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UNA COMUNIDAD AL SERVICIO DE UN SOLO MUNDO


Pedro Arrupe S.J.

El 13 de Septiembre de 1979, el Padre Pedro Arrupe S.J. se dirigió a la Asamblea General de la CVX reunida en Roma, Italia.
En este décimo aniversario de su muerte, corresponde volver a publicar dicha presentación para ilustrar su profundo
entendimiento y visión de la CVX. (Cf el documento de ltaici de 1998 Nuestra Misión Común).
Para estos efectos se le hicieron cambios menores de longitud y lenguaje.
El texto completo se encuentra en PROGRESSIO, ROMA' 79.

Estáis discutiendo el modo de llegar a formar una Comunidad Mundial al servicio de un mundo unificado. Es un tema
y un enfoque que me son particularmente gratos.

Me complace profundamente el aliento universalista, propio de almas y corazones grandes, que han entendido bien
la globalidad de los problemas de esta época y la necesidad de aportar soluciones igualmente universales. Para ello
aspiráis a una comunidad mundial y me complace también que sea el servicio el modo con que deseáis haceros
presentes entre los hombres y mujeres de todo el mundo. Encuentro esta actitud muy acorde con la esencia de las
CVX, y estimo un acierto que os hayáis fijado este tema.

Efectivamente, es el "servicio", más exactamente, "el mejor servicio", la idea motriz de las CVX. Cuando en 1967 se
pidió a la Santa Sede la transformación de las Congregaciones Marianas en Comunidades de Vida Cristiana, y la
aprobación de los Principios Generales que habían de reemplazar a las Reglas Comunes de 1910, el motivo que
justificaba la petición no era otro que este: "el mejor servicio" a la Iglesia y la renovación conforme al espíritu y
normas del Concilio Vaticano II. Se alegaba que la transformación que se solicitaba, permitiría a los miembros de las
nuevas Comunidades "consagrarse, con mayor simplicidad y eficacia al servicio de Dios y de los hombres en el
mundo de hoy". (Carta de aprobación del Cardenal Cicognani, 23.03.68) y porque la Iglesia entendió que esa
promesa era sincera y realizable, dio su aprobación.

El espíritu y la letra de los Principios Generales (1971) corroboran que las CVX son la institucionalización de una
vocación de servicio. Como dice el preámbulo, esos Principios Generales están compuestos para que ayuden (a los
miembros de las CVX) a entregarse, con "una generosidad siempre en aumento, a Dios, amando y sirviendo a toda la
humanidad en el mundo de hoy". (n. 1)

Generosidad en la entrega, y tender siempre a más, son ya dos connotaciones de pura estirpe ignaciana. Lo cual, por
otra parte, nada tiene de extraño, pues expresamente reconocéis la espiritualidad ignaciana como "fuente específica
e instrumento característico de vuestra espiritualidad". (n. 4)

Todo ello me anima a compartir con vosotros algunas reflexiones sobre el servicio, tal como lo entiende San Ignacio,
y a hacer sobre esas ideas algunas consideraciones.

EL SERVICIO, CONSTANTE IDEOLOGÍA EN IGNACIO

Servir a su creador es para Ignacio un axioma que ni necesita ni admite demostración. Es la condición natural de
quien es creado, y creado "para", es decir, con un fin que le liga al dador del propio ser.

En el itinerario de los Ejercicios evolucionarán progresivamente dos elementos del servicio: el servicio en amor (a
conseguir ese amor estará precisamente dedicada la última contemplación) y la persona a quien se sirve por amor:
Dios, la Divina Majestad, las tres personas divinas, Cristo en su encarnación, en su vida, en su pasión, en su gloria
de resucitado.

