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Annie M. Hart
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Dan había permanecido a su lado mucho antes de que ella naciera. Se limitaba a observarla y protegerla,
pensaba que a pesar de que no pudiera verlo podría sentirlo a su lado, pero a medida que el tiempo
transcurría todo lo que era parte de ella parecía más importante. Su sonrisa, su piel, sus ojos lo cautivaban, a
veces se encontraba tratando de resistirse pero no se explicaba ¿Por qué?, no comprendía esos extraños
impulsos. Sus labios lo llamaban, hacía que se estremeciera, su alma rogaba por ello hasta el punto de querer
dar sus alas con tal de estar con ella, y eso lo asustaba. Lo único que le quedaba era observarla, esconder lo
que sentía y llorar por el temor de poder perderle algún día.

“Entonces las nubes tronaron.


Un grito de dolor desgarrador descendió.
Y las lágrimas del cielo decían que un Ángel lloraba. “

Para Tatiana Espejo. Un ángel muy especial.


Nunca me olvides. Nunca te olvido.
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PRÓLOGO
He permanecido a su lado desde mucho antes de que ella naciera. Me limitaba a
observarla, protegerla, velar por su bien. Al principio no estaba muy s eguro de mi tarea
pero a medida que el tiempo pasaba, comencé a sentirme parte de ella. No podía verme,
claro está, pero su voz que me rezaba cada noche me daba a entender que ella sabía de
mí, que yo estaba a su lado. Poco a poco me fui entrelazando con esa voz tan dulce y
sincera, no era nada sin ella y me sentía solo sin escucharla. Su sonrisa era lo único que
levantaba mis ánimos, me llamaba, me hipnotizaba. Sus ojos verdes eran cautivadores y
seductores que resaltaban de su piel blanca y brillante encajando a la perfección con su
silueta esbelta, perfecta.

Tentadora.

Muchas veces me encontraba tratando de resistirme pero ¿a qué? ¿Por qué? ¿A su


voz? ¿Sus ojos o su cabello oscuro? ¿A su sonrisa? No comprendía lo que me sucedía, no
comprendía por qué sentía estos extraños impulsos, ni el por qué mi corazón latía tan
fuerte. Más fuerte que, incluso, cuando estoy en presencia del Rey. Era absurdo, ilógico y
sin sentido. Ahora no podía separarme de ella. Dependía de poder verla y me deshacía en
el deseo de poder tocarla, abrazarla y sentirla. Pero más que nada…Besarla. Sus labios me
llamaban, hacían que me estremeciera y que sintiera algo extraño por todo mi cuerpo. Mi
alma rogaba por ellos, daría mis alas por estar con ella y eso me asustaba. Lo único que
podía hacer era observarla, escondiendo lo que sentía e incluso he llorado por las noches
temiendo perderla algún día.

Entonces caí en la cuenta de algo…

Me había enamorado de ella.

Danel
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Entonces las nubes tronaron.

Un grito de dolor desgarrador descendió.

Y las lágrimas del cielo decían que un Ángel lloraba.


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Una flor se ha perdido. Entre Una cobarde y cruel decisión.

los ángeles se camufló. Ángel… ¡Cuántas lágrimas dejaste


derramar!
Esa sonrisa entre tantas se perdió.
Una flor se ha perdido.
Sin vida. Se marchitó.
Despiadada muerte la arrancó.
El roce es tan frío.
Igual al cada pétalo. Débil.
Cada espina acaricia feroz.
Ahora tan pálida. Sin más raíces, falleció.
Todo palpitar. Toda respiración.
Sin más nada que dar.
Entrecortada…su voz se apagó.
Mi alma muere con esa flor.
Ángel, deja de llorar.
Aquella infancia en ángel se convirtió.
Que mis manos desean consolarte.
Su hoz no puede perdonar.
La distancia es un muro impenetrable
Flor marchita. Flor sin vida.
¡Oh, maldito cielo! ¿Tanto deseas
alejarme? Entre los ángeles se mezcló.

Esa flor nunca dejó de temblar. Piel tan fría. Caricias vacías.

Suicidio era su salvación. Su voz aun susurra su adiós.


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Capítulo 1:
El chico de la joyería
Jueves por la mañana. 7 a.m.

Estaba entrando al Instituto local de California. Una gran


estructura moderna de dos pisos, paredes pintadas de color bordó y
blanco dando un gran aspecto de depresión. A decir verdad, antes
prevalecía el negro y un gris realmente opaco, creo que ya era hora de
darle una mejoría pero aun así seguía sin causar una buena
sensación. Los adolescentes se reunían apurados en las entradas de
sus salones de clases. Había uniformes por doquier, faldas tableadas
a cuadros verdes, amarillos y rojos extremadamente cortas o justo a la
medida, sacos verdes desabrochados, ausentes o perfectamente
acomodados, camisas blancas arrugadas, provocativas y normales.
Medias largas de color negro y zapatos lustrados de color verde
oscuro. Pantalones negros, largos, zapatos, aunque algunos iban con
zapatillas casuales, camisas blancas, uno que otro con el saco sobre
sus hombros u otros abrochados de forma decente. Lo más importante
de todo era que faltaba cada vez menos para el fin de semana.

Stella se apresuró en situarse junto a mí con aquellas ganas de


vivir y energías envidiable. Llevaba la pollera un toque más arriba de lo
debido, saco desabrochado y camisa un poco desarreglada.

-¿Algo interesante?- preguntó sin siquiera saber mi estado de ánimo.

-Siempre tan directa-.

-Oh vamos, siempre tienes algo que contar- insistió.


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-Mmm, ¿estudiar? ¿Tu lo has hecho?-.

-Me ofendes. Sabes que no. No soy una cerebrito como tú-.

-Vaya-suspiré- este fin de semana es la fiesta de mi madre y opté por


comprarle un lindo anillo en la joyería cercana a mi casa-.

-Esa es la razón de ese dije en tu cuello- señaló como si ella fuese una
detective- veo que tienes bastante dinero, es de plata. Pero ¿porqué
un corazón con alas?-.

-Bueno en realidad me lo regalaron-.

Me observó no muy convencida.


-Delante del mostrador lo encontré tirado. El joven encargado me
agradeció por hallarlo, el dije era el modelo de otros collares. Pero me
dijo que no me preocupara ya que tenían una copia guardada y como
recompensa me lo obsequió-.

-¿Como era él? ¿Sexy?- preguntó casi ignorando mi relato.

-Créeme que lo era-.


-¡Diablos! ¿Mis oídos oyen bien? Estas interesada en otro muchacho.
¿Cómo se llama la joyería?- preguntó tratando de hacer memoria del
recorrido alrededor de mi casa.

-La Perla-.

-Da igual. Dime como era- dijo, rindiéndose al no recordar.

-Alto, cabello dorado con mechones un tono más oscuro-.

-¿Era real?- dijo en tono esperanzado.

-No hay duda de que lo es. Pero sus ojos....eran celestes. El celeste
más hermoso que vi en mi vida-.
-Se ve interesante. Quiero conocerlo. Pero no te preocupes, es todo
tuyo. Solo echare un vistazo al futuro chico de mi amiga-.

-Eso me da a entender que ya elaboraste toda una historia cursi en tu


cabeza-.
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-Tal vez- contestó aun observando el dije- oye, hay algo escrito-.

Lo quité de su mano y vi su reverso.

-Es latín. Tradúcelo-.

-¿Cómo sabes?-.

-Reconocería esa horrenda lengua a kilómetros. Recuerda que es la


materia de la Sra. Coleman. No entiendo nada-.

Lo leí detenidamente. Ego protector tuus sum. Pero no entendía


porque tenía ese mensaje.

-Dice: te protegeré- traduje tal vez un poco insegura de lo que leía.

-¿Él te dijo algo cuando te lo entregó?-.

-Ahora que lo recuerdo...dijo: "Cortesía de la casa. Un corazón con


alas, para un corazón que desea ser libre"-.

-Wow, profundo. Y extraño. Mi curiosidad aumenta. Pero espera, no


conseguirás novio antes que yo-.

Me reí. Era básicamente imposible. Stella, Stella Dreyar era


mucho más atractiva que yo. Alta, esbelta y de muy buenas
proporciones, hacía danza árabe desde que tiene memoria por lo que
es muy delicada para moverse. Cabello castaño claro largo
terminando en delicados rulos el cual usualmente lo adornaba con
pequeños broches y ojos azules. Siempre iba maquillada creyendo
que sin él, sería un espanto. Mentira, por supuesto. Una chica como
ella se ve atractiva hasta con una bolsa de papa. Y luego estaba yo.
Delgada y un poco torpe. Cabello lacio y negro azabache de ojos
verdes, creo que era lo único que podía alardear de mi. Solo amaba
mis manos, con ellas escribía, dibujaba y tocaba el chelo.

-¿Qué nos esperará éste año?- preguntó animada.

-Solo ruego que tengamos mejores profesores-.

-Recuerda que algunos son los mismos- se lamentó.

-Y maldigo eso-.
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-Oye, Ellie, alguien está ocupando tu asiento- señaló dentro del salón
antes de que entremos.

Era ley propia tener un sitio fijo entre ambas, como una especie
de tradición. Bueno, en realidad fue un alivio que no se tratara de
Sam.

Samanta Honney. Representante del salón, estatura promedio,


un cuerpo perfecto y llamativo, cabello castaño oscuro y ojos miel. En
fin, una completa envidia para todas en el colegio, era popular y
bonita. En realidad solo por fuera, por dentro era una bestia diseñada
para torturar a inocentes. En mi opinión no tenía necesidad de hacerlo,
lo tenía todo y, para agregar, su padre era el director del instituto y su
madre la vice directora. Tiene un hermano mayor, Sean, quien ahora
está trabajando profesionalmente como ingeniero en el exterior. En
pocas palabras, una familia perfecta.

Sin pensar más, me encaminé hacia el extraño ocupando mi


único lugar en el mundo. Decirlo así era algo ridículo.

-¿Disculpa? Verás, éste es mi asiento. Lamento las molestias pero me


gustaría que…me lo…regresaras-.

Mi voz se fue apagando a medida que el muchacho se giraba


para observarme. Tenía aquél familiar cabello y esos hermosos ojos
claros. Me sonrió ampliamente.

-Veo que éste sitio es perfecto para los distraídos. La ventana es


bastante eficiente si quieres lanzarte cuando no soportas una clase-
bromeó.

Su voz era suave y grave.

-Quién creería que volveríamos a vernos, Ellie-.

-¿Tu nombre era Daniel?-.

Él asintió.

-Es un poco imposible que lo hayas olvidado, ayer nos conocimos y


veo que te gustó mi regalo- añadió señalando el dije- Soy Daniel,
Daniel Zimmer-.
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-Ellie Crowen-.

-¿Y bien? ¿Quién era el usurpador de tu sitio? Oh, vaya. Ellie, ven
conmigo- dijo Stella haciéndome a un lado para hablar a hurtadillas-
¿Quién es ese muchacho tan sensual?- susurró.

-Él es el chico sexy de la joyería-.

-Debes estar bromeando. Sí que es sexy, tranquila no me mires así,


es todo tuyo por más que tenga la tentación de traicionarte-.

Se me escapó una carcajada suave.

-Tú debes ser el chico del que todos hablan- musitó Sam invadiendo la
privacidad de él.
Diablos, descuidarnos solo unos segundos arruinó la eterna
felicidad de Daniel. No es que me molestara, es solo que no soportaba
que cayeran tan rápido en sus redes.

-Supongo que tú eres el comité de bienvenida- contestó Daniel con


una sonrisa.

-Por supuesto. La representante del salón debe abrir las puertas


correctamente. Verás, si quieres tener un buen comienzo te
recomiendo tener amistades más…decentes. Puedes venir con
nosotros-.

-Si hablamos de dar una buena bienvenida, quédate atrás Honney.


Estorbas- dijo Stella, molesta.

-Una indecente como tú y una cerebrito torpe e inmadura no son el


mejor partido-.
-Tú eres la representante- señaló Daniel- y usas ese absurdo título
para llamar la atención, déjalo ¿sí? No lo vale. Si tratas así a tus
compañeros, no quiero ni imaginarme el resto de la clase. Personas
como tú solo dan vergüenza- finalizó sin borrar aquella sonrisa.

