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Algunas reflexiones teórico-

metodológicas sobre la
intervención social
desde el trabajo con
comunidades lafkenche.

Rodrigo Navarrete Saavedra5

Introducción
El presente artículo tiene por objetivo relexionar brevemente
sobre ciertos aspectos metodológicos de la intervención social
comunitaria, a partir de mis aún escasas experiencias de acom-
pañamiento profesional a organizaciones territoriales Mapuche
Lafkenche6, y a la vez ofrecer algunas relexiones más generales
sobre la relación entre movimientos socioterritoriales indígenas,
programas de intervención y políticas sociales, que me parece
corresponden al marco más amplio en el cual es posible inscribir
estas intervenciones puntuales.
De este modo, en la primera parte del trabajo se presentarán
algunos elementos generales y contextuales para aproximarse a
la intervención social con comunidades y organizaciones Ma-
puche Lafkenche, ofreciendo un marco general para entender
los procesos recientes de rearticulación de las comunidades y
organizaciones en territorio Lafkenche, al mismo tiempo que

5
Psicólogo, Universidad de La Frontera de Temuco. E-Mail: rans25@gmail.com
6
Dichas experiencias están ligadas principalmente con las familias y comu-
nidades que conforman la Asociación Newen Pu Lafkenche de Carahue,
a quienes agradezco en lo personal y profesional, como también al mo-
vimiento Identidad Territorial Lafkenche, que aglutina diversos espacios
territoriales Lafkenche desde Lebu hasta Aysén. De igual manera agradezco
a Ninette Sepúlveda Alecoi, compañera de trabajo en territorio Lafkenche,
por sus comentarios y sugerencias al presente trabajo.

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Rodrigo Navarrete Saavedra

situar las experiencias de intervención concretas. Posterior-


mente, se describirán aspectos metodológicos y técnicos que
parecen relevantes de destacar de dos experiencias puntuales de
desarrollo comunitario: la Mesa Territorial entre la Asociación
Newen Pu Lafkenche y el Gobierno Regional de la Araucanía,
y la elaboración del Plan de Desarrollo Territorial del borde
costero Lafkenche de Carahue, sistematizando algunos de los
principales aprendizajes de estos procesos con especial énfasis
en los que pudieran ser de particular importancia para la inter-
vención desde modelos comunitarios.

Sobre ciudadanía, políticas sociales y


territorios indígenas
Si bien el foco de este artículo tiene que ver con aspectos meto-
dológicos de experiencias de acción comunitaria, dichos aspectos
no pueden ser desvinculados de los marcos políticos, económicos
y sociales más amplios, como tampoco de las plataformas desde
donde se ejecutan las experiencias de intervención concretas. Así,
la relación entre comunidad y aparato burocrático de interven-
ción (gubernamental y no gubernamental) se puede deinir en
dos niveles: primero, en el plano de las disposiciones generales
de intervención (estrategias, políticas, programas y proyectos)
y segundo, por la relación concreta y personal que establece
el agente o interventor. No obstante, ambos niveles no son in-
dependientes uno del otro, por el contrario, en gran medida el
agente personiica una determinada estructura institucional y la
visión dominante relativa al problema social sobre el cual se ha
decidido intervenir (bahamondes, 2004).
Lo anterior signiica que los proyectos concretos de interven-
ción social, y las metodologías y técnicas que desarrollan los agen-
tes, no existen en abstracto sino que deben ser situadas histórica
y contextualmente. Del mismo modo, podríamos sostener que
las transformaciones en las lógicas de intervención en problemas
sociales, pueden entenderse menos como procesos de acumulación
de conocimiento y evolución progresiva de prácticas, que como
cambios paradigmáticos en las deiniciones de dichos problemas,
modiicaciones en las relaciones de fuerza de los distintos actores

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Algunas reflexiones teórico-metodológicas

sociales y en el proyecto de sociedad hegemónico contingente.


Así, por ejemplo, el neoliberalismo no debe entenderse solamente
como una doctrina económica, pues supone al mismo tiempo un
proyecto cultural y una particular visión de las relaciones entre el
Estado, el mercado y la sociedad civil, otorgando los criterios para
el diseño, ejecución u omisión de determinadas políticas sociales
(Assies, Calderón y Salman, 2002).
En ese sentido, para situar las prácticas reales de interven-
ción social en territorios indígenas en el país, parece necesario
revisar, aunque sea muy supericialmente, algunas características
más generales sobre el tipo de ciudadanía y política social que
se ha ido construyendo en la relación entre pueblos indígenas y
Estado nacional.
Inicialmente, podemos mencionar la histórica inclusión
forzada e invisibilización de las sociedades indígenas durante la
creación de la nación y el Estado oligárquico en el siglo XVIII, lo
que ha permitido sustentar una supuesta homogeneidad cultural
y un proyecto marcadamente eurocéntrico de construcción iden-
titaria nacional (Larraín, 2001; bengoa, 1999). De este modo, el
«encubrimiento y negación del otro» es un proceso fundamental
en la génesis del Estado oligárquico, y en su idea de ciudadanía
en Chile y en toda América Latina (Dussel, 2000; Quijano,
2005). La ciudadanía es reservada solo para el tipo de sujeto
del proyecto de la modernidad europea: varón, blanco, padre de
familia, católico, propietario, letrado y heterosexual, todo lo cual
muestra la cara excluyente y la colonialidad de dicho proyecto
(Castro-Gómez, 2000; Pérez baltodano, 1997). La ciudadanía
liberal, en la práctica, es imposible de ejercer para los pueblos
indígenas (Quijano, 2005).
Posteriormente, durante el período que representa el modelo
nacional-desarrollista (desde los años 30 hasta los 70 del siglo
XX) se producirá una masiva incorporación de nuevos sectores
a la ciudadanía de Estado. Este período se corresponde con un
intento de ampliación de servicios básicos y derechos políticos
y sociales a la población, bajo una idea universalizadora de la
acción del Estado. No obstante, en América Latina se trata de
una «ciudadanía regulada», o una «corporativización del mo-

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Rodrigo Navarrete Saavedra

delo de ciudadanía» (Pérez baltodano, 1997; Assies, Calderón


y Salman, 2002), donde el Estado concede derechos de modo
vertical e incluso autoritario, a través de pactos corporativos
regulados desde arriba. Por lo general, este modelo concederá
derechos al sector obrero industrial, los funcionarios iscales y
otros sectores deinidos según la estructura ocupacional, y será
mucho más precaria la situación de actores no cubiertos por
dichos pactos. En Chile, se trata de un período de avances en
derechos políticos y sociales importantes para el mundo rural, vía
reforma agraria, in del cohecho electoral, derechos de sindicali-
zación, entre otros. No obstante, para el caso mapuche e indígena
en general, se trata de una «incorporación subordinada»; por
ejemplo, en los casos en que más derechos políticos y sociales
les fueron reconocidos a la población mapuche, se trató de su
inclusión corporativa dentro de las organizaciones campesinas
reguladas y fomentadas desde el Estado, puesto que el mundo
rural y el agro tenía una función relevante que cumplir dentro del
proyecto de Industrialización por Sustitución de Importaciones
(ISI) y el «desarrollo hacia adentro». Gran parte de las organi-
zaciones campesinas de ese tiempo obedecen a un pensamiento
estatista, por deinición centralista y burocrático, que pretendía
liberar fuerzas productivas para ingresar al desarrollo del mundo
moderno (de Grammont, 2006).
Así, de la negación de los pueblos indígenas por una lógica
de exclusión social-racial en el modelo oligárquico, pasamos a
su incorporación subordinada, que exige como criterio previo su
homogeneización como campesinos pobres y como proletariado
marginal en el caso de la migración hacia las ciudades; es decir,
se exige subordinar la diferencia y la autonomía al proyecto
corporativista del Estado nacional-desarrollista y su lógica de
estratiicación ocupacional (Pérez baltodano, 1997; de Gram-
mont, 2006; Piñeiro, 2004). En Chile, a los mapuches les son
reconocidos derechos a través de su incorporación subordinada
como «campesinos» en dichas organizaciones corporativas; las
posibilidades de una ciudadanía pertinente y un reconocimiento
de derechos como pueblo solo alcanzan a esbozarse, sobre todo