Pero todos los Ejercicios se basarán ya en una concepción del servicio. No menos de 50 veces saldrá de una manera
o de otra la palabra "servir", o "servicio". Incluso la relación de Cristo al Padre es relación de servicio. (n. 135)

El servicio de Dios es para Ignacio el criterio discriminante para ordenar la propia vida: "la causa determinante de
desear tener una cosa u otra sea solo servicio, honra y gloria de la Su Divina Majestad" (n. 16). El servicio es una
actitud absoluta: "grande ánimo y liberalidad... ofreciéndole todo su querer y libertad, para que Su Divina Majestad,
así de su persona como de todo lo que tiene se sirva conforme a su santísima voluntad". (n. 5) El servicio divino es
un don de Dios que dispone al ejercitante "por la vía que mejor podrá servirle en adelante". (n. 15)

Pero donde se hace dominante la idea de servicio es en esa gran articulación central de los Ejercicios: Rey Temporal
-Preámbulo para considerar estados -Dos Banderas. En Ignacio aflora en ese momento lo mejor de sus recuerdos
caballerescos: "Cuánto sería digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero"(n. 94), y
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anima a "afectarse y señalarse en todo servicio de su rey eterno y señor universal" imitando a Cristo humillado y
pobre, con tal que sea su "mayor servicio y alabanza". (n. 97)

En el último número de los Ejercicios (n. 370) Ignacio se despide con la idea del servicio, pero en un tono muy distinto
del Principio y Fundamento, donde no se mencionaba el amor: "sobre todo se ha de estimar el mucho servir a Dios
Nuestro Señor por puro amor".

En el Fundador

San Ignacio no es solamente el autor de los Ejercicios, sino el primero y más eximio ejercitante. Salió de Manresa
decidido a "señalarse en todo servicio de su Rey eterno y Señor universal". (n. 97) La idea del servicio divino -del
mayor servicio -será la estrella polar que guíe sus pasos todo el resto de su vida: de peregrino, de estudiante, de
Fundador, de General. El antiguo gentilhombre, cuyo ideal era servir en caballerescas empresas de amor y guerra,
ha aprendido que a Dios se le sirve de otra manera: imitando la vida y trabajos de los Apóstoles, predicando el Reino
en pobreza y humildad. Porque el servicio apostólico requiere doctrina, estudia. Porque el servicio apostólico al
prójimo no llega a su plenitud sin comunicarle la gracia de los sacramentos, se hace sacerdote. (FN .111/816)

Un ideal vivido con tanta pureza e intensidad, no puede por menos de ser contagioso. A Ignacio se le van agregando
sucesivamente un compañero tras otro. Juntamente con ellos, en Montmatre 1534, en lo que podríamos llamar
preanuncio de la futura Compañía, hacen un voto que contiene una doble cláusula de servicio: ir a Jerusalén y
"gastar su vida en provecho de las almas", o si eso no pudiese realizarse en el plazo de un año, "presentarse al
Vicario de Cristo para que los emplease en lo que juzgase ser de más gloria de Dios y utilidad de las almas" (Aut. 85)

Todo este vocabulario, y las ideas que encierra no pueden ser más Ignacianos. No hubo nave a Venecia en todo el
año y la "cláusula papal" que en el voto de Montmatre no era más que una alternativa, queda en el centro del destino
de Ignacio y abre históricamente la vía al nacimiento de la Compañía. Los elementos explícitos de esa cláusula son:
emplearse de por vida en lo que sea de mayor gloria de Dios, en provecho de las almas, bajo el Vicario de Cristo. En
una palabra: servir.

Cuando en cumplimiento de la promesa, en octubre de 1537, Ignacio con Fabro y Laínez, se dirige a Roma, sucede
un acontecimiento crucial: la visión que tiene Ignacio en una capillita situada en el camino, en el sitio denominado La
Storta 16 Km de Roma, en la Vía Cassia, que era la ruta obligada para los que desde el Norte llegaban a Roma.

Ignacio llevaba tres meses ordenado de sacerdote pero no había querido celebrar aún su primera misa. Deseaba
prepararse bien, y tenía como idea permanente de su vida interior, para esta preparación, esta plegaria a la Vírgen
"que le quisiere poner con su Hijo". Pues bien: en esa gracia mística extraordinaria, en la Storta, "sintió tal mutación
en su alma, y vio tan claramente que Dios Padre le Ponía con su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de ello".
Sintió que el Padre, vuelto al Hijo que estaba al lado, con la cruz sobre los hombros, le decía señalando a Ignacio:
"Quiero que tomes a este por servidor tuyo". Jesús, tomando a Ignacio, decía: "Yo quiero que tu nos sirvas".

