Por qué no si es verdad?

—Suena a un “we’ll make it work”, y no sé por qué eso me suena a que te estoy obligando… y no me
gusta esa sensación, ni por mí ni por ti.

—Es que no es un “we’ll make it work”, es un “we’ll figure it out”, que es muy distinto —frunció su
ceño, no por lo que Emma decía sino por la caída de ánimo de Emma—. No tengo una bola de cristal y
tampoco tengo vocación de vidente como para prometerte que los siete meses serán tan suaves como
el algodón egipcio de no-me-importa-cuántas-hebras… una cosa es el trabajo y otra es la vida, y sé que
el trabajo te va a gustar, pero puede ser que la vida no, y si yo puedo hacer algo para hacerte el trago
menos amargo, o dulce en el mejor de los casos, ¿por qué no? —dijo, elevando el rostro de Emma con
una suave caricia en su mejilla—. No me estás obligando, y sé que quizás me costará adaptarme, pero
hay más mundo que sólo la Quinta Avenida, mi amor —sonrió, pero notó que no era razón suficiente—
. Puedo ayudarte a disipar un poco la tensión que sé que vas a tener, puedo ayudarte a agilizar el trabajo
que lleves a casa, puedo ser tu asistente, tu esposa, tu amiga, tu confidente, tu almohada y tu versión
personalizada de una Stepford Wife.

—No te digas así —susurró, que hasta su Ego se quejó—. Si vienes conmigo quiero que seas tú misma
y no una versión servil, sumisa y dócil…

—Está bien —sonrió, ahuecando su mejilla—. ¿Qué otras ganancias están en el contrato?

—Pagan costos de vivienda, transporte y comida; yo escojo dónde y cómo pero no cuándo.
Probablemente pisos más allá del décimo para tener buena vista, vista de playa, por supuesto —dijo,
omitiendo la parte en la que ella completaría los costos adicionales.

—¿Prometes ollas y sartenes para mantenerme entretenida en la cocina?

—La comida es vital, por supuesto.

—¿Buen sexo?

—¿Te refieres a cosas indecentes? —rio.

—No he logrado entender la definición real de “cosas indecentes”.

—Todo lo que tenga que ver con kinky, naughty, voyerista y exhibicionista en privado, y todo lo que
pueda ser un pocomessy.

—Espero que con “messy” no te refieras a algo realmente sucio.

—I let you lick Nutella and ice cream off of my nipples —entrecerró sus ojos.

—Necesitaba una excusa para suck your nipples —sonrió.

—Si te dan ganas, sólo desabotonas mi camisa, analizas mi sostén; si tiene broche frontal sólo lo
desabrochas, si tiene broche trasero sólo bajas la copa, si es de látex sólo lo despegas, y te dedicas a
hacerme una de las cosas que más me gustan.

—Si te lo hago, te vas a desconcentrar y no me vas a decir lo otro que me quieres decir; lo liviano.

—Quiero que pienses en otro regalo de bodas.

—¿Otro? —rio—. Ya te dije lo que quiero.


—¿Y es lo que de verdad quieres?

—Sure, why not?

—¿Es porque eso quieres o porque quieres hacer algo interesante?

—Buena pregunta, ¿por qué la haces?

—Curiosidad.

—No quieres hacerlo, ¿verdad?

—Yo pregunté primero.

—Y yo después. Eso no hace la diferencia.

—Del uno al diez, siendo diez un “demasiado bueno”, ¿qué tanto te gusta la cosa roja esa?

—No lo puedo calificar con un número —frunció su ceño.

—¿Por qué no? —suavizó su voz, entrando en un estado de confusión total.

—Because it was as fun as “Mood”.

—¿Qué? —frunció su ceño.

—Depende de lo que busques, depende de la ocasión. Si te quieres quitar la curiosidad, es


emocionante. Si tu novia hace que te corras con él, pero sin tocarte, es intenso. Provoca dolor de cadera,
nada grave, y es detachable: un regalo de Dios. No es vital, tampoco necesario… it’s just a disposable
toy.

—Entonces te es indiferente.

—Relativamente —asintió—. No me molesta su presencia tanto como a ti, pero la vista que provoca
es demasiado buena.

—¿Te gusta la vista?

—Sí, fue nueva: lo nuevo atrae.

—Entonces es la vista y no la acción.

—I don’t care if you ride my fingers, I kinda liked to watch them bounce —dijo calladamente,
señalando sus senos con su dedo índice—. Tú gimes, cabalgas, gimes y cabalgas al mismo tiempo: hago
combustión.
—Entonces, ¿por qué quieres que lo use contigo?

—No sé, supongo que tit for tat. Te lo dejé muy claro cuando te lo dije: no me voy a morir si no lo
haces.

—¿Quieres que lo haga o no? Literalmente, mi amor, estoy para complacerte. Sólo necesito que me
digas lo que necesitas para complacerte.

—No me complace verte incómoda —sonrió con demasiada sinceridad.

—No quiero hacerlo, no puedo.

—No lo hagas, entonces —rio nasalmente, chocando su frente contra su sien.

—Si quieres que lo haga, sólo dímelo.

—No, no quiero que lo hagas —sacudió suavemente su cabeza.

—Te lo compensaré, lo prometo —susurró Emma.

—No tienes nada que compensarme; no estaba ni diseñado para que sucediera —rio—. Te lo dije por
decirte cualquier cosa, algo naughty captaría tu atención, y tu reacción fue demasiado buena,
demasiado entretenida; te reíste histéricamente y te caíste de la cama, ¿cómo no va a ser eso gracioso?

—¿No esperabas que lo hiciera?

—Hablando lo que es, ¿realmente piensas que mi vida sexual-heterosexual es lo que me seduce
cuando estoy contigo? Me gusta ver una mujer siendo mujer, me gusta verte siendo mujer, ni siquiera
sé cómo me sentiría estando en esa posición… mi vida sexual se reduce a ti.

—Y a Pan —dijo con pesadez, y, sin saber cómo, logró anular el “de mierda” que acompañaba al
abreviado nombre.

—Yo creo que terminó antes de meterlo —rio—, y fue tan bueno que ni me acuerdo.

—No te acuerdas porque estabas ebria.

—He estado muy ebria en numerosas ocasiones contigo, y no se me ha olvidado nada de eso. De lo
que sí me acuerdo es que no sabía cómo cabalgarlo —se sonrojó.

—¿No será por eso que me lo pediste? Digo, ¿por curiosidad?

—Me gusta cuando usas tus dedos, tienen más magia que la cosa negra aunque vibre. Y, visualmente,
porque sí sabes que uno come primero por los ojos, ¿verdad? —Emma asintió—. Tu…
—¿Mi…? —levantó la ceja derecha, provocándole una risa abdominal y silenciosa a Sophia—. No digas
“aparato reproductor” porque no reproduce —rio.

—Figa —lanzó esa mirada coqueta, ridícula y juguetona.

—¿Ajá…?

—Tu… “figa”, es muchísimo más atractiva que una cosa masculina; se ve mejor, reacciona mejor,
huele mejor, sabe mejor, y, definitivamente, se siente mejor. Se siente correcta, se siente correcto.

—Hermosas palabras… las tomaré como halagos.

—Son verdades.

—Lo sé —sonrió, o no sé si era su Ego quien sonreía.

—¿Eso era lo que me querías decir? —Emma asintió—. Mrs. three-o’-five, y la cosa roja a la basura.

—¿Qué quisieras de regalo de bodas, entonces?

—I wanna have fun.

—¿Qué clase de diversión?

—La que me hace reír, y divertirme —rio.

—¿Cuánto quieres que dure?

—Hasta el último segundo de vida que tenga —guiñó su ojo.

—Acuéstate, sobre tu abdomen… —sonrió, dándole un beso en su sien.

—¿Qué me vas a hacer? —rio nasalmente, gateando hacia las almohadas para ponerse lo más cómoda
posible.

—Wouldn’t you like to know? —dijo con una sonrisa burlona mientras se colocaba a horcajadas a la
altura de su trasero.

—Tienes razón… —rio, con su mejilla sobre la almohada mientras la abrazaba y Emma apartaba su
cabello de su espalda—. Eso se siente bien… —murmuró al sentir sus manos masajearle suavemente sus
hombros por sobre la camisa.

—Estoy segura de que el masaje que te van a dar mañana va a ser mejor.

—¿Cuál masaje? —preguntó.


—No digo que sea mañana, puede ser cualquier día, o todos los días; lo que sea que quieras. Se llama
“libre albedrío”.

—Me acuerdo que una vez me dijiste que no te agradaba saber que manos ajenas me tocaran —
suspiró ante las suaves y circulares caricias que sus pulgares hacían en su nuca—. Si quería un masaje…
tú me lo darías.

—Muy cierto —sonrió—. Pero yo no soy profesional en masajes relajantes, creo que te mereces uno
de vez en cuando… siempre y cuando yo esté presente para tener paz mental de que no te están tocando
más allá de aquí —dijo, bajando sus manos para delinear la piel de su espalda que ya no cubría el elástico
de su tanga negra—. Y, antes de que digas algo, no son celos… porque eso implicaría que no confío en
ti, sino que, aunque sea trillado, no confío en los demás.

—Sí, eso sí es trillado —rio—. Pero así eres con todo; nadie toca lo que es tuyo.

—Y tú… ¿tú eres mía? —susurró a su oído.

—La pregunta me ofende, Arquitecta.

—Tú sabes que eres mía —resopló, dándole un high-five a su Ego.

—Así como tú sabes que eres toda mía y nada tuya —resopló de regreso, dejando al Ego de Emma
totalmente boquiabierto.

—Uy, uy, uy —rio muy complacida y emocionada—. Cuidado y no es mi Ego quien me bota de la cama
hoy.

—Podemos dejar que nuestros Egos se queden con la cama, no sería la primera vez que duermo en
el suelo —bromeó.

—Puedo conseguir otra habitación para nuestros Egos, yo me quedo en esta; ya saqué mis cosas en
el baño y me da pereza moverlas. Además, yo puedo dormir en el suelo… usted, Licenciada Rialto, no va
a dormir en el suelo. Eso sobre mi cadáver.

—¡Ajá! —se carcajeó—. Yo no voy a dormir en el suelo, voy a dormir encima de ti.

—Suena más factible y más satisfactorio para mí.

—¿Eso significa que quieres dormir en el suelo?

—Acabo de darle un “time out” a mi Ego, el tuyo cabe en la cama con nosotras —sonrió—. Hemos
dormido con Phillip y Natasha en la misma cama, los dos Egos caben.

—Se te olvida que me despertaste para salir huyendo de ese horno.


—Cierto —rio Emma, no sabiendo exactamente a qué le regalaba ese “cierto” porque estaba distraída
en la textura que sus manos sentían al envolver lentamente su desnuda cintura en ellas—. Tienes una
piel tan suave… —murmuró.

—Quizás es porque, después de cada ducha, tú me la humectas…

—Es una excusa para tocarte antes de irme —rio.

—¿Desde cuándo necesitas excusas para tocarme?

—Es por eso que te estoy tocando ahorita —dijo, que Sophia pudo sentir en el ambiente cómo Emma
guiñaba su ojo—. Porque puedo y porque quiero.

—Y se siente muy bien —dijo aireadamente, pues Emma presionaba los costados de su columna de
manera vertical—. Esta era mi idea de “masaje” cuando lo mencionaste en tu intento publicitario de este
fin de semana largo.

—¿Lo dices porque es algo que quiero escuchar o porque es algo que realmente piensas?

—Si es lo que quieres escuchar o no, igual lo pensé —rio suavemente—. ¿Tú crees que con la cantidad
de endorfinas que produzco y stress que libero a través de la abundante cantidad de sexo… crees que
necesito un masaje?

—Perdón —susurró, quitándole las manos de encima.

—¿Por qué? —frunció su ceño y abrió los ojos, como si con abrirlos terminara de darse cuenta de que
algo había incomodado a Emma, quien ahora se erguía para tumbarse a su lado.

—No tiene importancia —sonrió minúsculamente, aunque era la sonrisa más falsa y atropellada que
Sophia le había visto; una parecida a cuando recién se conocían.

—Hey, hey… ¿qué pasa? —preguntó, volcándose sobre su costado para encararla.

—No es nada —dijo en el mismo tono falso, poniéndose de pie para recoger su botella de agua del
refrigerador; algo que no era más que una técnica de relajación: concentrarse en el agua para
desconcentrarse de lo que le había incomodado.

—¿Estás enojada? —le preguntó, sentándose de golpe para poder analizar el lenguaje corporal que
tanto le costaba analizar porque lo único que podía delatarla eran sus ojos, y era básicamente lo único
que no veía porque le daba la espalda.

—No —sacudió la cabeza una tan sola vez y llevó la botella a sus labios.

—Upset?
—No —repitió entre los tragos de agua.

—¿Hice algo mal? —Emma sólo sacudió su cabeza y continuó bebiendo agua—. Mírame —dijo en ese
tono seco; una mezcla de preocupación, supuesta culpa, y frustración. Emma respiró profundamente y,
con la más pesada pesadez, se volvió a Sophia sólo con su cuello, lográndola ver de reojo mientras seguía
intentando “desincomodarse”—. Mírame bien —repitió, ahora con un grado de enojo muy bajo, pero
ahí estaba el enojo.

—Yo no miro, yo veo —repuso, volviéndose a ella completamente y reposando su trasero contra el
mueble—. Y siempre te estoy viendo —le dijo, dándose unos suaves golpes en su sien derecha con su
dedo índice para luego señalarla.

—¿Qué hice?

—No hiciste nada —sonrió de nuevo de esa manera que ya no era tan falsa, pues había logrado
deshacerse de la falsedad ante el apoyo que había encontrado, inconscientemente, en la semántica.

—Entonces, ¿qué se supone que hiciste como para que me pidieras perdón? —frunció su ceño.

—Pretendí darte un masaje que no querías.

—… the fuck? —siseó, viendo hacia un lado con su ceño todavía más fruncido, y llevó su dedo índice
y pulgar a tomar su tabique—. ¿Cuándo dije eso? —suspiró pesadamente, no entendiendo exactamente
qué había pasado o cuándo, quizás y se había empezado a quedar dormida y había dicho alguna
estupidez.

—Tú no quieres un masaje —sonrió—. And that’s fine.

—No —dijo, retirando sus dedos de su tabique mientras abría sus ojos—. Yo no necesito un masaje
—suspiró, poniéndose de pie para ir hacia Emma—. Así como no necesito un Rolex, o unas vacaciones
fuera de Manhattan, o irme a Miami contigo por trabajo… —Emma se quedó en silencio, y empezó a
rozar su pulgar derecho contra las cutículas del resto de sus uñas de dicha mano, lo cual era una clara
señal del enojo que intentaba contener, comprimir y anular—. El hecho de que no lo necesite no significa
que no lo quiera.

—Semantics… —murmuró.

—Sí, y porque sé cómo funcionas es que te hago la aclaración —dijo, bajando gradualmente su voz
mientras se acercaba más a ella—. Necesito saber la hora pero quiero un buen reloj y que sea
bonito, necesito vacaciones del trabajo porque quierodespertarme más tarde, necesito trabajo… pero
no voy a dejar de vivir lo que quiero vivir por estar trabajando —susurró, acorralando a Emma entre sus
manos al colocarlas sobre los bordes del mueble—. No necesito que me den masaje: quiero que me
toques al punto de necesitar que no dejes de hacerlo —susurró casi inaudiblemente, elevando
lentamente su rostro para terminar su exhalación a ras de los labios de su injustificadamente-molesta-
novia, y le clavó su mirada en la suya; era suave y tierna contra confundida y culpable, y una pizca de
enojo verde—. Creo que no me escuchaste: quiero que me toques.

—Dame un momento —murmuró, llevando nuevamente la botella a sus labios, y esta vez la bebió
hasta que sus oídos empezaron a ceder ante la falta de oxígeno.

—No estás molesta conmigo —frunció su ceño, que era algo sólo para contener una sonrisa que podía
parecer burlona, pero que era más de graciosa incredulidad que la tomaba por sorpresa.

—No, contigo no —suspiró, apretujando la botella plástica en su mano para luego, al tenerla
comprimida, taparla—. Conmigo.

—¿Por qué?

—Soy ciega; a veces no puedo ver lo que te molesta, o lo que te hace daño… y la sola idea de
incomodarte, molestarte, o lastimarte… me enferma al punto de enojarme.

—Lo sé —susurró—. Pero, ¿cuándo te he dicho que no quiero de manera tan explícita?

—Mmm… —frunció su ceño—. Cuando me dijiste que no querías ir al cine, y que no querías ir a
almorzar con Phillip y Natasha, y con la mamá de Phillip, y cuando no querías comer rigatoni sino
fettucini, o cuando me dijiste que no querías ver “Scandal” porque Kerry Washington te cae mal, lo cual
no significa que seas racista… sólo que te cae mal porque es mala actriz.

—¿Te he dicho alguna vez que no quiero que me toques, o que no me beses, o que no me veas, o que
no me abraces?

—Nunca —susurró.

—Perdón —dijo suavemente, abrazándola y trayéndola contra su pecho, acción que Emma no
entendió ni por significante, ni por significado, ni por referencia—. This is
an unneeded and unnecessary hug —le dijo, pasando sus manos por debajo de los suyos para disipar la
razón principal por la que le había pedido perdón—. But it doesn’t mean that it’s an unwanted hug —
dijo, reposando su sien izquierda sobre su hombro derecho para quedar casi sobre su pecho y respirando
de su cuello, y Emma que recién reaccionaba con sus manos y la envolvía suavemente entre ellas.

—¿Por qué me pediste perdón? —frunció su ceño.

—Abrázame bien—murmuró, y Emma, ante eso, dejó caer la botella, o lo que quedaba de ella, al
suelo—. Sé que no te gustan los abrazos, mucho menos por encima de los brazos —sonrió, apretujándola
todavía un poco más.

—No, no me gustan —dijo, apoyando su mejilla contra su cabeza mientras la envolvía entre las palmas
de sus manos y acariciaba su espalda—. Pero así sí me gustan.
—No, tampoco te gustan así. Y no los quieres ni los necesitas.

—Un abrazo bien dado es siempre bienvenido.

—Bienvenido, pero no pedido —rio Sophia—. Cuando tú quieres un abrazo, lo pides.

—No pedí este abrazo pero me gusta estarlo teniendo.

—¿Por la estrategia o porque no te estoy sofocando?

—Por la estrategia, porque no me estás sofocando, y porque eres tú.

—¿De quién más te dejas abrazar? —elevó su rostro con una sonrisa.

—De mi mamá, de Natasha y Phillip… y de ti; en dado caso de tu familia, pero tu hermana me tiene
miedo y casi que ni me ve a los ojos.

—Era una pregunta inocente nada más —sonrió—. Me gusta que me abraces, y que me toques… aun
cuando no te lo estoy pidiendo. Me gusta saber que te gusta tocarme, besarme, abrazarme, o lo que
sea… que nazca de ti…

—Eso es porque eres demasiado atractiva, tanto que no puedo quitarte las manos de encima —se
sonrojó—. You are so beautiful…

—Tócame todo lo que quieras y cuando quieras, en lugar de lastimarme… me haces sentir bien.

—I’m sorry —susurró.

—¿Te disculpas por disculparte? —frunció su ceño, pero en esa forma graciosa.

—Y por enojarme —se sonrojó un poco más.

—Bene, ahora: olvídalo y compénsamelo.

—¿Cómo quieres que te lo compense?

—Hazme lo que quieras —sonrió, deshaciendo el abrazo para llevarla a la cama—. Explícitamente: te
necesito —murmuró, jugueteando con sus labios contra los de Emma, queriendo besarlos pero no
haciéndolo sólo para provocarla—. Te ne-ce-sito.

—I’m so sorry —susurró, abrazándola de nuevo, ahora en un abrazo que no titubeaba, que estaba
diseñado para aferrarse a ella.

—No pasa nada, mi amor —susurró con una sonrisa, envolviéndola de la misma manera pero con
mayor delicadeza; tibia y cariñosamente, de manera condescendiente y no por soltar el tema, sino
porque realmente, para ella, no pasaba nada y no había pasado nada; «that’s who she is, and I like it»—
. Quiero que me regales algo de lo que tú también puedas sacar provecho… algo que me divierta pero
que no implique sexo, algo “sano” —dijo, haciendo que Emma levantara la mirada lo suficiente como
para encontrar su mejilla y besar, desde su pómulo, hasta sus labios—. Pero eso significa que me tienes
que decir qué quieres también —le dijo entre los besos que Emma no tenía planeado dejar de darle.

—Ya te dije lo que quiero —murmuró húmedamente contra sus labios, y sus manos viajaron hacia sus
piernas, recogiéndolas para cargarla hasta recostarla sobre la cama—. Y creo que cuenta como regalo
extraordinario eso de que vengas conmigo a Miami.

—¿Qué quieres que te regale? —preguntó, siendo empujada sobre la cama hasta que su cabeza
encontrara las almohadas.

—El hammer de Thor y el escudo del Capitán América —sonrió, y no pudo contenerse la risa que su
improvisación le provocaba.

—Te voy a dar algo, y, cuando el momento llegue, espero que no te enojes.

—Gracias por la advertencia —susurró, irguiéndose con una sonrisa jovial en su rostro y posando sus
manos sobre las rodillas elevadas de Sophia.

—Tócame —sonrió, llevando sus brazos sobre su cabeza para posarlos sobre las almohadas y, así,
invitarla abierta y libremente para que la tocara—. Por favor.

Emma sonrió ladeadamente, con esa sonrisa que se tiraba más de la izquierda para contrarrestar su ceja
derecha, y, sin quitarle la mirada de la suya, deslizó sus manos desde sus rodillas hasta sus caderas. Pero
el mundo habría estado bajo control si hubieran sido sólo sus manos con torpeza o con normalidad
mortal; había decidido recorrerla con sus uñas y con las palmas, omitiendo el pulgar por motivos de
control de calidad, pues, cuando llegó a sus caderas, sus pulgares masajearon lenta y profundamente
aquellas líneas que se conocían, coloquialmente, como “bikini”.

—¿Duele? —preguntó Emma, todavía sin quitarle la mirada de la suya.

—Como después de una jornada de esfuerzo físico, que te arden los muslos pero que, cuando
empiezas a correr de nuevo, sientes que se te queman rico —murmuró, que le hacía saber que sí dolía
pero que no dolía lo suficiente como para que la lastimara, y Emma conocía esa sensación demasiado
bien—. Ya te diré si duele demasiado —suspiró, sintiendo que los dedos de Emma bajaban hasta
presionarle su hueso púbico, ese que no tenía tanto recubrimiento de grasa o de piel.

—Me gusta —sonrió, refiriéndose a la Paladini negra que pretendía cubrir su entrepierna con una
mezcla de tul y encaje.
—Lo sé —asintió una tan sola vez—. Si es negra, tiende a gustarte. Si es negra y seethrough tiende a
gustarte más. Pero, si lo seethrough se termina exactamente donde mis labios empiezan… —sonrió
provocativamente—. Tiende a gustarte todavía más porque tienes la excusa perfecta para quitármela.

—Me conoces muy bien, mi amor.

—Tú me das excusas para que vaya al taller, yo te doy excusas para que me quites la ropa—ahogó un
gruñido en cuanto Emma presionó a los costados exteriores de sus labios mayores—. Es otro nivel de
condescendencia.

—En el departamento de lencería y de carpintería, sí… y funciona en ambas direcciones.

—Claro —se volvió a ahogar—. Aunque las proporciones de condescendencia son desproporcionadas.

—Proporciones desproporcionadas… —susurró—. Funny.

—Yo corto madera y estoy feliz, tiendo a sudar cuando lo hago, cuando llego a casa lo primero que
haces es quitarme la ropa; el marcador es uno a uno —se ahogó de nuevo, pues, mientras Emma más
presionara y más abajo lo hiciera, más le molestaba, pero, cuando dejaba de presionar, sentía alivio
muscular y un ligero hormigueo que disfrutaba—. Caso “A”, y digo dos puntos: me quitas la ropa y me
convences de tomar una ducha en la que tú me lavas. Caso “B”, y digo dos puntos: me quitas la ropa y
no alcanzas a llegar a la ducha porque nos detuvimos en la cama, o en el diván, y juegas con mi clítoris.
El marcador es, en cualquier caso: dos a uno, llevas la ventaja —dijo, ahogando ahora un gemido que ya
tenía sabor a placer sexual porque había subido rozando suavemente sus labios mayores por debajo de
la parte sólida de su Paladini—. Siguiendo con el caso “A”: o me haces esto o lo otro en la ducha, o me lo
haces cuando salimos. Caso “B”, después de hacerme esto o lo otro me metes a la ducha y me lavas.
Marcador: tres a uno, sigues llevando la ventaja.

—Caso “C” —dijo, sacando sus pulgares del interior de su Paladini—: pasa en la ducha y en la cama,
o en la cama y en la ducha. Caso “D”: pasa en la cama, en la ducha y nuevamente en la cama.

—Marcador: cuatro a uno —se sacudió, pues Emma paseaba su dedo índice por la línea de piel que
interrumpía el elástico de su Paladini en su vientre, y eso le hacía cosquillas—. De la condescendencia:
el ochenta por ciento eres tú, y el veinte por ciento soy yo.

—Tu teoría, si es que así puede llamársele… —murmuró, tirando la parte frontal hacia abajo para ver
el color real de su piel con la intención de ver sus labios mayores, cosa que no vio en ese momento—.
Está completamente errónea —dijo, tirando todavía más para descubrir ese centímetro de evidente
división labial, la cual acariciaba con presión, con su dedo y con su mirada, de arriba hacia abajo.

—Oh, esto se pone interesante —resopló Sophia, tensando su mandíbula ante esa coqueta caricia de
Emma.
—Por una parte, creo que las proporciones las tienes donde no corresponden; tú tienes el ochenta
por ciento y yo el veinte —sonrió, presionando ese punto que cubrían, o que pretendían cubrir, sus labios
mayores, ese punto en el que yacía el cuerpo externo de su clítoris—. Es cierto: yo te lavo y te hago cosas
decentes, cariñosas, e indecentes, pero tú te dejas. Eso, para mí, cuenta como “condescendencia”
también —sonrió—. Tú sabes lo que a mí me gusta, y sabes que eso implica que me gusta que no muevas
ni un dedo para que tengas lo que quieres.

—No tan fuerte —suspiró, para luego sentir cómo Emma dejaba de presionar para sólo acariciar.

—¿Así o menos? —sonrió.

—Perfecto —cerró sus ojos de esa sonriente forma para volverlos a abrir—. Me gusta que me cuides,
que me consientas… que me exfolies la espalda y que me abraces bajo la ducha, y que me humectes, y
que me sostengas la bata para que yo sólo meta los brazos. Si tengo ganas de sushi, eso comemos. Si
tengo ganas de ir a ver “Jersey Boys”, eso hacemos. Si tengo ganas de una copa de vino, abres una
botella. Por el otro lado… me gusta el sexo, ya te he dicho que me considero ninfómana leve, si es que
el diagnóstico existe… es la fusión de ambas cosas —sonrió, encogiéndose entre hombros y volviéndose
a sacudir por las cosquillas que esa caricia le daba.

—¿Qué es lo que te gusta en realidad?

—Todo.

—¿Qué es “todo”?

—Ya te lo he dicho: me gusta perder el control —sonrió, siendo totalmente lo opuesto a Emma, quien
se regía bajo el “voy a tener un orgasmo cuando yo diga” pero que siempre lograba acomodarse a un
“ya no aguanto y ya quiero tenerlo”—. Me gusta el despilfarro de hormonas —rio.

—Hormone-junkie —rio—. No tan convencional, me gusta. Pero, ¿qué es lo que en realidad te gusta?
—repitió.

—Las sensaciones, no te puedes quejar que de que no te gusta que te roben los pulmones y el corazón
—guiñó su ojo—. De que te roben todo menos tu integridad, supongo.

—“Integridad”… —suspiró, como si la palabra no tuviera sentido.

—¡Está bien! —siseó, frunciendo su ceño, tanto por darse por vencida y porque Emma dejaba de
acariciarla—. Me gusta correrme, y lo que me haces para que me corra, ¿contenta?

—Un poco —sonrió, reacomodándole la tela sobre su piel.

—I like it when you suck it —se sonrojó.


—Suck what? —preguntó, y Sophia solo le entrecerró la mirada—. ¿Cuando te succiono qué? —
repitió.

—Todo —rio, pues no había mejor respuesta para ella—. No soy tan sensible como tú de estos… —
dijo, llevando sus manos a sus senos—. Pero me gusta.

—Si no eres tan sensible, ¿por qué te gusta? —sonrió, tomando las piernas de Sophia por debajo de
sus rodillas para abrirlas y elevarlas un poco.

—Me gusta cuando me estás haciendo algo y me ves a los ojos —se volvió a sonrojar.

—¿Algo como esto? —sonrió, llevando su mano a su monte de Venus para colocarla de tal manera
que su pulgar pudiera alcanzar su clítoris, sobre la Paladini, y hacer círculos de media presión sobre él,
mientras le clavaba sus verdes ojos en los suyos muy celestes.

—Exactamente eso. Así —sonrió, sintiéndose hundir entre la cama por el minúsculo placer que se le
empezaba a generar en aquella zona—. Así como cuando veo que muerdes y tiras de él —dijo, dibujando
un círculo, con su dedo del medio de la mano derecha, sobre su areola con su camisa de por medio.

—Por otro lado —dijo, deteniendo sus caricias sobre su clítoris—. Creo que tú eres más
condescendiente que yo.

—Creí que ya habíamos superado el tema —rio abdominalmente.

—Siempre empezamos un tema y nunca lo terminamos —resopló—. Y falta mi “teoría”, que es más
fuerte y más consistente que la tuya.

—Dime.

—Tú eres más condescendiente que yo; sé que la ropa te es relativamente indiferente, por eso no
cambias tu estilo, pero, en el departamento de lencería, sé que siempre te vistes para mí. Así que: te
vistes para mí, me dejas desvestirte, me dejas bañarte, me dejas hacer cosas decentes, indecentes y
cariñosas, cuantas veces quieras, como quiera y en donde quiera. Yo sólo te dejo cortar madera —sonrió.

—“Teoría” nueva: esa es quien tú eres, esa es quien yo soy. Tómalo como “complemento” en el
sentido de “completar” y “complementar”.

—Quizás también quiero la capa de la Mujer Maravilla —dijo de la nada.

—¿Algo de Iron Man quizás?

—No, de él ya tengo el Ego —sonrió.

—No wonder he’s so sexy —rio, dejando que sus piernas reposaran sobre la cama.
—Acuérdame de decirle a tu hermana que el Ego sí es sexy, entonces —guiñó su ojo—. Are you wet?
—sonrió.

—¿Por qué no lo averiguas tú? —Emma levantó su ceja derecha y dejó ver una sonrisa de ligera y fina
dentadura reluciente—. Si no estaba mojada, ya lo estoy —rio, pues esa ceja era omnipotente.

—Interesante —murmuró aireadamente, bajando su ceja.

—Hay algo que quiero decirte —dijo un tanto intempestivamente.

—Dimmi.

—Prometo nunca volver a decirte que no puedes tocarme.

—¿Por qué siento que no hablamos sobre lo de hace un rato?

—Porque hablamos sobre lo que pasó hace días.

—Oh… —frunció su ceño—. Bueno, no es como que no te podía tocar…

—Pero yo sé cuánto odias no poder hacerlo.

—Cierto, pero no era porque no querías… era una simple regla temporal. Además, yo sé que había
alternativas para hacer lo que querías, y estaba la alternativa de decirte que “no” y ya, simplemente
seguir.

—Bien. Sigue tocándome —sonrió, pero Emma se puso de pie y caminó hacia el mueble del televisor
para tomar la típica hielera de hotel—. Prefiero que me toques con las manos —frunció su ceño—, no
con plástico —dijo, refiriéndose a la hielera.

—No te voy a tocar con esto —entrecerró sus ojos.

—Lo sé. Era un chiste —la imitó.

—Lo sé —rio.

—Arruinaste mi chiste —inhaló falsa indignación.

—Y un Hamster en Tuvalu se murió por mi atrocidad humorística —rio cínicamente—. ¿Vas tú o voy
yo? —dijo, agitando la hielera en su mano.

—¿Para qué quieres hielo? —frunció su ceño.

—La pregunta real es si quieres estirar tu cumpleaños por seis días o si quieres celebrarlo sólo el día
que supuestamente cumples años.
—Esa no fue una pregunta, fue una afirmación que presenta alternativas —rio, sentándose sobre la
cama—. ¿Para qué quieres hielo?

—Gracias —sonrió, alcanzándole la hielera.

—Dame una buena razón para ir por hielo —suspiró, arrebatándole la hielera con pesadez.

—¿Sólo una? —rio.

—Las que quieras.

—Uno: no tengo ganas de vestirme. Dos: no tengo número dos. Tres: te conviene. Cuatro: ya te entró
la curiosidad —sonrió, alcanzándole su jeans, porque madre de Dios que no saldría en nada más corto al
pasillo.

—You’re toying with me —entrecerró los ojos, arrojando la hielera a la cama para ponerse el jeans,
el cual le quedaría un tanto flojo por ser de Emma.

—No, lo siento, no traje ningún juguete —sonrió burlonamente.

Sophia sólo rio nasalmente, subiéndose el jeans sin desabotonarlo, y, con una mirada desafiante pero
juguetona, salió de la habitación sólo para llegar al final del pasillo y llenar la hielera hasta que no pudiera
taparla; si quería hielo, hielo le daría.

Mientras tanto, Emma simplemente se volvió a apoyar del mueble y, lentamente, así como
todas las noches, se quitó su reloj y su anillo de la mano derecha; el de nogal, así como Sophia el suyo,
no se lo quitaba más que para ducharse.

—Espero que sea suficiente hielo —dijo al entrar a la habitación.

—Un cubo más y habría sido demasiado —sonrió, tomando la hielera entre sus manos para dirigirse
al baño.

—¿Me hiciste ir a traer hielo para deshacerte de la mitad? —elevó su voz en cuanto escuchó aquel
ruido que hacían los cubos al golpear el lavamanos.

—Dependía de qué tanto trajeras —dijo, dejándola llena de hielo hasta la mitad y abriendo la llave
del agua fría para llenarla hasta dos tercios.

—¿Para qué querías hielo? —se asomó a la puerta del baño, viendo a Emma secarse las manos con
una de las toallas extras, la cual se echó al hombro.

—¿Para qué crees?


—Tengo varias teorías.

—Te escucho —sonrió, tomando la hielera entre sus manos para volver a salir a la habitación.

—Creí que tenías una botella de Grey Goose, pero le pusiste agua al hielo y ya no me pareció tan
factible.

—Puede ser que ponga la botella en la hielera para enfriarla así como suelo enfriar champán en
tiempos imposibles.

—Puede ser, pero no te vi empacar una botella de Grey Goose.

—Entonces no es una botella de Grey Goose —rio, pasando de largo para colocar la hielera
nuevamente en el mueble y, disimuladamente, metió su mano en su duffel para pescar un frasco
plástico—. ¿Puedo tener mi jeans de regreso? —sonrió, que Sophia asintió en silencio y, agachando la
mirada para bajárselo, Emma enterró el frasco en el agua con hielo—. Es mi único par de Balmain.

—¿Tienes dolor de cabeza?

—No, el hielo no es para un dolor de cabeza —sonrió, tapando la hielera para llevarla a su mesa de
noche.

—¿Fiebre? —preguntó, y Emma sacudió la cabeza—. ¿Ganas de enfriar agua? —dijo, doblando el
jeans de Emma por el eje vertical para luego doblarlo por el eje horizontal.

—Hay preguntas más interesantes que esas.

—To mess with me?

—La construcción de esa frase no es precisamente la correcta; le falta un verbo y un determinante


indefinido. —Sophia frunció su ceño—. Creo —rio, dudando de los nombres de esa parte sintagmática
de cualquier idioma.

—Me estás volviendo loca —rio, queriendo patalear con desesperación al no estarle entendiendo
nada.

—Lo sé —sonrió—. Acuéstate —le dijo, señalándole la cama mientras pasaba de largo hacia la puerta.

—¿Cómo me acuesto? —preguntó, pues asumió que habría instrucciones más específicas en cuanto
al “cómo”.

—No te acuestes —rio, abriendo la puerta sólo para colgar el letrero de “Do Not Disturb” de la manija.

—Quién te entiende.
—Tú, y, a veces, yo. Enciende las lámparas, por favor —dijo, apagando la luz principal.

—No son ni las once, ¿pretendes que me duerma ya? —rio Sophia.

—No… —susurró, acercándose a su lámpara, ganándole a Sophia en encenderla, y le sonrió desde


arriba al estar ella de pie y Sophia recostada—. Hazte a un lado, por favor —sonrió, colocando la toalla
al centro de la cama para luego recostarse sobre ella y sobre un par de almohadas.

—¿Me vas a decir para qué querías hielo?

—Hop —dijo, dándose unas suaves palmadas sobre su vientre, indicándole que se colocara a
horcajadas sobre ella—. Toda pregunta tiene respuesta, mi amor —añadió, irguiéndose para atrapar la
cintura de Sophia entre sus brazos mientras la veía hacia arriba.

—¿Me vas a tocar?

—¿Quieres que te siga tocando? —susurró, introduciendo sus manos por debajo de su camiseta
desmangada para acariciar su espalda. Sophia sólo asintió—. Estás muy tibia… —sonrió.

—Quizás sólo tienes las manos un poco frías —repuso, dejando caer un poco su trasero entre las
piernas abiertas de Emma para quedar a una altura más accesible.

—Quizás… —murmuró, levantando la camisa de Sophia hasta lograr sacarla con su ayuda—. You have
such beautiful breasts —dijo suavemente, irguiéndose y paseando la punta de su nariz sobre la piel de
lo que ponía en referencia, haciendo que Sophia se sonrojara—. And such beautiful nipples… —dijo de
nuevo, dándole un beso muy superficial en la punta de ambos pezones, los cuales reaccionaron
sensiblemente al tacto húmedo y suave de sus labios—. ¿No dijiste que no eran sensibles? —sonrió ante
la reacción.

—Dije que no era tan sensible, eso no significa que no lo sea… claramente lo soy —respondió,
colocando sus manos sobre la nuca de Emma, así como siempre—. ¿Para eso es el hielo?

—¿Para qué? —sonrió, viéndola a los ojos con sinceridad.

—No, ya me respondiste —sonrió—. El hielo no es para torturarme.

—No de manera directa —dijo—. Claramente te tortura no saber para qué sí lo quería.

—¿No me vas a decir? —frunció su ceño, haciendo un puchero muy simpático.

—Te voy a enseñar, pero todavía no…

—¿Cuándo?
—Cuando esté listo —sonrió, volcándose sobre su costado, llevándose a Sophia por efecto secundario
a las almohadas—. Sabes… de verdad me gustan —volvió a sonreírle a sus ojos, que claramente se refería
a lo que su mano derecha acariciaba.

—Asumiendo que no has visto tantos… —entrecerró sus ojos—, ¿”gracias”?

—¿”De nada”? —resopló—. Y depende de cuántos sean “tantos”.

—¿Diez?

—¿Diez pares o cinco pares? —rio.

—Diez mujeres.

—Mmm… —entrecerró sus ojos—. Hollywood hace maravillas —rio.

—Me refería a que si las habías visto de cerca.

—No, no llego a diez —sonrió—. Hay varias que no cuentan.

—¿Por qué no? —frunció su ceño.

—¡Ay, porque ahí estoy incluyendo a mi mamá! —siseó, ahogándose en un rojo que a Sophia le dio
demasiada risa.

—Pero eso es normal —dijo con la resaca de su risa—. ¿Quién no lo ha hecho?

—Te voy a preguntar algo realmente incómodo.

—¡Por favor! —siseó, sabiendo que era de las preguntas que más la divertían.

—¿Qué tan igual eres a tu mamá? —preguntó Emma, ahogándose en un rojo más intenso que el del
fondo de la bandera de Albania.

—Asumiendo que no quieres detalles… —murmuró, viendo a Emma sacudir su cabeza rápidamente y
con la mirada muy ancha—. Puedes estar muy tranquila —sonrió, y Emma respiró aliviada.

—Perfecto. ¿Podemos dejar el tema de nuestras progenitoras fuera de la cama, digamos… “para
siempre”?

—Yo no traje el tema, fuiste tú —rio—. Pero lo prometo.

—Gracias —suspiró, dejando caer su cabeza en aliviada resignación—. Ahora, ¿en qué estábamos?

—En que te gustan mis full-Bs.


—Cierto… quién diría que esa niña rubia, demasiado rubia y demasiado exhibicionista, que tienes en
una fotografía en uno de tus álbumes, crecería para tener esto… —susurró, llevando sus labios a su pezón
derecho para, con su mirada clavada en la suya, succionarlo y tirarlo; tal y como a Sophia le gustaba.

—¿Exhibicionista? —jadeó—. Tenía tres años.

—Topless es topless a la edad que sea —dijo, volviendo a atrapar su pezón entre sus labios, pero esta
vez no lo succionó, simplemente jugó con él con su lengua.

—Muérdelo —suspiró, y Emma, que también se regía bajo “sus deseos son órdenes”, atrapó su areola
entre sus dientes y tiró suave y lentamente de ella, mostrándole un poco sus dientes para que viera que
la mordía y que no la succionaba, pues la parte visual podía entrar en conflicto con el tacto—. Tal vez sí
soy un poco sensible —sonrió.

—Sí lo eres —dijo, llevando su dedo a la areola recientemente abusada para trazar suaves círculos
cariñosos.

—Pero no tanto como tú…

—¿Qué significa eso? —resopló, atrapando su erecto y pequeño pezón entre su índice y su pulgar
para pellizcarlo y retorcerlo con gentileza.

—Te estornudo encima de un pezón y ya te mojaste —rio por su propia exageración.

—Dios bendiga al que inventó los sostenes de copa dura —sonrió, sabiendo que era muy cierto; era
hipersensible, ¿y qué?

—Si tan sólo utilizaras sólo de copa dura… —suspiró, pues Emma había pellizcado su pezón con mayor
fuerza.

—Para sostenes hay camisas, y para camisas hay sostenes —guiñó su ojo—. Pero hablamos de tus
pezones, no de los míos.

—Harder… —susurró, para luego gruñir de placer al Emma pellizcarla como le había pedido—. Now
suck it.

—Yes ma’am —sonrió, llevando sus labios al pezoncito para reconfortarlo ante la brutalidad social de
su abuso; masajeándolo entre labios y lengua, dándole besos superficiales que sólo contribuían al
sonriente hormigueo que sentía Sophia en esos momentos—. ¿El otro también?

—¿Compras sólo el Louboutin derecho? —sonrió.

—Buen punto —resopló, dirigiéndose a su pezón izquierdo para darle la misma atención.
—No es un punto, es un pezón —pretendió corregirla, pero Emma ensanchó la mirada de tal manera
que Sophia se congeló en tiempo y espacio para que el pánico la sofocara lentamente, pero,
gradualmente, una sonrisa fue empujando la ceja de Emma hacia arriba, la misma sonrisa que terminó
entre los labios de Sophia mientras era atacada a cosquillas en su cintura, que no se podía mover porque
tenía el peso de Emma encima y la risa nasal contra su cuello; doble cosquillas—. ¡No! ¡No! —se quejaba
entre una carcajada que hasta a mí me hacía sonreír, sacudiendo sus piernas, intentando que Emma le
dejara de hacer cosquillas, pero era imposible entre tanta risa que empezaba a tener repercusiones
abdominales en la rubia—. ¡Emma! —reía como en aquella fotografía que recién mencionaban—.
Apples, apples! —jadeó, y Emma se detuvo, irguiendo su mirada para encontrar la de Sophia, la cual
lloraba literalmente de la risa.

—You’re so beautiful —susurró Emma, peinando su flequillo tras su oreja mientras la veía
brillantemente a sus ojos, con ese amor incontenible—. So, so beautiful… —sonrió, limpiando las risibles
lágrimas que se habían escapado de Sophia, esas lágrimas que sí le gustaba provocarle.

Sophia sonrió sonrojadamente entre sus jadeos de abdomen cansado y temporalmente adolorido, pero
no podía dejar de verla a los ojos, quizás porque decían más de lo que decían sus cuerdas vocales en
conexión con su cerebro; era más puro y sin menos filtro, más vulnerable y más sensible, más emocional
y sentimental.

Emma se acercó a sus labios pero no la besó, simplemente la vio de cerca, muy de cerca para
construir una transfusión de indirectas y tibias exhalaciones.

Y tuvieron ese momento en el que las sonrisas se fueron desvaneciendo en la lentitud más larga
de un segundo, así como cuando se vieron a los ojos la primera vez que se despertaron una al lado de la
otra, así como cuando se vieron a los ojos después de que Emma pudo verbalizar esas dos simples y
sencillas palabras, “te amo”, así como cuando se daban cuenta de que todo estaba bien, de que todo
estaba perfecto, esa manera en la que implicaba más que un enamoramiento adolescente,
desencadenado, hormonal e idiotizante, esa manera en la que el corazón, o sea el músculo, lograba
acelerarse divinamente.

Un segundo fue lo que le tomó a Emma rozar sus labios con los de Sophia, dejándolos estáticos mientras
la punta de su nariz rozaba el costado de la suya, que sentía cómo el tórax de Sophia intentaba relajarse
para respirar con mayor ligereza.

—Te amo —susurró Sophia casi inaudiblemente, apenas rozando los labios de Emma cuando pronunció
aquella fugaz “m”.

—¿Te casarías conmigo? —preguntó de la misma manera.

—Mañana mismo. ¿Y tú conmigo?

—Always… —dibujó una milimétrica sonrisa mientras ahuecaba su mejilla sin alejarse de sus labios—
. Y te amo tanto… tanto… tanto…
—¿Por qué no me besas? —se sonrojó.

—I’m taking it all in —se sonrojó también, que ambas se contuvieron el “that’s what she said” para
no arruinar el momento.

Sophia rio a través de su nariz mientras sacudía su cabeza ligeramente y, con un impulso de pocos
milímetros, logró alcanzar los labios de Emma para sentirse completa, para sentirse suya con la pausada
delicadeza con la que Emma acariciaba sus labios con los suyos, y que su respiración era más tranquila
que nunca; tranquila, liviana y suave, que no forzaba nada ni con sus manos ni con su cuerpo,
simplemente la estaba besando.

Su lengua apenas rozaba sus labios antes de esconderse, sus labios no se despegaban ni cuando
concluían el período; besos a un solo labio, a los dos, suaves tirones, apenas caricias, nada de un beso
hambriento y alocado, nada sexual sino sensual y seductor: cariñoso.

—Yo también te amo —susurró Sophia, todavía con sus ojos cerrados por el beso que había concluido
porque se había detenido a pesar de no haber un retiro real—. Y… gracias.

—¿Por qué?

—Porque te importa —sonrió, pero Emma no logró entender, y yo tampoco—. Te estresa más saber
cómo quieres que celebre mi cumpleaños, o qué quiero de regalo de bodas, o que no tuvimos
Springbreak y que me faltarán mis vacaciones… te estresa más todo eso que el hecho de que estén
evaluando el Estudio, y que tengas que ver cómo solucionas al tercer socio.

—¿Tercer socio? —preguntó, ensanchando su mirada.

—Alec me dijo —se encogió entre hombros, y Emma sólo suspiró por no gruñir, aunque, mentalmente
y en un abrir y cerrar de ojos, lo asesinó y lo revivió mil veces sólo para volver a asesinarlo y siempre de
una forma más creativa.

—Mis prioridades están en orden, y el tercer socio está en el puesto número no-está-en-mi-lista…
pero, ¿podemos no hablar de trabajo?

—Sólo quería resaltar que te agradezco que te importe.

—Eres importante —sonrió, no sabiendo exactamente cómo responder a un agradecimiento de ese


tipo—. Eso no se agradece, se gana.

—De todos modos y de todas formas: gracias.

—De nada —sonrió de nuevo, y, para matar el tema, le dio otro beso corto en sus labios.

—¿Para qué es el hielo?


—Creí que ya se te había olvidado —resopló, y Sophia sacudió su cabeza—. ¿Quieres uno?

—Supongo —se encogió entre hombros mientras Emma estiraba su brazo para sacar un cubo ya un
poco derretido—. ¿Me hiciste ir a traer hielo para jugar con él conmigo? —rio, empezando a pensar ya
un poco acorde a las intenciones de Emma.

—¿Quieres que juegue con él? —preguntó, colocándose el cubo derretido entre sus labios para
quitarle el exceso de agua.

—Lo que tú quieras —sonrió.

—Es tu cumpleaños, dije que habría condescendencia al máximo.

—Y es mi decisión que me hagas lo que quieras —dijo, abriendo sus labios para recibir el cubo de una
manera que no esperaba: con los dedos, nada sexy.

—Tengo que repetirlo —dijo, y Sophia le enrolló los ojos con desesperación—. Tengo que repetir que
tienes un par de Bs perfectos.

—Ah, eso —se sonrojó—. ¿De verdad te gustan?

—¿A ti no?

—No es eso, es sólo que a veces creo que son pequeñas —frunció su ceño.

—¿Pequeñas? —resopló—. Treinta y cuatro B es básicamente lo mismo que treinta y dos C; son una
copa B llena, lo que significa que estás básicamente a una pulgada de mi talla y a pocos centímetros
cúbicos de mi copa, lo cual no considero que sea pequeña…

—Tómalo con calma, no estoy pensando en recurrir al cirujano plástico de Margaret —rio, haciendo
que Emma pudiera respirar tranquilamente, pues, de alguna forma, la plática con Natasha, esa que había
tenido hacía unas cuantas horas, le había empezado a perforar la seguridad en sí misma.

—Ni se te ocurra —concluyó con una indignación real ante la idea—. Así me gustan, así me fascinan…
así las quiero.

—Ahora que hemos cubierto el tema de mis senos —sonrió, sabiendo que la rectitud de palabras iban
con Emma—. ¿Puedes tocarlos como se debe?

—Gracias —sonrió.

—Y besarlos… y morderlos…

—Now we’re talking.


Cayó con sus labios entre los implicados para llenarla de besos suaves y sin estrategia, besos que se
convertían en mordiscos y en sonrisas que rozaba contra su piel mientras apretujaba lo que tenía que
apretujar como si fueran del material más frágil que podía existir.

Bajó por entre ellos para aplicar los mismos requisitos en su abdomen, mordiscos que ahora daban
cosquillas y besos que relajaban las previamente mencionadas. No había nada que apretujar, pero eso
no impedía que le gustara jugar con su ombligo sólo porque sí, y porque le daba cosquillas.

—Sería pecado no repetirlo —susurró, acariciando suavemente la línea de piel que marcaba el límite de
la tanga, y, así como la vez anterior, Sophia se contrajo superficial y muscularmente por las cosquillas
que el roce le provocaba—: me fascina cómo te queda —dijo, refiriéndose a la tela que se interponía
entre ella y la entrepierna desnuda de Sophia.

—¿Sí? —resopló, irguiéndose un poco con la ayuda de otra almohada que colocaba bajo su cabeza.

—Mjm… —asintió deslizando su dedo por el centro vertical de su entrepierna hasta llegar a ese punto
en el que ya no había nada por acariciar por culpa de la toalla y la cama—. Además, es perfecta.

—¿Porque es negra?

—Aparte —sonrió, acercándose con su rostro a su entrepierna pero sin quitarle la mirada a Sophia de
la suya.

—¿Entonces? —cerró sus ojos ante el roce de la punta de la nariz de Emma contra la línea derecha
de su bikini.

—Sólo lo es —sonrió de nuevo, ahora recorriendo la línea izquierda, de abajo hacia arriba.

—¿Por qué? —resopló nerviosamente, intentando contenerse el reflejo de cerrar sus piernas ante las
cosquillas que esa caricia le provocaba.

—Porque no es densa —dijo y, sin tanta sorpresa, clavó su nariz contra aquella sólida parte que era
una ligera mezcla de seda, tul y encaje—. Y puedo hacer esto sin ahogarme.

—Gee…! —gruñó Sophia al sentir cómo la nariz de Emma se enterraba entre sus labios mayores, por
encima de la composición de la tela, e inhalaba profundamente de la fragancia que la definía sin filtros
y sin alcoholes, y Sophia intentó huir por reacción natural de inconsciente y subconsciente vergüenza,
pero Emma la detuvo al aferrarse a su cadera mientras mantenía sus muslos abrazados.

—Don’t run away from me —murmuró al terminar de inhalar uno de sus placeres que no eran tan
pecaminosos a pesar de que así los catalogaba por la naturaleza pornográfica que lo definía, y se expresó
con un conmovedor, pero gracioso puchero.

—I’m not —rio—, sólo no me lo esperaba… además, da cosquillas.


—Lo siento, no me pude contener —se sonrojó—. Hueles extremadamente bien…

—Gee… —resopló sonrojada.

—Sí sabes que “Gee” es “pussy” en irlandés, ¿verdad? —rio, y Sophia sacudió su cabeza con una risa
que intentaba contenerse.

—“Dios mío” —se corrigió—. “Oh, my God!”

—Me gusta cuando te acuerdas de mi tercer nombre —guiñó su ojo, haciendo que Sophia ya no
pudiera contenerse la risa, la cual exteriorizó en forma de carcajada, carcajada que hizo sonreír a Emma
hasta casi hacerla reír por igual, y tenía ganas de reír, pero no se comparaban con las ganas que tenía de
hacer cosas que se encontraran en el punto de medio de la decencia y la indecencia.

—O-oh! —suspiró, viéndose entre el inminente corte de su carcajada ante el ataque de la lengua de
Emma, la cual coqueteaba con su zona más erógena por encima de su tanga—. You’re such a tease… —
sonrió, llevando sus manos a la cabeza de Emma para enterrar sus dedos entre el moño flojo—. ¿Qué
verbo y que determinante faltaba en aquella frase? —suspiró, siendo la más sonriente de las víctimas
del abuso.

—¿Cuál frase? —dijo, hablando claramente con la boca llena.

—“To mess with me”.

—Yo sé que ya sabes —rio, y, como si estuviera haciendo nada en especial, como si estuviera
relajándose entre una conversación por entretenimiento, llevó sus piernas a esa típica ortogonal
posición en la que sus pies jugueteaban entre sí y se entrelazaban mientras amenazaban con dejarse
caer nuevamente sobre la cama—. Y, si no lo sabes, averígualo… después de todo, estás acostada sobre
una toalla.

—Eso es porque intuyo que me vas a hacer eyacular —resopló, pero cerró sus ojos de esa manera que
enloquecía a Emma como pocas cosas en el mundo, cosas que sólo Sophia lograba.

—¿Eso quieres?

—Lo que quiero es que dejes de darle sexo oral a una tanga y que me lo des a mí —rio, viendo la
mirada ancha de Emma, esa mirada que mezclaba la sorpresa con la diversión; ese término que yo
conozco como aroused amusement.

—A veces dices unas cosas… —resopló con esa sonrisa que relevaba al estado boquiabierto en el que
se encontraba.

Sophia, con una sonrisa que crecía de oreja a oreja, le dibujó un “I know” mudo con sus labios, por lo
que Emma, actuando veloz y audazmente, tomó la parte frontal de la tela negra, ese triángulo, y lo apuñó
de manera vertical para luego halarlo hacia arriba con fuerza, haciendo que la tela se escabullera, por
obligación, entre los labios mayores de Sophia y aprisionara su clítoris y sus labios menores, así como la
tensión que se había creado en cierto área de su trasero; un wedgie frontal que tenía repercusiones
naturales traseras también. La sonrisa cambió de dueña, pues se le dibujó a Emma en cuanto la
satisfacción de la expresión facial de Sophia la había invadido: se había desplomado en una descripción
de entrecejo hacia arriba, ojos cerrados, reacción labial lasciva entre dientes y un gruñido, y su cabeza
cayó rendida contra las almohadas.

—Emma… —logró suspirar, pues, claro, su placer tenía nombre, apellido, y múltiples intenciones que
conocía y que desconocía pero que se moría por conocer.

—“To make a mess with you” —sonrió, y llevó sus labios a sus labios mayores para empezar a
besarlos.

—¿Me vas a hacer eyacular? —dijo entre aires de entrecortada consciencia.

—Estoy para complacerte —respondió—, quiero complacerte.

—¿Me vas a meter un hielo? —levantó la mirada, creyendo haber tenido una de las epifanías que más
temía.

—Scusi? —rio, dejando de darle besos a sus labios mayores.

—¿Me vas a meter un hielo? —repitió.

—¿Por qué haría eso? —continuó riendo.

—“Cosas indecentes”.

—No, eso ya cae en la categoría de la crueldad —sacudió su cabeza—, jamás te “metería” un cubo,
algo que tiene esquinas, en algo tan lindo, y circular…

—¿En mi clítoris?

—Creo que es imposible meter un hielo en un clítoris —sonrió graciosamente.

—Frotarlo —entrecerró sus ojos.

—No.

—¿Para qué es el hielo?

—Olvídate del hielo, ¿sí? —sonrió, devolviéndose a sus labios mayores para mordisquearlos.
Sophia sólo asintió y se volvió a recostar sobre las almohadas para disfrutar de las divinas crueldades de
Emma, quizás eso de ir a traer hielo no había sido nada relevante para la noche, quizás y sólo era para
jugar con su grado de estrés, «sí, eso debe ser». Pero era para todo; para estresarla, para tener hielo a la
mano, para enfriar algo que se conocía, en toda cultura, a toda hora y en equivalencias en las respectivas
lenguas mundiales, como “lubricante”, algo que había descubierto con la misma emoción con la que
presumió que Cristobal Colón había descubierto América en su momento, y que, en realidad, no era más
que un redescubrimiento.

x/x

“Salmón a la parrilla con salsa de aguacate”, o algo así. Era una porción generosa de saludable y rosado
salmón al que James le había robado el sabor al haberlo arrojado a la parrilla para dibujarle las exquisitas
marcas que delataban el proceso; había sido marinado en una mezcla de aceite de oliva, sal, paprika,
cilantro, comino, polvo de cebolla y ajo y pimienta negra. Rebanadas de aguacate, cebolla morada,
pimientos rojos, amarillos y verdes finamente picados, hojas de cilantro, jugo de limón y aceite de oliva,
habían sido enfriados con anticipación. Tres o cuatro patacones, y una porción de arroz blanco. Justo
como a Emma le gustaba; sin espárragos en el plato, choque de lo caliente del salmón con lo frío de la
salsa de aguacate, arroz nítidamente blanco y sin intentos de arrojar cualquier ***** (mierda decorativa)
para subirlo de nivel, «porque sólo es arroz», y los patacones para añadir el crunch necesario. Sí, James
conocía las kryptonitas de Emma. Además, de postre, se había tomado la molestia de hacer una galette
de fresas y ruibarbo con un helado de vainilla con un dash de bourbon. Todo para seducir el estómago
de Emma porque iban a hablar de negocios.

—Oh… —musitó Emma en cuanto James terminó de explicarle cómo quería la cocina del nuevo Dean &
DeLuca que querían abrir en el Financial District, algo que Phillip apreciaría con demasiados
agradecimientos y dólares que ya no tendría Starbuck’s—. Es un proyecto muy bonito, James —asintió,
con esa pose compuesta de su brazo izquierdo abrazando su cintura, siendo el soporte de su codo
derecho mientras su mano simulaba una “L” con sus dedos pulgar e índice y presionaban sus labios de
manera pensativa.

—¿Pero?

—Realmente… —comenzó a decir sin quitarle la vista al plano y a los dibujos cavernícolas de James.

—Es por el presupuesto, ¿verdad? —la interrumpió.

—No es mi área de expertise —le dijo—, o sea, yo te puedo ayudar con la ambientación sin ningún
problema, pero en la parte de los muebles que quieres… no lo sé, creo que no soy la persona más
adecuada.
—Pero si no es primera cocina que harías, hiciste la de Margaret.

—Es una cocina doméstica, una cocina que ella escogió de entre una pila de catálogos que ofrecían
flexibilidad por manufacturación en terceras manos —le explicó—. Tú quieres una cocina personalizada,
y, con el presupuesto que tienes… no creo que puedas cubrir a dos personas. —Emma y James levantaron
la mirada para ver a una Sophia que conversaba tranquilamente con Julie, quien había soltado la lengua
tras una que otra copa de vino blanco que venía siendo llenada desde las dos de la tarde sin parar—
. Sophia —la llamó con una sonrisa—, ¿puedes venir un momento, por favor?

—¿Para qué soy buena? —sonrió, poniéndose de pie y caminando hacia ellos, hacia la mesa del
comedor.

—James quiere consultarte algo —entrecerró los ojos, y Sophia rio porque sabía exactamente qué
tipo de respuesta pudo haber salido de su boca.

—Dime —rio guturalmente, y Emma le cedió su asiento, pues huiría de ahí para anular presiones y
comentarios al respecto, de igual modo se había desentendido de un potencial proyecto y no
necesariamente porque quería darle un proyecto a Sophia; ya tenían bastante con lo de Patinker.

—Dejemos a los de la cocina hablar de cocinas —sonrió Emma, dejándose caer al lado de una Julie
que tenía tanto glamour y tanta felicidad como un recién atropellado—. What’s up?

—No mucho —bostezó contra su puño.

—¿Día rudo?

—Tengo un paciente que… —suspiró, sacudiendo su cabeza y llevando la copa a sus labios—. Un
paciente que desde siempre he dicho que no necesita terapia de nada, lo único que necesita es que sus
papás le expliquen dos o tres cositas… pero como que se les congelaron las pelotas y los ovarios con lo
del Polar Vortex porque me pagan para que busque y arregle un problema que no existiría si no fuera
porque… —ahogó su voz y gruñó—. Los papás son los que necesitan terapia urgente.

—Nunca te había escuchado hablar de tus pacientes —le dijo Emma.

—Esto trasciende la ética y el privilegio paciente-terapeuta —rio—, así de estúpido es el caso.

—¿Me cuentas?

—Un niño de cuatro años les abrió la puerta a los papás cuando estaban en lo mejor de… tú-sabes —
rio.

—Hermosa imagen —murmuró, tornándose un poco verde ante el pensamiento empático.


—Shit hit the ceiling no porque el niño vio cómo es que los adultos se divierten… sino porque vio que
el papá estaba ahorcando a la mamá mientras tú-sabes.

—The fuck… ¿ahorcando?

—No “ahorcando”, pues, le tenía la mano en el cuello… y la señora por supuesto que se estaba
ahogando pero no porque la estuviera matando, sino porque se la estaban cogiendo —rio.

—The fuck… —sacudió su cabeza con esa mirada de confusión—. ¿Por qué “ahorcarías” a alguien?
Digo, si ya te cuesta respirar en ese momento, ¿cómo se te ocurre hacer eso?

—Tan linda —rio, y Emma se confundió todavía más—. El punto es que ahí jugaron dos cosas: papá
intentó matar a mamá, y papá se estaba cogiendo a mamá hasta casi sacarle los sesos por las orejas…
el niño vio eso, los papás se dieron cuenta de que tenían público, el niño salió corriendo.

—Tuve cuatro años hace veinticinco años, creo que la reacción que hubiese tenido no la conozco.

—Cuando me lo llevaron, a principios de febrero, fue porque el niño no hablaba y creían que era por
ese episodio; creían que lo habían traumatizado al punto de quitarle el habla, pero el enano conmigo
habla de lo más normal, y con ellos también… el problema es que los papás creen que el enano debería
estar hablando hasta por los pelos, y el enano es simplemente tranquilo, cosa que ya les dije no sé cuántas
veces. El enano come bien, no tiene daño cerebral, así como lo sugirieron los papás que tienen un amplio
conocimiento de internet sobre neurología y psicología, habla de lo que un niño de su edad normalmente
habla, simplemente no habla tanto como el hijo de la vecina, que habla hasta que vomita el desayuno.

—Ciento veinte dólares por la hora… no te quejes —rio.

—No, no me quejo de eso, sólo pienso que los papás necesitan ayuda urgente… o que dejen de
imaginarse cosas, o que le expliquen algo con más sustancia que sólo “estábamos jugando”.

—Jugando “tute” —rio.

—Mírate, y yo que te creía más inocente —sacó su lengua.

—Eso se llama “imaginación”, Julie, así como los papás de tu enano.

—Me mataste —sacudió su cabeza con una sonrisa.

—¿Puedo preguntarte algo? —le preguntó intempestiva e improvisadamente.

—Sure.

—¿Por qué la estaba ahorcando?


—¿Es en serio? —ensanchó la mirada, y vio a Emma sonrojarse por primera vez desde la conocía—
. ¿Nunca te han ahorcado? —Emma sacudió la cabeza—. Bueno, voy a corregir el término, no es
“ahorcar” es “asfixiar”, y, habiendo aclarado que es asfixia, se llama “asfixia erótica”, o “hipoxifilia” si
prefieres el término más erudito —rio.

—¿Control de respiración? —susurró.

—Eso es cuando lo haces tú sola, y que, porque sabes de qué hablo, probablemente ya lo has hecho,
pero, cuando se lo haces a otra persona, simplemente alteras la circulación de sangre, no le cortas el
aire… es una mierda cerebral que tiene que ver con oxígeno y endorfinas y otras mierdas.

—¿Pero ahorcar a alguien? —preguntó con cierto tono retórico mientras veía sus manos.

—No lo veas como algo tan malo —sonrió, tal y como Natasha solía sonreír cuando notaban que algo
no lograba ser asimilado, esa sonrisa de Psicóloga, esa sonrisa de comprensión y paciencia—. Sólo lo
haces por unos segundos, tres o cuatro, mientras te dejas ir… tampoco se trata de desmayar… aunque
suele suceder.

—¿James te asfixia?

—A veces, no siempre… ¿no sabes cómo nos conocimos? —rio.

—En Bungalow 8.

—¿Pero sabes cómo fue que realmente nos conocimos? —Emma sacudió la cabeza—. Su pick-up line
fue: “Pareces ser del tipo de mujer a la que le gusta que la asfixien”. —Emma ensanchó la mirada y dejó
que su quijada sufriera de la caída libre—.Una hora después me estaba licuando los sesos en el piso de
su apartamento.

—Increíble… —suspiró, empuñando sus manos.

—Asumo que tu “rough sex” no es realmente tan rudo, ¿no?

—No sé siquiera si tengo “rough sex”. —Julie dejó que su quijada imitara la de Emma—. No creo saber
lo que eso significa en realidad.

—Un poco de hair pulling, slapping, spanking really hard, contra la pared, sujetar contra la cama y un
sprint de veinte minutos de meter y sacar —se encogió entre hombros—. En tu caso debe ser más un hair
pulling, slapping, spanking really hard, un poco de bondage, un strap-on y no sé qué más; nunca me he
acostado con una mujer.

—Oh… —rio un tanto incómoda.


—Si no lo tienes, quizás es suerte… —le dijo—. Es difícil cuando James quiere y estoy tan cansada que
soy prácticamente una cuna de falta de excitación…

—Bueno, también te mereces un día de descanso, ¿no crees?

—El hecho de que no me excite en un principio no significa que no me excito en lo absoluto, siempre
lo dejo que me empiece a coger —rio.

—Me duele sólo de imaginármelo —se retorció.

—¿Por qué crees que duele?

—Porque si me molesta un dedo, es de asumir que algo más grande duele. —Julie rio, y, tomándose
unos segundos para quién-sabía-qué, terminó su última copa de vino blanco—. ¿Qué?

—Ven conmigo —dijo, poniéndose de pie y apuntándole con la cabeza que irían al dormitorio—. Sabrá
Dios cómo has llegado a los veintinueve sin conocer el mejor descubrimiento desde la penicilina —rio,
abriendo la gaveta de su mesa de noche para sacar un frasco que era tan chic que pasaba por perfume—
. Se llama “lubricante”, ¿lo conoces?

—Claro que lo conozco, es sólo que no lo uso —rio, tomándolo en su mano.

—¿Por qué no?

—No soy fanática —sonrió.

—¿Fanática de la idea o fanática de usarlo?

—Del lubricante en general, no me gusta —dijo, y Julie frunció su ceño—. ¿Qué?

—¿Cómo no te va a gustar mojarte?

—Eso me da igual, pero si se trata de tocarme… no lo necesito.

—Espera, espera —sacudió su cabeza y le clavó su mirada llena de escepticismo y confusión—


. ¿Quieres que crea que no te disgusta la sequedad?

—No soy una minusválida sexual —entrecerró sus ojos—, tengo el potencial para alcanzar cualquier
estrellita; con o sin lubricante. Se llama “control de respiración” —guiñó su ojo—. Además, la idea de un
lubricante, la idea de que sea viscoso y pegajoso… me da asco en realidad —dijo, dándose cuenta, en ese
momento, que era prácticamente lo único que podía darle asco, y era bueno porque era sintético.

—No es pegajoso ni viscoso —frunció su ceño, y, con buenas intenciones de reformar un pensamiento
escéptico, presionó la bomba de aquel frasco de cien mililitros para que una gota cayera sobre el dedo
índice de Emma—. Frótalo entre tus dedos —le dijo, y Emma, muy incómoda, lo hizo hasta que, en
cuestión de dieciocho segundos, aquella sustancia básicamente se había evaporado—. Base de agua, lo
mejor que existe —sonrió, notando que Emma todavía inspeccionaba sus dedos de toda forma posible:
visión, olfato y tacto.

—Seguramente —balbuceó—, pero es la falta de fricción la que me molesta… es demasiado


resbaladizo.

—Haz una cosa —sonrió, metiendo la mano nuevamente en la gaveta para guardar el frasco, y sacó
la versión miniatura de quince mililitros—. Llévatelo.

—¿Para qué? —rio.

—Para que te lo comas con cereal —dijo con esa mirada sarcástica, y Emma rio—. Pruébalo, verás que
la fricción no es la misma… además, si no te gusta, es más fácil limpiarlo que limpiar el natural, si es que
sabes a lo que me refiero —dijo juguetonamente—. Y yo sé que no me estás pidiendo ningún consejo,
porque Emma Pavlovic no pide consejos, y asumo que especialmente si se trata de placer sexual —rio—
, pero… si lo enfrías… —sólo asintió.

—Ya tuve un hielo en esas coordenadas, y no fue tan placentero como cualquiera creería —sacudió su
cabeza.

—Ése es el punto, no es un hielo… dos o tres gotitas, porque ya me dijiste que no te gusta tan poca
fricción, y lo vas a calentar… sólo se trata de jugar con la temperatura, no de que te quemes con hielo —
sonrió—. Cuando termines vas a pensar en llamarme para agradecérmelo, porque un iMessage o un
Whatsapp no será suficiente —guiñó su ojo, y cerró la gaveta.

x/x

Emma tiraba periódicamente de la parte que apuñaba, y tiraba de cierto modo que no sólo rozaba sino
que presionaba también; era una masturbación ajena que se complementaba con succiones y mordiscos
que, en un final, estaban ya tal y como a Emma y a Sophia les gustaban; a Emma por la simple estética,
a Sophia porque la sensibilidad era fuente de placer, de genuino e innegable placer.

Soltó, liberó lo que tenía aprisionado entre el tul y el encaje, provocándole un suspiro de
placentero alivio a la rubia que había empezado a respirar con mayor pesadez, y, con una mirada traviesa
de concupiscente sonrisa entre dientes, apartó el obstáculo textil para darle un vistazo a la maravilla
estética, eso que debían haber diseñado con acuarelas y pinceles.
—You are so beautiful —suspiró ante la imagen, y Sophia, ante la exhalación que se había enfriado en el
trayecto, se contrajo e intentó huir por el reflejo que la caricia de la respiración de Emma le había hecho
en esas tan sensibles partecitas.

—Emma… —rio suavemente con un ligero rubor en sus mejillas.

—Es que… —suspiró de nuevo—. Es tan linda…

—Ah, hablabas con ella —bromeó.

—Y contigo también —levantó la mirada.

—¿De verdad te parece “linda”?

—Sure do, looks innocent… it’s a beautiful pussy —sonrió.

—¿Inocente? —rio—. Definitivamente no ha experimentado cosas inocentes.

—¿Rudas?

—No que yo me acuerde.

—¿Feas?

—Tampoco.

—¿Hirientes?

—Sí —rio, y Emma ensanchó la mirada, la cual estaba que rebalsaba de miedo, frustración y culpa—,
como ahorita… la estás torturando.

—Ah… —sonrió aliviada—. Es que no me ha dicho qué quiere que le haga.

—De aquí a que una vagina hable… —resopló, y Emma entrecerró sus ojos—. Quiere que le des un
besito.

—¿”Un besito”? —ladeó su cabeza, así como si no entendiera.

—Uno chiquitito chiquitito —dijo, simulando una pizca con sus dedos—. Pero que sea rico.

—¿Y en dónde lo quiere?

—Aquí —sonrió, llevando su dedo índice a su clítoris sólo para señalarlo.


—¿Aquí? —murmuró, llevando sus labios a él para darle el besito chiquitito chiquitito pero rico, y
Sophia asintió con una sonrisa—. ¿Otro?

—Por favor —suspiró.

Emma le dio otro, y le preguntó con la mirada si quería otro, a lo cual Sophia respondió que sí, y se lo
dio, y volvió a preguntarle si quería otro, y otro, y otro, y otro, y cada vez se transformaban en algo más;
pasaron de ser chiquititos chiquititos a serchiquititos, a ser chiquitos, a ser besos, a ser “be…sos”, que,
de no ser por la humedad que delataba los besos que se transformaban en succiones y en cosquillas
labiales, habrían sido mudos.

Las succiones eran suaves alrededor de su clítoris y de sus labios menores, pero eran intensas,
y la hacían jadear así como había jadeado la noche anterior también. Ah, mis ninfómanas favoritas. Veía
a Emma hundirse entre sus piernas con los ojos cerrados, y la veía tirar de sus labios menores, y eso sólo
lograba excitarla más. La veía detenerse, abrir los ojos y llevar sus dedos a su clítoris para frotarlo con
una textura distinta a la de su lengua, con diferente presión y precisión, y luego volvía a adherirse a su
clítoris con sus labios, para luego bajar con su lengua y acariciar su USpot y comprobar la rigidez de sus
labios menores en cuanto su lengua los rozaba, mordiscos y succiones a sus labios mayores, y dientes
que sólo coqueteaban y pretendían mordisquear su clítoris, pero ella no estaba concretando nada
porque Sophia no le decía que quería que cambiara, que, de no hacerlo en unos cuantos segundos, ella
tomaría la decisión de dejarla riendo entre jadeos.

—Quítamela —jadeó de repente, y a Emma no le tomó ni tres segundos en llevar sus manos a su cadera
para empezar a deslizar la Paladini hacia afuera—. ¿Sabe bien?

—Como no tienes idea —sonrió, y sonrió doble porque Sophia levantaba sus piernas una junto a la
otra para compactar su entrepierna de esa forma que sabía que a Emma le gustaba también, aunque,
después de todo, a Emma le gustaba de todas formas y en todas las posiciones y compresiones que
existían—. Jesus Christ… —rio, sacudiendo su cabeza mientras arrojaba la Paladini a ciegas.

—Así me quiero quedar por unos momentos —le dijo, abrazando sus piernas, por el interior de sus
rodillas, para mantenerlas en tal íntima y reveladora posición.

—Sabia decisión —sonrió, recostándose de nuevo sobre su abdomen para quedar a la altura
perfecta—. Eres perfecta, Sophie… —susurró, trazando líneas de roces aduladores con su dedo índice
por la línea vertical que con tanta gracia separaba esa entrepierna—. Simplemente perfecta, mi amor —
sonrió, y le dio un beso en lo que ya se consideraba su trasero.

—¿Te gusta esto? —le preguntó, llevando su dedo índice a su vagina para introducirlo en ella sin
dificultad alguna por la bastedad de excitación líquida que la había colmado y que la seguía colmando.

—Es her-mo-sa —sonrió, dándole un beso a su nudillo índice.

—¿Y esto? —dijo, acariciando su perineo con el mismo dedo.


—I think it’s amazing —respondió, dándole un beso al área señalada por sobre el dedo que se
interponía entre ella y la corta longitud que se estiraba por la posición en la que Sophia estaba.

—¿Y esto? —suspiró, pues su mismo roce se lo provocó.

—Me fascina —dijo con sinceridad, y se ahorró el “Freud habría tenido un buen sujeto de estudio
conmigo”—. Can I kiss it?

—Yo no sé si puedes besarlo, Emma Marie… —sonrió, retirando su dedo de aquel agujerito que
implicaba toda fijación y tema tabú que no salía de entre ellas dos, y quizás de Natasha y Phillip, pero
ellos no cuentan—. Pero quiero que lo beses.

—¿Besitos chiquititos chiquititos pero ricos? —le preguntó, hincándose sobre la cama y no perdiendo
de vista aquel agujerito que se contraía por la voluntad provocativa de su dueña.

—Y otras cosas también —sonrió, abriendo sus piernas sólo para verla, pero mantuvo la altura de
ellas con ayuda de sus manos y de las de Emma.

—Te amo —vomitó, queriendo darse una bofetada por ello, pues no le parecía un momento tan
correcto para declararle su amor, más porque no quería que las razones de su amor yacieran en un
“puedes hacerme lo que quieras”; esos “te amo”, esos que se escapaban por esa razón, no contaban y
no valían.

—Yo también de amo —sonrió, y, ante eso, Emma sólo supo estirarse para darle un beso en sus labios,
para redimirse por su mal tiempo—. Before you play hide & seek with my ass… —susurró contra sus
labios—. Dímelo de nuevo, ¿sí?

—Te amo —susurró—. Te amo, te amo… te amo en “Rococco Red”.

Y de ese tono se tornó Sophia, de ese rojo que no era tan rojo, pero que tampoco llegaba a ser rosado;
era el rojo por el que se habían peleado, a nivel laboral, para pintar ciertas paredes de “Patinker &
Dawson”.

Ya era tarde, al menos lo suficiente como para estar en la oficina, y estaban avanzando con lo
del proyecto mencionado para poder salir del estancamiento mental y creativo en el que se encontraban
por las especificaciones alocadas de sus clientes; paredes blancas, muebles oscuros pero no negros, pisos
blancos, y querían algo rojo. Ni dijeron qué querían rojo ni qué tan rojo.

Las dos habían acordado en pintar ciertas paredes de rojo, pero eso iba a depender del tipo y tono de
rojo, y el problema era que Emma quería un “Chinese Red” y Sophia un “Poppy Red”, y Emma lo quería
en TCX y Sophia en TPX.

Luego de argumentar y defender su color ante la soledad de un jurado inexistente, porque ni


Gaby estaba para brindar sus a-veces-sorprendentes-conocimientos, no lograron llegar a una decisión
en concreto y el enojo escaló entre nuevos argumentos que ya habían caído en la línea infantil de
“porque el mío es menos jodido para el ojo humano” (Sophia) y “porque yo digo” (Emma). Se habían
enojado a nivel profesional y creativo, y, en un arranque de furia, Sophia gruñó algo en griego y arrojó la
guía sobre la mesa que habían instalado en el centro de la oficina para tener mayor espacio visual y no
tener que estar paseando de escritorio a escritorio, y Emma, en un arranque similar, tomó a Sophia por
la cintura hasta que la había acorralado entre ella y la pared, y entre los besos que ambas se arrancaban,
Emma la cargaba e intentaba embestirla, y no sabía ni por qué, pero esa era su reacción, y Sophia que
sólo la tomaba por las mejillas para mantenerla quieta y poder ella controlar el arrebate de sus labios.

Rebotaron por donde quisieron los Louboutin Pigalle de Pitón de Emma, arrojaron todo lo de la mesa
hacia el suelo para que Emma pudiera desabotonarle la camisa a Sophia y para que Sophia pudiera subir
el vestido de Emma, que fue cuando se dio cuenta que, bajo ese Oscar de la Renta, se encontraba un
garter que sujetaba sus medias, por lo tanto su Kiki de Montparnasse no sería tan fácil de quitar. Sophia
cortó la Kiki negra con una tijera, la mutiló tal y como en dos meses y medio mutilaría su Oscar de la
Renta rojo, y Emma logró deshacerse del pantalón de la rubia y de la furia inmediata. Sexo oral para
Sophia después, una baja de furia por la serotonina de ambas, frente contra frente, Emma fue víctima
de los dedos de Sophia, y, por último, una jornada de tribadismo clásico sobre múltiples bosquejos,
ambas cayeron sobre sus espaldas, lado a lado, entre risas jadeantes y fijaciones al techo; Emma con su
vestido a la cadera y todavía con sus Louboutin y su sensual garter puesto, Sophia con la camisa abierta
y sus senos apenas obligados hacia afuera y sin nada que cubriera sus piernas, Sophia se quejó de lo
incómodo que se sentía aquel objeto que se le incrustaba en la espalda.

Lo sacó y sólo suspiró para luego reír, pues era una de las guías de rojos, y la extendió en forma de
abanico para darse aire y a Emma también.

Las dos cedieron para que el color de la otra quedara plasmado en la propuesta inicial, pero,
ante dicho momento de frustración, Sophia empezó a repasar tarjeta por tarjeta a ciegas, y Emma, a
ciegas también, le dijo cuándo parar, y luego, de la misma forma, repasó los colores de tal tarjeta para
que Emma la detuviera. Al final, el color que había sido decidido había sido el “Rococco Red” en TPX.

—Oh my… —evitó retorcerse Sophia ante esas cosquillas que le hacían la punta de la nariz de Emma,
quien veía de cerca el agujerito estaba por clasificar su razón de locura.

—¿Vergüenza? —sonrió, dándole un besito chiquitito chiquitito pero rico ante la contracción.

—En posiciones más vergonzosas me has puesto —bromeó—, y has visto partes de mí que son más
vergonzosas que eso.

—Quizás —rio, volviendo a juntar sus labios con aquella textura—. Vale la pena repetirlo… you have
a mesmerizing little asshole.

—¡Mi amor! —se ahogó entre un gemido de vergüenza y pudoroso rubor.


—Bellissimo… piccolino, e incredibilmente appetitoso —sonrió, y volvió a darle un beso, este ya más
pausado y profundo.

—Quindi… mangialo —dijo entre una risita que daban ganas de atacar a besos y a cosquillas.

E mangiato fu, aunque primero dio dos mordiscos; uno a cada lado que encerraba el agujerito, y, como
consecuencia, un par de ahogos no lograron ser ahogados con éxito. Los besos se fueron haciendo cada
vez más pausados y con mayor presión, se hicieron esporádicos y no continuos, pues su lengua acariciaba
la circunferencia de arriba hacia abajo o de manera circular, alternando un sentido natural y un sentido
en contra de las agujas del reloj. Cuando su lengua iba de abajo hacia arriba, Sophia esperaba que
presionara un poco más para que la penetrara superficialmente, pero ella pasaba de largo y sólo podía
responderle la omisión con una contracción voluntaria que le hacía más daño a ella que a Emma, aunque
“daño” era relativo sino metafórico.

Unos mordiscos más por aquí y por allá, una estimulación perianal bastante cariñosa, y Sophia soltó sus
piernas, igual que Emma, para colocarlas sobre la cama y obligarla a que subiera a su clítoris de nuevo.

—¿Quieres saber para qué es el hielo? —le preguntó antes de succionar su clítoris, empezando a frotarlo
con sus dedos.

—Así que sí tiene un propósito —sonrió.

—No te haría ir a traer hielo sólo porque sí —murmuró, irguiéndose para alcanzar la hielera.

—Dime, ¿para qué es?

—Sólo un experimento —sonrió, arrojando la tapa sobre la cama para meter la mano entre el agua
fría—. ¿Quieres intentarlo?

—No sé a qué estaría accediendo —se encogió entre hombros—. Pero sí, I’m in.

—¿Cómo lo quieres; rico y cómodo o intenso y rico?

—¿No puede ser intenso, cómodo y rico? —sonrió golosamente.

—Eventualmente se vuelve cómodo, sí.

—¿Qué tengo que hacer?

—Abrir un poco más las piernas, mantenerlas abiertas, cerrar los ojos y dejarte ir.

—Bene —suspiró, y cerró los ojos para, literalmente, dejarse llevar por lo que fuera que Emma
pretendía hacerle.
—Beautiful —la halagó, colocando la hielera sobre el suelo y arrojando aquel frasco a la cama para
ganar un poco de tiempo.

Se recostó nuevamente sobre su abdomen y, como antes de interrumpirlo todo, llevó sus labios a su
clítoris, que hizo que Sophia gimiera tanto por anticipación como por curiosidad, por sorpresa y por
placer acostumbrado. Su dedo presionaba suavemente la empapada bienvenida de su vagina, se
introducía sólo para coquetearle y para dejarla esperando una mayor longitud; era una vil pero
interesante y emocionante provocación.

Su dedo bajó por su perineo, acariciándolo y presionándolo gentilmente para empezar a ganar puntos
receptivos con la zona, y, en cuanto llegó al agujerito, Sophia supo que empezaría la estimulación previa
y obligatoria, por no decir que era por efectos de ley, de aquello que penetraría salazmente con un dedo.
Quizás y el hielo sólo era para adormecer el área que daría la bienvenida a dos dedos, quizás y
era ése momento del año, quizás y el hielo era para Emma, para cuando diera un respiro de su clítoris
poder enfriar su cavidad bucal y regresar a su labor oral con una punzada que tenía características
imaginadas y supuestas de ser completamente satisfactorias.

Fue uno de esos momentos en los que apagaba las funciones que tenía que apagar para
agudizar aquellas de las que su potente y satisfactorio placer necesitaba para estallar en lo que Emma
solía sexualizar con un gentil tacto y una sonrisa de picardía que provocaba nervios. Apagó el control de
sus manos y dejó que cobraran vida para que jugaran con sus senos o para que se enterraran entre el
moño de Emma, apagó la concentración de mantenerse lo más callada posible para no sentirse parte de
una película pornográfica, apagó el trabajo, apagó a Volterra, apagó a todos menos a quien tenía entre
las piernas, pues lo único que no apagó fue la imagen mental de una Emma que reclamaba lo que era
suyo por méritos, por condescendencia, por gusto y porque sí, apagó el control de sus caderas y de la
resistencia de pudiera tener como consecuencia de un estrés que había empezado a sacudir en las dos
horas, casi tres, en las que Emma la había llevado hasta el hotel mientras cantaban un popurrí de
“Señorita”, “Like I Love You”, “Tunnel Vision”, “TKO”, “Sexy Back” y “Suit & Tie” como unas adolescentes
que se daban vergüenza propia y ajena. Relajación total.

Entre labios enrojecidos que habían pedido un receso, Emma simplemente se despegó de su
clítoris para poder ver cómo su dedo desaparecía lentamente en aquellas dimensiones que eran
demasiado cálidas y estrechas, y Sophia, ante la falta de atención que su clítoris recibía, y que su control
corporal estaba al mínimo, sus dedos se encargaron de acompañar la inserción con un frote un tanto
incoherente y torpe, pero la mezcla de las sensaciones fueron suficientes para hacerla gemir dos o tres
veces, esos gemidos que eran mimados y agudos y que salían más por exhalaciones que por una
manifestación de cuerdas vocales.

El dedo de Emma llegó hasta donde su propia anatomía se lo permitía, y el frote de Sophia había
cambiado de rápido a una caricia realmente concupiscente.

—Sophie… —suspiró, viendo cómo había reclamado su clítoris para estimularlo ella misma, y le dio besos
y mordiscos en el interior de sus muslos—. You are so beautiful… —susurró, totalmente estupefacta ante
la autoestimulación de Sophia, la cual no se resumía sólo a su clítoris sino a un coqueteo por sus senos
también; su mano los apretujaba, los ahuecaba, pellizcaba y halaba suavemente sus pezones.

—Fottimi —exhaló, y Emma, ahorrándose el “sarà un piacere”, empezó a hacerlo; a penetrar aquel
agujerito que sufría gustosamente de la inundación de su vagina—. No, non ci —gimió—. Qui —suspiró,
llevando su dedo a su vagina para introducirlo de la manera más lasciva que no conocía en completa
consciencia.

A Emma casi le da un paro cardíaco de ver aquella excitación que la obligaba a penetrarse, algo que no
solía pasar, quizás una en veinte veces, y, aguantándose la combustión, relevó el dedo de Sophia con el
suyo, dejando su dedo índice izquierdo en su otro agujerito, dejándolo estático, y penetró aquella
cavidad que tenía color, olor, sabor, y textura y música perfecta. Así era como a Emma le gustaba, con
Sophia diciéndole qué hacer y cuándo hacerlo, trabajando en equipo con ella, pues sus dedos habían
regresado a acariciar su clítoris para sacarle cada gemido que se había aguantado en las últimas
veinticuatro horas.

Un segundo dedo invadió a Sophia, que fue cuando todo se volvió extremadamente erótico y
sensual por el tono de sus gemidos y de sus ahogos, tanto que se proyectaban en Emma, quien intentaba
no gemir porque era demasiado pornográfico, pero no lo podía evitar; era tan intenso que tenía
demasiados efectos audiovisuales, mentales y físicos en ella, hasta había empezado a sentir aquellas
palpitaciones en su clítoris y en su vagina que sólo gritaban su exigencia de atención y satisfacción.

Besos y mordiscos seguían aterrizando en el interior de los muslos de Sophia, pero los ojos de
Emma nunca dejaron de estar concentrados en su clítoris, en cómo respondía al frote con una hinchazón
que la hacía gruñir por querer succionarla, o en cómo mordía su labio inferior entre los gemidos de los
que podía hacer una canción de ocho mil setecientas sesenta horas.

Sus dedos entraban y salían de su vagina con impresionante facilidad, y su agujerito estrujaba
periódicamente su estático dedo, algo que era tan anhelado y voluntario que se había vuelto
involuntario. A veces sus dedos presionaban su GSpot, a veces la pared trasera de su vagina, esa que, al
presionarla y levantar un poco su dedo entre su otro agujerito, podía sentirlos muy cerca, a veces
presionaba su ASpot, acción que solamente liberaba más y más jugos, y, a veces, simplemente, con sus
dedos en la mayor profundidad que podía alcanzar, empujaba todavía más para que la profundidad se
ampliara y se agudizara, y a Sophia le gustaba; eso era lo importante.

Era una estimulación potente, intensa, overwhleming and overpowering, así como cuando
había un titánico choque de Martini con aceitunas y una dosis de Moonlight Sonata; era simplemente
demasiado, demasiadas cosas malas, tristes y erróneas juntas, pero ahora era en el buen sentido, era
como una parodia exagerada, en calma y silencio, idealizaciones y fantasías, de levitaciones y sonrisas,
de la Op. 15 en F Mayor de las Nocturnas de Chopin. Una parodia, o un nuevo significado para un nuevo
sentimiento por un nuevo escenario de explicaciones y asociaciones, algo sexual y sexualizado, eso que
había poseído a Sophia de una encantadora e idotizante manera, idiotizante e hipnotizante, de esas
sensaciones de altibajos que sólo le provocaban ganas de atacarla a besos y abrazos por simple
meritocracia; era como si hacerle cosas indecentes, porque eso era parte de algo indecente según su
definición, le provocara hacerle cosas perfectamente decentes al punto de ser inocentes y de pureza
digamos-que-virginal.

Gemidos para grabar, ahogos para sonreír, jadeos para darles aliento con caricias, expresiones faciales
para olvidarse de todas las desgracias de Berlusconi y del antojo crónico de Nesquik que nunca
satisfacía, y, de alguna manera, un todo para arrullar y mimar entre caricias y susurros.

Llegó ese momento crítico en el que el dilema se agrandaba y se profundizaba sí o sí, ese
momento que algunas personas describen con un “click”, o con una ola de mayor calor, o como un
choque eléctrico, o así como Sophia lo exteriorizaba: “Gamó!”; agudo, arrancado y más sollozo que
gemido que contraía sus entrañas cual espasmo muscular temporal, y Emma sacó sus dedos para dejar
que esa contracción pudiera asegurarse con mayor tensión.

Sophia gimió entre la falta de su completa estimulación, entre la añoranza de las perfectas
sensaciones, pero no era algo mortal o terminal, o permanente, pues Emma sólo tomó uno que otro
segundo para dejar que un push de aquel diminuto frasco cayera sobre su pulgar. Estaba frío, tal y como
ella lo había probado en sí misma en un intento de redescubrir y conocer la lubricación sintética que, a
pesar de no darle asco, tampoco le entusiasmaba tanto, pero que debía saber qué tan intenso e
insoportable, o soportable, serían las sensaciones para ni siquiera tener el mínimo de probabilidades de
lastimar o incomodar a Sophia en un momento tan crítico y caliente.

La profunda respiración de la rubia le dio el permiso que necesitaba para introducir sus dedos
nuevamente en su vagina, y, ante la sonrisa que era imposible dibujar entre tantos gemidos y
reanudados placeres, encontró la luz verde para introducir su pulgar.

Se había imaginado un educado y elocuente “shit!”, o un “fuck!” o un “cazzo!” en forma de gruñido, pues
el lubricante estaba tan frío como si realmente le hubiese introducido un maléfico hielo, y congelaba el
espacio virtual, lo adormecía con absoluta perfección, lo cual era más que útil para penetrarla en ambos
agujeros, y, así, ir calentando poco a polco el congelado lubricante que sólo le había provocado un
entrecortado sollozo con una contracción aún mayor.

Emma se concentró en hacer algo rítmico y cómodo de las penetraciones que hacían que Sophia
llevara su mano a su cabello para intentar contenerse en el doblez de su codo mientras continuaba
frotando su clítoris, el cual ya estaba por estallar en un hinchado orgasmo que todavía no se sabía si
tenía cara de eyaculación o no. La mirada de Emma se levantó y recorrió la verticalidad de Sophia con
lentitud, de su clítoris examinó su intranquilo abdomen, el cual parecía endurecerse como una roca con
cada contracción que le ayudaba a provocarse, subió a sus senos y sólo obtuvo una de las mejores vistas
de ese par de full Bs que gozaban de un par de erectos pezones, y su enrojecido cuello junto a sus
enrojecidas mejillas. Se encontró con la mirada de Sophia, una mirada que imploraba más placer; así de
rendida estaba, y, manteniendo el contacto visual, el cual costaba mantener por la versión de Sophia
que sólo quería ceder a hacerse estallar de ojos cerrados para realmente implosionar a gusto,
incrementaron la intensidad del momento para que, de un momento a otro, Sophia entrara en esa faceta
de tensar la mandíbula para gruñir entre dientes mientras aceleraba el frote hasta quedarse en completo
silencio temporal.
Emma, en cuanto supo que estaba sucediendo, reclamó sus dedos para dejar que se corriera a gusto,
aunque creo que, en realidad, fue una excusa, pues, entre las sacudidas salvajes de las caderas de Sophia,
logró controlarla al abrazarla por sus muslos hasta alcanzar sus senos, y, apretujándolos, se las ideó para
arrebatarle su clítoris con sus labios para hacer eso que Sophia le había dicho hacía rato: “you can suck
my pussy later. And you better suck it hard”. Y lo hizo tan fuerte, tan intenso, con tantas malas pero
buenas intenciones, que le arrancó un grito de ojos abiertos que progresivamente se enrollaron hasta
cerrarse, algo que vio Emma y su Ego la felicitó con unas palmadas en la cabeza.

El grito la dejó jadeando y sollozando en silencio, desplomada, hundida entre la cama que
intentaba sostenerla. Sus piernas eran más débiles que la gelatina, apenas y podían no desprenderse de
su cadera, su cerebro se había adormecido de manera temporal; tenía ese leve hormigueo que la poseía
como pocas veces lograba poseerla al cien por ciento.

Emma se despegó de aquel enrojecido botoncito sólo para ver, por curiosidad, cómo sufría de espasmos
que todavía contaban como orgásmicos y no como postorgásmicos.

Subió con los típicos besos por su abdomen hasta llegar a sus labios, en donde intentó besarla,
pero fue un fracaso total entre la agitada respiración y lo inerte que no respondía ni correspondía. Se
tumbó a su lado y, por cosas de la automaticidad, la envolvió entre sus brazos.

—Tutto bene? —susurró al cabo de unos segundos de preocupante silencio, pero Sophia no respondió,
sólo suspiró, y eso, en el diccionario que contenía toda la terminología de la única Licenciada que
toleraba porque adoraba, no era nada bueno—. ¿Mi amor? —susurró de nuevo, y Sophia, privándola de
respuesta, se aferró a ella; apuñó su camisa y se enrolló completamente entre su brazo y su pecho, que
fue como si le dieran una patada al estómago—. ¿Estás llorando?

La pregunta era justa, y rara al mismo tiempo, pero también era curiosa, y era del tipo de preguntas que
Emma sabía que podía tener una respuesta que era menos mala que la otra, porque, de estar llorando,
sentiría ese vacío interno que pocas veces había sentido en los últimos años de su vida, ese vacío por
sentirse realmente miserable, por sentirse culpable y la provocación absoluta de su llanto.

Sophia no respondió, sólo suspiró de nuevo, y eso fue respuesta suficiente.

—¿Te lastimé? —La rubia simplemente sacudió su cabeza en silencio, y Emma se sintió aliviada, pues,
probablemente, era un simple despilfarro hormonal gone south—. ¿Puedes verme? —le preguntó, y
obtuvo otra negación silenciosa, por lo que sólo estiró su brazo y trajo las sábanas para cubrirla.

Se conformó con saber que “no” era “no”, y no intentó hacer un “está bien” forzado de ese “no”, estaba
en todo su derecho de estar tan hormonal como quisiera; como podía estar ovulando, podía
simplemente haber tenido de esas reacciones que su hombre interior no lograba comprender con tanta
profundidad. Se quedó ahí, abrazándola en silencio, abrazándola en estado vegetal y sólo respirando en
seco mientras Sophia inhalaba humedad a través de su atascada y enrojecida nariz. La había tomado de
la mano y había posado sus labios sobre su melena de reciente diversión sexual, le daba besos
esporádicos, o quizás le daba un beso por cada gota que se encargaba de mojar su camisa.
—Perdón —murmuró en esa quebradiza y pequeñita vocecita que partía corazones y anudaba gargantas.

—¿Por qué? —se reacomodó para poder ver a Sophia a los ojos, quien sólo se encogió entre hombros
por respuesta—. ¿Te lastimé?

—No, ya te dije que no —susurró.

—¿Estás bien?

—Sí —asintió, y dejó que Emma le limpiara las mejillas con los dedos que todavía podía pasar por
limpios.

—Ti voglio bene assaje —susurró mientras secaba su tabique—, ma tanto, tanto bene sai.

—Quindi, parliamo napoletano? —resopló entre la humedad de su nariz.

—Solo “Caruso”, cara mia —guiñó su ojo—. Parliamo romano moderno; l’italiano corretto e reale.

—¿Me perdonas?

—No hay nada que perdonar, ni a ti ni a tus hormonas —sonrió, trayéndola sobre ella para poder
mimarla como se debía.

—Yo sé que eres de la misma raza de Phillip.

—¿Y eso qué significa? —rio.

—Que entran en crisis cuando alguien llora…

—Entro en crisis cuando me lloran —la corrigió—. Puedo ver a alguien llorando en la calle y no me
importa… pero si tú te pones a llorar frente a mí —sacudió la cabeza.

—Hence, lo siento.

—Me voy a enojar si vuelves a disculparte, o a pedir perdón, o a decir “lo siento” —le advirtió—, y
hablo en serio.

—Para mi salud mental, sólo dime que sí —ensanchó la mirada.

—Está bien: “estás perdonada” —entrecerró sus ojos.

—Gracias —suspiró, ya más aliviada.

—Ahora… Principessa —sonrió amablemente—, ¿quieres una ducha antes de dormir?


—¿Me estás metiendo ya a la cama? —dejó caer su quijada para mostrar su asombro.

—En teoría ya estás en la cama.

—Digo, ¿quieres que me duerma ya?

—No, no… usted, Licenciada Rialto, goza de algo que se llama “libre albedrío”, por lo tanto quisiera
que se diera cuenta de que le ofrecía una ducha y que no la estoy obligando, además… “antes de dormir”
puede ser en este momento, en veinte minutos, o en una hora; no sé qué tan cansada esté.

—¿Tú crees que voy a dejar que te vayas a dormir sin pagarte mi orgasmo?

—¿Quién te lo está cobrando? —rio—. Esas cosas se hacen con todo el placer del mundo.

—Se me olvida que tu placer sexual es darme placer sexual —bromeó, aunque sabía que era cincuenta
por ciento cierto.

—Me gustas, ¿qué le puedo hacer? —se encogió entre hombros.

—No, no quiero que hagas nada al respecto —se sonrojó—. Quiero seguir gustándote.

—Te amo, Sophie… —susurró, enterrando sus dedos entre la alborotada melena de su rubia
prometida—. Ma tanto, tanto bene, sai?.

—Que lo sepa no significa que no me guste escucharlo, mi amor —sonrió, acercándose a sus labios
para darle un beso.

—Te amo —susurró de nuevo.

—I love you back —sonrió, y le volvió a dar un beso pacífico—. ¿Qué te parece si…?

—¿Si…? —rio, pero Sophia se sonrojó, cosa que a Emma le fascinaba demasiado—. ¿Qué quieres? Tú
dime y haré que suceda.

—Quiero hacer que te corras.

—¿Y cómo me quieres? —sonrió.

—How about if… —susurró, acariciando su labio inferior con su dedo—. If… if you sit on my face?

—Mmm… —suspiró.

—¿Por qué no te gusta?

—¿Por qué crees que no me gusta? —Sophia entrecerró sus ojos—. Me da pánico ahogarte.
—Ah, ¿pero no te da pánico de que yo te ahogue?

—Me gusta que me ahogues —sonrió—. No sólo facesitting, sino también faceriding… además —
resopló—, respetables Damas como usted, Licenciada Rialto, no pueden prestarse a esas cosas.

—¿Y Emma Pavlovic no es una “respetable Dama”?

—Me vas a destruir todo lo que te diga, ¿no? —rio un tanto frustrada.

—Eso es precisamente lo que voy a hacer… al menos hasta que me des una respuesta con la que
quede satisfecha.

—No me siento cómoda estando encima de ti, me siento más cómoda cuando estás encima de mí;
me gusta tener peso encima, no ser el peso… estupideces mías, supongo —sonrió—. Pero, también me
da pánico ahogarte… no estoy lista para enviudar antes de tiempo.

—Hm… —frunció su ceño, considerando que tal vez ésa era una respuesta que satisfacía sus
parámetros de respuesta—. ¿Cuál es tu posición favorita, entonces?

—Tú, en mi cara —rio repleta de ironía.

—Algo que no tenga que ver con mi placer sino con el tuyo.

—Cualquier posición en la que tu vida no corra peligro; me puedes poner en cuatro, en dos, con las
piernas en tus hombros, sobre mi espalda, sobre mi abdomen, de cabeza si quieres…

—Tienes que tener una que te guste más que el resto —le dijo—, y pobre de ti si me dices que soy yo
en tu cara —le advirtió con tono serio.

—No es tanto una posición favorita, Sophie… es más cuando juegas conmigo —se encogió entre
hombros—. Me vendas los ojos, me amarras a la cama, me pasas un hielo por todos lados, me pones
sobre la mesa del comedor; bending over o simplemente con las piernas abiertas, me pones Nutella y
me la quitas con la lengua… you can fuck me however you want to, whenever you want to, wherever
you want to… sólo me gusta estar contigo: plain and simple —le clavó la mirada a una Sophia pensativa—
. ¿En qué piensas?

—Te gusta que te diga lo que quiera, que te boss you around… ¿por qué no me dices lo que tú quieres?

—Porque tengo todo lo que quiero, el resto, lo que “sobra”, es una razón más para estar feliz…

—Pero tiene que haber algo que quieras —frunció su ceño.


—Sí, y está conmigo en esta cama en este momento —le dijo—, y ha estado conmigo desde que casi
me vomita mis Chiarana Louboutin en Duane… —Sophia sólo frunció su ceño todavía más—. ¿Todavía
no lo entiendes?

—¿No entiendo qué?

—Me gusta girar alrededor tuyo, me gusta que todo gire alrededor tuyo; eso es lo que me gusta, y
eso es lo que me llena. El sexo es algo muy bonito, y muy rico, y medicinal y recreacional si quieres, pero
mi posición favorita es en la que estés tú… en la que me estés viendo, en la que me estés tocando… te
podría decir que esta es mi posición favorita —sonrió, refiriéndose a la posición en la que se encontraban
en ese momento—. O te podría decir que esta es mi posición favorita —dijo, volcándola sobre su espalda
para colocarse ella encima—. O esta —susurró, y le clavó un beso en sus labios—. La posición que más
me gusta es en la que haces que me sienta tuya; ése es el punto de que me digas qué quieres, y cómo lo
quieres, y que me amarres a la cama si se te da la gana… I need to feel yours, I want to feel yours, I must
feel yours, I wish to be yours —le dijo con sus ojos penetrándole los suyos, «¿así o más claro»—. Dime
algo, por favor —susurró al cabo de unos incómodos segundos de silencio—. Lo que sea… por favor.

—Puedo marcarte cual ganado con un hierro candente —susurró con la mirada ancha, como si no
supiera qué decir.

—Va a oler a carne a la parrilla —rio.

—Rico —sonrió—. Pero lo digo en serio…

—No eres capaz ni de acercarme la plancha del cabello —rio.

—Eso es porque no tengo una —guiñó su ojo.

—No la necesitas —dijo, enterrando sus dedos entre su melena—. ¿Qué? —resopló después de unos
segundos.

—Estoy intentando imaginarte con el cabello planchado…

—¿Y? ¿Cómo me veo en su imaginación, Licenciada Rialto?

—No tengo idea.

—Puedo plancharlo algún día si quieres, digo, por si quieres saber cómo me veo…

—Sure —asintió—. That would be cool.

—Cool —saboreó la palabra como si no tuviera sentido, o quizás era que la palabra no satisfacía la
lingüística del momento—. Volviendo al tema inicial, creí que en L.A. me habías marcado de manera
simbólica… y los simbolismos los respeto.
—Digo, es que quizás así logro penetrar ese cerebro…

—¿”Penetrar”? —rio—. ¿Para qué quieres penetrar mi cerebro?

—Para que entiendas de una vez por todas de que eres mía, y sólo mía… de nadie más, y vas a ser
siempre mía. —Emma cerró los ojos y suspiró, y, poco a poco, una sonrisa fue invadiéndole el rostro—.
Sólo mía.

—¿En dónde carajos estabas hace diez años? —susurró, y, de un momento a otro, simplemente la
besó con agradecimiento, con nostalgia, con alivio, con respeto, con amor, con eso que no podía explicar.

—Mía, mía, mía —jadeó entre aquel beso—. Sólo mía —repitió, viéndola a los ojos para ver cómo esa
posesión parecía relajarla.

—Do you want me to sit on your face? —preguntó sonrojada. Y esos eran los extremos a los que
Natasha le decía que estaba dispuesta a ir sólo porque se trataba de Sophia—. Lo haré si quieres que lo
haga.

—No —sacudió su cabeza.

—¿Qué quieres, mi amor?

—Agua —rio.

—¿Fría, con gas, sin gas? —preguntó en ese extraño tono diligente y servicial mientras se erguía—.
Mejor compro una de cada una, ¿no crees? —sonrió, poniéndose de pie para buscar su jeans.

—Mi amor —rio, deteniéndola al tomarla de la mano.

—Juro que iré rápido.

—Mi amor —rio de nuevo—. Yo puedo ir a traer mi agua —sonrió, halándola para que se sentara de
nuevo sobre la cama.

—Todavía queda una botella de agua —dijo, apuntando el refrigerador miniatura.

—Tengo veintiocho años de beber agua de grifo —sonrió—. Sólo espérame aquí, ¿sí?

—Está bien —respondió con la misma sonrisa.

La vio retirarse al baño entre contoneos de piernas frágiles, como si diera pequeños saltos o como si
caminara sobre sus dedos y no sobre su pie completo, y sonrió ante el sonido de lo que parecía ser un
bostezo amplio.
Se deshizo del frasco que todavía estaba frío y de la toalla que estaba tibia, y, pescando en su
duffel, contempló aquella caja que había envuelto, con muchas dudas e inseguridades, en aquella
cachemira celeste, tal y como lo eran los ojos de Sophia. Quizás era el regalo en sí, quizás era el
envoltorio, quizás era eso de no saber qué regalarle en realidad y se había inclinado por algo que
fácilmente podría haberle regalado cualquier día y con cualquier excusa.

La escuchó suspirar pesadamente, un suspiro que ni el eco quería reproducir, y se asomó al baño sólo
porque sí, pero no era nada de qué preocuparse, sólo era una Sophia que enjuagaba su rostro y su cuello
como por rutina, y ella que la acosaba desde el marco de la puerta con una sonrisa estúpida.

—Se me olvida que te cuesta ser obediente —le dijo Sophia a través del espejo con una sonrisa que se
escondía bajo sus manos que masajeaban sus ojos con un poco de agua tibia.

—No es delito apreciar la vista —sonrió, abrazándola por la cintura, o quizás sólo quería alcanzar el
agua para lavarse las manos.

—En eso estamos muy de acuerdo —rio, abriendo sus ojos para verse al espejo y notar que todavía
estaban un tanto enrojecidos por su vómito hormonal.

—Estaba pensando… —murmuró, empozando el lavamanos al halar el botón hacia arriba—. ¿A dónde
te gustaría ir en vacaciones de verano?

—¿No vamos a Bora Bora?

—Alec me debe demasiadas vacaciones —rio—. Los primeros cinco años que trabajé con él no falté
ni cuando era una incubadora de bacterias… o sea, cuando tenía gripe —sonrió—. Me debe su culo en
vacaciones.

—A ti, no a mí.

—El trato de no tomarme mis vacaciones en Springbreak era que me daría lo que quisiera luego… ”lo
que quisiera” , y, cuando negociamos eso, quedó muy claro que ibas incluida en mis planes si tú
accedías… dos semanas me parece que es justo, las dos que me debe de Springbreak.

—¿Cuándo te gustaría tomártelas?

—Depende de ti —sonrió—. Yo escogí la fecha y el lugar de nuestra Honeymoon, escoge tú las


condiciones y las circunstancias de nuestras vacaciones adicionales… de igual forma, para verano nos
corresponde una semana como base también, así que ve pensando a dónde te gustaría ir.

—Summer sí tiene que ser con Phillip y Natasha, eso no se discute.

—Te amo, ¿sabes? —sonrió contra su melena.


—Yo también te amo —guiñó su ojo con esa sonrisa que estaba a punto de ser atacada por un bostezo.

—Mi amor —resopló Emma contra su hombro—. Casi me tragas —bromeó, y Sophia sólo se sonrojó—
. Gorgeous —sonrió, y le dio un beso en su hombro, cosa que la hizo sonrojarse más.

—¿Cuándo es que nos vamos?

—Del cinco al dieciocho de septiembre —dijo, apagando el agua y sumergiendo sus manos en el agua
empozada para corroborar la temperatura.

—Una semana más en Navidad —bostezó—. Eso es lo que quiero si es que está bien contigo.

—¿Alguna razón en especial?

—¿El invierno no es suficiente razón?

—Es suficiente razón —rio, y llevó sus empapadas manos al pecho de Sophia para simplemente
enjuagarlo, pues ducha ya sabía que no habría; ya los dos o tres bostezos se lo habían informado—. ¿Y
qué te gustaría hacer?

—Sólo estar en Roma… tú sabes, ser turista residente; Villa Borghese, Piazza di Spagna, la famiglia, la
cucina…

—Acuérdame de decirle a Gaby que nos busque un hotel.

—¿Un hotel? —rio—. Nuestras familias viven allí, ¿para qué necesitas hotel? —Emma sólo sonrió—.
Además… me gusta la vista que tienes del Lago Albano.

—¿Te quieres quedar en mi casa? —susurró un tanto sorprendida, pues habría esperado una estadía
en casa de su futura familia política—. Digo, también podemos quedarnos en casa de tu mamá —dijo
por pura diplomacia, pues esperaba que la respuesta fuera “no”; ese apartamento no estaba diseñado
para poder tener sexo, ni callado ni recreacional, sin que Camilla se diera cuenta.

—¿Y tener momentos de apretar los dientes por mi hermana y privaciones por mi mamá? —resopló—
. No, para mi salud mental… y para la tuya también —sonrió—. ¿O buscas una excusa para no quedarte
en tu casa?

—Presiento que Bruno tiene algo que ver en eso… —dijo, remojando sus manos para pasearlas
suavemente por sus senos sin la menor intención de segundas intenciones, y Sophia asintió—. No lo
conozco.

—No lo conoces porque no lo has querido conocer —rio.

—No he tenido que conocerlo, que es distinto… todavía no asimilo eso.


—Ya llevan un poco más de un año…

—¿Cuánto tiempo te tomaría a ti asimilar que tu mamá y Alec tuvieran algo que sabes que no es
precisamente de tomarse de la mano?

—¡Ahhh! —gruñó, y se cubrió los ojos.

—¿Ves? —rio—. Cuesta… pero no estoy evitando ir a mi casa por él… es a Roma a donde estaba
evitando ir.

—¿No quieres ir esta Navidad tampoco?

—Tampoco puedo huirle a mi casa tanto tiempo —sonrió—. Tengo que renovar pasaportes… y una
que otra cosa legal que tiene que ver con mi papá.

—¿Algo en lo que tengan que ver tus hermanos?

—No —sacudió su cabeza—, pero tengo que deshacerme del apartamento de mi papá, y de firmar
muchos papeles. Pero no tengo ganas de hablar sobre eso —susurró.

—¿Pero sí quieres ir en Navidad?

—Sí —sonrió, tomando una toalla para secar lo que había mojado con agua—, sí quiero.

—Bene —susurró, volviéndose hacia ella para reposar su frente sobre su hombro—. You missed a
spot —sonrió.

—¿Dónde?

—Aquí —le dijo, tomando su mano para darle un beso a sus dedos y, así, llevarlos a su entrepierna.

—¿Cómo quieres que lo limpie?

—¿Qué opciones tengo?

—Tú nómbralas —sonrió minúsculamente, y lo único que pudo nombrar fue un enorme bostezo que
la dejó riéndose suavemente con ojos más cristalinos y frágiles—. Here… —susurró, tendiendo la toalla
entre los dos lavamanos—. Have a seat.

—¿A dónde vas? —le preguntó, pues Emma simplemente salió del baño en silencio.

—Ya regreso —dijo, viéndola sentarse sobre la toalla y encorvando su espalda para dejar que su rostro
se enterrara entre sus manos por un bostezo que era inevitable resistirse a exteriorizar con amplitud—.
¿Todo bien? —susurró luego de lo que a Sophia le habían parecido tan solo segundos—. Recuéstate —
sonrió ante la sonrisa de Sophia.

—¿Puedo decirte algo? —musitó, recostándose contra el espejo que estaba tras ella, y Emma
asintió—. A veces me siento nerviosa…

—¿Nerviosa? —frunció su ceño, agachándose para que la entrepierna de Sophia le quedara tan
accesible como fuera posible—. ¿Por qué?

—No sé —se encogió entre hombros, y subió sus pies a la superficie de granito verde oscuro—, sólo
me encuentro haciendo cosas que suelo hacer cuando estoy ansiosa o nerviosa.

—¿Cosas como cuáles?

—Como no poder concentrarme…

—Eso es que estás distraída, no necesariamente nerviosa —sonrió, remojando sus dedos para limpiar
las indecencias de hacía rato.

—¿Te acuerdas de que una vez te pregunté si yo encajaba en tu mundo? —dijo tan bajo como pudo,
como si no quisiera que le escuchara, y Emma levantó la mirada con el corazón casi en la boca—. De
alguna manera encajo, eso lo sé… pero, ¿soy suficiente?

—No eres una cosa, Sophia… —suspiró Emma, pues intentaba no estrellar su frente contra el borde
del granito, lo cual no sería accidente—. No eres algo que pase de moda, tampoco eres algo que se pueda
arruinar… o algo repetitivo —le dijo, sabiendo exactamente a lo que ella se refería.

—What if…

—Nada —la interrumpió—. Imposible… —sacudió su cabeza—. Me entretiene hasta escucharte


respirar… me entretiene más eso que releer “The Great Gatsby”.

—Es lo que me pone nerviosa —susurró sonrojada.

—Mi amor —sonrió enternecida, y le dio un beso a su rodilla—. Lo más sencillo es lo más fascinante…
y ser sencillo no es ser insípido, no es ser monótono, no es ser aburrido. —Sophia sólo asintió y se sonrojó
todavía más—. ¿Qué te dijo Alec? —rio.

—Sólo me dijo que procuraba no darte proyectos en los Hamptons porque te habían aburrido a pesar
de que, al principio, eran los proyectos que más te gustaban.

—¿Y tú crees que eres como un proyecto en los Hamptons? —frunció su ceño, y Sophia se encogió
entre hombros—. Lo que le faltó decirte es que me aburrí de tomar proyectos en los Hamptons porque
todos los clientes querían que copiara lo de alguien más o que hiciera lo de alguien más… o llegaban con
planos que habían comprado en internet o en otro Estudio, o llegaban con fotografías de sus vecinos
allá, o de la casa de fulano en Marbella o en Ibiza… Alec me dio el proyecto de los van de Laar porque
ellos querían todo desde cero y querían que les diera opciones, no ellos a mí. Un proyecto no tiene gracia
si no tiene ningún reto, Sophie, y el reto principal son los clientes porque los proyectos los dan ellos… es
imposible que algo te guste si siempre es lo mismo de lo mismo; tú no eres una rutina, no me exiges ni
me pides lo mismo una y otra, y otra vez, no me pides que te trate como Phillip trata a Natasha, o
viceversa… —suspiró—. Eres de los elementos en mi vida que me atrae por el simple hecho de no poder
descifrar completamente por qué me atraes tanto; de eso que cuando me preguntan qué te vi, o qué
tienes tú que no tenga alguien más, sea hombre o mujer, yo respondo: “no sé”, porque es una respuesta
que sigo buscando completar, una respuesta que sé los primeros componentes… así como pi; es un
número que sólo sigue, y sigue, y sigue. Respondo “no sé” porque no sé qué me gusta más de todos los
números que he podido calcular hasta el momento —dijo metafóricamente—, no es porque no sepa qué
es lo que me gusta, porque sí sé… sólo no sé el final de la lista —sonrió—. Y no creo que con eventos
como cuando, estando sobria, hiciste una parodia de Lady Gaga y su “Applause”… o como cuando, sobria
también, te peinaste como Miley Cyrus para los MTV Music Awards, o como cuando pasamos horas de
horas hablando de nuestras travesuras cuando éramos menos mayores, o como cuando me hiciste el
mejor sandwich que me he comido en mi vida... pero no le digas a mi mamá que dije eso —rio—. Sólo
puedo explicar el “por qué” con un: “no sé, porque es perfecta… y me gusta” —se encogió entre
hombros.

—Mi amor… —se sonrojó todavía más.

—No te ahogues por eso, por favor —sonrió—. Sólo piensa en que el día en el que no tengamos nada
que hacer… no sé, quizás y jugamos Monopoly al fin.

—¡Emma! —rio con una carcajada, pues las dos le temían a ese juego por ser más aburrido que el
aburrimiento mismo, o quizás porque siempre quedaban en bancarrota.

—Tienes razón… haremos hasta lo imposible por hacer combustión, y, de no logarlo, nos induciremos
un coma orgásmico con las “vitaminas” que te dio tu hermana —sonrió.

—Arquitecta, siempre con un Plan B.

—Lo que sea por no jugar Monopoly —dijo, y se puso de pie en vista de que, como cosa rara, sus
muslos le habían empezado a arder—. No te preocupes por eso, ¿sí?

—Gracias —murmuró.

—Y no dejes que Alec te meta ideas en la cabeza… porque él no me conoce tan bien como cree, y a ti
tampoco.

—Ti voglio bene assaje —sonrió, irguiéndose para abrazarla por la nuca.
—Ma tanto, tanto bene sai —susurró, y le dio un beso en su frente, pues había empezado a bostezar,
y darle un beso a un bostezo era peligroso—. Ti voglio bene, Principessa —sonrió, y le dio otro beso en
su frente—. Ahora, ¿quieres que termine o que te lleve a la cama?

—Termina, termina —susurró, volviendo a echarse hacia atrás—. Por cierto… ¿qué clase de ocurrencia
es enfriar lubricante?

—¿Te gustó? —resopló.

—Factor sorpresa, sí… pero no para todas las veces.

—Lo sé, lo sé —sonrió—. Tú sabes que el lubricante y yo no nos llevamos muy bien.

—Sí, lo sé, por eso lo considero un factor sorpresa.

—Me agrada que te haya gustado —sonrió de nuevo—. Por cierto, eso es tuyo —le dijo, señalándole
con la mirada al envoltorio de cachemira.

—¿Sí? —sonrió, tomándolo entre sus manos.

—No sabía qué darte… y sé que no es lo que esperabas, o lo que normalmente se da… no es ni
apropiado ni adecuado en un sentido “moral”, pero supuse que te podrías divertir un poco con ella —
dijo, paseando suavemente la toalla por la entrepierna de Sophia—. Te daré algo más cuando se me
ocurra algo inteligente, ¿sí?

—¿Me estás dando mi regalo de cumpleaños hoy?

—No tendría mucha gracia si te lo diera el día de tu cumpleaños —dijo, presionando el botón para
dejar ir el agua, y la tomó de la mano para llevarla a la cama—. Escoge el lado que más te guste —susurró
a su oído, tomándola suavemente por los hombros.

—Derecha —murmuró, y se volvió hacia su lado derecho para ver a Emma.

—Sabia decisión —rio suavemente, sabiendo que se refería a algo más que sólo el lado de la cama, y
se inclinó un poco más para dar y recibir un beso inocente.

—Gracias por mi regalo —susurró.

—No lo has abierto todavía —sonrió, dándole un suave cabezazo bromista.

—Tienes buen gusto, estoy segura de que me va a gustar —rio, encogiéndose entre hombros y viendo
a Emma caminar hacia el lado izquierdo para apagar la luz de la lámpara al mismo tiempo que encendía
el televisor sólo “para-porque-sí”.
—Tengo buen gusto material, y quizás mis intenciones no sean las más moralmente correctas —sacó
su lengua y se tumbó sobre la cama.

—Esas intenciones son las más divertidas —rio, levantando su mirada para ver a una Emma que se
metía bajo las sábanas.

—¿Qué? —sonrió ante la mirada asesina de Sophia.

—¿Desde cuándo es legal que te metas con ropa a la cama?

—Quítamela —sonrió ampliamente, mostrando su blanca dentadura.

—Será un placer —rio, tumbándose a su lado para hacerlo.

—¿Quieres que te despierte para desayunar? —le preguntó, sintiendo sus manos tomar los elásticos
de la típica tanga negra para deslizarla hacia afuera—. Digo, no planeo sacarte de la cama hasta que te
aburras —rio—, hablo de room service —le dijo antes de que pudiera decir cualquier cosa.

—Sé lo grumpy que te pones si no desayunas —rio, haciendo que Emma levantara su trasero para
poder realizar su difícil y tediosa labor de desnudarla.

—El tema es si quieres que te despierte o no, porque no planeo dejar de comer —bromeó—. Puedes
escoger entre el menú vegetariano y el menú del Country Club… que tiene Bagels and Lox —guiñó su
ojo.

—Si me vas a despertar, espero tener un desayuno que no me enoje —bromeó de regreso, retirando
por fin aquella risible cantidad de encaje negro, y se refería a que no quería ver alcaparras en su plato.

—Eggs, bacon, sau… —enmudeció de repente, pues Sophia llevó esa partecita de encaje a su nariz
mientras no titubeaba en verla a los ojos—… sage… orange juice.

—Y no se te olvide mi Bagel and Lox.

—Sin alcaparras —dijo Emma, todavía estupefacta, y ahora más, pues Sophia llevó esa partecita a sus
dientes. Sophia asintió y liberó el encaje de entre sus dientes para luego arrojarla a ciegas e inclinarse
sobre Emma—. That was sexy… and hot.

—¿Caliente jalapeño o caliente moruga? —sonrió, jugando con la nariz de Emma con la punta de su
nariz.

—Caliente Inquisición —murmuró.

—¿Sí?
—Oh, sí —asintió.

—Abre tus piernas…

—¿Para qué?

—Quiero verte.

—¿Sólo verme?

—En esencia —sonrió, sintiendo cómo Emma abría sus piernas bajo las suyas—. ¿Izquierda o derecha?

—Izquierda —titubeó.

—Sabia decisión —resopló, y llevó su mano derecha a su entrepierna sólo para darse cuenta de cuán
inundada estaba—. No te voy a dejar con las ganas que dices que no tienes —sonrió, volviendo a rozar
la punta de su nariz contra la de Emma—, porque tu clítoris dice otra cosa.

—Creí que tenías sueño —suspiró.

—Tengo un fin de semana muy largo para dormir, para recuperarme —guiñó su ojo—. Y te voy a hacer
lo que quiera, ¿sabes por qué?

—¿Por qué? —exhaló, ahogando un primer gemido.

—Porque eres mía; no del militar que me hizo perder la cordura, no de Natasha, ni de tu mamá… ni
siquiera tuya. —A Emma le brillaron los ojos de esa manera en la que, de no ser porque Sophia la anclaba
a la cama, probablemente era síntoma de estar levitando ante tales posesivas palabras pero que le
gustaban porque eran tan sinceras como el más honesto de los “te amo”—. Así como yo no soy mía sino
tuya —sonrió, dejando que su dedo del medio se escabullera hacia el interior de su vagina.

—Mía —gruñó ante el segundo dedo.

—Y mía.

—Qué amor más enfermo —rio, ahogándose ante las caricias a su GSpot.

—Pero así me gusta —sonrió contra su mejilla—. Entre más enfermo, más me gusta… más me gustas.

—How the fuck can I not love you? —gruñó, tumbándola sobre la cama para arrancarse la camisa en
cero segundos y colocarse entre sus piernas para embestirla.

—En esta cama mando yo —gruñó de regreso, y la tumbó nuevamente sobre su espalda para
colocarse sobre ella—, y sólo yo.
—¡Sí! —rio, siendo nuevamente anclada a la cama, ahora por las manos, pues Sophia las había tomado
y las había incrustado por encima de su cabeza con las suyas.

—¿Qué me ibas a hacer? —sonrió maquiavélicamente—. ¿Esto? —y la embistió, haciéndola suspirar


con ojos cerrados—. Tú sabes lo mucho que me gusta cuando lo haces —dijo entre dientes,
embistiéndola de nuevo.

—Otra vez —suspiró, y recibió una tercera embestida—. No te detengas…

—¿Te gusta? —exhaló contra su cuello, y Emma, abrazándola por la cintura con sus piernas, recibió
más embestidas que sólo la hacían gemir por no decir un “sí” más claro.

—Sophie… —gruñó, bajando sus piernas para poder darle una nalgada doble, de esas que sus manos
se quedaban adheridas a sus glúteos para traerla contra sí y para apretujar todo lo italianamente
apretujable, y, de un movimiento, volvió a tumbar a Sophia sobre su espalda para, rápidamente, llevar
su pierna derecha a su hombro y, colocándose en la posición más perfecta que conocía, empezó aquel
tribadismo que a Sophia tanto le gustaba, y que Emma no negaba que le gustaba también—. Cazzo… —
gimió, sintiendo su clítoris rozar el de Sophia como si fuera un coqueteo gracioso y tortuoso que ambas
gemían en lugar de reír.

—Sklirótera, moró! —gimió, y Emma, acatando las órdenes de quien mandaba en esa cama, lo hizo
más fuerte, lo cual implicaba un frote pausado, un frote que parecía más un masaje de erótico vaivén.

Lo gemidos cristiano-religiosos atacaron a Emma, esos “¡Dios mío!” que gemía hacia el techo o hacia
Sophia pero que, por alguna razón, no podía dejar de provocarse por más que supiera que iba a
convulsionar de tal manera que realmente le daba miedo sonriente.

Se aferraba a la pierna de Sophia, y Sophia se aferraba a las sábanas porque estaba en la misma sintonía,
aunque ella padecía más de los gemidos griegos que implicaban cualquier cosa menos algo inocente,
varios “skatá!” que podían ser “shit!” o “fuck!”, aunque también gemía “gamó!”, que venía siendo lo
mismo.

—Emma… Emma —dijo entre dientes, con esa expresión que se construía en su rostro, así como cuando
se contraía antes de relajarse, porque eso estaba haciendo.

—Córrete —gruñó, acelerando el vaivén pero manteniendo la presión que ejercía contra su
entrepierna.

Ni Sophia ni yo sabemos qué tenía esa palabra con ese tono, pero ambas sabíamos que era como si le
dieran luz verde para hacerlo, como si fuera lo único que necesitara para dejarse ir.

Gimió entrecortadamente ante la inhabilidad de poder sacudirse a gusto, pues Emma la mantenía en su
lugar y no tenía pensado en interrumpir el tribadismo, lo cual era un tanto cruel por no darle esa ventana
de un segundo para poder recuperarse; pero era, al mismo tiempo, erótico de alguna enferma y extraña
manera. Capricho de dioses, o capricho de Emma.

Inhaló tanto aire como pudo, algo que Sophia sabía que era un inminente orgasmo inducido
prematuramente, y, entre su propio desbalance orgásmico, logró ver cómo Emma, con el aire que había
atrapado, lograba crear presión entrañal adrede para, entre la entrecortada exhalación, estar a un
minúsculo paso del orgasmo. Respiró profundamente de nuevo y, conforme sus labios dibujaron una
“O” muy amplia y larga, Emma, sin deshacer la posición, llevó sus dedos a su entrepierna para frotar
rápidamente su clítoris y, así, poder correrse frente a Sophia de una de las más descaradas maneras que
existían; pero el descaro era disfrutado de igual forma.

Cayó sobre el pecho de Sophia, quien bajaba su pierna para poder empezar a recuperar el movimiento
muscular total de esta, y, jadeando contra su pecho mientras mantenía esa hincada posición que ahora
parecía ser fetal, se aferró a ella por la cintura.

—Mi Emma… —musitó Sophia, abrazándola ligeramente por su cabeza y su espalda—. Sólo mía…

—Sólo tuya —dijo falta de aliento.

Ambas se quedaron un rato en ese estado inerte de recuperación inmediata postorgásmica, una que
estaba gritando por oxígeno, la otra que no quería mover ni los dedos de sus pies por saber que estaban
adormecidos; cada una en su mundo a pesar de no perder de vista el mundo de la otra.

Sophia tomó su regalo, ese que parecía haber caído en el olvido temporal, y, por la misma razón,
empezó a desenvolverlo, o a quitarle los imperdibles naranjas que meticulosamente detenían la
cachemira en su lugar. Emma todavía descansaba sobre su pecho, quizás ya no estaba jadeante, quizás
ya no le faltaba el aire, quizás ya no temblaba hasta de las entrañas, quizás sólo escuchaba el latido del
corazón de Sophia, o el paso del aire hacia sus pulmones, o cuando tragaba la poca saliva que podía
tragar; quizás ésa era su posición favorita.

Sacó, de entre la cachemira, una bolsa negra y muy pequeña, y muy ligera, que contenía lo que ya todos
sabíamos menos Sophia.

—¿Una cámara? —frunció su ceño, y Emma levantó su mirada.

—Sé que no necesitas una cámara —dijo, reacomodándose para quedar horizontal y ya no fetal—.
Ciento veintiocho gigabytes de memoria para que los uses como… tu sai, come un Pendrive —sonrió, y
le dio un beso sobre su epigastrio, y Sophia ensanchó la mirada con asombro—. Puedes tomar fotografías
de lo que quieras, videos de lo que quieras, todo en alta de-fi-nición —sonrió—. La mejor cámara según
Selvidge.

—Ah, ¿de eso hablabas tan amablemente con él? —resopló, viendo todos los ángulos de aquella Casio
que no era ni más larga ni más ancha que su iPhone.
—Siempre hablo amablemente con él —rio, sabiendo que no era precisamente cierto.

—¿Puedo tomar una fotografía? —le preguntó sonrojada, encendiendo la cámara para descifrarla en
el trayecto.

—Para eso te la compré, para que la uses —sonrió, volviendo a darle un beso sobre su abdomen—.
Para lo que quieras y para cuando quieras…

—Por si nos ponen trabas para cuando tengamos que sacar la licencia —rio, presionando la pantalla
para tomar la fotografía de una Emma que besaba su abdomen.

—No se trata de amor a primera visa porque no soy ciudadana, ni tú —rio, recostando su sien sobre
parte de su seno para poder verla a los ojos con mayor facilidad—. Quizás y por cuestiones de seguros y
demás, pero no creo que haya problemas, sino un par de fotografías y un par de visitas legales es lo que
tendremos que soportar…

—Smile —susurró, pues quería tomar otra fotografía, y Emma sonrió minúsculamente para la
cámara—. ¿Sí sabes lo peligrosa que puedo ser con un juguete nuevo, verdad?

—Con tal de que no termine en pelotas en alguna red social o en alguna página porno… estoy
dispuesta a dejar que me tomes cuantas fotografías y cuantos videos quieras, en la posición que quieras,
y haciendo lo que quieras…

—Eres mía —sonrió, tomándole otra fotografía—, y será para alimentar mi morbo nada más, no el
del resto del mundo.

—Good —murmuró.

—Además… —dijo, haciendo a un lado la cámara y reacomodándose para quedar a la altura del rostro
de Emma con el suyo—. No planeo sólo utilizarla para cuando estés “en pelotas”…

—¿No? —sonrió, acercándola a ella con su brazo por su cintura mientras entrelazaba sus piernas con
las suyas.

—Tienes ciertas poses, ciertas expresiones que me gustan —se sonrojó.

—¿Como cuáles?

—Así como cuando terminas de subir tu falda, que la ajustas a la altura que es por los costados
mientras te ves al espejo, que normalmente ya estás en Stilettos y con sostén puesto… o cómo te paras
cuando estás bebiendo tu té por la mañana; estás a contraluz y se ve muy bonito… o como cuando estás
hablando por el teléfono de la oficina y lo detienes con tu hombro para alcanzar algo en qué escribir, o
como cuando vas a trabajar en un plano y te haces un moño, o una coleta, o una de esas trenzas que
luego se hacen moños, o como cuando estás con Natasha y te ríes como entre una facepalm, o como
cuando te duermes y a veces sonríes, o como cuando estás a punto de darle el primer bocado al almuerzo
o a la cena; el hambre con el que se lo das… o como cuando estás tocando piano y te das cuenta de que
te estoy acosando desde la puerta; esa sonrisa y esa ceja arriba me matan…

—¿Sí? —sonrió y levantó su ceja, a lo que Sophia asintió y le robó un beso corto y suave de sus labios
con los suyos—. ¿Algo más que quieras agregar a la lista?

—Cuando dices “Yahtzee!” cuando el cliente te aprobó algo que creías que no te iba a aprobar, cuando
pretendes ahorcar el aire cuando Selvidge o Segrate salen de tu oficina, o cuando le dices a Belinda que
le dé de comer a los pajaritos… o como cuando tu mamá te habla a la oficina sólo para saludarte…

—Prestas mucha atención —se sonrojó.

—No más de la que sé que me prestas a mí… sé que conoces todos mis movimientos de estrés, de
frustración, de enojo, de irreverencia, de indiferencia, de desesperación… sé que sabes cuántos pasos
me retiro de la pantalla para asesorar un color, sé que sabes cuántas veces limpio mis lentes de cada
lado del vidrio…

—Y que, cuando ves que una hamburguesa o un sandwich es muy grande, intentas aflojar tu quijada
para que un bocado te quepa, sé que todos los días consideras ponerte un vestido o una falda, pero
nunca logras convencerte, sé cuántas veces inhalas el aroma de un Latte antes de darle el primer sorbo,
sé exactamente cuándo se te acaban las vidas en Candy Crush… y me gusta la sonrisa que “Freak” te
pone cuando la escuchas, y me gusta cuando empiezas a headbanging al ritmo de “I’ve Got a Life”, pero
que tiene que ser de Eurythmics y Guetta, y que siempre que te pica alguna comida me pides un beso, y
que siempre que empiezas a cocinar tarareas “Tra Te E Il Mare”, y que siempre que estás resolviendo un
cubo rubik tienes una sonrisa, y que siempre que suena “Flight Attendant” te sonrojas… y me fascina
que siempre llegas a la oficina con prisa, que siempre vas peinándote, y me fascina cuando revientas en
“Break Stuff” porque te la sabes completita, y me gusta cuando murmuras “gracias” por lo que sea y a
quien sea, y me gusta cuando me acosas cuando estoy tocando piano, y me fascina que siempre te
elogias cada comida que cocinas, y no tienes idea de cuánto me encanta cuando haces pucheros y
empiezas a desesperarte cuando te das cuenta que la conversión de formatos se va a tardar demasiado…
y me fascina cuando empiezas a cantar con el corazón en la mano… o con tu teléfono, o con una pluma,
o con un rotulador, o con un bridge de Pantone… y fui feliz cuando literalmente te corriste con “Sexy
Back” en concierto, y con todas las canciones… —rio, haciendo que se sonrojara entre una sonrisa
avergonzada.

—Aparentemente no soy tan acosadora como creía —murmuró.

—Nos vamos a tie-break —sonrió, y amplió su sonrisa ante el bostezo de Sophia—. Y a la cama
también —dijo, tomándola por la cintura para recostarla sobre las almohadas y, así, poder halar las
sábanas para cubrirla—. Hay algo que me gusta más que nada en el mundo —murmuró, acogiéndola en
un abrazo mientras apagaba la lámpara restante y dejaba que la muda iluminación del televisor
alumbrara parcialmente la habitación—. La forma en la que me miras cuando recién te despiertas…
—Me gusta que seas lo primero que veo cuando me despierto —sonrió, acomodando una almohada
sobre el huesudo y delgado hombro de Emma.

—Es sólo que te despiertas de buen humor…

—Entre besos y susurros, y una sonrisa tuya, ¿cómo no?

—No lo sé, sólo me ayuda a que mi día empiece realmente bien.

—Y mi día empieza bien porque me despiertas civilizadamente, mi amor —sonrió, elevando su rostro
para darle un beso a Emma en sus labios.

—¿A qué hora te gustaría desayunar?

—A la hora que tú quieras —sonrió, reacomodándose sobre su hombro para mayor comodidad de
ambas.

—Ti voglio bene assaje, ma tanto, tanto bene, sai? —susurró.

—Lo so, ma mi piace ascoltare —sonrió.

—Te amo, Sophie… mucho, mucho, mucho.

—Yo a ti, mi amor —bostezó.

—Dormi, Principessa… dormi —sonrió, y le dio un beso en su frente mientras apagaba el televisor,
pues no le encontró función alguna si Sophia estaba a tres segundos de caer ser compartida con
Morfeo—. Esta es una de mis posiciones favoritas —susurró, y cerró sus ojos para intentar unirse a
Sophia.

Capítulo XVIII

Se despertó de golpe, con esa respiración profunda y tosca que sólo podía significar un sobresalto que
probablemente se había generado durante su sueño, aunque también podía haber sido generado por
tener esa irremediable y crónica sensación de que, de no ser despertada por alguien más, la
impuntualidad era el mayor de sus problemas. Le asustó saber que ya era de mañana, y le asustó el
hecho de que no era precisamente temprano; eran las siete menos diez, hora a la que, en teoría, ya
debía estar saliendo de la ducha. Pero no, todavía estaba en cama, entre sábanas blancas y de delicado
marco de tres finas líneas paralelas color almendra, en alguna parte tenía más peso por la cobija de
algodón egipcio color lino crudo.
Respiró profundamente al compás de un abrir y cerrar de ojos muy lento, como si intentara
ubicarse en tiempo y espacio, pues ésas eran sus sábanas y su cobija, y ésa era su cama, y ésa era su
mesa de noche; con su lámpara de pantalla beige, su reloj que dictaba un “25” en el lugar en el que el
tres debía estar y que una corona reemplazaba al doce, su teléfono todavía succionaba del
tomacorriente aunque ya no pudiera más, su pulsera de macramé rosado, y esa fotografía que la hacía
sonreír cada mañana que se despertaba viendo hacia ese lado, pues, si estaba viendo hacia el otro lado,
lo primero que veía era a la mujer, de carne y hueso, que le daba un beso en su frente en aquella imagen
que habían inmortalizado alguna noche de cena con los Noltenius.

Levantó las sábanas, no supo por qué, pues intuía que lo que vería sólo sería piel y más piel, y
estaba en lo cierto, pero, además de eso, tuvo la sonriente sorpresa de encontrarse con una mano que
no era suya. Emma la abrazaba por la cintura con relativa soltura relajada; sus dedos rectos y perfectos,
igual que aquella mañana de la que esa mano y ese aroma le acordaban, a octubre del dos mil doce y al
resto de meses que le habían sucedido hasta la fecha, volvió a respirar profundamente y lo sintió más
cerca, «sweet Chanel No. 5, my sweet Chanel No. 5». Hoy, en lugar de ser la mano derecha, era su mano
izquierda, y, en lugar de ver el anillo de oro blanco con el rubí incrustado, hoy vio un anillo de bisel de
oro blanco cubierto de madera de nogal junto con un diamante de color subjetivo, pues podía ser
champán o cognac según fuera el ojo que lo determinara, y le gustó la similitud que encontraba con
aquel día, pero le gustó todavía más el hecho de ver que ese anillo ahí estaba, y que estaba ahí
abrazándola.

En cuanto vio la mano que no le pertenecía a nivel físico, pero que era suya, empezó a sentir el tibio
calor que abrazaba su espalda; directamente piel contra piel, y temió que el calor no fuera coherente
con las circunstancias saludables. La mano que la consentía y el pecho que la sostenía y que la mantenía
tibia, definitivamente se habían merecido la piedad que había mostrado el día anterior por la mañana,
pues, después de un par de días de imparable lluvia, de cielo con reales y literales “fifty shades of gray” y
de frío húmedo, todo se vio comprometido en cuanto Emma empezó a aclararse la garganta con cierta
frecuencia. Quizás un vez cada treinta y o cuarenta minutos no era de alarmarse, pero sí era de alarmarse
cuando se trataba de Emma, pues eran los primeros indicios de lo que un simple resfriado hacía para
luego convertirse en un sistema de incubación de gérmenes que costaba aniquilar debido a la necedad
de recurrir a los antibióticos que cualquier doctor parecía recetar, palabra de Dios en versículo Bíblico,
por no menos de diez días, lo cual iba en contra de la religión medicinal que Emma practicaba con su
cuerpo desde que su profesor de Biología, en el colegio, había tenido a bien explicarle la tolerancia de
las bacterias, en especial cuando los doctores recetaban antibióticos como pasatiempo hasta para un
virus. Viva las farmacéuticas.

Nada que un poco de Tylenol Cold & Flu Severe no pudiera frenar y solucionar en un clima menos
inestable y menos óptimo para que la enfermedad hiciera de las suyas: razón principal por la que Sophia
había decidido verbalizar aquella simple frase de: “tengo un horrible antojo de Ricotta & Black Pepper
Ravioli”. Dicha frase implicaba a “Butter”, implicaba su deseo de regresar a la Gran Manzana, e implicaba
que, cual partida de ajedrez, anticipaba lo que Emma respondería por el demonio de la condescendencia
que la poseía.
Y así, precisamente por eso, fue que terminaron regresando a casa veintiocho horas antes de lo previsto,
a Sophia importándole poco su cumpleaños, pues para ella ya había sido celebrado entre sábanas,
sedentarismo, los brazos de Emma y un maratón de “House of Cards”, antepuso realmente la salud de
su prometida tras la frase célebre de “no quiero enviudar antes de tiempo”. Además, si Emma llegaba a
enfermarse, empezaría una tortura de la política de “no quiero enfermarte”, lo cual significaba no besos,
y luego, en caso de empeorar, todo tipo de roce ante las eminentes altas temperaturas, los dolores
corporales, la tos que a los pocos días le daba miedo dejar salir por el grosero dolor en el pecho, la
congestión nasal, y muchas cosas banales y comunes que sólo la enfermedad misma controlaba con
satánica locura.

Aclaro, Sophia no mintió, porque el antojo lo tenía, pero no era “horrible” al punto de ser de
vida o muerte, pero sabía que si le decía que se regresaran para que no se enfermara, Emma se negaría
con la frase de su optimismo: “estoy bien, no es nada… además, es tu cumpleaños”.

Se dio la vuelta, según ella para enrollarse contra el drogado pecho de quien todavía debía estar
dormida, según ella para poder inhalar los rastros de Chanel No. 5 que se despedían de su cuello, pero,
en cuanto se dio la vuelta, se encontró con un par de verdes ojos que la acosaban con una cariñosa
sonrisa.

—B… —musitó Sophia en esa sensual y mimada voz de haber absorbido cuanta cama posible, y quiso
decir “buenos días, Arquitecta”, pero Emma la detuvo al colocar su dedo índice sobre sus labios.

—Sh… —susurró con la misma sonrisa, y sacudió su cabeza.

—Hola —susurró a pesar del dedo que pretendía detenerla, pero Emma sacudió su cabeza de nuevo
y presionó suavemente su dedo contra sus labios.

Sophia calló y, sin tener tanto control sobre las reacciones autónomas de su cuerpo, se sonrojó. Emma
ensanchó la sonrisa a pesar de mantener la misma longitud y la misma curvatura, pero era muy notorio
que sonreía todavía más. Su dedo se paseó lenta y suavemente sobre el labio inferior de Sophia; era una
caricia con sabor a descanso y a que se sentía mejor, quizás físicamente o quizás porque tendía a dormir
mejor en su hogar, en su cama, o quizás era la combinación de ambos factores. Dibujó el contorno de la
carnosidad de sus labios, y, tras el trazo, iba su mirada que la acosaba en el mismo silencio que pedía.

Se acercó lentamente a su rostro, acortando la distancia todavía más, y, elevándolo con su


índice por su mentón, rozó apenas sus labios con los suyos mientras jugaba con la mortal anticipación
del beso que quería darle. Parecía como si buscaba el ángulo perfecto para las coordenadas perfectas,
así como si buscara el pi labial entre la tibia inhalación de su exhalación. Cómo le fascinaba a Sophia ver
cuando Emma cerraba sus ojos cuando sus labios rozaban los suyos, era como por automaticidad. Juntó
sus labios con los suyos, apenas un toque inerte, pero, poco a poco, se fue ahondando y avivando hasta
conseguir que ambos pares de labios se entrelazaran al suave ritmo imaginario de la versión de “La Più
Bella Del Mondo” en bossa nova; canción que Emma había tenido en mente desde que había enterrado
su nariz entre la melena rubia de la mujer que se preocupaba por su salud al punto de ceder un
cumpleaños fuera de la jungla de concreto. Ella lo sabía, y le agradecía la piedad y el disimulo, pues, de
lo contrario, de haberlo manejado de una manera más directa, se habría negado, tal y como Sophia lo
había anticipado. Tal para cual.

La mano de Sophia fue directamente a su mejilla para que sus dedos alcanzaran su nuca, pues
quería sentirla encima, quería sentir que ese beso se ahondaba por peso y por gravedad también.

Emma terminó sobre ella, apenas dejando caer un poco de su peso mientras la terminaba de despertar
con ese beso que se venía aguantando desde las diez de la noche en la que su rubia melena había
espesado su respiración con silenciosa ligereza mientras veían la versión más nueva de “Hairspray” en
VH1, película que, en palabras de Emma, era “simplemente disgusting”. Con una mano se detenía de la
esponjosa almohada forrada del mismo celestial algodón egipcio que las envolvía a ambas a la altura de
media espalda, con la otra recorría a Sophia desde su cintura hasta su rodilla y de regreso, envolviendo
su muslo y su cadera mientras Sophia guiaba el beso y la abrazaba por debajo de aquella cicatriz.

«Feliz cumpleaños para mí», y seguía besándola y dejando que la besara con el confeti de “feliz
cumpleaños, Sophie”, “buenos días, Licenciada” y “hola, mi amor”.

Ahí no había indicios de tribadismo, ni de nada que fuera tan directo, era como si quisiera llenarla de
besos antes de siquiera saludarla con los verbales y educados buenos días y de desearle un
reglamentario y obligatorio feliz cumpleaños.

Elevó un poco su rostro con la misma técnica, pues sólo quería tener mayor acceso a su cuello,
el cual veneraba desde aquella conversación sobre hipofixilia con Julie, que, simultáneamente, se volvía
a jurar a sí misma nunca lastimarlo y nunca atentar contra él, ni siquiera para practicar la asfixia erótica,
pues ella no le veía nada de sano asfixiar a la mujer que adoraba más que a nada en el mundo, ese
pensamiento no cabía en su cabeza y tampoco tenía por qué caber. Si Sophia quería sufrir de eso, haría
lo que fuera para enseñarle que el control de respiración funcionaba igual y sin hacer algo que podía
desmayarla.

Besó aquí, acá, y allá. Besos cortos pero pausados y con intervalos que delataban y evidenciaban el cariño
con el que se los colocaba, hasta parecía que besaba el aire que fluía por el interior de él. Besó hasta sus
huesudas y saltadas clavículas, esas con las que a veces tenía accidentes de frente o de tabique y que la
dejaban riéndose en lugar de quejarse del dolor, y, más allá de esas latitudes, no besó por no deshacer
el abrazo en el que Sophia la envolvía, por lo que decidió subir de la misma forma en la que había bajado.

Finalizó con otro beso de ojos cerrados en sus labios, un hermoso y sedoso beso que ya tenía
sensaciones de estar más despierto y más receptivo.

Emma se despegó de sus labios con esa caricia que era tan tuya, esa de peinar el flequillo de Sophia tras
su oreja izquierda con la ligereza y el delicado tacto de sus dedos, y sus ojos verdes analizaron las finas
facciones de a quien acariciaban. Sus celestes ojos estaban descansados a pesar de estar todavía un
tanto adormecidos, pero ya no tenía ni el más mínimo rastro de las difuminadas ojeras que “Patinker &
Dawson” le habían logrado sacar desde antes del episodio de Rococco Red, y, en su mejilla derecha, tenía
dos líneas que el forro de la almohada se había encargado de marcarle. Ah, el buen dormir.
Le colocó un beso en la frente, ese beso que sólo había experimentado con ella, pues nadie nunca le
había dado uno hasta después de ella, que era Phillip quien solía dárselos porque tenía la impresión de
que era una mezcla de cariño y respeto. Le colocó un beso en la punta de su nariz, seguido por un suave
jugueteo, y un último beso en sus labios para marcar otra etapa de la mañana.

—Buenos… —intentó decir nuevamente Sophia, pues creyó que ya podía hablar, pero no, Emma volvió
a colocar su dedo índice sobre sus labios para detenerla, y no era que no quería que hablara, es sólo que
quería saber hasta dónde Sophia podía soportárselo y comunicarse de otra forma que no fueran
palabras.

Emma sacudió su cabeza con sus ojos cerrados y, al abrirlos, guiñó su ojo derecho con una minúscula
sonrisa. Quizás le dolía la garganta. «Quizás».

Sophia la tumbó para colocarse sobre ella pero todavía dentro de las sábanas, las cuales se
rehusaban a bajar de media espalda. Entrecerró sus ojos con una sonrisa que se convirtió en una ligera
risa nasal en cuanto Emma levantó su ceja derecha y sonrió con cierta burla que tiraba de la comisura
derecha de sus labios. Ante eso, Sophia sólo besó sus labios en el mismo silencio que Emma esperaba y,
sin saber cómo, porque sí sabía el porqué, dejó que un gemido ahogado migrara a los labios de quien,
delicadamente, había flexionado su rodilla derecha hasta hacerla elevarse un poco para que imitara una
variación más baja de la posición más reveladora según Sophia. “En cuatro”.

Emma reclamó su poder al impulsarse para tumbarla de nuevo y poder ella colocarse sobre la
rubia melena que era muy susceptible cuando recién se despertaba, y que, cuya susceptibilidad, era
igualmente erótica y sensual por el simple factor de la mezcla de su voz, de su mirada, y de sus
respiraciones que sólo imploraban “cinco minutos más” a menos que se tratara de sexo, como en esa
ocasión.

Volvió a besarla, porque quería y porque necesitaba corroborar uno que otro dato para no lamentar
luego sus acciones, y, entre el beso, consiguió lo que quería.

Se despegó de ella y la vio a los ojos con una sonrisa, ladeó su cabeza como si no entendiera, o
como si le estuviera preguntando eso que era más fácil de entender si se utilizaban palabras verbales, o
quizás era que le estaba pidiendo permiso.

Sophia entendió, y Emma supo que había entendido cuando, de repente, Sophia tomó su mano derecha
y empezó a besarla; nudillo a nudillo, dedo a dedo. En cuanto terminó de besar su meñique, regresó a
su dedo índice, el cual estaba adornado por el anillo que se definía como “9 a. S.” porque había algo de
lo que quería acordarse, y, lentamente, lo introdujo en su boca para besarlo a profundidad mientras
Emma le clavaba la mirada en la suya y sólo le ofrecía su dedo del medio para que hiciera lo mismo.

Definitivamente, eso no era lo que Emma tenía en mente para comenzar el día, ella sólo quería
besarla, y estaba intentando hacer que no hablara para que regresara a dormir en lugar de inventar
hacer cualquier cosa, que fue lo que sucedió, y ella poder seguir inhalando la tranquilidad de su descanso
desde su nuca. Pero, al final del día, así como lo había prometido al principio de la oferta del fin de
semana largo, el cual según ella todavía estaba en vigencia, todo era descrito por “condescendencia al
máximo”, y tampoco se quejaba si Sophia quería algo así, mucho menos en esos momentos de orgulloso
recién despertar.

Sophia abrió sus piernas y dejó ir los dedos de Emma de entre sus labios para que se abrieran
camino entre ambos torsos y el disimulo que las sábanas les regalaban en esa ocasión. Emma acarició
sus labios mayores, quienes no estaban ni enterados de lo que estaba a punto de suceder, lo mismo sus
labios menores, su clítoris y su vagina. Emma se detuvo en su vagina y Sophia, con un asentimiento, le
dio luz verde para que lentamente la llenara con un callado ahogo y una cacería de labio inferior con sus
dientes.

Esa mirada, de cuando las circunstancias no eran precisamente las más óptimas en la zona sur, era única
en su especie y una de las que tendían a derretir a Emma, la cual rebalsaba de sensualidad al estar
simplemente húmeda, pues era la muestra perfecta de lo que una penetración hacía en Sophia cuando
la pedía.

Emma la penetró literalmente como lo que el término indicaba, de afuera hacia adentro pero
sin mayor profundidad, pues eso entraba en juego hasta que la composición de Sophia se lo permitiera
en dilatación y en lubricación natural, era la penetración de la profundidad justa para la intensidad más
perfecta, y, acompañando aquello, se veían a los ojos; Emma totalmente derretida ante la débil mirada
de Sophia, quien con cada inserción se resistía a la idea de cerrar sus ojos, pues le gustaba el momento
que estaban teniendo.

Sacó sus dedos de Sophia para acariciar su clítoris con un frote de media presión que sólo coqueteaba
con el botoncito que también merecía atención y un poco de diversión, pero duró poco al ser sólo una
provocación con la que después terminaría de lidiar, y devolvió sus dedos a los adentro de Sophia, los
cuales ya le daban la menor de las fricciones posibles y que le permitían esa profundidad que ya era
inevitable que pudiera permitir un par de crónicos ojos abiertos. Otra mirada que derretía a Emma; eso
de apagarse y encenderse mientras se aferraba a su nuca, pues funcionaba en ambas direcciones como
ellas mismas ya lo habían establecido: le gustaba ver y le gustaba que la viera. Era la arrogancia que el
Ego había criado, pero con ese lado de humano enamoramiento que suavizaba y condimentaba la mirada
que Sophia veía, y Emma que veía algo que la seducía a seguir instrucciones, a ser obediente, a no
detenerse y a seguir haciendo lo que hacía pero que no dejara de verla.

Cambió de orden de dedos por la simple razón de que era más cómodo para ella y sería mejor para
Sophia, pues, penetrándola con su dedo del medio y anular, podía lidiar con el resentimiento clitoral, el
cual Sophia agradecía con sensuales ahogos de una erótica e indescriptible excitación.

La penetración se detuvo, pero sólo en el sentido horizontal, pues ahora era más un coqueteo
directo con su GSpot mientras la palma de su mano seguía haciendo de las suyas conforme Emma decidía
trabajar con su muñeca y no con sus dedos en específico.

Emma ladeó su cabeza hacia el lado derecho, y Sophia asintió, y ella sonrió kilométricamente.
Un gemido como tal creo que no hubo, sólo eran suspiros de labios abiertos o cerrados, labios
libres o entre dientes, que eran más cuestión del fenómeno del azar que del control cerebral de la rubia,
quien flexionaba su rodilla para que Emma se reacomodara.

Sophia asintió, y Emma, sabiendo muy bien lo que eso significaba, sacó sus dedos de Sophia
para simplemente aseverar y profundizar la excitación de la cumpleañera, pues, con el rubio lubricante
natural, ella se aseguró se intentar anular casi toda fricción entre su sexo y el muslo de ahora veintinueve
años oficiales, biológicos y legales.

—«¿Así?» —le preguntó Emma cuando iniciaba el corto y presionado vaivén contra su muslo.

—«Así» —asintió Sophia entre el ahogo de los dedos de Emma que regresaban a su interior.

Un concierto de respiraciones pesadas, pero no espesas, fue lo que invadió la distancia que cada vez se
acortaba entre ambos rostros de miradas fijas por exhibicionismo y voyerismo por igual.

El beso era un componente inevitable del arte de no sólo el momento sino de la ventaja de ser mujer y
de poseer mayor destreza para el multitasking. Quizás no era el beso más suave y más delicado, pero
desempeñaba su función con supremacía, y quizás la posición no era la más cómoda, porque no lo era,
y tampoco era la composición en la que habían logrado encajar, pues se corría el riesgo de una atrofia
del túnel carpiano a pesar de que era gaje del oficio o del deporte extremo del placer, y la voluntad del
muslo de Sophia se veía puesta a prueba. Pero nada mejor que un poco de sexo matutino que no era
sabatino, era como romper con la costumbre que realmente no acostumbraban.

Emma agilizó las rítmicas presiones en el GSpot de Sophia, lo cual sólo desencadenaba
exhalaciones rubias que se detenían entre las pecas del hombro de Emma, las cuales ya abrazaba con
ambas manos por la intensidad del momento; necesitaba sentirse segura porque temía por su vida al
saber que la terminaría de despertar con una eyaculación sobre la que no tenía control ni de potencia ni
de cantidad, y Emma, ante el aferrador abrazo, sólo había podido caer a besos contra su cuello mientras
mantenía el ritmo de su vaivén, el cual no sabía por qué pero estaba demasiado más rico que de
costumbre. Debía ser ésa etapa de feromonas y ovulación en la que ambas se encontraban según
McClintock; un día para ovular pero tres o cuatro días para gozar de los efectos del inevitable e innegable
calor.

Emma volvió a clavarle la mirada a Sophia, y, estando viéndola a directamente a los ojos, llena
de excitación y orgullo en cantidades iguales, inhaló cuanto aire pudo para que Sophia la imitara. Y, así,
exhalando suave y continuamente el aire para volver a inhalarlo, Emma sólo supo dejarse ir en un
sorprendente y sorpresivo orgasmo, pues pocas veces lo lograba así de rápido, era algo que hasta la
asustaba. Claro, si Emma se había dejado ir, no estaba en discusión que se llevaría a Sophia con ella, pues
aceleró el ritmo de sus dedos para hacerla explotar junto a ella aunque a mayor escala.

Emma sollozó con su labio inferior entre sus dientes, Sophia se desplomó en un amodorrado gemido
entrecortado que había logrado escabullirse en el “top 10” de los gemidos que enlistaba Emma en su
cabeza. Y, ante la inevitable convulsión eyaculatoria de la cumpleañera, Emma recibió un glorioso golpe
en su clítoris con la resbaladiza superficie del muslo sobre el que se encontraba, el cual sólo sirvió para
reafirmar y confirmar un orgasmo que no sólo había sucedido con poca estimulación sino que la había
dejado, como a Sophia, siendo dueña de un clítoris que parecía tener vida propia al estarse retorciendo
con agradecida intensidad.

Víctimas totales de los antojos.

—Mmm… —exhaló Emma con un ahogo que hacía sonreír a cualquiera, que sus dedos ya vaciaban a
Sophia para abrirse camino a su boca.

—«¿Rico?» —se sonrojó Sophia, viéndola limpiar los brillantes dedos con ese concentrado sabor que
tanto le gustaba.

—«Como no tienes idea» —rio nasalmente junto con un asentimiento.

—«¿Sí?» —ladeó su cabeza.

—«Muy, muy rico» —asintió de nuevo con una sonrisa.

—«¿Más?» —elevó sus cejas, pero no pudo evitar que una risa nasal muy suelta le saliera, pues esa
conversación mental podía estar tan correcta como tan incoherente.

—«Mmm…» —cerró su ojo izquierdo y levantó su ceja derecha, evidentemente entrando en modo
pensativo—. «¿Tú qué crees?» —resopló con esa mirada burlona.

—«No sé» —se encogió entre hombros con una risita.

—«Me ofende que no sepas la respuesta» —frunció su ceño y asintió.

—«Sorry» —pareció susurrar entre una expresión que delataba su petición de perdón.

—«Dame un beso» —sonrió, dándose dos golpes muy suaves con su dedo en sus labios, pero eso
Sophia, por ser conversación a nivel telepático, no lo entendió así, no como “un beso”.

Ella asintió y, tumbándola sobre su espalda para quedar sobre ella, se irguió para revelar su torso
desnudo, el cual Emma adoró con sus manos y con su vista, más cuando Sophia levantó sus brazos para
intentar peinarse un poco esa melena que no sólo era culpa del sueño sino de su situación
postorgásmica, pues esa posición de sus brazos sólo denotaba la sensualidad que la poseía entre las
marcas de las sábanas que se hacían presentes en su abdomen.

Se veía realmente sensual, más porque las sábanas habían decidido caer por completo, ni siquiera se
habían logrado detener de las caderas de la rubia que estaba a horcajadas sobre la italiana que la acosaba
desde la minúscula y casi invisible separación de su sexo hasta las saltadas clavículas que se escondían
por las circunstancias, pero no dejó de admirar las líneas del coloquial bikini, o el pequeño vistazo
seductor de las dimensiones de su trasero, el cual se posaba suavemente sobre su entrepierna, y ni
hablar de las curvas que salían de ese punto en el que, en el verano, probablemente existiría una línea
de bronceado que se extendería hasta el otro punto simétrico de su cadera opuesta, y su ombligo, el
cual fue burlado por la suave caricia que el dedo de Emma le hizo con el suave borde de su uña, pues le
urgía llegar con disimulo al par de Bs que ahora estaban siendo tiradas suavemente hacia arriba por los
brazos de Sophia, quien ya trabajaba en un moño con una de las ligas que se materializaban de la nada
en su mesa de noche. Viva Scünci.

Justo cuando sus manos estaban por llegar al par de Bs, Sophia la vio a los ojos de una forma
que Emma no sabía cómo interpretar, pues parecía más un “no, no, no” que un “¿te gustan?”, por lo que
Emma retiró, con paupérrimo disimulo, sus manos de dichas coordenadas para deslizarlas a lo largo de
su cintura, pero Sophia le tomó las manos para llevarlas a sus senos. Emma respiró con tranquilidad y
los apretujó suavemente, dibujándole una sonrisa a Sophia, quien la llamaba a erguirse para que besara
eso que apretujaba y ahuecaba intercaladamente.

Pero Emma no quería erguirse, por lo que la abrazó para traerla sobre ella y, así, poder tenerla a la altura
de su rostro. Quería ahogarse entre lo imposible, quería perderse entre ese perfecto escote de justas
proporciones, quería simplemente volverse loca alrededor de sus pequeños y pálidos pezones que poco
a poco se encogían entre las succiones y los mordiscos que les daba a cada uno. Y Sophia que reconocía
el hambre que tenía, simplemente se sacudía a modo de que sus Bs se le escaparan de sus labios para
jugar con ella, para jugar a que las persiguiera a pesar de no tener suficientes centímetros cúbicos como
para que realmente se le escaparan. Ambas reían, aunque Emma se frustraba entre su propia risa, y
Sophia se carcajeaba, aunque se carcajeaba con cierto rubor en sus mejillas, pues sólo supo que le
gustaría que Emma hiciera eso con ella, pues sus Cs tenían mayor capacidad de ahogarla.

Sophia dejó de sacudirse ante un mordisco que le robó toda su voluntad, pues lo había
sentido «tan, pero tan, pero tan, pero tan rico» que sólo quiso dejar que Emma hiciera de las suyas
mientras ya la envolvía entre sus brazos y la apretujaba contra ella, o que sus manos viajaban en
direcciones opuestas para luego reunirse en su trasero, en donde, sin por qué ni para qué, se despegaban
para simplemente volver a aterrizar con una nalgada que sonaba diez veces más dolorosa de lo que
realmente era, pues apenas y caían por la idea de nunca lastimarla.

En un momento de sincronía total, Emma se deslizó hacia abajo y Sophia escaló hacia arriba
para quedar en la posición favorita de Emma, en esa en la que quedaba siendo víctima
del facesitting para luego ahogarse en el placer de unfaceriding.

Aferrándose al funcional tubo del respaldo de la cama, Sophia se dejó ir en el ritmo del coro de
“Talk Dirty” para gobernar los labios de Emma entre los respiros de pausa que le daba para que tirara de
sus labios menores y succionara su clítoris mientras la traía con sus brazos hacia abajo. Y luego iba el
contoneo rítmico que se frotaba contra la lengua de una enloquecida y extasiada Emma Marie.

—«¿Te ahogo?» —le preguntó con su labio inferior entre sus dientes.
—«Por favor» —asintió, que sólo fue que frotó sus labios contra la estática complexión de la
feminidad de Sophia, y, con sus manos, la trajo más hacia ella.

La rubia la tomó por la cabeza y, dejando caer su peso un poco más sobre Emma, pudo sentir la sonrisa
de inigualable éxtasis de los “gustos raritos” de su condescendiente y consentidora prometida.

Emma, definitivamente muy a gusto, y tan complacida como muchas otras veces, estaba ahora
orgullosa de lo que Sophia estaba haciendo, pues nunca supo que había sido una de sus fantasías hasta
ese momento en el que se sintió extrañamente completa y en un lugar muy parecido al Nirvana.
Literalmente estaba high on Sophia.

Sophia reinició el vaivén, ahora muy corto pero con mayor presión, simplemente se dejó ir sin pensar en
que podía matarla, aunque sabía que, de hacerlo, moriría feliz, muy, muy, muy feliz, pues eso se le
notaba en la mirada y en cómo sonreía entre el frote de sus labios mayores contra sus labios bucales, y
ni hablar del hambre con el que fuertemente succionaba lo que estuviera a su paso para que, con el
vaivén, se librara de ella. Esa era una verdadera cacería, y ambas lo disfrutaban en los silenciosos
gemidos de Sophia, quien, con cada succión simplemente presionaba más la cabeza de Emma contra su
entrepierna, lo cual actuaba como un aviso de qué tan cerca del orgasmo estaba.

—¡M-mm! —gruñó Sophia con dificultad al cabo de no más de un minuto, y ese gruñido que era pariente
de un pujido y amigo de un gemido, era el sinónimo no más de diez segundos que se interponían entre
ese momento y el orgasmo que la haría despegarse de Emma para quedarse riendo entre jadeos y
temblores, o así solía ser—. I’m gonna cum, I’m gonna cum, I’m gonna cum! —sollozó rápidamente al
mismo compás del vaivén, y Emma, con toda la inocencia y las buenas intenciones que en esta ocasión
no la caracterizaban, succionó fuertemente el estratégico punto en el que podía envolver su clítoris y
sus labios menores entre sus labios—. Emma... fuck! —gruñó, y los temblores y las contracciones
empezaron, esas contracciones que actuaban como espasmos musculares en sus piernas, en su
abdomen y hasta en sus dedos.

Sinceramente no sé cómo fue que Emma la tomó por la cadera y la tumbó sobre su espalda al otro
extremo de la cama, y estoy segura de que Sophia tampoco supo en qué momento sucedió, pero quedó
con sus piernas abiertas para una Emma que simplemente soplaba su clítoris desde una considerable
distancia y veía cómo el hinchado clítoris de Sophia se retorcía entre palpitaciones por reacciones
internas y por el aire frío que lo bañaba por once segundos de antecedentes de Yoga y de relajaciones
respiratorias para no asesinar a Segrate y ahora a Selvidge.

—Oh. my. God… —suspiró Sophia al cabo del minuto que le había tomado en asimilar ese orgasmo, y la
risa la atacó.

—You are so beautiful, so, so beautiful… —susurró, empezando la serie de besos que subirían desde
su monte de Venus hasta su cuello, y, probablemente, hasta sus labios.

—Hablas —sonrió al encontrarse con su sonrisa, la cual Emma ya había limpiado.


—Italiano, inglés, español, francés, portugués y tres cuartos de griego formal y muerto, o griego cojo.
Sí, hablo—sonrió en tono de broma.

—Mmm… estás un poco ronca —sonrió, estando totalmente derretida por el tono poroso de su voz.

—Sólo un poco —murmuró, y decidió darle un beso en sus labios para evitar entrar en el tema de si
se sentía mejor o peor de salud, pues, claramente, se sentía muy bien.

—Mmm… —saboreó Sophia los labios de Emma, y no le bastó, por lo que introdujo suave y
discretamente su lengua sólo para corroborar que ese sabor era todo suyo y todo de Emma—. Hola —
susurró casi inaudiblemente, todavía con sus ojos cerrados mientras Emma paseaba la punta de su nariz
por los alrededores de la suya para practicar un adorado y cariñosonuzzling.

—Hola, mi amor —sonrió contra sus labios, y dejó que su peso cayera completamente sobre el cuerpo
de Sophia—. Happy Birthday —susurró a su oído, aferrándose a ella en un abrazo que la apretujaba justo
como le gustaba.

—Yes, happy birthday to me —sonrió, apretujándola a ella también, y se quedó en silencio muy
extraño, como si necesitara decir algo que no podía decir.

—¿Te estoy aplastando?

—No, mi amor —suspiró, paseando sus manos por su espalda en direcciones opuestas; una mano
hasta envolverla por su espalda baja y la otra para enterrarse entre su cabello.

—¿Estás bien?

—I’m really turned on —susurró con cierta vergüenza que era combatida por un inexplicable pudor.

—¿Sí? —se irguió con una sonrisa, viendo a Sophia asentir entre un rubor que era muy distinto al de
minutos atrás, un rubor de vergüenza—. ¿Cómo sugieres que lidiemos con eso? —ladeó su cabeza, y, de
forma inesperada, batió su pelvis contra su entrepierna; una embestida directa que, al tener contacto
con su sexo, se volvía un circular roce con frote a media presión.

—Así… así… —jadeó calladamente, recorriendo la espalda de Emma con sus uñas, apenas
incrustándoselas desde sus omóplatos hasta su trasero, de donde realmente se aferró con fuerzas para
marcarle la intensidad con la que quería que la embistiera—. Fuck…

—¿Se siente bien? —sonrió ante la mirada de la rubia que jadeaba con cada embestida, y, aunque
ella sabía la respuesta, quería escucharla por motivos de Ego.

—Demasiado —gruñó entre dientes, apuñando el cabello de Emma por simple reflejo, cosa que a
Emma no pareció importarle a pesar de que era un tanto rudo, en realidad le gustó “un poquito”.
—My God… you’re so beautiful —suspiró, viéndola a los ojos.

—¿Emma? —la llamó esa voz que no sabía por qué estaba ahí con ella, no en ese momento en el que
estaba embistiendo a Sophia con esas indescriptibles ganas de simplemente ser dueña del orgasmo que
sabía que podía provocarle de esa forma—. ¿Emma? —la llamó de nuevo, pero ella sólo siguió
embistiendo a Sophia, y Sophia gemía a su oído como si no le importara que hubiera una tercera persona
siendo testigo de la actividad recreacional—. ¡Emma!

—Cazzo! —gimió asustada, arrancándose los audífonos de sus oídos y dejando que Victoria der Bosse
escuchara las notas íntimas que el Preludio de la primera Suite de Bach para Cello tocaba para Emma—
. Señora der Bosse —sonrió, intentando mantener la cordura, pues, muy en el fondo, le había enojado
que había interrumpido su sueño despierto, el cual era más bien un recuerdo vívido de lo que había
sucedido dos mañanas atrás—. Qué sorpresa —dijo, poniéndose de pie sobre sus Charlotte Olympia Ava
turquesas de tacón naranja de once centímetros, y, rápidamente, aplanó su jeans por la costumbre de
siempre aplanar sus faldas o sus vestidos cuando se ponía de pie.

—Tu secretaria no estaba en su escritorio y la puerta estaba abierta —dijo por excusa—. Espero no
estar interrumpiendo nada.

—No, no, por favor… tome asiento —sonrió, ofreciéndole cualquiera de las dos butacas que estaban
frente a ella—. ¿Quisiera algo de beber?

—Eso estaría bien —dijo en ese tono que a Emma tanto le molestaba porque le acordaba a su tía
Teresa, ese tono que no era precisamente arrogante sino grosero, pues Emma pensaba que se podía ser
simpático y arrogante al mismo tiempo; ese tono de “al fin haces algo bien”, algo que asociaba con Lady
Tremaine también, quizás porque ambas mujeres, tanto su tía Teresa como Victoria der Bosse, se
parecían físicamente a ella.

—¿Quisiera agua, café, té?

—Café estaría bien —volvió a emplear ese detestable tono.

—¿Latte, Cappuccino, Espresso, Lungo o Americano?

—Americano —sonrió, actitud demasiado rara en ella, pues a veces parecía que no podía hacerlo.

—Regreso en un momento —dijo Emma, juzgándola por el café que había escogido, cosa que sabía
que estaba mal pero, en cuanto a café se refería, se le hacía imposible no emitir un juicio al respecto,
quizás porque era italiana, quizás porque era mujer, quizás porque era ella y porque había sufrido en los
cursos de barista porque había tenido que beber incontables veces cada mezcla para conocer su
adecuado sabor, y, bueno, a veces que sí se le antojaba un café, o quizás sólo cuando se lo servían sin
preguntarle y, por educación y crianza de Sara, se lo tragaba sólo porque sí.
Vio la hora, las dos y tres, razón entendible por la cual Gaby no estaba en su escritorio, pues solía tomarse
su tiempo para almorzar de una y treinta a dos y quince porque había calculado que era el tiempo más
inerte en todo sentido, y Emma que le daba la libertad necesaria, pues podía contestar su propio teléfono
y podía servir un café americano, o sea agua sucia, sin ningún problema. El tema era Sophia, pues ya
tenía media hora de estar en la oficina de Volterra, y Emma que estaba sin poder explicar por qué sabía
que no era algo bueno, pero no sabía si no era bueno para ella o para Sophia, o para todos. Quizás no
era algo bueno, pero eso no significaba que fuera algo malo.

Aflojó su cuello mientras esperaba a que el café recién molido terminara de caer en el
portafilter, y, mientras lo comprimía, evocó la imagen de una jadeante Sophia, así como si cada presión
que le hiciera al portafilter representara una embestida más. Debido a que el proceso era automático en
su sistema neurológico, no tuvo problemas para colocar el portafilter en el lugar que correspondía para,
bajo él, colocar la típica taza blanca. El café empezó a caer en la taza y, mientras eso pasaba, Emma
colocaba el típico platillo, con la cucharita, un Millac de semidescremada y dos sticks de Splenda, porque
Victoria der Bosse trataba su cuerpo como un templo; era como Margaret pero diez veces peor, con tres
cuartas partes de Katherine pero con el cuerpo de Jane Seymour aunque diecisiete años menor y con
personalidad de cabello rubio y canoso como si no fuera indicio de envejecimiento sino de poder social,
pues tan mayor no era; era mayor Sara, aunque Sara era rubia y quizás por eso, las pocas canas que
tenía, no eran evidentes.

En cámara lenta, vio cómo las últimas gotas de café caían en la taza que ahora colocaba en el centro del
platillo, y, luego de desenroscar el portafilter, le dio cuatro golpes para asegurarse de haberse deshecho
de lo que ya no era reutilizable, y cada golpe fue como cada gemido que Sophia le dio a su oído hasta
que gruñó al compás del cuarto golpe, el cual equivalía al clímax.

—Aquí tiene —sonrió Emma, sirviéndole el agua sucia por el lado izquierdo.

—Gracias —le dijo, frunciendo su ceño al ver cómo había organizado Emma el ambiente de su café,
pues así era como solía beberlo, con dos sticks de Splenda, no de Equal, y con leche semidescremada, y
Emma nunca le había servido café, ni Gaby, pero Emma era observadora y lo había registrado en su
cerebro en una de las ocasiones en las que habían caminado desde un Starbuck’s hasta el Condominio—
. Supongo que sabes por qué estoy aquí… —le dijo, abriendo los dos paquetes de Splenda al mismo
tiempo para verterlos conjuntamente.

—Prefiero no especular —sonrió, tomando asiento frente a ella.

—Nunca te imaginé como una persona de Bach —comentó con cierta incoherencia.

—¿Persona como de qué parezco? —resopló.

—No sé —frunció su ceño—, supongo que me acuerdas un poco a mi sobrina; tiene más o menos tu
edad… y escucha mucha música electrónica y mucha música de… —resopló, pero Emma sabía muy bien
lo que intentaba no decir, «dígalo, dígalo… diga que es “música de negros”»—. Toda esa música que yo
no logro entender —dijo, corrigiendo su anticipado error con cierto éxito—. Sólo son obscenidades y
palabras soeces.

—La cultura popular alcanza a cualquiera —dijo evasivamente, entrelazando sus dedos al mismo
tiempo que cruzaba su pierna izquierda sobre la derecha—. ¿Le gusta Bach?

—No, pero lo conozco —dijo, y llevó la taza de humeante café a sus labios cubiertos de un suave y
glamuroso lápiz labial rosado inexistente—. Me quedé entre los setentas y los ochentas, y lo poco que
logro capturar hoy en día —«seguramente tiene Red Hot Chili Peppers en alguna parte del cuerpo, y como
tatuaje»—. En fin… venía porque, como sabes, se supone que me tienes que entregar el Condominio el
lunes a más tardar.

—Así es… —asintió.

—Pero yo sé que eso no será posible porque sólo te he dejado trabajar mientras estoy presente, que
no ha sido mucho tiempo.

—Señora der Bosse —dijo, estando consciente de que la estaba interrumpiendo con cierto grado de
antipatía—. Las remodelaciones y las modificaciones están listas, lo que necesito es tiempo para
ambientarlo… que eso se hace en, más o menos, diez días.

—Y por eso vengo —asintió, y le dio otro sorbo a su agua sucia—. Estoy por salir del país en vacaciones
de Spring Break con mis hijos, pero no regresaré hasta en junio. —Emma sólo asintió
condescendientemente, pero con esa condescendencia que no tenía con Sophia, pues era la
condescendencia hipócrita y negativa; sólo quería reírse por no gritarle insultos en todo idioma en el que
sabía insultar, que superaba el número de idiomas que hablaba con fluidez—. Y, bueno, al regresar me
gustaría tenerlo ya todo listo —dijo, alcanzándole la llave del Condominio, lo cual relajó a Emma de
manera exponencial—. El pago lo haré contra la entrega de la llave, si estás de acuerdo.

—Por mí no hay ningún problema, Señora der Bosse —sonrió Emma, tomando la llave en su mano.

—¿El pago quedaría con el mismo monto o tendría que añadirle el tiempo extra que excederá al
tiempo que habíamos acordado en el contrato? —Emma frunció su ceño, pues su lógica le decía que, si
ella le había pagado diez horas al día cuando trabajaba y cinco cuando no, no tenía por qué aumentar el
monto—. Ah, qué digo, sólo dime cuánto más tengo que pagarte —dijo antes de que Emma pudiera
decirle cualquier cosa.

—No, no —sacudió su cabeza—. Lo que está estipulado en el contrato es el monto a pagar.

—¿Estás segura? —Emma asintió—. Pero te estaré haciendo trabajar diez días más, o más de diez
días.

—Se compensa, no se preocupe —sonrió, y, en realidad, se compensaba porque el acuerdo había sido
que, por la posesividad que caracterizaba a su cliente porque pensaba que sólo se podía hacer una cosa
a la vez para hacerla bien, Emma había accedido a firmar una cláusula de que sólo podía trabajar en ese
proyecto en el tiempo estipulado, en ese proyecto y en los preexistentes, y, aunque había estado
trabajando en el proyecto de “Patinker & Dawson”, no contaba como tal, pues ella no era la encargada
del proyecto, sino Sophia, por lo que ella estaba, hasta el momento, como una consultora/asistente en
lo que al término legal se refería—. ¿Quisiera darle un último vistazo al diseño? —le preguntó, y ella
asintió entre el sorbo de café—. Cualquier cosa en la que tenga dudas, o que quiera cambiar, este será
el momento definitivo —sonrió, buscando el archivo en su iMac para que tuviera, nuevamente, el tour
virtual por lo que sería su habitable condominio.

—Que yo me acuerde no tenía ningún cambio, pero la carpeta con las imágenes las dejé en Chicago.

—No se preocupe, si quiere impresiones nuevas también puedo dárselas —dijo, volteando la pantalla
hacia la mujer que le había quitado un peso de encima con tan sólo darle la llave, y le alcanzó el mouse
para que navegara a su gusto así como la vez anterior.

—Eso estaría muy bien —sonrió—. Mi hija no ha visto cómo quedará, sólo ha visto cómo ha quedado
con la remodelación… como dejé la carpeta en Chicago no le pude enseñar —sacudió su cabeza, y Emma
sólo rio nasalmente ante el síntoma materno tan evidente del que padecía la esposa de Mark der Bosse,
el CFO que ocuparía alguna enorme oficina en el piso cuarenta y nueve.

—Creí que ella también vivía en Chicago.

—No, terminó Boarding School en Suiza en febrero, y la aceptaron en NYU.

—Felicidades —murmuró Emma, llevándose el mismo sobresalto que der Bosse, pues Sophia había
entrado de golpe a la oficina por no saber que estaba con ella—. Ah, señora der Bosse —sonrió Emma,
pero la sonrisa era más que nada por ver que Sophia no traía ni cara larga ni de pocos amigos—, le
presento a la Licenciada Rialto.

—Mucho gusto. Sophia —murmuró Sophia, extendiéndole la mano.

—Mucho gusto —repuso ella, estrechándole la mano y volviéndose a la pantalla, haciendo que Sophia
se cohibiera tanto como cuando conoció a Margaret.

—Regreso luego —susurró Sophia, que fue cuando Emma le notó la suave molestia, que quizás era
por der Bosse o por lo que había hablado con Alec, lo que sea que eso hubiera sido.

—Señora der Bosse, ¿me da un momento? —murmuró Emma, y consiguió un asentimiento—. Ya


regreso —dijo, poniéndose de pie y casi corriendo en dirección a Sophia.

—Scusami, scusami, non sapevo che eri occupata —se disculpó Sophia entre susurros que se
escabulleron por entre la puerta entreabierta.

—Non è niente —sonrió Emma—. Tutto bene con Volterra?


—Beh… —suspiró, y sacudió su cabeza—. Credo di sì —se encogió entre hombros—. Non lo so.

—Perchè? Cosa avete parlato?

—Relax —susurró, pero la oreja de Victoria der Bosse, cuyo conocimiento no iba más allá de Bocelli y
Pavarotti, ya estaba más que atenta desde el principio de la conversación—. Non è niente male.

—Ma non è niente buono —repuso.

—Né buono né cattivo.

—Cosa avete parlato?

—Mi ha chiesto se volevo essere il terzo partner —dijo con su ceño fruncido, y Emma se descompuso
en una furia que sólo conocía ella misma.

—Ahà… e che cosa hai detto? —dijo entre mandíbula tensa y pulgares que repasaban las cutículas del
resto de sus dedos.

—Ho detto che non ho i soldi per pagare il ventiquattro per cento che mi sta offrendo… non ho
novecentosessanta mila… forse ho a metà, ma non per questo —dijo con una risa nasal, pues estaba
siendo muy honesta; ella no pagaría ni un céntimo por ser parte legal de algo que, tras lo que Volterra
le había insinuado, no tenía espacio, a corto plazo, de desarrollarse más en Diseño de Interiores, y mucho
menos en Diseño de Muebles—. Non so nemmeno perché cazzo sono io e non Belinda… per me no ha
senso… ah, perche lui mi ha detto che se non ho i soldi, lui può darmi i soldi in prestito, e ho detto “no”,
quindi, lui mi ha detto di non essere così cinica.

—Scusi? —ensanchó la mirada–. “Cinica”?

—Poi… noi abbiamo beni comuni —se encogió entre hombros—. Quindi, in teoria sì ho, ma solo per
te.

—Mmm… capisco —asintió lentamente.

—Voy a ir a prepararme un Latte, regresa con ella —le dijo con una caricia en su hombro—. Esperaré
afuera para no interrumpir.

—Está bien —repuso, y, sin sonrisa y sin cariño alguno, se dio la vuelta para regresar a su oficina.

—Em… —la detuvo por el brazo.

—¿Sí? —suspiró al cabo de unos segundos de silencio por parte de Sophia.

—Yo… —balbuceó, viendo a su alrededor para asegurarse de que nadie estuviera cerca—. Yo…
—¿Tú? —dijo con extrema hiriente indiferencia.

—No sé —sacudió su cabeza, y se acercó rápidamente a ella para plantarle un beso en sus labios, pues
pretendió sacarle así una sonrisa, pero ni eso; fue como besar a un trozo de madera seria—. You better
go —susurró, y Emma asintió, escapándosele de entre las manos con esa pesadez que era tan evidente
y que pocas veces le había visto.

Sophia se quedó de pie, siendo acosada por la silenciosa mirada de Selvidge, quien no había escuchado
nada por estar sumergido en “Al Leila”, pero eso no había evitado que viera el fugaz beso, cosa que a él
ni le iba ni le venía porque sabía de dicha relación. Le importaba más seguir trabajando con sus
Prismacolor, porque él era una persona de Prismacolor.

Se metió al cuarto del “coffee break”, ese que, desde que Flavio Pensabene había comprado el
espacio de Tishman Speyer en el ochenta y siete, había estado en el corazón del área de Arquitectura,
pues no fue hasta que Emma llegó que se empezó a explotar el área de Diseño de Interiores. Tenían un
Summit que sólo lo utilizaban para las bebidas, que más que todo se llenaban de Coca Cola, Arizona,
Ginger Ale, agua embotellada y Vitamin Water. Luego tenían el refrigerador, al cual llamaban “Ultra”
porque era Ultra-Large, de dos puertas de refrigeración en el que metían la Pellegrino de Emma, los
jugos “naturales”, las leches, las típicas manzanas y uvas, comida que básicamente sólo las secretarias
se encargaban de llevar sino era porque alguien había tenido una cena el día anterior y había sobrado
comida de algún tipo, queso crema de distintos “sabores” y siempre había lo necesario para preparar un
sandwich demasiado sencillo. El freezer era el paraíso de Clark, Selvidge y Belinda, pues eran de los que
podían vivir y sobrevivir a base de comidas congeladas; desde pizza y una amplia selección de Häagen
Dazs hasta una variedad de desayunos y Lean Cuisine. Un microondas, un mini horno, la Cimbali, una
mesa con un par de sillas, y unos gabinetes que contenían vajilla, una barbaridad de vasos y tazas, barras
de granola, Teddy Grahams, galletas de arroz y la galleta simple de la elección de Moses.

Tomó el portafilter con el miedo de siempre, pues ella no era una experta en lo que a hacerse
su Latte se refería, mucho menos era tan diestra en manejar la Cimbali; habría preferido que Emma
donara una cafetera de Pods y no una tan de barista, pero no podía negar que el sabor era lo que
marcaba la diferencia. Dejó que el café recién molido cayera en donde debía caer y, presionándolo así
como Emma solía hacerlo, que no sólo lo presionaba sino que también lo giraba, logró comprimirlo hasta
que ya no se podía más. Colocó su taza intelectual bajo el portafilter y, logrando ver que la perilla
apuntaba a café americano, la giró hasta hacerla llegar a Espresso para poder tener la base de un buen
Latte y no “agua sucia”. Sacó la leche y la vació en la jarra de aluminio, entre semidescremada y entera
le daba lo mismo, y, justo cuando estaba por girar la perilla del vaporizador, la mano de Emma la detuvo,
y le arrebató la jarra con suavidad.

Emma no dijo nada, simplemente se encargó de vaporizar la leche para poder hacerle el Latte
al punto de la perfección, y, jugando a ser Barista, así como decía Sophia, le dibujó un corazón con la
leche. Le alcanzó la taza y, así como llegó, así se fue, dejando a una Sophia más confundida que antes.

—Ciao, Sophia —sonrió Clark al entrar en donde Sophia sólo estaba en modo inerte con la taza entre sus
manos, tal y como Emma la había dejado hacía veinte segundos.
—Clark —reaccionó con una sonrisa—. ¿Qué tal Washington?

—Tú sabes —resopló, sacando una coca cola del Summit—. La política se siente en el aire.

—Nunca he estado en Washington —murmuró, tomando la taza por el agarradero al notar que se
estaba quemando.

—Honey, no te has perdido de nada —rio, sacando una taza roja del gabinete superior—. ¿Qué tal el
cumpleaños?

—Tranquilo, con un clima bastante parecido al de hoy —dijo, refiriéndose a las todavía-cincuenta-
sombras-de-gris—. No daban ni ganas de salir de la cama.

—¿Y eso es por el clima o por otra cosa? —bromeó.

—¡Ay! —rio, y sacudió su cabeza—. Cómo eres…

—Sólo era una broma un tanto seria —sonrió entre esas cejas tan expresivas que lo caracterizaban—
. Por cierto, te ves muy bien hoy —la halagó sin segundas intenciones, pues él y Sophia eran de la misma
especie pero en direcciones opuestas—. Pocas veces te he visto en falda.

—Tuve una reunión con Junior —se encogió entre hombros.

Vestía, tal y como Clark decía, como pocas veces. Llevaba una falda que no sabía ni siquiera por qué
tenía, pero, en ese momento, se acordó de que no era suya sino de Emma, y se avergonzó por haberle
robado una prenda de vestir, ¿en qué momento había migrado a la parte izquierda del clóset? Eso no lo
sabía, y quizás era por eso que Emma estaba molesta. Era una falda Burberry de encaje blanco en patrón
de flores sobre fondo negro, y le quedaba media pulgada floja por no ser exactamente de su talla, pero
sentía completa libertad entre la forma que pretendía restringir su movimiento de piernas. No llevaba
una blusa como tal, pues era un suéter de cachemira grey melange que no se ajustaba a su torso pero sí
a sus brazos, tenía las mangas recogidas hasta medio brazo, y la parte del torso no se escondía bajo la
línea que la falda trazaba a la altura de la parte más alta de su cadera. Bajo la blusa llevaba un ERES
lavanda que sólo sostenía y que tenía encanto “see-through”, bajo la falda una tanga a juego, y, en sus
pies, unos Ferragamo peep toe en Oxford blue de nueve cómodos centímetros.

—Pues te ves muy bien, muy guapa —sonrió, vertiendo su Coca Cola en la taza, algo que le pareció raro
a Sophia, pues ella acostumbraba a beber de la lata o de un vaso.

—Gracias —sonrió, y llevó su Latte a sus labios, pero se detuvo unos cuantos segundos para inhalar
el aroma que se desprendía de la mezcla de la leche y el café.

—Nunca la habría pasado como una persona romántica —le dijo, y Sophia levantó la mirada al no
entenderle—. El corazón —sonrió—. A veces veo cuando te lo hace…
—Ah —rio nasalmente—. Creo que no la pasabas por nada bueno.

—No tenía la mejor fuente —se encogió entre hombros.

—¿Te cambió la percepción?

—Casi no tengo contacto con ella —murmuró, y llevó su taza a sus labios—. No sé si es que no le caigo
bien o qué, pero prefiere trabajar con Pennington…

—Tienen bastante tiempo de trabajar juntos, supongo que es costumbre.

—Quizás sí, pero, bueno, al menos prefiere trabajar conmigo a trabajar con David —rio.

—Prefiere tratar con el Diablo a tratar con David —murmuró sin darse cuenta de lo que había dicho—
. Eso no es para sentirse orgulloso —bromeó.

—¿Qué fue lo que pasó entre ellos dos?

—No creo que David no te haya dicho nada al respecto —rio.

—Me dijo cómo era, pero no me dijo por qué era así con él —se encogió entre hombros—. Digo, veo
cómo trata a Belinda, a Nicole y a Rebecca, aun a Pennington, aun el trato que tiene conmigo… y su trato
no tiene nada que ver con cómo trata a David —dijo, teniendo muy en mente la vez que Emma le había
dicho “David, my Stiletto’s heel is longer than your boner”, algo que Sophia no había presenciado porque
había sido en el tiempo del Extreme Makeover de Carter, y todo había sido porque Emma detestaba que
hablaran de falos en pleno pasillo, le parecía de mal gusto.

—No te sabría decir —frunció su ceño—. O sea, yo no tenía ni un mes de estar aquí cuando David se
fue —dijo eufemísticamente.

—Algo tienes que saber —le dijo con esa risa persuasiva.

—¿Para qué quieres saber?

—De los errores ajenos también se aprende, ¿no crees?

—Estoy segura de que tú no puedes cometer ese error —rio.

—¿Y eso por qué? ¿Tan Santo soy?

—No es por Santidad, es por Sexualidad —resopló, viendo a Clark dibujar un “oh” con sus labios—.
Tuvieron un intercambio de palabras en italiano, seguramente todos los que lo presenciaron creyeron
que se estaban gritando… pero así es el idioma —se encogió entre hombros, aunque sí se habían
gritado—. Ahora te toca a ti, ¿por qué te fuiste de Bergman?
—Es un Estudio demasiado grande, no logras hacer mucho —le dijo entre los burbujeantes sorbos
que le daba a su taza—. Los proyectos siempre caen con el nombre de un veterano, trabajas para él junto
con otros dos, tres o cuatro, y, al final, el crédito es básicamente suyo y nada tuyo.

—Pero Bergman tiene una lista de clientes muy amplia, quizás cinco veces más larga que la de aquí
—dijo Sophia, acordándose de lo que Emma le había explicado en algún momento—. Digo, Bergman
cubre casi el diez por ciento de las construcciones, remodelaciones y restauraciones de la Tri-State-Area.

—Eso es cierto, pero aquí no se limitan a Tri-State-Area como ellos, al menos no sólo a la de Nueva
York; ustedes se estiran a Pittsburgh Tri-State-Area, y a Virginia y California —sonrió—. Cubren más
estados y trabajan más bonito… y tengo proyectos bajo mi responsabilidad.

—Qué bueno que te sientas mejor aquí —sonrió Sophia.

—¿Tú en dónde trabajabas antes?

—Armani Casa —dijo fresca e indiferentemente, pues para ella no era logro.

—Wow —elevó ambas cejas—. Impressionnant, ¿por cuánto tiempo?

—Cuatro años —frunció su ceño—. Creo.

—¿Glamuroso?

—Mmm… —tambaleó su cabeza—. Encuentro más glamour aquí —sonrió.

—¿Qué era lo que no te gustaba?

—Todo —rio, pero Clark le pidió más explicaciones que sólo “todo”—. Cuando entras a la página web
de Armani Casa ves una serie de muebles que siempre te dan ganas de tener sólo porque se ven bien,
pero a veces no son los más funcionales, y no son funcionales porque, entre el diseñador y el que lo
manufactura, hay una distancia muy grande en la que no hay comunicación. Tú das tu diseño con notas
y sugerencias sobre materiales adecuados y sobre el manejo de esos materiales, pero llega un punto, en
esa cadena de comunicación, en la que se decide que, por estética y moda, básicamente por glamour,
no van a hacer la cama de madera sino de vidrio —se encogió entre hombros—. Entre lo que tú diseñas
y el producto final quizás tienes el cinco por ciento de probabilidades de que tu diseño llegue al mercado
tal y como lo concebiste. Cero control, y así no vale la pena llevarte el crédito por lo que diseñaste —
resopló—. Además, cuando me contrataron, era para entrar a una especie de experimentación en la
que, junto con otra persona, desarrollamos un plan de dar un servicio particular de Diseño de Interiores.
El proyecto no fue realmente exitoso, pero algo debe haber funcionado porque hace poco empezaron a
dar el servicio al público, y, si contratas el servicio, tienes ciertos descuentos en los muebles que hay en
catálogo y en los muebles que puedes pedir que te hagan a la medida y a tu gusto.

—Pero aquí tampoco haces mucho de muebles, ¿no?


—Hago poco, pero, lo que hago, es tal y como lo quiero; yo lo diseño, lo trabajo, lo proceso y
prácticamente lo construyo. Me pagan mejor, no estoy incómoda en el trabajo, vivo mejor… estoy mejor.

—Claro que estás mejor —rio suavemente—, tienes a alguien que te dibuja corazones en el café.

—¡Ay! —se sonrojó cual adolescente.

—Bueno, volviendo al tema… qué bueno que te fuiste, no suena a que es un ambiente tan cómodo.

—No me fui, me fueron —sonrió, y Clark no supo cómo salirse de esa—. Es como tú dices, supongo
que mientras más grande sea el lugar en el que trabajas, más estrés hay —se encogió entre hombros—.
No fue sorpresa cuando me despidieron, hubo recorte de personal y mis diseños casi nunca llegaban a
ser manufacturados, aunque creo que, los que sí llegaron, todavía están produciéndolos.

—¿Tienen nombre?

—Sí, van por líneas de producción; casi siempre diseñas todo lo básico para cubrir un ambiente:
gaveteros, camas, mesas de noche, mesas de café, sillas, mesas de comedor, sillones y sofás, escritorios,
etc.

—¿Cómo se llaman los tuyos? Digo, así los veo en mi tiempo libre —sonrió.

—Emerson, David, Freud, Sydney y Camilla, eso es en muebles, y, en lo demás Alabaster, Cadre y
Alcazar.

—¿”Alabaster”? —frunció su ceño—. ¿Es una caja?

—Sí, ¿por qué?

—Suena bastante… bíblico.

—No estoy familiarizada con lo bíblico —resopló—. Es una lámpara de mesa bastante geométrica,
parece caja, sí, pero la llamé “Alabaster” porque es un término que se utiliza para referirse a minerales
de aspecto parecido. En realidad, la había llamado “alabastros”, porque proviene del griego, pero todo
lo querían en inglés o en italiano.

—Interesante, los veré cuando regrese a mi escritorio —le dijo con esa blanca sonrisa—. Cambiando
un poco el tema, cuéntame, ¿cómo van con la boda? ¿Ya tienen todo listo?

—Sí —dijo con seguridad—. Sólo falta sacar la licencia.

—¿Y el vestido? —sonrió, sacando esa mujer curiosa que llevaba por dentro.

—El mío es rojo, el de Emma es negro —rio.


—¿No se van a vestir de novias? —hizo un puchero demasiado gracioso.

—Podría apostar a que ninguna de las dos somos tan puras, inocentes y virginales —se encogió entre
hombros—. Además, no logro imaginarme a Emma en un vestido de novia, ¿tú sí?

—Toda mujer es imaginable en un vestido de novia, Sophia —guiñó su ojo—. Pero te imaginaba más
a ti que a ella.

—¿A mí? —ensanchó la mirada—. ¿Por qué?

—No sé.

—Ah, no… ahora me dices —rio con curiosidad.

—No, no… olvídalo, tengo una boca muy grande —sacudió su cabeza.

—No puede ser tan malo —intentó persuadirlo.

—Siempre he creído que eres la mujer de la relación.

—¿Y Emma es el hombre en Stilettos? —rio, estando totalmente divertida por el comentario.

—No hablo de físico, sino de actitud.

—Auch, ¿y eso qué significa?

—No sé… no sé por qué te imagino a ti cocinando y no a ella —se encogió entre hombros.

—Más sexista no pudiste haber sonado —rio.

—Siempre he creído que tiene que haber un balance, algo de la sociedad se te tiene que pegar por
alguna parte —se encogió nuevamente entre hombros—, simplemente ejercen un rol, masculino o
femenino, porque así lo aprendieron desde siempre y para siempre.

—Y tú, ¿quién eres? —bromeó Sophia, tomando asiento en una de las sillas.

—Me gusta mi trabajo, pero no tengo esa devoción por ser el proveedor; yo trabajo pero no me
ofende que me consientan, y que me mimen… tú sabes.

—¿Y eso en quién te convierte: en el hombre o en la mujer?

—Definitivamente soy una mujer en saco y corbata, menos cuando estoy trabajando —guiñó su ojo—
. Eso lo dejo en la puerta del Lobby.

—No creo que tenga un rol tan definido.


—Yo creo que sí —rio, y bebió de su taza.

—Depende de la situación, supongo… digo, tengo tantas actitudes masculinas como femeninas, igual
ella.

—Ser dominante no te hace hombre, ni masculino… en mi casa, mi mamá lleva los pantalones, y los
lleva bien puestos —comentó, pues creyó que era miedo a admitirlo.

—En mi caso es como… no sé —frunció su ceño—, es como que mis papás nunca estuvieron juntos —
dijo, sabiendo que eso aplicaba tanto para Camilla y Talos como para Camilla y Volterra—. Y los papás
de Emma estuvieron más tiempo divorciados que casados… no tenemos un modelo tan rígido como el
tuyo, supongo que por eso las dos llevamos los pantalones o la falda, en este caso —sonrió.

—Licenciada, buenas tardes —interrumpió Gaby.

—Buenas tardes, Gaby —sonrió Sophia.

—Ingeniero, la Arquitecta Ross lo está buscando —sonrió para él.

—Bueno, fue bonito hablar contigo, Sophia —murmuró Clark con una sonrisa—. Que disfrutes de tu
corazón —guiñó su ojo, y se retiró.

—Licenciada, ¿ya almorzó? —dijo Gaby en cuanto Clark ya llevaba cuatro pasos fuera del break room,
y Sophia dibujó una expresión de “oops!”—. ¿Quiere que le pida algo de comer o va a esperar a que la
Arquitecta coma?

—¿Emma no ha almorzado? —ensanchó la mirada con asombro.

—No que yo sepa, pero puedo preguntarle.

—Está con der Bosse —le informó.

Gaby sólo sonrió y asintió. Pasó de largo hacia el Ultra y sacó el jugo de naranja.

Sophia, entre el destruido corazón que estaba dibujado en su taza, se perdió entre lo que
parecía tener música de fondo.

No supo en qué momento su cerebro tocó “The Moment I Said It” y la hizo ver una película silenciosa y
mental de todos los momentos en los que se sintió como en ese momento; impotente, pequeña,
preocupada, asfixiada. Su cerebro le jugó no sólo feo, sino también sucio, pues se acordó de esa tarde
en la que se suponía que no debía estar en casa porque tenía práctica de bádminton, pero, por
cuestiones del destino, o sea de pereza, había regresado. El auto de Camilla era el único que estaba
estacionado en el garaje, por lo que asumió que, después de todo, no había querido ir a almorzar con
sus amigas.
Se acordó de cuando entró a la casa, que se dirigió a la cocina para dejar su botella de agua en el
refrigerador y para tomar una lata de Coca Cola. Subió a su habitación, repasando la moldura de madera
que cubría la mitad de la pared, y, dejando su raqueta y sus zapatos en su habitación, se asomó al balcón
para ver si Camilla estaba en el jardín, pero no. Fue cuando escuchó una risa que supo dónde buscarla.
La risa provenía del final del pasillo, como podía ser del estudio de Talos podía ser de la habitación
principal. Con una sonrisa de dieciséis años, caminó sobre sus típicos calcetines blancos, esos que luego
costaba lavar porque no había forma de que no los ensuciara, y, ante la segunda risa, se decidió por la
puerta de la izquierda.

Justo cuando la abrió supo que no debió hacerlo, pues, cual estereotipo y trillada adquirida tradición,
vio la ondulada melena marrón que caía sobre una delgada espalda blanca, y, bajo ella, estaba el abusivo
bronceado que la tomaba por la cadera con el anillo dorado en su dedo anular derecho.

—¿Licenciada? —murmuró Gaby, apenas tocándole el hombro—. ¿Se siente bien?

—Sí, sí —sonrió, agradeciéndole por haberla sacado de aquel recuerdo que tanto aborrecía.

—¿Necesita algo?

—No, gracias —volvió a sonreír, y cruzó la pierna izquierda sobre la derecha—. Gaby, ¿puedo
preguntarte algo?

—Sí, claro que sí —sonrió ella, con su taza de jugo de naranja en la mano.

—¿Tienes algo que hacer?

—No, por el momento nada, Licenciada, ¿qué se le ofrece?

—Siéntate —murmuró, halando la silla que estaba a su lado, esa que le daba la espalda a la Cimbali—
. ¿Qué tanto sabes de la Sociedad?

—No sé a qué se refiere, Licenciada.

—A la repartición administrativa.

—Bueno… sólo que el Arquitecto Volterra y la Arquitecta Pavlovic son socios.

—Gaby… —suspiró.

—Están buscando un tercer socio para entregar con la auditoría —vomitó y sin saber por qué.

—Pero la auditoría se termina el lunes —ensanchó la mirada, y Gaby asintió.


—No sé cómo se enteraron de que la Señora Noltenius firmó un contrato con la Arquitecta de que la
sociedad inicial sólo sería de un año de ingresos, y que, si quería seguir siendo la tercera socia, tenía que
hacerse público, pero el Arquitecto Volterra se opone a lo que eso significa y la Señora Noltenius no
quiere ser socia si es pública.

—¿Entonces?

—La Señora Noltenius ya firmó los papeles de la venta de su porcentaje, y ahora están buscando a
alguien que lo compre.

—¿Y Belinda?

—Licenciada, no quiero faltarle al respeto, pero… ¿por qué no le pregunta a la Arquitecta? —murmuró
cabizbaja.

—Porque quiero saberlo de alguien que no sea Emma —susurró—. Yo no le diré nada a nadie, Gaby…
y yo sé que sabes. ¿Por qué no acuden a Belinda o a Pennington que son los que tienen más tiempo de
trabajar aquí?

—Porque ninguno de los dos está interesado en comprar el porcentaje —susurró—. Hoy me enteré
de que el lunes, el Arquitecto respondió a un memo… querían saber, de antemano, cuánto del porcentaje
de la Señora Noltenius iban a vender, y el Arquitecto dijo que estaban considerando entre el veinticuatro
y el veinticinco por ciento.

—¿Emma sabe eso? —frunció su ceño.

—Si el Arquitecto no le informó personalmente, no creo… porque no tengo ningún correo sobre eso
—se encogió entre hombros, pues ella recibía siempre una copia de todos los correos electrónicos que
entraban al correo laboral de Emma.

—Gaby —se asomó Emma—. ¿Podrías imprimirme el archivo de la Señora der Bosse y ponerlo en una
carpeta, por favor?

—Enseguida —dijo Gaby, poniéndose de pie, que sus piernas temblaron un poco ante el susto—.
Licenciada, con su permiso… —Sophia asintió, y Emma desapareció sin darle ni un vistazo a Sophia.

—Cuando esté listo, se lo das, por favor —escuchó Sophia que Emma le dijo a Gaby—. Señora der
Bosse, le deseo un buen viaje y felices vacaciones.

—Gracias, Emma —dijo, sentándose en la butaca frente al escritorio de Gaby, y, si eso sonaba a
despedida, era el momento perfecto.

—Em… —se asomó Sophia.


—Adesso non posso —murmuró, pasando de largo por el pasillo mientras frotaba sus pulgares contra
las cutículas de sus dedos, y tanto Sophia como Gaby sabían que se dirigía hacia la oficina de la persona
que sufriría de una potencial gritada.

—¿Qué pasó? —se asomó Belinda al break room en el que Sophia se había quedado.

—¿De qué? —balbuceó.

—No sé, iba como si hell is about to break loose —dijo, adentrándose a las cuatro paredes para que
der Bosse no escuchara—. ¿Qué le hizo Alec?

—No tengo idea —sacudió su cabeza, porque realmente no sabía qué era lo que exactamente estaba
pasando—. Me dijo Emma que estabas trabajando en un proyecto nuevo —dijo, intentando cambiar el
tema.

—Sí, quieren que remodele una casa en los Hamptons —sonrió, abriendo el Summit para sacar una
lata de Ginger Ale—. Es de esos clientes que quieren que hagas milagros —rio.

—¿Quieren una réplica exacta?

—Ya quisiera —sacudió su cabeza—. Quieren que la cocina sea más grande pero que no me coma el
espacio del comedor o de la sala de estar, y tampoco quieren que altere el contorno actual de la casa.

—¿Quieren que sea más grande o que se vea más grande?

—Tú me entiendes, Sophia —sonrió, agradecida por tener a alguien que entendiera la diferencia.

—Una ilusión óptica y todo en orden.

—Arquitecta —la llamó Liz, la secretaria de Volterra, y Emma la volvió a ver de reojo, pues estaba a punto
de abrir la puerta de la oficina que tenía ganas de incendiar—. El Arquitecto está ocupado.

—¿Con quién está?

—Con el Ingeniero Segrate —dijo, y Emma, dibujando una macabra sonrisa, simplemente bajó la
manija y empujó la puerta.

—Vattene —le dijo a Segrate, quien estaba de pie tras Volterra, pues ambos veían la pantalla de su
iMac.

—Emma, estamos un poco ocupados —le dijo Volterra.


—Vattene —repitió secamente, y vio a ambos hombres fruncir sus ceños—. Vattene! —elevó su voz
y señaló hacia el pasillo—. Ora! —gritó, y Segrate, asustado por haberse visto inmerso en la misma furia
en la que lo había despedido, salió tan rápido como pudo.

—Emma, ¿qué se te ofrece? —suspiró Volterra, y se encogió asustadizamente ante el portazo que
Emma dio—. Emma, ¿qué pasa?

—Escúchame bien porque sólo esta vez te lo voy a decir —le dijo con esa mirada turbia, y se apoyó
con sus manos del escritorio—. Y escúchame bien porque, si te lo tengo que volver a decir, créeme que
me vas a conocer enojada —siseó—, y eso es algo que no te va a gustar porque llevas las de perder.

—Te escucho —murmuró, totalmente pegado al respaldo de su silla de cuero.

—No tienes decencia ni con tu hija —comenzó diciendo—, ni porque es tu hija puedes bajarle al precio
—sacudió su cabeza—. Me parece perfecto que le ofrezcas ser parte de la sociedad, a eso no me opongo
porque ése es mi objetivo, el problema es que no ves más allá de una simple cláusula que tenemos que
cumplir, y nunca has pensado más allá de lo que a ti te interesa y te gusta, por eso te pesa tanto tener a
un Paisajista a pesar de que sea el sobrino del hombre que básicamente te puso donde estás ahora,
porque, ahí, en esa silla, realmente pertenece Henry Bergman —gruñó—. Si no hubiese sido porque
Pensabene no podía mantener los pantalones a la cintura, tú ni estuvieras aquí… y yo tampoco, pero
aquí estamos, así que aprende tú a ver más allá de sólo la Arquitectura. El mundo ya no gira sólo
alrededor de la Arquitectura, y eso te lo hizo ver Pensabene en cuanto trajo a Segrate, a Bellano y a
Pennington a trabajar con ustedes, y te lo hice ver yo en cuanto empecé a hacer un verdadero trabajo
de Diseño de Interiores, trabajo que este maldito Estudio no conocía y que pretendía hacer a través de
un Arquitecto que tiene gusto estructural pero no estético como tal —hizo una breve pausa para darle
espacio a Volterra para respirar—. Métete en la cabeza que, aparte de que te has encargado de que
Sophia no quiera ser parte del Estudio porque no sabes ser ni jefe ni papá, te has cagado mil veces en lo
que de verdad importa; no sólo importa cumplir la maldita cláusula porque eso se cumple con cualquiera,
así como la cumplimos con Natasha, pero, si quieres tener un socio que sea de aquí hasta que te mueras,
tienes que pensar en el socio también, tienes que hacerlo feliz… y claramente has dicho que lo de Sophia
no tiene futuro. Pues, como es mi dinero, como es mi gana, y como sé que tengo tu culo en las manos,
voy a dejar que Sophia haga lo que se le dé la puta gana con su veinticuatro por ciento, porque no creas
que sé que quieres tener el nombre en la puerta… porque por ella sí que vale la pena cambiar el nombre,
¿no?

—Emma, relájate, por favor.

—No me pidas que me relaje —gruñó—. Y tampoco me pidas que me relaje después de que le
insinuaste a Sophia que usara mi dinero para hacer lo que tú quieres, que sólo es cumplir con la maldita
cláusula que tan cagado te tiene.

—Tenía razón —rio—, muchos bienes compartidos pero sigue siendo tu dinero.
—Si quieres joderme, hazlo de frente y en persona, no uses a Sophia de peón —sacudió su cabeza—.
Porque no veo por qué tienes que meterte en mis cosas, mucho menos en las de Sophia… el derecho se
gana, no se reclama sólo porque sí —dijo, y lo asesinó con la mirada—. Acabo de entender el correo que
envió Junior, ese en el que nos felicitaba por la “estabilidad” de los porcentajes, así que asumo que
decidiste omitir mi opinión en cuanto al porcentaje que querían saber —frunció su ceño—. No le dijiste
que estábamos considerando del uno al veinticuatro por ciento, ¿verdad? ¡¿Verdad?! —gritó de nuevo,
y dio un golpe al escritorio.

—No —balbuceó, y se sintió demasiado extraño, pues era primera vez que veía a Emma así—. Le dije
veinticuatro o veinticinco.

—Yo no sé si eres tonto o simplemente te embrutece el apellido “Rialto” —sacudió su cabeza.

—El porcentaje se puede cambiar.

—Hazme un favor, la próxima vez, cuando te envíen un memorándum de esos… léelo bien, hasta el
final, en especial en donde dice que es lo que queda documentado como válido: legítimo y legal —gruñó,
y vio a Volterra tornarse blanco, verde y amarillo, y verde de nuevo—. Para que te quede muy claro: se
lo voy a regalar a Sophia no porque sea mi novia, o mi esposa para ese entonces, o porque sea tu hija,
sino porque sé que tiene otras ambiciones que pueden venirle bien al Estudio, y porque simplemente se
lo merece. Si funciona o no, pues ése es otro problema que se arregla y ya, se deja de hacer, pero al
menos tomé un maldito riesgo para expandirme… —hizo otra pausa y respiró profundamente—. Te doy
la confianza necesaria para que confíes en mí, te digo lo que necesitas saber para que sepas que todo
estará bien y que tú no llevas las de perder, pero no me hagas desconfiar de ti; no vuelvas a anularme
de esa forma, Alec —dijo, y él asintió—. Y lo digo en serio, porque entonces te voy a anular de la misma
forma y créeme que entonces llevas las de perder con tu veinticinco por ciento… siempre te he jugado
limpio y justo, no me hagas actuar como tú.

—E-está bien —asintió entre titubeos y tartamudeos.

—Prestarle dinero no es una idea sensata para sentirla tuya, es bajo, es ruin, es cruel… —siseó
indignada—. Porque no te va a deber nada sino sólo dinero, y una deuda no es algo que te dé derechos
emocionales y parentales; tienes poca vergüenza, Alessandro —sacudió su cabeza, y se irguió—. Tomé
el proyecto de Oceania Cruises, y, te guste o no, Sophia viene conmigo a Miami… y te aviso porque eso
implica que voy a empezar a entrevistar a alguien para dejar en nuestro lugar de Diseño de Interiores,
alguien que empiece desde ya para que se quede por seis meses y con posibilidad de plaza fija. —Emma
no esperó nada, ni respuesta ni respiración, y se dio la vuelta para salir de aquella oficina—. Y no planeo
que me lo apruebes, porque me lo estoy aprobando yo… cuando vuelvas a actuar como un managing
partner digno del título, entonces buscaré tu aprobación, mientras las erecciones te nublen el juicio,
olvídalo —le dijo de reojo, y salió de la oficina, cerrando la puerta suavemente tras ella—. Que tenga
buen día, Liz —dijo para la secretaria implicada.
—Buen día, Arquitecta —murmuró anonadada, pues había escuchado toda la discusión, y no le había
asombrado lo de “parental” porque eso ya lo sabía, sino que le había asombrado que Volterra no había
ni podido defenderse.

Caminó por el pasillo con mayor frescura y soltura, pero el enojo no había logrado quitársele a pesar de
que había sentido cierta liberación al decir aquellas palabras, en especial “tienes poca vergüenza”, “no
tienes decencia” y “yo no sé si eres tonto”. No supo en qué momento había utilizado al difunto Flavio
Pensabene y a su problema de poder amar a cualquier mujer, que “cualquier mujer” implicaba también
a la esposa del mejor amigo, o sea Henry Bergman. De ahí nacía la rivalidad entre los dos Estudios.
Tampoco supo en qué momento había dejado que su mano agrediera al escritorio. Y fue eso, el golpe a
la mesa y la elevación de su voz lo que le había terminado por pesar. Se sintió tan… «tan Franco». Se dio
asco, se dio miedo, se dio vergüenza, se dio lástima.

Llegó a su oficina sólo para buscar su iPhone y un billete de veinte dólares, y, así como había
llegado, así salió, no sólo de la oficina sino del Estudio también.

El viaje en ascensor fue eterno, su corazón latía sin poder relajarse, y las personas que interrumpían el
viaje hacia el lobby le provocaban ganas de gritar más, y de golpear cualquier cosa que se le atravesara
en el camino, fuera persona o cosa; no iba a perdonar.

No corrió porque entonces sería la clara señal de estar colapsando, pero su paso era apresurado aun
para ser sobre Stilettos. En el camino hacia afuera, porque necesitaba aire fresco, empezó a marcar aquel
número de teléfono que empezaba por “+39”, pues esa ocasión merecía una llamada directa y no una
llamada de datos, de Skype o FaceTime.

—Pronto, Tesoro —dijo esa voz que tanto necesitaba escuchar, esa voz que sonreía al compás del
tradicional “pronto” que saludaba a todos por igual, pero ella no era como todos, ella era “Tesoro”.

—Hola —murmuró más tranquila.

—Hola, Tesoro —repuso dulcemente entre la destreza de sus dedos que detenían un cannellone
mientras Bruno lo rellenaba con una mezcla de ricotta y pollo a la plancha—. ¿Qué tal estás?

—¿Estás ocupada? —preguntó, y, de ipso facto, escuchó a Sara susurrar un “torno tra un attimo” para
salir de la cocina.

—¿Qué pasa? —murmuró, con la preocupación y la aflicción maternal que le anudaba la garganta,
pues pocas veces solía tener ese tono de voz, que eran las veces que llamaba directamente a sabiendas
de que AT&T le cobraría un riñón por su emergencia internacional—. ¿Estás bien?

—No sé —suspiró.

Sara se transportó a aquel momento en el que todo había sonado igual, ese momento en el que Emma
había llegado a su habitación, descompuesta y desencajada, y que había preguntado lo mismo y con la
misma pesadez: “¿estás ocupada?”, a lo que ella había respondido un “no” con una sonrisa. Emma logró
encontrar el coraje para sentarse a su lado, pero no lo encontró para verla a los ojos, por lo que había
escuchado ese mismo “¿qué pasa?” y había respondido con ese suspiro que mataba lentamente. Hundió
su rostro entre sus manos y simplemente se echó a llorar; llorar de vergüenza, de miedo, de asco, de
lástima, así como se sentía en ese momento pero no por la misma razón.

—Tranquila, Tesoro —resolvió murmurar con una notable sonrisa que viajaba, de teléfono a teléfono,
por seis mil ochocientos setenta y ocho punto tres-treinta y seis kilómetros—. Háblame.

—Perdí el control… totalmente lo perdí —dijo con voz quebradiza.

—¿Con quién? —preguntó, sabiendo exactamente a qué se refería porque había sucedido una tan
sola vez y con Marco, su hermano, cuando tenía diecisiete, exactamente luego de la cicatriz, que Marco
había terminado con una ceja abierta y el tabique fisurado, pero no era por eso que había resentimientos
entre ellos. Emma suspiró, y Sara temió profundamente que hubiese sido con Sophia—. Emma, ¿con
quién? —preguntó de nuevo, ahora llamándola por su nombre, algo que sólo podía salir de su boca
cuando estaba enojada, o sea nunca, y cuando estaba desesperada/afligida.

—Con Volterra y su escritorio —respondió entre labios temblorosos, que podía ser por frío o por
colapso—. Ero così arrabbiata che non riuscivo a controllarmi —suspiró—. Sconvolta, delusa, frustrata,
furibonda…

—¿Qué fue lo que pasó?

—Me pasó encima —sacudió su cabeza, y llegó a donde inconscientemente quería llegar, a
ese stand en el que, cuando el dueño la vio, supo que debía alcanzarle una cajetilla de Marlboro rojos,
y, tras un gesto silencioso, le alcanzó un encendedor contra los veinte dólares de los que no quería
cambio—. Me pasó encima con sus horribles Ferragamo sneakers…

—Tesoro, está bien que te enojes… en especial si tienes razones racionales para estarlo —le dijo en
ese tono tan maternal que la poseía en esas ocasiones, y logró contenerse la risa ante el comentario de
los zapatos—, pero lo que pasó, ya pasó; ahora enfócate en lo que sea que tengas que arreglar.

—No puedo arreglarlo —suspiró, golpeando la cajetilla contra su muñeca izquierda para taquearlos.
Era costumbre.

—Todo tiene más de una solución; si no puedes arreglarlo en este momento, podrás arreglarlo luego...
con la cabeza fría, con la cabeza y no con las hormonas.

—Es sólo que me decepciona —rezongó, dejándose caer sobre el ancho borde de una macera de
piedra.
—¿Qué te decepciona? —le preguntó, no sabiendo si le decepcionaba la parte de Volterra o su
pérdida de control—. ¿Tesoro? —la llamó ante unos incómodos y preocupantes segundos de doloroso
silencio.

—Non riuscivo a controllarmi —repitió entre temblorosas manos que le quitaban el plástico a la
cajetilla para guardarlo en el bolsillo trasero de su jeans al no ver un basurero cerca.

—¿Pasó a mayores?

—No.

—Tesoro… tu non sei lui —le dijo en aquel tono maternal—, e non lo sarai mai… mai, mai.

—Ho paura di trasformami in lui.

—Non abbiate paura, Tesoro —sacudió su cabeza—. Tu non sei lui —repitió—. Qualunque cosa tu
faccia, non sarai mai come lui, capisci?

—Mmm… —suspiró, hundiendo su rostro entre su mano derecha.

—Dimmi che hai capito, per favore…

—Capisco, ma non ci credo —suspiró de nuevo, y fue entonces que esa mano se posó sobre su hombro
al mismo tiempo que ese cuerpo tan suyo y tan ajeno se sentaba a su lado—. Tengo que irme.

—¿Estás más tranquila?

—No lo sé, te diré luego —dijo, irguiéndose para ver, de reojo, que el iPhone plateado de Sophia tenía
el Life360 abierto, aplicación que pocas veces utilizaba pero que había sido útil en esa ocasión—. Grazie
mile.

—Prego, Tesoro —sonrió—. Salúdame a Sophia, por favor.

—Lo haré.

—Cuídate mucho.

—Tú también —sonrió minúscula pero genuinamente, y colgó—. La pregunta más obvia sería “¿cómo
me encontraste?”, pero ya tu teléfono me respondió —dijo con cierta seriedad.

—I’m not particularly fond of this sick feeling I get when you just storm out —susurró, notando el
doloroso rechazo de su mano al no querer ser tomada.

—Necesitaba aire fresco.


—¿Y el aire fresco sale de un Marlboro? —resopló, logrando que Emma riera suavemente a través de
su nariz—. Por favor —susurró en ese tono que derretía, persuadía y convencía, y acarició suavemente
su mano con su dedo índice—. No me huyas… —susurró de nuevo, logrando tomarla ligeramente de la
mano, mano que sufría de palma enrojecida por el golpe, y estaba caliente sino hirviendo.

—Sophie… —suspiró calladamente, cerrando sus ojos para intentar contener y suprimir esas
reacciones violentas que sentía, pero yo sabía que no era capaz de nada, que todo era mental, y eso ella
y Sophia lo sabían también, pero, en ese momento, tras el pensamiento de “no perdono” y “quien no se
aparte, lo golpeo” temía por todos y por ella misma, pues no había sido por proteger a alguien, como en
el caso del que no debía ser nombrado y Sophia, o a Natasha con Phillip, esta vez había sido por
neurosis—. Non voglio farti del male.

—¿Duele? —preguntó, omitiendo el comentario temeroso de Emma, y acarició la palma de su mano,


esa que sentía cómo latía casi por sí misma.

—Con palabras tampoco —murmuró.

—Me duele más cuando te encierras y no me dejas entrar, me duele más cuando me ocultas lo que
piensas, lo que sientes, lo que te pasa —dijo, llevando la enrojecida piel a sus labios—. Es mucho peor
eso a cualquier insulto que puedas tener… porque me insulta más cuando me excluyes —murmuró entre
los besos que le daba a las raíces de cada dedo, esas que tienen nombre de, por ejemplo, “Monte
Saturno” en la quiromancía—. No es justo que yo pueda confiar y depender de ti, que cualquier cosa que
me pase, tú estés para mí… y yo no pueda estar para ti de la misma forma—sonrió, deslizándose por su
dedo anular a besos—. Me da más miedo saber que estás lidiando con algo sola, me da más miedo eso
que lo que tú crees que puedes hacerme o decirme; yo te conozco, y sé que no vas a hacerme nada.

—I don’t trust myself, neither should you.

—Pero pasa que sí confío en ti… y mucho, lo suficiente como para saber que sólo tienes que respirar
profundamente y dejarlo ir, porque eres mejor y más grande que eso que te pesa —sonrió, tomándole
la mano entre las suyas—. Last time I checked, tú eres humana y, así como te ríes, así tienes derecho a
enojarte también, a gritar y a arrojar todo lo del escritorio al suelo, a pegarle a la pared si quieres.

—Eso no está bien —murmuró, agachando la mirada.

—¿No está bien porque no se ve bien o porque no se siente bien?

—Ambas.

—¿Desde cuándo te importa tanto cómo se ve? —resopló.

—You look lovely today —susurró, cambiando el tema para intentar olvidarse de su enojo por un
momento, «tangentes, malditas tangentes».
—Perdón —se sonrojó Sophia entre la maldición de la tangente.

—¿Perdón por qué?

—Es tu falda —se sonrojó todavía más.

—Se te ve muy bien —sonrió minúsculamente—. Me gusta.

—Gracias, cuando quieras —resopló, y dejó que su cabeza se recostara sobre su hombro.

—Ah, ¿me la vas a prestar? —bromeó.

—Sólo si me la devuelves —sonrió, haciendo que Emma riera nasalmente.

—Sophia, Sophia… —sacudió su cabeza—. ¿Qué voy a hacer contigo?

—Me podrías dar un beso —susurró, elevando su mirada para encontrarse con la de Emma, quien no
podía esconder o disimular su titubeo.

—¿Cómo puedo decirte que “no”? —murmuró, y, con ciertas reservas, se acercó a sus labios para
presionarlos contra los suyos frente al público de Bouchon Bakery, de NBC News y de un bus azul de
CitySights NY—. No fue suficiente, ¿verdad? —le preguntó, siendo superada en decibeles por un taxi,
pero Sophia sacudió la cabeza—. Para mí tampoco —dijo, y volvió a presionar sus labios contra los de
Sophia, los cuales luego serían obligados a entrelazarse entre sabor a Latte y sabor a Creme Savers de
fresa.

—Hola —sonrió Sophia a ras de sus labios, no estando al tanto de que el beso había durado casi un
minuto de atracción ajena y de juicios difusos, y sintió como si ya la tenía de regreso, tal y como ella solía
ser.

—Hola, mi amor —repuso, dibujándole una enorme sonrisa interna a Sophia, y entrelazó sus dedos
con los suyos—. ¿Cómo te fue con Junior?

—Bien, quiere seis piezas para su oficina y cuatro para su casa —sonrió—. ¿A ti cómo te fue con der
Bosse?

—Al fin me dio la llave para poder entrar y salir del Condo sin que ella esté respirándome en la nuca…
el lunes atacaré, ojalá y termine el viernes, así logro devolverle la llave al Mistah “DaBoss” —sonrió,
pronunciando el apellido tal y como la misma Victoria der Bosse lo pronunciaba a pesar de no ser
correcto, pues se pronunciaba tal y como se leía.

—Si necesitas que te ayude, con gusto lo hago —sonrió—. Desde para hacer camas hasta para poner
libros.
—Gracias, mi amor… creo que te tomaré la palabra.

—Siempre es un placer verte invadir, más cuando vas en sneakers.

—Mmm… ¿me estás insinuando que quieres verme en sneakers?

—Sí —asintió brevemente, y se tomó del abdomen al escuchar que su estómago gritaba por comida.

—No has comido —frunció su ceño.

—Te estaba esperando —improvisó.

—Oh… —ladeó su cabeza—. ¿Qué te gustaría comer?

—No sé, sólo tengo hambre.

—¿Qué te parece si subo a traer mi cartera mientras escoges qué te gustaría comer?

—No es necesario —dijo, deslizando la parte trasera del protector de su iPhone—. El presupuesto es
de tres Benjamin Franklins, ¿qué te gustaría comer? ¿De qué tienes ganas?

—Algo que se coma con tenedor y cuchillo, de preferencia, por favor.

—Vamos, entonces —sonrió, poniéndose de pie y halándola por la mano que no tenía pensado soltar
hasta que tuviera que hacerlo.

—¿A dónde me llevas?

—A comer un Steak au Poivre con hand-cut fries —sonrió—. Brasserie Ruhlmann.

—¿Podemos pedir Oysters? —le preguntó en ese tono en el que alguna vez, y en múltiples ocasiones,
le había preguntado a Sara si podía pedir o comprar algo.

—Las que quieras —guiñó su ojo—. Y de beber, ¿qué quisieras?

—English Basil o unas copas de Saint Émilion.

—Lo que tú quieras —resopló.

—I bought these… —dijo, jugando con la cajetilla de cigarrillos intacta entre sus dedos.

—Catorce dólares, ¿valieron la pena?

—Ni los he abierto —respondió, y, dándose un segundo para levantar la pestaña de la cajetilla y ver
los veinte cigarrillos en triple fila—. Se ven tan… familiares.
—¿Quieres uno?

—Tengo veinte —sonrió, llevándose la cajetilla a la nariz para embriagarse del nostálgico aroma del
tabaco más fuerte que Philip Morris producía y concentraba en esas veinte suculentas unidades—. Uno
sería… quedarse corto.

—¿Cuántos quieres fumar?

—¿Fumar? —dijo, volviéndose hacia el suelo para medir la distancia y la profundidad de su siguiente
paso para empezar el desfile a lo largo de las banderas, empezando por la de Grecia, la cual estaba
situada en la esquina del corazón de Rockefeller Plaza y de la cuarenta y nueve—. No sé ni por qué los
compré —se encogió entre hombros—. Entré en modo automático.

—Bueno, si no los vas a fumar, ¿qué vas a hacer con ellos? —rio—. ¿Vas a admirarlos desde la
distancia? —Emma sacudió su cabeza—. ¿Quieres fumar uno conmigo?

—¿Así como en “compartir”?

—Sí, como en compartir fluidos corporales, o sea saliva, por medio de un filtro —sonrió.

—¿Qué pasa si, cuando lo pruebe de nuevo, no lo puedo dejar?

—¿Qué puede pasar? —la volvió a ver, encontrándose la mirada verde de Emma.

—Los sabores pueden cambiar —se sonrojó—, en especial los tuyos. No quiero que se me opaquen;
me gustan así de abiertos.

—¿”Abiertos”?

—No sé cómo explicarlo… todo sabe mejor, y no sé si quiera arruinar el sabor de un Steak au Poivre…
o de lo que comí ayer por la noche de la lavadora —dijo, refiriéndose a la entrepierna de Sophia, la cual
había sido devorada, tal y como lo había dicho, sobre la lavadora.

—Yo creo que, si quieres fumar uno, puedes fumarlo… no necesitas permiso de nadie, ni siquiera de
ti misma —se encogió entre hombros—. Pero si necesitas una excusa para no fumar, también me parece
justo.

—El problema es que no creo que pueda sólo fumar uno, tendría que fumarlos todos por razones
psicológicas de tipo TOC…además, yo sé que a usted no le gustan los rojos, Licenciada, en dado caso
tendría que comprar unos Light, or Gold for that matter… I’m still living in the early two-thousands.

—No, con eso sí me matas… imposible dejarlo de nuevo; tendría que ir a algo tipo Fumadores
Anónimos, si es que algo así existe.
—If that’s the case, my love —sonrió, dejando ir la cajetilla en el basurero por el que pasaba al lado—
, que no se hable más.

—Gracias.

—No somos los Underwood como para compartir un cigarrillo —guiñó su ojo.

—De todo lo que tienes para describirlos, ¿eso es lo que escoges para definirlos? —rio, y Emma, entre
dudas, asintió—. ¿Por qué no describirlos como el “matrimonio ideal”?

—Porque ese término aplica solamente para quienes están involucrados —sonrió—. Para mí, ése
matrimonio no es para nada ideal, a ellos les funciona, y no dudo que no existan matrimonios así fuera
de la televisión.

—¿Qué es para ti un “matrimonio ideal”?

—Mmm… —musitó, y se deshizo en una risa nasal que la hizo sacudir su cabeza—. Mi matrimonio
ideal es en el que yo estoy contigo.

—Me halaga, Arquitecta —resopló Sophia—, pero me da la impresión de que no es la respuesta


completa.

—Sé que no quiero un matrimonio como el que tuvieron mis papás, porque eso raras veces contó
como “matrimonio”, y les atribuyo a ellos la falta de fe que le he tenido a esa unión desde siempre —se
encogió entre hombros—. No me considero “transformada” en el sentido de que ahora soy devota del
matrimonio, por lo mismo de que cada quien lo define y lo ejerce como quiere, así sea con características
religiosas, políticas, sociales, económicas, emocionales, o como sea; cada matrimonio es distinto… pero
sí me considero devota de ti tras la definición real de “ser devoto”: estoy dedicada con fervor a obras de
piedad y religión, totalmente aficionada a ti —sonrió—. Quizás “obras de piedad y religión” no tienen
mucho sentido —rio, haciendo que Sophia riera por igual, pues en eso estaban de acuerdo—. But you
get the picture.

—Más o menos.

—¿”Más o menos”? —levantó su ceja derecha con incredulidad.

—Sigo pensando que no es la respuesta completa.

—“Matrimonio ideal” —suspiró—: equivalencia de deberes y equidad de derechos, ser egoísta en


cuanto a tu pareja pero ser desinteresado con ella, compromiso, supongo que si algo sale mal no dejar
que se vaya al carajo a la primera, sino intentarlo dos, tres, cuatro, cinco veces más hasta que realmente
se vea que no hay salida; to not give up on you, on us, on myself. Acompañarte en libertad, complacerte
y satisfacerte con o sin retribución.
—¿Ser egoísta pero desinteresado? —frunció su ceño—. ¿No es eso como una contradicción muy
grande?

—No que yo sepa —sacudió su cabeza, y se detuvieron, exactamente al lado de la bandera de Bélgica
a esperar a que el semáforo peatonal mostrara el hombrecito verde—. Ser egoísta en cuanto a ti significa
que te considero mía, y que te voy a tratar con el mismo cuidado con el que trato todo lo que considero
que es mío, lo cual no significa que te esté cosificando, porque no eres una cosa, o un accesorio.

—Suena un poco a celos —bromeó.

—O sea… —tambaleó su cabeza—. No es que no pueda lidiar con la idea de que alguien más se te
acerque y te flirtee, o que tu ex te lleve a cenar… con la idea puedo lidiar, pero con la persona que te
toque cualquiera de tus integridades y que violente tus consentimientos, entonces sólo puedo recurrir
a las prácticas oscuras de cortarlo en pedacitos chiquititos chiquititos para luego hacer una donación al
Zoológico y que los leones tengan carne fresca —sonrió con inocencia.

—“Sólo” —se carcajeó.

—No es que te considero débil, porque no lo eres, pero mi Ego no me permite no protegerte, o
sobreprotegerte for that matter —se sonrojó—. Puedes ser amiga de Hugh Hefner y de Leonardo
DiCaprio, o de cualquier pene contento, o de cualquier Maestra de Seducción… —dijo, y Sophia sólo rio
nasalmente, presionando sus labios entre sí para no dejar que una segunda carcajada se le escapara—.
Está bien, está bien —se sonrojó—. No puedes ser amiga de ese tipo de personas, no a menos de que
quieras que me corroa en celos.

—Yo no sé si es enfermo o qué —le dijo suavemente—, pero me fascina esa protección, o
“sobreprotección” for that matter, y me gusta ese dash de posesividad que te mueve —sonrió,
ahuecando su mejilla.

—Me da pánico perderte —se sonrojó todavía más.

—Em… —sonrió, y se acercó para darle un beso en su mejilla.

—Es que el hecho de perderte lastimaría no sólo mis hormonas sino también mi Ego —dijo, siendo
halada por Sophia para cruzar la calle—. Significa que hice algo mal, que yo hice algo mal.

—¿”Hormonas” como de “corazón”? —le preguntó mientras veía que ambos pares de Stilettos
caminaban, por encima de las franjas del paso peatonal, con completa sincronización—. ¿Por qué no
puedes referirte a eso como “corazón”? —sonrió ante el asentimiento de Emma.

—Suena tan… cursi —frunció su ceño.

—For fuck’s sake, mi amor —rio—. Eres una de las personas más románticas que conozco…
—¿Yo? ¿Romántica? —se asombró, y se asombró más en cuanto Sophia asintió—. ¿Es en serio?

—Así como tu definición de “matrimonio ideal”, yo tengo mi definición de “romántico” —sacó su


lengua.

—¿Entonces no soy romántica convencional?

—No —sacudió su cabeza, encontrándose frente a la bandera de Albania—. Comenzando porque no


eres convencional; eres un poco rara —dijo, haciendo que el Ego de Emma sonriera con cierta
satisfacción—. No eres romántica convencional porque no me haces un corazón de pétalos de rosas en
la cama, sino que me lo dibujas en mi Latte, no me dedicas una canción cursi como la que todos dedican,
y con esto me refiero a “Just The Way You Are”, “Iris” o “I Don’t Want To Miss A Thing”, porque me
dedicaste “Amazing” de George Michael; algo que parece recién sacado de un gay-club, no me ahogaste
en rosas para Valentine’s sino que me diste un día libre, y, cuando decidiste darme una flor, no fue que
la compraste, sino que la arrancaste de una maceta de alguna pobre señora en Napoli, y no fue ni una
rosa, fue una Vinca… y, para mi cumpleaños —rio—, no creas que no me enteré de que le enviaste una
carta a mi mamá en la que le agradecías por haberme traído al mundo.

—¿”Oops”? —murmuró por disculpa.

—Me hace sentir especial —sonrió—. Diferente, tú sabes.

—Entonces… ¿sí soy romántica?

—A tu modo —asintió, adentrándose al terreno de la Brasserie, ese en el que las mesas de la terraza
estaban desocupadas por la hora y por el frío—. Sí.

—¿Cómo definirías mi tipo de romanticismo?

—“Sloppy” —sonrió, haciendo que Emma riera, pues más de acuerdo no podía estar.

—Soy torpemente romántica —se dijo a sí misma, llegando a la estación del anfitrión, quien no estaba
presente—. No sé si es raro que el término me agrade.

—Es… conmovedor —sonrió, intentando no dejar que su frente se posara contra su sien—. Y me gusta
porque es algo que prácticamente sólo yo lo entiendo.

—Ése es el punto, mi amor —sonrió, y se volvió al anfitrión, quien resultó ser anfitriona—. Table for
two, please —le dijo a la impecable brunette que rebalsaba orgullo por ser la anfitriona y que se le
notaba que se tomaba demasiado en serio su trabajo; bien por ella—. Y, entre mi torpeza romántica, o
cursi, ¿tengo que decir “corazón”?

—Sería preciso, pero con “hormonas” también me conformo; es más tú.


—Quién te entiende —resopló, llegando a la mesa en la que, aborreciendo todo lo que eso implicaba,
se sentarían frente a frente y no lado a lado, lo cual significó el momento de desenlazar sus dedos—.
Quieres que lo llame “corazón” pero te gusta que le llame “hormonas” —dijo, sintiéndose vulnerable y
expuesta ante la falta de la mano de Sophia, y, con pesadez y sin dejar que un mesero le atendiera el
asiento, se dejó caer en la cómoda silla cubierta de terciopelo rojo, ese tono que combinaba con las
cortinas y con el reflejo que las lámparas daban contra las columnas de madera aquí y allá.

—Me gusta que es único —dijo, sonriendo en lugar de agradecer verbalmente por la carta y por la
asistencia del asiento, esa asistencia que tanto detestaba—. No todos los días vas por la vida con una
potencial expresión de “me mataste las hormonas” por no decir “me rompiste el corazón” —sonrió.

—Eso sí lo puedo decir —resopló—, pero no creo que te lo diga nunca.

—Espero nunca darte razones para decirlo, o para hacerte sentir así —guiñó su ojo, y se volvió al
mesero—. For starters, one East and one West Coast Oysters, please.

—And two English Basil and two glasses of Saint Émilion, tertre roteboeuf —añadió Emma
rápidamente, viendo al diligente mesero dar numerosos golpes suaves en la comanda electrónica.

—And two Steaks au Poivre with hand-cut fries, please.

—Medium rare? —preguntó abiertamente el mesero.

—Medium for both —respondió Sophia, robándole las tres palabras a Emma de la boca, pero ambas
se sonrieron en silencio mientras cerraron las cartas y se las alcanzaban al mesero que, inteligentemente,
resolvió retirarse en calidad de fantasma—. No deberías tener miedo —le dijo a Emma.

—Sólo le tengo miedo a lo que pueda lastimarme emocionalmente, u hormonalmente, si así lo


prefieres —sonrió.

—“Emocionalmente” está bien —asintió, tomando la servilleta para colocarla sobre su regazo—. Pero,
igual, no deberías tener miedo… al menos no a algo que tenga que ver conmigo.

—“Mi miedo es mi sustancia, y probablemente lo mejor de mí” —murmuró—. Kafka.

—¿Cómo puede ser tu miedo lo mejor de ti? —ladeó su cabeza.

—Creo que existen cinco tipos de personas: las que hacen sin pensar y que son compulsivas e
impulsivas, las que se dejan llevar, las que hacen y luego hacen “damage control”, las que esquivan balas
por suerte, y las que piensan.

—Yo creo que todos tenemos un poco de cada una, ¿no te parece?
—Sí, pero siempre hay un tipo que domina sobre el resto, y es lo que tiendes a hacer en toda situación,
sin importar si al principio te dejaste llevar o no, si pensaste o no, al final terminas haciendo lo que tu
característica dominante te dice que hagas.

—Y supongo que hablas de “tipos de personas” por lo que las domina, ¿no? —Emma asintió—.
Entonces…

—Yo no soy equitativa, soy humana, y claramente soy más de medio pensar, hacer, y luego hacer
“damage control” si es necesario; nunca pienso tanto las cosas porque al final yo sola me confundo, así
como tú me lo dijiste en cierto momento.

—¿Cuándo te lo dije?

—Cuando me dijiste que no pensara tanto en lo de nosotras porque entonces iba a tener un colapso
nervioso.

—Estoy casi segura de que no utilicé el término “colapso nervioso” —resopló.

—Sí, esa es exageración mía —se sonrojó—. Anyhow… el punto es que, cuando medio pienso, hago,
y luego hago “damage control” si es necesario… no sé, eso funciona con cosas del trabajo, con cosas que
dices “sana, sana”, o sueltas un par de billetes aquí y allá, y ya… con cosas del “corazón” no es tan fácil
—dijo, empleando el término para la sonrisa de Sophia—. Tengo miedo de lastimarte, de lastimarme, de
lastimarnos… y creo que es justo, ¿o no?

—Es que no sé ni por qué tienes miedo —frunció su ceño.

—Porque, en mi cabeza, si te lastimo te alejo…

—Yo creo que somos un par de adultas que sabemos que cualquiera se desliza, que es normal y que
es natural —le dijo con toda la sinceridad con la que la puedo describir—. Creo que es normal, y porque
es normal es sano, que me digas algo que no me gusta, y que yo te lo diga… de eso no se salva nadie —
se encogió entre hombros.

—¿Te he lastimado? —murmuró con expresión de pánico hecho metástasis, estando lista para
estrellar su cabeza contra la mesa.

—Lo que te dije hace rato: me duele y me insulta cuando no me dejas entrar —se encogió nuevamente
entre hombros—. Pero me duele porque te veo sola, porque veo que te cierras… y yo quiero estar ahí
para ti, sea para hablar del tema o para distraerte con temas como el de tu romanticismo torpe —sonrió.

—¿Por qué te insulta?


—Porque me haces sentir como si no soy lo intelectualmente capaz para entender lo que te pasa, y
quizás no lo soy… pero, ¿cómo esperas que sepa que te gustan los hot cakes con buttermilk si no me lo
dices?—ladeó su cabeza hacia el lado derecho.

—Jamás, jamás, jamás… nunca… te prohíbo terminantemente que insinúes que no eres
intelectualmente capaz —le dijo con esa mirada turbia, perturbada y enojada—. Tú no eres menos que
yo, yo no soy más que tú; ni más, ni mejor, ni menos, ni peor. ¿Está claro? —elevó su ceja derecha con
la mirada ancha.

—Sólo te estoy diciendo cómo me hace sentir cuando te cierras, no es que así sea —le dijo con una
extraña tranquilidad—. Las “reacciones químicas”, o sea las emociones o las “hormonas”, no las controlo
a mi gusto… y es lo que me hace cien por ciento humana —dijo, alcanzando su mano por sobre la mesa,
pues Emma había acompañado aquel “te prohíbo terminantemente” con un golpe de índice, y logró
suavizar la tensión de su dedo enrojecido—. Cuando estoy enojada, me haces reír… y lo odio tanto que
me gusta. Cuando estoy triste, me dejas enrollarme contra ti y me abrazas y me mantienes tibia, y no
me dejas caer en el estereotipo del helado de chocolate con una película triste para que me haga llorar
más. Cuando estoy cansada, haces todo para que yo no tenga que mover ni un dedo, ¿o no es cierto? —
Emma asintió—. ¿Y sabes qué es lo más interesante de todo?

—¿No?

—Lo haces porque te gusta hacerlo, no porque tienes que hacerlo o porque es lo que es “correcto”…
así como tú odias verme de cualquier modo que no sea “feliz”, así lo odio yo por igual contigo —dijo,
envolviendo su mano entre la suya—. Yo sé que el enojo no se te va con hacerte reír, que si tú no te
prestas para reír, es más lo que te puede enojar… y sé que, cuando estás triste, entras en modo mudo,
como si el gato te hubiese comido la lengua, y que te sumerges en trabajo, o en algún libro más grueso
que la Biblia… y sé también que, cuando estás cansada, de alguna forma encuentras más cómodo
abrazarme que dejarte abrazar. —Emma asintió con cierto rubor en sus mejillas—. No te estoy
preguntando por qué estás como estás, porque eso lo puedo deducir eventualmente o puedo esperar a
que, en cuestión de horas o días, me lo digas tú… no te estoy pidiendo que me lo digas en el momento,
ni siquiera te estoy pidiendo que me lo digas en lo absoluto; te estoy pidiendo que me uses para sentirte
mejor, te estoy pidiendo que, en lugar de storm out, te metas conmigo a la oficina y nos dediquemos a
escuchar “E Poi” pero de Laura Pausini, o “Sing Sing Sing”, mientras leemos una Vogue y te dedicas a
acribillar y a criticar a Anna Wintour por dejar que Kanye West y Kim Kardashian tienen la portada de un
mes tan importante como abril a pesar de que no sea abril, y que me digas mil veces que Sienna Miller
o Cate Blanchett se la merecen más que ellos… o que me violes a tu gusto si así se te da la gana, así como
me trataste para Rococco Red.

—Esa vez fue diferente —murmuró.

—¿Por qué? ¿Porque no estabas tan enojada? —Emma asintió—. Siempre hay una forma de canalizar
tu enojo, y eso lo sabes.
—Sophia… —suspiró, sacudiendo su cabeza—. No era simplemente enojo, era furia… estaba hirviendo
en disgusto; ahorita no me atrevo a tocarte más que la mano o a darte un beso, siento que no puedo
medir lo que hago, y por eso prefiero detenerme a pensar para no tener que hacer “damage control”,
porque sé que, si se me pasa la mano, literal o metafóricamente hablando, no me lo vas a perdonar.

—Sabes que no soy tan frágil.

—Pero ya te he dicho que no quiero saber cuán frágil eres.

—Te voy a decir algo, y, una vez haya terminado de decirlo, es tu decisión si opinas al respecto… no
espero que opines o que comentes, ni que estés en la ofensiva ni a la defensiva.

—De acuerdo.

—No necesito saberlo todo, no necesito que me lo digas para yo saber qué pasa, o para yo saber que
hay algo que te molestó más que la razón inicial por la cual estabas molesta —le dijo, haciendo una breve
pausa para recibir las copas de vino y los cocktails—. No me interesa saber cuál es el problema que tienen
Alec y tú con el tercer socio, porque claramente son cosas que no me incumban y que no quiero que me
incumben por igual, pero sé que saliste más enojada de lo que entraste… y sé que elevaste tu voz, y sé
que le pegaste a la pared o al escritorio, no me interesa saber detalles… probablemente te lo dijo tu
mamá, y me voy a tomar el atrevimiento de decírtelo yo también: tú no eres él, no lo fuiste, no lo eres y
no lo serás nunca. Nunca, nunca. Mierda, yo tengo ganas de matar a mi hermana el noventa por ciento
del tiempo, y eso no necesariamente me hace parecida o de la misma especie, tampoco me hace una
mala persona y tampoco me hace creer que te voy a lastimar, por semejanza o por acciones físicas que
violenten tu integridad. Lo que a ti te pasó no es más que una pila de mierda que no sé cómo hacer para
que ya no te duela, porque aunque me digas que ya no te duele, te sigue doliendo, pero tienes que
dejarme ayudarte a entender que esa necesidad que sientes, de querer golpear y matar a todo lo que
esté a tu paso, no es nada sino normal; le pasa a los adolescentes, a los adultos, a los ancianos. Yo no me
voy a alejar porque lastimaste a un escritorio, yo te voy a curar la mano cuando lo hagas… pero
desquítate con eso: con un escritorio. Si el escritorio no te basta… mi amor, para eso se acumula grasa
en lo que estoy sentada. —Emma ensanchó la mirada y, ante el asombro, sólo sacudió la cabeza—.
Puedes hacerlo en tres nalgadas que de verdad me duelan, pero sé que, después de eso, te vas a desvivir
en “perdóname” y “discúlpame”, y una serie de insultos que simplemente te van a arrastrar a lo más
oscuro de lo que ni tú quieres conocer… pero también sé que puedes repartir esas ganas en diez, doce
nalgadas más suaves que no me van a doler.

—¿Cómo puedes decirme eso? —exhaló, estando todavía en estado catatónico.

—Así de desesperada me siento cuando no me dejas estar contigo; me das ganas de irme a los
extremos.

—Oh… —frunció su ceño, y el Ego de Emma me lo frunció a mí porque yo le estaba aplaudiendo a


Sophia; bastante inteligente debo decir—. Jamás te pegaría de esa forma, jamás le pegaría a alguien de
esa forma.
—Y no lo harás aunque quieras, porque sabes que las consecuencias de tus “hormonas” son peores
—sonrió—. Yo sólo quiero saber que sabes y que entiendes que no tienes por qué lidiar sola con esas
cosas, que hay formas en las que tú y yo podemos lidiar con eso; si quieres gritar, puedo hacerte gritar
para enmascarar las razones reales por las cuales gritas… o puedes gritar contra una almohada mientras
te acaricio la cabeza si quieres.

—Sophie… —rio nasalmente.

—Cada vez que te sientas como él, te haré ver que eres todo lo contrario; que eres muy suave, que
no pegas sino acaricias, que no gritas sino susurras al oído y que me besas… y que, en lugar de ser ruda,
eres salaz —guiñó su ojo, y sintió cómo Emma apretujaba su mano.

—Gracias, mi amor —sonrió.

—Para eso estoy —repuso, correspondiéndole el apretón en su mano—. Para reciprocar, para
retribuir, para consentir y para complacer —añadió, viéndose obligada a soltarle la mano a Emma al
necesitar el espacio para que colocaran las bandejas con las ostras—. Cásate conmigo, ¿sí? —ladeó su
cabeza, omitiendo la presencia del mesero que todavía colocaba una de las bandejas sobre la mesa, y él
se asombró por la frescura y la falta de romanticismo de la petición.

—I’ll marry the shit out of you —sonrió, trayendo a Sophia a una carcajada silenciosa que contuvo
entre su mano.

—Until we die and rot as motherfucking corpses together? —resopló, notando la incomodidad del
mesero, quien resolvió retirarse por la misma razón.

—Til’ death do us fucking part —guiñó su ojo, y levantó el vaso corto que contenía el Gin y la albahaca
con un poco de Ginger Ale.

—Brindaré por eso —sonrió, levantando su vaso y lo chocó suavemente contra el de Emma—. Salud
—susurró, viéndola a los ojos para evitarse la maldición de los siete años de mal sexo, «¿o era sin sexo?»,
anyway, mal sexo o sin sexo; no había peor suerte que esa.

—Salud, mi amor —y la vio beber un sorbo de aquello que sabía demasiado bien.

—¿Te sientes mejor?

—Sí, más tranquila, sí —suspiró, tomando una Kumamoto entre sus dedos para exprimirle un poco
de jugo de limón—. Sabrás tú cómo me dominas —resopló, alcanzándosela a Sophia, quien se la tomó
con una sonrisa, pues Sophia, por cuestiones preventivas de cutículas dañadas, prefería mantenerse
alejada de cualquier sustancia ácida, aunque eso no incluía al pH vaginal, «porque el limón tiene un pH
de 2,3 y la vagina Pavlovicciana tiene un pH de entre 4,5 y 5,0 dependiendo de qué tanto apio, piña y
manzanas coma».
—Dos cosas —sonrió, deslizando la ostra hacia su boca, masticándola una tan sola vez porque
consideraba, al igual que Emma, que sólo tragarla era un desperdicio de textura, sabor y dinero—. Tres
—se corrigió—: la he sentido buenísima —dijo, refiriéndose a la ostra de la que todavía saboreaba su
resaca—. Eres mía, y, como eres mía, tengo que saber cómo funcionas sin que me lo digas —sonrió,
logrando que Emma dibujara esa sonrisa de inmensa satisfacción que siempre dibujaba cuando le decía
que era suya—. Y no me refería a tu enojo, me refería a cómo seguías de la garganta —guiñó su ojo,
recibiendo una segunda ostra.

—Oh —resopló un tanto avergonzada—. Bien, ya no me molesta tragar.

—¿Ganas de toser?

—Mmm… —rio nasalmente, intentando no atragantarse por la risa que salía y la ostra que se
deslizaba, y una gota de jugo de limón se le escapó por la comisura izquierda de sus labios—. Doctora
Rialto —resopló en ese tono juguetón mientras secaba la gota con la servilleta de tela, que, en otra
ocasión o en contras circunstancias, habría dejado que Sophia se la limpiara con el dedo o con los
labios—, ¿me va a cobrar la consulta?

—Pro bono —sonrió.

—No, ya no la tengo inflamada y tampoco tengo intenciones incontrolables de esparcir los gérmenes
vía tos —respondió a la pregunta original, y vio a Sophia sumergirse en sus propios pensamientos—. ¿En
qué piensas?

—Me llamaste “Doctora Rialto” —rio cual adolescente, y llevó la tercera Kumamoto a su boca.

—Sí —asintió Emma, imitándola—. ¿Qué tiene eso de raro?

—¿Te das cuenta de que nunca hemos hecho roleplay? —frunció su ceño.

—¿Te das cuenta de que nunca hemos necesitado roleplay? —contraatacó.

—Good one —reconoció la buena calidad de su contraataque.

—¿Te gustaría que hiciéramos un poco de roleplay? —sonrió.

—No, es sólo que no sé por qué hice la conexión entre roleplay y “Doctora Rialto” —se sonrojó.

—¿Te gustaría examinarme? —le preguntó con una sonrisa juguetona—. Si me dices que sí, te juro
que compro un estetoscopio, una bata blanca, y lo que quieras… y me dejo examinar.

—¿Qué te hace pensar que necesito jugar a ser Doctora para examinarte? —rio.

—Uh… —rio—. Good one.


—Pero sí, un estetoscopio estaría bien —sonrió.

—¿Es en serio?

—Sí —asintió, llevando su bebida a sus labios—. Un estetoscopio.

—¿De qué color lo quieres?

—Rosado —bromeó, sabiendo que sería de cualquier color menos rosado, pues ni ella podía entender
la aversión que le tenía a dicho color, en realidad al rosado Mattel, al rosado Barbie—. Es broma, no
importa el color.

—¿Sabes cómo usar un estetoscopio?

—Las maravillas que se aprenden en el colegio —guiñó su ojo.

—Sabrá Dios qué les enseñaban a ustedes, porque a mí me enseñaban cosas normales —asintió, pero
Sophia, juzgando por el comentario, no creyó que Emma fuera a comprarle uno, lo cual estaba bien.

—Si llevabas química o biología en nivel avanzado, tenías que cumplir con entrenamiento de primeros
auxilios y podías escoger entre hacer servicio social con el resto de la clase o trabajar en la Cruz Roja…
mientras unos hacían servicio social en un ancianato, o limpiando las playas, o recolectando firmas para
cualquier mierda de “salvemos a las medusas en Asia”, yo estaba curando heridas leves, tomando la
presión o diciendo “abra la boca y diga ‘ahhh” para ver si tenían algo inflamado.

—¿Por qué no sabía eso yo?

—Nunca preguntaste —se encogió entre hombros.

—Es un poco raro que alguien se te acerque y te pregunte: “¿hiciste servicio social en la Cruz Roja?”
—rio.

—Touché.

—Lo que no logro entender es por qué hiciste química avanzada.

—Tenía que llevar una ciencia en avanzado; biología, química o física. Química siempre me resultó
relativamente fácil, cuando empezamos a ver números cuánticos fue que me costó un poco pero porque
falté dos semanas a clases.

—¿Faltaste por pereza?

—Casi… tuve la única bronquitis de mi vida.


—Me muero —sacudió su cabeza.

—¿Por qué? —ensanchó su mirada.

—Si la única vez que has estado enferma conmigo casi me muero, que ni estabas enferma sino que
se te había bajado la presión, no me imagino contigo con algo como una bronquitis…

—Sí sabes que no soy inmortal, ¿verdad? Digo, que también me enfermo.

—Déjame entrar en pánico ahorita y no cuando de verdad te enfermes —rio, alcanzándole una Blue
Point.

—Está bien, y prometo comportarme y ser buena paciente. ¿Tú?

—¿Yo qué?

—¿Prometes ser buena paciente?

—El paciente siempre es un reflejo del médico que lo atiende —guiñó su ojo.

—La última vez que te enfermaste… me jugaste el capricho.

—Claro, quería que me violaras… —se encogió entre hombros—. Algunas personas tienen la teoría
de que los dolores de cabeza tienen algo que ver con la retención orgásmica.

—Expertos serán —rio sarcásticamente—. “Retención” significaría que te lo estás aguantando, que te
lo estás conteniendo… “retención” implica que es tú culpa por no dejarte llevar —sonrió, aunque sabía
que la retención podía referirse a algo bioquímico.

—Touché, Licenciada —asintió—. “Liberación orgásmica”, entonces.

—Supongo que eso funciona mejor —rio nasalmente—. Y sé que, por lógica química y biológica, un
orgasmo ayuda a un dolor de cabeza; el problema es que a ti no sólo te duele la cabeza, a ti te escala a
migraña, lo que significa que no puedes ni ver la luz, ni soportar ruidos fuertes… ¿te imaginas ese
momento en el que inhalas, mantienes, y te dejas ir? En esa exhalación creo que has de sentir que te va
a explotar la cabeza.

—No lo sabría —rio, sabiendo que tenía cierta lógica—, no lo experimenté en esa ocasión.

—Tendremos que esperar a la próxima migraña para saber si ayuda o no.

—Creí que “nunca” serías eso —bromeó.


—No, en esa ocasión dije que no jugaría a ser Doctora —rio—. No necesito un título de M.D. para
saber cuándo te sientes mal.

Emma rio, y rio ante el pensamiento de “Dr. Sophia Rialto M.D.”, quizás colocaría el “Stroppiana” en
alguna parte porque le parecía que dicho apellido, que existía a pesar de que no debía ser tomado en
cuenta pero que Sophia insistía en tenerlo por el mismo principio de considerarse hija únicamente de su
mamá aunque estaba consciente de que no había sido producto de la Divina Concepción en los nuevos
tiempos, le agregaba ese je ne sais quois, quizás porque, al pronunciarlo correctamente en
italiano (strop'pjana), le agregaba cierto humor serio, con cierta cúspide epicúrea.

Se tomó un momento para ver a Sophia, para ver cómo deslizaba la última ostra a su boca con
los ojos cerrados, todo en cámara lenta; la lengua, los labios, la única vez que masticaba, que echaba
milimétricamente su cabeza hacia atrás para deslizarla por su esófago y luego abría los ojos al compás
de una lasciva caricia de la punta de su lengua que partía desde la comisura derecha y que no llegaba ni
al eje de simetría.

Todo tenía que ver con ritmo; fuera con los golpes del portafilter contra la caja de madera en la que
tiraban el café ya utilizado o fuera con alguna canción de fondo, y que era algo que le había contagiado
a Sophia al ser una técnica que había encontrado muy útil, pues no sólo ayudaba para revivir recuerdos
con precisión, sino también para describir el momento de principio a fin, y ahora, así como el noventa y
cinco por ciento de sus pensamientos silenciosos, decidió darle “play” a su iPod mental, y no encontró
mejor canción que “Greenback Boogie” para describir esa escena de Sophia, esa cámara lenta. Era
perfecta sin importar la letra, porque era el ritmo el importante. Aunque quizás, inconscientemente,
tocó esa canción porque era su teléfono, y ese ringtone le pertenecía a Phillip.

—Felipe —contestó con una risa.

—Emma María —la saludó—. Buen provecho —le dijo, y rio en cuanto Emma empezó a analizar su
entorno para encontrarlo.

—Stalker! —se carcajeó al verlo saludar desde el otro lado del vidrio.

—Pero sólo por oportunidad —sonrió, y su sonrisa se amplió todavía más en cuanto Sophia lo llamó
con su mano—. Espera, ya llego —colgó, y ambas féminas lo siguieron con la mirada a través de los
vidrios hasta que, contando hasta cinco, apareció dentro del restaurante en ese traje azul marino a la
medida, con el pañuelo de bolsillo blanco que apenas aparecía con rectitud horizontal y que hacía juego
con su camisa, la cual se veía demasiado pulcra y seria, a lo Wall Street, bajo esa corbata color champán
con microscópicos puntos color borgoña y la disimulada calavera que sólo significaba “Alexander
McQueen”—. Señoritas —sonrió al llegar a la mesa, inclinándose cortésmente hacia cada una para
saludarlas con dos besos, uno en cada mejilla—. Es un poco tarde para estar almorzando, pero es
temprano para estar recurriendo a los afrodisíacos —bromeó, haciendo alusión a la bandeja vacía de
ostras.

—Siempre tan puntual —resopló Sophia—. ¿Quieres sentarte?


—Quiero, sí —asintió, volviéndose sobre su hombro.

—¿Tienes tiempo? —le preguntó Emma.

—Tengo, sí —volvió a asentir, y tomó una silla cualquiera al no obtener ayuda o auxilio de nadie—.
¿Cómo están?

—Bien —corearon las dos.

—¿Y el Carajito? —preguntó, desabotonándose el botón central de su saco mientras levantaba su


mano para que el mesero más atento lo viera.

—En el veterinario —respondió Sophia—. Algo de vacunas.

—¿Allí pasará la noche?

—Sí, ¿por qué? —frunció Emma su ceño.

—Curiosidad, Emma María —dijo, y notó que el mesero al fin lo veía.

—¿Ya comiste? —le preguntó Emma.

—Un par de Latkes —suspiró—. No, no he comido —rio—. ¿Ustedes qué van a comer?

—Steak —le dijo Sophia—, las dos.

—I’d like a Steak au Poivre, medium rare, with hand-cut fries… and a Stella, please —se dirigió al
mesero, quien sólo asintió y se retiró.

—¿De dónde vienes, Felipe? —le preguntó Emma.

—Antes de decir cómo me siento, tengo que aclarar que no soy racista, no discrimino ni por cultura,
ni por género, ni por religión —dijo, excusándose por eso que sabía que probablemente sonaría
demasiado mal, y ambas féminas asintieron—. Tuve una reunión de tres horas con unos Judíos… y, pues,
trato con Judíos en el día a día, pero hay unos que son más Judíos que otros… estos me dijeron que iba
a haber comida, que no me preocupara, y, cuando llegué, había una ensalada de quinoa, aceitunas
verdes y otros colores, había Fennel al gratín, Latkes con espinaca y Feta, y una sopa con yo-no-sé-de-
qué-eran-esas-pelotas… —sacudió su cabeza—. La reunión real, la de negocios, duró quince minutos, el
resto fue small-talk, o sea, mierda tras mierda… y aguanté hambre por eso, podría haber pasado por
Wendy’s para comprar una tres cuartos de libra, hot n’ juicy, chili cheese fries, una Coke enorme y un
Frosty Jr.

—Mírale el lado bueno, Matzo-Balls —le dijo Sophia, que asumió que a esas “pelotas” se refería con
la sopa—, estás aquí, con nosotras; almorzando más rico que sólo Wendy’s.
—Tienes razón, Pia —sonrió—. En fin… de ahí vengo, de la esquina.

—¿Y a tu esposa en dónde la has dejado? —ladeó Emma su cabeza.

—Es jueves —respondió.

—Cierto, la columna de Margaret —asintió—. ¿Ya la leíste?

—No, pero sé más o menos de qué va —sacudió su cabeza.

—Yo no la he leído, ¿de qué va esta semana? —dijo Sophia, esquivando los brazos del mesero que
retiraba las bandejas de la mesa.

—El domingo fuimos a cenar a un lugar nuevo que han abierto en Brooklyn, no me acuerdo del
nombre, y, a pesar de tener reservaciones, se tardaron casi una hora en darnos nuestra mesa; el servicio
del bar pésimo, y, cuando nos sentaron, la mesa era para seis, entonces nos pusieron a una pareja en la
misma mesa… cuando ella llamó para hacer la reservación, no le dijeron que, por ser domingo, tenían
una policy de mesa abierta. Se escuchaban los gritos en la cocina, las bebidas se tardaron en llegar… en
fin, el servicio fue una mierda.

—¿Y la comida?

—Nos llevaron una sopa, cortesía de la casa por los “inconvenientes”, y socca bread… no estaba mal,
pero el pan estaba un poco undercooked. Mi suegra y Natasha pidieron vegetales asados para compartir,
mi suegro y yo pedimos un súper-champiñón como del tamaño de mi cara; no estaba mal, no sabía mal,
pero los vegetales asados… algunos estaban quemados —rio—. Lo de nosotros no tenía ningún
problema. Y ya después mi suegra pidió un omelette de cordero y sabrá-el-menú-qué-más, Natasha y yo
pedimos un Steak, y mi suegro una chuleta de cordero; Smith & Wollensky tiene mejor sabor, mil veces…
y de postre, wow, en eso sí nos ganaron a todos, pedimos uno de cada uno porque sólo cuatro postres
tienen, pero, como probamos un poco de todo, al final terminamos comiéndonos una Tarte Tatin de piña
con helado de vainilla.

—¡Uf! —suspiró Sophia—. Suena demasiado bien.

—Créeme, sabe mejor de lo que se escucha —rio, quitando su mano derecha para dejar que el mesero
colocara su copa de cerveza.

—No seas tan malo —sonrió Sophia—. Pero, anyhow, ¿de qué va la columna?

—De eso, de la experiencia —se encogió entre hombros, viendo a Emma ponerse de pie para caminar
hacia el podio de la anfitriona para sacar el New York Times.

—Dice: “Tarde o temprano, dependiendo de cuánto tome hacer una reservación, terminaremos
siendo testigos primarios de una mala experiencia en lo que se supone que es un buen restaurante.
Cuando eso suceda, probablemente nos asustaremos de lo disgustados que estamos. Probablemente la
comida no tenga la culpa. Siempre se puede masticar un Steak duro, después de todo, decepcionarnos
nunca fue la intención del Chef. Pero todos nos tomamos el mal servicio como algo personal; si
obtenemos una mesa en un mal puesto ya es razón suficiente para pensar si al anfitrión no le parecemos
merecedores de algo mejor, y obtener un mal servicio, tardado e irrespetuoso, sólo logrará hacernos
sentir peor, porque se espera que dejemos propina.

De cuando en cuando, el mal servicio es el resultado, quizás, de un día de mala suerte en el restaurante.
Quizás el Chef tuvo un roce de palabras fuertes con el mesero y eso le amargó el ánimo, que es de
humanos. Quizás el “front of the house”, porque así se le llama al comedor, está corto de personal
porque un miembro se enfermó.

Lo más probable es que el mal servicio es inherente a lo que sucede a nivel de la cocina y de la gerencia;
sea por un espíritu apagado o por una actitud inundada de laxitud. Aquí, en Nueva York, con nuestros
restaurantes que caen en la informalidad, un huésped puede fácilmente convertirse en la víctima de la
incompetencia. Hemos entrado en una era del post-servicio, lo que significa que cada vez menos
restaurateurs se inclinan por la existencia del mismo.

Lo que me trae al restaurante “X”, un restaurante que ha logrado hacer, del típico “Diner” americano,
algo elegante, pulcro, y de buen gusto entre cristalería, vajilla y ambiente, que no ha necesitado de estar
en el corazón de Midtown East, o cerca de Hell’s Kitchen, para ser lo suficientemente atractivo. Hace un
poco más de un año, el lugar era un “Diner” abandonado, o la cáscara de este nada más, y ahora
simboliza la restauración y la reconstrucción de Brooklyn, tanto como el aura que envuelve la exhibición
de Alexander McQueen en el MET. No sé lo que vegetales a la parrilla, o a la plancha, alguna vez costaron
en el lugar que ahora es “X”, porque nunca comí allí, pero podría apostar a que costaba alrededor de
$5.99. “X” lo tiene también, con equipo de expertos y para expertos, y ahora cuesta $29, prueba viviente
del aburguesamiento que merodea por Brooklyn.

Entren, y quizás asumirán que se han tropezado con una recreación de fórmula, manual y ley, de lo que
se supone que define al género del “Diner”, pero estarán equivocados. “X” no es un lugar anticuado
sintetizado, con batidos de vainilla y chocolate, y meseras de ocasión, y no de profesión, que son las que
nos asignarían nuestra mesa. No es retro-romántico, votivo de velas, ensaladas de rúcula y tarta de
chocolate sin harina.

Mi experiencia allí fue como ninguna otra. El motto es “X no es una incógnita”. Les aseguro de que sí lo
es.

Los propietarios son Marc Tremblay y Rose Taylor, un matrimonio. Él es de Montreal, en donde era socio
en Le Cochon, una leyenda moderna que tenía comida de cejas altas y bajas. Su más grande éxito fue la
mejoría del poutine, un platillo usualmente de la parte rural de Quebec y que consiste en patatas fritas,
trocitos de queso y salsa suave de pollo, pavo o ternera. Le Cochon añadió el foie gras marcado y fue
aclamado. “X” se ha proclamado, raramente, un restaurante franco-quebeco-americano. De Quebec
nada, ni el más sofisticado poutine. “Franco-americano”, vamos llegando.
La definición de lo que quieran autoproclamarse es personal, sólo señalo que no es necesario añadir una
cultura para atraer o seducir; menos es siempre más.

Probablemente es porque tienen cinco semanas de haber abierto sus puertas para el público, la primera
ronda de críticos los elogiaron y los alabaron con aplausos, sonrisas, chupándose los dedos y con
expresiones como “Tout simplement eXquis”, quizás ése debía ser el motto; tiene más sentido. Pero,
siendo un cliente, un huésped más, alguien que se mezcla con el resto por curiosidad y por una cena
familiar, no puedo estar de acuerdo con aquellos que cayeron rendidos de rodillas. Debí saber que las
reservaciones eran demasiado fáciles para un día domingo, en especial a las siete y treinta y de la noche,
y en un restaurante cuyo nombre anda de boca en boca, de tweet en tweet, Instagram en Instagram, y
de Pinterest en Pinterest.

Ser parte del servicio no es sólo “servir”, es una profesión, es una responsabilidad, es un trabajo, por lo
cual, aquellos que avisan su llegada, deberían ser tratados con ciertas notas dulces por sobre aquellos
que llegaron de forma impromptu; mi consideración debe ser su consideración, al menos a nivel de
servicio y no de cocina. Ser parte del servicio no es algo degradante, es cansado e intenso, hay huéspedes
difíciles y otros fáciles, es entendible: yo no podría hacerlo, y por eso agradezco a quienes tienen la mala
suerte de tener que poner el platillo frente a mí. La disciplina y la homogeneidad deben predominar,
porque no se puede juzgar a un restaurante por su fachada, pero sí por sus motores; por la coherencia
del uniforme y por la limpieza de este, por la pulcritud y la elegancia de cada uno, por la cortesía y la
amabilidad. Una disculpa, por una espera a pesar de tener una reservación, es suficiente, pero no lo es
para una hora de espera; puede resultar en la huida, pero, si la comida vale la pena, vale la pena esperar
también.

La gerencia puede fallar en todo menos en liderazgo, y el liderazgo se puede ver en cuánto se respeta la
capacidad del local, algo que no fue logrado por falta de asientos, pero también se entiende, porque se
dice que tienen los mejores cocktails.

Los errores del Chef, probablemente son pocos a la hora de cocinar, es entendible por la cantidad de
platillos simultáneos que cocina y porque, repito, sé que no es su intención decepcionarme con su
comida, pero sí es error suyo dar a conocer el caos de la cocina con gritos, de obscenidades e
intercambios soeces, sean en inglés o en francés; el público se da cuenta y crea inestabilidad e
incomodidad en el ambiente. Molesta e incomoda.

La variedad de la comida es justa, da espacio para explorar y para mejorar, para retirar y para reajustar.
El sabor es justo, algunas notas fuera de control, pero se lo atribuyo al ajetreo de la noche. Las porciones
son precisas, y la composición es perfectamente flexible. El precio es “$$-$$$”, y es justo también.

Estaré de acuerdo en que debo ponerme de pie y aplaudir la selección de postres, un verdadero sazón
casero, aunque gourmet, y que cubre al menos un antojo, en especial la Tarte Tatin de ananá, con
glaseado de bourbon y helado de vainilla. Se merece una ovación.

El servicio es cuestión de práctica, de experiencia, y de esfuerzo, y es algo en lo que se puede mejorar”.


—No fue tan ruda —rio Sophia.

—Ha habido peores, sí —asintió Emma, tomando su iPhone para escribirle a Margaret—. Este fue más
consejo que asesinato, no fue como con “Bourbon & Scotch” —rio, comenzando a escribir ese “Leí la
columna, pocas veces he sabido de una ovación suya, Spicy Devil ;) “.

—Me la esperaba reventando, sacando humo por las orejas —resopló Phillip—. Por cierto, hablando
de mi suegra —dijo, sacando, del interior de su saco, un sobre negro, de papel muy fino y reluciente—.
A esto iba a tu oficina, Natasha me pidió que te la llevara —sonrió, alcanzándosela.

—Oh… oh… oh —canturreó, pues, con tan sólo ver que estaba sellada con cera, supo qué era.

—¿Es lo que creo que es? —resopló Sophia, viendo a Emma sonreír.

—No sé —rio Phillip—. ¿Qué crees que es?

—Maggie’s Birthday —sonrió Emma, repasando el sello en la cera con su dedo; era la medusa de
Versace, y le alcanzó el sobre a Sophia para que ella lo abriera.

—Creí que sólo a mí me emocionaba su cumpleaños —dijo Phillip.

—¿Bromeas? —ensanchó Emma su mirada mientras llevaba su vaso corto a sus labios y veía a Sophia
despegar la solapa del sobre—. Buena música, buena comida, buen ambiente… y es como para nunca
perderse al ex-Mayor Michael Bloomberg bailar “You’re The One That I Want” con varios Whiskys encima
—rio—. Es de ver con qué nos sale de Blasio en su primera fiesta.

—La del año pasado fue demasiado buena —comentó Phillip.

—Sí, tú de Fedora y vestido y peinado como en los veinte… eso no tiene precio —guiñó Emma su ojo.

La invitación era cosa de otro mundo, como siempre. En cuanto Sophia la sacó, se encontró con una
tarjeta doblada por la mitad. De frente era la misma medusa en negro, ahora perforada para crear el
contraste con el fondo color blanco hueso en el que se mantenía aferrada con capricho. Al abrir la tarjeta,
únicamente sobre el lado derecho, pudo ver aquel diseño en el que sabía que Margaret había invertido
bastante tiempo. Era una placa propia del barroco, con elegantes flechas que salían del medio de cada
extremo horizontal, elementos ornamentales característicos de la época, y, en donde Sophia sabía que
existía una Flor de Lis, estaba de nuevo la medusa que gritaba “vanidad”. En medio de dicha placa, con
una tipografía demasiado coherente, se leía “Margaret Anne Robinson” y, bajo esto, su fecha de
nacimiento. Decía cuál era el motivo, no sin antes hacer constar que era ella la agasajada principal, decía
la hora: 19 de abril de 2014, decía el lugar: Grand Ballroom, decía la hora: 7:00 p.m., y decía algo extraño,
era en beneficio de St. Jude’s. Eso era nuevo.

—Masquerade Ball —murmuró Sophia en cuanto llegó al código de vestimenta—. Me debes cincuenta
—le dijo a Emma, pues habían apostado a que era Masquerade Ball o “Hairspray”.
—Fuck —resopló Emma.

—Ahora, ¿en dónde se supone que voy a conseguir un vestido de esos? —frunció su ceño.

—Pia, como si no conocieras a Margaret —rio Phillip.

—¿Eso qué significa?

—Significa que es una cosa relativamente moderna —sonrió.

—Por favor, dame más ganas de llegar al diecinueve de abril —le dijo Emma, pues la fecha sí la sabía,
y el lugar también.

—Como es en beneficio de St. Jude’s… —se aclaró la garganta—. Son setecientos veinticinco invitados
en total, la Filarmónica va a tocar hora y media, luego va a entrar un grupo que no sé de dónde lo ha
sacado Margaret —dijo, sabiendo que era el que tocaría en la boda de las presentes y que era la prueba
de Natasha para darles el visto bueno, pues una boda era más importante que un cumpleaños a pesar
de que, en el cumpleaños, habría gente relativamente importante—. Y, bueno, tú sabes cómo es con la
comida; champán por todas partes, comida con toques del siglo quince… y máscaras, moda, y no sé qué
más —se encogió entre hombros; tanto no sabía, sólo sabía lo que Natasha le decía entre risas—. Van a
tener que ir para vivirlo, y vas a tener que vivirlo para contarlo.

—Ya veo un viernes y un sábado lleno de Saks, Bergdorf’s y Barney’s —sonrió Sophia para Emma.

—¿Ves por qué la amo, Felipe? —le dijo, señalándola con su dedo.

—Por la misma razón por la que mi esposa se ama a sí misma —bromeó, recibiendo, en su hombro,
un golpe de “eres un grosero” de parte de Sophia.

—Por cierto, y cambiando el tema —le dijo Emma—, ¿veremos a tu mamá en el cumpleaños de
Margaret?

—No creo —sacudió su cabeza, llevando su mano a su cuello para aflojarse la corbata, como si la
mención de su progenitora lo ahogara, porque lo ahogaba.

—¿Todo bien con ella?

—Mmm… —suspiró—. Yo no sé si ustedes tuvieron esa sensación en algún momento —dijo, paseando
su mano por su cabello, el cual ahora tenía cierta semejanza al peinado del Hombre de Acero del 2013—
, pero me siento invadido.

—Sí —asintió Sophia—, te desespera que merodeen por ahí, como queriendo saber qué haces,
queriendo saber en dónde escondes tus secretos.
—Sí, es como si estuviera buscando my secret porn stash, the one I don’t have —repuso, sintiéndose
un poco mejor al no saberse tan mal hijo—. Anda de habitación en habitación, abriendo gavetas y
registrando todo —sacudió su cabeza.

—¿Qué te da miedo que encuentre? —le preguntó Emma, pues sabía de la sensación pero no la
conocía de primera mano, al menos no con su mamá, pues Sara siempre se mantuvo al margen de la
puerta a menos de que fuera invitada a pasar adelante o pidiera permiso para hacerlo.

—No oculto nada —sacudió su cabeza—. Pero me incomoda que abra la gaveta de los retazos de tela
que se pone Natasha —dijo eufemísticamente—. La vez pasada, el lunes, si no me equivoco, llegué a
media mañana para cambiarme el traje, y la encontré como inspeccionando un hilo de Natasha y, cuando
se dio cuenta de que la estaba viendo, sólo me dijo: “esto no es lo que usa una señorita decente”. —
Emma no pudo más, y, con disimulo, atrapó su silenciosa carcajada entre su mano, en esa “facepalm”
que decía Sophia—. “Phillip Charles, tu corbata tiene más tela que esto” —la imitó—. Por suerte no tuve
que escuchar lo que pensaba de la gaveta de al lado.

—¿Qué hay en la gaveta de al lado? —rio Sophia.

—Emma María, ayúdame con los términos, por favor —le dijo, pues él todo lo podía resumir a “eso
en lo que se ve muy sexy”.

—Corsets, Bustiers, Cinchers, Garters, Bodysuits… todo lo Wolford… básicamente todo lo que define
a Kiki de Montparnasse —le explicó a Sophia, quien dibujó un “oh”, pues se asombró de saber que tenían
una gaveta exclusivamente para eso, y luego se acordó de cuando Phillip les había dicho que dejaran una
gaveta libre; era para eso.

—En fin… mi mamá es mi mamá, y ni modo, pero con Natasha es increíblemente desesperante —
sacudió su cabeza—, ni yo sé cómo es que Natasha no me ha pedido el divorcio; es como si se encargara
de desesperarla al punto de acabarle la paciencia que sé que no tiene.

—¿Y tu papá? —ladeó Emma su cabeza.

—Construyendo, como siempre —sonrió—. Creo que se le ha quitado un peso de encima ahora que
no está mi mamá, pero, como nunca se queja y nunca se ha quejado, y nunca se quejará, no sé…

—No… digo, ¿qué dice de tu mamá venir con equipaje de mano y quedarse?

—Pues, le da risa… creo que le da vergüenza con Natasha, pero no sé… Papá es de pocas palabras —
se encogió entre hombros.

—¿Y tú? —le pregunto suavemente Sophia.

—Yo no sé cómo hacen ustedes cuando vienen sus mamás —rio.


—No se quedan por tanto tiempo —le dijo Emma.

—De igual forma —sacudió Phillip su cabeza.

—Vamos, Pipe… no es como que no nos hemos visto las intimidades —bromeó Sophia, haciendo que
el mencionado se sonrojara—. Habla sin restricciones, de esta mesa no sale pero ni para tu esposa. —
Phillip volvió a ver a Emma, quien asentía repetitivamente, pues ella sabía cosas de Natasha y cosas de
Phillip, y raras veces, muy raras veces las utilizaba para convertirse en mediadora o intermediaria, con
quien tenía complicidad declarada era Sophia.

—¿No les incomoda hacerlo cuando alguna de sus mamás está en la cercanía? —susurró, intentando
que no escuchara ni la mesa de al lado, esa que estaba vacía, aunque, además de ellos tres, sólo había
otra mesa y al otro extremo del restaurante.

—Antes de tu boda —le dijo Emma—, casi-casi lo hacemos frente a mi mamá —se encogió entre
hombros—. Después de tu boda lo hicimos con mi mamá en la habitación del otro lado del pasillo —rio
nasalmente.

—Lo hicimos repetidas con mi mamá y mi hermana en la habitación del otro lado del pasillo —le dijo
Sophia—. Creo que simplemente no tenemos tanta vergüenza como creemos.

—Eso pasa cuando tiene que pasar, y en donde tiene que pasar, supongo —añadió Emma.

—Los días que he podido han sido los días en los que mi mamá salió a cenar con los que les quiere
comprar las plataformas, o los domingos, o los jueves.

—Ah, no van a misa, par de conejos —se carcajeó Emma.

—A las diez se la lleva Hugh, porque a las diez y cuarto es la misa con el coro en Saint Patrick’s… mi
mamá sólo se mete al ascensor y ya no supe nada hasta las once y media… igual el jueves, me regreso
del trabajo a las cuatro porque a las cinco y cuarto se va a misa también, aunque los jueves no regresa
hasta las siete y media, entonces hay más tiempo, se hace con paciencia.

—Entre dieta de pan y agua, y sexo de jueves y domingo… —resopló Emma—. Es cruel, la rutina es
cruel.

—Es que... yo no sé si Natasha les contó, pero, cuando recién venía, quizás tenía una semana de haber
venido, nos abrió la puerta —se sonrojó—, menos mal que Natasha estaba de espaldas a la puerta.

—Ese detalle no lo mencionó, sólo mencionó lo de los Hamptons —resopló Emma.

—Ni lo digas —sacudió su cabeza—, si con esa vez que me abrió la puerta fue un boner killer, me la
abría de nuevo y se me caía todo el aparato: pito y pelotas —dijo con ese tono de ser víctima de una
verdadera aberración, y, ante ese educado y elocuente “pito y pelotas”, Emma y Sophia estallaron en
una estrepitosa carcajada que inundó el restaurante hasta la cocina—. Literalmente: castrado del susto
—sacudió su cabeza.

—Boundaries —murmuró Emma—, así de sencillo es.

—¿Pardon?

—Felipe, ya no tienes cinco, y creo que ni cuando tenías cinco era tan “devota” —le dijo—. Mi mamá,
ni por la relación que tenemos, ni porque es mi mamá, ni porque es mi casa y se siente como en su casa,
va a ir de gaveta en gaveta.

—Pero eso es porque es tu mamá, y tú eres mujer, y ella te conoce las intimidades.

—Quizás salí de su vientre —dijo en ese tono un tanto dramático—, pero ella sabe que eso no le da
derecho a saber si uso tangas o G-strings —sonrió.

—Ah, quizás ahí está la diferencia —rio Phillip—, yo fui cesárea, y mi hermana también: mi mamá no
quería pujar, ni que le doliera más de la cuenta, y eso es algo que nos ha dicho desde siempre.

—Cazzo —rio Sophia—, con mayor razón; si no te pujó por esa razón, déjala que se asuste… o sea, el
que busca no necesariamente encuentra, pero puedes encontrarla en el camino.

—¿Y eso cómo se hace?

—Se llaman “practical jokes” —le dijo Emma, y Sophia asintió.

—Mi mamá era más o menos así, era de las que sólo entraban a mi habitación sin llamar a la puerta…
pero nada que una acción comprometedora no hiciera.

—¿Cómo? —frunció Phillip su ceño.

—Pan estaba con ella —le dijo Emma, con ese notable disgusto y asco que le daba pronunciar la
abreviación de su nombre—, y se la estaba comiendo —suspiró—. A besos, ¡a besos! —dijo al notar
cómo había sonado.

—En realidad sólo me estaba aplastando —rio Sophia—, pero se vio como se tenía que ver para que
mi mamá aprendiera.

—Lo que Sophia quiere decir es que: si no aprenden por las buenas, que sea por las malas —se
apresuró a decir Emma para que no siguiera con el tema de Pan.

—Lo consultaré con mi esposa —sonrió, y sonrió doble al ver que ya la comida se acercaba—. Dios,
cómo amo cuando ya pasó la hora de almuerzo genérica; todo está listo en nada.
—Estás que te comes la mesa, Felipe —bromeó Emma, viéndolo tomar la servilleta de la mesa de al
lado para colocarla sobre su regazo al mismo tiempo que escondía las puntas de su corbata entre los
botones de su camisa, pues Natasha le había enseñado a nunca tirarse la corbata por el hombro porque
eso era simplemente detestable y se veía peor.

—¿Y cuál es tu excusa? —se volvió hacia ella, escuchando el “thank you” susurrado que caracterizaba
a Sophia al recibir el plato frente a ella.

—Me pasé toda la mañana trabajando unos cambios en la ambientación que quieren unos clientes —
sonrió—. A veces odio cuando les sugieres “A”, ellos te dicen que quieren “B”, y dices “está bien” —dijo,
haciendo una pausa para agradecerle al mesero—, pero les explicas que “A” se ve mejor y que es mejor,
y les enseñas cómo se ve la diferencia entre “A” y “B”, pero deciden quedarse con “B”, y, cuando la casa
ya está tomando forma, te preguntan si se podría hacer “C” en lugar de “B”, pero resulta que “C” es lo
mismo que “A”…

—Algo así solía sucederme cuando trabajaba en inversiones de Bolsa… me decían “compra cien” y yo
les aconsejaba que no, pero me decían “compra quinientas, entonces”… cuando las cosas se iban al hoyo,
me decían “vende ochocientas” para compensar las quinientas que compraron —sacudió su cabeza—.
Cómo odié ese año, y no por el dinero sino por los clientes y los jefes inmediatos.

—Debe ser estresante —comentó Sophia.

—Demasiado para mi gusto —asintió, tomando el tenedor y el cuchillo a la inversa de como las dos
féminas los tomaban; la desgracia de ser zurdo—. Pero es una experiencia única.

—¿Qué hacías? ¿Llamabas a la gente para saber si estaba interesada en comprar?

—No —rio—. Yo estaba frente a mil pantallas, y estaba a cargo de jugar con cierta cantidad de dinero
para sólo generar más… estaba al pendiente de dónde comprar, dónde vender, de comprar cuando
abríamos nosotros y de vender cuando cerraba Tokyo, o Londres, o Australia. Empecé con veinte mil
dólares, a los seis meses ya manejaba alrededor de cuarenta y cinco millones, al año superé los
doscientos setenta.

—¿Ves por qué le confío mi capital local? —sonrió Emma.

—No conocía ese lado apostador tuyo, Pipe —asintió Sophia.

—Ése es el problema, que muchos apuestan y son optimistas, no observan los patrones.

—¿En qué movías el dinero?

—Estaba en la cuenta de CitiGroup, y movía dinero entre American Eagle, Chico’s y Hansen Natural.
—Ah, ¿de ahí te trasladaron? —preguntó Sophia, y él asintió—. Ya veo… —murmuró, y le dio el primer
bocado a su Steak,«mmm…».

—Si tienes preguntas sobre el tercer socio —dijo Emma entre el respiro que daba para atrapar papas
con su tenedor—, puedes preguntarle a Phillip; él sabe cómo funcionamos, y seguramente te lo puede
explicar mejor que Alec o que yo —sonrió, sabiendo que tenía preguntas porque ella se había encargado
de generarlas.

—¿Estás interesada en la sociedad? —sonrió Phillip, sabiendo exactamente lo que tenía que decir
porque sabía los planes de Emma.

—No, es sólo que Alec me preguntó si quería ser parte de la sociedad —se encogió entre hombros.

—¿Cuál es el porcentaje que te está ofreciendo?

—Veinticuatro o veinticinco —dijo, y Phillip volvió a ver a Emma, quien sólo suspiró sobre el hielo de
su vaso corto; bebida terminada.

—Es bastante —comentó, aunque en realidad hablaba con Emma.

—Y bastante caro también —resopló Sophia.

—¿Te lo ofrece en precio neto, de acuerdo al valor real, o te lo ofrece con planes de pago, o rebajas,
o qué sé yo?

—Lo que realmente cuesta, supongo.

—El veinticuatro por ciento cuesta… nueve sesenta —dijo, haciendo una pausa para masticar
cómodamente el trozo de jugoso Steak—. El veinticinco, por ende, cuesta un millón… y, el veinticuatro,
más uno, cuesta nueve ochenta —le dijo, notando la evidente confusión que empujaba su ceño hacia
abajo—. Hay una diferencia entre veinticuatro-más-uno y veinticinco —sonrió.

—Para mí los dos son veinticinco —rio.

—Es una medida de control, es un poco anticuada, pero funciona en ciertos casos, en casos como el
Estudio —dijo—. Cada compañía, empresa, corporación, o lo que quieras, funciona con un código o con
un proceso para hacerlo todo más transparente, tanto a la hora de presentar todo al IRS como para saber
quién tiene qué. ¿Has escuchado de la tabla de Pensabene? —le preguntó, y Sophia tambaleó su cabeza.

—Yo no la uso, pero Emma sí… pues, para Arquitectura.

—Bueno, esa tabla tiene cualquier cantidad de cosas que puedas necesitar, es hasta práctica e
inteligente, eso lo admito —dijo para Emma—. Hay una parte de la tabla que se refiere a la sociedad, la
cual se pone en referencia en la constitución organizacional, por así decirlo. Cada porcentaje tiene sus
beneficios y sus obligaciones, va del uno al diez, del once al veinte, del veintiuno al veinticuatro, del
veinticinco al cuarenta, del cuarenta y uno al cincuenta, del cincuenta y uno al setenta y cinco, y del
setenta y seis al cien, pero, llegando al cien, ya no es sociedad —rio—. Ese espacio que hay entre el
veinticuatro y el veinticinco por ciento, es lo que se denomina, según las definiciones de Pensabene,
como “más uno”, que también aplica para el “diez más uno”, o para el “veinte más uno”, o para el
“cuarenta más uno”, y así sucesivamente. En el caso del veinticuatro-más-uno, significa que tienes el
veinticinco por ciento pero que no tienes las obligaciones ni los beneficios de un socio que tiene un
veinticinco por ciento real y concreto, tienes las obligaciones y los beneficios del veinticuatro por ciento,
las obligaciones del uno por ciento las relevan las del veinticuatro por ciento, pero los beneficios se
suman.

—Ajá… —murmuró, intentando procesar toda la información a medida que masticaba otro bocado.

—Por ejemplo, hablando de beneficios, por el uno por ciento tienes aumento salarial fijo del diez por
ciento, aumenta tu bono de fin de año en un diez por ciento, la comisión del Estudio por cada proyecto
que tomes se reduce en un tres por ciento. Ahora, por el veinticuatro por ciento tienes aumento salarial
fijo y de bono de fin de año de un quince por ciento, y la comisión del Estudio se reduce en un cinco por
ciento. Entonces, si tienes veinticuatro-más-uno, es lo que le corresponde al veinticuatro por ciento,
pero, a nivel administrativo, tienes algunos beneficios del veinticinco por ciento.

—¿Y si tengo el veinticinco por ciento?

—Aumentos del veinticinco por ciento y reducción de comisión en un siete por ciento.

—¿Y eso qué lógica tiene? —frunció su ceño.

—Es por las “obligaciones” —suspiró—. A partir del veinticinco por ciento, la constitución te obliga a
ser parte del estudio en todo sentido: legal, corporativo y económico. Eso significa que tu nombre está
en la puerta, en la factura, en todo, tienes que tomar decisiones corporativas, lidiar con algo que muchos
llaman “política”, pero eso sólo sería en cuanto a TO… el resto sería ya un cambio en todo sentido, hasta
en el sentido financiero personal.

—Entonces, con el veinticuatro-más-uno, ¿qué? ¿No soy socia?

—Sí lo eres, pero en papel, y no hablo de factura, sino de sociedad nada más; eres como socia
silenciosa, por así decirlo. Tienes voz y tienes voto, pero no tienes derecho para vetar; ese derecho se
adquiere con el veinticinco por ciento completo y concreto.

—¿Algo más que deba saber? —resopló, sacudiendo su cabeza.

—El resto lo podemos discutir si estás realmente interesada en ser el tercer socio —sonrió—, son
cosas administrativas más que nada.
—Sólo me gustaría saber por qué Alec me lo está ofreciendo a mí y no a Belinda, o a Pennington —
comentó, más para Emma que para Phillip, pero notó que a él le había llamado la atención.

—Belinda estaba interesada en el uno por ciento, ¿no? —se volvió Phillip hacia Emma, quien comía
en silencio con suprema rectitud de espalda, una postura que parecía ser la caricatura de Sara.

—“Estaba” —murmuró, pero notó que para Sophia esa no era suficiente respuesta—. Cuando Alec le
ofreció el uno por ciento a Belinda, se lo ofreció con el precio del año pasado, y ahora, que le dijo lo que
costaba en realidad, Belinda ya no está interesada en eso —dijo, estando muy de acuerdo con la posición
de Belinda, pues ella habría reaccionado de la misma manera.

—¿Es mucha la diferencia? —preguntó Sophia, invadida de curiosidad.

—Son veintisiete mil diferencias —sonrió Emma.

—Cazzo, così tanto? —exhaló Sophia.

—El año pasado, más o menos por enero o febrero, TO evaluó el valor del estudio para saber si eran
estables —comenzó diciendo Phillip.

—Espera, antes de que continúes, ¿pueden explicarme por qué VP y no Bergman?

—Porque Bergman es demasiado ambicioso; querían la licitación de la Freedom Tower y, por estar
seguros de que la tenían, perdieron casi cincuenta millones en proyectos que fácilmente podían haber
trabajado, además, Bergman se mete con la política y con la religión, nosotros, tal y como lo definimos
con Volterra, nos regimos por “comodidad, lujo, accesibilidad y conservación del patrimonio cultural”, si
hablamos de arquitectura la proporción de proyectos civiles, contra los corporativos, es de ocho a dos,
el de Bergman es de doce a uno pero en proyectos corporativos contra civiles —dijo Emma, sabiendo
que era un buen lugar por el cual comenzar—. Además, nosotros no construimos cosas de plástico —rio
sarcásticamente.

—En el aspecto económico —rio Phillip, acordándose de cuando Emma, en una reunión en la que sólo
estaban ellos dos y Volterra, había hecho el comentario de que a Bergman ya cuatro proyectos se los
había volado tres distintos tornados de tres distintas magnitudes en la misma zona en la que VP tenía
ocho proyectos, y el comentario había sido: “ni tornado necesitan, yo llego, soplo, y la casa por allá
voló”—, ustedes tienen mayor estabilidad en cuanto a que, por cada proyecto que tomen, al estudio le
pertenece una parte, mínima, a la que se le suma la cuota anual que tienen que cumplir. Bergman
comete el error de que todos sus clientes le pagan al estudio, y luego se reparte en salarios altos, pero,
lo que “sobra”, por así decirlo, es lo que deciden invertirlo en la bolsa. ¿Por qué crees que hubo recorte
de personal y que ahorita se están moviendo de local? —rio, y Sophia se encogió entre hombros—.
Perdieron el setenta y siete punto doce por ciento del capital, de cincuenta y cuatro Arquitectos se
quedaron con treinta, y de cuarenta y dos Ingenieros se quedaron con veintiuno. Yo te juro que ya veía
venir la declaración de bancarrota…
—¿Y nosotros qué hacemos con el dinero? —frunció Sophia su ceño.

—El porcentaje que te quita el estudio, más tu cuota, más lo que se genera en lo que nadie ve… —
sonrió, pero Sophia necesitaba saber.

—Hace años, cuando yo le compré el veinticuatro-más-uno a Volterra —intervino Emma—,


básicamente el precio fue que me hiciera cargo de una deuda, yo puse una cantidad de dinero y ya.

—¿Y ya? —elevó sus cejas.

—Tu novia vino a mí para que le dijera qué hacer, y nada que no se pudiera hacer con una pantalla y
un teclado —sonrió—. Me dio “x” cantidad, aumenté el volumen, se pagó la deuda, y, lo que sobró, se
utilizó para generar fondos sin tener que volver a jugar directamente en la bolsa.

—¿De qué era la deuda?

—Era lo que faltaba por pagar del espacio —dijo Emma, dándose cuenta de que eso no sonaba nada
coherente—. El edificio, así como prácticamente todo Rockefeller Center, es de Tishman Speyer. Cuando
el mercado estaba demasiado mal en el ochenta-y-tanto, Pensabene tuvo la brillante idea de comprar el
espacio en el que está la parte vieja del estudio, cuando Volterra me dijo que, por ser socio de Pensabene
y que la deuda estaba a nombre del estudio, la deuda seguía vigente con “x” monto. Ahí no se calculó el
valor de nada, simplemente me dijo que necesitaba dinero para liquidar esa deuda, sino nos íbamos a
ahogar, a cambio me ofreció el cincuenta por ciento para que quedáramos iguales, pero, conociendo lo
que el apellido “Pensabene” significaba, decidí poner el dinero como si fuera el cincuenta por ciento a
pesar de que sólo era el veinticuatro-más-uno.

—O sea, regalaste dinero —resopló Sophia.

—Lo recuperé en… ¿en dos y medio? —se volvió hacia Phillip, quien asintió—. Fue una inversión —
sonrió.

—Entonces —intervino Phillip—, ustedes en realidad no pagan alquiler, ustedes son dueños de su
espacio hasta el día en el que ese monstruo de edificio se caiga, de ahí no los van a sacar aunque quieran,
la deuda está saldada —dijo, haciendo una breve pausa para beber de su cerveza—. Ustedes pagan
servicios: energía eléctrica, agua, teléfono, internet, etc., pero no pagan lo que la mayoría sí.

—¿Por qué Alec no puso el dinero? —le preguntó a Emma.

—Porque Alec estaba con lo del espacio del Taller —sonrió—. ¿Qué hacemos con el dinero? —
preguntó en tono retórico—. Pagamos cuentas de servicios, el café, el té, papel, mantenimientos de
equipo, licencias de programas, etc… y, con ese dinero, junto con un poco más, que fue por eso que
compré el cincuenta por ciento adicional, y junto con la otra mitad que nos dio TO, compramos la parte
nueva del estudio.
—Además de eso, porque siempre se procura que haya un excelente colchón ergonómico para el
tiempo de las vacas flacas, tienen maquinaria propia —añadió Phillip.

—¿Y el taller?

—Prácticamente se paga solo —respondió Emma—. Cuando no estamos usando maquinaria pesada
la arrendamos, y entran cosas directamente al taller… de eso se encarga el Christian —resopló Emma,
pues era al único al que todos se referían como “el Christian”, quien era el gerente del taller.

—Ah, ya veo —suspiró Sophia, intentando digerir toda la información.

—Ahora, eso por la parte de por qué VP y no Bergman —dijo Phillip—, pero, por la parte de por qué
subió tanto de precio, es simple y sencillamente porque tienen a TO en el fondo.

—Te vas a dar cuenta de que, de la nada, llegan clientes nuevos con proyectos enormes y que no
titubean en entregarte la chequera para que pongas tu precio —le dijo Emma—. Carter llegó a ti porque
Junior le dijo. García llegó a nosotros porque tiene trato con ellos, igual que con el que está trabajando
Volterra. Supongo que damos más confianza y tenemos más credibilidad; nosotros no somos un Estudio
que se especializa en optimizar y explotar un espacio para meter doscientos cubículos, nosotros
hablamos de comodidad, de que pensamos en ergonomía, y tratamos con personas en especial, somos
más civiles que corporativos, y, en cualquier caso, cuando hacemos algo corporativo siempre cae bajo la
rama de lo hospitalario y no de lo industrial: hoteles, restaurantes, boutiques, etc. —sonrió.

—Hasta yo pienso así —resopló Sophia, viendo a Emma asesinar, con su tenedor, el tenedor de Phillip,
quien, traviesamente, intentaba robarle tres papas fritas al él habérselas terminado ya.

—Siempre podemos pedir otra orden —rio Emma.

—Que sean dos —sacó Phillip su lengua, levantando la mano para llamar al mesero que los acosaba
con la mirada al no tener nada mejor que hacer.

—¿Por qué tú y no Belinda? —murmuró Emma para Sophia, y ella asintió—. Tú sabes por qué —le
dijo con esa mirada que se me hace imposible describir.

—Bueno, igual, a Belinda le ofreció el uno por ciento, que ya cuenta como socia, ¿no?

—Entre tres socios sí, si hubiesen cuatro no tanto —respondió Emma—. Entre tres no hay nada que
la locura de Pensabene no lograra inventarse, para cuatro socios sí, en ese caso dice que cada uno tiene
que tener, por lo menos, el cinco por ciento para ser considerado socio… la locura lo hizo describir hasta
qué pasaría si el estudio tuviera diez socios, cómo se manejaría todo —sacudió Emma su cabeza.

—¿Por qué no sólo cambian eso? —frunció su ceño Sophia.


—Porque, raramente, funciona a la perfección —dijo Phillip, apuntando las papas de Emma y
señalando un dos con sus dedos para pedirle, desde lo lejos, las dos órdenes al mesero.

—El primero que se fue, porque quería irse, fue Bellano —dijo Emma.

—Y yo —se sonrojó Sophia.

—Pero lo tuyo fue más personal que laboral —rio Emma.

—En teoría, sólo Emma puede despedirte —comentó Phillip.

—Y en la práctica también —frunció Emma su ceño.

—¿Porque es mi novia o porque es la socia mayoritaria?

—Porque perteneces al departamento de diseño ambiental —sonrió Emma—, y porque eres mi novia,
y porque no tengo razones para despedirte —guiñó su ojo—. Volterra no puede meterse en mi
departamento, así como yo no me meto en el suyo con los Ingenieros.

—¿Si él quiere puede contratar a Segrate de nuevo?

—¿Cuánto tiempo le queda a esa escoria de la vida? —rio Phillip.

—El mes que viene tiene que irse, según Volterra… pero creo que lo va a terminar contratando de
nuevo —sacudió Emma su cabeza.

—¿Y vas a dejar que lo contrate? —le preguntó Phillip.

—Él ya sabe cómo me siento respecto a él, que prefiero darle fuego a su salario, o arrojarlo por la
ventana para que Rockefeller Center lo agarre —se encogió entre hombros—. De igual forma, si lo
contrata, él entraría inmediatamente como “Class C” y no como “Class B”.

—¿Qué es eso? —interfirió Sophia.

—“Class C” son personas como Selvidge, que no tienen que aportar una cuota tan alta como la que
tú y yo pagamos —respondió Emma—. Siempre el personal nuevo es “Class C”, y ganan menos por lo
mismo, y tienen beneficios muy reducidos, además, los podemos despedir prácticamente sin problemas.

—¿Por qué eso no lo sabía yo? —suspiró Sophia.

—Esos términos están en la constitución —sonrió Phillip—. Ese documento está abierto para el que
quiera leerlo, pero nadie lo hace porque es una mierda del grosor del cuarto libro de Harry P-Potter —
tartamudeó adrede.
—¿Cómo pasas de “Class C” a “Class B”?

—Por clientes… es la misma tabla de Pensabene —rio Phillip, pues él odiaba esa tabla, pero respetaba
que funcionaba y que tenía lógica.

—¿Qué soy yo?

—“Class B” —sonrió Emma—. “Class A” son los socios —dijo, y añadió—: Volterra dice que Pensabene
decía que lo había denominado “Class A” porque siempre, en la punta, están todos los “Assholes” —rio,
y, rápidamente, vio cómo Sophia le sonreía con cierta satisfacción mientras paseaba su lengua, con
abundante lascivia, por su labio superior—. Fuck… —susurró, hundiendo su mirada en la palma de su
mano, aniquilando la etiqueta de la mesa al colocar su codo sobre ella, y no se dio cuenta de que su
gemido mental había sido expulsado sin vergüenza alguna.

—¿Qué pasó? —resopló Phillip.

—Nada, nada —suspiró, elevando su mirada, dejando su rubor al descubierto para ver la divertida
mirada de Sophia. Definitivamente sabía cómo asesinar el mal humor de Emma.

—Volviendo al tema, que todavía no me responden completamente… —rio Sophia.

—Pregunta, y diré dos puntos: ¿por qué te ofreció del veinticuatro al veinticinco? —le preguntó Phillip
con su ceño fruncido—. Digo, ¿por qué no el mismo uno por ciento que le ofreció a Belinda?

—How should I know? —resopló, agachando la mirada para acosar el pie de Emma, el cual,
suavemente, rozaba su pantorrilla como por “accidente”, pues, al tener las piernas cruzadas y ella no,
Emma sólo tenía que subir un poco su pierna para alcanzar su pantorrilla.

—Junior envió un memo en el que pedía que le informáramos sobre el manejo del veinticinco por
ciento que está a la venta —dijo Emma.

—Ah… —suspiró Phillip, entendiendo rápidamente por dónde iba eso—. ¿Se lo respondió en memo o
en algo menos oficial?

—En memo —respondió Emma, subiendo su pie un poco más para agravar el rubor de Sophia, el cual
se escondía disimuladamente en una mirada baja por estar cortando un trozo de carne.

—¡Uy! —sacudió su cabeza, asustando a ambas mujeres por asumir que era por el roce de piernas—
. Bueno, Emma María, si no consigues a alguien a tiempo, sabes que puedes contar conmigo.

—Ah —rio nasalmente—, no, si ya te puse en la lista de potenciales compradores —sonrió.

—Para el veinticuatro-más-uno, ¿verdad?


—Es correcto, Felipe.

—Bueno, no te sientas mal —rio Natasha, interceptándolo antes de que diera el primer paso de dudosas
intenciones—. Puedes bailar conmigo también —le dijo, sabiendo exactamente que quería responderle
que “no” porque Emma ya tenía las últimas ganas de seguir bailando con Volterra.

—No, no te preocupes —le dijo Luca con una sonrisa educada.

—Vamos —intentó persuadirlo—, ¿o me vas a dejar sola? —le dijo con esa mirada manipuladora, y
él, viendo que Emma no terminaba de despegarse de Volterra, no tuvo más remedio que pensar un “ni
modo”.

—Está bien —suspiró un tanto frustrado, y Natasha lo haló hacia la pista con la más falsa de las
sonrisas.

—No bailo mal —rio al tenerlo nuevamente de frente—. ¿Tú?

—Suelo bailar música diferente —dijo.

Vio que Emma se despegó de Volterra, no sin antes recibir un beso en casa mejilla, y, al ver que su mesa
estaba vacía, resolvió sentarse con sus compañeros de trabajo.

El primero era Clark, en su traje gris carbón con chaleco, de camisa de cuello y muñecas blancas
pero de torso celeste bajo una corbata marrón oscuro, color que combinaba con el de sus zapatos. A su
lado estaba el afroamericano que Luca había anulado, simplemente por su color de piel, al intentar
descifrar quién era el afortunado de sustituir el “Pavlovic” en el nombre de Emma. Era el acompañante
de Clark, nadie preguntó si era novio, compañero de vida, esposo, amigo, hermano, o qué, pero a Emma
le acordaba, en cierto modo, a Ozwald Boateng sólo que, en lo que a su físico se refería, estaba entre
Shemar Moore y Nathan Owens de guapo y complexión. Se llamaba Lance, y era un Ivy-League-Treasure
de treinta y tres años que trabajaba en la Firma de su papá de Paralegal Senior a pesar de ser lo que su
título dictaba. Increíblemente pulcro en su traje y corbata negra, culto e interesante, gracioso como
pocas personas y muy cortés.

Luego estaba Nicole, todavía con la resaca del embarazo que había terminado hacía mes y
medio, pero era peso que no le interesaba quitarse porque a ninguno les importaba; ni a ella ni a Marcel,
uno de los jefes del taller, y reconocido y conocido padre de su hijo. Ella era lo que cualquiera
consideraba ser “average-looking”; piel blanca, cabello oscuro, no se moría del hambre y su cuerpo
tampoco lo ocultaba, era una cómoda talla ocho de ojos café y labios rosados, de nariz irrelevante y de
sonrisa amplia. Había logrado esconder su abdomen en un vestido corto bastante sencillo pero de buen
gusto, pues eso sí que tenía: buen gusto. Era un Emilio Pucci negro que pretendía ser una camisa muy
chic de manga corta y que bajaba hasta un poco arriba de sus rodillas, al final, en un grosor de siete
pulgadas, tenía una capa de encaje blanco sobre el fondo negro, y el patrón era simplemente exquisito.
Y sí, ella también conocía los Manolos, los suyos negros y de ocho centímetros de altura, puntiagudos y
de gamuza.

Y Marcel, de su misma edad, con la complexión de mover cosas pesadas, de ser un fanático de los
martillos de cualquier magnitud, mazo o martillo, para clavar o para derribar, para hacer encajar o para
lo que se le ocurriera, se notaba que era Nicole quien lo había vestido, pues no dejaba de verse en su
traje azul marino, con su camisa que costaba que fuera celeste, y con su corbata rosada en patrón floral
paisley. La barba ligera, el cabello corto y alocado, la mirada y la sonrisa traviesa y seductora, sí, quizás
por ahí, o por entre los ojos azules, era que Nicole se había perdido al punto de ser la pionera de las
películas pornográficas grabadas por las cámaras del taller.

Del otro lado de la mesa estaba Pennington, a quien Emma, de un tiempo acá, lo había
empezado a llamar “Robert”. Le caía bien. Le acordaba a Billy Cudrup cuando tenía el cabello un poco
largo. Sí, quizás era el hermano de Billy Cudrup y que lo patrocinaba Ralph Lauren de pies a cabeza para
no perder la costumbre, siempre en traje azul marino, siempre con camisa blanca, siempre con zapatos
negros, ahora con chaleco añadido, con corbata delgada a puntos blancos y con tie-clip.

A su lado estaba Rebecca, quien había decidido divertirse junto a Pennington al ser los solteros
en la mesa y que se tenían excesiva confianza. Don, a quien todavía le estaba construyendo su casa en
las afueras de la ciudad, no había podido ser su “plus one” al tener que volar a Taipei para reunirse con
un cliente que estaba dispuesto a comprar una de las dos tarjetas que tenía de Babe Ruth de 1916 por
un poco más de ciento veinte mil dólares. Con ya veintiséis años, y dos años de ser miembro real del
estudio a pesar de tener toda una eternidad de estar trabajando con Volterra al haber sido la niña
prodigio que lo había deslumbrado cuando todavía estaba en el colegio, estaba más que cómoda entre
los de VP, y ya no sufría de un microscópico complejo de inferioridad al saberse con un título real de
Arquitectura y con suficiente poder administrativo como para darse el lujo de poder decir que era igual
a Belinda y mejor que Nicole.

Luego estaba Joshua, el ortodoncista y el esposo de Belinda. Cuarenta y dos años con sonrisa y
cabello un poco largo, sonrisa perfecta, casi un metro ochenta a pesar de que se veía mucho más
pequeño, quizás por la postura o por el corte del traje y la corbata delgada. Era secretamente fanático
del karaoke, en especial de Queen, Tina Turner y Sir Mix-A-Lot. Su corbata era el complemento perfecto
para el “lipstick red” que describía al Hervé Léger, fuera del hombro, de manga larga y ajustado, que
envolvía a Belinda de modo “bandage”.

—Natalie, ¿cierto? —le preguntó Luca.

—Natasha —lo corrigió con una sonrisa, sintiendo ese beat inundarle las venas porque no había de
otro modo con esa canción.
Luca vio cómo ellos quedaban excluidos del resto, quienes bailaban “Rapper’s Delight” con goce de
extrema libertad y compañerismo mientras cantaban esa divertida letra de “I said a hip hop, the hippie
the hippie, to the hip hip hop, and you don’t stop, the rock it to the bang bang boogie, say, up jump the
boogie, to the rhythm of the boogie, the beat” entre cabbage patch, los wops, el “hey ho”, el “makin’ it
rain”, el “dirt off shoulder”, Julie que pretendía twerk. Phillip y Sophia sabían toda la canción, de principio
a fin, sin que la lengua se les trabara por los catorce minutos, casi quince, que duraba la canción original,
pero era porque, junto con el baile de Syrtaki, Sophia le había intentado enseñar el “running man”, y
Phillip, en compensación y estando alcoholizado, le había empezado a cantar esa canción, luego los dos,
compartiendo audífonos, con lenguas un tanto atropelladas, habían empezado la misión de aprenderla.

—¿Tú también eres…? —murmuró a su oído en cuanto Natasha lo tomó de las manos para que bailara
con ella.

—¿Soy qué?

—¿Lesbiana? —dijo con ese tono de cierto asco, o de confusión, o de ambas cosas, pues consideraba
a Emma un total desperdicio de mujer.

—No —sacudió su cabeza—, mi esposo es el que está bailando con Sophia.

—Lo siento, lo siento, no quise insinuar… —dijo avergonzado.

—No te preocupes —sonrió con falsedad.

—Tu eres amiga de Emma, ¿verdad?

—Sí, ¿y tú? —rio, haciendo un crisscross en sus Stilettos en cuanto “This Is How We Do It” cortó la
eterna canción.

—No, a mí me gustan las mujeres —dijo, pero notó que Natasha no se refería a eso—. ¿Yo qué?

—Asumo que eres su amigo, también, ¿no? —sonrió, tomándolo de las manos para intentar
contagiarle, por osmosis, un poco de ritmo.

—¿Desde cuándo son amigas?

—Casi desde que vino —respondió, empezando a aburrirse por no poder llegar a donde quería llegar.

—¿Y nunca me mencionó?

—Mmm… dos veces —sonrió, respirando tranquilamente al haber podido llegar a esa conversación.

—¿Sólo dos? —Natasha asintió—. ¿Qué dijo de mí?


—Que ustedes se habían distanciado porque no estaban en la misma página, más bien que tú te
habías alejado porque la habías visto un par de veces con Marco —dijo, refiriéndose a Ferrazzano—. Y
que creías que no quería nada contigo porque estaba intentando regresar con él. —Luca no dijo nada,
sólo se quedó estático. ¿Cómo pudo ser tan estúpido? No, pues eso yo tampoco lo sé, a mí que no me
vea; esa respuesta no la tengo—. Y luego te mencionó hace dos meses para que le diera una invitación
para ti —le dijo, interrumpiendo su ritmo para quedarse igualmente estática.

—¿No me mencionó en ninguna otra ocasión? —frunció su ceño.

—Eso me trae a algo que te voy a dejar muy claro —le dijo Natasha, tomándolo por el brazo para
sacarlo de la pista con disimulo—. Yo no conozco la clase de relación que tenías con Emma, sé que no
era como la que tengo con ella porque, de lo contrario, te habría mencionado con cariño, y no con una
expresión de “todos los hombres son iguales”. No me interesa si ustedes eran amigos con derecho o no,
no me interesa si a ti te gustaba o te sigue gustando Emma, pero definitivamente Emma ya no es la
misma a la que le diste la espalda, y ya no es la misma mujer sola que yo conocí. Si te vas a quedar en la
fiesta, y en su vida, respétala como una mujer a la que no tienes permiso de querer, respétala porque se
lo merece; no cualquiera te busca por ocho años a sabiendas de que no va a saber nada, ni un “hola”, ni
un “gracias”. Respétala porque es mujer, respétala porque no es tuya, respétala porque ya no tienen
veinte, respétala porque le debes eso, respétala porque está con Sophia, y no hay nada que alguien
pueda hacer para que eso deje de ser así, ni por ella ni por Sophia, respétala por Sophia… y respeta a
Sophia, sino, créeme que soy yo la que me voy a encargar de que tú no vuelvas a saber de Emma —le
dijo con una sonrisa que enmascaraba la advertencia—. Ten un poco de vergüenza y deja de desvestirla
cada vez que la ves, y ten un poco más de humildad… porque no eres el mejor, no para Emma y no para
los que están en este salón. Respétala por las buenas, y respeta que esto es porque ella se casó con
Sophia.

—Sólo Emma puede sacarme —le dijo, estando sumergido en indignación.

—Emma no necesita sacarte porque no te va a dejar entrar; ella será muy amable contigo, pero esa
confianza que se tenían, la ahogaste con ocho años de resentimiento… quédate si quieres, pero si te
quedas es porque vas a ser un adulto con la madurez que se supone que te corresponde tener. Y, si te
quedas, verás cómo tu pérdida fue la ganancia de todos los aquí presentes, incluyendo la de ella… porque
tú, por muy su “mejor amigo” que te consideres, no la has visto en los puntos más bajos; no pretendas
venir a bajarle el tono al punto más alto.

—¿Quién te crees que eres? —espetó, con su ceño fruncido.

—Yo soy lo que tú no eras, no eres, y nunca serás para Emma —sonrió, clavándole una daga en el
pecho, pero se la clavó con lentitud—. Yo soy su amiga, su mejor amiga —dijo, clavando la daga hasta el
fondo—, y no le caes bien a nadie —añadió, retorciendo la daga en el ego de Luca—. Yo advierto, no
amenazo, y no lo hago dos veces —concluyó, retirándose de donde lo había dejado, que había sido
exactamente afuera del salón y él ni cuenta se había dado en qué momento había caminado tanto.

—Felicidades, Jefa —sonrió Belinda en cuanto Emma se sentó con ellos.


—Gracias —sonrió Emma de regreso—. Y gracias a todos por venir.

—No creo que alguien se iba a perder esos votos —resopló Nicole, y todos los del estudio asintieron—
. Muy bonitos, muy ustedes.

—¿Cuántas veces le cantaste “I’m Coming Out”? —rio Rebecca.

—Veinte sería poco —resopló Emma, recibiendo, frente a ella, un Martini que no había pedido pero
que agradecía.

—¿Y el papá de la novia qué dice? —preguntó Belinda en ese tono gracioso, pues le daba risa que
sólo Volterra no sabía que todos sabían.

—Él… —suspiró Emma, prácticamente enrollando sus ojos mientras sacudía su cabeza—. Él todavía
no dice nada —dijo, y llevó el Martini a sus labios—. Seguramente en dos horas, después de una buena
cantidad de vino, se le termina de quitar la vergüenza.

—Al menos ya no tiene cara de agruras estomacales —comentó Rebecca, haciendo que todos se
volvieran hacia la mesa de los adultos responsables, y vieron que reía incómodamente con Camilla—. Ya
se ríe…

—Pero no sé si es porque realmente se le pasó —se encogió Emma entre hombros, devolviéndose a
los que se sentaban a la misma mesa que ella.

—La medicina Rialto tiende a ser bastante buena —bromeó Belinda, haciendo que Emma se
sonrojara—. Tu suegra es muy guapa —añadió, pues era la primera vez que el mundo laboral de VP veía
a Camilla.

—Poder de Rialto —rio Clark—. Es muy, muy guapa… pero no más que Sophia. —Emma se volvió
sobre su hombro para ver a Sophia, quien no se despegaba de Phillip para bailar “Disco Inferno” entre la
risa que se proyectaban entre los dos, que, como cosa rara, cantaban al mismo tiempo que bailaban—.
Sophia se ve… wow… —suspiró, sacudiendo su cabeza—. Despampanante.

—Sí… —sonrió Emma, todavía viendo a Sophia moverse al ritmo de “burn, baby, burn”, «God, she’s
sexy»—. Me gusta —dijo sin saber exactamente por qué lo decía a ellos—, me gusta cómo se ve —
añadió, «y cómo se mueve también».

—Pecado sería —resopló Nicole, sonrojando a Emma un poco más.

—Bueno, bueno… ¿todo bien con la comida? —preguntó Emma al aire, viendo que Luca y Natasha
salían del salón, lo cual le pareció raro pero lo dejó pasar.

—Demasiado rico —dijo Rebecca.


—Si quieren más de alguna cosa, pueden pedirlo —les dijo—, o lo que sea —sonrió.

—¿Puedo pedir más? —ensanchó Marcel la mirada.

