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Los seres humanos tienen por naturaleza una serie de tendencias o inclinaciones

(autoconservación, sexualidad, sociabilidad, búsqueda de la verdad), incoadas en su propia


naturaleza por el mismo hecho de ser seres humanos. Estas tendencias son bienes para el
hombre, por lo que, en principio, su consecución acarrea un bien para el hombre. Ya
Aristóteles afirmó que el bien es “aquello a lo cual todas las cosas tienden”, es decir, que el fin
de todas las cosas tiene razón de bien.

En efecto, si queremos saber si algo es de suyo bueno o malo tenemos que preguntarnos por
su fin. El fin del caballo de carreras es correr veloz en el hipódromo, por lo que un caballo cojo
es un mal caballo de carreras. De igual manera, un zapato bueno es aquel que cumple su fin.
Se podrían poner millones de ejemplos, pero en todos se ve la intrínseca relación entre el fin y
el bien.

No obstante, en el hombre, el cumplimiento de sus tendencias tiene que ser ordenado, ya que
el bien que se le presenta al hombre sensiblemente puede ser un bien aparente y no real.
Aunque el pastel es un bien para el hombre por ser un alimento que hace que se
autoconserve, no siempre resulta bueno seguir a ese bien teórico, no siempre implica un bien
práctico. Es la razón la que se encarga de emitir un juicio al respecto, juicio que la voluntad
libremente acepta o rechaza.

Pero de suyo, las pasiones no son malas, sino que señalan a la razón bienes posibles. No hay
contraposición entre razón y pasión, sino una delicada y sutil relación en la que la razón
agradece la labor de la pasión gobernándola políticamente (educándola).

En la primera película vemos cuánto posee de antihumano el hecho de negar las pasiones
pensando que de suyo son malas. Por muy espiritualistas que pretendiesen ser, en la realidad
en la comunidad protestante de las hermanas Martina y Filipa faltaba la alegría. Por suerte,
pudieron darse cuenta de su error en el banquete que ofreció Babette. Y es que el ser humano
no sólo es espíritu, también es cuerpo, no somos ángeles. En “El festín de Babette” se ve, por
tanto, muy claro como el despreciar las inclinaciones sensibles del hombre constituye un mal
para el hombre, ya que se rechaza la naturaleza propia del hombre, aquello a lo cual tiende. En
“El festín de Babette”, no hay, por tanto, un gobierno político de la razón, sino un gobierno
despótico o tiránico de la razón sobre las pasiones.

En la segunda película, “Días de vino y Rosas” vemos, por el contrario, cómo la razón no ejerce
ningún gobierno sobre la pasión, lo cual no es bueno, porque no es lo propio de una naturaleza
racional como la humana. Las consecuencias de un desordenado comportamiento en la bebida
hacen de los esposos Clay unas marionetas esclavas del alcohol. Sin trabajo, sin dinero, solos,
en la película se ven cuan antihumano puede ser este modo de vida en el que se atenta contra
las tendencias y los fines racionales del hombre, de ahí la razón de que no obren bien: no
cumplen, en absoluto, aquello a lo que el hombre está llamado a ser.

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