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HISTORIA, MEMORIA Y SUBJETIVIDAD

Los aportes de la historia y el psicoanálisis a las ciencias políticas1.

Elisa Neumann2

Resumen
Las ciencias sociales han privilegiado el estudio y análisis de procesos macro-sociales, en
sus dimensiones sociológicas, económicas y políticas. Desde esta perspectiva la sociedad es
vista como totalidad inmanente que prefigura y condiciona la acción de los sujetos y los
colectivos. El sujeto humano es borrado del curso de la historia. En este artículo se
trabajan algunas nociones que permitan visibilizar la capacidad instituyente de los sujetos y
los colectivos. Para ello es necesario develar el papel que juega lo social histórico en la
subjetividad, y la relación de esta última con una historia de la cual es soporte y efecto, y la
cual contribuye también a crear. Con este propósito se analizan las relaciones entre
psicoanálisis e historia, a fin de producir conocimiento sobre lo histórico social que hagan
posibles nuevas prácticas ético-políticas.
Palabras Claves: Subjetividad, Psicoanálisis, Historia y Política.

Introducción
En sus inicios las nacientes disciplinas de las ciencias sociales centraron sus
esfuerzos por deslindar límites y marcar territorios, lo cual les permitió definir sus
respectivos objetos de estudios. Alrededor de la década de los 70 se hizo evidente el
agotamiento de las disciplinas de objeto discreto para abordar las complejidades de las
sociedades actuales. En la actualidad los esfuerzos se orientan al desarrollo de objetos y
campos de problemas que permitan abordajes transdisciplinarios.
Las problemáticas vinculadas a la subjetividad colectiva y la transformación social
es una de las áreas de preocupación de las ciencias sociales que se resiste efectivamente a
los abordajes unidisciplinarios. Según Fernández (1997), ello implica desmontar ficciones
recurrentes, la ficción del individuo que impide pensar en términos de procesos y
movimientos colectivos, y la ficción del poder de estructuras y organizaciones que cobran
vida propia, obturando la existencias de sujetos concretos que las sostienes y reproducen en
el tiempo, pero que son también capaces de transformarlas.
Se requiere de un esfuerzo de elucidación crítica que permita transitar desde
epistemologías de objeto discreto a la producción de conocimiento transdisciplinar. Se trata
de evitar comprensiones simplistas y reduccionistas, para abordar un campo de problemas
desde un paradigma multireferencial. Esto no significa la disolución de las disciplinas

1
Este trabajo fue presentado al Seminario: Historia y Ciencias Sociales en el Debate Actual. En el curso de la
formación del Doctorado en Ciencias Sociales y Políticas en América Latina.
2
Psicóloga clínica Universidad de Chile, Doctora en Procesos políticos y sociales de América Latina
Universidad ARCIS, Magíster en Psicología Clínica Psicoanalítica. Universidad Adolfo Ibáñez.
actualmente existentes, pero demanda un esfuerzo por desterritorializarlas, pues sus saberes
son puestos en tensión al entrar en contacto con otros saberes.
Más aún, la producción de conocimientos desde perspectivas transdisciplinarias
pasa por desmontar ciertos aprioris epistémicos desde los cuales se constituyen los campos
de análisis en las ciencias sociales. Uno de los más recurrentes, y serio obstáculo para la
producción teórica es el par antinómico individuo/sociedad. Esto impide sostener la
tensión singular/colectivo, es decir entender un sujeto cuyo deseo se inscribe en la historia,
y al mimo entender esta historia como movimiento y praxis humana.
En este artículo se problematizan estas ficciones y oposiciones en las cuales se han
construidos los saberes de las ciencias sociales, y al mismo tiempo se interrogan los cruces
y transversalidades entre sujeto e historia, entre alienación individual y colectiva.

El Nacimiento del Sujeto Moderno


Según Vezzeti (1993), las figuras del individuo de la modernidad son múltiples y
diversas; el hombre ilustrado sujeto de la razón, el ciudadano como unidad política, e
incluso el alma sensible como asiento del yo. Es decir en la categoría de individuo, se
amalgaman condiciones diversas: una categoría científica y filosófica, el actor social
moderno y un horizonte de valor dotado de autonomía y realización.
La noción de individuo – pensada como unidad elemental de formas más complejas
de conexión-, surge durante el S XVII al desaparecer formas de sociabilidad tradicionales
vinculadas con el orden feudal. Los procesos de modernización social y política que cursan
en Occidente permite la construcción de espacios que hacen posible la individuación.
Según Fernández (1997), estos procesos coinciden con la nuclearización de la
familia, que se constituye como espacio íntimo y privado, opuesto a lo social y público.
Estas transiciones no sólo dan cuenta de cambios en la vida cotidiana, sino también de
transformaciones de las relaciones sociales de producción, que tienen como resultado
procesos de subjetivación. Se acentúa la individuación y aparecen el uso de nombres,
apellidos, la construcción de identidades.
A su vez, tiene incidencia en la construcción del sujeto moderno la constitución de
la esfera pública y su relación con lo privado. Lo público es por definición la esfera social,
que trasciende y se impone al individuo como actor. Pero al mismo tiempo, su
configuración es resultado de acciones y comunicaciones que tienen su origen en iniciativas
privadas, las que a su vez se contraponen con esa otra esfera de lo público que es lo estatal.