—Marcel, por favor, lo que quieras —sonrió Emma—. Puedes pedir el menú y pedir lo que se te antoje,
quizás quieras dejar un poco de espacio para el postre.

—¿Qué hay de postre? —preguntó Pennington con la mirada iluminada.

—Key Lime Pie —se volvió hacia él, y su mirada se iluminó cada vez más, pues era como el postre
oficial del estudio; para todo era Key Lime Pie, ¿quién podía aburrirse de algo tan celestial? Nadie—. Y
hay gelato.

—Esto va a ser como la cena con Junior —rio Belinda, acordándose de aquella secreta vez en la que
había acompañado a Emma y a Volterra a una cena de tempranos acuerdos y negocios.

—Para diluir un par de Alka-Seltzer en un poco de Pepto-Bismol —rio Emma, estando completamente
de acuerdo, pues había salido, esa vez, deseando que su pantalón fuera talla seis y no talla cuatro—.
Pero, en serio, pueden pedir lo que quieran; de comer o beber… me ofendería que se quedaran con
hambre o con sed —dijo, sabiendo que, probablemente, serían las mujeres, en cuenta Clark, quienes
optarían por tener la vergüenza que Emma no quería ver—. Joshua —se dirigió al esposo de Belinda—,
¿quizás un Whisky?

—Eso estaría bien —sonrió.

—Hay Dalmore, Johnnie y Aberfeldy si no me equivoco, si quieres de otro también lo puedes pedir —
sonrió Emma.

—Gracias, Emma, muchas gracias.

—Por favor, es para pasarla bien, no para quedarse con las ganas —dijo, dándole un sorbo a su
Martini.

—En ese caso, yo creo que podríamos beber un poco más de champán —dijo Rebecca, quien levantó
la mano para llamar a uno de los meseros.

—Todo el que quieran —sonrió Emma, dándole el último sorbo a su Martini, el cual ya empezaba a
hacerle ciertas cosquillas, pero la emoción de la noche aniquilaba cualquier alcoholización remota, para
realmente entrar en modo “happy” tenía que beber otra cantidad por igual—. Champán para todos —le
dijo al mesero—, y otro pesto, por favor —sonrió, pues notó que ya la torre de pesto había desaparecido;
esa torre que intercalaba el condimentado queso crema con pesto verde y pesto rosso. Simple pero
exquisito, en especial la parte del pesto rosso, pues a Emma no le simpatizaba mucho el pesto verde.
—¿Sabes qué faltó, Emma? —le dijo Clark, luego de haber pedido una Stella para Lance y una
Strawberry Basil Margarita para él.

—Dime.

—Un beso correcto —sonrió ampliamente.

—¿De qué hablas? —rio Emma, no entendiendo a qué se refería.

—Sellaste todo con un abrazo —le dijo en ese tono de “obviamente”—. Esperaba más un beso de
labios.

—Se lo di —ensanchó la mirada—. ¿No lo viste?

—No —rio—. Todo me pareció muy En Vogue con “Don’t Let Go”.

—Quizás el Bridge nada más —bromeó Belinda, cosa que ni Nicole ni Rebecca, ni los hombres
heterosexuales presentes comprendieron, pues se refería a ese “there’ll be some love making, heart
breaking, soul shaking”.

—¡Ay! —rio Emma, tornándose roja—. Igual, no es como que no nos han visto darnos un beso —le
dijo a Clark.

—Jamás las he visto —sacudió Clark su cabeza, y Pennington lo imitó—. Nadie las ha visto.

—Estoy segura de que Belinda y Marcel sí —repuso, y los mencionados asintieron.

—Nicole y yo también —dijo Rebecca.

—Y yo —resopló Joshua.

—Le di uno frente a todos —dijo Emma antes de que Clark colapsara en un “¿y por qué yo no?”—. No
sé en dónde estabas tú.

—¿En qué momento se lo diste?

—Después de quebrar los platos —se encogió entre hombros.

—Buenísimo, por cierto —dijo Belinda—. Fue realmente divertido.

—Y liberador —añadió Pennington—. Jamás pensé que quebrar un palto iba a ser tan liberador.

—Opa! —rio Clark nasalmente—. Tiene su encanto.

—El baile me gustó —dijo Nicole—. Y no sabía que estabas involucrado en eso —dijo para Clark.
—Lo que sea por bailar —repuso con un guiño de ojo.

—Hablando de bailar, ¿por qué no bailan? —preguntó Emma con su ceño fruncido.

—Yo estoy esperando a que Pennington me invite —sonrió Rebecca.

—¿Y a qué estás esperando, Robert? —rio Emma.

—A que se termine el champán —dijo sonrojado, y Rebecca que lo abrazó por el cuello. Emma siempre
pensó que entre ellos podía haber algo, pero simplemente se llevaban bien.

—Emma, por cierto… —le dijo Clark—. ¿Puedo bailar con Sophia?

—Si ella quiere, no veo por qué no —se encogió entre hombros.

—Es que veo que el financiero no la suelta —rio.

—No creo que haya problema —le dijo Emma—, inténtalo si quieres… por mientras puedes bailar con
Lance —bromeó.

—No, no —resopló el mencionado—. Yo tengo dos pies izquierdos, cero coordinación.

—Entonces puedes bailar conmigo por mientras —le dijo Belinda.

—¿En serio? —sonrió Clark, y Belinda asintió, por lo que él se puso de pie y bordeó la mesa para llegar
a su lado—. Joshua, ¿puedo bailar con su esposa?

—Por favor —rio Joshua, pero Belinda, que siempre le picaban los pies por bailar y a él no, ya estaba
con Clark casi en la pista entre el beat de transición que el bajo de “Rapper’s Delight” volvía a tener, pero
sólo era para entrar a “Higher Ground” de Stevie Wonder, canción que Sophia y Phillip bailarían con
ciertos chasquidos de dedos, movimientos de hombros, en persecuciones y provocaciones de hermanos
por elección y por afinidad, para que luego Phillip la tomara por la cintura y empezara a dar vueltas con
ella, al borde de marearse conjuntamente, para luego hacer lo que mejor hacían: improvisar.

—Emma, perdón si soy impertinente —le dijo Pennington—, pero pensé que iba a ver a alguien más
que sólo tu mamá… pues, de tu familia.

—¿Te refieres a mis hermanos? —sonrió, siendo totalmente inmune a la aparente impertinencia.

—Sí, o a tus tíos, si es que tienes —frunció su ceño, pues recién se daba cuenta de que de Emma no
sabía mucho, pues de todos sabía algo. No, sabía bastante.

Sabía que Rebecca era de Pasadena, que allí vivía su mamá (Joan) y su hermana mayor (Francine), que
ambas eran profesoras de secundaria en un colegio privado, sabía que su papá (John) se había vuelto a
casar hacía demasiados años y que vivía, con su madrastra (Kathy) y su hermanastro (Peter), en San
Diego. Sabía que Nicole era de Brooklyn, que sus papás (Andrew y Claire) eran ambos abogados, hija
única, novia de Marcel, con quien tenía a Alex, de mes-y-tantos-días. Marcel no venía de una familia tan
cómoda como la de Nicole, su papá (John también) era especialista en instalar pisos, y su mamá
(Nanette) era dueña de un Diner que se encargaba de vender únicamente costillas.

Sabía que Belinda tenía tres hijos, Nathan, Wilhemina y Alexa, y que tenía casi veinte años de estar
casada con Joshua, el ortodoncista Judío que no era tan apegado a su religión. Belinda era hija de
Psiquiatra e Ingeniero Químico divorciados, y se había quedado viviendo con su mamá en Manhattan en
cuanto a su papá lo habían contratado en Texas Instruments, y tenía dos hermanos; Bastian y Astrid.

De Clark sabía que sus papás vivían en New Orleans, y que era uno de las tres hijas que habían tenido;
así lo decía él.

—Mi hermana viene el martes, mi hermano no pudo venir —mintió, pero sólo en la parte de Marco—.
De mi familia extensa… —frunció su ceño—. No, con mis tíos nunca me llevé bien, ni con mis primos, y,
de parte de mamá, no tengo tíos, ni abuelos —rio—. La mejor amiga de mi mamá, que es como mi tía,
tenía que impartir un seminario de arte gótico esta semana y la que viene —se encogió entre hombros—
. Pero el novio de mi mamá sí vino —sonrió.

—¿Arquitecto? —le preguntó lleno de curiosidad, viendo de reojo que Lance se retiraba para charlar
con el otro pies izquierdos y Nicole y Marcel conversaban entre ellos.

—No —sacudió su cabeza, recibiendo otro Martini frente a ella al mismo tiempo que a Pennington le
servían una cuba libre que nunca tuvo la intención de ser virgen—. Es restaurador —sonrió—. Pero
trabaja con mi mamá para el Vaticano.

—No suena mal, ¿no?

—No —sacudió nuevamente su cabeza.

—¿Te llevas bien con él?

—Lo conocí hoy —rio, y notó la expresión de sorpresa en Pennington y en Rebecca—. No tiene mucho
tiempo de estar saliendo con mi mamá, y, como no fui en diciembre a casa… no lo pude conocer —les
explicó—. Sé de él porque mi mamá me cuenta, pero nunca he tenido la oportunidad de hablar con él.

—Pues no se ve nada mal con tu mamá —opinó Rebecca—. Digo, es guapo… y se ve que es amable
—sonrió—. Al menos se ríe, no como el jefe.

—El jefe se amarga porque quiere —rio Emma, viéndolo de reojo, que veía a Sophia bailar con Phillip
mientras daba un sorbo de su copa de vino—. Razones no tiene…

—Jamás lo he visto tan perdido —rio Rebecca—. Nunca, nunca…


—Desde que llegó Sophia está un poco perdido, creo —dijo Emma, volviéndose hacia ellos.

—Yo creo que está perdido entre las dos Rialto —rio Nicole, dejando que Marcel se uniera a la
conversación del abogado y el ortodoncista.

—¿Tu suegra es nice? —le preguntó Pennington.

—Sí, bastante… pues, conmigo es muy, muy, muy amable —sonrió—. Es bastante cariñosa, en
realidad.

—¿Y tu cuñada?

—Me cae bien, aunque me tiene un poco de miedo —resopló—. Es divertida… me acuerda a cómo
era yo cuando tenía diecisiete.

—¡¿Tiene diecisiete?! —siseó Pennington.

—No —rio Emma—. Tiene veinte o veintiuno, no estoy segura… siempre me dice una edad distinta.

—Ya te iba a decir que las había conquistado una invasión hormonal de pollo —rio Pennington.

—Es graciosa —dijo Emma.

—Y es la prueba viviente de que Volterra es tu suegro también —le dijo Rebecca—. Entre Sophia y su
hermana no hay nada de parecido.

—Cuando tenía el cabello largo sí tenían algo perdido en común —resopló Emma, llevando su Martini
a sus labios.

—Deben haberse visto más como primas y no como hermanas —opinó Rebecca.

—Sophia y sus primas parecen hermanas… digo, las primas de Irene —frunció Emma su ceño—. O
sea, las sobrinas de Talos tienen más en común con Sophia que con Irene, al menos a nivel físico.

—Bueno, pero tú tienes a tu Barbie caucásica —bromeó Nicole.

—Pero con medidas reales —rio Emma.

—¿Por qué nunca hacemos esto? —preguntó Pennington con su ceño fruncido.

—¿Hacer qué? —resopló Rebecca—. ¿Casarnos?

—Sí —murmuró—. Digo, “no”. Tener una fiesta —se encogió entre hombros.

—¿Cómo? —preguntó Nicole.


—Yo no sé ustedes, pero yo sé que, si me meto en algún problema y termino en algún Precinct, puedo
llamar a cualquiera para que me saque —dijo con sinceridad—. Tenemos mucho tiempo de estar
trabajando juntos, somos como una familia.

—Robert, ¿estás ebrio? —bromeó Emma.

—Un poco —rio, y fue entonces que se dieron cuenta de que Pennington era un ebrio tranquilo, un
ebrio mudo y carismático—. Pero eso no significa que te lo estoy diciendo por eso… ¿por qué nunca
tenemos una fiesta? ¿Por qué sólo nos vemos para estresarnos con planos pero no para celebrar, qué sé
yo, navidad, por ejemplo?

—¿Así como toda oficina? —sonrió Nicole.

—Sí, una en la que podamos blow off some steam, acribillar a los mejores y peores clientes del
trimestre o del semestre, comida y bebida, pasarla bien… quizás y unir el taller con el estudio.

—“No al separatismo” —bromeó Rebecca.

—Creo que eso tiene que ver con el presupuesto y con el repugnante de Jason —dijo Nicole,
refiriéndose al contador.

—Mmm… —frunció Emma su ceño—. ¿Se te ocurren algunas fechas para celebrar?

—No se necesitan motivos reales, quizás sólo dividirlo en semestres, quizás cuando estén por concluir
los semestres; tú sabes, no sólo trabajar —se encogió Pennington entre sus hombros.

—¿Eso pasa por ti, por el jefe de allá, o por los tres socios? —le preguntó Nicole a Emma.

—Se lo puedo pasar a Volterra —dijo Emma, omitiendo la parte de “los tres socios” porque, para
saber quién sería el tercer socio, se tardaría un poco, al menos lo que Sophia se tomara en leer los tres
documentos de trece páginas cada uno junto al abogado de su elección y decidiera si escogía el
veinticuatro, el veinticuatro-más-uno, o el veinticinco por ciento, o ninguno—. Él es quien se entiende
con Jason… pues, para que vean presupuesto o qué sé yo —sonrió—. Pero creo que tienes razón, Robert
—dijo para él.

—No tiene que ser una gran fiesta, no tiene que ser como tu boda —repuso sin la más mínima
intención de ofenderla—, puede ser comer en un restaurante, copas en un club, o que cada quien cocine
algo y nos reunimos en algún lugar, puede ser hasta en la oficina, o en el taller, qué sé yo.

—I’ll tell you what… —sonrió Emma—. ¿Por qué no le dices a Volterra eso el lunes? —ladeó su
cabeza—. Le dices que lo hablaste conmigo, y que yo te dije que estaba bien, que no me parecía una
mala idea…

—¿Tú crees que llegue a trabajar el lunes? —rio Nicole.


—No veo por qué no —se encogió entre hombros.

—¿Cuándo se va tu suegra?

—El miércoles por la mañana.

—¿Cuándo llegas tú a trabajar? —le preguntó Pennington.

—Entre miércoles y jueves, el jueves con seguridad… —suspiró, y supo por dónde iba la
conversación—. Podemos discutir eso en la reunión también.

—Dinner was delicious —susurró Emma al oído de Sophia mientras deslizaba sus manos por su cintura
hasta abrazarla y enterrar su nariz entre su moño desordenado—. Gracias… —sonrió, y le dio un beso en
su cabeza.

—De nada —sonrió de regreso mientras terminaba de lavar el plato blanco en el que había arreglado
una perfecta cena para compartir con una Emma que quería evitarse los problemas de indigestión por
tener el almuerzo todavía a medio esófago: nada que una ensalada caprese no pudiera hacer—. Cuando
quieras.

—¿Qué haría sin ti? —sonrió contra su cuello.

—Probablemente habrías considerado comerte dos naranjas, o un exquisito plato de cereal —rio.

—Es más probable el cereal con leche, eso de lavarme los dientes antes o después de una naranja…
simplemente no —dijo, inhalando el perfume que se desprendía de su cuello.

—¿Y qué cereal habría sido: Honey Bunches con almendras, Cheerios o Corn Flakes? —murmuró,
volviéndose un poco hacia ella, pues no le gustaba darle la espalda cuando le hablaba.

—Mmm… —suspiró, elevando su brazo izquierdo para alcanzar la puerta del gabinete superior
izquierdo, y vio que sólo tenía una caja—. Corn Flakes, al parecer —sonrió, cerrando la puerta para volver
a abrazarla.

—Tú me acuerdas a mí cuando estaba en la universidad —resopló.

—¿Y eso por qué?


—De comer cereal con leche los tres tiempos de comida por rehusarme a cocinar… o porque me daba
pereza. ¿Te moriste de hambre en Milán?

—Jamás, pero tampoco me hacía platos tan elaborados… además, mi mamá llegaba cada dos
semanas, y me cocinaba lo que se me antojaba.

—Eres una consentida —bromeó.

—Lo sé —sonrió nuevamente contra su cuello, viendo que Sophia apagaba el agua y tomaba la toalla
para secarse las manos.

—¿Te gusta que te consientan?

—Me gusta consentirte.

—Mmm… —suspiró, colocando la toalla en la barra del horno, y se dio la vuelta entre los brazos de
Emma—. ¿Me dejas consentirte hoy?

—Me siento bien —respondió.

—Lo sé… —sonrió—. No es para hacerte sentir mejor por lo que pasó hoy… eso ya quedó enterrado
hace varias horas —murmuró, pasando sus manos al cuello de la mujer que quería que fuera viernes
para practicar sus dos pasatiempos favoritos: ir de compras y ver a Sophia dormir hasta las nueve de la
mañana—. Sólo trato de compensar un poco el trato que me das de viernes, a partir de las cinco de la
tarde, hasta el lunes a las seis y cuarenta.

—No sabía que mi trato tenía horario fijo —bromeó.

—Tú sabes a qué me refiero —sonrió—. ¿Me dejas consentirte hoy?

—Mmm… —musitó, fingiendo su estado pensativo, y recibió un beso en sus labios—. Me rindo —
rio—. Lo que tú quieras.

—¿Qué tan de buen humor estás en escala del uno al diez? —ladeó su cabeza.

—Licenciada Rialto —rio Emma nasalmente—. ¿Quiere amarrarme a la cama? —elevó su ceja
derecha, y Sophia sólo se sonrojó—. ¿Eso quieres? —le preguntó en ese tono que rebalsaba de cariño,
o quizás era porque ahuecaba su mejilla.

—Sólo si tú quieres —dijo casi inaudiblemente, y Emma sonrió totalmente conmovida; a eso y le llamo
“víctima de su propia condescendencia”.

—¿Me vas a vendar los ojos también?


—No —sacudió su cabeza.

—¿Con la bufanda? —Sophia asintió—. ¿Me la vas a quitar si te lo pido?

—Y aunque no me lo pidas —asintió.

—Ah, Licenciada Rialto, ¿qué tiene planeado en su tan retorcida mente? —resopló.

—Sólo quiero consentirte —sonrió.

—Lead the way —susurró, y vio cómo la sonrisa de Sophia, a pesar de intentar ser reprimida, se
ampliaba kilométricamente.

Sophia la tomó de la mano y, en silencio sonriente, la haló con suavidad hasta la habitación.

—Quédate aquí —susurró, sentándola al lado izquierdo de la cama, ese que le pertenecía a la rubia.

—¿Me quito la ropa? —le preguntó, viéndola retirarse al clóset.

—No —elevó un poco su voz—. ¿Quieres música?

—Si tú quieres.

—Siempre y cuando no sea algo que parezca recién sacado de una vintage-porn movie, yo no me
quejo —rio, abriendo la gaveta de las bufandas, las cuales estaban ordenadas por color; del blanco al
negro, en rollos para evitar ajaduras—. Se trata de consentirte.

—Mmm… en ese caso, prefiero escucharte sólo a ti… sea lo que sea que me vas a hacer.

—¿Qué crees que te voy a hacer? —resopló, asomándose por entre las puertas del clóset y, al mismo
tiempo que apagó la luz, dejó que la bufanda de 140x140 centímetros se desenrollara de su mano.

—No sé —se encogió entre hombros, volviéndola a ver con una clara anticipación, con una enorme
curiosidad.

—¿Algo que quieras que te haga? —preguntó, acercándose entre pasos caminados mientras deslizaba
la seda negra entre su mano izquierda.

—No lo sé —resopló, pues en realidad no sabía qué esperar; Sophia nunca le había presentado una
combinación de la bufanda y “quiero consentirte”.

—Acomódate.

—¿Cómo?
—Como te sientas cómoda, mi amor —sonrió, viéndola buscar el centro de la cama mientras
organizaba las almohadas—. ¿Así estás bien? —murmuró, colocándose de rodillas a su lado.

—Sí —susurró, alcanzándole sus manos, juntas por las muñecas, para que las abrazara con la seda.

Sophia se encargó de sus muñecas con la suavidad que Emma se merecía, la misma suavidad con la que
la había tratado las tres veces anteriores en las que la bufanda había estado involucrada, y Emma la veía
en silencio, veía sus manos y luego su rostro, y la veía maravillada.

Hizo el primer nudo, ese que quedaba a ras de sus muñecas, y Emma se recostó sobre las
almohadas. Subió sus manos y Sophia las ató a la cama.

—¿Así está bien? —murmuró Sophia, y Emma haló sus manos para conocer la amplitud del movimiento
que las circunstancias le permitían—. ¿O quieres más?

—No, así está bien —sonrió, dejando que sus manos cayeran sobre su cabeza para que reposaran
sobre las almohadas.

—Bene —susurró con una sonrisa, y, con eso que en ese momento la caracterizaría, tomó los bordes
de su falda, de la falda que era de Emma, y la subió hasta que pudiera abrir sus piernas al momento de
colocarse a horcajadas sobre sus muslos—. ¿Hablamos? —sonrió.

—¿Sobre qué quisieras hablar? —sonrió de regreso, intentando no despegarle la mirada de la suya,
aunque sus ojos tenían vida propia y se sentían encarcelados al no poder desviarse por sus muslos para
llegar a lo que no se veía de su entrepierna.

—Sobre lo que quieras —se encogió entre hombros.

—Mmm… —frunció sus labios—. No sé, cuéntame algo tú —pareció encogerse entre sus hombros.

—No sé —resopló—. Pero, lo que sí sé… es que esto no lo necesitaremos —dijo, llevando sus manos
al cinturón de Emma.

—Al menos eso sabes —bromeó, y elevó su trasero para que Sophia pudiera halar el cinturón.

—Pero sólo eso —resopló, y se irguió para retirar su suéter.

—Oh my… —rio nasalmente al ver que el sostén de Sophia no ocultaba nada tras esa fina tela
transparente.

—¿Te gusta? —sonrió, arrojando su suéter a ciegas y juntando sus manos sobre el vientre de Emma
para hacer su busto algo todavía más obvio y más protuberante.
—Mi amor… —suspiró, y tiró de sus manos por el reflejo de querer aferrarse a sus senos con ellas,
pero la bufanda la detuvo. Emma cerró sus ojos, respiró profundamente y, cuando abrió sus ojos, la vio
a los suyos.

—Uy… —rio nasalmente ante la reacción de Emma—. ¿Es eso un “sí”?

—Evidentemente —asintió, viéndola a los ojos.

—Puedes abusar del descaro —sonrió, y Emma desvió su mirada a las copas que dejaban ver sus
pezones, los cuales estaban dilatados—. ¿Lo dejo o lo quito?

—Déjalo unos segundos más —murmuró, acariciando sus senos con la mirada, y Sophia que, al ver
cómo lo hacía, los acarició con sus propias manos para que Emma tuviera una idea más gráfica—. Are
they getting hard?

—Not really —susurró—. ¿Quieres que lo haga?

—Sí.

—¿Cómo quieres que lo haga? —ladeó su cabeza, dibujando círculos con sus dedos índices sobre sus
dilatadas areolas.

—Por encima —dijo, y Sophia, entre su risa nasal, pellizcó suavemente sus pezones—. Do it harder.

—¿Así? —preguntó, viéndola a los ojos a pesar de que Emma no la veía a ella a los suyos, y pellizcó
un poco más fuerte.

—Si supieras cómo se ve —gruñó, tirando nuevamente de sus manos—. ¿Se siente bien?

—Mmm… sí, pero no tan bien —se encogió entre hombros.

—Quiero que se sienta bien —le dijo Emma—. ¿Qué necesitas para que se sienta bien? —preguntó,
entrelazando sus manos para intentar contener la propia inteligencia de la que gozaban, y vio a Sophia
llevar su mano derecha a su tirante izquierdo, el cual deslizó lentamente hacia afuera hasta poder sacar
su brazo sin tener que quitar el sostén; la copa, al ser tan débil por ser de ese suave organdí, cayó para
descubrir su seno.

—Sabes… —murmuró—. Siempre quise saber cómo podía consentirte… —dijo, y llevó su dedo índice
y medio a los labios de Emma para que los succionara—. Siempre quise saber qué es lo que puedo darte
que no tuvieras… —introdujo sus dedos en la boca de Emma, con ligereza, y dejó que Emma los
envolviera con su lengua mientras le daba seguimiento a una succionada pero respetuosa penetración
bucal—. No puedo consentirte con algo material porque lo tienes todo… no puedo venir un día con un
iPhone para decirte que te deshagas del ladrillo con antena que tienes por teléfono, tampoco puedo
venir con un par de aretes porque no puedo superar los que ya tienes… pero es porque no se trata de
superar lo que ya tienes —dijo, sacando sus dedos de la boca de Emma—. Y yo sé que la intención es la
que cuenta… —continuó diciendo, llevando sus dedos a su pezón para pellizcarlo entre ellos mientras,
con su mano y el resto de sus dedos, apretujaba su seno—. Pero tienes gustos tan específicos, tan tuyos
—suspiró, sintiendo que su pezón ya empezaba a ceder a su autoestimulación—, que se tiene que tener
creatividad para que realmente sea algo que te guste, algo que te toque alguna fibra… y también sé que
el sexo es recreacional —suspiró de nuevo—, medicinal, experimental —jadeó al tirar de su pezón, y,
automáticamente, reacomodó sus manos para que quedara la izquierda sobre su seno izquierdo y la
derecha sobre su seno derecho, sólo que este, el derecho, seguía cubierto y recibiría atención sobre el
organdí—. Es un arma mortal. Y sé que te gusta arrancarme la ropa, y que te gusta tocarme… que te
gusta tenerme y poseerme, que te gusta que verme así…

—¿”Así” cómo? —gruñó su Ego, viendo cómo Sophia ya se estimulaba con los ojos cerrados.

—Excitada —jadeó, y su Ego se pavoneó—. Te gusta hacerme gemir, gruñir, gritar… te gusta ver cómo
me corro y qué me pasa cuando me corro. Te gusta provocarme, te gusta torturarme, te gusta ver de lo
que eres capaz de hacerme con algo tan sencillo como un susurro, o una caricia… darme placer te
entretiene, te complace, te hace entrar en un modo zen increíble en el que no te comparto ni
con Vogue —rio nasalmente, y echó su cabeza hacia atrás al compás de sus manos que apretujaban sus
senos—. Me has dejado claro que te entretengo hasta cuando estoy dormida, y sé que te gusta verme…
mierda —gruñó—. Te fascina verme.

—I do —murmuró, gozando del espectáculo que su rubia novia le daba con la mejor iluminación que
podía existir, pues quería que viera todo.

—Así que pensé en cómo podía consentirte… —irguió su mirada y sonrió—. Y llegué a la conclusión
de que tiene que ser algo que sólo yo pueda darte, algo que ni tú puedas darte… y es esto —dijo,
quitando sus manos de sus senos para mostrarle sus erectísimos pezones.

—Oh. my. God —gruñó Emma al ver el contraste entre su pezón izquierdo y su pezón derecho, cada
uno apetecible por igual pero con provocaciones distintas, pues el derecho parecía querer romper el
organdí.

—Your own little private show… en vivo y en directo —sonrió, y se acercó al oído de Emma—. Porque
me di cuenta de que no hay nada más satisfactorio, para ti, que saber que me gusta que me veas —
susurró lascivamente, Emma tiró de sus manos, y se dirigió a su otro oído—. Y que eres mía —susurró
con una sonrisa de satisfacción, más cuando Emma volvió a tirar de sus manos.

—Fuck! —gruñó, casi gritando.

—Sí… —resopló Sophia, irguiéndose para verla a los ojos—. They’re so hard —le dijo, jugando, con la
punta de su dedo índice, con su erecto pezón izquierdo para que viera cómo, a pesar de ser burlado
hacia la izquierda, o hacia la derecha, se resistía para quedarse fijo al centro de su areola.

—¿Se siente bien? —dijo con su aireada voz.


—Sí —sonrió—. ¿Quieres sentirlos?

—Sí.

—¿Cuál de los dos?

—El derecho —dijo, y Sophia, inclinándose sobre sus labios, le ofreció su seno derecho, ese que
todavía estaba “cubierto”. Emma sólo hundió su nariz en su seno y exhaló aire tibio sobre su pezón, y, al
no poder provocarlo con la punta de su lengua, resolvió envolverlo entre sus dientes. Sophia suspiró, y
gruñó ante la sensación de sus dientes tirando más de su areola. Fue succionado, mordisqueado y
besado, al tercer suspiro, se le escapó de la cercanía—. En realidad, me refería al otro derecho —sonrió
Emma—, al que está a mi lado derecho.

—Mmm… —resopló Sophia—. Sólo porque estás en desventaja —dijo, y se volvió a acercar, ahora
dándole su seno descubierto para que repitiera el ritual de succionar, mordisquear, tirar, lamer y besar—
. Sóplalo —susurró, alejándose un poco, y Emma, condescendientemente para también su beneficio,
sopló lenta y suavemente para ver cómo reaccionaba al cambio de temperatura junto con la caricia de
un poco de brisa focalizada—. Were they hard enough? —sonrió, irguiéndose para quedar a horcajadas
nuevamente.

—Sí —susurró, no logrando quitarle la vista a sus rosados y erectos pezones de encima.

—¿Puedo seguir?

—By all means —asintió.

—¿Estás mojada? —le preguntó, elevándose hasta quedar hincada y llevando sus manos a su trasero
para bajar la cremallera de la falda.

—Seguramente, ¿y tú?

—Supongo que lo averiguaremos en un momento —sonrió, poniéndose de pie en el mismo lugar para
bajar su falda y quedar en esa tanga de tul que era completamente transparente; sólo tenía los elásticos
de color sólido, ni intentaba cubrir la división de sus labios.

—Fuck, fuck, fuck… —rio Emma al ver esa promesa de maliciosa tortura—. Esto no es algo que
pensaste por la tarde, ¿verdad?

—¿Lo dices porque me puse esto? —sonrió desde lo alto, soltando su cabello.

—No, no te lo sueltes —intentó detenerla.

—¿Por qué no?


—Quiero ver tu cuello, y tu espalda… y tus hombros —dijo, haciendo que Sophia, entre una sonrisa,
volviera a recoger su cabello para retorcerlo a una considerable altura y fijarlo con la banda elástica—.
Gracias.

—Las que tú tienes —resopló—. ¿Quieres que me la quite?

—No…

—Ah —mordisqueó su labio inferior, y se dio la vuelta—, ¿eso querías ver? —se volvió sobre su
hombro.

—Tú sabes que sí —asintió estupefacta ante su trasero y la decoración que esa tanga le hacía—. Bend
over… —dijo, ladeando su cabeza, perdiéndose entre la imagen.

—¿Así o hasta los tobillos? —le preguntó, deteniéndose con sus manos de sus rodillas pero viéndola
todavía sobre su hombro.

—Hasta los tobillos —dijo, con su ceja automáticamente hacia arriba, la cual se fue elevando cada vez
más mientras Sophia más bajaba con su espalda—. ¡Mierda! —gritó, siendo luego atacada por una
carcajada.

—¿Qué pasó? —se volvió con una sonrisa.

—Va a sonar muy mal… muy vulgar, muy ordinario, muy de mal gusto —dijo con la resaca de una
risa—. Pero se ve tan, pero tan, pero tan rico —gruñó concupiscentemente.

—¿Sí? —resopló, irguiéndose.

—Demasiado —respondió, siguiéndola con la mirada, que se volvió a colocar a horcajadas sobre ella.

—Tú sabes que puedo deshacerme de la bufanda en cualquier momento, ¿verdad? —sonrió.

—Sí, lo sé —asintió.

—¿Quieres que la desanude?

—No. Quiero que sigas… y quiero que quieras seguir.

—Bend your knees —susurró, y Emma obedeció, pues sólo serviría para que Sophia pudiera echarse
hacia atrás y poder detenerse de una de sus rodillas—. ¿Ves bien?

—Elévate un poco más, por favor —murmuró, y Sophia, elevándose, introdujo, entre su trasero y el
abdomen de Emma, uno de los cojines que siempre terminaban en el suelo—. Así, perfecto —sonrió,
tirando de sus manos, pues su reacción sería acariciar sus muslos hasta llegar a su entrepierna.
—Tú lo harías así… —dijo, llevando su mano derecha a su rodilla para recorrerse desde ahí, por el
interior de su muslo, hasta su entrepierna, pero decidió hacerlo a tortuosos pasos con sus dedos, como
si simulara el caminar hacia atrás que iba invitando a Emma cada vez más a su sexualidad y a su
feminidad—, y pasearías tu dedo así —murmuró, paseando su dedo índice por las líneas de su bikini—,
por aquí —paseó su dedo por el elástico superior de su tanga, ese que se adhería a su vientre—, y por
acá —deslizó su dedo, por la alineación vertical de su ombligo hasta el comienzo de sus labios mayores—
. Me gusta cuando apenas me rozas; me hace cosquillas —susurró, deslizando su dedo por su sexo—, y
sé que te gusta porque… mmm… —suspiró, ahogándose ante la contracción repentina que era
demasiado evidente.

—Dilo —susurró Emma, con su mirada encendida pero enternecida—. Por favor.

—I’m really, really, really horny —jadeó, paseando su dedo, de arriba abajo, por la milimétrica zona
de su clítoris, y, junto con esa declaración, su rostro, su cuello y su pecho se empezaron a colorear de
ese rojo de desinhibición que no conocía ni pudores ni vergüenzas.

—Dilo de nuevo… por favor —susurró, con una mirada que Sophia no podía describir.

—Sono arrapata —jadeó.

—¿Qué te tiene así?

—La forma en cómo me ves —dijo honestamente, y Emma sonrió con su ceja hacia el cielo—. Y quizás
las ostras de hace horas, y el vino… —resopló, y frunció su ceño hacia arriba por su propio roce—. Y lo
que me estoy haciendo —dijo, aplicando más presión sobre su clítoris.

—¿Y qué te estás haciendo, mi amor? —Emma podía estar amarrada a la cama, quizás no podía
tocarla, quizás se estaba tragando sus ganas de reventar, o quizás era medida de protección para Sophia,
pues, si la liberaba, probablemente su toque sería delito en cualquier parte del mundo, pero, aun
amarrada, la lujuria y la lascivia no se le quitaban ni se le reducían a nivel racional y/o de cuerdas vocales.

—Me estoy tocando para ti —exhaló, echando su cabeza hacia atrás.

—¿Qué te tocas?

—Mi clítoris —gimió, como si la palabra le provocara más sensaciones que acompañaban el frote de
sus dedos.

—Suena rico —sonrió, pareciendo estar muy compuesta, aunque, por dentro, estaba desecha en
antojos. Sophia asintió—. Are you wet?

—Mjm… —asintió en tono agudo, en esa agudeza que crecía a medida que su excitación tomaba
completa posesión de ella y el rojo de su piel seguía encandeciéndose.
—¿Puedo ver? —preguntó en ese tono al que era imposible negarse, pero Emma no lo hacía de forma
intencional, pues realmente lo preguntaba con el respeto y el cariño que le tenía. Sophia dejó de
acariciarse, irguió la mirada, y, con una sonrisa de evidente excitación, se deshizo del cojín para
desnudarse completamente frente a una Emma que la observaba extasiada de lo hermosa que Sophia
se veía, con la sensualidad con la que se movía para colocarse a horcajadas pero de espaldas a ella para
quedar en cuatro; la posición que consideraba con mayor exposición—. You are catastrophically
beautiful —suspiró con esa emoción que sólo se podía explicar como una mezcla de respeto, admiración,
de reconocimiento de sublimidad, de adoración suprema, y quiso erguirse para adorar, con las caricias
de sus labios, cada milímetro de su piel, esa piel a la que no podía resistirse—. Es obsceno lo hermosa
que eres, Sophie…

—¿Sí? —rio nasalmente, pero con esa risa que era más una provocación que un aspecto divertido.

—Demasiado. ¿Puedes acercarte un poco más? —le dijo, y Sophia retrocedió dos rodillazos para
quedar más cerca de su rostro—. So, so, so, so beautiful… —sonrió, pues ya la tenía a, quizás, cuarenta
centímetros de distancia, y sopló.

—Emma… —enterró su rostro entre el cubrecama, el cual también apuñó, pero “Emma…” no se
conformó con un soplo, por lo que sopló de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, pues Sophia se contraía, en
especial de su agujerito, lo que hacía que Emma apretara los dientes, pero, al cabo del cuarto soplo,
Sophia ya había llevado su mano a su entrepierna para poder acariciar su clítoris nuevamente.

—Más despacio, mi amor… —susurró tiernamente al ver la velocidad con la que pretendía abusar de
aquel botoncito que ya debía estar preparándose para ceder a la rigidez que le esperaba.

—Mh… —gimió agudamente, escuchando en el fondo cómo Emma hacía crujir sus dedos; clara señal
de la impotencia de no poder hacerlo ella, pero no podía negar que estaba disfrutando del espectáculo—
. Estoy demasiado mojada… —exhaló, y, con la ayuda de sus dedos índice y medio, separó sus labios
mayores y menores para mostrarle el brillo de elegante viscosidad que la inundaba en ese momento, y
ni hablar del tono rosado que agravaba la imagen para bien—. ¿Ves?

—Mjm —resopló nerviosamente, apuñando fuertemente sus manos—. Sophie, Sophie, Sophie… —
suspiró al ver que Sophia introducía su dedo del medio en su vagina al compás de un gemido de excelso
placer sexual.

—Me gusta cuando me llamas así —gimió de nuevo, sacando su dedo para acompañarlo con el
anular—. Fuck… —jadeó, clavándole los dientes al cubrecama mientras empezaba a penetrarse a un
ritmo constante.

—Más rápido —susurró, y Sophia, irguiéndose para darle una vista de su esbelta espalda, cuyo único
apoyo era su brazo izquierdo, se penetró tal y como Emma quería, y las dos sabían por qué quería “más
rápido”; sólo quería escuchar cómo sus gemidos cantaban a dueto con sus jugos.

—¿Puedo probar?
—No me preguntes —sonrió, viéndola por sobre su hombro.

—Quiero probar.

—Así está mejor —dijo, y se volvió hacia Emma para ofrecerle sus dedos en sus labios mientras dejaba
que su peso cayera un poco sobre el suyo.

—Mmm… —musitó con la boca llena—. Sabe usted delicioso, Licenciada Rialto… —sonrió, quedando
con más ganas de saborearla—. Pero, por favor… no desatienda su clítoris; no lo deje burlado.

—Cierto —susurró, y se volvió a la posición anterior, dándole la espalda y una vista de todo lo
suculento que Emma quería comer sin restricciones—. Pero… no sé —susurró, llevando sus manos al
jeans de Emma—. Eres mía, ¿no? —preguntó retóricamente mientras lo desabrochaba y tenía el primer
vistazo de la Kiki de Montparnasse que tanto le gustaba pero que tanto le estorbaba—. Oh, well… this is
my show, after all —se encogió entre hombros, y retiró el jeans y la tanga en un mismo movimiento—.
Oh my… no sabes lo mojada que estás —sonrió al escabullirse entre las piernas que Emma abría para
ella.

—Es tu culpa —rio nasalmente.

—Mmm… —suspiró, separando sus labios mayores de la misma forma en la que había separado los
suyos—. Si es mi culpa… supongo que es mi responsabilidad —dijo, como si fuera mayor inconveniente,
y se sumergió con su lengua y sus labios entre su sexo.

—¡Sophie! —gimió instantáneamente, pues realmente no se esperaba algo así, no así de rico, y tiró
de sus manos, pues cómo quiso enterrar sus dedos entre su cabello, o tomarla de su trasero para traerla
hacia ella y poder reciprocar la acción.

—Tú sabes descaradamente bien —dijo entre los coqueteos que su lengua le hacía a su clítoris, y
Emma que sólo tiraba de la bufanda como si quisiera arrancar el respaldo de la cama, o quizás era que
no podía apuñar el cubrecama.

—Suck it —jadeó, intentando mantener sus ojos abiertos para ser testigo de cómo Sophia llevaba su
mano a su entrepierna, sólo para su vista, y acariciaba su clítoris al compás de las suaves succiones que
le daba al suyo—. No te detengas —gimió, y gimió con lujuria, con erotismo, que se refirió más a la parte
de Sophia que a la suya, aunque contaba para ambas—. Sigue tocándote —gimoteó, halando la bufanda
de nuevo.

—Gee! —gruñó Sophia, viéndose obligada a interrumpir las succiones al clítoris de Emma, pues estaba
pronta a correrse.

—Sí, sí, sí —tiró de sus manos—. Córrete, mi amor… —Sophia gimió agudamente, y sus dedos
agilizaron el frote, provocándole así más gemidos y gruñidos.
—Skatá… skatá… skatá! —y se dejó ir en lo que debía irse: en espasmos musculares que sólo iban a
contribuir a su relajación, a su liberación de endorfinas y de todas las hormonas que tenían un efecto
inmediato y positivo a causa de un orgasmo de un gruñido que se había alargado por los doce segundos
que duró, orgasmo que fue visible para Emma, quien volvía a tirar de sus manos porque ese orgasmo no
iba a dejar de saborearlo, «eso nunca», pero Sophia no se lo permitió, pues ni había terminado de
correrse cuando ya había reanudado las succiones.

—Let me taste you —gimió, viendo que Sophia todavía acariciaba su clítoris y que, con cada caricia,
sus caderas reaccionaban.

—No hasta que te corras —jadeó, y Emma, ante eso, inhaló profundamente para inducirse el orgasmo
que tanto necesitaba, más que por la satisfacción de correrse, por poder probar el intenso clímax de su
prometida.

Pero, como ni la suerte ni la fuerza la acompañaban en esa ocasión, Sophia rio contra su entrepierna al
escuchar aquel distintivo sonido que sólo podía significar una cosa: una llamada, una persona, una
urgencia.

—¡No, no, no! —gimió, sabiendo que las intenciones de Sophia serían, por instinto y por travesura
racional, contestar su teléfono, pues ella nunca llamaba a Emma a menos de que fuera extremadamente
urgente.

—¿Te vas a correr? —le preguntó entre las ligeras succiones.

—Dame tiempo, me acabo de medio-apagar—dijo, aunque en realidad imploraba que siguiera, que
omitiera a Duck Sauce y a su “Barbra Streisand”, ringtone que le pertenecía a Gaby.

—Debe ser urgente —frunció su ceño.

—Sólo si no juntas tus piernas —le dijo un tanto frustrada, «mierda de mataorgasmos», y Sophia, en
esa posición, gateó hasta que, al hacer que su brazo creciera casi diez centímetros, logró alcanzar el jeans
de Emma para sacar su iPhone del bolsillo frontal derecho y contestar en altavoz.

—Pronto —jadeó Emma.

—Arquitecta, buenas noches —la saludó Gaby.

—Buenas noches, Gaby —elevó su voz entre los cortes de respiración que su casi orgasmo le habían
dejado.

—¿Está ocupada? —le preguntó al escucharla casi sin aliento.

—Estaba corriendo —y tosió, encubriendo el “me” que le correspondía a “corriéndome”—. ¿Qué


pasó?
—Ya tengo lo que me pidió, está listo para ponerlo en la bolsa —dijo, alcanzando a escuchar cómo
Sophia ahogaba su risa.

—Está bien —repuso Emma.

—Se lo enviaré a su correo para que lo revise, así me lo aprueba y lo pongo hoy —dijo, escuchando a
Emma respirar profundamente, lo cual era para calmar su agitación y para calmar su frustración.

—Está bien, dame… —suspiró, viendo a Sophia para que le dijera cuánto tiempo decirle—. Dame
media hora.

—Está bien, que pase buenas noches, Arquitecta. La veo mañana —sonrió.

—Buenas noches, Gaby, hasta mañana —repuso, y, antes de que Sophia presionara “End Call”, Emma
dijo lo siguiente—: Make me cum —, lo cual resultó en un rubor que a Gaby le duraría toda una semana.

—No, todavía no —rio Sophia, gateando hasta las muñecas de Emma para deshacer los nudos, y no
había terminado cuando Emma ya la estaba tumbado sobre la cama, abriendo sus piernas y yendo
directamente a lo que quería.

—Sophie —suspiró pesadamente entre el manjar que Sophia le ofrecía entre sus piernas.

—Tranquila, mi amor —gimió, intentando no ceder tan rápido a la facilidad de un orgasmo—. No me


estoy acabando… —y Emma se tranquilizó un poco, pero no podía hacerlo completamente, y eso estaba
demasiado bien con Sophia, pues le gustaba cuando se hundía entre sus piernas y la tomaba por sus
senos con cierta fuerza; los apretujaba y, por entre sus dedos, pellizcaba esporádicamente sus pezones—
. Fuck me with your tongue… —jadeó, y Emma, encantada de la vida, así lo hizo mientras sentía cómo
Sophia colocaba sus manos sobre las suyas para convertirse en su cómplice.

Esas ganas, ese deseo, ese antojo, todo eso que había reprimido, por esos diecisiete minutos de
espectáculo íntimo y personal, era lo que estaba siendo liberado en ese momento. Necesitaba a Sophia,
necesitaba de Sophia, necesitaba tocarla, necesitaba que fuera más allá que sólo con sus manos, por lo
que besó sus hinchados labios mayores, luego los succionó brevemente, y los mordisqueó para
intensificar las sensaciones de su gimiente rubia favorita. Ni hablar de cuando empezó a tirar de sus
labios menores entre sus labios, dándoles caricias con su lengua, sintiéndolos rígidos también, pero
nunca más rígidos que aquella cúspide que se escondía en el típico prepucio clitoral.

—Quiero verlo —susurró, estando ya completamente tranquila, pues ya se sentía ella, ya se sentía
completamente en control de todo, aunque eso no significaba que no estuviera al tanto de que había
sido decisión de Sophia desencadenarla de esa forma y casi de forma literal, y Sophia llevó sus manos a
donde Emma quería para tirar un poco hacia arriba y, así, descubrir su clítoris—. Demasiado lindo —
sonrió, y le dio un beso superficial.

—Otro —sonrió, y, al recibir el beso, se contrajo—. Otro…


—¿Se siente bien? —sonrió, y Sophia asintió—. ¿Quieres otro orgasmo?

—Por favor —asintió, ya completamente roja de sus mejillas, su cuello y su pecho, y, repito, no por
rubor de vergüenza sino por excitación sexual.

Emma, siendo totalmente invitada a su entrepierna, se dedicó a hacer una de las cosas que más la
recompensaban, pues nunca supo de algo tan gratificante como provocar un orgasmo, ni siquiera su más
ambicioso proyecto, ni siquiera su colección de seis pares de Corneille Louboutin; en piel de pitón roja,
en piel de pitón negra, de cuero negro, cubiertos de seda negra, cubiertos de franela gris, los de gamuza
negra. Sí, era lo que Sophia le había dicho, le gustaba, le encantaba, y, como la única cereza que
soportaba, el hecho de que a Sophia le gustara también la volvía simplemente loca; le ponía esa sonrisa
que le nacía desde las entrañas, que era lo que suponía ella que eran las drogas para los drogadictos:
una necesidad. Sí, Sophia era su droga, y era perfecto porque no perjudicaba nada en ella, sino
simplemente sacaba lo mejor sí, fuera entre miedo y condescendencia o entre amor y devoción. Después
de que había querido violarla, porque ni ella se libraba de sus propios salvajes y animales impulsos, ahora
simplemente veneraba a Sophia con sus labios y con su lengua, a veces con sus dientes, she was high on
her, as high as she could be.

Sus manos se habían relajado, así como su actitud, y acariciaban su abdomen, abrazaban sus caderas y
envolvía su cintura por igual. Era la prueba más clara de que era demasiadamente de Sophia, pues quizás
no era ni sumisa ni sometida, pero se dejaba domar y domesticar por algo que era más fuerte que las
intenciones de manipulación, por algo que sólo Sophia, sin hacer y sin decir nada, podía lograr. Quizás la
provocaba, quizás jugaba con ella, pero esos eran los beneficios recreacionales, pues, al final, siempre
terminaba en ese acto de worshiping; de culto, de adoración, de idolatrarla, de apreciación.

Gozaba de cuando Sophia arqueaba su espalda, de los movimientos pélvicos sobre los que no tenía
control alguno cuando su excitación estaba siendo complacida con tal suave maestría, gozaba de los
sensuales ahogos agudos, de los jadeos, de esos “mmm” que gruñía de cuando en cuando, gozaba de su
olor, de su sabor, de su calor, y gozaba de cómo su cuerpo reaccionaba ante su estímulo; hinchándose,
encandeciéndose en color, en sabor, en humedad y en calor. No había nada más entretenido, ni nada
más intenso que eso.

Y Sophia que prácticamente sólo levitaba, sólo se sentía entre nubes de satisfactorio placer, de ese placer
que sólo conocía con Emma y que era culpa de Emma que fuera tan adicta a eso.

Gimió cuatro veces, rápidamente, más agudo que lo agudo, pero los ahogó, y, sensualmente,
se sacudió entre ronroneado erotismo que sólo un sedoso orgasmo podía provocarle. No fue algo como
para que las paredes temblaran, no fue demoledor, se sintió justo y rico, nada para acabar con sus
fuerzas, sólo para hacerle saber que era tan mujer como ninguna otra.

—Somebody is most definitely ovulating —sonrió Emma al ver que su orgasmo volvía a ser visible, y lo
recogió con su dedo índice para volver a saborearlo—. Tasty, tasty, tasty… —susurró, y subió hasta sus
labios para besarla.
—Eso estuvo muy, muy rico —dijo a ras de sus labios—. Y sabes muy rico también.

—Sabor a ti —sonrió.

—Sí, y me gusta —asintió, jugando con su nariz con la suya.

—Sabes… —sonrió, dejándose abrazar por Sophia mientras se hundía en su cuello—. Te amo.

—Y yo a ti —rio nasalmente por las cosquillas que Emma le hacía con su nariz—. Y yo a ti… —repitió
como por efecto de rebote, o de resorte—. Em… —la llamó, haciendo que se irguiera y la viera a los
ojos—. ¿Qué dices si mañana por la noche tenemos una cita? —preguntó con una sonrisa.

—¿Una cita? —frunció su ceño.

—Sí, like in a date.

—¿Y qué te gustaría hacer? —sonrió—. ¿Quisieras ir al cine, a cenar, por unas copas, a bailar?

—No —resopló—. Después de asaltar Saks, porque seguramente allí encontrarás un vestido que te
guste, y quizás unos Stilettos también, porque heaven forbid que no vayas en Stilettos, no sé… podemos
venir a dejar las bolsas, quitarnos la ropa del trabajo, vestirnos de civiles normales, mortales y casuales…
si quieres podemos ir al cine, si…

—¿Me das un beso si adivino? —la interrumpió.

—Y aunque no adivines —sonrió, tumbándola para colocarse sobre ella y darle un beso.

—Quieres que me meta en un Levi’s, quizás una camiseta sarcástica; en la de los Beetles —sonrió,
pues se refería a los escarabajos y no a los Beatles—. Quizás quieras que me meta en Converse, y que
sea mortal… todo para sentarme en la fuente del Hilton mientras me devoro un Kebap, ¿verdad?

—Lo haces sonar tan romántico —bromeó.

—Lo es para ti —sonrió Emma.

—Sí —asintió—. Pero prefiero verte en esa camiseta que dice… “I’m Italian, therefore I cannot keep
calm, capeesh?”

—Esa me pondré —sonrió.

—¿Qué quieres que me ponga?


—Lo que tú quieras… siempre te ves her-mo-sa —dijo, dándole tres suaves golpes con su dedo índice
en la punta de su nariz, uno por cada sílaba—. Así como en este momento —sonrió, pero su sonrisa se
desvaneció en cuanto Sophia, inesperadamente, atacó la vagina de Emma con dos dedos.

—Tú también te ves her-mo-sa —sonrió, imitándola, con la diferencia de que ella presionó tres veces
su GSpot, una vez por cada sílaba—. ¿Se siente bien? —susurró ante una Emma que empezaba a perder
el control.

—Demasiado —jadeó, sintiendo la paz que apuñar el cubrecama le daba—. Vas a hacer que eyacule
—frunció su ceño, pero de esa forma que satisfacía.

—¿No quieres? —ladeó su cabeza con una sonrisa.

—Sí, sí quiero —gruñó entre dientes, contrayéndose adrede para convertirse en cómplice de Sophia.

Relajaba, contraía, relajaba, contraía. Relajaba, contraía, y de nuevo. Sophia presionaba suavemente su
GSpot, y se hundía en su cuello con mordiscos y besos. Cómo le habría gustado tener el poder para hacer
que esa camisa desapareciera de sus hombros para poder besar sus pecas, pero no dejaría de provocarle
esos ahogos sólo por un capricho que pesaba menos que el de hacer que eyaculara.

No le tomó mucho tiempo, a ninguna de las dos en realidad, para alcanzar ese momento en el
que Emma sólo supo traer el rostro de Sophia al suyo para poder besarla y, así, poder depositar su
orgásmico y eyaculatorio gemido en su garganta.

Los dedos de Sophia salieron, no porque Emma los expulsara con esa propulsión que a veces solía
caracterizarla, sino por simple cortesía, pues no había nada mejor que, entre gemidos que tragaba cual
Bollinger, frotar su clítoris mientras se sacudía con intentos de querer enterrarse en la cama al mismo
tiempo que intentaba huir del frote de Sophia. Fue intenso, sí, pero no fue devastador; fue igual de justo
que el de Sophia.

—Her-mo-sa —sonrió Sophia, dándole uno, dos, tres suaves golpes en su clítoris, golpes que provocaban
un intento de huida por parte de Emma, por parte de una jadeante Emma—. ¿Estás aquí conmigo?

—Todavía sigo en la nube —susurró aireadamente con sus ojos cerrados.

—Mmm… —sonrió, trayéndola sobre ella para abrazarla—. ¿Y qué canción tocas?

—Estoy totalmente en blanco…

—¿Te sientes bien? —preguntó, enterrando su mano entre su camisa y su tibia espalda.

—Entré en estado de letargo —rio nasalmente, aferrándose a Sophia con una mano por su cuello y su
nuca, y, con la otra mano, por su hombro contrario.
—¿Así de rico? —Emma asintió—. Sabes que te adoro, ¿verdad?

—¿De verdad? —irguió su rostro con mirada de sorpresa.

—¿Por qué te asombra?

—No lo sé —frunció su ceño y se encogió entre hombros.

—Bueno, pues trágatelo —sonrió, ahuecando su mejilla izquierda—. Porque te adoro —dijo, y Emma
se sonrojó—. No es un halago… es un statement.

—Pero yo te adoro —susurró.

—Y yo a ti —sonrió, sabiendo que había algo que no la dejaba entender que, aparentemente, no era
derecho exclusivo—. Reciprocidad, retribución, como quieras llamarle.

—¿Cuándo quieres ir a sacar la licencia? —ladeó su cabeza, representando la tangente que estaba
sacando—. Digo, son sesenta días… a partir del martes son sesenta días —sonrió.

—¿No dijo Helena que le gustaría reunirse con nosotros antes de eso? —Emma asintió—. Bueno,
supongo que coordinamos eso y… y, bueno, la sacamos cualquier día.

—¿Podemos hacerlo cuanto antes, por favor? —se sonrojó.

—Esta semana vas a invadir a der Bosse… —susurró Sophia—. Y yo te voy a ayudar.

—Pero podemos hacer tiempo —sonrió—. Aaron no me necesita para pintar las paredes, o para meter
los muebles, esas especificaciones ya las tiene… puedo tomarme una o dos horas.

—Está bien —rio nasalmente, ahuecando nuevamente su mejilla—. ¿Le dices tú o le digo yo?

—Si Gaby puede levantar el teléfono para llamarme en una noche como esta, puede levantarlo
también para llamarle mañana por la mañana, a una hora en la que quizás el dos por ciento de la
población de Manhattan tiene tiempo para coger.

—No fue su culpa —rio.

—No, el mal timing no es su culpa… es su mala suerte.

—Bueno, bueno, pero comiste, ¿no? —sonrió.

—Y muy rico… me gusta cuando es así —se sonrojó.

—Te gusta cuando me pasa a mí, pero te ahogas en vergüenza cuando te pasa a ti —rio Sophia.
—A ti te sale poco.

—Como a ti te sale bastante —rio sarcásticamente.

—Hey… el mío gotea —frunció su ceño.

—Fue por la posición en la que estabas…

—Bueno, como sea… a mí me gustan tus creamy orgasms.

—Y a mí los tuyos —sacó su lengua.

—En fin —rio Emma un tanto incómoda—. Gaby puede llamarle y coordinar eso.

—¿Y cómo vamos a pagar la licencia? ¿Mitad y mitad?

—¿Así la quieres pagar? —Sophia asintió—. Está bien…

—Mmm… ¿estás pensando cómo lidiar con los dos billetes de un dólar y las dos monedas de
veinticinco centavos de cambio, ¿verdad? —rio, sabiendo demasiado bien que a Emma las monedas le
estorbaban, y que los billetes de un dólar le servían para repartirlos en cualquier vaso de cualquiera que
se lo pidiera o de cualquier caja de fundación en algún restaurante.

—Sí —rio—, pero encontré solución… yo pongo un billete de veinte, tú otro, y nos dan un billete de
cinco de cambio, o monedas, y eso lo utilizaremos para comernos un hot dog cada una, y le dejaremos
el cambio al vendedor —sonrió.

—Todo por unas putas monedas —se carcajeó.

—Yo, con tu cartera, puedo matar a cualquier cristiano de un golpe —elevó su ceja derecha—, tienes
una cantidad obscena de monedas.

—Ajá, ajá, ¿pero quién es la que tiene las monedas para calmar el mal humor de la cajera de
Walgreens o en Duane cuando quieres pagar, diecinueve con uno, con un billete de veinte?

—Y por eso me complementas, mi amor —resopló—. Tú tienes todo lo que a mí me falta.

—You’re so full of shit —se carcajeó de nuevo.

—Pero así me adoras… ¿verdad? —susurró con esa mirada que enterneció a Sophia.

—No —sacudió su cabeza, y volvió a ahuecar su mejilla—, “así” significa que “a pesar de” eso te
adoro… y no es “a pesar de”, es “con eso” y “por eso” —dijo, siendo muy sincera, y Emma enterró su
rostro en su piel al mismo tiempo que la abrazaba con fuerzas.
—Abrázame —murmuró en esa vocecita que intentaba esconder la imploración, y Sophia la abrazó
fuertemente, la apretujó contra ella así como alguna vez apretujó a Irene; un abrazo de oso—. Gracias
—dijo con los indicios de una risa nasal.

—Es un privilegio abrazarte.

—No, no por el abrazo… por todo —se irguió—; por consentirme.

—Fue un placer, mi amor —sonrió Sophia—. ¿Quieres una ducha?

—No, todavía no… eso sólo va a hacer que te dé sueño —le dijo con tono egoísta—. Además, tengo
que revisar lo de Gaby.

—Bueno, revisémoslo —sonrió.

—Cinco minutos más —se acomodó sobre su hombro.

—¿Me estás imitando? —rio.

—Imposible imitarte —dijo, aferrándose nuevamente a ella—. Creo que me voy a comprar un bikini
nuevo —comentó al azar.

—¿Sí? —Emma asintió—. ¿De qué color?

—No lo sé… ¿o crees que me vería bien en algo de una pieza?

—No me hagas eso —susurró—. No te me escondas bajo algo así…

—Bikini será —resopló.

—Pero tiene que ser de copa triangular y halter.

—¿Algo más? —rio.

—No.

—¿Por qué tiene que ser de copa triangular y halter?

—Porque con la copa triangular no escondes la decoración de tu lado izquierdo —sonrió—. Y halter…
bueno… uhm…

—Dime —se irguió de nuevo, pero Sophia se sonrojó—. Ah —rio nasalmente—, ¿se te antoja algo?

—Dime, ¿cómo es la habitación en la que nos vamos a quedar?


—¿En Bora Bora? —Sophia asintió—. Tiene una enorme cama con vista al mar, una terraza con sofás
bajo techo pero en los que puedes tener la brisa necesaria, sala de estar, un baño muy grande, tiene un
sundeck con salida al mar y una plunge pool al aire libre…

—No sé por qué quiero tomar uno de los cordones de tu bikini, tirarlo hacia arriba, y ver lo que
escondes bajo eso —sonrió.

—¡Bikini será! —rio—. Y lo puedes hacer sin ningún problema… no se ve nada de Suite a Suite.

—Sí te das cuenta de que vamos a vivir un Royal Caribbean 2.0, ¿verdad?

—Y podemos ir a Vaitape, podemos nadar con los tiburones y las rayas, podemos hacer lo que tú
quieras… y puedes cargarme en la piscina, y quitarme el bikini… o puedo no ponerme bikini.

—¡No! —siseó—. Quiero poder quitártelo —sonrió.

—Tal vez sería mejor que tú escogieras el bikini —le dijo con una sonrisa.

—¿Y si escojo uno rojo?

—No tengo reservas en cuanto al color del bikini, mi amor.

—Tú puedes escoger uno para mí, entonces.

—¿Sólo uno? —hizo un puchero muy gracioso.

—Los que quieras —rio suavemente, haciendo que Emma sonriera ampliamente—. Mi amor… ¿puedo
preguntarte algo?

—Lo que quieras —sonrió.

—Cuando nos casemos… —dijo, tomando su mano izquierda—. ¿Qué vas a hacer con el anillo? ¿Lo
vas a guardar?

—No —susurró—. Lo pondré en mi mano derecha.

—¿Y qué pasará con el anillo que usas ahorita ahí? —dijo, refiriéndose al que Sara le había dado.

—Lo guardaré, ¿por qué?

—No sé —se encogió entre hombros.

—Es momento de guardarlo, mi amor… de guardarlo pero no de olvidarlo —sonrió—. Y no me pesa


guardarlo.
—¿Estás segura?

—Cien por ciento —sonrió de nuevo—. Además, me gusta mucho este —dijo, refiriéndose al que
Sophia le había hecho, y se estiró para alcanzar los labios de Sophia, pues las ganas de besarla nunca se
le quitaban, en especial si era un beso así de suave y sedoso, que se colocaba sobre ella no sólo porque
quería sino también porque podía, y Sophia la recibía entre sus labios y entre sus manos, las cuales se
escabullían por debajo de la camisa que tanto estorbaba por seguir en la escena.

—Me gusta cuando me besas así —susurró a ras de sus labios.

—Te amo —corearon las dos, y una risa nasal las atacó.

—Me gustaría quedarme así todo el tiempo, ¿sabes? —murmuró Emma.

—Bueno, puedes ir a ver lo de Gaby, y yo aquí te espero para que sigamos haciéndolo, ¿qué te parece?

—Ven conmigo, ¿sí? —sonrió, irguiéndose hasta sentarse a su lado—. Hazme compañía, prometo que
será rápido.

—Está bien —sonrió, rodando por la cama hasta ponerse de pie—. Pero déjame quitarte la camisa,
¿sí? —Emma asintió, y Sophia, delicadamente, la retiró hacia afuera para revelar un Andres Sarda de
encaje rojo, algo que no era tan Emma—. ¿Rojo?

—Sorpresa —rio, sintiendo a Sophia desabrocharlo de su espalda para luego retirarlo.

—¿Quieres tu bata o una camisa?

—Bata estaría bien —sonrió, viéndola pasar de largo hacia el baño para recoger ambas batas, y, al
regresar, Sophia le alcanzó su bata gris carbón para que se la pusiera y se la amarrara flojamente a la
cintura, y luego le alcanzó su bata porque sabía que le gustaba colocársela—. Listo, Licenciada Rialto —
susurró a su oído.

—Gracias, mi amor —sonrió de reojo, y recibió un beso en su cabeza—. Ve a ver lo de Gaby, yo recojo
la ropa y ya llego.

Emma asintió, y se dirigió a la habitación del piano, pues ahí tenía su MacBook Pro de trece pulgadas,
pues detestaba las de quince porque, para eso, mejor trabajaba en una iMac como tal. Aflojó su cuello
mientras caminó al escritorio y se sentó a esperar a que su portátil encendiera completamente, pues
prisa no tenía como para sofocarlo sin sentido.

—Te traje —sonrió Sophia con una cuchara en una mano y con un tarro de Ben & Jerry’s en la otra.

—Wow —sonrió—, gracias.


—Las tuyas —guiñó su ojo, alcanzándole la cuchara.

—¿Te sientas conmigo? —le preguntó, haciéndose un poco hacia atrás con su silla para ofrecerle su
regazo, y Sophia, sin decir un “sí” o un “no”, simplemente se sentó—. Cinnamon buns —sonrió.

—¿O prefieres Peach Cobbler?

—Éste está bien —sonrió de nuevo, viendo a Sophia hundir la cuchara en el helado para recoger un
poco y ofrecérselo—. Sabes… —murmuró con la boca llena mientras abría el documento que Gaby le
había enviado—. Al principio, solía comerme sólo el helado y dejaba los chunks de cinnamon buns.

—¿Por qué? Es lo más rico —rio, llevando la cuchara a sus labios para comer ella también.

—Precisamente —sonrió—. Cuando como de cookie dough hago lo mismo.

—Nunca te he visto comer de ese…

—Me gustan más los que tengo en el congelador… —dijo, y se volvió a la pantalla—. Vamos a ver… —
suspiró—. Bachelor’s and/or Master’s Degree in Interior Design o en Arquitectura con un minor
en Interior Design… pasantía pagada por seis meses con posibilidad de contrato de plaza fija…
competente, eficiente y eficaz, creativo, flexible… y esperamos del aspirante: buen manejo de AutoCAD
2D y 3D, iWork/Office, Adobe Suite; en especial InDesign y Photoshop, Illustrator y SketchUp always
come in Handy… buen nivel de inglés, hablado y escrito… segundo idioma siempre es una ventaja, ajá…
portfolio físico con al menos tres proyectos de ambientación, hoja de vida física… ¿crees que falta algo?
—se volvió hacia Sophia.

—¿Renderings? —se encogió entre hombros.

—Va implícito con los programas; no me interesa si lo pueden hacer con Paint, sólo que lo sepan
hacer.

—Manual, no digital.

—Mmm… buena idea.

—A mí me toma menos tiempo hacer uno manual que uno digital.

—A mí también, pero eso es aprendido —asintió, entendiendo el punto de Sophia—, aunque quizás
es porque me gusta colorear.

—Además, renderings manuales son, en mi opinión, una señal de seguridad suprema —rio—, no
existe el ctrl+z.
—Buen punto —asintió, regresando al correo para escribir que los renderings manuales era
cosinderado una gran ventaja—. ¿Crees que es justo que ponga que no presto ni mis Prismacolor ni mis
Copic? —bromeó.

—A mí sí me los prestas —sonrió.

—Pero porque sé cómo trabajas, porque sé que los tratas con cariño y con respeto… son caros.

—Tienes zapatos que son más caros que el set completo de Copic —rio, ofreciéndole más helado.

—Y los trato con mayor respeto —guiñó su ojo, y se dejó alimentar—. ¿Algo más que deba agregar?

—¿”Que la suerte los acompañe”? —sonrió.

—Very funny —sacudió su cabeza, y le envió el correo a Gaby, no sin antes escribirle que hablara con
Helena para planificar una reunión, que coordinara las entrevistas a partir del siete de abril y que fuera
una cada hora y media—. Listo, mi amor —sonrió, apagando el portátil y abrazándola con ambas manos
por la cintura—. ¿Qué quieres hacer? —preguntó, pero sólo recibió un beso en sus labios—. Cierto, eso
íbamos a hacer… —susurró.

—Y eso vamos a hacer —susurró, ofreciéndole más helado.

—¿Pero?

—Ya que estamos aquí… ¿puedes tocar piano para mí?

—¿Qué quieres que toque? —sonrió, poniéndose de pie.

—Lo que tú quieras… sólo tengo ganas de escucharte.

—Mmm… —musitó pensativamente, sentándose sobre el banquillo y abriendo el teclado—. ¿Qué tal
esto? —sonrió, y, ubicando sus manos sobre el teclado, se dispuso a tocar “Turning Tables”, al menos lo
que sabía o de lo que se acordaba, pues la canción no sabía cómo o por qué se le había quedado
grabada—. Eso es todo lo que sé…

—No sé qué canción era, pero se escuchaba bonita —sonrió, sentándose a su lado, como siempre—.
Tócame mi canción favorita, ¿sí? —dijo, ofreciéndole otra cucharada de helado.

Emma sonrió, y, colocando sus manos sobre el teclado, se dejó llevar por lo que la canción le acordaba,
por lo que significó a.S y por lo que ahora significaba. Sus ojos, como siempre, estaban cerrados, y su
postura variaba entre las notas y los acordes, entre las presiones de los pedales y entre la respiración de
Sophia, quien sonreía enternecida y completamente en paz ante tal pieza que no tenía más que una
melodía sentimental; larga y adorable, una melodía de la que cualquiera se acordaría, desde siempre y
para siempre, una vez la hubiese escuchado, pero, a pesar de ser hermosa, tendía a empujar y a obligarlo
todo a estar al borde de la dolorosa pero alegre miseria. Emma lo atesoraba como suyo, y sí que era
suyo, pero ahora Sophia lo reconocía como suyo también, porque Emma era suya, y no había mejor
melodía que esa para estar en completa sintonía. Era simple pero seductora; la noción de su duración se
perdía, al punto de que no se sabía si estaba por terminar o si simplemente continuaría, era como si no
quisiera que se acabara nunca. No tenía ni tiempo ni espacio, era timeless, y era por eso que duraría por
el resto de sus vidas a pesar de sólo durar seis minutos con veinte segundos entre las manos de Emma.

—Me encanta —susurró Sophia en cuanto terminó la pieza, y Emma abrió los ojos y la volvió a ver—.
¿Qué pasó? —ladeó su cabeza, pues la mirada de Emma la confundió.

—¿De verdad te gusta? —preguntó casi inaudiblemente.

—Me encanta, sí —asintió—. Todos los días, en algún momento, la busco en mi iPod o en mi iTunes
para escucharla… pero están todas las versiones menos en piano —se encogió entre hombros—. Hay de
piano con cello, o de piano con violín… pero no de sólo piano… y, si existe la versión, no me interesa
escucharla; sólo quiero escuchar tu versión.

—Sí sabes que no la toco a la perfección, ¿verdad?

—No estoy para juzgar si la tocas bien o mal… sólo quiero que sepas que me gusta —sonrió—. Y que
me gustan todas las versiones, en especial la tuya.

—¿De verdad te gusta? —repitió.

—Sí.

—¿Qué tanto?

—Mmm… no sé —se encogió entre hombros—. Lo suficiente como para que me den ganas de querer
aprender a tocarla, así sea con copas de agua o con una pandereta —rio.

—¿De verdad te gustaría tocarla? —Sophia asintió.

—Pero no en piano.

—¿Por qué no?

—Porque la versión de piano es tuya, y es mía porque es tuya —sonrió.

—Está bien —sonrió—. ¿Puedo tocar algo más?

—Es tu piano, claro que puedes.

—No… pero para ti —se sonrojó.


—Me gustaría mucho —se sonrojó ella también.

—La canción ya la has escuchado, pero no quiero que la tomes por el lado negativo… ¿sí? —Sophia
asintió.

No cerró sus ojos, y Sophia tampoco. Empezó por presionar alguna tecla más o menos al centro del
teclado, la presionó una, dos, tres, cuatro veces, quizás eran negras, pero Sophia sabía de música lo
mismo que de béisbol. Al compás de la quinta presión, entró en juego el primer acorde, y el segundo, y
el tercero. Y, al cabo del cuarto, Sophia supo qué canción era.

—Say something, I’m giving up on you —cantó suavemente al compás de las notas que representaban
lo que su afinación vocal debía hacer—. I’ll be the one, if you want me to… anywhere I would’ve followed
you… say something I’m giving up on you. And I… am feeling so small, it was over my head, I know nothing
at all… and I will stumble and fall, I’m still learning to love, just starting to crawl. Say something I’m giving
up on you, I’m sorry that I couldn’t get to you… anywhere I would’ve followed you, say something, I’m
giving up on you … and I… will swallow mi pride, you’re the one that I love, I’m saying goodbye —y la
agresividad atacó, esa intensidad que la hacía presionar las teclas con fuerza, con tal fuerza que se
levantaba del banquillo unos cuantos milímetros y que atacaba el pedal con igual fuerza—. Say
something I’m giving up on you, I’m sorry that I couldn’t get to you… and anywhere I will follow you… say
something I’m giving up on you —y cesó la intensidad para volver a la tranquilidad del principio—. Say
something, I’m giving up on you… say something… —y terminó la canción con un último acorde—. I’m
not giving up on you, and I’m not saying goodbye… sólo quería decirte eso, que “I will stumble and fall,
I’m still learning to love, just starting to crawl”, y que “I will swallow mi pride, you’re the one that I love”.

Capítulo XIX

— ¿Se puede? —asomó Sophia su cabeza por la puerta entreabierta de la oficina de Volterra, aunque,
claro, antes de asomarse había llamado como cualquier otro mortal que respetaba la idea de una puerta
no abierta y de la ausencia de secretaria.

— Por favor —sonrió Volterra, desviando su mirada de la pantalla mientras se quitaba los anteojos, y
se puso de pie con cierto aire de nerviosismo e incomodidad por el simple hecho de ser Sophia y de saber
que recientemente no había hecho nada como para que se mereciera un disgusto ajeno.

— ¿Estás ocupado? —le preguntó, abriendo la puerta pero permaneciendo al borde de la oficina, y le
mostró un Flash Drive que colgaba de su dedo índice y un folder entre su mano.

— No, por favor —repitió—, pasa adelante —le dijo, invitándola a tomar asiento.

— Gracias —murmuró, cerrando la puerta tras ella y tomando asiento en la butaca más cercana.

— ¿Ya almorzaste? —sonrió, intentando emplear la táctica del “small talk” que no se le daba bien
alrededor de nadie, en especial de Sophia.
— Me comí el mejor Kotopoulo Giouvetsi de mi vida —asintió—. O de lo que va del año.

— Me podrías estar insultando y yo ni enterado —rio, apoyándose del borde exterior de su escritorio
para estar frente a frente con Sophia.

— Es pollo horneado con orzo, salsa de tomate y feta… si no me equivoco —resopló—. Lo que importa
es que estaba rico.

— Buen provecho —sonrió un tanto conmovido y sin saber exactamente por qué.

— ¿Tú ya comiste? —correspondió la sonrisa para relevar el agradecimiento explícito y verbal.

— Liz me traerá algo de comer cuando ella regrese de almorzar… me dijo que me iba a traer un “mean
Fettuccine alla Panna” —rio—, lo que sea que eso signifique.

— Que es muy, pero muy bueno —repuso Sophia, como si para ella eso no fuera una expresión un
tanto contradictoria y engañosa—. Cosa que dudo mucho.

— Tanto como para bajar mis expectativas —rio Volterra mientras sacudía su cabeza.

— ¿Alguna vez has probado le Fettuccine alla Panna de mi mamá? —ladeó su cabeza con una sonrisa
demasiado inocente como para no tener intenciones secundarias.

— Mmm… —suspiró, intentando descifrar cuál era la respuesta correcta.

— Supongo que, si los probaste, fue hace demasiado tiempo —dijo, quitándole ese peso de encima
al hombre que podía hacer sudar con una simple insinuación lejana—. Le diré que haga cuando venga,
así refrescas el paladar y confirmas lo que digo.

— Tú sólo me dices y yo llego —sonrió—. ¿Cuándo viene tu mamá al final?

— Jueves veintidós a la una con cincuenta, llega a Newark… y se va el nueve a las cuatro con cincuenta,
saliendo del JFK, y, por si te interesa, no hace escala en ninguna parte y viene en primera clase —
ensanchó su sonrisa.

— Cómoda —resopló—. Me alegra.

— Yo le ofrecí traerla con el equipaje —bromeó—, lo de primera clase es obsesión de Emma.

— Me lo imaginé —rio—. Tu hermana no viene el mismo día, ¿verdad?

— No, mi hermana viene el veintisiete y se va el tres… tiene que ir a clases.

— ¿Y quién se va a quedar con ustedes? —preguntó con intenciones que según él eran ocultas.
— ¿Cómo que quién se va a quedar con nosotros? —sonrió traviesamente.

— Sí… ¿se va a quedar la mamá de Emma con ustedes o van a ser tu mamá y tu hermana?

— En todo caso la hermana de Emma con Sófocles… o Aristóteles… o Eurípides… o como sea que se
llame, que ahorita no me acuerdo de su nombre porque Emma siempre se lo cambia.

— ¿Y ése quién es? —rio.

— El esposo.

— No sabía que la hermana de Emma venía, tampoco sabía que estaba casada.

— ¿Sabías que tenía una hermana? —bromeó.

— Laura —guiñó su ojo derecho—. No todo se lo puede guardar, ¿sabes?

— Evidentemente —asintió—. En fin… mi mamá, por el tiempo que esté mi hermana aquí, se va a
quedar en el Plaza… y creo que mi suegra se va a quedar todo el tiempo en el Plaza, viene el novio, y,
después de aquí, van a San Francisco por unos días… ¿necesitas tú en dónde quedarte? —rio.

— Muy amable —sonrió—, pero Trump me tiene muy bien acomodado por el momento.

— ¿Cuándo te vas a mudar?

— Cuando ustedes dos ya regresen a trabajar con normalidad después de su boda… pues, para
tomarme un par de días libres y no dejar el barco sin capitán.

— Metáforas navales —resopló—, hasta mucho te habías tardado.

— ¿Qué le puedo hacer? —se encogió entre hombros—. Ése soy yo.

— Lo sé, lo sé —asintió.

— En fin, ¿cómo estás con los nervios? —dijo, decidiendo cambiar el tema para hacerlo más personal
para Sophia y, en cierto modo, más distante para él, pues eso sí que lo ponía nervioso.

— La boda no ha logrado hacer efecto nocebo todavía; no me está quitando el sueño, no me da más
hambre, y definitivamente tampoco me obliga a obsesionarme con los preparativos porque ni sé qué te
voy a dar de comer… sólo sé que hay elección carnívora y vegetariana.

— Bueno, supongo que si algo no sale como te guste… no sé, supongo que tienes el aniversario de
madera para hacerlo a tu gusto.
— Creí que sólo se celebraban los veinticinco, los cincuenta y los setenta y cinco —frunció su ceño—
, digo: públicamente.

— A discreción de cada quién, supongo —se encogió entre hombros—. Tendría que consultar mi
manual de “organización de bodas y eventos varios” —rio sarcásticamente.

— No le veo tanto sarcasmo por el simple hecho de que sabes que el quinto aniversario es el de
madera —repuso, dándole una bofetada al sarcasmo de quien tenía la actitud apropiada de padre de
familia.

— Nunca dije que fuera el quinto —rio con una suave y corta carcajada—. Dije “de madera” porque
sé que no le vas a regalar un dowel de nogal por mucho que le guste.

— Eso de los regalos sí me estresa —murmuró, intentando no ceder al estrés repentino de lo que
significaba buscar qué regalarle a Emma.

— ¿Por qué?

— ¿Tú alguna vez le has regalado algo a Emma?

— Mmm… —frunció su ceño y sus labios—. Sé que le dan ganas de vomitar y que puede hasta
hiperventilar cuando recibe un regalo —rio.

— Y tú y yo sabemos que no es precisamente de la emoción —asintió entre una risa.

— Mis regalos son más un “tómate el resto del día libre” si la veo con resaca o como que no ha
dormido nada —se encogió entre hombros.

— Bueno, yo no soy su jefa como para decirle que se tome el resto del día.

— No, y tampoco es como que necesita que yo se lo diga para poder hacerlo —rio—. ¿Ya le has
regalado cosas?

— Contadas veces —asintió—, y últimamente me dice lo que quiere y yo sólo voy, se lo compro y ya:
fin de mis problemas de estrés.

— ¿Y por qué no le preguntas qué quiere?

— Porque ya me lo dijo.

— ¿Y…?

— Es como que yo te diga que de cumpleaños quiero que me regales que gli Azzurri, o la Ethniki, gane
el mundial —rio.
— ¿Tan fuera de tu alcance está? —se carcajeó.

— Iba más por la línea de que no era lo suficientemente gratificante para mí, pero también.

— Oh… ¿no quieres que gli Azzurri gane?

— Me puede importar demasiado poco —se encogió entre hombros—. Yo no tengo una camisa oficial
de De Rossi porque fue al único que Prandelli convocó de la Roma… y tampoco estoy esperando a que
sea diez de junio para cerrar mis pronósticos en una quiniela de fase de grupos por la que me voy a
atrever a poner cien dólares por cada partido por el que no acierte, mucho menos para apostarlo contra
Phillip, quien tiene una fórmula para predecir ganadores, tampoco se me hace un nudo en la garganta
cuando pienso en que Uruguay o Inglaterra nos pueden ganar, y tampoco tengo a Pirlo por excusa
absoluta —rio—. Ni siquiera tengo una camisa de Gekas… por mí que gane el mejor humor y los
penalties… ¿de quién es tu camisa?

— De Cassano —resopló—, pero, por lo visto, no creo que sepas quién es.

— Para el lunes me puedes preguntar lo que sea —sacó su lengua.

— Lo haré, lo haré —asintió, pensando que sería un gesto muy bueno, quizás no bonito ni de buena
fe, eso de que le hubieran nacido ganas de regalarle una camisa de gli Azzurri porque no podía concebir
a un italiano al que no le gustara la Calcio, mucho menos el futbol como unidad nacional, pero, dentro
de todo, no sabía si Sophia podía contar como italiana a nivel social por esa molesta influencia griega
que se había apoderado, cual parásito, del momento de su concepción—. Volviendo al tema central,
¿qué te va a regalar ella? Si es que puedo preguntarlo y saberlo, y es apto para mayores de doce años o
acompañados por un adulto —sonrió.

— Está pagando todo.

— ¿En estos dorados tiempos todavía es la novia quien paga la boda? —preguntó, desencadenando
en Sophia una carcajada relativamente prolongada—. ¿Qué?

— La boda la paga pero para su propia gratificación y satisfacción, yo podría ir al City Clerk o a Las
Vegas —sonrió—. Me refería a…

— ¿A la luna de miel?

— No sé por qué no me gusta cómo se llama eso —asintió.

— ¿”Luna de miel”?

— Suena terriblemente mal —sacudió su cabeza—. Ridículo, inclusive.

— ¿Y cómo quieres llamarle? —rio.


— ¿”Vacaciones”? —dijo con tono relativamente cínico—. Digo, es un poco anticuado llamarle así… o
inapropiado, si así lo quieres llamar.

— ¿Por qué?

— Porque se supone que el nombre proviene de costumbres que involucran bebidas con miel o de
miel, y con referencias cínicas al ciclo menstrual de una mujer —sonrió—. El hecho de que el ciclo
menstrual dure veintiocho días y el ciclo lunar dure veintinueve… —murmuró, balanceando sus manos
para que Volterra terminara la idea en su cabeza.

— ¿Y esa explicación de dónde la sacaste?

— Realmente no quieres saber —sacudió su cabeza con una sonrisa mientras cruzaba su pierna
izquierda sobre la derecha.

— ¿Te la acabas de inventar?

— Imaginación espacial tengo, imaginación histórica no —rio.

— ¿Entonces?

— Fue “pillow talk” —guiñó su ojo.

— ¿Tu almohada tiene complejo de enciclopedia? —dijo con cierto sarcasmo.

— Son de memoria, quizás por eso guardan tantos secretos —siseó ridiculizantemente, haciendo que
Volterra riera—. “Pillow talk” es el término que se usa para esa conversación después de tú-sabes-qué.

— Oh… —se sonrojó, intentando bloquear todo tipo de tangentes mentales al respecto.

— Yo no sé si la información es cierta o no, pero todo ritual tiene explicaciones un tanto bizarras —
sonrió sarcásticamente—. Cual Remo y Rómulo…

— Lo que pasó, pasó —repuso, estando a punto de tirarse de clavado en el silencio incómodo.

— Supongo —se encogió entre hombros—. Y, hablando del Imperio Romano… —dijo, alcanzándole el
Flash Drive—. Necesito una consulta profesional.

— Lo que necesites —sonrió, tomando aquel Flash Drive en su mano para conectarlo a su iMac.

— No hablo de una consulta como compañero de trabajo —le dijo, y Volterra se tornó pálido, pues
sólo se le ocurrió que le pediría una consulta de un tipo para el que no conocía respuesta o asesoría—.
Hablo de una consulta como Arquitecto.
— No te entiendo —murmuró, dejándose caer sobre su silla de cuero.

— Yo no soy Arquitecta, quizás logro entender una que otra cosa de ver a Emma trabajar, pero
necesito que me digas si lo que tengo en mente es posible… y no sólo posible, sino factible en un sentido
de eficaz.

— ¿Quieres contratarme? —frunció su ceño.

— Así es —asintió.

— Emma debe estar ahogada en trabajo como para que no recurras a ella —rio un tanto incómodo,
notando que el Flash Drive sólo tenía los archivos justos y necesarios.

— No tanto así —sacudió su cabeza, y se impulsó con ambos brazos para ponerse de pie—. No sé
cuáles planos podrías necesitar, por eso los pedí todos.

— ¿Te importaría decirme qué es lo que quieres que haga?

— Aparentemente, según lo que me dijeron anteayer —suspiró, acordándose de la plática que había
tenido con Phillip mientras paseaban a Darth Vader por Central Park mientras Natasha se dedicaba a
alimentar a los patos del Pond y Emma se quejaba de la muerte que anunciaba con antelación como si
se tratara de mantener la costumbre intacta—, tengo la necesidad de regalarle algo a Emma, y, en esta
ocasión, es necesidad patológica querer regalarle algo que no sea algo que ella me diga que quiere; algo
que sea lo suficientemente gratificante para mí… por muy egoísta que eso último suene.

— Mujeres… —resopló, sacudiendo su cabeza—. ¿Quién las entiende? —susurró para sí mismo
mientras seguía sacudiendo su cabeza.

— Son los planos de la casa de Emma en Roma —le dijo, apoyándose del escritorio con su mano
izquierda mientras se asomaba por sobre su hombro—. Voy por proceso de eliminación para encontrar
el regalo perfecto.

— ¿Qué es lo que le quieres regalar exactamente? —preguntó, esperando a que el archivo abriera
por completo, y Sophia sólo rio nasalmente—. ¿Quieres algún tipo de “guest house”?

— Sí te das cuenta de lo que me estás preguntando, ¿verdad? —resopló, sumergiendo su mano en el


recipiente de chocolates que Volterra le ofrecía con una sonrisa.

— Emma no tiene cara de ser una invitada en su propia casa, por eso preguntaba.

— Quizás no sepas que su hermana está casada con un Platón, pero sí que la conoces más de lo que
aparentas decir que la conoces.
— Voy a tomarlo como un elogio —resopló, viendo cómo Sophia escogía un Scharffen Berger de leche
al no ser una persona que gozara de un bittersweet o dark, así como Emma en las extrañas ocasiones en
las que ingería chocolate—. Entonces, si no quieres una “guest house”, ¿qué es lo que quieres?

— Ve al primer piso —sonrió, quitándole el envoltorio a uno de los mejores chocolates que había
probado en toda su vida, y le agradeció a Volterra el gesto de haber cambiado los Ferrero por algo con
más clase y con mayor sabor, y con menos avellanas.

— ¿Primer piso americano o primer piso europeo?

— Emma diseñó la casa, ¿tú qué crees? —elevó su ceja derecha, tal y como Emma solía hacerlo, sólo
que su ceja no llegaba a tal altura.

— Con razón se me hacía conocido el diseño —rio—, era el proyecto central en su portfolio cuando
vino, ¿ya no lo tiene allí, verdad?

— No.

— ¿Tú sabes por qué?

— Porque prefiere tener un proyecto para cada área que tener algo tan personal, supongo que no
quiere que lo juzguen —se encogió entre hombros.

— El hogar no se juzga —susurró, volviéndose hacia la pantalla para ver el plano del primer piso.

— Restauración, remodelación, construcción, paisajismo y ambientación sí se juzgan, y, quien no sepa


que es su casa, probablemente también lo juzgaría.

— Es un diseño complicado, pero no le veo mucho por qué juzgarlo —sonrió genuinamente—. En fin,
¿qué quieres que vea?

— Aquí —dijo, señalando una habitación—. Quiero saber si se puede reorganizar.

— ¿No es ése tu trabajo?

— La distribución no me sirve para lo que quiero… quiero saber si el baño lo puedo mover.

— Un baño no se puede sólo “mover” —rio.

— O sea, desaparecerlo de donde está y colocarlo en otra parte.

— De que se puede, se puede… la pregunta es, ¿cuál es el presupuesto?

— Considérame un cliente de esos a los que todos adoramos —sonrió.


— ¿Emma sabe sobre esto?

— Y me gustaría que no supiera —sacudió lentamente su cabeza.

— ¿Y cómo planeas hacerlo si tú estás aquí, y yo también, y la casa está allá?

— Tú preocúpate por el diseño, yo me preocupo por Emma y por lo demás.

— Entiendo, no más preguntas de las pertinentes y de las necesarias.

— Por favor —susurró—. Y más te vale ponerte precio —dijo, alcanzándole el folder que había llevado
consigo—. Quiero saber si se puede hacer lo que está aquí —murmuró, viendo la hora en su reloj, y vio
que era hora de correr para estar a tiempo en su reunión en Midtown.

— ¿Para cuándo quieres saberlo?

— No quiero que lo tomes como prioridad, pero sí me gustaría tenerlo en la brevedad de lo posible.

— Mmm… está bien —asintió—. Hablando de precio, ¿qué te parece si me pagas con muebles?

— Ya discutiremos eso luego —sonrió satisfecha mientras buscaba su teléfono en su bolsillo para
hablar con la dueña de la casa, la que no era Emma—. Tengo una reunión en media hora, ¿te veo luego?

— No tengo planes de irme temprano —sonrió, viéndola alejarse en dirección a la puerta mientras
buscaba el contacto de Sara en FaceTime Audio.

— Alec —murmuró, deteniéndose frente a la puerta.

— ¿Sí?

— Gracias —dijo, notándosele el agradecimiento desde lo más profundo de sus entrañas.

— Para eso estoy, Sophia —se encogió entre hombros al no saber qué más podía decir—. Que te vaya
bien.

— Gracias —repitió con una sonrisa, y salió de aquella oficina mientras llevaba su teléfono a su oreja.

x/x

— Perdón por el retraso —se disculpó la mujer que hoy no se veía tan seria, quizás porque ya era casi el
final del día y ya no tenía ganas de llevar la típica chaqueta que se había arrojado encima desde Harvard
Law; hoy había cedido a la primaveral temperatura al recogerse las mangas de su camisa blanca hasta
por debajo de sus codos, y, de alguna forma, se notaba que había tenido un día más rudo que sólo rudo—
. El tráfico está espantoso —sacudió su cabeza, no logrando sincronizarse con Emma, pues, siempre que
alguien llegaba a ella, en una reunión, se tenía que poner de pie.

— No te preocupes —sonrió, saludándola con un respetuoso apretón de manos que luego se convirtió
en un beso educado y distante en la mejilla izquierda—. Sé que el tráfico de las cuatro-cinco es
demasiado caótico… espero que no te haya tocado caminar tanto.

— No, para nada; logré que me dejaran al frente —sonrió, cruzándose de brazos y empezando a
caminar al lado de Emma.

— Qué bueno —sonrió de regreso, buscando su cartera para sacar la tarjeta que tenía, al reverso de
la impresión de Les Demoiselles d’Avignon, donde decía que podía entrar desde una hora antes que se
le abriera al público mortal; nada que trescientos sesenta dólares al año no pudieran hacer.

— ¿Cómo has estado? —murmuró un tanto extrañada al estarse dirigiendo directamente al acceso y
no a la taquilla.

— Bien, bien… con bastante trabajo —sonrió, abriendo su bolso para el de seguridad, ese que se
encargaba de cerciorarse de que un lápiz labial no fuera el medio perfecto para robarse, precisamente,
a Les Demoiselles d’Avignon del quinto piso—. ¿Y tú?

— Igual, con bastante trabajo… me he pasado toda la semana en la Corte —suspiró, imitando a Emma
pero con su portafolio, pues también un par de carpetas y bolígrafos podían ser el medio perfecto para
robarse, bajo otras circunstancias, una de las pinturas que a Emma sí le gustaban; el Rothko del sesenta
y nueve que era pintura y tinta sobre papel, y que era tan delicado que era por eso que no lo tenían en
exhibición para todos los mortales—. No sé por qué te imaginé más como del MET —comentó, que
pareció que fue un simple vómito cerebral.

— Mmm… —tambaleó su cabeza—. Me gusta la parte egipcia y la griega y la romana… creo que, en
realidad, sólo usé las escaleras para ver la exhibición de Alexander McQueen en el dos mil diez; creo que
el MET es otro tipo de arte. ¿A ti te gusta lo que hay en el MET?

— Comparto el gusto por la parte egipcia, y creo que sólo fui después de ver la película en la que
Pierce Brosnan se roba una pintura…

— El Saint-Georges majeur au crépuscule de Monet —sonrió.

— Supongo, no sé el nombre —resopló.

— Adivino, no lo encontraste.

— ¿Cómo sabes?
— Porque esa pintura no la administra el MET —resopló—, no me acuerdo si es el museo de Cardiff
o el Bridgestone en Tokyo quien lo administra.

— Con razón —sacudió su cabeza, sintiéndose completamente engañada, pero, hey, Hollywood es
otro mundo—. ¿Fanática de Monet?

— Mmm… —tambaleó nuevamente su cabeza—. No me molestó nunca, pero, entre Renoir, Degas y
Monet… me quedo con Monet.

— Creí que Degas no era Impresionista.

— No le gustaba el término —rio—, pero eso no lo hizo menos Impresionista que Monet o que Sisley…
era demasiado exquisito —dijo sarcásticamente, dibujando un gesto gráfico del epíteto con sus dedos.

— Todos ellos eran exquisitos —sacudió su cabeza—, si no eran narcisistas eran egocéntricos, o tenían
delirios de grandeza.

— Eso no es exclusivo de ellos —rio, deteniéndose frente al ascensor y presionando el botón que
tenía la flecha hacia arriba—. Voy a tomar el riesgo de asumir que no eres una fanática del arte.

— No le veo lo grandioso a Picasso —se encogió entre hombros—. O a van Gogh.

— Yo tampoco… ni a Frida Kahlo, ni a Pollock, ni a Warhol, ni a Munch, ni a Rembrandt, ni a Dalí, ni a


Goya, ni a Botticelli, ni a Botero… —se encogió entre hombros.

— Entonces, si no le ves lo grandioso a ninguno de los “grandiosos”, ¿qué hacemos en el MoMA?

— Me gusta Rothko, aquí tienen dos o tres obras en exhibición —sonrió—. En realidad, creo que mi
pintor favorito es Kandinsky, pero él está en el Guggenheim… al menos la serie que me gusta.

— ¿Y qué hacemos en el MoMA cuando deberíamos estar en el Guggenheim? —rio.

— Vengo a hacer mi tarea —sonrió de nuevo, ofreciéndole el paso para que entrara primero al
ascensor—. Espero que eso no te moleste.

— No, para nada —sacudió su cabeza, pues, de igual forma, estar fuera de la oficina le gustaba, más
si le estaban pagando por salir de ella—. ¿Qué clase de tarea tienes?

— A Sophia le gusta Monet —sonrió, estando con su mirada fija en el contador de pisos del ascensor,
pues quería llegar al quinto piso para entrar a la sala número nueve, en donde se encontraba aquella
larga pintura que tanto le gustaba a su prometida—. A veces, cuando sufre de algún estancamiento
creativo, viene aquí para… no sé, supongo que para inspirarse o para relajarse—se encogió entre
hombros—. Cuando sale de aquí ya tiene nuevas ideas, y buenas ideas debo decir.
— Entonces, ¿vienes a inspirarte?

— No —sacudió su cabeza, sonriendo por haber llegado, al fin, al quinto piso—. Vengo a
hacer research de fotografía mental—guiñó su ojo—. No me gusta buscar este tipo de cosas en internet,
siento que siempre les falta algo. ¿Qué tal te fue ayer con Sophia?

— ¿No te comentó nada? —preguntó un tanto extrañada.

— Dijo: “nada que no se hablara sobre un Latte” —se encogió entre hombros.

— Estás nerviosa, ¿verdad? —resopló.

— Sí, y sé que se me nota… que respiro nerviosismo —asintió, reacomodándose su bolso Prada
Saffiano rojo al hombro.

— ¿Por qué estás nerviosa?

— No sé, no puedo explicar la razón, sólo sé que estoy nerviosa —se encogió entre hombros al mismo
tiempo que se cruzaba de brazos—. No sé si es porque creo que, fatalista y catastróficamente, pienso
que Sophia puede ser víctima de un par de cold feet, o que no nos den la licencia, o que no sé… —suspiró,
aflojando su cuello.

— Por lo de la licencia no te preocupes —sonrió—. Estoy segura de que se las van a dar…

— ¿Y si no?

— No te preocupes —resopló—, iremos el lunes a primera hora a sacar esa licencia, y te prometo que
saldrás de allí con la licencia en las manos —le dijo Helena, pero notó que eso no era suficiente—. Lo
más que pueden hacer es ponerse estúpidos a la hora de hacer su trabajo, cosa que nunca hacen… pero
para eso estaré yo, y, si yo no lo puedo solucionar en el momento, nada que Romeo no pueda solucionar
con una llamada telefónica —dijo reconfortantemente—. Si es por cold feet, sinceramente lo dudo; ha
firmado cuanto papel me has dicho que le ponga enfrente.

— Los nervios son mis peores enemigos —se encogió entre hombros.

— Te pregunté si no habías hablado con ella sobre nuestra reunión ayer por eso —le dijo—, lo que
hablamos probablemente te tranquilizaría.

— Intento no pensar en eso —sonrió ya más repuesta—. Pero no sé si es normal.

— ¿Pensar que te van a dejar plantada? —resopló, y Emma asintió—. Creo que ese pensamiento,
junto con el de que no sabes si te va a quedar el vestido, es muy normal.
— El vestido es lo que menos me preocupa —rio—, si ese día no me cierra, cosa que dudo demasiado,
tengo un plan B.

— Novia no-convencional —murmuró—. Pero, de todas formas, la situación no es tan convencional.

— Did you starve yourself to death just to fit into your wedding dress? —le preguntó con su ceja hacia
arriba, deteniéndose para verla a los ojos con cierta burla y con cierto cinismo.

— Yo… —entrecerró sus ojos, arrastrando el sujeto de la oración al no saber cómo era que Emma
sabía que era casada—. Me casé en el Ayuntamiento, un miércoles, entre dos casos para los que tenía
que estar en la Corte; me casé a la una y cuarto, y, para la una y media, yo ya era la Señora Miller.

— ¿Hambreaste o no? —levantó más su ceja derecha.

— No tenía ni vestido, claro que no me suicidé del hambre.

— Yo tampoco me estoy matando del hambre —sonrió—, no tengo tiempo para hacer eso —dijo, y
se volvió hacia su izquierda para entrar a la sala número nueve, directamente a encontrarse con aquellos
doce metros de longitud, casi trece en realidad.

— ¿De qué color es tu vestido?

— Negro.

— ¿Por qué negro?

— Nunca le vi la gracia al vestido blanco —se encogió entre hombros—, y el negro me parece más
elegante, más pulcro, más fino —suspiró, sentándose en la banca del centro y, colocando su bolso sobre
el suelo, cruzó su pierna derecha sobre la izquierda—. Además, no soy pura, ni virgen, ni me estoy
casando por la iglesia… ni me lo tomo muy en serio ni me lo tomo tan a la ligera —sonrió.

— Para no tomártelo tan en serio —dijo, sentándose a su lado derecho y colocando su portafolio
sobre su regazo para sacar unos documentos—, lo haces parecer realmente serio.

— Me tomo muy en serio a Sophia, no al circo que revolotea alrededor de una boda; no le veo el
punto a invitar a gente que ni siquiera conozco. Además, a pesar de que la espera me está matando
porque me hace entrar en modo fatalista, hay algo inexplicable sobre la anticipación de ese día… y sé
que, si no tengo la cosa esa —dijo, refiriéndose a ese ceremony-like-procedure—, probablemente nunca
le diga cosas que en ese momento son básicamente obligatorias; para algunas cosas funciono mejor bajo
presión.

— Primera boda que oficiaré en la que no tendré que encargarme hasta de PageSix —rio.
— Las ventajas de no llevar la vida de los ricos y los famosos —resopló, estando totalmente enfocada
en la pintura que no entendía por qué a Sophia le gustaba tanto—. En fin… ¿qué me tienes? —sacudió
su cabeza, y recibió un sobre de manila común y corriente.

— Sólo es para que revises que todo esté bien escrito… otra vez —sonrió.

— ¿Pediste una reunión para que revisara algo que podía revisar en una pantalla? —resopló, sacando
el documento del interior del sobre.

— En realidad, era para preguntarte un par de cosas —dijo, materializando su teléfono para abrir
alguna aplicación para tomar nota.

— Lo que necesites —murmuró Emma, revisando que su nombre estuviera bien escrito, y que el de
Sophia también, y que todo estuviera bien escrito.

— ¿Cómo definirías a Sophia? —le preguntó, y pareció como si el tiempo de Emma se hubiese
detenido.

— ¿Cómo definiría a Sophia? —susurró retóricamente con su mirada al vacío—. Sophia es… es el ritmo
de “Lonely Boy” pero con la actitud de “The Walker”, y que me hace querer explotar en “It’s Not Unusual”
de Tom Jones y salir haciendo el Carlton desde mi casa hasta el trabajo —dijo, y se volvió hacia Helena—
. Sophia es como esa primera cucharada de crème brûlée; suave y dulce contra la lengua, y, al mismo
tiempo, es crujiente con una nota de sabor-amargo-salado-interesante… es como esa cucharada que
abre esa puerta que es imposible cerrar: una vez lo pruebas, no hay modo de saciarte, no hay ni siquiera
un riesgo de aburrimiento, de empacho, de rutina, de monotonía. No es una dieta, es un antojo
imparable. Es suave como la cachemira, es como ese stiletto que simplemente te queda perfecto; ni
flojo, ni apretado, no te molesta, no es ni alto ni bajo, es ligero pero fuerte y rígido y sigue siendo
hermoso, ya no es sólo un accesorio, sino es parte de tu actitud y de tu personalidad, probablemente de
tu carácter también. Es dulce, simpática y carismática como la vainilla…

— Pero eso lo sabes desde la conoces —opinó, y Emma asintió—, pero, ¿por qué te gustó? ¿Qué la
hizo resaltar?

— No lo sé —frunció sus labios—, todavía no tengo respuesta para eso.

— ¿Por qué no lo piensas y se lo dices ese día? —sonrió, y Emma ensanchó la mirada, pues esa era
una presión con la que no contaba, y era presión precisamente porque no sabía con exactitud, ella sólo
sabía que así era y, hasta la fecha, no le había molestado tanto no saber—. No tienes que decir todos los
porqués, sólo tres o cuatro… o los que quieras, los que consideres pertinentes y aptas para el público
presente.

— Está bien, lo pensaré —asintió—, pero no prometo nada.


— No es obligación, pero, como dijiste que es la ocasión perfecta como para decir cosas que
probablemente no le dirías si no fuera por el empujón…

— Sí, sí —suspiró—, lo pensaré —dijo, y se volvió hacia el documento.

— Bien, si no puedes hacerlo no hay problema. —Emma sólo asintió—. Ahora, me gustaría saber qué
cosas son las que tienden a molestarte de Sophia.

— Tengo demasiados meses de no saber cómo se siente eso…

— ¿No hace algo que te moleste?

— No.

— Me cuesta creer eso —resopló, pues Sophia había respondido exactamente lo mismo.

— Creo que las cosas que normalmente molestan son aquellas que van en contra de lo que uno piensa,
hace, siente, etcétera —se encogió entre hombros—. Y no siempre tengo la razón, ni hago las cosas
siempre bien, ni tengo nombre para lo que realmente estoy sintiendo; yo también me equivoco y me
confundo, y no todo lo que yo soy, y nace de mí, es lo correcto… no puedes decir que no te gusta el foie
gras si no lo has probado —guiñó su ojo.

— ¿De verdad no hay nada que te moleste? —preguntó realmente sorprendida.

— No son cosas que me molestan, son cosas que en cierta forma me divierten —dijo, deslizando el
documento dentro del sobre de manila para alcanzárselo a Helena—, o que me desesperan, o que me
ponen nerviosa… pero no necesariamente me enojan.

— ¿Qué cosas son esas? —sonrió—. No te preocupes por cómo van a sonar, porque no me interesa
si suenan bien o suenan mal, es para, así como tú dices, decirles algo que tenga valor; para contextualizar
más las cosas… ¿o quieres que les diga lo mismo que les digo a todos? —Emma sacudió su cabeza y se
volvió hacia la pintura de Monet.

— ¿Necesitas que te dé una explicación de por qué me siento como me siento cuando hace esas
cosas?

— Si quieres, no es obligatorio… de todas formas, todo lo que me digas se irá conmigo a la tumba.

— No me gusta que no desayune —respondió automáticamente—, antes no desayunaba porque


prefería dormir a comer, ahora es porque prefiere darle de comer al Carajito que comer ella.

— El “Carajito” es el perro, ¿verdad? —Emma asintió, y pescó su teléfono del interior de su bolso para
mostrarle una fotografía del mencionado—. Sí, Sophia también mencionó algo sobre él… pero creí que
se llamaba diferente.
— Oficialmente se llama “Darth Vader”… pero es un nombre demasiado largo, y ahorita tiene más
cara de ser un Carajito que un mini Darth Vader —resopló, mostrándole una fotografía de Sophia,
acostada a media cocina por estar jugando con el diminuto can.

— ¿Qué raza es?

— French Bulldog —rio, sacudiendo su cabeza.

— Intuyo que no te gusta la raza…

— No me disgusta, es sólo que siempre tuve perros relativamente grandes; un Dálmata, un Gran
Danés, un Doberman Pinscher, un Weimaraner… es primer perro miniatura que tengo, me está costando
acostumbrarme —sonrió—. Es simpático, tomaba del biberón como si iba a pasar de moda —rio.

— Asumo que no fuiste tú quien lo llevó a la casa…

— No, fue Sophia… y no me disgustó, simplemente me tomó desprevenida porque nunca lo habíamos
discutido, en especial porque Sophia no es precisamente una persona de perros —se encogió entre
hombros, dejándole su iPhone a Helena para que siguiera viendo las fotografías—. En fin, igual, cuando
es mi día de darle de comer al Carajito, ella prefiere dormir y darse su tiempo en la ducha a desayunar…
y siempre toma un taxi porque la pereza no la deja caminar un par de calles.

— Las calles son más largas que las avenidas —resopló Helena, deteniéndose en una fotografía que
ya no era de Darth Vader sino de una captura de pantalla mientras Emma y Sophia hacían FaceTime con
Natasha, que era Emma quien mordisqueaba suavemente la mejilla izquierda de Sophia mientras
Natasha se desplomaba en una evidente carcajada ante la falsa expresión de dolor de la rubia—. ¿Por
qué toma el taxi? ¿No se van juntas al trabajo?

— A veces sí, pero yo tengo cierta obsesión con eso de llegar al trabajo no más allá de las siete… a
veces logro poner a dormir a mi obsesión y me voy con ella. Sophia respeta que me guste estar a la hora
a la que ni el estudio está abierto, porque abrimos a las ocho, o antes a petición del cliente… y sabe que
me gusta caminar mientras escucho música, por eso es que tampoco insiste en que la espere, o en irse
conmigo, además, no es como que Sophia llega tarde, llega quince minutos después que yo,
prácticamente ella sale de la ducha, me despido por quince minutos, y ya… pero sí me entra la
desesperación cuando se tarda más de quince minutos, pienso que algo le ha pasado, o qué sé yo —
resopló—. Hace como dos meses, hubo un accidente en una de las calles que todo taxista suele tomar
para ir de la casa al trabajo, y se pasó de la media hora, estaba a punto de llamar a la policía, en especial
porque, por estupidez mía de ir corriendo, tomé el teléfono de Sophia creyendo que era el mío cuando
el mío ya estaba en mi bolso —sacudió su cabeza—. Polícia, bomberos, ¡todo! —Helena rio nasalmente—
. Antes el teléfono de Sophia era blanco y el mío negro, desde el nuevo modelo, y que a Sophia no le
gusta el dorado, decidió usar uno del mismo color que el mío… después de ese incidente, porque
realmente casi me arranco la cabeza, decidió llevarlo a que le cambiaran el color; ahora es rojo con
blanco.
— ¿Qué más? —rio, devolviéndole el teléfono y tomando el suyo para tomar nota sobre lo más básico
de la idea previamente explicada.

— Siempre tenemos una constante guerra pasiva que nos da risa; a mí me gusta que el cubrecama
quede bajo las almohadas, a Sophia le gusta que quede doblado para sólo tener que halarlo y poder
acostarse… eso, en nuestra cama, juega un papel demasiado gracioso, porque llegamos al punto de
doblarlo para que la mitad de las almohadas queden sobre él, y la esquina del cubrecama, que queda
del lado de Sophia, la halamos para que sea lo más próximo a complacer ambos gustos. El problema es
cuando se trata de alistar una habitación que estamos ambientando, todos saben qué camas tendió
Sophia y qué camas tendí yo —rio—. Tenemos puntos de vistas distintos en cuanto a tender camas,
ahora ya no las arregla a mi modo, antes sí… pero sé que Sophia lo hace para que me dé risa, y sólo lo
hace en las habitaciones que sabe que no va a hacer tanta diferencia, y, cuando yo le ayudo en sus
proyectos, tiendo las camas como ella.

— ¿Algo más que quisieras agregar?

— Tenemos definiciones distintas de lo que es una “cena romántica” —sacudió su cabeza, y atrapó
un sorpresivo bostezo entre su puño—. Para mí, una cena romántica es que una de las dos cocine, un
par de copas de vino tinto o uno que otro Martini, conversación silenciosa… —«que eventualmente
arranca ropa»—. Para ella, una cena romántica es comer un Kebab con una Dr. Pepper y una Mountain
Dew para mí —rio.

— Tendrá su significado gracioso entre ustedes, supongo —resopló.

— No es tanto gracioso sino como… “cute”, creo. Ella dice que la verdadera cocina no está en Harry
Cipriani, sino en las calles.

— Tú no eres fanática de la comida de la calle, ¿cierto?

— No soy una persona que va de food truck en food truck probando sabores y combinaciones nuevas
—sacudió su cabeza—, ésa es Sophia, y ella los filtra por mí; sabe qué me podría gustar y qué no… y,
bueno, pocas veces comemos de un food truck, a Sophia le gusta cocinar, y a mí comer —sonrió—. O ella
cocina, o pedimos delivery… raras veces cocino yo.

— ¿No te gusta cocinar?

— Sí me gusta, pero no se me da tan bien como a ella… y creo que no me gusta mucho cocinar para
ella porque tengo pánico de intoxicarla con algo que haya hecho mal —rio—, siempre que cocino voy a
lo seguro, algo con lo que es imposible equivocarse.

— La cuidas bastante.
— Creo que evitarle una intoxicación no es tanto cuidarla a ella como cuidarme a mí misma —sonrió—
; odio las visitas a los hospitales, y odiaría tener que dormir en uno, en especial si fuera porque es mi
culpa que Sophia tenga suero intravenoso. Además, ella cocina demasiado rico.

— Supongo que el planteamiento del worst case scenario es tu mejor excusa —bromeó.

— No es una excusa, es una prevención —guiñó su ojo—. ¿Necesitas saber algo más?

— ¿Consideras que Sophia es tu mejor amiga?

— No es sólo mi mejor amiga —sacudió su cabeza—. Es mi compañera, mi cómplice en muchas cosas…


—dijo, e hizo una pausa—. Sí, supongo que es mi mejor amiga, y más que eso.

— ¿Qué significan las manos de Sophia para ti?

— ¿Las manos? —rio, intentando contenerse una carcajada, y sacudió la cabeza para ahuyentar toda
respuesta que tuviera que ver con sexo.

— Sí, las manos —sonrió Helena un tanto divertida, pues Sophia había tenido la misma reacción.

— Significan… no sé —susurró.

— ¿Qué son las manos de Sophia para ti?

— Son… —frunció sus labios—. Son… son… son un escape cuando me toma de la mano o cuando me
abraza de alguna forma… son… son una extensión para cuando no me alcanza mi brazo para rascarme
ese punto ciego en la espalda —resopló—. Son las únicas manos de las que realmente puedo comer sin
siquiera pensar si se las ha lavado o no, son las únicas manos que me gusta tomar y que me gusta besar,
y que me gusta que me toquen la cara y que se entierren entre mi cabello… y que me aprieten —dijo
como si hubiese tenido la epifanía más grande de su vida—. Son las manos en las que más confío. Confío
más en sus manos que en las mías, hasta para cuando se trata de mí —dijo con una enorme sonrisa, y
notó la sonrisa de idealización que tenía Helena en su rostro mientras tomaba nota y comparaba
mentalmente las respuestas de Sophia, las cuales se resumían a: “son lo que impedirá siempre que Darth
Vader se suba a nuestra cama… me miman, me consienten, me acarician y me hacen cosquillas… me
sostienen, me apoyan y me reconfortan, me impulsan y me guían… me envían un iMessage con un simple
‘I love you’ o un ‘You are so beautiful’… me hacen masajes, me limpian las lágrimas cuando me pongo
hormonal, me cuidan y me protegen, y me abrazan cada momento que pueden; es como si no tuvieran
suficiente de mí, como si no se saciaran nunca… y me dicen lo que su boca no sabe cómo decirme; se
sienten correctas, se sienten mías”, y había decidido reservarse esos pensamientos extras de: “me hacen
sentir mujer, como una mujer en las nubes así sea que esté en el suelo… ¡me hacen sentir todo! El frío,
el calor, el miedo, el amor… me hacen sentirla. Y me hacen temblar, me hacen suspirar, me ahogan sin
estarme asfixiando, me hacen sonreír, y me hacen hacer cosas que yo sola no puedo hacer (tocar piano,
por ejemplo)”.
— ¿Algo más? —susurró, terminando de anotar la respuesta de Emma.

— No apto para todo público —sacudió su cabeza, y Helena rio nasalmente—. Una pregunta, ¿vamos
a tener algo como un rehearsal?

— Pero hasta que ya tengamos a la boda casi encima —sonrió—, y no te preocupes, sólo es para que
sepan más o menos cuándo les toca hablar y cuándo no.

— ¿Natasha te está sacando las primeras canas?

— Romeo es como mi papá, lo que sea por él y por su familia… y por Sophia y tú también, porque sé
que Romeo las considera parte de su familia —dijo con una honesta minúscula sonrisa—. Y el hecho de
que Romeo me asignara su boda… no sé, es un bonito respiro.

— ¿Por qué lo dices?

— No tengo que lidiar con otro abogado de Skadden, Arps, Slate, Meagher & Flom, no tengo que lidiar
con los pormenores de protección y de todos los secretos que tengo que tomar en cuenta para que,
cuando se divorcien, no te quiten todo, no tengo que someterme a las excentricidades de los acuerdos
prenupciales… no sé si es por la situación, o porque así son ustedes, o por las dos cosas —se encogió
entre hombros.

— ¿”La situación”? —resopló—. Se me olvida que es primer same-sex-marriage que oficiarás.

— No lo quise decir así —dijo con tono de disculpa.

— No te preocupes —sacudió la cabeza—, no tiene nada de malo acreditarlo como algo “diferente”…
porque supongo que lo es.

— No porque sea “diferente” pienso que sea malo, creo que es al contrario…

— ¿Cómo?

— Yo creo que Romeo me ofreció su “caso” porque, apenas dos semanas antes de recibirlo, perdí a
lo grande en la Corte y estaba sin ganas de nada; a veces son los casos más fáciles los que más te afectan…
y, bueno, creo que Romeo me ofreció su “caso” para que tuviera un cambio de ambiente, para que viera
que había cosas realmente fáciles —se encogió entre hombros—, nada de cláusulas extravagantes, nada
de partes engañosas, nada de agujeros en ninguna parte… no sé si es porque no es un matrimonio civil
como todos los demás, por sus personalidades o lo que sea, o porque el Marriage Equality Bill les dio un
derecho que, en mi opinión, por lo que he leído y he visto en ustedes, era bien merecido porque la tasa
de divorcios entresame-sex marriages, en proporción al “matrimonio natural”, es básicamente
inexistente.
— No lo sé, Helena… en realidad, no sabría decirte cómo funciona ese mundo porque no lo conozco
—se encogió entre hombros—, no sé siquiera si debería hacer la distinción entre los unos y los otros;
creo que todo el mundo, sea same-sex o no, está muy, muy, pero muy loco… la demencia no está sujeta
a las preferencias o a los juicios, supongo —dijo, y suspiró con sus labios fruncidos—. Cualquiera pensaría
que, en estos dorados tiempos de tolerancia que están llenos de libertades y voluntades propias, ya no
existirían matrimonios por obligación, o por impulso, o por inmadurez… creo que los tiempos están como
para llamar las cosas por su nombre, y creo que, si vas a hacer algo tan serio, tienes que tener las mismas
pelotas para dar una explicación a la persona que sea que te la pida.

— ¿Tú crees en el matrimonio? —le preguntó, todo porque tuvo la sensación de cierta vaga
hipocresía.

— Creo en el matrimonio, pero no creo en la institución que han creado a partir del matrimonio —
sonrió—. No creo en el matrimonio como prueba de amor eterno, no creo en el matrimonio como
promesa de responsabilidad por obligación parental, tampoco creo en el matrimonio como juramento
de fidelidad, o de respeto… eso, para mí, es un chiste; para jurarte amor eterno no necesitas un papel
legal sino haber sido escrito por Shakespeare —resopló dramáticamente—, para ser fiel tampoco, ni
para respetar a tu pareja, mucho menos para jurar ser buen papá o buena mamá, o para estar presente
en ese caso… el matrimonio lo hace uno, no el matrimonio lo hace a uno —sonrió—, y creo que no se
vale culpar al matrimonio por su fracaso, o por el fracaso emocional de las personas involucradas en él.
Creo en que nada funciona como por arte de magia, pero tampoco creo que funciona con un horario y
sinfín cantidad de reglas… creo en el matrimonio a pesar de que se le ha perdido lo especial y lo sagrado;
es como un bolso: tengas dinero o no, lo compras sólo porque te sedujo —sacudió su cabeza.

— ¿Por qué no te casas por la iglesia?

— Necesito que el hombre, entre su mente cerrada y sus juicios y prejuicios, me tome por igual —
rio—, no que el Dios de “x” religión me acepte… mi Ego me deja dar su aceptación por sentada —sonrió—
. Si me acepta o no, muy su problema, igual no lo voy a saber… aunque, si debía saberlo, supongo que
me habría dado demasiadas señales evidentes, cosa que no ha pasado —dijo en ese tono de sarcasmo y
escepticismo, pues creía muy poco en las señales, y, gracias a Sara, creía en un Dios perdonador y
misericordioso y no en uno castigador, pues, sino, todos estuvieran ahogados en castigos, y no
precisamente en rezos de absolución de pecados—. Además, ¿has visto quiénes ofician esas bodas?

— Rabinos, Pastores, Revs… —se encogió entre hombros.

— Soy católica por fe, no porque pase de rodillas en St. Patrick’s… yo no comulgo, me confieso con
suerte una vez al año y sólo por costumbre, y voy a misa tres veces al año con seguridad, no más… a
menos de que necesite un lugar silencioso en el que necesite pensar. Necesito que la ley me reconozca,
porque, por lo demás, me da igual. Y tampoco quiero ser de esas personas que se casaron por la iglesia
cuando no creen ni en la “D” de “Dios”… soy un medio y una máquina de sacrilegios y blasfemias; las
pienso, las digo y las hago, pero también tengo mis límites.

— Interesante posición —asintió Helena.


— ¿Tú te casaste por la iglesia? —ella sacudió la cabeza—. ¿Puedo atreverme a preguntar por qué
no?

— Nunca fue mi intención, tampoco me interesa.

— ¿Por qué no?

— Los rituales espirituales me… —suspiró, y sacudió la cabeza.

— Está bien —sonrió.

— ¿Puedo preguntarte algo yo? —murmuró con demasiadas reservas, y Emma asintió—. Romeo me
pidió ver el prenup…

— ¿Sí…?

— Y, pues… me acuerdo que en nuestra primera reunión, cuando repasamos los puntos… pues,
cuando llegamos al punto de hijos, tú dijiste que eso no se iba a tocar.

— ¿Romeo te dijo que debería incluirse en el prenup? —frunció su ceño.

— No, al contrario: no me dijo nada.

— Entonces…

— Yo sé que ya las dos firmaron el prenup, y que el abogado de Sophia no hizo ninguna observación
ni pidió modificaciones, y que ya está firmado, etcétera, etcétera, etcétera —dijo, y Emma sólo elevó
ambas cejas con un indisimulable gesto de “por favor llega al punto lo más rápido que puedas, que mi
paciencia no es eterna”—. Pero, ¿estás segura de que no quieres tocar ese punto?

— ¿Qué habría que tocar? —suspiró, volviéndose hacia la pintura, ¿qué había con ese tema que todos
querían saber por qué no? ¿Qué carajos tenía ese tema que parecía tener un imán para que todos se
creyeran con el derecho necesario como para opinar al respecto?—. ¿Suele tocarse ese punto en el resto
de prenups?

— Bueno, en caso de adulterio se suele tocar el tema; la parte que no ha sido adúltera es la que se
queda con la custodia de los hijos… y, como te dije antes, menciono lo del adulterio como medida de
precaución, aunque también es de doble filo porque aplica para ambas partes del matrimonio, y no debo
acordarte que es penalizado por la ley y que puede significar hasta quinientos dólares de multa o tres
meses…

— Lo sé, lo sé —la detuvo Emma con su mano en alto—. Ese tema no se va a tocar —dijo a secas.
— Sólo intento protegerte… y me asombra que el abogado de Sophia no lo haya hecho con ella
tampoco. No intento entrometerme en lo que no me incumba, porque asumo que, si no dijeron nada,
es porque entre ustedes dos lo tienen muy claro… sólo intento cubrir todas las bases; se pueden incluir
hasta las formas en las cuales tú o Sophia pueden convertirse en madres de familia, no exactamente
el child support o la custodia en caso de divorcio por acuerdo mutuo, porque eso es ilegal y un
gran loophole —sonrió, intentando hablar lo más eufemísticamente posible.

— Que quede como tema que no se toca, como tema abierto… y se va a tocar, quizás, cuando yo logre
fecundar algún óvulo fértil de Sophia —le dijo con tono de respuesta automática, pues el tema ya
empezaba a realmente molestarle—. Cuando uno de mis estériles óvulos logre fecundar uno de sus
fértiles óvulos —añadió.

— Hablaba de adopción, o de surrogate, o de banco de esperma —dijo, y Emma sólo se volvió hacia
ella, con su rostro con una mirada ancha y de ceja izquierda hacia el cielo, una mirada que sólo implicaba
ganas de gritar un “¡Que no!”—. Bueno, entiendo tu posición, sólo necesitaba estar cien por ciento
segura.

— Gracias por la preocupación —sonrió, cambiando completamente su expresión facial en cuestión


de un segundo.

— Para eso me pagas —asintió Helena.

— Una pregunta, ¿Sinclair también tiene que acompañarnos para sacar la licencia? —murmuró,
volviéndose a la pintura y refiriéndose al abogado de Sophia.

— En realidad ustedes podrían ir solas —resopló—. Ya llenaron los papeles que tenían que llenar en
línea, básicamente sólo tienen que llenar un último papel, y ya, pero sé que te tranquiliza el hecho de
que esté allí —se encogió entre hombros—. Y por eso no cobro.

— Entonces, ¿el lunes?

— A las ocho y media en one-forty-one Worth Street —asintió—. Pasaporte y/o Employment
Authorization Card —añadió.

— ¿Nada más?

— Nada más —dijo, y vio a Emma sólo asentir en silencio, así como si estuviera asintiendo para ella
misma y para sus pensamientos de misteriosa profundidad y de intrigante contenido—. ¿Algo más que
quieras preguntar, comentar, sugerir?

— ¿Qué piensas de la pintura?

— ¿De esa? —le dijo, señalando la larguísima obra de Monet, y Emma asintió—. Sé que son lirios
acuáticos pero sólo porque la pintura es realmente famosa… no porque, sinceramente, yo vería un par
de manchas —se encogió entre hombros, y Emma rio nasalmente—. ¿No fue en Titanic que se hundió?
—frunció su ceño.

— Junto con Les Demoiselles d’Avignon —rio—. La que según James Cameron se hundió en mil
novecientos doce, era más pequeña, y creo que era más definida… desgraciadamente, Monet hizo su
serie de Les Nymphéas entre mil novecientos veinte y mil novecientos veintiséis, año en el que murió.

— Hay algo ahí que no termina de tener sentido… —frunció su ceño.

— Quizás él sabe algo que yo no —se encogió entre hombros—, quizás sabe que Monet pintó algunas
antes —repitió el movimiento de hombros—. Pero, ¿qué piensas? ¿Qué te provoca?

— Sinceramente… —suspiró con su ceño fruncido—. Nunca le he encontrado la belleza a los lirios, ni
a los acuáticos ni a los terrestres; no soy fanática de las flores.

— ¿De ninguna?

— No, de ninguna —sacudió su cabeza—. Me hacen sentir como una del montón, dejó de ser clásico
y se volvió trillado.

— ¿Steve nunca te dio flores?

— A nuestra primera cita llegó con un ramo de cilantro —resopló—, fue bastante original. ¿A ti te
gustan las flores?

— Not really —sacudió su cabeza—, me son indiferentes, pero siempre tengo un bouquet de peonías
en mi habitación… porque a Sophia le gustan las peonías, en especial las “pillow talk” y las “coral
supreme”, que los colores no combinan con nada en la habitación… pero al menos hay un poco de flora…
y creo que me gustan porque me gusta ver cuando Sophia las pone en el florero.

— ¿Qué te provoca la pintura a ti?

— A “The Polish Dancer” de Chopin —murmuró, rascando la porción de pecho que se desnudaba por
entre el triangular cuello de su blusa, la cual pasaba por un primaveral suéter de botones y de blanca
ligereza con el cuello que gozaba de un corte único, redondo, y que, de paso, gozaba de un espectacular
y pesado detalle, que recorría toda la intricada línea, en un patrón quizás floral en un elegante y
femenino negro para contrastar—. De los Preludios sólo me gusta el cuarto, “Suffocation”… soy más de
los Nocturnes o de los Études —dijo, y se dio cuenta de que a Helena eso no le decía absolutamente
nada—. Tiene algo bonito, quizás cursi… pero me da pereza; es demasiado lento, demasiado cortado. Es
como corto pero se siente eterno.

— ¿Por qué crees que le gusta a Sophia?


— No sé, hay cosas que no me explico… así como no entiendo por qué le gusta la ilustración de Le
Petit Prince —resopló—. Son de los misterios más grandes que le encuentro.

— ¿Nunca le has preguntado?

— Sí.

— ¿Y qué te respondió?

— “Sólo me gusta” —se encogió entre hombros—. No necesita razón, motivo, excusa… no necesita
nada: simplemente “le gusta”.

— ¿Y puedes vivir con eso?

— Me gusta vivir con esa simpleza —sonrió—, simplemente “le gusta” —repitió.

El silencio entre ellas dos se materializó como si no tuviera intenciones de incomodar, pues no
incomodaba porque ambas estaban con sus miradas pegadas a la pintura mientras intentaban encontrar
respuestas para las preguntas que no tenían.

— Pronto —contestó su teléfono con una enorme sonrisa, pues “I Belong To You” de Lenny Kravitz sólo
podía significar que era Sophia quien llamaba, y el ringtone era recíproco.

— Uy, qué seria —rio nasalmente.

— Hola, mi amor —rio suavemente una Emma sonrojada y totalmente idiotizada por la rubia mimada
voz de quien le había entregado el anillo que giraba, por maña, con su pulgar alrededor de su dedo
anular.

— Hola, mi amor —repuso con una evidente sonrisa—. Ya salí de la reunión —dijo.

— ¿Cómo te fue?

— Bien, bien… no hay nada como ambientar con tiempo y con cartera abierta.

— Dios bendiga a los Banqueros —resopló—. ¿Vas a regresar al estudio o vas a ir ya a casa?

— Tengo que regresar a dejar las guías y a escanear unas cosas, ¿y tú, todavía estás con Helena?

— Sí —dijo, viendo a Helena de reojo.

— ¿Interrumpo?

— No, mi amor —murmuró con una sonrisa que enterneció y conmovió a Helena, pues ese “mi amor”
era demasiado sincero y sagrado.
— ¿Tú vas a casa?

— Tengo que ir a SoHo, y luego sí voy a casa.

— En ese caso…

— Si el tráfico me ayuda, espero llegar a casa antes de las seis —sonrió.

— ¿Y qué te gustaría cenar?

— Lo que tú quieras.

— Eso no existe —bromeó. Ah, las cosas que se contagiaban como por osmosis.

— Quiero… —suspiró, y se volvió a Helena—. ¿Qué vas a cenar tú? —le preguntó con una sonrisa.

— Probablemente una botella de vino tinto —resopló Helena.

— Quiero un buen grilled sandwich —dijo al teléfono.

— ¿Y de postre? —rio Sophia.

— Sorpréndeme —dijo como con una mordida al aire.

— Te veo luego, entonces —sonrió.

— I love you —dijo, implicando, con eso, un hermoso y asegurador “sí”.

— Y yo a ti, mi amor —repuso con lo mimado a la cuarta potencia—. Un besito.

— Un besito a ti también, mi amor —sonrió Emma, y no tuvo que presionar “end call” porque Sophia
ya lo había hecho por ella.

— Bueno, creo que esa es la señal para dar por terminada la reunión, ¿no crees? —sonrió Helena, no
entendiendo cómo habían podido haber estado viendo una pintura por casi media hora.

— De igual forma, en diez minutos cierran —dijo Emma, poniéndose de pie y llevando su bolso a su
hombro.

— ¿De verdad vas a SoHo? —le preguntó, imitándola pero estando clavada en su teléfono, pues le
escribía un mensaje a su chofer que ya estaba por salir.

— Sí, ¿por qué?

— Yo voy a casa ya, si quieres puedo acercarte.


— No te preocupes —sonrió—, no quiero desviarte.

— No me desvías, vivo en Sullivan Street, y John tiene que ir a Wall Street a traer a Steven,
si Sullivan no te queda tan cerca, él puede acercarte todavía más.

— Grand Street o Canal Street funcionan igual de bien —dijo Emma un tanto incómoda, pero, al saber
lo difícil que era conseguir un transporte amarillo a esa hora, supo que aceptar la oferta de Helena no
era nada sino provechosa.

***

— ¿Puedo? —le preguntó Bruno, posando su mano sobre el borde del respaldo de la silla que estaba a
su lado.

— Por favor —sonrió Emma, como si estuviera saliendo de un momento de ausencia mental, de
sordera musical y de pensamientos ruidosos, y llevó su Martini a sus labios para beberlo de un trago
ancho y profundo.

— ¿Está todo bien? —dijo mientras tomaba asiento y se desabotonaba su saco con su mano
derecha.

— Sí, sí, todo bien, ¿y usted?

— También —asintió, viendo a Emma contemplar el vacío de su copa cónica, por lo que, contrario a
lo que habría hecho con cualquiera de sus hijos (porque eran muy pequeños todavía), llamó la atención
de un mesero para pedir que, «per favore», le llevaran otro Martini a la novia—. Espero no estar
interrumpiendo nada.

— No —resopló, pues era la única que estaba sentada a la mesa tras haber sido abandonada por sus
compañeros de trabajo, quienes ahora bailaban “Moves Like Jagger” como si realmente fueran Mick
Jagger—. Estoy juntando todo el coraje que tengo…

— ¿Coraje para qué?

— Para ponerme de pie —rio, y notó que Bruno se había tomado muy en serio el comentario—. Ciento
veinte milímetros de tacón requieren de cierto coraje a cierta altura de la jornada —sonrió.

— Oh… creí que te estaba molestando.

— No, no —sacudió su cabeza—. ¿Usted no bebe nada?


— Dejé mi copa de vino en la otra mesa —sonrió—. Y, por favor, tutéame —dijo, esperando que
Emma le correspondiera la confianza italiana con un “tú a mí también, entonces”.

— ¿Está aburrida la mesa de los adultos? —preguntó Emma, dejando a Bruno con la confianza
colgada.

— Realmente entretenido —repuso—, es perfecto para desempolvar el inglés.

— Cierto… cierto —asintió Emma, empezando a sentir cómo el silencio incómodo se interponía entre
ellos, pues era primera vez que realmente hablaban, o que pretendían hablar—. ¿Te hospedas aquí
también? —preguntó rápidamente para evitar el silencio.

— Sí, sí —asintió él con su ancha sonrisa labial entre la delicada barba que mantenía.

— En la misma habitación que mi mamá, ¿cierto?

— No —sacudió su cabeza, y Emma frunció su ceño, tanto por sorpresa como por confusión.

— ¿Por qué no?

— Eh… bueno… —balbuceó, no sabiendo cómo excusarse.

— Ah… —rio Emma, sabiendo por dónde iba la excusa—. ¿Fue idea de mi mamá o tuya?

— De tu mamá —resopló, entendiendo por qué Sara a veces no tenía por qué hablar con ideas
completas como para que Emma entendiera, pero Emma ensanchó la mirada—. Perdón, “de su mamá”
—se corrigió ante la ancha mirada de asombro, pues creyó que era por el abuso de confianza, algo que
había sido parte del curso fugaz e intensivo sobre “cómo entablar una relación sana con Emma”.

— Dai, dai —rio Emma ante la palidez afligida que había invadido el rostro del novio de su mamá—.
El tuteo está bien —dijo, cambiando de pierna mientras alcanzaba el plato de dip y crostini—. No tuviste
esa entrada de “patada al hígado”, así que tranquilo… —comentó, notando cómo Bruno respiraba con
tranquilidad—. Además, no necesito estar en Roma como para saber que duermes en mi casa tres o
cuatro veces por semana —sonrió con su ceja derecha hacia arriba sólo para bromear ácidamente con
él—. El hecho de que no hayamos compartido un desayuno de tramezzini con mozzarella e prosciutto, o
de toast con burro, o de un par de uovi affogati con focaccia… no sé, como que no nos hace tan
desconocidos; después de todo compartimos a mi mamá —dijo con una juguetona y traviesa sonrisa
mientras esparcía un poco de dip en sus crostini, y sintió bonito poder sacar ese lado que bromeaba en
serio, ese lado agridulce con el que le habría gustado poder tratar a Franco por igual, pues así solía tratar
a Sara en ciertas ocasiones porque Sara era igual; llena de implicaciones e insinuaciones incómodas para
su contraparte.

— Ay, ay… —rio un tanto avergonzado.


— No necesito saber detalles —le dijo en tono de sonriente advertencia—, y tampoco quiero saberlos.

— No, esos detalles que te los dé tu mamá en todo caso.

— Y ni ella, en ningún caso —rio—. ¿Todo bien con el vuelo?

— Sí, todo bien —asintió sonrientemente—. ¿Y tú?

— No, yo aquí vivo —guiñó su ojo, y vio a Bruno hundir su cabeza—. Apenas pude dormir… me pasé
la noche entera dando vueltas en la cama, entre escuchando música, jugando Angry Birds y viendo
cualquier cosa que se me cruzara por YouTube.

— ¿Los nervios?

— Se puede decir que sí —tambaleó su cabeza, pues, en realidad, era el vacío de Sophia en una cama
que no era suya, era el vacío de Sophia en una cama que no había sido utilizada nunca antes—. Aunque
fue más porque no tenía el peso de Sophia encima —resolvió decir, pues, «if he’s fucking my mom, why
the hell not?», además, si había sido testigo de una de las declaraciones más claras de sentimientos de
toda su vida, «why the hell not?».

— Seguramente hoy compensas la noche sin dormir —sonrió, no sabiendo qué decir.

— No creo —resopló, no estando consciente de que lo había dicho en voz alta—. Supongo que tiene
que ver con la adrenalina —se encogió entre hombros.

— Siempre creí que la adrenalina no debía mezclar con el alcohol —dijo, no pudiendo ocultar su lado
de preocupado progenitor a pesar de Emma no ser obra suya.

— Cierto —asintió con una risa, y dio un mordisco a la crujiente rebanada de baguette con pesto rosso
y queso crema—, entonces es de llamarle “emozione” o “eccitazione” y no “adrenalina”.

— Sí, tu mamá me comentó algo sobre realmente ser un día emocionante para ti —murmuró,
omitiendo la presencia del mesero que colocaba un Martini frente a Emma, quien le sonreía al mesero
con educado agradecimiento y, al mismo tiempo, le pedía que esperara un momento.

— Bruno, ¿bebes tequila? —le preguntó Emma un tanto fuera de la línea de conversación.

— Pero no solo —respondió, creyendo que, con eso, se sacudiría el deber de tener que beber algo
con el alcohol que tendía a enviarlo al agujero etílico.

— La botella para dos, entonces, por favor —dijo Emma para el mesero, quien se retiró nuevamente—
. Es un día muy emocionante para mí, sí —asintió, volviendo al tema anterior—, como pocos en mi vida.

— ¿Qué es lo que encuentras tan emocionante?


— Tú ya has estado casado, tú dímelo a mí —sonrió con esa leve patada ácida que tiraba su sonrisa
más hacia el lado derecho y que obligaba a su ceja derecha a elevarse.

— No cualquiera encuentra un día como este tan… “emocionante” —repuso con aire evasivo.

— ¿Sí, verdad? —rio nasalmente mientras asentía suave y rápidamente para ella con sus labios
ridículamente fruncidos.

— Entonces, ¿qué es tan emocionante para ti? —le preguntó, no sabiendo cómo atacar su
comportamiento pasivo-agresivo.

— Mmm… —musitó entre una inevitable risa nasal, y se volvió hacia donde Sophia bailaba.

“I don’t need to try to control you, look into my eyes and I’ll own you. I’ve got them moves like Jagger”,
entre cantando y bailando, oh-so-Pop, porque era de las canciones que Sophia escuchaba al Emma no
poder tolerar a Maroon 5 entre su música, pero, en esa ocasión, amó sin límites a la canción porque su
cerebro no pudo sustituir los movimientos de Sophia con otra canción, ni siquiera el momento. Quizás
era la antítesis que describía a Sophia en ese momento; el elegante y estilizado moño, el cual se
componía de una que otra trenza floja y una perfecta simetría de ocho perlas que cubrían las puntas de
los prendedores rubios que sujetaban todo en su lugar, y la soltura y frescura de sus movimientos que
contradecían la rectitud y la pulcritud de su cabello, y de su maquillaje, y de su vestido.

— ¿Por qué no estás bailando con ella? —murmuró Bruno, sacando a Emma de sus intricados y brillantes
pensamientos.

— Porque estoy aquí —dijo, volviéndose hacia él con una sonrisa que parecía no poder borrársele,
quizás era el alcohol.

— Si te estoy deteniendo, por favor… no dejes que te detenga. —Emma no respondió por la simple
razón de estar bebiendo de su Martini, o al menos no respondió vocalmente, pues sí respondió con un
disentimiento—. Tienes una esposa muy guapa —le dijo al no saber qué más decir.

— Lo sé —asintió el Ego de Emma—. ¿Tú veías así de guapa a tu esposa el día de tu boda?

— Probablemente, pero no me acuerdo.

— Y si el día llegara, ¿verías así de guapa a tu esposa el día de tu boda?

— Yo ya considero a tu mamá como una mujer muy guapa —le dijo un tanto a la defensiva, «kiss-
ass».

— Lo es, sí… lo es —asintió—. Pero, supongo que lo que estaba preguntando era más un “¿cuáles son
tus planes?” —sonrió—. ¿Hacia dónde van? O, más fácil: ¿en dónde están?
— ¿No le has preguntado?

— Ah, yo sé la versión de mi mamá —rio—, pero quiero saber la tuya… si es que tienes una.

— Podríamos hablar de esto mañana, ¿sabes?

— Lo sé, de que podríamos, podríamos… pero el problema es que yo no sé si voy a estar mañana.

— ¿Planeas morirte? —resopló.

— Creo que nadie planea su muerte —sacudió su cabeza—, pero me refería más a que quizás no salgo
de la habitación —guiñó su ojo—. Resaca, sueño, cama… no sé, supongo que consumiré room
service como si fuera el onceavo Mandamiento…

— Tienes razón —asintió rápidamente—, si no has dormido nada, cuando lo hagas, no vas a
despertarte hasta el domingo.

— A Sophia le fascina dormir —comentó, llevando su Martini a sus labios mientras el mesero ya
colocaba los dos shots frente a cada uno, y Emma detuvo la intención del mesero, esa que sólo abriría la
botella, pues era ella quien iba a administrar la botella a su gusto—. Y a mí me fascina verla dormir…
pero ése no era el tema —sonrió, tomando la botella entre sus manos para abrirla y verter dos centilitros
en cada shot.

— Cierto —asintió de nuevo, viendo el líquido color caramelo caer con ese penetrante aroma entre
el vidrio—. Igual, yo no me voy hasta en un par de días, ¿no prefieres interrogarme luego?

— Esto tiene muy poco de interrogación —rio—, somos sólo… mmm… bueno, una conversación
normal y adulta entre los dos extremos de mi mamá —sonrió, tomando su shot entre sus tres dedos de
la mano derecha—. Necesito saber si me caes bien o no, y necesito saberlo cuanto antes para saber si
tengo que poner la mejor pokerface que nadie me conoce.

Bruno se quedó mudo y en blanco, pues nunca había hablado con Emma y, básicamente, la primera
conversación era la decisiva, y, claro, así era siempre aunque no lo supiera; era la primera impresión.
Emma sólo golpeó suavemente su shot contra el suyo y, con una sonrisa, lo llevó a su garganta para no
revelar ni la más remota quemadura esofágica, cosa que Bruno no pudo disimular.

— Fuerte —exhaló Bruno, colocando el shot sobre la mesa.

— Lo justo y lo necesario —repuso Emma, volviendo a verter dos centilitros en cada shot que tenía
espacio para el doble.

— ¿Otro?
— Claro —asintió él sin detenerse a pensar en la respuesta que significaba un “no”, pues no supo
cómo manejar el “no”, no frente a alguien a quien tenía que caerle bien.

— ¿Conociste a mi papá?

— Sí, un par de veces llegó a casa de tu mamá.

— ¿Hablaste con él?

— Nada serio, nada profundo… tu mamá era quien lidiaba con él —se encogió entre hombros.

— Te pregunto de nuevo, ¿conociste a mi papá?

— No —sacudió la cabeza—, sólo desde lejos… y tu mamá no habla sobre él.

— ¿Sabes por qué no habla sobre él?

—Tendrá sus buenas razones… ¿no?

— Mi papá era un figlio di puttana, aunque yo lo catalogo como “stronzo” porque es menos ofensivo
aunque probablemente era el más grande de todos —resopló como si fuera gracioso, pues, en ese
momento, ya no había mayor problema; quizás era el alcohol el que lograba envalentonarla—. Y, aunque
mi mamá no lo diga, yo sé que el hecho de estar casada con él por tantos años… ferite dejaron, y muchas.
Quizás nunca le puso mano encima, quizás ni siquiera se la levantó, pero tener que soportarlo y tener
que lidiar con él, estando casada y divorciada, sé que no fue una bonita experiencia… y, sinceramente,
odiaría que mi mamá tuviera que pasar por algo remotamente parecido a eso de nuevo —le dijo con la
mirada seria—. A mi papá era muy poco lo que le podía reprochar con justificación, y eran contadas
cosas que realmente le aborrecí —dijo, evitando decir que esas pocas cosas eran suficientemente
grandes—, pero a mi mamá la he colocado en el pedestal más fino de todos porque es mi mamá y porque
ha hecho cosas que no cualquiera haría por nadie… mi mamá no necesita que la cuiden, no necesita que
la carguen para que no camine, y tampoco necesita una figura proveedora porque ella se provee lo que
quiere cuando quiere; no necesita que la frenen, que la contengan, o que le estorben… porque para eso
tiene a tres hijos.

— Yo no planeo frenarla —dijo, pero Emma levantó la palma de su mano para detenerlo.

— Yo no te conozco más que por lo que mi mamá me cuenta, que son sólo cosas buenas; de ti, de tu
trabajo, de tus hijos, de todo lo que tenga que ver contigo… no me interesa saber tu lado malo, porque
toda persona buena tiene su lado malo, es natural… y, como no te conozco por mi cuenta, no te he
podido considerar ni siquiera como el novio de mi mamá; te considero como “Bruno”, porque me enoja
cuando se refieren a ti como el novio de mi mamá, como su compañero, o como su pareja… para mí
todavía no tienes título, y es culpa mía porque les he huido profesionalmente —rio—. Mi mejor humor
es el mejor momento para ser imparcial en cuanto a eso que ustedes tienen.
— Yo no intento quitarle el lugar a tu papá.

— No, porque ese lugar sólo él lo puede tener, así haya sido bueno o malo —le dijo—. Y no tengo
cinco años como para que me tengas que explicar ese tipo de cosas porque yo sé que ese lugar no se lo
vas a quitar, ni al nivel de mi mamá ni al nivel de ninguno de nosotros tres, que son lugares muy distintos;
yo no te voy a dejar que le quites el lugar a mi papá. Puedes jugar a ser mi padrastro si quieres, puedes
jugar a sólo ser el novio de mi mamá y omitirnos a nosotros… aunque realmente no me interesa qué
haces o cómo lo haces, sólo quiero saber si de verdad puedo confiarte a mi mamá.

— Por supuesto —asintió con una sonrisa.

— Ten cuidado —rio con una mirada seria—. Entre Sophia y mi mamá, la prioridad es la misma —le
dijo—, y, si alguien llegara a tocar a Sophia, si alguien llegara a lastimarla… créeme que me encargo de
que esa persona quede igual de lastimada… o peor. Así que pregunto de nuevo, ¿puedo confiarte a mi
mamá?

— Por supuesto —repitió con el mismo gesto y la misma sonrisa—. Tu mamá es una mujer…

— No —sacudió su cabeza—. Yo sé quién es mi mamá, no tienes que decírmelo… queda ver quién se
sacó la lotería con quién, porque, hasta este momento, eres tú —dijo, y golpeó su shot contra el de
Bruno para beberlo.

— Fuerte —repitió como hacía unos momentos, y colocó el shot vacío sobre la mesa—. Emma, yo no
pretendo ser un estorbo, ni para tu mamá ni en la relación que tú y tus hermanos tienen con ella, pero
tampoco pretendo dejar de verla sólo porque no te caigo bien.

— Me estás empezando a caer mejor —sonrió.

— No te lo digo para caerte bien.

— Y por eso es que me empiezas a caer mejor —rio—. No pretendo que dejes de ver a mi mamá por
capricho mío, ya la pubertad y la adolescencia fueron superadas, pero creo que nunca está de más velar
por mi mamá así como ella lo ha hecho por mí: retribución…

— Y eso está más que perfecto —asintió—. Pero te lo decía porque…

— Yo sé que también es posible que yo no te caiga bien a ti —dijo, robándole las palabras de la mente
pero no de la boca—. Y yo acepto y respeto la relación que tienen, pero tampoco significa que me voy a
obligar a acoplarme a ustedes.

— Precisamente a eso iba —rio, tomando la botella para verter él dos centilitros en cada shot—. No
quiero ser la razón por la cual no llegas en Navidad… porque sé que algo tuve que ver en la Navidad
pasada.
— A ti no tengo por qué mentirte porque no eres parte de mi convicción —le dijo con una sonrisa—,
pero sí fuiste una razón… quizás no de tanto peso como crees —«porque tampoco te consideraba tan
trascendental en aquel momento, y todavía no te considero tan trascendental»—. Prefiero lidiar con una
cosa a la vez, y no me pareció sano tener que lidiar con lo de mi papá y contigo al mismo tiempo… porque
entonces no estaríamos aquí sentados hablando pacíficamente.

— Tú te conoces…

— Y bastante bien —asintió—. Más civil y más sano así.

— Si tú lo dices —se encogió entre hombros—. Pero sí quiero que tengas la confianza para decirme
que quieres llegar a tu casa y que yo no esté allí, así sea que nos caigamos bien o mal.

— Bruno, yo ya aprendí que no puedo controlarlo todo… a mí no me interesa si te quedas a vivir en


mi casa, no me interesa si compartimos tramezzini o no, lo que sí me interesa es que no te veas con la
carga de tener tres hijos más; que no pretendas actuar como papá con nosotros.

— Es lo bueno de que mis hijos tengan que lidiar con un padrastro que se ha adueñado del papel de
papá también —sonrió—. Yo no planeo tratarte como trato a mi hija, pero sí planeo tratarte.

— Mmm… ¿puedo preguntarte algo?

— Por favor.

— ¿Qué tan cómodo te sientes conmigo y con Sophia?

— ¿Cómo? —frunció su ceño—. ¿En qué sentido?

— Estamos viendo dónde quedarnos en diciembre que lleguemos.

— Creí que era automático que se quedarían en tu casa… ¿o planeas quedarte en el apartamento de
tu papá? —Emma sólo ensanchó la mirada—. Tu mamá va una vez al mes a limpiar —se encogió entre
hombros entre su explicación de por qué sabía de ese apartamento—. No es como que yo la acompaño
o le ayude, dice que es algo que tiene que hacer sola.

— Si fuera sólo yo, pues sí… sería automático que me quedara en mi casa —asintió, intentando olvidar
el comentario del apartamento de Franco—. Pero Sophia viene conmigo.

— No veo por qué no puedan quedarse en tu casa —sonrió—. Sé que son los días más felices de tu
mamá.

— Asumiendo que tú no cambiarás tu rutina sólo porque nosotras estamos allí, ¿te molestaría?

— ¿Por qué me molestaría?


— Ergo mi pregunta.

— Es como que yo te pregunte si te molesta la idea de que yo duerma allí tres o cuatro noches a la
semana… sin importar la semana que sea —sonrió—. Sólo habría que hacer más tramezzini, poner más
café en la cafetera… —dijo, y Emma sólo rio—. Cierto, tú no bebes café y te encargas personalmente del
Latte de Sophia.

— Haces tu tarea —rio.

— Se hace lo que se puede —guiñó su ojo.

— Pues, salud —dijo Emma, levantando su shot.

— ¿Salud por qué?

— Por la familia —murmuró, y llevó el shot a su garganta.

— Por la familia —repitió Bruno, imitándola con su shot.

— ¿Todavía “fuerte”? —preguntó, y Bruno sólo rio calladamente con una simple sonrisa—.
“Tolerancia adquirida” —sonrió ante lo que asumió ser una negación.

— ¿No se supone que se bebe con limón y sal?

— Quizás con un Patron, a lo mucho con un Don Julio… pero no con un Dos Lunas —sonrió.

— Lo siento, no estoy tan informado sobre el tema.

— No es el fin del mundo —sacudió su cabeza—, y tampoco juzgo por un tequila.

— Qué bueno —sonrió minúsculamente, viendo a Emma tomar la copa de Martini para darle un sorbo
tímido.

— ¿Cuáles son los planes que tienen para mientras estén aquí? —le preguntó Emma para alargar la
conversación, pues si debía ser conversación, que fuera equitativa.

— Tu mamá asumió que mañana no te íbamos a ver —resopló, gozando de cuánto conocía Sara a
Emma—, tenemos entradas para ver el musical de Motown.

— Bonita elección —comentó.

— ¿Ya lo viste?

— Sí, hace como dos o tres semanas…


— ¿Te gustó?

— Mmm… —tambaleó su cabeza, dudando entre un “no” y un “más o menos”—. Creo que no deberías
dejar que mi opinión influya —resolvió responder evasivamente.

— Sólo para tener una referencia.

— Es que todo depende de si vas a verlo porque te gusta lo que es Motown, o porque tienes ganas
de que te entretengan, o porque es el único musical que no has visto —se encogió entre hombros—. Si
te gusta Motown, tanto la música como la época, creo que deberías bajar tus expectativas un poco para
no decepcionarte, si tienes ganas de que te entretengan con esos veinte años de música entonces vas a
algo bueno, y, si es el único musical que no has visto… mmm… asumo que es para pasar un buen rato.

— No te gustó —rio.

— Es justo y representativo, pero no es la gran cosa; mis expectativas estaban muy altas por las críticas
de la prensa… pero para eso tengo una playlist a la que Sophia procura nunca entrar.

— ¿A Sophia no le gusta Motown?

— Sólo le gusta “I’m So Excited”, pero esa no es tan ícono Motown —sacudió su cabeza.

— Pero a ti sí te gusta.

— No soy tan fanática, soy más de los ochentas en adelante, pero también puedo escuchar desde
principios de Siglo —se encogió entre hombros—, no discrimino.

— Entonces es de asumir que la música que están tocando ahorita es la música que le gusta a Sophia.

— También me gusta a mí —sonrió—. Como sea, ¿qué otros planes tienen?

— ¿No han hablado con tu mamá sobre eso?

— Me preguntó qué era lo que podían hacer, le mencioné un par de cosas, y me preguntó si mis
recomendaciones las estaba leyendo de Wikipedia porque le había mencionado las mismas cosas —rio—
. Al final no sé qué decidió.

— Vamos a esperar a tu hermana para ir al MET y para ver “Chicago”, por lo demás me dijo que sólo
íbamos a salir a donde nos llevara el mapa.

— Es una buena idea —rio—. Así aprendí a conocer la ciudad.

— Creí que la habías conocido por puntos de referencia.


— Sólo una implementación del mapa —rio—, lo que sea que me haga la vida más fácil.

— La vida es de los astutos —guiñó su ojo, viendo a Emma terminarse su Martini con una sonrisa—.
Romeo y Margaret estaban hablando de invitarnos a cenar el domingo.

— Sí, James y Margaret van a cocinar —asintió.

— ¿Eso es bueno?

— Me da hambre de sólo pensar en eso —asintió de nuevo—. Es muy bueno.

— Entonces intentaré no comer muy tarde, porque, según lo que dijo Margaret, podemos esperar un
“three-course-meal”.

— Ya sé que el domingo sólo voy a desayunar, entonces —rio Emma, levantando su mano para darle
continuidad a su labor de exasperar a los meseros—. Quizás el domingo podamos desayunar juntos, así
podemos dar un tour caminado, ustedes pueden descansar por la tarde, y luego vamos con los papás de
Natasha.

— Suena bien —asintió—. ¿Natasha es la del vestido rosado, verdad?

— Agua, por favor —dijo Emma para el mesero mientras asentía para Bruno.

— ¿Y la otra?

— Julie, es la eterna novia y prometida de James —sonrió, viendo caer el agua con hielo en la copa
adecuada—. Son mis amigos por adquisición, venían con Natasha, igual que Thomas; el que baila con
Irene.

— Suena a “amistad por obligación” —bromeó.

— Al principio nada más —asintió con una risa nasal, agradeciéndole al mesero con la mirada mientras
tomaba su copa de agua en su mano—. Se les toma cariño, andan en la misma sintonía que nosotros.

— Eso es algo muy bueno —sonrió.

— Sí —rio nasalmente, y bebió tres refrescantes e insípidos tragos.

— ¿Vienes para navidad, entonces?

— Esa es la intención —asintió, aclarándose la garganta con la típica maña de llevar su puño a sus
labios—. Me gustaría estar con mi mamá para su cumpleaños.

— Sí, te echó de menos el año pasado.


— Este año no será así —dijo un tanto tajante, pues parecía que le estaba reclamando la emoción—.
Ya tengo todo para irme el doce y regresar el veintiocho… pero para eso falta.

— El tiempo se pasa rápido.

— A veces —sonrió.

— Siempre —le dijo con una mirada de tener el interés despierto, pero Emma sólo rio nasalmente y
bebió un poco de agua—. ¿Cuándo no pasa rápido? —Emma se encogió entre hombros—. ¿Ahorita?

— Tengo sentimientos encontrados en cuanto a la rapidez con la que el tiempo decide pasar en este
día —tambaleó su cabeza—. Ha pasado como en cámara lenta.

— Es tu boda, si quieres que se termine, no veo por qué no puedas terminarla.

— Me acabo de casar, ¿por qué lo terminaría? —rio con la mirada ancha.

— No me refiero a un divorcio —rio realmente divertido—, hablo de la fiesta… si quieres estar a solas
con Sophia, no veo por qué no.

— El tema de conversación se acaba de volver un poco perturbador —se carcajeó, sacudiendo su


cabeza mientras intentaba no ceder al automático rubor.

— No soy tan ingenuo —mantuvo la risa—, y tampoco vivo en omisión.

— Y no es ni el lugar ni el momento para acabar con esa sonrisa —repuso, señalando a una sonriente
Sophia que bromeaba con Phillip entre muecas y brazos y piernas por aquí y por allá, y Bruno sólo rio
nasalmente ante la confusión del comentario.

A Emma le dio risa ver cómo era Phillip quien intentaba enseñarle a Sophia cómo se bailaba “Proud
Mary”, y le dio risa porque era Phillip quien sabía y no Sophia, quizás el abandono parental le había
enseñado cosas buenas y a bailar como Tina Turner sin lograr renunciar absolutamente a su
masculinidad, y, desde lo lejos, era Sara quien observaba a Emma y a Bruno desde que Bruno había
decidido sentarse a la mesa con Emma; cosas del nerviosismo familiar porque ambos eran importantes
pero a distintos niveles de importancia, «por supuesto».

— ¿Es primera vez que hablan? —le preguntó Camilla con la mayor discreción que pudo.

— ¿Tanto se nota? —resopló Sara, volviéndose completamente hacia Camilla, pues ya los Roberts se
habían dedicado a hablar con Volterra sobre sabía Dios qué tema local, probablemente se trataba de de
Blasio.

— No puede ser tan malo, ¿o sí?


— No tengo idea —se encogió entre hombros.

— Se han estado riendo todo el rato.

— Y compartieron tequila —rio nasalmente—, y yo creo que Bruno nunca había bebido tequila antes.

— ¿Hay algo que te preocupe que hablen?

— No —sacudió su cabeza—, es sólo que esperaba estar presente en la primera conversación cara-a-
cara que tuvieran.

— Y estás presente —dijo, buscando reconfortarla porque entendía los nervios, pues ella ya los había
sentido pero de otra forma—. Se han reído y han bebido tequila, no veo por qué haya un mal resultado
—sonrió—. Creo que debería aliviarte un poco.

— ¿Por qué?

— Porque la próxima vez que se vean, sea aquí o en Roma, ya no va a ser tan incómodo; lo que importa
es romper el hielo —sonrió.

— En cierto modo me alivia que los dos tengan alcohol en la sangre —dijo, como si eso no tuviera
nada que ver—, es la única vez que le he visto lo bueno al alcohol… pero, para la próxima, estarán en su
estado más racional y natural posible.

— ¿Entonces? —rio al ver cómo Sara no podía despegar la curiosa y nerviosa mirada de aquellas dos
personas que ahora estaban por beber otro shot de tequila—. No me digas que crees que son patada al
hígado mutua…

— Siempre que hablamos sobre Bruno, Emma se ríe…

— ¿Y por qué puede ser eso algo malo?

— Porque si se ríe es porque el tema le incomoda, y ahora el tema está sentado con ella —respondió,
viendo cómo brindaban con una risa que sólo podía definir como “incomodidad”—. Y Bruno no la
conoce, no creo que sepa que si se ríe es porque está incomodándola aunque ella le diga que no.

— Bruno es gracioso y Emma es educada, supongo que será cordial y de la amigable porque se trata
del novio de su mamá.

— Piénsalo como si se tratara de Sophia y de… —dijo, desviando su mirada en dirección a Volterra, y
Camilla, entre una risa nasal y ojos entrecerrados por la acertada jugarreta, se tomó dos segundos para
considerar inyectar una mayor dosis de empatía.
— ¡Ajá! —lanzó una carcajada repentina—. En ese caso, si se tratara de Sophia, ella se estaría riendo
porque estaría bromeando cínicamente con el hombre.

— Quizás Emma no bromea cínicamente, pero sí insulta subliminalmente… probablemente Bruno ni


sabe que lo está descuartizando y él se ríe.

— Es básicamente lo mismo —dijo, y ambas ensancharon la mirada en un segundo de silencio mutuo


e intercambiaron una sonora carcajada que les logró sacar hasta las lágrimas mientras los Roberts y
Volterra las miraban sin la más remota idea de sobre qué reían con tanta gracia y con tantas ganas, y con
tanto champán encima—. Bueno, resulta que son más parecidas de lo que creímos.

— Definitivamente —asintió.

— ¡Hey! —rio Emma al ver que Luca se asomaba a la mesa—. Ven, siéntate con nosotros —terminó por
invitarlo con un gesto de manos.

— ¿No interrumpo? —frunció su ceño al ver que estaba con uno de los adultos.

— Para nada —sacudió Emma su cabeza—. Te presento a Bruno —le dijo mientras lo veía tomar
asiento a su lado izquierdo para quedar frente a Bruno—, el novio de mi mamá.

— Ah, un placer —sonrió Luca para Bruno mientras le alcanzaba la mano por sobre la mesa para
ofrecerle un apretón de manos—. Luca.

— Mucho gusto —sonrió—. Bueno, yo creo que voy a regresar con tu mamá —le dijo a Emma, quien
asintió para verlo ponerse de pie y, con un gesto de educado permiso, se retiró con una sonrisa.

— Ese hombre tiene el cabello que yo quiero tener —dijo Luca en cuanto consideró que había
suficiente distancia.

— Hm… he does have nice hair —comentó Emma para sí misma, aceptando que era el cabello, y el
peinado, y el mechón canoso, lo que lo hacía tan ameno para la vista.

— ¿Perdón? —se acercó más a ella al no haberla escuchado.

— Hueles a cenicero —resopló con una expresión de sentimientos encontrados, pues extrañaba el
olor al punto de provocarle nostalgia, pero al mismo tiempo lo aborrecía—. ¿Te fumaste hasta la
cajetilla?

— Casi —asintió—, pero me queda una cajetilla completa… por si quieres.

— Por tercera vez: no, no quiero —rio—. Evito arrugas, agudizo papilas gustativas, y no me muero
cuando decido trotar una hora.
— ¿Ahora trotas? —frunció su ceño, y Emma asintió entre hombros encogidos—. ¿Ya no haces
esgrima?

— Tengo como un año o dos de no hacerlo —sacudió su cabeza—, pero todavía tengo mi máscara de
Guy Fawkes, mi uniforme blanco y negro con la fleur-de-lys sobre el pecho y el florete rojo.

— ¿Por qué me dices eso?

— Porque ya siento un comentario sobre cuánto me ha cambiado la ciudad, el trabajo, la vida,


Sophia… —dijo en tono de hostigamiento con un gesto de manos que no eran nada más que de asco.

— Hay de todo —se encogió entre hombros—, pero no tengo nada en contra de la ciudad, o del
trabajo, o de la vida, o de Sophia…

— Pero sí he cambiado.

— Sí, has cambiado, no te han cambiado —sonrió, y Emma, queriendo estar de acuerdo, no pudo
estarlo al considerar que la habían hecho cambiar, para bien o para mal, y que había cambiado porque
así habían sucedido las cosas, en especial porque Sophia había sucedido—. Al menos sé que has
aprendido a escoger mejor a tus amistades.

— Eres un mártir —rio, llevando el dorso de su mano para agravar el dramatismo.

— No lo decía por mí —frunció su ceño, alcanzando la botella de tequila y el shot de Bruno para
servirse un poco.

— Todos tenemos un ex del que nos arrepentimos por A o B motivo —entrecerró sus ojos.

— Tampoco me refería a Ferrazano —rio, vertiendo tequila en el shot de Emma también.

— Definitivamente no aprendí a leer mentes —rio Emma.

— Tu amiga Natasha… —sacudió su cabeza.

— ¿Qué con ella?

— Tiene complejo de hermana —dijo con tono burlón, y Emma elevó la ceja derecha en respuesta.

— Entonces era sarcasmo —repuso Emma, él asintió, y ella elevó su ceja todavía más.

— Se cree con la autoridad suprema de poder escoger a tus amigos, como si fueras suya —rio, dejando
a Emma colgada con la falta de intención de brindis, pues llevó su shot a su garganta, y, acto seguido, le
arrebató su shot de su mano para beberlo también—. Prácticamente me dijo que me alejara, que era un
stronzo.
— Eso es porque lo eres —frunció su ceño.

— ¿Ah, sí? —rio, sirviéndose un poco más en ambos shots.

— Con lo stronzo se nace —asintió—, pero, como me considero tu amiga, te lo tolero… porque aprendí
a lidiar con eso.

— Uy, suenas decepcionada.

— ¿Por qué lo estaría? —ladeó su cabeza con su ceño fruncido.

— No sé, ya siento un sermón sobre cómo tengo que crecer, sobre cómo tengo que madurar, etc.,
etc., etc.

— Dai, dai… crece y madura a tu ritmo, a mí me da igual —rio—, no soy yo la que se lleva los disgustos.

— Según tu hermana Natasha sí —rio cínicamente—. Soy un atentado a la moral y a la ética


conversacional… si es que eso existe.

— En mi vida ha habido tres assholes, y eso sólo me enseñó dos cosas, y digo dos puntos: me enseñó
que el que naceasshole, asshole se queda, y que todos los assholes son iguales —sonrió.

— Auch —rio, sacudiendo su cabeza al no entender qué era lo que le estaba diciendo con exactitud,
y llevó un shot a sus labios.

— Además, al asshole se le sigue la corriente para que se calle, sino sigue molestando… problemas de
baja autoestima, supongo —sonrió de nuevo, y ensanchó la sonrisa en cuanto el otro shot lo hizo exhalar
calor y quemadura esofágica.

— Entonces, ¿tengo baja autoestima?

— Si el stiletto te queda —asintió.

— ¿Qué? —frunció su ceño al no entender la metáfora.

— Yo sé cómo funcionas, estoy acostumbrada a tener a una gama de assholes de referencia, pero con
Natasha no te metes —le dijo tranquilamente mientras vertía tequila en ambos shots—. Ella no tiene
“complejo de hermana”, ella es mi hermana… y sus papás, esos señores de allá —dijo, señalando a los
Roberts—, son como mis papás; entre Natasha, Phillip y ellos, es que logré salir a la superficie… momento
en el que, hasta donde yo sé y que lo sé porque te busqué, tú no estabas.

— Ella se refirió a algo que tenía que ver con Sophia.


— Sí, porque Sophia me sacó del agua, me dio RCP y respiración boca a boca sin conocerme —sonrió—
. Conmigo puedes ser tan asshole como quieras, pero te voy a pedir de favor que a Natasha y a su familia
la respetes, y te voy a pedir que a mi esposa la trates como si se fuera a quebrar… porque si no yo te voy
a quebrar… personalmente te voy a quebrar, y no es una metáfora —sonrió de nuevo, y se puso de pie.

— ¿A dónde vas?

— Voy a dejar que Natasha baile con su esposo para yo poder bailar con mi esposa —guiñó su ojo—.
Ven a bailar cuando logres recomponerte.

***

— ¡Phillip Charles! —canturreó esa voz que la hizo petrificarse al borde del ascensor, al cual quiso
regresar para huir de ahí, pero las puertas se cerraron tras ella y no pudo hacerlo—. Tú no eres Phillip
Charles —frunció Katherine su ceño ante una Emma que venía con una bolsa color cian y otra color fucsia
en su mano izquierda mientras que sostenía su bolso de su hombro derecho e intentaba mantener un
paquete de FedEx bajo su brazo.

— Uhm… ¿no? —murmuró Emma un tanto cohibida, pues ella sí lograba cohibirla y no sabía ni por
qué, «pero tampoco lamento decepcionarla».

— ¡Amor! —corrió Natasha por el pasillo, deslizándose con precisión sobre el piso encerado para
imitar a Tom Cruise en “Risky Business” con Bob Seger en el fondo.

— No es Phillip —le dijo Katherine con desgana.

— Just take those old records off the shelf, I’ll sit and listen them by myself —canturreó Natasha.

— Today’s music ain’t got the same soul, I like that old time rock ‘n’ roll —correspondió Emma con
una sonrisa al verla realmente como Tom Cruise, pues vestía una camisa que se notaba que era de
Phillip y no sólo por las iniciales bordadas sobre el bolsillo frontal, sino también por la talla y porque era
a rayas granate y blancas, y vestía calcetines blancos, aunque eran punteras, y llevaba la camisa abierta
para dejar ver el hermoso juego de lencería negra de encaje.

— ¿Qué te parece? —sonrió, omitiendo conscientemente a su suegra, y dejó caer la camisa al suelo
para mostrarle ese juego Kiki de Montparnasse como debía ser.

— Una vuelta —repuso Emma, dejando caer las bolsas al suelo y tomándola de la mano para darle
ella la vuelta—. Mmm… —suspiró, y ahogó un falso gruñido—. You look delicious —dijo en tono salaz, y
le dio un beso en la mano para luego saludarla con dos besos lentos y falsamente provocativos, uno en
cada mejilla—. Hola, amor —susurró.

— Hola, amor —respondió con un susurro, y, sin soltarle la mano, esperó los dos segundos que sabía
que le tomarían a Katherine para hacerles saber que ella estaba presente con una aclaración de garganta.

— Perdón, Katherine —sonrió Emma, fingiendo un momento incómodo por lo de la mano mientras
Natasha materializaba un rubor falso en sus cabizbajas mejillas—. ¿Cómo está? —se acercó con la
intención de un abrazo que sabía que no iba a dar ni a recibir.

— Fine —respondió tajantemente y de brazos cruzados—, I was fine.

— Qué bueno —sonrió Emma, apilando fuerzas y coraje para hacer lo siguiente—, siempre es un gusto
verla —dijo, y le plantó un beso sonoro en cada mejilla—. Amor, ¿vamos? —se volvió hacia una Natasha
que ya se enfundaba las mangas de la camisa en sus brazos.

— Vamos —sonrió, intentando aguantarse la carcajada interna, y le ayudó con las bolsas que estaban
sobre el suelo—. ¿Me trajiste algo de la sex shop? —le preguntó ya cuando desaparecían por el pasillo
en dirección a la oficina casera de Phillip.

— Eres tan mala —susurró con una risita nasal para que Katherine no las escuchara, pero ella seguía
petrificada ante el supremo lesbianismo que había presenciado hacía unos momentos.

— Gracias por ayudarme a incomodarla —guiñó su ojo, dándole paso hacia el interior de la habitación.

— Lo que sea para que estés más tranquila y puedas respirar bien —respondió su guiño de ojo con
uno por igual.

— Gracias —suspiró, entrecerrando la puerta, aunque creyó que la había cerrado por completo—.
Tengo los papeles aquí… —dijo, caminando hacia el escritorio que prácticamente sólo Phillip utilizaba
cuando no había modo de dejar el trabajo en el trabajo.

— ¿Cuántos cheques necesitas? —le preguntó colocando la caja de FedEx sobre una de las encimeras
de madera que guardaban una absurda colección de CDs originales, los cuales, al igual que los DVDs y
los Blu-Rays, servían para tener algo tangible a pesar de que todo existía también en algún lugar del
ciberespacio.

— Tres —levantó sus dedos índice, medio y anular para graficar el número—. Uno por…

— No —sacudió su cabeza, introduciendo su mano en su bolso para pescar la chequera que pocas
veces sacaba de la caja fuerte—. Te voy a dejar cuatro cheques firmados para que sólo les pongas la
cantidad, ¿te parece? —sonrió.
— Se me olvida que detestas escribir cheques —rio—. Pero sólo dame tres, porque son los últimos
tres.

— ¿Y ya terminé de pagar mi súper boda? —sonrió, materializando su pluma fuente Tibaldi, esa con
el “Bentley” grabado.

— Ya con esto pagas música, la habitación de tu mamá y de tu suegra, y la decoración —asintió.

— Perfecto —suspiró, agilizando el infalsificable garabato que pretendía plasmar su nombre con
unicidad—. ¿Qué papeles me tienes?

— Tengo la lista de canciones, las especificaciones de las habitaciones, y el catálogo que te envía Tía
Martha —sonrió, logrando que Emma elevara la mirada con una ancha sonrisa de emoción—. Nunca te
había visto sonreír así por un catálogo de Kitchenware —rio.

— No es cualquier Kitchenware, es el Kitchenware —rio nasalmente, pasando el segundo cheque para


firmar el tercero.

— You make a fair point.

— I know.

— Ego… —sacudió su cabeza, y Emma, mientras asentía, arrancó los tres cheques para alcanzárselos
a su mejor amiga—. Por cierto, ¿ya tienes vestido para la otra semana?

— Tengo varios vestidos en mi clóset, Nathaniel —rio, tomando el papel con las especificaciones de
las habitaciones del Plaza para revisar que todo estuviera en orden—, pero, si te refieres al ridículo
Badgley Mischka en color oyster… —sacudió su cabeza—. Claro que lo tengo.

— ¿Badgley Mischka? —frunció su ceño—. No sé por qué creí que te ibas a inclinar más por un
Alexander McQueen.

— El que me gustaba sólo estaba en talla dos y en talla dos y en talla dos —sonrió, sabiendo que había
repetido la misma talla tres veces, pues se refería al número de unidades existentes.

— ¿Cómo es?

— ¿El Alexander? —preguntó sin volverla a ver, pero, aun sin estarla viendo, supo que sacudía su
cabeza—. El Mischka es… es perfecto —rio.

— ¿Qué tan perfecto?


— Si tuviera que casarme en un vestido blanco, probablemente me casaría en ese vestido —sonrió—
. Aunque, como dije hace veinte segundos, es color oyster y no blanco… pero es simplemente exquisito;
es como para bailar “Worrisome Heart” con Sophia.

— Wo-ow —rio cortadamente, pues ya sabía cómo era de perfecto—. ¿Y Sophia?

— Un Alice + Olivia de bateau neck y media mermaid skirt…

— ¿Y qué tiene de especial el vestido?

— La espalda es muy sexy —rio nasalmente—, es un vestido como para no usar nada; no bra, no
thong.

— ¿Tan atrevido?

— Es justo —tambaleó su cabeza—. Pero olvídate de nuestros vestidos, hablemos del tuyo y del de
tu mamá.

— Tía Donatella me envió un halter azul marino con plumas…

— No suena tan…

— Tiene una cadena —rio, y Emma levantó la mirada—. Tiene una cadena de verdad —dijo, dibujando
la línea halter sobre su cuello.

— Now, that’s cool —asintió.

— Lo sé —susurró.

— ¿Y tu mamá?

— No tengo idea, no lo he visto —se encogió entre hombros.

— ¿Tu suegra va a ir? —susurró.

— Mi mamá la ha invitado, también a mi suegro y a mi cuñada, pero no sé si va a querer ir… o si


todavía esté aquí para cuando eso suceda.

— Vienes diciendo eso desde hace una eternidad, y el cumpleaños de tu mamá es el viernes de la otra
semana —sacudió su cabeza.

— Mi papá dijo que mi suegra había colocado una propuesta más agradable para sus clientes, por lo
que cree que la van a aceptar… si eso no resulta, no me queda más que tener fe —rio—. Lo que sí sé es
que mi cuñada va a venir el martes…
— ¿Y eso?

— Cree que tiene un problema —respondió, y Emma frunció su ceño—. Tiene un problema de tipo
“eso”.

— Oh… —frunció sus labios—. ¿Y a qué viene? Digo, ¿no puede hacer algo estando en Princeton?

— No sé, yo no pregunté lo que sé que no quería que le preguntara —rio—, yo sólo le dije que sí la
iba a acompañar a hacerse los exámenes.

— Eres una buena cuñada, Nathaniel —sonrió, pero Natasha no pudo verbalizar ese “lo sé” por tener
otra cosa en el camino vocal—. Pero, si quieres, la llevo yo.

— ¿Por qué harías eso?

— Si tú no puedes hacerlo, yo puedo hacerlo, no es ningún inconveniente —sonrió de nuevo.

— No es ningún inconveniente para mí…

— Entonces, ¿por qué tienes cara de “quebré la muñeca de porcelana de la abuela”?

— I’m late —susurró cabizbaja.

— How late? —reciprocó el susurro pero con la mirada ancha, mirada que no pudo disimular en lo
absoluto.

— Una semana.

— ¿Eso es bastante?

— Si a ti se te atrasa por una semana, ¿qué crees?

— Nate, no es lo mismo —rio—. No es como que Sophia pueda fecundar mis fértiles óvulos —dijo con
la boca llena de sarcasmo, y Natasha sólo rio nasalmente—. Ahora que lo mencionas, ya me sucedió una
vez, y por eso fui al OBGYN.

— ¿Y?

— No tenía nada de malo, sólo estaba reajustando mi ciclo… cosas hormonales que tienen que ver
con las hormonas de Sophia… fenómenos que no están en el manual —se encogió entre hombros—.
¿Phillip ya sabe?

— No quiero decirle hasta estar segura —sacudió su cabeza—. Es más, no quiero decirle hasta que
haya pasado el primer trimestre… si es que estoy cultivando un phaseolus vulgaris.
— ¿Quieres que te acompañe a hacer un examen de sangre el lunes?

— ¿Harías eso por mí?

— Tiene que ser después de que saquemos la licencia —le dijo—, pero claro que lo haría… lo haré.

— Podría recogerte del City Clerk para ir a hacerlo, así no pierdes tiempo en la tarde.

— Lo que sea que tenga que ver contigo no es una pérdida de tiempo, Nate —sonrió—, pero Sophia
estará conmigo.

— Que venga con nosotras, así tengo dos abrazos en uno.

— Entonces iremos —dijo en tono reconfortante—, sólo intenta no preocuparte más de lo normal,
¿sí?

— Me preocupa una respuesta positiva, no una respuesta negativa.

— Lo que necesitas es una respuesta, sea positiva o negativa no importa por ahora, ya luego veremos
qué y cómo hacemos —guiñó su ojo.

— Gracias, Em.

— Cuando quieras —dijo, y por fin firmó las especificaciones de las habitaciones.

— Por cierto, ¿qué te enviaron por FedEx?

— Ábrelo —le dijo, pasando a las nueve páginas que contenían una doble columna de nombres de
canciones.

— Te lo envió tu hermana.

— Sí, es el resultado de una misión muy especial —rio.

— ¿Qué la pusiste a hacer?

— Nada, no era de alto riesgo ni de proporciones imposibles —sacudió su cabeza, decidiendo omitir
los nombres de las canciones porque, en realidad, le daba igual qué canciones tocaban y qué canciones
no, y le parecía que, si Natasha había trabajado con ellos en la elección, todo estaba en orden—. Sólo
tenía que buscar, lo que hay dentro, en la bodega de mi casa.

Natasha abrió el paquete como si se tratara de una reliquia, pues asumió que, si estaba en la bodega de
la casa de Emma, era porque debía serlo de alguna forma, y se encontró con una réplica a escala de un
Yamaha de media cola que era relativamente pesado para ser sólo un juguete.
— ¿Qué es?

— Es un Yamaha G, una réplica del piano de mi mamá —sonrió, alcanzándole las manos para que se
lo entregara—. Me lo regaló cuando tenía cinco, y no lo había vuelto a ver desde los doce…

— Entonces sí es una reliquia —bromeó en cuanto a su edad.

— Debería serlo, es un trabajo excepcional —sonrió para sí misma mientras colocaba el piano sobre
el escritorio y repasaba las falsas teclas con sus manicurados dedos—. Tiene treinta y tres notas… creo
que se tardaron tres meses en hacerla —resopló, y, de un movimiento, volcó el piano para ubicar la
perilla.

— It’s a music box —suspiró Natasha con una sonrisa.

— It is —asintió mientras le daba cuerda el número de veces que sabía que eran necesarias—. Dura
tres minutos con doce segundos, nada cercano al tiempo real de la pieza porque es casi la mitad, pero
es tan perfecto…

— Nunca te habría imaginado como una niña de music box.

— No lo era —sacudió su cabeza—. No es una music box de la que sale una bailarina de ballet con
leotardo, tutú y zapatillas rosadas en posición de Arabesque, o en cuarta o quinta posición.

— Entonces, ¿qué sale?

— Música —susurró, y, colocando el piano sobre las patas, dejó ir la cuerda para que empezaran a
sonar esas treinta y tres notas que Emma ya había empezado a gozar con sus ojos cerrados.

— Ya he escuchado esa canción… —dijo en cuanto se terminó.

— Sí —susurró—, ya la has escuchado.

— ¿Nostalgia sobre tu infancia? —rio nasalmente.

— No es nostalgia —sacudió su cabeza mientras acariciaba la caja del piano para abrirla.

— ¿Entonces?

— Es momento de dejar que regrese a mi vida —se encogió entre hombros.

— Eso sí suena un poco a nostalgia.

— Quiero que regrese de otra forma —sonrió, y Natasha entendió a qué se refería—. ¿Puedo dejarla
aquí junto con las otras cosas?
— Claro —asintió, y se dirigió a uno de los gabinetes de las libreras para que Emma pudiera colocar
su reliquia dentro de la caja de FedEx.

— Gracias, Nate —dijo, y le dio un abrazo y un beso en la mejilla.

— Lo que necesites, Em —repuso, correspondiéndole el abrazo porque pocas veces recibía un abrazo
así de cálido—. Por cierto, ¿qué van a hacer mañana?

— Absolutamente nada, ¿por qué?

— Wanna hit Top of The Standard?

— “Top of The Standard” like in the danceclub? —rio.

— Sí —asintió—. Julie y James vienen, Thomas también, sólo ustedes faltan… pues, es que Patrick,
Derek y Mark también van, así que sería salir cada quien por su lado —dijo refiriéndose a Phillip y a sus
amigos de toda la vida, y, por implicación, a las novias de los mencionados.

— Por mí sí, le voy a preguntar a Sophia.

— Si no quieren o no pueden ir no hay ningún problema.

— Preguntaré —sonrió.

— Perfecto.

— Mmm… tengo que ir al baño —frunció su ceño y sus labios.

— ¿Desde cuándo te estorba ir al baño? —rio.

— Desde que las Wolford se me deslizan —sacudió su cabeza, pero Natasha ladeó su cabeza con su
ceño fruncido, pues no entendía cómo unas medias Wolford podían deslizarse, y Emma decidió levantar
su falda para revelar que sus medias Wolford se sostenían por obra y gracia de un garter negro.

— Ah, es esfuerzo doble ir al baño —se burló Natasha, y Emma asintió—. Yo no llevaría nada puesto…

— ¿No thong?

— Sure, ¿por qué no? —se encogió entre hombros—. Así sólo llego al baño, me siento, hago lo que
tengo que hacer, y no tengo que estar desabrochando el garter a cada rato.

— A veces eres tan inteligente —rio nasalmente, y llevó sus dedos a los broches del garter.

— Lo sé —sacó su lengua—. Cambiando el tema, ¿en dónde has metido a Sophia?


— La última vez que revisé mi teléfono… estaba en Central Park, asumo que ha sacado a pasear al
Carajito.

— Entonces voy a asumir que es por eso que Phillip está allí también.

— Sería lo sensato —asintió—, porque a tus patos sólo tú los puedes alimentar.

— Mi papá donó a la ciudad, de Blasio puede abstenerse de multarme —sonrió—. Si no le gusta que
alimente a su fauna, pues que lo haga él.

— Ni porque lo hiciera él personalmente lo dejarías de hacer.

— Déjate soñar —sacó nuevamente su lengua, y Emma, guiñando su ojo, se escondió tras la puerta
del baño para tener alivio fisiológico—. Oh, good… entonces sí me haces caso —rio al ver que Emma salía
del baño con actitud de relajación absoluta y con su Kiki de Montparnasse en la mano.

— Claro que sí —rio, y, con el encaje en la mano, metió la mano en la bolsa color cian para pescar una
caja blanca rectangular.

— ¿Qué compraste?

— Compré… —suspiró con su ceño fruncido al no saber cómo hacer lo que quería hacer—. Hice que
Sophia se deshiciera dela cosa roja esa…

— Eso no me dice nada.

— Compré cinco cosas para que pudiera reponerlo —sonrió, anudando su tanga en forma de lazo
alrededor de la caja como si fuese un regalo, porque eso era, «o algo así»—. Aunque creo que sólo fue
que… no sé, estoy un poco nerviosa y se me salió la personalidad de compradora compulsiva… y terminé
comprando todo lo que me pudieron recomendar usar —rio.

— Bueno, tienes opciones para explorar —sonrió Natasha, absteniéndose a preguntarle qué cinco
cosas había comprado, pues sabía que la privacidad y la intimidad eran sinónimos en esa ocasión.

— Te digo, hay unas “opciones” que ni siquiera sé por qué las compré… por eso creo que son la
consecuencia de mi adicción a las compras.

— No dudo que se divertirán explorando cada una de las opciones —rio.

— ¿Las has visto?

— No, pero un juguete nuevo es como… —frunció sus labios—. En realidad no tengo idea de cómo
continuar esa idea.
— ¿Por?

— Porque nunca he tenido un juguete —se encogió entre hombros—, ni para mi uso personal, ni para
uso en pareja.

— ¿En serio? —levantó la ceja derecha.

— En mi cama, lo único que tiene baterías, es el control remoto del televisor —rio—. No he tenido un
dildo, tampoco un vibrador, nada… o sea, tenía el que Julie regaló para Valentine’s hace años, pero nunca
lo saqué de la caja.

— Si no has tenido uno, ¿cómo es que sabes cosas bastante acertadas?

— Porque no se necesita tanta ciencia como para saber qué puede provocarte y qué no —sacó su
lengua—, sólo puedes tener dos resultados: o te mueres de la incomodidad, o te corres…

— ¿Ni lubricante?

— Eso no es juguete —rio—, es como un atrezo.

— Muy buen término —asintió, estando muy de acuerdo—. Por cierto, ¿me das un vaso con agua?

— Estás en tu casa, amor —sonrió, y vio a Emma tomar sus cosas para ir camino a la cocina—. ¿Qué
tal la reunión con Oceania?

— Son como de otro mundo —sacudió su cabeza con una sonrisa—. Y jamás me he divertido tanto en
una reunión de trabajo.

— Cuenta detalles —dijo con tono desesperado.

— Éramos cinco personas; Conroy, que es el asesor ejecutivo, Gonzalez, el vicepresidente ejecutivo
de servicio al pasajero, con esos dos me entiendo directamente, Binder, el vicepresidente de Prestige
Cruise Holdings, y Kamlani, que es el director de operaciones.

— Sólo falos…

— Sólo falos… y yo —asintió, viendo a Natasha sacar un vaso mientras ella se encargaba de sacar una
botella pequeña de Acqua Panna—. Primero hablamos sobre mi precio, y que accedieron a ciertas
peticiones que les hice.

— ¿Qué peticiones?
— Subieron mi paga, accedieron a darme transporte personal por todo el tiempo que esté allá,
apartamento con vista a la playa… y, como hay dos puestos más en mi equipo, que uno lo puedo poner
yo.

— ¿Y te dijeron que sí? —ensanchó la mirada.

— Sí —asintió, llevando el vaso con agua a sus labios—, hasta me dijeron que creían que I was gonna
go bunkers con los beneficios posteriores.

— Sabrán ellos con qué abortos de la sociedad han trabajado antes —rio.

— Lo mismo pienso yo —rio nasalmente—. La cosa es que ya todo está arreglado.

— ¿Y eso te tomó seis horas? —frunció su ceño.

— No —sacudió su cabeza, y bebió el resto del agua sin parar—. Tenían a Jacques Pépin, el Chef oficial
de la flota, para que cocinara cada platillo de cada restaurante.

— ¿Con el motivo de?

— Que, a partir de la comida que quieren servir, ambiente cada restaurante… son ocho restaurantes
más el Grand Dining Room.

— Suena a que fue bastante comida.

— Razón principal por la cual nos tomó seis horas —rio—. Claro, eran porciones muy pequeñas, sólo
para que tuviera los sabores necesarios, y había un platillo completo de proporciones y porciones
completas para que viera la estética… salí con un inusual álbum de fotos; de una polaroid de cada platillo
con una breve descripción y todo categorizado por course y por restaurante, y también salí con la
necesidad de visitar la página de Smythson para comprar más Dukes Manuscripts.

— ¿Estaba rica la comida?

— Creo que tu mamá estaría muy complacida —sonrió—. Sí.

— Entonces… ¿es un hecho que te vas? —dijo, no pudiendo evitar sonar triste, y tampoco pudo evitar
verse triste.

— Sólo por unos meses, Nate —respondió con tono reconfortante, y se acercó a ella para envolverla
en un abrazo—. Me vas a visitar, ¿verdad?

— Cada momento que pueda —asintió contra su hombro mientras le correspondía el abrazo—. De
igual forma, creo que lo de DKNY se va a caer porque LVMH quiere evitar hacer damage control desde
el interior.
— Lo siento mucho —susurró.

— No lo sientas —rio suavemente—, al menos yo no lo siento.

— ¿Estás bien?

— Estaría mejor si mi suegra se fuera… just to fuck Phillip’s brains out.

— Yo ya se lo dije a Phillip —rio—, ya su vida se detuvo demasiado por culpa de ella, que no les
importe y sólo háganlo.

— No quiero que a Phillip se le caiga su cosa —frunció su ceño.

— Se le cae porque le das tiempo para que se le caiga —dijo, dándose unos graciosos golpes en su
sien con su dedo índice—. Sólo se requieren ganas para que te deje de importar tanto.

— Lo dices porque tu mamá no pasa en tu casa, o Camilla en dado caso.

— Ya las dos han estado en mi casa y eso no nos ha detenido —rio—. When it’s time to fuck, then it’s
time to fuck… sea en la cocina, en la cama, en la oficina, en la arena… o en el baño de una casa que estás
ambientando mientras que hay doce personas más que se pasean de aquí hacia allá y tienes que taparle
la boca a Sophia para que no nos delate…

— ¡Emma! —se carcajeó.

— Todavía no lo hago en un castillo inflable —entrecerró sus ojos para bofetearla con el comentario.

— Y yo todavía no lo hago en un taxi —contraatacó.

— Uh, golpe bajo.

— Tú empezaste —sacó su lengua—. Lo del castillo inflable fue una vez nada más.

— ¿Y tú qué crees, que lo del taxi se repitió? —frunció su ceño con falsa indignación—. Ahora que lo
pienso… ¿un castillo inflable? —susurró.

— No sé qué hacía un castillo inflable en el primer cumpleaños de Arielle, pero lo recuerdo con cariño.

— Claro, no todos los días se consigue coger en un castillo inflable.

— Ya era de noche, ya no había niños a los que podíamos traumatizar, tampoco fue tan malo… o
pervertido for that matter.

— Bonita experiencia —rio.


— Entre esa y la del bubble wrap… —sacudió su cabeza—. No sé cuál fue más extraña.

— Prefiero quedarme con cualquier superficie que esté entre las cuatro paredes que me pertenecen
por propiedad legal y civil —sonrió—. Entiéndase el sofá, la cocina, el comedor, la cama…

— ¿El piano?

— You ought not to fuck on a piano —frunció su ceño y sus labios—, ever.

— ¿En serio nunca sobre el piano? —ensanchó la mirada.

— Una vez se intentó, pero estaba demasiado frío para los gustos que no me pertenecen —murmuró
con sus ojos cerrados, acordándose de aquella fría madrugada en la que se había tenido que levantar de
la cama porque, de no hacerlo, probablemente habría tenido un colapso nervioso silencioso—. Por
cierto, ¿por qué no lo hacen en la ducha? —abrió sus ojos y materializó una mirada de epifanía.

— Porque Phillip se va temprano al trabajo, eso implica que me tendría que despertar hora y media
antes de lo usual… y, a esa hora, ya está ella despierta también… y tan temprano no me funciona la
vagina.

— El baño es al único lugar al que no va a entrar sin tocar la puerta —le dijo con una sonrisa—. Eso
quizás lo hace tu mamá cuando sabe que Phillip no está.

— Tienes un buen punto…

— ¿Pero?

— Se te olvida el aspecto psicológico —resopló, sacando otra botella de Acqua Panna para Emma—.
Si de sexo se trata, yo puedo hacerlo sabiendo que mi suegra está con la oreja pegada a la puerta, eso
no es ningún problema… así de necesitada estoy, pero es a él al que se le mueren las ganas; necesita que
ella no esté en el edificio… o sea, ella es el problema, porque con mis papás no le pasa eso, ni con nadie
más.

— Ustedes sí que son lentos, entonces —se carcajeó, y Natasha sólo se confundió—. Tienen tantas
opciones…

— ¿De qué hablas?

— ¿Se te olvida la movida clásica?

— Supongo que sí —asintió—, no sé de qué hablas.

— Mmm… veo, tú no eres de las que piensa que un hotel hace el trabajo —rio, y Natasha se ahogó
con sorpresa—. Lo que necesitas es una cama, en un hotel la tienes.
— Yo soy demasiada señorita como para ir a meterme a un motel —sacudió su cabeza.

— Ay —se carcajeó—, y yo también; por eso hablo de ho-tel, con “h”.

— Aun así —sacudió su cabeza—, no lo hace.

— Lo que necesitas es privacidad y una cama, en un hotel la tienes… hasta tienes ducha por si eres de
las personas que tiene que ducharse después de coger —se encogió entre hombros.

— Yo puedo coger y no ducharme luego —dijo con tono de haber sido insultada—, la que no puede
coger y vestirse eres tú.

— Momento —levantó su dedo índice—, una cosa es que lo haga en la ducha y otra muy distinta es
que tenga que ducharme después de hacerlo; no se trata de matar dos pájaros de un tiro.

— ¿Puedes ir por la vida sin ducharte después de una sesión de sexo? —levantó ambas cejas.

— No es mi escenario favorito, pero lo puedo hacer —asintió—. Aunque, si te sirve de algo, la ducha
es más una excusa que una necesidad… porque a veces no hay tiempo para ducharse, o ducha for that
matter.

— Muy cierto —murmuró, viendo a Emma asentir suavemente mientras bebía más agua.

— El “Park Lane Hotel” queda a paso de hormiga de aquí… y cuesta entre ciento cincuenta y doscientos
por la noche —sonrió.

— ¿Y tú cómo sabes cuánto cuesta? —ladeó su cabeza con una mirada divertida—. ¿Ya lo has usado
con Sophia?

— ¡No! —siseó—. Allí se quería quedar mi hermana, por eso sé cuánto cuesta —se encogió entre
hombros—. Pero, bueno, si la idea no te gusta… tú tienes llaves de mi casa, Phillip también, y a mí no me
molesta si la usan para tener descargas de oxitocina y endorfinas —sonrió.

— ¿Es en serio?

— Sólo no usen el piano y todo lo que hay detrás de la puerta de mi habitación —asintió.

— Gracias —rio.

— ¿Para qué están los amigos? —guiñó su ojo.

— Ten cuidado, quizás y te tomo la palabra.

— No esperaría menos —resopló.


— Phillip Charles! —escucharon gritar por el pasillo al compás de un taconeo de tacón ancho y cuadrado,
todo por el timbre del ascensor.

— ¿Así lo saluda siempre? —susurró Emma.

— Siempre —asintió con expresión de hostigamiento—, me da miedo de que nunca se vaya.

— Eventualmente tiene que irse, tiene que ir a hacer lo que sea que le divierta.

— Joderme la vida le divierte.

— Y a ti te gusta joderle la suya, así que están igual —rio.

— Buenas tardes-casi-noches —saludó Phillip con una sonrisa al abrir la puerta que daba entrada y
salida al paraíso de encimeras de mármol negro y de gabinetes de caoba oscuros.

— Felipe —sonrió Emma, recibiendo un beso en cada mejilla—, ¿cómo estás?

— Todo bien, ¿y tú?

— Todo bien —respondió, viendo el beso lento con el que saludaba a Natasha.

— Please, put some pants on —susurró con una sonrisa para su esposa—, me pones nervioso.

— No es nada malo —rio, pero tuvo un ataque de consideración, por lo que se retiró a ponerse algo
que cayera en la categoría de “matapasión”.

— Dejé a la rubia en tu hogar —le dijo a Emma con una sonrisa—, con todo y Carajito.

— Eres todo un caballero, Felipe —sonrió Emma—. Gracias.

— Es todo un placer, Emma María —asintió, mientras llevaba sus manos hacia su cuello para
desanudarse su corbata Gucci azul marino—. ¿Cómo vas con lo del regalo de Sophia?

— Me faltan cuarenta y ocho para alcanzar los trescientos cincuenta y nueve —sonrió, llevando su
mano a su estómago por el psicológico dolor que no tenía en realidad pero que había tenido ya varias
veces—. Pero voy bien, ya sólo me faltan cosas pequeñas.

— Tanto por “torpemente romántica” —rio—. No tienes nada que probar.

— Lo sé, por eso no es que le estoy regalando algo per se —elevó ambas cejas y dibujó un “oh” burlón
con sus labios—. Y los dolores de estómago habrán valido la pena cuando el papel esté firmado por las
dos y por la hermanastra de tu esposa.
— Tan catastrófica que eres —rio, colocándose a su lado para abrazarla por los hombros con
delicadeza—, si no se pueden casar, yo las voy a casar… —dijo, y Emma se volvió a él con una expresión
de tener ganas de pegarle—. Puedo empezar esos cursos online —guiñó su ojo.

— Concéntrate en no perder los anillos nada más.

— Están en el lugar más seguro del mundo.

— Así me gusta —sonrió, desviando su mirada para una Natasha que reaparecía en la cocina mientras
terminaba de ajustarse su pantalón de cachemira negra, y fue entonces que todos se dieron cuenta de
que Katherine estaba presente y había escuchado cosas irrelevantes a las que ella les pondría relevancia.

— Le dije a Emma de ir mañana a Top of The Standard —le dijo Natasha a Phillip.

— Sería bonito que llegaran —dijo Phillip—, claro, va con cena incluida… yo invito.

— Andas generoso, Felipe —bromeó Emma.

— No voy a hacer que mi esposa soporte a mis amigos sola… mucho menos a mis amigos con sus
respectivas gárgolas —rio—. Las novias —susurró.

— Ahora tienes calidad de Santo —rio, irguiéndose para tomar su bolso y las bolsas de sus compras—
. Sophia ya está en casa, hoy no la vi en todo el día… creo que ya es hora de que me vaya —sonrió,
recibiendo un beso en la frente por parte de Phillip para luego caer en un abrazo de dos besos por parte
de Natasha, y Katherine que desaparecía de la escena para no tener que despedirse ni de beso, ni de
abrazo, ni de nada de Emma.

— Te llamo mañana para confirmar, ¿sí? —le dijo Natasha mientras esperaban los tres frente a las
puertas del ascensor.

— Te diré en cuanto sepa la respuesta —guiñó su ojo—. Felipe, me despides de tu mamá —sonrió
para Natasha.

— Lo haré, Emma María —asintió, abrazando a Natasha por la cintura para empezar a darle besos en
su cuello desnudo.

Emma materializó sus audífonos, esos que adoraba porque podía hacerlos llegar casi que hasta su
cerebro, y, ante la desesperación del momento, se dedicó a escuchar “Vocalise”, pieza que duraba lo
suficiente como para caminar contados metros hasta la entrada trasera de su edificio, pues le quedaba
más cerca del ascensor del ala en el que su apartamento se encontraba a que si entraba por la entrada
principal.

Saludó a Józef, así como siempre, y, ante el repentino buen humor, le deseó una feliz noche
junto con un Jackson para que cenara algo con mayor sustancia y con mayor sabor que algo que pudiera
encontrar en algún carro de alguna esquina, que algo que tuviera todo el día de estar cocinándose y
cociéndose de más.

Por cosa de todos los días, se entretuvo en su buzón postal mientras ya empezaba a ponerse en el
ambiente y los gustos musicales que compartía con Sophia, pues, por alguna razón, no le pareció que
era justo llegar con la nostalgia de “Vocalise”, no después de que no la había visto en todo el día, cosa
que era realmente desesperante y dolorosa, y, en realidad, nada mejor que Duke Dumont con “I Got U”;
nada más cierto y acertado en ritmo y letra.

Se metió al ascensor, ya estando totalmente absorbida en el ensordecedor sonido que la obligaba a


marcar el ritmo con sus dedos índices y con un leve y disimulado movimiento de cabeza, y no le importó
que invadieran los seis metros cuadrados del ascensor a pesar de que no le gustaba compartirlos con
alguien que no conociera más allá de un saludo o una diplomática sonrisa. Y no le importó que el
apestoso French Poodle del noveno piso invadiera su olfato por los veinticinco segundos que el destino
se tomó en quitárselo del frente.

Justo frente a la puerta blanca de su apartamento, sonrió como para sí misma y guardó sus
audífonos en su bolso antes de siquiera intentar pescar el rectángulo de cuero que se adhería a las llaves
de su hogar.

Abrió la puerta con cautela porque ya le había pasado que, por abrir abruptamente, no sólo asustaba a
Sophia sino que también se llevaba de encontrón al Carajito porque, aparentemente, el lugar más
cómodo en todo el apartamento, era justo en la puerta de la entrada.

La música era densa y no en el mal sentido, simplemente envolvía en algo que no sabía cómo definir. Era
como una traviesa y pícara tranquilidad de ciertas luces apagadas para no atacar con toda la intensidad
lumínica; sólo las luces de la cocina alumbraban el espacio principal, y, en realidad, se veía nocturna y
urbanamente sensual. Se veía y se sentía como tenía que ser y estar una cocina: con Sophia en ella.
“Butterfly”, de Jamiroquai. Eso sonaba. Y el ritmo era tan bueno como el aroma que desprendía lo que
Sophia recién terminaba de saltear en las perfectas medidas de aceite de oliva, sal, pimienta recién
molida, estragón, romero y tomillo fresco, y media taza de vino blanco. Nada que un perfecto Pinot
Grigio no pudiera hacer mejor que un Chardonnay para cocinar. Cuestión de gustos personales y
contagiados.

El Carajito, por maña instintiva, se le empezó a pasear entre los pies a medida que ella intentaba
caminar hacia uno de los sillones para dejar las bolsas y su bolso, y, en relativo silencio, pues sus stilettos
no podían ser tan callados, se dirigió hacia Sophia, quien estaba concentrada en lo que fuera que hacía
sobre la encimera que daba hacia el comedor.

Su cabello rubio estaba recogido en un alocado moño que se notaba que se lo había anudado
con perezosa prisa, el maquillaje era leve, sus ojos veían a través de sus gafas Prada rojas, las cuales eran
vintage a pesar de que todos sabíamos y seguimos sabiendo de que el término correcto es “retro”. Tenía
una minúscula sonrisa dibujada, quizás se la provocaba el hecho de estar cocinando, o quizás sólo era el
hecho de que era raro cuando no tenía la sonrisa que estaba coronada por el par de camanances que
derretían a Emma, y, por entre la sonrisa, se escapaban las letras de labios que cubrían la canción que
sonaba en el fondo.

Bajo el delantal rojo llevaba la blusa negra de botones y líneas finas, las cuales se le adherían a cada
curva hasta resaltarle lo que debía ser resaltado y a ajustársele en donde debía ajustársele, y se había
doblado las mangas hasta por debajo de sus codos para no ensuciarse.

El pantalón era como su camisa, negro y ajustado, y, por la altura de su estatura, y que Emma había visto
de reojo hacia el suelo cuando estaba por el sillón que le daba la espalda a la puerta principal, se había
bajado de sus Lanvin D’Orsay, aquellos que representaban el inicio de su vida con Emma, y quizás había
caído en un par de TOMS o directamente sobre el suelo.

Emma se acercó a ella sin decir ni recibir una tan sola palabra, sólo una sonrisa de reconocer y
admitir su presencia. Se apoyó de la encimera con su mano derecha y se inclinó lentamente hacia ella.

— Hola —susurró aireadamente a su oído, logrando erizarle la piel de inmediato a raíz del escalofrío que
recorrió su espina dorsal de tal violenta manera que la obligó a rendir su cabeza y a soltar el pequeño
cuchillo que sostenía en la mano derecha—. Huele demasiado bien —sonrió, tomando el cuchillo en su
mano derecha y la fresa, que tenía Sophia en su mano izquierda, en la suya—. Sabes… —murmuró,
haciendo una curva incisión que seguía la convexidad de la fresa más perfecta—. Cada fresa tiene
alrededor de doscientas semillas, y, en realidad, “strawberries” aren’t “berries” —dijo, girando la fresa
para repetir la incisión tres veces más—. Es un poco meta, pero, en teoría, cada “berry” tiene una semilla
por dentro, y la fresa, por el contrario, las tiene por fuera; por eso se considera que cada semilla es en
realidad una “berry” por separado. —Sophia se volvió hacia ella sólo con su rostro, no logrando conseguir
un contacto directo de ojos y sólo pudiendo ver que hacía más incisiones —. Además, la fresa pertenece
a la misma familia de la rosa —sonrió, separando las incisiones que había hecho para darle una flor que
en el momento, y por las circunstancias, le había querido y podido dar.

— ¿Para mí? —se sonrojó, y Emma asintió con una sonrisa de labios comprimidos.

Sophia simplemente se le arrojó en un beso de labios que tomó a Emma por sorpresa, pues, aunque las
sorpresas no le gustaran, de ese tipo sí, y eran agradables y bienvenidas cuando quisieran llegar.

Se tuvo que elevar en puntillas para poder alcanzarla con mayor comodidad, pero, con manos
a la nuca para halarla también hacia ella.

— I missed you too —sonrió Emma a ras de sus labios, abrazándola con su brazo izquierdo por la cintura,
pues, con su mano derecha, sostenía la fresa todavía.

— Hi —rio nasalmente, dándole otro beso corto en sus labios para alistarse a ser liberada de entre el
apretujador brazo de Emma.

— Hi you back —sonrió, dejándola ir para darle nuevamente su rosa de fresa—. ¿Qué tal te fue hoy?
— Bien —asintió, tomando la fresa con delicadeza.

— Yo que iba y tú que venías —se encogió entre hombros con su ceño fruncido, y llevó sus dedos a
sus labios para limpiar lo que la fresa había decidido sangrar

— Pero es viernes, y te tengo sólo para mí —sonrió, colocando la fresa sobre la barra del desayunador
mientras sumergía su mano en su bolso, el cual estaba en la cocina solamente porque allí estaba su iPod,
el cual sonaba por AirPlay por los parlantes—. Igual que mañana y el domingo.

— ¡Sí! —siseó entre una risita de satisfacción.

— Compré pesto rosso —murmuró, y se detuvo para ver cómo Emma celebraba la compra con ambas
manos al aire—, y carne para hacerte bolognese como se debe hacer —añadió, y Emma, demasiado
agradecida, la tomó por el rostro y le clavó un beso en la mejilla.

— Yo también te compré algo —sonrió—, pero para después de comer.

— ¿Por qué no ya? —le preguntó con un gracioso puchero.

— Porque yo sé que si te lo enseño… probablemente ya no comes, y me interesa que cenes.

— Está bien —rio, viendo, de reojo, que Emma recogía al diminuto can.

— Good evening, Little Fucker —le dijo en ese tono de infantil jugueteo mientras lo sostenía a la altura
de su rostro.

— “Carajito”, “Little Fucker”, ¿qué sigue? ¿”Aborto de la vida”?

— ¡Ay! —rio, bajando al can que la veía con confusión—. Eso es demasiado ofensivo.

— ¿Y “Little Fucker” no?

— Míralo —se agachó para acariciarle la cabeza—. Es todo como alienígena —rio, rascándolo
suavemente por detrás de las pequeñas pero erguidas orejas—; es como un bóxer miniatura, gordito y
con cara de preocupación crónica.

— ¿Y eso amerita que lo llames “Little Fucker”?

— Es de cariño, ¿verdad, stronzetto cabezón? —bromeó, provocándole un sonido gutural al can y una
risa nasal a Sophia.

— Prefiero “Carajito” —le dijo—. O sea, prefiero “Darth Vader” porque así lo nombraste, porque ése
es su nombre, pero, como sé que se te hace demasiado largo, que sea “Carajito”.
— Es que “Darth Vader”… —rio, llevando su mano a su boca y a su nariz para respirar como el
personaje de la saga, haciendo que Sophia se desplomara en una carcajada—. Dudo que me entienda si
lo llamo así —ensanchó su mirada y levantando sus manos como si quisiera librarse de toda culpa.

— Es sólo que, cuando lo llamas de otra forma… no sé, me da la impresión de que no te cae bien.

— Lo llamo “Little Fucker” por el tamaño, y porque, once in a while, he fucks up the floor with his pee
—le explicó—. Y la alfombra de mi clóset fue un über-fuck-up, ¿verdad? —acarició al Carajito con otra
risa—. ¿Verdad?

— Ni siquiera terminó de hacerlo allí —rio Sophia—, fue como un segundo… que nunca te había visto
moverte tan rápido de la cama al clóset y del clóset al baño con él en las manos y como que si él era
Simba y tú Rafiki.

— De igual forma, mi clóset es un área prohibida —le dijo al Carajito.

— Sí, Emma, él te entiende perfectamente —bromeó.

— ¿Cómo crees que Piccolo era tan educado? —frunció su ceño, viéndola desde abajo cortar las
fresas—. Piccolo podía ir por toda la casa pero tenía prohibido subirse a las camas, a sillones y a sofás, y
eso no se lo enseñé de la nada; yo no soy Cesar Millan.

— Tu clóset se ve mejor sin alfombra, me gusta más cómo se ve en Iroko —le dijo sin volverla a ver,
pero, a pesar de que no la veía directamente, sí vio cuando Emma se puso de pie con un talante
demasiado serio, por lo que se vio obligada a verla a los ojos.

— “Nuestro” clóset —la corrigió seriamente—. “Nuestro clóset” —repitió—. Y a Darth Vader le di mi
apellido… sí me cae bien, sí me gusta tenerlo —le dijo con la misma seriedad—, es sólo que me cuesta
tomarlo en serio; no sé si es por el tamaño o por la cara de preocupación que tiene, y eso tampoco
significa que no lo quiera o que lo tome a la ligera.

— So… —susurró avergonzada, sintiéndose un poco minimizada y no por Emma sino por sí misma,
pero, en cuanto Emma vio cómo la disculpa se formaba en sus cuerdas vocales, simplemente se le lanzó
en el beso que dejó el innecesario “sorry” a medias.

— Y nuestro clóset sí se ve mejor sin la alfombra —susurró a ras de sus labios, absteniéndose a ahuecar
su mejilla al haber tocado al Carajito anteriormente, pues, aunque sabía que el diminuto can estaba
limpio (porque de eso se me encargo yo), el rostro de Sophia, y Sophia en general, era demasiado sagrada
como para hacer eso—, fue la excusa perfecta —sonrió, apoyando su frente contra la suya mientras
jugaba con su nariz—. Huele muy bien, ¿qué harás de cena? ¿Necesitas ayuda?

— Puedes hacerme compañía —asintió, recibiendo un beso en su frente—. Esto es para el postre —
le dijo, devolviéndose a las fresas para continuar cortándolas en trozos relativamente pequeños pero no
diminutos.
— ¿Fresas con crema? —preguntó por suposición y por curiosidad, y, ante el hecho de no poder
dejarse tocar a Sophia con rastros directos y frescos del Carajito, se volvió hacia el fregadero para lavarse
las manos.

— No, tengo Blondies de vainilla en el horno —respondió, recogiendo los trozos de fresa, con ayuda
del cuchillo, a un recipiente de vidrio.

— ¿Blondies? —frunció su ceño.

— Brownies blancos —resolvió explicarle, y Emma rio—. Para que los comas vistiendo un blue jeans
negro y con una coca cola de sprite —añadió, trayendo a Emma a una carcajada que me contagió.

— Brownies blancos… —rio, abrazándola por la cintura desde la espalda, no habiendo hecho tiempo
para secar sus manos porque tenía que tocarla.

— En lugar de azúcar les puse chocolate blanco… sé que ese sí te gusta —sonrió, sintiéndola posar su
mentón sobre su hombro izquierdo, pues, al estar cortando con la mano derecha, el movimiento nacía
del brazo y no de la mano, lo cual sería incómoda para ambas.

— Tóxico —rio suavemente.

— Turbo-tóxico —asintió—: una versión de chocolate brownie fudge ice cream pero en blanco.

— White chocolate blondie and vanilla ice cream with strawberries —sonrió contra su cuello, del cual
inhalaba su perfume cual droga de preferencia—. Suena rico.

— Espero que quede rico porque nunca lo he hecho —rio nasalmente.

— Licenciada Rialto, ¿dudando de sus habilidades?

— De lo quisquilloso de tu paladar —bromeó.

— Mmm… —inhaló nuevamente su perfume—. No tengo excusa.

— De cena... —suspiró, pues Emma había inhalado nuevamente y le había dado un suave beso detrás
de su oreja—. No me quiero cortar un dedo —vomitó en un susurro.

— Aguanté todo el día, puedo aguantarme unos minutos más —rio, despegándose de su cuello para
darle un beso en su cabeza y, de paso, inhalar la fragancia que se desprendía de su cabello—. Entonces,
¿qué hay de cena?

— Dijiste que querías un sándwich, ¿no? —Emma asintió—. Cheddar, Monterey Jack y Mozzarella —
dijo, viendo a Emma apoyarse de la encimera para sentarse sobre ella con su pierna derecha sobre la
izquierda, pose que, estando en medias, mataba concentraciones y robaba ojos y alientos—. Salteé
champiñones y caramelicé cebolla, todo para hacerte un buen grilled cheese sandwich —sonrió entre
un aclaramiento de garganta, el cual delataba los picantes pensamientos que intentaba contener y frenar
para que no tuvieran vívidas tangentes.

— Sophie… —rio nasalmente mientras sacudía su cabeza, y, cómoda y provocativamente, se echó


hacia atrás para recostarse un poco y poderse apoyar con sus codos de la barra del desayunador—.
Acabo de salivar —sonrió, paseando su mano por su cabello.

— Puedes probar los champiñones y la cebolla —le dijo, intentando no desviar su mirada hacia el
cuerpo de Emma—. Digo, por si les falta algo.

— ¿Los probaste tú? —le preguntó con la ceja derecha hacia arriba.

— Como siempre —asintió, tensando la mandíbula y apretando las entrañas.

— ¿Les faltaba algo? —ladeó su cabeza, y Sophia sacudió su cabeza—. Entonces no, no les falta nada
—sonrió, bajando la ceja por compensación facial.

— Lo que no sé es si los quieres en pan blanco o en pan integral…

— El pan integral sólo es para comer atún o Nutella, mi amor —rio nasalmente—. Algo que no hemos
comido en mucho tiempo, por lo que asumo que ese pan ha de tener un hongo de proporciones
suficientemente tóxicas como para que en cualquier momento venga la CDC —bromeó—. O
simplemente ya ha de estar duro.

— Pan blanco será —rio.

— You look lovely today —la halagó con su rostro ladeado y con una sonrisa que pretendía buscar su
mirada—. Lovely, lovely —susurró, analizando su rostro tal y como había analizado el Monet hacía pocas
horas, y, a diferencia del Monet, le encontró la razón de su obsesión; era simplemente perfecta, en
especial cuando se sonrojaba.

— Tú te ves muy bien también —reciprocó entre lo que parecían ser tartamudeos.

— Lo sé —rio como una Diva—. Me veo como si mis papás me hubieran hecho con amor, como si
Daniel Greene me hubiera dibujado con pincel… como si los planetas se hubieran alineado y la perfección
fue concebida; y fui concebida —rio, haciéndole cosquillas a su Ego por haberlo tenido enjaulado todo
el día, y, en el segundo de silencio, pues la canción estaba por cambiar, vio a una Sophia de mirada ancha,
como estupefacta—. ¿Demasiado?

— Sólo demasiado cierto —rio en ese tono de que no lo podía creer, aunque, más que la perfección,
no podía creer todavía que ese tipo de cosas fueran las que más le gustaran de Emma.
— Pero tú… —susurró, ahora acercándose a ella con su rostro—. Tú eres como el producto del plan
maestro que nació de la complicidad de Afrodita y Hestia… parte de la mitología —susurró aireadamente,
acercándose cada vez más a ella—, es tan impresionante que se presume que es mentira —sonrió.

— ¡Mi amor! —rio ruborizada.

— Lo mío fue casualidad, lo tuyo fue planeado hasta el más simple y microscópico de los detalles —
le dijo, y se estiró para darle un beso en la mejilla.

— Bueno, hermosa casualidad —resopló—, ¿puedes cortar el pan?

— ¿Cuántos corto? —rio nasalmente, impulsándose de la encimera para caer sobre el suelo.

— ¿Compartimos el segundo?

— Pero en diagonal, ¿verdad? —preguntó, pues cómo odiaba cuando tenía que compartir un
sándwich que había sido partido por el eje de simetría vertical; locuras que venían en el paquete de los
disgustos.

— Eso siempre —asintió, recogiendo los últimos trozos de fresa para depositarlos en el recipiente y,
así, poder deshacerse de lo que no había incluido en el selecto grupo de sanas, rojas y dulces fresas para
cocinar—. ¿Cómo te fue en la reunión?

— Bien, bien, sin ningún problema —dijo, sacando la ciabatta para colocarla en el sistema de rebanado
uniforme de pan: una simple base de madera que, a los costados, tenía ranuras que eran lo
suficientemente anchas para que el cuchillo cupiera entre ellas y, así, poder cortar el pan del ancho de
fracciones o de múltiplos de pulgada; no era invención, pero era de las manos de Sophia porque a Emma
le gustaba cortar pan pero siempre se quejaba de que no le quedaban del mismo grosor o con bordes
paralelos; cosas del TOC de la Arquitecta—. En realidad no sé si te vas a enojar conmigo, o qué…

— ¿Por qué lo dices? —frunció su ceño, tirando de una de las manijas de las encimeras bajas para
sacar el contenedor de la basura y poder botar los cadáveres de fresas.

— Bueno, es que no sé cómo te vas a sentir al respeto —se encogió entre hombros.

— ¿Qué hiciste? —rio.

— Negocié las condiciones —se encogió entre hombros, y cortó la primera rebanada de un tercio de
pulgada.

— No sabía que las estabas negociando todavía.


— Hablé con Alec y me dijo que la paga estaba bien, pero que era un poco tacaña para lo que me
estaban pidiendo, Phillip averiguó en ese su mundo en el que vive y le dijeron lo mismo, y hablé con
Romeo para las cosas legales…

— Creí que eso lo estabas tratando con el John Smith que ve todo lo de los contratos del estudio —la
interrumpió.

— Y con él lo estoy tratando, claro, pero quería verlo desde otro punto de vista también, y Romeo se
ofreció a ver el contrato personalmente —se encogió entre hombros.

— ¿Algún truco legal?

— No, no, ninguno… es sólo que los tres; Phillip, Alec y Romeo, creyeron que tenía que renegociar las
cosas.

— ¿Cosas como cuáles? Digo, aparte de la paga.

— De que el proyecto entrara a través del estudio pero dirigido a mí para que, por si pasa cualquier
cosa, el seguro del estudio pueda cubrirme —dijo por nombrar una de las pocas cosas que había
renegociado—. De cómo quería trabajar una vez estando allá; si era de trabajar con gente de mi
confianza o de confianza de ellos, y quedó uno a uno.

— Ajá… —musitó, metiendo las manos bajo el chorro, pues, por mucho que le gustara el olor a fresa,
no le sentaba bien lo pegajoso.

— Ellos me van a dar auto para poder movilizarme a mi gusto, precio fijo en renta con vista a la playa,
y la paga subió un par de número pero sólo para que, cuando el estudio me quite lo que me tiene que
quitar, me quede lo que me habían ofrecido como contrato personal.

— ¿Qué más?

— No, básicamente eso fue lo que renegocié —se encogió nuevamente entre hombros—. No me
interesa aprovecharme de los beneficios del después, por mí los podrían haber quitado de la mesa y yo
quedaba igualmente satisfecha.

— Entonces, ¿por qué se supone que me voy a enojar? —frunció su ceño.

— Porque tú vienes conmigo —reciprocó el gesto facial.

— Yo encantada de tener vista a la playa, y de que tengas un Volkswagen beetle —rio—. Yo no juzgo.

— No es por eso —rio—, es por lo de mi persona de confianza para que me ayude cuando esté allá.
— ¡Ah! —exclamó entre la risa, «how stupid of me»—. ¿A quién conoces en Miami? —sacó su lengua,
y Emma lanzó la carcajada.

— Sí —asintió, apilando las seis rebanadas de ciabatta, y se acercó a Sophia, quien se elevaba en
puntillas para alcanzar el rallador de queso—. Allow me —sonrió, estirando su brazo para alcanzarle el
molino de queso, pues sus stilettos ayudaban.

— Gracias —sonrió tiernamente—. Entonces, ¿a quién conoces en Miami? —preguntó de nuevo, no


dándose cuenta de que esa pincelada de celos se le empezaba a ensanchar en todo sentido.

— A una mujer —le dijo, dando un paso hacia adelante para acorralarla entre ella y la encimera al
colocar sus brazos a sus lados—. Tiene el mejor gusto contemporáneo que he visto, el estilo art deco lo
maneja como si se tratara de algo sencillo, y trata al vintage como si se tratara de armar un rompecabezas
de dos piezas —dijo, bajando cada vez más su tono de voz hasta hacerlo llegar a un susurro, y, con el
decrescendo de los decibeles, fue acortando la distancia—. A mí se me hace imposible concentrarme
cuando ella está cerca, ella es demasiado… “overpowering”.

— ¿Sí? —susurró ya con sus ojos cerrados, pues Emma le había hablado tan cerca de sus labios que
podía sentir el cierre de las “m”, “p”, y “b” sobre sus labios.

— Tiene ojos penetrantemente cristalinos… —asintió suavemente—. Una sonrisa que siempre distrae,
pero que, cuando deja que la risa salga, es simplemente majestuoso… y su olor —suspiró, haciendo que
Sophia abriera sus ojos—. ¡Amo su olor! —siseó.

— ¿A qué huele?

— A todo lo que me gusta —sonrió contra sus labios—, a casa.

— Pero tú eres mía —entrecerró su mirada—. Tú no me puedes engañar con esa…

— Observa cómo lo hago —rio nasalmente, y le dio un beso mientras la tomaba por los muslos para
sentarla sobre la encimera.

— ¿Por qué me enojaría por eso? —le preguntó entre los besos que supuestamente debían callarla.

— Hay de todo en esta vida —se encogió entre hombros, y se despegó de sus labios para verla a los
ojos—. Si voy a tener un equipo, y puedo escoger a una persona… it’s a no-brainer —sonrió—. Porque
por chiste de la vida es que me gusta trabajar contigo.

— ¿Y sólo trabajar? —rio.

— Y hablar, y comer, y cocinar, y dormir, y ver televisión, y ducharme, y todo… todo.

— ¿Y tener relaciones sexuales? —preguntó en un tono ceremonioso pero gracioso.


— Desde un rapidito hasta un maratón —asintió—. Sea sexo de ese que se da porque nos poseyó una
ninfa a cada una, sea de ese sexo juguetón o provocativo, sea de ese steamy sex en el que nos tomamos
el tiempo justo, sea de esas veces en las que sólo quiero besarte y sentirte…

— Shhh… —rio nasalmente, estando realmente sonrojada, y colocó sus suaves dedos sobre los labios
de Emma.

— Te amo —le dijo por entre sus dedos, y les dio un beso.

— Páli —sonrió, atrapándola en un abrazo muy suave, en un abrazo de esos que a Emma sí le gustaban
recibir.

— Te amo.

— Páli.

— Te amo.

— Páli.

— ¡Ay! —rio contra su cuello—. Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo —rio entre besos y cosquillas
de las que Sophia intentaba huir.

— Koitáxe me —susurró, y Emma se irguió para verla a los ojos, tal y como Sophia se lo había pedido—
. S’ agapó —sonrió, ahuecando su mejilla—. S’ agapó —repitió—. Kai eíste orycheío.

— A tanto no llega mi griego, mi amor —se sonrojó.

— Tú me perteneces —susurró con mucha seriedad en su mirada—, y tú perteneces conmigo —


sonrió, haciendo que Emma asintiera en modo de entendimiento absoluto—. Y ya no te voy a preguntar
si te vas a casar conmigo —dijo, y Emma ensanchó la mirada—, te voy a decir que te vas a casar conmigo:
sí o sí —murmuró, dándole la dosis y las palabras justas como para que respirara con alivio—. Porque te
vas a casar conmigo: sí o sí.

— Definitivamente —asintió con una sonrisa, levantando su mano izquierda para mostrarle aquel
anillo de madera en su dedo anular—. I’ll marry the most beautiful woman.

— Pero no pongamos tanta presión —rio, escuchando al estómago de Emma rugir—. Y tampoco
pospongamos tanto la cena, que felinos no tenemos, sólo canes —dijo, y le dio un beso en sus labios.

— ¿Entonces no estás enojada?

— ¿Por qué estaría enojada por eso? —frunció su ceño.


— Bueno, no sé si enojada —se encogió entre hombros, viéndola bajarse de la encimera para empezar
a preparar los sándwiches.

— No, no estoy enojada —reconfirmó—. ¿O lo dices porque estaría trabajando para ti y no contigo?

— No sé, supongo que sí —asintió, caminando hacia el refrigerador para sacar la mantequilla.

— En realidad estoy agradecida —sonrió—, porque no voy a estar en calidad de esposa de los años
cincuenta.

— Ay, ¿qué me quisiste decir con eso? —rio.

— Yo voy a ser tu esposa, pero definitivamente no sólo pretendo sentarme a esperar a que llegues a
casa a la hora de la cena… digo, yo puedo cocinar porque me gusta, y porque me gusta cocinar para
alguien que no sólo soy yo, y puedo hacerme cargo de Vader —dijo, absteniéndose a llamarlo por “Darth”
porque se le enredaba la lengua cuando lo decía muy rápido o entre otras palabras, pues, cuando no era
inicio de oración—, pero eso de sentarme a esperar a que llegues del trabajo…

— ¿Por qué no me lo dijiste antes? —frunció su ceño.

— Son siete meses —sonrió—. No es el fin del mundo.

— Ah, hablas más en un sentido general —suspiró con alivio, y Sophia asintió—. No, mi amor, la
esposa de las dos, esa esposa de los cincuentas que tú dices, esa viene por las mañanas a hacer la
limpieza, a botar comida que ya no sirve, a llevar la ropa a la lavandería, a hacer todo lo que yo nunca
hice por mí y lo que no pretendo que hagas por mí —sonrió—. Por muy despectivo que eso suene —rio.

— Oye, mi mamá así era con mi papá y no eran los cincuenta ya —se encogió entre hombros—. Es lo
que hay.

— Mmm… —frunció su ceño mientras paseaba la barra de mantequilla por las dos sartenes, las cuales
se ensamblaban en una sola y funcionaban de doble fin para manejar la prensa con mayor facilidad—.
Hablando de eso…

— ¿Se te encendió el bombillo? —bromeó, y Emma sólo rio nasalmente—. Dime, mi amor —dijo,
colocando un trozo de queso cheddar en el molino para empezar a rallarlo en un recipiente de vidrio.

— ¿No te gustaría tener alguien de planta?

— ¿De qué hablas? —frunció su ceño, volviéndose hacia ella sólo con el rostro.

— Sí, alguien que esté aquí todo el día —se encogió entre hombros—. A housekeeper —sonrió.

— Ilumíname, por favor.


— No sé… que te sirva el maldito desayuno para que comas antes de ir a trabajar, que deje preparadas
las cosas para la cena, que limpie, que saque al Carajito a media mañana, que lave ropa, what the fuck
do I know —rio—. Una Agniezska; que vaya al supermercado, que tenga algún tipo de trastorno obsesivo-
compulsivo con la limpieza, que trate haute couture como si fuera la hija de Valentino.

— ¿Y a ti qué se te metió? —rio.

— Hay a cuatro lugares a los que detesto ir —le dijo, levantando su dedo pulgar izquierdo para
empezar a enumerar—. Al supermercado, a la lavandería, al banco y a poner gasolina.

— ¿Tú quieres una Agniezska?

— Si va a hacerme el favor de alimentarte en la mañana, sí —asintió.

— Sabes que no desayuno, eso ni porque tú me has querido meter comida a la fuerza con taparme la
nariz —rio.

— Pero porque yo como cual mujer en dieta eterna por una obsesión de “tener que” rebajar cinco
libras; cosa que no tengo —se encogió Emma entre hombros—. Quizás, si ella te hiciera… no sé, qué se
yo… hot cakes, o waffles, o french toasts, o huevos benedictinos… —dijo, volviendo a ver a una Sophia
que estaba a punto de estallar en una risa—. Déjame soñar, que soñar es gratis —le advirtió
amigablemente con una risa.

— Yo no he dicho nada —dijo, intentando contenerse la risa, y cerró la cremallera imaginaria de sus
labios—. Sólo te tengo una pregunta.

— Por favor.

— ¿En dónde dormiría?

— Asumo que en donde toda la gente normal duerme, mi amor —rio—: en una cama.

— Cínica —entrecerró sus ojos—, me gusta —dijo, y Emma hizo una reverencia de agradecimiento,
pues tenía que tomarlo como un cumplido—. Me refería a que si no te molesta tener a una tercera
persona durmiendo aquí.

— ¡Ah! —rio—. No, definitivamente sería live-out —sonrió, tomando las rebanadas de pan para
alinearlas en dos filas paralelas de tres rebanadas—. Y fin de semana quizás sólo medio día, y quizás sólo
el sábado…

— Eres como el paraíso de jefe para cualquiera, entonces —rio.

— Mi amor —la vio con falsa pero verdadera seriedad—. No es que me moleste tener una audiencia,
porque realmente no me molesta, pero, si me dan ganas de quitarte la ropa aquí, en este preciso
momento, no voy a titubear ni un segundo en hacerlo… y tu desnudez es sólo mía —sonrió, haciendo
que Sophia se ahogara con su propia saliva—. Y, pues, si me vas a poner en la mesa del comedor… and
you’re gonna fuck my asshole with two fingers —le dijo con su ceja derecha hacia arriba, haciendo una
clara alusión a esa vez—, quizás también quisiera que, como por arte de magia, eso se limpiara al día
siguiente o en la brevedad de lo posible... digo, no es como que me dé asco limpiarlo, pero después de
algo así de intenso sólo quiero enrollarme contra ti o contigo de alguna forma.

— Está bien —respiró profundamente.

— ¿Qué “está bien”? —rio.

— Pues… uhm… —rio nasalmente, introduciendo ahora un bloque de Monterey Jack en el molino—.
Por mí no hay ningún problema, no sé ni por qué me preguntas.

— Porque es tu casa también, y porque es tu casa es tu espacio, y no quiero decidir una invasión
extraña sola —sonrió, encendiendo la hornilla más grande.

— No prometo que voy a desayunar.

— No necesito que tú me lo prometas, sólo quiero que me dejes intentarlo.

— Pregunta: ¿lo harías hasta que regresemos de Miami?

— Probablemente se puede relocalizar temporalmente también —se encogió entre hombros.

— Siete meses para ti no es el fin del mundo porque me tienes a mí —sonrió, sabiendo que así era
como le gustaba a Emma que le hablara—, pero es muy probable que esa persona tenga familia aquí.

— Los fines de semana quedan libres —sonrió—. Que venga cada dos fines de semana, por mí no hay
ningún problema con eso.

— Acabas de redefinir el término “despilfarro” —rio.

— Prefiero “inversión”, Licenciada Rialto —guiñó su ojo, y se acercó a ella—. ¿De verdad quieres tener
una Agniezska?

— Sólo si empieza después de que te cases conmigo —asintió, relevando la respuesta que estuvo por
salirle: “sólo si empieza después de que nos casemos”.

— Es un trato, futura Señora Rialto-Pavlovic —sonrió, alcanzándole la mano derecha para concretarlo.

— Se me acaba de calentar algo —susurró, estrechándole la mano.

— ¿El pecho? —se acercó hasta invadir su espacio íntimo.


— Mi vagina —respondió con tono retador, y Emma soltó un “¡uf!” entre dientes—. ¿Sabes qué “está
bien” también?

— Dimmi.

— Two of my fingers up in your asshole —la retó todavía más con el tono y con la mirada.

— Eso es más que “está bien” —sonrió, viendo a Sophia ensanchar la mirada, pues esa respuesta no
se la esperaba ni ese día ni en mil años—. Y definitivamente se siente más que “está bien” —guiñó su
ojo, y le dio un cariñoso y juguetón golpecito en la punta de su nariz.

— Emma… —gruñó, deteniéndose de la encimera con ambas manos y viéndola pasar hacia el
refrigerador para guardar la mantequilla y sacar la enorme botella de limonada rosada.

— Se siente bien —se encogió falsamente inocente entre hombros.

— ¿Los dos dedos se sienten bien? —balbuceó entre bocanadas de aire, y Emma asintió con una
sonrisa demasiado fresca—. ¿De verdad?

— ¿Por qué no me crees?

— Porque sólo dos veces me lo has pedido —ensanchó la mirada, o quizás ya la tenía ancha desde
antes.

— Bueno, una vez me lo hiciste tú… en teoría sólo una vez te lo he pedido —sonrió.

— La cantidad se refiere a las veces que dos dedos han estado ahí —repuso un tanto desesperada,
pues no era el momento más tranquilo para hacerlo así.

— Que no te lo pida siempre no significa que no me haya gustado —rio, sacando dos vasos.

— Tú sabes la fijación que tengo con eso —susurró, continuando con la labor de rallar el queso.

— ¿Qué “eso”?

— Tú sabes —entrecerró la mirada, y Emma sacudió su cabeza—. Your asshole —gruñó con
desesperación.

— ¿Qué tan difícil era decir eso? —elevó su ceja derecha.

— No me cambies el tema.

— Nadie te lo está cambiando, Sophie —sonrió, dándole un suave cabezazo risible—. Y yo también
tengo una fijación muy grande.
— ¿Con el tuyo o con el mío?

— Claramente con ambos —resopló, vertiendo un poco de la sintética limonada rosada en cada vaso
alto—, pero con tu ano más que con el mío —sonrió—. Ten, bebe un poco… cuidado te me desmayas —
le dijo, ofreciéndole uno de los vasos con el rosado líquido, y Sophia, al no tener las manos libres, recibió
el vaso en sus labios con la delicadeza de la mano de Emma—. Me gusta mucho tu ano —le dijo en cuanto
Sophia ya había dado el último trago, pues no quería enviudar antes de tiempo por una provocación que
era más un juego intenso de ver quién cedía primero—, y me gusta mucho cuando me dices que quieres
mi dedo ahí, o mi lengua, y me mata cuando me dices qué es lo que quieres y cómo lo quieres… lo
disfruto mucho —sonrió.

— Yo más —rio, sintiendo ya cómo la temperatura subía con seriedad—, yo más.

— ¿Sí? —Sophia asintió—. ¿Qué tanto más?

— Demasiado —susurró casi inaudiblemente.

— ¿Dos dedos también?

— En especial dos dedos —asintió sonrojada, y, contrario a lo que cualquiera habría pensado que
sería la reacción de Emma, ella sólo ahuecó su mejilla para que la viera a los ojos.

— Si no me dices que eso te gusta, ¿cómo voy a saberlo? —sonrió.

— Lo estás tomando sorprendentemente bien —frunció su ceño.

— ¿Cómo se supone que debo tomarlo? —rio.

— Como que sé que no te gusta usar dos dedos porque es muy grande —se encogió entre hombros,
y se devolvió hacia el recipiente del queso para revolverlo un poco junto con el mozzarella que ya había
comprado rallado.

— No se trata de si es grande o no —le dijo, y Sophia sólo rio a través de su nariz y sacudió suavemente
su cabeza—. Bueno, sí, pero es sólo que no te quiero lastimar…

— I’m a big girl, I can take it —sonrió, recogiendo un poco de la mezcla de quesos para colocarlo sobre
las rebanadas de la fila inferior.

— Sólo tienes que pedirlo, entonces —dijo, y Sophia asintió en silencio—. ¿Todo bien?

— Gracias —murmuró sonrojada.

— Es un placer, literalmente es un placer —rio.


— No, no por eso… aunque también por eso.

— Entonces, ¿por qué?

— Por lo de Miami —sonrió.

— No es que no me guste saber que duermes hasta que se te quite el sueño, y que descansas, y que
cocinas… es sólo que también sé cómo te sientes referente al tema de, así como tú dijiste: “sentarte a
esperar a que yo llegue del trabajo” —le dijo—. Además, te consideraría una “trophy wife” y no por las
razones comunes… sino porque le gané al mundo y te tengo.

— Ay, de repente soy trofeo —bromeó, colocando más queso sobre las rebanadas de pan para luego
colocarle la mezcla de champiñones salteados y cebolla caramelizada.

— Tú sabes a lo que me refiero —entrecerró la mirada, y colocó la base de la sartén sobre la hornilla.

— Sólo bromeo —asintió con una sonrisa—. Pero, ¿no será que lo hiciste también para tener la excusa
perfecta?

— ¿Para que Alec no reviente en estrógeno y progesterona y saque a la criatura animal protectora
que lleva dentro?

— Para que no saque a la tarántula que lleva dentro, sí —asintió.

— Yo no necesito permiso suyo para irme a trabajar a otro lugar, mucho menos para llevarte conmigo
—frunció su ceño.

— ¿Ah, sí?

— Pues, sólo tuyo… porque el secuestro es penalizado por la ley —sonrió—. Además, quizás yo dejé
que mi tarántula saliera antes que la suya y le gané la moral —rio—; yo le dije que venías conmigo sí o
sí.

— ¿Fue parte de una excusa o no?

— Supongo que inconscientemente sí lo fue —se encogió entre hombros, y colocó la otra base de la
sartén sobre la hornilla—. Pero, bueno, es que yo no me voy a casar con una mujer de club de campo —
sonrió—; que juegue al tenis, al golf, que se broncee a la orilla de la piscina y que pase horas en el sauna
cual deporte olímpico.

— Ay, no —frunció su ceño y rio—. El único deporte que yo necesito es el que se practica en la cama…

— ¿Por qué siento que esa es como una insinuación bastante puntual? —rio.
— ¿A qué te refieres?

— A que quieres practicarlo hoy, y mañana, y el domingo, y toda la otra semana.

— La otra semana es el remake de cualquier película de Quentin Tarantino —hizo un gracioso y rubio
puchero.

— ¿Eso cómo debo tomarlo?

— Como que va a haber mucha sangre —se encogió entre hombros, y repartió el resto de los
ingredientes de forma equitativa—. Mucha sangre y muchas hormonas.

— Si te pones de mal humor… —se acercó a ella—. I can always suck your pussy —sonrió.

— ¡Emma! —gruñó, dándole inicio a una carcajada nerviosa.

— Así me dices cuando te estás corriendo —susurró, y le dio un beso en la sien—. Y eso es lo que
podría estar haciendo en este preciso momento, porque me sobran ganas, pero, de hacerlo, me corro el
riesgo de que no cenes… y tú sabes cómo me siento respecto a eso, ¿verdad? —le dijo al oído.

— Tú… —entrecerró la mirada.

— ¿Yo? —sonrió, paseando su nariz por su mejilla.

— Hazte a un lado, por favor —suspiró.

— ¿Te estoy estorbando? —le preguntó de nuevo, ahora dándole besos suaves por su quijada.

— Hazte a un lado, por favor —repitió con la mirada seria.

— ¿Te enojaste?

— Pero en el buen sentido —asintió.

— ¿En el buen sentido? —frunció su ceño.

— Me enoja que tengo que comer comida para comer clítoris —respondió—. I’m looking forward to
it —dijo, y Emma, con sus brazos en lo alto, porque «mea culpa», dio dos pasos hacia atrás—. Más lejos.

— ¿Aquí? —sonrió con su ceja derecha en lo alto, y se sentó sobre la encimera sobre la que se había
sentado antes.

— Perfecto —asintió, colocando los tres sándwiches sobre la sartén para luego taparlos con la otra
sartén, «bendita sea la unison double grill»—. ¿Estás viendo mi trasero? —le preguntó con una risa que
escondía para sí misma, pues le daba la espalda a Emma.
— Esos ojos en la espalda no necesitan gafas —bromeó.

— ¿Y cómo te gusta? —murmuró, inclinándose con distancia para abrir el horno y sacar los blondies.

— Mmm… —suspiró—. Como que me estás matando.

— Karma —rio, y cerró el horno con el pie.

— ¿Ya comió el Carajito? —preguntó con sus labios fruncidos, pues qué injusto era eso.

— Ah, eso puedes hacer —rio, viéndola por sobre su hombro—. ¿Verdad que ya no parece rata?

— Ya no parece burrito con patas —sacudió la cabeza—. Porque yo sé que no estás diseñado para ser
un perro flaco, pero tampoco quiero tener un perro gordo —le dijo al Carajito mientras lo recogía del
pie del refrigerador, pues era un lugar cálido—. Ya eres más alto que mi stiletto —rio, acariciándole la
cabeza—. Pero no más pesado que mi bolso.

— “Porque si es más pesado que mi bolso es que está gordo” —dijo Sophia, colocando el molde de
los blondies sobre una rejilla.

— Así es —rio Emma, sacando un tarro alto y blanco del gabinete inferior de la esquina, ese que ya ni
se alcanzaba a ver porque ya estaba frente a la alacena—. ¿Qué me dices de un chofer? —preguntó
realmente de pronto.

— Bueno, un chofer es una persona que te lleva de arriba abajo, de un lado a otro, ¿no? —frunció su
ceño.

— Yo sé lo que es un chofer, y sé lo que hace un chofer —rio, agitando el tarro con fuerza—.
Preguntaba si no te gustaría tener uno.

— ¿Para qué?

— ¿Para que te lleve de arriba abajo, de un lado a otro?

— ¿Qué? —se volvió hacia ella con la mirada ancha, y Emma asintió mientras se agachaba para poner
al Carajito sobre el suelo y servirle la leche del tarro en el recipiente—. ¿De dónde viene eso? Y, ¿desde
cuándo le das en el recipiente?

— De la misma epifanía de una housekeeper —se encogió entre hombros—, y desde que ya está
grande como para que le siga dando de un biberón; que se acostumbre.

— Dale sentido a lo del chofer, por favor.

— No sé —se encogió de nuevo entre hombros—, supongo que viene de que siempre te vas en taxi.
— Y tú caminas —repuso.

— Yo creo que, con lo que gastamos en taxi, podemos tener a un Hugh que haga lo mismo, ¿no crees?

— Son diez dólares de aquí a la oficina, tampoco es una millonada —rio—. Diez por cinco, por
cincuenta y dos, porque asumimos que trabajo las cincuenta y dos semanas completas, son dos mil
seiscientos.

— Eso sólo en ir de aquí a allá, cinco mil doscientos si es de allá a acá también —sonrió.

— Y Hugh gana veinte dólares la hora, eso significa que, asumiendo que son las cincuenta y dos
semanas del año, y que trabaja de siete de la mañana a seis de la tarde, son cincuenta y siete mil
doscientos al año —le dijo con una risa de no poder encontrarle la lógica—. Si quieres te saco la
diferencia entre un taxi y un chofer.

— ¿Eso es un “no”?

— Es un “si tú quieres uno, contrátalo” —sonrió—. Yo no lo necesito, y tú, si todavía le tienes fe al


transporte amarillo, tampoco lo necesitas.

— Cierto.

— Además, a eso tendrías que sumarle que tienes que tener auto y aquí el estacionamiento tampoco
es como que lo puedes encontrar en cada esquina.

— Buen provecho, Carajito —le dijo al mencionado con una caricia en la cabeza—. No chofer pero sí
housekeeper, está bien —suspiró, irguiéndose para enjuagar el tarro, lavarse las manos, y botar el tarro
en la basura.

— ¿Alguna otra idea loca que se te haya ocurrido de repente?

— ¿Te quieres cambiar de casa? —murmuró, y ni se dignó a verla a los ojos.

— ¿Por qué querría eso?

— No sé, ¿matrimonio es sinónimo de casa nueva?

— ¿Desde cuándo? —frunció su ceño.

— No sé, así fue con mis papás, con Phillip y Natasha, probablemente con tus papás así fue —se
encogió entre hombros.

— ¿Entonces?
— Es una pregunta.

— No.

— ¿”No” qué?

— Yo no me quiero mover de aquí —frunció nuevamente su ceño—. ¿Tú sí?

— I’m looking forward to pleasing you —susurró con una sonrisa.

— Dime una cosa, ¿en dónde vas a encontrar un clóset como el que tienes? —dijo, y elevó ambas
cejas ante tal pregunta—. ¿En dónde vas a encontrar un clóset como el que tenemos? —se corrigió, y
Emma frunció sus labios y su ceño—. Yo estoy feliz con un piano que no está en la sala de estar, y con
un cuarto que decidiste llamarlo “cuarto de lavandería” porque no querías dos habitaciones para
huéspedes, y estoy feliz con esta cocina que se hace bar, y con la alacena, y con el clóset de la entrada,
y con el balcón, y con la mesa de comedor en la que nunca comemos comida, y con la chimenea
escondida, y con el baño que se ve espectacular con la Neptune Kara que no hemos estrenado, y con la
maldita vista de Central Park que tengo cuando decides ponerme contra la ventana para hump my ass
—sonrió.

— Ya está —rio—. La vista pesa más que el clóset.

— Digamos que estoy de acuerdo, pero el clóset también me gusta —dijo, dándole vuelta a la prensa
para asar el otro lado de los sándwiches—, porque también destrozamos un par de repisas.

— Uy, ¿te acuerdas de esa vez? —rio sonrojada.

— Cómo no —asintió, y se volvió sobre sí para desmoldar el blondie—. Bendecir y consagrar una casa
nueva, sea casa, apartamento, o lo que sea, llevaría demasiado trabajo… podemos consagrar de nuevo
todo lo que quieras; no tiene que ser nuevo.

— ¿Sí?

— Tiempo tenemos, y ganas… mierda, ahorita tengo unas ganas que no puedo cuantificar —sonrió,
dejando caer la torta blanca sobre la rejilla—. Mira: sin quemarse ni un poquito —le dijo, señalándole la
torta.

— Se ve bonita —se acercó a ella, y abrió la boca.

— ¿Y sabe? —preguntó, arrancando un trozo del blondie para metérselo a la boca.

— Your pussy tastes better —susurró, y, en cuanto Sophia entrecerró su mirada, contestó apropiada
y coherentemente—: sabe demasiado bien.
— Saca platos.

— Sí, señora —bromeó en el tono militar—. ¿Algo más?

— Servilletas.

— ¿De tela o de papel?

— De papel.

— ¿Blancas, rojas, o navideñas? —rio, pues nunca había sabido cómo o por qué era que tenía
servilletas navideñas.

— Es abril, ¿tú qué crees?

— Blancas —asintió, tomando dos servilletas y dos platos—. Por cierto, Natasha me dijo que mañana
van a ir a “Top of the Standard”, y me preguntó si queríamos ir con ellos.

— ¿Qué es eso? —frunció su ceño, apagando la hornilla para quitar la prensa.

— Restaurante, pero luego sería de movernos “Le Bain” para un poco de música, un par de copas…
bailar contigo… ¿quieres ir?

— Con una condición —le dijo, colocando el primer sándwich, con las marcas perfectas en ambos
lados, sobre un plato para cortarlo en diagonal, tal y como a Emma le gustaba.

— ¿Cuál?

— Que te pongas un vestido que te llegue hasta aquí como máximo —respondió, trazando la línea a
medio muslo.

— Luego puedes escogerlo tú si quieres —sonrió—, y puedes escogerlo todo.

— Entonces, sí —dijo, y le sirvió el otro sándwich—. Vamos a comer, que me muero de hambre —
resopló, tomando los dos platos para que Emma tomara los vasos y la botella de limonada rosada.

— ¿Cómo te fue hoy?

— Bien —sonrió, tomando asiento al lado izquierdo de Emma—, me pasé la mañana entera
diseñando.

— ¿Qué diseñaste?
— Es una habitación, que no sé si cuenta como principal o no —se encogió entre hombros, y recibió
un beso en su sien, lo cual significaba un mudo pero cariñoso y educado “buen provecho”, y ella, en
reciprocidad, estiró su cuello para alcanzar sus labios—. Buen provecho para ti también —susurró.

— Gracias, mi amor, y gracias por la cena también —repuso, y le dio otro beso en su sien—. Ahora,
cuéntame, ¿por qué no sabes si cuenta como principal?

— Es… bueno —se encogió entre hombros y le dio un mordisco a la humeante mitad de sándwich—,
no es la más grande, pero, de alguna forma, es la más importante.

— Suena a casa de pareja en la que vive la suegra —rio.

— Más o menos —asintió con una risa que lograba disimular el nerviosismo—. En todo caso tiene la
misma importancia que la habitación en la que duerme la cabeza de la familia.

— ¿Y qué con esa habitación, qué es lo que tienes que hacer?

— En un principio solamente reambientarla.

— ¿Pero?

— La distribución no era tan común.

— ¿No era accesible?

— Sí, sí es… —murmuró, teniendo mucho cuidado de no insultar el diseño inicial de la habitación de
Emma—. Tiene su encanto, y tiene su funcionalidad y todo.

— ¿Pero?

— Las cosas cambian —se encogió entre brazos—, y, en lugar de tener una cama individual, quieren
una King size bed y eso no cabe a menos de que se tope a una pared… y, antes de que preguntes, no, no
es posible hacer eso porque tiene que tener acceso de los dos lados —dijo, sabiendo que, de ser por ella,
toparía la cama a la pared para no cambiar nada, pero, por ser Emma la involucrada en el asunto, no
podía sólo ser así porque a Emma le daría un paro cardíaco debido al antiguo arte de lo obsesivo-
compulsivo.

— Entiendo, entiendo —asintió—. Entonces, ¿cómo vas a hacer?

— Tengo que reorganizar lo que hay dentro; quitar clósets, mover el baño, y… —dio otro mordisco—
. Y eso.

— “Mover el baño” suena tan fácil —rio—. ¿Belinda te está ayudando con eso?
— Yo sé que no es fácil, pues, tampoco sé si se puede…

— Se puede mover un baño, sí, pero es un dolor anal después de diez habaneros —rio.

— ¿De verdad?

— Sí —asintió—. Si quieres puedo ver los planos para ver si en realidad se puede hacer o no.

— En escala del uno a diez, ¿qué tan imposible es hacerlo?

— Te diría de entrada que no, ¿quién te lo está viendo?

— Volterra —dijo, y Emma lanzó la carcajada—. ¿Tiene eso algo de malo?

— Volterra, a pesar de saber que algo es extremadamente difícil, tiene la mala maña de quebrarse la
cabeza hasta encontrar una solución que es inútil, o más imposible, o simplemente estúpida —sonrió—
. Él con su idea de “el cliente siempre tiene la razón”, hace unas estupideces que… Dios lo ayude.

— Entonces, ¿qué hago?

— Empieza a considerar la reorganización del espacio de otra forma.

— No se puede de otra forma —frunció sus labios con frustración.

— ¿Ya consideraste ampliar?

— No hay como que mucho espacio para ampliar.

— ¿Reubicar clósets?

— Sale lo mismo.

— ¿Reubicar puertas?

— Sale más o menos a lo mismo.

— Enséñame los planos, tal vez te ayudo a que se te ocurra algo —sonrió.

— Ya me lo pusiste como cubo rubik, imposible que deje que me ayudes.

— Está bien —rio—, pero, si hay algo en lo que necesites ayuda, para eso estoy también.

— ¿”También”?

— Aparte de para complacerte, claro —bromeó, y trajo a Sophia en un abrazo por los hombros.
— ¿Qué preferirías tener: tonos grises y blanco, quizás algunos crema, o tonos azules?

— Mmm… depende de la iluminación de la habitación —sonrió, mordiendo el sándwich que Sophia


le ofrecía.

— Tiene buena iluminación natural —rio nasalmente, pues Emma había dado una mordida que pasaba
por graciosa—, y tiene una bonita vista.

— ¿Vista urbana, vista de agua, vista de jardín?

— Agua y jardín, pero predomina el agua.

— Yo te diría que, en ese caso, preferiría los tonos grises para que no compita con la vista del agua;
para que no le reste ni impresión, ni importancia, ni nada… pero no sé si tu cliente va a verlo de esa
forma o si te va a decir que quiere tonos azules para que “combine” con la vista, o para que la haga
resaltar.

— ¿Pero?

— Si le pones tonos grises, de alguna forma tienes que ponerle un poco de color para que no apague
la vista.

— Pensaba hacerlo con decoraciones de paredes —asintió, habiendo ya pensado en eso para ese
mismo escenario, el cual sabía que era el que Emma recomendaría; la conocía demasiado—. Alguna
pintura, unas cuantas fotografías que tiene, una planta pequeña, nada muy loco pero algo que sí le dé
más vida que sólo la iluminación natural.

— ¿Y la iluminación artificial?

— Más amarillenta que blanca; es más amable con la vista.

— Suena a que tu único problema es el baño —rio, dándole otro mordisco al sándwich que Sophia le
ofrecía.

— Ya veré cómo lo soluciono —asintió, y llevó el último trozo de sándwich a su boca.

— Y sé que lo solucionarás —sonrió—. Por lo demás, ¿cómo te fue hoy?

— Bien, almorcé con Clark y Robert, y luego fui a la reunión que tenía con Mrs. Hudson… cuatro
habitaciones para tres baños, cocina enorme y un área que abarca comedor y sala de estar.

— ¿En West Village?

— Meatpacking District; al frente de Apple y demasiado cerca de Chelsea Market.


— No es una mala ubicación.

— No, la ubicación no es mala… es sólo que el apartamento en sí es un poco raro.

— ¿Por qué?

— Paredes blancas, pisos de roble, una pared de ladrillo, los baños nada que ver, ventanas enormes,
y la distribución es rara; cuando entras están los dormitorios y, al final, ya está la cocina con este enorme
espacio que te digo.

— Sí, a veces hay unas distribuciones un poco raras allí, no siempre le encuentro la gracia a ese lugar.

— Tú eres más Upper East Side que un Upper-Eastsider —rio.

— Podría vivir en cualquier distrito, simplemente este apartamento me atrapó, y era más barato que
unos que vi en Upper West, en Chelsea y en East Village.

— Y no tenía esas cláusulas de no poder abrir una pared y levantar otra pared —susurró.

— Lo que sea por un clóset digno —asintió—. Por cierto, quedó muy rico —elogió sus capacidades
culinarias con un mordisco grande.

— Me gusta que te guste —dijo, enrollándose un poco entre el brazo de Emma—. ¿Cómo te fue a ti
con Helena?

— Me sacó el enojo fugaz, pero bien; todo bien.

— ¿Qué pasó?

— Sacó el tema de los hijos.

— Sí, a mí me lo sacó ayer también —rio nasalmente al imaginarse el tipo de enojo fugaz al que Emma
se refería—. ¿Por qué cuesta tanto que entiendan que no te voy a compartir con nadie? —frunció su
ceño con cierta falsedad, aunque era una pregunta seria.

— Es como si fuera una obligación —se encogió entre hombros y le dio un beso en su frente.

— Entre la mirada que te dan cuando dices que eres lesbiana y la mirada que te dan cuando dices que
no quieres hijos… mierda, la segunda mirada es más asesina.

— Pero yo te amo, y estoy para complacerte —sonrió.

— Eso suena condescendiente, como si tú sí quisieras tener hijos.


— Pero no, no quiero —sacudió su cabeza—. Sería condescendiente si tú quisieras tenerlos y yo te
dijera que está bien, que yo también los quiero porque los tendría contigo, pero yo soy demasiado
impaciente con los niños… independientemente de que me digan que, cuando son de uno, uno los
soporta —rio—. Yo no estoy como para desafiar a la vida en ese sentido; si soy estéril es por algo… sabrá
Dios de qué está salvando a los hijos hipotéticos que tendría… además, con el Carajito es más que
suficiente.

— Jamás te he podido ver como una mujer embarazada —rio.

— There’s no haute couture for pregnant women —dijo con tono de indignación—. Yo a ti tampoco
te logro imaginar embarazada.

— Yo que soy toda de acostarme sobre el abdomen —sacudió su cabeza.

— Sería de agujerar la cama para que puedas hacerlo —se carcajeó.

— Sí, sí, ríete.

— Yo sólo quiero que sepas que si eres un caso de concepción divina… pues, sí lo criaría.

— Ahí está mi concepción divina —rio, señalando al Carajito, que intentaba beber leche del recipiente.

— Y con él puedo utilizar lenguaje obsceno y soez sin preocuparme de nada —asintió—. Mejor
imposible.

— Es mejor ser una tía chic and cool.

— I’ll second that —sonrió, tomando el vaso para beber de él aquel líquido sintético—. Te extrañé
hoy, no sabes cuánto habría querido poder llevarte a la reunión con los de Oceania para que te dieras
gusto con la comida que van a servir…

— I’m right here —susurró, tomándola de la mano que se posaba sobre su hombro derecho—. Y estoy
comiendo contigo, y voy a trabajar en eso contigo.

— Luego te enseñaré la bitácora que me dieron sobre la comida y las notas que hice, así podemos
hacer brainstorming juntas.

— Cuando quieras.

Cayeron en un silencio de palabras, pues, entre risas y sonrisas, decidieron jugar con la comida, algo a lo
que todo progenitor se oponía en todo país del mundo, pero era un juego sano que terminaba en
mordiscos y en estómagos alimentados.
— Listo, mi amor —sonrió Emma en cuanto terminó de poner todo utensilio sucio en la lavadora de
platos, pues el arreglo siempre era que, si Sophia cocinaba, ella se encargaba del resto.

— ¿Quieres postre ya o lo quieres luego? —le preguntó desde la otra encimera en donde ya había
mezclado las fresas con trozos de blondie y helado de vainilla.

— Mmm… —suspiró, acercándose a ella a paso lento, y la abrazó por la cintura—. En este momento
quiero quitarme otro antojo —sonrió contra su cuello.

— Guardo esto en el congelador y te dejo hacerme lo que quieras —dijo rápidamente—, me lo gané.

— ¿Ah, sí?

— Ya cené, recompénsame —asintió.

— Oh, I will —rio suavemente, y se despegó de ella para ir en dirección a la sala de estar.

Usurpó la música, porque quizás, si escuchaba una canción más de Katy Perry, así fuera “I Kissed A Girl”,
probablemente tendría un colapso temperamental y destruiría cada uno de los parlantes de su hermoso
sistema de sonido. Además, Katy Perry no era ni adecuada ni apropiada.

Ajustó la intensidad de la luz de la sala de estar, nada muy iluminado ni muy oscuro;
simplemente perfecto, y, justo cuando vio que Sophia ya venía en su dirección, haló el sillón para
indicarle que ahí era donde debía sentarse.

— ¿Aquí? —rio la rubia, paseando su mano por el borde del respaldo.

— ¿Algún problema? —elevó su ceja derecha y cruzó sus brazos.

— No —resopló, dejándose caer en el sillón con su pierna derecha sobre la izquierda—. Es sólo que,
siempre que me siento aquí, es para verte hacer algo.

— ¿Algo como qué? —sonrió con su labio inferior entre sus dientes.

— Un striptease —se sonrojó.

— Y… —susurró arrastradamente hasta apoyarse de ambos brazos del sofá con sus manos, para, así,
poder acercarse a su rostro—. ¿Te gustaría uno?

— I thought you —dijo, colocando su dedo índice sobre la punta de la nariz de Emma— were the one
to fuck the living daylights out of me —sonrió.

— Ah —rio nasalmente, intentando seguir el dedo de Sophia con sus labios—, pero eso sí lo haré…
porque tengo unas ganas indescriptibles de dejarte panting.
— ¿Pero? —ensanchó la mirada.

— Pero nada —sacudió su cabeza—. I’m horny… really horny —dijo con seriedad y propiedad, y,
lentamente, fue dejando que su ceja derecha se elevara cada vez más.

— ¿Y eso por qué? —rio provocativamente.

— Me pegaron fuerte las hormonas —se encogió entre hombros y se irguió—. Y porque así soy yo —
guiñó su ojo.

— ¿Sí? —murmuró, acercándose a ella para tomarla por la cadera mientras colocaba su rostro contra
su vientre con las claras intenciones de algo más.

— Mjm —sonrió desde lo alto, enterrando sus dedos entre el flojo cabello de Sophia para, con el
disimulo que no la caracterizaba en ese momento, presionarla contra ella—. Soy un horno industrial —
le dijo, viéndose obligada a darse la vuelta ante las manos de Sophia, quien ahora colocaba sus labios
sobre su falda para besar aquel distante trasero.

— Aunque me guste un striptease… podría perfectamente omitirlo para sólo tenerte sin ropa —
murmuró entre sus besos—. Pero quiero ver cómo mueves esto —sonrió, y mordisqueó su glúteo
derecho.

— I can’t twerk.

— No te estoy diciendo que hagas eso… sólo quiero ver cómo lo mueves, tú sabes… por mi fijación
con esa parte del cuerpo —rio.

— ¿Y con qué quieres que lo mueva?

— Sorpréndeme —se encogió entre hombros y continuó besándola mientras la veía tomar su iPod
para buscar la canción que realmente sabía que la sorprendería.

Comenzó con un “one, two, three” acapella y en una voz baja y grave, luego algún tipo de canto que
parecía ser más un mantra o alguna muletilla característica de las canciones en árabe, o quizás eran
palabras, y, rápidamente, entró el beat que no era percusión sino un simple beat muy marcado, el cual
fue abusado por las caderas de Emma. «Porque así es como se mueve». Y luego fue la intrigante y sedosa
voz que hablaba y que no cantaba; Lana del Rey y una de esas canciones que prácticamente sólo Emma
le conocía.

Sensual era la canción, la voz, y el marcado y tajante contoneo de lado a lado. Sensual era el momento
y las circunstancias.

Emma se dio la vuelta a eso del segundo veintinueve, o treinta, justo después de ese “I gave
you everything”, y, con las manos de Sophia a la cadera, se encargó de llevar las suyas al cuarto botón
para empezar a deshacerse de la hilera que ocultaba su Odile de Changy negro sobre su torso, el cual ya
pedía, casi a gritos, que lo broncearan, aunque todavía aguantaba unos meses sin llegar a caer en la
categoría de lo desteñido.

Y «holy shit», porque las palabras de Sophia no pudieron describirlo mejor, pues, con la extraña
sensualidad de la canción, la salida de la camisa fue casi tan obscena como poética, o quizás sólo era el
contoneo sin cesar que había poseído sus caderas.

Le dio la espalda, y dio un paso hacia una mayor distancia. «Double holy shit»,
porque, «mierda», las pecas eran difíciles de digerir bajo esa luz, eran como ese cruel imán que
significaba Sophia en esos momentos. Ella quería tocar, mordisquear y besar. Pero, como Emma era
quien tenía dos minutos y veintiocho segundos en total para quitarse la ropa, todo iría de acuerdo al
tempo y a todo detalle orgánico de la melodía; de infarto.

Llevó sus manos a su espalda baja para encontrar la diminuta cremallera de su falda, y, con una lentitud
y una parsimonia que la canción no conocía, la bajó para revelar los comienzos de su garter de encaje
sobre sus caderas. Escabulló sus pulgares por los costados, sacó un poco su trasero, y, con la provocación
de cruel combustible, la bajó primero un poco del lado derecho, luego del izquierdo, y del derecho, y del
izquierdo, y así hasta que, junto con una mirada creciente de Sophia, se fue agachando únicamente con
su torso.

«Triple holy shit», dejó caer su quijada. ¿Garter y sin la típica tanga negra?

Sophia, manteniéndose sentada, cosa que no sé todavía cómo logró, apoyó sus codos sobre su
regazo para acercarse al trasero desnudo de Emma, en especial al sneak peek que le daba de sus labios
mayores. Emma la vio de reojo, y, como cosa de la canción, o de la casualidad, todo fue como si se tratara
de una hipnosis.

Con veintiocho segundos, Emma se irguió sólo para colocarse a horcajadas sobre Sophia.

— Em… —susurró arrastradamente Sophia y sin lograr saber en dónde colocar sus manos.

— Dimmi, Sophie —sonrió, tomando sus manos para colocarlas en su trasero.

— Creo que tus ganas de abusarme tendrán que esperar —rio, apretujando todo lo apretujable y
sintiendo que, cerca de sus dedos, el calor de Emma crecía desde su hendidura.

— ¿Sí? —exhaló, pasando sus manos hacia su espalda para desabrochar su sostén, y Sophia asintió—
. ¿Qué me quieres hacer?

— Tócate —susurró, ayudándole a quitarse eso que tanto les estorbaba a ambas en su pecho.

— ¿Qué quieres que me toque?


— Aquí —sonrió, y, con esa mirada que no puedo describir, succionó sus dedos para colocarlos sobre
el clítoris de Emma.

— ¿Está como para que lo toque yo o como para que lo toques tú? —dijo, preguntando más la
cantidad de su humedad que la calidad del antojo.

— Está como para que lo toques tú —respondió, y retiró sus dedos de aquellas coordenadas para que
fueran sustituidos por los de Emma.

— Pero tú también tienes que tocarme —jadeó a consecuencia del círculo que había trazado sobre su
húmedo clítoris.

— ¿”Tengo” que? —elevó ambas cejas.

— Yo quiero que me toques —asintió, evitándose el mundialmente sabido y conocido «porque sé que
no te aguantas».

La cercanía estaba, el tacto estaba también, y era un tanto extraño ver a Emma dándose placer directo
mientras obtenía placer indirecto por las manos de Sophia que viajaban por su espalda, que en realidad
era una mezcla de roces, caricias y clavados olímpicos y limpios de uñas que se deslizaban desde sus
hombros hasta su trasero, en donde se clavaban con mayor agudeza para apretujarlo como sólo él
invitaba.

Los labios de Sophia se habían adherido a su pezón izquierdo por el simple hecho de que, de haber
escogido el derecho, habría habido un conflicto en cuanto a la comodidad de sus labios y a la comodidad
del uso de los dedos de Emma, el cual nacía prácticamente desde el hombro para no estresar a su
muñeca; para no estropearse el túnel carpiano antes de tiempo. La mano izquierda de Emma, aquella
que se había proclamado meramente inútil para cualquier tipo de placer sexual, fuera propio o ajeno,
mantenía a Sophia en su pezón al tomarla suavemente por la nuca, y, a veces, como si necesitara
descansar, aunque en realidad era cada segundo de claro escalamiento de placer el que la hacía rendirse
de cabeza y cuerpo, se detenía del borde del respaldo del sillón.

La respiración de Emma era rápida pero cortada, era como si su exhalación fuera dividida en el número
de círculos que trazaba en su clítoris, sus ojos oscilaban entre el completo cierre o el excitado entrecierre
con el que veía que Sophia tiraba de su pezón para, al dejarlo ir, volverlo a atrapar.

Hubo un momento, no sé ni qué canción era la que sonaba en el fondo porque los jadeos de
Emma eran más embriagantes que la música y eso era desde hacía rato, Emma simplemente dejó de
respirar, o quizás sólo atrapó su inhalación en su diafragma, y Sophia, sabiendo muy bien lo que eso
significaba, dejó su pezón en paz para poder ver la evolución de su expresión facial en ese momento de
traviesa etapa pre-orgásmica.

Emma se aferró con su mano izquierda al borde del respaldo del sillón, lo apretujó al punto de que llegó
a sentir la estructura interna, agilizó al movimiento de sus dedos sobre aquel botoncito que no había
sufrido del matapasión que Emma misma generaba entre su excitación, pues cómo detestaba disminuir
la fricción; quizás tenía que ver con sus dedos, o con su clítoris, o simplemente una exótica psicosis de la
que sufría cuando se refería a la autoestimulación.

Sophia apretujó fuertemente su trasero, dejándose llevar por el repentino vaivén que un orgasmo
hincado proveía con porqué pero sin para qué, y, viéndola a los ojos, los cuales se habían cerrado para
no desperdiciar energía orgásmica, le dejó ir una nalgada que la hizo exhalar lentamente entre un gemido
y sollozo de entrañas contraídas.

Frotó rápidamente su clítoris, y dejó que la agudeza de sus cuerdas vocales saliera al compás de la
relajación de su mandíbula, pero sólo tuvo el valor de frotar su clítoris durante el apogeo de su orgasmo,
pues, de frotarlo más de la cuenta, sabía que corría el riesgo de sólo poder tener un tan solo orgasmo,
lo cual no le servía para las ganas que tenía. Las ganas no eran proporcionales al alcance. Sufrió de
espasmos cortos y cortados, de espasmos internos a nivel vaginal y clitoral, y de espasmos que todavía
se manifestaban como el vaivén de su cadera; de atrás hacia adelante aunque un poco hacia arriba
también.

— Oh, fuck… —suspiró Emma, notando que estaba aferrada con ambas manos al respaldo del sillón y
que Sophia ya acariciaba su espalda con mayor suavidad.

— En escala del uno al diez, ¿qué tal? —sonrió Sophia, dándole besos en su pecho.

— Rico —respondió entre aires.

— Así se vio —rio, abrazándola a la altura de la cintura para apretujarla un poco—. ¿Aguantas otro?

— Claro —asintió.

— Mi turno, entonces —sonrió.

La mantuvo abrazada con su brazo izquierdo, y, con ligereza, escabulló su mano derecha por el vientre
de Emma hasta llegar a su entrepierna.

Le provocó uno que otro espasmo en cuanto rozó su clítoris, el cual ya había entrado en proceso
de desinflamación, y, al notar la sensibilidad, simplemente acudió al plan B; porque siempre había un
plan B.

Introdujo primero su dedo del medio en ella, el cual pareció provocarle muy poco por la dilatación y la
lubricación interna, pero, en cuanto la invadió con un segundo dedo, Emma manifestó ese hermoso
ahogo de placer.

Pero Sophia no iba a por una penetración recta y plana, no, no le interesaba penetrarla porque sabía que
no hacía mucho con eso, a veces no hacía nada en realidad; en eso mentían muchas actrices porno.
Bueno, es que por eso eran actrices.
— Sophie —gimió Emma al sentir la ligera presión sobre su GSpot—, are you trying to make me squirt?

— Me gusta cuando eyaculas —asintió, provocándole una minúscula sonrisa de labio inferior entre
dientes—. Y, como aquí se hace lo que a mí me gusta —rio nasalmente, volviendo a presionar su GSpot—
, quiero hacerte eyacular.

Entre gratificación y rendición, quizás un estado de malinterpretada subordinación, Emma se dejó hacer
eyacular. Las palabras de Sophia eran gratificantes, y el resultado de sus gustos también lo sería; por un
orgasmo intenso cómo no entregarse.

Emma buscó sus labios, porque así era como su calidad de sumisión quedaba anulada, pues era
ella quien controlaría los labios de Sophia con los suyos, además, era algo que la hacía sentir mimada
mientras intentaban arrancarle el alma del cuerpo por unos cuantos segundos por muy satisfactorio y
agradable que eso fuera.

Sophia batió sus dedos de adelante hacia atrás, pero no era un movimiento sólo de dedos, era más de
mano en general. Con cada presión era un gruñido que se sumaba a la pila de placer, con cada soltura
era un jadeo de confuso alivio, pues nadie podía negar que el GSpot era una zona demasiado intensa
como para encontrarla completamente placentera; era tan placentera y sensible que tenía su mísera
dosis de culposo y bienvenido dolor. De alguna forma y por alguna razón, los dedos de Sophia, aquellos
que no estaban en su vagina sino sobre sus hinchados labios mayores, ejercían esa intensa y presionada
caricia que se complementaba con el tenue mimo que la palma de su mano hacía sobre su clítoris.

Aceleró el movimiento de sus dedos, de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante, haciendo
que Emma se encorvara a tal punto que parecía ya una gráfica rendición de rodillas y todas las
implicaciones.

No tuvo tiempo ni siquiera de hacer esa sagrada y placentera respiración profunda que tanto le
gustaba porque realmente la hacía explotar con intensa moderación, pero, por lo mismo, sólo fue
soltando ese gruñido, primo de un pujido y hermano de un gemido, mientras se aferraba a la nuca de
Sophia con un abrazo que jadeaba contra su cuello entre esos temblores que le hacían una morbosa
burla al mal de Parkinson.

Escaló a un grito de liberación absoluta que se cortaba únicamente por lo que podía confundirse
con un ataque de epilepsia severo, y, clavándose las uñas en sus senos porque así se sentía
increíblemente bien, se dejó ir alrededor de los dedos de la rubia que intentaba mantenerla en su sitio
mientras le sacaba hasta la última gota de orgasmo que podía sacarle.

— Who’s panting now? —susurró Sophia al oído de Emma con una risa burlona.

— Yo —sonrió como pudo, y se dejó acariciar por lo besos que Sophia le daba en su cuello y en su
hombro.

— ¿Te sientes bien? —Emma sólo asintió—. ¿Rico?


— Demasiado… creo que, si me pongo de pie, me voy al suelo.

— Yo te tengo —sonrió, apretujándola entre sus brazos—. Yo te tengo.

— Quiero más —susurró, levantando su rostro para verla a los ojos.

— ¿Más? —ensanchó la mirada, pero no con sorpresa de la mala sino de la buena, y Emma asintió—
. Qué rico —sonrió.

— Hormonas pre-menstruales —se encogió entre hombros—. Asumo que eso es.

— ¿Qué quieres que haga al respecto?

— Quiero que me calmes las ganas, no que acabes con ellas —rio—, que seguramente mañana y el
domingo voy a querer también.

— Sal de ese cuerpo, Sophia —rio la dueña de la cabellera rubia, haciéndose una burla como pocas.

— Yo también tengo mis facetas de ninfómana —sonrió.

— Qué rico —dijo con una expresión demasiado graciosa—. Pero, dime, ¿qué quieres que te haga?
—preguntó de nuevo, acariciando su mejilla con el dorso de su mano.

— ¿Qué hay en el menú?

— Hay… —suspiró—. Tribadismo clásico y variaciones factibles, sesenta y nueve que puede ser lateral
u horizontal y que quizás quede más como un treinta y cuatro punto cinco porque sabemos que nunca
es equitativo, facesitting normal y en reversa, faceriding normal y en reversa, masturbación mutua o
frente a frente, cunnilingus, anilingus, penetración vaginal, penetración anal, voyerismo, humping… y,
como guarnición, hay artefactos de vibración y/o penetración, bufanda negra, estimulación de pezones,
mordiscos en hombros, abdomen y espalda, terapia lingual a lo largo de la espina dorsal… y, de postre,
tenemos cuddling y spooning, pillow talk, ducha, postre comestible real a una o a dos cucharas, copa de
vino tinto, algo de HBO o de Fashion Police pero en mute porque no soportas a Giuliana DePandi…

— Tienes un menú bastante amplio —rio.

— Para cubrir cada uno de tus gustos y mis gustos —asintió.

— No creo que eso sea completamente cierto —le dijo, y le dio un beso en su frente.

— ¿Me faltó algún gusto tuyo? —frunció su ceño.

— No, mío no; tuyo sí.


— ¿Cuál?

— ¿Me mueves al sofá? —rio en tono mimado, y Sophia, sin decir “sí” o “no”, la tomó fijamente de
sus caderas con un abrazo y se puso de pie para volver a caer sentada en el sofá de al lado, ese que
quedaba frente a la mesa de café de vidrio—. Te compré algo —dijo, estirando su brazo izquierdo para
alcanzar la bolsa color cian.

— ¿Babeland, eh? —rio—. ¿Qué hacías en una sex shop?

— Comprándote esto —sonrió, sumergiendo su mano en la bolsa para sacar una rectangular y
relativamente pequeña caja blanca del interior.

— ¿Eso es…? —frunció su ceño al ver que el intento de envoltorio de regalo era, en realidad, la tanga
que a Emma le había faltado bajo la falda.

— La usé todo el día —asintió con una sonrisa de enorme satisfacción, como si estuviera demasiado
orgullosa de sí misma.

— Es tan pervertido… —suspiró, tomando la caja entre sus manos—. Tan pervertido que me gusta.

— Pero si ni sabes lo que hay dentro —rio.

— No importa lo que hay dentro —sacudió su cabeza, y llevó sus dedos a aquella tanga para
desanudarla—, esto es suficiente —dijo, logrando retirarla de la caja para llevarla a su nariz, cosa que,
bajo cualquier otra circunstancia y con otro tono, se habría visto demasiado mal; quizás fue la sonrisa
con la que inhaló el aroma de aquella partecita, quizás fue el gusto con el que lo hizo, quizás fue la
perversión misma—. Sweet Jesus… —rio, abriendo sus ojos al terminar de inhalar, y, de un movimiento
la tumbó sobre el sofá, dejando así la caja en el olvido temporal—. No me gustas con ropa.

— Pero si no tengo ropa —resopló, empujando las gafas de Sophia por el tabique.

— Por mucho que me guste abusarte en stilettos… —sonrió, llevando su mano al pie derecho de
Emma—. Ahorita me estorban demasiado —dijo, y dejó caer aquel New Declic Louboutin sobre el suelo.

— ¿Qué me vas a hacer?

— ¿Qué quieres que te haga? —sonrió de nuevo, tomando el Louboutin izquierdo para dejarlo caer
al espacio entre la mesa de café y el sofá.

— Creí que aquí mandabas tú —elevó Emma su ceja derecha, lo cual sólo logró que Sophia tomara su
garter Kiki de Montparnasse y lo retirara como si le tuviera infinito desprecio, que, cuando llegó a las
medias, simplemente se las arrancó hasta dejarla completamente desnuda.
— Abre tus piernas —dijo nada más, y Emma, en ese estado de regocijo total, separó sus rodillas y
sus piernas.

Posó su pie derecho sobre el respaldo del sofá, su pie izquierdo sobre el vidrio de la mesa de café, y,
como si le complaciera la mirada que Sophia le daba, porque en realidad la estaba turbo-cogiendo con
la mirada, llevó su brazo derecho tras su cabeza para adquirir una pose de relajación veraniega total
mientras su mano izquierda apenas hacía torpes caricias en su clítoris.

— Estoy tan mojada —resopló Emma, paseando su dedo del medio en aquella corta distancia que había
entre su vagina y su clítoris.

— ¿A qué sabes? —ladeó su cabeza con una sonrisa, y tomó la caja nuevamente para terminar de
saber lo que había en su interior.

— Mmm… —tarareó, llevando su dedo a sus labios—. Tienes que probar esto —rio en cuanto limpió
su dedo, pero Sophia no le estaba prestando atención porque había descubierto el artefacto que había
en el interior de la caja—. ¿Pasa algo malo? —le preguntó ante el ceño fruncido.

— Mmm… —rio Sophia nasalmente, y, como si una potencial carcajada malévola la hubiera poseído,
simplemente se sentó sobre la mesa de vidrio con sus piernas abiertas—. Tú… —la llamó con su dedo, y
Emma se sentó frente a ella—. Dime, ¿qué es esto? —le preguntó, interponiendo entre ellas aquel
artefacto.

— Es un dildo fandango pink con una ventosa, que no tiene la forma real de un falo —frunció su ceño,
pues realmente no entendía de dónde venía la pregunta si era algo demasiado evidente.

— Eso lo sé, y sé para qué se usa también —rio, lamiendo la punta de sus dedos para pasearlos por la
ventosa, y, de un agresivo golpe, lo adhirió al borde de la mesa de vidrio por entre sus piernas.

— ¡Ah! —rio ella también, y se puso de pie sólo para colocarse a horcajadas sobre Sophia, dejando el
falo entre ellas para simplemente acercarse—. Sé que te gusta ver —se encogió entre hombros, y se
echó hacia atrás para apoyarse con sus manos del asiento del sofá.

— You’re damn right I do —asintió, ayudándole a Emma a acomodar sus piernas, pues eso de hincarse
y tirarse hacia atrás debía ser incómodo a nivel de espalda y piernas.

— ¿Qué tanto te gusta? —elevó su ceja derecha, y llevó su mano al falo para colocarlo contra sus
labios mayores.

— Emma… —suspiró, viendo cómo, manteniendo el falso falo contra su órgano de placer, porque de
reproducción definitivamente no era, comenzaba a subir y a bajar con sus caderas para empezar a
frotarse con él.
— No se siente ni la mitad de bien como cuando lo hago contigo —le dijo con una sonrisa
provocativa—, pero no planeo hacerlo en seco.

— Esto es tan perverso y pervertido que me gusta —rio, colocando su mano en el falo para relevar la
de Emma, así ella sólo tenía que subir y bajar con su cadera—. It’s like Christmas in july.

— Merry Christmas, Sophie —sonrió, elevando sus caderas hasta que el final del falo le quedara en la
entrada de su vagina, y, con la ayuda de su propia mano, pues la de Sophia había sido víctima de la
hiperventilación, se deslizó alrededor de él con tortuosa y seductora lentitud.

— Mierda… —rio nerviosamente, sacudiendo su cabeza y posando sus manos sobre los muslos de
Emma—. No tienes idea de lo bien que se ve…

— ¿Te gusta? —jadeó, elevando sus caderas para completar el primer ciclo de penetración, y Sophia
asintió—. ¿Quieres que lo haga más rápido?

— Yo… —balbuceó, estando totalmente ida en la imagen de la entrepierna de Emma; sus labios
menores estaban tensos y envolvían al rosado falo que era ciertos tonos más oscuro que ellos, y, como
si eso no fuera suficiente, estaba encantada con cómo el falo aparecía y desaparecía.

No supo qué responder, sólo llevó su pulgar al clítoris de Emma para estimularlo, cosa que contaba como
compensación para Emma, tanto porque la posición era realmente incómoda en el sentido de que tenía
un vacío bajo su espalda como porque eso de la penetración no la satisfacía tanto como el frote; menos
mal que la mesa de café era un poco más baja que el asiento del sofá.

Aceleró un poco la penetración, no porque lo necesitara o porque iba tras un orgasmo, en


realidad no había considerado la posibilidad de uno, sino que aceleró todo a raíz de que Sophia había
agilizado el frote de su clítoris, el cual no frotaba directamente para cuidarlo de una irritación,
coloquialmente conocido como “hipersensibilidad temporal”, pero, sí lo frotaba por sobre el capuchón.

Sí, sí, a Sophia le encantaba la vista, eso se daba por hecho, pero, dentro de todo, no le
terminaba de bastar.

Tomó a Emma por la cadera y la trajo hacia ella con un gruñido, quizás sexual o quizás por la fuerza que
tuvo que hacer, y la mantuvo lo más cerca que pudo contra su torso en esa posición de cuclillas. Se
acercó más al borde de la mesa para que Emma pudiera acomodarse a su gusto, pero ella decidió
quedarse en cuclillas por la simple razón de que nunca lo había hecho en esa posición, además, eso le
permitía tomar a Sophia por la nuca mientras era sostenida por la espalda baja con ambos brazos.

— Oh, fuck —gruñó Emma, aferrándose todavía más a la nuca de Sophia mientras mantenía su frente
contra la suya.

— ¿Rico? —murmuró la rubia, estando totalmente embriagada de la situación, pero ella quería una
sobredosis.
— It’s hitting me right in my GSpot —gimió, volviendo a bajar alrededor de aquel falo que, por los
muslos de Sophia, sólo se adentraba pocos centímetros en ella; los suficientes como para que se
detuvieran en ese punto tan celestial—. Y… ay, mierda… —gimió de nuevo, sólo que esta vez más agudo.

— ¿Te duele? —supo preguntar, pues esa expresión no era tan clara en el jadeante tono en el que
había sido expulsado.

— Me voy a correr —se ahogó entre su tensa mandíbula.

Sophia se maravilló en todo sentido, por dentro y por fuera, y, con una sonrisa, sólo se encargó de hacer
que esa sensación fuera asegurada, tanto en sentido de seguridad de integridad física como en seguridad
de exitoso alcance.

Los jadeos de Emma escalaron en densidad y en constancia, la posición y la sensación ya no le


daban espacio ni cuerdas vocales para gemir las advertencias del orgasmo que se avecinaba.
Definitivamente eso de las hormonas le estaba ayudando a correrse en la mayor brevedad de lo posible.

Abrió sus labios, dibujó una “o” que se hacía elíptica al compás del silencio que salía de sus
entrañas y de sus caderas que se elevaban hasta sacar el falo por completo de sí, y sus ojos se
apretujaban con mayor fuerza con cada espasmo que tenía repercusiones eyaculatorias por igual.

Sophia la recostó sobre el sofá para que pudiera descansar en una posición que era más cómoda
que eso de estar en cuclillas, y, cuando la recostó, quizás fue como si hubiera alargado su orgasmo al
relajar sus piernas, pues se desplomó en una convulsión que era digna de mimar con caricias y besos
hasta que tuviera recuperación relativamente absoluta.

— Hey, stranger —sonrió Sophia, acariciando su mejilla izquierda con el dorso de sus dedos, y, a veces,
se enterraba entre su relativamente flojo moño que se había hecho en el viaje en taxi.

— Hey you back —susurró, volcándose un poco sobre su costado para enrollarse temporalmente
contra su pecho.

— ¿Muerta? —rio nasalmente.

— Relajada —musitó—. Dame cinco segundos más.

— Tranquila —sonrió, enterrando su nariz en su cabello para abrazarla con mayor fuerza—. Tómate
el tiempo que necesites, sólo no te duermas aquí.

— No me voy a dormir —repuso un tanto ofendida, pero la ofensa se le terminó en cuanto ese bostezo
la invadió—. No, no, yo no tengo sueño.

— Bostezas sólo cuando tienes demasiado sueño… ¿quieres ir a la cama?


— Yo no me voy a dormir —frunció su ceño—, yo no te voy a dejar con los ovarios desatendidos.

— Mis ovarios no son el problema —rio—, es mi clítoris el que me preocupa.

— Tu clítoris es muy, muy, muy rico —susurró, llevando sus dedos a los botones de la camisa de
Sophia.

— No sé cómo está la situación ahí abajo, no sé qué tan rebalsada esté, ni qué tan hinchada esté, pero
lo que sí sé es que mi clítoris está a punto de tener vida propia.

— ¿Palpita?

— Y rápido —asintió, no quitándole la mirada de la suya a pesar de que quería ver cómo sus dedos
descubrían su torso.

— ¿Y de qué tienes ganas?

— Ya hicimos lo que yo quería, ¿no te toca a ti escoger?

— Sólo quiero complacerte —sonrió, logrando desabotonar la camisa por completo—. Así que, ¿qué
quieres?

— Quiero… —suspiró, sintiendo la uña de Emma recorrerle su abdomen verticalmente hasta llegar al
broche de su pantalón—. Cunnilingus y anilingus.

— ¿Sólo eso?

— Cómo y qué tanto lo haces es problema tuyo —mordisqueó su labio inferior.

— ¿Ah, sí? —rio, desabrochando su pantalón para permitirse escabullir su mano en el interior de él y
de lo que parecía ser casi cien por ciento algodón al tacto—. De verdad que estás mojada —dijo
rápidamente, pues no tuvo que hacer mucho con sus dedos como para darse cuenta de lo enunciado.

— No me quejo —sonrió, cerrando sus piernas para aprisionar la mano de Emma entre ellas.

— No te quejas pero no me dejas —dijo con un puchero.

— ¿No quieres quitarme la ropa primero para ver lo que estás tocando?

— Yo sé lo que estoy tocando —sonrió, moviendo un poco sus dedos para escabullirse con picardía
por aquí y por allá—. Mi dedo del medio es éste —susurró, acariciando su USpot con lentitud—, y estos
son los otros dos dedos —dijo, logrando escabullirlos entre sus labios menores para, con ayuda del dedo
de en medio, aprisionar sus labios menores entre una caricia que se sentía demasiado bien.
— Cazzo… —suspiró, sintiendo cómo los dedos de Emma se movían etéreamente entre el producto
de su exagerada excitación sexual, y, con sus manos, se dedicó a ahuecar su mejilla y a tomarla de la
nuca.

— ¿De verdad quieres que te quite la ropa?

— De preferencia —asintió, y Emma, «inmediatamismo», retiró su mano del interior de su pantalón


para erguirse junto a ella, que, al erguirse, elevó la ceja derecha tan alto como pocas veces, pero la ceja
no era para Sophia.

— No me digas que hay un puddle of pee atrás de mí —cerró Sophia sus ojos con fuerza, como si
estuviera esperando un “no” por bofetada.

— No, sólo me acabo de confundir —rio, señalando al diminuto can que las veía como si no entendiera
qué estaba sucediendo entre ellas—. He’s a sick puppy —sacudió su cabeza, imitando su cabeza ladeada
por diversión.

— ¿Eso significa que hay un time-out?

— Now, why would I do that? —frunció su ceño, y se volvió hacia la rubia, a quien le indicaba que se
pusiera de pie para hacer que sus pantalones desaparecieran de su vista.

— Él nos está viendo —se encogió entre hombros.

— Si no me ha detenido una fiesta navideña, ni un ejército de trabajadores, ni un taxista, ni nada, ni


nadie… ¿tú crees que un perro me va a detener? —sonrió, y le arrancó los pantalones junto con lo que
fuera que llevara bajo ellos y sobre su piel, que, cuando cayeron al suelo, el Carajito se acercó con
torpeza—. En todo caso que vea —bromeó con un guiño de ojo, y trajo a Sophia, con una nalgada doble,
hacia ella—, y que aprenda —dijo, y le dio un beso en el vientre.

— ¿Cómo me quieres? —sonrió, enterrando sus manos entre el cabello flojo de Emma.

— Con las mejores intenciones —respondió automática, pero no por eso condescendientemente—.
Sólo con las mejores.

— Me refería a “¿en qué posición me quieres?” —rio.

— Sólo necesito que tengas las piernas abiertas, por mí puedes ponerte hasta de cabeza —se encogió
entre hombros, y dio un suave mordisco para luego verla hacia arriba con su mentón apoyado de su
vientre.

— ¿De cabeza? —rio para sí misma, dejando el cabello de Emma para quitarse la camisa y el sostén,
pues ya había comprendido que Emma, en esa ocasión, cedería el privilegio de desnudarla por el simple
hecho de no poder dejar de tocarla.
— Por favor, no quiero una paraplejia por un orgasmo —le advirtió.

— Yo tampoco, sólo no pude evitar imaginarlo —sonrió, colocándose suavemente a horcajadas sobre
Emma.

“Fallin’“, «because Alicia tends to do the trick», era lo que sonaba en el fondo, que fue, creo yo, lo que
hizo que terminaran las bromas y los chistes pero que no se terminaran las sonrisas que podían
manifestar con sus labios o que simplemente se guardaban para sí mismas, pues, entre el beso y las
caricias era difícil sonreír, en especial porque el beso importaba más que la sonrisa que en esos
momentos se daba por sentada.

Sophia cayó sobre aquellos cojines en majolica blue de patrón geométrico, y colocó el
rectangular y más pequeño cojín a rayas en diversos colores térreos con una que otra raya del azul de
los cojines principales. Porque se requería de muchos cojones tener muebles tan grandes de color ocre.

Emma se recostó sobre su abdomen en la típica pose y posición de estar a punto de comerse la
entrepierna de su novia, y sus pies bailaban por el aire al ya no tener más espacio, porque por eso le
gustaba la cama, o el suelo a falta de cama, pero tampoco iba a permitir que la espalda de Sophia sufriera
de los espasmos orgásmicos sobre una superficie tan dura.

Sonrió por costumbre y por emoción, porque eso era un verdadero postre para ella; nada muy
dulce pero que se le desintegraba contra el paladar al mismo tiempo que variaba entre las texturas
suaves de sus labios mayores, la textura mínimamente rugosa de sus labios menores, y la textura lisa de
su clítoris y de su USpot, el cual acariciaba con la punta de su lengua porque le gustaba cómo se marcaba
la rigidez de su clítoris en cuanto lo alcanzaba en su cúspide, que era cuando lo envolvía entre sus labios
para abusar de él con succiones y con lengüetazos.

— ¿Sabe bien? —susurró Sophia con una sonrisa mientras peinaba el flequillo de Emma tras su oreja
izquierda.

— Mejor que la mía —asintió, relevando su lengua con su dedo, y Sophia sonrió—. Estoy en un dilema.

— ¿Cuál?

— No sé si ir aquí —murmuró, deslizando su dedo hasta su agujerito, el cual intentaba esconderse


entre el cuero del sofá y su trasero—, y con eso me refiero a entrar… —dijo, haciendo a Sophia contraerse
a consecuencia de la sensibilidad que ya reinaba en la región—. O si ir primero aquí —subió su dedo a
su vagina—, y luego bajar.

— ¡Vaya dilema! —siseó ridiculizantemente.

— Te lo dije.

— Mmm…
— ¿Tienes alguna tercera alternativa? —elevó su ceja derecha.

— Sí —asintió, elevando sus piernas sólo para no golpear a Emma al momento de volcarse y colocarse
de rodillas sobre el asiento y de manos al brazo del sofá—. Se llama “trabajo en equipo”.

— No termino de entender —frunció su ceño, sentándose correctamente sobre el asiento para verla
a los ojos, pues ella la veía por sobre su hombro izquierdo.

— Tu lengua está aquí —dijo, introduciendo su mano por entre sus piernas hasta alcanzar, con su
dedo índice, su agujerito más expuesto por la posición—, tu dedo, o tus dedos for that matter, están
aquí —deslizó su dedo por su perineo hasta su vagina, en donde se penetró superficialmente—, y,
eventualmente, si lo necesito, yo estaré aquí —sonrió, llevando su dedo hasta descubrir su rosado e
hinchado clítoris.

— Naughty, naughty, Sophia —canturreó divertida, llevando sus manos a su trasero para acariciarlo,
y, antes de que Sophia pudiera siquiera pensar en lo que ya todos sabíamos que pediría, le dejó ir una
nalgada.

— Otra —se sonrojó, y Emma, no pudiendo encontrar las fuerzas para negárselo porque carecía de
violencia, le dejó ir una palmada en su glúteo izquierdo—. Obediente, así me gusta —rio, citando las
numerosas ocasiones en las que Emma se lo había dicho.

— Hasta yo me asombro —sonrió, y se inclinó para darle besos.

Besó porque era imposible no besar las imaginarias marcas rosadas de sus manos, pues nunca le había
dado una nalgada tan fuerte a pesar de que quizás, más de alguna vez, quiso no pensar en cuánta fuerza
aplicaba con su mano. Y, tras cada beso, porque fueron varios, dio un mordisco porque tampoco podía
resistirse a eso, además, eso sólo lograba incrementar la anticipación, «la desesperación en realidad».

Separó sus glúteos porque le gustaba tomarse el tiempo de ver exactamente qué era lo que estaba a
punto de comerse, porque era tan apetecible que tenía que admirarlo, y, sin más ni menos, cedió a las
ganas de clavarse con labios y lengua para cumplir uno de los pedidos de la rubia a la que, con el beso y
el lengüetazo, le había arrancado un ahogo de contracciones y de dientes apretados.

Un dedo se adentró en la rubia, y, por estar en el mismo estado que Emma había estado en
cuanto ella lo había hecho, no obtuvo mayor reacción, por lo que el cosmos se vio obligado a dejar que
un segundo dedo se adentrara para robarle cada milímetro cúbico de oxígeno que tenía.

«Menos labios y más lengua, menos labios y más lengua», se repetía Emma cada cinco segundos, que
era lo que se tardaba en entrar y salir de su vagina con sus dos dedos, los cuales se tomaban tanto tiempo
por la leve presión que ejercían sobre su GSpot.

Y fue más lengua, más lengua, y más lengua, porque era lo que hacía que Sophia se rindiera contra los
cojines al punto de abrazarlos y de morder uno con fuerzas, y más lengua, y más lengua, y más lengua,
pero ahora más rígida para osar a intentar adentrarse en el angosto agujerito que tenía una cruel semana
de no ser abusado con la más mínima profundidad, lo cual era un crimen que contradecía a todo Joe
Cocker y a la seducción aprendida y heredada de “You Can Leave Your Hat On”, ritmo, letra y melodía
que estaban tan llenos de ingenio como de gracia en el sentido de chiste pero a un nivel de una pizca de
absurda y erótica perversión.

Pero no era tal cosa de Joe Cocker, en lo absoluto, pues era más picante que eso a pesar de que no toda
la gente lo considerara picante en realidad; era el Boléro de Ravel, pieza que no sólo contaba con los
epítetos que se le atribuían a la canción del inglés setentón, sino que era también un arma de
despedazadora seducción porque era todo lo sutil menos cuando se trataba de contradecir o anular a la
mala suerte: nadie se podía equivocar con esa pieza porque el objetivo era, además de ser grandiosa al
oído, en especial si era la Filarmónica Vienesa quien la tocaba, que todo giraba alrededor de la subliminal
convicción y persuasión que se ejercía en la parte contraria, en este caso Sophia y por así decirlo, porque
sólo lograba hacer que, lo que sea que Emma tuviera en mente, era realmente idea de la rubia y no suya.
Claro, era idea de la rubia, sí, pero si Emma decidía voltearla o literalmente violarla de cabeza, pues era
muy probable, casi noventa y nueve punto nueve-nueve-nueve por ciento, probabilidad de preservativo,
que la rubia creería que había sido idea suya desde un principio.

Y aclaro con dos puntos: se supone, porque ni Emma ni yo nacimos en mil novecientos veintiocho, ni
años antes ni años después sino en el Siglo siguiente, que es por eso que digo “se supone”, porque como
puede ser cierto puede ser una vil mentira, aunque no hay que llamarle “mentira”, sino “mito”… o
“chisme” cual teléfono descompuesto. En fin, se supone que Maurice Ravel, autor de tal flexible pieza,
en una de las primeras presentaciones de la pieza que había compuesto, notó que una respetable mujer
de “edad media”, lo que sea que eso signifique, se levantó de su asiento después de que la pieza ya había
estado sonando por más o menos diez minutos. Se supone que salió al pasillo del teatro como en una
especie de indignación, de furia, de cierto resentimiento, y se supone que Ravel se volvió hacia el
caballero que la acompañaba, quien se había quedado sentado, y se supone que le dijo: “¡ella entiende!”.

Claro, por muchos años, muchos malinterpretaron el comentario del francés, quizás por ignorancia o por
conveniencia; no se sabe, pues ellos afirmaban que la Señorita estaba contrariada por el obstinado uso
de la misma melodía una y otra, y otra, y otra vez, y que la convicción del compositor atacaba a la
audiencia con una historia repetitiva y de nunca acabar. Y, bueno, décadas después, mientras el nuevo
milenio se avecinaba cada vez más, las mentes de los musicólogos, y de la gente en general, se fue
despertando de aquel estado de letargo de malentendidos, y pudieron ver la erótica dimensión de vida
y el subtexto más convincente en la realidad de la historia que la composición intentaba contar. Es muy
probable que Ravel lanzó aquel comentario con una mirada salaz en medio de la abundancia de su
arrogancia y orgullo; la Señorita había comprendido lo que la música le decía, y, lo que le decía, no era
algo que ella quería escuchar en un anfiteatro, y quizás tampoco tenía las intenciones de escucharlas en
ninguna parte por el simple pudor de la situación.

¿Que si es música para follar?, «¿Que si es música con la que se puede entablar una relación sexual
consensual?». Definitivamente sí, particularmente si se trata de que alguna de las partes tiene esas
genuinas ganas de querer controlarlo todo, o quizás no controlar nada pero sí sentir que tiene el control
de todo, pues eso sólo lleva a resaltar los eventos más importantes del «lovemaking» junto a los puntos
más altos de la pieza. «Mmm…», sí, sí, todo tiene que ser en pro de la ciencia, de la experimentación y
de la llamada “filosofía”, porque no es una pieza para “hacer el amor”, «sino para hacerse el amor
mutuamente». Es como para asignarse/asignarle orgasmos múltiples; un orgasmo por cada entrada
instrumental, si es que así se quiere, porque eso cuenta, en esta ocasión, para la rubia, pues, de estar
siguiendo la completa naturaleza de la pieza, o sea de la reciprocidad, Emma tendría que, por tener el
control o creer que lo tiene, posponer su orgasmo hasta los últimos dos compases. «Pero no existe
ningún hombre, ni ninguna mujer, que pueda ganarle al Boléro de Ravel».

No era la Filarmónica de Viena porque eso duraba veintiún minutos con veintitantos segundos, tampoco
era la Sinfónica de Londres porque duraba quince con treinta y tres, ni la Filarmónica de Berlín porque
eran dieciséis minutos con ocho segundos, era la versión de la Sinfónica de Boston porque apenas llegaba
a los trece minutos; trece minutos de intensivo trabajo manual y lingual, de ningún gemido por parte de
Sophia porque se había dejado enmudecer y extraviar por la repetitiva percusión desde la primera flauta
transversal.

En fin, ¿en qué estaba?

Ah, sí, en “menos labios y más lengua”, en penetrándola con su lengua más bien.

Como dije, Sophia se había dejado extraviar con respiraciones densas pero relajadas,
porque «skatá!» que se sentía bien que la rígida cúspide de la… que si yo digo “lengua”, ella dice “¡le
meto!” como vómito cerebral automático y con una euforia que ni yo sé cómo describir, aunque yo sólo
quería un sinónimo; pero también es válido. Supongo. Para mí tiene sentido, y paraella también.

Los últimos dos compases, los que en teoría le correspondían a Emma, y que en la práctica
también le correspondían por razones del alocado, excéntrico y retorcido destino, la mano de Sophia se
acordó de lo que tenía que hacer para valerse delefecto Ravel y de los orgasmos asignados, o singular
orgasmo, porque su cabeza seguía ida entre las violas, los violines y las sensaciones que Emma le
provocaba con algo tan concupiscente como su lengua. Necesitaba dejarse ir porque era simplemente
demasiado, y sólo necesitaba que, estando al borde del precipicio del clímax, la empujaran con un tan
sólo dedo; el dedo que iba a frotar su clítoris con la seducción de la percusión pero al compás de la
intensa melodía del conjunto de instrumentos, que iba a frotar con paciente insistencia salaz, con esa
justa presión que se traducía al complemento perfecto para la penetración de lengua en su más-que-
relajado-y-estimulado-agujerito, y ni hablar de las presiones en su GSpot, esas que, poco a poco, le iban
contrayendo cada tendón, cada músculo, cada picómetro de sus entrañas.

Una nalgada a la izquierda, una nalgada al compás de un adentramiento en su agujerito, el cual


se contrajo de esa forma que sólo advertía que, al relajarse, sería el acabose nervioso de la rubia, y, con
un apretujón de glúteo un tanto agresivo, porque vaya que sí tenía ganas de apretujarlo con fuerzas,
presionó su GSpot con las mismas ganas aunque fue más delicada.

Y entonces sí.
— Ska… —gruñó, como si le hubiera salido desde lo más profundo e inalcanzable de las vísceras que se
le habían tensado tanto que parecían habérsele encogido, y frotó rápidamente, y más rápido, todo para
terminar de sacar y de saciar ese clímax que Ravel y Emma habían confabulado a su favor—… tá! —gimió
luego de uno o dos segundos de silencio de rápido frote, logrando liberarse alrededor de los dedos de
Emma, los cuales se resistían a la expulsión para hacer de las suyas, para abusar cruel y descaradamente
de lo que era un alargue de eyaculación que se le escapaba por entre sus dedos, expulsión que veía con
antojo de querer probar, de querer atrapar, y que, al no poder hacerlo, sólo lo veía caer con tímida
abundancia sobre el cuero del sofá, que caía directamente y por desliz a ras del interior de las piernas
de Sophia, quien jadeaba todavía con el cojín entre los dientes y no se daba cuenta de que su mano ya
disminuía la velocidad del frote por simple sentido de autopreservación.

Emma sacó sus dedos de Sophia, pero no lo hizo abruptamente, sino con consideración, pues tampoco
se trataba de abusar tanto, y, con una sonrisa, tuvo su recompensa en los erguidos dedos que recién
sacaba porque tenía qué succionar y con abundantes ganas, aunque “abundante” nunca era suficiente.

Vio a Sophia quedarse inerte por unos segundos, segundos en los que sus contracciones eran
demasiado evidentes y en todo sentido y de toda coordenada afectada, y eso, porque era algo que no
podía controlar y que Emma veía con descaro mientras succionaba sus dedos, era tan fascinante como
pocas cosas en la vida. Eran segundos en los que Sophia daba inicio al intento de procesar el orgasmo en
duración, en intensidad y en escala de placer, eran segundos en los que empezaba el intento de
descender de la nube del clímax, eran segundos en los que el tiempo simplemente se detenía para
reconocer, aceptar y procesar.

Se irguió con rodillas débiles, porque realmente le temblaban, y, de un movimiento, se dejó


atrapar por los brazos de una Emma que la llevó consigo hasta recostarse sobre el otro conjunto de
cojines para que terminara de concretar el proceso del clímax en la etapa de retracción. Apoyó su cabeza
sobre el pecho de Emma y cedió al pestañeo de ojos abiertos que se podía categorizar como una siesta
fugaz, o quizás sólo era para recuperar un poco el aliento entre mimos en la espalda y en su cabeza, y
besos en su frente.

— Show me how you want it to be, tell me, baby, ‘cause I need to know now, oh, because —cantó Sophia
al compás de la aguda pero un tanto nasal voz de aquella mujer que había roto el hielo en el noventa y
nueve.

— My loneliness is killing me, and I must confess I still believe, when I’m not with you I lose my mind —
cantaron las dos a todo pulmón entre lo que parecía ser una potencial carcajada—. Give me a si-i-i-
ign, ¡hit me baby one more time!

— Oh, baby, baby, the reason I breathe is you, Girl you got me blinded… oh, pretty baby, there’s no-
thing that I wouldn’t do, it’s not the way I planned it —continuó Emma a solas—. Show me how you want
it to be, tell me, baby, ‘cause I need to know now, oh, because…
— My loneliness is killing me, and I must confess I still believe, when I’m not with you I lose my mind,
give me a si-i-i-ign, hit me baby one more time! —cantaron nuevamente las dos, porque el coro era lo
más poderoso y era lo que Sophia sabía sin ningún error.

— Oh, baby, baby, how was I supposed to know? —sonrió Emma para Sophia mientras ahuecaba su
mejilla—. Oh, pretty baby, I shouldn’t have let you go…

— I must confess, that my loneliness is killing me no-o-o-o-ow, don’t you know I still believe? —le
respondió Sophia.

— That you will be here, and give me a si-i-i-ign…

— ¡Hit me baby one more time! —rieron ambas, habiendo cantado con el corazón en la mano y con
sus puños cerrados, como si eso les diera más fuerzas.

— De Ravel a Britney Spears —rio nasalmente Sophia, dejando que Britney siguiera cantando en el
fondo—, simplemente pintoresco.

— No tengo excusa —sonrió—. Seguramente luego viene algo como “No Diggity” o “Rattle”.

— O algo más “vintage” como Tears for Fears, Duran Duran o The Kool & The Gang —guiñó su ojo, y
se acercó a sus labios para robarle un beso que tenía la intención de ser corto, de ser casi que sólo un
pico, pero, al sentir su sabor en sus labios, sólo quiso robarle un poco de eso.

— ¿Lo hice bien? —preguntó con un susurro.

— Tuviste tu orgasmo —asintió, refiriéndose a que, por lo que mencioné antes, el orgasmo de Sophia
también contaba como un orgasmo recíproco por la satisfacción y la gratificación de que había hecho
que Sophia se corriera, que era como un premio, y que, por la misma “reciprocidad”, era que contaba
como “hacerse el amor mutuamente” y no “hacer el amor”—. Me gusta cuando haces eso —se sonrojó.

— ¿Cuando hago qué? —frunció su ceño.

— Tú sabes —murmuró, sonrojándose aún más.

— ¿Cuando te hago eyacular?

— También —asintió, pero Emma realmente no supo de qué hablaba—. Tú sabes… —murmuró,
sonrojándose al cien por ciento—. When you fuck me with your tongue —dijo casi inaudiblemente.

— Cuando penetro tu ano con mi lengua —sonrió arrogantemente con la ceja derecha hacia arriba.
— Eso dije —rio nerviosamente a pesar de no saber por qué el nerviosismo, pero quizás era el pudor
mal puesto que todavía le quedaba y que nunca se le iba a quitar por completo, y Emma rio callada pero
burlonamente—. Tú juegas rudo.

— Me gusta cuando te sonrojas, ¿tengo culpa yo de eso? —elevó su ceja derecha, lo cual distrajo a
Sophia de poder responder—. Y me gusta penetrar tu ano con mi lengua —sonrió con mayor suavidad y
humildad.

— ¿Y sólo mi ano? —frunció su ceño con falsa indignación y confusión.

— Tu vagina también —sonrió ladeadamente.

— ¿Y sólo con tu lengua? —correspondió la sonrisa, sólo que la suya era lasciva.

— Mi amor —ensanchó la mirada, pero logró mantener la sonrisa—, ¿quieres que use mi dedo? —
preguntó, y, sin saber cómo o por qué, la mirada de Sophia, en lugar de ir con el asentimiento, se desvió
en dirección hacia donde aquel dildo con ventosa seguía en eterna erección y se mantenía adherido al
vidrio de la mesa de café—. ¿Mi amor? —ensanchó Emma la mirada al máximo, y la sonrisa se le borró.

— Sí, con tu dedo —se sonrojó, sacudiendo la cabeza para verla a los ojos.

— ¿Estás segura que con mi dedo y no con esa cosa? —balbuceó, casi tartamudeando, y Sophia,
intentando salir de lo que cualquiera pensaría un malentendido o una confusión, o que daría por sentado
lo que podía ser o no ser, llevó el dedo índice derecho de Emma a sus labios para lubricarlo.

— Todavía sabes un poco a mí —susurró, y, sin haber siquiera terminado de hablar, Emma ya la había
volcado sobre su costado izquierdo para adoptar su posición de semi-spooning—. Oh my… —se ahogó
por la sorpresa, pues no esperaba que Emma la penetrara de una buena vez—. God —gruñó con una
risita de haber gozado la sorpresa.

— Mmm… that’s not deep enough —susurró a su oído, y lo introdujo hasta donde ya no pudiera
introducirse más.

— Ahí se siente bien —jadeó, pero no de dolor sino de placer, de ese placer que no podía negar y que
le gustaba mostrar porque simplemente le gustaba.

— ¿Sí? —sonrió, empujando su mano contra su trasero para simplemente crear la sensación de una
mayor profundidad.

— Sí —asintió, aferrándose a Emma por la nuca en esa posición que era tan cercana que podía ser
hasta invasiva en el espacio íntimo—. Fuck me, please —jadeó.

— ¿Eso quieres? —preguntó en ese tono que sólo pedía un “sí” gritado pero gruñido.
— ¡Sí! —exclamó, rindiéndole honor a su Ego para que empezara a penetrarla con lascivia, porque
rudo no era nada satisfactorio, y eso ambas lo sabían.

— Spread ‘em for me —sonrió, y Sophia, muy obedientemente, llevó su mano derecha a su trasero
para separar un poco sus glúteos, pues creyó que Emma sólo quería mayor espacio para su mano por el
tipo de movimiento que hacía—. ¿Sientes eso?

— Mmm… —rio sensual y guturalmente, buscando su mirada con la suya, ambas entrecerradas; una
por excitación y la otra por simple sonrisa de regocijo al ver cómo lo anticipaba.

— ¿Otro dedo?

— Mjm —asintió.

— ¿Lo quieres? —susurró, acercándose a sus labios para sentirla aún más cerca, y paseó ligeramente
su dedo del medio por el borde accesible de su agujerito mientras continuaba penetrándola hasta madia
falange.

— Yo sí, ¿y tú? —suspiró ante la invasión del primer dedo, una completa invasión hasta donde pudiera
alcanzar, y Emma, con una sonrisa, unió sus labios a los suyos para besarla de esa forma que sólo podía
sentirse pero no describirse con nada en el mundo; quizás fue un gesto de amor, quizás un gesto de
distracción, o quizás ambas cosas, pues, mientras la besaba a ojos cerrados y Sophia la mantenía contra
ella y entre sus labios con su mano izquierda por su mejilla, se retiró de Sophia para, con una coqueta
cosquilla, avisarle que estaba a punto de empezar a empujar dos dedos dentro de ella.

Sophia exhaló entre el beso, exhaló de esa jadeante y regocijante manera en cuanto sintió cómo el
segundo dedo la invadía con tortuosa lentitud y que le provocaba esa sensación de hormigueo y de
sentirse repleta conforme el paso de los segundos y de los besos que Emma continuaba dándole en sus
labios.

Era caliente, porque “tibio” habría sido una infravaloración de la situación, y era muy estrecho
a pesar de haber sido apropiadamente estimulado con su lengua y con un primer dedo. Como tenían
tanto tiempo de no recurrir al segundo dedo, todo por una mortal falla de comunicación, la resistencia
del abusado pero complacido agujerito era notable; no rechazaba los dedos de Emma, y no los rechazaba
porque no había cometido la estupidez pornográfica de introducir sus dedos de forma paralela, o uno
junto al otro, sino que había colocado su dedo del medio sobre su dedo índice y los había presionado
contra sí para adquirir una forma más “ergonómica” y menos invasiva, pues el volumen no era el mismo;
en lugar de ser representativo de un paralelepípedo, era la representación casi exacta de un cono, lo
cual resultaba como mayor estímulo para el sinfín de terminaciones nerviosas que se albergaban en los
bordes del rosado agujerito, que, al ser invadido, sólo le arrancaban eróticos y sensuales gemidos a la
rubia, y eran tan eróticos que parecía que se los arrancaban, más que de las entrañas, del alma.
Sophia reacomodó sus piernas de tal forma que podía retirar su mano derecha de su glúteo
para poder llevarla a su clítoris, porque la combinación de placeres sería magnífica, o eso era lo que su
cabeza le decía en la absoluta inconsciencia, pues era lógico, ¿no?

Ahora, eso era placer como pocos, como los esporádicos, como los selectivos, como los uno-a-las-mil
que no eran dos o más por culpa del mortal déficit de comunicación, y quizás no era que era un placer
más grande, pero, por ser tan escaso, tan raro, era más intenso y relativamente diferente, «porque era
naughty and spicy».

Los dedos de Emma no se enterraban hasta el fondo, no, porque eso sería más cruel para ella que para
Sophia, y no por el grosor, porque, en ese momento de excitación sexual por estímulo visual y físico al
estar abusando de ella con ojos y dedos, podía penetrarla con lo que fuera que le pidiera la extasiada
rubia a la que había vuelto a perder entre el placer compartido, pero, si se le ocurría penetrarla con
mayor profundidad, hasta ahí en donde sus dedos desaparecerían casi por completo, la presión del
agujerito ahorcaba sus dedos, que se sentía bien, demasiado bien.

— ¿Así está bien? —gruñó Emma contra sus labios mientras acentuaba la penetración—. Faster and/or
harder?

— Slower —suspiró, y no era que le molestaba el tempo de la penetración, porque realmente era rico,
pero más despacio era más tortuoso y más provocativo.

— ¿Así? —sonrió, realmente disminuyendo el tempo a más de la mitad, lo cual era verdaderamente
complaciente.

— Grab my boob —asintió, y Emma, como si se tratara de una orden a la que le tenía miedo, se aferró
a su seno derecho, pues era el que más accesible le quedaba al tener su brazo bajo el cuello de la rubia,
quien se aferró al mismo seno por encima de la mano de Emma—. Mh… —se ahogó, a ojos cerrados, a
raíz de lo bien que se sentía el frote en su clítoris al compás de la lenta penetración—. Se siente bien…
—sonrió, manteniendo su rostro a ras del de Emma, porque, de alguna forma, eso que estaban teniendo
era más íntimo que cualquier otra práctica sexual.

— Dime que todavía no te corres, por favor.

— ¿Por qué? —rio sensualmente, estando por fin cien por ciento poseída por el nivel más alto de la
libido.

— Me gusta verte así —sonrió, posando su nariz contra la suya—. Aroused…

— Está bien —resopló aireada y flojamente, dejando la mano de Emma para tomarla por el cuello.

Y sí, la libido estaba tan concentrada en Sophia, que había empezado a ser exteriorizada a base de una
fina y elegante capa de sudor que sólo supo enloquecer a quien se encargaba de torturarla con
concupiscencia. Sudor, cero pudor, ahogos, suspiros y gemidos que se provocaba ella misma, que le
provocaba Emma, o que entre ambas creaban, sólo llevó a ese punto al que Emma no quería que
existiera todavía, cosa que para Sophia era más que justo porque, si ella había dejado que viera, la
reciprocidad y la retribución era algo que se daba por educación y porque daba picante gusto.

Quitó sus dedos de su clítoris, no para cortar la intención de orgasmo sino para simplemente
estirarla, y, sin saber qué hacer con esa mano, dejó que cobrara vida y que hiciera lo que quisiera porque
sabía que, lo que fuera que hiciera, le daría placer. Y sí le dio.

Primero entró su dedo del medio en su vagina, el cual, sorpresivamente, sí sintió a pesar de la cantidad
de lubricante que parecía no dejar de producir, pues, a diferencia del resto de veces, aunque la excitación
implicara cierta dilatación vaginal, ahora sufría de la misma inflamación de la que sufrían sus labios
mayores y su pequeño clítoris, y, por si eso no fuera una agradable y verdadera exageración de variables
y circunstancias, los dedos de Emma ejercían presión de esa forma que no se podía explicar con exactitud
más que con un gemido. Y por mórbida curiosidad, o quizás porque se podía imaginar la intensidad de
la sensación, deslizó su dedo anular en aquel empapado, hirviente y sensible canal que servía
exactamente para eso: para el placer, porque de reproducción no tenía ni la más remota intención.

Un gemido agudo se le escapó de entre dientes, pues esta vez sí se sintió repleta pero en la
mejor de las formas que se podía; era un placer sorpresivo, candente, potente y no tenía nada de
culposo, al contrario, era para disfrutarlo con el más obsceno descaro.

Masajeó su GSpot porque fue lo que más le llamó la atención; era lo primero que se había encontrado
en su autoinvasión vaginal, y se sentía demasiado bien como para no “explorar” la sensación, y, al igual
que Sophia podía sentir los dedos de Emma en su «naughty cavity», Emma sentía cómo llevaba sus dedos
de adelante hacia atrás en su vagina, y, aunque eso le daba curiosidad de la inocente, de esa que nacía
de la verdadera ignorancia y de la pregunta de “¿cómo es que funciona eso?”, debía aceptar que le
parecía lo suficientemente travieso como para interrumpirlo, pues las ganas de interrumpirlo lo tuvo.
No quería que Sophia se partiera en dos. Pero no se iba a partir en dos, exagerada.

— ¿Puedo correrme ya? —musitó Sophia en ese tono que le provocaba mini orgasmos a Emma, y quizás,
más que el tono, fue el hecho de que le pidiera el lascivo permiso de hacerlo, no por posesión, no por
dominación, porque eso no era, pero le pareció demasiado de esa forma en la que cualquiera dejaría
caer su quijada y asentiría en silencio.

— Por favor —sonrió totalmente embrutecida, encantada por la voz, por el aire, por su sudor, por su
entrecerrada mirada, por toda ella.

Sophia sonrió calladamente, con sus labios unidos como si fuera la pizca de lo risueño que le quedaba
entre tanta travesura y libido, y sacó sus dedos del interior de su vagina para llevarlos, así de empapados,
a su clítoris para hacer precisamente lo que no sólo quería hacer, sino que necesitaba hacer.

Lo que sintió, y cómo lo sintió, fue digno de ser representado con un gemido al que Emma
respondió con un “grrr” que le nació del mismo lugar de donde le había nacido a Sophia lo suyo. La
textura de su clítoris era demasiado perfecta, lisa, inflamada, con la fricción justa, y la sensibilidad ni
hablar, porque fue de lo mejor que pudo sentir en ese momento, tanto así, y tan así, que se contrajo
para apretujar los dedos de Emma. Y necesitó de ese je ne sais quoi, con un poco de presión, para
contraerse todavía más, estrujar a Emma hasta el punto de hacer que la dejara de penetrar por la simple
contracción, la cual le sacó ese sollozo con el que se frotó más rápido, y más rápido, y más rápido, con
el espasmo de cadera que se contrajo todavía más por posición anatómica. Y, como por “sadismo”
orgásmico, porque ya estaba en la cúspide del clímax, llevó sus dedos a su vagina para simplemente
hacerse eyacular.

— Holy! —gritó, aferrándose a Emma de la única forma que encontró mientras ella se encargaba de
mantenerla anclada al sofá con ambas manos, pues ese grito había sido, más que por la eyaculación,
porque Emma había sacado sus dedos de su agujerito, alargando así la duración y la intensidad del
orgasmo—. Fu-u-uck! —rio entre el tembloroso gruñido que ameritaba la descarga nerviosa—. Theé
mou… —suspiró, todavía con espasmos, volviéndose, entre la risa que la estaba atacando en crescendo,
hacia Emma.

— Sophie… —rio nasalmente, abrazándola febrilmente para intentar vivir los espasmos también, pues
no intentaba acabar con ellos, ni frenarlos, mucho menos contenerlos; sólo quería sentirlos—. Eso se vio
rico…

— Mjm —asintió, contra su pecho, el cual le quedaba contra su frente.

— ¿Estás aquí conmigo o todavía no? —sonrió, nuzzling el flojo cabello de Sophia, y ella sólo suspiró,
tomándola suave y débilmente por el cuello y la nuca para abrazarla de alguna forma, pues sentía que,
a pesar de estar entre los brazos de Emma, podía caerse del sofá, aunque para eso necesitaría volcarse
casi completamente.

— Mmm…

— Ven aquí —acezó, llevándola completamente sobre sí para sentir el jadeante peso que tanto le
gustaba sentir, además, si la tenía encima, podía pasear sus manos con mayor comodidad e insolencia
por donde se le diera la gana.

Se quedaron así por unos minutos, en realidad lo que duraba “Diamonds”, y, por esos tres minutos con
cuarenta y cinco segundos, nada se movió en esa sala de estar, ni siquiera las manos de Emma, las cuales
habían tenido la intención de tocar y seguir tocando, pero, por respeto, no abusó más de la cuenta.

— ¿Sabías que a Sia le tomó quince minutos escribir esa canción? —irguió Sophia su rostro.

— ¿Quince minutos? —sonrió, y Sophia asintió—. Eso me tardo en la ducha —bromeó.

— Es como si te pagaran por ducharte.

— Ah, eso sería triste —rio, pasando su brazo izquierdo tras su cabeza para recostarse sobre él
mientras que, con su mano derecha, peinaba a Sophia por la simple costumbre, y se vieron a los ojos por
unos momentos mientras sonaba aquella melodía junto a aquella gutural voz de simples “mmm” que de
alguna forma eran seductores; era entre misterioso, intrigante y travieso.

— Gracias —susurró bajo la clara voz de aquella afroamericana que por razones de la vida tenía un
cierto aire a Amy Winehouse.

— ¿”Gracias” por qué? —ladeó su cabeza, y ella se sonrojó—. ¿Por hacer eso? —elevó su ceja derecha
al compás de la insinuación.

— Sí —asintió rápida y tímidamente, como si ya el pudor le hubiera regresado al cuerpo.

— My pleasure —sonrió con doble sentido—. ¿Quedaste satisfecha o…?

— No —rio nasalmente, no pudiendo evitar sonrojarse todavía más—, quedé más que satisfecha.

— ¿Segura?

— Sí, ¿y tú?

— Yo estoy bien —sonrió, ahora sin mensajes subliminales ni segundos y terceros sentidos, y, sin
explicarse cómo, desvió la mirada de la de Sophia para ver cómo el Carajito simplemente las veía con la
misma confusión, con la misma expresión de media confusión y media “wtf”—. ¿Por qué me ves así,
Carajito? —rio, haciendo que Sophia se volviera hacia él—. Carajito pervertido… —le sacó la lengua, y él,
como si se tratara de un regaño, simplemente se metió entre la ropa sobre la que se había sentado.

