Anda di halaman 1dari 50

TEJIDOS ONêRICOS

Movilidad, capitalismo y biopol’tica en Bogot‡


(1910-1930)
TEJIDOS ONêRICOS
Movilidad, capitalismo y biopol’tica en Bogot‡
(1910-1930)

Santiago Castro-G—mez
RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS CORRECCIîN DE ESTILO
© Pontificia Universidad Javeriana 6HUJLR3pUH]
© Santiago Castro-G—mez
DISE„O DE PçGINAS INTERIORES, ILUSTRACIîN
Primera edici—n: Bogot‡, D.C., julio de 2009 Y DIAGRAMACIîN
ISBN: 978-958-716-275-2 Carolina Maya G—mez
Nœmero de ejemplares: 500
Impreso y hecho en Colombia DISE„O Y MONTAJE DE CUBIERTA
Printed and made in Colombia $QD/XFtD&KDYHV%DUUHUD

(GLWRULDO3RQWLÀFLD8QLYHUVLGDG-DYHULDQD DIGITALIZACIîN DE IMçGENES


Transversal 4» Nœm. 42-00, primer piso Guillermo Santos Saenz
(GLÀFLR-RVp5DIDHO$UEROHGD6-
7HOpIRQRH[W IMPRESIîN
www.javeriana.edu.co/editorial Javegraf
Bogot‡, D. C.

Castro-G—mez, Santiago, 1958-


Tejidos on’ricos : movilidad, capitalismo y biopol’tica en Bogot‡ (1910-1930) / Santiago Castro-
G—mez. -- 1a ed. -- %RJRWi(GLWRULDO3RQWLÀFLD8QLYHUVLGDG-DYHULDQD 7H[WRVOHJDOHV 

274 p. : ilustraciones, fotos ; 24 cm.

,QFOX\HUHIHUHQFLDVELEOLRJUiÀFDV S 

ISBN: 978-958-716-275-2

1. &$3,7$/,602$63(&72662&,$/(6%2*27É &2/20%,$ 029,/,-


'$'62&,$/%2*27É &2/20%,$ %,232/Ì7,&$%2*27É &2/20%,$ 
62&,2/2*Ì$85%$1$%2*27É &2/20%,$ %2*27É &2-
/20%,$ +,6725,$,3RQWLÀFLD8QLYHUVLGDG-DYHULDQD

CDD 986.142 ed. 21

&DWDORJDFLyQHQODSXEOLFDFLyQ3RQWLÀFLD8QLYHUVLGDG-DYHULDQD%LEOLRWHFD$OIRQVR%RUUHUR&DEDO6-

ech. Julio14/2009

3URKLELGDODUHSURGXFFLyQWRWDORSDUFLDOGHHVWHPDWHULDOVLQDXWRUL]DFLyQSRUHVFULWRGHOD3RQWLÀFLD
Universidad Javeriana.
e7,&$<&,1e7,&$'(/+20285%$12
El bullicio, la alegr’a mec‡nica, la angustia voluptuosa y tr‡gica
de la ciudad moderna, da a la ingenua SantafŽ un aspecto de re-
novaci—n material, de progreso cosmopolita en algo semejante al
GHODVSREODFLRQHVTXHVHLPSURYLVDQHQORVEstados Unidos, tras-
ODGiQGRODVGHOSDSHODOWHUUHQRDIXHU]DGHSODQRV\GHFKHTXHV
0DQXHO/DYHUGH/LpYDQR

QVXDUWtFXOR´/DXUEHDGROHVFHQWHµGHHVFULWRFRQPRWLYRGHOFXPSOHDxRV
E nœmero trescientos ochenta y uno de la ciudad, el periodista 0DQXHO/DYHUGH
/LpYDQRFHOHEUDTXH\DSDUDHVDIHFKDBogot‡ hab’a empezado a perder su rostro
melanc—lico para transformarse en una vibrante urbe moderna, con Òavenidas asfal-
WDGDV\UXPRURVDVµHQGRQGHODOXQD´DGRUDGDDQWDxRSRUORVSHUH]RVRVPXLVFDVµ
GHEHOXFKDUWHQD]PHQWHFRQWUDORVERPELOORVHOpFWULFRVSDUDLPSRQHUVXluz (Cromos
DJRGH /DVFODYHVSDUDHVWHFDPELRVRUSUHQGHQWHKDQVLGRODplani-
ÀFDFLyQ\HOGLVHxR/DYHUGH/LpYDQRKDFHUHIHUHQFLDDOFDVRGHORVEstados Unidos,
donde las ciudades modernas son primero dise–adas en abstracto y luego Òtrasla-
GDGDVGHOSDSHODOWHUUHQRµSXHVHVWRJDUDQWL]DVXIXQFLRQDOLGDG\SRUHQFLPDGH
todo, su gobernabilidad.
3DUD/DYHUGH/LpYDQRFRPRSDUDPXFKRVRWURVPRGHUQL]DGRUHVGHODpSRFD
el advenimiento del homo urbano parec’a ya una realidad inevitable en Bogot‡. Una
ciudad donde la cinesis permanente comenzaba a establecerse como un modo de
vida, y esto no solo gracias al despliegue de los nuevos medios de transporte, sino al
GHVDUUROORGHXQD´DFWLWXGPRGHUQDµTXHVHUHVXPHHQODIyUPXODSURSXHVWDSRUORV
urbanistas de comienzos de siglo: Òconfort, KLJLHQH\JRFHGHYLYLUµ$ODFLQpWLFDGH
los medios de transporte correspond’a entonces un ethos, un modo de vida urbano,
una ontolog’a social que todos deb’an compartir. El XUEDQLVPRGHOTXHKDEOD/DYHUGH
/LpYDQRQREXVFDEDFRQVWUXLU´FRVDVµHQXQPHGLRDPELHQWH\DSUHHVWDEOHFLGRVLQR
construir el medio ambiente. Por eso Bogot‡ no era la simple ampliaci—n de 6DQWDIp
sino que deb’a ser otro Òmundo de YLGDµFRPSOHWDPHQWHGLIHUHQWH2SDUDGHFLUOR
con mayor precisi—n: Bogot‡ deb’a ser una pr—tesis de mundo de vida. El urbanismo no solo
EXVFDEDFRQVWUXLUHGLÀFLRV\DYHQLGDVVLQRFRQVWUXLUDOFLXGDGDQRSURGXFLUDOhomo ur-
bano en tanto que habitante de la ciudad moderna. El ideal urbanista era que Bogot‡
deb’a ser una esfera tecnol—gicamente producida en donde el ciudadano pudiera
VHQWLUVH´HQFDVDµDEULJDGRQRVyORGHODVWHQWDFLRQHVGHVXSDVDGRcolonial, sino de
ORVULHVJRVSHUPDQHQWHVTXHLPSOLFDEDODH[LVWHQFLDPRGHUQD
(VWHFDStWXORHVWDUiGHGLFDGRDH[SORUDUODQXHYDontolog’a urbana en Bogot‡,
mirando primero el modo en que algunas innovaciones tecnol—gicas como el tranv’a
HOpFWULFR\ODHOHFWULÀFDFLyQGHODVFDOOHVJHQHUDURQXQDFUHFLHQWHaceleraci—n de la
YLGDHQODFLXGDGOXHJRVHH[DPLQDUiQODVLPSOLFDFLRQHVELRSROtWLFDVGHOurbanismo

105
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

de los a–os veinte (el llamado Ò&LW\3ODQQLQJµ DWHQGLHQGRDODUHFUHDFLyQDUWLÀ-


FLDOGHDOJXQRVVHFWRUHVHVWUDWpJLFRVGHODFLXGDG)LQDOPHQWHVHPRVWUDUiFyPRODV
pol’ticas de movilidad generaron oposici—n en algunos sectores de la intelectuali-
dad, para quienes el nomadismo del capital era sin—nimo de caos y fractura de los
antiguos ideales sedentarios.

Entre Atenas y Nueva York


'HVGHÀQDOHVGHOVLJOR;,;ODYLVLyQGHODVHOLWHVPRGHUQL]DGRUDVHUDTXHODVFLXGDGHV
deb’an cambiar radicalmente su vieja estructura colonial. Una vida econ—mica ligada or-
g‡nicamente a las din‡micas agropecuarias no podr’a servir al prop—sito general de vincular
a Colombia en la FLQHVLVSHUPDQHQWHGHOPXQGRPRGHUQR/DDXVHQFLDFDVLWRWDOGHIiEULFDV
hac’a que los bienes de mercado fueran por lo general manufacturas regionales como
VRPEUHURVGHSDMDFHVWRVUXDQDVOLHQ]RVPRQWXUDVSyOYRUDFLJDUURVHWF/Dproduc-
FLyQVHGHVWLQDEDH[FOXVLYDPHQWHDOFRQVXPRGRPpVWLFR\HQFXDOTXLHUFDVRQRH[LVWtD
una econom’a interna centrada en el consumo de bienes suntuarios por parte las elites ur-
EDQDV/DVFRVWXPEUHV\KiELWRVPHQWDOHVVHKDOODEDQÀMDGRVDLGHQWLGDGHVVRFLDOHVSUR-
venientes de la colonia, en donde las personas se diferenciaban unas de otras no solo de
DFXHUGRDVXULTXH]DVLQRWDPELpQDOFDSLWDOVLPEyOLFRGHOD´EODQFXUDµ &DVWUR*yPH]
D /RVULWPRVGHvida eran vistos por los modernizadores liberales como Òdemasiado
OHQWRVµWLHPSRGHLUDPLVDWLHPSRGHVDOLUDPHUFDUWLHPSRGHKDFHUDOJ~Q´PDQGDGRµ
WLHPSRGHSUHSDUDUORVDOLPHQWRVWLHPSRGHFRPHU\GHGRUPLU/RVFRPHUFLDQWHVGHVSD-
chaban su negocio casi siempre en el mismo lugar de la YLYLHQGD\ORVPpGLFRVQRWDULRV
o magistrados viv’an en el centro de la ciudad, de modo que los desplazamientos no eran
muy largos. Por lo general, los mercados y las iglesias se ubicaban a pocas cuadras del lu-
gar de residencia, de modo que caminar era el medio de transporte m‡s utilizado, ya que
el WUDQVSRUWHS~EOLFRFXDQGRH[LVWtDVHOLPLWDEDDODVVLOODVGHPDQRRHOtranv’a de mulas.
Cada ciudad era vista como un universo clausurado que ten’a mucha m‡s relaci—n con
el campo alrededor de ella que con otras ciudades o regiones del pa’s, para no hablar de
VXPtQLPDUHODFLyQFRQHOPXQGR&LXGDGHVGpELOPHQWHYLQFXODGDVFRQODVGLQiPLFDV
imperantes en el FDSLWDOLVPRLQGXVWULDOSRUORTXHVXÀVRQRPtDGLVWDEDPXFKRGHDTXHO
mundo de la circulaci—n permanente deseado por las elites liberales del siglo XIX.
Estas elites so–aban, entonces, con la implementaci—n del capitalismo indus-
trial en Colombia, y desde este imaginario progresista describen a contraluz la ciudad
republicana, estableciendo gradaciones en una l’nea evolutiva que conducir’a de la
barbarie a la civilizaci—n.1 Es el caso de Miguel Samper, quien en su famoso ensayo
La miseria en Bogot‡ describe la proliferaci—n de mendigos en las calles, la ausencia
casi total de LQIUDHVWUXFWXUDODH[WUHPDSREUH]DTXHDIHFWDDWRGDVODVFODVHVVRFLDOHV

 7DPELpQORVYLDMHURVH[WUDQMHURVGHOVLJOR;,;TXHSDVDEDQSRU&RORPELDFRPSDUDEDQODvida en
Bogot‡ con lo que ocurr’a en las ciudades europeas. Esto puede rastrearse mejor en el libro Bogot‡ en
los viajeros extranjeros del siglo XIX (1990).

106
TEJIDOS ONêRICOS

ODGHFDGHQFLDPRUDOGHODVFRVWXPEUHV\HOSDUDVLWLVPRHQGpPLFRGHVXVKDELWDQWHV/D
miseria de Bogot‡, segœn Samper, no se debe a causas naturales, pues la naturaleza ha
EHQGHFLGRJHQHURVDPHQWHDHVWDUHJLyQGHORV$QGHVVLQRDO´DWUDVRµHFRQyPLFR\SR-
l’tico en el que vive Colombia.2$WDFDGRHOSUREOHPDHQVXVYHUGDGHUDVFDXVDVBogot‡
SRGUiDEULUVHGHÀQLWLYDPHQWHKDFLDXQSRUYHQLULQGXVWULDOTXHHVHOGHVWLQRGHWRGDV
las ciudades civilizadas:

6LDHVWDVFRQVLGHUDFLRQHVVHDJUHJDQRWUDVGHPiVH[WHQVR\SHUPDQHQWHRULJHQ
f‡cil ser‡ comprender que el porvenir de Bogot‡ ha de ser esencialmente fabril,
y que acaso no terminar‡ el presente siglo sin que una activa producci—n suceda
al actual marasmo. Un gran centro de poblaci—n que no sabe c—mo emplear sus
brazos, y una acumulaci—n de capitales relativamente considerables y sin colocaci—n
determinada, son elementos que naturalmente convidan a la industria fabril y que,
D\XGDGRVSRUHOQDWXUDOLQJHQLRTXHVHQRVUHFRQRFH\SRUODVYHQWDMDVFOLPDWpULFDV
DTXHDUULEDKHPRVDOXGLGRDGTXLULUtDQXQDSRGHURVDIHFXQGLGDG$JUpJDVHDHVWR
que las materias primeras est‡n a la mano por efecto de la diversidad de climas que
establecen la latitud y la elevaci—n de las monta–as y de la riqueza mineral del suelo,
especialmente el hierro y el carb—n de piedra, que son a la industria lo que la carne
\HOSDQDODDOLPHQWDFLyQ>«@&RQÀHUUREDUDWR\DOJXQRVKRPEUHVTXHWHQJDQORV
medios de montar talleres y f‡bricas y los conocimientos necesarios para dirigir a los
obreros, y aœn para ense–arlos en caso necesario, Bogot‡ ser’a dentro de pocos a–os
HOWHDWURGHXQDDFWLYLGDGIDEULOSRGHURVD 6DPSHU>@ 

Pero no fue, ciertamente, Bogot‡ sino Medell’n la primera ciudad colombiana


que, gracias al boom de la econom’a cafetera, se convertir’a en ese Òteatro de una acti-
YLGDGIDEULOSRGHURVDµLPDJLQDGRSRU6DPSHUHQ&RQWRGRSDUDORVIHVWHMRVGHO
Centenario en 1910, y con mayor fuerza durante los a–os subsiguientes, Bogot‡ ya
KDEtDHPSH]DGRDFDPELDUHVDÀVRQRPtDcolonial antes descrita. El modelo de ciudad
al que aspiraban las elites industriales ya no era $WHQDVFLXGDGHVWiWLFD\VHxRULDO
DVLHQWRGHÀOyVRIRV\SRHWDVFRPRKDEtDQTXHULGRODVHOLWHVOHWUDGDVGXUDQWHODVH-
gunda mitad del siglo XIX, sino 1XHYD<RUNOXJDUSRUH[FHOHQFLDGHODcirculaci—n y

2 De hecho, Miguel Samper opera con el imaginario colonial generado por los ilustrados neogranadi-
QRVGHOVLJOR;9,,,VHJ~QHOFXDOODUHJLyQGHORV$QGHVSRUFDXVDGHVXDOWXUD\geograf’a, es el lugar
m‡s propicio para el desarrollo de la civilizaci—n y la implementaci—n de un modo de vida occidental.
/DVFRQGLFLRQHVFOLPiWLFDVKDFHQGHOKRPEUHDQGLQR SDUWLFXODUPHQWHGHOKRPEUHblanco) el motor ideal
para la modernizaci—n en Colombia. Por el contrario, los habitantes de regiones costeras o de Òtierra
FDOLHQWHµQRSXHGHQVHUVXMHWRVVLQRREMHWRVGHODPRGHUQL]DFLyQ6DPSHUORH[SUHVDFRQFODULGDG´6LODV
WLHUUDVDOWDVGHOD$PpULFDLQWHUWURSLFDOWLHQHQTXHVHUODFXQD\HODVLHQWRGHODFLYLOL]DFLyQpVWDWURSLH]D
desde su infancia con obst‡culos iguales a los que ha dejado para lo œltimo la vieja civilizaci—n europea,
HPSHxDGDDSHQDVKDVWDKR\HQDEULUSDVRDODORFRPRWRUDDOWUDYpVGHORV$OSHV\ORV3LULQHRVGHVSXpV
de haber aglomerado en las llanuras inmensos materiales en ciencia, artes, capital y VHJXULGDG/RVKLMRV
GHORV$QGHVFRORPELDQRVGHELpUDPRVQDFHUWLWDQHVRFLYLOL]DGRVSDUDHPSH]DUSRUURPSHUVLQWDUGDQ]D
ORVQXGRV\OLJDGXUDVTXHQRVDWDQDQXHVWUDJUDQGLRVDFXQDµ >@ 

107
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

HOPRYLPLHQWR$FRQWLQXDFLyQTXLVLHUDFRPHQWDUEUHYHPHQWHGRVIHQyPHQRVTXH
coadyuvaron a generar este proceso de aceleraci—n de la vida en Bogot‡ durante las
GRVSULPHUDVGpFDGDVGHOVLJOR;;HOFDPELRGHODVFRQGLFLRQHVGHORFRPRFLyQ\OD
HOHFWULÀFDFLyQGHODVFDOOHV
Bogot‡ se vincul— muy pronto a la incipiente red de ferrocarriles que se empeza-
EDDFRQVWUXLUHQHOSDtVKDFLDFRPLHQ]RVGHOVLJOR;;/DVREUDVGHOIHUURFDUULOGHOVXU
la unieron con Soacha y las del ferrocarril del norte con Nemoc—n, lo cual gener— una
QXHYDSHUFHSFLyQGHOHQWRUQRXUEDQR/DVWUDGLFLRQDOHVIURQWHUDVGHODFLXGDGcolonial/
republicana quedaron relativizadas en la medida en que Nemoc—n y Soacha emergieron
FRPRQXHYRVSXQWRVGHHQWUDGDDODFLXGDG/DHVWDFLyQGHSDUWLGDGHOWUHQBogot‡,
se convierte ya en la estaci—n de entradaDWDOHVORFDOLGDGHV\YLFHYHUVD$OJRVLPLODU
ocurre cuando se implementa el servicio de tranv’a tirado por mulas en 1899 y luego
el WUDQYtDHOpFWULFRHQ6HURPSHGHHVWHPRGRHOespacio de la vieja ciudad colonial,
porque aparecen estaciones ubicadas fuera de ese per’metro tradicional: Chapinero
en el norte y la Estaci—n de la Sabana en el occidente, situaci—n que obligar’a luego a
ODFRQVWUXFFLyQGHODFDUUHUDVpSWLPD\GHODDYHQLGD-LPpQH]UHVSHFWLYDPHQWH

Iglesia de Lourdes (1919). Fuente: Cromos

108
TEJIDOS ONêRICOS

Como consecuencia de esta incipiente ruptura del espacio colonial/republicano, el


PRYLPLHQWRGHODFLXGDGVHLQFUHPHQWyHQYDULRVVHQWLGRV/DVHOLWHVHPSH]DURQDDEDQ-
donar el centro de la ciudad, que les vinculaba directamente con la memoria colonial,
para instalarse en el norte, en terrenos todav’a por urbanizar. Tal abandono represent—
un punto de quiebre cultural: los lugares donde se hab’a formado el habitus aristocr‡tico
TXHGDURQDWUiVGHELGRQRVRORDFDPELRVHFRQyPLFRV\GHPRJUiÀFRV ODpoblaci—n de la
FLXGDGVHGXSOLFyHQWUH\ VLQRWDPELpQDODHPHUJHQFLDGHQXHYRVVLVWHPDVGH
representaci—n. El ideal de un sector de la elite ya no era el arraigo a venerables tradi-
ciones coloniales Ðcon la inmovilidad que ello supon’aÐ sino la actividad empresarial
moderna y su movilizaci—n permanente. Se produce, entonces, una desterritorializa-
FLyQGHODVHOLWHVFRQUHVSHFWRDVXDQWLJXR´OXJDUµGHÀMDFLyQORFXDOQRVLJQLÀFDTXH
el juego de jerarqu’as y linajes no se hubiese resemantizado en los nuevos espacios.
De hecho, tal como veremos m‡s adelante, la migraci—n de las elites hacia el norte
traza una nueva frontera, ya no (solo) de sangre sino de riquezas: es la frontera que
separa a los ricos de los pobres, al presente del pasado y a la ciudad moderna de la
ciudad colonial.3
Desde este punto de vista, se produce un importante movimiento de poblaci—n hacia
el norte de la ciudad, pero al mismo tiempo un relativo desarraigo cultural de esa pobla-
ci—n con respecto a sus formas propiamente coloniales de habitar la ciudad. Esta nueva
ontolog’a se deja ver, por ejemplo, en el tipo de viviendas que se empezaron a construir
en Teusaquillo y Chapinero.4 Ya no se trataba de la casa colonial o republicana, sino de
construcciones que establec’an una clara diferenciaci—n espacial con el entorno. Casas de
HVWLORLQJOpVURGHDGDVGHMDUGLQHV\YHUMDVTXHODVVHSDUDEDQGHODcalle, en barrios con

 /DVDQWLJXDVIURQWHUDVFRORQLDOHVFHQWUDGDVHQOD´OLPSLH]DGHVDQJUHµQRGHVDSDUHFLHURQFRQ
el advenimiento del capitalismo industrial, entre otras cosas porque los agentes impulsores de este
proceso (empresarios, comerciantes, banqueros) continuaban ligados a la tenencia de tierras y a iden-
WLÀFDFLRQHVFXOWXUDOHVGHRUGHQcolonial, de modo que dif’cilmente podr’amos hablar de una burgue-
VtD´PRGHUQDµ²HQHOVHQWLGRHXURSHRGHOWpUPLQRVLQRPiVELHQGHXQDburgues’a moderno/colonial.
Entendiendo que los valores de la EXUJXHVtD ERJRWDQD HQ HVWD pSRFD VH DQFODEDQ HQ ODV KHUHQFLDV
FRORQLDOHV$GULiQ6HUQDKDEODGHXQD´EXUJXHVtDUHQWLVWDµTXHYHQtDSHUÀOiQGRVH\DGHVGHPHGLDGRV
GHOVLJOR;,;´$VtODVHOLWHVXUEDQDVGHODVHJXQGDPLWDGGHVLJORTXHGDURQFRQVWLWXLGDVSRUODVDOWDV
autoridades civiles, militares y eclesi‡sticas, por los antiguos hacendados, por los nuevos empresarios
DJUtFRODV\SRUORVFRPHUFLDQWHVULFRV(VWRVDJHQWHVVHIXHURQFRQÀJXUDQGRFRPRXQDburgues’a inci-
piente que tuvo como particularidad el hecho de que la producci—n y la reproducci—n de sus capitales
econ—micos, sociales y simb—licos procedieron, directa o indirectamente, de las formas coloniales de
H[SORWDFLyQGHODWLHUUD\GHODPDQRGHREUD\QRGHODindustrializaci—n, como sucedi— en otras latitu-
des (Serna 2006, 106).

