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Cambios históricos radicales en la comprensión del


ministerio y en las relaciones entre el sacerdote y el laico
El ministerio eclesiástico en la Iglesia antigua
Ya en el año 215 la Tradición apostólica atestigua que en la ordenación sacerdotal el
Obispo pide para el sacerdote “el Espíritu de gracia y de consejo del presbiterio, a fin de
que ayude y gobierne a tu pueblo con un corazón puro”. De esta manera queda claro que
el ministerio era un ministerio de dirección. (p. 25)
El siglo III es testigo de un cambio. Si durante el siglo II todavía hay una colaboración entre
los ministros y los laicos, ahora se tiende a que todas las tareas importantes queden
reservadas para el clero o estén sometidas a su control directo. (p. 25)
De esta manera ya se perfila una diferencia entre el clero y los “laicos”, palabra que
significa “pueblo” y que aparece en 1 Clem 40, 5 pero que se usa también con el sentido
de “profano” opuesto a “santo” o “perteneciente al culto divino”. En este uso hay una
cierta jerarquización que se hará evidente en el siglo III. (p.26)
El poseedor de un ministerio, análogamente al estamento de los funcionarios civiles del
Imperio Romano, pertenece a un orden jerárquico específico (orden). Concretamente el
orden sacerdotal, el cual se diferencia de la “plebs”. (p.26)
A la par, se deja de llamar “hermanos” a los laicos, reservando ese nombre para los
compañeros en el episcopado y otros clérigos. (p. 26)
Esto coincide con su “profesionalización”. Primeramente el diácono, luego el Obispo y
finalmente el presbítero reclamarán su sustento con los recursos de la comunidad.
Renunciaban a su profesión habitual para dedicarse exclusivamente a las tareas eclesiales,
fundamentalmente el altar y la oración. De todas maneras también se ocupaban de cuidar
a los pobres y a los enfermos, administrar los bienes de la comunidad, la pastoral
penitencial, dirimir los conflictos internos de la comunidad, predicar, enseñar la fe y la
catequesis lo cual presuponía el estudio de la Sagrada Escritura. Todo esto formaba parte
de la dirección de la comunidad. (p. 26-27)
No todas las comunidades podían “sostener” a sus ministros. Hasta la Edad Media hubo
comunidades donde hasta el Obispo debía trabajar como agricultor, artesano o
comerciante. Otros preferían ellos mismos seguir ejerciendo su profesión. De esta manera
seguían estando vinculados con el pueblo. (p. 27)
A pesar de esto, la “profesionalización” creciente ayudó a que el clero fuera tomando
conciencia, frente al laico, de ser el centro de la vida eclesial. Más todavía a partir del 381
donde la religión pasó a ser religión del estado y la analogía con los ministerios jerárquicos
civiles fue cada vez mayor. (p. 27)
De todas maneras siempre estuvo claro, a la luz de Mc 10, 42, que la forma de ejercer el
ministerio era diferente a la de los gobernantes de este mundo. Al ejercer el ministerio de

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dirección se trata de hacer presente al único pastor que es Cristo y su misión que es la de
edificar y unir la comunidad. (p. 28)
Los presbíteros, por medio de la ordenación, adquieren participación en el servicio de
dirección que es propio del obispo. Su tarea era colaborar en la enseñanza y predicación,
cooperar en la celebración, y la labor de apoyo y representación. En un principio celebrar
la eucaristía no era tarea propia del presbítero sino del Obispo, pero con el tiempo ante el
crecimiento de la Iglesia, el Obispo encargaba a los presbíteros que residían en un lugar
determinado la celebración de la eucaristía. (p. 28)
Los primeros presbíteros no son “sacerdotes” en el sentido cultual de la palabra sino más
bien “pastores”. La celebración de la eucaristía no ocupaba un lugar especial . Hasta
entrada la Edad Media, la predicación se entiende como servicio de dirección. Esto explica
también que el título de “sacerdotes” sea aplicado exclusivamente para referirse al
presbítero recién a partir del s XI. (p. 29)
El ministerio de dirigir del obispo y igualmente el ministerio de colaborar en la dirección,
propio de los presbíteros, tienen también por objeto la actividad caritativa de la
comunidad.. El obispo lleva el título de “Padre de los pobres”, y este título se aplica
también a sus colaboradores, en primer lugar a los diáconos y luego también a los
presbíteros.
Con la unidad entre la Iglesia y el Estado del imperio constantiniano, el obispo y los
presbíteros como colaboradores asumen una función pública. No sólo celebran el culto
público, sino también asumen funciones administrativas y sociales que tienen por objeto
el bienestar público y privado. En algunos casos, luego de las invasiones bárbaras, serán los
obispos y los presbíteros quienes reorganicen la sociedad.
En los documentos de la Iglesia se pide a los ministros que su relación con el dinero, los
bienes y el trabajo sea acorde con el evangelio. Se los exhorta a llevar una vida austera y a
ser distinguidos no por sus ropas sino por la sencillez de vida.