-Te lo pierdes- dijo ella tratando de fingir que no le importaba, dando


media vuelta y alejándose.
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-Wow, eso fue estupendo. Jamás vi que algún hombre la rechazara.


Quedarás escrito en la historia- dije.

-Sip, y ella la escribirá- musitó Stella.

-¡Oye!- grité.

-¿Escribes?- preguntó él.

-Hago el intento-.

-Espero algún día poder leer esos “intentos”- dijo sonriendo.

La puerta de entrada se abrió dejando ver a un hombre alto con


unos kilos demás. Tenía la nuca un poco calva mostrando algunos
cabellos negros y perlados. Lentes de marcos gruesos negros, una
camiseta Lacoste amarilla, jeans azules y zapatos. Siempre me
cuestioné porqué los alumnos debían asistir formalmente sabiendo
que los profesores venían como les dé la gana.

-Buenos días y sean bienvenidos. Soy el profesor de de Física, el Sr.


Stewart- depositó su maletín sobre el escritorio y acomodó sus lentes
entornando los ojos para contemplar a la clase- ¿Quién es el
muchacho del que todos hablan?- preguntó.

Daniel, quien se sentaba delante de mí, se puso de pie.

-Me presento. Soy Daniel Zimmer, tengo 17 años, trabajo en la joyería


de mi familia y fui transferido de Washington DC-.

-Gracias por presentarte, en nombre de todos aquí presentes te


damos una cálida bienvenida y espero que seas bien recibido- dijo el
profesor.

Tenía apariencia de ser el típico muchacho suertudo que se


relacionaba perfectamente con todo su entorno y que se las arreglaba
para no tener enemigos. Con aquella cara angelical eso era
básicamente imposible, aunque no debía bajar la guardia. Los de su
tipo eran los más peligrosos.

-Ya veo porqué has escogido ese asiento. Te pierdes bastante fácil
mirando la ventana-.
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Él estaba volteado, mirándome e ignorando por completo al


profesor escribiendo fórmulas en el pizarrón. Dar clases tan enserio el
primer día no era nada favorable.

-¿O será que piensas lazarte como dije antes?- bromeó.

-Creo que la segunda opción es la más acertada- respondí.

-¿No te agrada física?-.


-En absoluto. La odio. Pero a pesar de eso el profesor se ve amigable-
.

-¿Tú crees?- rió- ¿eres del tipo de persona que evalúa a todos con
una primera mirada?-.
-Podría decirse que sí-.

Daniel se volteó nuevamente y examinó al profesor acariciando


su mentón como si se tratase de un detective en pleno caso. Despeinó
su cabello, tomó un lápiz y comenzó a morderlo en el extremo con
nerviosismo y murmurando en voz baja.

-¿Sabes qué creo?- dijo al fin sin soltar el lápiz- que es un hombre con
bastantes problemas personales, que incluso salió hace poco de un
cuadro depresivo. Tiene muchas arrugas para lo que su edad
aparenta, unos treinta y siete supongo. Tal vez tiene una hija o dos y
una ex esposa con problemas de estrés y auto-desagrado estético-.

Tapé mi boca para no soltar una fuerte carcajada.

-¿Qué es lo gracioso?- preguntó un poco ofendido.

-Ese análisis es absurdo- contesté entre risas.

-A ver niña genio, ¿Qué puedes decir sobre mí?- desafió.

-Mmm…-.

Él se acomodó mejor en su asiento acercando más su rostro al


mío, sin despegar sus ojos de mi mirada. Al ver que no respondía
esbozó una sonrisa, riéndose.
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-Ustedes dos, Zimmer y la muchacha con quien habla. No acepto


distracciones en mi clase- nos retó el señor Stewart.

Daniel dejó de mirarme pero sin girar su cuerpo, volteó su rostro.

-Lo siento profesor. La señorita Crowen no gusta de su clase, trataba


de convencerla de lo hermosa que es la física- respondió.

El profesor esbozó una mueca de desilusión fingida pero asintió


con una sonrisa. Al ver que este idiota no volteaba, golpee su nuca
bastante molesta. Eso lo hizo reaccionar.

-¡Oye!- se quejó, frotándose.

-Has hecho que quede como una estúpida- le susurré.

-¿Es que acaso no lo eras ya?- dijo, incrédulo.

Pero por alguna tonta razón, no pude enfadarme con él. Me miró
con cara de no entender al ver que comenzaba a reírme. Su presencia
me resultaba tan familiar, no sabía el porqué. Tampoco me
preocupaba, solo sé que estar con él me era increíble. Y solo
llevábamos unos minutos juntos.

-¿Podrías decirme quién es ese chico que lleva horas mirándome con
intenciones homicidas?- me susurró haciéndome regresar a la
realidad.

-Es Dylan Brooks, mi mejor amigo- contesté.

Dylan, al igual que Stella, era mi mejor amigo desde cuarto


grado. Un muchacho dulce, despreocupado, protector y divertido.
Aunque la mayoría del tiempo era frío. Me sacaba dos cabezas de
altura, debe ser culpa de que yo sea muy enclenque, cabello cobrizo,
lacio y ojos negros. De por si siempre me pareció atractivo pero
confiaba tanto en él hace tantos años que me costaba poder verlo con
otros ojos.

Daniel clavó su mirada en mi amigo entornando los ojos y


frunciendo los labios hasta convertirlos en una fina línea.

-¿Estás haciendo tu examen de evaluación “puedo saber qué


piensa”?- me burlé.
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-En realidad estoy pensando si es el típico mejor amigo celoso o aquél


que, inevitablemente, termina enamorándose de su amiga- dijo.

-Oh vamos Dan- farfullé, incómoda- las cosas no son así-.

-¿Dan?- musitó.

-Mmm, es un apodo simpático ¿no crees?-.

-Da igual- rió- entonces explícame porque me mira de esa manera. Da


miedo, que yo sepa aun no he hecho nada malo-.

-Verás…es…precavido con todos los hombres que me hablan-.

-Celos- afirmó.

-No, no es eso. Yo…algún día te lo explicaré-.

-Bien, no tengo planeado forzarte- contestó levantado sus manos a


modo de rendición.

A decir verdad no era una historia de amor perfecta con un


hermoso y brillante final feliz donde el príncipe me llamaba a gritos y
yo me derretía en sus brazos siendo consciente de nuestro eterno
amor. Ni de broma, todo fue un juego vil, ilusiones y mentiras. A partir
de ese momento poco a poco fui alejando mi confianza en los
hombres, únicamente me quedaba Dylan y no estaba en mis planes
perder la amistad que cuidaba con él.

Daniel entristeció sus ojos, bajando apenas su mirada. Noté


como entrelazaba sus manos apretándolas hasta marcar sus nudillos
como si algo le molestara.

-¿Estás bien?- pregunté.

Él se sobresaltó como si no esperara un comentario de mi parte.


En pocas palabras, se olvidó de mi gran presencia justo frente a sus
ojos. Creí, por alguna tonta razón, que se enfadaría por mi curiosidad
pero para mi sorpresa se sonrojó levemente despeinando su cabello
un poco avergonzado.

-Lo siento- sonrió- no quería preocuparte-.


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-Creo…que sería mejor que te acomodes- tartamudeé. Rayos ¿Qué


me sucedía? No podía mirarlo a los ojos- no quiero que vuelvan a
regañarnos-.

Sin rechistar y guiñando un ojo, obedeció.

Inconscientemente tomé el dije. Un hermoso corazón rojo del


cual sus bordes plateados se extendían en un par de alas de plata
salpicadas con brillo. Lo examiné mientras una embobada sonrisa se
escapaba entre mis labios, no tendría por qué ser mío y aquí estaba
colgando en mi cuello. En realidad quedaría más deslumbrante si se
exhibía en un cuerpo más entallado, como el de Sam. Pero de pronto
recordé el mensaje en su reverso, lo giré ansiosamente y volví a leerlo
creyendo que había la posibilidad de que todo fue una ilusión mía. Y
no, allí estaba.

Aprovechando de que Daniel estaba frente a mí, intenté tocar su


hombro pero al mismo tiempo que la campana del recreo sonaba, él
se puso de pie. El profesor se retiró sin despedirse y, para mi mala
suerte, el pizarrón estaba cubierto de fórmulas extrañas que,
obviamente, habían sido explicadas previamente. Y yo me perdí en la
ventaba y en el idiota que se sentaba frente a mí.

-¿Ibas a preguntar algo?- dijo Daniel volteándose.

-Si- me puse de pie- quería saber que…-.

Pero la odiosa de Sam se interpuso meneando sus caderas


sincronizada y provocativamente. Detrás de ella visualicé la mirada de
odio en Stella mientras apretaba fuertemente los puños sobre su
banco dando a entender que en cualquier momento se abalanzaría
sobre ella. Dylan se colocó junto a mi amiga sentándose en el asiento
justo al costado. Le murmuró algo a ella y Stella nos apuntó con su
mentón.

-¿Tú qué opinas?- preguntó Daniel.

-¿Sobre qué?- su pregunta me tomó desprevenida.

-Tenía pensado hacer una fiesta de bienvenida para Daniel a fin del
próximo mes- explicó la odiosa con tono de impaciencia y buena
intención fingida- invitaré a todos en la clase, será algo simple y
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pequeño en mi casa de campo con piscina, bebida y música. No


acepto nada indecente-.

Fue lo último que dijo antes de lanzarle un beso en el aire a Dan


e irse.

-Me rehúso- musité cruzándose de brazos una vez que él me


encaraba.

-Será divertido- se quejó.

-Oye, escucha bien. Nos conocemos hace una hora nada más, no
tienes por qué depender de mis decisiones. Eres libre ¿no? Ve. En
paz y alegría, si quieres abalánzate sobre sus enormes pechos y todos
felices-.

Vaya, soné bastante histérica. Daniel me observó absorto


abriendo sus ojos desmesuradamente. Luego, estalló en carcajadas.

-No tengo intenciones de eso- dijo luego de recobrar el aire.

-Eso dicen al principio pero tarde o temprano caerás- expliqué gráfica


y dramáticamente.
-Imposible. No me gustan las de su estilo-.

-¿Ah sí?- contesté sarcásticamente.

Él tomó un mechón de mi cabello oscuro, lo acercó a su rostro y,


mientras entrecerraba sus ojos, aspiró sintiendo mi perfume.
-Me gustan morochas e histéricas- susurró soltando delicadamente mi
cabello.

Me sonrojé al instante agachando mi mirada y evadiéndolo para


ir junto a Stella. ¿Qué fue eso? Seguro fue una broma de mal gusto,
odiaba a los hombres por eso, actuaban dulcemente pero no eran más
que puros trucos sucios para mujeres débiles, es más, se
aprovechaban de sus lindos rostros. Como una planta carnívora.

-¿Estás respirando bien? ¿Tienes hambre? Por Dios mujer me has


asustado. Estabas poniéndote morada- dijo Stella alarmada.
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-¿Ya se fue?- murmuré.

-¿El chico “miren que lindo soy”? acaba de atravesar la puerta- señaló
Dylan.

Solté un suspiro de alivio.

-Sam dijo algo indecente- asintió Stella- era de esperarse-.

-Nos invitó a la fiesta de bienvenida para Daniel- dije- les avisará


pronto esa noticia tan interesante- añadí con sarcasmo.

-Muero de entusiasmo- dijo ella.

-Y tú ¿Por qué lo mirabas de esa manera?- le pregunté a Dylan.

-Noto algo extraño en él. No confío- respondió.

-Dylan, querido, hoy lo has visto por primera vez- musitó Stella
palmeando amistosamente el hombro de él.

-Uno debe estar preparado- se defendió apartándola.

-¿Preparado para qué?-.

Daniel regresó al salón, sobresaltándonos por su aparición.

-¿Para la fiesta? ¿Les dijiste la mejor parte?- dijo entusiasmado.

-¿Qué cosa?- preguntó Stella.

-Qué ella irá conmigo- respondió él en tono divertido.