— ¿Tendríamos que hacer este tipo de cosas a puerta cerrada? —se volvió Sophia hacia Emma con su
ceño fruncido.

— ¡Já! —se carcajeó monosílabamente—. La puerta está cerrada —le dijo, señalando la puerta de la
entrada.

— Ay… —hizo un puchero de enojo un tanto gracioso—. Sabes que no me refería a eso.

— Él es quien recién llega, tú y yo aquí hemos estado haciendo esto desde hace bastante tiempo, que
se acostumbre… —se encogió entre brazos.

— ¿Sí sabes que se trata de un perro, verdad? —resopló.

— Es lo mismo que te pregunto yo —rio.

— Cierto —rio, excusándose en el embrutecimiento a consecuencia del orgasmo—. Mmm… Vader


mirón.

— Un perro es como un hijo; se parece a su dueño —guiñó su ojo.


— No sé por dónde tomar ese comentario —sacudió su cabeza, y llevó sus manos al pecho de Emma
para apoyar su mentón sobre ellas.

— ¿Por el único lado que tiene? —sonrió con la ceja derecha en alto.

— Estás comparando un perro con un hijo, a un papá con un dueño, y, por sabrás tú qué conexión
cerebral, prácticamente dijiste que los hijos son propiedad.

— Ay, ay, ay —rio—. Tan elaborado no era el comentario —sonrió enternecida—. ¿Acaso nunca viste
el principio de los Ciento un Dálmatas?

— Sí, ¿por qué?

— Al principio, cuando Pongo está hablando de que Roger es su mascota, y que sale a la ventana para
ver si le puede encontrar una pareja, sale que los perros son como sus dueños; el French Poodle es
demasiado fancy, igual que la dueña, el Pug camina con el culo hacia afuera y con la nariz hacia arriba,
parece ser medio snob igual que la dueña, y no me acuerdo qué otros perros salen, pero son como sus
dueños.

— ¿No es Roger el dueño de Pongo? —frunció su ceño.

— Ah —rio—. Licenciada Rialto, no me diga que usted sólo ha visto la película con Glenn Close.

— La que ve todas las películas eres tú —se excusó.

— ¿Qué me dices de “Los Aristogatos”?

— No que yo recuerde.

— Mi amor, ¿y qué veías cuando eras pequeña? —frunció su ceño.

— ¿Aparte de Gli Antenati? —Emma asintió—. Películas animadas, asumo… no me acuerdo.

— Gli Antenati es de la misma época de todas esas películas —sonrió.

— O sea, me vi las de las princesas y esas cosas…

— Oh, yes, my dear Princess Aurora —sonrió, ahuecándole la mejilla, pues ya en más de alguna
ocasión Irene le había llamado así por el supuesto parecido físico que Emma no lograba verle por ninguna
parte.

— ¡Hey! —rio sonrojada por la broma.


— Sabes —dijo, volcándola contra el respaldo para colocarse ella parcialmente sobre la rendida
rubia—, de todas las películas clásicas de Disney, me quedo con esa.

— ¿Por qué?

— Porque ni Úrsula, ni Lady Tremaine, ni Gastón… no sé, villanos insípidos —se encogió entre
hombros—. Eran malos, no macabros.

— ¿Úrsula no te parece macabra?

— Demasiado Diva para ser macabra —sacudió su cabeza—. Además, las historias me dan pereza;
Sleeping Beauty es la única que puedo ver una y otra, y otra, y otra vez desde siempre —sonrió—. No
me aburre —dijo con el doble sentido, ese sentido adicional que trascendía a sólo la película.

— ¿Debo asumir que Maléfica es tu villana favorita?

— No logro decidirme entre Cruella de Vil y Maléfica —tambaleó su cabeza.

— ¿Y villano?

— Hades.

— No sé por qué todos se van con el Capitán Garfio, o con Jafar.

— Jafar tiene su encanto; tiene el mismo aire que tiene Maléfica… pero Hades me da risa y no me
gusta Aladino.

— ¿Y qué te gusta? —la molestó.

— Películas con mayor sustancia, cierto —asintió, viéndola directa y penetrantemente a los ojos—.
¿Te puedo hacer una pregunta quizás un poco incómoda?

— Adelante.

— Tú… —suspiró con su ceño fruncido, y no por fatalismo sino por no saber cómo verbalizar las ideas
mentales—. ¿Te gustaría que yo…? —cortó la idea, pues ese no era el camino—. ¿Quieres que…?

— Em —rio—. Sólo dilo.

— Cuando te pregunté con qué querías que lo hiciera… viste eso —dijo, señalando al todavía erecto
dildo que estaba pegado al vidrio de la mesa de café—. ¿Tú quieres que lo haga con eso? —preguntó, y
vio cómo el rostro de Sophia entró en confusión; fue como si le robaran todo el color del mundo, pero,
al mismo tiempo, fue como si se hubiera sonrojado demasiado—. Dime, por favor.
— Yo… —suspiró entre un balbuceo.

— La respuesta es “sí” o “no”.

— No es tan fácil —susurró avergonzada.

— ¿No? —frunció su ceño.

— ¿Podemos hablar de esto en otra ocasión?

— No —sacudió su cabeza—. Quiero saber, y quiero saberlo hoy, ya.

— Mmm… —suspiró de nuevo, y rascó sus ojos con sus dedos para intentar drenar la vergüenza y el
nerviosismo—. Sí y no.

— Humor me.

— I’m just curious —se encogió entre hombros, dándole a entender que era un “sí” y un “no” muy
parejo.

— Pero si ya sabes cómo se siente.

— ¿Tú me vas a decir que se siente igual un par de dedos a un dildo? —rio.

— Nunca he tenido un dildo up in my ass —sacudió su cabeza, y Sophia entrecerró su mirada para
exigirle la seriedad que ella le había pedido de antemano aun sin haberlo dicho explícitamente—. Sí, sí
se siente diferente.

— Pues ahí la razón.

— ¿Y quieres que lo haga?

— ¿Ahorita? —ensanchó Sophia la mirada.

— ¿Quieres ahorita? —ensanchó Emma todavía más la suya.

— No, no, no, no —rio, sacudiendo la cabeza rápidamente—. Tengo mis límites —dijo, y Emma respiró
con cierto alivio—. Pero quizás en algún momento, algún día, yo qué sé.

— ¿Desde cuándo tienes esta “curiosidad”? —le preguntó en ese tono de voz que tendía a la
preocupación, pero no se debía al tamaño o al acto, a la práctica, sino al hecho de que la comunicación
no era tan perfecta como ella creía que lo era.

— Diciembre veinticuatro del año pasado —respondió con naturalidad.


— ¿Tan exacto?

— Pues sí.

— ¿Por qué?

— Porque me desperté ese día con la curiosidad ya en la cabeza —se encogió entre hombros—.
Simplemente me desperté y ya.

— ¿Por qué no me lo dijiste antes?

— ¿Para que te pusieras así? —rio un tanto enternecida, y ahuecó la mejilla de Emma.

— ¿”Así” cómo?

— No sé, estás como… a punto de freak the fuck out.

— No —cerró sus ojos ante la tibia caricia de Sophia—. No estoy a punto de tener un ataque de pánico
o de ansiedad —sacudió levemente su cabeza.

— ¿Entonces?

— Es sólo que son cosas que me gustarían saber en el momento del génesis —murmuró.

— Es que es sólo la mitad —vomitó en un susurro, haciendo que Emma abriera los ojos como gesto
de petición de explicación—. Me desperté queriendo que usaras la cosa roja y que la usaras ahí —se
sonrojó.

— ¿Por qué no me lo dijiste?

— Porque creí que era pedirte demasiado —se encogió entre hombros—. Digo, de por sí se te notaba
la incomodidad que te provocaba la cosa roja aquella, ¿y a eso debía sumarle que la quería ahí? —rio—
. Te conozco, y, probablemente, habría sido un “no” más rápido de lo que fue el “no” con la idea a
medias… y lo pedí como “regalo” porque sé que bajo ninguna otra circunstancia lo habrías siquiera
considerado —dijo, y Emma frunció su ceño—. ¿Estás enojada?

— No —susurró—. Es sólo que me asusta lo mucho que me conoces.

— ¿Eso es malo?

— No —suspiró con ese colosal cargo de consciencia.

— Em —rio nasalmente, y ahuecó ambas mejillas—. No pasa nada, no me voy a morir si eso no sucede
nunca, y tampoco es como que de eso depende mi vida para que lo hagas; así como tú no me obligas a
nada, yo tampoco puedo obligarte —pero Emma mantuvo su ceño fruncido, y pareció como si no la
hubiera escuchado—. Por favor, dime algo… lo que sea.

— ¿Te despertaste un día y dijiste: “quiero sexo anal con el feeldoe”? —exhaló, y Sophia asintió
sonrojada—. Puedo intentar hacerme a la idea de lo que eso significa —susurró en el mismo sonrojado
tono de la rubia que estaba bajo ella.

— No tienes que hacerlo —sonrió reconfortantemente.

— Inception —dijo nada más con la mirada ancha, y estalló en una carcajada que relajó la tensión
entre la dos.

Capítulo XX

Se leía “RES. A.D MCMXIV” sobre la puerta doble marrón que tenía las típicas aldabas antiguas y doradas;
muy pulidas y muy relucientes, igual que las placas metálicas que protegían la parte inferior de cada
puerta. Por alguna razón que ella no se explicaba, sentía como si tuviera demasiadas horas de estar
parada frente a las puertas, con la llave en la mano, y sin querer entrar. Sí, no quería entrar, pues, de que
podía, podía. Lo que no sabía era por qué no quería entrar. Cosas del sexto sentido.

Era de tarde. Levantó su mano izquierda para ver la hora, y, en lugar del Patek Philippe de siempre, tenía
un Movado en oro blanco y fondo negro, muy clásico, lo cual le pareció raro, pues ese Movado lo había
arrojado en un basurero della Facoltà di Architettura, o quizás había sido en Villa Borghese. «Quizás metí
la mano en el basurero», se encogió entre hombros, y, como por arte de magia, en cuanto vio que eran
las cuatro y media en punto, entró al edificio que había tenido enfrente desde hacía sabía Dios cuántas
horas.

El pasillo llevaba directamente al patio central, en donde cualquier vecino podía sentarse a
fumar mientras bebía un verdadero café, al cual había nombrado con propiedad y exactitud. «Un caffè
grande, ristretto, lungo, machiatto, cortado, capuccino o espresso». Antes de llegar al patio, porque no
le gustaba cuando había otra persona además de ella, dobló hacia la izquierda para subir cuatro bloques
de escaleras, pues el ascensor del edificio nunca le había generado tanta confianza al ser casi que una
réplica de aquellos que se habían hundido con el Titanic, «besides, makes me feel claustrophobic». Así
de estrecho y pequeño debía ser como para que le activara la fobia de la que no padecía. Las escaleras
le gustaban porque, al ser un edificio viejo pero adecuadamente restaurado y mantenido, eran del ancho,
por la altura, por el grosor perfecto para llegar sin mayor cansancio hasta el cuarto piso de altura
europea, al quinto de altura americana.
Llegó al piso deseado, quizás hasta más rápido que el ascensor, y, omitiendo la existencia del
ala derecha, cruzó hacia el ala izquierda para llegar a la moderna puerta de roble tintado y de perillas
plateado mate.

Abrió la puerta y se encontró inmediatamente con el comedor; rectangular mesa de vidrio para cuatro
solitarias y minimalistas sillas, y, al lado derecho, estaban esas dos enormes pinturas abstractas de Nicola
De Maria, y ni hablar de la alfombra gris que cubría el uniforme piso de madera.

A la izquierda se extendía la sala de estar, de sillones y sofás minimalistas de cuero anaranjado y


estructuras metálicas en negro, y dos pinturas más de De Maria. Frente a la sala de estar, la cual le
gustaba por la magnífica iluminación natural con la que contaba, estaba la abierta cocina de gabinetes
blancos y encimeras negras, de doble horno, «porque, ¿por qué no si cocinan tan bien?», y de un
mastodonte de refrigerador y de la mejor ventilación que se podía pedir.

— Ciao! —elevó su voz, arrojando las llaves del Jaguar y del apartamento sobre una de las encimeras de
la cocina mientras revisaba los sobres de correspondencia que estaban, como siempre, sobre la primera
encimera, al lado del recipiente en el que, pareciendo de revista de decoraciones, había siempre cinco
duraznos, tres peras bosc, y tres granny smith.

— Tesoro —emergió él por entre la puerta del pasillo que daba hacia el estudio y hacia las escaleras
que llevaban a los dormitorios—. ¿Cómo te fue?

— Bien, bien… —murmuró, pasando de sobre en sobre porque no había nada interesante, y, de igual
forma, ninguno era para ella, sólo era curiosidad—. ¿Y a ti?

— Bien, también —sonrió, y la envolvió libremente entre sus brazos para darle un beso en la cabeza—
. No te esperaba tan temprano.

— Sí… no sé, no tenía nada que hacer —se encogió entre hombros—. Espero que no sea “tan”
temprano.

— En lo absoluto —sonrió de nuevo mientras sacudía su cabeza—. ¿Quieres algo de beber?

— ¿Qué tienes?

— Tengo… —suspiró, volviéndose con agraciados pasos hacia el refrigerador para abrir la puerta de
las bebidas—. Lo que más te guste —guiñó su ojo, mostrándole una hilera de botellas de San Pellegrino,
dos botellas de Grey Goose acostadas, y latas de limonada rosada “Minute Maid”, porque eso era lo que
Emma bebía por veneno de soft drink favorito—. Y no creas que se me olvidó que tenía que comprar Dr.
Pepper —dijo, revelando una hilera de latas en la puerta.

— Te acordaste —rio muy complacida por el gesto, y caminó hacia el refrigerador para sacar una
botella de Pellegrino—. Agua estará bien.
— ¿Estás nerviosa? —resopló, sabiendo que, cuando estaba nerviosa, evitaba el alcohol a toda costa
porque, de ingerirlo, su torpeza social sería víctima de las exageraciones.

— ¿Estás tú nervioso? —contraatacó, pues ganas de responder esa pregunta no tenía.

— Un poco, sí —dijo con sinceridad—, es primera vez que hago esto.

— Sí, creo que te hice esperar un poco demasiado —rio—. La primera vez casi a los treinta…

— A la edad que sea, y la vez que sea, creo que el sentimiento sería el mismo.

— ¿Ah, sí? —preguntó con ese tono tan distintivo en ella.

— Claro.

— ¿Cuál sentimiento? —vomitó curiosamente mientras alcanzaba un vaso para servirse un poco de
agua.

— Supongo que son celos.

— Ay, no molestes —rio—. Ni que tuviera complejo de Edipo y me estuviera casando con un clon
tuyo… —le dijo, volviéndose hacia él con su rostro—. Como tú, sólo tú —sonrió.

— No deja de sentirse como que me están robando a mi hija —repuso con esa ceja derecha hacia
arriba.

— Nadie me está “robando” —sacudió su cabeza con una leve risa nasal—. Estoy yendo por voluntad
propia, por libre albedrío.

— Tal vez no “robando”, pero sí se siente como si te estuvieran arrancando de la familia —intentó
explicarse un poco mejor.

— ¿Así se siente mamá también? —frunció su ceño, pero no con enojo sino con ternura.

— No me malinterpretes, estamos muy contentos, muy alegres por ti… pero eso no significa que no
se sienta extraño —dijo, intentando evadir la respuesta tan evidente.

— Desde que trabajo con Perlotta ya no vivo aquí —repuso—. El “vacío” no lo van a sentir.

— Es una sensación que no puedo explicar, Tesorino —se encogió entre hombros—. Tu mamá y yo
sabemos que no es que te vas a vivir a Florencia, porque ni eso es lo que nos hace sentir así, es sólo el
hecho de que realmente ya te fuiste de la casa… y no me refiero a que tienes casi diez años de no vivir
con nosotros, porque vives a quince minutos de aquí… y Castel Gandolfo tampoco queda en Bratislava a
distancia de auto —rio.
— Y tampoco es que me estoy mudando a Castel Gandolfo ya, primero tengo que tener un techo, eso
de dormir bajo las estrellas no es lo mío —bromeó ligeramente—. Además, irme a vivir a Florencia… a la
villa de la Nonna —sacudió su cabeza con cierto asco, o quizás no asco pero sí rechazo—, es demasiada
inversión en un jardinero… sabrá Dios qué tenía en la cabeza cuando decidió poner tantos arbustos y
tantos cipreses…

— ¿Cuándo es que empiezan a construir? —preguntó, no sabiendo qué responder ante la locura de su
ya difunta suegra.

— En julio —respondió entre los sorbos de agua gasificada—, y, claro, estás más que invitado antes…
digo, por si quieres ver cómo nivelan el terreno.

— Prefiero ver el producto ya terminado, tú me conoces.

— Está bien, pero después no digas que no te invité a conducir una aplanadora —bromeó.

— Lo reconsideraré, lo reconsideraré —dijo con una mirada de estar cambiando de parecer, siempre
había querido conducir una máquina de esas—. Cambiando un tema por otro, porque me estoy poniendo
más nervioso de lo normal, ¿hablaste con tu hermano?

— Dijo que va a procurar salir lo antes posible del trabajo para poder venir a tiempo para la cena —
asintió—. ¿Qué vamos a cenar?

— Vamos a hacer ravioli… creo que rellenos de ricotta y langosta.

— Suena bien, muy bien —sonrió.

— Ciao! —llamó la voz de Sara desde la puerta principal, y ambos se asomaron por entre los límites
de la pared para sonreírle—. Emma, Tesoro —sonrió, caminando hacia ella con las bolsas del
supermercado entre las manos—. Vienes temprano —y la saludó con un beso en cada mejilla mientras
Franco le quitaba las bolsas para descargarla.

— Salí temprano del trabajo, y, como eran las cuatro y media, supuse que aquí estarían —repuso,
viendo a su papá, de reojo, sacar las cosas de las bolsas de tela—. ¿Qué tal va la Capilla?

— El calor, el calor… —sacudió su cabeza con frustración, y fue suficiente información al respecto.

— Y el verano ni ha comenzado —rio Emma.

— Lo mismo le dije yo ayer —rio Franco, volviéndose hacia ellas sin haber desempacado todo y
enrollándose las mangas de su camisa blanca, pero Sara lo detuvo con un gesto para ella enrollárselas,
pues, de hacerlo él, no le quedarían del mismo grosor ni a la misma altura.

— Ustedes son crueles —sacudió Sara su cabeza de nuevo.


— Sólo no decimos mentiras —dijo Franco.

— Y establecemos lo obvio —añadió Emma.

— En fin, ¿a qué hora podemos esperarlos? —rio Sara con una mirada de “a veces me dan ganas de
matarlos”.

— A las seis en punto me dijo que aquí estarían.

— ¿Los cuatro? —preguntó Franco.

— Los cuatro —asintió Emma.

— ¿Vas a ir a tu casa a cambiarte o así te vas a quedar?

— ¿Creen que debería cambiarme? —frunció su ceño, volviéndose a ver desde donde «ni
modo» estaban sus ojos.

Vestía jeans ajustados a sus piernas, lo más que se pudiera pero sin que su circulación se viera
comprometida, una blusa ligera de algodón gris para que su torso tuviera la apropiada ventilación bajo
la ligera chaqueta blanca, sin cuello y manga tres cuartos, que dejaba que sus stilettos fueran de
cualquier color, que en esa ocasión, por cosa rara, no eran stilettos sino unas altas cuñas que pasaban
por el nombre de “espadrilles” en Jimmy Choo, y que tenían corcho para amortiguar, cuero genuino y
sin tinte, y una pequeña placa dorada en la punta de la plantilla como decoración, en la cual se leía el
nombre del diseñador.

— No lo sé —corearon los dos al mismo tiempo, y se encogieron entre hombros.

— Creo que así estoy bien —murmuró para sí misma como si intentara convencerse.

— ¿Estás nerviosa? —resopló Sara en cuanto vio el rostro tenso de su hija.

— Lo normal —asintió silenciosamente—. Pero, más que eso, no he dormido nada por estar
trabajando en el proyecto de Napoli… me está succionando la vida entera.

— Bueno, bueno, ¿por qué no vas a recostarte un rato? —sonrió Franco, sacando la cajetilla de
cigarrillos del bolsillo frontal de su camisa para ofrecerle a Emma el número de su deseo.

— Y te despertamos cuarto a las seis para que no te veas tan dormida —añadió Sara, sacudiendo su
cabeza ante el ofrecimiento de Franco y ante la aceptación de tres cigarrillos que Emma tomaba con sus
dedos.

— No es una mala idea —asintió, viendo a su mamá doblarle las mangas a su papá—. ¿De verdad me
despiertan a esa hora?
— Si no nos crees, programa la alarma también —rio Franco, obteniendo una mirada entrecerrada de
“muy gracioso, papá”, y vio a Emma retirarse por el pasillo.

— Jamás la había visto así de nerviosa —comentó Sara calladamente en cuanto Emma se retiró de la
cocina.

— ¿Y tú? —rio él—. ¿Alguna vez te habías sentido así de nerviosa?

— He parido tres veces —entrecerró la mirada, dándole la excusa de siempre—. No me hables de


nerviosismo.

— Iba más por la línea de Laura —sonrió.

— Ay, cómo eres —resopló, terminando por fin de doblarle las mangas—. No fui yo quien casi le
agradece a Stavros por casarse con ella —entrecerró la mirada.

— Fue sólo una tentación, nada concreto —se defendió—. ¿Lista para cocinar?

— Lista —asintió Sara, llevando sus manos a la corbata de Franco para quitársela, pues ya veía cómo
se enterraría en la harina, que era lo que siempre sucedía—. ¿Te encargas tú de la pasta o de la langosta?

— Langosta, mil y cien veces langosta —acezó, pues a él no le quedaba bien la pasta, siempre se le
agrietaba al momento de aplanarla, y le quedaban algunos grumos.

— Eso pensé —sonrió, ahuecándole fugazmente la mejilla de corta barba.

Emma se recostó en el comodísimo diván marrón del cuarto de estudio, y, mientras veía las altas libreras
que estaban repletas de aquellas colecciones de pastas duras verdes, azules, rojas y marrones, llevó uno
de los cigarrillos a sus labios para encenderlo con el Ronson Princess, «¿desde cuándo he tenido yo uno
de estos?», frunció su ceño como si no entendiera, pero, en cuanto recibió la primera oleada de humo en
sus pulmones, porque vaya celestial sensación que tanto había extrañado, se le olvidó que tenía un
encendedor de esos en su mano.

Se quedó viendo el techo como acostumbraba, pues le gustaba el contraste de lo blanco de la


pintura contra lo marrón de las vigas, era como si la relajaran con estilo, y, entre inhalación y exhalación,
sintió cómo realmente caía en ese modo de relajación casi total hasta quedar en ese estado de descanso
sin caer en el sueño; era el momento de simplemente detenerse a respirar, a inhalar, a repasar
mentalmente ‘Francesca da Rimini’, a exhalar, y a simplemente dejarse ir en el momento. «No más de
mover baños sólo porque sí, sólo porque a Alessandro se le metió en la cabeza que quiere mover un
baño sí o sí, no más del Ristorante Sistina, no más de la restauración dell’Accademia di Belle Arti…».

Cerró sus ojos al compás del principio del fin del tercer cigarrillo, y, como si se tratara de
olvidarse de todo, porque siempre seguía siendo su escape a pesar de ser realidad, ficción o una situación
de realidad alterada, se puso a recordar ese momento en el que la vida le había cambiado.
Por alguna razón o circunstancia, hacía año y medio, meses más-meses menos, se encontró con un
cliente que era tan «maldito» que se le había antojado eso de la originalidad de alto costo, «más bien
“originalidad a alto costo”», y, como no conocía más mundo que Armani por sentido patriótico y por
sentido regional, porque venía de la Emilia Romagna como el diseñador, quiso que él mismo diseñara
desde la alfombra del baño de visitas hasta el bar; y, claro, por dinero baila cualquiera, hasta ella, pero
Giorgio Armani no; él no era “cualquiera”. Para su buena suerte, porque de esa tenía bastante, pasaba
que la hija de Alessandro, el que quería mover el baño sólo porque sí, trabajaba en Armani Casa desde
ya varios años y era la encargada del programa de textiles y muebles a la medida «y jodidamente al
gusto». Como la hija de Alessandro era la Gerente de Diseño de Interiores, ergo de producción de muebles
también, era ella con quien Emma debía tratar para que el cliente no le cortara las nalgas y las expusiera
cual trofeo de Bob Esponja sobre la chimenea que iba a ponerle en la sala de estar: «”Wet Painters”,
episodio 50a (tercera temporada)». Fue como una bofetada doble; una con el derecho de la mano y otra
con el reverso, de ida y de regreso, así fue como se sintió Emma con el apretón de manos que, sin saber
por qué, se convirtió automáticamente en un beso doble; uno en cada mejilla, y no fue que eso le cayera
como dolorosa bofetada, sino como parte de una monumental epifanía. «Insisto, todo fue culpa de
Alessandro», porque siempre mantuvo a su familia como en un gran secreto, y todo secreto es demasiado
intrigante y atractivo.

Ella no supo cómo, o por qué, pero, antes de que se le entregaran los muebles, que ella había tenido que
subir a Milán para ver personalmente el producto final, y personalmente empacarlo y transportarlo,
porque, de no ser así, su cliente seguiría con su amenaza de cortarle las nalgas para exhibirlas sobre la
chimenea que ya le había construido, fue que había terminado en la cama de aquella rubia tras
numerosas copas de vino tinto. Pero tampoco podía culpar al vino, o a le fettuccine alla bolognese con
demasiado queso que para ella había sido hasta muy poco, y definitivamente tampoco podía culpar a
esa canción que sonaba en el fondo mientras la rubia le hablaba sedosa y calladamente, y ella sólo podía
verle los labios de tantas ganas que tenía de besarla; «qué descortés eso de no verla a los ojos», pero no
se aguantaba, y no se aguantó.

Indiscutiblemente, cuando se despertó a la mañana siguiente, supo que algo estaba mal, «”mal”», y no
en el sentido de malo sino de raro, porque, en ese momento, justo en cuanto vio a la sonrisa de la rubia
y postcoital melena que contemplaba su soñoliento y torpe amanecer, supo que todo lo que había
sucedido antes de esa noche era lo “malo”, lo que no debió haber sido, y, aunque no sabía exactamente
por qué, sólo supo qué era, «y siempre pensé que era culpa de Alessandro, por haber mantenido tan
protegida de todo el estudio como si se tratara de un secreto de Estado», pero Alessandro tenía una muy
buena razón: Luca, el hijo mayor de su socio, era un hipersexual, un promiscuo conocido y reconocido, un
amante del sexo y no de las mujeres como tal.

Después de esa noche vinieron muchas noches después, fines de semana en los que la rubia llegaba a
Roma y fines de semana en los que ella llegaba a Milán, vacaciones coordinadas y calculadas con
demasiadas exactitudes para coincidir en la casa del Lago Como que tenía la familia de Emma, o para
coincidir en la villa en la Toscana y visitar el único viñedo que le quedaba al legado de la familia Peccorini,
o para coincidir en el apartamento que los papás de la rubia tenían a la orilla del mar en Livorno. Quizás
no llevaron esas escapadas adultas y adúlteras en secreto porque nunca les preguntaron y ellas nunca lo
admitieron en público, quizás porque les gustaba eso tan privado, quizás porque era muy de ellas, y
quizás porque no querían compartir eso tan “excéntrico” «y relativamente mítico por sensación y
sentimiento», porque, a pesar de no saber qué era eso, y qué eran ellas entre sí y consigo mismas, era
más concreto, real, y sano que cualquier otra variación y/o variable que la vida podía ofrecerles por
aparte.

No había sido hasta casi un año después de haber comenzado la relación, porque al fin habían tenido el
coraje para definirlo con etiquetas de valores y descripciones, que Emma había decidido hablar con sus
papás para aclararles, de su boca, que ella todavía no sabía exactamente si era heterosexual,
homosexual, bisexual, o qué, pero que, sin duda alguna, era «“Sophiesexual”».

Sí, sí, las quijadas de Sara y Franco se cayeron hasta el suelo con la noticia, pues realmente nunca
sospecharon un comportamiento evidente en Emma, y no era que se escudaban en que había tenido
dos o tres relaciones serias con hombres, pero, como Emma no era del tipo que presentaba a sus parejas
en sociedad porque le gustaba la vida privada, sus papás pocas veces habían tenido interacción con sus
parejas, y la quijada se les cayó más por eso, porque Emma estaba prácticamente presentándoles a su
pareja de forma discreta e indirecta.

Ninguno de los dos hizo un escándalo, ni se escandalizaron, sólo se pusieron de pie, porque estaban
sentados en el sofá de la sala de estar cuando Emma se los había comunicado, y la abrazaron con una
sonrisa, lo cual significaba que luego, con el paso de las horas y los días, llegarían a procesarlo por
completo.

Vino el mes de septiembre, mes en el que a Sophia, tras lo que ella llamaba “una cagada sin remedio ni
remiendo”, no le había quedado de otra más que presentar una digna renuncia por respeto a sí misma
y a su reputación; fue el mes en el que decidió irse de Milán para entrar a trabajar con su papá, por
consiguiente con Emma, cosa que todos sabían que era peligroso «por el escenario de “¿y qué pasa si
ustedes terminan? ¿No sería eso muy incómodo?”», pero, a decir verdad, ni Emma ni Sophia se
detuvieron nunca a pensar en eso, quizás por inmadurez emocional o quizás por seguridad emocional,
pues no creían en la posibilidad de que eso pudiera llegar a suceder.

Del lado de Sophia, de la encantadora rubia que siempre se despertaba con Emma entre sus brazos, su
mamá, Camilla, lo había tomado como cualquier otra noticia: con indiferencia e irrelevancia, pues a ella
le daba igual qué era y qué no, a ella sólo le importaba que Sophia estuviera tranquila y que fuera feliz.
A su papá, Alessandro, siempre le interesó que fuera un hombre merecedor quien se llevara a su hija
mayor, pero, desde que Sophia, con diecisiete años les había arrojado la noticia sobre un ayuno
dominical, se había resignado a que no tendría un yerno con quien departir mientras las tres mujeres de
su vida hacían las compras, bueno, se había resignado a que Sophia no le daría un yerno sino una nuera.
E Irene, la hermana menor de Sophia, la que había abusado de los genes recesivos en todo sentido, ella
simplemente había crecido con esa idea de que su hermana nunca había tenido novio, y de que no le
gustaban los hombres, y para ella eso era normal, tan normal como que sus papás se querían bien.

Pues, a raíz de que Sophia se regresó a Roma, y que no quería irse a vivir con sus papás por considerarse
una adulta hecha y derecha, aceptó la invitación de Emma para vivir juntas en el apartamento de la Via
Nizza, y, desde entonces, desde hacía nueves meses que vivían juntas, todo se había dado con los
mejores colores, los mejores tratos y las mejores sensaciones, que ambas familias se habían involucrado
amigablemente, tanto a nivel de suegros como a nivel de cuñados; de desayunos tardíos en casa de los
Volterra, de cenas en casa de los Pavlovic, de salidas al cine con Irene, o con Marco y su esposa, de
compras de suegras y nueras, de almuerzos de suegras, «y de juegos de la Roma en el Stadio Olimpico,
en especial cuando se trata de un juego contra la Lazio».

Se volcó sobre su costado para acomodarse en una potencial posición fetal, así como solía
dormir al lado de Sophia, y se aseguró de quedar con la espalda casi fusionada al cuero del respaldo para
sentirse como si estuviera siendo sostenida por la rubia; sólo le faltó la respiración contra su cuello, eso
que la relajaba tanto y que al mismo tiempo le hacía suaves cosquillas.

Vio la habitación a mirada entrecerrada, logrando ver el escritorio de su papá, con la HP y toda la artillería
que necesitaba un economista para mantenerse al tanto de toda bolsa habida y por haber en todo
momento, y, más allá, en la esquina en la que se mantenía la pecera con peces payaso y que pretendía
ser una minúscula parte de un arrecife de coral, estaba el Yamaha de media cola que era tocado todas
las noches por al menos veinte minutos, o lo que duraran los antojos de la noche, lo que Tchaikovsky o
Rachmaninoff tuvieran para dar.

Cerró sus ojos al ya no tener ningún cigarrillo que fumar, y, en cuanto el mundo se volvió oscuro, sólo
supo arrepentirse de no haber tenido tiempo para entrar a la cama la noche anterior, pues eso de “mover
el baño” le estaba quitando el sueño de forma literal, «¿porque a quién carajos se le ocurre mover un
baño sólo porque sí?», y Alessandro la tenía quebrándose la cabeza también, aunque ella ya había dicho
mil veces, y una más, que era mejor y más fácil pellizcarle los testículos al león mientras se vestía un
jumpsuit de carne cruda. De igual forma, habiendo trabajado toda la noche en eso, en intentar encontrar
una solución que no fuera «“es más fácil demoler y construir que sólo cambiar ese baño de lugar”», no
había podido enrollarse contra Sophia, quien se había quedado dormida con “Project Runway” en el
televisor. Y, como no había podido dormir con ella, decidió mejor acordarse de la noche anterior, noche
en la que sí había compartido la cama, y no sólo la cama.

Se acordó de cómo, con el share violeta, había asaltado a Sophia en la cocina; la rubia con las
manos sobre una encimera, obligando a que su trasero saliera un poco para que ella, tomándola por la
cadera, la penetrara con malicia, para luego penetrarla de frente, con las piernas a los hombros, para
dejar que Sophia la cabalgara de frente y de espalda mientras se estimulaba su clítoris o tomaba de sus
senos. Todo para que, cuando había sido su turno, poder recibir el más sensual y cariñoso abuso anal
entre besos y caricias. Y eso la mató hasta las siete de la mañana del día siguiente.

La alarma le sonó exactamente a las cinco con cuarenta y minutos, y ella, abriendo sus ojos,
procuró sentarse y tomar uno que otro respiro profundo, pues no sabía si era el nerviosismo en sí o el
hecho de que la alarma, «porque suena como si fuera alarma nuclear», siempre le lograba sacar la
mierda del susto. Es que, de no ser así, nunca se despertaba, pues podía haraganear y dormir todo el día
si no era porque tenía que trabajar o porque tenía que hacer el mate de que trabajaba. Después de todo,
ella estudió Arquitectura y Diseño de Interiores por no querer enfrentar a sus papás y decirles que quería
estudiar Diseño de Modas, «porque eso me habría hecho una costurera», y ejercer la Arquitectura no
era nada sino un dolor de cabeza que era obligación, por lo que siempre prefería ambientar cuanto
espacio fuera posible; así fuera algo pro bono, «si es que tal cosa existe».

— ¿Descansaste? —sonrió Sara en cuanto la vio emerger en la cocina con una cara ya más fresca a pesar
de que el nerviosismo se le notaba por cómo frotaba rápida y ligeramente sus pulgares contra el resto de
sus dedos.

— Sí, un poco —asintió Emma, no pudiendo evitar inhalar y degustar el aroma que las colas de
langosta despedían al estar siendo salteadas en un poco de mantequilla, ajo, ralladura de limón, sal y
pimienta fresca, aroma que el extractor de olor succionaba y que las ventanas abiertas dejaban
escapar—. Huele demasiado rico.

— Prueba —le ofreció Franco un trocito de langosta que había recogido con la cuchara de madera, y
Emma lo recogió con sus dedos para llevarlos a su boca—. ¿Qué tal? ¿Sabe bien?

— Doctor Pavlovic —rio Emma, succionando las puntas de sus dedos para quitarles el sabor, aunque
luego se lavaría las manos—, ¿usted tiene un Doctorado en Finanzas o en Gastronomía?

— Me halaga, Arquitecta Pavlovic —le devolvió la mención del título—. Pero el Doctorado es en
Finanzas.

— Y en este momento pienso que es una pena que no sea en Gastronomía —guiñó su ojo.

— Así de bueno estará —rio Sara, que se volvía al molino para seguir aplanando la última hoja de
pasta—. Escogimos un Pinot Noir para los que quieran vino tinto, y Pinot Grigio para los que quieran
vino blanco, ¿te parece?

— Para ustedes los adultos, sí, claro —asintió con una risita que implicaba la vetustez de sus
progenitores y de los de Sophia.

— Sí, sí, y para la niña una limonada rosada —dijo Franco, devolviéndole la burla.

— Pero con Grey Goose —se defendió Emma—, con Grey Goose.

— Y para la otra niña una Dr. Pepper —se burló Sara, refiriéndose claramente a Sophia.

— Deberían estar agradecidos de que no somos unas alcohólicas anónimas —frunció su ceño.

— Tienes razón, pero tampoco es mejor que sean un par de alcohólicas reconocidas —sacó Sara la
lengua.

— Nada de eso —se le arrojó en un cariñoso abrazo por la espalda—. Tú sabes muy bien que me
enseñaste a moderarme.
— Personalmente te enseñé —asintió Sara con una risa, pues le daba cosquillas cuando Emma la
abrazaba así.

— Tan bebedora ella —bromeó él, porque Sara no bebía otra cosa que no fuera vino o champán, en
ocasiones especiales bebía algo más.

— Desde siempre y para siempre —la apretujó Emma con la burla que eso significaba, y se estiró un
poco, no por falta de altura, sino sólo para darle un beso en la mejilla.

— Emma, hazme un favor y saca las otras sillas de la bodega, ¿quieres? —sonrió Franco, sacando la
langosta del fuego, aunque, bueno, fuego no era porque la cocina era eléctrica, y Emma asintió—. Ahora
extiendo la mesa.

— Sólo cuatro sillas —le dijo Sara, sólo por si el cerebro de su hija seguía dormida.

— Creo que sólo cuatro adicionales hay —se encogió entre hombros con una risa, desapareciendo por
un costado.

— Cuatro Volterra, y cuatro Pavlovic, ¿verdad? —elevó Franco su voz—. ¿O viene “la Doña” también?

— Si Trenitalia la suelta antes de las siete, sí —respondió Emma desde la bodega, «por el coño de
Atenea, ¿desde cuándo “la Doña” trabaja para Trenitalia? ¿Desde cuándo vive aquí?».

Sophia se despertó sin saber exactamente por qué, sólo era de esas veces en las que probablemente se
trataba de enormes ganas de ir al baño, o de sed, o de que Emma le había robado las sábanas y le había
dado frío, o, al contrario, de que ella le había robado las sábanas a Emma y se estaba muriendo de calor.

Pero no, ni lo uno, ni lo otro. Ni esto, ni aquello.

Se rascó los ojos para poder enfocar un poco en la oscuridad, y, luego de haberlo hecho con los
respectivos suspiros mentales, tomó su teléfono para ver la hora, «las tres con veintisiete», y suspiró por
la hora, porque era hora de seguir durmiendo.

Se volvió hacia el lado izquierdo, pues, como cosa para-nada-rara, se había despertado sobre su
abdomen pero viendo hacia el armario empotrado que daba de su lado, y vio a Emma acostada sobre su
costado izquierdo, dándole la espalda como cosa para-nada-rara. No tenía la sábana encima, ni siquiera
de esas noches en las que se la dejaba a la cadera, y el aire acondicionado estaba a unos afables diecisiete
grados, pues era la temperatura a la que habían acordado desde que a Sophia no le gustaba dormir en
un congelador, y dieciocho grados era realmente demasiado caliente para la pubertad tardía y crónica
en la que Emma se encontraba desde mucho antes de su pubertad real.

Buscó el borde de la sábana bajo la que ella se encontraba, porque, aunque le gustara ver a Emma dormir
en un culotte negro, el cual delataba la minúscula y disimulada incomodidad de aquellos reglamentarios
días del mes, le arrojó las ciento catorce hebras de algodón egipcio blanco encima, pero, como ella era
ella, y quizás por estar todavía un poco dormida fue que se sintió con el poder absoluto de acercarse a
Emma para adoptar su posición y abrazarla por su abdomen, que fue por eso que frunció su ceño.

Emma arrojó la colilla del cigarrillo a la acera en cuanto vio que la Tiguan negra se estacionaba
al otro lado de la calle, por lo que supo que exactamente, detrás de ella, venía el S60 rojo flamenco
metálico en el que se sentaba la cabellera rubia de gafas oscuras Dolce.

Esperó a que se estacionara, y, aunque pareciera una omisión, fue directamente al trío que llevaba el
apellido “Volterra” como si fuera un deporte olímpico.

— Arquitecto Volterra —sonrió para el calvo hombre que vestía su típica camisa polo bajo la chaqueta
casual de coderas de cuero, y lo saludó con un apretón de manos que se convirtió en un beso en cada
mejilla—. Arquitecta Rialto —se volvió hacia la lacia rubia platinada.

— Emma, por favor —rio Camilla mientras recibía un beso en cada mejilla—. Cero formalidades, por
favor.

— Nene —sonrió Emma, dejando a un lado las formalidades que le costaba quitarse porque se trataba
de sus jefes, quienes, al mismo tiempo, eran los papás de la rubia que se veía al espejo retrovisor para
aplicar algo tan sencillo como unlipbalm, y se volvió hacia la mente maestra que había confabulado el
plan perfecto de primero estudiar Química y Farmacia para luego entrar directamente y sin titubeos a
Medicina.

— “Cognata” —resopló a su oído, pues ellas no se daban un beso en cada mejilla sino un abrazo febril,
y, aunque Emma quisiera estar en el momento, en el educado y fraternal abrazo, sólo pudo estar
acosando a Sophia, quien ya caminaba hacia ella con una sonrisa de gafas oscuras tipo diadema.

— Cara mia —exhaló sonrientemente Sophia para que Irene la soltara y se la dejara en libertad, pues
ella quería saludarla, quería verla después de tanto tiempo de ni siquiera cruzarse con ella por el estudio.

— Mon amour —sonrió Emma, cayendo entre los brazos de la rubia, quien la había tomado en un
sorpresivo pero bienvenido y-para-nada-incómodo beso de labios.

— Qué rico beso —susurró, y le sonrió con sus celestísimos ojos al compás del secuestro de su mano—
. ¿Todo bien?

— Demasiado —asintió Emma, que, de no ser porque Camilla se aclaró la garganta, ellas se habrían
olvidado del mundo entero al sentir esa necesidad y ese equipaje que se acumulaba en cuestión de
minutos y horas de no verse.

— ¿Vamos? —entrecerró Sophia la mirada para emitir el descontento con su mamá, pero ya luego
tendría tiempo a solas con Emma, y qué bueno que era viernes.
— Espero que no les moleste la comida casera —dijo Emma para todos, irguiéndose para emprender
camino hacia el interior del edificio.

— Sabes que no hay nada como la comida casera —respondió Camilla, viendo hacia ambos lados de
la calle, por mera costumbre, aunque la vía sólo era de un sentido—, y que es algo que siempre decimos.

— Para no perder la costumbre —rio Sophia, recibiendo a Emma en su hombro izquierdo y sintiendo
cómo la abrazaba al tomarla de la mano y del brazo.

— ¡Ay, Ca! —exclamó Alessandro, llevando sus manos a su rostro—. ¡Se nos olvidó el vino en casa!

— Nada, nada, Alec —sacudió Emma su cabeza—. No te preocupes, tenemos hasta de sobra —sonrió
reconfortantemente mientras se adelantaba, todavía tomada de la mano de Sophia, para abrirles la
pesada puerta del edificio.

— Pero qué vergüenza venir con las manos vacías —sacudió Camilla la cabeza, estando un tanto
sonrojada por la misma olvidadiza vergüenza, e Irene que la remedaba de labios mudos, pues era tan
predecible que cualquiera sabía qué era lo que podía salir de su boca.

— Para nada, Camilla —rio Emma—. Olvídalo, no pasa nada; de verdad es una invitación completa,
como siempre —sonrió, viendo pasar a Irene para, por fin, dejar pasar a Sophia y pasar ella—. Mi amor
—detuvo a Sophia con un suave tirón de mano—, ¿desde cuándo tuteo a tu mamá? —susurró, viendo a
Alessandro pedir el ascensor.

— Desde siempre, mi amor —sonrió ella un tanto confundida, y se confundió todavía más en cuanto
Emma transformó su expresión facial en un intricado rompecabezas—. ¿Te sientes bien? —le preguntó
con su ceño fruncido, todo porque escuchaba cómo los pensamientos de Emma hacían más ruido de
maquinaria pesada que el para-nada-sutil sonido del ascensor.

— Sí, sí —sacudió Emma su cabeza, pero la confusión no se le quitó, y sonrió como si la estuvieran
forzando a hacerlo.

— ¿De verdad te sientes bien? —le preguntó de nuevo, pues la sonrisa no la había convencido en lo
absoluto—. Es que no tienes por qué rendirle homenaje a la tradición de “una semana con mi familia,
una semana con tu familia” —sonrió—. Podemos cancelarlo si no te sientes bien —dijo, acariciando su
mejilla con sus nudillos.

— No, no —sacudió Emma nuevamente su cabeza—. Cansancio nada más —rio nerviosamente, y
volvió a emprender marcha hacia el ascensor, en donde, por respeto a los Volterra, se uniría a ellos en
aquella estrecha jaula.

— Mi papá tiene que bajarle al ritmo —comentó Sophia—, siempre que se le ocurre una “genialidad”
te arrastra a ti.
— Es lo que hace el trabajo entretenido —se encogió entre hombros, y mató el tema por estar ya
demasiado cerca de ellos.

Sophia se aferró a Emma, y comprendió por qué se había quitado la sábana; estaba ardiendo, y estaba
ardiendo de tal manera que no sabía siquiera si era una fiebre común y silvestre, pero, cuando colocó su
mano sobre su frente, aun sin saber si era fiebre o no, supo que era algo más, pues Emma, en cualquier
otra circunstancia, se habría despertado inmediatamente por el insoportable calor.

Frunció su ceño, y continuó intentando averiguar si era fiebre de la ya no común y silvestre.


Posó su mano en lo que dejaba de su cuello, «hirviendo», la posó sobre su espalda, «hirviendo», y no
sólo estaba hirviendo, sino que estaba empezando a humedecer la camisa desmangada gris. Asumiendo
que era fiebre, porque realmente estaba «hirviendo», la cubrió con la sábana y se acostó tras ella para
abrazarla, pues, si no se estaba despertando, no debía ser tan grave como para recurrir a despertarla, y,
por si era calor, colocó el aire acondicionado en lo más bajo, pues ella, junto a ese horno que tenía por
prometida, fácilmente se calentaría.

Emma tomó la botella de Pinot Grigio, vino que era rechazado por demasiados snobs del mundo
cotidiano y culinario, pero los Peccorini lo defendían porque habían sido productores de dicha variedad,
y los Volterra-Rialto no peleaban ningún vino por ser simplemente vino, y llenó la copa de Sophia, quien
se sentaba a su lado derecho, «¿desde cuándo se siente a mi lado derecho y no a mi lado izquierdo?».

— ¿Te sientes bien? —le preguntó con un susurro Sophia, pues vio a Emma quedarse en blanco ante la
epifanía de la confusión, aunque, más que la confusión, le llamó la atención eso de que se pasara de la
parte más ancha de la copa al estarle sirviendo.

— Sí, ¿por qué? —frunció su ceño, reaccionando rápidamente y levantando la botella para interrumpir
el vertimiento.

— No sé, te siento rara.

— No, no… nada que ver —sonrió con la misma falsedad de antes—. Sólo cansada.

— Bueno, bueno, perdón por el atraso —interrumpió Sara con dos platos en el brazo izquierdo y uno
en la mano derecha—. Espero que haya valido la pena la espera —sonrió, colocando un plato frente a
Alessandro, Irene y Camilla, y Franco colocó un plato frente a Marco, quien recién llegaba, uno para
Sophia, y otro para Emma.

Era un plato blanco para cada uno, un plato relativamente pequeño; de ensalada, y, en efecto, era una
ensalada que entraba en el término de “fresco” por frescura y no por el nombre de típica “ensalada
fresca”; ahí no había lechuga, ni tomate, ni cebolla, no, ahí había pepino, melón verde y melón naranja,
todo en viruta y sin semillas, y con vinagreta de jengibre, arándano y albahaca.

— Esto está buenísimo —exhaló Marco, que quizás lo sintió demasiado rico porque no había comido en
todo el día, pero realmente sabía muy bien aun sin hambre.
— “Demasiado buenísimo” —lo corrigió sonrientemente Sophia, quien se sentaba frente a él—. Muy
rico, Sara, muy rico, muy, muy, muy rico —dijo, atrapando una lasca de melón verde y una de pepino
para probar otra combinación.

— Muchas gracias, Pia —sonrió agradecidamente la autora de la ensalada, «not even Ina Garten can
beat this»—. Si quieres más, hay más también.

— Gracias, pero creo que prefiero guardar espacio para gli ravioli.

— Sabia decisión, Cognata —rio Marco.

— ¿Sabia de sabiduría o sabia de que es mejor para ti? —bromeó Emma.

— Sabiduría absoluta, de la una y de la otra —guiñó su ojo.

— Marco —interrumpió cortésmente Camilla—, ¿cómo va todo en la bolsa?

— Como descubrieron que en “Cicala e Guzzetta” estaban haciendo uso de información privilegiada,
ahora a todos nos están investigando —se encogió entre hombros—. Pero, de no ser por eso, todo va
bien… pues, dentro de lo que cabe; con esto de que Marlboro está teniendo un decaimiento del tres por
ciento… ay, hay de todo —sacudió su cabeza.

— Y Natasha —sonrió Alessandro—, ¿no nos acompaña hoy? —«¿Natasha?».

— Llamó cuando venía entrando, todavía está en el trabajo; supongo que sigue intentando resolver
una crisis de huelga antes de que siquiera se les ocurra hacer huelga —rio.

— Ya tenemos semanas de no verla, ¿cómo está?

— Bien, bien —sonrió para Camilla, quien le había hecho la pregunta—. Siempre con trabajo, pero
ahora está viendo cuándo se tomará las vacaciones que le deben para ir a visitar a sus papás.

— Ah, sería de aprovechar —dijo Alessandro—. Nueva York es muy bonito, ¿alguna vez has estado
allí?

— No, no en Nueva York —sacudió su cabeza—, pero mi hermana siempre me cuenta de cuando
estuvo con el Arquitecto Pensabene haciendo la pasantía.

— ¿No piensas acompañarla esta vez? —preguntó Sara.

— Lo más seguro es que sí.

— Mi amor —susurró Emma para Sophia—. How exactly did I meet Natasha?
— En Manhattan —sonrió como si no entendiera el porqué de las preguntas de Emma, quizás era un
cuestionario de sabiduría, como si se tratara de aquel milenario juego de “Newlyweds”—, mientras
hacías tu semestre de Arquitectura en Parsons y trabajabas con Pensabene —«¡¿Parsons?!».

— ¿Soy amiga de Natasha?

— Ay, mi amor, las cosas que preguntas —rio Sophia, pero Emma no le dio una mirada que le dictara
que era una broma—. Claro que sí, y lo sabes.

— ¿Y por qué Natasha está aquí?

— La privación de sueño es mala en ti —frunció su ceño, y Emma no respondió—. La convenciste de


venir a estudiar su Máster aquí, ¿no recuerdas?

— ¿Y Phillip?

— ¿Phillip? —ladeó su cabeza con su ceño fruncido—. ¿Quién es Phillip?

— Eso quisiera saber yo —rio con una suave carcajada nerviosa que se hacía pasar por genuina gracia,
porque «what the fuck is going on?!».

— Ay, mi amor, de verdad que ya necesitas dormir —rio Sophia, ahuecando su mejilla con su mano
izquierda, que fue cuando Emma vio que no llevaba el anillo de compromiso, «seriously, what the-
double-fuck is going on?!».

— Sí, ¿verdad? —sonrió, estando realmente asustada por su ignorancia real y no aparente.

— Bueno, bueno —rio Marco, interrumpiendo la plática de susurros disimulados que tenían ellas dos—
. Mejor compartan, ¿cómo va la reambientación del Palazzo Manfredi?

— ¿Quién te dijo que estábamos reambientando el Manfredi? —frunció Emma su ceño.

— ¿Tú? —se carcajeó él.

— Va bien, Marco, va muy bien —intervino Sophia—. Lo que más atrasa, aunque nadie lo crea, es la
enorme vista que tiene del Coliseo.

— Y claro, cómo no, si lo tiene al lado —rio Franco.

— No sabía que el Manfredi era un Hilton —comentó Sara.

— No, no lo es —sacudió Camilla su cabeza—. Cuenta como cliente personal y no corporativo, sino
los Hilton nos cortan la cabeza —rio, «¿Hilton? Eso no puede ser»—. Además, por el momento no
tenemos proyectos con ellos, por eso es que Emma y Sophia se pueden encargar de eso.
— Ah, no sabía que estaban trabajando juntas en eso —dijo Franco—, creí que sólo eras tú —señaló
a Emma con las cuatro puntas del reluciente tenedor que atravesaba una lasca de melón.

— No —respondió Emma rápidamente, pues ya había entendido por dónde iba la cosa, «quizás».

— Ellos contrataron a Emma, y ella me pidió que le ayudara —sonrió Sophia, rescatándola de no saber
qué más decir, «pero, bueno, al menos eso no ha cambiado, por muy feo que se escuche».

— Ah, qué bueno —sonrió Franco, lanzándole una mirada de orgullo a Emma—. Y tú, Irene, ¿cómo
vas en la universidad? ¿Todo bien?

— Sí, sí, todo bien —asintió la tímida pero cálida mujer que tenía cara de niña todavía.

— ¿Cómo te fue en la prueba de laboratorio que tenías el miércoles? —le preguntó Emma,
asombrándose instantáneamente por no saber cómo era sabía que había tenido una prueba de
laboratorio, «bueno, sí, quizás es el no dormir… o el thinner».

— Yo creo que bien —rio suavemente, colocando su tenedor y su cuchillo sobre el plato al ya haber
terminado—. La otra semana nos dan las calificaciones, pero yo creo que lo apruebo con una B, ojalá y
con una A.

— ¿No dijiste que podías no hacer la prueba del trimestre si tenías una B o una A? —preguntó Emma
nuevamente, sintiéndose ya un poco más cómoda con la situación en la que estaba, todo porque,
aparentemente, sí sabía.

— Bueno, van a hacer un promedio de las tres pruebas de laboratorio que hemos hecho hasta la
fecha, y, quienes estén en el diez por ciento más alto, esos serán los que no hagan la prueba trimestral —
asintió la alborotada melena marrón oscuro.

— Pues ojalá y sea una A —sonrió Marco—. Digo, para que eleve las probabilidades de que estés en
el diez por ciento superior y te exoneren de hacer la prueba trimestral.

— Tú y tus probabilidades —rio Irene—. Pero sí, eso espero yo también.

— ¿Es muy difícil? —preguntó Franco, estando interesado de sobremanera en el tema y sin saber
exactamente por qué.

— Bueno, dicen que esa prueba es raro que alguien la apruebe, la llaman “el imposible”… son diez
preguntas referentes a un objeto en especial; el año pasado fue un hueso humano, el año antepasado
fue una concha de ostra, y hace tres años fue un litro de leche —le explicó—. Y, bueno, el laboratorio de
esta semana sí fue difícil…

— ¿De qué trató? —murmuró Emma, colocando ya sus cubiertos sobre el plato y llevando la servilleta
de tela a sus labios para limpiar cualquier resto inexistente de vinagreta.
— Era en grupos, y teníamos que investigar el tiempo de absorción contra los componentes de una
tableta para desinhibir el sistema digestivo —respondió con naturalidad, viendo que ya Franco, Sophia,
Emma y Marco le prestaban absoluta atención—. La meta era reducir el tiempo de absorción;
optimizarlo.

— ¿Y eso cómo se hace? —preguntó Alessandro, dándose cuenta de que él no sabía nada sobre lo que
Irene hacía o dejaba de hacer.

— No me digas que hicieron pruebas en humanos —bromeó Marco.

— No, para nada —rio Irene—. Teníamos ocho horas para elaborar un método, un proceso, o lo que
fuera, sólo teníamos que reducir el tiempo de reacción pero sin alterar los componentes o las cantidades
de cada componente.

— ¿Y eso cómo se hace? —rio Marco.

— Bueno, hay un programa que hace una simulación, y básicamente eso es lo que utilizamos —dijo
por explicación, pero se dio cuenta de que no era suficiente para las miradas curiosas que la acosaban—
. O sea, una tableta normal, una tableta que no es cápsula, no lleva todos los componentes mezclados
en toda su estructura, sino que lleva un orden específico que corresponde a cada nivel de pH con el que
se encuentra; el nivel de pH de la boca es diferente al nivel de pH del estómago… entonces, básicamente,
esta tableta lo que tiene son capas cilíndricas de los componentes, por así decirlo: la primera capa se
disuelve en la boca, la siguiente en el esófago, la siguiente en el estómago, y así hasta que se termine en
el núcleo… claro, cada tableta es distinta, porque, si se trata de algo más sencillo, como de una Aspirina,
eso está diseñado para disolverse en el estómago y ser absorbido casi inmediatamente, pero, algo que
es más complejo y que contiene enzimas digestivas, tiene que ser delicadamente calculado para que
cada enzima tenga la reacción en el lugar correcto, porque, al ser proteínas, si no están en el pH óptimo,
se desnaturalizan y no sirven; se arruinan.

— Entonces, si no podían alterar los componentes, y por lo visto tampoco el orden de los
componentes, ¿qué hicieron? —preguntó Franco.

— Bueno, una tableta no es por gusto que también se le llama “comprimido”, porque los
componentes van comprimidos para crear esas capas de las que hablo —respondió en una primera
instancia—. Definitivamente en orden tienen que ir, porque la pepsina no funciona en el esófago,
entonces eso se tenía que respetar… lo que hicimos fue aplicar el doblaje del origami; sólo fue una
propuesta, porque hay mil dobleces que se pueden hacer, pero, al ser un doblez, que es lo mismo que
una capa aunque no esté tan comprimida como la de una tableta normal, es que la placa, por así decirlo,
se desprende y se absorbe lo más rápido posible… claro, no sabemos si la propuesta es siquiera viable,
es más una locura, pero el profesor está abierto a ese tipo de cosas —se encogió entre hombros—. Otros
grupos presentaron lo que ellos consideraban una dieta específica para cuando se debe tomar esa
tableta, o un momento específico en la digestión en el que se absorbiera más rápido, o un sujeto en
específico que se filtrara por género, edad, y no me acuerdo qué más… en fin, éramos seis grupos, y
hubo cuatro propuestas distintas si no me equivoco.
— Suena muy interesante —sonrió Franco, llevando la copa de vino tinto a sus labios.

— “Interesante” —se saboreó Marco la palabra, como si no tuviera sentido o le faltara sabor—. Diría
“loco” más bien —rio.

— ¿Por qué loco? —frunció Emma su ceño.

— ¿Origami no es eso de que doblan papel así y asá? —preguntó al aire, y todos asintieron—. Bueno,
pues doblar los componentes de la tableta como si fuera alguna figurita de origami… no sé, está muy
loco, de la nada me sales con una grulla.

— “Rebuscado” diría yo —le dijo Emma a Irene con una sonrisa reconfortante, pues no quería que se
viera afectada por las bromas de su hermano—, e “interesante”.

— “Innovador” también —agregó Sara en defensa de la menor de las Volterra.

— Bueno, es que la idea vino de una técnica que tienen los japoneses para ingerir ciertas sustancias;
por estética, porque no hay otra explicación a ningún nivel molecular o químico, tienen las sustancias
sólidas en forma de figuras, como de copos de nieve, o de estrellas, o de cubos, que, al entrar en contacto
con el agua, se extienden hasta la forma original, y se disuelven… —dijo Irene para Marco, porque, sin
saber por qué, le había herido su orgullo, o quizás su Ego también—. Lo que nosotros propusimos fue
investigar sobre la forma en la que se debía hacer cada doblez de acuerdo a la forma y al pH del órgano
objetivo, porque la textura y la forma del esófago no es la misma que la del estómago.

— ¿Eso no es algo que deberían estar haciendo un Cirujano General, junto con un Gastroenterólogo,
un Endocrinólogo, o qué sé yo? —frunció Marco su ceño.

— Nosotros sólo damos una propuesta, no hacemos el procedimiento en realidad, y esas propuestas
se exponen a la comunidad médica y a la comunidad de químicos y farmacéuticos para que, quien tenga
interés, pueda desarrollarla.

— ¿No sería eso como que te robaran el crédito? —preguntó Sophia.

— Cuando sí han desarrollado las propuestas, siempre han incluido al equipo de estudiantes, o les
han comprado los derechos —sacudió su cabeza—. Pero eso sólo sucede una vez cada cien propuestas,
o cada más… me imagino que se ríen de las barbaridades que se nos ocurren.

— Eso debieron haber dicho del que dijo que podían hacer un mapeo cerebral —dijo Franco con aire
alentador—. O del loco que quiso aplicar radiación para reducir el tamaño de un tumor.

— Además, Thomas Alba Edison no falló “n” cantidad de veces para crear un bombillo; él encontró
“n” cantidad de formas para cómo no crearlo —agregó Emma, dándole una mirada matadora a Marco
para que dejara de atacarla con ese tipo de comentarios que no eran groseros pero que generaban
presión y nerviosismo en su tímida cuñada.
— Bueno, bueno, dejen en paz a Irene —rio suavemente Sara, quien se ponía de pie para recoger los
platos ya vacíos, y Franco que la imitaba pero para ir a la cocina a arrojar los ravioles en el agua hirviendo.

— Sí, bueno, ¿y qué tal todo? —sonrió Marco para Camilla y Alessandro—. ¿Algún proyecto
interesante?

— Recién nos entra la remodelación y la restructuración de un espacio para que el IF ponga sus nuevas
oficinas —dijo Camilla, agradeciéndole con la mirada a Sara, pues le retiraba el plato.

— ¿IF no es la consultora? —frunció el rubio y flojamente rizado hombre de treinta y un años mientras
se rascaba el pecho por entre el cuello entreabierto de su camisa blanca, y Camilla asintió—. ¿Para poner
oficinas aquí, en Roma, o para las oficinas centrales en Luxemburgo?

— Por el momento es para venir a Roma, si todo sale bien, nos estarían contratando para hacerlo en
Luxemburgo luego —dijo Alessandro, pues era él quien estaba al frente del proyecto.

— Ah, Etta —rio Marco para Emma—, trabajando para consultores —la molestó burlonamente porque
a Emma no le gustaban los consultores, en especial las sedes de las consultoras, pues era allí en donde
empezaba la cabeza de las serpientes,«pero Phillip es consultor, y él me cae bien», frunció ella su ceño—
. Ay, no te enojes, no es para tanto —frunció sus labios con una disculpa sincera que iba implícita.

— No, no —sacudió ella la cabeza.

— Pia está al frente de la ambientación —dijo Camilla, viendo a su hija tomarle la mano a Emma por
encima de la mesa mientras la veía con esa mirada que le daba ternura—, Emma tiene la boutique esa
en Ginebra —sonrió, y Emma ensanchó la mirada, «¿en Ginebra? ¿Qué “boutique” en Ginebra?».

— No sabía que estabas con eso —rio Marco—. ¿Qué boutique?

— Mmm… ninguna en especial —frunció Emma su ceño, pues no sabía qué responder, «porque
realmente no sé para qué “boutique” estoy trabajando».

— Mi amor, no seas modesta —sonrió Sophia, acariciándole los nudillos con su pulgar—. Vuitton está
intentando encontrar a una persona que se encargue de la imagen de todas las tiendas, y, bueno, creo
que la encontraron —dijo, viendo a Emma a los ojos con cierto cariño, pero ella no podía ocultar la
confusión del momento, «¿Louis Vuitton? ¿Desde cuándo?».

— Ay, Etta, qué elegante —guiñó Marco su ojo derecho—. Aunque te imaginaba más de Dolce… o de
Versace.

— Ambientar Dolce es sólo poner toda superficie en negro para que la ropa resalte —repuso Emma
con automaticidad, como si fuera su cerebro quien se hubiera apoderado al cien por ciento de su boca—
, Louis Vuitton te deja jugar con las temporadas y con la ropa… además, tienen más dinero —rio.
— Ergo, pagan más —concluyó Camilla con un asentimiento, «¿desde cuándo Camilla usa la palabra
“ergo”? ¿Y desde cuándo está casada con Volterra? ¿Y por qué Irene no es tan bronceada?».

No, no, es que eso debía ser el efecto secundario de una sobredosis de alguna droga ilícita, «o sea, la vida
alterna que me imaginé debió ser producto de LSD, o del thinner, o qué sé yo».

— Cia-a-o! —canturreó la femenina y un tanto aguda pero gutural voz, la cual había abierto la puerta
del apartamento como si fuera la de su propio hogar; así de grande era la confianza—. Buonasera a tutti!
—sonrió, cerrando la puerta tras ella.

— Natalia! —corearon todos en ese claro acento italiano, y corearon todos menos Emma, quien estaba
al borde del colapso nervioso por una presumida etapa temprana de Alzheimer, «o de demencia, o de
qué sé yo».

— Qué bueno que nos acompañas —emergió Sara desde la cocina, y, rápidamente, Franco se
materializó de la misma forma pero con una silla para ella, la cual colocaría al lado izquierdo de Emma
al estar ella a la esquina.

— Mamá, mamá —rio Marco, quien se había puesto de pie como un resorte en cuanto la había visto,
y caminó hacia ella para darle un beso en los labios a su esposa, «¡¿Esposa?!», me gruñó guturalmente
una Emma perpleja.

— Mi amor, ¿qué tienes? —susurró Sophia ante el gruñido de la mujer que le había triturado la mano
y que no dejaba de ver a Natasha con ojos cuadrados e incrédulos.

— ¿Desde cuándo Natasha usa zapatillas para ir a trabajar? —siseó anonadada, manteniendo su
mirada clavada en sus delgados pies envueltos en unas zapatillas Alexander McQueen negras con
pinceladas bordadas rojas.

— ¿Qué tiene de raro? —resopló.

— ¿Por qué no usa stilettos?

— ¿Quieres que deje los dientes y a Carlotta en el adoquinado o qué? —bromeó.

— ¿Carlotta? —frunció su ceño.

— Ay, mi amor, de verdad que necesitas dormir; ya no das una —rio, señalándole el torso de Natasha
mientras ella caminaba a sonrientes pasos hacia la silla que Franco le había colocado con tanta
amabilidad.

— Oh my gosh, Nate, you’re like eleven months pregnant! —exhaló Emma con la mirada ancha,
siguiendo aquel vientre y abdomen rígidamente inflados.
— Emma, non parliamo inglese a tavola —la reprimió Sara con tono sonriente pero regañón;
maternalmente regañón, «¿desde cuándo? ¿Y desde cuándo tengo acento americano y no británico?».

— Ciao, Etta —sonrió Natasha al tomar asiento a su lado.

— Nate, estás embarazada —susurró.

— Estableciendo lo obvio —se burló suavemente, «pero si no eres tú la embarazada, es tu cuñada»,


la vio fruncir su ceño—. No es un marcianito, es un feto —sonrió, tomándole la mano para colocarla
sobre su vientre, pues quizás pateaba.

— ¿Cuánto tiempo es que tienes? —siseó, acariciando el vientre de quien en todo mundo, real o
ficticio, era su mejor amiga sí o sí.

— Veintisiete semanas, no once meses —rio, viendo a Emma sonreír en cuanto sintió la suave patada,
que quizás no fue una patada sino un simple movimiento—. Hace mucho que no me llamas “Nate” —le
dijo con la nostalgia que eso le provocaba.

— Lo siento.

— ¿Lo sientes porque ya no me llamas así o porque me llamaste así?

— ¿No sé? —elevó la mirada y se encogió entre hombros.

— No me llamas así desde que me casé con tu hermano.

— Santa Inquisición y con razón —rio Emma un tanto asqueada, porque hasta ese momento fue que
entendió que Phillip no existía, y que Natasha era su cuñada, su embarazada cuñada: “la Doña”—. Pero
no pasa nada, Nate —sonrió reconfortantemente.

— Natalia, ¿qué tal en el trabajo? —preguntó Franco por cortesía.

— Vamos, vamos —se encogió entre hombros al no saber qué o cómo responder.

— ¿Problemas? —preguntó Alessandro automáticamente por su naturaleza curiosa.

— Estoy pensando en dejar el proyecto de Trenitalia —asintió ella muy cómodamente, y, contrario a
lo que Emma hubiera esperado, nadie ensanchó la mirada con asombro.

— ¿Por qué? —murmuró Emma, la única que estaba asombrada y no sólo por eso.

— Para regresar a trabajar con Filippo, él solo no puede llevar la consultora —rio—. Estoy cobrando
mil quinientos euros al día, y me tienen llevando café, o sacando fotocopias, o escaneando cosas —se
encogió entre hombros—, me gusta trabajar con Trenitalia, y quisiera regresar, pero ya no voy a seguir
con ese proyecto; no me parece justo ni para mí, ni para ellos.

— Impresionante ética laboral —asintió Camilla—, no cualquiera lo hace.

— Prefiero seguir haciendo consultorías que sí valgan la pena y que sí valgan el tiempo —repuso
modestamente Natasha—. Pero, en fin, todavía no lo sé; la encargada del proyecto es una loca que creo
que nunca había estado al frente de nada, y creo que vendió el proyecto como no era.

— Suele suceder que las personas quieren hacer lo imposible —comentó Emma, no pudiendo evitar
referirse a eso de “mover el baño” de Alessandro—, porque no todos conocen la expresión “no se lo
recomiendo”.

— Bueno, bueno —interrumpió Alessandro, sabiendo que era con él el iracundo comentario—. ¿Y qué
tal vas con el embarazo?

— Todo va muy bien —sonrió ella.

— ¿Nada de dolores, ni de falta de sueño, ni de retención de líquidos? —preguntó Camilla.

— La espalda me duele un poco, y he tenido uno que otro calambre pero nada grave, pero líquidos
no estoy reteniendo; todavía tengo tobillos… el sueño sigue bien, todavía puedo dormir acostada…

— Nos dice Marco que quieres ir a ver a tus papás, ¿no es muy peligroso viajar así?

— Estoy pensando en ir luego —respondió, viendo cómo Marco le ofrecía un vaso con agua con gas—
. Mis papás quieren venir para cuando nazca Carlotta, quizás y, en la baja por maternidad, me regreso
con ellos para estar unas semanas por allá, al menos para que mi familia la conozca… sino, hasta después
—sonrió.

— Ah, entendimos que era un “ya” —comentó Alessandro.

— No, no, por el momento no quiero dejar de trabajar hasta que ya no pueda —sacudió su cabeza.

Inhalaba el ya difuminado Chanel no. 5 de su cuello porque era lo único que podía hacer a ese nivel,
pues, a nivel físico, se aferraba a ella para sentirla contra su pecho, y había escabullido su mano por entre
sus apretados y compactados brazos para sentir el latido de su corazón por encima de la camisa, la cual,
con el paso de cada segundo, se humedecía cada vez más, y más, y más.

— Mi amor… —susurró contra su húmedo cuello, porque ya le estaba preocupando que, ante tal fiebre,
no se despertaba pero ni por intención de broma—. Mi amor… —besó su hombro y su cuello, pero Emma
no estaba en la disposición de despertarse.
¿Desde cuándo Emma dormía así de sólido, así de impenetrable, así de indespertable, así de profundo?
Era como una roca muda y sorda, y que victimizaba a su respiración; la iba haciendo más densa, y más
densa, y más densa.

— Dai, dai —sonrió Franco, levantando su copa de vino blanco—. Sólo quiero decir que es un gusto
tenerlos en nuestra casa, y que son siempre bienvenidos.

— Eres muy amable, Franco —sonrió Camilla, imitándolo con su copa para, con una fugaz mirada de
brindis, llevarla a sus labios.

— Y, bueno… —interrumpió Emma sin razón aparente, pues ella nunca hacía brindis, ni nada—. Quizás
no es el mejor momento para hacer esto —dijo, poniéndose de pie a pesar de no saber ella por qué lo
hacía ni de dónde le estaban saliendo las palabras—, pero realmente no me aguanto, y quizás voy a ser
muy egoísta, pero creo que voy a disfrutar más de los ravioli si hago esto primero —sonrió, bordeando
la mesa hasta llegar a donde Alessandro y Camilla se sentaban lado a lado, y se inclinó por entre ellos
para hablar con ambos al mismo tiempo—. Todavía no le pregunto a Sophia porque quería consultarlo
antes con ustedes, no sé realmente por qué me siento tan anticuada, pero creo que así es lo correcto —
dijo, viendo a ambos alternadamente y sintiendo cómo las sonrisas de sus papás se clavaban en ella, en
especial la de su papá—. Alessandro, yo sé que tú eres mi jefe a tiempo completo, y, Camilla, yo sé que
tú eres mi jefa la mitad del tiempo —murmuró, no logrando ocultar su nerviosismo—, y yo a ambos los
respeto mucho; demasiado… y es por eso que, antes de ser impulsiva con Sophia —levantó la mirada
para ver a Sophia al otro lado de la mesa—, quería saber si estaría bien si le pregunto a Sophia si se
quiere casar conmigo —dijo, viendo cómo el rojo invadió el rostro de Sophia, el rojo de la misma
intensidad que describía las amplias sonrisas de sus papás y las miradas perplejas de sus suegros.

— Yo… —musitó Alessandro.

— Si Sophia acepta, yo no tengo ningún problema con eso —sonrió Camilla, volviéndose hacia
Alessandro junto con Emma.

— Sí, acepto —dijo él.

— Papá, se supone que eso es lo que yo tengo que decir —rio Sophia, viendo a Emma erguirse y
caminar hacia ella con la mano en el bolsillo de la chaqueta.

— ¿Y aceptas? —preguntó Emma, sacando, contrario a lo que todos esperaban, un reluciente anillo
plateado de brillantes partecitas transparentes, todos esperando una cajita, y no.

Emma dibujó una fervorosa sonrisa, cosa que hizo a Sophia también sonreír, pues fue que supo que
estaba soñando algo bueno a pesar de que evidentemente tenía el termostato arruinado; debían ser los
días de la filmación de Kill Bill en sus entrañas.

— I wish I knew what you’re dreaming of —susurró, dándole besos suaves en su cuello.
Estaba en esa habitación que no estaba muy segura por qué conocía, los colores no eran familiares,
tampoco la distribución, simplemente, por estar parada en el centro de la habitación, sintió ese doloroso
frío que la obligaba a apretar los dientes y a abrazarse a sí misma por el mismo traicionero subconsciente,
o quizás de la parte real de su vida aun fuera de eso que sabía que no era cierto en ese momento, cosa
que no sabía cómo sabía.

No sabía cómo había llegado allí, si un segundo atrás estaba sentada a la mesa del comedor del
apartamento de sus papás, enfundándole el Van Cleef & Arpels en el dedo anular de la mano izquierda
a Sophia, «pero no, a Sophia yo le di un Tiffany, no un Van Cleef porque el único que tengo es el de mi
mamá», y el anillo era de diamantes blancos, no amarillos, y era más ancho que el Tiffany, pues, de la
parte frontal, se anudaba como a un botón con una laza, «y el concepto del anillo está bien, pero no es
el mismo del Tiffany amarillo».

— Ah, Tesoro —sonrió Franco al entrar a la habitación junto con Sophia—. Qué bueno que ya estás aquí.

— ¿Qué hacemos aquí? —preguntó ella con su ceño fruncido.

— Vamos a darle la bienvenida a Sophia en la familia, ¿no te acuerdas? —dijo, sentándose en un sofá
que prácticamente había salido del suelo, «así empezó Alicia en el País de las Maravillas; con
alucinaciones… esto es LSD, como mínimo».

— Mi amor, no te preocupes, todo estará bien —le dijo Sophia, ahuecándole las mejillas para luego
darle un beso en los labios.

— No entiendo —frunció su ceño, y, de repente, se alejó como por arte de magia hasta la esquina, en
donde no encontró facultad alguna para moverse, para hablar, siquiera para entender por qué era que
nada de eso le parecía bueno, o sano, o bien.

— Será rápido —le guiñó Franco su ojo derecho—, lo prometo.

Respiró con una pesadez que Sophia no le había conocido antes, la pesadez más pesada, tan pesada
que trascendía a la densidad con la que había estado respirando antes.

— Mi amor… —frunció Sophia su ceño, irguiéndose para encender la luz de la lámpara de la mesa de
noche.

Pero Emma era tanto la agresora como la víctima a pesar de que no estaba agrediendo a nadie,
simplemente era cómplice al no poder decir un simple «detente», al no poder gritar un «¡ya no más!», al
no poder pedir piedad, al no poder rogar misericordia, y se sentía tan cómplice que sentía como si fuera
ella misma quien “incluía” a Sophia en la familia de esa tan denigrante y violenta manera.

— Mi amor —la llamó de nuevo, ahora moviéndola un poco con ambas manos por el hombro.
Sólo podía ver eso que ella tan bien conocía; esa mirada, a pesar de nunca habérsela visto en un espejo,
sabía que era la misma que ella había construido incontables veces a pesar de ser ya familia, a pesar de
ser la familia.

— Mi amor —elevó su voz, cuidando de no gritarle, porque, por alguna razón, supo que no era momento
de ceder a utilizar ese recurso, aunque nunca era momento.

Las manos le ardieron, todo porque ahora, siendo su subconsciente su peor enemigo, parecía como si ella
era la agresora real y directa, la autora intelectual y material de esa llamada “inclusión”. Y le ardieron
tal y como si estuviera poniéndolas cada una sobre una hornilla en lo más caliente que daba para
calentar; ese olor, esa sensación, ese dolor.

— Emma —frunció su ceño, y la sacudió con más fuerza, pues ya había empezado a hacer esos puños de
enojo, de impotencia y de desesperación, y se estaba enrollando en posición fetal como si buscara
protegerse de algo—. ¡Emma! —gritó, perdiendo completa y absolutamente la racionalidad y la calma,
y quizás fue por la sacudida que le dio, porque no fue la más suave ni la más delicada por la desesperación
misma, pero tampoco fue lo suficientemente fuerte como para hacer que Emma literalmente rodara en
caída libre hacia el suelo, acción que había sido desencadenada por la misma intensidad de lo que
cualquiera podía intentar catalogar como una pesadilla común y silvestre, cosa que para Emma no era
ni común, ni normal, ni siquiera sobre un monstruo bajo la cama—. ¿Mi amor? —suavizó su tono de voz,
viéndola moverse hasta quedar contra la pared de su lado y que veía hacia todos lados como si intentara
ubicarse en tiempo y en espacio, porque eso hacía.

Emma tosió, y tosió, y tosió, e intentaba recuperar el aliento, tanto por la secuencia de imágenes de
“inclusión familiar” como por la sorpresa del golpe que prácticamente ella misma se había auspiciado;
parte por culpa, parte por merecimiento, parte por accidente, parte por obligación para despertarse.

Reconoció el lugar en el que estaba, sintió la alfombra con sus pies desnudos y sus adoloridas
manos, las cuales tuvo que verse para asegurarse de que había sido un sueño nada más, pero, al ver que
las palmas estaban demasiado rojas, se puso de pie en agitado silencio, y, a pesar de que vio la confusa
mirada de Sophia, no le importó nada más que saber si estaba o no soñando, de saber si era o no real,
porque no era momento para confiar en nada ni en nadie, mucho menos en sí misma.

— Quítate la ropa —murmuró seriamente, absteniéndose a tocarla, por lo que simplemente envolvió
sus manos en un par de impotentes y furiosos puños.

— ¿Mi amor? —ensanchó la mirada con una exhalación.

— No quiero tener que repetírtelo —dijo, dejándole ver esa grieta que tenía su autocontrol, la cual
cada vez se hacía más larga, más profunda, y más ancha, y que se extendía en ramificaciones a lo largo
y a lo ancho, y que, detrás de eso, sólo existía un verdadero y real supremo enojo, por lo que
simplemente se quitó la camisa—. Toda la ropa —frunció su ceño, apretando más sus puños por la
desesperación momentánea que encontraba en lo que su irracionalidad consideraba “ineptitud” en
Sophia.
Sophia se puso de pie en un doloroso silencio, pues era primera vez que se sentía así de intimidada, de
pequeña, y, de alguna forma, maltratada, pero no tenía tiempo para pensar en eso, sólo tenía tiempo
para intentar calmar en Emma lo que fuera que la tenía así.

Bajó rápidamente su hípster sin ver a Emma, sólo viendo al suelo, por lo que no se dio cuenta
cuando Emma se movió para encender la luz principal de la habitación.

La iluminación le dio esa sensación de miedo, porque, a pesar de no estar a oscuras, no quería ver; no
sabía a dónde iba Emma con eso de “quítate la ropa”, en ese tono nunca se lo había dicho. El tono
trascendía a una simple orden.

La timidez y el pudor, que creía haber perdido, la poseyeron de nuevo para hacerla querer que
la tierra se la tragara antes de que Emma se la comiera y no como le gustaba que lo hiciera. Su mirada
era baja, ciertamente triste, y su lenguaje corporal no decía nada sino una gama de colores de insultos y
ofensas hacia su persona, en especial cuando Emma se acercó a ella solamente con la mirada, y, a
milimétrica distancia de su piel, la investigó y la analizó con profundidad; centímetro a centímetro,
segundo a segundo, desde su frente hasta sus pies.

— Tu espalda —murmuró con el mismo tajante tono, haciendo que Sophia se volviera sobre sí para
mostrarle su revés.

No era sexy, no era seductor, no era fino, no era tranquilo, en especial porque era escalofriantemente
acosador; cero cariño y con cierta anulación de lo que podía apreciarse como respeto.

— Ya, gracias —suspiró una pizca más tranquila al ver que no había ninguna marca en ella, y, antes de
que Sophia pudiera decirle algo, salió de la habitación como si intentara personificar a un tornado;
aventando la puerta, con pasos pesados, mascullando sus refunfuños, y frotando sus cutículas contra
sus pulgares.

Llegó a la cocina, en donde, a pesar de ser todavía casi-ayer, sacó una botella de Grey Goose del
congelador para, sin clase ni etiqueta, empinársela por uno, dos, tres, cuatro, cinco tragos, o hasta que
sintió que, al fin, el cerebro se le congelaba y callaba el infierno que le atribuía la absoluta culpabilidad
de todo.

Le daba la espalda al pasillo, a la sala de estar, al comedor, a la vista de la oscura madrugada, al


mundo entero, y se la daba por la mera vergüenza que según ella veía reflejada en las palmas de sus
manos, las cuales tenían un natural color de pasividad, pero eso no le quitaba la culpabilidad mental a
ningún nivel; ni consciente, ni inconsciente, ni subconsciente.

Sophia, quien se había vestido con ese patético pero justificado nudo en la garganta, y que por
la sensación de abuso se había metido en un pantalón y en una bata; a lo más cubierta que el poco
tiempo le había podido dar, la vio desde la mesa del comedor, en donde se quedó de pie sin dar un paso
más hacia adelante, pues, cuando lo intentó, sintió cómo su corazón amenazaba con salir vía vómito
nervioso. La observó por unos momentos, momentos en los que ambas eran prácticamente inertes y
ajenas, pues ninguna se movió, quizás ni respiraron, simplemente se quedaron con sus vistas pegadas
en lo suyo; Emma en sus manos, las cuales descansaban sobre la encimera y encerraban la botella de
Grey Goose, y Sophia en Emma.

Observó a Emma romper el hielo de lo inerte en cuanto se aflojó el cuello al compás de una profunda
respiración, la cual sólo delataba el próximo colapso que podía consistir en cualquiera de los trillizos del
“¿qué hice?”, “¿qué me pasa?”, “¿qué pasó?”, y la vio resignarse con un tembloroso suspiro ante los dos
primeros trillizos, por lo cual llevó la botella a sus labios y se la empinó de nuevo.

No era momento para decir un “¿no crees que es muy temprano para estar bebiendo?”, ni por
broma ni por desaprobación, ni por una mezcla de ambas que se conocía como “broma seria”, y tampoco
era momento para dejar que esa distancia de seis considerables metros las separara por algo tan ridículo
como el miedo.

— Could I have some, too? —murmuró una cohibida rubia que se protegía de la intimidación al estarse
abrazando a sí misma como si tuviera frío, y Emma, tras el duro y tosco trago de golpe, le alcanzó la
botella sin decir nada y sin darle la mirada—. Emma… —susurró al verla tan descompuesta, tan
descompuesta que no le dio ni la mitad de un trago a la botella; algo que probablemente necesitaba, y
llevó su mano a su hombro para acariciarlo, pero Emma se apartó—. ¿Quieres estar sola? —ella sacudió
la cabeza—. ¿Necesitas estar sola? —preguntó.

Cualquier otra persona habría tomado la reacción de Emma como un “sí”, como un “sí, por favor déjame
sola” o un grosero “sí, por favor vete”, o como cualquier otro demencial rechazo sin fundamentos, pues
se tomó su tiempo a pesar de no estar pensando ni titubeando para responder, simplemente la atacó
ese nudo constrictor en la garganta, ese para el que tenía que respirar profundamente porque no quería
desplomarse; no podía ceder a él, no porque no le gustara verse vulnerable, sino que, cuando cedía,
sentía como si las consecuencias nunca se detendrían, que la catarsis duraría el resto de su vida, y era
por eso que prefería tragárselo lo más que podía.

Sophia le devolvió la botella en silencio, pero tampoco se retiró, sólo quiso estar presente
mientras veía cómo se desenvolvían las cosas, en especial las suyas, pues, mientras el tiempo pasaba y
más veía de una Emma que parecía tenerse miedo a sí misma, más entendía que, hacía unos momentos,
había recibido hasta demasiado tacto y demasiada amabilidad entre lo que realmente estaba fluyendo
por las venas de quien se empinaba la botella para absorber todo tipo de descontrol.

— Yo… —exhaló luego de unos momentos, exactamente cuando a la botella le quedaba sólo la mitad de
su vida—. Lo siento tanto… —suspiró, dejando que las emociones se apoderaran de su expresión facial
para dibujar vergüenza, arrepentimiento, culpa, y una gama de colores que Sophia nunca le había
conocido, e inhaló la congestión nasal que esas dos gotas oftálmicas le provocaban como efecto
secundario—. No sé qué me pasó… —dijo con su temblorosa voz.

— Mírame —susurró, intentando buscar su mirada con la suya—. Por favor, mírame… —repitió,
sintiendo cómo el nudo de su garganta se hacía más grande, y más grande, y más grande, y más apretado,
porque no había nada peor, ni más despedazador, que ver a una Emma desecha y hundida en eso que
no tenía nombre—. ¿Por qué no me miras? —suspiró en una voz muy pequeñita.

— No puedo —sacudió su cabeza.

— ¿Puedes tocarme? —ella sacudió nuevamente su cabeza—. ¿Puedes hacerme un Latte? —


preguntó, resolviendo cambiar de estrategia, no para que olvidara el tema, ni para que lo pospusiera,
sino para que se distrajera un poco y lograra relajarse, además, viendo cómo iba la situación, ya sabía
que no era un viernes para dormir hasta pasadas las seis—. Si no puedes, no te preocupes, no pasa nada
—logró sonreír nanométricamente.

Emma vio sus manos, el derecho y el revés, y de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, y analizó el incoherente
temblor que tenía en ellas, por lo que las envolvió en puños para relajar sus inquietos nervios y permitir
un mayor y más normal flujo de sangre en ellas.

Tomó una de las tazas que estaban sobre la cafetera, porque eran tazas especiales para Latte,
y la colocó sobre la rejilla para luego llenar el portafilter del café que todavía había en el molino.

Sophia suspiró con alivio y cedió a la debilidad de sus piernas para caer, lentamente, sobre el
suelo y apoyar su espalda contra la puerta del prístino blanco gabinete.

Cerró sus ojos mientras escuchaba a Emma hacer lo que tenía que hacer; sacar la leche del refrigerador,
colocarla en la jarra de aluminio, liberar el vapor, vaporizar la leche, etc., y, mientras escuchaba el
proceso del Latte distractor, giró su anillo del dedo anular entre sus dedos de pizca de la mano derecha,
no como señal de dudas o titubeos, sino porque era una maña y una manía que la hacían sentir parte de
algo más grande que sólo ella misma.

— Aquí tienes —aclaró Emma su garganta, ofreciéndole la taza sobre un platillo miniatura al cual le había
colocado dos biscotti de vainilla y limón que habían sido sumergidos, hasta la mitad, en chocolate blanco;
todo para que no bebiera café con el estómago vacío.

— Gracias —sonrió, intentando no verla a los ojos porque sabía que le incomodaría y no por falta de
confianza, porque a Emma no le importaba que la viera llorar, pero era porque no tenía cara para darle
a Sophia, y tomó el Latte para apoyarlo sobre su regazo extendido mientras Emma se deslizaba a su lado
derecho, así como debía ser y así como era siempre—. ¿De verdad crees que está bien que lleve el cabello
en una ponytail alta a la fiesta de Margaret? —le preguntó antes del primer sonriente sorbo de Latte,
pues Emma le había dibujado un tembloroso corazón, que, en otra ocasión, por ser tembloroso, habría
botado el Latte entero para repetirlo hasta que tuviera el corazón más limpio y delineado. Emma
asintió—. Mierda —comentó como para sí misma, estando muy al tanto de que lo hacía adrede para que
Emma escuchara—, estos biscotti están muy ricos, ¿quieres probarlos? —sonrió, simplemente
ofreciéndole el largo biscotti que todavía no mordía con un gesto a ciegas de movimiento de brazo y
codo.
— Gracias —murmuró calladamente, robándole un pequeño mordisco de la punta sumergida en
chocolate blanco, y vio cómo Sophia la conocía demasiado como para no ofrecérselo todo—. Era como
un mundo ideal… —suspiró, cerrando sus ojos y entrelazando sus dedos para abrazar sus piernas de
rodillas elevadas, sobre las cuales reposaba su frente—. Circunstancias ideales, situaciones ideales… era
como demasiado perfecto para ser perfecto de verdad.

— ¿Qué tan perfecto? —murmuró, intentando sonar relativamente desinteresada, pues, cuando
había demasiado interés, Emma tendía a retraerse demasiado, a veces hasta llegar al punto de cerrarse
por completo y tragarse todo en silencio y sin compartirlo con nadie, ni siquiera con su lado razonable.

— El clima era perfecto; ni muy caliente ni muy frío para ser verano, de eso de poder llevar
desmangado bajo chaqueta y sin sudar, de tener sol que no quemaba por vapor, ni por luz, ni por nada,
que simplemente iluminaba con tonos anaranjados, y había brisa constante… cielo despejado, una que
otra nube por aquí y por acá —suspiró, cerrando sus ojos para obligarse a sacar lo más que pudiera antes
de que la culpa la atacara—. La calle estaba limpia, el adoquinado era uniforme… la hora era perfecta,
quizás había tráfico, quizás no, pero no se escuchaba nada; todo era muy tranquilo para ser Roma.

— ¿Tarde o amanecer en Roma? —balbuceó entre los hirvientes sorbos de Latte.

— Las cuatro y media de la tarde en punto —respondió.

— Ideal y específico —sonrió.

— Vi la hora en mi reloj —se encogió entre hombros—. Que por el reloj fue que empecé a sentirle ese
sabor raro a la situación, eso ideal…

— ¿No era tu reloj?

— Ese reloj lo tenía mientras estudiaba Arquitectura, un reloj que usaba por casualidad porque era el
que rebotaba de la mesa de noche a la mesa del comedor, a la habitación de mi mamá, al portavasos del
auto, y lo usaba tan poco, lo movía tan poco, que un día me lo puse sin siquiera darme cuenta que ya no
tenía batería… y, en mi histeria de no tener un reloj que servía en la muñeca, lo tiré en un basurero de
Villa Borghese —se encogió nuevamente entre hombros, y escuchó una suave risa nasal de Sophia, lo
cual la relajó un poco más.

— ¿Estabas en Villa Borghese?

— Cerca —sacudió la cabeza—. ¿Sabes dónde queda Via Lombardia?

— Ubícame, por favor.

— La Embajada Americana queda al final o al principio de Via Veneto, depende de cómo lo veas, y
luego, en dirección a Villa Borghese, está Via Ludovisi, Via Lombardia, Via Lazio…
— ¿Una antes del Marriott? —Emma asintió—. Ya sé dónde es, ¿allí estabas?

— Allí está el apartamento de mi papá —asintió, y, habiendo dicho eso, Sophia suspiró, pues ya sabía
más o menos por dónde iba todo.

— ¿Por qué dices que era algo ideal?

— Mi papá estaba vivo… seguía casado con mi mamá, y teníamos la mejor relación del mundo, casi
tan buena como la que tengo con mi mamá.

— ¿Tenías buena relación con tu mamá?

— Tal y como la tengo el día de hoy —asintió—. Y tú…

— ¿Yo qué? —frunció su ceño.

— Tu mamá estaba casada con Volterra… que no sé por qué mierda lo llamaba “Alessandro” —dejó
que una risa nasal se le escapara, porque eso sí que era insólito al nivel de anormalidad; el “Alessandro”
le sonaba cínico, sarcástico, e irónico.

— ¿”Sophia Volterra”?

— Me gusta más cómo suena “Sophia Rialto” —asintió—, pero sí, llevabas su apellido con honor, igual
tu hermana… que era incómodamente tímida y callada.

— Como dijiste: “situación ideal” —rio.

— Y loca —sacudió su cabeza—. Mi hermano estaba casado con Natasha, razón por la cual yo le había
perdido cariño a Natasha… porque me daba asco —se encogió entre hombros.

— ¿Tu hermano con Natasha? —resopló—. Eso no lo veo ideal, lo veo imposible.

— Y Natasha como con setenta años de embarazo —dijo, dejando caer sus rodillas para graficar con
sus manos el tamaño de aquella barriga.

— Ay, cómo eres —se carcajeó.

— Te lo juro… y era tan escandaloso que llevaba zapatillas para trabajar —asintió, por fin viéndola a
los ojos, a esos tranquilizadores y cristalinos desvelados ojos.

— Eso debió ser traumatizante —dijo, no pudiendo evitar que se le saliera un poco lo cínico, y todo
por intentar suavizarle el momento a Emma.
— Varias cosas me traumatizaron —asintió—. Que tu hermana quería aplicar origami para la forma
en la que se hace la ranitidina, que mi hermano no había hecho fraude y que era un abnegado esposo y
futuro padre, que Natasha se fuera a vivir a Roma para cobrar mil quinientos euros al día por una
consultoría particular con Trenitalia, que tu hermana no fuera bronceada…

— ¿Algo con lo que yo te haya traumatizado? —preguntó con las curiosidades al máximo.

— No exactamente, es sólo que sentí como si los papeles se hubieran invertido en ciertas cosas… en
el noventa por ciento de las cosas en realidad —se encogió entre hombros—. Tú me tratabas a mí como
yo te trato, y yo te trataba a ti como tú me tratas.

— ¿Eso es malo?

— No que yo sepa —sacudió su cabeza—, fue como si estuviera dejando que te proyectaras… o algo
así; no sé cómo explicarlo.

— Did I make you smile? —preguntó con un susurro, colocando la taza de Latte sobre el platillo para
colocarlo todo sobre el suelo y acercarse más a Emma.

— ¿Por qué lo preguntas? —frunció su ceño.

— No sé, hubo un momento en el que sonreíste.

— Debe haber sido porque dijiste que sí —se encogió entre hombros, y levantó su mano izquierda
para señalar su anillo de nogal con su pulgar.

— ¿Tu papá no estuvo de acuerdo? —vomitó un tanto insegura.

— Al contrario —suspiró—, en realidad creo que estaba bastante emocionado por eso.

— Mmm… —frunció sus labios para no preguntar lo evidente.

— He hit you —susurró, y Sophia vio cómo la mirada se le transformaba de inmediato, tal y como si
estuviera reviviendo las imágenes en su cabeza como una película de nunca acabar—. Y no sé… llegó un
momento en el que se sintió como si era yo quien lo hacía.

— Oh… —exhaló, entendiendo al cien por ciento el porqué de su actitud—. ¿Lo hiciste?

— Se siente como si lo hice —respondió ahogada en vergüenza y en culpa—. No dije nada, no hice
nada… dejé que te lo hiciera.

— Pero no me hizo nada, mi amor —susurró, ofreciéndole una mano para que se la tomara, pero
Emma sacudió la cabeza con una mirada que pretendía excusarla—. You’re not gonna touch me any time
soon, are you?
— Necesito digerirlo —sacudió su cabeza, y la vio intensa y penetrantemente a los ojos—. Y necesito
que me perdones.

— ¿Por qué me pides perdón? —frunció su ceño, y Emma no supo exactamente cómo o qué
responder—. No me hiciste nada, no tienes por qué pedirme perdón.

— ¿Entonces por qué me siento tan mal? —siseó—. Lo que te hice fue no hacer nada.

— Fue una grosería de tu subconsciente, mi amor —sacudió la cabeza—. No tiene sentido que me
pidas perdón o que te sientas mal por lo que pasó allí.

— En ese momento nada es imposible y no pude hacer nada, ¿cómo crees que se ve eso aplicado a la
vida real? —frunció sus labios y su ceño.

— Tú dime, mi manual de interpretación de sueños lo dejé en la oficina —se encogió entre hombros.

— Si no te puedo defender y proteger en circunstancias en las que puedo hacer que James Bond se
encargue de los árbitros comprados de la Calcio, ¿cómo crees que es en circunstancias reales del aquí y
el ahora?

— So far… you have outdone yourself —sonrió reconfortantemente—. You have been simply
outstanding at it… without question —dijo, viendo cómo a Emma eso no le ayudaba tanto como habría
creído—. ¿Qué es lo que sientes con exactitud?

— ¿Aparte de culpa? —Sophia asintió—. Vergüenza.

— A ver —suspiró, conteniéndose las ganas de reposar su cabeza sobre el hombro de Emma—. Culpa
no tienes porque no lo hiciste ni en el sueño ni en la vida real, y tampoco puedes sentirte culpable por
algo que pasó en ese mundo que no tiene sentido… porque hasta tú misma me has dicho que las cosas
que sueñas son eso: incoherentes —dijo, y Emma tambaleó su cabeza—. Sino mira cómo es eso de que
te llevas bien con tu hermano, y que Natasha está embarazada de él como con un dinosaurio —«y se iba
a llamar “Carlotta”»—, y que no usa stilettos, y que Alec y mi mamá están casados, y que, bueno… mi
amor, suena feo, pero tu papá vivo no está; eso debería ser suficiente como para que veas el grado de
incoherencia, de imposibilidad, de “what the fuck”… yo estoy más que segura de que, si alguien me hace
algo, así sea que me sopla el cabello, tú vas y ves cómo le rompes los brazos, la boca, la cartera, o lo que
sea, pero me defiendes y me proteges, ¿o no es así? —elevó ambas cejas, dejando a Emma con esa
información que la haría reflexionar sobre la culpa—. Definitivamente sólo en un sueño no me
defenderías pero ni de una cucaracha con alas —rio—, y quizás sólo para verme la cara de pánico.

— No controlo lo que sueño —se encogió entre hombros, como si quisiera sacudirse esa idea de las
manos, pues esa expresión de pánico en Sophia sí era como para reírse a carcajadas.
— Y es precisamente eso lo que intento decirte —sonrió—. Ahora, en cuanto a la vergüenza… —
suspiró—. No considero que seas una persona débil, o que se deje de cualquier cosa o de cualquier
persona…

— Tú sabes que mi… —la interrumpió, pero Sophia sólo levantó su mano para evitar que siguiera
hablando.

— Yo sé lo que tu papá significa a ese nivel, y yo no te puedo criticar el único miedo que te conozco.

— Pero es un miedo muerto, cremado, y sabrá Dios en dónde está… —repuso, sabiendo que tenía
razón, quizás y más razón que Sophia.

— Muerto o no, sigue siendo tu papá; no puedes sólo borrarlo de tu memoria —sacudió su cabeza—
. Me parece injusto que te siga jodiendo aun estando en calidad de cenizas, pero me parece injusto
porque te ataca cuando estás más vulnerable, cuando no puedes defenderte como sé que sabes hacerlo
cuando estás despierta.

— Es sólo que… —suspiró, ahogando eso que no sabía cómo decir.

— Dime una cosa, ¿desde cuándo que tienes pesadillas?

— Empezaron a eso de los nueve, creo, y se hicieron más intensas y frecuentes después de que mis
papás se divorciaron —respondió con naturalidad—, no sé si eso fue catalizador… o qué.

— No, mi amor, me refiero a últimamente —sonrió enternecida.

— Mmm… —bostezó contra su puño—. No sé, ya tengo bastante tiempo de no tener algo así de
perturbador… digo, con mi papá, porque cosas raras sí he soñado pero nada grave —se encogió entre
hombros.

— No sé qué hiciste para quitarle el poder que tenía —le dijo, tomando su Latte para darle otro
sorbo—. Digo, al principio, cuando recién empezábamos, tenías con mayor frecuencia…

— Asumo que es porque colgó los guantes —se encogió nuevamente entre hombros.

— ¿Ves? —sonrió—. El hecho de que ya no esté en el mundo carnal le resta casi un año de poder
adquisitivo —dijo, haciendo que Emma sonriera un poco por el último término.

— Un año en el que acumuló fuerzas para caerme hoy con patadas al hígado —susurró.

— Pero no pasó nada, mi amor.

— Es que no sé cómo explicarlo —frunció sus labios por frustración.


— Intenta, por favor… de la forma que sea.

— Si me lo hace a mí no es tan malo, porque sí tiene efecto, pero es algo que sé cómo funciona, que
conozco a nivel mental y físico, estando dormida y despierta… pero hoy que te lo hizo a ti, no sé… —
suspiró—. Odio ver cómo mi equipaje te hace daño, así sea en un sueño; para mí no sólo es un sueño…
es un miedo, un ataque de pánico, una fobia.

— Yo sé que no es “sólo” un sueño, es que no sé cómo más decir que no es real —dijo con tono de
disculpa—. Yo sé que yo no puedo entenderlo tan bien como quieres porque a mí nunca me levantaron
la mano…

— Y no quiero que lo entiendas —dijo rápidamente—. No quiero que lo entiendas nunca, porque,
para entenderlo, tienes que pasar por eso —le dijo con la mirada seria—. No quiero que quieras
entender, no quiero que necesites entender, no quiero que intentes entender.

— Lo entiendo a nivel de que he visto lo que te hace, cómo te afecta; no lo entiendo por haberlo
vivido en carne propia —repuso un tanto a la defensiva—. Así como tú odias que a mí me duela una
pestaña, así odio que estés en situaciones como esas y yo sin poder ayudarte; me hace sentir inútil, me
parte en mil pedazos ver cómo escalan las cosas de mal a peor, y de peor a “coma-mierda” —dijo, como
si eso tuviera más sentido de lo que realmente tenía—. No busco que compartas eso conmigo, porque
sé que es pedirte demasiada apertura y porque sé que es algo que es más complicado de lo que creo
que es, no busco que me incluyas en un sentido de compartir porque puedes no decirme nada al respecto
y sólo darme a entender lo que necesitas —sonrió, y se quitó la bata para alcanzársela a Emma—. ¿Qué
necesitas?

— No lo sé —se encogió entre hombros, y sacudió su cabeza para rechazar la bata y entrar en un
repentino silencio de fabricación de pensamientos—. ¿Me perdonas?

— No tengo nada que perdonarte —frunció su ceño.

— Te maltraté —repuso, viéndola a los ojos.

— Sí, tu subconsciente es grosero con tu inconsciente —asintió—, pero a mí no me pasó nada.

— No sólo en eso —sacudió la cabeza—. Cuando me desperté… —suspiró—. Ese trato no te lo


mereces.

— No…

— No —la detuvo antes de que siguiera hablando—. No me digas que no pasó nada, que no me
preocupe, que no te hice sentir mal…
— No era tu intención —dijo, estando muy consciente de que Emma ya había logrado tomar las
riendas del control que conocía y que era por eso que ya se había dado cuenta de todo lo real—. Y
entiendo por qué necesitabas que lo hiciera.

— Pero no era la forma —sacudió la cabeza—. Pude haberlo pedido amablemente…

— No voy a mentirte —suspiró—, no se sintió bien —dijo, viendo a Emma castigarse a sí misma y en
silencio—. Pero entiendo que era necesario, que era importante, y también entiendo que la
desesperación no sabe de amabilidades —intentó razonar con su actitud autoflagelante—. Quizás no lo
entiendo todo, y quizás nunca lo haga porque es como tú dices; que tengo haberlo vivido para saber de
qué estoy hablando —le dijo, adoptando la misma posición de rodillas elevadas y piernas recogidas para
apoyar su sien izquierda sobre la cúspide de sus miembros inferiores, todo por encararla de la misma
forma—. No le encuentro la gracia al dolor, y definitivamente tampoco le encuentro la gracia a que te
duela… y no sólo hablo de lo que eso significa a nivel físico, sino a nivel emocional también, porque eso
implica que te enojas contigo misma, que te sientes capaz de ser como él a un punto en el que ya no lo
ves como una posibilidad, como algo tendencial, como que eres propensa a recurrir a eso, sino que lo
empiezas a ver como un hecho concreto, y eso implica que no confías en ti misma pero ni para verme
porque crees que con verme me puedes lastimar, y que es por eso que no quieres tocarme, que quieres
estar sola, pero también creo que es justo en ese momento en el que no debes estar sola, que no debes
cerrar puertas y ventanas, porque entonces sólo te convences de lo que yo sé que no eres capaz.

— Me tienes demasiada fe… —murmuró, y Sophia asintió—. El problema con la fe, con ese tipo de fe
que tú tienes, es que no tiene límites.

— No está diseñada para que tenga límites —sonrió—. Sólo porque tú no te tienes fe, o porque no
confías en ti misma… no significa que yo no puedo tenerte fe, o confiar en ti.

— No me gusta que me veas así —susurró, dándole pie a una conversación que continuaría en
susurros.

— Como dije antes: no considero que sea una debilidad.

— No es por eso —sacudió mínimamente su cabeza—. Te mereces un trato óptimo, un excelente y


buen trato.

— Y eso tengo, y lo tengo porque me lo merezco y porque me lo quieres dar —asintió—. Pero yo no
estoy contigo porque tienes dinero, o porque tienes buen gusto, o porque tienes una cama muy cómoda,
o porque eres italiana… o búscale tú un porqué que te guste —se encogió entre hombros—. I’m
not beside you, I’m with you —sonrió—. Yo sé que todo tiene sus upsand downs, que todo tiene colores
cálidos y fríos, que todo tiene dos lados; es natural, y no estoy contigo porque todo es bueno.

— Eso último suena tan bien que suena muy mal.


— Tenemos desacuerdos, quizás no tenemos desacuerdos dramáticos de gritos, de aventar puertas,
de vernos mal y demás, pero sí tenemos desacuerdos sobre cualquier cosa que se te ocurra; cosas que
no nos gustan pero que, a pesar de no compartirlas y no estar de acuerdo, o de no gustarnos, las
aceptamos y las respetamos porque no todo se va a hacer como yo quiera o como tú quieras…

— Eso sería aburrido.

— Así sea que yo quiera TPX y tú quieras CTX, que a mí me guste Justin Timberlake y a ti Madonna,
que yo coma french toasts con leche condensada y tú con miel de maple… diferencias hay, y, al final del
día, we agree to disagree porque hasta para eso logramos encontrar un punto medio que no implique
dejar de ser como somos.

— ¿Eso qué significa?

— Significa que, si tú y yo fuéramos iguales, que todo fuera bueno… tendríamos un enorme problema
—sonrió—. Sería como narcisismo elevado a la infinita potencia; como hacerme el amor a mí misma,
como hablar conmigo misma todo el tiempo… —frunció sus labios con asco y sacudió la cabeza—. Yo no
estoy contigo porque somos iguales, porque eso lo tengo muy claro desde el principio, y es la diferencia
la que me parece interesante y la que sé que te entretiene…

— Entonces es malo que todo sea bueno…

— Hasta a una persona sana le sale alto el colesterol a veces, mi amor —sonrió—. Una relación sana
también tiene sus ratos raros, sus ratos amargos… pienso que la sanidad está en cómo se decide lidiar
con esos ratos.

— Well, I ain’t no rose —sacudió su cabeza.

— I’d say you are, but a very odd one —resopló—. But you can’t just love the sweet red velvety
smell… you have to love its green stem and its sharp thorns, too —dijo, notando cómo Emma parecía
sonrojarse entre vidriosos ojos—. There’s beauty in its thorns, there’s beauty in your thorns, Em —
susurró sonrientemente.

— Sophie…

— No tengo vocación de jardinera, sé que las espinas están ahí por razones de peso; que protegen, y
tampoco tengo intenciones de cortarlas sólo para no punzarme.

— ¿Me perdonas? —susurró de nuevo.

— ¿Me perdonas tú a mí?

— ¿Yo a ti por qué?


— Por haberte tirado de la cama.

— No tengo por qué perdonarte el hecho de que me sacaras de allí, así se necesitara que me tiraras
de la cama.

— Entonces yo tampoco tengo por qué perdonarte el hecho de que te aseguraras de que no tenía ni
un rasguño —guiñó su ojo.

— Sophie, por favor —suspiró con su ceño invertidamente fruncido.

— I do forgive you —sonrió cortamente—. Do you forgive me?

— I do —susurró en ese plan ceremonial.

— Bene, ¿estás más tranquila? —Emma asintió—. ¿Qué quieres hacer?

— ¿Cómo?

— Sí, ¿qué quieres hacer? —se encogió entre hombros—. Es muy temprano como para que empieces
a arreglarte para ir a la oficina.

— Lo sé —asintió—, y se me quitó el sueño.

— Entonces, dime, ¿qué quieres hacer? —preguntó de nuevo—. ¿Quieres salir a trotar conmigo o sin
mí, quieres recostarte y que veamos una película, quieres jugar algo, tocar piano, que nos quedemos
aquí hasta que sea hora de empezar a arreglarnos?

— Tú tienes que dormir —dijo nada más, poniéndose de pie para estirar sus piernas.

— No tengo sueño —le dijo, viéndola desde abajo.

— Pero sí puedes cerrar los ojos, al menos para descansar.

— Will you be joining me? —preguntó, poniéndose de pie sin la reglamentaria ayuda de Emma.

— Sophie… —suspiró un tanto frustrada.

— No pregunté si me ibas a abrazar, pregunté si ibas a estar en la misma cama conmigo —sonrió,
sabiendo que la semántica era arma de astucia.

— No quiero estar en esa cama —susurró un tanto avergonzada, pues, con sólo pensar en su
habitación, se acordaba de cómo había denigrado a Sophia.

— Supongo que es bueno que haya sofás y una cama en la habitación de huéspedes también.
— Mmm… —suspiró densamente.

— Sólo quiero intentar algo contigo, si no funciona puedes acostarte en el suelo, ¿de acuerdo? —
sonrió.

— Está bien —asintió, rascando su cuello mientras guardaba la media botella de Grey Goose en el
congelador y Sophia le daba tres profundos sorbos a su Latte para dejar la taza casi vacía.

En otra ocasión, Sophia pudo tomarla de la mano, pero, al no ser una de esas otras ocasiones, sólo la
guio hacia la habitación de huéspedes, pues tampoco tenía ganas de acostarse en un sofá si quería
intentar eso que tenía en mente.

— ¿Por qué no cierras las cortinas y pones el aire acondicionado a la temperatura que te guste? —le
dijo, señalándole las cortinas con el dedo mientras ella tiraba de las sábanas a las que no estaba
acostumbrada por ser un insípido y frío Ralph Lauren y no una suavidad Frette—. Ven aquí —susurró,
llamándola a que se colocara frente a ella—. Me asusta que no te hayas quejado de tu camiseta —le dijo,
refiriéndose claramente a la oscuridad del sudor.

— No me he quejado porque eso implicaría que me la tengo que cambiar… y, bueno, no quiero entrar
ahí —se encogió entre hombros.

— Lo sé —asintió, y llevó sus manos a su camiseta para quitársela frente a ella—. Pero cámbiatela,
por favor —dijo, y se la alcanzó para ver cómo Emma la tomaba para atraparla entre sus piernas mientras
se quitaba su camiseta mojada—. Se debe sentir mejor, ¿no?

— Gracias —asintió suavemente.

— Métete a la cama —dijo en lugar de decir “de nada”, y Emma, muy obediente, así lo hizo—. No te
voy a tocar, tampoco me vas a tocar, al menos no con las manos —sonrió, metiéndose en la cama al
mismo tiempo que apagaba la luz.

— Tú sí me puedes tocar…

— Puedo, sí, pero no quieres —sonrió, acomodándose a su lado para quedar frente a frente con
Emma, pues ambas se habían acostado sobre sus antagónicos y contrarios costados, y sólo sus piernas
alcanzaban a rozarse—. ¿Así está bien?

— Perdón por no haberte dejado dormir hasta las seis y quince —frunció sus labios.

— No te preocupes por eso —sonrió—. Sleep is overrated.

— Mmm… —suspiró, sabiendo que para Sophia, el sueño, era todo menos un lujo sobrevalorado—.
¿En qué piensas?
— En que es primera vez que me acuesto en esta cama —resopló.

— ¿Te parece cómoda?

— Sí, ¿a ti no?

— No me puedo quejar de doce pulgadas de altura, memory foam más-o-menos-firme… al menos no


en una California King Bed —se encogió entre hombros.

— “California King Bed” —saboreó las palabras—. Suenas a Rihanna.

— Bueno, supongo que no es muy de lo literario decir “a bed as big as fuck” —se encogió nuevamente
entre hombros, y Sophia que rio.

— ¿Por qué tienes una California King size Bed en la habitación de huéspedes y una King size Bed en
nuestra habitación? —vomitó su curioso cerebro.

— Cambia la conjugación del verbo “tener”.

— ¿Por qué tenemos una California King size Bed en la habitación de huéspedes y una King size Bed
en nuestra habitación? —se corrigió.

— En realidad nunca me han gustado las camas grandes —respondió, tomándose un momento para
escoger sus palabras—. Si ves en mi casa; la cama de mi mamá es de lo más grande que puedes encontrar
en medidas italianas, igual que la cama de mi hermana, la mía era una cama individual.

— Cierto, pero creí que habías puesto una individual porque no tenías pensado vivir allí, o qué sé yo
—se encogió mentalmente entre hombros.

— No tenía planes para irme de mi casa cuando lo hice —sacudió su cabeza, llevando sus manos a las
sábanas para cubrir a Sophia hasta sus hombros—. Si ves las proporciones y la distribución de mi cuarto…
mmm… no es exactamente la más convencional, ni la más accesible; Alessio siempre me dijo que lo había
diseñado bajo los efectos de una potente marihuana que tenía orégano, raíces y semillas de birkes —
resopló divertida, pues no había sido marihuana, sino uno de esos lapsos mentales en los que había
mandado al carajo todo tipo de convencionalismos para tener lo que quería—. Mi cuarto no tiene un
espacio que tenga las dimensiones para meter una cama más grande que una individual… siempre me
gustó dormir contra la pared.

— Y una King size bed no debe ir contra una pared.

— Eso es de mal gusto —estuvo de acuerdo, o quizás sólo era que era Sophia quien había absorbido
esa mentalidad, pues a ella eso no le quitaba el sueño en lo absoluto, pero tenía que aceptar que, a nivel
de estética, eso sí estaba mal en todo sentido—. Además, pienso que, entre más espacio para dormir se
tiene, más loco se duerme.
— Yo me he caído de todo tamaño de camas, y creo que me he caído hasta de la cama de arriba de
una litera —rio.

— De nuestra cama no te has caído.

— Todavía —resopló—. Bueno, es que, ahora que lo pienso, siempre me he caído por el lado
izquierdo, y, como tú duermes de ese lado, creo que es como tener de esas barandas de seguridad.

— Arquitecta, ambientadora, y baranda de seguridad —dijo, enumerando sus funciones como si se


tratara de una hoja de vida.

— Entre otras cosas, sí —asintió con la voz—. Pero, bueno, ¿por qué tenías esa cama desde antes?

— Simple estética e imagen; es como los calzones de conejitos, o la combinación de muebles blancos
de acabados lisos y sencillos con paredes rosadas, o sofás forrados con plástico: it’s tacky, it’s cheap, and
it’s below bad taste —se sacudió en un escalofrío que hizo que su voz temblara temporalmente—. Me
parece irónico que una diseñadora de interiores no siga los parámetros de lo que es y lo que debe ser…
es como que el dietista sea gordo, o que el dentista no tenga una sonrisa bonita— dijo, y vaya cuánta
razón tenía—. Y, cuando tú no utilizabas la mitad de la cama, o tres cuartas partes, yo no pasaba de la
mitad del lado en el que dormía —se encogió entre hombros.

— ¿Tres cuartas partes? —resopló—. Cómo eres de mala…

— Mi boca sólo está llena de verdad —sonrió para sí misma—. En fin, esta cama nunca fue pensada
para estar en la otra habitación porque esta cama estaba para mi mamá; era como una presión para que
viniera con mayor frecuencia… o para que viniera en realidad.

— Ya vino —sonrió.

— Ha venido dos veces desde que vivo aquí, y la primera vez vino porque yo no podía salir del país.

— Y va a venir una tercera vez —le dijo, conteniéndose las ganas de alcanzarle su mano para ahuecar
su mejilla—. ¿No te da la impresión de que va a venir con mayor frecuencia?

— No, ¿a ti sí?

— No sé —se encogió entre hombros.

— ¿Te ha dicho ella algo?

— No hablo tanto con tu mamá como crees —resopló, pues, últimamente, al menos en la última
semana, había hablado con ella más que con la suya.

— Entonces, ¿por qué te da esa impresión?


— Por el comentario que hizo para la boda de Phillip y Natasha —repuso, pero a Emma eso no le dijo
nada concreto—. Dijo algo de viajar en primera clase y que era eso lo que podía hacer la diferencia.

— Ah, vea pues, Licenciada Rialto —suspiró—, estamos casi a un año de ese comentario y no veo que
mi mamá haya decidido tocar la Gran Manzana de nuevo.

— No puedes culparla por eso, no creo que tú quieras que venga… mucho menos si es con Bruno.

— Para Bruno me he mentalizado para el treinta de mayo, ni un día antes… pero mi mamá siempre
es bienvenida en mi casa, que también es tu casa, así como tu mamá es bienvenida para cuando quiera
cambiar de tipo de caos —sonrió—. Y no culpo a mi mamá por no venir, pero tampoco puedo negar que
me gustaría que viniera; yo no me enojo si viene en febrero, o en abril, o cuando quiera —habló su
mamitis.

— ¿Y ella lo sabe?

— Claro que lo sabe, se lo he dicho hasta más allá del cansancio.

— Bueno, quizás pueden arreglar verse cada seis meses, o yo qué sé.

— ¿Y qué me dices de tu mamá?

— ¿Qué hay con mi mamá?

— ¿No te gustaría que viniera con mayor frecuencia? —rio—. Digo, para tu mamá sí aplica eso de
“con mayor frecuencia” porque ya estuvo aquí dos veces, que es el mismo número de veces que ha
estado mi mamá pero en más tiempo.

— A mí me gustaría, sí…

— ¿Pero?

— A veces, cuando pienso en eso, me encuentro pensando en a quién vendría a ver; si a Alec o a mí.

— ¿Así o más dramática? —resopló.

— En lo más mínimo —sacudió su cabeza—. Aunque ella no me lo diga, porque no tiene que
decírmelo, vive en esa faceta en la que Alec también está involucrado.

— ¿Y qué faceta es esa?

— Tú sabes —frunció sus labios—, esa en la que es adolescentemente annoying; ver a una mujer de
casi sesenta años comportarse como una adolescente no es atractivo, no es bonito: es vergonzoso.
— Se gustan, ¿qué quieres que hagan?

— Quiero que, si se gustan, que dejen de jugar… quiero que, si tienen algo en común, que lo
reconozcan.

— ¿Y ese “algo en común” eres tú?

— Y el insípido gusto que tienen por el cine y la literatura francesa, y por la mala maña que tienen de
meterse en lo que no les toca, y por creer que son tan buenos haciendo las cosas cuando en realidad son
las personas más descuidadas —dijo con aire de estar asintiendo.

— Cuidado con el odio, mi amor.

— No es odio, es que de verdad me desespera.

— ¿Has pensado en quitarles un “algo” de encima?

— ¿En decirles que sé que fui fruto de Septimus y de Murphy Brown? —rio.

— ¿Fruto de quiénes? —ensanchó la mirada.

— “Stardust”, la película en la que sale Claire Danes, Sienna Miller, Robert DeNiro, Michelle Pfeiffer…
que son creo que siete hermanos, y el séptimo, ergo “Septimus”, es el que yo juro que es el hermano
perdido de Alec.

— ¿Sinestro? —frunció su ceño.

— ¿Quién?

— “The Green Lantern”, que tiene una turbo-frente, orejas puntiagudas y piel magenta —sonrió.

— ¿Sí te das cuenta de que a esas películas tan malas eres la única que les presta tanta atención,
verdad?

— Ay, bueno, ya sé de quién hablas. ¿Y Murphy Brown?

— ¿No sabes qué es Murphy Brown? —abrió la mirada.

— Es una SitCom de finales de los ochenta, si no me equivoco, pero no sé a quién de Murphy Brown
te refieres.

— A Murphy Brown.

— Ay… —rio—. Ya no voy a poder ver de la misma manera a tu mamá.


— Dime si no es cierto.

— Tal vez en Murphy Brown no tanto, pero hay un discurso que ella dio durante el tributo a Jack
Nicholson en el Kennedy Center Honors, creo que fue en el dos mil, o dos mil uno, o dos mil dos… o uno
de esos años, pero en ese discurso sí eran primas distantes; con el mismo peinado.

— ¿Y la misma nariz y la misma voz?

— Misma nariz, sí, pero de misma voz… muy, muy, muy parecida; la de tu mamá es más como rasposa.

— Bueno, sí, mi mamá parece que ha sido una chimenea empedernida toda su vida —resopló—, pero
creo que nunca ha tocado un cigarrillo… hasta se aleja cuando alguien está fumando cerca de ella.

— Es más extrema que mi mamá —comentó Emma—. A ella sólo no le gustaba que fumara dentro de
la casa, en especial dentro de la cocina porque decía que esa capa de humo que se adhería a las paredes
era lo que no la dejaba saborear bien la comida con el olfato.

— Yo no sé si sea eso cierto, pero me suena a una buena excusa.

— Creo que nunca fumé en la cocina, y siempre me salía aunque sea al balcón para fumar, porque
siempre procuraba salirme del edificio, pero creo que lo decía más por mi papá.

— ¿Fumaba mucho?

— No exactamente, pero tenía sus mañas… él trabajaba de cuatro de la mañana hasta las dos y media
de la tarde, nos iba a traer a la escuela porque Dios-me-libre-que-usáramos-el-transporte-público,
pasaba por un lugar de comida rápida para que mi hermana comiera en el auto, porque, como odiaba
comer en la escuela, no querían que se durmiera sin haber comido en el camino hacia la casa; se quedaba
dormida comiendo —rio—. Se sentaba a hacer tareas conmigo, a tocar piano, que siempre
empezábamos con la Marcha del Cascanueces para luego ver cómo iba con Beethoven o con Strauss, se
corregía lo que se tenía que corregir —dijo eufemísticamente—, y luego ya me dejaba ser para que fuera
a jugar en los columpios del jardín, o a intentar terminar de leer “Matilda” o a que entendiera “Le Petit
Prince” en francés cuando todavía no sabía más que “omelette au fromage” —se encogió entre
hombros—. La cosa es que, como a eso de las cuatro y media, ya íbamos a dejar a mi hermana a clase
de Ballet y nosotros nos íbamos a jugar tenis. Cuando regresábamos a casa, mi mamá ya había llevado a
mi hermano de la práctica de calcio, y ya estaba preparando la cena. La maña de mi papá era que
saludaba a mi mamá, veía qué se estaba inventando mi mamá para que cenáramos, se iba a bañar, y,
cuando bajaba, que todavía no estaba lista la cena, se sentaba en la cocina a esperar a que estuviera lista
la cena, y fumaba cuantos cigarrillos le tomara a mi mamá terminar la cena… decía que le gustaba ver a
mi mamá cocinar, creo que eso lo saqué de él.

— ¿A qué te refieres?
— Me gusta verte cocinar… aunque creo que, más que hereditario, es porque yo no sé cocinar —rio—
. A falta de no saber hacerlo, me gusta verlo.

— Las cosas que has cocinado, las has cocinado bien… no entiendo por qué dices que no sabes cómo
cocinar.

— Sé lo básico; que la sartén debe estar caliente, que el aceite de oliva no es para todo aunque yo
jure y perjure que sí, que hay cosas que se hacen mejor en olla que en sartén, y que todo sabe bien con
sal y pimienta.

— Haces un excelente Steak au Poivre, un excelente puré de papas, extrañamente sabes reducir una
salsa bordelaise sin que te quede viscosa, sabes escalfar huevos sin escalfador y sin vinagre, cosa que es
difícil para cualquiera, y ni hablar de que puedes abrir huevos con una mano y separarlos sin pasártelos
de mano en mano, sabes hacer pasta desde cero, sabes cómo hacer para que la mantequilla no se te
queme, y, aunque me digas que no, sabes perfectamente bien cuáles son los pasos y los componentes
para batir claras de huevo a mano.

— Madre soltera —dijo por excusa—, algo se aprende.

— Sí, sí —rio—, whatever helps you sleep at night.

— Ay… —frunció Emma sus labios—. En fin, no nos desviemos del tema, ¿no piensas decirles que eres
ese “algo en común”?

— Lo considero seriamente cuando se ponen con ese estrés de que no saben hacer nada —rio.

— Ese estrés se los inyectas tú, que haces cosas que de alguna forma tienen que ver con los dos, y no
les dices, o les das versiones diferentes.

— De alguna parte tengo que sacarle la gracia, ¿no crees?

— Yo sé, yo sé, ¿pero hasta dónde los vas a llevar?

— Hasta que me aburra, supongo.

— Eres mala, Sophie —resopló.

— Ay, si no soy yo la que tiene el secreto de Estado.

— Secreto es que sepas su secreto y no se los digas.

— No me caes bien cuando te pones así —hizo un puchero que se veía y se sentía a pesar de la
oscuridad—. Pero, no sé… mi papá no se ha dignado ni a contestarme el teléfono —dijo, refiriéndose a
Talos—, y ya me cansé de que la secretaria me diga que le va a pasar el mensaje, no me interesa hablar
con ella sino con él.

— Es entendible, pero, ¿a qué viene eso?

— A que, bueno, si tengo a mi papá en mi boda, ¿no crees que es lo normal tener una foto de familia?

— Pues sí, en realidad por eso es que estoy tratando de que se los digas —respondió,
reacomodándose entre las sábanas y las almohadas para tener algo que abrazar al todavía no sentirse
completamente ella misma como para poder abrazar a Sophia.

— A veces, cuando Alessandro patina en estrógeno, a mí me entra la estupidez y me asombro cuando


me encuentro pensando en que sería su culpa no estar en la foto familiar, pero después, quizás después
de un Latte, la inteligencia me regresa como si se me oxigenara el cerebro, y pienso que sería culpa de
Alessandro y de mi mamá… y mía.

— Bueno, pero aquí no se trata de que con culpa compartida nadie tiene la culpa.

— Precisamente, por eso digo que, si no me lo dicen en estas seis semanas que quedan, realmente se
me va a salir porque no quiero que después venga el arrepentimiento de no haberlo incluido… así fuera
por estupidez o por cobardía.

— Seis semanas y contando, entonces —resopló.

— Claro, no creas… que habrá fotografías con él y fotografías sin él, pues, para tener ambas
posibilidades de recuerdos para enmarcar —rio.

— Tu mamá sabe que yo sé —susurró, como si se tratara de un jugoso chisme—. Y sabe porque Alec
le dijo que sabía.

— ¿Ves cómo son de chismosos? —se carcajeó—. Ojalá y no piensen que porque tú sabes, yo también
lo sé.

— Yo a tu mamá le dije la verdad; le dije que yo a ti no te había dicho nada, y que tampoco te iba a
decir… y creo que he mantenido mi palabra.

— Sí, porque nunca me has dicho que Alessandro contribuyó con el cromosoma “X” para la
determinación de mi género —sonrió, porque era cierto, Emma nunca se lo había expresado de forma
explícita, mucho menos se lo había insinuado, y sólo trataban el tema cuando era Sophia quien lo ponía
sobre la mesa, y el tema se trataba de cierto modo que se daba por sentado de que Alessandro era lo
que era a pesar de que nunca se mencionaba, al menos no de la boca de Emma, como lo que era, como
un progenitor bajo el apodo y/o título de “papá” o “padre”—. Y que heredé la mitad de su material
genético.
— Ojalá y sea la mitad buena —sonrió Emma.

— Sé que no hay Alzheimer’s, ni fibrosis quística, ni Huntington’s, ni sickle cell anemia, ni Celiac’s, ni
Talasemia…

— Mi amor —rio Emma con la mirada ancha—. ¿Le estudiaste el historial médico-familiar al Señor o
qué?

— No exactamente —sacudió la cabeza—. He’s a talker when he’s drunk.

— ¿Cuándo lo emborrachaste?

— Hace meses ya, cuando recién venía a la ciudad.

— No me imagino lo interesantes que eran sus conversaciones… hablando sobre las enfermedades
del historial familiar —rio.

— ¿Tú tienes alguna sorpresa en tu historial médico familiar?

— Aparte de una amplia selección de cáncer… —suspiró—. Hay uno que otro caso de derrame
cerebral, pero los han sobrevivido —rio—. El cáncer viene de la línea de mi mamá, los derrames de la de
mi papá… ah, y creo que hay varios casos de depresión en la de mi papá también.

— Ay, ¿y en el Bloque Soviético quién no estaba deprimido? —bromeó Sophia.

— Para que veas… cuando tenía como cuatro o cinco, dice mi mamá que a mi abuelo le agarró feo,
tan feo que no quería comer, que no quería hacer nada, y pasó como tres días sentado en la mecedora,
sin pararse, sin hacer absolutamente nada, y, cuando se paró de la mecedora, no me acuerdo si fue
embolia o trombosis… pero dobló el pico.

— Mierda, qué feo —frunció su ceño, pero, al cabo de unos segundos, escuchó a Emma reírse—. ¿Me
estás tomando el pelo?

— Tengo las manos bajo la almohada —dijo cínicamente—. Y no, no es broma.

— ¿Y por qué te da risa?

— Me parece demasiado insólito, como un gran “what the fuck”.

— Bueno, sí —rio Sophia—. ¿Y tu abuela paterna?

— ¿Qué con ella?

— ¿Cómo tiró la toalla?


— Todavía no la tira —rio.

— No sé por qué siempre te entendí que sí —frunció su ceño.

— Pero si nunca hablo de ella.

— Precisamente.

— No, mi abuela Sabina, hasta donde sé, sigue viva.

— ¿”Hasta donde sabes”? —se asombró Sophia por el desinterés, aunque quizás era por la misma
relación con su papá.

— Cuando mi papá tenía como quince, mi abuela Sabina no se casó de nuevo porque no creía en el
divorcio pero sí se atrevió a vivir en pecado con… ay, ¿cómo es que se llama? —se preguntó a sí misma
en voz alta—. “Pippo”, pero no sé si de “Pippo” o si de “Filippo”; yo siempre lo conocí como “Pippo”.

— No sabía que tenías un abuelastro.

— Pocas veces lo traté, porque ni mi papá ni mis tíos se llevaban bien con él —repuso con rapidez—.
Mi abuela tuvo dos hijos más con Pippo, no me acuerdo si el mayor o el menor es el que tiene mi edad.

— ¡¿Qué?! —exclamó arrastradamente.

— Mi abuela tuvo a mi papá y a mis tíos antes de cumplir los veinte —intentó explicarle con aire de
excusa—. Quizás a mi tía Teresa la tuvo con veintiuno, máximo con veintidós, no estoy segura… —dijo,
haciendo una pausa para lubricarse la garganta—. Mi abuela tendrá ahorita… quizás… mmm… mi papá
le llevaba tres años a mi mamá… y mi abuela tuvo a mi papá de dieciséis o diecisiete… ahorita tiene
setenta y cinco o setenta y seis —se encogió entre hombros—. Mmm… creo que es el menor el que tiene
mi edad, y el mayor tiene la edad del hijo mayor del tío Salvatore, que Gio debe tener treinta y cinco.

— Tienes un tío de tu edad —se carcajeó descaradamente en cuanto proceso la información.

— Tíastro, si es que eso existe —asintió—. Lo que tuvo mi abuela de fértil lo tengo yo de estéril —
respondió tardíamente a la carcajada de Sophia.

— Cinco hijos… me duelen las caderas y se me acaba el ácido fólico de sólo pensarlo —rio Sophia.

— ¿Alguna vez te he enseñado a mi abuela Sabina?

— No que yo sepa.

— Sabrías si te la hubiera enseñado —rio Emma.


— ¿Por qué?

— Porque tiene una cara que nunca se olvida —sonrió—. Está entre Raquel Welch y Jaclyn Smith,
pero no sé si es el peinado o qué… tiene algo como tétrico.

— A lo importante —rio, pues no sabía cómo podía ser una “abuela tétrica” sin caber en una película
de terror—. ¿Entre Raquel Welch y Jaclyn Smith?

— Mjm.

— Hm… —se saboreó lo que sólo ella sabía que estaba pensando—. Algo de eso tienes en alguna
parte —asintió, estando muy de acuerdo en que la genética era genética y que no podía filtrarse sólo
porque sí tras una generación.

— Mi hermana se parece mucho a mi abuela, pues, físicamente hablando, claro.

— Ah, ese amor que se te rebalsa por tu hermana —rio.

— Te consta que sí la quiero, y que la quiero mucho… y que lo muestro hasta demasiado.

— En Whatsapp hay cuatro emojis que simulan un beso; el que está contento, el que está como
obligado, el sonrojado, y con el que se pasaron de azúcar con wink y corazoncito —rio—. Tú le das el
obligado cuando ella te da el que te hace necesitar insulina.

— Pero se lo doy —refunfuñó—. Y eso es más de lo que puede nacerme… además, sabes que mis
emojis se reducen a tres nada más.

— Espera, regresemos a tu abuela Sabina —dijo de repente—. ¿No tienes herencia de ella?

— Pero por mi papá, ¿por qué?

— Creo que por eso creí que ya no estaba en el mundo carnal.

— Mmm… —suspiró—. A ver si puedo explicarlo, porque a veces ni yo lo entiendo.

— Soy toda oídos.

— Mi abuelo Félix era militar condecorado de aquí y de allá, por esto y por lo otro, y, en realidad, no
sé de dónde tenía tanto dinero para la pensión que cobraba —rio—. Bueno, sí sé, pero es un poco
insólito.

— ¿Qué hacía?

— Trdelník —respondió automáticamente.


— ¿En un idioma que mi rubia cabeza pueda comprender?

— Es… mmm… digamos que tienes un tubo de acero al que le enrollas masa alrededor y lo empiezas
a girar al fuego; normalmente van cubiertos de azúcar y canela, o con almendras, hoy ya existen con
Nutella por el interior.

— Entonces… ¿tu abuelo era panadero?

— No —rio—. No sé cómo, o por qué, él compró como una franquicia de eso, porque es pan artesanal
en todo lo que solía ser Checoslovaquia, y Hungría y Austria, y, cuando se murió, al no haberse divorciado
de mi abuela Sabina, y por necio de nunca arreglar el testamento, eso le quedó a ella… entonces, cuando
a mi abuela le hicieron el traspaso, y que estaba por casarse con Pippo, ella decidió venderlo para que
después no hubiera peleas entre una familia y la otra; eso se repartió entre los tres hijos de mi abuelo
Félix, a ella le quedó una parte, y lo que le había tocado a mi papá, en aquel entonces, él, a diferencia de
mis otros tíos, jugó con él hasta generar más dinero, y más, y más, y más… supongo que son mañas de
economista que tenía un motto de “es la bolsa o la vida” —se encogió entre hombros—. Y por eso es
que yo tengo parte de esa herencia.

— Entonces sí sabes de dónde tenía tanto dinero —rio.

— O sea, sí, pero nunca me imaginé que un negocio de panes diera tanto dinero —repuso con esa
naturaleza ignorante, porque realmente no sabía—. Cuando mi abuela Sabina se muera, dudo que quede
algo para repartir… en especial entre la familia que no es con Pippo, a esa familia ya le dio lo que le
tocaba.

— ¿Nunca hablas con ella?

— La última vez que hablé con ella, de que la fui a ver a Perugia y todo, fue en navidad del dos mil…
—cerró un ojo, típica expresión mortal de querer recordar—. Diez, creo...

— ¿No hablaste con ella para cuando lo de tu papá? —frunció su ceño.

— No —suspiró—. Marco siempre ha sido muy pegado a ella, con él fue con quien habló, y, por lo que
me contaron, no quedé muy bien con ella —rio.

— ¿Tu hermana te lo dijo? —preguntó, pero Emma sólo rio—. ¿Qué pasa?

— A mi hermana hay dos cosas que la cagan del miedo, y digo dos puntos: las ratas y los ratones, y mi
abuela Sabina —rio.

— ¿Por qué?

— Como mi hermana se llevaba bien con mi papá mientras vivía con mi mamá, cosa que me parece
lo normal, lo justo y lo natural, y no juzgo ni me quejo, cuando iba a pasar el fin de semana con él, y que
iban a casa de mi abuela Sabina, siempre salía regañada por una o por otra cosa… como a los trece o
catorce dijo que ya nunca más quería ir a esa casa.

— ¿Por qué?

— Algo pasó con uno de mis tíos —rio—. Fue algo de un accidente con una silla, que mi hermana creo
que no vio por dónde iba, se chocó contra uno de ellos, y él se cayó y se fue a tener con la boca en el filo
del asiento, o algo así.

— A-auch —se quejó ajenamente.

— O sea, uno de mis tíos de los que tienen mi edad —aclaró.

— ¿Cómo se llaman?

— Rocco es el mayor, y Dante el menor, si no me equivoco.

— ¿Y tus primos? —preguntó, dándose cuenta de que, al Emma nunca tocar ese tipo de temas, ella
tampoco los tocaba y que, de esas cosas, no sabía absolutamente nada.

— A ver… del tío Salvatore —suspiró, elevando su pulgar para empezar a enumerar—. Está Giordano,
el mayor, que tiene treinta y cinco o treinta y seis, y él, si no me equivoco, es profesor de matemática y
física en una escuela… luego está Salvatore, que andará por los treinta y tres o recién cumplidos los
treinta y cuatro, y él sí sé que es ortopeda —dijo, levantando su dedo índice, y, a continuación, levantó
el dedo del medio—. Luego viene Pasquale, que sé que está por cumplir treinta y dos porque tiene la
edad de mi hermano, y él es Ingeniero Sanitario, y, por último, Beatrice que tiene veinticinco o veintiséis,
y creo que ella es la que le ayuda a mi tía Elisabetta y al tío Salvatore con la contabilidad del hotel.

— Ah, ¿tus tíos tienen un hotel? —exhaló un tanto asombrada.

— En Napoli —asintió.

— I see… ¿y tu tía Teresa tiene sólo una hija, verdad?

— Puede decirse que sí —rio.

— ¿Cómo que “puede decirse que sí”?

— Elmo tiene veintitrés o veinticuatro, y es el ser más mimado que yo he conocido en toda mi vida —
rio.

— ¿”Elmo”?
— Así se llama, no es apodo —dijo, y Sophia se carcajeó—. Mi tía quería ponerle Carlo, si no me
equivoco, y mandó a mi tío a que lo inscribiera en la alcaldía, y dice mi tío que en el camino, aparte de
que iba borracho, se le olvidó el nombre, y que dijo lo primero que se le vino a la cabeza, porque fue que
lo vio de la ropa que llevaba el pedazo de gente ese que llevaba… y, bueno, pasaron como cinco años de
que “Carlo” aquí y “Carlo” allá…

— Espera, ¿tu tía no sabía? —rio.

— Mi tío siempre dijo que tenía que cambiarle el nombre al niño, pero nunca lo hizo —rio—. Y, bueno,
cuando ya tenían que inscribirlo en la escuela, fue que mi tía se dio cuenta de que se llamaba “Elmo” y
no “Carlo”.

— ¡No! —se carcajeó descaradamente.

— Yo no sé qué pasó, porque como que no podían cambiarle el nombre hasta que el niño fuera mayor
de edad para que él escogiera su nombre… y así pasó dieciocho años de su vida, con el “Elmo”.

— ¿Y se cambió el nombre?

— Nadie lo conocía como “Carlo” —sacudió su cabeza—. Se quedó con su nombre.

— Para llamarte Elmo… —suspiró, intentando contenerse la burla.

— De mis primos, es con el que mejor me llevo… bueno, es que no me llevo casi nada con el resto,
pero con él sí nos escribimos de vez en cuando y de cuando en vez; nunca me burlé como los demás de
que se llamara Elmo.

— ¿Cómo lograste eso?

— O sea, risa sí me da, y por eso nunca lo llamo por su nombre, para evitar reírme en su cara, pero
tampoco fui tan mala de que, cada navidad, le regalaban sólo cosas del muñeco peludo rojo ese… aun el
año pasado, hay unos Elmos que se ponen a bailar, eso le regaló mi hermano.

— Mmm… la primera vez es chistoso.

— Exacto —sonrió.

— ¿Y qué hace él?

— Mi hermana y yo, cuando hablamos de él, siempre usamos el apellido por respeto… pues, para que
sepas: “Polsinelli”.

— ¡Ah! —rio—. ¡Él es Polsinelli! —exclamó epifanísticamente, pues ya había escuchado hablar de él—
. El que amaneció sin ropa en la Fontana di Trevi
— El mismo —asintió Emma—. Pero eso fue cuando estaba en la escuela todavía.

— Como si eso le quitara lo vergonzoso —rio.

— Mmm… tienes razón, no se lo quita —sonrió.

— ¿Qué hace él?

— Chef en un hotel en Roma.

— Tienes unos primos muy distintos —le dijo, acomodándose un poco más entre las sábanas, pues ya
el frío del aire acondicionado empezaba a enfriarle los pies—. ¿Alguno tiene hijos?

— Giordano tiene dos hijos, Salvatore creo que está por ser papá por primera vez, si no es que ya es
papá, y Beatrice que tiene un Baby Johnson.

— ¿”Baby Johnson”?

— Sí, uno de esos niños que no tienen ni un año y que son extremadamente bonitos —rio.

— ¡Ah! —rio—. Un “Baby Johnson” —siseó para sí misma, pues el término le gustaba. ¿Cómo no lo
había escuchado antes?—. ¿Y tu hermano?

— ¿Qué con él?

— ¿Novia, esposa, hijo en camino, estéril?

— Si no me equivoco, a la novia la trasladaron a Bruselas.

— ¿Se va a ir con ella?

— Ya se fue con ella a Londres, a Livorno, y a no sé dónde más, no sé si la va a seguir… —se encogió
entre hombros—. Realmente, por raro que se escuche, me tiene sin cuidado.

— ¿De verdad no viene a la boda?

— Me dijo que “gracias” por la invitación, pero que él no tenía ni tiempo ni dinero para venir a algo
que no existía, que él sí tenía que trabajar porque mi papá fue injusto con él.

— Mmm… —suspiró con un gruñido.

— Yo sólo le dije que tuviera cuidado con el hígado, porque no era necesario ser alcohólico para
arruinárselo —rio.

— ¿De verdad no te molesta que sea así?


— Así ha sido toda la vida, me dejó de importar hace mucho… pero sí me sigue afectando que sea tan
grosero con mi mamá.

— ¿Le dijo algo?

— Mi hermana me contó que un día que estaban en Roma, que estaban cenando, que ese día mi
hermano había recibido la invitación para la boda, que le había llamado sólo para reclamarle que por
qué dejaba que yo hiciera cosas así —se encogió entre hombros.

— ¿Cosas así de estúpidas? —preguntó con ese tono que sólo implicaba que ya conocía demasiado
bien a su cuñado.

— Yo no considero que sean estúpidas —susurró—. No es mi culpa que, porque él no es feliz, yo no


pueda serlo haciendo de mi culo un florero si así se me da la gana.

— No le hagas caso.

— Yo no le hago caso —rio—. Pues, a veces me divierten las estupideces que dice… me parece
asombroso cómo alguien puede tener mierda en lugar de sesos.

— Tus hermanos llevan las de perder contigo —bromeó.

— Laura no es tonta —repuso un tanto a la defensiva—. Es bastante inteligente en realidad, pero


puede más la haraganería y las ganas de hacer lo que le gusta —se encogió entre hombros—. Mi
hermano sólo estudió economía para ser el orgullo de mi papá… porque, como economista… mmm… —
sacudió la cabeza—. No es por gusto que le dicen “Scammer Borghese”; es un ambicioso tonto —rio.

— Mmm… cambiemos de tema, mejor —susurró.

— ¿De qué quieres hablar?

— De lo que sea menos de tu hermano —sonrió—. Escoge tú.

— No sé —bostezó repentinamente.

— ¿Quieres dormir un rato más? —preguntó con esa tierna vocecita que evidenciaba sus ganas de
ser mimada y de mimar.

— Nop —sacudió su cabeza.

— ¿Tienes sueño?

— Evidentemente.
— Mmm… —suspiró—. I’ll tell you what —sonrió, volcándose sobre su espalda para, bajo las sábanas,
sacarse hasta la última prenda de ropa que tenía.

— I’m not really in the mood for sex —susurró, intentando no sonar grosera.

— No me estoy ofreciendo tampoco —rio, volviéndose sobre su costado para adoptar nuevamente
aquella cómoda posición.

— Oh —elevó ambas cejas—. Lo siento.

— ¿Qué te parece si dormimos un rato más?

— No tengo ganas de dormir, Sophie —susurró.

— Pero tienes sueño…

— A ver, tengo sueño pero no quiero dormir —se corrigió.

— Yo voy a estar aquí, y te voy a despertar si vuelves a tener uno de esos sueños raritos —sonrió—.
Y me quité la ropa para que, si vuelve a suceder, sólo necesitemos encender la luz para que te asegures
de que no me ha pasado nada… ¿te parece?

— ¿Tú vas a dormir también?

— No tengo mucho sueño, será por el Latte… pero aquí me voy a quedar, con ojos cerrados si quieres
para que no sientas que te estoy acosando —sonrió de nuevo, y, esperando cualquier cosa menos eso,
recibió a una Emma que se enrollaba contra ella.

— ¿Puedo quedarme aquí, así?

— Sure —susurró, evitando moverse para no hacer que Emma se moviera, porque eran contadas las
veces que era Emma quien se enrollaba contra ella, y, a pesar de que tampoco se lo esperaba, se le
dibujó una sonrisa en cuanto Emma tomó su brazo derecho para colocarlo sobre su espalda; quería un
abrazo—. Buenas noches, Arquitecta.

— Buenas noches, Sophie —balbuceó contra su tibio pecho.

— Que sueñes con los angelitos —sonrió, acomodando su cabeza para que sus labios quedaran sobre
su cabello.

***
— ¡Emma María! —exclamó Phillip con esa millonaria sonrisa de cejas elevadas y brillantes ojos grises—
. ¿Vienes a que te demos una lección de baile? —sonrió, alcanzándole la mano junto con un movimiento
astuto y seductor de pies.

— ¡Uf, Felipe! —frunció sus labios con cinismo al compás de una mirada entrecerrada, y empezaba a
saborear la canción que recién comenzaba con ese beat «groovy»—. I can bust a move on my own —
sonrió—. ¿Puedo robármela? —le preguntó, alcanzando a tomarle la mano a Sophia, esa que viajaba por
el aire porque, por alguna razón, las manos casi siempre iban arriba con ese paso de lado a lado pero
con estilo, el paso universal.

— Baby —llamó a Sophia con ese tono afroamericano—. We gon’ dance like Beyoncé —dijo
graciosamente con su índice al aire, pero sus dedos se compactaban de tal forma que se veía afeminado,
y él lo sabía—. Ya know, mhm —le mostró la mano izquierda, mostrándole el derecho y el revés mientras
movía la cabeza de lado a lado. «Fucking “Single Ladies”».

— Yeh, baby —repuso la caucásica rubia en una perfecta imitación—. I kno’ what you mean —
chasqueó sus dedos tres veces, de lado a lado, y adquirió el talante corporal de a quienes eso
representaba.

— “Laters, baby” —rio, citando a aquel otro millonario ficticio que él tanto aborrecía sólo porque
sí, «porque, ¿quién en su sano juicio seductor dice “laters, baby”?», y tiene razón.

— Hola, mi amor —sonrió Sophia—. ¿Vienes a sudar la barra libre? —rio, acercándose a Emma con
su pecho para colocar su mano izquierda sobre su hombro desnudo.

— ¿Tú también me vas a regañar por eso? —dibujó un gracioso puchero.

— Es tu barra libre —rio, acercándose ahora con su cabeza para realmente acortar la distancia—.
¿Está todo bien?

— Sí, ¿por qué?

— Te vi hablando con Bruno —se encogió entre brazos, y, de un momento a otro, tomó ella el control
de lo que Emma no tenía idea de cómo sentir porque el alcohol, por muchas cosquillas que le estuviera
haciendo, no la dejaba pensar en otra cosa que no fueran los labios de Sophia—. ¿Todo bien con él?

— Sí, mi amor —sonrió, dejándose llevar por la rubia que le marcaba los tiempos que ella reconocía
pero que, aparentemente, no podía aprovechar individualmente—. Are you having fun?

— As a matter of fact, I am —asintió, empujando a Emma hacia atrás, manteniéndola tomada de las
manos, para luego halarla hacia ella—. You make me love you, love you, baby, with a little L.
— There you were shouting out, checking up your altercations, getting upset in your desperation,
screaming and hollering, how could this love become so paper thin?

— You’re playing so hard to get —gruñó, pues Emma la había halado de tal forma que había apoyado
su frente contra la suya, halando sus manos hacia abajo para tirarla contra ella.

— You’re making me sweat just to hold your attention.

— Así no —suspiró.

— ¿Por qué “así” no?

— Porque me dan ganas de besarte —se sonrojó.

— ¿Verdad? —rio, y la haló más fuerte de las manos para, con un ladeo de rostro, encontrar sus labios
con los suyos.

Se colocó las manos de Sophia a la cintura para que la tomara como debía ser, porque un beso, sin esa
sensación de sostenimiento que pasaba por caricia, no era un beso real.

Sí, sí, todos seguían bailando (excluyendo a la mesa de los adultos responsables porque habían
encontrado la plática perfecta, o sea la excusa perfecta para no pararse de la mesa), pero a Emma no le
importó ser esa persona que tan mal caía en una pista de baile; la que se quedaba parada, la que
estorbaba, inerte, sin bailar.

Claro, es que un beso bien dado no se podía dar si se pretendía bailar, además, por cuánto tiempo tenía
de no sentir a Sophia de esa forma, era muy probable que, de no besarla, enloquecería y la atacaría de
esa forma que a cualquiera le parecería un tanto agresivo pero que para Sophia era prácticamente
normal. Era eso de tomarla por la cadera y por la cintura hasta hacerla dar ese minúsculo brinco para
que quedara a horcajadas alrededor de ella, y quizás la apoyaría sobre alguna superficie, o se apoyaría
de alguna pared mientras se tomaba el tiempo para calmarse las ganas, pues quitárselas nunca podría.

A Emma sólo le faltó mostrar su recto, largo y grosero dedo para quienes la juzgaran, pero, como nadie
la juzgaba, no hubo necesidad de hacerlo. Y tampoco tenía tiempo para hacerlo.

Sara y Camilla sonrieron, porque un beso así era al tipo de besos a los que ellas estaban más-o-
menos acostumbradas a ver; a veces más, a veces menos, igual que los Roberts. En realidad, los únicos
que se alarmaron, aunque debo decir que a distintos niveles, fueron Bruno, porque era la primera
impresión de cercanía física de ese tipo que veía en la persona que recién empezaba a conocer, Luca,
porque le pareció demasiado sano como para lo que se veía en la pornografía y porque se notaba la
delicadeza con la que Emma trataba y dejaba que la trataran, porque así le gustaba y él no se lo habría
imaginado, y estaba Alessandro, que era primer beso así de “intenso” que presenciaba en la vida real y
en vivo y en directo, pero de “intenso” nada.
Quizás, dentro de todo, lo que más le asombró fue esa sensación de haber estado equivocado, pues, al
ver que Sophia era quien parecía tener el control, todo porque tenía las manos a la cintura de Emma,
sintió como si todos sus esquemas de vida estuvieran comprometidos y estuvieran siendo cuestionados
con rigor.

Ah, sólo él quería respuestas y explicaciones sobre quién era el “hombre” de la relación. Mentalidad
anticuada y angosta. Y le pareció perturbador pensar que su hija era el “hombre” en esa relación. Repito:
mentalidad anticuada y angosta.

— Uy… —sonrió a ras de sus labios.

— Perdón —rio nasalmente, y atrapó suavemente su labio inferior entre sus dientes.

— Así está mejor —gruñó, queriendo poder hacer una cosa o la otra: o detener o acelerar el tiempo
para poder abusar de ella y con ella.

— Baila conmigo, ¿sí? —mordisqueó su propio labio inferior, alejándose de la rubia para volver a
tomarla de las manos y bailar como ella quisiera que bailaran.

— Sí sabes que esto no es “Timber”, ¿verdad? —rio Sophia, optando por abrazarla fuertemente por
la cintura a pesar de que eso, o los movimientos que ese abrazo permitía, no eran los que fluían con el
ritmo de aquella canción.

— No te preocupes, que si es eso lo que quieres bailar, pues en este momento se me van al carajo y
la ponemos —rio Emma, acordándose de cómo esa canción en especial hacía que Sophia perdiera el
control, todo a tal punto de que aquel día,random en realidad, habían sufrido del aburrimiento de un
jueves lluvioso, y nada mejor que encenderse el ánimo con canciones como esas; coletas altas, saltos,
brincos, carcajadas, que Sophia había intentado enseñarle a bailar country de línea, «porque una mierda
más graciosa que eso no existe», porque, por si fuera poco, había materializado un sombrero de cowboy
y unos botines Malone Souliers que hacían el trabajo junto con el short de denim y una camisa,
correctamente a cuadros rojos y blancos, que se había anudado a medio abdomen para no tener que
abotonarla y poder dejarle ver la falta de sostén.

— Más tarde, cuando se vayan ellos —rio, marcándole cierto atrevido y sensual contoneo con sus
manos y con su cadera—. Me dijo Phillip que, para cuando ya no aguantes a Louboutin, Natasha tiene
tus TOMS —sonrió.

— Más tarde, cuando pierda las ganas de verme lo más elegante que se pueda —repuso, ahuecando
su mejilla con su mano.

— Ah, cuando ya te veas con maquillaje pesado… porque, de la nada, ya estás borracha, ¿no?

— No te quejes, que borracha te caigo bien también —rio.


— Sí, sobria y ebria me caes bien —asintió—. But these panties… —se acercó a su oído con sus labios—
. This thong in particular…

— I’m looking forward to taking it off —expulsó Emma rápidamente.

— Es la que más ganas me han dado que me quites —sonrió.

— Sophia, Sophia, Sophia… —suspiró, sacudiendo su cabeza y emitiendo ese sonido de falsa
desaprobación con su lengua contra el cielo de su boca—. No me provoques así que me duele.

— A mí me duele que me veas así —reciprocó con una aireada seducción de labios y mirada.

— ¿”Así” cómo?

— Como que me estás violando.

— Es que eso estoy haciendo —sonrió, haciendo que Sophia gruñera con mirada entrecerrada—. Lo
hago con cariño, pero, de que te estoy violando, te estoy violando —elevó su ceja derecha, y la iba
elevando cada vez más al mismo tiempo que su mano derecha bajaba por la espalda de Sophia hasta,
con todo el descaro del mundo, tomarla por el trasero.

— A-ay… —suspiró.

— Pero te estoy violando despacio, con cariño, con ganas… porque te tengo ganas desde ayer, y tú
sabes lo que esas ganas acumuladas significan, ¿verdad, Sophie?

— Son tantas ganas que no es justo —asintió.

— ¿Qué? —frunció Emma su ceño.

— Eso te lo manda a decir mi clítoris —rio.

— ¡Dios mío! —gruñó ahogadamente cual Diva de cine.

— No, no “Dios”… clí-to-ris —sonrió—. Pero mi clítoris es tuyo.

— Hazme un favor, ¿quieres? —elevó su ceja derecha, y la acercó más a ella con esa mano por el
trasero.

— ¿Quieres que vaya a traer hielo de nuevo? —sacó su lengua.

— Dile a tu clítoris que mi lengua le manda a decir que se prepare —dijo, y mordisqueó ligeramente
su labio inferior por el lado derecho.
— ¿Ves cómo no es justo? —frunció su ceño para hacerle un puchero que sólo imploraba que la vida
no fuera tan injusta.

— ¿Qué tiene de injusto que mi lengua quiera abusar de él? —ensanchó la mirada.

— Eso nada —sacudió su cabeza, y le dio un lento y pausado beso en su mejilla—. Injusto es que, si
sigues bebiendo, lo que voy a subir a la habitación es un cadáver —guiñó su ojo.

— Aparentemente todos tienen un problema con la cantidad de alcohol que estoy ingiriendo —
entrecerró su mirada.

— Sabemos que eres una alcohólica en stilettos, eso nadie te lo quita —sonrió—. No te estoy diciendo
que dejes de beber, porque eso es aburrido, pero, por favor, tone it down a notch, ¿sí?

— Ya pasé lo difícil —asintió—. Era más que todo para digerir a Bruno.

— Está bien, mi amor —sonrió, volviendo a tomarla de las manos para asesinar la incomodidad de
estar simplemente de pie en aquel lugar en el que, los únicos que habían aceptado a bailar con Luca,
eran Clark y Lance—. Ahora, baila conmigo, ¿sí?

— Lead the way —sonrió de regreso, todo para ser girada en una vuelta que la terminaría de colocar
con su espalda contra el pecho de Sophia.

Era sexual para quien nunca las había visto bailar. O, bueno, también era sexual en todo sentido, aunque
no sexual del tipo grosero, sino que era tragable y tolerable, pues no había nada de malo en que,
tomándola por la cintura y por la cadera, rozara salaz pero sensualmente su pelvis contra su trasero en
un mismo vaivén.

En otra ocasión, en una ocasión en la que no estuvieran frente a sus progenitores, porque el
respeto para ellos no se les había olvidado ni en la cama ni en ninguna parte y porque no eran cosas que
tenían que ver si ellas podían evitarlo, en otra ocasión, en una ocasión en la que pocos las conocieran, o
nadie for that matter, Emma se habría aferrado a su trasero con ambas manos, no sólo para aferrarse y
para seguir el contoneo, sino para realmente sentir a Sophia prácticamente a través de cualquier tipo de
textil, y, por si eso no fuera poco para procesar, Sophia habría jugado con los bordes del vestido de Emma
para acariciar sus muslos, o quizás sólo habría recorrido su torso con ambas manos. Sí: “R-E-S-P-E-C-T”,
y no sólo porque Aretha Franklin así lo dijo.

— ¿Todo bien? —le preguntó Sara, viéndolo hacia arriba al ella estar sentada y él de pie.

— ¿Por qué no habría de estarlo? —resopló, llevando su mano a su saco para desabotonarlo mientras
tomaba asiento a su lado—. Hablamos de tramezzini con prosciutto y mozzarella, de que el tequila
estaba fuerte, y de cosas normales.

— ¿”Cosas normales”?
— Sí —sonrió, tomando la copa de vino que había dejado olvidada—. De por qué no estaba bailando
con Sophia, de qué vamos a hacer mañana y el domingo, sobre diciembre… y nos tuteamos, bebimos, y
reímos —dijo para la tranquilidad de Sara.

— ¿Tan banal?

— Y más banal que eso —pareció guiñar su ojo—. Me porté bien y se portó bien, nada de qué
preocuparse.

— Tramezzini con prosciutto… —suspiró, viendo a Emma dejarse llevar por el evidente pero tímido
erotismo del cuerpo de la rubia, pero, ¿cuál erotismo? Si así bailaban prácticamente todos. «Porque…
ay, estas generaciones»—. ¿No comieron lo suficiente, o qué? —rio, notando las miradas confusas de
Camilla y Bruno—. Digo, para estar hablando de comida…

— ¿Preferirías que habláramos de algo más serio y menos banal? ¿Que no habláramos de tramezzini
con prosciutto? —elevó sus cejas el canoso hombre de cabello perfecto.

— Buen punto —se encogió entre hombros.

— ¿Puedo hablar un momento contigo, Camilla, por favor? —le dijo Alessandro desde donde ya
Margaret y Romeo se habían concentrado en analizar el ambiente con una risa y una sonrisa que pronto
se transformaría en que ellos también se unirían a “la juventud”.

— Claro que sí —suspiró un tanto hostigada, pues, habiendo visto cómo bailaban, ya se imaginaba
por dónde iba el tema de conversación—. Si me disculpan un momento —sonrió para Sara y Bruno,
quienes, con el cambio de música, porque ese acid jazz debía ser dosificado para ser disfrutado con
optimismo, ya se preparaban para estirar las piernas y dejar que la vetustez le cuidara la copa a cada
uno.

***

Balbuceó prácticamente de repente en un idioma que yo no reconocí, aunque asumo que fue la
expresión ofensiva que más describía su sorpresa, la cual, por segunda vez en el día, la había tirado al
suelo desde la cama.

Todavía no sé si el vómito verbal había sido por la sorpresa de haber dormido tan bien después de haber
dormido tan mal, o por la sorpresa de haberse despertado sola en aquella enorme cama que no le
gustaba por lo mismo: por grande, y, porque, si se despertaba sola, la cama se sentía infinita, o quizás
fue por la sorpresa de su actitud suicida, aunque esa baja altura nunca podía ser utilizada para tal cosa.
Salió de la habitación como pudo, porque, a pesar de estar despierta y aparentemente alerta,
no podía evitar ese rebote contra todo lo que sus piernas o sus hombros encontraran a su paso; la
esquina de la cama, la puerta, el marco de la puerta, y la puerta de nuevo.

Vio al Carajito sentado frente a la puerta, como si estuviera esperando a que ella saliera, y su
cara le describía toda la confusión que se apoderaba de él; ¿qué estaba haciendo ahí?

— Sophia —la llamó en su adormitada voz, todavía rebotando entre las paredes del pasillo—. ¡So-phia!
—elevó su voz, dejando que la confusión, la desubicación y el miedo se le notaran más de lo que había
querido, pero, al escuchar ruidos en la cocina, se dejó guiar hasta allí.

— Oh, good —sonrió Sophia—, you’re up —la vio a los ojos a través de sus gafas de marcos rojos,
sabiendo la confusión de la que Emma estaba padeciendo en ese momento.

— ¿Qué estás haciendo? —frunció su ceño, deteniéndose del respaldo de la silla de la cabeza de la
mesa del comedor.

— Almuerzo —dijo con tono de “¿no es obvio?”, pero para Emma no era obvio.

— ¡¿Almuerzo?! —ensanchó la mirada—. ¿Qué hora es?

— Las… —suspiró, volviéndose sobre su hombro para robarle la hora a la cocina—. Once y veintitrés
—se volvió hacia ella, y reanudó el movimiento con la cuchara en el recipiente—. Te veías tan bien
durmiendo —se encogió entre hombros, como si intentara excusar su atrevimiento—, que llamé a Gaby
para decirle que te ibas a tomar el día libre.

— Why would you do that? —balbuceó confundida.

— Why? —resopló, levantando la tabla con la cebolla finamente picada para incluirla en el recipiente
anterior—. Because I can—sonrió, dejando a una Emma con la boca abierta y sin saber qué decir—.
¿Crees que puedes estar lista en… digamos veinte minutos?

— ¿Lista para qué? —frunció sus labios.

— ¿Vas a estar lista en veinte minutos? —dijo con aire repetitivo.

— Uhm… —suspiró, y quizás, por ese misterio, creyó que se trataba de un sueño demasiado real,
después de todo, no estaría raro—. ¿Vamos a salir o qué?

— Sí, vamos a salir.

— ¿Código de vestimenta?
— Jeans and a Tee would do it —le lanzó otra sonrisa, y omitió su presencia para obligarla a retirarse
a tomar una ducha.

— Jeans and a Tee —suspiró, saboreando el código entre sus oprimidos labios que se tiraban hacia
un lado y hacia el otro, lo cual sólo significaba una amplia y severa duda, o intriga en este caso—. ¿Qué
cocinas? —preguntó, dándose tiempo para digerir el hecho de que esperaban simple denim y algodón
de ella; porque se había sentido como si le hubieran dicho «Levi’s and Gap», o algo parecido, pero, en
realidad, sólo esperaban uno de aquellos Balmain que tanto atesoraba, más que los Armani, porque le
quedaban bien de cada calculada y meticulosa pulgada, y, en cuanto a la camiseta, se esperaba alguna
poesía sarcástica que no tenía marca reconocida, sino un muy probable “Made in China” en la etiqueta,
o una fabulosa “camiseta”, sí, entre comillas, que hablara hasta de una exageración de Carolina Herrera,
o de Saint Laurent; todo estaba por verse.

— El almuerzo —sonrió, tomando el dispensador de aceite de oliva, probablemente extra virgen, para
verter uno o dos segundos de aquel espeso líquido amarillento en el recipiente en el que batía o
mezclaba sabía sólo ella qué—. Por favor, ve a ducharte, sino… me veré obligada a vestirte y a arrastrarte
sin ducharte —sonrió provocantemente.

— No serías capaz —frunció su ceño, dando un paso hacia adelante.

— Ah- ah-ah! —canturreó con su dedo índice derecho en lo alto para detener sus próximos pasos—.
Hoy me siento omnipotente, así que no me retes —le advirtió, guiando su dedo de tal forma que terminó
por señalar la habitación—. Ducha, ya —siseó.

Emma no supo por qué, pero, definitivamente, esa clase de tono exhortativo le gustaba, y quizás era por
la rareza de su existencia, pues Sophia raras veces exhortaba algo, y, cuando lo hacía, era en ese tono
que no era el mismo con el que ella ladraba órdenes cuando estaba casi al borde del punto de ebullición
con Selvidge, o con Segrate, o con quien fuera.

Se encogió entre hombros ante el «yes, ma’am» mental que se cuadraba militarmente con
rectitud, y, tal y como exhortado y esperado de ella, se vio atraída a una ducha en la que era víctima del
pop de Sophia; “Meet Me Halfway”.

El agua no era tan caliente como lo habría sido durante una ducha por la mañana antes de ir a trabajar,
porque las duchas frías, contrario a lo que le hacía a la sarta de mortales ordinarios que habitaban en el
mundo, le daban frío, obviamente, y eso sólo lograba que le dieran ganas de regresar al interior de sus
sábanas para caer en un infalible sueño; las duchas calientes, aparte de que eran la costumbre porque
era lo que siempre la había hecho sentirse limpia a casi un nivel de esterilización, porque siempre se
sentía sucia/adulterada de alguna forma después del tacto paterno, la hacían querer que el aire fresco,
así fuera urbano y con polución, la refrescara. Supongo que cada quien tiene sus formas.

Y, pues sí, se duchó como siempre, enjuagando su cabello, que, al aplicar el shampoo, parecía
que se quería arrancar el cuero cabelludo al rascarse con tanto placer aunque no le picara nada, todo
para luego dejar que la constante y relativamente fuerte cascada le quitara hasta la última burbuja de
abundante espuma mientras ella se detenía con una mano de la pared lateral y con la otra mano del
vidrio que normalmente se empañaba hasta más-o-menos-la-altura-de-su-busto.

Salió de la ducha, primero con el pie derecho y luego con el izquierdo, empapando la alfombra
color almendra, porque ella salía goteando de la ducha para tomar la toalla del perchero, contrario a
Sophia, quien se estiraba sobrehumanamente para alcanzar la toalla y secarse parcialmente dentro de
la ducha.

Inhaló la temporal congestión nasal, tomó la toalla, y, como si fuera cuestión de vida o muerte, secó
primero su rostro y luego sus brazos para, cómodamente, quitarse el exceso de agua del cabello, y
amarrarse la toalla al cuerpo.

Mientras Emma se encargaba de, con la pierna apoyada del borde del mármol del par de
lavamanos, esparcir esas seis-siete-ocho gotas, de aceite prácticamente sin olor, en cada pierna, Sophia
sacaba los soufflés del horno, los cuales habían crecido demasiado bien en altura y en nivelación.

Inhaló el aroma de la mezcla de harina, lácteos y romero, y, junto con una sonrisa, los empacó tal y como
le habían enseñado hacía muchos años. Empacó el pan, la entraña, la lechuga fresca, el queso provolone
sobre la entraña, la mantequilla, y el guacamole.

Se colocó aquel sostén Kiki de Montparnasse, obviamente negro, y se lo colocó porque era el
que estaba de primero en la línea, aunque quizás también fue porque reducía un poco por el ajuste y la
forma de la copa, y, sin querer queriendo, porque su TOC así se lo dictaba, se metió en la típica tanga
negra que podía hacer juego con el sostén. Quizás.

Luego vino el jeans, porque era lo más genérico y podía utilizarse con cualquier camisa y con cualquier
par de zapatos, por lo cual optó por un Balmain skinny que no era ni claro ni oscuro, simplemente
perfecto, y, en cuanto llegó a la gaveta de las camisetas, fue que encontró el primer problema. ¿Era T-
shirt de esas genéricas que eran cómodas y sencillas, las cuales eran las sarcásticas, o era T-shirt de esas
que entraban en la categoría mencionada en Bergdorf’s o en Saks?

Paseó sus dedos por los sarcasmos impresos, y se detuvo, por cuestiones de la vida, en aquella camiseta
negra que tenía la impresión en blanco: “Do NOT read the next sentence”, y, abajo, en letra más
pequeña, se leía un risible “You Little rebel. I like you”. Suspiró y pasó de largo, o más bien cerró la gaveta
para abrir la de las camisetas que se podían encontrar con una etiqueta más cara, y, sin pensarlo, sacó
una camiseta de cachemira, o quizás no era de eso, pero era tan suave que parecía serlo, y era blanca
con “n” cantidad de elefantes, de los cuales solamente su contorno estaba delineado en gris.

Los zapatos fueron el problema real, pues, al no saber a dónde la llevaban, no sabía si subirse en un par
de stilettos Ferragamo, o si meterse en sus Converse blancos que ya no eran blancos por el abuso
esporádico, o si deslizarse en un par de zapatillas Krakoff, o si, tras la influencia del primer sueño, del
sueño perturbador, subirse en un par de “alpargatas” de cuña. Y, sí, fue en las últimas a las que se subió,
aunque no eran Jimmy Choo sino Tory Burch y de diez centímetros de altura.
— Estoy lista —murmuró Emma, asomándose por el pasillo con su Bottega Veneta azul marino al
hombro.

— You’re not gonna need your bag —susurró, tomando ella un bolso relativamente grande, porque
ahí había guardado todo lo que había cocinado, y le alcanzó un bolso más pequeño y de cuero a Emma,
uno largo que tenía tinte anticuado.

— ¿A dónde es que vamos? —frunció su ceño, tomando el bolso para colocárselo al hombro del que
se había descolgado su Bottega.

— A almorzar —sonrió, pasando de largo hacia la puerta principal, en donde, por mala costumbre,
estaba el Carajito como dueño y señor de la zona, al cual le enganchó la correa al arnés que le había
puesto con anterioridad.

— ¿A qué hora te despertaste? —le preguntó, viendo al Carajito salir del apartamento como si ya
conociera y reconociera todo, y sólo supo empezar a rezar por que no desgraciara la alfombra del pasillo,
porque parecía ser que las alfombras eran lo único que desgraciaba.

— Como a las siete y media —respondió un tanto avergonzada—. Y yo sé que yo no soy tu jefa, y que
tampoco tengo el poder necesario como para darte el día libre… pero pensé que te vendría bien; estas
dos semanas no han sido tan fáciles con eso de que Alec te incluyó en el proyecto de la Old Post Office…

— Sólo estoy consultando —susurró, tomándola de la mano para salir del apartamento, y Sophia
sonrió ante el roce que había nacido de ella—, no es nada de gran peso.

— No es por el peso a largo plazo —sonrió, halándola para tomarla por el brazo sin soltar su mano—
, es sólo que tienes bastante con qué lidiar ahorita… un día libre no te viene mal.

— Está bien —suspiró—, ¿y cuál es tu excusa?

— ¿La mía? —resopló, y Emma asintió—. Mi novia es tres-cuartos-dueña del estudio, y es mi jefa —
sonrió—. Ésa es mi excusa.

— Mmm…

— ¿Es excusa válida?

— Demasiado —asintió de nuevo, elevando su índice para presionar el botón del ascensor—. Y me
gusta que la utilices para cuando tienes ganas.

— No pretendo abusar, tampoco —murmuró sonrojada.

— No es abuso, es uso —guiñó su ojo, elevando sus manos de dedos entrelazados para darle un beso
en sus nudillos—. ¿Dormiste bien?
— Increíblemente —asintió, y anticipó la siguiente pregunta de Emma—. Me desperté porque me
dieron ganas de ir al baño, no te quería despertar y por eso fui a nuestro baño, en el camino me
interceptó Vader… y, bueno —se encogió entre hombros—, me quedé despierta desde entonces.

— ¿Desayunaste?

— Two poached eggs —asintió—, y le di uno revuelto al cuadrúpedo…

— ¿Ah, sí? —sonrió, adentrándose en el ascensor con un tan sólo paso, que, en cualquier otra ocasión,
habría encerrado a Sophia entre ella y la pared solamente con su cuerpo para provocarla con un beso
atestado de anticipación.

— Sí, acuérdate de que nos dieron una lista de lo que supuestamente puede comer que comemos
nosotros.

— De eso sí me acuerdo, y sé que el huevo es bueno… pero me refería a ti.

— Y salmón ahumado —asintió de nuevo—, con bagel y philadelphia, claro.

— Qué rico —dibujó esa suave sonrisa que se tiraba del lado izquierdo.

— Imposible quejarse —repuso con una sonrisa que prácticamente se reflejaba—. ¿Tienes hambre?

— ¿Qué llevo aquí? —asintió.

— Refreshments —respondió, pero Emma, con la mirada, le pidió más que sólo una categoría en el
menú—. Limonada común y silvestre —resopló—, con menta y hielo.

— Ah, “limonada común y silvestre”, pero con menta —rio—. ¿Limonada con limón o limonada con
lima?

— Lima.

— ¿Endulzada con?

— ¿Azúcar? —resopló con su ceño fruncido.

— Podía ser miel.

— No es remedio para la gripe —sacudió su cabeza—. Con brown sugar.

— ¿Y tú qué llevas ahí? —sonrió, señalando el bolso que llevaba Sophia en la mano izquierda.

— El almuerzo —respondió como lo había hecho las veces anteriores.


— Asumiendo que no me vas a decir qué hiciste de almuerzo, mucho menos a dónde vamos —suspiró,
saliendo del ascensor a un pasillo que estaba iluminado tanto por luz natural como por luz sintética,
mezcla que le gustaba mucho porque lograba contenerse y regularse para no ser cegadora a pesar del
reluciente sol de verano—, ¿a qué hora tienes que estar donde Oskar?

— No sé si ir en realidad.

— ¿Por qué no?

— Es sólo una coleta… está como para DIY.

— Deja que alguien más te lo haga, ¿sí?

— ¿No confías en mis habilidades de hairstylist? —dibujó un puchero cínico.

— No es eso —sacudió la cabeza—, es sólo que me gusta que no levantes ni un dedo para que las
cosas se hagan… y sé que te da pereza estar maquillándote por media hora frente al espejo… por eso
digo que dejes que alguien más lo haga.

— ¿Tú a qué hora tienes?

— A las cuatro.

— Mmm… está bien, sólo porque no vas a estar —frunció sus labios, y luego dibujó una de esas
sonrisas que normalmente recibían un beso, fuera sobre ella o en la mejilla, o en la sien, o en alguna
parte, pero hoy sólo recibió una sonrisa que tenía más aire compensatorio que de otra cosa—. ¿Qué
puedo esperar de hoy por la noche? —preguntó, siendo ya una pregunta de rutina para cuando se refería
a algún evento que tenía que ver con Margaret.

— Creo que Thomas Keller es el encargado de la comida —sonrió, saludando a Józef con una sonrisa
silenciosa.

— Creo que mi ignorancia es muy grande —frunció su ceño, pero se relajó en cuanto Emma dejó su
mano para abrazarla con su brazo por los hombros.

— Chef ejecutivo de Per Se —repuso, rápidamente.

— Ah —inhaló su sorpresa—. Bueno, Filarmónica… Per Se… máscaras…

— No sé exactamente qué se puede esperar, los cumpleaños de Margaret… tú sabes que son como
secreto de Estado —se encogió entre hombros—. Lo que sí te puedo decir es que serás la rubia más
atractiva de entre esas setecientas-y-qué-me-importa de personas —sonrió, llevando sus labios a su sien,
porque bendita fuera la diferencia de estaturas en ese momento, todo porque Sophia había decidido
quererse antes de lo que sabía que sería una noche elevada en doce centímetros de Giuseppe
Zanotti, «gracias, Dios, por los Converse».

— Eso no lo sabes —murmuró, pasando su brazo por la espalda baja de Emma.

— Ah, pero sí lo sé —sonrió—. Y puedo jurarlo hasta por adelantado —guiñó su ojo.

— Pienso diferente —repuso un tanto sonrojada, y sólo intentó contradecirla por la incomodidad de
saberse la más atractiva.

— ¿Qué piensas?

— ¿Que serás tú?

— Ah, pero yo no soy rubia —rio—, y me refería a las rubias.

— Oh… —dijo ante la bofetada de lo explícito—. Tienes algunas partes rubias —refutó.

— Que tenga tres cabellos rubios no significa que sea rubia —sonrió, deteniéndose al borde de la
acera por la fuerza que Sophia aplicaba alrededor de su cintura—. ¿Picnic en Central Park? —rio con su
ceño fruncido.

— Te tardaste demasiado —asintió.

— ¿A qué se debe?

— Creo que necesitas un cambio de ambiente —sonrió—. O sea, que no sea del apartamento al
trabajo, y del trabajo al apartamento, que no sea el Pond, que no sea Saks, Bergdorf’s o Barneys, que no
sea Rockefeller… que no comas sentada en una silla cómoda, que no comas de un menú, y que, no sé,
que respires aire más-o-menos-fresco, que salgas un rato de laconcrete jungle, que veas algo que no sea
una pantalla con retina display… que se te olvide —se encogió entre hombros, y se lanzó a la calle para
cruzarla—. Necesitas detenerte un segundo, y respirar.

— ¿Expresé algún síntoma de estrés mientras dormía? —frunció su ceño, y Sophia sólo lanzó una
risa—. Digo, ¿hablé?

— En todo el tiempo que llevo durmiendo en la misma cama contigo, creo que nunca has hablado
dormida, sólo hablas más de lo normal cuando te estás quedando dormida —sonrió—, y hablas cosas
divertidas y comprometedoras.

— Y después preguntan por qué no me gusta hablar hasta quedarme dormida —rio—. Pero, bueno,
si no hablé, si no expresé nada de forma explícita, ¿qué pasó?
— No sé si estás en negación o realmente no te acuerdas —murmuró un tanto confundida, más
porque sabía que podía haber una laguna mental.

— La pesadilla no tiene nada que ver con estrés —sacudió la cabeza.

— Ah, entonces sí sabes por qué la tuviste…

— No, no sé por qué la tuve —suspiró, intentando no ceder a la particular incomodidad que el tema
le provocaba—. No controlo ni el cuándo, ni el cómo, ni el por qué… pero sí sé que no tiene nada que
ver con estrés, porque he estado estresada en numerosas ocasiones, y eso no se manifiesta, mucho
menos así de ligero como se manifestó esta vez.

— ¿Llamas a eso “ligero”?

— Sophie… —suspiró, y se detuvieron frente a frente sobre la acera a la que recién llegaban—. Nada
de eso estaba mal hasta el final, a eso le llamo “ligero”, y eso no significa que la situación o la sensación
sean “ligeras” —le dijo, cuidando su tono, pues no quería sonar enojada, porque no lo estaba,
simplemente no podía evitar incomodarse—. Hay veces en las que, así como comienza, así termina: mal
—sonrió, aventurándose consigo misma para saber si tenía la fuerza de voluntad y la confianza necesaria
como para ahuecarle la mejilla—. Me voy a adelantar a cualquier comentario mental que puedas tener:
“no, no me he acostumbrado a esas cosas a pesar de estarlas teniendo desde hace demasiado tiempo,
y sí, sí me molesta tenerlas”.

— I’m sorry —dijo con labios, pues la voz le falló.

— Sé que tienes preguntas, y opiniones, y demás… no es nada sino normal, en especial cuando no es
un tema del que hablamos con tanta frecuencia, al menos yo no hablo del tema con tanta libertad —
sonrió.

— Es que nunca he tenido algo parecido, tener preguntas supongo que es mi forma de entender.

— Lo sé, por eso no me enoja, ni me extraña —se encogió entre hombros, y volvió a tomarla de la
mano para que continuaran el camino hacia donde fuera que Sophia quería tener esa sesión de “darse
aire fresco”—. Puedes preguntarme lo que sea, eso lo sabes.

— Puedo preguntar, pero no sé si voy a obtener respuesta —rio.

— Respuesta vas a tener, pero no sé si sea la que buscas, o lo que buscas —se escudó tras lo que
siempre parecía escudarse; entre la semántica y la evasión de aquellos temas densos, todo porque creía
fielmente que eso no debía compartirlo con nadie para no ponerles una carga más—. Pero puedes
preguntar lo que sea.

— ¿De verdad? —elevó su ceja izquierda, y sólo porque la vio de reojo al estar caminando lado a lado.
— Sí, ¿por qué no?

— ¿”Lo que sea”?

— Lo que sea —asintió.

— Si te pudieras cambiar el nombre, ¿qué nombre escogerías? —sonrió.

— Me refería a preguntas referentes al tema de mis pesadillas —frunció su ceño al no estar


entendiendo.

— Ah, ¿no puedo preguntarte lo que sea sobre “lo que sea”? —resopló cínicamente.

— Mi papá quería que me llamaran “Isabella”, mi abuela Sabina quería que me llamaran “Sofronia”
—dijo, y Sophia dibujó una mueca de burla oprimida con su labios—. Lo sé, lo sé, “Sofronia” —resopló
ante la incredulidad de tal nombre—. Mi mamá, yo no sé qué se le metió en la cabeza, que quería que
me llamara “Eleanora” —se encogió entre hombros—. La Nonna, ella quería que sí o sí me llamaran
“Caterina”, como su mamá.

— Esos nombres suenan muy alejados del que tienes… ¿cómo llegaron al que tienes?

— “Sofronia” era un no-no triple porque sonaba a sufrimiento literal, “Caterina” estaba de moda y
tenían serias preocupaciones con los homónimos, “Eleanora” no estaba mal, pero a mi papá no le
gustaba porque era un nombre demasiado de adulta, e “Isabella” era un nombre demasiado de niña
según mi mamá… y llegaron a mi nombre simplemente porque, justo antes de que naciera, mi abuelo le
regaló una copia de “Emma” a mi mamá —sonrió—. Creo que sólo les gustó cómo sonaba, y, no sé,
supongo que vieron que el nombre puede ser de niña pequeña o de adulta —se encogió nuevamente
entre hombros—. Desde “Little Emma” hasta “Doña Emma” —rio—. Además, no era de esos nombres
con los que la gente cometía atropello tras atropello; podía ser pronunciado como “Émma”, en italiano,
o como “Emmá”, en francés… aunque, bueno, años después supe que mi nombre es más germánico que
otra cosa.

— ¿Y “Marie”?

— Mi mamá quería dos nombres, sí o sí, por lo mismo de los homónimos… y “Maria” era un nombre
demasiado común, así que, ¿por qué no “Marie”? —sonrió—. Se lo inventaron al paso que iban.

— ¿Y cómo te gustaría llamarte?

— Mi nombre me gusta mucho, muchísimo —suspiró con una expresión muy transparente—. Pero,
si necesitas una respuesta más adecuada a tu pregunta, mis gustos de nombres son un poco raros,
supongo.

— Ya me picaste la curiosidad.
— Me gusta el nombre “Saveria”… y “Antonella”.

— “Saveria” —repitió para sí misma con una sonrisa—. Me gusta.

— ¿En serio? —ensanchó la mirada.

— “Saveria Pavlovic” —asintió—, tiene personalidad… tiene peso… I’d hit that.

— I guess so —sonrió un tanto complacida por el hecho de compartir un gusto en algo tan peculiar—
. ¿Tú te quisieras cambiar el nombre?

— No, me gusta cómo me llamo… —sacudió su cabeza.

— ¿Segundo nombre quizás?

— Me querían poner “Demetria” —resopló—, pues, como segundo nombre.

— ¿Por qué no te lo pusieron al final?

— En la forma que tenían que llenar en el hospital, con mi nombre y todo eso, sólo había una casilla
para el nombre y una casilla para el apellido —se encogió entre hombros—; un nombre y un apellido,
para eso era para lo que tenían espacio.

— Víctima total del papeleo, Sophia Demetria —guiñó su ojo.

— ¿No te molesta el “Demetria”? —frunció su ceño, adentrándose ya al mundo de Central Park, en


donde parecía ser otra dimensión a pesar de que, a un metro de sus espaldas, circulaban numerosos
autos amarillos.

— El único nombre que me molesta es “Panagiotis” —sacudió su cabeza, y Sophia lanzó una
carcajada—. I’m glad you find me amusing, Miss Rialto.

— Es sólo que me da risa que te estorbe tanto alguien que no significaba mayor cosa, si no es porque
no significaba nada —dijo con la resaca de su risa.

— No es lo que significó, porque el tiempo es temporal aunque parezca tener carácter de ser eterno
—se aflojó el cuello—, pero me molesta lo que te dijo.

— No puedes darle tanta importancia a una mente tan cerrada —suspiró.

— Una mente cerrada no goza del derecho de abusar verbalmente de una persona que no comparta
sus ideas y sus formas de vida —refutó—. No me puedes decir que no te afectó lo que te dijo…
— ¿Qué no dudaba en que había decepcionado a mi papá? —frunció su ceño, y Emma sólo gruñó
ante el recuerdo—. Bueno, él no sabe lo que a mi papá le decepciona y lo que no —se encogió entre
hombros—. Y, sinceramente, no me afecta saber que lo decepcioné a él…

— Todavía me cuesta entender cómo es que te podías dar los besos con él —aflojó su cuello.

— Del mismo modo en el que tú te los dabas con Fred —contraatacó con una risa.

— Al menos Fred se peinaba —elevo su ceja derecha—. Y lo que tenía de rubio no lo tenía por
demasiado tiempo bajo el sol, sino porque tenía genética que influía.

— Sólo bromeaba —rio—. Tranquila.

— Sorry —susurró un tanto avergonzada por su sobrerreacción—. ¿Alguna otra pregunta random?

— Varias —asintió—. Pero no sé si estás como para que las respondas.

— ¿Tienen que ver con Pan? —«de mierda».

— Hasta donde yo sé —suspiró—: no.

— Entonces, pregunta lo que quieras —sonrió.

— Está bien… —rio—. ¿Segura?

— Ya me picaste la curiosidad —la remedó.

— ¿Cómo fue tu primera cita?

— ¿Así o más random? —ensanchó la mirada, y, ante el encogimiento entre hombros de la rubia,
lanzó la carcajada—. Son del tipo de preguntas que salen cuando recién estás conociendo a alguien, o
no sé.

— Siempre te estoy conociendo —repuso con un tono serio, pero la seriedad sólo nacía en la seriedad
del conocimiento, no de una presunta ofensa—. Y son cosas que probablemente no me muero por saber,
pero que son parte y arte del “small talk”… porque no quiero hablar de nada profundo.

— Mmm… —entrecerró la mirada y dibujó una sonrisa un tanto divertida—. ¿Qué tantos detalles
quieres?

— Con quién fue, cómo fue, qué fue… yo qué sé —sonrió, tirándola de la mano para evitar ir en
dirección al Pond, para ir más hacia el Zoológico aunque no fueran allí.
— Mi primera cita fue con Massimo Nocella —comenzó diciendo como si se tratara de la voz de Gloria
Stewart mientras narraba los comienzos de la vívida imagen sepia de “Titanic”, como si introdujera a un
nuevo personaje a la historia, quizás porque eso precisamente hacía a pesar de que sólo era una mención
común y corriente—. Fue dos o tres meses antes de que Marco regresara a Roma.

— ¿Marco tu hermano, o Marco Ferrazzano?

— Ferrazzano —dijo, como si eso no fuera obvio—. En fin, la cosa es que Nocella era un niño de mi
clase, quizás y era el más aceptable de mis compañeros.

— ¿Físicamente?

— No era la gran cosa, pero también tengo que aceptar que no era feo… para nada feo —repuso—.
Él tocaba piano conmigo en la escuela, y luego, como yo dejé de tocarlo, sólo teníamos dos o tres clases
juntos pero éramos amigos; era mi compañero de mesa en Italiano, Economics y AP Physics, y, como mi
mamá siempre insistió en ella ir a recogerme a la escuela, y no siempre llegaba a las tres y media, sino
que se tomaba su tiempo —resopló ante el recuerdo que guardaba con burla y con nostalgia—, siempre
hacíamos homework juntos… bueno, él esperaba a que mi mamá llegara y, a veces, cuando él no llevaba
su vespa, mi mamá lo acercaba a su casa, que quedaba en la Via Tiburtina, y luego ya nos íbamos a casa,
que, para ese entonces, ya vivíamos en casa de mis abuelos en Valle San Lorenzo… bueno, en Belvedere
en realidad —frunció su ceño, porque qué mala maña tenía de decir que era lo mismo, debía ser la
costumbre, pues desde pequeña se había referido a Belvedere como si fuera el núcleo del Valle San
Lorenzo, o como si toda la región se llamara “Valle San Lorenzo”.

— Eso es siempre en Castel Gandolfo, ¿no?

— Te diría que sí, porque sólo son como dos calles las que te separan del Lago Albano, pero sé que es
mala maña mía decir que sólo Castel Gandolfo existe alrededor del Lago —rio—. O sea, no es Castel
Gandolfo, queda del otro lado del Lago —sonrió.

— ¿Es bonita la casa? —preguntó, sabiendo que no importaba cuántas tangentes surgieran del tema,
pues se trataba de tener una conversación banal, una verdadera “small talk”.

— Es una villa de principios de mil novecientos, con seis dormitorios, cinco baños, es
monstruosamente espaciosa, dos salas de estar, y tiene un como apéndice que era donde mi abuelo
tenía sus libros y su música, y su piano, y su cello, y… —suspiró, elevando su mano de esa forma en la
que significaba un “sabrá Dios qué más porque yo no me acuerdo”—. Lo bonito es que la casa queda en
medio de una hectárea de sólo verde: pinos, castaños, cipreses… arbustos, y lo que se te ocurra; a mi
abuela siempre le gustó eso de vivir entre plantas que se pudieran controlar y manejar… ah, y no tiene
piscina, pero, en el sótano, hay una especie de baño turco-griego que, ahora que lo pienso, está inundado
de morbo —se carcajeó.

— ¿Por qué lo dices? —resopló ante la epifanía de Emma.


— En “Death Becomes Her”, cuando Bruce Willis está en el área de la piscina con Isabella Rossellini,
no sé, la ambientación se parece mucho; el piso es de mármol, la whirlpool tiene azulejos muy pequeños,
y, no sé, la iluminación hace que el agua se vea como fosforescente —se encogió entre hombros.

— ¿Cuántas tardes pasaste en ese baño? —preguntó con una risa de media curiosidad y media burla.

— Nunca —se sonrojó.

— ¿Nunca?

— Creo que entré dos o tres veces a esa parte de la casa —sacudió la cabeza—. Ese espacio, en
especial, me daba escalofríos.

— ¿Te daba miedo el baño griego? —rio burlonamente.

— No, no miedo —frunció su ceño—. Creo que hasta ahorita entiendo que era por la intensidad de la
dosis de morbo que tenía… que asumo que sigue teniendo.

— Pero, ¿morbo por qué?

— Mmm… —suspiró, y buscó en su base de datos una explicación que se entendiera—. Es como estar
en una casa de unaStepford Wife y que, tras la puerta número dos, esté un “Red Room of Pain”.

— Mmm —rio guturalmente—. ¿Tú, citando a “Fifty”?

— Para mayor entendimiento de la situación —asintió.

— Entonces, para ti un baño griego-turco es como un cuarto de sadomasoquismo —murmuró,


saboreando la mala comparación entre sus labios.

— Es el “what the fuck?!” de la casa —asintió—. Es que no tiene nada que ver con el resto de la casa,
simplemente no tiene sentido.

— Que no tenga sentido no significa que sea morboso.

— No, no —sacudió su cabeza—. Ni sinónimos ni antónimos, es sólo que, cuando entras… no sé, te
quedas como si recién entraras a otra dimensión.

— So, the idea doesn’t really make any sense for you… but still, it’s kinda morbid.

— “Morbid”… —tambaleó su cabeza—. More like “kinky” —se encogió entre hombros—. Pienso que
es como tener un harén detrás de una puerta.

— Ah, sólo no estás acostumbrada a eso, entonces.


— Supongo que eso es —resopló—. Pero no pienso que un harén sea morboso… o “kinky” —aclaró
antes de que Sophia se apresurara a molestarla con eso.

— Pasemos del harén —rio—. ¿Por qué es morboso, entonces?

— Te deja una sensación de baño medieval, pero en las paredes hay formas que te dejan con un sabor
de que es un poco tétrico…

— ¿Sabes que lo que me estás describiendo es un baño húngaro, verdad? —rio, viendo a Emma ser
víctima de la ignorancia—. Es como el Király, o el Rudas; un baño de aguas termales, diseñado para ser
un baño común o compartido, con arcos, bancas, fuentes y demás.

— ¡Eso! —asintió—. ¡Eso es precisamente lo que es!

— Ahhh… —elevó ambas cejas—. ¿Es más octagonal o rectangular?

— Octagonal.

— ¿La “piscina” tiene varios octágonos en el suelo? —preguntó, a lo que Emma asintió—. Veo por
dónde va el morbo, entonces…

— Al menos —rio con alivio—. Pero, bueno, volviendo al tema inicial —sonrió, viendo que se
acercaban a un árbol que daba una generosa sombra sobre una planicie cubierta por césped—, mi
primera cita fue con él, con Massimo.

— ¿Qué hicieron? —le preguntó un tanto de reojo, pues se había adelantado un poco, todo porque
el Carajito iba directo al tronco del árbol.

— Fuimos al cine, a ver “Head Over Heels” —sonrió.

— ¿Qué película es esa?

— Una comedia romántica, pero es tan, pero tan, pero tan mala, que realmente nos reímos a
carcajadas —rio, acordándose de la trama tan decadente—. Y, después del cine, fuimos a cenar.

— ¿Qué cenaron?

— ¿McDonald’s? —frunció su ceño con cierta vergüenza.

— So much for romance… —se burló con la dosis justa de respeto—. ¿Fue él tu primera vez?

— ¿Massimo? —rio, y escaló a carcajada.

— Asumo que no.


— Ni siquiera supe que era una cita hasta que él me lo dio a entender sobre una cheeseburger sin
pepinillos y sin salsa de tomate —se encogió entre hombros.

— Espera, ¿cómo es que fuiste en una cita sin saber que era una cita? —frunció su ceño.

— Él me dijo que si quería ir al cine a ver esa película, no dijo nada que implicara que era una cita —
se encogió nuevamente entre hombros, y tomó el extremo de la correa que Sophia le alcanzaba, pues
sería ella quien rodearía el árbol para amarrar al Carajito con cierta libertad de movimiento, «con cuatro
metros de libertad»—. Yo llegué en mi auto, él en su vespa, y simplemente nos reunimos frente al cine…
y, bueno, cuando me fue a dejar al auto, que ya me iba, como que quiso besarme y yo no me dejé.

— Auch —se quejó por lástima—. ¿Cómo te fue con eso en la escuela después?

— Fue lo suficientemente maduro, y no se enojó ni nada… al menos no lo manifestó con la misma


intensidad e intención de Luca.

— ¿Qué Luca?

— Perlotta.

— Cierto —asintió, no sabiendo cómo se le había podido olvidar aquella inmadurez—. ¿Todavía hablas
con Massimo?

— Es con uno de los pocos, de mis compañeros del colegio, con quienes todavía tengo contacto…
quizás no nos hablamos muy seguido, pero sí sabemos en qué anda el otro, y nos felicitamos para
nuestros cumpleaños, y para navidad, y todo eso.

— ¿No es lo suficientemente cercano como para que lo invites a la boda?

— Mis amigos de la escuela, con los que todavía hablo, ya saben que me caso.

— ¿Por qué no me enteré de eso? —ensanchó su mirada.

— ¿Porque no eres de las novias celosas y paranoicas que revisan mi teléfono? —sonrió, viendo a
Sophia sacar la típica manta para picnic, esa de patrón de puntos cian sobre fondo blanco y bordes azul
marino.

— Aparte —asintió, alcanzándole una de las esquinas a Emma para que le ayudara a extenderla.

— Bueno, Massimo, Fiorella, Bettina, Cesare y Mariano… todos saben —sonrió de nuevo—. Y, bueno,
por el momento hemos quedado en que nos vamos a reunir en diciembre porque todos vamos a estar
en Roma… creo que se me había olvidado mencionarlo.

— Ah, ¿voy a conocer a tus amiguitos? —rio.


— Sólo si quieres —asintió.

— Creo que es tiempo de que nos fusionemos —comentó con una risa nasal mientras asentía y se
desplazaba por el césped para evaluar la fineza con la cual la manta había sido extendida, «perfetto».

— I’ll be more than happy to go to Greece to meet your friends —repuso Emma, estando más que de
acuerdo.

— De la escuela sólo me quedé con los Gounaris —suspiró.

— ¿Esos no son los gemelos?

— Dimitrios y Paulos —asintió—. Pero está difícil que nos logremos reunir para que los conozcas
juntos, porque separados no tienen tanta gracia —rio, quitándose los Converse así como siempre lo
había hecho: con la punta del derecho presionaba el talón del izquierdo para sacar el respectivo pie, y
luego, con los dedos enfundados en un par de punteras psicodélicas, sacar el otro pie; Dios la librara de
caminar con zapatos sobre la manta, no sobre donde comería. Ella también tenía sus “cositas raras”, lo
que Emma llamaba “trastorno obsesivo-compulsivo”.

— Uno de ellos está en Fukuoka, ¿no? —preguntó, arrodillándose sobre la manta para luego sentarse
y poder sacar sus pies de las cuñas, las cuales simplemente se aseguraban con bandas anchas que se
cruzaban a la altura de sus dedos, pero que dejaban la abertura de peep-toe, y a la altura de su tobillo.

— En Fukutsu, en las afueras de Fukuoka —asintió—, y Paulos está en Cambodia.

— Paulos es el profesor de historia e inglés, ¿verdad?

— Te acuerdas bastante bien para que sólo te lo haya mencionado una vez —rio.

— Presto más atención de la que aparento —sonrió, posando ya ambos pies sobre la manta, pero, al
no gustarle sentarse con piernas extendidas mientras tenía la espalda recta, porque eso sí dolía, decidió
cruzarlas en padmasana para mayor comodidad, y Sophia le alcanzó sus gafas oscuras, las aviadoras
Balenciaga de nogal que tenían el vidrio apenas ahumado—. ¿Cómo fue tu primera cita?

— Creo que eso es algo que no quieres saber —rio, colocándose ella sus anteojos, porque ella
necesitaba más ver que ver opaco.

— ¿Fue con Pan? —«de mierda».

— Mjm —murmuró gutural y calladamente.

— Oh, goodness gracious! —rio con un gruñido, que era en ese tipo de expresiones en las que
realmente sacaba lo británico que había aprendido en aquella época oscura en una escuela americana.
— Te lo dije…

— Dime que al menos te llevó a un lugar mejor que McDonald’s.

— He actually cooked for me —susurró.

— ¿Él hizo qué? —ensanchó la mirada con asombro, y Sophia sólo asintió en silencio mientras
enterraba aquellos sostenedores en el césped, los cuales servían para la jarra de limonada fresca y fría,
y para los vasos—. ¿Comiste rico?

— No fue la mejor bolognese que he comido en mi vida, pero sí… no estuvo nada mal.

— ¿Alguna vez te he hecho mi bolognese? —se inclinó hacia ella para susurrárselo al oído.

— No —sacudió su cabeza.

— Good —rio—. No quiero ganarme el título de la peor que te has comido en toda tu vida.

— Eres una exagerada —rio con su mirada entrecerrada mientras servía uno de los vasos con la
limonada—. Sé que no te queda mal.

— Que sepa tus secretos no significa que me quede bien.

— ¿Mis secretos?

— Que no hay que temerle al vino, que en realidad se puede hacer peso con las especias, que es
imperativo arrojarle champiñones frescos, que la carne debe ser de ternera, que para acentuar el sabor
de la salsa base le arrojas tomates secos, que se necesita, por lo menos, un cuarto de taza de albahaca
fresca, y que la crema es puramente opcional —dijo, viendo cómo Sophia la veía con cierto asombro,
aunque era más orgullo que eso—. No creas, sí te observo.

— Demasiado —asintió con una exhalación, y dibujó una sonrisa—. Pero me gustó más nuestra
primera cita, porque primeras citas sólo he tenido dos.

— Y me cuesta creerlo —sonrió, chocando suavemente su vaso contra el de Sophia.

— A mí no me invitaban a salir tanto como te imaginas —elevó su ceja derecha, y Emma se reflejó
con automaticidad, pero su ceja se elevó más alto que la de su rubia contrincante—. Al menos no me
invitaban tanto como a ti.

— Que David me invitara a salir dos o tres veces por semana no encierra el término real de que me
invitaran a salir —rio, viendo a Sophia colocar su vaso en el sostenedor para llevar sus manos al bolso
que ella había llevado.
— Extrañamente no lo había tomado en cuenta —sacudió su cabeza.

— Bueno, igual, me cuesta creer que no te invitaran a salir —se encogió entre hombros.

— Nunca me interesó la disciplina deportiva del “dating”, aparte que, quienes me invitaban a salir,
eran todos hombres —rio, sacando los dos recipientes de cerámica blanca, los cuales tenían doble
compartimento, y le alcanzaba uno a Emma junto con un tenedor.

— ¿Empezamos por el postre? —elevó su ceja derecha.

— Goat cheese and herbes de Provence soufflé —sonrió—, y la ensalada es rúcula, pera, y toasted
pine nuts.

— Yum —rio nasalmente, y se inclinó hacia Sophia para darle un beso en su sien derecha.

— Buen provecho para ti también —murmuró, alcanzándole su sien a Emma, quien se tomaba todo
el tiempo del mundo para hacer un beso pausado.

— ¿Y la vinagreta? —susurró, y recompuso su postura de espalda recta, la cual luego se encorvaría


por mala maña, pues, cuando comía sentada, tendía a apoyar sus codos de sus rodillas para sostener el
plato, o el recipiente en este caso, en la mano izquierda y poder indagar con la mano derecha.

— Cierto —rio, burlándose de sí misma por ser tan olvidadiza, y sumergió su mano para sacar un
curioso frasquito de líquidos y sedimentos segmentados—. Shallots, Dijon, red wine vinegar, olive oil,
salt, pepper, and sugar —describió rápidamente mientras agitaba el frasquito para mezclar los
ingredientes mencionados—, y no hice mucha porque sé que no eres fanática de las vinagretas —le dijo,
vertiéndole una ligera espiral sobre la porción de ensalada.

— Gracias —sonrió, viéndola a ella y no al líquido—. You are so beautiful —susurró aireadamente,
como con un suspiro.

— ¡Em! —rio cortadamente a medida que el rojo inundaba su rostro.

— Es que no puedo creer que ninguna mujer te invitara a salir.

— ¿No hemos tenido nunca este tema de conversación? —frunció su ceño, intentando deshacerse de
su rubor mientras vertía vinagreta sobre su ensalada.

— No que yo sepa —sacudió su cabeza, todavía manteniendo su penetrante mirada en el rostro de


Sophia.

— Cuando estaba en la escuela, nunca me permití estar completamente cómoda con eso —murmuró,
sintiendo cómo Emma se apoyaba de la manta para acercarse a ella, para prácticamente rozar su rodilla
con la suya, aunque Sophia tendía a sentarse con su pierna derecha doblada y bajo la izquierda, la cual
mantenía extendida por costumbre, y ella no intentaba erguirse, porque, aunque caminara
relativamente erguida, no gozaba de la rectitud de la que Emma sufría gracias a los libros y al palo de
escoba de la Nonna—. Aunque nunca me gustó cómo se manejaban las cosas en el trabajo de mi papá,
porque a la mesa se llevaban muchos temas interesantes que no eran para el privilegio del conocimiento
público, tampoco me interesaba estorbarle en su carrera… yo no sé si él sabía en ese entonces, porque
sé que mi mamá supo prácticamente desde que nací y no se molestó en decírmelo —rio, como si
estuviera indignada con ella por eso—, pero mi papá nunca me dijo nada, tampoco lo insinuó, él
simplemente se abstenía, como en todo —se encogió entre hombros, y desvió la mirada de la de Emma
para clavar su tenedor en la ensalada—. Creo que, de habérmelo dicho él, o de haber insinuado que no
quería que se viera tal y tal cosa, probablemente no lo hubiera hecho como por acto de rebeldía, pero,
como se desentendió del asunto, siempre creí que le debía esa clase de respeto… de no ser una rebelde
sin causa más, de no darle tantos problemas, porque tampoco me nacía, yo realmente era muy tranquila;
hacía lo que tenía que hacer, y hacía lo que quería, pero tampoco arrastraba al mundo conmigo… al
punto de que yo nunca salí del clóset como tal, sino que mi mamá fue quien me sacó de ahí —rio.

— Mmm… pero, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? —asintió, no logrando entender la conexión.

— Mientras yo estaba en Atenas, yo no me dejé ser lesbiana, sino que decidí jugar a ser straight… de
ahí mi relación con Pan —dijo con tono explicativo—. No sé si cuenta como negación, porque yo sabía
que era lesbiana, y no me lo negaba, pero, no sé… —se encogió entre hombros—. Yo me fui de Atenas
sin siquiera haberme dejado tener esa libertad de poder decir “ella está cogible” —resopló, haciendo
que Emma riera, cosa que le pareció rara, pues eso era potencial material para aferrarse a los celos, así
como con Pan—. Podía decir que estaba “linda”, o que era “atractiva”, porque esas son cosas que
tampoco puedo dejar de decir sobre un hombre.

— Es relativamente impersonal —comentó en la interrupción, o quizás no interrumpió, pues Sophia


había llevado el tenedor a su boca.

— Y no es como que realmente vas a hacer algo al respecto, puedas o no —asintió con la boca llena
pero cuidando de que nada se viera en la imagen; arte que había dominado junto con Emma, pues así
era más fluida la conversación.

— Monica Bellucci está |increíblemente cogible, como tú dices —rio Emma.

— Exacto, pero eso no significa que se van a dejar —contraatacó con una sonrisa.

— Exacto —asintió con una risa nasal, pues quería reír bien, pero, al tener la boca atestada del primer
bocado de soufflé, no pudo.

— Pero, bueno… continuando con el tema al que no le ves congruencia —bromeó—, cuando a mí me
preguntaban qué quería estudiar, yo decía que quería estudiar Química para luego especializarme
en Food Chemistry, o en Clinical Chemistry —se encogió entre hombros—, y yo estaba convencida de
que yo eso iba a estudiar, no mentía ni engañaba, hasta hice el examen de admisión en la
Kapodistriakoú…
— ¿Y qué pasó?

— Paulos salió con que él se iba a estudiar a Berlín, Dimitrios salió con que él se iba a estudiar a
Bucharest, y, de repente, se me encendió el bombillo de querer irme de la casa, y no sólo eso, sino que
quería irme de Atenas, de Grecia, de Europa… no necesariamente irme lo más lejos posible, porque eso
habría sido Auckland, pero nueve mil kilómetros de distancia quizás me iban a dar esa sensación de
“libertad”… supongo que ése sería el término.

— Pero de Química a Diseño de Interiores, es un gran salto.

— Cierto, sí… no son tanto como “leyes o diseño de modas”, pero casi —asintió—. Pasó que, por ahí
por octubre del año en el que me iba a graduar, que ya Paulos y Dimitrios habían puesto el ojo en las
aplicaciones para el siguiente semestre, y que yo quería irme, una de las amigas de mi mamá se iba a
cambiar de casa, y, como mi mamá no trabajaba, ella la acompañaba a ver las casas. Un fin de semana
que yo no estaba haciendo nada productivo, y que tampoco pretendía buscarle propósito a mi vida
porque estaba tirada en mi cama recuperándome de una resaca silenciosa, obra de mis primas, mi mamá
me sacó para que la acompañara a ella y a Delphine a ver una casa en Vironas, no muy lejos de donde
nosotros vivíamos, y, junto con nosotras, iba la decoradora para que le dijera qué se podía hacer, en
bruto, con la casa; si necesitaba alteraciones, o qué. Eso se fusionó de alguna forma con mi obsesión por
los muebles, porque no había tienda de muebles a la que yo no entrara, y, si era un almacén tipo Macy’s,
en el país que estuviera, yo iba a ver los muebles; a veces, cuando no tenía nada que hacer, me iba a
IKEA sólo porque sí, sólo a ver… y, como me di cuenta de que había una forma de ganarse la vida haciendo
esas cosas, empecé a buscar carreras, certificados, diplomados, y lo que fuera, y, después de leer tanto
sobre diseño de interiores, como que me enamoré más de eso que de los muebles…

— For a change —resopló, pues, en ese momento, sabía que era al revés.

— La forma en la que te describen la carrera, el tipo de estudio, los cursos que llevas… no sé, se me
subió a la cabeza porque pensé que al fin iba a poder usar esos muebles que parecían estar
abandonados, o que nadie compraba, porque se me metió que cada mueble tenía un lugar en el mundo
—se encogió entre hombros—. Terminé con la Interior Design School en Londres, pero era sólo un
diploma de un año, y necesitaba más sustancia que sólo eso para tener una excusa de peso para cuando
les explicara a mis papás que me quería ir, también tenía a Kingston University, pero sólo lo tenía
en masters degree y no era exactamente Diseño de Interiores sino todo lo contrario; Paisajismo y
Planeación Urbana, y necesitaba un grado de Arquitectura o de Ingeniería Civil, al final apliqué
al Vancouver College, a SCAD en Atlanta, en Savannah y en Hong Kong, aUCLA y a la Universidad
Tecnológica de Sidney.

— UCLA creo que es la que está más arriba en el ranking, al menos de esas cuatro que has mencionado
—comentó, aunque fue más un vómito cerebral.

— Extrañamente, yo no me guie por el ranking, ni se me ocurrió buscarlo por eso, sino por pensum
—rio ante su lapso de torpeza de aquel momento—. Yo sólo quería estudiar eso.
— Pero que no fuera en Europa —rio.

— Exacto —asintió, y llevó nuevamente el tenedor a su boca—. Con Sidney tuve problemas para que
me reconocieran mis calificaciones y mi título, y era increíblemente cara.

— ¿Más que Savannah?

— Como quinientos dólares australianos por credit point, y eran cuarenta y ocho credit points —rio.

— Veinticuatro mil por todo el bachelor —murmuró con la mirada entrecerrada—. No es tanto… y no
puede ser más cara que Savannah.

— No, no lo es —sacudió su cabeza—. Savannah, en aquel entonces, costó como treinta mil por año,
y eso sólo por inscripción y matrícula, porque a eso tenías que sumarle como seis mil dólares por
atragantarme de la comida de la cafetería cuando se me diera la santa gana, y cosas básicas… como
vivienda, porque yo no iba a vivir en los dorms, comida, porque no siempre tenía ganas de comer lo
mismo y con el mismo sabor, y dinero para alcohol, para cigarrillos, para internet, un buen televisor, un
buen cable, y las demás locuras del mes —sonrió.

— Consentida —sonrió, y le dio un beso en la mejilla, la cual se movía por estar masticando.

— Por mis papás, siempre —asintió—. La cosa es que a Sidney no me pude ir porque no me
reconocieron calificaciones, porque, como hice dos cursos paralelos para graduarme de la escuela, decidí
aplicar con las calificaciones locales porque eran mejores que las del Baccalaureate. Vancouver me puso
en lista de espera, y UCLA y SCAD me aceptaron… y terminé decidiéndome por Savannah por el simple
hecho de que nunca había estado en Georgia —se encogió entre hombros.

— Ajá, entonces, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? —rio con cierta burla, pero le lanzó un beso
de ojos para ahondar su broma cariñosa.

— Creí que, al venir aquí, como que me iba a dar la oportunidad de encarnar el alma lésbico que llevo
dentro —rio, correspondiéndole el gesto de ojos—, pero no.

— ¿No te dejaste?

— No me da miedo lo que la gente piense sobre si soy o no soy, me da miedo incomodar a las personas
con alguna actitud que adopte, porque tenía un compañero en la universidad que era obnoxiously gay,
de esos que no se pueden soportar y que son todo manos, voz afeminada, que se maquillaba más que
yo, y que era realmente insoportable… abrumaba a cualquiera con su personalidad exagerada, con los
comentarios saltados y salidos… —sacudió su cabeza—. Fue eso de que pesaba más lo que no quería ser,
por eso no me incomodó mantener lo de nosotras relativamente en secreto.

— Sé a lo que te refieres…
— No niego que soy lesbiana, porque lo soy, eso está más que claro, pero sí pienso que hay cosas que
puedo guardarme porque no es obligación compartirlas con el mundo.

— No, no es obligación —rio—. Al menos no del tipo “hola, mucho gusto, soy lesbiana”, que ya la
etiqueta releva tu nombre.

— Exacto —sonrió—. Además, una o dos veces fui a un gay-bar o un gay-club, y… no… —sacudió su
cabeza con desaprobación, quizás y de sí misma—. No es un ambiente que me gusta, porque no me
gusta cazar ni ser cazada, no con esa insistencia… y tampoco me gusta encontrarme con straight
men que me dicen “it’s a shame you’re a lesbian”, o porque hay una cantidad impresionante de
toqueteo… creo que por eso me gustó que lo de nosotros fuera como muy suave, muy sutil, nada intenso,
hasta pareció un juego mudo, por así decirlo.

— ¿Quién cazó a quién aquí? —frunció su ceño.

— How the fuck should I know? —rio—. Sólo pasó.

— Cierto —asintió con una risa nasal.

— No sé si cuenta como parte de una negación de la que no me he dado cuenta, pero… no sé, yo te
puedo decir que soy lesbiana, y, si alguien me lo pregunta, también se lo diré, pero eso no significa que
me haya bautizado en la esencia de la bandera del arcoíris, y que por eso voy a ir al Love Parade, o como
se llame…

— Yo… —suspiró—. Puede ser que no sea parte de esas manifestaciones en las calles para pelear por
los derechos de la comunidad de la LGBT, quizás no tengo tiempo, quizás no tengo ganas porque tanta
gente me estresa, pero sí admito que me estoy aprovechando de lo que lograron aquí —sonrió—
. Otherwise, I wouldn’t be marrying you.

— Cierto, muy cierto —asintió, reconociendo que Emma tenía razón.

— Pero también sé que hay formas de pedir las cosas, y que todo tiene su tiempo natural, y sé que
de no existir la posibilidad me la habría inventado sólo para hacerlo; la habría redefinido a mi gusto…
porque, que una ley no exista, no me va a privar de hacer lo que quiero hacer y cómo quiero hacerlo.

— Sí sabes que el asesinato sigue siendo ilegal, ¿verdad? —bromeó.

— Tu soufflé debería ser ilegal —repuso ella, señalando repetidas veces su medio soufflé con su
tenedor—. Es injusto que sólo haya uno; podría comer una docena.

— Me gusta que te guste —se sonrojó.

— Y la ensalada está muy bien también —sacudió su cabeza para reflejar lo increíble que era su sabor.
— Me gusta que te guste —repitió calladamente, pero sólo por esa tímida vergüenza que no podía
explicar por qué tenía ante un halago, o un cumplido, o un elogio.

— ¿Algo más que quieras preguntarme? —preguntó Emma ante el severo rubor de las mejillas de
Sophia, el cual tuvo que apreciar sin sus gafas oscuras.

— ¿Por qué no te viniste a estudiar aquí?

— Mmm… —suspiró, que Sophia no supo el porqué del suspiro, pues dudaba entre una elección de
palabras para la explicación y una explicación que tuviera que ver con su ya-difunto-suegro, pero ambas
cosas tenían que ver.

— ¿Fue por rebeldía? —rio nasalmente para apaciguar el estrés en el que Emma había entrado, pero
ella, aparte de lo que ya mencioné, sólo musitó por tener la boca demasiado llena.

— ¿Rebeldía? —frunció su ceño, tragando de golpe.

— Sí, recuerdo que dijiste que tu papá quería que vinieras aquí a estudiar… —murmuró, casi
castigándose al paso de la expulsión de sus palabras, porque, ¿por qué ése día demasiadas cosas tenían
que ver con él?

— Mmm… —suspiró con su mirada entrecerrada, como si buscara una respuesta hasta para sí
misma—. No —dijo a secas, y le clavó el tenedor a un trozo de pera con rúcula para recoger una semilla
de piñón tostada y, así, construir el bocado perfecto, y Sophia esperó a que elaborara en su respuesta—
. Mis papás decidieron inscribirnos en escuelas privadas como por decisión unánime, y no porque
querían separarnos de “la escoria italiana”, así como dice el tío Salvatore, que así se refiere él al
proletariado… a lo que yo llamo “clase media” o “clase trabajadora” —rio—. Mi mamá dice que en muy
pocas cosas estaban ellos de acuerdo de esa forma, y nuestra educación era en lo que ellos estaban en
la misma página, que sabían qué era lo que querían para nosotros, etc., y es algo que le creo, porque mi
papá sí estaba muy satisfecho con la educación que nos dieron a los tres, eso era algo que decía con
orgullo, que decía que había sido una de las mejores inversiones y que ni la bolsa se lo podía ni superar
—se encogió entre hombros—. La cosa es que ellos se decidieron por el Britannia porque el currículum
académico era envidiable, era impecable; tenía de todo como para que nosotros nos desarrolláramos en
todo ámbito pero con cierta disciplina, y luego nos pasarían al St. George’s, porque el Britannia sólo
llegaba hasta primaria, si no me equivoco, el problema fue que yo no pude entrar al Britannia, y, como
el St. George’s era un “sí o sí”, y empezaba en primaria, tuvieron que buscar una alternativa, y la AOS
era lo más cercano y tenían programas “especiales”, porque acuérdate que yo no hablaba —rio—.
Bueno, el tema no es ese, sino que, como vieron que yo encajaba bien en la AOS, nunca me sacaron
porque temían hasta que me aburriera de estar en la escuela, y, bueno, ellos siempre, partiendo de
nuestra educación, intentaron impulsarnos a que, lo aprendido, fuera en cultura, idiomas, conocimiento
académico, o lo que fuera, fuera puesto en práctica.

— ¿Cómo?
— Que abrazáramos eso y que lo exploráramos un poco más, o sea, que fuéramos al país del que
habíamos aprendido —dijo por explicación—. Cuando mis papás se divorciaron, llegaron al acuerdo de
que mi mamá se iba a encargar de la escuela de los tres, y mi papá de la universidad de los tres, por eso
fue que a mi papá, en su locura o visión, se le ocurrió hacer un collegefund para mí “por cualquier cosa”,
pero no sé cómo funcionan esas cosas, y tampoco sé cómo funcionaban en aquel entonces, pero, cuando
yo le dije a mi papá que yo no me quería venir a estudiar aquí, él perdió todo ese dinero —suspiró con
su ceño fruncido, y Sophia ensanchó la mirada en asombro—. Realmente no sé cómo funciona eso, pero
él como que había designado los fondos para Harvard, porque a mis hermanos los quería mandar a
Cambridge, o quizás sólo fue para el estado de Massachusetts, no estoy segura.

— Pero ellos no estudiaron en Cambridge.

— No, pero el dinero de mis hermanos estaba en una cuenta aparte, ya en libras esterlinas —se
encogió entre hombros ante la ignorancia sobre el asunto—. Bueno, pero por eso fue que se enojó
conmigo —rio, no pudiendo evitar sacudirse ante el escalofrío que aquella película mental le provocaba,
esa que le ardía en la geométrica cicatriz de su espalda—. No fue por rebeldía, ni por ir en contra de lo
que quería mi papá, porque, en realidad, yo sí averigüé de Arquitectura en Parsons, en Notre Dame, en
Rice, en Cornell, y en Penn State, hasta apliqué y todo, y me aceptaron, pero, como yo no quería dejar a
mi mamá, apliqué a la Sapienza y a la de Florencia, y, de paso, sólo por saber hasta dónde llegaba mi
alcance, apliqué a Cambridge y a Harvard sólo porque sí —se encogió entre hombros, y su Ego rio de
brazos cruzados, lleno de arrogancia, mientras se pavoneaba con la ceja derecha en alto—. Realmente,
yo sí sufro de mamitis aguda —confesó, pero eso ya lo sabía Sophia—. Y más que mamitis, es ese
característico olor y sabor de estar en casa, que iba a estudiar en una buena universidad aunque no fuera
la mejor, y que… bueno… —suspiró con cierta vergüenza—. Marco —dijo calladamente—. No puedo
negar que él no tuvo al menos un cinco por ciento de peso, que casi no es nada, pero peso tuvo; las cosas
iban bien, llevábamos ya un par de meses de ser novios, él estaba terminando en la Sapienza, y, no sé…
el error más común y corriente —rio.

— Creo que es un error si te quedas por alguien en un cien por ciento —le dijo con tono
reconfortante—, y creo también que sólo es un error si, al final del día, te arrepientes de haber tomado
esa decisión.

— No me arrepiento —sacudió su cabeza—, ni en ese momento me arrepentí.

— Entonces no fue un error —sonrió, y llevó el último bocado de soufflé a su boca.

— Supongo que no —dijo calladamente, imitando a Sophia con el último bocado del suyo—. Marco y
mi hermano ingresaron juntos al St. George’s —suspiró, adelantándose a las preguntas que sabía que
Sophia tenía—. Como mi hermano se fue a vivir con mi papá después del divorcio, dejé de verlo… y,
bueno, mi hermano y yo tuvimos una época, cuando yo tenía dieciséis-diecisiete, que nos empezamos a
llevar sorprendentemente bien, al punto de que íbamos al cine, o a comer sólo porque sí… no sé, como
que estábamos en una época en la que era simplemente “bien” —sonrió con cierta nostalgia, porque
realmente se habían encariñado el uno con el otro—. Éramos más como amigos que como hermanos.
— No sabía —susurró, tomando el recipiente de porcelana de las manos de Emma para guardarlo
junto con el suyo.

— Mi hermano me invitó a una de las fiestas que hacían sus compañeros de economía, y allí estaba
Ferrazano… pasamos la noche hablando —se encogió entre hombros, y vio a Sophia sacar dos baguettes
de mediano tamaño y que tenían la perfecta cantidad de harina espolvoreada.

— ¿Puedo saber de qué hablaron? —preguntó con la cantidad justa de interés, porque sí le interesaba
saber a pesar de que no parecía importarle mucho.

— Banalidades —respondió insípidamente, y Sophia elevó ambas cejas, pero no porque quería una
elaboración al respecto, sino porque no encontraba la mantequilla—. Empezamos con lo más banal e
incómodo de todo; el clima —rio—, y luego escalamos a películas, programas de televisión, música,
libros… luego nos quedamos hablando sobre la calcio como por una hora, discutiendo los fichajes de
principio de temporada, los posibles fichajes para la siguiente temporada, nos mudamos a la Premier
League, y luego a la Bundesliga, y luego a la Liga Española… y ya luego entramos a lo más personal,
supongo, a qué estábamos haciendo —se encogió entre hombros—. Yo creo que, de haber crecido con
él, o sea, de haberlo conocido de todo el tiempo, nunca habría aceptado a salir con él, supongo que,
como no era ese el caso, lo interesante no se le cayó… ni siquiera porque usaba un reloj Casio de esos
que son un big no-no —rio.

— No sé por qué siempre creí que te había parecido “cute” y no “interesante” —comentó sin la más
mínima cantidad de celos, porque realmente no le importaba a ese nivel.

— Mmm… —tambaleó su cabeza, viendo a Sophia esparcir mantequilla sobre ambos interiores de las
tapas de los—. ¿Nunca te lo he mostrado? —frunció su ceño.

— No —murmuró, y Emma, por no haber llevado bolso, y era por eso que no llevaba ni identificación
de ningún tipo, ni un paupérrimo billete de veinte dólares de socorro, ni su teléfono, sumergió su pulgar
y su índice en el bolsillo de Sophia para pescar el suyo—. ¿Me lo vas a mostrar?

— ¿Quieres verlo? —preguntó, pues no se había dado cuenta de que había dado por sentado que sí
quería.

— Sure —sonrió, y, por estar cerca de su mejilla, le plantó un beso corto y rápido, que fue por eso que
Emma sonrió—. So…

— No sé en qué momento la cosa se puso seria, porque empezamos a tratarnos como “Ferrazzano” y
como “Piccolina”, porque así me decía en lugar de decirme “hermanita de Marco”, pero, de repente,
realmente no sé cómo, las cosas se calentaron y no en el sentido de sexo sino de intensidad —dijo,
estando casi completamente consumida en el teléfono de Sophia—. La “amistad” que tenía con mi
hermano se cayó en cuanto las cosas se enseriaron con Ferrazzano, no sé por qué y tampoco me interesa
saber, pero con él no cambió y conmigo sí… aunque, bueno, si había podido cambiar para ser amigable,
supongo que también podía sufrir una regresión —rio—. No establecimos nunca el comienzo del
noviazgo, él simplemente se empezó a referir a mí como “mi novia” y yo a él como “mi novio”, aunque
yo siempre lo llamé “Ferrazzano” porque llamarlo “Marco” tenía sabor a incesto —dijo, trayendo a
Sophia a una carcajada.

— Ay, no —dijo con la resaca de su risa, y colocó la entraña, ya con el queso provolone derretido,
sobre la cama de lechuga—. ¿Qué solías hacer con él?

— Mmm… —suspiró—. Su familia tenía, o tiene todavía, una casa en Isola del Giglio, y nos íbamos por
el fin de semana, solos o con sus amigos —se encogió entre hombros—. O salíamos a caminar por la
ciudad, o íbamos a un pueblo cualquiera a conocer… o nos íbamos a Civitavecchia, a la casa de sus papás.

— Dos preguntas —murmuró, esparciendo ahora la cantidad justa de champiñones salteados y


cebollas caramelizadas sobre el abundante queso.

— Adelante.

— ¿Tu mamá te dejaba ir por el fin de semana con él?

— Sí —rio nasalmente—. “The talk” me la dieron hasta el cansancio, y, en realidad, mi mamá fue
quien me llevó exclusivamente al ginecólogo para que me diera anticonceptivos…

— That must have been really awkward —se burló.

— O sea, no entró conmigo al consultorio, pero sí me llevó… de igual forma ninguna de las dos
sabíamos que tenía los óvulos blindados.

— Ah, ¿tu mamá entonces sí sabe?

— Claro que sabe —asintió—. Se lo dije al salir del ginecólogo la vez en la que creí que había tenido
un “ups”… “ups” que del que nunca le dije.

— ¿Y qué te dijo?

— “No sé qué decirte” —rio—. Aquí está —rio de nuevo, y le mostró el teléfono a Sophia.

— ¿Ése es Marco? —frunció su ceño, y, con incredulidad, o con asombro, o con una mezcla de ambas
cosas, elevó su mirada para ver a una Emma que asentía.

Era un hombre que tenía ciertos aires de adolescente, y eso se abstraía de una fotografía realmente
reciente. Ahora, con treinta-y-casi-tres-años, no había sabido aprovechar sus ciento ochenta y tres
centímetros de altura porque había decidido engrosar su constitución física, lo que no significaba que
era gordo, porque gordo no era; era simplemente grueso de una extraña forma, y quizás ni era grueso
como tal, sino que era la rara forma en la que estaba parado, o quizás sólo era el contraste que había
entre él y la raquítica mujercita a quien abrazaba como si fueran amigos y no novios, porque se notaba
que era la novia, y eso de “amigos” quizás se debía a la fuerza que ejercía con su brazo sobre sus
hombros.

Definitivamente era la forma en la que estaba parado lo que lo hacía ver extremadamente raro.
No, definitivamente él era raro.

Era de cabello negro un tanto largo, y la textura no era ni lisa ni ondulada, era rara, porque se notaba
que utilizaba mucho gel para tirárselo hacia atrás pero que, para esa fotografía, el gel ya se había anulado
y que era por eso que una onda, rizada de la punta, caía sobre su lado izquierdo, contrariando al camino
al lado derecho que se había dibujado. Sus cejas parecían dos rectángulos poblados de vellos parejos y
que lograban separarse con considerable distancia, pero quizás era por eso que sus ojos sí eran de
impresionante calidad al ser perfectamente pardos. La nariz era… sólo era, no tenía nada de especial,
pues no era respingada, no era aguileña, no era ni corta ni larga, simplemente era. Se notaba que no
sacaba mucha barba, bueno, es que sólo sacaba barba del mentón y del bigote, la sonrisa era
cegadoramente blanca, de esas blanqueadas con cloro para dejar de ser naturales, y era tan blanca que
no se podía distinguir entre un diente y otro; era lista, era recta, era como un bloque. Y tenía mentón de
Superman: ancho, cuadrado, y partido por la mitad. Su cara era tan rara, y quizás interesante, que
opacaba la de la mujercita a su lado, ella pasaba desapercibida.

La vestimenta era otro tema, un tema confuso en realidad, más que el de su complexión física.

Llevaba un traje azul, que quizás era azul marino pero que, por la iluminación sintética de la fotografía,
o sea el retoque para Instagram, se veía de un vibrante azul que no tenía intenciones de ser azul marino,
pero no era de ese azul esclarecido y brillante que recientemente se había puesto de moda, no, era raro.
A Sophia le acordó a un estilo Zara o H&M. Camisa blanca de cuello ancho y separada a lo
italiano, «obviamente», y llevaba una corbata del ancho adecuado con el nudo adecuado, algo que
Emma le había enseñado, en un color que se acercaba al granate pero que cometía el error de dejar que
medianos puntos blancos la invadieran. Al llevar el saco abierto, mostraba lo curioso de su cinturón, pues
no era de elegante cuero, sino era más juguetón o náutico, era de ese material del-que-ahorita-no-me-
acuerdo-el-nombre, y que tenía el enganche de la hebilla de cuero sintético marrón pálido, así como la
lengua, y que era a dos tonos en tres franjas: azul marino, crema, azul marino de nuevo.

El pantalón estaba tallado a sus piernas, que se notaban ser gruesas pero no por gordura, sino por la
forma en la que caminaba y por el tenis que seguía practicando. Sí, era de cap hacia atrás.

Y sus zapatos. ¡Sus zapatos! Ay, no. Ambas sacudieron la cabeza, porque ambas lo estaban analizando
con detenimiento. Eran unos mocasines de gamuza marrón, oscuros, muy oscuros, y se notaban que
eran Gucci por la forma de la hebilla que los adornaba, porque no servía para nada. Y sin calcetines de
ningún tipo. Ni siquiera un intento.

— ¿Ése es Marco? —repitió Sophia con su ceño fruncido.

— Ése es Ferrazzano —asintió Emma.


— Tiene cara de ser un maldito —rio.

— ¿Qué? —se carcajeó Emma.

— Sí, tú sabes… es el tipo de cara que tiene Mourinho, y que tiene Gordon Ramsay… —se encogió
entre hombros—. Cara de desgraciado, de que va a throw you under the bus si tiene que hacerlo.

— No sé, estoy demasiado acostumbrada a su cara —rio, e hizo el teléfono a un lado.

— No sé por qué siempre creí que era rubio —comentó, volviéndose al plato fuerte, que ahora
esparcía guacamole sobre el interior de la tapa superior para luego cerrar el panino y alcanzársela a
Emma junto con una generosa porción de papas al gratín de dos quesos: cheddar y mozzarella «para
complementar al provolone».

— Si fuera rubio, realmente fuera horrible —repuso Emma—. Bueno, no es que sea un deleite visual,
pero hay peores.

— Busca refugio en lo que más te convenga —bromeó la rubia por nacimiento pero no por actitud.

— ¿Cuál era la otra pregunta? —rio nasalmente, recibiendo ya su plato fuerte, que no era plato en sí,
sino un recipiente de porcelana, «un tupperware de porcelana», a lo que Sophia contestaba “entonces
no es un tupperware”.

— Es más un comentario, supongo —sonrió, encargándose ahora del guacamole de su panino.

— Adelante.

— Pasabas mucho tiempo con sus papás…

— Creo que gracias a eso es que a tu mamá no le tuve miedo —asintió, volviéndose sobre su hombro
izquierdo para asegurarse de que el Carajito seguía vivo y que seguía ahí, y, claro, ahí estaba—. Estaba
nerviosa, pero no le tenía miedo.

— ¿Y tu mamá con Ferrazzano?

— Funny that you ask —murmuró, pues, de alguna forma, se remitía a la parte buena del sueño que
había tenido por la madrugada—. Eres a la primera persona a la que yo involucro con mi mamá.

— ¿Y Fred?

— Él porque una vez tomó mi teléfono y decidió presentarse con ella —sacudió su cabeza—. Siempre
consideré que eso de presentarle a mi pareja a mi mamá ya era algo sumamente serio… pues, que era
más como para que aprobara y comprobara la seriedad de la relación, ya casi cuando las cosas iban en
la línea de “tie the knot” —sonrió—. Además, mi mamá nunca me pidió conocer a Marco, ni porque no
lo conocía como otra cosa que no fuera el amigo de mi hermano.

— Y conmigo… —se volvió hacia ella, y notó que no había empezado a comer por estar esperándola—
. ¿Me involucraste con tu mamá porque era serio o porque tuviste que hacerlo?

— Eso de “tener que”, aunque fue una imposición —dijo con su ceja derecha hacia el cielo, pero luego
sonrió—, me tenía cagada del miedo y no porque buscaba una aprobación como tal de parte de mi
mamá, sino porque temí de esas actitudes maternales que tienden a avergonzarte como por naturaleza;
que contara historias vergonzosas, o que hiciera cosas vergonzosas… como que bailara en el
supermercado.

— ¿Qué? —rio con su ceño fruncido.

— Eso lo hizo una vez… —sacudió su cabeza—. Ver-gon-zo-so —dijo, y Sophia que rio ante la imagen
mental de su imaginación—. Me tenía cagada del miedo, y me tenía muy nerviosa, porque… bueno, era
como estrellarla contra la pared de la Sophiesexualidad —se encogió entre hombros, y tomó el panino
entre sus manos para darle el primer mordisco, todo porque Sophia lo había hecho primero. Ah, el arte
de comer juntas—. No era que tenía vergüenza de estar contigo —vomitó ante el silencio que Sophia
creaba, pero sólo era porque tenía un gigantesco mordisco de celestial panino—, sólo pensé que era
como caerle con patada al hígado por estar atacándola doble; presentándole a mi pareja, y que d e
hombre no tenía nada.

— Falacias… I’m what a juicy pussy is all about —asintió con la boca llena, y Emma se atragantó con
el mordisco que apenas podía masticar.

— ¡Sophia! —exclamó entre una tos.

— ¡Emma! —la remedó con una mirada juguetona y una risa de labios comprimidos.

— Creí que era yo la que decía ese tipo de cosas como si nada y de la nada —rio, recibiendo la sien de
Sophia sobre su hombro.

— Acción y reacción no patentada; no gozas de derechos exclusivos… y yo también puedo —sacó su


lengua.

— Veo que sí puedes —sonrió, y le dio un beso en la frente—. ¿Alguna otra pregunta sobre
Ferrazzano?

— ¿Algo más que quieras agregar? —sacudió su cabeza, tanto para la pregunta de Emma como para
su conciencia, la cual le gritaba un “sí” muy claro, pero no era un tema en el que quería entrar con tanta
profundidad porque no valía la pena.
— Full disclosure if you want —se encogió entre hombros, y dio otro mordisco a su panino—. A nivel
emocional, fraternal, de historias, a nivel sexual, a nivel gastronómico… lo que quieras.

— Mmm… —tarareó.

— Fueron dos años y medio buenos —sonrió con sinceridad—, conmigo él fue muy correcto, muy
caballeroso, muy respetuoso —dijo, y vio a Sophia elevar ambas cejas—. Durante la relación sí lo fue —
añadió, pues sabía a qué se debían esas cejas en lo alto—. Realmente no creo que sea mala persona,
pero sí sé que, en su desesperación, no hizo las cosas bien.

— ¿No peleaban? —preguntó, sabiendo que era una pregunta un tanto desligada del tema.

— Claro que peleábamos —rio—, en especial cuando se trataba de quién era mejor; si la Roma o la
Lazio.

— ¿Por eso peleaban? —entrecerró su mirada.

— Y porque yo nunca quería ir con él a misa, ni con él ni sin él, y sobre lo que hacíamos en nuestro
tiempo libre.

— ¿Qué? —frunció su ceño.

— No había domingo que no fuera a misa de siete, y, cuando estábamos juntos, yo me quedaba
durmiendo, o pretendía dormir, todo para no ir… y me acusaba de atea, y blah, blah, blah —se encogió
entre hombros—. Y, con lo del tiempo libre, que, a veces, yo quería estar con mis amigos de la
universidad y él quería salir a hacer cualquier cosa, o al revés… aunque creo que el tema principal de las
peleas era que él nunca salía conmigo y con mis amigos porque decía que era un “kínder”, pero yo sí
tenía que salir con él y sus amigos.

— La diferencia de edades… —suspiró.

— Tres años no es tanta diferencia —rio—. Aunque creo que, a esa edad, sí lo es… ah, y peleábamos
por temas de política también.

— ¿Por qué nosotros no hablamos de eso? —preguntó un tanto extrañada, pues era cierto, no
hablaban sobre eso.

— Dos puntos —elevó Emma sus dos dedos erguidos—: primero, tú no eres una fanática de un partido
político —comenzó diciendo, y Sophia sacudió la cabeza—, segundo, a mí me cuesta simpatizar con
alguien en un sistema bipartidista, como en el que vivimos en este país, y ni siquiera tengo derecho y/o
deber de votar —sonrió.

— Muy cierto —asintió.


— Además, no hablamos de política porque tenemos mejores cosas de qué hablar.

— Muy cierto, también —rio, y, rápidamente, dio otro mordisco a su panino.

— ¿Qué quieres decir? —susurró, pero Sophia sólo sacudió su cabeza—. Por favor, dilo.

— If he was so nice and gentle with you, why did you guys break up?

— Porque, de un momento a otro, no sé qué se le metió en la cabeza de que empezó a compararme


con otras personas… y empezó a querer que yo hiciera las cosas de otra forma; como lo hacía su hermana
porque ella era perfecta, o que pensara como pensaba mi hermano, o que creyera en lo que él creía…
me quería moldear a su gusto, y, de paso, empezó con los celos.

— Ah, pero como tú no eres celosa —bromeó.

— Yo no le tengo celos a una banca —entrecerró su mirada.

— ¿Te cogiste a una banca? —rio.

— O sea… —refunfuñó, por lo que Sophia rio con una estrepitosa carcajada, qué fácil era molestarla—
. Le tenía celos a Luca, le tenía celos a Silvio, le tenía celos a Alberta, a Anjelica, a Alfonso, y a Fabrizio.

— ¿Y esos quiénes son?

— Mis amigos de la universidad —elevó su ceja derecha.

— Primera vez que los mencionas —susurró.

— ¿En serio?

— En serio —asintió—. ¿Todavía tienes contacto con ellos?

— Con Anjelica y con Alfonso —asintió—. Silvio se consiguió una esposa celosa, Alberta dijo que no
quería tener nada que ver con personas tan ordinarias y de tan mal gusto como nosotros, y a Fabrizio se
lo tragó la tierra el día después de que, en pleno Laboratorio di Costruzioni, gritó que él ya no quería
estudiar Arquitectura porque detestaba esas siete horas de laboratorio.

— ¡¿Siete horas?! —exclamó escandalizada.

— De ocho y media de la mañana a dos de la tarde, con media hora para almorzar —asintió—. Un
lunes.

— ¡Y lunes! —rio—. Con justa razón ya no quiso.


— Ya no quiso porque no se iba a graduar —murmuró—. No había aprobado “Istituzioni
Matematiche” ni “Progettazione Urbanistica II”.

— De igual forma, no me digas que siete horas de laboratorio no eran pesadas.

— Era último año, sólo tenía cuatro materias —sacudió su cabeza.

— ¿Último año para ti o para el resto de los mortales?

— Cuando yo empecé a tener problemas con Marco, mi solución fue meterme de clavado en la
universidad, así que decidí abusar de la amistad que tenía mi papá con el rector y con el decano; tomé
materias del año siguiente, y por eso fue que me pude graduar antes, y, cuando terminé con Marco, fue
que me fui un semestre a Bratislava.

— Interesante —dijo, aunque eso ya lo sabía.

— Luca era de mi año, pero, como rápidamente se enojó conmigo cuando regresé de Bratislava, me
quedé siendo amiga del resto, que eran del año de más arriba.

— ¿Por qué nunca me los habías mencionado?

— Porque no tuvieron tanto peso, éramos amigos de oportunidad, no porque realmente fuéramos
amigos… y, bueno, con Anjelica sí mantuve contacto porque entró a trabajar con Alessio, y con Alfonso
porque con él hice mi proyecto final y sí nos hicimos somewhat friends for real… amigos “amigos” no
somos, pero sí nos hablamos una vez entre tantas.

— Dime una cosa, si tú eras la niñera del hermanito de Luca, ¿cómo hiciste cuando él se enojó contigo?
—explotó alrededor de la incógnita más grande.

— Él no llegaba a la casa hasta que yo me había ido, o entraba por la puerta de la cocina —respondió
con ligereza.

— ¿Y por qué eras niñera in the first place?

— A ti no te voy a dar la respuesta que le pude haber dado a cualquier otra persona —le dijo, y llevó
un tenedorazo de las papas gratinadas a su boca—. No necesitaba el dinero porque mi mamá no era
tacaña, siempre mantuvo mi cuenta de crédito a cero y mi cuenta de débito en generosos números
negros… simplemente sabía que Alessio tenía un buen estudio de Arquitectos e Ingenieros, que él era
un buen Arquitecto, y mi meta era simplemente escabullirme de alguna forma para terminar trabajando
con él.

— De niñera a asociada —rio—. Ambiciosa.


— Prácticamente imposible, y estúpido a decir verdad… el problema fue que Luca me profetizó con
él de tal forma que él supo, al principio, que no era ni tan mala ni tan bruta, y, cuando Luca se enojó
conmigo, él ya me había tomado la confianza suficiente como para lanzar ese “y tú, ¿qué piensas sobre
esto?”, y me mostraba un plano, o me enseñaba cosas adicionales porque me veía “potencial” —se
encogió entre hombros.

— So… ¿por qué no te quedaste trabajando con él?

— Él me ofreció trabajo desde el momento en el que empezamos con mi proyecto final, que fue de
cómo optimizar el acceso y la fluidez de un centro deportivo, porque eso era lo que estaba construyendo
en ese momento… pero, hablándolo más despacio, quedamos en que yo necesitaba algo más que sólo
un título de Arquitectura, que necesitaba un plus.

— ¿Él tiene un plus?

— Es Ingeniero Civil, Arquitecto, y tiene un Máster en Planificación Urbana —asintió.

— No sabía.

— No lo presume —rio—. La cosa es que él me dijo que a él no le importaba si era Paisajismo, si era
Geografía, si era Derecho Urbanístico, pero que fuera algo que a mí me gustara y que fuera algo que
pudiera utilizar de alguna forma para ampliar mi potencial; fuera estético, funcional, o se tratara de
accesibilidad o de construir la Volkshalle de Hitler…

— ¿La qué? —exhaló.

— La “Volkshalle” era un monstruo de construcción, con un domo igualmente monstruoso, que Hitler
quería construir en Berlín; era entre monumento y cagada masiva de concreto—se encogió entre
hombros—. Sólo se ha construido en la imaginación de Robert Harris, que escribió una novela sobre el
final alternativo de la Segunda Guerra Mundial, que Alemania había ganado, y seguramente fue
construida por cualquier otro loco con imaginación.

— Interesante dato, mi amor —sonrió.

— La cosa es que yo le comenté mis ganas de estudiar Diseño de Interiores, y me dijo: “búscate la
mejor universidad para eso, o la universidad que más te guste, y luego veremos si en realidad quieres
trabajar conmigo” —rio.

— Y, cuando terminaste Diseño, ¿qué pasó?

— Entré a trabajar con él, que fue por eso que construimos la casa en la que mi mamá vive ahora,
pero, con lo de Ferrazzano… en realidad él no sabía qué pasaba, pero sabía que algo no estaba del todo
bien, y fue él quien me dijo de que su amigo, o sea Volterra, tenía un estudio aquí, y blah, blah, blah, el
resto es historia —sonrió—. Cuando hablo con él, siempre me dice “te envié un par de meses a donde
Alec, para que respiraras un aire diferente, y nunca regresaste”, y se ríe.

— ¿Te gustaría ir a trabajar con él en algún momento?

— No podría acostumbrarme al tipo de clientes con los que él trabaja —sacudió su cabeza—. A mí no
me interesa que un cliente me diga que tiene “x” cantidad de dinero para construir una casa… a mí me
gusta el cliente que quiere que lo traten como rey porque está abriéndole la cartera de par en par al
estudio, y que, cuando yo digo que algo debe ser así, o asá, él sólo me dice que sí y no pregunta ni
siquiera “¿cuánto me va a costar eso?” —rio—. Aquí, el noventa por ciento de clientes que entran por
las puertas del estudio, saben que pueden costearse cualquier invento, sea suyo o sea mío…

— Que lo que predomina es “no me importa cuánto me va a costar, sólo quiero que lo haga” —asintió
con una risa.

— Me interesa el cliente que me pide una cotización y que, cuando se la entrego, me dice “me la
imaginé con tres ceros más” —añadió Emma—. Por lo tanto, no, yo no me iría a trabajar con Alessio… si
yo me regreso a Roma es porque me aburrí de ser Arquitecta, y porque ya ambienté toda la Tri State
Area —rio—. Si yo me regreso a Roma es porque decidí jubilarme y retirarme —dijo, viendo a Sophia
dibujarle una sonrisa demasiado ancha—. Además, yo aquí tengo un estudio al que manejo como a
Volterra se le da la gana, pero tengo algo que es mío… y tú sabes cómo me siento al respecto de lo que
es mío.

— Es tuyo —asintió Sophia—. Es tuyo.

— Exacto —sonrió complacida—. Es mío… pero, ¿qué hay de ti?

— ¿Qué conmigo? —balbuceó con la boca llena.

— ¿Te gustaría regresar a Roma, o a la ciudad que sea?

— Por ahora estoy bien aquí —sonrió—. Y sé que voy a estar bien por mucho tiempo aunque no sé
cuánto tiempo es “mucho tiempo”, y quizás nunca llegue el momento en el que me entre la urgencia y
la desesperación por irme, ya sea a Roma, o a la ciudad que sea… pero, por ahora, ni me entusiasma ni
me molesta la idea —se encogió entre hombros, y Emma dejó caer su quijada—. ¿Qué?

— Fue una respuesta muy bonita —sacudió su cabeza para sacudirse el asombro.

— No sé si es conformismo o que me rendí…

— ¿Cómo que te rendiste?

— Que ya no peleo por las cosas, o quizás no “pelear”, pero ya no insisto, ya no las busco…
— ¿Y por qué tienes que pelear por ellas? Digo, ¿qué es lo que quieres?

— No sé —rio—. Tengo un trabajo que me gusta y hago lo que me gusta, vivo en una ciudad que me
gusta y en un apartamento que me gusta, tengo dinero en la cartera, tengo salud, tengo comida, tengo
pocos amigos pero los que tengo son excelentes amigos, no duermo sola y tampoco me siento sola, y te
tengo a ti…

— ¿Tienes todo lo que quieres?

— No puedo pensar en una tan sola cosa sobre la que diga “eso no lo tengo” —asintió.

— Esa sensación de que lo tienes todo, al menos todo lo que quieres y lo que necesitas, es una
sensación a la que cuesta acostumbrarse porque no toda la gente logra llegar a ese punto, no todos
logran tener todo lo que quieren y necesitan; no es lo que suele suceder —sonrió—. Reconocer, aceptar,
y procesar que eres y estás feliz… es difícil.

— ¿No debería ser lo más fácil?

— Cuando vas tan rápido; que todo es correr, correr, y correr… pasas por alto que lo tienes todo,
pasas por alto que no sólo estás feliz sino que eres feliz también —se encogió entre hombros.

— Enlighten me, please.

— Te lo digo porque eso me pasó a mí —rio nasalmente—. Quizás no iba corriendo, porque ya había
llegado a donde me sentía cómoda, pero sí estaba como ensimismada… o quizás “ensimismada” no es
el término correcto, sino como que estaba tan concentrada en el trabajo, en ese miedo de perder lo que
había ganado, que lo demás me importaba muy poco o no me importaba nada… yo no tuve una wake
up call de la vida, no fue que me dio un infarto al corazón por estrés en el trabajo, simplemente llegué a
un punto en el que los planetas se alinearon y no sólo me apagaron la banda sin fin para que dejara de
correr, sino que me detuvieron a que viera alrededor mío y no necesariamente a las personas que me
rodeaban sino a qué rodeaba yo y qué me rodeaba a mí.

— No estoy segura si te estoy entendiendo —murmuró calladamente.

— Yo llegué a donde estoy simple y sencillamente porque, no sé por qué, Alec me complació cuanto
capricho tuve; me mimó, me llevó y me trajo, me mantuvo contenta y no sé por qué —se encogió entre
hombros—. Él conmigo nunca conoció el “no”, nunca me contradijo, nunca hizo algo que sabía que me
iba a incomodar o a molestar… no hasta que me dijo que te iba a meter en mi oficina —rio—. Pánico, vil
pánico, porque, si siempre me consintió todo, y me mimó, y sabía que había cosas que me incomodaban,
¿por qué estaba yendo en contra de eso? Me detuve a ver qué era lo que había hecho mal, porque,
según yo, eso era un castigo para mí… pero desvarié, y desvarié, y desvarié, y llegué al punto en el que
me di cuenta de que sí, trabajo tenía, y estaba donde quería estar, pero que una serenidad como la tuya
no la tenía, y tampoco gozaba del lujo de la despreocupación porque mis prioridades estaban
relativamente mal… bofetada de la vida; eso fue —rio, como si no pudiera negarlo, y le dio un mordisco
a su panino—. Tú y yo empezamos como empezamos, lo que sea que eso haya sido, y fue creciendo, y
creciendo, y creciendo… y, no sé en qué momento pasó, pero me encontré más o menos en esa misma
situación, sólo que esta vez, ya no vi el mundo pasarme enfrente, y tampoco me vi corriendo, sino que
realmente llegué a donde sí quería estar en todo sentido; mi trabajo seguía teniéndolo, y a eso no le hice
caso porque en ese momento lo di por sentado, por eso supe que mis prioridades habían cambiado —
sonrió—. I was having so much fun, I was enjoying everything like I had just experienced it for the first
time in my life… I enjoyed watching you, I enjoyed breathing you, I enjoyed kissing you, I enjoyed hugging
you, I enjoyed going to bed with you, I enjoyed waking up next to you, I enjoyed everything about it…
pero, por muy raro que esto suene, por primera vez sentí alivio, y me gusto sentirlo.

— ¿Alivio por qué?

— Porque, por primera vez, yo no giraba alrededor de mí misma, ya nada giraba alrededor de mí… y
se sintió bien dejarme de importar tanto, fue como bajar la guardia, respirar profundo, y encontrar algo
que me satisficiera más; girar alrededor tuyo me satisface muchísimo más que girar alrededor de mí
misma, y que todo gire alrededor tuyo… me hace feliz porque me hace sentir como que tengo más
propósito que significado, porque, aunque suene trillado, de verdad me hace feliz verte, sentirte, y
saberte feliz… y no porque mi felicidad sea tu felicidad, o la tuya la mía como tal, sino porque es lo más
fresco que he conocido en mi vida, y prácticamente lo más puro —dijo, y su Ego asintió con aprobación.

— Oh my… —exhaló Sophia sonrojada—. Para que no hables mucho, y que no te guste hablar mucho…
mierda —rio nerviosamente—. Dices unas cosas que… —suspiró, y gruñó, y no pudo evitar tomarla por
la mejilla para traerla a un beso de labios.

Se lo robó, porque no le avisó que se lo daría, mucho menos que se lo arrancaría. Fue un poco feroz,
pero sólo porque ya no podía con las ganas de besarla, esas ganas que se había tragado, con
sobrehumano esfuerzo, desde que se había despertado colmada de terror, pues, aun en aquel momento
degradante para su persona, su subconsciente quería besarla para que se calmara, y había querido
besarla mientras dormía pero ella y su buen uso de razón respetaban que Emma no estaba para eso.

El beso fue de esos que eran como para que Emma la tumbara sobre la cama, en esta ocasión
sobre la manta, para ella colocarse encima y entre sus piernas, de tomarla de las manos para colocarlas
sobre su cabeza mientras la embestía, de sentirla suya al extremo grado de poseerla sin agresiones y
sólo intensidades.

Pero no.

Emma reaccionó al beso con correspondencia, no con una movida de realmente tumbarla, sino
que se reflejó cual espejo y llevó su mano a su mejilla para reciprocar, aunque dejó que la rubia fuera
quien marcara todas las pautas del beso.

Fue un momento como el que ella recién describía, un beso que la obligaba a detenerse para verse en
dónde estaba, y la respuesta no era exactamente “Central Park”. Aunque no le gustaba que la tocaran
después de tener la desgracia de soñar lo soñado, o parecido, o relacionado, y que esa actitud le duraba
más de lo que cualquiera creería a pesar de tener sonrisas y risas de por medio, en ese momento se dio
cuenta de que, en realidad, ése tipo de afecto, de cariño, y de tacto, era lo que le faltaba; la hacía sentirse
mejor, o quizás no mejor pero sí menos mal con esa culpa de la que no tenía culpa en verdad, y la hacía
sentirse como que todo estaba perdonado aunque no había nada que perdonar, ni siquiera que
disculpar.

Aflojó la tensión de sus labios, porque su consciencia, siendo en ese caso su peor enemiga por
mantener ese sentimiento de culpa y de que en realidad no quería ni merecía afecto ni roce, no la había
dejado relajarse para dar el cien por ciento de la calidez y de la suavidad de sus labios. Ellos adquirieron
movilidad y flexibilidad, empezaron a ladearse, a envolverse entre los de Sophia, a envolverlos, a
intercalarse y a traslaparse, a obligarla a soltar ese denso suspiro contra su mejilla que significaba, en
otras circunstancias, un gemido muy sexual. Pero es que simplemente se sentía muy bien, se sentía muy
rico.

Y hubo lengua. Bueno, hubo un poco de lengua, no mucha. Pero hubo. Hubo la necesaria, la justa, la
perfecta, esa que, apenas se abrían sus labios, salía con timidez para acariciar un labio o el otro, o los
dos de la rubia, para que, al cerrar el beso, se volviera a esconder tras los suyos y quizás tras sus dientes
también.

Ya con hombros relajados, con brazos vencidos, y con la razón adormitada, embrutecida e hipnotizada,
dejó que Sophia le ganara el derecho del labio inferior, aunque, realmente, fue el poder de la suave
succión que tenía, como segundo plano, el coqueteo húmedo de su lengua.

Emma dibujó una boba sonrisa ante las cosquillas que esas succiones le provocaban, y rio
nasalmente contra su pómulo, quizás porque las cosquillas le habían corrido a lo largo de sus nervios, de
sus venas y sus arterias, y le habían plagado el cuerpo, hasta el más pequeño de sus vasos capilares y de
sus terminaciones nerviosas, con ese hormigueo que aflojaba la rectitud de su espalda, de su cuello, y
que afloraba el génesis de la risa estúpida.

Ante la sonrisa, Sophia dejó de besarla, no porque quería, porque no quería, sino porque ella sonrió
también, y fue por eso que le dieron tiempo y espacio a un suave jugueteo de nariz contra nariz y de
nariz contra pómulo, y de risas nasales de ojos que no veían ojos sino labios inferiores que estaban
aprisionados por dientes superiores con malicia, con coqueteo, con graciosa y placentera retención de
ganas de seguir besando.

— Buenas tardes, Licenciada —susurró con la misma sonrisa, y peinó su flequillo tras su oreja.

— Buenas tardes, Arquitecta —repuso Sophia, estando muy complacida con tener a la versión de
Emma que más le gustaba; la tranquila, la serena, la despreocupada, la sin culpas ni culpabilidades de
algún juego retorcido de su propia enemiga consciencia.

— That was one hell of a kiss —elogió el poder de sus labios.


— That was one hell of a statement —repuso con una sonrisa—. Or confession… I don’t know what it
was.

— No sé, pero es la verdad —se encogió entre brazos, y se volvió hacia la derecha ante la inconfundible
figura que se acercaba a ellas—. ¿Por qué? —preguntó un tanto cavernícola, refiriéndose con precisión
a que Gaby caminaba con dificultades en sus típicos tacones de gamuza negra.

— Ella se ofreció, yo no le pedí nada —se defendió, pero Emma no preguntaba un “¿por qué Gaby
está aquí?”, sino un “¿por qué siempre tiene que interrumpir momentos de suma importancia?”.

— Buenas tardes, Arquitecta —sonrió Gaby, quien había visto gran parte del beso desde lejos, pero,
ante el conocimiento y el entendimiento de la situación, no había tenido nada qué pensar ni qué
comentar al respecto—. Buenas tardes, Licenciada —añadió, viendo a ambas mujeres verla con cabezas
ladeadas, por lo que se sintió un tanto incómoda.

— Buenas tardes, Gaby —rio Emma nasalmente—. Sien… ¿tate? —rio, pues no tenía butaca para
ofrecerle, sino una planicie para que tuviera que hacer malabares entre las carpetas que abrazaba con
fuerzas de brazos cruzados, su bolso, y la incomodidad de sentarse de pie al suelo con tacones y falda
que le llegaba a la rodilla—. Sí, siéntate, por favor —dijo, extendiéndole las manos para que le diera las
carpetas y ella pudiera usar sus manos para arreglarse su falda.

— Gracias —susurró, intentando saber cómo manejar el tema del sentado—. Buen provecho.

— Gracias —corearon las dos, aunque Sophia con papas gratinadas en la boca.

— Sé que es su día libre —le dijo Gaby, extendiéndole las manos a Emma para que le regresara las
carpetas, porque era ella quien debía sostenerle las cosas a Emma para que se sentara, no al revés—,
pero el Arquitecto me pidió que por favor firmara unos pagos, que le confirmara si quería participar de
lleno en el proyecto de la Old Post Office, y le traje lo que supongo que le puede interesar para la plaza
de internos —sonrió.

— Old Post Office: no —dijo, recibiendo la carpeta de los pagos para firmarlos con el bolígrafo que
Gaby también incluía en la entrega—. No, no —sacudió su cabeza.

— Dijo que iba a decir eso —repuso Gaby con timidez, pues no podía evitar sentirse intimidada por
cómo Emma trazaba rápidamente su firma mientras mantenía la seriedad del “no”, porque “no” era
realmente “no”, y eso ella lo sabía, pero Volterra insistía—, y me dijo que le dijera que considerara que
el pago acaba de subir dos cifras.

— Puede subir seis cifras —rio nasalmente, pero mantuvo la cara fría y seria—, no me interesa; tengo
Patinker & Dawson, tengo a Newport encima, y tengo ese monstruo de Oceania, y, por si fuera poco,
todavía estamos ajustando los diseños de la Torre —sacudió su cabeza.
— Él dijo que diría eso —repitió—, y me dijo que ahora lo viera desde el punto de vista de
ambientación.

— Tampoco —pasó de página para continuar firmando.

— En ese caso, porque también dijo que usted iba a decir eso —rio nerviosamente—, me dijo que le
preguntara a usted, Licenciada —se volvió hacia Sophia, quien engullía su panino porque quería ahogar
la inanición sexual que ese beso le había despertado—, si quería usted la parte de ambientación.

— Ok —murmuró entre un encogimiento de hombros, y vio a Gaby congelarse.

— Ah, seguramente te preparó para todas las respuestas negativas —rio Emma, cerrando la carpeta
de pagos y abriendo la carpeta de las “modificaciones de Volterra”, que, con sólo verlas, pensó un
elocuentísimo “está loco”.

— No —se ahogó en su pequeñita voz.

— Yo lo hago —se encogió Sophia nuevamente entre hombros—. Así me paguen un dólar o un millón
—añadió—. De todas formas, y de todas maneras, yo le diré personalmente a Alec que sí lo haré.

— Espera —elevó Emma la mirada—, ¿no se suponía que ellos se iban a encargar de la ambientación?
—preguntó un tanto confundida, y Gaby asintió con miedo—. ¿Para cuándo quieren esos diseños?

— ¿Para ayer? —sollozó.

— Primero quieren que se termine en el dos mil quince, y es imposible, eso se puede terminar en el
dos mil dieciséis, y ahora, con cinco meses de atraso, ¿quieren que alguien se saque una ambientación
del…? —frunció su ceño y entrecerró su mirada: diálogo mental en voz alta.

— Sólo quieren que termine los diseños iniciales —respondió Gaby—, ya tienen el concepto y todo.

— Haynes debe haber renunciado —rio Emma.

— Bueno, si sólo se trata de terminar los diseños… con mayor razón, sí lo hago —intervino Sophia.

— Quieren retoques, ajustes, modificaciones… bueno, todo está aquí —dijo Gaby, alcanzándole la
carpeta más gruesa, esa que pesaba como un Don Quijote, y quizás en una inexistente versión
extendida—. El lunes a las diez y media la han convocado a una reunión en D.C. para que vea el lugar y
que puedan discutir sobre la ambientación.

— Entonces voy a necesitar que me reserves lo necesario para las horas que son —repuso Sophia.

— No se preocupe por eso, ellos se encargarán de eso, al llegar a la oficina coordino con Mr. Johnson
—sonrió.
— ¿Algo más? —elevó Emma su ceja derecha, pues vio que Gaby tenía la intención de decir más, pero
que había preferido callarse—. Sólo dilo, no te vas a meter en problemas.

— Es que el Arquitecto me dijo que, cuando yo se lo ofreciera a la Licenciada, ustedes iban a tener
una conversación, y que todo iba a terminar con usted sí iba a tomar el proyecto para no cargar a la
Licenciada, porque usted sabe que es prácticamente obligación tomarlo, y que, bueno, la Licenciada iba
a ser su segunda —se encogió entre brazos.

— Ay, Alessandro… ay, Alessandro —rio nasalmente Emma, sacudiendo su cabeza y tomando el
teléfono de Sophia para llamarlo.

— Arquitecta, por favor, no le diga que yo le dije —imploró la aterrada mujercita de cabello negro.

— No te preocupes —sacudió su cabeza de nuevo, y llevó el teléfono a su oreja para esperar un tono,
dos, tres, y—: Volterra —lo saludó antes de que él pudiera siquiera musitar un corporativo “Volterra”, o
un simple “aló” o “¿sí?”.

— ¿Emma? —se escuchó por el altavoz.

— Te informo que estás en altavoz —asintió, como si él pudiera verla asentir—. ¿Hay algún problema
con que Sophia se haga cargo de la Old Post Office y yo sea su segunda? —preguntó, yendo directamente
al grano.

— No —se aclaró la garganta, intentando no sonar sorprendido por lo tan “al grano”.

— Bueno, entonces que así sea —sonrió—. Y, respecto a tus modificaciones… —suspiró—. Te he dicho
toda la semana que estás loco, y te lo repito hoy: estás loco —rio—. Buenas tardes —y le colgó—. Listo,
no hay ningún problema —rio, viendo a Sophia sonreír a pesar de que no sabía por qué sonreía con
exactitud, aunque, en realidad, era un avance para Emma; había pasado de no compartir ni el oxígeno,
a ceder proyectos grandes, y no por complacer a su novia, sino porque simplemente no quería, pero, si
Sophia trabajaba en ellos, quería encargarse personalmente que nada le faltara ni que se le dificultara,
por eso le gustaba ser la segunda de Sophia—. Ahora… ¿me llevas por los candidatos? —suspiró,
volviéndose a la tercera carpeta con una sonrisa, típico reflejo de la de Sophia.

— Hay una Diseñadora de Interiores y Paisajista —asintió Gaby, viendo que Emma no se molestaba
en hojear la carpeta sino que sólo se encargaba de llevar su panino a la boca—, major y minor
respectivamente, graduada de Ohio State, tiene veintitrés años…

— Siguiente —sacudió Emma su cabeza.

— Arquitecto graduado de UCLA, veintiséis años, con un certificado de NYU en Diseño de Interiores…

— ¿Experiencia como ambientador? —Gaby sacudió la cabeza—. Siguiente —repitió.


— ¿Bachelor en Paisajismo y Master en Diseño de Interiores, graduada de Cincinnati, veinticuatro
años?

— Suena bien… continúa.

— Experiencia de tres meses en De La Torre —añadió.

— ¿Estilo?

— Minimalista.

— ¿Sólo minimalismo tiene en su portfolio?

— Sí.

— Siguiente —sacudió su cabeza, y llevó el panino de nuevo a su boca.

— Graduado de Diseño Gráfico en SCAD, con máster en Diseño de Interiores, también en SCAD,
veintisiete años.

— Mmm… —suspiró, o gruñó, no sé, y sacudió su cabeza—. ¿Estilo?

— Arts & Crafts y Country.

— Basically the same —sacudió su cabeza.

— Arquitecta, si me dice cómo quiere que los filtre, además de que tienen que saber usar los
programas que usted quiere, y que sepan hacer renderings, le diría si tengo algo bueno o no —sonrió
Gaby.

— Quiero a alguien versátil, que tenga más personalidad que sólo “minimalismo” porque está de
moda o que tenga un tan sólo estilo entre varios estilos; costero y mediterráneo no tienen tanta
diferencia como si me dicen tradicional y loft, o que me digan Arts & Crafts y Country, necesito que me
muestren potencial por lo menos en dos estilos… y quiero que sea fresco, con un punto de vista
imponente… or am I reaching for the stars here? —frunció su ceño, y Sophia se echó a reír, pues Emma,
literalmente, había citado a Miranda Priestly.

— Diseñador de Interiores, graduado de Bachelor y Máster en SCAD… —comenzó diciendo, y, en


cuanto Emma asintió, se sintió llena de confianza—. Veintiséis años, domina tradicional y tropical, y
estuvo cinco meses en Huniford.

— Así los quiero, Gaby, precisamente así —sonrió Emma—. ¿Qué más?

— Nada más —sacudió su cabeza con un poco de vergüenza.


— ¿”Nada más”? —elevó su ceja derecha.

— Bueno, hay uno más, pero no sé si sea exactamente lo que busca.

— Dime.

— Bachelor y Máster en Fine Arts de Diseño de Interiores, graduada de Parsons, seis meses con
Poggenpohl —suspiró.

— ¿Y cuál es el problema con ese prospecto?

— Veinticinco años, con Poggenpohl estuvo los últimos seis meses del dos mil doce y sus estilos son
Mid-Century Modern…

— ¿Y…?

— Transicional —vomitó, y, contrario a lo que esperaba, Emma dibujó una sonrisa.

— Hired —canturreó Sophia en voz baja, haciendo que Emma se volviera hacia ella con la mirada
entrecerrada.

— Llámalos para una entrevista el lunes, tú sabrás a qué hora tengo tiempo —sonrió.

— ¿A los dos?

— A los dos —asintió, pues, aunque ya la del estilo transicional estaba con el contrato listo, también
tenía que darle una oportunidad al otro candidato, o quizás sólo fue por necedad ante una Sophia que
ya sabía su futuro—. Y que lleguen con portfolio físico, por favor.

— ¿Algo más? —preguntó entre un asentimiento.

— Sí —asintió una tan sola vez—. Cuando termines de hacer, lo que sea que tengas por hacer, puedes
irte a casa… Caroline se puede encargar de las llamadas.

— Gracias, Arquitecta —sonrió Gaby, poniéndose de pie porque esa era su señal de salida aunque
Emma no la estaba echando de ahí—. De igual forma, si necesita algo, yo voy a estar en la oficina, y, si
ya no estoy allí, puede llamarme o escribirme —dijo, intentando no vomitar un “me quedo hasta que
termine el horario”, porque esas cosas ya había aprendido a no discutírselas; se ahorraba una cara de
disgusto y un “If I’m not here, then you shouldn’t be either”, cosa que sólo contaba para esos días libres,
o para las tardes libres, porque, cuando Emma se tomaba sus vacaciones, Gaby, a pesar de estar en
época de mortal aburrimiento, debía estar allí por cualquier cosa, y era por eso que Emma había pensado
en Hawaii, «porque se lo merece… en especial por aguantarme».
— Como siempre —asintió con una sonrisa, y, en cuanto se puso de pie y se acomodó la falda, Emma
le alcanzó las carpetas.

— Gracias —susurró, volviendo a abrazarlas como si las guardara con su vida—. Que tengan buen fin
de semana —sonrió con una corta reverencia que hacía por costumbre.

— Igualmente, Gaby —sonrió Sophia, y ambas la vieron darse la vuelta para irse.

— Si la tecnología sigue avanzando… eventualmente Gaby sabrá que te tengo entre las piernas —
bromeó Emma, todavía con su mirada fija en Gaby, quien luchaba por no clavar los tacones en el césped.

— And, eventually, she’ll also know how fast, how deep, and how hard you fuck me —asintió.

— By then, she’ll know where I’m fucking you —repuso con cara plana, pero no pudo evitar elevar su
ceja derecha y volverse a Sophia.

— She already knows if we’re together or not… —rio nasalmente con su ceño fruncido.

— I didn’t mean “where” as in a “what place” we’re fucking… I meant “where” as in “which
hole” I’m fucking you —sonrió, y adoró y gozó cómo el rojo invadía el rostro de Sophia, en especial la
mirada un tanto ancha por cómo había jugado con su dedo índice; primero señalándose a sí misma y
luego señalándola a ella.

— I got it! —rio nerviosamente—. Tú también puedes decir esas cosas…

— Respira, ¿quieres? —ladeó su cabeza, y relevó su alta ceja derecha por su alta ceja izquierda.

— Jesus Christ… —suspiró con una risa entrecortada.

— ¿Así, o prefieres regresar a las preguntas raras?

— Preguntas raras, porque éste no es el lugar apropiado para que deje que me mojes —sacudió su
cabeza, y Emma se acercó a su sien para darle un beso.

— Pregunta lo que quieras —sonrió a ras de su sien.

— Es, en realidad, algo demasiado personal —murmuró tímidamente, viendo a Emma devolverse a
los tres-cuatro mordiscos de panino que quedaban.

— ¿Y desde cuándo tenemos tú y yo cosas privadas y personales? —rio, sabiendo que, por mucho
que compartieran, todavía había cosas que no sabían una de la otra, pero que, si preguntaban, la
respuesta no iba a ser negada.

— It’s regarding your… infertility.


— Ah —rio nasalmente, y atacó el panino con un enorme mordisco.

— ¿Ves? Demasiado personal.

— Mnm —sacudió la cabeza al compás de la gutural negación, y masticó un poco más para poder
tragar a gusto—. Yo no soy infértil, yo soy estéril —sonrió, viéndola a los ojos.

— ¿No es lo mismo? —frunció su ceño.

— No, mi amor —suspiró—. Ser infértil es que puedes concebir, pero no tienes una gestación exitosa…
ser estéril es que no puedes concebir.

— So, cuando dices que tienes óvulos blindados, ¿a qué te refieres?

— No es como que un espermatozoide no puede entrar, porque eso sería una calcificación, o qué sé
yo; es sólo una metáfora que Natasha se inventó —rio—. Yo sólo tengo óvulos de mala calidad.

— ¿”Mala calidad”?

— Cuando se supone que mis óvulos están “maduros”, no lo están en realidad.

— ¿Y no los podrías madurar ni con la hormona que les falta para madurar?

— I don’t like to play God, Sophie —sacudió su cabeza—. And I don’t like to taunt with what’s written
to really be.

— I’m just asking.

— Lo sé —sonrió—. Pero, tampoco es tan fácil… el ginecólogo, en aquel entonces, me explicó que era
como tener un auto de dos puertas a las que les había abollado ambas puertas de forma que no se
podían abrir… por eso es que Natasha salió con lo de “blindado”, porque, si no se puede entrar, es
impenetrable, aunque yo sé que el concepto está raro —se encogió entre hombros—. Y, realmente, por
muy mal que suene, cuando me dijo que era estéril, me sentí aliviada... porque uno siempre dice que
uno no va a ser como sus papás, pero, al final, termina siendo muy parecido, y comete los mismos
errores, y hace las mismas cosas; fue como que me dijeran que de verdad no iba a ser como mi papá
porque no iba a tener con quién ser así.

— Pero sí sabes que no eres como él, ¿verdad?

— Sé que soy como él, decir lo contrario sólo sería señal de necedad y negligencia, pero también sé
en qué cosas no soy como él… y, a veces, saberlo no es suficiente escudo como para no sentirme capaz
de hacerlo; siento que pierdo demasiado control y que lo pierdo demasiado rápido, y, como te dije, no
es en algo en lo que me gustaría hacer “damage control”.
— Entiendo —sonrió, y se acercó para darle un beso en la mejilla, la cual ya se llenaba del último trozo
de panino—. ¿Qué te compraste con tu primera paga? —preguntó, viendo a Emma reír nasalmente por
el cambio exagerado de tema y de tono.

— ¿Con mi primer cheque o con mi primera paga?

— Cheque.

— ¿Con Alessio o con Alec?

— Con Alec.

— Fui a meterme a Pizza Hut y me tragué una pizza entera, una orden de cheese sticks, una jarra de
Mountain Dew, y una orden de cinnamon sticks —sonrió.

— What the… —frunció su ceño.

— Una pizza grande, con la orilla de tres quesos, los toppings eran: tres quesos, extra queso, extra
italian sausage a la izquierda, vegetariana a la derecha pero sin aceitunas negras, poca salsa… —suspiró
ante el sabor del recuerdo.

— ¿De verdad fuiste a Pizza Hut? —rio, y estaba de lo más incrédula posible.

— Fui, senté mi trasero en esa butaca de cuero sintético rojo, saqué mi supersized-obese interior, y
empecé a comer… y seguí comiendo, y seguí comiendo —rio—. Después de eso no comí como por una
semana.

— ¿Qué te poseyó?

— No lo sé, pero Belinda puede dar fe de que eso sí sucedió.

— ¿Fuiste con Belinda?

— Y Belinda se comió una pizza de pepperoni —asintió—, una orden de pan con ajo, y se tragó una
jarra de Pepsi.

— ¿Postre?

— No, ella no alcanzó a comer postre, y yo me lo comí por orgullo.

— No, que si quieres postre —se carcajeó.

— Oh… —se sonrojó—. ¿Qué hay?


— Cocoa Krispies treats… home-made —sonrió, destapando un recipiente en el que se veía el cielo en
la tierra.

— Oh my… —sonrió Emma, y llevó su vaso de limonada sólo para beberla hasta el fondo, comió la
última papa gratinada, y sumergió su mano en el recipiente para sacar aquel rectángulo pegajoso que
olía a eso que no sabía a chocolate, con marshmallow derretido en mantequilla—. ¿Te diste gusto?

— Bastante —asintió, sabiendo que se refería al tiempo en el que había cocinado, y vio a Emma
clavarle los dientes al crujiente y abrumadoramente dulce postre—. ¿Rico?

— De lo mejor.

— Good. ¿Quieres ir en una cita conmigo? —preguntó, tomando un rectángulo de postre y echándose
hacia atrás hasta recostarse completamente sobre la manta, y Emma se volvió hacia ella.

— ¿En una cita? —Sophia asintió, o lo hizo con su dedo—. Claro, dime cuándo.

— Hoy.

— Pero hoy tenemos el cumpleaños de Margaret —frunció su ceño.

— Well, would you like to join me as my date? —preguntó con frescura.

— Creí que eso iba implícito.

— Bueno, como a veces no te das cuenta de que estás en una cita —bromeó con descaro.

— ¡Ay! —se sonrojó Emma—. Eso fue sólo esa vez.

— Bueno, para que quede claro —dijo, y, con una elevación juguetona de cejas, introdujo el mordisco
de postre a su boca.

— ¿A qué hora te recojo? —sonrió.

— ¿A qué hora quieres recogerme? —rio, y Emma comprendió que Sophia, por alguna razón, le había
dado un doble sentido.

— ¿A qué hora quieres que te coja? —elevó su ceja derecha.

— Tú preocúpate por la recogida, no por la cogida —guiñó su ojo.

— Sí sabes lo que me estás diciendo, ¿verdad?

— I do. Do you? —la señaló a ella.


— ¿Que no puedo cogerte hasta después de que me cojas? —frunció su ceño, como si eso no fuera
obvio.

— Es que yo te voy a coger, tú me vas a recoger —rio la sonrisa de camanances.

— Ah, quieres cogida doble por tú haberme cogido, ¿no? —elevó nuevamente su ceja derecha, y llevó
sus dedos al triángulo de pecho desnudo que el minúsculo escote de la camisa le dejaba, y lo rascó
suavemente con seducción.

— Me gusta cuando te la cobras, yo qué culpa —asintió.

— A horny Little thing is what you are —resopló, y se recostó al lado de Sophia.

— Oh, and you love to take care of my hornyness —sonrió lascivamente.

— Como me dijo Siri la vez que le agradecí por programar la alarma: “I aim to please” —repuso.

— ¿Qué haces agradeciéndole a Siri? —rio, y la risa escaló a carcajada.

— A veces me encuentro tratándola como si se tratara de Gaby —se encogió entre hombros—,
además, ser educado no cuesta nada… pero ése no es el tema, Licenciada Rialto —se volcó sobre su
costado para encararla con mayor comodidad—. ¿A qué hora la recojo?

— Siete y media… en punto —susurró, viéndola a los ojos, los cuales se veían como si se tratara de la
otra cara de la moneda en referencia a la madrugada.

— Siete y media en punto será —sonrió, llevando su mano hasta su mejilla para, con las yemas de sus
dedos, acariciar su sien y su mejilla—. Gracias por el almuerzo.

— Fue un placer cocinar para ti.

— No hablaba sólo sobre la comida —susurró.

— ¿Te sientes mejor?

— Como no tienes idea… gracias.

— Fue un placer —sonrió minúsculamente, lo suficiente como para ahondar sus camanances, y Emma
acarició el camanance que tenía al alcance.

— You are so beautiful… so, so beautiful, Sophie —suspiró junto a un susurro.

— You’re not so bad yourself —repuso juguetonamente, haciendo a Emma reír a través de su nariz.
***

— ¿Qué pasa ahora? —suspiró Camilla con una mirada de hostigamiento absoluto.

— ¿Cómo que “qué pasa ahora”? —frunció Volterra su ceño.

— Pues, sí, ¿de qué te vas a quejar esta vez? —se cruzó de brazos.

— Me pintas como si sólo sirvo para quejarme —refunfuñó, y Camilla exhaló una risa que decía más
que mil palabras.

— Bueno, ¿qué quieres, entonces? —rio con mayor volumen, y sacudió su cabeza con ese aire que
destruía a Volterra en consternación—. ¿O me sacaste de ahí para verme como me estás viendo? Porque
eso lo podemos hacer ahí adentro, no necesariamente en el pasillo, o lo podemos hacer en otro
momento —sacudió sus manos por el aire.

— No me digas que no te molesta la forma en la que… —susurró.

— ¿En la que… “qué”? —resopló.

— Ni siquiera sé qué es lo que están haciendo —frunció su ceño.

— ¿Bailando? —se encogió entre hombros.

— Eso difícilmente cuenta como “bailar” —sacudió su cabeza—. Emma no tiene papá, y si su mamá
no le dice nada, pues no es mi problema, pero Sophia es mi hija y ella no va a estar teniendo sexo con
ropa, mucho menos el día de su boda.

— Eso difícilmente cuenta como “tener sexo con ropa” —frunció su ceño, y sacudió la cabeza
lentamente ante la decepción del momento—. Y nadie dice nada porque no es nada… además, la última
vez que revisé, Sophia todavía no había recibido tu confirmación de paternidad, lo que significa que Talos
no está aquí para regañarla —batió su dedo índice de lado a lado—. Y, por si eso no fuera suficiente, eso
que están haciendo, eso a lo que yo llamo “bailar”, es de lo más santo que les he visto… porque cosas
“peores” he visto —entrecerró su mirada, y, ante la consternada expresión facial del hombre que no
sabía nada más que quedarse mudo, se dio la vuelta.

— ¿”Peores”? —balbuceó, llamando la atención de Camilla, quien se volvió sobre su hombro—.


¿”Peores”? —repitió molesto, y dio los dos pasos que Camilla le había sacado de ventaja—. ¿”Peores”?

— No “peores”, pero sí he visto cosas que a tu mente cerrada sí le molestarían… no te amargues por
un simple baile —suspiró.
— ¿Acaso tú las has visto tú-sabes? —entrecerró la mirada.

— ¿”Yo-sé”-qué? —sonrió provocadora y no provocativamente.

— Como sea que eso se llame —balbuceó.

— ¿Teniendo relaciones? —rio la rubia mujer, a la cual le gustaba molestar a Alessandro como por
pasatiempo, porque había cosas que, a pesar del tiempo y la distancia, no cambiaban—. Sexo es sexo,
¿acaso tú nunca lo has tenido? —resopló—. Que yo sepa, tú y yo lo hicimos… sino, mira con quién baila
Emma, que es la prueba de eso.

— Tú… —musitó, y ahogó un gruñido de puños cerrados.

— No las he visto teniendo sexo, Alessandro —suspiró, sacudiéndose el tema de encima con ambas
manos—, y tú tampoco deberías haberlas visto…

— Pero…

— Pero nada —rio, y, rápidamente, se inclinó hacia él para robarle cualquier tipo de palabra, letra,
signo de puntuación mental, imagen mental, recuerdo; para apagarle el cerebro, pues le plantó un beso
de labios contra labios—. Relájate, ¿quieres? —Sonrió, llevando sus dedos a los labios del estupefacto
hombre que había enmudecido y muerto en vida de la impresión, y limpió los rastros de brillo labial—.
Bébete un vaso con agua, y disfruta de la fiesta —suspiró, y, tal y como si nada hubiese sucedido, se dio
la vuelta y desapareció tras las puertas del salón, dejando a un inmóvil Arquitecto que no sabía qué
acababa de pasar.

Capítulo XXI

Se estaba viendo y mirando fijamente en el espejo, era hasta un poco incómodo el nivel de celeste
intensidad con el que se acosaba a sí misma con tanta fuerza y seriedad, con tanta apertura de
respiración densa y lenta pero alargada, pero no había nada de narcicismo, o quizás sí, aunque, de
serlo, era uno muy tímido y que prácticamente nunca salía a la superficie por cuestiones de
autoestima, que eso no significaba que la tuviera por el suelo sino que simplemente tenía, y también
tenía humildad, realidad, verdad, y una problemática apreciación física de sí misma, pues tendía a
infravalorarse, ergo a aplicar el prefijo “infra” desde siempre y para siempre y no por modestia;
simplemente no se consideraba “mucho”, o “tanto”, nunca “nada” porque tampoco se mentía a sí
misma y sabía que “no estaba mal… nada mal”, pero, como toda mujer de moderado ego narcisista,
consideraba que había días en los que se veía “normal/pasable/aceptable”, otros en los que se veía
“ay, mira qué bien te ves hoy”, otros en los que se veía “te excediste de bien”, y varios en los que
“mierda, ¿qué te pasó?” y no en el buen sentido, aunque, la mayoría de veces, era la expresión del
conformismo, pues consideraba que no se había despertado siendo acreedora del puesto número uno
de las mujeres más caliente-hermosas-y-demás de Maxim, pero que tampoco tenía calidad de pez de
río de poca profundidad. No asustaba pero tampoco torcía cuellos.

Respiró profundamente, y, con lentitud, como si fuera en cámara lenta, rozó el Givenchy Noir
contra sus pestañas superiores de abajo hacia arriba; una, dos, tres, y, a la cuarta vez, entrelazó sus
pestañas entre las rígidas hebras del cilíndrico cepillo que alargaba y rizaba al mismo tiempo, y se
deshizo de los grumos. Era por eso que le gustaba encargarse personalmente de sus pestañas, porque
Oskar nunca había podido satisfacer su necesidad de no dejar grumos y pestañas sueltas; siempre le
quedaba uno que otro grumo y una que otra pestaña adherida a otra.

Cerró su ojo, y, al abrirlo, sonrió con satisfacción. ¿Por qué a Oskar le costaba tanto hacer eso? Pues,
ni que ella fuera tan experta en lo que al arte del maquillaje se refería. Al menos no al maquillaje
nocturno y relativamente pesado. Bueno, quizás era porque Oskar era un asesor de imagen que a
veces maquillaba.

Se irguió, aflojó su cuello y su espalda, y, levantando su muñeca izquierda para deshacerse


de su reloj, porque no iba a llevarlo, frunció su ceño al ver que eran las siete con veinticinco y Emma
no parecía tener intenciones de aparecer.

— I guess mom’s late —suspiró para el Carajito, quien ya había aprendido a estar únicamente sobre
el cómodo cojín que estaba destinado para ser su estación porque no tenía permiso de estar mucho
tiempo sobre la alfombra de la habitación, y, después de haber hecho que Emma se deshiciera de la
alfombra del clóset porque la había desgraciado con dos o tres gotitas, tampoco tenía permiso de ir
libremente por ahí; sólo tenía libertad de ir por el baño porque el piso era fácil de limpiar, pero
tampoco, ya eso lo había aprendido a base a regaños y enojos de parte de quien aparentemente
necesitaba cierto tipo de aprobación porque no era muy cariñosa con él, y no era necesariamente por
haber desgraciado la alfombra del clóset, simple y sencillamente todavía se estaba adaptando al hecho
de que podía aplastarlo con un pie y que, parado en dos patas, probablemente no le llegaría ni a la
rodilla. Ella siempre había tenido potenciales caballos.

Se quitó el reloj mientras mordisqueaba el interior de la comisura derecha de sus labios con sus
colmillos, y se quitó su pulsera de macramé, aquella que Emma le había regalado hacía lo que parecía
ser demasiado tiempo, la cual todavía gozaba del brillante dorado corazón, y se arrancó la banda
elástica negra.

Roció el Guerlain Boisé Torride a ambos lados de su cuello desde una agradable distancia
para cubrir un área mayor, el interior de sus muñecas, y un zigzag aéreo por el que caminó para dejar
que la fragancia cayera sobre su torso; para prácticamente impregnarse con ella.

Tomó el sostén adhesivo, y, frente al largo espejo de cuerpo entero, se lo colocó al pecho para cuidar
de que sus Bs se mantuvieran en su sitio en todo momento, que no era que se le iban a salir de control
por tamaño y/o peso, pero así se sentía más segura, y, aunque tuviese demasiado frío, nunca llegaba
a notársele tanto, al menos no tras una tela relativamente gruesa; pero así estaba más tranquila.

Refunfuñó mentalmente ante el hecho de no poder asegurar su parte inferior en ningún tipo de tela;
no era de llevar seamlessporque no se trataba de si se le marcaba o no, la tela era lo suficientemente
gruesa, pero no podía llevar tanga, ni siquiera un G-String porque la espalda del vestido era tan baja
que no quería tener lo que Emma llamaba un “haute-couture-faux-pas”, algo que en otras bocas se
llamaba “wardrobe malfunction”.

Sacó su vestido de la funda de la tintorería, y sonrió como para sí misma porque no se acordaba de lo
bonito que era su atuendo para la noche del día de hoy y porque se acordó de cuando había ido de
compras con Emma para esa ocasión en especial.

Resultó que Emma, teniendo años de práctica y experiencia, tanto con haute couture como
con todo lo que tuviera que ver con Margaret, sabía a qué diseñador acudir sin titubeos, por lo que
terminó con un Alexander McQueen negro y muy parecido al que realmente le gustaba pero que no
estaba en su ordinaria talla, con un Roberto Cavalli atrevido que no era atrevido por mostrar piel sino
por tener la dosis perfecta de animal print negro sobre negro; sutil y perfecto, un Derek Lam negro, y
el Badgley Mishka color crema coloquial, que era al que menos le tenía fe.

Sophia, por el otro lado, a falta de todo tipo de conocimiento, pero gozando de existencias de todos
los vestidos habidos y por haber por su inusual talla, terminó abusando del máximo número de
prendas por probador. Y se midió trece vestidos mientras una muy-paciente-Emma le ayudaba con las
cremalleras, los botones y los broches, y siempre, viéndola a través del espejo, le decía lo que pensaba
del vestido, del vestido en ella, y terminaba diciéndole que no creía que encontraría un vestido que
fuera de su talla, y no hablaba de medidas corporales.

Frustrada la rubia, porque Emma estaba satisfecha con su compra, pues, al verse en el espejo sólo
había podido estar de acuerdo con su arrogante Ego que sonreía y asentía con aprobación, ya se había
dado por vencida en Saks, y Emma, tratando de explicarle que Saks tenía una mayor variedad de
gustos y tallas, no la obligó a regresar a que buscara uno que más-o-menos-le-gustara, sino que le
planteó la idea de recurrir a Bergdorf’s para que Esste la pudiera auxiliar, porque no iba a abusar de
su amistad con Natasha para exigir el trato de Betty, y que, de no encontrar nada, podían recurrir a
Barneys, y, si aún allí no encontraban nada, la llevaría con Aunt Donna… o abusaría de su amistad con
Natasha para exigir el consejo guiado de Betty.

Sí, sí, yo sé. Parece paráfrasis.

Sophia, llegando a Bergdorf’s, en donde conocía todo un poco más porque Emma solía comprar el
cuarenta por ciento de su ropa ahí, o se la compraba Esste, «su compradora personal por petición
desde hacía un par de meses», dio un vistazo y terminó con un Monique Lhuillier violeta, un Jenny
Packham plagado de cuentas en tonos rojos, rosados y púrpuras, un Alexander McQueen de
pronunciado escote pero de elegante figura, y el Alice + Olivia.

El Monique Lhuillier lo descartó porque, al ser creación de tal diseñadora, sintió como si estaba
invadiendo a Emma más de la cuenta, pues su obsesión era relativamente fuerte en cuanto a sus
diseños. El Alexander McQueen lo descartó porque tuvo consideración de los potenciales celos de
Emma, o de lo que fuera, porque el escote era demasiado profundo, no tanto como el Dolce &
Gabbana de Jennifer Lopez, pero sí que lo era. Y, no sabiendo si decidirse por el Jenny Packham o por
el Alice + Olivia, Emma, al verla pensativa y viendo ambos vestidos fijamente, se acercó y le dijo al
oído:

— Cuidado y los agujeras de tanto verlos —rio suavemente.

— Oh, God… —cerró los ojos con un suspiro, y llevó sus manos a su rostro para rascarse los ojos.

— What is it? —preguntó, atestada de paciencia y de completa ausencia de impaciencia—. ¿No


terminan de convencerte?

— No, es que sí me convencen… pero no sé cuál me convence más —se encogió entre hombros.

— ¿Cuáles son los criterios que estás utilizando para escoger?

— Qué tan apropiado es para la ocasión —repuso con tono de haber empezado a enumerar.

— Nadie espera que vayas con peinado barroco, ni que vayas con miriñaque…

— ¿Miri-qué? —rio.

— Esa como jaula que llevaban las mujeres debajo del vestido —rio ante el término “jaula”.

— El color.

— Los colores están bien.

— El diseño.

— Son distintos, no puedes compararlos —le dijo, tomándola de la mano derecha con la suya para
quedar con su hombro contra su pecho.

— El precio.

— ¿Qué con el precio?


— No voy a ir descalza —sonrió, recibiendo un cariñoso beso en su cabeza.

— ¿Por qué no me dejas pagarlo? —susurró—. Así no te preocupas por algo tan insignificante como
el precio.

— Cuatro mil o dos mil… dos mil de diferencia es bastante, en especial para un vestido que quizás
sólo use una vez.

— Por un precio así, nadie espera que lo uses sólo una vez, todos esperan que lo uses, lo uses de
nuevo, le des la vuelta para usarlo al revés, y lo pongas de cabeza para usarlo así también —rio,
clavándole la nariz en su rubia melena—. Sabes… —suspiró con una sonrisa—. Yo sé que tú crees que
no sé qué son veinte dólares porque me ves gastarlos como si fueran billetes de un dólar, pero sí sé
qué es “caro” y qué es “barato”… pero ya llegué a un punto en mi vida en el que la vastedad no me
estorba, porque puedo decir “me voy a comprar los dos porque los dos me gustan”.

— You can say that…

— Vas a tener que aprender; la miseria, la incomodidad y la inconformidad no me gustan —sonrió


burlonamente, refiriéndose explícitamente al momento en el que “su” dinero, en términos de
segunda persona del singular, pasaría a ser “su” dinero en términos de primera persona del plural; un
“su” de “nuestro”—. Me gusta más el Alice… the open-back suits you well.

Con el Jenny Packham también se veía mucha espalda, pero no con tanta exageración como con el
Alice + Olivia, además el cuello del primero era demasiado raro, y, aunque Sophia sabía que jugaba la
parte de “es menos caro” porque Emma realmente no reparaba en el precio el noventa por ciento de
las veces, estuvo de acuerdo con ella porque sólo se imaginó que, bajo el aire acondicionado en el que
se encontrarían, no le vendría mal sentir que la mano de Emma la acariciaba.

Pues, sí. Justo cuando Sophia terminaba de abrocharse sus Alexander McQueen a los tobillos,
el timbre del apartamento sonó. «Seguramente se le olvidaron las llaves», rio.

Se puso de pie, y, junto con el Carajito, caminó hasta la entrada principal, en donde, sin ver a través
de la mirilla, simplemente abrió la puerta de par en par.

— Siete y media en punto —sonrió Emma ampliamente, y guiñó su ojo derecho al mismo tiempo que
le alcanzaba una singular e individual peonía que no había sido abierta a la fuerza—. Para que sepas
que sé que estoy en una cita contigo —dijo, refiriéndose al trillado gesto de la flor.

— Tú… —frunció su ceño, tomando la peonía entre sus manicurados dedos, los cuales, uno de ellos
y todos, estaban decorados por el diamante amarillo que tendía a desentonar pero que no importaba
por ser tan especial, así como el de Emma desentonaba con su impecable vestido cuyas angostas
mangas se anudaban concupiscentemente en su espalda baja y que dejaba ver una “V” que revelaba
pecas, pecas, y más pecas, «gracias al moño»—. Wanna come in? —resopló, dándole pie a un ridículo
juego.

— Sure —sonrió, dando un paso hacia adelante, que fue entonces cuando se revelaron sus
Giuseppe Zanotti de cremallera al talón y de cascada de doradas y triangulares lentejuelas metálicas
en el empeine.

— Something to drink? —preguntó cortésmente, llevando la peonía a su nariz para inhalar su


aroma, pero lo único que pudo oler, porque la presencia de esa fragancia era demasiado grande, fue
el Guerlain Insolence de Emma, ¿con qué prisa había llegado que no se había dado cuenta de que
Emma se había llevado todo a casa de Natasha?

— I’d love that —sonrió con un asentimiento.

— Mmm… —exhaló la fragancia, y cerró la puerta, viendo a Emma actuar como si no conociera el
lugar en el que se encontraba, como si no fuera su hogar—. Estaba por prepararme un Martini, ¿te
gustaría uno?

— Un Martini estaría perfecto —asintió con una sonrisa.

— ¿Cómo lo bebes?

— Seco —la siguió con la mirada, y, no pudiendo resistirse, la siguió a distantes pasos hasta tener
la barra desayunadora de por medio como si se tratara de una medida de control, «más bien de
seguridad».

— Como yo —rio nasalmente, sacando dos de aquellas copas cocktail que siempre permanecían en
el congelador para ocasiones como esas y para las ocasiones de excusas—. Espero que no te moleste
que lo beba limpio.

— No, para nada —sonrió—. ¿Puedo saber por qué no lo bebes con aceitunas?

— Supongo que es una escuela de pensamiento —le dijo, retirándose hacia el bar—. “Filosofía
Pavlovicciana” creo que se llama —dijo, regresando con la botella de Tanqueray en la mano derecha,
por ser más pesada, y con la botella de Dolin en la izquierda—. La comida debería quedarse dentro de
la comida, en un plato —sonrió—, no es correcto ver comida en la bebida… me acuerda a un
cumpleaños de cuando era pequeña, ¿sabes? —rio nasalmente—. Un vaso plástico, con torta de limón
que nadaba en la coca cola —se sacudió asqueada.

— Qué buena filosofía y qué mal recuerdo —rio, viendo a la rubia prácticamente flotar por el aire
de lo bien que se veía, y la acosó con sus penetrantes ojos verdes, decorados por un dramático negro
ahumado, yendo de aquí hacia acá, llenando la jarra de hielo para luego contar los exactos segundos
de la doble dosis de gin para la doble ración de vermouth—. You look stunning—murmuró,
mostrándole que sus ojos estaban encantados de lo que veían.

— Yo ni siquiera quiero verte —sonrió, introduciendo la cuchara mezcladora en la jarra para enfriar
los componentes sin romperlos—. Me pones nerviosa.

— ¿Por qué?

— Freckles —susurró, batiendo lentamente su cabeza de lado a lado.

— Sé que te gustan, por eso decidí recogerme el cabello en un moño —sonrió.

Hablemos de Emma un momento, que sino su Ego me va a pegar.

Empezando por el vestido, porque era sencillo pero atractivo, era de color “oyster”, lo cual
no era ni blanco, ni beige, ni crema, era del color perfecto para hacerla ver un tanto bronceada a pesar
de sufrir de todo lo contrario por no haber tenido una oportunidad, en los últimos meses, de poder
arrojarse al sol para dorarse tal y como Sophia hablaba de dorar pollo en el horno. El cuello, por el
frente, era muy ajustado, no daba ni espacio a que se vieran sus saltadas clavículas, y, pasando por las
mangas del arte del desmangado, se alargaban en “V”, entre un perfecto plisado, hasta llegar al
estilizado nudo que se veía realmente elegante. Esa “V” era más obtusa que la del Dolce & Gabbana
de Jennifer Lopez, pero dejaba ver su espina dorsal y sus omóplatos hasta llegar a una conclusión a la
altura de su cintura, en donde estaba el mencionado nudo, el cual caía floja y etéreamente hasta el
suelo con un poco de exceso, pues formaba un tipo de cola que apenas de arrastraba. Volviendo al
frente, por la cintura, como si se tratara de tatuajes, salían dos detalles que decoraban ambos lados
con simetría con piececitas metálicas, perlas, y cuentas brillantes que daban la sensación de ser
diamantes. Luego, el vestido caía con cierta rectitud, con soltura, pero era minúsculamente más corto
de adelante que de atrás, sólo para que, con cada paso, no hubiera ningún enredo que llevara al
tropiezo y el stiletto fuera parte del panorama.

En su mano izquierda llevaba el anillo de nogal, en la de la derecha el Van Cleef & Arpels que
en mes y medio pasaría a ser un componente más de su colección de joyas, y, porque sabía que no
podía llevar reloj porque se veía mal pero necesitaba algo en la muñeca izquierda, se armó del
brazalete de redondos diamantes que hacían juego con sus aretes, los cuales eran unos medianos
diamantes, redondos también, que estaban decorados por una circunferencia de diamantes más
pequeños.

El maquillaje era dramático pero sólo de los ojos, por lo demás, todo era un balance que no
llevaba base líquida«porque eso no, that’s just disgusting».

El peinado tampoco era como de la época del Barroco, no, porque no le interesaba abultar
rizos en un peinado alto, no. Había procurado mantener su cabello lo más recogido que podía para
dejar que Sophia viera sus pecas, porque sí sabía que le gustaban, y a ella le parecía un gesto de
reciprocidad en vista de que Sophia la dejaría ver su espalda, como si todo se tratara de tentar al
demonio del morbo y de la perversión. Era un moño alocado pero que tenía el orden justo como para
no verse mal, tenía una que otra trenza por aquí y por allá, y se anudaba justamente en la frontera del
hueso parietal con el hueso occipital.

Su bolso hasta yo se lo envidié; era un Bottega Veneta largo y angosto color champán mate,
en el cual no llevaba más que su teléfono, un sobre, un bolígrafo Tibaldi de tinta negra, y su
identificación, junto a su tarjeta de crédito, y un par de Benjamins. «Por cualquier cosa», cosas que
sus papás siempre le habían enseñado. Ah, y, además de eso, llevaba la cajita de cuero rojo. El bolso
de Mary Poppins.

— Aquí tienes —sonrió Sophia, deslizándole el Martini por la barra.

— ¿Salud? —elevó Emma su ceja derecha, levantando la copa para nunca dejar de brindar con la
rubia de coleta alta, la cual iba fija por atrás pero floja y un tanto desordenada para crear volumen en
el resto del cabello.

— Salud —susurró, apenas golpeando el borde de su copa con la de Emma, y ambas bebieron un
cuidadoso sorbo—. Gracias por mi flor —dijo, tomando la solitaria peonía entre sus manos para
intentar inhalar el aroma de nuevo.

— You’re more than welcome —sonrió de labios comprimidos—, I know how much you like peonies.

— Nunca te he preguntado —dijo un tanto sonrojada, pues le daba vergüenza la pregunta—, ¿qué
tipo de flor es la tuya?

— ¿Para un bouquet o para ponerlas en un jardín? —Sophia levantó un número dos con sus dedos—
. Si es para un bouquet, me gustan las hydrangeas, y, extrañamente, me gustan las “antique”… y, para
poner en el jardín, no sé, depende del clima, porque también podría poner cuanta hydrangea quiera;
en azul, en rosado, en violeta, en blanco… hydrangeas, hydrangeas —sonrió.

— No sé por qué tenía la idea de que te gustaban los lirios —comentó, estando muy complacida
consigo misma, pues, sin saberlo, las veces que había tenido una flor que ver con Emma, y que ella
había tenido algo que ver con eso, habían sido precisamente hydrangeas, quizás no verdes en
transición a rosado, pero sí azules, en especial porque sabía que Emma tenía algo muy en contra del
rosado porque la hacía sentir como niña víctima de Mattel: amante del “Barbie Pink”.

— Los lirios huelen a muerto —frunció su nariz al compás de una sacudida de cabeza—, pues,
huelen a funeral… o a funeraria.

— Ahora entiendo el comentario de “aquí huele a muerto” que dijiste en Providence —rio.
— Es muy correcto —asintió—, pero, ¿sabes? —sonrió, tomándola por la cintura con su mano
derecha para acercarla a ella—. Aquí no huele a lirios…

— ¿A qué huele?

Ladeó su rostro hacia la derecha y posó apenas la punta de su nariz contra su tráquea. Se desvió hacia
la derecha, besó suavemente su saltada clavícula, y continuó el roce con su nariz hacia su cuello, en
donde inhaló con delicadeza aquella fragancia que tenía olor a notas rosado cosmético pero que
gozaba de una mezcla de dos pinceladas de cedro y pachuli, aromas que se utilizaban más
comúnmente en las fragancias para caballeros, pero, que, en esta ocasión, quedaba como tuxedo a la
medida con la delicadeza de lo que parecía ser un sensual bouquet de jazmín y de azahares; la mezcla
perfecta de lo floral, de lo madera, y de lo cítrico. Pero, al final, en aquel último sabor, en aquella
última nota, había algo más travieso que impertinente: la pimienta roja.

Sophia, en cuanto Emma llegó al punto de respirarle ligeramente tras su oreja, se sacudió en
un minúsculo escalofrío que erizó la piel de sus brazos, que Emma, al notarlo, acarició sus desnudos
brazos con sus tibias manos, y le plantó un beso pausado, lento, «malditamente lento» en ese
huequito que se formaba tras su lóbulo, un beso húmeda y ligeramente sonoro.

— Huele a perfume nuevo —susurró, rozando su nariz contra su lóbulo, el cual llevaba una escuálida
«cosa» que brillaba con transparencia.

— ¿Te gusta? —exhaló, llevando su mano a su nuca para simplemente acariciarla con la misma
costumbre de siempre.

— Sí, mi amor —asintió cortamente, irguiéndose lentamente, con el roce de su nariz por la fina
línea de su quijada, y la vio a los ojos—. Tengo algo para ti —le dijo, conteniéndose las ganas de
ahuecarle la mejilla izquierda con su mano.

— ¿Sí? —se sonrojó y sin saber por qué.

— En realidad son dos cosas —asintió, y desvió su mirada para tomar su bolso de la barra—. ¿Cuál
quieres primero?

— Ni siquiera sé qué tienes —susurró.

— ¿Uno o dos?

— ¿Uno? —resopló, haciendo a Emma sonreír.

— Ven —ensanchó la sonrisa hasta dejar ver su blanca dentadura, y, tomándola suavemente de la
mano, la haló hasta el espejo que colgaba de la pared contra la que se encontraba la mesa consola,
esa que se encargaba de recibir llaves, correo postal, dos jarrones, y una fotografía de ambas en blanco
y negro—. Now… —murmuró, colocándose tras ella para encarar a ambas en el espejo, pasó sus
manos por su cintura junto con su bolso para abrirlo, ambas viendo hacia abajo, hacia el bolso, y sacó
la mencionada cajita roja, que no era como un cubo, sino una caja plana y rectangular de cuero rojo
con impresiones en dorado.

— Oh-oh —resopló Sophia, repasando la escritura dorada de la caja con sus dedos.

— Tengo dos semanas de tenerlos, y te lo digo para que no creas que es una manera más de pedir
perdón por lo de la madrugada —dijo, dejando la caja en manos de Sophia y encontrando su mirada
a través del espejo—. Si no te gustan… —murmuró, llevando sus dedos a su lóbulo derecho para
quitarle «that tiny shit» que no tenía nada que estar haciendo ahí—. Puedo devolverlos, y podemos
escoger los que quieras —sonrió, encargándose ahora de su lóbulo izquierdo—. O lo que quieras…
otros aretes, un reloj, un brazalete, un broche… lo que quieras.

Emma nunca había hecho algo así, y, si había hecho algo parecido, no había creado la anticipación con
la crueldad de que, con lo rojo y lo dorado, ya Sophia sabía un precio estimado, en especial porque
sabía que, cuando Emma visitaba tal lugar, tenía quesalir con algo; así fuera un llavero o una bufanda.

Volvió a ver hacia abajo mientras todavía acariciaba las siete letras cursivas en dorado, su
corazón empezó a latir más fuerte y más rápido, la respiración le faltó, y, en ese momento, se preguntó
cómo hubiera sido todo si Emma la hubiera atacado con la proposal box. No sabía qué tenían esas
cajas que resguardaban las joyas, no sabía qué era en realidad, pero sí sabía que la proveniencia de la
caja era lo que más le asustaba, pues, si se trataba de una caja de Michael Kors, a la larga, podía no
ponerse nerviosa porque la cantidad de dinero no pasaba de los seiscientos dólares, pero, cuando
eran cajas color cian, como en la que venía su anillo de compromiso, o cajas negras que se abrían
desde el centro, o como esas cajas rojas de letras doradas; cómo no dejar que el nerviosismo
escalara. «Porque es así como dice Emma: “no es que me gusta sólo lo caro, pero no es mi culpa que
lo que me gusta resulta siendo caro”», y que lo decía con una impresionante ligereza, como si fuera
gracioso.

Lentamente, porque hasta los dedos la traicionaban, presionó el seguro frontal de la caja, y,
con torpeza, la abrió.

Y suspiró con pesadez.

— Mmm… no te gustan —murmuró Emma un tanto decepcionada de sí misma, pues eso de no poder
leerle el gusto a Sophia era algo que la mataba.

— No —susurró, acariciando las tres hileras que tenían diminutos diamantes incrustados, y que,
entre hilera e hilera, porque simulaban rebanadas onduladas incompletas de una elegante argolla,
había laca negra que lo hacía todo todavía más impresionante—, me encantan —dijo con el mismo
susurro, e irguió la mirada para encontrarse con la amplitud de la de Emma, quien ya estaba
convencida de su fracaso.

— ¿De verdad te gustan? —balbuceó, dibujando una sonrisa de satisfacción.

— They’re hypnotic —asintió—, me gusta el juego de iluminación y movimiento —dijo, y sacó uno
de los aretes para alcanzárselo a Emma, porque pensó que le gustaría tener el honor de concretar su
buen gusto, y tuvo razón.

— No es por nada —resopló, colocándole la relativamente pesada pero cómoda argolla en el


lóbulo—, pero creo que te ves mejor con estos —sonrió, mostrándole el cambio que un tan sólo arete
podía hacer.

— Oye, me veo bien, ¿verdad? —rio, alcanzándole el otro arete.

— ¿Por qué te sorprendes? —frunció su ceño.

— Es que realmente me veo bien.

— You’re a vision —susurró, tomándola suavemente por los hombros una vez terminó de colocarle
la argolla en el otro lóbulo, y se decepcionó, pues no pudo encontrar una mejor expresión, un mejor
término, un mejor adjetivo para poder describirla—. You are so, so beautiful, Sophie —suspiró, y
Sophia, sonrojada por el halago y por el peso de sus nuevos aretes, que eran lo que la mantenían
anclada a la tierra para no salir flotando como un globo con helio, se volvió sobre su hombro para, con
su rostro ladeado, buscar los labios de Emma.

Su mano se colocó superficialmente sobre el flojo cabello de Emma, cuidando del desordenado orden
del peinado, y se aferró a ella entre el más sensual de los intercambios de materiales genéticos y brillos
labiales; las dos de Guerlain, pero Emma con el No. 29 (Rose Forreau), y Sophia con el No. 7 (Corail
Aquatique).

Tal y como había sido por el mediodía, sus lenguas apenas se coquetearon al ritmo de
“Bittersweet Faith”; salaz, concupiscente, picante, al punto de que Sophia terminó por darse la vuelta
para atrapar la nuca de Emma entre sus cruzadas muñecas mientras ella era apretujada por la cintura
y tomada de la mejilla para realmente conocer el camino que Emma tomaba hacia la perdición, hacia
la relajación, hacia eso que nunca dejaba de necesitar ni de querer.

— Gracias —susurró contra sus labios.

— Eso te lo debería estar diciendo yo a ti —repuso Sophia, saboreando todavía la resaca de los
labios de Emma sobre los suyos, pues seguía rozándolos entre un jugueteo que estaba siendo
contenido, todo porque era imperativo ir al cumpleaños de Margaret—. Gracias por mis aretes.
— Ni lo menciones —sonrió, abriendo sus ojos para apreciar su octava maravilla personal—. Gracias
por mi beso.

— Ni lo menciones —reciprocó con una suave risa nasal.

— Will you give me the pleasure of dancing with you? —ladeó su rostro.

— There’s no music —susurró, sacando una risita burlona.

— Let me fix that —murmuró, sumergiendo su mano en su bolso para sacar su iPhone y hacer que
los parlantes les dieran algo qué bailar—. Definitivamente Macklemore no vamos a bailar —resopló
al ver que era “Can’t Hold Us” la canción que tenía en pausa.

— Eso quizás para el final de la noche, cuando ya tengas un par de copas encima —rio nasalmente,
y se sonrojó en cuanto escuchó aquel oscilante sonido junto con el marcado ritmo de la percusión y
la mezcla de voces que se presentaban en vibrato de forma individual y conjunta.

Emma dio un paso hacia atrás, halando a Sophia por la cintura, o quizás sólo no la soltó de su brazo, y
tomó su mano entre la suya para llevarla contra su pecho mientras sentía que la mano de Sophia
permanecía en su nuca y ella apoyaba su sien contra la suya.

No se movían como en un vals, porque estaba muy, pero muy, muy lejos de ser uno, ni
siquiera cross-step waltz. Sólo se movían de lado a lado entre ese abrazo que podía parecer inerte
pero que era prácticamente todo lo contrario. Caderas lentas, rodillas comprensivas.

Sabía que detrás de ese baile había lo que se conoce como un “ulterior motive”, aunque, ahora que
se lo menciono, lo reconsidera y piensa que quizás sólo eran ganas de bailar con ella a pesar de que la
canción no era de aquellas que Emma utilizaba para bailar con ella, argumento que estaba a favor de
la teoría de las segundas intenciones, porque la canción había sido cuidadosamente seleccionada y no
podía ser sólo porque a ella le gustaba Mr. Suit & Tie, porque, a pesar de eso, tenía otras canciones
que se podían bailar, «o eso creo», y tampoco podía ser expresamente por la letra, ya que una
declaración, así de profunda y verdadera, no era necesitaba que alguien más la dijera para poder
valerse de ello.

Y sí había un “ulterior motive”, pero no era nada malo, y, en realidad, había decidido bailar
en la comodidad de su hogar, de las cuatro paredes que la conocían, porque, entre vestidos, stilettos
y la Filarmónica, la probabilidad de que no bailara con Sophia era demasiado alta. Quizás y sí bailarían,
pero hasta que la Filarmónica se quitara del escenario y la mayoría de los vejestorios-amigos-de-
Margaret se retiraran a sus casas. «So much for some bloody respect».
Mrs. Carter era el contraste perfecto para Mr. Suit & Tie, su voz era intensa y fuerte, y se
entrelazaba dulcemente con el suave, etéreo y risueño tono del enamorado caballero que daba esa
conmovedora serenata.

Faltando menos de un minuto para que la canción terminara, y que saltara a una canción que
quizás estaba al otro extremo de los géneros, justo cuando ella dijo “bring it down one more time,
Justin”, Emma ladeó su rostro para dejar de necesitar tanto a Sophia.

Sus piernas y sus caderas entraron en modo inerte, y sus respiraciones eran demasiado tranquilas,
tanto que casi ni se sentían en cuanto aterrizaban en la mejilla de la otra, ni siquiera las húmedas
onomatopeyas labiales que iban y venían con ese aire que Emma llamaba “making love to one’s
mouth”, término que se había derivado del “there’s a gastroitus going on in my mouth” de Sophia y
que se refería explícitamente a un mordisco de Kebap (gastro+coitus=gastroitus, término que no se
debía confundir con “gastritis” bajo ninguna circunstancia, y que era sinónimo de “orgasmo culinario”
pero que se podía decir con mayor libertad al ser un intricado y privado neologismo), pero el de Emma
se refería a eso: a uno de esos besos.

Bueno, no fue tan polar el cambio musical. Y Emma estaba tan perdida entre los labios de
Sophia que ni siquiera pudo tararear mentalmente el “mi dispiace devo andare via, ma sapevo che era
una bugia” del principio de una de sus canciones favoritas de todos los tiempos, en especial cuando
era en vivo, así como esa versión en San Siro.

El beso cesó, porque era el momento orgánico para que cesara, o sólo para que se detuviera
a nivel de labios, y Sophia se enrolló contra Emma para esconderse entre su cuello, del cual todavía
se detenía con una mano mientras sentía, desde lo lejos, el calmado ritmo cardíaco de quien la
envolvía entre ambos brazos y que le daba besos enrojecidos cortos en su cabello.

Dejaron que la Pausini les hiciera el favor de darles un respiro para procesar y digerir bien la calidad
del beso, en especial porque, aunque ninguna de las dos lo admitiera, ya se les habían acabado las
ganas de ir al cumpleaños de Margaret, todo porque sabían lo que la noche podía ser. Tenían una
considerable y significativa cantidad de tiempo de no tener ese tipo de noche; tranquila, suave, lenta,
no tanto de placer sino de piel con piel bajo las sábanas, en la oscuridad, y de mimos y caricias
recíprocas entre sonrisas y susurros. Quizás de postcoitales caprese panini, sábanas que apenas
cubrían una pierna o la explícita entrepierna, y una película para la que no se necesitaba pensar y que
no acabara con el momento; no algo como “The Help”, sino algo como “It’s Complicated”.

Pero no, «¡no!», corearon las dos; ellas no se habían maquillado y vestido para quedarse
guardadas, además, si no iban, Natasha probablemente no les hablaría por el resto del fin de semana
y eso sólo iba a ser tedioso. Y, bueno, estaba el factor de la comida «gratis», de la música, del
ambiente, y de que era en beneficio de St. Jude’s. Para hacer el amor tendrían tiempo luego. O para
tener el tipo de sexo que fuera, pero tiempo tendrían. «There’s always time for sex», eso alega Sophia,
además, si no se daban el tiempo para eso, ¿cuánto aguantarían? Ésa era una pregunta con una
respuesta realmente interesante, «porque el baño del Grand Ballroom del Plaza sería una nueva
experiencia, una para contarle a los hijos de Natasha cuando tengan edad suficiente».

— ¿Qué? —rio Emma, desviando su mirada hacia el suelo, en donde el Carajito se encargaba de
inspeccionar su vestido con el olfato—. ¿Tú también quieres que te abrace y que te bese?

— Lo siento por él —murmuró Sophia contra su cuello.

— ¿Por qué? —resopló con su ceño fruncido, y descubrió a Sophia de entre su cuello, obligándola,
sin obligarla, a erguirse.

— Porque ahorita estás conmigo —se encogió entre hombros, y se volvió a esconder en su cuello—
. Que se aguante —suspiró, y agradeció el apretujón que Emma le daba con sus brazos.

— No me compartas —sonrió estúpidamente ante la sensación de absoluta pertenencia.

— ¿Nos podemos quedar así un momento? ¿Una canción más?

— I’d stay like this all night long, Sophie…

— ¿Pero?

— Mientras más rápido salgamos, más rápido vamos a poder regresar —sonrió, y sintió a Sophia
reírse contra su cuello por la canción que sonaba en el fondo—. ¿Ponemos una canción que te guste?
—le preguntó, estirando su brazo para alcanzar su teléfono.

— La canción que quiero creo que no la tienes —murmuró, intentando no seguir riéndose ante la
aparición de Kool & the Gang.

— Try me —sonrió.

— “Strawberry Bubblegum” —repuso, estando muy segura de que Emma no la tenía en su teléfono,
pues ahí sólo tenía una delicada selección musical por tener sólo treinta y dos gigabytes de memoria
disponible, y, a decir verdad, le había asombrado que tuviera la canción con la que habían bailado.

— Dame un segundo —suspiró, paseando sus pulgares por el teléfono.

— No la tienes, ¿verdad?

— Mmm… —levantó su dedo índice para indicarle que le diera un segundo, y, sin despegar su
mirada de la pantalla, esperó a que la circunferencia azul se completara—. Sí, sí la tengo —sonrió,
dejando que sonara a través de los parlantes.
— No me digas que la compraste —rio incrédulamente, aunque no sabía por qué le asombraba que
Emma hiciera eso por ella, por un antojo que no era ni medianamente urgente.

— No, mi amor —resopló—. iCloud.

— Cierto —sonrió, volviendo a aferrarse a su nuca con ambas manos.

— Esa canción nunca la había escuchado…

— No la cantó en “Legends of the Summer” —sacudió su cabeza—. Pero te la dedico.

Emma, sintiéndose raramente elogiada, pues no siempre le habían dedicado canciones buenas, se
dispuso a escuchar la letra de aquel ritmo que era demasiado seductor y no sabía ni por qué, porque
quizás no era seductor pero a ella sí la seducía.

Y Sophia la cantó completa en su cabeza, porque realmente le gustaba lo especial, lo que decía tan
explícitamente; era casi un duplicado de lo que ella sentía, pero esperó en silencio entre las caricias
de los dedos de Emma.

“Don’t worry about your loving, it won’t go to waste, go to waste. Don’t ever change your
flavour ‘cause I love the taste, love the taste. And if you ask me where I wanna go, I say ‘All the way’.
Cause she’s just like nothing that I ever seen before. And, baby, please don’t change nothing because
your flavor’s so original”. «Mierda», ensanchó Emma la mirada, y rio nasalmente invadida del rojo
escarlata que tenían sus mejillas. Apretujó a Sophia un poco más entre sus brazos, agradeciéndole el
halago tan único con autoría de otro, pero, a pesar de ser palabras ajenas, habían sido muy bien
utilizadas por la rubia… porque entre eso, y un “te amo”, había una diferencia muy pequeña entre
ellas. Era otra manera de decirlo.

— Oh, wow… —suspiró al final de los ocho minutos que duraba la canción, y que, inmediatamente,
cambiaba a “Tunnel Vision”, canción que le había gustado desde el concierto en el que no se le había
ocurrido cantar esa canción que estaría siendo añadida a su lista de canciones preferidas.

— No tienes que decir nada —se irguió con una sonrisa de camanances—, además, yo sé que no
sabes a goma de mascar de fresa —resopló.

— Pero, ¿te gusta mi sabor?

— Me encanta —asintió, y recibió un beso en su frente—. ¿Nos vamos?

— Necesito hacer algo primero —le dijo, viendo en dirección a su bolso.

— Iré a apagar la luz del clóset y haces lo que tienes que hacer —repuso, no dándose cuenta de
que era con ella lo que Emma que hacer.
Ella no dijo nada, sólo observó a la rubia flotar hacia la habitación mientras giraba su anillo alrededor
de su anular por simple manía, bebió su Martini hasta el fondo, y sacó el sobre y el bolígrafo de su
bolso.

— ¿Nos vamos? —preguntó Sophia con una sonrisa al llegar nuevamente a donde Emma la esperaba
de pie con las cosas en la mano.

— Hay algo que tenemos que hacer antes —asintió, y haló una de las sillas del comedor para
indicarle que quería que tomara asiento.

— Lo que tú digas —suspiró, y, colocando su bolso sobre la esquina de la mesa, aplanó su vestido
para evitar arrugas al sentarse, aunque, en realidad, la tela no daba para arrugarse.

— ¿Quieres primero lo que hay en el sobre que está adentro, o lo que está tras el sobre que está
adentro? —dijo, notando lo confuso que eso se escuchaba.

— Lo que está en el sobre dentro del sobre —rio, pues siempre prefería ir de adentro hacia afuera,
menos cuando se refería a cuando penetraba a Emma con sus dedos, pues su expresión facial era
indescriptible cuando se iba de afuera hacia adentro.

— Está bien —murmuró, y sacó el sobre más pequeño para deslizárselo a Sophia junto con el
bolígrafo.

— Es un cheque en blanco —frunció su ceño, no logrando entender de qué se trataba.

— Es el regalo de Margaret —sonrió.

— Pero éste es un cheque tuyo —murmuró con la mirada ancha, señalándole su nombre en la
esquina superior izquierda.

— Lo sé, el cheque es mío… pero el regalo es de las dos.

— ¿Pretendes que ponga un monto “x”? —ensanchó su mirada todavía más.

— Es por los niños —se encogió entre hombros con una sonrisa—. Y es sólo un número.

— Dame al menos dos cifras entre las que puedo escoger…

— Entre uno y uno-con-seis-ceros —sonrió, viendo a Sophia dejar caer su quijada hasta el Lobby.

— Esas son un millón de cifras posibles —balbuceó.