Es decir, en un momento tan determinante de su experiencia espiritual, y por lo que hace a la fundación de la
Compañía, ciertamente, el momento cumbre, las relaciones de Ignacio con las divinas personas tienen como
elemento formal el "servicio": el Padre le constituye "servidor" del Hijo. El Hijo le acepta en su servicio propio y del
Padre. Es el extremo de un arco que había comenzado 31 años antes, en 1506, cuando el joven lñigo entró al
servicio de los señores de este mundo. Así es que Ignacio se siente un hombre del servicio divino, y precisamente
"del mayor servicio divino".

Ahora bien, Ignacio institucionaliza su carisma, tal cual es compartido con el grupo que ha reunido en torno a sí, en
un cuerpo al que da el nombre -precisamente en función de la misma visión de la Storta -de Compañía de Jesús, con
una expresa connotación de servicio militante. La Fórmula fundacional de la Compañía comienza con una diáfana
proclamación de esa realidad: "Cualquiera que en esta Compañía que deseamos se llame la Compañía de Jesús,
pretende asentar debajo del estandarte de la Cruz, para ser soldado de Cristo, y servir a sola su Divina Majestad y a
su esposa la Santa Iglesia bajo el Romano Pontífice... ". (Exposcit debitum 21.07.1550)

Baste con lo dicho hasta ahora para ilustrarnos cuán central es la idea de servicio (que es el tema elegido para
vuestra reunión) en la espiritualidad ignaciana en la que las CVX, según vuestros Principios Generales, buscan su
inspiración.

Las CVX, una comunidad para el servicio

La vinculación entre CVX y Compañía de Jesús podemos decir que acaba aquí, en la común inspiración en los
Ejercicios ignacianos, en la comunión de una misma espiritualidad. Toda consideración ulterior debe hacerse ya en
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una línea divergente. Esa espiritualidad anima, con el carácter que le es propio, a la Compañía como orden
religiosa, apostólica, sacerdotal, ligada inmediatamente al Vicario de Cristo por especiales vínculos.

En otra línea, esa misma espiritualidad fecunda vuestro movimiento, que no es inferior, sino sencillamente, al de una
orden religiosa, pero que por ello mismo debe tener una realización apostólica concreta también diferente. Es un
movimiento espiritual esencialmente laical, con los límites, sí, pero también con las oportunidades apostólicas que
ello lleva consigo.

Vuestra espiritualidad y vuestra vida apostólica deben, por lo tanto, aprovechar todas las ocasiones que os consiente
vuestra condición de laicos y son menos propias o claramente impropias de los religiosos; y al mismo tiempo, deben
precaveros de toda derivación de tipo clerical o religioso que merme vuestras posibilidades.

Al advertiros de este peligro de involución espiritualista, tengo presente cuál es el tipo de servicio que, según vuestros
Principios Generales, debéis dar a la Iglesia y a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, conscientes de que ello es
para vosotros una grave responsabilidad tenéis -que "formar hombres y mujeres, adultos y jóvenes, comprometidos al
servicio de la Iglesia y del mundo en cualquier campo de la vida: familiar, profesional, cívico, eclesial, etc." (PG, 3).
Son cuatro palabras que, estoy seguro, fueron escogidas con exquisito cuidado pues cubren los cuatro planos
fundamentales de la vida humana.

Vuestra actividad tiene que ayudaros a vivir en vuestro ambiente diario "la vida humana, en todas sus dimensiones,
con la plenitud de la fe cristiana, de modo especial a aquellos que estén ocupados en asuntos temporales"
respondiendo de ese modo "al llamamiento de Cristo" desde dentro del mundo en que vivís. (PG. 3) Intentáis con
ello hallar "constantemente respuesta alas necesidades de nuestro tiempo y trabajar, en unión con todo el pueblo de
Dios, por el progreso y la paz, la justicia y la caridad, la libertad y la dignidad de todos los hombres". (PG, 2) Son
especialmente programáticas estas palabras: "Bien vemos que tenemos que consagrarnos ante todo a la renovación
y santificación del orden temporal". (PG, 7)

Ese es, pues, vuestro servicio al mundo: un apostolado laical intenso, inteligente, constante. Supone ciertamente, una
vida interior llevada con no menor intensidad, inteligencia y constancia. Pero el tema que habéis elegido para vuestro
congreso me obliga a fijarme preferentemente en esta irradiación apostólica de vuestros grupos: en el servicio a los
hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Un servicio actualizado

Vuestro apostolado laical debe ser de un tipo que me atrevería a llamar nuevo. Cuando en 1967 las Congregaciones
Marianas se decidieron a "dar el salto" introduciendo modificaciones, "algunas de ellas fundamentales" (carta del
Card. Cicognani, 25.03.68) para convertirse en las CVX lo hicieron porque eran conscientes de que aun mundo con
necesidades nuevas había que responder con fórmulas de acción también nuevas. El Concilio Vaticano II, recién
celebrado entonces, era el ejemplo más brillante de la necesidad y posibilidad de tales transformaciones.