 /DYDORUDFLyQGHChapinero como un lugar ideal para el cultivo de la moral y la salud corporal de


ODVpOLWHVHQFRQWUDVWHFRQODVXFLHGDG\ODLQPRUDOLGDGTXHVHYLYHHQRWURVVHFWRUHVGHODFLXGDGVH
GHMDYHUFRQFODULGDGHQHVWHH[WUDFWRGHXQHGLWRULDOGHCromos escrito en 1919: ÒIndudablemente que
las dos arterias que ligan el barrio de Chapinero con el coraz—n de Bogot‡: la carretera central y el fe-
UURFDUULOGHO1RUWHHQQDGDVHSDUHFHQ$OOtODVTXLQWDVOOHQDVGHÁRUHVDTXtODVEDUUDFDVUHSXJQDQWHV
y miasmas que neutralizan el perfume del tomillo, el aroma del poleo; all’ la pulcritud, que es como el
UHVSODQGRUGHODPRUDOLGDGDTXtHOGHVRUGHQµ PD\GH 

109
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

Quinta en Chapinero (1919). Fuente: Cromos

abundancia de parques y zonas de recreo, o bien poderosas villas como la del industrial
/HR.RSSSURSLHWDULRGHODFHUYHFHUtD%DYDULD/RTXHDTXtHVWDEDHQMXHJRHUDOD
HVFHQLÀFDFLyQGHXQHVWLORGHYLGDEXUJXpVHQHOTXHHOdinero Ðy ya no solo el linajeÐ
se constituye en el indicador que hace posible el Òpathos de la GLVWDQFLDµIUHQWHDOD
´SOHEHµ/DYLHMDVRFLHGDGGHFDVWDVVHDUWLFXODFRQODQXHYDVRFLHGDGGHFODVHV5
/DVQXHYDVFRQGLFLRQHVGHORFRPRFLyQDODVTXHKHPRVDOXGLGRHQHOFDStWX-
ORDQWHULRULQGLFDQWDPELpQHOFRPLHQ]RGHOÀQDOGHODhegemon’a de los letrados

 $OUHVSHFWRFRPHQWDGHQXHYR$GULiQ6HUQD´/DFLXGDGGHFLPRQyQLFDSRUHIHFWRGHORVYHVWLJLRV
coloniales, mantuvo la ubicaci—n de la residencia con relaci—n a la plaza principal como manifestaci—n
GHODSUHVWDQFLDVRFLDO>«@)UHQWHDHVWRODFLXGDGGHFODVHVHURVLRQyGHPDQHUDDFHOHUDGDHOvalor sim-
EyOLFRGHOFHQWURKLVWyULFRFRPRVLWLRGHKDELWDFLyQODDQWLJHGDGGHODUHVLGHQFLDHQODVSUR[LPLGDGHV
de la SOD]DRWURUDH[DOWDGDSRUODVHOLWHVGHODVRFLHGDGcolonial y la sociedad decimon—nica que la
revistieron como sustento de la perdurabilidad y de la estabilidad de la casta, dio paso a la movilidad
GHODUHVLGHQFLDKDFLDODVDIXHUDVGHODFLXGDGH[DOWDGDVSRUODVRFLHGDGGHFODVHVTXHODUHYLVWLHURQ
FRPRHOVXVWHQWRGHODLQQRYDFLyQLQKHUHQWHDORPRGHUQRµ  

110
TEJIDOS ONêRICOS

Quinta Escall—n (1917). Fuente: Cromos

en el espacio intelectual colombiano, con sus ritmos corporales ligados a la escritura,


ODOHFWXUD\ODPHGLWDFLyQ/DVLJXLHQWHDQpFGRWDTXL]iVQRVVLUYDFRPRVtPERORGH
HVWHÀQDO(OGtDGHQRYLHPEUHGHHOH[SUHVLGHQWHGH&RORPELDMarco Fidel
6XiUH]XQ´KXPDQLVWDµHQODWUDGLFLyQGHFLPRQyQLFDGH&DUR\Cuervo, caminaba
en medio de la calle 12, abstra’do quiz‡s en la preparaci—n de sus Sue–os de Luciano
Pulgar, cuando un pesado FDPLyQOHDWURSHOOyGHIRUPDDSDUDWRVD +HQGHUVRQ
140). El accidente no trajo al parecer mayores consecuencias para Su‡rez, pero s’ era
un claro indicador de que el HVSDFLRWLHPSRGHORVJUDPiWLFRVDTXHOOD5HS~EOLFD
de las letras preindustrial y aldeana, en la que las personas nac’an y mor’an con las
PLVPDVFRGLÀFDFLRQHVWHUULWRULDOHVVHHQFRQWUDEDKHULGDGHPXHUWH(QVXOXJDUHVWDED
emergiendo un nuevo mundo, tecnol—gicamente producido, en el que las relaciones
sociales estaban siendo mediadas por el dinero y por la velocidad de su circulaci—n. Un
PXQGRTXHSDUDODpSRFDGH6XiUH]HUDPiVGHVHDGRHLPDJLQDGRTXHUHDOL]DGR
/DHOHFWULÀFDFLyQGHODVFDOOHVHVHOVHJXQGRIHQyPHQRDOTXHTXLHURDOXGLUSDUD
entender la aceleraci—n de la vida en %RJRWiGXUDQWHODVSULPHUDVGpFDGDVGHOVLJOR;;
'XUDQWHWRGDODpSRFDGHODFRORQLD\KDVWDPHGLDGRVGHOVLJOR;,;ODLOXPLQDFLyQGH
casas y calles se hac’a utilizando antorchas o velas de cebo animal. Es decir que la ilumi-
naci—n pœblica se hallaba completamente atada a los ritmos naturales y a combustibles
SURGXFLGRVQDWXUDOPHQWH PDGHUD\FHER /DVYHODVVHHQFHQGtDQFXDQGRODluz del sol o
GHODOXQDUHVXOWDEDLQVXÀFLHQWH<D~QDVtVHHQFHQGtDQVRORKDVWDODVRFKRRQXHYHGHOD

111
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

noche, momento en que la calle quedaba por completo a oscuras y la movilidad se reduc’a
SUiFWLFDPHQWHDFHUR/DVLWXDFLyQYDULyPX\SRFRDSHVDUGHORVHVIXHU]RVGHOPXQLFL-
pio por importar desde Europa cien faroles de reverbero, contratar el primer alumbrado
GHJDVHQ\FRPLVLRQDUDXQDÀUPDQRUWHDPHULFDQDSDUDLQVWDODUHOalumbrado de
SHWUyOHRHQ3HURPLHQWUDVTXH/RQGUHVWHQtDalumbrado pœblico desde 1804 y Par’s
ya era conocida mundialmente como la Òciudad OX]µBogot‡ continuaba sumida en las
tinieblas a partir de las seis de la tarde. Para las elites criollas, esta situaci—n era vista como
VLQyQLPRGHDWUDVR\EDUEDULHPLHQWUDVTXHSDUDORVYLDMHURVH[WUDQMHURVHUDPRWLYRGH
curiosidad. Un visitante espa–ol que pasaba por Bogot‡ comentaba con iron’a que Òen
esta $WHQDVGH6XUDPpULFDVyORVHHQFLHQGHQIDUROHVS~EOLFRVHQPHPRULD\UHYHUHQFLD
GHORVVDELRVGH*UHFLDµ6 Por su parte, un comentario de prensa de 1882 establec’a:

3RUODVQRFKHVODFDSLWDOGHOD5HS~EOLFDGH&RORPELDSUHVHQWDXQDVSHFWRWDQ
EiUEDUR\WDQPLVHUDEOHFRPRHOGHFXDOTXLHUYLOORUULRGHO$VLDRGHOÉIULFD1L
aœn en las calles centrales, donde se hallan los principales colegios, el Palacio
$U]RELVSDOODVRÀFLQDVS~EOLFDV\ODVUHVLGHQFLDVGHORVYHFLQRVPiVIDVWXR-
sos, se ve una luz protectora del tr‡nsito y centinela de los domicilios. Es una
ciudad oscura, medrosa, por donde no se puede andar sin peligro grave de
romperse una pierna o de ser asaltado por un malhechor (Ib’d.)

/DYHUJHQ]DGHSDUHFHUVHD´FXDOTXLHUYLOORUULRGH$VLD\ÉIULFDµIXHFLHUWDPHQWH
XQRGHORVPRWLYRVTXHOOHYyDODVHOLWHVDEXVFDUHQHOH[WHULRUODWHFQRORJtDQHFHVDULDSDUD
instalar un sistema de alumbrado pœblico digno de la civilizaci—n a la que quer’an per-
tenecer.73HURHOIUDFDVRGHHVWDHPSUHVDQRVHGHELyVRORDGLÀFXOWDGHVGHRUGHQWpFQL-
FRRDODFDUHQFLDGHSHUVRQDOHVSHFLDOL]DGRHQODPDWHULDVLQRWDPELpQDODIDOWDGHDSR\R
SRSXODU/DJHQWHQRVHVHQWtDFyPRGDFRQODLGHDGHVXVWLWXLUODLOXPLQDFLyQQDWXUDOSRU
XQDDUWLÀFLDO\GHVDOLUDODcalle por la noche, en lugar de permanecer refugiados en sus
casas. Tan solo un peque–o nœmero de comerciantes ve’an el alumbrado pœblico como
una necesidad y no como un lujo, hasta el punto de pagar de su propio bolsillo la ins-
WDODFLyQGHORVIDUROHVFRQHOÀQGHEULQGDUVHJXULGDGDVXVQHJRFLRV/RVDUWHVDQRV
por su parte, sintieron que con la llegada del alumbrado se increment— la presencia
de polic’a en las calles y se implementaron nuevos modelos de patrullaje nocturno diri-

 &LWDGRHQ´+LVWRULDGHOalumbrado pœblico en %RJRWiµHQZZZXHVSJRYFRGRFXPHQWRV

 /RVLQWHOHFWXDOHVFUtWLFRVGHODmodernizaci—n (de los que nos ocuparemos m‡s adelante) di-


r‡n, sin embargo, que con el DOXPEUDGRS~EOLFRVHSHUGLyOD´PDJLDµQRFWXUQDGHODFLXGDG6REUHODV
FDOOHVQRHOHFWULÀFDGDVGHODYLHMD6DQWDIpHVFULEHFRQQRVWDOJLDHO'U0LUDEHO´$TXHOBogot‡ de los
IDUROHV«FyPRQRPX\VLPSiWLFR'HORVIDUROHVDSHWUyOHR\GHORVVHUHQRVFRQSLWRPRQWHUDUHMR\
bayet—n; miedosos los pobres serenos, como que no hab’an desaparecido completamente los espantos
WUDGLFLRQDOHV\FRPRTXHVROtDQHVFXUULUVHORVODGURQHVHPER]DGRVDIDYRUGHODVRPEUD(UDWDPELpQ
ODpSRFDGHODVVHUHQDWDVDOÀORGHPHGLDQRFKH(QWUHODKRQGDQHJUXUDGHODcalle, unas linternas de
DPRUWLJXDGDOXFHFLOODXQFKLVEHRGHSUHSDUDWLYRVXQDVHFUHWDYR]GH\D\XQVXDYHSUHOXGLR>«@%DMR
HVDWLQLHEODPLVWHULRVDODP~VLFDWHQtDJUDQVXWLOLGDGµ Cromos 299, mar. 25 de 1922, 170).

112
TEJIDOS ONêRICOS

Farol en la Calle Real (1890). Fuente: Cromos

gidos hacia la poblaci—n trabajadora, considerada sospechosa de actividades criminales


RVXEYHUVLYDV/RVIDUROHVGHluz se convirtieron as’ en un s’mbolo de autoridad estatal;
en una especie de ojo que, an‡logamente al pan—ptico de Foucault, sirve para Òvigilar y
FDVWLJDUµ1RGHEHH[WUDxDUQRVHQWRQFHVTXHHODWDTXHFRQWUDORVIDUROHVS~EOLFRVVHYRO-
YLHUDWDPELpQXQVtPERORGHODUHEHOLyQFRQWUDHO(VWDGRWDOFRPRRFXUULyHQHOOODPDGR
´ERJRWD]RGHµFXDQGRXQOHYDQWDPLHQWRSRSXODURULHQWDGRSRUHOPRYLPLHQWR
GHORVDUWHVDQRVSURYRFyODGHVWUXFFLyQGHGHORVIDUROHVH[LVWHQWHVHQODFLXGDG
provocando adem‡s 45 muertos, 500 detenidos y un nœmero grande de heridos.8
1RIXHVLQRKDVWDÀQDOHVGHOVLJOR;,;\FRPLHQ]RVGHO;;FXDQGRVHSURGXFHXQ
cambio cualitativo en el proceso de alumbrado pœblico. Esto se debi— a que los procesos
industriales de producci—n, aunque incipientes todav’a, gozaban ya de cierta presencia

 (OKLVWRULDGRU'DYLG6RZHOOH[SOLFDTXHODFDXVDGHHVWHOHYDQWDPLHQWRIXHGREOHGHXQODGRVH
WUDWyGHXQDSURWHVWDFRQWUDXQDVHULHGHDUWtFXORVGHSUHQVDSXEOLFDGRVSRU-RVp,JQDFLR*XWLpUUH]
Isaza, en los que denigraba a los artesanos por considerarlos inmorales y alcoh—licos. De otro lado Ð y
HVWHHVHOSXQWRTXHQRVLQWHUHVD²6RZHOODÀUPDTXHHOOHYDQWDPLHQWRIXHXQDSURWHVWDGLULJLGDFRQWUD
ODUHRUJDQL]DFLyQTXHHQHVHPRPHQWRH[SHULPHQWDEDHOcuerpo de polic’a de la ciudad. El municipio
TXLVR´SURIHVLRQDOL]DUµODIXHU]DGHSROLFtDFRQWUDWDQGRDXQIUDQFpVHQFDUJDGRGHHQWUHQDUDORVDJHQWHV
HQPpWRGRVPiVHÀFDFHVGHFRQWUROVREUHODVFDOOHV/RVRÀFLDOHVGHSROLFtDVHSUHVHQWDQDKRUDXQLIRUPD-
dos y armados, dispuestos a ejercer la violencia, y son contratados por fuera de la ciudad, buscando
HYLWDUTXHH[LVWLHUDQOD]RVVRFLDOHVHQWUHHOORV\ODpoblaci—n civil (2006, 186-187).

113
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

en la ciudad con f‡bricas como Cervecer’a %DYDULD&KRFRODWHV&KDYHV)HUUHUtD/D


Pradera, &HPHQWR6DPSHU\9LGULRV)HQLFLD1RVHWUDWDEDWDQWRGHLOXPLQDUODV
calles para que quedaran m‡s bonitas, cuando de llevar el servicio de electricidad
a estas empresas para que pudieran funcionar con mayor rapidez y durante las 24
horas del d’a. Fueron precisamente algunos de los criollos m‡s cercanos al ideal
civilizatorio de la industrializaci—n, como el futuro presidente de Colombia Pedro
1HO 2VSLQD ORV KHUPDQRV 6DPSHU %UXVK ²KLMRV GH Miguel SamperÐ y el propio
Salvador &DPDFKR5ROGiQTXLHQHVLPSXOVDURQODVSULPHUDVLQLFLDWLYDVGHHOHFWUL-
ÀFDUHODOXPEUDGRS~EOLFR(OGHGLFLHPEUHGHDSHQDVRFKRDxRVGHVSXpVGH
haberse inaugurado este servicio en 1XHYD<RUNORVERJRWDQRVWXYLHURQXQDH[SH-
ULHQFLDIDQWDVPDJyULFDVLPLODUWDOYH]DODYLYLGDSRU$XUHOLDQR%XHQGtDODWDUGHHQ
que conoci— el hielo: por primera vez pudieron apreciar la OX]HOpFWULFDHPDQDQGR
de cuatro focos instalados en la Plaza de Bol’var. Pero la ciudad tendr’a que esperar
KDVWDDxRGHODÀHVWDGHOFHQWHQDULRSDUDYHUVXVSULQFLSDOHVFDOOHVLOXPLQDGDV
En aquel a–o, los generadores instalados por la empresa Samper Brush en su planta
del VDOWRGHO7HTXHQGDPDFRQVHJXtDQVXUWLUDPiVGHFLHQPRWRUHVHOpFWULFRVLQGXV-
triales y cerca de 23.000 bombillas en la ciudad.9

Urbanismo y biopol’tica
+HPRVYLVWRFyPRHOLPSHUDWLYRJOREDOGHODmovilidad arrastr— consigo toda una serie
GHLGHQWLÀFDFLRQHVXUEDQDVSRUSDUWHGHODVHOLWHVLQGXVWULDOHVHQ&RORPELDTXHEXVFDEDQ
URPSHUGHÀQLWLYDPHQWHFRQHOSDVDGRFRORQLDO'XUDQWHODVSULPHUDVGpFDGDVGHOVLJOR;;
estas elites proponen la construcci—n de un nuevo universo urbano para Bogot‡, muy di-
ferente de aquel que caracterizaba a la ciudad colonial y decimon—nica. El mejoramiento
de las v’as de transporte, la HOHFWULÀFDFLyQGHODVFDOOHV\ODFUHDFLyQGHXQDinfraestructura
orientada hacia el consumo deb’a favorecer el car‡cter productivo de la ciudad y la emer-
JHQFLDGHQXHYRVUROHVRFXSDFLRQDOHV9LPRVTXH\DQRHUD$WHQDVVLQRNueva York el
modelo de ciudad al que se aspiraba, pues la organizaci—n misma del espacio urbano
deb’a castigar el estatismo y favorecer la movilidad permanente. Pero la ruptura del
mundo FRORQLDOXUEDQRJHQHUyWDPELpQFRQVHFXHQFLDVLQGHVHDGDV/Dmovilidad
que se promueve no deb’a ser s—lo para la incipiente burgues’a industrial sino tam-
ELpQSDUDODQDFLHQWHFODVHREUHUD$PERVVHFWRUHVHFKDEDQVXVUDtFHVHQODVDQWLJXDV
HVWUXFWXUDVVRFLRHFRQyPLFDVGHODFRORQLD\OD5HS~EOLFDSHURDKRUDVHDUWLFXODQD
XQDQDFLHQWHIRUPDFLyQFDSLWDOLVWDLQGXVWULDOGHFDUiFWHUXUEDQR/DHPHUJHQFLDGHOD
FODVHREUHUDSODQWHDEDHQWRQFHVXQDVHULHGHSUHJXQWDVSDUDODVHOLWHV¢TXpKDFHUFRQ
la creciente visibilidad y movilidad de estos sectores populares, vistos como inferiores
WDQWRVRFLDOFRPRUDFLDOPHQWH"¢(QTXpSXQWRGHOXQLYHUVRXUEDQRWHQtDQTXHXEL-

 9pDVHHOGRFXPHQWR´+LVWRULDGHOalumbrado pœblico en %RJRWiµHQZZZXHVSJRYFRGRFXPHQWRV


No pod’a imaginar don 0LJXHO6DPSHUFXiOHVVHUtDQODV´FRQVHFXHQFLDVSHUYHUVDVµGHODcivilizaci—n y el
progreso: sus propios hijos ser’an responsables del inicio de la contaminaci—n del r’o Bogot‡.

114
TEJIDOS ONêRICOS

FDUVH"¢&XiOGHEtDVHUVXSDUWLFLSDFLyQHQODQXHYDinfraestructura de bienes y servicios?


¢&yPRJHQHUDUGLVSRVLWLYRV FDSDFHV GH PRYLOL]DU VXV FXHUSRV \ VXV PHQWHV"< HQ
FDVRGHIUDFDVDUHVWRVGLVSRVLWLYRV¢FyPRFUHDUPHFDQLVPRVGHseguridad capaces
de contener los vicios, enfermedades y desviaciones que trae consigo esta poblaci—n
LQGLVFLSOLQDGD"(QRWUDVSDODEUDVGXUDQWHODVGRVSULPHUDVGpFDGDVGHOVLJOR;;DSDUHFH
en Bogot‡ la pregunta de c—mo gobernar a la SREODFLyQDWUDYpVGHFULWHULRVFLHQWtÀFR
WpFQLFRVTXHFRQÁX\HQHQXQSUR\HFWRHVSHFtÀFRHOurbanismo.
/DLGHDGHUDFLRQDOL]DUHOespacio urbano proven’a, sin embargo, de la gubernamen-
WDOLGDGUHSXEOLFDQD<DGHVGHÀQDOHVGHOVLJOR;,;VHKDEtDFUHDGRHQ%RJRWila Sociedad
GH0HMRUDV\2UQDWRTXHFRPRVXQRPEUHORLQGLFDSRQtDHOpQIDVLVHQHOembelleci-
miento de la ciudad, pues para las elites republicanas era importante generar encla-
ves civilizatorios en medio de zonas populares, capaces de difuminar valores como
el buen gusto, la decencia y el patriotismo. Fue as’ como se construyeron las plazas
GHODV$JXDVODV1LHYHV\6DQ9LFWRULQRGRPLQDGDVSRUHVWDWXDVGHORVKpURHVGH
OD5HS~EOLFD&RQHOORVHEXVFDEDUHGHÀQLUHOespacio urbano, desalojando de ciertos
OXJDUHVODVSUDFWLFDVDQWLKLJLpQLFDVRUJDQL]DUODOLPSLH]DGHODVFDOOHVHLQFXOFDUHQOD
SREODFLyQXQDPRUDOSDWULyWLFDDWUDYpVGHORVPRQXPHQWRV 6HUQD.LQJPDQ
 /DVLPERORJtDGHOKpURHEXVFDEDJHQHUDUHQODpoblaci—n una LGHQWLÀFDFLyQ
QDFLRQDO QRVRORORFDORUHJLRQDO \IRPHQWDUHQHOODHOVHQWLPLHQWRGHOR´S~EOLFRµ
,JXDORFXUUHFRQODFRQVWUXFFLyQGHJUDQGHVSDUTXHVHQ]RQDVSHULIpULFDV FRPRHOpar-
que del Centenario, en el sector de San Diego), en donde la gente pod’a salir a caminar
los domingos con su familia en un ambiente campestre, en lugar de acudir a chicher’as
o desplazarse solamente hacia las numerosas iglesias del centro hist—rico. De lo que
VHWUDWDEDHUDTXHODJHQWHURPSLHUDFRQVXVYLHMRVKiELWRVFRORQLDOHV\VHLGHQWLÀFDUD
FRQHOLGHDOPRGHUQREXUJXpVGHORS~EOLFR3HURFRPRELHQKDPRVWUDGR*HUPiQ
Mej’a Òel uso real de los parques y paseos qued— restringido a los sectores capitalinos
TXHORVFRQVWUX\HURQµ  PLHQWUDVTXHORVVHFWRUHVSRSXODUHVFRQWLQXDURQ
UHXQLpQGRVHHQORVOXJDUHVTXHellosLGHQWLÀFDEDQFRPRS~EOLFRVYLQFXODGRVDVX
memoria hist—rica.10¢&yPRGHVDUUDLJDUHQWRQFHVHVWDPHPRULDFRORQLDO"¢&yPRHP-
pezar a crear una nueva LGHQWLÀFDFLyQKLVWyULFD"3DUDORJUDUORVHKDFtDQHFHVDULDXQD
racionalizaci—n del HVSDFLRPXFKRPiVHÀFD]TXHHOVLPSOHPRQXPHQWDOLVPRGHOVL-
JOR;,;XQDTXHXWLOL]DUDFULWHULRVFLHQWtÀFRVEDVDGRVHQORVQXHYRVGHVFXEULPLHQWRV
de la medicina social, la arquitectura, la biolog’a y la estad’stica.