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Algunas reflexiones teórico-metodológicas

en el proyecto socialista de la Unidad Popular, que además es


brutalmente interrumpido por el golpe militar de 1973.
No obstante, este período implicó también un importante
avance material, junto con la promulgación de derechos y po-
líticas sociales para el mundo indígena, de la mano de la incor-
poración y gestación de nuevas metodologías de trabajo con
población campesina mapuche, tanto desde técnicos del mundo
agrario como desde activistas sociales, profesionales de la salud,
de la educación, etc; las enseñanzas de la educación popular de
Paulo Freire y su crítica a la idea de extensión agraria (Freire,
1969), la acción social vinculada con la iglesia católica y la teo-
logía de la Liberación, el desarrollo de la investigación-acción
participante, las lecturas latinoamericanas del marxismo, visiones
de trabajo social comunitario militantes comprometidas con los
sectores oprimidos y desfavorecidos con el sistema imperante,
etc. En general, se condice con el surgimiento de los modelos de
acción social o ampliicación sociocultural en la intervención
social y el trabajo comunitario (Alfaro, 1999).

Neoliberalismo, postdictadura y
políticas indígenas
La introducción del neoliberalismo, experimento llevado a cabo
por primera vez en el Chile bajo la dictadura de Pinochet, y la
reairmación una y otra vez de su recetario por parte del Consen-
so de Washington y las instituciones inancieras internacionales,
implican una nueva concepción de la ciudadanía y una reorien-
tación de la política social, incluidas las políticas en materia
indígena. En general se trata de una subordinación de la política
social a los requerimientos del modelo económico (Solimano,
2004) y una renuncia del Estado a seguir cumpliendo los pactos
de ciudadanía establecidos durante el nacional-desarrollismo,
aun cuando muchos de estos pactos nunca hayan sido realmente
efectivos para la gran mayoría de la población; es el paso del
precontractualismo al postcontractualismo sin pasar nunca por
un contractualismo, como señala Santos (1999), para los Estados
periféricos del sistema-mundo capitalista.

281
Rodrigo Navarrete Saavedra

Con la transición democrática, se mantienen y profun-


dizan muchos elementos del modelo económico y social im-
puesto en dictadura, al mismo tiempo que se apuesta por un
nuevo énfasis en la política social como forma de apoyo a los
sectores más desfavorecidos por las reformas de apertura y
liberalización de la economía (de la Maza, 2005). Es lo que el
discurso oicial denominó como el pago de la «deuda social».
La reducción de la pobreza y de la indigencia se sitúan como
objetivos principales, pero que deben ser enmarcados en una
política de equidad y justicia social (Ruz y Palma, 2005).
La política social es deinida como una «inversión», con un
renovado énfasis en el desarrollo de nuevas estrategias que,
si bien renuncian al espíritu garantista y universalista del de-
sarrollismo de Estado7 (se trata de política social focalizada
en grupos prioritarios), complementan de manera simultánea
prácticas asistencialistas con iniciativas promocionales y de
desarrollo de capacidades (Alfaro, 1999). Esto implica un
nuevo proceso de demanda hacia los profesionales de áreas
sociales, planiicación y desarrollo, y cambios en las concep-
ciones sobre la intervención social.
La intervención social que había sido desarrollada en dic-
tadura desde fuera del Estado, principalmente desde ONGs, se
incorpora ahora a la oferta de políticas sociales, de modo que
las ONGs pierden gran parte de su autonomía y se transforman
en ejecutores de la política diseñada por el Estado vía proyectos
concursables. Se produce una institucionalización de la acción
comunitaria a través de la nueva generación de políticas sociales
de los gobiernos de la Concertación, al mismo tiempo que van
perdiendo espacio los modelos de acción social y ampliicación
sociocultural en la intervención comunitaria, para ser reemplaza-
dos por modelos de desarrollo de competencias y otros que van
sustituyendo el discurso de cambio social por uno focalizado a
nivel más individual (Alfaro, 1999).
7
Este modelo de políticas sociales subsidiarias y focalizadas ha experimen-
tado transformaciones durante los gobiernos concertacionistas, sobre todo
en los últimos años, por ejemplo a través del Plan AUGE o el Sistema de
Protección Social Chile Solidario, que representan una nueva generación
de políticas sociales de carácter garantista, basada en derechos.

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Algunas reflexiones teórico-metodológicas

En materia indígena, se elabora el primer acuerdo de go-


bernabilidad, a través del Pacto de Nueva Imperial en 1989,
que establece un consenso de respeto por los canales insti-
tucionales y de progresivo avance en el reconocimiento del
estándar internacional en derechos indígenas y en restitución
de tierras. El colapso de este acuerdo –entre cuyas razones se
pueden mencionar la enorme oposición de los sectores más
favorecidos con el modelo neoliberal (energético, minero, acuí-
cola, forestal y agroindustrial) y sus proyectos en territorios
indígenas–, las limitaciones de una transición tutelada, las
históricas demandas indígenas acumuladas y profundizadas
tras la dictadura, la insensibilidad tradicional de las clases
políticas dominantes frente a la diversidad etnocultural, y
las opciones de gobernabilidad neoliberal adoptadas por los
gobiernos concertacionistas que se han inclinado por crimi-
nalizar parte importante de la protesta social mapuche8, han
ido complejizando mucho más la relación entre las demandas
de estos y el Estado.
De este modo, los pueblos originarios son considerados
uno de los grupos prioritarios para la acción focalizada del
Estado, con lo cual se establecen nuevas institucionalidades
(CONADI, Ley Indígena) y se desarrollan nuevas políticas
sociales para la población indígena, lo que no va acompañado
de un reconocimiento de derechos colectivos (Convenio 169
de la OIT, reconocimiento constitucional). Así, las políticas
sociales aparecen en este contexto, en gran medida, como una
alternativa mínima respecto del reconocimiento efectivo de
derechos sociales y políticos indígenas.

8
Un elemento central de la gobernabilidad neoliberal en materia indígena,
ha sido el establecimiento de la dicotomía entre buenos v/s malos en el
marco de la era del indio permitido, como ha sido desarrollada por Hale
y Millamán. A grandes rasgos, se trata de una política que busca dividir la
demanda indígena, reconociendo algunos derechos y destinando recursos
para los sectores indígenas que aceptan los mecanismos deinidos por el
Estado, mientras se reprime y estigmatiza a los sectores que pudieran re-
presentar un desafío a la autoridad y al neoliberalismo (Hale, 2004).