En la conciencia burguesa lo público es reivindicado como expresión de las acciones y
relaciones libres de los sujetos, donde el mercado es una de sus expresiones más señeras.
La opinión pública es también entendida como el derivado de la circulación libre de las
ideas y la construcción de consensos colectivos. Se construyen así espacios de autonomía
en permanente tensión con los poderes estatales (Cunill, 1997).
Al individuo se lo supone libre y autónomo, o al menos en búsqueda de su
emancipación de toda tutela que lo constriña. Existiría un campo de iniciativas privadas que
es resultado de la búsqueda de consenso, de aunar voluntades, cuyos soportes son los
grupos. El paradigma del iluminismo no hace sino resaltar el paradigma racional
comunicativo, capaz de fundar una comunidad de individuos intelectual y políticamente
emancipados.
Al mismo tiempo se configura un dimensión de lo privado, lo íntimo, replegado
sobre una subjetividad autosuficiente, cuyo espacio de construcción es la familia. Se
inaugura así un campo de conflictos entre lo social y el grupo familiar. La subjetividad
individual aparece entonces como un repliegue asocial.
En este contexto se produce la interrogación acerca del sujeto del conocimiento del
mundo y se abandonan las certezas de la fe. La noción de individuo sustentará las prácticas
y teorías del libre mercado; las figuras del contrato social y la gobernabilidad y las
democracias representativas de la modernidad.
En este horizonte de desarrollo científico, tecnológico y económico se crean las
condiciones para la construcción de las ciencias que tendrán por objeto la interrogación
sobre el hombre; el cual se tomará a sí mismo como objeto de estudio y reflexión. En los
siglos XVII y XVIII se formulan cuestiones centrales acerca del ser del individuo, hacia el
siglo XIX las preocupaciones son hacia el ser de la sociedad (Fernández, 1997).

Antinomia Individuo-Sociedad
Fernández (1997), señala que la problematización acerca de la relación entre
individuos y sociedad ha sido una preocupación central en el curso de la modernidad.
Objeto de análisis de la filosofía, ciencias sociales y políticas. Su indagación ha cursado
tanto en el espacio científico académico como en el ético político. En ocasiones se
considera al individuo en tanto singularidad, solo él siente, piensa, actúa. La sociedad sería
una abstracción o generalización teórica, ya que lo realmente existente sería las acciones y
relaciones de los sujetos entre sí. Para otros, el individuo sería una construcción teórica, lo
real sería la sociedad que hace posible la actualización individual, resultado tan sólo del
cruce de relaciones sociales.
En ambas posturas la relación entre lo singular y lo colectivo es resuelta desde un
paradigma disyuntivo, lo cual da lugar a diversas variantes de psicologismos y
sociologismos. Se opone a la noción abstracta de individuo una noción igualmente abstracta
de sociedad.
La antinomia individuo/sociedad se encuentra presente en todas las ciencias
sociales, y es un recorte que se prefigura como un impensable las aproximaciones teóricas y
metodológicas a la temática de las transformaciones de lo social. Este a priori define las
delimitaciones del campo disciplinar, organiza la lógica interna de sus nociones teóricas y
dispositivos metodológicos. Es decir si bien operan desde lo implícito, definen lo esencial
en cada una de las disciplinas de las ciencias sociales. Son la base de reduccionismos
psicologistas y sociologístas, en las cuales la tensión entre individuo/sociedad es resuelto
por la preeminencia de uno de los polos.
El polo psicologista se basa en el supuesto erróneo que la sociedad puede ser
pensada como una agregación de individuos. Por el contrario, si se otorga preminencia a la
sociedad, ésta es pensada como la estructura que articula organizaciones que preexisten y
configuran a los sujetos.
La antinomia individuo/sociedad no sólo tiene implicaciones académicas, sino
también ético/políticas. Su origen puede situarse en la controversia Locke-Rousseau,
dilema que sigue siendo problemática para las democracias modernas. ¿Qué debe
priorizarse, los intereses individuales o los intereses colectivos? ¿Los grupos son capaces
de invención y creación o requieren de una vanguardia que los ilumine? Las posturas se
dividen entre aquellas que señalan la necesidad de dirigir a los colectivos, y aquellas que les
suponen protagonismo y capacidad autogestiva.
A la antinomia ya expuesta, se ha agregado en estos últimos decenios otro par, la
oposición acontecimiento/ estructura; la cual puede ser entendida como una variante de la
primera. Desde algunas perspectivas lo que daría cuenta del curso de los acontecimientos
en el acontecer social sería la conformación de estructuras, cuya organización y lógica
interna predeterminaría la dirección de los procesos. Para otros, el acontecimiento
entendido como trama y configuración de relaciones entre actores, daría cuenta de
variaciones, modificaciones y rupturas que dan como resultado nuevas configuraciones
(Meneses, 2003).
Comprender procesos sociales, su historia, presente y devenir pasa por superar estas
falsas dicotomías, manteniendo la tensión y abriendo un campo de problemas que sea capaz
de pensar el peso de lo social histórico en la construcción de las subjetividades, y al mismo
tiempo el peso de los procesos subjetivos en lo social histórico.