10 El poeta centenarista Eduardo Castillo se–alaba todav’a en 1920 que el Parque de la Independen-
cia, a pesar de ser el m‡s hermoso de la capital, es el menos frecuentado. ÒNuestro pueblo, por regla
JHQHUDODPDSRFRODQDWXUDOH]D'HVSXpVGHXQGtDGHDMHWUHRXUEDQRGHWUDEDMRHQRÀFLQDV\WDOOHUHV
en que se respira un ambiente malsano, los bogotanos llenan los bares y las cantinas o se apostan en
las esquinas en vez de ir a buscar reposo y solaz en los parques, donde los ‡rboles riegan su sombra
SURSLFLD\ODVÁRUHVHPEDOVDPDQHODLUHFRQVXVDURPDVVDOXGDEOHV&DVLQXQFDYHUpLVHQHOERVTXHDXQ
trabajador, a un obrero /RV ~QLFRV TXH OR IUHFXHQWDQ \ OR DPDQ VRQ ORV DPDQWHV ORV VRxDGRUHV \ ORV
artistas, quienes van a esconder all’, entre las frondas espesas, sus meditaciones o su dicha dulcemente
HJRtVWDµ Cromos 233, oct. 30 de 1920). El resaltado es m’o.

115
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

(QIHEUHURGHHOLQGXVWULDODQWLRTXHxR5LFDUGR2ODQRSXEOLFDHQ%RJRWi
un art’culo titulado Ò&LW\3ODQQLQJµHQHOTXHGLVFXWHODVLGHDVFLHQWtÀFDVVREUHHO
urbanismo (CromosIHEGH 2ODQRHVWDEDOLJDGRDOD6RFLHGDGGH
Mejoras Pœblicas de Medell’n, primera ciudad del pa’s que incorpora este debate,
ampliamente conocido en Estados Unidos y Canad‡ desde comienzos de siglo (Cfr.
%RWHUR+HUUHUD*RQ]iOH](VFREDU (ODUWtFXORHPSLH]DFRQXQOODPDGR
de atenci—n sobre la proverbial actitud de los colombianos frente al futuro: Òante
el prodigioso adelanto actual del mundo nosotros permanecemos aletargados en
LQDFFLyQPXVXOPDQDDJXDUGDQGRTXHHOPDQiQRVFDLJDGHOFLHORµPLHQWUDVTXH
en otros pa’ses el futuro es un asunto de SODQLÀFDFLyQ11 No hay que esperar pasiva-
PHQWHDYHUTXpQRVWUDHHOIXWXURSXHVHOIXWXURQRHVFRVDGHOD]DUVLQRGHOdise–o. Si
no se quiere que las ciudades colombianas crezcan de forma desordenada, Òsiguien-
GR ODV QHFHVLGDGHV ORFDOHV GHO PRPHQWRµ HV QHFHVDULR SODQLÀFDU FLHQWtÀFDPHQWH VX
FUHFLPLHQWR2ODQRSURSRQHLPSOHPHQWDUXQSODQGHGHVDUUROORXUEDQRTXHFRQVWD
de cuatro elementos: a) sanidad, que incluye el dise–o de redes de alcantarillado,
GUHQDMHVPDWDGHURVS~EOLFRVDVHRGHODVFDOOHV\´FDVDVKLJLpQLFDVSDUDORVREUHURVµ
b) transportes, que comprende el trazado de v’as pœblicas, construcci—n de muelles
y bodegas, as’ como la implementaci—n de un sistema de transporte masivo como
el WUDQYtDHOpFWULFRF organizaci—n urbana, que conlleva la construcci—n de plazas,
SDUTXHVHGLÀFLRVS~EOLFRVERVTXHVHOHFWULÀFDFLyQGHFDOOHV\HVFXHODVHWF\À-
nalmente d) legislaci—n, que abarca el desarrollo de proyectos de ley que puedan ser
GLVFXWLGRV\DSUREDGRVSRUODVLQVWDQFLDVS~EOLFDVFRPSHWHQWHV2ODQRFRQItDHQ
que el Ò&LW\3ODQQLQJµSXHGDVHUXQDOH\REOLJDWRULDGHOD5HS~EOLFDSDUDWRGDVODV
FLXGDGHVGHOSDtV\DTXHVLQHO´OHYDQWDPLHQWRGHVXSODQRIXWXURµQLQJXQDSRGUi
brindar a sus habitantes Òsalud, FRQIRUW\DOHJUtDµ12

11 En un art’culo similar, publicado en la ciudad de 0HGHOOtQ2ODQR\DQRKDEODGH´LQDFFLyQPXVXOPD-


QDµVLQRGH´TXLHWXGFRORQLDOµSDUDUHIHULUVHDODIDOWDGHFLQpWLFDHQODVFLXGDGHVFRORPELDQDV´3DUHFHD
primera vista que el hecho de hacer el plano futuro de una Ciudad, con se–alamiento de anchas avenidas,
plazas, parques, etc., implica un gasto de tanta consideraci—n que resultar’a imposible para los recursos
municipales de cualquier ciudad de Colombia. No es as’. El plano es s—lo previsi—n, es un molde al cual
VHKDGHDMXVWDUHOPRYLPLHQWRXUEDQRVLOOHJDUHHOFDVR>«@3DUDOHYDQWDUHOHVStULWXS~EOLFRHQQXHVWUDV
ciudades aletargadas en una TXLHWXGcolonial es preciso infundir sangre nueva en los organismos munici-
pales. Para predicar este culto nuevo de amor a la ciudad se necesita un ap—stol. Mejor, se necesitan doce
ap—stoles en cada SREODFLyQGH&RORPELDµ Colombia Revista Semanal 39, feb. 21 de 1917, 378).

12 /RVDUTXLWHFWRVVHVXPDURQOXHJRDHVWHPRYLPLHQWRGHSODQLÀFDFLyQXUEDQtVWLFD'LH]DxRVGHVSXpV
GHODUWtFXORGH2ODQR*XLOOHUPR+HUUHUD&DUUL]RVDHVFULEtDORVLJXLHQWH´1XHVWUDVFLXGDGHVFDVL
todas de origen espa–ol, esto es, medieval, est‡n trazadas de acuerdo con las necesidades econ—-
PLFDVVRFLDOHV\SROtWLFDVGHXQDpSRFD\DSDVDGD\TXHQXQFDKDEUiGHYROYHU¢3RUTXp\SDUDTXpODV
FDOOHVDQJRVWDV\ODVFDVDVDSLxDGDVVLQRYLYLPRVQLHQIRUWDOH]DVQLHQFRQYHQWRV"/Dvida econ—mica entre
nosotros va adquiriendo nueva fuerza: necesitamos de veh’culos de todas clases en nuestras ciudades, y es
preciso que ellas ofrezcan un buen sistema de FLUFXODFLyQ/DYLGDVRFLDOWDPELpQFDPELDHQWUHQRVR-
tros, y lo mismo la vida de la familia: necesitamos, pues, parques, jardines y casas amplias, llenas de
aire y de luz y de alegr’a. Necesitamos espacio para desentumecer el cuerpo y el esp’ritu. Necesitamos

116
Ricardo Olano (1917). Fuente: Cromos
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

3ODQLÀFDUHOIXWXURVLQGHMDUOHQDGDDOD]DU era, entonces, el ideal promovido por


HO´&LW\SODQQLQJµ13(O´OHYDQWDPLHQWRGHOSODQRIXWXURµGHEtDREHGHFHUDFULWHULRV
HVWULFWDPHQWHFLHQWtÀFRV\\DQRVyORDFRQVLGHUDFLRQHVGHRUGHQPRUDORHVWpWLFR
como era el caso de los proyectos basados en el ornato. El urbanismo del que habla
2ODQRVHSURSRQHFRQRFHUODVOH\HVTXHULJHQHOGHVHQYROYLPLHQWRGHODVFLXGDGHV
de la misma forma que la medicina ha develado las leyes que gobiernan el desenvol-
vimiento del cuerpo, porque una ciudad, al igual que un cuerpo, no es otra cosa que
XQRUJDQLVPRYLYRTXHSXHGH\GHEHVHUREMHWRGHDQiOLVLVFLHQWtÀFR(VWDLGHDHV
PDQLIHVWDGDSRU2ODQRHQRWURDUWtFXORSXEOLFDGRWDPELpQHQHODxRGH

(OFRQFHSWRGHFLXGDGKDFDPELDGRHQORV~OWLPRVDxRV/DFLXGDGPRGHUQDQR
es la agrupaci—n desordenada de casas. Es un organismo que obedece a leyes
vitales, como el FXHUSRKXPDQR¢6HSXHGHFRQFHELUXQDFLXGDGVLQDJXDVLQ
alcantarillado, sin OX] VLQ SDUTXHV VLQ PHGLRV GH ORFRPRFLyQ VLQ WHOpIRQRV"
Ser’a como un hombre sin sangre, sin pies, sin voz, sin ojos. Y un individuo as’
QRSXHGHH[LVWLU>«@6LXQDSHUVRQDQHFHVLWDLUGHXQOXJDUDRWURQROOHJDQXQFD
al punto determinado si no se pone en camino, y llegar‡ con mayor rapidez si
escoge la v’a m‡s corta. Esta sentencia, que parece una tonter’a por lo sencilla,
nos sirve para decir que una ciudad que no se planea no puede progresar. To
WKLQNEHIRUHGRLQJ²SHQVDUDQWHVTXHREUDU²HVXQOHPDLQJOpVGHJUDQVDELGXUtD
(Cromos 59, mar. 24 de 1917, 150).14

/D FRQÀUPDFLyQ GH HVWH dictum ÐÒuna ciudad que no se planea no puede
SURJUHVDUµ²VHSURGXFHDODxRVLJXLHQWHHQPDU]RGHFXDQGRFRQPRWLYR
GH OD LQDXJXUDFLyQ GHO HGLÀFLR +HUQiQGH] HQ %RJRWi OD revista Cromos publica
XQDUWtFXORWLWXODGR´/DFLXGDGIXWXUDµ(OHGLÀFLR+HUQiQGH]IXHFRQVWUXLGRHQ
medio del centro hist—rico, en la tradicional FDOOHGH)ORULiQFRQHOREMHWLYRH[SUHVR
de transformar el rostro del sector colonial de la ciudad. El articulista dice que la
construcci—n ha sido hecha Òconforme a la nueva ciencia del &LW\3ODQQLQJµFX\RÀQ
œltimo es corregir, hasta donde sea posible, el anticuado planeamiento de la ciudad,
realizado Òsin previsi—n ninguna por un abogado conquistador, hace la bober’a de

ELEOLRWHFDVHVFXHODVEDxRVFDPSRVDWOpWLFRVPRQXPHQWRVIXHQWHV>«@6LPHGLWiLVXQPRPHQWR\
VLQRRVGHMiLVOOHYDUGHSXHULOHVUHFHORVRHQWXVLDVPRVYHUpLVTXHSRUFXDOTXLHUODGRTXHVHH[DPLQHHO
SUREOHPDDUTXLWHFWyQLFRQDFLRQDOHOSDQRUDPDQRQRVHVJUDWRµ Universidad 45, sep. 3 de 1927, 256).

13 Curiosamente, este sigue siendo el sloganGHORVSODQLÀFDGRUHVGH%RJRWiHQHODFWXDOUpJLPHQ


SRVIRUGLVWDGHDFXPXODFLyQ9pDVHHOLQIRUPHGH'HVDUUROOR+XPDQRSURPRYLGRSRUODV1DFLR-
nes Unidas bajo el t’tulo Ò%RJRWiXQDDSXHVWDSRU&RORPELDµ

14 'HKHFKRHQHODxRGHOD$VDPEOHDGH&XQGLQDPDUFDFRQDSUREDFLyQGHO&RQVHMRGHBogot‡,
levant— un plano titulado Ò%RJRWi)XWXURµHQHOTXHUHDOL]DXQDSUR\HFFLyQGHORTXHVHUiHOGHVDUUROOR
urbano hasta el a–o de 1950, y en el que se muestra c—mo la ciudad se mover‡ indefectiblemente hacia
HOQRUWH\DTXHOD]RQDFRQVWUXLGDOOHJDUiKDVWDODORFDOLGDGGH8VDTXpQ

118
TEJIDOS ONêRICOS

FXDWUR VLJORV \ HGLÀFDGR SRU IUDLOHV QRVWiOJLFRV RLGRUHV YLQDJULHQWRV \ VyUGLGRV


HQFRPHQGHURVµ Cromos PDUGH (OHGLÀFLRHVSRUWDQWRXQ
ejemplo del modo en que todas las ciudades del pa’s debieran trabajar en el Òle-
YDQWDPLHQWRGHVXSODQRIXWXURµ

(OHGLÀFLR+HUQiQGH]²REUDGHDUPRQLRVR\DXVWHURGLEXMR²FRQVXOWDLQGXGDEOHPHQWH
ese plano de la ciudad moderna que mira al desarrollo urbano del porvenir, conforme
a la nueva FLHQFLDGHOFLW\SODQQLQJLGHDOGHOFLXGDGDQRGHKR\/RVORFDOHVSDUD
RÀFLQDVVRQDLUHDGRV\OOHQRVGHOX]$LUH\luz, o’dlo bien: aire y luz que hacen
al hombre sereno y fuerte; aire y OX]TXHVRQODVXSUHPDJORULÀFDFLyQGHODYLGD
YLFWRULRVD\UDGLDQWH£$LUH\OX]8QHGLÀFLRDVtGRWDGRTXHFRQVXOWDDODYH]
las necesidades de las profesiones liberales, del comercio, de la industria, y que
FRQWULEX\HDOPLVPRWLHPSRDOHPEHOOHFLPLHQWRXUEDQRHVHOWULXQIRDXWpQWLFR
GHXQDFLXGDGHQVXPDUFKDDOSRUYHQLU>«@(OHGLÀFLR+HUQiQGH]FRQXQRV
pocos m‡s que se yerguen por esas avenidas, inicia, pues, una saludable revo-
luci—n en la capital, que llegar‡ en no lejano d’a a realizar el ideal de HVWpWLFDGH
confort, de higiene y de goce del vivir, que es hoy el ensue–o y la preocupaci—n
de las ciudades que van a la vanguardia del progreso (Ib’d.).

(VWpWLFDconfort, higiene y goce de vivir son entonces los nuevos ideales del
XUEDQLVPRFLHQWtÀFR(O´SODQRGHODFLXGDGIXWXUDµEXVFDEDSUHFLVDPHQWHVXVWLWXLU
las estrechas e irregulares calles de la ciudad colonial Ðsin—nimo de caos y fealdadÐ
por amplias y rectas avenidas que ofrecieran al ciudadano la sensaci—n de orden
\KHUPRVXUD8QLGHDOHVWpWLFREDVDGRHQODDPSOLWXGHQODVHQVDFLyQGHFDPLQDU
hacia el futuro que ofrece la l’nea recta, pues las calles irregulares y cortas suponen
XQREVWiFXORVHULRSDUDODYHQWLODFLyQGHORVHGLÀFLRVSDUDHOGHVDJHGHODVDOFDQ-
tarillas, para el movimiento r‡pido de las personas y, en general, para la hermosura
de la ciudad. El Ò&LW\3ODQQLQJµTXLHUHURPSHUHQWRQFHVFRQOD´DQWLJHGDGµGHO
trazado urbano FRORQLDO\VXVWLWXLUORSRUHOQXHYRWUD]DGR´FLHQWtÀFRµTXHVHYHQtD
HQVD\DQGRHQSDtVHVFLYLOL]DGRVFRPR,QJODWHUUD/DVFDOOHVGHEHQURPSHUFRQHVH
ULJXURVRWUD]DGRJHRPpWULFRLPSODQWDGRSRUORVHVSDxROHVSXHVODPRQRWRQtDGHODV
manzanas cuadradas y de las calles paralelas genera en el esp’ritu un sentimiento de
apat’a e inmovilidad5DPEODVDUERUL]DGDV WDPELpQFRQRFLGDVFRPR´SDUNZD\Vµ 
DYHQLGDVDUWHULDOHVGHWUiÀFRFDOOHVGLVHxDGDVSDUDODLPSOHPHQWDFLyQGHDJXD\
electricidad en todas las viviendas: tales fueron las propuestas que se discutieron en
el Consejo de Bogot‡ entre 1920 y 1925. El ideal de la circulaci—n permanente deb’a
ser introyectado por los bogotanos y para ello era necesario producir racionalmente
XQ´PHGLRDPELHQWHµTXHORIDYRUHFLHUD(VWHHUDHOSURSyVLWRGHO´FLW\SODQQLQJµ
fomentado en Bogot‡ por 5LFDUGR2ODQR15

15 El urbanista Juan Carlos del Castillo Daza ha mostrado que el plano de Ò%RJRWiIXWXURµQRHQ-
FRQWUyHOHFRHVSHUDGRSRUVXJUDQSURPRWRU5LFDUGR2ODQRDSHVDUGHTXHpOPLVPRVHHQFDUJyGH

119
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

Calle de Flor’an (1926). Fuente: Cromos

(Q HVWD GLUHFFLyQ DUJXPHQWD LJXDOPHQWH XQ DUWtFXOR GH 5DIDHO 7DYHUD WLWXODGR
´1RWDVXUEDQDVµGHHQGRQGHKDFHXQPlŠdoyer por la modernizaci—n y esteti-
zaci—n de Bogot‡:

ÀQDQFLDUHOFRQFXUVRS~EOLFRSDUDVXHODERUDFLyQ6HJ~Q&DVWLOOR'D]D´HOSODQRGH´%RJRWiIXWXURµ
IXHXQGRFXPHQWRLJQRUDGRTXHQRKL]RPHPRULDQLGHMyKXHOODHQORVLQWHQWRVSRURUGHQDUODFLXGDGµ
(2003, 79). Sin embargo, como he venido argumentando, la pregunta de esta investigaci—n no es por
la traducci—n del plano de Ò%RJRWiIXWXURµ²\HQJHQHUDOGHOLGHDOXUEDQtVWLFRGHO´&LW\3ODQQLQJµ²D
la realidad emp’rica (es decir la pregunta por su implementaci—n en tanto que pol’tica pœblica), sino
por la fascinaci—n que ejerci— este imaginario en algunos sectores de la SREODFLyQ/DSUHJXQWDHV
entonces, por el Ò&LW\3ODQQLQJµHQWDQWRTXHrŽgimen de representaci—n1RHVWDQWRVX´UHDOLGDGµOR
que nos interesa, sino sus efectos de realidad y su poder de interpelaci—n.

120
TEJIDOS ONêRICOS

Bogot‡ naci— HQSOHQRVLJOR;9,\GHSDGUHVHVSDxROHVGHHVWHPRGRQRHVGH


H[WUDxDUODÀVRQRPtDGHVXDVSHFWRTXHORFDUDFWHUL]DHQSULPHUOXJDUSRUODHVWUH-
chez de sus calles, que son del estilo que podemos llamar toledano, es decir del tipo
que tend’a hacer de la poblaci—n un solo bloque que pudiera servir de fortaleza,
OOHJDGRHOFDVR$TXHOORVHUDQWLHPSRVJXHUUHURV\QRFRPHUFLDOHVQLKLJLpQLFRVQL
HVWpWLFRVKR\WRGRHVWRUHVXOWDXQGLVSDUDWH>«@3DUDFRQWUDUUHVWDUHVWDWDUDGH
fealdad, Bogot‡ tiene que fomentar la HVWpWLFDHQVXVFDOOHV\SOD]DVHQODDUTXLWHF-
WXUDGHVXVHGLÀFLRV\VREUHWRGRHQHOHPEHOOHFLPLHQWRGHODVFROLQDV\HPLQHQFLDV
que la rodean, donde debiera haber anchos paseos que decidieran de la verdadera
belleza de la capital y le quitaran ese aspecto de mezquindad y apocamiento que
posee (Cromos 206, nov. 6 de 1920, 270).