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Rodrigo Navarrete Saavedra

Territorio Lafkenche e intervención social


Sin ninguna intención ni capacidad de profundizar demasiado
en estos aspectos, me parece que es posible rastrear los proce-
sos generales descritos anteriormente y contextualizar, así, las
experiencias contemporáneas de intervención social con orga-
nizaciones mapuches Lafkenche, para posteriormente rescatar
algunos elementos metodológicos y técnicos de dichos procesos.
Por una parte, hay una importante labor de ONGs, durante
la dictadura y la transición, que han trabajado apoyando a comu-
nidades Lafkenche tanto en aspectos productivos y tecnologías,
como en capacitación y fortalecimiento de organizaciones y li-
derazgos. Estas plataformas de intervención no gubernamentales
llevaron a cabo diversos proyectos de apoyo a las comunidades
Lafkenche de Tirúa, Carahue, Saavedra, entre otras. En particular,
muchos de estos proyectos estaban orientados a preocupacio-
nes centrales y contingentes de las comunidades ante la nueva
realidad nacional, caracterizada por reformas liberalizadoras y
privatizadoras, como por ejemplo la modernización de la pes-
ca artesanal y el modo en que dichas reformas representaban
amenazas para las formas productivas y organizacionales de las
comunidades. La promulgación de la ley de pesca y acuicultura
de 1991 y el establecimiento de las áreas de manejo, junto con la
construcción de la carretera de la costa (ambos proyectos impul-
sados por el Estado), son posiblemente los dos grandes agravios
que permiten una mayor organización de las comunidades y el
desarrollo de proyectos, en conjunto con las redes de apoyo no
gubernamental desde los 90s.
Estos proyectos dejan ver, entre otros, la importancia de
las formas de organización de las comunidades Lafkenche, las
posibilidades y tensiones de la relación entre técnicos y comune-
ros, pescadores o recolectores Lafkenche, la participación de las
bases y la construcción de la identidad sobre las nuevas formas
de participación (Pavez y Vial, 2000). También hacen visible la
particular relación de las comunidades Lafkenche con el mar y
sus recursos, relación no tanto basada en la dominación de la
naturaleza y su sumisión para extraer de ella riqueza, sino más

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Algunas reflexiones teórico-metodológicas

bien una relación dialógica y de reciprocidad (dar para recibir),


donde la tierra y el mar no tienen un valor de cambio, ni se
negocian para obtener «progreso»; modos de vida y visiones
culturales tradicionales que han sido interpretados como atraso
y pobreza por la ideología del progreso y la modernización en el
afán de crecimiento económico del Chile contemporáneo.
Un aspecto relevante de este proceso ha sido el creciente
protagonismo de los dirigentes locales y de sus organizaciones,
lo que implicó en muchos casos una redeinición de la relación
entre ONGs, técnicos y las propias comunidades. La Asociación
Indígena Pu Lafkenche en Tirúa y la Asociación Newen Pu
Lafkenche en Carahue, entre otras, van exigiendo mayores nive-
les de autonomía en la gestión de los proyectos que involucran
sus comunidades, en alguna medida buscando reformular una
relación que privilegiaba el componente técnico, hacia un mayor
énfasis en el componente político subyacente a estos problemas.
Es decir, de un principio en el cual la implementación de la ley
de pesca y acuicultura contó con un importante protagonismo
de biólogos marinos, expertos en pesca y otros, para ayudar a
comprender la forma en que esta iniciativa involucraba el terri-
torio Lafkenche y las posibilidades técnicas de adecuarse a dicho
proceso (estudios de base, planes de manejo, etc.), se pasa a un
período de mayor deliberación política sobre lo que representa
la imposición de una igura legal que no respeta ni considera las
formas de uso tradicionales, ni la presencia de las comunidades
Lafkenche como pueblos del mar, lo que genera un proceso de
mayor movilización social y resistencia a dicha ley (Asociación
Newen Pu Lafkenche, 1999), basado en la necesidad de una
legislación que considere a las comunidades Lafkenche y sus
derechos patrimoniales sobre los territorios costeros.
Al destinarse nuevas políticas sociales de Estado hacia la
población indígena, se inicia tímidamente también la discusión
sobre políticas sociales con pertinencia cultural y local. En mu-
chos casos, son las propias organizaciones y territorios mapuches
los que harán explícita la falta de pertinencia de las políticas
gubernamentales, exigiendo la apertura de nuevos espacios de
participación para incidir en las acciones que van destinadas a

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Rodrigo Navarrete Saavedra

las comunidades. Ni la ley de pesca y acuicultura, ni la carretera


de la costa, ni muchas otras iniciativas promovidas desde los 90’s
contemplaban la inclusión indígena, pero se vieron forzadas a
reconocer la existencia de ellos y abrir canales de participación
para reorientar dichas políticas, que se encontraron con la férrea
oposición de las comunidades Lafkenche. Me parece que muchas
de las políticas contemporáneas que introducen espacios de par-
ticipación indígena (mesas territoriales, espacios de concertación
público-privada, mesas de actores locales, etc.), son el resultado
de la capacidad de estos movimientos para «colarse» o forzar su
incorporación a través de la presión social. Las nuevas lógicas de
la gobernanza neoliberal que implican la apertura de espacios de
concertación de actores, pueden entenderse como una forma de
explicar (y legitimar) el retiro del Estado y la incorporación de
empresarios privados (el gran capital) en las decisiones de desa-
rrollo territorial local (Martí i Puig, 2007; Hale, 2004), donde
la incorporación de movimientos locales, ciudadanos, indígenas,
serían más bien efectos «no deseados» de la nueva gobernanza
pública (Martí i Puig, 2007; Navarrete, 2009).
Resumiendo, un marco mínimo para situar la intervención
social en territorios indígenas en el Chile neoliberal contempo-
ráneo, podría contemplar: la construcción de lo indígena como
grupo prioritario para la acción del Estado; el abordaje de la
demanda indígena como problema social de pobreza étnica y
no como asunto de reconocimiento de derechos y ciudadanía
diferenciada, con lo cual las políticas sociales aparecen como
alternativas al efectivo reconocimiento de derechos; todo esto
en un escenario de creciente movilización social indígena, de re
etniicación del territorio, de constante disputa con el Estado por
el lugar y estatus que este le da a sus demandas, y de esfuerzos
para modiicar las relaciones de poder entre los diversos actores
en los territorios en disputa.
A continuación se presentan algunos aspectos que me pare-
cen relevantes –ya que, en cierta medida, van deiniendo la nueva
relación de las comunidades Lafkenche con las plataformas de
intervención– para explicitar desde donde se establecen mis ex-
periencias de trabajo con dichas organizaciones y, por lo tanto,

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Algunas reflexiones teórico-metodológicas

mis relexiones sobre la intervención y la acción comunitaria


desde dichos espacios.