Zemelman (1994), ha señalado que en las últimas décadas es cada vez más claro que
el análisis de los fenómenos y procesos sociales requiere tener en cuenta sus procesos
constituyentes. El estudio de los movimientos sociales, las organizaciones políticas, el
Estado no puede ser cabalmente comprendido si se lo reduce tan solo a productos
históricos, es decir cristalizaciones de realidades que obedecen a una explicación histórico-
genética. Este tipo de explicación es insuficiente para dar cuenta de la situación presente
del fenómeno. Esto supone ir más allá de su condición de producto histórico para
considerarlos como producentes (en la terminología de Bloch). Es decir no sólo como algo
acabado, ya ahí sino más bien siendo y por tanto conteniendo realidades potenciales. Las
ciencias sociales tienen dificultad para dar cuenta de estos dinamismos complejos, porque
en su esfuerzo por dar cuenta de ciertas certezas terminan por prestar atención sólo a lo
instituido y no a los procesos instituyentes.
El estilo dominante en ciencias sociales ha sido quedarse en grandes descripciones
abstractas, a nivel macro y en tiempo presente, lo cual hace imposible comprender como se
fueron gestando. La comprensión de las dinámicas constituyentes pasa por plantearse el
tema de la subjetividad en primer plano. Su abordaje implica enfoques multi y
transdisciplinarios, ya que es necesario abordar este problema en sus dimensiones
culturales, políticas, subjetivas y sociales.
Analizar los dinamismos constituyentes es analizar los procesos sociales en el
presente, ya que es ahí donde los sujetos despliegan sus prácticas. Sin embargo, su acabada
comprensión pasa por entenderlas como realidad histórica, producida y al mismo tiempo
produciéndose. Solo así será posible captar sus potencialidades de futuro.
Para ello se requiere superar los enfoques positivistas, que suponen la existencia de
un objeto discreto autónomo, reproducible, no contradictorio y unívoco. Esta lógica de
objeto discreto, necesarias en el momento fundacional, se transforman en obstáculos
epistemológicos para abordar territorios complejos; tales como el proceso de devenir y
transformación social. Por el contrario, este campo de problemas sólo puede ser abordado
desde la confluencia y atravesamiento de distintas disciplinas. Este movimiento que
cuestiona los objetos teóricos concretos, implica no sólo un intercambio de saberes, sino
también la crítica interna de cada disciplina, que ve cuestionada muchas de sus certezas al
transverzalizarse con otros saberes (Fernández, 1997).

Historia y Subjetividad
Ricoeur (2004), ha señalado que la oposición memoria individual/memoria
colectiva es espuria. Se suele afirmar con demasiada rapidez que el sujeto de la memoria es
el yo; con lo cual la memoria colectiva pasa a ser sólo una analogía. Sin embargo, otra
aproximación es posible si se tiene en cuenta la fenomenología de la memoria.
El objeto de la memoria es la presencia de una imagen de la cual se afirma es
representación del pasado. La rememoración cursa por vía de la cadena asociativa, en
relaciones de contigüidad o semejanza con la imagen de un acontecimiento remoto, y por
tanto ausente (Freud, 1900-01).
La presencia de algo ausente no remite necesariamente al pasado, la memoria
deberá distinguirse de la imaginación. Esta última dice relación con lo fantástico, lo ficticio
o irreal. Por el contrario, la memoria es una realidad anterior, da cuenta de lo acontecido.
Lo que distingue memoria de imaginación es su distancia temporal. Sin embargo, en la
medida que el recuerdo se configura en imágenes, se encuentra siempre presente el riesgo
de deslizamiento hacia lo imaginado. Esta cercanía entre recuerdo e imaginación es lo que
pone en el centro el problema de su fidelidad.
La memoria alude no sólo a la huella, a la marca; sino también a la capacidad o
potencia de evocar un recuerdo. En este sentido es un esfuerzo activo. Supone el esfuerzo
por aprehender, dar caza e identificar cierta huella, entre las múltiples posibles, con la cual
tendrá sólo una relación de semejanza, existiendo siempre el riesgo de un ajuste fallido.
La memoria en la medida que es un acontecimiento que deja inscripción en el sujeto
pertenece a su mundo interno. Sin embargo, no es solo lo vivenciado, es también cierta
experiencia suscitada desde el mundo exterior. Si bien el recuerdo es de carácter reflexivo,
alude a la esfera de la interioridad del sujeto, es a su vez lo vivido, acontecido. Lo que es
posible de ser recordado, lo es siempre en relación a otros que sancionan el recuerdo como
real y verdadero.
Los diversos procedimientos para evocar el recuerdo, dan cuenta precisamente de
que no existe esta distinción tajante entre lo interno/externo con la que habitualmente se
piensa el tema de la memoria. Entre ellas se puede mencionar los recordatorios, es decir el
uso de signos exteriores que ayudan a recordar, tales como museos, monumentos y sitios de
memoria. La reminiscencia, hacer revivir el pasado ayudándose del recordar entre varios,
Finalmente, el reconocimiento que sanciona lo recordado como re-presentación; en el doble
sentido de volver a hacer presente y en tanto representación de un acontecimiento real
ocurrido.
Sin duda la memoria tiene su asiento en el yo, pero aquello que deja inscripción y su
posibilidad de evocación lo es siempre en relación a otros. El acontecimiento puede
perdurar en el sujeto sólo como phantasma, afectación pasada sin posibilidad de
enunciación; o bien deja inscripción y marca social y entonces es factible de poder ser
recordada, simbolizada y significada. Desde esta perspectiva la memoria es siempre
colectiva y dice relación con hechos y experiencias que estructuran el devenir de los
grupos. De allí la pertinencia de interrogar a la historia y su lugar en la cultura y en la
subjetividad. La especificidad de este enfoque dirá relación con la interrelación entre
trabajo de memoria e identidad, tanto colectiva como personal.