De ahí que la irradiación apostólica que anteriormente se había centrado preferentemente en un servicio
marcadamente auxiliar del ministerio sacerdotal ( catequesis, obras asistenciales, actividades formativas, etc.), se
viese completada -tal como prevén los Principios Generales -con un nuevo servicio para la "renovación y santificación
del orden temporal" (PO, 7), "trabajando en la reforma de las estructuras de la sociedad, tomando parte en los
esfuerzos de liberación de quienes son víctimas de toda clase de discriminación, y en particular en la supresión de
diferencias entre ricos y pobres dentro de la Iglesia." Os proponíais trabajar (sigo citando vuestros Principios
Generales) "con espíritu de servicio para el establecimiento de la justicia y de la paz entre todos los hombres" (PO, 7)

Leyendo estas líneas tengo casi la impresión de estaros citando el decreto 4 de nuestra Congregación General
XXXII, escrito ocho años más tarde, en el que se nos dice que "la misión de la Compañía de Jesús hoy es el servicio
de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta, en cuanto forma parte de la
reconciliación de los hombres exigida por la reconciliación de ellos mismos con Dios". (CG 32; dcr. 47 n. 2)

En línea conciliar

Este salto cualitativo de vuestra actitud apostólica, no es un capricho, ni obedece a la intuición discutible de un
particular. Es, ni más ni menos, ponerse en línea conciliar.

Permitidme que aclare un poco este punto. Una de las principales gracias concedidas por el Señor a su Iglesia a
través del Concilio Vaticano II fue precisamente la revalorización del laicado, y de su función en la Iglesia. Todo el
capítulo IV de la Constitución Lumen Gentium está dedicado al laicado, a su participación en el misterio salvífico de la
Iglesia, en el oficio sacerdotal y profético de Cristo y en su potestad real. Es toda una teología del laicado en la que
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deberíais profundizar para tener clara conciencia de vuestros propios valores y de vuestras propias
responsabilidades.

Pero no es sólo esto. El Concilio, un año después, en 1965, sobre esta base teológica, preparó todo un Decreto
dedicado exclusivamente a la actividad apostólica de los seglares, "Apostolicam Actuositatem". Eco de ambos
documentos son algunas de las frases más audaces y significativas de vuestros Principios Generales. Por eso,
vuestra formación permanente debe tener como piedras sillares esos textos, sobre los que debéis reflexionar repetida
y progresivamente, con la confianza de que en ellos tenéis la más segura formulación de cuanto la Iglesia espera de
vosotros. Os servirán también de módulo para un capítulo importante de la "revisión de vida" a que estáis obligados
(PO, 7), y de faro indicador para vuestras decisiones de futuro.

Pues bien, ese salto cualitativo de vuestro servicio apostólico a que antes hacía referencia, responde a una consigna
conciliar: vuestro apostolado "no consiste sólo en el testimonio de la vida". (AA 6) "Es preciso... que los seglares
tomen como función propia suya la instauración del orden temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por
la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que
cooperen ciudadanos entre ciudadanos con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que
busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que establecer el orden temporal de forma que,
observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme además con los principios de la vida cristiana, y se
adapte a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las obras de este apostolado sobresale la
acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la
cultura". (AA 7)

Vuestros Principios Generales, elaborados dos años más tarde, en 1967, recogen esa consigna conciliar: "Bien
vemos que tenemos que consagrarnos ante todo a la renovación y santificación del orden temporal". (PG, 7)