De objeto de intervención a sujetos con control


comunitario sobre la intervención social
Producto de los procesos descritos brevemente más arriba,
y en un escenario de nueva visibilidad de la etnicidad como
identidad política relevante, las comunidades Lafkenche han
ido promoviendo mayores niveles de control sobre las inter-
venciones que involucran sus territorios. En Tirúa y Carahue,
inicialmente, las organizaciones territoriales buscan establecer
nuevas alianzas con actores institucionales que sean factibles
de sumarse al proceso de mejora de sus condiciones de vida,
pero también al de mayor control sobre sus espacios. Así, es
posible comprender la intención de dirigentes y lideres de
«saltarse» a las ONGs como intermediarios en la ejecución
de proyectos con inanciamiento internacional, y plantear la
posibilidad de controlar desde las propias organizaciones la
gestión de dichas iniciativas, redeiniendo la relación con el
mundo técnico y profesional. También este proceso implicó
buscar estrategias para contar con equipos técnicos y pro-
fesionales más autónomos, proceso que se ve ejempliicado
en las gestiones de las organizaciones Lafkenche para iniciar
intervenciones consensuadas con el Programa Servicio País de
la Fundación para la Superación de la Pobreza.
La Asociación Pu Lafkenche de Tirúa, posteriormente la
Newen Pu Lafkenche de Carahue y, más recientemente, la Aso-
ciación Lafkenche de Teodoro Schmidt y la Identidad Territorial
Lafkenche, establecieron alianzas con dicho programa para
contar con profesionales que ya no dependieran necesariamente
del Municipio como plataforma de intervención, sino que se
constituyeran en iniciativas de intervención desde las propias
organizaciones de base9. La elección del programa Servicio País
9
Esta alianza entre las organizaciones Lafkenche y el Programa Servicio País,
también fue posible gracias a la disposición del entonces equipo directivo
y técnico de dicho Programa y su apuesta innovadora de instalar equipos
profesionales en gran parte del territorio Lafkenche, desde sus organiza-
ciones de base (trabajar desde la propia sociedad civil organizada). Con los

287
Rodrigo Navarrete Saavedra

no me parece casual, sino una opción estratégica por contar


con apoyo profesional mucho menos dependiente de estructuras
burocráticas tradicionales, un programa bastante más lexible
y autónomo a nivel local, que permite ejercer un control comu-
nitario directo mucho mayor sobre las acciones de estos y las
lógicas de la intervención. En ese sentido, han sido las organi-
zaciones Lafkenche las que han buscado «apropiarse» de dichos
profesionales, invitarlos a sumarse a los objetivos y luchas del
movimiento, transformarlos en «apoyos técnicos o asesores de
la organización», y han cambiado de este modo la tradicional
idea de intervención que concentra el poder y el saber del lado
de la institución, por una idea de acompañamiento, de ampliar
redes de conianza y trabajo para dar apoyo al movimiento.
Esto además se ve relejado en que muchos profesionales que
han pasado por dicho programa, siguen conformando parte
de las redes de apoyo del movimiento Lafkenche, asesorando
en iniciativas, en proyectos o socializando y ampliicando las
acciones y demandas Lafkenche desde otros espacios laborales.
A un nivel más concreto, este control comunitario sobre las
acciones puede llegar incluso a los aspectos metodológicos y
técnicos. Es decir, se trata en algunos casos de conformar Grupos
Motor, en la nomenclatura de la IAP de Rodríguez-Villasante
(2003), donde son dirigentes y líderes comunitarios los que
discuten, aprueban, modiican o rechazan las propuestas de los
equipos profesionales y deciden qué acciones se deben llevar a
cabo y las alternativas para trabajar con sus propias comunida-
des: es decir, las decisiones metodológicas y las propias técnicas a
utilizar para lograr los objetivos, incluso sin que necesariamente
estas apuestas metodológicas sean promovidas inicialmente por
las intervenciones. El discurso que se puede escuchar cotidiana-
mente en territorio Lafkenche es: «las comunidades les enseñan
a los profesionales cómo hay que trabajar acá».

cambios en los niveles directivos y técnicos del Programa, esta convergencia


se ha ido diluyendo y, consecuentemente, también las intervenciones locales
con organizaciones territoriales Lafkenche.

288
Algunas reflexiones teórico-metodológicas

De la intervención social a las redes de apoyo


del movimiento Lafkenche.
Como señalaba más arriba, me parece que este proceso per-
mite sostener que las intervenciones hechas en o desde territorios
Lafkenche deben reconocer la existencia de un movimiento social
latente, construido silenciosamente desde la cotidianeidad de
la vida comunitaria, desde la infrapolítica que destacara Scott
(2001), pero que mantiene vínculos solidarios hacia un nivel
territorial mucho más amplio, generando una verdadera red de
organizaciones locales dispersas pero articuladas a través del
espacio tradicional del butalmapu Lafkenche. Creo que esto
implica un desafío para las lógicas de intervención social tradi-
cionales, más acostumbradas a intervenir sobre organizaciones
formales y sobre comunidades artiiciales (estoy pensando en los
grupos de infractores de ley, grupos de adultos mayores, grupos
de discapacitados, etc. que no necesariamente representan una
comunidad real sino más bien una comunidad artiicial, creada
ad hoc por la institución y su temática de intervención), que a
vincularse o acompañar comunidades reales, cotidianas, en un
movimiento sociopolítico más amplio e integral, como me parece
que representa el movimiento Lafkenche, que involucra el borde
costero desde la VIII hasta la XI regiones.
Me parece que esto no puede ser obviado por el mundo aca-
démico y profesional vinculado con la intervención social, puesto
que existe un amplio reconocimiento de la relevancia que cobran
cada día los movimientos sociales como actores socioculturales
y políticos: es decir, como sujetos colectivos capaces de renovar
el sentido de la acción social, el sentido común y ser portadores
de nuevos valores socioculturales, como también de inluir en
la arena política, estableciendo un desafío público a los grupos
hegemónicos, promoviendo una renovación en las formas de
acción institucional, incorporando nuevos temas de agenda y
reconigurando las relaciones de poder, tanto a nivel local como
global (Abramovay, bengoa, berdegué, Escobal, Ranaboldo,
Ravnborg y Schejtman, 2006; Melucci, 1996; García Linera,
2007; Zibechi, 2008; Parra, 2005; Ibarra, Goma y Martí i Puig,
2002; entre otros).
289
Rodrigo Navarrete Saavedra

Territorio y derechos territoriales


Relacionada con lo anterior, aparece la idea de que el traba-
jo no se realiza con comunidades Lafkenche aisladas, sino con
espacios territoriales en reconstrucción. Esto involucra tanto los
espacios locales Lafkenche existentes en cada comuna costera del
sur de Chile, como la reconstrucción del Butalmapu Lafkenche o
identidad territorial amplia de los Mapuche ligados con el espacio
costero. Esto también implica la emergencia de un discurso de
derechos territoriales (Identidad Territorial Lafkenche, 1999)
que busca reformular la comprensión de la acción del Estado y
las políticas públicas en dichos espacios, tratando de posicionar
mayores derechos en el control y decisión de dichos territorios,
incluyendo los recursos naturales y representación política.
Los intentos por llegar a tener representación Lafkenche en los
consejos municipales o incluso disputar la alcaldía (el caso de
Adolfo Millabur en Tirúa es emblemático al ser el primer alcalde
mapuche en el país), relejan en parte también esta intención de
lograr mayor inluencia utilizando todas las estrategias posibles.
Me parece que cualquier intervención social comunitaria en estos
espacios, más allá de su particular tema de acción, no podría
ignorar la relevancia de estos procesos.