Historia, Historización y Narración


Los modos de sujeción y contrato de la modernidad hicieron posible que se
constituyera como cuestiones centrales del sujeto moderno la búsqueda de niveles cada vez
más amplios de autonomía y realización (Vezzetti, 1993). Todo sujeto configura su
proyecto vital en el marco de relaciones familiares y sociales que lo anteceden y lo
determinan; pero tiene al mismo tiempo la posibilidad de tomar distancia y reconstruir los
enunciados identificatorios que trazan su identidad. Para ello deberá reconstruir su propia
historia, vivida y padecida, con frecuencia en pugna y conflicto con la historia
oficialrelatada por sus padres. Del yo dirá Aulagnier (1986), que es un historiador que
jamás descansa. Es por tanto, un sujeto que se interroga por su historia, para entender su
presente, y desplegar su realización y autonomía en un proyecto vital que le de sentido. Es
en este devenir que el sujeto al tiempo que se diferencia de sus más próximos, se reconoce
como parte del conjunto. Se asume como parte de una historia que lo precede y se
reconoce como autor de una historia por advenir.
La autonomía en el nivel singular/individual dirá relación con la capacidad del
sujeto de auto-regularse, es decir tener en consideración su historia para construir un
proyecto que haga posible la realización de sus aspiraciones, deseos e ideales. Por el
contrario, la alienación es expresión de procesos inconscientes en que el sujeto es hablado
por el discurso del Otro. El Otro con mayúsculas de Lacan tiene una doble acepción;
discurso de las figuras parentales primordiales y al mismo tiempo discurso del orden
simbólico; al cual quedan abrochados lo real (la afectación de la experiencia en el cuerpo) y
las fantasías que suscita al orden de lo simbólico. Da estructura, hace sujeto, pero lo deja al
mismo tiempo sujetado al orden social pre-existente.
El sujeto se apropia de su propio discurso en la medida que reconociendo su origen
en el discurso del Otro, lo niega o lo afirma para pasar a ser una verdad que le es propia.
Este es un proceso que implica un trabajo de elaboración, capacidad de conocerse y
reconocerse, de examinar críticamente. Es por tanto, un proceso continuum de reflexión y
ampliación de la conciencia, que implica la modificación de la relación entre inconsciente y
consciente, entre lucidez y función imaginaria.
Llevar a cabo esta tarea implica un trabajo de construcción y apropiación de la
historia vital del sujeto. Significa reconocer las huellas y marcas que lo estructuran, y al
mismo tiempo lo que es posible de construir a futuro como potencialidad y proyecto. Y
ello pasa por recuperar la historia propia y también la colectiva.
Según Hornstein (2002), la relación entre historia y psicoanálisis es mucho más
estrecha de lo que pudiera parecer a simple vista. En ambas disciplinas, comprender la
historia, ya sea del sujeto o del colectivo, no se limita a narrar la crónica del curso de los
acontecimientos que dan lugar a una determinada estructura, ya sea personal o social. Se
trata más bien de esclarecer lo que permanece y cambia. La permanencia es lo que puede
resistir a los acontecimientos. En ocasiones éstos dan lugar a una trama que implica un
cambio radical y profundo de la estructura.
Las relaciones de una sociedad y/o un sujeto con la historia admiten tres
posibilidades. Una de ellas sería: el tiempo primero configura y determina el tiempo
segundo, es una historia que constriñe la autonomía. Otra de las posibilidades sería que el
tiempo segundo crea una configuración totalmente nueva, que destruye las construcciones
previas. En este caso estamos frente al arrasamiento subjetivo, el sujeto singular o
colectivo se ve sometido a una implantación radical que le es ajena. En ambas
posibilidades estamos frente a una falla en el proceso de historización. Por el contrario, el
trabajo historizante supone la posibilidad de identificación y reconocimiento de la marca y
las sujeciones que hace posible la diferencia.
En los comienzos del análisis lo que se escucha es la historia oficial, la historia
pensada y construida por los padres, y con la cual el sujeto se identifica. La historia del
sujeto es reconstruida a partir de vestigios, de los testimonios de épocas pasadas contenidos
en lo síntomas, las repeticiones, en la transferencia. Interpretaciones y construcciones le
permiten al analizando apropiarse de un fragmento de su historia libidinal y reconstruir su
sentido a fin de ponerlo al servicio de su proyecto vital.
En psicoanálisis apropiarse de la historia no se reduce a reproducir con fidelidad los
acontecimientos. La historia que se trabaja es aquella que se manifiesta como repetición en
el presente, implica un trabajo de interpretación sobre una multiplicidad de hechos que
adquieren sentido en la medida que se establece su ligazón con problemáticas actuales.
Que la historia sea interpretada, deducida de rastros e indicios, no implica que sea una
historia inventada. Se trata de recuperar tramas relacionales, en las que se entremezclan en
proporciones variables realidad y fantasía. La construcción y reconstrucción de la historia
es lo que otorga identidad, sentido de continuidad, y al mismo tiempo espacio para nuevas
simbolizaciones. La relación existente entre ese pasado muerto, que se actualiza y hace
presente en el relato, no es una cuestión especulativa, es la conjugación entre un recuerdo
vivido y comunicado, es la puesta en común la que hace posible la construcción de una
historia que hace inteligible los acontecimientos, recupera el pasado, el presente y hace
posible un futuro. El objetivo analítico es construir un trabajo de reinterpretación abierto,
susceptible siempre de nuevas construcciones, de nuevas interrogaciones.