3HURFRPRPHQFLRQpDQWHVWDOHVLGHDOHVXUEDQRVGHEtDQVHUDSURSLDGRVQRVROR
SRUODVHOLWHVLQGXVWULDOHVVLQRWDPELpQSRUORVPLHPEURVGHODQDFLHQWHclase obrera.
M‡s que una estrategia de embellecimiento de la ciudad, el Ò&LW\3ODQQLQJµDSXQWDED
entonces hacia la creaci—n de un imaginario colectivo, de unos valores en los cuales
deb’an reconocerse todos los habitantes de la ciudad. No se trataba solo de construir
HGLÀFLRV\DYHQLGDVVLQRSRUHQFLPDGHWRGRGHFRQVWUXLUDOFLXGDGDQRGHproducirlo
HQWDQWRTXHKDELWDQWHGHODXUEHPRGHUQD/DVPRGHUQDVREUDVS~EOLFDVGHEtDQ
hacer sentir a la gente que ya no viv’a en el viejo mundo colonial de 6DQWDIpVLQRHQ
el nuevo mundo de la velocidad propio de Bogot‡; un mundo de objetos accesibles
DKRUDSDUDWRGRVORVEROVLOORV(QORVEDMRVGHO\DPHQFLRQDGRHGLÀFLR+HUQiQGH]
SURVSHUyXQDWLHQGDOODPDGD´$OPDFHQHVGHXQFHQWDYRDXQSHVRµFUHDGDEDMRHO
modelo de las tiendas populares de 1XHYD<RUN/Dmercanc’a ofrecida era importada
de los (VWDGRV8QLGRV\SURYHQtDHQJUDQSDUWHGH$VLDFRQODSHFXOLDULGDGGHTXH
todos los productos oscilaban entre un centavo y un peso. Se trataba, entonces, de
baratijas importadas que daban a sus poseedores la sensaci—n de estar participando
GHO´EXHQJXVWRµGHODVSHUVRQDV´PRGHUQDVµDGHPiVGHOFDSLWDOVLPEyOLFRTXHVX-
SRQtDHOKDEHUODVFRPSUDGRHQHOUHÀQDGRHGLÀFLR+HUQiQGH](VWHWLSRGHWLHQGDV
hac’a accesible a la clase obrera el fantasmag—rico mundo de la mercanc’a, tal como
lo describe una rese–a del a–o 1918:

El lector recordar‡ aquella visi—n dolorosa y dram‡tica de nuestro gran l’rico, que a la
vez ha sido tema de hondas divagaciones de poetas y dramaturgos: la hija del obrero
TXHVHH[WDVtDFRQWHPSODQGRDQKHODQGRODMR\DTXHH[KLEHODDUWtVWLFDYLWULQD\TXH
ella nunca podr‡ lucir; ese aguij—n no herir‡ m‡s el coraz—n de la humilde griseta bo-
gotana que contemple las elegantes vitrinas de las almacenes de un centavo a un peso:
el deseo que nazca de la contemplaci—n de los hermosos objetos que ostenta podr‡ ser
satisfecho porque cualquiera de ellos ser‡ f‡cilmente adquirido con las econom’as de
una semana en su modesto salario (Cromos 109, abr. 13 de 1918, 187).

(OHGLÀFLR+HUQiQGH]GH%RJRWiFRQsus vitrinas de ropa importada y sus tien-


GDVGHEDUDWLMDVDOLJXDOTXHORVQXHYRVHGLÀFLRVTXHVHHVWDEDQFRQVWUX\HQGRHQODV

121
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

inmediaciones de la DYHQLGD-LPpQH]EXVFDEDQGHVSHUWDUHQHOFLXGDGDQROD´HVWpWLFD
confort, KLJLHQH\JRFHGHYLYLUµHQHOQXHYRPXQGRDQXQFLDGRSRUHOcometa de 1910.
3RGUtDPRVGHFLUHQWRQFHVTXHHOHGLÀFLR+HUQiQGH]DOLJXDOTXHODH[KLELFLyQGHO
Centenario, las salas de cine, la Estaci—n de la Sabana y otras obras de modernizaci—n
anunciadas en los a–os veinte, formaron parte del Òdispositivo de PRYLOLGDGµDWUDYpV
GHOFXDOORVKDELWDQWHVGHODFLXGDGSRGtDQUHFRQRFHUVHFRPR´VXMHWRVPRGHUQRVµ
Sin embargo, el dispositivo de PRYLOLGDGFRH[LVWtDFRQXQDHVWUXFWXUDGHGR-
minio anclada en la colonia, que colocaba a las poblaciones blancas y europeizadas
en la cœspide de la jerarqu’a social. Estas, como vimos, empiezan a moverse hacia el
norte de la ciudad en busca de un h‡bitat distinto al colonial, cuyo modelo eran las
residencias campestres europeas,16 mientras que la poblaci—n de origen negro, indio
y mestizo, se vio obligada a ocupar zonas en el sur o aleda–as a los cerros orientales,
como el tristemente famoso Ò3DVHR%ROtYDUµ17 en donde prevalec’an las m‡s preca-
rias condiciones de vida.$ODVDQWLJXDVVHJUHJDFLRQHVFRORQLDOHVGHFDVWDVHDJUHJy
HQWRQFHVXQDVHJUHJDFLyQGHFODVHFX\DVIURQWHUDVTXHGDURQJHRJUiÀFDPHQWHWUD]D-
das en el cuerpo de la ciudad. Se produce as’ una nueva jerarquizaci—n en la que el
norte y el sur, m‡s que puntos en la geograf’a, devienen imaginarios culturales. Quien
YLYHHQHOVXUJHRJUiÀFRYLYHWDPELpQHQHOVXUFXOWXUDOHVWRHVHQHOSRORcolonial de
ODFLXGDGPLHQWUDVTXHYLYLUHQHOQRUWHJHRJUiÀFRLPSOLFDEDHVWDUHQFDPLQRKDFLDHO
telos de la PRGHUQLGDG'HVGHOXHJRTXHHO´QRUWHµKDFLDHOFXDOGHEHDYDQ]DUODpobla-

16 &RQVLGpUHVHSRUHMHPSORODVLJXLHQWHFUyQLFDGHOSRHWDFHQWHQDULVWDEduardo Castillo, en la que


describe las casas campestres del barrio &KDSLQHUR´/RVEDUULRVPiVULFRV\HOHJDQWHVGHQXHVWUDFDSLWDO
son los barrios norte–os, entre los cuales incluyo, naturalmente, a &KDSLQHUR$PHGLGDTXHVHDYDQ]D
HQHVDGLUHFFLyQORVSDLVDMHVVHWRUQDQPiVULVXHxRV\PiVKHUPRVDVODVSHUVSHFWLYDV>«@+pQRVDTXt
rodando en un (WUDQYtD HOpFWULFRKDFLDHObarrio de las hermosas quintas y de las verdes arboledas.
$QXHVWURVRMRVRIUpFHQVHHQUiSLGDYLVLyQDXQR\RWURODGRGHOFDPLQRPDQVLRQHVFRTXHWDV\ÁR-
ULGDVHQFX\DDUTXLWHFWXUDSUHGRPLQDHOHVWLORDPHULFDQR>«@3RUGRTXLHUDFROXPEUDPRVDOWUDYpVGH
ORVSLQRV\ORVFLSUHVHVPLUDGRUHVDpUHRVHVEHOWRVPLQDUHWHVÀQDVFROXPQDWDV\FDODGRVDMLPHFHVTXH
recuerdan los alc‡ceres moros, todo graciosamente ornamentado y alborozado por la vivaz policrom’a
GHODVPDFHWDVGHÁRUHV&DVLWRGDVODVTXLQWDVHVWiQFLUFXQGDGDVSRUDOWDVUHMDVGHÁRUHVIHVWRQHDGDV
de plantas trepadoras, por entre cuya urdimbre se alcana a ver, de vez en cuando, la nota azul p‡lida
RURVDGHXQWUDMHRGHXQDVRPEULOODGHPXMHU>«@/Dluz mansa de un atardecer de invierno cae sobre
&KDSLQHURFXDQGRQRVGLVSRQHPRVDUHWRUQDUDOFHQWURGHODFLXGDG+D\QRVHTXpGHVHGDQFLDTXp
m‡gico silencio en este ambiente a la par campesino y urbano. Y yo pienso en lo dulce que ser’a vivir
en ese rinconcito lleno de quietud y de ‡rboles, en donde Dios no es todav’a un artista impopular;
tener una casita id’lica rodeada de saucedales rumorosos y morar en ella con una mujer adorada
\XQSHUURÀHOVLQRWUDRFXSDFLyQTXHODOHFWXUD\HOHQVXHxR¢3RHVtD"3XHGHVHU3HURDPtVLHPSUH
me han parecido las aldeas peque–as Ð y &KDSLQHURHVXQDDOGHDFRTXHWD\ÁRULGD²KHFKDVSDUDODV
JUDQGHVIHOLFLGDGHVµ Cromos 190, nov. 29 de 1919, 336)

17 1RVUHIHULPRVDXQJLJDQWHVFRFLQWXUyQGHPLVHULDTXH\DHQORVDxRVYHLQWHVHH[WHQGtDHQWUHOD
plaza del barrio Egipto y el Parque de la Independencia, en el que, segœn algunos investigadores, ha-
bitaban cerca de 14 mil personas, es decir casi el 10% de los habitantes de %RJRWi 1RJXHUD $OOt
YLYtDPXFKDJHQWHSURYHQLHQWHGHOFDPSRTXHFRPRFRQVHFXHQFLDGHODFULVLVHFRQyPLFDGHVSXpV
de la guerra de los Mil d’as, emigr— hacia Bogot‡, en donde la apertura de f‡bricas y el creciente
negocio de la construcci—n parec’a depararle un futuro mejor.

122
TEJIDOS ONêRICOS

FLyQFRLQFLGHWDPELpQFRQHOQRUWHJHRSROtWLFRGHORVEstados Unidos y Europa, lugares


donde se concentra el capital industrial y objetivo principal de las pol’ticas de Estado,
TXHLQWHQWDEDQSRUWRGRVORVPHGLRVDWUDHULQYHUVLRQLVWDVH[WUDQMHURV2EUDVGHFRUWH
´QHR\RUNLQRµFRPRHOHGLÀFLR+HUQiQGH]RFRPRORVHGLÀFLRVGHODEDQFDFRQVWUXL-
dos en el ‡rea de la $YHQLGD-LPpQH]EXVFDEDQSUHVHQWDUDQWHHOPXQGRODIDFKDGD
de una urbe moderna, capaz de atraer capitales europeos o norteamericanos.
El Ò&LW\3ODQQLQJµGHOTXHHVWDPRVKDEODQGREXVFDHQWRQFHVKDFHUTXHOD
ciudad y sus habitantes se muevan hacia el norteHVGHFLUTXHVDOJDQGHÀQLWLYDPHQWHGH
VXVPLFURHVIHUDVFRORQLDOHVSDUDOOHJDUDOSURPLVRULRIXWXURPRGHUQR1RHVH[WUDxR
que la H[SRVLFLyQDJUtFRODHLQGXVWULDOGHVHKD\DUHDOL]DGRHQHOVHFWRUGHSan
Diego, al norte de la ciudad, lugar donde se ubicaban los emblemas de la moderni-
dad: la f‡brica de la cervecer’a Bavaria, el parque de la Independencia, la estaci—n del
tranv’a hacia Chapinero, el VDOyQ2O\PSLD\SRUVXSXHVWRHOSDQySWLFR KR\0XVHR
Nacional), donde deb’an ser normalizados todos aquellos sujetos que no quisieran o
no pudieran moverse hacia el norte. De hecho, quien no se mueva en esta direcci—n
DWHQWDFRQWUDHO´ELHQS~EOLFRµ\VREUHpORHOODGHEHUHFDHUWRGRHOSHVRGHODley, tal
FRPRORPDQLÀHVWDXQDUWLFXOLVWDGHCromos en agosto de 1920:

Mal pueden respetarse algunas libertades y algunos derechos particulares desde


TXHFRPLHQFHQDYXOQHUDUGHUHFKRVGHOS~EOLFR6LpVWHSRQJDPRVSRUFDVRWLH-
ne derecho a transitar asegurado contra infecciones y en tal o cual calle hay una
serie de cartuchos ruinosos y pestilentes, al due–o de tan mal presentada como pe-
OLJURVDÀQFDGHEHLPSRQpUVHOHLSVRIDFWRODGHPROLFLyQRHODUUHJORVDWLVIDFWRULR
de ella y castig‡rsele sin miramiento alguno cualquiera tentativa de lo contrario
(Cromos 223, ago. 21 de 1920).

1yWHVHFyPRODV]RQDVGHO´VXUµDSDUHFHQHQHOLPDJLQDULRGHODVHOLWHVFRPR
focos de infecci—n, como lugares proclives al desorden y la criminalidad, es decir
como un campo de intervenci—nHQHOTXHGHEtDSURGXFLUVHXQ´DPELHQWHµ milieu)
DUWLÀFLDOPHQWHFUHDGRYLYLHQGDVFRQFRQGLFLRQHVKLJLpQLFDVFDOOHVSDYLPHQWDGDV
servicio de WUDQVSRUWHXUEDQRHWF+DEODPRVHQWRQFHVGHO´&LW\3ODQQLQJµFRPRGH
una biopol’tica orientada hacia el gobierno de la SREODFLyQDWUDYpVGHODproducci—n
de ambientes urbanos.18 Tal estrategia de gobierno conten’a varios elementos, de los

18 Es Foucault quien habla de la creaci—n de un ÒmilieuµFRPRREMHWLYRH[SUHVRGHODbiopol’tica:


´¢4XpHVHOPHGLR milieu "(VORQHFHVDULRSDUDH[SOLFDUODDFFLyQDdistancia de un cuerpo sobre otro.
Se trata, por lo tanto, del soporte y el elemento de FLUFXODFLyQGHXQDDFFLyQ>«@(OPHGLRVHUiHQWRQFHV
el ‡mbito en el cual se da la circulaci—n. Es un conjunto de datos naturales, r’os, pantanos, colinas, y un
FRQMXQWRGHGDWRVDUWLÀFLDOHVDJORPHUDFLyQGHLQGLYLGXRVDJORPHUDFLyQGHFDVDVHWF(OPHGLRHV
XQDFDQWLGDGGHHIHFWRVPDVLYRVTXHDIHFWDQDTXLHQHVUHVLGHQHQpO>«@<HOPHGLRDSDUHFHSRU~OWL-
mo como un campo de intervenci—n donde, en vez de afectar a los individuos como un conjunto de
sujetos de derecho capaces de acciones voluntarias Ðas’ suced’a con la soberan’aÐ, en vez de afectarlos
como una multiplicidad de organismos, de cuerpos susceptibles de prestaciones, y de prestaciones
H[LJLGDVFRPRHQODdisciplina, se tratar‡ de afectar, precisamente, a una SREODFLyQ0HUHÀHURDXQD

123
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

FXDOHV~QLFDPHQWHVHxDODUpGRV(OSULPHURDSXQWDKDFLDODFUHDFLyQGHHQFODYHVPRGHUQRV
en el espacio urbano que permitieran no solo el desarrollo de las fuerzas productivas, sino
WDPELpQXQFDPELRUDGLFDOHQODsubjetividad de las clases populares mediante su inserci—n
en la disciplina obrera. El segundo tiene que ver con la creaci—n de barrios obreros, pla-
QLÀFDGRVGHDQWHPDQR\XELFDGRVHQ]RQDVHVWUDWpJLFDVGHODFLXGDG
$OLJXDOTXHORVHGLÀFLRV\DOPDFHQHVGHPHUFDQFtDVODVIiEULFDVGHEtDQVHUHVSDFLRV
en los que al mismo tiempo que se fomentaba la producci—n industrial, se interpelaba
WDPELpQDORVWUDEDMDGRUHVSDUDFRQYHUWLUORVHQ´REUHURVµHVGHFLUHQVXMHWRVPRGHUQRV19
6LORTXHFDUDFWHUL]DDORV´KDELWDQWHVGHOVXUµHUDHOYLFLRODHQIHUPHGDGODSHUH]D
y la imprevisi—n, las f‡bricas deb’an ser espacios urbanos dise–ados para mover estas
SREODFLRQHVKDFLDHOQRUWH/Dhigiene y la racionalidad de los espacios de trabajo eran
requisitos para la construcci—n de f‡bricas al interior de la ciudad y para la aprobaci—n
de sus licencias de funcionamiento. Uno de los modelos de higiene fue la f‡brica de ga-
seosas Posada & Tob—n de Medell’n, ejemplo del modo en que la capital paisa se hab’a
FRQYHUWLGRHQXQDHVSHFLHGH´SHTXHxD&KLFDJRµ&RQPRWLYRGHODLQDXJXUDFLyQGH
la sede de Posada & Tob—n en Bogot‡, un periodista rese–a de este modo el ambiente
reinante en la f‡brica:

El orden y el aseo escrupuloso que all’ reinan dan una alegre nota en aquel concierto
ODERULRVR1RVHYHDOOtXQREUHURVXFLR²TXHSDUDHVRKDQLQVWDODGRSDUDVXH[FOXVLYR
servicio los m‡s c—modos ba–os de agua fr’a y templada, en departamentos separados
para hombres y para mujeresÐ , ni se presencia una sola vez aquel deambular de un
VLWLRDRWURSRUSDUWHGHDTXpOORVFXDOVLVHWUDWDVHGHJHQWHVRFLRVDVRLJQRUDQWHVGHOD
ODERUDTXHGHELHUDQHVWDUGHGLFDGDV&DGDFXDOWLHQHVXRÀFLRGHWHUPLQDGR\JUDFLDVD
ODGLVSRVLFLyQGHOHGLÀFLR\GHVXPDTXLQDULDODREUDYDSDVDQGRGHPDQRHQPDQRVLQ
TXHQDGLHWHQJDTXHPRYHUVHGHOOXJDUTXHRFXSDµ &URPRVMXQGH 

/DSURGXFFLyQGHXQDPELHQWHKLJLpQLFR\IXQFLRQDOHQPHGLRGHODFLXGDGWDO
como el que deb’a reinar en las f‡bricas, cumple una importante misi—n pedag—gica
ya que deb’a servir como medio para suavizar las b‡rbaras costumbres de la plebe.

PXOWLSOLFLGDGGHLQGLYLGXRVTXHHVWiQ\VyORH[LVWHQSURIXQGDHVHQFLDOELROyJLFDPHQWHOLJDGRVDOD
PDWHULDOLGDGGHQWURGHODFXDOH[LVWHQ$WUDYpVGHHVHPHGLRVHLQWHQWDUiDOFDQ]DUHOSXQWRGRQGHMXV-
WDPHQWHXQDVHULHGHDFRQWHFLPLHQWRVSURGXFLGRVSRUHVRVLQGLYLGXRVSREODFLRQHV\JUXSRVLQWHUÀHUH
FRQDFRQWHFLPLHQWRVGHWLSRFDVLQDWXUDOTXHVXFHGHQDVXDOUHGHGRUµ  

19 &DOYR,VD]D\6DDGH*UDQDGRVKDQVHxDODGRFRQUD]yQTXHODSDODEUD´REUHURµWLHQHXQVLJQLÀFD-
GRPX\DPSOLRHQODOLWHUDWXUDGHODpSRFD\DTXHHVXVDGDQRVRORSDUDUHIHULUVHDOWUDEDMDGRULQGXVWULDO
VLQRWDPELpQDTXLHQHVODERUDEDQHQRWURViPELWRVGHODeconom’a: comerciantes, lavanderas, voceadores
GHSUHQVDYHQGHGRUHVGHORWHUtDSODFHURVHWF  'HKHFKRHOYRFDEOR´REUHURµHVWDEDFRQHFWDGR
directamente con el mundo artesanal del siglo XIX. Pero como esta investigaci—n trata de los Tejidos
On’ricos y uno de esos sue–os era que los obreros colombianos llegaran a convertirse en esa vigorosa
clase fabril asalariada que dominaba en los pa’ses del viejo continente (cosa que distaba mucho de
VHUUHDOLGDGHQ&RORPELDGXUDQWHDTXHOODpSRFD XWLOL]DUpDTXtODSDODEUD´REUHURµSDUDUHIHULUPHD
aquellos trabajadores vinculados con los procesos de industrializaci—n en la ciudad.

124
TEJIDOS ONêRICOS

De este modo, la f‡brica, con su rigurosa disciplina corporal del trabajo y las condi-
FLRQHVKLJLpQLFDVHQTXHVHGHVDUUROODHOPLVPRHV\DXQODERUDWRULRTXHSURGXFHXQ
WLSRHVSHFtÀFRGHVXEMHWLYLGDGPRGHUQDSXULÀFDGDGHWRGRVORVYLFLRVFRORQLDOHV
HOREUHUR8QVtPERORGHHVWDSXULÀFDFLyQGHODVFRVWXPEUHVHUDOD\DSRUHQWRQFHV
IDPRVD´DJXDFULVWDOµGHODf‡brica de gaseosas Posada & Tob—n, vista por el perio-
dista como emblema de la ÒUHYROXFLyQFRPSOHWDGHODKLJLHQL]DFLyQGH%RJRWiµ20 Y
este comentario no es en modo alguno gratuito, pues debemos recordar que no solo
el agua cristal sino todas las bebidas gaseosas eran vistas por las autoridades como un
PDJQtÀFRVXVWLWXWRSDUDHOconsumo de chicha entre la poblaci—n trabajadora, de tal
modo que la imagen del obrero que acompa–a sus comidas con gaseosa o sale a beber
gaseosa en sus pausas de WUDEDMRVHHPSH]yDYROYHUPX\SRSXODU/DSXUH]DGHODJXD
FRQTXHVHSURGXFHODJDVHRVD3RVDGD 7REyQFHUWLÀFDGDSRUPpGLFRVKLJLHQLVWDV
era s’mbolo del modo en que las f‡bricas deb’an contribuir a limpiar el car‡cter vi-
ciado de la plebe.21
2WURHMHPSORGHOPRGRHQTXHODf‡brica empieza a funcionar como una m‡quina
productora de sujetos modernos (obreros y empresarios) es el de Chocolates Ch‡ves y
Equitativa. Esta empresa, fundada en 1877 por las se–oritas Ch‡ves22 Òcuando toda-
v’a las se–oras santafere–as mol’an, rudimentariamente y lentamente, dentro de su
SURSLDVFDVDVHOJUDQRSUHFLRVRµ Cromos 394, mar. 1 de 1924, 162), nos da una buena
idea del modo en que hacia los a–os veinte se produce un (lento) desplazamiento de
ODVIRUPDVSURGXFWLYDVFDVHUDVKDFLDODVIRUPDVSURGXFWLYDVIDEULOHVHQ%RJRWi/D
racionalidad empresarial vigente en esta f‡brica se muestra no solo en su moderno
HTXLSDPLHQWRWHFQROyJLFR\HÀFLHQFLDSURGXFWLYD GLH]PLOOLEUDVGHFKRFRODWHSRU
d’a), sino en el modo en que eran organizados los trabajadores, en su gran mayor’a
mujeres. Estas eran literalmente sacadas, evacuadas de sus ambientes tradicionales
Ðvistos como fuente de contaminaci—n f’sica y moralÐ para ser llevadas a vivir en la
f‡brica misma. Una rese–a de Cromos en 1924 presenta la situaci—n de esta manera:

20 8QDYLVRSXEOLFLWDULRGH3RVDGD 7REyQRIUHFHVXVSURGXFWRV%UHWDxD\$JXD&ULVWDOGHODVL-


JXLHQWHIRUPD´5HFRPHQGDGRVSRUORVPpGLFRV3XHGHQOLEUDUDXVWHG\DVXIDPLOLDGHPXFKDVHQIHU-
PHGDGHVVLODVDFRVWXPEUDVLHPSUHµ Cromos 289, ene. 14 de 1922).