— Son más de un millón… pero es por los niños —guiñó su ojo—, y, si decides poner el uno-con-
seis-ceros, realmente no me estás dejando en la calle.

— De igual forma, ¿cómo voy a escoger una cifra?

— No lo sé.

— ¿Por qué no la escoges tú, que conoces tus finanzas?

— Porque, si todavía no te acostumbras a gastar, o a despilfarrar, creo que sí puedes hacer algo
como una donación para ayudar a los niños con cáncer —sonrió, viendo a Sophia entrar en modo
pensativo—. Son “x” dólares que no gastaré en propinas, cambios no deseados, redondeos, etc.

— No sabría qué número escoger…

— No pienses que son dólares, entonces —dijo, apoyando su trasero sobre el borde de la mesa—.
Piensa en un número que te guste, ya sea porque signifique algo para ti, o porque te guste la
combinación, o qué sé yo; tales dígitos de la serie de Fibonacci, por ejemplo.

— Mmm… —suspiró, cerrando sus ojos para buscar la cifra en su cerebro, y, al cabo de unos
segundos, escribió la cifra deseada y le alcanzó el cheque.

— ¿Cincuenta y seis mil ochocientos treinta y ocho? —resopló al ver la cifra—. Es una cifra
rebuscada —dijo, siguiéndola con la mirada al ella estarse irguiendo.

— “Love U” —sonrió, inclinándose un poco para darle un beso en los labios, que, para ese entonces,
Emma ya sonreía—. No me digas que lo otro es otro cheque… que no me siento creativa con los
números hoy.

— No, no es un cheque —sonrió, alcanzándoselo—, y no le tengas miedo, no es nada que tengas


que pagar —dijo, viendo a Sophia sacar la página blanca que había sido doblada con demasiado
cuidado—. Yo sé que hablamos sobre una semana más en Roma —murmuró con tono de estarse
excusando—, que nos íbamos a ir la primera semana de diciembre… pero no creo que sea posible.

— ¿Por qué no? —frunció su ceño, leyendo que se iban el quince de diciembre a la una de la tarde,
y que regresaban el cuatro de enero.

— Hay algo que no había considerado… el catorce tenemos algo que hacer—sonrió.

— ¿El qué? —elevó la mirada por sobre el borde de la página.

— Mira lo que hay detrás —guiñó su ojo, y, «esa es la reacción que esperaba», rio; una Sophia sin
habla, de mirada ancha—. Esos asientos están como para que te caiga el sudor del hombre —le dijo,
pues, después de que Natasha había movido cielo, mar, y tierra, aún más que el tsunami del dos mil
cuatro y el terremoto del dos mil diez, había conseguido el VIP-Package más bonito para que pudieran
estar en la primera fila, si es que eso estaba bien con la rubia, quien, en ese momento, sólo sabía sacar
la emocionada niña interior, pues se la arrojó en un abrazo.

— Espera —se cortó abruptamente—, ¿y qué hay de pasar año nuevo con Natasha y Phillip?

— ¿No me crees capaz de no pasarlo con ellos? —rio.

— No —respondió, haciendo que Emma se carcajeara, pues tenía razón.

— Romeo y Margaret no van a estar, entonces decidimos que ellos podían venir también, tanto
para navidad como para año nuevo… espero que no te moleste.

— ¿Molestarme? —rio, cayéndole con un beso que pasaba por besazo—. Para nada —mordisqueó
su labio inferior—. ¿Venir el cuatro no es muy tarde?

— El doce empezamos en Miami, entonces hasta el doce tengo que estar allá —sonrió.

— Sé que no es el doce que nos vamos a ir, que vas a procurar estar allá una semana antes por lo
menos —repuso, no notando ninguna señal en Emma que contradijera o que estuviera de acuerdo
con eso, pues sólo acariciaba su mejilla con la misma sonrisa—, ¿no te molesta empacar en uno o dos
días?

— Pienso dejar todo arreglado desde antes que nos vayamos a Roma —sacudió su cabeza—, y, si
se me olvida algo, o me falta algo, en Miami no hay Bergdorf’s pero sí hay Barneys y Saks… y no dudo
que exista Neiman Marcus, Nordstrom y Bloomingdale’s… aparte de Bal Harbour.

— ¿Bal Harbour? —frunció su ceño—. No me digas que ya investigaste todo sobre dónde comer,
dónde comprar, y demás.

— Gaby hace eso por mí en su tiempo libre —guiñó su ojo—. So, ¿irías conmigo a ver a Mr. Suit &
Tie el catorce de diciembre?

— ¿Vas a gritar conmigo? —sonrió ampliamente.

— Voy a ser una mujer hormonal más, con deseos de procrearme con una persona tan interesante
y trilladamente atractiva como un cantante, compositor, bailarín, músico y actor —
asintió, «“actor”»—, y voy a tener un orgasmo tántrico desde que empiece “Like I Love You”, porque
voy a gritar como histérica cuando empiece a bailar, y voy a cantar el bridge, y que haga la transición
a “My Love” con el interlude de “Let Me Talk To You”, y que luego cante las primeras dos estrofas en
versión acústica para después acelerar en el bridge, que diga “now drop that shit right now”, y la cante
y la baile… y que tenga su solo de baile —sonrió—. Son, fácil, quince o veinte minutos de orgasmo
cantado a gritos…

— Mi amor —rio.

— Ese momento en el que es más esposo de todas menos de Jessica Biel —elevó su ceja derecha.

— Yo sé que te gusta, aunque no lo aceptes —se burló disimuladamente.

— No tengo todas sus canciones, no todas me gustan, pero tengo como quince —guiñó su ojo.

— Me conformo con que te agrade él.

— Para que Beyoncé me guste a ese nivel… tiene que ser más “Single Ladies” —rio, sabiendo que
se refería a ella—. O “Crazy In Love”.

— Y con esas dos me conformo porque la imitas demasiado bien.

— So much for your amusement —susurró, y le robó un besito—. Now, how about if we go and eat
some free food?

Voy a adelantar el tiempo un poco, no mucho, sólo quizás quince minutos, y lo voy a adelantar simple
y sencillamente porque, lo que hicieron a continuación no es de relevancia mundial; hicieron lo que
ustedes y yo hago antes de salir de mi casa, y, en lugar de caminar no más de quinientos metros, Hugh
les hizo el favor de recogerlas para dejarlas en las puertas del Plaza. Aunque Natasha había ofrecido
los servicios de Hugh para cerciorarse de que iban a llegar.

Iban caminando por el amplio pasillo de pisos de reluciente mármol, al que protegían con
enormes alfombras individuales, cuando se encontraron con aquella alta y caballerosa figura de
espalda marcada por un evidente tuxedo negro Ralph Lauren, de corbatín y chaleco de corte en “U”
en azul marino, color que combinaba con la musa a la que le amarraba la máscara a la cabeza, y que
estaba cubierto en plumas de pavo real blanco en el pecho de un hombro, en el cual llevaba una
gruesa cadena de acero, y que, como cinturón correctamente a la cintura, tenía plumas de pavo real
común que luego se transformaban en plumas de sabía-Dios-qué en azul marino. «That’s a pretty jaw-
dropping dress», ensanchó Emma su mirada, y todos estuvimos de acuerdo.

— ¿Creerás que no me dejaron entrar a la fiesta de mi mamá porque no llevaba puesta la maldita
máscara? —rio Natasha por saludo mientras se detenía aquella máscara por el tabique—. I fucking
hate masks —refunfuñó, sintiendo ya la máscara fija a su rostro, y se saludó correctamente con un
beso en cada mejilla con Emma mientras Sophia y Phillip hacían lo suyo en un ridículo silencio por
estarse burlando de Natasha, o quizás sólo de cómo Margaret siempre encontraba formas nuevas
de “mess with her just for her amusement”—, I’m too fucking beautiful to hide myself behind a fucking
mask.

— Te ves increíble —suspiró Emma, sosteniéndola por las manos para verla de pies a cabeza y de
cabeza a pies, y que el torniquete francés, a pesar de ser aseñorado, le sentaba perfecto para que
pudiera lucir la cadena y sus plumas. Literalmente para pa-vonearse.

— Yo-quiero-tu-vestido —le dijo cortadamente, viendo que, de reojo, Sophia le ataba la máscara a
Phillip, que era la máscara que Thomas no había podido encontrar porque no se le había ocurrido
buscar, pues era de Batman.

— ¿Cuántos Fantasmas, cuántos Casanovas, y cuántos Doctor Parnassus tenemos en casa? —rio la
italiana, quien se colocaba su máscara al rostro por empatía, pues la suya tenía una banda elástica, y,
por inteligencia, había escogido llevar una que sólo le cubriera un ojo entre metal negro y lo que
parecían ser perlas, que, como sabía que la máscara la perdería antes de las nueve de la noche, no
había querido gastar más de cincuenta dólares.

— Al mundo se le acabó la creatividad —sacudió su cabeza, porque había demasiados de los


mencionados.

— Le digo a Natasha que me parece increíble que, en un mundo de personas de la moda, de la


historia, del periodismo, de la cultura, y demás, todos tengan las mismas ideas trilladas de
un Masquerade Ball moderno —dijo Phillip.

— Mmm… no les llegó el memo de que no era de una escuela —rio Emma.

— Demasiado “Gossip Girl” es lo que ven —asintió Natasha, haciendo que el resto entrara en
confusión—. ¿Qué?

— ¿Desde cuándo ves tú eso?

— ¿Desde que estoy viendo todas las series que hay en Netflix? —se encogió entre hombros.

— Netflix lleva las de perder contigo —bromeó Emma, quitándoles el comentario de la boca a los
dos que aparentemente prestaban y no prestaban atención al estar reanudando la ronda de manitas
calientes que se debían porque el marcador no podía quedar en contra de Phillip, no Señor.

— ¿Qué le voy a hacer? —sacó su lengua, y rio ante la derrota del mal perdedor de su esposo—.
Sophia —sonrió para la rubia, y la saludó de beso en cada mejilla—, looking ravishing —la halagó con
sinceridad, sabiendo, desde ese momento, que entraría en el top10 de los mejores vestidos de su
cumpleañera progenitora, quien, con cada año que pasaba, no necesariamente se volvía más criticona
a la hora de dar una calificación del uno al diez, pero, definitivamente, permisiva no era.
— You look ravishing yourself —reciprocó, viéndola ser atacada por el brazo de Phillip, el cual la
escoltaría hasta la entrada principal, en donde, por segunda vez, intentaría entrar a la fiesta que
prácticamente ella había organizado.

— ¿Quién es la date de Thomas hoy? —preguntó Emma, tomando a Sophia de la mano, porque
ninguna de las dos necesitaban ser escoltadas.

— Amanda, Ariana, Adriana… como sé que no durará, no me tomé la molestia de aprenderme el


nombre —rio Natasha.

— ¿Cómo es que Thomas no tiene herpes genital? —vomitó Sophia con su ceño fruncido.

— Que tenga dates para todo, y en todo momento… it doesn’t mean that he gets to stick his dick in
a woman’s vagina —rio Phillip, levantando su brazo libre para, en sincronización mental y humorística
con Sophia, compartir un high-five.

— Qué crueles —rio Emma—, se lo comen vivo cuando no puede defenderse.

— Ayer llegó a la casa —dijo Natasha con una risita, con esa que era característica del verdugo.

— Y le enseñé cómo es que los hombres hacen ejercicio de verdad —la interrumpió Phillip—. Nada
de pilates, nada de spinning, nada de zumba, nada de yoga, nada de una rutina light —se burló,
aunque, a decir verdad, no le molestaba en lo absoluto que Natasha estuviera haciendo todo eso,
pues, a pesar de estar un poco demasiado delgada para su gusto, extrañamente había desarrollado lo
que entre ellos llamaban “a better and higher sex stamina”, lo que significaba que, aunque no
pudieran practicarlo como querían porque estaba el factor “Katherine” en juego, aunque no por
mucho tiempo más, cuando lo practicaban, no había tanta falta de aliento y podía estar ella más
tiempo sobre él, cosa que a ambos les gustaba por el simple hecho del control—. Pesas, barras
estáticas, y bolsa de boxeo; como los hombres.

— Se quedó en las barras estáticas —rio Emma.

— Yo digo que no llegó a las barras estáticas —sacudió Sophia su cabeza.

— Se quedó a medias de las pesas —se carcajeó Natasha, porque, aunque quisiera poder evitarlo
y proteger a su infantil-gracioso-desubicado-y-juguetón-amigo, no podía evitar ser quien dejaba ir la
guillotina, lo del verdugo, y se volvió hacia el hombre que, hasta cierto punto, se veía raro, que se veía
raro porque parecía que no estaba vestido correctamente a pesar de llevar un tuxedo que le tallaba
demasiado bien como para ser rentado, todo porque parecía modelo de Abercrombie; «he should be
in some stonewashed-destroyed jeans, wide “leather” belt, and “leather” flip flops… shirtless».

— Natasha and Phillip Noltenius —intervino Phillip, sabiendo que su esposa se retorcía por dentro
al estar refunfuñando mentalmente por el “Abercrombie Hunk” que estaba encargado de la lista de
invitados, y mencionó primero el nombre de ella porque le parecía descortés eso de restarle
importancia a su esposa, quien era la primogénita de la cumpleañera, además, él sólo era «un hombre
en un traje que actúa, hasta cierto punto, como el mejor accesorio de la diva de las plumas».

— Ella Natasha —suspiró la dueña del nombre, sabiendo que, por pasatiempo de su mamá, estaría
con su primer nombre, y el adolescente hombre sólo sonrió y subrayó los nombres en su iPad.

— Pavlovic —sonrió Sophia—. P-A-V-L-O-V-I-C —lo deletreó como por costumbre ante la expresión
facial de confusión de quien fuera que lo escuchaba por primera vez.

— Miss Pavlovic and Miss Rialto —asintió el hombre, y les dieron entrada.

A lo lejos, mientras caminaban ya sobre los pisos de mármol desnudo del vestíbulo del Grand
Ballroom, se escuchaba la limpia afinación de las cuerdas, de los vientos, y de las percusiones, esa
afinación que había empezado a las ocho en punto; hora que no decía la invitación, pues decía siete y
media, pero que, en la vida real, eso se conocía como “fashionably late”, que era por eso que hasta
entonces estaba por empezar la música.

Bastaron esos típicos tres, cuatro, cinco toques de la batuta contra el atril, y entonces sí.

Emma dibujó una sonrisa que se sintió con calidez entre los que caminaban paralelamente, tanto que
todos se volvieron a ella, intrigados por saber qué era lo que ella sabía y ellos no, pero su ceja derecha
sólo se elevó al compás del ensanchamiento blanco de su sonrisa. «One has got to love old russian
waltzes».

— Buen gusto —rio Emma, llegando al borde de los arcos para ver, desde un costado, a quienes
producían esa obra maestra en vivo—. Muy buen gusto —repitió con la misma sonrisa.

— Mesa dos, las vemos luego —se encogió Natasha entre hombros, pues, tal y como debía ser por
costumbre, educación y cortesía, se dirigía, antes que nada, a saludar a sus papás.

— Penny for your thoughts? —sonrió Sophia, tomándola de la mano sobre la baranda.

— Just… close your eyes and listen —le dijo al oído, y envolvió su mano entre las suyas.

Era intensa. Sí, definitivamente era intensa, y sólo iba hacia algo más intenso, y hacia algo todavía más
intenso. Era grande, era magnífico, era increíble, y era algo que no sabía cómo describir; tenía
contrastes de lo circense y de lo elegante, contrastes inmediatos y uno tras el otro, tras el siguiente, y
tras el siguiente, y luego penetraba la piel hasta llegar a acelerar el corazón para desestabilizar la
respiración, pero era elegante, sí, era elegante, y daba poder entre los múltiples clímax, que el oído
tenía que agradecer que tenía ciertos bajos, los cuales eran relativos, pero que, continuando con los
contrastes, de la seriedad, de la agresiva intensidad, pasaba a ser más alegre, gracioso, entretenido,
carismático, y, de golpe, de regreso a la intensidad que sólo tenía intenciones de incrementar. Pícaro,
juguetón, maquiavélico, eso era, pero era demasiado refinado como para no encontrarle el gusto, «el
“buen gusto”… el “muy buen gusto”».

Esos componentes sólo lograban construir una tan sola sensación: erotismo. Sí, porque era
indescriptiblemente erótico, era el coqueteo más seductor, ese que sabía que, para el final de la pieza,
se sentiría sin ropa alguna, porque sí, era la descripción exacta de las facetas de la mayoría de
episodios sexuales.

Y terminó con un bang; un ¡bang!, «¡un bang!» que casi le saca el corazón.

— ¿Cómo se sintió? —murmuró con una sonrisa mientras hacían silencio para empezar la siguiente
pieza, y, viendo a Sophia tragar con dificultad, acarició el dorso de su mano con sus dedos; no le
importó que le estuviera triturando la mano izquierda por la fuerza con la que la había ido apretujando
con el paso del tiempo.

— ¿Qué fue eso? —abrió los ojos, y se encontró con la sonrisa que le indicaba que se había
sonrojado sin darse cuenta.

— Khachaturian —respondió Emma—. Con ese movimiento siempre me he sentido como en el


Palacio de Invierno, como en mil novecientos diecisiete, justo antes de la Revolución.

— That was beautiful —exhaló, logrando relajarse para soltar la mano de Emma.

— Se llama “Masquerade Suite”, y el primer movimiento es el valse… este movimiento es


el nocturne —sonrió, señalando al aire con su dedo índice—, el que viene es la mazurka, luego
viene romance, y, por último, el galop.

— Un panty dropper, eso es lo que es —rio.

— I thought you weren’t wearing one —frunció Emma su ceño.

— I’m not —se volvió hacia ella por completo, y la vio dibujar una sonrisa de satisfacción—. Are
you?

— Vas a tener que averiguarlo —guiñó su ojo, y, sin haberlo previsto, Sophia llevó su mano a su
cintura para recorrerla hasta su muslo.

— Rico —rio.

— Vamos a saludar, mejor —se aclaró la garganta con una sonrisa que comprimía los nervios entre
la tensión de sus labios y de sus inertes mejillas, la tomó de la mano que había posado sobre su cadera,
y la haló gentilmente hacia las escaleras, en donde bajaría todavía tomada de la mano, lo cual parecía
ser una simple ayuda de vestidos mínimamente recogidos en un suave puño para no hacer una
vergonzosa caída a lo Jennifer Lawrence. «Porque Hugh Jackman no estaba cerca para socorrerme».

Caminaron por entre las mesas y las sillas negras, por entre los manteles negros para platos blancos,
por entre la reluciente cristalería de agua, vino tinto y vino blanco como era la costumbre de la
etiqueta, por entre los bouquets de peonías blancas, rosas cerradas en distintos tonos de rosado,
encendidas freesias que daban el justo contraste entre lo rosado y lo verde y lo blanco y lo verde, y
aquellas pequeñísimas alstroemerias violetas que terminaban de darle coherencia a la paleta de
colores que realmente sólo gritaba vanidad, y nada más. O quizás un poco a BDSM.

Se encontraron a cuanto tuxedo podía existir, desde el Armani mal tallado, hasta el
impecable rental, desde el Brunello Cucinelli al que le habían mutilado los pantalones para hacerlos
llegar hasta el tendón de los gemelos y mostrar masculinísimas piernas con alopecia o con
hipertricosis, sin calcetines o con calcetines de colores llamativos y nada-que-ver, piernas que
terminaban siendo enfundadas en un par de tediosas y seamos-honestos-afeminadas slippers, porque
no importaba que fueran Jimmy Choo o Giuseppe Zanotti, «you just don’t fucking do that to yourself…
nor to my eyes», hasta el sabrá-Dios-quién-diseñó-ese-traje-tan-avant-garde-de-cuero-negro, y se
encontraron a cuanto impotente-para-seducir Casanova, a cuanto aburrido y soez Mardi Gras, y a
cuanto poco gusto injustificado de Venecia, y ni hablar de las tediosas máscaras que parecían haber
sido pintadas por los hijos a los que probablemente nunca atendían, o que parecían ser de esas de
una «”ninety-nine cents only” store». Vestidos a cuadros y/o a rayas que alteraban las femeninas
figuras de una grotesca forma y manera; las transformaban en elipses o en cuadrados, tediosos
peinados con cabellos marchitos que habían sufrido de la era moderna de un estilista que todavía
utilizaba la plancha como su primer y único recurso y de un anticuado camino al medio, cuchicheo
vulgar que perturbaba a la obra de Khachaturian, lo cual no estaba mal, pero eran críticas sin
fundamentos que venían de claros malos gustos. O de la simple ignorancia.

Y allá, al fondo, con espalda recta y una carcajada de arrogante pero elegante diva que
saludaba sonrientemente a su primogénita, de manos tomadas y de mejilla contra mejilla y de la otra
mejilla contra la otra mejilla, estaba el centro de atención.

Ahora, ninguna de las tres estábamos criticando, mucho menos juzgando, al menos no a la feliz
cumpleañera que flotaba más alto y con mayor gracia que su primogénita, pero, si de milagros se
trataba, quien sea que hubiera concebido esa obra de arte que llevaba al cuerpo, realmente tenía
madera de Santo, pues, siendo la cumpleañera una “obesa” pero muy bien disfrutada talla ocho,
parecía ser tan raquítica como la talla dos que describía a la anonadada e italiana rubia «griega por
absorción y aprendizaje».

Era un vestido que claramente subía hasta los hombros en términos de lo desmangado, pero, claro,
estaba dividido en torso y en falda, falda negra que empezaba correctamente en la adulta cintura y
que caía sin esfuerzo alguno para formar una cola que tenía pinceladas tétricas, las cuales nacían en
la geométrica forma que adoptaba al estar extendida sobre el suelo, y, en el torso, sobre la base
desmangada, llevaba una ligera blusa tipo poncho de encaje del color de un Bollinger Rosé que le
llegaba hasta tres cuartos de sus desnudos brazos, porque Emma no sabía por qué esperaba guantes
de algún tipo, y, contrario a eso, sólo se encontró con un opulento e impresionante anillo que tenía
algo que ya no cabía en la categoría de sólo “diamante”, porque eso ya era una grosería de tamaño y
ni hablar de los pequeños diamantes rosados que iban incrustados en la circunferencia de oro rosado,
o de los pequeños diamantes blancos que iban incrustados en la circunferencia que se notaba que le
pesaba en el dedo anular derecho, veintiún quilates en total, «o quizás libras y no quilates», porque
en el izquierdo llevaba las otras groserías que indicaban que estaba atada por gusto y por goce al
hombre del que ya en un momento voy a hablar.

De los tacones, porque Margaret, a pesar de que amaba los stilettos, ya había aprendido que había
una cierta edad, entre sus años, en la que su uso ya no había sido tan cómodo y/o apropiado como
antes, pero eso no la privaba de adorarlos como siempre, pues llevaba unos René Caovilla que tenían
la plataforma justa como para dar comodidad eterna, y eran una especie de botines de encaje, gamuza
y perlas, todo en negro.

Ahora, lo que sí era realmente «breathtakingly beautiful» era la máscara.

Su cabello blanco no era víctima de un abuso de productos, o de una pistola, o de una plancha, aunque,
bueno, ella odiaba las planchas porque aniquilaban todo tipo de volumen y de vida, «”porque eso sólo
funciona para los anuncios de Pantene”», y ella no utiliza esa marca, y tampoco era víctima del olvido,
pero no era lo más impresionante como solía serlo siempre como lo llevaba, sino que era la mantilla.
Sí, la medieval mantilla. La mantilla estaba colocada a la peineta que se fijaba a su cabello, por la parte
de atrás, con un broche que dejaba ciego a cualquiera, pero el arte y la gracia de la mantilla era que
bajaba hasta sus ojos para cumplir la obligatoriedad de la regla de la máscara, ella con encaje negro
que le quedaba demasiado bien sobre el pesado y denso maquillaje de ojos, y el lápiz labial rojo que
no era de felaciones de siete dólares.

«That’s what I call a fucking wearable costume».

— Emma —la interceptó Romeo antes de que pudiera llegar a donde la agasajada, quien ahora
saludaba a Phillip con cierta reticencia pero con la amabilidad de siempre, pues tampoco le iba a
mostrar qué tanto afecto le tenía.

— Romeo —resopló ante el sobresalto de la intercepción, y se vio envuelta en un abrazo del ficticio
descendiente del Jefe Pontiac Ottawa, pues llevaba una enorme corona nativa de plumas que podían
ser de huia, y, en lugar de máscara como tal, llevaba un antifaz blanco y rojo a la medida para que sólo
cubriera sus ojos y que simulara las pinturas faciales respectivas—. ¿O debería decir “Pluma Negra”?
—bromeó.

— ¿Cómo estás? —rio caballerosamente, saludándola con un beso en cada mejilla entre un abrazo
de flojas intenciones.
— Quite delighted, I must confess —le dijo al oído, y se despegó de él, o se vio despegada de él por
él, pues se había vuelto hacia Sophia.

— Sophia, siempre es un gusto verte —sonrió para ambas mientras la saludaba tal y como había
saludado a Emma, tal y como no saludaba a nadie nunca porque esos saludos eran exclusivos para las
amigas féminas de su mejor creación.

— Lo mismo digo, Romeo —reciprocó la rubia el gesto verbal de complacencia visual.

— Veo que nos hemos quedado muy cortas con el concepto —rio Emma con su ceño fruncido.

— El concepto no es Halloween —elevó él sus cejas, sabiendo muy bien que se refería a que
era «quite costume-like», pero en el buen gusto—. Aunque creo que muchos no hicieron ni el intento.

— Pluma Negra, es lo que hay —se encogió entre hombros.

— Sí, “es lo que hay” —rio—. Pero, bueno —sonrió, haciéndose hacia un lado para dejar que vieran
a la cumpleañera darle un sorbo a una copa de champán—, las máscaras se las pueden quitar luego
—guiñó su ojo, y vio a ambas mujeres pasar de largo con una sonrisa para ir a ser víctimas del
aristocrático pero estrechamente cariñoso saludo.

— ¿”Feliz cumpleaños” está en orden? —elevó Emma su ceja en cuanto Sophia se irguió luego del
febril saludo.

— Y cualquier epíteto de positiva connotación que quieras agregarle, darling —asintió Margaret,
llevando su mano izquierda a su cintura y elevando la copa de champán a media altura con sus
perfectos manicurados dedos-de-negro-noir-primitif que sostenían el tallo de cristal y que eran
sodomizados por ese conjunto de rocas—. Por favor —lanzó un latigazo para uno de los meseros que
estaban encargados de ponerle el mundo a sus pies por las próximas horas por una significativa paga
y por una mejor y más exagerada propina—, no es nada ni se hace nada sin una copa en la mano —
sonrió, elevando sus cejas y llevando su copa a sus labios para beber el último sorbo, cerró los ojos,
suspiró, y saboreó las gloriosas y diminutas burbujas que se deslizaban por su esófago—. Mmm… —
abrió su ojo izquierdo, manteniendo la placentera expresión del amargo pero sedoso sabor—. Nada
como una buena copa de champán —ensanchó la blanca sonrisa, y, lenta y arrogantemente, se volvió
hacia el diligente mesero que le ofrecía la charola para que colocara la copa, pues Margaret detestaba
cuando dedos ajenos marcaban su cristal—. Les presento a John —dijo mientras colocaba
delicadamente la base de la copa sobre la brillante charola—, él se encargará de hacer que suceda lo
que ustedes quieran que suceda —sonrió, y el sonriente hombre sonrió con una corta reverencia.

— Una copa de Blanc y un Martini seco, sin aceitunas, ¿cierto? —sonrió el hombre que había
estudiado la lista que Natasha se había encargado de darle, una lista con treinta y un invitados que, a
pesar de no ser tan importantes como la compulsiva necedad y necesidad de Margaret de tener una
copa en la mano, eran igualmente importantes.

— Cierto —asintió Sophia, a quien nunca le dejaba de sorprender hasta dónde podía llegar la
prepotencia del cliente, pues no había fiesta, celebración, o lo-que-fuera, que tuviera personal de
servicio, que no supiera qué le gustaba a cada quién, y cómo le gustaba ese qué.

— Y otra copa de champán —añadió Margaret, petición que no necesitaba verbalizar porque ya él
sabía que tenía que llevarle otra copa, pero no a tres cuartas partes, como se la servía a cualquier otro
mortal, pues a ella le gustaba la copa a la mitad; se trataba de preservar las burbujas, sino, de no
querer las burbujas, bebería vino blanco—. Es mesa libre —se volvió hacia las dos féminas—, y barra
libre también —sonrió—, pero pensé que les gustaría sentarse con gente más de su edad, o quizás
sólo no con los sal y los pimienta —rio, refiriéndose a todos aquellos invitados que padecían ya del
mal de las canas, y en cuenta iba ella.

— Gracias —sonrió Emma—. Sólo, ¿en dónde puedo dejar el regalo?

— Por allá —guiñó su ojo, señalándole, con la dirección de su rostro, al hombre que parecía tener
una sonrisa pintada de lo falsa que se veía.

Emma sólo asintió, y, rápidamente, apenas halando a Sophia de la mano, le alcanzó el cheque al
implicado caballeroso señor que no se perdía ni resaltaba de entre la multitud con esas magnas y
profundas entradas de cabello tirado hacia atrás con tanto esfuerzo.

Y, así por así, porque así debía ser, no supieron en qué momento ya tenían una copa en la
mano y se sentaban a la mesa que había sido reservada “para los amiguitos de Natasha”, porque si
ella se aburría sólo podían esperar algo malo.

No hubo mayor evento, al menos no uno tan trascendental como para que valga la pena que
lo cuente con detalles. Sólo hubo música a la que nadie le encontraba tanto gusto como Margaret y
Romeo, porque a Emma, después de un poco de Shostakovich, que ni siquiera había sido el segundo
movimiento de la Décima Sinfonía, y de un poco demasiado de Tchaikovsky, le había perdido el interés
y no veía la hora en que algo diferente se adueñara del escenario; no le importaba si eran gaitas
escocesas, quizás por eso fue en contra de todo prejuicio y gusto de bartender y mixologyst, pues
bebió tantos Martini como el cuerpo no le pidió, era como comer por aburrimiento, porque todos
aquellos “expertos” decían que sólo se debía beber uno o dos, que eso era lo chic, porque, para
emborracharse, había alcoholes más severos y menos elegantes como el tequila, porque, ¿qué era
eso de lamer la sal, beber, y morder una lima?

***
— ¿Y tú? —rio Sophia, logrando traerlo de regreso a la Tierra, al aquí y al ahora, con un rápido doble
chasquido de dedos.

— ¿Yo qué? —balbuceó, casi tartamudeando, y, como prácticamente todo hombre en traje formal,
frunció su ceño, se aclaró la garganta, y llevó su mano al nudo de su corbata para recomponerse en
postura y en compostura.

— ¿Tú qué? —se burló con una sonrisa de amplitud vertical y de arqueadas cejas mientras sacudía
lentamente su cabeza de lado a lado para afilar el arte del bullying.

— No entiendo —cerró sus ojos con esa cobarde y falsa arrogancia.

— Tienes una cara… —se encogió entre hombros.

— Es la única que tengo —repuso un tanto a la defensiva.

— No te preocupes, que no me asusta —elevó sus cejas de forma explicativa.

— ¿Necesitabas algo? —preguntó cortantemente cuando al fin ya había regresado por completo al
presente, que fue sólo porque se acordó de la expresión “sexo con ropa”.

— Ay, te diré lo que necesito —asintió, y, de un movimiento, enganchó su brazo entre el suyo para
empezar a caminar por aquel pasillo—. Necesito ir al baño —sonrió, caminando sin gracia y sin
desgracia, simplemente, por la ridícula cantidad de alcohol, su cabeza iba de un lado a otro con
diversión.

— ¿Necesitas soporte o apoyo?

— Apoyo necesitaría si tuviera una infección en las vías urinarias —rio—, tú sabes, porque es un
dolor que no se sabe describir con tanta precisión…

— Entonces “soporte” —repuso rápidamente, y saltó a la errada conclusión—: estás ebria.

— ¿Ebria? ¿Yo? —rio nasalmente, y detuvo el tambaleo de su cabeza para relevarlo por un
disentimiento—. Quiero acordarme de este día lo más que se pueda.

— Entonces, si no estás ebria, ¿para qué necesitas soporte?

— Stilettos —suspiró.

— Alturas malignas, ¿cuál es la gracia?


— Definitivamente no es ser de tu maligna altura —se encogió entre hombros—. Supongo que el
gen de la estatura no lo saqué de ti… la altura me da igual porque sólo cambia la perspectiva; si veo a
la gente hacia arriba o hacia abajo, aunque debo decir que tiene su gracia eso de ver al mundo desde
arriba, pero la altura maligna mejora mi postura considerablemente; asegura trasero, alinea espalda,
saca pecho, hace de mis piernas algo de otro mundo… o eso me dijo Betty —dijo, e hizo una minúscula
pausa para dejar que la epifanía fuera digerida—. Y son bonitos.

— Pero duelen —repuso, omitiendo el comentario de Betty porque no sabía quién era ella.

— Y la espalda también tiende a doler si no tienes una buena postura —rio—, es cuestión de
escoger qué es lo que quieres que te duela.

— Escoge que no te duelan los pies, entonces —soltó una relajada risa nasal.

— Sé que estoy sobria porque todavía siento dolor, es grave cuando dejo de sentirlo —«porque eso
significa que ya tengo los stilettos en la mano».

— Ah, suenas a esas personas que dicen que el dolor es lo único que les indica que están vivos.

— ¿Vivos? —frunció su ceño—. Realmente, como no me he muerto, no te sabría decir si se siente


dolor en eso que llaman laafterlife —sacudió su cabeza—. La situación de mis pies es un indicador
fisiológico del nivel de mi ebriedad, nada más.

— De igual forma, Sophia, creo que necesitas los pies para caminar… lo que necesitas es bajarte de
esas cosas para que no te duelan los pies.

— Ah, te preocupas por mis pies —bromeó, deteniéndose frente a la puerta del baño.

— Me preocupo por ti —asintió él.

— Ay, qué lindo —sonrió, y le ahuecó la mejilla—, pero no necesito que te preocupes por mí.

— Cierto, lo que necesitas es ir al baño —rio, apuntándole, con su mirada, en dirección a la puerta.

— Pero por necesidad fisiológica —asintió.

— ¿Hay algo que necesites que no sea fisiológico? —frunció su ceño, y Sophia se reflejó en él—.
Digo, para traértelo… no quiero contribuir a tu dolor de pies —le explicó con aire de excusa.

— ¿Puedes esperar aquí mientras voy al baño? —se encogió entre hombros, aunque, en realidad,
sólo era que creía que esa instrucción había quedado implícita en la subliminal petición de que la
acompañara al baño, porque, pues, no había tal cosa como que entrara con ella al baño de «ladies».
— Sí, claro que sí —balbuceó con un asentimiento relativamente torpe.

La vio desaparecer tras la puerta sin el menor aparente dolor de pies, porque, en realidad, era el
principio del dolor, todavía no era aquel ardor en el tercio anterior que se sentía como si un millón de
agujas finas se le clavaran con cada paso; eso ya no era sano ni bonito. Y ningún stiletto valía la pena
si se llegaba a esos extremos.

Se quedó ahí, con las manos llenas de awkwardness al no saber qué hacer con ellas, por lo
que resolvió meterlas en los bolsillos de su pantalón mientras mantenía la mirada fijada en cómo las
puntas de sus Ferragamo cubrían y descubrían los círculos rojos de la alfombra.

Y pensó. Sí, pensó. «“Maligna altura”», ¿qué había querido decir con eso? ¿Era sarcasmo o
cinismo? Bueno, quizás cinismo no sino reclamo. ¿Era sarcasmo o reclamo? ¿Estaba en descontento
con su corta altura o estaba contenta con su altura promedio? Eso de “ver al mundo desde arriba” lo
había confundido más de lo que debía hacerlo, en especial porque su subconsciente había omitido el
indiferente “me da igual” que le había precedido a tal comentario.

— Es bonito verlo todo desde arriba, ¿verdad? —rio suavemente Sophia mientras frotaba sus manos
para deshacerse de lo último de la humedad de olor a cremosa miel de abejas.

— ¿Perdón? —ensanchó la mirada, asustado por no saber cómo sabía que pensaba en lo de la
altura, pero no era nada sino un comentario al azar.

— Nada —sacudió su cabeza, y volvió a enganchar su brazo en el suyo.

— ¿Más tranquila? —la vio de reojo, y ella asintió—. ¿Hay algo más para lo que me necesites?

— Sabes, hay algo que me tiene un poco confundida —le dijo con un suspiro.

— Tú dime.

— Emma tiene una mejor relación con Bruno que yo contigo… y eso que a ella el término
“padrastro” no le cae precisamente en gracia.

— ¿Te confunde la parte de Emma y su “padrastro”, o la parte tuya y mía?

— ¿Cuál crees? —entrecerró sus ojos.

— Emma es una persona hermética y amurallada, no deja entrar a cualquiera —se encogió entre
hombros—, por eso pregunto.

— Es por el hermetismo y lo amurallado que me confunde —rio, pero él no pareció entender—.


¿Te parece que soy de trato difícil?
— Al contrario —sacudió su cabeza—, eres de trato fácil; relajada.

— “Re-la-jada” —resopló—. Epithet which I couldn’t possibly inherit from you.

— Scusi? —ensanchó la mirada.

— You heard me —«,old fart».

— Yo no soy de trato difícil, esa descripción le cae mejor a Emma —contraatacó con una sonrisa
cínica.

— No dije que eras de trato difícil, o que eras un histérico, un neurótico, un estresado —sacudió su
cabeza tal y como él la había sacudido hacía unos segundos.

— Entonces, ¿qué me quieres decir con que eso no lo heredaste de mí?

— ¿Lo explícito? —frunció su ceño, deteniéndose para encararlo completamente.

— Si yo no soy de trato fácil, o relajado, ¿qué soy?

— Un judgemental prude.

***

— Straight Martini: stirred and clean —dijo Emma con una sonrisa para el responsable de atender la
barra, y se volvió sobre sí para encarar la pista de baile.

La fiesta, al ser un evento de beneficencia más que una celebración de cumpleaños, o un juego de
excusas para las justificaciones a la mano, había tenido una asistencia de fluctuantes dos tercios de
los invitados, pues nunca faltaba aquel que sólo llegaba a dejar el cheque, a tener una fotografía de
asistencia, y se iba, o el que no llegaba pero que sí enviaba el cheque; todo dependía de qué tan social
se quería ser o de que tan importante se era. Definitivamente, tanta gente ya no había. Ya se podía
caminar con mayor libertad, y la pista de baile estaba menos abarrotada, y las barras eran y estaban
prácticamente libres en todo el sentido de la palabra.

Natasha bailaba con Thomas entre graciosas carcajadas, de vueltas hacia aquí y hacia acá, de
jalones y tirones, de pasos así y asá, y, entre el baile, conversaban entre muecas retadoras con James
y Julie. Todo por saber quiénes bailaban mejor.
Al otro lado de la pista de baile, sentado y con mala cara por el aburrimiento y el hostigamiento, estaba
el famoso primo de Natasha, ese que parecía que sólo quería arrojarse frente al primer bus o a las vías
del subterráneo porque su novia, o su date, hablaba efervescentemente con Eric, el otro rubio primo
de Natasha y hermano del mencionado, «el caballero, el sano, el cuerdo, el que me cae bien», y era
porque trabajaban juntos en “Waters, Sheffield & Webster”; él era Webster y ella era Waters. El otro,
Matthew, al que Phillip siempre le trituraba la mano cuando lo saludaba con una amenaza muda y
odio en sus ojos, él sólo era algo de Recursos Humanos tras el famoso pensamiento de “los humanos
necesitan recursos”. O eso pensaba Emma que él pensaba. Qué odio.

Phillip no bailaba en ese momento porque no podía omitir la presencia de su cliente principal en una
de sus cuentas, nada que un whisky social no pudiera hacer.

Sophia, porque le habían picado los pies por no estar bailando, había bailado con Romeo uno que otro
de aquellos valses rusos o que iban por la línea de lo tétrico o de anticuada ironía, todo porque quería
aprender a bailarlo de alguien que sabía, y había logrado entablar una amistosa y amable conversación
con Anthony, el “asistente” de Margaret, hombre al que Emma todavía no se había opuesto. Es que,
en realidad, era de índole irrelevante porque, para lo poco que lo conocía, sólo podía sentir una alerta
demasiado evidente en el fondo de su mente.

Emma, por motivos que se reducían a las simples no-ganas de bailar, no estaba en la pista, ni con
Sophia, ni con Romeo, ni con nadie, ni ella sola, además, dentro de todo, a pesar de sentirse
muchísimo mejor, había tenido el tiempo suficiente como para tener una inexplicable recaída en lo
que la castigaba desde la madrugada, porque pasaba que era más dura consigo misma que con el
resto de sucios mortales, ¿por qué no podía simplemente hacer las paces? Y ese momento, hasta en
ese entonces, tuvo tiempo para estar sola a pesar de verse rodeada de tantas personas y de tanto
ruido, algo que necesitaba aunque supiera y aceptara que necesitaba estar acompañada también; era
algo para dosificar.

Y ahí, estando sola, sentada en uno de los banquillos de la barra, esperó por su Martini
mientras veía a Sophia bailar con una sonrisa de diversión y entretenimiento e intentaba lidiar con la
resaca de la madrugada para ya por fin ponerlo en el pasado. La seguía con la mirada, porque le
gustaba ver cómo trazaba los pasos con tanta diversión, porque todavía flotaba, y disfrutaba de saber
que la estaba pasando bien.

Entre sorbo y sorbo, entre cada elevación de cejas de la rubia y de risas del rubio opaco que la llevaba
con tanta facilidad, no se dio cuenta en qué momento su propia apreciación se había vuelto en un
tedioso y perverso acoso casi sexual.

— Jamás había visto una mirada así en una mujer —le dijo el hombre con una sonrisa, y logró sacarla
de su ensimismamiento, por lo que Emma se volvió hacia él con la mirada perpleja.

— ¿Perdón? —frunció su ceño.


— Esa mirada que tenías era distinta a las que estoy acostumbrado —rio, y llevó su vaso collins a
sus labios. Bebía laatrocidad: un escocés con coca cola. «Y es una mezcla común, pero no se hace con
un single malt scotch… ».

— ¿Y a qué mirada está acostumbrado? —sacudió su cabeza, manteniendo su ceño fruncido ante
la idea de saber que ese vaso tenía Macallan y coca cola, «y hielo», además, todavía no entendía.

— Estoy acostumbrado a que lo vean con picardía, con hambre —elevó sus cejas, pero Emma no
entendió—; como que se lo quieren llevar a casa por la noche.

— Deben ser las copas —sacudió Emma su cabeza con aire explicativo y excusatorio—, no le
entiendo.

— A mi hermano —sonrió—, nunca había visto que una mujer lo viera con tanto cariño —le señaló
al que bailaba con Sophia.

— Ah, usted es el hermano de Anthony —exhaló su entendimiento.

— Nicholas James —le extendió la mano con una amplia sonrisa y un asentimiento.

— My pleasure —rio Emma nasalmente, estrechándole la mano con una graciosa pero confusa
expresión facial.

— Sorry, I didn’t get your name —sonrió, acercándose un poco más a ella, a una distancia
demasiado personal para el gusto de Emma, por lo que ella se alejó un poco.

— I didn’t say it —sacudió su cabeza, y llevó su Martini a sus labios para evitarlo, porque no quería
hablar con nadie, mucho menos con alguien que su pick-up line había sido una referencia a su
hermano, ¿qué clase de estrategia era esa?

— ¿Conoces a Anthony? —preguntó él, omitiendo el subliminal y evidente rechazo de la mujer que
sólo quería ver en paz a Sophia.

— He cruzado tres o cuatro palabras con él —se encogió entre hombros—, es… —suspiró,
intentando encontrar un epíteto diplomático—. Es una buena persona —supuso con una minúscula
sonrisa, pues en realidad no lo conocía tanto como para dar fe de que verdaderamente era una buena
persona.

— Ah, eso lo dices porque no has pasado la noche con él y nunca te llamó luego —rio burlonamente,
haciendo que Emma se volviera con su ceja derecha hacia arriba—. ¿Qué?

— No lo estaba viendo a él, estaba viendo a mi novia… a la que está bailando con él —disparó el
misil.
— ¿Tu novia? —rio, volviéndose hacia los rubios, y, de reojo, vio a Emma asentir—. ¿Tienes una
mejor excusa?

— ¿Excusa? —elevó su ceja derecha todavía más, pues necesitaba que su ceja alcanzara el nivel de
su indignación.

— He escuchado de todo —asintió—: desde que están en una relación hasta que tienen herpes.

— ¿Cómo es “herpes genital” una mejor excusa? —frunció su ceño, y, sin poder contenerse la
carcajada, la vomitó.

— Es más efectiva —frunció él su ceño. «Hm… that’s true».

— Y eso le debería decir mucho de alguien —asintió.

— ¿A qué te refieres?

— El herpes genital es una consecuencia de dos posibilidades: infidelidad y/o promiscuidad —


sonrió, y se abstuvo de nombrar la tercera posibilidad; la del contagio por dispersión.

— Yo no tengo herpes, y no tengo novia —sonrió él de regreso.

— ¿Asumo que es una “win-win situation”, no? —él asintió—. Qué bueno que no tiene herpes, y
qué mal que no tiene novia —sonrió, y se devolvió a la vista de una sonriente Sophia.

— ¿Siempre eres así de difícil?

— Siempre —asintió seriamente—, en especial cuando el inicio de la conversación tiene que ver
directamente con sexo —dijo con una sonrisa falsa.

— Bueno, pero podemos hablar de cualquier otra cosa —dijo él, estando un tanto asombrado por
la crudeza del comentario, y, ante el desinterés de Emma, actitud que él interpretó como un “la
conversación la debes empezar tú”, respiró profundamente y dijo—: tengo treinta y uno.

— Joven —opinó ambiguamente, pues sabía que él esperaba un poco de reciprocidad.

— Soy piloto —sonrió—, piloto privado… recién me promueven a Capitán.

— Felicidades —rio Emma nasalmente.

— Gracias —dijo, y alzó un poco su vaso para insinuar un brindis, brindis al que Emma respondió
con un distante alzamiento de su copa y un último sorbo—. Y tú, ¿qué haces? ¿Cómo te llamas? —
«oh, buddy, fuck off».
— Another Martini —le dijo al que le recibió la copa vacía—: straight, stirred, and clean, please.

— Una mujer que conoce su bebida —comentó el exasperante hombre, y Emma sólo sonrió—.
Vamos, dime algo… lo que sea —le rogó, cosa que hizo a Emma reír—. ¿O tengo que adivinar?

— Por favor, no —dijo entre su risa mientras sacudía su cabeza, pero él no entendió el significado
real de la enunciación.

— Si adivino, ¿bailarás conmigo? —elevó graciosamente sus cejas.

— ¿Qué es lo que quiere adivinar? —«no».

— Quién eres, qué haces, cuántos años tienes… —se encogió entre hombros.

— Está bien, pero, si no acierta, me deja en paz —asintió una tan sola vez—. Haga lo mejor que se
pueda —sonrió.

— Está bien —respiró profundamente, llevó el vaso a sus labios, bebió el resto de la bebida, y se
irguió para arreglarse el corbatín—. Esta fiesta se divide en tres partes: los de las leyes, los del
periodismo, y los de los bancos —dijo, viéndola penetrantemente pero sin poder descifrar lo que esa
mirada sonriente significaba, «burla»—. Las mujeres no llegan muy lejos en los bancos, y, como te
falta un anillo de matrimonio, no eres esposa de banquero; lo que significa que nos quedan el
periodismo y las leyes —dijo, estirando sus brazos para empezar a arreglarse las mangas, «sexista»—
. Leo el “New York Times” todos los días, y no he visto tu fotografía en ningún editorial, ni en ninguna
columna; me acordaría… supongo que debes estar en las leyes, al menos la actitud la tienes: seria,
tajante, al grano —sonrió—. Calculo que tienes veintisiete o veintiocho, y no sé mucho de cómo
funcionan las firmas de abogados, pero eres muy joven como para ser socia; debes ser junior partner,
yattorney.

— ¿Algo más? —ladeó Emma su cabeza.

— Vamos —sacudió su cabeza, y le extendió la mano para que le cediera el baile.

— No —sacudió su cabeza lentamente, y se volvió hacia la sonrisa de Sophia.

— Yo sé que no me he equivocado —suspiró su frustración—, pero no entiendo por qué las mujeres
prefieren andar con rodeos en lugar de ser honestas.

— Está bien —sonrió—: no quiero bailar con usted.

— ¡Emma! —exclamó Phillip, llegando a su rescate, pues, desde lo lejos, había visto cómo el hombre
la hacía sufrir con su presencia y su insistencia, aunque cualquiera habría creído que era él quien sufría
por su grosería—. Te me perdiste —rio, sonriéndole al tercero que estaba todavía ahí presente,
porque a él sí lo conocía por referencias y menciones de su hermano.

— No tenía ganas de hablar sobre finanzas —sonrió para él.

— Sí, un poco aburrido —dijo, apoyándose de la barra con su mano y su bebida.

— Thomas le va a arrancar el brazo a tu esposa —comentó Emma, omitiendo la nula presencia


incómoda.

— No tiene tanta fuerza —sacudió su cabeza—. Pero, de igual forma, en un rato la iré a rescatar,
¿tú no piensas bailar con Sophia?

— Todavía no lo sé —se encogió entre hombros, y recibió el Martini sobre la barra—, creo que voy
a esperar a que se vayan más personas —dijo, notando cómo, de un segundo a otro, ya sólo estaban
ellos dos; la molesta tercera presencia se había esfumado entre su indignación—. Gracias.

— Hey, when I see a damsel in distress… —sonrió carismáticamente—. More like a “damsel in
Dior” —guiñó su ojo.

— Oh, my hero! —canturreó Emma en una aguda voz de falso entusiasmo, y se le arrojó contra el
pecho para incrementar el dramatismo, por lo que ambos rieron a carcajadas.

— ¿Quién era ése?

— El hombre con la peor pick-up line que he escuchado en mi vida —rio, sacudiendo su cabeza y
dio un pequeño sorbo a su nueva copa—. Es el hermano del asistente de Margaret.

— Pf, beats me —sacudió su cabeza, y bebió el último sorbo de su vaso, para, con un gesto
universal, pedir dos dedos más del escocés que bebía neat—. Oye, ¿puedo preguntarte algo?

— Lo que quieras.

— ¿Estás bien?

— ¿Por qué lo preguntas? —ladeó su cabeza con su ceño fruncido.

— Estás como… —frunció su ceño, y paseó sus dedos por su quijada—. Como distante.

— No soy corazones y animalitos bonitos de felpa —rio evasivamente.


— Eso es de conocimiento público —estuvo él de acuerdo—, pero, no sé… cuando estabas en tu
sesión de “make me beautiful” en el apartamento… no sé, estabas distante con todos menos con tu
iPod.

— Mmm…

— What’s up?

— Aside from the ceiling… —suspiró Emma sin la menor intención de ceder al cinismo—. I don’t
know.

— ¿Está todo bien en el estudio?

— Tengo una shitload de trabajo —suspiró de nuevo—. Tenemos el problema de la Old Post
Office… que está drenando a Volterra, a Belinda, y a Nicole, y ni hablar de Clark, tanto que
probablemente tengamos que contratar de nuevo a Segrate.

— ¿Qué de la Old Post Office?

— Desde hace años, los Trump querían el contrato de arrendamiento del lugar para transformarlo
en un recinto hospitalario… el contrato de arrendamiento va, anualmente, por los cinco punto uno
millones, y el contrato se estaba negociando por veintitrés años si no me equivoco… pero la GSA, no
me preguntes por qué, estableció que el ingreso del monumento era mayor al que los Trump estaban
ofreciendo, y eso que ellos ofrecieron un poco más de doscientos millones en dólares de remodelación
y mantenimiento.

— That’s alotta cake —ensanchó Phillip su mirada.

— A eso tienes que agregarle el ingreso anual corporativo que iban a tener, que, sin decir mentiras,
el hecho de que el monumento esté en el camino directo que va hacia la Casa Blanca, es una mina de
oro en profit y en taxes…

— Mina de oro turística y diplomática —asintió.

— Claro.

— Entonces, ¿cuál es el problema?

— Antes de que la GSA diera su “veredicto”, ellos empezaron a sacar todo tipo de permisos habidos
y por haber porque asumieron que les iban a dar el contrato.

— Ah, pero como la GSA dijo que no, se perdieron.


— Exacto —asintió Emma—. El año pasado, antes de que la GSA cambiara su punto de vista
financiero, y de que la transformación no iba a tener ningún impacto significativo a nivel de transporte,
historia, o de uso de tierra, nosotros entramos a ser los encargados de hacer todo el papeleo, pero,
por órdenes de ellos, para no adelantarse a nada porque eso cuesta dinero, no empezamos con el
papeleo desde el momento en el que nosotros entramos.

— ¿Están atrasados con el papeleo?

— Los permisos prácticamente ya están, al menos los iniciales, pero quedan unos que tienen que
ser emitidos por la GSA después de nosotros haber presentado hasta el último detalle que vamos a
transformar porque tienen que asegurarse de que nosotros no vamos a ambientar tipo Moulin
Rouge —dijo, y bebió un sorbo para luego apartar su copa; ya había llegado a su límite etílico—. Cada
cambio que nosotros hagamos, después de que nos concedan los permisos de la GSA, es otro papeleo
más, y, como el proyecto lo quieren terminado para el dos mil quince, algo que me parece imposible
de hacer…

— Papeleo extra significa tiempo perdido, un atraso —completó Phillip la idea.

— Exacto, y cualquiera podría pensar que doscientos millones en remodelación y mantenimiento


inicial es peanuts para mis jefes… pero un papeleo por gusto, costando lo que cuesta, en tiempo, en
ineptitud, y en dinero, no es así nada más…

— Suena estresante, ¿eso es lo que te tiene así?

— En parte —asintió—. Volterra, como tiene una adicción al estrés y a la presión sobrehumana,
dijo que sí se podía sacar para el dos mil quince, pero yo no quiero entregar una obra hecha con prisa;
eso sólo es sinónimo de que no vamos a poder entregar la calidad que nos define… no podemos
garantizar calidad impecable porque es demasiado riesgoso, en especial en términos de reputación, y
no quiero tener que reunirme con el legal team para disolver el convenio.

— ¿Y tú para cuándo crees que podrían terminar el proyecto?

— Tomando en cuenta un margen razonable de contratiempos, por uno que otro cambio, por el
clima, por todo eso que nosotros no controlamos, yo calculo que eso se entregaría hasta mediados
del dos mil dieciséis —«porque hay que saber cubrirse el trasero».

— ¿Por qué no lo dices?

— Primero porque Volterra es el encargado del proyecto, yo no voy a estar tres cuartas partes del
dos mil quince. Segundo porque el cliente así lo quiere, lo quiere para finales del dos mil quince, y eso
se podría sólo si pudiéramos trabajar todos los días, todo el día, y con una cantidad exagerada de
obreros que estén calificados para eso, pero, por estar en donde está, eso no es posible. Y, tercero, lo
dije en la reunión que tuvimos el miércoles, y casi me pegan —rio—, pero me dijeron que lo iban a
meditar.

— Eso debe ser bueno, ¿no?

— Es una respuesta diplomática, no necesariamente honesta —se encogió entre hombros—. Por
otra parte, ellos habían contratado al ambientador con el que habían trabajado en Toronto y en
Vancouver, pero les renunció antes de terminar los diseños.

— Entonces, eso te toca a ti hacerlo.

— Sophia lo hará —sacudió su cabeza—, yo la voy a apoyar.

— Que es prácticamente como si te estés haciendo cargo del proyecto pero por la parte de
ambientación, ¿no?

— La mayor carga laboral la tiene Sophia —sacudió su cabeza de nuevo—. El punto es que yo no
quería verme involucrada en ese proyecto en particular… en tres semanas tengo que entregar los
primeros diseños para Oceania, y en tres semanas ya tenemos que haber enviado la ambientación
final a la GSA para que vean que no estamos haciendo nada que vaya en contra de la Patria y todo eso
—rio—. Y, por si eso fuera poco, tengo un proyecto en Newport que… —suspiró—. Tengo que
ambientarlo.

— ¿Es en esas tres semanas?

— Dependo totalmente del arquitecto —se encogió entre hombros—, tiene que terminar la casa
para yo poder llegar a meterle las camas, y ha tenido un par de atrasos de los más estúpidos.

— Me dijo Sophia que el lunes empiezas a entrevistar pollos —sonrió—, eso debe quitarte cierto
peso de encima.

— ¿Qué te dijo del pollo que quiero?

— Me dijo que había un pollo que en papel parecía ser una cagadita tuya —asintió.

— Y planeo explotarla —asintió ella también—. Si sobrevive las próximas tres semanas, o un mes,
es digna de que Volterra realmente considere darle una plaza fija —«no por carga laboral sino por
ambiente laboral».

— Aunque asumo que debería considerarlo porque pollos como esos no salen de cualquier granja,
¿no?

— ¿Qué? —rio Emma, no entendiendo ya las metáforas avícolas.


— Asumo que una diseñadora como ella, así sea la Mujer Maravilla en papel, no sale de cualquier
universidad ni llena todos los requisitos que quieres que llene, los que están en la teoría y en la práctica
—rio.

— Eres tan inteligente… —asintió.

— Eso yo lo sé, pero me gusta que tú lo sepas también —sonrió, y sacó su lengua—. Antes de que
me cambies el tema, sabes que, si en algo puedo ayudar, sólo tienes que decírmelo, ¿verdad?

— Gracias, Felipe —sonrió.

— De nada —reciprocó él, porque su diligencia estaba hasta en la posibilidad de tener que
enrollarse las mangas para ayudarle a pintar una pared—. Sólo diré que me alivia saber que tu
distancia no era porque habías peleado con Sophia…

— We didn’t fight —suspiró, no dándose cuenta de que eso había salido en voz alta.

— ¿Está todo bien entre ustedes dos? —preguntó ante la defensiva respuesta.

— ¿Puedo preguntarte algo personal?

— Claro, lo que quieras, Emma María.

— ¿Alguna vez has tratado mal a Natasha?

— Define: “mal”.

— Mal —se encogió entre hombros, pues, para ella, el término estaba claro.

— ¿Te refieres a un trato físico, verbal, emocional, o qué? —preguntó con su ceño fruncido, y
decidió tomar asiento al lado de Emma.

— Todas las anteriores, más “qué” —sonrió.

— Físicamente, de pegarle, nunca —sacudió su cabeza—. Probablemente la he lastimado en los


momentos más estúpidos, pero sólo porque no he sabido medir mi fuerza, mi intención no es
lastimarla, como cuando pretendo hacerle cosquillas y termino casi que haciéndole una punción
lumbar —le dijo, pero eso era algo que Emma entendía—. Verbalmente… —suspiró—. No lo sé,
cuando estoy enojado no soy persona, no soy humano.

— Creo que sólo una vez te he visto enojado —frunció Emma su ceño—, y con ella nunca.

— No, pero hay veces en las que me cuesta dejar el trabajo fuera de mi casa, y no es que quiera
desquitarme con ella, porque no me ayuda en nada, ni siquiera para sentirme mejor en ese momento,
pero quizás sí le he hablado un poco tosco en alguna ocasión, o he sido un poco grosero, o mezquino…
y, emocionalmente, no lo sé. ¿Por qué lo preguntas? —ladeó su cabeza, llevando su mano a su chaleco
para desabrocharlo también; después de la ridícula hartada se había inflado y ya le estaba molestando
para respirar con la densidad de siempre.

— ¿Qué has hecho para arreglarlo? —omitió su pregunta.

— Natasha sabe que no es con ella, y que tampoco es mi intención —se encogió entre hombros—
, no suele tomarse esas cosas muy en serio.

— Y, cuando lo hace, ¿qué haces?

— Cuando se lo toma en serio es porque ya es más personal el enojo, o que mi enojo se desplaza y
digo alguna estupidez —le explicó—, pero le pido disculpas.

— ¿Y eso lo arregla?

— ¿Por qué no me dices qué pasó? —sonrió reconfortantemente.

— Yo… —empezó a decir, pero calló con una exhalación pensativa.

— No tienes que contarme con detalles.

— La traté mal —se encogió entre hombros al no saber cómo explicarlo de otra forma—, le quité
la sonrisa —confesó como si fuera pecado, porque lo era; esa imagen no podía lograr quitársela
aunque estuviera distraída.

— ¿Por lo de la Old Post Office?

— No, sólo…

— ¿Quieres que traiga a Natasha para que hables de esto con ella? —ladeó su cabeza y sonrió.

— No, creo que eres una mejor fuente de iluminación en esta ocasión —sacudió su cabeza.

— ¿Por qué?

— Porque ahorita, no sé por qué, no me siento tan mujer como debería… me siento como en ese
punto en el que no entiendo nada.

— Ah, te sientes como un hombre ante su mujer —rio, y Emma asintió—. ¿Sabes lo que hiciste mal?

— Sí.
— ¿Sabes que está mal o crees que está mal?

— Lo sé.

— ¿Lo hiciste con intenciones de lastimarla?

— No.

— ¿Sabes que se sintió mal?

— Sí.

— ¿Entendiste qué estuvo mal hecho y por qué?

— Sí.

— ¿Te disculpaste?

— No lo suficiente.

— ¿Te disculpó?

— Hasta demasiado.

— No sabes cómo quitarte esa culpa, ¿verdad?

— No.

— Tómate un momento y respira —sonrió—. Piensa en cómo es Sophia, si te disculpó por


condescendencia o porque realmente te estaba disculpando; porque quería disculparte. Piensa en
cómo es Sophia, si parece estar haciendo las cosas como por obligación o porque realmente está
disculpado y olvidado. Y piensa quién es en realidad quien no quiere disculparte —le dijo, posando
suavemente su mano sobre su hombro.

— Sophia ha actuado como si nada pasó —repuso Emma.

— Y no quieres disculparte porque tienes miedo de que vas a dar por sentado el hecho de que,
hagas lo que hagas, lo hagas como lo hagas, ella te va a disculpar, ¿no es cierto?

— Sí, pienso que, de dejarlo pasar, lo voy a volver a hacer —asintió.

— Lo que sea que hayas hecho, lo que sea que hayas dicho, puede ser que lo repitas y no por eso
está mal —le dijo con una suave sonrisa—, repetirlo sólo te hace humana, no una mala persona.
— Si lo repito, que es algo que no quiero que pase, arraso con ella —habló su fatalismo catastrófico.

— ¿Qué tan malo pudo ser? —rio nasalmente.

— I lost my shit —se encogió entre hombros, y se molestó un poco por la risa de Phillip.

— El problema es que, para ti, “to lose one’s shit” es algo que para cualquier otra persona no es
nada —repuso él, y Emma dibujó una mirada de estar pidiendo una explicación—. Conmigo no
compartes mucho —se encogió entre hombros—, digo, tu naturaleza no es ser muy abierta con los
salvajes y ordinarios seres humanos que tienen el descaro de vivir en tu mismo tiempo y en tu mismo
espacio —bromeó, haciendo a Emma reír un poco—. A decir verdad, me asombra que me hayas
compartido algo así de delicado —confesó el honor.

— Contigo comparto —entrecerró su mirada.

— Of course you do —rio—. Me refiero a que compartes tus desacuerdos con Anna Wintour… o de
cuando Betty Halbreich te dijo que tu abrigo favorito era es-pan-toso.

— Te comparto a mi mejor amiga —se cruzó de brazos—, y te comparto a mi novia por un almuerzo
a la semana.

— Sí, y tu generosidad es agradecida, Emma María —se carcajeó—. Pero no me refiero a Natasha
o a Sophia, me refiero a ti.

— ¿Qué conmigo? —frunció su ceño, pero, ante las juguetonas cejas de Phillip, elevó su ceja
derecha—. No soy tan abierta con nadie. —Phillip ladeó su cabeza y sonrió—. Está bien: “no soy
abierta”.

— Y eso juega en ambas direcciones —le dijo él, y llevó su vaso a sus labios.

— ¿A qué te refieres?

— Yo creí haberte conocido feliz, pero no supe que no eras tan feliz como lo eres ahora.

— Habla bien, Felipe —intentó no gruñir por la desesperación, pues no entendía.

— Las personas te pueden ver feliz, te pueden ver enojada, te pueden ver triste, te pueden ver
estresada, te pueden ver como sea, y te ven así cuando estás demasiado ocupada en otra cosa y no
tienes tiempo para aplicar la laconia de siempre.

— People don’t need to know how I feel all the time —se defendió.
— Punto válido —estuvo de acuerdo—, el problema es que creo que tú tampoco sabes cómo te
sientes.

— ¿Ahora eres Psicólogo?—rio evasivamente.

— People are dumb —hizo la acertada observación—, no todos pueden leerte de la forma en la que
Natasha sabe leerte, o en la que Sophia sabe leerte. Digo, ni siquiera tienes que decir lo que estás
pensando y Natasha ya lo sabe.

— Eso se llama “ser predecible”.

— Y para ser predecible tienen que conocerte —asintió—. Pero la previsibilidad no es el punto focal
de esta conversación.

— ¿No? —él sacudió la cabeza—. ¿Entonces cuál es?

— Tú te encargas de que la laconia y el autocontrol sea lo que la gente vea: no te delatas.

— No veo cómo eso puede ser malo.

— Y no lo es, pero entonces no hay un marco de referencia —sonrió—. Ni para los mortales
estúpidos, ni para ti.

— I beg your fucking pardon?

— Estás tan ocupada encargándote de sentirte estable, que eso para ti es como una línea recta
horizontal porque no te gusta fluctuar ni hacia arriba ni hacia abajo, estás tan ocupada controlando lo
que sale al mundo, que no te das cuenta de la magnitud de lo que estás sintiendo…

— Básicamente me estás diciendo que no tengo una percepción y/o apreciación precisa de… —
suspiró, y frunció su ceño al no encontrar una palabra para establecer eso que desconocía.

— La percepción y la apreciación de todo es personal, por lo tanto subjetiva —la interrumpió—. Lo


que intento decir es que, cuando tú dejas salir algo, por muy pequeñito que sea, lo ves grande.

— Ah, exagero —dijo como para sí misma.

— No se trata de la ponderación —sacudió su cabeza—. ¿Cómo defines tú “lose one’s shit”?

— Tener un colapso temperamental, obviamente.

— Abordemos esto de otra forma —rio, pues se había encontrado con un callejón sin salida—.
¿Cómo te sientes cuando un bartender te sirve un Martini con aceitunas?
— Me enoja, porque digo específicamente que no quiero comida en mi bebida —se encogió entre
hombros, no sabiendo hacia dónde iba Phillip con eso.

— ¿Te dan ganas de reventarle la copa en la cabeza al bartender?

— Eso es un poco dramático —sacudió su cabeza.

— Pero eso sería, desde mi punto de vista, “to lose one’s shit” —sonrió—. I lose my shit cuando un
empleado renuncia abruptamente. I lose my shit cuando los clientes retienen información vital para
hacer una inversión. I lose my shit cuando la gente no está preparada para cosas que saben que van a
pasar. I lose my shit cuando los Junior Consultants se pasan de sexistas, o cuando deciden arriesgar
una reunión con un cliente en un lugar como un strip club cuando estamos en etapa depitch todavía,
o cuando deciden aplicar lo que la televisión les ha enseñado sobre cómo ser un consultor —rio.

— Sounds like you only lose your shit while at work —opinó Emma.

— Mi vida es complicada en el trabajo, no en mi casa —repuso.

— ¿Y qué has hecho cuando has colapsado?

— De todo —rio.

— Amuse me.

— Nosotros tenemos, en la azotea, un set de mini golf para relajarnos —comenzó con una risa
nasal—. Claro, yo no soy mucho de golf, y la parte del “mini” tampoco me entusiasma, por eso
acostumbro a golpear bolas en dirección al río; por la fuerza. Pues, una vez, después de que durante
un pitch el encargado había insultado al CEO y al CFO, fui a la azotea a drenar el enojo… pero no me
bastó con golpear bolas, y por eso arrojé el palo… y los palos… y la cesta con las bolas… no maté a
nadie porque Dios existe —sonrió, e hizo a Emma reír—. Cuando estábamos trabajando en el pitch de
los Yankees, ya ni me acuerdo qué fue lo que dijo uno de los Junior Consultants nuevos, que mi
reacción fue meterle el pan en la boca… pero lo tomé de la cabeza y le empecé a meter el pan entero;
era un Subway de albóndigas —sonrió, y Emma se carcajeó—. Cuando lo de Natasha,I lost my shit por
lo que me dijo mi mamá… y el resultado fue que arrojé el teléfono a la calle.

— Bueno, tú te pones más físico —comentó.

— Creo que he visto demasiadas veces a mi mamá rezongar, refunfuñar, y demás, en voz alta y con
manos aquí y acá, que de paso grita, y eso no me alivia el enojo —se encogió entre hombros—. Yo
tengo que drenar de forma física.

— ¿No te preocupa que se te pase la mano?


— Yo no digo que tu trabajo no sea estresante, porque lo es, pero mi trabajo es estresante de otra
forma, y el estrés prácticamente te lo sirven los tres tiempos de comida, y yo, que como cinco veces
al día y doble ración, o triple, también me alimentan en ese momento —se encogió entre hombros—
, pero encontré la forma de drenar y descomprimirme: a veces hago ejercicio dos veces al día, o, ahora
que tengo la cuenta de los Yankees, le estoy agarrando cariño al deporte —sonrió—. Además, si le
preguntas a Natasha, ella piensa que, cuando one loses his shit, es algo bueno.

— ¿Cómo puede ser eso algo bueno?

— Porque no te conviertes en una olla de presión —se encogió entre hombros—. Aunque todo
depende de qué tipo de shit es la tuya —rio.

— ¿Cómo?

— If, when you lose your shit, you take a gun and go on a killing spree… or if you puke, or eat, or
drink, or get physical, or offensive, or whatever.

— Traté mal a Sophia —sacudió su cabeza.

— Vamos por partes, ¿alguna vez has tenido un colapso temperamental real? —le preguntó con
una mirada de esperar y saber que la respuesta iría por la línea del “no”.

— Sí —asintió, logrando que Phillip ensanchara su mirada—. Cuando Volterra le ofreció la sociedad
a Sophia.

— ¿Ves? —exhaló aliviado.

— ¿Qué?

— Eso te enojó, y podrás haberle dicho dos o tres cosas, y le pudiste haber servido un buen y jugoso
plato de mierda, peroyou didn’t lose your shit —sonrió confusamente enternecido, y era confuso
porque Emma nunca lo había visto así: enternecido—. Para ti, eso de “lose one’s shit” es lo que para
muchos es normal… lo que tú has nombrado “normal”, en ti, es algo que prácticamente no existe.

— You don’t understand… —suspiró, y llevó su mano a su frente para luego rascarse los ojos con su
pulgar y su índice, aunque, claro, con cuidado de no correr ni arruinar su maquillaje.

— Probablemente no —sacudió su cabeza una única vez—, pero sí sé que no le pegaste a Sophia,
sé que no estás enojada con Sophia, sé que, en sí, el problema no tiene nada que ver con Sophia.

— Sí tiene que ver, pero no en el sentido de que tiene la culpa —repuso rápidamente—. Hice algo,
y hablé de cierta forma que…
— ¿Ella te hizo enojar?

— No estaba enojada, estaba… —suspiró de nuevo, y desvió su mirada de la suya—. I was scared,
and worried, and desperate… and I swear to God I almost crapped my pants.

— Lo que hiciste no puede haber sido tan malo —la tomó de la mano.

— Eso no lo sabes.

— Lo sé —sonrió.

— ¿Cómo?

— Ella no está enojada contigo, vinieron juntas, y eran sus usual selves —sonrió.

— I belittled her, I humilliated her, I offended her, I insulted her… I abused her —dijo tan bajo como
pudo, llena de vergüenza.

— ¿Qué le hiciste? —preguntó, intentando no sonar tan asombrado como en realidad estaba, pues
se sintió muy protector de Sophia en ese momento.

— Le exhorté que se quitara la ropa —frunció sus labios—. Me desperté tan… desorientada —
respiró profundamente, no dándose cuenta de que estaba compartiéndose con Phillip más de lo que
acostumbraba, muchísimo más—. Y todo me daba vueltas, y no sabía si seguía dormida o si ya estaba
despierta —sacudió su cabeza como si todavía no pudiera creerlo—. Ya me ha pasado que me
despierto dentro del sueño, no en el aquí y el ahora, it’s weird, I know —se encogió entre hombros—
. Y le dije que se quitara la ropa para saber si había sido sólo un sueño estúpido… si ya me había
despertado o no… o si yo le había hecho algo.

— You’d never hurt her —frunció él su ceño—. Ni dormida, ni despierta.

— No fue lo que hice, fue lo que no hice.

— Lo que pasó, ya pasó —sonrió—. Sea lo que sea que haya pasado: ya te despertaste, lo que le
dijiste a Sophia ya se lo dijiste, y eso quedó en el día de ayer.

— El paso del tiempo sólo hace que me sienta como una inepta.

— ¿Por qué?

— Porque no logro que se me olvide lo que le hice, no logro olvidarme de esa cara… no logro que
se me olvide la forma en la que me veía —sacudió su cabeza.
— Y no tienes por qué olvidarlo para sentirte bien —le dijo, alcanzándole su olvidado Martini, pero
Emma se lo rechazó con un “no” de dedo índice—. Es un recordatorio de cómo no te gusta hacerla
sentir… y no lo volverás a hacer.

— Garantía no es.

— No, no lo es.

— No sé… —respiró profundamente, y se volvió hacia donde la rubia todavía sonreía entre los
juguetones tirones de brazos que le sacaban las risas.

— Make it up to her —le dijo Phillip al oído—. A mí me hace sentir mejor cuando se me ocurre lose
my shit con Natasha y que ni siquiera es su culpa…

— Suena lógico.

— Porque lo es —rio, pero, ante el serio talante de Emma, y la ceja derecha que iba cada vez más
hacia arriba, se volvió hacia la pareja de baile que tanto acosaba—. ¿Quieres ir a bailar con ella?

— What the fuck is he doing? —frunció su ceño.

— “He”? —reciprocó su expresión.

— Sí —frunció sus labios.

— ¿Hablas del asistonto?

— Sí.

— Está bailando con Sophia —rio.

— Look at his hand —aflojó su cuello, y Phillip, como apuntado, vio cómo la mano del mencionado
se posaba en la delicada frontera de la espalda baja y de lo que ya dejaba de serlo—. Soy yo, ¿o la
mano está demasiado abajo?

— Todavía es aceptable —respondió, volviéndose hacia Emma, quien parecía estar en


desacuerdo—. Pero, si la baja un centímetro, tú le amputas una mano y yo la otra —bromeó,
intentando relajar a la italiana que había empezado a hacer efervescencia.

— Prefiero amputarlo a él… —sacudió su cabeza, y ensanchó la mirada ante aquel giro que había
hecho que la espalda de Sophia terminara contra su pecho mientras la tomaba de las manos entre
brazos cruzados—. A él en general.
— Sólo están bailando —resopló—. ¿Quieres bailar conmigo?

— Sabes que la técnica de la distracción es eso, ¿verdad? —se volvió hacia él, quien asentía y le
tendía la mano para invitarla a bailar esa versión de “Hold On, We’re Going Home” que, quizás por la
voz del cantante, era más juguetona que seductora, pero el bocado sensual y sexual no se le quitaba
ni con todas las ganas del mundo, o quizás sólo era que Emma, con esa canción, podía acordarse de
ella acostada en la cama y de Sophia, parada en la cama, bailando y cantando tal canción, para
empezar a hacerse camino sus labios entre contoneos que iban bajando cada vez más. «Suena tal y
como si Adam Levine la estuviera cantando».

— Come on, distráete.

— I’m really not in the mood for dancing —se disculpó—, pero, sit ú quieres ir a bailar, please, don’t
let me keep you from it.

— Nonsense! —rio, no dejando de ver a Emma, quien no dejaba de acosar a Sophia, y que su acoso
crecía en intensidad con cada segundo que pasaba—. Oh, you women…

— ¿Qué? —elevó su ceja derecha.

— Dueñas del mundo, hacen y deshacen a su gusto, y todavía tienen celos —se burló.

— ¿Qué? —ensanchó su mirada.

— Tienen al mundo en la palma de su mano; espulgan a las larvas de la vida, son la razón principal
de sinfines de canciones de amor y despecho, de épicos poemas, creería que son una de las razones
principales por las cuales la economía existe, están empezando a tener presencia en la política y de la
forma más sana que existe, pero, con todo y nada, todavía tienen tiempo y ganas para tener celos.

— ¿Qué te hace pensar que estoy celosa, Felipe Carlos?

— No me digas que no estás celosa del asistonto de mi suegra —entrecerró la mirada.

— ¿Y te parece coherente el hecho de que esté celosa del asistente de tu suegra? —rio nasalmente.

— No de él como persona, o como hombre —sacudió su cabeza—. Pero no puedes negar que te
enoja.

— ¿Hablamos de celos o de enojo? —frunció su ceño.

— ¿No es lo mismo? —frunció él su ceño, y Emma sólo agudizó su mirada para declararle su
torpeza—. Está bien, el enojo implica celos.
— Eso sólo significa que, cuando estoy enojada, estoy celosa —tosió—. Creo que, en realidad, los
celos implican enojo.

— ¿Ves? —sonrió—. De paso son inteligentes.

— Sí sabes que no le estás ayudando a tu especie, ¿verdad? —se burló descaradamente de él, «y
de su especie también».

— I think men are hopeless without women —le dijo, y llevó su vaso a sus labios—. ¿Alguna vez te
has imaginado un mundo habitado sólo por hombres? —Emma sacudió su cabeza, porque «¿por qué
perdería mi tiempo en eso?»—. Sería un juego de Risk eterno; todos jugando a conquistar al vecino,
firmando tratados y pactos que después se van a violar, jugando a arruinarle la economía al más
pequeño, nunca llegando al consenso de nada porque tenemos motivos ocultos y que se reducen a
una disputa de quién tiene el pene más grande.

— ¡Phillip! —se carcajeó Emma.

— Dime si no es cierto —elevó sus cejas juguetonamente—. Es de conocimiento popular que un


hombre, cuyo miembro reproductor no reproduce, o cuyo tamaño, en grosor y/o en longitud, está
por debajo del promedio… tiende a la prepotencia, a la arrogancia, al narcicismo.

— No, es de conocimiento popular que un hombre, cuyo miembro genital no satisface sus propios
estándares de rendimiento, tamaño, y/o estética, sufra de “narcicismo invertido”, no de narcisismo.

— ¿Qué es eso? —ensanchó la mirada.

— “Narcicismo” explica el exagerado interés que tiene una persona en sí misma y en su propia
estética; expresan niveles grandiosos de lo que son, y de lo que “son” —sonrió—. Inflan su valor
personal e individual y menosprecian, subestiman e infravaloran al resto; un “Casanova”, aunque
Casanova es muy carismático.

— Pero eso es “narcisismo”, ¿qué es “narcisismo invertido”?

— Lo contrario —sonrió—, que el hombre, siguiendo con el ejemplo, se ve como un objeto… a


veces se ve como sólo un pene que va a ser explotado por otros, y aquellos que lo explotan son vistos
como poderosos, estéticamente hermosos, y prácticamente como alguien que ejerce el perenne arte
de la burla, pero resulta ser una vil codependencia. Se ve como un pene, no como una persona que
tiene un pene.

— Pero eso es porque una mujer, cuando se encuentra con uno pequeño, lo rechaza de esa manera;
con burla.
— Pero eso es porque el hombre, de lo único que puede alardear, es del tamaño de su pene —rio—
. Creo que de eso se deriva la idea de que mientras más grande se tiene, más masculino se es.

— Eso es como el huevo y la gallina —defendió él a su especie.

— Si eres evolucionista tradicional, estarías de acuerdo con el huevo —sonrió—. Pero, en palabras
de Luna Lovegood: “un círculo no tiene principio”.

— ¿Quién es “Luna Lovegood”? —balbuceó.

— Voy a fingir que no me preguntaste eso, Felipe —levantó su mano derecha con cierto acento
despectivo y decepcionado—. En fin, si el problema de tu especie se reduce al tamaño de sus penes…
—suspiró, sacudiendo su cabeza—. Creo que están mal.

— Por eso digo que un mundo gobernado por mujeres sería mejor —repuso.

— Así como hay hombres imbéciles en el poder, te aseguro que así habría mujeres imbéciles
también… porque ya hay de ambos ejemplos —rio—. De nada te sirve tener a tantas mujeres en el
poder si sólo va a servir para que, entre país y país, se tengan celos y no se hablen —bromeó—; la
famosa “ley del hielo”.

— Celos… siempre celos.

— Los hombres son celosos también —frunció sus labios—, the other dude has a larger penis, or a
bigger house, or a bigger boat, or a bigger horse, or a more successful economy… no soy machista,
definitivamente tampoco soy feminista, pero sí soy anti-sexista… o quizás sólo pasa que I simply don’t
give a fuck —sonrió inocente y angelicalmente.

— Eso no significa que no siga creyendo que las mujeres son más avanzadas —le dijo con
honestidad.

— ¿Qué te hace pensar que somos más avanzadas?

— Pueden llevar una vida adentro —respondió, dándose unas palmadas en el abdomen.

— ¿Y eso qué?

— El hecho de que un hombre no pueda llevar vida orgánica dentro de él, que no sea una fábrica
de metano, dice mucho, ¿no crees? —Emma se encogió entre hombros—. Yo soy fiel creyente de que
cada quien tiene lo que puede soportar, y eso me dice que un hombre no soportaría una
menstruación, un embarazo, un parto, una lactancia… creo que por eso el hombre ha asumido el rol
de “proveedor”, porque creo que, muy en el fondo, no puede hacer el resto de las cosas.
— Cualquiera diría que las feministas te han contratado para hacerles propaganda publicitaria —
se carcajeó.

— Oye, es cierto —frunció su ceño—. Realmente lo creo.

— Y, mientras tú crees eso, hay “n” cantidad de millones de hombres que creen que todos esos
aspectos son debilidades —sonrió—, que el rol de la mujer es prácticamente ser una fábrica de
resultados exitosos del propósito original de la meiosis, de cocinar, de limpiar, de lo que sea —rio—.
Las mujeres son emocionales, están capacitadas para la vida afectiva y privada, son pasivas y pacíficas,
tienen poco o nulo apetito sexual porque aman y no desean, son débiles, son conformistas, son
abnegadas y sacrificadas, vulnerables en todo sentido, la cuna de la sumisión, y la mayor expresión de
la dependencia.

— Es “n” cantidad de millones de hombres que le tienen miedo a la verdad.

— ¿Qué tanto has bebido? —rio Emma burlonamente.

— No estoy borracho —sacudió su cabeza—. Es sólo que sé que una mujer puede hacer lo mismo
que un hombre, a veces hasta mejor, y que puede hacer más cosas.

— Mmm… —suspiró—. Debe ser porque no estamos pensando en el tamaño de nuestros penes.

— ¿Ves? —exclamó.

— Pero es la tendencia universal —rio—, los celos y la envidia no son exclusivos del género.

— Ustedes no tienen envidia fálica —entrecerró su mirada.

— Freud estaría muy en desacuerdo contigo —asintió—. Y estoy segura de que hay varios
psicólogos que argumentarán que la evidencia más clara de eso es la existencia de una amplia variedad
de strap-ons —dijo como si pensara en voz alta—.Pero, mientras no tenemos envidia fálica, tendemos
a tener envidias varias; dinero, estética, familia, trabajo, etc.

— ¿Tú le envidias eso a otras mujeres? —la retó con la mirada.

— Le envidio la serenidad a Sophia, la habilidad de tranquilizarse rápidamente —asintió—. Pero,


según Sophia, es una envidia buena, una envidia con la que debo quedarme porque sólo me hace
tenerla como objetivo.

— Interesante… —opinó.

— Acuérdame, por favor, por qué estamos hablando de penes y sexismo —rio abruptamente al
darse cuenta de la profundidad del tema.
— Porque… —alargó la conjunción explicativa, y, conforme más la alargaba, más fruncía su ceño.

— Yo sólo te voy a decir una cosa —resopló—. Un mundo regido por y para la mujer, no es buena
idea; la ausencia del hombre, en una sociedad, no es nada sino un error matemático.

— ¿De qué hablas?

— Tanto estrógeno junto no es bueno, siempre se necesita un poco de testosterona para regular
el tiempo y el espacio.

— Repito: ¿de qué hablas?

— Mucho de algo no es bueno —sonrió, y dibujó dos puntos imaginarios con su dedo en el aire—:
una Fraternidad, mejor conocida como un “sausage fest”, o una Sorority, mejor conocida
como “estrogen on steroids”, es el ejemplo perfecto para que veas cómo funcionaría el mundo si sólo
un género dominara.

— Pero hablamos de madurez universitaria, Emma María.

— Y creo que la convivencia con el otro género es lo que te hace madurar —sonrió y guiñó su ojo.

— ¿Tú cuánto has bebido? —se carcajeó.

— Seis copas de champán y cuatro Martinis —se encogió entre hombros—. “Martinis”, cómo odio
el plural… suena tan mal.

— “Cuatro unidades de Martini”, entonces.

— Lo tomaré en cuenta —asintió.

Hubo un momento de silencio entre los dos, un silencio indiferente pero no incómodo, pues cada uno
veía a su respectiva fémina. Phillip dando un ocasional y diminuto sorbo al líquido ámbar de
abrumador aroma, y Emma sólo de pierna cruzada y de manos entrelazadas sobre su regazo.

— ¿Quién es él? —señaló Emma al carismático rubio de barba que todavía bailaba con Sophia—. Y
con esa pregunta no quiero una respuesta de tipo “el asistente/asistonto de Margaret”.

— Recién se gradúa de NYU, de periodismo —le dijo automáticamente—. Creo que el papá, o la
mamá, trabajó en algún momento con Margaret y por eso ha decidido empollarlo hacia el éxito de la
tinta impresa del New York Times —se encogió entre hombros.

— ¿Gastronomía y culinaria?
— Mjm —asintió—. Es un “foodie” total.

— Lo dices como si fuera algo malo…

— Pregúntale a cualquier restaurateur y te dirá que es algo bueno; mi suegra ha empezado una
misión gastronómica de comer de cuanto food truck se le atraviese… todo gracias al asistonto ese.

— Cuidado con el odio, Felipe.

— ¿Sabes la diferencia entre un restaurante a la semana y un food truck cada dos días?

— Mmm… ¿no? —se encogió entre hombros y sacudió su cabeza.

— “Trans fat”.

— ¿Qué?

— Esa talla ocho que lleva mi suegra es el producto de dos semanas de gimnasio intenso con
Natasha —rio—, eso, una cantidad exagerada de Crisco, una faja, y el arte de no poder respirar … tú
sabes: “Dios no quiera que llegue a talla diez”.

— Cuando yo la conocí era talla diez —elevó su ceja derecha—, claro, oficialmente era talla seis.

— Así como ahora es talla cuatro —guiñó su ojo.

— Indeed, pero, ¿qué tiene de malo que esté yendo al gimnasio con tu esposa?

— Ayer, que mi mamá iba saliendo a misa y que Natasha iba llegando a casa, que es la hora
programada para Foxtrot Uniform Charlie Kilo, ¿sabes qué me dijo?

— Claramente no —rio ante el eufemismo utilizado.

— “Estoy cansada”, puso la cabeza en la almohada, y no se despertó hasta hoy por la mañana.

— Auch —se burló Emma—. Te dejó con Captain Standish.

— ¡Emma María! —rio falsamente escandalizado—. ¿Qué son esas palabras?

— Palabras de niña grande —sacó su lengua—. ¿Cuándo se va tu mamá al fin?

— Se supone que se va la otra semana, el miércoles.

— ¿Ya cerraron el trato?


— Oficialmente, mi ingreso por el negocio familiar ha sido terminado —asintió.

— ¿Por qué? ¿No debería ser que, por un contrato nuevo, tu ingreso debía aumentar?

— No soy un participante activo en la petrolera, soy un vil accionista —se encogió entre hombros—
. Y desde hace un tiempo estaba considerando en vender mis acciones… no quiero tener ataduras
económicas a mi familia, eso sólo me pone obstáculos innecesarios.

— ¿No es eso como autoproclamarte “traidor”?

— Sí —asintió—. Lo que pasa es que mi mamá usa eso como excusa para intentar controlarme en
ciertos aspectos.

— ¿“Natasha-aspecto”?

— Pues, claro —rio—. No me parece gracioso cuando decide tacharla de “emocional y


psicológicamente inadecuada” para criar a mis hijos —dijo, y Emma ensanchó la mirada.

— Is that even legal?

— Sure it is… en especial cuando puedes argumentar, “a su favor”, que el aborto la dejó “mal” —
«that bitch»—, y que el ambiente en el que vivimos no es el más sano.

— No quiero ofender, ¿pero qué le pasa a tu mamá?

— ¿Qué le pasa? —resopló retóricamente—. Es republicana recalcitrante —rio, y a Emma eso le


explicó absolutamente todo, porque personas como Katherine tendían a extrapolar la ideología
política de forma fanática y ortodoxa; era un estilo de vida.

— ¿Cómo está tu hermana? —resolvió preguntar para cambiar un poco el tema.

— Cagada —murmuró—, todavía no sabe cómo decirle a mis papás.

— Y tú, ¿cómo estás?

— I was upset, pero ya no más… no sirve de nada, ni a mí, ni a ella, ni a la situación que esté enojado.

— Eso es bueno, ¿no?

— Explícame cómo es que mi hermana puede y yo no, por favor —la miró un tanto frustrado—.
Explícame cómo es que mi hermana puede equivocarse de la forma en la que yo quiero equivocarme.

— No lo veas como una equivocación —lo tomó amigablemente por el hombro.


— No me digas que las cosas pasan en el momento en el que tienen que pasar, porque a mi hermana
no le toca eso… no todavía.

— Hasta la vida se equivoca en sus ETAs —sacudió su cabeza, y sonrió reconfortantemente—. No


me cabe duda que serás un tío muy cool.

— Cuando sea más Giants que Cowboys —rio—, más Yankees que Rangers o que Astros, y
demócrata y no republicano…

— Entonces se van a enojar contigo —bromeó—, por vender tu orgullo regional.

— Yo soy más New York que el carrito de hot dogs de la calle —se defendió—. De Texas sólo tengo
la pirámide alimenticia.

— ¿Y esa cuál es?

— Steak en la cúspide, pollo frito y comida mexicana en el siguiente eslabón, BBQ y cerveza, y, en
la base, Pecan Pie y Blue Bell Ice Cream. —Emma lanzó la carcajada de la noche, esa que se extendió
por más de lo intencional y que era tan rica, que terminó por contagiar a Phillip—. Seguramente tú,
como italiana, tienes una pirámide distinta.

— Spaghetti en la base, pizza, vino, cannoli e tiramisù, y todo lo demás —asintió.

— ¿Ves?

— ¿Cómo sobrevives aquí si lo que menos comes es pollo frito, comida mexicana, BBQ y Pecan Pie?

— De la misma forma en la que tú sobrevives sin vino, sin cannoli, sin tiramisù —sonrió—
. Anyways… no me respondiste al final.

— ¿Qué no te respondí?

— ¿Estás celosa del asistonto de mi suegra?

— Oh, I’m jealous alright… pero no de él —asintió.

— ¿De qué?

— De la situación —guiñó su ojo.

— Lo que sea que eso signifique… —rio—. ¿Cómo te sientes?

— Surprisingly better —sonrió, y, fraternal y amigablemente, le ahuecó la mejilla, por lo que Phillip
la abrazó por los hombros sin importarle el hecho de que eso parecía romper todo tipo de protocolo
social—. Gracias, Felipito —murmuró, recostándose un poco sobre su hombro para sumergirse entre
el calor que le daba él en sus hombros.

— ¿Gracias por qué?

— Porque… —frunció su ceño, y rio mientras elevaba su rostro para encontrarse con la mirada que
la veía desde arriba—. Tómalo o déjalo.

— De nada, Emma María —sonrió en lugar de sacar la carcajada.

— Sabrá Dios, y la prensa, que en esta posición somos la clara señal de que hay problemas en el
paraíso —rio, acomodándose un poco más entre su brazo.

— No sabes cómo odio ese término… “trouble in Paradise” —balbuceó para sí mismo.

— ¿Por qué?

— Suena tan Alec Baldwin y Kim Basinger —rio.

— Y eso sonó tan gay.

— Oye —frunció su ceño, su muy masculino ceño—. Cuando vives con una mujer como la mía, te
acostumbras a ver “x” edición de Vogue abierta en “x” página.

— Buen material para entretenerte mientras hace el number two —bromeó Emma.

— You don’t really wanna know what I do while doing number two —entrecerró la mirada.

— Ay, por favor, no —se sonrojó—. Hay cosas que deben permanecer en secreto entre nosotros.

— Tampoco me interesa saber tu calendario de evacuación intestinal —sonrió cariñosamente, y le


presionó suavemente la punta de la nariz con su dedo índice.

— Y aunque te interesara… qué inapropiado sería —rio, elevando rápidamente su rostro para
intentar morderle el dedo.

— Cambiemos de tema, mejor.

— Por favor —asintió—. ¿Qué te han dicho de la adopción?

— Que no tienen puppies —frunció sus labios—. Y yo no sé quién les has dicho que un Chihuahua
es un reemplazo para unpuppy.
— Me imagino que van por la línea del tamaño —se encogió entre hombros.

— Si quisiera tener una rata, levanto la alcantarilla y ya.

— Si llevas una rata a tu casa… vas a hacer que tu esposa termine en el hospital por un infarto —
rio.

— Por eso quiero un perro —la miró con ojos de una clara manifestación de lo irrebatible—, pero
sólo tienen perros grandes.

— ¿Qué tan grandes?

— Tamaño Boxer adulto, aparte que todos son adultos.

— Puppies es difícil encontrar, y perros tan grandes realmente van en contra de las regulaciones
del edificio —asintió.

— El lunes voy a ir a New Jersey a ver qué tienen —dijo como con asco.

— ¿Vas a ir hasta New Jersey? —rio, pues, como todo neoyorquino (residente de Manhattan),
odiaba ir al mencionado lugar,«porque eso no se considera Nueva York». Él asintió—. Wow —elevó
sus cejas con su falsa y exagerada expresión de asombro—, eso es amor.

— Si Natasha va a Macy’s a comprarme un par de pantalones de pijama… yo puedo ir a New Jersey


—se defendió graciosamente.

— ¿Ya sabe?

— No, no le he querido decir… no quiero llegar al punto en el que parezca que ni un perro podemos
tener.

— Tiene sentido —sonrió Emma minúsculamente, más tirado de su lado izquierdo que del derecho.

— ¿Y tu Carajito?

— Ay —rio, sacudiendo su cabeza lentamente—. Sigue desgraciando cuanto espacio existe… y


Sophia cree que no me doy cuenta, porque sale antes de la oficina para ir a limpiar y que yo no me
enoje, todavía no entiendo por qué mierda no usa elfrickin’ doggie lawn cuando en Central Park no
hay árbol o arbusto al que no le llueva…

— ¿Has considerado que no tiene territorio qué marcar? —elevó su ceja izquierda.
— Eres tan inteligente —exhaló Emma asombrada, pues en eso no había pensado—. La pregunta
es cómo lo marco —rio.

— Bájate los pantalones, acuclíllate… y déjate ir —rio, apretujándola entre su brazo, pero Emma
sólo entrecerró la mirada—. Te estoy dando una solución fácil.

— Ya tengo problemas para ir al baño en donde no sea el trono de mi casa, ¿tú crees que voy a
“dejarme ir” en un pedazo de césped?

— Bueno, quizás tú no, pero dile a Sophia —sonrió ampliamente, como aquel emoji que tanto
utilizaba en sus mensajes cuando lanzaba un comentario cínico que tenía aires graciosos, o un
comentario gracioso que tenía aires cínicos.

— ¿Qué tal si llegas tú y lo marcas con tu espada del poder? —elevó su ceja derecha.

— Sería un placer —sonrió.

— Cada dos semanas cambiamos la “parcela”.

— Y cada dos semanas marcaré mi territorio —repuso.

— ¿En serio?

— ¿Para qué son los amigos, Emma María? —guiñó su ojo, y Emma rio nasalmente en sustitución
de un agradecimiento—. El lunes que llegue a recoger al Carajito lo haré, cuando tú no estés.

— Tan útil, tan inteligente, tan caballero —lo tomó de las mejillas con su mano derecha, tal y como
lo haría con un niño pequeño, tal y como ella detestaba que la tomaran porque realmente dolía, pero,
al tener él aquella famosa barba profesionalmente mantenida por la Braun.

— Así soy yo —dijo entre sus mejillas apretujadas, y desvió su mirada hacia un costado, pues notó
cómo las plumas se acercaban a él con una risa sonriente que jugaba de manos con Thomas.

— ¿Ya te dislocaron el brazo? —preguntó Emma, soltando a Phillip para que pudiera relajar sus
músculos faciales.

— ¿De qué hablas? —rio Natasha, inclinándose un poco para saludar a Phillip con un beso de labios.

— ¿Qué se hizo tu date? —interrumpió Phillip con los labios ocupados.

— Tiene que trabajar temprano —se hundió Thomas entre sus hombros mientras sus manos se
enterraban en sus bolsillos.
— Primera date que tiene trabajo y que no vino a la ciudad para ser modelo —se burló Phillip.

— She actually is a model —sonrió.

— Con que no sea la modelo del ungüento para las hemorroides… —ensanchó Phillip su mirada, y,
ante tal comentario, recibió un manotazo de su esposa en su hombro.

— Es modelo de manos —repuso arrogantemente.

— Quedemos en que es modelo —sonrió Emma, intentando acabar con el tema mientras sacudía
su mano entre Natasha y Thomas para que se apartaran, pues bloqueaban la vista que ya no tenía de
Sophia.

— Somebody’s being a total stalker —canturreó burlonamente una Natasha que había encontrado
su buen humor entre el champán, el baile, y la actitud del “no me importa nadie-de-los-aquí-
presentes”.

— Alguien está pensando en cómo amputarle los brazos al ente ese —rio Thomas, volviéndose en
dirección a Sophia.

— Y en cómo va a reclamar su propiedad más tarde —asintió Natasha.

— Búsquense oficio —sacudió Emma su cabeza, siendo lo más desdeñosa posible.

— ¿Qué tal si nos buscamos un par de shots de tequila y bajamos el nivel a para-nada-glamouroso
de esta cosa? —sonrió Natasha.

— En ese caso tendríamos que llamar a Sophia y a los otros dos —añadió Phillip, señalando a Julie
y a James que ahora bailaban tan juntos como la canción lo ameritaba, pero Sophia mantenía la
distancia apropiada y adecuada de su pareja de baile.

— Sure —asintió Emma—. Yo llamo a los Js —levantó la mano para reclamar primero su derecho,
y, ante eso, ante el hecho de no haber escogido a Sophia, los tres le clavaron la mirada—. No me
importa quién va a llamar a Sophia, pero yo voy a llamar a los Js —se puso de pie, levantando sus
manos a la altura de sus hombros para sacudirse el mea culpa junto con su cabeza, y se escabulló por
entre los que recién llegaban para bordear la pista e interceptar e interrumpir a los que ella había
escogido llamar.

— ¿Y a ella qué le pasa? —frunció Thomas su ceño, todavía con su mirada clavada en su espalda,
así como la de los Noltenius, quienes sacudían sus cabezas en anonadado silencio—. ¿Se peleó con
Sophia?
— I don’t think so —repuso Natasha, mordisqueándose el interior de su labio por el lado derecho,
en donde ya tenía la típica inflamación que se provocaba como por deporte, y Phillip, por su lado, se
encogió entre hombros.

— Yo la llamaré —reaccionó Phillip, poniéndose abruptamente de pie con una respiración


profunda.

— Yo me encargo de los tequilas —asintió la versión desmejorada y más adulta de Max Irons.

Natasha, entre la confusión del momento y la verdadera razón por la cual había decidido dejar de
bailar, «los stilettos», se dejó caer sobre el banquillo mientras dividía su atención en dos: parte para
el cómo Emma se movía, parte para el cómo Sophia reaccionaba.

— Phillip —sonrió Sophia en cuanto se plantó a un costado.

— ¿Te puedo robar un momento? —le alcanzó la mano, pues no iba a dejar que caminara sola en
aquel peligro de diez centímetros que estaban rodeados de una cola que apenas arrastraba.

Sophia le sonrió a él, y luego le sonrió a su pareja de baile, quien asintió, pero, antes de entregársela
a Phillip, decidió culminar la sesión de baile con una vuelta que, cuando la recibió en su otra mano, la
manejó de tal forma que Sophia terminó entre su brazo, prácticamente abrazada, ella inclinada de
espalda al suelo, confiando en que el asistonto no era tan tonto como para soltarla, y él inclinándose
sobre ella con una sonrisa.

— Listo —la recogió él, irguiéndola sin mayor dificultad aparente—. Gracias por el baile —guiñó su
ojo, y se la entregó a Phillip, quien veía a Sophia con una mezcla de estupefacción y consternación,
pues, al fondo, del otro lado de la pista, Emma, no pudiendo dejar de acosarla, había visto la
culminación del baile y de su serenidad.

— ¿Estreñido? —frunció Sophia su ceño, llamando la atención de Phillip por completo—. Tu cara…
parece que estás estreñido o que te viene atravesado —rio nasalmente.

— Tequila —supo responder con un disentimiento que lo privaba del derecho y del deber de decir
algo referente a lo conversado con Emma y que tenía una directa conexión, ergo consecuencia, con
los últimos dos pasos de baile que le habían robado a la canción del fondo.

— Pero sólo uno —asintió, tomando a Phillip por el brazo para caminar hacia donde ya Thomas y
Natasha esperaban al resto con los respectivos tequilas—. ¿Qué hora es?

— La una-y-algo —repuso monótonamente, intentando localizar las salidas más cercanas para
poder evacuar a su esposa en caso de que Emma realmente decidiera «go ballistic on fucking what’s-
his-name… “ballistic”? Hell no, more like “apeshit”».
Etimología: de ape + shit (primate + mierda), se presume que se origina de la tendencia de ciertas
especies de primates que indecorosamente arrojan mierda, «porque “heces” (faeces) suena
demasiado bonito», cuando están demasiado fastidiados.

adj. “Apeshit” o “Ape shit”, y puede significar:

a) estar fuera de control debido al extremo enojo o a la extrema emoción/excitación, o

b) «una bendición cuando no se ha vivido de primera mano o no se es víctima de uno».

Phillip: «sinónimo de “to go fucking crazy”, de perder completamente el uso de razón, “to lose one’s
shit”, de sucumbir al descontrol; un estado temporal de demencia».

Ejemplo de magnitud: “to be angry” < “to be pissed off” < “to go ballistic(s)” < “to go apeshit”.

— ¿Tequila? —sonrió Sophia, aplaudiendo suavemente ante una Natasha que, para salir corriendo,
no le dolerían los pies, y ante un Thomas que no había visto lo sucedido.

— Sólo estamos esperando a… —señaló Thomas a quienes venían caminando entre risas, aunque
Emma tenía una sonrisa demasiado rara como para poder ser explicada y/o descrita; como si el
sarcasmo y el cinismo estuvieran a punto de apoderarse de sus cuerdas vocales.

— El tequila que hará que me arrastre hasta un taxi —rio Julie en cuanto llegó, aplaudiendo igual
que Sophia, y se apresuró para tomar el shot que Thomas le alcanzaba.

— Hey… —sonrió Sophia para Emma, y, en cuanto se colocó a su lado, le plantó un beso que estaba
destinado para caer en la totalidad de sus labios, pero, al no ser correspondido, pero sí entregado,
aterrizó en la comisura de ellos.

— Hola —respondió Emma con una penetrante pero sonriente mirada, y le alcanzó un shot.

— ¿Por qué brindamos? —preguntó James mientras inhalaba el aroma del siempre-presente-Don-
Julio.

— Por ser borrachos pero pacíficos —dijo Natasha rápidamente, viendo cómo Emma no dejaba de
ver a Sophia con esa intensidad.

— Por mantenernos pacíficos —se encogió Thomas entre hombros, y, suavemente golpeó
su shot contra el de todos, haciendo el respectivo contacto visual menos con Emma, quien había
sostenido su shot frente al de Sophia, igual que su mirada en ella.

— Salud, mi amor —sonrió Sophia, golpeando el shot de Emma para luego quemarse la garganta
con la pureza de los ochenta y nueve mililitros ingeridos.
— Salud —sonrió Emma, llevando su shot a sus labios para beberlo sin caras y sin ardores, sólo con
una mirada penetrante.

— ¿Otra ronda? —preguntó un temeroso Phillip al aire.

— No para mí —sacudió Emma su dedo índice de lado a lado, todavía viendo a Sophia a los ojos,
por lo que la rubia sacudió su cabeza en silencio.

Esa mirada era intensa, era imposible de interrumpir, imposible de intervenir, imposible de alterar.
Eran simples ojos en ojos, de clavado, perforándose.

El resto bebieron otra ronda, porque beber sólo uno era como sólo comerse una papa frita:
imposible. Y, mientras ellos bebieron, la mirada siguió en pie, siguió tensa e intensa.

Era como una competencia de disciplina olímpica, pues quien rompía el contacto visual era quien
perdía a pesar de no saber qué era exactamente lo que perdía.

Emma ladeó su cabeza hacia el lado derecho, dibujó esa maquiavélica corta sonrisa, y dejó que los
segundos hicieran su trabajo para elevar su ceja derecha con tétrica lentitud, tanta lentitud, y tanta
intensidad, que Sophia, en cuanto su expresión facial se terminó de componer en el más agresivo-
pero-erótico-de-los-sentidos, tuvo que desviar su mirada para evitar una combustión espontánea, o
para evitar ser una cuna de corriente estática por la exageración que se había acentuado en su erizada
piel.«Gracias a Dios por las mangas tres cuartos».

Y la rubia bostezó.

— ¿Cansada? —le preguntó Emma en un tono que nadie sabía de dónde venía, ni para qué servía,
pero sabían que, detrás del preguntado adjetivo, había toda una gama de matices que no eran capaces
de reconocer en ella. Sophia asintió—. ¿Mucho? —ladeó su rostro hacia el lado izquierdo pero
mantuvo sus ojos en los suyos y la ceja en lo más alto. Sophia asintió de nuevo, y, contrario a lo que
todos esperaban, o sea otra penetrante pregunta, se acercó a su oído con una sonrisa—. ¿Quieres ir
a casa? —le preguntó, dejando que su tequilero aliento le hiciera cosquillas en su oreja, motivo por el
cual la piel de la rubia se erizó en lugares que nadie sabía que podían erizarse. Ella asintió—. Te
pregunté si querías ir a casa —le dijo, y se despegó de ella para encararla con la ceja hacia arriba que
no podía ser bajada ni con gravedad ni con pesas.

— Sí —respondió temblorosamente, pero no por miedo, sino por algo que no podía comprender.

— Vamos a casa, entonces —sonrió, y se volvió hacia el resto con expresión de “no pregunten, no
comenten”—. Ya nos vamos.

Todos asintieron con miradas mudas, y se despidieron con lo poco que pudieron rescatar del hecho
de que esa actitud no era con ellos sino con Sophia. «Lord have mercy on her», repetía Natasha como
si se tratara de predicaciones de líderes de fe, al cual Phillip le añadía el acento afroamericano por
costumbre. «Permíteme recordarla así de viva, Dios».

Un beso en cada mejilla, o mejilla con mejilla y un beso al aire en cada tanto, abrazos parciales
con palabras vacías y deseos de próspera noche y pacífico sueño. Besos al aire con Margaret, y
agradecimientos infinitos por la donación y por la presencia. Un gentil gesto de parte del esposo de la
cumpleañera; una orden al chofer de que se encargara de llevarlas por tres calles y una avenida en la
seguridad de un auto.

Emma salió del auto primero, y salió sola, sin ayuda del chofer que no se había molestado en
bajarse para abrirle la puerta porque sabía que a Emma no le gustaba eso, al menos no de él en
particular porque lo hacía de mala gana, no como Hugh.

Le tendió la mano a Sophia y le ayudó a salir del auto para luego cerrar la puerta tras ella.

Caminaron lado a lado, Sophia al lado correcto de Emma, y llegaron a plantarse de espaldas erguidas
frente a las puertas del ascensor.

Emma presionó el botón que dictaba el piso número once en aquel panel que carecía de botón de
Penthouse, por lo que, por razones de la vida, como sucedía siempre, Mrs. Davis no interrumpiría
absolutamente nada.

Las dos esperaron, se vieron a través del espejo que se contraponía a las puertas abiertas del
ascensor, y vieron cómo las doradas puertas interrumpían la muda intensidad de la que cada una
gozaba por motivos personales.

Sophia, a pesar de parecer padecer de la travesura y de la picardía, presionó el resto de botones del
panel; del uno al once para atrasar la llegada.

Emma la volvió a ver con cierto aire contrariado, con esa ceja hacia arriba y esos labios fruncidos que
terminaban por delatar la obesidad de su confusión y la falsedad de su disgusto.

Y Sophia, de un movimiento, atrapó a Emma contra la pared lateral.

— ¿Por qué estás enojada?—gruñó, pero su gruñido no era por enojo, ni por desesperación, sino por
juguetona curiosidad.

— No estoy enojada—gruñó Emma de regreso, reciprocando el movimiento de la rubia para


atraparla ella contra la pared del fondo, y se acercó a sus labios con la intención de sabrá-Dios-qué,
pues parecía que la quería morder, o besar, o una mezcla de ambas, pero su mirada siempre fija en la
de Sophia—. No lo estoy —exhaló calladamente, y cerró sus ojos ante el roce de las manos de Sophia
en sus antebrazos—, no lo estoy… —repitió, dejando caer su cabeza ante la apertura en el segundo
piso—. No me pongas contra la pared, no ahorita —susurró.

— ¿Me lo estás advirtiendo? —rio nasalmente una Sophia que quería jugar con fuego porque le
gustaba quemarse.

— No —irguió su mirada, «fucking third floor»—, te lo estoy diciendo —«plain and simple»—
. Aplós —aplicó el griego para un entendimiento absoluto y conciso de la enunciación.

— Aplós, moró mou —asintió Sophia, y la tomó por la cintura para acercarla más a ella.

— Y tenías que jugar con los botones —le dijo tajantemente, como si la estuviera regañando.

— Nunca lo hice de pequeña —sonrió angelicalmente, logrando librarse del coloquial e


incómodamente maternal regaño.

— Escogiste un momento bastante raro para hacerlo —repuso Emma, suspirando los insultos y las
ofensas para el quinto piso.

— ¿”Raro”?

— Inapropiado —se corrigió, y se aferró, a pesar del bolso, de los barandales anclados con los que
contaban los cuatro ascensores del edificio desde hacía tres meses—. Are you drunk?

— I’m happy —confesó la moderada risa interna que le provocaba el etanol—, ¿y tú?

— No, I’m not happy —sacudió lentamente su cabeza.

— If you’re not happy, nor angry, what are you? Are you hungry?

— I ate plenty —gruñó en el séptimo piso, y se volvió sobre su hombro para obligar a las puertas a
cerrarse de nuevo (según ella).

— Thirsty?

— I drank enough.

— Mmm… —suspiró pensativamente—. Upset?

— Getting warmer, Miss Rialto… —tambaleó su cabeza de lado a lado.

— Disappointed?
— Not really —susurró, volviendo a acercarse a sus labios a pesar de no poder completar la
cercanía.

— Frustrated?

— Warmer —asintió, rozando la punta de su nariz con la suya y suspirando el abrir y cerrar en el
noveno piso.

— ¿Hice algo malo? —murmuró en una pequeñita voz.

— No.

— ¿Entonces?

— Dime tú —se acercó a escasos milímetros de sus labios, y se notó cómo ahogaba sus ganas de
besarla, pero lo que no se notaba era el porqué.

— No sé —se encogió entre hombros, y empezó a sentir el nerviosismo de saber que estaba a un
piso de dejar de tenerla tan cerca, quizás y por el resto de la noche.

— ¿No lo sabes? —elevó su ceja derecha, y Sophia sacudió su cabeza en silencio—. Mmm… —
suspiró, irguiéndose por completo al saberse ya en el onceavo piso—. What a pity —sonrió, y se dio
la vuelta para caminar hacia su apartamento.

— ¿Debería saberlo? —frunció su ceño, alcanzando a escabullirse entre las puertas que
pretendieron cerrarse para cercenarla por la mitad, y vio a Emma sonreírle al bouquet que no era
bouquet, pues, aunque coloquialmente así se le conocía, era un simple jarrón corto y casi-esférico que
contenía una enorme peonía cerrada que nadaba en la cantidad justa de agua. Porque si a Sophia le
gustaban las peonías, ¿por qué no encargarse de que, a la entrada de su hogar, hubiera una? Porque
hasta del pasillo eran dueñas.

— Noup —sonrió sobre su hombro, y abrió su bolso para pescar aquella llave plateada—. ¿Todo
bien? —preguntó ante el pesado suspiro de Sophia.

— Me duelen los pies —murmuró sin asentir o disentir.

— Consecuencias de tanto bailar —le dijo, dándole paso al abrir la puerta.

— Supongo —rio nasalmente, pero, en cuanto pasó de largo, entendió qué era lo que pasaba, y le
dio risa interna, casi una carcajada, pero se contuvo—. ¿Qué vas a hacer? —le preguntó curiosamente,
viéndole la espalda, pues ella había quedado tras ella por no estar encargada de la ardua tarea de
cerrar la puerta y girar el seguro.
— Voy a dejarle agua y comida al Carajito —murmuró, y, de un movimiento un tanto brusco, la
acorraló contra la pared contra la que la puerta se detenía—. Y me voy a servir un vaso con agua para
evitar una resaca que no conoce de piedad —le dijo, no logrando verla a los ojos porque su dedo índice
derecho había decidido acariciar su saltada y huesuda clavícula izquierda—, ¿y tú?

— Yo… —balbuceó, y se tomó su tiempo para tragarse el nerviosismo que ese dedo y esa distraída
mirada le provocaban.

— ¿Tú…? —sonrió, paseando su dedo por el borde del cuello del vestido de la rubia—. ¿Qué pasa?

— No esperaba que me tocaras —susurró entrecortadamente, viendo cómo sus ojos seguían el
trayecto de su dedo en su pecho.

— ¿Por qué? —elevó fugazmente su mirada junto con su ceja derecha, y, ante el ahogo suspirado
de Sophia, se devolvió a la persecución visual de su dedo, el cual ya llegaba al otro hombro.

— Creí que no querías tocarme…

— Sí quiero… pero no sé si puedo —dijo, retirando su dedo de su piel para guardarlo entre su puño,
y Sophia se sonrojó en lo que pareció ser un silencio que ardía—. ¿Qué?

— I was hoping you’d fuck me —susurró un tanto avergonzada, pues le avergonzaba la expresión y
las obscenas y exuberantes ganas que tenía de recibir una respuesta o comentario positivo.

— Like I said, Sophie —sonrió Emma, acercándose a su oído derecho con el roce de la punta de su
nariz por su quijada—, I want to… but I don’t know if I can.

— ¿Por qué no? —pareció gemir con ojos cerrados, pero, en cuanto capturó la imagen visual, vio a
una Emma que prefería huirle a la respuesta—. Estás molesta —le dijo con una sonrisa, y, antes de
que Emma pudiera definir tal actitud como sinónimo del enojo, añadió—, oh my God! You’re jealous!

— Bingo —susurró, y se irguió con una sonrisa mientras bajaba sus brazos para descansarlos con
normalidad.

— Em… —musitó enternecida, tomándola de ambas manos para dejar caer sus bolsos sobre el
suelo.

— No, Sophia —sacudió su cabeza—, I don’t think I’ll be sweet and tender…

— Ven conmigo —se encogió entre hombros, y, envolviendo su mano derecha entre las suyas, la
llevó por el pasillo hasta llegar a su habitación.
— Tengo que ponerle comida y agua al Carajito —le dijo, no entendiendo qué era lo que tenía la
rubia en mente.

— Lo haces luego —repuso, cerrando la puerta tras ella y acercándose a una Emma que no sabía si
dar un paso hacia atrás o hacia adelante—. Te necesito —le confesó suavemente, y recostó su frente
sobre su hombro derecho.

— Aquí estoy, Sophie —susurró, no dándose cuenta del inerte estado de las reacciones de su
cuerpo, pues, en cualquier otra ocasión, la habría abrazado por principio autónomo.

— Te necesito más —admitió, y fue entonces cuando Emma supo que debía abrazarla—. Más…

— Sophie… —suspiró, plantándole un beso en su cabeza.

— Yo sé que lo quieres decir —le dijo Sophia, no sabiendo exactamente qué era lo que quería decir,
pero, fuera lo que fuera, tenía que ser demasiado de todo como para poder decirlo.

— No, no quiero —sacudió su cabeza.

— Dilo… por favor —levantó la mirada, y esperó unos momentos de intenso e incómodo silencio—
. Dilo.

— Take off your dress —gruñó Emma—, take it off now.

— Si tú quieres verme sin vestido… tendrás que quitármelo tú —sacudió su cabeza—, otherwise,
you’ll have to work around it.

— No me retes, Sophia —le advirtió cortantemente—, ahorita no.

— Mmm… —sonrió, llevando sus manos hacia su espalda baja para bajar la corta cremallera y para,
en su espalda alta, desabotonar el único botón—. Sino, ¿qué? —elevó un poco su ceja izquierda, y
Emma, con la agresividad que sabía que le corría por las venas, haló el vestido por el cuello hacia abajo
con rapidez y con fuerza, por lo que, en un santiamén, el vestido dejó de estar en Sophia y pasó a ser
propiedad del suelo.

Y Sophia, entre susto y emoción, se carcajeó internamente con los brazos al aire, un baile ridículo de
aquellos que implicaban una celebración por un éxito, y prácticamente gimió… porque eso había sido
demasiado «hot».

— Sophia… —gruñó entre un suspiro, y, rápidamente, le arrancó aquel sostén que no la dejaba verla
como le gustaba.

— Te pregunto de nuevo: do you wanna fuck me?


Emma se acercó hasta invadirle su espacio personal e íntimo, la vio desde los dos centímetros más
arriba que tenía en ese momento, y respiró profundamente una, dos, tres, cuatro veces mientras
apuñaba sus manos sin motivo claro alguno. Y Sophia que fue incapaz de interrumpir el contacto
visual.

— La bufanda… —dijo Emma, apuñando sus manos con mayor fuerza—, tráela.

Vio a Sophia retirarse con paso acelerado en aquellos Alexander McQueen que en ese momento
parecían no dolerle. Desapareció tras las corredizas puertas del clóset, y, al cabo de unos segundos,
ya estaba alcanzándole la bufanda a Emma.

— Esta no es la bufanda a la que me refería —frunció Emma su ceño, viendo que era Hermès y de
seda, sí, pero, en lugar de ser negra, era blanca con el marco en azul marino—. Ésta es una bufanda,
no la bufanda.

— Lo sé —asintió Sophia, y colocó sus manos sobre las de Emma.

— ¿Sabes a lo que me refería con la bufanda, verdad?

— Sólo son manos —asintió de nuevo—, sólo son manos.

— No son sólo manos…

— Son las manos que quiero que me toquen —estuvo de acuerdo la rubia—. La bufanda no es para
ti, es para mí.

— Scusi? —jadeó Emma boquiabierta y con la mirada anchamente perdida.

— You’re jealous, you’re mad —se encogió entre hombros, y, antes de que Emma pudiera decirle
lo que tenía que decirle, Sophia colocó sus dedos sobre sus labios para callarla—. No soy yo quien
tiene que demostrarte qué tan mía eres, eres tú quien necesita hacerme saber qué tan tuya soy —le
dijo, «aunque, en realidad, es más un “eres tú quien necesita demostrarse a sí misma qué tan tuya
soy”, llámenle ejercicio epifanístico»—, y para eso me gustaría que usaras tus manos también.

— Sophia… yo… —frunció su ceño, y se asombró como nunca antes, pues Sophia la había dejado
sin más palabras que la vez que la había dejado sin palabras.

— No lo veas como una restricción física —sonrió—, o como una medida de seguridad… —dijo,
pero Emma fue incapaz de siquiera tener la intención de poder decir algo—. Tienes que verlo como
una circunstancia óptima para sentirte cómoda en todo sentido; saber que no te voy a poner
resistencia de ninguna forma te hace tener el control, y saber que no voy a interferir ni a interrumpir,
en ningún momento, te va a dejar tenerme al ritmo que escojas.
— “Tenerte”… —saboreó carvenícolamente la palabra.

— Es que ya me tienes… —sacudió su cabeza—. “Poseerme” es un término más adecuado —dijo,


y, con la serenidad de su sonrisa, le entregó sus muñecas juntas—. Just remember, “apples” is our
safeword.

— ¿Esto es lo que quieres? —le preguntó su lado incrédulo.

— Es lo que quiero —«lo que necesito, y lo que necesitas», asintió.

— Dime si se siente muy apretado —dijo nada más, y empezó a envolver sus muñecas en la suave
seda blanca.

No la anudó de sus muñecas, sólo las aseguró entre los dobleces y las vueltas, y, con gentileza, dejó
que Sophia se recostara cómodamente en la cama para luego atarla al funcional tubo de nogal del
respaldo.

Sophia asintió para indicarle que todo estaba bien entre aquellas mil doscientas noventa y
seis pulgadas cuadradas de seda, y Emma, sabiendo lo que le sucedía a eso, se plantó frente a la rubia,
al pie de la cama, bajó la cremallera lateral de su vestido y deslizó sus mangas hacia afuera para que
el vestido cayera de golpe sobre el suelo. Y, gracias a las cremalleras de sus stilettos, midió ciento
setenta y cuatro centímetros en cuestión de un abrir y cerrar de ojos.

— Are you okay? —le preguntó Emma antes de incorporarse en la cama.

Sophia asintió en silencio, pero la minúscula sonrisa crónica no podía borrarla, en especial en esa
mezcla en la que se encontraba: ternura, emoción, anticipación, a la expectativa, y la alcoholización.
Porque el tequila ya había hecho su efecto.

La vio extender su mano para alcanzar su McQueen izquierdo, pero temblaba, por lo que la envolvió
en un puño que luego serviría para hacer que sus dedos crujieran de las falanges posibles, pues
buscaba estabilidad nerviosa; no todos los días se juntaban uno de sus miedos con la excentricidad de
una sensata y coherente petición de la rubia.

Logró quitarle sus stilettos para masajear brevemente sus pies, que el izquierdo recibió
menos atención que el derecho porque se había acordado del porqué del dolor, «el baile», y, entre
puños fuertes y compactos, logró relajar el tremor de sus manos a medida que querían rozar la piel
de sus piernas.

Fue un difícil trabajo no hacer una duradera escala en su entrepierna, tuvo que sacar fuerzas de donde
creyó que ya no tenía, pero sólo era que las palabras de Sophia, aquello de tener todo el control que
quisiera, habían tenido el efecto que debían tener.«Because I’m a fucking control-junkie».
A medida que iba subiendo, así iba subiendo ella sobre el cuerpo de Sophia con el suyo, así se iba
posicionando con piernas entrelazadas para evitar embestirla por bienvenida, agradecida y placentera
maña.

Control absoluto de sí misma, de Sophia, de la situación, del tiempo y del espacio. Comodidad
absoluta.

— Are you okay? —le preguntó Emma en cuanto se encontró a Sophia con mayor cercanía, pues ya
estaba a la altura de su pecho.

— Sí, mi amor —asintió.

— Esto es tan raro… —respiró profundamente con ojos cerrados, y, en cuanto los abrió, no pudo
verla a los ojos.

— ¿Qué es raro? —vio a Emma apuñar su mano derecha mientras se terminaba por acomodar
sobre ella, de brazo izquierdo a su costado, muslo contra entrepierna, abdomen sobre vientre y
abdomen, y la mano que estaba en el aire porque titubeaba el tacto.

— Esto.

Sophia vio cómo el puño de Emma se relajaba en una mano extendida que luego se aflojaba en dedos
livianos que se acercaban a su piel como en cámara lenta, y, en cuanto las puntas de sus dedos
aterrizaron sobre su esternón, escuchó cómo, extrañamente, era Emma quien exhalaba su aguda pero
callada y ahogada sorpresa, casi un “oops”. Y bajó lentamente con su dedo del medio, por cuestiones
de comodidad, hasta que tuvo que decidir si desviarse hacia la izquierda o si desviarse hacia la
derecha. Vaya dilema.

— Hay culturas que le dan prioridad al lado derecho —le dijo Sophia, haciendo que Emma elevara su
mirada—, y creo que también tiene que ver con que es más sano.

— ¿Sano?

— Sí, creo que es porque el corazón, si se apoya más hacia el lado derecho, tiene mayor flujo de
sangre —sonrió.

— Interesante dato, ¿qué más sabes del corazón? —preguntó, desviándose hacia el lado derecho
de Sophia, paseando su dedo por aquel pliegue en el que empezaba la convexidad de su seno.

— Que tiene venas y arterias… —tiró de sus brazos, pues las cosquillas eran demasiadas—. Y que
se compone de aurículas, ventrículos, y válvulas cardíacas, las cuales se dividen en atrioventriculares
y semilunares… en las atrioventriculares está la bicúspide o mitral y la tricúspide, y en las semilunares
está la sigmoidea aórtica y la pulmonar.

— ¿Qué más? —deslizó su dedo por el costado externo, ese en el que le provocó una sacudida por
las mismas cosquillas, pues se acercaba a su axila.

— Membranas —tiró de sus brazos de nuevo—: endocardio, miocardio, epicardio, pericardio;


mencionadas de adentro hacia afuera.

— ¿Algo más que tengas que agregar? —le preguntó, estando totalmente invertida en cómo su
mano ahuecaba su seno y era su pulgar el que se deslizaba con mortal lentitud en dirección al centro,
al esternón, pero, al no ser tan largo, no logró llegar.

— Es el único órgano que tiene su propio impulso eléctrico, por eso sigue latiendo cuando te lo
quitan —murmuró, sintiendo cómo, justo cuando deletreó aquella acción en gerundio, la sangre fluyó
de sus aurículas a sus ventrículos, la diástole, y luego de sus ventrículos hacia las venas, la sístole, y,
como si se tratara de una ola de calor, sintió dónde era exactamente que la temperatura empezaba a
subir en calidad expansiva—. Y tiene la capacidad para imitar el ritmo de la música que escuchas, por
eso, supuestamente, con el flujo de sangre y el ritmo cardíaco, hence oxygen quantity, es que la música
puede provocarte una emoción regresiva, o un estado que relaciones…

— Mjm… —musitó un tanto indiferente, todo porque veía cómo su pulgar se paseaba por encima
del pezón de la rubia que ya había empezado a respirar como a ella le gustaba.

— Tres o más orgasmos a la semana reducen el riesgo de una coronaria por la mitad, ser
vegetariano reduce el riesgo de sufrir de cualquier enfermedad cardíaca en casi veinte por ciento,
comer chocolate amargo todos los días reduce el riesgo de sufrir de cualquier enfermedad cardíaca
en un tercio —«cortesía de la Cosmopolitan de la sala de espera del ginecólogo».

— Cincuenta, más veinte, más treinta y tres… —resopló—. Ciento tres por ciento de
improbabilidad… nice.

— Por favor no me digas que quieres ser vegetariana —frunció su ceño.

— ¿Vegetariana yo? —rio—. No me ofenda, Licenciada Rialto… —sonrió, y, lentamente, atrapó su


erecto pezón entre sus dedos para, entre pellizcos flemáticos, tirarlo o retorcerlo.

— Oh… my… —gimoteó rasposa y mimadamente mientras echaba su cabeza completamente sobre
las almohadas.
— Don’t moan —le dijo Emma con exagerada seriedad y agresividad, y con los mismos
componentes, pellizcó su pezón un poco más fuerte, «no, verdaderamente fuerte», y lo tiró—, and
don’t groan —le advirtió antes de que lo pudiera hacer, y liberó su pezón.

— Christós —rio, pues de alguna forma o manera tenía que compensar sus gemidos y sus gruñidos,
y los gemidos bíblicos y/o religiosos hacían el trabajo de hacerla reír y de proveerle la justa cantidad
de catarsis momentánea.

— You have such beautiful breasts —exhaló, yendo cada vez más hacia su piel con su rostro—, so,
so beautiful.

Quiso decir «yo sé», pero la arrogancia se la convirtió en humildad con el primer beso, y quiso
decir «¿te gustan?», pero le arrancó cualquier tipo de razonamiento; irracional, racional, y razonable
con cómo ahuecaba su seno y continuaba besando aquí y acá pero con la misma crueldad de no besar
la areola o el pezón, y eso era una cruda tortura.

Tiró de sus brazos porque, según ella, con un movimiento así, de brazos libres, habría podido llenarle
los labios de lo que ella necesitaba que recibiera atención, en especial una atención tan cálida, tan
húmeda, tan sedosa, y una atención que fluctuara para bien con el inofensivo filo de sus dientes, o
con una intensa succión que tirara de su pezón y de su areola por igual. Algo, lo que sea, lo que fuera.

Emma se colocó completamente sobre ella con la intención del gin y el vermouth y el peso
de la monumental hartada para la que no había tenido ni decoro ni vergüenza, y tomó sus senos entre
sus manos, casi apretujándolos entre el cómo los ahuecaba, y los empujaba hacia el centro para
ahogarse en aquellas escasas proporciones mientras daba besos en cada milímetro de piel que olía a
eso tan «boisé».

«Comida», pensó Sophia para distraerse un poco, sólo lo suficiente como para no estar tan
de lleno y no permitir que salieran onomatopeyas sexuales de ningún tipo y en ningún idioma. «La
comida».

1. Antipasto: rebanadas de lomo de cerdo a las brasas en una cama de hummus blanco y salsa de vino
tinto con pimienta y champiñones, o, para los kosher, era lo mismo pero con pollo.

2. Entrada o ensalada, porque existían las dos opciones debido al círculo tan judío: crema de puerros
y papas, o ensalada de tomates, pepino, y feta.

3. Plato principal: herb crusted chicken, puré de papas con ajo asado, y zanahoria y judías verdes
salteadas con almendras, olamb mint sauce, puré de papas con yogurt griego, y rainbow
carrots salteadas.

4. Pudín Waldorf, Popovers de canela, Tarta Tatin de manzana, todos con o sin helado de vainilla.
— El pudín Waldorf fue mi favorito —suspiró Sophia, habiendo exitosamente ahogado el gruñido que
el tirón de su pezón izquierdo le había provocado—. ¿Sabes que fue uno de los postres que sirvieron
en el Titanic?

— Avec vanille et chocolat éclairs —asintió, volviendo al valle para empezar a abrirse camino hacia
abajo.

— “Avec”… —rio guturalmente—. Me gusta esa palabra —tiró de sus brazos, porque ella sí tenía
cosquillas en su abdomen, en especial cuando Emma se encargaba de ir tan despacio entre besos y
mordiscos.

— Avec —sonrió, y besó—. Avec —besó de nuevo—, avec —mordisqueó—, avec —besó lo
mordisqueado—, avec, avec, avec, avec…

— Avec —se retorció Sophia, pues Emma ya le había hecho la tortuosa jugada de pasear su lengua
desde su vientre hasta su ombligo.

— Quédate quieta —le clavó la mirada desde abajo, y, sin importarle mucho o nada, bajó con el
reverso de su lengua hasta el ápice de sus labios mayores.

— ¿Sino qué? —la retó juguetonamente.

— Ya estás amarrada de manos…

— Ah, no lo harías —rio nerviosamente, pues, a pesar de haberlo dicho, ni ella lo creía cien por
ciento cierto por la simple actitud que tenía en ese momento.

— Don’t test me —exhaló, y, abruptamente, dejó que su lengua recorriera lo que encerraban los
labios mayores de Sophia—.Ton saveur est trés exquisite —exhaló nuevamente, y, contrario a lo que
Sophia esperaba, o sea más lengua, llevó su índice a recorrerla.

«I sure as hell don’t know what that means… but “okay”», asintió Sophia, tirando fuertemente de sus
brazos.

Utilizó su dedo para ver lo tan íntimo de Sophia, porque, bajo esas circunstancias, y bajo
otras, eran suyas como para poder abusar de la atenta y detenida examinación y exploración.

En ese momento todo era mate a pesar de ser de tal vívido pigmento, el cual comenzaría a cambiar
en menos de lo que cualquiera podía predecir, o quizás no cambiaría, sólo se intensificaría y empezaría
a brillar por uno o por otro componente. Le gustaba que sus labios menores fueran del largo perfecto
como para realmente poder succionarlos y halarlos, y le gustaba que se tensaban y se hinchaban
democráticamente junto con el resto de los ingredientes de aquella entrepierna. Sus labios mayores
estaban suaves en todo sentido, tanto en textura como en consistencia. Su clítoris, así como siempre,
sin importar nivel de excitación, permanecía muy bien escondido, que quizás era para reducir aquella
hipersensibilidad de la que tanto sufría. Y ni hablar del pequeño agujero de espacio virtual que, no
sabiendo si era sólo ella o si era normal, se estrechaba al punto de ser placentero al cubo.

Emma utilizó la punta de su lengua, la tensó, y, así, recorrió a Sophia desde su vagina hasta
su encapuchado clítoris, que, por la misma tensión de su gusto lingual, logró escabullirse por debajo
del capuchón para alcanzar a rozar aquello tan pequeño y que verdaderamente sólo servía para el
placer sexual. Valía la pena esperar a que eso tan minúsculo se hinchara para poder abusar de él.

«Suck», gruñó Sophia mentalmente, apretando sus puños para no gruñir en voz alta, pero
Emma, siendo rebelde o no, pudiendo leer su mente o no, queriendo complacerla o no, no succionó
del verbo “to suck” sino del verbo “to suckle”, pues fue más suave, más repetitivo, menos
periódicamente marcado, simplemente había encerrado sus labios menores dentro de sus labios para
poder abarcarlos a ellos, a su tímido clítoris, y al lugar al que pocas personas le prestaban la debida
atención: el USpot. No creaba más vacío, no succionaba más, simplemente succionaba poco a poco;
intentaba que la sangre llegara a cada vaso capilar de la zona para agudizar las sensaciones.

Abrazó a la rubia por las caderas para evitar que cediera al vaivén que siempre se generaba, pues
Sophia tenía la hermosa maña y manía de mecerse contra los labios o la lengua de Emma, o, cuando
la tenía succionada, tirar de sí misma con el ir y el venir. Y se concentró en ir focalizando las succiones
que eran cada vez más tiradas y más fuertes, más del verbo “to suck”; primero sus labios menores,
luego su clítoris, y sus labios mayores ya habían hecho el trabajo por ella. La imagen en sí la hacía reír
arrogantemente, pues qué orgullo poder cambiar el estado físico de un cuerpo con tan sólo su boca.

Así como la entrepierna de Sophia, que se había hinchado en encandecidos tonos, así habían
respondido los labios de Emma; sin siquiera la burla de un lápiz o brillo labial, con ese ligero delineado
rosado-que-tendía-a-rojo alrededor de sus labios,«porque así debe sentirse Angelina Jolie todo el
tiempo», y fue por eso que decidió darles un descanso a sus labios con el relevo de sus dientes, pero
sus dientes no eran para sus labios menores, no Señor, eran para mordisquear sus hinchados labios
mayores y para jugar picantemente con su clítoris, el cual, a pesar de no haber salido del capuchón,
ya podía sentirse inflamado y ciertamente rígido.

— Eso se siente bien —canturreó Sophia, olvidándose por un momento de que no tenía manos para
poder llevarlas a la cabeza de Emma y poder ahogarla en lo que sabía que era una indiscutible
inundación de proporciones bíblicas.

— ¿Sí? —sonrió a ras de aquella zona que se componía de la fusión de labios mayores y menores,
vagina, y zona perianal.

— Jeezuz! —rio ante la sensación de su aliento—. No hagas eso.


— ¿Que no haga qué? —elevó su ceja derecha, y, traviesa y cruelmente, exhaló tibiamente sobre
el mismo diminuto espacio.

— ¡Eso! —se retorció de torso y elevó su cadera.

— Te dije que no te movieras —le acordó, y la haló para mantenerla anclada a la cama.

— Te dije que no hicieras eso —la remedó la rubia, apuñando manos y pies por igual.

— Mmm… —frunció sus labios—. Está bien, si no puedo hacer eso… creo que esto sí —sonrió, y
dejó que su dedo índice se deslizara en el interior de Sophia.

— Oh. my. God —gimió, echándose nuevamente hacia atrás para aterrizar confortablemente sobre
las almohadas, pero, en cuanto Emma sacó su dedo y no pareció tener intenciones de seguir haciendo
eso que tan bien se sentía, abrió la mirada y se irguió para encontrarse a una Emma que subía por un
costado, sobre sus rodillas, y que era imposible saber qué era lo que seguía.

— Te dije que no gimieras —le acordó también.

— Es imposible no gemir y no moverme, dame crédito —se excusó—; lo uno o lo otro.

— Lo sé —asintió, y se acercó a su rostro—. Apples… —sonrió, y se estiró para liberarla del tubo del
respaldo.

— Sí sabes que no es así como funciona una safeword, ¿verdad?

— ¿Quién dice cómo funciona y cómo no? —frunció su ceño, agachando su cabeza por entre sus
estirados brazos para poder ver a un par de celestes ojos que la veían hacia arriba.

— BDSM standards; dominant-submissive relationship? —sonrió inocentemente.

— This hardly counts as BDSM —ensanchó la mirada tal y como si la hubieran ofendido—, and I
don’t pretend to be the dominant, nor you to be the submissive —le dijo tajantemente.

— Mi dispia…

— No —la detuvo antes de que pudiera completar la disculpa—. Acuérdame qué significan las
siglas, por favor.

— Bondage, Disciplina y Dominación, Sadismo y Sumisión, y Masoquismo —respondió, viendo a


Emma liberarla de la cama para ahora liberarla de las muñecas.
— Now, I want you to walk me through all of them —sonrió, tomando sus muñecas para empezar
a tirar de la bufanda, pues sabía sólo ella cómo la había enrollado y envuelto, «porque no tengo
complejo de marinero».

— El hecho de que sepa qué significa cada sigla… no significa que sé exactamente cómo explicarlas
—dijo, y la vio sacudir su cabeza—. ¿Qué?

— Puedes ejemplificarlas si no puedes explicarlas —sonrió de nuevo.

— Masoquismo es el placer de saberte humillado o maltratado —vomitó rápidamente—. Disciplina:


instrucción rigurosa, ley, regla, what-the-fuck-do-I-know —se encogió entre hombros—. Sadismo:
término inventado por el Marchese de Sade, y significa que te excita ser cruel con alguien más.

— ¿Marqués de Sade? —resopló para sí misma—. Buen toque.

— “SAD-ismo”.

— Eso yo lo sé, pero no toda la gente lo sabe —asintió, y, sin saber por qué, Sophia se sonrojó—.
Continúa.

— Dominación: tener dominio o control sobre algo o alguien; sujetar, restringir, contener, reprimir,
domesticar, etc. —murmuró, estando ya libre de la bufanda y viendo a Emma enrollarla porque
su OCD no la dejaba continuar con nada si no estaba enrollada—. Sumisión: someterte al dominante.

— Mjm…

— Bondage… —susurró, no sabiendo exactamente cómo ponerlo en palabras adecuadas.

— Viene de “bondagium”, por lo tanto de “bond”; de lazo —sonrió.

— Sí… —exhaló aliviada de no tener que explicarlo.

— Ahora, de todas las siglas mencionadas, ¿cuáles tenemos en esta cama? —elevó ambas cejas.

— Uhm… —frunció su ceño, viéndose ahogada por la rareza de la pregunta.

— Masoquismo: a mí no me gusta que me humilles o que me maltrates, y estoy segura de que a ti


tampoco te gusta… además, no está en mis planes hacerlo, y asumiré que en los tuyos tampoco; a mí
no me gusta, y a ti tampoco —intervino ante la tartamudez mental de Sophia—. Sólo con
ese statement nos libramos de la “M” y de una parte de la “S”; Masoquismo y Sadismo fuera —
sonrió—. Disciplina —rio—. Me suena a rutina, o a cierta rutina… a ritual, así que supongo que eso
nos libra de una parte de la “D”; fuera Disciplina. —Sophia asintió con entendimiento y satisfacción
por estar de acuerdo—. ¿Qué nos queda?
— Bondage, Dominación, y Sumisión —dijo pequeñamente la rubia.

— Ah, sí —asintió una tan sola vez—. “Sumisión” no es sinónimo de “sometimiento” —sonrió.

— Fucking semantics… —refunfuñó.

— Es un error muy común —sacudió su cabeza, porque sabía que, cuando hacía eso, Sophia no se
sentía tan brillante, pero que, al mismo tiempo, le daba risa ser víctima del mal uso, del desuso, y del
abuso coloquial—. “Sometimiento”, o “sujeción”, implica que va en contra de la voluntad de alguien,
una privación de todo derecho de pensar, creer, opinar, y demás, y “sumisión” implica una entrega
ciega de cierta nobleza en la que todavía mantienes tu derecho de pensar, creer, opinar, y demás —
hizo la sutil distinción—, y creo que aquí no hay ni sometimiento ni sumisión, ¿no crees?

— Sottomissione e sudditanza —dijo para sí misma—, suena distinto —estuvo de acuerdo, pero
Emma sólo elevó sus cejas—. Pero no es eso lo que preguntaste —rio, y Emma sacudió su cabeza—. Y
no —respondió por fin.

— Me sabe más a “devoción”, al menos de mí hacia ti —sacudió nuevamente su cabeza—, aunque


creo que eso suena a un muy buen eufemismo para “sumisión” —rio, haciendo a Sophia reír también.

— Te quedan Bondage y Dominación —susurró, irguiéndose para encarar a Emma a una altura más
cómoda.

— “Dominación” —suspiró—. Yo no te domino, tampoco te controlo; eres libre de rascarte lo que


te pica en el momento que sea, en el lugar que sea, cuantas veces quieras.

— ¿También hay una diferencia entre “dominar” y “controlar”? —preguntó con una provocadora
sonrisa.

— ¿Quieres saber mi opinión sobre el BDSM?

— Claro.

— Creo que la relación dominante-sumiso está malinterpretada —sonrió—; el dominante puede


hacer lo que quiera y el sumiso puede estar maniatado, amordazado, y demás, pero quien en realidad
tiene el absoluto control de la situación es el sumiso… otherwise, a safeword wouldn’t be necessary
and wouldn’t stop whatever it is that the “dominant” is doing —susurró—. Pero, claro, yo qué sé —se
encogió entre hombros—. Mi opinión seguramente sería refutada por la comunidad del BDSM… if
such thing exists.

— No te estoy juzgando —resopló, «no tienes por qué explicarte».


— Lo sé —repuso, colocando la bufanda enrollada sobre la mesa de noche de Sophia, y se volvió a
ella—. Hasta el sexo más “normal” puede salir mal… si te gustan esas cosas, yo no tengo ningún
problema —sacudió sus manos.

— No tienes ningún problema mientras no sean contigo —señaló inteligentemente.

— Ese comentario me lleva a la “B” —sonrió.

— Bondage —susurró, pues Emma se había acercado íntimamente a ella.

— Tenemos una “B” esporádica, fortuita, y momentánea —asintió.

— Pero la tenemos.

— Y eso me trae al inicio de esta conversación —asintió de nuevo—. El hecho de que tengamos
la “B” no significa que tengamos y/o practiquemos BDSM —sonrió—. Pero, si el hecho de tener
la “B” ya cuenta como un generalizado “BDSM”, supongo que lo tenemos… y como la definición no va
con mis gustos me permito redefinirla a mi gusto —dijo, y, con la tan sola intención de inclinarse sobre
Sophia para que se recostara de nuevo, la rubia cayó lentamente sobre las almohadas—; por eso
puedo utilizar la safeword.

— No entiendo por qué la utilizaste —murmuró, recibiendo a Emma entre sus piernas pero rostro
contra rostro.

— Porque me pone mal cuando gimes y cuando te mueves —respondió sinceramente.

— ¿”Mal”?

— My arousal is based upon your arousal; the more aroused you get, the more aroused I get.

— Matemática simple —rio.

— Sólo “simple” —asintió—. Además, no eres tú sin tus manos.

— ¿A qué te refieres? —susurró, teniendo a Emma completamente sobre ella, sintiendo el peso
que le gustaba sentir.

— Me estorba el hecho de que no me tomes de la cabeza o de las manos, o que no te toques… —


dijo, tomando su mano izquierda en la derecha suya para entrelazar sus dedos—. Sé que no tiene
sentido, debe ser el alcohol hablando.

— Podrá ser el alcohol, pero tienes que terminar lo que empezaste —le dijo, notando cómo Emma
no la veía a los ojos sino que veía a sus manos entrelazadas.
— Tengo la cabeza demasiado caliente como para realmente terminarlo —se excusó.

— ¿Así le llaman al clítoris en estos días? —rio.

— I might come across as quite aggressive —sacudió su cabeza.

— ¿Y? —llevó su mano derecha a la quijada de Emma para direccionar su rostro a encarar el suyo,
y, ante el «¿cómo que “¿y?”?», añadió—: I’m a big girl, I can take “aggressive”.

— ¿Estás segura? —sonrió enternecidamente, y ladeó su rostro para acercarse a sus labios.

— Segurísima —asintió, «porque sé que tu placer sexual es mi placer sexual, si no me gusta no te


gusta: “simple”… “aplós”».

— Tienes que aceptar que esto es raro —le dijo sin fundación coherente.

— ¿Qué es raro?

— Dejé de jugar con tu clítoris para hablar de BDSM y me preguntas qué es lo raro…

— Hablábamos de una práctica sexual, no de astronomía; no estábamos tan lejos del tema —rio.

— Igual, ¿no cuenta como un corte?

— A veces es bueno tener un receso —sonrió—, en especial si no te sientes cómoda con el “cómo”
lo estás haciendo.

— No, Licenciada Rialto —rio Emma, tomando su mano derecha en la suya izquierda para imitar a
su otra mano—, no se equivoque… que lo estaba haciendo bien —dijo, logrando entrelazar sus dedos
con los de Sophia para, inmediatamente, presionar ambas manos contra las almohadas.

— ¿Alguna vez te he dicho que, cuando haces eso, me parece demasiado “hot”? —suspiró la
reanudación de su excitación.

— ¿Cuando hago qué? —elevó su ceja derecha, y presionó todavía más hasta clavarlas entre las
plumas y la memoria.

— Eso —jadeó, porque precisamente ese clavado era lo que le parecía “hot” y no sabía por qué—
. There’s something about my hands in your hands…

— I know —susurró Emma, y, abruptamente, embistió contra ella—. Let me know if it gets too
rough —pujó, pues la embistió fuertemente de nuevo.
— ¿”Apples”? —gruñó.

— “Softer” y/o “slower” de preferencia —y embistió de nuevo.

No era la acción en sí la que a Sophia tanto le gustaba, pues el roce, en ese punto que había sido
diseñado para tener placer sexual, era prácticamente nulo; un roce directo, agudo y preciso en su
clítoris era meramente imposible, ni siquiera cuando la envolvía entre sus piernas. A Sophia le gustaba
el roce en general; era sentir el peso que iba y venía, que la empujaba por y desde ahí, de ese lugar en
el que nadie nunca la empujaba, que, con cada embestida, con cada empujón, Emma le clavaba las
manos a la cama, a las almohadas, a lo que fuera, una simple evidencia de la fuerza con la que
arremetía contra ella, y, así como se trataba de sus manos, así era con su voz, con el aliento de su
“agresora”: pujado, arremetido, arrebatado, entrecortado. Y le gustaba la piel. Le fascinaba. Sus
muslos apenas interactuaban, igual que sus piernas, pero sus vientres y sus abdómenes se rozaban de
esa forma en la que las cosquillas dejaban de ser superficiales y que, de alguna forma, terminaban
convirtiéndose en el sincronizado pujido, o en la tajante exhalación, o en un gruñido ahogado, o en
un gemido mínimamente agudo pero denso. Y ni hablar del esporádico roce de sus pezones, porque
dependía de qué tanto peso dejara caer sobre ella, o a qué altura se encontraba, pues sus pezones
podía mantenerse clavados en su pecho, o podían ni siquiera rozarla, o podían rascarla de adelante
hacia atrás al ritmo del vaivén, o podían jugar con los suyos.

A Emma le gustaba porque a Sophia le gustaba. Le excitaba porque a Sophia le excitaba.

En esa ocasión, no sabiendo si era por la agresividad aparente o real, o porque simplemente
era un factor o un componente más de su excitación, lo estaba disfrutando un poco más que las otras
veces. Quizás era porque Emma, independientemente de cuántas embestidas le diera, o con qué
fuerza, o con qué ritmo, siempre la veía a los ojos a pesar de ella mantener o interrumpir el contacto
visual; era penetrante, y era relativamente ruda, pero le gustaba encontrarse con ese tono y ese
acento asesino que se mezclaba con la marcada respiración y la embestida.

Se detuvo con la misma fuerza con la que había arremetido contra ella la primera vez, la dejó
esperando la siguiente embestida, pero Sophia, en cuanto no la recibió, abrió sus ojos para
simplemente encontrarse con una pícara sonrisa.

— ¿Por qué te detuviste? —exhaló con expresión de preocupación, pues le preocupaba que cortara
su placer de nuevo; eso era cruel.

— Porque puedo —elevó rápidamente su ceja derecha y soltó las manos de Sophia para
reacomodarse un poco, o sólo era para llevar su mano a aquel minúsculo espacio que quedaba entre
ambas entrepiernas—, y porque mis intenciones, si no te confunden, no son divertidas —resopló el
tequila.

— Is this some kind of orgasm denial? —frunció su ceño.


— ¿Qué se supone que significa eso? —se reflejó, y, rápidamente, materializó sus dedos a la altura
de los labios de Sophia, quien, al ver lo que los embadurnaba, y saber que no era de su propia creación
y/o secreción, abrió la boca y dijo “ahhh”—. Buenas amígdalas tiene usted, Licenciada Rialto —
bromeó Emma, por lo que Sophia, un tanto avergonzada, cerró sus labios con tal presión que terminó
por fruncirlos—. Todavía no sé por qué lees las Cosmopolitan —sonrió, y esparció suavemente lo que
sus dedos habían recogido de sí misma por los cada vez-menos-fruncidos-labios-de-la-rubia—. Ah,
¿que cómo sé eso? —resopló ante la mirada de Sophia—. Es la revista que no logra hacerse ausente
en todo tipo de sala de espera —le dijo—; siempre hay una revista para mujeres, pero como Vogue es
demasiado cara ponen una Cosmopolitan, y hay una sobre finanzas, otra sobre deportes, otra sobre
carros, y, probablemente, una National Geographic… y sé que todo el tema de BDSM lo extrajiste del
especial de “50 Shades of Grey” que tuvo Cosmopolitan —sonrió, llevando sus dedos a sus labios por
haber terminado de aplicarle el brillo labial a la rubia.

— Fuck the fucking Waldorf Pudding —exhaló Sophia luego de haber paseado lentamente su lengua
por sus labios para recoger las creaciones de Emma—, best dessert ever… commendations to the chef.

— Negarte un orgasmo sería demasiado cruel —omitió el comentario, aunque su Ego sonreía y le
daba las aprobantes palmadas en su cabeza.

— Bueno, yo no puedo hacer eso que tú haces —se encogió entre hombros—, me estorba.

— ¿Qué es lo que hago yo? —rio.

— “Edging”.

— ¿Eso se refiere a “bordear” el colapso temperamental? —bromeó, escabullendo nuevamente su


mano entre ambas entrepiernas, pero, esta vez, se detuvo en la de Sophia, quien suspiró
verdaderamente agradecida por la atención—. Digo, porque, si es a eso a lo que te refieres, lo hago
todo el día y todos los días —sonrió, y sintió cómo la mano de Sophia se aferraba abruptamente de su
nuca; vil reflejo de placer.

— Hablaba de… —gruñó, y Emma rio, prácticamente se burló de ella en todo sentido, pues atrapó
su clítoris entre sus dedos para aplicar cierta presión entre el ir y el venir de ellos—. Control orgásmico
—exhaló densamente.

— ¿Qué? —rio, intentando contenerse la carcajada.

— Te he visto controlarlo —gruñó de nuevo ante la provocación de Emma, esa que nacía del
término “provocador” y no “provocativo”.

— ¿En qué sentido?


— ¡Emma! —gimoteó, estando al borde de caer en un berrinche, pues Emma, de cierta forma, la
estaba bullying a nivel sexual, cosa que no era mala sino frustrante.

— Así me llamo —asintió burlonamente.

— Cínica —la acusó, y llevó su mano a la de Emma para asegurarse de que la siguiera tocando,
porque a veces se detenía.

— Lo que me has visto hacer no es un “control” —sonrió, dejándose llevar por el movimiento y el
ritmo que Sophia le marcaba—, es una desesperación por no poder correrme aunque quiera
demasiado.

— Emma Pavlovic tiene problemas para correrse —se burló descaradamente, pero Emma no supo
reaccionar bien ante la burla, por lo que invadió a Sophia con dos agresivos dedos en su vagina—.
Tengo que ofenderte para que reacciones —gimió, viéndola a los ojos con una orgullosa sonrisa.

— I can cum just fine —la penetró fuertemente de nuevo, logrando sacarle un gemido demasiado
bueno para ser cierto—. Cuando quiero —la penetró de nuevo—, como quiero —y de nuevo—, y
cuantas veces quiera —y la penetró de nuevo, esta vez para dejar sus dedos dentro—. Pero prefiero
tener un orgasmo enorme a tener varios pequeñitos que duren un segundo —entrecerró su mirada,
como si quisiera reciprocar la ofensa, y sus dedos se empezaron a mover de arriba hacia abajo.

— A mí me gusta correrme, a ti te gusta la fase del plateau —gimió—, y te gusta tanto


el plateau que eres capaz de quedarte ahí sólo por propia diversión hasta que, por motivos de Ego,
decides correrte.

— ¿Y? —dijo entre dientes, siendo ahora tomada por la nuca por las dos manos de Sophia, las
cuales la halaban hacia abajo a pesar de que ella ponía resistencia para mantener sus ojos clavados lo
que la deleitaba visualmente.

— Eso es control orgásmico —tiró más de su nuca.

— Well then, I guess I’m a fucking master at it —sonrió, y, habiendo dicho eso, batió rápida y
rudamente sus dedos de arriba hacia abajo, presionando su GSpot con la tajante travesura que hacía
que Sophia ya no pudiera abrir los ojos y empezara a perder el control de sus caderas—. Sé lo que
estás haciendo, Sophia —rio, pues sentía cómo su vagina se contraía alrededor de sus dedos para
reducirle el espacio y, así, dejarse ir en lo que quería: «orgasmo».

— Cállate, que me estás distrayendo —refunfuñó justificadamente, pero Emma ensanchó la


mirada.

— ¿Qué me dijiste? —siseó, cesando el movimiento de sus dedos en la vagina de la rubia.


— No puedo correrme si me distraes —abrió sus ojos para mostrarle una mirada que gritaba pánico,
pues, ¿en qué momento se le había ocurrido callarla?

— ¿Qué fue lo otro que me dijiste?

— ¿”Cállate”? —musitó en una pequeñita voz.

Emma rio nasalmente mientras dibujaba una extraña sonrisa de ceño y de labios fruncidos, y, sin decir
una palabra más «hasta nuevo aviso», reanudó la estimulación vaginal de la rubia.

Pero la reanudó con cierta saña que luego voy a terminar de explicar con porqués que no son tan
aparentes, pues era sintética a pesar de no ser falsa, porque en el fondo estaba enojada por lo que no
podía dejar ir de la madrugada, pero el “cállate” no le enojaba sino le divertía por razones tan extrañas
que ni ella sabía.

Se dejó caer contra su cuello para empezar a besarla y a respirarle en esa región que tantas
cosquillas le daban, y esa estimulación, entre el abrazo de la rubia, el cual servía para asegurarse de
mantener su peso sobre su torso, y las intenciones vaginales, sólo la hicieron empezar a gemir sin la
preocupación de haberla ofendido, pues, si no se había ido, no podía haber sido tan malo, en especial
si juzgaba por los besos y los mordiscos.

Sophia se abstuvo de gemir en cualquier idioma que no fuera un onomatopéyico llamado de


estarse metafóricamente apareando, simplemente gemía, gruñía, pujaba, y no dejaba de exhalar con
esa densidad que sólo el sexo conoce.

Pero sí mantuvo las contracciones “à propos” para llevarse al orgasmo que Emma iba a potencializar,
o para potencializar el orgasmo al que Emma la llevaría; la abstracción era incierta a pesar de ser un
hecho.

Le clavó superficialmente las uñas en su espalda, a una altura al azar, y, a medida que se iban
ahondando en su piel sin lastimarla, Emma simplemente agilizó la estimulación hasta que la llevó a
esos dos o tres segundos de silencio, pausa, y muerte total, esos dos o tres segundos previos al
orgasmo, pues todo entraba en relajación antes de ser todo lo contrario. El silencio se convirtió en un
sonido que iba en crescendo hasta ser un grito que vivía el descontrol de cada nervio de su cuerpo en
su totalidad, esa convulsión que, de no tener límites, probablemente terminaría en el suelo. Y ni hablar
de la cantidad y de la presión con la que aquella eyaculación salía para caer en la palma de la mano
de Emma, pues ella, cruelmente, o quizás no tanto, no había dejado de hacer ese movimiento, y
tampoco había reducido la velocidad, tampoco la fuerza. ¿Cómo podían algunas mujeres no
reaccionar así ante una eyaculación? Eso estaba diseñado para vivirse como un exorcismo.

Los espasmos remanentes, esos que eran los que daban pie a una muy probable hormonal carcajada,
fueron acomodándose al decreciente ritmo de los dedos dentro de ella, y, en cuanto sus dedos se
salieron, lo único que quedó fue una agitada respiración que salía por entre el suave mordisco que le
daba al pecoso hombro.

Emma esperó, esperó pacientemente a que Sophia pudiera tragar suficiente saliva para
humedecer nuevamente su garganta, a que se le regulara la respiración, a que su vagina dejara de
contraerse autónomamente, a que ella se relajara en todo sentido, a que cediera a ese sorbo de
cansancio.

Dejó de tener uñas en su espalda y dientes en su hombro, y, con mudas caricias que ni tenían ni
carecían de sonrisas, simplemente acosó la rubia fisonomía de ojos cerrados que procesaba aquel
terremoto corporal.

Se irguió, dejando que el vacío se sintiera sobre Sophia en forma de una inexistente brisa, y, llegando
a estar de rodillas entre sus desplomadas piernas, ladeó su cabeza hacia la izquierda con su ceja
derecha mínimamente elevada para encontrarse con una ebria mirada celeste que apenas podía
entreabrirse. Pecho rojo, piel que necesitaba un poco de sol, abdomen que se movía más de arriba
hacia abajo que en un movimiento de inflar y desinflar, y entrepierna que estaba realmente como si
se tratara de “llover sobre mojado”. Ingle, monte de Venus, interior de sus muslos. Qué desastre.

— No me veas así que tú me lo hiciste —se sonrojó Sophia.

Emma sacudió su cabeza y se encogió entre hombros, soltó una risa nasalmente callada, y, sin decir
absolutamente nada, tomó su pierna izquierda para colocarse de esa forma en la que Sophia sabía
exactamente qué estaba por suceder.

Realmente dejó que su peso hiciera el contacto, porque, cuando era muy superficial, o sea un simple
roce, no era tan satisfactorio como cuando se hacía más grave. Además, el peso era para que Sophia
no interviniera en el movimiento.

Se aferró a su pierna, la cual había sido elevada y flexionada, y empezó con el vaivén. Era la
ventaja de que Sophia estuviera hinchada y ella prácticamente no, porque entonces podía abusar de
eso para reflejarse en el momento preciso; le gustaba sentir su hinchazón con algo que no fuera su
boca o sus manos.

— Artillería pesada —rio la rubia, alcanzando a tomarla por la cadera para tener algo de qué aferrarse
ella también.

Emma no dijo nada, porque jugaba y abusaba del “cállate” con descaro, porque sabía que eso llevaría
a Sophia a un ataque de desesperación de risas y carcajadas nerviosas que terminarían en una disculpa
que no necesitaba. Y, como no dijo nada, cerró sus ojos como si en ese momento el placer se tratara
de sólo ella.
El movimiento no era tan preciso como cuando era un verdadero “scissoring”, no era ese
choque pausado que podía ser restregado con malicia, pero era lo suficientemente adecuado como
para sacar futuros gemidos, pues el frote, porque eso era lo que era, permitía que cada componente
de la entrepierna de Emma se encontrara con cada componente de la entrepierna de Sophia, por lo
tanto debo decir “y viceversa”.

Emma se dedicó a respirar a ojos cerrados, entre cabezas rendidas y alzadas, inhalaba y
exhalaba con paciencia y con profundidad sin importar la rapidez o la tosquedad del movimiento que
claramente tenía que afectar su resistencia pulmonar, y Sophia, sin poder hacer mucho, más que
tomarla por la cadera y por la mano que sostenía su pierna en lo alto, sólo admiraba lo que era un
italianísimo placer que cualquiera podía tachar de egoísta.

Pero, claro, Emma no era de madera, ella y su clítoris también sentían, y era por eso que, a pesar del
frote continuo y monótono, había esa remota interrupción en contacto y en ritmo para no obligarse
a saltar al precipicio; su víctima era Sophia, o quizás sólo liberar un poco de vapor de la olla de presión.

Sophia, contrario a lo que Emma sentía con cada interrupción, se veía cada vez más al borde
de una recaída orgásmica; una recaída que no era nada sino buena. Cada vez que Emma venía, la
halaba, y, cada vez que Emma iba, le ponía la débil resistencia para que no se fuera.

Había sido un día relativamente difícil, o quizás sólo complicado por las fluctuaciones respectivas,
tenía alcohol en la sangre, y tenía las ganas suficientes y demasiadas de hacer catarsis de la forma más
placentera posible. Ella prefería despilfarrar sus hormonas y su energía en algo que la dejara con una
sonrisa y con ese tipo de sueño con el que realmente era rico dormir, no con arrojar cosas contra la
pared, o con gritar, o con lo que fuera. Darle vacaciones a las piernas hasta el día siguiente que
urgentemente tuviera que ir al baño, darle vacaciones al despertador, porque pobre de él si la
despertaba: él si sufriría de un atentado contra la pared; pobre iPhone, pobre Siri.

— Me voy a correr —gruñó Sophia entre dientes, no sabiendo si era una advertencia o una simple
pieza de información, o quizás una alerta informativa que implicaba un “¿y tú?” o un «para que hagas
lo casi imposible» “para que te corras conmigo”.

Emma no respondió de ninguna forma, al menos no inmediatamente. Sólo abrió los ojos y le clavó la
mirada en la suya entre respiraciones densas y cortadas que sólo servían de sinónimos o de
descripciones para el ritmo y el acento del frote.

Y, como si no tuviera ninguna terminación nerviosa ahí, se frotó y se frotó, y se frotó, y se


siguió frotando contra Sophia literalmente sin piedad, sin misericordia, sólo con una actitud de exigir
un orgasmo que sabía que no sufriría ella sino que lo había provocado, ergo reclamado.

Sus respiraciones no eran tan toscas como las de un toro, porque eran más delicadas, pero eran tan
bruscas y tan «agresivas»que por alguna extraña razón, siendo amante de lo ligero, de lo gentil, de lo
delicado, de lo-cualquier-sinónimo, le parecieron, a la rubia, que eran el mayor componente de lo que
la sacaría de control en tres, porque era eróticamente violento, dos, porque asoció y asumió la
lubricada tosquedad con la inminente y eminente posesión sin restricciones y sin ataduras, uno,
porque era y se sentía rico.

Las caderas de Sophia se elevaron, así como el gemido que se le escapó y con mucha razón,
pero, al igual que la vez anterior, y al igual que todas las veces que pasaba que Emma estaba encima,
Emma la ancló a la cama entrepierna contra entrepierna para que no se sacudiera, pero, a diferencia
de la vez anterior, no continuó la estimulación sino la detuvo. Le habría gustado torturar aquel clítoris
con más frote, pero sus pulmones y sus caderas no le daban para mucho en ese momento; necesitaba
un respiro, un afloje de cuello, y un descanso de caderas de un minuto.

— Oh, my God… —suspiró Sophia, con una mano sobre sus ojos en ese gesto de mundial conocimiento
de “no puedo creerlo”, y Emma levantó la mirada, la cual ya carecía de aquello que le estorbaba a
cualquiera—. That wasn’t fair —rio, dejando que se le saliera esa mezcla de alcohol y endorfinas, pero
Emma sólo ladeó la cabeza como si no entendiera—. Oh, come on! —frunció su ceño, y, de un
movimiento un tanto brusco, la tomó por la cintura para tumbarla sobre la cama—. Por favor —
susurró—, habla.

— ¿Sobre qué? —sonrió con cierto cinismo.

— Es realmente incómodo cuando no hablas —frunció sus labios.

— Somos difíciles de complacer —resopló para sí misma—. No te gusta cuando hablo, no te gusta
cuando no hablo.

— Sólo estaba jugando —apagó su voz.

— Lo sé, yo también —sonrió, y llevó su mano al cabello de Sophia para poder arreglárselo tras su
oreja; «melena rebelde».

— No me asustes así —refunfuñó.

— No estoy enojada.

— Mentirosa —rio.

— De verdad, no estoy enojada —ensanchó la mirada.

— Celosa, entonces…

— Eso… —suspiró Emma.

— Te voy a decir una cosa —la interrumpió—. I ain’t no bull, I ain’t no horse, I ain’t no
rollercoaster… I don’t like to be ridden —murmuró—, but I have to admit… that was one hell of a
ride —sonrió, y Emma frunció su ceño, porque de verdad no entendía—. Por mí te puedes poner
celosa cuantas veces quieras y de quien sea, siempre y cuando el resultado sea eso que acabas de
hacer.

— ¿Qué te hace pensar que estoy celosa de “alguien”? —resopló, y Sophia frunció su ceño, ahora
las dos con sus ceños fruncidos.

— Tú dijiste que estabas celosa.

— Sí, y lo sigo estando —«sin fundamentos racionales, pero lo estoy».

— Voy a utilizar el comodín de rubia para pedir explicación —sonrió angelicalmente por no
entender absolutamente nada.

— Yo no estoy celosa de “alguien”, estoy celosa del hecho de que bailaste con otra persona que no
era yo… estoy celosa del verbo “no fue conmigo” —rio—. I don’t give a rats ass with whom you danced,
for all I know it could have been fucking Fred Astaire with whom you danced and that’s okay with me,
what’s not okay with me is that you have to look for a dance partner.

— Oh… —elevó sus cejas—. ¿Por qué no dijiste nada?

— Porque no me afectó hasta que me di cuenta de que la única que te da vueltas soy yo —sonrió.

— ¿Eso significa que vas a bailar conmigo la próxima vez?

— Siempre bailo contigo.

— Menos cuando hay demasiada gente verde o de principios del siglo pasado, ¿no? —rio.

— Judgemental prudes, yes —asintió—. Me incomodan cuando se incomodan.

— ¿O te incomoda incomodarlos?

— Mi misión en la vida no es incomodar a nadie, si lo hago no es porque me excita, pero tampoco


me gusta que me incomoden.

— Fair enough —sonrió—. Hablando de lo que te excita, o de lo que no te excita, ¿no es un poco
sádico no dejar que te corras?

— ¿De qué hablas?

— No te dejaste ir.
— Eso es porque me gusta cuando me lo arrancas —sonrió—. Orgasmo arrancado le gana mil veces
a un orgasmo provocado.

— Mmm… ¿y cómo sugieres que te lo arranque?

— ¿Cómo quieres tú arrancármelo?

— Hm… —mordisqueó su labio inferior, y dejó que su frente se posara sobre su clavícula—. No creo
que te guste la idea.

— Te pregunté cómo quieres tú arrancármelo —rio con cierta seriedad—. Si no vas a tomar la
oportunidad de ponerme en cuatro, y de cabeza, I might as well just get off by myself —dijo, dándole
dos impersonales palmadas en su cabeza, y lo dijo de tal forma que Sophia realmente se asustó, y se
sorprendió, y se ofendió, y todo lo demás, por lo que levantó la mirada para asesinar a Emma en
silencio—. Así es exactamente como me siento yo —sonrió, ahuecándole la mejilla.

— ¿Con ganas de matarme? —frunció su ceño.

— Ah, ¿te sientes suicida? —Sophia entrecerró la mirada—. Ven aquí —susurró, tomándola
ligeramente por la quijada para halarla hacia ella.

Fue algo que apenas caía en la categoría real de “beso”, fue más como un sello de labios. O al menos
eso fue en un principio.

Hubo una pausa que pareció ser larga, pero no duró más de dos o tres segundos, y ninguna
de las dos respiró, ni se movió, sólo se vieron a los ojos, y supieron que era hora de jugar. De
literalmente jugar.

Sophia se le lanzó a Emma encima, sin cuidar de su peso, de sus afilados codos o de sus
huesudas clavículas, literalmente la escaló para aferrarse a ella, y Emma que, en el proceso, la había
tomado por la cintura para, improvisadamente, ponerle un poco de resistencia, porque así era como
se había sentido ante el titubeo de potencial aceptación de su propuesta, aunque, en realidad, no
había recibido una aceptación como tal. La tumbó sobre la cama, sabiendo perfectamente bien que,
debido a la posición en la que habían aterrizado, Sophia sólo esperaría otra sesión de bienvenidas
embestidas, por lo que decidió rodar, con ella entre sus brazos, para dejarla encima.

— No quiero sólo uno —le dijo, haciendo de su normal voz un susurro porque la rubia se acercaba
cada vez más a sus labios.

— ¿Cuántos quieres?

— Los que aguante —respondió inteligentemente—. ¿Por dónde vas a empezar?


Sophia sonrió y se encogió entre hombros, con esa ceja que se elevaba fugazmente por cómo su
mirada trazaba la poca inocencia que todavía le quedaba, y, como no estaba satisfecha con la cantidad
de labios que había tenido en todo el día, en especial porque había sido un día lleno de fluctuaciones,
se concentró en intentar recrear las sensaciones que aquel beso en Central Park le habían generado.

Pero ella sabía que era ciegamente estúpido intentar recrear algo del pasado, así se tratara de algo
que había ocurrido unas cuantas horas atrás, aunque, claro, sabía que la parte inteligente era la que
determinaba una línea base y no necesariamente un marco teórico, la parte inteligente era el
momento en el que lograba el estado estúpido en Emma… por muy feo que eso se escuchara. Y, para
eso, Sophia necesitaba ser apabullante pero paciente, ligera en tacto pero no ligera en seriedad,
instigadora de cesión pero no de rendición, y tenía que llevarla a un ritmo suave y con suficientes
componentes físicos, de tacto, de roce, y de labios, como para distribuir su atención en cada uno de
ellos; para que no se concentrara en intentar tener el control y el derecho del labio inferior, porque,
aunque tuviera las intenciones de ceder, su inconsciente haría lo contrario. Se trataba de,
literalmente, apoderarse de su autonomía.

La besó con ese acento que no implicaba precisamente sexo, porque eso, a pesar de ser el
objetivo, siempre podía cambiar; podía pasar a cualquier matiz que cayera en el término “relación
sexual”, o podía simplemente quedarse en una sesión exploratoria de labios y manos.

Abrazándola por su hombro derecho con su brazo izquierdo, básicamente enganchándolo, dejó caer
sus cincuenta y dos kilos, más los dos que probablemente significaban en comida y en bebida, y se
encargó de irle marcando la necesidad que tenía de ella con sus labios, con su lengua, con sus dientes,
con sus manos, las cuales se dividían en su cabeza y en su mejilla.

Eran sus sabores, de aquí y de allá, todos concentrados en ese juego al que Emma empezaba a ceder
poco a poco, con ese toque de tequila en el fondo, y sus manos que empezaban a cobrar vida para
viajar por la espalda de la rubia que parecía querer lanzarse de clavado con ella, en ella, para ella.

Logró casi las mismas circunstancias de Central Park, o, al menos, casi las mismas sensaciones,
porque en ese momento le estaba dando más: más piel, más tacto, más cariño, más soltura, más
libertad.

Decidió hacer una pausa, con calidad de receso y no de corte absoluto, porque necesitaba
pensar cómo sería su próxima movida; no sólo era de besar su camino hacia donde no le arrancaría.
Apoyó su nariz sobre la suya, presionando punta con punta, recogió aquel flequillo castaño para
esconderlo tras su oreja, y, para ese entonces, para esa caricia, ya Emma la tenía completamente
abrazada y no tenía intenciones de soltarse.

— Te amo —susurró Emma, apretujándola un poco más entre sus brazos, así como siempre lo hacía,
porque eso, en su cabeza, sólo era una representación física-corporal que daba a entender un “mía”.
— Páli…

— Te amo —repitió.

Por osmosis, o por cualquier tipo de difusión y/o absorción, Sophia, de manera inconsciente, le inició
un beso que claramente podía ser parte rítmica y vocal de “Go It Alone”, pero nunca a nivel de
semántica, ni de cualquier recurso lingüístico que tuviera que ver con el significado y el significante,
quizás más inclinado a la retórica y sólo por el tono y el carisma aplicado; era calmado, ciertamente
seductor, nada serio, quizás un poco juguetón, quizás un poco picante. Quizás era la guitarra del
fondo. No sabía. No sé. Y hablo de difusión/absorción porque Emma tenía un serio OCD con los
momentos y las canciones que podía aplicar para describirlos. Detrás de todo eso, del ritmo y la
retórica, y del juego pacífico de sus labios, Sophia sólo reciprocaba aquella declaración, confesión, y
sentimiento, en especial porque consideraba que era especial cuando era ella quien tenía las pautas
óptimas para decir un “yo también”.

Tiró de su labio inferior de esa específica forma que le hacía saber que, aunque no quería,
dejaría sus labios para optar por otras regiones de piel. Mordisqueó suavemente su mentón, y se
desvió por su carótida para alcanzar aquellos huequitos que se escondían tras aquellos gustos de tres
y medio quilates por oreja.

Emma no era coloquialmente sensible de por ahí, ni de por acá, el cuello era una zona casi muerta,
pero, en cuanto Sophia se olvidaba de que Harry Winston podía pagar unos cuantos salarios más y
mordisqueaba su lóbulo, o cualquier parte de su oreja, entonces sí enloquecía su sensibilidad, que con
el mordisco era que soltaba aquella sexual exhalación que tanto le gustaba a la rubia.

Mordisqueó un poco sus hombros, besó sus clavículas, e inhaló la desvanecida insolencia de donde la
había trazado por la tarde. Y, ni modo, cuando ya llegó a la indiscutible parte de su pecho, tuvo que
soltarse de ella para poder seguir haciendo de las suyas sobre aquella superficie enrojecida. Y, con
cara de «Oh my God! Boobies!», tomó ambos senos en sus manos para repartir un beso en este y un
beso en aquel por igual.

Emma se elevó mínimamente con ayuda de sus codos, porque era momento de ver, de ver,
y de ver más. De ver especialmente ese segundo en el que Sophia abría sus labios para atrapar su
dilatado pezón, pues, cuando lo soltara, ya estaría a medias erigir y su areola a medias encoger.

Le gustaba ver cómo envolvía su pezón, cómo lo succionaba lentamente para liberarlo rápidamente,
o viceversa, cómo lo provocaba con la punta de su lengua, cómo lo mordisqueaba y tiraba de él, o,
simplemente, cómo paseaba su labio inferior por el borde inferior de su pezón. A Sophia le gustaba
todo eso, y le gustaba ver y saber que Emma la veía, asumo que era el voyerista gusto por el voyerismo
ajeno, y le gustaba sentir cómo Emma no tenía control sobre la rigidez y la erección de lo que ahora
soplaba con tibieza para luego soplar con frialdad, el cual era el momento decisivo para que Emma
echara su cabeza hacia atrás pero sin dejarse reposar sobre la cama.
Ya el rojo se había esparcido más por su pecho, llegando a sus hombros y a una quinta parte
de sus antebrazos, y al yacimiento de sus senos, y, de haber sido ella la víctima por tanto tiempo, ya
el rojo habría invadido sus pezones también, pero los de Emma no cedían con esa facilidad, o quizás
era por la carencia de transparente palidez.

Abusando de las proporciones, le mostró cómo era que ella sí podía ahogarse entre lo que
tenía entre las manos, y, dando besos a ese pequeñito lunar que pervertía a hasta a las mentes más
fuertes y más asexuales, logró anestesiar la resistencia desde ambos extremos; desde el juego y desde
la naturaleza. Además, era la movida perfecta para seguir el camino hacia abajo.

Fue como si se leyeran la mente, porque, en cuanto Sophia dejó su pecho para mordisquear
en venganza, Emma se aferró a aquello que Sophia no quería dejar, pero, lastimosamente, no podía
partirse en dos para residir en ambos lugares, y Sophia no tuvo que decírselo, ni que pedírselo, sólo
fue algo de “teamwork”.

Emma se aferró con ligereza de sus senos, de esa forma que parecía que en realidad se sostenía con
un suave apretujón estático y que entre su pulgar y su índice era que quedaba aquel erecto pezón a
la espera del regreso de Sophia, o quizás de un autoabuso al azar.

Mordisqueó y mordió aquí y acá, todavía con el sabor de Beck, porque se le hacía irresistible
eso de no tirar de su piel con sus dientes, en especial porque sabía que le gustaba, porque no le hacía
cosquillas de risa sino de esas que sólo en ese momento se podían sentir. Quizás era la cadencia,
quizás era la inflexión, quizás era la vehemencia, o quizás era la gradación.

No le devolvió el lengüetazo mortal, aquel que recorría su vientre hasta su ombligo, pero, en
equivalente venganza, se desvió por la fosa ilíaca izquierda con el reverso de su lengua para luego
lamer de regreso hasta el punto inicial y besarla con la sobriedad que no se refería a la cantidad de
alcohol sino a la pausada y ligera lentitud, y repitió el lengüetazo hacía abajo y hacia arriba, y el beso,
y de abajo hacia arriba, y otro beso, y así, y así, y así, hasta que, poco a poco, fue acercándose a su
entrepierna.

Mordisqueó con labios adjuntos aquella región escondida de su muslo y ocasionó una
inhalación entre dientes que luego se transformaría en dientes aprisionando labio inferior para la
exhalación, una cabeza que caía para confesarse con el techo, y una contracción entrañal que había
sido demasiado evidente.

Emma irguió su cabeza para seguir viendo lo que Sophia hacía, porque, dentro de todo, era
una especie de preparación mental; tenía que saber más o menos qué esperar de la impredecible
melena rubia. Sophia la vio a los ojos, dibujó una sonrisa que se vio más por el arco de sus cejas que
por sus labios, pues sus labios estaban escondidos a esa altura que Emma no alcanzaba a ver porque
tenía la barrera de su monte de Venus, y, de repente, sólo sintió cómo el labio inferior de Sophia se
adhería con humedad a la conclusión de sus labios mayores para recorrerla hacia arriba con una
delicada exhalación que apenas rozaría sus hinchados labios menores y que terminaría en un beso en
su clítoris, el cual se transformaría en una suave succión.

Sabía un poco a ella por aquel orgásmico frote, pero, en cuanto clavó su lengua en su vagina, porque
se trataba de recorrerla desde ahí hasta su clítoris, sintió el sabor de sólo Emma, ese sabor que
provocó un “mmm” en Sophia, y en Emma se liberó un “mmm” por igual, aunque este era por la
sensación.

Su lengua iba cruel y lentamente de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, porque ella
también podía torturarla sanamente, y Emma que sonreía desde el lugar que le pertenecía a la
audiencia, pues no había nada mejor que hacer contacto visual cuando llegaba a su clítoris y
concentrarse en su levantado trasero al fondo; porque a Sophia no le importaba si era en uno, en dos,
en tres, en cuatro, o en cuántas. Y había una razón bastante clara por la cual Sophia no se había
acostado sobre su abdomen, y era que, con su brazo izquierdo, podía ejercer la fuerza necesaria, con
ayuda de su peso y de la gravedad, para que Emma no se moviera ni un centímetro de la cadera hacia
abajo; casi como una epidural, y, además, podía ejercer cierta presión en su vientre a la hora en la que
decidiera penetrarla. Porque la iba a penetrar.

— Sabe bien, ¿verdad? —exhaló Emma, llevando su mano derecha al cabello de Sophia, pues ya se
había empezado a salir de aquella ajustada pero voluminosa coleta alta, y lo empezó a recoger entre
gestos que tenían intenciones de peinarla con mimos.

— Mjm… —asintió, «what an Ego!», y rio nasalmente, haciendo que la risa en sí fuera lo que
aterrizara sobre el ápice de sus labios mayores.

— Suck —acezó, cerrando sus ojos para recibir esa solicitada succión, pero, al no recibirla en los
siguientes tres o cuatro segundos, los abrió de nuevo—. Pretty please? —sonrió dulce y
encantadoramente.

«How the fuck am I supposed to say “no” to a fucking “pretty please”?», rio de nuevo la rubia, y, como
pedido de forma tan irresistible, atrapó su clítoris entre sus labios para empezar a succionarlo con el
mismo encanto con el que se lo había pedido.

Emma se hundió entre sus hombros, porque las succiones le quitaban casi toda voluntad de
permanecer erguida, y no podían quitársela del todo porque sus ganas de ver tenían suficiente peso,
pero, al saber que ya no podía mantener sus ojos abiertos de forma continua, respiró profundamente
y dejó que su cabeza se rindiera hacia atrás para escuchar la humedad con la que Sophia dejaba libre
a su clítoris para secuestrarlo de nuevo y de ipso facto. Síndrome de Estocolmo.

Su cadera se empezó a mover en el inevitable vaivén, y, contrario a las intenciones de Sophia, de


mantenerla quieta por venganza, se vio abrazada completamente por la cadera y sólo por comodidad
de la rubia, pues podía mecerse con la longitud y la curvatura de su elección.
Aunque, en realidad, creo que fue una movida inteligente de la rubia que iba en contra del estereotipo
del vacío cerebral, porque, como Emma le había dicho en numerosas ocasiones de que ella “under no
circumstance was going to neither sit nor ride her face”, dejó que el minúsculo y sexual vaivén se
encargara de precisamente hacer lo contrario a dicha declaración; no era tan evidente, y no ahogaba,
y era perfecto.

Sophia la abrazaba con ambos brazos, la sostenía pero no la detenía, y dejaba que sus manos
se posaran una en su cabeza y la otra sobre su mano derecha; ya Emma había caído completamente
sobre la cama.

Dejaba que Emma se rozara contra su lengua o contra sus labios tres veces y luego succionaba, o
dejaba que se rozara contra sus labios y luego lamía, o simplemente se dejaba rozar. Bueno, mientras
Emma no supiera a consciencia lo que hacía, no habría ningún problema.

De repente succionó para no soltar, succionó su clítoris y lo que pudo de sus labios menores,
y estiró sus brazos para alcanzar sus senos, lo cual sólo hizo que la posición de las piernas de Emma se
compactara de cierta forma y en todo sentido.

Los pies de Emma aterrizaron en sus hombros, sus manos sobre las suyas para obligarla a apretujarle
sus senos con la fuerza que considerara mejor, y, como era esperado en ella, respiró lo más profundo
que pudo para mantener esa exacta cantidad de oxígeno para luego liberarla en diez tortuosos
segundos, en diez tortuosas succiones.

Y entonces sí. Salió el primer gemido real, el primero que no había podido disimular y/o
contenerse de ninguna forma, y, a partir de ese insignificante gemido, era la de no poder parar de
gemir, ni siquiera a pesar de su adorada profunda respiración.

Sophia llevó su lengua a su vagina para recoger un poco más de su lubricante, porque las
consistencias no eran iguales y sabía que a Emma eso tan líquido podía terminar por jugarle en contra,
y, cuando llegó de regreso a su clítoris, fue que se dio cuenta de lo realmente hinchada que estaba.
Realmente estaba caliente, rígido, y que, en realidad, podía verse a simple vista.

Rio a ras de él, y, sin pensarlo dos veces, cedió a sus ganas de provocarlo con el filo de sus dientes.

Una carcajada nerviosa y casi orgásmica fue lo que interrumpió los diez segundos de exhalación de
Emma, una carcajada que le decía un “eso no se hace”, pero, como ella era rebelde, lo hizo de nuevo.
Esta vez no obtuvo ninguna carcajada, sólo un gruñido agresivo y violento que, de la nada, se
transformó en ambas manos a su cabeza para mantenerla adherida a su entrepierna, pues, si anulaba
la distancia, sólo quedarían sus labios o su lengua, pero su vaivén se vio interrumpido porque tenía
más consciencia que hacía unos momentos.

Pero creo que le salió el tiro por la culata.


Sophia succionó fuertemente, reciprocando el tono de su gruñido, y, mientras su clítoris
estaba entre sus labios, abusó de él con su lengua sin vergüenza y con descaro mientras la veía a los
ojos.

Emma sollozó. Sus pies cayeron a la cama y, de manera impetuosa, sus caderas se elevaron de golpe,
haciendo que su clítoris se escapara de aquella perversa succión. Sophia, viendo aquello a corta
distancia, la haló con ambas manos para regresarla a la cama, pero, en el proceso, Emma llevó sus
dedos a su clítoris para frotarlo rápidamente, así como si se estuviera sacando hasta la última gota de
orgasmo. Porque eso hacía.

— Oh my God! You just came! —rio Sophia al ver que era imposible pasar por alto lo que secretaba
Emma en ese momento, pero, inmediatamente, frunció su ceño—. You came —refunfuñó.

— I’m still… —se ahogó antes de poder terminar, y Sophia vio cómo su vagina y su ano se contraían
periódica e intensamente cada segundo, algo muy propio del descontrol.

— Don’t you fucking dare to stop touching yourself —le dijo, porque ya veía las intenciones que
Emma tenía de hacerlo, y sólo vio cómo sus dedos hacían una breve pausa de un segundo para
reanudar el frote pero más despacio—. You’re still twitching —murmuró extasiada, y llevó su dedo
índice a su perineo, ¿cuándo había sido la última vez que había jugado con eso?

— ¿De verdad? —se irguió un poco, volviendo a apoyarse con su codo de la cama.

— ¿No lo sientes?

— No siento las piernas —sacudió su cabeza.

— Poor you —se burló, y sacó su lengua, aunque no por burla como tal sino para recoger su
orgasmo.

— Tu dedo —le dijo casi cavernícolamente.

— ¿Qué pasa con mi dedo? —sonrió, apenas moviendo su dedo para acariciar aquel minúsculo
espacio.

— O lo mueves hacia arriba o lo mueves hacia abajo… sino dejo de tocarme —elevó su ceja derecha.

— ¿Por qué no puedo dejarlo aquí? —presionó suavemente.

— Porque me pone nerviosa, porque no es ni lo uno ni lo otro.

Sophia sólo sonrió, y, precisamente por la nostalgia que la región le provocaba, deslizó su dedo hacia
abajo, haciendo que Emma sonriera placenteramente; ella también tenía ese tipo de nostalgia.
No necesitaba lubricante, ya Emma se había rebalsado para eso, por lo que su dedo podía ir y venir
sin fricción alguna, algo que a Emma, en esa específica zona, no le importa y hasta le gustaba.

Trazó líneas rectas verticales y horizontales, trazó círculos, círculos concéntricos, y espirales, y
presionaba justamente en aquel agujerito, tal y como si quisiera deslizarse en su interior, cosa que a
Emma, con cada engaño, más se le antojaba.

¿Quién “recogía” a quién entonces? Confuso, cambiante, improvisado, y orgánico.

— Fammi vedere —musitó Sophia, y Emma, sabiendo qué era lo que quería ver, tiró de sus dedos
hacia arriba para desnudar completamente su clítoris—. Mmm… —tarareó guturalmente.

— Estoy demasiado mojada…

— ¿Molesta? —elevó su mirada para encontrar la de Emma.

Ella sacudió la cabeza en silencio y con una ridícula sonrisa, y, porque no se podía contener las ganas,
se irguió, trayendo a Sophia por ambas mejillas hacia ella conforme lo hacía.

Sophia estiró su cuello para alcanzar sus labios, porque sabía que era eso lo que Emma quería.
Fue como un respiro que necesitaban, una pausa recreacional para luego volver a los otros labios.

— De nuevo —le dijo Sophia, y Emma le mostró de nuevo su clítoris—. Qué bonito —sonrió, y le dio
un beso, el cual le robaría el aliento a Emma.

— Qué rico —exhaló, retomando las riendas del momento tan sexual que estaban teniendo.

— ¿Puedo jugar con esto? —le preguntó, llevando su dedo nuevamente a su ano.

— Por favor —asintió, y se reacomodó para dejar que sus piernas se pudieran abrir más.

Sophia sonrió, le mostró la lengua, la escondió entre sus glúteos, y, tensándola, intentó introducirla
en aquel ajustado agujerito al que no le habían dado ni una sonrisa desde hacía no-se-acordaba-
cuánto.

Empezó a penetrarla con lentitud y con profundidad, al menos hasta donde él la dejara. Iba aflojando
aquella circunferencia con paciencia y con goce y gusto, y se notaba que lo disfrutaba porque, tras los
labios abiertos, se dibujaba una inequívoca sonrisa, a la cual también podía atribuírsele los constantes
ahogos de Emma. La penetraba dos, o tres, o cinco, o siete, o diez veces, y luego lamía con la completa
anchura de su lengua, o apenas rozaba la circunferencia con la punta de su lengua, y daba un beso a
su ingle izquierda, o a su ingle derecha, o a esa minúscula porción de trasero que lograba escaparse
de la cama, y mordisqueaba lo mismo.
Emma sintió cómo ese masaje lingual era interrumpido por más segundos de los que solían
ser, y, en cuanto abrió los ojos, se vio obligada a volver a cerrarlos ante el dedo que se facilitaba la
entrada en ella como si se tratara de torturarla… porque la lentitud era una aberración.

— Tutto, tutto! —exclamó Emma con una risa histérica.

— Tutto?

— Tutto! —asintió, y, de golpe, realmente lo sintió “tutto”.

— Questo è “tutto” —sonrió Sophia, batiendo ligeramente su dedo, de arriba abajo, dentro de
ella—. Come ci si sente?

— Ci si sente… —se ahogó—. Assolutamente perfetto.

Estrujaba su dedo casi como la primera vez, o al menos así se acordaba que había sido la magnitud de
su estrechez, aunque sí estaba consciente de que estrujaba más de la circunferencia exterior que del
caliente canal que estaba invadiendo.

Sophia escuchaba los jadeos, los ahogos, y el esporádico gemido que las penetraciones
provocaban, y, en cuanto se adhirió de nuevo a su clítoris, esos “Sophie…” que se escapaban de su
garganta fueron arrojados a la mezcla. Esos jadeos eran de lo mejor porque tenían el mismo efecto,
en ella, que sus gemidos y sus orgasmos en Emma. Sólo para ponerlo en perspectiva.

Ahora no succionaba, porque eso sólo iba a irritarla, sólo lamía de abajo hacia arriba y de arriba hacia
abajo sin despegarse de ella, y justo cuando tomaba una bocanada de oxígeno era que batía su dedo
de arriba abajo sin penetrarla.

Emma, de golpe, se aferró al algodón del cubrecama para apuñarlo con fuerzas mientras
empezaba a arquear su espalda por el simple impedimento de elevar sus caderas; había algo del
estímulo anal, justo en esa posición, que no la dejaba mecerse de ninguna forma o manera.

Sophia agilizó su lengua, y, sintiendo cómo empezaban las contracciones en Emma, simplemente
esperó el momento perfecto para poder sacarlo y dejar que Emma convulsionara a su gusto.

Y el momento llegó, y Emma se sacudió en un tremor demasiado cortado y demasiado


jadeante que la llevó a una inmediata carcajada hormonal y a una posición fetal que le ayudaría a
recuperar el aliento. «Dos a dos, empate».

— My ass says “thank you” —rio Emma.

— You’re welcome —sonrió Sophia, inclinándose para darle un beso a su glúteo derecho, y, porque
no quería acurrucarse contra la espalda de Emma, la tomó por las piernas para volcarla sobre su
espalda y, así, tomarla por la cintura para traerla hacia ella—. Dile que no tiene por qué ponerse celoso,
por nada ni por nadie, porque siempre le voy a tener ganas —le dijo en cuanto la tuvo entre sus brazos,
ella hincada y Emma a horcajadas alrededor de su cadera.

— El asistente de Margaret es gay —rio, apoyando su frente contra la suya—, por eso no me
molesta que bailaras con él… pero sí me molesta que te haya dado esa vuelta.

— I’m sorry —se sinceró, porque sabía y entendía que esa vuelta era de Emma.

— Don’t be —sacudió su cabeza—. Si fuera otro día creo que no me habría importado

— No estés tan segura —rio nasalmente.

— Es que no me gusta que toquen lo que es mío —se sonrojó—, ni dormida ni despierta.

— Lo sé… —susurró, ahuecándole la mejilla izquierda—. Te amo.

— Y yo a ti —sonrió, tomándole la mano de la mejilla para besarla—. Perdón por el berrinche.

— I think it’s cute when you throw a tantrum —rio—. ¿Te sientes mejor?

— Sí, gracias —asintió, sintiendo las manos de Sophia recorrerla desde su espalda hasta sus muslos
para poder tumbarla sobre las almohadas—. Ven aquí —le dijo, trayéndola sobre ella para que se
apoyara de su pecho con su mentón—. ¿Te dije lo hermosa que te veías hoy? —Sophia se sonrojó y
asintió mientras Emma llevaba sus manos a su coleta para quitarle la única horquilla de su cabello
para luego tirar de la liga transparente y poder aflojar todo para que adquiriera las propiedades justas
de una melena—. ¿Te he dicho lo hermosa que te sigues viendo?

— Emma… —se sonrojó todavía más.

— Tenía razón —sonrió, enterrando sus dedos nuevamente en su melena para continuar
alborotándola—, eras la rubia más atractiva y más hermosa de la fiesta.

— Pero soy tu rubia —le dijo a ella, y a su Ego también; a su posesivo Ego.

— Mi rubia, sí —asintió—. Mi Sophie.

— ¿Por qué me llamas “Sophie” con acento en la última sílaba, y no “Sophie” con acento en la
primera sílaba? —vomitó su curiosidad—. Suena afrancesado.

— Porque estoy segura de que nadie te ha llamado “Sofí” —guiñó su ojo—, pero muchos te han
llamado “Sófi” —le explicó con ayuda de la fonética.
— Muy cierto.

— Además, si yo grito en la calle “Sófi”, probablemente un par de mujeres se volteen… pero, si yo


grito “Sofí”, probablemente sólo tú te voltees —sonrió.

— Tú gritando en la calle es como ver a Nemo montando a Bambi —rio—. Tú prefieres llamarme
para saber en dónde exactamente estoy… o ves en tu teléfono en dónde estoy, y ya.

— Santa aplicación —asintió.

— Me gusta “Sofí” —sonrió.

— Puedo llamarte “Sófi” si quieres…

— No, no hagas eso —sacudió su cabeza, y se irguió hasta quedar hincada.

— Mmm… tú quieres otro orgasmo —rio, logrando leerle las ganas en lo celeste de sus ojos, y se
sonrojó—. Y yo que quiero dártelo.

Sophia cayó sobre las almohadas, y no supo ni cómo ni en qué momento pero una almohada había
sido colocada bajo su trasero, Emma le empujaba las piernas en lo alto hasta flexionarlas casi contra
su pecho, apoyando sus pies de sus hombros para mantener cierta apertura, y ella, tal y como
implicado, se acuclilló sobre ella, a la evidente altura de su entrepierna para, con su peso, hacer el
contacto de sus labios mayores con los suyos.

Nivel de tribadismo: extremo, más del cien por ciento, más que el estereotipo de “asian level”, «esto
es calidad “próximamente en mil-cinco posiciones de Kamasutra”, versión Deluxe». «O un especial de
“Mil Maneras de Morir”».

— Advierto, no sé qué tanto me aguanten las caderas y las piernas —le dijo Emma.

Se cercioró del lubricante que haría su trabajo más fácil, y se aseguró de que tanto ella como Sophia
estuvieran lubricadas de toda el área.

Empezó lento pero marcado porque no sabía exactamente qué esperar de la locura del
momento, además, necesitaba encontrar la presión adecuada para el movimiento adecuado; pero
resultó que, mientras más presión hubiera, mejor era, y el movimiento debía ser sólo con su cadera,
ergo su trasero, pues con toda la espalda era demasiado cansado, y no había por qué sumarle
cansancio al cansancio preexistente y previsto.

Sus dedos se enterraban en los muslos de Sophia, y Sophia que había decidido mantener sus piernas
en lo alto, lo más flojas posibles para no ser una resistencia o un peso muerto, porque eran el apoyo
real de Emma, quien la había empezado a cabalgar con mayor expertise conforme avanzaba la mortal
estimulación.

Realmente, las dos aceptaron que la posición era no sólo complicada sino compleja, y que
evidentemente era demandante para ambas a pesar de que lo era un poco más para quien tenía el
placer de estar arriba. Y era una posición rara, ¿de dónde la había sacado Emma? Pero eso ni ella lo
sabía.

Llegaron a un punto, agitado debo decir, en el que las piernas de Sophia ya se habían
acostumbrado a la posición requerida sin las manos de Emma, pero, como ella seguía necesitando
soporte, había tomado a Sophia por las muñecas para halarla hacia ella cuando lo necesitaba; impulso,
soporte, apoyo, contacto.

Quizás fue la innovación de la posición, o la novedad de esta entre ellas, pero debían aceptar
que el contacto era impecable para la complejidad adjudicada, y, definitivamente, la expectativa era
un componente demasiado grande que debía atribuirse a la cantidad y a la calidad de excitación en
ambas.

Gracias a que Sophia no sufría de una anatomía que gozaba de la coloquial y vulgar
perfección, porque sus labios menores apenas se escapaban de sus labios mayores, y todo se hinchaba
al máximo y de manera uniforme, cualquier roce de cualquier componente de la entrepierna de Emma
era una enorme ganancia para su placer. Y gemía, y gemía, y gemía involuntariamente, y halaba a
Emma de las muñecas para que se frotara contra ella de nuevo, y continuaba gimiendo al compás de
los gimientes jadeos de Emma.

Tuvo la decencia de avisarle, con una sollozo, que estaba a pocos segundos de asegurar su orgasmo,
y Emma, ya que sabía que no iba a poder aguantar más en dicha posición porque las piernas ya se le
estaban quemando, aceleró el frote lo más que pudo hasta sentir el respingo orgásmico que daba
Sophia bajo ella entre gimoteos y jadeos de absoluto e innegable placer, el cual también se aferraba
a sus manos y a sus muñecas. Pero Emma no se detuvo, porque ese orgasmo que vivió como dueña y
señora de él, fue lo que la trajo al borde del clímax.

La humedad se había convertido en una inundación que adquiría sabor, textura y olor a un
exquisito orgasmo rubio que parecía no terminar porque Emma no parecía querer que terminara; ya
Sophia no sabía si su orgasmo seguía o si se había terminado hacía unos segundos. Notó ese instante
en el que Emma agilizó el frote todavía más, y más, y más, sin poder respirar, sin poder hacer nada
más que sólo eso.

Y Emma gritó. Gritó para todos sus vecinos, para todo Manhattan, y para todo el Estado de Nueva
York, que estaba teniendo el orgasmo más intenso desde nunca, porque era tan intenso que, una vez
empezó a vivirlo, tuvo que detenerse porque literalmente hizo cortocircuito ante la actividad
hormonal y nerviosa que estaba sucediendo en aquel maldito y pequeñito botoncito. No convulsionó,
no se tiró al lado de Sophia ni al suelo, no hizo nada, sólo se quedó estática mientras gritaba para
luego gemir y jadear como nunca antes.

Fue tan intenso que ni una referencia bíblica hubo en el proceso, de ninguna de las dos.

Emma cayó de espalda a la cama, no pudiendo sentir absolutamente nada más que el cómo
su clítoris se retorcía sin piedad y su vagina se contraía más que en cualquier eyaculación previamente
vivida.

Sophia dejó caer sus piernas a los costados de Emma, y, poco a poco, fue soltándose de sus
muñecas en reciprocidad. Se irguió para repetir aquello de tomar a Emma por la cintura, pero parecía
tener una epidural real; de la cadera hacia abajo estaba aparentemente muerta, quizás su intranquilo
tórax se robaba toda la energía y toda la atención. Era un verdadero peso muerto, por lo que logró
recostarla sobre las almohadas a su lado. Era la primera vez que la rubia veía algo tan fuera de órbita
en ella y en sus ojos, parecía como si hubiera realmente convulsionado y estuviera en esa etapa de
semi-inconsciencia, de desubicación, de no saber y no conocer nada. Realmente estaba en las nubes.

La trajo sobre su pecho, en un abrazo, porque no sabía por qué en ese momento parecía ser y estar
más vulnerable que en cualquier otro estado habido y por haber, y decidió reciprocar el gesto de su
cabello; empezó a remover las horquillas, a deshacer las trenzas, y a aflojar lo que el fijador había
mantenido con tanta supremacía. Rascó ligera y delicadamente su espalda con sus dedos y los bordes
de sus uñas, acarició sus antebrazos, y dio besos a su cabeza mientras esperaba por una respiración
normal, un afloje de muñecas y dedos para que crujieran las lesiones del tenis, un afloje de tobillos
para saber la existencia de sus piernas, y algún sonido gutural u onomatopéyico para reconfirmar su
estado de vida, porque hasta se tomó la molestia de tomarle el pulso; sólo para saber si ese silencio
era sinónimo de muerte por orgasmo o no. Y lo único que sintió fue una exagerada pulsación en su
muñeca izquierda.

La mantuvo abrazada porque, tal y como se lo había enseñado su hermana en algún momento, la
espalda era el receptor nervioso más grande del cuerpo humano, y era por eso que un abrazo, de
manos que viajaban, resultaba siendo relajante y/o reconfortante. Además, intentó hacer de su
respiración algo más sonoro, pues sólo quería darle una guía exacta de a qué punto debía llegar con
su intranquila respiración. Y esperó. Sabiamente esperó.

— Trdelník —masculló Sophia entre un suspiro, enterrando sus dedos entre el cabello de Emma para
continuar aflojándolo. La palabra le daba cierta risa.

— Suenas rara —resopló calladamente Emma con un balbuceo.

— ¿Por qué?

— Dilo de nuevo —rio.


— Trdelník —repitió, y escuchó a Emma resoplar para luego erguirse de cierto modo en el que
quedaría haciendo contacto visual.

— Suenas tan… —entrecerró sus ojos—. Checa —se burló, pero Sophia sólo frunció su ceño con un
enorme «what the fuck?»—. “Trdelník” tiene dos pronunciaciones: “Trdelník”, que es checo, y
“Trelník”, que es eslovaco —sonrió—. Los checos lo dicen tal y como se lee… y suena raro.

— Entonces… ¿“Trelník”?

— La “l” la haces demasiado flat…

— ¿Qué? —rio.

— La “l” que tú haces es contra los dientes —dijo, diciendo aquella letra—, la “l” que buscas es
contra el paladar —dijo, e hizo sonar una “l” mucho más suave, o menos tosca; menos romana y más
anglosajona, por si la comparación ayudaba a pesar de no ser la mejor ni la más cierta.

— “Trelník” —rio, habiéndose hecho cosquillas en el paladar con la lengua al pronunciar la “l”
eslovaca, o quizás sólo Emma.

— “Jeden trdelník, prosím” —asintió.

— “Jeden trdelník, prosím” —repitió la rubia, viendo a Emma sonreír anchamente con partes
iguales de orgullo y satisfacción—. ¿Qué fue lo que dije? —preguntó, porque ya le había sucedido que
implicaba una inserción de “x” mencionado objeto en la cavidad anal de alguien más, «como por
ejemplo: “métete un trdelník por el culo”». Qué ofensivo, pero qué chistoso.

— “Un trdelník, por favor”.

— A todo esto, ¿qué significa “trdelník”?

— Es como decir “pastel de pincho”… —pareció encogerse entre hombros, porque la palabra era
tan específica que no había una traducción específica más que una explicación.

— Ah, entonces… ¿es un pastel?

— No —sacudió su cabeza, empezando a intentar mover sus piernas al pretender escalar a Sophia
para quedar a la misma altura de su cabeza y poder verla sin muchos estragos de cuello—. Puedes
decir que es como una dona, supongo… pero es del grosor de un dedo —levantó su dedo índice—, y,
en lugar de ser frita u horneada, es asada… it’s quite tasty.

— ¿Sí?
— Pero tienes que probar los eslovacos, no los checos —le advirtió con un asentimiento.

— Porque la diferencia es que…

— Que los checos lo hacen mal —susurró con una pícara sonrisa, y terminó por recostarse sobre su
costado izquierdo, en una potencial posición fetal.

— ¿Ah, sí? —rio nasalmente Sophia, volcándose sobre su costado derecho para encarar a Emma
con la misma posición.

— Un trdelník debe ser suave y dulce, pero no lo suficientemente dulce como para ser demasiado
y hacerte rogar por agua —sonrió—. Los checos han hecho de los trdelníky algo sobrevalorado,
crujiente y hasta amargo… no es lo mismo un turista que prueba un trdelník checo a un turista que
prueba un trdelník eslovaco, por ejemplo.

— Lo que tú tienes es una rivalidad por patriotismo —bromeó.

— No es rivalidad ni rechazo, tampoco es por patriotismo… es sólo que es una práctica que ha sido
explotada de mala forma gracias al turismo… pero, bueno, eso les ha pasado a los checos desde
siempre con su Puente Carlos, y su Reloj Astronómico, y sus trdelníky —sonrió osadamente,
pronunciando graciosa y burlonamente aquella palabra como ella no solía pronunciarla.

— Nunca he estado en República Checa —repuso Sophia, dándose cuenta de ello hasta en ese
momento.

— Y no te pierdes de nada —guiñó su ojo—. Vale más la pena ir a Eslovaquia.

— ¿Cuántos años tienes tú de no ir a Eslovaquia?

— Viví en Bratislava por siete meses en el dos-mil-y-algo —sonrió—. Y a República Checa fui… creo
que ni se había caído el Bloque la última vez que fui —rio—. Debo haber tenido seis o siete.

— La subjetividad te domina —se carcajeó.

— Te diré lo que vamos a hacer —frunció su ceño, y Sophia asintió—. Vamos a ir a los dos países y
luego tú me dirás lo que piensas.

— ¿Qué crees que te voy a decir? —sonrió, ahuecándole la mejilla.

— Que Praga es como París… como Venecia… como Berlín.

— Nunca he estado en Berlín —repuso—, y la República Checa no es sólo Praga o Pilsen… así como
Eslovaquia no es sólo Bratislava.
— Eslovaquia es más Bratislava, Nitra, Kosice, los Tatras… —dijo por enumerar algunos lugares—.
No es como los Checos con Praga que sólo es Staropramen, Pilsner Urquell, y la milenaria y reconocida
disputa sobre quiénes son los dueños del nombre “Budweiser”.

— Tendré que ver para comparar.

— Bene —sonrió.

— Aunque tampoco es como que seamos bebedoras de cerveza —rio, acercándose un poco más a
ella.

— O sea… si me dan a escoger entre París y Praga, por ejemplo, voy a Praga… si me dan a escoger
entre Venecia y Praga, voy a Praga.

— Praga está en el puesto número tres de las ciudades más despreciadas por Emma Pavlovic —rio
cínicamente.

— Vamos, no es “más despreciadas” —se sonrojó.

— “Menos apreciadas” —se corrigió, y ella asintió todavía sonrojada.

— Para no verme tan mal, debo admitir que la Catedral de San Vito está entre mis diez Basílicas y
Catedrales favoritas —balbuceó un tanto a la defensiva—. La Catedral de Praga —dijo antes de que
Sophia preguntara.

— No sabía que tenías una lista de Basílicas y Catedrales favoritas —la molestó, resolviendo
enrollarse contra su pecho y entre su brazo.

— Claro, pero la lista sólo se refiere a la estética exterior de las Basílicas y Catedrales —asintió
seriamente, aunque sonrió en cuanto sintió cierto peso de Sophia sobre su brazo, por lo que la trajo
sobre su pecho para sentirla más.

— En el número diez tenemos a…

— La Catedral de Durham.

— Nueve.

— Catedral de San Vito.

— Ocho.
— Catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas. Siete: Catedral de Utrecht. Seis: Notre Dame.
Cinco: Catedral de Colonia. Cuatro: Duomo di Milano. Tres: Saint Patrick’s. Dos: Cattedrale Santa
Maria del Fiore. ¿Quieres adivinar el uno?

— Mmm… —asintió—. Conociéndote, sé que no es la Basilica di San Pietro —rio nasalmente, y


Emma sacudió su cabeza—. ¿La Sagrada Familia?

— Auch, no —rio—. Esa tiene algo que parecen torres de arena.

— ¿Cómo?

— Cuando hay más agua que arena, y tú estás haciendo un castillo, prácticamente puedes hacer
una torre de gotas; “drip dried sand towers”.

— Ah, creí que hablabas más de la estructura, o qué sé yo.

— No, el problema con construcciones así de grandes y así de atestadas de cosas, es que se tardan
siglos en terminarlas, por eso es que en varias ocasiones los estilos varían y se ve un poquito raro.

— Y eso es algo que no se puede con tu OCD —rio, y le dio un beso en su pecho—. La Catedral de
Chartres.

— No.

— ¿La de Reims? —frunció su ceño.

— No.

— ¿Francia? —Emma sacudió su cabeza—. ¿Países Bajos? —Emma sacudió de nuevo su cabeza—.
¿Italia?

— Estabas más caliente con Francia.

— Inglaterra —sonrió, y Emma también—. ¿Londres?

— Más hacia el este.

— Mierda, no sé qué hay más al este —rio—, mi geografía me falla.

— Canterbury —sonrió, apretujándola entre sus brazos para volcarla a su lado, o simplemente para
revolcarse con ella así como Thomas siempre las molestaba; les día que parecían Simba y Nala, sólo
que no sabía quién era quién—. My toes are numb… and my calves tingle —dijo con una expresión de
medio dolor, porque a nadie le gustaba que se le adormecieran/entumecieran las extremidades, en
especial cuando se trataba de la cadera hacia abajo.

— ¿Valió la pena? —Emma asintió en silencio mientras intentaba mover los dedos de los pies, luego
los tobillos para sentir las incómodas consecuencias en sus pantorrillas—. ¿Qué te parece si me dejas
ir al baño? —sonrió, y Emma, sin decir nada, se dejó caer muertamente sobre ella, a lo que Sophia
respondió con un pujido de falsa falta de aire y una carcajada.

— ¿Necesitar hacer consultar algo con el gurú de porcelana? —dijo contra su hombro.

— No.

— ¿Segura? —se irguió con su ceño fruncido.

— Sí —repuso, reflejándose completamente, y, en cuestión de un segundo, supo que la respuesta


no era la mejor, pues Emma empezó a hacerle cosquillas—. ¡No! ¡No! ¡No! —se retorcía bajo Emma,
intentando mantener sus brazos adheridos a sus costados para no ofrecerle sus susceptibles axilas ni
su vulnerable cintura—. ¡No! —gimoteó con una carcajada al no tener tanto éxito, pero el “no” no era
“no”, aunque eso tampoco significaba que era “sí, sigue, por favor”.

Emma ensordeció ante tales súplicas, porque todo lo que ella escuchaba era una carcajada tras otra,
tras otra, tras otra, lágrimas que empezaban a salir para recorrer sus sienes, pero de graciosa tortura,
y, de repente, se detuvo con la mirada ancha en la muy traviesa de Sophia.

— Ah, así es como obtengo tu atención —rio la rubia, pellizcando el pezón de Emma un poco más
fuerte.

— Whatever you do… please don’t let it go at once —imploró sonrojada.

— ¿Por qué?

— I won’t be able to handle it —susurró, y entonces, gradualmente, Sophia fue aflojando su pellizco
para liberar su pezón.

— Here —se deslizó bajo una Emma que había quedado inerte con la ayuda de sus rodillas y sus
manos sobre la cama—, a kiss —dijo, y rozó su abusado pezón con sus labios, los cuales hicieron un
semi-sonoro beso.

— Temporalmente fuera de servicio —jadeó, sintiendo a Sophia deslizarse nuevamente hacia


arriba—, but you can always sit on my face —sonrió.
— La mía también tiene sentimientos —repuso con un disentimiento que decía un “gracias, pero
ahorita no gracias”—. ¿Me vas a dejar ir al baño o no? —le dijo con sus manos a sus hombros, como
si estuviera lista para empujarla sin importar la respuesta.

— Está bien —suspiró con pesadez.

La dejó salir sólo para acosarla desde ahí, desde la cama, porque no sabía por qué le gustaba verla
caminar así; desnuda, con esa relajación post-coital, con el ligero alivio de pies descalzos, y con la
pereza que lentamente invadía su sistema.

Vio cuando desapareció tras la puerta del baño, y, justo en cuanto encendió la luz, alcanzó a tener un
microscópico vistazo de aquella Neptune Kara que había sido instalada hacía lo que parecían ser ya
demasiadas semanas y que seguía intacta e inutilizada. Ninguneada totalmente. Hidromasaje,
millones de burbujitas que harían que cualquiera se sintiera como en un baño de champán, chorros
de aire activos «¡y masivos! Whatever that means…», con cromoterapia, ozonizador, almohada, y
sabía Dios qué más, porque Emma no sabía mucho, «o nada», de ese tipo de cosas, siempre dejaba
ese tipo de opciones para sus clientes porque era lo lógico además. En esa ocasión, había recurrido a
la explotación de conexiones con el convenio con TO, porque de algo tenía que servir, y le pidió
asesoría al encargado del Spa en la TT. Siete mil dólares ignorados.

— Tienes cara de desgracia —resopló Sophia, sentándose a la orilla de la cama, a la altura del abdomen
de Emma.

— ¿Cómo te sientes? —frunció su ceño, logrando volver a la Tierra; al lugar en el que siete mil
dólares eran siete mil dólares para cualquiera y para ella.

— ¿Cómo me siento de qué? —ladeó su cabeza.

— ¿Estás cansada?

— No exactamente —sacudió su cabeza, y le alcanzó uno de los paños húmedos que llevaba en su
mano derecha, a lo que Emma frunció su ceño—. Sirven para desmaquillarte, Tarzán —sonrió,
mostrándole burlonamente cómo se hacía al ella pasear el otro paño por su ojo derecho.

— Ha-ha, so funny —rio sarcásticamente, y la imitó.

— ¿Por qué me preguntas cómo me siento?

— Zvedavost —guiñó su ojo.

— Salud —repuso la rubia con una risa, y Emma sólo supo carcajearse.

— “Curiosidad” —rio.
— Spasibo.

— Eso es ruso —frunció Emma su ceño.

— Es lo más cercano al eslovaco que sé —se encogió entre hombros.

— D’akujem —sonrió.

— Ya puedo ser educada en eslovaco —rio—, ya puedo decir “por favor” y “gracias”.

— Y “de nada” se dice igual que “por favor” —asintió.

— ¿Por qué no hablas eslovaco fluido tú? —preguntó su “zvedavost”.

— Lo poco que sé hablar es porque me lo hablaban de muy pequeña mis abuelos, y mi papá dejó
de hablarnos en eslovaco cuando nos metieron a la escuela porque pensaba que ya teníamos
suficiente con el inglés y el italiano, y después vino el francés, no hubo espacio, pero, cuando estuve
en Bratislava, el semestre ese hace un par de años, prácticamente lo volví a aprender… y no lo aprendí
tan bien porque mis clases eran en inglés y mis amigos, casi todos, eran de distintos países y el idioma
común era el inglés —se encogió entre hombros—, tampoco es como que me interesaba mucho
aprenderlo.

— ¿Vivirías en Eslovaquia?

— No sabe a casa —sacudió su cabeza—. Yo creo que todo tiene que ver con el clima: mientras más
te acercas a los países nórdicos, y viajas por Europa oriental, la gente es muy fría, y la comida y la
música no tienden a ser tan cálidas… lo que está más pegado a Europa occidental queda en el medio;
la comida es comestible a nivel de olfato, de vista, y de gusto, la música es escuchable
y somewhat bailable… y cuando llegas a Asia Central, a donde se quedó la esencia de los Hunos en
todos esos países que terminan en “-tán”, ya el clima se arregla un poco y la comida y la música
también… aunque supongo que es cuestión de gustos.

— No lo sabría yo, nunca he estado en un país “-tán” —resopló.

— Bueno, probablemente me equivoque, pero creo que el problema con esos países europeos,
esos que quedan entre Rusia y Alemania, es que el comunismo fue lo que les pasó —rio.

— Sí, y a ti que te sangran los oídos cuando escuchas que Marx y Engels aquí y allá —asintió con
una risa.

— Me sangran cuando la gente utiliza “comunismo” y “socialismo” como sinónimos… pero, por
favor, no hablemos de política —sonrió, irguiéndose un poco para poder sentarse sobre la cama.
— Por favor —asintió Sophia, acercándose a Emma para darle un beso—. Mmm… todavía sabes un
poquito a mí —sonrió, y le alcanzó uno de los paños que había mantenido en su mano izquierda.

— ¿Y esto para qué es, Jane? —bromeó.

— Para librarte de incomodidades —guiñó su ojo.

— ¿Qué te parece si nos olvidamos de eso y nos damos un baño? —sonrió, colocando el paño sobre
su muslo.

— ¿Te espero en la ducha? —asintió.

— Pensaba más en un “baño”, no en una “ducha” —ladeó su cabeza.

— Oh —se sonrojó—. En ese caso, ¿realmente quieres remojarte en lubricante y en orgasmos? —


rio.

— No me importa —se sacudió con un escalofrío.

— Pero, sólo por darme el gusto… límpiate —le dijo Sophia, sabiendo perfectamente de que era
eso lo que debía decir; porque a Emma sí le importaba.

— Si tanto insistes… —suspiró con una sonrisa de satisfacción, y llevó el paño a su entrepierna para
limpiarla con gentileza, no quería irritar sensibilidades ni entorpecer susceptibilidades.

— ¿Qué tal si empiezo a llenarla mientras tú terminas aquí?

Emma sólo asintió, y la acosó de nuevo con descaro y sin vergüenza.

Se puso de pie sólo para sentir las repercusiones del error de haber llevado stilettos nuevos
toda la noche, «error de principiante», pero las circunstancias no se habían dado como para ella poder
domar y dominar aquellas agujas.

***

— ¿Qué se supone que significa eso? —frunció Volterra su ceño.

— Condenas cualquier tipo de demostración de afecto en público —se encogió entre hombros—,
y lo condenas de tal forma que parece que lo desprecias por miedo.
— ¿Miedo? —siseó confundido.

— Claro, abogas por la censura —asintió—. Get your head out of your ass, stop being so conceited,
so consumed with yourself and let it fucking be —dijo con la más profunda seriedad.

— ¿Y qué te he dicho yo? —rio defensivamente, pues estaba realmente ofendido.

— Lo que no dices es lo que gritas —repuso con su ceño fruncido, y, en ese segundo, el silencio fue
profundo e intenso—. Pero, ¿sabes qué? —resopló—. Me acabo de dar cuenta de que lo que te
molesta es que no me importa… y que a Emma tampoco, y que mi mamá no dice nada… te molesta
que tú no puedes hacer lo que yo hago, lo que los demás hacen con tanta libertad… —frunció sus
labios, y lo vio penetrantemente a los ojos por un eterno e intenso segundo—. So… you know what?
Judge away —levantó sus manos—, I don’t care anymore because it doesn’t matter… it’s not my fault
that you’re pissed because I have bigger balls than you… because, unlike you, I do whatever the fuck
pleases me —dijo, y, tal y como lo había hecho su progenitora hacía unos minutos, ella lo dejó ahí, de
pie, mudo, y solo, sólo que, en lugar de beso, había sido una bofetada.

Capítulo XXII

«Taza y media de harina, cucharada y media de azúcar, cucharadita y media de baking powder, tres
cuartos de cucharadita de baking soda, un cuarto de cucharadita de sal», dijo mentalmente mientras
vertía los mencionados ingredientes con cuidado y con dudas, pues sabía el riesgo que había en
simplemente cortar una receta por la mitad: había demasiado margen para cometer errores estúpidos
por las absurdas medidas que resultaban. «Ahora, ¿en dónde mierda hay un frullino en esta cocina?»,
frunció su ceño, y llevó sus dedos a sus labios para darle esos pensativos golpes suaves mientras veía las
cuatro posibles gavetas. Entrecerró la mirada al tener ya sólo dos opciones, y, como no sabía
exactamente qué la había poseído ese día, abrió las dos gavetas de golpe con un «¡já!» de por medio,
como si quisiera asustar a algo, pero sólo dio cuenta de que el frullino no estaba en ninguna de esas
gavetas sino en la gaveta en la que sólo había frullini y spatole. «Oh, so stupid». Definitivamente esa
cocina ya no era suya. Y se rio. Había siete frullini distintos. Estaba el genérico en cuatro tamaños
distintos. Había uno demasiado parecido al genérico pero éste era más cuadrado de los alambres, y los
alambres eran más largos y le daban una forma más angosta. Había un frullino que parecía haber sufrido
un accidente, pues era como el genérico pero aplastado. Había uno que parecía haber sido víctima de la
locura, con un alambre enrollado alrededor del otro. Estaba otro que parecía de aquellos artefactos que
masajeaban la cabeza, sólo que éste carecía de curvaturas en los alambres. Había uno que iba en forma
de espiral, y, el último, era como una inception; era un frullino genérico que tenía, en el interior, una
bola de alambre con una bola metálica adentro, parecía estar enjaulado. ¡Y espátulas! “N” cantidad de
espátulas de “n” tamaños, de “n” distintos materiales, y en “n” cantidad de formas.
Tomó el frullino genérico, porque la lógica le dijo que hacer hot cakes debía ser a prueba de
estúpidos y para todo aquel que careciera de aquellos frullini que sabían sólo «Martha Stewart», Dios, y
Sophia para qué servían.

Mezcló los ingredientes secos rápidamente, hizo un agujero en el centro de aquellos polvos, y dejó
ir «taza y media de buttermilk, un cuarto de taza de leche, un huevo enorme porque eran tres huevos
para la receta completa y no existen medios huevos, quizás sólo en mi hermano, y un tercio de la barra
de mantequilla ya derretida». Se tomó un momento para pensar bien su siguiente movida, porque
hacer hot cakes podía ser a prueba de estúpidos, pero su maña y su truco debían tener, y se acordó de
cuando Sophia le había hablado sobre cómo se debía tratar un agente leudante en una mezcla. «Dijo que
era para que produjera dióxido de carbono porque eso iba a hacer que se “levantara”», y era por lo
mismo que no se podía batir demasiado la mezcla, que el movimiento debía ser más de incorporar y
envolver que de batir.

Y luego vino la pregunta del millón: ¿los mantenía clásicos o les agregaba algo más? Tenía moras
azules, frambuesas, y fresas, y tenía las chispas de chocolate semidulces, de aquellas que Sophia había
utilizado hacía dos o tres semanas para hacerle galletas a Phillip. Ah, pero, como ella iba a comer lo
mismo, prefirió no agregarle nada. Egoísta, ella lo sabía, pero le importaba muy poco, o quizás sólo era
porque inconscientemente sabía que Sophia no era entusiasta de un carbohidrato que tuviera un trozo
de fruta en medio. Lo mismo aplicaba para las chispas de chocolate, o así pensaba su cerebro para esa
ocasión específica. Y no se equivocaba.

Se aseguró de que la sartén estuviera caliente para colocar aquellos moldes que servían para
no atentar contra suOCD, pues, si el hot cake no era circular, le costaba demasiado comérselo. Y, con un
rezo de «please, don’t let me fuck this up», tuvo la paciencia y la sabiduría necesaria como para esperar
a que a aquella masa se le materializaran diminutas burbujas en el lado crudo, lo cual significaba que era
momento para retirar el molde y darle la vuelta a los hot cakes con demasiado cuidado para no estropear
la perfecta circunferencia.

Escuchó cuando el agua de la ducha dejó de correr, «justo a tiempo», y escuchó el distante
suspiro que siempre salía de Sophia, la leve congestión nasal, y un silencio que significaba que estaba
por terminar de secarse dentro de la ducha.

Mientras Sophia hacía el torpe ritual acelerado de humectar su piel, Emma se encargaba de sacar los dos
platos blancos de orilla roja para repartir los cuatro pequeños hot cakes en dos torres para que
mantuvieran el calor mientras se encargaba de hacer cuatro más, y arrojó un par de fresas, un par de
frambuesas, y una que otra mora azul para que no se viera tan vacío, y espolvoreó ambos platos con un
poco de azúcar glas.

Calculó el momento en el que la rubia se metería en las primeras prendas de ropa, y sólo fue hasta
entonces que decidió empezar a hacer aquel Latte al que muy probablemente le haría una rosetta por
motivos de facilidad y de rapidez.
Sophia escuchó el sonido de cuando la leche fría entraba en contacto con el vaporizador, y, con
su mano a los botones de la manga izquierda de su blusa gris carbón, sonrió por saber que Emma no se
había ido sin despedirse una segunda vez, en especial porque le hacía un Latte, que no era que ella no
supiera cómo hacerse uno, era sólo que no sabían igual; sabía a simple café con leche y necesitaba
azúcar, pero, cuando era Emma quien se lo hacía, no sabía por qué era que no necesitaba nada para
endulzarlo.

Se apresuró a meterse en su falda lápiz negra, a maquillarse ligeramente, sólo para darse un poco de
vida porque ella no recurría al engañoso arte del “contouring”, y se subió a su Pigalle Spikes negros para
completar su look.

— Todavía estás aquí —le dijo con una sonrisa mientras peinaba su melena con sus dedos y taconeaba
hasta la cocina.

— Aquí es en donde tengo que estar —asintió, colocando el segundo plato sobre la barra.

— Hiciste desayuno —ensanchó la mirada por asombro.

— Cuando te vistes así… —asintió de nuevo, y colocó el Latte al lado de uno de los platos y un vaso
con agua al lado del otro—, todo el edificio sabe que tienes una reunión importante.

— ¿Y qué tiene que ver eso con que hiciste desayuno? —rio nasalmente, llegando por fin a la barra
para tomar asiento en el puesto que estaba el Latte.

— Dos cosas, y digo dos puntos —le dijo, bordeando la barra para tomar asiento junto a ella—: la
primera es que parece que las faldas están estrictamente reservadas para las reuniones con ellos —rio—
, y la segunda es que nunca hay un tiempo estimado para la duración de una de esas reuniones —
sonrió, «si es que se le puede llamar así a lo que vas hoy»—. Así que, básicamente, me estoy cerciorando
de que te vas con el estómago lleno… porque quién sabe si vas a almorzar.

— Qué poca confianza me tienes —resopló.

— No es falta de confianza —sacudió su cabeza mientras colocaba la servilleta de papel sobre su


regazo y tomaba el cuchillo y el tenedor entre sus manos—, es sólo que soy realista… y te conozco.

— Ay… —rio guturalmente, y se acercó a Emma con esa sonrisa inocente—. Gracias por mi desayuno
—susurró con la resaca de la pequeña risa.

— Buen provecho —repuso, y le dio un beso en su cabeza.

— Buen provecho para ti también —reciprocó los deseos, y, como siempre, recostó su sien sobre el
hombro de Emma—. Te crecieron bastante —sonrió, tomando la jarra de miel de maple para verter un
poco sobre aquella torre.
— Lo sé, y hoy no estoy aparentando ser una copa más pequeña —dijo seriamente, pero ella sabía
que se refería a los hot cakes.

— Así veo —rio, desviando su mirada hacia el busto de Emma, y, en cuanto colocó la jarra de miel
sobre la barra, llevó su mano a su seno izquierdo para apreciar el tamaño de aquella mañana—. ¿Tienes
que ir a sacar algún permiso? —preguntó, apretujando un poco.

— No —rio nasalmente, viendo cómo, después del apretujón, empezaba una circular caricia—.
Segrate no va a estar en la oficina, y la blusa me deja —le explicó, tirando un poco de su blusa para que
notara que era un tanto floja a pesar de ser de su talla.

— Polka dots —dijo, presionando suavemente uno que otro punto azul oscuro entre aquel mar
blanco—, me gustan.

— Creo que es lo único que tengo con puntos —le dijo como comentario al azar.

— ¿Necesitas más con puntos?

— Soy más de manchas y rayas —sacudió su cabeza, y le tomó la mano para llevarla a sus labios—,
ocasionalmente de cuadros.

— No, tú eres más de sólidos —sonrió ante los besos que aterrizaban en sus nudillos.

— Mmm… —elevó su ceja derecha—, muy cierto, Licenciada Rialto.

— ¿Te puedo preguntar algo? —susurró, viendo a Emma besar el último nudillo mientras asentía—
. Are you wearing panties?

— Ah, lo preguntas por la falda —rio suavemente, pues su falda era color crema, que era de esos
colores que podían ser muy, poco, o nada transparentes.

— Claro, necesito saber si debo acosarte cuando te levantes —asintió.

— Sí —respondió la pregunta inicial, devolviéndole su mano—. Ahora, cómete tu desayuno, por favor
—le dijo, señalándole su plato—, ¿o tengo que alimentarte?

— Eso sólo puede llegar a ser aceptable cuando estoy enferma —repuso, irguiéndose rápidamente
para cortar el primer trozo de aquella torre—. ¿Alguna idea de lo que quieres cenar?

— ¿Qué te parece si me dejas la cena a mí? —dijo, vertiendo miel de maple sobre su torre de hot
cakes.

— Mmm… —musitó, intentando masticar para poder tragar más rápido.


— ¿”Mmm” qué?

— Estoy intentando encontrar una razón para entender por qué quieres hacer eso.

— ¿De qué hablas?

— Tú cocinas en ocasiones especiales; mi cumpleaños, cuatro de julio, black friday…

— Ay —dibujó una expresión de vergonzoso dolor—, tú sabes que yo prefiero conservar mi dignidad
a pagar menos por algo… black friday no es una ocasión especial —«I’m not a sales-whore».

— Por lo mismo —resopló—, es el día en el que ni loca sales de la casa.

— Pero ni a la esquina —estuvo de acuerdo.

— Pero porque en la esquina está Barneys —rio.

— Touché.

— Entonces, ¿cuál es la ocasión? ¿Qué celebramos?

— Nada —sacudió su cabeza, y atacó nuevamente el tenedor—. Es sólo que sé cómo son ese tipo de
reuniones —se encogió entre hombros, y empezó a masticar—. Son del tipo de personas que prefieren
invertir diez horas en un día a invertir dos horas por cinco días.

— Entonces sí sabes que va para largo —murmuró.

— Lo supe desde que ellos te llevan desde TT —asintió—, no es lo mismo que tú llegues a Teterboro,
o a que tomes un vuelo comercial, a que si ellos te llevan de TT a Teterboro en helicóptero para luego
llevarte a D.C. en jet privado…

— Es bastante —le dijo Sophia como si no hubiera escuchado nada de lo anterior—, es un lugar muy
grande.

— Pero acuérdate de que la mitad ya está hecha, tú sólo tienes que completarlo, y yo voy a estar para
ayudarte.

— Tú tienes lo de Oceania.

— Te diré lo que vamos a hacer —sonrió—. Cuando tú te aburras de trabajar en la Old Post Office, o
que sientas que se te ha empezado a freír el cerebro, yo lo tomaré… y tú harás lo mismo por mí.

— Suena a que es un muy buen plan —asintió—, pero lo de la Old Post Office lo quieren para esta
semana, ¿recuerdas?
— Cierto.

— ¿Tú avanzaste ayer con lo de Oceania?

— Sí, terminé los renderings de la Owner’s Suite, y ya con eso tengo tres opciones completas de paleta
de colores y de organización posible de todas las habitaciones —asintió.

— ¿Y las áreas de comida?

— Ya tengo ideas para los nueve espacios más grandes, ya comencé a trabajar en el comedor principal,
y el Spa que tengo el concepto a medias. El vestíbulo, los bares, el gimnasio, la biblioteca, el Internet
Center, y el Culinary Center, ya están listos y aprobados…

— Eso ya debe ser la mitad o más de la mitad, ¿no crees? —dijo un tanto sorprendida, pues le parecía
que era bastante para el poco tiempo que tenía de estar trabajando en eso, y que la información le había
llegado por partes.

— Sí, creo que sí —asintió—. Lo que atrasa es lo de los materiales… tengo que encontrar el imposible
“bueno, bonito, y barato” —rio.

— A veces es más fácil descubrir la alquimia —estuvo de acuerdo.

— Creo que por eso es que me gusta mucho trabajar con TO —se encogió entre hombros, y llevó el
tenedor nuevamente a su boca—; hasta el espacio más barato tiene que gritar lujo, elegancia, pulcritud,
y comodidad…

— Creí que Oceania era una de las líneas más lujosas —rio.

— No me malinterpretes —sacudió su cabeza—, quizás no es de las diez más lujosas porque las más
lujosas tienden a ser yates y no cruceros —rio—, pero sí lo son…

— ¿Entonces?

— Si yo digo “sábanas Frette en todas las habitaciones”, es noventa y nueve por ciento seguro que se
mueren de risa y después me mandan al carajo —sonrió.

— ¿Frette en todas las habitaciones? —resopló retóricamente la rubia—. No creo que exista alguien
tan loco como para decirte que sí.

— Supongo que tendremos que hospedarnos en TIHT para que veas que hay alguien tan loco como
para decirme que sí —sonrió—. Anyway, el tema era la cena.

— Cierto —balbuceó contra el borde de su taza.


— Tomando en cuenta que no sé si vas a almorzar, ya sea porque se te olvidó, o porque no te dio
hambre, o porque no te dio tiempo, y que no creo que vengas antes de las cinco… no me parece justo
que tengas que venir a cocinar cena —sonrió.

— No tienes que cocinar, podemos pedir algo…

— No voy a quemar el edificio, si es que eso es lo que temes —elevó su ceja derecha.

— Pizza —repuso—, tengo días de estar queriendo comer pizza.

— Pizza… —sonrió, «no es langosta termidor, eso es bueno».

— Ya que sabes abusar de los agentes leudantes —suspiró—, una pizza de masa alta no estaría nada
mal.

— ¿Ingredientes?

— Necesitas harina, sal, azúcar, agua… —dijo, y Emma sólo colocó su dedo índice sobre sus labios.

— Me refería a los ingredientes que quieres encima de la capa de queso —susurró con una sonrisa.

— Vegetariana, sin aceitunas —susurró alrededor de su dedo, conteniéndose las ganas de abrir sus
labios para poder succionarlo con lascivia—; red onions, green peppers, mushrooms, and small tomato
chunks.

— Así será —sonrió, retirando su dedo de sus labios para compensarle la interrupción con un beso.

— ¿Estás emocionada? —le preguntó, devolviéndose a su desayuno.

— Un día entero sin ti… no veo cómo eso puede emocionarme —sacudió su cabeza mientras
empalaba una fresa y una frambuesa con su tenedor. «That’s just painful».

— Me refería a las entrevistas con tus potenciales internos —sonrió sonrojada.

— Ah, eso —frunció sus labios—. ¿Debería emocionarme?

— Es cuando la esclavitud es legal y no necesariamente racial —asintió.

— ¿Tú crees que esclavizo a Gaby?

— ¿Eso a qué viene? —frunció su ceño, y se volvió hacia Emma con la mirada.

— Es sólo una pregunta.


— Creo que nunca he sabido de un esclavo al que su jefa lo manda de vacaciones pagadas a Hawái, o
que, si va a pedir almuerzo, le dice que se compre algo también, o que, de cumpleaños y navidad, le
regale una gift card de quinientos dólares en Neiman Marcus —rio—. Y tampoco creo que sea de un
“esclavo” ganar más que el Paisajista del estudio.

— Bueno, si lo pones así… —rio nasalmente luego de haber tragado el sorbo de agua.

— Es como tú dices: Gaby es más que una secretaria.

— Hace más que sólo contestar teléfonos y tomar recados —asintió.

— Nunca me has dicho cómo o por qué la contrataste —le dijo, intentando alargar el arte del “small
talk”.

— Hubo una época en la que tenía bastante trabajo, y, una vez, me pasó que me confundí de
reuniones y llegué con el material que no era —se encogió entre hombros—. Volterra fue quien me dijo
que teníamos dinero suficiente para contratar a alguien que me ayudara, y así fue… entrevisté como a
quince antes de que Gaby llegara.

— ¿Y por qué la contrataste?

— La contraté porque fue con la única persona con la que tuve una conversación banal, quizás porque
ya estaba aburrida de escuchar lo mismo —«de cuántas palabras por minuto podían escribir, si podían
trabajar sólo con Office o si también con iWork, de sus ilustres referencias»—, y pensé que sería bueno
contratar a alguien joven y sin experiencia porque no tenía muchas mañas, sino era porque no tenía
ninguna, y era más fácil que hiciera las cosas a mi modo y no a su modo —sonrió—. Ahora Gaby me lleva
cien metros de ventaja, piensa hasta en lo que yo no pienso…

— Sí, así como que no debe haber lirios, o rosas, o margaritas en la habitación del hotel en el que te
hospedes —rio—, y dos toallas grandes y una pequeña.

— Y que las almohadas sean rectangulares y no cuadradas —asintió.

— Eres una consentida —bromeó.

— Si no me consiento yo, ¿quién me va a consentir? —elevó su ceja derecha.

— Yo —sonrió ampliamente, provocándole una sonrisa de labios comprimidos por no querer delatar
el regocijo que su risueña mirada no podía disimular.

— Eat —dijo suavemente y como si se tratara de un punto final a la discusión.

Y fue un punto final real, pues, en silencio, las dos terminaron su desayuno, la rubia con mayor dificultad
por no tener hambre en realidad, pero conocía las consecuencias de dejar una única frambuesa burlada
en su plato, en especial porque Emma había terminado antes que ella y se había dedicado, de pierna
cruzada y brazos entrelazados, a acosar su ingestión con una extraña sonrisa de satisfacción. Quizás no
era tanta la satisfacción como la fascinación por ver cómo el cuchillo no existía para Sophia, y que el
tenedor era lo que cortaba, empalaba, y recogía por igual.

Le gustaba ver cómo sus manos y sus dedos manipulaban la vajilla en general, cómo jugaba con el
tenedor para pasar de cortar a recoger, de cortar a empalar, o de simplemente empalar para deslizar
por aquella minúscula laguna de miel de maple, y le daba cierta risa cuando suspiraba su cansancio de
masticar un desayuno que, a pesar de tener buenas intenciones, tenía el aire de ser a la fuerza.

Probablemente su fascinación nacía en la delicadeza de la estética de sus manos, la cual quizás tenía que
ver con el anillo, con el reloj, con la pulsera y la banda elástica negra, o quizás sólo tenía que ver con que
no había nada que indicara que Sophia había pasado alguna tarde en el taller, «cutículas intactas».

— Something funny? —le preguntó Sophia en cuanto la escuchó reír nasalmente.

— Not precisely —sacudió la cabeza—, just curious.

— What’s curious?

— You stopped using the red nail polish —se encogió entre hombros.

— ¿Y hasta hoy te das cuenta? —rio, llevando la taza a sus labios para beber el último sorbo de cafeína.

— No, hasta hoy me doy cuenta de que no sé por qué es eso —sonrió.

— Se me acabó “the thrill of Brazil”.

— Si esa es una metáfora… no la entendí —se sonrojó ante su incompetencia y su ignorancia.

— Así se llamaba la laca —rio, logrando un rubor aún más intenso en Emma, pues su ignorancia era
clara—. ¿Extrañas mi laca roja?

— No, no realmente —sacudió suavemente su cabeza.

— Yo tampoco —sonrió, viéndola ponerse de pie para tomar ambos platos en sus manos, pues de
ninguna manera los dejaría sucios, además, el hecho de comprar el paquete de etiqueta “Mega Value”
ejercía cierta presión; doscientas setenta pastillas de detergente tenían que acabarse en algún momento
para poder comprar otro paquete de las mismas dimensiones.

— ¿Quieres un Latte to go? —le preguntó mientras enjuagaba los platos simplemente con agua,
porque qué asco encontrarse con comida en su lavadora para platos, y eso que ella no era quien la
limpiaba.
— Ya terminé de despertarme, gracias —sacudió suavemente su cabeza, y, decidiendo hacerse útil,
tomó la taza y el vaso para que Emma los enjuagara y ella poder meter todo a la lavadora—. Entonces…
—suspiró al ver que Emma se encogía entre hombros—, ¿cómo se ve tu día?

— Mmm… —«noioso, molto noioso»—, es de saber aprovecharlo al máximo —sonrió sobre su


hombro, y sonrió con orgullo ante tal astuta y evasiva respuesta—. ¿Por qué no me dejas esto a mí y vas
a arreglar tus cosas?

Sophia asintió en silencio, pensando en lo bueno que eso era a pesar de ser un “no hablemos de eso”;
necesitaba asegurarse de que su bolso tuviera lo necesario luego de haberlo cambiado la noche anterior,
sólo para cerciorarse, pues no podía faltar el indispensable cargador para su teléfono, y debía asegurarse
de que, en su porte documents llevara suficiente papel, las dos carteras de treinta y seis Copic, «porque
nunca se puede estar demasiado preparada», y todo lo necesario que fuera desde un simple lápiz hasta
una calculadora.

Escuchó a Emma pasearse por aquí y por acá con un aire pensativo mientras cepillaba sus
dientes, y, en cuanto estuvo lista para imitarla, se acercó al clóset, en donde la vio dudar, con claro mudo
dilema, entre dos stilettos que no tenían nada que ver con los que en ese momento dejaba de calzar.
Aparentemente se iba a inclinar por unos rojos, fueran los Manolos de gamuza roja oscura, casi granate,
o los Louboutin rojo-vibrante-y-de-piel-de-algo.

Fue como si no lo hubiera pensado más, o como si se hubiera dado por vencida, pero en realidad lo había
decidido desde antes de siquiera considerarlo, y tomó los Manolos, aquellos que se habían tardado doce
semanas en poder ser realmente suyos porque sólo los hacían por pedido. Sí, supongo que era un no-
brainer, en especial porque los Charlotte Olympia en gamuza negra no hacían nada sino opacarla con
totalidad; necesitaba un poco de color, un poco de contraste y que no sólo se tratara de los puntos azul
marino sobre lo blanco y contra lo crema. Claro, Sophia sí podía llevar sus Olympia, y Emma no objetaba.

La vio desaparecer de nuevo en el baño, quizás sólo para deshacerse de la espuma y para
terminar con un poco del Listerine azul porque el verde era de Sophia.

Y entonces, después de ella hacer lo mismo, y de respirar profundamente para empezar a considerar
cómo comenzar el día y qué esperar de él, tomó su bolso y su porte documents, y se encontró con una
Emma que, con cárdigan azul marino y bolso al hombro, veía hacia abajo mientras rezaba que a su
mascota no se le ocurriera marcar territorio sobre su gamuza nueva. Si lo hacía no lo mataría a él porque
eso era estar a un paso de ser una psicópata verdadera, simplemente todos tendrían un mal día en la
oficina. Si lo hacía, qué lástima que Segrate no estaría y qué bueno que Sophia no estaría.

— Me tomé el atrevimiento de sacarte un blazer —le dijo sin siquiera darle una rápida mirada, pues
intentaba mantener la advertencia con el diminuto can, y le señaló el respaldo del sillón que estaba tras
ella—, es sólo por si acaso; vi la temperatura de todo el día y en la tarde-noche hará un poco de frío… y
es sólo por si no regresas por la tarde sino por la noche —sonrió aliviada, pues el Carajito ya había ido
en busca de los pies de Sophia, y la vio a los ojos.
— How thoughtful —sonrió, viendo a Emma tomar la chaqueta para ofrecerse a ponérsela al torso, y
ella que dejó caer sus cosas al suelo para enfundar sus brazos—. ¿Qué hora es?

— Siete y media, ¿vas bien o vas tarde?

— Voy bien, ¿y tú? —«tú vas tarde».

— Voy bien también —respondió, logrando esconder la incomodidad de la conexión entre la hora y
el hecho de no estar en su oficina, pero eso pesaba más; le pesaba demasiado más—. ¿De dónde es que
sales?

— ¿Cómo que “de dónde”?

— ¿TT o TIHT? —rio nasalmente, no pudiendo contenerse a clavar su nariz en aquella ondulada
melena rubia.

— TT —sonrió ante el “brain fart” de Emma, y sintió manos ajenas invadirle la cintura con un
escurridizo desliz—. Are you gonna walk me to work? —susurró, colocando sus manos sobre las de
Emma por motivos de la costumbre.

— Sólo porque me queda en el camino —rio calladamente contra su oreja, y la apretujó entre sus
brazos.

— Cuidado, todavía no empiezo a digerir, lo tengo a medio esófago —le dijo para que no la apretujara
tanto, pues eso de comer sin hambre no era lo suyo, pero las buenas intenciones alimenticias de Emma
eran eso: buenas intenciones. Además, tenía razón, quién sabía a qué hora comería en realidad.

— Está bien, está bien —dibujó un falso puchero y la soltó un poco mientras posaba su frente sobre
su hombro.

— Look on the bright side —susurró.

— What could possibly be the bright side?

— Hoy es el día en el que contratas a un mini-you —sonrió.

— Sí… —resopló, no sabiendo cómo podía ser eso un lado de bueno de lo que fuera—. Qué
emocionante —dijo su sarcasmo con una risa neutral en el fondo.

— Yo sé que los lunes son la consecuencia de los pecados del fin de semana, pero, anímate, ¿sí? —se
volvió hacia ella entre sus brazos.

— No tengo ningún problema con los lunes, o con el lunes, es este lunes; con hoy —suspiró—. Digo,
¿con quién voy a almorzar?
— Dudo que Natasha pueda querer cualquier excusa para huir de su suegra —rio.

— Almuerzo con Romeo —sacudió su cabeza.

— Con Belinda, quizás.

— Quizás —asintió.

— O con Gaby.

— O con Gaby —asintió de nuevo—. Como sea, ¿nos vamos? —sonrió, soltándola de sus brazos pero
no de su mano izquierda.

Sophia asintió en silencio, no sabía qué decirle porque no sabía qué era lo que exactamente le molestaba,
no sabía si era su ausencia o si era una manifestación de estrés por Oceania, o quizás era una mezcla de
ambas, pero así, en el silencio que astutamente guardaba, salió de su hogar pero de la mano de la mujer
que sabía que estaba batallando la sensación de no tener audífonos puestos a pesar de que le sonreía
tras el mantra de “si me acostumbré, puedo desacostumbrarme también”.

Emma, sabiendo que tenía seis calles nada más, se encontró en la encrucijada de las decisiones:
podía aprovechar las seis calles, unos probables seis o siete minutos, para entablar una conversación
amenamente banal, ¿pero qué era banal? ¿El clima, la gente, el tránsito/el tráfico? ¿O debía inventarse
algo en el proceso? No, la imaginación no le estaba sirviendo en ese momento. La creatividad tampoco.
Y la otra opción era quedarse callada para entregarle el poder y el control de la conversación, o de la
falta de, a la rubia que sabía y podía permanecer o no en silencio.

Apropiadamente, y quizás simultáneamente de forma desagradable, el iPod mental la atacó con “Time
Flies” porque su subconsciente era cruel y le gustaba bofetearla con las ironías de la vida y del
momento. «Sí, sí, el tiempo vuela», y la primera calle, en especial a lo largo de la Quinta Avenida, también
voló. Y la segunda calle también. Y la tercera fue cosa del pasado.

Y entonces cierto pánico empezó a sudar fríamente en sus entrañas. El silencio, algo que nunca le había
incomodado porque era algo realmente hermoso, le incomodó al punto de molestarle en su existencia,
de llevarla al borde de una crisis de ansiedad histórica.

— ¿Ya sabes qué les vas a preguntar? —murmuró la rubia mientras esperaban a poder pasar a una calle
menos, y pudo jurar cómo exhalaba con alivio, como si se hubiera estado aguantando la respiración por
las cuatro calles anteriores.

— ¿Qué? —balbuceó, intentando regresar al momento, al allí y al entonces, a la calle número


cincuenta y ocho.

— Que si ya sabes qué les vas a preguntar —rio internamente.


— ¿A quiénes?

— A tus prospectos —sonrió.

— Ah… —respiró profundamente—. No, no tengo idea —rio—, nunca he entrevistado a nadie... ni
cuando buscaba una Gaby; ellas se encargaban de hacer un monólogo sobre cuántas palabras escribían
por minuto, y esas cosas.

— Pero sí te han entrevistado —repuso, notando cómo Emma quería asentir a pesar de estar
sacudiendo su cabeza con honestidad—. ¿Volterra no te entrevistó al principio?

— Alessio le aseguró lo que era y lo que no era —sacudió nuevamente su cabeza.

— ¿Y qué les quieres preguntar?

— Realmente no sé qué preguntarles —se encogió entre hombros—. ¿A ti que te preguntaron en tus
entrevistas?

— Mmm… —frunció su ceño, «buena pregunta»—. Me preguntaron sobre mi portfolio: que cuál era
la pieza o el diseño más “especial” y por qué, lo que aprendí de tal o tal proyecto, o cuál de todos mis
proyectos demostraba la mayor parte de mis capacidades técnicas, o por qué incluí tal proyecto en mi
portfolio… y también me preguntaron sobre mi proceso de diseño.

— Bastante enfocado a lo técnico —comentó como para sí misma.

— Así como puedes hablar de lo técnico, supongo que puedes hablar de algún aspecto más social,
más qué-sé-yo —rio, dando un paso hacia adelante para continuar caminando.

— ¿A qué te refieres?

— Cuando preguntas como… —tambaleó su cabeza para hacer que las ideas se ordenaran con
suficiente coherencia—. Cuando preguntas cosas como que si te gusta trabajar en equipo, que si tienes
problema con seguir órdenes, que si tienes material de líder, que cómo tratas la típica situación en la
que no se logra hacer todo a tiempo, que por qué no se logró hacer todo a tiempo —dijo, y Emma, tras
un segundo de poker face, estalló en una carcajada—. Comparte.

— Odio trabajar en equipo, tengo serios problemas con las figuras de autoridad, no sé si tengo
material de líder porque no trabajo en equipo, y yo todo lo logro hacer a tiempo —sonrieron ella y su
Ego.

— That’s just a ridiculous amount of misplaced bullshit —se carcajeó Sophia.

— Y pensar que estaba siendo honesta —se indignó su Ego.


— Tienes serios problemas con las figuras de autoridad porque eres una figura de autoridad —rio—,
Volterra tiene suerte de que todavía lo respetas y de que todavía le das el lugar que le das, porque, aun
siendo dueña del setenta y cinco por ciento de su culo, lo tratas de “jefe” y demás adjetivos calificativos
que le regalan autoridad… además, él no es precisamente una figura de autoridad; es permisivo, la-
mayor-parte-del-tiempo-torpe, y tiende a ser consentidor.

— Quizás es por eso que me cae bien —elevó su ceja derecha.

— No es un “quizás”, es que es “por eso” —repuso un tanto divertida.

— Pero no por eso lo respeto.

— Pregunta: ¿por qué lo respetas?

— ¿Qué clase de pregunta es esa? —«es una pregunta demasiado comprometedora».

— Mmm… ¿cómo era la palabra? —mordisqueó el interior de su labio inferior—. “Zvedavost” —dijo,
haciendo que Emma sonriera un tanto orgullosa.

— Lo respeto porque es un buen arquitecto, y es un arquitecto con el coraje de decir que no le gusta
reproducir sino crear, un arquitecto que se rehúsa a realizar el diseño de alguien más pero que alardea
de cuando otros tienen que realizar algo suyo, respeta a otros arquitectos, respeta a los ingenieros,
respeta a los paisajistas, y respeta a los ambientadores —«y, en parte, lo respeto porque es tu papá».

— Esperaba honestidad, no diplomacia.

— ¿Qué te hace pensar que no es una respuesta honesta? —frunció su ceño.

— Sé que hay aspectos de él que no respetas.

— Él, como persona, no es igual a cómo es como arquitecto —señaló la diferencia que para ella era
demasiado clara—. Él, como arquitecto, tiene las herramientas necesarias; todo puede ser cuantificado
y enumerado, todo puede ser medido, pesado, y calculado, y tiene leyes fijas con las que no puede jugar,
y tiene demasiados años de experiencia como para que su consejo de siempre sea “no cometas el mismo
error dos veces”. Lo que no le respeto es la inhabilidad y la incapacidad para reconocer que es… tú sabes
—resopló, pero Sophia sacudió su cabeza—. No reconoce que es papá.

— Oh…

— Pero en eso intento no meterme, y no puedo criticarlo ni juzgarlo porque no sé ni cómo es ni cómo
se siente —dijo en su defensa y en la de Volterra.

— Eso significa que, automáticamente, no me respetas a mí por el hecho de no reconocer que es mi


papá —murmuró un tanto pensativa, y presionó sus labios entre sí al mismo tiempo que fruncía su ceño.
— Sí te das cuenta de que en esa oración ya reconociste que es tu papá, ¿verdad? —resopló.

— ¿Lo dices para hacerme sentir bien?

— Esa situación es tan complicada, y tan densa, que no sé en realidad a quién le pertenece el derecho
y el deber de saber y de comunicar —sacudió su cabeza.

— Smart answer —rio.

— What can I say? I’m a smart person —guiñó su ojo.

— En el caso que sea, Ego —bromeó—, ¿ya tienes una idea de qué preguntar?

— Cierto, en eso empezamos —asintió, y no porque respondía a la pregunta con un “sí”, sino porque
se había acordado del punto inicial—. Pienso que cualquiera puede fingir tener people skills, pienso que
el aspecto social se puede alterar dependiendo del ambiente laboral, que es algo que nosotros tenemos
para ofrecer y ellos para absorber… creo que me inclino más por las tecnicidades.

— ¿Pero?

— Creo que las respuestas serían un suicido, una diarrea filosófica.

— Pero la diarrea profunda, la diarrea filosófica, eso puede suceder con cualquier tipo de pregunta…
pero, sí, veo cómo puede ser un problema.

— “Me ayudó a crecer como persona”, “me hizo considerar ampliar mi alcance”, “me hizo inclinarme
por otros estilos”, y todo eso se resume a “yada, yada, yada” —rio, haciendo aquel típico gesto con su
mano, ese que representaba una boca que hablaba demasiado.

— Bueno, puedes irte por la línea más incómoda: cuáles son tus objetivos, en dónde te ves en cinco
años, cómo sería el ambiente laboral perfecto, cómo sería el trabajo perfecto, cuánto crees que te
tardarías en contribuir significativamente al estudio…

— No sé responder a la mitad —se carcajeó.

— Yo tampoco, pero es lo que suelen preguntar —rio por reflejo y por contagio.

— ¿En dónde crees que estarás en cinco años?

— Durmiendo —asumió ridículamente—. Y, si yo estoy dormida, tú estás viéndome dormir.

— Profeta —susurró vituperablemente, aunque, claro, sólo bromeaba.


— Probablemente estamos dormidas las dos, o quizás nos estamos despertando para tomar una
ducha porque Phillip y Natasha nos esperan a las nueve y media, o diez, para beber mimosas —sonrió.

— ¿Y laboralmente? —sonrió Emma también, apretujándole la mano ante la imposibilidad de un


abrazo o de otra caricia que estuviera de acuerdo.

— No sé, probablemente esté en el mismo lugar en el que estoy ahorita, y eso está bien conmigo —
se encogió entre hombros—. Sólo espero que no sea que estoy a punto de ir a Washington para
ambientar una monstruosidad.

— ¿En el mismo lugar? —frunció su ceño, y Sophia asintió—. ¿No quieres seguir subiendo?

— ¿Cómo voy a seguir subiendo?

— No lo sé.

— Más arriba de ti y de Volterra, ¿qué hay?

— Todo un mundo, ¿no crees?

— Algunas personas son ambiciosas en el sentido de querer apoderarse del mundo entero, o al menos
de querer ser quienes tengan el monopolio de algo, pero tienden a ser el tipo de personas que siempre
quieren más y que nada nunca es ni será suficiente… yo prefiero tomar mi ambición e invertirla en algo
más pequeño pero que me gusta más; en un proyecto, ya sea ambientar o un mueble —se encogió entre
hombros—. Estoy contenta con lo que hago ahorita, estoy contenta en donde estoy ahorita, no creo que
quiera o que necesite más, y creo que ese es el punto fundamental, ¿no? —dijo, pero Emma no supo ni
qué ni cómo responder a eso—. No sé si soy conformista, o si no soy ambiciosa, sólo estoy satisfecha…
y no sé si eso es malo.

— ¿Por qué debería ser malo? —ladeó su cabeza con una sonrisa comprimida.

— No sé, la forma en la que me ves… me hace pensar que lo es.

— No —rio, sacudiendo su cabeza—, es sólo que es raro escuchar que alguien está satisfecho, que
está contento.

— ¿Estás tú satisfecha? —repuso, deteniéndose frente a Tiffany para encararla por completo—.
¿Estás tú contenta?

— Satisfecha sí —asintió—. Contenta… no —rio—, al menos no hoy, no ahorita.

— ¿Algo que pueda hacer para contentarte? —sonrió inocentemente y al borde de la ridiculez, hasta
se hundió entre sus hombros para acortar su cuello, y a Emma no le dio risa, al menos no risa externa,
sino sólo la hizo elevar su ceja derecha.
— Por favor no sonrías así —sacudió su cabeza y batió su mano en el aire.

— ¿Por qué no? —sacó más su cabeza y se hundió todavía más entre sus hombros, algo que era
todavía más ajenamente vergonzoso pero que era, al mismo tiempo, demasiado gracioso.

— Because it’s funny —resopló, cediendo a la risa y a la sonrisa por igual y haciendo que Sophia se
irguiera.

— It’s funny because it’s childish —le dijo con la todavía-sonrisa-que-a-Emma-tanto-le-gustaba-y-que-


le-provocaba-fruncir-la-nariz-junto-con-los-labios—. Pero, dime, ¿qué puedo hacer para contentarte
que no sea ridiculizarme en público?

— No me preguntes eso —dijo, acercándose a ella con un tan solo paso.

— ¿Por qué no?

— Porque la respuesta es… —suspiró—. Sólo no.

— ¿”No” qué?

— La respuesta no me gusta —«¿por qué no te gusta?», le preguntó Sophia con la mirada, que escogió
no verbalizarla por el simple hecho de saber que no debía preguntarlo—. Realmente no hay nada que
puedas hacer para hacerme el momento más fácil, más ameno.

— No puedo ser tan inútil —murmuró.

— No, no lo eres —estuvo de acuerdo—. No eres inútil, para nada —le dijo con una mirada penetrante
que pretendía regañarla, y Sophia se sonrojó—. È… —suspiró, tomándole la mano de nuevo para llevar
sus nudillos a sus labios—. È difficile non vederti in tutto il giorno… —se encogió entre hombros—, è
difficile, duro, noioso… sgradevole, spiacevole, brutto —dijo, sabiendo que todos esos adjetivos eran
básicamente sinónimos, pero era el nivel y la escala en la que los sentía.

— Arquitecta, me siento halagada —rio suavemente, viendo a Emma besar uno de sus nudillos.

— Y así debería sentirse, Licenciada Rialto —sonrió contra su segundo nudillo—. ¿Qué dices si dejamos
de postergar lo impostergable?

— Sale a las ocho, todavía tenemos tiempo —dijo, dándole dos suaves golpes a su reloj con su dedo
índice.

— Caminaremos despacio —sacudió su cabeza, pues sabía que debía estar por lo menos cinco minutos
antes, aunque, claro, estaban a menos de veinte metros de las puertas de TT, y, de ahí a su partida, era
sólo un viaje en ascensor—. Entonces, ¿qué has pensado decirles?
— ¿De la paleta de colores? —Emma asintió—. La paleta de colores no está mal, o sea, no puedes ser
más patriótico con azul, rojo, y blanco… —suspiró ante la chocante combinación—, es sólo que pienso
que el color primario no debería ser el azul sino el blanco; el rojo está bien de terciario.

— ¿Hablamos de 6:3:1 o de 7:2:1?

— El rojo no llega ni a uno, es más para cojines, alfombrado, decoración floral, el fondo de una librera
—dijo, haciéndole saber que se inclinaba más por la primera opción—. Tiene que ser lo justo como para
darle realce al blanco y al azul.

— Es una decisión inteligente —rio su Ego, pues por eso había decidido cambiarse aquellos stilettos
negros por los Manolos rojos.

— Lo sé —sonrió, sabiendo exactamente lo que pensaban ella y su Ego.

— ¿Alguna otra decisión inteligente?

— ¿Black Marquina sobre cocoa Brown?

— ¿En qué proporción? —tambaleó su cabeza, pues nunca era su primera opción unir el negro con el
marrón.

— Pisos en bianco super, mueble en cocoa Brown, superficie en black Marquina.

— ¿Esmalte?

— Dorado.

— Si no te funciona, prueba con bianco Ibiza y con calacatta gold —sonrió con un asentimiento,
deteniéndose frente a las puertas de aquel edificio al que se habían tardado demasiado en llegar.

— ¿Pero te parece coherente?

— Bastante —asintió.

— So… —suspiró.

— So…

— This is me.

— I know —asintió Emma un tanto cabizbaja—. Sólo escríbeme cuando llegues a D.C., por favor.

— Y te escribiré cuando salga, también —asintió, y recibió un beso pausado en su frente.


— Gracias —sonrió, posando su frente contra la suya—. Have fun —balbuceó su nervioso Ego,
delatando su carencia de habilidades sociales cuando Emma no estaba funcionando ni medianamente
bien.

— Tú también —rio nasalmente, quizás enternecida, quizás con media burla—, pero no mucha, no
sin mí. —Emma asintió en silencio, simbólicamente cabizbaja, y, en cuanto Sophia pretendió retirarse,
ella simplemente no la soltó, sino la apretujó de la mano—. Em —rio, «y “auch”», pero notó esa mirada
confusa que tensaba dientes y temblaba de labios por no saber cómo pedirle lo imposible.

— You forgot your kiss —murmuró tan bajo que Sophia no le escuchó, «gracias tráfico», pero supo
leer e interpretar la última palabra, por lo que no supo esperar a que fuera Emma quien lo iniciara.

Pretendió hacerlo rápido por dos simples razones: porque tenía al tiempo encima, y Emma también, y
porque algo así de incómodo era más fácil hacerlo rápido, o quizás sólo era para hacerlo menos
incómodo. Pero Emma apretujó su mano para que no abusara de la rapidez, y la haló firmemente hacia
abajo, así como si le dijera un “quédate” o un “no tan rápido”, y ahí, frente a todas esas personas que
turisteaban, laboraban, y que recorrían la fusión de la avenida más importante y más cara de la ciudad,
y que todas iban en su mundo por la calidad del estrés que la ciudad demandaba como si se tratara de
un requisito a llenar junto con el permiso concedido de residencia, de labor, o de turismo, algo la poseyó,
eso mismo que había poseído a su otra mano, la mano libre, pues la tomó por la mejilla hasta que sus
dedos alcanzaran su nuca, e hizo del beso algo más despacio, algo más satisfactorio y que la saciara más,
al menos para que le durara unas cuantas horas, o quizás sólo el esfuerzo que haría al tener el valor de
soltar su mano para dejarla ir a aquel lugar en el que no tenía la autoridad necesaria para decir “no” tras
la justificación de “porque no quiero”, «y punto, fin de la discusión». Una justificación tan válida como el
“porque yo digo”.

— Te amo —dibujó contra sus labios, y Emma sonrió para luego atrapar aquella minúscula cúspide de su
propio labio superior entre sus dientes, pues sólo intentaba guardarse el impulso irracional de hablar y
de besar, y, ante la inhabilidad y la incapacidad de poder reciprocar esas dos palabras, no porque no las
sintiera, sólo supo sonreír y soltar su mano y su mejilla—. Te veo luego —sonrió, porque no le podía
decir “te veo en la noche”, «eso suena a que hay demasiado tiempo de por medio».

Emma asintió con aparente serenidad, y, en silencio, vio cómo la rubia se dirigía hacia las puertas doradas
para ir directamente al piso número veintiséis, escala que se interponía entre el estar y el no estar en la
ciudad.

Suspiró en cuanto dejó de ver la melena rubia que no había visto hacia atrás, algo que no sabía
si reprocharle o si agradecerle, pero, como cuerpo inerte que estorbaba en la Quinta Avenida, aflojó su
cuello, y, tras el ejemplo de Sophia, no vio hacia atrás en cuanto por fin su subconsciente decidió poner
en movimiento sus piernas.

Quiso un cigarrillo a pesar de no saber exactamente por qué, sólo tuvo el antojo, pero, en cuanto descifró
que no era nada grave sino un arranque de ansiedad, sumergió su mano en su bolso para pescar las dos
presas: goma de mascar, que quizás dos o tres piezas serían suficientes para calmar la ansiedad en los
minutos que caminaría hasta el estudio, y su teléfono, porque el silencio le estorbaba más que hacía
unos estresantes momentos, cuando no sabía qué decir mientras caminaban del 680 al 725.

Así como Sophia había empalado repetidas veces los trozos de hot cakes, así pretendió
empalarse las orejas y los oídos con sus audífonos para cancelar todo tipo de sonido exterior. «Birds
flying high, you know how I feel. Sun in the sky, you know how I feel. Breeze driftin’ on by, you know how
I feel. It’s a new dawn. It’s a new day. It’s a new life for me», exhaló el picante y fresco aliento que la
goma de mascar le proveía, «and I’m feeling… good». Y, al compás del inicio instrumental, dio el primer
paso hacia el tedio que pronosticaba su día.

Michael Bublé, a quien Natasha le aplicaba el prefijo de “fucking”, porque para ella se llamaba
“Fucking-Michael-Bublé”, la acompañó hasta que tuvo que esperar por el semáforo en blanco para poder
dejar de estar del otro lado de Saint Thomas Church, y fue entonces que Alessandra Amoroso decidió
acompañarla con “Starò Meglio”, «troppo appropriato», rio sarcásticamente mientras cruzaba la
avenida por motivos de la estrategia que evitaba el turismo de vitrinas y la repentina necesidad de tener
que entrar a Ferragamo, o a Versace, o a Cartier, todo aunque abrieran hasta las diez; prefería pasar por
Zara, y por Hollister, y por H&M, pues no poder entrar ante una necesidad como esas, consideraba ella
que era como el término de “blue balls” para un hombre, asumiendo que sería “blue wallet” o “blue
urge”, y era por eso que tampoco caminaba por el otro lado de la avenida desde el principio, pues no
podía pasar por Bergdorf’s. No con esa ansiedad con la que intentaban acabar sus dientes.

Aferrada con ambas manos a los agarraderos que colgaban de su hombro derecho, continuó
caminando entre pasos erguidos, tanto de frente en alto como cabizbajos, y no era que estuviera triste,
no precisamente, era tan simple como que estaba con algo que sólo se le conoce como “desgana”.

Su curiosidad se concentró en el porqué de la desgana, pues los tres componentes de su razón no


lograban concebir que la ausencia de Sophia era la raíz, quizás lo era en un cincuenta por ciento, «pero
no más».

Justo antes de entrar al edificio, se deshizo de la goma de mascar, y fue víctima de la hora; tuvo
que compartir el ascensor con cinco personas más. La muerte.

Tras ella, exactamente tras ella, mientras sus oídos sólo podían escuchar la armónica de aquella canción
que significaba que hasta su música confabulaba en su contra, tanto para alimentar las teorías de la
conspiración, estaba el hombre que debía ser un delito con piernas: traje mal tallado, de saco abierto,
en un color que no sabía si era más friar Brown o si era más rustic Brown, camisa apricot tan,
corbata frost gray de patrón geométrico y con su respectivo clip dorado, y los zapatos, «¡oh, his shoes!»,
eran unos Dockers marrones con borlas. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

No criticaba el físico de las personas porque no era algo que podían manipular, eso era genético, pero sí
se asustaba por la ropa, pues era lo que podía contrarrestar o potencializar las crueldades y los regalos
de la genética. Pero con él había algo que simplemente no estaba bien, y eso iba más allá del traje y de
la combinación. Quizás era que, para sus calculables treinta y cinco años, los rizos le empezaban a media
cabeza, su semblante inquieto era realmente incómodo, y Emma sólo podía pensar, por los ojos rojos y
la abundante colonia, la cual parecía ser noventa por ciento alcohol y diez por ciento un intento fallido
de aroma, que el hombre simplemente estaba mal, un shock luego de haber salido de la máquina del
tiempo o de un abuso de marihuana.

Luego estaba un hombre ya mayor, de canas y entradas, de afeitarse con navaja y quizás por un barbero,
con traje gris perfectamente tallado, con chaleco, camisa blanca, y corbata violeta a diminutos puntos
blancos, de Ferragamos negros. El absoluto contraste.

Y estaba la señora del bastón con la mirada llena de aburrimiento y hastío, alguien a quien Emma
comprendía sin saber sus razones, y estaba el insolente hombre al que no le importaba nadie más que
él, pues iba hablando por teléfono casi a gritos. Emma lo podía escuchar en un segundo plano, y agitaba
sus manos ante lo que parecía ser una anécdota de fin de semana, y estaba la mujer que cubría su vaso
de Starbucks de las irreverentes manos de aquel entusiasta.

«You want to make her Suicide Blonde. Love devastation. Suicide Blonde», logró escaparse del
ascensor, de la mezcla de olores y de actitudes, y sintió como si hubiera escapado de paredes que se
cerraban.

Siguió caminando, todavía con la rubia en la mente mientras seguía el cable de los audífonos para
encontrar su teléfono, y, junto con su presa en la mano, empujó la puerta de vidrio que la separaba del
mundo y de su ambiente laboral. «Sólo Dios sabe qué preguntas haré… », suspiró con una sonrisa para
Caroline, la recepcionista, quien era la única, de todo el cuerpo de logística (las secretarias/asistentes),
que prefería el auricular de diadema, y que era la única que podía marcar en el teléfono con la goma de
borrar de un lápiz, la que se sentaba bajo aquellas enormes letras rojas que declaraban el nombre de la
propiedad “Volterra-Pavlovic Architecture & Engineering PLLC”; la que saludaba a todos mentalmente
con un “Volterra-Pavlovic” y un “buenos días” o “buenas tardes”, algo como esto: “Volterra-
Pavlovic, good morning. This is Caroline speaking, how may I help you today?”.

— Vienes tarde —la saludó «ay, Alessandro», con sus manos enterradas en los bolsillos de un gracias-a-
Dios-bien-tallado-jeans-oscuro.

— ¿Tarde? —resopló Emma, viendo rápidamente su reloj—. No son ni las ocho.

— Eso es tarde —asintió, no escuchando el suspiro de Emma.

— El estudio no abre hasta las ocho y media. Creo que, en realidad, vengo temprano —repuso,
desconectando los audífonos del teléfono para empezar a enrollarlos—. ¿Te malacostumbré a estar
demasiado temprano?

— Tienes a dos personas esperándote afuera de tu oficina —sacudió su cabeza.

— Entonces tienes un caso de invasión —rio, pues, como no eran horas hábiles, no se explicaba qué
hacían dos personas ahí.
— Creo que son tus candidatos —susurró, viendo a Emma ensanchar la mirada.

— La primera entrevista la tengo hasta las nueve —murmuró para sí misma, «what the f…».

— ¿Desesperación o entusiasmo? —saboreó las dos alternativas que describían a los candidatos.

— Simple “puntualidad” —dijo para quitarle la burlona sonrisa, porque cómo le estaba costando lidiar
con su sonrisa en ese momento—. Quizás empiezo antes con las entrevistas, entonces —añadió,
empezando a caminar para intentar sacudírselo de encima.

— Dime una cosa… —dijo, caminando a su lado con pasos que parecían ser y estar contentos, y Emma
respondió: «una cosa»—, escuché por ahí que tienes una candidata que se graduó de Parsons.

— Oh, daddy, you’re always keeping tabs —resopló, notando que Volterra no llevaba sus
típicos sneakers sino unos oxford negros, lo cual le pareció raro. «Debe tener una reunión importante».

— That’s what a father does for his children —rio, sabiendo que Emma sólo lo llamaba así cuando
actuaba como un insoportable papá que invadía la privacidad de un hijo—. Anyhow… escuché también
que es transicionalista.

— Nunca deja de asombrarme la calidad de tus fuentes —dijo, doblando hacia la izquierda para
incorporarse al pasillo que llevaba hasta su oficina—, así como tampoco deja de asombrarme lo mucho
que me cuesta saber los motivos que se esconden detrás de tales comentarios.

— ¿Por qué crees que hay motivos escondidos?

— Porque no sé cuánto tiempo esperaste en la entrada para poder decirme eso, alguna intención
debes tener —estableció lo que era más que sólo “obvio” para ella—, no creo que quieras sólo
informarme algo que ya sé o que te dé un premio por estar al tanto.

— Pero no estoy al tanto —sonrió con esa inocencia que claramente había sido transmitida
genéticamente a la rubia que probablemente ya iba en camino a D.C.—, sé que dormida no estabas…
pero no sé en dónde estabas que viniste tan tarde.

— ¿Y quieres saber en dónde estaba y/o qué estaba haciendo? —rio nasalmente.

— El chisme nunca me ha molestado.

— Me desperté a la hora de siempre, hice el ritual de siempre, pero, como la curiosidad es lo que te
pica, chismoso, preparé desayuno no sólo para mí sino para Sophia también porque no sé si va a comer
en todo el día; me encargué de que se fuera con el estómago lleno… porque sí sabes que va a la Old Post
Office, ¿verdad?

— Sí, lo sé —rio—, pero no sé qué esperas que te diga.


— No espero que un “gracias por alimentar a mi hija” salga de tu boca —resopló burlonamente, e
hizo silencio en cuanto estuvo cerca de aquellas dos personas que sufrirían de su inexperiencia en cuanto
a las entrevistas se refería—. Buenos días —sonrió para ambos, y pasó de largo hasta su oficina,
indicándole a Gaby, con su dedo índice, que esperara a que Volterra la dejara en paz—. Como sea —dijo,
cerrando la puerta tras Volterra—, ¿qué quieres?

— Ugh, così fredda! —criticó ridiculizantemente su cortante humor.

— Estoy teniendo un día de mujer —explotó con su ceño fruncido, y Volterra frunció el suyo.

— ¿Un “día de mujer”? ¿Qué se supone que significa eso?

— Hormonas, Alessandro, hor-mo-nas —supuso, «yo que sé, es la excusa que escucho de Nicole cada
vez que está enojada», y agitó sus manos en el aire con cierta intensidad.

— ¿No estás como que muy joven para la menopausia?

— Ay, hombres… —llevó su mano a sus ojos para mostrar su decepción con un disentimiento—. Estoy
segura de que la clave de la igualdad de géneros está en el “imagínate si sangraras todos los meses de…”
—desvió su despectiva pero burlona mirada hacia la entrepierna del macho que parecía no entender
absolutamente nada.

— ¿De?

— Il pisello —susurró con falsa vergüenza, sabiendo la perfecta ironía que ponía en el término, pues
la vergüenza y el término del argot siciliano no iban de la mano sino para su propio deleite.

— Oh… —se ahogó ante la vulgaridad que Emma recién vomitaba, y si tan sólo supiera que era
adolescentemente vulgar—. ¡Oh! —exclamó, por fin entendiendo lo que Emma hablaba a pesar de no
ser esa la razón real de su frialdad, pues él no sabía que Emma nunca se pondría ninguna falda, ni ningún
pantalón blanco, o beige, o color crema en esos días.

— Sí, “oh” —lo remedó—. Ahora que ya establecimos que mi vagina sangra, ¿qué quieres?

— Sólo quería saber cómo ibas a proceder.

— ¿A proceder con qué?

— Con las entrevistas, con la contratación, etc.

— Tengo unas semanas bastante ajetreadas, Sophia también, creo que hoy mismo contrataré a
alguien… si es que se puede —dijo, sabiendo que era lo correcto, lo sensato, y lo que quería escuchar
Volterra—. Legal ya preparó un contrato para pasantía, y un NDA, y Jason ya me dio la cifra que puedo
ofrecer.
— Parece que todo lo tienes bajo control.

— Y eso ya lo sabías —se cruzó de brazos—, ¿a qué viniste?

— A hurgar tu cerebro —se encogió entre hombros, y Emma dibujó un signo de interrogación en su
mirada—. Tengo entendido que tienes planeado contratar a Parsons —dijo, refiriéndose a la candidata
que se había graduado del mencionado lugar—, y sólo quiero decirte que intentes ser imparcial…

— ¿Me estás diciendo que no la contrate?

— No, te estoy diciendo que tomes en cuenta al otro candidato, o a los otros, porque no sé cuántos
candidatos más tienes… digo, por respeto, porque han venido, y no es justo que sólo sirvan para encubrir
un proceso innecesario; no se trata de perder tu tiempo ni el de ellos.

— Mírate, todo un as de la ética profesional —rio burlonamente.

— Sólo digo: Parsons parece ser un clon tuyo… —elevó sus cejas—. Yo sé lo que es lidiar contigo, pero,
¿lo sabes tú?

— Sí, sí, yo sé que soy insoportable —asintió.

— Quizás no insoportable, pero sí intolerante… y, realmente, no sé cómo te vaya con alguien con
quien choques por ser tan parecido a ti —le dijo, «y en eso tiene razón»—. Como pueden ser almas
gemelas y se lean los pensamientos, y se hagan felices, puede ser que choquen —«¿”almas gemelas”?
Mary Poppins es más posible»—.Confío en que vas a contratar a quien te parezca que esté más
preparado para lo que se viene, alguien a quien puedas dejar a cargo por los siete meses que ni tú ni
Sophia van a estar aquí.

— Está bien —sonrió agradecida—. ¿Algún otro consejo?

— No, ¿tú tienes alguna pregunta?

— Sí, ¿cómo o por qué contratas a alguien tú?

— Porque lo necesito de alguna forma, porque me sirve para algo; ya sea para reforzar un área, o
para expandirme —sonrió casi paternalmente, lo cual incomodó a Emma de sobremanera, porque ella
no podía compartir papá con su novia—. Tú sabes que el ambiente laboral es sano porque ninguna de
mis arquitectas tiene el mismo estilo, tampoco tienen el mismo proceso… no se concentran en competir
entre ustedes sino en hacer un buen trabajo, y eso que todas tienen hormonas; tienen que lidiar con las
suyas y con las de las demás —guiñó su ojo.

— Ya, ya —rio, abriéndole la puerta.

— Arquitecta, buena suerte —susurró—, y que tenga buen día.


— Usted también, Arquitecto —sonrió Emma, viendo de reojo a los dos nerviosos, anticipantes, y
sabiamente ausentes candidatos en las butacas que estaban frente al escritorio de Gaby—. Buenos días,
Gaby —dijo por fin para la mujercita que se había puesto de pie como un resorte al ver que la puerta se
había abierto.

— Buenos días, Arquitecta —repuso, bordeando el escritorio con bolígrafo y libreta en una mano, y
los recados en la otra, y desapareció tras la puerta de aquella oficina a la que ambos quisieron ver.

— ¿Qué tal tu fin de semana? —suspiró, quitándose su cárdigan mientras caminaba hacia su
escritorio, en donde ya la esperaba una iMac encendida, «gracias, Gaby»—. ¿Descansaste?

— Sí, Arquitecta, ¿y usted?

— Sí, gracias —sonrió, y se ahorró el «trabajé en lo de Oceania mientras Sophia terminaba de parir el
concepto»—. ¿Qué me tienes?

— La Señora Mayweather escribió ayer por la tarde, con un forward del e-mail del Arquitecto
Goldstein, diciendo que la construcción se va a atrasar por lo menos cuatro semanas —«oh, God Bless
you, Goldstein!», exhaló aliviada, pues eso significaba que el proyecto de Newport no era prioridad, pero,
al hacer el cálculo, frunció sus labios—. Hice el cálculo del tiempo, y le pregunté a la Señora Mayweather
si había problema con que usted entrara la segunda semana de junio… pues, me imaginé que quería por
lo menos una semana libre después de su boda… como aquí va a estar su familia —sonrió, notando cómo
Emma elevaba sus cejas con cierto orgullo, porque vaya creación la suya, y supo cómo Gaby estallaba en
un «mommy is pleased»interno, pues sabía que Gaby así se refería a ella en ese tipo de ocasiones, todo
porque se referían a ella y a Volterra como“mommy and daddy”, no por parentesco, ni por relación, sino
porque eran las figuras de autoridad, y eso se prestaba a expresiones como “mommy and daddy are
fighting” o “mommy and daddy are in a meeting”, y eso iba desde el personal de logística (las
secretarias/asistentes) hasta las demás arquitectas, hasta Emma misma—. Me respondió que ellos
estarán de viaje hasta el doce de agosto.

— ¿Puede Dios ser más generoso? —rio.

— Creo que no, Arquitecta —rio por contagio.

— Primera vez que me beneficio de las cagadas de Goldstein —comentó su inconsciencia en voz alta,
y Emma vio cómo Gaby se asombraba por semejante palabrota—. Pregúntale a la Señora Mayweather
si no le gustaría llegar a una casa ya habitable, que podemos coordinar con Goldstein para tener llaves
por dos o tres días, máximo cuatro, y así las llaves se quedan en Newport y yo termino con eso—dijo,
haciendo que a Gaby se le olvidara la palabrota por estar anotando rápidamente en su libreta—. ¿Qué
más?

— Temas de participación para Elle: “maneras simples para hacer que un dormitorio se vea caro”,
“pasos/elementos para un baño estilizado”, “elementos ‘a-prueba-de-tontos’ para hacer un estilo
playero exitoso”, “errores comunes sobre la iluminación” y “tendencias que permanecerán”.
“Maneras simples para hacer que un dormitorio se vea caro”: «atiborrar cojines, porque hay algo con
sabor a “lujoso” en lo afelpado, inflado, y apretado, y eso sólo hace que el dormitorio pase de ser un lugar
para dormir a un lugar con sensación de retiro de buena fe; como un hotel. Hanging lights or a chandelier.
Reorganizar la mesa de noche; quitar el vaso medio lleno y el libro a medias leer, esconder el humectante
para las manos, y ordenar los cables pertinentes. “Statement pieces”. La pieza central de la habitación
tiene que ser evidente; la cabecera de la cama, o el chandelier. Nunca cansar el espacio con demasiados
muebles. ¡El piso! El piso debe estar limpio y libre, libre de ropa, de cables, de vasos y botellas, de lo que
sea. “Hardware”, entiéndase las repisas, las lámparas, las cortinas; un pequeño retoque no es caro.
Mmm… aunque supongo que se tiene que tener buen ojo, buen gusto, y mucha paciencia para encontrar
eso que es de buena calidad, bonito, y barato. Reorganizar los elementos de la vanidad; si el clóset es en
realidad un armario empotrado, o un ropero, ordenar maquillaje, etc. Mmm… ¿qué más? ¡Plantas! No
importa si es un helecho común y corriente, o una serie de cactus correctamente mantenidos, o lo que
sea, las plantas son un paso trascendental entre lo ordinario y lo lujoso».

“Elementos para un baño estilizado”: «El uso del negro nunca está de más; el negro es el nuevo negro, y
es chic sí o sí y sin forzarlo, y puede crear la ilusión de un espacio más grande. ILUSIÓN, aclaro. La mezcla
de texturas; mezclar acabados suaves con los toscos, como el lavamanos de porcelana con el piso de
azulejo. Personalmente me inclino por NO tener muebles, pero nunca matan si se tiene el espacio, como
un sofá o un chaise lounge porque no considero que el baño sea un lugar al que se invite a pasar un rato
ameno; para eso está la sala de estar. Claro, si hay una chimenea, por alguna razón loca de la vida, no
veo por qué no. Y un banquillo nunca mata, o una silla, o un ottoman. Piezas de arte tienden a subirlo de
nivel pero sólo para las personas que piensan que el baño es un lugar en el que se puede meditar y
reflexionar. Me gusta algo que cubra las paredes para que no se vea tan vacío, pero tiene que ser algo
que se pueda exponer al vapor, a la luz, a la reflexión de la luz, etc. Again: plants. Espejos, y buena
iluminación».

“Errores sobre la iluminación”: «interesante tema. Nunca tener sólo una fuente de luz; la clave para una
buena iluminación es construirla en capas (a diferentes alturas), por lo tanto se combinan lámparas de
mesa, de pedestal, y de techo. La luz no debe ser ni muy amarilla ni muy blanca, no debe sentirse como
reflectores en un escenario ni como un servicio eléctrico de mala calidad. Tener un solo vataje es una
ridiculez: no se puede cenar con setenta y cinco pero sí con sesenta, para leer se necesitan setenta y cinco
o cien. Personalmente abuso de los reguladores, porque puedo poner el “mood” que se me da la gana,
pero, si eso resulta demasiado caro o elaborado, no es mala estrategia tener setenta y cinco sobre la
cabeza y sesenta a los lados… al menos en el baño. La mejor iluminación es la que está a nivel del ojo, no
la que está sobre la cabeza porque crea sombras. ¡Downlight es peligrosa! Dejan el techo como queso
suizo, y, por si eso no fuera suficiente, la iluminación es demasiado tosca y plana para un área
comúnmente habitada. Creo que lo peor es el interruptor, o la posición de él, porque normalmente se
coloca entre noventa y noventa y cinco centímetros sobre el suelo, y a cuatro o cinco centímetros del
marco de la puerta, máximo a diez; se trata de no interrumpir lo que se puede colocar en las paredes. En
el clóset sí se necesita downlight para poder diferenciar este pantalón negro de aquel otro; no se puede
desatender el clóset. No Señor».
“Tendencias que no planean desaparecer”: «good grief… las maderas claras; hacen que el espacio se vea
más grande, más brillante, y mucho más acogedor. El mármol, porque, ¿quién no quiere tener una cocina
completamente de mármol? Pista: yo. “Reclaimed Wood” isn’t going away… y cocinas negras».

— Lo del estilo playero… —suspiró Emma al cabo de dos segundos, los dos segundos que le había tomado
pensar todo lo anterior—. Ése no —sacudió la cabeza, y Gaby asintió—. El resto… los tendré listos para
el miércoles a más tardar…

— ¿Necesita recordatorio?

— Si no te los he entregado mañana antes del mediodía, sí —asintió una tan sola vez—. ¿Qué más?

— ¿Té?

— Me leíste la mente —sonrió, llevando su mano izquierda a su manga derecha para desabotonarla,
pues, por alguna razón, le incomodaba la manga larga, y no era nada que no se solucionara con un par
de vueltas y dobleces hasta acortarla a tres cuartos o hasta por arriba de sus codos. Ya vería su
inconsciencia hasta dónde—, pero que sea de manzanilla —dijo, y pudo sentir cómo Gaby estaba a punto
de entrar en una crisis existencial.

— ¿De manzanilla? —tuvo que preguntar para estar cien por ciento segura de que había escuchado
bien, quizás había sido un lapso de incoherencia el que se había escapado de su jefa.

— Sí, pero que sea del de Belinda… ese del paquete verde, no me traigas del que le damos a los
clientes —dijo entre una risa un tanto despectiva, pues cómo odiaba Twinings; era demasiado ácido,
pero, aparentemente, todos preferían dicha marca.

— ¿Mentas? —Emma asintió—. ¿Dos? —Emma asintió de nuevo—. Altoids, ¿verdad?

— De las azules —rio nasalmente mientras se concentraba en doblar su manga con perfección, porque
ella no era descendiente del delito de hombre del ascensor, y Gaby, ante la confusión del momento, sólo
asintió y se dio la vuelta para preparar aquel té que no podía ser posible, pues, desde que trabajaba
para, «¡con!», Emma, no había servido un té que no fuera de vainilla y durazno—. Gaby… —la llamó,
puesto que no había terminado con el comienzo del día—, me faltaron dos cosas —dijo, interrumpiendo
la tarea de la manga para erguir un dos con sus dedos.

— Dígame —sacudió su cabeza como su quisiera despertarse o como si quisiera regresar al mundo
real del ahí y el entonces.

— Mete la mano en mi bolso y saca la caja, por favor — dijo, devolviéndose a su manga, y Gaby,
acostumbrada a meter la mano en el bolso de la ocasión, ahora en una Bottega Veneta, sacó una pesada
caja de madera oscura pero brillante, y que lo único que delataba o no la proveniencia era aquel logotipo
dorado—. Suite cuatrocientos uno en el cuarenta y cinco —elevó la mirada mientras llevaba su mano
derecha a su manga izquierda, en donde, al desabotonarla, reveló lo que también confundiría a Gaby,
pues el reloj de brazalete marrón no estaba en su muñeca; llevaba el reloj que parecía ser pequeño a
pesar de ser de mediano tamaño, plateado de brazalete, con pequeños diamantes en la circunferencia
y diamantes más grandes pero aun pequeños en lugar de números, y la cara era blanca, no tenía
cronómetro de ningún tipo, y era simplemente aburrido, algo que Emma sabía—, se le acabó la batería
a mi reloj… y necesito que le cambien el brazalete también —sonrió—, usa la tarjeta de crédito porque
no sé cuánto va a costar eso.

— ¿Mismo color y mismo material de brazalete?

— Sólo que sea del mismo color, por favor —respondió un tanto indiferente, porque sabía que el
material era prácticamente el mismo para todos los modelos que no habían sido diseñados para llevar
brazalete metálico—. Ah, y que le den mantenimiento.

— Está bien, ¿algo más?

— ¿Por qué tengo a dos personas ahí afuera? —rio como si estuviera realmente divertida, pero, en
realidad, estaba un tanto molesta, pues, aunque ella lo hubiera tachado de “puntualidad”, no era nada
sino incómodo; un abuso de la puntualidad en realidad.

— No se preocupe, ellos entienden que la entrevista no es a esta hora —sonrió, pero Emma levantó
una mirada de «eso no fue lo que pregunté»—. El Arquitecto Volterra me dijo que los hiciera pasar,
estaban desde las siete y media afuera… no quería que hubiera un estorbo afuera —se encogió entre
hombros—. Realmente no sé por qué vinieron tan temprano.

— Ah… —elevó ambas cejas—. ¿Y cómo se llaman? —«sí, sí, yo sé que me enviaste sus portfolios y sus
hojas de vida, pero no los vi».

— Lucas Meyers, graduado de SCAD, veintiséis años. Toni Bench, graduada de Parsons, veinticinco
años.

— Lucas Meyers… Toni Bench —susurró para sí misma, intentando memorizarse los nombres con un
asentimiento—. Lucas Meyers y Toni Bench… —repitió—. Got it —sonrió—. ¿Puedes ofrecerles algo de
beber, por favor?

— Ya lo hice —sonrió—. ¿Algo más?

— Eso es todo —sacudió su cabeza, terminando de doblar su manga para llevar su mano directamente
al teléfono fijo—, gracias —susurró, y presionó el último botón de la columna de accesos rápidos para
esperar un tono, dos, tres, cruzó la pierna derecha sobre la izquierda, su pie se agitó de arriba hacia
abajo, cuatro tonos.

— Hullo! —canturreó infantil y alegremente una Natasha que parecía estar en una severa crisis de
azúcar; como niña pequeña de chocolates y coca cola en una sala de espera de aeropuerto entre una
escala de cuatro eternas horas.
— Hello yourself —rio Emma—, ¿por qué tan contenta?

— Aparentemente hay un problema en Corpus Christi —sonrió genuinamente y sin remordimientos—


, qué mal que se trata de un incendio en una de las plataformas, pero qué bueno que mi suegra está
pensando en irse hoy mismo.

— No sé si alegrarme por ti o si encender la empatía para decir “damn” —frunció sus labios.

— No hay muertos, sólo tres que están en cuidados intermedios… y todo está bajo control, y tienen
un buen seguro… alégrate por mí.

— Me alegro por ti, Nate —rio nasalmente.

— ¿Tú qué tal? —le agradeció el apoyo moral—. ¿Cómo estuvo el fin de semana?

— Con trabajo —se encogió entre hombros, girando sobre su silla para encarar la ventana.

— Sí, Phillip mencionó algo de la Old Post Office y Sophia.

— Sí, hoy va a estar en D.C. —frunció sus labios con disgusto.

— Bueno, al menos sé que está viva —rio.

— ¿Por qué no lo estaría?

— O sea, sobrevivió a tu ataque de celos —dijo, intentando no reírse ni con ni sin burla.

— No estaba celosa —repuso a la defensiva—, I just wanted to fuck her brains out.

— And… did you?

— That’s none of your business —rio.

— Ah, eso significa que te salió el tiro por la culata y la violada fuiste tú, no ella.

— Fue justo —repuso en su defensa y con su dedo índice derecho en lo alto—, y recíproco.

— Qué rico —dejó caer sus hombros ante el suspiro de envidia—, espero que entre hoy y mañana
deje de vivir mi sexualidad a través de ti y de Sophia —rio—, que, por cierto, si mi suegra se va hoy, y yo
no doy señales de vida en las próximas veinticuatro horas… por favor ven a ver qué fue de nosotros.

— There’s no such thing as “death by sex” —rio.

— Yet! —recalcó.
— Está bien, está bien —asintió—, me encargaré de eso personalmente.

— Gracias.

— Cuando quieras —repuso—. ¿Cuáles son tus planes para hoy?

— “Operación bikini” a las nueve y media —«gimnasio»—, almuerzo con mi papá a la una, y luego
tengo que ir a la Lego Store que Phillip me ha hecho una lista de no-sé-cuántas páginas de piezas que
quiere que le compre, ¿y tú?

— Entrevistas —dijo nada más, sabiendo muy bien cuántas piezas Phillip le estaba pidiendo y para
qué a pesar de Natasha no tener ninguna idea—, y tengo preguntas al respecto.

— ¿Preguntas sobre cómo entrevistar a alguien? —resopló, pues para ella eso se hacía sin pensarlo;
le salía natural, pero era por la experiencia que su trabajo anterior demandaba.

— Mjm.

— ¿Cuáles son los criterios que tienes para contratar?

— No sé, sólo quiero a alguien inteligente y útil… y no quiero all that bullshit de si puede trabajar en
equipo, o de en dónde se ve en cinco años, etc., etc., etc.

— Bueno, realmente no hay una forma exacta de cómo hacer una entrevista, no es una ciencia… no
se trata de un examen de preguntas y respuestas, así sea de opción múltiple o de respuesta elaborada.
Tienes que preguntar las cosas que necesites saber para evaluar si esa persona vale la pena por
capacidad o porque no te va a hacer la vida más complicada; si quieres un genio difícil o si quieres un
trabajador promedio —le explicó—. Claro, para eso puedes hacer preguntas técnicas sobre el trabajo en
sí, que en tu caso me imagino que se trata de los componentes del espacio, o del proceso del diseño, o
de lo que sea…

— Es que no quiero preguntar algo que me dé una mierda por respuesta, como si hubieran ensayado
todas las posibles preguntas… no sé si me explico.

— Bueno, uhm… —suspiró, dejándose caer en su cama de golpe—. Creo que preguntar sobre la
interacción entre el diseñador y el arquitecto es una buena opción, porque, al fin y al cabo, ustedes son
un estudio de arquitectos e ingenieros, no son una fracción de diseñadores de interiores, tampoco es
eso lo que toman como prioridad, y, de trabajar en el estudio, tienes que saber si ellos entienden cómo
es el trato entre las dos partes, o no sé… realmente no sé cómo funciona en tu campo —rio
suavemente—. ¿Por qué no tomas de guía a Sophia?

— ¿Cómo?
— Cuando te dijeron que Sophia era diseñadora de interiores, tu primer comentario fue: “she won’t
fit in” —le dijo con ese tono de “¿te acuerdas?”—, y tu explicación fue precisamente de que era un
estudio de arquitectos e ingenieros. ¿Te acuerdas lo que te pregunté?

— “¿Por qué ella no puede encajar y tú sí?”

— “Porque soy Arquitecta antes de ser Diseñadora de Interiores… y conozco cómo mediar y ejercer
ambas partes” —repuso Natasha—. Tú sabes cómo ven los arquitectos a los diseñadores, y tú sabes
cómo ven los diseñadores a los arquitectos —rio, acordándose de cómo Emma, en alguna de sus
ebriedades, había confesado que su lado de Arquitecta menospreciaba a los diseñadores de interiores
porque normalmente carecían de conocimientos técnicos y materiales, pero que su lado de Diseñadora
de Interiores odiaba a los Arquitectos porque creían que eran dioses del buen gusto y que las sabían
todas y en todo momento—. No sé qué te parece… es sólo una idea.

— Interesante… —se lo reconoció con honestidad.

— ¿A qué hora tienes las entrevistas? Digo, tal vez puedo pensar bien qué tipo de preguntas puedes
hacerles.

— Las tengo casi que ya —rio.

— Bueno, en ese caso sólo puedo acordarte de que tú vas a trabajar con esa persona… evalúa si
quieres a un asshole con experiencia, como David, o si quieres a un idiota profundo que no se mueve si
tú no lo mueves, que no es excepcional en lo que hace pero que logra hacer las cosas, como Tim —
«Selvidge también es difícil, pero en un sentido distinto al de David»—. Creo que sólo tienes que empezar
a hablar y evaluar la actitud del candidato, si está nervioso o emocionado, si está desesperado, si lo que
dice no es nada sino lo que él cree que quieres escuchar… además, es un pasante, le puedes dar un
tiempo de prueba y ya.

— Cierto, muy cierto —asintió—. ¿Por qué no te llamé a ti antes?

— Porque te gusta complicarte la vida —bromeó.

— Cierto —rio, y, sin saber cómo o por qué, un silencio se interpuso entre ellas, un silencio como esos
tan incómodos que ya había experimentado dos veces ese día, lo cual era hasta demasiado.

— Em… —susurró al cabo de unos eternos segundos—. Tú sabes que te quiero… y mucho, ¿verdad?
—dijo, y escuchó a Emma respirar profundamente.

— ¿Pero? —musitó en una voz que parecía estar un tanto quebrada.

— Pero nada —sonrió, sabiendo exactamente qué era lo que estaba pasando por esa parte emocional
que Emma nunca se había logrado explicar—, sólo quería decírtelo —dijo, escuchando el relativo alivio
en su respiración, alivio que anulaba la capacidad de poder reciprocar el sentimiento verbalmente a
pesar de que emocionalmente sí lo reciprocaba—. Entonces, ¿ya sabes qué preguntar? —rio, cambiando
el tono de su voz para relajarla por completo.

— Sí, sí —asintió mientras se aclaraba la garganta para deshacerse del quiebre—, gracias por el curso
intensivo.

— No sé si se le puede llamar así, pero… cuando quieras —rio.

— ¿Me vas a decir si tu suegra se va hoy?

— Serás la primera en saberlo.

— Gracias por el honor.

— Oh-my-goodness-gracious… —suspiró Natasha con desgana—. Tengo que irme, creo que mi suegra
va a acabar con la puerta del baño…

— Si el conserje no arregla esa puerta, envío a alguien a que te la arregle.

— Espero no tener que llegar a ese punto —pujó por intentar ponerse de pie de un tan solo
movimiento que no incluía manos—, pero gracias.

— Hablamos luego.

— Yup.

Emma colgó el teléfono, y, con el mismo impulso, se devolvió a la enorme pantalla para, rápidamente,
saber si las creaciones de aquellos únicos dos candidatos eran dignos de recibir un “tiene potencial”.

Para su fortuna, o para su desgracia, ambos tenían una hoja de vida que iba más allá del “muy
bueno”, no sólo en la información que proveían sino en la forma en la que la presentaban, pero, si debía
escoger a juzgar por la hoja de vida, debía ser Lucas por ser más sobrio, más directo, y había logrado
sintetizarlo todo en una tan sola página y no en dos.

Buen manejo de Revit y AutoCAD, «cien puntos a favor», InDesign, y Office/iWork, y un manejo más que
aceptable de Photoshop e Illustrator. Ah, y un excelente manejo de las redes sociales, cosa que Emma
no sabía para qué le serviría pero supuso que nunca estaba de más, o quizás sólo era un poco de
sarcasmo de su parte. Inglés al cien por ciento, mandarín al calculable setenta y cinco por ciento, y
francés al calculable sesenta por ciento. Tenía gráficas que representaban aquello, pero no tenían
unidades que marcaran el eje ‘Y’.

Por el otro lado, Toni tenía la misma idea de las gráficas, y había etiquetado ambos ejes, pero, en el eje
‘Y’, las etiquetas, o las unidades, eran “impressive”, “pretty awesome”, “quickly improving”, “slow &
steady”; algo que sólo hacía que Emma no tomara tan en serio la situación. Y tenía algo que sólo le
acordaba a la hoja de vida de Gaby; lo que se llamaba “my life in a bubble”, un diagrama sencillo que
dividía la burbuja principal en “work” y “play”, y en “work” mencionaba planificar espacios, liderazgo,
dedicación, “team player” y “hands-on”, y en “play” mencionaba la jardinería, el turismo, la comida, la
cocina, y todo lo literario que no fuera ficción. ¿Y qué había hecho con Poggenpohl? «Shelving system,
bathroom solutions, and interior organisation».

¿Y Lucas qué había hecho en Huniford? Había sido el project manager para la ambientación de un
apartamento en West Village, había asistido con la ambientación de una casa en Sagaponack, y había
colaborado en la ambientación de un apartamento modelo en New Jersey.

Ah, y las preguntas empezaron a surgir, y parecía que no querían dejar de caer ni de
profundizarse, en especial cuando se había detenido a ver los portfolios de cada uno. Los dos se ganaron
un digno “tiene potencial”, y, lo mejor, o lo peor de todo, es que, si juzgaba lo que veía, podía trabajar
con ambas creatividades a pesar de considerar que tenían un largo camino por recorrer y experiencia
que ganar. Pero sabía que la experiencia no se materializaba de la nada, por lo tanto no podía ser tan
exigente con eso (ella también había tenido que aprender), y, si debía jugar la inexperiencia a su favor,
aplicaba el mismo pensamiento estratégico que con Gaby. Y qué bien había resultado Gaby.

«Oh, shit… I’m screwed». ¿Por qué no podía ser tan fácil como decir “contrato a Parsons” o “contrato a
SCAD”?

— Su té —sonrió Gaby, mostrándole la taza transparente con aquel líquido que parecía haber sido
coloreado con los cabellos más claros que manipulaba Emma en ese momento para ordenarlos en una
trenza que saliera de su flequillo y que terminara en un posible alto y relativamente flojo moño. Aunque
era tercera vez que intentaba ordenarse el cabello, y, ante la interrupción, tiró demasiado de él, cosa
que terminó por desganarla porque no le gustaba el cabello apretado al ser la principal razón de crear
un cabello liso en ella, «über-straight hair isn’t flattering»—, ¿necesita algo más?

— ¿A quién tenía programado primero? —preguntó, soltando el cabello de entre sus dedos para
aflojarlo rápidamente, y Gaby le lanzó una mirada confundida—. ¿A Parsons o a SCAD?

— A Parsons.

— Está bien —suspiró, llevando la taza de humeante té a sus labios para beber un sorbo que no sufriría
por la temperatura, y se puso de pie—, quiero que no me pases llamadas mientras esté con ellos.

— ¿Banco, Señora Noltenius, Licenciada Rialto, Arquitecto Volterra? —preguntó, siguiéndola con la
mirada, pues había bordeado el escritorio para llegar a su bolso; tenía que silenciar su teléfono.

— De nadie —sacudió su cabeza, y, en cuanto irguió la mirada, vio a los dos candidatos sentados en
las butacas; Parsons hojeaba la edición mensual de Architectural Digest, y SCAD tocaba alguna canción
en su mente, la cual marcaba con sus dedos sobre su reloj, un probable Michael Kors o Shinola, pero,
definitivamente, la mezcla de la cara azul con el brazalete marrón le sentaba bien—. Entonces… —
suspiró Emma, asomándose por entre la puerta entreabierta—, como que vinieron un poco temprano
—sonrió con cierta amabilidad sintética, pero no era que no estaba siendo amable, simplemente estaba
siendo cordial, en especial porque sabía que había nervios entre los dedos de SCAD y entre el pasar de
las páginas de Parsons, «cuidado y me arranca una página»—. Supongo que no les importaría empezar
antes —dijo, y ambas cabeza se sacudieron mientras soltaban un nervioso y aireado “no” por balbuceo—
. Quindi, Licenciada Bench —sonrió, invitándola a pasar a su oficina mientras Gaby se escabullía por entre
ella y el marco de la puerta.

Aquella mujer se puso de pie como si hubiera tenido un nervioso resorte en el trasero, y, en silencio, le
sonrió a su contrincante, quien respiraba con cierto justificado alivio por no ser la primera víctima.

Jeans de rodillas gastadas, camisa negra muy ligera, quizás desmangada, y una chaqueta negra sin cuello
y de dobladillo color crema, con las mangas simplemente recogidas y no dobladas, con dos collares
distintos que aterrizaban a la altura de su epigastrio y que no opacaban la cruz que pendía de la cadena
dorada que se alojaba a la altura de su esternón. Reloj Movado de cara negra y de brazalete metálico,
y slingback stilettos color piel de punta afilada que dejaban que se viera un tatuaje de una diminuta
estrella.

Cabello marrón oscuro, liso y corto, hasta medio cuello, y facciones finas que parecían tener un potencial
problema con las sonrisas. Maquillaje ligero, múltiples aretes en su oreja izquierda, que era la que se
veía al tener el cabello ordenado tras ella, y proporciones escasas en todo sentido. Flaca. Flaquísima. Tan
flaca que Gaby pensó en servirle un Pediasure y no el vaso con agua que le había pedido.

— Emma Pavlovic —le dijo, ofreciéndole la mano para una introducción más formal.

— Toni… Toni Bench —repuso, estrechándole la mano un tanto fuerte, culpa del nerviosismo.

— Toni, ¿Toni de “Toni” o Toni de “Antonia”? —preguntó, ofreciéndole, con un gesto, cualquiera de
las dos butacas que se encontraban al lado contrario de su silla tras el escritorio.

— De “Antonia” —sonrió—, pero todos me llaman “Toni”.

— Muy bien —murmuró Emma, tomando asiento en su cómoda silla de cuero—, ¿necesita algo antes
de empezar? ¿Algo de beber, quizás? —«¿el Pediasure que asumo que Gaby le quiso servir, quizás?».

— No, no, así estoy bien, gracias —sacudió su cabeza.

— Está bien —sonrió—. Sólo para estar segura, sí está al tanto de que es una entrevista para una plaza
de pasantía, ¿verdad?

— Sí.

— Bene, quindi… cuénteme sobre usted —sonrió, echando su espalda contra el respaldo de la silla
para adquirir una posición más cómoda.
— Bueno, uhm… —suspiró con su ceño fruncido, algo que parecía hacer más que sonreír, «al menos
tiene expresión de algo»—. Bueno, me gradué de Parsons en la primavera del dos mil doce —comenzó
diciendo, y Emma, ya sabiendo exactamente cómo sería de aburrido el hecho de que le declamara su
hoja de vida, decidió intervenir.

— ¿Por qué Parsons? —preguntó con una sonrisa antes de que le pudiera decir sobre los seis meses
con Poggenpohl.

— Es una buena escuela, y soy local… no quería irme de la ciudad, y en NYU no ofrecen ni grado ni
posgrado, sólo una certificación que no profundiza en todo lo que Parsons sí.

— Entiendo, pero Pratt no es una escuela que deba pasarse por alto.

— Comparé los programas, y me gustó más el de Parsons; ofrecen más material que tiene que ver
con arquitectura —«eso lo sé»—. Sentí que Pratt era más una “decoración de interiores” que un “diseño
de interiores” —«¡al fin alguien que concuerda conmigo!»—. Y el máster en realidad no tuve que
pensarlo dos veces, en especial porque tenían un double major en Diseño de Interiores y en Diseño de
Iluminación.

— ¿Y absolvió Diseño de Iluminación?

— Sí —asintió con una sonrisa de orgullo, «al menos sonríe y no da miedo».

— Debería incluirlo en su hoja de vida —sonrió Emma—, un “Master of Fine Arts” no explica que hizo
un major en Diseño de Iluminación también —dijo, y vio cómo la mujer se convertía en su víctima ante
el enorme “ups” que probablemente delataba su falta de experiencia, no laboral sino profesional, o de
cómo hacer una hoja de vida—. Como sea… Poggenpohl, ¿cómo le fue trabajando en un estudio que no
es precisamente de diseño de interiores sino de diseño de muebles, en especial de cocinas?

— Fue interesante —respondió rápidamente.

— ¿En qué sentido?

— Mientras estuve en Parsons, hice mis pasantías en de la Cruz, y aprendí mucho sobre cómo un
diseñador tiene la obligación de hacer que el espacio funcione, no importa si el espacio está
arquitectónicamente mal diseñado, el diseñador tiene la obligación de hacer que el espacio funcione —
repitió, tal y como si quisiera hacer énfasis en la importancia de su área de práctica—. Y aprendí que
puede haber un sistema, un paradigma, y que no funciona en todos los espacios, a veces ni
reajustándolo; por eso él hace todo justamente para la ocasión y no le gusta lo genérico… y en
Poggenpohl aprendí lo contrario, que sí puede haber un paradigma, un grupo de muebles, y que todo
puede ser reajustado para el espacio que sea.

— ¿Y usted qué prefiere? —dijo con una expresión facial que era difícil de descifrar, pues no se sabía
si estaba aburrida o si estaba interesada.
— Uso todas las herramientas de las que puedo disponer; si algo funciona, pues funciona… no se
puede forzar —se encogió entre hombros—. Pienso que los espacios pueden ser completamente
personalizados si se tienen los recursos creativos y financieros, pero tampoco me molesta tener que
trabajar con algo prefabricado, o genérico… porque hasta lo genérico puede hacer la diferencia de
distintas maneras.

— ¿Cuánto tiempo estuvo con de la Cruz?

— Un año en total.

— ¿Le gustó trabajar con James? —preguntó, y se castigó por haberlo llamado por su primer nombre,
pues eso quizás delataría la confianza que tenía con el mencionado: se conocían personalmente, al nivel
de un par de copas sociales y esporádicas, de consultas que iban y venían de ambos lados, y de llamadas
a teléfonos personales para los cumpleaños, una botella de Tanqueray y una de Dolin de regalo para
toda ocasión (cumpleaños, cuatro de julio, navidad, el primer lunes de cada octubre), o de algo más
grande si se trataba de una publicación importante, y de los múltiples pares de zapatos que Emma le
había regalado a lo largo de los siete años que tenía de conocerlo, porque no había un hombre, que ella
conociera, que tuviera más zapatos que él.

— Claro, fue una muy buena experiencia… fue en donde aprendí a manejar mis dos estilos.

— Mid-century modern y transicional, ¿cierto? —ella asintió—. ¿Y cómo se siente con el resto de
estilos?

— Me siento muy cómoda con el clásico, el tradicional, y el moderno —sonrió, «claro, si maneja el
transicional tiene que saber manejar esos tres»—. Y el rústico también.

— ¿Minimalismo?

— No es mi favorito, pero puedo manejarlo también —asintió, y notó cómo su respuesta complacía a
Emma en cierta forma.

— ¿Contemporáneo y costero?

— Sé trabajar con ellos a un nivel aceptable, pero no son mi fuerte —dijo, viendo a Emma erguirse
entre un suspiro que sólo supo interpretar como decepción—, pero siempre estoy dispuesta a
aprender… todo lo que se pueda —dijo apresuradamente.

— Bueno saberlo —sonrió Emma un tanto incómoda, pues no comprendió por qué había agregado lo
último—. Quisiera preguntarle algunas cosas quizás más técnicas, si no hay ningún problema —le dijo,
tomando su taza de té para llevarla a sus labios.

— No, por favor.


— ¿Ha trabajado con espacios pequeños?

— En algunas ocasiones, sí —asintió.

— ¿Cómo los hizo ver más amplios o más grandes?

— Usé dos gradaciones distintas del mismo color para crear profundidad con ayuda de la iluminación
natural —dijo, acordándose de aquella miniatura de dormitorio que había tenido que ambientar
precisamente con de la Cruz—. Como se trata de un dormitorio, la cama era la mitad del tamaño que
podía caber con un poco de espacio… las repisas las anclé a las paredes para aprovechar el espacio del
suelo y para crear espacio vertical, un espejo que tenía más un fin decorativo que útil para ampliar el
espacio a través del reflejo, y repartí la iluminación estética en ochenta por ciento de techo y veinte por
ciento a altura estándar para difuminar los límites.

— ¿Tiene alguna corriente en especial que le gusta aplicar a la hora de diseñar?

— Tomé cursos que se enfocaban más en la mercadotecnia del espacio y en el diseño de sets.

— Interesante —asintió suavemente—, ¿Feng Shui?

— Lo básico.

— Perfecto —sonrió—. Bueno, como usted sabe, nosotros somos un estudio de arquitectos e
ingenieros, normalmente ambientamos el espacio que se diseña aquí mismo, aunque también tenemos
casos en los que ambientamos espacios que no hemos diseñado nosotros —dijo, y llevó la taza a sus
labios para beber dos o tres sorbos de aquel té que la había relajado más que su té de todas las mañanas,
pero no por eso descartaría aquella fusión de aromas y sabores—. Supongo que mi pregunta es si ya ha
trabajado con un arquitecto.

— No, nunca —dijo con desgana.

— Oh —se asombró de buena forma—, entonces supongo que mi pregunta puede ser más puntual:
si el cliente va a empezar desde cero, ¿con quién cree usted que es mejor empezar?

— Mmm… —suspiró, entrelazando sus manos sobre su regazo para hacer que sus dedos crujieran.

— No hay respuestas equivocadas —le dijo Emma para apaciguar sus nervios.

— Realmente no lo sé —se encogió entre hombros—. Como dije antes, creo que la obligación un
diseñador de interiores es hacer que el espacio funcione sin importar el diseño del arquitecto… claro,
creo que si se puede hacer algunas modificaciones a un diseño para beneficiar al espacio, y al final al
cliente, no veo por qué no… realmente no tengo experiencia con clientes que empiezan desde cero, con
de la Cruz siempre trabajé en los espacios que alguien más había diseñado y que no siempre se podían
modificar por la razón que fuera.
— En cuanto a eso… —frunció su ceño Emma—, ¿por qué hay un vacío entre Poggenpohl y hoy?

— Cuando terminó mi contrato con Poggenpohl, busqué trabajo… pero me di cuenta de que, para
conseguir un trabajo serio y más estable, mis habilidades todavía necesitaban ciertos ajustes, y me
dediqué a dominar bien los programas, y a mejorar mis renderings manuales y digitales… y,
sinceramente, he escuchado buenas cosas de este estudio —«Leccaculo!»—; las publicaciones que han
tenido son muy buenas, el trabajo en el Ritz y en el Plaza son demasiado buenos, y… y, si debo ser sincera,
usted trabajó con alguien que conozco —dijo, usando el “con” y no el “para” por cuestiones de
protección; no quería herir el Ego de Emma.

— ¿Con quién? —frunció su ceño.

— Con los tíos de mi mejor amiga, con los der Bosse —sonrió—. Victoria sólo tiene halagos y elogios
cuando habla de usted.

— Sí, Victoria der Bosse —suspiró con una sonrisa, «creí que ya la habíamos superado para
siempre»—, me acuerdo muy bien de ella; recién terminamos de trabajar para ella —comentó,
empleando el “para” y no el “con” porque literalmente había trabajado para ella y sólo para ella, y eso
era algo que hasta su Ego debía admitir.

— Sí… entonces, cuando vi la oferta en la bolsa… no había nada que pensar —rio nasalmente mientras
sacudía su cabeza.

— ¿Copic o Prismacolor? —preguntó para asesinar todo lo que tuviera que ver con der Bosse, porque
su vida había continuado y había estado bien sin ella.

— Promarker —sacudió su cabeza, y Emma elevó su ceja derecha ante la sorpresa, la cual no sabía si
era grata o no—, pero puedo trabajar con Copic también —dijo apresuradamente ante la expresión de
Emma.

— Promarker… —asintió todavía sorprendida—. ¿Cuántos marcadores tiene el set completo? —


preguntó su ignorancia, pues jamás, «nunca», había considerado Promarker una opción.

— Ciento cincuenta —«esos son doscientos ocho colores que no tienes».

— Habría creído que eran más —comentó con una falsedad de la que su víctima no se pudo percatar—
. Bene... quindi,¿tiene preguntas para mí? —la vio penetrantemente a los ojos—. Sobre el tiempo de la
pasantía, sobre la paga, sobre cómo se hacen las cosas aquí… —se encogió entre hombros mientras su
mano derecha agitaba sus dedos en lo alto para simbolizar un “qué sé yo”.

— Ah, ¿es pasantía pagada? —ensanchó la mirada.


— Sí, y, si todo sale bien, supongo que podemos hablar de números —sonrió, haciéndola sonreír, que,
cuando vio la amplia sonrisa, comprendió que prácticamente le había dicho que la plaza era suya, y, «oh,
fuck»—, así que, ¿alguna pregunta?

— No, ¿usted?

— No tanto como una pregunta —sacudió su cabeza—, ¿puedo pedirle que haga un rendering?

— ¿Ahorita? —ensanchó su mirada todavía más, pero no fue al máximo hasta que Emma asintió—.
¿Un… un rendering de qué? —balbuceó, viendo a Emma ponerse de pie para dirigirse a su mesa de
diseño.

— Del break room —dijo, sacando un par de hojas de una de las gavetas de la mesa mientras
seleccionaba los Prismacolor que sabía que definían al espacio que quería, y, porque no había nada más
travieso, arrojó uno que otro marcador que no tenía nada que ver.

— Yo… yo no he visto el break room… ¿o es un break room imaginario?

— No, no es imaginario, es del break room de aquí —dijo, tomando un lápiz y un borrador para
terminar de alcanzarle el material que necesitaría.

— ¿Cuánto tiempo tengo? —preguntó luego de unos momentos de desconcierto total.

— Lo que pueda hacer en diez minutos —sonrió, y caminó hacia la puerta para abrirla—. Gaby, ¿le
podrías mostrar el break room a la Licenciada Bench, por favor? —Gaby se puso de pie junto con un
asentimiento—. Cuando termine, espere aquí, por favor —le dijo a Parsons mientras le pasaba a un lado
para dejarse guiar por Gaby, y Parsons asintió—. Licenciado Meyers —sonrió para el hombre que estaba
contrariado por no saber qué estaba sucediendo—, pase adelante, por favor.

El altísimo hombre se puso de pie. Si Emma calculaba bien, medía pocos centímetros menos de los dos
metros.

Era un rubio opaco, definitivamente su cabello se llevaba mucho fijador o el producto de su elección,
pues parecía no moverse con nada, ni con un tornado. Tenía una leve barba que parecía mantener con
demasiado cuidado, y quizás, sin la barba, tenía cara de adolescente. Quizás por eso dejaba ver su
perfecta barba; la lucía. Parecía no tener cejas de lo rubias y escasas que eran, o quizás sólo era que sus
penetrantes ojos turquesas hacían todo el trabajo carismático por él. O quizás eran los anteojos.

Vestido en camisa blanca de cuello inglés, se había anudado con supremacía una corbata marrón a
puntos blancos, se había abotonado un chaleco celeste grisáceo a líneas horizontales y verticales
marrones, un chaleco double-breasted de botones marrones, y se había enfundado en una chaqueta gris
que era más formal que casual y que tenía el detalle del pañuelo verde manzana. De jeans azul oscuro y
de evidentes botas marrones.
— Emma Pavlovic —dijo, y, tal y como lo había hecho con Parsons, le ofreció la mano.

— Lucas Meyers —sonrió con un gentil apretón de manos.

— Por favor, tome asiento —le ofreció cualquiera de las dos butacas frente a su escritorio.

— After you, ma’am —sonrió con el mismo gesto de mano, y Emma, no sabiendo si considerarlo un
“leccaculo” o un caballero, tomó asiento primero—. Me gusta mucho su oficina, Arquitecta Pavlovic —
le dijo al aire, pues veía a su alrededor como si quisiera asimilarlo todo antes de sentarse a algo más
serio, a lo que había llegado.

— Gracias —murmuró desde su silla—, por favor, tome asiento.

— Por favor, tutéeme —le dijo amigablemente mientras halaba un poco la butaca de la izquierda
hacia atrás, pues, de no halarla, no cabrían sus piernas entre el espacio que raras veces existía entre la
butaca y el escritorio.

— Está bien… ¿necesitas algo antes de empezar?

— No, estoy muy bien, gracias —sacudió una única vez su cabeza, y, cruzando su pierna derecha sobre
la izquierda, entrelazó sus manos sobre su regazo.

— ¿Qué me puedes decir sobre ti? —preguntó, esperando que su respuesta no empezara con un “me
gradué de SCAD”.

— Bueno, vengo de una familia de arquitectos; mi bisabuelo y mi abuelo eran arquitectos, mi papá y
mi mamá son arquitectos, mi hermano mayor es arquitecto y mi hermana está estudiando arquitectura
—sonrió, inmediatamente capturando la absoluta atención de Emma—. Empecé a estudiar arquitectura
en Georgia Tech, no me gustó tanto como creí que me iba a gustar, y me inscribí en el pre-college summer
program en Savannah; me inscribí para Diseño Gráfico, Diseño de Muebles, Diseño Industrial, y para
Diseño de Interiores. Al final no sabía si decidirme por Diseño de Muebles o por Diseño de Interiores,
pero, a decir verdad, me gusta más jugar con los espacios con lo que sea que tenga a la mano.

— Interesante —sonrió—. ¿Y qué haces en Nueva York?

— Recién graduado de SCAD, Huniford me ofreció una pasantía de cinco meses… y la ciudad me gustó,
por eso decidí quedarme.

— ¿Ya has estado en todos los distritos?

— En la mayoría —sacudió su cabeza con una sonrisa.

— ¿Alguno que te haya gustado más?


— Todavía no sé si me gusta más Greenwich Village o SoHo —rio carismáticamente—. Me fascina
el High Line… creo que es mi lugar favorito de toda la ciudad, y el Flatiron y el Brooklyn Bridge.

— El Flatiron —asintió—, ¿alguna vez has entrado?

— No, ma’am, never.

— Los baños están divididos; los de hombres están en los pisos pares, y los de mujeres en los pisos
impares. Y, para llegar al vigésimo primer piso, tienes que tomar un segundo ascensor en el vigésimo
piso —dijo como dato al azar.

— Deben haber sido cosas de la época —rio, empujando sus anteojos de regreso a la posición correcta
en su tabique.

— Probablemente —sonrió—. Pero, bueno, a lo que viniste —rio nasalmente—, ¿cómo fue tu
experiencia en Huniford?

— Creo que no pude haber pedido un mejor lugar para empezar a hacer cosas que ya no eran tan
pequeñas como cuando tenía que hacer mis prácticas durante la universidad —sonrió—. El trato directo
con el cliente debería ser considerado una ciencia.

— Ah, trataste directamente con el cliente.

— Sí, en especial para cuando estuve a cargo del proyecto —asintió.

— ¿Te gusta más tratar directamente con el cliente o estar más en la segunda línea?

— Me siento cómodo trabajando en las dos posiciones… claro, me gusta tratar con el cliente para
poder tener una idea más clara de lo que espera como resultado final, y creo que no hay ningún
problema cuando se trabaja en la segunda línea si hay una buena comunicación con el encargado del
proyecto y si el encargado del proyecto incluye o no al de la segunda línea.