En las últimas décadas, algunos autores psicoanalíticos influenciados por la post
modernidad, consideran que el objetivo del análisis se limita a construir una historia
verosímil, pero no necesariamente verdadera. Postulado distante del objetivo freudiano de,
recuperar los fragmentos de historia reprimidos, a menudo sustituidos por falsos enlaces,
para lograr reconstruir una historia verdadera.
Al respecto hay dos clases de obstáculo, uno de ellos mecanicista supone a la
historia como concatenación de acontecimientos de causa y efecto, que está allí objetivada
en el manuscrito y solo demanda ser reconstruida. Por otra parte, como reacción a lo
anterior surge una respuesta idealista que niega toda referencia a un núcleo de realidad. No
se trata de sustituir una novela por otra, se trata de desmontar la novela familiar para
descubrir allí su núcleo de verdad histórica.
La Historia Colectiva: ¿Alienación o Autonomía?
Las Ciencias Sociales en su esfuerzo por alcanzar un estatuto similar al de las
ciencias naturales se han esforzado por describir objetivamente el hecho social. Se le otorga
el estatuto de objeto que existe con independencia del observador, en el cual pueden
descubrirse regularidades susceptibles de ser expresadas al modo de leyes. Desde este
enfoque, la sociología pasa a ocupar un lugar de preeminencia al construir como objeto de
estudio la descripción de organizaciones y estructuras, y sus leyes internas. Por tanto, da
cuenta del devenir social con independencia de la acción de los seres humanos. Si bien
recurre a la existencia de sujetos, este es siempre un sujeto colectivo cuya conformación
deviene de su pertenencia a sectores económicos y/o sectores vinculados con el poder. Es
decir su existencia es resultado de conflictos y contradicciones inherentes a la estructura
social (Lourau, 1994).
El hecho social pasa a ser un elemento exterior al sujeto, quien es sólo soporte y
efecto de las estructuras. A su vez, los resultados de la investigación producen
conocimiento que sólo dan cuenta de lo presente, de las regularidades actuales que se
muestran como lo único existente y posible. Con ello se niega la relación entre
conocimiento y su sentido ético-político. En la medida que las ciencias sociales, finalmente
son un conocimiento del ser humano sobre sí mismo y su existencia en sociedad, es
siempre conocimiento políticamente comprometido, cuyo norte debiera ser el despliegue de
las potencialidades de creación y autonomía.
Desde esta perspectiva, las ciencias sociales son siempre ciencias histórico-
hermenéuticas. Se orientan a establecer el sentido y significado del acontecer social, más
que describir leyes monólogicas/universales, buscan comprender la particularidad de cada
situación social. Es decir construir interpretaciones de suficiente alcance y profundidad que
den cuenta de procesos históricos, sociales y subjetivos. Se trata de construir conocimiento
y teorías que hagan posible nuevas praxis sociales y políticas (Habermas, 1982).
En este aspecto la historia tiene importantes contribuciones al complementar la
descripción de estructuras sociales con el análisis de su origen histórico, resultante de una
praxis humana que se inscribe en un horizonte temporal (Alarcón, 2001). Mientras la
sociología opta por la descripción de las estructuras; la historia hará énfasis en el cambio,
en las diferencias o desviaciones que afectan a las estructuras en el curso del tiempo.
En el siglo XX la Escuela de los Annales va a incidir en uno de los virajes más
relevantes de las tendencias historiográficas, al dejar de considerarla sólo como resultado
de la acción de personajes militares o diplomáticos. Por el contrario su objeto de análisis
pasa a ser la acción de los sujetos colectivos, en sus dimensiones económicas, políticas,
culturales en territorios geográficos, abarcando incluso la historia de las mentalidades. El
sujeto de la historia es colectivo, y se estudian la acción de clases y categorías sociales. Se
buscan leyes nomológicas que den cuenta de las estructuras y su devenir en el curso del
tiempo (Figueroa, 2003).
Esta aproximación permitió superar una aproximación histórica que se centraba con
exclusividad en la acción de grandes personajes, cuyo objeto era la narración de
acontecimientos políticos y militares. Su limitación fue que en su insistencia por el estudio
de períodos de larga duración, y su preferencia en el análisis de procesos macro-históricos,
se obtura la compresión de la praxis humana. Con ello se ve entorpecida su capacidad de
esclarecer el presente y las potencialidades allí contenidas con vistas al futuro. Para ello se
requiere una historia que tengan como objeto el devenir de la acción de los seres humanos
en el tiempo. Es decir, una historia que recupere la acción de hombres y mujeres en el
devenir social.
En este aspecto parece relevante rescatar las aportaciones de Ricoeur (2004), quien
busca construir los fundamentos de una historia, que al tiempo que contemple variables
económicas, políticas, pueda dar cuenta de lo que él va a nominar como mentalidad y/o
representación. Y que en términos de las últimas aportaciones de una psicología social
analítica podría conceptualizarse como lo imaginario social. Esta categoría alude a
esquemas organizadores de sentido que son condición de representabilidad de lo que una
sociedad puede darse, y que al mismo tiempo determinan y regulan las prácticas sociales en
una época histórica determinada. No necesitan para existir su explicitación en conceptos o
representaciones. En el caso de lo imaginario, el significado al que remite el significante es
casi imposible de captar, y por definición su “modo de ser”, es un “modo de no ser”
(Castoriadis, 2010).