21 &DOYR,VD]D\6DDGH*UDQDGRVKDQPRVWUDGRTXHWDPELpQODVIiEULFDVGHFHUYH]DFRPRODUHJHQWDGD
SRUHOHPSUHVDULRDOHPiQ/HR.RSSHQBogot‡, se ve’an a s’ mismas como cumpliendo una importante
funci—n social, ya que el consumo de cerveza no solo contribuye a que el obrero se aleje del consumo
de FKLFKDVLQRTXHWDPELpQOHGDFDORUtDVH[WUDVSDUDTXHUHDOLFHVXtrabajo de forma continuada
&DOYR ,VD]D  6DDGH *UDQDGRV    /D LQYHVWLJDFLyQ GH -XDQ 0DQXHO 0DUWtQH] )RQVH-
ca muestra que las comidas ofrecidas diariamente a los trabajadores de la empresa Bavaria inclu’an
siempre cerveza, y c—mo el suministro gratis de cerveza era visto por la empresa como parte de los
EHQHÀFLRV VRFLDOHV RWRUJDGRV DO WUDEDMDGRU $GHPiV GH VX MRUQDO FDGD REUHUR UHFLEtD GRV OLWURV GH
cerveza diarios (2007, 111-119).

22 En realidad la f‡brica se llam— primero Chocolates Ch‡ves y luego, en el a–o de 1905, se unir’a con
otra IiEULFDSDUDGDUOXJDUDODHPSUHVD´&KRFRODWHV&KiYHV\(TXLWDWLYDµ

125
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

$OOtGXHUPHQ\FRPHQ\WUDQVFXUUHQVXVDxRVDIDHQDGDVHPSDFDQGRODVSDVWLOODV
HQHWLTXHWDV>«@/RVHPSUHVDULRVKDQRUJDQL]DGRDVtODYLGDde sus empleados,
para garantizar al pœblico consumidor el esmero y limpieza de sus productos. De
otra suerte, los obreros, por buena que fuese la remuneraci—n, vivir’an siempre en
PDODVFRQGLFLRQHVKLJLpQLFDV\VHUYLUtDQGHIiFLOYHKtFXORDLQIHFFLRQHVTXHKR\
gracias al sistema empleado por la F‡brica Ch‡ves y Equitativa, quedan pr‡ctica-
PHQWHHOLPLQDGDV>«@$OOtHOWUDEDMDGRUJR]DGHSUHUURJDWLYDVFRPRVHJXUDPHQWH
no las tendr‡ en otra parte: alimentaci—n sana y abundante, dormitorios bien aireados
y ba–os modernos y agradables. Es, pues, quiz‡, la Empresa de Ch‡ves y Equitativa la
que m‡s se ha preocupado por dar garant’as al pœblico respecto al aseo y sanidad de
sus productos: al mismo tiempo que protege la vida de sus obreros, sujet‡ndolos
a una estricta vigilancia, ofrece al consumo un producto absolutamente libre de
LPSXUH]DVVDQR\QXWULWLYRµ  

(O DPELHQWH DUWLÀFLDO GH OD f‡brica y su aislamiento espacial con respecto al
PXQGRWUDGLFLRQDOTXHODURGHDVLUYHHQWRQFHVFRPRPHWiIRUDGHORTXHVLJQLÀFD
ser un sujeto moderno: alguien que vive en esferas tecnol—gicamente producidas y
que ha roto sus v’nculos con el mundo rural no capitalista, el mundo de la produc-
FLyQDUWHVDQDOTXHDKRUDHVYLVWRFRPRSHUWHQHFLHQWHDO´SDVDGRGHODKXPDQLGDGµ
alguien que, adem‡s, ha logrado incorporar en su mente y en su cuerpo los ritmos
maquinales de la producci—n, hasta el punto de convertirse en parte fundamental
de su engranaje.236LQHPEDUJRHODVHRODVDQLGDG\ODIpUUHDdisciplina no bastaban
SDUD ´VXMHWDUµ YLWDOPHQWH ORV obreros a la f‡brica. Como vimos ya en el caso del
HGLÀFLR +HUQiQGH] OD producci—n de la subjetividad moderna conllevaba necesa-
riamente la sujecci—n del deseo. Nadie pod’a convertirse en obrero simplemente por
haber incorporado las rutinas de trabajo en una f‡brica muy limpia y organizada,
VLQRTXHWDPELpQHUDQHFHVDULR´SURGXFLUµHOGHVHRGHWUDEDMDU/Dbiopol’tica con-
siste, precisamente, en la producci—n de un modo de vida que nos subordina pero
que al mismo tiempo deseamos, pues nos ofrece las condiciones mismas de nuestra
H[LVWHQFLD(QHVWHFRQWH[WRODsujecci—n del GHVHRH[LJtDRIUHFHUDOREUHURXQDVHULH
GHHVWtPXORVTXHOHOOHYDUDQDLGHQWLÀFDUVHYLWDOPHQWHFRQODHPSUHVDHQODTXHODER-
raba, haciendo suyas las metas y objetivos de esa empresa. Un buen ejemplo de esta
estrategia lo ofrece la Panader’a Uni—n, gerenciada por el empresario bogotano Eze-
quiel Guzm‡n, que no solo era reconocida por cumplir con todas las disposiciones
de la Direcci—n de higiene y salubridad, sino que iba mucho m‡s all‡. En un art’culo

23 /Ddisciplina laboral y el buen comportamiento de los obreros eran los valores m‡s importantes
GHODHPSUHVD/DPD\RUtDGHHOODVOOHYDEDQXQDKRMDGHvida individualizada para cada trabajador en
la que se llevaba un registro del cumplimiento puntual de sus obligaciones. Si se tiene en cuenta que la
mayor parte de los trabajadores contratados eran analfabetos y de origen rural (pues los trabajadores
FRQFRPSHWHQFLDVWpFQLFDVHUDQSRUORJHQHUDOH[WUDQMHURV VHSRGUiFRPSUHQGHUHOJUDQSDWHUQDOLVPR
que reinaba en muchas de las f‡bricas y c—mo estas se convirtieron en verdaderas escuelas de subjeti-
vidad (Mart’nez Fonseca 2007).

126
TEJIDOS ONêRICOS

de 1920 se destaca la limpieza de sus instalaciones y la higiene que los trabajadores


guardan en su labor, pero, por encima de todo, se destaca el modo en que la empresa
ha provisto a sus empleados de un complet’simo sistema de cubrimiento social.24 De
DFXHUGRFRQHOUHJODPHQWRFLWDGRWH[WXDOPHQWHSRUHODUWtFXOROD3DQDGHUtD8QLyQ
tiene un plan que abarca los siguientes servicios:

(1)(50('$'(6<$&&,'(17(6(QHOFDVRGHHQIHUPHGDGFRQWUDtGDHQVHU-
YLFLRGHOD(PSUHVDH[FHSWXDQGRODVGHELGDVDHQIHUPHGDGHVRUJiQLFDVRDPDODV
FRVWXPEUHVGHDFXHUGRFRQHOFHUWLÀFDGRGHOPpGLFRGHOD(PSUHVDpVWDVXPLQLVWUDUi
JUDWXLWDPHQWHORVVHUYLFLRVPpGLFRV\ODVPHGLFLQDV\DERQDUiDOHPSOHDGRHOSRU
FLHQWRGHVXVXHOGR>«@6(*852'(9,'$(VGHFDUJRGHOD(PSUHVDSURYHHU
al pago de p—lizas colectivas de vida, por una suma igual al sueldo anual de cada
empleado. Si las condiciones de salud o de edad de uno o de varios empleados u
REUHURVQRVRQDFHSWDGRVSRUOD&RPSDxtDDVHJXUDGRUDOD(PSUHVDTXHGDH[LPLGD
GHODREOLJDFLyQGHOVHJXUR>«@'(326,7267RGRHPSOHDGRXREUHURSRGUiGHMDU
semanalmente la cantidad que a bien tengan como dep—sito u ahorro en la Caja de
la Empresa, pero dichos dep—sitos no podr‡n ser retirados antes de un a–o (Cro-
mos 228, sep. 25 de 1920, 174).

M‡s que a una conquista sindical25, el plan de cubrimiento social que ofrece la
Panader’a Uni—n obedece a una estrategia de sujecci—n, y las luchas de los trabajado-
res por obtener mejor’as revela que el objetivo de esa estrategia (convertir a la plebe
urbana en ÒSREODFLyQREUHUDµ HVWDEDVLHQGRDOFDQ]DGR26 El trabajador deb’a reco-
nocer en la sociedad del WUDEDMRODFRQGLFLyQGHSRVLELOLGDGGHVXSURSLDH[LVWHQFLD27

24 'HVGHOXHJRTXHFRPRELHQORKDPRVWUDGR0DXULFLR$UFKLODHVWDQRHUDODQRUPDGHWRGDVODV
HPSUHVDV  6RODPHQWHODVIiEULFDVWH[WLOHUDVGHMedell’n y algunas f‡bricas grandes de
Bogot‡ estaban dispuestas a pagar un sobresueldo a los trabajadores para compensar la devaluaci—n,
pero esto ocurri—, sobre todo, a partir de los a–os treinta.

25 /Dley 57 de 1915 establec’a ciertamente la obligaci—n de las empresas sobre reparaciones por accidentes
de trabajo. Sin embargo, como bien ha mostrado el estudio de Mart’nez Fonseca (2007), algunas empresas
bogotanas Ð en particular la Cervecer’a Bavaria Ð hab’an emprendido mejoras de salud, vivienda y segu-
ridad social para sus trabajadores aœn sin haber sido decretadas por la ley. En realidad, la optimizaci—n de
las condiciones de vida de los obreros era algo que conven’a mucho a los objetivos racionales de la empresa.
$VtSRUHMHPSORORVFUpGLWRVTXHRIUHFtDQODVHPSUHVDVDVXVobreros para la adquisici—n de vivienda eran
un mecanismo para asegurar la continuidad y lealtad de los trabajadores.

26 5HÀULpQGRVHGHQXHYRDBavaria, escribe Mart’nez Fonseca: ÒEl ambiente en la empresa se destac—


entre otras cosas por las facilidades para acceder al trabajo, los cuidados en la KLJLHQHORVEHQHÀFLRVFRQ
WRGR\VXVDOWLEDMRVHQFXDQWRDVHUYLFLRPpGLFRYLYLHQGDFUpGLWRGHVFDQVRGRPLQLFDOVHJXURFROHFWLYR
y salarios, que sin duda contribuyeron a reforzar la imagen de bienestar y comodidad gozada por el traba-
jador vinculado a Bavaria. Imagen que fue construyendo como un mito que se convirti— en la aspiraci—n de
PXFKDVSHUVRQDVLQWHUHVDGDVHQHQFRQWUDUXQPHMRUSRUYHQLUHQHOPXQGRIDEULOµ  

27  $UFKLOD PHQFLRQD TXH LQFOXVR DO LQWHULRU GH ORV SURSLRV PRYLPLHQWRV obreros se establec’a una

127
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

Inauguraci—n barrio Villa Javier (1919). Fuente: Cromos

Es decir que el poder manifestado en la IiEULFDQRHVDOJRH[WHULRUDODsubjetividad


del trabajador y que la constri–e, sino que forma esa VXEMHWLYLGDGÀMDQGRDOPLVPR
tiempo la trayectoria de su GHVHR /D OHJLVODFLyQ HQ WRUQR DO FDUiFWHU REOLJDWRULR
del seguro social buscaba, precisamente, reconciliar el deseo de los obreros con la
racionalidad econ—mica del Estado. Esto lo ve’a muy bien el joven congresista y fu-
turo presidente de Colombia Enrique 2OD\D+HUUHUDSDUDTXLHQODSURPRFLyQGHOVH-
guro social obligatorio por parte del Estado era una medida ineludible para los pa’ses
que adoptaban las nuevas reglas del FDSLWDOLVPRLQGXVWULDO'HVSXpVGHSUHVHQWDUXQ

GLIHUHQFLDHQWUHHO´SREUHµ²DTXHOTXHSLGHOLPRVQDHQODFDOOH²\HO´REUHURµDTXHOTXHUHFLEHVDODULR
y paga arriendo (1991: 387). El mismo -RUJH (OLpFHU *DLWiQ HQ VX WHVLV GH JUDGR HQ ORV DxRV YHLQWH
GHFtDTXHHOREUHURQRGHEHVHUREMHWRGHFDULGDGSRUTXHQRHVXQ´SREUHµVLQRXQ´WUDEDMDGRUµ  
5HÀULpQGRVHDORVWUDEDMDGRUHVGHBavaria, escribe Mart’nez Fonseca: ÒEl hecho que los empleados se
sintieran en mejores condiciones que otros trabajadores, los hac’a percibirse en una situaci—n de privi-
legiados, que reforzaba la diferenciaci—n. Pero hasta los mismos obreros en ocasiones se contagiaron
con tal apreciaci—n, y en varias oportunidades dejaron de unirse a las protestas por estar conformes
FRQVXVDODULRµ  

128
TEJIDOS ONêRICOS

proyecto de ley al Congreso en este sentido, 2OD\D+HUUHUDHVFULEHTXH´VLHOSUR\HFWR


de seguro obligatorio llega a merecer la aprobaci—n de los legisladores, quedar‡ abierto
HOFDPSRDPiVDPSOLDV\YDVWDVLQLFLDWLYDVSDUDFRQIXQGLU\XQLÀFDUORVLQWHUHVHV\ODV
conveniencias del capital y del WUDEDMRµ Cromos 220, jul. 31 de 1920).
$KRUDELHQ\HVWHHVHOVHJXQGRSXQWRTXHdeseo resaltar, si de Òconfundir y
XQLÀFDUµODVFRQYHQLHQFLDVJOREDOHVGHOFDSLWDOFRQORVLQWHUHVHVORFDOHVGHORVWUDEDMD-
dores se trataba, la creaci—n de barrios obreros deb’a ser uno de los puntos centrales
en la pol’tica del Ò&LW\3ODQQLQJµ28$XQTXHORVSULPHURVEDUULRVREUHURVde Bogot‡
se crearon en el emblem‡tico a–o de 1910 por parte de la Sociedad Cat—lica de San
9LFHQWHGH3DXO29, el proyecto piloto fue el desarrollado por los padres jesuitas en el
EDUULRGH6DQ)UDQFLVFR-DYLHUDOVXUGHODFLXGDGDPHGLRFDPLQRHQWUH/DV&UXFHV
\6DQ&ULVWyEDOGLULJLGRSRUHOVDFHUGRWH-RVp0DUtD&DPSRDPRU´9LOOD-DYLHUµHUD
el nombre con que se conoc’a el terreno donde estaban construidas cuarenta o cin-
cuenta casas para obreros, HQXQOXJDUURGHDGRGHiUEROHV\ÁRUHVTXHEXVFDEDFUHDU
un ambiente adecuado para la producci—n de la VXEMHWLYLGDGREUHUD(Q9LOOD-DYLHU
se construyeron casas que cumpl’an con los mismos imperativos que guiaron la cons-
WUXFFLyQWDQWRGHO(GLÀFLR+HUQiQGH]FRPRODGHODVJUDQGHVPDQVLRQHVEXUJXHVDVGH
Chapinero y Teusaquillo: aire, naturaleza, higiene y luz. El cronista Eduardo Castillo
las describe de este modo:

Estas diminutas viviendas de obreros se componen por lo general de tres o cuatro


piezas: la sala, adornada con litograf’as de santos y decentemente amueblada; el
dormitorio, donde campea, muelle y pulcro, el lecho matrimonial; el comedor y
ODFRFLQD£&XiQGLVWLQWDVHVWDVPRUDGDVGHORVWXJXULRVPtVHURVHLQVDOXEUHVTXH
ODVJHQWHVSREUHVRFXSDQHQORVEDUULRVH[FpQWULFRVGHODFLXGDGGRQGHWRGDVODV
PLVHULDVWLHQHQVXDVLHQWR$TXtSRUHOFRQWUDULRVHYLYHFDVLFRPRHQHOFDPSR
HQPHGLRGHiUEROHVTXHVDWXUDQHODPELHQWHGHDURPDVWyQLFRV\VDQRV/RVQLxRV
sobre todo, hallan en este lugar un medio admirablemente apropiado para su de-
sarrollo f’sico (Cromos 239, dic. 11 de 1920).

(Q9LOOD-DYLHUVHHQVHxDEDDORVREUHURVlas virtudes de un modo de vida ya


propiamente moderno pero cat—lico, centrado en la higiene, la moral, el ahorro y
el WUDEDMRGHPRGRTXHSXGLHUDQKDFHUORVX\RHLGHQWLÀFDUVHYLWDOPHQWHFRQpO/D
vida pœblica deb’a centrarse en el trabajo productivo, mientras que la vida privada

28 En art’culo titulado ÒEl programa del &LW\3ODQQLQJµHO\DPHQFLRQDGRLQGXVWULDOSDLVD5LFDUGR


2ODQRHVFULEtDORVLJXLHQWH´/DVFDVDVGHobreros deben estar situadas en calles anchas, plantadas de
‡rboles o junto a parques, y cerca de las v’as de transporte r‡pido, de modo que los obreros puedan
WUDVODGDUVHIiFLO\HFRQyPLFDPHQWHDORVOXJDUHVHQGRQGHWUDEDMDQµ 2ODQR 

29 En realidad se trataba de viviendas para obreros y no tanto de barrios. De acuerdo a la investigaci—n


de Beatriz Castro Carvajal, para 1916 la Sociedad administraba m‡s de cien casas, repartidas por va-
rios lugares del centro de la ciudad (2007, 196-215).

129
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

deb’a centrarse en la familia, bajo los par‡metros cristianos ense–ados por la Igle-
VLD\HVSRUHVRTXHHO´OHFKRPDWULPRQLDOµVHXELFDEDHQHOFHQWURGHODvivienda
REUHUD+DEtDTXHDVHJXUDUQRVRORTXHHOcuerpo del obrero pudiera vigorizarse a
WUDYpVGHXQDVFRQGLFLRQHVVDOXGDEOHVHKLJLpQLFDV\TXHVXDOPDVHYLHUDOLEUHGH
WRGDGHVYLDFLyQPRUDOVLQRWDPELpQGHTXHQRPDOJDVWDUDVXVLQJUHVRV3RUHVRHQ
9LOOD-DYLHUHUDLPSRUWDQWHLQFXOFDUHQORVREUHURVel h‡bito del ahorro.30 Del mismo
PRGRTXHHQHOFDVR\DHVWXGLDGRGHOD3DQDGHUtD8QLyQHQ9LOOD-DYLHUIXQFLRQDEDXQD
caja de ahorros que evitaba que el obrero pudiera hacer uso irracional de su salario. Ten’a
que aprender a utilizar racionalmente no solo su tiempo (en la f‡brica y en el hogar) sino
WDPELpQVXGLQHURGHWDOPRGRTXHSXGLHUDGLVSRQHUGHDKRUURVVXÀFLHQWHVHQFDVRGH
TXHGDUGHVRFXSDGRFRQHOÀQGHVRVWHQHUVHPLHQWUDVYXHOYHDHQFRQWUDUtrabajo. De este
modo, el tiempo de la vida del obrero, no solo el que pasaba en la f‡brica sino el tiempo
de su vida entera, deb’a ser utilizado de la mejor forma posible al servicio del aparato de
SURGXFFLyQ(VDVtFRPRDWUDYpVGHXQDLQVWLWXFLyQGHEHQHÀFHQFLDFULVWLDQDFRPR
9LOOD-DYLHUHQFDPLQDGDDRIUHFHUseguridad y protecci—n a los menos favorecidos, se
establece un JRELHUQRELRSROtWLFRWHQGLHQWHDFRORFDUWRGRHOWLHPSRGHODH[LVWHQFLDKX-
mana a disposici—n del WUDEDMR\GHODVH[LJHQFLDVGHOtrabajo, bajo la supervisi—n moral
de la ,JOHVLD3DUDGyMLFDPHQWHHVWDHUDODVROXFLyQRIUHFLGDSRU9LOOD-DYLHUDOFRQÁLFWR
moderno entre capital y trabajo. Tal paradoja no escapa a la aguda mirada de Eduardo
&DVWLOORTXLHQDOUHIHULUVHDODÀJXUDGHOSDGUH&DPSRDPRUHVFULEHFRQLURQtD

+RQGDPHQWHSUHRFXSDGR²FRPRORHVWiQODVPiVDOWDVLQWHOLJHQFLDVGHOPRPHQWRDF-
WXDO²SRUHOSUREOHPDTXHSODQWHDHOFRQÁLFWRHQWUHHOcapitalismo y el trabajo, se pudiera
GHFLUGHpOTXHHVXQVRFLDOLVWD6yORTXHVXsocialismo no es el de los utopistas que sue–an
FRQXQDWRWDOVXEYHUVLyQGHORUGHQGHFRVDVVLQRHOGH/HyQ;,,,LQVSLUDGRHQODPRUDO
HYDQJpOLFD\HQORVHWHUQRVSULQFLSLRVGHOFULVWLDQLVPR¶&DULGDGHQORVGHDUULED\UHVLJ-
QDFLyQHQORVGHDEDMR·(VWDIUDVHGHOPiVJUDQGHGHORVSRQWtÀFHVPRGHUQRVSDUHFHVHU
la divisa que lo ha guiado en su acci—n social, de la cual han nacido varias instituciones
LQFDOFXODEOHPHQWHEHQpÀFDVSDUDODVFODVHVODERULRVDVGHODFDSLWDO ,EtG 

9LOOD-DYLHUHUDXQH[SHULPHQWRVRFLDOPX\WtSLFRGHORVMHVXLWDVSXHVEXVFDED
crear una especie de reducci—n urbana en la que la SREODFLyQREUHUDGHEtDVHU´DLVODGDµ
para evitar su contagio por parte de las ideas socialistas. Evitar que los agitadores
sociales proclives al bolchevismo conquistaran el alma de los obreros, corrompiendo
VXÀGHOLGDGDODVWUDGLFLRQHVFULVWLDQDV\DOPLVPRWLHPSRLQFXOFDUHQHOORVODpWLFD
moderna del trabajo y la obediencia a la autoridad: tal era el prop—sito central del

30 0DXULFLR$UFKLODGHVFULEHGHHVWHPRGRHOIXQFLRQDPLHQWRGHOD&DMDGH$KRUURVGH9LOOD-DYLHU´(O
SULPHUUHTXLVLWRGHTXLHQHVLEDQDXVDUORVVHUYLFLRVSUHVWDGRVSRUHO&tUFXORGH2EUHURV²vivienda en
el EDUULR6DQ-DYLHUHGXFDFLyQRHPSOHR²HUDDEULUXQDFXHQWDGHDKRUURV>«@$ORVWUDEDMDGRUHVVHOHV
recalcaban las virtudes del DKRUURUHFXUULHQGRLQFOXVRDXQDLQJHQLRVDWHRUtDGH´FDSLWDOKXPDQRµVL
los obreros tienen en su WUDEDMRXQFDSLWDOHQYH]GHGHVWUXLUORHQORVYLFLRVGHEtDQLQYHUWLU>OR@KDFLDHO
IXWXURDKRUUDQGRµ  