Revaloración de los enfoques comunitarios y de acción social


En cuanto a las formas de trabajar con las comunidades,
me parece que varias iniciativas de acompañamiento a orga-
nizaciones Lafkenche permiten rescatar, pero también renovar
los fundamentos y miradas para la intervención desde enfoques
comunitarios. Entre estos, podemos mencionar el locus de control
de la acción, que recae claramente más en la comunidad que en
la institución; la existencia de una comunidad real, con sentido
de pertenencia, identidad y vínculos de interdependencia, lógi-
cas de reciprocidad y prácticas de gestión común que subsisten
a las lógicas mercantiles dominantes; además de un territorio
(comunidades situadas territorialmente), donde las personas
otorgan sentido desde sus relaciones y revaloran la importancia
del «lugar», y muestran que este puede ser disputado política-

290
Algunas reflexiones teórico-metodológicas

mente para llevar a cabo otros proyectos de vida, otra relación


con el entorno y con los recursos; otras «políticas del lugar», en
palabras del antropólogo colombiano Arturo Escobar (2000).

Algunas reflexiones metodológicas


sobre experiencias de trabajo con
comunidades Lafkenche
Sobre la Mesa Territorial de Buen Gobierno
Una iniciativa relevante de gestión social en territorio
Lafkenche, ha sido la implementación de un Convenio de Trabajo
(2003-2005) entre el Gobierno Regional de La Araucanía y la
Asociación Indígena Newen Pu Lafkenche de Carahue (ANPL),
en el marco de las políticas de buen Gobierno mandatadas por
el entonces presidente Ricardo Lagos. Se trata de una iniciativa
innovadora, que establece la forma de una Mesa Territorial
donde se reúnen periódicamente los representantes de las ocho
comunidades con los representantes de los servicios públicos, se
llega a acuerdos iniciales de inversión de éstos sobre la base de las
necesidades priorizadas por las comunidades, y posteriormente
se van revisando avances en el cumplimiento de los compromisos
de las comunidades y de las instituciones.
Se trató de una experiencia nueva, llena de aprendizajes,
obstáculos inesperados, tensiones entre lógicas comunitarias y
lógicas institucionales, entre otras múltiples situaciones difíciles.
También fue una experiencia compleja para quienes participa-
mos como «equipo profesional contraparte», en el fondo como
asesores metodológicos de la organización comunitaria para el
levantamiento de demandas y propuestas, su seguimiento y coor-
dinación con los servicios correspondientes. Desde este rol, me
interesa destacar el importante acompañamiento al proceso de
organización de cada comunidad para levantar sus demandas y
propuestas, el fortalecimiento de las organizaciones locales, res-
catando los saberes locales; la participación comunitaria amplia
(permitir la emergencia de voces tradicionalmente subordinadas
en el mundo rural: mujeres, jóvenes no propietarios, etc.), además
del apoyo técnico a la dirigencia de la ANPL para dar prioridad
a las propuestas, negociar acuerdos internos, llegar a consensos

291
Rodrigo Navarrete Saavedra

territoriales y resolver diferencias intercomunidad, tratando en


lo máximo posible de evitar mostrar divisiones o contradicciones
frente a la institucionalidad («todo el territorio alineado frente a los
servicios públicos», como expresaban los dirigentes). Así también
resulta necesario reconocer bastantes descoordinaciones con los
servicios públicos, incapacidad de cumplir con compromisos esta-
blecidos como profesionales asesores, incapacidad para «traducir»
correctamente entre la demanda generada desde la comunidad con
los actores institucionales externos, entre otros muchos errores.
Si bien esta experiencia permitió alcanzar demandas histó-
ricamente sentidas por las comunidades, como la electriicación
rural, proyectos de vivienda, mejoramiento de caminos, im-
plementación para actividades productivas, obras de drenaje,
iniciativas de salud complementaria y educación intercultural,
etc., también muchas iniciativas no pudieron realizarse, tanto por
incapacidad del lado de las comunidades de llegar a consensos,
como por la imposibilidad de los servicios de dar una respuesta
apropiada y pertinente a algunas demandas.
Metodológicamente se privilegió y puso mucho énfasis en el
espacio de la Mesa Territorial y las dinámicas que permitía dicho
espacio simbólico, tales como el control de los tiempos y la pala-
bra de lado de la comunidad, invirtiendo la tradicional relación
de poder que se da entre los servicios públicos y las comunidades
Mapuche (boccara, 2005), en desmedro de reuniones más ejecu-
tivas y técnicas a las que están acostumbrados los funcionarios
y profesionales, donde cuentan con el respaldo institucional, el
control de la palabra y el peso del conocimiento de expertos.
Probablemente esto «descubría de mucho de su poder» a los
funcionarios públicos (sin el computador, sin el escritorio, sin la
secretaria, sin señal de celular, solo sentado en la sede comunitaria
de igual a igual con los comuneros y sus familias), sintiéndose
menos como autoridades que como servidores públicos. Quizás
esta opción metodológica elegida por la Newen Pu Lafkenche
permitió uniicar el territorio, devolver dignidad y valor a las
familias, fortalecer a dirigentes tradicionales y capacitar a los
jóvenes emergentes, etc., pero en algunos momentos pudo haber
obstaculizado la consecución de ines más pragmáticos, como

292
Algunas reflexiones teórico-metodológicas

la obtención de algún acuerdo puntual, el establecimiento de


compromisos concretos posibles de seguimiento, la ijación de
plazos realistas y el análisis técnico más detallado de la viabili-
dad de las propuestas, entre otros. En el fondo también se hacía
mucho más visible que se trataba –para la Asociación Newen Pu
Lafkenche– de un espacio fundamentalmente de reivindicación
política y no meramente metodológico o técnico.
Lo anterior, más allá de los inconvenientes, cosntituyó una
experiencia de gestión participativa en territorio Lafkenche, que
demostró que se pueden generar políticas más pertinentes y que
se puede aprovechar el capital social comunitario para mejorar
la calidad de las prácticas institucionales, la importancia de la
organización local para promover soluciones comunes y aumen-
tar la satisfacción de la población con las intervenciones hechas.
En lo que a nosotros como equipo de apoyo a las comunidades
nos corresponde, cabe rescatar numeroso aprendizajes, entre los
cuales me interesa destacar algunos casos en donde familias y
comunidades terminan sin generar acuerdos sobre determinadas
inversiones, de modo que éstas inalmente no fueron realizadas,
aun cuando a técnicos y profesionales nos parecen oportunida-
des imperdibles de desarrollo y progreso, sin poder quitarnos
del todo el velo modernizador con el que hemos sido formados
como profesionales y como sujetos sociales. Tal vez en algunos
casos el riesgo de llevar adelante determinada inversión moder-
nizadora podría ser demasiado alto: emergencia de conlictos
intercomunitarios y familiares, incremento en el nivel de espe-
cialización en la producción, con la consiguiente puesta en riesgo
de la reproducción de unidades domésticas que son economías
básicamente de subsistencia; aumento de la diferenciación social
entre comuneros, concentración de recursos económicos en pocas
manos y su consecuente concentración del poder político, etc.
Son situaciones que nos parecen tan normales, que nos cuesta
comprender la inclinación de la balanza por las dinámicas que
permiten seguir con la reproducción cultural, un grado tolerable
de diferenciación social y la dispersión del poder en relaciones
relativamente horizontales y dinámicas que sigue privilegiando
el mundo comunitario Lafkenche a duras penas hasta hoy.

