El fin de un imperio
En Abril de 1.942, el Imperio del Japón, que apenas llevaba cinco meses en
guerra, había conquistado todos los territorios que sus militares (tanto del Ejército
como de la Armada) habían designado como necesarios para constituir el
“Perímetro defensivo” del propio imperio. Esta circunstancia hizo que muchos jefes
militares japoneses dieran ya por finalizada la guerra, aunque ni el Reino Unido ni
(sobre todo) los Estados Unidos se habían rendido.
Esta sensación de “cosa hecha” se esfumó el 18 de Abril. Ese día, unos pocos
bombarderos B-25, comandados por el coronel Doolittle, bombardearon Tokio y
otras ciudades del Japón. Los daños fueron insignificantes, pero la alarma entre el
Alto Mando japonés fue inmensa, más cuando supieron por fuentes de inteligencia
que los bombarderos, aunque pareciera increíble (y desde luego fue una hazaña),
habían despegado del portaaviones “Hornet”, que se había acercado a menos de
1.000 millas del archipiélago japonés sin ser interceptado, regresando a su base
sano y salvo. El almirante Yamamoto, comandante de la Flota Combinada, un
marino que no se dejaba engañar por la propaganda ni por la autocomplacencia,
comprendió que aún había que asestar un golpe decisivo a los EE.UU. si querían
poner a salvo las islas japonesas de cualquier contraataque. En consecuencia
logró máxima prioridad para ejecutar dos golpes consecutivos contra el poder
naval norteamericano.
El 7 de Mayo, en aguas del Mar del Coral, al Sur de Port Moresby, las dos flotas
chocaron. Los norteamericanos perdieron el portaaviones de escuadra
“Lexington”. El portaaviones “Yorktown” quedó gravemente dañado y apenas si
pudo regresar a Sydney. Para los norteamericanos eran unas bajas gravísimas
que no podían reemplazarse a corto plazo. Pero a cambio de tales bajas
consiguieron un doble triunfo estratégico. Primero, rechazaron el intento de
desembarco. Nunca más los japoneses amenazarían Port Moresby. Segundo, los
aviones de la flota habían hundido el portaaviones ligero “Shoho” y averiado los
portaaviones de escuadra “Shokaku” y “Zuikaku”, que tras esta batalla tenían que
incorporarse a la 1ª Flota Aérea. En otras palabras, la operación MO se saldaba
en doble fracaso japonés: no habían tomado Port Moresby y además los refuerzos
para la operación TEN se habían esfumado. Los japoneses (seguramente
ayudados por la inteligencia naval de los EE.UU.) se creyeron que tanto el
“Lexington” como el “Yorktown” habían sido hundidos. Las cosas no habían salido
bien, pero al menos, para el ataque a Midway tendremos una superioridad en
portaaviones de 2 a 1, ya que los yanquis sólo tienen en el Pacífico al “Enterprise”
y al “Hornet” (el “Saratoga” estaba en proceso de reparación en San Diego, y los
japoneses lo sabían). Eso pensaba el Alto Mando japonés. En consecuencia, el
ataque a Midway siguió tal como se planeó.
Nota: A partir de este momento, las horas que se mencionan son horas solares,
eliminando el desfase horario existente entre ambos bandos. Hay que tener en
cuenta que mientras desde el punto de vista de Washington esta batalla se luchó
el 4 de Junio, en Tokio era ya el día 5.
La primera oleada japonesa fue lanzada antes del alba, a las 04:30 del 4 de Junio.
Más o menos a esa hora los aviones norteamericanos de reconocimiento con base
en Midway despegaron para localizar a la flota japonesa.
Un hidro PBY Catalina localizó a los japoneses a las 05:52. Apenas llegado el
aviso a la isla, se ordenó que despegara una oleada de torpederos escoltados por
cazas, que iría seguida de una segunda oleada de ataque formada por
bombarderos B-17. No habían terminado de despegar los aviones de la primera
oleada norteamericana cuando la primera oleada japonesa atacaba Midway.