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Capítulo 2:
Phoenix
Enarqué las cejas indicándole que no dejaría que él decidiera por
mí.
-Estás loco- dije al fin.
-Así podrás evitar que me abalance sobre sus pechos ¿verdad?-
contestó sonriendo maliciosamente.
-No me interesa que lo hagas- respondí cruzándome de brazos.
Stella reclinó un poco su asiento para apoyar sus piernas sobre
el banco sin siquiera recordar o preocuparse de que usaba falda,
aunque la maldita suertuda sabía cómo evitar mostrar sus bragas a
todo momento. Tenía sus días de no ser del todo femenina. Dylan
corrió los pies de ella para sentarse imitando mi movimiento de brazos
pero sin quitar la mirada seria de Daniel. Éste último quitó su saco y lo
lanzó perfectamente sobre su asiento.
-Bien, ¿irás sola o paso por tu casa?- ofreció Daniel.
-No iré- insistí- tal vez se trate de una trampa para avergonzarme o
algo parecido-.
Él suspiró.
-La joyería queda cerca, no tengo problema en buscarte.
Oh…podemos ir todos juntos, ¿qué opinas, Phoenix?-.
Los tres lo observamos confusos por su extraño apodo.
-¿Phoenix?- logré decir, incrédula.
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-¿No te gusta?-.
-En realidad…si pero ¿Por qué Fénix en inglés?-.
-Mmm…si vas a la fiesta conmigo, te diré- dijo guiñando un ojo.
-¡Tratas de engatusarme!- grité señalándolo con el dedo de forma
acusatoria.
-Tu curiosidad hará que caigas a mis pies- ronroneó.
-Maldito- gruñí.
La puerta se abrió de golpe. Sam la atravesó con su rostro
levemente elevado, señalando la superioridad absurda que sentía ante
todos nosotros, considerados unos simples gusanos sin tener la menor
oportunidad de estar a su altura. Tomó el marcador de pizarra y
comenzó a escribir con aquella letra prolija y redonda.
“Sábado 15 de abril, 14hs. Casa de campo de los Honney. Puntualidad, habrá piscina, música
y trajes de baño ¡Demos una bienvenida a Daniel!”
-Tiene buenas intenciones- señaló Daniel- bueno ¿irán?-.
-¡Sí!- gritó Stella- ella será jodidamente insoportable, odiosa y
desagradable como una cucaracha pero ¡vaya si tendrá amigos
interesantes! Tomaré esto como una situación para provecharme de la
amabilidad de esa arpía. Iremos a esa fiesta, Dylan conduce.
Podremos ir con él, tu madre confía así que no debe suponer motivo
para escándalo. Daniel, iremos-.
-Pero…-.
Fue imposible contradecirla, cuando se planteaba algo de ese
modo, no podía lograr que se retractara.
-Falta un mes. Ideal para comprar nuevo traje de baño. Iremos dentro
de dos semanas ¿nos acompañan?-.
-No creo que deseen pasar cinco horas de local en local- puntualicé.
Por alguna razón, no quería arrastrar a Daniel a todo lo que
hacíamos. Estaba en completo derecho de elegir a sus amigos y qué
es lo que deseaba hacer, me ponía incómoda su cercanía y su sonrisa
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tan despreocupada. Mi nerviosismo incrementaba con sus sonrojos


inocentes ¿quién diablos era él?
-Ni se preocupen por mí, será divertido- respondió Dan.
-Yo también iré- se unió Dylan.
-Tú eres Dylan ¿no? Antes del toque de campana me mirabas de
una…manera muy extraña- rió.
-No puedo decir lo contrario sobre ti- respondió en tono analítico.
-Lo siento. Con Phoenix estábamos jugando a observar a la gente y
tratar de adivinar sus vidas. Lo sé, es algo tonto pero fue divertido. Oh,
sobre eso, Phoenix, nunca respondiste sobre qué pensabas de mí-.
-Que eres un muchacho arrogante, hiperactivo, tacaño, tonto e
inmaduro. Seguro que eres hijo único y tienes un padre soltero pues tu
madre trabaja todo el tiempo y no está para atender a un niño
malcriado como tú-.
Él llevó una mano a su pecho como si lo hubiesen atravesado.
-Eso dolió, Phoenix- dijo con la voz entrecortada- solo acertaste en
que soy hijo único. No sirves para esto-.
Saqué la lengua burlescamente.
-Ahora dime ¿Por qué este dije tiene esto escrito?- dije mostrándoselo.
Él se acercó demasiado. Miró el dije invertido y elevó la mirada
para contemplarme con una sonrisa. Luego dejó el corazón con alas
en su sitio.
-No sé qué significa- admitió.
Pero su tono de voz no me convencía. Él lo sabía.
-Eres molesto- me quejé.
-Tú no eres así, debes estar molesta por algo ¿quieres que te traiga
un vaso de Sprite? No deben salir muy caros, te gusta ¿no es así? La
próxima clase es Historia con la Señorita Petrie, es una de tus
materias favoritas y no quiero verte refunfuñar todo lo que queda de la
mañana- finalizó dándonos la espalda sin esperar una respuesta.
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Estaba sorprendida ¿cómo sabía eso de mí? Aunque no era un


dato importante pero…lo conocía hace una hora, jamás hablamos de
cosas “personales”, por así decirlo, y Daniel acertó en dos cosas.
-Daniel ¿cómo sabes eso?- me apresuré en preguntar antes de que se
alejara.
Él paró en seco pensando que responder. Con desganas regresó
junto a mí y acercó sus labios a mi oreja.
-Porque sé más de ti de lo que tú crees, Phoenix-.
Sin siquiera echar una mirada hacia atrás, retomó su camino.
Sus palabras crearon un remolino de sensaciones. Confusión.
Molestia. Pero sobre todo…miedo. No entendía por qué, sus ojos no
mostraban nada extraño pero el hecho de que él dijera que sabía
cosas de mi con tan solo una hora de charla…me asustaba ¿acaso yo
era un libro abierto? ¿Y si se trataba de una broma? No soportaba que
alguien se burlara de mí nuevamente. Inconscientemente se formó un
nudo en mi garganta una vez que mis recuerdos inundaron mi mente.
Llevé una mano hacia mi cuello frotándolo lentamente para aliviar la
molestia.
-Ten, Phoenix-.
Me sobresalté y, al levantar la vista, me topé con la mirada clara
de Daniel.
-¿Te encuentras bien?- preguntó con una preocupación exagerada y
apresurando en dejar el vaso de Sprite sobre un banco para tomar mis
manos con las suyas.
-Si- afirmé- creo que exageras-.
-Debes tomar aire, lo necesitas- me tomó con más firmeza y me sacó
del salón.
Respiré ondas bocanadas de aire. Cuando sentí que el oxígeno
llenaba mis pulmones el nudo de mi garganta comenzó a desaparecer.
No tenía ganas de llorar por aquellos recuerdos y tomar aire realmente
me alivió.
-¿Mejor?- preguntó más tranquilo.
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Asentí. Él suspiró de alivio.


-Me has asustado- rió nerviosamente.
-Tú… ¿te estás burlando de mí?- espeté.
Daniel me observó confuso. Éste era el momento de aclarar mis
dudas, no quería llegar a casa carcomida por ellas.
-Intentas hacerme creer que me conoces para luego burlarte de mí. Lo
sé-.
-Ellie, no es así- respondió sinceramente- deja de sentirte atacada. Si
dejas que el pasado todavía te aseche, estás haciendo lo que él
quiere. Déjalo atrás y continúa avanzando o rechazarás toda tu vida a
las personas que realmente quieren ayudarte solo por miedo e
inseguridad-.
-¡Tú qué sabes!- grité- no tiene ni idea por lo que he pasado-.
Separó sus labios para hablar pero algo en mi mirada lo detuvo.
-Tienes razón- admitió con un suspiro de rendición- volvamos al salón.
La profesora viene en camino-.
Evitó tener contacto conmigo al pasar junto a mí para entrar. Mi
reacción evidentemente lo molestó, no era mi intención arruinar sus
buenas acciones. Un completo extraño trataba de ayudarme y cerré
mis puertas como siempre lo hacía pero lo peor es…que no lo sentí
como un extraño. Podía jurar que su presencia me era familiar. Es
más, incluso estaba a salvo y relajada junto a él. Tal vez me estaba
volviendo loca, eso era más que evidente pues…nunca fui normal ni
tuve una mente sana. Desde hace tiempo que sufro muchos
problemas, mi madre, Stella y Dylan eran mis soportes pero aun así
algo me faltaba. Un pilar central que mantuviera el equilibrio. Años
atrás logré construir uno para que se derrumbara de manera inmediata
con tan solo unas palabras. Mi vida estaba cubierta y desbordada de
rechazos y dolor, debía seguir de pie aunque mi sonrisa de vez en
cuando solía tambalearse y esfumarse a pesar de lo muy difícil que
me era crearla. Mi madre hacía todo por mí, le debo más que mi
propia vida pero el vacío que tenía era demasiado profundo.
Elizabeth, mi madre, siempre me decía que confiara en Dios, que
está presente en cada uno y me ayudaría a ser fuerte para hallar el
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Annie M. Hart

camino correcto. Rezo cada noche con el deseo de que él realmente


me escuche y que por fin pueda ayudarme. Mi padre decía que cada
niño poseía un ángel guardián que los cuidaba y protegía, solo debía
rezarle y conversar con él. Poco a poco me di cuenta que me gustaba
hablar sola, suena ridículo pero sabía que ese ángel me oía y me
entendía. Es terrible pensar que el mismo Dios parecía haberme
olvidado pero ese ángel no. Ahí estaba. Lo sentía.
Entré al salón cuando noté que la Sra. Petrie se acercaba. Stella
se puso de pie de manera violenta mientras sus ojos me miraban con
preocupación, dejó su asiento y corrió hacia mí.
-¿Estás bien?- preguntó.
-Sí, no te preocupes- contesté con la mejor sonrisa que pude
mostrarle.
Hizo una mueca. Nunca podía ocultar cómo realmente me
sentía. Le dije que la profesora llegaría pronto y que quería regresar a
mi lugar. Daniel yacía de pie junto a su banco, apoyándose de
espaldas a él sosteniéndose con sus manos agarradas del borde de
éste y miraba de reojo hacia la ventana situada detrás de él. Cuando
notó que me acercaba me miró con expresión neutral sin dejar su
posición.
Me senté un poco incómoda. Cuando la Sra. Petrie atravesó la
entrada, Daniel tomó asiento. La profesora era delgada y alta debido a
sus tacones de Animal Print en piel de guepardo. Tenía el cabello
negro suelto y peinado como siempre solía tenerlo, largos aros
dorados encajando con su remera del mismo color, jeans negros y un
extravagante bolso combinado con sus zapatos. Nos observó con su
opaca mirada grisácea. Nunca me cayó bien pero su materia era
genial, por lo tanto debía aguantarla y aprobar. Eso era todo.
Saludó amablemente sin esbozar sonrisa alguna. Tampoco le
interesó darle la bienvenida a Daniel. Era una mujer de cuarenta años
bien conservada y soltera. Evidentemente era debido a su pésimo
carácter. Salteó las presentaciones pues ya nos conocía del año
anterior y comenzó a explicar el recorrido de la materia durante el
primer trimestre. Debería prestar atención pero aun me sentía culpable
por mi actitud con Dan. Dejando atrás mi débil orgullo, toqué su
hombro y él tardó unos segundos en voltearse.
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Annie M. Hart

-¿Sí?-.
-Yo…lo siento, Dan. No era mi intención tratarte así. Intentaste
ayudarme y yo…bueno…-.
Él sonrió sin una pizca de rencor en sus ojos y acarició mi
mejilla.
-Todo está bien, Phoenix. Jamás me enojaría contigo-.
-Créeme que lo harás- reí- suelo tener momento en que soy
insoportable-.
-Lo veremos- sonrió- esta tarde vamos a tomar un helado ¿te parece?
Queda cerca de tu casa, no debes preocuparte. Luego te acompañaré-
.
-Yo…creo que es una buena idea- acepté.
-Pasaré por tu casa a las seis. De paso podrás contarme sobre la
ciudad y la escuela-.
-Oye, recuerda que nos quedan tres horas más aquí-.
-Y no pienso desperdiciarlas-.
Volteó para escuchar a la profesora. Solté el aire contenido en
mis pulmones por la tensión del momento. No sirvo para estas cosas.
Daniel ejercía una completa y molesta atracción en mí, bueno a decir
verdad, de todas en el salón.
La Sra. Petrie indicó que debíamos hacer un pequeño trabajo
grupal para terminarlo ahora en el salón. Solo de a dos personas. Me
puse de pie rápidamente mientras todas se arremolinaban alrededor
de Daniel. Traté de hallar la melena de Stella entre todos pero mi poca
altura me lo impedía y las muchachas hacían presión evitándome salir.
Daniel se abrió paso entre ellas riendo y acomodando su cabello un
poco abrumado por el exceso de atención.
-Ya tengo pareja- dijo al fin.
Seguía sin encontrar a Stella.
De repente sentí que algo rodeaba mi cintura. Me sobresalté y
dejé de buscar a mi amiga.
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Annie M. Hart

-¿Serás conmigo, Phoenix?- preguntó.