130
TEJIDOS ONêRICOS

EDUULR9LOOD-DYLHUEDMRODVGLUHFWULFHVGHOD$FFLyQ6RFLDO&DWyOLFD&RPRELHQORKDQ
PRVWUDGR ORV LQYHVWLJDGRUHV -DYLHU 6iHQ] 2EUHJyQ 2VFDU 6DOGDUULDJD \$UPDQGR
2VSLQD  IXHSUHFLVDPHQWHODFRH[LVWHQFLDQRFRQWUDGLFWRULDHQWUHXQDPRUDO
FDWyOLFDHQORSULYDGR\ODpWLFDFDSLWDOLVWDGHOtrabajo en lo pœblico, lo que permiti—
que sectores poderosos de la Iglesia (como los jesuitas) se integraran al proyecto
biopol’tico de Ògestionar la SREODFLyQµ31
Pero desde otros sectores diferentes a la ,JOHVLDWDPELpQVHH[LJtDODFRQVWUXFFLyQGH
barrios obreros como un importante paliativo contra el proceso de Òdegeneraci—n biol—gi-
FDµTXHYLYHQXHVWUDraza. Este reclamo se hizo especialmente fuerte a partir del a–o 1918,
cuando una terrible epidemia de gripa32 contagi— al 80% de la poblaci—n bogotana,
matando a cerca de mil quinientas personas, la mayor’a de ellas habitantes de Òasenta-
PLHQWRVLQVDOXEUHVµFRPRORVXELFDGRVHQHOiUHDGHOPaseo Bol’var (Noguera 2003,
 1RHVH[WUDxRTXHXQDxRGHVSXpVVHSXEOLFDVHXQYHKHPHQWHDUWtFXORGHMa-
QXHO/DYHUGH/LpYDQRWLWXODGR´6DOYHPRVD%RJRWiµHQHOTXH alaba los Òcentenares
GHHGLÀFLRVKLJLpQLFRV\KHUPRVRVµTXHVHKDQYHQLGRHGLÀFDQGRKDFLDHOQRUWH
pero deplora lo que ocurre al oriente de la ciudad, que se ha convertido en Òfoco
SHUPDQHQWHGHLQIHFFLyQµ Cromos 187, oct. 13 de 1919). Esto constituye un peligro
para la salud de la sociedad entera, pero en especial de las clases trabajadoras, que
deben ser protegidas directamente por el Estado ya que el deterioro de su salud ge-
QHUDUtDJUDYtVLPDVSpUGLGDVHFRQyPLFDVSDUDODQDFLyQ6HKDFHQHFHVDULRHQWRQFHV
´PRGLÀFDUUDGLFDOPHQWHODVGHSORUDEOHVFRQGLFLRQHVGHPLVHULDHQODVTXHQXHVWUR
pueblo se debate, y en las que la UD]DHQWHUDVHLQWR[LFD\DVÀ[LDµSDUDORFXDO/DYHU-
GH/LpYDQRSURSRQHODFUHDFLyQLQPHGLDWDGHEDUULRVREUHURVen]RQDVHVWUDWpJLFDVGH
la ciudad, equipados con Òaire, luz, agua y las primitivas comodidades que la misma
FRQGLFLyQSHQVDQWHGHOKRPEUHH[LJHµ3DUD/DYHUGH/LpYDQRORVEDUULRVREUHURVson
SUR\HFWRVELRSROtWLFRVHQHOVHQWLGROLWHUDOGHOWpUPLQRSXHVVXREMHWLYRHVFRDG\XYDU
al mejoramiento biol—gico de la UD]D6LORTXHVHEXVFDHVGHVLQWR[LFDUDODSOHEH\
generar en ella los h‡bitos del trabajo y el ahorro, entonces hay que sacar a las clases
trabajadoras de los asentamientos insalubres y reubicarlas espacialmente. 33

31 ÒComprendida as’, la batalla entre Iglesia y Estado no es por o contra lo moderno; verlo s—lo en
esta direcci—n escamotea el verdadero bot’n: el gobierno del hombre moderno. Por tanto, no tiene sen-
WLGRXWLOL]DUHOWpUPLQRIglesia como sin—nimo de arcaico, y el de Estado como equivalente de moderno.
En tal orden de ideas, son ambas instancias quienes han construido eso que llamamos PRGHUQLGDG>HQ
&RORPELD@µ 6iHQ]et al 1997, 409-410).

32 Parece tratarse de la famosa epidemia de gripa espa–ola que se cobr— la vida de m‡s de 50 millo-
nes de personas en todo el mundo.

33 3DUHFHTXHWDOHV´UHXELFDFLRQHVµQXQFDVHKLFLHURQ\HQFDPELRVHUHFXUULyDOGHVDORMRPHGLDQWH
el enga–o a que fueron sometidas las humildes personas que viv’an en el Paseo Bol’var, la mayor’a de ellas
DQDOIDEHWDV5HSURGX]FRDTXtXQDFLWDWRPDGDGH0DUtD7LOD8ULEH´(QORVSULPHURVPHVHVGHHVHDxR>@
VHHPSH]DURQDYHUSHUVRQDVH[WUDxDVUHFRUULHQGRYHULFXHWRV\FDOOHMDV\PLUDQGRODVFDVDVHUDQDYDOXDGRUHV
VHxRUHVHQYLDGRVSRUODDOFDOGtDTXHSUHJXQWDEDQQRPEUHV\KDFtDQDSXQWHVFXLGDGRVRV/XHJRODJHQWH

131
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

(VWHSUR\HFWRGHUHXELFDFLyQDQLYHOHVSDFLDO\GHUHLGHQWLÀFDFLyQDQLYHOGHOD
VXEMHWLYLGDGJHQHUyXQDDFWLYLGDGFRQVWUXFWRUDVLQSUHFHGHQWHV FRPRWDPELpQXQD
gran especulaci—n por parte de los urbanizadores), ya que la empresa privada y el Es-
WDGRFRPHQ]DURQDDGTXLULUJUDQGHVH[WHQVLRQHVGHWLHUUDVVREUHWRGRHQHOVXUGHOD
ciudad, para luego ofrecer planes de autoconstrucci—n de vivienda para los obreros,
RWRUJiQGROHVFUpGLWRVDODUJRSOD]R\EDMRLQWHUpV34$VtSRUHMHPSORHOEDUULRUni—n
2EUHUD PHMRUFRQRFLGRFRPR´/D3HUVHYHUDQFLDµ VXUJLySDWURFLQDGRSRUOD&HUYH-
cer’a Bavaria35 y otros proyectos de YLYLHQGDREUHUDVXUJLHURQHQVHFWRUHVFRPRHO5L-
FDXUWH&yUGREDGH-XOLR3ULPHURGH0D\R%XHQRV$LUHV/DV&UXFHV\6DQ&ULV-
t—bal. Todos estos barrios ten’an como objetivo producir un medio ambiente urbano
en el que los trabajadores pudieran sentirse parte del proyecto de industrializaci—n,
haciendo suyos los objetivos de la ELRSROtWLFDHVWDWDO'HEtDQVHUHVSDFLRVKLJLpQLFRV
educativos, funcionales, amplios y r‡pidamente conectados con el centro de la ciu-
dad mediante un servicio permanente de tranv’a y autobuses.36/DLGHDHVTXHWRGRV
los barrios obreros estuvieran equipados con servicio de acueducto y alcantarillado
y que las viviendas se encontraran rodeadas de un ambiente campestre, como era el
caso del terreno perteneciente al empresario Nemesio Camacho en inmediaciones
del r’o Fucha, que luego formar’a parte integral del barrio San Crist—bal.37 Se trataba,

UHFLEtDFLWDFLRQHV\XQDYH]HQODRÀFLQDGHOD7HVRUHUtDVHOHVQRWLÀFDEDHODYDO~RRYDORUÀMDGRD
pesos, cuando el promedio de las mismas pod’a llegar a 700 pesos, que representaban 15 o m‡s a–os de
WUDEDMR$GHPiVOHVPRVWUDEDQXQSDSHO\OHVGDEDQXQDRUGHQ£ÀUPHDTXt£WRPHSHVRV\ÀUPHDTXt
/OHJDEDDWDOSXQWRHOHQJDxRVLQRWUDÀQDOLGDGTXHUREDUORVFRQODLUUDFLRQDOGLVFXOSDGHWUDWDUVHGH
EDUULRVDQWLKLJLpQLFRVTXHDPXFKRVMHIHVGHKRJDUKRPEUHVRPXMHUHVOHVKDFtDQÀUPDUDruego sin que
VXSLHUDQGHTXpVHWUDWDED3DUDDOJRKDEUtDGHVHUYLUHODQDOIDEHWLVPR\HOWHPRUGHORVKXPLOGHVIUHQWHDOD
autoridad de los OHWUDGRV/XHJRYHQtDHOGHVDORMRORVKDEHUHVWLUDGRVDODFDOOHXQDFWDGRVÀUPDV\VHOORV
HQODSXHUWD/DGLOLJHQFLDTXHGDEDFRQVXPDGDLJQRUDQGRSURWHVWDVGHYHFLQRVROODQWRV\V~SOLFDVGHORV
LQWHUHVDGRVTXHGHEtDQUHVROYHUFRPRORPiVXUJHQWHGyQGHSDVDUHVD\ODVVLJXLHQWHVQRFKHV'HVSXpV«
ODRUGHQGHODOFDOGHSDUDHOVLJXLHQWHWXUQR<WRGRHQQRPEUHGHOD/H\µ 8ULEH 

34 (QIXHFUHDGDOD&DMDGH$KRUURVGHBogot‡, cuyo objetivo era proporcionar a los obreros los


medios para economizar parte de su sueldo para ser utilizado luego en la adquisici—n de YLYLHQGD$O
a–o siguiente el Estado aprob— una ley (la ley 46 de 1918) que obligaba a todos los municipios con una
poblaci—n superior a los 15 mil habitantes a destinar el 2% de sus rentas para la construcci—n de vi-
viendas obreras. Como fruto de esta ley el municipio de %RJRWiFUHyOD-XQWDGH+DELWDFLRQHV2EUHUDV
en 1919, cuya primera obra fue la construcci—n del EDUULR%XHQRV$LUHV\ODDGTXLVLFLyQGHORVWHUUHQRV
para el barrio Primero de Mayo (Su‡rez de Mayorga 2006, 95; Noguera 2003, 137).

35 /DVFRQWUDGLFFLRQHVGHHVWRVSUR\HFWRVGHvivienda obrera (intervenidos desde el comienzo por la


voracidad de los urbanizadores) se pueden apreciar claramente en el caso del EDUULR/D3HUVHYHUDQFLD
FRQYHUWLGR\DKDFLDÀQDOHVGHODGpFDGDGHORVYHLQWHHQXQRGHORVVHFWRUHVPiVSHOLJURVRVGHODFLXGDG
(Mart’nez Fonseca 2007, 116).

36 5HFLHQWHVLQYHVWLJDFLRQHVKDQPRVWUDGRVLQHPEDUJRTXHODVGLUHFWULFHVKLJLHQLVWDVTXHPDUFDURQ
la construcci—n de estos barrios no se cumplieron sino solo parcialmente (Su‡rez de Mayorga 2006).

37 De nuevo Eduardo Castillo describe de este modo la localidad de San Crist—bal en el a–o de 1919:
´6DQ&ULVWyEDOHVHQHOH[WUHPRVXUGHODFDSLWDOXQULQFRQFLWRGHVLOHQFLRGHSD]\GHbelleza donde

132
TEJIDOS ONêRICOS

Publicidad urbanizaci—n de Chapinero (1919). Fuente: Cromos

HQWRQFHVGH´KLJLHQL]DUODVIRUPDVSRSXODUHVGHKDELWDUODFLXGDGµ38 construyen-
GR\GLVHxDQGRHQFODYHV´QRUWHxRVµHQHOVXUXELFDGRVPX\FHUFDGHODVIiEULFDV\
perfectamente reglamentados en cuanto a sus condiciones de salubridad.
3HURODUHLGHQWLÀFDFLyQGHODTXHKDEODPRV VDOLUGHOD´SOHEHµSDUDOOHJDUDVHU
´REUHURµ FRQOOHYDEDQRVRORHOGLVHxRGHXQKiELWDWPRGHUQR\ODUHJODPHQWDFLyQ
GHXQDVFRQGLFLRQHVKLJLpQLFDVPtQLPDVVLQRWDPELpQODFUHDFLyQGHIRUPDVDOWHU-
nativas de esparcimiento y diversi—n. El obrero deb’a ser una persona alegre, capaz
GHKDFHUXQXVRUDFLRQDOGHO´WLHPSROLEUHµMXQWRFRQVXIDPLOLDDSURYHFKiQGRORSDUD
esparcirse de forma sana y evitando caer en la tentaci—n de regresar a sus antiguos
h‡bitos chicheros. Ya el general Uribe Uribe hab’a propuesto en su momento que
para alejar de la taberna a los obreros el Estado deb’a procurarles distracciones en-

la naturaleza indome–ada y virgen les ofrece su regazo clemente a los seres fatigados por el traj’n y
ODVOXFKDV\SUHRFXSDFLRQHVXUEDQRV$OOtKD\DLUHR[LJHQDGR\SXURSDUDORVQLxRV\ORVHQIHUPRV
\DPHQRV\VROHGRVRVDVLORVSDUDORVVRxDGRUHVORVSRHWDV\ORVDPDQWHV>«@/RVERJRWDQRVTXHQR
SRVHHQORVPHGLRVVXÀFLHQWHVSDUDLUDYHUDQHDUHQORVOXJDUHVGHmoda, vienen aqu’ ansiosos de gozar
GHORVSODFHUHVGHOFDPSR\GHOLEHUWDUVHGHODVLPSRVLFLRQHVGHODFLXGDGµ Cromos 192, dic. de 1919).

38 /DH[SUHVLyQHVGH&DOYR,VD]D\6DDGH*UDQDGRV  

133
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

caminadas a su educaci—n HVWpWLFDFRPRWHDWURVSRSXODUHVPXVHRV\ELEOLRWHFDV


promoviendo adem‡s la construcci—n de salones populares de FDIpSXHVFUHtDTXH
´ODH[FLWDFLyQGHODVIDFXOWDGHVLGHDWLYDVSURSLDVGHOFDIpµFRQWULEXLUtDDGHVWHUUDU
SDUDVLHPSUH´ORVLQVWLQWRVLQQREOHVTXHHODOFRKROGHVSLHUWDµ 8ULEH8ULEH 
$xRVPiVWDUGH0DQXHO/DYHUGH/LpYDQRHQXQDUWtFXORGHWLWXODGR´(OYHQHQR
de la UD]DµDÀUPDTXHSDUDGHVHPEUXWHFHUDODSOHEHHVQHFHVDULRGLYHUWLUODPHGLDQWH
la construcci—n de salas de cine:

Que la naci—n, el Departamento, el Municipio, o estas tres entidades al mismo


tiempo, construyan en los barrios obreros, y para ellos s—lo, dos, tres o m‡s salones
DPSOLRVFyPRGRV\VXÀFLHQWHVSDUDPLOSHUVRQDV4XHDOOtVHSUR\HFWHQWRGRV
ORVGtDVGHÀHVWDHQPDWLQHH\SRUODQRFKHIXQFLRQHVGHFLQHFREUDQGRFXDQGR
m‡s cinco centavos a los hombres, y dando la entrada gratis a sus mujeres y a sus
QLxRV8QDYH]FRQVWUXLGRVHVWRVVDORQHV>«@HVPX\IiFLODOTXLODUSRUXQSUHFLR
moderado las mismas pel’culas que ven las gentes pudientes, y proyectarlas a
horas que consulten mejor las necesidades del pueblo: de 7 a 10 de la noche, por
ejemplo (Cromos 363, ago. 25 de 1923).

En tanto que parte integral del Ò&LW\ 3ODQQLQJµ OD FRQVWUXFFLyQ GH EDUULRV
obreros deb’a generar un ambiente que pudiera regular la vida cotidiana del trabaja-
GRU/RVWLHPSRVGHtrabajo y los de no trabajo deb’an quedar vinculados a un ritmo de
vida propiamente moderno, evitando as’ que lo pœblico y lo privado estuviesen go-
bernados por ritmos diferentes/DFRQVWUXFFLyQGHHVFXHODVLJOHVLDVVDODVGHFLQHFD-
IpVPHUFDGRVWLHQGDVFDQFKDVGHSRUWLYDVELEOLRWHFDV\RWURVHVSDFLRVS~EOLFRV
en medio de los barrios obreros obedec’a entonces a una pol’tica que buscaba, m‡s
que controlar, producir la vida delWUDEDMDGRU/DVIRUPDVWUDGLFLRQDOHVGHdiversi—n
popular (asistir a corridas de toros, compartir con amigos jugando al tejo o bebiendo
en las chicher’as), deb’an ser sustituidas por unas nuevas, acorde con las campa–as
moralizantes que adelantaba la Iglesia Cat—lica entre los sectores obreros ($UFKLOD
177-180). El cine, los paseos dominicales y la asistencia masiva a nuevos espect‡culos
deportivos como el ER[HR\SRVWHULRUPHQWHHOI~WEROVHSUHVHQWDEDQDKRUDFRPRDOWHU-
QDWLYDV´VDQDVµGHGLYHUVLyQ$HOORVHVXPDEDQRWUDVIRUPDVGHDSURYHFKDPLHQWRGHO
tiempo como la lectura y la alfabetizaci—n39RSURJUDPDVGHEHQHÀFHQFLDVRFLDOFRPR
´/DJRWDGHOHFKHµ\ODV´VDODFXQDVµHQODVTXHORVKLMRVGHORVREUHURVHUDQcuidados y
alimentados por enfermeras y nutricionistas mientras que sus padres, arrancados de la
PLVHULDSRGtDQ´GLJQLÀFDUVXYLGDµtrabajando en una de las f‡bricas de la ciudad.

39 No s—lo las elites empresariales y la ,JOHVLD&DWyOLFDVLQRWDPELpQORVSURSLRVPRYLPLHQWRVobreros in-


VLVWtDQHQHOSDSHO´OLEHUDGRUµGHODOHFWXUD\HOHVWXGLR7DOHUDHOLQWHUpVSRU´HOHYDUHOQLYHOFXOWXUDOµGHORV
obreros que en los a–os treinta, un grupo de intelectuales, entre quienes se contaban -RUJH(OLpFHU*DLWiQ
/XLV/ySH]GH0HVD\2WWRGH*UHLIIVHRUJDQL]DURQSDUDLUDODVIiEULFDVDGLFWDUFRQIHUHQFLDVHQKRUDVGH
GHVFDQVRVREUHWHPDVDFWXDOHV4XHUtDQVHJ~QDÀUPD0DXULFLR$UFKLODFRSLDUODH[SHULHQFLDSHUXDQDGH
0DQXHO*RQ]iOH]3UDGD\SRUHVROODPDURQDHVWDLQLFLDWLYDOD´8QLYHUVLGDG3RSXODUµ  

134
TEJIDOS ONêRICOS

Publicidad Cervecer’a Bavaria.


Fuente: Saldarriaga Roa (2000)
$KRUD ELHQ GHVGH XQ SXQWR GH YLVWD XUEDQtVWLFR ORV EDUULRV REUHURV deb’an
VHUFRQVWUXLGRVOHMRVGHDTXHOODV]RQDVLGHQWLÀFDGDVSRUODVDXWRULGDGHVFRPRIRFRV
de criminalidad y enfermedad. Desde esta perspectiva, se hac’a necesario crear en
Bogot‡ un cintur—n policial de seguridad frente a las amenazas que para la salud y
el orden pœblico representaban los habitantes de estas zonas.40 El investigador Juan

40  0DUOHQH 6iQFKH] 3RVDGD   KD PRVWUDGR FyPR ORV KDELWDQWHV GH HVWRV ´EDUULRV URMRVµ HQ
particular las prostitutas, formaban parte de lo que ella llama el ÒGLVSRVLWLYRGHIHPLQL]DFLyQµSXHV

135
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

Felipe Garc’a (2006) ha mostrado que a partir de 1914 se consolid— un Òurbanismo


GHGHIHQVDVRFLDOµHQHOTXHGHWHUPLQDGDV]RQDVGHOFHQWURGHODFLXGDGIXHURQHVWLJ-
PDWL]DGDVFRPRUHIXJLRVFULPLQDOHV ODGHQRPLQDGD´]RQD7µ PLHQWUDVTXHRWUDV
se convirtieron en emblemas de modernidad. Entre estas œltimas se inclu’an, por su-
puesto, los barrios obreros, que aunque ubicados en su mayor’a al sur de la ciudad,
RSHUDEDQDOOtFRPRXQDHVSHFLHGH´HQFODYHVQRUWHxRVµTXHGHEtDQVHUSURWHJLGRV
(VHQHVWHFRQWH[WRELRSROtWLFR\XUEDQtVWLFRTXHVHHQWLHQGHODOXFKDDQWLDOFR-
KyOLFDFRPRXQPHFDQLVPRGH´GHIHQVDFLYLOµSXHVQRHUDHODOFRKROHQJHQHUDOOR
TXHVHFRPEDWtD ODFHUYH]DFRPRYLPRVHUDXQDEHELGD´OHJLWLPDµ VLQRODchicha,
es decir el alcohol proveniente del ma’z, bebida de origen ind’gena que formaba parte
GHODGLHWDGHODVFODVHVSRSXODUHV &DOYR,VD]D6DDGH*UDQDGRV /DViUHDV
del centro de Bogot‡ donde se ubicaban las chicher’as eran vistas como lugares de
asentamientos populares, es decir como territorios de alta peligrosidad (inscritas en
OD´]RQD7µGHODTXHKDEOD*DUFtD GRQGHODVHQIHUPHGDGHVLQIHFFLRVDVHOPXJUH
\ODFULPLQDOLGDGVHHQFRQWUDEDQDODRUGHQGHOGtD/Dchicha era s’mbolo de ese
mundo ind’gena o mestizo propio de la colonia que deb’a quedar atr‡s para dar
paso al galopante proceso de industrializaci—n, en el que los obreros deb’an ocupar
XQOXJDUIXQGDPHQWDO3RUHVRORVKDELWDQWHVGHOD´]RQD7µVRQWHQLGRVFRPR
subjetividades patol—gicas que deben ser controladas y vigiladas mediante acciones
policiales directas, mientras que los habitantes de los barrios obreros, ubicados en
]RQDVHVWUDWpJLFDVGHOVXUGHEtDQVHUSURWHJLGRVGHWDOHVSDWRORJtDV6XLQVHUFLyQ
disciplinaria en el Òmodo de vida REUHURµJDUDQWL]DUtDTXHHVWDVSHUVRQDVSRGtDQVDOLU
GHÀQLWLYDPHQWHGHOD´]RQD7µSDUDDGTXLULUXQRGHORVORWHVTXHORVQXHYRVXUEDQL-
]DGRUHVÀQDQFLDEDQSDUDHOORVSRGtDQJR]DUGHVXVGHUHFKRVFLXGDGDQRVDWUDYpVGH
la legislaci—n laboral ofrecida por el Estado y utilizar parte de su salario para comprar
DOJXQDEDUDWLMDHQORVEDMRVGHO(GLÀFLR+HUQiQGH]SRGtDQUHHPSOD]DUODchicha por
la cerveza de Bavaria o por la gaseosa de Posada & Tob—n; o bien construir sus casas
con los materiales que les vend’an empresas como Cemento Samper.
Digamos, en suma, que los cinturones biopol’ticos de seguridad buscaban de-
fender a la ciudad de sus enemigos internos, y esto inclu’a no solo defender a las
HOLWHVGHORVSHOLJURVTXHUHSUHVHQWDEDHOSXHEOREDMRDOTXHWHPtDQVLQRWDPELpQ
defender a los obreros de las tentaciones de su propio pasado colonial, evitando
posibles reca’das. Pues de forma an‡loga a lo ocurrido en la colonia, la Òmancha de la
WLHUUDµTXHSHVDEDVREUHHOcuerpo de la plebe podr’a ser limpiada mediante la acep-
taci—n de un modo de vida hegem—nico promovido por las elites, esta vez en clave
obrerista, de acuerdo a los par‡metros del capitalismo industrial.41