Barriendo con facilidad la caza enemiga (compuesta de viejos cazas Brewster
Buffalo y de los más modernos Grumman Hellcat, pilotados por infantes de
marina), los japoneses bombardearon a placer la base enemiga durante media
hora. Los detalles del ataque fueron grabados en directo por el gran maestro del
cine John Ford, que se encontraba allí para dar testimonio a la posteridad de la
batalla. A las 06:12 los aviones japoneses se retiraron hacia sus portaaviones. El
teniente de navío Tomonaga permaneció en Midway observando a través del
humo los daños producidos en las instalaciones. A eso de las 07:00 pudo ver
cómo algunos B-17 despegaban de la isla. Una de las tres pistas del campo de
aviación seguía en uso. Tomonaga radió la noticia y recomendó un segundo
ataque a la isla.
Los efectos del bombardeo sobre la base. Fotografía tomada por el equipo de
John Ford.
Los aviones japoneses según iban llegando a sus buques iban siendo repostados
y cargados con torpedos, ya que, según el plan japonés, tras el bombardeo de
Midway vendría el ataque a la flota norteamericana, flota que, una vez conocido el
ataque japonés, sin duda saldría de Pearl Harbor rumbo a Midway a toda
máquina. Sin embargo, y tras evaluar el mensaje de Tomonaga, a las 07:15 se
dieron órdenes de volver a armar a los aviones con bombas, para el segundo
ataque a la isla. Esta orden se basaba en un cálculo de tiempo según el cual la
flota norteamericana no podía haber zarpado de Pearl Harbor antes de las 04:00...
Sobre las 07:10 los aviones de Midway atacaron la flota nipona. Hasta las 07:30
los aviones de los marines intentaron hacer blanco en la flota japonesa, pero los
cazas tipo “Zero” japoneses se lo impidieron. Casi todos los atacantes fueron
derribados. Los que no, volvieron a casa sin haber logrado un solo impacto.
En ese momento pareció que la Fortuna, esa voluble señora, les daba la espalda a
los japoneses.
Así pues, y sin que Nagumo lo supiera, su cálculo de tiempo era inútil, y sus
órdenes, erróneas.
Los que critican a Nagumo quieren ignorar que a las 07:30 el panorama que se le
ofrecía a Nagumo era incompleto y se olvidan de que, cuando uno lleva
entorchados debajo de la coca y se manda la única fuerza de combate de que
dispone la patria, las decisiones no son tan fáciles de tomar como en una tranquila
biblioteca. En esas circunstancias, presionado y con un cuadro táctico incompleto,
Nagumo se equivocó. Yo en su lugar, quizá también. Y usted también, amable
lector, podría haberse equivocado... Desgraciadamente para Nagumo, todavía no
estaban disponibles en los kioskos las “Memorias” de sir Winston Churchill.
Nagumo decidió esperar y ver. Mientras lo hacía, a las 08:10 la segunda oleada
procedente de Midway atacó sus buques. Otra vez, sin daño alguno.
Apenas había pasado el ataque, cuando a las 08:20 el hidro del “Tone” radió que
había localizado un portaaviones enemigo. Se trataba del “Yorktown”.
Más o menos a esa hora, el hidro del “Tone”, dispuesto a provocarle a Nagumo
una úlcera, comunicó haber localizado más buques enemigos. Se trataba de la TF
16, pero no llegó a ver los portaaviones sino sólo a su escolta.
Urgido por sus oficiales (me imagino que el pobre Nagumo estaría sudando de lo
lindo dentro del uniforme), el almirante decidió a las 09:18 armar a los aviones con
torpedos. Se atacaría a la flota enemiga. El ataque comenzaría a las 10:30. Se
dieron las órdenes oportunas.
Los aviones de la TF 17 habían seguido un rumbo un poco más al Sur que los de
la TF 16. Tampoco vieron ningún barco japonés, pero vieron rastro de humo, y lo
siguieron pensando que el humo los llevaría a la flota japonesa, lo que en efecto
sucedió.