Una tentación

Quizá algunos de vosotros tengan la tentación contraria, y ello sería muy explicable. Cansados con el bregar diario en
la vida profesional, familiar, etc., acosado por un entorno social que es cada vez más materialista, egoísta, más
erotizado, y corrompido, podría pensar que la Comunidad de Vida Cristiana en que participa es el oasis de paz, el
remanso espiritual en que el alma se tonifica, se cultiva y se acerca a Dios, animado por la comunidad de ideales de
cuantos forman el grupo. Eso es verdad, pero no es toda la verdad. Y no hay mayor engaño que una media verdad.
Esa concepción es ajena a vuestros Principios Generales, me sitúa al margen de la idea que el Concilio se ha hecho
del papel del laicado en la Iglesia, y supondría una mutilación o una atrofia en el Cuerpo Místico. Porque sois
vosotros, solo vosotros, los que podéis hacer muchas cosas que es necesario que sean hechas.

Tomemos un ejemplo: la acción política. Sois vosotros los laicos, miembros de la ciudad secular en plenitud de
ejercicio de vuestros derechos civiles, a quienes compete ese tipo de servicio apostólico. Ese terreno, a nivel de
acción concreta es vuestro, exclusivamente vuestro. La Iglesia puede y debe dar, y de hecho da, orientaciones,
iluminaciones doctrinales y todo el apoyo que es compatible con su misión sobrenatural. Pero sólo esa parte de la
Iglesia que sois vosotros, dentro del amplio espacio de las opciones concretas, puede asumir tan grave
responsabilidad. Quiero detenerme algo más en cuatro "campos de la vida" a los que antes he hecho alusión, por
estar mencionados expresamente en vuestros Principios Generales: familiar, profesional, cívico, eclesial. (PG, 3)

La familia

La familia, esa "especie de Iglesia doméstica", como la llama el concilio (LG 11) es por su misma naturaleza el primer
campo de vuestro servicio apostólico. Comenzando, naturalmente, por la familia propia. Y al decir familia, entiendo
toda la problemática que gira en tomo a ella: vida matrimonial, aborto, divorcio, educación, libertad de enseñanza,
relaciones prematrimoniales, movimiento feminista, moralidad, droga, vivienda, etc. "En la vida matrimonial y familiar
el apostolado de los laicos encuentra una ocasión de ejercicio y una escuela preclara si la religión cristiana penetra
toda la organización de la vida y la transforma más cada día" (LG 35).

Cada miembro de una Comunidad de Vida Cristiana tiene bajo su propio techo el primero y más inmediato campo de
apostolado. En el grupo a que pertenece debe ayudar a ser ayudado para ello. Hay mil maneras de ofrecer ayuda
que sólo las circunstancias concretas pueden determinar.

Y esto no basta. Más allá de la propia familia, hay que proclamar y promover esos valores: evitando ambigüedades a
la hora de proclamar criterios, negando el propio voto a quienes propugnen una política contraria a los valores
familiares proclamados por la Iglesia, etc. Y, más activamente, según las posibilidades de cada uno, participando
activamente en los movimientos que defiendan o promuevan tales valores.
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La profesión

En tres distintas ocasiones en los últimos dos meses, ha hablado el actual Pontífice, Juan Pablo II, del apostolado de
los seglares, poniendo el acento en la propia profesión. Lo pide así la naturaleza de las cosas. Es el marco en que se
desenvuelve la propia actividad y en el que desarrollamos nuestras energías, nuestra capacidad productiva o
directiva y una buena parte de nuestra vida de relación. Ya sé que por su naturaleza, hay unas profesiones que se
prestan menos que otras a una irradiación apostólica. La madre de familia, que se pasa en casa trajinando todo el
santo día, tiene evidentemente menos posibilidades que una que ejerce de Asistente Social. Un profesor de
universidad tiene más oportunidades apostólicas, generalmente, que un empleado administrativo. Pero ningún
miembro de las CVX puede ignorar su deber no solo de vivir su trabajo con sentido cristiano, sino que a través de él
puede llevar un mensaje a quienes le rodean.

Decía Pablo VI (Discurso a la Unión de Juristas Católicos, 15 dic. 1963) que no sólo se puede santificar la profesión,
sino que la profesión se convierte en santificante. Es una fecunda simbiosis.