REUDEDQFRPRFRQWUDOX]GHDTXHOODVFXDOLGDGHVTXHHUDQLPSXWDGDVFRPR´QRUPDOHVµDODVPXMHUHV
ERJRWDQDVGHODpSRFD

41 0DXULFLR$UFKLODHVFULEHORVLJXLHQWH´/RVobreros sintieron desde el principio que eran parte


GHOSXHEOR>«@SHURTXHellos eran radicalmente diferentes de otros grupos populares&XDQGRH[LJtDQXQ

136
TEJIDOS ONêRICOS

Publicidad Cemento Samper. Fuente: Cromos

Reacciones tolomeicas
&RQRFLGDHVODIUDVHGHOÀOyVRIR\PDWHPiWLFRIUDQFpV%ODLVH3DVFDO´ODGHVJUDFLDGHO
hombre proviene de una sola cosa, y es el no saber permanecer en reposo en una
KDELWDFLyQµ0HQRVFRQRFLGRHVHOKHFKRGHTXHDÀQDOHVGHOVLJOR;9,,HOÀOyVRIR
obtuvo una licencia para operar un sistema de carros tirados por caballos, antecesor
GLUHFWRGHOyPQLEXVFRQYLUWLpQGRVHDVtHQXQRGHORVSUHFXUVRUHVGHOtransporte
pœblico en Par’s.42 Esta paradoja quiz‡s nos sirva para ilustrar el terrible dilema al
que se vio enfrentado un sector de la elite bogotana de los a–os veinte, que deseaba
ciertamente la modernizaci—n de la ciudad, pero que ve’a aterrado c—mo esa misma
modernizaci—n acababa con la tranquilidad de la vida y con el recuerdo de la antigua

nuevo trato, enfatizaban que ya no eran siervos ni esclavos. Ellos eran el producto de la modernidad
FDSLWDOLVWDµ  (OpQIDVLVHVPtR

42 $OUHVSHFWRHVFULEH%HQMDPtQ´(OSULPHUSUR\HFWRGHyPQLEXVSURFHGHGH3DVFDO\VHUHDOL]yFRQ
/XLV;,9GHVGHOXHJRFRQODVLJQLÀFDWLYDOLPLWDFLyQGHTXHORVVROGDGRVSDMHVODFD\RV\GHPiVJHQWH
GHOLEUHDLQFOXVRORVSHRQHV\PR]RVGHFDUJDQRSRGtDQHQWUDUHQGLFKDVFDUUR]DVµ  

137
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

6DQWDIp43 De hecho, el desvanecimiento del imaginario letrado de la Ò$WHQDV6XUDPH-


ULFDQDµSUHYLRDODguerra de los mil d’as, por cuenta de la nueva movilidad urbana,
fue uno de los temas que m‡s afect— la sensibilidad de los intelectuales bogotanos
GXUDQWHORVDxRVYHLQWH/DDUTXLWHFWXUDGHODVFDVDV\HGLÀFLRVHOWUD]DGRGHODVFDOOHV
la canalizaci—n del r’o San Francisco, los nuevos sistemas de abastecimiento de servicios,
WRGRHOORHQRSLQLyQGHPXFKRVHVWDEDGHVÀJXUDQGRWHUULEOHPHQWHHOURVWURGHODDQWLJXD
ciudad colonial, acabando para siempre con su memoria hist—rica.
$FRQWLQXDFLyQPRVWUDUpFXiOIXHODUHDFFLyQGHXQVHFWRUGHODLQWHOHFWXDOLGDG
bogotana frente a la reestructuraci—n del espacio urbano a comienzos del siglo XX.
Como era de esperarse, no se trat— de una reacci—n un’voca. Frente a los intentos de
PRGHUQL]DFLyQGHODFLXGDGLPSXOVDGRVDQWHWRGRSRUPpGLFRVXUEDQLVWDVLQJH-
nieros y economistas, se encontraban, por lo menos, dos tipos de reacciones: la de
ORV´&HQWHQDULVWDVµJUXSRGHHVFULWRUHVHGXFDGRUHV\SHULRGLVWDVTXHDSR\DEDXQD
modernizaci—n controlada mediante la implementaci—n de pol’ticas culturales, y la
GHORV´/HRSDUGRVµVHFWRUYLQFXODGRDODQXHYDGHUHFKDIDVFLVWRLGHTXHUHFKD]DEDGH
plano la industrializaci—n del pa’s y abogaba por el mantenimiento del viejo orden ru-
ral bajo la autoridad de la ,JOHVLD&DWyOLFD$SHVDUGHVXVPXFKDVGLIHUHQFLDVSROtWLFDV
VLKD\DOJRTXHYLQFXODDHVWRVGRVJUXSRVHVVXDFWLWXG´WRORPHLFDµ44, es decir su
creencia en que la movilidad permanente del mundo moderno destruye las esferas
primarias de arraigo y pertenencia a las que, por naturaleza, se halla vinculada la
vida humana. En su opini—n, el copernicanismo de la modernidad genera un mundo
inh—spito, helado, incapaz de ofrecer la seguridad ontol—gica que necesitan los huma-
nos cuando viven en sociedad. Por eso algunos de ellos reivindicar‡n instituciones
tradicionales como la familia, la lengua y la religi—n, mientras que otros luchar‡n por
la implementaci—n de pol’ticas pœblicas que protejan los espacios m‡s tradicionales
de la ciudad.
+D\TXHGHFLUSULPHURTXHORVLQWHUHVHV´FRSHUQLFDQRVµTXHMDORQDEDQODmo-
dernizaci—n de Bogot‡ eran tan fuertes que hasta la Sociedad de Embellecimiento,

43 Esta paradoja se transluce perfectamente en el nombre de la revista SantafŽ y Bogot‡, fundada en el


a–o de 1923 por los OHWUDGRV9LFWRU&DUR\5DLPXQGR5LYDV/RVGRVLQWHOHFWXDOHVERJRWDQRVTXLHUHQVH-
J~QVXVSURSLDVSDODEUDVFRPELQDU´OREXHQRGHDQWDxRFRQOREXHQRGHRJDxRµ\TXHGDUVHFRQORPHMRU
GHGRVXQLYHUVRVXUEDQRVDQWLWpWLFRVHOcolonial-republicano y el moderno. De ah’ el nombre 6DQWDIp\
Bogot‡ escogido para la revista, que en su primer nœmero dec’a: ÒInici— la idea de la publicaci—n de esta
5HYLVWDXQRGHDTXHOORVERJRWDQRVGHUDQFLDFHSDTXHDSHJDGRVDODVVDQDVFRVWXPEUHV\SDWULDUFDOHV
h‡bitos de otros tiempos, ha sabido seguir, y a veces encauzar, las corrientes de renovaci—n que ocupan
KR\HQODVRFLHGDGGHODFDSLWDOGHOD5HS~EOLFDHOPLVPRSXHVWRTXHRFXSDURQVXVPD\RUHVGHODGHO
9LUUHLQDWRGHOD*UDQ&RORPELDRGHOD1XHYD*UDQDGDµ SantafŽ y Bogot‡ 1, ene. de 1923, 59).

44 7RPRDTXtODVFDWHJRUtDV´WRORPHLFRµ\´FRSHUQLFDQRµGHOOLEURGH3HWHUSloterdijk Kopernikanische


Mobilmachung und ptolemŠische AbrŸstung  HQGRQGHHOÀOyVRIRDOHPiQUHÁH[LRQDVREUHHOFDPELR
FXOWXUDOTXHFRQOOHYyODYLVLyQGH&RSpUQLFRVHJ~QODFXDOODWLHUUDQRHVWiLQPyYLOVLQRTXHVHPXHYH
$HVWDUHYROXFLyQ´FRSHUQLFDQDµVHHQIUHQWDXQDFRQWUDUUHYROXFLyQ´WRORPHLFDµGHFDUiFWHUFRQVHUYD-
dor, que mira hacia el pasado buscando rehabilitar los ritmos de la vida rural.

138
TEJIDOS ONêRICOS

%RVTXHGHHXFDOLSWRVHQSan Diego (1920). Fuente: Cromos

instituci—n encargada de proteger el patrimonio hist—rico de la ciudad, no dud— en


mandar talar el venerable bosque de eucaliptos de San Diego y derribar antiguas
HGLÀFDFLRQHVFRORQLDOHVFRQHOÀQGHDEULUOHSDVRDORVYHKtFXORV6XSUHVLGHQWH-RVp
0DUtD6DL]XQGHVFHQGLHQWHGLUHFWRGH$QWRQLR1DULxRDÀUPyHQXQDHQWUHYLVWD
que le gustar’a deshacerse sin reparos de toda la ciudad vieja: ÒSi en mi mano estu-
viera hacer milagros, destruir’a toda la ciudad y en su lugar har’a una modern’sima,
con calles de cincuenta metros de anchas, con quince o veinte parques de cincuenta
RPiVKHFWiUHDVFXDGUDGDVFDGDXQROHSRQGUtDWUDQYtDVDpUHRV\VXEWHUUiQHRVPR-
YLGRVSRUORV~OWLPRVVLVWHPDV\PXFKDVFRVDVPiVµ Cromos 502, abr. 17 de 1926).
'HFODUDFLRQHVFRPRpVWD\SUR\HFWRVLQVHQVDWRVFRPRHOGHUUXPEHGHODQWLJXR
FRQYHQWRGH6DQWR'RPLQJRSDUDFRQVWUXLUXQDRÀFLQDGHWHOpJUDIRVLUULWDURQVR-
bremanera a varios miembros de la llamada ÒGeneraci—n del &HQWHQDULRµ´1RVH
contentan los iconoclastas con afear la ciudad nueva: quieren reformar, modernizar
lo viejo, y ser’an capaces de destruir los retablos de San Francisco o demoler las naves
de la Tercera, para dar paso a un FDPLyQRXQDXWRE~VµUH]DEDXQHGLWRULDOGHODUHYLVWD
Cromos en enero de 1926 (489, ene. 16 de 1926). Muchos dec’an incluso que la Sociedad de
HPEHOOHFLPLHQWRGHEHUtDOODPDUVH´VRFLHGDGGHDIHDPLHQWRµGHELGRDOPDOJXVWRGHODV
QXHYDVDYHQLGDV\HGLÀFLRVS~EOLFRVTXHFRQWUDVWDEDQFRQODbelleza de las viejas casonas
e iglesias coloniales:

139
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

Convento de Santo Domingo (1920). Fuente: Cromos

Pero los Centenaristas no se opon’an a la modernizaci—n incontrolada solamente


SRUUD]RQHVHVWpWLFDVVLQRSRUTXHHVWDEDQFRQYHQFLGRVGHTXHODmovilidad urbana re-
SUHVHQWDEDXQDWHQWDGRFRQWUDHO´DOPDµGH%RJRWiFRQWUDVXVtradiciones m‡s sagradas,
TXHHOORVLGHQWLÀFDEDQFRQODFXOWXUDFDWyOLFD\DULVWRFUiWLFDSURYHQLHQWHGHODFRORQLD/D
ciudad moderna, la que viene siendo construida en el sur con los barrios obreros y de San
Diego hacia el norte con los barrios ingleses, no es otra cosa que una ciudad impersonal,

140
TEJIDOS ONêRICOS

donde el sentido fr’o de los hechos ha sustituido la veneraci—n de lo tradicional. Es una


ciudad que carece de personalidad y de historia porque, al decir de Eduardo Castillo,

'RQGHHQDQWHVVHYHtDQODVSLQWRUHVFDVFDVRQDVGHYHQWDQDVHQUHMDGDV\GHSpWUHRV
portalones, adornadas de her‡ldicos escudos, que un d’a habitaran nuestros abuelos,
KR\VH\HUJXHQLQPXHEOHVÁDPDQWHV\KiELOPHQWHDGDSWDGRVDODVQHFHVLGDGHVGHOD
H[LVWHQFLDPRGHUQDSHURWULYLDOHV\GHVSURYLVWRVGHÀVRQRPtDSURSLD>«@6LQGXGD
la vida FDSLWDOLQDKDJDQDGRPXFKRHQERDWRUHÀQDPLHQWR\HOHJDQFLDSHURQXHVWUD
VRFLHGDGSOXWyFUDWD\FRVPRSROLWDDÀFLRQDGDDOÁLUW\DORVGHSRUWHVItVLFRVKDLGR
SHUGLHQGRHQFDPELRODVWUDGLFLRQHVGHLQJHQXDOODQH]D\GHFRUWHVtDH[TXLVLWDSHUR
sin estiramiento que caracterizaban la vida mundana de nuestros abuelos (Cromos 165,
jun. 7 de 1919, 310-311)

/RV&HQWHQDULVWDVYHQFRQSUHRFXSDFLyQODLQGLIHUHQFLDFRQTXHODVDXWRULGDGHV
contemplan el deterioro de viejas reliquias coloniales, y con espanto el modo en que
grandes avenidas son construidas sobre las ruinas de casonas antiguas, poniendo en
SHOLJURODPHPRULDGH´QXHVWURVDEXHORVµ4XLVLHUDQHQWRQFHVXQDpol’tica cultural
orientada hacia la protecci—n de la ciudad hist—rica, que pudiera establecer un sano
equilibrio entre la vieja 6DQWDIp\ODQXHYD%RJRWi1RVHRSRQHQcomo decimos, a la
modernizaci—n de la ciudad como tal, sino a una modernizaci—n guiada por criterios
SXUDPHQWHHFRQyPLFRVTXHGHVFRQRFHODLPSRUWDQFLDGHOD´PHPRULDKLVWyULFDµ6RQ
pues, los Centenaristas quienes por primera vez hablan de asuntos tales como la conser-
vaci—n del patrimonio hist—rico y del turismo como fuente de ingresos para la ciudad.
$QWHODDPHQD]DTXHSHVDVREUHPRQXPHQWRVKLVWyULFRVFRPRHOFODXVWURGH6DQWR
Domingo y el templo de San Francisco, $QWRQLR*yPH]5HVWUHSRHVFULEH

No comprenden los que proponen tales estragos art’sticos, que un grupo de viajeros
norteamericanos, por ejemplo, pasar’a, sin hacer el menor caso, por delante de nues-
tros modest’simos rascacielos, pero se detendr’a embelesado ante la plazuela frontera
GHODLJOHVLDGH6DQ)UDQFLVFRHQGRQGHVHUHVSLUDXQDXWpQWLFRDPELHQWHcolonial;
visitar’a, no sin emoci—n, el Palacio de San Carlos y la Quinta de Bol’var; y entrar’a
con respeto en la iglesia de San Diego para contemplar el camar’n en donde luce la
HÀJLHGH1XHVWUD6HxRUDGHO&DPSREHOODREUDGHOHVFXOWRU&DEUHUD/RVHQHPLJRVGH
ORDQWLJXRHVWiQVLHPSUHGLVSXHVWRDFDPELDUFRPRHQHOFXHQWRGH$ODGLQROiPSDUDV
viejas por l‡mparas nuevas, es decir, joyas del arte colonial, ya pict—ricas, ya decorati-
vas, por cosas modernas, de escaso o ningœn YDORUµ >@ 

 /D ´DPHQD]D GHO SURJUHVRµ VH FHUQtD WDPELpQ VREUH HO VHFWRU GH San Diego,
OXJDUGHODÀHVWDGHOCentenario, convertido a partir de de 1910 en un emblema de
cosmopolitismo y modernidad. Para los intelectuales Centenaristas, la presencia de
IiEULFDVOtQHDVGHIHUURFDUULO\WUDQYtDVHOpFWULFRVDXQTXHQHFHVDULDVSDUDODFLXGDG
representaba un verdadero peligro para el œltimo basti—n de la memoria colonial
santafere–a: la capilla de 6DQ'LHJR$OOtPRUDEDWRGDYtDHQHOFRQRFLGtVLPR

141
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

SDGUH$OPDQVDXQPRQMHIUDQFLVFDQR\DFDVLFHQWHQDULRPX\YHQHUDGRSRUODJHQWH
GHTXLHQVHGHFtDTXHHUDXQVDQWR(OSDGUH$OPDQVD\ODLJOHVLDGHSan Diego eran
s’mbolos de la vieja cultura cat—lica de la ciudad, s’mbolos amenazados ahora por el
movimiento incontenible del progreso:

Bogot‡ se moderniza, si modernizar Ðcomo muchos lo entiendenÐ es destruir, arrasar,


H[WLUSDUGHUDt]KDVWDHOUHFXHUGRGHODVJHQHUDFLRQHVLGDV>«@+D\HQODHYRFDFLyQ
de nuestro ayer colonial, virgen y espacioso campo para nuestros pintores y escritores:
esa evocaci—n de una edad caballeresca y rom‡ntica est‡ impregnada de un atractivo
incitante que crece en relaci—n directa de las complicaciones y adelantos de nuestra vida
FLYLOL]DGD>«@7HPHPRVWDUGHRWHPSUDQRODmodernizaci—n de la capilla del que fue el
convento de los recoletos de 6DQ'LHJRGH$OFDOi7HPHPRVTXHLPSHULRVDVH[LJHQFLDVGH
la civilizaci—n nos priven de este œltimo rinc—n de la muerta 6DQWDIpULQFyQTXHDPDPRV
FRPRDOJRQXHVWUR\H[FOXVLYDPHQWHQXHVWURWRGRVORVTXHKHPRVQDFLGRHQODFLXGDG
de las granadas purpœreas (Cromos 156, mar. 29 de 1919).

Esta rese–a pone de relieve que la cr’tica al capitalismo industrial y sus aparatos
FLQpWLFRVVHKDFHHQQRPEUHGH´QXHVWURD\HUFRORQLDOµLPDJLQDGRFRPR´XQDHGDG
FDEDOOHUHVFD\URPiQWLFDµ&RQWRGRORV&HQWHQDULVWDVVDEHQTXHQRHVSRVLEOHYROYHU
por completo a ese pasado (la Òmuerta 6DQWDIpµ \VXDSXHVWDHVPiVELHQSRU
preservar algunas tradiciones culturales de la ciudad, aœn en medio de la moder-
QL]DFLyQFDSLWDOLVWD(QWLHQGHQSHUIHFWDPHQWHTXHODV´LPSHULRVDVH[LJHQFLDVGHOD
FLYLOL]DFLyQµVRQLQHYLWDEOHVSHURTXLVLHUDQFRQVHUYDUDTXt\DOOiDOJXQRVULQFRQHV
que evoquen ese viejo imaginario letrado de la $WHQDV6XUDPHULFDQDFRQHOFXDOVH
sienten vinculados. Porque aunque los urbanizadores del Ò&LW\3ODQQLQJµTXLHUDQ
convertir a Bogot‡ en una Nueva York Suramericana, todav’a es posible luchar por
UHVFDWDUDOJXQRVOXJDUHVHPEOHPiWLFRVFRPRODFDVDGHO0DUTXpVGH6DQ-RUJHTXH
pueden ser restaurados para convertirlos en museos, o como la Quinta de Bol’var,
que pueden servir a las nuevas generaciones para que aprecien las virtudes republi-
canas. Espacios simb—licos como el Teatro de Col—n son valiosos en tanto las personas
pueden dar reposo a su alma por algunos minutos, huyendo del espantoso ruido de la
XUEHFRVPRSROLWD\GLVIUXWDQGRGHDOJ~QHVSHFWiFXORSURSLRGHOD´DOWDFXOWXUDµ
3HURHQWUHWRGRVORVLQWHOHFWXDOHV&HQWHQDULVWDVTXL]iVIXH$UPDQGRSolano el
PiVHPSHGHUQLGRFUtWLFRGHOPRGRHQTXHHOFDSLWDOÀQDQFLHURLQWHUQDFLRQDODPH-
QD]DEDFRQGHVWUXLUODV´FRVWXPEUHVQDFLRQDOHVµLPSRQLHQGRXQHVWLORGHYLGD
cosmopolita. Su programa no apunta simplemente hacia una pol’tica que proteja el
patrimonio cultural de Bogot‡ Ðpues considera que esta es una pol’tica de las elites y
para las elitesÐ, sino hacia una que proteja y rescate la ÒLGHQWLGDGQDFLRQDOµSolano
FULWLFDODVPDQLIHVWDFLRQHVSXUDPHQWHH[WHULRUHVGHOprogreso Òcasi siempre enga–o-
VDV\QRUDUDYH]WUiJLFDVGHIHUURFDUULOHVFDUUHWHUDVFDEOHVDpUHRVSXHQWHV\RWUDV
REUDVFRQVWUXLGDVFRQGLQHURYHQLGRGHOH[WHULRU  1RUHFKD]DDORVPHGLRVGH
transporte en s’ mismos, sino el modo en que estos adelantos tecnol—gicos han servido

142
TEJIDOS ONêRICOS

Proyecto ampliaci—n Calle Real (1923). Fuente: Cromos

para facilitar la adopci—n de modelos de vida H[WUDQMHURVTXHVHSDUDQDODVSHUVRQDVGH


VXVSURSLDVUDtFHVFXOWXUDOHVFRQYLUWLpQGROHVHQVLHUYRVGHOLPSHULDOLVPRHFRQyPLFR
En su libro de 1929 La melancol’a de la raza ind’gena, 6RODQRDÀUPDTXHHOprogreso ma-
terial del pa’s debe sustentarse en un conocimiento profundo de los diferentes tipos de
´UD]DVµTXHKDELWDQHOterritorio, y en particular de aquella raza llamada a impulsar una
modernidad con sabor t’picamente colombiano: la raza cundiboyacense.
Para Solano, el temperamento callado, introvertido y melanc—lico de la raza del
altiplano se opone diametralmente al car‡cter f‡ustico, mecanicista y competitivo
que arrastra el capitalismo industrial. Por eso, Òninguna de las manifestaciones que
hacen de la vida una SXMDQWHH[WHULRUL]DFLyQXQDJORULRVDFRQTXLVWDXQDDÀUPD-
ci—n varonil de optimismo, de audaz escalamiento del futuro, halla natural ambiente
en nuestra UD]Dµ  /RTXHQHFHVLWDPRVHQWRQFHVHVnacionalizar la modernidad y
avanzar hacia una especie de ÒPRGHUQL]DFLyQFXQGLER\DFHQVHµTXHQRGHVQDWXUDOLFH
sino potencie las cualidades de la raza. Un orden econ—mico y social en el que no
predomine la competencia desleal sino el amor, pero no el amor fr’o y banal que pro-
mueve la modernidad anglosajona, sino el amor comunitario y m’stico de profunda
ra’z ind’gena:

Solamente nuestra UD]DTXHFRQVHUYDODLGHDUHOLJLRVDGHODPRUHVDLGHDWUpPXODPLV-


teriosa y tierna, inspirada en las escenas id’licas del paisaje nativo, y que no transigir‡

143
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

QXQFDFRQHOOLYLDQRDPRUGHO´FDEDUHWµQLFDPELDUiVXFODURGHOXQDSRUHOUHVSODQGRU
GHORVUHÁHFWRUHVHOpFWULFRVQLVXIULUiVXVOiQJXLGRV\IHOLFHVDEDQGRQRVHQHOIUHQHVt
del jazz-band, lograr‡ rescatar aquellos nobles sentimientos mancillados (21-22).