La historia no puede ser comprendida por fuera de lo que Castoriadis define como
imaginario radical, tal como se manifiesta en el hacer histórico, y en la constitución de un
universo de significaciones previas a toda racionalidad explícita. El mundo social una vez
constituido y articulado en función de estas significaciones, basa su poderío y eficacia en lo
que denomina como imaginario efectivo.
Toda sociedad define una subjetividad que les es propia, construye articulaciones,
relaciones, precisa objetos, necesidades y deseos. En síntesis, toda sociedad responde en la
práctica interrogantes relativas a lo que la definen como conjunto, los contratos que la
sostienen y un horizonte hacia al cual se dirige. Los hombres siempre han hecho filosofía,
se han interrogado por el curso de su existencia, aún antes de que la filosofía existiese como
reflexión explícita.
Dar cuenta del proceso de creación de figuras, imágenes que dan origen a ciertos
simbolismos, que sostiene y reproducen el orden institucional para por mantener la tensión
entre mico y macro historia. Para ello se requiere construir un nuevo objeto de este campo
disciplinar más próximo a la acción del ser humano, viviente y sufriente. Se trata de poder
capturar los modos de sentir y pensar en ámbitos sociales específicos, única forma de
rescatar la acción de grupos sociales. Construir una historia que teniendo en consideración
dimensiones estructurales y económicas pueda dar cuenta de la capacidad creativa e
imaginante del ser humano.
La noción de acontecimiento de Ricoeur (2004), se constituye en una herramienta
teórica analítica fundamental. Por tal entiende, la trama de sujetos y acciones que son
ordenadas en configuraciones singulares. Es la interrelación de la acción entre personajes,
agentes individuales portadores de intención y responsables de sus acciones. Al mismo
tiempo es auto-explicativa, es decir el establecimiento de los sucesos, sus relaciones entre sí
no se distingue de la narración de los mismos. Su comprensión deriva de la concatenación
de acontecimientos (Ricoeur, 2004).
Toda trama se construye con un lenguaje y una inteligibilidad tomados del mundo
de la praxis en su dimensión temporal, de manera que lo que se narra son ante todo
“acciones” y “acontecimientos” enmarcados en el tiempo de los agentes: horas, días, años
de su vida (Figueroa, 2003, p. 45).
Junto a períodos de larga duración que conforman legalidades históricas existe
también el acontecimiento, en el cual cursa una situación de quiebre y ruptura con lo que se
venía gestando. El viejo conocimiento es impotente para comprender una situación que va
más allá de sus límites. Desde su interior, y en su devenir se resquebrajan verdades
homogeneizantes y totalizantes. Se produce un viraje que escapa a los designios que
podrían haber sido pensados desde esa totalidad que es la historia. En este intersticio, lugar
de fractura se construye las verdades de una época.
Ricoeur propone una historia que recupere las nociones de temporalidad y acción
humana por sobre el peso de las estructuras sociológicas y económicas; las cuales aparecen
como lo que define y conforma los procesos sociales con independencia de la acción de los
sujetos. El acontecimiento histórico supone un momento decisivo en que la acción humana
puede inclinar el curso de los acontecimientos en una u otra dirección, sin que por ello
dejen de estar inscritos en un proceso que lo antecede. Dicha acción cursa en un momento
de fisura y/o desgaste de la estructura social de una época determinada.
El pasado no es un designio fatal que coloca límites a la acción colectiva de los
sujetos, en el pasado hubo también sujetos que fueron capaces de iniciativa. Si bien el
acontecimiento se inscribe en una trama, no es posible comprenderla sólo a partir de ella.
Los seres humanos se plantean ciertos problemas a resolver y enfrentar en función
del imaginario propio de cada época histórica, y a partir del cual se crean ciertas
instituciones que regulan las prácticas sociales. Las instituciones son creaciones
imaginarias que configuran sentidos organizadores que regulan las relaciones sociales. Lo
imaginario no es del orden de la representación, aun cuando se exprese en una diversidad
de redes simbólicas, es imposible de captar como tal (Castoriadis, 2010).
Es decir la historiografía no se limita a la descripción de acontecimientos sino que
debe más bien develar su sentido. De allí que la historia deba construirse a partir de un
paradigma indiciario, conjetural, que opera con una lectura sintomal de huellas, marcas,
residuos del pasado. Se trata de capturar el discurso, lo dicho; pero también lo que se
omite/o niega. La modernidad se ha fundado en la creencia de progreso y razón, como si el
presente significara una ruptura radical con un pasado anterior, que en realidad lo funda y
constituye. Este pasado que pesa sobre el presente, es un pasado que deja huellas, rastros y
vestigios que deberán ser interpretadas desde una hermenéutica psicoanalítica para develar,
aquello que siendo parte de lo reprimido viene a configurar un presente, cuyo fundamento
se niega y desconoce (Certeau, 1995).
Estudios de esta naturaleza deberán ser por fuerza de carácter micro-histórico, sin
perder de vista su relación con lo macro histórico. La oposición micro/macro historia es
otra de las categorías binarias propias del pensamiento occidental. Al privilegio por los
períodos de larga duración, su insistencia en la regularidad se le asocian las ideas de
coacción y dominación sobre los sujetos, que sólo logra dar cuenta de una historia inerte, de
normas y prácticas sociales normadas por estructuras.
