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12-09-2018
In memoriam
Josep Fontana, la Historia vuelta sobre sí misma
Juan Andrade
Sin permiso
Fontana sostuvo al respecto una mirada muy incómoda para aquellos historiadores
“convencidos de que se limitan a investigar desapasionadamente el pasado libres de
cualquier prejuicio cultural o político” [1] . Esta mirada consistía en aplicar al estudio
de la disciplina histórica los mismos criterios explicativos que esta proyecta sobre
otros productos culturales. Fontana practicó de este modo una Historia que se volvía
sobre sí misma, que se concebía como un producto cultural inmerso en el mismo
mundo investigado y que se interrogaba sobre sus orígenes para reconocer que no
suelen ser muy nobles. En estos trabajos la dimensión crítica que se presupone a la
Historia tenía un efecto boomerang que denunciaba las mistificaciones recurrentes en
los relatos académicos sobre el pasado, las motivaciones ideológicas apenas
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Estas visiones tan recurrentes del pasado han estado mediatizadas, según Fontana,
por la “economía política” hegemónica de cada tiempo: por un relato de parte que se
presenta a sí mismo como la explicación universal, objetiva, desapasionada y
científica del momento, elevando a la categoría de sentido común sus predilecciones
políticas. Sobre estas visiones del pasado se ha levantado en cada tiempo un
proyecto de futuro, justificado como la continuación lógica de la línea de progreso que
venía empujando históricamente [2] . Según Fontana cada uno de esos tres niveles
(visión del pasado, economía política del presente y proyecto de futuro) no podían
entenderse sin su articulación con los demás, en tanto que constitutivos de una
concepción interesada del mundo que al hacerse hegemónica, sin embargo, lograba
fingir la independencia de cada uno de sus componentes.
Estas visiones del pasado se fueron alimentado a lo largo del siglo XIX y XX de tres
elementos muy combatidos por Fontana: la idea de progreso consagrada en la
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Mientras tanto, buena parte de la izquierda, incapaz de leer la historia con sus propios
códigos, se conformó con replicar que la burguesía se estaba precipitando con el
festejo, que esa misma concatenación de los acontecimientos pasados remitía a un
horizonte ulterior, que el avance ineluctable del progreso conducía a otro estadio
conclusivo, que el viento de la historia soplaba a favor de la sociedad sin clases.
Según Fontana, la fortaleza de esta concepción dominante de la historia en la
contemporaneidad fue tal que durante mucho tiempo contagió a la alternativa que
pretendía reemplazarla. El marxismo esclerotizado de la época terminó parasitando la
misma lógica de su adversario.
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hubiera recibido con una sonrisa irónica la enésima postergación, ahora sine die, del
fin de la historia por parte de un Fukuyama abrumado por la evidencia del mundo
violento y caótico en el que vivimos, como hace unos días revelaba The New Yorker
[7] .
En Europa ante el espejo, Fontana explicaba cómo los europeos han construido una
imagen falseada de los otros para poder definirse de manera ventajosa con respecto
a ellos, cómo fueron tallando su identidad por contraste con las representaciones
falaces que iba elaborado de los demás, cómo ha ido mirándose en un espejo
deformado para embellecerse. El primer reflejo invertido lo obtuvieron los europeos
del bárbaro, denostado por griegos y romanos, al que siguieron los rostros satánicos
del hereje autóctono y el infielmahometano. A las puertas del Renacimiento, con la
expansión de las ciudades, el noble y el burgués europeos festejaron su civismo al
compararse con la supuesta torpeza y brutalidad del rústico inculto, cuya imagen
amenazante fue posteriormente sustituida por la de unas masas resentidas y ansiosas
por dinamitar las bases económicas del progreso. Con el colonialismo decimonónico
los europeos completaron su autorretrato a partir de los espejos del salvaje, el
oriental y el primitivo [8] .
Otro frente de batalla en la obra de Fontana fue la denuncia del protagonismo que la
Historia ha concedido a los grupos políticos y económicos dominantes, en perjuicio de
los sectores subalternos y de la inmensa mayoría de las mujeres. En La historia de los
hombres Fontana realizó un recorrido por el lento y titubeante proceso de
incorporación a los relatos del pasado de las mayorías sociales tradicionalmente
marginadas; criticando que en cada momento de inclusión de un nuevo sector social
a la Historia se hubiera excluido a una de sus partes o a otro similar. Así contaba, por
ejemplo, que frente a las crónicas de las hazañas de la nobleza y las proezas de la
burguesía, la primera historia social centró su atención en el movimiento obrero
institucionalizado, sobre todo en sus líderes e ideólogos, dejando en un segundo
plano los análisis sobre las condiciones y formas de vida de los trabajadores
anónimos. Cuando en un segundo momento se empezó a hablar de sus condiciones
de vida, de sus luchas e imaginarios, la historia social europea se refirió sobre todo a
los trabajadores masculinos de los países desarrollados. Con el paso del tiempo los
historiadores occidentales fueron incluyendo a las antiguas comunidades no europeas
como objeto de estudio, pero cuando los descendientes de estas comunidades se
erigieron en sujetos de la narración de su propio pasado no les prestaron demasiada
atención [11] .