El sector cívico - social

"El apostolado en el mundo social, es decir, el afán por llenar de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres,
las leyes y las estructuras de la comunidad en que uno vive, es hasta tal punto deber y carga de los seglares, que
nunca podrá realizarse convenientemente por los demás". (AA 13) Estas perentorias palabras del Concilio no admiten
atenuantes. Es responsabilidad del laicado el procurar que el orden temporal sea ordenado según los criterios
cristianos de la caridad y la justicia. Y son tantas las cosas por hacer:
- En el orden laboral, sindical: ocupación, asistencia;
- En el ordenamiento legal y de estructuras: justicia, igualdad, libertad, participación, partidos políticos;
- En el orden de los servicios: vivienda, escuelas, medio ambiente, sanidad, tercera edad, energía, protección;
- En el orden nacional e internacional: relaciones entre los pueblos, colonialismo, liberación, desarrollo, bloque
de naciones.

Como veis, es todo un mundo de problemas, cuya enumeración podría alargarse aún más. En todos ellos hay un
nivel teórico al que la Iglesia puede aportar la luz doctrinal. Pero en el campo práctico la acción debe ser de los
seglares. (AA 13). Naturalmente, hay un sentido de la proporción y la medida con que este apostolado ha de ser
ejercitado por cada uno, según sus propias circunstancias. Hay, con todo, una exigencia mínima que debe urgir a
todos: la promoción del bien común, la atención preferencial a los más necesitados, el apoyo a quienes promueven
en más altas esferas un orden más justo.

El Concilio Vaticano II llega incluso a animar a los seglares más preparados a desempeñar cargos públicos, ya que,
ejerciéndolos dignamente, y en conformidad con el espíritu del Evangelio, pueden hacer tanto bien. Yo diría que las
Comunidades de Vida Cristiana, donde se templa la fe y espíritu de servicio de una selecta parte del laicado, tienen
que ser cantera de hombres y mujeres que en su esfera de acción, por modesta que sea, se esfuercen por prestar
semejante servicio. La inhibición por apatía, temor al compromiso, etc., no deben tener lugar entre vosotros.

No podéis defraudar las esperanzas de la Iglesia y del mundo que justificadamente esperan este socorro apostólico
del laicado más cristianamente preparado. Oíd como se expresaba Pablo VI en su exhortación apostólica "Evangelii
Nuntiandi", de diciembre del 75 (EN 70): "Los seglares, cuya vocación específica los coloca en el corazón del mundo
y la guía de las más variadas tareas temporales, deben ejercer, por lo mismo, una forma singular de evangelización...
El campo propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la
economía y, también, de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de
comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la
educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc."

Mi experiencia de años entre religiosos de la Compañía y otros Institutos, me permite haceros esta confidencia: la
falta de seglares que deseen comprometerse apostólicamente en todos esos campos, o la desproporción entre lo que
ya se hace y lo que queda por hacer, es una tentación para no pocos sacerdotes, especialmente celosos y
técnicamente preparados, que ven en el profesionalismo un medio de enormes posibilidades de evangelización. No
hagamos la dudosa inversión de tantas vocaciones sacerdotales en puestos que podéis y debéis ocupar vosotros.
¿Hay pocos sacerdotes? Sed vosotros más y mejores apóstoles y seremos nosotros más y mejores siervos de la
Palabra.
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El político cristiano

Yo haría una especial invitación a los laicos cristianos animándoles a asumir, con espíritu de servicio, las tareas
políticas en las diversas esferas. Deben echarse a ese camino, vía de santidad y evangelización, sobre todo si
sienten esa llama y se ven en condiciones para ello.

Por eso, aunque sea brevemente, esbozo la imagen del político cristiano:
- Hombre de profunda fe y oración, que por amor a Cristo sirve a sus hermanos en la consecución del bien
común a cualquier nivel;
- Hombre que no se encierra en el partidismo estrecho y oportunista;
- Hombre de fuerte sentido de Iglesia, que se deja iluminar por la doctrina social y política de ella;
- Hombre que, teniendo poder, usa del poder para servir y no cae en la idolatría del poder;
- Hombre que inspira a los ciudadanos la confianza de que el político dice la verdad y la realiza;
- Hombre estudioso de los problemas y su contexto humano;
- Hombre realista en la opción de las soluciones posibles;
- Hombre humilde para saber consultar y escuchar a todos, y no sólo a sus partidarios o electores;
- Hombre que confía en la fuerza de Dios ante las dificultades;
- Hombre que, partiendo de su propio testimonio de vida procura que en la sociedad se encarnen los valores
evangélicos de respeto, fraternidad, crecimiento humano, justicia, dedicación y atención especial a los pobres.
- Hombre que sabe que este camino ya ha sido recorrido por otros con la ayuda del Señor.