La escena que se planteó entonces fue así: los portaaviones japoneses, con sus
aviones cargados con torpedos en cubierta, listos para lanzar y cara al viento; sus
aviones de patrulla, que llevaban ya dos horas en el aire, escasos de carburante
(Nagumo tenía intención de recogerlos después de lanzar el ataque; hacerlo al
revés, es decir, primero recoger, repostar, lanzar los cazas y luego lanzar el ataque
le hubiera retrasado demasiado) y además a cierta distancia de los barcos para no
causar un “embotellamiento” con los aviones del ataque; de repente, aparecen dos
grupos de aviones norteamericanos desde dos direcciones distintas, y además en
gran número. Por pura casualidad, los norteamericanos aparecieron en el peor
momento posible para los japoneses.
Comenzó el ataque. Los cazas Zero hicieron estragos entre los atacantes, mucho
más lentos y menos maniobrables. Pero sencillamente, eran demasiados. La
defensa de caza japonesa quedó saturada en pocos minutos. Y así, varios grupos
de bombarderos en picado pudieron agruparse para lanzar sus bombas, libres de
interferencias de la caza enemiga.
Entre las 10:25 y las 10:28 fueron alcanzados el “Soryu”, el “Akagi” y el “Kaga”, en
ese orden.
Las buenas noticias del ataque fueron recibidas por Nagumo (que había cambiado
su insignia de buque) y por Yamaguchi. Los optimistas aviadores japoneses dieron
por hundido a su blanco. Entonces los dos dos almirantes pensaron lo mismo: si
los yanquis sólo tienen dos portaaviones (que era lo que les había dicho su
servicio de información) y hemos hundido uno, eso significa que estamos 1 contra
1. Si hundimos al segundo portaaviones yanqui, pese a la gravedad de las bajas,
aún podríamos desembarcar. Y dicho y hecho, a las 12:45, sin haber recogido los
aviones de la primera oleada, el “Hyryu” lanzó una segunda oleada. Siguiendo el
rumbo de sus compañeros, los aviones de esta segunda oleada llegaron a la vista
del “Yorktown” a las 13:40. Los japoneses lo atacaron convencidos que se trataba
del segundo portaaviones norteamericano, primero porque así se lo habían dicho
sus jefes, y segundo porque al llegar al blanco no vieron rastro de incendios ni de
humo. Tras el ataque dejaron el buque otra vez tocado, con fuego a bordo y con
una fuerte escora. En ningún momento sospecharon que los equipos de seguridad
de a bordo habían logrado la enorme proeza de apagar todos los incendios
causados por el primer ataque.
Mientras los almirantes japoneses cavilaban sobre estos asuntos, a las 17:00,
aviones procedentes de la TF 16 alcanzaron al “Hyryu”, dejándolo en llamas y con
su pista de vuelo inutilizada. El buque no se hundiría hasta las 9:00 del día
siguiente, pero desde mucho antes los japoneses se habían quedado sin apoyo
aéreo.
Pero la mayor consecuencia del ataque al “Hyryu” fue la confusión total por parte
japonesa. ¿De dónde habían salido tantos aviones? ¿Había un tercer
portaaviones norteamericano en aguas de Midway? ¿Procedían de la propia isla?
Estas dudas, y el hecho de que a la flota japonesa sólo les quedasen dos
portaaviones ligeros para dar apoyo a la fuerza de invasión, hizo que Yamamoto
tomara la decisión, al caer la noche, de retirarse. Los norteamericanos, habiendo
hundido cuatro portaaviones enemigos, y habiendo abortado el desembarco en
Midway, no necesitaban seguir arriesgando en la batalla, y en consecuencia
regresaron a Pearl Harbor.
11. Uno de los factores que favoreció fue el hecho de que en las cubiertas de
los portaaviones se hallaban aviones cargados de combustible, explosivos y
en cubierta inferior bombas de aviones pendientes de bajar.