-¡Oye!- me quejé por su cercanía- estoy buscando a Stella-.
-Ella está por allá- señaló unos pasos alejados de nosotros. Stella
estaba junto a Dylan, me miró y se encogió de hombros seguido por
un guiñar de ojo.
-Con una condición- dije.
-Lo que sea-.
-Dime por qué me dices Phoenix-.
Él rió.
-No es problema-.
El resto de las chicas de la clase regresaron a sus asientos y
colocándose grupalmente entre ellas. Daniel giró su banco para
enfrentarlo con el mío y depositó una hoja con las preguntas. Su letra
era bastante prolija para ser de un hombre. La mía era cualquier
despilfarro.
-Ya tengo el libro- dijo para atraer mi atención- La Sra. Petrie trajo
algunos-.
Me crucé de brazos y levanté una ceja.
-¿Qué?-.
-Dímelo- exigí.
-Te preocupas por una estupidez- rió- bien, ¿sabes qué es un Fénix?-.
Asentí.
-Un pajarraco-.
-Si lo dices de esa manera tan brusca, no suena nada lindo-.
-Un pájaro rojo que no existe-.
Él bufó.
-Un ave. Un pájaro libre, que vuela hacia donde más desea. El ave
más hermosa que se ha imaginado-.
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Annie M. Hart

-¿Y eso que tiene que ver conmigo?-.


-Un ave que renace de las cenizas cuando muere, ¿cuántas veces
sentiste que morías, Ellie? Tus ojos dicen que muchas veces y aquí
estás. Has renacido, has vuelto a empezar libremente una y otra vez.
Además…el Fénix es un ave ardiente. Hermosa y cautivante. Igual
que tú-.
Esperé su sonrisa burlona pero se quedó fijamente mirándome a
los ojos. Él no bromeaba. Mis mejillas se tornaron rojas a los pocos
segundos de que dejara de hablar, mis manos temblaban y era
inevitable hablar sin balbucear. Tragué saliva de forma ruidosa para
tranquilizarme.
-Lo siento- se disculpó- no quería que te sintieras incómoda-.
-Deja de disculparte por todo. Me has dicho un cumplido y era
inevitable sentirme así- dije sin mirarlo.
Lo miré por el rabillo del ojo para ver su expresión. Él también
estaba levemente sonrojado.
-Yo haré la primera pregunta- dije para romper el hielo y pidiéndole el
libro.
-¿Queda en pie el helado esta tarde?- sonrió entregándomelo.
-Por supuesto-.
Tomé él libro y comencé a buscar la primera respuesta con una
lectura rápida. Podía sentir la mirada fija de Daniel en mí y me impedía
concentrarme. Una vez que hallé la respuesta, continué hasta la
número tres para dejarle las últimas tres a él. Luego de terminar, me
puse de pie y le entregué el trabajo a la profesora.
Cuando regresé a mi asiento, coloqué mis brazos sobre él y
recosté mi cabeza, cansada. Solo llevábamos cuatro días de clases y
ya me sentía así. Incluso pensé seriamente en lanzarme por la
ventana como Daniel dijo.
-¿Estás bien?- preguntó.
Levanté el rostro.
-Si ¿Por qué lo preguntas? Te preocupas demasiado por mí-.
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Annie M. Hart

Daniel suspiró, tomó mi mano y la acarició dulcemente sin


despegar sus ojos de los míos.
-No puedo evitarlo-.
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Annie M. Hart

Capítulo 3:
Rostro de ángel
El resto de la mañana fue soportable. A decir verdad los
primeros días de clases suelen ser aburridos así que no me sorprendí
demasiado. En las horas de recreo le dimos un recorrido escolar a
Daniel, Stella le relataba las historias y rumores que corrían en la
institución mientras que Dylan seguía observándolo de manera
analítica. Desde…ese momento, mi amigo evalúa críticamente a cada
hombre que me habla, se comportaba como un hermano mayor que
fácilmente daba entender que estaba celoso o algo por el estilo. Pero
yo sabía que no era así. Daniel trataba de no observar a Dylan pero de
vez en cuando le echaba un vistazo de reojo, la diferencia era que Dan
sonreía casi permanentemente.
Muchas chicas se nos acercaron durante nuestro recorrido
turístico. Las de primer año eran más tímidas mientras que las de
sexto se arrimaban sin vacilar, es más, hasta nos apartaban del
camino. Un “permiso” o “disculpa” no dañaba a nadie. Ahora
estábamos sentados dentro del salón en la última hora de clases en la
materia Literatura con la Srita. Hemsey. Una mujer de estatura normal,
cabello corto, rubia de ojos marrón oscuro. Usaba una calza negra con
unos tacos del mismo color y una remera larga de color blanco. Simple
pero atractiva. Debía tener unos veintiocho. Usualmente en la clase de
Literatura teníamos con la Srta. Valdez, aunque en realidad no me
quejo pues aquella mujer era irritante, tenía mal gusto para elegir
libros de lectura y no era nada justa con las lecciones orales. En
cambio esta nueva profesora se veía prometedora. Anoté los
materiales que ella nos pidió para dentro de dos semanas y decidí
dejar de escucharla para garabatear cosas sin sentido en mi cuaderno.
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Annie M. Hart

De pronto oí el chirriar de una silla junto a la mía, dejé el lápiz y me


giré en su dirección. Era Stella.
-¿Este sábado irás?- preguntó.
-Estamos a jueves, eres bastante impaciente- reí- sabes que siempre
voy, esa noche es tu turno de invitarme a tu casa. Aunque iré más
tarde, pasaré tiempo con mi madre por su cumpleaños-.
Seguidamente, cada sábado, salimos juntas al restaurant de su
tío, Car&Cup, situado cerca del muelle de la playa. Era un local
llamativo por su decoración automovilística, llantas de varias formas,
luces, motos antiguas, estampas, fotografías, asientos de piloto. En
fin, un lugar bastante atractivo. Luego de cenar y pasarla bien, yo
dormía en su casa o ella en la mía, era una tradición al igual que
ocupar el mismo banco cada mañana.
-Dalo por hecho. La especialidad del sábado será lomo triple con
papas y gaseosa. Imperdible. Dylan, también estás invitado-.
-Creo que eso lo sabía- respondió con una sonrisa.
-Fanfarrón- se quejó Stella.
-¿Tú quieres ir?- le dije a Daniel. No creo que a Stella le molestara.
-Gracias por invitarme pero tengo que trabajar en la joyería hasta
tarde. Hay muchos encargos últimamente- contestó.
-Vaya, está bien. Será para la próxima-.
Al cabo de unos minutos más la campana de fin de clases sonó.
Recogí mis cosas mientras la Srta. Hemsey se despedía
amablemente. Me apresuré en salir junto a Stella y cerrar la puerta a
mis espaldas. El padre de mi amiga la esperaba en la vereda de
enfrente, la despedí con la mano y seguí mi camino hacia mi casa.
-Ey, Phoenix- grito Dan detrás de mí.
Me detuve hasta ver que se situara a mi lado.
-Vamos en la misma dirección. Te acompañaré-.
Sonreí.
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Él charlaba animadamente como si me conociera hace años. Me


contó sobre sus absurdos análisis visuales a cada profesora y fuimos
riéndonos como idiotas casi todo el camino. Repasamos mentalmente
los rumores que Stella relató, como el misterioso bibliotecario
fantasma. Nadie lo conocía y sin embargo estaban todos los libros y
pedidos perfectamente anotados, era todo un misterio. Luego sobre el
profesor acosador el cual fue despedido años atrás pero que aún
seguía vagando a escondidas en busca de una jovencita
desprevenida, el rosal de los deseos oculto en el jardín y otras
idioteces más. Stella tenía la cabeza rellena de fantasías.
-De veras siento que Dylan me aborrece- mustió cambiando
completamente de tema.
-No lo veas de ese modo. Es…un hermano mayor para mí y solo es
demasiado sobreprotector. No te preocupes-.
-Aun así me mira como si fuese un asesino en cubierto. No tengo
planes de asesinar a nadie por ahora- bromeó.
-Yo sí- reí.
-No tienes el rostro de asesina serial. Ni mucho menos de villana o
maleante-.
Me paré en seco frente a él.
-¿Tú crees?- desafié.
Daniel se acercó tan solo unos pasos y colocó su dedo índice en
mi frente.
-En absoluto- dijo al fin.
-¿Mi rostro dice algo?- pregunté retirando su dedo y caminando de
reversa mientras él avanzaba.
Volvió a detenerse en una entrada de rejas negras y casa de
ladrillos barnizados, ventanas de marcos blancos y cortinas azul
marino. Mi casa.
-Por supuesto- sonrió.
-Dímelo-.
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Annie M. Hart

El suspiró haciendo su cabeza hacia atrás y observando las


ramas de los árboles que se asomaban sobre nosotros.
-Tienes rostro de ángel, Ellie- respondió sin mirarme.
Mi sangre se congeló en mis venas. Nunca un hombre me había
dicho cosas tan hermosas pero él…dijo tantas en un mismo día.
Maldito idiota, ahora no podía siquiera mirarlo directamente.
-Nos vemos esta tarde- dije abriendo la reja con mis llaves.
Pero el temblor de mis manos hizo que se me resbalaran
cayendo ruidosamente frente a mis pies. Iba a recogerlas cuando su
mano se me adelantó.
-Ten- dijo extendiéndolas- paso por ti esta tarde- sonrió.
Tomé las estúpidas llaves y él besó mi mejilla antes de alejarse.
Embobada, me quedé observándolo. Sacudí bruscamente mi cabeza y
entré.
Mi madre, Elizabeth Dreamer, estaba terminando de colocar la
mesa para almorzar. Dentro de la casa había un exquisito aroma a
carne asada con ensalada. Elizabeth era una mujer increíble,
cuidadosa y protectora como cualquier madre. Era mucho más alta
que yo, delgada de cabello marrón rojizo y ojos verdes como los míos.
En pocas palabras una mujer hermosa.
Cuando sintió la puerta cerrarse, dejó la última ensaladera sobre
la mesa y levantó el rostro para verme. Ella sonrió y vino hacia mí para
abrazarme.
-¿Cómo te ha ido?- preguntó una vez que me soltó.
-Más que bien- contesté sinceramente.
Dejé mi mochila sobre el sillón de tela azul al igual que las
cortinas y me senté en la mesa.
-Cuéntame- pidió imitándome.
-Tuvimos nuevas profesoras- dije tomando un trozo de carne y
colocándolo sobre mi plato- y un compañero de intercambio. Viene
desde Washington DC, se llama Daniel Zimmer. Es el muchacho de la
joyería-.
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Annie M. Hart

-Oh vaya, debe ser un muchacho atractivo-.