Por el contrario, al variar el foco de observación a lo micro, a la ciudad, al barrio se
recuperan las prácticas y vivencias de los protagonistas. Allí es posible estudiar las
estrategias de coacción, pero también de resistencia y negociación de la periferia con los
centros de poder. Se trata de tener en consideración el problema de la variación de escalas,
y de lo que es posible ver desde los distintos enfoques de observación (Ricouer, 2004).
Esto permite dar cuenta de lo instituido y al mismo tiempo de lo instituyente,
siempre presente en la institución. Toda institución es un proceso dinámico en el cual se
articulan en tensión y contradicción normas, valores prescripciones que regulan la práctica
social, y la interpretación, significaciones que comportan modos de variación respecto de lo
instituido (Lourau, 1994). En relación a la temática del cambio social habría que pensar las
categorías de continuidad/discontinuidad; estabilidad/inestabilidad como polos de un
mismo proceso de devenir social (Ricoeur, 2004).
La institución produce subjetividad, brinda redes de pertenencia e identificación.
No puede ser pensada como mera coerción exterior, mientras la experiencia social tendría
siempre un contenido de subversión del orden establecido. Considerado desde un punto de
vista dinámico, el proceso de institucionalización oscila entre la producción de sentido en
su forma inicial y la producción de coacción una vez que la institución se haya ya
establecida.
Hacer la historia, en el sentido de narrar críticamente, equivale a hacer historia en
tanto proyección del futuro. Somos fieles a la memoria en la medida en que a través de la
producción de la verdad de la historia crítica descubrimos nuevas posibilidades en el
pasado.

El Problema de la Verdad y el Sentido de la Historia


Sin embargo, en la medida que la historia es escritura de la experiencia humana,
vale la pena recordar el mito de Fedro, citado por Platón acerca del origen de la historia.
Este conocimiento, oh rey, dijo Theuth, proporcionará a los
egipcios más saber, más creencia y más memoria; se ha encontrado
el remedio (pharmakon) de la ciencia y de la memoria. Son los
grammata….(citado en Ricoeur, 2004)
En el mito de Fedro, la historia escrita es pharmakon de la ciencia y la memoria.
Pharmakon tiene en griego la doble acepción de remedio y veneno. La historia escrita
viene a remplazar la historia oral, y se constituye en memoria de los pueblos. Configura así
la subjetividad y el proyecto colectivo. Pero ¿quién es el que escribe la historia? ¿Qué es lo
que se registra? ¿Archiva? La rememoración será traída desde fuera, a partir de huellas
ajenas. Tiene su origen en la memoria viva, inscrita, padecida. Es hermana del testimonio
de lo ocurrido, de la afectación. Por el contrario, la escritura es memoria muerta inerte.
Más que un recurso para evocar el pasado se constituye en lo verdadero. En la historia
oficial, escrita, se va a privilegiar una memoria por sobre otras.
La operación historiográfica trabaja con los testimonios de épocas pasadas. Con los
documentos, archivos, registros que los sujetos que hacían la historia dejaron como registro
para las generaciones venideras. El psicoanálisis da cuenta con suficiente evidencia, que
todo recuerdo es siempre lacunar, mezcla de inconsistencias, supresión del recuerdo,
sustitución de otros hechos que encubren los primeros. En el recuerdo que los sujetos
evocan existe siempre deformación de lo efectivamente ocurrido. A ello se agrega, que
sobre aquel registro, ya distorsionado el historiador va a escriturar una historia con la
pretensión de que ésta sea verdadera. Habría en esta historia cierto carácter de coacción
sobre la memoria colectiva, que es organizada desde un registro que le es exterior
Ricoeur (2004), va a plantear que el documento, el testimonio escrito deben ser
interrogado, examinado, distinguir en ellos lo que puede ser cierto o falso. Se trata de
ejercer una función de complemento, de control, de corroboración respecto al documento,
al registro, al archivo.
La historia aspira a cierta vocación de fidelidad de representar el pasado, de
dilucidar y esclarecer los acontecimientos pretéritos. Pero para ello es preciso reconocer
que la huella, la marca no dice por sí sola. Es un vestigio de que algo efectivamente
ocurrió, pero cuyo sentido demanda un trabajo de interpretación.
Con ello abre una vía intermedia entre un sentido único y fijo para siempre y
sentidos infinitos, inconmensurables entre sí, pero que remiten a acontecimientos padecidos
y vividos. Se supera con ello el positivismo, que busca leyes fijas, pero al mismo tiempo
evita el relativismo post moderno.
Se trata de construir una historia no como mera ficción, sino más bien una historia
crítica, que devele, esclarezca lo dicho y no dicho La huella es presencia de algo ausente,
pero cuyo sentido demanda un esfuerzo de interpretación sobre el sentido de lo sucedido
(Micieli, 2007)

Consideraciones Finales
En el nacimiento de las ciencias sociales, se constituyen disciplinas diversas que
recortan distintas dimensiones del ser en sociedad. Este momento inicial, fundacional se
constituye en un serio obstáculo epistemológico para abordar campos complejos; tales
como la vinculación entre subjetividad y transformación social.
