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Al hacer una lectura “aplicada” del texto de Trebor Scholz y sus afirmaciones,

me parece que vendría bien concretar elementos que no se pueden leer todos de
la misma manera, y que involucran el análisis del cooperativismo como
alternativa al capitalismo y sobre todo a las manifestaciones devastadoras del
capitalismo actual.

En su artículo de Medium, conectado a través de link desde el texto que tenemos


como material, él remarca como frase más importante:
“The inability to imagine a different life is capital’s ultimate
triumph.”
https://medium.com/@trebors/platform-cooperativism-vs-the-sharing-economy-
2ea737f1b5ad

En ese mismo texto pone como ejemplo la experiencia de la recuperación de


fábricas por sus trabajadores en Argentina. Naomi Klein produjo y escribió un
documental sobre este proceso, llamado “The Take”
(https://www.youtube.com/watch?v=3-DSu8RPJt8)

Scholz cita una serie de ejemplos. Se podría hablar en particular de varios, pero
me detengo en dos: este del proceso argentino, y el segundo es cuando en el
texto original habla de:

The Spanish Mondragon Cooperative proves that co-ops can scale effectively; started in
only 1956 as a small cooperative in the rural Basque region of Spain, today it employs
74,000 workers in numerous industries, from finance to auto parts manufacturing.
Successful cooperatives like Mondragon often exist in plain sight.

Los dos ejemplos me parecen paradigmáticos para que un debate sobre el


cooperativismo como solución exportable para enfrentar las dificultades que
impone el capitalismo salvaje, no se vuelvan muy abstractos o superficiales.

En cuanto a “The Take”, ver este documental de 2004 es central para hacer una
lectura sobre cuál es el valor del término “cooperativismo” en este contexto.
Las recuperaciones de fábrica se produjeron en un momento histórico no de
asociación voluntaria/progresiva, sino de violenta lucha de clases donde la
destrucción de puestos de trabajo y el asalto a comunidades construidas en
torno de fábricas surgió como una medida de defensa a través de la lucha
política y social ante el vaciamiento. Lo que el documental muestra es que el
cooperativismo no es una idea que antecede al proceso (en general), sino que es
una forma específica de resistencia en un momento determinado. Sin ese
contexto, el cooperativismo aparece como una noción que se des-socializa y se
despolitiza.

El segundo ejemplo es el de Mondragón. La fecha de 1956 en pleno franquismo


me pareció lo suficientemente curiosa como para tomarla como un modelo
desde el entusiasmo, como plantea Scholz. No porque el entusiasmo sea
gratuito, sino porque se lo presenta como una narrativa no-contradictoria. Es
decir, sin contraste. Busco artículos y encuentro varios, pero me centro en dos:
https://elpais.com/elpais/2016/03/21/eps/1458559984_421693.html

https://elpais.com/economia/2014/08/14/actualidad/1408035428_440313.ht
ml

El primero de los dos artículos, mucho más contextual, plantea los problemas y
los límites del cooperativismo frente a situaciones de crisis como se han vivido,
también, en otros centros productivos no cooperativos, y cómo la forma de
asociación, tiene problemas tanto de tipo orgánicos (hacia dentro) donde lo
que se registra es un cambio de los propósitos y funcionamientos originales; y
externos, que tienen que ver con la relación de la Corporación Mondragón con
el espacio capitalista que rodea a esta y a diversas cooperativas.
En el segundo de los dos artículos uno de sus ejecutivos plantea cuestiones que
hacen a cómo se expande una cooperativa, cuánto podría expandirse, y cómo
afecta esta expansión a su política y a su relación con el capitalismo en general.
La cita es:
“Si el cura (José María de Arizmendiarrieta, el fundador) nos viera ahora, en
vísperas de su centenario, nos tiraría de las orejas por haber descuidado el
espíritu cooperativo. No debemos actuar como una empresa capitalista más, ni
actuar en el exterior como colonialistas”, sostiene Javier Retegi, exdirector de la
División Empresarial de Caja Laboral (hoy, Laboral Kutxa) y exconsejero de
Industria del Gobierno Vasco.”

Y al mismo tiempo una cooperativista despedida dice:


“La solidaridad entre grupos y personas del cooperativismo vasco ha muerto y
ya no hay vuelta atrás”, sentencia Naiara Herrero, 37 años, cooperativista e hija
de cooperativista.”

O esta pregunta del artículo:


“¿Más Mondragón o menos Mondragón, más cooperativismo o menos
cooperativismo? Este es el dilema que recorre el universo MCC y sus grandes
aledaños, la incógnita que el mundo económico y el conjunto de la sociedad
vasca necesitaría despejar. No en vano, Mondragón es el primer grupo
industrial vasco y la décima compañía española. Ella sola aporta el 3,2% del
PIB de Euskadi, el 7,4% de su empleo industrial y el 12,2% de sus
exportaciones.”

Estos artículos y estas declaraciones, no como evidencias, sino como puntos de


polémica, me parecen importantes. Porque abstraer el cooperativismo como
una práctica socialmente optimista y “molona” per se, puede quitarle
profundidad a la pregunta de: “¿Qué se puede hacer?”

Yo sin cerrar para nada el tema creo que el cooperativismo es una práctica que
hay que leer en términos de contexto, y ver que el valor de una forma de
asociación no da una respuesta que abarque con el mismo sentido tanto a
colectivos de despedidos en zonas deprimidas, a refugiados, a trabajadores
agredidos por la competencia de grandes corporaciones, y a personas que
voluntariamente se asocian para emprender en países que, aún dentro de la
crisis, siguen siendo prósperos.
Obviamente que el tema siguiente también involucra el qué sucede después,
cuando estas cooperativas perduran en el tiempo. En cuánto el impulso
originario se mantiene y mejora, o en cuánto el propio diálogo con el
capitalismo redefine sus propósitos.

Sólo para reflexionarlo.

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