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Fontana reconoció el interés y la utilidad que para los historiadores tenía la dimensión
crítica del pensamiento postmoderno, pero arremetió contra sus conclusiones. Valoró
que la deconstrucción postmoderna del gran armazón conceptual estructuralista
moderno - que privilegiaba el estudio de las grandes tendencias de la historia, de las
estructuras materiales que determinaban supuestamente los productos de la
conciencia y las dinámicas de unos movimientos sociales donde apenas había lugar
para la acción individual –hubiera sacado a la luz multitud de dimensiones del hombre
hasta entonces ignoradas. Pero denunció que la multiplicación de contenidos y
perspectivas estuviera dando lugar una historia fragmentaria renuente a cualquier
explicación integral. Valoró la consideración de la disciplina de la Historia como una
construcción social mediatizada por los gustos culturales y las preferencias políticas
del presente. Pero denunció que ese perspectivismo derivase en un relativismo
absoluto que reducía la realidad a sus representaciones e igualaba a la baja cualquier
relato del pasado con independencia de cuál fuera su base probatoria. Valoró la crítica
postmoderna a la continuidad histórica. Pero criticó que terminara negado el sentido a
cualquier periodización o convirtiendo toda secuencia temporal en mera
simultaneidad. Reconoció, porque ya lo había defendido antes, que algunos de los
sucesos más dramáticos del siglo XX hubieran degenerado de los proyectos políticos
ilustrados. Pero negó, frente a lo que repetían los posmodernos, que todo proyecto de
emancipación general de la sociedad condujera indefectiblemente hacia la
burocratización y el totalitarismo. Valoró la crítica postmoderna a la omnipresencia del
poder y el énfasis que esta puso en la capilaridad del poder mismo. Pero denunció la
equiparación entre la microfísica del poder y sus grandes centros decisorios o que esa
crítica no llevase a los pensadores postmodernos a renunciar al (macro) poder de las
cátedras universitarias [13] .
Fontana plateaba que una vez desestimada la idea de progreso el capitalismo dejaría
de aparecérsele al historiador como el momento de su realización óptima, para ser
concebido como una formación histórica remplazable. Fontana planteaba que una vez
decayese la reconstrucción del pasado como genealogía racionalizadora y
legitimadora del presente la historia podrá ser vista como una trama compleja
jalonada de distintas encrucijadas, en las que rara vez se tomó el mejor camino “en
términos del bienestar de la mayor parte de los hombres y mujeres, sino el que
convenía a aquellos grupos que disponían de la capacidad de persuasión y de la
fuerza represiva necesaria para imponerla” [14] . Desestimada la idea de progreso el
historiador podría proyectar una mirada limpia sobre las alternativas frustradas en el
pasado, para descubrir la racionalidad que había en algunas de ellas y el potencial
que todavía encierran [15] . No se trataba de una vuelta nostálgica al pasado, si no
de una búsqueda de nuevos horizontes alumbrados en el pasado que nunca se
recorrieron y cuyo recorrido sería posible gracias también a la liberación del
testimonio de quienes entonces los alumbraron. Las referencias obvias de Fontana en
la elaboración de esta concepción fueron Walter Benjamín y Antonio Machado, dos
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por racionalizarlo para acomodarse a él. Su trabajo consistió en cultivar una Historia
técnicamente muy bien construida que poner al servicio de un giro igualitario en la
evolución de la sociedad. Su empeño hacia la disciplina de la Historia fue, en sus
propias palabras, “el de arrancarla de la fosilización cientista para volver a convertirla
en una ‘técnica’: en una herramienta para la tarea del cambio social”. [20]
Notas:
[1] J. Fontana, Historia: análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, Crítica,
1982, p. 10.
[5] J. Fontana, La historia de los hombres: el siglo XX, Barcelona, Crítica, 2002, pp.
102 y 103 y 144 y 145.
[7] “Francis Fukuyama postpones the end of history”, The New Yorker,
https://www.newyorker.com/magazine/2018/09/03/francis-fukuyama-postpones...
[11] J. Fontana, La historia de los hombres, op. cit., pp. 163 y 169.
[16] Cita de Antonio Machado tomada de J. Fontana, Europa, op. cit., p. 153.
[19] J. Fontana, La historia de los hombres, op. cit., pp. 201 y 202.
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