-Lo es- dije tragando- esta tarde vendrá a buscarme. Me invitó a tomar
un helado, supongo que no te molesta-.
-En absoluto- dijo sonriendo emocionada- ¿Cómo es?-
-Alto, cabello rubio de ojos celestes-.
-Nada mal, hija- dijo en tono divertido.
-Ya mamá, no empieces- pero no pude evitar reírme.
Una vez que terminamos de comer, levantamos la mesa y entre
ambas lavamos, secamos y guardamos la vajilla. Luego fui a mi
habitación y me recosté mirando el techo. Cuatro paredes pintadas de
blanco con pequeños diseños en naranja, una mediana araña
cristalina colgando, cama de madera negra de una plaza con
cubrecama blanco y dos almohadones naranjas. Junto a ella una
mesa de noche de la misma madera que la cama. Sobre ésta había
una lámpara pequeña, un retrato con una foto y dos libros, uno encima
del otro. Frente tenía un ancho placard con un gran espejo en su
puerta central. De un costado tenía una ventana y del otro estaba mi
escritorio con papeles acumulados por doquier. Saqué mi móvil y puse
la alarma dentro de dos horas. Dormiría y me levantaría a darme una
ducha. Dejé el teléfono sobre la mesa de noche, me acomodé y cerré
los ojos.
Estaba en una habitación completamente oscura. No podía
distinguir si tenía los ojos cerrados o si simplemente las luces estaban
apagadas. Comencé a tantear a mí alrededor pero mis manos no
topaban con algo firme. El pánico me estaba ganando. Caí de rodillas
esperando ver mi reflejo o por lo menos las lágrimas que creí que
caían desde mis ojos, lo que sea para reconfortarme y saber que por
lo menos podía estar segura de mi existencia. De repente oí unos
pasos pesados retumbando en la vacía oscuridad. No sabía que era
pero algo me decía que no era nada bueno, que corría peligro y debía
escapar pronto. No podía ponerme de pie y me arrastraba contra
aquello que simulaba ser suelo. El mismo pánico de no saber qué
sucedía provocó que mi cuerpo se congelara en su sitio, siendo
incapaz de moverme. Logré oír una voz masculina pero no lograba
entender que me decía, parecía una lengua extraña o que solamente
aquel ruido era un extraño rugido que provenía de la garganta de un
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Annie M. Hart

desconocido. Gemí y abracé fuertemente las piernas contra mi pecho.


No quería que la desesperación me hiciera vulnerable y mis sentidos
me decían a gritos que necesitaba huir pero la curiosidad y la
tentación me lo impedían. Esa era la razón por la cual no podía
moverme.
-Toma mi mano- susurró la voz- acompáñame-.
Aquella voz más cercana era seductora, me atraía de una
manera que no podía explicar. Quería ir con ella. LO NECESITABA.
Sin pensarlo un segundo más, estiré mi mano en dirección a la voz
esperando con ansias que la sujetara pronto y calmara este deseo.
Pero un nuevo llamado me detuvo.
-Detente- gritó con voz potente.
Pero no tenía fuerzas para escuchar sus palabras. El deseo de
sentir aquella voz era más fuerte que la advertencia de su grito. En
algún lugar oculto de mi mente, alguien pedía desesperadamente que
me rescatara, que no debía dejarme llevar. Hurgué en mis
pensamientos para concentrarme mejor y, para mi sorpresa, la
oscuridad fue disipándose frente a mí dejando ver una figura borrosa
de un hombre. Un hombre completamente pálido y bello, tenía el
rostro de un ángel. Pero sus ojos…sus ojos estaban inyectados en
sangre.
Logré reaccionar y retiré mi mano nuevamente presa del pánico.
No sabía qué hacer, aquel ser sonreía de manera divertida y
nuevamente me invitaba a seguirlo.
-Danel- gritaba desesperadamente- ¡Danel!
Sentí uno cálido abrazo a mí alrededor y el miedo poco a poco
fue desapareciendo, haciendo que mi corazón se relajara.

La ensordecedora alarma del despertador me despertó


sobresaltada. Tenía el corazón desbocado y la frente sudada.
Definitivamente necesitaba una ducha. Me levanté pausadamente de
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Annie M. Hart

la cama para no marearme, la arreglé y me encaminé al baño


arrastrando los pies.
Hacían varios años que no tenía aquél sueño. Lo más extraño
era que cada vez que decía Danel todo se tranquilizaba y el miedo
desaparecía. Como si fuese un rezo. Frente al espejo noté que mis
ojos aun reflejaban miedo y agonía mientras que mi labio inferior
temblaba. Sacudí bruscamente mi cabeza hacia ambos lados y dejé
que el agua de la ducha callera sobre la bañera, esperando que el
ruido me relajara un poco. Cuando ésta estuvo una vez llena, me metí
dentro.
El agua tibia hacia que mis músculos tensos se relajaran, y mi
corazón recuperó su ritmo normal. Pero mi cabeza aun seguía dando
vueltas y no podía evitar preocuparme sobre aquel sueño. Estaba
acechándome desde que yo tenía siete años.
Luego de bañarme me observé nuevamente en el espejo.
Supuse que un toque de maquillaje no estaría nada mal. Delineé mis
ojos y puse un suave brillo rosa en mis labios. Cuando acabé, esperé
sentada hasta que oí el timbre. Me apresuré en salir y del otro lado
estaba Daniel. Si lucía bien con el horrendo uniforme…con ropa
normal estaba fantástico. Vestía unos jeans azules, zapatillas blancas
y una camisa azul eléctrico. Quité mi rostro de idiota y salí.
-Estás hermosa- dijo besando mi mejilla.
Era absurdo. Solo llevaba puesto un simple vestido corto
estampado con flores y sandalias con plataformas de color negro.
-Vamos- sonreí sin saber que decir ante su halago.
La heladería quedaba a unas cinco cuadras de mi casa. Al
principio caminamos en silencio, era un poco incómodo pero a la vez
se sentía reconfortante. Todavía oía la voz tenebrosa del hombre con
rostro de ángel.
-¿Estás bien?- preguntó rompiendo el hielo.
-¿Eh? Si, ¿por qué lo preguntas?-.
-Te noto preocupada-.
-Gracias pero estoy bien- aseguré con una sonrisa.
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Annie M. Hart

Daniel, con tan solo un día de habernos conocido, podía


reconocer mis estados de ánimo con facilidad. Bien. Realmente debo
ser un libro abierto para los demás.
-Y…cuéntame algo sobre ti- dije.
-¿De mí?- asentí- no soy muy interesante, Phoenix- rió.
-De algo debemos hablar ¿no crees? No pienso estar callada mientras
disfruto de mi helado-.
Dentro de la heladería renovada había dos aires acondicionados.
Entrar allí era el paraíso. Antes solía ser un desastre, las paredes ya
amarillas por la humedad y el uso estaban desgastadas y manchadas,
había un solo ventilador y el cartel luminoso no funcionaba. Era una
pena su apariencia ya que era el mejor helado de California. Pero
ahora estaba pintado nuevamente y tenía más tecnología incorporada.
Daniel y yo nos situamos detrás de dos mujeres en la fila y rebusqué
en mi monedero el dinero para pagar. Satisfecha por hallar un billete,
sentí que Daniel me lo quitaba y lo introducía nuevamente en mi
monedero.
-Yo pago- indicó.
Negué con la cabeza.
-No puedo hacer eso- dije.
-Pero yo sí- sonrió- te dije que iba a invitarte-.
-No creí que te referías a esto-.
-No puedo evitarlo- rió.
No volví a insistir y dejé que pagara solo con la condición de que
yo pagaría la próxima ronda. Él aceptó pero estoy segura de que lo
hizo solo para que me callara. Cuando tuvimos nuestros helados, nos
sentamos.
-¿Qué sabores elegiste?- pregunté.
-Limón y chocolate- respondió antes de probarlo con la chuchara-
Wow es fantástico-.
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Annie M. Hart

-Lo sé, no conozco otro helado mejor. El mío es almendra y frutos del
bosque-.
-Tienes gustos extraños- rió.
Sonreí. Tenía razón.
-Ahora sí, cuéntame algo sobre ti- exigí.
-Mmm…vivo con mi padre en la casa detrás de la joyería. A mi madre
nunca la conocí y él decidió empezar una nueva vida, cuando yo
creciera nos íbamos a mudar y comenzar desde cero. Como una
estrategia para superar la muerte de Clarisse. La joyería pertenecía a
mi abuelo y fue pasando de generación en generación. Sonará extraño
pero es un trabajo interesante y entretenido- finalizó con una sonrisa
nostálgica- tengo un…primo llamado Gabriel. Nos hemos tratado
siempre como hermanos, él es atento y calculador, a veces frío y
aburrido pero tiene las ideas más locas que escuché en mi vida y
nunca se negó en comenzar una aventura. Un día vimos a un pequeño
gatito atorado en un árbol. Pensé en buscar una escalera pero él, sin
pensarlo dos veces, escaló el tronco y lo salvó. Fue increíble-.
-Vaya, es muy dulce-.
-Cuando quiere- bromeó- la última vez que nos vimos habíamos salido
a pescar, nos quedamos hasta tarde y cuando íbamos de regreso a
casa sentimos la alarma de una joyería. Muy irónico ¿no crees?- rió-
inmediatamente fuimos a ver qué sucedía. Un par de ladrones estaban
saqueándola. Nos ocultamos detrás de un pilar y ambos tomamos un
largo fierro. Él me indicó que me moviera sigilosamente detrás de uno
así él los sorprendía de frente y yo lo golpeaba una vez que se
voltease. Increíblemente funcionó y nos fuimos antes de que la policía
llegara. Me hubiese gustado que supieran lo que hicimos pero hay
algunos idiotas que, incluso, hubiesen pensado que fue nuestra culpa,
convirtiéndonos en cómplices. Cuando llegamos a casa, nos bañamos
y fuimos a la cama. Tanta adrenalina nos dejó exhaustos-.
-Tienes historias maravillosas- dije tomando el helado- mi vida es
aburrida por completo-.
-Solo es aburrida si tú haces que sea de ese modo. Tú debes buscar
tus propias aventuras- contestó.
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Annie M. Hart

-Tienes razón- admití.


-Y ¿Qué me dices de ti? Soy todo oído-.
-Mmm…no tengo nada para decir- respondí encogiéndome de
hombros-.
De repente sentí algo frío en mi nariz. Me sorprendí y me
sobresalté. El idiota de Daniel había puesto un pedazo de su helado
en mi rostro.
-Tú…-dije entre risas.
-Eres una tramposa- dijo.
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Capítulo 4:
Susto de muerte
-¡Yo no soy tramposa!- dije aun entre risas.
-Claro que sí. Te aprovechas de mi caballerosidad invitándote a un
helado y contándote experiencias propias y tú…NADA- remarcó esa
última palabra.
-Lo siento…yo…-.
-Lo entiendo- asintió- no confías en mi-.
Tenía razón pero no quería decírselo, mi mirada ya le había
dejado en claro todo.
-Oh vaya, mira la hora- dijo chequeando su móvil- son las ocho y
veinte. Debo llevarte a casa pronto-.
Lo sabía. Ofendí sus buenas intenciones y trataba de
deshacerse de mí, después de todo yo realmente no servía para nada.
-Caminar solos por esta zona tan tarde no es nada seguro. Quiero
asegurarme de que llegues entera y que tu madre no se preocupe-
anunció colocándose de pie.
Bueno, tal vez estaba un poco nerviosa y asustada. No podía
saber que pensaba realmente. Asentí con el miedo de que notara el
alivio en mi voz y salimos de la heladería. Caminamos un largo
trayecto en silencio, no tenía la menor idea de cómo sacar algún tema
de conversación, tenía que hablar o esta situación se pondría cada
vez peor.
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Annie M. Hart