293
Rodrigo Navarrete Saavedra

Sobre el Plan de Desarrollo Territorial Lafkenche de Carahue


Otra iniciativa que me interesa rescatar tiene que ver con
el proceso de elaboración del Plan de Desarrollo Territorial de
las comunidades Lafkenche de Carahue (PDT), iniciativa que en
gran medida se vincula con la Mesa Territorial arriba descrita.
Esto, porque durante el desarrollo de dicha Mesa de trabajo fue
surgiendo la inquietud de las comunidades y líderes de la Newen
Pu Lafkenche, acerca de contar con una carta de navegación más
completa, surgida de un proceso más discutido y elaborado, a
través del cual generar los principales consensos sobre el futuro
deseado para el territorio; no solo una lista de demandas urgentes,
como en alguna medida se había iniciado la Mesa Territorial con
los servicios públicos, sino un plan de desarrollo elaborado por
las propias comunidades, que permitiera orientar decisiones de
la asociación y el tipo de intervención externa que se necesitaba.
Así se logran obtener recursos del Programa Orígenes, el cual
inicialmente no tenía considerado el «territorio» como unidad
de intervención, sino solo las «comunidades priorizadas», pero
que debió reformularse por la presión de muchos espacios mapu-
ches para trabajar como territorios y a partir de una propuesta
territorial elaborada por ellos mismos.
Las comunidades organizadas en la Asociación Newen Pu
Lafkenche deciden no optar por alguna destacada empresa con-
sultora externa, sino tratar de que, en lo posible, fuera la propia
organización la que actuara como equipo responsable de dicho
plan. Por motivos administrativos, esto resulta especialmente
complejo y, inalmente, se opta por la igura de consultor indi-
vidual, en una persona de conianza de la asociación, acordando
que la ANPL asumiría gran parte de la corresponsabilidad en la
elaboración del plan, apoyada por el equipo profesional con el
cual contaban en esos momentos.
Metodológicamente, dicho PDT se va elaborando a través
de la identiicación de las áreas prioritarias para el futuro
del territorio (Economía, Salud y Medioambiente, Educación
Intercultural, Cultura, Participación, Infraestructura), y la
conformación de comisiones o grupos de trabajo (o grupos

294
Algunas reflexiones teórico-metodológicas

temáticos)10 con las personas del territorio más directamente


involucradas en cada tema especíico; por ejemplo, en Econo-
mía se arman grupos de trabajo con la Asociación de buzos y
Recolectores de Orilla, con la Agrupación de Turismo Rural y
con los Comités de Pequeños Agricultores de cada comunidad;
en Salud se forman grupos con kimches, lawentuchefe, longkos,
auxiliares de posta y comités de salud, los que conforman pos-
teriormente el Consejo de Salud Complementaria «Kom ñi Pu
lof Lawen Pu Lafkenche», con apoyo del programa de Salud
con Población Mapuche del Servicio de Salud Araucanía Sur
(PROMAP, Servicio País, Asociación Newen Pu Lafkenche,
2006); y, posteriormente, las propuestas generadas en estos
grupos de trabajo son discutidas, modiicadas y validadas en
asambleas o Trawunes más amplios de trabajo, abiertas a todos
los habitantes del territorio.
En todo este proceso juega un rol fundamental el equipo
conformado entre dirigentes, representantes de las comunidades
y profesionales, que son el grupo encargado de la planiicación de
las actividades, su ejecución y seguimiento. En este equipo se busca
complementar saberes y prácticas, integrando el conocimiento pro-
fesional sobre la gestión de los procesos, metodologías y técnicas
de trabajo, con el conocimiento local de los propios representantes
comunitarios sobre las mejores formas de realizar las acciones,
los tiempos, la importancia de las relaciones interpersonales, etc.
También muchos dirigentes se van capacitando en este proceso,
aprendiendo técnicas de trabajo, herramientas de planiicación,
entre otras cosas, que van complementando a su propia experiencia
y conocimiento de la comunidad y sus dinámicas.
En los grupos temáticos de trabajo y asambleas se desplegó
una amplia gama de técnicas y herramientas de diagnóstico
10
En este punto también hay importantes aprendizajes, pues en el mundo co-
munitario rural aún sigue siendo relativamente baja la especialización y la
división social del trabajo, por lo que, excluyendo la división por género y
edad, gran parte de las personas puede realizar muchas funciones y es frecuente
que una misma persona sea dirigente formal, agricultor, recolector/a de orilla,
que pertenezca al comité de salud y represente algún rol tradicional (kimche,
lawentuchefe). De este modo, muchas veces las reuniones de grupos temáticos
cuentan con la presencia de las mismas personas, sobre todo de personas de
mayor edad que pertenecen a esta lógica más indivisa de la comunidad.

295
Rodrigo Navarrete Saavedra

para identiicar actores, relaciones de poder, conjuntos de ac-


ción, vínculos institucionales (sociogramas, diagramas, etc.),
para localizar espacialmente problemas, recursos, actividades
productivas y usos del territorio (mapas catastrales, mapeo
psicosocial, mapas parlantes, etc.), técnicas para identiicar
discursos, problemas sentidos, nudos críticos y posibles estra-
tegias de acción (lujogramas, matrices FODA, etc.), técnicas
prospectivas y de visualización (líneas de tendencia y un vasto
espectro de ejercicios para deinir cómo queremos que sea el
territorio a futuro) y herramientas de planiicación participativa
de las acciones a seguir; en su mayoría, adaptaciones sacadas
de la caja de herramientas de las metodologías participativas, la
IAP y el diagnóstico rápido rural (Rodríguez-Villasante, 1996;
Montañés, 2009; Cox, 1996; bahamondes, 2004).
También el proceso de elaboración del PDT contó con una
amplia gama de capacitaciones en diversas temáticas: agroeco-
logía, elaboración de proyectos, gestión organizacional, turismo
rural, procesamiento de productos marinos, etc., además de
intercambio de experiencias con otros territorios e iniciativas:
visitas al hospital de Maquewe, a iniciativas turísticas en Tirúa y
Curarrehue, visita a la experiencia de comercializadora de algas
de la Asociación Pu Lafkenche en Tirúa e intercambios con la
Asociación Ñancucheo de Lumaco, entre muchas otras.
Lo interesante de este proceso es que se buscó complemen-
tar las metodologías y técnicas sugeridas por el equipo profe-
sional –por lo general, técnicas de trabajo de campo rápido,
simple y participativo–, con otras formas más tradicionales y
propias del ritmo comunitario, como las visitas domiciliarias a
las personas de mayor edad para conversar con ellas y saber su
opinión, o el desarrollo libre y prolongado de la deliberación
y argumentación en los trawunes. Tal como ejempliica Toledo
Llancaqueo (2001), las técnicas del mundo profesional, un taller
diagnóstico o un análisis FODA pueden ser muy rápidas, esque-
máticas y prácticas, pero no pueden reemplazar la riqueza que
tienen para el mundo Lafkenche los contratos diádicos, cara a
cara, convenidos voluntariamente y no generalizables, al igual
que la extensa argumentación que recurre a la tradición y a los