(VWDVUHÁH[LRQHVVRFLROyJLFDVGHSolano no eran aisladas, sino compartidas por


un buen nœmero de intelectuales y periodistas, como el cronista Joaqu’n Quijano
Mantilla, para quien Bogot‡ nunca podr‡ ser una ciudad industrial, como lo son
)LODGHOÀD,QGLDQiSROLVR´3LWVEXUJRµ(QHVWDVFLXGDGHVIDEULOHVODJHQWHYLYHWRGR
HOWLHPSRGHDIiQPRYLpQGRVHDOULWPRGHORVFDEOHVHOpFWULFRVHOWHOpIRQR\HOtran-
v’a. En cambio, debido al temperamento melanc—lico y cansino de sus habitantes,
Bogot‡ solo puede SURGXFLU´KRPEUHVYLROtQµ HOWtSLFREXUyFUDWDFDSD]GHVRQDUHQWRGRV
ORVWRQRV R´LQGXVWULDOHVDQWHQDµ HOKDFHQGDGRGHODOWLSODQRFRQQHJRFLRVHQ%RJRWiSHUR
que vive de la renta de sus tierras). Porque en opini—n de Quijano Mantilla, ÒBogot‡ es
una ciudad de ensue–o y de diversiones, buena para que vivan los poderes pœblicos y
para que tengan asiento las universidades y las academias, pero no para los hombres
de vida industrial, que necesitan vivir œnicamente del producto de sus empresas y de
VHQVDFLRQHVPHWRGL]DGDVµ Cromos 483, nov. 21 de 1925).
Pero aunque divididos con respecto a si la PRGHUQL]DFLyQGHEtDFRSLDUHOH[L-
toso modelo anglosaj—n o si, por el contrario, deb’a ser nacionalizada, casi todos los
intelectuales Centenaristas concordaban en que Bogot‡ necesitaba la modernizaci—n
\TXHWHQGUtDTXHSDJDUXQDOWtVLPRSUHFLRSRUHOOD<XQRGHORVELHQHVVDFULÀFDGRV
al ’dolo del progreso es la tranquilidad de la vieja 6DQWDIpVXVWLWXLGDSRUORVYRUDFHV
ritmos de la velocidad que predominan en Bogot‡. En esto concordaban los Centena-
ristas con el diagn—stico del anciano historiador -RVp0DUtDCordovez Moure, quien en
sus famosas Reminiscencias de SantafŽ y Bogot‡, recordaba:

En la actualidad vamos m‡s pronto a cualquier punto de los que atraviesan en la


Sabana los ferrocarriles y el tranv’a; pero en cambio se perdi— el encanto de los
paseos campestres a los alrededores de Bogot‡, porque las H[LJHQFLDVGHOYHKtFXOR
REOLJDQDPHGLUHOWLHPSRFRQULJXURVDH[DFWLWXG>«@<FRPRWRGDFRQYHQLHQFLD
tiene inconvenientes, apuntaremos el percance sucedido a unos paseantes, a quienes
el imperioso pito del tren les hizo abandonar en fuga precipitada la comida apenas
HPSH]DGDDVDERUHDUSRUTXHQRWXYLHURQHQFXHQWDODPi[LPDLQJOHVDGHLQH[RUDEOH
aplicaci—n en los ferrocarriles: el tiempo es dinero (1978, 283).

$FRVDGRVSRUODVH[LJHQFLDVGHOWLHPSRFRQYHUWLGRDKRUDHQGLQHURORVKDELWDQ-
tes de Bogot‡ han perdido la tranquilidad de la vida campestre, e incluso la inocencia
que viene aparejada con ese tipo de vida. Ya ni siquiera se ven animales silvestres
por las calles de la ciudad, como lo se–ala Jorge Bayona Posada en su art’culo ÒDel
%RJRWiTXHGHVDSDUHFHµ donde recuerda que en su juventud sol’a ver por las ca-
OOHV XQDV PDQDGDV GH FDEUDV TXH EDMDEDQ WHPSUDQR GHVGH ORV FHUURV ´¢4Xp VH
KLFLHURQ ODV FDEUDV"µ SUHJXQWD FRQ QRVWDOJLD GRQ -RUJH D OR TXH UHVSRQGH FRQ
enojo: Òhemos llegado a la conclusi—n de que el enorme incremento de los autos,

144
TEJIDOS ONêRICOS

camiones, motociclos y dem‡s veh’culos, ha puesto en fuga a esos animales t’midos


\DVXVWDGL]RVTXHSUHÀHUHQDORVSHOLJURVGHODFLXGDGVXHQYLGLDEOHOLEHUWDGHQ
FRPSDxtDGHORVIUDLOHMRQHV\DUUD\DQHVGHORVFHUURVµ SantafŽ y Bogot‡ 18, jun. de 1924,
 <FXDQGRHOPLVPRDXWRUSUHJXQWDTXpVHKDQKHFKRODVSLODVRFKRUURVS~EOLFRV
TXHDQWDxRDGRUQDEDQODFLXGDGUHVSRQGHFRQLJXDOQRVWDOJLD´&RQHOSUHWH[WRGHTXH
GLÀFXOWDQHOtr‡nsito o alegando motivos de higiene y salubridad, se han suprimido las
IXHQWHVS~EOLFDVRVHKDQHVWDEOHFLGRDOJXQDVHQOXJDUHVH[WUDPXURVODVFXDOHVSRUOR
general, permanecen secas, y en lugar de constituir un elemento de aseo, se convierten
HQGHSyVLWRVGHLQPXQGLFLDV\EDVXUDVµ  
Pero no fue Bayona Posada el œnico bogotano de los a–os veinte que a–oraba
las viejas piletas de agua, removidas de la calle para abrir paso a los autom—viles y al
WUDQYtD7DPELpQHO\DUHIHULGR´'U0LUDEHOµVHTXHMDEDFRQDPDUJXUDGHODWUiJLFD
GHVDSDULFLyQGHODVSLOHWDV\HQXQDJUDFLRVD´&DUWDDO0RQRGHOD3LODµDxRUDORV
viejos tiempos cuando la gente pod’a respirar aire puro y caminar tranquila por
las calles de 6DQWDIp

Figœrate, pues, ilustre Mono, cu‡l ser‡ la vid para tus conciudadanos, que fatal-
mente circulan por esta urbe, con la vista en el piso, el pa–uelo en las narices y el
GHVDJUDGRHQHODOPD1RKD\WDOYH]TXHEXVFDURWUDH[SOLFDFLyQDOWUDQVFRQH-
MDPLHQWRODLQIHFXQGLGDG\ODQHXUDVWHQLDHQTXHYLYLPRV>«@%LHQWHKDOODVHQ
aquel penumbroso rinc—n del museo, que si de all’ salieras para ver los progresos
efectuados en casi un siglo, te asombrar’as de su peque–ez y har’as dolorosas
comparaciones (Cromos 505, may. 8 de 1926).

Este tipo de manifestaciones pœblicas de nostalgia por la vieja 6DQWDIp\GHUHFKD]R


a la nueva Bogot‡, eran moneda FRP~QHQDTXHOODpSRFD&RQVLGpUHVHSRUHMHPSOROD
carta pœblica a Bogot‡ escrita por Juan B. Delgado y dedicada Òal Doctor Don $QWRQLR
*yPH]5HVWUHSRµHQODTXHVXDXWRUUHFXHUGDORVHYRFDGRUHVQRPEUHVTXHOOHYDEDQ
las calles de la ciudad, pero que ahora han sido cambiados por odiosos nœmeros, en un
LQWHQWRSRULPLWDUHOHVStULWXGHFXDQWLÀFDFLyQSURSLRGH´ODQRPHQFODWXUD\DQTXLµ
/RVYLHMRV\PHPRUDEOHVSDODFLRVYLUUHLQDOHVKDQFHGLGRVXOXJDUDGHVJDUEDGRVHGL-
ÀFLRVTXHKXELHUDQKHFKRPRULUGHSHQDDOPLVPtVLPR-LPpQH]GH4XHVDGDVLHVWH
hubiese tenido la mala suerte de verlos. Delgado critica la pol’tica municipal que hace
GHUUXPEDUODVYLHMDVHGLÀFDFLRQHVFRORQLDOHVSDUDFRQVWUXLUHQRUPHVPRQXPHQWRVDO
PDOJXVWRTXHQLVLTXLHUDOHKDFHQKRQRUDODGMHWLYR´PRGHUQRµ

0DOKD\DODSLTXHWDGHPROHGRUDTXHQLWHGHMyDUFDLFDQLWHGHMyPRGHUQD+R\
HUHVXQDFLXGDGKtEULGDFRPRKD\PXFKDV>«@/DVGHÀFLHQFLDVPDWHULDOHVGHTXH
adoleces son hijas de tu car‡cter enfermo de poes’a. Mas si el Progreso ha de llegar
DWLDFRVWDGHWXVHQVRxDFLRQHVFLpUUDOHODSXHUWD Cromos 292, feb. 4 de 1922, 50).

Pero este consejo de Òcerrar la puerta al SURJUHVRµPHGLDQWHXQDSROtWLFDFXOWXUDO


TXHSURWHMDHOSDWULPRQLRKLVWyULFRHVUHVHQWLGDSRUORV´/HRSDUGRVµLQWHOHFWXDOHVGH

145
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

origen caldense radicados en Bogot‡ y vinculados a ODH[WUHPDGHUHFKDTXLHQHV


pensaban que la soluci—n a los problemas de la ciudad deb’a ser m‡s radical. Si lo
que se busca es que Bogot‡ no pierda sus tradiciones m‡s valiosas, entonces hay que
RSRQHUVHDO´UHSXEOLFDQLVPRµFDXVDQWHVHJ~QHOORVGHOD´GHFDGHQFLDGHRFFLGHQWHµ
(QWUHORV/HRSDUGRVHUDPX\SRSXODUODWHVLVGHOÀOyVRIRDOHPiQ2VZDOG6SHQJOHU
VHJ~QODFXDO2FFLGHQWHDWUDYLHVDLUUHPHGLDEOHPHQWHSRUXQDIDVHGHGHFDGHQFLD
espiritual. Para Spengler, fen—menos tales como el desarrollo tecnol—gico, la urba-
nizaci—n, las vanguardias art’sticas y la democracia liberal representan la madurez
y, al mismo tiempo, la decadencia de occidente, porque han empujado la cultura
KDFLDHOH[WUHPRGHVXVSRVLELOLGDGHVH[SDQVLYDV/DFXOWXUDRFFLGHQWDO\DQRSXHGH
H[SDQGLUVHPiVVLQRTXHKDLQLFLDGRXQSURFHVRLQHYLWDEOHGHFRQWUDFFLyQWDOFRPR
lo demuestra la barbarie europea de la primera JXHUUDPXQGLDO$VtODVFRVDVORVLQ-
WHOHFWXDOHVGHOD´QXHYDGHUHFKDµ45YHUiQHQODVLGHDVGH6SHQJOHUXQDFRQÀUPDFLyQ
de su tendencia conservadora a romantizar el pasado.46 El presente es la civilizaci—n,
el mundo del dinero, las masas y la urbe, mientras que el pasado fue la cultura, el
PXQGRGHOFDPSR\GHODPtVWLFDODpSRFDHQTXHÁRUHFLHURQORVYDORUHVHVWpWLFRV\
DULVWRFUiWLFRV5HFRUGHPRVWDPELpQTXHSDUD6SHQJOHUHVHQODVFLXGDGHVGRQGHVH
va instalando primero el germen de la decadencia moderna:

/DXUEHPXQGLDOVLJQLÀFDHOFRVPRSROLWLVPRRFXSDQGRHOSXHVWRGHO´WHUUXxRµ
el sentido fr’o de los hechos substituyendo a la veneraci—n de lo tradicional; sig-
QLÀFDODLUUHOLJLyQFLHQWtÀFDFRPRSHWULÀFDFLyQGHODDQWHULRUUHOLJLyQGHODOPDOD
´VRFLHGDGµHQOXJDUGHO(VWDGRORVGHUHFKRVQDWXUDOHVHQOXJDUGHORVDGTXLULGRV(O
dinero como factor abstracto inorg‡nico, desprovisto de toda relaci—n con el sentido
del campo fruct’fero y con los valores de una originaria HFRQRPtDGHODYLGD>«@
(QODXUEHPXQGLDOQRYLYHXQSXHEORVLQRXQDPDVD/DLQFRPSUHQVLyQGHWRGD
tradici—n que, al ser atacada, arrastra en su ruina a la cultura misma Ð nobleza,
iglesia, privilegios, dinast’a, convenciones art’sticas (1947, 57-58).

/DGHFDGHQFLDFXOWXUDOTXHORV/HRSDUGRVFULWLFDQHOnihilismo que arrastra con-


sigo el FDSLWDOLVPRLQGXVWULDO\HO´UHSXEOLFDQLVPRµOLEHUDOREHGHFHSUHFLVDPHQWHD

45 $VtORVOODPDHOKLVWRULDGRU5LFDUGR$ULDV7UXMLOORHQVXH[FHOHQWHOLEURVREUHORV/HRSDUGRV  

46 6LOYLR9LOOHJDVFDEH]DLQWHOHFWXDOGHORV/HRSDUGRVPDQLIHVWDEDVXYHQHUDFLyQD6SHQJOHUGHHVWH
modo: ÒÔLa Decadencia de Occidente es la epopeya de los tiempos modernos, el Fausto de la civilizaci—n
PDTXLQL]DGD>«@(OGLQHURGLFHWULXQIyEDMRODIRUPDGHODGHPRFUDFLD+XERXQWLHPSRHQTXHpO
solo Ð o casi solo Ð hac’a la pol’tica. Pero tan pronto como hubo destruido los viejos —rdenes de la
cultura, surge sobre el caos una magnitud nueva, prepotente, que ahonda sus ra’ces hasta el fondo de
todo suceder: los hombres de pu–o ces‡reo. Estos son los que aniquilan la omnipotencia del dinero.
(O,PSHULRVLJQLÀFDHQWRGDFXOWXUDHOWpUPLQRGHODSROtWLFDGHOGLQHUR/RVSRGHUHVGHODVDQJUHORV
impulsos primordiales de toda vida, la inquebrantable fuerza corporal, recobran su viejo se–or’o. Des-
punta pura e irresistible la UD]D>«@1RKD\HPSHURRWURpoder que pueda oponerse al dinero sino ese
GHODVDQJUH6yORODVDQJUHVXSHUDUi\DQXODUiDOGLQHURµ  

146
TEJIDOS ONêRICOS

que la movilidad se ha instalado como imperativo de la vida social en su conjunto.


Pero la PRYLOLGDGFRQOOHYDHOGHVDUUDLJRODGHVYLQFXODFLyQOD´SpUGLGDGHODXUDµ
OD´UHEHOLyQGHODVPDVDVµ(Ocuerpo mismo de la ciudad se ha convertido en objeto
de una UDFLRQDOLGDGQLYHODGRUDTXHSULYLOHJLDHOJXVWRSUDJPiWLFRGH´ODPDVDµ
Ðencarnado en las nacientes clases mediasÐ y desvaloriza todo aquello que recuerde
aquel mundo jer‡rquico de la ciudad colonial, en el que hab’a un lugar para cada
cosa y cada cosa ten’a su lugar. Es necesario entonces recuperar los privilegios de
la sangre, si se quieren combatir los privilegios del dinero. Porque el capitalismo,
HQRSLQLyQGHORV/HRSDUGRVVLJQLÀFDOD´SDJDQL]DFLyQGHOPXQGRµHOWULXQIRGHO
HJRtVPRTXHSLVRWHDORVYDORUHVGHODFDULGDGFULVWLDQD/DSROtWLFDTXHQHFHVLWD&RORP-
bia no es una que procure la PRYLOLGDGLQFHVDQWHGHODVPDVDV SROtWLFD´GHFDGHQWHµ 
VLQRXQDTXHDÀUPHHQHOODVVXDUUDLJRDODWLHUUD\DODVYLHMDVWUDGLFLRQHV(QVX´0D-
QLÀHVWR1DFLRQDOLVWDµGHORV/HRSDUGRVDÀUPDQ

)UHQWHDORVH[WUDYtRVDQiUTXLFRVGHOproletariado urbano, que es una sedici—n


sistem‡tica del individuo contra la especie, nosotros invocamos el esp’ritu tradicional
de las clases campesinas, que son el esp’ritu de la tierra. Siendo nuestro pa’s casi en
su totalidad agr’cola, el problema social se cifra, primeramente, en el mejorestar
de los trabajadores rœsticos, que son el fundamento de la econom’a patria. Como
resultado del nacionalismo debemos incorporar el hombre a la tierra, para que de
HOODWHQJDXQDSHUVRQDOLGDGpWLFDµ 9LOOHJDV 

/DFLXGDGFDSLWDOLVWDFRQVXIiXVWLFDmovilidad que desarraiga a las personas,


debe ser radicalmente combatida en nombre de una pol’tica que devuelva al campo
y al campesino su lugar central en la econom’a. El deber de una pol’tica nacionalista
QRHVIDYRUHFHUHOFUHFLPLHQWRGHODVFLXGDGHVVLQRHO´PHMRUHVWDPLHQWRµGHOFDPSR
SRUTXH VRQ ORV ´WUDEDMDGRUHV U~VWLFRVµ \ QR ORV LQGXVWULDOHV  TXLHQHV FRQVWLWX\HQ
el dep—sito de las reservas creadoras y espirituales de la naci—n. Es decir que en
lugar de convertir a la ciudad en un polo de desarrollo industrial, haciendo que el
campesino abandone su tierra bajo el espejismo del progreso, lo que se requiere es
´DUUDLJDUDOFDPSHVLQRµSDUDHYLWDUTXHVHDSUHVDIiFLOGHOcapitalismo y del comu-
QLVPR$xRVPiVWDUGH6LOYLR9LOOHJDV\$XJXVWR5DPtUH]0RUHQRIRUPXODUtDQVX
programa de la siguiente forma:

(OPDTXLQLVPRGHVSXpVGHKDEHUFUHDGRODFRQFHQWUDFLyQFDSLWDOLVWDHVWiFRQWUL-
buyendo a su ruina, siendo al propio tiempo la causa de una particular decadencia
LQWHOHFWXDO\PRUDO(VSUHFLVRVXEVWLWXLUHOPDWHULDOLVPRWULVWHGHQXHVWUDpSRFDSRU
un sentido espiritualista de la vida. Producir y consumir no deben ser los œnicos
SRORVGHODLQWHOLJHQFLDKXPDQD>«@/DSROtWLFDQDFLRQDOGHEHVHUDQWHWRGRSROtWLFDGH
ODVSURYLQFLDV\SDUDODVSURYLQFLDV1XHVWUDUHS~EOLFDVRORSRUH[FHSFLyQHVXUEDQD
Tenemos una democracia agraria que quiere o’r hablar de sus pastos, de la cr’a de ga-
nado y del cerdo, del cultivo del FDIpGHODSDUFHODFLyQGHODWLHUUD>«@/RTXHQR

147
ƒTICA Y CINƒTICA DEL HOMO URBANO

entiende la SREODFLyQFRORPELDQDHVHOWXUELRDMHWUHRGHODÀQDQ]DFRVPRSROLWD\
la obligada consulta de nuestros negocios econ—micos y administrativos con los
EDQTXHURVGH:DOO6WUHHWµ  

9ROYHUDODSURYLQFLDDORVULWPRVOHQWRVGHODYLGDcampesina; recuperar el abri-


go de las jerarqu’as sociales erigidas desde la colonia, parec’a ser entonces el programa
SROtWLFRGHORV/HRSDUGRV3RUVXSDUWHORV&HQWHQDULVWDVSURSXJQDEDQSRUXQDFRQ-
servaci—n ya no de las estructuras sociales del pasado, pero s’ por lo menos de
su memoria hist—rica. Una memoria que recordaba tiempos anteriores al advenimiento
del homo urbano, cuando la vida en la ciudad era ciertamente m‡s jer‡rquica y autori-
taria, pero en cualquier caso m‡s apacible. Tiempos de la vieja 6DQWDIpTXHGHEtDQVHU
preservados en medio de la jungla FLQpWLFDGH%RJRWi$PERVJUXSRVCentenaristas
\ /HRSDUGRV WLHQHQ XQD PLUDGD QRVWiOJLFD KDFLD HO SDVDGR colonial, pero desde el
presente de la colonialidad3XHVFRPRORYHUHPRVHQHOFDStWXORVLJXLHQWHODVpOLWHVTXH
LPSXOVDURQ\RUHSXGLDURQODFLQHWL]DFLyQGH%RJRWiHQODGpFDGDGHO veinte no lo-
graron desprenderse de los imaginarios profundamente vinculados a jerarqu’as
VRFLDOHV \ HSLVWpPLFDV HULJLGDV HQWUH ORV VLJORV ;9, \ ;9,,, TXH KHPRV HVWXGLDGR
ampliamente en otro lugar.

148

Anda mungkin juga menyukai