-Y… ¿te agradó tu primer día de clases?- pregunté- debe ser difícil
adaptarse de nuevo…con nuevos amigos…y esas cosas-.
-La pase bastante bien. Tuve una linda bienvenida. No me quejo-
respondió con una sonrisa.
Daniel escondió sus manos en los bolsillos y no desvió la mirada
del camino delante de nosotros. Sus ojos celestes observaban con
cautela de vez en cuando a los alrededores. Una vez que nos
hallábamos a dos cuadras de mi casa, lo tomé del brazo para
detenerlo.
-¿Algo anda mal?- pregunté.
Él me miró, confuso.
-No hay nada de qué preocuparse Phoenix- aseguró- solo echaba un
vistazo por si había algo sospechoso-.
-Eres peor que un padre- reí- o como si fueras un hermano mayor-.
-Si eso quieres. Lo seré para ti- dijo palmeando amistosamente mi
cabeza.
-Sería divertido, hermano Daniel- bromeé.
Daniel, ésta vez, me acompañó en la risa. Sin darme cuenta ya
estábamos de pie frente a la entrada de mi casa. Busqué las llaves en
mi pequeño bolso y la introduje en la cerradura pero antes de girarla vi
que Daniel aun seguía de pie junto a mí. Por supuesto, debía decirle
algo. Soy una gran idiota.
-Hoy la pasé genial- sonreí- gracias por el helado-.
-No hay de qué. Es mi compensación por ser más o menos educada
conmigo- rió guiñando un ojo.
-¿Ellie? Me asusté, cariño. No podía ver tú rostro y no sabía quién
estaba en la puerta. Tú debes ser Daniel ¿verdad? Soy Elizabeth
Dreamer, madre de Ellie- musitó mamá asomándose por la puerta
-Es un placer, Sra. Dreamer- saludó Dan amablemente estrechando
su mano con delicadeza- lamento si traje a su hija tan tarde,
estábamos divirtiéndonos y perdí la noción del tiempo-.
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-Descuida. No hay de qué preocuparse- dijo mi madre- gracias por


cuidar de ella y espero verte pronto de nuevo por aquí. Iré a preparar
la cena, te esperaré adentro- musitó antes de cerrar la puerta a sus
espaldas.
-Tu madre es una persona gentil- dijo Daniel sin despegar la vista de
donde Elizabeth desapareció.
-Es mucho más que eso- suspiré- Bien ¿nos vemos mañana?-.
-Lo estaré esperando con ansias- sonrió besando mi mejilla y luego se
alejó.
Entré sin hacer mucho ruido y noté que mi madre había puesto la
mesa con la comida ya lista. Arroz con huevo y carne asada que sobró
del almuerzo. Me senté en silencio y serví mi plato.
-Veo que la pasaste estupendo- musitó mi madre con un tono de voz
cargado de malicia.
-Por supuesto- contesté tragando un bocado con dificultad.
Me era bastante incómodo hablar sobre estos temas con mi
madre. Ella me dedicó una media sonrisa mientras se cruzaba de
piernas y apoyaba los codos sobre la mesa. Siempre hacía eso cada
vez que esperaba más que aquella simple respuesta.
-Solo tomamos un helado, mamá- aseguré agarrando el vaso y
tomando un trago de agua con hielo- lo conocí esta mañana en el
instituto. Recuérdalo-.
-Te veías bastante feliz-.
-Y lo estaba-.
-Es un muchacho bastante apuesto. Debo admitir que jamás tuviste
malos gustos-.
-Ya mamá- reí- solo es un amigo-.
Guiñó un ojo mientras el otro brillaba con una pizca de diversión.
A veces ella era peor que un adolescente. Levantó su vajilla sucia y,
tarareando la canción Better Than I Know Myself de Adam Lambert, se
dirigió a la cocina.
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Annie M. Hart

-Luego de que termines, trae las cosas. Lavaré sola, puedes acostarte
tranquila- gritó mientras el agua del fregadero corría.
-¿Estás segura?- grité.
-¡Segura! ¡Hasta mañana cariño!-.
Luego de lo que sucedió hace unos años con mi padre, Elizabeth
y yo nos hemos hecho más unidas. Antes que Stella, ella era mi mejor
amiga, cada detalle de mi vida Eli lo sabía. Jamás podría ocultarle
secretos a mi madre. Bueno…excepto lo que pasa conmigo misma.
Eran asuntos que estaba segura de que solo yo podía solucionar y, a
decir verdad, no quería preocuparla por cosas absurdas como mis
problemas personales. Ella solo tenía que concentrarse en seguir feliz,
trabajando y pasándola bien. Las dos juntas.
Me levanté de la mesa y dejé las cosas en la mesada junto al
fregadero. Mi madre me dedicó una cálida sonrisa y fui a mi
habitación. Sonará ridículo pero…aborrecía como lucía con las luces
apagadas. La poca luz que entraba por la ventana siempre dibujaba
extrañas sombras en el suelo. Corrí con miedo de mirar a mis
espaldas y encendí la lámpara sobre mi mesa de noche. Un poco más
segura, quité mis zapatos y vestí mi pijama. Me arrodillé, apoyé mis
codos sobre la cama y enterré mi rostro en las manos entrelazadas.
Comencé a rezarle a mi ángel.
El único guardián que yo estaba segura de que me cuidaba.

La alarma sonó. Viernes 7 a.m. Me levanté perezosamente,


bostecé y, resignada a que debía levantarme obligadamente, me senté
en la cama. Sin que mis pies reaccionaran con normalidad, fui al baño
para tratar de mejorar el espantoso rostro que tenía cada vez que me
levantaba. Tenía el cabello enmarañado y el delineador de ojos un
poco corrido. Mierda, anoche olvidé quitármelo. Saqué un algodón del
pequeño botiquín y lo bañé en desmaquillante para ojos, luego lo pasé
por donde tenía negro, lavé mi cara, mis dientes y proseguí en
colocarme el uniforme.
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Annie M. Hart

Cuando estuve más o menos satisfecha de cómo había logrado


mejorar mi rostro, corrí hacia la cocina y preparé el desayuno para mi
madre y yo. Para mi sorpresa anoche no tuve aquella horrenda
pesadilla. Es más, no recuerdo haber soñado. Luego de rezar me
dormí profundamente, no podía quejarme. Era lo que más deseaba en
el mundo. Dejé dos tazas de café sobre la mesa, preparé cuatro
tostadas y fui a sentarme mientras sacaba el dulce de leche y la
mermelada de la nevera.
-Bueno días- saludó mi madre en medio de un bostezo.
Ella trabajaba de camarera en el café RollingRed, una de las
cafeterías de mejores tartas en todo el condado. Para cumpleaños ella
no dudaba en comprar una o dos aprovechándose del descuento por
trabajar ahí. A veces me entristecía hacer que me llevara al colegio
pues ella debía estar a las 10 a.m. en el café y por mi culpa estaba
despierta desde las 7 a.m. Por mi parte podría irme caminando pero
su instinto sobreprotector me lo impedía e insistía en llevarme ella
poniendo de excusa que le gustaba pasar más tiempo conmigo. No
podía pedir una mejor madre que ella.
-¿Cómo has dormido?- preguntó sentándose y colocándole dulce a
una tostada.
-Bien. Me dormí al instante, hubieses visto mi rostro- reí.
Ella me extendió la tostada.
-¿Quieres espantarme de tan temprano?- bromeó.
Le enseñé la lengua de manera burlesca.
-Termínate el café. Dejaré todo limpio antes de irnos- musitó
recogiendo lo suyo.
Tomé lo que quedaba en mi taza e hice lo que me ordenó.
-Deja, lavaré yo-.
-¿Irás a trabajar mañana?- preguntó.
-Claro. Pasaré todo el sábado contigo mamá. A la noche me iré con
Stella. Como siempre hacemos- respondí.
-Está bien-.
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Annie M. Hart

Cuando acabé y dejé todo limpio, tomé mi chaqueta colgada en


el perchero junto a la puerta y salimos al garaje mientras yo me
colocaba la prenda e intentaba acabar la media tostada que seguía en
mi boca.
Al bajarme del auto y despedir a mi madre vi que Daniel yacía de
pie en las rejas de la entrada, apoyando su espalda en ellas y tenía los
brazos cruzados delante del pecho.
-Disfruta tu día- sonrió mi madre señalando a Dan con el mentón.
Le dediqué una sonrisa y besé su frente antes de ver como se
alejaba en el auto.
-Buenos días, Phoenix- saludó Daniel cuando me volteé.
-Buenos días, Dan-.
-¿Gusta pasar, señorita?- dijo galantemente mientras se hacía paso
ante mí.
-Eres un payaso- reí.
-Eeeeeellieeee- canturreó Stella del otro lado de la entrada. Se acercó
a mí arrastrando sus pies. Detrás de ella venía Dylan- hoy no tenía
ganas de venir pero eso implicaría dejarle el camino más despejado a
Sam y además no es buena señal faltar cuando estamos empezando
el estúpido año escolar. ¿Qué opinas de mi nuevo look?- preguntó
señalando su cabello- anoche vi un tutorial de peinados simples y
clásicos. No pude evitar probar cómo me quedaba. Mañana estaremos
toda la noche usándote de modelo-.
Stella tenía hecha una trenza que recorría todo el nacimiento de
su cabello despejando más su rostro y se había maquillado los ojos
con una suave sombra de color rosa mezclado con una tonalidad un
toque más oscuro que su piel. A diferencia de mí, ella tenía un
perfecto sentido de la moda y femineidad. Trataba de hacer lo posible,
intenté verme sexy pero siempre optaba por el estilo casual y simple.
Solo me maquillaba cuando era realmente necesario.
-Hola Dylan- saludé despeinando su cabello.
-Oye, sabes lo mucho que me cuesta dejarlo decente- rió
deteniéndome.
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Annie M. Hart

-Es parte de mi rutina-.


-¿Tú te has visto en un espejo?- bromeó.
-Hice lo mejor que pude- me quejé- ¿está muy mal, Stella?-.
-Mmm…no, no mucho-.
Me alegraba ver el rostro que siempre veía en Dylan. Prefería mil
veces su cálida sonrisa a esa mirada fría que tenía en el día de ayer.
-Estás hermosa, Phoenix- dijo Daniel deslizando un brazo por mis
hombros.
-No sé si puedo confiar en ti, Dan-.
-Me ofendes- dijo desilusionado.
-Bien, vayamos al salón. Tenemos Política en la primera hora y me
recomendaron jamás llegar tarde a sus clases. JAMÁS- señaló Stella.
-¿Realmente te preocupa?- preguntó Dylan, sorprendido.
-No pero no quiero dañar mi imágen- contestó ella.
-Entonces vamos. Nunca volveré a escuchar eso de tu boca- dije
tomándola del brazo.
Entramos al salón. Mis compañeros charlaban entre ellos
mientras Sam estaba sentada sobre el escritorio y dejaba que algunos
idiotas embobados invadan su espacio personal. Dejé mi mochila
sobre el banco y me senté.
En el instante en que sonó la campana anunciando el comienzo
de clases, justo en el umbral de la puerta abierta había una mujer de
baja estatura. Su cabello corto y rubio lo tenía recogido en un rodete
tirante. Vestía una blusa blanca con encaje y un pantalón formal de
color negro al igual que sus zapatos cerrados.
-Ordenen la fila. No saludaré hasta ver que el salón esté en perfectas
condiciones- dijo.
Perfecto.
Arrastrando los bancos, hicimos lo que nos pidió. Se situó
delante toda la clase y saludó formalmente mientras sus ojos celestes
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Annie M. Hart

escrutaban vilmente el salón. Dejó su maletín sobre el escritorio y


volvió a su posición inicial. Depositó el peso en una de sus piernas.
-Conmigo tendrán Política. Soy la Licenciada Stella Gregorie- anunció-
para poder romper el hielo con ustedes ¿Qué es para ustedes la
Política?-.
Nos mirábamos entre nosotros, esperando quién se arriesgaría.
Miré a Stella. Ella me hizo una mueca de disgusto al ver que tenía el
mismo nombre de ella. Lo entendía, era una completa ofensa.
-Tú- dijo justo detrás de mi amiga- ¿puedes responder?-.
Stella se sobresaltó y se giró para verla de frente. Miró a su
alrededor y luego negó con la cabeza.
-¿Alguien? Bueno, la política es…-.
-Hey, Phoenix- susurró Dan.
-¿Qué sucede?- pregunté disimuladamente.
-¿Me acompañas en tirarme por la ventana?-.
-Con gusto lo haría. No me interesa la política en absoluto-.
-A mi tampoco- rió.
Ambos reímos tapando nuestras bocas para amortiguar el
sonido.
-¿Quién habla?- preguntó la Sra. Gregorie dejando de escribir un
esquema en la pizarra.
Inmediatamente ambos nos callamos.
-Esta va a ser una larga mañana- dije.
-Y que lo digas-.
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Annie M. Hart

La campana de fin de primera hora sonó. La Sra. Gregorie tomó


su maletín y se retiró saludando. Aquellos cuarenta minutos de mi vida
habían sido los más largos y terribles de mi vida, dudaba seriamente
en soportar todo un año de esta manera sin tentarme en lanzarme por
la ventana hacia la libertad. Claro, si es que no moría en el intento.
-Bajemos. Quiero comprar una bebida. El rostro serio y espantoso de
esa mujer todavía sigue clavado en mis inocentes ojos- dijo Stella.
-Vamos entonces-.
Los cuatro descendíamos por las escaleras.
-¿Trabajarás mañana?- preguntó Stella a mis espaldas.
Me giré para enfrentarla mientras caminaba en reversa.
-Por supuesto. Necesito recuperar algo de lo que gasté en el regalo de
mi madre. Por ahora estoy seca, ella me prestará algo de dinero para
la noche-.
-Creí que pasarías más tiempo con ella-.
-Esta mañana hablamos. No te preo…-.
Intenté en acabar la frase pero cuando sentí que, aun caminando
de espaldas, mi pie derecho no sintió algo firme al descender, me giré
bruscamente para ver como el asfalto de los escalones se acercaban
de manera letal a mi rostro. Oí como Stella y Dylan gritaba mi nombre
incapaz de hacer algo.
Pero…no sentí como mi cuerpo se arremetía bruscamente sobre
el suelo. Sino que sentía algo cálido sosteniéndome.
Era Daniel.
-¡Ellie!- gritó alarmado.
Poco a poco abrí los ojos, topándome con su rostro aun más
cerca que nunca antes. Me tomó entre sus brazos de tal manera en
cuidar la privacidad de mi falda, levantando un poco mi camisa. Sentía
su cálida mano en mi piel y su fresca respiración en mi rostro. Sus
labios estaban…muy cerca. Un deseo me dominó por unos largos
segundos, no podía despegar mis ojos de ellos.
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Annie M. Hart

-¿Estás bien?- insistió al ver que no reaccionaba.