Cambios en la Edad Media


Hasta la Edad Media, la función de los ministros se entendía como función de dirección de
la comunidad con el objetivo de unir a todos en un solo cuerpo. Entre las tareas del
ministro se encontraba la de presidir la Eucaristía, representación sacramental de la
unidad.
Pero poco a poco esta tarea empieza a ganar protagonismo. Por un lado porque los
ministros asumen la función de organizar el culto público. Por otro lado porque la
Eucaristía se empieza a entender fuertemente como sacrificio de Cristo y de la Iglesia y no
tanto como sacramento de comunión. Es significativa la inversión que se da en la
terminología. Mientras que hasta este momento se hablaba de la Iglesia como cuerpo
verdadero de Cristo (y la eucaristía era el cuerpo místico) ahora es al revés. La Iglesia es el
cuerpo místico mientras que la Eucaristía se la reconoce como el cuerpo verdadero de
Cristo.

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De esta manera, el sacerdote realiza la obra de la salvación cada vez que ofrece el
sacrificio. Y además se recomienda que cuanto más frecuente, mejor.
El culto eucarístico separado de la vida de una comunidad, lleva también a un ministerio
sin referencia a una comunidad. Y el sacramento del orden se entiende exclusivamente en
relación a la celebración de la Eucaristía. Se define como la “potestad para ofrecer a Dios
el sacrificio y celebrar la misa”. Santo Tomás de Aquino afirma que el sacramento del
orden está ordenado a la consagración de la eucaristía.
A tal punto era esta acentuación que queda desdibujada la figura del obispo. Lo
importante era ser sacerdote para ofrecer el sacrificio. Ser obispo es sólo una cuestión
jurisdiccional.
El ministerio exaltado de esta manera, más la categoría de funcionarios civiles que
adquirieron con el giro constantiniano hizo que el “clero” se fuera alejando cada vez más
de los “laicos”. A esto se sumaron otras cuestiones: la formación del clero, frente a un
pueblo inculto; la asimilación del sacerdote a la vida monacal, reforzado esto por el
celibato, que convierte al “estado sacerdotal” en un estado de perfección en contraste con
el imperfecto estado secular del laico.

De Trento a nuestros días


En el Concilio de Trento, frente a la reforma protestante que propugnaba el sacerdocio
universal de todos los creyentes y quería sustituir la potestad y la función sacerdotal por el
servicio de la predicación, se acentúa en la teología el carácter sagrado del sacerdote.
La creación de los seminarios permitió que esta teología y este estilo sacerdotal
caracterizaran tenazmente el ministerio, entendiendo al sacerdote como aquel que ofrece
el sacrificio y participa del sacerdocio de Cristo. Tiene que distinguirse por una vida santa,
separada del mundo.
Recién con el Vaticano II, la imagen de Iglesia como pueblo de Dios ubica a todos en
relación con Cristo y su misión. Al mismo tiempo, al hablar de los ministros ordenados, da
al episcopado la categoría de sacramento, resolviendo el antiguo dilema.
Los presbíteros son entendidos como colaboradores del Obispo y participan en el triple
ministerio de enseñar, regir y celebrar los sacramentos.
Se restaura también el orden de los diáconos como orden permanente.

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