Se debe insistir en la necesidad que tiene el político cristiano de la oración, de los sacramentos, del amor a Jesucristo
en los demás. Si queremos santificar la política necesitamos primero que los hombres políticos aspiren a la santidad.

Eclesial

Yo diría que este es el campo privilegiado de vuestra irradiación apostólica y vuestro servicio. Sin minimizar ahora
cuanto queda dicho sobre otros sectores, es claro que vuestra cooperación es imprescindible en la vida y acción de la
Iglesia, hasta el punto que; "Sin ella, el propio apostolado de los pastores no puede conseguir la mayoría de las veces
plenamente su efecto". (AA 10) Vosotros sois ese "agente multiplicador" que la Iglesia necesita para hacerse
presente en la sociedad.

No basta decir que perteneciendo a un grupo de las Comunidades de Vida Cristiana estáis ya dando vida aun
movimiento eclesial. Las Comunidades de Vida Cristiana no son un fin en si mismas, sino un medio de formación
para el servicio. (PO 3) No han cumplido sus objetivos cuando los grupos marchan muy bien, las reuniones se
celebran con regularidad y sus miembros se sienten fraternalmente unidos en la eucaristía, pero no dan el paso
adelante a una irradiación de servicio apostólico en alguna de las maneras descritas. Habréis de "colaborar con los
Pastores, compartir su preocupación acerca de los problemas y el progreso del género humano" y "prestar una
colaboración personal en la obra del establecimiento del Reino de Dios". (PG 5) La pastoral parroquial, diocesana o
de más alto nivel; las actividades especializadas de cualquier tipo -cáritas, misionales, preparación al matrimonio,
consultorios, prensa o radio, etc. -ofrecen tan ilimitada gama de posibilidades que, si otras causas justificadas no lo
impiden, cada uno podrá encontrar alguna que se le acomode a su preparación y circunstancias.

Valor pedagógico del grupo

No quiero acabar sin decir algo sobre un punto que me parece esencial en las Comunidades de Vida Cristiana: el
valor del grupo. Es un indudable acierto vuestra estructura grupal. El grupo es un término medio entre la masa y el
solitario. El grupo permite formar núcleos homogéneos "de personas de condiciones semejantes" (PG 3), facilitando,
conforme a la sana pedagogía, una atención proporcionada al propio nivel espiritual y condiciones de actuación. Sin
que ello suponga la institucionalización del clasismo o compartimentos estancos, permiten que las Comunidades de
Vida Cristiana se articulen en núcleos capaces de atender las más diversas situaciones. Son como células del
Cuerpo Místico de Cristo, en el que está presente, pues os reunís en su nombre. Los grupos son la experiencia
comunitaria básica, el inicio de una fraternidad que vosotros extendéis a todos los hermanos en la fe y a cuantos aun
no han llegado a ella.

Pero permitidme también una palabra acerca de vuestros deberes grupales. No os preguntéis que me da a mí el
grupo, sino lo contrario: ¿Qué aporto yo al grupo? La pasividad es el cáncer del grupo. El grupo vive de la vida de sus
miembros cada uno de los cuales recibe, multiplicada por los demás, su propia contribución. El grupo favorece la
apertura personal, educa para el diálogo y la tolerancia, enriquece los puntos de vista, habitúa a un sano pluralismo,
enraíza más la propia fe por el mero hecho de explicitarla en voz alta y compartirla, se recibe y se da fraterna ayuda,
y se invoca en común al Padre de todos.
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Estos días han de ser muy importantes para vosotros y para las CVX de todo el mundo. Yo pido a la Madre de Dios,
a quien veneráis con filial amor (PG 6), y en "cuya intercesión confiáis para el cumplimiento de vuestra vocación" (PG
8), que "os ponga con su Hijo", como pedía para sí mismo San Ignacio. Estoy seguro de que, con su ayuda, vuestros
esfuerzos y trabajos de estos días traerán a las CVX una renovación y un mayor empeño en vuestra vocación de
servicio.

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