Asentí, incapaz de responder.
Noté que sus labios esbozaron una enorme sonrisa
-Si quieres que te bese, solo pídelo- dijo- así no tendrás que quedarte
viendo mis labios de esa manera-.
-Sueles ser un poco arrogante ¿verdad?- sonreí maliciosamente.
-Fue una broma-.
-Ya puedes bajarme. Gracias-.
El me dejó suavemente en el suelo. Mi cuerpo aun temblaba
pero fingí que estaba bien para no preocupar a nadie, menos a Stella
que se situó junto a mí a velocidad luz junto con Dylan. Pero, para mi
sorpresa, Daniel me ofreció su brazo sin borrar su hermosa sonrisa.
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Annie M. Hart

Capítulo 5:
Clase de latín
Estaba perfectamente consciente de que mi cuerpo temblaba
como una gelatina. El shock no podía abandonar mi cuerpo, además
estaba siendo sostenida por Daniel y realmente no era necesario, no
me agradaba parecer una debilucha por tropezarse en las escaleras.
Aunque, a decir verdad, en esos segundos en que sentí mi cuerpo en
el aire...vi mi vida pasar. Fue desesperante pero producto del mismo
shock no reaccioné como debería haberlo hecho: gritar locamente y
sujetarme de manera exagerada de Daniel mientras jadeaba de
desesperación. Y ahí estaba yo, únicamente temblando como idiota.
Trataba de parecer relajada pero mis piernas tambaleantes me
delataban y evidentemente daba una mala imágen colgada de la forma
más disimulada en el amable brazo de Dan. No podía mentir, era algo
reconfortante y me sentía extraña bajo las miradas asesinas de cada
chica fuera de su salón de clases. Daniel obtuvo un gran puesto en el
salón de la fama con solo dos días en el Instituto.
Luego de la larga caminata de regreso al salón, entramos. Sam
yacía de pie con su espalda apoyada en la pizarra. Su cabello castaño
estaba recogido en una coleta hecha con desganas y perfectamente
maquillada. Al ver que entramos primero dirigió una sonrisa
provocativa y sensual a Daniel, luego sus ojos miel me observaron
con un absoluto rechazo y por último se detuvo unos largos segundos
en mi brazo al rededor del suyo mientras su mirada se cargaba de
celos. Sonreí en mis adentros de forma victoriosa. Dylan se nos
adelantó pero se detuvo frente a ambos y extendió su mano hacia mí.
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Annie M. Hart

-No hace falta que sigas ayudándola. Puedo hacerlo en tu lugar- dijo
mirando fríamente a Dan.
Este último, esbozando una mueca, cedió.
-Ya, Dylan. Fuiste grosero- espeté en un susurro.
-Qué más da. No me agrada que intente hacerse en galán todo el
tiempo- se quejó.
-Creí que ya te caía mejor-.
-En absoluto- se apresuró en contestar.
-¿Por qué?-.
-Él...tiene algo extraño. Sospecho que oculta algo ¿tú qué crees?-.
-Creo que estas delirando-.
Él rió.
-Créeme. Oculta algo. Y voy a averiguarlo-.
Cuando notó que yo estaba mejor sentada sobre mi banco dio
media vuelta y regresó junto a Stella a su sitio. Aun sentía como mi
corazón latía frenéticamente por el susto de hace unos minutos y mi
cuerpo se sacudía levemente. Miré mis manos temblorosas y pálidas.
Un remolino de preguntas e imágenes invadió mi mente de forma
repentina, pues jamás en mi vida había estado tan cerca de la muerte,
fue realmente aterrador. ¿Qué hubiese sucedido si Daniel no me
salvara? ¿Qué escándalo haría Stella? ¿Realmente sería algo trágico?
¿Valía la pena morir de una manera tan absurda? ¿Cómo hizo Dan
para salvarme siendo que había una gran distancia entre nosotros? El
pretender estar tranquila bloqueó por completo la lógica de lo que
había sucedido. Él se hallaba a unos metros, era imposible que llegara
para sujetarme antes de caer a menos que fuese realmente veloz y
fuerte para atrapar mi cuerpo en el aire. Luego pensé en lo que Dylan
dijo.
¿Y si realmente el ocultaba algo?
-¿Cómo te encuentras?- me sobresaltó la voz de Daniel delante de mí
observándome con sus ojos cristalinos cargados de preocupación.
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Annie M. Hart

Asentí. En realidad quería contestar pero el miedo había


bloqueado mi voz por completo.
-Estás asustada ¿verdad?- dijo en tono casi bromeando.
-Tal vez un poco- logré decir con mi voz seca.
-Ven aquí- señaló a sí mismo colocándose de pie y enfrentándome.
Al ver que no comprendía extendió ambas manos y sonrió.
Instintivamente me puse de pie pero no alcancé a acercarme a él que
Dan me estaba estrechando contra su pecho. Se sentía firmemente
acogedor, su piel se sentía cálida y el cautivante perfume me
embriagaba. Él acariciaba suavemente mi espalda para tranquilizarme
y apoyó su mentón en mi coronilla mientras suspiraba.
-Relájate. No paso nada- murmuró.
-Dan esto es extraño- dije.
Pero realmente no quería apartarme de él. Sus brazos me daban
seguridad. Despegué un poco mi rostro de su cuerpo y lo examiné
aprovechando su proximidad. La fina tela de la camisa marcaba
evidentemente los músculos en tensión de sus brazos y los de su
pecho. Su piel era brillante y sedosa, tentadora para acariciar a cada
segundo. Tragué con dificultad. Mis ojos observaron de reojo su cuello
estirado marcado también por finos músculos y sobre su oreja se
asomaban las ondulaciones perfectas de su cabello. Tuve la inmensa
necesidad de colocarme de puntillas y morder delicadamente su ovulo
y que mis labios recorrieran su cuello. Sin darme cuenta apreté los
puños sobre su camisa y el bajó su cabeza mirándome de manera
confusa. Creyó que iba a decirle algo. Intenté disimular pero me perdí
en su angelical rostro. Finos mechones dorados lo adornaban dándole
el aspecto de un Adonis griego por el brillo que desplegaban gracias a
los pequeños rayos de sol que se asomaban por la ventana. Tenía los
pómulos varonilmente marcados, cejas perfectamente enmarcadas,
largas pestañas, ojos completamente cristalinos que hasta el mismo
mar del Caribe era solo una pequeña pincelada en la paleta del pintor.
Y por último, sus labios: rosados, carnosos y suaves. Mi corazón
comenzó a latir frenéticamente.
Daniel era hermoso.
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Annie M. Hart

-¿Necesitas algo?- preguntó.


-No, estoy bien. Gracias- contesté alejándome para quitar mi cara
embobada.
No se vio muy convencido por mi respuesta pero, para no
molestar con sus insistencias, besó mi frente y fue a conversar con un
grupo de chicos dentro del salón. Deje caer a peso muerto mi cuerpo
sobre la silla y, completamente ruborizada y avergonzada, comencé a
garabatear sobre mi cuaderno borrador. Su abrazo me relajó por
completo, ya no temblaba y había recuperado el color en mis mejillas.
Por supuesto, era imposible no hacerlo. En mi vida nunca conocí a un
muchacho como él aunque aun así no quería confiar tan rápidamente.
Mí inseguridad era más fuerte que yo. Pero de repente surgió una
extraña duda...el calor y la seguridad que me brindo su cercanía...me
era más familiar que antes. Daniel me recordaba a alguien. O a algo.
No podía recordar qué pero de algo estaba segura. Dylan estaba en lo
cierto ¿hasta qué punto llegaban los misterios de Daniel?
-Te vi- dijo Stella ocupando el lugar de Dan y con tono malicioso en su
voz.
-¿Viste qué?-.
-Tu momento de coqueteo. Suerte que pocos presenciaron tu escena.
Créeme que Sam está a punto de hacer una rabieta- finalizó poniendo
una expresión de imaginación feliz.
-Solo trataba de ayudarme. Estaba en shock y aun sentía miedo.
Santo cielo, Stella Dreyar ¡Casi muero delante de tus ojos!-.
-Lo sé. Créeme- respondió entrecerrando los ojos- no sabía qué hacer,
fue algo tan repentino. Yo también sentí miedo, estúpida- golpeó
suavemente mi cabeza- no vuelvas a caminar de esa manera-.
-Lo siento- me disculpé sinceramente.
Stella se relajó suspirando exageradamente y a la vez frotando
sus sienes.
-Qué voy a hacer contigo. La muerte te acecha, cariño-.
-No digas eso. Decirlo de ese modo suena aterrador-.
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Annie M. Hart

Pero ella no mentía. Un escalofrío recorrió mí espalda.


-Stella- dijo Dan- ¿estás tratando de arrebatar mi lugar?-.
-Lo siento- contestó ella en el mismo tono de drama- disculpa mi
intromisión, mi señor-.
Daniel soltó una sonora carcajada.
-La Sra. Coleman está a punto de cruzar esa puerta- informó.
-Maldición. Tenemos esa materia asquerosa- refunfuñó ella
regresando a su lugar.
-Solo resiste. Será una hora- dije alzando la voz.
Teníamos latín. Repentinamente recordé el mensaje detrás del
dije de corazón. Sería una gran oportunidad para hablar de ello con la
profesora, la conocíamos desde hace dos años. Nos enseñó latín el
año pasado y antes tuvimos historia con ella. No era una mala mujer
pero vivía con su ceño fruncido y más cuando algunos no
comprendían, tenía cero tolerancia a los errores y muy perfeccionista
en las exposiciones grupales. Una materia que complicaba la
existencia de las personas pero yo ya estaba acostumbrada a vivir con
ella. Además, siempre fui buena estudiante.
La puerta de entrada se abrió lentamente. Se oía la voz de la
profesora despidiéndose de algún conocido de paso, acomodó su
bolso de piel de reptil colgando de sus delgados brazos, y entró
cerrando la puerta tranquilamente. Tenía el mismo cabello corto
marrón rojizo enrulado con pésimos bucles de peluquería barata, una
cadena de oro se dejaba ver en su cuello mostrando con orgullo el dije
de una runa. Vestía una camisa lisa de color rojo bordo, brazaletes
anchos dorados, un par de largos aros de plumas negras, una pollera
larga hasta los tobillos de color gris oscuro y un par de zapatos de
anciana color negro. Sonrió con su perfecta falsa dentadura de labios
color carmesí y nos observó con su mirada castaña cargada de
ansiedad. La vieja Señora Olivia Coleman.
-Buenos días, mocosos- sonrió con tono falsamente alegre- Espero
que tengan una tranquila y hermosa mañana. Algunos ya me conocen,
otros desean olvidarme mientras que un mínimo porcentaje de seguro
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Annie M. Hart

no quiere saber quién soy. Puedo ver algunas caras nuevas y algunas
ausentes-.
-Peyton, Olson y Jarry perdieron el año- contestó Roger, un muchacho
rubio de ojos miel que se sentaba al final del salón.
-Y tenemos un nuevo integrante- ronroneó Sam mirando a Daniel.
Ella corrió emocionada hacia su banco y lo tomó del brazo. Con
elegancia y seductora como siempre, lo atrajo más hacia ella y lo
colocó frente a toda la clase. Coleman colgó su bolso de marca en la
silla y se colocó junto al muchacho siendo Sam la que se hallaba entre
medio de ambos.
-¿Tú nombre, muchacho?- preguntó Olivia.
-Daniel Zimmer. Omnis voluptas assumenda est contra te- añadió
mirando a Coleman a los ojos con completo respeto.
-Et omnis voluntas mea est- respondió ella de la misma forma.
Dan había dicho: Un placer conocerla, y ella respondió: El placer
es todo mío. Toda la clase los observó confusos pero sin intención de
aclarar sus dudas. Coleman se impacientaba con tantas preguntas y
más en el primer día. Gracias al cielo solo viernes teníamos su
materia. De repente noté algo ¡Daniel sabía latín! ¿Por qué se negó en
hablarme sobre el dije? Ese maldito mentiroso...
-Señora Coleman, ¿tiene un minuto?- dije colocándome de pie.
-Te escucho, Crowen- dijo asintiendo.
Iba a regresar a su escritorio pero recordó la presencia de ambos
jóvenes frente a toda la clase.
-Señorita Honney, le pido por favor que suelte al joven Zimmer y
regresen a sus asientos-.
Sam cedió con desganas pero antes de que Daniel regresara a
su lugar, me puse de pie y lo arrastré conmigo hacia la señora
Coleman.
-¿Necesita algo importante?- preguntó ella colocándose los lentes y
cerrando su bolso con cuidado.
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Annie M. Hart

-Dan, quítame la cadena- le dije dándole la espalda.