— ¿Qué estilo era el que utilizaste en tu proyecto?

— Transicional.

— ¿Y tus estilos son tradicional y tropical, cierto?

— Yes, ma’am —asintió.

— ¿Qué otros estilos dominas?

— Loft, industrial, y minimalista… y los adyacentes de tradicional y tropical —sonrió.


— ¿Qué me dices del contemporáneo?

— No he tenido la oportunidad para aplicarlo con pureza —se encogió entre hombros—. Sé las bases
y los requisitos, pero nunca lo he puesto en práctica.

— ¿Y cómo eres en cuanto a la presión?

— Veo cómo me las arreglo —sonrió—. Siempre tuve un trabajo mientras estudiaba, quizás no
relevante para mi área de estudio, pero quitaba tiempo y energías.

— ¿En qué trabajaste? —preguntó, pues en su hoja de vida sólo estaba el tiempo en Huniford y sus
prácticas universitarias en alguna fracción de diseño de interiores en Savannah.

— Uy —resopló—. Primero trabajé en Popeye’s friendo cualquier cosa que se le ocurra, luego trabajé
en un lugar que se llama Leoci’s, un lugar de comida italiana, y luego como recepcionista en el Hilton
Desoto, y por último impartiendo clases de inglés a un grupo de señoras en Hong Kong…

— Eso te quería preguntar —sonrió ante la pausa que él había hecho—, ¿hiciste un semestre o dos
en Hong Kong?

— Sólo uno; el último del Bachelor, pero me quedé seis meses más para aprender un poco más sobre
la cultura y el idioma —sonrió.

— ¿Te cambió mucho el programa?

— No, sólo las electivas eran un poco distintas, pero escogí las que más me podían servir.

— ¿Qué electivas llevaste?

— Rendering para el interior y el exterior, Ilustración del interior y del exterior, iluminación del
interior, preparación de portfolio, paisajismo y botánica, mercadotecnia, y diseño especializado en
cocinas. E hice todos los talleres que ofrecieron sobre forma, orden, y espacio, y los que ofrecieron sobre
funcionalidad y accesibilidad en establecimientos públicos y comerciales.

— Interesante, muy interesante —«can I hire you right now?»—. ¿Tienes alguna corriente en especial
que te gusta aplicar a la hora de diseñar?

— Feng Shui —asintió—, creo que es algo que todo diseñador debe tomar en cuenta en cierta medida;
la medida la determina el cliente y de qué tanto se presta el espacio para eso —sonrió—. Y sé una que
otra cosa sobre Vastu Shastra, pero por curiosidad… no porque no la aplico.

— ¿Qué me dices de mi oficina? —le preguntó con traviesa intención, pues quería saber si respondería
honestamente o no y si sabía en realidad de lo que hablaba.
— Tiene un problema de diseño —dijo un tanto inseguro y como si se avergonzara de la honestidad
de su respuesta.

— Por favor, elabora.

— Bueno —suspiró, y se irguió para ver a su alrededor—. La puerta y la ventana quedan en la misma
línea, tiene tres secciones de ventanas consecutivas y es difícil que eso no entre en conflicto, pero eso
es un error de diseño arquitectónico… no de planificación de espacio —dijo, y se tomó un segundo más
para ver con mayor detenimiento aquello que no se le plantaba con ambos pies frente a él con tanta
evidencia—. Su escritorio está en una buena posición, no interfiere con la puerta, y dicta su posición
dentro del espacio; usted está al mando —sonrió—, y este escritorio —se volvió al vacío escritorio de
Sophia—, también tiene una buena posición… pero creo que no me equivocaría al asumir que no siempre
estuvo aquí… creo que ha hecho lo que se puede con el espacio y con las circunstancias, yo no cambiaría
nada… ni siquiera el orden que tiene su escritorio —le dijo, encontrándose con una mirada llena de
satisfacción y no por cuestiones de Ego o de haber sido halagada o elogiada, sino porque realmente
sabía—. Me gusta lo que ha hecho con esto —añadió, golpeando suavemente el borde del recipiente de
vidrio que contenía arena blanca y un pequeño notocactus, aquel jardín zen en el que Sophia solía dibujar
cuando estaba aburrida, o cuando estaba apoyada del escritorio de Emma y pretendía coquetearle con
jerga técnica, o cuando se cansaba de ver el mismo dibujo sobre la arena—, es bastante inteligente.

— Un buen regalo —asintió—. ¿Por qué no colocarías mi escritorio ahí? —dijo, señalándole el espacio
en el que había colocado aquel sofá de dos asientos, los dos sillones, y la mesa de café.

— Pensé en que podría colocarse ahí, pero tiene material que necesita el menor contacto posible y
no quiere que el punto focal sea el almacenamiento de planos y de revistas; por eso ha puesto el sofá
contra esa sección y a una distancia relativamente corta, una distancia en la que puede sacar lo que
necesite sin dañarlo pero que no tiene mayor contacto el resto del tiempo… y, de poner el escritorio ahí,
las butacas estarían en la línea de la puerta, lo cual es una interferencia.

— Dijiste que todos en tu familia son arquitectos —le dijo con la misma sonrisa de satisfacción—, tu
abstracción de un arquitecto debe ser bastante especial.

— No sé si es especial —se encogió entre hombros—, pero me dieron una idea de cómo piensan los
arquitectos y de cómo es la interacción entre ellos y nosotros.

— ¿Y cómo interpretas la diferencia entre los arquitectos y los diseñadores de interiores?

— En realidad debería haber muy poca diferencia entre los dos porque venimos del mismo campo del
diseño y tenemos las mismas obligaciones en cuanto al proyecto —se encogió entre hombros—. Los dos
deberíamos buscar el mismo resultado final, pero sé que ciertamente el diseñador depende en gran
medida de lo que el arquitecto diseñe, y por eso creo que la conexión entre ambas partes debería ser
muy estrecha. En realidad creo que todo se reduce a que el diseño de interiores es una disciplina
relativamente nueva, muchísimo más nueva que la arquitectura, y por eso existe esa fricción entre
ambas partes; por una falta de comprensión de la parte contraria que en realidad no es contraria sino
complementaria… supongo que realmente todo se reduce a las personalidades.

— Al ego del arquitecto —rio Emma nasalmente, viendo cómo él asentía un tanto incómodo—,
puedes decir que es el ego del arquitecto.

— Bueno, todo se reduce al ego del arquitecto —dijo pequeñamente, pues sabía que Emma era
arquitecta.

— ¿Has trabajado con algún arquitecto?

— Durante mis prácticas del Máster —asintió.

— ¿Y cómo te fue con eso?

— Bueno, fue con mi papá… no sé si eso dice algo —respondió un tanto avergonzado.

— No, no me dice nada —rio nasalmente mientras sacudía su cabeza.

— Estaba trabajando con uno de mis profesores, estaba en segunda línea, y de casualidad resultó que
mi papá era el arquitecto del proyecto —dijo con un aire de excusa, o quizás de explicación, pero era
innecesario—. No sé si es porque se trataba de mi papá trabajando conmigo que no tuvimos mayor roce
a la hora de trabajar; él estaba muy abierto a nuestras revisiones y a nuestras propuestas.

— Ah, el cliente contrató primero al arquitecto —comentó para sí misma.

— Sí.

— ¿Crees que es bueno contratar primero al arquitecto?

— ¿Sinceramente? —entrecerró la mirada ante la encrucijada.

— No hay respuesta equivocada —ladeó su cabeza hacia el lado derecho.

— Creo que es un error contratar al arquitecto primero —asintió—, pero también creo que es un error
contratar al diseñador de interiores primero.

— Explícate, por favor.

— Teniéndole el debido respeto al cliente, creo que la inexperiencia y la ignorancia pesan mucho —
se encogió entre hombros—. Creo que si se contrata primero al arquitecto, y se espera a que el diseño
esté terminado para contratar al diseñador de interiores, sólo se presta para un mayor gasto porque es
cien por ciento seguro que el diseñador va a presentar modificaciones, revisiones, y nuevas propuestas
—«en eso estamos de acuerdo»—. Creo que es importante tener al diseñador de interiores desde el
principio para que trabaje todo el proceso con el arquitecto; el diseñador propone un espacio de acuerdo
a la funcionalidad, de acuerdo a qué muebles van en dónde, de acuerdo a cómo se puede aprovechar la
iluminación natural, etc., que es algo que ayuda a prevenir el gasto extra de las revisiones que tiene el
arquitecto o el ingeniero estructural sobre las revisiones que puede tener el diseñador de interiores…
claro, pienso que el diseñador también tiene que respetar el alcance y el impacto que pueda tener algo
en la estructura.

— ¿Cómo es tu proceso con el cliente?

— Básicamente se reduce a cinco aspectos que creo que se deben preguntar —dijo, elevando su dedo
índice izquierdo para empezar a enumerar—: sobre si ha trabajado antes con un diseñador de interiores,
sobre el presupuesto y el marco de tiempo, sobre el estilo del diseño, sobre la toma de decisiones, y
sobre cómo espera él que se deba abordar el proceso del diseño —dijo con su mano extendida—. Cada
cliente tiene un trato distinto, en especial porque creo que hay clientes que, al no saber exactamente
qué es lo que quieren o qué es lo que esperan, deciden escuchar a lo que otras personas dicen.

— ¿Y cómo lidias con eso?

— Puedo tratar de hacerle ver los pros y los contras de la idea, puedo tratar de cambiar su opinión,
pero, en realidad, si el cliente no quiere ceder, no me queda más que aceptarlo y esperar que luego no
piense que fue un error y que le cueste más dinero en la forma que sea; ya sea en tiempo con el
arquitecto, o en atrasos de permisos, o en nuevas emisiones de permisos, un atraso de la construcción
si se trata de una construcción, o en materiales innecesarios si sólo se trata de una ambientación —dijo,
colocando sus manos sobre el escritorio de Emma, y las deslizó suavemente por sobre la superficie con
su ceño fruncido—. Debe haber sido un nogal enorme —murmuró asombrado, «so that’s what’s wrong
with him… he has the attention span of a squirrel»—, habría apostado, por el tamaño, a que era cerezo.

— Nogal —sacudió su cabeza.

— Es de mis maderas favoritas —susurró, totalmente invertido en sus manos sobre el escritorio, y, en
cuanto sintió cómo Emma lo veía penetrantemente con su ceja derecha hacia arriba, se dio cuenta de lo
raro que eso parecía ser, y se recompuso.

— ¿Con qué maderas sueles trabajar?

— Depende de si se trata de algo formal o de algo casual —dijo, irguiéndose con una sonrisa
avergonzada—. Para lo formal me gusta el roble, el cerezo, el cedro, y el nogal… y para lo casual me
gusta el bambú, el pino, y el arce.

— Bene… —suspiró mientras asentía—. Sólo para tenerlo claro, ¿sabes que lo que ofrezco es una
pasantía de seis meses, verdad?

— Con posibilidad de plaza fija —asintió, haciendo a Emma sonreír.


— Y sabes que es pasantía pagada, ¿verdad?

— Yes, ma’am.

— ¿Cuánto esperas ganar?

— Sinceramente no sé cómo funciona el sistema de paga aquí —se encogió entre hombros—, no sé
si se gana por proyecto, como una comisión, o si se gana un salario fijo.

— Independientemente de cómo funcione —rio nasalmente—, ¿cuánto esperas ganar?

— Mmm… —respiró profundamente mientras hacía los respectivos cálculos—. Supongo que, por lo
menos, lo mismo que ganaba en Huniford al mes —dijo, pero Emma sabía que allí se pagaba por
proyecto, no por mes—; mil seiscientos —concluyó, y Emma rio nasalmente a pesar de estarse
carcajeando en sus adentros.

— ¿Y qué tipo de marcadores usas?

— Puedo trabajar con Prismacolor o con Copic, personalmente prefiero Copic y es lo que tengo —
sonrió.

— ¿Cuántos colores tienes?

— Doscientos veintiséis —dijo con orgullo, pues se los había comprado poco a poco y con su dinero—
, es una colección en proceso.

— ¿Tienes tu propio material más-o-menos completo?

— Tengo el portable guide studio y el capsure, una colección de muestras de textiles, cámara digital…
lo básico está completo, el resto está en proceso de completarse —resumió su conteo, pues se dio
cuenta de que Emma esperaba un simple “sí” o “no” por respuesta.

— Bueno, ¿tienes alguna pregunta para mí?

— ¿Ya se acabó la entrevista? —ensanchó la mirada, y Emma asintió con su ceño fruncido.

— ¿Algún problema?

— No, es sólo que a las otras entrevistas a las que he ido… no sé, se tardan más… y vi que a Toni le
dio material para algo, asumo que para un rendering —se encogió entre hombros.

— Ah, ¿la conoces?

— Recién la conocí hoy —sonrió carismáticamente.


— Cuando la Licenciada Bench termine, tú puedes hacer el rendering del break room también —
sonrió, poniéndose de pie.

— ¿Cuánto tiempo tengo?

— Lo que puedas hacer en diez minutos —sonrió, y caminó hacia la puerta.

— ¿Con qué perspectiva? —dijo, poniéndose de pie y acomodando la butaca a la posición inicial.

— Lo que puedas hacer en diez minutos —repitió, abriendo la puerta para encontrarse a una Gaby
que aniquilaba su primera taza de café del día—, y luego puedes esperar sentado unos momentos.

Aquel hombre salió de aquella oficina un tanto confundido, pero, tal y como Emma lo había descubierto
en cierto momento de la entrevista, su confusión se le olvidó al ver que Parsons salía del break room con
expresión de descontento por no creer haber hecho lo suficiente.

— Aquí tiene —le dijo Parsons a Emma, alcanzándole aquella hoja que tenía trazos que delataban una
perspectiva de ojo.

— Gracias —sonrió—, por favor, espere un momento —dijo, señalándole una de aquellas butacas, y
se volvió hacia Gaby—. Voy a ir a donde Jason un momento —murmuró, juntando aquella hoja por las
esquinas pero sin doblarla en definitiva y tomando un bolígrafo de su escritorio.

Esas palabras: “voy a ir a donde Jason un momento”. Ay, esas palabras. Gaby no les tenía miedo, no, en
lo absoluto, en especial porque Jason no era una persona a la que se le podía tener miedo por actitud,
aunque todos odiaban ir al clóset al que él llamaba “oficina”. Le habían ofrecido un espacio más grande
en múltiples ocasiones, pero a él le gustaba el clóset.

“El clóset” no era un clóset en realidad, simplemente era la oficina más pequeña de todas: tenía una tan
sola ventana, el escritorio contra la pared, un pizarrón de corcho al que no le cabía ni una tachuela más,
“n” cantidad de papeles apilados, un basurero que recibía sólo envoltorios de Laffy Taffy de banano,
aquella calculadora que era más cara que los stilettos a la medida con los que Emma se acercaba en ese
momento, y la taza blanca que nunca había estado a menos de la mitad de café.

¿Por qué Gaby pensaba que esas palabras eran tan especiales? Simple: porque Emma nunca iba al clóset
a menos de que fuera algo que necesitara un poco del tipo de persuasión que más le avergonzaba.

Emma se detuvo justo a tres metros de aquella puerta que nunca se cerraba, y, con una
respiración profunda,«please, don’t make me feel so bad about this».

— Arquitecta —sonrió Jason ante el llamado que había hecho Emma contra el marco de la puerta.

— Buenos días, Jason —sonrió Emma un tanto incómoda, pues, la mirada de Jason era más un acoso
que una sonrisa de grata sorpresa—. ¿Qué tal el fin de semana?
— Bien —balbuceó, girándose completamente sobre su silla para encarar a Emma, y, como siempre,
jugaba con un bolígrafo con ambas manos para intentar disipar el nerviosismo que ella le provocaba.

— ¿Qué hiciste? —se cruzó de brazos, recostándose con su antebrazo del marco y llevando aquel
bolígrafo, juguetonamente, a su labio inferior para darle suaves golpes traviesos.

— Nada en especial, ¿y usted? —dijo, y, ante un segundo de sonrisa, se puso de pie—. Qué
maleducado, por favor, siéntese —le ofreció la silla, la única silla.

— No, no, Jason —sacudió el bolígrafo lentamente de lado a lado—, estoy bien así —sonrió—. Me
espera un día con el trasero pegado a la silla.

— ¿Le ofrezco un café, agua, té? —dijo, aplanando su camisa blanca de manga corta, a la cual le hacía
la atrocidad de decorarla con una corbata roja bastante clásica; corbata que se ponía solamente para
estar en la oficina.

— No, no, gracias —murmuró con un tono bastante amigable, y llevó su mano izquierda a rascar su
nuca.

— ¿Cómo estuvo su fin de semana? —balbuceó, dejándose caer en su silla.

— No muy interesante, estuvo bastante aburrido en realidad —dijo, y no mentía, pues trabajar en un
fin de semana desde hacía demasiado tiempo que había dejado de divertirle—. Como sea… —sacudió
su cabeza, y se irguió por los escalofríos que su propia mano le habían provocado—. Sólo venía a
preguntarte cuál había sido la cifra que me habías dicho que podía ofrecer para el pasante.

— Cuatro mil quinientos —respondió rápidamente, porque no había cifra que se le pudiera olvidar o
escapar.

— ¿Eso es lo más que puedo ofrecer? —preguntó con un tono que Sophia reconocía que era
persuasivo por ser seductor, y era lo que podía utilizar con el consentimiento de la rubia y sin faltarle en
ningún sentido.

— Es lo que me aprobó el Arquitecto —asintió.

— Ay, Jason —suspiró en el mismo tono de antes, y apoyó su frente contra el marco de la puerta—.
Es que tengo a dos candidatos excelentes… no puedo sólo contratar a uno —«dime cinco mil quinientos
al menos para dividirlo entre los dos»—. ¿Estás seguro de que es lo más que puedo ofrecer? —sonrió de
reojo, sabiendo perfectamente bien de que eso funcionaba con cualquiera—. ¿No tendrás por ahí mil
quinientos más?

— Mil quinientos sí tengo —asintió entre dificultosos tragos cortados de su propia saliva al ver cómo
Emma mordisqueaba suavemente aquel bolígrafo—, pero no tengo nueve mil.
— Vamos… yo sé que sí los tienes en alguna parte —rio suavemente con el bolígrafo contra sus labios.

— Usted sabe que sí hay dinero, y sabe en dónde hay dinero —le dijo, no sabiendo exactamente qué
le decía ni por qué—, sólo tiene que conseguir la segunda firma…

— Y según tú, ¿cuánto es lo más que puedo ofrecer? Digo, para no hacer mucho desorden —sonrió,
apoyándose ahora con ambos codos del archivero de mediana altura que se encontraba contra la pared.

— Lo más que puede ofrecer, por esos seis meses, es seis mil… y eso ya se notaría.

— No me lo estoy robando, Jason —rio falsamente—, estoy generando empleo —dijo, sacando toda
aquella «bullshit» que había aprendido de su papá, y de todos los amigos de su papá—. Este país necesita
reducir la tasa de desempleo.

— Tiene razón, Arquitecta —asintió con los ojos llenos de fascinación.

— Jason, te he dicho mil veces que me llames “Emma” —sonrió.

— Emma… —rio ridículamente, como si decir el nombre le hiciera cosquillas—. Yo creo que puede
ofrecer seis mil por la pasantía, tres mil en el caso que decida dividirlo entre los dos candidatos… o como
sea la repartición que tenga pensado —sonrió—. Pero, si le entendí bien, al final de los seis meses puede
o no contratar, ¿cierto?

— Esa es la idea —asintió.

— En ese caso, no puedo ofrecerle un salario más alto de lo que sabe que puedo ofrecerle… no puedo
ofrecer dos salarios por ese monto, y sabe que es lo que tengo que ofrecerle a todo “Class C”.

— Lo sé, lo sé —murmuró—. Por el momento sólo me interesa lo de la pasantía, porque no sé si voy


a contratarlos a los dos o sólo a uno; para eso es la pasantía —sonrió—. ¿Nos podemos preocupar por
eso luego?

— Claro —asintió él—. Sólo necesito la segunda firma y que me diga cómo quiere repartirlo… y hago
todo el papeleo con el abogado.

— Perfecto —se irguió con una sonrisa genuina—. Una pregunta, ¿tú crees que puedo tener los
contratos hoy mismo?

— Si están todos los datos en orden… no veo por qué no —sonrió.

— Jason, eres mi salvavidas —dijo, colocando fugazmente su mano sobre su hombro.

— Le pediré la firma al Arquitecto en cuanto tenga todo listo, ¿de acuerdo?


— De acuerdo —asintió.

— ¿Necesita algo más? —se aclaró la garganta mientras arreglaba el nudo de su corbata.

— No, pero muchas gracias Jason… de verdad que eres lo mejor —sonrió, y, antes de que el momento
incómodo invadiera aquel clóset, logró escaparse de aquel clóset que realmente olía a Laffy Taffy.

Jason era el hombre que tenía la desdicha de tener dos amores platónicos en el lugar de trabajo: Emma,
que sabía que estaba fuera de su alcance, y Gaby. Quizás era que un poco de la personalidad de Emma
había logrado esparcirse como un virus en Gaby, o quizás sólo era que Gaby, de entre el cuerpo de
logística (secretarias/asistentes), era la única que realmente era amable con él, la que a veces almorzaba
con él, la que le había insistido en que debía dejar de utilizar lentes de contacto porque se veía más
guapo con los anteojos.

Y era guapo, bueno, era “guapito”, pero tenía cierto nivel de descuido personal que no podía rescatar su
guapura por completo. Tenía cara bonita, tenía ojos muy bonitos y muy sinceros, pero, por alguna razón,
parecía que su mamá era quien lo vestía. Pantalones caquis, camiseta blanca por debajo de la camisa, a
veces las camisas no se sabía si eran blancas o si se habían teñido de la desgracia del amarillo, o si era
ése el color verdadero, las corbatas eran de gusto chistoso pero no tanto como las de los pediatras o las
de los dentistas infantiles, y su almuerzo lo llevaba en la bolsa de papel; una manzana, dos sándwiches
de cualquier cosa menos de ensalada de huevo, sándwiches a los que les quitaba los contornos, un
Welch’s de diez onzas, y un pudín de chocolate o de vainilla.

Ganaba bien, ganaba más de lo que los pasantes estaban por ganar si Emma repartía los salarios
equitativamente, pero vivía con cierta austeridad porque se había concentrado en terminar de pagar la
hipoteca de la casa de sus papás, y estaba a cinco meses de lograrlo. Y, en efecto, todavía vivía con sus
papás.

Era bueno, bondadoso, amable, y definitivamente el mejor contador que Volterra había visto, pues su
experiencia con los dos contadores anteriores se podía describir como “terminó en la corte”.

— ¡Emma! —se asustó Volterra en cuanto casi derrama el café sobre ella al encontrársela saliendo de su
oficina.

— Sweet Jesus! —rio Emma, llevando su mano a su pecho ante el sobresalto, y quizás ante el alivio de
que el café no había aterrizado en ella—. Te encontré —se carcajeó.

— Effettivamente —rio—. ¿Qué se te perdió? —le preguntó, refiriéndose al qué hacía ahí.

— Ja, já… muy gracioso —entrecerró la mirada—. Vine a… —suspiró, «¿vine a “decirle” o a
“preguntarle”?»—. Vine a decirte que he decidido contratar a los dos —sonrió muy orgullosa de su
decisión.

— ¿A los dos? —ensanchó la mirada.


— A los dos —asintió—. Los dos son lo que necesito.

— No sé si a los dos podamos ofrecerles una plaza fija —dijo un tanto confundido.

— Y no sé si a los dos se las voy a ofrecer —le dijo con su dedo índice en lo alto.

— Está bien —rio—. Entonces, ¿a qué viniste?

— Le llamo “cortesía” —sonrió—. Jason vendrá en algún momento a pedirte la segunda firma.

— ¿Para qué?

— Porque no considero que mi conocimiento y mi experiencia sea suficiente ganancia para ellos —
rio, y, antes de que le pudiera decir algo, se valió de la presencia de otra de las arquitectas para huir—.
Sólo firma —le dijo, y se apresuró a alcanzar a Hayek.

— ¿Y tú? —rio Belinda en cuanto Emma la alcanzó para caminar a su lado.

— Sólo sigue caminando —sonrió—, le estoy huyendo a Alec.

— ¿Qué te hizo? —dijo entre los sorbos de su caramel macchiato de Starbucks.

— Nada —resopló—. ¿Qué tal tu fin de semana?

— La familia política visitó —dijo, señalando sus ojeras—: worst weekend ever… yo sabía que la familia
era extensa, pero nunca la había visto toda reunida y aglomerada en un apartamento de cinco
habitaciones; la lista de Schindler tenía menos personas —sacudió su cabeza—. Eso de dormir en un
colchón inflable no es para mí.

— Oye, para la próxima… puedes dormir en la habitación de huéspedes de mi apartamento —le dijo,
asombrándose por cómo le había nacido de buena fe.

— Gracias —sonrió asombrada por la misma razón, pues nunca había estado en el apartamento de
Emma—, pero, para la próxima, dormiré en el Plaza —rio—. Y, aunque me gusta el Plaza, espero que no
haya una próxima vez en lo que resta del año… —le dio un sorbo a su vaso hermético, y resopló.

— ¿Qué?

— Supongo que tu fin de semana estuvo demasiado aburrido —rio, y, ante los signos de interrogación
que revoloteaban por la cabeza de Emma, le explicó—: hacer renderings del break room… eso requiere
de un nuevo nivel de aburrimiento —sonrió, y le señaló la hoja que Emma llevaba en su mano y que
había ignorado por completo.
— Ah, no, esto no es mío —frunció su ceño, y, hasta en ese momento, le prestó atención a lo que
estaba plasmado en el papel.

— It sure does look like one of yours —susurró asombrada, pero, al analizarlo con mayor destrucción
y crueldad, supo que era imposible que hubiera salido de Emma por tener trazos que eran tan
arrastrados como apresurados—. Tiene los trazos bastante inconsistentes. ¿Prismacolor?

— Sí.

— Asumo que no usa Prismacolor, entonces —rio, deteniéndose frente a su oficina—. ¿Promarker?

— ¿Cómo sabías?

— Porque así eran mis trazos al principio —sonrió, y, de reojo, vio que, al final del pasillo, se sentaba
una nerviosa Parsons—. ¿Quién es esa vocera de la desnutrición? —rio.

— Mi nueva pasante.

— Se ve emocionadísima de tener buenas noticias —rio sarcásticamente.

— Todavía no se las he dado —guiñó su ojo, y, en ese momento, Belinda ensanchó la mirada.

— ¿Y ese quién es? —suspiró.

— Mi otro pasante.

— ¿Dos pasantes? —mordisqueó su labio inferior.

— Me siento generosa —asintió.

— ¿Es gay?

— ¿Por qué sabría yo eso? —rio.

— No sé, ¿no se supone que ustedes pueden ubicar en su radar a los de su misma especie?

— No sé si lo encuentro ofensivo o gracioso —resopló Emma—. Pero mi radar no funciona para eso…
mi radar sólo funciona para los assholes —sonrió.

— Te ha de matar cuando Segrate anda por aquí.

— Ni te imaginas…

— He’s cute —dijo, y mordisqueó su labio inferior de nuevo.


— Tiene veintiséis, y tú no eres una cougar.

— Says who? —rio, y se adentró a su oficina.

Belinda Hayek, la mujer que se había rehusado a la conversión al Judaísmo por su actual esposo y que
por eso sólo se habían casado por lo civil, era la clara de expresión de mujer que llevaba los pantalones
y no sólo de forma literal. Si ella decía “A”, Joshua, su esposo, decía “mén”. A-mén. Si ella decía “salta”,
Joshua preguntaba “¿de dónde?”. Quizás era porque, a pesar de que ambos llevaran pan a la mesa,
Belinda era quien llevaba la mantequilla, la coca cola, los steaks, las papas gratinadas, y el helado.

Habiendo obtenido su título de Arquitecta en Cornell, y habiendo reforzado su educación en nada-más-


y-nada-menos-que-Harvard, también en arquitectura, decidió ampliar sus conocimientos en “Historical
and Sustainable Architecture” porque la simple arquitectura no le bastaba, y el embarazo, el trabajo, y
el matrimonio tampoco.

Si bien era cierto, era la mujer que comía años como si se tratara de un deporte; tenía unas cuantas
arrugas, las necesarias para hacerla ver natural, pero tenía un cutis impecable, y carecía de cualquier
maltrato solar a pesar de pasar la mayoría de sus vacaciones en la suite Michaels del hotel Eden
Rock en Saint Barthélemy mientras sus hijos eran enviados, en el verano, al“Catalina Island Camps” en
California o al “KenMont and KenWood Camps” en Connecticut, o al campamento de su elección.
Cualquiera diría que tenía treinta y dos si se exageraba.

Pues esos treinta y dos años, o treinta y siete en realidad, no se le escondían a nadie, era como si
estuviera orgullosa de verse tan bien para su edad. Y esa edad sólo servía para que entrara en la categoría
de “MILF” entre los compañeros precoces de su hijo mayor, y entre Segrate y Selvidge (los hijos
inmaduros de Volterra). Conservaba una envidiable talla seis a pesar de estar empezando a sufrir de las
primeras olas de calor que la hacían adorar el invierno o abrir el refrigerador sin razón alguna. Ávida
bebedora de whisky, con una famosa aversión al yoga, a la meditación, a los pilates, y a toda disciplina
parecida, adyacente, derivada, etc., con un récord del cien por ciento de asistencias a los juegos de futbol
de su hijo mayor, a los recitales de ballet y violín de sus dos hijas, y madre voluntaria para “career
day” durante la primaria y la secundaria. Placer pecaminoso: Taco Bell. Ropa Diane von Fürstenberg,
Michael Kors, y Nanette Lepore, la ocasional Tory Burch, calzado Jimmy Choo y Tory Burch, reloj Cartier
de brazalete rojo y bisel de oro. Sin afiliaciones políticas porque le parecía una aberración que existiera
el bipartidismo y el bicameralismo en pleno Siglo XXI, por lo que siempre ejercía el sufragio con
independencia y a favor del mejor candidato. Actor favorito: Jack Nicholson. Actriz favorita: “the
Dames” (Dame Judi Dench, Dame Helen Mirren, Dame Julie Andrews). Películas favoritas: “Pulp Fiction”,
“Se7en”, y “Million Dollar Baby”. Cantantes favoritos: Rod Stewart, Michael Bublé, y Diana Krall. Canción
favorita: “Fly me to the moon”. Prefería Blackberry sobre iPhone. Color favorito: blanco. Tema morboso
favorito: el nazismo. Lo que le disgustaba: la música de Michael Jackson, Candy Crush, y cuando le decían
que sólo se podía pagar con efectivo. Lo que le gustaba: que sus hijos le dieran un beso de despedida
todas las mañanas y uno antes de dormirse, Carlos Bocanegra, y todo lo que tuviera que ver con la
Bauhaus, en especial cuando se trataba de Kandinsky y de Moholy-Nagy.
Y le importaban pocas cosas, por eso era que tenía las agallas sonrientes de poder insinuar que SCAD, o
sea Lucas, estaba“fuckable”. Claro, no era quien para serle infiel al judío narizón que ejercía el monopolio
de la ortodoncia tanto en el Upper East Side como en el Upper West Side. Pero según ella tener
pensamientos impuros no estaba mal. Estar próxima a los cuarenta no significaba que su vagina había
muerto, y era estúpido pensar que sólo los hombres tenían instintos que se generaban en la
entrepierna.

— ¿De qué consta su equipo personal? —le preguntó Emma a la nerviosa mujer que volvía a tener frente
a ella en la privacidad de su oficina.

— Tengo todo lo necesario —se aclaró la garganta, y ante la explicación que exigía la mirada de Emma,
añadió—: Reference library de Pantone y el capsure, todos los marcadores de la colección, el set
completo de Faber-Castell, cinta métrica… cámara…

— Lo tiene todo —sonrió, y le deslizó el rendering por el escritorio—. Es bueno, y creo que hizo
bastante para la cantidad de tiempo que tenía —le dijo, viendo cómo lo tomaba para avergonzarse de
lo que consideraba ella que era un patético esfuerzo; le echó la culpa a los nervios.

— Puedo hacerlo mejor —le dijo casi sin poder articular bien las palabras.

— Lo sé —asintió—. Me gustaría que se lo llevara, quizás para que lo tome como una guía o para que
lo termine… y me gustaría ver el resultado mañana —sonrió, y Parsons frunció el ceño—. Mi oferta es la
siguiente —se aclaró la garganta—: seis meses de pasantía, o llámele tiempo de prueba, con posibilidad
de plaza fija al concluir el contrato inicial —dijo, no sabiendo si la noticia era buena o mala para ese par
de ojos que parecía que iban a estallar en algo que no sabía describir—. Puedo ofrecer tres mil dólares
al mes, proyectos que creo que dejan buenas experiencias, libertad de trabajar en proyectos de su
interés…

— ¿Tres mil? —ensanchó la mirada.

— Sólo tengo una condición —asintió.

— ¿Cuál?

— Tiene que firmar un NDA —dijo, y hubo silencio—. Usted sabe, protección de propiedad de
intelectual.

— Firmaré lo que sea que me ponga enfrente —rio aliviada con su mano sobre sus labios, un
típico «shut the fuck up!»—. ¿Cuándo empiezo?

— ¿Cuándo quiere empezar? —sonrió.

— Yo empiezo hoy si quiere.


— Y hoy está bien conmigo —rio nasalmente—. Sólo necesito que le dé sus datos a mi asistente —
dijo, no logrando no retorcerse por dentro al haber llamado “asistente” a Gaby—; social security
number, número de cuenta bancaria, etc. —sonrió, y se puso de pie.

— Claro, lo que sea —se reflejó inmediatamente, y estrechó la mano que Emma le ofrecía.

— Bienvenida —sonrió, bordeando el escritorio para abrirle la puerta.

— Gracias, muchas gracias —sonrió genuinamente agradecida, y, ante eso, SCAD sólo se hundió entre
hombros, pues, para él, eso sólo significaba otra entrevista que se había ido por el retrete.

— Lucas —lo llamó con una sonrisa—, por favor.

La pesadez de SCAD era inhumana, parecía que se arrastraba hacia otra desgracia, hacia otro
atropellador “no”, y, con la misma desgana, le alcanzó el rendering a Emma, quien agradeció el hecho
de que fuera en vista aérea y con trazos más suaves y más precisos.

— ¿Cómo crees que te fue? —le preguntó Emma, tomando asiento antes que él y su caballerosidad lo
hicieran.

— Creí que me había ido demasiado bien —dijo, estando todavía en estado de absoluta incredulidad.

— Y así fue —estuvo de acuerdo—, y esto —le deslizó el rendering a través del escritorio—, esto es
demasiado bueno —lo felicitó con la mirada y con la sonrisa, logrando ponerle una sonrisa a pesar de la
desgana—: es astuto.

— Gracias.

— ¿Puedo saber si tienes otras entrevistas programadas? —le preguntó con su ceño fruncido.

— Por el momento esta era la única —sacudió su cabeza—, pero todavía estoy esperando respuesta
de Sawyer & Breson.

— ¿Para qué posición?

— Asistente ejecutivo —«euphemism for “errand boy”»—, una plaza permanente.

— ¿Te conformas con ese puesto?

— Por el momento no hay mucha oferta de trabajo —se encogió entre hombros—, y necesito comer
—sonrió.

— Dijiste que esperabas ganar lo que ganabas en Huniford, ¿cierto?


— Mil doscientos —asintió el altísimo hombre que, por no haber movido la butaca, parecía que las
rodillas le llegaban al mentón cuando asentía.

— Te ofrezco tres mil —repuso con sencillez.

— ¿Tres mil por toda la pasantía?

— Eso sería absurdo —rio—. Tres mil al mes.

— ¿Es en serio? —ensanchó la mirada.

— La pasantía es tuya si la quieres —asintió—, si quieres tómate el resto del día para pensarlo, quizás
el día de mañana también, y me dices si quieres firmar el contrato.

— No, no —sacudió rápidamente su cabeza—, lo firmo hoy mismo si lo tiene listo… y le traigo el café
de paso, si quiere —sonrió.

— Vamos despacio —rio Emma, diciéndole con sus manos que se calmara—. Hay un NDA que tienes
que firmar, y necesito que le des tus datos a mi asistente —dijo, retorciéndose de nuevo por haberla
llamado así, y vio cómo él materializaba una hoja con sus datos, los que Gaby le pediría, del bolso
mensajero que Emma había pasado por alto.

— Siempre estoy preparado —sonrió con la hoja en alto—, y el NDA… no sería el primero que firmo.

— Bueno saberlo —reciprocó la sonrisa, y se puso de pie, que él, por la misma caballerosa naturaleza,
se puso de pie también—. ¿Puedes empezar hoy?

— En este preciso instante puedo empezar —asintió.

— Bene —rio Emma nasalmente, y abrió la puerta para alcanzarle aquella hoja a Gaby, quien ya había
terminado de tomar nota de Parsons—. Gaby, necesito los NDAs cuanto antes, por favor… y si pudieran
tener los contratos al mismo tiempo, mejor —dijo, mostrándole un tres con sus dedos para indicarle que
cada contrato debía ser por tres mil dólares al mes.

— Yo me encargo —asintió, e, inmediatamente, digitó aquel teléfono que sabía de memoria.

— Me gustaría discutir algunas cosas antes de que otra cosa suceda —les dijo Emma a ambas nuevas
adquisiciones, y Parsons asintió y se adentró a la oficina—. Hay cosas que probablemente van a estar en
el contrato, pero, por si acaso —sonrió, ofreciéndoles nuevamente asiento a ambos, y SCAD que no se
sentó hasta que ambas féminas se hubieron sentado—, si tienen alguna pregunta, por favor… —dijo, y,
ante el silencio de ambos, que SCAD había sacado su teléfono para tomar nota, se dispuso a empezar
con aquello—. Yo trabajo de la mano —«literalmente de la mano»—, con la Licenciada Rialto —señaló
el escritorio de Sophia—. Ella es Diseñadora de Interiores también, y es Diseñadora de Muebles…
graduada de Savannah, por cierto —le dijo a SCAD, quien sonrió por saber que habría un poco de
familiaridad con alguien, por lo menos para criticar la fatalidad de la comida que servían en la cafetería
del lugar que los había formado académicamente hablando—. Ella es de estilo contemporáneo y loft, y
maneja el art deco y el shaker también, y cualquier pregunta que tengan estoy segura de que ella estará
en la disposición de responderla… así como el resto del estudio, que ya en unos momentos les daré un
tour —sonrió—. Ustedes pueden acudir a todos, y todos vamos a ayudarles, pero ustedes son mi
responsabilidad.

— Usted es la jefa —dijo SCAD.

— Por lo tanto, cualquier problema serio que tengan, cualquier obstáculo complicado con el que se
encuentren —«y cualquier cagada que hagan»—, por favor acuden a mí —y ambos asintieron—.
Ustedes recibirán su pago mensual como lo mencioné, eso es un salario seguro, pero, si ustedes quieren
traer un proyecto al estudio, pueden traerlo y pueden encargarse de él bajo mi supervisión… porque, sí
o no, ustedes están afiliados a este estudio y no puedo poner en riesgo la reputación que hasta le fecha
tenemos, ¿de acuerdo? —ambos asintieron de nuevo—. Si ustedes traen el proyecto, ustedes cobrarán
la comisión respectiva porque es lo justo… pero quiero dejar muy claro de que no importa quién traiga
más proyectos, porque no es eso en lo que me voy a basar para ofrecer la plaza al final de los seis meses
—les advirtió con tono severo—. Este estudio tiene un ambiente laboral muy sano, y de eso se darán
cuenta, aquí nadie compite contra nadie; ni entre arquitectos, ni entre ingenieros, ni entre diseñadores…
y quiero que así permanezca: los problemas que puedan surgir entre ustedes dos, en caso de que hagan
de esto una competencia, por favor los dejan en las puertas de sus casas. Los dos tienen habilidades y
capacidades muy bien desarrolladas, los dos tienen una que otra cosa por aprender, pero de nada me
sirve tener al diseñador con el mejor gusto y con las mejores técnicas si no puedo confiarle la reputación
de mi estudio —«con que así es como se debe sentir Volterra… interesante. Me gusta»—. ¿Alguna
pregunta? —ambos sacudieron la cabeza con la mirada un tanto ancha, pues sentían como si estaban
en la oficina del director de la escuela luego de haber cometido alguna estupidez de proporciones aún
más estúpidas—.Va bene —sonrió—. El horario de trabajo —suspiró, y notó cómo entonces Parsons sí
sacaba su teléfono para tomar nota—. Es tiempo completo, y espero que la mayor parte de su trabajo
lo hagan aquí —dijo, dándole dos golpecitos a su escritorio con su mano, que lo que sonó fue la banda
de oro blanco de su anillo en su dedo anular—, pueden llevarse trabajo incompleto a casa, prefiero que
sea material a digital, pero, de no haber otra opción, se hará una excepción… y, hablando de tiempo
completo: yo vengo a la oficina entre siete y siete y cuarto de la mañana, y a las siete y media mi cerebro
ya empieza a funcionar correctamente y es cuando empiezo a trabajar… la oficina no abre hasta las ocho
y media —les dijo para remarcar el abuso de puntualidad que ambos habían tenido.

— Entonces… —habló Parsons—, ¿tenemos que estar a las siete, a las siete y cuarto, o a las ocho y
media?

— Eso depende de ustedes —sonrió—. Yo empiezo a trabajar a las siete y media, y a ustedes no les
voy a pagar más por un día de doce horas, pero, tal y como lo estoy yo, sí espero que estén un mínimo
de ocho horas… como estoy segura de que dice el contrato.

— ¿Tenemos tiempo para almorzar? —elevó SCAD su mirada.


— No tenemos una hora fija para almorzar, lo hacemos cuando es apropiado —dijo, tomando dos de
sus tarjetas de presentación—. Normalmente tomamos una hora, o una hora y media si no hay mucho
trabajo —murmuró lentamente mientras escribía rápidamente en el reverso una serie de números que
luego repetiría en la otra tarjeta—. No hay código de vestimenta, sólo, por favor, no vengan en pijama o
en ropa desteñida o desgastada —dijo sin acordarse de que Parsons llevaba sus rodillas inaceptables,
por lo que ella, disimuladamente, cubrió sus rodillas con ambas manos—. Aquí está el número de
teléfono de mi casa por si no contesto mi celular —deslizó ambas tarjetas por el escritorio—; mi correo
electrónico, mi teléfono de la oficina, toda la información que pueden necesitar para localizarme…

— ¿Hay alguna hora límite para localizarla? —preguntó SCAD.

— No, pero manténganlo razonable; nada de llamarme a las tres de la mañana, a menos de que sea
de vida o muerte —respondió, viendo a ambos digitar rápidamente la información de la tarjeta en sus
teléfonos—. También, referente al tiempo, yo estoy cien por ciento a favor de la puntualidad y cien por
ciento en contra de la impuntualidad; no me gusta llegar tarde a ningún lugar. Si ustedes van a
acompañarme a alguna reunión tienen que estar a tiempo en el lugar de la reunión o aquí para salir
juntos, si llegan tarde no pueden entrar a la reunión, y no importa si llegan tarde por un minuto o por
quince. Si ustedes me dicen a las cinco de la mañana, yo estaré a las cinco de la mañana. Si ustedes me
dicen que me entregarán algo en diez minutos, en diez minutos me lo entregarán, no en más —dijo
tajantemente, porque eso del tiempo sí era una fuente de enojo supremo—. Prefiero que me digan que
me lo entregarán en veinte minutos y que me lo entreguen antes a que me lo entreguen tarde, pero
tampoco abusen y sean lo más honestos que se pueda, ¿de acuerdo? —ambos asintieron—. Ahora lo
importante: el trabajo en sí —aclaró su garganta, y, ante la incomodidad, pidió un momento con su dedo
índice para presionar el botón del intercomunicador.

— Dígame, Arquitecta.

— ¿Me podrías traer agua, por favor?

— ¿Algo más? —dijo Gaby, y Emma se volvió hacia ambos.

— Sí, agua estaría bien también —asintió Parsons

— ¿Con gas o sin gas? —le preguntó Emma.

— Sin gas, por favor.

— ¿Y tú? —se volvió hacia SCAD.

— Agua con gas estaría bien —dijo un tanto avergonzado, pues había sentido cierta presión de grupo.

— ¿Algo más? —preguntó Gaby de nuevo.


— No, Gaby, gracias —sonrió Emma, y soltó el botón—. Entonces, el trabajo en sí —se aclaró
nuevamente la garganta—. Por el momento tenemos dos proyectos muy grandes en cuanto a diseño de
interiores, la Licenciada Rialto está a cargo de uno y yo estoy a cargo del otro, somos segundas entre
nosotras, y tenemos las primeras fechas límites encima… puede ser que nos encarguemos de sacar lo
más urgente primero, que es el proyecto de la Licenciada Rialto, y luego trabajaremos en el mío, o puede
ser que llevemos los dos de manera simultánea y cada uno de ustedes asista en un proyecto.

— Y, en ese caso, ¿quién asistiría en qué proyecto? —preguntó SCAD.

— Todavía no lo sé —se encogió entre hombros—. Como pueden ver… la Licenciada Rialto no está —
suspiró con sus labios fruncidos mientras veía esa silla vacía, «focus, Emma, focus», y se devolvió hacia
las personas a las que pensaría siempre como “SCAD” y “Parsons” a pesar de que los llamaría por su
nombre, y ojalá no se le saliera el apodo. «Gracias, Volterra», pues él había comenzado con eso—. Ella
está en locación por el día de hoy, pero mañana podremos ver qué es lo mejor para todos… después de
que firmen el NDA puedo darles detalles sobre los dos proyectos para que estén familiarizados —
sonrió—. ¿Alguna pregunta?

— Sí —asintió SCAD—. ¿En dónde trabajaremos? —«oh, fuck»—. ¿Trabajaremos aquí, en su oficina,
o nos asignará otro espacio?

— Por el momento aquí —«supongo»—. Pero, por favor, manténganla lo más ordenada que se pueda;
no quiero ver cosas tiradas en el suelo, ni prendas de ropa sobre los respaldos… —dijo, dejando que se
le saliera un poco el OCD que tenía con su oficina, pero era el OCD del que prácticamente todo diseñador
de Interiores sufría, y señaló el perchero, porque para eso existía.

— No se preocupe, Arquitecta —sonrió SCAD, quien se llevó un sobresalto ante la entrada de Gaby
con el agua; llevaba tres botellas, dos de medio litro para los hijos de Emma, y una botella de un litro
para Emma, y, encajado en cada botella, iba el vaso de vidrio, forma que estaba bien porque no se
trataba de un cliente y eso Gaby lo sabía.

— Arquitecta —murmuró Gaby, mostrándole que, pegado a su vaso, había un post-it amarillo, un
post-it que hizo a Emma sonreír como pocas cosas la hacían sonreír, una sonrisa tan genuina y amplia
que asombró a sus hijos.

— ¿Estas son tus palabas? —preguntó su escepticismo.

— No, así me lo dijo —sacudió su cabeza con una sonrisa, y, con sigilo, se retiró de aquella oficina.

«Ya llegué a D.C., mi amor», leyó nuevamente aquel post-it, y no supo qué era exactamente lo que le
ponía la sonrisa; quizás era el “mi amor” sin vergüenza que le había dicho a Gaby para que se lo dijera a
ella, o quizás sólo era el hecho de saber que había llegado con bien. Pero era todo. Ah, la rubia que se
había adueñado de sus sonrisas más estúpidas.
Y sus hijos la observaban leer y releer aquellas seis palabras en tinta negra sobre el amarillo, y
no sabían por qué era tan incómodo el silencio sonriente y la lentitud con la que ella, sin ver, abría la
botella de Pellegrino y vertía un poco en su vaso.

— Quindi… dove eravamo? —suspiró al cabo de unos momentos, y llevó su agua a sus labios junto con
las mentas que habían quedado en el paquete que Gaby le colocaba junto a su té.

— Stavamo parlando di mantenere l’ufficio in ordine —respondió Parsons, logrando dos miradas
anchas.

— Inglés —sonrió Emma, mitad agradecida por ella saber hablar italiano, pues eso sólo significaba
que podía lanzar algún término en italiano y sería entendida, y mitad preocupada, pues eso sólo
significaba que no podía hablar con Sophia en italiano de algo delicado y/o personal cuando ella
estuviera cerca—, que Lucas no habla italiano.

— Gracias —sonrió SCAD en clara desventaja.

— Una última cosa —se acordó a tiempo, pues en ese momento era pertinente, luego ya no lo sería—
: ustedes pueden disponer de todo el material que les sirva; muestras de textiles, pinturas, papel,
utensilios de escritura y para cortar, ediciones de cualquier revista que tengamos… pueden disponer de
todo menos de mis Copic y de mis plumas fuente —sonrió con penetrante advertencia, porque
consideraba que los marcadores eran objetos tan personales, y tan íntimos, como un tenedor, y sólo el
dueño de dichos marcadores sabía cómo los había tratado y qué trazos podía alcanzar con ellos; el trato
de varias personas podía resultar en algo parecido a cuando varias personas utilizaban el mismo auto:
catástrofe segura, y las plumas fuente, por tener cada una un distinto color, no debían ser utilizadas por
nadie más para evitar la mezcla del rojo, azul, y negro—, pueden usar los Prismacolor hasta para hacerse
tatuajes cuando estén aburridos —dijo, y los hizo reír un poco, pero ya se había establecido lo que estaba
fuera de alcance—. Ahora, ¿qué tal si les doy un tour por el estudio? —dijo, poniéndose de pie, y, sin
saber cómo, SCAD le ganó en estrechar sus piernas de dos metros—. Pueden traer sus bebidas si quieren
—se encogió entre hombros, y ambos se aferraron a sus vasos—. A Gaby ya la conocen —dijo al abrir la
puerta y ver que Gaby hablaba por el auricular, «ojalá y sea con el abogado», y pasó de largo—. Aquí es
la oficina del Licenciado Selvidge, Tim Selvidge —dijo, señalando a su lado derecho la oficina vacía,
aquella que perteneció a Sophia por corto tiempo, «tarde, como siempre»—, es el Paisajista —sacudió
su cabeza con desaprobación—. A este lado está el break room —se adentró al mencionado lugar—.
Úsenlo para todo menos para dormir, igual que mi sofá —les dijo, y abrió las puertas del Ultra, aquel
refrigerador ultra-grande—. Todos pueden meter comida aquí —señaló el lado derecho—, lo de aquí es
de consumo común —señaló el lado izquierdo—. El freezer—abrió aquella puerta—, consumo libre para
el desayuno, el almuerzo, la ocasional cena, el postre, y quizás un levantamiento hormonal —señaló el
Häagen de chocolate de entre la amplia selección—, bebidas, la Cimbali —colocó su mano suavemente
sobre aquel tesoro que hacía el Latte diario para Sophia—. La Cimbali no es una cafetera, aquí no se bebe
“agua sucia” —les advirtió, y, ante la mirada confusa de ambos, tuvo que preguntar para luego aclarar—
: ¿beben café? —ambos asintieron—. Pues aquí no hay café americano, no hay agua sucia, si ustedes
quieren un café americano cómprenlo en el camino… o pónganle más agua al espresso que les saque y
sean el hazmerreír de todos —sonrió.
— Emma —resopló Volterra con un tono de medio regaño—, no les metas miedo —rio, y colocó su
mano sobre la mortal cafetera—, que también tenemos una cafetera normal para los que bebemos
“agua sucia” —dibujó las comillas aéreas.

— Les presento al Arquitecto Volterra —sonrió, viendo a SCAD estrecharle la mano con firmeza y con
un “es un placer” de por medio—. ¿Me estabas esperando para emboscarme? —rio.

— No, eso nunca —le dijo sarcásticamente mientras estrechaba la mano de Parsons—, vine por “agua
sucia” —sonrió, tomando la cafetera mortal para llenar la taza que llevaba en su mano izquierda—. Pero
háganle caso, no le echen más agua al espresso de la Cimbali… sino tendrán problemas —dijo, con una
mirada un tanto asesina para Emma, pues no le había creído cuando le había dicho que había contratado
a los dos—. Como sea, ¿sus nombres?

— Toni Bench —dijo Parsons ante el caballeroso silencio que guardaba SCAD, porque las damas iban
siempre primero.

— Lucas Meyers —sonrió él.

— Bienvenidos —repuso con una sonrisa—, estoy ansioso por trabajar con ustedes —dijo, y se volvió
hacia Emma—. Ya firmé lo que querías que firmara.

— Gracias.

— Bueno, sigan con su tour —les dijo a los tres, pero fue él quien se retiró.

— Ése es mi jefe —dijo Emma—, por lo tanto es su jefe y el que tiene el nombre en la puerta.

— Se ve amable —comentó Parsons.

— Y lo es —asintió, «pero sé que ahorita tiene ganas de matarme»—. En los gabinetes están la vajilla,
los vasos, las tazas, las galletas… si quieren tener su propia taza, la colocan en la parte inferior del
segundo gabinete —lo señaló, porque era el gabinete que compartía con Sophia—, y, si usan la vajilla,
por favor lávenla —dijo, y empezó a caminar nuevamente por el pasillo—. Oficina de la Arquitecta Ross,
Nicole Ross, Arquitectura Comercial —señaló la oficina vacía—, ella está de baja por maternidad —dijo
como dato adicional, y, en ese momento, se acordó de que tenía que comprar algo para Michelle, la
todavía-no-nata, pues, hasta ese minuto, Nicole todavía seguía en trabajo de parto—. Y aquí —se acercó
a la oficina que estaba habitada por la única persona por la que Volterra podría haber titubeado
deshacerse de Emma en algún momento, y llamó a la puerta—. Arquitecta Belinda Hayek —sonrió, y
Belinda, como si se tratara de una copa, levantó su vaso de Starbucks—. Arquitectura Sustentable e
Histórica, y Arquitectura Residencial. Belinda, ellos son la Licenciada Bench y el Licenciado Meyers.

— Sólo Lucas —murmuró el dueño de aquel nombre.

— “Sólo Lucas” y Licenciada Bench —dijo Belinda para sí misma.


— Después puedes enfermarles la cabeza con historias de terror sobre mí —elevó su ceja derecha, y,
con un gesto, hizo que el tour continuara—. La oficina de la Arquitecta Rebecca Fox —señaló a su lado
derecho, y se abstuvo de entrar a la oficina al ver que la mencionada estaba al teléfono—. Arquitectura
Urbana y Residencial —dijo, y siguió caminando.

— Arquitecta —la llamó SCAD con ciertas reservas.

— Dime.

— ¿Cuál es su especialidad?

— Arquitectura Residencial y de la Hospitalidad —sonrió.

— ¿Y el Arquitecto Volterra? —preguntó Parsons.

— Arquitectura Residencial y Comercial, y es el encargado de las restauraciones.

— ¿Sólo ustedes dos son italianos? —preguntó la curiosidad de SCAD.

— No —sacudió la cabeza—. La Licenciada Rialto y el Ingeniero Segrate también son italianos, pero
sólo el Arquitecto Volterra, la Licenciada Rialto, la Arquitecta Hayek, y yo hablamos italiano —sonrió—,
y la Licenciada Bench —la señaló con un gesto amable.

— Toni —le dijo Parsons—. “Licenciada Bench” es muy largo, “Toni” está bien —y Emma sonrió, «Toni,
Parsons, Bench, lo que sea menos “Licenciada Bench”; gracias».

— Continuemos —suspiró, y abrió la puerta de la enorme oficina de los ingenieros—. Ingeniero Clark
Windham, Ingeniero Electricista y Estructural —señaló el escritorio vacío—. Ingeniero Robert
Pennington, Ingeniero Estructural y de la Edificación —señaló a Pennington, quien estaba demasiado
concentrado en su monitor, tan concentrado que no se había dado cuenta de que tenía visitas—. Y el
Ingeniero David Segrate, Ingeniero Estructural —resopló—: tiene obligaciones cívicas —«y por eso amo
no ser ciudadana».

“Obligaciones cívicas” significaba nada más y nada menos que “jury duty”, algo que era la máxima
expresión de lo que una relación amor-odio era.

Mientras algunas personas consideraban que era más justo ser juzgado por un jurado y no por un juez,
y que era lo más importante del sistema de justicia estadounidense, y había jurados que, al terminar su
deber cívico, salían con una abstracción más positiva del sistema de justicia que cuando habían tenido
que entrar por las puertas de la corte. Claro, mientras se restauraba la fe en el proceso y en el sistema,
estaba el odio por ser una obligación que llegaba como la suegra abrumadora e invasiva: sin avisar.

Siendo precisamente una de las razones por las cuales no optaba por la ciudadanía, porque le parecía
extremadamente tedioso ausentarse de su trabajo y de su vida para departir unos cuantos días con
personas desconocidas que podían o no tener buen juicio, entendía la importancia del «blah, blah, blah,
hablemos de Segrate mejor».

Bueno. Un jurado puede recibir hasta cincuenta dólares en paga luego de diez días de juicio, a eso se le
agrega que se les reembolsa el gasto de transporte y los costos de estacionamiento, y cubren las comidas
y el alojamiento si se tienen que quedar la noche entera. Claro, está en el empleador si le paga o no esos
días ausentes a la persona que tiene dicha obligación, no es ilegal no pagar esos días, y por eso es que la
mayoría de personas detesta tener que atender a ese tipo de eventos cívicos.

Pues Segrate había llegado al límite del tiempo que Volterra lo había necesitado como “consultor
particular” al haber entregado ya el proyecto en el que había estado trabajando con él, lo que significaba
que estaba a punto de firmar contrato de plaza fija a tiempo completo, pero, entre un contrato y otro,
había llegado su obligación cívica como por castigo financiero, y eso sólo significaba una interrupción
salarial de casi mil dólares. Eso no era vacación. Y quizás no era que le fascinaba su trabajo, pero el
apartamento en Chelsea no se pagaba solo y era lo que iba a ocasionar un sudor por estrés al estarse
atrasando quién-sabía-cuántos-días en el proyecto que lo sacaría de las deudas de tarjetas de crédito.

— Y aquí —señaló él con sus dedos índices; un dedo sobre cada contrato—. Y eso es todo —sonrió para
Emma, a quien no tenía que alcanzarle ningún bolígrafo, pues ella firmaría con su propia tinta bajo la
firma de Volterra y contrario a la firma de cada uno de sus hijos.

— Gracias por hacerlo tan rápido, John —le agradeció Emma mientras dibujaba en tinta azul, porque
jamás se debía firmar un documento legal en tinta negra.

— Para eso me pagas —rio, viendo a Emma cerrar ambos contratos para alcanzárselos a Gaby, quien
había permanecido invisible hasta ese momento, y, a cambio de los contratos y de los NDAs, le alcanzó
las dos carpetas que le había pedido—. Por favor, saluda a Sophia de mi parte —dijo, abotonando su
perfecto saco gris.

— Lo haré —sonrió—, saluda a Molly de mi parte —reciprocó el gesto por simple educación.

— Si te menciono empezará a insistir en que te contrate —sacudió su cabeza con cierto pánico.

— Yo no me quejo —frunció su ceño al no verle nada de malo.

— Ahorita eres tú o los siete meses que restan de vitaminas, y ginecólogo, y yoga —sacudió su cabeza
junto a sus manos.

— No sabía que ibas a ser papá —sonrió con sincera alegría—. Felicitaciones —«porque por lo visto
los abogados también pueden».

— Gracias —asintió con una sonrisa—, sólo no le digas nada a Molly, que se supone que es un secreto
—«tampoco es como que iba a llamarla».
— Prometo que no lo haré —repuso rápidamente.

— Bueno, creo que es mi hora para almorzar —dijo, al ver que ya era la una de la tarde y que eso sólo
significaba una hora de atraso en su hamburguesa de todos los lunes, la cual comía en compañía de su
Shannon, la mujer que estaba detrás de su éxito, o sea su secretaria y demás.

— Te acompaño a la puerta, entonces —le ofreció el paso con un gesto de mano.

— No te preocupes, yo conozco el camino —guiñó su ojo, y, ante lo que Emma no iba a insistir, le
ofreció la mano, pues nunca se habían saludado ni despedido con un diplomático beso.

Emma le estrechó la mano frente a los tres presentes, y la intensidad entre ellos era demasiado evidente,
algo que dos de ellos asumieron que había algún tipo de historia entre ellos, y Gaby que sabía que era
porque a Emma simplemente no le simpatizaba más allá que por sus habilidades para ejercer la ley que
le interesaba que ejerciera.

— Hora de almorzar —sonrió Emma para Gaby, quien rápidamente fabricaba la libreta y el bolígrafo—,
¿alguna idea?

— ¿Italiano? —propuso Gaby, sabiendo de que eso significaba que era ella quien decidiría el tipo de
comida y Emma el lugar.

— Cenaré pizza —sacudió su cabeza. Y, bueno, tal vez Emma también decidía el tipo de comida
también, pero Gaby tendría buen almuerzo y sería auspiciado por Emma.

— ¿Japonés?

— Eso cené ayer.

— ¿Qué tal algo un poco más local?

— Eamonn’s —asintió.

— Buena elección.

— Un steak sandwich con cheddar.

— Sin tomate, sin pepinillos en ninguna parte, y sin aioli, ¿verdad? —preguntó, pues, debido a la
elección de té de manzanilla, debía estar cien por ciento segura, y Emma asintió—. ¿Irish home made
Apple pie a la mode de postre?

— No, sólo el sándwich, por favor —sonrió, y se volvió hacia las dos personas que recién entraban a
la planilla del estudio—, ¿y ustedes? —preguntó, pero, al obtener balbuceos y titubeos, y tartamudeos,
aclaró—: “almuerzo” —rio—, es lo que se come a la mitad del día —ambos asintieron—. ¿Qué quieren
almorzar?

— Lo mismo que la Arquitecta —dijo SCAD, pues, en vista de no saber qué era Eamonn’s, o qué servían
en dicho lugar, le pareció que era la opción más segura y más básica para una respuesta rápida.

— ¿Sin tomate y sin pepinillos? —murmuró Gaby mientras escribía un “x2” al lado de aquella
específica orden.

— Con, por favor —sacudió suavemente su cabeza.

— ¿Y tú? —le preguntó Emma a Parsons.

— Un sándwich de pechuga de pollo a la parrilla —sonrió, obteniendo un par de cejas hacia arriba de
parte de Emma, pues le pareció curioso que supiera que eso existía en el menú a pesar de no haberlo
visto, y eso no era más que una movida relativamente astuta de Emma—, sin pepinillos, por favor.

— ¿Postre para alguno? —sonrió Emma.

— No, gracias —murmuró Parsons, «pues claro, con las cincuenta libras que pesa… dudo que coma
algo por lo que valga la pena engordar», pensaron Emma y Gaby al mismo tiempo.

— ¿Y tú? —se volvió hacia SCAD, quien tenía demasiadas ganas de pedir el pie de manzana que Gaby
había mencionado—. Gaby, creo que Lucas querrá probar el Apple pie —dijo ante la asustadiza mirada
del mencionado, además, ella sabía que dos metros debían alimentarse en una razón matemática de
bocado:centímetro

— ¿Algo más?

— Pide algo para ti, por favor —sacudió la cabeza, y Gaby, con un mudo asentimiento, se retiró para
hacer aquella llamada—. Ahora, antes de mostrarles esto —dijo, colocando las dos carpetas sobre la
mesa, las que Gaby le había entregado hacía unos momentos—, sólo quiero que sepan que no suelo
trabajar bajo incertidumbre o ignorancia… no espero que sepan todo ni que tengan todas las respuestas,
y prefiero escuchar un “no sé” a correr un riesgo innecesario, ¿de acuerdo?

— Yes, ma’am —repuso SCAD, sabiendo perfectamente de que ese comentario había sido con él,
aunque Emma lo decía por ambos; para reprender y para advertir, pero Parsons no se dio exactamente
por aludida.

— Alright, then —sonrió, deslizando las carpetas por encima de su escritorio—. Estos son los dos
proyectos por los cuales prácticamente firmaron el NDA —dijo, y se dejó caer sobre su silla de nuevo—.
Estúdienlos —suspiró, viendo cómo, rápidamente, Parsons tomaba la primera carpeta para que SCAD se
tuviera que conformar con la segunda—, y, si tienen preguntas… por favor pregunten —dijo, volviéndose
a su monitor para hacer lo que nadie esperaba.
— Oh… my… God… —resopló SCAD—, ustedes están a cargo de la Old Post Office.

— Nah, that can’t be —rio Parsons con cierto aire despectivo, tanto para el estudio como para SCAD,
algo a lo que la ceja derecha de Emma reaccionó con profunda ofensa, «ese “nah”, so dismissive».

— ¿Por qué no puede ser? —preguntó esa ceja tan hacia arriba de Emma.

— Trump trabaja con HBA —se encogió entre hombros sin ver cómo Emma quería colocarle las manos
al cuello.

— ¿Y qué te hace pensar que no puede trabajar con nosotros?

— No le veo sentido a trabajar con dos grupos de diseñadores de interiores— le explicó, levantando
la mirada.

— HBA está trabajando con nosotros, pero ellos son consultores externos —sonrió—; nosotros
planteamos el concepto general, el concepto bruto, luego lo compartimos con HBA, y nosotros nos
encargamos de las habitaciones y de las áreas de comida y bebida, ellos se encargan del resto.

— Creí que Trump tenía convenio con HBA —frunció Parsons su ceño.

— Y lo tienen —asintió—, nosotros nos encargamos de sus proyectos a un nivel de Tri State Area —
sonrió—; Nueva York, Nueva Jersey, y Connecticut, pero eso no nos limita a expandirnos a toda la costa
este… en especial cuando HBA no tiene oficinas de este lado.

— Entonces sí son ustedes los que están ambientando la Old Post Office —exhaló Parsons.

— Sólo las áreas que mencioné —asintió Emma—, y no es tanto “nosotros” sino la Licenciada Rialto
—dijo, señalando aquel escritorio vacío, y esperó que, así como ella, estuviera a punto de almorzar, o
por lo menos que estuviera a punto de comerse algo tan sustancial como una galleta o un trozo de goma
de mascar—. Como sea, esas carpetas no van a salir de esta oficina… así que véanlas, estúdienlas,
memorícenselas, y hagan lo que sea que se necesite para no tener más atrasos de los que son inevitables.

Ella se devolvió hacia el monitor con el vaso de Pellegrino en su mano derecha, y, a sorbos, jugó con los
clics y con las teclas hasta poder escribir, con la mano izquierda, un «espero que ya hayas comido, o que
estés comiendo, o que estés por comer»que le tomó cuarenta segundos exactos, y, sin esperar respuesta,
porque se imaginaba que su rubia favorita estaba ocupada, digitó un “thick pizza crust recipe” en Google.

Buscó entre las mil y una recetas que eran tan pertinentes como impertinentes, y sacó la famosa receta
de salsa de tomate de la única mujer a la que le tenía pánico: su mamá.

«Levadura, porque no sé si tenemos levadura en casa. Seguramente tenemos, pero no sé en dónde. Leche
en polvo, porque tampoco sé si tenemos de eso. Tenemos agua, azúcar, sal, aceite de oliva por supuesto,
pero, ¿extra virgen o no? De igual forma tenemos de las dos. Y mantequilla también tenemos. Queso
mozzarella: bastante. Y la salsa son… tres ajos que no sé si tenemos, una cebolla que no sé si tenemos y
que, mierda, me va a tocar a mí cortarla y picarla. Media taza de caldo de pollo, crushed can tomatoes,
una cucharada de pasta de tomate, y diez hojas de albahaca. Orégano sí tenemos. Cómo no. Y
champiñones, pimiento verde, y cebolla morada», y escribió lo que no tenía y lo que no sabía si tenía en
un mensaje para Gaby, porque no tenía ganas de hacer escala en ningún lugar, pues eso sólo significaba
que la levadura tendría menos tiempo para hacer su reacción.

De repente, justo en cuanto abría lo que había logrado avanzar durante el fin de semana, le llegó la
inesperada respuesta de la rubia de nombre y apellido perfecto. “Te pediría uno sin berenjena ;)”, y era
una fotografía que cabía bajo la categoría de “food porn” que no era sugestiva en ningún sentido; tres
pinchos de verduras a la parrilla, que, en lugar de palillos, habían utilizado tallos de romero para empalar
un tomate, una lasca de zucchini enrollada y una lasca de berenjena enrollada, y una pechuga de pollo
al limón y a la mantequilla a la plancha. Y, “bon appétit” con alivio, porque la rubia se alimentaba por
obra y gracia de que los jefes tenían que comer a una hora que todavía podía considerarse almuerzo.

La noticia, porque eso lo consideraba, la relajó de la misma forma que el último beso; era algo
temporal, era como el efecto adormecedor del alcohol, como una Advil. Y, entre el steak sandwich que
sabía exactamente al recuerdo de la primera mañana que Sophia había amanecido en su cama con
actitud postcoital y con ganas de más, que quizás había sido por eso que la idea del steak sandwich le
había parecido tan lógica; al menos algo con sabor a Sophia tendría, y el ataque de inspiración que había
tenido, cometió el delito de trabajar y comer al mismo tiempo, porque odiaba ensuciar el teclado a pesar
de que la tecla del espacio, la “O”, la “N”, el “alt”, y la manzana, eran las que más sufrían sin importar la
calidad de la limpieza o de la falta de, y, en esa ocasión de que la ciabatta tenía harina espolvoreada,
sabía que no importaba cuánto se limpiara y se sacudiera las manos y los dedos, algo quedaría en las
teclas y entre ellas, pero no podía costearse un malgasto de inspiración.

Entre pausas cortas que tenía que tomarse para dejar que el programa hiciera sus maravillas
(que guardara todo), porque no iba a dejar que se perdiera algo tan orgánico, se dispuso a observar a
ambos prospectos desde un punto de vista muy suyo, muy personal, no como Arquitecta Pavlovic sino
como Emma, como la persona que no gozaba de los prejuicios ni de los juicios apresurados a pesar de
no estar exenta de su uso o de su abuso. Quizás era porque creía que las primeras impresiones eran
precisamente eso: génesis de juicios apresurados, pues los prejuicios habían nacido en las respectivas
hojas de vida. Pero tampoco descartaba la esencia y la función de ellos; daban una idea, errónea o no,
sobre alguien. Por algo existían los estereotipos; algo verdadero debían tener.

Lucas era como una versión actualizada de Phillip: alto, con la masa muscular justa para no ser
un enclenque y para tampoco ser un modelo de portada de Men’s Fitness, sureño y con acento
relativamente estandarizado pero con expresiones muy propias de la región, como si pudiera
decir “alright, alright, alright” como Matthew McConaughey, no como Phillip. Él era más auténtico, y
tenía ese “yes, ma’am” y ese “no, ma’am”, lo que significaba que probablemente decía “y’all”, “my
momma”, “dayum”, “bless his/her heart”, y la más temida: “sugar” como en “come here and give me
some sugar”. Algo que Phillip jamás diría. Y era quizás por eso que a Emma le parecía que era «sweet»,
además de que tenía un aire muy ligero en él como si su mantra se resumiera en caballerosidad, lo
contrario a problemático, y la terrible costumbre de escuchar la palabra “no”, que era por eso que se
asustaba cuando escuchaba un “sí”. Claramente tenía su ego, algo que todavía no se podía ver si era con
mayúscula o con minúscula, y definitivamente tenía una gran seguridad en sí mismo al vestir lo que
vestía, cosa que sólo delataba la calidad de su self-marketing con pinceladas Hipster, lo cual estaba bien
al ser joven; sólo evidenciaba que se mantenía al tanto. Preguntaba para saber, para alimentar su
curiosidad, para entender, para tener una idea, y para aprender. Preguntaba sobre materiales, sobre
estética, y sobre tecnicismos. Preguntaba sobre la relación de peso posible y peso ideal, pues sabía que,
cuando de transporte marítimo se trataba, el peso era un factor muy importante, y preguntaba sobre el
presupuesto, sobre el proceso de diseño, sobre el trato con el cliente, sobre el cliente en sí en vista de
que no tenía idea del mundo de los cruceros. Tenía una curiosidad que era importante, que era vital para
el crecimiento y la maduración de la pericia, y, junto a eso, debían ser sumados su talento para la
ilustración y sus habilidades interpersonales. Faltaba evaluar la calidad del supuesto “buen gusto” y la
habilidad para la planificación espacial; dos cosas que Emma consideraba que eran esenciales para el
sano ejercicio de la profesión, pues eran las únicas dos cosas que no podían enseñarse, era para lo que
debía tenerse vocación. El resto de cosas se podían enseñar: la ilustración, las mil y una formas de
mimarle el trasero al cliente para hacerlo sentir único y especial, las mil y una formas de sigilosa
persuasión porque el cliente no siempre tenía la razón, los parámetros de un estilo en especial, la
organización, y el proceso de diseño.

Por otro lado, Parsons no era necesariamente lo contrario a Lucas, no eran antónimos, pero
estaban a pocas características de serlo.

Graduada de escuela privada, y que Parsons costaba cuarenta mil dólares al año; era una inversión de
casi doscientos cincuenta mil dólares en ser vocera de Pediasure y de una vitalicia campaña contra la
desnutrición, pero que caminaba en Christian Louboutin y que cubría sus flacas y frágiles piernas en un
Balmain de casi mil dólares.

Dejando a un lado su precaria condición física, de alguna manera le acordaba a sí misma, sólo que ella
nunca tuvo ni vestiría un jeans como el que ella vestía sin importarle que fuera Balmain o Levi’s; prefería
un jeans de una talla equivocada sobre un jeans roto.

A ella se le notaba el ego, un Ego con mayúscula, quizás correctamente fundamentado o quizás no, pero
aparentaba saber todo sobre todo, o al menos eso creía Emma al no escuchar ni una tan sola pregunta
de ella. Aunque también tuvo que considerar la opción de no querer quedar como una ignorante.

Había comido su almuerzo en silencio y sin tocar la carpeta del proyecto de Oceania, porque SCAD había
tenido la suerte de tomar el de la Old Post Office, y ella no quería ensuciar los renderings así fueran sólo
fotocopias. Y había comido despacio, como si hubiera estado luchando con su sándwich de pollo y con
las papas fritas, pero luego se había ensimismado en lo que parecía ser un análisis a fondo de lo que
Emma le había explicado que era la mitad que ni siquiera era la oficial porque Sophia estaba intentando
hacer que los clientes cambiaran de parecer: las mil y una formas de persuasión.

Supuso que la diferencia en personalidades, en carácter, y en habilidades, haría de la experiencia para


ellos, y para ella misma, algo más interesante a pesar de no necesariamente ser más enriquecedora,
pues, de haber sido por ella, no dejaría a nadie encargado del departamento que tanto atesoraba porque
era lo que tenía en común con Sophia y era lo que había funcionado entre ellas antes que todo lo demás.

— Pronto —contestó Emma el teléfono de su oficina, sintiendo cómo ambas miradas se clavaban en ella
por reflejo a pesar de no querer curiosear. O quizás sí.

— ¿Se te arruinó tu teléfono? —gruñó Natasha—. Porque es la única excusa que acepto.

— ¿De qué hablas? —frunció su ceño, tomando su iPhone del escritorio para ver la pantalla.

— Te he llamado nueve veces.

— Trece —la corrigió al hacer la suma entre teléfono y FaceTime, y decidió no sumar las dobles cifras
que estaban en su Whatsapp y en sus mensajes—. Lo tenía en silencio, ¿qué pasó?

— ¿Sabes por qué quería almorzar mi papá conmigo? —ladró agitadamente para luego
gritar “Taxi!” con la mano arriba.

— ¿Porque eres su única hija y quería verte? —se encogió entre hombros.

— ¡Para ofrecerme trabajo! —refunfuñó, y pareció que pataleaba a media calle por revivir el
momento en su cabeza y porque ningún taxi se detenía frente a ella—. ¡Era un almuerzo de negocios!

— Hey, hey, slow down… and breathe for heaven’s sake —murmuró con su ceño fruncido, y escuchó
cómo Natasha se tomaba un segundo para respirar profundamente—. What happened?

— La mujer de recursos humanos quiere despedir al Gerente de Risk Management and Workplace
Safety —suspiró, volviendo a levantar su mano en lo alto para, con un grito de “Taxi!”, fallar de nuevo—
. Why the fuck is it so hard to get a cab in this city?! —rezongó, o quizás sólo le preguntaba a Emma un
indirecto y disimulado “¿cómo consigues un taxi?”.

— ¿Para qué quieres un taxi? —preguntó un tanto extrañada.

— Necesito terapia —dijo, sonriendo ante el taxi que se detenía frente a ella.

— ¿Y en dónde está Hugh?

— Comprándole las mierdas a Phillip —espetó, y estuvo a punto de estallar en furia porque un
irrespetuoso cristiano, que definitivamente no era buen cristiano, le había robado el taxi justo frente a
sus narices—. Odio. Al. Mundo —gruñó.

— Respira de nuevo, por favor —intentó calmarla sin la carcajada que la estaba atacando por dentro—
. ¿En dónde estás?
— Jean Georges.

— It’s a fifteen-minute walk to Bergdorf’s… —sonrió—. Walk it off.

— In Louboutin —resopló—. You’re nuts.

— It wasn’t a request —repuso tajantemente—. And the sooner you start to walk, the sooner you’ll
get there.

— Fine —respondió tal y como le había respondido a su mamá en numerosas ocasiones cuando era
pequeña.

— Ahora, ¿qué pasó con el almuerzo?

— Que mi papá me dijo que la mujer de recursos humanos quiere despedir al Gerente de Risk
Management and Workplace Safety —repitió.

— ¿Y… y eso qué tiene que ver contigo?

— ¡¿Verdad?! —elevó sus manos en lo alto, haciendo que una que otra persona le clavara la mirada
por la calidad de su efervescencia.

— Dijiste que te ofreció trabajo —rio nasalmente—, ¿te ofreció el trabajo del hombre al que quieren
despedir?

— You don’t miss much, do you?

— Estás insoportable —sacudió su cabeza.

— Se me juntó el PMS con esto —se excusó.

— Lo que no entiendo es por qué te enoja que te lo haya ofrecido —frunció su ceño.

— Él piensa que tengo demasiado tiempo entre las manos —«¿desde cuándo es eso malo?»—, que
por tener tanto tiempo sin hacer nada es que me he obsesionado con mi suegra.

— Eso no suena a tu papá —resolvió decir, pues supuso que no era momento para decirle que Romeo
tenía “quizás” un poco de razón.

— Ah, pero lo dijo —agradeció la falsa empatía que se escondía tras el comentario—. El problema no
es que tengo demasiado tiempo entre las manos, el problema es mi suegra.

— Cierto, es una persona difícil —dijo, escogiendo decir la verdad como por media evasiva.
— Él no le resta la dificultad que presenta el carácter de mi suegra, es sólo que piensa que convivo
demasiado tiempo con ella porque no tengo nada que hacer —«”nada que hacer”… auch, that’s
harsh»—. ¡Y me lo dice cuando la mujer ya se va a ir!

— Entonces, ¿qué es lo que te molesta? —frunció su ceño—. ¿Lo que te dijo, cómo te lo dijo, o que
no te lo dijo antes?

— No soy un proyecto de caridad.

— Clearly —repuso su inconsciente con cierto cinismo de por medio—. No creo que esa sea la forma
en la que debas tomarlo.

— ¿Y cómo lo voy a tomar?

— Como que cree que puedes hacer el trabajo —se encogió entre hombros, viendo de reojo que
ambos prospectos habían decidido regresar a las carpetas.

— ¿Sí sabes que su nombre está en la puerta, verdad?

— Sí, y también sé que el nepotismo no es algo que tu papá ejerce —dijo el inmenso respeto que le
tenía a esa inmaculada figura paterna.

— Bueno… —repuso en su pequeñita voz—, no me ofreció la plaza directamente… me dijo que le


enviara mis documentos al Gerente de Recruitment & Selection, and Employee Relations.

— ¿Y le vas a enviar los documentos al fulano ese? —preguntó, ahorrándose el nombre de su


departamento.

— ¿Tú qué crees?

— ¿Que no?

— Si no los envío tendré que escucharlo de nuevo.

— Supongo que la pregunta real es si quieres trabajar allí, no si tu papá va a estar complacido —le
dijo, porque sabía que Romeo no era del tipo de persona que buscara ser complacido de esa forma,
mucho menos cuando se trataba de su hija—. Además, tú no eres una people-pleaser.

— Las hormonas me van a terminar matando un día de estos —rio relajadamente.

— Dímelo a mí.

— ¿Cómo va tu día sin Sophia? —le preguntó con buenas intenciones.


— Exasperante —suspiró—, pero encontré la forma de distraerme.

— Ah, con tu cagadita de Parsons, ¿verdad? —rio.

— Y uno más —asintió, aunque tuvo que detenerse a considerar si realmente Parsons era una versión
más joven de ella, y estalló en una carcajada interna, «NO».

— Ah, ¿tu cagadita tiene competencia? —Emma sólo rio en omisión de una respuesta verdadera—.
¿Y los contrataste a los dos o sólo es que lo estás considerando?

— Sí —respondió, sabiendo muy bien que no era una respuesta de “sí” o “no”.

— Los tienes a los dos en tu oficina —elevó ambas cejas.

— En la cara —asintió.

— ¡Estás ocupada! —exclamó, dándose cuenta de que Emma estaba trabajando y que era quizás por
eso que no le había contestado a sus absurdos llamados de emergencia.

— No exactamente —frunció su ceño, escuchando cómo a Natasha le vibraba el teléfono en la oreja.

— Espera un segundo —dijo para poder ver quién se atrevía a interrumpir aquella conversación tan
profunda, y no era nadie molesto sino Phillip con un “Tengo tres llamadas perdidas. Estaba en una
reunión. Te he llamado tres veces y no contestas. ¿Estás bien?”—. Es Phillip —rio.

— That’s my cue! —repuso Emma con una risa nasal.

— Sí, pero, antes de que me cuelgues, ¿a qué hora sales de la oficina?

— No antes de las cinco, ¿por qué? —frunció su ceño ante la pregunta que tenía demasiado tiempo
de no escucharle.

— ¿Y Sophia a qué hora regresa?

— No tengo idea, ¿por qué? —hizo énfasis en su interrogante.

— Curiosidad —rio como niña adolescente.

— Sólo alértame si lo haces —sacudió Emma su cabeza, sabiendo perfectamente bien por dónde iba
con esas preguntas.

— Ni en tu cama, ni en el piano, ¿cierto? —«Mjm»—. Bueno, ha sido un gusto haberte interrumpido


—rio—. Dejaré trabajar a los que trabajan —dijo como si estuviera burlándose, en parte, de sí misma
por no tener un trabajo, motivo primordial de la llamada.
— Sólo avísame, ¿de acuerdo?

— Will do —y colgó sin despedirse, pues las probabilidades de que la vería luego sólo crecían con los
segundos, y llamó al hombre que tomaba más de una llamada perdida como una situación muy grave
porque su costumbre era devolver todas sus llamadas.

Pero sólo sonaba, y sonaba, y sonaba, y él no contestaba. Lo cual simplemente significaba que había
regresado a una reunión o que simplemente no podía contestar por A o por B motivo, porque hasta
cuando estaba en el baño contestaba. Al menos a ella le contestaba.

Arrojó el teléfono en la profundidad de su bolso y continuó caminando con la cabeza agachada


pero no por estar derrotada, o avergonzada por la ridiculez de su molestia con Romeo, aunque debía
aceptar que lo había sacado de proporción, y quizás sólo había necesitado que le dijeran que no era
caridad paternal, que no era caridad en lo absoluto; veía hacia abajo porque quería asegurarse de que
sus Kashou Louboutin no pisaran ninguna desgracia, o que se rozaran con otra, peor si se trataba de sus
dedos.

La pregunta central era prácticamente la que Emma le había planteado: ¿quería ella trabajar allí?
Definitivamente la idea de estar al frente de la Gerencia de Risk Management and Workplace Safety no
sonaba nada mal, en especial porque era lo que sabía hacer, que sabía más de eso que de cualquier tipo
de comunicación organizacional, y de contrataciones, y de políticas corporativas. Claro, esa Gerencia no
estaba precisamente en lo que se entendía por Recursos Humanos sino en Políticas Corporativas y
Operaciones Administrativas, pero caía bajo el imperial régimen del Gerente Ejecutivo de Recursos
Humanos. Si se hablaba de la pirámide jerárquica del Departamento de Recursos Humanos, ella estaría
en el tercer escaño de cinco. Si se hablaba de la pirámide jerárquica de la firma en general, ella estaría
en… ni siquiera quería pensarlo. Era estar realmente abajo, cosa que no le molestaba porque su ego
laboral no era excepcionalmente grande.

El “pero” que le encontraba a la situación, que quizás era el más grande, era que se trataba de una firma
que se encargaba de darles trabajo a mil doscientas personas, y que se trataba de una rigurosa práctica
de leyes, y ella de leyes sabía lo poco que alguna vez había aprendido de Romeo mismo pero que se
limitaba a “Corporate Law” y a una que otra cosa de “Immigration Law” desde que conocía a Emma. De
lo demás no sabía nada, y por lógica una firma de leyes funcionaba distinto a un canal de televisión, o a
un programa de televisión, o a una compañía de Relaciones Públicas.

Aunque, en realidad, la pregunta real era si quería trabajar o no en lo absoluto.

El solo pensamiento la hizo sacudirse en un escalofrío, pues le daba vergüenza considerar que
el “no” tenía peso significativo, y tampoco encontraba mucho confort en el hecho de que no era
un “couch potato” por el simple hecho de que iba al gimnasio. Pero, por alguna razón, encontraba cierta
satisfacción en lo que Emma le había enseñado como “dolce far niente”. Ah, el arte y el placer de hacer
nada. Tenía tiempo para almuerzos con su papá, para salir a media mañana con su mamá, para ir al
gimnasio y no dejar que la monumental hartada del food truck tuviera la intención de manifestarse
alrededor de su cintura o de sus caderas, y para leer cuanto Tolstoy y cuanto Kafka se le diera la gana.
Hasta le gustaba que tenía tiempo para soportar a su suegra, cosa que parecía contradecir su aversión
hacia ella. Y le gustaba que, en el verano, tendría tiempo para atacar el Yankee Stadium, y en el otoño
Flushing Meadows, quizás y en invierno el MetLife Stadium también (única razón por la que iría a New
Jersey).

— Jesus Christ! —se asustó ante el repentino bloqueo humano contra el que había chocado por ir
ensimismada viendo hacia abajo, pero, antes de ver a su agresor, o a su víctima, a los ojos, frunció su
ceño ante los zapatos—. To say that you scared the shit out of me would be the understatement of the
year —le dijo al par de Ralph Lauren negros que se plantaban justamente frente a sus Louboutin pero
sin rozarlos.

— Lo siento —sonrió, encontrándose con la mirada de ojos cafés—. Acabo de comprobar la precisión
de este app —rio, mostrándole el mapa que estaba en su teléfono y que, en una burbuja, mostraba la
fotografía asignada para ella—. Extraordinario.

— Eso explica el cómo me encontraste —asintió un tanto divertida por las habilidades de stalker que
tenía su esposo—, pero no explica el por qué me buscaste.

— Me dejaste tres llamadas perdidas; algo tenía que estar triplemente mal —dijo como si eso no fuera
evidente—. Y no contestaste mi mensaje…

— Te llamé, pero tú no contestaste —frunció su ceño, y Phillip, con una sonrisa, llevó su pulgar a su
frente para relajar su ceño.

— Venía por la esquina —se encogió entre hombros—. Supuse que no había necesidad de contestar
—dijo, haciéndola sonreír—. ¿Estás bien? —ladeó su cabeza hacia un lado, y Natasha decidió asentir en
silencio en vista de la vergüenza que le daba explicar el porqué de las tres llamadas perdidas—. ¿Por qué
llamaste tres veces?

— No fue nada —se sonrojó.

— Debe haber sido algo —«algo muy grave»—. Sabes que puedes decirme.

— Emma no contestaba —susurró inaudiblemente.

— Habla más fuerte que no te escuché —sonrió, tomándola de las manos.

— Necesitaba hablar con alguien y Emma no contestaba —se sonrojó todavía más.

— ¿Cómo se atreve a no contestarte? —dijo un tanto enternecido—. Emma mala —rio, y llevó sus
manos a sus labios para besarla—. Entonces, ¿estás bien?

— Sí, es sólo que tuve una reacción desproporcionada… pero ya racionalicé un poco —asintió.
— Qué bueno —optó por no preguntar, pues sabía que en algún momento le diría algo al respecto, o
quizás no.

— ¿Qué haces aquí?

— Ya te lo dije —rio, escogiendo su mano derecha para tomarla con su mano izquierda y empezar a
caminar en la dirección en la que ella caminaba antes de haber sido interceptada.

— Sí, sí, pero, ¿qué haces en Midtown? —frunció su ceño—. ¿Qué haces en Midtown con frontera a
Central Park?

— Estaba en un almuerzo con unos clientes —sonrió—; en Kingside.

— ¿Qué comiste?

— Entraña a la parrilla —respondió rápidamente—, sabes que es lo único que puedo comer allí.

— Kingside no suena al restaurante al que llevar a comer a un cliente —comentó al azar.

— ¿Qué te puedo decir? —se encogió entre hombros, y llevó su mano libre a arreglar el nudo de su
corbata azul grisáceo dentro de su traje gris oscuro—. Al cliente le fascina la bolognese con conejo.

— Jesus… —suspiró ante la confusa elección—. Yo no he vuelto a ir desde que mi mamá les dio una
mala review —rio, que había sido por los cavatelli bolognese con conejo que se la habían ganado.

— No te pierdes de nada —sonrió—. ¿Qué comiste tú?

— Beef tenderloin con una crepe de gruyere y espinaca.

— ¿Y de postre?

— Torta de chocolate con helado de vainilla —sonrió ampliamente.

— ¿Rico? —preguntó, pero, antes de que Natasha pudiera responderle, dijo—: Es Jean Georges, claro
que estaba rico —y ella asintió—. ¿Hacia dónde caminamos?

— No lo sé —rio—, ¿hacia dónde caminas tú?

— Hacia donde camines tú —se encogió entre hombros, y soltó una carcajada mientras desabotonaba
su saco y pasaba su brazo por los hombros de Natasha.

— ¿A qué hora tienes que estar de regreso en la oficina? —lo vio un tanto hacia arriba por la minúscula
diferencia de estaturas.
— ¿A qué hora quieres que regrese a la oficina? —sonrió con tanta perfección que Natasha casi da un
paso en falso por la debilidad de sus piernas—. Sabes, creo que mi mamá salió a almorzar.

— Qué comentario tan… “sugestivo” —rio, «porque a eso es a lo que hemos llegado: a que la ausencia
de su mamá sea una provocación sexual».

— Would you rather have me saying that I want to fuck you? —ladeó su cabeza hacia la derecha, y
Natasha ensanchó la mirada mientras se coloreaba de rojo e intentaba no ahogarse con su propia saliva
y el oxígeno en sus pulmones—. No suena muy bonito, ¿verdad?

— No sé si “bonito” sea el término correcto —balbuceó.

— Te estás desviando de lo importante —rio—. ¿Quieres que me tome la tarde libre o no?

— ¿Exclusivamente porque tu mamá no está?

— Sólo estoy preguntando si quieres que me tome la tarde libre —se encogió entre hombros.

— Si te digo que sí, ¿qué haríamos? —elevó ambas cejas—. ¿Lo insinuado?

— Podríamos hacer eso, sí —asintió—, o podríamos jugar un poco de Dance Central… quizás te gano
en “Funky Town” o quizás me ganas en “Commander”.

— Tú, bailando “Commander”… —suspiró.

— Paso por homosexualísimo, ¿no crees? —se carcajeó.

— Al punto que me asusta —asintió—. Con esa y con “On The Floor”.

— ¿Qué te puedo decir? “Jenny from the Block” me saca eso que asusta a cualquiera… además, yo no
me quejo cuando sacas a tu Ciara interna.

— Está bien, está bien —rio un tanto avergonzada, porque con su “Ciara interna” era que lograba un
noventa y uno por ciento en “Get Low” en el nivel más difícil—. ¿Cuánto tiempo tenemos de no jugar
eso?

— No sé —le dijo, dándole un beso en su sien—, y eso te debe dar una idea de cuánto tiempo tenemos
de no jugarlo.

— ¿Cuánto tiempo tenemos de que la ausencia de tu mamá sea algo sugestivo?

— Lo suficiente —rio un tanto avergonzado.

— “Y eso te debe dar una idea de cuánto tiempo tenemos de no jugarlo” —lo remedó.
— Buen punto —asintió—. Pero mírale el lado bueno…

— ¿Hay un lado bueno? —dejó caer un poco su quijada en asombro.

— Se va hoy… o, si no se va hoy, se va el miércoles.

— Sí… —«porque si he esperado una eternidad para que eso suceda, “¿cómo no puedo esperar dos
días más?”. Eso es pedirme simplemente demasiado».

— Entonces, ¿debo decirle a mi secretaria que no regresaré a la oficina? —interrumpió su refunfuño


mental.

— La ausencia de tu mamá, por muy sugerente que sea… supongo que también puede esperar hasta
la noche… —sonrió—. Pues, porque soy optimista y creo que hoy en la noche se va —se encogió entre
hombros, pero su optimismo no era más que una de las mentiras más grandes.

— Entonces cancelaré mi tarde en la oficina.

— ¿Por qué?

— Porque quiero asegurarme personalmente que se suba al avión —sonrió para el gusto de su esposa,
porque él entendía lo abrumadora que podía ser su mamá; hasta él la encontraba un tanto-demasiado
insoportable todo el tiempo, o quizás sólo era que no estaba acostumbrado a convivir con ella—, y
porque me dieron ganas de pasar la tarde contigo… a menos de que me quieras en la oficina porque
tienes algo mejor que hacer —elevó ambas cejas.

— No, no tengo nada que hacer —sacudió su cabeza, no pudiendo evitar que su subconsciente le
gritara la tergiversación de las palabras de su papá.

— Perfecto —sonrió, materializando su teléfono para cancelar su tarde—. Ahora, cuéntame algo.

Realmente no había mucho para contar, quizás no había nada para contar ni para decir porque, tal y
como su subconsciente se lo había acordado hacía pocos segundos, ella no tenía nada que hacer; ni
“que”, ni “para”, ni “por” hacer. «Quite sad, actually». Ella dormía, comía, bebía, lidiaba con sus
necesidades fisiológicas, pasaba tres horas en el gimnasio entre ese tipo de Zumba que el instructor, el
puertorriqueño, llamaba “Tumbao” porque podía ser más bien una clase de baile urbano latino que iba
por la línea del “fitness”, clase que tomaba porque a esa hora sólo la tomaban hombres y su autoestima
se elevaba hasta el cielo porque, en comparación a los hombres, sus caderas se movían como nadie y
como nunca, y luego el “Brazilian Buttlift Workout”, y los cuarenta y cinco minutos con Zack, el máster
del spinning y sus playlists al día y con el castigo de “Work B*tch” o “Awake and Alive” cuando más de
tres personas bajaban el ritmo. Casi la vida de neonato.

Pero, dejando eso a un lado, decidió contarle lo que la había hecho reaccionar de tal desproporcionada
manera; el verdadero porqué de las tres llamadas perdidas.
Phillip escuchó en silencio el planteamiento de la situación, y, en el mismo silencio, escuchó el
filosófico y razonable monólogo que lograba pasar por análisis.

Pensaba como Emma, que Romeo había tenido las mejores intenciones, en especial cuando no le había
ofrecido la plaza sino que simplemente le había informado de que la plaza se abriría en algún momento,
y le hizo saber su posición con honestidad porque de nada le servía ser condescendiente o estar de
acuerdo ciegamente con ella en ese tipo de situaciones; le servía más un punto de vista quizás no más
imparcial, pero sí más objetivo, pero eso no significaba que la dejara de defender por principio
matrimonial o por principio de caballerosidad.

Al final, su conclusión fue más bien un consejo de tipo “nadie te puede obligar a hacer algo que no
quieres hacer”, y eso significaba que, de decidirse por A o por B, habría consecuencias. Las consecuencias
serían distintas, pero tenía que escoger con qué consecuencias prefería vivir. Además, si decidía hacer
caso omiso a la oferta de Romeo, no podía aferrarse al pensamiento destructivo de que no hacía nada.
Si era por dinero, pues para eso se había esforzado él en llegar al punto en el que estaba, un punto que
le pagaba ocho cifras al año como base, más las bonificaciones, y que le daba el título de “Senior Partner”.
Y, si quería regresar a trabajar, no tenía que ser obligatoriamente a lo que Romeo ofrecía; el mercado
laboral era lo suficientemente grande, y él también conocía a gente que conocía a gente. Pero la decisión
sólo era suya, y lo que fuera que decidiera, él lo aceptaría y lo apoyaría por el simple hecho de que a él
no le molestaba la versión de Natasha trabajando y definitivamente tampoco le molestaba la versión de
Natasha no trabajando. Punto final.

— ¿Algo de beber? —le preguntó Phillip mientras estaban a pocos pisos de llegar a su hogar, dulce
hogar—. ¿Un Martini, quizás?

— Es demasiado temprano para un Martini —sacudió su cabeza—, un vaso con agua estaría bien.

— ¿Con gas o sin gas? —murmuró asombrado, pues nunca era demasiado tarde o demasiado
temprano para un Martini.

— Sin gas, con hielo —sonrió.

— ¿Y qué quieres hacer? —«porque no es normal eso que pides».

— Quiero ir al baño, y quiero estar descalza.

— Suena a que es un buen lugar para comenzar —se encogió entre hombros.

— Lo es —asintió—. ¿Sigue en pie lo de Dance Central?

— Claro que sí —rio nasalmente, y, por fin, se abrieron las puertas del ascensor—. Yo voy por las
bebidas, tú haces lo tuyo, y te espero con todo listo —sonrió, aflojando su corbata mientras se desviaba
hacia la cocina.
Natasha sólo sonrió en agradecimiento, tanto por el gesto de las bebidas como por el hecho de tener
porcelana cerca en la que pudiera sacar los líquidos residuales de las copas de vino del almuerzo y del
litro de agua previo al almuerzo.

Phillip sacó un vaso alto, le dejó ir aquel mediano cilindro de hielo que había sacado del molde
de silicón, y vertió agua de la jarra que se mantenía dentro del refrigerador. Para él nada de beber.

Notó la ausencia de Agnieszka, por lo que supuso que estaría en el supermercado o doblando ropa en el
cuarto de lavandería, o quizás sólo estaría limpiando por ahí. Y pasó por la vacía e iluminada sala de estar
sin poder sentir el rastro del perfume de su mamá, algo que era demasiado bueno porque le sabía a una
pequeña victoria de tiempo a solas con Natasha, y pasó por el área del comedor y por su cuarto de
gimnasio, y, cuando estuvo frente a la habitación que en algún momento Natasha quiso que se
mantuviera bajo llave, escuchó cómo, al otro lado del pasillo, parecía que estaban por desarmar el
antiquísimo escritorio que Margaret le había regalado a Natasha para su cumpleaños hacía no se
acordaba cuántos años, y abrió la puerta de golpe con la intención de asustar a Natasha, pues ante su
conclusión de que no podía ser Agnieszka y que su mamá estaba fuera, sólo podía ser ella.

— ¡Phillip Charles! —brincó su mamá, una reacción demasiado memorable y graciosa—. ¿Intentas
darme un ataque al corazón? —dijo temblorosamente con sus manos al pecho.

— Mother —resopló, pero, en cuestión de un segundo, desapareció su sonrisa y su ceño se frunció—


. ¿No se supone que tenías un almuerzo?

— Tuve que cancelar, los abogados me están bombardeando el teléfono cada diez minutos con
noticias, y preguntas, y qué sé yo qué más —alzó sus manos al aire.

— ¿Buscas algo en especial? —preguntó como si no hubiera escuchado nada de lo anterior, pues ese
ágil y riguroso registro lo había logrado confundir desde el principio.

— Mi pasaporte —asintió—, no me acuerdo en dónde lo guardé —dijo, regresando a su desesperado


registro en las gavetas.

— Lo debes haber guardado demasiado bien —se burló—. Pero, por favor, no me arruines el
escritorio… con más cariño.

— Sí sabes que tengo un vuelo programado para las cinco y veinticinco, ¿verdad? —le clavó una
regañona mirada.

— No lo sabía —dijo, porque no sabía la hora, colocando el vaso sobre uno de los estantes de las
libreras—, pero tenemos que encontrar ese pasaporte —sonrió, y caminó hacia el escritorio para
ayudarle, porque dos podían cubrir más terreno más rápido.

— Yo busco aquí, tú busca ahí —le señaló la serie de compuertas que formaban la base de las libreras.
— Yes, ma’am —murmuró, condenando su tono mandón y volviéndose hacia las primeras
compuertas—. ¿Qué te hace pensar que aquí está tu pasaporte?

— Porque suelo guardar mi pasaporte en la biblioteca —dijo, como si eso no fuera evidente—, pues,
en mi casa.

— ¿Qué buscas? —se asomó Natasha a aquella habitación, que, por lo entreabierto de la puerta, sólo
había visto a Phillip.

— Ayudo a mamá a buscar su pasaporte —repuso, haciendo que, hasta en ese momento, se diera
cuenta de que Katherine estaba presente.

— ¿Necesitan ayuda? —«Dios mío, es más desesperante que tener ganas de ir al baño».

— Toda la que se pueda —asintió Phillip—, no queremos que mamá pierda su vuelo de las cinco —le
dijo con una sonrisa.

— Agnieszka está buscando entre la ropa que estaba lavando —agregó Katherine mientras sacaba
una serie de carpetas genéricas de una de las gavetas, pues, de paso, registraría todo lo que no había
podido registrar mientras había tenido suficiente tiempo a solas. Cosas de no pensar estratégicamente
bien.

— Busquemos, entonces —suspiró Natasha, arrodillándose al lado contrario de Phillip para buscar en
las compuertas respectivas.

Era de sacar, registrar, y meter cosas, de darse cuenta de qué era lo que tenía y de qué era lo que no
tenía, de “¿y por qué tengo esto?”, pero, a pesar de que la probabilidad de que el pasaporte estuviera
ahí era tan pequeña que podía ser nula, buscó, y buscó, y buscaron, porque esa mujer se iba esa noche
sí o sí, así fuera en avión o en carreta. La ansiedad era demasiada, y la desesperación se estaba saliendo
de proporción tanto en Natasha como en Phillip.

— ¿Qué es esto? —frunció Katherine su ceño, y ambas cabezas se volvieron hacia ella para clavarle la
mirada a la caja rosado-blanco-celeste que sostenía en su mano izquierda.

— No sé —dijo Phillip un tanto indiferente, porque, al no ser suyo, no sabía qué era, pero, en cuanto
se volvió hacia Natasha, sólo vio cómo el color se le bajaba del rostro hasta dejarla pálida, pálida, y más
pálida.

— Pregnancy tests —murmuró Katherine al poder enfocar la pequeña letra con su mirada
entrecerrada, y Phillip sólo ensanchó la mirada. «Se me olvidaron por completo», se castigó Natasha con
una que otra bofetada mental para sí misma.

— Mother —balbuceó Phillip—, guarda eso que no es tuyo.


— No, yo me saqué todo eso con tu hermana —sacudió su cabeza con una risa que reflejaba el alivio
de tener sólo dos hijos, los cuáles eran a veces hasta demasiados para ella a pesar de no estar tan
presente en sus vidas—. ¿Hay algo que deba saber antes de que me vaya? —se volvió hacia Natasha,
quien estaba sin palabras—. Dice que tiene cinco unidades, pero yo sólo cuento dos… —La mirada de
Phillip sólo se ensanchó más, pues, ¿cómo no había sabido de tres pruebas ya utilizadas?

— No —se aclaró Natasha la garganta—, nada relevante —dijo, y Katherine se encogió entre hombros
con una mirada de absoluta decepción.

— Pregnancy tests son, para las mujeres, como los condones para los hombres, mamá —le dijo
Phillip—. Guarda eso en donde lo encontraste —sonrió reconfortantemente para Natasha, quien quería
que se la tragara la tierra porque no quería darle explicaciones al hombre que la había salvado por
tercera vez en el día.

— Está bien, está bien —suspiró un tanto ofendida.

— Mother —frunció Phillip su ceño, y se puso de pie rápidamente—, ¿no viajaste con tu Passport
card? —entrecerró la mirada.

— ¡Con razón no encuentro el pasaporte! —rio a carcajadas, algo que Natasha prefería que no hiciera
porque le acordaba a Ed, una de las hienas del clan de Scar.

— Supongo que tienes que buscar en tu cartera, no en mis gavetas —se encogió entre hombros, y le
tendió la mano a Natasha para ayudarla a ponerse de pie—. Será mejor que tomes esa llamada —le dijo
ante el sonido que salía de su teléfono—, seguramente son los abogados —sonrió, y salió de aquella
habitación con Natasha de la mano, directamente a cruzar el pasillo en silencio para encerrarse en la
habitación que Natasha había querido cerrar bajo llave.

— ¿Estás enojado? —preguntó en su pequeñita voz de vergüenza.

— Confundido —sacudió su cabeza—. ¿De cuándo son esas pruebas? —susurró, pero Natasha no
pudo responder—. ¿Son recientes? —ella asintió—. ¿Qué tan recientes son?

— Me hice una el viernes por la mañana.

— ¿Por qué? —hundió sus manos en los bolsillos de su pantalón para no lanzarlas por el aire.

— Porque voy tarde —se encogió entre hombros.

— ¿Qué tan tarde?

— Tres semanas.

— ¿Eso es bastante? —preguntó su lado ignorante, porque tanto sobre mujeres no sabía.
— Para mí sí, en especial cuando ya se me estaba regulando el ciclo —asintió.

— ¿Tres semanas? —susurró con tono retórico, pero, a pesar de serlo, Natasha asintió en silencio—.
¿Por qué no dijiste nada?

— Porque no estaba segura, y no quería decirte nada a menos de que fuera algo concreto… te habría
estresado tres veces en estas tres semanas; una vez por cada prueba.

— Pero, ¿tres semanas? —siseó—. Creí que eso ya lo habíamos hablado —suspiró, «¿que ya habíamos
hablado qué?», frunció Natasha su ceño—. Se supone que no me tienes que tener desinformado —
frunció su ceño—, independientemente de si es o no es.

— Lo siento —susurró cabizbaja.

— Confieso que me afecta —dijo, sacando su mano izquierda de su bolsillo para tomar la mano de
Natasha y ponerla sobre su acelerado pecho, algo para mostrarle que hasta la conversación de ese
momento tenía el potencial poder de aflojarle los esfínteres y de acelerarle el corazón—, pero tampoco
es justo que te afecte a ti sola… esos cinco minutos de no saber… lo podríamos hacer juntos, y eso lo
sabes.

— Tener un pedazo de plástico al que le ha llovido, y esperar en pareja, no es lo más romántico.

— Romántico o no, yo quiero saber.

— Lo siento —repitió con un susurro.

— No importa, sólo mantenme informado… que las sorpresas no son mi fuerte —dijo, soltándole la
mano para poder él guardar su mano en su bolsillo de nuevo, y ella asintió, aunque no pudo resistirse a
encontrar la ironía entre el tedio por las sorpresas y las fluctuaciones de la bolsa—. Ahora, infórmame.

— No hay nada que informar, lo que debías saber ya lo sabes —se encogió entre hombros.

— ¿Qué hay de tu retraso?

— ¿Qué con eso? —«sé que quiso decir “atraso”».

— ¿Es algo grave, es algo que debemos tratar con un doctor, es algo natural?

— No creo que haya necesidad de un doctor —respondió, pero a Phillip eso no le bastó—. Sé que
estoy a pocos días de que suceda.

— ¿Y eso cómo lo sabes?

— PMS.
— ¿Estás segura?

— ¿Qué es lo que quieres escuchar? —resopló—. That my breasts are swollen and that my nipples
are tender? That I have an annoying headache and an even more annoying backache? Or that I have
hormonal mood swings? —elevó un poco su voz, ya con una cara de enojo evidente.

— Claramente es PMS —rio, sacando ambas manos de sus bolsillos, y la abrazó.

— Además, es categoría tres… potencial categoría cuatro —susurró contra su pecho.

— Eso suena a huracán —rio.

— Eso es lo que es; cuando llega a categoría cuatro… se hace categoría cinco-mil-millones.

— Care to elaborate?

— Soy un monstruo sexual en proceso —susurró—, de orgasmos pornográficamente explosivos.

— ¿Y qué carajos estamos esperando? —la tomó por los hombros para alejarla un poco y clavarle la
mirada—. ¡Podemos recrear algún documental de Animal Planet si quieres!

— Pequeño detalle que juega en que mi proceso se culmine a tiempo: tu mamá —dijo, pero, en ese
momento, se acordó de las preguntas que le había hecho a Emma, y pareció que el bombillo se le
encendió de nuevo.

— Esa mirada la conozco —susurró—, pero no sé qué estás pensando.

— Emma no regresa hasta como en tres horas, y Sophia está en D.C. —susurró tan bajo como pudo,
como si no quisiera que nadie escuchara—. Las condiciones son simples: no en su cama, y tampoco en
el piano.

— Ve a traer tus zapatos, te espero frente al ascensor —le dijo, y Natasha, con una sonrisa de humor
bipolar, pasó de largo para meterse en lo que fuera, así fuera en sus inexistentes Crocs, pero hasta en
eso estaba dispuesta a meterse—. ¡Mamá! —gritó al salir de la habitación y ver que no estaba en la
biblioteca—. ¡Mamá!

— ¿Desde cuándo gritas tú, Phillip Charles? —se asomó Katherine desde la cocina.

— Something’s come up —dijo, caminando hacia ella—. Natasha y yo tenemos que salir, y no sé a qué
hora regresaremos —le informó—. Intentaré regresar a tiempo para llevarte al aeropuerto, si no lo logro,
por favor discúlpame.

— Yo puedo llegar sola al aeropuerto, Phillip Charles, soy todo menos inútil —entrecerró la mirada.
— Que tengas buen viaje —suspiró, omitiendo el comentario anterior, y le dio un beso en la frente—
, y por favor avísame cuando estés por salir y cuando llegues a Corpus.

— ¿Algo más? —le mostró el teléfono para mostrarle que estaba en medio de una llamada.

— No, regresa a tu llamada —sacudió su cabeza, y, sin más ni menos, se sacudió en un escalofrío
mientras caminaba hacia el ascensor, que, en un momento, escuchó un “buen viaje” apresurado, con
dos besos al aire, que Natasha le deseaba con sincera alegría al saberla ya casi fuera de su hogar—.
¿Lista? —le ofreció la mano luego de haber presionado el botón.

— Si tan solo pudiera teletransportarme…

***

Cuando Sophia entró sólo fue acosada visualmente por su mamá, que se había dedicado a contar los
segundos-vueltos-minutos que había presumido que la conversación de «ay, Alessandro» con Sophia
había durado. ¿«Ay, Alessandro» le había mencionado su táctica para callarlo? La molestia en la rubia
era notoria a pesar de no haber hecho una entrada que la delatara, pero toda madre conocía a lo que la
había mantenido despierta por “n” cantidad de horas para luego sólo pujar, pujar, y seguir pujando
mientras le trituraba la mano al bronceado griego que sólo había sabido decir “respira, Camilla, respira”
para recibir un elocuentísimo “sto respirando!” junto con un insulto que no puedo repetir ni en esta vida
ni en la siguiente. Pero, en cuanto Sophia no le lanzó ni la más mínima mirada por estar empezando a
sonreír hacia la pista de baile, desechó la paranoia y se devolvió hacia lo que ella veía.

Era Phillip contra Natasha, un duelo de egos de disco que se remontaba al único videojuego que
Natasha podía jugar, porque a ella nada de Call of Duty con tantos botones y tantas palancas. Era un
duelo de perfectos y sincronizados club monsters para luego tick, tick, tick, tick, tock con la cadera, el
paso que definía todo lo disco, y una imitación de los dedos índices de John Travolta en “Saturday Night
Fever”. Que no dictara el juego, porque Phillip siempre perdía, que dictara la mesa de los adultos
responsables. O quizás sólo lo hacían porque la canción era la adecuada y porque era la única forma en
la que podían bailar relativamente igual con un poco de improvisación.

Emma había caído en el gracioso tedio del baile grupal con Thomas, Irene, y Luca, porque entre Thomas
y ella intentaban enseñarles los básicos y genéricos pasos que todo disco debía tener, pero, en cuanto
vio a Sophia acercarse con una expresión de alivio urinario, se desligó del grupo para ofrecerse con
ambas manos.

— Lo que sea menos bailar eso —rio la rubia, pasando sus muñecas por la nuca de Emma mientras era
tomada por la cintura.
— Won’t you take me to Funky Town? —cantó ridículamente—. Won’t you take me to Funky Town? —
dibujó un gracioso puchero.

Sophia dio un paso hacia atrás, porque esa canción pertenecía a algo que no sabía explicar más que con
un grupo de mujeres que por alguna razón parecían ser de dos metros de altura y que vestían mallas,
leotardos, vuelos, flecos, lazos, y sabían ellas qué más, y que bailaban entre lapsos de contemporáneo
esoterismo, con un poco de disco, y de pop, y de lo que fuera. Por alguna razón sólo podía imaginarse a
su mamá, y a las otras rubias amigas de su mamá, bailando eso y de la misma forma y manera. El
pensamiento le dio risa, porque su mamá debía ser la imitación al cien por ciento, de todo manos, brazos,
piernas, y rodillas, y cabello corto, porque en sus teenage years así era como prefería llevarlo por
misericordia de su papá.

Y se volvió hacia su mamá por culpa de su desvarío mental, y notó cómo evidentemente tenía ella la
razón absoluta, pues podía bailar hasta sentada, y «ay, Alessandro», quien entraba con cara de “no me
pasa nada” mientras se rascaba la quijada e iba directamente hacia ella para, con un ofrecimiento de
mano, invitarla a bailar.

Supuso que si mamá bailaba, ella también podía bailar. Pues, bailar eso. Quizás no con tanto “funk”,
quizás no con tanta excelencia, pero podía bailarlo.

Se dejó llevar por lo que Emma sabía que no era ni disco, ni “funky”, sólo se trataba de no
quedarse inerte, porque estar de pie, y sin moverse, sólo hacía que sus pies gritaran el comienzo de la
incomodidad, y trataría de no perder el porte y el decoro.

En algún momento no había nadie sentado, nadie sabía quién había ganado; si Phillip o Natasha,
pero la música se tuvo que calmar porque no se podía exigir una nota alta eterna por la salud y la gracia
de los pulmones de los cantantes.

¿La hora? Las diez-y-algo, casi las once. Hora a la que Romeo y Margaret, independientemente por
aburrimiento o por cansancio, decidieron despedirse porque sabían que en algún momento los invitados
tenían que empezar a irse para dejar que eso empezara a funcionar con lo más tradicional y conservador
del matrimonio. Claro, tampoco esperaban que se expusiera la medieval sábana con sangre. No, eso no.

Se despidieron de un beso en cada mejilla, y de un febril abrazo mientras susurraban nuevamente un


“felicitaciones” al oído de cada una, y de las progenitoras de quienes no se habían molestado en
preguntar o cuestionar el porqué de su partida. Nada estaba diseñado para ser algo relativo o parecido
a la boda de Phillip y Natasha; ni en seriedad, ni en número de invitados, ni en alargue, ni en alcance.
Pero era exactamente lo que la Señora Noltenius habría querido, y con eso se refería a la ausencia de su
familia política también, (de su suegra en realidad). Qué risa.

Sophia regresó a los brazos de Emma, a caer contra su cuello mientras sonaba aquella canción
que le sabía mucho a ella misma en cuanto a Emma.
Cerró sus ojos, inhaló la insolencia de su cuello, y se dedicó a abrazarla por su nuca con ambas manos
mientras se dejaba llevar suavemente por un paso hacia aquí y hacia acá que realmente no se despegaba
del suelo sino que era más culpa de la cadera y de la flexibilidad horizontal de las rodillas. Emma
envolviéndole la cintura con un brazo para poder abrazarla por el hombro, con rostro erguido de mejilla
contra la sien de Sophia, con lentitud y con una sonrisa que podía ser idílica y/o etílica.

Emma analizó su alrededor como si se tratara de un pasatiempo al que no podía resistirse, «un
impuslo».

Julie y James bailaban cerca pero con distancia, con el nerviosismo y las sudorosas manos de una prom
night, pero no hablaban, sólo se veían esporádicamente a los ojos, y esperaban a que esa canción se
terminara porque ellos no podían funcionar con algo así de tranquilo. Bueno, si practicaban la hipoxifilia,
y habían intercambiado infidelidades para arreglar la relación de manera sorprendente (borrón y cuenta
nueva real y como ningún otro), y compartían el gusto por los mosh pits o el ambiente de los juegos de
los Giants, o de los Knicks, o de los Rangers… no veía cómo una canción relativamente lenta les servía de
algo.

Thomas había decidido que era momento de ir al baño, y había sido por eso que había dejado
a Irene en manos de Luca, quien carecía de todo tipo de don para bailar lento o rápido, con o sin ritmo.
Parecía que tenía dos ladrillos en los pies, y que Barney, aquel dinosaurio de voz tóxica y de sonrisa
permanente, tenía más ritmo que él. ¿En qué momento Luca había dejado de bailar bien? Emma se
acordaba de que, en los dorados tiempos de universidad, o sea hacía una década y menos años, era él
quien insistía en bailar porque sabía que podía hacerlo, y era ella quien insistía en no hacerlo porque
sabía que no era buena haciéndolo. En realidad, hasta donde Emma sabía, había sido Luca quien le había
terminado de enseñar a bailar con relativa soltura, porque con Franco había aprendido a bailar lo
convencional; el vals y una que otra cosa de tango. Quizás y eso nunca había sucedido en realidad, quizás
Luca nunca había sido un talentoso bailarín o bailador, pero definitivamente daba risa ver que bailaba
como si Elaine, o sea Julie Louis-Dreyfus en “Seinfeld”, le hubiera enseñado a bailar al compás
de “Shining Star”de Earth, Wind & Fire. Pulgares hacia arriba y patadas con quiebres de tobillo. «Oh,
Dio!». Quizás era el hecho de no estar ebrio, porque ebrio probablemente bailaba mejor.

Irene no era particularmente mala, tampoco era una especie de Julianne Hough, pero quizás era el
tiempo en el que vivía, porque no había que mentir: en estos tiempos todos habían sido genéticamente
alterados de alguna forma para ser hermosos y con habilidades envidiables. Ella sólo intentaba calmar
los alocados movimientos del italiano que parecía gozar del bronceado que Kennedy había adquirido
gracias a lo que Irene misma presumía que había sido un síntoma de la enfermedad de Addison, y que
gozaba de la ligereza de pies y de manos que lo tomaban para evitar los pulgares hacia arriba. No era
una canción para bailar así. Era de “relájate”, «que es una fusión bastante buena entre reggae, pop, y
soul». Debía ser la parte del reggae la que le sabía a pies descalzos y entre la arena, a brisa de marea
alta, al amanecer después de una buena dosis de alcohol y de diversión, a estar bailando con la persona
de interés con demasiada cercanía como si se tratara de un coqueteo, algo que fácilmente podía
imaginar si cerraba sus ojos y olvidaba que en lugar de rascacielos había parches de pasto playero, que
en lugar de contaminación acústica había olas. ¿Por qué no se podían casar en una de esas bahías
privadas en Varkiza, o en algún lugar en Sabaudia? De haberlo hecho del otro lado del mundo ella habría
podido usar su derecho de hermana y cuñada para pedir un “plus one” y no habría terminado bailando
con esa aberración de descoordinación. Aunque, pensándolo bien, mejor no. No habría tenido el coraje
para llevar a su “plus one”, no en esa ocasión, y quizás en ninguna otra. Al menos no por el momento.
No había necesidad. No había prisa.

Phillip y Natasha bailaban con la misma cercanía con la que ella y Sophia pretendían bailar, sólo
que, en lugar de estar abrazados con descaro, mantenían la pose tradicional pero más relajada y más
casual; la mano de Natasha no se posaba sobre su hombro sino que pasaba alrededor de su nuca, el
brazo de Phillip la abrazaba por la espalda hasta tomarla por la cintura, y se tomaban de la mano sin
entrelazar dedos, la mano de Phillip sirviendo de soporte.

Tenían una amena plática que no era constante porque respetaban la etiqueta del baile en general, a
veces Phillip reía suavemente y dejaba que su frente se posara contra la de Natasha como si estuvieran
bromeando o compartiendo un chiste interno o contextual, como si jugaran inofensiva e inocentemente.

Él ya se había desabotonado los botones del cuello y había aflojado un poco su corbata, eso era lo único
que había cambiado.

Nicole y Marcel bailaban como si hubieran salido ese viernes por la noche a un “Dive Bar” en
donde realmente no había una pista de baile. Un par de cervezas, música en vivo, ropas casuales, manos
a la nuca y a la cintura; toda una cita informal y jovial. Sabía Dios cuánto tiempo tenían de no salir de su
casa por la noche, al menos para algo que no se tratara de pañales, fórmula, o Dr. Smith’s.

Belinda y su esposo parecían incómodos con el tipo de música, pues a él le gustaba el Jazz.
Ritmo trabado. Pero bailaban. Porque también tenían bastante tiempo de no salir sin sus hijos para estar
en un ambiente adulto, cómodo, y con clase.

Rebecca y Pennington bromeaban pasos de baile que no venían ni al caso, porque se trata de
diversión y de aprovecharse del título de “solteros” en la fiesta, o quizás sólo los “solteros” del estudio,
pues hasta el Arquitecto Volterra tenía con quién bailar con mayor proximidad sin que fuera incómodo.

Sí, Emma tenía que analizar eso que estaba sucediendo entre sus suegros. Porque
sorprendentemente se sentía muy cómoda con el término “suegros”, aunque debía cuidarse de no
vomitarle un “suegro” a «ay, Alessandro» porque no conocía las consecuencias y quizás tampoco quería
conocerlas, no hasta que fuera algo oficial y no sólo real.

Estaban mudos, y Camilla, a veces, sólo le señalaba sus ojos para que dejara de velarle los labios; qué
irrespetuoso y qué incómodo, en realidad lo regañaba por estarle pidiendo algo que sólo debía utilizarse
en caso de emergencia. Porque «ay, Alessandro» aburría cuando hablaba demasiado y demasiadas
tonterías. Ella sólo iba al paso que él le marcaba, pero existía distancia entre la cercanía que aparentaban,
completamente lo contrario a lo que sucedía entre Sara y Bruno, que bailaban con cierta distancia pero
que dejaban la cercanía en juego y sin importar que en ese momento desligaban manos para retirarse
de la pista y del salón, porque Sara, como todo ser humano, debía visitar el baño de cuando en vez, y
Bruno no era quién para no acompañarla. Un simple gesto de cortesía.
Y Emma se sacudió en un ligero escalofrío que había erizado su piel por causa del felino bostezo
que Sophia no dejaba que saliera de sus labios sino que lo liberaba por su nariz; exhalación aterrizando
en cuello.

— Estás cansada —sonrió Emma, deslizando su mano de su cintura hacia su mejilla para hacer que se
irguiera—. ¿Te quieres ir a dormir ya? —le preguntó, viéndola a los ojos para evitarse un “no” que debía
ser un “sí”.

— No, no quiero —sonrió con ojos vidriosos por el disimulado bostezo—. Debe ser la baja de alcohol.

— ¿O de azúcar? —dijo como sinónimo de “cafeína” y “energía”.

— ¿Sabes que si comes algo dulce en cantidades más de lo normal, y estás bebiendo, te emborrachas
más rápido? —sonrió evasivamente.

— En la escuela teníamos algo que llamábamos “succo di frutti” —repuso como si no tuviera sentido
o referencia a lo que Sophia recién comentaba—. Era vodka del más barato, de ese que ponen en el
anaquel más bajo en la licorería y que no pasa de los cinco euros por litro, y tenía tequila blanco, también
del más barato… me acuerdo que la botella tenía una etiqueta roja, y que, en la tapadera, tenía un
sombrero mexicano rojo… entonces, era un litro de vodka, un litro de tequila, una botella de medio litro
de sirope de granadina, un litro de jugo de naranja, y Sprite o 7-Up al gusto; lo que estuviera en rebaja
—rio—. No sabía a alcohol, pero hacía el efecto deseado.

— Trashy —se burló.

— Nunca dije que estaba orgullosa de eso —elevó su ceja derecha para defenderse—. El punto es que
sí sé que ingerir azúcar, mientras bebes, te manda directo y sin escalas a la mierda.

— Y la resaca —asintió.

— Y la resaca —la imitó—. Vamos a sentarnos un momento —dijo, tomándola de ambas manos para
besarle los nudillos—, ¿sí?

— Suena a “buena idea” —asintió, y se dejó guiar por Emma hasta una de las mesas para escoger una
silla al azar.

— ¿Algo de beber o de comer? —sonrió Emma con su rostro ladeado, analizando la floja manera en
la que Sophia literalmente se dejaba caer sobre la silla a su lado.

— Comida —murmuró, sabiendo muy bien que hacía hora y media, o quizás ya dos, había comido el
aperitivo y la mitad del plato fuerte, y que había jugado con el postre porque se había llenado, y que era
por eso que quizás tenía un poco de hambre, o quizás era la visita a McDonald’s.

— ¿Y qué te gustaría comer?


— No lo sé —se encogió entre hombros un tanto cabizbaja, que, por estar así, sólo vio y sintió cuando
las manos de Emma se posaban sobre su regazo para ofrecerle sus palmas, y ella colocó sus manos en
las suyas para luego ser halada hasta quedar sentada sobre ella.

— Más cómoda que la silla —bromeó.

— Me alegra —sonrió, y le dio un beso en su hombro desnudo—. ¿Qué quisieras comer?

— ¿Tú vas a comer también?

— I’m not particularly hungry —frunció sus labios—, pero eso no significa que no puedes pedir una
hamburguesa de seis libras… Phillip seguramente se la termina —dijo, haciéndola reír—. Si piensas que
puedes necesitar ayuda, sólo no pidas crudités.

— No se me antoja algo tan saludable —frunció su ceño.

— ¿Una sopa?

— Líquido —sacudió su cabeza.

— Y una ensalada es “tan saludable” —dijo como para sí misma—. ¿Quieres una hamburguesa?
¿Un cheesesteak? ¿Quizás postre?

— ¿Es raro que quiera gelato? —preguntó un tanto avergonzada de sí misma, quizás por la hora,
quizás por el antojo en sí.

— Eres italiana, eso tiene que ser canasta básica —ladeó su cabeza. Y tenía razón—. ¿De qué
quieres gelato?

— No sé de qué tienen —se encogió entre hombros, y Emma, rápidamente, levantó su mano para
llamar la atención de quien tuviera piedad del antojo de su ya-esposa.

— Do you have ice cream? —preguntó Emma.

— Ice cream and sorbet —asintió el mesero que le había llevado la botella de Tequila hacía lo que
parecía ser demasiado tiempo—. Vanilla, chocolate, and strawberry ice cream… and strawberry, lemon,
raspberry, and mango sorbet —sonrió, viendo a Emma volverse hacia Sophia para que escogiera—.
Choice of three —añadió son la misma servicial y gentil sonrisa.

— Could I have strawberry and lemon sorbet in one “thing”, and vanilla ice cream in another one? —
le preguntó Sophia.

— Yes, of course —asintió él—. Anything else?


— Water, please —dijo Emma ante el disentimiento de Sophia, y él asintió de nuevo para luego
retirarse—. Care to elaborate?

— ¿Sobre qué?

— Tu elección de sabores y tu instrucción de separar el sorbete del helado.

— Sé que siempre pides tu gelato con una bola de limón y otra de fresa —sonrió—, eso es por si tienes
ganas de quitarme un poco. Y sé que, por haber limón involucrado, no puedo mezclar los lácteos del
helado de vainilla con él.

— You enable me —entrecerró la mirada.

— Respeto tu OCD, nada más —se encogió sonrientemente entre hombros.

— Gracias —dijo contra su hombro.

— No hay de qué —sonrió, tomando su mano, la que estaba en su regazo, sobre la suya—. ¿Te puedo
confesar algo?

— Claro.

— ¿Te acuerdas de cuando nos burlamos de Natasha por haber desistido de sus stilettos el día de su
boda?

— ¿Porque podía correr el maratón de Nueva York en stilettos pero ese día no los aguantó ni dos
horas? —asintió—. Claro que me acuerdo.

— Creo que es karma —rio—. Me están empezando a doler los pies.

— Quítate los zapatos —repuso, escogiendo no llamarles “stilettos” para no estimular el potencial
dolor que le causaban los suyos; no dolían pero estaban en estado de molestia. Llamarlos por su nombre
sólo sería llamarlos “agujas”.

— Si me los quito no me los puedo poner de nuevo —le dijo con esa mirada de «y eso lo sabes».

— Y no te los tienes que poner de nuevo —sonrió—. Puedes recurrir a los TOMS que te tiene Natasha
si quieres —dijo, y, sin haber terminado de hablar, escuchó cómo Sophia dejaba caer sus Jimmy Choo al
suelo para estirar sus dedos y relajar sus tobillos—. ¿Mejor? —ella asintió—. Ahora, ¿qué ocurre?

— ¿Qué ocurre de qué?

— ¿Quieres que le diga a Alec que se vaya?


— ¿Por qué querría yo eso?

— Porque no sé por qué pienso que él tiene algo que ver con el noventa por ciento de las molestias
de la noche —se encogió entre hombros.

— ¿Y el diez por ciento restante?

— Uno por ciento se lo atribuyo a tus pies, y el nueve restante a Luca —sonrió, y Sophia entrecerró la
mirada—. ¿Qué?

— Por favor, salte de mi cabeza —murmuró con una sonrisa.

— ¿Qué fue lo que te dijo?

— Él a mí nada —rio—, yo le dije algo a él.

— ¿Algo de lo que quieras hablar? —ella frunció sus labios y sacudió su cabeza—. ¿Algo de lo que
necesites hablar?

— Tal vez no hoy —dijo nada más, y pasó su brazo derecho por los hombros de Emma para abrazarla
y ser abrazada con mayor comodidad.

— No hoy —sonrió comprensivamente, y vio cómo las dos copas aterrizaban en la mesa, frente a ella,
para ser llenadas con agua y un poco de hielo—. Thank you —sonrió para el mesero, quien se retiraría
por un breve momento solamente para ir a recoger lo que Sophia había pedido por antojo—. Bebe, por
favor —le alcanzó una de las copas.

— No tengo sed.

— No es por sed… es para tratar la resaca desde hoy —sonrió, y le acercó un poco más la copa, que
Sophia la tomó y le dio un sorbo relativamente grande para luego apartarla, y, al volverse hacia Emma,
vio cómo Emma tragaba el agua con el aborrecimiento por los hielos; estorbaban sus sorbos y su
intención de terminarse todo el líquido de una buena vez.

— La que tenía sed eras tú —rio, tomando la copa vacía de la mano de Emma para hacerla
desaparecer.

— No tanto sed, es sólo para tratar la resaca desde hoy —le dijo con una sonrisa de media-ebriedad,
porque sí estaba un poco ebria, pero había aprendido, durante su época de la escuela y de la universidad,
a poner cara de sobria para Sara; lo hacía bastante bien, y hasta podía tener conversaciones coherentes
y racionales. Vaya entrenamiento. Autodidacta. Mis respetos.
— Party don’t stop when you’re around, little girl making a whole lotta sound. Just let go and lose
control tonight. Surely you’ll try to find the better way the record spins and we’ll be okay, dancing free
just you and me tonight —canturreó a su oído las últimas palabras de la lenta canción.

— ¿Hago mucho ruido? —repuso a su oído.

— No sé si “mucho”, pero, cuando haces ruido… es un ruido muy rico —sonrió, y le dio un beso en la
mejilla, que Emma, por impulso y por reacción, sólo la apretujó entre sus brazos para crear un abrazo de
oso; imposibilitando movimiento, casi de lucha libre, pero todo para «snuggle-snuggle-snuggle» que
sabía que terminaría no sólo en risa sino en carcajada.

***

Justo cuando las puertas del ascensor se abrieron de par en par, la memoria la bofeteó con el gracioso
recuerdo que la canción le traía. “Rockafeller Skank”, que era imposible no asociarla con Usher como DJ,
y con Freddie Prinze Jr. y Rachael Leigh Cook, en “She’s All That”. La película que había abusado de sus
catorce años, aunque “Clueless” ya había abusado de sus diez años anteriormente. Extrañamente se
acordaba más de “Clueless” que de “She’s All That”, porque de la segunda sólo se acordaba de esa escena
de baile por ser algo innecesario pero que le había gustado.

Con bolsa de papel empaque colgando de su mano izquierda, porque Moses le había hecho el
favor de ir a recoger lo que Gaby había ordenado al supermercado, su bolso de su hombro derecho, en
perfecto balance, jugó con la llave hasta lograr tenerla en esa posición y a esa altura en la que, sin apuntar
de más, y sin mayor pérdida de tiempo, podía abrir la puerta de su casa con la precaución necesaria,
pues no quería atentar contra el Carajito una segunda vez. Ella estaba loca, pero no era una psicópata.

Y abrió la puerta con cautela, ya no por el Carajito, sino porque sabía que Natasha estaría en alguna parte
del apartamento, quizás con Phillip o quizás sin él.

— Hi, Little Fucker! —susurró cariñosamente con una sonrisa, agachándose para recoger al can que la
saludaba con un olfateo de pies, y abusó de la ausencia de Sophia para llamarlo así—. Pero tú sabes que
es con cariño, ¿verdad? —sonrió, y lo puso nuevamente sobre el suelo para poder terminar de llegar.

Colocó su bolso sobre el sillón que le daba la espalda a la puerta, como era costumbre, y se quitó los
stilettos para relajar sus pies, que, contrario a lo que la costumbre dictaba, no los dejaría al pie del sillón
porque corrían el riesgo, en su cabeza, de que el Carajito los bañaría por algún motivo, razón, o
circunstancia, y fue por eso que, ante la protección de sus Manolos, se dirigió a su clóset para guardarlos
y quizás cambiarse de ropa. No, no “quizás”, eso era un hecho, pues no apostaría ni St. John ni Piazza
Sempione por segunda vez en el día; ya había hecho desayuno con éxito, y no pensaba tratar otra mezcla,
mucho menos una salsa de tomate, con ropa que tuviera que ver directamente con los colores que
rondaran al blanco.

Se deslizó en un simple skinny jeans azul, que como podía ser Levi’s podía ser Gucci o Armani,
y una de esas camisetas grises que parecían haber sufrido de un estiramiento de algún tipo y que
prácticamente ni se sentían de lo ligeras que eran. Y ella estuvo a punto de obviar los zapatos, porque a
ella también le gustaba estar descalza, en especial si no tenía ningún tipo de media o calcetín puesto,
pero se acordó de las sabias palabras de su mamá: “siempre usar zapatos en la cocina”.“Le cose cadono.
Le cose gocciolano. Tutto è caldo… bolente!”. Entonces optó por calcetines negros al tobillo, porque no
tenía ningún par blanco, ni siquiera para cuando decidía trotar, y sus Samba marrones.

Salió de la habitación para encontrarse con que el Carajito la esperaba al borde de la


puerta, «good boy. Good boy», y se encontró con que la puerta de la habitación de huéspedes estaba
abierta, algo que había omitido por completo al entrar.

Los Louboutin de Natasha estaban a la distancia perfecta de que en dos pasos simplemente habían
dejado de estar en sus pies, el saco de Phillip parecía haber sido víctima de múltiples pisadas
apresuradas, porque la clara evidencia era que uno de los zapatos de Phillip estaba sobre él, y el resto
de ropa sólo había sabido caer con desesperación en algún lugar de la habitación. Lo más «classy» era
cómo el bóxer de Phillip colgaba de la esquina superior derecha del televisor que estaba sobre el mueble.

La cama era la que más había sufrido, eso no era tema de discusión, porque el cubrecama estaba
metafóricamente vomitado en el suelo, algunas almohadas también, y sólo la sábana cubría
parcialmente aquellos dos cuerpos inertes. Phillip encima de Natasha, con la cabeza sobre su pecho, su
brazo completamente aferrado a su cintura, y una de sus piernas la enganchaba para no dejar que se
moviera.

Ciento ochenta y un libras, que probablemente podrían haber sido ciento noventa también, aplastaban
con descaro y con mortalidad. Emma se acordó de aquella vacación en la que Phillip se le había arrojado
encima para que se duchara primero (porque la primera ducha era la fría y a Emma era a la única a la
que no le molestaba), y era pesado, y en peso muerto, definitivamente debía pesar más a pesar de que
su masa corporal no variara. Cuestiones de sensibilidad. Su cabeza abarcaba un seno y medio de Natasha,
y su brazo a la cintura parecía que podía darle dos o tres vueltas por la pequeñez y la delgadez de ella, y
Emma no quería ni imaginarse lo que los vellos de sus muslos hacían contra la entrepierna de su mejor
amiga. A ella le habría dado cosquillas al punto de tener un escalofrío constante. ¿Cómo podía Natasha
dormir con esa tonelada encima? Bueno, al menos no roncaba.

Cerró la puerta para darles privacidad, porque parecía que ahí no habían necesitado viagra ni
nada para tener, por lo menos, tres rondas completas. Tres ya era algo impresionante.

— Sólo preparo la masa y te saco —le dijo, ahorrándose el “¿de acuerdo?”, porque el Carajito no tenía
ninguna otra alternativa.
Tazas medidoras, cucharas medidoras, y recipientes. Los ingredientes los agrupó en “masa” y en “salsa”,
y, dentro de las agrupaciones, los alineó en sólidos y en líquidos para reducir el riesgo de decidir tomar
un ingrediente seco sólo porque así era el orden en la lista. «Un cuarto de taza de leche en polvo, media
cucharadita de sal, una cucharada de azúcar, un cuarto de onza de levadura», todo a un recipiente
grande para luego, con termómetro en mano, verterle agua a cuarenta punto cinco grados Celsius
(ciento cinco Fahrenheit), y a mezclar con una risa infantil pero gutural por tener la sensación de estarlo
haciendo bien, o quizás sólo era por el tamaño del frullino miniatura, como si fuera parte de un set de
juguete de aquellas cocinitas que vendía Fisher Price cuando era pequeña, de esas que siempre quiso
tener porque parecían ser divertidas, pero que, cuando tuvo una, se decepcionó al ver que no había agua
que saliera del grifo plástico, ni calor que saliera del horno que tenía una lasagna pintada de por vida. «Si
quería cocinar algo más, como un qué-me-importa, siempre se veía la lasagna». Bueno, no se podía
esperar mucho de un juguete de los ochentas. Pero ni para sentirse útil y/o capaz.

Colocó el recipiente a un lado para dejar que se hiciera la reacción inicial, porque así había visto que
Sophia lo había hecho cuando había horneado pan hacía no-se-acordaba-cuánto-tiempo. Mientras
tanto, abrió las dos latas de tomates, y se dedicó a picar, con guantes de látex, y no miento, una cebolla
blanca y diez hojas de albahaca fresca. Se tardó lo que ella creyó haber sido una eternidad, porque ella
no tenía la destreza para manejar el cuchillo de esa forma que era tan rápida y que frotaba la parte plana
de los dedos para tomarlo como referencia. Y, al final, decidió que no iba a picar los ajos, sino que los
iba a poner«en esa cosa que se mete y se aprieta». Sí, en la prensa de ajo. «Eso».

Un poco de aceite de oliva en una sartén grande, dos cucharadas de aceite vegetal a la mezcla de
levadura y demás para mezclarlo de nuevo mientras esperaba a que se calentara la sartén, y luego arrojar
la cebolla y el ajo para empezar la salsa.

«Cuatro tazas de harina» a la mezcla de levadura y demás, y empezó a mezclar, y nada de masaje y
frotación, sólo para que los ingredientes se mezclaran entre sí. Lo hizo con la mano, pero con el guante
puesto, porque ella no se iba a llenar de eso. No Señor. Cubrió el recipiente con una manta y lo guardó
en el gabinete inferior que estaba al lado contrario de la cocina.

Y a la salsa de nuevo. Agregó una taza de caldo de pollo, empezó a deglaze la sartén, y esperó a que el
líquido se redujera por la mitad para verter las dos latas de tomates, una pizca de azúcar, sal y pimienta
al gusto, orégano, y una cucharadita de pasta de tomate. Mezcló, y dejó que se redujera a fuego bajo.

— Come on, Little Fucker, we have twenty minutes for you to do your business —suspiró, enganchándole
la correa al collar para luego colocarse los audífonos en los oídos y dejar que Daft Punk, pre “Get Lucky”,
«pre abuso de lo mainstream», le inundara la concentración. De las mejores canciones de principios de
Siglo.

“Departing D.C. See you in an hour and a half or so :)”, leyó, y sonrió con cincuenta por ciento de alivio.

Llevó al Carajito al árbol que siempre lo llevaba ella, porque ella no era Phillip para llevarlo por
aquí y por acá; sabía que ese Carajito tenía que ejercitarse pero que tampoco debía excederse. La
complexión física no era la de un Weimaraner.
Recogió lo que tenía que recoger, no porque fuera ilegal no hacerlo sino porque odiaba cuando veía esos
regalos intestinales que podían atentar con el calzado de la humanidad, y, sin mucho tiempo para llevarlo
por aquí y por acá, regresó al apartamento con la promesa de uno de los pasteles de carne que Sophia
le había hecho el día anterior.

«Darken the city, night is a wire. Steam in the subway, earth is a fire. Do do do do do do do dodo
dododo dodo», cantó calladamente con Simon Le Bon mientras le servía el pastel al Carajito, que se lo
iba a comer con demasiadas ganas y Emma no lo juzgaba, pues, si le gustaran los pasteles de carne,
seguramente ella se los comería con las mismas ganas, y se enfundó par de guantes para rebanar la
cebolla morada, el pimiento verde, dos tomates, y la cajita de champiñones. No le gustaba que las manos
le olieran a comida, mucho menos a cebolla.

— Buenos días, Nathaniel —resopló burlonamente mientras quitaba la salsa del fuego al estar satisfecha
con la consistencia y con el sabor.

— Buenos días —se aclaró la garganta para deshacerse de su voz amodorrada.

— No sé si preguntar si cogiste o si dormiste bien —rio, y sintió cómo Natasha sólo se acercaba para
darle un beso en la mejilla—. ¿Quién ganó?

— ¿Quién ganó qué, amor?

— La guerra genital, ¿qué más? —se burló, y recibió un latigazo con la mirada—. Espero no haberte
despertado.

— No, Phillip se movió y sentí frío —se encogió entre hombros.

— ¿Sigue dormido?

— Sorprendentemente —asintió.

— ¿Quieres algo de beber? —preguntó, pero, al verla pensativa, sólo dijo—: Te sirvo lo que quiera.

— ¿Qué haces escuchando Duran Duran? —agradeció con una sonrisa mientras hundía su dedo
meñique en la salsa para probarla.

— Tengo el iPod en shuffle —se encogió entre hombros, y se quitó los guantes para arrojarlos al
basurero, lavarse rápidamente las manos, y caminar al bar—. ¿Se fue?

— Hugh la llevó a Newark —asintió.

— ¿Y cómo te sientes?
— Bien —sonrió minúsculamente, viendo a Emma verter un poco de Pomerol en dos copas que había
sacado—. Pero no pudo resistirse a irse sin un “bang”.

— ¿Por qué lo dices?

— Me tropecé con Phillip luego de colgar contigo, él se tomó la tarde libre —«I can see that»—. En
un principio, sabiendo que su mamá no iba a estar, íbamos a hacer lo que vinimos a hacer aquí…

— ¿Pero?

— Pero me asustó el hecho de que ella no estuviera por ahí era una insinuación sexual.

— Mmm… —suspiró, y le alcanzó una copa a Natasha para que la imitara con un sorbo—. No sé qué
tan “sugestivo” sea eso, pero al menos era establecer que era un ambiente “seguro” —se encogió entre
hombros—. Toda especie busca su autopreservación.

— Realmente no importa si era o no sugestivo —sacudió su cabeza, y dio bebió un poco más—, porque
al final íbamos a jugar en el Kinect —dijo al pensar que necesitaba explicarse—. La cosa es que llegamos,
y mi suegra estaba buscando su pasaporte en la biblioteca… que supuestamente lo había perdido.

— ¿”Supuestamente”?

— ¿Cómo no te acuerdas si viajas con pasaporte o con una Passport card?

— No soy la mejor persona para que le preguntes eso —rio—, necesito el pasaporte hasta para viajar
en taxi —dijeron su sarcasmo y su exageración.

— A los cincuenta y seis es difícil tener early onset Alzheimer’s —repuso, pues no sabía si Emma estaba
defendiendo a su suegra o no—. Y no es como que vino hace diez años… aunque así es como se siente.

— La pregunta real supongo que es: ¿por qué te molesta que haya perdido el pasaporte si igual se
fue?

— No es que lo haya perdido, es que estaba buscando en la biblioteca —sacudió su cabeza—, y


encontró mis pregnancy tests.

— Oh… —elevó ambas cejas, «¿usados o sin usar?».

— She practically asked me if I was pregnant because there were only two tests left… —susurró
indignada—. Y me lo preguntó con Phillip enfrente.

— Y Phillip no sabía —murmuró para sí misma.

— Claro que no sabía —frunció su ceño—. Las únicas que sabían eran Sophia y tú.
— Lo que no entiendo es por qué tienes pregnancy tests, mejor conocidos como “pee sticks”, en la
biblioteca —resopló—, ¿no deberías tenerlo en el baño?

— I don’t shit where I eat —sacudió la cabeza—. Y, para ser muy franca, se me olvidó que los tenía en
esa gaveta… y ni que estuvieran para que cualquiera los encontrara.

— ¿Qué te dijo Phillip? —preguntó un tanto indiferente, porque si de “don’t shit where I eat” se
trataba, ¿por qué los tenía en su casa para empezar?

— He was kinda upset —se encogió entre hombros—. Sólo me dijo que lo mantuviera informado…

— ¿Y lo harás?

— Le dije que sí, pero todavía no tengo nada que informarle…

— Tú sabes lo que pienso al respecto, ¿verdad? —elevó su ceja derecha, pues sabía que eso último
significaba que era un probable “no”.

— No siempre.

— No es un one night stand, no es un caso de abuso… él pone el cincuenta por ciento que tú de tan
buena gana aceptas —sonrió—. No es que él tenga derecho a tener esa responsabilidad, es que tiene la
obligación de tenerla… de lo contrario, que se ponga aunque sea una bolsa plástica.

— Eres una asquerosa —rio ante la imagen mental del miembro de Phillip cubierto por una bolsa
de Walgreens.

— Prefiero el término “precavida”, y sabes que tengo razón —guiñó su ojo.

— Como sea —canturreó—, ¿cómo te fue con tus pasantes?

— Creo que uno tiene lo que al otro le falta —suspiró—, creo que lo que le falta a uno se puede
enseñar… y creo que lo que le falta al otro puede mejorar pero necesita una constante segunda opinión.

— Ah, es el típico caso de que no necesariamente eres bueno haciendo lo que te gusta.

— Exactamente —asintió—. Pero es muy temprano para saber si es corregible y/o mejorable o no…
porque me da la impresión de que aprende rápido.

— ¿Les ves potencial?

— ¿Como para dejarlos solos por siete meses? —Natasha asintió—. Demasiado temprano para saber
—repitió.
— ¿Y cómo se siente ser jefa de verdad? —resopló.

— A mi Ego le fascina ser amo, dueño, y señor de sus culos —sonrió—. A mí sólo me estorba la idea
de que, si la cagan, es como que yo la cague también… —dijo, y se volvió hacia el suelo, en donde el
Carajito luchaba por comerse lo que le quedaba del pastel de carne—, así como me pasa con él —lo
señaló.

— ¿Necio?

— Ayer me puso a prueba —suspiró—, se puso a jugar con una de las patas del piano.

— Creí que nunca lo ibas a dejar entrar a esa habitación —frunció su ceño.

— La intención es que no se meta con los muebles, y con eso me refiero a las patas de los sofás,
sillones, y sillas, y a todo lo que tenga que ver con tapicería… y que no se meta con el piano.

— Hasta en este momento entiendo que amas el piano.

— Si fuera un Yamaha, de esos pianitos eléctricos… por mí que lo destruya si quiere, pero es un
Steinway… y tú sabes cuánto cuesta un Steinway —sacudió su dedo índice en lo alto.

— No tengo idea de cuánto cuesta el pianito eléctrico, mucho menos de cuánto cuesta un Steinway.

— El eléctrico no cuesta más de trescientos dólares, el Steinway cuesta más de cuarenta mil —sonrió.

— ¿Cómo puede un piano costar tanto? —ensanchó la mirada.

— Creí que sabías ese tipo de cosas por tu papá.

— Mi papá es un aficionado.

— ¿Qué te hace pensar que yo no lo soy?

— Tú sabes que no lo eres —sonrió, y el Ego de Emma asintió—. En fin, ¿por qué lo dejas entrar si no
quieres que arruine las patas del piano?

— Porque si no lo dejo entrar nunca, el día que entre… nadie va a saber qué pasó; va a enloquecer.

— Buen punto —asintió, y llevó su copa a sus labios—. ¿Qué cocinas?

— Pizza casera… de masa alta. ¿Probaste la salsa?

— Yup.

— ¿Le falta algo?


— Mmm… —frunció su ceño, y sumergió nuevamente su dedo meñique en el mar rojo—. Creo que
un poco de sal nada más…

— Sal —sonrió para sí misma, y sumergió los dedos en el recipiente de madera de olivo para agregarle
lo que pudiera agarrar con tres dedos, «una “pizca”, una medida incierta»—. ¿Algo más? —le preguntó
luego de revolverla hasta asegurarse de haber incorporado los sabores.

— No, no le falta ni amor —rio.

— Oye, ¿verdad que tú te encargabas de los talleres para el personal?

— En los dos trabajos —asintió—, de los talleres y de los seminarios.

— ¿No es lo mismo?

— Sí y no —hizo tambalear su cabeza, bebió un sorbo de vino, y colocó la copa casi vacía sobre la
encimera—. En teoría los dos tienen el mismo fin pero el proceso y la experiencia es distinta.

— ¿Qué?

— Yo veo el seminario como algo más informativo —se encogió entre hombros—; tienes a una
persona, o a varias, que te hablan sobre un tema… y hablan, y hablan, y hablan. El seminario tiende a
tratar temas “ligeros” o que no necesitan de mucha profundización; nuevas regulaciones, nuevas leyes,
nuevas tendencias, etc… y dura poco. El taller es más participativo, la audiencia no sólo está pensando
en qué carajos hace allí cuando podría estar en algún lugar mejor —rio—. Siempre está la persona que
te guía, y que te enseña, pero te involucra no sólo para que le des una opinión, o un ejemplo… son más
para cuando estás por hacer un cambio relativamente grande en algo; sea en software, en hardware, en
administración, etc.

— Veo… —murmuró, pensando en cómo ella, en la universidad, tenía “seminarios” que, tras la
definición de Natasha, eran más bien “talleres”, y viceversa.

— ¿Por qué lo preguntas?

— No estoy segura… sólo estoy buscando maneras de conocer a los pasantes.

— ¿En qué sentido?

— Había un Arquitecto que daba clases en la Universidad de Bratislava, que también tenía su estudio,
y, por lo que me acuerdo, tenía bastante peso y no sólo en Eslovaquia, sino también en Ucrania, en
Rumania, en Hungría, y en Croacia. La cosa es que él, en la primera clase, te hacía un examen de diez
preguntas, y, si respondías bien, te ofrecía un puesto en un programa que él tenía; seis meses de
“pasantía” con él, desde para calificarle exámenes de otros alumnos hasta para trabajar en los proyectos
que tenía en el momento.
— ¿A cuántos reclutó el semestre que estuviste tú? —la interrumpió sin ánimos de ofenderla.

— A diecinueve de ciento cuarenta-y-algo.

— ¿Te reclutó a ti?

— Yo no tenía derecho a hacer ese examen porque no era estudiante permanente de la Universidad
de Bratislava, pero sí conocí a tres que estaban en eso —sacudió su cabeza—. La cosa es que él los iba
eliminando cada cierto tiempo, que no era un intervalo constante, sino dependía de distintas cosas… a
uno lo eliminó porque utilizó un programa que él no utilizaba, a otro lo eliminó porque no pudo abrir el
archivo que le había enviado; por el formato.

— ¿Y cuál es tu punto?

— No sé, que quizás puedo hacer eso con esos dos —dijo, refiriéndose a sus pasantes.

— Eso no se llama “taller”, tampoco se llama “seminario” —rio—. Eso se llama “Reality TV” —
bromeó—. “Survivor”, pero en lugar de apagarte la antorcha te rompe los planos, y, en lugar de que el
premio sea un millón de dólares, es…

— Era un contrato por un año prorrogable… sujeto a buen rendimiento —rio.

— Es una forma bastante efectiva para encontrar nuevos talentos, si así les quieres llamar… pero
también es una forma bastante imparcial de hacerlo porque no creo que haya tenido los mismos criterios
para evaluarlos a todos todo el tiempo, y no importa cuánto tiempo tuviera de estar haciendo lo mismo;
hay cagadas de cagadas, y porque no pudiste abrir un archivo porque no tenías el formato, o porque
hiciste algo en otro programa, no me parece que sea una cagada monumental como cuando te equivocas
en un cálculo o como cuando no tienes buen gusto, etc. Entre alguno de esos que eliminó, por
prácticamente nada, debe haber estado uno, o varios, con más potencial que los que sí continuaron.

— Buen punto —asintió.

— Es como tú dices: hay cosas que se pueden enseñar, otras que se pueden corregir, y hay cosas con
las que simplemente es imposible lidiar —sonrió—. Además, ese Arquitecto suena a que es
un asshole digno de señalarlo en la historia.

— No lo conocí ni personal ni laboralmente, pero sí escuchaba que tenía tendencias despóticas… en


especial con las mujeres.

— De paso misógino… —elevó ambas cejas, porque estaba en lo mejor de emitir un juicio con
desprecio—. Como sea, ¿quieres “Survivor”, “The Bachelor” que en tu caso sería “The Bachelorette”, o
quieres algo como “American Idol” y que el público vote? —rio.
— Ninguno —sacudió su cabeza con una risa—. Como te digo, sólo estoy buscando una forma efectiva
de ver qué tanto potencial tienen… o qué tanto saben…

— Creo que hay dos formas de hacerlo, y una es ponerlos a competir entre sí y la otra es ponerlos a
competir contra sí mismos.

— ¿Cómo?

— Tú no vas a ser como ese asshole que eliminaba al siguiente que la cagara sin importar el tamaño
de la cagada, eso sobre mi cadáver; no es ético —dijo con tono de advertencia—. Creo que, en todo
caso, tienes que darles las mismas oportunidades y las mismas obligaciones… no sólo en contenido sino
en relevancia también, porque de nada te sirve a alguien que tenga buen gusto, y que sepa utilizar todos
los programas, y que tenga conocimientos técnicos y estéticos, si no es organizado y llega tarde, o si
irrespeta a los clientes con el tamaño de su ego, o qué sé yo.

— Volterra dice que nosotros no competimos entre nosotros.

— Sounds about right, cada quien tiene su área de especialidad, y sus tipos de clientes, y sus gustos y
disgustos —sonrió.

— Sería un poco estúpido si los pusiera a competir entre ellos cuando nosotros no tenemos ese tipo
de competencia, ¿no crees?

— Es un tipo de presión que realmente te enseña la personalidad y el carácter de una persona —


sacudió su cabeza—. Te demuestra qué es lo que está dispuesto a hacer, o lo que no está dispuesto a
hacer…

— Eso sólo tiene un final catastrófico —rio—, sólo veo cómo puede sacar lo peor de alguien.

— Y es por eso que lo haces —sonrió—. No creo que quieras lidiar con alguien que es crónicamente
imposible.

— “Crónicamente imposible” —rio ante el término—. Suena a mi peor pesadilla.

— Y debería serlo —asintió—, pero es tu decisión cómo lo haces porque tú tienes que tragártelos día
con día.

— ¿Qué harías tú en mi posición? ¿Cómo lo harías?

— Mmm… —suspiró, frunció su ceño, y, ante la contemplación de ambas preguntas, terminó su copa
de vino—. Diseñaría casos prácticos.

— ¿Cómo?
— Hay veces en las que una pasantía requiere no sólo de un jefe sino de un mentor, por así decirlo —
se encogió entre hombros—. Hay que saber separar las dos cosas; eres jefe en todo lo que tiene que ver
con el estudio directamente, como en los proyectos en los que tú trabajas, los proyectos en los que eres
tú quien da la cara. Ellos pueden trabajar contigo, pueden ayudarte, pueden hacer parte del trabajo,
pueden opinar, pero no pueden asumir el control del proyecto; la toma de decisiones es tuya: el qué, el
cómo, y el cuándo son tuyos.

— ¿Pero?

— Creo que en tu caso es bueno ver cómo se desenvuelven por sí mismos, como tú dices —sonrió—.
Dejas que asuman la responsabilidad de estar al frente de un proyecto que básicamente no existe… de
ese modo no atropellas a ningún cliente, no inviertes al vacío, y simplemente los evalúas con tales y tales
criterios por igual.

— Me estás diciendo que me invente clientes, ¿no?

— Y estamos en la misma página —asintió—. Así ves cómo es todo el proceso, y puedes hacer
observaciones más puntuales para ver si las toman en cuenta o no, si se hacen responsables tanto de lo
que salió bien como de lo que salió mal, etc.

— Suena a otro tipo de “Reality TV”.

— Con la diferencia de que sólo son dos participantes, y tienes más “retos” que sólo los que se
necesitan para eliminar a uno o a dos por semana —asintió—. Ves cómo reaccionan ante un proyecto
nuevo, ves cómo desarrollan las ideas, ves cómo trabajan con los clientes, etc.

— ¿Y cómo sugieres que materialice a mis clientes si son inventados?

— Para eso tienes amigos —rio—, para que te sirvan de embudo y/o filtro.

— No sé por qué creía que servían para otra cosa —entrecerró la mirada.

— Sirven para todo —sonrió, y llevó su puño a sus labios para disimular su bostezo.

— Tenía demasiado tiempo de no verte así —resopló, y llevó su copa a sus labios.

— No sé qué tienen las camisas de Phillip que me gustan tanto —se encogió entre hombros mientras
se abrazaba a sí misma por encima de la pálida camisa celeste a rayas blancas.

— No me refería a eso —sonrió—, me refería a… “tranquila”, supongo que ése sería el término.

— Lo estoy —rio un tanto avergonzada mientras peinaba su flequillo tras su oreja derecha—. Tengo
una cosa menos en qué pensar… o que soportar —rio calladamente—. Oye, ¿puedo preguntarte algo?
— Claro —asintió, sabiendo que, cuando preguntaba si podía preguntar algo, era porque tendía a ir
por la línea de lo personal; de lo que no solía hablar.

— ¿Cómo eran tus abuelos?

— ¿Maternos o paternos? —elevó ambas cejas ante lo extraño de la pregunta, pues, ¿de dónde había
nacido?

— Los dos —se encogió entre hombros—. Bueno, los cuatro.

— ¿Puedo saber por qué quieres saber eso?

— El fin de semana voy a Connecticut a celebrar el cumpleaños de mi nana… y, no sé, supongo que
me di cuenta de que no sé nada de tus abuelos. Quiero curiosear —se encogió entre hombros de
nuevo, «porque tampoco es como que sé mucho sobre tu familia más allá de tu mamá y de tus
hermanos».

— ¿Cuántos cumple? —sonrió Emma con cierta dosis de falsedad, porque había algo envidiable en el
hecho de que la abuela de Natasha estuviera viva todavía.

— Ochenta y cinco. Pero no te me desvíes del tema.

— No, era curiosidad instantánea… nada más —sacudió su cabeza, y dio un pequeño sorbo a su copa—
. De mi abuelo paterno no me acuerdo mucho. Tengo un vago recuerdo de cómo era físicamente, de lo
alto que era, de cómo siempre que me cargaba yo jugaba con su nariz y él intentaba morderme los dedos,
de cómo me arrojaba al aire para atraparme de nuevo… me acuerdo de que hacía trucos de magia con
el dinero que me daba para que comprara lo que quisiera; con billetes y con monedas por igual, y que
siempre me decía “gástalo todo en el mismo lugar” en lugar de decirme “no lo gastes todo en el mismo
lugar”. No sé si darme dinero era lo correcto para la edad que tenía, pero me trataba de la misma forma
que trataba a mi hermano; los dos recibíamos lo mismo —rio con un poco de nostalgia, aunque, más
que la nostalgia, era el hecho de acordarse de algo que nunca se tomaba la molestia de recodar con
tanto detalle. ¿Acaso no era relevante esa parte de su vida? ¿Acaso lo asociaba con algo malo y su
omisión funcionaba como mecanismo de defensa? ¿O era simplemente el típico caso de “fue hace
demasiado tiempo” que ya no conocía la magnitud del lazo emocional?—. Me llamaba “Ptichka”…
significa “Pajarito” en ruso —sonrió.

— “Pajarito” —rio nasalmente.

— Me enseñó a silbar, y a chasquear los dedos de ambas manos.

— Espera, ¿ruso? ¿No era eslovaco?

— Nacido en Rusia, de papás rusos que luego emigraron a Checoslovaquia… a la región en donde hoy
es Eslovaquia —le explicó—. Hablaba ruso, eslovaco, y polaco.
— ¿Y cómo te entendías con él si tú no hablas ninguno de esos tres?

— No sólo no hablaba ninguno de los tres idiomas que él hablaba, simplemente no hablaba —rio—.
Cuando empecé a hablar —«más bien cuando se me dio la gana de empezar a hablar»—, no sé cómo le
entendía… supongo que no hay mucha ciencia lingüística en un juego.

— ¿Y qué hay de tu abuela?

— Le mostré una fotografía a Sophia, y dice que es como una adaptación de Lady Tremaine, pero de
la Cenicienta de mil novecientos cincuenta —rio—. Dice que tiene las cejas, la quijada, la nariz, los ojos…
el peinado.

— ¿Si le pones maquillaje se hace Maléfica? —bromeó, porque para ella así era, en especial porque
Maléfica había salido nueve años después de Lady Tremaine, aunque ella sabía cómo se veía ella
físicamente porque Emma en algún momento se la había mostrado.

— Maléfica es demasiado cool —se sacudió en un escalofrío—. She has this matronly vibe to her… it’s
quite disturbing, actually.

— ¿”Sabina”, cierto?

— “Sabina Di Pace” —asintió—. Pues, ése es su apellido de soltera.

— Asumo que lo que menos te inspira es paz —rio.

— Son de las más grandes antítesis de la vida —se encogió entre hombros.

— Is she really that “devilish”?

— No diría que es diabólica —se carcajeó monosílabamente—. Algún encanto debe tener como para
haberse casado de nuevo, ¿no crees?

— Oye, yo no sé —rio—. Creo que si mi suegra se casa de nuevo, por la razón que sea, es porque
psicópata llama a psicópata.

— Tu suegra no es psicópata, sólo tiene serios problemas intestinales —murmuró con travesura—.
Claramente le viene atravesado.

— No le puede venir atravesado… porque ahí lo tiene todo así —dijo, haciendo un puño muy fuerte y
cerrado—. Si le metes un trozo de carbón, en una semana tienes un diamante —suspiró con la mirada
ancha mientras sacudía la cabeza, y Emma que sólo supo carcajearse—. ¿Así es tu abuela?
— Ella tiene mejor gusto —susurró, sabiendo que era algo que mataría a Natasha—. Su clóset sólo
tenía Dolce y Armani, y asumo que sólo eso sigue teniendo… porque, pues, de las fotografías que veo
que a veces ponen mis primos… se ve igual, se viste igual, y está igual.

— Es triste saber que tu abuela es más chic y más hip que mi suegra —susurró.

— No dije que tenía buen gusto —levantó su dedo índice—, dije que tenía mejor gusto —hizo la
aclaración semántica—. No puedes tener un estilo tan matronal y ser chic y hip al mismo tiempo… sólo
no se puede.

— Cierto —estuvo de acuerdo con un asentimiento—. Pero no te desvíes del tema, ¿qué con ella?

— Ella combate todo tipo de estereotipo de abuela, tanto italiana como no italiana —se encogió entre
hombros—. Y, realmente, si tengo que describir mi relación con ella… —frunció su ceño y sus labios, y
se rascó el triángulo de pecho desnudo por simple maña que se le activaba cuando no tenía una
respuesta rápida o muy honesta en mente—. Tengo más relación con tu abuela que con la mía —se
encogió entre hombros.

— Pero sólo la has visto como cinco veces desde que nos conocemos.

— Y eso debe darte una idea de cómo es con mi abuela —asintió.

— Eres una exagerada…

— Al ella no tener una buena relación con mi papá, tampoco es como que la tenía con nosotros… con
el divorcio vino un poco más de distancia, al menos conmigo, y ni yo la busqué ni ella me buscó; la he
visto porque “ni modo, es mi abuela”. Pero el interés simplemente no lo tenemos, supongo.

— ¿Sabe que te casas?

— Creo que mi hermano le dijo... y, a decir verdad, no creo que esté muy contenta ni porque es con
una mujer, ni porque está contenta conmigo.

— ¿Por qué no?

— Porque no llegué al entierro de mi papá —sonrió con una pizca de culpa que al mismo tiempo se
leía como una pizca de alivio.

— Tú pagaste por todo —frunció su ceño.

— Yeah… I even paid for the friggin’ mahogany casket —asintió—. Independientemente de eso, mi
obligación era estar allá, viendo cómo lo soterraban…

— ¿Tu obligación? —ladeó su cabeza.


— No me digas que no es obligación ir al entierro de tu papá —entrecerró la mirada.

— No, yo entiendo la obligación social de eso… lo que no entiendo es por qué era obligación tuya —
enfatizó en el pronombre posesivo, pero Emma dibujó confusión en su rostro—. Digo, ¿a qué ibas a ir?

— ¿A enterrarlo?

— Sabes que no me refiero a eso.

— No quería ir, no tenía ganas de ir… —se encogió entre hombros—. Tampoco quería saber en dónde
lo iban a enterrar… porque, de haber sido mi decisión, lo habría incinerado.

— ¿Y qué habrías hecho con las cenizas? —preguntó Natasha con una sonrisa interna, porque ella
sabía que Emma no estaba precisamente en contra del entierro o a favor de la incineración, era que
simplemente pensaba que a su papá había que hacerlo cenizas porque sí.

— Habría comprado un piano de pared como en el que aprendí a tocar piano, un Yamaha marrón,
habría tocado todas las piezas de Tchaikovsky que sé y que no sé, me habría equivocado a propósito,
habría esparcido las cenizas en la caja… y habría destruido el piano con un mazo de dieciséis libras —
sonrió angelicalmente, pero, ante la ancha mirada de Natasha, suspiró para decirle la verdad—.
Hablando en serio, no lo sé, no sé qué habría hecho con las cenizas… y tampoco lo sabía en ese momento,
quizás por eso dejé que mis hermanos hicieran todo como ellos querían. Sólo sé que yo ya no quería
verlo de nuevo, y que él tampoco quería verme de nuevo.

— ¿Por qué piensas que no te quería ver de nuevo?

— Me lo dijo.

— ¿Y piensas que lo decía en serio? —Emma asintió—. ¿Escogiste creer que lo decía en serio o lo
sabías?

— No encuentro nada que me conforte en eso de “creer” que lo decía en serio —«porque eso sólo
significaría que tenía esperanzas de que no era así»—. Quizás hice las cosas mal, pero no hice nada malo
—repuso un tanto molesta y sin saber realmente por qué—. Sé que lo decía en serio, y tampoco me dolió
que me lo dijera…

— Supongo que nunca sabremos si lo decía o no en serio —suspiró.

— Te digo que sí lo decía en serio —sacudió su cabeza.

— ¿Cómo puedes estar tan segura?


— Porque sé que le dio vergüenza que lo viera así de débil, de inútil —se encogió entre hombros—.
Él escogió no verme, y yo también… y sé que escogimos eso por la misma razón a pesar de que no nos
pusimos de acuerdo.

Natasha ladeó su cabeza, y vio a Emma darle un sorbo a su copa de vino para calmar la clara ráfaga de
pensamientos que la atacaban sin necesariamente hacerle daño; eran las cosas en las que era imposible
no pensar.

Pensó en cómo no lograba entender ese sabor a desprecio que tenía todo lo que Emma decía sobre su
papá, pero que, en el fondo, y quizás ni tan en el fondo, estaban esas muestras de respeto que
confundían a cualquiera. A ella definitivamente la confundían, no la dejaban entender. Pero no era para
que ella o el resto del mundo entendiera, quizás ni Emma misma entendía y tampoco quería entender
por no querer explorar eso que ya había dejado en el pasado y sepultado en algún cementerio de
Roma. «Ignorance is bliss». Ni quería ni necesitaba saber.

— ¿Y tus abuelos maternos? —preguntó Natasha al cabo de unos segundos que habían parecido eternos.

— Los mejores —sonrió, haciéndola sonreír a ella también—. Mi abuelo vivía por y para el futbol, todo
lo que tuviera que ver con futbol… eso era lo suyo —rio nasalmente—. Me acuerdo que, estando yo muy
pequeña, me llevó a un juego de la Roma contra la Juventus, y me acuerdo del gol de cabeza que metió
Desideri, y de cuando me llevó a un juego de la Roma contra el Udinese, que Rizzitelli metió un gol en el
tiempo de reposición… y que Giannini llegaba a cenar a la casa… a Giannini que yo le decía “Eppe” porque
no podía decir “Giuseppe” —rio.

— Me hablas como en chino.

— Mi abuelo era de esas personas que es imposible que sean tan amables… y no era así sólo conmigo,
o con mi mamá y mis hermanos, así era con todos. Era un aficionado del futbol, de las películas de James
Bond, y de los Rolling Stones. Se enojaba si osabas a decir que los Beatles eran mejores que los Stones.
Era de los que iba a trabajar en traje con corbatín y tirantes, y de los que iniciaba una tarde de nietos
con gelato. Decía que nunca era suficiente queso, que nunca era suficiente vino, que nunca era suficiente
cariño, y que nunca era suficiente risa… y tocaba el cello.

— ¿Y tu abuela?

— Mi abuela era distinta a pesar de sufrir del mal del estereotipo de abuela —rio—. No le decíamos
“Nona” porque sonaba demasiado fuerte, le decíamos “Nonina”… con cariño, y la tuteábamos.

— Confianzudos —bromeó.

— Creo que la hacíamos sentir más joven con el tuteo —se encogió entre hombros—. Era la que me
iba a ver a todos los juegos de tenis, y que realmente llegaba a ver el juego… no llegaba con un libro o
con una revista.
— That must have been nice.

— It was —asintió—. Y era con quien practicaba el francés… y quien me enseñó a recitar las tablas del
uno al veinte, a dividir esas cifras que Dios-me-ayude-mejor-uso-la-calculadora, y quien me regaló mi
primer Walkman y mi primer cassette de Laura Pausini, y quien me compraba la edición mensual de
Vogue USA porque mi mamá me compraba la edición mensual de Vogue Italia… y nos daba regalos
entretenidos para las ocasiones pertinentes —rio, como si eso fuera lo más importante—. Ah, y para mi
cumpleaños, porque cumplo un día después que ella, casi siempre nos íbamos de viaje las dos… que a
Trieste, o a Zagreb, a Vienna, a Budapest, a Zurich…

— No sabía que cumplías un día después que ella —comentó, porque le había encontrado las remotas
probabilidades a eso.

— Y para mi doceavo cumpleaños me regaló entradas para el primer concierto de Laura Pausini al que
fui… que supuestamente iba a ir con ella y ya no se pudo.

— Entonces a ella le debo agradecer esa fijación que tienes con esa mujer, ¿cierto? —susurró llena
de intenciones de molestar.

— ¿Fijación? —elevó su ceja izquierda.

— No me digas que no estás enamorada de esa mujer… porque no te voy a creer.

— ¡Ay! —frunció sus labios, y su nariz, para luego reírse—. ¿Qué te puedo decir? Las mujeres italianas
se me hacen un poco irresistibles —exageró el sentimiento que tenía hacia las mujeres de dicha
nacionalidad, o hacia las mujeres en general.

— ¿Y las griegas?

— Sophia es italiana —corrigió su insinuación—. Que la hayan contaminado con costumbres griegas
es otra cosa… pero es italiana.

— Cie-erto —canturreó—. Se me olvida que Sophia es la mitad de Volterra.

— ¿Por qué me haces eso? —llevó sus manos a su rostro para cubrirlo.

— ¿Qué hice? —rio, y Emma sólo sacudió su cabeza—. No me digas que te perturba saber lo que
Volterra puede hacer con su pene.

— ‘Ffanculo… —se hundió más entre sus manos—. ¿Por qué me dices esas cosas? ¿Acaso no me
quieres?

— Oye, todos tenemos una mitad que vino de un pene… —se carcajeó ante la incomodidad de su
mejor amiga.
— Ya, ya… —la detuvo con una mano en lo alto.

— Sí te quiero… es sólo que me das risa cuando te incomodas.

— Payaso personal, entonces —suspiró.

— Ocasional, sí —asintió con una sonrisa sin vergüenza—. Entonces, Laura Pausini.

— She gives me chills and goosebumps when she sings… —se encogió entre hombros, porque para
ella eso era obvio—. Escuchar que canta en vivo, que no necesita de “n” cantidad de bailarines para
entretenerte, ni de ella bailar, que sólo necesita tener un micrófono… y que si ella deja de cantar
escuchas a todo San Siro cantando… —suspiró, y se sacudió en un escalofrío al acordarse de “Ascolta Il
Tuo Cuore” con todo el estadio en coro, que para medio concierto había empezado a llover y no había
importado porque si Laura Pausini se mojaba ella también sin importar el mes de resfriado que sufriría
luego.

— Asumo que San Siro no es Roma.

— El Giuseppe Meazza —sacudió su cabeza—. Estadio del Milan y del Inter.

— ¿No la veías en Roma?

— Sí, pero esa vez la vi en San Siro porque fue la primera mujer que cantó en el estadio y que, de
paso, rompió récord de tiempo en sold-out; setenta mil personas.

— De las cuales una de ellas eras tú.

— Y con orgullo —asintió—. Imagínate a setenta mil personas cantando… es casi irreal. Ni a Madonna
le corearon así en elConfessions Tour en Roma, y no porque eran diez mil personas menos… ni a U2 en
el San Siro aunque eran casi el doble de personas.

— Debe ser algo patriótico —se encogió entre hombros, y Emma le preguntó un «¿qué debe ser
patriótico?» con la mirada—. El amor por Laura Pausini.

— En mi caso no tiene nada que ver que sea italiana. Además, no creo que tenga mucho que ver
porque ha cruzado varias fronteras, no es como Giorgia —repuso, y dio un sorbo a su copa—. En lo
personal prefiero sus canciones en italiano por sobre las que son en español… las que son en inglés no
las soporto aunque sean las mismas que canta en italiano.

— ¿Por qué?

— Porque no la siento orgánica a pesar de que no tiene el típico acento que un italiano suele tener,
siento que no tiene la misma fuerza que tiene en italiano.
— ¿Fuerza? —resopló—. La mitad del tiempo está gritando.

— El italiano es bastante fuerte, no sólo en intensidad sino también en volumen… a mí me suena


normal.

— Supongo que tus oídos están acostumbrados a esos decibeles —sacó su lengua.

— Pues sí —rio.

— ¿Entonces te gusta que te grite? —bromeó con ese tono que implicaba algo más sexual—. ¿O es la
letra?

— A mí me puedes cantar sobre penes y vaginas o sobre el amor más puro y más cursi, pero si la
melodía y el ritmo no me hacen nada… —se encogió entre hombros—. Ella simplemente tiene la mala
maña de tener melodías que de alguna forma se me quedan grabadas; si no son memorables no valen
la pena —sonrió—. Aunque no niego que sí hay letras que me gustan, pero las he descubierto a partir
de que me gusta la melodía… todavía no encuentro una canción que me guste sólo por la letra.

— Sea por lo que sea, te gusta.

— Sí, pero no de esa forma —rio—. Puedo ir a dormirme con ella, puedo despertarme con ella… pero
no me molesta si otra persona la escucha; no me molesta compartirla.

— Possessive much? —se carcajeó.

— ¿Te gustaría que Phillip se compartiera con alguien más? —elevó su ceja derecha.

— Buen punto —sacudió su cabeza—. Entonces no deberías decir que las mujeres italianas son
irresistibles para ti.

— Sólo considero irresistibles a cuatro mujeres italianas, no a todas.

— ¿A Sophia, a Laura Pausini, y a quiénes más?

— Monica Bellucci y Claudia Cardinale.

— Tú tienes algún mommy issue —rio, y Emma frunció su ceño—. Monica Bellucci ya va por los
cincuenta, y Claudia Cardinale va por los setenta si no es que ya va por los ochenta.

— Evidentemente me refiero a Claudia Cardinale en aquella época —entrecerró la mirada.

— Ajá, ¿y Monica Bellucci?


— Es como el Pomerol —se encogió entre hombros, y Natasha soltó una estrepitosa carcajada—. No
es un mommy issue, es sólo que soy honesta y admito que Monica Bellucci está muy guapa.

— “Guapa”.

— Pues sí, porque “bonita” no es.

— ¿Laura Pausini es bonita o es guapa?

— Tendencia a guapa, pero no diría que lo es… simplemente es —frunció su ceño—. I’m not in the “I
wanna fuck Laura Pausini club”.

— ¿Estás en el de Monica Bellucci? —continuó molestándola.

— She’s my celebrity fuck list.

— ¿Ella es tu lista completa? —Emma asintió—. ¿Y Sophia lo sabe?

— Sophia comparte mi opinión.

— No sé si encontrarlo chistoso o raro que estén de acuerdo en eso —rio.

— Pura casualidad —resopló.

— Monica Bellucci… —murmuró para sí misma—. Sé quién es por ser vocera de Domenico y Stefano,
pero creo que no he visto ninguna película con ella.

— Creo que aquí la conocieron por Malèna, y después que hizo el papel de Persephone en “The
Matrix”… y, si no me equivoco, hizo de María Magdalena en “The Passion of the Christ”.

— No he visto ninguna de las tres —frunció su ceño—. Y tampoco sé cómo es que tú sí las has visto…

— Tú sabes que veo de todo un poco, hasta “Movie 43” y las de los Pitufos.

— Tú lo que buscas es otra razón para odiar a los Pitufos.

— No los odio —entrecerró su mirada—. Son como Plaza Sésamo, y los Muppets; no les encuentro
nada interesante, entretenido, y/o gracioso.

— ¿Escuchas eso? —llevó su mano a su oreja.

— ¿El qué? —frunció su ceño.

— Es el sonido de toda América retorciéndose —susurró risiblemente—. Decir eso es peor que insultar
a tu mamá.
— Si con “América” te refieres a este país —rio—, cuestiono dos cosas, y digo dos puntos: el sentido
del humor, porque todavía no entiendo qué tiene de gracioso “Superbad” o “Dumb and Dumber”, y la
importancia, el respeto, y el amor por la figura materna.

— Bueno, de matriarcado tenemos poco… pero no creo que tengamos un mal sentido del humor.

— No dije que fuera malo, sólo dije que no entendía qué tenía de gracioso —enfatizó en la diferencia—
. I’m not into an IQ decrease.

— Es que las películas que escoges para denominarlas “comedias” no dan risa —rio suavemente.

— Yo no las denomino así, ése es el género con el que llegan a la pantalla grande.

— Buen punto —estuvo de acuerdo, y vio a Emma cerrar los ojos con un suspiro para luego ladear su
cabeza; algo que tenía que ver con lo que sonaba en ese momento—. ¿Buenos recuerdos?

— Eso es en San Siro —señaló hacia arriba—, fue el año que me vine a vivir aquí.

— No sabía que podía no gritar —bromeó—. ¿Con quién fuiste a ese concierto?

— Con unas amigas de la universidad.

— ¿Tenías amigas en la universidad? —ensanchó la mirada, porque quería aparentar la seriedad de


la pregunta, pero, ante la entrecerrada mirada de Emma, sólo pudo carcajearse—. ¿Eran amigas de
ocasión o amigas de verdad?

— Mmm… —suspiró—, eran mis compañeras de mesa en Diseño.

— ¿Diseño de Interiores o Diseño?

— Diseño —dijo calladamente.

— No te escuché.

— Diseño —repitió un tanto incómoda.

— ¿Por qué no te gusta hablar de eso?

— Porque no tiene sentido —se encogió entre hombros, y llevó su copa a sus labios para terminarse
su dosis de Pomerol—. ¿Qué se te ha metido que quieres saber cualquier cantidad de cosas sobre mi
pasado? —preguntó, teniéndole asco a eso de “mi pasado” porque sonaba demasiado poético,
demasiado dramático, demasiado mal—. Entre tú y Sophia… es como que quieren escribir una biografía
sobre mí.
— Oye, lo que hables o no con Sophia, no tiene nada que ver conmigo —levantó sus manos y sacudió
su cabeza—. Es sólo que hay curiosidad… tú sabes todo sobre mí; de mis días en St. Bernadette’s, de mis
días en Brown, y de mis días en NYU, de mis días en Sparks, de mis días en Lifetime… —se encogió entre
hombros—. When I look at you, it’s not that I don’t know who you are because I do know who you are
and what you are…

— So, why do you want to know?

— Because I’m curious.

— “Curious”?

— Yes, just curious —asintió con una sonrisa casi infantil—. And my curiosity comes and goes.

— Curiosity killed the cat —susurró.

— And satisfaction brought it back —repuso rápidamente.

— ¿Qué quieres saber? —suspiró ante la eminente derrota argumentativa.

— Lo que sea que me quieras contar… algo para matar el tiempo mientras Phillip se despierta —se
encogió entre hombros.

— Así no es como funciono, y tú lo sabes.

— Está bien —resopló—. ¿Por qué llevaste las dos al mismo tiempo?

— Porque estaba aburrida —se encogió entre hombros, aunque eso no eran cien por ciento cierto;
necesitaba distraerse con más—, necesitaba más cosas que hacer… y porque siempre me gustó la idea
de meterme en ese mundo; uno era para complementar la arquitectura, el otro era para complacerme.

— ¿Y qué hacías?

— Como era el programa de un año, prácticamente sólo hice diseño puro; textiles, dibujo, patrones,
diseño conceptual oavant-garde, diseño industrial o prêt-à-Porter, dibujo y diseño técnico, historia
de couture, y diseño de lingerie and swimwear, womenswear, and menswear. De las últimas escogías
dos porque eran una especialización.

— ¿Cuál escogiste?

— Womenswear y menswear. La lencería se la dejo a La Perla, y a Carine Gilson —sonrió.

— Creí que cuando decías que no cosías era una broma —rio.
— Sí sé coser —sacudió su cabeza—. Pasa que mi construcción, para algo tan intricado, no es buena…
quizás, de haber hecho los cuatro años que se requerían para el grado, lo habría logrado. Pero no es lo
mío.

— Si no construías, o confeccionabas, ¿qué hacías entonces? ¿Sólo dibujar?

— Trabajábamos junto con los de los talleres de construcción; nosotros diseñábamos y ellos
construían —se encogió entre hombros—. Tengo un profundo amor por la ropa, por el calzado, por la
moda en general… pero mi amor por la industria tampoco es tan grande, supongo que sólo quería
entender un poco más de lo que me servía y lo que no. No hablo del tema porque no tiene nada de
interesante —le dijo un tanto seria, porque realmente pensaba que no era nada sino aburrido.

— Sí es interesante —frunció su ceño—. Bueno, sería interesante ver qué era lo que diseñabas.

— Prêt-à-Porter —repuso, tomándola de la mano para obligarla a bajarse de la encimera y guiarla


hasta la habitación del piano—. Tómalo como una exploración, una investigación del cómo quiero
vestirme y del cómo quiero que se vistan… —dijo, buscando aquel libro rojo de pasta dura—. La
educación existe en todo tipo de campo —sonrió, y le alcanzó el libro que había sacado de entre la
sección de Harper’s Bazaar y Vogue—, incluyendo mi educación e incluyendo mi campo.

— Es tu portfolio —murmuró al hojearlo.

— No, no es mi portfolio —sacudió su cabeza—. O, bueno… supongo que sí —resopló, pues eran todos
sus diseños, tanto los buenos como los malos, que había hecho durante aquel año—. It’s just a
sketchbook.

— High-end prêt-à-Porter —resopló al ver el contenido con mayor detenimiento.

— Tú sabes que la clave está en que se vea caro, no en que sea caro.

— Sí, yo sé que el costo de mi jeans no debe pasar de los cien dólares y aun así pago diez veces más
—dijo, pasando las páginas con delicadeza mientras buscaba un asiento en el cual dejarse caer. Sus
piernas no estaban muy fuertes después de esa campal batalla sexual—. Es como si Armani y St. John
tuvieron un hijo, quizás con genes de Ralph Lauren, Etro, y Burberry.

— Como dije, es la máxima expresión de prêt-à-Porter —se encogió entre hombros, no sabiendo si
sentirse ofendida o halagada por la comparación—. Lo más comercial que se pueda.

— ¿Comercial? —rio—. Ni tanto.

— Yo pienso que sí.

— La mujer promedio no tiene tus proporciones, y lo que tú diseñaste es para ti; para una mujer con
tus exactas proporciones… y eso no es tan comercial. Llámale comercial si tratas con tallas de ocho hacia
arriba, y con telas y formas de cuello que prácticamente cualquier mujer puede dominar. No cualquiera
puede dominar un patrón de cebra o un escote tan profundo que los filósofos se tardarían años en
discutir —dijo, haciendo a Emma reír con el último comentario—. Aunt Donna siempre dice que una
diseñadora es su propio branding y su propio marketing; ella diseña de tal forma que refleja cómo se
viste.

— Eso pasa con los hombres que diseñan menswear también —estuvo completamente de acuerdo—
. Si diseñas para el otro género es más un “cómo quiero que se vistan” o un “como me imagino que me
vestiría si fuera del otro género”.

— ¿Tienes menswear aquí?

— Mjm —asintió, pasando las páginas hasta casi al final.

— Obsesión con trajes —resopló al ver siete bosquejos de siete distintos trajes.

— Un traje entallado es tan sexy, para una mujer, como lo es la lencería para un hombre —asintió.

— Sophia en lencería —rio—, ése es tu caso.

— Aprecio el gesto de la lencería sexy, pero eso no me detiene de querer quitársela.

— Precisamente, te dan ganas de arrancársela para tú-sabes.

— ¿Y el punto de eso es?

— Tu inhabilidad de guardarte las manitas —bromeó, y vio, de reojo, cómo Emma sumergía sus manos
en los bolsillos de su jeans; acción subconsciente para que viera que sí podía guardarse sus manos—.
Quizás tú sólo admiras los trajes entallados, desde lejos… porque tu naturaleza no te da para arrancarlo.

— Olvida al hombre en el traje, es el traje en sí, cuando es tallado y entallado, que es una obra de
arte.

—Y es por eso que se nota que no te gustan los hombres; prefieres ver al traje que ver al hombre.

— Guilty as charged —rio con sus manos a la altura de sus hombros, y las guardó nuevamente en sus
bolsillos.

— Ni tanto —sacudió su cabeza—, sabes que es mentira que no te gustan los hombres.

— Me gustan de lejos —se encogió entre hombros.

— Ni tanto —repitió con el mismo movimiento de cabeza—. De lo contrario no tendrías antecedentes


heterosexuales —le dijo, y, antes de que Emma pudiera decir cualquier cosa, que hasta inhaló esa justa
cantidad de aire para refutar o comentar algo al respecto, sacudió nuevamente su cabeza—. Ni se te
ocurra jugar la carta de “estaba confundida” o “estaba explorando mi sexualidad”… you’re so much
better than that.

— Iba a decir que quizás era pansexual.

— ¿Excitación por los panes y los carbohidratos? —bromeó con su lengua entre sus dientes, pero
sintió a Emma exhalar junto con una caída de hombros y una mirada entrecerrada—. “Pansexualidad”
sugiere una atracción que no está ligada al género como tal, una preferencia por personalidad y carácter
por sobre la estética.

— Es la sexualidad del nuevo milenio —asintió.

— Relájate, Samantha —rio por la referencia a “Sex & The City”, y tuvo que aceptar que, de entre
todas las cosas que podían ser citadas de las seis temporadas, era de lo más rebuscado. Buena memoria.
Buena memoria de ambas.

— Es lo más cierto que puede existir —se encogió entre hombros.

— Cierto no, puro sí —repuso, pasando la página para seguir viendo los bosquejos—. Al ser humano
siempre le atrae lo estéticamente bonito, que los parámetros de belleza varían en tiempo y espacio es
otra cosa, pero preferimos lo bonito a lo inteligente.

— Sí, porque mis parámetros de “bonito” son los mismos tuyos —rio con un tono que podía confundir,
porque no se sabía si era sarcasmo o no, por lo que Natasha reflejó su confusión en su mirada—. Nos
gustan las mismas cosas.

— I beg to differ —se carcajeó con regocijo—, I’m not into pussy.

— ¿Sabes que eso era lo que yo me decía al principio? —susurró con ánimos de simplemente
molestarla, pero eso no significaba que el contenido de su pregunta no fuera cierto o verdadero.

— Si Sophia fuera hombre, ¿qué harías?

— No puedes sólo cambiarle el empaque —rio—, sino terminaría siendo a woman’s best friend.

— A gay friend —sonrió, y Emma asintió—. Bueno, imagínate que lo que te gusta de Sophia lo hubiera
tenido Fred…

— ¿Siendo tu punto?

— ¿Te habrías quedado con Fred?

— No sé ni siquiera si eso se puede responder —frunció su ceño.


— ¿Por qué eras novia de Fred?

— Eso es algo que me pregunto un par de veces al año —resopló—. No sé qué le veía.

— Es lo que no le veías —sonrió, devolviendo su mirada a los bosquejos—. El hecho de que nunca
aprobé esa relación al cien por ciento no significa que no acepte que Fred es una persona que, cuando
quiere, puede ser una buena compañía; entretiene e interesa. Tenía mil mañas, malas costumbres, y
excentricidades, pero quién no las tiene.

— ¿Entonces?

— La cama fue un daño colateral de la cotidianidad —se encogió entre hombros—. Así como creo que
fue con tu relación con el hombre aquel —dijo, derramando todo su desprecio sobre esa persona que
no conocía pero que había aprendido a detestar por principio de hermandad y por principio de
femineidad.

— ¿Con Marco?

— Sí —se volvió hacia ella—. If he hadn’t turned into an asshole… you would’ve probably married the
guy.

— Repito: ¿siendo tu punto?

— ¿Cómo sabes tú de la “pansexualidad” aparte de porque Samantha lo dice?

— Porque me estresa no saber qué soy —suspiró—. Claramente no soy heterosexual, y claramente
no soy homosexual.

— Podrías ser bisexual —sugirió.

— Eso significaría que mi atracción sexual es tanto por hombres como por mujeres, y ése no es el caso
—sacudió su cabeza—. Hasta la fecha no he conocido un hombre con el que pueda pensar: “I want him
to fuck me”. Lo que he tenido con un hombre prácticamente pasó, supongo que el cuerpo me lo pidió,
pero sé que no me nace así como me nace con… tú sabes.

— La sexualidad no sólo se basa en atracción sexual del tipo genital —repuso, no sabiendo si con esa
terminología podía explicarse un poco mejor—. De lo contrario habría un tipo de atracción sexual por
un genital que vibra… y eso todavía no pasa.

— Buen punto.

— No creo que seas una persona de “I wanna be fucked”, tú eres más de “I wanna fuck you” y de “I
want you to want me to fuck you”… en otra vida, bajo otras circunstancias, tu obsesión con el control
probablemente te llevaría a ser una dominatriz.
— Auch.

— No es para que te sientas insultada, o qué sé yo —rio suavemente—. Yo no tengo ningún problema
con el ejercicio del control de todo, hasta del clima… a mí me gusta cuando todo me sale como yo quiero;
es una satisfacción natural.

— No me gustan las sorpresas —dijo como explicación a sus innatas ganas de querer controlarlo todo.

— Por la razón que sea, así sea porque no te gustan las sorpresas o porque te sientes bien controlando
todo y a todos… la satisfacción es normal.

— Entonces, según tú… soy bisexual.

— Yo no dije eso —sacudió su cabeza—. A decir verdad, creo que la bisexualidad sólo existe cuando
una razón de tu gusto y/o atracción por una persona es su género situacional y que sólo se limita a
hombres y mujeres… de lo contrario no creo en la bisexualidad. Para mí, el término “bisexualidad” es
tan rígido, que no es más que una teoría bastante primitiva de la “pansexualidad”.

— Me intriga la profundidad de tu razonamiento —dijo su sarcasmo.

— Por definición: al heterosexual le gusta el género contrario, al homosexual le gusta su mismo


género, y al bisexual le gusta tanto su mismo género como su género contrario.

— ¿Entonces?

— “Por definición” —enfatizó en lo que eso significaba—. Existen varios tipos de transgénero…

— Entonces, ¿qué? ¿Soy bisexual o no? —rio un tanto desesperada.

— ¿Sophia te gusta porque es mujer o porque es Sophia? —le preguntó con toda la intención de
elevar ambas cejas y exhalar un “oh”—. No, no creo que seas bisexual.

— Entonces sí soy pansexual.

— Yo sólo puedo proponer preguntas porque respuestas no tengo —se encogió entre hombros—.
¿Te sientes cómoda con esa etiqueta?

— ¿Por qué no me sentiría cómoda con eso?

— Por eso mi pregunta.

— El prefijo “pan” me estorba, de lo contrario satisface la mayoría de mis características sexuales.

— “Pan” significa “todo”, no la abreviación del nombre del ex de Sophia —rio.


— Me estorba por igual… por eso me he autroproclamado “Sophiesexual”.

— Nice —rio—. Es bastante específico.

— Cero Freud, cero Kinsey, cero asociaciones…

— Etiqueta científica.

— Al cien por ciento —asintió con una risa.

— ¿Por qué te estorba tanto Pan? —tuvo que preguntar, porque su curiosidad era simplemente
demasiada.

— ¿Sinceramente? —resopló, y Natasha asintió—. No sé… —se encogió entre hombros—. El recuerdo
me enoja, su cara me enoja, su voz me enoja… él me enoja.

— Pero ni está en tu vida, no veo por qué tiene que enojarte.

— No me digas que puedes lidiar civilizadamente con las ex novias de Phillip.

— Olivia Palermo, alias “la tabla humana”, no constituye ese grupo de mujeres, así que no tengo
ningún problema.

— Ah, New York Royalty —bromeó Emma.

— Es una persona que te hace reconsiderar la clase, o la falta de, de la sociedad neoyorquina. Es un
ícono desarrollado porreality TV, nada bueno, o muy poco, puede salir de “The Hills” y de programas
similares.

— Tú trabajabas para reality TV —entrecerró la mirada.

— Y a eso digo tres cosas y dos puntos: yo no era la protagonista, no me sirvió de catapulta para
absolutamente nada, y yo no trabajaba para scripted reality TV; lo que veías en la pantalla era lo que
realmente pasaba… al menos así era en mi tiempo.

— Si he visto diez capítulos de distintas temporadas… es mucho.

— Deberías verlo, es diferente. Al menos hasta la décima temporada, que es la última en la que estuve.

— Lo consideraré —rio—. ¿Alguna temporada en especial?

— Mmm… creo que la décima te puede gustar.

— ¿La compro por Amazon, la veo en Netflix, en Hulu?


— Hulu —rio—, si no eres fanática enferma no vale la pena comprarla.

— Tercera serie que veré en Hulu.

— Eres de las personas con las que ese tipo de servicios ganan —su burló—. Pagas ocho dólares al
mes por Hulu, ocho dólares al mes por Netflix… y casi no los usas.

— Es una estrategia complementaria; lo que no está en Netflix está en Hulu —se encogió entre
hombros—. Y, de igual forma, todavía rento y compro películas en iTunes cuando no las encuentro ni en
Netflix ni en Hulu, ni en Amazon.

— Tú eres lo que todo e-commerce provider quiere en un cliente.

— Compro lo que no puedo comprar con facilidad —frunció su ceño como si se estuviera
defendiendo—. Aquí tengo Saks, Bergdorf’s, Barneys, y toda una ciudad para comprar lo que se me
ocurra… pero hay cosas que no tengo aquí, como Nancy Meyer —sonrió.

— Big deal, tienes La Perla, Kiki de Montparnasse, y Saks para eso.

— Sabes que si puedo evitar probarme cualquier tipo de lencería y traje de baño, lo evito. Y prefiero
lo que me viene empacado a lo que tomo del perchero… sabrá Dios cuántas personas se han probado el
mismo sostén —dijo con una expresión de asco—. Y Amazon me sirve para comprar las canciones que
no encuentro en iTunes, y lo que no puedo comprar en Food Emporium.

— ¿Cosas como cuáles?

— Cables, audífonos, y cualquier cosa que sé que no voy a tener tiempo de ir a comprar a donde lo
venden aquí, o porque sólo puedo comprarlo en New Jersey. Y ha sido utilizada para reemplazar los
Converse de Sophia, porque sólo allí los encontramos, y para lo que sea que Irene quiera o necesite, o
para lo que sea que Sophia quiera darle a Irene… o a Camilla.

— Mírate, ya pagas lo de tu familia política —bromeó.

— No, Sophia sólo usa mi cuenta; ella usa su tarjeta.

— Mírate, ya compartes cuentas con Sophia —rio, empleando el mismo tono anterior.

— Para todo lo que tenga que ver con e-commerce —asintió, y, de inmediato, soltó una risa nasal
junto con una caída de cabeza para luego volverse hacia la puerta—. Buenos días —sonrió para Phillip,
que vestía sus calcetines negros, que la banda elástica tè blu, «or teal», apenas sobresalía sobre el gris
carbón que se ajustaba a su cadera con tanta perfección, y, en la mano izquierda, tenía al Carajito, pues
en la mano derecha tenía la blusa de Natasha.
— Buenas tardes… noches, Emma María —sonrió, colocando al Carajito sobre el suelo—. Hola —le
sonrió a Natasha.

— Hola —reciprocó ella, cerrando el libro de bosquejos de Emma para ponerse de pie e ir en busca
de un saludo.

— Encontré mi camisa —rio calladamente con una broma de por medio—. Emma María, ¿tú crees
que me vería bien esta camisa? —elevó la blusa de Natasha, una composición de georgette color marfil
con costuras negras, de cuello mandarín, manga larga con polsini y botón por mancuernilla, y de escote
triangularmente agudo que tenía clase y vogue por su traslapada naturaleza.

— “Blusa” —lo corrigió Emma, estirando su brazo para descolgar la seda de sus dedos—, y no creo
que te veas bien en este color.

— Lo sabía —rio, siendo atacado por las muñecas de Natasha a su cuello.

— You took a shower —inhaló ella el desconocido aroma que se desprendía de su piel y de su cabello,
el cual estaba más mojado que húmedo y sin ningún tipo de producto para moldearlo, por lo que en
pocos minutos se le dibujarían sus anchos y flojos rizos que lo harían ver relativamente desordenado a
pesar de sus talladas y entalladas ropas.

— Muy observadora —sonrió, viéndola desde arriba, que parecía que veía sus labios y no sus ojos—.
Emma María, tomé prestada una toalla del armario, y la ducha. Espero que eso no haya sido un abuso
de confianza —dijo como si pidiera permiso y perdón al mismo tiempo.

— No, está bien —rio nasalmente, viendo hacia abajo, pues el Carajito olfateaba la gamuza de sus
Sambas.

— Y recogí las sábanas —agregó—, las traeré el miércoles de regreso cuando venga a recoger al
Carajito.

— No tenías que hacer eso —frunció su ceño.

— Oh, trust me… —se volvió Natasha sobre su hombro.

— Yo sé lo que hicieron en esas sábanas —rio—, es sólo que se pueden lavar aquí… no es necesario
meterlas en las bolsas de Hallak.

— Entonces iré a meterlas a la lavadora —dijo Natasha, extendiendo su mano para que Emma le
entregara su blusa.

— Si quieres ducharte, puedes —le dijo Emma, omitiendo la respuesta inmediata que habría esperado
Sara de ella, ese “no te molestes, yo lo haré”, pero precisamente porque sabía lo que había sucedido
entre esas hebras de algodón, no las tocaría.
— ¿Eso es un “dúchate que hueles a sexo”?

— Es un “si quieres ducharte, puedes” —sacudió su cabeza con una risa—. Phillip puede
entretenerme.

— Si es así, creo que sí tomaré una ducha —sonrió, llevando sus dedos a los botones de la camisa de
Phillip para entregarle lo que debía cubrirle el torso, pues ella podía ir por el pasillo sin nada que la
cubriera; a ella eso no le importaba porque ya todos los presentes le habían visto todo, y no lo
consideraba una falta de respeto.

— ¿Cómo estás, Emma María?

— Eso debería preguntártelo yo a ti, Felipe Carlos —repuso Emma rápidamente—. ¿Te ofrezco algo
de comer? —sonrió, y él sólo sonrió de regreso con cierta vergüenza—. ¿Quieres cenar o quieres llegar
a la cena?

— Quiero llegar a la cena, no quiero que me maten entre Natasha y Agnieszka por no tener hambre
—susurró, y, mientras se abotonaba la camisa, siguió a Emma por el pasillo.

— Te puedo ofrecer cheese sticks, para que parezca que estás atacando un tentempié nada más.

— Sólo necesito comida —rio.

— ¿Algo de beber también?

— Eso estaría demasiado bien —asintió.

— ¿Alcohol o no alcohol?

— No alcohol de preferencia.

— Mmm… —suspiró, viendo a través del vidrio del refrigerador lo que podía ofrecerle—. Tengo Dr.
Pepper, pink lemonade,orange juice, Pellegrino, leche semidescremada, Ginger Ale, té verde, y agua fría
o a temperatura de filtro —sonrió, y, ante la indecisión de aquel hombre que se asomaba tras ella, sobre
su hombro, rio—. Agarra lo que quieras —se encogió entre hombros, y haló una de las gavetas para sacar
aquel enorme paquete; tres libras «y un poquito más» de mozzarella sticks con un poco de salsa
marinara.

— Gracias —sonrió, y abrió la puerta para sacar la jarra de té verde—. ¿Qué tal te fue hoy? —le
preguntó con cierta curiosidad y cordialidad—. ¿Ya tienes una víctima?

— ¿Por qué todos hablan de víctima o esclavo? —frunció su ceño con una risa.
— No sé cómo funcionan las pasantías en la madrepatria —dijo con ese gesto tan italiano de dedos
unidos en un punto, y de muñequeo hacia adelante y hacia atrás, además, y a eso le había agregado el
acento respectivo—, pero aquí sólo se aprende contough love… que pocas veces hay amor de por medio.

— Todo tipo de trabajo que tuve en “la madrepatria” fue bajo un hombre que me caía muy bien y que
nunca abusó de mi intelecto como para que le trajera un café.

— Yo llevé café, recogí tintorería, recogí hijos y nietos de la escuela, del aeropuerto, de prácticas de
cualquier deporte, tuve que ir a un concierto de Britney Spears… hice cosas que cuestionaron mi
integridad como persona, como hombre, como economista y como Ivy League student —dijo, siendo
más doloroso lo primero, porque sabía que Princeton jamás se compararía con Harvard, y aceptaba el
hecho de que él no había sido suficientemente inteligente y prodigioso como para asistir a tal
universidad, pero Princeton había sido bondadoso y cariñoso con él, y ahora era jefe de un grupo de
ineptos de Harvard, porque sus egos eran lo que más los obstaculizaba. Por eso daba gracias a su no-
tan-inteligente-cerebro y a Princeton, porque él no empezaba el setenta y cinco por ciento de oraciones
con “en Harvard”, o “I went to Harvard”, o “as a Harvard alumnus”, o cualquier cosa que tuviera que ver
con dicha universidad. Pero su orgullo de Ivy League era como el de cualquier otra persona con
corazón—. Tienes que estar dispuesto a todas esas cosas para demostrar que realmente estás
comprometido con lo que quieres; el que renuncia por esas trivialidades, por esas pequeñeces,
realmente no tiene madera para soportar lo que viene luego.

— Qué profundo —rio.

— Dime si no es cierto —repuso, viéndola por la esquina de su ojo mientras alcanzaba un vaso para
servirse un poco de té—, si no puedes soportar llevar una taza de café, es muy poco probable que
soportes ver cómo la bolsa se va al carajo —dijo, y ambos notaron como el Carajito, gracias a su última
palabra, que en este caso no significaba “perro” sino “destino”, se ponía atento ante el asumido llamado.

— Quizás no llevé café, ni recogí ropa en la tintorería, pero sí hice el menial work… y lo sigo haciendo
—se carcajeó—. Dependo demasiado del menial work como para confiar en otra persona para que lo
haga.

— Tu campo es distinto, si lo más básico no está bien hecho… se te cae la casa; no todo es cemento y
madera.

— ¿Y tu campo no? —rio—. Si te equivocas en un número se te viene abajo todo.

— Sí, es cierto, pero por eso meto la mano en todo; hasta en las presentaciones de Power Point. Y me
encargo personalmente de todo lo que tenga que ver con IPOs, fusiones, adquisiciones, o asociaciones,
pero de esas no tengo ninguna ahorita… sólo proyectos de corto y largo plazo. Pero, en fin, ¿qué tal te
fue hoy?

— Mejor de lo que pensé que me iba a ir —sonrió minúsculamente.


— ¿Oh?

— ¿Puedes creer que me estorbó el silencio?

— No. Tú encuentras cierto placer casi-sexual en el silencio —sacudió su cabeza con incredulidad—.
Lo que dices es un producto de tu imaginación.

— Ay, cómo eres —rio con los ojos cerrados mientras aflojaba su cuello con lentitud para combatir a
Freddie Mercury que cantaba “I Want To Break Free” y que no tenía consideración por los parlantes. Eso
era lo que pasaba cuando no especificaba que quería su música, o quizás sólo no escuchar a Freddie
Mercury, «a menos que se trate de “Bohemian Rhapsody”», porque no lograba digerirlo ni en su
momento de mejor humor—. ¿Puedes hacerme el favor de cambiar esa canción? —murmuró—. Mi iPod
está por ahí…

— ¿Qué quieres que ponga?

— Si quieres pásate a Spotify y pon tu música —«porque sé que a ti no te gusta Queen».

— Te voy a poner lo que iba escuchando camino al trabajo —rio, y, en cuestión de segundos, Eve y
Gwen Stefani inundaron los parlantes con aquel hit del dos mil uno.

— ¡Se me había olvidado esa canción! —exhaló una nostálgica risa.

— Y luego viene “Hot in Herre”, “Milkshake”, “Bootylicious”, “Gettin’ Jiggy Wit It”, “Get UR Freak On”,
“One, Two Step”, “Yeah!”, “Trick Me”, y, last but not least, “Family Affair”.

— Sólo éxitos —rio un poco más fuerte—. Me falta “I’m sorry Miss Jackson, I am for real, never meant
make your daughter cry, I apologize a trillion times” —cantó, o rapeó, o lo que sea, pero con suficiente
alma, porque la canción realmente le gustaba.

— Emma María, no sabía que tenías ese gen en ti —asintió un tanto asombrado, y sacó su teléfono
del bolsillo de su pantalón para agregar la canción en dicha playlist.

— OutKast me gustaba un poco —sonrió—. En verdad me gustó por “The Way You Move”.

— Buena canción también —rio, apresurándose con emoción para agregar las canciones—. ¿Qué
más?

— No sé, soy más de Alicia Keys, y Mary J. Blige, y John Legend… quizás Ne-Yo y Usher, pero esos son
culpa de Sophia —se encogió entre hombros—. No me molesta escuchar ese tipo de música… I actually
think that it can be sexy.

— Ya somos dos.
— Tres —levantó tres dedos, los cuales tenían uno que otro resto de lo empanizado de los palitos de
mozzarella que colocaba sobre una bandeja para hornear—. Creo que es culpa de Sophia también… tiene
una playlist que se llama “Sexy Beats” con nombres que en mi vida he escuchado.

— ¿En Spotify?

— No, en iTunes… búscala si quieres.

— Ya me iba a ofender porque me había escondido una playlist de ese tipo —rio como para sí mismo,
porque eran los que explotaban dicha plataforma con graciosas guerras de quién encontraba la mejor
canción, con música que se recomendaban mutuamente y de buena fe; después de todo, les gustaba
casi la misma música por no decir que les gustaba la misma.

— Oye, te tengo una pregunta… o una consulta.

— Dime.

— ¿Más o menos por cuánto vamos con BRK?

— Vamos por ciento noventa y tres, setecientos veinte. En eso cerró la bolsa hoy.

— ¿En ganancia?

— Mmm… —cerró sus ojos para hacer un cálculo rápido—. Ochocientos noventa y tres, cuatrocientos
veinte —exhaló luego de su esfuerzo—. Nada mal, ¿no?

— ¿Hablas de la Texas Instruments que tienes por cerebro o de la bolsa? —rio.

— No es Texas Instruments, es Casio —bromeó—. Y claro que hablo de la bolsa.

— Pues, sí —asintió, agachándose para abrir el horno y meter la lata.

— Oye, yo conozco a muchas personas que matarían por tener veinte acciones de Berkshire
Hathaway, en cuenta mis socios.

— Pues que ni sepan que tú tienes más de veinte —sonrió—, que no quiero que mi mejor amiga sea
viuda, y que mi novia se quede sin su Pipe… sin alguien con quien pueda compartir esa música que sólo
ustedes entienden.

— ¿Tú no me extrañarías? Digo, dejando a un lado a Natasha y a Sophia.

— Of course I would —tosió para distraer a su cerebro de sonrojarse.

— ¿Mucho?
— Espero nunca saber cuánto —evadió la respuesta real, porque era «sí, mucho»—. Pero matemos
el romance, ¿quieres?

— Sí, se puso incómodo —rio.

— Entonces, ¿qué música tiene Sophia? ¿Algo que te guste?

— Tiene artistas conocidos y rebuscados —asintió—: Vivian Green, Leela James, Lalah Hathaway,
Mary J. Blige, Tinashe… ¡tiene Ledisi!

— ¿Eso es bueno? —tuvo que preguntar, porque no supo descifrar si esa mirada, y ese suspiro, era
de estupefacción por burla o si era de estupefacción por ser denominador común.

— Si Beyoncé no existiera, ella sería más grande de lo que ya es.

— Nunca la había escuchado.

— Porque Beyoncé existe —recalcó Phillip—. Pero tampoco puedo enojarme con Queen Bee.

— Sí sabes que tus gustos musicales muchas veces son bastante…

— ¿Gay? —rio, y Emma asintió—. I’m an R&B/Pop/Hip-Hop-Whore —dijo con un gesto de esos que
Emma algunas veces lograba verle a Clark, uno de esos gestos que parecían estar instalados como
un App en el noventa y nueve por ciento de los hombres homosexuales y que no tenía nada que ver con
ser afeminado porque ni las féminas tenían ese tipo de gestos; era exclusivo del arcoíris masculino—.
Pero sabes que también tengo mi música de macho.

— Country no cuenta.

— Eso viene en la sangre, no se quita ni con Manhattan —se excusó—. Pero hablo de Audioslave, Foo
Fighters, The White Stripes, The Raconteurs, The Black Keys, The Strokes, Artic Monkeys…

— ¿La música que le gusta a Sophia? —elevó su ceja derecha.

— Si a tu mujer le gusta la música de macho no es mi culpa —bromeó, y Emma le dejó ir un suave


golpe en el hombro—. Un segundo —levantó su dedo índice para pescar su teléfono de su bolsillo.

— ¿Qué dice Sophia? —curioseó al ver la sonrisa que se materializaba en Emma.

— Que ya está en Teterboro, que viene en quince minutos… máximo —balbuceó—. Qué rápido vino.

— ¿Cuánto se tardó?

— Menos de una hora.


— Rápido —comentó para sí mismo, pero en realidad no sabía qué más decir.

— ¡Em! —alzó la voz Natasha desde la habitación de huéspedes.

— ¿Sí? —rio arrastradamente, porque estaba más concentrada en que sus pulgares escribieran un: «Ti
aspetto in casa con un drink?», implícitamente le preguntaba si quería que la esperara en TT, quizás y
justo en donde la había dejado.

— ¿En dónde tienes el detergente? —se asomó con las sábanas abultadas entre sus brazos.

— En el gabinete que está sobre la lavadora… si ya no hay, debe haber más en el armario. —Natasha
se retiró, siendo obstaculizada por los juegos que sus pies descalzos hacían con la imaginación del
Carajito.

— ¿Le confías las sábanas a mi esposa? —susurró.

— ¿Por qué no?

— La última vez que sé que lavó ropa… todavía vivía en Kips Bay —rio—, y se tardó dos semanas en
acordarse de que había dejado la ropa en la lavadora. —Emma estalló en una risa—. Sólo así te das
cuenta de que al suéter Burberry le sale el mismo hongo que al suéter Old Navy.

— ¡Ay! —alargó su risa—. ¿Y Agnieszka no sacó la ropa?

— Como nunca lavaba ropa, porque hasta las toallas iban a la tintorería, jamás se le ocurrió abrir la
lavadora…

— Cómo quieres a tu esposa; mala publicidad le haces.

— Oye, yo tampoco soy un experto en eso, yo sólo lavaba bóxers y calcetines… y más de alguna vez
arruiné la lavadora porque metí el jabón en donde no era, o porque usé el tipo de jabón que no era —
rio—. ¿Tú lavabas ropa?

— Y sigo lavando —asintió—. Pero la mayoría de mi ropa es de tintorería —«así que no es como que
tengo algo para lavar»—. Hablando de Agnieszka —le dijo, sacando de nuevo su teléfono de su bolsillo
para leer la respuesta de la rubia—, funciona bien, ¿no?

— No sé de dónde se saca tantas maneras de poner un plato en la mesa —asintió.

— Tomando en cuenta de que sólo comes dos veces al día en tu casa, y que ni tú ni Natasha son
tacaños a la hora de invertir en ingredientes, ni que tienen un paladar tan quisquilloso… creo que
Agnieszka lleva las de ganar.
— Y le gusta cocinar, eso tiene que jugar a su favor también… y le gusta planchar —dijo como si eso
le asombrara, porque él no podía planchar, y tampoco veía cómo eso podía ser algo tan satisfactorio.

— Eso es imposible. Estás exagerando.

— Plancha mis camisetas.

— Eso es normal —resopló.

— Y mis jeans.

— También es normal.

— Y mis calcetines.

— Alright! I got it! —rio—. Le gusta planchar.

— Te lo dije —sonrió como si hubiera conquistado algo más grande que sólo un argumento.

— Bueno, sí, pero quizás sólo es porque no tiene mucho que hacer —opinó con una sonrisa de «sólo
digo»—, con algo se debe entretener.

— Limpia pisos y vidrios todos los días, lava los baños todos los días, hasta los que no se utilizan, limpia
hasta las mancuernas de mis pesas…

— Oye, así como tú tienes vocación de multiplícame-los-dólares, así tiene ella vocación para la
limpieza… debe ser una clean freak.

— Y order freak —asintió una Natasha que se unía a ambos con una sonrisa de una futura disculpa
por quizás haber colocado el lavado en alguna temperatura inapropiada.

— Dice tu esposo que le gusta planchar.

— Si Agnieszka pudiera planchar las toallas y mis sostenes… lo haría —rio.

— Valió la pena robársela a Pavillion, entonces.

— Definitivamente —corearon ambos en absoluta sincronización.

— Aunque creo que Pavillion me odia a mí y a toda mi familia —añadió Natasha—. Mis papás primero
se robaron a Vika, a la hermana de Agnieszka, y a Hugh, y a Martin, y ahora yo me robé a Agnieszka.

— Y como a mi esposa el odio de Pavillion es precisamente lo que le quita el sueño… —la molestó con
un suave codazo, a lo que ella respondió con una risa minúsculamente avergonzada y un gesto que sólo
podía ser percibido como un juguetón rechazo, y digo juguetón porque, al final, sólo supo aterrizar su
sien contra el hombro de Phillip para que la abrazara—. ¿Estás pensando en recurrir a los servicios de
Pavillion?

— Creo que Ania es de Pavillion.

— ¿Crees? —elevó Natasha su ceja izquierda lo más que pudo, pues, al estar parcialmente contra el
pecho de Phillip y no tener la misma calidad de dominio sobre su lado izquierdo como lo tenía en el
derecho, fue lo único que pudo lograr.

— Yo no tengo contrato con ella, al menos no directamente. La administración facilita ese tipo de
servicios para todo el edificio, por eso Ania no sólo se encarga de mi apartamento sino también del de
al lado, y de uno en el tercer piso.

— Y tú quieres una Agnieszka —rio Phillip.

— No es pecado, ¿o sí? —preguntó un tanto asustada, pero, como ambos sacudieron sus cabezas,
respiró con alivio—. Digo, no quiero una Agnieszka tal cual…

— Entonces, ¿cómo la quieres?

— Ideal.

— ¡Uf! —rieron los dos.

— Que haga lo que hace Ania, pero que cocine desayuno, quizás la cena también, que saque al Carajito
a media mañana, que se encargue del supermercado…

— ¿Cuántos años tiene Ania? —le preguntó Natasha.

— Treinta-y-casi-cuarenta —supuso—, ¿por qué?

— ¿Sabes si cocina?

— Sé que los lunes, antes de venir a mi apartamento, cocina lo de la semana para el del tercer piso…
y, no sé si es a él o al de al lado al que le cocina para las dinner parties.

— ¿Polaca como Agnieszka y Vika?

— Eslovena —sacudió la cabeza.

— ¿Familia?

— No sé si divorciada, viuda, o simplemente madre soltera —sacudió nuevamente su cabeza—.


Aunque, ahora que lo pienso, no sé si tiene hijos.
— Yo ya me la habría robado —rio Natasha.

— No creo que sea así de fácil.

— Everybody’s got a price, darling —le acordó aquellas sabias palabras—. Agnieszka ganaba catorce
dólares por la hora, tres de esos catorce dólares se los quedaba Pavillion, y trabajaba seis horas al día,
tres veces por semana.

— Mil ocho dólares al mes, que luego del filtro Pavillion, llámale “comisión”, se le hacían setecientos
noventa y dos dólares —señaló Phillip.

— Limpiaba dos apartamentos más; uno durante el fin de semana, y otro en los días que no llegaba a
mi apartamento —agregó Natasha.

— Son dos mil trecientos cincuenta y dos dólares al mes, aunque ella sólo recibía mil ochocientos
cuarenta y ocho —dijo Phillip—. Talk about “decent income” for cleaning toilets.

— Es un robo —frunció Emma su ceño.

— Robo es el que te hace el IRS —sacudió Phillip su cabeza—. Roba menos que Pavillion, pero de igual
forma tiene un libro entero de todas las formas en las que le pueden sacar dinero por esto o por lo otro
al empleado y al empleador.

— Pero, igual, aun después de que ganaba menos por la comisión de Pavillion, prácticamente la
dejaban justo para pagar lo mínimo de impuestos; ella pagaba una mitad y ellos la otra.

— ¿Cuánto te cobran a ti por Ania?

— Dos mil.

— Suena mejor que lo de Agnieszka —comentó Phillip para Natasha.

— I don’t mean to pry, but… how much do you pay her? —murmuró Emma un tanto avergonzada por
la pregunta.

— Fourty-two hundred —dijo Phillip—. Le pagamos un poco más de lo “normal” para que mantenga
su seguro… que es algo que no tienes que hacer.

— Pero, así como me decían mis papás: “happy and healty housekeeper means no worries” —añadió
Natasha—. Agnieszka tiene dos fines de semana libres al mes, puede salir para las cosas de la escuela de
los hijos, puede almorzar con sus hijos si quiere…

— Está asegurada, recibe regalo de cumpleaños, de navidad, y de día de las madres… y hace las
mejores donas que he comido en toda mi vida —dijo Phillip, siendo lo último lo más importante.
— Eso es Phillip para “cocina rico” —rio Natasha—. En fin, ¿por qué no te robas a Ania?

— Es una posibilidad —asintió Emma por fin—, pero no es para right now.

— ¿No?

— Pienso en el otro año —sacudió su cabeza—, no voy a estar aquí, y no puedo robármela ahorita ni
“reservarla” para entonces.

— Buen punto. Entonces, ¿qué?

— Momento curioso número setecientos treinta y uno —se encogió Emma entre hombros, y rio por
el número al azar—. ¿Quieres más vino?

— No, gracias —sacudió su cabeza—, pero te acepto un poco de té —sonrió ampliamente.

— ¿Con hielo?

— Por favor —asintió.

— Yo también quiero hielo —dijo Phillip con un gracioso puchero, porque él no concebía cómo había
bebidas sin hielo, aunque podía tolerarlas si estaban frías.

— ¿Y las palabras mágicas? —le dijo Natasha con un golpe regañón en su hombro.

— Yo también quiero hielo, y lo quiero ya —dijo con seriedad y con una prepotencia que parecía ser
genuina, e inmediatamente se descompuso en una risa que hacía eco en Emma.

— Agarra todo el que quieras —rio Emma, halando la gaveta en la que sólo había cubos casi
transparentes por la pureza con la que se hacían; nada de medias lunas o tubos turbios, que sólo
estropeaban las bebidas con ese sabor tan característico que proveía un filtro, «¿no se supone que un
filtro debe mantener el agua incolora, inodora, e insabora?». Vaya ironía. La cara de Phillip se iluminó
tanto como su exageración se lo permitió, y tomó tres cubos para arrojarlos en su vaso con té—. Se te
olvidaron estos —le dijo, metiéndole en el vaso lo que pudo agarrar con un puño, que el vaso estuvo a
punto de sufrir de una inundación severa, y Natasha que rio.

— Te faltó uno —se carcajeó Phillip, llevando el vaso a sus labios para evitar que el té se derramara
sobre el suelo, pues entonces sí conocería la furia de Emma.

— ¿A qué hora viene Sophia? —preguntó Natasha, dejando que Phillip le transfiriera un par de cubos
de hielos.
— Recién sale de Teterboro… en cinco minutos debería estar en TT —dijo como si se tratara de algo
por lo que no se emocionaba, y se volvió hacia uno de los gabinetes inferiores para halarlo y sacar la
sartén de hierro más grande; la de trece pulgadas de diámetro.

— Sólo viene Sophia y nos vamos —le dijo Natasha a Phillip, porque pensaba que no podían invadir
de esa forma, al menos no el mismo día en el que habían invadido la habitación de huéspedes para
recrear algún documental de Animal Planet sobre la copulación del reino animalia.

— Revisa lo del horno —murmuró Emma para los dos, o quizás sólo para Phillip, quien era el
interesado.

— ¿Qué haces? —le preguntó Natasha, pues había visto cómo había sacado el recipiente del otro
gabinete para, sin pensarlo dos veces, dejar caer la masa sobre la encimera.

— Pizza —se encogió entre hombros, no sabiendo si había sido a ella o a Phillip a quien ya se lo había
dicho—, de masa alta.

— ¿En una sartén? —tuvo que preguntar su escepticismo.

— Oh, you people… it’s called “PAN Pizza” for a reason —rio, cortando la masa por la mitad con eso
que siempre había querido usar; una rasqueta.

— Jamás había pensado en eso —se carcajeó suavemente, y, en el fondo, escuchó a Phillip comer
entre una lucha de quemaduras bucales que sólo se manifestaban por una constante exhalación—. ¿Y
tú?

— Cheese sticks, want some? —sonrió, ofreciéndole la mitad restante entre sus dedos.

— ¿No planeas cenar?

— Aperitivo —sonrió de nuevo, y agitó sus dedos para ofrecérselo sin realmente decírselo.

— No, gracias —sacudió su cabeza.

— Más para mí —se encogió entre hombros, y arrojó la humeante mitad a su boca para seguir
exhalando la quemadura bucal.

— Debe ser una cena demasiado buena como para que te niegues a queso empanizado —comentó
Emma mientras, con dedos engrasados, estiraba la masa dentro de la sartén.

— Raclette —repuso, y Emma se volvió sobre su hombro para ver cómo Phillip se sacudía en un
escalofrío, y no era que no le gustara, porque sí le gustaba, pero era simplemente que le desesperaba el
hecho de tener que esperar por pequeñas porciones de comida; no era humano. Pero era de las cosas
que a Natasha más le gustaban porque se sentía como si realmente podía cocinar. Psicología pura
— Nice —dijo con indiferencia, porque a ella no le fascinaba eso tampoco, pero lo prefería mil veces
por sobre el fondue—. Pero no creo que no puedas rechazar un mozzarella stick —rio, viendo a Phillip
sacar la lata del horno para poder empezar a engullir.

— Ay —dejó caer sus hombros—, no se vale. ¿En dónde está la salsa? —preguntó, y ni había
terminado de hablar cuando Phillip ya le estaba alcanzando el recipiente negro para que lo calentara en
el microondas. Él podía comer sin salsa, ella no.

Agradecía la comodidad del cuero que le daba soporte a su trasero y a su espalda, y agradecía
el importante hecho de estar en un asiento individual y no en el asiento de enfrente, que eran tres
asientos continuos y compartidos; claro, ella no gozaba de la pantalla en la que los tres hombres veían
CNN.

Había apagado lo que Wolf Blitzer decía sobre el MH370 y sobre un equipo más sofisticado para los que
se encargaban de la búsqueda, había dejado de escucharlo, y había dejado de escuchar la banal
conversación que tenían los tres hombres; Don, Eric, y el papá. Ella no entendía, ¿si Emma era capaz de
encontrarla con una aplicación de teléfono de lo más básica, cómo no podían encontrar un avión de
semejantes proporciones? Y hasta ahí llegaba su pensamiento, porque era un desperdicio de energía
buscarle una explicación; eso sólo era darle un punto de partida a las teorías de la conspiración. Y,
realmente, qué pereza.

Se había concentrado en la ventana, y en respirar profundo, porque las náuseas y el dolor de cabeza sólo
aumentaban con el paso de los segundos.

Alguna vez juró que sería casi majestuoso ver la isla de Manhattan, de noche, desde esa altura
y con esa vista; ver los edificios, y el grid en el que la ciudad había sido planificada, y las luces. Pero, en
ese momento, entre el dolor que se le desplazaba hacia el cuello y hacia los hombros, y el tenebroso
potencial reflejo de vomitar, la ciudad no le parecía ni bonita, ni sexy, ni ostentosa, ni cultural; sólo veía
la exuberante cantidad de luces rojas estáticas: luces de cualquier tipo de vehículo (comercial, privado,
colectivo, y público) que estaba a la espera de que la luz roja del semáforo se tornara verde. Y el vómito
de luces en Times Square era eso: un vómito. Y era cegador.

Cerró los ojos y llevó su mano a su rostro para masajear sus sienes con su pulgar y su dedo del
medio. El dolor ya era tan molesto, pero tan molesto, que hacía que la rubia demandara la guillotina en
señal de misericordia, porque definitivamente quitarse la cabeza era la solución más sensata. Pero de
sensatez nada, no podía ni pensar con claridad. Cuando intentaba generar algún pensamiento
minúsculamente racional era cuando sentía como si un picahielos le entraba lentamente por la sien
derecha hasta salirle por la sien izquierda. Ni dos más dos, ni amarillo mezclado con azul,
ni skatá ni cazzo: nada.

Lo único que le funcionó fue el piloto automático, que fue por eso que sus gafas aterrizaron ante sus
ojos para asegurarse tras sus orejas. Abrió los ojos poco a poco, y sintió la dolorosa violación lumínica en
sus ojos, por lo que, por primera vez, deseó haber tenido los vidrios sucios, pero no tuvo el valor para
ensuciarlos ella misma en ese momento. Quiso recostar su cabeza contra la ventana. Si tan sólo pudiera.
No se trataba de si le daba vergüenza o no, se trataba de que el asiento, a pesar de estar pegado a la
ventana, no estaba a tal corta distancia para lo que lo hiciera, al menos no sin quebrarse el cuello en el
proceso.

El dolor se le extendió hasta sus dedos, o así se sentía. La mezcla de dolor químico y dolor muscular era
terrible.

De repente reaccionó ante tres miradas que le sonreían de esa forma que sólo significaba “¿te
apresuras, por favor?”, y desabrochó su cinturón de seguridad, con una sonrisa que pedía avergonzadas
disculpas, para salir del Sikorsky negro con líneas rojas. Salió a paso cabizbajo y apresurado, como si su
altura fuera tan larga que sería decapitada por las aspas del helicóptero, pero eso sólo había ocurrido en
“E.R.” con Doctor Green. «Fue con Doctor Romano, y fue un brazo… no la cabeza», me regañó por mi
falta de cultura general, aunque eso fue hace demasiado tiempo y duró demasiado tiempo más. Aunque,
bueno, por lo visto, sí podía pensar.

Rio calladamente, como para sí misma, porque se burlaba tanto de sí misma como de mí, cruzó
sus brazos, abrazándose bajo la brisa que creaban las aspas, y odió más el alborote de su melena que el
ruido del helicóptero. Sí, ella también tenía sus momentos de Diva con “D” mayúscula.

Estrechó muchas manos en el proceso, y bajó al vigésimo sexto piso para recoger unos papeles que le
faltaban.

— ¡Detengan el elevador! —alcanzó a decir la voz más aguda de entre los hombres con los que había
compartido el viaje de ida y de regreso—. Qué bueno que te alcancé —suspiró aliviado.

— ¿En qué te puedo ayudar? —intentó sonreír la rubia para el rubio que se había distinguido ese día
por no llevar corbata.

— Sólo quería agradecerte de nuevo por habernos socorrido —sonrió, presionando el botón que los
llevaría a ambos al Lobby.

— Estoy siempre que me necesiten —repuso, sabiendo que no había tenido mucha alternativa de
ninguna forma y de ningún modo—, además, ¿quién no querría trabajar en este proyecto? —resopló,
que al hacerlo, sintió un latido en ambas sienes; tanto para no reírse.

— ¿Verdad? —rio, y, ante el asentimiento mudo de Sophia, decidió aniquilar el previsto silencio
incómodo—. No te lo dije antes, pero te debo una disculpa.

— ¿Y eso por qué? —se volvió hacia él con su ceja izquierda un tanto hacia arriba.

— Yo era quien le tenía que decir a alguien que te recogiera en tu casa hoy por la mañana, se suponía
que no tenías que caminar hasta aquí.
— Ni que estuviera tan lejos —rio calladamente, sintiendo nuevamente la punzada en sus sienes—.
No te preocupes, no hizo falta —sonrió, ya intentando ni siquiera estirar tanto sus músculos faciales para
no tirar de aquellas coordenadas que le dolían hasta superficialmente.

— De igual forma, déjame invitarte a cenar para compensártelo —le dijo, sumergiendo sus manos en
los bolsillos de su pantalón beige.

— Lo siento, no puedo —repuso sin incomodidad alguna, porque sabía que era un gesto de cordialidad
nada más; nada de meterse en sus pantalones o en su falda.

— ¿Planes con Emma? —sonrió sin disgustarse, y rio nasalmente en cuanto Sophia asintió—. Entonces
déjame llevarte de regreso a tu casa.

— Eso me vendría demasiado bien ahorita —dijo por un “sí”.

— Perfecto. Ahora, déjame ayudarte con eso —extendió ambas manos para alcanzar su porte
documents y las carpetas que había recogido en el vigésimo sexto piso.

— Gracias —murmuró, ahora sí un poco incómoda, pues estaba acostumbrada a cargar con sus cosas
desde los orígenes del término “mujer independiente”, lo cual databa muchísimos años antes de que
Destiny’s Child lo hicieran famoso.

Era el término que Phillip utilizaba para casi todo lo que tenía que ver con Sophia:

- “Trago de mujer independiente” significa “bebida alcohólica fuerte, quizás pura, quizás preferida por
los machos, y que era bebida como la bebían los de dicha raza”, y aplica para el whisky en las rocas, para
el vodka en las rocas, para el tequila, para el ron; todo lo que no es un cocktail de esos que Emma y
Natasha condenan de “lipstick in a bottle”.

- “Comida de mujer independiente” significa “comidas que tienen no más de un vegetal, el cual se reduce
a papa de cualquier tipo de cocción y/o corte”.

- “Acción de mujer independiente” significa “estando en un shopping spree, cuando Emma dice que irá
con Natasha a comprar ax tienda y ella responde con un ‘está bien, yo aquí te espero’ o un ‘está bien, yo
me quedo con Pipe’, y aplica también para cuando le dice a Emma que ya no quiere escuchar más música
disco por lo que resta de la semana”.

- “Comentario de mujer independiente” es cuando Sophia canta aquellos versos de the Pussycat Dolls:
“I don’t need a man to make it happen… I don’t need a man to make me feel good”. Porque realmente
no necesitaba un hombre.

- “Himno de mujer independiente” cuando Sophia canta “Independent Women” y Phillip la acompaña
con el coro, y se llevan el comentario de “you are both so gay” a lo que Sophia responde con una
- “Declaración de mujer independiente”: “I am gay”.

- “Trabajo de mujer independiente”, únicamente para referirse al diseño y a la construcción de muebles,


pues no hay nada más “independiente” que cortar madera y que soldar, o que simplemente llevar un
martillo a la cadera.

- “Actitud de mujer independiente” cuando gana la pequeña carpeta negra en los restaurantes y dice:
“hoy pago yo, y se aguantan”

- “Ademán de mujer independiente”, sinónimo de cuando simplemente decide erguir su dedo del medio
de la mano derecha, quizás con una sonrisa, o quizás con un susurro de “fuck you”.

- “Risa de mujer independiente”, un fonético “Já!”, o el sinónimo ortográfico en el idioma que sea, y es
seguido por un “that ain’t funny”, o el sinónimo en el idioma que sea.

- “Apetito de mujer independiente”, gusto por la comida de la calle, por las cervezas, y por aceptar que
no puede comerse sólo una papa frita, o sólo una potato chip, o sólo un cheeto Flamin’ Hot, o sólo un
Dorito Salsa Verde, o sólo un Tostito con salsa verde o con chunky salsa mild or medium.

- “Autoestima de mujer independiente”. Sabe que no es supermodelo de lencería, sabe que no gana
treinta millones al año por tener un escultural cuerpo y una cara que puede ir desde lo andrógino hasta
lo espera-que-mi-quijada-rompió-el-suelo, pero también sabe que sonríe cada vez que se ve al espejo
(no importa qué tan grande o larga es la sonrisa, pero sonríe). Bueno, sabe que puede verse al espejo.
Se ve en el espejo. Y se ve en el espejo sin ropa también, y sigue sonriendo.

Mujer independiente.

— ¿Ya todo listo para la boda? —le preguntó luego de unírsele en el asiento trasero.

— Sí —respondió Sophia, no sabiendo si su respuesta era cierta o no; ella no sabía nada sobre eso, no
más que lo que decían los papeles y que la fecha, el lugar, y la hora—, ¿y tú?

— Uy no —rio—. Yo sólo sé cuándo, cómo, y dónde. Todavía estamos en proceso de todo lo demás.

— Al final sólo necesitas a dos testigos por persona.

— Pero, sabes, tengo familia extensa.

— Y no veo por qué no estarán presentes.

— ¿Tu familia viene a tu boda?

— Sí, mi mamá y mi hermana vienen —asintió, sintiendo cómo le corría una corriente por su nuca al
bajar la cabeza.
— ¿Y tu papá?

— No, mi papá no viene —dijo sin revelar mayor sentimiento de por medio; no le enojaba, no le
entristecía, y tampoco le alegraba o la aliviaba: le era indiferente.

— Entonces, ¿quién te va a llevar al altar? —frunció su ceño, y Sophia sólo rio.

— Nadie me está llevando a ningún altar —se encogió entre hombros, y otra corriente le corrió, pero
ésta bajó de su cuello a sus hombros.

— ¿Cómo? —ladeó su cabeza.

— Es sólo legal… civil… nada religioso —le explicó con la mayor brevedad posible.

— ¿Ni simbólico? —ella sacudió su cabeza—. ¿No practicas ninguna religión?

Buena pregunta. Realmente era una buena pregunta.

Sophia no era como Emma, que había crecido bajo la influencia de la misa dominical, o del
Vaticano, o de algo más que sólo fuera utilizado en la expresión “(Oh) Dios mío” en algún idioma y entre
un suspiro, un jadeo, un grito, un refunfuño, un gemido, o una risa. O “Ay, Dios…”, o sólo “Dios…”.

Se acordó de las veces en las que había pasado más allá del umbral de las puertas de una iglesia católica,
y, si era honesta conmigo y con ustedes, había sido con una cámara en las manos y quizás con un
audífono en la oreja derecha mientras le hablaban a ella, y al resto del grupo de turistas, sobre la
iglesia/catedral/basílica en cuestión. Y servía para sentarse en alguna de esas mil y una incómodas
bancas de madera que tronaban y rechinaban con cada trasero que se sentaba y que se levantaba.

También se acordó de las veces en las que sí asistió a una misa, y, si las enumeraba con los dedos, sólo
utilizaba su índice, su dedo del medio, y su dedo anular. Una vez para su bautizo, una vez para el bautizo
de Irene, y una vez para la boda de Natasha. Ni siquiera tenía aretes, o pendientes, o un brazalete con
una cruz. Quizás se debía al hecho de que su mamá era católica más-o-menos-practicante-pero-
definitivamente-sí-creyente, y a que toda su familia paterna pertenecía a la Iglesia Ortodoxa Griega.

Supuso que nunca había tenido que responderse si era o no creyente porque nunca se lo había
preguntado; no le quitaba el sueño y tampoco afectaba sus prioridades. No le habían inculcado ni la
costumbre ni el interés, y tampoco se había interesado por su cuenta. No lograba entender ni el tedio ni
el fanatismo, no lograba entender el extremismo, y definitivamente tampoco lograba entender por qué
se peleaban por cómo se llamaba el Creador, por cómo se llamaban los profetas, y por cómo se dieron
las cosas. Pensaba que un texto tan antiguo, además de que el lenguaje que se había utilizado era
realmente anticuado, se prestaba para “n” cantidad de interpretaciones personales y colectivas, y que,
así como F. Scott Fitzgerald había hablado de la miel azul del Mediterráneo, seguramente así hablaban
de una que otra cosa, o quizás de todas, o quizás de ninguna. Ah, había prestado atención cuando Emma
le había leído “The Great Gatsby”. En fin, eran tantas páginas, pero tantas páginas, que se preguntaba
por qué no habían agregado una página más en la que se aclarara cómo se debía leer, y cómo se debía
interpretar. «Definitivamente “dominio mundial” no era lo que tenía en mente».

Ella, al final de todo lo que podía cuestionar o no, y de lo que podía opinar o no, sin ofender a nadie a
pesar de que ella no sería ofendida, ella sabía que creía en el orden y en el proceso natural de las cosas;
“Si se puede, se puede. Si debe ser, es. Si no debe ser, no es. Si se quiere, y debe ser: se puede. Si se
quiere, y no debe ser: no se puede. Si se pudiera, se debería poder. Si debe ser, se debería poder. Si no
es, no es”. Ella creía en la complejidad de su anatomía y de sus entrañas, ella se asombraba por la
automaticidad con la que se movía y con la que pensaba, ella creía en el poder absoluto de poder razonar
y de poder discernir. Y creía en que no había necesidad de complicar lo simple, ni de jugar a la perfección
porque no existía. Definitivamente no creía en atentar contra el proceso natural de una concepción:
creía en que todo debía nacer, crecer, quizás reproducirse, y morir. Creía en que la reproducción era una
obligación social a pesar de que no era una obligación natural, «y ni siquiera por sobrepoblación
mundial», creía en que eso de la reproducción era una responsabilidad que no servía para arreglar una
relación, o para alimentar la cotidianidad; eso debía quererse. No creía en la selección de características,
no creía en la autoproclamada suprema autoridad de poder descartar un error propio a costillas de
alguien que no tenía la culpa, o en poder descartar a alguien que tenía esa mutación en ese gen. Y sólo
entonces, sólo en ese caso, ella decía “one can’t play God”. Porque le debía poner un nombre para darse
a entender.

Como sea, al final, ella creía en todo eso con certeza, pero se quedaba sus creencias para sí
misma porque había personas que no estaban dispuestas a tolerar una opinión tan cruda y “cuadrada”
como esa a pesar de ella salirse del cuadrado. “Opinión de mujer independiente”.

Y creía en que la iglesia y el Estado debían estar separados. Quizás, ella sólo había caído, sin saberlo, en
el secularismo. Hasta estaba de acuerdo con el aborto, pero no bajo todas las circunstancias posibles.

— Quisimos hacerlo legal nada más —evadió la pregunta—. Y “simbólico” creo que es lo legal… porque
ni es legal en muchos estados ni en todo el mundo.

— Mmm —se encogió entre hombros—, supongo que tienes razón —dijo, y notó cómo Sophia
suspiraba con cierto alivio, pues, como si nada, ya se habían detenido frente al edificio.

— Gracias por traerme —le dijo, no esperando a que él se bajara para abrirle la puerta, algo que ya
había hecho antes.

— Discúlpame por no haberte recogido por la mañana —sacudió la cabeza.

— No te preocupes, no fue nada —sonrió, apresurándose a tomar sus cosas para salir rápidamente
de ese auto.

— ¿Vas a pensar en lo de la proporción de colores? —le preguntó antes de despedirse de ella.


— Mañana mismo tendrán las dos propuestas para que decidan cuál es la que más les gusta —asintió,
aunque ella no estaba de acuerdo con la proporción que habían acordado con el otro diseñador, «porque
es horrenda», y por eso no había empleado el “para que decidan cuál es la más adecuada”.

— Gracias —sonrió.

— Gracias a ti —sacudió su cabeza, y apretó la mandíbula ante la corriente que la electrocutaba con
cada movimiento de nuca o cuello—. Y, de nuevo, gracias por traerme.

— Saludos a Emma… y buen provecho.

— Buenas noches, Eric —sonrió, y cerró la puerta del auto.

No supo por qué, al menos no en ese momento, pero, en su cabeza, y junto al primer paso que dio para
entrar al edificio, sonó Orff de tal forma que parecía que un coro, de numerosos miembros, le hacía un
pasillo hasta el ascensor. Carmina Burana. O Fortuna.

Estaba esperando por el ascensor, por algún ascensor, por el ascensor que la rescataría del coro
que en ese momento la inundaba de pánico a pesar de que en otra ocasión le había provocado la picardía
necesaria como para hacer uno que otro acto travieso en y con Emma, y fue sólo entonces que entendió.

“Sors salutis et virtutis michi nunc contraria, est affectus et deffectus, semper in angaria. Hac in hora sine
mora corde pulsum tangite; quod per sortem sternit fortem, mecum omnes plangite!”. La piel se le erizó,
y sacudió, con electrocutante dolor, sus hombros ante el escalofrío por su
evidente demise. Decesso. Fallecimiento. La mort de Sophia Rialto!

Y, en efecto, Emma la iba a matar.

La fuente de su dolor de cabeza se debía a algo que probablemente era matemática simple.
Sólo un vaso con agua en todo el día. Por haber desayunado sin hambre, había apenas jugado con lo que
se había atrevido a catalogar como “almuerzo”, pues seis trozos de pollo no constituían ni la mitad de la
pechuga servida, y la mitad de un pincho tampoco. Ése olor a cemento fresco, ése polvo que se levantaba
en las áreas en las que estaban despintando las paredes con «that fucking PaintEating machine». Tener
que lidiar con una proporción de colores patrióticos con los que no estaba de acuerdo. Y tenía que
sumarle la altura y la presión. Quizás las hormonas también. Entonces: -agua-comida+polvo+olor+cliente
difícil-psicología del color+presión+altura+hormonas= dolor de cabeza.

Debió haber bebido más agua, y debió haber comido aun sin hambre, debió haberse quitado su tanga
para hacer una mascarilla contra el polvo y contra el olor, debió encontrar refugio en “el cliente siempre
tiene la razón” a pesar de que no la tenía (aunque sólo uno de ellos sí la tenía), debió omitir la psicología
del color, debió ir en auto, o debió correr, o debió ir a caballo o en carreta.

Bueno, pero era culpa de Emma por haberla llenado con el desayuno. No, simplemente buscaba quitarse
un poco de culpa. La comida y la bebida eran su culpa, si hubiera ingerido comida y agua, probablemente
no tendría ese molesto dolor de cabeza, el cual ya no era tan molesto por el nivel de pánico que le
provocaba el imaginario regaño de Emma. «Well, she cares… that’s good».

Abrió la puerta de su hogar, dulce hogar, que el coro la había acompañado hasta ahí y se había
quedado en silencio para escuchar lo que pasaría a continuación; si Emma se enojaba, continuarían
cantando. Pero, al abrir la puerta, tres miradas se clavaron en ella; una con una sonrisa, otra con un
cachete inflado por el dedito de queso que masticaba, y otra con el vaso de té a ras de sus labios. Fue
más hermoso que ver la luz al final del túnel. Fue como ya estar al final del túnel. Fue su salvación. ¿Debía
agradecerle a Dios por la presencia de los Noltenius? «Well, I’m a believer! THANK YOU, YEZUZ!
HALLELUJAH! PRAISE THE LORD!», sonrió con imaginarias manos en lo alto. Y el dolor de cabeza hasta
fue menos intenso.

— Hola, familia —saludó Sophia mientras sacaba la llave del cerrojo y cerraba la puerta con su aguja de
nueve centímetros. Natasha levantó el vaso por tener la boca llena de líquido, Phillip asintió en
reciprocidad por tener la boca llena, y Emma empezó a caminar hacia ella para saludarla—. Sólo voy al
baño —informó, y, con pasos cortos y apresurados, se perdió en el pasillo para ir al baño a pesar de no
ir por motivos renales o intestinales.

Supuso que la presencia de los Noltenius, aparte de ser una bendición, o una señal para convertirla en
creyente, era la oportunidad perfecta para que Emma se entretuviera con algo más que no fuera sólo
ella; no necesitaba toda su atención porque sabía que se daría cuenta del dolor de cabeza y eso sólo
llevaría a la discusión del cuánto había comido y cuánta agua había bebido. Al final sólo podía imaginarse
una decepción, o una preocupación, o un enojo, todo con labios fruncidos y sin más comentario que
“come, bébete dos vasos con agua, y, si no se te quita, te puedo ofrecer una Advil”. Advil. «Advil…
¡Advil!». ¡Eso era! A eso iba al baño. Iba en búsqueda de aquel frasco con capacidad para cien pastillas,
las tomaría, quizás no las cien, y luego comería y bebería agua. Eso debía arreglarlo todo un poco.

Y buscó en todas las gavetas bajo los lavamanos. Se encontró con dieciséis discretos paquetes de
Kleenex, con cuatro tubos de pasta dental, con dieciséis cepillos dentales, con curitas (transparentes,
con antibiótico, a prueba de agua, flexibles, las de Bob Esponja que Emma había tenido que comprar de
emergencia hacía sabía Dios cuánto tiempo, y las de nudillos y dedos que eran exclusivamente para ella
cuando se accidentaba minúsculamente en el taller), se encontró con Neosporin (sólo antibiótico,
antibiótico y analgésico, spray antiséptico), gotas para los ojos, el humectante vaginal que tenía desde
navidad de estar ahí, jabón para manos, “n” cantidad de botellas de shampoo y acondicionador, “n”
cantidad de botellas de jabón de ducha, una gaveta llena de tampones de etiqueta rosada, todo para
tratar una quemadura de primer grado o de cocina, para tratar la comezón y las picaduras, “n” cantidad
de desodorantes, algodones, hisopos, todo para quitarse el maquillaje, acetona, y encontró las
pastillas. «Zyrtec… Alka-Seltzer… Dramamine». Y eso era todo. «Where the fuck does she keep her
Advil?», gruñó mentalmente, y cerró de golpe la gaveta. ¿Cómo no tenían ni Midol?

— ¿Buscas algo? —le preguntó Emma, sabiendo que eso era evidente, recostada contra el marco de la
puerta con su antebrazo izquierdo, cruzada de brazos, y con la ceja derecha hacia arriba.
— Nada en especial —sacudió la cabeza, y Emma, con escepticismo de por medio, dio un paso hacia
adelante—. Hola —susurró, y dio ella un paso hacia adelante para, con un minúsculo pero doloroso
estiramiento de cuello, alcanzar sus labios y saludarla como cualquiera lo habría esperado.

— Pizza’s in the oven —susurró a ras de sus labios, aunque quiso decir «I missed you so much… it’s
not even fair», pero eso fue lo que su cerebro vomitó.

— ¿Masa alta? —Emma asintió—. ¿Vegetariana? —asintió de nuevo—. ¿Sin aceitunas?

— Sin —sacudió la cabeza—. Y ya tengo tu copa de vino lista —sonrió.

— Gracias —susurró—, pero creo que primero un poco de agua.

— Agua será —sonrió de nuevo, tomándola de la mano para arrastrarla hasta la cocina, en donde
Phillip ya se colocaba su saco al torso y Natasha se subía a sus Louboutin.

— Creí que se quedaban a cenar —frunció Sophia su ceño, «por favor no se vayan», y se volvieron a
ver entre ellos, Phillip como si le pedía permiso a Natasha, y luego Natasha volvió a ver a Emma para
pedirle permiso porque ella no podía negarse cuando su esposo hacía eso.

— Hay suficiente para los cuatro —dijo Emma, haciendo a Phillip sonreír de oreja a oreja.

— Hola, Pia —la aprisionó Phillip con agradecimiento entre sus brazos, la apretujó un poco, y le dio
un beso en la mejilla derecha.

— Hola —alcanzó a pujar entre la falta de aire, pero ni así soltó la mano de Emma.

— Easy there, big guy —le dio Emma dos suaves palmadas en la espalda para que dejara de asfixiar a
la rubia y que la rubia dejara de asfixiar su mano—. Pizza vegetariana es lo que hay de cenar —informó
a los aires, algo que era totalmente innecesario porque Sophia ya lo sabía, y Natasha y Phillip habían sido
testigos de cómo había creado la presencia de cada ingrediente en cada bocado, por porción, que cada
boca probaría—, pero creo que hay un poco de pepperoni para la otra pizza. —Porque tenía que hacer
otra pizza; con Phillip no se podía ser avaro, mucho menos cuando se trataba de algo tan sagrado como
la pizza.

— Sounds great —sonrió el macho—. ¿Algo en lo que pueda ayudarte? —terminó por soltar a Sophia.

— Ya lo hiciste —sacudió su cabeza—. Creo que te dejaré saludar —resopló, pues tanto Natasha como
el Carajito querían saludar a la rubia, una por educación y el otro por costumbre.

Sophia le soltó la mano a pesar de querer aplicarle exactamente la misma maniobra de “quédate aquí”
que le había aplicado Emma por la mañana, y habría significado lo mismo aunque no tenía las mismas
razones; una no quería saber si se sentiría culpable por el gusto por la soledad (cosa que no pasó y que
sabía que no pasaría), y la otra porque necesitaba de algo que sólo se podía describir como “un
apapacho”. Quizás tirarse en el sofá, o en la cama, comer pizza con la mano y corriendo el riesgo de que
la maniobra de Heimlich se viera involucrada en algún momento, con Emma rascándole la cabeza, o
haciéndole algo para que se le bajara ese tedioso dolor que parecía haber entrado en su apogeo con el
inocente apretón de Phillip.

Natasha la saludó con la suavidad que su esposo había carecido, porque con Phillip había que
tener cuidado hasta con las cosquillas, o más bien Phillip debía tener cuidado; un beso semi-al-aire en
cada mejilla, un abrazo flojo, y un “¿cómo estás?” susurrado y con sonrisa, y el Carajito, quizás por su
altura, o quizás por podofilia, la saludó a su forma con un olfateo un tanto ruidoso por su complexión.
Podofilia, no pedofilia. Eso sólo estaría mal en todo sentido.

Recogió al Carajito entre ambas manos, y lo llenó de caricias que incluían los verbos sobar, rascar,
palmear, y hablarle como imbécil, idiota, y demás, para manifestar su cariño en voz alta.

Emma, en el silencio que tan bien podía ejercer, se dedicó a armar la segunda pizza con menor
inteligencia que la primera, pues su concentración se había tenido que dividir en tres: una parte la había
dejado en el baño, en donde Sophia había registrado, casi con la misma impaciencia de Katherine, algo
que ella no sabía pero que debía ser importante, la otra parte la utilizaba para armar esa pizza, y la última
parte la utilizaba para acosar a Sophia en relación al episodio del baño.

Hombros caídos, cuello rígido, mínimos movimientos de cabeza, esporádicos pestañeos


prolongados con callados suspiros de por medio, disimulados masajes en una de sus sienes y no en
ambas para no delatarse, sílabas y palabras arrastradas y con bastante aire de por medio, cortos sorbos
a ojos cerrados a su vaso con agua, una sonrisa que era forzada a pesar de ser genuina, y la insistencia
en no querer reír con tanta libertad a pesar de que Phillip hacía de las suyas y hacía algo imposible de
eso de aguantarse la risa.

¿Día difícil? ¿Estaba enojada? ¿Cansada? ¿Las tres anteriores? Definitivamente “nada” no era lo que
estaba pasando.

— Entonces, ¿qué te parece si nos cuentas cómo te fue? —sonrió Phillip, que se apoyaba con ambos
codos de la barra mientras pisoteaba los modales.

— No creo que Sophia quiera hablar de trabajo —intervino Natasha rápidamente, porque ella también
había notado lo mismo que Emma, pero a ella le faltaba la información del baño.

— No es nada —levantó Sophia la palma de su mano—, sólo es aburrido.

— “Aburrido” es que yo te cuente cómo hoy por la mañana me tardé dos horas en explicarles la regla
del ochenta-veinte a mi grupo de ineptos de Harvard —rio, y las miradas femeninas se tornaron un tanto
confusas—. El ochenta por ciento de los efectos, o consecuencias, se derivan del veinte por ciento de las
causas… ergo: el ochenta por ciento del trabajo se puede hacer en el veinte por ciento del tiempo.
— Ajá, y eso te tomó diez segundos en explicarlo… ¿cómo te tardaste dos horas? —ladeó Emma su
cabeza.

— Con ellos es como hervir el mar —se encogió entre hombros—, están blindados.

— ¿Blindados? —resopló Natasha, porque ése era su término para describir a los óvulos y a los ovarios
de Emma. Prefería “blindados” a “bélicos”.

— Sí, tú sabes… —asintió él—, les digo las cosas y es como que no les entrara en la cabeza; como que
tuvieran los oídos blindados.

— ¿Y por qué tienes a un pod tan inútil? —rio Emma.

— Porque mi mundo empieza a funcionar después de Big-Three y Big-Four —se encogió entre
hombros—. Big-Three, or “MBB”, es McKinsey, Bain, y BCG. Big-Four es Deloitte, Ernst & Young, KPMG,
y PricewaterhouseCoopers —les explicó, porque tal vez era momento de darles una pequeña clase
informativa sobre ese mundo.

— ¿Y tu consultora en qué “Big” está? —elevó Emma su ceja derecha.

— Vamos a dejar una cosa clara —le dijo con su dedo índice izquierdo erguido—, WatchGroup no es
una consultora como tal; no es como McKinsey. Nosotros ofrecemos algo que se llama “profesional
service network”; ofrecemos auditorías, consultorías, asesorías, y consejería, desde el punto de vista
financiero y legal… pero supongo que ya nos estamos desviando a ser una consultora más con eso de
que el setenta por ciento de nuestros clientes han dejado de ser bancos y se han convertido en cuentas
más “pop” —se encogió entre hombros—. En fin, ése no es el punto —sacudió su dedo índice en el aire—
, WatchGroup está en el Big-Twenty-Five con un puntaje de siete-punto-tres-seis-ocho, lo que nos
posiciona por encima de KPMG… aunque tenemos una diferencia de ciento sesenta y un mil
empleados, give or take, y una diferencia de aproximadamente veinte billones de dólares en ingresos…

— Give or take —agregó Natasha.

— Give or take —asintió Phillip—. Y el punto era que, después de que toda persona, que tiene las más
estrafalarias ilusiones y aspiraciones de ser quien posará su trasero sobre el dominio de Big-Three y será
dueño y señor del monopolio de las consultorías y de las auditoras… sólo después de que esos desfasados
han aplicado a Big-Three y a Big-Four, sólo entonces aplican al resto de consultoras y de auditoras.

— Y así es como llegan esas joyas a tu dominio —rio Emma.

— Exactamente así es como llegan —asintió—. Te llega el remanente, del remanente, del remanente,
del remanente… del remanente. Te llegan los que creen que, por haber estudiado en Harvard, y tener
deudas millonarias en student loans, tú te debes a ellos y ellos saben más que tú a pesar de que tienes
“n” cantidad de años en el negocio y ellos nada.
— ¿Y tus socios tienen a personas así de incompetentes también? —preguntó Sophia, aunque ella ya
sabía la respuesta.

— No, cómo crees… la mayoría de ellos ya sólo tienen el mínimo de cuentas —sacudió su cabeza, y
levantó tres dedos para hacerles saber el mínimo—, y son cuentas que prácticamente sólo generan
dinero con trabajitos aquí y allá, o cuando sean necesitados. En fin —suspiró—, ése es un mundo
aburrido… cuéntanos tú de tu día, de tu trabajo, de la Old Post Office —sonrió.

— Es grande —se encogió dolorosamente entre hombros—, es muy grande, y es un proceso


igualmente grande y complicado.

— ¿Por?

— La GSA tiene que aprobar los diseños porque es patrimonio —suspiró—, lo que significa que no
puedes alterar más del veinticinco por ciento del espacio y tiene que ser reversible, tienes una paleta de
colores limitada, una planificación espacial casi nula… y, entre otras cosas, la fecha límite para
presentarle los diseños a la GSA es el miércoles de la otra semana, y para mí es el viernes.

— ¿Qué te dijeron de la proporción? —le preguntó Emma, porque, chistes a un lado, a ella le
interesaba saber y no sólo por curiosidad coloquial, sino por curiosidad y preocupación laboral.

— ¿Qué proporción? —frunció Phillip su ceño, porque, para él, la única proporción que existía era la
que tenía una mujer.

— La paleta de colores es blanco, rojo, y azul —dijo Sophia.

— Qué patriótico —rio Natasha.

— Y precisamente porque es demasiado patriótico es que cuesta trabajar con esos colores —asintió
Emma.

— El rojo y al azul no son complementarios, el blanco en cualquier caso se toma como un color que
debe armonizar esos dos colores —murmuró Sophia—. Entonces tienes que jugar con la proporción, la
distribución, y la razón… no puede ser sólo azul, rojo, y blanco, y tampoco puede ser treinta y tres por
ciento de cada color; eso iría en contra de la psicología del color.

— Siempre he querido saber de eso —sonrió él, porque sabía de psicópatas y sociópatas, sabía de
características para comportamientos básicos, y sabía de todo lo que revoloteaba alrededor de la
mercadotecnia de todo tipo; gracias, Natasha.

— ¿Sobre la psicología del color? —él asintió—. Básicamente es sobre cómo un color puede
influenciar tu sentido del humor, tu comportamiento, tu actitud, etc.

— Como por ejemplo… —susurró casi en secreto.


— Hablemos de un lugar para comer: McDonald’s y Harry Cipriani —dijo “por ejemplo”—. McDonald’s
es una cadena de “restaurantes” de comida rápida, término que se utiliza para toda aquella comida que
se prepara y se sirve rápido, pero también tiene que ver con la cantidad de tiempo que estás en ese
lugar. Tiendes a estar menos tiempo en McDonald’s que en Cipriani, ¿cierto? —él asintió—. La
distribución del espacio en McDonald’s es para crear la sensación de privacidad, por eso lo dividen en
secciones, así hay más fluidez en el área principal que es en donde están las cajas… por si las filas son
inhumanamente largas. El ambiente es caótico, es rápido, es hasta cierto punto incómodo. Si tú te
sientas a comer en McDonald’s, comes más rápido que de costumbre y no necesariamente porque
comes con las manos, sino simplemente lo haces, y en eso tiene que ver desde la forma en la que
empacan tu hamburguesa hasta el color de la pared. A McDonald’s no vas por un café, porque no está
diseñado ni ambiental ni espacialmente para eso, es poco probable que te sientas cómodo, a gusto, y
con ganas de una plática amena cuando tienes paredes rojas y amarillas por todos lados a los que veas,
cuando tienes secuencias de impresiones que cortan la pared al punto exacto para que pase por
decoración a pesar de que es una interrupción tan abrupta que te incomoda así no te des cuenta. Aunque
te alimenten el marketing por todas las vías posibles, los colores también trabajan para la comida; el rojo
tiende a estimularte, el amarillo tiende a hacerte sentir bien; de cierto modo es para que te dé hambre
y que no te sientas mal por eso, y de paso puedas comerte todo en cinco minutos o menos. Por eso
McCafé tiene otro diseño; tiene otros colores, otro tipo de muebles, otro tipo de distribución. Ahora, en
el Cipriani te puedes sentar horas y horas a comer y a platicar, te sientes cómodo, te sientes bien, y es
porque tienes muebles que funcionan en pro de la estética y en pro de la comodidad, porque tienes
paredes que no están cargadas de un color tan fuerte, porque tienes manteles, porque no tienes una
estación de radio por música, porque aunque esté lleno, en realidad no lo sientes lleno a pesar de que
no tenga tantas secciones… y lo mismo pasa con un hotel —sonrió, un tanto exhausta por su explicación,
o quizás divagación—. No puedes poner a un huésped, que ha pagado trecientos dólares por una noche,
en una habitación en la que se sienta al borde de eso que no sabe qué es…

— Eso se llama pared roja —sonrió Emma—, y es peor cuando es una pared roja al lado de una azul.

— Claro, estamos hablando del rojo y azul bandera… porque, si cambias los tonos, puede ser que
llegues a tener cierta comodidad.

— Entonces no hay paredes rojas —dijo Phillip.

— La proporción, la razón, y la distribución de colores es crucial en un ambiente de la hospitalidad;


sea restaurante, hotel, hospital, spa, etc. —sacudió Emma su cabeza—. En un hospital no vas a ver
sábanas amarillas, o scrubs amarillos… tampoco vas a ver paredes rojas, negras, o marrones. En un hotel
no vas a ver mucho marrón, ni mucho rojo, ni mucho amarillo; vas a ver negro, blanco, azul, verde,
violeta… todo depende de cómo quieres vender la comodidad junto con la imagen de lo que promueves.

— Trump doesn’t sound like red-blue-and-white to me —frunció Phillip su ceño—, he’s more like
golden.

— Eso es porque sabes que su apartamento es una cagada dorada —rio Natasha.
— Y ni tiene tanto dorado —sacudió Sophia su cabeza—, es el tipo de luz que usan la que lo hace ver
todo como dorado.

— Aunque sí tiene dorado —añadió Emma, pero estaba de acuerdo con la rubia a quien se le
empezaban a caer un poco los párpados por el cansancio que ella asumía, aunque debía ser el dolor que
desconocía también.

— Anyway, la bandera es cuarenta y uno punto cinco por ciento roja, cuarenta punto nueve por ciento
blanca, y diecisiete punto seis por ciento azul.

— Pero, Pia, si sigues esa proporción, ¿no tendrías que tener mil paredes rojas? —frunció él su ceño.

— Cuatro y media paredes de diez, sí —asintió—. Pero tú, ellos, y yo sabemos que eso no debe ser
así, y lo sabía el diseñador anterior, por eso es que él propuso una razón de cincuenta por ciento azul,
treinta por ciento blanco, y veinte por ciento rojo.

— Y aun con veinte por ciento rojo es demasiado, ¿no? —apareció por fin Natasha.

— Sí, pero es lo que habían discutido y aprobado antes de que yo me metiera en eso —dijo Sophia,
tomándose un momento para beber un sorbo de agua—. A decir verdad, yo no soy partidaria del azul
tampoco, al menos no con ese peso, por eso les propuse algo más ameno como sesenta por ciento
blanco, treinta por ciento azul, y diez por ciento rojo.

— ¿Y qué te dijeron? —preguntó Emma, porque tanto hablar para llegar al inicio había sido una
tortura.

— Salió a flote lo que tú y yo más tememos —murmuró, y Emma dibujó una expresión de dolor.

— ¿Y eso qué es? —ensanchó Phillip la mirada.

— El blanco es el color más barato si hablamos del costo de la pintura, pero es el más caro para
mantener porque no importa lo que hagas, el blanco se mancha, se marca, se ensucia; no esconde esas
cosas como el azul, o como el rojo.

— Pero no se come la iluminación natural —murmuró Emma.

— Y se los dije… pero tú sabes que sólo una persona de cuatro estuvo de acuerdo conmigo —frunció
sus labios.

— ¿Entonces?

— Quieren ver la propuesta inicial, y quieren ver mi propuesta también… supongo que les debo haber
argumentado bien como para que lo consideraran —resopló.
— ¿Y del baño qué te dijeron?

— Del baño sí estuvieron de acuerdo conmigo, me dijeron que descartara la propuesta anterior por
completo.

— Well, I guess I’m not the only one who wouldn’t like to take a shower in a mouldy-looking cabin —
pensó en voz alta su risa burlona.

— ¿Qué? —rio Natasha.

— El diseño original era con baldosas de mármol blanco con strokes amarillentos, y grout negro —le
explicó Sophia.

— ¿El grout? —ladeó Phillip su cabeza—. ¿No se llama así la tree-looking thing de la película esa que
tiene a Uhura pero en verde?

— Jamás te habría tomado por un trekkie —se carcajeó Emma, pero, en su media-burla, lo respetó
con un saludo vulcano.

— Me considero versátil —le reciprocó el gesto con su mano izquierda—, entiendo las maravillas de
Star Trek y de Star Wars por igual —sonrió—. Y digo lo mismo, jamás te habría tomado por una trekkie.

— Cultura general, Spock —se encogió entre hombros, porque, si debía ser sincera, ella era más del
lado de Star Wars por mera costumbre; su hermano había tenido desde sábanas hasta platos de lo que
sea de la franquicia, y era quizás por eso que el Carajito realmente se llamaba Darth Vader, «si fuera una
trekkie, seguramente se habría llamado “Spock”, o “Captain Kirk” –quizás sin el “Captain”, Emma –, o
quizás “Klingon” por tener sentido del humor».

— Desgraciadamente no puedo emplear el cortés y educado término de “fuck you” porque, entre los
Klingons, no existe… sólo te retan a una pelea a muerte —repuso él un tanto ofendido, y las miradas de
Sophia y Natasha se ensancharon con absoluta sincronización y por absoluta sorpresa, ¿le había dicho
“fuck you”?

— Chod’ do riti —sonrió Emma ampliamente—. Significa “fuck you” en el idioma oficial de una
nación… no de un programa de televisión de los sesentas.

— Ya, ya —intervino Natasha, porque, por alguna razón, no sabía si jugaban bruscamente o si sólo
bromeaban—, relájense los dos.

— I’m relaxed —rieron los dos al mismo tiempo.

— En fin, no respondieron mi pregunta —dijo Phillip.

— Creo que él se llama “Groot”, Felipe —sacudió Emma la cabeza.


— Grout es eso que ves que separa las baldosas —agregó Sophia.

— Ah, el cemento —elevó Phillip ambas cejas.

— Sí —asintió Sophia a pesar de que sabía que no era cemento, era más fácil ir con esa idea tan
primitiva, pero Emma sufrió de un fugaz y metafórico ataque cerebrovascular—. Pues, no es cemento…
es grout —decidió corregirse ante la apoplejía en cuestión—. Emma te lo puede explicar mejor —dijo, y
Phillip, con una sonrisa, llevó su puño a esa posición en la que pudo apoyar su mentón en él.

— Para las baldosas no usas cemento, usas adhesivo o resina especial para pegarlas al piso, pero,
cuando colocas las baldosas, dejas un espacio entre una y otra, y, en esos espacios, en esas ranuras, es
que pones el grout después de haber terminado el piso, que es lo que ves entre una baldosa y otra, y
puede llevar un color que no sea el color de la mezcla… que suele ser gris —le explicó Emma con las
palabras más simples que pudo encontrar.

— ¿Y el problema con que el groot sea negro es…? —canturreó.

— El problema no es que el grout sea negro —murmuró Sophia—, el problema es que en una ducha
eso se ve mal, en especial con el color de mármol que había sido propuesto… esa combinación sólo grita
“moho”.

— Además, por motivos de funcionalidad, el grout negro no te deja ver el moho cuando realmente
está ahí… —asintió Emma—. Pero hay a personas a las que les gusta eso —se encogió entre hombros—
, no puedo juzgar los gustos de alguien más —dijo su lado profesional.

— Oh, come on —rio nasalmente Natasha—, deja ir la guillotina —le dijo, porque la consideraba
precisamente el verdugo del mal gusto.

— No es como que yo no lo use, porque a veces es útil, pero no para el baño… eso simplemente no
se hace —rio Emma con un poco de contenido placer—, y, por favor, quita esa canción, Felipe —lo
amenazó con la mirada.

— ¿Cómo no te puede gustar “Blurred Lines”? —dejó que su quijada se cayera un poco.

— Porque tiene el utmost respect por Motown —le dijo Natasha.

— Así es —asintió ella—. No respeto un one hit Wonder, cuyo hit es una copia de principio a fin sin
ser un cover.

— ¿Y qué me dices de “Born This Way” y “Express Yourself”? —la cuestionó Phillip mientras cambiaba
de canción.

— Las tengo en la misma categoría en la que tengo “Ice Ice Baby” y “Under Pressure”, “Another One
Bites The Dust” y “Good Times”, “Hot Stuff” y “Let’s Dance”, y “Stairway To Heaven” y “Taurus” —sonrió.
— ¿”Creep” y “The Air That I Breathe”? —intentó salvar su argumento.

— Me gusta más “Creep”, y, a decir verdad, no las escucho tan parecidas —sacudió su cabeza—. Pero
está en la misma categoría.

— Entonces, ¿qué? ¿Te gustan o no esos plagios?

— Algunas, no todas, pero están en esa misma categoría; entiendo que son “plagios”, como tú dices
—sonrió—. ¿Te gusta “Treasure” de Bruno Mars?

— Good to dance to —se encogió entre hombros—. I suppose I do like it —asintió luego de una
penetrante mirada.

— Busca “Baby I’m Yours” de Breakbot —sonrió, y tomó la sartén para colocarla en la encimera del
otro lado mientras revisaba la pizza del horno, «dos minutos más»—, está en iTunes —dijo, estirando
sus brazos para sacar cuatro platos negros, y rio ante aquella antigua conversación con Sophia, sobre las
posibles peleas que tendrían por los colores de los platos.

— ¿Y los platos también tiene psicología? —preguntó él, dejando que su pulgar se posara sobre el
título de aquella canción.

— Claro que la tienen —le dijo Sophia.

— Ah, de la comida hablen entre ustedes —se sacudió Emma las manos, tanto el tema como la
participación.

— Es más por percepción de proporción; en un plato grande ves más pequeña la porción, en un plato
pequeño ves más grande la porción —le dijo Natasha.

— Es la ilusión de Delboeuf —asintió Sophia—. Y también juega el color del plato.

— El tamaño lo entiendo, el color no —dijo Phillip, frunciendo su ceño por la canción y por la
información.

— Cuando vas a un bufet los platos siempre son blancos porque así se logra que la porción se
estandarice —le dijo la rubia—. Cuando la comida que te sirves tiene los mismos colores del plato,
tiendes a servirte más que cuando hay un contraste más marcado, y toda la comida en plato blanco
tiende a saberte mejor aunque no sea así.

— Lo que Sophia quiere decir es, ¿por qué crees que McDonald’s te da todo en cajitas? —rio Natasha,
porque realmente le daba risa cuando alguien utilizaba esa franquicia como ejemplo para cualquier cosa.

— La hamburguesa se ve más grande —susurró para sí mismo.


— Parece que ya lo entendiste, Felipe —se volvió Emma hacia todos con una pizza perfectamente
dorada de los bordes, de queso con perfectas manchas derretidas y que se escondía bajo los pequeños
trozos de tomate y pimiento verde, y que tendía a cubrir las cortas tiras de cebolla morada, «Domino’s-
who?».

— Dos cosas —dijo Phillip con sus dedos hacia arriba—: voy a asumir que te gusta más esa canción
que la de Bruno Mars, y esa pizza se ve rica aunque sea de vegetales.

— De alguna forma tengo que darle vegetales al niño —lo molestó Emma—, y, sí, me gusta más esa
canción, pero eso no significa que no me gusta la otra también.

— Pero son platos negros —murmuró, enfatizando disimuladamente de que en el plato blanco sabría
tentativamente mejor.

— Te puedo dar un plato blanco si quieres —se encogió Emma entre hombros—, para que te sepa
mejor la pizza —dijo, nombrando la comida por la sencillez que eso implicaba, «porque es pizza. Pizza.
Pi-zza. No es ninguna obra de arte, ni soufflé, ni langosta termidor ».

— No, negro está bien —sonrió ante lo que sabía que era un látigo que lo regañaba desde donde
estaba Natasha; cosas de la mirada—, me imagino que eso sólo funciona en un restaurante.

— Una vez comí el “201” de Kandinsky en un plato —comentó Sophia—, era una ensalada loca.

— ¿Estaba rica? —sonrió Emma.

— Tenía demasiados componentes, de algunos muy poco, de otros demasiado… y, realmente, no era
muy agradable para la vista.

— ¿Me lo habría comido yo?

— Jamás —sacudió lentamente su cabeza y con la mirada ancha—, tenía, por lo menos, seis aderezos
ya servidos —dijo, siendo eso lo más crucial, «aparte de que, si no se tenía la referencia de Kandinsky,
seguramente parecía un splat de vegetales y frutas, y tú no comes algo tan desordenado», pensó al ver
el orden no sólo con el que había distribuido los ingredientes, sino también el meticuloso orden que
tenía para cortar la pizza con perfectos ángulos de sesenta grados por porción—. A lo que voy es a que
ni en plato blanco sabía bien —porque parecía el fondo de un basurero de restaurante al que se le había
roto una de las bolsas.

— Bueno, pero ya no hablemos de psicología —suspiró Natasha, ya empezando a salivar por el aroma
que se desprendía de esa masa alta y notable y perfectamente crujiente.

— ¿De qué quieres hablar? —preguntó la rubia que ya tomaba su copa de vino, porque quizás eso la
relajaría y funcionaría como analgésico leve.
— ¿Terminaron de ver “Breaking Bad”? —preguntó Phillip para las que residían en el 680.

— Indeed —asintió Emma, escabullendo la espátula bajo la masa para sacar el primer glorioso y
humeante pecado de exceso de queso del que nadie se quejaría.

— ¿Y?

— ¿Qué quieres primero? —resopló Sophia—. ¿Quieres escuchar la parte buena o la parte mala?

— La buena, claro —se encogió entre hombros, porque él no podía concebir que hubiera algo malo
con su serie favorita.

— Entonces yo hablo primero —sonrió la rubia, creando un apretón de mandíbula en Natasha, porque
cuando a Emma no le gustaba una serie, realmente no le gustaba, y eso sería motivo de acalorada
discusión—. Es buena, es entretenida.

— ¿Y qué más?

— Pasa el test de Bechdel, tiene una buena trama, no hay cómo aburrirte —se encogió entre hombros.

— ¿Qué fue lo que más te gustó?

— ¿”Qué” o “quiénes”? —él se encogió entre hombros—. La parte de los pollos me gustó más que lo
demás, y me gusta Hank, y Héctor.

— Me gusta cómo piensas, Pia —sonrió.

— Realmente no tengo quejas, es un buen programa —se encogió entre hombros, y sonrió al ver que
ya había comida en su plato; un paso más cerca de arreglar su dolor de cabeza.

— Ahora lo malo —rio Emma—. Walter White me quita las ganas de vivir… no sé cómo alguien puede
soportar a un hombre con un complejo de inferioridad tan grande.

— Es el antihéroe al que amas odiar —frunció Phillip su ceño.

— Nunca quise que viviera —sacudió su cabeza—. Me enojaba la forma en la que se vestía, en la que
hablaba, en la que se movía, en la que pensaba, y en la que hacía las cosas.

— No te puede haber enojado más que fucking Skyler—rio Natasha.

— El problema de Skyler es que la hicieron para estorbar, para ser manipulada, para ser hecha así y
aquí en todo momento, porque no supe de ninguna decisión que tomó por sí misma; siempre
era fucking Walter, y al final fue la hermana —rio—. El problema es que ese personaje no lo
desarrollaron ni la mitad de bien como desarrollaron a Walter.
— No entiendo, dices que te cae mal Walter pero dices que está bien desarrollado —murmuró él.

— Un personaje bien hecho tiene las características justas para lograr una reacción constante; sea
buena o sea mala —le explicó.

— Reacción es reacción —completó Sophia la idea.

— Exacto —asintió Emma—. Skyler a veces no te importa, hasta se te olvida que existe, y llegas a
pensar que la serie puede seguir perfectamente sin ella y nada cambia.

— Pero ella es quien lava el dinero, y quien se hace cargo de Walter Jr. y de Holly. Y, si no fuera por
ella, Walter no se metería en el prestigioso negocio de las drogas —rio Phillip.

— Saul puede lavar dinero, Hank y Marie se pueden hacer cargo de ellos, y fácilmente Walter podía
ser viudo, o padre soltero —se encogió entre hombros, y dejó caer la porción de pizza en su plato, en el
último, porque su mamá le había enseñado que, si servía, debía ser la última en servirse—. También
podía haberlo sobrevivido sin Walter Jr.

— Oye, es un discapacitado, no seas tan cruel —rio Natasha.

— Con eso nació, eso no se lo juzgo —sacudió su cabeza, y, de la nada, materializó el pimentero para
ofrecerle a Sophia un poco de pimienta negra recién molida —. The fact that he’s a spoiled little shit
is… —resopló, haciendo a todos reír, porque era algo que jamás había dicho, al menos no así—. They are
all annoying as fuck, and just when you thought they couldn’t get more annoying… they manage to
surprise you.

— Exageras —dibujó Phillip un puchero.

— Todos van de mal en peor —repuso, «por eso entiendo lo de “Breaking Bad”»—. Walter con su
complejo de inferioridad, que tiene la cabeza metida en su propio culo, que le gusta cook meth porque
es lo único en lo que se siente superior, y que es un parásito que se aprovecha de los demás para él salir
vivo —«fucking asshole, he should’ve died in the first episode»—. Hank con sus chistes malos y su actitud
de macho. Marie que es cleptómana sólo cuando nadie le presta atención —«fucking attention-
whore»—. Pinkman que lo único que sabe decir es “bitch”, y que pasa el noventa por ciento del tiempo
llorando por una cosa o por otra —dijo, haciendo a Natasha y a Phillip vomitar una carcajada unísona
que había nacido desde sus entrañas, y Sophia que había querido reír pero que no había podido porque
tenía media porción de pizza en la boca y porque, si reía así se fuerte, probablemente sólo le explotaría
la cabeza—. Lo mejor de ese programa es Saul y Mike.

— Mike es su ídolo —enrolló Natasha sus ojos, y claramente se refería a Phillip.

— Casi lloro cuando lo mató el imbécil de Walter —asintió él, sin la menor muestra de
vergüenza, «porque el macho también llora»—. ¿Te gustó el final?
— Claro, Walter se muere —sonrió—, y acepta que lo hizo porque su ego se lo pedía.

— ¿Tú dejarías de hacer lo que haces? —le preguntó Phillip lleno curiosidad.

— Dejemos algo claro —resopló—, yo no soy el Walter White de los arquitectos o de los diseñadores
de interiores.

— Pero eres buena —se encogió entre hombros.

— Y también sé que mi estética no es precisamente “timeless”, que mi gusto está sujeto a tiempo y a
espacio, igual que mis habilidades —sonrió—. Sé que en algún momento la tecnología me va a ganar;
porque es demasiado nueva, demasiado avanzada, demasiado desconocida… hay varios momentos
orgánicos en los que puedo optar por retirarme —le dijo con honestidad, porque ella realmente pensaba
que así debía ser—. Puede ser el software, puede ser la rutina, puede ser el cansancio, puede ser el
aburrimiento, puede ser la falta de mercado porque todos nacen con buen gusto… —suspiró, y dio un
enorme mordisco a su pizza, o, bueno, lo había cortado antes con el tenedor y el cuchillo que sólo había
sacado para ella; el resto de mortales eran eso: mortales, y podían comer con las manos porque no se
morirían por ello.

— ¿Tú dejarías de hacer lo que haces? —repitió Sophia la pregunta pero para Phillip.

— No lo sé —se encogió entre hombros—. No soy el mejor en lo que hago, pero me gusta tanto lo
que hago que no sé si sería capaz de dejar de hacerlo cuando empiecen las primeras señales orgánicas,
¿y tú?

— A mí me gusta diseñar y construir los muebles; si el software me gana puedo seguir construyendo,
pero… —suspiró la rubia—, con artritis, o con osteoporosis, o con vista torpe, o con motricidad fina no
tan fina… —se encogió entre hombros—. Respeto mi integridad física, intelectual, y emocional… no
planeo forzar nada. Nunca he forzado nada, y no planeo empezar hoy, ni mañana, ni en ese entonces
que sabes que es “orgánico” —sonrió minúsculamente para Emma, quien le sonrió extrañamente de
regreso, pero era sólo por el decaimiento de sus párpados, «she’s tired»—. Además, no planeo perderme
el enamoramiento por París que tienen todos los adultos mayores de sesenta…

— Eso es mutación genética repentina —estuvo Emma de acuerdo con ella—. A mi mamá ya le está
empezando el amor por París, y nunca le ha gustado.

— Quizás no es la edad sino Bruno —opinó Natasha, y vaya que tenía razón, pero Emma no podía
darle la razón a pesar de saberlo—. ¿Por qué no le gusta París?

— Dice que el café parisino sabe a mierda —sonrió—. Son sus palabras, no las mías —se excusó ante
las anchas miradas—. Y que, por donde sea que camines, hay mierda de perro lista para atentar contra
tu zapato —añadió—. Son sus palabras, no las mías —repitió.
— ¿Y a ti por qué no te gusta? —le preguntó Sophia luego de darse cuenta de que no sabía el porqué,
que sólo sabía que no le gustaba.

— Yo creía que el ancianato público, en el que había hecho mi servicio social durante la escuela, olía
a fuga renal constante y acumulada. Realmente le debo una disculpa al ancianato, porque París a eso es
a lo que huele… a eso y a una gama de olores corporales que sólo allí existen. París no sólo se ve sucio:
es sucio —rio—. Lo que dice mi mamá es cierto, hay “n” cantidad de regalos fecales por todas partes, y
supongo que los parisinos no se quejan porque el turismo no se ve afectado ni por eso ni por nada. Los
espacios son tan reducidos que creo que hay medida parisina para todo; las calles, las casas, la comida,
los callejones, los baños… diseñado para volverte claustrofóbico.

— Creí que ibas a decir que los parisinos eran groseros —murmuró Phillip.

— He tenido todo tipo de experiencias —se encogió entre hombros—. Ah, pero más te vale, que si
hablas francés, que lo hables como ellos.

— Eso sí es cierto —dijo Natasha entre su lucha con lo que restaba de la porción que devoraba.

— ¿Y qué me dices de que todo se tarda una eternidad? —dijo Sophia—. La eficiencia no va con la
ciudad en ningún momento, hasta se tardan horas en comer.

— No es como que en Italia se come rápido, pero sí se tardan horas en comer —rio Emma.

— Tienes que ser honesta, Roma y París tienen similitudes.

— Dog poo is always a problem, but it’s not that bad as it is in Paris —sacudió la cabeza—. Pero, claro,
Roma también tiene sus cosas malas.

— ¿Como cuáles? —le preguntó Phillip, estirándose por sobre la barra para servirse otra porción de
lo que ya había devorado como si no hubiese comido nada hacía unos minutos.

— Tienes el subterráneo, por ejemplo, que cada metro que cavan es otra mierda de Remo y Rómulo
que encuentran… it’s taking forever —rio—. Si la comida no es realmente buena, es realmente mala…
en especial en esos restaurantes para turistas; son unas estafas, a veces sirven hasta comida siciliana.
Quizás se ve un poco viejo, y descuidado, quizás hasta desteñido, pero tiene actitud de calidez… a París
ni Dios lo puede ayudar.

— Eso es porque en Roma tienen al Papa de su lado —bromeó Phillip, elevando la palma derecha de
su mano para recibir un suave high five de la rubia—. He must put a good word with Him.

— Seguramente —se encogió Emma entre hombros.

— Hablando de Roma y el Papa —se aclaró Natasha la garganta mientras se acercaba al refrigerador
para alcanzar la jarra de té—, ¿qué tal está tu mamá?
— Bien —sonrió Emma—. Ha andado de arriba abajo con Aristóteles y mi hermana, viendo en dónde
van a vivir.

— Ah, ¿se mudan definitivamente? —frunció ella su ceño, porque cómo no sabía eso.

— Sí, Aristóteles va a dar clases nella Seconda Università —se encogió entre hombros.

— ¿Clases de?

— Filosofia Morale, y tutorías en Etica.

— Al parecer sí se puede comer de la filosofía —resopló, porque sabía muy bien lo que Emma pensaba
sobre alguien que había estudiado filosofía hasta el nivel de Doctorado, «he’s cray cray».

— De la única forma en la que te puede dar de comer en estos dorados tiempos en los que nadie
necesita pensar —sonrió su sarcasmo—. En fin, mi mamá anda viendo en dónde van a vivir —repitió.

— ¿Está contenta con que tu hermana se va a vivir a Roma? —le preguntó Phillip.

— Asumo que sí —rio—, a veces me dice unas cosas que no sé si realmente le alegra.

— ¿Qué cosas?

— Mi mamá no es muy fanática de Aristóteles… en realidad no le fascinan los hombres con cabello
largo, algo que a mi hermana parece excitarle, y tampoco le hizo mucha gracia el comentario de Jesús.

— ¿Cuál comentario? —resopló Natasha, esperando una verdadera cagada por comentario.

— Que se había dejado crecer la barba para parecerse a Jesús —dijo, intentando no reírse, pero, al
no lograrlo, desató una risa colectiva.

— Is he even religious? —frunció Sophia de repente su ceño.

— No, él dice que el filósofo tiene que conocer todas las religiones pero que debe abstenerse de
practicarlas para una abstracción más objetiva y más profunda —sacudió su cabeza—. Además, la idea
de que existe la vida en otros planetas, y en otras galaxias, y en otros tiempos, no lo deja creer en la
creación de imagen y semejanza… o algo así dijo una vez —se encogió entre hombros.

— ¿Tú crees en los extraterrestres? —le preguntó Phillip para dejar de hablar de lo que él ya percibía
ser un semejante de Pan «de mierda».

— Pienso que es un poco arrogante, y egocéntrico, de parte del ser humano, pensar que es el único
habitando algo tan extenso y complejo como lo es el universo… aun, dentro del planeta mismo, no habría
más especies que sólo humanos —respondió, pero seis ojos le pidieron una respuesta que no fuera una
evasiva—. Pienso que la visión del ser humano está limitada a lo que conoce… para nosotros si hay agua
es que puede haber vida, pero creo que otro tipo de organismos, quizás con algo que no es ADN sino
otra cosa que no podemos entender, puede existir en algo que no sea agua. Pienso que no lo hemos
descubierto todo, y, a decir verdad, la insistencia por saberlo todo me molesta.

— ¿Por?

— Tú crees que quieres saber, y quizás así sea, pero, cuando lo sabes, es muy probable que quieras
no haberlo sabido en un principio —sonrió—. Ignorance is bliss.

— Cierto, pero, ¿no quieres saber tú las respuestas a todas esas preguntas?

— Eso es como que me preguntes si quiero saber qué pasa en la vida de las celebridades —resopló—
. Hay muy poco, o nada, que yo pueda hacer por cambiar algo que está fuera de mi alcance… ¿de qué
me sirve saber que hay extraterrestres?

— Oye, es el fin de toda religión basada en lo que se conoce como Dios —le dijo Natasha—, o en el
idioma que sea, con la interpretación que sea.

— Quizás sí y quizás no, porque, como tú dices, la interpretación varía de idioma en idioma, de región
en región, y de religión en religión; ¿quién dice que no varía de planeta en planeta o de civilización en
civilización? —dijo, y hubo un silencio deWTF entre los cuatro.

— ¿No se supone que eres católica? —susurró Phillip.

— Lo sea o no, no puedes creer en algo ciegamente, no en algo que parece haber sido un juego de
teléfono descompuesto por un par de milenios, y desde el punto de vista de traducción, y desde el punto
de vista de interpretación —rio—. Si no eres ni lo más mínimamente escéptico, creo que no lo has
entendido; cuando algo es perfecto… es porque hay algo malo con eso.

— Se supone que Dios es perfecto —le dijo Natasha.

— He can also make mistakes… —sonrió—. The Apple, the snake, the discord, the envy… well, you get
the picture.

— Está bien, está bien —se irguió Natasha—, voy a jugar una carta quizás muy mala…

— No, no creo que sea una equivocación el hecho de que yo no quiera tener hijos —le dijo, sabiendo
perfectamente por dónde iba.

— No es que no “quieras”, porque eso es cosa tuya, es el que no “puedes”.

— El hecho de que tampoco “pueda” tenerlos es cosa mía también y no significa que sea una
equivocación —sacudió su cabeza—. Pienso que todo tiene una razón de ser, independientemente de si
es o no equivocación… quizás no tenga un propósito, pero tiene una razón —«a “mistake” is only in the
eyes of the beholder».

— Imagínate entonces que sí quieres —murmuró Phillip.

— Pienso que todo tiene su tiempo también, que todo pasa cuando tiene que pasar —rio
nasalmente—. Cuando la sociedad esté lista, cuando ya haya madurado, y cuando ya le hayan drenado
la mierda de la cabeza, cuando la religión no se meta en la política, y viceversa, y cuando las poblaciones
realmente respeten el término “civilización”, sólo entonces va a ser natural una concepción entre dos
personas del mismo género —sonrió—. Entiendo que hay personas que quieren tener lo que los demás
tienen, quizás porque es derecho, o quizás porque simplemente es un deseo, y entiendo que hay
personas que lo quieren ya. A veces “ya” no es el momento adecuado, y eso cuesta entenderlo… things
happen when they’re meant to happen, not when you want them to happen.

— ¿Y tú? —se volvió Phillip hacia la rubia que, en silencio casi funesto, había escuchado lo que Emma
había dicho.

— Creo que lo forzado nunca sale bien —repuso, todavía con su mirada clavada en la de Emma—. Y
es como París… o como el tocino; cuando dices que no te gusta, que no quieres, la gente se asusta…
¿cómo puede no gustarte París? ¿Cómo puede no gustarte el tocino? ¿Cómo no quieres tener hijos? —
dijo, y se volvió hacia los Noltenius—. Te ven como la persona más egoísta del mundo —se encogió entre
hombros, porque no podía entender esa reacción; ¿egoísta con quién? ¿Egoísta con algo que no existía?
¿Egoísta con el mundo por no darle una persona más? Ella no tenía la necesidad de procrearse, ni de
parir genes para luego parir placenta, y definitivamente no creía en que se necesitaba una descendencia
para que luego se hicieran cargo de ella. Eso no era una responsabilidad que sólo duraba dieciocho años,
eso duraba toda la vida, y prefería disfrutar del desarrollo de un ser humano a través de alguien más;
como tía, como la amiga de la mamá, como ese tipo de relaciones afectivas que carecían de
consanguinidad—. Respeto que te guste París —le dijo a Natasha—, respeto que no te guste París —se
volvió hacia Emma—, y respeto que nos guste el tocino —se refirió a los Noltenius y a ella—, y respeto
que no te guste el tocino… ni el cerdo en general —le dijo a Emma—. Y así respeto a quienes quieren, a
quienes necesitan, y a quienes no quieren tener hijos.

— Aplós —susurró Emma con una sonrisa.

— Aplós —asintió Sophia con la misma sonrisa, sintiendo cómo la mano de Emma se deslizaba por la
barra, desde atrás de los gabinetes, para tomarle la suya.

— ¿”Aplós”? —preguntaron los dos en coro.

— Simple —murmuró Sophia.

— Sencillo —dijo Emma al mismo tiempo.

— ¿Y crees en los extraterrestres? —rio Phillip para Sophia.


— Claro, creo que es tonto pensar que somos los dueños y señores del universo —resopló, y quiso
aplicar el “quédate aquí” en la mano de Emma por segunda vez, pero dejó que se escapara para que
pudiera terminar su primera porción de pizza—. Quizás los extraterrestres somos nosotros mismos “n”
miles de años en el futuro, quizás son esos cuerpecitos grises, o azules, con ojos grandes, y con dedos
largos —rio—. Pero sí, creo que sí hay vida en otros planetas, o en otras galaxias, o en otros universos…
pero no sé si son hostiles, si son pacíficos, o si sólo son. ¿Y tú?

— Algo tienen que tener en Area 51 —asintió.

— Te diré lo que tienen allí —rio Emma—, el mejor sándwich del mundo —le dijo, y Phillip entrecerró
la mirada.

— Como sea… hablábamos de Aristóteles —balbuceó Phillip, llevando su porción de pizza a su boca
para quitarle la mitad de lo que le quedaba—. ¿Cuántos años tiene?

— Treinta y dos, y mi hermana tiene veintiséis —contestó a la siguiente pregunta también.

— ¿Y cómo se conocieron?

— Se conocieron mientras se hacían un tatuaje.

— No sabía que tu hermana tenía un tatuaje —le dijo Sophia.

— Lo tiene aquí —se señaló su costado izquierdo—, es una mandala en forma de flor de loto; sólo se
la ves cuando está en bikini —«o en lo que sea que hace con Aristóteles, y cuando sea que lo hace»—. Y
Aristóteles tiene un tribal que va de rojo a azul, o a negro, no me acuerdo —se señaló el antebrazo
izquierdo—, y la firma de Aristóteles aquí —se señaló lo que para él sería el pectoral derecho.

— Hombre apasionado —resopló Phillip, y Emma asintió entre hombros encogidos mientras
masticaba y veía a Sophia tomar otra porción de pizza.

— Me asombra que lo hayas analizado tanto —le dijo Sophia.

— Alerta de celos —rio Natasha contra su vaso.

— No, es sólo que me asombra —sacudió su cabeza, que, por ser demasiado brusca, sintió cómo la
para-nada-extrañada corriente la electrocutaba de nuevo.

— Cuando lo conocí, si lo vi con camisa puesta tres veces fue mucho —se encogió entre hombros—,
y por algo le digo Aristóteles y no Sócrates… claro, en su cara lo llamo por su nombre real, que, si no, mi
hermana se enoja —«”Stavros”… y no Niarchos»—. En fin, los detalles me los dijo mi hermana en su
momento… creo que fue algo como que ella le hizo un comentario sobre su pecho, que si se lo iba a
afeitar todo o que si iba a andar por la vida con sólo una parte afeitada, y él le dijo que en eso no había
pensado, que si ella quería que lo podía afeitar.
— Creepy! —corearon Phillip y Sophia, motivo de otro high five.

— Tú, acosador, no hables —rio Natasha para su esposo, sólo para verlo sonrojarse.

— El que persevera, alcanza, Nate —sonrió.

— Dime que tu hermana no le afeitó el pecho —le dijo Natasha.

— No, le dijo que era un abusivo, un asqueroso, y se fue.

— ¿Y entonces?

— Pasa que mi hermana era amiga del que la había tatuado —rio—, y él le dijo en dónde trabajaba.

— Otro acosador —resopló quien había sido víctima de uno en su momento.

— No sabía que tu hermana trabajaba —le dijo Phillip con la resaca de la risa que le había provocado
su esposa con el comentario anterior.

— En la recepción de un hotel en alguna playa —asintió—, y, por raro que suene, le gustaba.

— Si a Agnieszka le gusta planchar, no veo por qué no le guste eso —sonrió Phillip.

— ¿En dónde trabajaba?

— Olunda… Elunda… —se encogió entre hombros.

— Elounda —rio.

— ¡Eso! En el Domes of Elounda —asintió—. Y el resto es historia —les dijo para concluir la historia
de su hermana—. Si tienen preguntas de respuestas más elaboradas, le pueden preguntar directamente
a ella en mes y medio.

— We’ll put a pin on that —murmuró Natasha—, ¿y tu mamá y tu hermana? —le preguntó a Sophia.

— Bien, las dos están bien. Creo que mi hermana tuvo un colapso nervioso y por eso se cortó el
cabello, razón por la cual mi mamá casi tiene un colapso nervioso.

— ¿Qué tan corto?

— Mmm… corto —se encogió entre hombros.

— ¿Anne-Hathaway-corto? —dejó que su quijada se cayera, porque esa melena marrón era pecado
cortarla tanto.
— Eso es largo —rio Emma, y le alcanzó su teléfono para que viera la foto que había enviado Irene el
día anterior.

— Gee! —rio Phillip—. Eso está como cuando tú me pasaste la afeitadora.

— Tampoco, no exageres —le dijo Emma—. Es…

— Es cortísimo —balbuceó Natasha—. ¿Por qué hizo eso?

— Dijo que le estorbaba, que hasta quiso cortárselo ella con las tijeras de la cocina —rio—. Realmente
no sé qué le pasó por la cabeza, pero mi mamá hasta se asustó cuando la vio.

— No es para menos —sacudió su cabeza, y le devolvió el teléfono a Emma—. Cambiando el tema,


me dijo mi mamá que te iba a llamar para saber si querías ir a comer comida turca la otra semana… I’m
just giving you the heads up.

— Siempre y cuando no se trate de fondue, yo voy encantada de la vida —asintió, pero Emma no
pudo no notar la falta de emoción que el Kebab de la siguiente semana le habría provocado aún bajo las
circunstancias del cansancio. «Cansada no está».

— No, dijo algo de “TurKiss”.

— ¿Ya ha comido en “Istanbul Kebab House”?

— No tengo idea —rio, encogiéndose entre hombros—. Creo que esto es una aventura para la mujer
que puede comer de Masa a toda hora, todos los días.

— ¿A tu mamá le gustan el veneno?

— Sure, she likes that kind of shit, aunque prefiere el champán —rio.

— ¿”Veneno”? —resopló Phillip; primera vez que la escuchaba decir algo así.

— Bebidas carbonatadas, Felipe —dijo Emma a medias tragar el último trozo de pizza para servirse
una segunda porción vegetariana.

— Qué dramáticas —enrolló los ojos.

— Eso viene de mi papá —le dijo Sophia—. Yo tenía quizás cuatro o cinco, pero me acuerdo que llegó
a la casa y me encontró con il biberon pieno di coca cola —resopló ante el recuerdo de la cara de Talos—
. Me arrebató el biberón, y fue, enojado, a reclamarle a mi mamá que por qué me estaba dando veneno
—«”Dilitirio!”, le alzó la voz, que fue como si le hubiera dicho “¡BENENO!”, con esa “b” que no pertenece
por ser un horror ortográfico y en mayúsculas»—. Claro, mi papá no bebe café… pero bebe dos litros de
coca cola todos los días.
— “Veneno” —rio Phillip para sí mismo.

— ¿Por qué preguntas si le gusta el veneno? —le preguntó Natasha.

— Porque con cualquier cosa que comas, sea en TurKiss o en Istanbul Kebab House, o bebes Ayran o
bebes Uludag Gazoz… o de la Uludag que tengan.

— Ustedes se entenderán —se sacudió la responsabilidad con sus manos a la altura de sus hombros.

Los temas de conversación se dieron, tanto los banales como los no tanto, como los profundos, y,
conforme el tiempo pasaba, Sophia parecía participar cada vez menos en términos de risa y de
comentarios, aun cuando se trataba de responder alguna pregunta que se limitaba a un “sí” o a un “no”,
a una respuesta de no más de cinco palabras que parecía que tenía que parirla con mayor esfuerzo que
con el que se paría a un ser humano de manera natural.

Vino la segunda pizza, porque ya la primera había sido cosa del pasado y porque ya era tiempo
de sacarla del horno, y con ella vino una serie de “te acuerdas de la vez en la que…”, de “te acuerdas de
cuando…”, y de “una vez, (inserte nombre aquí) y yo…”, una serie de risas, carcajadas, de expresiones
soeces que significaban un “no puedo creerlo” a pesar de que sí lo creían, o de un “you didn’t” a pesar
de saber, de hecho, que sí lo habían hecho. Pero Sophia, si lograba reír mudamente era hasta demasiado,
así como sus hombros se notaban rígidos hasta su cuello, tan rígidos que parecía no poder mover los
brazos.

Párpados como el talante: caídos. Lenguaje corporal que manifestaba incomodidad, quizás, y más que
eso, molestia, pesadez, y perturbación. Totalmente desagradable.

Cuando Phillip tuvo piedad de la última porción de pizza de pepperoni, y que tuvo misericordia
al devorársela como si se tratara de muerte súbita, ya Emma había recogido los platos restantes para
meterlos en la lavadora de platos junto a las sartenes utilizadas, y fue que Sophia tuvo su bostezo felino
de verdadero cansancio, aunque el estiramiento de mandíbula le dolió más que cuando, patinando, de
pequeña, había generado la razón por la cual parte su brazo izquierdo carecía de los transparentes y
cortos vellos que sí tenía su brazo derecho. No había sido tanto el dolor del accidente, sino el hecho de
no haber dicho nada, de haberse acostado sin limpiarse la herida, y de, al despertarse, encontrarse con
que la sábana estaba literalmente pegada. Do-lor. Un dolor mayor no existía para ella, ni siquiera el de
la torpe y alcoholizada pérdida de su virginidad.

Claro, Natasha, habiéndose dado cuenta desde el principio que Sophia no estaba al cien por
ciento de su presencia, y que quizás había sido por educación, y no por supervivencia, que habían sido
invitados a quedarse a cenar, básicamente, con el último mordisco de pizza en la boca de Phillip, lo hizo
despedirse de las mujeres que lo habían alimentado con más rapidez y cariño que Agnieszka y el raclette.
No podía quejarse.

Sophia intentó componer su lenguaje corporal para evitar que se fueran, porque eso sólo
significaba que Emma le prestaría más atención de la que le había estado prestando, y eso era algo que
no necesitaba en ese momento; prefería la vida fuera del centro de atención, en especial en esos casos.
Pero Emma ya lo había descifrado todo para el tercer pedazo de pizza, y con el cuarto lo había
corroborado: ella no había tenido hambre, había estado famélica. Y eso sólo significaba una pobre
alimentación durante el día, y, aunque intentó razonarlo a favor de la rubia que, al cerrar la puerta tras
los Noltenius, había sabido únicamente apoyar su frente para darle inicio a una serie de respiraciones
profundas, no pudo evitar sentir esa pequeña ola de rojo que le corría a través de las venas y que no se
refería a sangre ni que era bombeada por el segundo órgano más importante de su cuerpo; esa ola la
bombeaba su cerebro, y la hacía apretar la mandíbula hasta que tuviera una manifestación notoria.

— Non ora, ti prego… —susurró, sabiendo muy bien que Emma la veía penetrantemente entre esa
respiración tan tranquila que era imposible que fuera otra cosa que no fuera un intento de guardar la
calma.

— Se non ora, quando? —«después ya no va a tener sentido».

— Mi applicherò a “mai” —pareció sonreír, pero es que simplemente ya no podía, y sentía que
tampoco podía moverse; ni de la puerta para buscar su cama, ni en girar su cabeza en un ángulo de
treinta grados (ángulo en el que sólo vería los pies de Emma), mucho menos en un ángulo de sesenta
(ángulo en el que ya vería un poco más que sólo sus rodillas), y ni hablar de noventa grados, «eso ya es
contorsionismo».

— Mai? —entrecerró la mirada, «eso es pedirme demasiado».

— Hasta donde yo sé, tengo años de no vivir con mi mamá —quiso asentir, y, en lugar de escuchar
una respuesta, enojada o no, lo que obtuvo fue silencio.

Se irguió contra todo lo que podía causarle parálisis hasta el punto de llamarse “minusvalía”, y vio que
Emma ya no estaba a su lado, ni al alcance de su vista. Quizás su comentario había logrado empujarla al
borde del colapso temperamental y por eso había decidido desaparecerse. Se sintió como Atlas, como si
el peso más grande se le hubiera posado sobre los hombros; así era su desgana y su pesadez.

Empezó por lo más sencillo, por los stilettos, que apenas pudo quitárselos para, con arrastrados
pasos, llevarlos entre sus manos, por las agujas, hasta el clóset. No había razón por la cual los dejaría por
ahí, no quería lidiar con las consecuencias de eso. No ese día. Y quizás nunca. No tenía paciencia para
eso, y en ese momento menos. «“Ómous pros ta káto, pigoúni to páno, pláti ísia, den pódia sýrsimo!”», le
gritó la voz de su abuela paterna.

Aquella voz era ronca, rasposa, de una eterna vida de cigarrillos Karelia de caja blanca y etiqueta azul,
“voz de Madame” como la describía Camilla, y era, en partes iguales, cariñosa, sensual, y tosca. Sí, era
raro aceptar que su abuela tenía una voz sexy. Era casi enfermo. Quizás lo era. Pero era la voz que le
había cantado, desde siempre, “My Funny Valentine” y “Cry Me A River” para que se durmiera. Y, hasta
la fecha, ambas canciones le daban sueño. Giagiá había sido especial hasta el momento en el que Sophia
había tenido el arranque de complicidad con su progenitora y se había arrancado el apellido. Giagiá, de
nombre “Selene Tsartis”, luego “Papazoglakis” al contraer el sagrado matrimonio con Pappoús, o sea
“Talos Artemus”.

«¡Hombros abajo, barbilla arriba, espalda recta, sin arrastrar los pies!», le repitió la voz de su
subconsciente en un idioma que sabía que entendería, porque a veces, o al menos cuando Sophia era
pequeña, escogía no escucharla cuando le hablaba en griego porque le había tomado curiosidad y cariño
a eso que le hablaban su mamá y sus abuelos maternos, y, contra todo dolor, y toda minusvalía, y toda
rebeldía, y todo cansancio, y todo alguien-por-favor-máteme, irguió su espalda, bajó los hombros, elevó
la barbilla, y dejó de arrastrar sus pies.

No quería quedarse sin su porción de Baklava o de Galaktoboureko imaginaria y del pasado.

Escuchó que el agua corría con demasiada fuerza como para tratarse del lavamanos, y el hecho
de que Emma no estaba parada frente al lavamanos sólo lo confirmaba. Quizás ya estaba imaginando
cosas.

Se sacó la blusa de la falda bruscamente, porque hasta la motricidad fina le estaba fallando, y,
en cuanto llegó al clóset, en donde quiso sentarse en el diván, se encontró con una Emma que guardaba
sus Samba en el lugar en el que pertenecían, ya sin el jeans, el cual ya había doblado y esperaba a ser
guardado de nuevo, y sin calcetines, porque era lo primero que se quitaba luego de quitarse un par de
zapatos que fueran mínimamente deportivos.

Tan mal se habrá sentido que ni siquiera se detuvo a acosar a Emma y a su tanga negra, y tan mal se
sentía que se sentó para, entre su torpeza, terminar de desvestirse. Era como ir al hospital en caso de
emergencia: en el hospital todo empeoraba, todo dolía más. Estando a solas con Emma sólo lo había
hecho peor.

Emma se retiró sin dirigirle la palabra, «her loss… y doble trabajo», y ella prosiguió con el
estiramiento de extremidades para lograr arrancarse la blusa.

— Del uno al diez, ¿qué tanto te duele? —le preguntó Emma, no logrando ocultar del todo el enojo en
su voz.

— Siete… ocho… no sé —quiso encogerse entre hombros, pero ya no podía ni eso.

— Necesito que me digas con exactitud cuánto te duele… no te voy a dar algo que es para el dolor de
cabeza cuando en realidad tienes migraña —le dijo en el mismo tajante tono.

— No sé —susurró con sus ojos cerrados—. De verdad… no sé.

— Está bien —murmuró con un tono completamente distinto, y se agachó frente a ella para intentar
buscar algo más que sólo un par de ojos cerrados—. ¿Te duele toda la cabeza o sólo una parte?

— Me duele hasta la espalda.


— ¿Te duele detrás de los ojos o cerca del oído?

— Supongo.

— ¿Tienes náuseas, has vomitado, ves luces, manchas oscuras o brillantes?

— What? —abrió su ojo izquierdo—. No estoy alucinando, sólo me duele la cabeza.

— No dije que alucinabas —resopló.

— Veo perfectamente bien —repuso rápida pero débilmente.

— Aparte de la hipermetropía —le acordó, porque por algo utilizaba anteojos—. ¿Sensibilidad a la luz
o al sonido?

— Not really.

— Experiencing pounding or throbbing?

— No.

— Bene —sonrió, como si eso fuera algo bueno, porque lo era—. Aquí tienes —le dijo, mostrándole
que, en su mano, había una tableta verde—, y tómate todo el vaso, por favor —le alcanzó el corto vaso
con agua.

— ¿Sólo una?

— Sólo una necesitas.

— Pero tú te tomas dos.

— Porque soy un poco tolerante, tú no —sonrió, y se ahorró el “la dosis máxima, por día, es de dos
pastillas”—. Ahora, tómatela. —La vio arrojar el pequeño círculo verde a su boca para obligarlo a su
estómago con las ocho onzas de agua que le habían ocasionado la misma sensación de cuando ya le
quedaba poco aire en la profundidad de una piscina—. Bene —le sonrió de nuevo, y limpió su labio
superior con su pulgar para quitarle los restos de agua—. Now, let’s get you undressed and into the
bathtub.

— Sólo quiero meterme en la cama.

— This is not a request —susurró, intentando no sonar tan exhortativa como había sonado con
Natasha hacía un par de horas—. No puedes recostarte por el momento.
Susurró un “okay” cabizbajo que a cualquiera le habría robado un poco de vida, y su lado sumiso se rio
a burlonas carcajadas para luego acusarla de ser precisamente sumisa. «Sottomessa… », sacudía la
cabeza con la mandíbula cerrada para crear ese sonido de absoluta desaprobación, «sottomessa di più…
», continuaba acusándola con las burlas serias e indignantes mientras dejaba que Emma le quitara la
ropa con matices que no eran para nada sexuales; se la quitaba así como habría tratado las muñecas de
porcelana de su Nonnina si hubiera tenido al menos una.

Quizás era una sumisa en ese momento, porque sometida definitivamente no era; no se estaba
oponiendo a nada. Aunque eso era porque no tenía fuerzas para hacerlo, ni fuerzas ni voluntad. «Mmm…
», sí, probablemente jugaba un poco el sometimiento, porque ella sólo quería meterse a la cama y no
era eso lo que estaba por hacer. En realidad, a quién le importaba si se trataba o no de sometimiento o
de sumisión, ni siquiera a ella. Sólo a esa figura que se encargaba de burlarse de ella en momentos como
esos, sólo esa figura que, si la veía bien, tenía la criticona y desplacida mirada de su tía Dilara, la mujer
que estaba más orgullosa de sus hijas, Melania y Helena, quienes se ganarían la vida mientras tuvieran
cara y cuerpo socialmente hermoso, porque, después de eso, ninguna cámara hacía milagros. Ella, Dilara,
la esposa del hombre más sumiso que Sophia había conocido en toda su vida, hombre al que su abuelo
Talos había pasado por alto por su carencia de carácter, «o su profesión como sumiso», y que era por eso
que Talos había sido el elegido para continuar con el legado de la política, era la mujer que regañaba en
turco por ser su lengua materna y que tenía tal complejo de macho Alfa que nunca había querido llevar
un hijab, y era la mujer que, junto a su costumbre de parecer estar en la corte todo el tiempo, «miembro
de la fiscalía», lograba encontrarle un “pero” hasta lo que no tenía. Juzgaba a todos menos a sus hijas, a
quienes llamaba en público “las verdaderas Papazoglakis”, y era por eso que las hijas de Camilla siempre
habían estado muy por debajo de las suyas. Las hijas de Camilla, a quien llamaba “la Barbie narizona”,
no eran hermosas como las suyas, ni eran tan inteligentes, ni eran famosas, y definitivamente tampoco
eran tan auténticas como sus hijas. «¿Turco + Griego? ¿Italiano + Griego?». Discriminaciones y racismos
al lado, las dos opciones eran mezclas por igual. Y, pues sí, una resultó mejor que la otra. Quizás no con
estándares de belleza que superaban a Doukissa Noumikou, ni tenían hombres en sus vidas que
superaban a Nikos Papadakis, pero sí tenían cerebro y una carrera universitaria que las respaldara
después de los treinta. Irene estaba en ese proceso. Y Sophia, al menos, era rubia y no de treinta y seis
euros al mes y de tres horas desperdiciadas en el salón de belleza.

En fin, su subconsciente había decidido, con justa razón, utilizar a Dilara como su personificación para
marcarle y acordarle de todo lo que iba en contra de lo que Phillip decía, en contra de todo lo que una
“mujer independiente” debía ser. La sumisión no era una característica de una mujer independiente.

De repente, se imaginó una bota gigante, como las de las caricaturas, que aplastaba a Dilara, por lo que
rio calladamente a ojos cerrados. Quizás sí estaba alucinando. Pero no, era su forma de callar a esa parte
tan juiciosa sobre sí misma.

No estaba siendo sumisa, estaba reciprocándole el gesto de una forma no tan convencional.

— Con cuidado —le dijo, dejando que se aferrara a su mano con un agarre que no era precisamente para
proveer cariño sino apoyo, y la vio entrar a la bañera un pie a la vez para luego aferrarse a los bordes y
prácticamente dejar caer su trasero contra la porcelana—. ¿Así o más caliente?
— Así está bien —sacudió suavemente su cabeza, dejando que sus brazos se sumergieran en el agua
que tenía espuma con aroma a lavanda.

— Good —sonrió, y se retiró.

— ¿No te quedas? —le preguntó sin girar su cuello.

— ¿Necesitas que me quede? —repuso, aunque su intención no era irse sino buscar una banda
elástica para recoger la melena rubia.

— ¿Y si me ahogo? —murmuró sin la risa que su propia pregunta le daba.

Emma sólo rio nasalmente, y regresó para sentarse sobre el borde de mármol para tomar la melena
rubia en su mano derecha y retorcerla, suavemente, a una considerable altura para apenas asegurarla.
Tirar del cabello bajo esas circunstancias nunca era buena idea.

— En ese examen creo que tuve siete —le dijo en cuanto soltó el flojo moño.

— ¿Examen?

— No sé si fue que tuve siete o si fue que estaba en séptimo grado cuando lo hice —sonrió, tomando
la esponja para verterle un poco de jabón.

— No sé de qué estás hablando —suspiró, recogiendo sus piernas entre sus brazos para apoyar su
frente contra sus rodillas.

— Antes habían más opciones de deportes en la escuela, creo que hoy se limita al futbol, al voleibol,
al tenis, atletismo,wrestling, baloncesto, y cheerleading. Antes teníamos gimnasia, esgrima,
natación, waterpolo, béisbol, sóftbol, y creo que teníamos equitación, además de todas las opciones que
existen todavía —le dijo, y aprovechó la postura que había adoptado la rubia para pasarle la esponja por
la espalda—. Una de las materias que tenías, antes de llegar a décimo, era deporte. Escogías entre
atletismo, natación, gimnasia, y futbol, pero no podías escoger lo mismo después de dos años, entonces,
prácticamente, pasabas por todas las opciones o te quedabas sólo con dos y las intercalabas.

— ¿Y tú escogiste natación?

— En sexto y séptimo grado, sí —asintió—. Porque, antes de sexto tenías de todo un poco…
hasta head, shoulders, knees, and toes —rio—. Entonces en natación practicabas los cinco estilos, un
poco de clavado, y un poco de rescate.

— ¿Cinco estilos? —frunció su ceño.

— Sí, tú sabes: libre, espalda, mariposa, pecho, y mierda-que-me-ahogo —rio, haciéndola reír
también—. El examen final era el de rescate.
— ¿Tu víctima llegó viva a la orilla?

— La ahorqué un poco en el proceso, pero sí, llegó viva —rio.

— Se trata de rescatar, no de ahorcar —bromeó.

— En mi defensa, diré que lo habíamos practicado en una piscina y el examen final era en la vastedad
del océano. Por lo tanto, no creo que un rescate en una bañera sea tan difícil, mucho menos cuando el
agua te llega debajo de la cintura estando sentada —se acercó a su cabeza, y le dio un beso—. Si te
ahogas, la que tiene el problema eres tú.

— I know —resopló—. ¿Te vas a quedar afuera o vas a entrar?

— No sé, ¿qué quieres que haga? —frunció ella su ceño, porque no tenía intenciones de invadirla así,
no tanto, y Sophia, en respuesta, se deslizó hacia adelante—. Sus deseos son órdenes, Licenciada Rialto
—rio nasalmente mientras asentía por entendimiento.

Colocó la esponja sobre el borde en el que todavía estaba sentada y la aplastó en una acción inconsciente
de apoyarse para ponerse de pie. Sintió la espuma tibia que había exprimido de la esponja, la vio como
si la estuviera condenando por haberle transferido tanto jabón en el proceso, pero no era nada sino su
culpa. Y, con la mano llena de espuma que tenía una consistencia más parecida a leche vaporizada, a
espuma para afeitar floja, se deshizo de la cachemira gris que escondía tres cuartas partes de su negra
ropa interior, y se deshizo de lo negro también, arrojándolo en la misma pila sobre el suelo.

Primero pie derecho, luego el izquierdo, acuclillarse, dejar que su trasero hiciera contacto con la
porcelana, y estirar sus piernas a los lados de las caderas de Sophia para luego halarla por la cintura y
adoptar su compacta posición con su torso. Posó su sien izquierda contra su cuello, y la apretujó un poco.

— Does this mean that you’re not mad at me anymore? —murmuró Sophia luego de unos segundos de
silencio, y quizás no escuchó, pero sí sintió su callada risa nasal, la cual le aterrizaba en alguna parte de
su omóplato—. Ni siquiera sé por qué te enojas…

— Prefiero las preguntas concretas —«porque no sé si debo responder a eso».

— ¿Por qué te enojas? —le preguntó, «porque más concreto no se puede».

— I have a short fuse… —le dijo, apoyando su frente contra ese hueso que sobresalía de su nuca—, y
siempre estoy al borde de un ataque de…

— ¿De nervios? —la interrumpió, y ella asintió en silencio a pesar de no sufrir del síndrome
puertorriqueño, ni de “nervios” en general, pero no había encontrado una palabra, un término, un lo-
que-sea, para definir su enojo repentino—. Me suena a título de película.
— Creo que lo es, no lo sé —le dio un beso en ese hueso en el que ya una que otra vez se había
golpeado.

— Deja de alimentarme con evasivas, tangentes, y todo tipo de distractores, ¿quieres?

— Me enoja que te duela la cabeza.

— No me digas —resopló.

— No eres del tipo de persona que padece de los ocasionales dolores de cabeza, tampoco padeces
de migrañas, ni de dolores que sean más graves que cuando te destrozas los dedos de alguna forma, o
que te golpeas con la esquina de algo —se encogió entre hombros—. Un dolor de cabeza, de no ser por
algo crónico o síntoma de otra cosa, es sólo por descuido…

— Entonces, prácticamente estás enojada conmigo porque no me he cuidado.

— No “prácticamente”, es que eso es un hecho —la apretujó un poco más entre sus brazos—. Sólo
puedo asumir que no has comido bien, y, a juzgar por cómo te tragaste tres vasos con agua, tampoco
puedo descartar la suposición de que la hidratación no fue una de tus prioridades —«busted!», pensó
Sophia ante su respuesta—. Pero eso se lo atribuyo a que no tuviste tiempo, a que uno de tus dones es
precisamente olvidarte de comer —«porque a veces pienso que te alimentas del aire»—, y a que cometí
el error más… —suspiró—. I shouldn’t have stuffed you in the morning, I’m sorry —se disculpó, no
dándose cuenta de que la apretujaba más entre sus brazos.

— I’m not a turkey… I don’t get “stuffed” —susurró su inconsciente, porque bajo esas circunstancias
sí le molestaba la idea de que le había sonado precisamente a pavo relleno.

— Es bueno saber que eso es lo que tomas de mis disculpas —arqueó su ceja derecha con una risita
de por medio.

— Don’t be so apologetic —sonrió—, que, de no haber sido por el desayuno, probablemente habría
jugado de la misma forma con mi almuerzo.

— Me enojo contigo porque no te nutriste y n ,kjkiiiiiiiio te hidrataste —aflojó un poco sus brazos—
, pero no puedo enojarme cuando veo que de verdad te duele.

— Nada de lástima, es sólo un dolor de cabeza.

— Nada de lástima —sacudió su cabeza, y posó sus labios contra su hombro—. Sólo no puedo evitar
no enojarme cuando te sientes mal, cuando te duele algo… no puedo extraerlo para meterlo en un
basurero. Y tampoco leo mentes como para saber, desde un principio, que no se trata sólo de cansancio…
te habría dado una Excedrin en cuanto viniste y ya estarías bien.

— No tenía ganas de escucharte decirme que debí haber comido, y todo eso.
— Entiendo, no vives con tu mamá —resopló contra su hombro, y la trajo contra ella para que se
recostara con ella contra el borde de la bañera—, yo no soluciono todos los dolores y los malestares con
un vaso con agua —le dijo, porque así era como Camilla lidiaba con sus hijas desde siempre y para
siempre al tener un “botiquín” que se reducía a Alka-Seltzer por considerarlo el non plus ultra para todo,
desde para los esguinces hasta para la acidez estomacal; sin alcohol, sin curitas, sin nada—. Eso sólo lo
practica tu mamá y la enfermera que teníamos en la escuela.

— Eso es pensamiento criminal —las condenó a las dos, porque una fisura en el radio no se arreglaba
con agua sino con una indeseable visita al ortopeda, y, mientras tanto, se solucionaba con un analgésico
de tipo OTC «over the counter».

— Después de que esa mujer me tuvo tragándome hasta el agua de los inodoros por dos bloques
enteros… mi vida cambió y desde entonces siempre llevo conmigo pastillas para la migraña.

— Eres una exagerada.

— No, la mujer me tuvo tres horas y cinco minutos llenándome el vaso desechable; un vaso cada cinco
minutos hasta que se me quitara.

— ¿Y se te quitó?

— No, para el tercer bloque ya había ido con Mrs. Mastrianni para que me firmara la excusa —sonrió
contra su cabello mientras tomaba nuevamente la esponja.

— ¿Cuántos años tenías?

— Once.

— ¿Cómo te acuerdas de eso? —rio nasalmente.

— Me acuerdo de eso porque fue mi primera migraña —le dijo—. Y sé que tenía once porque estaba
con Mrs. Mastrianni; fue dos días después de que mi abuela se muriera, que el día anterior mi mamá nos
había sacado a mis hermanos y a mí de la casa en la noche para que fuéramos a dormir al Marriott que
recién abrían… me acuerdo que no dormí nada, absolutamente nada, y era como séptima noche
consecutiva que no dormía.

— Sé que es un poco estúpido preguntarlo, pero…

— Porque no sabía qué estaba pasando —respondió antes de siquiera preguntarlo—. A principios de
enero, de ese año, operaron a mi abuela; treinta y cuatro cálculos biliares, y la vesícula. Me acuerdo del
color de las paredes del hospital, me acuerdo de en qué piso y en qué habitación estaba… hasta me
acuerdo de cómo era la distribución de la habitación.