296
Algunas reflexiones teórico-metodológicas

valores generacionalmente transmitidos donde se despliega la


subjetividad mapuche.
Quizás lo más relevante de este PDT sea justamente su
proceso de elaboración, por su enorme invitación a la partici-
pación ampliada, por el rescate y valoración del saber local y
la propia identidad local, por facilitar la emergencia de voces
generalmente subalternas en el mundo rural, por representar un
ejercicio genuino de protagonismo comunitario y relexividad
colectiva, y por la invitación a todos los habitantes a soñar con
el tipo de territorio deseado y tratar de establecer acciones,
líneas de trabajo a seguir para aproximarse a dicha aspiración.
Muchas propuestas de dicho PDT forman parte de los objeti-
vos por los cuales sigue trabajando la ANPL cotidianamente,
existan o no apoyos profesionales externos, proyectos vigentes,
inanciamiento o condiciones institucionales favorables, aunque
también muchas otras hayan ido quedando en el olvido con el
paso de los años y la lejanía del horizonte en el cual alcanzarlas.
Vale la pena mencionar que algunas propuestas del PDT tenían
que ver con temas como el control sobre el espacio marino, la
recuperación de tierras, el retroceso de la expansión forestal y
otros factores sobre los cuales la capacidad de inluencia de las
comunidades sigue siendo limitado, y depende de la articulación
con otros actores y el cambio de condiciones estructurales en
materia de derechos territoriales indígenas, cosa que evidente-
mente no ha sucedido aún.

Aportes para y desde las prácticas de acción


comunitaria y comentarios finales
Además de estas dos experiencias brevemente descritas, exis-
ten varios testimonios muy interesantes de acompañamiento y
trabajo con organizaciones Lafkenche locales, igual que con el
Movimiento Identidad Territorial Lafkenche, que busca aglutinar
todos estos espacios dispersos en una plataforma amplia, como
referente territorial amplio. Respecto de esta última plataforma,
se desarrolló todo el extenso trabajo para la elaboración de la ley
que crea el Espacio Costero de Pueblos Originarios (ECMPO, ley
N° 20.249), con reuniones, trawunes, manifestaciones públicas,

297
Rodrigo Navarrete Saavedra

jornadas y talleres a lo largo del borde costero desde Lebu hasta


Ancud; Asimismo, el Congreso Lafkenche, el Programa de For-
mación de Jóvenes Líderes Lafkenche, el Encuentro de Mujeres
Lafkenche, entre otros, pero donde mi participación personal y
profesional ha sido más intermitente y puntual, de modo que no
profundizaré en ellas.
Por lo tanto, mis comentarios inales tienen que ver con
algunos aportes y aprendizajes de las experiencias brevemente
descritas, esperando que puedan ser útiles para la discusión e
intercambio de saberes con quienes trabajan en el diseño e inter-
vención desde modelos psicosociales comunitarios, sobre todo
en territorios con alta población indígena.

Partir del conocimiento de la realidad y la


valoración del saber local
Aunque pueda parecer menos un aprendizaje que un prin-
cipio básico de la intervención comunitaria, la verdad es que,
históricamente, la intervención social con población indígena no
se ha caracterizado precisamente por la valoración y el respeto
de los saberes locales y las culturas comunitarias. Muchas veces,
la intervención social ha estado más vinculada con objetivos
de modernización forzada, de transferencia de conocimientos
«correctos» y con la persecución explícita o no de cambiar las
prácticas del mundo indígena. Creo que estas lógicas impositi-
vas se corresponden con procesos más amplios y determinadas
concepciones de la acción social planiicada; por una parte, del
modelo liberal y su arsenal ideológico de modernización y pro-
greso, como también de modelos desarrollistas de Estado, por su
subordinación de la diferencia, la identidad y la autonomía, a las
necesidades de un proyecto de reformas productivas y en clave
ocupacional. Por lo tanto, sigue siendo aún totalmente necesario
descolonizar los imaginarios de las ciencias sociales desde donde
pensamos las prácticas de intervención social.
buscar formas de trabajo y metodologías que permitan la
emergencia de voces subalternas, de saberes locales subordinados
históricamente, para avanzar en nuevas políticas de reconoci-
mientos y en la emergencia de una pluralidad de discursos que

298
Algunas reflexiones teórico-metodológicas

supere la monocultura del saber impuesta por la modernidad


eurocéntrica, aparecen como aprendizajes y desafíos fundamenta-
les para los profesionales de la acción comunitaria en territorios
indígenas. Las metodologías y técnicas participativas, por su
énfasis en los procesos dialógicos, comunicativos y en el estable-
cimiento de relaciones horizontales entre los participantes, sin
duda representan la principal caja de herramientas (Cox, 1996;
Delgado y Escobar, 2007).
Esto implica tener, también, un particular cuidado con las po-
sibles presiones desde el agente de intervención hacia las propias
comunidades en la toma de decisiones. Aterrizar muchas veces
los «deseos de cambiar y renovar las formas de hacer» que a me-
nudo traemos los profesionales externos, resulta fundamental, lo
mismo que darse el tiempo de reconocer que los modos de hacer
en el mundo indígena, por lo general, están ligados con modos
de saber, con conocimientos transmitidos generacionalmente y
que, en muchos casos, contienen una racionalidad práctica lo-
calmente necesaria o profundas lecciones y valores que otorgan
identidad y cohesión a las personas. Del mismo modo, tal como
sostiene Montero (2003), esto trae aparejado el reconocer que la
comunidad preexiste a la presencia del interventor y que seguirá
existiendo luego de que el proyecto o equipo profesional inalice
su trabajo, lo cual lleva a tener presente una actitud de humildad
profesional y una especial preocupación por los efectos de las
acciones promovidas.

El reconocimiento de la heterogeneidad de la comunidad


y la construcción de lo común
Si bien la división social en la comunidad sigue siendo
relativamente más baja que en el mundo urbano (la lógica co-
munitaria implica que todos puedan realizar la mayor cantidad
de funciones), esto no signiica que sea totalmente homogénea.
También resulta necesario reconocer la composición heterogénea
de la comunidad, sobre todo en materia de identidades sociales de
género, edad, linajes familiares, etc. Como señala Parker (2007),
muchas veces los psicólogos comunitarios tienden a naturalizar la
comunidad y quedarse solo con la visión que de ella ofrecen los

299
Rodrigo Navarrete Saavedra

actores con mayor poder. Reconocer que existen diversas voces,


diversos lugares de enunciación no reductibles (mujer Lafkenche
dueña de casa, joven Lafkenche sin tierra, etc.), es también una
tarea importante de promover desde la acción social. En la actua-
lidad me parece que esto es evidente, ya que existe un profundo
proceso de proliferación de nuevas voces y nuevos protagonismos
en el mundo Mapuche rural, pues el interlocutor no es el pro-
pietario de la unidad productiva –como podría darse dentro de
un esquema campesinista y productivista de intervención–, sino
que hay una pluralidad de voces de mujeres, jóvenes, autoridades
tradicionales, dirigentes instrumentales, etc. que incorporan nue-
vas subjetividades, necesidades y formas de organización, lo que
enriquece mucho más los procesos de planiicación participativa
y acción conjunta. Esto conlleva también el reconocimiento del
conlicto interno en la comunidad, tema del que muchas veces el
equipo interventor es mantenido al margen, o bien interpelado
a tomar parte por una de las posiciones, ante lo cual creo que
no hay ninguna receta a seguir, sino solo tratar de respetar los
propios procesos y mantener siempre el bienestar de la comu-
nidad como prioridad, aun sobre los propios requerimientos de
nuestras planiicaciones y metas propuestas.

