La cosmovisión nahuátl
¿Qué es cosmovisión? Es, sencillamente, la manera de ver e interpretar el mundo
y el universo. Todos los pueblos del planeta han construido la propia a partir de la
contemplación de su entorno, así como de la necesidad de explicarse, primero, los
fenómenos naturales y, después, en una fase más profunda, a sí mismos. El ser
humano trae en él la urgencia de explicarse su origen primero y de desentrañar
el significado de la vida y de la muerte. De ahí, de esos cuestionamientos, surge la
filosofía.
1.1 El Origen
El resto de los dioses se lanzó también a las llamas, pues así lo exigía el Sol para
poder alimentarse con su sangre. Ehécatl, dios del viento y advocación de
Quetzalcóatl, con su aliento ayudó para que ambos astros se movieran e
iluminaran sucesivamente al mundo. De aquí surge, entonces, el orden del
cosmos
Para los mexicas, el Universo estaba conformado por dos planos: uno horizontal y
el otro vertical. El horizontal se llamaba Tlaltícpac y era la superficie del mundo,
habitada por los seres humanos, animales y plantas. El vertical se dividía en dos:
uno hacia arriba, el supramundo u Omeyocan; y otro hacia abajo, el inframundo o
Mictlán. El cruce de ambos planos era el ombligo de la creación entera y se
encontraba en el Templo Mayor, lugar sagrado de México-Tenochtitlan.
Para los Tlaltícpac, es el nivel terrestre. De su centro surgen los cuatro rumbos del
universo. A cada uno de ellos le correspondía un dios creador: el oriente era
territorio de Tezcatlipoca Rojo; el norte, de Tezcatlipoca Negro; el sur, de
Huitzilopochtli o Tezcatlipoca Azul; y el poniente de Quetzalcóatl.
La primera parte del plano vertical, estaba conformado por trece cielos y se
estableció a partir de la observación y el movimiento de los astros. Aunque existen
varias versiones, podemos mencionar, por ejemplo, que el primer “cielo” era la
casa de la luna y de las nubes, y el octavo era el sitio donde se gestaban las
tempestades. Los dioses, por su parte, habitaban el noveno, décimo y undécimo;
los últimos dos eran la morada de la dualidad, de Ometecuhtli y Omecíhuatl.
Por último, el inframundo estaba constituido por nueve lugares que precedían al
Mictlán, cada uno regido por deidades relacionadas con la muerte, mismos que
tenían que recorrer los que habían perecido de muerte natural. Algunos de estos
sitios son, según el Codex Vaticanum, el pasadero de agua, el lugar del viento de
obsidiana y el lugar donde son comidos los corazones de la gente. Pero Fray
Bernardino de Sahagún menciona otros, como las sierras que chocan entre sí y el
lugar del viento frío de navajas. Quienes superaban estos graves peligros,
llegaban a la presencia de Mictlantecuhtli, señor de la muerte.
Para que haya vida, debe haber primero muerte. El arte de estos pueblos
atestigua lo anterior, ya que es abundante la existencia de calaveras
frecuentemente representadas con ojos luminosos y brillantes, lo cual habla de
una creencia de vida después de la muerte.
Por otro lado, tenemos las muy discutidas ofrendas humanas, que se han
practicado en diversas culturas. Una vez más nos remitimos al sacrificio de los
dioses para crear el cosmos, a la sangre de Quetzalcóatl que unida a los huesos
de los muertos—daba vida a una nueva raza. Así, la muerte de los guerreros
capturados en batalla era una ofrenda a los dioses, como agradecimiento por su
propia inmolación y para preservar la vida sobre la Tierra. Una vez más la relación
vida muerte.
Referencias Bibliográficas.