— Creí que había sido de cáncer… —frunció su ceño.


— Pues, sí —asintió con su voz mientras le paseaba lentamente la esponja por su pecho—. No me
preguntes por qué, pero a mi abuela la tenían internada en un hospital de ojos… en realidad creo que
era porque mi abuela era amiga del dueño del hospital. Pero te cuento esto porque, estando en un
hospital de ese tipo, y habiendo yo estado padeciendo de más de un dolor de cabeza a la semana, nada
grave, a mi mamá se le ocurrió que me revisaran… lo que encontraron fue “nada” que tuviera que ver
con anteojos; tenía una alergia que nada que ver con los dolores de cabeza, y unas gotas fue lo que me
recetaron. Lo que me pasaba era el inevitable clavado en la pubertad —rio, porque había citado casi
textualmente al Dottore Casciano, el doctor de esa vez—. Me acuerdo que se tardaron como una semana
en sacarla, y, cuando la sacaron, se fue a vivir con nosotros; a la primera planta de la casa. Me acuerdo
de que le costaba moverse, pero se le pasó y se regresó a su casa, a la casa del Valle San Lorenzo —
«Belvedere», se corrigió por su mala maña de llamar a toda la región por un nombre equivocado—. De
repente, entre la escuela, mis papás, y todo lo demás, no sé en qué momento la casa de mi abuela se
había convertido en un hospital. Mi mamá nos recogía de la escuela, y nos quedábamos con ella hasta
en la noche que nos regresábamos… me acuerdo de que la puerta de su habitación siempre estaba
cerrada, y sólo alcanzaba a verla cuando abrían la puerta; yo no entraba —dijo, y se le quebró la voz un
poco.

— No tienes que contármelo, no tienes que hablar en lo absoluto —le dijo Sophia, evitando verla a
los ojos porque no quería ni empujarla ni detenerla.

— No pasa nada —sonrió—, es sólo que nunca se lo he dicho a nadie… es más, nunca lo he dicho en
voz alta.

— No tienes que hacerlo si no quieres —sacó su mano izquierda del agua, mano que estaba tomada
de la de Emma, y le dio un beso—. Soy toda oídos para eso, para otra cosa, o para nada.

— No pasa nada —repitió, pero no era más que era para convencerse a sí misma de que era un tema
como cualquier otro, un tema como el de su abuelo paterno—. Eso que te cuento para mí fue eterno,
juro que pasaron semanas, pero según mi mamá no fue más de una semana… y en esa semana vi todo
tipo de sanadores, curadores, doctores, etc., entrar a esa habitación; un acupunturista, uno que
practicaba reiki, cualquier tipo de sanación pránica que se te ocurra, su grupo de amigas que recitaban
la biblia de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante… —dijo, e hizo una pausa necesaria—. Entré
una vez, quizás por quince minutos, pero me acuerdo de la sensación: no supe qué decir, no supe cómo
estar, tampoco supe qué hacer… sólo supe preguntar lo que más detesto, un “¿qué tal te sientes?”… y,
con la mejor cara que pudo ponerme, me dijo que se sentía bien con una sonrisa que sé que le dolió
poner —suspiró, y tragó sonoramente—. Me acuerdo de la alfombra, de la silla en la que me senté, del
ruido que hacía la cama, del color de la habitación, del olor… me acuerdo de eso y no me acuerdo de
cómo se sintió tomarla de la mano, algo que sé qué hice, porque fue lo único que supe hacer después
de que me respondió… y después silencio. Al final, mi mamá entró a la habitación, y sé que me quiso
decir algo pero no sé si no pudo porque mi mamá estaba enfrente, o porque físicamente no pudo, le di
un beso, y me sacaron de allí. No vi hacia atrás, no pregunté cuándo iba a poder entrar otra vez… nada.

— ¿Y eso fue? —se refirió a que si eso había sido el fin de todas las historias graciosas de la niñez de
Emma.
— No —sacudió su cabeza con la misma falsa sonrisa, con esa falsa sonrisa que había recibido aquel
día—. Después de eso, mi mamá se fue a vivir con ella. Nosotros llegábamos por la tarde, quizás más por
mi mamá que por mi abuela, y mi papá nos llevaba de regreso a la casa y él se encargaba de los tres… that
was nice of him.

— It was —estuvo de acuerdo.

— La última vez que vi a mi abuela fue el ocho de marzo, y me acuerdo de la fecha porque Baggio hizo
la asistencia para que Ravanelli hiciera que la Juventus le ganara a la Lazio en el partido de ida —«ir en
contra de la Lazio, cuando no está la Roma, es lo que se debe hacer»—. Me acuerdo que estaba sentada
en la sala haciendo tareas, y sacaron a mi abuela, caminando, conexcruciating pain por cada paso que
daba y sólo por el hecho de estar parada, la subieron a la camioneta de mi papá, y la llevaron al hospital
a hacerse unos exámenes. Tía Carmen nos recogió de casa de mi abuela, nos llevó a cenar pizza Regina,
y se quedó en mi casa hasta que llegó mi papá. Debió haber sido temprano, porque mi hermano estaba
dándole pelotazos al muro del final del jardín, mi hermana estaba coloreando algo en el suelo mientras
veía televisión, y yo estaba escuchando a Laura Pausini con audífonos puestos mientras leía “Wicked:
The Life and Times of the Wicked Witch of the West” —dijo, y tragó, más fuerte que la vez anterior, con
mayor dificultad, y respiró profundamente dos, tres, cuatro veces—. Hasta la fecha no sé qué pasó en
esas cinco horas, y tampoco quiero saber, pero mi papá estaba furioso… furioso. Estaba tan furioso que
entró gritando a la casa, que mi hermano dejara de jugar con la pelota, que mi hermana apagara el
televisor, y que nos fuéramos a dormir… pasa que no le escuché por estar escuchando música.

— Eso no necesitas decírmelo —«y no sé si quiero saberlo con detalles».

— Fueron cinco, sólo cinco… prácticamente uno por cada hora de aburrimiento en el hospital —
resopló, como si hubiese sido gracioso—. Estaba tan enojado… tan enojado… tan enojado —susurró para
sí misma—, ni siquiera se quitó el anillo y el reloj. —Sophia no supo qué decir, porque no habían sido
tantos detalles, pero había sido el hecho de tener el anillo puesto, anillo que había visto ya en una
ocasión, y que no era una banda lisa y plana sino que tenía una trenza entre las franjas lisas—. Fue la
única vez que le pedí que se detuviera, que si quería me los podía seguir dando al día siguiente, pero que
ya no más —le dijo, y Sophia se volvió completamente hacia ella para verla a los ojos—. Es menos difícil
si no me estás viendo —susurró, desviando su mirada hacia el lado izquierdo.

— Es más fácil si me ves —le dijo con una sonrisa que parecía ya no padecer de los síntomas de aquel
dolor de cabeza. San Excedrin. Y la tomó suavemente por la mejilla para que dejara de evadirla—
. There —susurró con una sonrisa más reconfortante—, that’s better.

— No pude dormir del dolor, en ninguna posición… me pasé la noche viendo el techo y repasando
“Vocalise” en mi cabeza, y de alguna forma me sentí mejor. Fuimos al colegio, en la tarde mi papá nos
llevó a casa de mi abuela, pero ni nos bajamos del auto porque mi mamá le dijo a mi papá que nos llevara
a casa, que no era bueno que estuviéramos allí… y fue raro que mi abuela Sabina llegara y que nos
cocinara la cena, creo que ha sido la única vez que he comido algo cocinado por ella. Y nos fuimos a
dormir, todo estaba “bien”, pero el hecho de que mi abuela estuviera allí… me quitó el sueño. Me
acuerdo que salí de mi habitación muy temprano, no eran ni las cinco, y me encontré con mi papá, que
estaba sacando ropa de su clóset… me preguntó si me había despertado, le dije que no, y vi a mi abuela
Sabina sacarle un vestido negro a mi mamá… and I just knew—le dijo, y Sophia vio cómo, de repente,
había salido la Emma del noventa y cinco—. No me tuvieron que decir nada, pero, cuando me lo dijeron…
—levantó sus manos y las tensó así como si se aferrara a algo imaginario, como si estrujara el aire—. No
fue un dolor físico, lo que me dolía me dejó de doler, y sólo sentí como si la mandíbula se me estaba
quemando… y me enojé con el mundo, con mi mamá, con mi abuela, conmigo misma, con las paredes,
con Prokofiev; el Doberman Pinscher que teníamos… me enojé con todo y con todos. Y no lloré de
tristeza, lloré de enojo —se ahogó, porque sintió ese mismo enojo invadirle el cuerpo—. No sentí un
vacío en el pecho, y el estómago tampoco se me cayó… y tampoco me faltó el aire. Y me enojaba cuando
me decían que a mi abuela no le hubiera gustado verme así, y me enojaba más cuando me decían que
sólo se había ido en cuerpo… todo me sabía a mierda, y no puedo evitar sentir ese sabor cuando dicen
algo así. What the fuck… she’s gone! —refunfuñó—. Siempre necesitas más tiempo, siempre quieres más
tiempo, en especial cuando se trata de alguien así de indispensable, así de importante, así de cercano… I
would’ve traded my father for her —susurró sin la más minúscula de las vergüenzas—. En fin, mi mamá
no le dijo a nadie más que a los que les tenía que decir, la metió en un horno, y ya… —se encogió entre
hombros—. Veníamos en el auto de regreso a casa, con mi abuela en una urna, cuando mi mamá le dijo
a mi papá las tres palabras que más placer le han provocado: “quiero el divorcio” —pareció reír, así como
aquella noche, así como su mamá en ese memorable momento—. Frenó de golpe, se le quedó viendo
con cara de “tha fack…”, y mi mamá se lo repitió. Mi papá nos dejó en la casa, y se fue a emborrachar…
tal habrá sido la borrachera que, cuando abrimos la puerta de la casa en la mañana, porque mi mamá se
iba a reunir con el abogado, mi papá se había quedado dormido contra la puerta —rio—. Medio se movió
cuando se fue de espaldas, mi mamá lo arrastró lo suficiente como para poder cerrar la puerta, y nos
fuimos. En la tarde, mi papá intentó razonar con mi mamá, no pudo, y se fue de nuevo a meter otra
borrachera… mi mamá, inteligentemente, esperó a que llegara borracho, llamó a la policía para tener los
medios legales de poder sacarnos sin caer bajo la categoría de “secuestro”, y el resto es historia —
sonrió—. Después de que la enfermera me metió agua hasta por las orejas, y que mi mamá me recogió
de la escuela… sólo entonces pude dormir.

— ¿Por qué no pudiste dormir la noche en la que se fueron de la casa?

— Porque compartía cama con mi hermana, y mi hermana se movía demasiado… probé el sofá, y era
demasiado incómodo, hasta probé el suelo… y nada —se encogió entre hombros.

— Veo… —sonrió—. ¿Puedo preguntarte algo?

— Ask away…

— Dijiste que tú no sabías qué estaba pasando…

— Ah —asintió antes de que pudiera formular la pregunta—. Eso que te cuento pasó en no más de
dos semanas; mi abuela se murió el diez… claro que sabía que algo estaba mal, pero mi mamá no daba
mucha información porque ella tampoco sabía mucho. Le diagnosticaron cáncer cuando ya lo tenía en
el páncreas y en el estómago; era cuestión de tiempo de que dejara de funcionar —se encogió entre
hombros.
— Mi pregunta iba más por la línea de si tu enojo no era explícitamente con tu mamá —sonrió.

— Pero eso no lo sabía en ese momento —asintió—. Y una vez se lo expresé claramente… la única vez
que me he peleado con ella, pero sólo me ayudó a entender que no había nada que hacer más que
esperar; yo no podía hacer nada, ella tampoco, y todo se trataba de minimizar el dolor… no era sano que
nosotros la viéramos así de desmejorada, que era mejor que nos acordáramos de ella como es mejor
acordarse de alguien… y, ¿sabes? Me acuerdo de todo, de los olores, de los colores, de lo que yo vestía,
pero no me acuerdo de ella; me acuerdo de que me sonrió, pero no me acuerdo de la sonrisa, no me
acuerdo de cómo se sentía su mano, ni de si sudaba o si estaba fría —se encogió entre hombros—. Y
estaba enojada, porque es imposible no enojarse con algo, o con alguien, cuando te quitan a alguien tan
de repente… te llenas de muchos “what ifs” que no tienen sentido, te llenas de dudas que nunca te van
a aclarar, te llenas de preguntas que nunca te van a responder, y te reprochas esos últimos quince
minutos en los que pudiste haber dicho algo significativo, algo importante, algo más que sólo un “¿qué
tal te sientes?”, te reprochas los catorce minutos de silencio, y te castigas por todo eso y más.

— ¿Pero?

— No había nada que decir —sonrió entre hombros encogidos—. Esa necesidad por expresarle mi
amor, o ella por expresarme el suyo… yo no necesité decírselo para ella saberlo, y ella no necesitó
decírmelo para yo saberlo. Lo único que sé es que no se puede estar preparado para algo así… por eso
nadie te puede decir cómo sentirte, porque para todos es distinto —suspiró, y sacudió su cabeza como
para regresar a la tierra—. ¿Todavía te duele la cabeza?

— No tanto —sonrió, y se reacomodó entre los brazos que Emma le ofrecía para que se recostara
sobre su pecho.

— Ya te ves mejor —le dijo a su oído.

— You know, my grandparents… —suspiró, porque consideró que un poco de reciprocidad siempre
era buena, además, era un tema que, al igual que Emma, no había tratado en voz alta—. En cuestión de
un mes se murieron los dos.

— I’m sorry to hear that —le dio un beso en su cabeza.

— It’s okay —agradeció las condolencias y el beso—. Mis abuelos se enojaron con mi mamá porque
no terminó la carrera, porque se embarazó, y porque se fue de Italia para casarse con un hombre que
tenía la nariz en la política… las cosas se mejoraron cuando mi hermana nació, que mis abuelos
empezaron a ir a Atenas, para estar más cerca de mi hermana y de mí, pero la diferencia de edades entre
mi hermana y yo… pues, yo me vine a estudiar y sólo dos o tres veranos los vi... y cuando llegué a Milán,
una vez los vi y como por dos días. Cuando mi abuelo se murió, yo no fui a Roma, ni porque mis papás y
mi hermana iban a estar allí, ni por mi abuela; I didn’t really react —frunció su ceño—, I just drank cheap
vodka because I didn’t find any ouzo —se encogió entre hombros—. Y, cuando mi abuela se murió, como
a las tres semanas de que mi abuelo se murió, lo mismo.
— ¿Sin reacción?

— Sabes, siempre vi que, ante una muerte, las personas lloraban… y creí que era eso lo que tenía que
pasarme, e intentaba e insistía tanto en llorar, porque era lo normal, lo “saludable” y lo “sano”, y no
podía; estaba como seca. Y me acuerdo de que, cuando sabía que ya estaba borracha, me empezaba a
autoacusar por no tener reacción normal, por ser indiferente… y la culpa era la que me hacía llorar. No
sentí ningún vacío, ni física ni emocionalmente, y todavía no lo siento; es como si nunca hubiera
sucedido.

— Todos tenemos un proceso distinto —le dijo reconfortantemente—. Y todo depende de tu relación
con esa persona…

— Los adoraba a los dos.

— I don’t love the same way you do —susurró.

— Buen punto —«realmente buen punto».

— ¿Cambiamos de tema?

— Sería una buena idea —asintió.

— ¿Y de qué quieres hablar?

— Quiero saber cómo te fue hoy —sonrió—. ¿Cómo te fue en tus entrevistas?

— Bien. Contraté a los dos.

— Is that so? —rio nasalmente, y lo que escuchó fue un “mjm” gutural contra su oído—. ¿Por qué los
dos?

— Porque con los dos puedo trabajar.

— Cuéntame de ellos.

— Los conocerás mañana —le dio un beso en su cabello—, no quiero predisponerte en lo absoluto.

— Nombres, al menos.

— Toni Bench, de Parsons. Lucas Meyers, de SCAD.

— ¿SCAD de Savannah? —y recibió otro “mjm” gutural.

— ¿Cómo quieres lidiar con la Old Post Office? ¿Quieres que trabaje contigo de lleno o que sólo
de feedback?
— Para mañana sólo tengo que mostrarles tres áreas con las dos proporciones, eso lo puedo hacer yo
sola… tú puedes seguir trabajando en Oceania.

— Está bien —sonrió—, pero sabes que lo tuyo es prioridad, ¿verdad? —ella asintió—. ¿Qué te parece
si uno de ellos te ayuda esta semana? Digo, lo más básico creo que sí pueden hacerlo.

— Sure, that sounds great —asintió—. ¿Qué estilos tenían?

— ¿Quieres estilos mid-century modern y transicionalista o quieres estilos tradicional y tropical?

— Por motivos de química, me sirve más mid-century modern y transicionalista.

— Está bien, te quedas con Parsons entonces.

— Bene —susurró—. Entonces, tu día…

— Tuve dos muy buenas distracciones, y aproveché para avanzar con lo de Oceania. Les di un tour
por el estudio, les dejé claras las reglas, firmaron contratos, conocieron a todos… —se encogió entre
hombros—. Les dejé claro que no es una competencia entre ellos, y que tampoco voy a contratar al que
lleve más proyectos… les dije que me interesaba más alguien capaz y con buen gusto, pero que de alguna
manera tenía que darme cuenta de lo que podían hacer y de lo que no.

— Suenas a jefa —rio—. Y, ¿cómo va a funcionar?

— Volterra sugirió que, si se iban a meter a sacar los proyectos de ahorita, que se quedaran en la
oficina para que no tuvieran que caminar de aquí allá para preguntar algo —dijo, y no pudo ver cuando
Sophia frunció sus labios ante la idea de «no kissing, no groping, no flirting, no sexy talks…»—. Me dijo
que está pensando en pasar a Selvidge a la oficina más pequeña para que ellos dos pudieran trabajar en
donde está Selvidge ahorita…

— ¿Cuál oficina más pequeña?

— La que está al lado de la de los Ingenieros —le dijo en voz baja—. Y ya hablamos con Moses y con
Aaron de traer el escritorio doble, dos sillas, y dos iMacs de las viejas.

— ¿Qué más?

— ¿Qué sabes tú de los clientes fantasmas?

— Mmm… no sé si es lo mismo que hice en la universidad.

— ¿Me explicas?
— Era una electiva que la dejaron de dar porque no había tanta demanda —resopló—. Eran tres
créditos en total, y se dividían en cinco “tasks” cada semestre; a medio crédito por las primeras
cuatro task, y un crédito por la task final.

— Ajá.

— Llevé cuatro semestres —dijo, porque eso significaba que había habido cuatro niveles para dicha
materia/taller/seminario. Emma ya no sabía después de lo que Natasha le había dicho—. En el primer
semestre hicimos sólo diseño conceptual: teníamos un espacio virtual que teníamos que diseñar sin
modificar la distribución de ninguna forma. En las primeras cuatro tasksescogías cuatro áreas de una
casa, y la quinta task, o sea el examen final, ambientabas la casa entera de acuerdo a tu mejor diseño
entre las cuatro tasks anteriores. En el segundo semestre, con la misma distribución de créditos, nos
concentramos en locales comerciales: una tienda de ropa, un consultorio médico, un bufete de abogados
y un restaurante, y, en el local en el que habías tenido un puntaje más alto, en ese se basaba tu examen
final. No en concepto sino en el tipo de local. Después, si querías hacer el tercer curso, o sea el tercer
semestre, tenías que haber aprobado los dos semestres anteriores, y sólo diez tenían derecho a hacerlo
porque había un presupuesto para eso. En el tercer semestre trabajamos con lo que tú llamas “cliente
fantasma”, sólo que la ponderación de créditos había cambiado; eran tres tasks, o sea una task por
crédito, lo que significa que no tenías examen final. Los clientes eran otros profesores, y te pedían cosas
distintas; una sala, una cocina, y una habitación. Los diez teníamos el mismo espacio para trabajar,
teníamos la misma distribución, los mismos muebles, etc., y teníamos un presupuesto fijo de trescientos
dólares por task. Creo que para la cocina tenías la posibilidad de poner de tu dinero para incrementar tu
presupuesto.Tú te encargabas del diseño, de acuerdo a lo que el cliente quería, y tú decidías si
retapizabas el sofá, o de si cambiabas el respaldo de la cama, o de si cambiabas los bombillos —se
encogió entre hombros.

— ¿Tú lo construías?

— Claro, tú sabes que, en el mundo real, tú tienes que saber conectar interruptores, tienes que saber
poner gabinetes, tienes que saber poner pisos, tienes que saber lo básico de tapicería, tienes que saber
pintar paredes —rio, y Emma también, porque en eso tenía razón.

— ¿Y el cuarto semestre?

— Básicamente la misma interacción con un cliente ficticio, muy hands on y do-it-yourself —se
encogió entre hombros—. ¿Piensas ponerles clientes ficticios?

— Es una idea que estoy considerando —asintió.

— No es una mala idea, a mí me enseñó bastante.

— ¿Sí?
— Sí, porque sólo así te das cuenta de cuánto realmente te tardas en hacer tal cosa, o en poner tal
otra, de cuánto tiempo se tarda en secar la pintura, de cuántas capas de pintura necesitas, de cómo
tratar los materiales en general. ¿Tú no tuviste algo así?

— No —sacudió su cabeza—. Mi primer proyecto real fue mi casa… con mi mamá de cliente.

— And look how that turned out —resopló—, it’s gorgeous.

— Tiene cosas que no me gustan, errores de principiante —confesó—, pero sí acepto que me quedó
bien.

— Eso es lo que quería escuchar —sonrió—. ¿Algo más que quieras saber sobre los clientes
fantasmas?

— No, sólo quisiera saber cómo sacarle el dinero a Volterra para algo práctico, para algo que no sea
virtual.

— En concreto, ¿en qué estás pensando?

— Así como tú dices que tenías el mismo espacio, que tenía la misma distribución y los mismos
muebles, tengo que ver cómo le saco ese dinero a Volterra —rio.

— No es tan difícil —se volvió con su cuello hacia ella, y se alegró de no haber sido víctima de ninguna
corriente ni de ningún espasmo muscular—. A nosotros nos construían esos espacios con plywood con
una capa de cemento para simular la textura de la pared, y nos ponían cosas pequeñas —se encogió
entre hombros—. Para la sala de estar quizás era un espacio de tres por cuatro, tres “paredes”, un sofá,
una mesa de café, y una repisa… nada más.

— Bueno, pero para eso tengo que ver de dónde saco para el sofá, y para la mesa de café, y para la
repisa, ¿no crees?

— Puedes sacar para los materiales, pero yo puedo llevármelos un día para que trabajen en eso
conmigo, para que me ayuden a hacer un sofá sencillo, para que vean cómo se tapiza… para que corten
un poco de madera, para que aprendan a lijar, a limar, a usar la pistola de clavos y de grapas…

— No es mala idea —se lo reconoció honestamente—. Si me das un presupuesto de materiales, no


hay problema —le dijo, porque mataría dos pájaros con la misma bala: le daría el placer de ir al taller, y
se quitaría de encima la mano de obra porque todavía se acordaba de un escritorio de campaña que
Sophia había hecho, de madera reciclada, y que no había costado más de cien dólares pero que se podía
apreciar por mil quinientos como mínimo.

— Tú me tienes que dar un cliente primero para saber qué es lo que quiere, ¿o no es así como
funciona?
— Sé cómo funciona un cliente real, pero no sé cómo funciona un cliente fantasma.

— Funcionan igual, sólo que al cliente fantasma le tienes que dejar los parámetros de evaluación muy
definidos para que sea lo más cercano a un cliente real, a un cliente que necesita lo que tú estás
haciendo.

— Tiene usted un muy buen punto, Licenciada Rialto —rio suavemente contra su cabeza—. La
pregunta es qué haríamos después con lo que hagan en el taller, de cierta manera es dinero perdido.

— Realmente no es tan caro, un sofá para dos personas, sin asientos y sin respaldos removibles, no
cuesta más de cincuenta dólares. Setenta si quieres hacerlo súper elegante, tapizado con velvet o
con chenille.

— Pero entonces no sería real, porque tú no cobrarías mano de obra, cosa que sí pasa en la vida real
—la apretujó un poco entre sus brazos—. ¿Cómo es que calculas la mano de obra en realidad?

— Mmm… —suspiró, colocando sus manos sobre los brazos de Emma—. El cobro se hace de cierta
forma para que no te quiten tanto por impuestos —rio, porque ese truco lo había aprendido en la
universidad y no tenía nada de ilegal sino de inteligente—. Tienes dos formas de cobrar: en una cobras
por materials and findings, cargos por nontaxable repair labor, y la mano de obra real, la cual tiene que
ver con las dimensiones y con qué tan fácil o difícil es trabajar con los materiales, que es una tabla, pero
de esa forma cobran impuestos sobre el ochenta por ciento, porque normalmente el veinte por ciento
es elnontaxable repair labor. Y luego tienes la segunda forma: cobras los materiales y mano de obra por
separado, así te quedas con el ochenta por ciento como nontaxable repair labor, y el veinte por ciento
restante, por el que sí te cobran impuestos, es porfabrication labor and findings… pero eso sólo lo puedes
hacer cuando hay tapizado o algún tipo de reparación de por medio; como separar un sofá en dos
sillones, o como hacer cortinas o persianas, o como hacer una lámpara de un jarrón. It’s a pain in the
ass, porque tienes que saber qué parte de la mano de obra es taxable y lo que es nontaxable.

— Ah, pero te gusta —rozó su nariz contra su sien.

— Y bastante —se sacudió ante los escalofríos que esas cosquillas le habían dado.

— ¿Te gustaría tener tu propia línea de muebles? —le preguntó suavemente al oído.

— Los muebles no son como la ropa, mi amor —rio ligeramente.

— Cierto, las líneas de muebles son para IKEA —se acordó de lo que una vez le había dicho la rubia
melena a la que en ese momento le daba besos.

— No es eso —se sacudió nuevamente—, es sólo que pienso que cada espacio se merece algo distinto,
que cada cliente se merece algo distinto; tú y tu hermana no pueden tener el mismo mueble… son
personalidades distintas, son gustos distintos, y estoy muy segura de que manejan el espacio de formas
diferentes. El mueble es algo personal…
— ¿Te gustaría cambiar algo del apartamento?

— ¿Algo como qué?

— Partiendo de lo que dices, los muebles que tengo son míos, son mi “personalidad” por así decirlo…
¿no te gustaría tener algo más tú, algo más de tu gusto?

— ¿Me lo preguntas porque “matrimonio” sugiere casa nueva?

— No, te lo pregunto porque nunca lo había pensado —se encogió entre hombros—. What do you
want? —le preguntó, presionando gentilmente la punta de su nariz con su dedo para enfatizar en
el “you”.

— Siempre me he preguntado por qué, siendo tú tan transicionalista, ambientaste tu apartamento


con elementos minimalistas y loft.

— Porque lo primero que compré fue la cama —sonrió—, y no es una cama tradicional, ni clásico con
toques contemporáneos; es muy loft. Y, para ser honesta, cuando ambienté este apartamento todavía
no había descubierto las maravillas del transicionalismo —le sonrió de nuevo—. ¿Quieres que lo
hagamos transicional?

— ¿Quieres tú? —le preguntó, pero Emma sólo elevó su ceja derecha—. Te pregunto a ti porque
es… well, it’s your home.

— And it’s your home, too —le acordó—. Así que ese tipo de decisiones no las tomo yo sola.

— ¿Puedo ser honesta?

— Por favor, no espero menos.

— No me agrada la idea de que si te digo que sí, que tú lo consientas porque yo lo quiero y no porque
tú lo quieres.

— Mmm… —frunció sus labios, porque era un punto válido tras el motto de “whatever you want”—.
¿Sabes tú lo difícil que soy como cliente?

— Yup —rio—, you’re quite opinionated when it comes to taste, but you know what you want and
what you don’t want, what you like and what you don’t like.

— No planeo vivir con paredes rojas y con grout negro en la ducha, Licenciada Rialto… pero un cambio
no me viene mal, no después de que no he cambiado nada nunca —sonrió.

— Si tú quieres hacerlo, no veo por qué no; tú eres la que tiene más lazos sentimentales con cómo es
el apartamento.
— Yo sólo sé que quiero que se respeten ciertas cosas.

— ¿Cuáles?

— El walk-in-closet, y el piano, la bañera, y la escultura se quedan.

— ¿La escultura de Natasha sin ropa? —rio con lo que parecían ser celos, y Emma asintió con una risa
de verdadera diversión—. ¿Qué más?

— Necesito tener espacio para mis libros, para mis revistas…

— Estás hablando con alguien que te conoce —le acordó—, sé que no es un “Extreme Makeover:
Home Edition” de lo que estamos hablando, sé que estamos hablando de cambiar el color de las paredes,
de quizas reorganizar la habitación de huéspedes, de cambiar las alfombras… de comprar un respaldo
de nogal con un aire más transicional pero del que todavía pueda amarrarte —dijo, y Emma empezó a
reír, quizás no a carcajadas, pero sí para caer en la risa abdominal que era de larga duración.

— I’m glad we’re on the same page —le dijo, todavía riéndose—. Pero es importante que me digas lo
que quieres también.

— Quiero… —suspiró. «What do I want?»—. Yo sólo quiero una cocina perfecta.

— Funcional, accessible, y estéticamente increíble —susurró contra su mejilla.

— Sí… —exhaló aireadamente ante el roce de la nariz de Emma por su piel, porque ya esperaba un
beso.

— ¿Qué te parece si tú te encargas de la habitación del piano y yo de la cocina?

— ¿Y el resto que se haga solo?

— Lo hacemos juntas —sonrió, y, sacando su mano del agua, ahuecó su mejilla derecha hasta apenas
rozar sus labios con los suyos. De esos besos en crescendo, que primero son un roce, y luego algo corto
y superficial, y luego se van alargando y ahondando—. Licenciada Rialto… —jadeó—, veo que se siente
mejor.

Sophia no respondió con palabras, pues la volvió a besar mientras se volvía sobre sí entre los brazos de
Emma para, todavía sentada entre sus piernas, poder besarla frente a frente, pues eso de los esguinces
cervicales nunca le habían fascinado.

Las manos de Emma se paseaban lentamente por su espalda, desde lo más alto hasta lo más
bajo como si quisiera acercarla por completo a su torso a pesar de que ni la posición ni los límites de la
Neptune Kara las dejarían, como si quisiera tenerla a horcajadas alrededor de su cadera, y eso fue lo que
hizo; se deslizó hacia adelante, cargando ligeramente a la rubia talla dos, y la posó suavemente sobre
sus piernas mientras Sophia la continuaba besando desde un poco más arriba y con sus manos una en
su nuca y la otra en su mejilla.

— Sophie… —le dejó de besar abruptamente, la vio a los ojos, y simplemente la abrazó con más fuerza
de la estándar.

— Hey… everything alright? —susurró, dándole besos en su cabeza mientras acariciaba sus pecas.

— Cuando te duela algo, por favor dímelo…

— Te preocupas demasiado por un dolor de cabeza —rio nasalmente para disipar el momento.

— La penicilina existe para que no te mueras de una infección —la apretujó un poco más.

— Lo sé, lo sé —asintió comprensiblemente—. ¿Me llevas a la cama? —le preguntó con doble sentido,
porque necesitaba una descarga de endorfinas y un poco de descanso, «en ese orden».

Emma asintió, la dejó ponerse de pie, y, con ayuda de sus manos, se puso ella de pie para apagar la
minúscula cascada que no había dejado de caer en el interior de la bañera, y dejó que el agua jabonosa
se drenara. Ella salió primero, porque ella era todo sobre secarse fuera de la ducha y de la bañera y
Sophia era todo sobre secarse dentro de la ducha y de la bañera, le alcanzó la toalla, y, sin dejar de
acosarla, la vio secarse con completa consciencia de estar siendo acosada, por lo cual dibujaba una
sonrisa que parecía nunca haber dejado de existir por un diabólico dolor de cabeza.

En silencio, cada una se encargó de su propio maquillaje, de sus dientes, y de una sonrisa de
ojos a través del espejo que compartían mientras cada una se enjuagaba con el Listerine de su elección,
y, en cuanto llegó el momento del humectante, Sophia vertió tres pushes en la mano de Emma para ser
consentida con un breve pero suave masaje de hombros y nuca para luego ser humectada de brazos y
piernas, y que el remanente fuera limpiado en su abdomen. Emma no necesitaba humectante, más bien
no le gustaba, al menos no en la noche, porque sólo podía sentirse pegajosa de una forma u otra.

— ¿Así? —elevó su ceja derecha al ver que Sophia, sin ropa, quitaba las almohadas para deshacerse del
cubrecama y poder meterse bajo las sábanas.

— Yo sí, no sé tú —se encogió entre hombros, y se arrojó sobre la cama para conectar su teléfono a
la vida eléctrica.

— Mmm… —rio nasalmente, entrando a la cama con sus rodillas, hasta colocarse tras ella para
provocarle eso que los poros de sus brazos y sus piernas ya delataban—. Te invito a cenar mañana —
susurró contra su cuello mientras detenía la acción de Sophia para, por debajo de sus brazos y por encima
de sus manos, seleccionar la aplicación que en algún momento se valdría de la ilusión de Delboeuf para
su propio marketing, «so in your face», y seleccionó “table for 2, tomorrow at 19:00” para luego escribir
“10065”, porque sólo así encontraría algo cerca de donde vivían. Range: 10 miles. Cuisine: American,
Mexican, Vietnamese; para tener un poco de todo y sin abusar de lo italiano. El precio no importaba, la
exclusividad de la hora tampoco,«y, voilá!»—. ¿O quieres algo más como private dining?

— Since you’re not gonna propose… me conformo con compartir el restaurante con más personas —
resopló, porque sabía a lo que Emma se refería con eso, y sabía que le picaban las ganas de que algún
día le dijera que sí; siempre había querido hacer eso, siempre había querido tener el restaurante para
ella sola.

— I can propose again, that shouldn’t be a problem —sonrió.

— Cómo crees —rio, sacudiendo la cabeza mientras pasaba las opciones que la aplicación les daba—
. ¿Ya hemos comido aquí? —señaló el restaurante mexicano que no quedaba tan lejos de donde se
encontraban en ese momento.

— No creo. ¿Quieres comer allí?

— A ver qué tienen en el menu —dijo antes de asentir—. Mira, Chef Medina es el dueño…

— ¿Eso me tiene que decir algo?

— Es como un Lazaro Hernandez —respondió, suponiendo que era una comparación que no era tan
correcta; era imposible comparar la ropa con la comida, al menos a ella se le hacía imposible.

— Cásate conmigo ya —rio calladamente.

— ¿Por qué? —se sacudió ante las cosquillas que la risa le provocó en su cuello.

— Porque sabes quiénes son Proenza Schouler.

— Algo se me tiene que quedar de todas tus revistas y de todas tus conversaciones con Natasha y con
Margaret —sonrió—. ¿Estás viendo lo que está en el menú?

— Tú me conoces —sacudió la cabeza—. ¿Me va a gustar?

— Incuestionablemente —asintió.

— ¿A las siete está bien? —preguntó, estando lista para hacer la reservación.

— Sí, y por favor especifica que no quieres table sharing, para que no te pase lo de la otra vez —le
acordó, porque cómo detestaba Emma compartir mesa con gente desconocida, en especial con gente
que era un poco invasiva en todo sentido; en espacio en la mesa, en insistir en tener una conversación
con ella, y en preguntar qué comería.

— Listo. Mañana a las siete.


— ¿Es una cita?

— Si quieres que lo sea —rio contra su cuello para hacerle cosquillas.

— ¿Ingeriremos CH3CH2OH?

— Si venden, sí… la Margarita social, o los tequilas intensos y retadores.

— ¿Y quién paga la cuenta?

— Possiamo pagare alla romana… —elevó ambas cejas—. Dios no permita que te sientas con la
obligación de que tienes que darme un beso al final de la cita —dijo con un tono cínico pero cariñoso.

— Mmm… —rio guturalmente—. ¿Y me vas a acompañar a mi casa?

— Es lo menos que puedo hacer después de una cena tan amena y tan entretenida —asintió.

— ¿Vamos a tener ese momento incómodo?

— ¿Ese en el que yo espero una invitación para subir, en el que tú quieres invitarme a subir pero no
lo haces porque no quieres tener que hacerte responsable de tus actos?

— Ese en el que tú esperas que te bese y en el que yo espero que me beses —asintió la rubia con una
sonrisa que se debía a los labios de Emma en su cuello.

— Exacto —susurró, y luego la mordisqueó, por lo que Sophia sufrió de un jadeo callado.

— ¿Y me vas a besar?

— ¿Que si te voy a besar? —resopló, aprovechando el momento para besarle esa esquina tras su oreja
derecha—. I’ll kiss the fuck out of you —susurró entre dientes con un gruñido de por medio, un gruñido
que tuvo eco en Sophia, y, con gentileza, le arrebató el teléfono para colocarlo sobre la mesa de noche—
. Slowly and softly at first —dijo, llevando su mano al muslo derecho de la rubia, y, apenas con sus dedos
índice y medio, rozó desde su rodilla, por el centro, un par de centímetros hacia arriba para luego, en un
ángulo de cuarenta y cinco precisos grados, llegar al interior y continuar el trayecto hacia su entrepierna,
la cual se iba haciendo más accesible porque la inconsciencia de la rubia hacía que su pierna izquierda
se abriera—, teasing you, caressing you, arousing you —susurró, al fin llegando a su entrepierna—. And
then… just a tad deeper, and a tad daring —Sophia jadeó a ojos cerrados, pues sintió sus dedos apenas
recorrerle sus labios menores—. ¿Me vas a invitar a subir?

— I don’t kiss nor fuck on the first date —susurró.

— Y eso lo respeto —resopló, abandonando su entrepierna para tomarla por la cintura con ambas
manos.
— ¿Porque me acosté contigo antes de la primera cita? —rio como si estuviera dopada, o quizás sólo
ronroneó.

— That’s beside the point —la haló hacia el centro de la cama—, ésta no sería la primera cita.

— Cierto.

— Say “fuck” —sonrió.

— Fuck —dijo con una cara de confusión.

— Sounds so naughty… and so sexy —se mordisqueó el labio inferior.

— Fuck —repitió, provocando una risa abdominal en Emma—. Fuck me —susurró, y Emma que gruñó
para luego soltar una carcajada—. Comparte el chiste, por favor.

— Tú tienes que descansar… —gruñó.

— No me digas que vamos a tener el famoso problema de los dolores de cabeza —frunció su ceño—
. Ni siquiera nos hemos casado y un dolor de cabeza ya es excusa —despotricó antes de que Emma
pudiera siquiera entender la referencia.

— Sí sabes que el dolor de cabeza es un “no tengo ganas” o un “no me das ganas”, ¿verdad? —elevó
su ceja derecha.

— ¿No tienes ganas? —ensanchó la mirada.

— Mi dieta incluye tu vagina como principal proteína. Es demasiado raro que no te tenga ganas —
ahuecó su mejilla derecha, y dibujó una sonrisa de «y eso lo sabes».

— Pero es más raro que el “no” venga del que tiene la cabeza sana.

— ¿”Sana”? —rio.

— Hablo de dolor de cabeza, no de locura —pareció patalear con desespero, «because, come on, eat
me».

— ¿Te acuerdas de cuando no quisiste porque yo tenía una migraña? —ella asintió—. ¿Te acuerdas
de lo que te dije de la “retención orgásmica”?

— Recuerdo que corregí tu término de “retención” —asintió—. Es “liberación” —susurró a un costado


de su mano como si se tratara de un secreto.
— ¿Te acuerdas de lo que te dije de la “liberación orgásmica”? —se corrigió, como si no se hubiera
equivocado en la terminología.

— Sí, y te dije que un orgasmo tenía propiedades opiáceas —asintió con una expresión que, detrás de
la seriedad, había una risa que podía estallar en cualquier momento.

— Qué buena memoria —la elogió.

— Selectiva, como la tuya —agradeció con la mimada risa que gritaba ese «shut up and eat me
already».

— Entonces te acuerdas de que dijiste que íbamos a comprobar, empíricamente, si era eso cierto o
no.

— Sí te das cuenta de que eso juega a mi favor, ¿no? —entrecerró su mirada, como si no entendiera
el punto de Emma—. Ya no me duele la cabeza… y no pido paz mundial, pido hacer uso de las propiedas
opiáceas del orgasmo, nada más.

— “Nada más” —rio divertida.

— Sí, y, en tus palabras, yo tengo mil mini orgasmos… nunca tengo un orgasmo con actitud de
terremoto; es prácticamente imposible que me explote la cabeza en el proceso.

— Everything I say can and will be used against me —recitó la advertencia Miranda.

— Si tengo que rogarte por sexo… creo que vamos por mal camino —asintió.

— Mal camino es que me lo digas explícitamente y ni cuenta me dé —dijo en lugar de decir que no le
tenía que rogar ni por eso, ni por otra cosa.

— Dos puntos: “necesito sexo”. ¿Así o más explícito?

De un relativamente brusco movimiento, Emma tomó las muñecas de Sophia y las llevó, entre su mano
izquierda, por sobre su cabeza; hundiéndolas entre las almohadas con esa fuerza que a veces se le
olvidaba medir a pesar de que no lastimaba en el proceso. A decir verdad, Sophia hasta lo catalogaba
como «hot», y se reía por nervios y por anticipación, porque eso sólo significaba que estaría en juego
únicamente la mano derecha de Emma; la mano que trazaba líneas rectas sin regla, la mano que en esta
ocasión no trazaba líneas rectas sino que parecía dibujar, a roces, alguna figura que había empezado en
el labio inferior de la rubia, y que muy probablemente terminaría exactamente sobre su clítoris.

La veía penetrantemente a los ojos, porque, por conocer tan bien el cuerpo de la rubia, no
necesitaba ver por dónde iban y venían sus dedos, y, por si eso no fuera suficiente, encontraba
incalculable placer en cómo los ojos celestes intentaban mantenerse abiertos. Quizás no era el día para
perderse de cómo sus ojos también se perdían en un orgasmo, ni para perderse del más mudo jadeo.
Ignoró sus pezones sin tener una buena razón, quizás su inconsciente pensó que, al estar ya
rígidos, no había necesidad de perder tiempo por tener que llegar a su entrepierna; tenía el ETA encima.

Al fin llegó, una eternidad después según Sophia, pero llegó. Sus dedos índice y medio
presionaron su clítoris, y empezaron a moverse en círculos que no eran ni lentos ni rápidos porque la
presión lo hacía todo. No tenía que hacer mucho; las condiciones clímaticas y geográficas eran óptimas,
y las condiciones topográficas sólo terminarían de evolucionar con el tiempo y con la crónica
estimulación.

No se detenía por nada, ni cuando las piernas de Sophia sufrían de un involuntario espasmo que
pretendía dificultar el acceso, ni cuando su cadera se elevaba rápidamente para luego volver a aterrizar
sobre la cama, que, con cada movimiento involuntario y voluntario de su cuerpo, presionaba su clítoris
y la anclaba más a la cama por sus muñecas, como si le dijera que permaneciera quieta, y luego aflojaba
las presiones para no lastimarla y para no asfixiar la inflamación de su clítoris, la cual sólo se agravaba
entre cada jadeo de la rubia y entre cada mental «mmm…» placentero que se iluminaba en Emma.

La Arquitecta sintió cómo el cuerpo de la rubia se hundió entre el colchón, algo que sabía que
sólo ocurría en ese estado de relajación parcial que era característica de la etapa preorgásmica, le sonrió
entre tierna y enternecida, recibió una sonrisa jadeante y una mirada de «I’m gonna cum» que la hizo
presionar más sus muñecas contra las almohadas. Y, justo cuando Sophia cerró sus ojos, y que empezó
a realmente dibujar esa “o” de “Orgasmo” con sus labios, Emma cesó abruptamente el frote.

Sophia tuvo un espasmo abdominal a causa de su más-o-menos-agitada respiración, abrió los ojos, e
intentó erguirse para analizar la escena.

— ¿Por qué te detuviste? —preguntó el rubio desconcierto—. Estaba a punto de… —y ahogó un gruñido
de eso que no había conocido antes, ni siquiera con sí misma.

— ¿De correrte? —elevó Emma su ceja derecha, y, ante el silencio de la rubia, le dijo lo que más le
asombraría en toda su existencia—: ¿por qué crees que me detuve?

— For fuck’s sake, my head won’t blow up! —sollozó.

— Lo sé —rio.

— ¿Entonces? —dibujó un puchero que agujeraba el corazón de cualquiera.

— Quería ver qué pasaba —pareció encogerse entre hombros, y reanudó el frote en su clítoris.

— Please, don’t do it again —se ahogó en un suspiro de agradecimiento y placer instantáneo.

— ¿Estás segura de que no quieres que lo haga de nuevo? —elevó nuevamente su ceja derecha.
Sophia quiso decir “sí”, pero, por alguna razón, titubeó. ¿Por qué diría que no? No era momento para
buscarle una respuesta a esa pregunta, ella sólo sabía de placer en ese momento, y, al final, si de placer
se trataba todo, no importaba. Sólo importaba lo malditamente rico que se sentía eso en ese momento.

Todo tenía que ver: era el inocente “quería ver qué pasaba” que no era inocente porque sabía
exactamente lo que pasaría, era la pregunta que demolería el incorruptible “sí”, era la sensación y la
duda de si siempre se sentía eso así de bien, era la picardía que se escondía tras todo eso.

Gimió, queriendo llevar sus manos a que tocaran un poco de piel; no importaba si era la suya o
si era la de Emma, sólo necesitaba aferrarse a algo tibio. Pero Emma la contuvo por las muñecas,
realmente presionó, y aceleró el frote en su clítoris para no dejarle ni la más pequeña ventana de tiempo
de quejarse, o de reclamarle la relativa rudeza.

Y gimió de nuevo, esta vez más agudo, sufrió de un fugaz espasmo en la cadera, pero logró controlarlo
con demasiada maestría, pues, de dejar que se elevara como era costumbre, sólo entorpecería el frote
que estaba a punto de llevarla al clímax.

— ¿Estás segura de que no quieres que me detenga? —le preguntó Emma en ese segundo demasiado
tarde, pues ya sólo podía esperar un derrame orgásmico en lugar de obtener una respuesta que
satisficiera los parámetros del admirable y respetable “no”, y del oh-well-ni-modo “sí”.

En menos de un segundo, Emma se dio cuenta de que ambas respuestas eran buenas debido a la confusa
formulación de su pregunta. Si respondía que “no”, entonces existía un cincuenta por ciento de
probabilidad en la opción de “no, detente”. Y, si respondía que “sí”, era un “sí, estoy segura de que no
quiero que te detengas”. De cualquier modo, tenía las probabilidades a su favor. Y se detuvo.

— ¡Ah! —gruñó una Sophia que había sentido eso tan cerca, pero tan cerca, que se desplomó en una
risa histérica que hablaba en nombre de su frustración—. ¡¿Por qué?! —se carcajeó.

— Porque te está gustando —le dijo en ese sedoso tono de voz que calló la carcajada de Sophia—. ¿O
no te gusta? —susurró, soltando sus muñecas para acariciarle la cabeza mientras lograba establecer
contacto visual, y prácticamente le preguntó un«¿no te das cuenta de que te gusta?» en cuanto ladeó
un poco su cabeza.

— Oh. my. God! —ensanchó la mirada—. Eso es lo que tú te haces —vocalizó su epifanía con asombro,
pero eso se vio interrumpido por la reanudación del frote de su clítoris.

— ¿Te gusta? —se acercó un poco a sus labios, no para besarlos, sólo para casi probar sus futuros
gemidos, y, por haberle soltado las manos, esperar por, si ella quería, un beso, o dos, o tres, o uno muy
largo. Y gimió—. Te gusta —sonrieron ella y su Ego, porque, por alguna razón, eso de “mini orgasmos”
sólo había indignado a su Ego; su trabajo no era para “mini orgasmos”, era para orgasmos
explosivos, «para exorcismos».
— Sí… —jadeó, llevando, por reflejo, su mano izquierda a la mejilla de Emma para traerla
completamente contra sí, para apoyar su frente contra la suya.

— ¿Quieres que me siga deteniendo?

Sophia sólo asintió a ojos cerrados, y, aunque sabía que se estaba exigiendo demasiado al haber
consentido una frustración tras otra, se dejó perder en eso que parecía ser lo único que le quitaba la Old
Post Office de la cabeza.

En ese momento no tenía obligaciones de satisfacer a nadie, no tenía obligaciones de agachar la cabeza
y darle la razón a alguien con quien no estaba de acuerdo en lo absoluto, no tenía que pensar en los
tonos de los colores, ni en la proporción de ellos, ni en la distribución, ni en cómo optimizar la iluminación
natural en las habitaciones a las que les daría el sol de la tarde, ni tenía que pensar en textiles, ni en
cálculos de pintura, ni en la parte de la decoración: nada de flores ni floreros, nada de cojines, nada de
espejos, nada de pinturas, ni fotografías, ni ilustraciones. No tenía ni que pensar en cómo hacer que la
GSA aprobara todo sin ningún “pero”. No tenía que pensar en lo absoluto. Su mente simplemente se
puso en blanco, o en negro, pero no había nada complejo ni complicado.

Sólo podía sentir, y lo que sentía le gustaba. Aparte de sus dedos, que era lo que más intenso se sentía,
sentía el calor que despedía el cuerpo de Emma como por contagio, porque ella estaba literalmente
ardiendo, y sentía cómo su eminencia tenar se posaba sobre su vientre para mayor precisión en el frote.
Sentía la antítesis que Emma tenía por respiración, pues, a pesar de ser un poco agitada por excitada
fascinación, era una clara y pacífica respiración nasal que apenas rozaba su mejilla derecha. Sentía los
dedos de Emma enterrados en su melena, y cómo mordisqueaba su labio inferior ante sus jadeos de
labios abiertos, porque no había nada más sensual que besar labios que gemían y jadeaban calladamente
a pesar de estarse descontrolando conforme el tiempo pasaba. Y sentía cómo su mano derecha había
decidido apretujar su seno izquierdo con la fuerza que se traducía a “no quiero correrme todavía”. Pero
eso no era del todo cierto, y su cuerpo lo sabía. El piloto automático lo sabía. Era el típico caso de ella
saber lo que más le convenía a su cuerpo a pesar de que el cuerpo le pidiera lo contrario.

Apretó la mandíbula, empezó a jadear entre dientes, apretujó su seno un poco más, apretó los
ojos, contuvo la respiración, y, estando al borde de explotar, Emma se detuvo.

— Skatá… —balbuceó, abriendo los ojos ante lo increíble de la sensación—. My clit is officially
twitching —resopló.

— ¿Quieres que le dé un besito? —sonrió.

— ¿Y si te necesito aquí arriba? —vaya dilema.

— Aquí arriba me quedo —dijo, porque eso no había que pensarlo ni dos veces—, y te puedo besar
aquí —rio suavemente, ladeando un poco su rostro para besar sus labios.
Sophia lo recibió y lo reciprocó con demasiado gusto, en especial porque había ganado el derecho del
labio inferior y podía hacer con él lo que se le ocurriera y lo que no también, y, como Emma había cedido
ese derecho «por el momento», reanudó el frote una vez más.

Un gemido aterrizó directamente en su garganta, un gemido al que le podía sentir las


vibraciones de las cuerdas vocales de la rubia que había perdido el control con tan solo sentir que sus
dedos regresaban a ese exageradamente inflamado botoncito, que estaba tan inflamado y tan rígido,
que se asomaba sin vergüenza alguna para ser abusado de la forma y manera que aquellos dos dedos
decidieran.

No estaba húmeda. No estaba mojada. No estaba empapada. Desconozco la palabra para describir esa
cantidad de lubricación, de inundación, de Océanos Pacífico, Atlántico, y Mediterráneo juntos. Emma
simplemente se deslizaba sin fricción alguna, y eso le gustaba cuando se trataba de Sophia, porque esos
sonidos que se creaban entre sus dedos y su clítoris, con el lubricante de por medio, sólo lograban darle
placer sexual-auditivo, en especial cuando se fusionaban con los gemidos y los jadeos entrecortados.

— Stop, stop, stop, stop, stop —dijo rápidamente entre una bocanada de aire, como si implorara
clemencia, y Emma se detuvo—. Gee… —suspiró.

— ¿Aguantas uno más o ya no?

— Puedo intentarlo.

— Oye, cuando ya no puedes es que ya no puedes… tampoco se trata de que pasemos horas en esto
—le dio un beso en la punta de su nariz—. No te estoy castigando, no te estoy negando nada… sólo
quiero que sientas por qué me gusta tanto elplateau —guiñó su ojo, y le sonrió tal y como sólo sabía
sonreírle a ella; sin una pizca de falsedad.

— No, yo entiendo —resopló—. Do whatever you want with me —le dijo, ignorando el hecho de que
la tía Dilara que había guardado en su mente se burlaría de la ceguedad de su entrega.

— I want nothing but to please you —sacudió la cabeza, porque se trataba del cuerpo de Sophia y no
del suyo; tampoco iba a empujarla a una frontera en la que ella sabía que podía dejar de ser plancetero
porque se volvería doloroso y no necesariamente a nivel físico sino emocional y hormonal.

Sophia se sonrojó ante el gesto y ante el pícaro deseo de buena fe, y le dio el visto bueno para que
continuara la estimulación.

Todavía no sabía si se dejaría ir o si se frenaría una vez más para darse la oportunidad de conocer lo que
había después de otro corte que podía ser frustrante pero que tenía la capacidad de ser verdaderamente
placentero. Emma tampoco sabía lo que haría; no sabía si ella tendría que concentrarse en saber cuándo
Sophia estaría a punto de correrse, o si simplemente no se detendría para que ella y su Ego contemplaran
las convulsiones en las que sabían que todo terminaría.
La besó suavemente, así como era el roce en su clítoris, pero en su boca todo era despacio, con
intenciones que carecían de toda travesura y picardía porque así debía tratarse la boca de la rubia; allá
abajo se podía jugar un poco más rudo sin ser necesariamente agresivo o violento, aunque eso también
lo podía soportar. De eso era testigo el sábado por la madrugada y su vagina misma.

Las caderas de Sophia se empezaron a mover con lo que Emma conocía como sensualidad pura
y al máximo, era como un vaivén que iba de adelante hacia atrás y de abajo hacia arriba sin ser un
movimiento simultáneo; era corto pero excitado, como si, además del frote de Emma en ella, quisiera
ella frotarse contra Emma.

Ojos cerrados, abdomen intranquilo pero tenso, pecho coloreado de rojo, y su pezón derecho
fuertemente pellizcado entre sus dedos mientras su mano se aferraba con la misma fuerza a su copa B.

Gimió con mayor frecuencia, con mayor agudeza, con mayor placer, y Emma tuvo que decidir
porque sabía que Sophia no era dueña de sí misma en ese momento: «¿me detengo o no me detengo?».

Analizó la situación, y simplemente concluyó que un placer de esa magnitud, un estado así de
excitado, no merecía ser arriesgado a lo que sabía que podía pasar y que no podía prever con certeza,
por lo que, ante las abiertas piernas de la rubia que intentaba postergar el orgasmo lo más que podía,
frotó de lado a lado lo más rápido que pudo con sus cuatro dedos disponibles, estimulando así no sólo
su clítoris sino también sus labios menores y sus labios mayores.

Le arrancó un gemido como pocos. Un gemido que temblaba por la inhabilidad de dejarse
convulsionar, pues había logrado mantenerse relativamente inmóvil para que Emma le sacara hasta la
última gota de orgasmo que hubiera acumulado en esa fase de plateau.

La dejó de tocar cuando ya los espasmos postorgásmicos habían empezado, esos que atacaban
sus piernas, sus caderas, su abdomen, y hasta sus hombros mientras terminaba de expulsar el
entrecortado remanente del no poder dejar de gemir.

No la besó en los labios porque, como toda persona pronta a desmayarse, necesitaba aire, por lo que
decidió hundirse en su cuello para darle un beso aquí y acá mientras su Ego la felicitaba con más que
sólo un par de palmadas en la espalda. Le aplaudía. Le aplaudía de pie y con gritos que celebraban su
hazaña.

— ¿Fue de la magnitud analgésica que esperabas? —balbuceó contra su cuello, y dejó que su peso cayera
un poco sobre el cuerpo de la rubia que ya había encontrado la tranquilidad en sus pulmones a pesar de
no haberla encontrado en su sistema circulatorio o muscular, y lo único que escuchó fue lo más parecido
al primer sonido que existió jamás en el planeta tierra; un«mmm…» relajado, gutural, quizás
amodorrado, pero definitivamente dopado.

Le dio risa el estado en el que había caído. Era el momento perfecto para acosarla sin incomodarla en lo
más mínimo, y podía enmascarar la necesidad que tenía de ella con algo que era prácticamente
reglamentario en el mundo postcoital; besos en su frente, dedos enterrados en su melena para rascarle
la cabeza con suavidad, mano libre que podía ahuecar su mejilla, o que podía repasar sus hombros, o
que simplemente podía usar para abrazarla mientras inhalaba el distante L’Air de su cuello, de su pecho,
y de sus muñecas, entre roces de nariz y de labios, o lo que se le ocurriera en el momento.

— You are so beautiful —susurró—, so, so beautiful —y recostó su cabeza sobre su pecho para escuchar
cómo el organismo de la rubia se comportaba; la percusión de su pecho y la circulación de su aire.

Sophia acordó del oxígeno y del dióxido de carbono, del dibujo en aquel grueso libro de biología que
había tenido en décimo. No se acordaba si era un dibujo de pulmones, o de bronquios, o de alvéolos,
pero había un intercambio de gases por difusión, por diferencias de concentración, y se acordó de cómo
el dióxido de carbono hacía que la sangre fuera más ácida. ¿Por qué se acordó de eso? No tengo idea. Y
ella tampoco sabía, por lo que hizo que el oído de Emma retumbara por la risa que su desvarío le había
provocado.

— Bienvenida a la Tierra —irguió Emma su cabeza con una sonrisa para encontrarse con un par de ojos
abiertos que luego se cerrarían a causa de un felino bostezo que sólo provocaba ternura.

— Perdón —resopló sonrojada, con una mano sobre sus labios, la cual había intentado disimular el
bostezo.

— Estás cansada —sacudió la cabeza, y estiró su brazo para apagar la luz de la habitación; siempre se
preguntó por qué no era obligación legal del arquitecto poner interruptores al lado de la cama, así como
en los hoteles, ¿para qué salirse de la cómoda y adormitada posición por apagar una luz? Bueno, ella no
podía quejarse: ella sí tenía un interruptor al lado de la cama—. ¿Puedes descansar, por favor? —le
preguntó ya con el ambiente a oscuras, y no pudo dejar de encontrar el asombro que había en eso de
tener que pedirle que descansara, pues Sophia podía dormir todo el día si así era su voluntad.

— ¿Y qué hay de ti? —bostezó, sintiendo un poco de frío en cuanto Emma se quitó de encima.

— Yo no me voy a ningún lado —respondió, halando las sábanas para arroparse a ambas.

— You must be turned on —musitó, encontrándose ya entre los brazos de Emma y en el lado de la
cama en el que no solía dormir.

— I’m mesmerized… spellbound… transfixed… utterly fascinated by you —susurró, apretujándola


entre sus brazos y contra su pecho.

— Me siento mal por no reciprocarte —bostezó de nuevo.

— ¿Quieres darme placer? —rio nasalmente contra su cabello, y ella asintió—. Descansa, por favor —
susurró.

Sintió cómo Sophia había querido decirle algo, pero el sueño le ganó; fue instantáneo. En una respiración
profunda ya era peso muerto.
Emma se quedó inerte, escuchándola respirar tranquilamente, sólo intentando quedarse con ese
momento en el que ella era feliz, en el que su Ego estaba extremadamente satisfecho, y en el que Sophia
estaba en su cama, con ella, relajada, sin dolor de cabeza, y que quedaba en ella cuidarla del cansancio.

Cerró sus ojos, su pie derecho empezó a moverse, y, con cada inhalación de la rubia melena, sólo
se acercaba más a perder el conocimiento de la misma manera en la que un mortal sin preocupaciones
lo perdía todas las noches.

Capítulo XXIII

Por las narcoserenatas vs. los narcocorridos, las risas a media noche, y el reguetón prosaico,

el “ksjnfdsd”, mis metidas de pata, y el bullying.

Porque yo lo tengo todo…

____________________________

Las paredes eran beige, o de un color térreo pálido que parecía ser beige pero con mucho esfuerzo.
Todavía olía a pintura a pesar de no haber ni un milímetro fresco, simplemente al casero del edificio
se le había olvidado abrir puertas y ventanas para ventilar aquel espacio de treinta diminutos metros
cuadrados que tenía todo a pesar de no tener mayor división más que la del baño, que tenía puerta.

El pasillo probablemente serviría para poner la zapatera que exhibiría veinte pares de zapatos de todo
tipo y que no dejaría espacio para los de ningún invitado. A la izquierda, sin ventana pero sí con
extractor de olores, se escondía el baño; el inodoro al lado izquierdo, frente a la puerta el lavamanos
con un espejo de tres secciones de compartimentos escondidos, y, entre ambas porcelanas, la ducha;
una cabina de 0.75x0.80x2.30 m a la que le faltaba algo a pesar de nadie saber qué era lo que en
realidad le faltaba. Probablemente le faltaba una puerta pero carecía de rieles para la asumida puerta
corrediza, pues no podía ser una puerta de halar y empujar porque, de halarla, se encontraría con el
inodoro, y, de empujarla, probablemente se encontraría con la pared del fondo, y tampoco podía
tratarse de una cortina, pues, en lugar del convencional tubo, tenía una especie de viga que era
demasiado ancha como para poder usar los ganchos que traían las cortinas en el paquete.

Exactamente después del baño se abría un área de no más de siete metros cuadrados en el que había
un fregadero al que abajo, escondido en un gabinete, le cabía un basurero de veinticinco litros, y,
justamente al lado del fregadero, había dos hornillas eléctricas; una grande y una pequeña con niveles
del uno al tres. Bajo la cocina, o cocineta, había un pequeño refrigerador empotrado. Sobre la cocina
y el fregadero había dos gabinetes, y, junto a ellos, se erigía un armario que funcionaba como
despensa y como alacena de manera simultánea.

El área de la cocina, así como el pasillo, tenía el piso de madera oscura. El baño era de cerámica un
tanto rojiza. Y, luego de la cocina, estaba la única división, la cual era una serie de repisas, una puerta
corrediza que parecía ser de papel, y el comienzo de una alfombra marrón oscuro, la cual, si se
limpiaba con un poco de agua y jabón, revelaba el color verdadero; un café fétido.

A la izquierda estaba el escritorio y una tabla de corcho, a la derecha la mesa del comedor, un par de
sillas y el armario, y, al fondo, contra el par de ventanas que daban a tres pisos de precipicio, la cama
junto a las dos mesas de noche.

Treinta precarios metros cuadrados para vivir hasta nuevo aviso.

Todo tenía una ligera capa de polvo, y, tras el olor a pintura, el cual era irrelevante, estaba
ese olor a diferentes comidas que habían logrado impregnarse en el concreto, en la madera, y en los
vidrios.

Abrió la puerta sin importarle si la reventaba contra la pared, porque venía jadeando a secas
mientras cargaba con lo último que subirían esa mañana. Se escabulló entre el colchón y la puerta, y,
con un gruñido, haló el colchón mientras Alex lo empujaba; los brazos ya no les daban para cargar
nada más, no después de haberlo subido por las escaleras.

El colchón, el cual venía forrado por un plástico relativamente grueso, fue apoyado contra la pared
del pasillo, y, con un suspiro colectivo, se dejaron caer al suelo para recostarse contra lo suave.

Irene vio en dirección a la habitación, y se dio cuenta de mi error. Sí, ahí estaba la mesa del
comedor, las sillas, el armario, el escritorio, y la cama y las mesas de noche, pero todavía estaban en
los empaques de cartón que habían recogido de IKEA. Todavía tenían que armar esos muebles. Todos
los muebles.

En ese momento, Irene rio, preguntándose en qué momento había accedido a ayudar a Alex con su
mudanza, en especial a armar los muebles. Bueno, es que no lo había considerado mayor cosa. No
podía ser algo tan difícil, no podía ser algo que dos cerebros no pudieran manejar, en especial cuando
su hermana era como el técnico de IKEA que llegaría a hacer dicho trabajo por ella. Ah, si tan sólo Alex
hubiera pagado los doscientos sesenta y nueve euros que el técnico costaba. ¡Por eso era que ella
estaba allí! Porque, después de haber gastado casi tres mil euros entre todos los muebles, no se podía
invertir en que alguien hiciera eso, alguien que sabía las instrucciones de memoria y que no dejaría la
duda de: “¿armé bien la cama? ¿Si me acuesto no la quiebro? ¿Si me acuesto no me quiebro?”.
Vio que se puso de pie. Como siempre, se sacudió las manos porque nunca sabía qué hacer
con ellas.

Acosó a Alex desde atrás por el simple hecho de que era una mejor vista que la de las paredes.

Se acordó de la vez en la que se habían conocido, tenían diecisiete por igual, y, de entre la ola de doce
estudiantes de intercambio, Alex había sido con quien, de ipso facto, había compartido un momento
que había sido realmente incómodo.

Irene, por costumbre, decidía sentarse en los puestos del medio, pues así podía participar en las
conversaciones del fondo pero también podía prestar atención como todos los niños buenos y
estudiosos de la primera fila.

Ese día, algún día de enero, había llegado tarde a la escuela porque Gus, el chofer de Talos de toda la
vida, había tenido que dejar primero a Talos por una emergencia de no-sé-qué en la oficina, y luego a
ella; el tráfico de Atenas, a plenas siete de la mañana, no era el mejor para lograr llegar a las siete y
quince: hora a la que hacían sonar la primera campana mientras se “cerraba” la puerta que daba
acceso a las instalaciones escolares, y, por haber llegado tarde a la escuela, había llegado tarde a la
primera clase (inglés), y no había encontrado otro lugar más que el que estaba justamente frente al
escritorio de Mr. Loris. Las dos sillas que todos procuraban dejar libres porque él se caracterizaba por
escupir involuntariamente al hablar y por soler tener un mal aliento.

Pues, con “Accidental Death of an Anarchist” abierto en la primera página de la segunda escena y con
la siguiente página disponible del cuaderno a rayas, la cual era una página izquierda, se dedicó a
escribir la fecha en la esquina superior derecha en tinta negra mientras escuchaba a Mr. Loris hablar
sobre cómo Fo se había inspirado en el arquetipo del bufón de lacommedia dell’arte y lo había
plasmado en el Loco (“The Maniac”); un miembro de clase baja que lograba escalar por ser
expresamente más listo que todos. A Irene le gustaban ese tipo de cosas, las que tuvieran que ver con
estafadores o timadores; no sólo la entretenían sino también le divertían. Su favorita era “Catch Me
If You Can”.

Llamaron a la puerta, Mr. Loris balbuceó un “one second, guys”, y se dirigió a la puerta para atender
al llamado. Con su cabeza entre la puerta y la pared, varios de los alumnos se imaginaron el placer que
les daría asesinarlo en ese momento y bajo esas circunstancias. Sándwich de sesos. Cómo detestaban
a Mr. Loris. Con sus evaluaciones sorpresas cuando no tenía ganas de dar clase, con sus aburridos
documentales que tenían propiedades narcolépticas, y con sus pésimos chistes.

En fin, luego de unos momentos de susurros entre él y la persona del otro lado de la puerta, dejó que
la puerta se abriera, y se plantó frente a la clase para anunciar la entrada de Mrs. Sideris, la encargada
del intercambio de blah-blah-blah, que, como algunos de décimo y onceavo habían hecho un
semestre en otro país (Italia, Francia, e Inglaterra), que su clase ahora tendría seis miembros nuevos
por el semestre recién empezado.
Los seis entraron en fila, como si se tratara de un ejercicio de disciplina militar, y se alinearon a lo
ancho de la clase para presentarse en cuanto Mrs. Sideris terminara de dar su memorizado discurso
sobre cómo tenían que hacerlos sentir en casa, sobre cómo era una buena oportunidad para ampliar
el círculo de amigos, y sobre otras cosas que Irene ya no escuchó con claridad.

Junto a ella, por haber estado al principio de la fila, estaba Alex. Parecía ser de considerable altura,
pero sólo era porque ella estaba sentada y tenía que ver desde abajo. Tenía el cabello castaño con
uno que otro mechón más claro, pero no llegaba a tener tonos rubios, y, de largo, le llegaba a medio
cuello. Su mirada era situacionalmente cansada, y era grande y puramente verde. De nariz pequeña y
relativamente genérica; nada especial, nada único, pero lograba darle personalidad. No era enclenque
y tampoco tenía libras de más; llenaba la camisa azurra savoia número 21 con perfección.

Irene se había extraviado entre su mirada, entre su cabello, entre el limpio aroma que despedía su
ropa, entre los Vans rojos, entre las rodillas rotas de su jeans, y entre el reloj Fossil.

Cuando Alex la vio a los ojos, porque se había incomodado por su penetrante acoso, Irene retiró
rápidamente la mirada para disimular su rubor, y, en el proceso, terminó de quebrar el ya fisurado
bolígrafo.

Ahora, ese día, su acoso era con el mismo descaro de hacía cinco años. Su cabello todavía era del
mismo largo, pero ahora era de un marrón oscuro que sólo le acordaba al chocolate, y ella era débil
ante el chocolate, y, en lugar de la camisa de la selección nacional de futbol, vestía una floja camiseta
blanca a la que le había enrollado un poco las mangas porque le quedaba grande, un jeans que no
tenía nada roto pero que parecía quedarle corto por cómo se lo había doblado hasta el tobillo para
lucir sus Nike azules con verde arruíname-la-vista.

— Siempre sé cuándo me estás viendo, Nene —rio Alex desde el refrigerador miniatura de donde
sacaba dos botellas con agua.

— Tus paredes tienen el mismo color de cuando Giorgina vomitó los corn flakes después de la
botella de vodka —se excusó.

— Sabía que se me hacía conocido el color —rio, volviéndose hacia ella para darle una de las
botellas—. El olor es distinto —se encogió entre hombros, y se empinó la botella para beberla hasta
casi la mitad.

— Al menos —elevó ambas cejas, y bebió un poco de agua también.

— Sí, “al menos” —asintió—. Quizás más adelante las pinto de blanco.

— ¿No crees que era para pintarlas antes? —resopló Irene, encontrándose con la verde mirada que
sólo le transmitía suavidad—. Digo, antes de meter todos los muebles.
— Mis papás no tuvieron más hijos —le dijo—, yo no tengo una hermana que es diseñadora de
interiores.

— ¿Y tú crees que ese conocimiento se pasa como por ósmosis? —rio, poniéndose de pie, pues, de
quedarse sentada, probablemente nunca se levantaría.

— No lo sé.

— Se llama “sentido común”, Alex —bromeó con relativa grosería.

— Y eso no es tan común, Nene —sonrió.

— ¿Por qué las pintaron de este color tan feo? —susurró, repasando una de las paredes con su
mano.

— No es tan feo —sacudió la cabeza—. Si no te gusta, te acostumbrarás —sacó su lengua, y pasó


de largo hacia el área del dormitorio.

— Todavía no sé por qué te vas del otro apartamento —comentó Irene entre sorbos de agua.

— Pago lo mismo en el otro que en este, y éste está en el centro, y no comparto ni baño ni cocina
con tres personas más. Y tú no quisiste buscar un apartamento para dos —le acordó.

— Lo sé, lo sé —asintió—. Pero sabes que yo no tengo tanto líquido como tú, y me gusta estar al
pendiente de mi mamá.

— Y eso te está costando toda la diversión —ladeó su cabeza hacia el lado izquierdo—. Jamás te he
vuelto a ver tan borracha como en aquella fiesta en casa de Berenice, o como en Venecia; siempre
regresas a tu casa antes de las tres de la madrugada.

— ¿De qué me estoy perdiendo? —intentó defenderse, pero su rubor la delataba—. Me estoy
perdiendo de la mañana siguiente, me estoy perdiendo de no poder hablar bien, y de hacer
estupideces, y de cuidar ebrios… —enumeró con sus dedos—. Tienes razón, me estoy perdiendo de
toda la diversión —dijo sarcásticamente.

— Tu mamá debe ser lo mejor de este mundo —le dijo con una risa de por medio, una risa sin
sarcasmo y sin grosería, sin nada que no fuera honestidad—, pero puedes estar al pendiente de ella
mientras vives bajo su mismo techo o mientras vives en otra calle. Además, tu mamá no necesita
cuidados especiales —frunció su ceño—, ¿o sí?

— No, cuidados no necesita —sacudió su cabeza—, pero es mi mamá.


— Quizás no es tu mamá quien necesita que estén al pendiente de ella —le dijo en el tono más
suave de todos, y, gentilmente, acarició parte de su cabeza para sentir su sedoso cabello corto.

— Tú sabes que no soy de alto mantenimiento —se sonrojó—. Es sólo que se lo debo.

— Es sólo que se lo debes —asintió, porque conocía esa respuesta como ninguna otra, aunque no
sabía exactamente qué era lo que le debía ni por qué—. Entonces, ¿qué hacemos primero? —sonrió
ampliamente para cambiar de tema—. ¿La cama o el escritorio?

— Creo que la cama —le agradeció el cambio de tema con una sonrisa que todavía estaba
sonrojada—, es lo más grande.

— La cama entonces —dijo, y tomó el ancho paquete para empezar a abrirlo—. ¿A qué hora tienes
clase?

— A las once.

— ¿De qué tienes clase?

— Microbiología.

— Qué inteligente —rio.

— Lo mismo pienso de derecho tributario y de economía monetaria —le lanzó una juguetona
mirada mientras tomaba la primera tabla entre ambas manos para apoyarla contra la pared contraria.

— Por eso me tomé un semestre sabático, porque se me fundió el cerebro —pujó al levantar la
segunda tabla.

— Y ahora piensas estudiar todo sobre la administración de crisis y políticas europeas e


internacionales —dijo con un poco de cinismo.

— Y derecho de la crisis empresarial —agregó.

— Pan comido —dijo el sarcasmo de la griega.

— Y digerido —asintió—. ¿Tú cuándo es que aplicas a Medicina?

— A partir del doce de mayo, pero creo que no me van a aceptar.

— ¿Por calificaciones o por créditos?


— No tengo setenta y cinco créditos, con los de este semestre llego a setenta. Y en la Tor Vergata
necesito entre veintisiete y treinta puntos.

— Y si no te aceptan, ¿cuál es el plan?

— Seguir en la Sapienza, hacer el tercer semestre de Farmacia, y aplicar durante el cuarto semestre,
y, durante el cuarto semestre, llevar algunas materias del primer semestre de Medicina.

— Medicina —se saboreó la profesión—. Jamás te habría imaginado de Doctora —bromeó entre
un pujido al levantar la cuarta tabla, ésta con ayuda de Irene, pues era la más pesada y la más grande;
era el respaldo.

— ¿Como qué me imaginabas?

— Como ganando Roland Garros —sonrió.

— Sólo tú puedes imaginarte eso —rio—, jamás habría llegado tan lejos.

— ¿No ganaste el junior de Bucarest, el de Roma, y el de Núremberg?

— Núremberg y Roma fueron segundo lugar —sacudió su cabeza, y no pudo contener su rubor,
pues, ¿cómo se acordaba de eso? —. Bucarest fue lo más lejos que llegué y lo mejor que pude hacer.

— Williams no ganó el abierto de los Estados Unidos en el primer intento.

— Ni Venus, ni Serena —sacudió la cabeza.

— Bucarest era probablemente sólo el comienzo, y eras muy buena… yo creo que sí podías llegar a
ganar Roland Garros.

— No, no lo creo —rio—, nunca tuve nivel ni disciplina de profesional.

— Eres una pesimista —la condenó con una sonrisa.

— No soy pesimista, soy realista. Tú abusas del idealismo.

— Se vale soñar, Nene —guiñó su ojo, y abrió el delgado cuaderno de instrucciones—, no cuesta
nada.

— El tenis no es un deporte barato —rio, alcanzándole la caja con las piezas que, según su
experiencia con IKEA, más de alguna sobraba y por eso nacían las dudas de si se había armado bien o
no.
— Buen punto —sonrió, y se tomó un segundo para analizar las instrucciones junto a Irene.

Todos los tornillos eran iguales, o así se veían en las instrucciones, y, si no era porque tenían medidas,
probablemente habrían utilizado los incorrectos.

Primero se encargaron de lo que podían hacer por separado, porque para una cama se
necesitaban dos. Alex con desatornilladores manuales e Irene con el DeWalt que Sophia había dejado
en manos de Camilla antes de mudarse a Nueva York. Bueno, una de tantas herramientas de dicha
marca, porque Sophia, en su frenesí mientras vivía en Milán, había comprado probablemente toda la
colección de herramientas portátiles.

Y luego trabajaron en equipo, Irene porque sabía cómo hacerlo por la costumbre de las horas de
laboratorio y Alex porque no se oponía a la ayuda que Irene le estaba dando en ese momento; sus
machos amigos habían decidido ser responsables y sí ir a clase o a trabajar. Ahí no había rivalidad
entre la facultad de Medicina y Farmacia y entre la facultad de Economía; ahí sólo había dos personas
que intentaban hacerlo bien, que intentaban armar una cama estable para que no se cayera a media
noche.

Realmente no fue tan difícil, las instrucciones eran claras, y con el DeWalt se atornillaba todo en dos
o tres segundos, por lo que terminaron en un poco menos de una hora.

— Listo —suspiró Irene luego de haber puesto el colchón en su lugar, y, sin pensarlo, se acostó en la
cama que recién armaban.

— Por lo visto está bien armada —rio Alex ante la acción de Irene, y, por lo llamativo que eso se
veía, la imitó.

— Si te aguanta a ti, y me aguanta a mí, yo creo que mejor armada no puede estar —asintió—.
¿Qué hora es?

— Las diez y… trece… catorce —dijo con su muñeca izquierda en lo alto—. Ya te tienes que ir a
clase, ¿no?

— Sí, pero no tengo ganas —resopló—. Creo que fue un error haberme acostado —se volvió hacia
Alex sobre su costado, y dibujó una mirada de absoluta pereza—. Fácilmente podría quedarme
durmiendo…

— Eso sí que no —pareció regañarla—. Si te quedas es para ayudarme con el resto de cosas, no
para que duermas en mi colchón nuevo.

— Cálmate, mini-Hitler —rio por la actitud dictatorial.


— No es eso, es sólo que no quiero que sea así —repuso como si se disculpara, e Irene sólo rio
nasalmente con los ojos cerrados—. No quiero que sea así…

— ¿Qué no quieres que sea así? —musitó, porque el colchón era tan cómodo, y estaba tan cansada,
que sólo podía admitir lo arrullador que era IKEA en ese momento.

— La primera vez que duermes en mi cama —susurró, haciendo a Irene abrir sus ojos de golpe—.
Nunca has dormido en mi cama.

— Ni en la de nadie —se defendió.

— ¿Ni en la de Clarissa? —le preguntó, aunque alguna vez se había jurado nunca preguntarle sobre
ella.

— Ni en la de Clarissa —frunció su ceño, y se sentó, casi lista para irse a clase.

— Perdón, no debí preguntar —la detuvo con una mano por su hombro—. Perdón, de verdad.

— Está bien —susurró, sacudiendo su cabeza entre sus manos para terminar de quitarse el sueño
que probablemente la atacaría en el aula magna doce minutos luego de que Vatalaro empezara a
hablar sobre el tema del momento: parasitología. Ya había sobrevivido bacteriología, micología,
protozoología, y ficología, y todavía le faltaba terminar parasitología, inmunología, virología y
nematología—. Será mejor que me vaya, no quiero tener que sentarme adelante.

— ¿Terminas a las doce o a la una? —rindió su cabeza entre la frustración del momento.

— A la una.

— Entonces, ¿qué? —levantó la mirada para verla recoger su bolso—. ¿Me vas a dejar invitarte a
almorzar?

— Dime en dónde nos encontramos —dijo nada más, paseando ambas manos por su cabello, maña
que tenía para autorrelajarse, pero, a falta de cabello largo y alborotado, y que apenas le quedaban
centímetros realmente lisos, suspiró.

— Quiero que sepas que siento mucho haber mencionado a Clarissa —le dijo, poniéndose de pie
para tomarla por ambos hombros.

— Ya no la menciones entonces —susurró, sintiendo cómo se le acercaba un poco más contra su


espalda—. Me tengo que ir…

— Pero si no tienes ganas de irte —le dijo, descolgándole el bolso del hombro para dejarlo caer con
todo el peso de los cuadernos al piso—, ¿por qué no te quedas?
— Porque son mil veintitrés euros que no estoy aprovechando —dijo suavemente, viendo cómo las
manos de Alex se deslizaban por sus brazos hasta tomarla por las manos.

— ¿Microbiología es por grupos? —siseó, logrando entrelazar sus dedos con los de Irene para luego
abrazarla o inmovilizarla como si se tratara de una camisa de fuerza; un abrazo de fuerza—. ¿Cuándo
es el siguiente grupo? —preguntó ante lo que supuso que era un asentimiento.

— El viernes a las nueve —suspiró, pues, entre el abrazo, no supo en qué momento Alex se acercó
a su cuello con su exhalación—. Pero a esa hora tengo inglés.

— Eres C2 en inglés —dijo con sus labios rozando esa esquina tras su oreja—, no sé ni para qué vas.

— Yo tampoco —se sacudió en un escalofrío, y, sin esperarlo, sintió cómo un par de labios apenas
se presionaron contra su piel—. A… —quiso decir su nombre, pero se ahogó ante la repetición de la
presión.

— Soy yo, ¿qué puede pasar? —repasó un poco de piel con el suave filo de sus dientes, y sintió
cómo la piel de Irene se erizó como nunca contra sus brazos y contra sus labios—. No te voy a tratar
mal… —le dijo reconfortantemente, porque sabía exactamente por qué Irene había decidido no hablar
de Clarissa—. ¿Te acuerdas de Venecia? —rio seductoramente para luego mordisquear esa
microscópica porción de hombro derecho que se salía de su camiseta desmangada.

— No, no me acuerdo de Venecia —dijo ante la exagerada laguna mental de esa noche.

Se acordaba de algunas cosas, definitivamente no de todo, pero se acordaba de casi todo lo que había
ocurrido antes de las diez de la noche, hora a la que había cruzado el umbral de la puerta del Devil’s
Forest Pub.

Primero habían cenado en Da Mamo, un pequeño pero cómodo restaurante que no era ni tan caro ni
tan elegante porque no quedaba cerca de Piazza San Marco; mesas pequeñas, sillas incómodas, vasos
de colores, decoración náutica y marítima, y fotografías en blanco y negro, y en sepia, que relataban
la historia de Venecia. Una rara excepción turística por las porciones grandes, el relativo mal servicio,
y los postres por cuenta de la casa.

Ella había llegado primero, no porque era costumbre suya llegar cinco minutos antes de la hora
acordada o de la hora puntual sino porque Emma había preguntado a qué hora debía estar en el lugar
y gracias a ella era que había llegado precisamente demasiado puntual, algo que no era practicado
por un italiano en general, así se tratara de un medio italiano, o de un cuarto italiano, o de un octavo
italiano, o de una risible fracción de italiano. Pero sí, había pedido una mesa para cuatro, y una copa
de vino blanco para no estar sin nada que hacer mientras esperaba por quienes sabía que llegarían
con la puntualidad italiana a la que ella estaba acostumbrada, algo que su cultura griega tampoco
juzgaría negativamente porque en Grecia tampoco era algo tan respetado.
Luego de esperar veinte minutos, aparecieron Pippa y Nicola, tomados de la mano y con una sonrisa
que parecía no habérseles borrado desde aquel intercambio cuando eran más jóvenes.

Nicola (“Nico”) Antonacci y Pippa Faulkner se habían conocido el mismo día que Irene había conocido
a Alex, aquel día en el que se habían presentado durante la clase de inglés de Mr. Loris; él era italiano
y ella era inglesa. Él había crecido y madurado en el mundo de las Ciencias Políticas y las Relaciones
Internacionales, había crecido una barba que mantenía con orgullo, y había desarrollado suficiente
masa corporal como para ya no ser aquel enclenque y raquítico tímido niño; exudaba confianza y
seguridad en sí mismo, y transmitía cierta encontrada picardía con sus ojos. Era víctima de todo
lo hipster: camisa de manga larga, abotonada de principio a fin, pantalones enrollados hasta los
tobillos, botas, y anteojos wayfarer. Pippa era prácticamente el epítome del estereotipo británico: piel
blanca, facciones finas, ojos transparentes, cejas expresivas, y una sonrisa no tan recta pero que no
dejaba de ser encantadora. No era ni alta ni baja, y tampoco era la mujer más hermosa de todas, ni la
más flaca. Tenía poco busto, poco trasero, no tenía abdomen plano, y tampoco tenía piernas flacas o
tonificadas. Había pasado de ser una pelirroja de peinados con bastante volumen, quizás todos
inspirados en el estilo de Adele, a ser una rubia de numerosas ondas y de moldeable volumen, y había
colgado las zapatillas deportivas para calzar cómodos tacones que no eran agujas.

¿Cómo habían logrado mantener esa relación tan a distancia? Pues, entre Roma y Manchester había
un considerable trayecto en el medio de transporte que fuera. Pero ambos tenían los medios
necesarios para hacer que eso funcionara; Nicola era el único hijo de un par de abogados que salvaban
a las tabacaleras de cualquier tipo de demanda, y Pippa venía de una historia familiar de la lucrativa
crianza de caballos.

Pidieron antipasto para esperar a Alex, quien se caracterizaría por llegar tarde hasta a su
propia muerte, y, por sobre las cinco bruschette, se pusieron medianamente al tanto de sus vidas, al
menos todo lo que no se habían contado con anterioridad ni tres días atrás, que se habían comunicado
para ponerse de acuerdo el cómo, el cuándo, el qué, y el dónde. Nicola que había empezado a trabajar
en la Alcaldía de Roma, Pippa que no necesitaba hacer mucho por estar desde siempre en el negocio
familiar y que sabía cómo hacer casi todo lo que le enseñaban en administración de empresas y
negocios internacionales. Irene les contó que estudiaba Economía en la Universidad de Atenas, y los
dos se asombraron, pues los planes de Irene siempre habían sido estudiar Farmacia y/o quizás
Medicina. Se guardó el detalle de sus papás, del divorcio y de la tensión entre ellos, pero les comentó
sobre sus planes para el futuro, los cuales involucraban mudarse a Roma para estudiar Farmacia en la
Sapienza. Ellos sólo asumieron que Economía no le había gustado, y que la Universidad de Atenas
tampoco. Nicola se alegró, e hizo comentarios sobre cómo la idea le gustaba, pues había una parte de
su vida, o sea ese semestre en Atenas, que nadie lograba entenderle por completo; iba a ser bueno y
bonito tener a alguien con quien practicar su innecesario griego, y definitivamente iba a ser bueno y
bonito tener a alguien con quien comer aquellos platillos de los que tanto se había enamorado. Y
Pippa sólo supo estar tranquila, pues ya tendría a alguien que mantuviera vigilado a su novio.

Por estar en las mesas junto a la puerta de la entrada, Irene notó cómo esa familiar cabellera
pasaba junto a la ventana para luego entrar con una sonrisa de verdadero gusto. Quizás, también, se
disculpaba por la exagerada tardanza. El color de su cabello ya había oscurecido, pero era por la forma
en la que se movía que había logrado reconocerlo; sólo podía ser Alex, y lo era.

El efusivo “Ciao!” que salió de sus cuerdas vocales fue provocador de una risa, y, entre brazos abiertos,
recibió primero a Nicola, luego a Pippa, y por último a Irene. Bastaron dos besos, uno en cada mejilla,
para que Irene sintiera la suave electrificación entre ella y Alex, y no pudo quitarle la mirada de encima
en toda la noche. Las videollamadas en Skype no le hacían justicia, y tampoco las fotografías de
espaldas que tenía en su perfil de Facebook, Twitter, y WhatsApp.

Entre pollo alla caprese y filetti all’Amarone, y pizzas, compartieron las mismas risas que compartían
por escrito o por la eventual llamada por Skype, y compartieron copas de vino, y estupideces joviales
que estorbaban en las demás mesas por lo estrepitoso de las carcajadas.

Y luego migraron a un par de locales de allí, en donde empezaron a tragar alcohol como en aquella
infame fiesta en casa de Berenice, quien, luego de esa fiesta, dejó de hablarles a todos por los
desastres que habían hecho. Y tragaron, y tragaron, y tragaron, porque eso no era “beber”, y siguieron
tragando.

Entre lo poco que se acordaba Irene, sólo sabía que Nicola y Pippa se habían retirado a
dormir, porque con tanto alcohol era imposible lograr una erección, y se había quedado a solas con
Alex.

Y se acordaba de estar caminando hombro a hombro, entre risas, lenguas dormidas, con pasos
cruzados y temblorosos, y que, de repente, estaba entre Alex y una pared, y estaba siendo abusada
por sus labios.

— Mejor —la tomó por la cintura y le dio la vuelta para encararla—, así puedo refrescarte la memoria
—sonrió, y la atacó así como la había atacado contra aquella pared.

Irene, aun sabiendo lo que estaba por suceder, fue víctima de la desprevención, por lo que alejó a Alex
por el pecho.

Se vieron a los ojos. Irene con consternación, Alex con indignación.

Y qué importa. Irene se le lanzó en un beso, probablemente en el beso que se venía


aguantando desde aquel día en el que se habían conocido, porque ella quería tener el placer de
iniciarlo. Como si eso hiciera la diferencia. Bueno, ella creía que sí hacía la diferencia. El orgullo.

Con el impulso, Alex la tomó por la cintura y simplemente se dejó caer sobre la cama, y ninguna de las
dos se detuvo a felicitarse por sus habilidades de construcción. Una caída así de brusca era la prueba
perfecta.
Sí, al fin Irene estaba exactamente en donde creía que quería estar: arriba, y probándola en
toda su consciencia y su consentimiento. Pero la risa la atacó, una risa de nervios y de confusión, una
risa de “¿qué estoy haciendo?”, y fue por eso que se tumbó a su lado para poder reírse a gusto.

— ¿Qué te da risa? —se volcó sobre Irene, y se le colocó a horcajadas a la altura de su cadera.

— No tengo idea de qué estoy haciendo —se carcajeó la griega, cubriendo su rostro con ambas
manos para esconder su rubor.

— Siéntate —la haló por las manos, tanto para halarla hacia ella como para descubrirle el rostro, e
Irene se irguió para quedar con su rostro a la altura de su pecho—. Eres moralizadora, pero no eres
tan tímida, así que, ¿qué pasa?

— No sé qué estoy haciendo —le repitió con un poco de hostigamiento, pues creyó que había sido
clara la primera vez.

— Me estabas besando.

— Muy graciosa —rio—. No soy estúpida.

— Entonces, ¿de qué hablas? —le reciprocó la risa.

— No sé cómo… —suspiró, porque las palabras ya no le salieron—. Nunca he estado…

— ¿Nunca? —ensanchó la verdísima mirada, e Irene sacudió su cabeza—. Nene… —resopló.

— No así —se sonrojó ante su corta explicación—. No con una mujer —dijo calladamente y con la
cabeza agachada, tal y como le respondía a su papá cuando la regañaba.

— Yo no soy una mujer —rio.

— Entonces, ¿qué? ¿Eres un hombre con boobies grandes? —resopló, viendo de frente aquel busto
que se escondía bajo la floja camiseta.

— Te aseguro que no soy un hombre —le tomó la mano y la colocó en su entrepierna sobre el
jeans—, ¿ves? —Irene se ahogó con su propia saliva, se le olvidó respirar y funcionar, y sus ojos
simplemente se abrieron de par en par ante la calidez de la zona—. Pero toca bien, por el amor de
Dios —dijo, presionando su mano sobre la suya para que sintiera el calor que su sola presencia le
provocaba, y los dedos de Irene se empezaron a mover de adelante hacia atrás—. Si sigues haciendo
eso, Nene… —cerró sus ojos y dejó salir un suspiro.

— ¿Qué? —la retó con la mirada, que, a pesar de no saber qué era lo que estaba haciendo, y de
considerarlo relativamente malo, no sabía cómo detenerse; le había encontrado la fascinación a eso
que Emma alguna vez le dijo: algo pide más, pide adueñarse de esa reacción. Sí, no sabía cómo
detenerse y tampoco quería. Algo en ella le pedía alargar esa imagen, esa sensación ajena, esa
sensación de control por una simple mano en el lugar adecuado, algo que ella había decidido llamar
“Ego”—. ¿Qué me vas a hacer? —se burló la sensación de poder y control que poseía su mano.

— Voy a tener que cogerte —abrió la mirada, y, entre lo verde, Irene sólo se encontró con la primera
excitación femenina de su vida, algo que le provocó un ahogo, una risa, un espasmo en lugares que
hasta en ese momento se daba cuenta de que existían en realidad. Bueno, ella sabía que existían por
anatomía básica, pero nunca los había sentido en su cuerpo—. Y, luego de cogerte, voy a tener que
cogerte de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, y de nuevo… hasta que me aburra —gruñó entre dientes,
empezando a mecerse contra los dedos de Irene, quien había sufrido de un cortocircuito nervioso
ante lo crudo y sexual de su enunciación.

— Mierda —tragó dificultosamente la falta de saliva que su incendio corporal había secado en un
santiamén—, eso tiene que ser lo más sexy que me han dicho en toda mi vida… —vomitó su
asombrado cerebro.

— ¿Quieres ir a clase? —rio traviesamente—. Porque ahí está la puerta —echó su cabeza hacia el
lado derecho, pero Irene disintió repetidamente con rapidez.

— ¿Me dejarías ir a clase? —preguntó estúpidamente.

— No —la empujó por sus hombros para volver a tumbarla sobre la cama, y quizás la pregunta no
había sido estúpida, ni con orígenes estúpidos, simplemente quería escuchar eso: “no”. Primer “no”
que le gustaba—, pero creo que el secuestro es penalizado por la ley.

— Oh… —frunció sus labios con cierta decepción.

— Sólo puedo darte motivos suficientes para que quieras quedarte —dijo, cruzando sus brazos para
tomar el borde de su camisa, y, lentamente, la sacó para revelar un sostén gris que parecía ser
deportivo pero sólo por el color, pues realmente abrazaba sus senos de tal forma que los hacía ver
redondos y apetitosos.

Notó cómo en Irene se creaba un impulso de torso y manos para ir al encuentro de lo que recién le
revelaba, pero la detuvo con la más mortal de las acciones: llevó sus manos a su espalda alta, y, de un
momento a otro, sus senos dejaron de estar tan aprisionados. Adquirieron una forma más natural,
quizás más floja pero sin caerse. Tomó las manos de Irene en las suyas, y las llevó a los tirantes para
que fuera ella quien le desnudara el torso, primero el tirante izquierdo, luego el derecho. La griega
salivó.

Alex, o “Alessandra Santoro” para todos los propósitos, apretujó sus senos con las pequeñas manos
de bronceado crónico. Eran suaves, cálidos, del mismo tono blanco saludable del resto de su piel, y,
en el centro, se coloreaban dos circunferencias rosado demasiado pálido y de mediana proporción en
cuyo centro se notaba apenas la microscópica montañita que Irene sabía que se llamaba “pezón”.
Conforme sus manos se paseaban por aquí y por acá, midiendo las distintas temperaturas y sintiendo
las distintas texturas, noto cómo esas montañitas adquirían una forma más definida a pesar no llegar
a definirse como lo que ella conocía en sí misma.

Irene dejó las manos de Alessandra en el camino, porque ella también tenía la madurez
necesaria y el conocimiento anatómico académico básico como para poder explorar por sí misma, por
lo que, lentamente, se deslizó por su abdomen, y jugó gentilmente con el piercing de su ombligo, algo
que les colocó una sonrisa a ambas.

No supo en qué momento desabrochó el jeans, y tampoco supo ni cómo ni cuándo el jeans ya había
caído sobre la alfombra junto con los Nike y las punteras blancas, pero sí se concentró en estar
absolutamente presente para cuando, estando Alessandra de pie frente a ella, dejó que la tela a rayas
blancas y azules cayera al suelo. Vio el triángulo que se formaba entre sus piernas, y nerviosamente
apreció los cortos vellos que se esparcían en la parte frontal. Apenas con rozarlos con las yemas de
sus dedos, su vientre se hundió por cosquillas y por la risa que salía de la nariz de quien veía, desde
arriba, cuál y cómo era el proceso de pensamiento de la griega, y no supo saber si le gustaban o no.

— ¿Te gusta así o quieres que me los quite? —tuvo que preguntarle—. ¿Nene? —la llamó de regreso
a la Tierra, pero, en lugar de atender su llamado, giró su muñeca para dejar la palma de su mano hacia
arriba para, con curiosidad, deslizar sus dedos entre sus piernas—. ¡Nene! —rio débilmente, o quizás
sólo rio ante la debilidad de sus rodillas, pues Irene se había deslizado sin ningún problema entre sus
labios mayores y menores, y detuvo el movimiento al tomarla por la muñeca.

— Estás mojada —dijo Irene, viendo su dedo embadurnado de aquel líquido transparente y
viscoso, y su fascinación era tan grande que parecía haber descubierto un elemento nuevo.

— No tanto —se sonrojó, porque podía mojarse con mayor abundancia, pero logró superarlo y la
haló hasta hacer que se pusiera de pie—. ¿Te he dado razones suficientes como para que quieras
quedarte? —le preguntó con una sonrisa mientras le velaba los labios.

Irene sintió de nuevo el placer de besarla primero, de iniciarlo ella, y, por estar concentrada en intentar
besar lo mejor que podía y que sabía, pues no tenía mucha experiencia con eso tampoco, no se opuso
al retiro de su jeans ni del algodón que le cubría un tercio del trasero, hasta le ayudó con sus Converse
y con sus calcetines.

Alessandra la cargó de nuevo, que Irene, de un brinco, se aferró a su cadera con sus piernas
mientras la continuaba besando, porque qué ganas le tenía desde hacía años, y, a pesar de saber
cuánto Alessandra gustaba de ella, nunca había hecho nada al respecto por el simple hecho de que
nunca había tenido las agallas para hacerlo, además, precisamente porque ella sabía las andanzas y
las malandanzas de su papá, se había jurado a sí misma nunca ser “la otra” de alguien, y Alessandra,
siempre que Irene sabía, tenía una pareja seria o situacional; nunca había querido preguntarle.
Además, siempre había existido la picométrica envidia de cómo a Alessandra parecía importarle todo
un carajo y casi que, junto a su nombre, iba la información de “soy lesbiana”, pues no tenía nada para
las personas prejuiciosas o juiciosas; no le gustaba invertir tiempo e interés en personas que no valían
la pena.

Ella la sostenía con un brazo por la cintura, envolviéndola por la espalda, y la otra mano la utilizaba
para recorrer descaradamente la bronceada piel de su trasero y de sus piernas, las cuales tenían el
característico corte de donde le llegaban los pantaloncillos en los que todavía jugaba tenis.

La acostó lo más suave que pudo sobre la cama, y se fue colocando lentamente sobre ella
para hacer precisamente lo que le había dicho que le haría.

De alguna forma, los besos empezaron a intensificarse más rápido de lo que Irene pudo mantenerse
al tanto, pues, cuando menos lo supo, ya no era ella quien decía qué se hacía y qué no. Bueno, es que
en ningún momento había sido ella, había sido sólo un delirio circunstancial.

Le encontró el gusto a eso de dejarse llevar, de no saber hacia dónde iba pero que no ponía resistencia
alguna porque la curiosidad le ganaba, a esas exageradas ganas que parecía ella tenerle, y se dejó
dominar por la experiencia, por la actitud, por los escondidos matices de personalidad que se
encontraban en aquella mujer tan dulce, y tan sonriente, y tan aparentemente inocente.

Recibió los lengüetazos, los besos, y los mordiscos más asfixiantes de toda su vida. Los recibió
en su rostro, en su cuello, en sus labios, y de nuevo en su cuello.

Alessandra se irguió.

Lentamente subió la camisa de Irene para ir descubriéndole cada diminuta acumulación de melanina
que tenía por aquí y por allá, deslizó sus manos por debajo de la tela arrugada y amontonada, y,
cautelosamente y sin pedir permiso, se escabulló bajo el sostén que resguardaba aquel par de
disimuladas protuberancias.

Irene sintió ese espasmo en aquel lugar, ese espasmo en ese lugar que le robaba el aliento por un
segundo, y se coloreó de rojo en cuanto sus pequeños senos se vieron expuestos. Si antes había tenido
algún momento para retractarse, ese ya no lo era. De ese momento en adelante no había vuelta atrás.
La camisa y el sostén desaparecieron.

Primero fue un beso suave, casi reconfortante por si estaba sufriendo de un ataque de
timidez o de inseguridad, o de algo que tuviera que ver con baja autoestima. No se desvió por su cuello
ni por su pecho, fue directamente a su seno izquierdo para besar un nervioso y erecto pezón al que le
enseñaría nuevas sensaciones.

Gimió. Se avergonzó por el gemido, por lo involuntario, por la incapacidad de controlar lo que salía de
sí misma, pero se olvidó de la vergüenza en cuanto vio una sonrisa que luego se convertía en una serie
de succiones que iban desde lo más suave hasta lo más intenso.
No podía negarlo, era una sensación extraña. No sabía si se sentía bien o si era incómodo. Y tampoco
sabía qué pensar de cuando el par de ojos verdes se clavaban en los suyos. El hormigueo era constante,
le corría por la nuca como una estampida y le corría por sus piernas hasta llegar a su ingle, en donde
le desataba una tortura de cosquillas que no daban risa pero que la hacían sentir como si necesitara
ronronear. Cuando repitió el proceso en su pezón derecho ya había aceptado que le gustaba, y su
cuerpo se lo decía de demasiadas formas: con la erección de sus pezones, con la sensibilidad de su
piel, con los espasmos en su vientre, con la incapacidad de poder razonar algo más difícil que una
formulación de “qué rico”, con la falta de aire y la ausencia de dolor de brazos, con eso que se llamaba
“placer”.

Bajó con besos por su abdomen, no muchos, pues sólo quería bajar un poco el tono de la estimulación;
no quería que fuera directamente hacia arriba, pues de allí sólo se caía rápido. Prefería subir, bajar un
poco, luego subir un poco más, y bajar de nuevo, y así sucesivamente hasta que prácticamente se
perdiera en la locura del orgasmo y no en el tedio de un único orgasmo. Un orgasmo no hablaba bien
de sus capacidades y habilidades en la cama; eso no era hacer sentir mujer a una mujer.

Se irguió para analizarla tal y como ella lo había hecho: detenida y hambrientamente.

Irene, no pudiendo contenerse más, pegó sus manos a los senos de quien le había acelerado el pulso
y que le había apagado la razón. Los apretujó con delicadeza y con rudeza, con distintas cantidades de
fuerza, pues no sabía exactamente cómo se hacía. Alessandra la imitó, pero, entre los suaves
apretujones, pellizcaba relativamente fuerte sus pezones entre sus dedos.

Luego se devolvió sobre ella con su torso, aprisionándola entre piernas y brazos mientras se dejaba
tocar, envolver, y conocer de esa manera en la que Irene no la conocía. No con ese abuso de confianza
que tanto parecía disfrutar.

Las manos de Irene recorrieron la curvatura de su cintura, la convexidad de su trasero, y


subieron por su espalda sin saber exactamente qué era lo que venía después. ¿Era su turno o qué?
Ante esa duda, con sus manos por su espalda, la trajo sobre sí para que sus senos quedaran a ras de
sus labios, e intentó imitar esas succiones, esos lengüetazos, y esos mordiscos lo mejor que pudo.
Quizás era esa textura contra sus labios, contra su lengua, y contra sus dientes, pero, sin importar
cómo la tratara, le encontraba mayor sensibilidad y mayor rigidez. Le gustaba cómo se sentía cuando
su lengua empujaba el diminuto pero rígido pezón, y le gustaba cómo el pezón se perdía entre la
areola cuando lo succionaba relativamente fuerte. Pero lo que más le gustaba era esa respiración que
se escapaba de la garganta de Alessandra, esos sonidos agudos y casi sonrientes que le confesaba al
aire, al techo, al desnudo colchón, y a ella.

No dejó ni que Irene terminara la succión en su pezón derecho, pues se deslizó hacia el sur
para recuperar el control de la situación; succionó fugazmente cada pezón, y trazó un húmedo
recorrido con el dorso de su lengua por su abdomen hasta que, quedando hincada sobre el suelo,
terminó con acceso a las piernas abiertas y flexionadas de Irene.
No fue directamente a donde quería ir, prácticamente ni vio cómo era lo que había entre sus piernas,
simplemente empezó a besar desde sus rodillas, por el interior de sus muslos, hasta en donde el aroma
era extremadamente femenino.

Cuando llegó ahí, Irene no controló su instinto de protección, pues su mano rápidamente se posó
sobre su entrepierna para cubrirla. Quizás por vergüenza, quizás por simple instinto.

— Te prometo que te va a gustar —le dijo mientras acariciaba su obstaculizante mano con las yemas
de sus dedos.

Irene retiró un poco su mano, sus dedos permanecieron en contacto con el ápice de sus labios
mayores para no desechar del todo la idea de la protección.

Sintió algo húmedo y suave recorrerla de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo en su
ingle, y sintió cómo eso mismo le rozó lo más sensible que existía en su cuerpo. Gimió.

Si había algo que Alessandra podía hacer, quizás no por maestría orgánica pero sí por experiencia, era
hacer el perfecto uso de su lengua. Desde para anudar el tallo de una cereza hasta para eso que estaba
haciendo.

Introdujo apenas la punta de su lengua en su vagina y se dio cuenta de que la restricción era
demasiada; no iba a poder penetrarla de ese modo, algo que formaba parte de sus técnicas preferidas
porque como mayor femineidad aterrizaba en su boca, pero tenía todo un repertorio de técnicas,
tácticas, estrategias, mañas, y trucos para saber qué era lo que le gustaba a Irene Papazoglakis; qué
era lo que la hacía temblar, qué era lo que la hacía gemir, y, lo más importante, qué era lo que la hacía
sentir mujer.

Subió a su clítoris, recorriendo sus tensos y precarios labios menores, otra cosa menos de la que podía
valerse para satisfacerla, y se concentró en el erótico jugueteo que provocaría el inevitable gemido de
cabeza rendida. Al menos su clítoris no era tan escaso como sus labios menores; era de generoso
tamaño, o al menos así se sentía contra su lengua.

Debido a la incertidumbre del tamaño, y a la innata curiosidad, relevó su lengua por su pulgar para
rápidamente ver con qué estaba lidiando, pues debía reajustar todo su plan de juego dependiendo de
con qué contaba y con qué no. Vio que sus labios mayores eran relativamente carnosos y muy juntos,
que sus labios menores eran casi inexistentes, y que su clítoris sí era del tamaño perfecto para poder
succionarlo todo el día y todos los días.

Utilizó nuevamente su lengua sobre su clítoris, estiró sus brazos, y alcanzó a apretujar sus pequeños
senos entre sus manos para, de cierto modo, compactar la posición. Entre abdomen agitado y
pulmones acelerados, notó cómo sus muslos adquirían ese leve tremor que sólo podía significar la
proximidad de lo que más mujer las haría sentir a ambas. Encerró su clítoris entre sus labios y, tal y
como lo hizo con su pezón, succionó de menos a más hasta que Irene no pudo contenerse más y
aceptó la deficiencia de oxígeno con la espalda arqueada y una convulsión de estáticas caderas que la
hacían apretar sus entrañas para que, autónomamente, se relajaran y le provocara más placer.

Uno.

La griega, acostumbrada a perder el aliento sesenta veces por minuto, y a exhalar para tener
mayor precisión, mayor fuerza, y mayor efectividad, se irguió de golpe, pues no sabía qué había más
allá de esa descarga, y, a decir verdad, le daba un poco de nervioso miedo saberlo; no sabía si sus
entrañas se aflojarían con exageración y no podría contenerse absolutamente nada: no sabía si su
boca diría algo de lo que luego se arrepentiría, no sabía si su cuerpo haría algo extraño. Pues, sí, el
primer orgasmo de la Señorita Papazoglakis.

Vio a Alessandra introducir ligeramente su dedo índice entre sus labios mayores, en donde todavía
sentía un leve hormigueo que sólo podía describirlo como cuando dormía sobre su mano y se le
entumecía por la deficiente circulación de sangre, algo medianamente incómodo, quizás un poco
doloroso, pero extrañamente placentero. Y, de entre su sensibilidad, sacó una especie de líquido
blancuzco, el cual llevó a su boca para probarlo entre enrojecidos labios.

Ella se asombró una vez más de lo que podía hacer su cuerpo, de lo que podía sintetizar, de lo que
podía secretar, pues una sustancia así, de esa textura y de ese color, jamás había visto que saliera de
su complexión. No se asustó, no cayó en el catastrófico pensamiento de dudar de su sabor, o de la
proveniencia de dicha sustancia, o de los componentes químicos de ésta, simplemente supuso que no
podía ser nada malo si Alessandra lo comía de esa manera.

La tomó por las manos, tal y como la había tomado ella antes, y la haló para traerla sobre la cama,
sobre sí. Las dos tenían una enorme sonrisa, quizás la misma pero por distintas razones; Irene por
placer recibido y Alessandra por placer proveído/provocado.

Ella la besó con ese sabor tan propio y tan ajeno al mismo tiempo, un sabor al que no se
oponía a pesar de ser tan nuevo, un sabor al que parecía poder acostumbrarse con cada roce de su
lengua y de sus labios, un sabor para que se conociera a sí misma pero a través de ella porque sólo en
su boca lo iba a encontrar, no en la de nadie más. No con esas notas, no así.

La trajo sobre sí para sentirla encima, para saber qué era lo que la intuición de Irene haría, para saber
en dónde se encontraba Irene en realidad: si iba, si venía, si subía, si bajaba, si era ligera, si era
profunda, si era suave, si era ruda. Pero Irene sólo parecía querer besarla, pues ya se había hecho
adicta a la mezcla de su propio sabor y del de sus labios, a la suavidad que todo eso implicaba en
texturas y en intensidades, y a cómo las manos ajenas la tomaban gentilmente por la nuca para que
sus dedos apenas se enterraran entre sus cortos cabellos.
Decidió abrir sus piernas sin vergüenza, porque no tenía y porque quería mostrarle a Irene que ella
tampoco tenía por qué tener, y esperó a que su subliminal invitación fuera procesada por el resto de
bronceados sentidos.

Irene entendió lo que eso significaba, lo entendió a su modo, y, en la misma intención de


reciprocar, llevó su mano a aquella entrepierna que se había coloreado de rosado intenso, casi rojo, y
que se había inflamado por sobre lo generosamente carnoso.

Jamás habiéndose masturbado con desenlace exitoso, mucho menos tocado a otra mujer, se aventuró
a tocar como ella pensaba, por lógica, que se debía hacer.

Primero la recorrió para conocerla, para saber en dónde estaba qué, y reconoció la inflamación de sus
rígidos labios mayores, la suavidad de sus labios menores, y aquel botón que definitivamente
diferente pero igual al suyo; quizás un poco más grande. Luego se daría cuenta de que no era “más
grande”, simplemente estaba más cubierto y su cobertor era más grueso que el suyo. Nada grave y
nada feo, sólo apetitoso. Hasta bonito.

Sus movimientos eran torpes por la misma inexperiencia. A veces eran lineales, a veces eran circulares,
a veces trazaban diagonales, y a veces aplicaban una presión equivocada que tendía a lo incómodo,
pero Alessandra lo entendía, y tampoco podía negar que tenía sus destellos de perfección entre todo
lo impreciso, pues de inapropiado nada. A sus dedos les sumó otra ronda de succiones en sus pezones,
algo que Alessandra agradeció con uno de los sonidos más satisfactorios y gratificantes para Irene; un
gemido que llevaba un “Nene” de por medio.

Quizás fue porque Irene se creció de un momento a otro por la aclamación o quizás fue porque ya le
había encontrado la lógica absoluta a la lógica relativa, pero se encontró con el coraje suficiente como
para dejar el miedo y los complejos a un lado, y bajó con besos y mordiscos por su abdomen hasta
que se encontró con sus vellos púbicos, a los que, en lugar de tocar, besó con mortales pausas que
hacían que su vientre sufriera de un espasmo tras otro. No pudo no inhalar lo que se despedía de
aquella abierta entrepierna, olía tan distinto a la de ella, pero olía tan suave, tan bien, tan… sólo podía
inhalar y manifestar su gusto con un mental y/o gutural “mmm…”. Entendía la fascinación. Al fin la
entendió. Y entendió por qué nacían las ganas de querer simplemente sacar la lengua para aprender
la traducción del olor al sabor, por qué crecían las ganas de abrazar las caderas, pues no se trataba de
“no te muevas”, era más un “no puedo dejar de comerte” y mientras más profundo sólo mejor.

Separó sus labios mayores sin saber realmente por qué lo hacía, sacó su lengua y la presionó
suavemente contra su clítoris. Lo hizo de nuevo. Y de nuevo. Y de nuevo, pues las reacciones de
Alessandra sólo la animaban a seguir haciéndolo.

Fue hasta que una de sus manos se enterró en su cabello que ambas supusieron que por instinto Irene
había decidido empezar las constantes y continuas caricias, y, conforme pasaban los segundos, la
técnica se fue acomodando en el respaldo de la lógica; se estaba dando cuenta de lo que le gustaba y
de lo que no, por ende: si le gustaba lo seguía haciendo, si no le gustaba pues no. Pero también
comprendió lo más vital, eso que había estropeado su única sesión de sexo oral en su vida, una sesión
que había recibido de Adrianos; si hacía el mismo movimiento muchas veces, molestaba. Tenía que
variarlo todo: la velocidad, la presión, el trazo, lo que utilizaba, lo que comía. Pues sí, no sólo se trataba
del clítoris a pesar de que era lo más sensible. Un buen placer era placer completo.

Era torpe, no tanto como lo habían sido sus dedos al principio, pero, por alguna razón, quizás por la
excitación que le provocaba el hecho de ver a Irene entre sus piernas, o quizás porque Irene realmente
sólo sabía hacerlo mejor cada segundo, una sinfonía de suaves jadeos y gemidos se le escaparon junto
a un vaivén de caderas y a una autoestimulación de pezones, y quizás, al final, fue que Irene le pagó
con la misma moneda, pues succionó su clítoris, tal y como ella recién lo hacía, hasta hacerla explotar
en un suave y corto orgasmo que no había sido caracterizado por alta tensión o alta intensidad.
Orgasmo era orgasmo, y, contando con que Irene carecía de todo tipo de experiencia, sólo significaba
que tenía verdadero potencial. Gracias a Dios.

Alessandra sonrió por el hecho de que Irene no había resultado ser mala en la cama,
simplemente inexperimentada, y sonrió por la pequeña descarga de placer que tuvo, pero, por ser
precisamente tan pequeña, no la dejó sin mucho aliento y sin muchas fuerzas, por lo que tumbó a
Irene sobre la cama, con las piernas abiertas, y se colocó, hincada, entre ellas con sus piernas abiertas.

No había contacto directo. Sus labios mayores habían aterrizado sobre el interior del bronceado pero
entrecortado muslo, y los labios mayores de Irene serían víctima del interior de su muslo izquierdo.
Lastimosamente, por la cerrada complexión de Irene, una sesión de tribadismo no sería la más
placentera, pues probablemente ni la sentiría, pero una estimulación de labios mayores nunca venía
mal ni de mala gana.

Se empezó a mecer lentamente de adelante hacia atrás, apenas mostrándole cómo sus labios menores
y su clítoris sí tenían contacto directo con su piel, y, paulatinamente, fue aumentando la presión y la
velocidad para su propio placer y para, sorpresivamente, el de Irene también.

Probablemente el placer de Irene estaba en lo visual, en la sensualidad que encontraba en el


rostro de quien la cabalgaba como si estuviera ahogándose en excitación y no quisiera salvarse, en lo
erótico de la acción, en cómo sus senos reaccionaban ante los movimientos, y en cómo se hacía
temblar ella misma con la ayuda de algo tan trivial y tan impensable como su muslo. Sí, vio cómo
seguramente se había visto su orgasmo. Y aun, entre el frenesí del orgasmo, probó los gemidos que
el ininterrumpido roce le provocaba.

Se separó de sus labios para verla a los ojos. Llevó sus dedos a su lengua, y luego a la
entrepierna de la griega para enseñarle cómo debía hacerse si de tocar se trataba. No le tomó ni un
minuto en hacerla temblar de nuevo.

Dos.
Y, sin dejarla descansar, sin dejar que lo asimilara, reanudó el vaivén contra su muslo y contra su
entrepierna, esta vez más rápido, con menor piedad y con mayor rudeza.

De un movimiento, Irene terminó sobre su abdomen, quizás más sobre su costado que sobre
su abdomen. Alessandra le dio una suave nalgada que le serviría para separar sus glúteos, y, sin
restricciones ni tabúes, recorrió con su lengua su hendidura de principio a fin; desde donde su trasero
se dividía hasta en donde su clítoris empezaba. Irene no le reprochó nada, no sabía si debía hacerlo y,
si debía hacerlo, tampoco sabía cómo, pues se había sentido demasiado bien.

La recorrió de regreso, desde su clítoris hasta un poco más allá de su ano, y de regreso hacia adelante,
y de regreso hacia atrás, una, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra vez, cada vez haciendo del recorrido
algo más corto y más profundo.

Se concentró brevemente en su ano, luego en su zona perianal, y por fin en su clítoris, en donde le
arrancó un sollozo digno para guardar entre sus posesiones mentales, y continuó lamiendo y
relamiendo su ano y su zona perianal mientras sus dedos se hacían cargo de su clítoris. Se asombró
de cuando Irene la presionó contra sus glúteos, pues eso sólo significaba más profundidad, o quizás
sólo más. Fuera lo que fuere, se lo dio con demasiado gusto: más y más profundo, más rápido, más
lascivo, y simplemente más hasta dejarla nuevamente sin aire y convulsionando.

Tres.

Nuevamente, sin dejar que lo asimilara por completo, levantó su pierna derecha para
hundirse cómodamente entre sus glúteos contra la cama, algo con mayor dificultad pero con mayores
y mejores resultados. Continuó abusando de su clítoris con sus dedos, lo hizo rápidamente para
contrarrestar la lentitud y la suavidad con la que su lengua hacía el trabajo tabú, y fue tan intenso, y
tan rápido, y en tan corto tiempo, que Irene no supo si era el mismo orgasmo de hacía unos momentos
o si era uno completamente desligado del anterior. Alessandra sólo reía entre burlona y
divertidamente, pero esta vez sí la dejó descansar.

Se quedó en la región para colmarla de besos y mordiscos en sus muslos, para apreciar la vista del
momento, y para sólo saberse enamorar de la íntima complexión de la griega.

Examinó sus labios mayores con sus dedos y con su vista, los presionó para saber si era inflamación o
si así era su constitución, y los analizó con lupa para saber si su alopecia era realmente alopecia; si se
trataba de algo temporal o de algo meramente terminal.

Irene agradeció el momento en el que Melania y Helena habían decidido ir más allá del uso del
tampón, algo de lo que Sophia se había encargado aun antes de presentarle las molestas toallas, y, en
ese instante, supo que aquel dolor había valido la pena más que sólo por el tema de la higiene. Melania
y Helena habían tenido razón, sólo se habían equivocado en la explicación, “así le vas a gustar a todos
los hombres con los que te acuestes”. Vaya información para alguien de quince años en aquel
entonces.

Luego los separó para asombrarse nuevamente de lo que su lengua ya había establecido
anteriormente; sus labios menores eran tan cortos, pero tan cortos, que eran prácticamente
inexistentes; los salvaban los tres milímetros que hacían el sobrehumano esfuerzo de hacerlos existir.
No tuvo ni que separarlos para ver su vagina, la cual todavía se contraía y se relajaba por culpa del
tercer orgasmo. Era ajustada, realmente ajustada, y tenía ese no-sé-qué que delataba su inocencia
sexual en todo sentido; nunca había sido penetrada por algo que no fuera un tampón ni por alguien
que no fuera la ginecóloga, por lo que su himen todavía tenía propiedades de lo intacto.

Y su clítoris. Pequeño, tímido, y demasiado rosado como para ser parte del pálido y monótono color
que lo rodeaba.

Bien. Ya sabía con exactitud qué era lo que tenía para trabajar.

Deslizó su dedo índice desde su vagina hasta su clítoris, de forma que se lubricara en longitud,
pues se introduciría en su interior para una inspección extra y de esa manera en la que su ginecóloga
jamás la inspeccionaría.

Palpó con lascivia las estrechas paredes vaginales, midió las distancias de punto “A” a punto “B”, de
punto “B” a punto “C”, y de punto “A” a punto “C”, pues sólo así le podría brindar placer en y desde
sus entrañas, y probó todos los movimientos que podía hacer dentro de aquel canal; en círculos, de
abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, y en tipos de penetración: primero lento, de adentro hacia
afuera y de afuera hacia adentro para que se acostumbrara a la sensación, luego, con todo su dedo
en su interior, empujar para crear la sensación a pesar de no estarla penetrando en lo absoluto,
después acelerar el ritmo con completa penetración pero sin ser muy profunda, y, por último, le sumó
la profundidad. Luego vino el bipolar juego de la rudeza y de la suavidad.

Cuando ya se había acostumbrado a su dedo y a todo lo que su dedo podía hacer, succionó un segundo
dedo para, lentamente, hacerla sentir repleta. Sí, quería ser dueña de esa primera sensación, y quería
ser dueña del gemido que sabía que eso provocaba.

Irene sintió esa minúscula molestia de lo extraño, de lo diferente, se sintió llena, repleta,
como si sus pulmones ya no pudieran acoger tanto aire como hacía unos segundos, pero, dándole el
beneficio de la duda, no le pidió que la dejara respirar sino que esperó con el coraje listo para
transformarlo en cobardía.

No tuvo que hacerlo, pues no sólo se fue acostumbrando a lo alienígena, sino también se acostumbró
a la idea de tener un par de dedos ajenos dentro de sí, un par de dedos que no tenían la textura de los
guantes de látex, y se acostumbró a que toda molestia se disipaba si tenía paciencia y si estaba
dispuesta a recibir placer.
Ahogó el apodo con el que se refería a ella desde el día en el que la había conocido, pues en esos
momentos ya no podían ser simplemente “amigas”, no cuando la tenía entre sus piernas y en esas
coordenadas tan íntimas y privadas. A ese momento habían llegado quizás por amistad, pero, a partir
de entonces, ya no podrían describirlo como algo tan sencillo; se habían vuelto “Alessandra” e “Irene”.
“Alex” y “Nene” de cariño, de jugueteo, de todo y nada al mismo tiempo.

Su inconsciencia la llamó por su nombre en cuanto atrapó su clítoris entre sus labios para intercalar
las succiones con los besos y con los esporádicos pero sabiamente dados lengüetazos, y sus manos se
enterraron entre el liso cabello para sentirla todavía más dentro de ella.

Alessandra insistió sabiamente con la lenta penetración, así como en devorar su clítoris, y se
tomó su tiempo para hacer que Irene llegara a ese punto en el que le rogaría que no sólo la llevara al
borde del precipicio sino que también la empujara. ¿Quién dijo que el suicidio asistido era ilegal?

Tres orgasmos habían bastado para que Irene ya se conociera un poco más. Ya sabía qué esperar y
cuándo esperarlo, ya sabía cómo se sentía cuando hacía eso, esto, o aquello, y, en definitiva, ya sabía
cómo se sentía ese momento en el que era evidente que su cuerpo se preparaba para una cuarta
divina convulsión que era sana y que no la haría perder millones de neuronas mientras duraba.

Lo describió como el inicio de un “no te detengas” que tensaba todos sus músculos, que la dejaba sin
respirar, y que, con la aceleración de la estimulación, su funcionamiento se reanudaba de golpe; nacía
con el orgásmico pujido que luego se convertía en una canción de temblorosos gemidos, con el arqueo
de espalda, y con el temblor de sus piernas, de su trasero, y de sus entrañas en general.

Cuatro.

En cuestión de tres besos en su abdomen, y de una suave succión a cada pezón, Alessandra
ya estaba de nuevo en sus labios, en su rostro, en su cuello, y apreciando el brillo literal y metafórico
del que se había cubierto su piel.

Sacó sus dedos hasta que Irene se hubo tranquilizado casi por completo, y, con una callada y
disimulada petición, le indicó que abriera sus labios para que probara lo que cuatro orgasmos
significaban en sí misma. Ella recibió sus dedos en su boca sin preguntar por qué o para qué, pues, en
su inexperimentada cabeza, todo tenía su propósito.

— ¿Cómo te sientes? —susurró Alessandra, tumbándose a su lado para hacerle todas esas caricias
que complementaban y que completaban lo que acababa de suceder.

— Bien… —musitó un tanto sonrojada, volcándose sobre su costado derecho para encararla—. Sin
palabras —terminó por sonrojarse al cien por ciento—. ¿Y tú?

— Demasiado bien —sonrió, y le dio un beso en su hombro.


— ¿Ya te aburriste? —preguntó con dificultades, pues le daba un poco de vergüenza insinuar que
quería más.

— Difícilmente —rio nasalmente—, pero tampoco se trata de matarte —recostó ligeramente su


sien sobre su hombro.

— No me siento al borde de la muerte.

— ¿No? —le lanzó una mirada incrédula que al mismo tiempo era de asombro, pues, ¿quién podía
querer tanto? Irene sacudió la cabeza en silencio, con clara vergüenza en sus ojos, porque era ella
quien quería más—. ¿Quieres más? —susurró con esa traviesa sonrisa que sólo hacía que Irene se
imaginara todo lo que podía significar, por lo que asintió de la misma silenciosa manera—. ¿Qué te
parece si comemos algo, si descansamos un poco, y hacemos lo que quieras hasta que ya no quieras
hacerlo?

— “Comer” —resopló—, si tienes hambre puedes comerme de nuevo… yo no tengo ningún


problema con eso —vomitó su lado irracional.

— ¡Nene! —se carcajeó suavemente—. Hablo de comida.

— Ay… —se sonrojó todavía más.

— ¿Qué quisieras comer?

— Tú eres quien tiene hambre, no yo.

— ¿Quieres salir un rato o quieres que pidamos que lo traigan?

— No tengo efectivo —frunció sus labios.

— ¿Qué pasó? —rio—. Creí que habíamos acordado en que tú me ayudabas con la mudanza y que
yo te alimentaba… en forma de pago —sonrió—. Yo te invito.

— Sabes cómo me siento con las invitaciones —murmuró un tanto incómoda. ¿Qué era con las
Rialto y las invitaciones?

— Bueno, tú me invitas otro día —le dijo, llevando su mano a su fascinante corto cabello—.
¿Quieres comer un Kebab? —le preguntó, creyendo que la sola mención de un Kebab le abriría el
apetito por comida masticable y digerible, por la ingestión de nutrientes esenciales para su correcto
funcionamiento.

— A ti no te gusta el Kebab —rio—. Si tú vas a pagar, ¿por qué no comemos algo que a ti te gusta?
— Yo como de todo —sacudió su cabeza—, eres tú la que no come ni esto, ni aquello, ni lo otro.

— ¿Qué es lo que no como yo? —se ahogó en una risita que sólo enternecía a la mujer que no
podía dejar de verla con esa sonrisa eterna.

— Mmm… —frunció su nariz—. No te gustan los embutidos… no te gusta el prosciutto, no te gusta


el tocino, no te gusta lapancetta, no te gustan las aceitunas, ni las anchoas, ni el atún, ¿sigo? —Irene
sacudió la cabeza con esa pequeña sonrisa de “ups…”—. ¿Te gusta el Dim Sum? —le preguntó antes
de que pudiera decirle que le gustaba el jamón de pavo, a lo que ella probablemente argumentaría
que eso no era jamón.

— ¿Eso es…?

— Cantonés —sonrió contra su hombro, pues estaba por darle un beso—. Son unas cositas rellenas
de algo —dijo, haciendo la forma y el tamaño con sus manos, Irene sólo rio por la imprecisión de su
descripción—. Dumplings de lo que se te ocurra…

— ¿Te gustan?

— Conozco un lugar como a diez minutos de aquí —asintió, pero, en cuanto vio el esfuerzo con el
que Irene diría algo que implicara que estaba de acuerdo, sólo la abrazó como pudo—, pero no vienen
a dejarte ni comida ni una bolsa con mierda —le dijo, haciéndola reír un poco.

— Podemos ir si quieres.

— Qué pereza, ¿no? —sacudió su cabeza—. ¿Te gusta la comida de la India?

— Nunca la he probado. ¿Es rica?

— A mí me gusta —se encogió entre hombros—, y ellos sí la traen.

— Entonces comamos eso —le dijo, y Alessandra se puso de pie para buscar su teléfono, dejando
a Irene acostada en el colchón y con la exquisita vista de su espalda y de su trasero, que, cuando se
agachó para recoger su jeans del suelo, apreció su agujerito y su compacta pero carnosa entrepierna—
. ¿Así es todas las veces?

— ¿Qué veces? —se volvió sobre su hombro mientras arrojaba su jeans nuevamente al suelo, pero
Irene no supo cómo reformularlo—. ¿El sexo? —sonrió, y asintió relativamente aliviada, pues no había
tenido que decirlo ella—. ¿“Así” cómo?

— No sé —se encogió entre hombros, siguiéndola con la mirada mientras regresaba a la cama—.
¿“Intenso”?
— No me preguntes a mí —rio—. Eres tú quien sabe de qué habla.

— No conozco ni la mitad de lo que hiciste —se sonrojó.

— Pero si sólo te toqué, sólo te comí —frunció su ceño, y ladeó su cabeza como si no entendiera.

— “Sólo” —resopló, y ella asintió con una sonrisa.

— Háblame sin vergüenzas, Nene —le dio un beso en su hombro—. Por favor.

— Es que sé tan poco del tema… —suspiró con lo que le había dicho ella que no le hablara.

— ¿Y qué? Yo no nací sabiéndolo todo —elevó sus geométricas y finas cejas—. No me voy a burlar…
si eso es lo que te tiene así —susurró reconfortantemente—. Vamos, háblame claro… con las palabras
que sepas, pero, hagas lo que hagas, no me empieces a hablar en griego, por favor —rio, porque sabía
que Irene, cuando no podía darse a entender, acostumbraba a explotar en un griego nervioso.

— Las posiciones, supongo —se encogió entre hombros.

— Te voy a hacer dos preguntas para que todo sea más claro, quizás hasta más rápido —le dijo,
prácticamente preguntándole un “¿de acuerdo?” sin realmente preguntárselo.

— No, nunca he estado con nadie; ni hombre ni mujer —repuso apresuradamente, y vio a
Alessandra agachar la cabeza mientras reía—. Dijiste que no te ibas a burlar.

— Tranquila, que tu autoestima está intacta —irguió su rostro—. Yo sé que no has estado con nadie,
al menos no así —sonrió, porque su himen la delataba y porque ella misma se lo había dicho antes de
todo.

— Ah… —rio avergonzada—, entonces, ¿qué ibas a preguntar?

— No sé si el orden altera el resultado —se encogió entre hombros—, pero, ¿te masturbas?

— Mmm… —presionó sus labios entre sí—. No, realmente no.

— ¿“Realmente”? Eso suena a “sí, pero no”, y eso no es posible. O te masturbas, o no te masturbas.

— Sí me he tocado, pero nunca termino —le explicó la razón de la vaguedad de su respuesta—.


Nunca he logrado terminar —confesó.

— ¿Ves porno?
— He visto —asintió entre lo que parecía otra respuesta más complicada que sólo un “sí” o un
“no”—, pero no suelo hacerlo.

— Está bien —dijo.

— ¿Para qué querías saber esas dos cosas?

— Para saber cómo responderte lo que sea que preguntes —sonrió—. Y, si la memoria de pez no
me falla, me preguntaste sobre las posiciones.

— Sí.

— ¿Qué en concreto?

— ¿Son necesarias tantas? —se encogió entre hombros, pues no sabía realmente qué era lo que
quería preguntar, pero dudas tenía, y tenía muchas.

— ¿Tantas? —resopló—. No te puse de cabeza —dijo, haciendo que la mirada de la griega se


ensanchara—. No te alteres, era sólo una exageración… el yoga y el sexo los practico por separado —
rio.

— Está bien —rio aliviada.

— Se siente diferente, se hace diferente —le dijo en cuanto a las posiciones.

— Y eso que hiciste… —frunció su ceño, y, con sus brazos, imitó el movimiento al que se refería—.
¿Eso tiene nombre?

— Debe tenerlo —se encogió entre hombros—, pero no lo sé —«”sfregamento dei genitali”,
assumo».

— ¿Y era necesario?

— ¿No te gustó?

— No, sí me gusto —sacudió la cabeza—, pero, ¿es necesario?

— Nada es necesario —sonrió.

— Pero, ¿se hace siempre?

— Nada se hace “siempre”, Nene —sonrió enternecida—, es sólo que quise mostrarte lo que
ofrezco —rio nasalmente.
— Eso suena a servicio de teléfono, o de internet, o de qué sé yo…

— Es lo que sé hacer, y es cómo lo sé hacer —se encogió entre hombros—. Yo sé lo que me


satisface…

— Yo no —susurró.

— De lo que te hice, ¿hubo algo que no te haya gustado? —Irene sacudió la cabeza—. Vamos, tienes
que ser honesta.

— Lo estoy siendo —se sonrojó, y ella sonrió—. Bueno, sólo me incomodó un poco lo de los dos
dedos, pero se me pasó rápido.

— ¿Prefieres sólo un dedo? —ladeó su rostro.

— Me gustaron los dos, los sentí más —se encogió entre hombros—. Quizás sólo no estoy
acostumbrada.

— ¿Algo más que te haya incomodado, molestado, dolido, o qué sé yo?

— Tengo una pregunta —suspiró.

— Adelante, Nene, pregunta lo que quieras.

— Cuando estaba boca abajo… tú me…

— Si vas a ser Doctora, te recomiendo que hables como los adultos —rio.

— Lamiste mi ano —se sonrojó, no porque le daba vergüenza sino porque la palabra “ano” siempre
le había sonado a que era un agujero demasiado grande; en donde cabía un pie, un cuerpo entero.

— Sí, lo lamí —asintió—, ¿te gustó?

— Sé que el sexo anal existe, no soy tan ignorante —le dijo para defenderse antes de tiempo—,
pero no sabía que eso lo hacías tú.

— ¿Te gustó? —repitió con una mirada casi burlona—. Porque así de mucho me gustas tú, que me
das ganas de comerte toda… toda —enfatizó en lo último.

— ¿Te gusta que te lo hagan a ti?

— No me has respondido, Nene.


— Creí que era yo quien tenía preguntas, no tú —resopló.

— ¿Te gustó? —repitió una vez más para dejarle claro que ella también podía preguntar.

— No sabía cómo se podía sentir, no tenía ni una idea, ni siquiera una opinión al respecto —rio,
aunque, en realidad, antes de saber lo que una lengua ahí significaba, o el cómo se sentía, le parecía
una práctica relativamente asquerosa—. No tuve ni tiempo para consentirlo.

— ¿Te gustó? —aseveró su tono de voz, y ella, sonrojada, asintió—. Pues, por eso lo hice… de
haberte preguntado, probablemente me habrías dicho que no antes de siquiera considerarlo.

— ¿Lo haces siempre?

— ¿Quieres que lo haga siempre? —recostó su mejilla sobre su antebrazo con esa seductora
sonrisa.

— ¿Qué se supone que significa eso? —ensanchó Irene la mirada, y hubo un silencio de no más de
tres eternos segundos en el que yo creo que ninguna de las dos respiró—. Tú sabes que yo no… —
suspiró, encogiéndose entre hombros, no sabiendo en realidad cómo decirlo para que no sonara tan
mal—. Digo, estás asumiendo que esto va a pasar de nuevo…

— ¿Acaso me equivoco? —rio un tanto indignada, no por lo que se escondía tras dicho comentario
sino porque le divertía el intento de aparentar que eso sólo ocurriría una vez—. Dime que me
equivoco, Nene. Dime que no quieres que se repita —la retó con la mirada, porque, de no quererlo,
¿por qué habría insinuado que quería más? Además, ¿quién, en su sano juicio, se oponía a buen sexo?

— Es sólo que no tengo una relación para ofrecer —susurró, más bien se ahogó ante el término
“relación” al que tanto pavor le tenía.

— ¿Y quién te está pidiendo eso? —rio.

— Tú me preguntaste si “siempre” —frunció su ceño, como si no entendiera cómo era que


Alessandra no podía entenderle.

— Tú me preguntaste si lo hacía siempre —repuso rápidamente—. La respuesta no es relevante a


menos de que tenga que ver contigo —le explicó, porque no consideraba que fuera importante incluir
a personas del pasado en esa respuesta—. Nene, quizás no soy la persona más inteligente, o lista,
pero no es como que se trata de aritmética china —resopló—. Nunca hemos hablado de eso, al menos
que tenga que ver contigo, pero no se necesita ser Einstein para saber que tú no te sientes ni cómoda
ni lista, en especial porque, hasta donde tú sabes, te gustan las dos cosas —le dijo con sus dos dedos
erguidos—. A mí me da igual si te gustan los bananos o los duraznos; a mí me gustan los duraznos —
se encogió entre hombros—. Entiendo que tú todavía no quieres o no puedes tener algo “público”,
no importa si es por miedo, por vergüenza, o porque simplemente te incomoda… a mí todo eso me
da igual.

— ¿Entonces?

— No sé cuántas veces te lo he dicho ya, pero una más no le hace daño a nadie —rio—: me gustas,
y me gustas mucho. Pero tampoco puedo obligarte a nada porque yo no voy a cargar con las
consecuencias sino tú…

— Estoy empezando a creer que sí soy estúpida porque no te entiendo nada —sacudió su cabeza—
, nada de lo que dices tiene sentido.

— Yo no te voy a exigir nada, ni espero que salgamos todos los días, o cada dos días, o todas las
semanas… si quieres hablar sobre el calentamiento global, si quieres que alguien te haga presión para
estudiar, si es tan simple como que quieres dormir una siesta y que no sea en tu casa, o si quieres un
orgasmo, o más… —sonrió—. Estando aquí, conmigo, ¿quién va a saber?

— Pero tú sí eres del tipo de relaciones y demás —frunció su ceño.

— Haber tenido tres relaciones “serias” quizás es en lo que te estás enfocando, pero tampoco es
decisivo… no creo que me mate algo más ligero, más liviano —le plantó otro beso en su hombro—.
Tengo veintidós, ¿qué tanto puedo saber? —rio contra su piel—. Ya pasé por la loca que me
amenazaba todos los meses con terminarme porque no me acordaba del cumplemes. Ya pasé por la
loca que se iba a suicidar si terminábamos. Y ya pasé por la loca celópata que me controlaba todo el
tiempo; en dónde y con quién estaba, y era ella la que estaba en la cama con otras personas —rio—.
Necesito algo menos complicado.

— ¿Y tú crees que yo soy lo menos complicado? —dijo nerviosamente, y ella asintió—. Soy la
persona más complicada que existe, Alex —rio—, y probablemente la que más complicaciones trae.

— ¿Qué complicaciones podrías tú traerme a mí?

— Siempre andar a escondidas…

— Se llama “ser disimulada” —se encogió entre hombros—, y “privada”.

— Nada de romance ni de cursilerías…

— Se llama “ser auténtica” —sonrió—, “directa”, “al grano”.

— Y, ¿sólo sexo? —dibujó una expresión de absoluta consternación—. No creo que algo pueda ser
solamente sexo.
— No —sacudió la cabeza—, porque aquí sigues —dijo, y le dio otro beso—. No eres de las que se
visten y se van cuando se acaba.

— Eso no lo sabes tú, y tampoco lo sé yo.

— Eso sólo las putas y si es a domicilio —rio—. Tú no ejerces esa profesión, y sigues aquí, ¿no? —
dijo—. ¿Cuál es el miedo?

— No tengo miedo —susurró, sacudiendo su cabeza rápidamente, «es pánico»—. Es sólo que sí
creo que traigo muchas complicaciones…

— No te estoy ofreciendo un noviazgo, te estoy ofreciendo sexo… y la amistad que hemos tenido
hasta la fecha.

— ¿Amistad? —rio—. ¿Cómo puedes decirme que después de esto podemos seguir siendo amigas?

— “Amigas con derecho”, entonces —se encogió entre hombros—. Pero acepto sugerencias de
etiquetas.

— Eso de “con derecho” no funciona ni en las películas —rio un tanto decepcionada—. Siempre
hay una parte que cae más que la otra.

— Yo predigo que tú terminarás por caer primero —sonrió burlonamente, pero lo decía en serio.

— Relájate, Nostradamus —rio.

— Nene, yo tengo tiempo —le dijo—. Y se supone que el tiempo en la universidad es para
experimentar…

— ¿Vas a experimentar sólo conmigo o quieres algo más “libre”? —supuso que ése era el término
adecuado.

— Soy lesbiana, estoy a favor del aborto pero no como método anticonceptivo, creo en los estados
laicos, en la empresa privada, y en el libre comercio —sonrió—. Me gustan las camisetas, la música
electrónica, soy fan de Amy Winehouse, no puedo comprar un sostén por internet porque me
distraigo con tantos senos, y una vez se me atrasó el período y creí que estaba embarazada —rio, pero
Irene permaneció casi inexpresiva—. En fin, creo en el liberalismo absoluto, en la comodidad, y a veces
me estreso por nada… y soy católica por obra y gracia de Dios.

— Eso yo lo sé, pero, ¿por qué me lo dices?

— No practico la poligamia —se encogió entre hombros—, eso se lo dejo a los árabes —sonrió.
— Entonces, ¿sólo conmigo?

— Un terremoto hormonal a la vez —asintió—, porque ya tengo bastante con las mías y todavía no
me uno al circo para aprender a hacer malabares.

— Creo que ya tienes que saber hacer malabares para entrar al circo —susurró con una sonrisa, y
ella que rio porque sabía que tenía razón—. Entonces, ¿lo haces siempre?

— ¿Quieres que lo haga siempre? —preguntó como hacía unos momentos—. Digo, de hoy en
adelante es con tu consentimiento —sonrió, y le acarició la cabeza.

— No sé qué estoy haciendo —se entrecortó en una carcajada nerviosa.

— Yo tampoco sé qué estoy haciendo —la acompañó con una carcajada—. En realidad nunca sé
qué es lo que estoy haciendo… y, mírame, no he resultado tan mal. Probablemente, muy
probablemente, de saber qué era lo que hacía, no estaríamos hoy, aquí —se encogió entre hombros.

— Qué poético.

— Optimista, nada más —sonrió con su sonrisa pegada al hombro de la griega—. Entonces, ¿quieres
que lo haga siempre? —le preguntó con el mismo tono que ella había empleado hacía unos segundos.

— Podemos explorar la opción —asintió, y rio por cómo su estómago rugía con fuerzas—. Creo que
sí tengo hambre.

— Ya me había asustado —dijo, tomando nuevamente su teléfono—. ¿Tienes más preguntas?

— ¿Cómo lo hice? —murmuró, nuevamente con el rostro enrojecido.

— Para ser tu primera vez… —resopló un tanto distraída, pues ella no podía escribir en su teléfono
y hablar de otra cosa al mismo tiempo.

— Lo hice mal, ¿no? —se ahogó en la vergüenza de su ignorancia y de su inexperiencia.

— No, Nene —rio nasalmente, y le regaló un contacto visual intenso—. Para ser tu primera vez…
no estuvo nada mal.

— ¿En serio? —ensanchó la mirada—. Porque la vez pasada casi me ahogo con… —y calló al darse
cuenta de que estaba hablando más de la cuenta.

— Tal vez deberías dejar de meterte cosas tan grandes a la boca —la molestó tranquilamente, e
Irene se sonrojó todavía más—. Todo toma tiempo, Nene… además, tú no sabes qué es lo que me
gusta —sonrió.
— Me gustaría saber qué es lo que te gusta… cómo y cuándo te gusta también —murmuró—.
Quiero aprender…

— No es algo que aprendes como de un libro —resopló, porque el término “aprender” le pareció
académico, y el sexo era todo menos académico; era instintivo, práctico, y asumido—. Pero puedo
enseñarte… —sonrió.

— Por favor, porque qué feo que sólo tú sepas dar placer —se sonrojó ante su elección de palabras.

— Tú, para no saber nada, para no haber hecho nada antes, lo haces bien —pareció halagarla—.
Entonces, comida —dijo, porque ya era tiempo; ya habían abierto el Taj Mahal Ristorante—. ¿Quieres
pollo, cordero, o pescado?

— Pollo o cordero, no tengo preferencia entre esos dos.

— ¿Picante o no picante?

— Si no le quita el sabor a la comida, picante.

— ¿Ajo? —rio en cuanto la vio a los ojos, pues, sin importar su nacionalidad, y sus hábitos
alimenticios, sabía lo que significaba darle un beso a alguien que había comido dicha especia, verdura,
¿qué era el ajo en realidad? No sabía.

— Sólo si tú comes también y si comemos en las mismas cantidades —rio ella también.

— Está bien —sonrió—. Entonces… vamos a pedir un pollo tandoori, pollo tikka al ajo… ¿arroz
blanco o con curry?

— ¿Es muy condimentado lo otro?

— Mmm… —tambaleó su cabeza—. Arroz blanco para que no jodan los sabores… y vamos a pedir
dos órdenes —sonrió para su teléfono, en especial porque sólo le faltaban ocho euros para que se les
diera la gana hacer el envío—. Un poco de naan —sólo cuatro euros más—, ¿y de beber? ¿Quieres
una coca cola?

— ¿De treinta y tres o de cero cinco?

— Treinta y tres.

— ¿Puedo pedir dos? —sonrió tiernamente.

— Las que quieras —asintió, e Irene levantó irguió dos dedos—. Y dos para mí también —sonrió—
. ¿Alguna especificación que tenga que hacer?
— Por mí no —sacudió su cabeza, y se quedó en silencio, viendo a Alessandra jugar con sus pulgares
por la pantalla del obsoleto iPhone que estaba a la espera por ser ejecutado y relevado por el siguiente
modelo que saldría entre mayo y septiembre como por costumbre religiosa de Apple.

— Una hora o menos —arrojó su teléfono a ciegas, y se recostó nuevamente sobre su hombro—.
¿Qué? —se sonrojó en cuanto se dio cuenta de cómo la veía Irene.

— ¿No te puedo ver? —bromeó sonrojada ella también.

— Claro que puedes —sonrió—, pero quisiera saber qué es lo que ves.

— No sé —se encogió entre brazos—. ¿A ti? —dijo, como si eso no fuera obvio, y logró sonrojarla
aún más.

— Nene… —se reacomodó de tal manera que quedó extrañamente recostada sobre el abdomen
de Irene, aunque ella permanecía prácticamente sobre su costado; raro, pero podían verse
cómodamente a los ojos—. Te pregunté algo hace rato…

— ¿Qué? —se irguió un poco para apoyar su cabeza contra su mano.

— ¿Te gustan o quieres que me los quite? —preguntó, llevando su mano izquierda a aquel triángulo
de cortos y ligeros vellos que daban la bienvenida frontal a su entrepierna.

— ¿Por qué me lo preguntas? —frunció su ceño.

— Porque no a todas las personas les gustan —se encogió mínimamente entre hombros—. Y no sé
si a ti te gustan… me confundes.

— ¿Yo te confundo? —resopló, y ella asintió—. ¿Por qué?

— Porque tú no tienes, pero vi cómo los tocaste…

— Sí me gustan —se sonrojó—, se ven… “bonitos”.

— “Bonitos” —rio. Eso era nuevo—. Si son “bonitos”, ¿por qué te los quitaste tú?

— No sé, ni siquiera lo pensé —se encogió entre hombros—. Mis primas me llevaron a uno de esos
lugares en los que te depilan con láser, y supongo que para que no quedara asimétrico, o qué sé yo,
me lo hice todo… ¿y tú?

— Me daba pereza afeitarme para poder usar un bikini —sonrió.

— Los de abajo podías quedártelos así como te quedaste con esos —señaló su triángulo.
— Sabía que, eventualmente, iba a tener a una mujer entre las piernas… y no quise dar tratamientos
faciales gratis —bromeó—; ni para exfoliar, ni para un peeling.

— ¡Ay! —se carcajeó, haciendo que su cabeza retumbara contra su abdomen—. Se te ven bien.

— Entonces, ¿no me los quito?

— ¿No es un poco demasiado quitártelos por mí?

— Nada que un poco de cera no pueda hacer —sacudió la cabeza, dándose cuenta de que Irene
había pensado en que se refería a algo terminal, por lo que sonrió.

— Bueno, si tú quieres —se encogió entre hombros—. Yo no tengo ningún problema con ellos.

— Si en algún momento quieres que me los quite, sólo tienes que decirlo.

— Está bien —estiró su brazo, e hizo aquella movida que a cualquier persona mínimamente
enamorada le nacía; guardó un poco de liso cabello tras su oreja—. ¿Algo más que quieras
preguntarme o decirme?

— ¿Tú? —sacudió la cabeza, e Irene la imitó—. Estás nerviosa, ¿no?

— Un poco, sí.

— Seré lo más discreta que se pueda —la reconfortó con una sonrisa—. Nada de llegar a tu casa
sin avisar, nada de sorpresas, nada de eso…

— ¿Y yo?

— ¿Tú qué?

— ¿Qué puedo hacer yo por ti?

— Puedes mantener una mente abierta —sonrió.

— ¿Qué tan abierta?

— Lo más que se pueda —la miró con travesura.

— ¿Y cómo sugieres que haga eso?

— ¿Por qué no ves un poco de porno?


— ¿Para qué? —frunció su ceño—. Allí sólo te muestran todo lo que prácticamente no es…

— Sí, pero también te despierta ciertas curiosidades; de posiciones, juguetes, prácticas… qué sé yo
—se encogió entre hombros.

— ¿Te gustan los juguetes?

— No los he probado todos.

— ¿Tienes?

— Personales —asintió con toda la naturalidad que podía.

— ¿Qué juguetes tienes? —preguntó con un poco de vergüenza, pero la curiosidad podía más.

— Un dildo —sonrió—. Es rosado con blanco, y tiene un conejito que vibra.

— ¿Conejito? —ensanchó la mirada, porque le había sonado a un conejo de verdad, y, al sólo poder
relacionarlo con la copulación del roedor en cuestión, rio.

— No es un conejo como los que sacan los magos del sombrero —rio ella también—. Es sólo que
parece conejito; las orejas te quedan a los lados del clítoris, y, como vibran, se siente demasiado rico.

— Entonces te gusta la vibración —sonrió, imaginándose cómo se vería Alessandra con ese
artefacto entre sus piernas, imaginándose cómo sería su expresión de placer.

— Creo que a ti también te gustaría —asintió—. ¿Te gustaría probar? —pero ella ya sabía que la
curiosidad le diría que sí, y, en efecto, Irene asintió—. ¿Qué más te gustaría probar?

— No lo sé, no sé nada sobre esos juguetes.

— Hay un lugar cerca de la Piazza Navona y hay otro en la Sforza Cesarini, podemos ir para que
veas lo que hay y qué es lo que te pica la curiosidad.

— ¿Me quieres llevar a una tienda de juguetes? —se carcajeó nerviosamente, porque por alguna
razón creyó que estaba bromeando, pero Alessandra asintió con absoluta seriedad—. Oh… —quiso
disculparse—. Está bien —se sonrojó.

— Necesito que me prometas algo, Nene —suspiró—. Necesito que me prometas que vas a ser
honesta conmigo.

— ¿Por qué no lo sería?


— No lo sé, a veces no sé cómo o en qué estás pensando —se encogió entre hombros—. Necesito
que me digas cuando algo es demasiado, cuando algo es muy poco, cuando algo no te gusta…

— Pero esto no es una relación —susurró casi inaudiblemente.

— Quizás no es un noviazgo, pero es una relación —dijo—. Yo sé que puedo hacer las dos cosas:
algo de una noche o una relación… porque ya lo he hecho…

— Pero no sabes si yo lo puedo hacer —suspiró.

— Se trata de que a nadie le duela; mientras más claro lo tengamos todo, menor riesgo hay de que
algo salga mal.

— Está bien.

— El resto lo sabremos mientras avance —sonrió—, aunque, como te digo, yo creo que tú caerás
primero.

— ¿Cómo puedes estar tan segura? —resopló.

— Sólo lo estoy —se encogió entre hombros.

— ¿Por qué no puedes ser tú quien caiga primero?

— De que se puede, se puede —sacudió su cabeza—, pero sé que serás tú y no yo —dijo, contando
con que la atracción física por Irene era físico, y que su atracción intelectual era precisamente eso,
pero nada de atracción sentimental. Al menos no todavía. Al menos no hasta que Irene se abriera un
poco más con ella, y que su apertura no se refiriera a sus piernas.

— Si estás tan segura… ¿por qué no apostamos? —rio.

— Señorita Papazoglakis —resopló Alessandra un tanto divertida—, jamás creí que jugara con el
destino de esa forma.

— Me gustaría ver tu cara cuando gane, eso es todo —sonrió.

— Pero mi cara no es nada… digamos… ¿cincuenta euros?

— ¿Cincuenta euros? —se carcajeó—. Para lo segura que estás… es demasiado poco.

— Mmm… —entrecerró la mirada ante el retador tono de la griega—. ¿Cuánto crees que vale mi
seguridad?
— ¿Tu camiseta de Cristiano? —elevó mínimamente su ceja derecha.

— A ti ni te gusta el futbol —tragó con dificultad, porque, ¿en qué mundo apostaría ella su camiseta
de Cristiano firmada por Cristiano mismo?—. ¿Para qué quieres mi camiseta?

— Para que sí —se encogió entre hombros—. ¿O no estás tan segura como para apostar lo más
preciado que tienes?

— Mi camiseta de Cristiano… —murmuró para sí misma—. Está bien, mi camiseta de Cristiano —


sonrió un tanto nerviosa—. ¿Y tú qué me das?

— Si yo caigo primero… lógicamente es por algo —balbuceó, y se tomó un segundo para recoger
todo su coraje, pues sólo con demasiado coraje podía siquiera pensar en dejar que las siguientes
palabras salieran de su boca.

— ¿Sí?

— Te plantearé la idea de que seamos algo más que sólo “amigas con derecho”… y, si aceptas, ese
día comerás en mi casa… no como mi amiga, sino como eso —se ahogó ante el título que más
nerviosismo le causaba.

— Nene… —ensanchó la mirada—. Eso no se compara a una camiseta… —susurró, dándose cuenta
de que para ella eso sería relativamente fácil porque no tenía absolutamente nada que perder; lo más
que podía perder era una camiseta blanca que ni siquiera se ponía porque había decidido enmarcarla.

— Quizás no, pero estoy tan segura, pero tan segura, que arriesgar algo así no me da tanto miedo
—se encogió entre hombros, y tragó con dificultad, pues mentía; era lo que más miedo le daba.

Emma se despertó como todos los días, a las seis de la mañana con un margen de más-menos-cinco-
minutos.

Abrió los ojos porque sabía que todavía no había luz suficiente como para cegarla, y, como todos los
días, buscó a Sophia por maña y por costumbre. La rubia todavía estaba en la misma posición en la
que había muerto la noche anterior, no se le había movido ni un cabello, ni había movido las piernas
o los brazos en el más insignificante milímetro. Respiraba tranquila y profundamente, apenas
abrazaba la almohada bajo su cabeza, y todavía parecía estar hundida entre la cama.

Se acercó a su cabello, porque no quedaba tan lejos, y, antes de que se terminara de


despertar, inhaló el característico y desvanecido aroma que se desprendía de él. Inhaló
profundamente, exhaló lentamente. Y de nuevo.
Reclamó su mano derecha, la que la abrazaba por la cintura, le acarició el hombro y parte de la
espalda, y le dio el beso que le daba todos los días pero que no lograba despertarla. Así de suave era.

Casi que de un movimiento, como si se tratara de Rambo, o James Bond, o quien sea, rodó
por la cama para no alterar tanto el inerte movimiento del colchón, pues no le gustaba despertarla,
no a esa hora en la que todavía descansaba. Sólo le faltó, al caer al suelo con ambas manos a la altura
de sus hombros, flexionar una pechada de macho con sobredosis de testosterona, balas, explosiones,
y sangre.

Caminó al baño mientras se rascaba los ojos, probablemente masajeó sus inexistentes ojeras, y,
cuando estuvo bajo el marco de la puerta, suspiró, estiró sus brazos, se elevó en puntillas, y se estiró
de tal manera que su espalda crujió y sus extremidades adquirieron mayor motricidad. Había algo
meramente placentero en apretar y tensar el trasero.

Aflojó sus brazos y sus piernas, llevó su cabeza hacia ambos hombros para aflojar su cuello, y topó la
puerta como todas las mañanas. Pasaba que, si cerraba la puerta, despertaba a la rubia durmiente.
Eso sí la despertaba, el sonido del agua corriendo jamás. Y la música tampoco.

Se sentó en el trono de porcelana así como lo había hecho desde que tenía uso de razón y de memoria,
siempre con un bostezo de por medio, y dejó que su vejiga y sus riñones hicieran lo de siempre. Sin
tener el placer que la mayoría de personas tenían, ni para el número uno ni para el número dos, dejó
ir el agua, se lavó las manos, y salió del baño para traer su teléfono.

«Mmm…», ¿qué tenía ganas de escuchar? Definitivamente Chopin no porque se trataba de terminar
de despertarse, no de llevarla de nuevo a la cama. Simplemente le dio play a una de sus listas de
música, y David Bowie empezó a salir por los parlantes. Mejor que “Let’s Dance” sólo pocas.

Se metió a la ducha y dejó que el agua caliente le cayera en la concavidad de sus manos mientras le
caía también sobre el pecho, y mojó su rostro. Cosas de la costumbre. Luego se dejó mojar por
completo. Un poco de shampoo, el cual se aplicaba como si se estuviera rascando la cabeza con
demasiadas ganas, porque eso sí le daba placer y limpiaba efectivamente. Un poco de jabón sin olor,
últimamente su preferido precisamente por la carencia de perfume, y con una de esas esponjas
exfoliadoras, se lavó todo lo que podía alcanzar de pies a cabeza, y se rascó la espalda con aquella
extensión que tenía un cepillo de un lado y un masajeador del otro; sólo utilizaba el cepillo. Se enjuagó
el cabello una segunda vez sólo para cerciorarse de que estuviera limpio, un poco de acondicionador,
y lo que “Bad Girls” duraba para terminar la ducha, que, al final, luego de la esterilización de todos los
días, se daba dos o tres segundos del agua más fría que le daba la llave.

Salió de la ducha, tomó las dos toallas; la grande para secarse el rostro, el pecho, los brazos, y para
ponérsela al torso, y la pequeña para la cabeza.
Seis-siete-ocho gotas de aceite en cada pierna, dos-tres para cada brazo, y los residuos a su pecho y a
su abdomen, y salió del baño para inclinarse sobre la rubia durmiente.

— Mi amor —susurró a su oído, y le dio un beso demasiado suave en su sien—. Mi amor… —susurró
de nuevo, acariciándole la cabeza con su mano—. Sophia, hora de despertarse…

— Cinco minutos más —balbuceó como todos los días, a lo que Emma sonrió, y la dejó para ir en
busca de un poco de ropa.

Se colocó un de Changy negro de copa completa y una Kiki de Montparnasse negra, como siempre.

Caminó por las secciones de ropa para decidirse entre vestido o no, «vestido no, hoy no», entre falda
y pantalón, «ayer fue falda», entre pantalón formal o jeans, «quizás jeans», entre azul o
negro, «negro», entre skinny, slim, o flare, «cualquiera», y, de entre el Proenza Schouler y el Gucci,
sacó el Armani que siempre había existido en su closet desde que lo había descubierto hacía más de
diez años.

Luego la decisión se trataba del largo de manga, pero, rápidamente, antes de pasar por todo el proceso
de selección, sacó una blusa en patrón de leopardo. Y el resto era fácil; escoger el cinturón, porque
raras veces podía llevar un jeans sin cinturón, y los Louboutin de gamuza azul marino con remaches
plateados y de aguja realmente metálica.

Se enfundó el jeans, se vistió la blusa, y, sin abotonársela, se inclinó de nuevo sobre Sophia.

— Mi amor, hora de despertarse —susurró, con otro beso y con otra caricia en su cabeza.

— Cinco minutos más… —balbuceó de nuevo, colocándole otra sonrisa a Emma.

Emma se irguió, abotonándose ya la blusa, y se dirigió a la cocina. No comería yogurt porque «oh,
damn», no tenía. Abrió el gabinete superior para, de entre las cuatro cajas de cereal, escoger el menos
dulce; el Honey Bunches con almendras.

Un poco de leche semidescremada, una cuchara, y el desayuno que comía en menos de cinco minutos
porque no le gustaba cuando se perdía la consistencia crujiente.

Cabeza hacia abajo para peinarse de atrás hacia adelante y de abajo hacia arriba, un poco de suero de
argán con sus dedos, y peinarse nuevamente pero ya como las personas normales; primero hacia
atrás, y, mientras apenas se lo secaba con la pistola, lo iba peinando con sus dedos para que no le
quedara liso. El cabello liso nunca le había gustado, quizás porque sólo la hacía ver más alta y más
delgada, y no en una buena forma ni de una manera saludable.

Ya con las ondas en proceso de secarse por completo, vino el uso del cepillo de dientes mientras que,
con el dedo índice izquierdo mantenía anudado su cabello por lo que durara el lavado. Vino el
Listerine, un vistazo a la rubia que sólo lograba asombrarla por lo fácil que le resultaba reconciliarse
con el sueño, y se dirigió nuevamente al clóset para un poco de maquillaje, el Chanel No. 5, sus aretes
y su reloj.

— Mi amor —se sentó a su lado en la cama, y le acarició la espalda con la suavidad que le quedaba
del aceite de argán de hacía rato—, quince para las siete…

— Cinco minutos más —balbuceó, queriendo que Emma no dejara de hacerle eso que le hacía en
la espalda.

— Yo ya me tengo que ir —susurró con una sonrisa.

— No… —se retorció contra la almohada.

— ¿Quieres que te espere? —le preguntó en cuanto Sophia logró abrir los ojos con tanta dificultad
como lo hacía un recién nacido.

— Quiero cinco minutos más —le dijo con ese tono adormitado y de niña pequeña.

— I’ll tell you what… —sonrió, enterrando sus dedos entre la melena rubia—. Voy a ponerle comida
y agua a Vader… y regreso, ¿sí?

— Está bien —asintió ya con los ojos cerrados.

El timbre sonó demasiado fuerte, tan fuerte que Irene y Alessandra se llevaron el susto de sus vidas,
y, aparte de tener el corazón en la boca y el enojo hirviendo, porque el timbre las había despertado
de la siesta en la que habían caído, se arrojaron de la cama con demasiados nervios.

Irene, por alguna razón, y por lo que había sucedido en ese colchón que le había marcado su cadera y
su pierna, creyó que era Camilla quien había hecho que el timbre sonara con tanto odio; esa era la
paranoia que la poseía, y eso sólo delataba la intensidad de miedo que tenía a ser descubierta, aunque,
en realidad, sólo tenía miedo a ser juzgada. Un miedo tan común, tan corriente, y tan humano, que
todos iban a entenderla.

Alessandra porque simplemente no estaba acostumbrada a un timbre tan estrepitoso y tan agudo, y
porque, sabiendo que era la comida, no pensaba abrir la puerta como Dios la había traído al mundo;
se sentía cómoda con su cuerpo y le importaban pocas cosas, pero exhibírsele al repartidor no estaba
ni entre sus prioridades ni entre sus fantasías, por lo que, habiendo presionado el botón verde que
abriría la puerta principal, se apresuró a meterse en su camisa y en su jeans, que la camisa se la puso
al revés y al revés (con la impresión en el interior, y con la etiqueta al frente), y con el jeans que casi
se cae en plena cocina por creer que podía correr mientras se metía en él mientras pescaba los treinta
y seis euros de su cartera con su tercer brazo.

Cuando Irene vio que no era Camilla, porque, ¿por qué lo sería?, respiró con alivio, y rio
mientras caminaba por el pasillo para ayudarle a Alessandra con aquella montaña de recipientes
herméticos.

— No sé en dónde invitarte a comer —resopló Alessandra, viendo que la mesa todavía seguía en el
empaque de cartón.

— En el suelo será —sonrió, y la carcajada la atacó en cuanto se dio cuenta del intento fallido de
vestirse que había tenido la italiana que guardaba la factura en su bolsillo—. Tu camisa —la señaló
con descaro.

— Me la puedo quitar —se encogió entre hombros con una sonrisa, y la retiró sin titubeo alguno
para que Irene, al ver sus senos una vez más, se callara por algo tan sencillo como el rubor que la
invadía y no sólo en sus mejillas—. Y qué bueno que tú también te vestiste… —se acercó hacia ella.

— ¿Por qué?

— Porque sólo así te puedo quitar de nuevo la ropa —rio nasalmente, tomando su camisa entre
sus manos para tirarla hacia arriba y sacársela—. Tienes un cuerpo tan bonito —susurró, deslizando
suavemente sus manos por sus hombros para acariciar su pecho hasta llegar a ahuecar sus pequeños
senos—, no deberías vestir nada nunca —sonrió, dando un paso hacia adelante para acorralarla entre
ella, sus brazos, y el borde de la cocineta.

— A… —quiso decir su nombre, pero ya el beso en su cuello le había robado toda facultad verbal,
y el roce de los senos de Alessandra contra los suyos le había robado toda facultad racional.

— Tienes razón, Nene —sonrió contra lo que había besado—, tenemos que comer —se despegó
de ella—. ¿Te molesta comer en la cama?

— No —se aclaró la garganta.

— Bien, entonces… fuera ropa, y a la cama —dijo con una sonrisa, tomando la torre de recipientes
herméticos y dejando a Irene atrás, quitándose la ropa con rapidez, como si, de no hacerlo, recibiría
algún tipo de castigo al que le tenía miedo—. ¿De qué me vas a hablar?

— ¿De qué quieres que te hable? —se incorporó al área del dormitorio, todavía luchando por
sacarse el jeans.
— De lo que quieras —se encogió entre hombros—. De lo que sé que no hablas con nadie —sonrió,
y bajó su jeans para poder acostarse en la cama.

— ¿Y eso qué será? —resopló.

— No sé, yo conozco a Irene Papazoglakis, no a Irene Rialto.

— Es la misma persona —susurró.

— Cuando hablamos con Pippa y con Nicola, ellos cuentan sobre sus familias… casi sólo hablan
sobre sí mismos, pero a veces cuentan algo de sus familias; tú eres la única que no dice nada.

— Podrías sólo preguntarme lo que quieres saber —se sentó sobre la cama.

— No sabría qué preguntarte… cuando estuve allá nunca supe que invitaras a personas a tu casa;
yo nunca fui a tu casa. No sé cómo vivías, no conocí a tus papás, ni el color de tu habitación… —frunció
su ceño—. Aquí conocí a tu mamá, y no es como que la conozco mucho… te conozco a ti nada más.

— No me gustaba tener gente en mi casa —murmuró.

— ¿Por qué?

— Nada en especial —sonrió despectivamente.

— Me has dejado estar entre tus piernas pero no me tienes confianza —rio cínicamente.

— Mi vagina no tiene sentimientos… mi consciencia sí —presionó sus labios entre sí y los tiró hacia
la izquierda.

— Eso es tan retorcido —dijo—, normalmente se juzga por el físico y no por el estado mental… con
razón Serena van der Woodsen era popular; porque era bonita, porque de inteligente ni una mierda
—se carcajeó.

— ¿Quién? —siseó Irene, encontrándose perdida de un momento a otro en la conversación.

— ¿No viste “Gossip Girl”?

— ¿Quiénes salen en esa película? —frunció su ceño, y Alessandra sólo supo carcajearse.

— Era un programa de televisión, en el que todos eran tontos como por vocación —se encogió
entre hombros.

— ¿Y qué tiene eso que ver con lo que yo dije?


— Que todos son tontos, pero eso no importa porque son todos muy bonitos —rio.

— ¿Entonces? —frunció su ceño por no entender.

— Es más fácil que te juzguen por tu constitución física, por no ser atractiva, por no ser bonita, a
que te juzguen por ser imbécil —dijo—. Claro, eso aplica hasta que abres la boca… pero supongo que
hay a personas a las que la estupidez no les molesta porque prefieren tener un adorno —opinó—. En
fin, creo que es más fácil que te juzgue por cómo es tu vagina a por cómo piensas, y jamás te he
juzgado por tu físico… porque me pareces demasiado atractiva, y te lo he dicho mil veces… y, así como
jamás he juzgado cómo eres, jamás he juzgado lo que dices, o el cómo piensas —sonrió, pero Irene
permaneció un tanto escéptica—. Nene, de mentalidad primitiva no te puedo acusar.

— Bueno... —susurró sonrojada, pues lo había tomado como un cumplido, y así debía tomarlo.

— Entonces, ¿por qué no te gustaba tener gente en tu casa?

— ¿Honestamente?

— No importa cómo suene —asintió, abriendo el primer recipiente hermético para llenarse el olfato
de una pizca de ajo.

— No me gustaba dar de qué hablar, nunca me ha gustado —dijo claramente avergonzada—. Es lo


malo de cuando tu papá es una figura pública; todos tienen su opinión, y eso lo respeto, pero en el
Gobierno nadie se salva… todos están en eterno descontento.

— Pues, sí, me imagino que es difícil, pero... es con tu papá el problema, no contigo —frunció su
ceño, porque consideraba que los pecados del papá no eran los suyos.

— Es difícil cuando todo se viene abajo, y ves que sólo tú no —se encogió entre hombros—. Ves
que tu nivel de vida no baja, que tu mesada sólo sube en lugar de bajar, y que sigues teniendo ama de
llaves, y jardinero, y chofer… y ves que varios de tus compañeros dejan de pasar las tardes en el
polideportivo porque los papás ya no pueden pagar las membresías, que empiezan a usar el transporte
público para llegar a sus casas o a la escuela, y a veces sólo terminan el año y se cambian de escuela…

— Bueno, pero eso no es tu culpa —intentó reconfortarla—. No era tu culpa.

— Yo sé que no es mi culpa, pero no pude evitar que me afectara. Escuchaba los comentarios de
todos, quizás no eran ni sus opiniones, quizás era lo que escuchaban de sus papás, o de otra persona…
pero me afectaba.

— Y eso te alejó de todos —comprendió.


— No quería que vieran cómo realmente seguía viviendo yo en plena crisis, no quería tener a gente
juiciosa en mi casa… no sé si los protegía a ellos o me protegía a mí misma.

— Creo que te protegías a ti misma.

— Pues, sí —asintió—. Y quizás no fui yo quien se alejó de mis amigos, fueron ellos quienes se
alejaron de mí.

— Entonces no son tus amigos.

— Creo que a nadie le gusta ver cómo tú vives a costillas de ellos.

— Bueno, pero eso pasa en todos los Gobiernos de todo el mundo —rio—. Además, no puedes
dejarte creer que el peso de la crisis cae sobre los hombros de tu papá…

— Con ellos se vino abajo —rio como si fuera realmente gracioso.

— Quizás ellos estaban en el poder en ese momento, pero ellos no fueron quienes falsificaron los
datos de contabilidad nacional… hasta donde sé, ellos fueron quienes trajeron eso a la luz, ¿o me
equivoco?

— No, no te equivocas —sacudió su cabeza.

— Entonces, ¿qué es lo que te avergüenza en realidad? Porque, de ser por eso, deberías estar
relativamente orgullosa de tu papá —Irene sólo se sonrojó—. ¿Te avergüenzas de tu papá?

— Yo… —agachó la mirada.

— Si te avergüenzas por avergonzarte de él… —rio—, creo que es doble trabajo.

— No me avergüenzo de él… o quizás sí —suspiró, irguiendo la mirada para encontrarse con la de


Alessandra, la cual no la juzgaba porque no le parecía nada malo—. Creo que es un político efectivo,
creo que hace lo que tiene que hacer cuando tiene que hacerlo… pero también tiene su lado de jugar
sucio, de orquestar sabotajes por los puntos ciegos —se encogió entre hombros.

— Pero ése es el trabajo… creo que nadie, estando en la posición de tu papá, puede ser efectivo si
juega limpio; ese mundo no es limpio en ninguna parte del mundo, Nene.

— Quizás —asintió—, pero no sé si eso lo aplicas para tu vida personal también.

— Creo que es difícil separar las dos cosas; tú eres quien eres. Si juegas sucio en el trabajo,
probablemente juegas sucio en la vida cotidiana también, y viceversa.
— Le jugó sucio a mi mamá, a mi hermana, y no sé por qué necesito creer que a mí no… pero sé
que lo hizo.

— ¿Qué le hizo a tu mamá?

— Mi papá cree que es tan inteligente en lo que hace que no se da cuenta de las estupideces que
hace… —dijo por primera vez en su vida, y se sintió demasiado bien poder decírselo a alguien que no
fuera a sí misma y sin verbalizarlo en realidad—. A veces no podía ni abrir la puerta de su oficina
porque los cuernos no me dejaban; si no era con la asistente era con la niñera, si no era con la niñera
era con la secretaria, si no era con la secretaria era con una de las promesas de practicantes que
llegaban a hacer sus seis meses en el PASOK —se encogió entre hombros—. Y si no era ninguna de
ellas era la esposa de un congresista de la oposición, o una de las “amigas” de mi mamá…

— Bueno, no podía mantener sus pantalones arriba —resopló.

— Y yo creo que aun con los pantalones arriba no podía no sacarlo —rio, encontrándole el lado
gracioso por primera vez a la crónica infidelidad de su papá—. En fin, no sé… no era como que le
pegaba a mi mamá, eso sí nunca lo hizo, al menos que yo supiera, pero sí le hacía comentarios bastante
hirientes y la culpaba por quitarle las ganas de dormir en la casa; claro, se iba a dormir a la oficina y
probablemente se cogía a la secretaria.

— ¿Por qué no se divorciaron antes?

— Por conveniencia —dijo, no encontrándole otra razón—. Mi papá la necesitaba para la época de
elecciones, porque nada vende mejor que un hombre casado, un hombre de familia, de “buenos
valores morales”… y mi mamá lo necesitaba en un sentido más económico —suspiró, sintiendo esa
diminuta sensación de decepción de Camilla, pero que al final entendía—. Si ella se divorciaba, era
cien por ciento seguro de que él iba a ganar la custodia completa sobre mi hermana y sobre mí porque
mi mamá no tenía trabajo, no tenía experiencia en nada porque nunca la había dejado trabajar y
porque no tenía título universitario del que se pudiera valer.

— ¿Tu hermana no es como que mil años mayor que tú?

— Pues, sí —rio por la exageración—. Después sólo quedé yo.

— ¿Y por qué no se divorciaron entonces? Digo, ¿por qué tu mamá no pidió el divorcio entonces?

— Por lo mismo —se encogió entre hombros—. Aunque creo que se lo iba a pedir, pero en eso mis
abuelos se enfermaron, se murieron, y se gastaron todo el dinero que les quedaba en tratamientos.

— Veo…
— Cuando encontró a mi papá en la cama con la esposa de otro congresista, entonces sí pudo
valerse también del acuerdo prenupcial porque habían firmado una cláusula de fidelidad y yo ya tenía
diecisiete, edad a la que ya mi opinión iba a contar.

— Y te quedaste con tu papá —murmuró, no logrando aguantarse el hambre, pues podían hablar
mientras almorzaban; ése era el punto.

— Es un poco retorcido, de doble moral —asintió—. Hipocresía mía.

— Ah, entonces eso es lo que te pesa… no la crisis —sonrió.

— Puede ser —asintió de nuevo—, porque escogí quedarme con mi papá por el simple hecho de
que él podía pagarme la universidad y mi mamá no; con mi mamá iba a ser un “lo que el destino nos
tenga preparado”, algo inestable, algo incierto.

— Bueno, pero ya estás aquí, con tu mamá, en una ciudad que te gusta, en una universidad que te
gusta, y estudiando lo que te gusta —dijo, ofreciéndole un poco de pollo tandoori.

— Creo en las segundas oportunidades —asintió, agradeciéndole el gesto con una leve sonrisa.

— Mira, sea lo que sea, y por lo que sea, creo que se requiere de mucha humildad e inteligencia
aceptar que cometiste un error, y creo que es de admirar a alguien que hace algo al respecto —sonrió,
mostrándole cómo se debía comer aquello; un trozo de naan como cuchara para recoger el arroz, o
para envolver el pollo que había arrancado con los dedos, o para lo que fuera—. En fin, ¿qué pasó con
tu hermana?

— Mi hermana no es hija de mi papá —respondió, y, rápidamente introdujo un poco de pollo


y naan a su boca—. Mierda, qué pollo más bueno —gruñó casi sexualmente.

— ¿De verdad te gusta?—sonrió.

— Demasiado bueno —asintió, y continuó masticando mientras preparaba el siguiente bocado.

— Me alegra que te guste —balbuceó por tener la boca llena—. Entonces, tu hermana no es hija
de tu papá.

— Mnm —disintió guturalmente—. Y creo que nunca supo hasta que vio que mi hermana nada
que ver con cómo es él; que ojos celestes, y rubia, y piel más blanca…

— Pero así es tu mamá, ¿no?

— Y así es el papá de mi hermana también —rio—, quizás no rubio, pero sí de cabello muy claro…
aunque hoy ya tiene alopecia, pero no sé si es por elección o porque ya no le dio para más.
— ¿Entonces? —rio nasalmente.

— Él siempre fue muy distante y muy ausente con mi hermana; le pagaba sus cosas, le daba su
mesada, le consentía todo, pero nada de ir a verla jugar bádminton, o de ir a algún evento de la
escuela, o de ir a su cumpleaños… nada de nada. Y, cuando mis papás se estaban divorciando, mi papá
le hizo la misma pregunta que me hizo a mí; dinero con él o miseria con mamá.

— Pero con tu hermana ya no se trataba de custodia, ¿o sí?

— No, mi hermana ya tenía como cuarenta —sacudió la cabeza—. Mi hermana eso se lo tomó muy
personal, se ofendió, y le ofendió tanto que se quitó su apellido…

— Drástica —rio—, pero así se hacen las cosas.

— Una vez lo escuché hablando con alguien por teléfono, que le estaba diciendo que mi hermana
se había quitado el apellido, y él estaba indignado porque su apellido significaba mucho, pero que ella
se lo perdía, que él igual ni la había querido en un principio —se encogió entre hombros, intentando
ocultar su enojo.

— Qué mal por él, ¿no? —intentó suavizar el momento.

— Sí, porque mi hermana es una buena persona, y tiene buenas intenciones. Al menos ése es el
lado que le conozco…

— ¿Y qué es de ella hoy? ¿Sigue viviendo en…? ¿En dónde es que vivía tu hermana? —rio.

— En Nueva York —dijo, comiendo ya el segundo bocado, éste con tikka y naan—. Trabaja con su
papá, y con su novia…

— ¿Novia? —se asombró, y se asombró el doble cuando Irene asintió—. No sabía que tu hermana
era de mi equipo.

— No sé si es de tu equipo —cerró un ojo con nariz y labios graciosamente fruncidos mientras


sacudía la cabeza.

— Ah, ¿es bisexual?

— No —sacudió la cabeza con inmensa seriedad.

— ¿Entonces?

— Mi hermana toda su vida dijo que a ella le gustaban las mujeres…


— ¿No le crees?

— Sí le creo, pero nunca supe de una mujer que le gustara —rio.

— Bueno, es que no nos gustan todas las mujeres que se nos cruzan enfrente, Nene —defendió a
su “equipo”.

— Eso lo sé —entrecerró la mirada—. Es sólo que no sé cómo puedes saber eso cuando nunca te
ha gustado alguien en realidad…

— Eso sólo se sabe, Nene… y no es porque juegas con carritos y de revolcarte en el lodo con los
otros niños —rio.

— Bueno, pues ella hoy tiene novia.

— Qué bueno. ¿Cómo se llama?

— Emma.

— ¿Y te cae bien?

— Me intimida —respondió con toda honestidad.

— ¿Eso es un “mjm” o un “mnm”?

— Sí, me cae bien… entiende a mi hermana, y la hace feliz.

— Ah, eso significa que tienen buen sexo —rio indiscretamente.

— Por favor no —se cubrió la mirada, como si no quisiera ver la película mental de Venecia en su
mente, cosa que de nada serviría.

— Es natural, el sexo es algo natural, Nene —se burló.

— Sí, pero el hecho de que sea natural, y de que sepa que mi hermana lo hace, no significa que me
guste hablar de eso —dijo con una mirada de preocupación.

— Bueno, bueno, no hablaremos de la vida sexual de tu hermana —sonrió—. Entonces, la novia te


cae bien pero te intimida.

— Mjm… no es muy sociable, no le gusta la gente nueva —rio, acordándose de cómo había sido
con ella cuando la había conocido—. Es un poco egocéntrica, tiene un Ego con “E” mayúscula, que a
veces habla de él como si fuera una persona más; que la saca de la cama, que la felicita, que la regaña,
que se ríe…

— ¿Y a tu hermana eso le gusta?

— Lo del Ego es como un chiste, ella bromea con eso —resopló—. Tiene su modo.

— ¿Y a tu hermana eso le gusta? —repitió con una sonrisa burlona.

— Le fascina —asintió—, y le fascina tanto que se va a casar.

— ¿Ah, sí? —elevó sus cejas por no poder elevar sólo una, e Irene asintió—. ¿Cuándo se casan?

— A finales del otro mes.

— ¿Vas o vienen?

— Vamos —balbuceó con la boca llena—. Emma también es italiana.

— Ir a vivir a otro país para no salir de la misma raza —rio.

— Es en donde te sientes más en casa —susurró un tanto ruborizada, porque entendía a Sophia;
entendía más ese aspecto que toda intriga que pudiera crear la personalidad de Emma.

— ¿Tú extrañas Atenas?

— A veces —asintió—. La comida es lo que más extraño, pero no es algo que mi mamá no pueda
cocinar o que no pueda cocinar yo, o que no pueda conseguir en algún restaurante.

— Veo… —sonrió, llevando un trozo de tandoori a su boca.

— ¿Alguna otra pregunta?

— ¿Todavía tienes contacto con tu papá?

— Hablo con él cada tanto —asintió—. Ya se le pasó el enojo y la decepción.

— ¿Decepción? —Irene asintió de nuevo—. ¿Cómo podría decepcionarse de ti?

— Dijo que no había sabido apreciar las oportunidades que él me había dado —dijo con su puño
contra sus labios para no mostrar nada de comida, maña que le había aprendido a Sophia—. Pero creo
que sólo le enojó el hecho de que no me importara vivir “en la miseria”.
— Bueno, pero no vives en la miseria —rio.

— No, para nada —sacudió su cabeza—. Mi mamá está ganando bien, mi hermana me paga la
universidad… —dijo, aunque no sabía que era Emma quien se hacía cargo de eso, pues, en vista de
que no se había hecho cargo de Laura a pesar de que no debía, no era mayor gasto para ella; era una
inversión—. No me quejo.

— Me alegra escuchar eso —sonrió—. ¿Tu hermana sabe que tú eres bisexual? —le preguntó con
suprema curiosidad, pero no pudo ocultar su escepticismo en cuanto a la autodiagnosticada
bisexualidad de Irene.

— No —ensanchó la mirada.

— ¿Por qué no? ¿No le tienes suficiente confianza?

— Confianza le tengo —sacudió la cabeza—, pero tengo vergüenza.

— ¿Te avergüenza no ser heterosexual? —frunció su ceño un tanto decepcionada.

— No, no es eso —se aclaró la garganta—. Siempre molesté a mi hermana con que le gustaban las
mujeres, y hacía comentarios un poco groseros… y, así como con mi papá, así me estoy comiendo mis
palabras —explicó el porqué de su vergüenza, y quizás su explicación tenía que ver específicamente
con Alessandra, pues había sido ella quien le había despertado eso después de su cruda y directa
declaración de no-amor pero de sí-atracción—. Cuesta aceptarlo…

— Mmm… entiendo —sonrió ya sin decepciones, pues esa Irene inmadura había quedado en
Atenas, pero sus inseguridades y sus miedos habían emigrado a Roma.

— Emma sabe —susurró.

— ¿Quién? —preguntó su imperfecta memoria de corto plazo.

— ¿Mi cuñada? —resopló, pues recién la mencionaba.

— Ah, ¿a ella sí le dijiste?

— Me lo sacó —sacudió su cabeza entre hombros encogidos.

— ¿Y hablas de eso con ella?

— He hablado de eso dos veces con ella; cuando me lo sacó y cuando fui el año pasado —asintió—
. No suelo hablar mucho con ella, al menos no solamente con ella porque se me acaban los temas de
conversación y me siento demasiado incómoda —comentó de más—. Me hizo las mismas preguntas
que tú.

— Rara —frunció su ceño, no pudiendo contener el tono celoso que se le escapaba por entre la
respiración.

— Ella tiene como Síndrome de Asperger pero con mi hermana; es como “A Beautiful Mind” con
todo lo que tiene que ver con mi hermana —rio.

— ¿Ve vaginas iluminadas cuando ve a tu hermana? —bromeó, porque de esa película sólo se
acordaba de la escena en la que John Nash está frente a varias pantallas con números y logra descifrar
el código.

— ¡Alex! —se carcajeó un tanto escandalizada.

— Si no ve vaginas, ¿a qué te refieres con eso, entonces? Yo de eso no sé nada.

— Hay un aspecto que se llama “actos ritualizados”, que es cuando su estabilidad mental depende
de que nada en sus vidas varíe; los cambios los llevan al borde del colapso nervioso porque los cambios
necesitan mayor atención. Es el orden en el que se sirve el desayuno, el orden en el que escoge su
ropa, el orden en el que se mueve, la cantidad de segundos que espera antes de presionar el botón
para que las puertas de un ascensor se cierren, la manera en la que sirve el vino. Y es el orden en el
que mantiene todo: la posición de los cojines, la posición de sí misma, la abstracción de lo que la
rodea… en fin, es rara.

— ¿Es en serio o estás bromeando?

— Obviamente bromeo con el diagnóstico —resopló—, pero eso que te he dicho es cierto; eso de
los rituales creo que tiene que ver con su pasión por tener el control de todo, todo el tiempo.

— Ah, ya decía yo, Psicóloga Irene —la molestó—. ¿Ella qué hace?

— Arquitecta y Diseñadora de Interiores.

— ¿Lo mismo que tu hermana?

— Mi hermana es Diseñadora de Interiores y de Muebles —sacudió la cabeza.

— Interesante —comentó, aunque no pudo dejar de preguntarse cómo serían esas


conversaciones; ¿hablarían de lo mismo por ejercer lo mismo?—. Y tu mamá… ¿qué piensa de tu
hermana y de tu cuñada?
— Mi mamá está en las nubes con Emma; todo es “Emma aquí” y “Emma allá” —se encogió entre
hombros.

— Suena interesante tu cuñada —sonrió.

— Interesante es —asintió—. Yo también estoy satisfecha con ella, pues, para mi hermana…
deberías ver cómo la ve, y cómo la toca, y cómo le habla, y cómo es con ella.

— ¿Cómo la ve? —sonrió.

— Como si nunca la hubiera visto antes. Como si mi hermana fuera lo único que hay para ver en
todo el espacio que la rodea. A veces la acosa con la mirada, la observa, la analiza, es un tanto
penetrante e intensa, pero creo que es porque simplemente le fascina lo no-complicada que es mi
hermana hasta para peinarse o tomar la decisión de no peinarse; es como si ella la ve así porque quiere
aprender de eso… no sé, no sé cómo explicarlo.

— ¿Cómo la toca?

— Como si se le puede quebrar entre las manos —sonrió, acordándose de los abrazos por la
cintura—, como si nunca la hubiera tocado antes. Es muy disimulada para tocarla, aun cuando no es
nada provocador, a veces parece como si le pide permiso para poder tocarla, y, cuando la toca, es
como si sonriera. Yo creo que le pican las manos nada más —resopló, haciendo que Alessandra riera
también—. Pero nunca la toca sólo por tocarla, siempre la toca con algún fin; la soba si se golpeó, le
rasca la espalda o la cabeza para que se relaje, le toma las manos para calentárselas, la toma de la
mano para que vayan al mismo ritmo, la abraza para hacerla sentir mejor, o para calentarla…
simplemente la acaricia —se encogió entre hombros.

— ¿Y cómo le habla?

— Como no le habla a nadie más. Le habla con muchas sonrisas, con muchas risas de por medio,
le habla muy suave en todo sentido; creo que sólo alza un poco la voz cuando la llama desde la cocina,
o desde alguna habitación, y me da la impresión de que eso no le gusta. Le gusta susurrarle cosas al
oído porque sabe que le hace cosquillas, quizás no son ni cosas sexuales, quizás son comentarios
estúpidos…

— ¿Y cómo es con ella?

— La hace sentir importante —dijo por toda respuesta, creyendo que eso lo resumía todo.

— ¿Cómo la hace sentir importante?


— Siempre le pregunta qué es lo que quiere ella, siempre sabe lo que le puede gustar a mi
hermana, quizás no siempre sabe lo que quiere o necesita, para eso necesita que mi hermana se lo
diga porque, al fin y al cabo, son mujeres… y tiene detalles inusuales con ella.

— ¿Inusuales?

— Sí —asintió—. No la llena de rosas, ni de chocolates, ni de peluches, ni de nada de eso, pero


siempre mantiene peonías porque a mi hermana le gustan, y tiene detalles como que nace de ella
decirle de ir a comer un Kebab, o como que compra entradas para un concierto que a mi hermana le
gusta aunque a ella no, o como que la deja quedarse en casa descansando después de un proyecto
largo y demandante.

— ¿Te gustaría tener lo que tu hermana y ella tienen?

— ¿No te gustaría a ti?

— Tengo una vaga idea de cómo es su relación, pero no la he podido apreciar de cerca —le dijo.

— Bueno, yo creo que sí, en esencia sí —asintió—. Quizás no que me vean tan así, quizás que me
vean con hambre más voraz, con inanición. Quizás que no me toquen tan así, quizás que me toquen
con mayor brusquedad, como con odio. Quizás que no me hablen tan así, quizás que me hablen más
“grr…”, más provocador. Quizás que no sean tan así conmigo, quizás que me consientan pero con
chocolates porque sí me gustan —rio, no sabiendo que Emma aplicaba ambos quizás de cada aspecto
que había mencionado, es sólo que no era algo que mostraba a todo el mundo porque sí; eso era entre
ella y Sophia.

Quizás no sabía que quería eso.

Emma salió del apartamento, como siempre, con un audífono en cada mano para empalarse el
cerebro, y dijo una especie de rezo mental, como todas las mañanas, para no compartir el ascensor
con Mrs. Davis, ni con el maloliente french poodle del noveno piso. ¿Qué tenía ese perro que nunca
olía bien?, porque ni siquiera podía oler a nada. Bueno, quizás tenía mucho que ver con que ella jamás
había tenido un perro que pareciera un algodón, y nunca le había gustado el Panda por perro que
había tenido su abuela Sabina hacía tantos años. Panda = Chow Chow.

Le dio “play” a la lista de éxitos pop de principios del presente Siglo; un poco de Kylie Minogue, de No
Doubt, de Britney Spears, de… «well, you get the picture», y presionó el botón con la “L” para que la
llevara al vestíbulo mientras se acordaba de cómo le gustaba “Murder On The Dancefloor”, que le
gustaba tanto que era imposible no marcar el ritmo con su cabeza con unbeat hacia la izquierda, otro
a la derecha, y un doble hacia la izquierda, y luego un beat hacia la derecha, otro a la izquierda, y un
doble a la derecha, quizás con un poco de un movimiento de hombros acorde a la dirección de la
cabeza, de eventuales chasquidos de dedos. Emma estaba de buen humor.

Salió ilesa del ascensor, sin olores caninos ni humanos pegados a la nariz, saludó a Józef con
una genuina sonrisa, y cruzó hacia la izquierda para incorporarse a la Quinta Avenida.

Justo cuando cruzó hacia la izquierda, para recorrer la avenida hasta Rockefeller Center, se encontró
con un Phillip que quizás esperaba por un taxi.

Se veía como todo hombre engreído de Wall Street, aunque eso era por cómo estaba terminando de
arreglarse las mangas de su camisa blanca bajo el saco negro, y luego la corbata gris a diminutos
puntos más oscuros, pero Emma sabía que eso era para que el reloj no se le atascara en la muñeca de
la manga y viceversa, ni para que la corbata lo ahorcara o le torciera la complexión; de nada servía un
buen traje si el nudo de la corbata iba a padecer de artritis. Él no era un estudiante de secundaria, y
se tomaba en serio.

— Well, good morning to you —le sonrió Phillip, abriéndole los brazos para saludarla con un ligero
abrazo y un beso en cada mejilla.

— Good morning to you, too —reciprocó Emma, halándose los audífonos para poder escucharlo
bien—. Sales temprano —comentó, porque Phillip siempre se iba a eso de las siete y media, y todavía
no eran ni las siete.

— Salgo del país —asintió.

— ¿Vas a Philly? —rio, sabiendo que no era literal, pues la falta de equipaje lo delataba.

— No tan lejos; a Nueva Jersey —rio nasalmente—. ¿Vas al trabajo, verdad?

— Indeed —asintió.

— ¿Te acompaño?

— No te preocupes, no quiero atrasarte —sonrió.

— No, nada —dijo con la intención de ofrecerle su brazo para escoltarla como un caballero debía,
pero sabía que a Emma eso no le gustaba mucho, «porque Emma no necesita ser ni escoltada ni
protegida, y tampoco va al paso de alguien más», por lo que se limitó a sonreírle—, no voy a nada de
la oficina —echó su cabeza hacia la infinidad de la Quinta Avenida en dirección a Wall Street; al final
de la isla, o al principio, todo dependía del punto de vista—, y me caería bien un paseo.

— Bueno —se encogió entre hombros, quitándole los audífonos a su teléfono para guardarlos en
su bolso y el teléfono en su bolsillo frontal derecho—. ¿Tu esposa?
— La dejé dormida, ¿y la tuya?

— La dejé en un momento dudoso —rio, pensando en lo cansada que debía estar Natasha después
de probablemente haberlo violado y ordeñado el día anterior. Además, le gustó cómo él se había
referido a Sophia como su esposa sin realmente ser explícito.

— ¿Dudoso?

— Cuatro “cinco minutos más” —asintió—. La dejé más-o-menos despierta, pero no se había
levantado; no sé si se levantó o si se volvió a dormir.

— Eso es cuando un lunes te da un knockout blow —rio un tanto fuerte.

— No me imagino cuántas veces se caminó la Old Post Office ayer —asintió de nuevo—, sólo puso
la cabeza en la almohada y se murió —dijo, ahorrándose el travieso juego que la había puesto a dormir
de una vez por todas.

— Se veía cansada —opinó, haciendo a Emma reír—. I said she looked tired, not that she looked
like shit.

— Lo sé, lo sé… le dolía la cabeza.

— Nos hubieras dicho, no nos habríamos quedado a cenar —se disculpó.

— ¿Se te olvida que fue idea suya? —frunció su ceño—.No quería que la sermoneara nada más.

— ¿La ibas a sermonear por un dolor de cabeza?

— I was kinda upset, yes.

— ¿Por qué? —la miró de reojo—. ¿Estabas molesta porque le dolía la cabeza?

— Tú sabes cómo es ella, que así como puede suprimir las ganas de ir al baño hasta que las ganas
se le olviden, así puede olvidarse de comer… y de beber agua.

— Eso es cierto —estuvo de acuerdo, porque él, a pesar de saber que sabía que Sophia podía
comerse una vaca entera, sabía también que podía pasar un día entero sin comer como si eso no fuera
una necesidad fisiológica—, pero no es costumbre suya eso.

— ¿No comer?

— El dolor de cabeza —sonrió—. Hasta donde yo sé, Sophia sólo padece de las manos; es raro que
no la vea con unaband-aid en algún dedo, o en la mano, o en el brazo.
— Your point being?

— Que no es que lo hace adrede, y tampoco es recurrente —se encogió entre hombros—. No es
como que se levanta un día y dice: “hoy es un buen día para que me duela la cabeza”, y hace todo lo
posible para que le duela.

— Eso lo entiendo —entrecerró la mirada—. ¿A ti te gusta ver a Natasha enferma?

— Buen punto —rio—, pero no me enojo.

— Tal vez mi enojo no venía al caso —«tal vez»—, pero no me puedes negar que guardarse el dolor
no es como para que no me enoje.

— Si sé que te enoja, ¿para qué te voy a decir? —sacudió su cabeza.

— Para que te dé una pastilla, ¿quizás? —elevó su ceja derecha—. For all I know, you’re just tired —
dijo antes de que Phillip argumentara lo contrario: “¿para qué necesitas que te lo diga si sabes lo que
me pasa?”.

— Mierda —se carcajeó.

— ¿Qué?

— Supongo que Natasha ya te dijo lo de los pregnancy tests —Emma asintió—. Es casi lo mismo…

— ¿Qué? —ensanchó la mirada.

— Te entiendo —sonrió—. Porque yo también me molesté porque no me dijo.

— Eres el cómplice perfecto —sonrió ampliamente, aunque falló en ver la similitud entre ambas
raíces de enojo.

— Juntos nos podemos sentir enojados con nuestras mujeres —asintió mientras se carcajeaba.

— En fin, ¿a qué vas a Nueva Jersey? —dijo en cuanto terminó de reírse.

— Ayer me enviaron un e-mail de tú-sabes-dónde.

— ¿Sí?

— No sé por qué se me ocurrió revisar la carpeta del spam —asintió—, y allí estaba —dijo con un
tono que sólo pertenecía en una historia demasiado larga, «dema-siado larga…».
— Bueno, ¿me vas a decir o no?

— Sólo decía que tenían a tres puppies —le dijo con sus tres dedos erguidos—, y que, según mi
aplicación, me habían dado el honor de que los fuera a ver hoy.

— ¿Aplicación? —«wait, what?».

— Me preguntaban todo tipo de cosas; que cuál era el número de teléfono del conserje o
administrador del edificio, que cómo voy a cuidar de él, que cuántas horas al día va a estar solo, que
si lo voy a entrenar, que si ya he entrenado a algún perro antes, que por qué quiero un perro y que
cuánto tiempo llevo buscando uno, que los datos del veterinario…

— Les diste el número de teléfono de tu veterinario —rio burlonamente, porque la semántica se


prestaba para el sentido más literal.

— El de mi veterinario y el del perro que todavía no tengo —asintió, siguiéndole la broma—, y me


pidieron tres referencias; una que no fuera de mi familia inmediata.

— ¿A quiénes diste?

— A Margaret, a Sophia, y a Thomas.

— No sé si me siento ofendida —dijo Emma, deteniéndose ante el semáforo para esperar a poder
cruzar la calle. ¿Cómo podía pedirle a Thomas una referencia?

— No deberías, porque sí pensé en ponerte a ti también —sonrió—. Pero sé que Natasha manosea
tu teléfono, sólo estaba cubriéndome el trasero lo más que podía.

— Está bien, no me siento ofendida —sonrió, porque sabía que tenía razón—. No sabía que fuera
tan riguroso el proceso…

— Yo tampoco, porque, hasta donde yo sabía, el tuyo no había sido así.

— Sí, bueno, mis papás sólo me pusieron sus apellidos —bromeó, riéndose por cómo Phillip le
había regresado la broma—. El veterinario notificó a Animal Haven, y de igual forma tuve que llenar
“n” cantidad de papeles, tuve que “pagar” como seiscientos dólares al refugio, y tuve que pagarle al
veterinario como doscientos dólares… más la comida, y todo lo que tiene que ver con el Carajito.

— Yo voy armado con chequera, estados de cuenta, aprobación médica de estado físico y mental,
historial de enfermedades de mi familia y de Natasha, constancia de trabajo, las escrituras del
apartamento, del apartamento en elFinancial District, el acta de matrimonio civil y religioso… tipo de
sangre, certificado de nacimiento, ¡todo! —elevó sus manos con euforia—. No quiero que porque me
falta un papel no me den a mi propio Carajito.
— ¿Cómo le piensas poner? —resolvió preguntar, porque preguntar algo relacionado con lo
anterior era un error: no sabía si bromeaba, si exageraba, o si hablaba en serio.

— Depende —se encogió entre hombros—, porque hay dos estrógenos y un testosterona; puede
ser que me toque el estrógeno… creo que no especifiqué en la aplicación que prefería testosterona, y
por eso voy tan temprano, porque no quiero que me lo quiten.

— Bueno, ¿y cómo piensas ponerle, entonces? —resopló.

— Si es estrógeno… probablemente “Morgana”, o “Minerva”, o “Daenerys”.

— Algo con Merlín, no sé si se trata de mitología o de Harry Potter, y la Targaryen —asintió un


tanto pensativa—. Ajá, ¿y si toca testosterona?

— “Papi”.

— Wo-ow —rio nasalmente—. Pasaste de personajes ficticios, con kick-ass names, ¿y planeas
llamarlo “Papi”?

— ¿Cómo no puede gustarte ese nombre, Emma María? —ensanchó la mirada, y llevó su mano a
su pecho para resaltar su asombro.

— Es tan… —se encogió entre hombros—. Entre “Papi” y “Taquito”… sólo un Chihuahua.

— Bueno, pues yo “Papi” le quiero poner —se cruzó de brazos como un niño al borde del berrinche.

— “Papi Noltenius” —se saboreó el nombre en voz alta—. Supongo que funciona —comentó
sinceramente, haciéndolo sonreír.

— Quiero ponerle un segundo nombre, sólo por si a Natasha no le gusta el “Papi”.

— Sí que sabes cubrirte el trasero, Felipe.

— Lo sé —sonrió engreídamente, o quizás sólo estaba orgulloso de sí mismo por haber pensado
en todo—. Lo que no sé es cómo ponerle.

— Algo que le guste a Natasha.

— ¿Algo como qué?

— No sé, puedes seguir con tus nombres de personajes femeninos pero en personajes masculinos.

— Mmm… ¿“Mustapha”?
— ¿Por “Mustapha Mond”? —resopló, y él asintió—. Now, that’s a cool name… but I don’t think
your wife’s into the whole “Brave New World”-thing.

— Cierto, cierto —suspiró—. ¿Qué tal “Athos”?

— “Athos”, “Porthos”, y “Aramis” —sonrió—, no es mala idea, pero, ¿“Papi Athos”, “Papi Porthos”,
“Papi Aramis”?

— No suena bien —frunció sus labios, y llevó su mano a rascar su corta barba—. Y “Richelieu”
tampoco. ¿“Dumas”?

— “Papi Dumas” —murmuró pensativamente—, no sé… no creo.

— Suena débil, necesito más… —gruñó, apretando sus puños para indicar que quería más fuerza,
más rudeza.

— Tolstoy, Kafka, Pushkin… esos son los que le gustan.

— “Papi Pushkin”, no. “Papi Kafka”, quizás. “Papi Tolstoy”… —frunció su ceño—. “Papi… Tolstoy”
—ladeó su cabeza y vio hacia el infinito—. “Papi”... “Tolstoy”... —sonrió—. Sí, “Papi Tolstoy” será.

— “Papi Tolstoy” —rio, encontrándole algo gracioso al nombre a pesar de que no pensaba que
fuera un nombre tan de perro, pero, ¿qué era un nombre de perro al final de todo? Tal cosa no existía.
Bueno, el suyo se llamaba “Darth Vader”, a.k.a“Carajito”, «“stronzino” y “Little Fucker” en ausencia
de Sophia»—. Cambiando un poco el tema… estás a menos de un mes de cumplir un año de ser yerno
oficial de Romeo —lo molestó, porque Margaret no era tanto problema como Romeo aunque él no
era difícil; sólo lo amenazaba con la mirada cada vez que le estrechaba la mano, le acordaba que tenía
una selección de escopetas de la que disponía en todo momento.

— Lo sé —canturreó con esa ligereza de voz que delataba algo parecido a la felicidad, o quizás eso
era precisamente lo que sentía; era difícil descifrarlo—. Y planeo pagar la cuenta de la cena —sonrió,
refiriéndose al papel de la factura.

— ¿Ya pensaste en lo que le vas a regalar a tu esposa?

— Tengo demasiadas opciones —asintió—, y todavía no me logro decidir. ¿Tú sabes lo que me va
a regalar?

— Noup, she’s being kinda secretive about it.

— ¿Y tú?

— ¿Yo qué?
— ¿Qué quieres que te regale el día de tu boda?

— Tú sabes que no acepto regalos —rio.

— Vamos, algo cursi… algo con lo que pueda reciprocar el regalo que tú me diste.

— Tú me pagaste por eso —entrecerró la mirada.

— Pero me hiciste un descuento, y el apartamento quedó perfecto… en especial el clóset. Así que,
¿qué quieres que te regale?

— Lo que tú quieras —sonrió, y no insistió en que “nada” porque sabía que era tiempo perdido—
. En fin, ¿qué le vas a regalar tú a tu esposa? Porque ése era el tema inicial.

— ¿Te acuerdas de que hace un par de meses Margaret nos invitó a una exhibición en una galería
en no-me-acuerdo-dónde?

— ¿Yo fui a eso? —tuvo que preguntar, porque, de haber ido, ya podía empezar a considerar
demencia prematura.

— No.

— Entonces no, no me acuerdo —sonrió aliviada.

— Creí que Natasha te había contado —se encogió entre hombros—. En fin, era una exhibición de
acuarelas…

— Ah, y a tu esposa le gustó una de las acuarelas —rio.

— Le gustó la única que vendieron —asintió.

— No sé por qué no me sorprende —rio un tanto más fuerte—. ¿Buscaste al que la compró y se la
compraste?

— ¿Tan predecible soy?

— Es lo que yo habría hecho —guiñó su ojo.

— Te sorprendería cómo se inflan los precios de esas cosas… comenzó en seiscientos dólares y ya
va por los tres mil.

— ¿De qué tamaño es? ¿Cómo es?


— Dieciocho por veinticuatro pulgadas. Es blanco, parece un acuario, tiene esas plantitas verdes y
largas, y tiene un montón de zebrafishes en azul con gris.

— Nice —«¿en dónde lo pondrían?».

— Para ponerlo en la pared de la mesa de la entrada —sonrió.

— No es mala idea —«al menos dijo “mesa” y no el término genérico “mueble”. Se llama “console
table”», pero eso era perder el tiempo.

— Y luego tengo “War and Peace” on hold, los seis tomos… primera edición.

— ¿Por qué me suena tan familiar esa idea? —entrecerró los ojos, como si intentara buscar, con
una lupa mental, entre los archivos de su memoria selectiva.

— ¿Porque Sophia te regaló tres de Jane Austen? —sonrió.

— ¡Cierto! —rio.

— ¿Alguna vez los has leído?

— Sí, porque necesitaba saber qué se sentía leer de allí… pero no suelo tratarlos como trato a los
libros que no aguantan ni que les pases una página; todos los de Harry Potter se me deshicieron en
las manos.

— Por eso compraste los hard cover first editions —entendió hasta ese momento, porque había
sido a través de él que los había comprado—. Lo que no entiendo es por qué no quisiste que mi suegra
te hiciera el favor de que los firmaran…

— Nunca he entendido la fascinación por las firmas, o autógrafos —resopló—, y me gusta mi


literatura intacta.

— No te gustan los autógrafos y tampoco te gusta el tocino…

— No me gusta París, ni los Beatles, ni Conan O’Brien, ni el hummus, ni muchas otras cosas más —
se encogió entre hombros—. ¿Qué más tienes pensado?

— Una carta romántica —le dijo con demasiada seguridad, con demasiada honestidad, con
demasiado de todo, y había sido tanto que era imposible que lo dijera en serio, por lo que Emma rio
a carcajadas—. Ay… —chasqueó sus dedos, como si dijera “¡rayos!”—. ¿En qué fallé?
— You have romantic gestures; like flowers, and diamonds, and pearls, and a quiet table at her
favourite restaurant, and you watch “Pearl Harbor” with her, and you put three olives in her Martini,
and you do all those things and more… but you don’t really speak romance —sonrió.

— Tampoco soy tan… —entrecerró la mirada—. Mis votos fueron románticos —se defendió.

— Fueron palabras muy bonitas —estuvo medianamente de acuerdo—, ¿cuánto Neruda leíste?

— Demasiado —rio—. Pero, lo que dije, lo dije en serio… y eran mis palabras. Y eso debe contar
como algo “romántico”.

— Sure —se encogió entre hombros—, es sólo que no te veo escribiendo una carta romántica.

— ¿Por qué no?

— Porque no tienes cinco meses para parir trescientas palabras románticas; tienes un mes…

— La puedo estar “pariendo” desde hace cuatro meses.

— ¿De tu puño y letra? —le preguntó con esa mirada que se reía con un «puh-lease» incrédulo.

— Pues, claro… así no me acusa de que fue mi secretaria quien se la escribió.

— ¿Y con la carta le regalas un decodificador de jeroglíficos? —se carcajeó.

— Una máquina para afeitar —sacudió su cabeza, y Emma interrumpió su carcajada para ladear su
rostro en un severo“WTF”—. Ah, ¿esa no la sabes? —resopló.

— No.

— No me acuerdo exactamente cuándo fue, pero estábamos en casa de mis suegros. Llamaron al
teléfono, yo estaba más cerca, Natasha me dijo que atendiera. Buscaban a mi suegra, pero, como
había salido a comprar no-sé-qué, tome el recado… y, como me dejaron un número de teléfono y un
nombre que sabía que se me iba a olvidar, lo anoté en un trozo de papel. Cuando llegó mi suegra, le
dije el nombre de la persona, y le entregué el papel porque no le iba a declamar el número de teléfono.
La cara que me puso esa señora —sacudió su cabeza como si quisiera sacudirse la vergüenza—. Me
dijo que mi caligrafía parecía vellos púbicos —dijo, y entonces Emma sí perdió el control absoluto de
sí misma y soltó una carcajada tan fuerte, y tan estrepitosa, y tan larga, y tan placentera, que tuvo que
detenerse a media acera para poder tomarse del abdomen mientras se detenía del borde de una de
las macetas de piedra que se encontraban justamente afuera de Trump Tower.
— Mier… da —balbuceó entre el remanente de su risa, que la carcajada la había dejado sin aire y
con voz aguda por la misma burla, y, por si fuera poco, o de carácter cuestionable, la mareó entre un
fugaz blackout visual pero no de consciencia ni de conciencia.

— Desde entonces no he vuelto a usar tinta negra —agregó con una sonrisa.

— Sweet Jesus… —se irguió, intentando respirar profundamente para tranquilizarse mientras se
limpiaba las esquinas exteriores de sus ojos con sus dedos—. Y tú que dejas que te afecte…

— Oye, yo sé que mi caligrafía es una mierda, pero por eso nadie me pedía mis apuntes en la
universidad.

— Te apuesto que la hacías más fea adrede —respiró profundamente de nuevo, y emprendió
nuevamente la marcha.

— Por supuesto —sonrió—. Como sea, no le voy a dar una carta, mucho menos “de puño y letra”.

— Entonces, ¿sólo tienes dos opciones?

— Por el momento sí; the paper thing is killing me.

— Creo que eso es lo tradicional, puedes buscar una opción quizás más moderna —se encogió
entre hombros—. Probablemente hay una serie de cosas con las que puedes sustituir el papel…

— Tengo que investigar.

— Cambiando de tema, supe que vas a Connecticut por el fin de semana.

— Ni me lo acuerdes —suspiró, enterrando sus manos en sus bolsillos para no ceder a la maña de
ajustarse el nudo de la corbata; algo que hacía cuando algo le disgustaba—. No me malinterpretes,
los abuelos de Natasha no me molestan en lo absoluto, Nana June juega beerpong, y dice cosas
inapropiadas que son graciosas… pero las primas… —sacudió su cabeza.

— Consuelo —rio.

— Olivia y Violet también… y la mamá de ellas también —asintió—. A veces creo que la
descendencia del tío Manuel estáfucked up por alguna razón.

— Son insoportables, sí, pero, ¿por qué lo dices?

— Ah, ¿nunca han hablado de eso con Natasha?


— Con tu esposa no hablamos de esa parte de su familia, creo que es porque no hay nada
interesante que contar —se encogió entre hombros—. Hablamos más de la parte de Margaret.

— Mmm… entonces no sé si deba mencionarlo.

— Oh, come on! —sonrió—. Si algún día me lo dice, voy a poner la mejor cara de sorpresa.

— El tío Manuel es… —suspiró con la mirada al vacío, y se encogió entre hombros porque no sabía
cómo decirlo de otra manera—. Bueno, tú sabes la historia entre Romeo y él, ¿verdad?

— ¿Que al tío Manuel lo expulsaron de la escuela por culpa de Romeo?

— Pero, ¿sabes por qué lo expulsaron? —resopló.

— No.

— El tío Manuel es dos o tres años mayor que Romeo, pero, por alguna razón, se llevaban un año
en la escuela. En aquella época, que estamos hablando de mediados de los sesentas, dice Romeo que,
cuando te castigaban por algo, te dejaban limpiando el salón de clases por las tardes, porque en la
tarde entraba el siguiente turno; él iba en la mañana y limpiaba a eso de la una de la tarde para que
estuviera listo a las dos y media. Y él siempre estaba castigado por una u otra cosa. Que porque se
quedaba dormido en clase, que porque era malhablado, que porque llegaba tarde, que porque se
ensuciaba el uniforme… en fin, por cualquier cosa. Pues dice Romeo que tenía un profesor que
siempre llevaba una botella con agua, y la botella de agua de aquí para acá, de arriba abajo, y nunca
la soltaba. Dice que tenía una pata de palo, porque en la Segunda Guerra Mundial le había explotado
una mina, o algo así, y el señor era el que, si estabas distraído en clase, te arrojaba los restos de tiza
en la cabeza; dice que tenía buena puntería, y que dolía. Un día, por haber pasado tocando timbres
en el camino a la escuela, de eso que tocaba el timbre y se escondía para verle las caras a los que
abrían las puertas, de una de las casas salió un hombre con una escopeta, él se asustó, y salió
corriendo. Se le olvidaron los libros detrás del arbusto —resopló—. Y, por haber salido corriendo, al
llegar a la escuela se dio cuenta de que no tenía libros… y el profesor ese lo castigó, que se tenía que
quedar limpiando el salón de clases. Al final de la jornada, él subió las sillas para poder barrer y fregar
el piso, y para limpiar el pizarrón. La cosa es que, como nadie se había quedado castigado con él, se
tardó más de la cuenta, y ya casi eran las dos y media y él no había terminado; le faltaba limpiar el
pizarrón. Como estaba atrasado, y la pileta quedaba demasiado lejos, agarró la botella de agua del
profesor y usó un poco. En su pánico, y porque tenía ganas de ir al baño, y porque el profesor le caía
demasiado mal, pues… tú sabes a dónde va esto, ¿no? —rio.

— Qué asco —rio ella también—. Jamás me lo habría imaginado de Romeo.


— No se termina allí —sacudió su cabeza—. El tío Manuel lo llegó a buscar porque ya se había
tardado demasiado. Romeo le dijo lo que había hecho, y él dijo “¿por qué no lo hago yo también?”, y
justo en ese momento entró el profesor.

— Oops! —se carcajeó.

— Dice Romeo que él escuchó la pata de palo, pero que no le dijo nada porque no podía salir
expulsado; los papás lo tenían amenazado. Pero expulsaron al tío Manuel.

— Bueno, pero no es como que fue culpa de Romeo —rio nasalmente—. Nadie le puso una pistola
en la cabeza al tío Manuel para que miccionara en la botella…

— No, pero Romeo tampoco le avisó.

— Whatever, eso pasó —rio—. ¿Entonces?

— Entonces por eso fue que se mudaron de Portsmouth a Boston, porque ninguna escuela lo iba
a aceptar con una hazaña de esas, y por eso también el tío Manuel se graduó al mismo tiempo que
Romeo.

— ¿Y por qué creí que había cierta rivalidad?

— No, no es rivalidad. Yo creo que él se fucked up en ese momento, porque a Romeo no le pasó
nada; maduró, se hizo más responsable porque los papás los amenazaron a los dos con abandonarlos
si alguno de los dos hacía una estupidez como esa otra vez, y se hizo inteligente —se encogió entre
hombros—. Romeo tuvo beca en Harvard Law, el tío Manuel se tuvo que conformar con Penn State y
ciencias agrícolas. Romeo se graduó summa cum laude, el tío Manuel cum laude. Romeo empezó su
práctica con Bockius y McCutchen, el tío Manuel tiene vacas y pollos. Romeo se casó con Margaret,
que nunca fue carga económica, y el tío Manuel se casó con Mary. Romeo y Margaret sólo tuvieron a
Natasha y creo que nunca han tenido problemas graves en su matrimonio, y el tío Manuel tiene una
hija por cada otra familia que tiene que mantener —dijo como si se tratara de cualquier otra cosa.

— ¿Qué? —ensanchó la mirada con una risa incrédula.

— A ese funeral es al que yo quiero ir —asintió—. Voy a llevar una silla plegable, un sick pack de
cervezas, unas bolsas de Tostitos y un recipiente enorme de salsa o de guacamole, y voy a ver cómo
esas tres familias se van al carajo en una cat fightpor no saber a quiénes les dejó qué —rio.

— Jamás… —balbuceó anonadada—. ¿Tres familias?

— De las que Natasha sabe —asintió.

— ¿Y ella cómo sabe? ¿Romeo le dijo?


— No, ella fue compañera de una de las hijas del tío Manuel en Brown, y a raíz de eso fue que le
preguntó a Romeo y él le dijo que él sabía de una familia más. De la tercera Romeo se dio cuenta
cuando fue a parar al hospital… que fue cuando le hicieron como doce bypasses.

— ¿Cuántos hijos tiene en total?

— Con Mary tiene a Consuelo, a Olivia, y a Violet. De la que fue compañera de Natasha son tres
mujeres también. Y de la vez del hospital un hijo, que es el menor y que ahorita debe tener quince
como máximo.

— ‘Ffanculo… —suspiró, todavía en estado de medio shock y no precisamente porque le importara,


sino porque debía aceptar que era un chisme entretenido.

— ¿Y sabes por qué nos regaló el terreno en los Hamptons?

— ¿Porque Romeo le guardó lo de la tercera familia?

— Eres tan inteligente —rio.

— Lo sé, pero, ¿tres familias?

— Y a todas las hijas las tiene trabajando en el negocio familiar —asintió—. Con Natasha asumimos
que no sólo son tres, que deben ser más, y, si son sólo esas tres, Natasha ha apostado con Romeo a
que la mayoría de cosas se las va a dejar al menor.

— Romeo tiene la esperanza de que va para la familia “oficial” y Natasha por el lado medieval del
asunto.

— Sí.

— ¿Y Mary sabe? —él se encogió entre hombros—. ¿Me invitas a ese funeral?

— Es el tío de Natasha, no creo que necesites invitación.

— Digo, para la silla plegable.

— Si ella supiera de lo que estamos hablando —resopló.

— Tú te llevas un golpe en el hombro, y yo me llevo una bofetada imaginaria.

— Lo más probable —asintió—. ¿Entiendes por qué es un dolor soportar a esa familia?
— Entiendo que tu amor por mi mejor amiga es genuino. No cualquiera se aguanta una familia tan
intensa y por todo un fin de semana en la misma casa.

— Pues, sí. Al menos ya podemos compartir habitación y no tengo que dormir en el sofá de la sala
de estar o en un colchón inflable con el esposo de Olivia.

— He ido una vez a esa casa, y, hasta donde la memoria no me falla, tiene suficientes habitaciones.

— En una duermen Romeo y Margaret, en otra duerme Mary, en otra duerme el tío Manuel porque
supuestamente ronca demasiado. En otra duerme Consuelo, en otra duerme Violet, en otra duerme
Olivia, en otra duermen las gemelas, en otra Natasha, y en otra la tía de Romeo. Y esta vez Violet lleva
al novio.

— Bueno, él dormirá con el esposo de Olivia —rio.

— Sólo espero que Mary no se meta en la cocina —«porque no planeo viajar a Connecticut para
que me dé diarrea»—, o que entre en discusiones sobre lo que no sabe, porque espero salir con el
estómago ileso y con esposa de buen humor.

— Nunca he tenido el privilegio de hablar con ella.

— ¿Ves ese basurero? —señaló con el índice a la esquina de la acera, y ella asintió—. Ese basurero
sabe más sobre cualquier cosa que ella.

— ¿Sí? —«exagerado».

— Ella ha tenido intentos de todo: de bienes raíces, de contabilidad, de asesora de imagen, de


diseñadora de interiores, de cocinera… de todo, al menos todo lo que tenga que ver con la familia de
Romeo. Es como una competencia, pero no sé qué es lo que quiere probar.

— ¿Ya te ha tocado a ti?

— Cuando estaba tomando unos cursos de contabilidad —asintió—. Me habló de todas las
maravillas de la contabilidad, de cómo funcionaba, de cómo se movía el dinero de un lado a otro y
cómo se anotaba en los libros —sacudió su cabeza con un suspiro—. Fue tan incómodo…

— Quizás en su cabeza es lo mismo ser contador que ser economista —sonrió.

— Y esta vez será tener que escuchar cómo Consuelo sí puede mantener un trabajo y Natasha no
trabaja.

— No sé por qué un trabajo en TV Guide no me suena tan… —«¿cuál es la palabra?»—. ¿La


definición del éxito, quizás? —Phillip pareció permanecer ambivalente ante el comentario.
— El éxito es subjetivo —se encogió entre hombros—. Creo que una persona exitosa es sólo exitosa
cuando tiene todo lo que quiere.

— Qué poético —opinó—, pero, de cualquier manera, ¿te parece que Consuelo es una persona
exitosa?

— No —sacudió su cabeza con labios presionados entre sí—. O quizás sólo estoy confundiendo
éxito con felicidad.

— ¿Te parece que es una persona feliz? —«same principle».

— No —sonrió derrotado, porque había hecho todo lo posible por defenderla a pesar de no saber
por qué, pues a él también le caía un poco mal y no por proyecciones de su esposa. Era simplemente
intragable e intratable; era peor que una patada en los testículos con su eterna cara de constipación
intestinal y con sus comentarios afilados sin fundamentos.

— Una persona celosa nunca es exitosa… mucho menos feliz.

— Really? —se volvió hacia ella con una mirada cínica.

— Really.

— Yo creo que tú eres exitosa… y creo que eres feliz.

— Yo no soy una persona celosa —dijo, haciendo a Phillip lanzar una unísona y monosílaba
carcajada—. No soy celosa —frunció su ceño para luego elevar su ceja derecha por lo alto—; yo no le
envidio nada a nadie, sólo a Sophia su sencillez, pero no envidio ni dinero, ni mujeres, ni hombres, ni
situaciones, ni trabajos, ni capacidades, ni títulos… nada.

— Si no eres celosa, ¿qué demonios eres entonces? —rio nasalmente.

— “Te-rri-to-rial”. Lo que es mío, es mío y de nadie más. Además, hay millones de mujeres en el
mundo, ¿por qué quieren la mía? Es mía, y punto.

— Tranquila, Gollum —bromeó—. Eso suena a que te cuesta compartir, a que eres egoísta —la
molestó.

— Eso es para las cosas; los juguetes, la comida, los espacios… y mi mujer no es una cosa.

— “Mi mujer” —rio nasalmente mientras veía hacia el suelo.

— Sí, y alrededor de mi mujer puedo construir una muralla, una cerca electrificada, y puedo cavar
alrededor de ella para poner agua con caimanes y tiburones…
— ¡Emma María!

— Oye, nada se siente más feo que cuando ven mal a tu mujer, o cuando la tratan mal, o cuando
se le acercan con dudosas intenciones.

— Lo sé, lo sé —sonrió por estar de acuerdo—. Tú eres de “culpable hasta probarse inocente” y no
de “inocente hasta probarse culpable” —rio.

— ¿Por qué lo dices?

— Por “dudosas intenciones”.

— Bueno, sí —asintió con una suave risa nasal—. Pero no es un crimen, ¿o sí?

— No creo que lo sea, no cuando se trata de la soberanía de Sophia —sonrió con lo que cualquiera
habría asumido que era un guiño de ojo—. ¿Cuáles son tus planes para hoy?

— Trabajar hasta eso de las cuatro o cinco, regresar a mi casa para hacer un poco de tiempo, y
cenar con Sophia. ¿Y tú?

— Espero tener todo listo temprano, regresar a casa, y esperar que Natasha reciba de buena gana
al cuadrúpedo… quizás revolcarnos en el suelo, cenar raclette, abrir una botella de Pomerol, y ver
“Game of Thrones”.

— ¿Por qué siento como si una parte de ti cree que Natasha es una psicópata-mata-perros?

— ¡Eso no! —rio un tanto escandalizado—. Tú sabes que mi mujer sólo tiene serios problemas con
las cucarachas.

— Eso cualquiera.

— En especial cuando vuelan —se sacudió en un escalofrío que era más de asco que de miedo—.
No creo que sea una psicópata-mata-perros —se dignó a responder al fin—, es sólo que pienso que lo
puede tomar como no es.

— ¿Y cómo no es?

— No intento compensar lo del año pasado con un perro.

— Why on earth would she think that? —frunció su ceño—. Why on earth would you think that?

— Well, you have to agree that it happens, and that it isn’t that far-fetched.
— ¿Por qué quieres un perro, Felipe? —entrecerró la mirada.

— Porque nunca tuve uno y porque me gusta cómo me siento cuando juego con tu Carajito —se
encogió entre hombros.

— ¿Y lo de tu esposa en donde encaja?

— En que he visto cómo a veces juega con el Carajito… aunque no sé si realmente quiere un perro
porque la mayor parte del tiempo lo ignora.

— Lo ignora porque sabe que no me gusta que lo suba los muebles —rio—, y no quiere involucrarse
tanto con el Carajito porque no es suyo y no se lo puede llevar a su casa. Aunque, sea por lo que sea,
¿de dónde sacas que un perro es un sustituto de un hijo?

— I googled it —se encogió entre hombros.

— ¿Ajá? —«porque, ¿cuándo miente la información que encuentras Google?».

— Decía que las “malas” razones para tener un perro, de las que aplican conmigo, son: por impulso,
por dificultades o problemas en la familia o en el matrimonio, o como un regalo sorpresa.

— Bueno, por impulso no es… porque el impulso tiende a acabarse cuando te das cuenta de que
no es tan fácil —sonrió, descartando así la primera razón—. Lo que a ustedes les pasó fue todo; desde
mala suerte, una desgracia, y una serie de eventos muy desafortunados —le dijo, intentando no reírse
en ese momento tan serio, aunque internamente sí rio por cómo eso le sonaba a una historia
de Lemony Snicket—. An abortion is hardly the end of your marriage —murmuró, notando cómo
Phillip se escandalizaba por la crudeza del comentario—. Oh, grow up —suspiró, sacudiendo su
cabeza—. Eso fue lo que pasó, eso tiene nombre… y yo sé que es difícil superarlo, no me imagino
cuánto, pero sé que lo es… pero tienes que superarlo porque eres el único que no lo supera.

— ¿Yo no lo supero? —preguntó un tanto indignado.

— ¿Por qué crees que Natasha no te dice nada de los pregnancy tests? —frunció su ceño.

— ¿Porque me estreso? —se encogió entre hombros.

— Felipe, quizás tú no te logras ver en esos momentos, pero se nota que tu pañal ya está
demasiado cargado; te trabas, dejas de funcionar.

— That’s kinda harsh —suspiró, y, aun sabiendo de que era cierto, no pudo evitar que le doliera
un poco.
— No es nada de lo que te debas avergonzar, yo también dejo de funcionar —sonrió—. It’s only
human.

— Sí, supongo…

— Entonces, realmente problemas en el matrimonio no tienes —«esos se fueron ayer de regreso


a Corpus Christi»—. Y, ¿un regalo sorpresa? —resopló—. Por muy sorpresa que sea, sabes que ella no
es alérgica a los perros, que no es una psicópata-mata-perros que planea evolucionar a asesina en
serie, que quizás y te agradezca un poco de responsabilidad que pueda asumir desde la casa, y que no
es una mala idea de compañía… —sonrió—. Una “mala” razón creo que es porque quieres unfashion
statement; un perro no es un juguete al que vistes todos los días, o un accesorio al que llevas como
un bolso… y, así como no creo que esos perros miniaturas deben ser tratados como un accesorio,
tampoco creo que un perro grande es unmacho statement.

— Well, I’m either getting a French Bulldog or a Norfolk Terrier —rio, porque definitivamente no
era nada macho.

— ¿Norfolk Terrier? —rio nasalmente—. Son… “cute” —sonrió.

— Por eso tengo que llegar temprano, sólo hay un French Bulldog, y es macho, las otras dos son
Terriers.

— Cualquiera diría “qué sexista”, o algo por el estilo.

— Me gusta que es Bulldog, pero que no es, y me gusta que es como un pug, pero que tampoco es
—rio—. No he tenido ninguna experiencia con un Terrier, no los conozco.

— Yo nunca me habría inclinado por un French Bulldog —le dijo—. Pero en mi apartamento no
puedo tener un perro grande.

— No es como que buscabas un perro tampoco.

— En eso tienes razón —rio—, pero es por lo mismo: no estoy acostumbrada a tener un perro tan
pequeño.

— ¿Y cómo te está gustando?

— Me pone nerviosa… me dan ganas de apretarlo hasta sacarle los ojos —confesó, que era también
por eso que intentaba no cargarlo mucho; eso se le iba a pasar con el tiempo porque se le quitaría la
cara de cachorro—. Y me da risa cómo juega porque se asusta relativamente fácil… pero me cae bien,
aunque sé que tiene serios problemas.

— ¿Ah, sí?
— Ningún perro es así de tranquilo a esa edad, hasta el veterinario me dijo que no era normal, en
especial con su raza —le explicó—. Dice que debería ser necio, y relativamente eléctrico…

— ¿Cómo fue que dijo Natasha? ¿“Traumas de la infancia”?

— Quizás sólo me tocó un perro tranquilo —sonrió.

— Quizás —reciprocó la sonrisa—. Oye, creo que hoy mismo compraré todas las cosas, o al menos
la mayoría, ¿te puedo molestar? —Emma lo miró como si no entendiera por qué—. Digo, tú
ambientaste el apartamento… tienes que tener alguna idea de qué debo comprar y qué no, y en qué
color… con eso de la psicología del color… —suspiró.

— As far as I’m concerned, dogs are pretty much colorblind —rio.

— No hablaba del perro —rio, pasando su brazo por sus hombros para abrazarla con amistad
mientras que, con su mano derecha y torpe se desabotonaba el saco; no había nada peor que un saco
de tela tensa por inutilidad—, hablaba del tono, de la decoración, de eso que no sé cómo se llama.

— Está bien —lo tomó de la muñeca izquierda, la que colgaba de su hombro izquierdo, pero sólo
para acomodarse dentro de su brazo, no para entrelazar sus dedos porque eso estaría mal en todos
los sentidos, y ella lo abrazó por la espalda media para tener su brazo derecho más libre—. ¿Qué hora
es?

— Las siete y catorce —le dijo en cuanto vio la femenina muñeca que lo abrazaba por la cintura,
pues su reloj estaba demasiado lejos—. ¿Vas tarde?

— No exactamente —sonrió, deteniéndose en la esquina de St. Patrick’s para cruzarse la calle; hoy
no había tenido que cruzar la calle antes por ir acompañada, no había tenido tiempo para ver las
vitrinas ni para perderse entre ellas—. Aquí tengo que cruzar, Felipe.

— Sé dónde queda tu oficina, Emma María —sonrió—. Te dejaré en la puerta del edificio —dijo su
caballerosidad. ¿Por qué no la dejaba en la puerta del estudio? Porque dejarla en la puerta del edificio
era como dejarla en la puerta de su casa; dejarla en la puerta del estudio, o de su oficina, era como
dejarla en la puerta de su habitación. Eso no era bueno.

— Creo que es más fácil tomar un taxi en esta avenida.

— No te preocupes por eso —sacudió su cabeza, y emprendió marcha hacia Banana Republic para
luego cruzar de nuevo frente a Cole Haan—. Si me dan hoy a mi propio Carajito, ¿crees que puedo
llevarlos a ambos a Central Park como en unaplaydate? —sonrió.

— Sure —asintió.
Caminaron en silencio, al menos entre ellos, pues el tráfico matutino no podía ser ignorado, y pasaron
por Coach, por la Lego Store, y por las banderas de Corea del Norte, Liechtenstein, Chipre, Puerto Rico,
Croacia, e Irlanda hasta llegar a Bélgica, en donde cruzaron hacia la izquierda en una rebelde diagonal
que los llevaría a la puerta del edifico. «Siete y diecisiete».

— ¿Quieres que te consigan un taxi? —le preguntó Emma, escapándosele de su brazo para
encararlo—, porque puedo decirle a quien sea en la recepción…

— No te preocupes —le dijo como hacía unos momentos—. Te escribo más tarde —sonrió,
inclinándose un poco para darle un beso en cada mejilla—. Que te vaya bien en la oficina —le dijo al
oído.

— Buena suerte a ti también —lo abrazó sin saber realmente por qué, quizás en agradecimiento
por haberla acompañado en esa mañana en la que se sentía de indiscutible buen humor.

Lo vio alejarse con la millonaria sonrisa de ojos grises para pasar su mano por su cabello, para
asegurarse de que seguía pulcramente peinado, y arregló el nudo de su corbata cuando ya le daba la
espalda.

Se dio la vuelta para cruzar aquellas anchas y cuadradas columnas, y, justo en ese momento
en el que quiso pescar su teléfono en su bolso, se encontró con una corta cabellera que se agitaba en
su dirección.

— ¡Arquitecta! —se detuvo Parsons con una mano en el pecho para recuperar el aliento, y Emma que,
ante la confusión del momento, porque se le olvidó lo que estaba por hacer y porque no sabía qué era
lo que estaba ocurriendo en realidad, elevó su ceja derecha—. ¡Creí que había llegado tarde! —suspiró
entre una aireada risa que rápidamente se le borró al ver esa intimidante ceja derecha en lo más alto
mientras su verde mirada parecía agujerarle la dignidad o la osadía de emplear un tono exclamativo.

— Buenos días —le dijo con un mirada intensa y prácticamente degradante, de esas miradas que
empezaban en su cabeza y terminaban en sus pies.

— B-buenos días, Arquitecta —repuso rápidamente mientras se arreglaba el cabello porque creía
que eso era lo que más le estorbaba visualmente a Emma, pero a Emma no le estorbaba nada estético
en ella, no ese día.

Jeans completos, eso es sin nada roto, stilettos negros y puntiagudos de piel de algún reptil, blusa
amarillo de esos que sólo se encontraban en un pollo o en la yema de un huevo «pollo al fin», y
chaqueta azul marino de mangas que no era necesario recogerse por ser tres cuartos.

— Creo que vienes a tiempo, Toni —dijo, transformando su “fuck-off-face” en una sonrisa que tenía
precedentes en su significativo e inexplicable buen humor, y le dio unos suaves golpes a la cara del
aburrido Rolex que estaba luchando por su propia existencia, por hacer el mismo trabajo que aquel
Patek Philippe había hecho desde el dos mil siete.

Parsons sonrió aliviada, pero su alivio duró poco porque Emma, después de su sonriente comentario,
y porque no estaba dispuesta a perder otro minuto sin su taza de té, pasó de largo hacia uno de los
ascensores. Ella, como si buscara la misma aprobación que el Carajito parecía buscar en Emma, la
siguió a paso apresurado para aprovechar el ascensor.

Emma la miró de reojo, notando su impaciencia por el ascensor, por la incomodidad de no


saber qué decir para iniciar una conversación que ella no necesitaba tener, y por cualquier otra razón
que no supo descifrar. Si tan sólo realmente le importara.

En cuanto el ascensor se abrió frente a ellas, ella entró con ambas manos aferradas a los agarraderos
de su bolso, se plantó en el medio como dueña y señora del rectángulo, y le lanzó una mirada a la
petrificada mujercita que correctamente intuía que no le gustaba compartir los ascensores.

— ¿Vienes o…? —elevó ambas cejas, y ella rápidamente se incorporó a su lado izquierdo, algo que
cualquier otro día le habría molestado, pero su sorprendente buen humor parecía hacer milagros de
tipo “conversión religiosa”—. Ayer sólo bromeaba con lo del café —le dijo con una sonrisa,
señalándole el vaso de Starbucks que llevaba entre las manos.

— Ah, sí, lo sé —rio nasalmente, aunque mentía; no había sabido diferenciar la broma de entre
tanta seriedad, ¿con qué más había bromeado?—. Es la costumbre —añadió para armar una buena
defensa.

— Mmm… déjame adivinar —inhaló profundamente, sintiendo una mezcla de la patada del
“Romance” de Ralph Lauren con el aroma del café—. ¿Latte? —murmuró con sus ojos cerrados.

— Caramel Macchiato —sacudió su cabeza, y Emma sonrió—. No he bebido nada todavía, si quiere
puede bebérselo —se apresuró a decirle, pues había malinterpretado su sonrisa y la había asociado
con “antojo”.

— Gracias, Toni, pero no bebo café —se volvió hacia ella, y dio un paso atrás para dejar que el
ascensor abriera sus puertas y le diera la bienvenida a los dos hombres de trajes grises que llevaban
un biberón gigante y un paquete que era cien por ciento seguro que contenía una torta de
cumpleaños.

— ¿No le gusta o logró dejar el vicio? —tuvo que preguntarle, aunque, por alguna razón, temió
que era una pregunta demasiado personal.

— Aquí, entre tú y yo —se le acercó para hablarle más bajo, pues los dos hombres no tenían por
qué enterarse de nada—, soy más de café irlandés —murmuró, y regresó a la posición inicial; erguida,
viendo ambas cabelleras masculinas, y de manos a los agarraderos del bolso. Supuso que no debía
decirle que era de la única forma en la que lograba comerse un tiramisú de chocolate, porque de café
nunca.

— No sé mucho de café —dijo con tono sincero, pues el día anterior le había quedado muy claro
de que Emma no tenía ni tiempo ni ganas para tratar con ignorantes que tenían la resuelta fachada
de aparentar saberlo todo—. No soy muy fanática de lo amargo del café negro; me gusta con caramelo
o con chocolate —añadió su nerviosismo, como si a Emma eso realmente le importara—. Usted qué
prefiere: ¿el caramelo o el chocolate? —vomitó, siendo incapaz de poder detener su nerviosa
verborrea.

— No bebo café —repitió con una mirada de reojo que la había puesto más nerviosa—. Y no soy
fanática de ninguno de los dos sabores… de ninguno en particular —dijo, sintiendo cómo Parsons
simplemente no podía con su nerviosismo, «quizás, si comiera más, tuviera más energía para combatir
el síndrome puertorriqueño»—. Ayer se me olvidó preguntarte, ¿en dónde aprendiste a hablar
italiano?

— Mis abuelos son italianos. Ellos hablan inglés, pero en su casa sólo se habla italiano.

— Dudo entre si son de Campania o de Basilicata. Me inclino más por Basilicata.

— Son de Potenza —asintió—. ¿Usted también es de Basilicata?

— La Lazio, eventualmente de la Toscana —sonrió, suspirando con desespero porque el ascensor


se había detenido nuevamente, pero nadie se les uniría sino los hombres saldrían.

— Interesante —fue lo que supo decir al respecto—. Y, ¿qué vamos a hacer hoy? —preguntó
rápidamente.

— Continuar en lo mismo de ayer —sonrió—, pero hoy sí ya es de lleno.

— ¿Vamos a trabajar con usted o vamos a trabajar en lo de la Old Post Office? —preguntó, evitando
decir el nombre o el apellido de Sophia por no acordarse de ninguno, y Emma se volvió con su rostro
un poco ladeado hacia ella—. Ayer dijo que… —y calló ante la palma erguida de la italiana.

— Toni, las personas nerviosas me ponen nerviosa, y, peor que nerviosa, me incomodan —
murmuró, «pero que incomodarme, me enojan»—. Yo no sé qué es lo que hago para ponerte nerviosa,
no sé si soy yo como persona o si soy yo como tu jefa… pero, relájate, por favor —sonrió, y, como por
arte de magia, porque debía ser como de película, las puertas del ascensor no se abrieron en ese
momento para que pudiera dejarla muda y estupefacta.

— Usted me intimida —balbuceó.


— No es ni la primera ni la última vez que lo escucho —le dijo, y entonces sí salió del
ascensor, «gracias a Dios».

Parsons iba tres pasos tras ella, algo que sólo representaría, desde siempre y para siempre, cómo
nunca iba a poder alcanzarla para aferrarse aunque fuera al borde de lo que ella era en ese momento,
pues, de lo que sería en un futuro, probablemente necesitaría binoculares y una brújula para saber si
iba por su mismo camino, y no en el sentido literal, pues llegaría el momento, más tarde ese día, en el
que caminarían lado a lado como si fueran iguales en un sentido de igualdad y de equidad.

Empujó la puerta de vidrio, saludó a Caroline, y se incorporó a Gaby, quien se asombró por
el simple hecho de no ver que enrollara los audífonos como todos los días. ¿Qué le estaba pasando a
su jefa que estaba cambiando tantas cosas y tan rápido? Primero el té, luego el reloj, y ahora la
inexistencia de cables negros alrededor de su dedo índice izquierdo, ¿qué seguía? ¿Zapatillas
deportivas para el trabajo? ¿Perrier, o Canada Dry e el peor de los casos, en lugar de Pellegrino?
¿Chicken and Avocado Panino en lugar de Tomato Mozzarella Panino? O lo más grave: ¿One
Direction en lugar de Mozart? Sí, así era como Gaby podía saber si su jefa estaba al borde de una crisis
neuronal.

— Buenos días, Gaby —sonrió.

— Buenos días, Arquitecta —repuso como todas las mañanas.

— ¿Dormiste bien? —le preguntó, haciendo que Gaby empezara a tener un ritmo cardíaco
anormal, pues nunca le preguntaba eso.

— Sí, ¿y usted?

— Creo que me faltaron horas —pero asintió—. ¿Mi té ya está listo?

— No sabía si quería el de siempre o uno de manzanilla —sacudió su cabeza con intenciones de


disculparse.

— Perfecto, porque desayuné cereal y creo que ya lo procesé —resopló—. Un bagel con
Philadelphia, por favor.

— ¿Y de beber?

— Agua —sonrió, y, ante lo que supo que saldría de la boca de Gaby, soltó una risa nasal—: con
gas.

— ¿Algo más?

— ¿Ya vino Lucas?


— Sí —asintió, y ambas escucharon lo que pareció ser un gruñido de Parsons; en su cabeza era
como un punto a favor de él y cero a favor suyo—, le dije que esperara en el break room.

— Perfecto —sonrió, deteniéndose porque Gaby se detenía, y, por la diferencia de alturas, flexionó
un poco sus rodillas para que Gaby le pudiera decir lo que había tachado de secreto.

— Me tomé la libertad de quitar la fotografía con la Licenciada —susurró, a lo que Emma respondió
con una incógnita demasiado grande. Sorpresivamente no le había molestado, simplemente no
entendía por qué o para qué había hecho eso—. El Arquitecto sugirió que lo hiciera —dijo en un
volumen más normal, no importándole acusar a Volterra de lo que podía o no ser catástrofe; con
Emma así de impredecible no sabía qué esperar.

— ¿Por qué?

— Eliminar toda fuente de adulación —susurró de nuevo.

— Está bien —se encogió entre hombros, no logrando entender cómo una fotografía con Sophia
podía ser eso, «¿“una fuente de adulación”?». Quizás después de su taza de té le lograría encontrar
sentido—. ¿Me tienes algo en especial?

— La Señora Mayweather respondió, y dijo que estaba bien. No sé si quiere llamarle o escribirle al
Arquitecto Goldstein —le dijo, sabiendo que prefería tenerlo todo por escrito porque era la única
forma en la que podía tener pruebas en el caso de cualquier “he said – she said”, pero tenía que
preguntar por el factor de su actitud impredecible.

— Escrito, por supuesto —rio nasalmente, y, fallando en notar el suspiro de alivio de Gaby, se
detuvo frente al breakroom—. Buenos días, Lucas —le sonrió.

Él estaba de pie. Frente a él estaba un vaso que contenía leche de dos formas; líquida y en espuma, y,
en su mano, tenía la jarra metálica de doble pico del que dejaba que el espresso se vertiera entre lo
blanco para crear un perfecto Latte Macchiato. Blanco, café, blanco.

Vestía confusamente para Parsons, pues ella notaba cómo eran dos personas las que estaban en
juego; sus piernas no eran las del mismo hombre en el torso, pero para Emma tenía sentido, y tenía
tanto sentido que la hacía sonreír. Él era joven, y no trabajaba en un lugar que demandaba seriedad
formal como en Wall Street, en donde se medía la importancia a partir de la marca del traje, de si era
a la medida o no, y por cuántos accesorios tenía un traje; chaleco o no, tirantes o no, chaleco y tirantes
o no, corbata o corbatín, camisa de contraste o no, mancuernillas o no, y, eventualmente, el chofer,
la secretaria sacada de las páginas de Marie Claire, y una empresa de película. Él había jugado con la
idea del traje para dejar las formalidades a un lado y se había inclinado por lo casual; cargo pants verde
olivo que se ajustaban un poco a sus piernas y con apenas una bolsa extra en cada pierna y a la altura
de medio muslo, cinturón marrón que quizás era casualidad que hacía juego con sus botas un tanto
gastadas, camisa celeste a la que al cuello le había aplicado la maravilla de las ballenas, corbata
grisácea que tenía sentido con el color del pantalón a pesar de no ser un mix-and-match, chaleco y
chaqueta gris carbón, y apenas el borde de un pañuelo que debía completar el respeto por el traje a
pesar de no vestirlo como se debía. Eso, peinado impecable, y un aspecto pulcro en general que a
Emma le costaba creer en los hombres con barba y cabello un poco largo; lo hacían tener presencia,
lo hacían resaltar.

Parsons, sin decir nada, y sin hacer nada que revelara su descontento por llevar tres puntos
en contra (la puntualidad, la habilidad de preparar un café, y la mercadotecnia que llevaba con su
ropa), sólo llevó su vaso de Starbucks a sus labios para beber un trago que no haría nada más que
quemarle la competitividad en cuestión.

— Buenos días, Arquitecta —le sonrió con una mezcla de gusto, agradecimiento, y ansias por descubrir
cómo se vería su día—. ¿Café? —le ofreció por educación y gentileza, a lo que Parsons sonrió tras su
vaso desechable de seis dólares con nueve centavos, pues ella ya sabía que Emma no bebía café; tres
a uno, pero eso no significaba que a Emma no le agradara su modo tan ligero porque, de cierta forma,
le acordaba a Sophia.

— No, gracias, Lucas —sonrió, dejando que Gaby se colara por un lado para que le preparara
su bagel, el cual no debía ni ser ni estar tostado bajo ninguna circunstancia, algo que no era
necesariamente un capricho de Emma sino de Gaby; no le gustaba lastimarse el cielo de la boca con
ningún tipo de pan tostado, y, conociendo a Emma, creía que eso tampoco iba con ella—. Cuando
estés listo vienes a mi oficina.

— Enseguida —asintió, terminando de verter el café en su vaso para dedicarse a lavar los utensilios
que había ocupado, y vio a Emma retirarse junto a Parsons, a quien le había dedicado una sonrisa que
no había sido reciprocada.

— No le gusta el café —le dijo Gaby con el disimulo que tanto la caracterizaba.

— ¿Perdón? —inclinó Lucas su cabeza para escucharla un poco mejor, pues el ruido del grifo le
hacía competencia a esa vocecita

— La Arquitecta —se acercó con el paquete de bagels congelados para colocarlo sobre la
encimera—. No le gusta el café —lo vio hacia arriba; esos cuarenta y tres centímetros de diferencia
parecían infinitos desde donde ella estaba.

— ¿En serio? —arqueó sus cejas con interés.

— En serio —asintió, y él le sonrió.

— ¿A usted le gusta el café?


— Me mantiene despierta —rio suavemente—. Me gusta, pero no tan fuerte.

— ¿Americano?

— Sí, lo que todos aquí llaman “agua sucia” —asintió, señalando la cafetera mortal, esa que estaba
a su lado y que todavía goteaba para llenar la jarra de las ocho tazas.

— Veo —rio nasalmente—. ¿Le puedo preguntar algo?

— Claro.

— ¿Cómo es la Licenciada Rialto? —susurró, y Gaby, intentando escoger sus palabras, se demoró
demasiado en responder—. ¿Es difícil? ¿Intimidante? ¿Relajada?

— La Licenciada es… —suspiró, no sabiendo en realidad qué decir, pues no quería conectar a sus
jefas a un nivel que no fuera profesional y tampoco quería compararlas porque eso no hablaría bien
de ella ni como persona y ni como profesional—. Es una buena persona.

— ¿“Buena persona”? —rio un poco—. Eso es como cuando no hay nada mejor que decir sobre
alguien… —suspiró un tanto preocupado, porque, en su experiencia, eso era sinónimo de un epíteto
ofensivo que involucraba a su progenitora.

— Sabe lo que hace, y siempre está abierta a escuchar las opiniones de los demás —sonrió,
mentalmente repitiéndole que la consideraba una buena persona, genuinamente una buena persona,
además, no la consideraba una persona intensa en ningún sentido sino todo lo contrario.

— Suena mejor —sonrió—, gracias.

— De nada —se encogió ligeramente entre sus delgados hombros.

— Creo que ya me tardé demasiado —le dijo con intenciones de retirarse mientras colocaba la
jarra de aluminio a un lado de la Cimbali—, será mejor que me vaya.

— Buena suerte —le deseó un tanto indiferente.

— Gracias… y gracias por lo otro también —le agradeció de nuevo, haciendo que Gaby se sonrojara
sin razón alguna, pues no lo había considerado mayor impedimento, y se retiró en silencio y con el
vaso de Latte Macchiato en la mano derecha para recoger su bolso mensajero de una de las butacas
en las que nerviosamente se había sentado el día anterior para la entrevista más rara de su vida—.
Perdón por la tardanza —dijo luego de llamar a la puerta entreabierta.

— Pasa adelante —sacudió Emma su cabeza—, siéntate en donde quieras —añadió, y se devolvió
a su iMac.
Parsons estaba sentada en el sofá que le daba la espalda al enorme librero que se encargaba de cubrir
todo el ancho de la oficina y que contenía todos y cada uno de los proyectos en los que Emma había
trabajado desde sus inicios en la profesión, y las ediciones más importantes de Architectural Digest,
Elle Decor, Interior Design, Luxe Interiors & Design, Dwell, varios libros con carácter de Biblia y/o
enciclopedia, y una que otra decoración para no saturar el espacio con literatura.

Estaba sentada en silencio, un tanto inquieta por la incomodidad de no saber qué debía hacer; si debía
esperar a que Emma terminara de ver la pantalla de su iMac o si debía curiosear la oficina para tomar
una futura ventaja sobre Lucas para saber en dónde estaba qué cosa.

La veía escribir rápidamente individualidades, quizás alguna dirección de correo, o la dirección de


algún sitio web, o una búsqueda en Google, para luego deslizar sus dedos por el panel táctil y leer
atentamente, con su codo izquierdo apoyado en el brazo de su silla y con su dedo índice y pulgar
haciendo una “L” para detener su mentón y su quijada. ¿Estaría revisando su Facebook? ¿Estaría
leyendo los últimos tweets? ¿Quizás leyendo las noticias? Era imposible descifrarlo.

Para dejárselo claro: no hacía ninguna de esas tres cosas.

Si revisaba su página de Facebook no encontraría nada interesante; no le interesaba saber que


Albertina Toscani había alcanzado un nuevo nivel en un juego irrelevante que pedía vidas como por
obligación y adicción, tampoco le interesaba saber la cantidad de odio que tenía Giordano Pavlovic
por el tráfico romano, ni quería saber la daily inspirational quote «or, as I call it, “daily inspirational
bullshit”» que compartía Stavros Tavoularis «”Aristóteles”, “Sócrates”, “Socrástoles”, “Aristócrates”,
o sea mi cuñado», ni quería enterarse de qué era lo que había almorzado su tía Elisabetta, y mucho
menos quería ver la atrocidad de “hermosos zapatos” que había comprado Fabiana Monastero, ni el
gracioso-pero-estúpido-video que había compartido Gino Tomei.

En Twitter encontraría a Nina García deseándole un efusivo “BUENOS DÍAS!!!!!!” a una seguidora que
mendigaba un retweet, un tweet de Vogue Magazine que preguntaba si había alguna persona
dispuesta a vestir un vestido de dieciocho libras en el nombre de la moda, y adjuntaban un link para
el artículo respectivo y escrito por Borrelli-Persson, y una cantidad exagerada detweets del Huffington
Post.

¿Y las noticias? Bueno. Los patrocinadores de los Clippers revocaron los patrocinios por los
comentarios racistas, Craig Ferguson anunciaba su retiro del “Late Late Show”, McAllister decidió no
lanzarse a la candidatura a la reelección para la House of Representatives, y los tornados en Alabama,
Tennessee, y Mississippi, dejaban veintiocho muertes registradas. Disturbios en favelas en Rio de
Janeiro. Confirmado el reparto de “Star Wars VII”. Elvis Presley había nacido hacía sesenta años (no
de que fue traído al mundo, sino como artista). La Juventus le ganó al Sassuolo 3-1. Berlusconi siendo
un pendejo «como siempre». En todas las primeras planas de todos los periódicos italianos estaba la
banana de una forma u otra. Y seguramente, en el transcurso del día, saldría Putin. ¿Alguna noticia
buena? No.
Entonces, ¿qué hacía? Nada del otro mundo: revisaba su e-mail mientras esperaba por la segunda
parte de su desayuno.

Lucas se sentó en uno de los sillones frente a Parsons, y, como si se tratara de una
competencia, bebieron sus respectivos cafés entre una intensa guerra por saber quién podía
mantenerse en silencio por más tiempo. Bueno, él sólo la provocaba con una sonrisa de comodidad,
y ella que se dejaba provocar.

Al cabo de unos minutos, justo cuando ya eran las siete y media, hora a la que Emma les
había dicho que su cerebro empezaba a funcionar correctamente, Gaby entró con un plato blanco y
pequeño que tenía el bagel ya cortado por la mitad horizontal, el cuchillo y un paquete de
Philadelphia, y, en la otra mano llevaba la botella de Pellegrino y un vaso con hielo y un gajo exprimido
de lima.

Emma sonrió y le susurró un “gracias” mientras tomaba su teléfono para confirmar si la hora de su
iMac era la misma de su Rolex y de su teléfono, y, sin pensarlo dos veces, viendo que Gaby tomaba
los vasos vacíos de Lucas y de Parsons, llamó a Sophia para conocer su progreso. Pero, en lugar de
Sophia, le atendió aquella regañona y computarizada voz de AT&T. Frunció sus labios, suspiró, y tomó
el paquete de queso crema para arrancarle el delgado aluminio que lo cerraba.

— Pregunta —suspiró de nuevo, logrando que ambas miradas se clavaran en ella—, ¿qué tan DIY son
ustedes?

Ambos se volvieron a ver como si no entendieran la pregunta, o como si la pregunta había sido tan al
azar que los había asustado, pero, en realidad, sólo se preguntaban con la mirada quién debía
responder primero, y Lucas, con un gesto de mano, le cedió la palabra a su fémina contrincante por
dos razones: por caballerosidad y por astucia.

— Tendría que definir lo que se incluye en DIY —le dijo Parsons.

— Pintar y despintar paredes, montar y desmontar gabinetes, poner wallpaper, costura básica,
encargarse de decoraciones personalizadas, taladrar, atornillar, clavar, armar y desarmar muebles
verticales y horizontales, creación y aplicación de esténciles, jardinería, acabados, carpintería…
resumámoslo en “bricolaje” —sonrió.

— Sé de electricidad, de pintura, decoración, jardinería, manualidades, y creo que de carpintería y


de albañilería… son habilidades en progreso —respondió orgullosa de sus habilidades, en especial de
aquella que se encargaba de hacer las instalaciones eléctricas, y vio a Emma girar un poco su cuello
en dirección a Lucas mientras cortaba el bagel en ocho porciones al tamaño de bocado con el cuchillo
para untarle un poco de Philadelphia. Dieciséis bocados en total era lo que debía saciar su hambre.

Jamás había visto esa forma de comer un bagel, debía ser porque era italiana. Pero no, simplemente
se trataba de que a Emma no le gustaba embadurnarse los labios ni los dedos con nada, algo que solía
suceder con las dos formas que ella conocía: embadurnar el interior de ambas mitades y comerlo a
mordiscos directos, o embadurnar el interior de ambas mitades para luego unirlas y comerlas, a
mordiscos directos, como un sándwich. Bueno, sí le gustaba embadurnarse de algo, pero esealgo no
era apto para todo público.

— Albañilería, carpintería, pintura, fontanería, mecánica, jardinería, y decoración. La cristalería no se


me da muy bien, y en lo de la electricidad nunca he trabajado.

Parsons no supo quién había ganado un punto en esa ocasión: ella tenía la electricidad a su favor, algo
que consideraba más difícil que la fontanería porque “porque sí”, pero Lucas tenía la carpintería y la
albañilería a su favor, ¿quién había anotado?

Lo dejó como punto muerto. Anulado. Lo que sea.

— Bien —dijo, llevando el trozo de bagel a su boca para luego ponerse de pie, sacudir sus manos por
maña, y caminar hacia su mesa de dibujo—. ¿Esténciles o wallpaper? —preguntó al aire, sabiendo que
la pregunta era realmente estúpida.

— Esténciles —corearon los dos al mismo tiempo.

— ¿Han trabajado con esténciles o los prefieren sólo por sentido común? —sonrió agradecida con
el cosmos por las respuestas, pero su alegría fue fugaz en cuanto el silencio respondió por ellos—.
Entonces es por principio teórico, nada más —murmuró para sí misma, halando la gaveta en donde
guardaba ese tipo de papel—. Anoten —dijo mientras tomaba cuatro pliegos de papel esténcil y cuatro
pliegos de card stock blanco—. Tres metros de altura… —suspiró, esperando a que aquel ruido se
disipara, ese ruido que era tan característico del nerviosismo escolar.

A ella le acordaba a Mrs. Abbot, su profesora de historia en décimo. El primer día de clases había
entrado al salón como Severus Snape en La Piedra Filosofal; de golpe, estrellando la puerta contra la
pared, con paso seguro y tajante, y diciendo lo que a Emma nunca se le olvidaría en su vida: “The
Treaty of Versailles was signed on the 28th of june 1919, five exact years after the assassination of
Archduke Franz Ferdinand. It was signed in the Hall of Mirrors, at the Palace of Versailles… hence the
name”. Había hecho una pausa para ver a sus veintitrés alumnos, cada uno en su incómodo respectivo
pupitre de madera, y notó cómo la clase se dividía en lo típico: hombres y mujeres por separado. Ella
no había sobrevivido su propia secundaria para no superar la segregación mutua. Señaló a Richard, el
estudiante nuevo que había pretendido esconderse de todo y de todos en la esquina izquierda, señaló
a Andrea, el alto capitán de waterpolo que se sentaba en la primera fila, y, con un gesto, los hizo
intercambiar sus puestos. Hizo lo mismo con Contessa e Ilaria, con Maurizio y Fabiana Del Pozzo, con
Pino y Fabiana Monastero, con Claudio y Daniella, y con Leonardo y Emma. Así tuvo una clase que no
parecía segregación de género, y que los pequeños estuvieran al frente y los altos atrás.

“I am Mrs. Abbot”, dijo, volviéndose hacia el pizarrón con marcador en mano para escribirlo
rápidamente, “and I don’t care if you call me ‘Mrs. Abbot’ or ‘Rosemary”. Le clavó la mirada a cada
uno en un fugaz y angosto segundo, y nadie supo cómo, pero con un gesto amedrentador, todos se
apresuraron a abrir sus cuadernos y a materializar algo con qué escribir. Leonardo, quien nadie sabía
cómo era que aprobaba año con año desde cuarto, probablemente tendría que escribir con saliva o
con la mugre de sus uñas por no tener ni el más genérico de los lápices japoneses con impresiones
infantiles que ya venían con el grafito fracturado en mil pedazos, por lo que Mrs. Abbot se acercó a él
con un Pelikan Pointec rojo, su favorito para corregir errores insignificantes (ortografía y/o gramática),
para regañar por estupideces como decir que EEUU sí había sido parte de la League of Nations, y para
sugerir la estupidez/incapacidad del alumno con la sugerencia de excusarse del curso avanzado de
historia para absolver, a cambio, el curso básico. Se lo entregó con una sonrisa para luego indicarle
que su lugar sería en su escritorio quizás por el resto del semestre. Ella, habiendo sido profesora por
quince años ya, sabía reconocer a los haraganes, a los chistositos, a los irresponsables; a las joyitas, y
a los aduladores, a los que sabían más de la cuenta, a los que alardeaban su conocimiento, y a los que
padecían de blindaje auditivo (que no importaba cuántas veces se les dijera algo, simplemente no
penetraba la barrera). Y él era todo lo annoying y más.

“Who knows what the Treaty of Versailles was about?”, les preguntó a todos los presentes. Alguien
en el fondo había masculló un arrogante “trattato di pace”, como si se tratara de algo que era
imposible no saber, como si se tratara de algo que todo ser humano en el planeta sabía desde el
momento de su nacimiento. Ella localizó al irreverente alumno que había osado a hablar italiano en
su clase, se inclinó, y le susurró una bofetada por advertencia. “Yes! It was a peace treaty… a peace
treaty”, enfatizó el pronombre indefinido, y caminó de regreso al pizarrón. “It’s a common mistake to
believe that it was the only peace treaty, and, although I understand why people think that, I don’t
tolerate ignorance”, siseó con su penetrante mirada. “I’ll give an extra credit to the student who can
tell me how many treaties were signed in total and who signed each treaty”, se cruzó de brazos, se
apoyó con su trasero del borde del escritorio sin importarle que Leonardo estuviera tras ella, y esperó.

“Versailles was signed by Germany and the Allies”, dijo Emma justo cuando Mrs. Abbot estaba a punto
de sonreír victoriosamente por no tener que darle el punto extra a nadie. “I believe it was one of the
most important, if not the most important aspect exploited by Hitler later on… you know,
demagogically speaking… Article two hundred and thirty-one; the so called ‘War Guilt Clause”,
continuó diciendo mientras jugaba con su pluma fuente entre sus dedos. “Then there was the Treaty
of Saint-Germain-en-Lay, signed by Austria and the Allies. Treaty of Trianon, with Hungary. Treaty of
Neuilly-sur-Seine, with Turkey. Treaty of Sèvres, with Bulgaria. And I would include the Treaty of
Lausanne although it was an alteration of the Treaty of Sèvres. I think that all of those peace treaties,
as a whole, are called ‘the Paris Peace Conference of nineteen nineteen”, sonrió casi arrogantemente,
pero sabía que en algo se había equivocado.

¿Cómo sabía eso? ¿Cómo sabía la respuesta a la pregunta que había sido diseñada para nunca ser
respondida? Siempre le había interesado la historia, no sabía si por curiosidad o si por morbo, y, en
vista de que no tenía a su abuelo Félix para que le contara de la época en la que nada había hervido
por completo, se conformaba con lo que Sara le contaba durante una comida o durante los viajes en
auto.
“There was only one mistake, Miss…”, alargó el serpenteo. “Pavlovic”, respondió sin ego lastimado y
sin sentirse ignorante.“Neuilly was with Bulgaria and Sèvres with Turkey”, sonrió. “Seems to me that
you don’t get the extra credit”, frunció su nariz con cínica y arrogante victoria, y se devolvió al
pizarrón. “Write this down…”:

— Rectángulo de tres metros por uno-punto-cuarenta metros. Usando la altura del rectángulo como
base mayor, alfa es de noventa grados y tiene una altura de dos-punto-dos metros. Beta es de noventa
grados también, y la base menor mide cero-punto-seis metros. Gamma es ciento treinta y cinco
grados… bueno, ya tienen la figura, ¿no? —se volvió hacia ellos con el papel en una mano y con el
contenedor de trece témperas en la otra, y ambos asintieron—. Bueno, pues hay una puerta de dos
por cero-punto-ocho metros adjunta a la base mayor del trapecio.

— ¿Puede ser un arco en lugar de una puerta? —preguntó Lucas al darse cuenta de que la diagonal
se refería a las escaleras.

— Bueno, eso lo pueden decidir ustedes —sonrió, colocando los materiales sobre la mesa de café—
. Quiero un esténcil para esa pared; el tamaño, el color, y el diseño ustedes lo escogerán… pero tiene
que ser moderno, fresco, ligero —dijo, esperando no recibir el típico esténcil marroquí.

— ¿El color de fondo? —preguntó Parsons.

— Yo les propongo blanco, pero, si quieren pintar la pared… —se encogió entre hombros—.
¿Alguna otra pregunta?

— ¿Cuánto tiempo tenemos? —asintió Lucas.

— Creo que la Licenciada Rialto va a venir dentro de poco —elevó su muñeca izquierda para ver la
hora—, trabajen con calma… me lo pueden dar mañana al final del día —sonrió, y, ante la falta de
preguntas adicionales, sólo añadió—: los pinceles, las esponjas, las paletas, los rodillos, y lo que sea
que necesiten, ya saben en dónde están.

Se sentó nuevamente en su escritorio, pensando en precisamente la carencia de preguntas que había


sido involucrada con ese tipo de “tarea”, si es que así se le podía llamar. Ella no sabía cómo describir
eso que sentía, pues, de haber sido ella en sus zapatos, habría preguntado por qué le habían dado dos
pliegos de papel esténcil y dos pliegos de card stock, ¿se trataba de un diseño o de dos? ¿Se trataba
de un diseño en 1:1 y del mismo diseño en una escala más pequeña? Y eso aplicaba para ambos tipos
de papel, porque podía mostrar el color y el manejo del diseño del esténcil como una prueba en escala
real, y también podía cortar la geométrica figura que les había descrito en card stock para ver cómo
el esténcil se vería, porque no todos los diseños funcionaban para todas las formas de pared y el diseño
a veces funcionaba mejor con ciertos patrones o formas de aplicación.

De cualquier modo, había sido una buena “tarea”, al menos para habérsela sacado del…
Entre trozo de bagel y sorbo de agua, se encargó personalmente de escribirle al Arquitecto
Goldstein, con copia a la Señora Mayweather, sobre los arreglos pertinentes para poder ambientarle
la casa una vez ésta estuviera terminada.

En realidad no le importaba si la Señora Mayweather y su familia tenían o no un hogar habitable y no


sólo una casa desnuda para cuando regresaran de sus vacaciones, porque, a pesar de que ella tenía
tiempo a partir del doce de agosto, le interesaba sacar el proyecto lo más rápido posible porque no le
gustaba tener proyectos pendientes, y le interesaba más si podía hacerlo sin que nadie le estorbara
mientras lo hacía. Aunque, bueno, tenía que aceptar que la Señora Mayweather practicaba el mantra
de “haga lo que usted crea que es mejor” y dejaba todo en manos de quien realmente sabía; no
molestaba, no estorbaba, no se obsesionaba, y confiaba ciegamente en ella. Eran las ventajas del
fenómeno social de “new money”: Señora Mayweather, azafata sacada de una agencia de modelos o
prototipos naturales de Barbie, se había sacado la lotería con el Señor Mayweather, miembro de la
junta directiva de Equity Group, divorciado dos veces ya, con cinco hijos en el marcador global, y con
un acta de nacimiento que databa trece años antes de la de la Señora Mayweather.

Emma no juzgaba, no criticaba, pero adoraba esa necesidad que tenía la Señora Mayweather por
convencer a los amigos de su esposo, y a las esposas de los amigos de su esposo, que ella tenía el
mejor gusto sobre la faz de la tierra; eso a Emma le dejaba las dos cosas que más le gustaban: libertad
de diseño, y una ajena cartera abierta que tenía un fondo más profundo que el bolso de Mary Poppins.

Justo cuando envió el e-mail, tomó nuevamente su teléfono para llamar de nuevo a la rubia;
ya a las ocho y cuarto debía estar a punto de llegar al estudio, o, por lo menos, a punto de salir del
apartamento. Y eso ya era que se había tardado una hora más de lo normal.

Para su desgracia, y para el alimento de su frustración, el buzón de voz la había recibido de nuevo.
Presionó el botón rojo en la pantalla de su teléfono, y llevó la esquina superior derecha de él contra
su tabique. Suspiró a ojos cerrados, y golpeó tres suaves veces el cobertor de nogal contra su hueso
para luego animarse a acceder a esa aplicación que le diría en dónde estaba la rubia, algo que
intentaba no hacer porque no pretendía acosarla o controlarla de esa manera, pero le servía en esas
ocasiones en las que no sabía ni qué pensar.

Su mirada se ensanchó al ver que Sophia seguía en el 680, algo que por alguna razón le robó un poco
de aliento y le provocó arritmia; la mezcla de ambas cosas sólo significaban un ligero ataque de pánico
que darían pie a una serie de situaciones imaginarias de índole catastrófica. Llamó de nuevo, y de
nuevo, y de nuevo. Y tres veces más fue la estúpida grabación de AT&T. ¿Se había caído en la ducha?
¿Se había tropezado con la alfombra de la ducha? ¿Se le había olvidado la toalla y había salido con los
pies mojados y se había deslizado en el baño? ¿Se le había quebrado el tacón y en la caída se había
golpeado la cabeza? ¿Se había quedado atrapada en el ascensor y se le había acabado el oxígeno y se
había desmayado? ¿La había atropellado un taxi justo a la salida del edificio? En fin, todo lo que
pensaba terminaba en una rubia con contusión cerebral.
E hizo lo que nunca había hecho desde que vivía en ese apartamento: llamó a la línea fija. Así de grande
era su preocupación.

Esa línea nunca había entendido por qué la tenía, quizás era porque venía con el paquete de internet
y cable por $104.99 mensuales, y, a decir verdad, nunca lo había utilizado para hacer una llamada sino
sólo para recibir unas pocas; casi todas de Volterra o de esas molestas compañías de servicios,
encuestas, y promociones a las que se les daba acceso en las letras pequeñas del trámite de una tarjeta
de débito o crédito, o de casi cualquier contrato que pudiera lucrarse de la indeseada publicidad o de
los molestos “estudios demográficos” amateurs.

Un tono. Otro. Otro.

La rubia abrió los ojos ante el molesto sonido que la había arrancado de la seducción de
Morfeo. Le costó regresar al allí y al entonces, y, entre los únicos dos refunfuños, se sentó de golpe
con ojos claramente abiertos para, con nerviosismo y miedo, lanzarse de la cama al suelo por no tener
completo dominio de sus piernas todavía. Alcanzó el teléfono, ensanchó la mirada ante la hora y el
número de teléfono que aparecía en la pequeña pantalla, y, con una respiración profunda, apretó el
botón verde.

— Pronto —dijo, llevando su mano a su pecho para intentar calmar su acelerado ritmo cardíaco, y dio
gracias a la vida, y a las circunstancias, porque su voz no había delatado su abuso de sueño.

El silencio predominó entre la respiración que se escuchaba contrariada, pues no sabía si percibirla
como enojada o como aliviada.

En realidad se trata de alivio absoluto: «ninguna contusión cerebral», suspiró Emma.

Y el silencio sólo existía porque tenía a dos personas ajenas a su mundo emocional. Mentalmente
exclamó un «¡estás bien!», y un «why didn’t you pick up the fucking phone?!», y hasta un «¿en cuánto
tiempo vienes?» que ya era más cariñoso que regañón.

No supo qué decir, no supo cómo decir lo que no sabía decir, y, hasta cierto punto, agradeció la
presencia de sus discípulos por no dejarla actuar con la libertad de la que sabía que luego se iba
arrepentir.

— Llego en quince minutos —le dijo Sophia, sabiendo que eso era un error, porque quince minutos
era esperar un milagro de sí misma y del cosmos, en especial cuando tomaba en cuenta de que el viaje
en taxi duraba entre ocho y diez minutos, y eso sólo significaba que tendría cuatro minutos como
máximo para hacer lo imposible, para descubrir la alquimia, para bañarse, vestirse, conseguir un taxi,
e inventar la cura para la estupidez—. Quince minutos —repitió.

— Está bien —repuso un tanto incómoda y sin saber realmente por qué.
Se puso de pie, felicitándose por la decisión del día anterior de haber optado por no dormir con ropa,
porque eso sólo le habría quitado valiosos segundos que estaba invirtiendo en rehacer su moño.
También se felicitó por haberse lavado el cabello el día anterior y agradeció a su química y a su
genética por no haberle dado un cuero cabelludo que no era ni grasoso ni reseco.

Su prisa era tanta que se cepilló los dientes mientras se duchaba con agua a la que ni siquiera se había
molestado en regularle la temperatura o la cantidad. Lavó brutamente su rostro, se pasó la esponja
con jabón, se enjuagó, y salió de la ducha sin importarle que mojaría el piso más de lo que le gustaba.
No supo cómo pero se secó en el corto trayecto que había entre la puerta de la ducha y la puerta del
clóset, que ni se secó bien, pero era lo suficiente. Se metió en una tela azul marino que no había
escogido por estilo sino porque era lo que estaba al alcance, le quedó un tanto torcida por no tomarse
el tiempo para acomodársela a la cadera y entre el trasero, se abrochó las primeras copas que tomó,
unas blancas, logró enfundarse en el primer jeans azul que agarró, y se metió en un suéter negro de
cachemira ligera por dos razones: porque no tenía tiempo para los botones ni para meterse la
camisa/blusa dentro del jeans, y porque era imposible equivocarse con algo tan básico. Tuvo la
inteligencia para detenerse un momento frente a los zapatos mientras se rociaba su perfume en
donde típicamente lo hacía, y digo “inteligencia” porque sabía que el zapato era lo que definiría si su
atuendo era deportivo o casual-con-tendencia-a-ser-apropiado-para-el-trabajo. Tomó los juguetones
Louboutin, y así, sin maquillaje y con los stilettos en la mano, metió su teléfono en su bolsillo derecho,
su reloj y su pulsera en el bolsillo izquierdo, se echó el bolso y el porte documents al hombro izquierdo,
se despidió ligeramente del Carajito que jugaba a morder uno de los tikis que chillaban, y corrió al
ascensor para, entre la espera, colocarse las agujas en los pies, y el reloj y la pulsera las muñecas.

Mientras la rubia esperaba el eterno minuto por un taxi, Emma, habiendo decidido olvidarse
de su exagerada reacción, se dispuso a terminar de escribir sobre los temas que Gaby le había
mencionado el día anterior. Sin embargo, entre su calmada e indiferente fachada, no podía evitar ver,
de reojo, cómo la ubicación de Sophia seguía siendo el 680.

Sintió poder al fin respirar cuando vio cómo, de un segundo a otro, su ubicación ya era en la cincuenta
y cinco y Quinta.

Sophia, todavía intentando mantener la calma ante lo que parecía ser el intenso conteo
regresivo de la NASA, veía cómo le quedaban tres paupérrimos y fugaces minutos para avanzar cuatro
malditas calles en ese caótico tráfico que su ansiedad veía como un infinito y perpetuo estancamiento.
Pero así, con un diminuto espejo, logró maquillarse en tiempo récord.

No quiso ni ver la hora, sólo colocó veinte dólares en la escotilla por no tener tiempo para esperar por
el cambio, y corrió por la zona peatonal como alguna vez había corrido los cien metros planos en las
competencias escolares. Esta vez no le había tomado 16.02 segundos sino casi el doble por ir con los
hombros cargados y con agujas en lugar de cualquier zapato deportivo.
— Regreso en un momento —les informó Emma en cuanto vio que Sophia había llegado a la cincuenta
y uno.

Se puso de pie, tomó el plato, el vaso, y la botella vacía, y salió de su oficina para dirigirse al break
room.

— Yo lo hago —se asomó Gaby con sus manos abiertas, dispuestas a recibir la vajilla sucia para que su
jefa no sufriera las consecuencias del jabón, y Emma, agradecida, le tomó la palabra.

— ¿Cómo está Jay? —le preguntó Emma, quizás por curiosidad o quizás por educación, pero, en
realidad, le interesaba saber porque, después de todo, ella auspiciaba el desarrollo
académico «guardería por el momento» del niño al que todavía no conocía más que mediante las
pocas fotografías que Gaby publicaba en su página de Facebook o mediante la fotografía de su
escritorio que cambiaba todos los meses.

— Bien, bien… —murmuró sin saber qué más decir.

— ¿Todo bien en la guardería?

— Sí —asintió, pero supuso que debía decirle más—. Yo no sé cómo hacen, ni cómo van a hacer,
pero están organizando algo para celebrar el día de las madres —rio nasalmente al imaginarse cómo
sería eso con niños de un, dos, y tres años.

— ¿Cuándo es? —sonrió desde el refrigerador.

— El viernes de la otra semana, a las diez de la mañana.

— ¿Por qué no me habías dicho? —elevó su ceja derecha, metiendo la mano, a ciegas, en el interior
del Ultra para sacar la leche semidescremada, y Gaby la miró con desconcierto—. ¿No piensas ir?

— Mi mamá lo va a filmar —sacudió su cabeza con una sonrisa, y Emma se asombró por la aparente
aceptación de no poder ir a la primera celebración del día de las madres, ¿cómo se podía perder eso?

— Deberías estar allí —suspiró con una mezcla de preocupación y de WTF.

— No creo que sea apropiado —dijo, porque realmente no consideraba que lo fuera en vista de
que luego se tomaría un par de días de vacación casi que por obligación.

— Con el debido respeto que se merece tu mamá —le dijo, pasándole por la espalda para alcanzar
una de las tazas de su gabinete—, es el día de las “madres”, no de las “abuelas” —sonrió—. Y con eso
no quiero insinuar que tu mamá no pertenece allí, porque ella también es mamá, pero quien
pertenece allí es la mamá de Jay… que eres tú —murmuró casi indiferentemente mientras tomaba un
portafilter para colocarle café molido—. Ahora, yo sé que te pido muchos favores —«que a veces son
órdenes que terminan en “por favor”»—, pero no quiero que el otro viernes te aparezcas por aquí…
—le clavó la mirada de la que abusaba porque sabía que la intimidaba—, al menos no antes de las
doce. Y ésa es una orden, ¿quedó claro? —Gaby no pestañeaba, sólo la miraba a los ojos sin saber qué
responder—. ¿Quedó claro? —repitió tajantemente a pesar de que le incomodaba utilizar ese tono
con ella.

— No antes de las doce —asintió, haciéndola sonreír para luego volverse a la preparación del Latte
de la rubia que en ese momento iba entrando al vestíbulo del edificio.

— Bien.

— ¿Le gustaría venir? —preguntó entre el vibrante sonido que hacía la Cimbali cuando estaba
sacando el espresso. Emma, que estaba a punto de verter la leche en la jarra de aluminio, se petrificó
como pocas veces, hasta tuvo que ver hacia el frente para ayudarle a su flujo sanguíneo a circularle
por todo el cerebro sin dificultad alguna, para que se le oxigenaran las respuestas inmediatas—. La
Licenciada también puede venir si quiere —dijo, pensando que ése sería el elemento que terminaría
por tomar la decisión de su jefa, además, sólo pensó que era un gesto relativamente irrelevante pero
con buenas intenciones.

— Le preguntaré —respondió, sabiendo que usar a Sophia de escudo estaba mal, tal y como Sara
la había utilizado a ella durante su niñez y su adolescencia para librarse de compromisos incómodos,
o aburridos, o a los que simplemente no quería ir.

— ¿Le preparo su té? —resolvió decir al cabo de unos segundos, ya cuando Emma había terminado
de vaporizar la leche.

Emma sólo sonrió.

La rubia compartía ascensor con siete personas más, y, por primera vez, le estorbó el hecho
de no ir ella sola; no por claustrofobia, no por la repulsiva idea de tener que compartir espacio, no por
prestarse a una mezcla de olor, voces, y calores corporales ajenos, sino porque era tedioso detenerse
cada cierto número de pisos.

Ya iba tarde, y su impuntualidad no sólo era un crimen para los madrugadores parámetros de Emma
sino para sus obligaciones oficiales con el estudio. Ya eran las ocho y treinta y dos minutos. Dos
minutos que se habían pasado de los quince que prácticamente le había jurado a Emma, dos minutos
que se habían pasado de la hora en la que el estudio ya había abierto. ¿Qué podría haber hecho
diferente para recuperar esos dos minutos, ahora tres, que había perdido? Estaba medio bañada,
medio vestida, medio maquillada, medio viva, y completamente estresada.
Respiró profundamente en cuanto las puertas se deslizaron, y salió como si nada le preocupara en ese
momento, como si ella era la persona más puntual y menos adicta a la cama en todo el país; aparentó
no estar casi hiperventilando.

Quizás no era Emma el factor que le asustaba, con ella podía lidiar luego y, si estaba enojada, podía
arreglarlo con métodos poco ortodoxos y que no eran aplicables con quienes se había comprometido
a entregar el trabajo a más tardar al medio día «o sea en tres horas y media como mínimo». Eso, los
jefes, eso era lo que le asustaba.

Exactamente cuando Sophia saludó a Caroline, Emma se devolvió a su oficina junto con su
taza de té, y las dos mentas, a pesar de saber que la rubia estaba a punto de llegar.

Con la taza a ras de sus labios, admiró el momento en el que la puerta se abrió con imposible suavidad
para que la rubia entrara. Lucas, al ver que era una mujer quien se incorporaba al espacio, se puso de
pie por educación, por cortesía, por caballerosidad, por cordialidad, y Sophia simplemente supo que
era un auténtico sureño de impecables y naturales buenos modales.

— Buenos días —generalizó para todos los presentes, pero, de reojo, le sonrió a Emma con esa
inocencia que estaba diseñada para no tener la culpa de nada.

Emma bebió un sorbo mientras analizaba a Sophia con una carcajada interna que por respeto a sus
discípulos no exteriorizaba, pues no era más que una burla cariñosa que podía terminar en un abrazo,
en un «you woke up sixteen minutes ago and you still managed to look beautiful», y probablemente
en un beso también.

— Buenos días, Licenciada Rialto —sonrió, viéndola colocar sus cosas a un costado de su escritorio—
. Quiero que conozca al Licenciado Meyers y a la Licenciada Bench —se dirigió hacia los dos.

Lucas, por los principios que tenía y que practicaba, dejó que Parsons se relacionara primero con la
rubia.

Sophia iba con las mejores intenciones, realmente las mejores intenciones, pero, al estrechar
una mano tan fría y tan distante, tan arrogante, y que al mismo tiempo había pretendido hacerla tan
pequeña y pisable como una cucaracha, sufrió del mal genético y territorial de vomitar un mental «I
don’t like her» tajante y casi decisivo.

Y el sentimiento era recíproco, pues, para Parsons, Sophia había cometido una de sus más grandes
faltas: la impuntualidad. Si ella llegaba temprano, ¿cómo podía ella no hacerlo también? Claro, se le
olvidaba el pequeño detalle de que Sophia no era una simple practicante, que no era una aprendiz,
que no estaba en una competencia por la indecisión de Emma, indecisión que debía aceptar que podía
ser tan entretenida como lo eran los gladiadores para el César, que Sophia ya tenía reputación y
experiencia suficiente como para no tener que estar diseñando un esténcil porque a su jefa no se le
había ocurrido otra cosa para tenerla haciendo algo además de sólo transformar oxígeno en dióxido
de carbono. Además, los ojos de Parsons sólo podían ver cómo la secretaria se vestía mejor, y no sólo
en calidad de textiles, sino en gusto y en el carácter de lo apropiado. Probablemente, de haber sabido
que recién se despertaba, la habría rechazado con mayor intensidad y determinación, pues nadie se
podía duchar en quince minutos, mucho menos en menos quince, y, si así era de desorganizada con
su vida personal, y con tan mal gusto, ¿cómo podía encargarse de la Old Post Office? ¿Cómo podían
confiarle un proyecto así de importante, así de grande? Dentro de todo le dio gracias a Dios, porque
sí era creyente a pesar de no ser practicante, por el hecho de saber, a base de la intuición que era de
poco fiar, que si Emma había esperado por “la Licenciada Rialto” sólo significaba trabajarían los cuatro
de lleno en eso. Ella no quería trabajar sólo con Sophia, porque, ¿qué podía aprender de una rubia?
¡Vivan los estereotipos! Pensaba que podía aprender más de Emma.

— Sólo “Lucas” —le sonrió a Sophia con un cálido apretón de manos.

— Está bien, sólo “Lucas” —le correspondió la sonrisa.

— Licenciada —irrumpió Gaby con su Latte, ese que Emma le había preparado.

— Gracias, Gaby —lo tomó con una sonrisa, porque necesitaba que su razonamiento arrancara lo
más rápido posible.

En cuanto vio la rosetta, la que Gaby no le hacía nunca para que reconociera cuando era ella y cuando
era Emma quien le servía su Latte, miró a Emma de reojo.

Ella la veía en esa cómoda y provocadora postura, con sus dedos en “L” para que su
concupiscente sonrisa no se notara, porque en ese momento, con las dos ligeras palmadas que le dio
al escritorio como si se tratara de una maña, le dijo lo mucho que quería tenerla con ese jeans abajo,
porque no le hacía justicia en lo absoluto, y con las piernas abiertas para cobrarse la baja de azúcar
que su catastrófica imaginación le había dejado. Le parecía que, tras las primeras palabras de la
Liturgia, porque así de sagrado y bíblico lo consideraba: “en verdad es justo y necesario”.

Sophia ensanchó la mirada ante la blasfema pero interesante insinuación, y, de no haber sido
porque había dejado la taza a ras de sus labios y haberse abstenido a beber el primer sorbo, se habría
ahogado con lo caliente.

— Entonces —se aclaró Emma la garganta, y se puso de pie—, yo creo que es hora de que cada quien
se ponga a trabajar —se volvió hacia Sophia—. Tengo entendido que tienes que entregar algo hoy al
mediodía, ¿no?

— A más tardar —asintió.

— ¿Les quieres explicar a los dos qué es lo que tienes que entregar? —sonrió un tanto tirado hacia
la derecha—. Sólo para que estén enterados y por si en algún momento tenemos que trabajar todos
en lo mismo —dijo, y, no sabiendo cómo, suspidey-sense se activó y sus ojos se fijaron en la reacción
de Parsons; dejó caer los hombros, suspiró con descontento, presionó sus labios entre sí como si
refunfuñara un “fuck” mental por saber que existía la posibilidad de que no trabajaría ni siquiera con
Emma en el proyecto, que se trabajarían los dos proyectos por separado, y lo lógico era que uno de
ellos trabajara con una de ellas a menos de que Emma se hiciera cargo cien por ciento de ambos.

Eso era simple y sencillamente altamente improbable, ya que Emma necesitaba a alguien que pudiera
trabajar en equipo. Sí, sí, probablemente todos reirían ante tal filosofía porque Emma no se
caracterizaba por ser una “team player”, pero lo era de manera selectiva. Prefería trabajar con Belinda
a trabajar con Rebecca, pero prefería trabajar con Volterra a trabajar con Belinda, y prefería trabajar
con Pennington a trabajar con Segrate. Quizás era por Egos y personalidades y actitudes. Quizás era
por puntos de vista, por apreciaciones, por estilo de diseño. Fuera como fuere, le costaba compartir
espacio e intelecto con semejantes y no por sentirse intimidada o superada, era sólo que encontraba
placer casi sexual en eso de trabajar sola para su cliente, aunque, claro, normalmente sí pedía
segundas opiniones en lo que no estaba muy segura. Y, desde que la rubia había invadido su vida como
si se tratara de la Peste, de la peste más sensual, más ligera, más sonriente, y más adictiva, había
aprendido a trabajar un poco más en equipo con los de su profesión. Por eso dejaba que Goldstein se
encargara de realizar sus diseños en Newport. Pero siempre había trabajado en equipo, y había
trabajado bien a pesar de ser un poco severa y demandante por su necesidad de alcanzar la perfección
en lo que fuera que estuviera haciendo; siempre había trabajado bien en equipo con Aaron, con
Marcel, y hasta con Jack. Ellos eran los equipos que a ella más le interesaban. Y quizás no exigiría la
habilidad de poder trabajar en equipo con alguien más del estudio si no fuera porque la creía necesaria
para su decisión por la costumbre de ellos encargarse de la ambientación del diseño arquitectónico
cuando se trataba de remodelaciones o construcciones. A veces hasta se debía trabajar con un
arquitecto ajeno al estudio, y eso era difícil hasta para Emma, que era por eso que evitaba ese tipo de
proyectos. Tenían que tener la habilidad de poder trabajar en equipo a pesar de no tener que hacerlo
como mandamiento bíblico en todos los proyectos. Y tenían que saber trabajar solos también.

— Básicamente es un dilema con la paleta de colores —comenzó diciendo tal y como lo había hecho
en su época de universidad cuando tenía que exponer algún trabajo.

— Rojo, azul, y blanco —asintió Parsons con una hostigada mirada de «¡sabemos!» y de «no somos
imbéciles».

— No —«¡yo sé que saben!», se aclaró la garganta para no gruñir—. La paleta de colores puede ser
blanco-azul-rojo —dijo, notando cómo Parsons enrollaba los ojos al no encontrar nada distinto entre
lo que ella había dicho y lo que Sophia decía en ese momento—, o puede ser azul-blanco-rojo —añadió
para que Parsons entendiera que había una diferencia demasiado grande, y esa diferencia se llamaba
“color principal”, un término y un uso básico que no era ni propio del diseño de interiores, pues
también lo utilizaban los decoradores de interiores; los que habían estudiado una certificación o un
simple diploma de seis meses que valía más para las licencias que para cualquier otra cosa—. La razón
de la primera paleta es 7:2:1, y quizás ni llega a ser uno; eso se define en la distribución y en el
volumen. La razón de la segunda paleta es de 5:4:1.
Por alguna razón, su mirada terminó en la de Lucas, quien la miraba atentamente como si tomara nota
mental hasta de cómo movía sus manos para explicar algo tan trivial como una paleta de colores, y le
gustó la ligereza y la disposición que lo dominaba por saber que si ella estaba a cargo del proyecto era
porque debía ser lo suficientemente buena como para permitirse aprender de ella. Se trataba de la Old
Post Office, no del restaurante de esquina con presupuesto de quinientos dólares.

Y levantó la mano, como si estuvieran en la escuela, para pedir la palabra.

— Para la segunda paleta, ¿el rojo es menor o igual al diez por ciento? —preguntó en cuanto Sophia
le sonrió.

— Es difícil estimarlo con precisión —le respondió con amabilidad—. ¿Alguna vez han trabajado
con este tipo de parámetros? —Lucas sacudió la cabeza, y Parsons ni se inmutó.

— Esas exactitudes son relativas —intervino Emma con una risa nasal al notar que Sophia se
aclaraba nuevamente la garganta, no sabiendo si estaba molesta o si su garganta se había secado por
haber corrido—. Es un poco contradictorio, hasta confuso, y realmente no suele utilizarse por lo
mismo. Pero, en un espacio tan grande, en especial cuando se trata de la hospitalidad, se utiliza para
que el cliente tenga una idea más clara de cómo se verá… porque no es lo mismo tener una paleta de
colores para cada habitación de la casa, a cuando se tiene para toda la casa; cuando es el concepto
general.

— Sólo de esa manera se puede saber si un color es demasiado imponente, o pesado —agregó
Sophia con un tono distinto, ya no molesto, pues se había dado cuenta de que, en realidad, quien
tenía algo que perder no era ella; cuando esa actitud arrogante y de yo-lo-sé-todo llegara a salir con
Emma, entonces se acabaría. «Or maybe she just needs a reality check». Y le dio el beneficio de la
duda, porque, de tratarse del golpe de gracia, era algo que tenía solución—. Entonces, prácticamente
se trata de hacer renderings digitales —sonrió para ambos—: una sala de conferencias, la parte del
vestíbulo que se encuentra con el bar, el área de la cama de una habitación sencilla, el área de la sala
de estar y el comedor de una suite ejecutiva, y el salón principal de eventos —dijo, sabiendo que Eric
sólo le había pedido tres, pero ella quería convencerlo de que su propuesta de paleta de colores era
mejor que la que ya habían decidido.

— ¿En ambas paletas? —ensanchó Parsons la mirada, y Sophia asintió—. ¿Y son para hoy al
mediodía?

— A más tardar, sí —asintió la rubia de nuevo con una sonrisa un tanto burlona,
porque «bienvenida al mundo real».

— Con la Licenciada Rialto decidimos que era mejor dividirnos el trabajo, al menos por hoy —dijo
Emma, notando a Lucas estar de acuerdo y a Parsons querer materializar una pistola para hacer un
Jackson Pollock de sesos; ya sabía que trabajaría con Sophia—, y decidimos, de acuerdo a sus
habilidades, y a sus estilos, que Lucas trabaje conmigo y que tú —señaló a Parsons—, trabajes con
ella.

Lucas dibujó una sonrisa, porque no le molestaba ninguno de los dos proyectos en lo absoluto, ni le
molestaba la idea de trabajar o no únicamente con Emma, porque cualquier proyecto se vería
demasiado bien en su hoja de vida; se trataba sí o sí de un hotel, uno en Washington y otro que viajaría
de dos veces al año de Miami a Miami por veinticinco días, y dos veces al año de Miami a Miami por
veintitrés días. Una aventura por el Amazonas, y otra por ríos y rainforests, siempre visitando algunas
de las Antillas, en una ocasión a más por menos Amazonas, y en la otra a menos por más Amazonas.

Guardó todo el material que estaba utilizando para crear el diseño de su esténcil, y, con paciencia,
esperó a que Emma le dijera qué hacer. Él estaba a su completa disposición.

Parsons, por el contrario, no sabiendo ni cómo encontrar fuerzas en sus piernas para escapar
del sofá, intentó relajarse para no ceder a la presión del tiempo, pues Sophia no le caía bien y no podía
hacer nada al respecto. Quería el trabajo.

La rubia sacó su material, todos sus apuntes del día anterior, de los textiles que debía utilizar,
y de una visión prácticamente terminada por tener la lista detallada preliminar del mobiliario que se
compraría; faltaba determinar cantidades, una que otra dimensión, alteraciones de textiles y los
colores exactos.

Le explicó a Parsons cómo quería el rendering, porque, al no saber qué tan rápido trabajaba, o qué
tan bien trabajaba, uno era suficiente, y le dio el que ella creía ser más fácil por tener únicamente
cuatro colores en juego, de los cuales el blanco plagaba la imagen quizás en un ochenta por ciento
para que el dorado tuviera un quince por ciento, y porque era prácticamente uncopy+paste un tanto
más complejo. Hasta tuvo la decencia de dejarla usar su iMac para que se le hiciera más fácil.

Ella se encargaría de, en su MacBook, hacer los renderings que no fueran el salón de eventos, y dejaría,
por último, el más complejo; el dormitorio.

Hubo poca comunicación entre ellas, quizás por las asperezas de sus actitudes, quizás por el estrés y
por la presión, o quizás porque estaban demasiado concentradas cada una en lo suyo.

Pero, claro, Parsons no podía evitar mirar, de reojo, todos los movimientos de la rubia. Veía cómo sus
celestes ojos iban de aquí allá con demasiada velocidad, velocidad que era igualada por el número de
clicks que daba con aquel mouse que iba directo a la obsolescencia luego de ese proyecto. Veía cómo,
a falta de un brillo o humectante labial, mordisqueaba su relativamente reseco labio inferior mientras
apretaba dos o tres teclas simultáneamente. Y todo eso le parecía relativamente normal, le parecía
que era producto de su concentración y de las ganas de querer sacarlo todo a tiempo, pero llegó el
momento en el que la tachó de algo más allá de lo excéntrico. Sophia, cuando no estaba cien por
ciento segura de la textura de un textil, porque no se utilizaba el mismo textil para el sofá y para las
cortinas, sacaba el muestrario de textiles para, con los ojos cerrados, pasear sus dedos por aquellos
recuadros que le aclaraban todas sus dudas. Claro, Parsons eso lo percibió como un enorme «what
the fuck is she doing?!». Y pensó lo mismo cuando sacó su cubo rubik de 5x5 para despejar su mente
por lo que el archivo tardaba en guardarse. «¿Acaso hay tiempo para jugar con esa mierda?»,
refunfuñó a las once y veintitrés, hora a la que Sophia estaba por empezar el dormitorio.

De paso, tal y como Sophia lo hacía, cada vez que guardaba el archivo porque nunca se podía ser
demasiado precavido, se tomaba el tiempo para ver cómo Emma y Lucas trabajaban en la misma
pantalla y no en dos, sentados lado a lado, Emma prácticamente sólo viendo su progreso, pues era él
quien se apoderaba del teclado, del panel táctil, y de la pantalla. Emma señalaba una que otra cosa,
le explicaba con ejemplos, con planteamientos de preguntas que sólo servían para que él mismo
llegara a la respuesta que buscaba, le corregía las pequeñeces para que conociera lo bien que se sentía
la perfección, y reían calladamente por lo que ella creía que eran chistes, pero, fuera lo que fuera,
ellos ya estaban construyendo una relación tanto personal como laboral, lo que hacía que Lucas
tuviera “n” cantidad de puntos más que ella. Claro, todo esto desde su perspectiva.

Y, mientras Emma y Lucas hacían lo suyo de esa tan envidiable manera, lo único que ella recibía eran
todos los tipos de “no” que podían existir y los que no: “no se ve bien”, “no tiene suficiente sombra”,
“no tiene suficiente brillo”, “no se ve real”, “no se ve limpio”, “no se ve definido”, “no está lo
suficientemente centrado”, “no se ve natural”, y más “no” de cualquier cosa. Tanta frustración sólo
había hecho que Parsons la maldijera mil veces, y que estuviera a punto de reventarle con un «if you
don’t fucking like it, why the fuck don’t you do it yourself?!». ¿Acaso no había nada bueno en su
trabajo?

El mediodía era distinto para todos; para algunos era a las doce en punto, para otros era a
las doce y media, y para otros se estiraba hasta la una o la una y media sin importarles el verdadero
significado de “mediodía”. Algunos se tomaban quince minutos para almorzar en paz, otros treinta,
otros se tomaban una hora, algunos hasta se tomaban más tiempo del necesario, y algunos ni siquiera
almorzaban. Algunos almorzaban sentados y otros parados. De los que almorzaban, algunos lo hacían
en sus oficinas, otros bajaban o subían al cafetín (o cafetería, o cantina, o comedor) del edificio en el
que trabajaban, otros salían de sus edificios para comer de un carrito de hot dogs o en un café o un
restaurante.

El almuerzo de Belinda duraba una hora y media, a veces dos, y lo comía en su casa junto a sus hijas,
su hijo almorzaba en la escuela. El almuerzo de Volterra era en su oficina mientras continuaba
trabajando. El almuerzo de Pennington era al mismo tiempo que el de Clark, que el de Selvidge y que
el de Segrate, y los cuatro, o los que estuvieran presentes, comían como si se tratara de obligación
por mandamiento bíblico en Lenny’s; Pennington un Meatball Parm, Clark un Steak’wich, Selvidge
unChicken Cheddar, y Segrate que no tenía un sándwich fijo a pesar de que a veces, por ser gracioso,
se comía un Emma: jamón ahumado, jamón de pavo ahumado, queso suizo, aderezo ruso, y coleslaw.
Todo para hacer el mismo chiste que sólo había dado risa las primeras dos veces. El almuerzo de todas
las secretarias, menos el de Gaby, era acordado por escrito un poco antes de las once, y normalmente,
terminaban en El Rincón del Sabor, o en Chipotle, o en Café Metro. El almuerzo de Gaby era antes o
después del de Emma, porque no podía dejar desatendido el teléfono cuando ella no estuviera, y, a
veces, cuando Emma comía en su oficina, ella comía en su escritorio, de lo contrario terminaba
almorzando con Jason, el contador, o en veinte o treinta minutos de paz y soledad mientras comía
alguna ensalada y se devoraba algunas páginas de “A Dance With Dragons”. Y el almuerzo de Emma
dependía de si Sophia estaba o no en la oficina, de si tenía tiempo suficiente para sentarse a comer
en un restaurante, etc.

Volviendo al punto inicial, el mediodía para Sophia era entre doce y una de la tarde, una hora
que podía estirar y explotar a su gusto, y para Parsons el mediodía era realmente el mediodía; a las
doce en punto. Y ya eran las doce y treinta y cinco y Sophia seguía trabajando en el dormitorio.

Pues sí, la rubia se había tomado su tiempo, quizás hasta demasiado, pero el resultado iba a ser digno
de una ovación; apenas tres objetos en rojo y en tres tonos distintos: el pequeño y rectangular cojín
de la cama en persian red y en terciopelo, el cojín cuadrado del sillón en rio red y en terciopelo, y la
silla, que pertenecía al escritorio, en gamuza jester red. Silla y diván diseñados por ella misma, diseños
que, a pesar de haber sido aprobados el día anterior, necesitaba que fueran nuevamente aprobados
por si las dudas. Sábanas blancas con los detalles de Sferra en azul marino. Todas las paredes blancas,
menos la que estaba tras la cama, que era azul marino y vibrante, del mismo tono de las cortinas que
tenían un patrón en color marfil, la alfombra con tendencia a color crema en lugar de blanco, dos
lámparas de mesa y una de pedestal, y una araña de cristal que colgaba sobre el pie de la cama. Pero
el trabajo se notaba más en el juego de los reflejos de los espejos, que eran tres, y en la vista que
supuestamente tendría la habitación; fotografía que se había encargado de sacar el día anterior, pues
no había nada mejor que un rendering más real que aproximado.

Imprimió todos los renderings, en ambas paletas de colores, y, con tan sólo verlos, supo que su
proporción era más adecuada que la que habían acordado anteriormente. Separó ambas propuestas,
junto con una copia digital, y las colocó en las manos de Moses, quien se tardaría siete minutos en
llegar a su destino final.

— Hora de almorzar, ¿no? —sonrió Sophia para todos, en especial para Emma porque, dentro de todo
lo obvio, le decía un«¿ves cómo sí voy a almorzar hoy?» que tenía intenciones de redimir su descuido
del día anterior.

— Hora de almorzar —asintió Emma, poniéndose de pie mientras veía su reloj; las doce y cuarenta
y dos no era una mala hora para almorzar aunque todo estuviera lleno—. ¿O no tienen hambre? —les
preguntó a sus discípulos, quienes habían permanecido sentados por no saber qué hacer o qué decir,
y su ceja derecha se elevó como si pidiera una explicación.

Lucas se puso de pie, porque sus ciento noventa y cuatro centímetros con doscientas libras
necesitaban alimento, pero esperó con una sonrisa a que Parsons reaccionara, pues pensó que, si iban
a trabajar juntos por seis meses, lo lógico era que almorzaran juntos, ¿no?
— Hora y media si quieren —dijo Emma, notando a Lucas encogerse disimuladamente entre hombros
para luego enterrar sus manos en sus bolsillos y salir de la oficina—. ¿Tú no vas a almorzar? —se volvió
hacia Parsons.

— No tengo hambre, y prefiero seguir trabajando en mi esténcil… si eso está bien con usted —
repuso, a lo que Emma rio nasalmente como si lo encontrara realmente entretenido.

— Llévate lo que necesites, pero respira un poco de aire fresco —le dijo con el tono justo en la
línea de ser un consejo y de ser una orden.

Tomó sus materiales y su bolso, casi con frustración por haber sido enviada al mundo exterior a perder
el tiempo por noventa minutos. Pensaba que Emma le debía algo, quizás algo llamado
“compensación” por haberla puesto a trabajar con la insoportable y estúpida rubia que no tenía
respeto por nada ni por nadie y quizás ni siquiera por sí misma; no respetaba su imagen personal, ni
a sus compañeros de trabajo, ni al tiempo, ni a sus jefes, ni a sus compromisos, ni a sus obligaciones,
pero, sobre todo, no respetaba a la profesión a la que tanta adoración ella le tenía. ¿Cómo podía ella
haber llegado a donde estaba? Ella sólo veía tres opciones: o era una amateur que se había enamorado
de la idea de la profesión y que había invertido en el estudio para poder ejercer lo que a su
irracionalidad más le gustaba, o era la hija, la hermana, la novia, la amante, la sobrina, la algo del
dueño, o, la más lógica «she just fucked her way to the top».

Si bien había escogido no ver las habilidades de la rubia, parte de sus apresuradas conclusiones, y de
sus juicios sin fundamentos, la hacían tener razón hasta cierto punto:

- La rubia había sido impuntual porque había cometido el pecado capital más grande; quedarse
dormida. Eso le pasaba a cualquiera. Era la primera vez en toda su vida laboral que eso le pasaba. Y su
impuntualidad nunca había sido tema de discusión o razón para reprenderla, pues nunca había llegado
tarde a una reunión con un cliente. Además, desde que Emma era su novia, nunca había querido llegar
tarde a nada; le gustaba evitarse esas casi-hiperventilaciones-por-estrés-de-estar-un-minuto-
impuntual de Emma, y le gustaba saberle la tranquilidad por estar cinco minutos antes como mínimo.

- La rubia, ciertamente, no se veía tan presentable. Lo que la salvaban eran los stilettos, pues, de lo
contrario, cualquiera podía pensar que se había vestido en la oscuridad. Había tenido suficiente luz
pero poco tiempo, y era precisamente por eso que había tomado lo primero que su mano había podido
alcanzar, y, porque la prisa y la impuntualidad no conocían tantas meticulosidades, se había disfrazado
de Emma de manera accidental. Todo lo que vestía era de la mujer que en ese momento le sonreía
con una satisfacción demasiado pícara. Los stilettos eran suyos, porque podía ser novia de Emma, y
podían ser de la misma talla de zapato, pero los stilettos eran como los autos; sólo su dueña debía
manejarlo.

- Y la rubia era rubia, obviamente. Y ser rubia no significaba que tenía la cabeza hueca, o que le habían
construido el cráneo únicamente para que su cabello tuviera una base estable, o que la estupidez la
dominaba en todo momento y que era por eso que parecía tener una crónica sonrisa hasta cuando no
sonreía, o que se reía por todo. Ella no era Amanda Seyfried en “Mean Girls”.

— Hora y media es bastante —comentó Sophia en cuanto Parsons ya se había ido, y, con exagerado
descaro, y sin la más remota de las vergüenzas, metió su mano dentro del pantalón para por fin
arreglarse la tela azul que le quedaba incómodamente floja.

— Tiene su propósito —rio burlonamente al ver tal pérdida de porte, y, con gentileza, cerró la
puerta de la oficina para que Sophia pudiera intentar terminar de vestirse de una buena vez—. Ven
aquí —le dijo, llamándola con un gesto de mano para que se acercara a su escritorio—. ¿Qué tanto te
incomoda? —preguntó con una risita mientras se dejaba caer sobre su silla y la veía llegar a ella con
la mano todavía dentro.

Abrió sus piernas, la tomó por la cadera, y simplemente la acercó para llevar sus dedos a la hilera de
botones del jeans.

— ¿Qué haces? —resopló un tanto confundida, viéndola desde arriba.

— Quiero ver qué es lo que tanto te incomoda —«obviamente», y la vio hacia arriba con una sonrisa
en cuanto se deshizo de los cuatro botones—. ¿O quieres que haga algo más?—deslizó sus manos por
el borde del jeans hasta llegar a su trasero, en donde tiró suavemente hacia abajo, como si se tratara
de pelar algo, para, de paso, apretujar suavemente su trasero. Sophia sólo rio nasalmente, y cerró sus
ojos ante el apretujón—. Ésta es mía —murmuró, halando la tela azul por el borde frontal para luego
soltarla—, por eso te queda floja —sonrió, y materializó la Fiskars en su mano derecha.

— Sorry —susurró.

— ¿Por qué? —sacudió su cabeza, porque no iba a aceptar sus disculpas, no por haber intentado
ponerse una tanga suya.

— Por lo que estás a punto de hacer —dijo, y escuchó cuando la tijera cortó esa fina franja que
abrazaba su cadera por el lado derecho—. Bueno, por lo que estás haciendo.

— Es para que ya no te moleste —sonrió, cortándola por el lado izquierdo también.

— No tenías por qué cortarla, me la podía quitar en el baño.

— Soluciones rápidas y efectivas, Licenciada Rialto —resopló, tomando la parte frontal de aquella
tela mutilada para, suavemente, tirarla hacia ella—. Listo —deslizó sus manos nuevamente por el
borde del jeans para subirlo y abrochárselo.

— Gracias —«supongo».
— Es un placer —sacudió su cabeza, «no es nada»—. Esto también es mío —dijo en referencia al
jeans—, y no te hace justicia.

— ¿También lo vas a cortar? —bromeó.

— No planeo dejarla desnuda, Licenciada —dijo, y la abrazó a esa altura, con su frente contra su
abdomen y sus brazos alrededor de su espalda.

— Hola, mi amor… —le reciprocó el gesto con una sonrisa, enterrando sus dedos en su cabello y
deslizando su otra mano por su nuca.

— Te imaginé con contusión cerebral —susurró, apretujándola un poco más.

— Éste no es un guion escrito por Shonda Rhimes —rio nasalmente, «porque también por eso es
que le gusta la puntualidad», y se despegó de ella para, con sus manos sobre los brazos de la silla,
deslizarla por la alfombra hasta que el respaldo de la silla se detuviera contra un extremo de su
escritorio—, nada de contusiones cerebrales, ni de accidentes de absurdas probabilidades, ni de
personajes principales en coma —susurró, y, lentamente, se acercó a sus labios para decirle que todo
estaba bien y para saludarla como se debía.

— Buenos días, Licenciada Rialto —exhaló a ras de sus labios para darle otro beso antes de que
pudiera responderle.

— Buenos días, Arquitecta Pavlovic —sonrió—. ¿Me invitas a almorzar?

— ¿A dónde quieres que te invite?

— Tenemos noventa minutos, a donde quieras —le dijo, irguiéndose para guardar la tijera en la
funda y luego dejarla ir de punta en aquel recipiente en donde tenía bolígrafos y lápices que nunca
utilizaba y que prácticamente estaban ahí para uso ajeno.

— Si te voy a invitar a almorzar… te voy a invitar a un lugar que te guste.

— Sushi —dijo nada más, tomándola de la mano para ayudarle a ponerse de pie, «como si lo
necesitara».

— Sushi —confirmó, deteniendo la tela contra su muslo izquierdo para que no cayera al suelo,
pues Sophia prácticamente la estaba halando.

— ¿Qué vas a hacer con eso? —le señaló lo que apuñaba en su mano izquierda.
— La voy a guardar —respondió, soltándole la mano para doblar minuciosamente la tela—. Es mía
—guiñó su ojo, y se la guardó en el bolsillo izquierdo de su jeans—, no quiero que ningún pervertido
la recoja y pueda saber a lo que huele mi novia.

— No, mucho menos cuando no me he bañado bien —resopló, alcanzándole su bolso.

— ¿Por qué no me dijiste que recién te despertabas? —le preguntó con un tono que parecía
regañarla, aunque sólo quería saber si se trataba de falta de confianza o de algo más cercano al
“miedo”.

— A mi jefa no le gustan las excusas —bromeó, sabiendo que a Emma le molestaba ese término—
. En cualquier otro trabajo no tienen por qué saberlo.

— Éste no es “cualquier otro trabajo”, soy yo —murmuró, sacando la tarjeta negra con el centurión
romano de su cartera para no llevar las manos ocupadas.

— ¿Se lo tolerarías a tus…? —«como sea que se llamen», se refirió a sus discípulos.

— Es distinto.

— Lo siento —se disculpó.

— No lo sientas —suspiró—, sólo quiero saber por qué no me lo dijiste. Aplós.

— No te lo dije porque no quería que supieras que me había quedado dormida —repuso rápida y
sinceramente con la vergüenza que era imposible disimular—. Quería que creyeras que me había
atrasado un poco, pero que ya sólo me faltaba tomar el taxi.

— ¿Por qué? —tuvo que preguntar, porque no entendía el porqué de la vergüenza, o de la omisión.

— No sé, me da vergüenza —se encogió entre hombros.

— Que te dé vergüenza otra cosa, no eso —rio nasalmente, y, tomando su teléfono para guardarlo
en su bolsillo derecho, la tomó de la mano—. No te voy a regañar por venir tarde… eso no lo hago con
nadie, ni porque el estudio abre a las ocho y media —le besó la mano, y, en cuanto puso la mano
izquierda sobre la manija de la puerta, Sophia supo que era momento de caminar juntas pero
separadas—. Es sólo lo de la contusión cerebral —dijo, y se volvió hacia Gaby—. ¿Crees que me puedes
conseguir una mesa en Sushiden de Madison para… en quince minutos?

— Haré todo lo posible —asintió Gaby con una sonrisa, digitando ya el teléfono de aquel lugar.

— Gracias, Gaby. Regresamos en hora y media —sonrió, y pasaron de largo.


En el ascensor no iban solas, las acompañaban siete hambrientas personas que contaminaban su
privacidad, pero, al menos, Sophia se plantaba al lado derecho de Emma, tal y como lo hacía siempre
porque a ella no le incomodaba ver hacia la izquierda o hacia la derecha, y tampoco le incomodaba
ser tomada de la mano izquierda. Tal y como lo había hecho siempre, menos durante esa noche, que
había dormido a su lado izquierdo, pero que, por alguna razón, había resultado más cómodo para
ambas; quizás porque Emma acostumbraba a dormir sobre su costado izquierdo y ella sobre el
derecho. Quizás la cama era el único lugar en el que a Emma eso no le estorbaba.

La pregunta sonaba familiar, “what is it about elevators?”, pero no tenía nada que ver con un impulso
sexual, pues esos impulsos eran precisamente eso: impulsos, y no eran exclusivos de elevadores.
Quizás esos impulsos eran por la sensación de privacidad, del oculto y excitante carácter
exhibicionista. Pero no. La música sólo era un motor, un acelerador del tedio, era como la música
de “on hold” de cualquier call center. Jazz de mal gusto, o cualquier canción que pudiera asociarse con
“Careless Whisper” y con “Hello”. Propulsores e impulsores de una pandemia de desenfreno de lo
energúmeno, de una masacre por desesperación; incomodidad repentina y temporal por la intensidad
de los silencios. Nadie se comportaba del mismo modo estando fuera y dentro de un elevador.

Pareció haber un suspiro colectivo de alivio en cuanto las puertas se abrieron en el vestíbulo,
y, por estar hasta el fondo de la cabina que parecía ser diminuta con siete personas más a pesar de
que podían caber dieciocho, esperaron a que todos salieran como bestias recién liberadas y libradas
de un corral.

Emma detuvo las puertas con su mano, porque ni que tuviera la intención de atentar contra la
integridad física de la rubia que le agradecía el gesto a pesar de los sensores, y aceleró el paso para
alcanzarla en su espera por ella.

Caminaron en silencio, silencio que por alguna razón no era incómodo sino sonriente por la
satisfacción de poder hacer algo tan sencillo como tomarse de la mano mientras se movían a lo largo
de la cuarenta y nueve como por automaticidad. Y veían a las personas moverse en manadas a pesar
de ir solas, porque hasta quienes iban notablemente acompañadas dejaban una distancia que era
quizás distintiva de la ciudad o de la cultura; las distancias eran siempre algo absurdo.

Sophia intentó no ver hacia su izquierda en la esquina con la Quinta Avenida, porque ella sí tenía esa
debilidad por Michael Kors y sus diseños de cuestionable calidad y de careciente unicidad, que Emma
lo criticaba por ser muy literal en lo que a “americansportswear” se refería, «término y estilo
totalmente inventados por los italianos; ergo nada de “american”», y Emma que intentó no ver hacia
su derecha en cuanto cruzaron la avenida; no le gustaba ver las vitrinas de American Girl Place porque
había demasiado patriotismo y rosado concentrado en caprichos y berrinches de insoportables niñas
que exigían muñecas de ciento quince dólares. «Whatever happened to Barbie…».

Si bien era cierto, Emma no había tenido la locura Barbie por el simple hecho de que le gustaba más
jugar con Ken, o con los G.I. Joes de Marco. No se acordaba del nombre del G.I. Joe del que se había
apoderado luego de que Marco había secuestrado a su Barbie gimnasta (la que menos le importaba),
pero ése había tenido todas las cualidades de promiscuo, pues se había acostado con las otras dos
Barbies que le habían quedado, y había ocasionado disturbios y rupturas de proporciones de
telenovelas brasileñas, venezolanas, mexicanas, colombianas, y miamenses juntas. Por eso a Emma
no le impresionó cuando Barbie dejó a Ken por Blaine en el dos mil cuatro. Quizás Mattel se había
basado en sus historias de promiscuidad, pero ella lo previó antes que Nostradamus mismo.

— Pronto —atendió su teléfono—. Mmm… veo —suspiró un tanto decepcionada—. De todas


maneras, gracias, Gaby —sonrió, y colgó.

— ¿No hay mesa disponible?

— La tendrán en veinticinco minutos —tambaleó su cabeza mientras guardaba su teléfono.

— Si no hay mesa, quizás hay espacio en la barra… no me molesta comer allí —sonrió la rubia,
viendo cómo su mano se elevaba entre la de Emma para recibir un beso al que no le había encontrado
mayor explicación que un “no importa”.

— Ya veremos —sonrió, y le dio otro beso—. ¿Tú tuviste Barbies?

— Sure —asintió, no sabiendo de dónde había nacido la pregunta, aunque supuso que tenía algo
que ver con la aversión al local que recién pasaban de largo—. Mis abuelos pensaban que eso era lo
que me gustaba —resopló—, me regalaban una Barbie y un Ken cada cumpleaños y cada Navidad… y
mis pappoúdes me regalaban los accesorios —le dijo mientras cruzaban la calle llenas de irreverencia
e insolencia, pues no sólo la cruzaban en diagonal sino en donde no había una zona peatonal—. ¿Tú
tenías?

— Un par —asintió con una risa nasal, y terminó por halarla para que se plantara sobre la acera.

— ¿Un par? —dijo su escepticismo.

— Sí, “un par” —asintió de nuevo, porque era literal; sólo había tenido dos. Bueno, “dos” al final
de todas las pérdidas, asesinatos, secuestros, y desapariciones impecables de la mafia, «porque en
aquel entonces era la mafia y no el narcotráfico».

— No sé por qué siempre te he imaginado como ahogada en juguetes —se encogió entre
hombros—. I mean… your parents had money.

— Cuando leí el primer libro de Harry Potter, que Dudley se enoja porque tiene treinta y seis regalos
de cumpleaños, uno menos que el año anterior, y que le compran dos regalos más…

— ¿Así eras tú? —interrumpió su proceso mental, un tanto asombrada pero también con ganas de
no creerlo en caso de que la respuesta fuera afirmativa.
— Quite the opposite —sacudió su cabeza—. Tú sabes cómo es cuando eres pequeño, que tu mamá
te regala una cosa, tu papá otra, y te regalan otra cosa en nombre de tus hermanos, y así es
prácticamente con toda la familia. Cuando creces el número de regalos se va reduciendo; te dan uno
nada más, hasta que dejan de darte regalos. Por la diferencia de edad que hay entre mi hermano y yo,
cuando a él mis papás le daban sólo un regalo entre los dos, y que a mí todavía me daban por separado,
supongo que no le gustaba e intentaba amargarme el rato con que sus regalos eran más grandes. Me
regalaban muñecas, y cosas como de cocina, y cosas para hacer manualidades, y las típicas cosas que
le regalan a una niña —se encogió entre hombros, y, como era de su costumbre, abrió la puerta de
Sushiden para encontrarse con demasiadas personas dentro—. Vamos a ver si hay espacio en la barra
o si hay alguien que ya se va —le dijo contra todo su impulso de salir corriendo de ese repleto lugar.

Lo que no le gustaba de lugares tan superpoblados era que el aire era denso y relativamente caliente,
que era como estar respirando de las exhalaciones de las demás personas, y se combinaba con el calor
de la cocina, y del estrés de los meseros y de quienes vivían encadenados a la barra del sushi y a la
caja registradora.

Caminaron hasta el fondo, y de regreso, y se dieron cuenta de que probablemente no cabía


ni un trapo más.

— Tenemos dos opciones —le dijo Sophia al oído—: esperamos los “veinticinco minutos” —«que por
no ser veinticinco exactos no creo que sea buena idea»—, o podemos comer en otro lugar.

— Tú quieres sushi —sacudió su cabeza, porque ésa era razón suficiente para quedarse y no
importaba la densidad del aire respirable e irrespirable, ni la exorbitante cantidad de gente.

— No está escrito en piedra —repuso, apoyando su frente contra su sien—. Al otro de la calle no
estaba tan lleno… y podría comerme una hamburguesa también.

— ¿Cómo puede estar esto tan lleno? —frunció su ceño, pues no podía explicarse cómo tantas
personas querían y podían pagar treinta dólares por un filete de anguila a la barbacoa sobre una cama
de arroz al vapor, y ni hablar de las diminutas y ultra-finas porciones de sashimi.

— No importa —intentó sacarla de su transe de estupefacción—, tengo demasiada hambre, vamos


a que me coma una hamburguesa…

— Vamos —sonrió, y fue halada de la mano por el hambre de la rubia, que en realidad no era tanta
pero que no era más que para hacer que a Emma se le olvidara que allí era en donde iban a comer
porque de eso había tenido “antojo”; «sólo dije lo primero que se me vino a la mente».

— Entonces, ¿qué me decías de tus regalos? —le preguntó en cuanto salía antes que ella por la
puerta de vidrio.
— Son treinta y cuatro C, y eso lo sabes —respondió muy seria, y Sophia que se volvió hacia ella
con la mirada casi cuadrada.

— Oh, stop messing with me! —rio entre un pequeñísimo pataleo que parecía ser un infantil
berrinche.

— Nunca me interesó lo que me regalaban —dijo con cierta vergüenza, porque eso sólo sonaba a
que no apreciaba los gestos—. No me interesaban los peluches, o los sets de maquillaje, o cordones
de zapatos que brillaran en la oscuridad, o “joyería” plástica, ni cosas para las uñas, o para el cabello,
o para que cocinara…

— ¿Qué te interesaba?

— Me interesaba que mi mamá y mi abuela me llevaran a la juguetería a comprar ropa para mis
Barbies y para mis Kens —

rio, y frunció su ceño—. ¿Es “Ken” en plural también o es “Kens”?

— Eso déjaselo a los filósofos —rio.

— Bueno, pues eso —sonrió, halándola de nuevo para cruzarse la calle a paso apresurado—. Y me
interesaban los legos de mi hermano, que los armaba y después, como le importaban un carajo, y ya
eran “de segunda mano”, me los vendía.

— ¿Te los vendía? —resopló.

— Claro, siempre fue un hombre de negocios —asintió, pero Sophia notó cierto sarcasmo—. A él
no le interesaba tener dinero… le interesaba que alguien jugara a ser el arquero mientras él pateaba
los penalties.

— ¿Cuántos penalties? —frunció sus labios.

— Dependía del tamaño del lego que quería: diez por los pequeños, quince por los medianos,
veinte por los grandes, veinticinco por los enormes.

— Es poco —supuso.

— Tenía que atajarle… —sacudió su cabeza.