El abordaje territorial y la construcción social del futuro


No obstante lo anterior, también se trata de la emergencia
de abordajes territoriales, que implican ir más allá de la comu-
nidad, hacia la reconstrucción de relaciones y vínculos mayores
en espacios que comparten una identidad y una historia común.
En el caso Lafkenche, se trata de un proceso evidente de recons-
trucción territorial, donde las comunidades pretenden actuar
de manera articulada, conjunta, como espacio común, lo que
incluye relaciones con el mundo institucional y los programas de
intervención. Así lo ejempliica el caso de la Newen Pu Lafkenche
de Carahue, donde los proyectos y programas «o son para las
ocho comunidades del territorio o no entran», como sostiene la
dirigencia. Esto también implica pasar de demandas puntuales y
desorganizadas de cada comunidad aislada, a la elaboración de

300
Algunas reflexiones teórico-metodológicas

planes de desarrollo territorial, proyectos de futuro concertados


territorialmente por todos los actores.
Continuando la idea, también hay desafíos y aprendizajes
para la psicología comunitaria y la intervención social, pues no se
trata tanto de trabajar sobre carencias, disfunciones o problemas,
sino más bien de aportar en procesos de desarrollo individual
y colectivo, de construcción de imaginarios colectivos sobre el
futuro deseado por las personas para su espacio y sus formas
de vida y en caminos para alcanzar dichos objetivos. Si bien
tener como punto de partida los recursos, las potencialidades
y fortalezas de las personas y comunidades, siempre ha estado
presente en todas las deiniciones de la psicología comunitaria,
a veces esto queda algo relegado en programas de intervención
más pensados desde la reparación, la rehabilitación, la resociali-
zación, etc., y se trata entonces de reactualizar estos postulados
desde las prácticas concretas de intervención.

El fortalecimiento de las relaciones comunitarias


como base del cambio social
Como se ha señalado en diversos pasajes del trabajo, me
parece fundamental reconocer la existencia de un movimiento
social Mapuche y Lafkenche en particular, como escenario de
fondo para situar el trabajo puntual con organizaciones locales
o comunidades determinadas. Me parece que esto implica una
serie de desafíos teóricos y metodológicos para los espacios ins-
titucionales desde donde se piensan y elaboran las posibilidades
de la acción social planiicada, y la formación de profesionales de
la intervención, sobre todo por la progresiva relevancia que han
ganado los movimientos sociales por su capacidad de fomentar
procesos de cambio en el mundo contemporáneo. En ese sentido,
me parece que existe una creciente motivación por articular teo-
ría social y prácticas de intervención social con los movimientos
sociales y sus luchas; por ejemplo, en nuestra disciplina desde
investigadores vinculados con formas de psicología social crítica
y variantes del socioconstruccionismo.
Probablemente se trata de procesos innovadores, donde ten-
drán que irse retroalimentando los propios movimientos con los

301
Rodrigo Navarrete Saavedra

profesionales y equipos de intervención social, para ir creando


en conjunto nuevas metodologías y formas de trabajo. Por su-
puesto que ya existe mucho camino avanzado, por la tradición
de las formas de intervención social ligadas con la educación
popular, la ampliicación sociocultural, o formas de IAP que se
han ido renovando justamente a través de años acompañando
movimientos sociales (Rodríguez-Villasante, 1995).
Un último aprendizaje que me parece particularmente rele-
vante de estos procesos, tiene que ver con la coincidencia entre los
ines perseguidos por la psicología comunitaria y la intervención
comunitaria en general, y los propios movimientos sociales y sus
luchas. Este tiene que ver, me parece, con el fortalecimiento de la
comunidad y de las relaciones comunitarias. El sentido de comu-
nidad, la identidad compartida, la cultura común, al igual que
la persistencia de intercambios no mediados por lógicas de mer-
cado, como la redistribución y la reciprocidad (Temple, 2003),
la gestión común de ciertos bienes y servicios, y la posibilidad
de espacios públicos (no estatales) de deliberación y democracia
directa sobre las decisiones locales, creo que son aspectos funda-
mentales a fomentar desde nuestras prácticas de intervención, y
que se encuentran en la base de la gestación y emergencia de los
movimientos sociales. Es decir, recurro a Zibechi (2007) cuando
señala la comunidad y las relaciones comunitarias cotidianas
como la base de los actuales movimientos sociales que han sido
capaces de establecer un desafío a las formas contemporáneas de
ejercicio de la autoridad, y al neoliberalismo en América Latina11.
De este modo entonces, me parece que cuando trabajamos para
fortalecer comunidades particulares y relaciones comunitarias en
territorio Lafkenche, potenciando la cultura local, la cohesión,

11
Autores como Zibechi, García Linera y Porto-Goncalves, entre otros, mues-
tran cómo los movimientos sociales de las últimas décadas que han sido
capaces de desaiar al neoliberalismo, no han surgido desde la igura del
sindicato obrero o los partidos políticos de izquierda, sino de movimientos
sociales híbridos de base comunitaria, articulados desde la vida cotidiana
y política desde el «sótano», como señala el subcomandante Marcos. Los
Zapatistas en México, el MST en brasil, la guerra del agua y la guerra
del gas en bolivia, los movimientos indígenas en Ecuador y bolivia, los
piqueteros e iniciativas barriales en Argentina y Uruguay, y el movimiento
Mapuche en Chile y Argentina, son algunos ejemplos de esta realidad.

302
Algunas reflexiones teórico-metodológicas

sus formas de participación, etc., podemos estar apoyando, de


una u otra forma, la mejora de esas redes de asociatividad y
conianza desde las cuales se hace posible la emergencia de un
movimiento social Lafkenche, que se activa con intermitencias
para reclamar sus derechos territoriales y formular proyecto
de futuro diferente –potencialmente contrahegemónico–, por
cuanto rechaza la mercantilización del territorio, sus recursos y
las formas de autoridad política verticales y a distancia.
Así, nuestras disciplinas, prácticas y metodologías de trabajo
comunitario toman una nueva relevancia, ante la posibilidad de
converger con las propias luchas de los movimientos sociales por
el rescate de la comunidad y el despliegue de sus potencialidades
para promover el cambio social. Esto se ha hecho más visible,
luego del último terremoto que afectó el centro sur del país, con
especial fuerza en las zonas costeras. La persistencia de relaciones
comunitarias y las redes de conianza tejidas desde el mundo
Lafkenche, han mostrado su capacidad para promover respues-
tas locales y autónomas, coordinando la ayuda que luyó desde
todo el territorio Mapuche y desde la solidaridad de múltiples
sectores para auxiliar a las comunidades, frente a la burocrática
respuesta estatal centralizada y cuando la ausencia de comunidad
aparece, una y otra vez, como uno de los fenómenos sociales más
comentados que se hicieron visibles con esta catástrofe natural.

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