Estos nuevos objetos de análisis demandan desmontar los a prioris epistémicos que
configuran las diversas disciplinas de las ciencias sociales. Entre ellos los pares
antinómicos sujeto/sociedad, micro/macro historia; objetivo/subjetivo. Cuestionar estas
certezas implica también desterritorializar los saberes de cada disciplina.
La noción de individuo como unidad elemental de la sociedad es una ficción propia
de la modernidad, que impide dar cuenta de la relación entre lo universal de la norma y el
proceso de creación y recreación de las certezas propias de cada época.
Las reducciones psicologistas conciben al individuo como totalidad que en su
relación a otros crea sociedad; la cual es pensada como una abstracción teórica. Por el
contrario, para los reduccionismo sociologistas lo único real es la organización de la
sociedad, de la cual el individuo es sólo soporte y efecto. Tales discusiones no sólo tienen
implicaciones teóricas, sino también ético-políticas.
A estos reduccionismos se le asocian las antinomia acontecimiento/ estructura. La
historia es sólo resultado de la acción y trama configurativa de relaciones entre sujetos; o es
producto del desarrollo progresivo de estructuras que tienden a grados mayores de
organización y complejidad.
Estas falsas dicotomías se transforman en un obstáculo epistemológico que impide
abordar la dimensión de lo social histórico en la constitución de la subjetividad, así como el
papel de la subjetividad en los procesos histórico-sociales. Abordar este ámbito de
problemas requiere de una aproximación transdisciplinar, que integre redes de herramientas
teóricas y metodológicas provenientes de la sociología, historia, psicoanálisis y disciplinas
antropológicas. Se trata de dar cuenta de procesos y sus modos de configuración, no sólo
de estructuras y organizaciones ya acabadas.
Para ello se requiere una perspectiva histórico-hermenéutica que permita aprehender
a cabalidad el presente, las potencialidades actuales y trazar la historia por advenir. Pero
ello requiere capturar el protagonismo de sujetos y categorías sociales que se constituyen
no sólo como resultado de dimensiones económicas, políticas y sociológicas, sino más bien
como resultado de la interrogación del ser humano por su pasado, presente y futuro.
En esta perspectiva historia y psicoanálisis pueden contribuir de modo importante.
Esto pasa por dilucidar al interior de cada disciplina las falsas dicotomías que la
constituyen, sus zonas de visibilidad y de invisibilidad. Historia y psicoanálisis tienen como
horizonte el problema del devenir del tiempo, los procesos que allí cursan y que se traducen
en configuraciones particulares del sujeto y de lo social.
No hay entre la historia personal y social la radical oposición con las que siempre se
las ha pensado. La historia social configura, marca, se inscribe en las historias privadas.
Las historias personales, sus tramas, redes, configuraciones constituyen el curso de los
procesos histórico/sociales. Comprender procesos sociales pasa por entenderlos como
producentes y no sólo como producidos. Por tanto, vincular y mantener la tensión entre
micro y macro historia, entendiéndolas tan solo como enfoques que varían en relación con
el nivel de la escala desde la cual se observan los procesos.
Historia personal y colectiva guardan relación con la memoria; son siempre
representación del pasado. La cuestión de la representación alude a un doble movimiento;
traer al presente un hecho del pasado, y representar al modo de imagen. Lo representado no
es nunca idéntico a lo ya vivido. En tanto imagen de, figuración se desliza con demasiado
facilidad al orden de lo imaginario. La preocupación por lo veritativo de la memoria pasa a
ser una problemática central para ambas disciplinas.
La historia se presentifica siempre como relato, cuya veracidad no descansa en la
coherencia interna de su trama argumental sino en su referencia a hechos que dejan marcas,
inscripciones, registros en la corporalidad del sujeto, o en los registros de la memoria
colectiva ya sea oral o escrita. Las grafías de la memoria no hablan por sí solas, pero
constituyen una referencia a lo real que demanda un trabajo de interpretación. Es trabajo de
lenguaje, exigen un esfuerzo de elaboración en y con otros. Por tanto, el trabajo de memoria
es siempre colectivo.
Lo archivado, lo registrado es siempre una historia oficial que privilegia ciertas
relaciones de poder, visibiliza ciertos acontecimientos, obtura otros, produce también falsos
de enlaces. A pesar de ello, guarda siempre cierta relación con lo que se oculta. Develar la
historia, con sus sentidos múltiples y diversos, requiere un trabajo de interpretación que es
siempre con otros y en relación a otros. Sólo de este modo es posible entender lo ocurrido
y su afectación en el presente. Proceso necesario para la construcción de identidades
personales y colectivas, que se plantean proyectos de futuro que inciden en el curso de los
procesos socio- históricos.
Se trata de construir una historia no como mera ficción, sino más bien una historia
crítica, que devele, esclarezca lo dicho y no dicho La huella es presencia de algo ausente,
pero cuyo sentido demanda un esfuerzo de interpretación sobre el sentido de lo sucedido
(Micieli, 2007)
Esto hace posible obtener grados crecientes de libertad y autonomía. Apropiarse de
la historia, permite tomar distancia de normas, mandatos, enunciados identificatorios que
son vividos como propios y dejan a los sujetos alienados al orden social existente. Es decir,
el sujeto personal y colectivo pasa a ser hablado por el discurso del Otro. Conocer y
conocerse en el curso de la historia es lo que hace posible la distancia crítica y la
construcción de identidades y proyectos propios. Los sujetos se hacen así cargo de su
propia historia inscribiendo en el devenir del tiempo sus sueños, utopías e ideales.
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