— ¿Eso no cuenta como abuso de algún tipo? —suspiró para no darle placer a su furia.
— Le veo el lado bueno —rio—, no me dan miedo los balones —guiñó su ojo, y empujó la puerta
de vidrio que les daría bienvenida a un espacio humana y soportablemente vacío y fresco por el aire
acondicionado que funcionaba a la perfección.

Las recibió un alto adulto joven que tenía cara de estar esperando un largo día de servicio y de clientes
difíciles por bajas o nulas propinas, y, con la sonrisa más falsa, les preguntó cuántas personas estarían
almorzando, para luego acomodarlas en una de las mesas que cumplían los criterios de Emma: nada
a la entrada, de preferencia al fondo, y que no hubiera mucha gente. Les ofreció la mesa de la esquina
más retirada, esa que estaba al lado contrario del final de la barra y en donde no había tanta presencia
del homo sapiens. Les entregó los dos menús plastificados, «muy fino», y, sin esperar encontrar una
sección de vinos, se concentraron en descifrar qué era lo que gritaba un «¡se me antoja!».

— I’ll have a cheeseburger… american classic, and a coke —sonrió Sophia, «aplós», y tuvo piedad de
lo que se venía a continuación.

— ¿Do they come with ketchup, mustard, and/or mayonnaise, and/or any other house sauce? —
preguntó sin regalarle la mirada por seguir analizando el menú, «“white or red wine by the glass”…
that’s ludicrous!».

— No, ma’am —dijo el mesero que ya había tachado a Emma como cliente difícil.

— Alright, then —sonrió Emma ciertamente complacida—. I’ll have a cheeseburger… american
classic —dijo, viendo cómo él sólo escribía, probablemente, un “x2” al lado de lo que ya había anotado
de Sophia—, no tomato, no pickles, no red relish, no coleslaw.

— They come on the side —la interrumpió.

— No —rio nasalmente—. I don’t want to see them on the plate —sonrió casi angelicalmente,
porque sabía lo demandante que era, y notó cómo la ofendían e insultaban mentalmente—. And I
want it with fresh mushrooms and sautéed onions, and a ginger ale… please.

Él sólo asintió con un suspiro, tomó los menús, y se retiró sin cortesía o cordialidad alguna.

— Dije “por favor” —le dijo a la rubia que la veía extrañamente.

— ¿Qué? —rio—. Yo no estaba diciendo nada.

— Mmm… —entrecerró la mirada—. Igual, para que quede registrado: dije “por favor”.

— Dijiste “por favor” —rio nasalmente—. En fin, los legos de tu hermano.

— Ah, sí —asintió—. En aquella época había tres temas que tenían bastantes sets; eran los piratas
y los islanders, los Royal Knights, y los Ninja Knights. Y tenía de otros temas también, pero
básicamente lo dejé sin legos para yo poder hacer de las mías… me ponía a armar cualquier cosa —se
encogió entre hombros.

— ¿Será que ése es tu primer paso arquitectónico?

— Quizás —se encogió nuevamente entre hombros.

— ¿En qué momento supiste que querías estudiar arquitectura? —ladeó su cabeza—. Y no voy a
aceptar la respuesta al “por qué”.

— Mmm… —suspiró, y, colocando sus codos sobre la mesa para entrelazar sus manos, pero no sus
dedos, y, sobre su pulgar extendido, apoyó su mentón—. Cuando mis papás se divorciaron, mi papá
se fue a vivir a lo primero que encontró; un apartamento espantoso. Mi mamá tenía la custodia
completa sobre mí y sobre mi hermana, pero, aun así, teníamos que verlo una vez a la semana, o
quedarnos a dormir un día o dos cada dos semanas donde él, de preferencia durante los fines de
semana para que no alterara nuestros horarios de la escuela. El apartamento tenía una distribución
demasiado rara.

— ¿Cómo “rara”?

— Entrabas —dibujó un espacio de líneas paralelas con sus manos—, había tres escalones —golpeó
el aire con su dedo índice, luego con el medio, y con el índice de nuevo, como si subiera
imaginariamente esa corta escalera—, y estaba la cocina —señaló hacia la izquierda—. A un costado
de la cocina había un baño. Después de la cocina había un pasillo —dibujó un rectángulo horizontal
angosto y largo—, luego estaba la sala de estar, un baño, y un dormitorio —señaló tres etapas con
tajantes pero suaves secciones de aire—. Y al final, después de una terraza, estaban los otros dos
dormitorios con un baño.

— Suena raro —estuvo de acuerdo.

— No me gustaba ir allí por eso, porque me estorbaba la distribución —resopló—. Y porque había
demasiado polvo, y porque nada olía a mi casa, y porque mi papá era malísimo en la cocina.

— No sé por qué tenía la impresión de que era bueno.

— Le gustaba ver a mi mamá cocinar porque él no podía —sacudió su cabeza—. Era tan malo, pero
tan malo, que una vez, por no tener nada más que agua para beber durante el almuerzo, deshizo una
mezcla de gelatina con sabor a cereza en una jarra con agua fría —rio a costillas del hombre que,
precisamente por haber sido enterrado, quizás se retorcía por humillación.

— Es broma, ¿verdad? —ensanchó la mirada.


— Y, otra vez —sacudió su cabeza—, él quería cocinarnos un buen filete, entonces compró el más
rojo que vio en el supermercado porque creyó que era la carne más fresca… creo que fue la última vez
que comí hígado encebollado.

— Creo que saliste bien en el departamento de la cocina —rio—. No te mueres de hambre, ni te


intoxicas en el proceso de alimentarte.

— Rescatable, sí —asintió.

— No sabía que era obligación ir con tu papá… —suspiró en cuanto logró procesarlo.

— Fueron los acuerdos —se encogió entre hombros—, uno de tantos.

— Creí que había sido custodia completa en todo el sentido de la palabra.

— Yo podía vivir con mi mamá, y mi mamá tenía el poder para decidir cosas que tuvieran que ver
conmigo… pero, para las cosas legales, sí tenía que llamar a mi papá.

— ¿Cosas legales como cuáles?

— Por ejemplo, si yo iba a salir del país, que iba a cruzar alguna frontera, o que iba a viajar por aire
o por agua, y que tenía que pasar por migración, por ser menor de edad tenía que viajar con permiso
de mis papás; un permiso firmado por los dos que especificaba el puerto por el que iba a salir, qué
fecha iba a salir, y por qué puerto iba a entrar, y qué fecha iba a entrar.

— Suena complicado —frunció su nariz.

— Cuando dejé de ir todas las semanas, y que dejé de quedarme a dormir allí, era requisito que yo
fuera a su oficina, o a su apartamento para decirle que necesitaba que hablara con el abogado para
que hiciera el documento. El favor me costaba una cena o dos, dependía de la frecuencia con la que
le pedía los permisos.

— ¿Cuándo dejaste de ir?

— No me acuerdo con exactitud —sacudió su cabeza—. Creo que nos duró dos años eso.

— ¿Dos años de mala cocina? —rio.

— No, luego compró el apartamento en el que se quedó viviendo, y Francesca limpiaba y cocinaba.
La mala cocina nos duró un par de meses nada más.

— Sí, porque si tu hermano vivía con él…


— Durante seis meses tuvimos visitaciones de la CISMAI para ver si estábamos bien —sonrió—. Mi
papá tuvo que aprender a llevar una casa, no sólo a pagar por la comida que mágicamente se
materializaba en la alacena y que mágicamente se cocinaba.

— Bueno, le pagaba a Francesca —rio.

— Encontrar a Francesca fue parte de eso. Porque también era niñera de mi hermano.

— Tu hermano tenía, ¿qué? ¿Quince?

— Mjm —asintió, retirándose un poco para recibir su bebida frente a ella, un pequeño vaso de no
más de un tercio de litro,«tacaños…»—. Pero no hablemos de mi hermano, ni de mi papá —sonrió
para hacer que el tema se terminara.

— Estábamos hablando de Barbies —repuso Sophia, con sus dedos que rompían el borde del
envoltorio plástico de la pajilla negra para luego ensartarla entre los hielos y el líquido.

— De que yo tenía dos y que tú tenías un millón —rio mientras asentía y empujaba la pajilla contra
el plástico para simplemente sacarla.

— Tampoco —se sonrojó—. ¿Jugabas?

— Sure —rio ante las tramas que previamente mencioné, aunque me faltó mencionar que sus
juegos eran mentales; de diálogos mudos para acciones gráficas—. Pero me interesaba más la ropa.

— ¿Por qué no me sorprende? —ella se encogió entre hombros por estar bebiendo un enorme
sorbo del gasificado líquido.

— Los patrones son iguales a los de la ropa de tamaño humano —se aclaró la garganta mientras
presionaba fuertemente sus párpados entre sí para controlar los efectos del potente gas, hasta un
poco de rojo le invadió los alrededores del verde, y una leve y fugaz congestión nasal se hizo presente.

— ¿Por qué serían distintos?

— No lo sé, pregúntaselo a la ingenuidad que me caracterizaba —se encogió entre hombros con
una risa nasal—. Siempre compraba dos de cada paquete de ropa; uno lo descosía y el otro lo dejaba
intacto.

— Qué da Vinci de tu parte.

— No sé si tomarlo como un halago.

— Pues, no sé —rio—. Él diseccionaba cadáveres, ¿no?


— So I’ve been told —asintió.

— Quizás no era morboso, pero era otro tipo de disección —se encogió entre hombros.

— Supongo.

— Entonces, ¿de allí nace tu amor por la ropa?

— Quizás sí, quizás no. Definitivamente el entendimiento básico sí, porque no hay nada mejor que
entender cómo hacen que la ropa le quede perfecta a una mujer que tiene las medidas imposibles.

— “Imposibles”…

— Tú sabes: noventa-sesenta-noventa.

— Creí que tú tenías las medidas perfectas —frunció su ceño con seriedad, pues sólo intentaba
insinuarle que, para ella, sus medidas eran perfectas a pesar de no ser las “perfectas”.

— Ochenta y seis —señaló su busto—, sesenta y uno —colocó sus manos alrededor de su cintura—
, ochenta y seis —señaló su cadera—; no perfection here —sonrió.

— Eso no fue lo que dije —frunció sus labios mientras sacudía su cabeza lentamente de lado a lado
con absoluta desaprobación, y Emma frunció su ceño por la incapacidad de no entenderle—. Dije que
creí que tú tenías las medidas perfectas —profundizó la penetración celeste, como si la obligara a que
pensara más allá de la terminología y de la definición de las proporciones imposibles del cuerpo
femenino.

— Bueno… —suspiró, y se acercó sobre la mesa con su torso para llamar a Sophia a un
secreto; «gracias mesa tacaña»—. Claro que mis medidas son perfectas —susurró a su oído derecho,
haciendo de la última “s” la razón principal poros exaltados, de rubor de mejillas, y de una risa estúpida
que debía ahogar la autónoma reacción de no sólo cerrar sino también cruzar las piernas—, pero me
gustan más las tuyas —dijo contra su pómulo, y falló en contenerse el inofensivo y cariñoso beso, beso
que fue visto, por casualidades de la vida, por el reflejo del espejo que estaba enfrente de la barra a
la que recién llegaba el altísimo hombre de nombre “Lucas Meyers”, a.k.a “SCAD”.

¿Casualidad o acoso? Definitivamente casualidad.

Lucas había sido el primero en salir de la oficina, ergo del edificio, y, antes de siquiera pensar en qué
iba a comer, decidió hacer una escala al cajero automático del Bank of America para hacer un retiro
de los veinticinco dólares que significaban su presupuesto para la ocasión. Esperó a que diecinueve
personas hicieran sus respectivos retiros, algo que había tomado una eternidad para él tardarse
menos de un minuto. Luego de haberle pedido a Yelp que le recomendara un restaurante no tan caro,
supo que podía comer en tres lugares que sabía que servirían rápido por los comentarios de los
usuarios: T.G.I Friday’s (llenísimo), Toasties (llenísimo), y precisamente Burger Heaven, lugar en el que
almorzaban Emma y Sophia tras la decepción de Sushiden.

Pensó en saludarlas en cuanto caminaba junto al mesero mal encarado, pero, al ellas no
haberlo notado por estar escondidas en la esquina, decidió no hacerlo para no dar una mala impresión
de acosador, y se sentó a la barra casi en modo incógnito para continuar siendo invisible, pues la barra
estaba llena hacia la izquierda y vacía hacia la derecha; mientras más a la derecha se sentara, más
cerca de ellas estaría, y no había tal cosa como pedir una mesa para una persona. No había tal
privilegio.

Cuando vio ese cariñoso y quizás coqueto-juguetón gesto de parte de Emma con Sophia, rio
calladamente para sí mismo por dos razones: porque no se lo había imaginado, y porque sabía que
era bueno saber ese tipo de información. Él sabía algo que Parsons no, y eso era demasiado bueno,
pues él, sin saber identificar las preferencias sexuales de alguien, en especial de un par de femmes, no
era tan ciego como para no ver que Parsons estaba siendo no sólo injusta sino también malcriada,
arrogante, e infantil.

Después de ver ese beso, del rubor evidente en las mejillas de una Sophia que sonreía estúpidamente
por reflejo a la sonrisa traviesa de Emma, y de su lenguaje corporal en general, él simplemente se
devolvió al menú para pedir una coca cola y unacheeseburger. Ni siquiera le nació un juicio, un
prejuicio, o la intención de un futuro y posible chantaje. Él no jugaba sucio, él jugaba inteligentemente.

— Si te gustaban tanto los legos, ¿por qué no tienes? —le preguntó Sophia en cuanto logró
recuperarse del momento provocador del que recién había sido víctima.

— Porque crecí—sonrió.

— Yo creo que todos, hasta tú, sufrimos de las nostalgias de la infancia —le dijo, no sabiendo si el
término “nostalgia” tenía una connotación buena o mala en el diccionario de Emma.

— Quizás —se encogió entre hombros.

— Entonces, ¿por qué no tienes?

— ¿Por qué tener legos cuando puedes construir algo más grande? —sonrió.

— Touché.

— A mi Ego ya no le basta con ciento cuarenta piezas e instrucciones —guiñó su ojo.

— No, claro que no —rio—, cómo se me ocurre —se dio un suave golpe en la frente—. Tu Ego
necesita hacer las instrucciones.
— Exacto —asintió—. Además, no me gusta tener lo que los demás tienen —le dijo, y,
delicadamente, con una sonrisa pícara de labio inferior entre sus dientes y una ceja derecha arqueada
con lascivia, elevó mínimamente su pie derecho para rozar su pantorrilla.

— Stop it! —siseó, nuevamente sonrojada, y se retiró de sobre la mesa para apoyar su espalda
contra el respaldo de la silla.

Emma simplemente se cruzó de brazos y retiró su pie del contacto directo. Su sonrisa se mantuvo,
igual que su ceja derecha, y sus ojos simplemente le prohibieron interrumpir la penetrante intensidad
del momento, porque, aunque no hubiera consecuencia alguna, no quería dejar de saber cómo
evolucionaba su tren de pensamiento. Era en esos momentos en los que agradecía tener una cómoda
disposición de sus fondos bancarios, independientemente de si eran crediticios o debitarios, y que
estaba en el país en el que era una obligación casi legal tener que aceptar Amex, porque podía no
preocuparse por el precio de sus improvisaciones o de sus arranques impulsivos como ese que estaba
teniendo en ese momento. A pocos metros de ahí, a ciento cuarenta y dos metros casi exactos, estaba
lo que se llamaba “The Towers at The New York Palace”.

Si debía ser honesta consigo misma y con la rubia que todavía lograba verla a los ojos, eso de tener
que restringirse sólo parecía provocarle urticaria en las manos, casi las palabras de Irene. No era como
que tenía las manos encima de Sophia todo el tiempo, tampoco era como que se le olvidaba su
presencia, era tan simple como saber que no era posible ponerse de pie para inclinarse sobre su
hombro y abrazarla por el cuello, sin ahorcarla, para darle un beso en la mejilla derecha por ser ése el
lado por el que emboscaba a su presa favorita. Tampoco podía acosarla con ofensivo descaro desde
donde estuviera, ni podía elevar su ceja derecha y dibujar una sonrisa traviesa en cuanto la rubia la
atrapara in fraganti. Ni podía pedirle que se sentara en su escritorio para ella descansar su cabeza
sobre su regazo mientras la rubia le rascaba ligeramente la cabeza.

Quizás no era obligación suya atarse de manos o controlar cada impulsiva necesidad que le nacía.
Quizás era mejor que sus discípulos supieran de su relación con Sophia porque no tenía ganas de
trabajar con un conservador de valores de dos Siglos atrás, aunque, si lo pensaba bien, ¿por qué tenían
que saber? A ella no le importaba qué hacían en su tiempo libre, ni con quién. Además, quizás Volterra
tenía razón. No quería que la adularan, porque eso no le ayudaba a su Ego, y tampoco quería que la
adularan a través de Sophia. Eso sólo estaría mal en todos los niveles.

En fin, volviendo a sus improvisaciones y de sus arranques impulsivos, e importándole muy poco si
entraba en ese grupo de personas que utilizaban hoteles «porque moteles nunca», realmente
consideró la opción. Más que una opción era una oportunidad.

Realmente no le importaba pagar seiscientos, setecientos, ochocientos, o novecientos dólares por


tener una hora de libertad absoluta para poder confirmar que la rubia no había sufrido ni del más
superficial o pequeño rasguño en ninguna parte de su piel, porque en ese momento se valía de lo del
día anterior: «si no me dijo que le dolía la cabeza… seguramente tampoco me está diciendo que sí se
rasguñó, o peor». Eso es lo que pasaba cuando le decían que “no”. Como a cualquier niño que quería
algo de la juguetería y no se lo compraban. Como las niñas en American Girl Place. Berrinche seguro.
En este caso: metafórica urticaria segura.

Básicamente estaba intentando averiguar si podía o no proponerle caminar un par de metros


más, no quería ninguna violación de respeto, o de integridad, mucho menos de prioridades. La rubia
tenía hambre, necesitaba saber si el hambre era suficiente como para preferir comer a tener una hora
de contacto directo de piel con piel, o si su hambre era por comida y por lo que Emma tenía entre las
piernas. Cualquier alternativa era bienvenida, en especial la segunda, pues la noche anterior sólo había
jugado con Sophia y no le había importado mucho, ni en términos corporales-sexuales ni en términos
de obligación/reciprocidad, el hecho de no haber tenido ella una descarga de esas. Le había bastado
con el placer de la rubia, las ovaciones de pie hacia su Ego, y dejar que la rubia se durmiera con
exagerada tranquilidad.

Pero Sophia apartó la mirada de la suya luego de intensos segundos de acoso. No podía
controlar su presión arterial, ni su ritmo cardíaco, ni esas mariposas en el estómago que eran de
hambre, ni ese rubor en sus mejillas, ni ese cortocircuito mental, ni esa secreción vaginal.

— Sé paciente —sacudió levemente su cabeza mientras miraba sus manos sobre su regazo, y, por la
esquina de su ojo, vio a Emma sonreír con agridulce derrota, dejar caer sus hombros y su cabeza hacia
su pecho, y erguirse con una sonrisa de “está bien”, «no pasa nada»—, necesito más que sólo una
hora —murmuró, haciendo que Emma ladeara su cabeza hacia la izquierda, tal y como si le pidiera
una explicación—. Soy mujer… y necesito atenciones minuciosas y detalladas.

— ¿Mjm? —elevó su ceja derecha.

— “Mjm” —imitó su gutural sonido con una sonrisa—. Ahora, cuéntame algo.

— ¿“Algo” como qué?

— Mmm… —suspiró, y se encogió entre hombros—. Lo que quieras.

— “Mmm…” —la remedó—. ¿Qué te parece si me haces un favor? —se irguió de espalda, y llevó
su bebida a sus labios para succionar un poco de líquido—. I’ll be forever in your debt —se aclaró la
garganta.

— Dime —intentó no asustarse, porque eso sonaba más serio que cuando le pedía de favor que
cocinara, o que le alcanzara su teléfono, o que cualquiera de esas pequeñeces.

— ¿Crees que puedes intentar no llegar muy tarde el treinta de mayo? —«POR FAVOR».

— I’m not gonna stand you up —susurró, ofreciéndole su mano sobre la mesa, pero Emma, por no
escuchar una respuesta tan satisfactoria, frunció sus labios, y ella simplemente le ofreció su mano por
segunda vez—. Por favor —le dijo, y Emma posó su mano sobre la suya—. Hace un rato te dije que
esto no lo había escrito Shonda Rhimes, y que no había accidentes brutales que mataban a los
personajes principales, que tampoco había accidentes de probabilidades absurdas, y que aquí no es
que todos nos acostamos con todos eventualmente; porque aquí no hay acuerdos estúpidos de dejar
que coja con Kerry Washington porque soy Presidente de esta gran nación y necesito coger con ella
para funcionar —dijo con un poco de sarcasmo y cinismo—. I’ll be there.

— ¿Puntual? —tuvo que preguntar, y Sophia sólo rio nasalmente—. Olvídate de Shonda Rhimes
por un momento. Hazlo por mí, por favor —«por mi salud mental».

— Ni siquiera voy a intentar ser puntual —sacudió su cabeza—. Voy a serlo. Y esa es una promesa.

Irene abrió los ojos luego de haberse desmayado en aquel colchón nuevo que había sido víctima de la
salsa tikka; una mancha en forma de gota que habían intentado limpiar con líquido para limpiar vidrios
porque no tenían otro tipo de detergente, además, si en “My Big Fat Greek Wedding” utilizaban el
Windex para todo, ¿qué de malo podía tener?

Tenía un poco de frío porque ya el sol no arremetía contra esa parte del edificio, las dos ventanas
estaban abiertas para que el olor a feminidad y comida desaparecieran, y, por alguna razón, ya no
tenía el tibio calor que había estado en su espalda cuando se había dormido hacía dos horas, después
de comer y de hacer una apropiada digestión con ayuda de una segunda sesión de exploración sexual.

Se revolcó entre estiramientos de brazos y piernas, estregó su rostro contra el colchón, y se ayudó con
sus manos para sentarse de modo que su espalda quedara contra la pared. Llevó sus manos a su rostro
y se rascó como lo hacía por las mañanas.

Vio a su alrededor, y exhaló un «ups…» mental por ver que no habían armado nada después de la
cama. ¿Qué había sido de su día? Definitivamente nada muy productivo: no había ido a clases y había
pasado demasiadas horas en una cama que no era la suya. Por alguna razón esa haraganería, o falta
de propósito, o inactividad intelectual y/o física no le estorbaron. Lo que sí le estorbó fue el hecho de
no ver a Alessandra en ninguna parte de aquel minúsculo apartamento, pues la buscó hasta en el suelo
por si había sufrido de uno de sus golpes inconscientes, pero no estaba ni en forma física ni en forma
de una vil nota. Le estorbaba, pero no le molestaba.

Quiso ponerse de pie para recoger su ropa y empezar a vestirse, porque su reacción fue
calmada y normal «creo que es hora de irme», en especial porque no tenía nada que hacer allí si
Alessandra no estaba, pero sus piernas le fallaron. Parecían de gelatina. Ningún entrenamiento de
tenis había hecho algo así nunca. Nunca. Eso era lo que siete orgasmos le hacían. Y sonrió con orgullo.
¿Siete orgasmos en un tiempo acumulado de no más de una hora y media? Sonrió de nuevo. Se sentía
omnipotente. Se sintió superior, se sintió más que superior. Y sólo supo comparar su logro con la única
relación funcional que conocía de cerca; ¿era Emma tan buena como Alessandra en la cama? ¿Podía
hacer que Sophia se corriera siete veces? Su arrogante desvarío le dio asco, porque no le interesaba
saber detalles de las intimidades de ellas por muy insoportable que fuera su rol de cuñada/hermana-
menor. «Siete veces», rio para sí misma.

El característico sonido de la llave entrando en el cerrojo de la puerta principal, junto al ruido


de llaves golpeándose entre sí, la sacó de su desvarío.

Escuchó el silencio y la cautela con la que Alessandra entraba al apartamento, y escuchó cómo una
bolsa de papel se estrujaba por casualidades de la vida y de la mano que la llevaba.

— ¿Te desperté? —se asustó en cuanto la vio con los ojos abiertos.

— No —dijo calladamente.

— No quise despertarte antes —le dijo, dejando caer su bolso al suelo para luego sentarse sobre
la cama con la bandeja de dos vasos plásticos y la bolsa de papel—, y no quise hacer ruido por buscar
un papel y un bolígrafo —se excusó por no haber dejado una nota.

— Está bien —sonrió, no sabiendo por qué le estaba explicando.

— Supuse que un poco de azúcar no te venía mal —agregó, y le ofreció uno de los vasos plásticos
que tenían líquido blanco y espeso, y que, entre la cúpula por tapadera, tenían una montaña de crema
batida—. No me acordaba si eras alérgica a las fresas o si era que no te gustaban, por eso opté por
una cereza.

— ¿Qué es? —tomó el de la cereza.

— Milkshake de vainilla —sonrió—. Y traje yo-yos con Nutella —colocó la bolsa de papel sobre la
cama—. Sé que te gustan.

— Gracias —murmuró, llevando la pajilla a sus labios para beber de la bebida que todavía estaba
fría y que todavía tenía consistencia de gelato, y, en cuanto Alessandra abrió la bolsa de papel,
sumergió su mano en ella para sacar un yo-yo que todavía estaba caliente.

Ella sólo contempló a Irene devorar un yo-yo tras otro entre los sorbos de milkshake que servían para
despejar su esófago por la falta de masticaciones, y, casi fascinada por la cualidad de famélico
dinosaurio bebé con complejo de serpiente, porque eso era engullir, dejó que se terminara el resto
de yo-yos hasta casi limpiar los restos de Nutella derretida del interior de la bolsa. Era digno de elogiar.
Y era hasta lindo.

— No soy alérgica a las fresas —se aclaró la garganta luego de haber terminado su vaso—, y sí me
gustan —dijo, abriendo el vaso para sacar la cereza.

— ¿Por qué creía que las fresas y tú no eran amigas?


— No lo sé —se encogió entre hombros, y llevó la cereza a su boca para tirar del tallo con sus
dedos.

— ¿Quieres mi fresa?

— Es tuya, Alex —le dijo mientras masticaba disimuladamente su cereza.

Alessandra no supo si tomarlo como un “no”, como un “sí”, o si tomarlo como un “es tuya, haz lo que
quieras con ella”, por lo que, de un manotazo, dejó que la bolsa de papel cayera al suelo para ella
poder acercarse a Irene mientras abría su vaso y sacaba la mediana fresa de entre la espuma blanca
con sus dedos.

— Abre —abrió ella un poco su boca para que la imitara, y, en lugar de darle toda la fresa, porque a
ella le gustaba también, la colocó entre sus dientes para, al acercarse, ofrecerle algo que terminaría
en una risa de torpeza, con un escuálido chorro de ácido-dulce rojo que se deslizaría por la esquina de
una o ambas bocas, y en un beso todavía más torpe—. ¿Quién dijo que no se podía compartir? —rio
al tragar su porción de fresa, y llevó su dedo índice al labio de Irene para limpiarle esa gota que estaba
por caer.

Irene no respondió, sólo se abalanzó contra ella para tumbarla sobre la cama y poder abusar un poco
de sus labios con menor torpeza.

Alessandra no se opuso, porque había esperado suficientes años a que eso sucediera de esa manera,
sólo sacó fuerzas e intenciones de tener una tercera ronda de degustación. La tocó aquí y acá, le plantó
besos en esa esquina que escondía su oreja, e intentó poseerla con la misma hambre de la mañana.

— ¿Qué pasó? —se ahogó ella ante la abrupta interrupción del beso.

— ¿Qué hora es? —frunció su ceño.

— No sé… las siete… qué importa —intentó traerla nuevamente a sus labios, pero Irene se resistió
y se puso de pie para buscar su teléfono en algún bolsillo del jeans que había perdido hacía tantas
horas—. Nene, son las siete y cuatro —le dijo luego de ver la hora en su muñeca izquierda.

— Es tarde —repuso con un suspiro que la hizo soltar el jeans.

— Es cuestión de perspectiva —pujó, poniéndose de pie para alcanzarle el jeans—. ¿Ya tienes que
irte? —Irene no supo cómo decirle que “sí”—. ¿Cuándo te veré de nuevo? —sonrió un tanto
enternecida por las incapacidades e inhabilidades de quien podía pedirle “¡más rápido!” pero que no
podía decirle que debía irse.
— Mañana tengo Patología y Física… salgo a las tres de la tarde —«después de eso puedo hacer lo
que sea». Alessandra sonrió—. ¿Puedes a las tres de la tarde?

— Claro que sí —asintió—. Sólo necesito saber si me vas a ayudar a armar los muebles que faltan
o si los debo armar yo —le alcanzó su sostén—. Es que así sé si muevo ropa y otras cosas por la
mañana, o si armo los muebles —sonrió.

— Me gustó armar la cama —le agradeció la entrega de su sostén con una sonrisa.

— Entonces traeré otras cosas —rio nasalmente, y posó su mano sobre su hombro para detener el
frenesí con el que se vestía—. ¿Estás bien? —preguntó consternada, pasando por su espalda para
abrocharle el sostén del segundo par de ganchos.

— Sí.

— ¿Segura?

— ¿No debería sentirme bien? —se sacudió en un escalofrío por las caricias que sus manos hacían
en sus hombros.

— Sólo quiero que estés bien.

— Y lo estoy, Alex —se volvió hacia ella por completo—. ¿Tú estás bien?

— Sí, Nene —asintió con una suave sonrisa, y se sentó en la cama para dejar que se vistiera a gusto
y sin mayores interrupciones—. ¿Tienes todo? —le preguntó en cuanto ya Irene se colocaba el bolso
al hombro y dibujaba su sonrisa de “estoy lista para irme”.

— Eso creo, sino mañana lo recuperaré —sonrió, emprendiendo marcha en dirección a la puerta—
. Yo… —suspiró estando ya con la puerta abierta.

— Yo también la pasé muy bien —le dijo con una cercanía física demasiado íntima para ser pública
para el pasillo en el que no había nadie—, y me alegro por mañana.

— A las tres y media —asintió—. Pues, en todo lo que vengo de la universidad…

— Aquí estaré —susurró casi a ras de sus labios—, ¿o quieres que te vaya a traer? —ella sacudió
la cabeza, y, al hacerlo, las puntas de sus narices se rozaron.

— Tengo que irme —jadeó con ojos cerrados, porque su cerebro la frenaba pero su cuerpo quería
buscar a Alessandra de nuevo, y eso iba a ser sólo un error porque tendría que terminar con el
arranque.
— Por favor escríbeme cuando llegues a tu casa —se alejó un poco para hacerle el favor de no
presionar a su irracionalidad—. Sólo para saber que llegaste bien.

— Sólo son treinta minutos caminando.

— No importa, sólo quiero saber que llegaste bien.

— Está bien —asintió una única vez—. Nos vemos mañana.

— Nos vemos mañana, Nene.

Hubo un segundo incómodo por el simple hecho de que no sabían cómo despedirse; si con un beso
en cada mejilla, o si con un beso en los labios, o si se trataba de algo tan sencillo como cerrar la puerta.
Pero un beso en cada mejilla era amistad, y un beso en los labios era tentar al diablo, y cerrarle la
puerta en la cara a Irene no era nada sino una estúpida grosería.

Irene sólo sonrió, y se escabulló hacia la izquierda para ir en dirección a las escaleras.

Alessandra cerró la puerta, vio a su alrededor, y, con labios fruncidos y una flatulencia cerebral, no
supo cómo fue que se dio cuenta de que no tenía nada que hacer allí porque todavía no vivía allí.
Rápidamente tomó su bolso, recogió sus llaves, cerró las ventanas, apagó las luces, y salió a paso
apresurado para alcanzar a Irene.

— ¡Nene! —le gritó desde el otro lado de la calle, y, luego de que la Vespa pasara, corrió hacia ella.

— ¿Qué se me olvidó? —supuso.

— Nada —rio—. Te llevo a tu casa —le dijo, señalándole con el pulgar, sobre su hombro, el
estacionamiento de su futura residencia.

— No, para nada —sonrió—, sólo son treinta minutos.

— No —la tomó por el brazo—, te llevo a tu casa… es más rápido.

Irene no supo negarse una segunda vez, en especial porque sabía que un agarre así de tajante no debía
ser cuestionado; nada ni nadie iba a permitir que Alessandra no la metiera en el MINI Cooper verde
que había heredado de su mamá hacía cuatro años.

“Levels”, de Avicii, fue lo que salió de los parlantes para llenar la pequeña cabina de cuero
sintético negro, y Alessandra era un corto cabello que se agitaba al compás de la música mientras se
colocaba el cinturón de seguridad y retrocedía, sin manos, para poder salir de aquel hacinamiento de
autos. Bastó una maniobra, junto con un acelerón brusco, para que Irene se acordara de sus clases de
conducir, porque Talos jamás se iba a subir a un auto con ella, mucho menos Camilla. Ya Camilla había
abusado de la valeriana cuando había sido Sophia al volante, y un abuso era más que suficiente. Quizás
no era la mejor conductora, pero Alessandra realmente era del tipo de conductores que ella sólo podía
describir como«con habilidades de taxista ateniense»: imprudente, desesperada, temeraria, que en
tres segundos llegaba a tercera, y luego, para su sorpresa, lograba frenar demasiado suave. Bueno, así
era el tráfico romano.

“Ready for the Weekend”, de Calvin Harris, fue lo siguiente. Y “Real”, de Gorgon City. Y “Holdin On”,
de Flume.

— Rápido… —murmuró Irene cuando “Honey”, de Moby, empezaba a sonar.

— Son las siete —sacudió su cabeza ante lo que pareció ser un comentario cínico, marcando el
ritmo con su índice contra el volante—. Es tráfico seguro —se encogió entre hombros—, y no sé qué
ha pasado en Piazza Venezia que está todo detenido —dijo, intentando escabullirse entre un Fiat y un
Alfa Romeo para incorporarse a la rotonda de la plaza mencionada, pues, sí o sí, debía transitar por
allí.

— Gracias —dijo, luego de sentir cómo casi dejaba su cara contra el Fiat, y su agradecimiento no
era por el casi-accidente sino por el gesto de llevarla; sus piernas no le daban para treinta minutos de
caminata.

— ¿Por qué? —se volvió hacia ella luego de haberle mostrado su dedo del medio al del Fiat con el
insulto que había creado con la chillona bocina.

— Por todo —se encogió entre hombros—. Por la invitación a almorzar… al milkshake y a los yo-
yos… por el día —se encogió nuevamente entre hombros, y se encontró con una mirada divertida y
quizás burlona—. Por hacerme sentir así —dijo, notando cómo la aparente burla parecía crecer entre
su sonrisa—. No te burles —murmuró sonrojada, viendo hacia su regazo, en donde tenía el bolso de
cuero azul pagoda, y, con ambas manos, jugó con el elefante que colgaba de uno de los extremos de
la correa.

— No me estoy burlando, Nene —susurró.

— Entonces, ¿por qué te ríes?

— No me estoy riendo —enserió su expresión facial—. Es sólo que… no sé —suspiró, y se volvió


hacia el volante para avanzar precarios metros en método defensivo, porque ella no tenía un MINI
Cooper. No Señor. Ella tenía un tanque de ejército—. Cuidado y dentro de poco me estás invitando a
cenar a tu casa —rio.

— Te estoy agradeciendo siete orgasmos, mierda —refunfuñó.


— ¡Y los contaste! —se carcajeó, haciéndola sonrojarse hasta hacerle peso en la consciencia—.
Algún día entenderás cómo me siento sabiendo que te corriste siete veces —le dijo con una
reconfortante caricia en su hombro.

— Seguramente se siente diferente… digo, mejor que saber que sólo te corriste dos veces —se
sonrojó todavía más.

— Me corrí más de dos veces —rio nasalmente.

— Sí, pero dos veces fueron hazañas mías… sólo dos veces.

— No puedes esperar saberlo todo el primer día.

— Lo sé, pero la idea de hacértelo… —se encogió entre hombros—. No puedo compararme
contigo.

— ¿Quién dice que tienes que compararte? —frunció su ceño—. Todos cogemos distinto —rio
nasalmente.

— Sí, unos cogemos mal… otros cogen bien —se burló de su autoapreciación.

— No coges mal, Nene —sacudió su cabeza—. Sólo tengo que enseñarte cómo me gusta a mí —
sonrió, porque le interesaba enseñarle lo suyo y no lo que quería el género femenino en general; le
interesaba que se quedara con ella, no que se fuera con otras, y le interesaba comer comida casera
sin perder su camiseta de Cristiano—, y eso toma tiempo.

— ¿Me vas a enseñar algo mañana? —la miró pudorosamente.

— ¿Quieres? —sonrió ampliamente, e Irene asintió silenciosamente—. Si el cuerpo te da… yo te


doy también —rio.

— ¿Si el cuerpo me da? —frunció su ceño por no entender a qué se refería.

— Sí, tú sabes… si no está cansado, irritado…

— ¿Irritado? —ensanchó la mirada, porque irritarse en esa zona no era nada


sino espantorrible (espantoso + horrible).

— Hipersensible —asintió—. Que ya no sientes nada rico… que lo que sientes es incómodo.

— Oh… —rio ante su ingenuidad e ignorancia, porque, «¡claro!», siete orgasmos no eran
gratis; «debían tener consecuencias de algún tipo»—. ¿Algún remedio casero para no irritarme?
— Intenta descansar —sacudió su cabeza—. Y, por irónico que sea… lee, infórmate.

— ¿Sobre qué? —preguntó, no entendiendo la ironía del asunto.

— Sobre tu arma de placer —rio, pues, ¿sobre qué más? ¿Sobre unicornios?

— “Arma de placer” —resopló—. Suena dramático.

— Dramatismos al lado… si no sabes cómo te funciona, ni por qué funciona como funciona… veo
difícil que desarrolles tolerancia al roce.

— ¿Tolerancia?

— Es como con el alcohol… bueno, parecido —rio ante la estúpida comparación—. Mmm… en
realidad es como el tenis —se encogió entre hombros, pensando que era una mejor comparación,
pues Irene tenía una mejor relación con el deporte que con la bebida—. Necesitas entrenar para ganar
juegos más complicados; algunas veces es más demandante que otras, algunas veces es como jugar
en cemento, otras como jugar en césped, y otras como jugar en arcilla. A veces se trata de un juego
estratégico, otras veces se trata de un juego mental, y a veces se trata de un juego físico. Resistencia,
desarrollo muscular, confianza, entrenamiento… todo eso.

— Ah… veo.

— Puedes hablar conmigo de lo que sea, yo no juzgo… ya pasé por eso. Y yo sé que no estás
pidiendo consejo, ni nada, pero es bueno hablar de esto con alguien más…

— Sabes que no puedo —susurró.

— No tienes que decirlo todo para poder hablar de tu propio cuerpo —le dijo, logrando avanzar
un par de metros más para prácticamente estacionarse de nuevo—. Cuando entiendes tu cuerpo
tiendes a entender al cuerpo de la mujer en general.

— Suena lógico.

— ¿Qué hay de tu cuñada?

— ¿Qué con ella? —ensanchó la mirada.

— Ella sabe sobre ti, ¿no? —sonrió.

— Que lo sepa no significa que me guste hablar de eso con ella… o que me guste hablar de sexo
con ella —«en especial con ella»—. No quiero saber qué hace con mi hermana en la cama… por salud
mental. Además, no quiero correr el riesgo de que mi hermana se entere por alguien que no sea yo.
— Está bien —entendió—. Entonces… estoy para lo que necesites.

Irene agachó la cabeza para continuar jugando con el elefante de su bolso. En silencio, con música
electrónica de fondo que era más Ibiza que Mýkonos, pensó en lo que se había metido sin realmente
pensarlo. Amistades con derecho, tal y como lo había mencionado hacía muchas horas, no
funcionaban ni en las películas; eso debía decir algo, pues ni en las fantasías más absurdas era posible.
Nada era “sólo” sexo. Quizás su error había sido romper la milenaria regla de Vivian Ward: “no kissing
on the mouth”. Pero, vamos, ni Irene ejercía la profesión más antigua, ni era lo suficientemente fuerte
como para no dejarse abusar por ese par de labios carnosos que en ese momento atrapaban un Camel
Blue directamente de la cajetilla mientras que, con la habilidad del roce con su jeans, encendía el Zippo
azul mate.

La vio arrojar el Zippo en el interior de la cajetilla para luego, sin delicadeza y sin mucha voluntad,
depositar la cajetilla en el posavasos, y exhalar el humo en dirección a la ventana mientras la bajaba.

— Sabes… —suspiró Irene, considerando no decir lo que había pensado.

— ¿Sí? —se volvió hacia ella luego de unos segundos de absoluto silencio.

— El cigarrillo altera el sentido del gusto.

— Eso es un mito —resopló con desdén.

— No es un mito, atrofia el sentido del gusto —sacudió su cabeza—. No sólo se pierde sino también
se cambia en estructura… las papilas gustativas no tienen un riego sanguíneo apropiado.

— ¿Eso es un “Alex, quiero que dejes de fumar”? —la miró de reojo, y, con retador descaro, inhaló
nuevamente de su cigarrillo.

— Sólo era un comentario —sacudió nuevamente su cabeza.

— Dime una cosa, ¿cómo es que sabes las consecuencias del cigarrillo y no sabes las consecuencias
de un orgasmo? —sacudió la ceniza.

— Creo que un orgasmo no causa cáncer —murmuró.

— Morbosa —bromeó, haciéndola reír nasalmente—. Bueno, supongo que hay más personas que
se mueren de cáncer por el cigarrillo que mujeres que logran tener al menos un orgasmo en toda su
vida —sonrió.

— Tampoco exageres.

— Es un poco incómodo, pero, ¿acaso tú crees que tu mamá los tiene?


— ¿Un poco incómodo? —rio escandalizada.

— Quise suavizar el golpe —se encogió entre hombros.

— No creo que mi mamá esté sexualmente activa… y, si soy honesta, no creo que a mi mamá le
pique la curiosidad por ver o saber lo que tiene entre las piernas.

— Pues, si no está sexualmente activa, dudo que le sirva —sonrió—. Y, como sea, todavía no me
respondes.

— Hay demasiada literatura sobre los efectos de la nicotina, del cigarrillo en general…

— ¿Y sobre el orgasmo no? —rio, viendo a Irene asentir en silencio, dándole la razón—. Creo que
eso delata tus intereses.

— ¿No me interesa el sexo?

— No te interesaba —enfatizó en el pretérito imperfecto—. Quizás no lo suficiente.

— Quizás —asintió, dándole nuevamente la razón—. ¿Cuánto tiempo tenías de no…? —vomitó su
curioso cerebro, y notó cómo Alessandra fruncía su ceño—. Perdón, es una pregunta demasiado
personal.

— No —exhaló el humo—, es sólo que no sé si te referías a cuánto tiempo tenía de no coger o de


no correrme.

— Oh… —se sonrojó, porque no había considerado que había dos alternativas—. ¿Las dos?

— No cogía desde el primero de enero —dijo con sus ojos entrecerrados, como si estuviera
buscando todos los detalles que su ebriedad le había permitido guardar a su memoria—, y me corrí el
domingo —sonrió.

— Primero de enero… buena memoria —resopló un tanto fría.

— Imposible olvidarlo —asintió.

— ¿Tan buena era ella?

— Ella estaba buena, pero de “buena en la cama”… no —rio con toda naturalidad, no logrando
notar que a Irene eso no le daba risa, que era algo a lo que ni siquiera le parecía digno sonreírle.

— ¿Cómo era ella?


— ¿Físicamente?

— Supongo —asintió.

— Tenía una sonrisa bonita —se encogió entre hombros, y llevó lo último de su cigarrillo a sus
labios—, pero, cuando sonreía, los ojos desaparecían —dijo luego de arrojar la colilla a la calle—. Era
mayor.

— ¿Qué tan mayor?

— Treinta… treinta y cinco —se encogió entre hombros, e Irene suspiró—. Casi no me acuerdo.

— Entonces, ¿cómo sabes que no era buena en la cama?

— Creo que una almohada me podría haber dado más placer —rio, haciéndola reír a pesar de no
saber realmente por qué; era porque en ese caso, y sólo en ese caso, ella sí había podido darle placer—
. Yo creo que no era de mi equipo.

— ¿Por qué lo dices?

— Tenía uñas largas —se encogió entre hombros, como si eso fuera razón suficiente para
expulsarla de su “equipo”—. Además, no sabía qué hacer en dónde… era como si era primera vez que
veía una de esas, como si ni la suya había visto —rio—. O quizás sólo había bebido demasiado —dijo,
pero Irene prefirió la primera y la segunda explicación.

— Ah, ¿fiesta de año nuevo?

— Sí —asintió—. Me desperté, recogí mis cosas, salí de su apartamento medio vestida y con todo
en la mano, con la dignidad por el suelo, y juré, como meta de año nuevo, no beber de nuevo… nunca.

— ¿Cuánto tiempo fue “nunca”?

— Tres semanas.

— Wow —rio—. Es bastante.

— Hice lo que pude —sonrió muy orgullosa de sí misma—. En fin, no me dijiste si el comentario de
las papilas gustativas era un “Alex, deja de fumar”.

— Sí te dije —sacudió su cabeza—, te dije que era sólo un comentario… por hablar de algo.

— ¿Te incomoda el silencio?


— Sólo hoy… aparentemente —se encogió entre hombros.

— ¿Te gustaría que ya no fume?

— ¿Qué clase de pregunta es esa?

— Curiosidad.

— No tengo nada en contra de los fumadores; mi papá fuma.

— ¿Te gustaría que ya no fume?

— Si te digo que no, ¿qué pasaría?

— Nada.

— ¿Y si te digo que sí?

— Tampoco —rio nasalmente.

— Entonces, ¿para qué quieres saber? —frunció Irene su ceño.

— Para que el silencio no te incomode —sonrió.

— Oh…

— Renunciaré a mi camiseta de Cristiano y al cigarrillo —le dijo luego de unos segundos de


incomodísimo silencio.

— Creo que la camiseta de Cristiano te importa más que el cigarrillo —opinó.

— ¿Entonces no ofrezco dejar el vicio? —rio.

— El vicio déjalo por ti misma, no porque perdiste una apuesta estúpida.

— Si tan sólo fuera una “apuesta estúpida” nada más —suspiró Alessandra—. Tú te juegas tu
privacidad… ¿te parece justo que yo me juegue sólo una camiseta?

— ¿El cigarrillo es una bonificación?

— No tengo algo tan valioso —se encogió entre hombros—, nada de lo que tengo para ofrecer es
tan valioso como lo que tú estás arriesgando.
— No sé ni siquiera cómo puedes hacerlo tú —suspiró, recostando su cabeza contra el vidrio
mientras abrazaba su bolso—, lo haces ver tan fácil.

— Cada vez que veo a un hombre… sólo reconfirmo que soy vaginataria.

— ¿Qué tienen que ver los hombres con que te gusten los vegetales? —frunció su ceño—. Tú no
eres vegetariana —dijo rápidamente.

— No, no lo soy —rio—, dije “vaginataria”, no vegetariana.

— ¡Alex! —rio divertida.

— A mí ningún hombre me lastimó, no odio a los hombres, los penes no me parecen asquerosos
—«sólo peligrosos»—, y sí pienso que hay hombres guapos. En realidad me gustan los hombres.

— ¿Ah, sí?

— Sí, me gustan… pero me gustan como me gustan las cervezas: fríos, mientras esté sobria, y lejos
de mi vagina —sonrió, haciéndola reír—. No puedo negar la satisfacción que me da un calambre en el
brazo porque me dijo que no me detuviera, o que los vecinos sepan mi nombre, o ver cómo le tiemblan
las piernas —confesó—. Estar en este Siglo no lo hace fácil, pero sí lo hace menos difícil… cómo me
siento yo en cuanto a las mujeres no lo escogí, no lo decidí, simplemente pasa así como con la
berenjena; o te gusta o no te gusta.

— Pero nadie anda protestando porque te gusta la berenjena —entrecerró la mirada ante el
paupérrimo y estúpido ejemplo comparativo.

— Exacto —rio nasalmente—. Pueden forzarte a que te la comas, pero no importa cuántas veces
te la comas… simplemente no te va a gustar.

— ¿Entonces?

— No creo que a mi vecino le afecte que a mí me gusten las mujeres; no creo que sea la causa de
su diabetes, ni la razón por la cual su mujer le monta los cuernos con el otro vecino, ni que le vaya a
provocar una coronaria, o qué sé yo —se encogió levemente entre hombros por tener ambas manos
al volante—. Así como a mí no me afectan muchas cosas, no veo por qué mi preferencia le tiene que
afectar al mundo… creo que sólo a personas desocupadas les estorba.

— Creo que las personas pelean por lo que creen que es mejor, por lo que creen que es correcto
—opinó—. Y siempre habrá un grupo de personas que piensen que los demás están equivocados; el
bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, el orden y el caos, lo moral y lo inmoral, lo sano y lo enfermo…

— ¿Tú sabes qué significa el yin yang?


— ¿Algo de balance? —supuso.

— Representa todo tipo de dualidad; lados contrarios que en realidad son complementarios, que
están conectados, y que son interdependientes. En lado blanco hay negro, y en el lado negro hay
blanco —sonrió, pues, era poco lo que ella sabía e Irene no.

— ¿Y?

— ¿No lo entiendes? —resopló—. Todo bien tiene mal, todo mal tiene bien. Todo lo correcto tiene
algo de incorrecto, todo lo incorrecto tiene algo de correcto —sonrió—. No son opuestos; se
interrelacionan, se ayudan entre sí.

— Bueno, sí. Los conservadores protestan por prohibir el matrimonio entre dos personas del
mismo género…

— Eso me parece tan estúpido —se carcajeó, interrumpiéndola antes de terminar su idea.

— ¿Por qué?

— Porque, hasta donde yo sé, las leyes y la fe son dos cosas muy distintas. Buscas legalizar la unión,
no el hecho de que la iglesia acomode sus dogmas.

— Legalizarlo tiene consecuencias.

— Como todo en esta vida —estuvo de acuerdo—. Si me voy al infierno por ser lesbiana, pues al
menos la pasé bien en la Tierra —rio—; no pretendí ser alguien que no era, ni que me gustara algo
que no me gustaba, ni me perdí de la satisfacción de estar con quien quería. Y comí cuanta vagina
quise, y me comieron cuantas veces me dieron ganas.

— Quisiera pensar como tú…

— Lo gracioso es que sí piensas como yo —le dijo suavemente—. Piensas que no deberías ser
juzgada porque te gusta comerte el sundae de caramelo con papas fritas, que tampoco deberías ser
juzgada por usar raquetas Babolat o porque tu revés es a una mano, y que tampoco deberías ser
juzgada porque sacas un poco la lengua cuando estás muy concentrada, o que tartamudeas cuando
tienes que hablar en público… así como piensas que no deberías ser juzgada porque te gustan los
hombres y las mujeres —le explicó, aunque ella sabía demasiado bien que Irene no era una persona
a la que le gustaran los dos sabores, simplemente quizás todavía no descubría que un sabor no le sabía
a nada.

— Pues… sí —se sonrojó—. Me observas…

— Por favor —rio cínicamente—. Es difícil no hacerlo.


— ¿Por qué? —tuvo que preguntar.

— Porque tus peculiaridades son lindas —se encogió entre hombros—. Yo pienso que son lindas.

— Mmm… —suspiró con una risa.

— ¿Qué?

— Nada, pienso en cómo será dormir en tu camiseta de Cristiano —rio—, y en cómo será tu
comportamiento sin nicotina —rio un poco más fuerte.

— El día que me invites a cenar a tu casa, como tu novia, no voy a ser tan cruel… si quieres podemos
comernos un Kebap.

Irene ahogó su risa abruptamente. Se sonrojó, y simplemente fijó su mirada en el lentísimo flujo
vehicular. La historia de su vida: comerse sus palabras. ¿Le pasaría lo mismo con Alessandra? La
tendencia decía: SÍ. Pero podía esperar un NO. Y comenzó a pensar en un mantra demasiado irreal,
demasiado inmaduro: “somos amigas y tenemos sexo”. Luego, con el paso de los segundos, se
transformó en cualquier variante: “es una amistad con sexo”, “es una amistad sexual”, “es sexo con
amistad”, “es sexo amistoso”, “somos sexo y tenemos amigas”.

El atardecer ya era cosa del pasado, al menos ese en el que se pintaba el cielo de anaranjados y rojos
que pasaban por rosados y violetas. Ese tipo de atardeceres, así como de amaneceres, jamás los había
presenciado, al menos no en Roma. Eso lo había dejado de experimentar cuando había renunciado a
los sábados o a los domingos que amanecía en casa de sus abuelos en Pireas; con vista al mar. En
Roma sólo había conocido un anaranjado al que le caía un bloque de azul, que no se mezclaba, o un
anaranjado que rápidamente se transformaba en azul, o simplemente un amanecer/atardecer celeste.
Pero no extrañaba ni los amaneceres ni los atardeceres, ni ver al abuelo que se preparaba para ir a
pescar para nunca pescar nada. Lo que extrañaba era la comida.

Veía cómo Alex se dejaba ir por la corriente de autos, como si se tratara de no preguntar ni el destino,
de follow the leader, y todo era lucecitas rojas de cuando los autos se detenían cada dos o tres
segundos, y amarillentos faroles que pretendían iluminar las transitadas vías, espacios sin iluminación
alguna, y muchas ventanas habitadas.

Su iPhone vibró en su bolsillo, y, enterrando su mano en él para sacarlo, alcanzó a ver que,
por la luz encendida, era la mujer que más nerviosa sabía ponerla en la menor cantidad de tiempo
posible: su mamá.

“A che ora torni a casa?”, leyó. Era un mensaje sencillo, era una pregunta sencilla e inocente; con
sujeto tácito, con predicado verbal, con nada preocupante. Pero para ella nada era sencillo, nada era
inocente, seguramente ya Camilla lo sabía todo. Sus dedos se volvieron torpes, no tenía la destreza
de siempre para escribir una verdad o una mentira, y sus ojos simplemente se encasillaron en la
pantalla que encerraban sus dos dedos.

Vodafone.it con cuatro puntos de cinco, la hora, el candado, el 76%. “< Chats”, “μoύμια” (“mami”), la
fotografía que tenía desde navidad del año anterior; una en la que ella y Sophia hacían un sándwich
de ella. Un “Sì” suyo, un “E quindi?” en respuesta, “Nls” (de: “non lo so”); la conversación de hacía
cinco días. Y ahora un “A che ora torni a casa?”.

— ¿Tu mamá? —le preguntó luego de dos minutos de torpeza absoluta, de haber escrito y borrado ya
cuatro respuestas, y ella asintió—. ¿Qué dice?

— Quiere saber a qué hora llegaré a casa —murmuró calladamente.

— No más de diez minutos —sonrió, creyendo que la indecisión de Irene se basaba en no saber
cómo estimar el tiempo—, dudo que la Via Cavour esté tan congestionada —agregó, como si
necesitara justificar su respuesta.

— Lo sé —balbuceó, fallando en escribir una respuesta satisfactoria.

— Se escribe un uno, un cero, y “minuti”, o “min” si tanta pereza te da —bromeó.

— Yo sé cómo se escribe esa mierda —siseó entre dientes.

— ¿Entonces? —rio, e Irene falló, como con sus pulgares y su respuesta escrita, en verbalizar una
respuesta—. Sólo te está preguntando en cuánto tiempo vas a llegar —susurró reconfortantemente—
. No te está preguntando nada complicado… no te está preguntando cuántas veces me tuviste entre
las piernas —rio de nuevo, esta vez con una carcajada que tenía un carácter más burlón.

— No es gracioso —murmuró cabizbaja, sólo para ocultar su rubor.

— Tienes razón —se aclaró la garganta y se enserió con la resaca de la sonrisa de su risa—. No es
gracioso… es rico —dijo, inmediatamente cubriéndose la cara y la cabeza con su hombro derecho
hacia arriba, protegiéndose de un potencial golpe, pero Irene sólo la miró con las ganas, con las
intenciones, mas no la golpeó—. En mi experiencia, cuando no hay golpe es peor que cuando sí lo hay
—balbuceó con cierto nerviosismo, porque sabía que eso sólo podía significar que el comentario la
había enojado.

— No sé en qué clase de relaciones te has metido antes —pareció reprenderla, aunque quizás sólo
la juzgaba—. Y se te olvida que juego tenis.

— Pero no tienes una raqueta en la mano.

— La raqueta es una extensión de mi mano —repuso—, los efectos los aplica mi mano.
— Entendido —se protegió de nuevo con su hombro, porque eso sólo le había sonado a una
advertencia, o a un aviso de lo que estaba a punto de hacer.

— No sé en qué clase de relaciones te has metido antes —repitió, devolviéndose a su teléfono para
responderle un sencillo“Ci sono quasi”, al que le siguió un “Meno di 10”.

Una respuesta sencilla para una pregunta sencilla. Bueno, al menos el comentario de Alessandra le
había servido para que se le olvidara el fatalismo de su paranoica imaginación.

En efecto, la Via Cavour no estaba congestionada en lo absoluto; el tráfico, por alguna razón,
se disipaba al final de la Via Tor de’ Conti, como si la culpa la tuviera alguna fatalidad de Largo Corrado
Ricci.

El resto del camino se caracterizó por un sepulcral silencio, los cuatro minutos que Alessandra se tardó
en disminuir la velocidad para poder detenerse a tiempo frente a la lavandería, y, de una maniobra
que probablemente había aprendido de Toretto, se estacionó exactamente después de la hilera de
Vespas.

— ¿Estás enojada? —tuvo que preguntarle, porque, así como la protección de hombro le había nacido,
así había entendido que un silencio tan sepulcralmente intenso, viniendo de una mujer a la que le
incomodaba el silencio en esa ocasión, no podía ser sinónimo de absolutamente nada bueno.

— Cansada —disintió, con la mano ya en la manija de la puerta.

— Eso no… —suspiró, frunciendo sus labios y callando, porque, si no estaba enojada, no iba a
enojarla con que eso no contestaba su pregunta.

— No, no estoy enojada —sonrió casi forzadamente, pues, por alguna razón, por alguna razón que
desconocía y que la confundía, no quería salir de ese auto—. ¿Mañana a las tres y media?

— A las tres y media —asintió, y la vio halar la manija para, de un movimiento, salir del MINI y
echarse el bolso al hombro—. Nene —detuvo el cierre de la puerta.

— ¿Sí? —se asomó con la puerta a medias cerrar.

— No quiero que te asustes, y tampoco quiero que pienses que tengo segundas intenciones —le
advirtió—, pero necesito ir al baño —sonrió un tanto avergonzada.

— Ah, claro —sonrió—, sube.

Irene cerró la puerta, y, casi de ipso facto, tuvo a Alessandra a un lado. Quiso pedirle que sólo hiciera
uso del baño, pero se acordó de que no tenía segundas intenciones, y quiso pedirle que, de tener una
conversación con su mamá, que intentara hacerlo lo menos incómodo posible, pero tampoco vio
necesidad alguna; el lenguaje corporal de Alessandra era el de una vejiga a punto de estallar.

— Ciao! —llamó Irene al aire, sólo para declarar su presencia y no la de algún criminal que había
conseguido la llave; cosas de la costumbre, y, todavía con la llave atascada en el cerrojo, porque cómo
odiaba que eso le pasara, vio la sombra que prácticamente entró al baño con el jeans ya abajo.

— Ciao —se acercó Camilla, emergiendo de la cocina con una manta entre las manos y con el
delantal que la hacía ver «tan “mamá”»—. ¿Tienes hambre? —sonrió, inclinándose un poco para
saludarla con un beso en la frente.

— Sí —«no»—. ¿Qué cocinas? —se abstuvo de abrazarla como siempre, pues pensó que, de
acercarse demasiado, de dejar que la olfateara con minuciosidad, se daría cuenta del aroma que
delataba el placer que le había dado la mujer que suspiraba en el baño en esos momentos.

— Souvlakia —sonrió, y se alejó para verla a los ojos—. ¿Quién está en el baño?

— Alex —dijo con un gesto que pretendía ser indiferente—. Me trajo, y necesitaba ir al baño —le
explicó, o quizás sólo creyó necesitar una justificación; eso era lo que hacía la celeste mirada en
ella. «Mierda. No me veas así».

— ¿Día movido? —tiró un poco de su sonrisa hacia la derecha.

— Tres pisos —asintió—, a ese edificio le falta un ascensor —opinó.

— ¿Está bonito el apartamento?

— Pequeño —se encogió entre hombros, y escuchó cómo, simultáneamente, Alessandra tiraba de
la cadena y dejaba correr el agua del lavamanos—. ¿Son de pollo? —sacudió su cabeza para recuperar
su concentración.

— Sí —asintió—. Y te hice tzatziki.

— ¿Sobró hummus de ayer?

— No, pero puedo hacer un poco si quieres.

— No, no —«sólo preguntaba por preguntar»—, no te preocupes.

— Es rápido —sonrió, automáticamente girando su cuello hacia la puerta del baño, pues
Alessandra recién salía; se secaba las manos en el jeans por mala costumbre—. Alessandra —la saludó,
notando cómo, en cuanto la vio, su mirada se desvió hacia donde estaba Irene como si le dijera qué
hacer—, ¿cómo estás? —sonrió.
— Muy bien, ¿y usted? —reciprocó la sonrisa.

— ¿Todo bien con la mudanza? —omitió la pregunta.

— Sí —asintió—, un poco cansado nada más, ¿verdad, Nene?

— Le decía a mi mamá que tu edificio necesita un ascensor —asintió con una risa nerviosa y gutural.

— Creo que nos tardamos demasiado subiendo todo —agregó Alessandra.

— Bueno, si ha sido un día cansado, y ya estás aquí, ¿por qué no te quedas a cenar? —sonrió
Camilla—. Digo, supongo que la mitad de tus cosas están en un lugar y la mitad en otro.

— Sí —rio débilmente—, pero no quisiera molestar —dijo diplomáticamente, en ese tono de voz
que sólo utilizaba con los adultos que respetaba.

— Para nada, hay comida suficiente —sacudió Camilla su cabeza, notando cómo, inmediatamente,
Alessandra se disculpaba con Irene, mental y visualmente, por su rechazo fallido.

— Gracias —sonrió un tanto avergonzada—, pero creo que Irene necesita descansar de mi cara —
le lanzó una mirada de esas que tenían efectos paralelos pero opuestos; alivio porque rechazaba ser
parte de una cena incómoda, pero contracción de entrañas y ahogo absoluto por saber que “descansar
de su cara” era un eufemismo de “yo entre sus piernas”—. Además, tengo que continuar empacando;
tengo hasta el viernes para salirme de allí y todavía me falta pintar.

— ¿Segura? —insistió Camilla, porque su instinto maternal, por muy cuestionado que estuviera
por sus hijas y por sí misma, no le permitía dejar que alguien que podía ser hija/hijo suyo (amigo/amiga
de sus hijas) se largara sin corazón contento, pero no sabía que Alessandra no necesitaba tener la
panza llena para alardear tener un corazón contento.

— Mamá —intervino Irene—, ha sido un día muy cansado… creo que Alex sólo quiere ir a
descansar.

— Bueno —suspiró un tanto resignada—. Pero tengo que preguntar, ¿quieres llevar un poco de
comida? —sonrió.

— Eso sería demasiado —resopló.

— ¿Es un “sí”? —sonrió Camilla, ya no sólo de labios sino de dientes también. Era la satisfacción
de mamá y de cocinera. Era la satisfacción que se le activaba por tener genes italianos. Y Alessandra
se sonrojó—. Ven, vamos a la cocina para que te prepare un poco de comida —tiró su cabeza en
dirección a la cocina, y se encaminó hacia dicha habitación, la cual daba a la calle.
Alessandra le pidió una disculpa silenciosa a Irene, una disculpa que Irene no aceptó con un
disentimiento, pues no había nada que disculparle; ella había intentado y sabía que Camilla, como
buena mujer y mamá italiana a quien poseía el poder del delantal, podía ser muy insistente con la
comida. Además, no consideraba que era su culpa.

— Souvlaki —sonrió al ver que no era nada de dolmas, de sarma, de falafel, o de moussaka; ella había
sufrido un poco aquellos seis meses en Atenas.

— ¿Te gustan? —la miró de reojo mientras levantaba su brazo para sacar un recipiente hermético.

— Sí —asintió aunque no la estuviera viendo—. Huele muy rico.

— Mi mamá cocina rico —dijo Irene, tanto para halagar y elogiar a su progenitora como para
alardear de ella también.

— Estoy segura de que sí —sonrió enternecidamente con Irene, y agachó la mirada en cuanto
Camilla se dio la vuelta; no quería que su sonrisa, o que su mirada, delataran a Irene; se lo había
prometido.

— Creo que la verdadera prueba, de si cocino rico, será si te gusta a ti —rio suavemente Camilla
para Irene, para que no le hiciera la fama de buena cocinera porque el paladar de otra persona era
distinto a los que ella conocía, para los que ella había cocinado toda su vida.

— Todo lo que no sabe a que lo cocino mi mamá… sabe rico —repuso Alessandra—. Las cosas
tienden a quedarle o muy simples o muy saladas, o crudas o demasiado cocidas —les explicó mientras
veía a Camilla guardar un souvlaki tras el siguiente a lo largo del recipiente.

— ¿Quién cocinaba en tu casa, entonces? —rio nasalmente Irene.

— Mi papá, y después yo —sonrió, logrando captar la atención de Camilla—. Mis papás están
divorciados —le dijo ante lo que creyó que era una confusión.

— Oh… —fue todo lo que supo decir, o balbucear, y se devolvió al plato en el que había vegetales
asados.

— Berenjena no —dijo Irene en nombre de Alessandra, quien sólo no habría comido la berenjena;
no habría dicho nada.

— ¿Zucchino? —Alessandra asintió—. ¿Pimientos, tomates, y cebolla?

— Sólo berenjena no —sonrió un tanto avergonzada, y Camilla que sonrió sin juicios ni prejuicios.
— De todas las personas que conozco, sólo a mi mamá y a mi hermana les gusta la berenjena —
dijo Irene, como si necesitara defender a Alessandra de Camilla.

— Es un vegetal difícil —rio nasalmente la rubia—. ¿Quieres pan pita y tzatziki?

— Gracias —asintió, viendo a Irene ir hacia el gabinete de los recipientes para sacar uno de los más
miniaturas.

— Tenemos Loux, por si quieres —le dijo Irene, alcanzándole el recipiente a Camilla para que
sirviera el tzatziki, y abrió el refrigerador para mostrarle los sabores.

— La que sea —sonrió con nostalgia, porque esas bebidas sólo le acordaban a esos seis meses.

— De esa no hay —resopló Camilla, empleando eso que toda mamá empleaba como si estuviera
programado en su cerebro.

— Hay de cereza, de limón, y limonada —que no era lo mismo—, ¿de qué la quieres?

— De cereza —dijo, notando que era de la única que había más de una botella, y, aunque no era
la que más le gustaba, tampoco pensaba dejar a las Rialto con el inventario en cero.

— Ah, y tenemos baklava —dijo Camilla—, ¿quieres un poco?

— Por favor —asintió con una sonrisa, porque no podía negarse nunca a un postre, mucho menos
a una porción de baklava, en especial porque sabía que en su apartamento tenía un poco de gelato de
vainilla; nada como baklava caliente con una bola de helado aunque todo griego la quisiera matar
luego de ver eso.

— Así me gusta —rio Camilla—. Es de nueces, no de pistacchio —le advirtió.

— No discrimino —sonrió.

— ¿Te importa si te la doy en papel aluminio? —Alessandra no entendió por qué eso le
molestaría—. Es por si la quieres calentar en horno.

— En papel aluminio es mejor —asintió.

— Disculpa la memoria, pero, ¿qué es lo que estás estudiando? —preguntó Camilla, únicamente
para tener una conversación banal.

— Management e diritto d’impresa.

— Cierto —asintió—. Pero te tomaste el semestre libre, ¿no?


— Sí —asintió ella también—. Pero sigo el siguiente semestre.

— ¿Ya sabes las materias?

— Diritto commerciale, Economia degli intermediari finanziari, Economia monetaria, Matematica


finanziaria, Lingua Inglese, e Gestione delle crisi aziendali.

— Interesante —opinó sinceramente—, pero cuento seis materias, ¿no deberías tener sólo cinco?

— Sí —asintió—. El inglés no lo debería tener porque tengo C1… pero el inglés que nos dan es más
técnico; creo que es un buen complemento.

— Qué bueno —sonrió, colocando el paquete de papel aluminio sobre el recipiente hermético en
el que había ordenado su cena, y, aun lado de él, colocó el pequeño recipiente de tzatziki—. Espero
que te guste —dijo, deslizándole su cena a través de la mesa, y, de paso, también se refirió a las
materias que le había mencionado.

— Estoy segura de que sí —asintió con una sonrisa.

— Cualquier crítica es bienvenida —le dijo, alcanzándole la pequeña botella de vidrio también.

— Gracias —dijo, dejando ir la botella en su bolso y tomando su cena entre sus manos. Y hubo un
momento de silencio un poco incómodo, pues Camilla no la iba a sacar de su casa, eso nunca, e Irene
tampoco, en especial porque había una parte en ella que no quería que se fuera, y ella que no sabía
ni cómo huir ni cómo quedarse—. Bueno, creo que ya debo irme —sonrió torpemente.

— Te acompaño a la puerta —le dijo Irene con un tono y un gesto muy fresco.

— Gracias por la cena, le prometo que le devolveré los recipientes —se volvió a Camilla, y fue
halada por la vibra de Irene hacia la puerta de la entrada—. Te los daré mañana —le dijo a Irene.

— ¿Qué me darás mañana? —sonrió traviesamente, porque eso se prestaba para jugar sin ser muy
obvia.

— Esto —le dijo con su cena a la altura de su entrepierna, y sonrió con picardía.

— ¿Mañana a las tres y media? —rio nasalmente y un tanto sonrojada.

— Mañana a las tres y media, Nene —asintió, y se inclinó un poco para plantarle un amistoso beso
en su mejilla, pero en esa parte de la mejilla en la que ya era más bien la comisura de sus labios, y le
plantó otro beso en la otra comisura.

— ¿Me escribes cuando llegues? —susurró.


— Pero sólo son diez minutos —le dijo con ese tono que ella había empleado hacía más o menos
media hora.

— No importa, sólo quiero saber que llegaste bien —repuso, citándola con exactitud

— Está bien —asintió una única vez—. Nos vemos mañana.

— Nos vemos mañana, Alex —sonrió, y la vio dar un paso hacia atrás para quitarse de la puerta.

Ella le guiñó su ojo, un golpe directo a las rodillas de Irene, se dio la vuelta con una sonrisa física y
mental, y descendió por las gradas.

Irene suspiró y dejó caer su cabeza hacia el frente hasta que su mentón topara contra su
pecho, y, en esa posición y entre una risita nasal, cerró la puerta con lentitud. Quizás fue el movimiento
de su brazo, pero terminó con la frente contra la puerta, con los ojos cerrados por estar viendo la
película mental de lo que había sido su día.

Con un segundo suspiro, recopiló las ganas de querer dejar ser detenida y sostenida por la puerta, y
se irguió.

— Mamma…! –«Mia!», exclamó al ver a Camilla apoyada en el marco de la puerta de la cocina, que
no sabía cuánto tiempo había estado ahí.

— Sí, bueno —rio—, ya que me queda claro que sabes que me tardé cuatro horas en pujarte sin
epidural —rio de nuevo—, vamos a cenar —señaló la cocina con su mirada.

Irene asintió en silencio.

— ¿Cómo te fue hoy? —le preguntó, siendo parcialmente abrazada por la mano de su mamá, aunque
en realidad sólo la empujaba hacia la cocina sin realmente empujarla.

— Bien, con mucho que hacer antes de que lleguen las vacaciones —sonrió, pero decidió no hablar
mucho de las vacaciones, pues, como era bien sabido por todos, las vacaciones empezaban el treinta
y uno de mayo, o el primero de junio, dependía de quién lo veía, e Irene no iba a poder disfrutar
mucho de las vacaciones porque todos sus exámenes habían sido programados en esa época; razón
por la cual no se quedaría tanto tiempo en Nueva York, al menos no el mismo tiempo que Camilla—.
Estamos intentando asegurar a un profesor de la Università di Teramo pero nos tiene en el limbo… y
tenemos a otro profesor que quiere la fecha de otro profesor.

— ¿De la misma facultad?

— Sí —asintió, dejando que escogiera la silla, aunque siempre escogía la que le daba la espalda a
la cocina, pues no le gustaba darle la espalda a ninguna puerta ni a ninguna entrada—. Tienen un
pleito infantil —se encogió entre hombros, y estiró su brazo para alcanzar una copa del mueble que
servía como bar también—, uno le dijo al otro, en la última tavola rotonda, que sus opiniones eran de
una persona muy… imbécil —dijo, no logrando ocultar la dificultad que había tenido para decir la
última palabra.

— Ah, sí —rio Irene nasalmente—. Ya sé de quiénes hablas.

— ¿En serio?

— De Tronolone y Baldocchi —asintió—. ¿Bebes blanco o tinto?

— Blanco —respondió, e Irene sólo sonrió—. ¿Quieres una copa? —tuvo que preguntar, porque
Irene no era una persona que disfrutara del vino blanco.

— Me gustaría mucho —asintió con un suspiro de por medio.

— Así habrá sido de cansado el día —comentó, alcanzándole una copa, y, por estar abriendo el
refrigerador, no se dio cuenta del rubor instantáneo que invadió a Irene, ese rubor que le calentó el
rostro de tal manera que tuvo que llevar sus manos a él para cubrirse—. ¿Te sientes bien? —le
preguntó suavemente, con ese tono de curiosa preocupación maternal, y enterró su mano entre sus
cortos cabellos del mismo modo en el que lo había hecho todos aquellos años de cabellera larga y
alocada.

— Sí —se aclaró la garganta, y quitó las manos de su rostro aun sabiendo el riesgo que corría de
ser expuesta de esa tan evidente manera—, sólo ha sido un día un poco cansado —dijo, viendo cómo
el líquido amarillento caía en su copa.

— ¿Qué hicieron? —preguntó con una ligera sonrisa.

Irene se congeló. Se petrificó. «¿Qué hicimos?». Eso no podía responderse con sinceridad, al menos
ella no podía. No podía porque no podía encontrar las palabras adecuadas, porque no sabía qué tan
apropiado sería decirle la verdad sin haberla preparado, porque no sabía si de eso se hablaba con su
mamá. Bueno, sabía que Emma hablaba con su mamá de su vida sexual, pero ella no era Emma, y
Camilla no era Sara. Y tampoco podía decírselo porque no quería, porque, así como Alessandra se lo
había dicho, simplemente no estaba lista.

Decidió inclinarse por lo que todo adolescente, adulto joven, o hijo en general, hacía pensando en
matar dos pájaros de un tiro: proteger a su ser querido y protegerse a sí mismo.

— ¿Has visto el auto que tiene Alex? —murmuró, siguiéndola con la mirada hasta conseguirla sentada
y sirviéndose un poco de vino también.
— ¿Un Smart? —supuso, sabiendo que era un auto más-que-compacto.

— Un MINI —sacudió su cabeza—. En un MINI no cabe mucho —«obviamente», dijo, tomando


dos souvlakia para colocarlos en su plato—; cargamos, fuimos, descargamos, regresamos. Cargamos,
fuimos, descargamos, regresamos. Cargamos, fuimos, descargamos, regresamos —repitió—, en eso
estuvimos hasta eso de las tres de la tarde —dijo, escogiendo no asustarse por la facilidad con la que
había dicho aquella mentira blanca, y que era blanca porque no le hacía daño a nadie.

— ¿Tanto era? —preguntó su inocencia, o quizás era la incapacidad de ver la verdad a través de la
blanca mentira que Irene no había tenido la decencia de decir mientras la veía a los ojos. Con razón
había sido tan fácil.

— Era una mesa de comedor pequeña, como esta —desvió su mirada a la mesa a la que ambas se
sentaban—, dos sillas, un escritorio, una silla de oficina, dos mesas de noche, la cama, el colchón, y un
poco de ropa.

— ¿Y pudieron armar todo?

— Mnm —disintió—. Sólo la cama —dijo, creyendo que con eso se había delatado—. Nos costó
descifrar un poco las instrucciones —intentó justificar lo dicho—. Nos estuvimos quebrando la cabeza
un buen rato…

— ¿Y cómo hicieron? ¿Lo buscaron en internet? —bromeó, dejando ir una cucharada de tzatziki
en su plato.

— Llamé a Emma —improvisó, pero, a medida de que las palabras salían de su boca, en especial el
nombre, su razón le señaló el error: ¿por qué Emma y no Sophia? Pues, Sophia era quien diseñaba y
armaba muebles a nivel profesional, ¿no?—. Supongo que mi hermana estaba ocupada porque no me
contestó —se encogió entre hombros.

«Soy una mentirosa», pero era el instinto de supervivencia. Emma la sacaría de cualquier crisis porque
sí, cosa que también podía hacer Sophia, pero era Emma quien sabía y quien podía tener una noción
de lo que estaba ocurriendo. Además, por si eso no fuera razón de suficiente peso, Camilla no hablaría
con Emma de eso; con Sophia podía surgir tan fácil como: “me dijo tu hermana que había hablado
contigo”, a lo que Sophia preguntaría “¿cuándo?”, y Camilla respondería: “cuando le ayudaste con el
mueble de Alessandra”. Así de fácil era ser descubierta.

Nota mental: «decirle a Emma que es parte de mi mentira», porque nunca se podía estar lo
suficientemente preparado.

— ¿Y estás segura de que armaron bien la cama? —rio.


— Sí, la probamos —respondió, que, por estar escribiendo su nota mental, no logró controlar a su
inconsciente—. Descansamos un rato —«eso es cierto»—. Y, si soy sincera —«porque me estorba
decirte tantas mentiras en tan poco tiempo»—, no pudimos seguir porque la cama quedó demasiado
cómoda —rio—. Me paré cuando me di cuenta de la hora.

— Sólo te escribí porque quería saber si venías a cenar o no —le dijo, sabiendo que intentaba
explicar la hora a la que había llegado.

— ¿Cómo crees que no?

— Nunca ha sido delito cenar con tus amigos —sonrió.

— Lo sé, pero, si esas hubieran sido mis intenciones te habría avisado para que no hicieras cena
para las dos —repuso con absoluta consideración—. Sé que tú prefieres la comida más local… si yo no
ceno aquí, probablemente tú te comes una berenjena sólo por el placer de que no te miraré feo
cuando vea que disfrutas comerla —rio.

Así fue como Irene desvió la atención de Camilla de lo que había sido su día, y de Alessandra en
general. Así de fácil.

Entre los intervalos del cómodo silencio al que ambas estaban acostumbraban, porque en
esos silencios sólo faltaba Talos con su constante aclaración de garganta, hablaron sobre banalidades
varias; del clima, del tráfico, del pleito entre los profesores previamente mencionados, del libro que
estaba leyendo Camilla en ese momento, de las películas que estaban por estrenarse, de que ambas
querían ver “Rio 2”, y de cuando Camilla perdió la cordura en aquel torneo amateur de golf.

— Hoy no, estoy un poco llena —le dijo Irene, dándose tres suaves palmadas en su adrede-inflado-
abdomen; tenía que estarlo con el milkshake, los yo-yos, y la cena—. Quizás otro rato —añadió por
instinto de supervivencia, pues sabía que el rechazo de baklava sólo iba a generar preguntas
indeseadas, y Camilla sólo se encogió entre hombros—. No, no te preocupes… yo los lavo —suspiró
con un gesto cansado.

— ¿Te hago compañía? —tuvo que preguntar, porque sabía que había tenido dos hijas que
atesoraban la privacidad como nada en el mundo, aunque con Sophia era más invasiva por dos
razones: porque Sophia sabía tomar ese tipo de bromas y porque no podía ver a través de Sophia
como a veces podía hacerlo con Irene.

— Si quieres —se encogió entre hombros, pero permaneció sentada.

— Voy a ver televisión mejor —sonrió, y, dándole un beso en la cabeza, se retiró de la cocina para
ir a disfrutar de “CSI: Miami”, pues noticias no quería ver.
Irene vio la corta y lisa cabellera rubia retirarse sin mirar atrás, como si supiera que ella no quería ser
ni mirada ni analizada. Hundió su rostro entre sus manos, y, con un suspiro, se rascó con las palmas
para luego terminar de rascarse los ojos con las yemas de sus dedos. Estaba cansada. Más que
cansada: muerta.

Vio que a la botella de Sauvignon todavía le quedaba un poco, y le pareció un pecado guardar
tan poco, por lo que vertió el líquido en su copa. Bebió cortos y pequeños sorbos, como si se mojara
los labios y un poquito más.

Sintió la ligera vibración contra su muslo, y pescó su teléfono con el tedio de «¿quién mierda me
escribe?».

— “Ya llegué a casa” —leyó de parte de “Alex S”, sin punto, sin nombre y sin apellido completo.

Irene miró fijamente la pantalla hasta mucho después de haberse apagado. Contemplaba la idea de
responderle de la misma manera en la que contemplaba no responderle. ¿Qué le respondía? ¿Un
“ok”? «Muy desinteresado». ¿Un “:)”? «Muy frío». ¿Un “:D”? «Demasiada emoción». Por eso era
mejor no responderle. Pero qué malcriadeza de su parte no responderle.

— “¿Llegaste bien?” —respondió, sabiendo el nivel de estupidez que la pregunta misma implicaba, y
guardó el teléfono para olvidarse de la incomodidad de lo que parecía ser la verdadera conversación
postcoital entre un par de amigas que habían decidido tirar todo por la cañería de aguas negras por
un simple arranque.

— “Sí” —leyó en cuanto vibró nuevamente, que ni había terminado de deslizar el teléfono en el
bolsillo. «¿Qué se responde a eso?», refunfuñó mentalmente, como si tuviera la obligación de
responder—. “¿Cenaste?” —«bueno, eso es más fácil de contestar».

— “Sí” —escribió, y, justo en cuanto presionó “invio”, le vio la ironía al asunto; le había respondido
eso mismo a lo que era imposible responder—. “Disculpa a mi mamá… no tienes que comerte lo que
te dio” —escribió rápidamente, usando a Camilla de excusa para evitarse una incomodidad, así como
sabía que Camilla la utilizaba a ella por deporte maternal.

— “No jodas”. “Se ve muy rico”. “Gracias por lo de la berenjena”.

— “No quería iniciar una protesta” —sonrió para sí misma—. “Gracias por no ser incómoda”.

— “¿Sarcasmo?”. “Por escrito no puedo diferenciar”.

— “No”. “No es sarcasmo”.

— “Asumo entonces que no hubo preguntas extrañas”.


— “No” —respondió, queriendo convencerse a sí misma de que las preguntas no habían sido ni
extrañas ni incómodas, que todo era producto de su paranoia—. “O sea, sí… pero creo que lo manejé
bastante bien” —agregó luego de treinta-y-tantos segundos de no saber de Alessandra, pero sólo era
porque calentaba su cena.

— “¿Algo de lo que deba estar al tanto?”.

— “¿Algo como qué?”.

— “Asumo que le dijiste un par de mentiritas blancas”.

— “Ah…” —suspiró—. “Que habíamos ido y regresado varias veces porque tu auto es pequeño” —
y, a eso, adjuntó aquelemoji de sonrisa de dientes y ojos sonrientes que sólo decía un “jeje”
fallidamente inocente—. “Y que sólo habíamos podido armar la cama porque nos había costado
entender las instrucciones”.

— “¿Las instrucciones para imbéciles?”. “Jajajajajajajaja”.

— “Fue lo mejor que se me ocurrió” —y un emoji de descontento al que probablemente podía


acompañar con un dedo erguido. Enseñanza del primo Adonis, que de “Adonis” no tenía nada.

— “¿Algo más que deba saber?”.

— “No, sólo eso” —escribió, y, por alguna razón, deslizó su teléfono en su bolsillo con la intención
de ya no responderle inmediatamente.

Bebió los últimos cuatro sorbos de Sauvignon, y se puso de pie para trasladar la vajilla al fregadero.
No le molestaba lavar platos. A veces hasta la relajaba.

— Explícame qué hacemos aquí —siseó Sophia entre aquellos percheros del noveno piso a los que les
pasaba a un lado—. Sí sabes que ya se nos pasó la hora y media, ¿verdad? —le acordó.

— No seas injusta —frunció sus labios—, que no estamos aquí por mí sino por ti.

— Oh —balbuceó con esa “oops”-face, «¿tan mal me veo?».

— Mmm… —se detuvo frente a un perchero.

Suspiraba constantemente mientras buscaba, de gancho en gancho, lo que quería. A veces


entrecerraba la mirada cuando llegaba a un gancho, titubeaba, y sacudía de nuevo la cabeza. A veces
sólo fruncía su ceño y sacudía su cabeza. Y, a veces, cuando encontraba algo perfecto, revisaba la
etiqueta para luego ahogar un gruñido de frustración. No veía la etiqueta por el precio sino por la talla.

Había unos que debían sólo ser usados por niñas prepubertas o en pleno desarrollo hormonal; telas
ligeras, una mezcla de spándex y jersey. Otros que debían ser usados por monjas de carácter y no de
vocación. Algunos que debían ser para la lactancia. Otros para teenagers. Otros que no sabía colocar
en el mercado; no le veía cliente específico. Algunos de mamá cuarentona, otros de mamá
cincuentona, definitivamente algunos de mamá sesentona, y unas atrocidades que ni su abuela Sabina
se atrevía a vestir. Unos que hacían que el busto quedara contra la quijada, otros que definitivamente
no servían para las brisas frías, unos que probablemente no pertenecían ni al mundo del BDSM, y otros
que no servían ni para hacer algún tipo de ejercicio o deporte. De feo a espantoso. De espantoso
a «what the fuck is this shit?». Y en colores que iban desde lo sexy hasta “no entiendo por qué estoy
célibe”.

— Vamos —le dijo, tomándola de la mano para arrastrarla, con tres ganchos en la otra mano, hacia
los probadores.

Le ofreció el interior de la cuarta cabina, y, en cuanto pasó, cerró la puerta tras ella.

— Si me querías quitar la camisa sólo tenías que decirlo —bromeó la rubia, mirando su penetrante
mirada a través del espejo.

— No hay forma bonita de decir lo que te voy a decir —disintió.

— ¿Oh? —ensanchó la mirada.

— El sostén que tienes puesto es mío —se cruzó de brazos—. Y me estorba que te queda grande,
no que lo tienes puesto —aclaró.

— ¿Te “estorba”? —frunció su ceño.

— Como no tienes idea —asintió, acercándose tras ella hasta rozar su espalda contra su pecho—
. You have such beautiful breasts, Sophie… —suspiró, deslizando sus manos por su cadera como si
quisiera abrazarla, pero sólo tomó los bordes de la cachemira negra—, and I want to be able to
appreciate them at any given time —dijo, y apoyó su frente contra su rubia melena—. Arriba los brazos
—se despegó, y levantó la cachemira para descubrir aquel par de copas blancas que, en efecto, le
quedaban grandes en volumen, proporción, y medidas.

— ¿A dónde vas? —murmuró un tanto extrañada al ver que Emma se daba la vuelta para encarar
la puerta.
— Creo que no puedo mirar —se encogió entre hombros—. Creo que el Hanro es el que mejor te
quedará —le dijo, apoyando su hombro derecho contra la pared, así como su cabeza.

— ¿Estás segura de que no quieres ver? —se acercó por su hombro.

— No me tientes —susurró.

— Sí te das cuenta de que no me vas a tener a solas por las próximas dos horas y media o tres,
¿verdad? —sonrió contra su oreja—. Mucho menos sin camisa…

Emma rio nasalmente en tres tantos.

De un movimiento un tanto brusco, porque un movimiento así sólo podía ser impulsado por
la maquiavélica y rubia tentación, tomó a Sophia por la cintura con un brazo para colocarla contra la
pared.

La rubia se mordisqueó el labio inferior.

Emma gruñó, pero, en lugar de besarla arrebatadamente, deslizó el tirante izquierdo de su sostén.
Lentamente, porque también era un poco masoquista en ese sentido, haló el elástico hacia abajo, y
hacia abajo, y hacia más abajo, hasta que salió por la mano de la mujer que la veía penetrantemente
a los ojos.

La respiración de la rubia se espesó y se hizo más bucal que nasal, y la densidad solamente
aumentaba por el roce de los dedos de Emma en su otro hombro. Soltó un leve gemido, de esos que
vergonzosamente se le escapaban, pero no importaba porque eran de esos que sólo Emma escuchaba
y que la hacían sonreír con burlona picardía.

Pasó sus manos por la espalda de Sophia, envolviéndola casi en un abrazo, y desabrochó
aquel sostén que servía para sábados, domingos, días feriados, o vacaciones, y a veces ni para esas
ocasiones.

Bajó su mirada mientras dejaba que Sophia escuchara cómo su sostén caía sobre el sillón de la esquina,
y sonrió en cuanto se encontró con aquella pequeña y pálida circunferencia que estaba a pocos tonos
de camuflarse entre el resto de su piel. Notó cómo, con el fugaz paso del tiempo, sin tocarla y a causa
de la concupiscente mirada, su pezón de iba definiendo y erigiendo con mayor rigidez.

— Pídeme que no te toque —susurró Emma, irguiendo su mirada para encontrarse con la de Sophia—
. No, no me pidas. Dime que no te toque.

— ¿Qué? —balbuceó.

— Por favor —pareció asentir y rogarle al mismo tiempo.


— Puedes mirar… pero no puedes tocar —susurró.

— ¿Hasta cuándo te puedo tocar? —arqueó su ceja derecha.

— Cuando estemos en casa —sonrió, y, dándole un beso corto pero imperecedero, se le escapó
de entre las manos para probarse el sostén Hanro.

Emma sonrió agradecida, porque ella no quería que el registro criminal de Sophia comenzara con un
“Emma no se aguantó y tuvo que meterse entre mis piernas”. Además, los jadeos y los gemidos de la
rubia le pertenecían a ella y sólo a ella; no eran para hacerse públicos por el simple hecho de que su
Ego no compartía su éxito con nada ni con nadie. La desnudez, el poco pudor que les quedaba a ambas,
y la privacidad de lo íntimo, todo eso pertenecía en donde había una cama que compartían noche con
noche, la misma cama en la que cualquiera de las dos podía ser abusada por la otra.

Se cruzó de brazos, se apoyó de nuevo contra la pared, y observó a la rubia que evitaba hacer
contacto visual porque no quería ser ella la razón de que el registro criminal de Emma comenzara con
un “Sophia no se aguantó y me pidió que me metiera entre sus piernas”.

Emma sintió esa familiar vibración en su bolsillo, y, sin despegar la mirada del espejo, sacó su teléfono.

Se asombró de ver ese “Ciao, cognata” con el emoji de “jeje”, ese que Irene utilizaba para sacudirse
culpas, o para suavizar las consecuencias de las mismas.

— “Ciao, Nene. ¿Cómo estás?” —respondió con su ceño a medio fruncir, pues su ceja derecha se
elevaba un poco. No esperaba saber de su cuñada hasta el fin de semana, días en los que solía atacar
a Sophia como toda insoportable hermana menor, y tampoco esperaba que se dirigiera a ella en la
privacidad de una conversación que no compartían con la rubia.

— “Bien”. “¿Tú?”.

— “Bien también” —y se abstuvo de enviarle una sonrisa, pues eso sólo sería incómodo—. “¿Qué
hay de nuevo?”.

— “Nada, ¿y tú?”.

— “Nada” —rio nasalmente, levantando su mirada para ver a la rubia en el sostén negro que no
lograba sentarle tan bien como lo habría hecho un simple La Perla, pero definitivamente se veía mejor
que en aquel sostén de copa inapropiada, «nada nuevo, eso lo he visto varias veces… nunca
demasiadas, nunca suficientes»—. “¿Cómo te fue con la mudanza de tu amiga?”

— “De eso precisamente quería hablarte”.

— “¿Qué pasó?” —intentó no ensanchar la mirada para disimular su innata preocupación.


— “Prométeme que no me vas a preguntar nada raro”.

— “Está bien” —supuso—. “¿Qué pasó?”.

— “Si mi mamá pregunta, te llamé para que me ayudaras a encontrarle lado a las instrucciones de
IKEA”.

— “¿Qué?” —frunció su ceño.

— “Eso”.

— “¿Por qué me preguntaría tu mamá eso?” —rio mentalmente con confusión—. “Digo, sí sabes
que ése es el campo de tu hermana, ¿verdad?”.

— “El campo de mi hermana no es un mueble de IKEA”.

— “Auch. ¿Y el mío sí?” —rio.

— “Ayúdame con eso… ¿sí?” —y le lanzó el mismo emoji sonriente.

— “¿Hiciste algo malo?” —tuvo que preguntar, pues no cubriría a Irene en ese caso; ella no quería
verse involucrada en eso, y, estando en completa omisión del paro respiratorio de Irene, y de las
repentinas ganas de vomitar, agregó—: “Necesito saber si estás metida en algún problema para saber
cómo puedo ayudarte en realidad”.

— “No, no estoy metida en ningún problema” —escribió con dedos temblorosos.

— “¿Entonces?” —preguntó antes de que Irene pudiera enviar el “sólo ayúdame con eso, por
favor”.

— “Ay…” —y le envió un emoji de descontento—. “¿Me vas a ayudar o no?”.

— “Oye, tú no pones las reglas del juego” —resopló para sí misma—. “Eres tú quien necesita mi
ayuda, así que yo te pregunto a ti: ¿me vas a decir o no?”.

— “No sabes cómo te odio…”.

— “Yo sé :D” —dijo, y, de ipso facto, recibió otro emoji de descontento, con la sombra de un dedo
muy erguido—. “Ajá, ahora que ya aclaramos eso… ¿qué pasó?”.

— “¿Te acuerdas de nuestra conversación en Venecia?”.


— “Por supuesto que sí” —sonrió, conteniéndose las ganas de enviarle un emoji diabólico—. “Alex,
¿verdad?”.

— “A ella le estoy ayudando a mudarse”.

— “¡No se diga más!” —contuvo su carcajada, pues no quería que Sophia se enterara—. “¿Qué tal
estuvo?”.

— “¡Prometiste no preguntarme cosas raras!” —escribió rápidamente con el rubor hasta los
pulgares.

— “No te estoy preguntando qué te hizo o qué le hiciste, te estoy preguntando si estuvo bien… si
estuvo rico” —e Irene se la imaginó encogiéndose entre hombros con esa sonrisa burlona que se
aferraba a la semántica más que a nada.

— “Sí” —respondió absolutamente sonrojada.

— “¿Te sientes bien?”.

— “¿Debería sentirme mal?” —«¿por qué existe esa pregunta?», porque claro que no se sentía
mal, pero tampoco se sentía bien; era un enredo mental y emocional.

— “¿Hiciste algo malo?”.

— “No sé, no creo” —quiso creer—. “Entonces, ¿me vas a ayudar?”.

— “Con una condición”.

— “¡¿Otra?!”. “Creí que sólo querías que te dijera…”.

— “Eso se llama ‘curiosidad’, Nene” —rio Emma nasalmente.

— “¿Qué quieres?”.

— “Si en algún momento necesitas hablar, si tienes preguntas, si tienes dudas, si te sientes de
bajón… lo que sea… por favor, búscame” —dijo, sinceramente preocupándose por su cuñada, porque
ella era parte de Sophia, y nunca quería ver a Sophia preocupada por nadie ni por nada; eso sólo le
quitaría la sonrisa y ella no podía vivir con eso, «porque Sophia no es sólo “Sophia”», iba más allá y se
extendía a su familia, y eso lo entendía.

— “¿Esa es tu condición?”.

— “Sí”.
— “Está bien”. “Entonces, ¿me vas a ayudar?”.

— “Claro” —sonrió—. “Sólo dime a qué hora me llamaste, por qué medio, qué mueble te ayudé a
armar, etc.”.

— “¿Para qué quieres saber eso?”.

— “Nunca le mentí a mi mamá porque ella me enseñó a mentirle a mi papá” —le dijo—. “Confía
en mí”.

— “Está bien”. “Gracias”.

— “Cuando quieras” —escribió, sabiendo que era el fin de la conversación porque Irene no iba a
responder eso, y dejó ir su teléfono en su bolsillo para ver a Sophia, quien se colocaba el sostén blanco
de nuevo—. ¿Cuál escogiste al final?

— El Hanro —dijo, tomando su suéter para revertirlo.

— ¿Quieres una tanga también? —«¿por qué no se me ocurrió eso desde el principio?».

— I don’t mind going commando —dijo, metiéndose en aquel cuello negro—. Además, creo que
ya abusamos de la hora de almuerzo.

— Los tengo haciendo un esténcil, no es el fin del mundo —sonrió.

— Creo que te hace daño saber que no tengo nada bajo el jeans —susurró con una traviesa mirada.

— “Daño” suena dramático, como si se tratara de una enfermedad.

— Te “afecta” —se corrigió, alcanzándole el sostén que quería que le comprara.

— Eso sí —asintió.

— Así estoy bien, gracias —sonrió, tomando los otros dos sostenes para devolverlos a las manos
de cualquiera que tuviera el tedioso trabajo de reordenar todo.

Emma soltó una risita gutural, esa que sólo la acusaba de «God, you’re evil» pero con cariño, con un
gruñido, con advertencia de «desde ya te aviso que no me haré responsable por mis actos», a lo que
Sophia respondió:

— Y no espero que lo hagas —con una sonrisa que le agradecía la compra, o la invitación de un par de
copas que sí eran de su talla.
— Could you please cut the tag? —le dijo Emma a la mujercita de cabello negro que se degradaba
a azul hasta llegar a un turquesa blancuzco.

— Do you have SaksFirst? —le preguntó ella, materializando unas tijeras compactas para satisfacer
las demandas de un cliente más.

— I do, but I don’t have my card with me —sonrió forzadamente, como si se disculpara, pero en
realidad le era absolutamente indiferente.

— Only need your name and your date of birth —repuso rápidamente, extendiendo el sostén sobre
la pila de tissue paperblanco.

— Emma Pavlovic. P-A-V-L-O-V-I-C —deletreó inmediatamente su apellido, porque, por mucho


que no le terminara de gustar y no ser tan radical como Sophia, respetaba el hecho de no haber sido
un caso de Divina Concepción; odiaba las atrocidades como “Pavlov”, “Pavlovich”,
“Pablov”, o “Pavlović”, el único que no le molestaba era el “Pavlovič” porque era su apellido real, el
correctamente escrito—. November eighth, nineteen eighty-four —terminó diciendo, alcanzándole la
tarjeta negra entre su pulgar y el flanco de su dedo índice izquierdo. Odiaba ver que alguien entregaba
una tarjeta entre los dedos índice y medio de cualquier mano—. ¿Qué es lo que no esperas que haga?
—se volvió hacia Sophia, quien no había sentido molestia alguna por culpa del erróneo sostén hasta
que Emma se lo había señalado.

— Responsabilidad —«¿qué más?».

— Ah —exhaló encantada con ambas cejas hacia arriba—. Puedo ser una persona irresponsable
también —asintió, casi orgullosa por poder tener el lujo de no sólo poder decir una cosa como tal, sino
también por tener el lujo de poder serlo.

— That’ll be a ninety dollars and forty-eight cents —interrumpió la del cabello azul—, and five
hundred forty-two points.

— Good —murmuró Emma sin quitarle la mirada de encima a Sophia, quien, por no tener nada
mejor que hacer, o por nervios, se dedicó a ver los diseños de las gift cards sobre el mostrador, y, casi
desdeñosamente, agitó sus dedos para que tomara la tarjeta de entre sus dedos; no le interesaba
saber cuánto costaba la apreciación del torso de Sophia, tampoco le interesaba saber cuántos puntos
le darían por eso—. ¿Cuáles son tus planes para hoy en la noche? —le preguntó, no acordándose si ya
se lo había preguntado o no.

— Tengo una cita —repuso calladamente.

— She’s got a date tonight —le dijo a la de cabello azul, como si eso le importara a ella, pero sólo
era para llamar la atención de la rubia.
— Todavía no sé si es una cita —entrecerró los ojos.

— ¿Depende de la ingestión de alcohol? —elevó su ceja derecha, volviéndose rápidamente hacia


el cobrador electrónico para dibujar una pixelada firma en la pantalla azul.

— No sólo de eso.

— ¿De qué depende?

— No sé si me van a recoger o si nos vamos a reunir en el restaurante —se encogió entre hombros,
viendo la entrega de la tarjeta negra junto a una blanca factura, y, de un desliz, la pequeña bolsa negra
terminó sobre el mostrador.

— Have a nice day —le deseó a la del cabello azul, y le entregó la bolsa mientras apuñaba la
factura—. Ajá, ¿qué más?

— Si tenemos o no una reservación —sonrió en agradecimiento—, y sí tenemos.

— Pero no puede ser que eso defina si es o no una cita —le dijo Emma—, porque puede ser que
sea imposible conseguir una mesa en el restaurante… que la única manera de conseguir una mesa es
con una reservación.

— Es sólo un aspecto —sacudió su cabeza, y se aferró a los cordones negros de la bolsa con ambas
manos mientras esperaban por el ascensor.

— ¿Qué más?

— Si nos hemos arreglado para la otra persona —sonrió de reojo—. Tú sabes; no con la ropa del
trabajo, que nos hemos duchado, que olemos bien y a limpio, y que nos vemos bien.

— Ajá —tomó nota mental—, ¿y no tiene que ver quién invitó a quién?

— Quizás —asintió entre hombros encogidos, un verdadero «ni idea»—. Pero quien haya decidido
que era una cita definitivamente tiene que hacer sentir a la otra persona como el centro de atención.

— You have to know you’ve been dated —suspiró, dándole toda la razón.

— Exactly —sonrió, y, ante el timbre del ascensor, se adentró a la cabina para luego ser imitada
por Emma—. Y la conversación tiene que ser amena, tiene que ser muy relajada; no tiene que parecer
que me están interrogando.

— ¿Y el alcohol cuándo entra?


— Para relajarnos —resopló, suponiendo que era para eso en el caso de una primera cita—. Gracias
por esto —sacudió la bolsa, y se enrolló entre su brazo y su torso, tal y como lo hacía cuando estaban
en la cama.

— Gracias a ti —sonrió, abrazándola fugazmente o por lo que duraría el ascensor en llegar al


vestíbulo, y, como si se tratara de mucho respeto para el público, se limitó a darle un beso en la
cabeza—. ¿A qué hora quieres que te recoja?

— ¿Vamos a ir caminando o me vas a llevar en taxi?

— ¿Qué dice tu manual de citas? —bromeó.

— Depende —dijo, saliendo del ascensor con Emma de la mano—. Si estás nerviosa y no quieres
agotar los temas de conversación con una caminata, creo que taxi.

— ¿Te parece si te recojo a las seis y treinta y cinco? —sonrió suavemente, entretenida por el
juego.

— ¿Me vas a llevar caminando?

— Prefiero llevarte caminando a la ida y no al regreso —dijo, absteniéndose a responderle sí o no.

— Está bien —susurró—. A las seis y treinta mejor.

Emma sólo sonrió, y, llevando su mano a sus labios para darle un beso, dejó que el cómodo silencio
las acompañara, pues raras veces se interponía entre ellas.

Cuando cruzaron las puertas que cruzaban todas las mañanas para esperar el ascensor,
primero Emma y luego Sophia con una diferencia de quince minutos y más-menos cinco minutos, cada
quien reclamó su mano para poder entrar en el papel de civiles que simplemente trabajaban juntas.
Dile “no” a la adulación.

— A ti te estaba buscando —dijo Volterra en cuanto se las encontró entrando al estudio, y Emma se
señaló a sí misma para preguntarle si era con ella—. No, a ti —señaló a Sophia.

— Oh, ¿para qué soy buena? —se encogió la rubia entre hombros.

— ¿Puedes venir a mi oficina un momento? —sonrió extrañamente.

— ¿Ahorita? —frunció su ceño, y él asintió—. Está bien —se encogió nuevamente entre hombros,
y siguió a Volterra hacia el lado opuesto al que Emma se dirigiría.

Emma sólo suspiró, ni siquiera tuvo ganas de tener la curiosidad de saber qué era lo que necesitaban
hablar con tanta privacidad, pues creyó que iban a hablar de algo que tuviera que ver con Camilla, o
con la Old Post Office. Ninguno de los dos temas le interesaban, no en ese momento. Y, de igual forma,
se enteraría más tarde por boca de Sophia.

Caminó por el pasillo que Clark decía que utilizaba como pasarela porque lo dominaba como
si le pertenecía, y le pertenecía, ¿acaso no estaba su nombre en la puerta? Quizás por eso su oficina y
la de Volterra quedaban en extremos opuestos, pues, más que por separar los egos y a “mommy and
daddy”, había trazado una línea imaginaria de lo que era “mío” y de lo que era “tuyo”; cada uno tenía
un pasillo para taconear o para arrastrar los pies, y las invasiones al otro pasillo eran en son de paz y
con fines diplomáticos.

¿Había algo que debía decirle a Gaby? ¿Había algo que necesitaba que hiciera por ella? Ya había
enviado un arreglo floral a la habitación en la que Nicole se recuperaba del circo hormonal por ya no
tener a un humano miniatura dentro de ella y ya había arreglado lo necesario para que no tuviera que
tomar un taxi hasta su casa cuando la dieran de alta, porque ninguna mujer debía tomar el taxi con un
recién venido al mundo de los pecadores. Además, era un gesto quizás hasta bonito.

— ¿Ya comiste? —se apoyó de su escritorio con su puño, pero, antes de que Gaby pudiera
responderle, sólo vio el recipiente desechable con aburridos vegetales verdes dentro—. Buen
provecho —sonrió.

— Gracias —se aclaró la garganta luego de haber tragado.

— ¿Hay algo para mí? —ella sacudió la cabeza—. Bien. Hazme el favor de salir a respirar aire fresco,
quizás a comer algo con mayor sustento —sonrió de nuevo—. Si compras almuerzo de verdad, va por
mi cuenta.

Antes de escuchar o ver un asentimiento o consentimiento, o un agradecimiento, dio el suave


puñetazo por maña a la madera del escritorio y se retiró hacia su oficina.

— Perdón por la tardanza —dijo sus discípulos, quienes trabajaban como verdaderos contrincantes;
en esquinas opuestas de la mesa de café y cada uno cubriendo su trabajo, y Lucas, como siempre lo
haría en cuanto una fémina entrara al espacio en el que él se encontraba, se puso de pie—.
¿Almorzaron bien? —ambos asintieron, Lucas con una sonrisa y Parsons con labios fruncidos—. ¿Qué
comieron? —preguntó, diciéndole a Lucas que se sentara con un gesto de mano y una expresión de
“no te molestes”.

— Limani —dijo Parsons.

— Una hamburguesa —se encogió Lucas entre hombros con una sonrisa.

— Ajá —rio guturalmente—. Ahora díganme lo que comieron con detalle. —Ambos la miraron
como si no hubiera hablado en un idioma que ellos pudieran entender—. Tú me dijiste en dónde
comiste —se dirigió a Parsons–, y tú me dijiste algo tan general que no me sirve de nada —les explicó—
: quiero saber qué tan bien saben describir.

Emma elevó su ceja derecha, se dejó caer en su silla, y abrió sus manos con un movimiento de cuello
que sólo demandaba que alguien hablara primero. Observó cómo ambos se vieron entre sí; Lucas
cediéndole la palabra Parsons y Parsons se la rechazaba, pues, por primera vez, no veía ninguna
ventaja en hablar primero.

Suspiró con cierta desesperación, ¿qué tan difícil podía ser describir lo que comieron? Si no podían
describir ni una hamburguesa, ni el mantel blanco que tenía la mesa en la que comieron, ¿cómo iban
a poder darle una idea más concreta que vaga a un cliente?

Un segundo suspiro salió ligeramente por su nariz, su pierna izquierda se posó sobre su rodilla
derecha, un fugaz vistazo a su aburrido reloj para ejercer presión, y una mirada de tener ganas de
matarlos por igual.

— ¿Alguna vez ha comido en Limani? —balbuceó Parsons.

— Comida mediterránea —asintió Emma, acordándose de las tres veces que había cenado ya en
dicho lugar.

De entrada obviaba el Mezés (Μεζές) porque no era fanática de la taramosalata, ni del tzatziki, ni del
hummus, ni de las dolmades; lo único que le gustaban eran las dos tiropitas que llevaba el platillo. Si
Sophia pedía un Mezés, había una especie de trueque precolombino: una tiropita a cambio de algo de
su plato. Prefería pedir las vieiras con ensalada cítrica, o el pulpo a la parrilla, o el crab cake.

El platillo principal podía ser pasta con langosta o le cotolette de cordero, y quizás podía inclinarse por
el saganaki de camarón. De postre siempre el sorbete de limón y fresa, ni el uno ni el otro: «los dos».

— Una ensalada de aguacate y camarones —dijo Parsons al cabo de unos segundos—. Y salmón con
vegetales al vapor… y una copa de Chardonnay.

— ¿Postre? —ella sacudió la cabeza—. ¿Algo más que quieras agregar? —ladeó su cabeza hacia el
lado izquierdo.

— No —murmuró, y Emma suspiró.

— Mi hamburguesa estaba muy rica —dijo Lucas antes de que Parsons pudiera preguntar si debía
decir algo más—. Venía abierta; la torta de carne con el queso cheddar blanco derretido sobre el pan
de abajo, y una hoja de lechuga y dos rebanadas de tomate sobre el pan de arriba —continuó
diciendo—. Venía con una orden de papas fritas, pepinillos, una salsa roja, cebollas caramelizadas, y
un poco de coleslaw —dijo, notando cómo Emma parecía ensanchar la mirada poco a poco—. La salsa
roja sabía un poco amargo, como si era de tomates y pimientos rojos a la parrilla y se habían
carbonizado más de la cuenta. No me gustan los pepinillos, por eso los dejé a un lado. Los tomates
estaban muy rojos, y muy jugosos, pero la consistencia estaba rara; estaban porosos, por eso se los
tuve que sacar. No usé mayonesa, mostaza, o kétchup para la hamburguesa, pero sí me comí las papas
fritas con mostaza. Bebí una limonada, y comí torta de manzana à la mode —sonrió, no sabiendo qué
era lo que había dicho mal, pues la mirada de su jefa era de verdadera estupefacción—. Mi almuerzo
costó veinticuatro dólares y treinta y cinco centavos, lo cual se acomodó para los veinticinco dólares
que tenía presupuestados —dijo, pensando en que eso le sumaría puntos en el lado de lo estratégico,
pues no había nada mejor que respetar un presupuesto.

— Observaciones —murmuró Emma con un suspiro que debía relajarla y traerla de regreso al allí
y al entonces—. Toni, ésa es una descripción —dijo, señalando a Lucas con la palma de su mano, y ella
se hundió en su asiento—. No fue la mejor descripción, pero fue una descripción… con eso se puede
trabajar —añadió, y, volviéndose hacia Lucas, suspiró con algo parecido al miedo—: Lucas, no
mencionaste en dónde comiste.

— Ah… —frunció él su ceño, y se puso rápidamente de pie para pescar algo de su bolsillo trasero—
. “Burger Heaven” —sonrió en cuanto sacó la factura del segundo compartimento largo de su cartera.

— ¿De la cincuenta y tres o de la cuarenta y nueve? —tuvo que preguntar.

— El que está atrás de Saks —sonrió de nuevo.

«Oh… ef-u-c-kay», suspiró.

— ¿Me prestas tu baño? —le preguntó Sophia en cuanto se encontró envuelta en aquel ambientador
cítrico que tendía a provocarle estornudos.

— Claro, pasa adelante —asintió, ofreciéndole la puerta de madera a un costado de su escritorio.

— ¿De qué querías hablarme? —dijo, elevando un poco su voz desde el interior del baño, y, para
poder escucharle bien, decidió no cerrar del todo la puerta. De igual forma, sabía que Volterra no tenía
intenciones de saber qué hacía, y no era nada que Volterra no hubiera visto ya.

— Encontré una solución para lo que me pediste.

— ¿De qué?

— De lo de “mover el baño” —frunció su ceño, pues no había sido hacía tanto tiempo que se lo
había pedido, además, tuvo que preguntarse qué era lo que Sophia estaba haciendo entre lo que
parecía ser una pelea consigo misma.

— Ah… ¿ajá? ¿Qué pasó con eso?


— Hay una solución, pero tendrías que abrir el piso… y, aunque mover las conexiones es difícil, y
quizás un error, se puede hacer.

— ¿“Pero”?

— Pero ese baño va a tener muchos problemas —dijo sinceramente.

— ¿Qué tantos problemas? ¿O problemas de qué tipo?

— De todo tipo —respondió, y escuchó un silencio que no le gustaba para nada, pues parecía ser
el mismo descontento que había poseído a Camilla hacía tantos años, pero no, Sophia sólo se
apresuraba a colocarse su nuevo sostén al torso—. Pero, de que se puede hacer, se puede hacer.

— No —emergió del baño, ya con busto en copas de tamaño apropiado, y con el 34C en la bolsa
de Saks—. Eso no —sonrió.

— Entonces, ¿qué quieres que haga? —elevó ambas cejas, y se quitó los anteojos únicamente para
colocárselos de nuevo.

— Nada, pero gracias —resopló—. Ya veré cómo soluciono eso.

— Yo sólo estuve pensando… —le dijo, ofreciéndole asiento frente a él, el cual ella tomó—. En la
pared de la entrada, a la izquierda, hay un armario empotrado de la misma longitud, ¿no?

— Sí —asintió, y, sin recibir invitación u ofrecimiento de parte de su jefe/papá-biológico, sumergió


su mano en el recipiente de chocolates.

— El ancho del pasillo de la izquierda es mayor al ancho del pasillo de la derecha… ¿por qué no
quitas el armario, y cambias las puertas de lugar? —Sophia lo miró confundida—. La puerta de la
habitación la cambias al pasillo de la derecha, y la puerta del baño la cambias al pasillo de la izquierda.

— Mmm… —frunció su ceño.

— Eso sí se puede hacer y no tiene mayores consecuencias.

— Sé que eso se puede hacer —sacudió su cabeza—. Ya lo había pensado, pero el pasillo de la
derecha no da para un clóset.

— ¿Cuánto espacio necesitas si sólo vas a estar por unos días, un par de veces al año? —sonrió, y
vio la epifanía que poseía a Sophia.

— Gracias, Alec —reciprocó la sonrisa.


— No hay de qué —le ofreció más chocolates—. ¿Cómo vas con lo de la Old Post Office?

— Antes de la una ya estaban los renderings en las oficinas —dijo a secas mientras sumergía su
mano nuevamente en el recipiente—. Supongo que tendremos una reunión el jueves, a más tardar el
viernes... dependerá de las observaciones que tengan sobre lo que les envié.

— Yo creo que lo que enviaste era muy bueno —opinó—, pero el del salón de eventos se veía un
poco apresurado.

Sophia no se molestó, pues Volterra sólo hacía su trabajo como jefe, como quien daba la cara por el
estudio. Y, sabiendo la rubia que el rendering no era el mejor por falta de conocimiento técnico, y de
práctica en realidad, se encontró en la encrucijada de hacerse o no responsable por ello.

Si bien era cierto, no había sido ella quien había hecho el rendering; había sido Parsons, con su mala
gana y con su actitud prepotente. Pero Parsons sólo había trabajado bajo Sophia, bajo su guía, bajo
sus recomendaciones que eran más una corrección por no tener tiempo para detenerse a explicarle o
para hacerlo por ella. ¿De quién era la culpa? De las dos, sí.

— Sí, eso es mi culpa —asintió Sophia, haciéndose absolutamente responsable por la falta de pulcritud
y perfección—. I bit more than I could chew —dijo, encontrando refugio en lo vago de la expresión; se
refería a haberle confiado el trabajo a Parsons, y se refería a que realmente había intentado hacer
mucho en tan poco tiempo, «no, es mi culpa porque yo vine tarde», pero, por alguna razón, no
encontró sentido alguno en decírselo a Volterra.

— Sólo era una observación —sacudió la cabeza—. ¿Ahora qué sigue?

— Esperar a que me digan cuál es la opción que más les gusta —se encogió entre hombros—. Y
retocar el salón de eventos.

— Está bien —sonrió—. ¿Uno para el camino? —le ofreció nuevamente el recipiente.

Sophia sólo sonrió con una pizca de vergüenza, pero no con la suficiente vergüenza que evitaría que
pescara un tercer chocolate que no sería para el camino sino para comérselo junto a los otros dos.

Se puso de pie, y salió de aquella oficina, pensando en dónde podía reubicar las puertas con
mayor precisión para que pudiera caber una cama king con el respeto del espacio y de que no
estuviera pegada a ninguna pared por respeto a los principios del buen gusto.

Pero en ese momento se acordó de lo que Emma le había dicho la semana anterior, la madrugada del
viernes, que ella tendía a preferir las camas contra la pared porque le gustaba dormir entre ese límite,
como si la pared le diera un respaldo, y pensó en cómo sería si le diera precisamente eso pero con
buen gusto, con el mejor gusto que podía nacerle, con un gusto que le gustara.
Rápidamente se imaginó en dónde podía caber la cama; si debía ser colocada horizontal o
verticalmente, e intentó transformar la imagen mental de aquella habitación para poder saber si era
una idea viable o no, si era factible o no.

En cuanto Sophia entró a su oficina, sólo sonrió para todos y tomó asiento en su escritorio
como acostumbraba siempre.

Parsons la odió, y la odió con todas sus fuerzas. ¿Acaso no había tiempo para desearles “buen
provecho” también? ¿Acaso no había una disculpa por haber llegado tarde por segunda vez en el día?
No, tiempo para eso no había, pero sí había tiempo para pasar por Saks a comprar sabía Dios qué,
¿acaso no podía hacer sus compras en su tiempo personal? ¿Acaso no podía hacerlo al salir de la
oficina? Qué poco respeto.

Y la odió todavía más en cuanto se dio cuenta de que se encargaba de corregir descaradamente
su rendering del salón de eventos.

La observó con tanto odio que logró diseccionarla como si se tratara de una tomografía, capa
por capa para encontrarle todos los defectos aparentes y no aparentes.

Quizás le enojó el hecho de creer y reconocer su habilidad de saber esconder sus imperfecciones en
plena vista, era una habilidad admirable, pues el arte de una fachada no era nada sino complicado de
alcanzar. Era buena pretendiendo, ¿y qué?

Probablemente eran sus facciones finas, o sus impresionantes ojos celestes que se hacían más
transparentes tras los vidrios de sus anteojos Bvlgari marrones, o quizás eran las desordenadas ondas
rubias las que hacían el trabajo, el trabajo que le había conseguido el proyecto de la Old Post Office,
el trabajo que le había conseguido el diamante amarillo en su dedo anular izquierdo, el trabajo que la
dejaba escribir con un bolígrafo Tibaldi Bentley negro con plateado, el trabajo que la dejaba armar y
desarmar su cubo rubik cada vez que se detenía a guardar su progreso. Pero le veía las manos y
estaban perfectamente manicuradas con una laca que no era de Revlon sino que tenía cierto acento
sedoso entre las notas de rosado que tendían a blanco y las notas de blanco que tendían a rosado, y
le veía el maquillaje, que, por muy apresurado que fuera, se notaba que no era Lancôme. Le veía los
stilettos y eran Louboutin, de esos Louboutin que eran omitidos por la mayoría de mujeres por ser
demasiado llamativos, juguetones, de “mírenme, aquí estoy”, pero que, de algún modo, ella lograba
hacer que funcionaran a pesar de que las piernas del jeans le quedaban ínfimamente largas y se
acumulaban escasamente sobre sus empeines y cubrían una tímida porción de la aguja. Quizás el jeans
le quedaba flojo en general, como si hubiera rebajado mucho y todavía no había tenido tiempo para
comprar uno nuevo, o como si le gustara el estilo más boyfriend, pero, sin duda alguna, no era de esas
tiendas de ropas de mala calidad; nada de H&M y Zara, mucho menos Abercrombie. Su estilo no tenía
sentido, pero, de nuevo, se acordó de pensar en que se había vestido en la oscuridad. Y la cachemira
negra tenía una ligereza demasiado perfecta, tan perfecta que odiaba el hecho de que estuviera en el
torso de la rubia y no en el suyo.
Pero, entre todo y todo, ella parecía ser una mujer a la que un hombre mantenía a su lado por ser
planamente “bonita”; él pagaba su mantenimiento, él pagaba todo para que permaneciera así.

«Yup, she definitely fucked her way to the top».

Como ya me cansé de tanto odio, voy a dejar que Parsons siga odiando sola y no me voy a
interesar en meterme en su cabeza. No por el momento.

Sophia, como no tenía ganas de lidiar con ese tipo de actitudes y tenía que corregir las
imperfecciones del rendering, algo que era más difícil que empezarlo desde cero, decidió darle la
primera probada de trabajo realmente estresante y que no tenía que ver tanto con el diseño sino con
el innato buen gusto dentro del presupuesto. Le dio las listas de todas las opciones de componentes
que podía tener cada uno de los siete tipos de habitaciones disponibles para la clientela; marcas,
composiciones, colores, precios, tamaños, etc.

Esa lista, a pesar de ya haber sido reducida en un setenta y nueve por ciento, todavía debía ser filtrada
hasta lo específico, y, aunque ya Sophia sabía lo que propondría dependiendo del veredicto de la
paleta de colores recién entregada, quería saber cuáles eran las inclinaciones de una mente tan
agrandada y arrogante como la suya. De alguna forma disfrutaba ver cómo la cabeza de Parsons se
posaba sobre la guillotina y sólo estaba a la espera de que Emma girara su pulgar hacia abajo para que
sufriera del “reality check”.

En su defensa, porque cualquiera podía creer que por repulsión era que le asignaba esas tareas, dejó
muy claro que habría hecho lo mismo con Lucas.

Cuando Sophia todavía estaba en la universidad, que había optado por la opción de estudiar
y hacer sus prácticas al mismo tiempo, había tenido a quien ella consideraba la mejor mentora que un
estudiante sin experiencia podía pedir.

Sherlyn McDonald había sido su profesora de “Design I: Elements and Organization” el primer
semestre de Diseño de Interiores en SCAD. Era una sureña de cabello esponjado y tan rubio que
parecía blanco, de cejas rubias, ojos verdes y lápiz labial rojo. Era tan prominente, eminente e
inminente, que se daba el lujo de no trabajar los días domingo, y de recibir clientes, los días lunes y
martes, solamente por cita previamente acordada. Los tres días hábiles restantes trabajaba de diez de
la mañana a cinco de la tarde, y el sábado del puntual mediodía hasta las puntuales cinco de la tarde.
Por eso era que Sophia podía cubrir cuatro materias sin mayores problemas.

Ella se encargaba, más que todo, de precisamente “Organization”. Organización de armarios y


cocheras, del hogar en general. También se encargaba de hacer una que otra instalación de
iluminación, y, por supuesto, de diseño de interiores para residencias y oficinas.
Sophia había trabajado un poco más de un año con ella a pesar de que la universidad sólo le exigiera
seis meses de prácticas, tanto era lo que había aprendido y tanto era lo que podía aprender con toda
la clientela que tenía el estado de Georgia para ofrecer. Así de solicitada era.

Y ahora, estando ella en una posición similar a la de Sherlyn «nunca “Mrs. McDonald” porque eso
sonaba a que era la esposa de “Old McDonald” y eso no le gustaba», sólo pretendía descubrir potencial
de la misma manera en la que ella le había descubierto el suyo. Con asignaciones que a veces parecían
ser ridículas, con tareas que parecían no tener sentido, con peticiones que parecían no tener nada que
ver con el diseño en general. Pero, gracias a ella, Sophia sabía cómo se podía abordar la elección de
un textil sin necesariamente saber qué era lo que se buscaba, sabía cuál era la composición de una
sábana con tan solo tocarla, sabía la diferencia entre un par de sábanas de conteos de hilos distintos,
y había aprendido a desmitificar el conteo de hilos como tal: “mayor conteo de hilos no es sinónimo
de buena calidad”, «porque una sábana italiana de doscientos es de mejor calidad de una paquistaní
de mil». Había aprendido a que las sábanas de seda no eran para todos los climas, y a que el precio,
en el caso de las sábanas, sí era un reflejo de la calidad.

Todas esas cosas básicas que no abordaban en la universidad, quizás porque les daba pereza o porque
no se les ocurría que estaban formando a seres ignorantes, lo había aprendido de ella con esos viajes
a Bed Bath & Beyond y a Number Four Eleven, con esos viajes a acostarse en todas y en cada una de
las camas y en todos y en cada uno de los colchones para entender que no toda cama era para
cualquier colchón. Sí, con ella había aprendido que todo giraba alrededor de la cama perfecta.

Por ser eso lo que conocía, y por ser el cómo lo conocía, fue que decidió que así era como ella se
encargaría de enseñarles lo que sabía a cualquiera de los dos, y no le importaba si les gustaba o no,
pues a ella no siempre le había gustado, no hasta que entendió el porqué.

— Son casi las cinco —dijo Emma—. Creo que es todo por hoy —sonrió para ambos discípulos—. Sí,
es todo por hoy —se corrigió, porque la indecisión de terminar el día laboral no era lo suyo, además,
la hora se prestaba para eso.

Lucas simplemente presionó la combinación de dos teclas para guardar el progreso del día, pues él no
tenía ningún problema con terminar cuando todavía había sol o cuando ya estaba por salir el sol.
Además, agradecía la atención personalizada y el tiempo que se había tomado Emma en señalarle sus
errores, en ayudarle a corregir las imperfecciones, y en introducirlo a ciertas decisiones prácticas que
sólo con la experiencia se iban a concretar.

Parsons, aliviada por terminar un día de absoluto sometimiento bajo la estúpida rubia, no se
tardó ni un segundo en ponerse de pie con bolso al hombro y con una hoja en la mano para
simplemente salir corriendo de ahí. Estaba enojada, más que enojada, indignada: ella no había
aceptado la pasantía para ser la víctima de la rubia, eso no lo compraban ni tres mil dólares al mes, y
estaba enojada por todo lo que Lucas sí había podido aprender y conocer de quien sí estaba dispuesta
a ser víctima aun sin recibir un centavo. Qué envidia.
Emma pensó en detener a Lucas, en pedirle un momento de su tiempo para poder hablar
sobre lo que estaba segura que había conocido en Burger Heaven además de una hamburguesa de
calificación B+. Pero decidió no hacerlo por no estar cien por ciento segura, y, al no estarlo, tampoco
tenía ganas de meter su vida privada y personal en el trabajo. Prefirió esperar a ver cómo evolucionaba
el saber o el no saber, que, en el caso de que lo supiera, prefería ver cómo lo utilizaría o si no lo
utilizaría en lo absoluto.

Lucas salió con la espalda recta y el mentón en lo alto como si alardeara de un día productivo
y provechoso, dos adjetivos que sabía que utilizaría hasta en esos días en los que quizás no había
mucho o nada que hacer.

Ya con el nudo de la corbata un tanto flojo y torcido, le alardeaba al mundo que tenía un trabajo
que, aunque usted no lo crea, era mental, inspiradora, y visualmente agotador.

Y desapareció al final del pasillo, cruzando hacia la derecha, para simplemente preguntarse qué hacer
por el resto de la tarde. ¿Debía regresar a su apartamento de seiscientos ochenta y siete dólares al
mes en Brooklyn? ¿Debía quedarse unos minutos más por ahí para beber un café y comprar su cena?
Tomó en cuenta de que el M pasaba cada diez minutos, y que el viaje hasta aquel diminuto
apartamento se tardaba un poco menos de una hora. Probablemente era una buena idea regresar a
casa para poder trabajar en su esténcil. Sí, eso haría. Y, de paso, compraría su cena: cinco piezas de
pollo frito, coleslaw y papas fritas, dos litros de Pepsi, y una porción de pie de manzana. Todo por
catorce dólares con cuatro centavos en el Crown Fried Chicken.

— ¿Estás lista? —le preguntó Emma, y ella, con un asentimiento, arrojó su cubo al interior de su bolso
y se puso de pie—. Vamos —dijo suavemente, casi con un susurro, y le alcanzó la mano para que le
importara muy poco lo demás. Y suspiró.

— ¿Cansada? —le alcanzó su mano izquierda, y ella disintió—. ¿Por qué ese suspiro tan…?

— Es como… —ladeó su cabeza y sonrió con la amplitud justa que estaba al borde de mostrar
dientes.

— ¿Es como…? —susurró, acercándose a ella con la tentación de besarla, porque esa sonrisa le
parecía que era demasiado“cute”.

— Como Eucerin para mi eczema —sonrió.

— Qué romántica —rio, soltándole la mano únicamente para abrazarla eufóricamente por el
cuello.

El abrazo tomó a Emma por sorpresa, por lo que no la apretujó de ipso facto. Se tardó un segundo en
reaccionar, y, en lugar de apretujarla hasta sacarle el almuerzo, simplemente la envolvió entre sus
brazos y buscó inhalar el L’Air del cuello de la rubia que, si quería, podía prácticamente colgarse de su
cuello.

— Sophie… —suspiró a ras de su cuello.

— Lo sé, lo sé —rio—. No me he bañado tan bien.

Emma quiso decirle eso que tanto le costaba decirle a pesar de ser algo tan sencillo, quiso decirle que
la necesitaba de ese modo en el que un abrazo no era suficiente, que con tocarla no era suficiente. Y
quiso decírselo, en verdad quiso, pero sus cuerdas vocales no comunicaron su urgente necesidad
porque no supo decirle cómo la necesitaba; no era en un sentido sexual, aunque, bueno, sí, sí era en
un sentido sexual, muy sexual, pero no era sólo eso. No supo decírselo en ningún idioma ni de ninguna
manera. Eso frustraba.

Resolvió reírse de la prisa que había reinado a la rubia por la mañana, esa prisa con la que cualquiera
se habría tropezado más de una vez, y, en lugar de intentar explicarle que no era su olor, porque no
olía a una ducha de escasos minutos, le tomó la mano de nuevo y la haló para salir de la oficina. Quizás,
estando en casa, podía enseñarle lo que quería sin necesidad de decírselo. Eso sólo si lograba saberlo
con exactitud.

Se metieron en uno de aquellos Crown Victoria amarillos, y, en veintitrés minutos de un poco


de congestionamiento vehicular y de cómodo silencio, llegaron a la puerta del 680.

Sí, aparentemente ya habían empezado con lo que Emma ya sabía que sería una molestia peatonal.
Habían empezado a transformar los primeros dos pisos en retail space, un proyecto que a nadie le
estorbaba porque no se podía pedir mucho: Barneys, Brunello Cucinelli, y Hermès al cruce de una
insignificante porción de pavimento. Ella sólo pedía que no pusieran ni Dolce, ni Louboutin, ni
Burberry. Eso sería pedirle demasiado.

Caos en las aceras, porciones de acera sin acceso porque estaban por cambiar el pavimento, y la
entrada trasera inaccesible por haber un hacinamiento de baños portátiles. «Oh, crap… pun
intended».

— ¿Algo de beber? —le ofreció Emma con un susurro mientras viajaban en el ascensor.

— No, mi amor, gracias —sacudió su cabeza, y, por los tres pisos restantes, recostó su sien sobre
su hombro.

— ¿Estás cansada? —la miró desde arriba—. Podemos cancelar la cena si quieres, si estás muy
cansada.

— No —murmuró, restregándose suavemente contra la seda de su patrón de leopardo.


— Quizás no “cancelar”, pero sí podemos posponerlo para mañana —sonrió con ligereza.

— ¿Tú no quieres ir?

— When will you understand… —susurró—. When will you understand that I’ll do whatever you
want me to do, that I’ll go wherever you want me to go?

— When you tell me what you wanna do —sonrió, y, ante el timbre del ascensor, la haló para ir en
busca de la puerta blanca.

— I’d like to do whatever you want to do —frunció su ceño mientras pescaba las llaves en el interior
de su bolso—. But I don’t want to force you into dating me tonight.

— Mmm… —se detuvo de golpe y se volvió hacia ella para encararla—. I thought you were dating
me —sonrió.

Emma sonrió, soltando una risa callada y nasal que sólo terminó en una sonrisa de dientes y no sólo
de labios, una sonrisa que terminó con la rubia sonrisa encima.

Quiso que evolucionar el “encima” a un “entre”, quiso quizás tomarla por la cintura o por la cadera, o
por una mejilla, o tomarle la mano para pasarla por su nuca, quiso apoyarse de la pared que estaba a
su lado, o quizás contra la puerta, o quizás quiso apoyar a Sophia para dejarle saber que no sabía qué
era lo que quería. Pero, ante tanta incertidumbre, ante la caída en picada de todo lo que sabía que
sabía y de todo lo que sabía que no sabía, supo interrumpir el beso para dejar que Sophia decidiera
absolutamente todo; su posición de poder y control, la posición física en el espacio, y la acción a seguir.
Parte de ella esperaba que el beso continuara, pero la otra parte esperaba que no lo continuara, que
sólo cruzaran la puerta y cada quien continuara su vida sin acelerado ritmo cardíaco. Era
decepcionantemente frustrante no saber ni decir ni pedir algo con exactitud por tener intereses en la
otra alternativa, en especial cuando no sabía si realmente tenía intereses en ambos lados de la
moneda. Nada era blanco, nada era negro.

Sophia encontró una tercera alternativa a pesar de no saber que se trataba de alternativas
en realidad, pues desconocía la absurda indecisión de la mujer que parecía querer olvidarse del freno
por completo pero que tampoco aceleraba temerariamente. Le dio un corto beso, y otro, y otro, y
otro, cada uno con esa risita nasal y con una sonrisa que apenas lograba cerrarse, por protección, para
presionarse contra los labios de Emma. Terminó con su labio entre sus dientes, como si eso contuviera
las ganas de darle otro beso.

Logró contenerse las ganas, porque, de darle otro, le daría otro, y le daría muchos más que
eventualmente se resumirían en uno más profundo, más duradero, menos juguetón, menos
sonriente, más jadeante, con más manos, con menos ropa, y definitivamente sin cena. ¿Pesaba más
la cena o las ganas que le estaban dando en ese momento?
Las ganas podían esperar hasta después de la cena, y la cena podía ser pospuesta por un día, o dos, o
tres, o indefinidamente. Lo que era inconcebible era cortar las ganas por la mitad, o sea interrumpirlas
para ir a cenar con la esperanza de, al regresar, seguir teniendo ganas, y también era inconcebible no
ir a cenar precisamente porque las ganas podían posponerse con el subliminal motivo de meterlas en
una olla de presión para que el resultado fuera explosivamente rico. Vaya dilema.

Pero no había necesidad de entrar en una crisis existencial, no en esta ocasión, tampoco había
necesidad de enfrentarse al dilema Shakespeariano: se podían hacer las dos cosas. Preferiblemente
no al mismo tiempo, pero se podían hacer.

— Ti amo —susurró, pasando sus manos por su nuca para abrazarla.

— Ti amo di più, Sophie —sonrió, reciprocándole el abrazo con menor minusvalía que hacía rato,
y le dio un beso en su frente para luego apoyar su mejilla contra ella mientras deslizaba sus manos
por su espalda para envolverla por la cintura y para sostenerla por la nuca.

— No quiero arruinar el romanticismo del momento —resopló ante la tercera alternativa—, pero
necesito ir al baño.

Emma rio calladamente, porque a ella todavía no le pasaba que la vejiga se le debilitaba aún más
cuando estaba tan cerca de la porcelana en la que más cómoda se sentía. Le dio un beso en su frente,
y, rápidamente, abrió la puerta para que Sophia lograra llegar a su destino sin sufrir de uno de aquellos
accidentes que tenía veinticuatro o veinticinco años de no sufrir. Eso se le preguntaba a Camilla.

Puso su bolso en el asiento del sillón que le daba la espalda a la puerta principal, como
siempre, y, teniendo el coraje más grande de toda su vida, retomó la costumbre de quitarse los
stilettos para colocarlos junto a la pata izquierda frontal del mismo sillón. Esperaba que el Carajito no
hiciera más que olfatearlos. De preferencia ni eso.

Lo vio acercarse con el tiki chillón entre los dientes, el tiki anaranjado de boca azul que era
quizás más grande que su cabeza, y venía haciendo esos sonidos que pasaban por ronquidos robustos
pero agudos. Mientras sacaba su blusa de su jeans, y la desabotonaba, lo observó olfatearle sus
enrojecidos pies. Le dio cosquillas sentir la fría humedad de su nariz cuando le rozaba el empeine y
cuando se presionaba contra su tobillo o su talón.

No supo exactamente por qué, pero se tiró al suelo para jugar con su miniatura mascota.

Le ofrecía el tiki hasta que lo mordía para ella tirar suavemente de él como si quisiera arrancárselo, y
él gruñía agudamente entre los graciosos ronquidos que tanta risa le daban.

Sophia salió del baño con una sonrisa que era de alivio y de satisfacción por igual, pues, el
abrir la puerta, vio cómo Emma atacaba a cosquillas al diminuto Can que, por estar sobre su dorso,
intentaba darse la vuelta para huir de lo que intuía ella que le daba risa, pues sus cortas y pequeñas
patas temblaban rápidamente. Y, de paso, su satisfacción nacía en eso tan mudo y tan mental que
Emma llamaba “hablarle como idiota”.

— ¿Estás cómoda? —le preguntó desde el marco de la puerta del que se apoyaba.

— Lo suficiente —asintió Emma con una risa—. Would you like to join me?

— Creo que no hay tiempo —se irguió—. Tenemos que sacarlo, y quisiera ducharme bien antes de
irnos —sonrió.

— Phillip lo trajo hace como veinte minutos —le dijo, dejando de hacerle cosquillas a su canina
víctima para que pudiera ir en búsqueda de refugio entre las manos que la rubia le ofrecía a pocos
centímetros del piso.

— Well then, wanna join me in the shower? —preguntó sin verla a los ojos mientras recogía al
pelaje negro para rascarle detrás de las orejas.

— If I do… —suspiró, volcándose sobre su espalda para ver, al revés y desde abajo, cómo Sophia
acariciaba cariñosamente al Carajito.

— Dejaré la puerta y la invitación abierta —guiñó su ojo, y, bajó al Carajito para que regresara con
Emma.

— Grazie mile —reciprocó el guiño de ojo, y la vio retirarse por el pasillo que en algún momento
dejó de acosar porque ya conocía las intenciones del Carajito.

Nunca le había gustado que un perro le lamiera la cara, mucho menos el área de la nariz y la boca,
pues ella sabía exactamente en dónde había estado esa lengua y lo que podía llegar a comerse.

Tomó al Carajito entre ambas manos para colocarlo en su abdomen sobre su dorso, y, con un
vuelco canino, dejó que le caminara encima. Definitivamente un French Bulldog no era lo mismo que
un Gran Danés, o que un Dálmata, o que un Weimaraner. Y dejó que le caminara encima, directamente
sobre la piel, porque, de igual modo, pretendía ducharse para su cita tras las especificaciones del
“Cómo saber si se está en una cita” «by Sophia Rialto Stroppiana». Además, tenía que quitarse esa
mezcla de olores: de hamburguesa, de perfume, de estudio, y ahora de perro.

Dejó que olfateara por aquí y por acá, que le causara un incómodo escalofrío por un repentino
lengüetazo relativamente carrasposo, que hundiera sus pequeñas cebolletas en aquellos lugares que
le sacaban el aire, o que le daban medias cosquillas, o que simplemente le dolían, y lo dejó enrollarse
a su lado, contra su costado, para seguir mordiendo aquel tiki que en algún momento desesperaría a
Emma.
Su bolsillo derecho vibró junto a aquel llamado de cortos, rápidos, y estrepitosos timbres que
sólo le avisaban que alguien quería hablar por FaceTime.

Se decepcionó un poco al ver que no era Natasha, o Phillip, o Sophia. ¿Por qué Sophia la llamaría si
estaba a pocos metros de donde ella estaba? Sencillo: porque para que sí.

— Ciao! —intentó poner su mejor sonrisa y su mejor cara.

— Ciao, sorellina! —la saludó una sonrisa más genuina que la suya.

«I’m taller, and older… whatever happened to my name or to a simple “sorella”».

— Ciao, Laura. Come stai?

— Non c’è male, non c’è male, e tu?

— Bene, bene… —sonrió, temiéndole a ese silencio incómodo al siempre entraba con ella—.
¿Cómo está Stavros? —logró preguntar sin llamarle “Aristóteles”.

— Bien… y dormido —rio, desviando su mirada hacia la izquierda, como si en esa dirección se
encontrara el cadáver de cabello marrón con desteñidos destellos por el amor por el sol y lo bohemio,
ese cadáver de barba corta y de pecho frondoso pero de abdomen calvo, y que, aun estando dormido,
parecía estar pensando en los misterios más intricados del significado de la vida—. ¿Y Sophia?

— Bien, también —sonrió por reflejo de su hermana, que todavía veía aquel cadáver con la
enamorada sonrisa que había terminado por instalársele cuando había cruzado el Mediterráneo con
él en aquel crucero vacacional de víspera de fin de año—. Me dijo mamá que están buscando en dónde
vivir…

— Sí, no era como que nos íbamos a quedar aquí toda la vida… pero creo que ya no le parece
gracioso que estemos aquí —rio calladamente, haciendo que Emma riera del mismo modo, pues «of
course it isn’t funny anymore»—. Hemos visto como treinta lugares.

— ¿Apartamentos?

— Apartamentos y villas —asintió.

— ¿Hay algo bueno?

— Habitable, sí —asintió de nuevo—. Tenemos cinco que sí nos han gustado… pero está todo un
poco caro.
— ¿Piensas comprar o rentar? —frunció su ceño, omitiendo el pensamiento de si le llamaba para
pedirle dinero, que, si ése era el caso, ¿por qué no sólo se lo decía? No podía ponerle precio a evitarse
una conversación tan «awkward».

— El contrato de Stavros es por dos años prorrogables, así que estábamos viendo de rentar porque
comprar es demasiado caro.

— ¿“Caro” como cuánto? —preguntó su curiosidad.

— Hemos visto una villa cerca del Parco della Caffarella, que queda cerca de la Tor Vergata, por
dos punto siete.

A Emma eso no le pareció tan caro porque consideró que se trataba de una villa en la ciudad, porque
el Parco della Caffarellatodavía quedaba en el Municipio VIII y no lo consideraba caro porque lo había
comparado con el apartamento en el que estaba tirada en ese momento, el cual, a pesar de haber
sido víctima de la crisis y de la caída del mercado inmobiliario, lo había logrado comprar por seis punto
nueve cuando antes había costado el doble. «God bless America!».

— ¿Cuántas habitaciones tiene? —le preguntó su curiosidad de nuevo.

— Son dos pisos, con cocina, tres dormitorios, tres habitaciones extra, y tres baños… con balcón,
terraza, jardín como en la villa de la Nonna, aire acondicionado.

— Suena grande —elevó ambas cejas.

— Y hay otra cerca de la Basilica di Santa Maria in Trastevere con las mismas cosas pero con menos
jardín por dos punto dos, otra en la Piazza Venezia con mucho menos jardín por uno punto nueve.

— Suena a que te estás inclinando más por una villa que por un apartamento —sonrió sin juicios
ni prejuicios.

— Los apartamentos que hemos visto no están en tan buen estado como las villas, y, si están en
buen estado, es el edificio el que está en mal estado. Pero hemos visto uno, para rentar, cerca
del Palazzo dei Congresi.

— ¿Y ese qué tal está?

— No está caro, son mil novecientos al mes o uno punto uno por compra —le dijo, y calló para
hacer esa graciosa pero dolorosa mueca de haberse aguantado un estornudo de aquellos que, tal y
como sucedía en toda persona con sangre Pavlovic, era sonoramente placentero «porque un Pavlovic
nunca estornuda dos veces consecutivas porque estornuda bien; como se debe»—. ‘Ffanculo… —
musitó con los ojos rojos y con la congestión nasal de la compresión, y paseó su mano izquierda por
sus ojos para apaciguar el entumecimiento temporal de toda su cara, que fue entonces cuando Emma
se detuvo a ver su dedo anular con aquellos dos sencillos anillos que llevaba siempre consigo.

Eran dos bandas finas doradas y brillantes, una sencillamente lisa, y la otra con un único diamante
blanco que no era ni medianamente grande. Pensó en la simpleza y la sencillez del dedo de su hermana
en comparación al dedo de Sophia, y sintió una pizca de vergüenza a pesar de no saber por qué.
Quizás, por primera vez, se avergonzó del carácter ostentoso que a veces la poseía. Definitivamente
no necesitaba gastar seis cifras en un anillo con un diamante amarillo de ya-ni-se-acordaba-cuántos-
quilates, porque eso no significaba que su amor era más grande que el que Aristóteles le tenía a su
hermana; quizás sólo significaba una cuenta bancaria con más ceros, o un gusto distinto, o una oferta
comercial distinta.

En realidad le gustaba el hecho de saber que pocas mujeres tenían ese anillo, que eran tan pocas que
quizás nunca se encontraría con otra que lo tuviera, le gustaba que era prácticamente único, y eso se
lo daba el precio por no ser precisamente accesible. Y, aunque ése no era el punto del compromiso,
lograba verle lo suyo y lo de la rubia en ese diamante amarillo que no era grande pero que era perfecto
para el grosor y la longitud de su dedo.

También evalúo el hecho de que el anillo que llevaría en su dedo anular izquierdo, a partir de la noche
del treinta de mayo, no era liso, ni simple, ni precisamente barato, pero era el que a ambas les había
gustado sin ningún “pero”.

Nada de lo que pensaba, de lo que veía, tenía comparación, pues no eran situaciones
comparables en el sentido de encontrar similitudes y diferencias, o la una o la otra, solamente eran
situaciones separadas y aisladas porque nacían de personalidades distintas, de gustos distintos, de
circunstancias distintas, de situaciones distintas, de paciencias distintas, de prácticas distintas.

Ella no se estaba casando en un desenfrenado arranque de una visita al equivalente de Las Vegas, y
tampoco lo estaba haciendo de esa forma de “ah, por cierto, me casé el fin de semana pasado”.

— Salute —murmuró Emma ante el fallido estornudo que hasta a ella le dolía.

— Che se ne va —resopló—. ¿En dónde estaba?

— En el apartamento.

— Ah, sí. Son dos dormitorios, una habitación extra, con cocina, aire acondicionado, y un balcón.

— No suena mal. ¿En dónde queda?

— Cerca del Giovanni Palatucci.


— ¿Eso no queda demasiado cerca de la Tor Vergata? —elevó su ceja derecha.

— Sí, como a quince minutos en auto, o media hora en tram o en bus —asintió.

— No es lejos —sonrió—. Pero, ¿por qué no se quedan en el apartamento de papá? —«así me lo


quitas de las manos y todos estamos felices, alegres, y contentos».

— ¿Mamá habló contigo sobre eso? —frunció su ceño.

— No, ¿por qué? —frunció ella su ceño también, que, por la forma en cómo lo ceñían, era
indiscutible que eran hermanas e hijas de Sara.

— Porque me preguntó si quería que hablara contigo para eso, pero le dije que no.

— Entonces… ¿no lo quieres? —«please say you do want it».

— ¿Sinceramente? —se encogió entre hombros y no en un “no sé” sino como si se escondiera—.
No.

— ¿Por qué no? —ensanchó la mirada.

— Creo que es demasiado caro para rentar y para comprar —resopló como si fuera gracioso.

— Ese apartamento es mío, y lo puedo vender por un euro si así se me da la gana —repusieron sus
ganas de persuadirla.

— Sabes que ese apartamento no me gusta —se sonrojó, y Emma suspiró un «no, ni a mí
tampoco»—. Ese apartamento es tuyo, y no planeo aceptarlo por un euro.

— Por dos, entonces —sonrió.

— No, Etta, ni por dos, ni por tres, ni por cien, ni por mil —rio—. Ese apartamento es tuyo… para
cuando decidas regresarte —sonrió.

Emma se asustó, porque, en otra vida, hacía muchos años, Laura no habría titubeado ni un
milisegundo en aceptar tal oferta, mucho menos le habría rechazado la oferta con la razón y/o excusa
de que esas más-de-cuatro-paredes le pertenecían a ella porque Franco así lo había dejado legalmente
escrito. Además, nunca se imaginó el momento en el que, detrás de la segunda parte de la razón y/o
excusa, existiera la remota esperanza de que, en algún momento, Emma regresaría a la ciudad que la
crio, pues Laura nunca había creído en que su hermana era cien por ciento compatible con aquella isla
tan cosmopolita. Quizás la compatibilidad era temporal, quizás se había aferrado a tres importantes
pilares: a su mejor amiga, a su mejor amigo, y a Sophia. La rubia se llevaba el título de su nombre
porque era lo que mejor la describía; no era sólo amiga, no era sólo pareja, no era sólo compañera de
trabajo, no era sólo una colega, no era sólo cómplice de oportunidad. No era sólo una cosa, las era
todas.

— Si algún día regreso, no planeo vivir allí… ni sola ni acompañada —repuso Emma luego de aclararse
la garganta.

— Igual, Etta: gracias, pero no gracias.

— Si cambias de parecer, el apartamento allí estará —le dijo con una esperanzada sonrisa, y se
ahorró el «cubriéndose de polvo» por dos razones: sonaba demasiado dramático, y no era cierto.

— Gracias, pero no creo que cambie de parecer —repuso, porque prefería vivir en un apartamento
de una habitación a vivir en ese lugar que sabía que su hermana tenía ganas de destruir por no poder
destruir al hombre que lo había habitado por tantos años.

— Bueno. ¿Necesitas dinero? —tuvo que preguntar, pues nunca estaba de más preguntarlo, en
especial cuando no sabía el motivo de su llamada.

— No, no creo que necesite —sacudió su cabeza.

— Si necesitas…

— Sí, sí, iré a ti antes de ir con mamá —asintió con una sonrisa.

— ¿Está todo bien? —frunció su ceño.

— Sí, todo está perfecto —sonrió—. Sólo llamé para… —se encogió entre hombros—, para saber
cómo estabas.

— Oh —arqueó ambas cejas para relajar su ceño—, estoy bien, estamos bien —sonrió, no logrando
entrar en un poco de pánico por conocer el motivo de su llamada, pues para saber eso, ¿por qué no
sólo le escribía por Whatsapp como siempre lo hacía?—. Por cierto, necesito que me digas a qué hora
vienes el dos… para ir a traerte.

— Sí, espera… eso lo tengo por aquí —dijo, poniéndose de pie para buscar sabía sólo ella qué.

— ¿Ya hiciste las reservaciones de hotel? —le preguntó para no entrar en el silencio incómodo.

— De eso quería hablar contigo también —respondió sin ninguna risa ni sonrisa por estar sacando
su portátil negro—. Vimos el Hilton por doscientos setenta y nueve por la noche, uno que se llama
Carvi o Camri, y uno que se llama Algonquin, ambos a ciento sesenta y nueve por la noche.
— ¿Quieres saber si el precio está bien? —supuso, porque de hoteles no tenía idea, al menos no
de cuando se trataba de diez noches con presupuesto.

— Sí, y también si están cerca de donde vives… pues, para que no tengamos que caminar la ciudad
entera para encontrarnos a medio camino —sonrió.

— Te lo voy a ofrecer una última vez: ¿por qué no me dejas hacerme cargo de eso? —le dijo, y,
antes de que pudiera decirle cualquier cosa, añadió—: olvídate del precio por noche, olvídate de todo
eso… ¿quién conoce más la ciudad? —«Gaby, definitivamente Gaby».

— Está bien, pero no quiero que sea gratis —le advirtió con su ceño fruncido.

— Cerca de mí, cerca de todo, no gratis —sonrió.

— Está bien, gracias —le agradeció con dificultad absoluta—. Aquí tengo lo del vuelo. Llego el dos
de junio a las cuatro cuarenta y cinco.

— ¿Aerolínea? —preguntó, pasándose su anillo del dedo anular al dedo índice para acordarse de
que tenía que acordarse de algo, casi como la “Remembrall” de Harry Potter.

— Delta.

— Dos de junio, dieciséis cuarenta y cinco, Delta —repitió calladamente.

— Sí. ¿Algo que quieras que te lleve de aquí?

— No creo, pero pregúntame de nuevo en dos semanas —disintió con una sonrisa—. ¿Estás segura
de que todo está bien?

— Sí, sí, no podría estar mejor —sonrió ella también—. Como te dije, sólo quería saber cómo
estabas.

— Qué considerada —habló su fraternal cinismo—. Ya es un poco tarde, ¿no deberías estar
durmiendo? —dijo, siendo eso un eufemismo para “¿podríamos terminar esta llamada, por favor?”.

— Sí, es sólo que sé que no te gusta que te llame cuando estás en el trabajo, y calculé que era una
hora apropiada —se encogió entre hombros.

— Gracias —resopló—. Ve a dormir, ¿sí? —Laura sólo asintió—. Saludos a Stavros.

— Saludos a Sophia —sonrió.

— Buenas noches, Lola —murmuró.


— Buenas noches, Etta —repuso, y, antes de que pudiera decirle un “te quiero”, con o sin “mucho”,
Emma colgó para respirar con alivio.

Inmediatamente, porque si se tomaba mucho tiempo en hacerlo era más probable que no que se le
olvidara, escribió un“Reminder”: «06/02 – 16:45 Delta. Lauristóteles. Hotel reservations 06/02 –
06/11, “cheap” and nearby».

— And you? —posó su mano sobre el pequeño cráneo de orejas erguidas que se movía de acuerdo a
los mordiscos que todavía no hacían que el tiki chillara—. How was your day? —se volcó sobre su
costado, para poder verlo en su ensimismamiento al apoyar su cabeza de su mano, por obra y gracia
de su hombro—. How much have you slept, huh? What have you fucked up today? —le preguntó con
cariño, o quizás sólo con la voz de idiota sonriente—. I’m talking to you, you Little Fucker —siseó entre
una risita que podía sacar simple y sencillamente porque Sophia no estaba cerca como para
reprenderla con un «“llámalo por su nombre”», pero, tras su aparente abuso verbal, estaba el «“I like
you” in an “I love you”-kind-of-way-but-I’m-too-proud-to-say-it-out-loud» con el que le rascaba
suavemente detrás de las orejas—. Stamáta, Vader! —siseó, y el Carajito, siendo llamado por su
verdadero nombre, algo que probablemente le asustaba tanto como cuando Sara llamaba a Emma
por sus dos nombres y su apellido, peor cuando usaba sus dos apellidos, soltó el tiki para verla—
. Dobrý —sonrió—. Sí, sí… vamos —suspiró.

Se puso de pie con cuidado, pues, al Carajito estar echado sobre parte de su camisa, no quería
maltratarlo con un bruto revuelco accidental.

— ´Ela! —siseó, chasqueando sus dedos para que la siguiera—. Dobrý —sonrió doblemente orgullosa,
y, de reojo, se aseguró constantemente de que el diminuto can estuviera caminando relativamente a
su lado—. Como algún día vas a matar al pato que arruinó mi jeans… te voy a dar uno de pato a la
parrilla —le dijo como si al can le importara o como si tuviera otra elección, aunque, lejos de incitar la
violencia entre animales, sólo quería saber si el sabor le iba a gustar—. Kátse —le señaló el piso con
su dedo, pero quizás ese comando todavía no le había penetrado su canino cerebro—. Kátse —repitió,
y el Carajito sólo la miró con confusión, como si no entendiera qué demonios le quería decir con eso—
. Está bien —suspiró, y se agachó—. Kátse —dijo de nuevo, suavemente empujando su grupa hacia
abajo para que se sentara—. Kátse —repitió con su mirada muy fija en la suya, como si el contacto
visual ayudaba en la comunicación entre ambos seres vivos, pues, al menos eso creía Emma porque
siempre le habían dicho que eso era lo que establecía una relación que no carecía de respeto o de
reconocimiento de dignidad—. ´Oxi —siseó en tono severo en cuanto el Carajito se colocó en cuatro
patas de nuevo—. Kátse —le dijo de nuevo, empujando su grupa hacia abajo hasta que se sentara—
. Kátse —repitió con una sonrisa, y su sonrisa se mantuvo, pues el Carajito pareció entenderle, o quizás
simplemente se quedó sentado porque sí—. Dobrý —susurró, y le colocó su recompensa en el suelo.

El Carajito primero lo olfateó, luego lo empujó un poco con su pata porque quizás no reconocía la
irregular forma, y se lo comió entre mordiscos un tanto arrebatados.
Emma repitió el comando quizás quince veces, ese de “Kátse” que significaba “Sit” pero en
griego, pues, a pesar de que en su casa siempre se habían entrenado canes con comandos eslovacos,
no iba a obligar a Sophia a que aprendiera comandos en dicho idioma sólo porque sí. Lo único de
eslovaco que tenía era el “Dobrý”, pues no le gustaba decirle “Bravo”cuando era un «“buen chico”».
Piccolo había sido la excepción a la regla del eslovaco porque había llegado a ella con un par de meses
de vida y con un reconocido vocabulario italiano; no había habido manera de imponerle comandos en
eslovaco.

¿Por qué en otro idioma? Porque hasta en eso reconocía que era su perro. Sólo ella y sólo Sophia le
iban a decir qué hacer y cuándo hacerlo, y nadie más. Gracias a Dios el Carajito no era un perro grande,
ni perro eléctrico, ni naturalmente desobediente, «lo cual es extraño», pues entonces sería él quien
sacaría a pasear a Phillip y no al revés al no obedecer ningún comando.

Lo dejó jugando con el tiki chillón en su lugar favorito, en la puerta de la entrada. Recogió sus
stilettos con sus dedos índice y medio de la mano derecha, más bien los enganchó por el talón, y se
dirigió, con camisa todavía abierta, hacia el clóset para guardar sus intactos Louboutin en su lugar.

Se encargó de guardar los stilettos de Sophia también, algo que hacía con gusto y sin refunfuñar en lo
absoluto porque guardar zapatos era algo en lo que extrañamente encontraba cierta diversión. Dobló
nuevamente el jeans que la rubia había tomado prestado para guardarlo en donde pertenecía por
tono de azul. Arrojó el cárdigan de cachemira negra a la cesta de la tintorería, así como el sostén que
había acogido el pecho de Sophia por pocas horas, y se perdió un par de segundos entre sus acciones
al no encontrar una tanga, o un hilo, o un culotte por arrojar a otra de las cestas.

Rio nasalmente en cuanto se acordó. Sacó aquel cuadrilátero azul de su bolsillo trasero, sonrió, y lo
arrojó a la cesta a la que pertenecía. Aunque tuvo que sacarlo de nuevo al acordarse de que era un
simple retazo de tela mutilada.

Se quitó su aburrido reloj y su brazalete para colocarlos en aquella superficie seccionada en


distintos tamaños, y se quitó la ropa hasta deshacerse del precario retazo de tela que cubría su
entrepierna y que abrazaba su trasero y la parte baja de su cadera por igual. Rápidamente, antes de
siquiera salir del clóset, se enrolló el cabello en un moño alto y relativamente flojo porque la liga no
parecía querer dar tres vueltas sino sólo dos.

Un giro de ciento ochenta grados, nueve pasos hacia el frente y dos hacia la derecha, se
encontró bajo el marco de la puerta del baño.

Desde donde estaba parada vio a su rubia favorita bajo una generosa regadera de agua que
probablemente era más fría que tibia por el mismo hecho de sentirse relativamente “sucia” o con
rastros de sábana y de descansadas horas de envidiable sueño. Más que limpiarse, necesitaba
refrescarse. Era una cascada floja, de finos chorros que carecían de constancia al simular algo más
parecido a la lluvia, y que salían, desde distintas direcciones, hacia un punto en específico: su cabeza.
Se abrazaba a sí misma en aquel cuadrilátero de setenta y una por treinta y dos pulgadas, y no veía
hacia arriba porque le daba la sensación de que no podía respirar entre la lluvia que venía desde cuatro
puntos distintos; veía hacia el frente, o al menos su rostro apuntaba hacia el frente, un poco más
arriba de donde estaba la válvula cromada, justo en donde estaba la repisa de vidrio en la que se
encontraban las botellas de shampoo, de jabón, de acondicionador, de los tarros de exfoliantes, y de
los cromados ganchos de los que colgaban las esponjas que consentían y los cepillos que rascaban la
espalda con orgásmico odio.

La cascada le removía unos cuantos lánguidos cabellos de su flequillo y los hacía transitar hacia su
frente hasta cubrirle los ojos, algo que Emma no entendía cómo podía soportar, pues a ella eso
simplemente la mataba; no podía tener cabello en la cara, no así.

Caminó hacia ella en silencio, haló la puerta, y entró a aquel minúsculo charco de agua que
relajaría instantáneamente sus pies.

— It pains me to see you hugging yourself —susurró a su espalda y muy cerca de su oído mientras
deslizaba sus manos por su cintura para abrazarla, y la haló un paso hacia atrás para sacarla de la
cascada, pues ella no tenía intenciones de mojarse el cabello.

— I was wondering when you’d change your mind —repuso con casi el mismo susurro mientras
apartaba aquellos cabellos de su frente, y aflojó sus brazos para dejarse abrazar por alguien que no
fuera ella misma.

— Eczema —rio nasalmente contra su empapado cabello—. I needed to touch you —añadió, que,
cuando lo hizo, ensanchó la mirada por sorpresa propia, pues no supo en qué momento le había
confesado su necesidad a medias, porque no se trataba sólo de tocarla sino de ella en general y no
porque estuviera distante sino porque simplemente la necesitaba quizás cada día más y quizás hasta
para respirar.

— Ri-ight —canturreó con una risa aireada de por medio—, soy tu Eucerin.

— Mjm —asintió contra su hombro, porque no había mejor lugar del cual apoyarse cuando la
abrazaba desde la espalda y por la cintura.

— ¿De qué te tienes que acordar? —le preguntó, acariciando su dedo índice derecho con las yemas
de sus dedos.

— Ya de nada —se acordó de regresar su anillo a su dedo anular—. Puedes cambiarlo si quieres.

Sophia sonrió al sentir cómo Emma erguía su mirada por encima de su hombro para ver cómo tomaba
aquella infinita circunferencia entre su índice y su pulgar para luego tirar lentamente de él y buscar el
dedo en el que pertenecería hasta el treinta de mayo por la mañana.
— Do you…? —sonrió Sophia, intentando verla por la esquina de su ojo mientras mantenía el anillo
justo a la entrada de su dedo.

— Of course I do —resopló, apretujándola un poco con su brazo izquierdo para luego plantarle un
fugaz beso en la imaginaria frontera de su hombro con su cuello.

— Qué rico —se encogió entre hombros por el escalofrío que la exhalada risa de Emma le había
provocado.

— Pienso lo mismo —sonrió, reclamando su mano de sus dedos para abrazarla como se debía.

— I can feel your nipples —susurró burlonamente, sacudiéndose entre otro ligero escalofrío.

— Sorry —se sonrojó y sin saber por qué—. Debe ser porque estás un poco fría.

— Me gusta —murmuró, reacomodándose un poco más entre su pecho y sus brazos para sentirlos
todavía más—. Los míos también están así —le dijo, tomando sus manos de su abdomen para
deslizarlas a su pecho.

— Si no quieres ir a cenar sólo tienes que decirlo —susurró con tono severo que debía advertirle
que debía dejar de provocarla si no quería perderse la cena.

— Está bien —resopló, y entrelazó sus dedos con los de la mano que había pretendido posar en su
seno izquierdo—. ¿Quieres que le suba a la temperatura?

— Sólo si tú quieres, a mí no me molesta —sonrió, llevando su mano y la de Sophia a sus labios


para darle un beso—. ¿En qué piensas? —le preguntó luego de unos segundos de silencio y de
inactividad física, de que la cabeza de Sophia se había dejado recostar parcialmente contra su mejilla.

— Repaso mi ropa —le dijo, abriendo sus ojos y suspirando como si despertara de una fugaz siesta.

— ¿Y te gusta lo que ves o necesitamos invertir el fin de semana en una nueva colección?

— Sólo pienso en qué me voy a poner más tarde —disintió ligeramente.

— Eso no responde a mi pregunta.

— Sí me gusta lo que veo, y no creo que necesite ropa nueva… pero tampoco me opongo a la idea
—se despegó de su pecho para volverse hacia ella sin interrumpir nada más que los dedos
entrelazados—. ¿Quieres hacer planes para el fin de semana? —sonrió al encararla, y pasó sus manos
a su nuca para reciprocarle el abrazo.

— Tú sabes que un fin de semana sólo se puede planear a partir del viernes —rio nasalmente.
— ¿Y cómo pensabas invertir el fin de semana en una nueva colección? —se acercó con su nariz a
la suya hasta que ambas puntas se presionaron contra sí.

— Si algo he aprendido contigo —dijo, cerrando sus ojos para ayudarse a sí misma, pues, cuando
estaba en esa posición y que Sophia hacía eso (lo que fuera que estuviera haciendo sin realmente
hacerlo), sólo podía ver hacia abajo para guiar sus labios hasta los suyos—, es que no puedo planear
nada y que no puedo controlarlo todo… que no quiero controlarlo todo —confesó con un susurro.

— I like my control freak Emma —sonrió, jugando con la punta de su nariz de lado a lado—. I find
her very amusing.

— You must be the only one —exhaló suavemente a ras de sus labios.

— That’s the whole point of it —le dijo, lentamente girándola y empujándola contra la pared que
tenía a su izquierda, esa de la que no tenía miedo de apoyarla por no ser de vidrio—. Only I can find
amusement in what’s mine.

Emma no supo exactamente qué sintió, ni dónde, pero su irracionalidad la poseyó para, en menos de
un efímero instante, ladear su rostro para arrancarle un beso de esos que las descontrolaban a ambas.

Un “mh” salió a través de la exhalación nasal de la rubia, ese gemido ahogado de cuando Emma
atrapaba su labio inferior entre sus dientes y lo tiraba hacia ella con delicadeza, y fue lo que bastó
para que el brazo de Emma se convirtiera en un agente constrictor alrededor de la cintura de Sophia
y para que Sophia terminara por apoyarla contra la pared con algo que había parecido más brusco de
lo que en realidad había sido.

Las manos de Sophia la acorralaban a la altura de su cabeza, con sus codos prácticamente
apoyados en la fusión de sus hombros y de la pared, y la mano libre de su presa, aquella que no tenía
complejo de Anaconda, se había instalado en la rubia mejilla hasta alcanzar su nuca para dictar la
dirección y la profundidad del beso.

Sus pechos se presionaban contra sí, pues Emma traía y Sophia empujaba, y sus caderas eran quienes
delataban quién tenía el control en esa ocasión: era la rubia quien arremetía cariñosa pero
deseosamente contra quien ella misma había dicho, hacía tan solo unos momentos, que le pertenecía.
Y Emma se dejaba. Y se dejaba porque, entre su irracionalidad, estaba el detonante: no había nada
mejor, y quizás nada más sensual, que saberse de alguien más con tanta certeza, de ese «“yup, she
has me wrapped around her finger and I love it”».

En cuanto Emma expulsó el primer equivalente al “mh”, ese que era sólo una exhalación sin
ninguna onomatopeya, Sophia se cobró su ahogado gemido con la misma acción de atrapar su labio
entre sus dientes para luego tirar de él pero ahora con mayor rudeza. La miró penetrantemente a los
ojos, no para pedirle permiso de nada sino para que supiera lo famélica que estaba, y se lanzó a su
cuello con lengüetazos, besos, y mordiscos con sabor a Chanel No. 5 mientras sus manos se deslizaban
desde sus hombros hasta sus muslos, los cuales envolvería para, al subir un poco, encontrarse con el
frío que le había contaminado la pared a su trasero.

Cuando cambió de lado, hizo una escala en sus labios y en un mordisco a su mentón, porque era
injusto que pasara por ahí y no le diera ni el más hipócrita de los saludos.

Emma sólo se echaba hacia atrás con su cabeza, hasta apoyarla contra la pared, para alargar
su cuello y para poder darle mejor acceso a los labios de la rubia que comían pecas y perfume por
igual. Ojos cerrados para sentirlo todo más placentero y por no tener la capacidad de mantenerlos
abiertos, y manos en sus antebrazos para aferrarse de algo en vista de que no tenía sábanas.

Sintió el doble apretujón en su trasero, el rápido desliz a sus huecos poplíteos, y, con un poco esfuerzo,
se dejó cargar entre las todavía ligeras embestidas cariñosas que le daba la rubia que ahora, por la
altura, podía abusar de sus clavículas y de parte de su pecho mientras que, de reojo, podía admirar
sonrientemente sus erectos pezones contra su propia piel.

— Sophie… —musitó Emma entre dientes, quizás por reflejo o quizás para llamar su atención.

— Cierto —sonrió, dejando que sus pies volvieran a hacer contacto con la humedad del piso—, la
cena —dijo, y se despegó de ella para volver a sumergirse bajo la cascada de agua.

Emma agachó su cabeza hasta que su mentón llegó a su pecho. Suspiró con la mandíbula y con los
puños tensos, no por violencia o por arranque de ira. No. Sólo quería contenerse las ganas de no
tomarla por la cintura o por la cadera, de colocarla contra la pared por karma, de clavarle sus pezones
por crueldad, de tocarle eso que quería tocar y que le tocara, que quería besar y que le besara, que
quería succionar y que le succionara.

Se irguió al compás de una callada aclaración de garganta, y, con toda la cruel y mala intención, rozó
su torso contra su espalda mientras estiraba su brazo para alcanzar aquella espuma que solía
desmaquillarla en un dos-por-tres. Su respiración aterrizó en su hélix derecho, casi con una
provocativa sonrisa, y se retiró hacia un costado para robarle uno de los cuatro orígenes de agua.

Repasó su rostro con un suave masaje espumoso. Quería ignorar a la rubia que tenía la maña de tomar
la botella de shampoocon la mano izquierda para verter el líquido en su mano derecha, quería ignorar
la maña de no frotarse el shampoo entre las manos antes de aplicárselo en el cabello, quería ignorar
la maña de empezar por las puntas y no por el cuero cabelludo, quería ignorar la maña de hacerlo
todo a la inversa. Quería ignorar ese proceso que se llevaba el nombre de “maña absoluta” porque no
era como ella lo hacía, pero no podía ignorarlo porque, sin importar si era “maña” o no, le parecía
fascinante como alguien podía ir en contra de toda normalidad y ordinariez en algo tan sencillo como
lavarse el cabello. Quizás le estorbaba que su método fuera tan extraño, tan vanguardista, tan poco
ortodoxo, pero encontraba cierta gratificación y satisfacción en su unicidad. No podía ni ignorarlo aun
cuando tenía los ojos cerrados; lo podía sentir, en especial cuando escuchaba cómo la espuma se iba
haciendo cada vez más y cada vez más espesa.

Se enjuagó el rostro con el agua que podía recoger entre sus manos, porque si se acercaba demasiado
a la cascada sólo iba a terminar mojándose el cabello y eso era algo que no quería hacer por el simple
hecho de que, de mojárselo aunque fuera un poquito, tenía que lavárselo como por la mañana.

Cuando abrió los ojos luego de escurrir el exceso de agua de su fisonomía, contempló a la rubia
rascarse la cabeza con casi el mismo placer con el que ella se la rascaba. Algo tenían que tener en
común entre esa ola de diferencias.

Más espuma, más espuma, y más espuma. Tanta espuma que ya sólo significaba el final de
su exhaustivo rascado, y, contrario a lo que ella solía hacer, sólo dejó que la cascada de agua le quitara
aquello blanco del cabello con el paso del tiempo y con esas intenciones de peinarse con ligereza hasta
que apareciera el primer inevitable y humano nudo.

No le daba miedo tirar un poco de su propio cabello, pero tampoco le gustaba arrancárselo; ella no
padecía de tricotilomanía, y, aunque le gustara saber que podía correr sus dedos entre él sin mayores
problemas y sin importar si se trataba de un estado mojado o seco, no insistía. En lugar de insistir,
recogió su cabello en una presunta coleta para quitarse el exceso de agua a pesar de que no tenía
intenciones de quitarse de debajo de la cascada.

Tomó la botella blanca, esquivó el agua con su torso y su cuello, y, rápidamente, exprimió la botella
contra la concavidad de su mano derecha para esparcir aquella gelatinosa y cremosa consistencia
blanca en el cabello que le formaba la coleta cuando la deseaba a media o a alta altura. Dos o tres
intentos de peinarse, o de desenredarse, y a meterse nuevamente bajo el agua.

— Did you enjoy the show? —resopló Sophia, mirándola de reojo mientras quitaba el exceso de agua
ya medio paso fuera del contacto con el agua.

— Me tienes como el Museo Técnico de Zagreb —murmuró con los labios fruncidos, casi con
calidad de puchero.

— ¿Y eso cómo es? —ladeó su cabeza hacia la izquierda.

— Se puede ver, pero no se puede tocar —intentó disimular su sonrisa.

— Ah, veo —elevó ambas cejas con una risa nasal prácticamente inexistente, y estiró su brazo para
alcanzar el tarro marrón—. Bienvenida a Philadelphia —le ofreció lo que tenía en su mano con una
sonrisa juguetona—, al Please Touch Museum —guiñó su ojo.
Emma rio nasalmente, realmente divertida, y, con un impulso de espalda, se irguió para, mientras
abría el tarro, colocarse tras la rubia que recogía su cabello en un moño y que lo aseguraba con una
de las bandas que residían en aquella cabina.

Era una mezcla de azúcar, miel de abejas, y sabía Dios cuántas y qué aceites, y el aroma era
tan fuerte que lograba anular los aromas que se desprendían del anudado cabello rubio.

No sabía si le gustaba que eso sucediera, pues, que el azúcar fuera el sedimento y que la mezcla de
aceites y miel quedara en la superficie, pero sí le gustaba revolver aquello con su dedo índice derecho;
sólo lograba inhalar más la mezcla de olores. Recogió un poco de la granulosa consistencia con sus
dedos, le entregó el tarro a Sophia para que se encargara de cerrarlo, dividió lo recogido, y posó una
mano sobre cada hombro.

Probablemente no era el tacto convencional, el tacto del que ambas tenían antojo, pero tacto era
tacto. Suave, circular, de arriba hacia abajo, de afuera hacia adentro, de adentro hacia afuera, de abajo
hacia arriba, y como dictara la improvisación y el placer de estar siendo rascadas; una en sus manos y
la otra en su espalda.

La rubia disfrutaba a ojos cerrados y con una la misma sonrisa que el Carajito parecía dibujar
cuando le rascaban tras las orejas, y su cabeza caía hacia el frente porque no había nada sino una
completa resignación a los mimos que eran rudos únicamente por el medio rugoso que se interponía
entre ella y las manos de quien acosaba lo que sus manos recién recorrían como si se tratara
de bloodlust en el vampirismo, sin importar si se trataba del tipo clínico o del tipo
mítico. “Lust”definitivamente sí era; lujuria, ansias, deseo. Y definitivamente padecía de vigor.

Emma terminó en donde había comenzado, en sus hombros, y dio medio paso hacia adelante
para arrebatarle el tarro de las manos y para tomar el largo y delgado paralelepípedo. En cuanto lo
sacó de la base, el agua de los cuatro cuadriláteros restantes disminuyó en intensidad, «presión». Eran
sesenta y nueve suaves y finos chorros que sí tenían la capacidad de ser continuos porque podían ser
parte de un masaje si se colocaba en el segundo modo.

Delicadamente, como si se tratara de no mojarle el cabello, dejó que el agua barriera con el ligero
color marrón que cubría la blanca piel de la rubia, y con su mano limpió lo que el agua no podía llevarse
por delante.

El hormigueo quedó en ambas pieles, ese efecto secundario de un exfoliante de ese grosor, y listo.

— Y listo —le dijo Emma, colocando el paralelepípedo en donde pertenecía.

— Why, thank you, Mrs. Woodhouse —sonrió, volviéndose hacia ella hasta encararla, y Emma
respondió con ese gesto que sólo significaba un “cuando quieras”, «y cuando no también».
— Sólo jabón —susurró—, and I’ll get out of your hair.

Tuvo dos opciones, o más bien una oportunidad para interpretar eso como se le diera la gana: podía
referirse al inodoro líquido transparente en la botella blanca o a la botella metálica de líquido lila-
ish de lavanda, y podía referirse a una limpieza individual o asistida. Consideró las variantes, pesó los
pros y los contras, y, con un suspiro, decidió colocar la cena como prioridad.

Se hizo a un lado para ver cómo el brazo de Emma pasaba de largo, junto a su antebrazo izquierdo, y
recogía la botella blanca y la esponja verde de manera simultánea. Aparentemente no tenía segundas
intenciones con lo del jabón.

Se encogió entre hombros, y se dio la vuelta mientras deshacía su moño para imitar la
aplicación de jabón.

Ambas lo hacían igual, del mismo modo, de la misma manera, en el mismo orden: jabón a la esponja,
y empezaban del cuello hacia abajo. La única diferencia era que Emma invertía más tiempo en su
pecho que Sophia, pues pensaba que protuberancias más grandes sólo merecían mayor tiempo de
lavado. Codos, rodillas, y tobillos también merecían más atención.

Por alguna razón fue Sophia quien salió primero, quizás porque ella no se divertía con la
esponja tanto como Emma, a quien le gustaba dejar que la esponja absorbiera tanta agua como fuera
posible para luego apretarla y repetir el proceso hasta tres veces luego de que ya el jabón hubiera sido
evacuado.

Un rápido pero bien efectuado lavado de dientes, mientras veía a Emma secarse con la toalla blanca.

Emma tarareaba “Sir Duke” mientras que, con una pierna apoyada del mármol del mueble
del lavamanos, esparcía las seis-siete-ocho gotas en cada pierna, y luego las dos-tres en cada brazo y
el resto en su abdomen. Acosó cómo Sophia intentaba desenredar su más-que-húmedo cabello con
el peine rojo. Dejó caer su cabello, con la banda elástica en la muñeca derecha, paseó el peine negro
para asegurarse de que no había ningún nudo, y separó su cabello en tres secciones. Una coleta
relativamente baja con la sección más grande, retorcer hacia la derecha, por motivos de facilidad y de
la mano dominante, hasta formar un moño más ordenado y ajustado que el de hacía unos momentos,
y una horquilla para asegurarlo al resto de su cabeza. Retorció la sección de su flequillo, por siempre
ser partido por la izquierda para tirarlo hacia la derecha, y lo fue acomodando al moño sin faltarle el
respeto a su forma ni a su orden. Lo mismo con la tercera y la última sección, la sección con menos
cabello, pero igualmente retorcido hacia la derecha, por arriba de la oreja, para enrollarlo del mismo
modo que la sección anterior. Tres horquillas en total, nada aseñorado aunque no le importaba que
la llamaran “Señora”, casual pero ordenado, y con el volumen necesario para su gusto y para ir en
contra del dicho “the bigger the hair, the closer to God”,«because that was only acceptable in “Steel
Magnolias” and maybe Dolly Parton, and Adele». Y era al centro, porque ella no entendía cómo o por
qué había peinados a un lado; eso sólo podía afectar la simetría y el equilibrio.
Le sonrió a Sophia a través del espejo en cuanto hubo terminado, ella reciprocó la arquitectura labial.
No se dijeron nada, probablemente porque no había nada que decir; tampoco era necesario hablar
todo el tiempo.

Cinco a las seis. Porque regresar en taxi era más tardado que caminar. Cuarenta minutos para
la hora acordada. Treinta y cinco en realidad.

Hojeó el manual de citas «by Sophia Rialto S.», e hizo una lista de todo lo que debía tomar en
cuenta para que eso realmente contara como una cita. Si no resultaba como una cita, fuera o no bajo
los improvisados parámetros de la rubia, al menos resultaría en una cena probablemente muy amena.
En esa ocasión ni su Ego se vería afectado si el resultado era un intento fallido, pero crecería si era un
éxito de por lo menos un sesenta por ciento.

Decidió no tomar la primera blusa que le habló, porque eso sólo sería apresurado e irracional, y
tampoco tomó la segunda que la sedujo porque hubo un momento de indecisión entre la primera y la
segunda. Levantó cada gancho para hacer la respectiva comparación, pero fue justo la blusa del
medio, la que estaba detrás de ambas opciones, la que le gritó que le prestara atención.

Bajó los ganchos, frunció su ceño, frunció sus labios, suspiró, y, junto a “Howlin’ For You”,
soltó una sonrisa mientras devolvía ambos ganchos al perchero y tomaba la blusa que había exigido
su atención.

No era Versace, tampoco Armani, ni Piazza Sempione, pero era suficiente «to not overdress, to not
underdress». Celeste, casi del mismo tono que tenían los ojos de la rubia que dentro de pocos
segundos cantaría la serie de “da da da da, da da da da”, con una serie de manchas blancas que podían
parecer de pintura, de cuando se agitaba la brocha con exceso, manga larga, cuello un poco flojo, bajo,
elíptico, lo suficiente para mostrar un poco del escote del nuevo milenio: «collarbones». En double
knit, muy ligero, quizás hasta un poco demasiado ligero. Pero era lo más cercano a la perfección de lo
apropiado.

Luego la decisión del color del jeans; blanco o azul, porque negro estaba «out of the question».
Definitivamente debía ser unskinny, pero no un super-duper-extra-skinny; de esos, si la memoria no
le fallaba, no tenía, porque, ¿a quién le gustaba arriesgarse a perder la óptima circulación de sangre
en dichas extremidades? A ella no. Estaba entre el único True Religion que tenía, el blanco con el
distintivo botón rojo, y uno de los rag & bone que servían para casi toda ocasión. «El blanco».

Y así, haciendo una breve escala en el perchero del que colgaban los cinturones que Sophia raras veces
tomaba prestados, se dirigió a aquellas gavetas que guardaban copas y retazos de tela que eran, en
su mayoría, negras y negros. En esa ocasión, porque tenía que tener muy claro de que era algo
especial, algo que se salía de lo rutinario, no podía sólo tomar negro a ciegas, en especial porque la
blusa era más reveladora de lo normal, y, aunque no era opositora del contraste, no le parecía que
una cita era la ocasión para abusar de la dejadez.
No sabía por qué sentía cierto rechazo hacia toda lencería blanca, quizás porque la asociaba
con la típica noche de bodas y no importaba si se trataba de encaje, de tul, de algodón, o de seda; el
rechazo estaba. El mayor rechazo, eso que ni siquiera entraba en discusión, era cuando sabía que Kiki
de Montparnasse tenía lencería de dicho color. ¡Se trataba de todo menos de eso! Kiki debía ser
sensual, erótico, justamente al borde del barranco del sadomasoquismo y/o en el sadomasoquismo,
debía prestarse al voyerismo y el exhibicionismo, lencería de calidad y de buen gusto, un lujo, «truly
romantic and unexpected». Lastimosamente caía en la repulsiva seda blanca que bajaba el nivel de
gusto y de calidad, caía en las “Bachelorette Parties”, y en cuerpos de muchas mujeres que lo percibían
como si se tratara de la línea más sofisticada de Victoria’s Secret. Por eso, y por todo lo demás, era
que sus sostenes blancos eran La Perla o Ritratti, nunca de seda porque la seda blanca sólo pertenecía,
quizás, en alguna versión bom chicka wah wah de “Voodoo Child” «if you know what I mean». Claro,
tenía que aclarar que a ella no le molestaba cuando Sophia se ponía uno blanco porque era más casual
y eso le gustaba en la rubia.

Tomó el Ritratti simplemente porque estaba adelante del La Perla; menos desorden, menos
energía gastada, y el resultado sólo variaba en textura, pues era del mismo grosor de copa y del mismo
material. De los pocos encajes, en blanco, que no la llevaban directamente a la senectud, o a los años
cuarenta.

Cerró la gaveta de los sostenes, no sin antes reír nasal y calladamente, con un poco de apoyo
gutural, porque la rubia cantaba un rock n’ rolla “Mockingbird, can’t you see Little Girl’s got a hold on
me like glue? Baby, I’m howlin’ for you”. Tiró de la segunda gaveta, aquella que estaba plagada de
angostos y compactos cilindros negros, que daban la única información que debían dar: la etiqueta.
Algunos estaban más apretados que otros, pero eso no era error de la víctima de la tintorería a quien
le tocaba complacer las exigencias de cada cliente en especial; si los querían únicamente doblados, si
los querían enrollados sin asegurar, o si los querían enrollados tipo eggroll o, como Natasha solía
decir: “episodio número ciento cincuenta y uno de ‘Seinfeld’, a.k.a. ‘The English Patient’, y los
dominicanos de Kramer”. También era quien se encargaba de empacarlos en las respectivas cajas bajo
las mismas exigencias; si iban por color, por textil, por marca, por estilo, o por talla. Pobre hombre, o
mujer. Pobre quien estuviera de turno. Los de Emma, y los de Sophia también, sólo debían ir separados
por las dos tallas que hablaban más de caderas que de cantidad de trasero.

Tomó uno negro, uno cualquiera, pues no debía preocuparse por si se la costura se le
marcaba aquí o acá, o si era visible o invisible, en realidad eso era lo de menos.

Simplemente lo tomó por la etiqueta negra, una etiqueta de aquellas que no molestaban en lo
absoluto porque parecían ser más de seda que de otra cosa, y lo agitó como si estuviera dándole un
latigazo al piso.

Una pierna primero y la otra después, un brazo primero y el otro después, brazos a la espalda, un
enganche en el primer par, ajuste de tirantes, de copas, y de protuberancias dentro de las copas, y
directo a meterse en el jeans y en el double knit. El maquillaje por último.
Miró a Sophia a través del espejo, paseándose parsimoniosamente mientras marcaba el ritmo
con su dedo índice por lo alto y mascullaba la letra que Dan Auerbach cantaba para seducir, o algo así.
Llevaba una toalla a la cabeza y otra al torso, porque, si había algo en lo que ambas estaban de
acuerdo, era en que el cabello más-mojado-que-húmedo era una sensación intolerable e
imperdonable en los hombros y en la espalda, en especial cuando dicho cabello reposaba sobre
cualquier tipo de textil.

La música se vio temporalmente anulada por el ruido de la pistola negra que la rubia
manejaba con perezosa ligereza, y, con los dedos, buscó secar la ondulada melena que sólo adquiría
mayor volumen sin necesariamente sufrir de algo parecido a las consecuencias de la estática.

Cuando Sophia se irguió, porque solía hacer ese ritual con la cabeza hacia abajo, logró acosar
a Emma con una fugaz mirada. Ella también se erguía, pero no como ella, pues ella sólo se había
acercado al espejo para alargarse las pestañas con la mascara Guerlain, que no tenía nada que ver el
precio o la marca, quizás no tenía nada que ver el efecto tampoco, pero era el único que no le dejaba
grumos en ningún momento. Ah, cómo detestaba los grumos.

En fin, la rubia la miró erguirse mientras se penetraba a sí misma con la mirada a través del efecto,
como si analizara, evaluara y apreciara el arte no tan bien dominado del maquillaje. No sabía si era
por recién haberse aplicado el miniatura cepillo negro en las pestañas, no sabía si era por lo que ella
siempre había dicho que parecía pasta para lustrar zapatos, o no sabía si era porque la alcanzaba a
acosar de alguna manera, pero la ceja derecha hacia arriba era lo que menos podía esperar. La hizo
sonreír.

Las seis y diecisiete. Dieciocho minutos para la hora acordada.

¿Qué se hacía en dieciocho minutos? ¿Qué se hacía en una cantidad de minutos que estaba
entre cantidades humanas; los quince y los veinte, cantidades que no tenían la capacidad para
provocarle un aneurisma a Emma?

En dieciocho minutos se hacía lo que se hacía en quince, pero sobraban tres minutos que sólo
torturarían a su impaciencia y a su OCD, y en dieciocho minutos no se hacía lo que se hacía en veinte
porque faltaban dos minutos. Además, a esos dieciocho minutos debía restarle cinco porque
sí, «porque ya se darán cuenta por qué», lo que significaba que quedaba en lo mismo: trece minutos.
No eran ni diez, ni quince minutos.

¿Qué duraba trece minutos? “Vltava”, de Smetana, cuando la tocaba la Filarmónica Eslovaca. “My
Favorite Things”, de John Coltrane estaba más cerca de los catorce minutos que de los trece. Se
tardaba trece minutos, quizás doce, en preparar y disfrutar de un Martini. Y, quizás, por obsesionarse
tanto con la cantidad de minutos, era muy probable que pudiera invertir trece minutos en qué podía
hacer en trece minutos. No sé si eso tiene sentido.
Quizás su subconsciente le ayudó a no obsesionarse con algo tan trivial como el tiempo que
se pasaría demasiado rápido, pero se tardó casi tres minutos en ponerse el reloj y el brazalete, en
cambiarse los aretes, que decidió ponerse las perlas negras que Sophia le había regalado en algún
momento, y se tuvo que detener por la delicadeza de lo que estaba a punto de hacer. ¿Cuál perfume?
No era black tie, por lo tanto la insolencia no era lo que acostumbraba. Y tampoco era trabajo casual;
el número cinco estaba fuera también. Vaya dilema. Aunque quizás era sólo porque sabía que de
alguna manera debía gastar el tiempo.

Suspiró un tanto decepcionada de sí misma, pues, en el fondo, sabía que la indecisión, o el problema
imaginario, se debía a que sabía que debía gastar el tiempo sólo porque sí, se sintió decepcionada al
no poder superar esa necesidad que sentía y simplemente usar el número cinco porque era el que
aplicaba, en realidad, para todo lo que no fuera black tie, y, a la larga, se sintió decepcionada por ceder
a esa picante sensación de media curiosidad y media emoción por abrir una de las gavetas para tomar
la cajita dorada y sacar el Dolce que había comprado no-se-acordaba-hacía-cuánto.

Una vez a cada lado del cuello, una fugaz recogida de mangas para rociar sus muñecas/brazos, y ya.
Escuchó a Sophia suspirar mientras se acercaba a ella para aplicarse la capa de maquillaje.

— Demasiado fuerte, ¿verdad? —le preguntó Emma mientras colocaba el geométrico frasco junto al
número cinco.

— No me quejo —disintió entre hombros encogidos, y se acercó a su cuello para inhalar eso que
sin duda alguna era fuerte—. Quizás un poco, pero huele bien —sonrió, siendo totalmente honesta.

— ¿No huele a repelente para mosquitos? —frunció su ceño, mirando sus manos tomar
el Primer de meteoritos rosados, porque en primavera todavía podía abusar del rosado, sólo para el
verano servía el dorado.

— What? —resopló nasalmente.

— Creo que es noventa por ciento alcohol —se encogió entre hombros, haciéndose hacia un lado
para dejar que la rubia se viera en el espejo mientras esparcía las tres gotas de aquel humectante que
hacía que la piel adquiriera características etéreas y de canto celestial de ángeles con arpas luego de
que la foundation fuera aplicada también.

— Entonces huele a repelente para mosquitos muy caro y muy sofisticado —sonrió—. It even
smells provocative-ish.

Emma sólo sonrió con labios comprimidos, aunque la compresión sólo era para intentar ahogar la risa
nasal. Esa sonrisa le hacía metafóricas cosquillas en su Ego porque era una buena compra.

En realidad era culpa de Natasha, porque jamás se había sentido insegura con sus fragancias en frascos
hasta el momento en el que la escuchó, en numerosas ocasiones, hablar de que había algunos que
tenían propiedades pesticidas y homicidas, pues mataban desde insectos hasta a humanos. Ella no
quería oler a Baygon, ni a mujer de la vida, ella sólo quería oler de tal manera que no le diera dolor de
cabeza ni a ella ni a la rubia, de tal manera que la rubia no lo sintiera off-putting. Iba por buen camino.

Dejó a Sophia en completa disposición del espejo y del tarro de bareMinerals y la brocha, y,
con un giro sobre su pie derecho, se remitió al área del calzado para invertir un minuto, de brazos
cruzados, en la más importante de las decisiones.

Todos eran negros, sólo un par de Jimmy no lo eran con exactitud porque tenían rojo bajo la malla
negra, y todos tendían a ser puntiagudos. Dos pares de Jimmy, un par de Zanotti, unos Gianvito Rossi,
y el par Louboutin que era para reír y llorar. Quedó el par Louboutin y el de Gianvito Rossi, y, en cuanto
se dio cuenta de que eran prácticamente el mismo diseño, optó por los que no estaban tan domados;
los que no eran de suela roja.

— Seis treinta y cinco —murmuró Sophia mientras delineaba su párpado superior izquierdo—, que es
ya casi.

— Te esperas aquí —asintió.

— Está bien —quiso encogerse entre hombros, pero, si lo hacía, sólo iba a estropear la perfección
del trazo.

Emma sólo sonrió, y, sin decirle nada más, abandonó su santuario para ir en busca de su teléfono y su
bolso.

Con el primer taconeo sobre el piso de madera, el Carajito dejó de jugar con la pata del sofá,
la cual intentaría morder hasta el día en el que el ese sofá ya no estuviera en el apartamento, pues,
aunque le llamara la atención lo frío de lo cromado, valoraba más la ausencia de un “stamáta” y de
una amenaza de una revista o periódico enrollado. Carajito inteligente.

Se lanzó sobre el tiki chillón para nuevamente intentar separarle la cabeza del cuerpo, y sólo dejó de
hacerlo cuando Emma pasó de largo hacia la cocina para revisar que tuviera agua y para ponerle la
minúscula ración de cena que debía darle. Realmente no sentía nostalgia en cuanto a la comida se
refería, pues se acordaba de las enormes cubetas de pintura que debía servirle a Prometeo, el Gran
Danés de hacía tantos años. Al Carajito sólo tenía que servirle media taza dos veces al día, media en
la mañana y media en la tarde/noche, porque Ania le servía la media taza al mediodía. Pero hoy le
tocaba un cuarto de taza de leche, «o sea nada», y un cuarto de taza de comida sólida, «o sea nada».

Le rascó la cabeza con ligereza, como si se despidiera temporalmente de él y al mismo tiempo


le advirtiera que no hiciera ningún desastre porque no tenía muchas ganas de limpiar algo que no
fuera donde se suponía que debía hacer sus necesidades fisiológicas, y por maña y manía, se lavó las
manos con un minuto para los cinco minutos que había apartado. Seis veintinueve.
No lo pensó dos veces, ni siquiera media vez, y, mientras se echaba el bolso al hombro, abrió
la puerta del clóset de la entrada, metió la mano casi a ciegas, y sacó una chaqueta negra que se podía
describir con epítetos tan ligeros como “genérico”, “tailored”, y “chic”. Agitó su bolso para escuchar
que sus llaves estuvieran en él y salió del apartamento como pocas veces lo hacía; sin audífonos en la
mano y sin iTunes o Spotify que la acompañara en el trayecto. Probablemente habría utilizado ese
tiempo para escuchar tres minutos con cuarenta segundos de Loverboy, o tres minutos con cincuenta
y cinco segundos de Toto. “Working for the Weekend” vs. “Hold the Line”. Probablemente podría
haber considerado “You and I”, Medina con Deadmau5, pero era un minuto y diecinueve segundos
demasiado larga.

En el noveno piso se le unió la mujer que utilizaba gafas oscuras en todo momento, y que, en
más de una ocasión, la había visto sostener la lata de cerveza y el frasco de ansiolíticos en la misma
mano mientras encendía un cigarrillo con la otra. La mujer del french poodle que tanto aborrecía. Su
nombre: Petite.

¿Se llamaría así simplemente porque su nombre indicaba que su procedencia era francesa? Si
de “Petite” no tenía nada. Tenía cara de asesino en serie, de perro psicópata, y no era por ser racista.
Bueno, ella había tenido un perro llamado “Piccolo” y tampoco era precisamente pequeño, pero no
se llamaba como sea que se dijera “pequeño” en alemán, «he reminded me of Joely Richardson, I don’t
know why». Se llamaba “Piccolo” porque se lo habían entregado con nombre.

Se aguantó la respiración por no más de quince segundos, y, en cuanto llegó al vestíbulo, salió primero
para no tener que sufrir nasalmente por el rastro del apestoso aroma que se escondía bajo aquella
esponjada pelusa blanca-amarillenta-grisácea.

Se sentó en uno de los sillones que estaban un tanto escondidos por los cuatro altos floreros
que delineaban el pasillo hacia los ascensores, miró de reojo a Józef, quien leía el periódico entre
rumores y murmullos porque era incapaz de leer en silencio, en especial cuando no lograba entender
el contenido al cien por ciento, y se dedicó a colocarse la chaqueta para no tener que cargarla en su
brazo por los dos kilómetros que se interponían entre su hogar y el restaurante. En cuanto terminó, y
que escuchaba a Józef repetir “twelfth” para afinar la pronunciación, se concentró en las agujas de su
aburrido reloj. ¿Debía comprarse un reloj nuevo? Quizás sí. El Patek ya era un poco viejo, pero estaba
en perfecto estado debido al cuidado con el que lo trataba, pero quizás no le venía mal tener uno que
otro día de descanso. De comprarse uno nuevo, ¿cuál se compraría? Llámenla extraña, rara,
potencialmente desquiciada, pero, a decir verdad, consideraba que un reloj debía ser alemán o suizo
porque eran las únicas personas en el planeta que se podían describir como personas puntuales
“puntuales”; ella no podía confiar en un reloj Bvlgari porque los italianos no eran precisamente
puntuales, y quizás era la superstición y la devoción por querer estar siempre a tiempo, que, aunque
hubiera sido Vitruvio quien inventara el conteo portátil del tiempo, habían sido los germanos, en
especial los suizos, quienes se habían encargado de perfeccionar la invención, la precisión, y la
estética. Si de relojes se trataba, tenía que ser suizo. Sí o sí. Superstición absoluta, o quizás sólo era
que, cuando había tenido un Cartier, sentía que los segundos eran más largos de lo normal.
Los requisitos para comprar un reloj eran los siguientes: - suizo o alemán,

- nuevo,

- de preferencia con cara redonda, quizás rectangular, nada de tonneau ni cuadrada, - diámetro entre
30 y 39 milímetros, - cronógrafo,

- fecha,

- de preferencia con números, no importaba si eran romanos o arábigos,

- con las tres manecillas; horaria, minutero, y segundero, - «rose or white gold, never yellow gold»,
nunca de una mezcla de colores,

- de preferencia waterproof, - de preferencia con brazalete de cuero, aunque no se oponía a uno de


acero; sí a los de caucho y a los de cualquier tela, - y que no pareciera de juguete.

Cuando el segundero se posó sobre la corona plateada, y que el minutero apuntó al treinta y
cuatro, Emma se puso de pie, echándose el bolso al hombro mientras todavía pensaba en cómo quizás
podía ser un Omega aunque las opciones se vieran, muy probablemente, reducidas a una única
opción. Podía ser un Longines u otro Patek, y, en ese caso, al igual con el que se encontraba en los
catorce días de mantenimiento, debía ser de hombre porque, aparentemente, el mundo pensaba que
un cronógrafo, con fecha, era demasiado complicado para una mujer. Como para mitificar los
modelos “Complications” y “Grand Complications”.

Bordeó los floreros, le sonrió a Józef, y salió por las puertas por las que siempre salía. Se volvió hacia
el dorado y largo panel que estaba a su derecha, y, con la mirada fija en el segundero, esperó a que el
minutero aterrizara sobre el treinta y cinco. Eso era lo que entendía ella por puntualidad. Seis y treinta
y cinco, y su dedo índice presionó el circular y abultado botón que daba a conocer únicamente el
número del apartamento al que llamaba.

Esperó pacientemente, sin contar los segundos que le tomarían a la rubia llegar al intercomunicador.
Utilizó esos momentos para decidir qué decir en cuanto su llamado fuera atendido: ¿sería un “soy
yo”? ¿Sería un “ya estoy aquí”? Pero eso no decía nada, pues, ¿“yo” quién? ¿“ya estoy aquí” – no me
digas? Quizás era mejor un “¿estás lista?”, pero la respuesta sólo podía ser afirmativa o negativa, y
después ¿qué?

— Pronto —la saludó Sophia con aquella voz que no era suya por la distorsión del intercomunicador.

— Emma —dijo nada más, pues esperaba un “who is it?” o un “yes, Józef?”.

— Ahorita bajo —repuso, acabando con el estrés de la italiana que ya suspiraba con alivio.
Se guardó las manos en los bolsillos del jeans mientras esperaba los calculables dos-tres minutos que
le tomaría en llegar a su encuentro.

Pensó en cómo le faltaba algo cheesy que delatara el carácter de aquella velada; quizás le faltaban
flores o quizás un pequeño, cursi, y risueño animal de felpa con relleno de polietileno. «Nah», rio
nasalmente.

Estaba en aquella risa que sólo ella entendía, y jugando con la típica minúscula roca con la
punta de su stiletto, cuando escuchó, a lo lejos, el timbre de alguno de los ascensores. Se volvió apenas
sobre su hombro derecho, y, conforme su mirada analizaba el taconeo de pies a cabeza, se fue
ensanchando con la sonrisa de una grata sorpresa.

Eran unos Giuseppe Zanotti, los que habían sido comprados como una excusa de tipo “son
tan bonitos que no puedo no llevármelos”, que cabían bajo el estilo de “sandals” pero sólo porque
descubrían el pie casi en un ochenta y cinco por ciento, de cremallera al talón, de trece centímetros
de elevación de aguja, y todo de gamuza negra. Piernas desnudas que brillaban por recién haber sido
humectadas. La tela negra empezaba a la altura de sus rodillas, envolvía sus muslos con el justo
descaro para que no se le viera ni flojo ni demasiado ajustado, se adhería, sin vergüenza alguna, a
cada curva, a cada planicie, y a cada protuberancia. No era precisamente escotado, porque no se
trataba de desnucar a los peatones, o a los comensales, o a los meseros, o al eventual taxista, porque
no se trataba de ser un arma de seducción barata y colectiva; se trataba de la seducción de la persona
de ensanchados ojos verdes y de creciente sonrisa. De cuello bajo, sí, pero no de escote sino sólo de
un corte más conservador que terrorista.

¿Tirantes? Sí y no. Eran tirantes que en realidad funcionaban como mangas, pero no eran de una
longitud convencional como para denominarlo manga corta o desmangado, y, sobre el hombro,
corrían las pequeñas y brillantes rocas que se encargaban de ser la única decoración del vestido. En la
espalda, las mangas, o tirantes, se cruzaban a media altura, y eso era todo.

La melena, recargada sobre el lado izquierdo, parecía haber sido domada con tiempo y con tres
fugaces sesiones de peine y no de cepillo. El volumen se lo había arreglado tras su oreja, detrás del
arete que había estrenado el viernes anterior por obra y gracia de la personalidad de compradora
compulsiva que dominaba a Emma. Una sonrisa millonaria, una mirada de una pizca de incomodidad
por el penetrante pero inevitable acoso, y un bolso negro, con formato de sobre postal y de broche
de calavera que delataba su diseñador.

Con la mirada de Józef encima, y con la curiosidad de reojo de la dueña del poodle maloliente,
se saludaron civilizada y fríamente con un beso en cada mejilla.

— You look absolutely… —suspiró Emma contra su mejilla durante el primer beso—, breathtaking —
le sonrió contra la otra mejilla.
— I’m afraid I overdressed… —murmuró, tal y como probablemente muchas mujeres lo hacían.
Eso debía estar en el manual.

— You didn’t —disintió Emma con la misma sonrisa, «I’m underdressed».

— Good —suspiró con una sonrisa de alivio, que era tan real como sintético.

— I didn’t know if you wanted to walk or go by taxi —dijo, justificando la ausencia de un taxi e
intentando no delatar sus ganas de hacer tiempo con la caminata de veinte calles y dos avenidas—
. We could easily hail a cab —añadió ante la indeleble sonrisa rubia que no delataba nada en lo
absoluto.

— We have time —susurró, ofreciéndole la mano izquierda—, we can walk if that’s okay with you.

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Special thanks to my editor. Get well soon.

Capítulo XXIV

Sintió cuando el Crown Victoria se detuvo. Fue tan delicado que ni siquiera el ambientador en forma de
pino se sacudió. Suave. Quiso salir lo más humanamente rápido posible para abrir la puerta del lado
contrario, para tener la caballerosidad de manual de la que podía apropiarse a pesar del género que
describían las distintas ramas de su biología y de su psique la mayor parte del tiempo. Quizás por eso
podía adueñarse de la galante cortesía, porque a veces eran las cualidades opuestas las que la
gobernaban.

— Wait here —alcanzó a murmurarle al taxista, quien, en todo el día, no había tenido pasajeros más
incómodos que ellas dos.

La incomodidad no estaba en lo que cualquiera podría estar pensando; no se trataba de lo que habían
hecho, sino más bien de lo que no habían hecho.

Veintiocho clientes desde las siete de la mañana; dos viajes al JFK cuyos ambos regresos habían
involucrado a abrumadores turistas con una propina desproporcionada para la cantidad de equipaje que
llevaban, mucho movimiento bajo 14th St. hasta las cinco de la tarde, un viaje al MET, y un receso
vespertino para cenar en Chipotle de la ochenta y cinco y tercera. Había sido una amplia selección de
idiomas y acentos, de temas de conversación a distintos decibeles, de estados de ánimos, y de distintas
consideraciones a la hora de dejar la respectiva o la inexistente propina. Pero, definitivamente, nada
como eso.

Las había recogido justamente frente a Toloache. Las había visto salir mientras se limpiaba las
manos con gel antiséptico para no oler a los tres tacos de pollo que se había tragado con tanta hambre
que casi ni los había disfrutado. Tres tacos en tortilla de harina de trigo, doble pollo, sin arroz y sin frijoles,
con vegetales de fajitas, crema agria, queso, guacamole, lechuga, pico de gallo, y salsa verde medio
picante, con una guarnición de guacamole y chips, y una bebida grande.

La del vestido negro había empujado la puerta, y, de atrás, había salido una espigada mujer a la
que se le hundía la altura por ir cabizbaja; ella la había seguido con los pasos y con la mirada.

Lo primero que a él le había parecido demasiado extraño había sido que la de cabello castaño no había
ido a por la puerta más accesible sino que había tenido que mirar hacia la izquierda y hacia la derecha
para asegurarse de que no viniera nada; ni auto, ni camión, ni ciclista, ni carreta, ni nada para poder
sentarse tras él.

Lo segundo había sido que, cuando ya las dos mujeres se hubieron sentado en el interior del Ford,
ninguna de las dos le había dicho hacia donde tenía que llevarlas, ¿era un destino o eran dos? Era como
si esperaban que la otra lo dijera. Cuando por fin una de ellas tuvo el coraje de decir “Sixty-first and
Madison, please”, que había sido la de la melena desordenada pero no por eso alborotada, la de cabello
castaño había suspirado y había mirado por la ventana hacia afuera.

Tercero, y la razón de su incomodidad: no habían hablado. No habían hablado entre ellas, con él, por
teléfono, o solas, y tampoco habían tenido la intención de hacerlo. Sus caras eran probablemente de
disgusto, quizás habían discutido entre ellas o con alguien más, aunque, por momentos, parecían estar
listas para matar a alguien y salirse con la suya. Tranquilidad propia de psicópatas, silencio funesto,
tensión ridículamente alta.

Se había detenido junto a Barneys, justamente al lado del letrero rojo que prohibía estacionarse
entre siete de la mañana y siete de la noche. La rubia había salido con suprema rapidez, probablemente
no había visto hacia atrás, o hacia la derecha, para asegurarse de que no viniera ni la razón por la cual
parecía que el enojo era el factor común, y entonces fue que escuchó la voz de la del cabello castaño.
Acento wintoniano, uno que no había escuchado ese día; de pronto, por alguna razón dejó de ser todo
tan extraño. Y la había seguido por los espejos, la había observado perseguir a la rubia con una breve
pausa para ver a los dos lados a pesar de que era una calle de un sentido.

Llevó a su boca el vaso de Chipotle, coca cola sin hielo porque salía fría y así le cabía más, y fue
espectador, como en un cine, de la escena en la que la de cabello castaño alcanzaba a detener los pasos
de la rubia al estirar su brazo derecho para atrapar su mano. El vestido negro se había detenido,
aparentemente con un suspiro que había dejado que sus hombros cayeran casi hasta el suelo, y la del
jeans al fin había erguido su cabeza.
Vio que le decía algo, probablemente se lo había susurrado, pues no había escuchado absolutamente
nada a pesar de tener la ventana abajo, y vio que su mano izquierda se posaba sobre su hombro derecho
como para acaparar su completa atención. Y así lo hizo, pues la rubia se volvió con el rostro hacia ella.
Creyó haber visto una sonrisa, no sabía si original en ella o si era un mero reflejo de la del cabello castaño.

— I had a really nice evening —le dijo Emma, al fin pudiendo articular palabras para ella.

— You did? —se volvió hacia ella para encararla por completo, y ella asintió en silencio—. I had a
really nice evening, too —sonrió.

— Good —sonrió ella también.

— “Good”? —arqueó sus cejas con consternación, como si estuviera disconforme con la gradación del
epíteto; había esperado un superlativo.

— I don’t know how this should be done… or said —murmuró, agachando la mirada para ver cómo su
pulgar acariciaba los nudillos de Sophia—, but I’d like to do this again… sometime soon —exhaló con
auténtico nerviosismo.

— We should definitely do this again —sonrió ampliamente al compás de una callada exclamación de
emoción—. ¿Cuándo tienes tiempo? —Emma rio nasalmente mientras levantaba la mirada—. ¿Esta
semana te parece bien?

— Esta semana me parece perfecto —asintió.

— ¿Desayuno, brunch, almuerzo, cena? —ladeó su cabeza un poco hacia el lado derecho.

— ¿Qué te sale bien a ti? —repuso, intentando que su voz no delatara su respuesta real; «¿pueden
ser los cuatro?».

— Tú dime, yo hago el tiempo —dijo diplomáticamente. Emma no supo responder—. ¿Brunch o


almuerzo el sábado? —propuso Sophia, pues le pareció que tres días de por medio, entre una cita y la
siguiente, no iba a delatar la urgencia.

— Brunch. Perfecto —asintió su cavernícola interior, algo que ensanchó la sonrisa de la rubia—. Hay
un lugar muy bonito en la esquina de la treintava y Lexington, creo que se llama “Penelope” —dijo luego
de aclararse la garganta para recuperarse un poco de ese nerviosismo que no sabía por qué sentía, pero,
ante el silencio de la rubia, un silencio de carácter dubitativo, añadió—: pero podemos ir a donde tú
quieras.

— Puedo saborear un Penny Egg Sandwich —entrecerró su ojo derecho con una juguetona sonrisa
que le indicaba que estaba de acuerdo con el lugar.
— Sábado. Brunch —sonrió con el mismo tono de hacía unos segundos—. Perfecto —suspiró, ya
sintiendo cómo se generaba ese aire tan awkward en la conversación.

— Perfecto —susurró Sophia, inconscientemente acercándose a su rostro para darle un beso, tal y
como se lo habría dado si eso no fuera parte del lujo que podían darse esa noche.

Emma no se movió, quizás si se movía sólo iba a querer besarla de ese modo que
probablemente era para censurar porque sólo evolucionaría a eso y a aquello, sólo miró el movimiento
de los labios que se acercaban a los suyos con una clara intención.

Sophia inhaló la ligera pero inquieta exhalación de la única mujer que probablemente se
enojaba por lo que no debía y que no se enojaba por lo que sí debía. Llevó su mano libre a su nuca,
apenas ahuecó el costado de su cuello, con su pulgar acariciando aquella esquina tan vulnerable que
escoltaba su lóbulo, y se acercó quizás un centímetro más; milímetros más, milímetros menos, lo
suficiente como para que la punta de su nariz apenas rozara la suya.

El taxista creyó haberlo visto todo, creyó haberlo sabido todo, sin embargo no se esperaba eso.
¿Cómo podían dibujarse esas sonrisas susurradas, cómo podían darse ese tacto tan ligero y tan cariñoso,
si hacía unos minutos, cuando las había recogido, parecía que se aplicaban la ley del hielo mutuamente?
Jamás se lo habría esperado. No eso, no así.

Miró a la rubia coquetearle a la de cabello castaño con la nariz, provocándola para que fuera ella quien
diera el paso del beso, e incrementó la anticipación tanto entre ellas como con el acosador que se
apoderaba de su persona. ¿Cuándo la iba a besar? ¡¿Cuándo?! Él la habría besado demasiados segundos
atrás. Él habría besado a cualquiera de las dos, a las dos.

Y, justo cuando creyó que la rubia se había cansado de esperar y que iba a tomar las riendas de todo, la
vio desviarse por la mejilla derecha de ojos cerrados, que le dio un pausado y presionado beso que
apenas había quedado registrado en los sonidos de la ciudad, así de suave había sido, y colocó sus labios
contra su oreja para susurrarle cuatro-cinco-seis palabras. Supo que la última palabra había tenido algo
que ver con “up” por la forma en la que sus labios se habían comportado, y asumió que había sido
“upstairs” con un signo de interrogación al final.

— Would you like to come upstairs? —fue lo que había susurrado a su oído para hacerle cosquillas con
el tono, la exhalación, y la invitación misma.

Sophia no se movió, permaneció rozándola con su respiración, y esperó hasta escuchar una respuesta
que accedía a aceptar tal innegable oferta.

— I’ll go pay the cab —asintió Emma ligeramente.

El taxista desvió la mirada hacia el frente en un intento de disimular el acoso, el cual era más por lo
curioso que por lo malsano de la situación. Fue un intento fallido, un rotundo fracaso, pues no pudo
evitar ver cómo, cuando la de cabello castaño se acercaba a él, la rubia estiraba el brazo por haber tenido
ya sus dedos entrelazados con los de la mujer que la había halado por haberse olvidado de su
extremidad. Era la costumbre.

— Where to? —se aclaró él la garganta en cuanto Emma se agachó a la altura de la ventana del asiento
del copiloto, pero ella sólo miró el taxímetro—. That’ll be thirteen fifty-eight —le dijo, y ella le sonrió
mientras se erguía para pescar su cartera del interior de su bolso.

— Hmm… —resopló para sí misma mientras jugaba con sus dedos para sacar un billete—. Have a nice
evening —le sonrió, alcanzándole un Grant al no tener un Jackson o dos Hamilton, pues no le iba a dar
un Franklin; no la había traído del JFK ni había tenido que esperar tanto.

Se irguió para cruzar la calle con paso acelerado y ágil. Fue recibida con una sonrisa y una mano izquierda
extendida que no debía ser estrechada sino tomada nada más.

Sophia; la rubia, la del vestido negro, quiso robarse su brazo derecho para recostarse sobre su
hombro, algo que quizás habría funcionado como le funcionaba a Natasha con Phillip por la significativa
diferencia de estaturas, pero su cercanía con Emma, debido a los tres centímetros que había ganado con
la diferencia entre los Zanotti y los Rossi, no había servido más que para estar prácticamente a la misma
altura. Quizás lo lograría si se los quitaba, pero todavía no era momento de perder el caché.

Saludaron a Józef con una muda sonrisa al él estar atendiendo al llamado telefónico de alguien
del tercer piso. Tuvieron que esperar un poco por el ascensor, pero no importaba porque no era
incómodo a pesar del silencio, y el viaje en la cabina no fue largo, no como lo había sido el sábado por la
madrugada que habían regresado del cumpleaños de Margaret, y tampoco fue tenso o intenso.

— ¿Algo de beber? —murmuró Sophia mientras se agachaba para rascarle la cabeza al Carajito a manera
de saludo—. ¿Una copa de vino, quizás? —le preguntó ante el silencio que era interrumpido por el suave
cierre de la puerta principal.

— Eso estaría bien —asintió.

— ¿Blanco o tinto? —exhaló, irguiéndose para mirarla a los ojos.

— Tinto de preferencia —sonrió.

— Siéntate —le señaló el sofá—, ya regreso.

Emma tomó asiento del lado derecho para poder apoyar su brazo correspondiente con comodidad, cruzó
la pierna izquierda sobre la derecha, y acosó al Carajito con la mirada. ¿Por qué tenía que olfatear cada
stiletto? ¿Acaso Louboutin olía distinto a Manolo? Pero claro que por supuesto que sí. ¿Olía a más caro
o a más usado? «If only you could talk, Little Fucker».

Sophia revisó si tenían una botella a medias o no, y sintió placer al saber que debía abrir una
nueva. Sacó una del ochenta y tres porque de esas tenían seis, ahora cinco. El placer estaba en usar el
foil cutter porque le gustaba que la tapita de aluminio quedara intacta, el placer estaba en descorchar la
botella porque, por alguna razón, la hacía sentirse capaz de cualquier cosa, hasta de conquistar el
mundo, y le gustaba colocarle el oxigenador y decantador a la botella. Le gustaba el aroma crudo que
salía de la botella y el aroma dulce que descendía en la copa, le gustaba cómo se deslizaban las gotas
que salpicaban la concavidad del cristal, y que, al unirse con la poza granate, no dejaban rastro de color
ni de siquiera haber aterrizado en donde lo habían hecho. Y le gustaba tener que girar la botella para
evitar que se derramara la última gota.

Llenó ambas copas hasta donde era correcto llenarlas; hasta el máximo diámetro que ofrecía el cristal,
entre dos y tres dedos de líquido.

— Gracias —susurró Emma ante la copa que le alcanzaba la sonriente rubia, y, antes de darle el primer
sorbo, dejó de acosar al can para acosarla a ella; tenía metro y medio para sentarse con libertad, pero
escogió sentarse a una ridícula distancia de doce centímetros de ella—. Salute —le inclinó la copa.

— Salute —golpeó gentilmente los bordes, y, con la mirada clavada en la suya, bebió un corto sorbo,
lo que necesitaran sus labios y su lengua para prepararse para el siguiente sorbo—. ¿Música?

— Sorpréndeme —sonrió.

Esperaba música que le perteneciera a ella, quizás un sugestivo Jamiroquai que cantaría “Blow Your
Mind”, quizás algo más como un cortejo con “Butterfly”, o bien “Talullah” si se trataba de algo rítmica y
melódicamente sensual. Podía esperar algo más complaciente, algo para ella, algo como “Lujon” de
seductor, o algo excitante como el Allegro de la Décima de Shostakovich; algo como para que se le saliera
el corazón por la boca y desencadenara su bestia sexual, o algo como “Un, Deux, Trois” de Saint Privat.
Hasta había esperado algo más “fo’ shizzle mah nizzle” como “Beautiful”, aquella de Snoop Dogg con
Pharell.

Pero no.

Empezó con un piano, y una femenina, dulce, y aguda voz que había cantado el más concurrente
“I’ll take Manhattan” sobre el más fino y apacible jazz.

— Mi abuela solía cantarla —le dijo Sophia mientras tomaba asiento nuevamente a su lado, pues se
había puesto de pie para buscar su teléfono, la fuente remota de la música.

— ¿Era cantante? —preguntó, y los celestes ojos la miraron con una sonrisa que se tiraba hacia el
lado izquierdo, como si se tratara de un tema incómodo que trataba de evadir—. Haven’t I earned an
answer? —elevó su ceja derecha.

Sophia inhaló lo que parecieron ser veinte segundos que representaban las veinte razones que apoyaban
esa pregunta con sabor a orden o exigencia que tenía un tan solo factor de humildad; el gentil tono de
voz que había derramado sobre el signo de interrogación.
En realidad la respuesta no era complicada, ni personal, era sólo que ya habían hablado sobre eso y no
sabía si Emma seguía jugando o si se le había olvidado y la pregunta era honesta. Pero era la pregunta
en sí la que la había hecho buscar oxígeno con tal desesperación, pues sabía que, de alguna manera,
había logrado contenerse la parte que más peso tenía para los fines persuasivos: “I’ve given you twenty”.

Sí, veinte respuestas para veinte preguntas a las que Sophia había tenido derecho a preguntar
en el transcurso de la cena. Veinte preguntas que habían resultado de la fugaz investigación en Google;
“conversation topics first date”. Quizás el lenguaje de la búsqueda había sido un tanto rupestre, y quizás
por eso había sido Cosmopolitan quien había invadido los resultados de la primera página, y, por alguna
razón, llegaron a aquella sección de la revista digital en la que, en lugar de sugerir temas de conversación,
sugerían una serie de preguntas que debían ser puestas sobre la mesa durante la primera cita. La idea
estaba bien, pero las preguntas planteadas eran tan genéricas e insípidas que a ninguna de las dos les
cupo duda alguna el porqué de su inutilidad, y les había dado risa que había personas que probablemente
seguían esa obsolescencia al pie de la letra: “¿Vine o YouTube?”, “¿Qué pides en Starbucks?”,
“¿Personaje de Disney favorito?”, “¿Tienes tatuajes?”. ¿Cómo podían ser esas preguntas las que
brindaran fluidez a una conversación? “¿En qué trabajas y cuánto tiempo tienes de trabajar en eso?”,
“¿Has leído algún libro bueno últimamente?”, “¿Cómo es tu vida social, tienes muchos amigos?”. Fuera
la que fuera la pregunta sugerida, lejos de tener una respueta informativa sobre una persona, porque
todo eso se parecía ser lo que Facebook preguntaba para llenar el perfil, era más bien una intromisión
de cualidades incómodas y con carácter de ser una interrogación en el 13th Precinct.

No sabían cómo, ni cuál de todos los comentarios había sido el que las había llevado a
precisamente preguntar veintiuna cosas que debían ser incómodas por ser personales, por ser
informativas, por proveer material adecuado para saber si una segunda cita estaba o no en orden.

Se necesitaron dos minutos, dos bolígrafos, y dos servilletas para enlistar la mayor cantidad de preguntas
posibles, preguntas interesantes y que no podían responderse con un vistazo al perfil de cualquier red
social, y había sido Sophia quien había logrado enlistar veintiuna cosas que quería saber. Emma sólo
había logrado cuatro, y las cuatro eran más malas que ella contando chistes. No era que Emma no
quisiera saber algo, o nada, era sólo que los nervios se habían apoderado de ella al ver que Sophia tenía
demasiadas cosas que quería saber, y había sido por eso que no había sabido qué preguntar.

Acordaron en que Emma sería la víctima de la inquisición. Cómo negarse al vestido negro y a la sonrisa
de ojos celestes, cómo negarse a las rubias y alborotadas ondas.

La primera pregunta había sido quizás la más extraña: “no te gustan las preguntas, ¿cierto?”, a
lo que Emma había reído nasalmente mientras giraba, entre sus dedos, el tallo de su copa de sangría.

Ambas sabían que se trataba de un juego en el que ambas estaban participando por su propia voluntad
y que tenían derecho a retirarse cuando quisieran y por el motivo que quisieran. Claro, ninguna de las
dos sabía cómo la otra percibía el juego; no sabían si con seriedad, si con ánimos de divertirse, si con
intenciones engañosas, o si era simplemente parte de la adolescente fantasía que podían pretender
realizar porque no tenían que darle explicaciones a nadie.
Se había preguntado cuánto tiempo duraría el juego, si se la pasarían jugando hasta que ya no fuera
chistoso, si se la pasarían jugando hasta que se les olvidara que debían mantenerse en el juego, o si se
la pasarían jugando de por vida, y fue Emma quien no supo si iba a tener suficiente paciencia para jugar
en todo momento. La paciencia quizás podía sacársela de los lugares más recónditos de su voluntad,
«my ass», pero sabía que llegaría ese asqueroso segundo en el que simplemente ya no iba a saber
controlarse e iba a tener que explotar porque sí. Quizás con un “mi amor”, quizás con un beso que no
era apto para la primera cita, quizás con una enunciación informativa sobre su deseo-sexual-vuelto-
necesidad-vuelta-urgencia.

La había mirado a los ojos en silencio y, con una leve sonrisa dubitativa, había retirado la mano
de la mesa y la había colocado sobre la que ya se posaba sobre su regazo. Había inhalado aire con su
boca, tal y como si hubiera querido decir algo que no era una respuesta como tal, pero sus labios se
habían cerrado para sacar ese mismo aire por la nariz.

Su mandíbula se había cerrado hasta que se le habían marcado visiblemente en los cóndilos y sus ojos
se habían entrecerrado únicamente para los ojos de quien sabía prestar atención a los detalles que
realmente la delataban a pesar de que a simple vista parecía que su fisonomía no sufría ni del más
mínimo cambio. Se tomó quizás dos segundos para elaborar una respuesta honesta y no una evasiva,
una tangente, o una vaga nota informativa. Nada seco, nada muy sentimental.

Y había preguntado, con su ceja derecha hacia arriba, si era esa la primera pregunta, a lo que Sophia
había asentido sin intimidarse por la burla que sabía que estaba detrás de eso; no sabía si se burlaba de
la pregunta, o de su elección de utilizar la primera pregunta para preguntar tal absurdidad, o de sí misma
por la incapacidad de no saber si era una pregunta cualquiera o una pregunta de las veintiuna que había
accedido a responder. Probablemente había sido de lo último, porque era la única manera en la que
podía valerse de algo justificable para escoger la calidad, la seriedad, y la honestidad de su respuesta.

Antes de responder, Emma le preguntó por qué malgastar una pregunta con eso. Sophia le dijo que no
lo consideraba un malgasto. Emma se corrigió con un eufemismo, cambió “malgastar” por “invertir”, y
escuchó la respuesta más sincera: “quiero saber”.

«Quiere saber», había reído su subconsciente. No supo si lo preguntaba dentro del juego para
obtener una respuesta más honesta que la que probablemente recibiría el resto del tiempo, cuando no
jugaban a nada sino solamente eran, no supo si lo preguntaba por pretender ser una persona que no la
conocía, y tampoco supo si lo preguntaba por una razón que era incapaz de ver.

Eso de jugar a la primera cita estaba rudo, era difícil, pues no podía simplemente responderle un “eso lo
sabes” porque en teoría no lo sabía. No podía responderle con un “no me molesta que tú me preguntes
cosas”, o el sinónimo más utilizado: “sabes que puedes preguntarme lo que quieras”.

Bueno, si podía preguntarle lo que quería y en el momento en el que quería, ¿por qué había escogido
un momento tan ficcional para eso? Supuso que era por la libertad absoluta.
Había respondido que era complicado, que no era ni un “sí” ni un “no”, que dependía de quién
le preguntaba qué cosa y bajo qué circunstancias lo hacía, que no le gustaban las preguntas que
pretendían ser casuales pero que exigían una respuesta íntima, que no le gustaban las preguntas
personales sin previo aviso o sin pedirle permiso. La rubia había reído nasalmente y le había dicho que a
nadie le gustaba que un extraño le preguntara en qué lado de la cama prefería dormir. Y Emma le había
dicho que quizás las preguntas, dentro de todo, no le importaban, pues, ¿qué era de la vida sin ellas? Ni
Aristóteles, ni Kant, ni da Vinci, ni nadie. Solamente le molestaba que la cuestionaran.

La segunda pregunta había sido en referencia a la composición de su familia, algo que, a pesar
de saberlo, nunca estaba de más escucharlo de nuevo, pues, ¿a quiénes consideraba familia?

Le había dicho que la familia de su mamá era por afinidad y que la familia de su papá era por
consanguinidad; una distinción que nunca le había escuchado.

Le contó sobre cómo los amigos de su mamá eran como sus tíos al ser su progenitora hija única. Le habló
sobre Beatrice y Dante Gaspari, sus padrinos de Confirmación, y sobre Daniele De Leo, quien, junto con
Beatrice, era sus padrinos de Bautismo. Los Gaspari tenían panini shops en la Toscana, diecinueve en
total (Florencia, Pisa, Livorno, Siena, San Gimignano y Pontedera), y eran los que habían empezado a
vender la “Pasta Box” por cuatro euros con cincuenta centavos sin importar las elecciones: penne o
pappardelle con salsa carbonara, bolognese, o a la putanesca, con grana padano o parmigiano-reggiano.
Daniele era escultor y profesor de escultura en la Leonardo da Vinci.

Luego les habló de las tías sobre una lenta degustación de un trío de guacamoles; el tradicional, el de
frutas, y el rojo. Tía Carmen que era española y que trabajaba con su mamá. Tía Mirella, tía Vanna, «de
“Giovanna”», y tía Vittoria eran amigas de la universidad. Tía Mirella iba por su cuarto matrimonio, y
Emma le había confesado a Sophia que admiraba su persistencia en lo que se refería a la búsqueda del
amor y/o del hombre perfecto. Tía Vanna que siempre había querido que fuera novia de su hijo mayor,
del tal Fabio, un enclenque que arruinaba el legado de Fabio Lanzoni y que era incapaz de hacer cualquier
cosa por sí mismo, hasta decidirse entre una camisa celeste o verde. Tía Vittoria tenía cuatro hijas, una
de ellas, Aurora, había entrenado el tenis en el mismo lugar que ella, y no se caían bien desde que Aurora
la había acusado de hacer trampa al jugar, a lo que ella había respondido con una sugerencia; le había
dicho que no era que sus golpes eran ilegales sino que era quizás el momento de considerar un deporte
más sencillo, quizás “L’asino senza coda” profesional.

Sophia se había carcajeado.

No sabía nada de lo que le había contado, ni sobre los Gaspari, ni sobre el decadente Fabio, ni que había
celebrado el cuarto Sacramento.

Tercera pregunta: apodos.

Le explicó que, quizás, porque su nombre era corto, no se prestaba para muchos apodos, ni por cariño
ni por bullying. “Em” lo utilizaban sólo dos personas; Phillip y Natasha, «y ella, aunque no siempre». A
veces se derivaba a “Emily” por ninguna razón, o a “Emmanuelle” por la serie de películas pornográficas
con dicho nombre. Y la aclaración del infame “Etta”.

Le contó que, cuando era pequeña, muy pequeña, y que iba a pasar las tardes o los fines de semana a
casa de sus abuelos maternos, solía colocar el LP “Tell Mama” en el tocadiscos de su abuelo,
específicamente en A2, una y otra, y otra, y otra vez hasta el cansancio. Por alguna razón le fascinaba
“I’d Rather Go Blind”, y, a sus casi veintidiez años, le seguía gustando por algo tan mundano como la
nostalgia. Y la había puesto tantas, pero tantas veces, y la había cantado tantas, pero tantas veces (o eso
creían esos tres-cuatro años de vida), que su abuelo había comenzado a llamarla así por molestarla con
el cariño que sólo un abuelo podía tener. Después de su abuelo fue su abuela, y luego su hermano, y
todo se salió tanto de control que su hermana la había conocido con el nombre incorrecto.

Había suspirado y le había dicho que el apodo le gustaba y no le gustaba de manera simultánea; le
acordaba a sus abuelos, algo bueno, y le enojaba porque su hermano la llamaba así cuando estaba harto
de ella, cuando había hecho alguna estupidez, «como poner la misma canción un millón de veces».

Sophia había sonreído y le había preguntado cómo le gustaría que ella la llamara. Quiso decirle «“mi
amor”, toda la vida», pero terminó diciéndole que “Em” o “Emma” estaba bien. Y luego hizo el chiste de
cómo también su primer nombre variaba según la persona con la que estuviera tratando, pues, a veces,
era “Arquitecta”.

Hablando de niñez, de la nostalgia, la cuarta pregunta fue algo en lo que Emma jamás había
pensado: cuál era su recuerdo más vivo de aquella época.

Emma había bebido su sangría hasta el fondo, quizás por nerviosismo o quizás para ganar un poco de
tiempo por no saber qué decir. Luego de pedir una botella de Pellegrino y una segunda sangría para la
rubia, había sonreído al ya tener una respuesta.

Se acordaba de algo que sólo un italiano podía entender y comprender. Se acordaba de la cocina de su
abuela; espaciosa, blanca, brillante, impecablemente limpia, con ollas y sartenes de cobre, con una
cocina de gas y un horno de leña. Era una cocina exageradamente grande, o quizás era una distorsión
dimensional de la que se sufría cuando se era pequeño, y tenía muchas ventanas para aprovechar la luz
natural. Se acordaba de la albahaca, del romero, del perejil, y de la salvia, todas frescas y listas para ser
arrancadas o cortadas y ser utilizadas en cualquier momento, y se acordaba de los manojos de salvia, de
tomillo, de mayorana, y de orégano que colgaban de una especie de perchero especial para que se
secaran.

En ese momento inhaló como si estuviera nuevamente en aquella cocina, y un aroma a nostalgia
de la buena le invadió la nariz. Sonrió con los ojos cerrados. Sophia sólo supo fascinarse.

Había salido del desvarío y le había contado sobre las veces en las que ella había jugado bajo la mesa en
la que “la Nonna” hacía pasta fresca a la antigua: con las manos y con rodillo. Gnocchi y fettuccine, ravioli
y tortellini o tortelloni; tradizionali e verdi. Se acordaba del sonido de los huevos cuando los golpeaba
contra el filo de la mesa de madera y cuando los abría sobre la harina, de cuando le decía que las manos
limpias eran inaceptables a la hora de hacer pasta, de cuando tarareaba el primer movimiento de la
Cuarta Sinfonía de Brahms o el segundo concierto de “Las Cuatro Estaciones” de Vivaldi, de lo suaves
que quedaban sus manos en cuanto terminaba, de cómo la cargaba para sentarla en la encimera y que
viera cuando arrojaba la pasta al agua, de los mil y un trucos; el agua con sal tarda menos en hervir pero
la pasta no debe apresurarse, nunca tapar la olla, el utensilio de madera a lo largo de la circunferencia
para evitar derrames por el almidón, de nunca meter tenazas metálicas en la olla así como lo harían en
Food Network muchos años después, y del momento preciso en el que se le agregaba mantequilla o
aceite de oliva para que no se pegara. Los secretos de una buena pasta alla carbonara, de la delicadeza
que se debía tener a la hora de hacer fettuccine Alfredo, y de cómo “al burro” no significaba sólo
mantequilla.

Se acordaba de cuando llegaba el momento de procesar los manojos de especias secas, de los recipientes
de mármol y vidrio en los que se guardaba cada aroma. Le gustaba que, al terminar de cocinar, se
sentaban en el sofá de la sala de estar a ver los programas que a la Nonna le gustaban y que a ella no le
importaban porque colocaba su cabeza sobre su regazo para que le rascara la cabeza y le acariciara la
sien y la mejilla con el aroma a romero que caracterizaba a sus manos. A veces se dormía, no siempre.
Y, a eso de las tres o cuatro de la tarde, mientras la Nonna bebía su capuccino y comía zeppole o un
cornetto con crema o con cioccolato e panna, ella se comía una bola de gelato di fragola y una de gelato
di limone en un cucurucho que era en realidad una pizzella en forma de cono. Todo muy artesanal, todo
hecho en casa por las manos de su Nonna.

Sophia la miró y la escuchó todo el tiempo con una sonrisa, había algo que le gustaba de estar
jugando a algo que nunca habían tenido, pues lo suyo había sido prácticamente al grano. Tal y como lo
habían dicho la noche anterior, habían pasado por la cama antes de pasar por la primera cita. ¿Cómo
habría sido una verdadera primera cita? Definitivamente no habría sido como la supuesta primera cita
que habían tenido, esa cena en Gilt, y tampoco habría sido como esa que estaban teniendo en ese
momento. Bueno, sería uno de los misterios de la vida.

Al fin había entendido por qué le gustaba tratar las especias cuando le ofrecía ayuda en la
cocina, por qué le gustaba pasar sus dedos por el tallo del romero para desprender las hojas ya secas.
Entendía por qué le gustaba poner la cuchara de madera sobre la olla, por qué le gustaba verla cocinar;
podía sentirle la sensación de paz que eso le evocaba.

Comprendió por qué la bola de fresa iba bajo la de limón, algo que iba más allá de sólo porque sus mañas
alimenticias eran complicadas y se refería a que el gelato di limone era más acuoso que el de fresa y era
por eso que se derretía más rápido; la costumbre le alimentaba más que sólo el estómago.

No le preguntó en dónde estaban sus hermanos cuando ella estaba con su abuela, hasta cierto
punto no le importaba si Marco y Laura estaban presentes o ausentes en esos momentos, no le
importaba nada sobre ellos; le importaba ella, y por eso le preguntó lo que no estaba en la servilleta:
“¿qué hacías cuando estabas bajo la mesa? Digo, no creo que sólo hayas contemplado cómo cocinaba
tu abuela”.
Emma tuvo que admitirlo, era una pregunta curiosa, quizás la más inesperada de todas las
preguntas que podía tener o que le podían nacer luego de esos quince minutos que ella había hablado
sin parar y que ella no había dejado de escuchar.

Fue una respuesta corta, de esas casi incómodas, pero ambas supieron salvar la situación.

Emma le dijo que solía acostarse a pintar en los libros de dibujos que tenía; no eran de Disney, ni de
caricaturas, ni para niños. Tenía uno de las capitales del mundo, de esos que al lado izquierdo estaba la
fotografía original o la de referencia, y al lado derecho para pintar con crayolas, colores, pasteles, o
acuarelas, y también tenía uno de animales, uno de paisajes naturales, y uno de figuras que luego
conocería como “Mandalas”. Quizás con eso había aprendido sobre el brillo, sobre la profundidad, y
sobre la aplicación del color en general.

También le gustaba leer; se acordaba de haber leído los primeros treinta y ocho ejemplares de
“Goosebumps”, pues había dejado de leerlos a partir de que su Nonna se había enfermado la segunda
semana de enero de aquel año, un problema con le vesícula y un par de decenas de cálculos, y, a partir
de esa operación, ya nunca volvió a la cocina y ella tampoco. También había leído algunas de “Les
Aventures de Tintin” en francés, que la Nonna le decía que leyera en voz alta para que practicara la
pronunciación del idioma y así poder corregirla cuando fuese necesario, y había leído “Dieci Piccoli
Indiani”, “The Secret Garden”, y “The Giver”. Probablemente también había buscado a Waldo y se había
distraído con Ásterix y Obelix.

Sophia había reído nasalmente, pues le enternecía el hecho de que pensara que leer y pintar
era algo que sonaba a “juego”; ella pensaba más en los legos que sabía que tanto le gustaban, «¿a quién
no?», o en hacer una fortaleza o búnker en caso de una catástrofe mundial, o con Barbies, o con Play-
Doh, o con lo que fuera.

Antes de preguntar lo siguiente en la lista de su servilleta, algo que probablemente no habría


sido de mucha relevancia o con contenido tan interesante, Emma decidió no detenerse en algo tan
insípido e inconcluso.

Confesó, por primera vez en su vida, que lo único que no le había gustado de Harry Potter había sido que
no se lo había regalado su Nonna, pues era ella quien le regalaba todos los libros del género e idioma
que fueran, y que ella no había logrado leerlos para poder discutirlos y comentarlos, para poder decir
que el séptimo libro era el mejor a pesar de que ambas películas se encontraran a los extremos de peor
a mejor; la primera parte como la menos buena y la segunda parte como la mejor. Bueno, quizás la
primera parte no era tan mala por la ausencia de Ron, algo que había sido siempre un momento favorito
tanto en el libro como en la película, y quizás eso dejaba que la de la Cámara Secreta fuera la menos
buena. En fin, podrían haber compartido la repulsión por Cho-fucking-Chang y por Gilderoy Lockhart, la
fascinación por McGonagall y Bellatrix Lestrange en las letras y en la pantalla, y el momento más
memorable de todos: esa escena que empezaba con Ginny y que terminaba con un grito de «you-know-
who», del-que-no-debe-ser-nombrado.
Le contó que había ido a ver la película con Natasha, y que, cuando esos treinta segundos habían sido
graficados, Natasha había quedado con la boca abierta y con las palomitas de maíz entre los dedos y a
la altura de sus labios. “She didn’t even Avada-Kedavra-her!”, había susurrado Natasha luego de que la
sala había terminado de aplaudir y de vociferar su satisfacción, pues el hechizo no había sido verde sino
azul y luego rojo, y ella había respondido: “Noup, she just slayed the bitch”.

Le había gustado que habían dejado el “Not my daughter, you bitch!” en la película, le daba ese je ne sais
quoi a todo, y, aunque no había sucedido como en el libro y le provocaba serios estragos mentales-
racionales porque había cosas que no parecían concordar, era quizás su clímax personal.

Había salido la curiosidad de la rubia y le había preguntado por qué había leído la saga; por
casualidad, porque era lo que estaba de moda, ¿por qué?

Sí, eso contaba como la sexta pregunta.

“Harry Potter and the Philosopher’s Stone” fue publicado a finales de junio del noventa y siete,
dos meses antes de la primera comunión de Laura. Pasó que Edward Dabney, profesor de Literatura
Inglesa en la Sapienza en aquel entonces, y muy buen amigo («ex novio») de Sara, había asistido al
pequeño y familiar almuerzo que debía celebrar el primer recibimiento del sagrado cuerpo de Cristo, y,
como no sabía qué regalarle a la agazajada al él ser irremediablemente ateo, decidió irse por lo que
sabía: los libros. Aún no había reventado el fenómeno cuando él le había regalado los diecisiete capítulos
que daban inicio a la historia que sería la antítesis del evento; ¿magia y religión? «Franco didn’t like it»,
y le prohibió que lo leyera.

Como las Pavlovic estaban todavía obligadas a convivir con su progenitor, Emma había rescatado el libro
del basurero, pues desde siempre le había parecido que era una aberración eso de desechar los libros, y
se había adueñado de él por curiosidad y porque la rebeldía la había poseído: si Franco decía “no”, ella
escuchaba “sí”, y él ya no podía hacer nada.

Le contó que se había tragado el libro en cinco días. Lo habría podido hacer más rápido pero
debía ir a la escuela y sólo podía sacarlo a la hora del almuerzo y luego de haber terminado las tareas, y
en el camino de la casa a la escuela y de la escuela a la casa si era Sara quien la llevaba, pues a ella no le
importaba lo que leyera siempre y cuando la lectura fuera parte de sus hábitos. Además, ella pensaba
«what harm could it do?»; el mundo estaba lleno de literatura más grave que un poco de imaginación
para niños. Luego hasta ella se enganchó.

Al año siguiente, el tres de julio, Emma ya tenía su copia de “Harry Potter and the Chamber of Secrets”
gracias a que Sara le había pedido a Edward que le hiciera el favor vía FedEx. Y lo mismo sucedió con el
tercero y el cuarto. El quinto se lo había regalado Marco Ferrazzano como parte del cortejo previo a la
primera cita. El sexto lo había comprado ella en el viaje a Londres que había hecho con Alberta, Anjelica,
Alfonso, y Fabrizio, sus amigos de la universidad, para celebrar que se habían graduado de Arquitectura.

Debido a sus problemas del momento, se le había olvidado comprar el último libro cuando había
sido publicado, y no se había acordado de su existencia hasta aquel el día en el que, caminando por el
Fiumicino, que se dirigía a la sala de espera para abordar el vuelo que la llevaría a la inigualable ciudad
de Nueva York, pasó por una de esas típicas tiendas que vendían bebidas, revistas de chismes,
crucigramas, almohadas cervicales, antifaces para dormir, cobijas, y demás.

Quizás había sido la ansiedad por lo desconocido de su futuro en el nuevo continente, pero había tomado
la Vogue con Meghan Collison en la portada, una libreta de Sudoku, una San Pellegrino, una bolsa de
Haribo Happy Cola (su placer culposo), y “Harry Potter e i Doni della Morte”. Primero que tenía en
italiano. Le había costado veintiún euros.

Había avanzado dos locales, y, sin saber cómo, alcanzó a ver que lo vendían en inglés. Tuvo que
comprarlo porque no podía leerlo en italiano. No podía leer “No, mia figlia no, bastarda!”, ella tenía que
leer “Not my daughter, you bitch!”.

Lo aceptaba sin vergüenza: le había encantado hasta en su adultez.

“¿Y a qué casa pertenecerías tú?”, le había preguntado Sophia por simple curiosidad.
“Ravenclaw, y creo que tú serías Hufflepuff”, le respondió.

Sophia le dijo que conocía la historia a través de las películas, que los libros nunca se le habían antojado,
ni siquiera luego de haber leído el primero. Supuso que el desinterés había sido porque había visto las
primeras dos películas antes de siquiera levantar el de la piedra filosofal; no había crecido con eso de
esa manera. Se acordaba de las primeras páginas del libro, algo con Privet Drive, un gato negro y
acosador, y que el tío Vernon trabajaba en una compañía de taladros, y ya luego mezclaba las letras con
lo visto en la pantalla. Ella tenía un conocimiento básico; el bien contra el mal, la profecía, las
organizaciones clandestinas, las casas, los profesores, los muggles, los half-blood, y los de sangre pura.
Confesó su ignorancia sobre la diferencia entre una casa y otra porque para ella en Gryffindor estaban
los buenos y en Slytherin los malos, y las otras dos casas eran completamente irrelevantes.

Emma había reído entre el sorbo que le daba a su vaso con Pellegrino, y, antes de decir cualquier
otra cosa, se disculpó por sonar como una verdadera obsesionada con el tema. Sophia sólo había
disentido, le había dicho que quizás era momento de antojarse por leer los siete libros, pues debía leer
el primero de nuevo. Le había dicho que le dijera lo que le quisiera decir, que la informara, porque la
ignorancia no siempre era un bendición, «no cuando se trata de algo importante para ella».

Le dijo que cada casa tenía cualidades que describían a sus integrantes; que para Gryffindor se trataba
de coraje, valentía, de audacia, y de algo tan medieval como la caballería; que para Slytherin se trataba
de ambición, de poder, de ingenio, de astucia; que Ravenclaw se caracterizaba por la sabiduría, el
ingenio, la originalidad, y la motivación académica; y que Hufflepuff se definía por dedicación, paciencia,
bondad, tolerancia, y lealtad. Claro, tuvo que añadir que no eran características fijas o únicas, pues
entonces eso sólo significaría que Harry sería Slytherin y Hermione Ravenclaw.

Ninguna casa era irrelevante, simplemente había rivalidad entre los rojos y los verdes desde sus
fundadores por las diferentes apreciaciones de la magia, del ejercicio de esta, y de quienes tenían el
derecho y el privilegio de practicarla.
Desvariando un poco, quizás saliéndose un poco demasiado del tema, le contó que ese sistema
de casas siempre le pareció interesante por el simple hecho de que sabía que era real, que existía, pues,
en la escuela de sus hermanos, en lugar de haber sólo una clase como en su escuela, había secciones
que no se llamaban tras las primeras cuatro letras del alfabeto sino en honor a cuatro exploradores
británicos.

Eran “the Cooks”, por el Capitán James Cook, y su uniforme era una interpretación moderna del retrato
más famoso del mencionado; pantalone e camicia per gli uomini e pinocchietti e canotta per le donne,
entrambi bianchi, e cardigan o blazer blu con orlare dorate. “The Drakes”, por Sir Francis Drake; pantaloni
neri per tutti, camicia per gli uomini e canotta per le donne, entrambi bianchi, e cardigan o blazer rosso
granata. Le contó que la rivalidad más grande existía entre ellos dos, no por un tema de sangre pura,
que asumía que en ese caso sería ser italiano o no, sino que se remontaba a la misma razón por la cual
los partidos de la Lazio contra la Roma, y viceversa, eran tan intensos; siempre se disputaban el orgullo
y la dignidad por el simple hecho de querer proclamarse mejores que los otros en cualquier disciplina:
en equitación, en natación, en golf, en futbol, ¡en todo! Hasta en hide-and-seek se ponían competitivos.
Para los eventos que tenían público; obras de teatro o musicales, dance productions, fiestas, y demás,
siempre estaba el elemento del sabotaje: ratas, agua, espuma, interrupciones musicales, policía, etc. Se
veían en los pasillos y retiraban las caras, daban una respuesta mala en clase y se ganaban burlas de por
vida, y podían terminar en golpes uno a uno o grupo contra grupo sólo porque se habían ofendido a la
hora del almuerzo. “Highway to Hell” era el himno de los Cooks y les cantaban “The Final Countdown” a
los Drakes. Los Drakes alardeaban de su orgullo y de su legado con “Jump Around”, canción que también
servía para humillarlos; dos pájaros de un tiro. Sus dos hermanos eran Cooks.

También estaban “the Stones”, por David Livingstone; pantalone nero e camicia bianca per gli uomini,
gonna nera e camicia bianca per le donne, cardigan o blazer nero, e cravatta nera. Eran los más refinados,
los que tenían prácticamente dos opciones al graduarse; leyes o medicina. Eran los favoritos de los
profesores porque eran los más calmados, los que no daban ningún problema, y los que apoyaban a
todos en todo momento. Su himno: “Everybody Wants to Rule the World”.

Y por último estaban “the Piers”, por William Dampier; jeans blu per tutti, camicia per gli uomini e canotta
per le donne, entrambi bianchi, e cardigan o blazer marrone. Ellos tenían un poco de todo, raciones justas
de actitudes y personalidades que se daban en las otras tres casas, y una ración aparte y alternativa que
era simplemente humana o los hijos del personal administrativo o de docentes. Ellos no tenían himno ni
canción para humillar, pero la canción que los describía era quizás “The Show Must Go On”.

Sophia rio, e hizo un comentario que iba por la línea de cuán antipedagógico eso sonaba. Le
contó que ella había crecido en un ambiente escolar bastante sano, un ambiente en el que la
competencia directa era uno mismo y no alguien más; bueno, existían aquellos especímenes que
peleaban porque tenían diecinueve y no veinte puntos, y existían aquellos dos o tres, por clase, que
competían entre ellos por ego, por orgullo, por dignidad, por protección de sus progenitores, etc., pero
que era imposible tener mejores calificaciones que el asiático que era bueno en todo menos en lo que
sea que tuviera que ver con deportes.
Ella había sido una estudiante promedio, se había esforzado en materias como religión, literatura griega
moderna, latín, y griego antiguo. No había sido hasta último año que se había tenido que desvelar
estudiando para el apolytirio, el examen estatal panhelénico que debía aprobarse para poder graduarse
del Geniko Lykeio, el liceo general.

No le había servido ni le serviría de nada, pues había obtenido 17/20, pero eso era algo que ella ya sabía
para ese entonces, por lo que se concentró en las calificaciones que sí importaban, los 41/45 puntos que
le habían dado un GPA de 4.0 y una entrada sin problemas a Savannah.

Le comentó que ella nunca había tenido que llevar uniforme, pero que su vestimenta había consistido
siempre en una colección de camisetas de Badtz Maru, de Taz, de Jessica Rabbit, y de lo que compraba
en museos, o en tiendas de recuerdos en otras ciudades o países, siempre un jeans azul, ligeramente
roto porque le quedaba largo y lo arrastraba y lo pisoteaba con sus Converse o sus Keds.

“Jessica Rabbit”, había reído Emma. “Un poco obvia, sí”, asintió Sophia.

Emma no se opuso a continuar la conversación por más banal que fuera, pues se trataba de la
fluidez de la misma. Le dijo que ella tampoco había tenido uniforme nunca, pero que había tenido
artículos de la escuela, sí.

Tenía un par de camisas tipo polo de cuando había terminado en el debate club por evitarse un mes de
detention tras haberse aburrido de esperar a que Dr. Melis, la profesora de español, le diera la palabra
para ella poder reclamarle, casi que con la Constitución de la República y con el Código de Calificación
de Exámenes en la mano, que le había robado los cuatro puntos que la harían llegar a los noventa y siete
puntos para obtener su tan adorada A+. (No tenía nada que ver con que le gustaba alardear de sus altas
calificaciones, era sólo que su Ego se resentía si no tenía ese signo matemático). Cuando ya su mano se
había tornado blanca por tenerla alzada, Lucifer la había poseído, se había levantado y había sido la mera
inspiración del meme “fuck this shit”, y se había salido del salón de clases. ¿Qué tenía de malo decir que
el tema del fragmento a analizar era la heterogeneidad de una sociedad que criticaba y/o discriminaba
a las personas que eran diferentes? «¡¿Qué tenía de malo?!». ¿Qué tenía de diferente a lo que Dr. Melis
quería que pusieran; “apreciación de Clara sobre la sociedad que la rodea”? Eso para Emma estaba
incompleto. ¡Incompleto!

En fin, gracias a esa malcriadeza había tenido que representar a la escuela, frente a otras, en el debate
más insípido posible: “las calificaciones deberían cesar de existir”. Cuatro días de intenso debate, que,
aunque a ella no le había importado en un principio, se había logrado enojar porque no entendía cómo
había personas tan estúpidas que estaban a favor de ello. Y se había enojado como pocas veces, o quizás
sólo se había indignado como nunca, y la habían tenido que descalificar de la discusión en cuanto había
expresado su verdadera opinión: “… e, alla fine, qualcuno più stupido di Berlusconi si diventerà il Primo
Ministro, e questo sarà la caduta della Repubblica italiana”. Sí, tenía su punto. Quizás le faltó decir la
verdad absoluta del caso; que la caída de la República Italiana sería que Berlusconi llegara por tercera
vez al poder. Pero cómo osaba a expresar tal insulto en público.
También tenía las camisetas negras que eran en las que solía hacer deportes, la sudadera roja que era
imposible no tener, y el suéter negro del equipo de atletismo a pesar de nunca haber participado en
dicha disciplina; le gustaba que tenía capucha y cremallera.

Le dijo que ella también había sido de Converse, pero que siempre habían tenido que ser blancos a pesar
de ser el color que más se ensuciaba, y era de jeans, camisa o camiseta, a veces camisa desmangada bajo
una camisa abierta de botones, siempre un suéter, o un cárdigan, o la famosa chaqueta de cuero durante
el otoño y el invierno.

— ¿“Ganado”? —le preguntó Sophia con una penetrante mirada, y llevó su copa a sus labios. Emma
asintió—. Pero me queda una pregunta —dijo, recogiendo sus piernas para volverse hacia ella,
apoyándose del respaldo del sofá con su antebrazo y su codo para jugar con sus ondas.

— Pregunta —repuso Emma, desviando su mirada hacia abajo para acosar descaradamente la
desnudez de sus piernas.

— Todavía no —susurró, haciendo que el par de ojos verdes se clavaran en los suyos; se notaban
indignados—. No era cantante —disintió ligeramente—, al menos no profesional —sonrió a ras del borde
de la copa—. A mi bisabuelo lo llamaron para la campagna italiana di Grecia, era Ypostratigos del
ejército, y dice mi abuela que, cuando ella le dijo que ella quería cantar, él le dijo que no, que podía hacer
cualquier cosa menos eso porque él sabía en qué terminaban las mujeres que sabían cantar. Mi abuela
siempre asumió que era porque, estando en el ejército, el entretenimiento había ido por esa línea —rio
nasalmente—. Me acuerdo que mi abuela le decía a mi mamá que ella había visto a su mamá esperar a
su papá por horas, sentada en la misma silla, y, aunque supiera qué era lo que andaba haciendo y con
quiénes, siempre lo saludaba con un beso y una sonrisa, y no le decía nada —«how sad», pensó Emma—
. Mi abuela estudió Química y Farmacia en la Kapodistriakoú, cuando todavía ofrecían los dos cursos en
uno solo, y no sé si fue la primera o una de las primeras mujeres en graduarse de la carrera; era raro ver
a una mujer en la universidad aun después de Segunda Guerra Mundial —se encogió entre hombros—.
De regalo de bodas, mi abuelo le regaló un local como a dos calles del Partenón para que pusiera su cruz
verde.

— No sé qué tan bueno es el negocio de las farmacias —le dijo, implicando un «“¿qué tan lucrativo es
el negocio de las farmacias?”», pues eso no lo sabía al Sophia no hablar mucho sobre su familia por parte
de Talos.

— Cuando era pequeña acompañaba a mi abuela a hacer sus diligencias; al supermercado, al banco,
a la tintorería, a recoger la baklava de la semana, etc., y me acuerdo que se estacionaba frente a la cruz
verde, me dejaba en el auto como por un minuto, y ya regresaba ella con un cheque en la mano —rio—
. Yo quería hacer eso cuando fuera grande; firmar un papel y que me pagaran por ello.

— ¿Por eso querías estudiar Química? —se le salió esa parte que no pertenecía al juego—. Te puedo
regalar otra pregunta si quieres —le dijo para contrarrestar su osadía.
— La química empezó a gustarme porque la entendía, porque se me daba sin yo tener que hacer el
más mínimo esfuerzo —disintió Sophia, negándose así a ambas enunciaciones—. Luego me gustó porque
le encontré el gusto a todos los tipos de reacciones, de estructuras, de propiedades… y, si debo ser
honesta, me gustaba sentirme inteligente al hablar de orbitales, de configuraciones electrónicas, de
espectroscopia… —sonrió casi con modestia, pues el sentimiento todavía la poseía.

— Entiendo —murmuró Emma—. Es sólo que, de entre todas las ciencias naturales que normalmente
te dan o que te ofrecen en la escuela, química en nivel avanzado suena casi a suicidio.

— En séptimo, en lugar de tener “ciencias naturales”, tenías química, biología, y física, y, porque
dejabas de tener geografía y mecanografía, podías escoger entre arte y música. Luego, en octavo, tenías
que escoger dos ciencias naturales por los próximos dos años; una en nivel avanzado y la otra en nivel
intermedio. Como a mí no me fue tan bien en química de séptimo, escogí biología en avanzado y física
en intermedio —dijo con expresión de disgusto, pero, hasta cierto punto, todavía no se arrepentía—.
Química de séptimo no era química, era más bien nombres de equipo de laboratorio, unidades, notación
científica, conversiones de temperaturas, y una que otra fórmula que se podía hacer con los ojos
cerrados —le explicó, pues vio que había algo a lo que Emma no terminaba de encontrarle sentido—. En
décimo me tocó llevar las tres ciencias naturales de nuevo, todas en nivel intermedio, y en onceavo y
doceavo ya sólo tenía que llevar las dos que escogiera; una en nivel avanzado y la otra en nivel
intermedio. Aparentemente nadie quería química avanzada porque era en la única en la que no había
exceso de estudiantes; me tocó llevar química y ni modo —se encogió entre hombros—. La lista iba por
orden alfabético de nombres y no de apellidos, entonces yo estaba hasta el final. De haberse tratado de
los apellidos, probablemente habría escogido Biología en avanzado —le explicó, porque el setenta por
ciento de los apellidos estaban entre “Pe-“ y “Ze-“—. Y, bueno, Stathakis no era el típico profesor rarito
de gafas gruesas y cabello parado, era gracioso y bastante dinámico, estaba tan acostumbrado a que
nadie se inscribiera en su curso, a tener entre tres y seis alumnos, que se encargaba de hacer que nadie
se sintiera realmente obligado a estar allí. Era difícil porque, por ser avanzado, debía ser estricto a la
hora de dejar trabajos y de calificarlos —dijo, y agachó la mirada junto con la risa que el recuerdo le
provocaba—. Teníamos clase cuatro días a la semana, una de esas veces era doble tiempo, o sea tres
horas, y, cuando era feriado, o teníamos alguna actividad de la escuela que tomaba todo el día,
reponíamos clase los sábados; en onceavo era doble el lunes de una a cuatro de la tarde, que en esas
tres horas hacíamos el experimento complicado de la semana, del cual teníamos que hacer un reporte
que entregábamos el siguiente lunes antes de hacer el experimento del día, si no entregabas el reporte
no tenías derecho a estar en clase y tenías que pedir apuntes para entregar el reporte de la siguiente
semana pero en base a quince puntos como máximo. El punto es que tenía una compañera, la tal Colette
—enrolló sus ojos y suspiró—, pobrecita, le faltaba algo en el cerebro —dijo con un gesto relativamente
ofensivo porque implicaba estupidez extrema—; le dijo a Stathakis que ella no había conseguido cloruro
de sodio y que por eso no había podido hacer el experimento —Emma frunció su ceño—. Cloruro de
sodio es sal —le explicó—; sal de cocina —pareció exclamar ante el todavía fruncido ceño de Emma.

— Eso es triste —susurró, indicándole que sí sabía qué era eso—, muy triste.
— Desde entonces le quedó el apodo con el que se graduó: “Clorette” —rio con demasiado gusto, «se
nota que no le caía bien», rio Emma también, pero su risa fue más por disfrutar de verla y escucharla reír
y sonreír que por lo “chistoso” del apodo y de la anécdota.

— Buen apodo —comentó Emma entre la ligera sonrisa que se le escapaba entre el aliento—. ¿De
qué trataba el experimento?

— Tenías que hacer hielo con distintas concentraciones de sal para ver cómo la sal influía en el agua
durante el proceso de congelamiento —respondió entre la concavidad de la copa—. ¿Sabes el resultado
de ese experimento?

— ¿Es esa la pregunta número veintiuno? —le lanzó una sonrisa de satisfacción.

— I think we’re past that… for now —disintió Sophia con la misma sonrisa.

— El agua se congela a cero grados Celsius. Mientras más sal le agregues al agua, más se tarda en
congelarse; necesitas que la temperatura sea más fría. Por eso riegan sal en invierno y por eso el mar
muerto no se congelaría tan fácil si estuviera en una región fría —le dijo sin la sonrisa de satisfacción que
tenía su Ego; su expresión era hasta demasiado seria y arrogante, pues no la miraba a los ojos sino al
vino de su copa—. La sal toma energía del agua para poder disolverse —levantó la mirada, y entonces sí
arqueó su ceja derecha. Sophia intentó contener la sonrisa al presionar sus labios entre sí—. Yo también
llevé química en la escuela, no avanzada, y quizás no hice ese experimento, pero son los años de
experiencia —pareció guiñarle el ojo derecho.

— Los viernes, en clase de Stathakis, hacíamos algo práctico y alusivo a la teoría que nos servía para
explicar el experimento del lunes en el reporte, pero lo aplicábamos a algo más banal; pan, un soufflé, o
café, y, en los últimos dos años, cada semestre teníamos que hacer un proyecto que valía el veinticinco
por ciento de la calificación final del semestre. Hicimos un perfume, destilamos vodka, e hicimos helado
y jabón.

— Suena interesante —murmuró, dándose cuenta de que, diciendo eso, parecía como si en realidad
no lo fuera—. ¿Era en grupos o individual? —preguntó para afilar la calidad de su interés.

— Individual, pero, como había partes del proceso que las hacíamos en clase o los sábados por la
mañana porque había equipo que no nos podíamos llevar a casa, terminábamos consultando cosas con
el resto de la clase.

— Cuéntame más —sonrió a ras del borde de la copa.

— Al final de los últimos dos años, sólo uno de esos cuatro trabajos se enviaba a un evaluador en el
extranjero…

— ¿Le enviaban una barra de jabón? —la interrumpió con una risita nasal.
— No, claro que no —rio con una media carcajada—. Se lo enviábamos en forma de reporte —Emma
elevó ambas cejas—. Mi perfume fue un desastre, tuve cuatro de siete puntos; con cuatro aprobabas.
No me acuerdo cuánto tuve en el jabón, ni en el helado; como pudo haber sido cinco, pudo haber sido
seis también. Pero fue el reporte del vodka en el que saqué los siete puntos.

— ¿Para qué compro Grey Goose? —bromeó.

— No tan rápido —disintió con su copa en lo alto, como si el cristal relevara una mano extendida y
erguida—, que no se trataba de si era un vodka de tal excelente calidad como para poder venderlo en
un anaquel de supermercado; se trataba del proceso químico, de la pureza del producto final.

— ¿Calidad y pureza no son sinónimos? —frunció su ceño.

— Sí, claro —asintió una tan sola vez—, pero el experimento iba más por la línea de precisamente
“experimentar” —le dijo—. El mío tenía que ver con la calidad del agua; si era agua del lavamanos, si era
agua Evian, agua previamente destilada o desmineralizada, o agua de donde se te diera la gana. También
podías hacerlo con temperaturas y tiempos de procesos, qué materia prima utilizabas y cómo la tratabas,
etc.

— Suena un poco tardado —opinó Emma.

— Fueron como tres meses —asintió—. Con mi mejor amigo, Dimitrios, decidimos ir a Ahus, a la
fábrica de Absolut para ver el proceso… creo que fue una experiencia muy enriquecedora, creo que a
eso le debí la calificación —sonrió.

— Ir a Suecia por un trabajo de la escuela suena exagerado —ladeó su cabeza hacia el lado derecho,
«¿o Absolut es danés?», le estaba fallando el mapamundi mental y la cultura general.

— Mi papá se asustó cuando supo que estábamos aprendiendo a destilar vodka —rio para sí misma
ante el recuerdo—, pero dijo que, si estaba aprendiendo a hacerlo, debía aprender lo más que pudiera
de aquellos productores que tenían mayor presencia en el mercado. Me dijo que, si conseguía una
fábrica y alguien con quien ir, él pagaba todo.

— That was nice of him —«really nice of him».

— En aquel entonces mi conocimiento sobre vodka se limitaba a Smirnoff, a Stoli, y a Absolut, y


digamos que ir a Rusia por tres-cuatro días no estaba entre mis planes.

— No todos saben sobre Stolichnaya —susurró.

— ¿Cómo sabes tú del Stoli? —murmuró, pasando por alto el hecho de que, en alguna parte del bar,
había una botella de Elit que quizás tenía por el diseño de la botella y no por el alcohol que esta contenía.
— Me acordaba de las botellas en casa de mi abuelo, pero no del nombre. Cuando hice mi semestre
en Bratislava, digamos que las marcas que vendían no eran las que conocía —se encogió entre
hombros—. Hasta entonces supe cómo se llamaba la botella.

— ¿Y te gusta?

— No me molesta —supuso, pues, en realidad, ya no se acordaba a qué sabía.

— ¿Te gustó vivir en Bratislava? —Emma asintió con una expresión que reflejaba una parcial
indiferencia—. ¿Cómo era?

— Debo decir que tuve suerte porque conseguí un apartamento como a diez minutos de la
universidad; vivía en el sexto piso de un edificio que quedaba frente a una especie de plaza o parque, y
teníamos, en el primer piso, un local que era café por las mañanas y bar por las noches. También
teníamos un Potraviny en el primer piso del edificio de al lado.

— ¿“Potraviny”?

— Tienda de conveniencia, despensa; te venden bebidas individuales o por cajas, alcohólicas y no


alcohólicas, ciertas comidas que son instantáneas o rápidas… es un cash ‘n’ carry, un Tesco Express pero
local.

— Entiendo. Prosigue —sonrió Sophia, llevando su copa nuevamente a sus labios.

— Vivía con tres personas —dijo, notando cómo la rubia ensanchaba la mirada, pues no se la
imaginaba compartiendo oxígeno con personas desconocidas, pero ¿qué había sido ella sino eso, una
perfecta desconocida?—. Stefan Polakovič —dijo con un puño cerrado, algo que sólo debía representar
aquella viril presencia con complejo de Casanova—, estudiaba Diseño y Planificación Urbana; podía
comer goulash con knedlíky de desayuno, almuerzo y cena, y le gustaba hundir las korbáčiky en la salsa
—Sophia la miró como si le estuviera hablando en chino, que era casi lo mismo porque tampoco hablaba
eslovaco—. Korbáčiky son trenzas de queso, ahumadas o no, más o menos saladas, con o sin ajo —le
explicó—. Stefan era el que se desvelaba conmigo cuando tenía que hacer algún trabajo manual o
escrito.

— Was he cute? —preguntaron sus celos sin fundamento.

— A little bit —tambaleó su cabeza de lado a lado—. He was rather nice than cute —dijo con
honestidad—. A él lo confundían con el asistente del representante de Estructuras Civiles, porque se
llamaba como él, sólo que él era Štefan y no Stefan, ambos de apellido Polakovič —pronunció los
nombres con la diferencia que el carón hacía en la letra inicial, y no pudo evitar acordarse de su papá.
Se libró de aquel rostro con un suspiro y con una ligera sacudida de hombros—. Luego estaba Malenka,
ella estudiaba Química Orgánica y Petroquímica; tenía una cicatriz en el antebrazo de una quemadura
con soda cáustica, como si una gota se le hubiera dividido en dos y luego en cuatro. Se quejaba toda la
semana de que no dormía y el fin de semana se perdía por completo —rio—. Una vez fuimos a un bar,
y, después de que cató como cinco jugos gástricos distintos, desapareció y no supimos de ella hasta que
llegó el lunes por la mañana a ducharse para ir a clases —Sophia ensanchó la mirada—. Era divertida
cuando no se estaba quejando —intentó salvarla de su propia mala publicidad—. Una vez nos llevó al
cumpleaños de un amigo; tú llevabas lo que querías hacer en la parrilla y lo que querías beber, aunque
había cerveza y una cantidad exagerada de Kofola.

— Toma en cuenta de que no tengo idea de qué me estás hablando —murmuró Sophia.

— Cierto —se sonrojó un poco—. Kofola es como la bebida carbonatada que te salva —intentó
explicarle—, es como un producto nostálgico, supongo; es la bebida que compras cuando no hay Coca
Cola.

— ¿Como la Stappj? —frunció su ceño.

— Sí —asintió—, solo que la Kofola es exageradamente barata. Me acuerdo que una vez hice la
conversión, y dos litros de Kofola costaban como setenta centavos de euro —resopló.

— Eso sí es veneno —se carcajeó.

— Del más puro —asintió—. En fin, en esa fiesta, en lugar de jugar cualquier cosa de estudiantes
propensos a caer en la ebriedad de la ocasión, sacaron un montón de botellas plásticas y un contenedor
de nitrógeno líquido, y se pusieron a hacer proyectiles con las botellas, agua, y el nitrógeno; la botella
del que aterrizara menos lejos tenía que beber un shot de vodka.

— Qué fiesta más deprimentemente nerd —balbuceó con la boca abierta, y Emma estuvo de
acuerdo—. En fin, ¿y la otra persona con la que vivías?

— Tania —suspiró—. Ella estudiaba Derecho en la Comenius, se estresaba por todo; porque no
sacábamos la ropa de la lavadora al minuto en el que se terminaba el ciclo de lavado, porque Stefan y
yo nos poníamos a hacer modelos en el comedor y siempre había un desorden de materiales, porque
Malenka lavaba los platos con agua caliente, porque dejábamos abiertas las ventanas por la noche,
porque olía demasiado a cebolla o a ajo, porque no la dejábamos dormir cuando no salíamos, que nos
quedábamos platicando hasta muy tarde y se nos salían las carcajadas, que porque a mí me gustaba
meter la leche en el refrigerador y eso robaba espacio —suspiró de nuevo—. Si no era por Stefan, por la
testosterona que regulaba tanto estrógeno, yo estoy muy segura de que nos habríamos matado.

— Supongo que la barrera del idioma impidió muchas cosas menos los desacuerdos —comentó.

— La barrera del idioma no era tanto el problema; nos comunicábamos en inglés para asegurarnos de
que no habría más malentendidos de los inevitables y para que ellos practicaran el idioma, con un
eslovaco casual para que yo aprendiera un poco también. Los desacuerdos creo que eran más por
diferencias culturales.

— ¿Qué tan grandes eran las diferencias culturales?


— ¿Te parece que soy una persona intensa? —ladeó su cabeza hacia el lado derecho con una sonrisa
que se debía a sabía sólo ella qué.

— ¿En qué sentido? —preguntó Sophia.

— Carácter, personalidad, actitud, comportamiento… —se encogió entre hombros.

— No lo creo —frunció su ceño.

— Intensa, efervescente, efusiva, explosiva…

— Ah —rio nasalmente—. Eres italiana; el intenso promedio te percibe como intensa.

— Era muy intensa con las manos, con las expresiones faciales, con el tono de voz, etc. —le dijo con
la misma sonrisa de hacía unos segundos.

— Pero tú casi no usas las manos, y tienes poker face casi todo el tiempo, y hablas… —repuso Sophia,
trazando una línea horizontal en el aire para indicarle que su tono de voz era constante, quizás hasta
monótono—. Eres como la italiana menos italiana que conozco, no se te nota ni en el acento al hablar
inglés —resopló.

— Tú tienes un acento americano —pareció defenderse.

— Soy italiana de genes, de ascendencia, pero no necesariamente de cultura —disintió—. Es distinto.


Tengo ciertas cosas de la cultura pero no son tan —«¿cuál es la palabra?»—, “palpables”. O eso creo.

— Quizás —«sí, quizás»—, pero cuando hablas italiano es como que te transformaras en esto —dijo,
reuniendo sus dedos en un punto imaginario sobre la palma de su mano, y, como si todo sucediera en
cámara lenta, muñequeó hacia atrás y hacia adelante mientras levantaba el brazo como si le estuviera
mentando la estirpe a alguien al otro lado de la imaginaria calle.

— Y tú también —rio nasalmente.

— Es el sentimiento —asintió Emma—. Tania me hacía salirme al balcón cuando hablaba con mi mamá
por teléfono, porque en aquel entonces no había Skype, o quizás recién lo sacaban al mercado —dijo,
dándose cuenta de que desvariaba un poco—. En fin, me sacaba al balcón y me cerraba la puerta. Decía
que gritaba mucho —Sophia la miró con esa carcajada interna que era un simple síntoma de su
incredulidad—. Y, a veces, intentaba poner más de un brazo de distancia entre nosotras porque decía
que le podía pegar con mis gestos tan “explosivos”.

— ¿Cómo es que se llama la canción de los soviéticos?

— ¿Cuál de todas? —resopló, y Sophia tarareó unas cuantas notas de la famosa composición de
Knipper—. “Polyushko-polye” —rio nasalmente.
— Pues esa —dijo la rubia—. Si la memoria no me falla, ni la “Giovinezza” es así de intensa, así de
“explosiva”.

— No sé si es coraje o sabiduría hablar de Stalin y Mussolini en la misma frase —sonrió, «oh, did I say
that out loud? Must be the wine», se sonrojó un poco.

— Es sólo que creo que no es justo que te acusen de ser explosiva cuando los soviéticos no eran
precisamente los más pacíficos o los más callados —repuso.

— Una de tantas diferencias culturales —se encogió entre hombros.

— Pero tú entiendes un poco más esa cultura, ¿no?

— Creí que la entendía hasta que me sumergí en ella —disintió Emma, y llevó la copa a sus labios—.
Lo que sabía por mi papá, lo que conocía por él, era algo muy pequeño; no conocía la influencia austríaca
y húngara. No estaba acostumbrada a comer cinco veces al día, entendí por qué en mi casa aprendí a
que todo saludo empezaba con un deseo de buenos días, o de buenas tardes, o de buenas noches, por
qué se saluda con la mano a extraños y el porqué de la distancia de como un metro o más entre los
individuos de una conversación. Y la “bella figura” está ahí pero no se hace pública, supongo que así se
evitan ciertas groserías y peleas nefastas por orgullo —se encogió entre hombros—. El tema de la comida
fue un poco difícil, no por la cantidad sino por la sazón, las texturas, los ingredientes; a veces lo sentía
todo como que un poco medieval —supuso—: en el centro de la ciudad, a donde van muchos turistas,
tienen trdelníky, y carnes rostizadas, y calderos al fuego, y… —se sacudió de hombros—. Es diferente.

— Suena a que no fue sólo “difícil”.

— Atropellaba la gastronomía eslovaca a diario —sonrió ampliamente, como si no hubiera hecho nada
malo—. Comía goulash, papas de la cocción que fuera, řísky; lo mismo que un schnitzel, pero tenía que
ser de pollo o de pavo, pirohy con queso, una especie de dolma, y knedlíky y trdelníky. Pero también
comía knedlíky con mozzarella, o con queso de cabra y la salsa del goulash, o con un huevo escalfado
como si se fueran huevos benedictinos, o pirohy alla putanesca como si fueran ravioli, y mezclaba el
queso de cabra con almendras y con cerezas o duraznos en una ensalada —dijo, notando cómo Sophia
intentaba contenerse la risa—. Claro, ellos también atropellaban mi gastronomía —dijo en su defensa,
como si se tratara de la interpretación cínica del quid pro quo: “tú me pegas, yo te mato”—; una vez
Malenka cenó tagliatelle con ketchup.

— Oh, God! —suspiró, llevando su copa contra su frente, y disintió lentamente por la exagerada
decepción que sentía—. No es primera vez que lo escucho.

— No importa cuántas veces lo escuches, o lo veas, eso es simplemente un pecado culinario —dijo
una Emma que parecía estar indignada de más, en especial cuando ella había querido hacer ravioli de
los pirohy, pero para ella eso no tenía ni precedente ni comparación—. No es que considere que Heinz
está haciendo algo mal, porque yo no tengo idea a qué debe saber o no saber la ketchup; no sabe a
tomate pero ni en mil años, y tampoco es como que juzgo las combinaciones porque yo también he
comido excentricidades con eso rojo —dijo, haciendo que Sophia ensanchara la mirada, pues sabía que
no era fanática de tal sustancia tan espesa; sólo había visto que la había comido una vez y había sido en
McDonald’s, con una papa frita que le había robado a Phillip—, pero ketchup con pasta no puede ser.

— ¿Qué has comido con ketchup? —susurró, más interesada en eso que en todo lo demás.

— Cuando mis papás se divorciaron, que tenía que dormir uno que otro día en casa de mi papá, y que
él nos cocinaba, me acuerdo que su especialidad eran huevos revueltos con ketchup —Sophia la miró
con algo que no se sabía si era con horror, terror, o simplemente asco—. Yup… —suspiró, asintiendo
repetidas veces—, y brócoli también.

— I’m afraid to even ask —resopló—, but, did you like it?

— No me acuerdo del sabor —se encogió entre hombros—. Sé que me quedé comiendo papas fritas
con ketchup porque era a la ketchup a la que le ponía la sal y no a las papas.

— ¿Por qué? —«eso no he visto que lo hagas… todavía».

— Porque si le pones sal a las papas de McDonald’s, la sal cae en todas partes menos en las papas, es
como que no se le pega a las papas —le explicó, como si eso no fuera lógico—. Ya no lo hago porque el
sabor de la ketchup me parece violentamente asqueroso —sonrió. «Y porque te gusta comerte las papas
con un vanilla cone», rio nasalmente la rubia en el interior de su copa.

Sophia levantó el tallo de su copa entre sus delicados dedos, y, conforme lo erguía, su cuello se estiraba
para recibir el líquido que se deslizaba en su boca sin esfuerzo alguno.

Emma contempló en silencio, y con una sonrisa, el esoterismo con el que los labios de la rubia
apenas se adherían al cristal para dejar la ligera e incolora huella del rastro de su brillo labial. Quizás era
el saxofón de “There Will Never Be Another You” que sonaba en el fondo, y, aunque la imagen se
quedaba a un milímetro de ser absolutamente etérea, era perfecta.

Encontró cierta sensualidad en ese momento en el que el su epiglotis se cerraba para dejar que el vino
pasara a su esófago. Bueno, quizás la descripción y las palabras escogidas no tenían nada de erótico,
porque hablar del sistema digestivo no tenía nada de sensual tampoco, pero era la delicadeza y la
elegancia con la que hacía algo tan mundano como tragar, eran las líneas de su cuello tensado, era el
ligero movimiento que alteraba ese microscópico lunar en el lado derecho de su cuello, era la suave
exhalación nasal que apenas empañaba el interior de la copa ya vacía, eran sus ojos cerrados como si
disfrutara infinitamente del magnífico sabor del Pomerol, y era la lentitud con la que devolvía la copa y
su cabeza a una posición vertical.

Cuando abrió los ojos se encontró con la corta sonrisa de penetrantes ojos verdes que la
analizaban sin descuartizarla y sin deshumanizarla. Sin embargo, porque la vehemencia era demasiada,
revivió esa intimidante sensación que la había inundado aquella mañana en el Duane Reade de la
cincuenta y ocho y Madison.
Inmediatamente se sonrojó, y, como si se tratara de un mecanismo de defensa, agachó la mirada hasta
fijarla en el cóncavo vacío de cristal que ahora apoyaba sobre su rodilla izquierda. Sintió cómo Emma no
alivió la intensidad de su acoso y sintió cómo tampoco buscó su mirada con la suya.

Justo cuando comenzó a sonar “I Got It Bad And That Ain’t Good”, Emma llevó su copa con
burlona parsimonia a sus labios. No la imitó porque no podía, esa sensualidad que había sido atrapada
en el vestido negro era imposible de imitar. Intentar imitarla sería sólo un ultraje, una deshonra.
Simplemente bebió el líquido tintado hasta dejar esa gota en el fondo que era imposible beber, pero su
mirada permaneció fija en ella.

Los hombros de Sophia temblaron rápida y cortamente junto a su nuca y a su cabeza; la atacó
un escalofrío que sólo hizo que su piel se erizara.

Su mano izquierda acarició su brazo derecho, sus ojos siguieron el trazo hacia arriba, y, en el movimiento
de cabeza, un mechón de su flequillo se escapó de su oreja.

Emma estuvo tentada a regresarlo a donde estaba, pero Sophia le ganó, y, lejos de molestarse
consigo misma por su propia lentitud, sonrió con el mismo orgullo que sonreía siempre que sus ojos se
aferraban a la roca amarilla en el dedo anular de su rubia. Su Ego sonreía de la misma manera porque
creía que presumía los dieciocho quilates de Art Deco de oro, su Ego creía que alardeaba su unicidad. Sí,
era algo tan primitivo y elemental como marcar territorio.

Quizás fue la tentativa incomodidad del silencio que raras veces les molestaba, pero ambas se
vieron transportadas al segundo piso del restaurante en el que habían cenado. Había sido el silencio que
se había interpuesto entre ellas cuando los platos fuertes habían aterrizado sobre el mantel blanco;
enchiladas borrachas para Emma y quesadilla de pollo para Sophia.

Emma había sonreído con absoluta satisfacción al ver que su plato había sido servido tras las únicas dos
especificaciones que Sophia le había dado al amable y dócil mesero: “salsa y ensalada aparte”, pues
Emma le había dado el poder dictatorial para decidir lo que cenaría. El queso y la crema no importaban
porque no cubrían las tres enchiladas que normalmente eran ahogadas en la salsa borracha. A la italiana
le gustaba ver qué era lo que se estaba comiendo.

Después del “buon appetito” que habían intercambiado antes de siquiera tomar el tenedor y el
cuchillo en las manos correspondientes, Sophia había escondido su flequillo tras su oreja con el mismo
semblante del presente.

Mientras Emma bebía un sorbo de Pellegrino como para limpiar su paladar del sabor que le había
quedado del trío de guacamoles y de las avocado fries, Sophia hizo a un lado el largo chile toreado que
descansaba sobre su enorme y redonda quesadilla, y observó el casual proceso de prueba de sabores de
Emma. La observó hundir los cuatro picos del tenedor en la salsa borracha para deslizarlos, a labios
cerrados, contra su lengua. Su ceja derecha se elevó junto con un encogimiento de hombros como si
aprobara con apatía todos los componentes de la salsa; la textura, el color, la sazón, y qué tan bien se
habían mezclado los ingredientes, pues no había nada peor que una salsa desbalanceada por alguna
técnica fallida o apresurada. Y, habiendo esperado a que Emma diera el primer bocado completo de
enchilada con salsa y ensalada, porque así era como jugaba con cómo quería comer su comida, pudo
darle ella el primer bocado a su quesadilla. Prueba superada.

8. Si pudieras comer sólo una cosa por el resto de tu vida, ¿qué sería? – Sushi; Rainbow,
California, Alaska, y ese que es crunchy y tiene shrimp tempura y va drizzled con salsa de anguila. Y nigiri:
shrimp, salmon, tuna, striped bass, octopus, yellowtail and flounder, and maybe surf clam.

Se guardó la respuesta real, esa que era tan imprudente como impertinente y que era digna de ser
catalogada como vómito cerebral, esa que la había hecho sonreír traviesamente y que la había hecho
meterse el siguiente trozo de enchilada a la boca para ahogar la pícara risa que los nervios le provocarían.
Sophia notó la aparente incomodidad por cómo corrigió su postura en el asiento, y, sin pensar en cómo
su reacción tenía que ver con lo que ella tenía entre las piernas, pensó en que quizás se había aburrido
de las preguntas, en que quizás ya no quería jugar, en que quizás sólo quería comer en silencio. Pero esa
risa que apenas había logrado escapársele por la exhalación nasal mientras masticaba…

“Si no pudieras vivir en Manhattan o en Roma, ¿en dónde vivirías?”, se había aventurado a
preguntar, pues ella no tenía ningún problema con acabarse las preguntas, en especial esas que, en otra
ocasión, tenían que ver directamente con ella porque la respuesta era “en donde sea que tú estés” o
alguna variación.

Emma le confesó que le faltaba conocer Australia para poder responderle con certeza y con seriedad. Le
dijo que le habría gustado ir al Melbourne en aquellos años en los que Federer hacía magia hasta cuando
bebía agua en los descansos, y le aclaró que ella no había dejado de apoyar al suizo a pesar de que sabía
que Wimbledon del dos mil doce había sido el último título de Grand Slam que ganaría. Pero, para
responder a su pregunta, le dijo que en ese momento no sabría decidirse entre Londres, Florencia y
Boston.

Sin embargo, la respuesta era, en realidad, la que Sophia podía haber esperado en cualquier otro
momento.

“Y, ¿a qué ciudades nunca te mudarías pero ni por el trabajo de tus sueños?”.

Era una buena pregunta, eso no se lo negaba ni la víctima de su inquisición ni yo. Se imaginó un
mapamundi en forma de Rolodex, y, rápidamente, repasó cada una de las ciudades en las que había
estado por dos días o más, pues consideraba que en dos días de exploración turística exhaustiva ya se
podía emitir un juicio más-o-menos congruente.

Emma no viviría ni en Los Ángeles, ni en Maine, ni en Berlín, ni en París.

La ciudad de Miami no fue incluida en la lista porque eso sólo sería «borderline hypocritical» debido a
que su futuro estaba allí, y, aunque quizás no era el trabajo de sus sueños, tampoco era tan mala como
París. “París”, respondió tajantemente.
¿Qué tenía París que no le gustaba? No podía sólo atribuirle el disgusto a las pequeñas proporciones de
todo o a la personnalité parisienne. Probablemente era que, así como con Venecia, los mágicos
homenajes hollywoodenses habían idealizado y aburguesado a todos y cada uno de los arrondissements,
y el famoso “O, Paris, foyer des idées, et oeil du mond!” era la cínica antítesis de la supuesta cálida
hospitalidad y cortesía con la que se describían los decorosos progresistas que la mayor parte del tiempo
creían tener el absoluto e innegable derecho de ser agresivamente groseros entre ellos y con los turistas.
“Agglomération parisienne” = “Les Misérables”. Y ni las luces, ni la tour Eiffel, ni Champs-Élysées, ni el
Arc de Triomphe, ni la Place de la Concorde, ni Moulin Rouge, y ni siquiera la sobrevalorada Gioconda en
el Louvre la convencían. «And mind you, opinions are like anuses: everyone has one and think other
people’s stink».

Personalmente, prefiero la metáfora de que las opiniones son como los pezones, pero para gustos los
colores.

11. “Entonces, si a un extremo tenemos París como un absoluto no-no y a Londres-Florencia-


Boston como un ‘no-me-molestaría’, ¿en dónde está tu happy place?”.

Emma había dejado de cercenar una de las enchiladas con su cuchillo, había detenido el
movimiento de ambas manos por un momento, y, tras una mirada que se había levantado con maliciosa
diversión, había bajado los cubiertos para apoyarlos sobre los bordes del plato. Tenedor a las ocho y
cuchillo a las cuatro.

Se había erguido con una risita nasal y una ceja hacia el cielo de «really?», y se había cruzado de brazos
en cuanto su espalda se recostó contra el respaldo de cuero de la relativamente-cómoda silla en la que
se sentaba.

Vio a la rubia asentir con una sonrisa. Estaba abusando descaradamente de las circunstancias y
le estaba gustando. Prácticamente se burlaba de cómo reaccionaba cuando le preguntaba cosas que
tenían respuestas sugestivas, y se burlaba de los malabares mentales que hacía para poder encontrar
una respuesta decente y libre de astutas salacidades de doble sentido.

Contempló la calma con la que Sophia terminaba de cortar un trozo para desplazarlo a su
tenedor con ayuda de su cuchillo, la calma con la que llevaba el tenedor a su boca, y la suavidad con la
que masticaba mientras continuaba cortando su cena.

La media luz que actuaba como lo opuesto al filtro de Instagram para todo tipo de #FoodPorn también
entumecía la apreciación de los colores y de las texturas relativas a la rubia que comía con la parsimonia
más burlona de todas.

Apenas podía acosar sus hombros por el grosor de los tirantes que, con cada minúsculo movimiento de
su torso, refractaban las débiles y amarillentas lámparas del techo y las frágiles llamas que apenas
iluminaban el cilindro rojo en el centro de la mesa.
«¿Mi “happy place”?», arqueó su ceja derecha mientras arreglaba la servilleta sobre su regazo y reía a
carcajadas internas. Eran los nervios de saber que debía intentar controlarse por el bien del juego y
porque quizás no era el mejor lugar para hablar de la entrepierna de Sophia; la mesa de al lado estaba
tan cerca, casi encima, que, si querían, podían participar en la conversación ajena. “Happy place”
involucraba una cama, las sábanas o las cobijas eran prácticamente irrelevantes, cero ropa o por lo
menos a la rubia sin ropa, y, si podía pedir gustos, gemidos en forma de palabras soeces en griego.

“I like to look at beautiful things… that makes me happy”, había dicho al fin, “perhaps not so
much as ‘looking’ but ‘staring’. And my ‘happy place’ is where beautiful things are… you know, for me to
stare at”.

Claro, se refería a quien tenía enfrente, particularmente a esos momentos fortuitos en los que la
encontraba siendo víctima de un par de audífonos y de Bruno Mars mientras cantaba, cocinaba y bailaba
por creer estar en un proceso de desinhibición libre de público espectador. «’Cause your sex takes me to
pa-ra-dise, yeah, your sex takes me to pa-ra-dise, and it shows», tarareó su Ego mentalmente ante el
recuerdo del domingo al mediodía, porque eso era lo único que le importaba.

12. “Si tu apartamento se estuviera incendiando y sólo pudieras salvar una cosa, ¿qué
salvarías?”. Vaya cambio radical de tema.

«A ti, aunque no eres una cosa», pensó, porque eso era obvio. “Al perro”, respondió antes de continuar
con su ingestión.

13. “¿En qué eres realmente mala?”.

Emma había fruncido su ceño, y, a pesar de que la pregunta no le molestaba, a su Ego sí le molestaba
que la respuesta era larga:

a) No sirvo para acatar órdenes de nadie, sufro de insubordinación aguda; me gusta ser mi propio jefe y
por eso disfruto de tener el nombre en la puerta.

b) I suck at ass-kissing. Se me hace más fácil declamar la Biblia que hacer cumplidos y halagos cuando no
me nacen.

c) Me cuesta mantenerme en contacto con las personas; no sé si es que no me interesa o si es que


simplemente no puedo.

d) No sirvo para disculparme. Supongo que prefiero concentrarme en cómo hacerlo mejor la próxima
vez que pensar en lo que en realidad que hice mal.

e) No soy buena para hacer amigos porque nueve de cada diez personas me parecen aburridas. Quizás
ni siquiera intento interesarme.

¿Qué debía responder? ¿Cuál literal escogería para responder?


Con su ceño todavía fruncido, suspiró la indecisión. Y, contra el poder que tenía su Ego, escogió la literal
f): “Todas las anteriores”.

Sophia había ensanchado la mirada, y, con un murmullo, le había dicho que esperaba algo más
banal, algo como que no servía para los videojuegos, o que no podía cantar, o cualquiera de aquellas
respuestas graciosas e inocentes como que no podía estornudar con los ojos abiertos.

Emma sólo le había dicho que de nada servían las preguntas si sus respuestas no eran honestas.

Luego le preguntó si era popular en la escuela. Otro tema nada que ver con el anterior. Quizás
era como la repentina canción lenta en los conciertos; para descansar, para aliviar la intensidad.

Emma le dijo que no, que ella no había sido ni lo uno ni lo otro, ni parte de la exclusión social ni parte
del desafortunado estereotipo de grupo americano conformado por las cheerleaders y por los del equipo
de calcio. Ella había sido muy normal y muy mortal en lo que a eso se refería: la habían invitado a todas
las fiestas, a las salidas al cine y a los viajes a aquí y a allá, y había estado a ambos lados del bullying; de
víctima y de agresora. Nunca había sido la última opción en las horas de P.E. o para los tediosos trabajos
en grupo, su opinión siempre había sido escuchada y respetada, y había sido class vicepresident desde
el noventa y nueve hasta su graduación.

Nunca había alardeado sobre las infinitas horas que había invertido en estudiar para un examen porque
a veces no estudiaba, tampoco había emitido quejas falsas en relación con la dificultad del examen que
sabía que aprobaría con A+, se había reído de las veces que había reprobado algún examen, había
prestado sus tareas para que otros las copiaran, y nunca había robado un bolígrafo. Siendo lo último lo
más importante.

Le dijo que quizás había sido “popular” entre los profesores porque nunca dio mayores problemas;
siempre se sentó en la primera fila, de preferencia frente al profesor para evitarse compañeros de mesa
y las distracciones de las triviales conversaciones del fondo, raras veces faltó a una tarea, siempre
entregó trabajos a tiempo, prestaba atención y no interrumpía la clase, y tenía buenas calificaciones. Era
a quien nunca le negaban un hall pass para ir al baño a media clase, a quien enviaban a la biblioteca a
recoger los libros o a quien enviaban al supply room para traer algo.

Había sido casi teacher’s pet, y decía “casi” porque para eso se debía ser un kiss-ass profesional; nunca
repartió regalos de nada a pesar de que no estaba prohibido en el reglamento escolar y de que era casi
una tradición, y tampoco había liderado lo que ella llamaba “la recua”, o sea a sus compañeros.

La única pelea que tuvo, con dos o tres profesores, se debió a la temperatura del aire acondicionado del
salón de clase; el calor era a veces demasiado. Ah, y aquel malentendido con Dr. Melis que la había
llevado al debate club.

14. “Materia favorita” – Historia. Definitivamente había sido historia, en especial con Mrs.
Abbot, quien después había sido su profesora de política los últimos dos años.
Los signos de interrogación fueron anulados en la decimoquinta pregunta. Supongo que
entonces sólo era un enunciado, una manifestación: “dime tres cosas que me sorprendan”.

Emma pensó en lo que eso implicaba, pues no sabía si quería que le dijera tres cosas sobre ella
que sorprendían a cualquiera o si quería que le dijera tres cosas sobre cualquier cosa que igualmente
sorprendían a cualquiera.

Mientras masticaba, hacía una lista mental de lo que sabía que sorprendería sin importar si se trataba
de ella o de la vida y la existencia, y, entre que podía hacer malabares y que la única vez que le había
pegado a Marco le había quebrado uno de los incisivos superiores por la mitad, una estrepitosa carcajada
la atacó. Fue ágil, alcanzó a atraparla en su mano.

La rubia la miraba con curiosidad y con cierta acusación de egoísmo; quería saber de qué se reía para
reír con ella.

“Supongo que te podría decir cosas aburridas, como que gané uno que otro trofeo de ajedrez entre los
siete y los diez, o como que era fanática de los Backstreet Boys, que estaba enamorada de Brian y no de
Nick, y que mi canción favorita era ‘Shape Of My Heart’, o que disfruto del ocasional juego de NFL”, dijo
tres cosas casi al azar pero que no dejaban de ser sorprendentes, “nunca he podido patinar en hielo —
«para responder a la treceava pregunta con una banalidad»—, aunque nadie sabe para qué sirve el
colmillo de los narvales, puede crecer hasta los tres metros y se puede doblar hasta treinta centímetros
antes de quebrarse —«existence’s fun fact»—, y me cabe el puño en la boca”.

Sophia, ante el fun fact de la arquitecta, ensanchó la mirada. Eso sí era sorprendente, y lo fue
todavía más cuando su cerebro le dijo que las manos de Emma no eran precisamente pequeñas. Era más
sorprendente que el hecho de que no pudiera patinar en hielo.

Estuvo a punto de decirle que POR FAVOR le mostrara eso que decía que podía hacer con su puño, pero
no lo hizo porque se acordó de que estaban en un lugar público, en un lugar en el que otras personas no
querían perder el apetito. Sin embargo la curiosidad pudo más, al menos dentro de lo que era correcto
bajo las circunstancias, y le preguntó cómo carajos sabía que le cabía el puño en la boca, por qué carajos
se había metido el puño en la boca.

Emma había reído. Se reía de la estupefacta expresión de la rubia y se reía de sí misma; el dato
en sí le daba risa. Le dijo que una vez, cuando tenía como siete años, había viajado con su familia a donde
su abuela paterna. Aquella casa era la sede y el santuario del aburrimiento puro, y ya ni se acordaba
cómo o por qué pero se había dado cuenta de que le cabía el puño en la boca. Culpa de la esencia del
tedio. Y, después de eso, año con año y por simple curiosidad, continuó corroborando que no importaba
cuánto le creciera la mano; siempre le cabría.

Quizás no podía lamerse el codo o el mentón, pero sentía cierto orgullo inmaduro por poder albergar su
puño en su boca. Al final sólo le dijo lo que había logrado superar lo anterior: “I’m nowhere near perfect”.
Era sorprendente porque se trataba de una afirmación de absoluta consciencia, porque no se trataba de
una excusa o de una justificación, se trataba simplemente de que lo sabía demasiado bien y no se
disculpaba por ello.

Luego vino la pregunta de la superpotencia. El tema era un tanto insípido, pero era una
respuesta que quería escuchar.

A ella no le interesaba volar, leer mentes, predecir el futuro o viajar en el tiempo, no le


interesaba nada de eso.

Consideró la resistencia sobrehumana para simplemente pasar entre las sábanas con la rubia, pero eso
sería sólo un abuso en todos los sentidos.

“Voy a definir ‘superpotencia’ como un don o una capacidad especial. Quizás no sea un superpower,
quizás tampoco se trate de algo especial, pero me gustaría irme a la cama y soñar un lienzo en blanco;
nada bueno, nada malo, nada alocado, nada incoherente. Quiero soñar nada”, le dijo, olvidándose, por
un momento, que jugaban a ser desconocidas en proceso de conocerse.

De nuevo, la respuesta no había sido la que esperaba, y, en esa ocasión, no se trataba de una evasiva o
de una tangente porque simplemente se limitaba a responder y a nada más.

Sophia no supo qué decir al respecto. Quiso preguntarle cuántas veces había tenido un mal
sueño a su lado, cuántas veces había sido ella ajena al suceso, y quiso preguntarle sobre los contenidos,
pero, por alguna razón, sintió que eso sólo sería invadir esa atesorada privacidad a la que no tenía
derecho aun fuera del juego. Además, no sabía si en realidad quería saber.

Tampoco hizo comentarios al respecto; nada de “¿por qué no sueñas conmigo?” o de “creí que dormías
mejor conmigo”, pues no se trataba sobre ella, ni declamó un artículo de Cosmopolitan que tenía por
título “Cómo combatir las ojeras”. Era mejor no decir nada. Era mejor concentrarse en las tres preguntas
que le quedaban.

La Arquitecta esperó en silencio por la siguiente interrogante. Tenía curiosidad por saber si
había guardado lo mejor para el final, tenía curiosidad por saber qué temas quería tratar, tenía curiosidad
por saber qué tanto le costaría responder.

Pero Sophia permaneció callada hasta que los dos platos quedaron sin comida.

“La siguiente pregunta es muy importante para mí”, le había dicho la rubia con una mirada
severa, “porque de tu respuesta dependen muchas cosas”.

Emma había sentido una leve presión en el pecho, había tenido esa necesidad de sentarse a
pesar de ya estar sentada, el aire simplemente no había sido suficiente, y había sentido cómo la carótida
le había palpitado como aquella vez en la que su mamá la había asesinado con la mirada porque había
chocado el Alfa por culpa de Enrique Iglesias y su “Alabao”. Había tragado con dificultad, y, habiendo
fallado en disimular su situación, había logrado asentir temblorosamente.

“¿Quieres postre?”, le había sonreído Sophia, “Y, sí, esa es la pregunta número diecinueve”.

Vio cómo un exagerado alivio la había invadido en cuestión de un segundo: su cuerpo se había acordado
de cómo respirar y de cómo hacer algo tan vital como la homeostasis, pero su expresión facial no había
reaccionado con la misma velocidad.

Emma no era precisamente una ávida consumidora de chocolate, mucho menos en un pastel,
y muchísimo menos cuando había helado de dulce de leche involucrado, «coma diabético». El flan de
vainilla con salsa de frambuesa sonaba bien, pero, «¿por qué tenían que arruinarlo con caramel
popcorn?». ¿Chocoflan? No, esos híbridos no, «o es flan o es pastel de chocolate, pero no las dos cosas
al mismo tiempo», mucho menos cuando, además de eso, había fresas, cajeta y coco. Los churros le
llamaron la atención porque sólo decía que tenían dipping sauces de chocolate y caramelo, y eso sólo
significaba que los sabores eran opcionales y que los componentes los podía contar con una mano; entre
más sencillo, mejor. Y la tarta, «ah, la tarta», era otra complicación innecesaria; estaba rellena de una
compota de manzana con pasas, «pasas…», e iba acompañada con una bola de helado de vainilla, y
cajeta.

No era lo que ella llamaba “una amplia selección”, pero, de entre todas las opciones, sólo había una que
sus complejidades alimenticias podían escoger: los churros.

Para Sophia, la elección había sido tan obvia, tan predecible, que, así como con el plato fuerte,
se tomó el atrevimiento de pedir por ella.

Sabía que eso estaba mal por dos razones: porque Emma no necesitaba ni le gustaba que hablaran por
ella, y porque era incongruente; si no se conocieran, ella no sabría de sus manías y de sus preferencias.
Y, aun sabiendo que estaba mal, le importó muy poco porque había una parte en ella que quería alardear
que sabía hasta el más pequeño de los detallitos que conformaban a la mujer que tenía enfrente. Ella
sabía, ella la conocía, y quería que Emma lo supiera.

Y ella lo sabía: sabía que Sophia sabía. Era como si la fórmula mágica se redujera a “simplificar
lo complicado y complicar lo simple”. Sonaba confuso, pero era imposible plantearlo de una manera más
clara.

Le gustaba que supiera esas cosas porque sentía que le prestaba atención a pesar de ella no siempre ser
muy clara en lo que le gustaba y en lo que no, y, aunque no se lo dijera, se lo agradecía porque sabía que
lidiar y respetar sus manías era demandante, que requería de tolerancia, paciencia, y cierta cantidad de
resignación.

En cuanto había escuchado que la rubia había pedido dos órdenes de churros y agua para combatir la
dulzura del postre, ella había sonreído con una mezcla de orgullo y satisfacción y como si quisiera
arrojarse por encima de la mesa para taclearla con un beso. Pero la distancia era demasiada y había
demasiada gente. Para distraerse, para no irrespetar al resto de personas que disfrutaban de sus cenas,
y para que no le prohibieran la entrada al restaurante en un futuro, le acordó que le quedaban solamente
dos preguntas, y, como si fuera un gesto de generosidad, le dijo que le daría tiempo para que reflexionara
sobre lo que quería saber, todo mientras ella iba al baño.

La vio desaparecer tras una de las mesas reservadas en las que comían dos hombres y dos
mujeres con cierta incomodidad porque se trataba de una double date; los hombres devoraban carne
asada, queso fundido con chorizo y tacos de pollo, y sus esposas, aburridas y fastidiadas porque parecía
que, además de odiar a sus respectivos esposos, se odiaban también entre ellas y quizás a sí mismas,
pues apenas habían jugado con sus ensaladas y se habían dedicado a llenarse los flacuchentos
abdómenes con margaritas de mango o fresa.

Por muy invasivas que hubieran sido sus hasta-entonces-diecinueve-preguntas, Emma se había divertido
más que esas trophy wives. Y ella también se había divertido.

En cuanto el mesero llevó la botella de Acqua Panna y los dos vasos, se apresuró a sacar dos
Benjamins de su cartera. Se los entregó con una sonrisa y con las palabras más mágicas que había
escuchado en todo el día: “el resto es propina”. Más del cincuenta por ciento por un servicio que
consideraba que había sido excepcionalmente bueno porque había cumplido con las fastidiosas
especificaciones del plato fuerte de Emma, y porque siempre se había dirigido a ellas con una sonrisa y
con la debida cortesía. No podía pedir más, no en esa noche en la que el lugar estaba tan lleno.

Y, más que por el buen servicio, la entrega de los dos billetes fue porque, en lugar de reflexionar qué le
preguntaría a Emma en cuanto regresara, consideró que era más que justo tras el inquisitivo
interrogatorio que todavía no terminaba. Era un gesto de agradecimiento y de compensación.

Emma se acercó a la mesa con una sonrisa mientras se arreglaba las mangas de la blusa que
pasaba por cárdigan, pues se las había recogido un poco para no mojarla de las muñecas en cuanto se
había lavado las manos. Cómo odiaba cuando eso sucedía.

Sophia notó la leve incomodad que sentía en su muñeca izquierda al no tener el peso de
siempre, al no tener las dimensiones de siempre, y la desesperación que intentaba exhalar porque el
acero húmedo se le adhería a la piel.

Jugaba con sus manos, las frotaba entre sí y envolvía una en la otra alternadamente para
olvidarse del agua fría con la que recién había tenido contacto, y, entre una cosa y otra, se detenía, por
menos de una milésima de segundo, a acariciar el nogal alrededor de su dedo anular izquierdo para
asegurarse de que los 2.72 quilates color champán estaban alineados con su proximal.

Había comprimido sus labios para no ensanchar la sonrisa mientras se sentaba nuevamente frente al
vestido negro, se había aferrado a la silla por el borde del asiento, y, con el típico desliz, se había
reacomodado nuevamente a la mesa.
Le preguntó si había sido suficiente tiempo para reflexionar sobre las últimas dos preguntas que le
quedaban en las profundas curiosidades que no sabía si eran parte de una primera cita. Le preguntó si
necesitaba más tiempo.

La Licenciada Rialto se ahorró el comentario de cómo esa no era la primera cita en ningún
mundo; ni siquiera en modo “pretendamos”. No sabía si era la edad, algo que no era dicho con el tono
dramático de “estoy vieja”, o si eran sus personalidades, o si eran las circunstancias, pero consideraba
que ellas estaban muy por encima de la banalidad de la primera cita. Pero, si lo decía, quedaría como la
persona más arrogante del planeta, y la idea no le agradaba.

Podía preguntarle cuáles eran sus pet peeves, pero sabía que la respuesta era que odiaba cuando las
personas se detenían repentinamente en cualquier lugar que requería de constante flujo peatonal, que
odiaba cuando los lápices y los bolígrafos estaban mordisqueados, que odiaba las mesas o las sillas que
se tambaleaban, que odiaba cuando los formularios no daban suficiente espacio para responder, y que
odiaba cuando los niños estallaban en un berrinche que era ignorado por los papás.

Podía preguntarle qué era lo que le activaba el OCD en menos de un segundo, pero sabía que era cuando
los palillos chinos no se separaban por la exacta mitad, o cuando un mosaico tenía un tan solo azulejo
equivocado, o cuando los cierres metálicos de una carpeta no encajaban, o cuando un empaque “abre
fácil” no era fácil de abrir, o cuando el mismo empaque “abre fácil” había sido abierto por otro lado, o
cuando las pastillas de un blíster no eran ingeridas en orden, o cuando los rollos de papel higiénico se
tiraban desde el interior, o cuando el grout no había sido aplicado como debía ser, o cuando decidían
cortar una pizza redonda en una cuadrícula. Al final, todas las anteriores eran pet peeves también.

Necesitaba que las preguntas fueran únicas, preguntas cuyas respuestas nunca se le habían cruzado por
la cabeza, preguntas especiales para respuestas originales. Quizás era momento de hablar de algo banal,
de algo muy banal, de algo tan banal que le costara encontrar una respuesta.

“What form of art would you be?”.

Emma había fruncido su ceño y luego había arqueado su ceja derecha al compás de un WTF
mental. ¿Qué clase de pregunta era esa? «That doesn’t really matter. How the fuck am I supposed to
answer that?». “No sé qué espero de esa pregunta”, le dijo Sophia ante el enorme estrago mental, “no
te puedes equivocar”.

Bueno, si no se podía equivocar porque no tenía expectativas de nada, podía sólo dejarse llevar e intentar
improvisar una respuesta más-o-menos coherente y decente.

Si Emma fuera una película, probablemente sería un documental sobre algo tan tedioso y metódico que
tendría sólo una estrella en Netflix; sería algo difícil de entender porque ni ella misma se entendía, sería
una simple exposición sobre alguna teoría llena de contradicciones, inconsistencias, y oxímoros. Pero
nada de eso importaba si era narrada por Helen Mirren. Si se trataba de algo más musical,
probablemente sería un ballet o una ópera, y eso era lo de menos, pero las composiciones serían una
épica colaboración de Prokofiev, Shostakovich, Satie y Chopin. Quizás, si se enfocaba sólo en la música y
en algo más moderno o más popular, le gustaría ser algo más funky, más disco; cantada por la sonrisa
de Donna Summer «may she rest in peace», y definitivamente con Nile Rodgers en la guitarra, y no se
quejaba si había colaboraciones con Earth, Wind & Fire, Thelma Houston, Gloria Gaynor, y Chaka Khan.
Si fuera un baile o una performance, porque la parte del ballet no le importaba, querría ser algo tan
memorable como Beyoncé en “Single Ladies” o como Jennifer Lopez en ese tributo a Celia Cruz, «I could
use some blactino dance moves».

Si fuera algo más del mundo del arte plástico, le gustaría ser una escultura de Frudakis, o un Rothko, o
un edificio en el Upper East Side que fuera lo suficientemente alto para tener la vista más generosa de
Central Park.

Su respuesta había sido tan incoherente como lo sería ella si fuera un documental; quería algo oscuro,
casi macabro y deprimente, pero quería soul y funk, y quería que un impresionista abstracto la retratara,
y quería no despertar el interés de nadie pero quería mantenerse elegante y con clase, y quería sonar
posh hasta cuando leía los nutritional facts de la bolsa de Cheetos. Y no le interesaba nadie grande ni
nada grande, nada de da Vinci, ni de Michelangelo, ni de Morgan Freeman o David Attenborough, ni de
Rembrandt, ni de Tchaikovsky, ni de Whitney Houston, ni de un vals vienés ni del moonwalk.

La respuesta la terminó con un “I know that my answer doesn’t make any sense… and, truth be told,
sometimes neither do I”.

Sophia cubrió sus labios y rio calladamente de esa manera en la que sus hombros iban
rápidamente de arriba hacia abajo. No se burlaba de la respuesta, no se burlaba de nada en realidad. Era
ese tipo de risa que no se sabía si era nerviosa o ansiosa, o por desesperación, pero se podía manifestar
también como un gruñido que estaba a pocos ruidos de ser una onomatopeya animal. Quería quitar la
mesa para arrojársele en un beso.

La reacción se vio interrumpida por el aterrizaje de los dos rectangulares platos blancos que
contaban con seis churros miniaturas (o uno de tamaño normal que había sido dividido en seis), que
habían sido apilados en medio de los dos pequeños recipientes que contenían las dos salsas.

Casi no tenían azúcar o canela, tenían lo suficiente para enmascarar el sabor a aceite en el que habían
sido freídos.

No hubo preguntas relacionadas a la respuesta porque a la rubia ya sólo le quedaba una y quería
guardarla hasta el momento en el que su uso fuera necesario, pero sí hubo una inocente y amigable
conversación en la que Emma profundizó un poco más en cada componente que había mencionado.

Luego de que Emma había arrasado con el caramelo porque la salsa de chocolate no le había
parecido nada excepcional, y que Sophia había disfrutado de ambas salsas por igual, había surgido la
típica interacción que daba inicio al final de la noche, o al menos al tiempo que pasarían en dicho lugar.
Que si querían algo más de comer o de beber, pero no, así estaban bien. Entonces Emma había pedido
la cuenta y un taxi, pues no haría que Sophia caminara de regreso pero ni por lo saludable de “hacer la
digestión”.
El sonriente mesero no había sabido cómo informarle que la rubia ya había pagado, y, en un acto de
probable cobardía y de absoluta astucia, había dirigido su mirada hacia quien debía explicar la situación.

Sophia sólo murmuró “I already took care of it” con una sonrisa que sugería un ordinario
agradecimiento verbal y, subliminalmente, cierta risueña inocencia que no dejaría que se molestara por
tal improperio.

Emma había ahogado su reacción con un suspiro, pues no era el lugar para reclamarle nada,
mucho menos algo que sabía que era tonto de principio a fin, y se había vuelto hacia el mesero para
decirle que “just the cab, then”.

Se le notaba que no estaba ni contenta ni complacida por el gesto, sin embargo canalizó a su mamá y
masculló su gratitud de la manera más educada que pudo.

Sí, era la mujer que se enojaba por lo que no debía y que no se enojaba por lo que sí debía, pero, tal y
como ella lo había dicho hacía tan sólo unos minutos, a veces ella también carecía de sentido.

— ¿Te gustaría otra copa? —murmuró Sophia, irguiendo su cabeza y su mirada.

Emma la miró con esa sonrisa que sólo hacía que su cabeza se ladeara lentamente hacia la derecha
mientras su ceja se arqueaba aún más. ¿Quería otra copa? No tenía una respuesta de sí o no, ni con
palabras ni con la cabeza, porque su respuesta no era tan sencilla. No se oponía a ingerir cuatro o cinco
sorbos más del Merlot, pero también quería otra cosa. Quería la última pregunta, esa que la iba a liberar
del juego al que le había tenido hasta demasiada paciencia y que ya la empezaba a sacar de quicio. No
le importaba si la noche terminaba en una conversación sobre nimiedades varias con tal de que fueran
nimiedades que pudieran ser discutidas al cien por ciento con los lenguajes que se conocían demasiado
bien. Si debía ser eso, al menos tenía que poder acortar la tortuosa distancia de doce centímetros para
quizás quitarle las agujas de doce centímetros y subirla a sus piernas, para besarla y tocarla sin recibir
alguna mirada o algún comentario que pudiera ser catalogado como nefasto.

— Sure —susurró al fin, y la alcanzó le copa vacía.

Miró cómo sus dedos se aferraron a la parte ancha del cristal, y, porque se convertía en una stalker «of
the worst kind» cuando de Sophia se trataba, observó la leve impresión que su impulso dejó en el cuero
del respaldo y observó el momento en el que enredó sus dedos de la mano izquierda con los largos y
delgados tallos, ese segundo en el que su mano derecha se paseó por su trasero por la simple manía de
asegurarse de que la falda no se le había subido y para aplanarse cualquier arruga.

El Carajito, que se había echado entre el sofá y el Gianvito de Emma como si gozara de las
condiciones de la claustrofobia, fue el auténtico reflejo de su dueña; estuvo a punto de desnucarse por
no poder ignorar el trayecto de la rubia.

Emma agachó la mirada para encontrarse con la del can, y, a diferencia de ella, a él se le olvidó
qué era lo que tenía que ver y se reacomodó como si nada le importara más que dormir. Su ceja se
arqueó como si gozara de inteligencia propia y una risa de resignación le atacó las entrañas. «God…»,
disintió repetidas veces mientras terminaba de reírse de sí misma, y, estando muy consciente de que era
como si hubiera intercambiado lugares con el Carajito, se puso de pie para seguir a Sophia. La sensación
no le molestó tanto como a su Ego, pues, a pesar de haber adquirido instintos caninos, se desplazaba en
stilettos de ochocientos dólares.

Sophia alcanzó a ver cuando sus manos se posaron ligeramente sobre el borde externo de la
barra desayunadora. La ignoró por los doce segundos que se tardó en verter los ciento veinte mililitros
aproximados en cada copa.

— ¿Te dije que te ves… —suspiró Emma—, muy bien?

— Sí —resopló nasalmente, intentando no ahogarse en su propio rubor—. Gracias —susurró.

— You know… —murmuró, ignorando la copa que Sophia deslizaba por el mármol—, that’s the first
thing you said to me.

— Today? —frunció su ceño, porque, aunque no se acordaba de cuáles habían sido sus exactas
palabras, sabía que no había sido un agradecimiento.

— Ever —disintió, soltando una risa entre la exhalación que terminaría en el interior de la copa.

— ¿Eso significa que ya no estamos jugando? —le dijo, pues no sabía qué decir al respecto.

— Te queda una pregunta —respondió, despegando su dedo índice del cristal para erguirlo—. It ain’t
over ‘til it’s over —dijo su OCD, el cual todavía tenía un serio problema con el hecho de que eran veintiuna
preguntas y no veinte o veinticinco.

— I don’t know why, but I feel like you've been playing the player and not the game —opinó la rubia
con la mirada entrecerrada.

— I haven’t played you —disintió—, I’ve played the game like I was supposed to: I’ve answered each
question straightforwardly —dijo, irguiendo su mano derecha para apoyar su índice en su frente y así
trazar una tajante línea recta—. I’m so above bullshitting you into a second date —sonrió su Ego
sardónica y altaneramente—, or into anything.

— I know you didn’t feed me some random bullshit —rio, porque por alguna razón le divertía cuando
su Ego tomaba posesión de todo en ella—, but I also know that you weren’t THAT straightforward.

— I wasn’t? —arqueó su ceja derecha y se cruzó de brazos.

Sophia frunció sus labios y sacudió lentamente su cabeza de lado a lado. Era como si no aprobaba tanta
seguridad en sí misma, como si condenara la exageración de su franqueza.
— Algunas respuestas no fueron las más sinceras —susurró, y llevó la copa a sus labios.

— I was playing the game, not the player —reiteró Emma—. En todo caso es un juego inconsistente,
y eso lo sabes. No hay una respuesta que aplique en ambos escenarios… eso sería demasiado creepy.

— Soy mujer, soy inconforme por naturaleza —le dijo, pero eso era algo que ni ella creía.

— No me gustan las preguntas, en realidad las detesto —repuso Emma, bordeando lentamente la
barra para llegar a Sophia—, las detesto tanto que a veces respondo con otra pregunta, o saco una
tangente, o doy una respuesta que sólo suena compleja y completa pero que en realidad es vacía —
murmuró, desviando su mirada hacia su mano para colocar la suya a un milímetro de distancia—.
However, I find your questions quite amusing —la miró a los ojos—. I don’t find your curiosity to be
annoying; on the contrary, I think it’s actually indulging —susurró, invadiéndole el espacio personal e
íntimo con un tan solo paso—. Por eso puedes preguntarme lo que quieras, cuando quieras, y como
quieras —le clavó su mirada en la suya—. En mi familia también están Phillip y Natasha, los Roberts, Julie
y James, y Thomas —continuó diciendo—, y también están Vader y tú —le dijo, apenas presionando la
punta de su nariz con su dedo índice—. “Mi amor” es el apodo que tú me pusiste y así es como me gusta
que me digas porque nadie más me dice así. —Sophia soltó una callada risa nasal y comprimió sus labios
para no dibujar la ancha sonrisa que era casi imposible contenerse—. Si pudiera comer sólo una cosa por
el resto de mi vida, te comería a ti —le dijo, ahora rozando su cadera derecha con el mismo dedo con el
que había presionado su nariz—. Vivo en donde tú vivas y no vivo en donde tú no vivas, lo que significa
que mi “happy place” es contigo… mejor dicho: “mi ‘happy place’ es contigo, eventualmente entre tus
piernas”, y, si pudiera tener un superpower, me gustaría poder estar todo el día entre las sábanas contigo
—susurró, y notó cómo la rubia se empezaba a sonrojar—. Si mi apartamento se estuviera incendiando,
te salvaría a ti. Y me gustaría ser la disciplina artística que a ti más te guste; me gustaría ser lo que más
te guste ver, lo que más te guste tocar, lo que más te guste escuchar, lo que más te guste analizar, lo que
más te guste interpretar —sonrió fugazmente, pues lo que diría a continuación ya no la hacía sonreír—.
Y soy mala para aplicar Glasnost contigo; no sé por qué me cuesta tanto si confío en ti —se encogió entre
hombros—. No sirvo para decirte cosas lindas y cursis, o para llenarte de cursilerías en general, y
tampoco sirvo para cuando las circunstancias requieren cierta flexibilidad de mi parte —dijo, y,
tomándose un segundo para tragar, la tomó por la cadera para acercarla a ella hasta que sus narices se
presionaran entre sí—. La honestidad es relativa y me queda claro que no es sano que todas mis
respuestas tengan que ver con sexo —ladeó su cabeza hacia el lado derecho.

— “Sano” también es relativo —supuso Sophia, poniendo cierta distancia entre ellas para poder beber
de su copa.

— ¿De quién es esa playlist? —frunció Emma su ceño ante la voz de Diana Krall. Sophia no le
entendió—. Es Spotify, ¿no? —la rubia asintió—. Tu mamá tiene… —susurró.

— Belinda —disintió rápidamente, y la observó suspirar con cierto alivio—. Creí que te gustaba el jazz.

— En este momento me desespera.


— Siempre podemos dejar que Donna Summer nos amenice el momento —le dijo con una risa, pues
no había nada más adecuado que “Bad Girls” para transformarlo todo—. ¿Te gustaría eso?

— Me gustaría terminar de jugar —repuso Emma.

— Is that so? —resopló, y llevó su mano a la solapa de su chaqueta para recorrerla entre sus dedos.
Emma asintió—. ¿Por qué?

— ¿Cómo que “¿por qué?”? —frunció su ceño, «¿acaso no es obvio?».

— ¿Ya te aburriste? —Emma no dijo nada—. ¿Te está empezando a aburrir? —preguntó, sabiendo
que la semántica tendía a ser crucial en momentos tan delicados como esos.

— Me está empezando a desesperar —murmuró a secas—, so… I’d like to wrap this up A.S.A.P —
dibujó una sonrisa condescendiente que logró durar apenas un segundo—. Pregunta —dijo en ese tono
exigente que hacía que Sophia riera nerviosamente porque lo encontraba simplemente intimidante.

— No sé qué preguntar —se encogió entre hombros.

Emma elevó su ceja derecha a medida que dejaba que su cabeza cayera en la incredulidad que tal
absurdidad generaba. ¿Cómo era eso posible? ¿Acaso no había escrito veintiuna cosas en la maldita
servilleta? Ella sabía que no había seguido la lista de preguntas en orden, ella sabía que había
improvisado por lo menos cinco de las preguntas , ¿por qué no podía hacer eso? ¿Por qué no podía sólo
preguntar algo de la servilleta si tanto le estaba costando improvisar de nuevo?

— Deja la protesta mental —le dijo Sophia—. Cuando digo que no sé qué preguntarte… es porque tengo
muchas preguntas y no sé cuál de todas quiero que sea la última —añadió—, en especial porque sé que
esto básicamente te da una semana libre de preguntas personales.

La italiana entrecerró la mirada como si le costara enfocar la sonrisa de la rubia, pero sólo era porque, si
debía ser honesta conmigo, no sabía si el hecho de ser tan predecible le fastidiaba. Y quizás por eso de
creerse predecible, que no era sinónimo de Glasnost en ningún sentido, su Ego decidió simplemente
tocar “Eye Of The Tiger” por ninguna razón. Ella habría tocado “Let’s Groove” porque a ella no le
interesaba la asociación Rocky Balboa y Survivor, pero sí estaba muy contenta con Earth, Wind & Fire.
Pero eso sólo sería predecible dentro de lo impredecible.

— What? —sacudió Emma su cabeza para apagar la música de su Ego. Sophia asintió en silencio—. Can’t
you just ask? —espetó.

— No need to get angry —repuso Sophia.

— Chiedi le domande… —suspiró para ahorrarse cualquier tipo de sinónimo y traducción de “di
merda”—. E via, che il tempo passa anche per me —dijo, sabiendo que, de tratarse de otra persona, le
habría chasqueado los dedos para dejar clara la agudeza de su consciente grosería.
— ¿Vas a terminarte el vino? —le preguntó al fin, siendo casi inmune al insolente apuro del que sufría
su novia, y la miró tomar la copa entre sus dedos para llevarla a sus labios y beber dos generosos sorbos
de mejillas infladas—. ¿Quieres más? —intentó no reír ante la impulsiva y compulsiva reacción, y Emma,
con un suspiro de por medio, bebió también lo de la copa ajena—. ¿Más?

— No —respondió con ese tono tan punto y aparte—. Quiero que termines de preguntar, no que me
provoques la resaca de mañana.

— ¿Qué quieres hacer ahora? —susurró mientras le quitaba la copa de la mano para colocarla sobre
la encimera, y amarró sus manos en su nuca.

— Quello che facciamo tutte le sere, Mignolo: tentare di conquistare il Mondo —dijo lo infantil de su
Ego.

— Va bene, Prof —resopló Sophia—. Ma, cosa ti ferma?

— Tutte le cose volgari e triviali; la política, la religione, il tempo e il luogo… questo abito —murmuró,
tomando el tirante del vestido negro entre los mismos desdeñosos dedos que alguna vez habían
menospreciado el supuesto bolso Louis Vuitton que le había regalado su tía Elisabetta.

— ¿Mi vestido te parece vulgar y trivial? —ladeó la rubia su cabeza. Emma disintió con una mirada
que pedía más que sólo una sincera disculpa—. ¿Por qué te detiene?

— Porque sé que no es H&M.

— ¿Y eso qué tiene que ver? —frunció su ceño.

— H&M es algo que puedo mutilar —se encogió entre hombros.

— ¿Y por qué lo querrías mutilar? —susurró, acercándose lentamente a su nariz con la suya.

— Porque me estorba.

— ¿Y por qué te estorba?

— Porque… —Emma sólo supo expulsar un gruñido de cualidades animales mientras apretaba sus
puños lo más fuerte que podía—. Porque quiero quitártelo —«o arrancártelo», porque ya en ese
momento no importaba si era un vestido de cincuenta o de diez mil dólares.

— ¿Ah, sí? —rio suavemente a través de su nariz. Emma asintió—. Después de quitármelo, ¿qué vas
a hacer?

— ¿Es esa tu última pregunta? —exhaló, intentando mirar a Sophia a los ojos, pero sus labios le
robaron toda la atención.
— Después de quitármelo, ¿qué vas a hacer? —repitió la rubia sin asentir ni disentir.

— I’ll take a step back and I’ll stare at something beautiful —susurró—. I already told you I like staring
at beautiful things.

— I’m not a “thing”.

— No, you’re not, but your lingerie sure is —arqueó su ceja derecha, y Sophia solo rio guturalmente
como una niña que había hecho alguna travesura y había sido pillada in fraganti—. What?

— I’m not wearing any —dijo con esa risita nerviosa de por medio.

— Good God! —exhaló Emma, no dándose cuenta de en qué momento había enterrado sus dedos en
la cintura de la rubia.

— Entonces, ahora que sabes que sólo somos el vestido y yo, ¿qué vas a hacer?

— Lo mismo —sonrió casi macabramente.

— ¿Y después? —Emma posó su mano derecha sobre la encimera y le dio dos suaves palmadas, las
mismas que le había dado a su escritorio por la mañana—. ¿Eso qué significa?

— ¿Quieres que te explique o quieres que te enseñe? —arqueó nuevamente su ceja derecha, pero
Sophia sólo exhaló del mismo modo que lo hacía como cuando Emma hacía el primer contacto con su
clítoris—. Nos podrías ahorrar el sufrimiento, porque esto ya no es anticipación sino tortura, y no de la
buena.

— ¿Y cómo sugieres que termine con este sufrimiento? —susurró en el tono dramático con el que era
imposible no vocalizar el doloroso sustantivo.

— Sólo tienes que preguntar —se encogió entre hombros, y, sin esperar a que la rubia mascullara la
más torpe de las consonantes o la más clara de las vocales, tomó ambas copas para enjuagarlas.

Sophia se quedó estática, casi inerte, con las manos flojas por no tener una nuca de la cual podía
detenerse y mucho menos colgarse.

Cinco segundos para dejar que colocara las copas sobre alguna superficie, dos segundos para tomarla
por la cintura y obligarla a que la encarara, dos segundos para mirarla fijamente y para advertirle lo que
estaba por hacer, un segundo para informarle que la última pregunta podía fuck itself porque no tenía
nada más que preguntar, «no en realidad», tres segundos, máximo cuatro, para quitarle la chaqueta, dos
para sacarle el cárdigan, dos para cada stiletto, entre cinco y seis para quitarle el jeans, quizás diez para
sonreír por la típica tanga negra, y otros ocho segundos para deshacerse de lo que Emma llamaba
“lencería”. ¿Se tardaba cuarenta y cuatro segundos en desnudarla o se tardaba cuarenta y cuatro
segundos en arrancarle la ropa? Tenía que preguntarle algo “con sustancia”, «what the fuck does that
even mean?», la pregunta referente a las casas de Hogwarts no había tenido “sustancia”, «¿o sí?». ¿Qué
quería que le preguntara?

Cuando Emma terminó de secar las copas, porque odiaba las manchas de agua sobre cualquier
superficie transparente, encaró a una rubia que todavía se esforzaba por inventarse algo con “sustancia”.
Parecía que intentaba formular uno de los más grandes misterios de la vida como “¿qué es la vida?” o
“¿qué es saber?”.

— Debe haber algo que en verdad quieres saber —le dijo ante la cara de parto natural que tenía el
vestido negro.

— Ya lo hice, y tu respuesta la sacaste de Mignolo col Prof —repuso con su ceño fruncido.

— Tú sabes lo que quiero hacer —disintió—. Te lo quería hacer por la mañana; medio bañada y medio
vestida, y te lo quería hacer por la tarde mientras te bañabas, y te lo quiero hacer ahorita.

— Ya no quiero preguntar —le dijo a secas—, quiero decir y quiero hacer. Así que la siguiente pregunta
será la última, y no me importa si crees que tiene sustancia o no porque es lo que quiero saber ahorita
—«¿de acuerdo?», aseveró la mirada, y Emma asintió en silencio—. Would you like to fuck me here, on
the countertop —le dio las dos suaves palmadas a la misma encimera que había sido víctima de Emma
hacía unos minutos—, or would you like to fuck me somewhere else? —Emma no supo qué decir, no
sabía si era la crudeza de las palabras escogidas o si era la seriedad del tono con la que no preguntaba si
quería o si tenía ganas de hacerlo sino sólo cuestionaba el “dónde”—. Should I turn off the music or
should I just play some “sexy-time-music”? —agregó con la cabeza ladeada hacia la izquierda—. Si no me
dices nada… yo me quitaré el vestido.

Emma arqueó su ceja derecha y apretó la mandíbula mientras suspiraba lo que podía ser un gruñido de
enojo o de “no-me-retes”/“no-te-pases”. ¿Cómo osaba a decirle que estaba por quitarle los privilegios
de quitarle la ropa? ¿Acaso no era ese su trabajo real? Disfrutaba más de eso que de la arquitectura y de
la ambientación juntas y potencializadas.

Arrogante por consecuencia de la indignación, dio dos pasos hacia adelante, y uno más, y uno
más hasta que la rubia se vio obligada a dar ella un paso hacia atrás, y otro, hasta que se encontró
acorralada y sin ninguna posibilidad de escaparse. Con una mirada de «Imma do to you whatever the
fuck I want, wherever the fuck I want, however the fuck I want» que era casi sofocante porque intimidaba
y seducía por igual, se acercó como si quisiera morderle los labios.

Sophia sólo sintió una tibia y ligera exhalación que, aunque no supo si era bucal o nasal, supo
que era un provocativo freno de emergencia que se llamaba “anticipación sexual”. Quiso tomarla por las
mejillas para que no se le ocurriera repetir la intención porque eso sería sólo una tortura que ya no sabía
si disfrutaría tanto como los innuendos que se habían dado desde que se habían bajado del taxi.

«“Innuendo”», pensaron ambas con una risa mental; era una palabra sensual.
Emma envolvió sus muñecas en sus manos con una fuerza que no era agresiva a pesar de que
era un “no” con el que no se debía jugar, y, lentamente, aunque su intención había sido colocarle las
manos a la espalda, fue deslizando sus manos hacia los dedos de la rubia para fijarla al mármol. No valía
la pena hacerla sentir una prisionera de tipo penal y no de tipo sexual.

Sintió cómo la roca apenas se le incrustó en la palma de su mano. Sin saber por qué, quizás para evitarse
un segundo freno en forma de exhalación, agachó la mirada para apreciar el anillo una vez más. Se
preguntó cómo se vería si las manos de Sophia todavía fueran víctimas de la laca roja de nombre “the
Thrill of Brazil”, se preguntó si se vería igual y si se sentiría igual, se preguntó si, en caso de laca roja,
habría comprado el mismo anillo.

— Sabes… —susurró arrastradamente mientras paseaba su pulgar por la roca amarilla—, cuando dije
que quería ver engagement rings en Harry Winston —sonrió como si el recuerdo le diera risa a pesar de
que le indignaba—, no pudieron ocultar la pena que sentían por mí, como si fuera de esas novias
obsesivas que llegan a escoger el anillo que quieren que alguien del personal le recomiende al pobre
sometido que todavía no sabe que se va a casar —resopló—, o como si fuera de esas mujeres que sólo
quieren sentir el placer de meter el dedo en un anillo de cincuenta mil dólares porque lo que cuenta es
el precio y los quilates, como si entre más quilates más durará el compromiso; Kim Kardashian tuvo un
anillo como de quince quilates y le duró como dos meses —dijo, y la rubia, no sabiendo si reír o si susurrar
un «is this the wine talking?», sólo supo sonreír—. Y ese no es el punto —se reprendió a sí misma con
una risa nasal y un disentimiento—. El punto es que pasé media hora viendo anillos que tenían tantas
características genéricas que ninguno me gustó; encuentras lo mismo en Bvlgari, en Cartier, en Tiffany,
y hasta en Van Cleef —se encogió entre hombros.

— Pero es Tiffany —susurró abruptamente la rubia como si hubiera pensado en voz alta.

— Porque después del fiasco de Harry Winston fui a Tiffany —asintió—. Mi intención nunca fue
comprar el primero que me gustara —confesó, pero no había arrepentimientos o lamentos sino sólo
orgullo puro—, y siempre creí que iba a escoger uno clásico, uno tradicional.

— ¿Esto te parece tradicional? —resopló Sophia.

— No voy a decir que fue algo poético como que el color del diamante me acordó al color de tu cabello
por las dominicales mañanas de primavera —rio, tanto por su tono como por el contenido de lo dicho—
. Me acordé de cuando dijiste que considerabas que la civilización había nacido en el período de
entreguerras, que la sociedad postmoderna había comenzado a existir y a evolucionar más allá del
costumbrismo y del tradicionalismo, que había comenzado a transformarse porque tenía industria y
sentimiento en iguales cantidades. Creo que las palabras que utilizaste fueron “glamour, euforia, lujo,
progreso”; el materialismo.

— La bella figura —disintió ligeramente, pues nunca utilizó un término marxista para describir la
época estética que más le gustaba.
— La bella figura —se corrigió Emma con una sonrisa que pedía una disculpa tras la siguiente—. No
te iba a dar algo que yo no me iba a atrever a poner en mi dedo; nada costumbrista o tradicionalista.

— “Progresista” —susurró.

— Y a veces el progreso está en mirar hacia atrás —asintió—. No es un asscher, ni es un D en la escala


de color, ni es un FL en escala de calidad, y tampoco es el Koh-I-Noor… —«koh-I-what?», frunció Sophia
su ceño—. Es un diamante de más de cien quilates. No tiene precio —le explicó.

— Éste tampoco tiene precio —sonrió.

— Mi cuenta de banco no estaría de acuerdo con eso —rio Emma, llevando la mano izquierda de
Sophia a sus labios.

— No quiero que me digas cuánto costó —repuso, viendo cómo giraba su mano entre la suya para
darle un beso en la palma.

— No te lo iba a decir —resopló nasalmente contra la mano ajena que ahora le ahuecaba la mejilla—
. Creo que tienes una idea bastante exacta.

— Tengo un mínimo —se encogió entre hombros—, el máximo ya ni está en mi imaginación —susurró
mientras se sacudía ligeramente por el escalofrío que la había invadido.

— ¿Tienes frío o te estoy poniendo nerviosa? —le preguntó, y, sin quitarle la mirada de la suya, besó
esa minúscula porción de muñeca que descubría el brazalete de su reloj—. Hueles distinto —dijo antes
de que la rubia pudiera balbucear la respuesta.

— ¿Bien?

— It smells… dark —susurró luego de una profunda inhalación—, and sexy. What is it? —inhaló de
nuevo.

— Ford —masculló casi en absoluto silencio—. ¿Te gusta?

Emma solo sonrió a ras de las dos líneas que apenas se extendían paralelamente al brazalete de acero
que indicaba las nueve con veintiocho minutos. Le dio un beso, y otro, y otro, y otro, y otros que se
fueron acercando más al fin de su brazo y al comienzo de su antebrazo, y colocó la extremidad de Sophia
sobre su hombro para poder continuar mientras acariciaba los poros alborotados.

— ¿Frío… —susurró sobre el comienzo de “In A Sentimental Mood”—, o nerviosa? —le sonrió, mirándola
traviesamente por la esquina de su ojo izquierdo.
— ¿Importa? —se ahogó, logrando permanecer ajena a los efectos de la predecible ceja derecha hacia
arriba, o quizás sólo estaba concentrada en calcular cuántos besos se tardaría en llegar a su cuello:
«cinco».

— Supongo que no —sonrió Emma, irguiéndose para mirarla a los ojos y para quedar con una deuda
de cuatro besos.

Se acercó nuevamente a sus labios, pero esta vez no parecía querer morderla sino sólo besarla, sin
embargo no lo hizo. Fue como si buscara el ángulo perfecto; quizás cincuenta, quizás ciento veinte,
quizás setenta, quizás los cien grados exactos para que sus narices no interpusieran ninguna distancia
aun estando presionadas entre sí. Sabía que, de darle el más insignificante de los roces labiales, tendría
que tomarse su tiempo y tendría que dirigir toda su atención al arte del beso. Debía ser el piano de la
canción.

Quiso llevar sus manos al borde inferior del vestido para recogerlo lentamente hacia arriba,
pero no supo si era para exponer la falta de lencería o si era para simplificarse momentáneamente la
existencia e ir directamente a donde quería ir. Pero no, levantar el vestido significaba que eventualmente
lo tendría que bajar. Eso era perder el tiempo. Entonces, en lugar de corroborar las alegaciones de la
rubia que había cerrado los ojos y simplemente cedía a la espera labial, la recorrió hacia arriba como si
quisiera matar a dos pájaros de un tiro: abrazarla y buscar la cremallera invisible.

La encontró bajo su brazo derecho, porque era obvio que allí estaría, y, lentamente, abrió las seis
pulgadas que revelaron únicamente piel.

Sophia abrió los ojos en cuanto ya no la sintió a ras de sus labios, en cuanto sintió cómo sus
uñas y sus dedos se escabullían bajo los gruesos tirantes para tirar de ellos hacia afuera.

A veces prefería que no la mirara a los ojos cuando le quitaba la ropa, quizás era el poco pudor que le
quedaba o quizás era porque no podía evitar sentirse fugazmente vulnerable cuando la miraba de esa
manera que nunca lograría describir, pero a veces prefería que sí la mirara a los ojos porque sólo
entonces sabía más-o-menos qué era lo que le esperaba.

En esa ocasión, como en muchas otras, Emma no podía guardarse la sonrisa engreída que la poseía a
pesar de que intentaba disimularla o suavizarla al morder su labio inferior por el lado derecho.

Sintió cómo la tela se deslizaba por sus antebrazos y empezaba a descubrir su pecho cada vez más, sintió
cuando las manos de Emma tiraron con mayor fuerza para superar el aparente obstáculo que imponían
sus protuberancias copa B, y, contrario a lo que esperaba, el par de ojos verdes no se agacharon ni en lo
más mínimo. Un poco más de fuerza después y el vestido terminó por caer al suelo. Ambas suspiraron
unísonamente, Emma como si intentara mantener la calma y Sophia como si intentara relajar todo eso
que se le había contraído al sentirse expuesta de los tobillos hacia arriba. «Oomph…».

Sintió su mano en su muslo izquierdo, y su pie se salió del vestido.


El tiempo se detuvo por un segundo, o al menos eso pareció, y, sin que le dijera absolutamente
nada, Sophia se dejó tomar por ambas piernas para ser colocada sobre la superficie que previamente
había sido victimizada por las lascivas palmadas. El vestido, que se había quedado sobre el pie izquierdo
de la rubia, terminó por caer sobre la gamuza de los Gianvito.

Emma sólo le sonrió y caminó hacia atrás hasta toparse con la encimera del lado contrario.

— Creí que sólo era un paso —le dijo Sophia con un suspiro de disgusto sintético.

— No me puedes culpar por un abordaje más… holístico —se encogió Emma entre hombros, y, en
cuanto arqueó su ceja derecha, como era de esperarse, Sophia se sacudió ligeramente en otro
escalofrío—. Me gusta poder apreciarlo todo.

— ¿Todo? —rio, y esperó a que Emma asintiera para echarse un poco hacia atrás y subir las agujas al
mármol—. ¿Lo ves todo?

— Oh, God… —gruñó.

— Tienes toda la razón —frunció sus labios.

Se tomó un momento para jugar con su paciencia y con su cordura mental y física. Utilizó sus manos para
impulsarse hacia atrás hasta que rozara la elevación que formaba la barra desayunadora, abrió sus
piernas, y, sin el más risible rastro de pudor que había podido tener hacía tan sólo un momento, separó
apenas sus labios mayores para que en verdad lo mirara todo.

Vio cómo las manos de Emma apretaron el borde de la encimera tras ella y cómo fugazmente cerró sus
ojos entre un suspiro. Ese día no necesitó que le subiera el autoestima con algún cumplido o algún halago
respecto a lo que veía porque sabía que le gustaba, sabía que le gustaba así y sabía que le gustaría si
decidía recorrerse.

Guardando la misma compostura que la torturaba lentamente por dentro, se acercó a pasos
lentos porque no tenía prisa de nada; su OCD no era tan grave como para perder la cabeza por no haber
comenzado a las nueve con treinta minutos exactos. Ella sólo quería comenzar y sabía que todo lo bueno
tomaba tiempo.

Se agachó para recoger el vestido porque, cuando comenzaba, no se detenía hasta que terminaba, y no
iba a dejar un perfecto Dolce a la destructiva merced del Carajito. Fue una suerte que ya lo tuviera entre
sus dedos, pues Sophia sufrió de un ahogo de aquellos que demandaban atención sexual inmediata, y se
irguió lo más rápido que pudo.

Se encontró únicamente con cuatro dedos. El quinto, el del medio, había desaparecido en su interior.

— Lo que tengo que hacer para llamar tu atención —exhaló la rubia mientras sacaba su dedo. Emma no
supo qué o cómo responderle, sólo podía ver con lo que las falanges habían sido cubiertas—. ¿Lo
quieres? —sonrió, ofreciéndoselo como si se tratara de algo tan mundano que podía ser rechazado—.
Suit yourself —se encogió entre hombros ante la afonía de la mujer que sólo sabía perseguir el dedo con
la mirada.

— ¡Sophia! —resopló nerviosamente en cuanto la mencionada se probó con demasiado gusto.

— Tú no lo quisiste —repuso tajante y desdeñosamente.

Emma, ofendida por la acusación, pues no era que no lo había querido sino sólo no había logrado
verbalizar un simple “sí”, tiró de sus tobillos para que sus piernas cayeran. La abrazó por la cintura y la
haló hasta que la tuvo a horcajadas alrededor de su cadera.

Rezó por el Carajito para no encontrárselo en el camino a la cama, pues, si intentaba mirar el piso, sólo
se encontraría con el pecho de quien la tomaba por la nuca y apoyaba su frente contra la suya.

Sophia cayó de algún modo en alguna parte de la cama, la entrada había sido por la esquina
más cercana a la puerta, y, antes de que ya no tuviera voz y/o voto en lo que estaba por sucederle, se
irguió para hacer aquello que emparejaría la situación de la vestimenta.

Fue fácil, no puso ningún tipo de resistencia, pero no tenían suficiente tiempo como para que se pusiera
de pie y deshacerse del jeans de una vez por todas. Tiempo tenían, sí, pero las ganas eran más fuertes.

Supongo que se les olvidó que estaban jugando con los límites de la anticipación y con la
anticipación en general, y no fue que se arrancaron los labios de un bestial mordisco, pero a Emma se le
olvidó todo sobre el ángulo perfecto y a Sophia se le olvidó esperar y querer esperar. Simplemente pasó.

Se sintió más que sólo bien, ya nadie jugaba a nada, ya se conocían desde más tiempo que sólo un par
de horas con un par de minutos, ya sabían cómo anticiparse mutuamente y a ojos cerrados, y poco
importaban los inquietos movimientos de piernas de Emma.

Primero se escucharon dos golpes suaves, uno primero y el otro después, y, en menos de un segundo, el
jeans cayó sobre los Gianvito mientras Emma empujaba a Sophia un poco más allá del centro de la cama.

La arquitecta miró a la licenciada a los ojos como si le preguntara si todo estaba bien; si las
coordenadas de las sábanas blancas estaban bien, y, en cuanto supo que no había ningún tipo de
objeción o refutación, dibujó una ligera sonrisa y le plantó un beso que cabía más en la categoría de lo
juguetón que en la de lo apasionado.

Se irguió con el rastro de la sonrisa, porque en ese momento ya nada era divertido o gracioso, y, mientras
acosaba a la piel de la rubia con un detenido y hambriento análisis desde los hombros hasta sus muslos,
se recogió el cabello en un moño que pudiera resistir los previsibles y predecibles arrebatos manuales y
de los respectivos revolcones del Kama Sutra improvisado.
Cuando se anudaba el cabello, en especial bajo esas circunstancias de cero ropa y ceja derecha arqueada,
se trataba de algo serio, de algo a lo que Sophia sabía sólo intentar no tenerle miedo… en el buen sentido.

Tomó el Zanotti izquierdo entre sus manos, y, parsimoniosamente, bajó la corta cremallera para, con un
leve tirón, quedarse con la aguja en la mano. Lo mismo con el stiletto derecho, y, porque le importó poco
el magno respeto que tenía por el calzado italiano, arrojó el par de trece centímetros hacia el suelo. Ya
luego habría tiempo para disculparse.

Se echó nuevamente sobre quien había observado el ritual con media ternura y media excitación. Era
confuso pero cierto.

En escala del uno al diez, siendo diez “demasiado”, ¿qué tanto habían hablado de Franco esa
noche?

Quizás era raro que Sophia no estuviera cien por ciento invertida en lo que Emma le hacía en los labios,
pero la pregunta era no sólo válida sino también adecuada, pues de eso dependería lo que podía o no
hacer con sus manos. «Dos… tal vez tres», supuso al fin, y le abrazó la espalda con el cuidado que la
apreciación de la escala sugería.

Le gustaba aferrarse a sus hombros por debajo de sus brazos, apenas clavarle las uñas como si quisiera
rascarle el centenar de pecas de la región, y le gustaba deslizarse lentamente hacia abajo hasta sentir
cómo sus omóplatos variaban en prominencia conforme alteraba su posición. Luego venía el abrazo, el
casi apretujón que le podía sacar un pujido de oxígeno o una sonriente exhalación; comenzaba en la
cintura y podía subir y/o bajar sin ningún problema siempre y cuando se tratara de brazos y no de manos.
Por último estaban las manos, dos individualidades que podían recorrerla en distintas direcciones y con
distintas presiones y quizás distinto número de dedos involucrados. Era en eso último que podía ocurrir
lo que más temía, porque, aunque le gustaba, no le agradaba provocarlo de esa manera: era el roce
sobre la cicatriz lo que provocaba un estremecimiento, un leve escalofrío y la hacía gruñir y la obligaba
a quitarse las manos ajenas de la espalda para simplemente anclarlas a la cama.

Fue como si no lo hubiera sentido, ni con cinco dedos ni con uno. Emma dejó las manos de
Sophia en donde estaban, ella estaba muy a gusto en donde estaba y haciendo lo que hacía.

Como simple reacción involuntaria a una leve presión que no le había incomodado en lo absoluto, su
pelvis arremetió contra su entrepierna.

Sophia le gimió en la garganta y sus brazos se estiraron hasta que sus manos se aferraron a su
trasero. Escuchó a Emma reír en respuesta, algo muy arrogante y burlón de su parte, pues sí, así de fácil
era sacarle un gemido. No le daba vergüenza aceptarlo, esa noche sería un tributo al Ego de la arquitecta.

Dejó que tirara de su labio inferior entre sus dientes, que la mirara con orgullo y petulancia por haber
perdido la eterna batalla del labio que ambas querían conquistar por el resto de la eternidad, y se dejó
porque en realidad no importaba y porque no podía negar que le gustaban esas actitudes en momentos
como esos y en lugares como esos.
Mentalmente, le exhortó que le besara el cuello, y quiso bajarle tres tonos de orden marcial a su deseo
para poder verbalizarlo, pero no tuvo que hacerlo, Emma simplemente atacó a la yugular con un beso
que se convirtió en mordisco y que sólo sería el comienzo del trayecto hacia lo que se escondía tras el
pesado arete.

Fue porque se deslizó un par de centímetros hacia abajo, porque se le escapó por esa ridícula distancia,
que los brazos ya no le alcanzaron para apretujar su trasero como había sido su intención, y fue por eso
que regresó sus manos a sus hombros y a su nuca hasta que una de ellas se enterró entre su cabello. No
se quejaba, ninguna lo hacía.

Su cuello olía principalmente a ese extravagante balance de femineidad y masculinidad que había
conocido en su muñeca, a eso que olía a negro si Emma estaba bajo los efectos del LSD, y se combinaba
con el ligero aroma a bambú que se desprendía de la melena que sólo se alborotaría más.

Sintió cómo del peso de Emma se fue colocando sobre su torso, y, en cuanto ya no había distancia de
por medio, ambas suspiraron por los dos puntiagudos puntos ajenos que hacían contacto con sus
respectivas pieles.

Se perdió entre los besos y los mordiscos, perdió la noción del tiempo, y hasta creyó haberse quedado
dormida, pues, cuando volvió en sí, Emma ya no estaba tan cerca y tenía sus pezones entre sus dedos.
Ella le sonrió traviesamente y, sin advertencia alguna, pellizcó fuertemente y soltó.

— ¿Cosquillas? —preguntó una Emma muy confundida, pues Sophia sólo había podido reír entre el
gruñido que había hecho que le clavara las uñas en los hombros.

— Hormigueo —exhaló como si se tratara de una mujer embarazada en alguno de esos cursos
preparación y de métodos de respiración para el momento del doloroso y extenuante parto natural—.
Intenso —se sacudió en el cuarto escalofrío de la noche.

— ¿Duele?

— No sé —dibujó una sonrisa reconfortante.

— ¿No sabes? —arqueó su ceja derecha, y pellizcó nuevamente.

— Skatá! —gruñó, y soltó otra risa.

— ¿Te duele pero te da risa? —entrecerró la mirada, como si eso le ayudara a entender.

— Es intenso —disintió—, tú sabes cómo se siente. Ya te lo he hecho.

— Sé cómo lo siento yo —asintió Emma—. Y sé cuánta fuerza usas.


— No puedo describirlo —se encogió ligeramente entre hombros—. Y no sé cuánto placer me da —
sonrió de nuevo, y vio a Emma fruncir cejas y labios por igual—. Do it again —le dijo, llevando su mano
a su cabello para peinar lo que no necesitaba ser peinado, y, antes de que Emma pudiera preguntarle si
estaba segura de que eso era lo que quería, o que pudiera decirle que podían investigar la cantidad de
placer en otra ocasión, o que se olvidara de las preguntas y de los comentarios y de las sugerencias y que
sólo lo hiciera, añadió—: but only on one —irguió su dedo índice—, say, this one —le señaló su pezón
derecho—. And, when you let it go, circle it with your tongue —sonrió, y le ofreció su torso sin el merodeo
de sus manos.

Con un “yes ma’am” y un saludo militar mental, Emma se dispuso a acatar los deseos-vueltos-órdenes
de la única persona a la que había estado dispuesta, desde siempre, a prestar sus servicios de
sottomissione-sudditanza dentro y fuera de la cama.

Se acercó lentamente a lo que sus dedos retorcían con ligereza. El hormigueo superaba la sensación.
Quiso contar hasta tres, pero fue en el dos que pellizcó y retorció rápidamente al pequeño e indefenso
pezón.

Sophia se quedó sin palabras, sin gemidos y sin sollozos, sus manos intentaron apuñar el
cubrecama pero fallaron por la tensión con la que mágicamente (Ania) había sido extendido, y sus ojos
no pudieron cerrarse a pesar de que era lo que suponía que pasaría. Notó cómo la respiración de Emma
se densificó concupiscentemente de un milisegundo a otro, cómo su mirada se había tornado turbia e
ilegible, y cómo se había reservado sus más lujuriosas intenciones al presionar su mandíbula con la
misma fuerza con la que pellizcaba su pezón. Había algo curioso entre lo delicado de sus dedos, el anillo
de nogal, y la brusquedad de su acción.

Contempló el momento en el que sus dedos la liberaron en cámara lenta y el mudo jadeo que se le
escapó y que aterrizó sobre su pezón y su areola en forma de cálida exhalación, y el momento en el que
una tímida y disimulada apertura de labios dejó que su lengua saliera hasta que rozara la pálida
circunferencia.

Su lengua circundó el pezón que apenas rozaba por los costados. Era una tortura lenta que no
conocía de presión lingual ni de filo dental; la rubia abría sus labios con la intención de gemir, pero sólo
lograba exhalar y dejaba caer fugazmente sus párpados para poder seguir siendo víctima de su propio
voyerismo.

Trazó los siete círculos que calmaron al hormigueo, y, estando a punto de trazar un octavo, dejó su
lengua al borde inferior de la única erección que la había hecho sonreír en toda su vida. Le penetró la
mirada con la suya, dejó que lo travieso y lo macabro de su Ego saliera en forma de una sonrisa, y envolvió
aquello entre sus labios.

Las succiones eran ridículamente suaves y lentas, se detenían para darle espacio a que su lengua jugara
de abajo hacia arriba, y de arriba hacia abajo, únicamente con su pezón, continuaba succionando, a veces
sólo su pezón y a veces la areola también. Todo lo contrario a la crudeza con la que la había agredido al
principio. Y terminó con un tirón entre dientes que le detonó una contracción entrañal demasiado
intensa como para no ser un orgasmo.

— ¿El otro también? —le preguntó Emma con la voz más dulce que pudo encontrar entre los besos que
le daba al eje de simetría.

Sophia asintió, poco a poco sumergiéndose en el rojo que podía interpretarse como una mezcla de
vergüenza y excitación. Sólo quería que Emma la consintiera. Y quería placer. Quería que la consintiera
con placer. No necesitaba excusa o justificación, pero se la debía por haberse enojado por haber
cometido el pecado de haber pagado la cena.

Esta vez lo sintió más intenso, como si su pezón tuviera un nervio que lo conectara directamente con su
clítoris.

Vio sus dientes aprisionar su areola, y, como por reflejo, su mandíbula se fue tensando y apretando poco
a poco hasta que representara la justa equivalencia de cómo Emma la estaba tratando. Y la vio hacerle
todo lo que le había hecho a su otro pezón, hasta que éste se tornara de ese leve rosado de maltrato
salaz del que se había coloreado el otro.

Con una risa de picardía, Emma la miró brevemente a los ojos para que supiera más-o-menos
que debía empezar a prepararse mentalmente para lo que se venía. Tomó ambos senos entre sus manos,
con los sensibles pezones entre sus dedos, y, quizás como por broma, intentó ahogarse entre las copas
B mientras daba besos y mordiscos hacia la izquierda y hacia la derecha.

Falló en provocar una leve risa de cosquillas, pero esa nunca había sido su intención. Consiguió un flojo
suspiro al que le sucedió un ronroneo que había vibrado contra sus labios.

No le preguntó qué quería, no le preguntó si quería que se quedara ahí o si quería que bajara, pues en
realidad no le importaba su preferencia; le importaba que quería que hiciera algo en la zona sur. Y sí,
ella muy diligente y complaciente, optó por estirar su cuello para arrancarle el último beso de los
próximos doce minutos que por varias razones se sentirían tan cortos como eternos.

Mordisqueó aquel paupérrimo exceso de grasa que se acumulaba en sus hipocondrios, ese que seguía
las fronteras de su caja torácica hasta que desembocaba en su cintura, un poco de cosquillas en forma
de jadeo y de contracción muscular-abdominal, y besos que ya debían acercarse a su eje de simetría a la
altura de su cadera.

Dio un par de parsimoniosos besos en aquella área que sólo era descubierta para ella porque siempre se
escondía bajo la tela de una tanga o de un bikini, trazó inconsistentes garabatos con la punta de su nariz
hasta que la piel de la rubia se erizó y se sacudió en otro de los infames escalofríos, y, con un ligero
lengüetazo en el ápice de sus labios mayores, algo que ni yo me esperaba, la hizo ahogarse en un jadeo
que en otro momento habría tenido madera de pujido.
Se detuvo a analizar lo que parecía que no había tenido la dicha de probar en tantos días, días que
parecían años, y, de entre todos los aromas que tenía impregnados en la nariz; el Ford de Sophia y su
Dolce, el del Pomerol, y el de la mezcla a comida mexicana, inhaló profundamente el único olor
pervertido que la hacía sonreír.

El sonido que salió de sus entrañas fue casi el mismo que salía de su estómago cuando pensaba en la
comida perfecta: ravioli de ricota, mozzarella y un poco de espinaca, con un poco de salsa napolitana
encima, albahaca fresca, y, aunque estuviera mal, un recipiente con más queso mozzarella y otro con
parmigiano para agregarle al gusto, 128oz de half & half Iced Tea Lemonade para beber, y tempura de
helado de vainilla con salsa de caramelo.

Así que, sin titubeos, sonrió ante la idea de ya no tener que esperar ni un segundo más para por fin hacer
lo que había querido hacerle por la mañana sobre el escritorio, por la tarde en la ducha, y todos los
minutos que habían transcurrido desde que había osado a pagar la cena.

Con la arrogancia de su Ego a flor de piel, la tomó de la cadera para traerla hacia ella. Había una
diferencia entre ella ir en busca de eso y entre eso ir en busca de ella. Una de esas variantes satisfacía
más a su Ego. Fue apenas un roce de lengua con mucha presión de abajo hacia arriba con la más tortuosa
lentitud.

La escuchó inhalar por la sorpresa del tirón y por lo directo del contacto. Y, justo cuando su lengua
presionó esa afilada cúspide que se formaba gracias a la división de sus labios menores, la dejó estática
y envolvió los alrededores con sus labios para empezar a succionar. Un gemido escondido entre el jadeo
de puños cerrados.

Miró a la rubia desde donde estaba, le sonrió sin despegarse de lo que mantenía presionado, y
succionó más fuerte para simplemente soltar y atacar con su lengua.

Sabía a eso que no podía describir porque simplemente no sabía a qué sabía en realidad, sabía que no
era el sabor más completo, ni el más especial, ni el más elegante, mucho menos el más limpio, pero no
sabía por qué le gustaba tanto; le gustaba jugar con él, le gustaba provocarlo, le gustaba la consistencia,
le gustaba el olor, y le gustaba confesar que se le antojaba con frecuencia. Bueno, podía describirlo como
que sabía a Sophia, y, cuando lo describía así, su Ego y su orgullo se inflaban hasta alcanzar la exósfera
porque era una victoria hasta por sobre el desechable recuerdo que era el Pan-de-mierda; sólo ella sabía
a lo que sabía Sophia, y eso era lo que quizás más le gustaba.

La trajo más contra su lengua, la abrazó por el vientre, y, sumergida en el «mine!» mental que
le acordaban a una mezcla de las gaviotas de Nemo y a aquella amorfa y quimérica criatura de nombre
Gollum, respiró profundamente para lamer y relamer lo más rápido que se pudiera.

Las manos de Sophia se aferraron a la parte trasera de su cabeza para traerla aún más contra su clítoris,
e hizo un esfuerzo sobrehumano para no ceder a los casi inevitables movimientos de cadera al ya
encontrarse al borde de uno de aquellos moderados orgasmos que no tomaban más de cinco minutos
provocarle.
Emma la escuchó decir algo que iba por la línea de “más”, quizás más rápido o más duro. Era
difícil descifrarle los deseos entre los gemidos.

Quiso mirarla a los ojos para apreciar el momento en el que perdiera el control, pero sus ojos estaban
cerrados, su ceño estaba fruncido, y su labio inferior estaba atrapado entre sus incisivos superiores.
Aceleró el ir y el venir de su lengua y sintió cómo su espalda se resistía a arquearse, lo cual sólo resultó
en cuello y abdomen tensos, en labios que se abrían lentamente y que eran incapaces de emitir sonido
alguno, en un rápido color rojo en su pecho y en su rostro, y en una clara intención de gemir, sollozar, o
quizás gritar los cuatro segundos que faltaban para dejarse llevar por un buen primer orgasmo.

Su mandíbula se cerró y se tensó, un gruñido salió por entre sus dientes, y la presión arterial
comenzó a ser regulada con cada acelerada respiración que intentaba concluir.

Quizás habían transcurrido dos o tres segundos de orgasmo, definitivamente todavía estaba viviéndolo,
cuando Emma deshizo el abrazo y, de un movimiento relativamente brusco, la haló por los tobillos hasta
el borde de la cama y le dio la vuelta como si se tratara de una inerte marioneta que no sufría de flacidez
en las piernas.

Le dejó ir una nalgada con la mano derecha, no supo por qué, simplemente se le antojó, y la
rubia jadeó alguna vulgaridad en griego. Aunque muy probablemente sólo le imploraba misericordia a
Eros.

Se arrodilló sobre la alfombra y le abrió las piernas. La hizo sentir expuesta, pero por alguna razón eso
sólo agravó su excitación. Si tan sólo pudiese verle la cara en esos momentos… pero no vérsela era parte
de lo erótico.

La acosó con una sonrisa mientras lograba calmarse un poco, o al menos hasta que la zona dejó
de ser víctima de las contracciones postorgásmicas.

— La altura de la cama es un poco rara —resopló la rubia, pues no era lo suficientemente alta como para
tener las piernas erguidas y no era lo suficientemente baja como para arrodillarse sobre el suelo.

— No sabía que te iba a tener así cuando la compré —rio Emma—. Además, queda perfecta para mí
—sonrió, y le dejó ir otra nalgada.

— ¿Qué miras? —rio ella también, como si la palmada le hubiera hecho cosquillas. Le divertía, y eso
era suficiente.

— Esto de aquí —murmuró, y, contrario a lo que Sophia esperaba, o sea un dedo que apenas rozara
“eso de ahí”, sintió su lengua ir desde su zona perianal hasta su ano.

— Gee! —jadeó entre una risa nerviosa que le había erizado la piel nuevamente.

— It’s beautiful —susurró, y se acercó para darle un beso—, wet and beautiful.
— That’s hardly beautiful —repuso la dueña de la circunferencia que Emma tanto acosaba con sus
ojos y con sus labios.

— Pues a mí me gusta, así que aguántate —le dejó ir otra nalgada.

— Tienes gustos raros —rio Sophia.

— A mí me gusta mirarlo, y comerlo, y tocarlo, y a ti te gusta que te lo mire, que te lo coma y que te
lo toque —le dijo su Ego con la ceja derecha arqueada—. So don’t go all judgy on me —añadió.

— Yo sé muy bien lo que me gusta —dijo, apoyándose sobre sus codos y sus antebrazos para poder
mirarla por sobre su hombro.

— ¿Qué te gusta? —le sonrió.

— Me gusta que me lo acoses, y me gusta mirarte mientras me lo acosas —repuso Sophia, y se


contrajo porque esperaba una nalgada u otro lengüetazo.

— It’s so cute when it does that! —jadeó Emma, y posó su dedo índice izquierdo sobre el todavía-
contraído agujerito.

— It’s cute that you get all excited by a butthole —rio, burlándose vacíamente de ella porque sabía
que ella padecía de lo mismo.

— It’s not a butthole, it’s your butthole —la corrigió, presionando suavemente contra el agujerito
hasta que su primera falange desapareciera en su interior—. La palabra “butthole” me da risa.

— ¿Prefieres “asshole”? —se contrajo adrede para triturar su dedo.

— Ahorita veo la cara de Segrate cuando pienso en un “asshole” —disintió con una sonrisa, y, ante la
contracción de la rubia, sólo supo empujar más—. Esto no es Segrate —murmuró, sacando su dedo para
darle un suave golpe al que Sophia reaccionaría con un ronroneo sonriente—. Ponte de pie —le dijo,
tomándola por la cadera por cuestiones psicológicas de no querer despegarse de ella ni un segundo, y,
como siempre, no supo exactamente por qué pero empezó a besarla mientras deslizaba sus manos hasta
abrazarle el vientre.

— Creí que no eras una kiss-ass —balbuceó Sophia con una sonrisa que sólo se ensanchaba más con
cada beso que aterrizaba sobre alguno de sus glúteos—, creí que no sabías cómo se hacía eso… —añadió.

Por un fugaz segundo y a causa de la cercanía de Emma con su piel, se acordó de lo sucedido el viernes
anterior. Era la misma cercanía con la que la había analizado al punto de casi escudriñarla; escuchaba y
sentía la misma densidad en su respiración, y se dio cuenta de que prácticamente Emma le estaba
haciendo lo mismo. Sin embargo no se sentía ultrajada y sus nervios no nacían en la intimidación y en el
amedrentamiento sino en las ansias por sentirla aún más cerca y por sentirse aún más escudriñada con
ojos, manos y labios. Era raro, pero en ese momento quería que la desarmara en mil pedazos para sólo
saber aferrarse a ella mientras disfrutaba de cómo hacía que cada una de sus piezas encajara con mayor
facilidad, con menos preocupaciones sobre esto y aquello, con un breve respiro de amnesia en cuanto a
la Old Post Office, con una de esas relajaciones que eran propias de una docena de masajes Shiatsu, y
con los efectos narcolépticos suficientes como para dividirse entre sus brazos y los de Morfeo.

Emma besó los hoyuelos que le había robado a Venus, esos que apenas se le marcaban, y subió
por su espalda a medida que subía por su torso con sus manos. Tomó su melena en su mano y, con la
delicadeza que eso sugería, la retorció hasta recogerla en un torniquete que la dejaría manipular el
acceso a su cuello.

Sintió cuando la nuca de Sophia vibró por no más de un segundo debido al beso que le había dado en
esa esquina a la que era más fácil abusar desde atrás, como en esa ocasión. Soltó la melena para tomarla
con ambas manos por la cadera, la giró sobre sí para que la encarara.

La recibió con una de esas sonrisas que enternecían porque eran la consecuencia de esa repentina
emoción que se generaba al encontrarse con algo tan delicado y puro como la sonrisa contraria.
Conmovía porque había sido conmovida.

Había algo en eso que Sophia solía hacer, algo demasiado estupefaciente; la encaraba con la mirada
agachada, y, cuando la levantaba, su rostro se coloreaba de pálido rojo por pudor y por la atroz
vergüenza de delatar su excitación. Daban ganas de sólo abrazarla y de nunca soltarla. Y quizás no la
abrazó con una de esas llaves que parecían haber sido sacadas del arte marcial del judo, pero no pudo
resistirse a anular la distancia con su brazo por la espalda baja.

Con la misma estúpida sonrisa se acercó para dejar que se convirtiera en uno de esos besos que
confundían a cualquiera; era todo menos lascivo, era quizás romántico y dueño de una fluctuación
necesaria, pues podía tener todas las intenciones de transformar la noche en algo más apasionado y
erótico o en algo que simplemente no pareciera una velada de diversión y entretenimiento.

Por alguna razón, quizás por la misma fluctuación, la cual sólo debía ser momentánea, no se
supo si fue Emma o Sophia quien rio primero, pero fue una de esas risas que no eran ni potenciales
carcajadas ni onomatopeyas guturales o abdominales. Había sido una simple exhalación abrupta que
había culminado en una sonrisa que había provocado una sonrisa en la otra.

Sophia se aferró, como de costumbre, al cuello de Emma con sus brazos, casi como si quisiera
colgarse de ella, y Emma la tomó por las piernas tal y como lo había hecho hacía unos minutos y tal y
como lo había hecho Sophia en la ducha por la tarde. Pudo haberse dejado ir sobre la cama, pero su
intención nunca fue aplastarla porque eso sólo estaba mal en todo momento y ella no estaba por
enviudar antes de tiempo, y, en lugar de decidir simplemente dejarse ir, la acostó con la gentileza que
sólo el esfuerzo de su espalda conocía.

— Would it be anticlimactic if I stopped to stare at you for a while? —susurró Emma a ras de sus labios.
— You were staring like ten seconds ago —dijo, tomando la cabeza de Emma entre ambas manos—,
it would be like taking it up again —rozó la punta de su nariz con la suya al disentir—. Besides, I’m not
the one to stand between you and the fact that you like to stare at beautiful things —resopló, y le dio un
beso que probablemente no se esperaba.

— No sé si me estoy volviendo loca, pero eso sonó a que no sólo estás aceptando sino que también
estás reconociendo que eres très jolie —repuso con ese acento tan absurdamente parisino, y con ese
gesto de “Okay” con su dedo índice y su pulgar, y su meñique significativamente erguido, que hasta la
fisonomía pareció cambiarle.

— Asumo que eso significa “bella di più” —supuso la rubia, y, porque estaba en lo cierto, se llevó un
asentimiento—. No me quejo —se encogió entre hombros—, hoy me siento como la reina de Maxim —
sonrió.

— Ah, ¿y eso por qué? —frunció su ceño, pero, lejos de estar preocupada o consternada, la respuesta
sólo la había entretenido.

— ¿Quién está en el primer lugar ahorita?

— ¿Tú? —sonrió seductoramente y muy orgullosa de su respuesta. Sophia entrecerró la mirada y le


exigió una respuesta honesta—. Katy Perry, Mila Kunis, yo-no-sé —se encogió entre hombros.

— Asumiendo, arguendo, que es Mila Kunis… yo no sé si Ashton Kutcher le dice que su ano es lindo
—rio, porque, ¿a quién no le daba risa eso?

— Yo no dije que tu ano era “lindo”, yo dije que era “hermoso” —la corrigió, porque había una
diferencia significativa entre ambos epítetos.

— ¡Peor! —rio con una carcajada—. Dudo que Ashton Kutcher le diga que su ano es hermoso.

— No me interesa lo que piensa Kelso del ano de Jackie —le dijo con su ceño fruncido, como si se
tratara de un tema demasiado serio y severo como para estar haciendo chistes al respecto—. Me
interesa lo que yo pienso del tuyo.

— Y piensas que es hermoso —asintió la rubia con una sonrisa.

— ¿Por qué lo dices con ese tono?

— ¿Con qué tono?

— Como si no me creyeras, como si pensaras que es absurdo —repuso Emma.

— Creo que crees que es lindo, hermoso, bello, estupendo —«whatever»—, es sólo que es algo que
no puedo entender.
— ¿Por qué no? —frunció sus labios. Sophia no supo cómo responder a tal sencillez, quizás no tenía
una respuesta porque nunca había pensado en ello, y quizás no sabía si había una respuesta en
realidad—. Es muy agradable para mi vista, no parece la planta carnívora de “Jumanji” —rio.

— Gracias por esa encantadora comparación, Emma Marie —pretendió reprenderla, pero eso era
imposible.

— Me sale natural, Sophia Demetria —guiñó su ojo—. El punto era que tienes un ano lindo, hermoso,
bello, estupendo —sonrió—, y que me gusta.

— Pero, ¿por qué?

— Porque es lindo, hermoso, bello, estupendo —repuso rápidamente—, y porque soy una morbosa
pervertida, y porque me gusta lo que te pasa cuando te lo ataco —arqueó su ceja derecha—. Y, si tu ano
es la razón por la cual te sientes la mujer más hermosa de Maxim, que así sea —rio, y se acercó a su
oreja—; te hace la mujer con el ano más lindo, hermoso, bello, estupendo de la lista. Y el más rico…
porque es el único que conozco —dijo antes de que Sophia pudiera molestarla con que eso sonaba a que
se le antojaban otros de la lista—, y el único que me interesa conocer —añadió rápidamente.

— Cuidado y te pones más nerviosa —la molestó, porque de eso no se iba a salvar.

— Just saying… —disintió entre hombros encogidos.

— Entonces, ¿vas a retomar el acoso o vas a hacerme otra cosa? —Emma inhaló profundamente,
arqueó ambas cejas, y miró hacia arriba como si estuviera en medio de la encrucijada más difícil de su
vida—. Stare at it for another minute or two —susurró—. Indulge me.

Emma dibujó una sonrisa de gratificación, pues agradecía el nivel de complacencia recíproca del caso; a
Sophia le gustaba acosarla mientras la acosaba, y Emma, indiferente o no al hecho anterior, disfrutaba
de acosarla con el descaro que era propio del psicópata estándar.

Sophia estiró su brazo para alcanzar una de las almohadas que habían sido desordenadas
cuando Emma la había arrastrado, y, mientras se acomodaba para una mejor visualización de lo que
estaba por experimentar, dejó que le flexionara las piernas y que se las colocara al borde de la cama.

Y así, con los brazos sobre la cabeza, la miró arrodillarse frente a ella y se dejó acomodar a su gusto para
proveerle una mejor vista para acosar.

— Es difícil imaginarte en estas —comentó la inconsciencia de Sophia en voz alta.

— ¿“En estas”? —balbuceó casi como si no le estuviera prestando atención, pues estaba más
enfocada en admirar su Monet personal y portátil. Qué tedioso era ir al quinto piso del MoMA para ver
aquel óleo de casi trece metros.
— Fascinated by a woman’s genitalia —«obviamente».

— “Genitalia” —rio—. I find that word as amusing as “butthole” —comentó como para sí misma.

— Es la palabra correcta.

— Pero es raro que alguien la use —logró despegar su mirada de la entrepierna de Sophia por unos
instantes para mirarla a los ojos—. No es una palabra que tú utilizas —dijo, devolviéndose a su Monet.

— It’s hard to picture you like this; fascinated by my pussy —se corrigió con una risa de por medio.

— Key factor: it’s your pussy —repuso, y, porque podía hacer lo que quisiera, paseó su pulgar a lo
largo de sus labios menores hasta presionar su clítoris y poder tirar de él hacia arriba para revelar aquel
rosado y pequeño botoncito que disfrutaba de esconderse porque le gustaba que lo buscaran—. Peek-
a-boo! —siseó—. I see you! —sonrió.

— Al menos ya sé que sabes jugar a las escondidas —resopló Sophia, porque era imposible no reír
ante los juegos de Emma y porque era imposible pensar en una mejor manera de invertir un martes por
la noche. Supuso, casi arguendo, debía ser la salvaje y primitiva manera en la que se había embuchado
el vino como si se tratara de agua.

— No es mucha ciencia cuando de esto se trata —se encogió levemente entre hombros, y se acercó
para darle un besito chiquitito chiquitito en su expuesto clítoris—, además, no pienso ser la tía aburrida
que no sabe jugar ni manitas calientes.

— Siempre y cuando no seas la tía que les enseñe a jugar la R-rated version de manitas calientes, no
hay problema —sonrió.

— La versión erótica es un juego demasiado personal, por lo tanto no se enseña, Licenciada Rialto —
le dijo, y se acercó de nuevo para darle otro besito chiquitito chiquitito—. A ciascuno il suo —supuso,
retirando su pulgar para dejar que aquello se escondiera de nuevo.

— A me… —suspiró, apuñando la almohada porque sabía que sería imposible apuñar el cubrecama.

— A te…? —arqueó su ceja derecha.

Le gustaba ahogarla a media frase y a media idea, le gustaba interrumpirle la concentración y detenerle
el mundo, le gustaba simple y sencillamente porque se sentía omnipotente y conseguía asentimientos y
sonrisas de aprobación de parte de su Ego. ¿A quién no le gustaba sentirse así? ¿A quién no le gustaba
provocar eso en alguien?

Sophia no logró terminar la frase a pesar de que la idea la tenía más clara que el agua. Reunió
sus piernas al centro con el cuidado de no golpear a Emma en la cabeza, porque una patada de esas
habría terminado en una concusión de gravedad Shonda Rhimes (o sea muerte cerebral) o en un
esguince cervical de gravedad Shonda Rhimes (o sea una fractura que eventualmente se convertiría en
paraplejía y quizás una eventual amputación de cabeza), o quizás, como lo escribo yo, sólo habría
terminado con una Emma que se reía a carcajadas porque esa era la manera en la cual lidiaba con el
dolor físico que no nacía en su espalda. En fin, tomó sus piernas en su brazo para elevarlas y para
exhibirse y exponerse por placer propio y por mera provocación.

Emma sonrió, porque cómo no hacerlo.

Nunca fue tan ingenua como para pensar que todas las entrepiernas femeninas eran iguales a la suya, ni
en forma, ni en color, ni en complexión. Quizás fue gracias a los vestidores de la escuela, esos que
utilizaban antes y después de las horas de deporte, pues, a pesar de que ella no se cambiaba frente a
todas sus compañeras porque esperaba a que uno de los tres baños privados estuvieran libres, había
notado diferencias significativas entre los distintos torsos a los que se les caían las toallas por accidente,
porque les gustaba alardear, o porque simplemente no les importaba, y, por lógica simple, si los torsos
eran distintos, las piernas también. Quizás por eso no se escandalizó cuando abrió las piernas de Sophia
y miró algo ligeramente distinto a lo suyo; sólo porque se llamaban labios “menores” no significaba que
automáticamente estuvieran escondidos dentro de la complexión, o que fueran cortos en todo sentido,
o que sufrieran de anorexia. No la tachó de anormal, alienígena, o qué sabía ella. Quizás y se alegró por
la diferencia, pues, al comerla, no se sentiría como si se estuviera comiendo a sí misma. Su Ego no nacía
en el narcisismo. Además, ni siquiera se acordaba si había sido ella quien había abierto sus piernas o si
había sido Sophia quien había decidido abrirlas para ella.

Miró cómo la intención de su rubia apretaba sus labios mayores alrededor de sus labios
menores; apenas más largos, lo suficiente para sobresalir como las demandantes divas que eran. Lejos
de pensar en cómo habría podido escandalizarse por algo tan trivial, disfrutó ese momento de regocijo
en el que se acordaba a sí misma que lo que veía era más que sólo perfecto. Le fascinaba la longitud,
pues era de la única manera en la que podía succionar y tirar de ellos sin que se le escaparan; ella decidía
cuándo los liberaba. Le fascinaba que, si los apreciaba de abajo hacia arriba, era como si apuntaran a su
clítoris en lugar de nacer de él. Pero, sobre todas las cosas, aún por sobre el cándido color que sólo sabía
encenderse, y aún por sobre la textura, le fascinaba que eran lo suficientemente largos como para
abrirlos, sin realmente separarlos, para poder cubrir un área mayor con su lengua.

En esa ocasión estaban más que sólo embadurnados de lo que ya un orgasmo significaba; brillantes,
rosados y buscando cualquier excusa para inflamarse de nuevo. Y, por la misma santa gravedad, no de
peligro o seriedad sino de “interacción gravitatoria”, eso se había escurrido en la única dirección que
sabía y que podía: hacia el núcleo, pero quedaría en la cama si Emma no lo recogía con su lengua o con
su dedo.

Sophia escuchó una ligera risa nasal, algo que no pudo interpretar porque sus piernas le
impedían ver la expresión facial de Emma, y no supo si esperar uno de esos famélicos y salvajes ataques
en los que sólo escuchaba y sentía una densa exhalación contra su entrepierna o si debía esperar un
acoso más minucioso.
Emma le abrió las piernas, y fue un “peek-a-boo! I see you!” mental el que le dijo con una sonrisa, lo cual
la hizo reír «because that’s cute», pensó.

Lo que vino a continuación no fue “cute”, fue rico, pues, con sus piernas al aire y sin el soporte de su
brazo o de sus manos, tuvo ese hermoso conflicto entre la reacción de su cuerpo y la reacción de su
cerebro, pues Emma fue directamente a seducir con su lengua a la víctima principal de lo tabú de su
acoso. Sus piernas quisieron rendirse, quisieron caer desplomadas sobre la cama, pero su cerebro, quizás
la parte necia de éste, la hizo emplear más energía en mantenerlas en lo alto, pues, de dejarse vencer,
sólo interrumpiría lo que Emma le hacía y que a ella tanto le gustaba.

Entre los cortos y lentos lengüetazos y entre las exhalaciones que aterrizaban directamente sobre su
perineo y se alcanzaban a esparcir hasta hacerle cosquillas en sus labios y en su vagina, sentía esos
segundos en los que se detenía y le daba un mordisco a este lado o al otro, o un beso, todo para no
abrumarla con una estimulación que podía parecer monótona.

Fue después de un mordisco a cada lado que la miró a los ojos, que le sonrió sardónicamente y
como si su ceja derecha había sufrido de un espasmo de un segundo, y simplemente sintió cómo
empujaba su lengua contra ella, contra lo que ya en ese momento a nadie le daba risa pero ni porque se
llamaba butthole.

No sé si se puede decir que arremetió contra ella porque lo hizo demasiado despacio como para
llenar el requisito de lo impetuoso, pero lo hizo, y, cuando lo hizo, a medida que su lengua intentaba
entrar hasta donde ella la dejara, sólo conoció una pérdida de aliento que iba de mal en peor pero en el
buen sentido; fue como si le sacara el aire poco a poco.

Por más que Sophia quiso contenerse, por más que quiso no darle la satisfacción a su Ego, y
porque no podía mantener sus piernas en el aire al mismo tiempo que pretendía ponerle resistencia a la
lengua que intentaba proponerle una superficial penetración, cedió a la relajación casi absoluta de su
cuerpo.

Le logró arrancar un jadeo, y, por supuesto, porque su Ego estaba presente en todo momento,
rio nasalmente mientras empujaba su lengua contra su agujerito.

Para Sophia fue tal y como en el crucial momento de decidir si le faltaba más sal, o en este caso
más picante, ¿contribuía a la estimulación o se abstenía? Si contribuía, ¿lo hacía con sus pezones o con
su clítoris? Su vagina estaba descartada por la proximidad que había con la nariz de su atacante; no
quería interrumpir ese placer.

Emma estaba completamente invertida y concentrada en no más de diez centímetros hacia


arriba, pero, quizás porque conocía el razonamiento de la rubia, levantó la mirada en el segundo más
adecuado y apropiado. Supo que Sophia estaba a punto de inmiscuirse en el proceso. ¡Y no! ¡No! ¡No,
no, no, no, no! La tomó de ambas manos para que desechara la idea. No supo si había sido su Ego o si
había sido ella, pero en realidad no importaba, pues no era la primera vez que abogaba por su propio
egoísmo. Si la rubia debía sentir placer, si la rubia debía recibir placer, sólo podía venir en forma de
acción directa o con la autorización de aquella mujer cuyo primer nombre era a veces su título
universitario. Al menos así funcionaba en esa ocasión y no se escudaba en una excusa tan barata como
“déjame consentirte”.

En algún momento hablaron de cómo Emma pensaba que ella, respecto a Sophia, no era nada
sino un parásito y que, por lo tanto, pensaba que su relación se podía definir como “parasitismo”, algo
que, en pocas palabras, implicaba un singular caso de depredación. Y, si ahora lo pensaban, eso sólo
delataba el nivel de egoísmo en Emma porque significaba que, en algún momento, creyó que Sophia era
algo explotable y abusable, algo o alguien de quien se aprovechaba todo el tiempo sin misericordia, sin
vergüenza y sin culpa, pero eso sólo era porque no había tomado en cuenta el punto de vista y la versión
de Sophia, pues ella se sentía igual.

Sí, en aquella ocasión, Sophia había desempolvado el vigésimo cuarto capítulo de aquel grueso y pesado
libro de biología avanzada: “Symbiosis: biological interactions”, y le había dicho que las características
de su relación eran inconfundiblemente parte del sinónimo técnico de cooperación: “mutualismo”; una
interacción biológica en donde ambos individuos de distintas especies se beneficiaban y mejoraban la
eficacia biológica. ¿Distintas especies? Como excepción, en este caso no se refería al hecho de ser H.
sapiens sino al hecho de una ser arkhitekton y la otra aisthētiké. O algo así. En su cabeza, si se sumaban
ambos egoísmos no resultaba un egoísmo en pareja que era tan grande que parecían realmente dos
enormes egoísmos. La suma era una simple estandarización, quizás hasta una anulación.

Quizás, al final del día, el hecho de que Emma no quisiera compartir la proveeduría del placer de Sophia,
pero ni con Sophia misma, no la hacía egoísta porque era Sophia quien, también egoístamente, quería
que su placer fuera exclusivamente proveído por Emma.

A algunas personas quizás les podía confundir eso de que había querido asistir o contribuir y que, a pesar
de ello, quisiera que su satisfacción sexual proviniera de la Arquitecta, pero pasaba que también
encontraba placer en saberse absolutamente entre sus manos, en sentir cómo quería anclarla a la cama,
cómo quería que la dejara encargarse de todo.

La halaba de las manos para crear la ilusión de mayor profundidad en cuanto su lengua se
presionaba contra ella, y las apretujaba con la misma inanición con la que se la comía. La rubia le ponía
cierta resistencia, aplicaba la fuerza antagonista para sentirla más adentro y para no terminar sobre el
suelo.

Entre los vistazos que le daba, notaba cómo el denuedo la iba coloreando de rojo, cómo tensaba su
cuello y cómo se le marcaban los pequeños bíceps. La mandíbula cerrada, rígida, labios mínimamente
abiertos para poder respirar entre dientes, ceño fruncido pero con una ceja que tenía a arquearse como
por autonomía muscular, ojos cerrados que luchaban por estar y mantenerse abiertos, abdomen que se
inflaba y se desinflaba bajo todo el estrés y la presión de la posición y de la condición, pezones que se
habían dilatado por el paulatino incremento de temperatura corporal, y una fina capa de sudor que no
era propio de las transicionales unidades Fahrenheit.
Sophia sólo sentía el calor de sus manos, cómo se clavaba en ella cuando la apretujaban, sentía
un leve temblor nervioso que nacía en su ingle y se alejaba por sus muslos, y sentía eso que era menos
abrumador si se concentraba en escucharlo; eran los húmedos ruidos de su lengua sobre y en ella, quizás
potencialmente mojados, porque era imposible no sentir cómo poco a poco le agregaba un adicional
“muy” al “estoy muy mojada”. Se le hacía imposible no delatar a sus espasmos internos con los espasmos
superficiales que jugaban a pelear con la lengua de Emma.

La música era tan lejana, pero tan lejana, que apenas se escuchaba y terminaba por ser
irrelevante. Como podía ser Nancy Wilson podía ser Cher, o bien Spandau Ballet. Y, justo después de que
se escuchó el primer chillido que había salido del tiki anaranjado, se escuchó un agudo y trabajoso
estornudo canino. «Al menos no es mudo», pensaron las dos, pero sólo Emma se preguntó si existían los
perros mudos. Se encogió entre hombros, y continuó jugando con su lengua.

De un momento a otro, sin previo aviso o advertencia, la mano derecha de Sophia recibió una
inexistente brisa que sólo podía sentirse por la ausencia de la mano de Emma. Sus dedos se enroscaron
en un puño como si quisieran corroborar el abandono por sí mismos, y, al declararlo oficial, buscaron
aferrarse al cubrecama de nuevo.

Emma ya no la halaba, ya no le exigía a su abdomen y a sus brazos, y fue por eso que su espalda adoptó
fugazmente la cómoda planicie del colchón. Fue quizás un segundo, máximo dos, en los que Sophia fue
víctima de la relajación que en otras culturas se conocía como la sabia expresión de “the calm before the
storm” o “the darkest hour is just before the dawn”.

Quizás fue porque se distrajo en la paz de su abdomen y de sus antebrazos, en la ausencia de la


estimulación, en la idea de poder recuperar un poco el aliento, o quizás sólo fue porque tenía los ojos
cerrados, pero sólo sintió cómo un dedo la invadía. No supo si fue lento o rápido, sólo supo que fueron
los setenta y cinco milímetros los que le sacaron el aire por completo. Ni un “Oh, my God!”, ni un
“Skatá!”, nada, sólo un intento de recuperar las facultades respiratorias. No tuvo ninguna queja,
aceptaba que se había sentido sorprendentemente bien. Supuso que probablemente se estaba
cobrando alguna pregunta que había demandado demasiada información personal, pero, si así era como
se las iba a cobrar, que se cobrara veintiún veces así.

Emma sonrió en cuanto vio cómo se le dibujaba una sonrisa a Sophia; se había arriesgado a
hacer algo que conocía de la ambivalencia del 50/50.

Dejó su dedo inerte hasta que encontrara la manera de respirar de nuevo, sólo se concentraba en
disfrutar de la temperatura interna y de cómo ni siquiera se molestaba en estrujarlo adrede. Y, mientras
esperaba, se dedicó a darle besos en el interior de sus muslos, los cuales habían encontrado alivio en la
resignación de sus pies sobre el borde de la cama.

Quiso erguirse para disfrutar del voyerismo de su exhibicionismo, para disfrutar de la expresión
facial de Emma y de cómo la palma de su mano izquierda veía el techo mientras su dedo la invadía, pero
sólo tuvo que tener la intención para que Emma la acostara con un leve empujón por el pecho o sin
decírselo, pues sintió cómo su dedo salía con relativa rapidez para volver a meterse.
— You’re killing me here! —rio Sophia entre un gruñido.

— I am? —murmuró, repitiendo la singular penetración.

— ¡Emma! —se carcajeó con una contracción, y se irguió como si no hubiera pasado nada.

— ¿Sí…? —la miró con la más arrogante y provocadora sonrisa de todas.

— La ceja —susurró, pero, en lugar de conseguir que su ceja derecha se arqueara, recibió una tercera
penetración—. Fu… —gruñó—, -uck! —suspiró, echando su cabeza hacia atrás.

— Oh —resopló, empujando su dedo contra ella para que lo sintiera más profundo—, you want me
to fuck you? —arqueó entonces la esperada ceja derecha arqueada.

— Yes, please —asintió Sophia con una sonrisa libre de pudor, vergüenza, y lo que fuera que le
impidiera sentir la clase de placer que quería, y estiró su brazo para tomar a Emma por la muñeca que
tenía entre sus piernas—, and I want you to do it softly —susurró, tirando de su muñeca para sacar su
dedo hasta la primera falange—, slowly, and as deep as you can —suspiró, halándola para penetrarse
con los tres epítetos que describían sus deseos.

— ¿Y qué quieres que haga con el resto? —balbuceó, pues esa acción le había parecido tan sensual
que le había costado tragar y respirar.

— Diviértete —se encogió entre hombros.

Emma escuchó un “lo que quieras”, algo que era tan emocionante como una giftcard de Bergdorf’s
porque eso significaba que la podía gastar en stilettos o en ropa, en sábanas o en un bolso, o en el
restaurante o en John Barrett; podía comprar lo que quería, podía hacer lo que quería.

Comenzó por complacerla, por satisfacerla. Su dedo nunca salía por completo pero se escabullía
hasta donde alcanzaba, e iba lento, quizás tortuosamente lento, pero lograba hacerlo suave. Era difícil
de explicar.

Por unos segundos, se perdió entre los ahogos de Sophia, en cómo disfrutaba de eso tan travieso con
demasiado descaro y en cómo abría los ojos para lograr captar un destello de su dedo cuando salía o
para acosar su reacción cuando se contraía a propósito.

— Tócate —murmuró Emma—. No, no aquí —le dijo en cuanto vio que su mano se deslizaba por su
vientre—, allí —levantó un poco la mirada para señalarle las Bs que tenía en el pecho.

Justo cuando Sophia ahuecó su seno derecho, Emma le soltó la otra mano para que pudiera atender
ambas protuberancias si era eso lo que quería o necesitaba. Había algo fascinante en cómo la rubia
jugaba con sus pezones, en cómo apenas los apretaba o en cómo realmente los apretaba, en cómo los
retorcía entre sus dedos, en cómo los halaba, y en cómo eso dejaba una rígida huella con el paso del
tiempo y del juego.

Alternadamente, porque era imposible no prestarle atención a eso también, miraba cómo su vagina
sabía superar cada exageración del término “inundación”; ahora ya desafiaba hasta al 9.81 m/s^2, pues,
a pesar de que se deslizaba hacia abajo y lubricaba el dedo que la penetraba, se había acumulado hasta
barnizar su clítoris.

Se acordó de que era libre de hacerle lo que quería, algo que siempre había sido ley
fundamental pero que era en ocasiones como esas en las que en verdad sentía el poder entre sus manos,
y, en lugar de ir directamente a su clítoris, buscó la manera de acercarse sin interrumpir la continua
penetración.

Se tomó todo el tiempo que quiso para sentir la inflamación de sus labios mayores con sus labios, con su
lengua, y con sus dientes, para provocarle cosquillas con las caricias en su ingle, para prolongar el
innegable momento en el que llegaría a su clítoris y no importaba si era con su lengua o con sus dedos.
Vaya dilema. «Decisions, decisions».

Sophia había comenzado a jadear entre lo que su entrecortada respiración la dejaba y había
comenzado a perder la reconfortante sensación de apretar sus senos por el simple hecho de necesitar
apretar algo. Por un segundo se le olvidó que no debía hacer nada en donde Emma estaba, y fue por eso
que sus dedos aterrizaron directamente sobre lo que Emma había tardado tanto en alcanzar. Vaya
frustración. Ni tanto.

Emma colocó sus dedos sobre los de Sophia para mostrarle cuánta presión debía aplicar a la
hora de frotarlo lentamente, para mostrarle cómo y en qué dirección quería que lo frotara. Nunca se
había opuesto a que se tocara siempre y cuando ella pudiera acosarla con esa cercanía.

Miró cómo sus dedos presionaron su clítoris como si se tratara de una pantalla táctil, así de suave, y,
porque la presión no era intermitente sino continua, y no era que sus dedos trazarían círculos sobre la
pequeña superficie sino que utilizarían las ocho mil terminaciones nerviosas clitorianas para hacerlo, lo
harían dolorosamente lento y en la misma dirección en la que pasaban los segundos en sus relojes.

Era imposible no sentirse en las nubes, era imposible no pensar lo rico que eso se sentía, y
quizás era el peyorativo acoso que Emma le hacía, pero su voyerismo, y la gravedad de éste, sólo lo
hacían todo más rico.

Sin pedírselo, las penetraciones empezaron a incrementar en rudeza y en velocidad, por lo que ella, por
reacción automática y complementaria, reflejó dichas condiciones en lo que hacía con su clítoris. Los
gemidos empezaron a escapársele entre los períodos de tiempo en los que parecía no respirar, por
incapacidad o por elección, entre entrecortadas exhalaciones.
— Lick! —exhortó la rubia en el tono más sexual y sensual de todos, casi un llamado de placentera
misericordia, y, en cuanto notó que Emma había logrado asimilarlo, separó sus dedos para dejar que sus
inflamadas ocho mil terminaciones nerviosas sobresalieran—. Lick, lick, lick! —sollozó rápidamente.

Emma sólo arqueó su ceja derecha y se abstuvo un eterno segundo de hacer lo que Sophia quería que
hiciera. Era como si se nutría de la crueldad que imponía y de la desesperación ajena. Aparentó tener
piedad y, mientras se acercaba, abrió los labios y detuvo las penetraciones.

Sophia se ahogó en cuanto sintió su lengua hacer contacto con su clítoris, y quiso gimotear y
acezar eso que le hizo; un lengüetazo que había ido y venido tres veces con mayor crueldad que aquel
segundo había significado. Había sido «as slow and cruel as fuck». Sí, así lo sabía describir. Y la hizo gruñir
por el beso con el que había culminado la acción.

Reanudó el frote con sus dedos. Empezó con la misma lentitud con la que había comenzado al principio;
iba al compás de las penetraciones.

Por un momento pensó que sería atacada por un segundo dedo, algo a lo que no se opondría a pesar de
que no era necesario, pero, porque Emma no lo había considerado pero ni por pasatiempo, simplemente
giró su dedo por motivos de comodidad y de continuidad, pues, de acercarse a su clítoris de nuevo, no
pretendía interrumpir la penetración de nuevo. Al menos no todavía.

De todas las formas y maneras, de todos los modos que existían en el mundo y en la vida para
dar y recibir placer, ninguna de las dos se planteó nunca la posibilidad de estar en esa distintiva y
realmente privilegiada posición en la que, dejando a un lado quién tenía el control de la situación porque
eso no importaba, la incógnita era prácticamente quién se entregaba más a quién. Pero eso era casi
imposible establecer porque los casos eran distintos. ¿Era Sophia porque se dejaba o era Emma porque
se lanzaba de clavado?

Entre un gemido y el siguiente, y entre un jadeo y el siguiente, Sophia no supo encontrar la


voluntad para arrancarse el orgasmo que estaba por vivir.

Separó sus dedos, tal y como lo había hecho hacía menos de un minuto, y dejó que la lengua de Emma
le robara más que sólo el aliento.

Emma sintió la agresividad que aplicaron las manos de la rubia de golpe en su cabeza. La
tomaron y la presionaron contra sí para poder mecerse contra su lengua y sus labios al ritmo que se le
diera la gana, pues quería saber de placer pero no quería ser quien lo acabaría luego del temporal
apocalipsis.

Dejó su dedo en el interior de Sophia, apenas lo movía de arriba hacia abajo como si trazara las ondas
del coseno, pero lo movía lento. No quería perturbar la estrechez de la región, al menos no en esa
ocasión.
Sus manos intentaron no apuñar la cabellera castaña, y, aunque su entrepierna no quiso violar
los labios de su jefa a pesar de que subconscientemente sí querían violar los de su novia, pasó. Ambas
cosas pasaron, y pasaron porque Emma dejó que pasaran, porque a Emma le gustaba cuando pasaban.

Tras el terminal y orgásmico gemido que había expulsado, escuchó la manera en la que Emma le
devoraba cada milímetro de eso que en ese momento no sabía sentir placer sino sólo ser hipersensible;
sentía cómo su lengua se adentraba en su vagina, cómo la recorría de abajo hacia arriba, y cómo sus
labios la succionaban suavemente.

Sus manos fueron soltándola y dejaron de presionarla.

Miró a Emma emerger de entre sus piernas con besos y mordiscos que no eran tan precisos ni
completos, era como si sus enrojecidos labios sufrían del mismo entumecimiento del que sufría ahora
su clítoris, y sintió el momento en el que la vació para terminar sobre ella luego de los arrebatados
empujones que la llevarían hacia el centro de la cama.

— Esa lengua… —resopló Sophia en cuanto Emma recorrió su cuello con ella—. My goodness! —suspiró.

— ¿Faltó algo? —le preguntó, mirándola a los ojos con la más arrogante sonrisa por saber que no
había faltado nada.

— ¿Dudas de tus habilidades? —susurró con una sonrisa mientras limpiaba los bordes de los labios
de Emma.

— No, pero no sé si esperabas algo diferente —se encogió entre hombros—, o algo más.

— It was life-affirming enough —dijo, esparciendo, lo que había recogido con su dedo, a lo largo de
su labio inferior—. No tengo quejas —añadió, y se estiró un poco para atraparla entre sus labios—. ¿Es
narcisista que me guste besarte cuando sabes a mí?

— No lo creo, a mí también me gusta cómo sabes —repuso, y se dejó besar de nuevo por un breve
segundo—. ¿Qué me vas a hacer?

— ¿Qué quieres que te haga? ¿Alguna preferencia?

— Sheer pleasure, please —disintió Emma con una sonrisa más humilde—. Catarsis. Me he aguantado
por veinticuatro horas ya, y tú no me ayudas.

— Mmm… —tarareó, y, sin pensarlo dos veces, paseó sus dedos por entre sus labios mayores—. Estás
un poco mojada —rio burlonamente, porque eso era como si le restara gravedad a la situación.

— Sólo un poco —asintió, y pareció que quiso embestirla, pero sólo buscaba mecerse contra sus
dedos.
— No hay mucha fricción —suspiró, pues le habría gustado victimizarla con su voyerismo.

— I’d like you to tease me —murmuró hundiéndose en su cuello para alcanzar su oreja—, hardly —
susurró lascivamente.

— And then, what? —rio guturalmente como si le hubiera dado cosquillas.

— And then you may fuck my brains out —sonrió contra su quijada.

«I “may” fuck your brains out?», frunció la rubia su ceño, «I “may” fuck your brains out?!», gruñó. ¿Cómo
era eso que le daría permiso de licuarle los sesos sólo después de satisfacer sus deseos? Había que
subrayarlo: le daría permiso, uso propio y exclusivo del condicional simple, lo que significaba que nada
era seguro y que probablemente estaba sujeto a la calidad del arte del teasing.

Se sintió ligeramente indignada, porque cómo se atrevía a reservarse los derechos de algo tan
necesario como una violación que tenía una o dos prácticas que eran ilegales o inmorales en los ciento
noventa y cinco países reconocidos del mundo, y, porque la indignación sólo llevaba al enojo, la volcó
para tomar la más diabólica de las posiciones de control sobre ella.

Por un segundo supo cómo probablemente Emma se sentía en momentos como esos; supo encontrarle
un gusto alterno a eso de tomarla por las muñecas para anclarla a la cama. Y fue quizás porque sintió
como si los papeles se hubieran intercambiado, pero, cuando agachó la mirada para advertirle que
estaba por ser víctima de la violación más placentera de su vida, o al menos hasta ese momento, se
encontró con un mero reflejo de sí misma.

Miró la casi-risueña sonrisa que había hablado toda la noche con el único fin de complacerla
con una inusual y desacostumbrada exposición y autovulneración, y dejó de conocer esa sensación tan
indignante porque sólo pudo pensar «whatever she wants».

Capítulo XXV

Reconocía la precariedad de las circunstancias. Siendo lo que era, y sabiendo lo que sabía, le parecía
cínico, casi hipócrita, saberse acostado casi directamente sobre el suelo y entre sábanas que carecían de
conteo de hebras o de algo tan importante como la procedencia del algodón.

Se volcó sobre su costado derecho para encontrarse con la sorpresa de una menuda y frágil
espalda que había buscado el borde de la cama como si no quisiera invadirle su espacio personal. Colocó
su mano sobre aquel huesudo hombro como si quisiera confirmar que era real y no sólo el producto de
las cuatro cervezas que había bebido la noche anterior. Media copa.
Sonrió en cuanto sintió la suavidad de su piel, y, con una ligera exhalación nasal de satisfacción,
le plantó un beso casi cariñoso. Ella apenas se movió entre un suspiro que le informaba que por favor la
dejara seguir durmiendo.

En cuanto escuchó que la panadería del otro lado de la calle abría, porque era imposible
ignorar el estrepitoso ruido que hacía la persiana metálica cuando estaba siendo enrollada, supo que era
hora de ponerse de pie.

Con el cuidado de no hacer más ruido del que ya empezaba a inundar Brooklyn, se arrojó a la ducha para
ser asustado con una ráfaga de agua fría que, si tenía suerte, se calentaría antes de que terminara de
asearse. Al salir se cercioró de que la barba no pareciera la de un orgulloso púber; descuidada y
careciente de uniformidad, se cepilló los dientes, y salió en búsqueda de ropa que estuviera a la altura
de algo tan casual como la entrega de un portafolio fuera de los horarios de oficina.

Se tomó el tiempo para escribir una nota para la mujer que dejaba en su pseudofutón, porque
no huía de ella, y, con el cuidado de no tropezarse con el tiradero de ropa, cerró la puerta tras él para
encaminarse a la estación del metro.

Hizo una breve escala en la panadería para comprar su desayuno, algo propio de los días
hábiles; un café y un bagel de huevo, tocino y queso, y, en lugar de caminar hacia la estación de Atlantic
Avenue, caminó en dirección a Dekalb Avenue para tomar la línea Q.

Se sentó junto a una señorita de ajustadas y delgadas trenzas que se recogían en un abundante
moño en la cima de su cabeza. Llevaba gafas oscuras a pesar de no haber luz solar, y hacía malabares
entre un enorme café de Starbucks y la última edición de Ebony Magazine.

Él, por todo lo contrario, se enfocó en devorar sus sagrados alimentos mientras escuchaba el episodio
semanal de “Wait Wait… Don’t Tell Me”.

— Buenos días —le sonrió a través de la pantalla.

— Buenos días, Alessandro —lo saludó con la mágica y recta sonrisa que lograba embrutecerlo
en menos de un segundo—. ¿Qué haces despierto tan temprano? —arqueó ligeramente su ceja
izquierda como si lo cínico de la incredulidad la delatara.

— Hoy comienzo a poner el piso —dijo, agachándose brevemente para recoger sus New Balance del
suelo.

— ¿Tú solo? —lo agujeró con la intensa mirada celeste, pues en ninguna parte de la frase
anterior escuchó un plural. Él asintió—. Te pregunto porque Sophia me dijo, el miércoles que hablé con
ella, que te iba a ayudar con eso.

Alessandro Volterra, mejor conocido como “Alec” entre las personas que le tenían cariño confianzudo,
quiso, en ese momento, estrellar su cabeza contra la pared más cercana.
Pasaba que el plan había sido ese, el que Camilla planteaba, pero él, por abusar de la misericordia, había
terminado perdiendo.

Había notado cómo la Licenciada Rialto se había visto consumida en el proyecto de la Old Post
Office desde el momento en el que lo había tomado sin siquiera pensar en las consecuencias
emocionales y físicas.

Por primera vez, en mucho tiempo, la había visto llegar al mismo tiempo que Emma. Los recesos para
almorzar se habían reducido a no salir del estudio, a comidas que se enfriaban por la incapacidad de
poder tomarse cinco minutos consecutivos para alimentarse como un ser humano acreedor de dignidad,
a comidas poco saludables que eran envueltas en papel encerado o que venían en un depósito plástico.
Su equipo, o sea Emma, Lucas y Parsons, eran quienes la acompañaban hasta que su cerebro hacía
cortocircuito y entumecía sus sentidos más básicos y primitivos. Habían trasnochado, habían amanecido
en la oficina, y habían tenido que recurrir a trabajar el fin de semana para poder sacar todo a tiempo.

Había sido por eso, por el desgaste mental, físico y emocional, y por las ojeras que todo el
departamento de Diseño de Interiores había adquirido, que él había abusado de la imaginaria autoridad
paternal, y le había dicho a la rubia Licenciada que no necesitaría de su ayuda, pues ya Aaron se había
ofrecido.

Lo que era el poco o el nulo saber.

Sophia, entre el ajetreo de los ajustes y de las modificaciones, y entre verlo todo en un modelo
tridimensional azul, blanco y rojo, de no sólo estar en la disposición de recibir los correos electrónicos a
la hora de Satanás, sino de también estar alerta para responderlos, de sacrificar noches de plácido sueño
enrollada contra Emma como si buscara refugiarse de las torrenciales lluvias de abril, de sacrificar el fin
de semana y lo que eso implicaba; dormir hasta tarde, haraganear entre las sábanas hasta que su
moralista conciencia le reclamara la falta de propósito y de voluntad, cenas hechas en casa, juegos de
risas con Darth Vader, quizás un masaje o unas caricias que pasaran por masaje, quizás una velada sexual
que la relajara. Sí, entre todo eso y más, vio la luz a la mitad del túnel en cuanto Volterra mencionó que
el presente fin de semana se dispondría a colocar el piso de roble en el condominio que, en un futuro no
muy lejano, sería su hogar.

Se apuntó de la misma manera en la que había aceptado el proyecto de la Old Post Office, sin pensarlo,
pues, entre tanto diseño e intento de interiores, quiso regresar al verdadero placer que le daba hacer
ese tipo de trabajos pesados que siempre había sabido asociarlos con la manufacturación de muebles,
algo que ya extrañaba y que sabía que extrañaría.

Luego de haber tenido una noche alocada porque la GSA no aceptaría más modificaciones
iniciales, él le arrancó la esperanza de hacer algo diferente.

A Sophia no le molestó su misericordia, pues sabía que lo hacía por querer darle un fin de
semana de ocioso y sedentario descanso, algo muy propio de la preocupación parental-paternal.
Además, ella no tuvo ni siquiera las ganas de argumentarle su deseo; el cansancio era demasiado y, en
realidad, sabía que necesitaba todo el descanso que pudiera tomar mientras la GSA emitía su veredicto.
Sin embargo, y pese a lo anterior, no pudo evitar sentirse anulada por el gusto de nada; sabía que Aaron
no se había ofrecido como ella: de gratis.

Pero, si Volterra así lo quería, Volterra así lo tendría.

— No —resopló—, uno de los jefes de personal de construcción me ayudará con eso —le dijo mientras
aflojaba las agujetas de cada zapato.

— ¿Qué pasó con Sophia? —ladeó su cabeza hacia el lado derecho—. No me digas que te
pusiste nervioso de pensar en que estarían sólo ustedes dos —le dijo Camilla con una mirada severa.

— No —disintió sin poder mirarla a los ojos, pues, de cierto modo, sabía que, además de la
misericordia y de creerse buen jefe, había sido el fatal nerviosismo el que lo había impulsado a prescindir
de su ayuda gratuita—. Es sábado.

— Y mañana domingo —repuso ella sin realmente comprender cómo podía ser eso una
explicación o una excusa.

— Le ha tocado pesado, Ca —le dijo—. Necesita descansar.

— Quizás —suspiró, no sabiendo si mencionar cómo su intuición de madre le dictaba que


necesitaba quizás todo menos descansar.

— Necesita descansar —reiteró—. Esta semana pusieron más de setenta horas en el reloj —
intentó darse la razón a sí mismo como si fuera él quien necesitara ser convencido—. Necesita descansar,
despejar su mente, dormir, hacer lo que quiera así sea nada, y quizás le venga bien estar con Emma.

— ¿Desde cuándo estás de acuerdo con que estar con Emma es algo tan bueno? —resopló un
tanto incrédula.

— No es que no apruebe, porque no tengo nada que aprobar —disintió—. Es sólo que sé que
a las dos les vendría bien un poco de actividades recreacionales —sonrió, especialmente porque, en el
fondo, sabía que ese maldito e irreconciliable mal humor de Emma se podía arreglar a costillas de su
propia hija.

— Ahí, por un momento, te creí —le dijo ella—. Pero tenías que salir con eso… stronzo —
pareció refunfuñar, pero su expresión facial era más risueña y de cualidades bromistas que las de una
reprensión de mayor severidad.

— Es tonto negar que todos tenemos necesidades —repuso engreídamente—, y es el doble


de tonto pensar que Sophia no las tiene.

— Y es altamente perturbador que hables así —entrecerró la mirada.


— Sophia podrá haber sacado tus ojos, y tu cuerpo, y tu cabello…

— Sí, porque el cabello no lo pudo haber sacado de ti —rio, haciendo una clara alusión a su
alopecia selectiva.

— Exactamente; eso lo sacó de ti. El resto lo tenía que sacar de su papá —sonrió el orgulloso
arquitecto.

Camilla sólo supo sonreír, pues su instinto y su costumbre señalaban al griego como culpable de casi
cualquier actividad adulta y adúltera. Sin embargo, y por tener un poco de compasión reglamentaria con
la paternidad biológica, se ahorró todos los comentarios alusivos a la dualidad y a la ambigüedad.

— En fin —dijo ante la forzada sonrisa que había recibido por su potencial improperio—. ¿Qué haces tú?

— Hago un postre para una cena que tiene Irene —contestó mientras agachaba su mirada
para continuar con la labor que recién mencionaba.

— ¿Qué es?

— Tiramisù —irguió fugazmente su mirada como si eso no fuera obvio.

— ¿Y tú crees que llegará completo a manos de Irene? —se carcajeó.

Ella se imaginó mil y una maneras de cómo asesinarlo, pero bastó con el desdén de su mirada para que
sintiera el látigo. El comentario le había molestado simple y sencillamente porque era una burla que
tenía precedentes en un suceso tan viejo, pero tan viejo, que ya podía ser calificado como un mito más
que sólo urbano.

Hacía muchos años, cuando ambos asistían a la facultad de arquitectura de la Sapienza, habían
organizado una fiesta de fin de semestre en el que todos llevarían algo de comer para ahorrarse los
costos de un servicio de banquetes.

Camilla y Alec esperaron a que Pensabene los recogiera en la Basilica di San Clemente, lugar que quedaba
cerca de la casa de la fémina, y, mientras habían esperado a ser recogidos, Camilla había cedido a las
hormonas de la etapa de la ovulación y a la inanición de la ocasión, y había terminado por comerse uno
de los dos tiramisù de ocho porciones que llevaban.

— No le gusta el café —dijo Camilla entre dientes.

— Entonces, ¿cómo lo harás? —le preguntó, esta vez un tanto cohibido.

— Con leche evaporada —suspiró, sabiendo que eso era una clara traición al patriotismo y a
cualquier forma de tradicionalismo cultural.
— Ah, las cosas que se hacen por amor —sonrió Alec.

Camilla le sonrió con sinceridad, pues, a la hora de actuar por amor, sus hijas le ganaban a la patria desde
siempre y para siempre. Eso era algo que no le daba ni le daría vergüenza nunca. Además, algo tenía que
ver su experiencia de la dualidad patriótica. Al final, su situación era casi la misma que la de Alec, y si
alguien debía entender era él.

Con un muñequeo de aquellos que parecían ser fáciles y ligeros, el grafito golpeó la gruesa y blanca base
de goma que le daba soporte hasta en los más extremos de los estiramientos y de los aparentes pasos
en falso que terminaban por terminar en un desliz de naturaleza apropos. Por consecuencia del rápido
golpe, una lluvia rojiza se desprendió de las onduladas canaletas que brindaban tracción para los
peligrosos y desacostumbrados juegos de pies. El segundo muñequeo se encargó de hacer llover la
segunda base de goma. Y, con un coqueteo entre los bordes involucrados, la esfera amarillo
fluorescente, cuyo color era mejor conocido como “optic yellow”, fue levantada al compás del engañoso
paso que no sería dado.

La esfera saltó de entre el grafito y la goma con la característica vertical que debía. Fue rematada por el
multifilamento contra el polvoso suelo rojizo, y, como por arte de magia, aterrizó entre sus dedos.

Sus uñas se habían ensuciado por el continuo manejo de la esfera, pero, a pesar de ello, no
parecían ser las manos de un mugriento y descuidado párvulo. Sin la aversión que le tenía a las manos
sucias, en especial cuando se trataba de las suyas, su cerebro no la hizo necesitar interrumpir la acción
para salir corriendo en búsqueda de gel antiséptico para remover lo rojizo de sus manos; esa suciedad
era su elemento, era la mitad de la razón de su existencia.

Arrojó la esfera al suelo como si le tuviera el más petulante de los odios, y, con más odio aún,
la golpeó con las tensas cuerdas para que aterrizara nuevamente en su mano. Era una maña que lograba
confundirse con el dramatismo de un ritual.

Miró fijamente la línea de la que recién había sido víctima; del descaro con el que su musculosa
contrincante de ojos juntos la había atacado con el efecto Magnus. Si tan sólo hubiera elevado su brazo
dos centímetros más, si tan sólo hubiera salido una milésima de segundo antes, si tan sólo se hubiera
estirado como lo hacía por las mañanas, si tan sólo hubiera respirado mejor, si tan sólo la musculosa no
tuviera los brazos de un macho violador de femeninas integridades físicas.

Con enojo, paseó la punta de su pie sobre la ancha línea blanca para limpiar la marca de su frustración,
y, en cuanto la dejó en el pasado, en aquel punto de la mañana en el que se encontraba a la cabeza por
primera vez en los últimos setenta y ocho minutos, apretujó la esfera y se limpió el sudor de la frente
con el dorso de su mano.

Irguió la cabeza, porque ella no iba a dejar que todo su esfuerzo se fuera al carajo por algo tan
trivial como la momentánea desprevención de la que había sufrido hacía unos momentos, y la miró a los
ojos con la más intimidante de las advertencias.
Se colocó a doce centímetros del centro del rectángulo dibujado en blanco, respiró
profundamente, rebotó tres veces la esfera contra el suelo, y, la cuarta vez, la lanzó al aire para, con el
movimiento más cómodo de rotación de hombro, proyectarla con el mismo efecto que no había sabido
manejar hacía tan sólo unos segundos. Era la mejor manera para compensar lo recién ocurrido.

Exhaló justamente en la milésima de segundo que la hacía impactar la bola con mayor fuerza,
y, con los cóndilos apretados como si eso aumentara la agresividad del golpe, cayó con ambos pies sobre
la arcilla.

Giró el mango de la raqueta entre sus manos para refrescarlo mientras esperaba la respuesta de quien
había esperado un servicio como los anteriores: débiles por estar a la defensiva, por la reticencia y el
escepticismo en cuanto a las tácticas de ataque irracional que carecía de estrategia.

La bola regresó con la fuerza que poseía un zurdo en la mano izquierda. Fue un tajante
proyectil que no se desviaría ni por nada ni por nadie y cuya altura sería incómoda para regresarla con
un revés a dos manos por la velocidad con la que había arrancado para lograr llegar a tiempo. Quiso
arrojar la raqueta en el aire para poder corresponder el golpe, pero eso era una jugada ilegal, quizás la
única que había.

Logró llegar y responder con una alta volea que sabía que sería un remate de muerte súbita por la fuerza
con la que podía golpearse y por la proximidad con la red. Esperó los tres eternos segundos. La miró
elevar su brazo derecho, erguido y con sus dedos rectos para apuntar y medir la bola con la mayor
precisión posible. La miró sacar esa molesta raqueta rosada desde la espalda, y esperó por el despiadado
remate que las dejaría en la incomodidad del efímero empate 30-30.

En esas milésimas de segundo en las que se disponía a mantenerse en movimiento para hacer
el intento de arrancar con una salida, hacia la izquierda o hacia la derecha, que pudiera alcanzar la bola
para forzar otra volea, y por ende otro remate, pensó en cómo ella quizás no habría escogido un remate
sino una volea de aquellas que enojaban a cualquiera; habría usado la bola sin el repique, habría
amagado, y la habría golpeado suave y cortamente a contrapié.

Pero no se trataba de cómo ella lo habría manejado, se trataba de cómo pensaba Flavia Bettini, la mujer
con la que odiaba jugar porque, en cuanto empezaba a perder, sólo sabía reclamarle al juez de silla. Sabía
que se decidiría por un remate plano y fuerte, de esos que daban miedo porque la trayectoria apuntaba
directamente hacia el cuerpo como el fácil blanco que era, o quizás uno de esos que, por la misma
excitación y burla de la situación, apuntaría a una de las líneas blancas. «Quelle cazze di linee bianche
che si muovono!».

Escuchó un bestial pujido que le avisaba que estaba a punto de dejarse vulnerable a perder el
juego para ver un marcador de dos en contra. Pero, por alguna razón, quizás porque impactó la bola a
una altura que no era la máxima, fue la esfera la que dejó de importar porque el grafito había impactado
la cinta blanca que ponía fin a la altitud de la red.

Un sepulcral silencio inundó la cancha número tres del Gianicolo Country Club.
— Quaranta, Trenta —balbuceó el Giudice Arbitro.

— Cosa?! —alzó la voz la de la raqueta rosada.

— Fallo di rete —repuso pacíficamente el hombre que sudaba el sol de las once cuarenta y
tres de la tarde.

— Fallo di rete?! —gritó—. Cos’è “fallo di rete”?! La palla è andata verso l’altro lato del campo!

— Ma la rachetta ha colpito la net —le indicó con un gesto que imitaba la acción que describía—. Cos’è
un fallo.

— Cos’è un fallo in una partita ufficiale. Questa non è una partita ufficiale, è una partita
amichevole.

— Le regole sono le regole, Signora Bettini —disintió él—. Quaranta, Trenta —repitió el
marcador.

— Figlio di putt… —refunfuñó mientras se daba la vuelta.

— Scusi? —frunció él su ceño—. Volete un avvertimento? —Ella, dándole la espalda,


simplemente disintió—. Va bene, allora andiamo. Quaranta, Trenta.

Irene miró el marcador: un set abajo, y con la posibilidad de igualar ese maldito uno que tenía en contra
hasta el momento.

Respiró profundamente para relajar no sólo su cuerpo sino también su mente, y reconoció la clara
oportunidad que se le presentaba; una Flavia enojada, o mejor dicho “iracunda”, era sinónimo de una
mente ofuscada que había sido capaz de entender que el marcador podía voltearse en un abrir y cerrar
de ojos. Cómo amaba el pánico por ego.

Sacó la bola que había guardado dentro de la tensión de su short, la rebotó contra la arcilla, y,
con el ritual de siempre, se decidió por un servicio plano que, en lugar de abrirse, se cerrara justamente
en la “T”.

La Señorita Papazoglakis tuvo que tomar, en ese momento, la decisión más delicada del juego.
La idea era clara: se trataba de jugar con las emociones de su contrincante, pero la pregunta giraba
alrededor de la reacción; se quedaría estancada en el enojo, en la indignación, y se vería obligada a jugar
a la defensiva, o reaccionaría de manera ofensiva hasta acabar con su dignidad.

Y pudo haberlo hecho en griego, algo sólo para ella, pero no.

— Dai! —celebró su remoto y casi insignificante logro, y lo hizo en un italiano de puño cerrado que
lastimó orgullos y desató lástimas sin fundamentos.
Vino una ráfaga de dobles faltas, y, el único punto que pudo salvar, fue aquel que ganó porque un
proyectil de Irene aterrizó a tres milímetros de la línea blanca del fondo.

Dos juegos en contra, uno a favor.

El set culminó un poco menos de quince minutos después. Ahora cada una tenía un set a favor,
y era la raqueta rosada la que comenzaría a servir el tercer set.

En el descanso, la italiana de la trenza gruesa y de los brazos musculosos, logró recuperar un


poco su autoestima y su convicción en cuanto a sus habilidades para el juego para el que vivía por
pasatiempo, pues nunca logró entrar a la categoría junior por el simple hecho de que era demasiado
inmadura y efervescente como para idear una estrategia efectiva en aquellos momentos en los que sus
contrincantes lograban ganarle tanto la moral que podían superarla hasta en fuerza física.

Sin embargo no fue suficiente, pues, a pesar de que luchara cada punto contra una Irene que se había
crecido lo suficiente como para lograr el dominio, se quedaba corta con un vantaggio que se convertía
en un gioco en contra suyo. Odiaba que la delgada y bronceada adolescente griega gozara de la
experiencia que ella quería para sí misma; un pasado de Junior con uno que otro título medianamente
importante. ¿Quién botaría tal oportunidad? Sí, quizás eso era parte del odio que sentía por ella, por
alguien que dejaba el tenis semi-profesional para decidir dedicarse a algo tan mundano como los
estudios universitarios.

Irene, a la merced del servicio de su contrincante, ya un poco cansada por estar disputándose
un tercer set que sólo satisfaría el ego de quien ganara, gozaba de un interesante marcador que dejaba
ver una favorable proyección que la haría celebrar un apabullante e impecable 6-0 de pocos errores no
forzados.

Fue uno de esos puntos en los que el juego parecía ser de aquellos que transmitían por ESPN,
uno que comenzó con un saque plano y abierto casi imposible de devolver, una volea alta por la misma
inalcanzable respuesta, un remate que debió acabar hasta con la existencia moral y emocional de Irene
pero que había fallado por la prisa con la que había sido ejecutado, un revés de esos que Rafael Nadal
lograba aun en sus más desesperados y bajos momentos, un revés a dos manos que había interceptado
la bola que sabía que picaría en la fusión de líneas del fondo, un drive cruzado, un chop apresurado al
que Irene llegaría con uno de los deslices que le había aprendido a Kim Clijsters en las canchas rápidas,
un amague de cómo se hacían realmente los chops para lanzar una volea alta que la hiciera regresar al
fondo en una posición demasiado incómoda para responder, un tiro de Ave María por entre las piernas,
un tiro plano y cruzado para moverla de una punta a otra, una desafortunada volea al centro, un remate
de media altura hacia la esquina contraria de la griega, una posesión de Usain Bolt y un revés cruzado,
por el que casi se disloca la muñeca derecha, que hizo que la bola tomara un efecto tan normal que dejó
a la musculosa sin moverse.

— Dai! —gritó la griega con un puño tenso mientras sonreía arrogantemente para el enojo que imperaba
en el otro lado de la cancha.
— Vantaggio —indicó el juez.

Irene, ya pudiendo saborear ese 5-0, no supo cómo o por qué su mirada se desvió hacia el costado
derecho de la cancha.

Allí, bajo la sombra del árbol del costado más lejano de la cancha, sentada en la banca de
madera, un par de delgadas manos aplaudían la reciente hazaña.

No sabía qué demonios estaba haciendo allí, mucho menos cómo la había encontrado. ¿No habían
acordado que no habría visitas sorpresas?

Sonreía ampliamente de tal manera que sus enormes gafas oscuras se habían elevado a causa
de sus pómulos y mejillas. Llevaba el cabello recogido en las ondas naturales que tenían la pereza
matutina y sabatina del uso de plancha. Vestía un jeans que había sufrido uno que otro desgaste y que
no tenía la decencia pero ni para llegar hasta sus tobillos, y una camiseta desmangada oscura para
disimular cualquier potencial marca de calor del día.

Pero, ¡cómo le hacía eso! ¿No habían acordado que no habría visitas sorpresas?

Parecía una pintura de aquella infame mujer que había logrado sobresalir en la época en la que el arte
del óleo sobre lienzo era dominado por masculinas manos cuyas virilidades eran puestas en duda por
más de una simple especulación. Le acordaba a los suaves pero violentos y morbosos trazos de la bíblica
venganza de Judit contra aquel General de Nabucodonosor que había asediado la ciudad de Betulia.

Sí, pero la decapitación de Holofernes no tenía nada que ver con eso. En un principio, la conexión era la
renombrada artista barroca, Artemisia Gentileschi, de quien ella no recordaba absolutamente nada más
que la insignificante información que la misma mujer, que había pintado a Judit y a Holofernes, había
pintado también a Venus dormida.

El calor había sido inexistente debido a que la temperatura de la habitación se había


mantenido en los diecisiete grados de siempre, y, por si eso no fuera suficiente, la temperatura del resto
del apartamento había oscilado entre los dieciocho y los diecinueve grados. Pero eso no hacía nada en
contra de las púberas calenturas de la italiana que se veía obligada a despedirse de la ligera prenda de
seda negra y de las sábanas.

Era como si hubiera pretendido acostarse sobre su costado izquierdo para encararla durante los minutos
de infernal canícula psicológica y hormonal. Sus piernas habían quedado inertes en la posición inicial,
pero su torso había terminado por aterrizar completamente sobre la cama, y su cabeza había caído en
el pequeño cojín rojo que había migrado del cuarto del piano. Su brazo derecho descansaba sobre su
cabeza y su brazo izquierdo envolvía parte de su abdomen por la cintura. Se le había dibujado una sonrisa
que no se sabía si era a consecuencia de un muy buen sueño o por la frescura que había encontrado en
la parcial desnudez.
Se acordó de la escena en la que László confiesa que le gusta ese lugar, ese hueco en el cuello
de Katharine, y que pregunta cómo se llama mientras desliza sus dedos por la región. «What’s it called?»,
se preguntó a sí misma tal y como lo había hecho el Conde, y, estando a punto de dejarse llevar por la
escena, recordó que quería pedirle permiso al Rey para poder llamarlo “the Almásy Bosphorus”. «“Il
Bosforo Rialto”», recalcó ella, pues no compartía apellido con el Conde, pero, tal y como lo había
sugerido Katharine con su comentario, así lo sugirió la mujer con un ligero y hasta encantador tremor
fugaz; ambas creían que estaban en contra de la propiedad/apropiación.

El punto de la asociación con “The English Patient” era que, justo en ese hueco que se formaba en la
base del cuello de su en-un-mes esposa, se había depositado la singular y casi humilde roca brillante y
transparente que normalmente pendía de la fina cadena que en ese momento reposaba como ella; al
azar.

En sus propias palabras, Venus siempre había dormido «so fucking uncomfortable», pues no
sólo Artemisia la había retratado en una posición así de inconveniente. Giorgione, Titian, Bordone y
Padovanino, todos habían posicionado a Venus como para que fueran los culpables de una hernia discal,
de una futura escoliosis, o bien de algo más sencillo como un traumatismo cervical. Era tal la
incomodidad con la que sus ojos habían apreciado a las distintas interpretaciones de Venus dormida,
que había adquirido incredulidad absoluta en cuanto a la relación entre belleza y calidad de sueño.

En fin, el problema no era nada sino el hecho de que no podía compararla con Venus en esa ocasión. En
realidad, ¿para qué engañarse? Venus nunca le había parecido digna del epíteto de belleza. Para ella, su
belleza era como ella: un mito, pues nadie había logrado hacerla verdaderamente hermosa, ni Boticelli.
No, “nadie” no, porque dos humanos habían logrado hacerla en el ochenta y cuatro. Y cuidado y le decían
que la belleza era subjetiva, eso era inaceptable.

No era fanática de la época del Romanticismo, especialmente porque pensaba que era la Hermandad
Prerrafaelita quien ejercía el manierismo de la pintura italiana respectiva al Renacimiento, además, los
franceses lo habían arruinado todo con el decadentismo. Sin embargo, en esta ocasión, dejaba a un lado
el desprecio y admitía que, muy lejos de ser Venus, era más “Flaming June” de Sir Frederic Leighton;
realmente hacía alusión a una ninfa, una ninfa que al final era popular y colectivamente llamada como
la diosa de todo lo que llevaba al pecado.

Con un movimiento, como si supiera que la acosaban, se enrolló clasicistamente en las sábanas
de quinientas ochenta hebras de algodón egipcio. Los brazos eran propios de la ninfa de la pintura, y su
cabeza descansaba con la misma profundidad con la que dormía. Nada de sonrisas ni de reclamar suyo
«Il Bosforo Rialto» que en esa ocasión ni se le veía.

Y, con un repentino estiramiento consciente de brazo, tomó a la rubia por el abdomen para
arrastrarla hacia ella hasta adoptar su posición.

— You should be sleeping —musitó Emma contra su oído.


— How do you figure? —repuso Sophia en una voz más clara que la de la italiana a la que había
llamado Venus y June en cuestión de minutos.

— It’s six a.m. —balbuceó, apretujándola un poco con su brazo, como si con eso ella debía
dejar las preguntas a un lado y volver a dormir.

— How on earth could you possibly know that? You haven’t even opened your eyes yet —
resopló.

— I just know —«and if it isn’t six a.m., I say it is».

— And why should I be sleeping when you’re not?

— Because I say so —respondió su subconsciente en voz alta, y, contrario a lo que cualquiera


habría esperado, Sophia rio abdominalmente contra ella—. Please, go back to sleep. I don’t want to have
to fuck you into it.

— Bitch, please —rio Sophia—, you don’t have the strength to do it.

La risa le duró no más de un segundo, quizás fue sólo la intención o el génesis del burlón regocijo.
Después cayó en el abismo del arrepentimiento y del sepulcral silencio. Quedó a la expectativa de la
tenue respiración nasal que caía contra su nuca; ¿en qué mundo se le había ocurrido vomitar un “bitch”?
No importaba si iba en medio de una expresión que debía repeler lo que ella consideraba una “minor
annoyance”, el hecho era que la había agredido verbalmente con un epíteto que nunca antes se le había
siquiera cruzado por la mente.

Intentó pensar en una excusa, en una justificación que complementara la disculpa que sabía que debía
y que quería darle. Pensó en cómo su osadía era un síntoma adverso o efecto colateral del estrés de los
últimos días, quizás era la señal del abuso de confianza en el que ya había caído y del que le costaría
salir, quizás era el remanente de la agresividad provocada a lo largo de los últimos días de poco sueño,
mala alimentación y calcinación cerebral. Probablemente, muy probablemente, era la mezcla de todo;
inconscientemente quería desquitarse con alguien, y Emma era la única persona con la que tenía
confianza suficiente para hacerlo.

Camilla, desde que se había despedido de Alessandro hacía unos minutos, había permanecido inmóvil
frente a la mesa en la que la noche anterior Irene había hecho la terrible petición del tiramisù. Miraba
alternadamente los paquetes de melindros y el recipiente con leche evaporada, a la cual le había
intentado disminuir el gusto diabético con un poco de nuez moscada, canela, sal y extracto de almendra.

Pudo escuchar la voz de Giada, la mujer que tardó catorce horas en parirla, que la reprendía con un
“vaffanculo, cosa stai facendo?!”, porque, ¿en qué maldito mundo se había vuelto tan débil como para
dejar que los malcriados gustos de su hija arruinaran la receta que había rescatado a la gran República
Italiana después del fascismo de Mussolini? ¡¿En qué maldito momento sucedió eso?!
Pues, con un suspiro para intentar ahuyentar lo que sabía que estaba mal, rompió el celofán
de los paquetes de melindros, y, uno a uno, los fue sumergiendo en el blancuzco líquido para ir armando
el postre que marcaba el claro fin a una generación de padres de familia con voluntad propia y sentido
de responsabilidad patriótica.

De igual modo, el postre que arruinaba en ese momento no era propio de la región de la Lazio, y era por
eso que le había terminado por importar muy poco si era un atropello o no. Además, era fiel creyente
de que la tradición debía ajustarse, en cierta medida, a las nuevas generaciones. De cualquier otro modo
se perderían más rápido de lo natural.

Sabiendo que atentaba contra la tradición, decidió quedarse con el recipiente original; un
hondo y circular recipiente desmoldable al que podía construirle tres pisos que culminarían con una fina
capa de chocolate amargo rallado para terminar de contrarrestar lo dulce.

Terminó por cubrir su jornada culinaria con plástico para poder refrigerar aquello por lo que dejaría de
sentir la más remota vergüenza.

Se sirvió los últimos tres cannelloni de espinaca y queso, esos que Irene había dejado burlados
por no ser tan fanática de la mezcla, y una copa de chianti classico para no faltarle tanto a la memoria
de su progenitora.

Y, ante la ausencia de sus dos hijas, una por el amor al deporte y la otra por el amor al sueño, disfrutó
del silencio y de la tranquilidad que alguna vez deseó durante aquellos años en los que era madre de dos
infantes y no de dos adultas con un alto grado de independencia y autonomía.

Con el hambre requerida y la disposición para alimentar más que sólo el estómago, abrió “Se questo è
un uomo”, una de las novelas que Alessio Perlotta le había regalado la navidad del año anterior.

En algún momento, la musculosa italiana pudo acariciar el dulce sabor de la remontada. Pudo ver cómo
la concentración de la bronceada griega se iba por el mismo retrete por el que se estaba yendo la
economía del país del que provenía, que su momentánea preocupación residía en las afueras de la
cancha en la que parecía utilizar la raqueta como si se tratara de lo absurdo del béisbol o de cómo las
películas mostraban el estereotipo de la golpiza que recibían las piñatas; swing para acá y para allá, todo
sin sentido o precisión alguna. Pero la vida nunca le había sonreído de esa manera y no iba a empezar
en ese momento.

El sabor del casi gane le resultó más amargo que de costumbre por el simple hecho de haberse ilusionado
con la gloria de la que podría jactarse, hasta el fin de los tiempos, siempre que cruzara pedantes sonrisas
con Irene.

Y, con un último “dai!” que había salido en forma de bestial gruñido, y con un apretado puño que había
forzado la exhibición de los pequeños bíceps y tríceps griegos, había sido el acabose por el cual había
cedido el tercer set y la decencia de estrecharle la mano por simple honorable deportividad.
Irene sintió cómo la musculosa italiana planeaba su asesinato por la manera en la que
perforaba su espalda con la mirada.

Lejos de molestarle, había tomado el maleducado gesto como un halago, como una medalla de esfuerzo
y constancia, de perseverancia, y se había llenado de esa satisfacción que conocía sólo en los aposentos
del deporte que practicaba con mayor disciplina que la religión. No, quizás era momento de ser honesta
consigo misma para la serenidad de su propia consciencia; esa satisfacción la había conocido también en
la cama de la mujer hacia la que se acercaría una vez bebiera un poco de agua y le diera las gracias al
entrenador que se había tomado la molestia de arbitrar la campal batalla.

Caminó con todas las características de alguien que exudaba seguridad y confianza por la
calidad de su talento y su destreza, y, con el gratificante resultado por valentía con la que se había
plantado ante la italiana, decidió aprovechar la fiebre del momento para confrontar a Alex.

Se valió de la violación del trato hablado que habían cerrado con actitudes maduras y
responsables, de cómo habían acordado que no habría visitas sorpresas, para crear uno de esos épicos
argumentos de “apaga y vámonos” que se le solían ocurrir en la ducha cuando el enojo hacía combustión
en ella.

Llamar “juego sucio”, a eso que Alex estaba haciendo, era una exageración para una simple sorpresa,
pero sabía que así era como empezaba todo, con algo pequeño; si se habían aferrado del asesinato del
Archiduque Franz Ferdinand para iniciar la Primera Guerra Mundial, ¿cómo podía no escalar una visita
sorpresa a otro tipo de abusos como una muestra de afecto en público? Además, ella no iba a ser
partícipe de dicho juego, ni tomaría represalias del mismo tipo y mucho menos actuaría como si la acción
no le molestara. No, eso no, eso sí que no. Eso sólo sería enviarle señales confusas.

— Mejor que la final de Roland Garros del año pasado —la saludó Alex desde la comodidad de la banca.

— ¿Qué haces tú aquí? —la señaló con su rojizo dedo.

— Ahora ya puedo dar fe de que juegas bien, que no es un mito —sonrió arrogantemente,
sabiendo que omitía su pregunta con demasiado descaro.

— ¿Qué haces tú aquí? —repitió.

— Hola, Nene —se puso de pie, y, con absurda lentitud, se quitó las gafas para plantarle un
beso en su mejilla—. ¿Te ayudo con algo? —le estiró la mano.

Irene la miró con una pizca de odio, porque repetirse una tercera vez era para cuando trataba con sus
idiotas compañeros de laboratorio, y Alex no gozaba de un cociente intelectual tan bajo como para
beneficiarse de él.
Le lanzó el mismo látigo con el que Camilla había castigado a Alessandro, y Alex, contrario al temeroso
hombre de más de medio siglo de edad, mantuvo su sonrisa y simplemente le arrebató las botellas
vacías.

— Es casi hora de almuerzo —le dijo, depositando las botellas en su enorme bolso—, ¿en dónde quieres
comer?

Ante la tranquilidad y la seductora sonrisa que parecía no importarle absolutamente nada más que
ingerir una ración de comida a la hora que era, el imaginario argumento de Irene se fue por el mismo
retrete por el que se había ido su concentración hacía unas decenas de minutos, y, sin quedarle otra
alternativa, se rindió temporalmente.

La intención de Alex fue clara, quiso envolver sus hombros con su brazo, pero se abstuvo por
lo mismo del abuso de las violaciones a lo previamente acordado.

— ¿Te doy asco? —preguntó Irene con una risa al notar la reticencia y la incomodidad con la que había
tenido que lidiar con el reposicionamiento de su brazo derecho.

— Qué pregunta tan absurda —resopló.

— Ah, entonces sí puedes responder a mis preguntas —entrecerró los ojos.

— Mi mamá y Guido salieron ayer por la noche. Necesitaban que alguien cuidara a gli stronzini
—se encogió entre hombros—. Ese alguien fui yo.

— ¿Quiénes son esos? —frunció su ceño, pues, que ella supiera, Alex tenía sólo dos
hermanastros, por parte de su fértil padre, a quienes llamaba por sus respectivos nombres; Vincenzo y
Paolo.

— Los yorkie miniatura que tienen —enrolló los ojos—; Holmes y Watson —sacudió la cabeza,
porque los canes no eran acreedores de sus nombres por sus infalibles inteligencias sino por la falta de
las mismas—. Son nuevos. Creo que tenían miedo de encontrarlos desnucados al final de las escaleras
—rio cual psicópata—. Como sea, me acordé de que los sábados vienes a jugar por las mañanas, y, como
me quedaba en el camino, decidí hacer una escala para invitarte a almorzar —sonrió.

— Tu mamá vive del otro lado de la ciudad —repuso Irene, sintiendo cómo una victoria más
se sumaba a su repertorio del día.

— Mi papá es el que vive del otro lado. Mi mamá vive en Bonacolsi.

— No sé dónde es eso.

— Queda como a doscientos metros del San Raffaele Pisana —sonrió—. Me quedaba en el
camino —repitió.
— No puedes invitarme a almorzar —le dijo Irene.

— ¿Por qué no?

— Ya me estás invitando a cenar, no puedes invitarme a almorzar —disintió, porque, ¿en qué
mundo podía ella aceptar eso?—. En todo caso, te invito yo a almorzar. —Alex sólo sonrió, pues, aunque
la idea no le agradaba al cien por ciento, era mejor que nada—. Pero no tengo ropa —frunció sus labios—
, no contaba con tu visita sorpresa —la reprendió.

— Compramos algo por ahí y lo comemos en mi casa —le sugirió, porque era lo más fácil; ir a
su casa era dos veces más cerca que aventurarse hasta la Via Cavour, lo que significaba que comería más
rápido.

— De igual manera tengo que ir a mi casa a ducharme y a ponerme ropa limpia. No creo que
sea apropiado llegar al cumpleaños de tu papá con sudor seco —resopló Irene—. Además, el postre está
allá.

— ¿Por qué no vamos a tu casa a recoger tus cosas, pasamos por unas papatine y una
hamburguesa, y nos vamos a mi casa? —sonrió, deteniendo el paso para mirarla a los ojos como si eso
terminaría por convencerla—. Te duchas tranquilamente —«tentativamente conmigo»—, si quieres
haces una siesta —«si te dejo»—, y ya luego te arreglas para que nos vayamos.

— Que sean las papatine grande y una whopper con tocino —rugió su estómago.

La rubia había empezado a transpirar como consecuencia del nerviosismo que el detestable silencio le
provocaba, y, por si eso no fuera suficiente, pudo sentir cómo el par de ojos verdes se habían abierto
para mirarla con tal intensidad que podía empezar a sentir el distintivo olor a cabello quemado.

Emma la apretujó por el abdomen, haciéndola sentir como una presa sin escapatoria, y estalló
en una gutural carcajada que parecía no tener fin. ¿Le había dado risa el insulto o se burlaba de su
nerviosismo? A esas alturas ya no sabía.

— Touché —le dijo al oído con la resaca de la risa, y le plantó un beso en el cuello—. Pero soñar no cuesta
nada.

— Hasta me da miedo preguntar —tartamudeó Sophia—, pero, ¿no estás enojada?

— I think it’s cute —susurró, intentando acomodarse aún más contra la víctima de su abrazo—
. ¿Por qué no estás dormida?

— Ya no tengo sueño —contestó, y, sintiendo cómo el brazo que la aprisionaba se aflojaba, se


volvió sobre sí para encarar la soñolienta y preocupada mirada—. Buenos días, Arquitecta —sonrió
contra ese hueco de su cuello.
— Buenos días, Licenciada —se aclaró la garganta.

— ¿Tú sabes cómo se llama esto? —le preguntó, pudiendo al fin acariciar ese hueco que había
estado acosando desde el momento en el que se había despertado.

— Se supone que tú eres la experta en anatomía y fisiología humana —disintió ligeramente.

— Éste es el esternón —susurró, paseando su dedo a lo largo del eslabón que parecía no sólo
sostener sino darle la firmeza necesaria a la estructura ósea de la caja torácica, a lo largo de esa alargada
llave que terminaba justo en el inicio de su abdomen—. Ésta es la apófisis xifoides —presionó un poco
para mostrarle que no era una osificación superficial—; es la parte más sensible y vulnerable del
esternón —dijo, deslizando nuevamente su dedo hacia arriba hasta llegar al borde de la hendidura—. Y
éste es el manubrio —señaló la parte más ancha—; de aquí salen las clavículas —sonrió, separando su
dedo del medio del pulgar para seguir ambas delgadas protuberancias hacia afuera—. Pero éste hueco
de aquí… —frunció su ceño, y se acercó para darle un beso—. Sólo he escuchado que lo han llamado
“the Almásy Bosphorus” —dijo, devolviendo su dedo al lugar de su curiosidad e ignorancia.

— László Almásy —murmuró, creando una ligera vibración contra su dedo—. ¿Viste la película
o leíste el libro?

— La película, claro.

— En el libro sólo dicen que a ese hueco le llaman “the Bosphorus” —sonrió a ojos cerrados
ante la constante caricia—. ¿Cómo quieres llamarle?

— “Il Bosforo Rialto” no me gusta, suena raro.

— Quizás un nombre más científico —susurró.

— Por aquí pasa la yugular —pareció encogerse entre hombros, como si de alguna manera
pudiera sacar el nombre de ahí—. I don’t think boobs should be the central focus of a cleavage —dijo,
reconociendo, por primera vez en todo el rato, la casi absoluta desnudez que la abrazaba—. I mean,
don’t get me wrong, boobs are good, boobs are great! I love boobs! —resopló contra el diminuto lunar
que hacía resaltar su escote cuando era lo suficientemente profundo o cuando decidía mostrar aquellas
prendas de lencería que escondía bajo la seriedad de una blusa o de un vestido—. But these… —repasó
sus clavículas y el hueco con sus dedos—, these are a cleavage’s highlight.

— Déjame ver el tuyo —susurró Emma, como si necesitara corroborar lo que decía, y, con un
suave vuelco, colocó a Sophia sobre las almohadas—. Mmm… —suspiró con sus labios fruncidos.

— ¿No estás de acuerdo? —jadeó en sorpresa y en relativa desaprobación.

— I think this should be called “sexy as fuck indentation” —sonrió.


— I agree —rio nasalmente, y, decidiendo ignorar su dedo, la miró a los ojos.

— ¿Por qué no puedes dormir? —ladeó su cabeza hacia la izquierda.

— Ya no quiero ver ni azul, ni blanco, ni rojo —se encogió entre hombros—. Work is starting
to fuck me up.

— Han sido días intensos —asintió—. Es sábado y es temprano, lo que significa que tenemos
cuarenta horas útiles de fin de semana. ¿Qué te gustaría hacer?

— Me gustaría tomar un buen baño, uno que no sólo me limpie a medias sino que también
me relaje. Me gustaría una copa de vino, quizás la botella. Y me gustaría comer algo que no me sepa a
plástico o a cartón —sonrió con la clara ilusión de llevar a cabo todas y cada una de las cosas
mencionadas—. Y tú, ¿qué quieres hacer?

— Quisiera trotar un rato, sólo para no sentirme culpable luego, porque pretendo hacer sólo
el esfuerzo mental y físico necesario —sonrió inocentemente para enmascarar la vergüenza que le daba
aceptar que el sedentarismo era quien dominaría su fin de semana.

— ¿Me ayudarás a cocinar?

— ¿Qué cocinaremos?

— ¿De qué tienes hambre? —rio la rubia.

— De todo —se sonrojó un poco—. Podría desayunar un omelette de esos que sólo llevan
huevo para unir todos los ingredientes —sonrió.

— ¿Y de almuerzo?

— Pasta. Definitivamente pasta.

— ¿Postre? —Emma disintió—. ¿Cena?

— Pollo. E, a domani, prima colazione autentica italiana; forse un panino, ma anche frutti e un
cornetto con marmellata. Il pranzo: carne. E la cena… —suspiró—. Capesante.

— Tienes hambre —se carcajeó, y Emma quiso esconderse entre sus hombros—. No pides
mucho —ahuecó su mejilla para indicarle que no debía sentir vergüenza alguna—. Pero creo que no hay
nada en el refrigerador, sólo agua y una caja de leche que probablemente ya es ricotta agrio —rio de
nuevo.

— Nada que no pueda se pueda solucionar con un teléfono —sonrió—. Si quieres me dices
qué pedir —dijo, estirándose para alcanzar su teléfono.
— Está bien, pero yo pago. —Emma la miró contrariada—. Tú has pagado la comida de todos
estos días.

— Argumento válido, pero, ¿pagar y cocinar? —frunció su ceño—. ¿En dónde queda la justicia?

— Argumento válido —frunció Sophia también su ceño—. ¿Qué propones?

— Yo pago y te ayudo en lo básico, tú cocinas y me invitas a almorzar toda la semana.

— Arquitecta, usted y yo tenemos un trato.

El sol y el calor eran dignos de llenar el bar del primer piso; los locales aprovechaban desde la mañana
para sentarse bajo las enormes sombrillas a beber un caffè y a comer un gelato artesanal o una granita,
quizás a devorar una pizza o un panino caldo. Siempre le había gustado ver las mismas caras los días
sábado que regresaba del Gianicolo.

Saludó a Stella Trevisani, la señora de sesenta joviales años, que coleccionaba abrelatas y
descorchadores antiguos, que vivía en el segundo piso, y la dueña del “Bar Amore”. Y, con la tarea de
saludar a Camilla de su parte y de acordarle que tenían una charla sobre un caffè latte por la tarde, se
adentró al fresco interior que tenía la bondad de oler siempre a café y a amaretto y no a moho y polvo…
como casi todo el interior del centro histórico de Roma.

Guiando el camino ya conocido, pisoteando suavemente los escalones de madera que


rechinaban de tal manera que todos se enteraban a qué hora llegaba, agradeció el momento en el que
cuarenta escalones de esfuerzo cardiovascular le daban la entrada al corto pasillo que se interponía entre
los vecinos y la privacidad de su hogar.

— Ciao! —anunció su llegada como todas las veces, pues había aprendido de las historias de terror de
sus amigas de la escuela, esas que se habían encontrado con sus progenitores en un acto que ya no era
con fines de preservar la especie sino con fines de vil placer en soledad o en compañía de sus medias
naranjas o de alguien más—. Alex è qui! —añadió mientras arrancaba la llave del cerrojo, porque era
mejor prevenir que lamentar.

— Ciao, Nene —emergió Camilla del pasillo que desembocaba en su habitación—. Alessandra
—le sonrió a la silenciosa mujer que recién colocaba sus gafas oscuras en su cabeza—. No te esperaba
hasta dentro de dos horas —le dijo a Irene.

— Me encontré a Alex en el camino —dijo por toda explicación.

— ¿Tienen hambre? —preguntó con una sonrisa.

— No te preocupes por eso —disintió Irene—. Sólo vengo a recoger un poco de ropa y el
tiramisù.
Camilla simplemente sonrió. De alguna forma, llevaba años esperando a que Irene adquiriera esa
autonomía con la que Sophia la había bofeteado cuando había cumplido los dieciséis. Sabía que las
amistades tenían mucho que ver en eso, pues se acordaba de cuando todo “regreso al rato”, de su
primogénita, significaba que estaría en Kolonaki, en la maisonette de los Gounaris. Y esa actitud, en
Irene, había comenzado con la reanudación de la amistad con Alessandra, a quien llamaba por su nombre
porque el nombre en sí le gustaba demasiado como para convertirlo en algo tan andrógino y ambiguo
como “Alex”.

Dejó que Irene pasara de largo hacia su habitación.

Hubo un silencio incómodo en el que Camilla y Alex se miraron sin saber cómo comportarse una con la
otra, era como si la joven fémina temiera de la rubia señora, pues los ojos celestes parecían burlarse de
ella por saber todos y cada uno de los encuentros en los que había abusado de la menor de sus crías.

— ¿Quieres sentarte? —le ofreció cualquier asiento de la sala de estar.

— Gracias, pero he estado sentada por mucho tiempo —resopló Alex.

— ¿Algo de beber, quizás?

— Agua estaría bien —asintió—. Gracias.

— Si quieres ve con Irene —le señaló el pasillo que correspondía a su habitación—. Yo te llevaré
el agua en un momento.

Ella sonrió en agradecimiento y desapareció por el mismo camino por el que Irene había desaparecido
hacía tan sólo unos segundos.

Tras una librera empotrada que resguardaba la puerta marrón, las paredes eran grises a
excepción de una, la cual era la que recibía la mayor cantidad de luz natural por enfrentar al balcón que
daba hacia la calle. Era la pared blanca que Sophia misma le había ordenado pintar por la misma fecha
en la que había decidido cortarse el cabello; era a beneficio de su salud mental.

Había una alfombra a gruesas rayas azules y blancas que se extendía alrededor de la cama en la cual Alex
sabía que era de la medida perfecta como para tener que dormir casi una encima de la otra. Las sábanas
eran blancas y de un celeste grisáceo que complementaba los cojines grises y las almohadas amarillas.

El escritorio era un desorden de libros de química orgánica, de apuntes de laboratorio, y de copias de


exámenes de los últimos tres semestres; era claro que Irene Papazoglakis no era como cualquier
estudiante: no procrastinaba para los exámenes que tendría en poco menos de un mes. Y estaba esa
silla, esa en la que aterrizaba más que sólo ropa.

— Sostén esto —le dijo Irene en cuanto la vio entrar a su habitación, y le entregó un maletín abierto en
el que ya había depositado sus utensilios de aseo personal.
Alex la observó un tanto maravillada porque, entre su desorden, sabía en dónde buscar qué, y, cada
tanto, recibía una prenda de ropa en el interior del maletín; un jeans, una blusa a rayas que parecía haber
sacada del zoom out de la alfombra, un puñado multicolor de ropa interior, y unas sandalias de aquellas
que le provocaban envidia.

Camilla se materializó en la habitación, le entregó el vaso, y desapareció con el mismo sigilo


con el que había llegado.

Y, mientras Irene exhalaba su alivio por salirse de los zapatos y de los calcetines que parecían
quemarle los pies, Alex permaneció casi indiferente por disfrutar del agua fría.

— ¿No se te olvida algo? —le preguntó antes de cerrar el maletín.

— No que yo sepa —disintió Irene.

— ¿Por qué no aprovechas y dejas ropa en mi apartamento? —ladeó su cabeza.

— Ja. Ja —entrecerró la mirada—. Muy graciosa.

Alex se encogió entre hombros con una leve sonrisa vencida. Lo había dicho sin malas intenciones, sin
intentar presionarla a nada, pero supuso que, por lo mismo de no pensar dos veces en lo que salía de su
boca, se había escuchado como otra violación al trato hablado que habían cerrado un par de semanas
atrás.

Estaba acostumbrado a estar del otro lado del río antes de las siete. El día no pintaba muy soleado, y,
como era el primaveral comienzo de un fin de semana que había esperado con ansias, sólo pudo sentarse
en una banca del Jardín del Conservatorio de Central Park.

Le gustaba verse envuelto en un ambiente que había logrado elegancia con algo tan simple
como el respeto hacia la esencia arquitectónica del arte del paisajismo, y tenía que aceptarlo: el hecho
de poder cruzar la infame Vanderbilt Gate era lo que lograba darle una conclusión más que sólo
adecuada a la experiencia turística de cualquier ocasión, tanto para locales como para todo aquel ajeno
al lugar.

Sentado a un costado de la Burnett Fountain, se dejó dar la matutina bienvenida al lugar que,
para él, lograba traer a la vida todo lo que había imaginado cuando, de niño, se había sumergido en el
mundo de “The Secret Garden”. La experiencia era casi propia de la metafísica.

Los lirios se habían agrupado hacia el centro del estanque y eran de un color tan vibrante que,
aunque no lo quisieran, el agua se tornaba irremediablemente verduzca y turbia, especialmente por las
numerosas flores magenta. ¿Cómo podía nutrirse algo tan puro y brillante de algo tan sucio como ese
estanque? Supuso que era la ley de la vida. Pero, para aclarar, nunca buscó agua cristalina; no en un
estanque.
Pasmado por la brisa y por el majestuoso paisaje, buscó aquel pesado y rectangular dispositivo
en el interior de su chaqueta, y, con poco esfuerzo, le conectó la espiga que le permitiría escuchar un
poco de música adecuada para la vista. Una carrasposa y débil voz le inundó los oídos.

Inmortalizó el panorama unas cuantas veces con su cámara, y, en cuanto supo que eso no sería
suficiente, abrió su portafolio, buscó una página blanca, y se dispuso a ponerle emoción a una inerte
vista con el trazo ligero que la música sugería.

Su mirada pareció iluminarse en cuanto el plato aterrizó frente a ella. En el cuadrilátero de


porcelana blanca, el colorido semicírculo y las dos triangulares tostadas eran el conjunto geométrico
perfecto.

Tomates secos, albahaca, champiñones frescos, cebolla y queso de cabra, todo perfectamente sellado
en dos huevos que Sophia había batido de tal manera que les había incorporado suficiente aire para que
tomaran la textura de un celestial desayuno que complementara el pan integral.

Eso, y unas mimosas a las ocho de la mañana, lo comenzarían a arreglar todo.

— Buen provecho —le sonrió Sophia mientras bordeaba la barra para poder sentarse a su lado—. Me
dices si te quedas con hambre.

— Buen provecho —repuso Emma, estirándose un poco para darle un beso en la cabeza—. Y…
salud —dijo, llevando su mimosa hacia la suya.

— Salud —susurró, mirándola penetrantemente a los ojos.

— ¿Crees que vas a tener siete años de mal sexo conmigo? —resopló la italiana que había
dejado de creer en esa maldición desde hacía demasiado tiempo.

— No, pero como que ya es momento de terminar con la mala racha de los siete días sin sexo;
porque no hemos tenido ni del bueno ni del malo. Simplemente no hemos tenido —contestó.

— No han sido siete —susurró Emma, llevando la copa a sus labios.

— ¿No? —frunció su ceño. Emma disintió, más con los ojos cerrados que con la cabeza—. Se
ha sentido así.

— Han sido diez —se aclaró la garganta.

— No es cierto —rio, no sabiendo si por el hecho de que Emma había contado los días exactos,
o porque estaba siendo víctima de la incredulidad.

— Last time we fucked was last Tuesday. Tuesday the twenty-third —asintió, porque era
imposible olvidar que había sido víctima de la versión moderna de la inquisición. Y sí, el verbo que
escogió era perfecto para describir lo ocurrido, pues, quiérase o no, su Ego y su orgullo se habían
desquitado, de tanta pregunta, como mejor sabían.

— No fue hace tanto —se sacudió la rubia melena—. ¿O sí?

— ¿Crees que se me va a olvidar cuándo fue la última vez que te…? —arqueó su ceja derecha.

— A ti sí, a tu Ego no —rio, y Emma sólo pareció hacer un gesto de “yo sé lo que te digo”—.
Retomaremos el tema luego…

Se sentaron frente a frente, cada una con su respectivo almuerzo; Irene prefería la carne, Alex el pollo.
Ambas preferían la coca cola sobre todas y cada una de las bebidas sobre la faz de la tierra, y disfrutaban
de las papas fritas con mayonesa.

— ¿Cuándo se va tu mamá? —le preguntó Alex con una mirada penetrante.

— El veintidós por la mañana —dijo antes de meterse un puñado de papas a la boca.

— ¿Y tú?

— El veintisiete por la mañana —respondió, cubriéndose los labios con su mano—. ¿Por qué?

— Tengo que ver qué voy a hacer esa semana que no vas a estar —sonrió con picardía.

— ¿No me he ido y ya estás pensando con quién te vas a revolcar? —resopló, intentando
esconder eso que no sabía cómo se llamaba pero que sabía a una mezcla de enojo e indignación.

— Dije “qué”, no “a quién” —disintió—. Pero los celos son algo bonito —pareció mostrarle la
lengua. Irene simplemente rio por no saber cómo defenderse—. ¿Crees que sería posible que pasáramos
esos cinco días juntas? —Irene la miró como si le estuviera hablando en ruso—. Esos cinco días que no
esté tu mamá —le aclaró.

— Tengo examen de microbiología el veintiséis.

— ¿Eso es un “sí” o un “no”? —frunció su ceño.

— Es un “es peligroso” —disintió.

— ¿Peligroso? —Irene asintió—. ¿Por qué? —Irene simplemente rio—. Entiendo —supuso—.
Al menos ven a dormir aquí esos días, no me agrada la idea de que duermas sola.

— El papel de sobreprotectora no te queda —resopló.


— No es por sobreprotección —disintió—. Es sólo que no me agrada que duermas sola cuando
puedes dormir conmigo sin tener que inventarte una excusa barata.

— ¿Excusa barata? —frunció su ceño, pues sus excusas eran todo menos baratas. O eso creía.

Ante el asentimiento de Alex, Irene tomó su teléfono y, sin pensarlo dos veces, llamó a Camilla. Y, por si
el arranque no era suficiente, la colocó en altavoz.

— Ciao, Nene —la saludó Camilla.

— Gia, Mamá —canturreó en el tono más tierno de griego que podía conocer su voz cuando
hablaba con ella, pero, al acordarse de que Alex no hablaba el griego con tanta destreza, decidió
cambiarse a una lengua que si entendía.

— Tutto bene? —preguntó su progenitora.

— Assolutamente —asintió—. Solo chiamo per farti sapere che passerò la notte a casa d’Alex.

— Ah! Va bene —la sintió sonreír—. Dovrei preparare la colazione?

— Non lo so —repuso un tanto indignada, pues había sentido como si Camilla estuviera
contenta con el hecho de que no llegaría a dormir—. No, non ti preoccupi.

— Va bene, Nene —resopló—. Divertiti. A domani!

— A domani —murmuró.

— Suena como que tu mamá está aliviada de que no llegarás a roncar —bromeó Alex.

— Yo no ronco —frunció su ceño.

— Tú no sabes —rio.

— Como sea. ¿Estás contenta? —intentó arquear su ceja en modo retador.

— Sorprendida —asintió.

— Eres una manipuladora —disintió Irene mientras hundía otro puñado de papas en la
mayonesa.

— ¿Y eso por qué?

— Sabías lo que haría si me provocabas…


— Nene, me ofendes —rio con una dramática mano en el pecho—. Yo soy sólo una mujer con
deseos —murmuró lascivamente a través de una sonrisa de aquellas que no se sabía si eran millonarias
o simplemente seductoras.

— Claro, claro —suspiró con un leve sacudimiento de cabeza—. ¿Ronco? —Alex rio
nasalmente—. Basta de bromas, dime.

— Sí —se encogió entre hombros, y miró a Irene sonrojarse—. Creo que es lindo —dijo con la
misma indiferencia de siempre, porque roncar no era nada grave para ella; no le daba problemas para
dormir—. No lo haces fuerte. Apenas se escucha.

— Lo siento —balbuceó como pudo entre un rubor más intenso.

— Nada de eso.

— ¿Y así quieres que me quede a dormir contigo?

— Si tanto se te dificulta, puedo ir yo a dormir contigo —sugirió—. Tú estudias todo el día, y


yo llego en la noche sólo a cenar y a dormir. Es un plan a prueba de balas, si me preguntas a mí; las dos
obtenemos lo que queremos.

— A veces estás por caerte de la cama porque me he apoderado de ella. ¿Cómo crees que será
en mi cama, que es más pequeña que la tuya?

— ¿Ves cómo tus excusas son baratas? —arqueó Alex ambas cejas—. Perdón, me corrijo: tus
intentos de excusa son baratos.

— Bien —ladró un tanto molesta—. Si te caes de la cama… te sobas.

— Del suelo no voy a pasar —sonrió, porque había algo que le fascinaba en sentir a Irene
intentando controlar el enojo—. ¿Quieres postre?

— ¿Qué tienes? —la miró levantarse.

— Solero… —comenzó diciendo mientras se agachaba para abrir la pequeña puerta del
refrigerador—. Solero, Cooky Snack, Freddolone alla ciliegia, y tengo un poco de Grom de Lampone y
Mela.

— Eres como una niña pequeña —rio—. Sólo a los niños les gustan los Freddoloni.

— Déjame ser —resopló—, que tú sigues esperando que te regalen el reloj de Bernardo.

— No puedo ser la única que quiere detener el tiempo —disintió.


— Definitivamente no, pero dudo que lo consigas con sentarte al final de un arcoíris —dijo,
sacándole una ligera risa a Irene—. Solero de mojito y daiquiri, ¿quieres algo más de adultos?

— Un Freddolone está bien —sonrió, limpiando la grasa de sus dedos con una de aquellas
servilletas que parecían limpiarlo todo menos eso.

Alex sonrió y sacó los dos envoltorios transparentes que exponían el congelado sabor a cereza sintético.
Irene tenía razón; eran para niños, para infantes, y eran probablemente uno de los grandes
contribuyentes para el cáncer de cada consumidor. Pero qué importaba, sabían bien.

— ¿A qué hora nos tenemos que ir? —le preguntó Irene entre los últimos mordiscos de cereza que le
quedaban.

— A las seis —contestó, luchando, igualmente, con ese ridículo pedazo que se adhería por
ambos lados a la paleta de madera—. Tenemos más de cuatro horas para hacer lo que queramos.

— ¿Y eso qué será?

— Necesitas una ducha, eso está claro —resopló—. Luego puedes dormir, podemos ver una
película, podemos coger… —se encogió entre hombros.

— Es hasta perturbador el hecho de que coger, para ti, es tan trivial como ver una película —
le dijo un tanto divertida.

— Ambos son bases de entretenimiento —se encogió entre hombros—. Aunque uno cansa
más que el otro.

— ¿Y cuál es el mejor orden? —frunció su ceño, haciendo que Alex la mirara como si no
entendiera nada—. Uno: ducha, siesta, sexo. Dos: siesta, ducha, sexo. Tres: sexo, ducha, siesta. Cuatro:
sexo, siesta, ducha. Cinco: ducha, sexo, siesta. Seis: siesta, sexo, ducha.

— Era más fácil decirme que permutara los tres elementos —rio.

— Permuta ‘sexo’, ‘ducha’, y ‘siesta’, entonces.

— Coger, pero cuando es una buena cogida, amerita una siesta —comenzó diciendo—. Pero
coger, no importa si es una buena o una mala cogida, amerita una ducha también.

— Entonces, la pregunta es: “¿Se coge, se duerme y se ducha, o se coge, se ducha y se


duerme?” —rio Irene guturalmente.

— Vaya dilema —suspiró Alex.


— Creo que tenemos que considerar algo sumamente importante antes de escoger una opción
u otra.

— ¿Qué?

— Coger con la comida aquí —señaló su garganta—, es peligroso.

— Y nadie dijo que podías tomar sólo una ducha —sonrió, estando totalmente de acuerdo con
los conocimientos digestivos de la griega.

— Y estás dando por sentado que vamos a coger —repuso.

— ¿Acaso no quieres? —arqueó su ceja izquierda, ocasionándole a Irene una tremenda


dificultad para tragar—. Aunque siempre podemos terminar de ver “Wolf of Wall Street”…

— ¿Bromeas? —resopló desdeñosamente. Alex disintió—. Tú sólo quieres ver a esa mujer sin
ropa —entrecerró la mirada.

— ¿Qué te puedo decir? —se encogió entre hombros—. Prefiero verte a ti, pero, como no
quieres coger… —se encogió nuevamente entre hombros.

— Ah —musitó—. Resulta que tú tienes que ver a una mujer sin ropa, sea ella o sea yo.

— De preferencia a ti, sí —asintió.

— Eres una descarada, ¿sabes?

— ¿Me vas a decir que el descaro no es uno de mis encantos? —sonrió con sus cejas arqueadas.

— Cómo no —se carcajeó, y se puso de pie—. Y, como no importa a quién acosas y a quién
no… —dijo, llevando sus manos al borde de su camiseta para retirarla—, iré a darme una ducha mientras
tú ves “Wolf of Wall Street” —sonrió, y, habiendo dado tres míseros pasos en dirección al baño, Alex la
detuvo con su brazo por la cadera.

— Cualquiera diría que son celos —dijo tal y como lo había dicho hacía unos minutos, y se
volvió hacia ella sin dejarla ir—. Pero tú no eres celosa —se puso de pie con el impulso de su sarcasmo—
. Se te ve bonito —sonrió mientras tomaba los tirantes del aburrido sostén deportivo negro—, pero
sabes que te ves mejor sin él.

— ¿No vas a ir a ver a esa mujer? —exhaló, intentando no desviar su mirada de la suya.

— Yo también necesito una ducha —disintió.

— Cazzo… —suspiró Irene.


— Cosa?

— La carne è debole…

— La tentazione non è male, non quando si cade con me —sonrió.

Había optado por realizar sus planes, porque ya había tenido suficiente; no le gustaba que Dios se burlara
de ella. Bueno, quizás Dios no, pero sí Volterra.

Con una cubeta con agua y hielo al pie de la bañera, había abusado de lo matutino y había
enterrado la botella de Perrier-Jouët junto con la botella de jugo de naranja recién exprimido y por el
que había querido rezongar, pues le parecía una aberración pagar ocho dólares por dos litros. Pero el
impulso se le había terminado cuando había confirmado que la frescura debía ser cara. A esas alturas de
la vida, y del cansancio mental, era poco lo que en realidad le importaba.

Había tenido la intención de leer “Harry Potter and the Sorcerer’s Stone”, pero, ¿a quién
engañaba? Eso debía suceder bajo otras circunstancias, bajo unas en las que no estuviera cansada hasta
de tener que utilizar anteojos. No había dicho nada, pero el tabique ya le estorbaba, y sentía el lejano y
extraño dolor tras las orejas, ese que sólo nacía cuando se comenzaba a llevar aros y patillas al marco
facial.

Se había sumergido en agua más fría que tibia, hoy sin sumergir la cabeza porque recién el día
anterior se la había lavado antes de dormir, y, por primera vez en días, se había sentido como una
persona, como un mamífero digno de ser llamado homo sapiens. Sintió haber recuperado eso, la
dignidad.

Y ahora, mientras escuchaba su música, gozaba de un sinfín de burbujas que masajeaban cada
centímetro de su espalda, y de uno que otro sorbo de mimosa que bebía por el compromiso imaginario
de terminarse la botella de champán.

Tenía que aceptarlo, relevar la voz de Parsons por las voces de Beyoncé y Jay-Z en “Drunk In Love” no
tenía precio. Demasiado chillona, sin personalidad en lo absoluto, que lo único que sabía hacer era
ejercer la displicencia, la prepotencia, la arrogancia, y muchas otras cosas que tenían un falso
fundamento en todo lo que desgraciadamente sabía. Porque tenía que reconocer que Parsons tenía una
buena base para todo, y tenía buen gusto, pero su actitud le arruinaba hasta ese pacífico momento en
el que intentaba dejarse ir en el “Why can´t I keep my fingers off it, baby?”.

Había tenido la mala suerte de asistir al concierto del año pasado, a ese que no había gozado
de la densa presencia de dicha canción, pero no podía quejarse, al menos había podido presenciar un
magnífico espectáculo. Claro, aquella canción habría ocasionado más estragos que “Naughty Girl” en
Emma.

Y que luego sonara un poco de JT, no sabía, ya el fin de semana pintaba mucho mejor.
Logró terminarse la botella de champán. Y, cuando ya la piel se le empezó a arrugar, cuando
adquirió esa textura, decidió que la sesión de remojo debía ser terminada. Siempre quiso hacer esa
salida, esa como la de las películas, que bastaba sólo con envolverse en una toalla y en omitir los restos
de espuma en el cuerpo. Y así lo hizo, porque, ¿por qué no?

Se enfundó en uno de aquellos celestiales pantalones que estaban destinados a ser parte de
un pijama, o para haraganear con descaro. No conocía la composición de la tela, pero parecía haber sido
cortada de las nubes del mismísimo Olimpo. Y, porque no iba a ir desnuda por el apartamento, sacó la
adorada y nostálgica reliquia azul marino que había logrado rescatar de los arranques de Emma; era la
camiseta desmangada Gap que se había salvado de ser donada a caridad.

Creyó que la encontraría en el cuarto del piano, quizás limpiándolo, quizás afinándolo, o quizás
sólo en la mera disposición de por fin armar aquel rompecabezas de tres mil piezas que había pospuesto
por demasiado tiempo. Pero no. La encontró en la habitación de huéspedes, haciendo eso que raras
veces hacía, pero que, cuando lo hacía, era casi para preocuparse. Menos mal se lo había advertido.

La camiseta rosso porpora llevaba el nombre “De Rossi” y el número dieciséis en giallo oro, y
se había empezado a empapar de la espalda, que era lo que podía ver. Las piernas se habían bañado de
un ligero brillo que era más que sólo entendible, y la coleta se balanceaba de aquí hacia allá. Y, lo único
que llamaba la atención, quizás por la rapidez con la que se movían, eran los zapatos anaranjados
jódeme-la-vista.

De los parlantes salía una música que la hizo reír de ipso facto. Una mujer, porque debía ser
mujer, cantaba con un extraño tono de voz “I’ve got love on my mind” sobre una melodía demasiado
pegajosa para pertenecer a la pureza del mundo heterosexual. Era la canción de Freemasons que sólo
podía venir después de “Knock on Wood”, “Any Which Way”, o “I Will Survive”. Por ser Emma, eso era
posible.

Pero el derroche no quedó ahí. Al minuto, comanzó a sonar Cher en una balada que luego estallaba en
un arcoíris demasiado grande.

— God, you’re so gay! —se carcajeó Sophia, llamando así la atención de una Emma que intentaba llegar
a los sesenta minutos sin detenerse.

— ¿No lo sabías? —resopló casi sin aliento.

— Sé que lo eres, pero no sabía que estabas en ese nivel —rio.

Emma desistió de continuar haciendo uso de la caminadora. Se plantó sobre el suelo con la dificultad de
sentir que la madera se movía bajo sus pies, pero, tras un momento de respiraciones profundas y de una
toalla para limpiar el sudor de su rostro, pudo volver en sí.

— Ven conmigo —le dijo, alcanzándole la mano a medida que se acercaba a ella.
— ¿A dónde me llevas? —resopló, porque por alguna razón sabía que tenía que ver con sus
acusaciones más recientes.

— A que te asustes —le lanzó una ligera sonrisa que carecía de pudores y vergüenzas a pesar
de saber que debía ser, al menos, un tanto humillante—. Año dos mil dos —murmuró
entrecortadamente por la falta de aliento—. Estamos hablando de que tenía diecisiete; recién me
graduaba de la escuela. Cher anunció que haría un tour aquí y en Canadá, y no le rogué a mi mamá para
que me pagara todo sólo porque mi orgullo no me lo permitió. Por un tiempo creí haberme quedado con
las ganas, pero, en el dos mil cuatro… —suspiró, haciendo que la mirada de Sophia se ensanchara—.
Anunció que extendería el tour por Europa.

— No sabía que había llegado a Roma —rio.

— Es que ni se asomó a Italia —disintió.

— No me digas que viajaste —Emma asintió—. ¿Qué tanto viajaste?

— London —sonrió ampliamente, y, tras un segundo de enorme suspenso, abrió una de las
puertecillas que estaban bajo el mueble empotrado del televisor.

— And you bought yourself the DVD —se carcajeó en cuanto vio la caja—. Esto es,
definitivamente, otro nivel.

— ¿Todavía te gusto? —preguntó con el tono más enternecedor de todos.

— ¿Qué clase de pregunta es esa? —ladeó su cabeza hacia el lado izquierdo. Emma se sonrojó,
o quizás fue el momento en el que el bochorno de la caminadora había salido a flote—. Sería absurdo —
le dijo, y, sin importarle el hecho de que Emma estuviera secretando todas y cada una de las toxinas que
había acumulado en los últimos diez días, se le lanzó en uno de esos abrazos que sabía que no la
incomodarían—. Además, no eres sólo Cher —sonrió contra su mejilla—. También eres Shostakovich,
Pausini y Kanye West.

— Eso no me hace una mejor persona —dijo, abrazándola con ambos brazos por la cintura.

— Creo que eso es algo independiente de los gustos musicales —se encogió ligeramente entre
hombros.

— “Eso no me hace una persona más culta” —se corrigió.

— Creería que sí —resopló—, porque, de todas las personas que conozco, sólo tú puedes
darme una canción del artista que se me ocurra mencionarte.

— Exageras —la apretujó hasta tener su frente contra la suya.


— Passion Pit, que no sea “Take a Walk”.

— “The Reeling”.

— Mario, que no sea “How Could You”.

— “Let Me Love You”.

— Demi Lovato —dijo nada más, porque ni ella sabía qué era lo que cantaba.

— “Skyscraper”.

— Nirvana, que no sea “Smells Like Teen Spirit”, ni “Come As You Are”.

— “Rape Me” —sonrió a ras de sus labios.

— ¿Ves cómo sí sabes de todo un poco? —resopló guturalmente, casi nerviosa por el título de
la canción mencionada.

— Pues sí, supongo que sí —susurró, y le robó un corto y superficial beso—. ¿Cómo es que
nunca habías visto ese DVD?

— No soy de andar registrando todas las puertas y gavetas —se encogió entre hombros—.
Además, según tengo entendido, esta habitación es de tu mamá.

— Y de la tuya también —frunció su ceño—. O de quien sea que venga a visitarte.

— No es como que hay algo interesante —dijo, haciendo que Emma riera culposamente—. ¿O
sí?

— Tus intereses son, a veces, muy distintos a los míos.

— ¿Qué sueles esconder aquí? —entrecerró la mirada.

— Sex toys —sonrió.

— ¿En serio?

Emma miró hacia arriba, arqueó sus cejas, y se encogió fugazmente entre hombros. Era la desvergüenza
en persona, hasta se había atrevido a creer en su propia inocencia.

— ¿Qué escondes aquí? — preguntó Sophia de nuevo.

— Sex toys —repitió Emma, esta vez con una sonrisa más pícara.
— Sólo juegas con mi cabeza —suspiró.

— ¿Por qué dices eso? —se enserió mercurialmente.

— Porque todos tus “juguetes” están en la última gaveta de mi mesa de noche —dijo con
naturalidad.

— Antes de que digas otra cosa —irguió su dedo índice a la altura de su hombro—, son
“nuestros” juguetes. —Sophia asintió en completo entendimiento—. Ahora, si quieres continuar con que
son sólo mis juguetes… —suspiró—, no es que los esté escondiendo, es sólo que no he encontrado el
momento apropiado para estrenarlos —sonrió explicativamente, casi como si quisiera exculparse de
todos y cada uno de los cargos que se le imputaban.

— Ya me confundiste —se carcajeó.

— ¿Recuerdas la vez que fui a Babeland? —ladeó su cabeza.

Sophia asintió. Emma le dio una mirada de esas que se abrían de par en par como si esperara que llegara
a la conclusión por sí misma. La rubia frunció su ceño, y, tras un par de eternos y tensos segundos de
silencio, sus cejas se arquearon al mismo tiempo que sus labios dibujaron una lánguida “o”.

— Y… —arrastró Sophia la conjunción copulativa—, cuando dices que si continúo pensando que son tus
juguetes…

— ¿Sí…? —la imitó.

— ¿A qué te refieres?

— ¿A que esos serían tuyos? —arqueó su ceja derecha, porque para ella eso era lógico.

— En escala del uno al diez, siendo uno “compra terapéutica” y diez “non compos mentis”,
¿cómo calificarías esa compra?

— Me emocioné —se encogió entre hombros.

Rápidamente, Sophia se acordó de las veces en las que Emma había utilizado las mismas palabras, a
veces en combinación con otras.

La primera había sido una mera consecuencia del regalo de cumpleaños de hacía dos años, del
dos mil doce, que ella le había dado cuando recién se conocían.

Con el esfuerzo a largo plazo que eso significaría, porque qué se le podía regalar a la mujer que lo tenía
todo, había respirado profundamente antes de decidirse a comprar seiscientos dólares en entradas para
Totem, pues sabía que no podía comprar cualquier asiento o para cualquier hora; le había quedado claro,
tras los consejos de Natasha, que había ciertas cosas que podían potencializar el gesto. Y había sucedido
que Emma, emocionada por presenciar el espectáculo en la noche de estreno, había tenido que
asegurarse de que nada ni nadie la privaría de disfrutarlo en su totalidad. Fue por pura emoción, por
puro éxtasis, que compró seis entradas que nadie usaría: los dos asientos de adelante, los dos de atrás,
y uno a cada lado.

La segunda vez fue cuando Emma había decidido llevar a Camilla para aquella navidad en la
que habían terminado peleando; no sólo la había llevado, sino también se había encargado de hacerlo
en primera clase y de instalarla en un buen hotel que quedara cerca de donde Sophia vivía en aquel
entonces.

La tercera vez fue cuando Sophia le había pedido de favor que le llevara cena. Emma, ante la
incógnita de no saber qué llevarle, y que se había emocionado porque ese tipo de peticiones no salían
de su boca sin una breve argumentación de por medio, había llegado a casa con sushi, carne, boneless
wings, y algo más liviano como una ensalada. «Well, I didn’t know what she wanted… so I gave her
options». Después de eso, Emma aprendió a pedirle más detalles, y Sophia aprendió a darle detalles
antes de que se los tuviera que preguntar.

La cuarta vez, y la más reciente, fue con la temporada entrante en Bergdorf’s. Era cierto, Esste
se había encargado de estudiar a Emma de tal manera que pudo llenar un perchero de todo lo que ella
no dudaría en llevarse. La italiana, ante el buen trabajo de su compradora personal, y ante las maravillas
que la temporada tenía para ofrecer, no había escatimado en absolutamente nada.

— ¿Qué tanto compraste? —suspiró, preparándose mentalmente para cifras que le darían risa y no
precisamente porque le pareciera gracioso.

— Antes de responder a esa pregunta, debo decir que mi emoción no fue un estado de furor
per se.

— Entonces, ¿qué fue?

— Como dije antes, todo tiene que ver con el momento apropiado para estrenarlos —sonrió,
y, antes de que Sophia pudiera decir algo, continuó—: mientras estaba en el lugar, se me ocurrieron un
par de cosas que me gustaría hacer… —llevó su dedo a la punta de la nariz de Sophia, y suspiró un “-te”
que haría que el tono de la frase cambiara por completo—. Pero lleva cierto trabajo, cierta preparación.

— ¿Qué compraste? —preguntó entre curiosa y ansiosa—. ¿No me vas s decir? —espetó ante
su silencio.

— Where’s the fun in that? —arqueó su ceja derecha.

— ¿De qué me sirve que me digas que compraste algo, y que lo escondiste en algún lugar de
esta habitación, si no me vas a decir de qué se trata? —frunció Sophia su ceño.
— Se acaba la anticipación.

— Llega un punto en el que la anticipación ya no es divertida —le dijo un tanto seria—. ¿O es


que no me dices porque sabes que no estaré de acuerdo? —Emma se carcajeó—. ¿Qué? —frunció su
ceño y sus labios, pero Emma sólo sabía intentar contenerse la risa—. Está bien. No te diré nada sobre
lo que quiero —dijo en ese tono tan infantil que le debilitaba las rodillas a la Arquitecta.

— Ven aquí —la llamó con su mano para que se acercara a sus labios con su oreja.

— No quiero —refunfuñó con una risa de por medio—. Eres una tramposa —la acusó luego de
que la halara.

— Anal toys —susurró, desatando una carcajada en la rubia.

— Deja de jugar con mi cabeza —le dijo con la resaca de la risa.

— Bueno, no son sólo anal toys, hay un par de vibradores también —repuso Emma, empleando
aquel tono indiferente que hacía que todo se enseriara en menos de un segundo.

— ¿No es broma? —ensanchó la mirada.

Emma, con un suspiro de por medio, algo que podía interpretarse como tedio, disintió con una ligera
sonrisa mientras sus manos dejaban ir a Sophia para tomar una de las manijas de las gavetas contiguas
a la puertecilla de la que había sacado el DVD que había desencadenado la conversación que estaban
teniendo.

Del interior, sacó cajas en discreto color negro y una blanca con negro, todas de distintos
tamaños y formas. Con un gesto, no supo si de manos o cabeza, le indicó que por favor se sentara en la
cama porque ese tipo de noticias, o juguetes, no debían nunca recibirse de pie.

Le alcanzó cada caja en el orden en el que su fantasía-a-largo-plazo había sido ideada.

La caja circular contenía lo que Emma llamó “the starter kit”; eran tres, de diferente tamaño en longitud
y en grosor, nada muy exagerado.

La caja cuadrada era pequeña en comparación a la anterior; tenía un tan solo juguete que no era ni
grande ni pequeño, simplemente intermedio. Éste, cuando Sophia lo sacó de entre la base en la que
había sido colocado, era frío y pesado. Metálico, cromado, y, en lugar de tratarse de la forma
convencional, constaba de cuatro ondulaciones que iban de menos a más o de más a menos; era cuestión
de perspectiva.

La otra caja cuadrada, más pequeña y angosta, contenía solamente uno y un accesorio adicional. Era de
un material más liviano y tenía, en la parte que quedaría en el exterior, un anillo en el que se podía
introducir el cilindro que tenía tres niveles de vibración.
La caja rectangular, esta sí de un material más fino que los anteriores, era quizás la más elegante porque
había sido diseñada para eso; para ser discreta y con estilo. Lelo sabía cómo. Era un Hugo.

La que parecía un trapecio, esa contenía el primer vibrador. Más que un vibrador, parecía ser una joya;
era suave y fino, quizás más que el anterior. Venía en una cartera de cuero negro. Simulaba dos dedos,
con esa celestial apertura que gritaba placer clitoral.

Quizás dejó lo mejor para el final, quizás sólo fue coincidencia, pero sólo se necesitan dos palabras para
aclarar dicho juguete o arma de placer: Magic Wand.

— Por favor di algo —murmuró una Emma que había entrado en una faceta de nervios justamente
justificados, pues Sophia había permanecido en silencio y su respiración y su dificultad para tragar se
habían vuelto audibles—. Lo que sea, por favor.

— No te hubieras molestado… —suspiró, cerrando la última caja para colocarla sobre el resto.

— No te agrada la idea —masculló, estando un tanto decepcionada de sí misma por haber sido
incapaz de dejar a un lado sus planes para considerar lo que la rubia en realidad quería, pero, ¿cómo no
iba a quererlo si era lo que parecía darle más placer?

— No te apresures —resopló con su mano a media altura para decirle que debía guardar la
calma—. ¿Son todos para mí?

— Era la idea, sí —asintió.

— ¿Te acuerdas de esa vez que compartimos el vibrador? —la miró como si no estuvieran
hablando de algo tan sensible y delicado como lo eran sus propias vivencias.

— Sí, ¿por qué?

— “Sex & the City” me enseñó que esto es… —dijo, posando su mano sobre la caja que recién
colocaba sobre el resto.

— ¿Que esto es…?

— That this is it —se encogió entre hombros.

— ¿Y eso qué tiene que ver con esa vez que compartimos vibrador? —frunció Emma su ceño.

— Que yo sé que tú no eres afín a las vibraciones porque o no te hacen nada o te hacen muy
poco, pero… —arqueó ambas cejas, tal y como Emma lo había hecho cuando quería que llegara a la
conclusión por sí misma.
— Está bien —supuso, aunque en realidad no sabía qué era lo que Sophia insinuaba o decía
de manera explícita—. Pero los vibradores son… son child’s play.

— Ah, quieres que te diga lo que pienso de lo demás, ¿cierto? —Emma asintió—. ¿Hay algo
más que tengas que enseñarme o esto es todo?

— ¿Qué te hace pensar que hay más? —ladeó su cabeza hacia la izquierda.

— La anticipación —dijo—. Sé que te gusta llevarme por etapas —sonrió—. Si hay más,
guárdalo por el momento, que con esto ya tengo ocho juguetes para digerir.

— Como ordenes —rio nasalmente—. Pero, ¿qué piensas del resto?

Sophia suspiró como si no supiera cómo abordar el tema con la seriedad o la ligereza que ameritaba. Se
puso de pie, quizás porque necesitaba caminar de un lado hacia otro mientras meditaba la manera en la
que debía expresarse, mientras escogía cuidadosamente sus palabras para que el mensaje fuera fuerte
y claro, que no se prestara a malentendidos y/o malinterpretaciones.

Llevó su mano a su quijada y la recorrió varias veces dentro del minuto que supo arrojar a Emma al borde
del colapso; la incertidumbre la mataba.

De un momento a otro, Sophia suspiró de nuevo, esta vez como si estuviera llena de
determinación para hablar o para hacer, para expresarse de algún modo y en alguna forma.

— ¿En verdad quieres saber lo que pienso? —murmuró la rubia, tomándole la mano tal y como si su
intención fuera calmarla.

— Por favor —asintió.

En cuanto se había dado cuenta de la hora, había cerrado el portafolio de golpe y se había puesto de pie
para darse cuenta de que, de 105th Street a 62nd Street,había más de cincuenta calles que debía
caminar; ochenta metros por calle, casi tres mil quinientos metros, lo que le tomaría alrededor de
cuarenta minutos. Cuarenta minutos era llegar nueve minutos tarde, y eso, tras las palabras que se
habían tatuado en su memoria desde el primer día que había trabajado en el estudio, era simplemente
inaceptable.

Luchó una milésima de segundo con el bolsillo trasero de su pantalón para sacar su cartera.
Destartalada, casi pendiendo de un hilo, la abrió para relevar la paupérrima cantidad de veinte dólares
entre una serie de comprobantes de compra. Lo pensó por lo que pareció ser una eternidad, que era
tiempo que no tenía y que sólo perdía, y, aunque sabía que era lo único que tenía para el resto del fin
de semana, le temía más al hecho de ser tachado de impuntual.

Levantó su brazo y, al hacer que un vehículo amarillo se detuviera, se arrojó a la cabina con el comienzo
de un Padre Nuestro, el cual creía que le ayudaría a no llegar tarde.
Se detuvo a un costado del edificio, frente a un conjunto de andamios y de autos negros dignos
de tener chofer. Miró hacia arriba, totalmente absorto por la proximidad con la Quinta Avenida y la
altura del edificio, y, con la torpeza de sentirse un completo forastero, se adentró al vestíbulo de
relucientes pisos de mármol.

— Morning —dijo al acercarse al escritorio principal. El hombre alzó la mirada y le dibujó una sonrisa
inquisitiva—. Apartment eleven… —balbuceó un tanto avergonzado por no acordarse de la letra que
pertenecía a dicho apartamento.

— Last name? —dijo con ese acento tosco y propio de la extinta cortina de hierro.

— Pavlovic —respondió.

— I meant yours —sonrió de nuevo.

— Meyers, Lucas.

— Are they expecting you? —él asintió, no sin antes preguntarse a qué se refería con el plural—
. Just a moment, please —dijo mientras levantaba el auricular negro para llevárselo a la oreja.

— Ma! Vattela a pijà ‘nder culo! —gruñó entre una risa—. Hold that thought —le dijo con su dedo índice
erguido, pues la rubia estaba a punto de verbalizar su opinión.

— ¿Estamos esperando a alguien? —frunció su ceño, no tanto por el sonido del timbre sino
por la tan elocuente y romanesca expresión.

— No que yo sepa —suspiró, y, estando enojada con el universo, y quizás con Natasha porque
sólo ella podía ser, se dirigió al intercomunicador—. Yes? —intentó no ladrarle a Józef, porque en ningún
momento él tuvo la intención de interrumpir el momento.

— Good morning again, Miss Pavlovic. I have Mr. Lucas Meyers here, may I send him up?

Emma frunció su ceño como si el acento hubiera sido una barrera real. ¿Había escuchado bien?

— You said Lucas? —tuvo que preguntar.

— Yes. Lucas Meyers.

— Hold on a second, please —inquirió, y dejó ir el botón para que el conserje de turno no
escuchara nada—. ¡So-phia! —la llamó un tanto extrañada.

— No me mires a mí —rio mientras se encogía entre hombros—, yo no sé nada de esto —dijo,


recostándose contra la columna que apenas sobresalía de la pared.
— Sure, Józef, have him come up —dijo para el intercomunicador.

— Right away.

— ¿Entonces? —resopló Sophia.

— Intento pensar en qué momento surgió esto —contestó Emma, dejando que su frente
golpeara suavemente el concreto de la pared.

— No pienses tan fuerte —dijo, acercándose lentamente hacia ella—, empieza a oler a
quemado —susurró, pasando sus brazos por su nuca para que la volviera a ver.

— No sé qué hace aquí ni cómo consiguió nuestra dirección.

— Pregúntale —sonrió, colocándose en puntillas para alcanzar su mejilla.

— Si vas a estar presente… —la miró de reojo.

— Yup, I´ll go put on a bra —resopló, estirándose de nuevo para darle un beso en la mejilla.

Emma se irguió con una sonrisa, acosando su contoneo desde lo lejos como lo que en realidad era cuando
de la rubia se trataba.

En cuanto Sophia desapareció al final del pasillo, ella se retiró a la cocina para lavarse las manos
y enjuagarse el rostro, y, mientras se secaba, escuchó el timbre del ascensor. “Fake it ‘til you make it”,
se dijo a sí misma en la voz de Natasha. Sabias palabras.

Emma no recordaba, y con justa razón, pues había sido víctima de la ajetreada semana de la
que actualmente descansaba.

Había sucedido que, en cierto momento, Lucas se había acercado a ella en el break room del estudio
para preguntarle si cabía la posibilidad de poder revisar uno que otro rendering manual para obtener un
poco de retroalimentación constructiva, pues, en un futuro no muy lejano, sabía que sería una de sus
asignaciones diarias. Emma, meramente distraída por estar preparando el latte matutino de Sophia, no
supo en qué momento se le atrofió la parte racional que se dedicaba al procesamiento de información,
y sólo accedió con un asentimiento. Le dijo, además, sin siquiera detenerse a pensarlo por un segundo,
que le pidiera a Gaby su dirección para que pudiera llegar el sábado por la mañana, a las diez en punto.
Porque ella no estaba por sacrificar un domingo, no Señor.

Antes de llamar a la puerta, se detuvo frente al espejo en el pasillo y se cercioró de que


estuviera perfectamente peinado, que su corbata no estuviera floja o torcida, y que los nervios no
gritaran a través de sus ojos. Tres pasos más tarde, suspiró, y dejó que sus nudillos golpearan la lánguida
puerta blanca.
Se llevó un previsto sobresalto en cuanto encaró a la persona que lo había citado a esa hora sin saber
realmente por qué.

— Buenos días —le lanzó una breve sonrisa, y, con un gesto que debía invitarlo a pasar adelante, lo
sorprendió de tal manera que le provocó un tartamudeo por cordial saludo—. ¿Quieres algo de beber?

— Eso estaría bien —asintió, no sabiendo si debía esperar a que lo atendiera o si debía
preguntar en dónde había un vaso para llenarlo con agua del grifo.

— ¿Fría?

— Sí, por favor —asintió de nuevo, intentando disimular el nivel de su curiosidad por
encontrarse en un espacio en el que sabía que no pertenecía con esa clase de soltura y flexibilidad—. Sé
que vengo diez minutos antes de lo que me había dicho que viniera, ¿interrumpí algo? —murmuró,
volviéndose hacia la izquierda para encarar a una Emma que le daba la espalda mientras buscaba un
vaso.

— No, ¿por qué?

— Parece que estaba haciendo ejercicio —se encogió entre hombros con las manos enterradas
en los bolsillos.

— Recién terminaba —mintió a medias.

— ¿Aficionada al soccer?

— Sí, disfruto del futbol —asintió, colocando el vaso sobre la barra desayunadora para verter
un poco de agua en él.

— Me imagino que es importante en Italia —comentó casi por el hecho de no querer


permanecer en silencio.

— Es considerado el deporte nacional —sonrió.

— Creo que nunca he tenido la oportunidad de vivirlo como se debe —pareció disculparse
mientras tomaba asiento en el banquillo frente al vaso con agua.

— Aquí hay football y soccer —se encogió Emma entre hombros mientras veía que, por el
pasillo, emergía una cabellera rubia que había sido sometida al orden de un moño apresurado.

— Lucas —lo saludó Sophia cuando aún caminaba hacia él.

El alto y fornido hombre pareció atragantarse con el sorbo de agua que había imaginado beber, pues en
ningún momento se imaginó que aquello que había presenciado en Burger Heaven, hacía demasiados
días, era lo que sucedía en el día a día en la privacidad de sus vidas. A eso se había referido el conserje
con aquel plural.

— Licenciada —se puso de pie rápidamente, esperando no haber sonado tan estupefacto como en
realidad estaba—, buenos días —dijo, extendiéndole la mano.

— Buenos días —sonrió, estrechando su mano y al mismo tiempo indicándole que por favor
se sentara de nuevo—. ¿Qué te trae por aquí? —preguntó, más por ayudar a aclarar confusiones en
Emma que por su propia curiosidad.

— Sólo vine a dejar mi portafolio para que lo revisara la Arquitecta —sonrió—. Quiero saber
en qué puedo mejorar.

— ¿Puedo curiosear un poco?

— Por favor —asintió, entregándole la carpeta—. Cualquier crítica es bienvenida.

— ¿Quieres algo de beber tú también? —le preguntó Emma a Sophia.

— Lo que sea que tú bebas —guiñó su ojo y le lanzó una sonrisa casi pícara—. ¿Quién te
impartió “Rendering for the Interior”; Moussatché o Letourneau?

— Ninguna —disintió—. Se llamaba Samantha, solo estuvo ese semestre —se encogió entre
hombros—. Moussatché era de Specialized Interior Environments y Letourneau de Conceptual
Detailing… si no me equivoco.

— Ah, pero sí las tuviste —sonrió, y él asintió—. Cuando yo estuve, Moussatché era de estudios
fundamentales y de Form, Space and Order, y Letourneau atacaba con Rendering for the Interior.

A primera vista, sus trazos eran excepcionales por cualidad y calidad; eran cortos, precisos, y concisos.
Bajo un ojo más crítico, tenían un aspecto raquítico, lacónico, y eran tan reprimidos que podían llegar a
ser insuficientes.

Eran lo que eran, ni más ni menos. Se dedicaban a plasmar una tan sola idea, una rígida idea que había
sido ejecutada tal y como había sido concebida; no había lugar para flexibilidades, para imprevistos, o
para eventos circunstanciales que concluían en grandes alteraciones que, eventualmente, se convertían
en inigualables invenciones.

En sus trazos no había ni humildad ni arrogancia, había un carácter débil que iba en contra de toda
soberbia y de sed de convertirse en algo tan grandioso como lo determinara su propia originalidad. Le
faltaba la altanería y la confianza en sí mismo como para imponer su opinión, la mejor de entre todas a
escoger, y eso sólo resultaba siendo insípido y aburrido. Aburrido.
Ilustración a ilustración, parecía conservar la nefasta monotonía de la rectitud. No había ni una tan sola
curva, ni una línea recta que, sin restarle integridad, sufriera del tremor más mínimo. La disciplina de
una escuadra, o de una regla, era la prueba más clara de su falta de creatividad y de cierta desgana que
era propia del talento innato.

Su manejo del color era regular, promedio, tenía sus destellos y sus deficiencias casi por igual; sus
armonías eran seguras y soporíferas, térreas en su mayoría. Tenía los conocimientos suficientes como
para aventurarse a pretender algo más atrevido, para arriesgarse a algo tan imposible que sólo él, por
medio de su ego, pudiera hacerlo posible. Los balances eran perfectos, pero eso no significaba que
fueran dignos de describirse como profesionales.

Con el paso de las páginas, cada diseño parecía ser una continuación del siguiente y no de la manera más
simétrica; la necedad de su método para diseñar, sin importar el estilo estético –tropical, tradicional,
loft, industrial– porque todo parecía ser, por la frialdad y la terquedad de sus trazos, simplificado al punto
de tentar el lado de lo minimalista.

No era para malinterpretar, su trabajo era exquisito y perfecto en el sentido técnico, pero tenía
serios problemas creativos, los cuales, muy probablemente, nacían en el simple hecho de que había
crecido en un mundo en el que él era la excepción. Su linaje ascendía hacia el Siglo XIX, en donde su
bisabuelo, Frank P. Burnham, había llegado a Atlanta con los planos de lo que hoy en día se conocía como
el Capitolio de Georgia, en Atlanta. Estirpe de arquitectos… hasta él, un desertor de la materia y de la
profesión para convertirse en un fiel creyente de que el glamour no era una habilidad que sólo una mujer
podía poseer y dominar.

Viéndose envuelto en una enseñanza arquitectónica, batallaba continuamente para sobresalir, para no
ser visto de menos. No obstante, en su lucha, intentaba buscar aceptación al apropiarse del estilo que
se heredaba de generación en generación. He ahí la carencia de personalidad, de unicidad.

Por otro lado, Sophia lamentaba, más que el sobreesfuerzo, el hecho de que no hubiera tenido
la oportunidad de recibir los conocimientos fundamentales de las dos sabias mujeres que le habían
ayudado a entender que ser un artista, o un experto, no era un requisito para aquellos que tenían el
talento y la vocación en iguales proporciones. La técnica se adquiría con la experiencia, la humildad, y la
simple búsqueda de identidad, lo cual determinaría, en un futuro, los estilos que mejor la describirían.

Y, sí, sabía que las ilustraciones manuales eran algo que pronto se consideraría cosa del pasado, lo cual
ella condenaba, pues, sin tener habilidades manuales, ¿cómo se podían dominar las digitales? La
visualización de formas, esquemas y armonías, se debían entender para poder plasmarse en todo, no
importaba si se trataba de un papel o de una pantalla.

— Son buenos —murmuró la rubia con tono sincero, porque decir lo contrario era una mentira.

— ¿Pero? —preguntó él.


— Tengo demasiadas preguntas —suspiró una risa de por medio—. Sin embargo, creo que no
viniste a escuchar mi opinión sino la de ella —señaló a la italiana con su dedo.

— Sin ofenderla —se volvió hacia Emma—, pero también he visto su trabajo —le dijo a
Sophia—. Valoraría mucho su opinión también.

— Me encantaría saber qué piensa del trabajo de Lucas, Licenciada Rialto —dijo Emma con un
tono que sólo sabía delatar la profundidad de su curiosidad—. Fueron a la misma universidad —se
explicó ante la mirada inquisitiva—, comparten la experiencia académica —«son casi de la misma raza,
se entienden mejor».

— Veo la diferencia entre su trabajo y el mío —añadió Lucas—, y eso es algo que está muy
lejos de la experiencia que usted tiene y que yo carezco.

— Experiencia tienes —le dijo Sophia—, alguien sin experiencia no podría hacer esto —añadió,
intentando encerrar uno de sus diseños con las yemas de sus dedos—. Usar un punto de fuga es algo
básico, pero se requiere de inteligencia y de una buena visualización espacial para saber utilizar dos —
dijo mientras se volvía a Emma—. No utilizar un punto de fuga es algo muy arriesgado porque no tienes
ninguna referencia —murmuró, hablando directamente con la Arquitecta y no con él—, y para eso se
debe ser muy tonto, muy ignorante, y muy necio... —Emma arqueó su ceja derecha—, o se debe traer a
da Vinci en la sangre —sonrió inocentemente, porque en ningún momento quiso insultar la metodología
que su jefa prefería.

— ¿Usted trae a da Vinci en la sangre? —interrumpió la tensión entre ambas miradas.

— No —resopló con un disentimiento—. Dependiendo del diseño uso dos o tres, nunca sólo
uno.

— ¿Por qué?

— Porque usar sólo uno, dependiendo de la perspectiva, hace ver la ilustración poco
profesional; tiende a tener menor volumen, y eso sólo hace que el cliente no tenga una visión tan
completa del espacio que le presentas. Utilizar sólo un punto de fuga para un rendering del interior es…
es como que lleves chacos al trabajo.

— ¿Chacos? —balbuceó Emma, porque lo único similar que conocía era el nunchaku.

— Son unas sandalias —respondió Lucas.

— Si te las muestro te mueres —añadió Sophia.

— No se diga más —dijo Emma con un gesto de rotunda negación—. Prosigan.


— Aquí hay doce diseños —retomó el tema de conversación—; hay nueve renderings de una
fachada y tres de un interior, y los tres son de vista aérea. Y el que hiciste del break room, también era
de vista aérea. ¿Tienes alguno con otra perspectiva? —Él disintió—. ¿Por qué no?

— ¿Honestamente? —balbuceó, casi retorciéndose de la vergüenza.

— Como tú prefieras —sonrió Sophia.

— Me cuesta —se sonrojó—, y no quiero que ni ustedes ni los clientes se den cuenta de eso.
Por eso, porque me cuesta, es que me dediqué a saber hacerlos de manera digital.

— Eso es bueno —repuso la rubia en un tono reconfortante mientras seguía a Emma con la
mirada, pues salía de la cocina sabía sólo ella a qué—, pero tienes que estar consciente de que todos los
clientes son distintos, y, dependiendo de eso, es que escoges presentarle tu idea con una ilustración
digital o sobre un papel. Muchos clientes se enamoran de una idea que has coloreado con marcadores
porque saben que te tomas el proyecto en serio; le inviertes tiempo. Muchos suelen pensar que un
rendering digital toma menos tiempo y requiere de menos esfuerzo, pero tú y yo sabemos que eso no
es cierto, que a veces nos toma mucho más. Psicológicamente, creo que muchos prefieren un rendering
manual porque se dejan envolver por la idea de que sabes dibujar y colorear, y porque, por alguna razón,
lo sienten más personal, más invitante, más de ellos. Claro, hay otros que, del mismo modo, prefieren
uno digital porque, de estar bien ejecutado, logran hacerlo pasar por fotografía y lo creen más real, más
tangible.

— Los clientes que suele tener el estudio, ¿qué prefieren? O, ¿cómo determina usted qué tipo
les dará?

— El primer filtro, para mí, es la edad: los mayores prefieren uno manual y los más jóvenes los
digitales; debe ser con lo que les resulta más familiar, pero siempre hay excepciones. Tomo en cuenta el
género también: los hombres tienden a no valorar tanto el esfuerzo manual como las mujeres. Y, por
último, tomo en cuenta la cantidad de detalles que el diseño requiere: estilo, paleta de colores, y
decoraciones adicionales. Cuando se trata de muebles siempre los hago a mano.

— ¿Por qué?

— Porque soy necia y me gusta diseñarlos a mano —sonrió angelicalmente, haciendo que Lucas riera
entretenido—. Pero, volviendo a tus diseños —se irguió sobre el banquillo—, ¿son diseños propios o son
un de algo que ya existe?

— Propios —disintió.

— Y tus estilos son tropical y tradicional, ¿cierto? —Él asintió—. ¿Por qué no veo nada de eso? —Lucas
no supo qué responder—. Las fachadas son todas muy modernas, fachadas cuyo interior se intuye que
son igualmente modernos, quizás minimalistas. Y, los diseños de interiores que tienes… —suspiró,
porque no sabía cómo expresar sus ideas con tanta precisión—, no dejas ver la calidad del detalle que sí
tienes en el resto, precisamente porque son perspectivas aéreas.

Atónito, no supo desviar su mirada del tajante dedo índice que golpeaba sus fracasos. Nunca nadie le
dijo que su trabajo estaba mal, no así, no sin rodeos. Él tenía una maestría en diseño de interiores, ¿cómo
era posible que fallara en algo tan básico como lo que la rubia le señalaba?

Tragó con dificultades, no sabiendo si salir corriendo y huir de la ciudad por la vergüenza de continuar
siendo un simple principiante con un título pomposo, o si realmente debía quedarse para aprovechar la
oportunidad.

— Un momento —se aclaró la garganta al cabo de unos segundos de funesto silencio, y, con la misma
mudez, abrió el bolso que siempre llevaba con él. Sacó una libreta y un bolígrafo, e hizo algunos
garabatos en una página en blanco—. ¿Qué más? —se volvió hacia la rubia con una sonrisa que le
indicaría que estaba abierto a recibir críticas constructivas, consejos, y demás.

Sophia se asombró, y, de cierto modo, se enamoró platónicamente del hombre que tenía al lado.
Reconocía y aplaudía la humildad que se debía tener para afrontar dichos comentarios de ese modo tan
profesional: dispuesto a escuchar y a anotar lo que luego estudiaría. Ella sabía que él sabía que no lo
sabía todo, y que no se podía ser perfecto, al menos no dentro de la inmadurez profesional de la cual se
sufría al principio. Ella había sufrido de eso, no hacía mucho, porque llegar a un estudio, en donde había
alguien que menospreciaba al punto de fuga porque eso era para ingenuos y principiantes, y para todo
aquel que no tuviera inteligencia y astucia para idear su propio método, había sido una patada de talento
y vocación. Había aprendido que la mitad del trabajo se hacía sin hablar porque quedaba plasmado en
un papel. Era por eso, y más, que era importante saber hacerlo más que sólo bien; delataba el nivel y la
seriedad de sus capacidades, además de darse a conocer, en silencio, como una eminencia de lo que la
profesión significaba.

Era cierto, en aquella pequeña cabina era casi imposible hacer otra cosa que no fuera ducharse. Haber
metido dos cuerpos había sido desafiar las leyes de la física.

Alex salió pocos minutos después porque, entre su devoción, había decidido acosar a Irene
con el descaro que permitían las dimensiones de la cámara de limpieza corporal. Le había gustado ver la
facilidad con la que unas cuantas gotas de champú podían hacer suficiente espuma para limpiar el sudor
de la jornada de tenis.

Cuando salió, ubicó a Irene sentada al borde de la cama. Tenía la toalla al torso, sus pies intentaban
enterrarse entre las fibras de la alfombra, y sus manos detenían su cabeza y cubrían sus ojos.

En el televisor, a bajo volumen, se dramatizaba la voz de Francesco Renga. El comienzo de la canción le


acordaba a otra, a una a la que en esos momentos no le encontraba el nombre, y ambas cosas le
resultaban absolutamente nefastas. Se parecía a aquella de Aerosmith, a aquella del setenta y tres.
Se recostó sobre su costado a lo ancho de la cama, justo detrás de la griega que parecía luchar
con más que sólo sus pensamientos. «Pensi troppo…», pensó, absteniéndose de tocarla.

— ¿En qué piensas? —murmuró, no sabiendo si arrepentirse por osar a interrumpir un proceso mental
que parecía ser demasiado íntimo. Irene se irguió con un suspiro de por medio y la miró sobre su hombro.
Dibujó una ligera sonrisa—. ¿Me involucra?

— Puede ser —susurró con un asentimiento.

Odió el hecho de que su boca y su cerebro no se hubieran puesto de acuerdo, no podía ser tan difícil. No
lo era. Teniendo un coeficiente intelectual de 112, muy por encima del promedio griego y once puntos
por encima de su hermana, a quien había visto mentir descaradamente para salvarse de tratar un tema
muy incómodo, ¿cómo era posible que no pudiera manejar una simple evasiva?

— Entonces debo saberlo —le dijo Alex, apoyando su sien de su mano para erguirse un poco más.

— Te odio —resopló, dejándose caer para aterrizar sobre su abdomen.

— Lo sé —sonrió, enterrando sus dedos entre la húmeda cabellera marrón.

— ¿Cómo me vas a presentar? —preguntó, intentando no delatar su preocupación y su


ansiedad.

— ¿Prefieres el “Rialto” o el “Papazoglakis”?

— Tú sabes a lo que me refiero —disintió ligeramente mientras la miraba por la esquina de su


ojo.

— Te presentaré simplemente como “Irene” —se encogió ligeramente entre hombros.

— ¿A cuántas mujeres has presentado en sociedad? —vomitó su curiosidad.

— Tus preguntas son a veces tan peligrosas —resopló un tanto estresada.

— ¿Por qué? —frunció Irene su ceño—. Habría creído que eran fáciles de responder.

— ¿Fáciles? —arqueó ambas cejas—. No seas tan cínica.

— No lo soy —repuso casi ofendida—. No es una pregunta que deba ponerte a prueba.

— La pregunta no, la respuesta sí.

— Bueno, ¿me vas a responder o no?


Alex inhaló cuanto aire pudo para oxigenar su razonamiento; debía estructurar su respuesta de tal
manera que Irene no se sintiera una más del montón y que tampoco se sintiera tan importante, como
realmente lo era, de lo contrario sólo lograría provocarle un ataque de pánico. Debía ser honesta consigo
misma: una Irene en estado apopléjico no le servía de nada ni para nada.

— No eres la primera —comenzó diciendo—. Mi familia conoció a Vitto, a Silvana, y a Fella —dijo,
haciendo un recuento de las tres relaciones que habían tenido la suficiente relevancia como para
merecer un lugar en su vida familiar y pública—, y las conocieron como lo que eran; no como mis amigas,
o como mis compañeras de la escuela o de la universidad, o como alguien a quien conocí en un
intercambio hace demasiados años. La Pina —se refirió a su abuela por parte de papá—, nunca me ha
sabido perdonar el hecho de que dejara que Silvana terminara conmigo. A Fella le tocó aguantar todos
los comentarios, sobre grandeza y proeza, que Silvana le tatuó en la cabeza. Fue tanto que, cuando
terminé con Fella, la Pina me dijo que era lo mejor… y supongo que tiene razón, porque, alguien que no
sabe aguantar a una abuela necia, no vale la pena —dijo con tono de advertencia, o quizás sólo era una
mera epifanía.

Anna Silvana Mezzogiorno era, en aquel entonces, una aspirante al Balletto di Roma. Soñaba con ser
Odette, sin embargo se conformaría con llegar a ser Julieta. No pedía mucho.

Se habían conocido en una noche de aquellas para recordar a pesar de que era poco lo que recordaban
en realidad, era culpa del Goa Club y del año nuevo.

2010, a casi trescientos sesenta y cinco días de que su vida se tropezara con Irene Papazoglakis durante
aquel intercambio en Atenas, a Alex se le olvidó su existencia en cuanto sus ojos se habían fijado en la
mujer más hermosa que había visto hasta ese momento. Bailaba como si recién hubiera descubierto el
quinto arte, auspiciado por el festival de Bacardi y por Pitbull con su Calle Ocho.

Sudando, con un moño negro y flojo, una sonrisa de verdadero goce, y un cuerpo sacado de la mitología
griega, Silvana había decidido ir a por un trago más. Pasó que se equivocó de mesa y terminó robando
licor y hielo de Alessandra Santoro. El resto fue historia.

Tres años mayor que Alex, la incursó en un mundo de madurez que desconocía y que, en algún
momento, creyó apreciar por simple ósmosis. Además, la introdujo a aquel arte que no estaba en el
Manifiesto de las siete artes; le había mostrado que el placer no comenzaba ni se detenía ni terminaba
en la cama. Era encantadora, apasionada, carismática y elocuente, y era por eso que la Pina se había
encariñado de ella. Lo que la Pina no sabía era que tenía arranques de celos, de aquellos que se tornaban
violentos de palabras y de hazañas por igual.

— Y tampoco eres la única porque nunca voy sola a ese tipo de cosas —continuó diciendo—; si voy sola,
me toca ayudar en la cocina… y eso no va conmigo. Pero, si voy con alguien, es mi obligación atender y
estar con ese alguien —sonrió.

— Crudo —resopló Irene como si quisiera esconder la herida en su orgullo—, pero todavía no
respondes mi pregunta.
— ¿Cómo quieres que te presente, Nene? —suspiró—. No somos novias, no somos sólo
amigas, y eso de “amigas con derecho” es un término demasiado revolucionario y decidimos no
emplearlo ni en público ni en privado.

— ¿Entonces?

— Te presentaré como “Irene”, porque así te llamas y porque, en palabras simples, eso eres
para mí —se encogió entre hombros.

— Tu honestidad es un poco brutal —rio.

— No voy a llegar a donde la Pina y le voy a decir “eh, Pina, guarda. Questa è Irene, la ragazza
che ho chiavato prima di venire a te” —sonrió.

— Es que eso sería una mentira —disintió, haciendo que Alex enseriara la mirada—. No me
has cogido.

Alex rio nasalmente, demasiado entretenida por el hecho de que Irene no se había ofendido al
mencionar su pasado con otras mujeres que no fueran ella. Eso ya era ganancia, porque, aunque
consideraba los celos como un gesto territorial muy halagador, tenía su límite.

Decidió no preguntarle si quería, pues ya eso le importaba poco. Había esperado lo suficiente,
casi una semana sin poder tenerla.

Guio su mano al débil sistema que aseguraba la toalla de Irene a su torso, y, con el descaro de hacerlo
con su mano izquierda, la abrió con la intención de exponerla y poder tener una excusa para presentar
a Irene con tal aberración.

En las sabias palabras de la Nonna Peccorini, se comenzaba por el principio y no se terminaba hasta estar
satisfecho, pues finales había muchos.

Tanto Lucas como Sophia tuvieron una breve tutoría explicativa de por qué, en realidad, los
puntos de fuga eran un método de proyección subdesarrollada.

La rubia ya lo había visto, pero, a decir verdad, nunca había reparado en la lógica que su método tenía;
bastaba con escoger una pieza central para elaborar todo el diseño.

El primer paso era escoger ese elemento —fuera mueble, decoración o pared— que resultaba ser el más
importante para el cliente. En el caso de la cocina, que fue el ejemplo que utilizó para guiar a Lucas en
una ilustración exclusivamente del interior de su hogar, le explicó que, mientras que Sophia consideraba
que lo más importante era la estufa, ella consideraba que lo más importante era la barra desayunadora.
Para la rubia era la estufa porque realmente la utilizaba; la aprovechaba y la disfrutaba, y para ella era
el lugar en donde se sentaban juntas a comer; era el nexo perfecto entre el comedor y la cocina. Pero,
en esa ocasión, el cliente no era ni ella ni la rubia, por lo que Lucas admitió que le interesaba más la
comida que el hecho de cocinarla, porque se podía comer frío y se podía comer en cualquier lugar, hasta
de pie. Fue por eso que se escogió el refrigerador.

El segundo paso era escoger la perspectiva en la que el cliente se encontraría, pues de nada servía
escoger vista de pájaro, o vista serena, o, peor aún, de rana.

El tercer paso era determinar la iluminación, lo cual era de suma importancia porque dependía de la
ubicación de dicha habitación dentro del espacio a diseñar. La sombra de las tres de la tarde no era la
misma en el dormitorio principal y en la cocina.

Luego venía la etapa del diseño en sí; debía ser lo más cercano a la perfección y a la precisión, sin
embargo no tenía que serlo al cien por ciento. Las líneas rectas no se lograban con una regla sino con un
movimiento que nacía desde el hombro, y la excelencia se conseguía con saber identificar qué era lo que
al cliente realmente le importaba.

Por último venía el color, en donde sí debía haber perfección de principio a fin. Además de eso, se debía
tener confianza en sí mismo para tener la seguridad de que todos los trazos eran los justos y los
necesarios, inteligencia para saber cómo enmascarar cualquier error, y sentido común para determinar
el orden en el que se aplicaba el color.

Para demostrarles que no era nada del otro mundo y que, en realidad, era más fácil que estar
pensando en una línea horizonte y puntos de fuga, se tomó el tiempo para dirigir a Lucas en un rendering
que había resultado con mayor personalidad que con los que había llegado. Fue en ese papel, en esa
ilustración, en la que se vio su verdadero potencial.

Por un momento se arrepintió, porque en el fondo disfrutaba de despojarla de toda ropa con la lentitud
que la anticipación significaba. Sin embargo, dio gracias a Dios en cuanto los inhumanos reflejos de la
griega atraparon la toalla a medio viaje y se adhirieron a pocos milímetros de donde había sido aflojada.

Irene la miró en silencio. No había nada que delatara ofensa, sorpresa, o satisfacción. Ni una
sonrisa ni un refunfuño. Se puso de pie y, como si pretendiera ignorarla, le dio la espalda y caminó en tal
dirección y de tal manera que la hizo pensar lo peor.

— Scusa se ti ho offesa in qualche modo… —murmuró un tanto confundida, pues no supo en qué
momento, o cuál de todos sus comentarios, podían haberla ofendido.

— Dimmi… —suspiró Irene, dando un giro inesperado para bordear la cama—. Perchè si assume
sempre il peggio?

Alessandra Santoro, la mujer cuya arma principal de seducción era la crudeza, la brutalidad, y la
indiferencia, sufrió un espasmo cerebral severo. Quiso excusarse, justificarse, pero sus neuronas no
cooperaron.
No sabía si tenía algo que ver con sus relaciones anteriores, con esas atropelladas relaciones en las que,
a pesar de sus estrategias y métodos de seducción, terminaba teniendo la culpa de todo aunque en
realidad no la tuviera. No sabía si era el hecho de que, aunque no lo quisiera y fuera en contra de lo que
ella representaba para sí misma, había tenido que aprender a sentirse obligada a disculparse hasta
cuando no había nada por lo que se debía disculpar.

Tampoco sabía si tenía algo que ver con que, aunque no quisiera aceptarlo, tanto Vitto, como Silvana y
Fella, habían sido víctimas de su inmadurez y de la verdadera indiferencia. Quizás no había sido hasta en
ese preciso momento en el que reconocía, ya menos inmadura, que esos supuestos amores y
enamoramientos habían sido vacíos porque en ningún momento compartió intereses y en ningún
momento se sintió realmente atraída por la deficiencia de intelecto y las vanidosas ambiciones. Vittoria
quería ser modelo, de esas glorificadas figuras en Maxim o en Sports Illustrated, una modelo de lencería
para terminar desfilando con alas para Victoria’s Secret; su falta de visión, su falta de aspiración a ser
una Kate Moss, una Gisele Bündchen, o bien una Linda Evangelista.

Silvana estrella del ballet, como mencionado anteriormente se conformó con el fugaz rol de suplente
para Julieta y había terminado por contraer un falso matrimonio con un hombre que le doblaba la edad
y que estaba dispuesto a mantener su pasatiempo.

Y Fella quería ser actriz. Comenzó estudiando eso, actuación, y se dejó engañar por espejismo del éxito
al considerar que una aparición de diecisiete capítulos, en La Finestra (la telenovela de pacotilla), era un
claro salto a la fama italiana. No había hecho nada más.

Pero no, ¿qué estaba haciendo? Ya lo pasado, pasado. Eso no era justo para Irene. Guardó a
Vittoria, a Silvana, y a Raffaella en una caja, y no supo si la incineró, si la dejó ir por el retrete, o qué,
pero, desde ese momento, nunca más las mencionaría, frente a Irene, ni mentalmente ni en voz alta.

No fue hasta dentro de esa pregunta, que Alex se dio cuenta de que sus gustos eran propios de ser
pasados por un estricto proceso de reclutamiento para el cual debían llenar ciertos requisitos como si se
trataran de una hoja de vida:

1. Atracción; intelecto y ambición por algo factible, por algo que les apasionara y que tuviera
recompensas personales.

2. Fiasco; no una portadora del mortal virus del drama sino todo lo contrario, una portadora de la cura.

3. Independencia recíproca; forma de autonomía que mantuviera el respeto para apoyar las decisiones
ajenas sin necesidad de buscar aprobación absoluta.

4. Educación; exigía, como mínimo, el dominio promedio de un segundo idioma y estudios universitarios
planeados o terminados.

Pasaba que Irene llenaba todo eso sin esforzarse. Aunque no fuera lo suficientemente espontánea y/o
flexible para su gusto, sabía que se encontraba en un proceso por el que ella misma había pasado; en
algún momento se resolvería, y, por alguna razón que no comprendía del todo, quería estar presente
para cuando eso sucediera. La curiosidad y el potencial orgullo la mataban.

En ese momento, entre la delicadeza con la que las palabras de Irene parecían regañarla,
entendió que, por primera vez en mucho tiempo, quizás en su vida entera, alguien le importaba tanto
como para no dejar que su propia dejadez —entiéndase crudeza e indiferencia— fuera la principal
agresora que podía llegar a arruinar eso que tanto le estaba gustando. Irene le importaba. No eran
habladurías con el fin de llevarla a la cama. Genuinamente le importaba.

Se flageló. Eso debió saberlo desde el momento en el que apostó su camisa de Cristiano Ronaldo. Debió
saberlo.

Y quiso decirle exactamente eso, que era porque le importaba, pero, suponiendo bien, decidió
simplemente abstenerse a contestar con una sonrisa inocente.

— Ho chiesto il perchè —agregó Irene.

— Sono ansiosa, paranoica —murmuró, encogiéndose ligeramente entre hombros.

— Dobbiamo fare qualcosa al riguardo —dijo, dejando caer la toalla hasta el suelo.

Alex se quedó inmóvil, atónita. Nunca se iba a acostumbrar a verla así.

La acosó por largos e intensos segundos mientras se preguntaba en qué momento había hecho algo tan
bueno que merecía presenciar algo tan majestuoso como el cuerpo desnudo que se plantaba frente a
ella con la dosis justa de pudor. Eso no era suerte, era un privilegio.

En el mismo silencio, se irguió espontáneamente para sentarse al borde de la cama.

La miró, la examinó con tal cercanía que Irene pudo sentir su cálida exhalación aterrizar sobre su
abdomen. Sus manos la tomaron por la cadera para acercarla más, y luego se desviaron de tal modo que
se convirtieron en dedos que apenas rozaban el trayecto que seguían las acumulaciones de melanina en
el área abdominal.

Había visto esa distribución en otra parte, pero, ¿en dónde? Por cada lunar que su dedo pasaba, la
respuesta era más necesitada para satisfacer su curiosidad.

Empezando por el lado izquierdo, bajaba para luego subir, bajar y subir de nuevo.

Sí, en ese trazo se vio transportada a aquel semestre en Atenas.

Durante una de aquellas excursiones —que debían ser tanto recreativas como académicas—, visitaron
el Observatorio Nacional. Luego de un aburrido recorrido por las áreas abiertas al público, Mrs. Sideris
había considerado necesario un receso de veinte minutos antes de tener que responsabilizarse de nuevo
por veintitrés almas que nunca en su vida quiso tener a su cargo. Alex e Irene se sentaron en una banca
a descansar tanto los pies como los oídos de las estrepitosas voces de sus compañeras, quienes se habían
encargado de aportar comentarios listos y estúpidos por igual.

En la pantalla que encaraban con cierta indiferencia, mientras se quejaban en silencio del dolor de pies,
había un lapso de tiempo que había sido recientemente capturado por el telescopio Aristarchos.

— ¿No te asombran? —le preguntó Irene.

— ¿Qué? —frunció Alex su ceño.

— Las estrellas —repuso con ese tono que evidenciaba algo más que sólo lo obvio.

— Son bonitas —supuso con un ligero encogimiento de hombros.

— Para ser gases que explotan, sí, son bonitas —resopló.

— En ese caso, son bonitas porque están lejos —rio Alex.

— Están compuestas, mayormente, por helio e hidrógeno —disintió Irene—. No son gases como los
que salen del cuerpo humano —rio nasalmente.

— ¿A ti te gustan? —ladeó su cabeza. Irene asintió—. ¿Por qué? ¿Qué tienen de fascinante?

— Supongo que me gustan por las mitificaciones de Homero y Erastosthenes.

— ¿Erasto-qué?

— Erastosthenes —rio por la expresión facial que delataba su inocente ignorancia. Alex la miró como
si entendiera aunque no tuviera ni la más remota idea de qué hablaba—. Con Homero se aprendió a
identificar a las estrellas como ciertos dioses o héroes. Con Erastosthenes se consideraron simplemente
divinidades. Por ejemplo esa —dijo, señalando la constelación de Tauro—. Se dice que Europa estaba
impresionada con la belleza y la caballerosidad del toro. Eventualmente, se subió a su lomo, y él nadó
con ella hasta Creta, en donde se reveló como Zeus.

— ¿Te gustan las estrellas o la mitología griega? —sonrió un tanto entretenida.

— Es lo mismo —resopló—. Jean Seznec llegó a la conclusión de que, cuando Erastosthenes completó
su obra, la fusión entre la astronomía y la mitificación era tan perfecta, tan completa, que era imposible
distinguir una de la otra.

— Interesante —suspiró con sinceridad.

— ¿Tú crees? —Alex asintió, haciéndola sonreír un tanto sonrojada.


— ¿Cuál es tu constelación favorita?

— Casiopea —dijo, señalando aquella que apenas se veía en la parte baja del video.

— Y, ¿cuál es la historia detrás de Casiopea?

— Era la reina de Etiopía, esposa de Cefeo y madre de Andrómeda —comenzó diciendo—. Cometió el
error de decir… no, de alardear, que su belleza y la de su hija no se comparaba con la de las Nereidas, ni
siquiera con la de Hera. Ellas se sintieron insultadas y se quejaron con Poseidón. Se dice que, cuando se
enojó, envió a Cetus a ocasionar estragos en la costa. Por alguna razón, se les aconsejó a los reyes que
debían sacrificar a Andrómeda para calmar la furia de Poseidón. Lo habrían hecho si no hubiese sido
porque Perseo llegó a tiempo para asesinar a Cetus, y, como recompensa, los reyes le ofrecieron a
Andrómeda en matrimonio. En algunas versiones del mito, Casiopea estaba satisfecha con Perseo, pero,
en otras, ella se opone y es convertida en piedra cuando él le muestra la cabeza de Medusa. Al final,
Poseidón decide colocarla en el cielo, no sin antes humillarla por última vez y por toda la eternidad; la
coloca de tal manera que, sentada en su trono y con la cabeza apuntando a Polaris, esté de cabeza la
mitad del día —dijo, señalando aquella W que eventualmente se convertía en M.

En aquel entonces no preguntó el por qué, y, a pesar de que había visto a Irene en bikini en numerosas
ocasiones, nunca había tenido el descaro de mirarla con el detenimiento con el que había aprendido a
mirarla desde el día en el que había tenido el honor de estrenar su cama con ella. Debía ser su favorita
por simple identificación.

Le dio cinco pausados besos, uno en cada lunar. Las manos de Irene se enterraron lentamente
entre su cabello, y, cuando hubo terminado con eso que sólo supo ponerle la piel de gallina, la tomó por
las mejillas para levantarla.

Miró a Irene a los ojos y, sin saber lo que pensaba, o lo que sentía, dejó que una de sus manos
librara su frente del flequillo que adquiría rebeldía únicamente cuando estaba mojado o húmedo. Creyó
haber visto una sonrisa, o la sombra de una, y la intención de darle un beso en la frente en cuanto sus
manos se posaron alrededor de su cuello. Al notar los titubeos, sabría Dios por qué, fue ella quien le
sonrió minúsculamente; debía reconocer que había dejado de ser juguetón y se había convertido algo
más íntimo y personal.

Se encontró con las ganas de abrazarla, de simplemente apretujarla entre sus brazos y de acoger el
momento, porque con Irene no sabía si era efímero, perecedero, o si de alguna forma se tornaría
duradero hasta fantasear con lo eterno. Permitirse eso último era una regresión en lo que a la madurez
se refería, en ese momento no podía ceder a los ideales del futuro porque era tan simple y sencillo como
mantenerse en el presente, en el ahí y en el entonces. Lo atesoró, realmente lo valoró por la misma
incertidumbre y por la voluntad de mantenerse en un rango de aceptable madurez emocional.

Y la abrazó, porque sabía que eso era como estar en un programa de doce pasos: un día a la vez. Quizás
con la excusa, o con la disculpa que su arranque merecía, porque tanta emocionalidad era, sin una
explicación o justificación, motivo para asustarse, se acomodó entre su cuello para besar y mordisquear
las esporádicas acumulaciones de melanina.

Ignorante ante el sentimental terremoto del que sufría Alex y de todas las minuciosas
precauciones que debía tomar para no exigirle demasiado, fue víctima del reflejo de un agradecimiento
y se dejó llevar por la ligera exhalación que le hacía cosquillas tras sus orejas, por los brazos que la
envolvían, y por las manos que la acariciaban tal y como había envidiado muchas veces; como si fuera
tan frágil que podía quebrarse entre ellas.

Se sintió afortunada, especialmente porque sabía que, aunque Alex no tuviera las intenciones más sanas
o inocentes, no se trataba de soportar, de tolerar, o de sobrellevar, se trataba de que le tenía la confianza
suficiente como para dejarse ir, para dejarse hacer y deshacer sin titubeos y sin reservas.

Fue como si hubiera perdido la consciencia por un fugaz segundo, pues, cuando volvió en sí,
Alex se acercaba a ella para buscar sus labios y dejarse llevar por la debilidad de la carne.

Hubo un momento en el que se miraron fijamente, meramente sin palabras, un momento en el que Alex
pareció sonreírle apenas con un tirón de la comisura derecha de sus labios. Presionó la punta de su nariz
contra la suya, más bien jugueteó con ella y con las intenciones de besarla, y, lentamente, la giró y la
acostó en la estructura que habían construido juntas. Estaba agradecida con ella y con IKEA, pues, de no
haber sido por esa cama, probablemente no estuviera ahí y entonces, probablemente seguiría siendo
una amiga muy cercana de Irene Papazoglakis.

Poco a poco, se acomodó sin realmente enterrarse en ella. Admiró la sensualidad que existía
en el simple hecho de tener esa piel bronceada entre las almohadas más suaves y esponjadas, la mirada
débil y los labios entreabiertos y a la expectativa, un semblante pacíficamente inquietante por exponerse
de esa manera, y la terrible y pudorosa voluntad de sentir un placer casi exclusivamente físico.

Irene la recibió con la misma cercanía de hacía pocos segundos. Le gustaba que jugueteara con
ella, que le coqueteara, que, con descaro, le hiciera creer que esta vez sí la besaría. No, no le gustaba. Le
encantaba. Le fascinaba el arte del amague, de la finta, del engañe, y le encantaba porque cedía, porque
la hacía ir tras ella cuantas veces se le diera la gana. Era impotente ante ella y ante eso. Y, aunque no lo
aceptara, celebraba en secreto los ligeros roces labiales.

Cuando por fin le ganó, cuando por fin logró ser más astuta que ella y alcanzó a realmente presionar sus
labios contra los suyos, así fuera por un remoto y casi insignificante segundo, se aclamó a sí misma de la
misma manera: en secreto. Pese a su intento de discreción, soltó un inaudible gruñido y dibujó una
sonrisa de victoria que pretendía disimularla al atraparla entre dientes.

En el momento en el que esto sucedió, Alex reaccionó con indiscutible enternecimiento.


Porque era eso, era tierno saber las razones que provocaban eso en la griega.

Enterró apenas las yemas de sus dedos entre los cortos cabellos que seguían la línea de su sien, quizás
por maña, por manía, o porque con eso lograba que Irene cerrara los ojos como si se escondiera del nato
afecto que el gesto implicaba. No, no había por qué mentir. Lo hacía porque eran años de reprimidas
ganas de querer hacerlo, de querer terminarlo en una simple caricia, de querer culminarlo todo en
ahuecar su mejilla para luego besarla hasta aburrirse. Eso último nunca pasaría.

Sí, Irene se recostó en la palma de su mano, pero no se quedó ahí, estática, tal y como lo
hubiera tenido que hacer si quería o debía completar la imagen con la que Alex había fantaseado muchas
veces.

Se irguió un poco, dibujando un ángulo de ciento cuarenta grados, apenas elevándose de los ciento
sesenta que las almohadas sugerían, y, con la misma curiosidad y con el mismo miedo de la primera vez,
posó sus manos sobre sus muslos para, más que sólo tocarla, recorrerla. Su mano izquierda era
impecablemente suave en todo sentido, su mano derecha tendía a poseer mayor fricción por la
irresponsable cicatrización de una fila de ampollas que le había dejado de recuerdo la única empuñadura
Wilson que había usado y que usaría en su vida. Eso no importaba, pues el tacto en sí era tan gentil y
delicado que contrarrestaba toda aspereza que pudiera sentir.

La acosó sin vergüenza, poco más o poco menos de cómo Alex había examinado su Casiopea, pero su
mirada no iba y venía sin rumbo alguno, iba al compás del camino que trazaban sus manos hacia su torso.

En cuanto llegó a su cadera, algo la poseyó. La tomó con la firmeza necesaria como para obligarla a que
dejara caer su peso sobre su pelvis, y, al erguirse un poco más, acortó la distancia.

Alessandra la tomó por ambas mejillas. No esperó que se relajara entre ellas ni que cerrara los
ojos como tanto le había gustado, simplemente quiso fijar su atención en ella, y, lentamente, se acercó
con sus labios a los suyos hasta realmente darle un beso que les pudiera robar más que sólo el aliento.

Sin intención alguna, la empujó hasta recostarla de nuevo, y, a partir de ese momento, sólo quiso
enterrarse en ella.

Empezó de menos a más, apenas aumentándole la rudeza al beso, pero sin restarle suavidad. Sólo se
tornó más apasionado y más profundo por la presión que su cuerpo ya ejercía sobre ella. Involucró su
lengua, porque eso nunca tenía nada de malo si se hacía bien, si se sabía hacer. Irene no sabía por qué,
pero su lengua, sin importar en dónde estuviera en su cuerpo, tenía el mismo efecto: la dejaba deseando
más. Tal vez era eso, que sabía exactamente de lo que su lengua era capaz, que era capaz de privarla de
razón.

Con su lengua entre sus labios, a punto de lograr arrancarle uno de los infames gemidos, sintió cómo sus
manos se separaban en rumbo; la izquierda se aferró a su trasero, lo apretujó ligeramente, y la derecha
se reveló en su contra hasta terminar ahuecando su entrepierna.

Por la exhalación de Alex, supuso que su mente había suspirado un «Mio Dio». Acarició sus
labios mayores, apenas los rozó con las yemas de sus dedos y con el suave filo de sus uñas. Sintió sus
manos aferrarse a su nuca. Sin avisarle o advertirle, se abrió camino entre ellos hasta encontrar aquel
punto flaco que hacía que Alex se doblegara.
Susurró su nombre, o su apodo en todo caso, con la comodidad de una sonrisa que agradecía
la osadía de tomar el control de la situación. La osadía no era arrogante, era linda.

Con su frente apoyada en la suya, se dejó llevar por los parsimoniosos círculos que trazaban sus dedos
contra su clítoris. No hubo necesidad de enunciar o de declarar lo obvio; la rapidez con la que su propio
cuerpo reducía la fricción para disfrutar del suceso en su totalidad.

Decidió cesar el constante jadeo contra sus labios para simplemente besarla de nuevo, pero, en cuanto
la sorprendió con una ligera penetración, no tuvo más remedio que gemirle directamente en la garganta.

Se miraron a los ojos, especialmente para que Irene se regodeara descaradamente por su hazaña. Con
un beso más, estrictamente rudo y duradero, no supo si le pidió más en cantidad, en profundidad, o en
todo, pero hizo que la griega no suspendiera el abuso.

Sintió sus dedos alcanzar aquel lugar que era casi celestial, y, por simple impulso, se irguió para exhibirse
sin tapujos.

Irene detuvo las penetraciones, sin embargo se rehusó a retirarse. Fue víctima de la misma
fascinación del treinta por ciento de los hombres activamente sexuales, esos que confesaban que su
posición favorita era nada más y nada menos que lo que se conocía como cowgirl en lo más vulgar y
coloquial de las posiciones sexuales de la era moderna.

Admiró el paisaje. No entendía los dogmas actuales, esos que dictaban que la sensualidad y el erotismo,
ambivalente al género, nacían en la piel impecable y tersa, especialmente si era lampiña. Sí, sí, estaba
de acuerdo, tenía lo suyo porque no estorbaba o escondía partes o recovecos relevantes, pero ese
triángulo le sentaba demasiado bien. Quizás era el hecho de que se trataba de vellos cortos y ordenados,
que carecían de densidad.

En esa posición, le fascinaba el hecho que podía mirarla desvergonzadamente; podía acosar la mitad de
sus dedos embadurnados en aquel líquido ligeramente viscoso y ciertamente transparente, la tensión
con la que sus labios menores intentaban estirarse para cubrir esa rígida cúspide rosada que apenas se
asomaba, y el ligero enrojecimiento de sus labios mayores que encerraban la imagen.

Alex se había mostrado así, como Dios la había traído al mundo, en numerosas

ocasiones y ante distintos pares de ojos; había visto miradas que reflejaban cierto rechazo por su
esporádica promiscuidad, había visto miradas que parecían reflejar lástima o una ligera repulsión por su
constitución física o por la necedad de mantener eso que a Irene tanto le gustaba, había visto miradas
de deseo, algunas más eróticas y famélicas que otras, pero, en definitiva, nunca había visto una mirada
como con la que Irene la analizaba en ese momento.

Sus ojos la recorrían con incredulidad, con una gentileza carnal con la que nunca se había dejado
descuartizar. Parecían sonreír en cuanto repasaba algo que le gustaba más de lo promedio; un lunar, la
palidez de sus pezones, esa leve hendidura que se le marcaba en el centro de su abdomen, o el insensato
arete que empalaba su ombligo.

Sintió rendirse nuevamente en cuanto los dedos de Irene la invadieron hasta robarle el poco
aliento que le quedaba. Se aferró de una de sus rodillas, y, por simple reflejo, se tomó por sus senos
como si eso le ayudara a sentirlo todo un poco más y mejor.

Extasiada por la profundidad que Irene lograba, se encargó de hacer eso que la constreñiría por simple
diversión y para simple placer.

Irene sintió cómo intentaba triturar sus dedos, y, aunque eso le fascinara y le asombrara en
iguales cantidades, se encaprichó en penetrarla más rápido para no darle ni tiempo ni espacio a que
pudiera hacerlo con tanta comodidad.

Notó cómo de un momento a otro cerró sus ojos. Su mano quedó marcada en la pálida región que
intimissimi se había encargado de cubrir y sostener desde su pubertad, y, como si nada y con la falta de
vergüenza que la caracterizaba, se abrió camino hasta colocar sus propios dedos en el punto que había
sido abandonado.

No supo si el movimiento era del verbo strofinare, sfregare, toccare, rattoppare, impastare o algo tan
troglotida y elemental como palpare, pero su mano se quedaba estática y el movimiento nacía quizás
desde la muñeca. El enrojecimiento empezaba en su pecho y desembocaba en su cuello, su respiración
era cada vez más densa y pausada, casi entrecortada, y su cadera trazaba un ligero vaivén que simulaba
como si era ella quien se mecía contra sus dedos y no al revés.

De un momento a otro, sintió ese espasmo que la contrariaba; su mente le decía que se
detuviera para prolongar la sensación, pero su cuerpo le pedía lo contrario para alcanzar eso que tanto
quería. Estrujó sus dedos, y, como si se tratara de realizar el rito espiritual del exorcismo en sí misma,
frotó y frotó, y continuó frotando hasta que se desplomó a causa de una convulsión.

Cayó sobre Irene, falta de oxígeno por culpa propia, rio contra su mejilla, y, sin poder interponer
resistencia alguna, fue volcada para quedar contra las almohadas.

— A este paso, creo que le diré a la Pina que tú eres quien me cogió y no a quien cogí —resopló Alex.

— Tú bajas la guardia y yo aprovecho —repuso Irene mientras se acercaba a su pecho.

— Mi intención siempre ha sido cogerte hasta aburrirme —disintió—. Pero no puedo hacer nada si
eres de rápido aprendizaje.

— Con un par de estas… —suspiró, tomando ambos senos entre sus manos—. ¿Cómo no aprender?
—dibujó una sonrisa.
Alessandra Santoro reciprocó la sonrisa. Le alegraba saber que la griega encontraba sus protuberancias
desde interesantes hasta ricas, y que, entre sus relativamente pequeñas manos, sólo lograban verse más
grandes de lo que en realidad eran.

Le gustaba sentir cómo las apretujaba sin la intención de extirparlas, y que sus dedos trazaban círculos
concéntricos que, en algún momento, terminarían en sus pezones.

— Cosa stai pensando? —preguntó Alex.

— Mmm… —rio Irene nasalmente—. Si guardano… —frunció su ceño—, non lo so… innocenti.

— Innocenti? —resopló, porque la acción era cualquier cosa menos inocente—. Spudoratezza non è
innocente, Nene, è l’opposto.

— Innocenze è il decoro, la modestia, anche la cautela, ma questo è… —se detuvo con una risa
traviesa—, anche sì, questo è innocente, quindi tabù, ma la tua spudoratezza è sensuale.

— Cosa parli? —resopló de nuevo.

— Queste sono innocenti, ma tu sai spudorata.

— Ah! —sonrió—. Allora sono sensuale?

— Ed erotica —asintió Irene a ras de su seno izquierdo—. Troppo —gruñó.

Alex rio guturalmente, especialmente porque la exhalación de su gruñido había aterrizado directamente
sobre su pezón, el cual había omitido todas y cada una de las intenciones de erigirse.

La inocencia de la que Irene hablaba se le podía achacar a la facilidad con la que ambas areolas tendían
a camuflarse por y con la palidez de su piel. Carecían de la insolencia de muchos otros, esa infusión de
algún tono marrón o rosa que le proveía el egocentrismo de llamar la atención o de proclamarse la pieza
central o principal del torso. Era un simple y leve cambio de tono de piel, no por eso claro u oscuro, que
se notaba más por topografía que por pigmentación.

Con su dedo, acarició los leves abultamientos que sólo podían sentirse en esos momentos en
los que no había ni rigidez ni rugosidades en juego. Lamió la yema de su dedo índice, la frotó ligeramente
contra la de su pulgar, y, como si se tratara del toque de un carterista; sutil y discreto, atrapó la elevación
sin pellizcarla.

Tal vez era la curiosidad científica o anatómica, pero le fascinaba observar cómo, cuando se erigía, se
tornaban una pizca más opaco, y que los minúsculos bultos desaparecían entre los pliegues que
acababan por converger en el pequeño pezón que resaltaba por el natural endurecimiento.
Además del factor de la anatomía, estaba el claro atractivo físico, eso que quizás se basaba en
algo tan elemental como la química y en la recepción de las eventuales feromonas.

Tenía muy presente esa vez de cuando recién la conocía. El viernes de aquella semana, en la que los
estudiantes de intercambio habían llegado, Mrs. Sideris había decidido aprovechar la atadura al fin de
semana para que todos se conocieran, para que fraternizaran, y no había encontrado mejor opción que
una estadía en Legrena para responsabilizarse, a medias, de un grupo de casi veinticinco adolescentes.

Irene había compartido tienda de campaña con Berenice, Larissa, y Pippa. Alex había tenido la mala
suerte de quedar con Calla, Corinna y Agnes; las raritas que se creían americanas por ser fanáticas de
Friends. Después de una ensalada con garbanzos a la que ninguno de los foráneos había siquiera vuelto
a ver, y de una cantidad exagerada de souvlakia de pollo, papas fritas y tzatziki, Mrs. Sideris y Mr.
Vaggelakos decidieron que una siesta venía bien.

Siendo los adolescentes que eran, rebeldes sin causa y estúpidos por vocación, sacaron las Mythos que
habían contrabandeado en los fondos de sus maletas. Tibias, enfriadas a la fuerza, o calientes; el efecto
era el mismo. Y, como por deporte, se alegraron con los efectos etílicos que un 4.7% podía proveer.

Cuando el sol bajó un poco, porque era criminal cerca del mediodía, las ropas empezaron a caer sobre
las toallas, el agua de la orilla empezó a revolverse con la arena, y ya todos eran amigos y se conocían
hasta las más reservadas intimidades.

Irene, no siendo una fanática de los rayos ultravioletas porque los recibía cinco tardes a la semana en la
cancha de tenis, esperó a la puesta de sol mientras observaba a sus salvajes compañeros y escuchaba a
Guetta salir de los parlantes inalámbricos que habían instalado cerca de la hielera. Por la esquina de su
ojo, atrapó a la corta cabellera que se ondeaba rápidamente; parecía flotar con aturdimiento,
inestablemente por pisar la arena caliente.

Llevaba las sandalias en la mano, una clara señal de su sandez. Sus piernas merecían un poco de color,
porque esa blancura no era sino una enferma palidez, y, aunque no eran infinitas, tenían un aspecto
escultural que era digno de admirar. Además, despertaba la curiosidad y la rebeldía de querer tocar para
explorar.

La miró detenerse a su lado, indiferente a su presencia. Se arrebató la enorme blusa blanca para
exhibirse en esos tres-cuatro retazos de tela azul. Con cierta apatía, o con la misma indiferencia de hacía
unos segundos, Alex se cercioró de que la parte inferior no revelara más de su pálido trasero, y,
consecuentemente, se ajustó los triángulos que cubrían lo que Irene conocería más que sólo bien un par
de años después. En ese momento, la griega se asombró por el tamaño, porque no eran ni pequeñas ni
de tamaño promedio, eran simplemente grandes, no enormes. Y gozaban de una rigidez casi inaudita.
Se preguntó si contenían esas pérfidas y engañosas bolsas de silicón o rellenas de solución salina. Quizás
un fabuloso regalo de navidad, o de algo.

Ahora, Irene estaba segura, por conocimiento adquirido a través de una simple curiosidad
hacía un par de días, y por tacto, que contenían la misma proporción de tejido adiposo y glándula. Era
simple: la naturaleza, en este caso la genética y la herencia italiana, la había bendecido con una cómoda
y sensual copa C.

Se enloqueció como las veces anteriores. Se sumergió como si buscara asfixiarse entre ellas,
se presionó las sienes con ayuda de lo que estrujaba con las manos, y se deshizo en una hilera de besos
que terminaron en mordiscos que hacían sonreír a su dueña.

Alex gruñó en cuanto mordisqueó su areola y su lengua jugó con el pezón, y gruñó de nuevo
por el suave tirón que sus dientes ejercían. Sí, aprendía rápido; no había tenido que decirle dos veces
que eso le gustaba y que le gustaba más si era un tanto ruda en esa zona, que no era por erotismo o algo
sacado del masoquismo, sino por placer.

Se sorprendió de nuevo cuando sintió cómo su mano se encargaba de abrir sus piernas para obtener
acceso a su clítoris.

Bastó con observar que disfrutaba llevarla al borde del exceso practicado con perfección, que disfrutaba
succionar, lamer, y mordisquear sus pezones y areolas, y que era un absoluto deleite frotar sus dedos,
de arriba hacia abajo, contra aquellos millones de terminaciones nerviosas. Bastó con eso como para
dejarse provocar al máximo en la menor cantidad de tiempo posible, porque era imposible no arder por
algo tan primitivo como el deseo. Y, en cuestión de minutos vueltos segundos, se sacudió al compás de
un agudo y agitado sollozo que, a pesar de entumecerle el razonamiento, la impulsó a tumbar a Irene y
a tomar posesión de ella como la primera vez.

Sin un tan sólo beso que pidiera permiso o que la reconfortara, se lanzó directamente a su
entrepierna para tener la santa dicha de saborear la esencia de su griega favorita por ser la única que le
gustaba.

Con un lengüetazo que había ejercido presión sobre su diminuto clítoris, la privó de todo oxígeno y de
toda manera de conseguirlo.

La tomó por las piernas para obligarla a que se mantuviera quieta y en su lugar, a que no le huyera pero
ni por los inevitables espasmos en la cadera, y aprisionó su pequeño seno izquierdo para controlar su
torso también.

Irene buscó un soporte, algo de qué agarrarse, porque, cuando Asmodeo poseía a Alessandra
Santoro era para aferrarse a la vida. Sabía que el orgasmo le sacudiría hasta los cimientos de su propia
existencia.

Sintió su lengua ir y venir con tanta presión y precisión, que su reacción era tan ajena como la del reflejo
rotuliano: daba exactamente en el punto más vulnerable y sensible. Era perfecta, especialmente cuando
decidía succionar fuertemente sus labios mayores para luego continuar con su clítoris, y que su lengua,
en algunas ocasiones, se escapaba para intentar penetrarla como ella la había penetrado antes; con
profundidad.
Logró apuñar las sábanas, algo de lo que podría tirar en el momento en el que Alex decidiera arrancarle
el alma para devolvérsela de golpe, y, sin darse cuenta, gimió hasta que gritó para anunciar un fuerte
orgasmo que inflaría el ego de su abusadora.

El orgasmo tuvo tal impacto en la griega que no pudo, con los inherentes espasmos, combatir las
restricciones que Alex le aplicaba. Le fallaron el cuerpo y la mente por igual.

Como si se tratara de un pañuelo, Alex la volcó y la haló por la cadera para colocarla en las
distinguidas cuatro extremidades. Irene todavía jadeaba e intentaba recuperar más que sólo la
estabilidad para su respiración.

Le dejó ir una sonora y tajante nalgada que le abrió los ojos para regresarla al mundo carnal de golpe, y,
sin advertencia alguna, lamió de abajo hacia arriba para quedarse en aquella zona tabú. La cabeza de la
griega cayó sobre la cama, sus brazos se flexionaron ante la debilidad que la sensación provocaba, y
simplemente supo morder la funda de la almohada para cuidar de sus cuerdas vocales.

Gruñó en cuanto un dedo penetró su vagina, y gimió en cuanto un segundo dedo imitó la hazaña. Se
sintió llena, colmada, tal y como si sus pulmones hubieran experimentado un choque estupefaciente, y
la combinación de dicho rebosamiento y de su lengua en ese lugar, la volvieron a perder de la misma
manera en la que el éxtasis hacía su debido efecto.

Le sucedía lo mismo que a Alex con ella, le excitaba el frenesí con el que decidía poseerla, pero, a
diferencia de Alex, ella no necesitaba verlo, sólo necesitaba sentirlo. Y, lo que era más excitante, era
escuchar, al fondo, que la italiana gemía como si sus dedos y su lengua fueran zonas más que erógenas.
Le gustaba imaginarse que, lo que la obligaba a emitir tales sensualidades, era la habilidad de poder
propiciarse el mismo placer que ella propiciaba en ese momento.

Sintió cuando su lengua se engarrotó con la malicia de un tan sólo propósito: intentar penetrarla con la
punta.

La escuchó ahogar una mezcla de gruñido y gemido, una onomatopeya sexual que era propia del
erotismo y de la sensualidad. La penetró con esa fuerza que no lastimaba pero que sí era plácida por la
profundidad y por la falta de velocidad, y, en cuanto alcanzó el punto más lejano, decidió agitar sus dedos
lentamente de arriba hacia abajo.

Irene irguió su cabeza y tiró de las sábanas, y se dejó ir en una experiencia que nublaría su vista
y que le causaría arritmia.

Alex retiró sus dedos para recorrerla, para esparcir la clara evidencia de su orgasmo. La griega
se sacudió, con un quejido, en cuanto sus dedos rozaron su clítoris y se introdujeron una única vez en su
vagina.

La tomó por la cadera, y, con la misma facilidad de antes, la manipuló hasta tenerla a su lado.
Todavía jadeaba y, aunque intentara, no conseguía abrir los ojos para enfocarse en el cariño
que sabía que encontraría en el par de iris verdes. Percibió su cercanía, una forma de ego o
autorrealización inflada, y una ligera sonrisa. Sintió cuando la tomó de la mano para plantarle un pausado
beso en la palma de su mano y ahuecar su propia mejilla con ella. Y, sin esperarlo, sintió cuando Alex se
enrollaba contra ella y la abrazaba por la cintura. Quiso decir algo, pero fue un aireado y mudo soplo el
que logró emitir.

Abrió sus ojos y se encontró con una mirada que le ganaba a cualquiera de sus intenciones y que, de
inmediato, derritió y entumeció todas sus emociones. Quiso encontrar las palabras para expresar
exactamente lo que sentía a nivel emocional y físico, pero se quedó corta y se lo achacó a la magnitud
de la dupla de infalibles orgasmos que le había provocado.

Alex quiso confesar eso que giraba alrededor de la camiseta de Cristiano, pero no era el
momento adecuado; ni en línea de tiempo, porque eso sólo la asustaría y la ahuyentaría, ni porque se
trataba de una situación explícitamente postorgásmica. Ninguna decisión importante debía ser tomada
inmediatamente después del sexo, pues, bajo los efectos, nada ameritaba aguar el momento.

Quiso, entonces, expresarle su cariño de alguna forma o manera coloquial en la que se sintiera especial,
porque lo era, pero que no llegara a sentirse de ese tipo de especial. Sin embargo, para evitarse un
problema, porque ella siempre se había caracterizado por hablar de más, decidió simplemente acercarse
para dejárselo saber todo sin realmente decírselo.

Sus labios apenas se entrelazaron y conocieron la suavidad que el deseo y el erotismo no


habían conocido en ellas y en sus intercambios de ADN. Fue pausado y casi etéreo.

— ¿Y eso por qué fue? —susurró Irene contra sus labios.

— ¿Por qué crees? —resopló Alex, dándole un último beso para regresar su cabeza a la comodidad
de una almohada.

— No sé —sonrió, negándose a quitarle la mirada de encima—, pero era justamente lo que


necesitaba.

— ¿Sí? —se reacomodó sobre su costado para verla asentir mientras la encaraba como si se tratara
de un reflejo suyo.

— Fue como el Freddolone para la Whopper —contestó.

— Un beso es como un postre —suspiró—. Bonita analogía, Nene.

— Me supo mejor —se sonrojó un poco.


— En eso estamos de acuerdo —sonrió reconfortantemente y como si omitiera el rubor en sus
mejillas—. ¿Qué quieres hacer? —Irene se encogió entre hombros—. ¿Quieres ver algo —señaló el
televisor—, o quieres hacer algo?

— ¿Hoy no hay futbol? —se apresuró a preguntar, pues un segundo asalto sexual era una idea
demasiado cruel para sus sensibilidades.

— No, hasta mañana. Y el lunes —respondió con esa expresión de si no me equivoco.

— ¿Te puedo preguntar algo?

— Por favor.

— ¿Cuál es tu equipo favorito? —sonrió Irene—. Sé que eres una fanática empedernida del Real
Madrid, pero no sé cuál es tu equipo local… —calló ante el constante y mudo disentimiento—. ¿Qué?

— No me gusta el Real Madrid —le dijo—, no me gusta el futbol español en general.

— Pero, pero… —pareció tartamudear mientras señalaba la extendida camiseta blanca que se exhibía
sobre el televisor.

— Lo sigo desde que jugaba en el Manchester —se encogió entre hombros—. Sigo al jugador, no al
equipo.

— Entonces, ¿no tienes un equipo favorito? —frunció su ceño.

— Suena a que te decepcionarías si te digo que no —resopló—. Pero, vamos, soy de la capital, claro
que mi humor depende del gane del equipo.

— El suspenso me va a matar —entrecerró la mirada.

— Roma, Roma, Roma, cuore de’sta città —canturreó.

— No sé mucho de futbol —se disculpó—. ¿Asumo que es la Roma?

— Asumes bien —asintió—. Pero sí sabes de futbol.

— Sabes más tú de tenis que yo de futbol —sacudió su cabeza.

— No es un deporte tan complejo, ni se compone de tantas cosas como el futbol —dijo Alex en
defensa de ambas.

— Eso es lo que tú crees —refunfuñó por sentirse ligeramente ofendida, ¿cómo no era complejo el
tenis?
— No te enojes —resopló, dibujando la sonrisa que le ganaba más de un perdón—. Es sólo que el
tenis es como tú dices: un deporte caro. Los tubos de bolas valen casi diez euros y la raqueta vale mínimo
cien, luego tienes que considerar el grip, las cuerdas, la vestimenta y el equipamiento, la membresía del
club, los honorarios del entrenador, las bebidas energizantes y los suplementos vitamínicos, etc. Al que
le interesa jugar futbol sólo gasta los diez euros en la bola que dura más de seis meses, no menos de un
partido, y los botines duran casi de por vida a menos de que te crezca el pie o que Dios te los agujere.

— Bueno, si lo pones así… —suspiró.

— Además, no hay muchos jugadores a los que puedas admirar o a los que puedas catalogar como
tus “favoritos” porque los mismos se mantienen en el ranking y duran casi las dos décadas antes de
retirarse.

— ¿Tú sabes quiénes son mis jugadores favoritos?

— Por supuesto —rio—. Tu ídolo es Monica Seles, pero no te pierdes un partido de Serena Williams.
Además, crees que Schiavone ha sido lo mejor que ha tenido Italia. Y de hombres, no sé, sólo sé que no
soportas ni al serbio ni al escocés.

— Me impresionas, Santoro —repuso—, prestas más atención de la que aparentas.

— ¿Qué te puedo decir? —sonrió inocentemente—. En fin, ¿qué quieres hacer? ¿O prefieres ver una
película?

— No quiero ver la de la mujer esa —disintió.

— Gracias a Dios no es la única película que existe —bromeó, enterneciéndose de ipso facto por el
felino bostezo que Irene intentaba disimular—. Podemos poner cualquier cosa, sólo para que nos
duerma un rato.

— Eso suena bien —asintió, aunque en realidad le importaba poco, pues, a decir verdad, le interesaba
más mirarla a ella que ver una película de trama floja.

Era una mujer de muchos talentos, algunos ocultos y otros que habían quedado claros desde el principio
de la historia. Su talento más grande era indiscutiblemente saber manejar a Emma sin robarle el libre
albedrío, pero su vocación era la misma que la del abogado del diablo; era saber explotar esa parte, en
específico, de lo que se conocía como Miranda Rights: “…Anything you say can and will be used against
you…”. Aplicado a los simples mortales, eso era un arma que debía mantener siempre bajo el brazo,
pero, en cuanto a su futura esposa se refería, era aplicado únicamente en bromas inofensivas y que no
tocarían esas fibras que debían permanecer intactas para no mezclar el pasado con el presente y el
futuro. Era aplicado más a la inversa, aunque de eso no estaba tan segura. Era tan simple como que su
atención se agudizaba en todo lo que tuviera que ver con la italiana de los extraños gustos musicales,
que no había detalle tan pequeño, personal o impersonal, que no tomara en cuenta para seguir adelante.
Ahora bien, no se trataba de pretender ponerse a la altura de alguien tan emblemático y eminente como
lo era la Nonna Peccorini, porque eso sólo demostraría que la estupidez era el valor dominante en el
alelo correspondiente.

Y, aunque nunca la hubiera conocido, sabía que estaba sometida bajo una gran desventaja. Sin embargo,
con el tiempo, había escuchado suficientes cosas por aquí y por allá como para formarse una educada
idea, no opinión, de cómo transformar, en algo febril, ese claro vacío o inconformidad en Emma.

Con uno de esos gestos que tendían a pasar desapercibidos para quien en realidad no tenía
presente reparar en ellos, le indicó que se sentara en la encimera a su derecha, pues desde siempre supo
que prefería girar la cabeza hacia dicho lado por simple comodidad.

Emma no objetó ni la cuestionó; la gentileza de la orden era casi para morirse de la ternura.

La observó asegurarse de que el mármol estuviera limpio para luego verter un montículo de harina
amarillenta sobre harina blanca. La escuchaba conversar con Lucas pero era total y absolutamente ajena
al contenido y al contexto, quizás porque no le interesaba o quizás porque estaba más concentrada en
ella que en lo que podían hablar sobre la fatal comida de la cafetería de su alma mater. Ah, después de
todo sí estaba al tanto del contenido.

Entre sorbo y sorbo de Pellegrino, notaba cómo Sophia podía sonreír, beber de la copa con Pomerol, y
mantener una conversación decente mientras batía, con un tenedor, una mezcla de huevos, agua, y
aceite de oliva.

Debían ser esos agotadores días en los que se habían consumido más en el arte de la profesión
y en la relatividad del trabajo, debía ser que todo había sido blanco, azul y rojo, y que el ensimismamiento
le pertenecía a la profesión y no al ámbito humano, debía ser el poco dormir y el mucho pensar, debía
ser el forcejeo de la creatividad por algo tan escueto como una fecha límite y una institución
gubernamental que carecía de buen gusto en lo que al patrimonio cultural se refería, y debía ser que no
había tenido un tiempo de silencio o a solas con la rubia como para poder apreciarla y no creer que la
estaba dando por sentado. Si así se sentía ella, que era el apoyo y la segunda opinión, ¿cómo se habría
sentido Sophia, que era quien cargaba con, al menos, el noventa por ciento de la responsabilidad?

La notaba cansada, físicamente y mentalmente consumida por la enfermedad del Siglo XXI, como si su
manera de llevarse y acarrearse fuera automática porque era en lo que no tenía que pensar y que le
resultaba más natural que todo lo demás. Se trataba de satisfacer necesidades o fenómenos
involuntarios como respirar, hacer homeostasis, beber, y cocinar. No pensar, sólo hacer a sabiendas de
que las equivocaciones no eran procesos legales complicados o que no significaban pérdidas de dinero.

La notaba más delgada, al borde de lo extremo. Y, por primera vez en mucho tiempo, podía ver sus
manos completamente al natural; sus uñas estaban desnudas. Se miraba ciertamente vulnerable y frágil,
pero era el recuerdo de que necesitaba un sueño más reparador que esas escasas horas que había
logrado dormir. Así, en su estado más delicado, se enamoró de nuevo con la misma intensidad de aquella
mañana en Duane Reade.
Observó las concisas maniobras que hacía con el tenedor para incorporar la mezcla de harinas
en el pozo líquido que había vertido en el centro, y, poco a poco, utilizando la conversación como
distracción, fue formando la sedosa textura que la masa de sémola debía tener cuando estaba lista para
ser extendida por un rodillo o por una aplanadora especial.

— Ahora lo importante —murmuró Sophia, pidiéndole un segundo a Lucas con su dedo índice erguido a
la altura de su hombro—, ¿qué vas a querer? —sonrió para Emma, quien no había cesado el acoso en lo
que iba del ritual—. ¿La quieres corta o larga? —preguntó ante los signos de interrogación que se
dibujaron en el par de ojos verdes.

— Corta —le correspondió la sonrisa.

— Strozzapreti, orecchiette, farfalle?

— Farfalle.

Sophia asintió con la misma sonrisa que, poco a poco, le devolvía la razón de existir a la mujer que
encaraba.

Extendió dos largos folios de pasta sobre la encimera y trazó líneas rectas y horizontales con
la cuchilla lisa. Luego seccionó los folios numerosas veces con la cuchilla estriada. En pocos minutos, no
más de diez, tenía una vastedad de perfectos farfalle que, de ser dos milímetros más cortos, podrían
haber sido sacados directamente de una caja de Barilla.

Le indicó que migraran al otro lado de la cocina, y, tal y como había acatado la orden la primera
vez, se sentó junto a la estufa, en donde ya una olla contenía agua que empezaba a hervir. No pudo no
sentir alegría en cuanto Sophia arrojó la pasta fresca en el agua.

Fue testigo de cómo los dos cuadriláteros de mantequilla se comenzaron a derretir en cuanto
se deslizaron del cuchillo hacia la sartén caliente. El aroma era propio de los placeres culposos y
orgasmos culinarios, especialmente cuando se le agregaba una ridícula cantidad de aceite de oliva para
que no se quemara. Escuchó el chisporroteo en cuanto la cebolla y el ajo aterrizaron, y, tan sólo con el
olor, se sintió más que sólo en casa; se sintió realmente en donde pertenecía, en su hogar. Luego vinieron
trozos de tomate.

Observó cómo el líquido verduzco silenciaba las burbujas de la efervescencia. Por alguna razón, quizás
por herencia inconsciente, menospreciaba el sabor del Chardonnay, sin embargo, respetaba el hecho de
que una botella de Meursault estuviera siendo utilizada para enriquecer una salsa.

Cuando la mezcla se redujo por la mitad, acosó al amarillo diamante verter una generosa
cantidad de crema, arúgula, y un puñado de mozzarella rallado.

Revisó la pasta, y, en cuanto notó que estaba como a Emma le gustaba —una pizca más allá
de al dente—, le agregó dos-tres cucharadas del agua almidonada a la salsa y sirvió un tercio de la pasta
en uno de los platos para servirle la proporción justa de salsa encima. La pasta restante la agregó
directamente a la sartén con la salsa para luego dividirlo en dos porciones, una más vasta que la otra.

Por primera vez, desde siempre, utilizaron la mesa para comer comida comestible y no para
comerse entre ellas; con los elegantes salvamanteles en los que daba vergüenza derramar algo, una jarra
de agua fría, la botella de Pomerol que atacarían los exalumnos de SCAD, el platillo con el trozo de
parmigiano fresco y su respectivo rallador, y los brillantes cubiertos.

Emma se sintió rara estando a la cabeza de la mesa, pues era una posición sumamente solitaria
y totalitaria; Sophia no estaba a su inmediata derecha. Además, no pudo agradecerle y desearle un buon
appetito con el beso en la frente de siempre.

Participó en la conversación con la decencia y la educación que su mamá le había enseñado, así le
interesara o no el tema que trataban. Asimismo, nunca estaba de más guiar la plática por rumbos que la
llevaran a conocer más sobre alguien, y, en ese caso, mataría dos pájaros con un tiro porque le venía
bien saber más de Lucas y conocer aún más de Sophia.

No cabía duda, Lucas era un caballero hecho y derecho; era carismático, respetuoso, y un ágil
y hábil conversador sobre temas universales. Podía hablar sobre cualquier cosa, no porque lo supiera
todo sino porque daba a conocer su interés por aprender. Nunca mataba saber algo más, fuera una
opinión, una posición, o algo enteramente nuevo.

Su compañía era agradable porque no demandaba atención, y su carácter no era ni difícil ni denso.

Agradeció infinitamente la invitación a almorzar, pues sabía que no era obligación de parte de
sus jefas, mucho menos cuando le habían dado la crítica constructiva y el consejo más importante de su
vida por el precio de nada. Con una sonrisa de estómago y profesión satisfechos, agradeció nuevamente
el gesto y la ayuda, y se retiró para dejarles el resto del fin de semana, y para, con suerte, regresar con
la mujer que había dejado en su apartamento.

— Gracias —susurró Emma a su oído, y deslizó sus brazos por su cintura para abrazarla.

— ¿Por qué? —se recostó contra su cabeza mientras sus manos manejaban la sartén para que el
chorro la enjuagara.

— Por todo —se encogió ligeramente entre hombros y la apretujó un poco—. Porque soportaste la
visita sorpresa y porque le diste consejos sabios y útiles, porque fuiste honesta. Porque eres una mujer
decente y le ofreciste comida para anestesiar los golpes y las bofetadas que le diste con tus opiniones.
Porque cocinaste y me dejaste mirarte hacerlo, y porque la comida estuvo demasiado rica. Y porque
estás enjuagando todo.

— No te salvas de ayudarme a meterlo en la lavadora —resopló, escuchando un ligero damn que se


camuflaba entre el suspiro—. ¿Quieres que te lave a ti también?
— No quepo —rio nasalmente—. Metes la vajilla o me metes a mí.

— ¿Cómo crees? —rio, apagando el chorro y sacudiendo sus manos de tal manera que salpicó el rostro
de Emma.

— ¡Oye! —se carcajeó ligeramente.

— Tú necesitas una ducha —murmuró en cuanto se volvió sobre sí para encararla.

— ¿Huelo mal? —frunció su ceño.

— No particularmente —disintió con una risita de por medio—, pero sé que tienes un par de horas
de estar queriendo quitarte el sudor.

— ¿Te duchas conmigo? —entrecerró Emma la mirada.

— ¿Qué te parece si yo meto todo en el lavaplatos, tú te metes a la ducha, y yo te espero en la cama


para un poco de Netflix?

— Sounds like a great plan —sonrió, presionando su nariz contra la suya, de lado a lado, para luego
darle un rápido beso que tenía intenciones de arreglar o alargar cuando se le uniera en la cama.

Sophia se quedó con la sonrisa más boba de todas mientras acosaba la camiseta rosso porpora alejarse
por el pasillo. Sintió como si, poco a poco, estuviera recuperando eso que la maldita Old Post Office había
logrado robarle de su vida en tan sólo un par de días. No quería imaginarse el futuro, no quería
predisponerse. Pero no engañaba a nadie, mucho menos a sí misma, eso sólo empeoraría y quizás, muy
probablemente, el proyecto se le montaría sobre los hombros y le pondría correa al cuello de tal manera
que quizás, muy probablemente, su temporal residencia en Miami se vería comprometida. «Fuck. Fuck.
Fuck, fuck, fuck! Fucking fuck!». En eso no había pensado antes.

Sacudió la cabeza para deshacerse de esos catastróficos pensamientos, pero, como si se tratara de una
epifanía, se acordó de aquellas palabras que Emma siempre decía: “el estudio no se puede ver envuelto
ni en religión ni en política”, por astutas razones de evitarse problemas de reputación financiera, laboral,
y moral. Y a eso había que agregarle el hecho de que el Jefe tenía la inquietante gana de involucrarse en
la política. Eran los rumores, y, sin importar si se trataba del puesto de Gobernador, Alcalde, Senador,
Congresista, o Presidente, la política era la política y no era compatible con las cláusulas del contrato que
habían firmado. «Fuck… », repitió, esta vez no supo si en voz alta, pero ni Emma ni Darth Vader estaban
para preguntarle qué ocurría. Se propuso creer en Dios, se propuso tener fe en ese poder supremo que
haría que todo saliera bien.

Sacudió nuevamente la cabeza para espantar todo eso que tenía que ver con el trabajo y con el futuro.
Después de todo, recientemente intentaba sólo llegar a las metas a corto plazo: la hora de almuerzo, el
día siguiente, el fin de semana. La meta a largo plazo era su boda, lo cual no era sino a final de mes.
«Metas cortas, metas cortas…», se decía a sí misma, como si se tratara de un mantra, mientras
programaba el lavaplatos para el ciclo de lavado, «metas cortas», se repitió en cuanto presionó el botón
para comenzar. «Metas cortas», continuó repitiéndose mientras caminaba hacia su habitación, «metas
cortas», bostezó.

Escuchó que el agua corría fuerte e intensamente en el baño. Había sido tanta la prisa por
sentirse limpia que no había tenido tiempo para poner música. Bueno, es que eso era un ritual de
madrugada de día hábil, y hoy era sábado.

Se asomó a la puerta para saber en qué etapa del proceso se encontraba, para saber calcular cuánto
tiempo iba a esperar. Vio cómo sus manos rascaban su cabeza, pero, por la falta del exceso de espuma,
supo que se trataba de la primera ronda de champú. Calculó entre diez y quince minutos, probablemente
porque habría un exfoliante en el proceso.

Se sentó sobre la cama, y, mientras hacía malabares con los controles, se sacó el sostén por la
manga izquierda con la intención de arrojarlo al pie de la cama. Se miró las piernas y decidió que no era
un día para pasarlo en pantalón, no importaba lo cómodo que fuera. Se levantó con el sostén en la mano
y se dirigió al clóset, en donde lo dejó olvidado sobre el diván, al igual que su pantalón, y se deslizó en el
primer retazo de tela que agarró del cajón de su lencería de fin de semana o de vacaciones; algo azul
marino.

Se sintonizó con Netflix y con el capítulo siguiente de House, M. D., y, por desesperación, se recostó en
el lado de la cama sobre el que Emma dormía. Necesitaba sentirla de algún modo mientras la esperaba.

Hundió su nariz contra su almohada y sonrió por algo parecido a la nostalgia. Y, mientras Wilson y House
discutían por qué el paciente en estado vegetal era más interesante que el comatoso, encaró la puerta
del baño tal y como Darth Vader lo hacía cuando estaba a la espera de la misma persona. «Metas cortas,
Sophia», bostezó, «metas cortas», repitió el mantra. «Today’s goal: get laid. Have hot, steamy and
naughty sex».

Vaya meta.

No se tardó mucho, no más de los quince minutos que Sophia había pronosticado.

Salió a la habitación con una sonrisa mientras frotaba una toalla contra su cabello para deshacerse de la
mayor cantidad de humedad. Pudo verbalizar únicamente el “I” de “I thought you hated House” en
cuanto vio que Hugh Laurie le decía a alguien que lo único que le quedaba estaba por el pasillo, algo
sobre una biopsia renal, y calló al ver que la rubia se había desmayado mientras le aplicaba una llave
mortal a su almohada. Sí, era culpa del cansancio, pero también era la culpa del champán y de la botella
de Pomerol que había aniquilado.

Con una sonrisa aún más amplia, se retiró para meterse en un poco de ropa cómoda que la dejara
haraganear por el resto del fin de semana, que la dejara imitar a Sophia. Necesitaba aprender a gozar
del dolce far niente.
Cuando terminó, y que su cabello pudo ser atado en un moño flojo que no ocasionaría estragos de ningún
tipo, decidió arrojarle una cobija encima para evitar que se despertara a causa del frío de doce grados
de principios de mayo. Se recostó a su lado, le bajó el volumen al arrogante hombre de la televisión, y
se dispuso a abrir “The Goldfinch” en la primera página.

«While I was still in Amsterdam, I dreamed about my mother for the first time in years…», comenzó a
leer, y dibujó una sonrisa en cuanto escuchó un suspiro etéreo escapársele a la rubia. Supo que el libro
duraría por siempre pero que esos momentos junto a Sophia eran circunstanciales y efímeros, por lo que
decidió cerrar la literatura, colocarla sobre la ajena mesa de noche, escabullirse bajo la misma cobija, y
adoptar la postura con un abrazo por la cintura que le permitiera empuñar su camisa para aferrarse a
ella tal y como recordaba haberlo hecho la primera vez que habían compartido cama.

***

De un momento a otro, Irene pareció despertar de ese estado de estupefacción y letargo en el que se
había metido en cuanto había accedido a bailar con el fastidioso hombre que se creía todo un Fred
Astaire. Con una disculpa, le pidió tiempo para relajar los pies, a lo que él sonrió con un asentimiento.

Se salió por un lado de la pista, indiferente a todo y a todos para salir del salón con la única intención de
tomar un poco de aire fresco y de poder satisfacer la necesidad, como si se tratara de una inyección de
heroína, de revisar sus redes sociales y cualquier aplicación de mensajería instantánea.

Él se quedó con la sonrisa de imbécil que mejor lo describía; solo, a media pista de baile,
buscando alguien a quien alardearle sus grandezas y sus proezas. Pero nadie le hizo caso.

Ante esa patada de realidad, decidió imitar a su compañera de baile. Quizás era la hora de un cigarrillo
para luego retirarse. A esas alturas de la noche, y de que había sido ignorado casi por completo, tal vez
era mejor retirarse con la cabeza en alto. Además, él era un italiano que rascaba los parámetros de la
guapura, y la ciudad era rica en vida nocturna. Si no era tan bienvenido, o el centro de atención en dicho
evento, era mejor que se dirigiera al club más cercano para conseguirse una mujer que trabajara duro
por conseguir su casual aprobación para luego recibir elogios sobre su desempeño en la cama. De todas
maneras, su visita a Nueva York no era pura y exclusivamente para asistir a esa boda, sino era también
una mezcla de turismo, trabajo, y mujeres. Decía “mujeres”, algo general, pues él creyó que su presencia
evitaría que Emma contrajera matrimonio con el hombre que en realidad no existía, que la invitación
había sido una señal de desesperación por su parte para que alguien la salvara. En vista de que no era
ese el caso, y que era que él sólo sufría de delirios, “mujeres” era lo que buscaba. En plural.

Por la esquina de su ojo derecho, en su camino hacia las puertas que Irene recién abría, vio cómo Emma,
después de recibir una cucharada de gelato de fresa, se dejaba besar por la rubia. No les importaba la
opinión pública, no les importaba que todos fueran testigos de esa demostración de afecto.

Irene lo vio salir con prisa en dirección hacia la calle, supuso que era un esclavo más del
cigarrillo.
Miró su reloj. Si eran las diez y cuarenta y nueve en Nueva York, ¿qué hora era en Roma? Seis horas de
diferencia y al futuro. Era temprano, casi las seis de la mañana. Pero eso le importó poco.

— “Sei sveglia?” —escribió rápidamente, escudándose en la excusa de la cantidad de alcohol que había
ingerido.

— “Normalmente no lo estaría” —contestó rápidamente—. “Porque es sábado”.

— “¿Te desperté?”.

— “No, ¿por qué?”.

— “Percibo mal humor”.

— “Sí”.

— “¿Qué pasa?” —suspiró la griega, porque, de algún modo, sabía que ella era la culpable de su enojo.

— “Pasa que almorcé en casa de papá y tuve que ayudar en la cocina”. “Tu ausencia me afecta de
muchas maneras, Nene”.

— “:)”. “Yo también te extraño”. “¿Qué haces despierta tan temprano?”.

— “Indigestión :-P”. “Eso es lo que sucede cuando me meten en la cocina”. —Irene pudo casi escuchar
la risa que salía de la garganta de Alessandra Santoro, sin embargo tomó su palabra como la única verdad
que podía existir. Estaba despierta porque había calculado, con la frialdad de un psicópata, las horas en
las que Irene estaría ocupada, por lo cual había reorganizado su horario de sueño. Sólo por si, de
casualidad, se daba la oportunidad de conversar un poco, quizás un poco de FaceTime—. “¿Ya se
terminó?”.

— “No”. “Algunas personas siguen aquí, pero mi hermana ya sólo está encima de Emma y sólo la está
tú-sabes”.

— “Entonces me hablas porque te acordaste de nuestro teveoenunasemana” —Alex no tenía la excusa


del alcohol, no tenía ningún tipo de excusa, pero le gustaba tomarla por sorpresa para ser testigo de su
reacción.

— “¡Eres increíble!” —se carcajeó.

— “No te preocupes”. “Ya tengo preparada tu bienvenida”.

— “¿Y eso incluye ir a misa?”.

— “¿Para qué?” —rio Alex.


— “Para que te hagan el milagro de que lo puedas hacer el día que llegue”.

— “¿Tu mamá está pensando en regresarse contigo?” —entró en pánico, porque eso era lo único que
se le podía ocurrir.

— “Noooooooo!!!!!!!”. “Eso sí sería catastrófico :-/”.

— “¡¿Entonces?!” —respiró aliviada.

— “Calculo que para el tres todavía voy a estar en mis días :-(“.

— “Cazzo…” —eso sí era una complicación con la que ninguna de las dos contaba—. “Pero tú vienes
el cuatro, Nene :-D”.

***

Alessandra Santoro se despertó gracias a que, sabiamente, había programado una sutil alarma para las
cinco en punto, pues necesitaba una hora para todos los arreglos personales y para poder encargarse de
cualquier inconveniente que se saliera de su control.

Irene la había empujado hasta la orilla, casi hasta botarla. En su defensa, se había enrollado al compás
de su espalda y la había tomado por la cintura para no dejarla caer.

Con algo como eso, era imposible no sonreír.

Todavía un tanto mareada por haber abortado su sueño de manera abrupta, tomó la mano
bronceada y la llevó a sus labios para besarla. Sus dedos olían a ella, a esa evidencia sexual de hacía un
par de horas. De haberse tratado de algo fresco, y de Irene mirándola, los habría succionado con la
suficiente lascivia como para sugerir otro asalto. Pero no. Se limitó a besarla como si se disculpara por
estar a punto de levantarse.

Dejó a Irene ahí, prácticamente muerta en una posición que ocultaba las partes más sugestivas
de su cuerpo por la posición de los brazos y de las piernas. No quería dar vuelta a la cama para mirar eso
que había victimizado y que sabía que estaba expuesto.

Primero lo primero. Abrió la ventana para fumar el segundo cigarrillo del día. Sabía que Irene
no compartía el vicio en lo absoluto, y, sabía que, aunque no se lo había pedido, no necesariamente tenía
que dejarlo. Pero, si quería tener una remota oportunidad de tener algo serio con ella, tenía que
reducirlo al menos a que la cajetilla de veinte le durara una semana. La inhalación inicial le supo a gloria
y terminó de despertarla.

Luego, cuando el Marlboro llegó a su fin, dejó la ventana abierta para que el olor no fuera tan
evidentemente fresco, y se retiró para darse una fugaz ducha, pues, aunque le gustara, no quería que su
familia oliera lo que la griega había logrado provocarle en una sesión de menos de media hora.
Sintiéndose limpia, y lista para que Irene repitiera sus técnicas más tarde, salió con una toalla
al torso para comenzar a lidiar con las ondas de su cabeza.

Se separó el cabello en las mismas cuatro secciones de siempre, y, mientras veía MTV ser la estafa más
grande, empezó a planchar los primeros mechones.

— Suéltate la toalla —balbuceó Irene para luego aclararse la garganta.

— ¿Así? —sonrió de reojo y con su ceja arqueada, y dejó caer la delgada y corta tela que la envolvía.

— Oh, Theé mou! —suspiró, irguiéndose para verla mejor.

— Idiomas que entienda, por favor —rio, devolviéndose a la labor de alisarse el cabello.

— Es… —disintió, tomándose por las rodillas para apoyar su mentón en ellas—. Très magnifique —
dijo con ese gesto de mano que era tan italiano.

— Tienes suerte que mi francés es lo suficientemente básico como para entender eso —repuso,
optando por no mirarla para no obligarla a detener su acoso; le gustaba ser acosada porque sabía lo que
tenía; ella no padecía de esa estupidez que se llamaba baja autoestima.

— ¿Por qué eres así? —suspiró de nuevo, esta vez con un ligero gruñido que la obligó a pasar sus
manos por su corto cabello.

— Porque así te gusta —se encogió entre hombros, y arqueó una ceja con tanta altanería que la hacía
prácticamente irresistible.

— Theé mou… —susurró casi inaudiblemente para sí misma.

— ¡Idiomas! —le acordó.

— Tú sabes lo que eso significa —entrecerró la mirada.

— Tal vez, pero, si me vas a lanzar un piropo, me gustaría escucharlo en un idioma que sí entienda al
cien por ciento —le dijo—; no quiero arriesgarme a malinterpretarlo.

Irene se puso de pie. Se estiró hasta que todo le crujió y que sus músculos se tensaron hasta que se
acordaron del estrés del juego de tenis de la mañana. Caminó hacia ella con tan sólo tres pasos firmes,
se agachó con la espalda y, con un intento de imitar su altanería, le plantó un beso de esos que le robarían
el aliento aún más que cualquier orgasmo que podía provocarle.

La dejó estupefacta, pasmada, absolutamente atónita y con un serio estrago nervioso.


«Mio.Dio», exhaló lentamente, siendo incapaz de seguir a la griega con la mirada. Fue de esos besos
perfectos: cínico, rudo, único, y sensual pero no sexual. Algo excitante y desafiante, tal y como si le
hubiera querido mostrar que no era ella quien mandaba con su actitud altaneramente sexy. Ella también
podía ser tajante.

Se llevó los dedos a los labios como si quisiera asegurarse de que seguían ahí o como si quisiera, con una
leve presión, tatuarse la sensación de por vida.

La señorita Papazoglakis se dio una rápida ducha para, al igual que Alex, no dejar que su familia
conociera el aroma de su placer sexual. A diferencia de la mujer que le había apostado su camiseta de
Cristiano, ella sí se mojó la cabeza, pues así era más fácil domar su cabello. Todavía estaba descubriendo
las mejores maneras para peinarse; si a un lado, al otro, al centro para simular un mohawk menos
dramático, hacia adelante, hacia atrás, o simplemente dejar que hiciera lo que se le diera la gana.

Cuando se terminó de vestir, Alex apenas terminaba su cabello, y, cuando terminó de maquillarse, Alex
apenas terminaba de vestirse.

No le molestó esperar. Al contrario, le gustó poder tener el tiempo para acosar la delicadeza con la que
Alex delineaba el par perfecto de ojos verdes.

Annabella Sciarra se había divorciado de Ottavio Santoro en febrero del noventa y nueve. No
lo sacó a patadas porque no se le ocurrió, pero sí se negó rotundamente a que se llevara a la Piccolina.
Se trató de un acuerdo “mutuo” en base a diferencias irreconciliables.

Debía ser eso, el “Sciarra” en su apellido que delataba su esencia; era beligerante sin causa pero con el
propósito de simplemente joderle la existencia al hombre que se oponía rotundamente a que su suegra
viviera bajo su mismo techo. Era un hombre inteligente y tonto en iguales cantidades. Además de eso,
él se oponía a que su Piccolina asistiera a la Scuola della Divina Provvidenza porque no entendía cómo,
estando a un paso del Siglo XXI, su hija debía crecer enclaustrada cinco días a la semana y bajo la estricta
tutela de las monjas.

Ottavio Santoro, quien en realidad había escogido llevar el apellido de su madre porque tenía más
impacto y drama que Gentile —el que había recibido de su padre—, le saqueó el apartamento en
cuestión de una tarde; se llevó hasta las puertas. Lo único que dejó fue una cafetera para dos tazas. El
dormitorio de su Piccolina lo dejó intacto porque no se merecía pagar por las sandeces de su madre, a
quien en ese entonces ya no llamaba “Bella”. “Gentile nel culo!”, se le había escuchado refunfuñar
mientras echaba todo en bolsas de basura, inclusive las toallas sanitarias de Annabella.

Después de una disputa de once meses, Annabella se quedó con el apartamento de la Via della
Camilluccia, el MINI Cooper verde, las llantas del Maserati que le había regalado siete meses atrás a su
ahora ex esposo, y consiguió que le devolviera las puertas que se había llevado en aquel arranque de
furia.

Acordaron que la Piccolina se quedaría con ella con la promesa de que se cumplieran cinco cosas:
1. La Scuola della Divina Provvidenza no sería una opción educativa, por lo que él se comprometía a pagar
su educación, hasta el día de su graduación, en la escuela de su elección.

2. Él podría recogerla los viernes a la salida de la escuela y no la regresaría hasta el sábado por la noche
o el domingo por la tarde. Y tendría derecho a la celebración de navidad y a la mitad de las vacaciones
de Semana Santa.

3. A la Piccolina nunca se le trenzaría el cabello.

4. Él tendría derecho, dos semanas al año, para llevarla de viaje al destino de su elección.

5. Él tendría derecho a involucrarse en las actividades escolares y extracurriculares como cualquier otro
padre de familia; eso incluía reuniones de orientación al principio de cada año escolar, juegos del deporte
de su elección u otra actividad en representación de la escuela, actos de cierre de año escolar, eventos
escolares como las ferias de primavera y otoño, etc., y celebraciones de cumpleaños. Como mínimo.

Así fue, pues, que Alessandra Santoro vivió un par de años con su mamá en el apartamento
que no recordaba haber compartido con su papá. Asistió toda su vida al Marymount International, en
donde fue parte del equipo de volleyball de los Royals y miembro vitalicio de S.T.E.A.M, y de donde se
graduó con especializaciones en ciencias de la computación, economía, e inglés. Nunca se le trenzó el
cabello, disfrutaba de los fines de semana con su papá, y tuvo la oportunidad de conocer el sudeste
asiático, Europa occidental, y uno que otro país del continente americano en cuanto empezó sus clases
de español en el séptimo grado.

En septiembre del dos mil cuatro, cumpliendo con las promesas, Annabella y Ottavio asistieron
a la reunión de orientación de padres de familia de sexto grado, año en el que la Piccolina ya comenzaría
a formar parte de la secundaria.

Él nunca se dio cuenta del cambio de uniforme, de la modalidad de evaluación y calificación de


exámenes, o de la carga académica en general, pues su mundo se vio reducido a la mujer que se había
presentado como Miss Catalina Benson: la encargada de clase y la profesora de inglés, y quien tenía el
curso extracurricular de cocina. Ella les había hablado por más de una hora, había respondido hasta las
preguntas más ingenuas, y había quedado a disposición de todos y cada uno de los allí presentes porque
estaba consciente de que el cambio era tan drástico para los estudiantes como para ellos.

Los Santoro sintieron el sexto grado eterno y difícil.

En cuanto Annabella se casó con Guido Battaglia en el dos mil ocho, vendieron el apartamento
de la Via della Camilluccia para poder mudarse a uno en la Via Montasola, y, en cuanto Guido se convirtió
en el director de la ONG para la que había trabajado por nueve años, compraron la famosa villa en
Bonacolsi.

Para ese entonces, la Piccolina, quien prefería que la llamaran por su nombre de pila anglosajón o por el
nombre con el que la habían inscrito en la alcaldía de Roma, había decidido que compartir oxígeno con
su padrastro era algo que podía dosificar para su propia salud mental y que era por eso, con la excusa
del inicio universitario, que era mejor cortar el cordón umbilical para mudarse cerca de la Sapienza con
sus amigos de la escuela.

Como regalo de graduación de la escuela, Annabella decidió trabajar con Ottavio: ella le daría
el MINI Cooper verde, y él le regalaría una versión taimada del absurdo programa de televisión Pimp My
Ride para que pudiera gozar de un sistema de sonido más moderno, pintura nueva, un cambio de
tapicería, y un sistema eléctrico para que sólo tuviera que presionar botones, desde la llave, para abrir
la cajuela y para poder quitar y ponerle seguro a las puertas.

— Yo lo hago —le dijo Alex, apretando el paso para abrirle la puerta del auto.

Irene le lanzó una sonrisa en agradecimiento, pues, entre su bolso y el tiramisù, era casi imposible
pretender tirar de la manija. Le sonrió una segunda vez en cuanto cerró la puerta por ella.

— Que en cuánto llego… —suspiró en cuanto se incorporó a su lado—. Por eso les dije que a las siete —
continuó diciendo como si pensara en voz alta—, porque tengo planeado llegar antes —disintió, jugando
con las llaves.

La griega no dijo nada, y Alex no esperaba que lo hiciera. En realidad, agradeció el hecho de que guardara
silencio; no necesitaba escuchar que debía calmarse, o que no les debía hacer caso.

Encendió el auto, se atravesó el cinturón de seguridad y, con una mirada regañona, le indicó a
Irene que hiciera lo mismo. Podía dejar el tiramisú a la merced de la intrepidez y de la temeridad del
tráfico romano, pero no a Irene.

Sacó el pequeño rectángulo de su bolso, el cual llevaba, desde siempre y para siempre, un cable en forma
de tirabuzón. Conectó la espiga en el agujero bajo el regulador del volumen y le alcanzó el dispositivo.

— ¿Guetta? —le preguntó Irene.

— Escoge tú —disintió mientras retrocedía para incorporarse al camino hacia Piazza Venezia.

Era difícil tener el control de algo tan vital como la música en un auto ajeno, especialmente porque, en
algunas ocasiones, Alex le había comentado que fulano, o mengano, había tenido la osadía de apagar o
cambiar su música. La bondad de un aventón no se pagaba con algo así. Escogió algo que no le molestaba
y que sí le gustara a la conductora.

El viaje estuvo al borde de lo incómodo, pues ninguna de las dos habló más que para hacer
algún comentario sobre el tráfico que provocara una corta risa nasal. Irene supuso que Alex necesitaba
unos momentos de silencio en los que pudiera acumular tanta paz como fuera necesario para soportar
una tropa familiar en modo festejo. Alex supuso que Irene estaba nerviosa y se pasó todo el camino
intentando buscar palabras alentadoras que le ayudaran a relajarse. Vaya par.
Tomaron la A24 para luego incorporarse hasta tener que desviarse por la Via Nomentana. Ya
era parte de las afueras de la ciudad, con un tan solo carril de ida y uno de regreso. Era una ruta tranquila,
con vastos terrenos de granjas a ambos lados.

De un momento a otro, Alex redujo la velocidad, presionó el único botón de la caja negra que se adhería
al visor del conductor, y viró hacia la izquierda para pasar por entre un par de pilares que sostenían
puertas de hierro que se terminaban de abrir.

Era una villa del color de la terracota que sufría de florales vómitos verdes que llegaban hasta
el suelo, de generoso tamaño y exquisita arquitectura de principios de siglo.

Había algunos cipreses por aquí y por acá, unos faroles que alumbraban el camino hacia un segundo
piso, y un garaje que guardaba un Maserati del ’59 que estaba siendo reparado poco a poco por el
pasatiempo del Señor Santoro.

— Piccolina! —se levantó, como si tuviera un resorte en el asiento del sillón en el que se sentaba—. Non
si è mai in ritardo! —abrió sus brazos con una sonrisa y envolvió a Alex fuertemente entre ellos mientras
le daba un beso en la cabeza.

— Buon compleanno, babbo —sonrió ella, apretujándolo entre sus brazos—. Ti sembri più giovane —
lo halagó como todos los años.

— Bah, Piccolina! —rio, apretujándola una última vez para dejarla ir—. Lasciate che ti dica un segreto:
un Santoro non invecchia mai. Se non mi credete, guardate a la Pina per l’amor di Dio! —se carcajeó,
señalando a la avejentada mujer que había mirado el abrazo con una sonrisa de ternura.

— È vero, è vero —asintió la Pina—, ma sembra più vecchio di me perché è un Gentile —se encogió
entre hombros.

— Ciao, Pina —resopló Alex, agachándose con su espalda para saludarla con un beso en cada mejilla.

— Ciao, Piccolina —le correspondió los besos con una sonrisa—. Tutto bene?

— Assolutamente —asintió—. Babbo, la Annabella ti augura un buon compleanno —le dijo,


entregándole la botella de Solaia del noventa y nueve que le enviaba todos los años; era una pequeña
broma, pues sabía que le gustaba el año en el que se habían divorciado.

— Ah, la Annabella, sempre così amabile —sonrió él, haciendo una nota mental de escribirle un correo
electrónico para agradecerle el tan humorístico gesto.

— Sì, sì… —balbuceó Alex—. Ora, voglio farti conoscere Irene —dijo, acercándola con un gesto.

Rápidamente, tomó el tiramisù de sus manos para que pudiera saludar acordemente.
Irene extendió su mano, pero él sólo la abrazó casi tan fuerte como había abrazado a su propia
hija.

Ottavio Santoro era un hombre relativamente alto y delgado, y bronceado por la hora del mediodía que
se tomaba para nadar. Su cabello era del mismo tono marrón oscuro que el de su hija, con la diferencia
de que las puntas se tornaban blancas, y sufría de las mismas ondas que ella alisaba entre dos y tres
veces por semana. Mantenía una barba corta con algunos parches blancos también. Su nariz era larga,
recta, pero gruesa, y sus ojos eran del mismo verde penetrante que le había heredado a su hija mayor.
Se notaba que en su juventud había sido un hombre muy apuesto. Debía ser el tabaco el factor que más
le había afectado.

Trabajaba tres días a la semana, invirtiendo dinero ajeno a su gusto para cobrar las comisiones
respectivas. Era uno de los socios de un fondo de inversión cuyo nombre en estos momentos se me ha
escapado. Los jueves trabajaba en el Maserati del garaje, limpiaba la piscina para el fin de semana, y
conducía el tractor, que había importado de Inglaterra, para cortar el césped. Los viernes se reunía con
sus amigos aficionados de las motocicletas, con quienes decidía cruzar el país entero para las eventuales
convenciones, y cenaba con su esposa. En los últimos meses, quizás años, los sábados servían para una
que otra hora de vuelo, pues se había concentrado en regalarse una licencia de piloto de ultraligero para
su quincuagésimo cumpleaños; el presente día. Además de eso, intentaba tener las tardes sabatinas
libres para ver a su primogénita, pues el domingo se dedicaba a pasarlo con los gemelos; Vincenzo y
Paolo.

— Feliz cumpleaños —murmuró Irene, no sabiendo si alegrarse o si incomodarse por el tan febril abrazo
que estaba recibiendo, algo que nunca había recibido de su propio progenitor.

— Muchas gracias —sonrió—. Alex me dijo que traerías una versión diferente del tiramisù —dijo,
agradeciéndole el gesto con el simple hecho de volverlo a ver con ojos de ganas de probarlo.

— Ah, ¿ella es la muchacha del tiramisù sin café? —resopló la Pina.

— Ella es la Pina —dijo Alex para Irene.

— Es un gusto conocerla —sonrió la griega, y se agachó del mismo modo que Alex para saludarla con
la educación que la voz de Camilla en su consciencia le exigía.

— Es alérgica al café —añadió Alex en su defensa, importándole poco que fuera una mentira.

— Al menos eres educada —comentó la Pina, llevando la copa de vino tinto a sus labios—, compensa
la impotencia italiana.

— Mi papá es griego —le dijo Irene.

— Eso lo explica todo —rio.


— Basta —disintió Ottavio con un leve disentimiento—. Por favor, pónganse cómodas y sírvanse lo
que quieran. Terminen de llegar —sonrió para ambas.

Irene siguió a Alex por entre las puertas que daban entrada a la casa, pues, a sabiendas de que estarían
a la orilla de la piscina —en donde estaba el horno de leña—, no había necesidad de entrar por la puerta
principal.

Escuchó cómo la Pina le decía a su hijo que no cabía duda que, año con año, sólo reconfirmaba que lo
único bueno que había hecho Annabella había sido descuidarse para dejarse embarazar por él, porque
esas botellas de vino di merda eran la prueba de un gusto barato y de no saber respetar sus respectivos
matrimonios. ¿En qué cabeza cabía enviarle un regalo a un hombre con el que no estaba casada?

— Buonasera, Caterina —saludó Alex en cuanto la vio trabajar en una séptima receta de masa para pizza.

— Alex! —la volvió a ver con una cálida sonrisa, y dejó de hacer lo que estaba haciendo para sacudir
sus manos llenas de harina y poder saludarla y tomar el tiramisù de sus manos—. Buonasera, cara mia
—le dio los dos reglamentarios besos de la educación continental—. Tú debes ser Irene —le dijo a la
griega.

— Mucho gusto —extendió su mano para nuevamente ser ignorada y recibir, en este caso, la misma
dupla de besos.

— Ya tengo ganas de probarlo —sonrió ella—. Por favor, siéntete en tu casa. Hay vino tinto y blanco,
spumante, cervezas, y, sin alcohol, hay bike y agua.

Caterina Santoro era nada más y nada menos que Catalina Benson, la mujer que había hecho que
Alessandra Santoro se interesara por el idioma inglés desde el sexto grado y la mujer que le había robado
el aliento a Ottavio.

Hija de un ex cónsul inglés y de una agregada cultural italiana, Catalina —ahora Caterina por
cariño—, había crecido en Nápoles para luego migrar a Roma para convertirse en docente de inglés e
historia de secundaria. Con tan sólo veintiséis años, había comenzado a trabajar en Marymount un año
antes de que su vida se tropezara con la de los Santoro.

Cierto día, un martes, cuando Alex ya cursaba el séptimo grado, Ottavio Santoro llamó a
Annabella Sciara para preguntarle si estaba bien que él recogiera a Alex en la escuela luego de la práctica
de volleyball para luego llevarla a cenar. Annabella accedió por el simple hecho de, en ese preciso
momento, estar conociendo a quien dos años después se convertiría en su segundo esposo.

Ottavio llegó a las dos de la tarde y se estacionó cerca de las canchas de tenis a esperar. Supo esperar,
pues Alex salía hasta las tres y media.

Al escuchar que la campana de las dos y media sonaba, se acercó al edificio principal. Aquellos infantes
de primaria salieron como una alborotada manada salvaje de sus actividades extracurriculares, y, tras
ellos, salieron una docena de maestros que intentarían contener el caos hasta las tres, hora a la que
quedaba sólo uno que otro barbárico prepuberto.

Allá, tras los que venían con una pizza en un plato desechable, venía Miss Benson con una genuina sonrisa
que felicitaba a un tal Giorgio por el sabor de su salsa.

— Señor Santoro —había sonreído para él—, qué sorpresa verlo por aquí un martes —dijo sin ánimos de
inferir algo que no le incumbía.

— Salí temprano del trabajo —«mentiroso»—. No hay necesidad de que Alex tome el transporte
escolar si puedo venir por ella —sonrió.

— ¿En qué extracurricular está?

— Volleyball.

— Pensé que lo dejaría después de haber recibido los remates de Mister Romano —sonrió.

— Lo mismo pensé yo —rio, acordándose de la vez en la que Alex se había quejado de ardor en el
interior de los brazos—, pero supongo que en verdad le gusta.

— Es la prueba de fuego —asintió Catalina para luego dirigirse a un niño que pretendía comer su pizza
mientras su cabeza colgaba de una banca—. Está usted muy temprano. Creo que la práctica no termina
hasta las tres y media.

— Si voy a casa no vengo a tiempo —le dijo—. Además, de no haber venido antes, no habría podido
saludarla —añadió con una sonrisa.

— Usted sabe que siempre es un gusto conversar con usted, Señor Santoro —replicó la amabilidad de
Catalina, porque, de entre todos los padres de familia con los que había tenido que lidiar el año anterior,
él había sido uno de los más llevaderos y simpáticos.

Ottavio Santoro le clavó la mirada como si hubiera sufrido de un espasmo nervioso. Su amabilidad y su
sonrisa eran las causantes. Además, era significativamente atractiva. Al menos lo era para él.

Era una mujer de estatura promedio y flaca, porque no había otra palabra para describirla.
Llevaba el cabello hasta por debajo de los hombros y se lo peinaba con un camino ligeramente hacia la
derecha. Era negro con ciertos reflejos marrones oscuros en las puntas, y, dependiendo del clima, podía
gozar de una que otra onda. Sus ojos castaños padecían de gentileza por la suavidad con la que sus cejas
los decoraban con un arco casi perfecto, y porque procuraba llevar un maquillaje que le favoreciera. Su
nariz era delgada pero un tanto larga, y sus labios eran la viva expresión de una sonrisa. Se empalaba los
lóbulos con perlas pequeñas y decoraba su cuello con una fina cadena plateada que terminaba en un
millefiori de murano que parecía tener valor nostálgico.
Pasmado por su percepción de belleza, y por la delicadeza de sus manos, dejó que de su boca saliera la
frase de la que ella se dejaría enamorar: “Ho aspettato un anno intero per dire questo: voglio prendere
un caffè con te, e non voglio accettare un ‘no’ come risposta”.

Al principio, Alessandra no estuvo de acuerdo con que su papá estuviera cortejando a su ex


profesora de inglés, pero, en cuanto lo supo feliz, no pudo oponerse y lo aceptó. Aprendió a llevarse bien
con ella por la cantidad de tiempo que convivían, aprendió a confiar en ella quizás más que en su propia
madre, y se dejó quererla.

Dio su bendición en cuanto Ottavio le comentó sus intenciones con ella, y se alegró en cuanto supo que
sería papá por segunda vez. Para ella, él era el mejor papá del mundo, y no le parecía justo que sólo ella
había podido disfrutarlo.

Si Vincenzo y Paolo le declaraban su odio algún día, algo que nunca sucedería, ella les diría que había
esterilizado y servido muchos biberones, que había hasta probado leche no sintética para asegurarse de
su buen estado, que les había dado de comer asquerosas papillas —hasta la de banano—, que les había
cambiado el pañal, y que los había bañado hasta en esas veces en las que no sabía si debía tirarlos a la
basura también porque se habían casi-ahogado-en-su-propia-mie*da.

Ahora tenían seis años, casi siete, y la relación era un tanto incómoda porque les costaba comprender
cómo era que una mujer tan vieja era su hermana. Eso no era normal.

A los pocos minutos, llegó Regina con su familia. Era la hermana mayor de Ottavio por dos
años. Ella estaba casada, ni infeliz ni felizmente, con Valerio. Ella ejercía la ley y había defendido los
intereses de su hermano ante el juez de la corte de familia en el noventa y nueve, y su esposo era piloto
de Alitalia. Habían sido quienes habían estrenado a la Pina, con el título de abuela, al traer a Battista y a
Baldissere al mundo, quienes se llevaban apenas diez meses.

Luego llegó Mariano, el penúltimo de los cuatro hermanos, con su esposa Lorena. Él era
médico geriatra y ella enfermera. Su hijo, Riccardo, había decidido apegarse al rubro familiar para
estudiar scienze e tecnologie animali en la universidad de Padua. Por eso su ausencia.

Se les unieron los primos de Ottavio también; Manuela y Gregorio, los hijos del tío Leopoldo
—el hermano de la Pina—, y Ludovico, Raimondo y Rodolfo, los primos Gentile.

Y, por último, como si necesitara hacer una entrada para robarle el protagonismo al
cumpleañero, entró Giacomo, el hermano menor, con la desfachatez de creerse el dueño de la casa y de
la fiesta. Era un engreído arquitecto fallido, pues nunca ejerció o comió de su profesión. Pero el título de
arquitecto nunca se lo quitaría y aborrecería las invitaciones o las menciones que sólo lo tachaban como
un vil Signore. Era prepotente, intenso, criticón, y un sabelotodo. El único éxito que había tenido, todo
debido a su buen parecido, era que había logrado cortejar a Maria Timofeyeva para vivir despreocupado
por esas banales cosas como el dinero. Era una heredera de bienes y fortunas mal habidas, pues su ahora
difunto padre había sido de esas personas que se habían llenado los bolsillos con las fechorías de la
Gazprom. Vivían en Olgiata, cerca de donde él pasaba las tardes jugando al golf y Maria tomando el sol,
en una villa que él había diseñado y que había resultado ser más fea que el hambre y la putrefacción
juntas.

Tenían tres hijos: Gabriele Stanimir, Valentino Miroslav y Ana Agata. Pobres. Ana era de la edad de
Vincenzo y Paolo, Valentino estaba en esa difícil edad en la que no se sabía si era autista o en la transición
de la niñez a la adolescencia, y Gabriele estaba por terminar la escuela.

Él, el mayor, era lo más parecido al anticristo para Alex. Las mujeres lo asediaban por llevar la
banda de capitán del equipo de calcio de su escuela, no se sabía si por guapura, por habilidad, o porque
Giacomo pagaba por ello. Era arrogante, elitista, y sabelotodo; con inteligencia del promedio familiar
pero muy por debajo del promedio nacional. Le importaban las apariencias, lo cual involucraba la
superficialidad del físico y la profundidad de la cartera. El acné, la gordura, y la homosexualidad le
provocaban ganas de vomitar. Prefería hablar francés que hablar esa basura vulgar del inglés, y ni hablar
de cómo el italiano había perdido la elegancia y la vanagloria del latín. Su vida dependía de tan sólo tres
cosa: su iPhone —el cual tenía que ser de último modelo—, wifi —rápido y estable—, y redes sociales
«para alardear sobre el insignificante tamaño de su pito». Era el típico figlio di puttana que mostraba su
inmadurez y estupidez por creerse el vocero de Louis Vuitton: cinturón, cartera, gafas oscuras nocturnas,
zapatos, y el protector para el teléfono.

No se sabía si parecía jugador de calcio, narcotraficante o mafioso, o un pobre pendejo que había caído
en las manos de los nigerianos que vendían falsificaciones.

Alex tenía sentimientos encontrados en lo que a las reuniones familiares se refería. Le gustaba
compartir risas con Bati y Baldo, sus primos favoritos, pero detestaba tener que soportarle la cara de
culo al tal Gabi. ¿Qué clase de apodo era ese sino uno muy gay? Y no era como que podía evadirlo, pues
siempre, en todo evento, había una mesa exclusiva para la generación más joven.

Le molestó el hecho de que la saludara con tanta indiferencia, pero sintió un enojo descomunal en
cuanto observó el asco con el que había saludado a Irene con una palabra tan seca como “ciao” para
luego dejarla esperando con su mano extendida.

Gli nani correteaban con Ana por ahí y por allá entre risas y cosas que sólo entre ellos
entendían. Ella debía ser la más rescatable de entre los Timofeyev. Valentino se había perdido en un
camino de hormigas.

Batti recién comenzaba a trabajar con su mamá; se había graduado de la Facultad de Jurisprudencia de
la Sapienza el año anterior y tenía intenciones de especializarse en diritto del lavoro e della previdenza
sociale. Tenía los característicos ojos verdes de la familia, era de cejas relativamente pobladas, de cabello
alocado y de canas prematuras, de barba densa y corta, y de mejillas eternamente enrojecidas.

Baldo era la versión traviesa de su hermano mayor, se le notaba en los ojos por el tono de verde que
tenía. Pero era más cariñoso. Estudiaba scienze e culture enogastronomiche en la Roma Tre, y ya había
aprobado el primer nivel del curso de Sommelier en Milán.
Gabriele, por el contrario, carecía del encanto de los hijos de la tía Regina. Era un sin sabor de corte de
cabello hípster, que se concentraba en charlar idioteces por medio de alguna red social con alguna de
sus “conquistas”, y que se tomaba un respiro para asegurarse de que su ajustada camisa marcara sus
bíceps.

Era raro. Doblemente raro que, en el mismo día, había sido Sophia quien se despertaba primero. Bueno,
eso podía yacer en el simple hecho de que se había dormido antes. Tal vez. Y, más raro aún, fue que
Emma no se enteró de cuando Sophia se escapó de entre sus brazos por una urgencia renal.

Era la ventaja de estar en casa; no tenía que utilizar eso que, por muy suave que fuera, daba lo que fuera
por no utilizarlo desde que había conocido la maravilla del bidet. No había nada como un poco de agua
más fría que tibia. Además, aunque era un mito eso de ducharse cuando las cosas se encendían en el
área para censurar, lo necesitaba para bajar la temperatura que se había subido durante su sueño.
Supuso que algo había tenido que ver la meta del día. Y, hasta cierto punto, no se aguantaba por
compartir tales perversiones con la italiana que tan plácidamente dormía.

Entendía la fascinación, entendía por qué a Emma le gustaba tanto verla dormir. Se veía tan
pura y tan pacífica, como si estuviera en el lugar más seguro, sin embargo sabía que ese no era el caso
en algunas ocasiones. Pero se veía insoportable e insufriblemente «cute and sweet», lo cual era difícil
notar en el día a día por la rigidez del carácter, la profesión, y la reglamentaria distancia de brazo.

Entre sus ganas de querer despertarla con un beso tras el siguiente, decidió que no valía la pena
precisamente porque notaba la serenidad de su estado, lo cual era atesorado cuando se trataba de
contrarrestar o compensar aquellos tragos amargos.

Necesitaba agua. El champán y el vino ocasionarían futuros estragos.

Extrañó escuchar el molesto chillido del tiki anaranjado y los torpes ronquidos del pequeño can que
parecía no tener intenciones de crecer. Esperaba que se estuviera portando bien bajo el cuidado de las
personas que básicamente les habían hecho ver que, con el ajetreo de la semana, era imposible cuidarlo
apropiadamente. Habían tenido razón. Además, le venía bien conocer otros lugares y otras personas, y
otros canes.

Se acordó de los deseos de su futura esposa: pollo para la cena. El nivel de dificultad, para
cocinar aves, era casi nulo para ella, pues Andrea Buonarroti —su profesor de cocina en Milán— se lo
había enseñado hasta el cansancio. La dificultad estaba en cómo prepararlo, pues, entre el aburrimiento
y el paladar quisquilloso de la arquitecta, sólo quedaba la opción de rebuscarse para darle algo nuevo y,
sino, diferente.

Pollo a las hierbas era demasiado clásico, no importaba si se trataba de hierbas italianas o francesas.
Todo tipo de preparación americanizada como chicken parmesan o Alfredo, etc., a la barbacoa o en
alguna tediosa ensalada césar, estaba descartado, así como también lo estaban todas las recetas que
involucraran pasta. Pollo dentro de la gastronomía mexicana y tex-mex: tacos o enchiladas, burritos,
chimichangas, etc. tampoco eran una opción. Debía ser algo fácil de comer y no tan condimentado o
pesado, nada frito, o con esos inventos saludables que incluían espinaca, alcachofas, quinoa, espárragos,
coles de Bruselas, o que se convertían en el relleno de un pimiento, o en algo tan nefasto como una
cazuela.

Siendo la mujer inteligente que era, no se complicó mucho la existencia y revisó qué tenía en la alacena
para alegrar más que sólo el estómago que descansaba sobre su costado izquierdo.

Fue fácil tras ver los ingredientes que tenía a la mano; semillas y aceite de sésamo, salsa de soya, azúcar,
miel, y fécula de maíz. Además, tenía jengibre y ajo, y arroz y brócoli. Sabía que toda cena debía tener
una proteína, un almidón o carbohidrato, y alguna verdura para prevenir la medieval enfermedad de la
gota. De algún lado se tenía que sacar uno que otro nutriente adicional. Además, eso servía para que la
consciencia quedara tranquila.

Se sirvió un segundo vaso con agua. Visitó la habitación de huéspedes, en donde, sobre la
cama, estaba lo que probablemente había generado su meta del día y que había provocado el contenido
de su sueño.

Les dio un segundo vistazo, esta vez con mayor detenimiento y serenidad porque no sentía la presión
del par de ojos verdes que la acosaban como si le exigieran claridad en un momento de demasiada
información que debía ser digerida demasiado rápido.

Las formas eran interesantes. Lograban despertar su curiosidad.

No. ¿A quién engañaba? No había necesidad de despertar su curiosidad, pues eso había sucedido meses
atrás cuando había incursado por primera vez en lo que ella misma llamaba «sexy butt stuff». Lo
disfrutaba, eso no lo negaba, pero no lo anunciaba a los cuatro vientos o a cualquier civil que se le cruzara
en el camino.

Se preguntó por qué lo disfrutaba en realidad, si era por lo tabú del tema o qué. Supuso que su gusto
nacía en el hecho de que había sido una revelación de principio a fin, que todo lo que había pensado, y
lo que no, había sido refutado del modo más sensual y erótico posible. Había algo seductor en lo que al
misterio del lado oscuro del placer se refería, eso atraía, la travesura y la rebeldía per se era lo que atraía.
Estaban los factores de la sanidad y salubridad en términos de pulcritud, del dolor, de la salud, y de los
malentendidos y los falsos juicios.

Se debía ser claro, la zona era tan limpia como lo era la persona en cuanto a la higiene personal en
general se refería. El dolor existía si la técnica no era la adecuada, pues el foreplay no era sólo ensartar
un dedo y voilà!; el foreplay era la parte sensual e íntima, y el acto era, sin olvidar los epítetos anteriores,
la parte traviesa y erótica. Pero el dolor también podía ser placentero porque podía llevar a un estado
de euforia sin igual que terminaría en un orgasmo de malditas y masivas proporciones. En cuanto a la
salud, y a esos dichos de que estaba diseñado sólo para expulsar y no para recibir, no sabía qué decir. «I
just don´t care, I enjoy it». Y, para ser honesta, le encantaba el hecho de que era con Emma.
Ahora, volviendo a los juguetes «o implementos» de placer anal, le daba risa nerviosa el hecho de que
Emma supiera exactamente lo que quería y cómo lo quería sin ella realmente saberlo. Sí, la arquitecta lo
había descifrado muchísimo antes que ella. Hoy que lo tenía todo enfrente le era más que sólo claro y,
prácticamente, no podía esperar el momento en el que pudiera probar el primero.

Fue por eso que tomó el primer buttplug de la serie de lo que Emma había llamado “the starter kit”, el
más pequeño y más corto de todos, y, porque su orgullo no le iba a pedir que lo utilizaran, decidió irse
por el camino que solía funcionar siempre: que a la arquitecta le costara un poco de trabajo para también
poder sentir la gratificación.

Tomó aquel cilindro de madera en el que había puesto las entradas para el musical de Motown,
ese que le había sucedido al cubo que Emma no había podido abrir, y guardó el juguete en el interior.

El cilindro lo había hecho antes que el cubo, pues, originalmente, era lo que utilizaría para guardar el
anillo. Por alguna razón, en aquel entonces, le pareció demasiado fácil y poco personal porque había
comprado los planos y las instrucciones de una tienda judía en Queens. Era un rompecabezas un tanto
inusual, se trataba de girar y de guiar un extremo del cilindro por diversas canaletas internas, un
laberinto, hasta lograr liberarlo. Emma lo había descifrado en poco menos de veinte minutos. Fue por
eso que la caja había sido una mejor opción: la había ideado y diseñado ella misma luego de hacer la
investigación respectiva en la materia de los rompecabezas tridimensionales.

Regresó a la habitación. Colocó el cilindro sobre el libro que Emma había abandonado, y,
porque la imagen era de aquellas que conseguiría apreciar pocas veces en la vida, se apresuró a
capturarla unas cuantas veces con la cámara que le había regalado para su cumpleaños. Luego, se
incorporó nuevamente a su lado.

Se enrolló contra su pecho, tanto para sentir su respiración en la frente como para escuchar los sonidos
de su sístole y a su diástole. No olía a la seriedad y a la elegancia de los días hábiles, ni al Tom Ford ni al
Chanel No. 5. Olía a frescura cítrica, al exfoliante de verbena y bergamota con el que se había frotado las
pecas de sus hombros. Olía reconfortante.

La abrazó por la cintura hasta poder posicionar su mano sobre su espalda. Podía sentir ambas cosas, el
tamborileo y cómo ligeramente se inflaba y se desinflaba. Sus ojos se concentraron en ese hueco que le
había acosado por la mañana. «Yes, a sexy-as-fuck-indentation». Era desquiciante en la materia de la
sensualidad.

No cerró los ojos porque no tenía sueño, pues era más el cansancio físico y mental rezagado, por lo que
sólo se dedicó a examinar la piel de su pecho milímetro a milímetro. Pensó en cómo, si Emma hubiese
continuado practicando el tenis, su pecho también se hubiese podido plagar de las mismas pecas de sus
hombros y su espalda. Supuso que era algo como una intervención divina, pues, de haberlas tenido, ella
sólo habría podido enloquecer el doble en la mitad del tiempo.

Pecas imaginarias al lado, repasó nuevamente sus clavículas y la escotadura supraesternal —el nombre
anatómico correcto—, y siguió la línea hasta llegar a esa fisura que formaba la libertad de las copas C
por la posición en la que estaban. Quiso poder perderse en ella. Más tarde lo haría. Lo agregó a la lista
de cosas que describían su meta del día.

Entonces cerró sus ojos para simplemente escuchar la tranquilidad con la que respiraba. Al
fondo alcanzaba a escuchar la fastidiosa voz del doctor de la televisión, pero era más fuerte el repique
en su pecho. Sintió una respiración profunda fuera de lo común, no tan abrupta como esas que le
indicaban que se había despertado, y la vio arquear fugazmente su comisura derecha como si sonreía
por algo realmente ameno.

Se preguntó qué podría estar soñando, si es que eso era posible, pues, hasta donde sabía, o era algo
perturbador o no era nada. Se iba a los extremos, como siempre.

— Oye, ¿tú y ella…? —le preguntó Baldo, aprovechando que Batti se había largado a contestar una
llamada y que Irene que se había levantado para traer un par de Moretti.

— ¿Qué? —lo miró de reojo, rehusándose a volverlo a ver para no delatar nada que pudiera ser
utilizado con fines de incomodar a Irene de algún modo. Eso era algo que no podía permitir.

— ¿Son algo? —arqueó ambas cejas.

— No, no somos algo —disintió—. Pero tampoco somos nada —agregó rápidamente mientras
colocaba un pimiento asado sobre un crostino—. Es complicado.

— ¿Por ti o por ella?

— Es complicado —disintió de nuevo—. Por las dos.

— Alex, tú eres cualquier cosa menos complicada —repuso su primo—. Si te complica es porque no
vale la pena.

— ¿Sabes lo difícil que es encontrar a alguien que no sea unidimensional? —Baldo sólo rio
nasalmente—. Me complica en el sentido que me cuesta, que no me lo da hasta masticado. No me
complica la vida.

— Te la complicará si no te corresponde —dijo sabiamente, pero Alex sólo exteriorizó su opinión en


forma de una risa nasal muy callada que confesaba más de lo que debía—. Tú sabes que el diablo opera
de mil maneras.

— No es mi perdición —sacudió lentamente su cabeza con un aire arrogante, porque sabía más de lo
que podía llegar a admitir.

Alex se había enamorado, por primera vez, cuando tenía catorce años. En aquel entonces se lo achacó a
los cambios de la pubertad, esas hormonas de las que le habían hablado con tanta reticencia y reserva,
que no era nada sino natural sentir esas emociones que se intensificaban, en cuestión de segundos, a
mil por hora. Le sucedía con todo; con la tristeza, la alegría, el enojo, y eso que creía que era el amor. Sí,
ella había sufrido un desarrollo tardío.

Fue por la época en la que Annabella estuvo fuera del país por casi un mes, que había sido por
eso que había dejado a Alex bajo la custodia de la única persona a la que le confiaba a su hija: a Ottavio.
Porque en ningún momento confió en su senil madre.

Un día, digamos que fue un jueves, las hormonas no habían sido nada sino despiadadas con Alessandra
Santoro. La intensidad era tal, que apenas había tocado su plato de gnocchi al pomodoro; su comida
favorita. Eso ya era una clara señal de que algo no andaba bien, pero, lo que había sido realmente
preocupante, era, aparte de su ensimismamiento, que no había bebido la coca cola a la que nunca se
podría resistir.

— ¿Sabe mal? —le preguntó Ottavio, señalándole el plato—. ¿Es la salsa? —preguntó ante su silencio.

— No tengo hambre —balbuceó, teniendo el atrevimiento de alejar su plato como si se tratara de un


rechazo personal.

— Algo tienes que comer —le dijo, intentando no ofenderse por su gesto o preocuparse por un
potencial regaño de su ex esposa, y se puso de pie para caminar hasta el congelador.

— No tengo hambre —repitió, ahora con un disentimiento cabizbajo.

— ¿No quieres ni siquiera un cucciolone? —sonrió desde el congelador, sabiendo que se había
rebajado a ofrecerle un helado por almuerzo.

— No, gracias —suspiró, intentando contenerse una rabieta—. ¿Puedo retirarme? —le preguntó con
una mirada que le suplicaba un consentimiento sin cuestionamientos.

— En un momento —asintió—. Primero dime qué pasa.

— Nada —se encogió Alex entre hombros.

— No puedes timar a un timador, Piccolina —se sentó frente a ella con una sonrisa—. No te puedes ir
hasta que tu respuesta no me satisfaga.

— No me puedes obligar a decirte —frunció su ceño.

— Tienes toda la razón —rio orgulloso—, pero eso va en contra del hecho de que me preocupa verte
así.

Alex lo miró penetrantemente, casi enojada porque la tristeza era mayor. Ottavio no le quitó los ojos de
encima, y simplemente esperó entre el colapso mental que intentaba sobrevivir. Se preguntó si con
Annabella era igual de reservada y hermética. Se preguntó si era la primera vez que sus ánimos se
tropezaban con el suelo. Se preguntó si había suficiente confianza entre ellos como para que le
compartiera algo que parecía ser de índole personal o íntima.

— ¿Qué le ves a Catalina? —le preguntó Alex al cabo de unos minutos de intenso silencio.

— Tiene una actitud ligera —comenzó diciendo, optando por ser lo más honesto posible para poder
esperar el mismo nivel de honestidad en reciprocidad—. Es graciosa, cariñosa, y comprensiva. Me tiene
paciencia. Se ríe de mis chistes sin importar cuán malos son. Me gusta que puede hablar sin decir una tan
sola palabra, y que le puedo compartir cosas porque sé que no me juzga. Es intelectual pero con la dosis
justa de vanidad. Y me encanta escucharla hablar sobre lo que sea. Supongo que es el tono de su voz,
ronco pero sensible, y me gusta cuando intenta enseñarme algunas palabras en francés —enumeró unas
cuantas cosas, obviando el detalle que escucharla era tan placentero como el sexo—. ¿Qué es lo que
hace que te guste la persona que te gusta? —le preguntó frescamente, porque, de sonar muy curioso,
sólo lograría enfrascarla de nuevo. Alex lo miró como si no supiera cómo responder—. ¿Cómo se llama?

— Eso no es importante —contestó apresuradamente.

— Es ese niño, ¿verdad? —ella sólo lo miró fijamente—. ¿Cómo se llama? —preguntó para sí mismo—
. Torani. —dijo al fin—. El de tu grupo de historia. Torani.

— No —suspiró—. No tiene importancia, de verdad.

— ¿No se llama Donatello, verdad? —arqueó su ceja derecha, porque, según él, ese era un nombre
demasiado feo.

— Ya no preguntes —suplicó con un sollozo de desesperación.

— ¿Por qué? —frunció su ceño ante la desproporcionada reacción.

— Porque la respuesta no te va a gustar, y prefiero que te quedes sin respuesta, y que se me pase, a
que te enojes de por vida —contestó con ese tono que parecía haber invocado a Annabella para hablarle
con tal autoridad.

— ¿Enojarme? —ladeó su cabeza—. Lo único que puede enojarme contigo es que hagas que te
suspendan de la escuela por algo tonto —le dijo—, y, si no es eso, no es ni grave ni para siempre.

— Que no sea grave no significa que no sea para que te enojes.

— Alessandra, sólo dime qué pasa o de quién se trata —suspiró él con un tono tan tajante como el
que era digno de aplicar para los regaños que nunca le daría.

Alex se aferró a la silla. Ella sabía perfectamente lo que ocurría, echarle la culpa a las hormonas o a la
pubertad era una excusa tan barata como las que Irene Papazoglakis le daría años más tarde. Lo supo
desde siempre, al menos desde el momento en el que se encontró observando de más a las amigas de
Annabella, especialmente a Eugenia. El dilema estaba, en realidad, en ser completamente honesta o en
serlo a medias.

Agachó la cabeza y jugó con sus dedos como si buscara la respuesta entre ellos. La vergüenza la invadió
en cuanto supo que su papá no se merecía medias verdades o medias mentiras, que se merecía más que
sólo respuestas monosílabas o tonos autoritativos.

Él ató cabos más rápido de lo que Alex pudo reunir la valentía para intentar tartamudear la
única verdad y realidad que haría o destruiría su relación con él.

Supo que la respuesta de su hija no era la más fácil de decir, y que, en definitiva, no sería la más fácil de
escuchar y de aceptar. También supo que su actitud, ante lo que su Piccolina estaba por confesarle, era
tanto lo que terminaría por consolidar su relación, como lo que podía comenzar a destruirla. Eso lo tenían
claro los dos.

El tiempo de espera le pareció eterno, y estuvo a punto de decirle que sabía lo que no podía verbalizar,
pero supo que era necesario poner el tema sobre la mesa para ambos: ella necesitaba decirlo y él
necesitaba escucharlo de su boca. Y se preparó con la ayuda de un suspiro. Mentalmente, intentó decir
la respuesta de todas las formas imaginables e inimaginables para saber con qué palabras podía
reaccionar. No quería sonar desmoralizador u ofensivo, mucho menos desalentador; no quería que
sintiera que se rehusaba a aceptarlo, o que simplemente la rechazaría. Quería sonar reconfortante,
comprensivo, dispuesto a apoyar.

Ottavio Santoro sólo había experimentado esa sensación cuatro veces en su vida, esa sensación de que
alguien lo tomaba por el corazón y se lo estrujaba hasta hacérselo añicos, esa sensación asfixiante. Tres,
de esas cuatro veces, habían sido debido a su Piccolina; la primera fue cuando la escuchó llorar a causa
de un coctel de vacunas que le habían inyectado a los pocos días de haber nacido, la segunda cuando la
ley le informó que la perdería de manera parcial, y esta vez.

Ahora Alex se sumergía en una vergüenza tan grande que su fisiología consideraba que era tan
grande y dolorosa como el infame coctel de vacunas de hacía tantos años. Esta vez era diferente, era
una tortura diferente, un dolor casi mental y definitivamente emocional, no físico, por lo que se hundió
de igual modo en un llanto callado y conmovedor que podía sólo nacer en todas las versiones de
impotencia que podían existir.

Ottavio se puso de pie y se sentó a su lado. La envolvió con su brazo y la trajo contra su pecho.
Sintió cómo Alex empuñaba su camisa con la fuerza con la que quería envalentonarse para decirle algo,
ya no importaba si una verdad o una mentira.

— Priscilla —logró balbucear al cabo de lo que parecieron ser horas.

— ¿No se siente igual que tú? —preguntó él, pues no tenía sentido preguntar si la había lastimado;
eso era claro. Ella disintió—. ¿Te ofendió de algún modo? —ella disintió de nuevo— Está bien. Todo
estará bien —murmuró reconfortantemente.
— Lo sé —repuso Alex, intentando inhalar su congestión nasal.

— No dejes que te quite el hambre —le dijo, dándole un beso en la cabeza.

— ¿No estás enojado? —irguió la mirada sin poder evitar fruncir su ceño.

— Alex, las mujeres son lo más hermoso de este planeta —disintió mientras se encogía entre
hombros—. Además, siempre he dicho que tu buen gusto lo sacaste de mí —rio, logrando hacerla reír un
poco también—. ¿Sabe tu mamá?

— ¿Bromeas? —sacudió la cabeza.

— Gracias por contarme —repuso con una sonrisa, y se acercó a su frente para darle un beso—. Ahora,
necesito que entiendas dos cosas nada más —Alex asintió—. La primera es que no quiero que te lastime
cualquier mujer. La única mujer que puedes permitir que te lastime es esa mujer que te ha correspondido
como se debe, y esa mujer no será Priscilla, o la siguiente, o la siguiente, sino que vendrá en muchos años.
Y sabrás que es la mujer correcta porque es la que te quita no sólo el hambre, sino el sueño, y el aliento.
Pero también tienes que saber que esa mujer no hará que te pierdas en ella, esa mujer será la que se
pierda en ti sin que se lo pidas. ¿Entendido? —ella asintió de nuevo—. Y, la segunda cosa que quiero que
entiendas, es que no quiero que te avergüences nunca ni por quién eres, ni por lo que haces, ni por lo que
crees, ni por lo que te gusta. Si a alguien no le gusta algo de ti, simplemente no vale la pena. No quiero
que te inviertas en personas que no valen la pena, ¿de acuerdo?

— De acuerdo —inhaló nuevamente su congestión nasal.

— Bien —sonrió—. Tienes que almorzar —le dijo de nuevo—. ¿Te comes los gnocchi o te llevo a Burger
King?

Era por eso, precisamente por eso, que Alex no recurría a los galones de helado de chocolate para
levantarse el ánimo cuando las hormonas jugaban en su contra. Recurría a Burger King, de preferencia
al de Piazzale Flaminino, pues era lo que le reconfortaba la psique y el estómago por igual.

— Pensé que podías querer una —le dijo Irene, y le alcanzó la Moretti más fría que pudo encontrar.

— Gracias —sonrió Alex, dejando que golpeara su botella con la suya para brindar en silencio.

— ¿Qué se hicieron Batti y Baldo? —preguntó mientras tomaba asiento a su lado.

— Los enviaron a ayudarle a Caterina con el horno de leña —le dio un sorbo a su cerveza—. ¿Cómo la
estás pasando?

— Bien. Todos son muy amables —se sinceró.


— No todos, pero la mayoría —dijo, refiriéndose al perfecto ejemplo de lo antisocial, Gabriele, quien
seguía sumergido en su teléfono y en sus audífonos—. ¿De qué quieres tu pizza?

— ¿No dijeron que eran para compartir? —frunció su ceño.

— ¿Para qué compartir si puedes tener una sólo para ti? —sonrió con su ceja arqueada y con la
boquilla de la botella a ras de sus labios.

— ¿Hablas de una pizza? —rio Irene calladamente.

— Sí —se acercó a ella de tal modo que llamó la atención del antisocial de su primo, el que se sentaba
a una esquina de la mesa—, pero aplica para todo lo demás en la vida —sonrió.

— Tienes razón —susurró, no pudiendo evitar mirar cómo sus labios parecían querer seducirla en
público. ¿Acaso no tenía vergüenza? No desde aquella tarde hacía demasiados años—. No podrías lidiar
con dos Irenes.

— No quiero tener que lidiar con dos Irenes —disintió ligeramente—. Te quiero sólo a ti —sonrió
inocentemente, y se flageló mentalmente por lo atrevido que eso había sonado. Esperaba no
ahuyentarla con eso.

— La quiero de prosciutto e funghi —dijo, omitiendo el comentario y desviando su mirada hacia la


izquierda, pues sintió cómo los verdes ojos de Gabriele condenaban la escena de inmoral.

Alex rio y se puso de pie para, rápidamente, ir hasta donde sus primos favoritos se encargarían de
ponerle más queso a su pizza y a la de Irene.

Irene se quedó ahí, sentada a la mesa en la que Gabriele todavía la miraba con recelo y
repulsión. No supo si fue por su cruda e impertinente desaprobación, o por las últimas palabras que
habían salido de Alex. No supo, en verdad no supo. Resolvió el momento con beber su cerveza en la
misma cantidad de tiempo en la que sería nuevamente acompañada por la señorita Santoro.

Observó el área en la que los adultos departían temas banales para compartir estrepitosas e
infalibles carcajadas. Notó que, cada cierto tiempo, el señor Santoro la volvía a ver, ajeno a la celebración
de su medio siglo de vida, como si estuviera analizando su comportamiento a solas y mientras orbitaba
alrededor de Alex. Era un tanto incómodo, pero supuso que él sólo quería proteger a su primogénita. Y
estaba en lo correcto.

El señor Santoro sabía de la existencia de Irene Papazoglakis desde aquel año en el que su hija
había estudiado un semestre en Atenas. Sabía en qué se había especializado en la escuela, qué había
comenzado a estudiar en Grecia, por qué había decidido migrar a Roma, por qué había cambiado de
carrera, cuáles eran sus planes para el futuro, qué le gustaba hacer en su tiempo libre, y, lo más
importante, sabía su ascendencia.
Sí, era cierto, desde aquella confesión, Alex aprendió a confiar más en su papá que en su mamá, pues
ella tuvo ciertas dificultades para digerir la noticia.

Cuando ella regresó, fue él quien la recogió en el Fiumicino para luego llevarla a comer un añorado plato
de gnocchi al pomodoro, su especialidad por ser su plato favorito. Le contó todo sobre las últimas dos
semanas de las que él no sabía nada, y la conversación se fue desenvolviendo y derivando hasta que, por
primera vez en esos cinco meses, mencionó a una tal “Nene”.

Ottavio Santoro lo supo desde el principio, quizás fue por el tono de voz o por las palabras que su hija
había escogido para hablar sobre ella, quizás fue la frecuencia con la que la había mencionado, o quizás
era sólo el instinto que había aprendido a desarrollar desde aquella desgracia de Priscilla.

Alex confesó que había cometido el pecado de juzgar un libro por su portada. Había visto a
Irene en clase de inglés, historia, y sociología; una niña que se callaba la mayor parte de comentarios
audaces para poder utilizar su boca en pro de algo más útil, como algo relacionado con la clase del
momento. Parecía ser una nerd, casi un ratón de biblioteca, porque siempre sabía algo sobre lo que los
profesores hablaban y tenía fama de siempre obtener buenas calificaciones. Era la hija de un político
para muchos corrupto, y de una nadie. No se llevaba con nadie, sólo con aquellas personas que habían
nacido en cuna de oro, como Berenice y Larissa; las hijas de otro par de políticos corruptos del PASOK.
Además, su mirada parecía delatar su altanería y su desprecio por el humano promedio, algo que sólo le
acordaba al engreído tío Giacomo.

Pero fue gracias a Mrs. Sideris, y a su inestable estado mental, que Alex terminó por serle asignada a
Irene. Fue porque sabía hablar italiano, pues nunca estaba de más tener de su lado a alguien que pudiera
traducir o explicar con mayor claridad. Así fue como Alex llegó a conocer a la verdadera Irene, no a la
que afamaban sus compañeros de clase.

Y, sí, aunque Ottavio supiera quién era Irene, sólo tenía una vaga idea de lo que Alex en
realidad sentía por ella. Debía ser porque ni ella estaba consciente de la magnitud. Pero había que aclarar
algo: él no estaba al tanto de la esencia del trato actual, de esa zona gris en la que se encontraban. De
haberlo sabido, probablemente se habría opuesto. Sin embargo entendía que Alex era tan dueña de sus
propias decisiones como consciente de sus emociones.

Abrió sus ojos poco a poco, sin un asustadizo suspiro de por medio y como si buscara ubicarse, lo más
rápido posible, en tiempo y espacio. Se ahogó temporalmente en un bostezo como si fuera lo único que
necesitara para caer en un estado mentalmente vegetativo del que tardaría aproximadamente cinco
minutos en salir. Se reacomodó sobre la almohada, y escabulló su brazo por debajo de la que no le
pertenecía como si buscara matar dos pájaros de un tiro; un espacio fresco que pudiera enfriar su mano,
y un estiramiento que le ayudara a librarse de las ligeras hormigas del entumecimiento. Tras el
movimiento, sintió la familiar respiración aterrizar sobre su pecho. Le hacía cosquillas.

— ¿Cuánto dormí? —susurró amodorradamente.


— Como veinte minutos más que yo —contestó Sophia, rápidamente escalando su torso por sus
clavículas para poder darle un beso de buenos días.

Emma, acostumbrada a dominar a la rubia en lo que a un beso se refería, agradeció el hecho de haber
hecho el mínimo esfuerzo para poder recibir la primera muestra de cariño real de las últimas semanas.
Había extrañado eso; la lucha por quién conquistaba el labio inferior, los ligeros roces de sus lenguas, los
suaves tirones con los dientes, y las caricias que Sophia siempre hacía en su cuello y en su mandíbula
con sus manos. Había extrañado el cariño y la intimidad que eso proveía.

— Debiste despertarme —le dijo mientras la recibía sobre ella para que se recostara sobre su pecho.

— ¿Para qué? —resopló Sophia, acomodando sus piernas entre las suyas—. Pocas veces tendré la
oportunidad de verte dormir.

— Dos veces en un mismo día —resopló—. Qué vergüenza.

— Tú me observas todos los días y yo no te digo nada —irguió su cabeza para mostrarle un ceño muy
fruncido—. Además, parecía que estabas teniendo un muy buen sueño —Emma sólo rio nasalmente—.
¿Qué soñabas?

— Nada importante —le dijo, recogiendo su flequillo para ocultarlo tras su oreja.

Sabía que sus sueños, buenos o malos, nacían de un hecho tan real como verdadero; de un recuerdo que
podía revivir gracias a los cinco sentidos más básicos, y de un factor fantástico que lograba enredarse
con lo certero para terminar construyendo una compleja realidad alterna de la que muchas veces
agradecía su carácter perecedero. En esa ocasión, todo se había remontado a una conversación que
nunca ocurrió y que nunca ocurriría en esta vida o en la siguiente. No se quejaba, había sido catártico y
nostálgico por igual, y había sanado una que otra laceración que dejaban las palabras que nunca habían
sido exteriorizadas. Sabía que vivir en el pasado, o aferrada a él, era como pretender nadar el Atlántico
con grilletes en los pies. Sin embargo, revisitar el pasado era algo sobre lo que tenía poco control
racional.

— ¿Tú? —ladeó su cabeza ligeramente hacia la derecha—. ¿Soñaste con colores patrióticos?

— No —resopló mientras disentía—. Soñé contigo.

— Debió ser un sueño demasiado bueno —rio su Ego.

— Sure. The way you fucked me was outstanding —asintió con un aire tan matter-of-factly.

— Eso no es un sueño, es una realidad —señaló aquel personaje que se apoderaba de la arquitecta—
. Care to share some details?
— ¿Para qué? —frunció su ceño con la única intención de jugar con ella—. Dile a tu Ego que se
conforme con saber el resultado. El qué y el cómo son irrelevantes —repuso casi severamente—. De
igual modo, fue sólo un sueño… la realidad es un tanto distinta.

— No sé si ofenderme —jadeó dramáticamente.

— Eso sería sólo absurdo —rio—. Mis intentos de ofenderte, o de insultarte, te parecen “cute”.

— A mí sí. Mi Ego es otra historia.

— Puede ser… —se encogió ligeramente entre hombros, sabiendo perfectamente que, cuando su Ego
se sentía ofendido, aquello sólo podía terminar en un asalto sexual que la dejaría en estado comatoso—
. It’s just that I know that neither you nor your Ego are going to fuck me with… what do you call it? —
frunció su ceño mientras buscaba encontrar el término adecuado—. A “strap-on”, I believe it’s called.

— Quid pro quo, Licenciada Rialto —se carcajeó Emma.

— Estoy dispuesta a negociar —asintió.

— Abordamos este tema siempre y cuando estés preparada para abordar el otro tema que tenemos
pendiente.

Sophia pareció pensarlo por unos cuantos eternos segundos que sólo servirían para torturar a una Emma
que ignoraba el hecho de que el tema que ella quería tratar ya había sido abordado por su parte.

— Fine —suspiró con falsa desgana.

— Adelante —le cedió la palabra.

— Yo sé que te deshiciste de la cosa roja —dijo Sophia, refiriéndose claramente a aquel artefacto que
había adquirido para su cumpleaños número veintinueve—, y, aunque no me opuse, nunca me diste una
explicación —se encogió entre hombros—. Nunca me pareció que no lo disfrutaras.

— Eso es porque sí lo disfruté en ambas ocasiones.

— Entonces, si lo disfrutaste, ¿por qué concluiste en que debíamos deshacernos de eso?

— Soy una mujer. Tú eres una mujer.

— Muy observadora —rio la rubia.

— Se supone que debemos tener sexo como mujeres.


— What the… —frunció su ceño y se rompió en una carcajada que sólo lograría confundir a la italiana
que se encontraba entre ella y la cama sin escapatoria alguna.

— Comunicación, por favor —balbuceó Emma.

— ¿Cómo se supone que debemos tener sexo como mujeres? —dijo corta de aliento.

— Yo qué sé —alzó sus manos—, pero sé que no es como mis papás lo hicieron para manufacturarme.

— Dos cosas, y digo dos puntos: es altamente perturbador que utilices a tus papás como ejemplo, y
la idea es limítrofemente estúpida.

— Bueno, admito que mis papás no son el mejor ejemplo, pero se trata de ser lo más escueto y directo
posible. En cuando a lo otro, ¿qué tiene de estúpido?

— Estás jugando con mi cabeza, ¿verdad? —rio Sophia.

— No esta vez —disintió, haciendo que la rubia, por primera vez en mucho tiempo, se asombrara por
sus convencionalismos; creía haberlos conocido todos.

— No hay tal cosa como “se supone que debemos tener sexo como mujeres”. Sexo, para mí, se trata
de placer. Si a ti te da placer que yo te haga esto, o lo otro, pues eso voy a hacer, y no importa si lo que
utilizo, para provocarte ese placer, lo tengo o no pegado al cuerpo.

— No le veo el atractivo a eso de tener un pene —resopló—, no nací con eso; no lo necesito.

— De haber nacido con uno, yo no estaría aquí —repuso la rubia.

— Entonces, ¿cuál es la gana de que me ponga uno?

— ¿Cuál es la diferencia entre un dildo y uno de esos? —frunció su ceño—. Es el mismo instrumento,
con la misma forma, pero uno te lo quedas en la mano y el otro te lo pones a la cadera. Y, sea como sea,
la sensación te gusta.

— Claro que me gusta, eso no lo niego.

— Entonces, ¿qué?

— Tú no has tenido tanta experiencia con uno de esos.

— ¡¿Y qué?! —se carcajeó Sophia—. No se trata de que tú puedes disfrutarlo porque tienes
experiencia con uno de esos.

— ¿De qué se trata sino?


— Se trata de que yo también quiero —«obviamente»—. Mi creatividad ha alcanzado niveles
impensables con todas las veces que te lo he insinuado —agachó la cabeza hasta dejar que su frente se
posara sobre su esternón—. Es simple ergonomía: pene y vagina pertenecen uno en el otro por simple
diseño de la naturaleza, pero el hecho de que tú no tengas uno no significa de que eso deje de ser así.
De que da placer, da placer.

— ¿Cómo me puedes hablar de ergonomía cuando se trata de un pene? —rio Emma.

— Porque tiene esa forma por algo más que sólo para hacer que la vida se genere, con mayor facilidad,
en una de tus trompas de Falopio. Por algo es que no tiene forma de martillo o de bicicleta. Y mi vagina
es igual a la tuya.

— Con eso tienes razón, no lo niego.

— ¿Pero?

— ¿Por qué demonios quieres que te abuse con una de esas cosas yo a ti? —frunció su ceño—. ¿Es
porque ya no te satisface lo que te hago? ¿O es porque piensas que ya me aburrí de que hay poca
variedad?

— ¿Abusarme? —balbuceó—. ¿Consideras que abusé de ti cuando lo usé contigo?

— No.

— ¿Por qué conmigo sería diferente? —dijo, irguiendo su cabeza para mirarla a los ojos. Emma se
encogió entre hombros—. Get your head out of your butt and listen to me, will you?

— Está bien —suspiró un tanto incómoda.

— No fantaseo con el falo en sí, fantaseo exclusivamente contigo. ¿Sabes lo fascinante que sería tener
tus manos libres? ¿Sabes lo fascinante que sería que me toques mientras me coges?

— Siempre te toco —repuso casi ofendida.

— Tendrías más control —le dijo, sabiendo que, aunque eso era caer bajo, era precisamente lo que
haría que el Ego de Emma abogara por ella ante los inconsistentes convencionalismos de los que parecía
sufrir esporádicamente—.You could get a full frontal picture of me while riding you. You can fuck the
bejesus outta me while pinning me down with both hands. You can say that you made me cum without
even touching me.

— ¿Cómo y para cuándo lo quieres? —resopló Emma, sabiendo perfectamente que la movida táctica
había sido perfecta.

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