El roce de sus dedos en mi cuello me provocó un escalofrió.
Deslizó la cadena y la tomé en mis manos. Acerqué el reverso del dije
a la señora Coleman.
-¿Qué dice aquí?- pregunté.
Acomodó nuevamente sus lentes y leyó.
-¿Qué tal si lo traduce el joven Daniel?- pidió, orgullosa- ¿puedes
hacerlo?-.
Daniel tensó la mandíbula y mordió el interior de su mejilla para
evitar sonreír. Mi plan funcionó. Tomó delicadamente el corazón con
alas sobre la palma de su mano y dijo:
-Te protegeré-.
-Perfecto- alabó la profesora.
-¿Satisfecha?- me dijo devolviéndome el collar.
-Muy- sonreí.
-Pueden regresar a sus asientos- ordenó Coleman señalando.
Le lancé una mirada de victoria a Daniel y le di la espalda pero
sus manos sujetaron mi cintura y acercó sus labios a mi oído.
-¿No estás olvidando algo?- dijo.
Me giré zafándome de sus manos y tomé el dije con brusquedad
para que notara mi enfado.
-¿Te molesta algo?- preguntó sentándose sin despegar sus ojos de
mí.
-Me mentiste- dije.
-No es nada importante, de todos modos-.
-Para mí lo es-.
-¿Cuándo dejaras de ser tan detallista?- musitó en tono dulce.
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Annie M. Hart

Sin dejar que hiciera más comentarios y preguntas, se acomodó


en su asiento dándome la espalda.
-Cuando decidas aclarar mis dudas-.
-Creo que yo también pienso lo mismo de ti- contestó.
-Abran sus cuadernos o, para aquellos que les importe un rábano
anotar las cosas, rayen sus finas pielcitas así dañan su corriente
sanguíneo como suelen hacerlo y escriban lo que les pediré este año.
No tengo ninguna intención en exigirles la puntualidad del material
pero espero no llegar a fin de año con tan solo seis personas
responsables como suele suceder- anunció la Sra. Coleman.
Sentí algo suave que golpeaba mi cabeza. Me habían lanzado
una bola de papel arrugado aprovechando que la profesora anotaba
nombres en la pizarra. Stella movía los labios para decirme algo.
Logré entender que ella decía: Anótalo por mí. Asentí con desganas.
Era de esperarse. Cuando iba a escribir sobre la hoja vi que otro
pedazo de papel más pequeño y perfectamente doblado estaba sobre
mi cuaderno. Dejé la lapicera y abrí el papel. Estaba escrito con una
cursiva perfecta.

“Lo siento”
Indudablemente era de parte de Dan. Lo doblé nuevamente y se
lo devolví.
-No tienes porqué disculparte- susurré para que solo él me oyera.
-Solo sentí que debía hacerlo. No me gusta verte disgustada- contestó
sin voltearse.
Como era de esperarse, pudo robarme una sonrisa.
-Escuchen. Alguno de estos puede ser difícil de encontrar en las
librerías. Por eso les he puesto varias opciones para que puedan tener
el material- fue interrumpida por el toque del recreo- me alegro volver
a verlos. Nos veremos el viernes próximo-.
Dicho esto, la Sra. Coleman abandonó el salón. Pude oír el salto
de victoria de Stella cuando Olivia se retiró. Vino corriendo hacia mí
con una gran sonrisa en sus labios.
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Annie M. Hart

-Maldigo que este recreo solo dure cinco minutos- se quejó sin dejar
de sonreír- pero espero con ansias la próxima hora. Lo sé, suena
extraño-.
-Y que lo digas- mencioné.
-Está emocionada porque oyó decir que el nuevo profesor de inglés es
atractivo. Era la única manera de que Stella pueda decir algo bueno de
la escuela- dijo Dylan.
-Tienes razón- reí.
Daniel seguía en su antigua posición pero ésta vez apoyaba una
de sus manos en su mejilla mientras que con la otra rayaba una hoja
en blanco sobre su banco. Carcomida por la curiosidad, me asomé de
su hombro. Estaba dibujando con un lápiz negro común. El boceto
consistía en una mujer de cabello oscuro sentada en una silla de
madera observando hacia una ventana con un libro entre sus manos.
La muchacha sonreía tiernamente. Estaba descalza y usaba un
vestido largo. Y de su espalda brotaban hermosas alas. Me quedé
boquiabierta observando el dibujo, estaba realmente impresionada.
Los detalles de la sonrisa y los ojos eran perfectos, podía verse
incluso el reflejo del otro lado del vidrio y como sus manos sujetaban el
libro. No pude evitar soltar un gemido de asombro. Dan se sobresaltó
y me miró.
-¿Te gusta?- preguntó esperanzado.
Asentí sin poder decir una palabra. Stella estaba en la misma
posición que yo mientras Dylan miraba seriamente como la mano de
Dan seguía trazando líneas sobre el papel.

El recreo finalizó. Las chicas del salón se apresuraron en entrar


sin dejar de parlotear en voz baja. Sam peinó su cabello y se aplicó
brillo labial. Por último, desabrochó dos botones de su camisa y se
sentó en su silla. Al ver que nada interesante sucedía, regresé mi
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Annie M. Hart

atención al dibujo de Daniel. Ahora el ángel dibujado estaba sentado


en la silla sobre un colchón de nubes y, sobre ella, se asomaba una
hermosa luna y un cielo estrellado.
-Es hermoso- dije sin pensarlo.
Sin contestarme, firmó el dibujo con su nombre y me lo entregó.
-Espero que no trates de devolverlo como intentaste hacer con el dije-
musitó guiñando un ojo.
-Gracias- respondí tomándolo.
Oí que la puerta se abría con su común chirrido y se cerraba lo
más suave que se podía. Un hombre joven que aparentaba unos
veinticuatro entró al salón. Tenía el cabello cobrizo lacio y ojos verdes.
Vestía una camisa negra y unos jeans azules con zapatillas negras y
blancas de marca. Llevaba solo un portafolio y un libro en sus manos.
Ansioso, esbozó una flamante sonrisa. Su piel estaba bronceada
desde el verano y los dientes blancos resaltaban como perlas.
Inmediatamente algunas muchachas del fondo soltaron un suspiro. No
tenía sentido mentir. Era muy atractivo.
-Buenos días- saludó amablemente.
-Buenos días- saludaron todos a coro.
Dejó sus cosas sobre el escritorio y se situó junto a él.
-Seré su profesor de inglés, Lyan Weiss-.
Ahogué un grito.
¿Dijo que su apellido era Weiss?
Stella, sin pensarlo dos veces, se colocó junto a mí.
-¡Ellie!- gritó.
-¿Ellie? ¿Ellie Crowen?- preguntó el profesor tratando de ver sobre
Stella.
Ella se dio vuelta furiosa. Sentí que el aire faltaba en mis
pulmones y que mi espalda sentía algo frío que la recorría. Oír
nuevamente aquél apellido habían sido mil dagas clavándose en cada
sector de mi cuerpo. Necesitaba salir corriendo. Me había llevado dos
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Annie M. Hart

años bloquear malos recuerdos y entre Stella y Dylan dejamos en


claro que estaba prohibido mencionarlo.
-¿Cómo has estado?- preguntó amablemente Lyan.
No podía culparlo. Lyan no era un mal tipo, siempre se comportó
dulce conmigo.
-Supongo que bien- logré responder entrecortadamente.
-Salgamos- dijo Stella colocándome de pie.
-Espera…-rogué.
-Lo siento, Lyan. Necesita tomar aire-.
El profesor observó confuso pero al final asintió. Lo había
comprendido. Stella me tomó más firmemente y salimos del salón con
las miradas absortas y confusas de nuestros compañeros. Una vez
afuera oíamos las murmuraciones de todos.
Nuevamente como idiota necesitaba ayudad de los demás. Stella
despejaba mi cabello del rostro para que pudiera respirar mejor.
Afuera hacia un viento fresco que relajaba más la tensión en mi
cuerpo.
-Debería haberlo sabido- farfulló ella.
-Cálmate- jadeé- estoy bien-.
La puerta se abrió y se cerró violentamente. Daniel salió y se
situó junto a Stella y acarició mi mejilla, preocupado. Ella lo miró
esperando una explicación.
-No podía quedarme de brazos cruzados- explicó.
Stella, a pesar de la situación, no pudo evitar sonreír.
-Ahora necesito saber que acaba de suceder allí dentro-.
Ella me miró esperando que dijera algo. Daniel llevaba en
California solo unos días y no lo conocía muy bien pero…ver que se
preocupaba por mí de esa manera hacia que mereciera algo a cambio.
Era algo lindo cuando se comportaba así conmigo. Estar con él hizo
que me tranquilizara.
59
Annie M. Hart

-Explícale, Stella- dije.


Ella suspiró.
-Dan, Lyan es…el hermano del ex estúpido novio de Ellie-.
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Annie M. Hart

Capítulo 6:
El estúpido novio de Ellie
-¿Estúpido?- repitió Daniel- supongo que me he perdido una historia
interesante-.
Stella lo fulminó con la mirada.
-Eso dijeras si hubiese algo interesante de veras para contar-
respondió en tono desafiante.
-Esto tiene que ver con lo que decías sobre Dylan ¿verdad?- me
preguntó.
Asentí despejando el cabello de mi rostro. Stella acariciaba
pausadamente mi hombro y sus ojos me observaban preocupados
como si quisiera hacer algo más que apoyo moral. Ella me había
ayudado a estar de pie luego de aquella mala pasada. Stella no era
muy experta en relaciones amorosas pero en ese momento ella tuvo
razón pero, al ser la primera vez, no confié en su poco desarrollado
instinto y me dejé llevar por lo que mi absurdo corazón insistía. Tuve el
impulso y la necesidad de abrazarla y decirle que estaba todo bien,
que todo quedó en el pasado y lo de hoy solo fue una reacción de
sorpresa. Deseaba hacerle entender que todo fue gracias a su ayuda y
esa era la razón de lo fuerte que era yo en el presente. Pero no pude,
el nudo en mi garganta era más pesado. No podía siquiera balbucear.
Tal vez lo correcto era fingir naturalidad, ponerme de pie y disculparme
con Lyan por haber interrumpido su clase y su buen estado de ánimo.
Aun así, no tenía la fuerza ahora para actuar como era debido.
-Creo que es hora de una explicación- musitó él acomodándose junto
a mi- tal vez pueda ayudar en algo-.
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Annie M. Hart

Puede que sea cierto. Y aunque quisiera hacerlo, me costaba


demasiado. No lograba confiar rápidamente en alguien como él
cuando ya estaba segura de que él mismo guardaba secretos. Incluso
más que los míos. Su hermoso rostro me daba a entender que no
podía dejarme llevar por su apariencia y que tal vez acabaría
lastimada nuevamente. Pero…algo me hizo dudar.
Su calor y sus ojos.
¿Cómo dudar de alguien con esa profunda mirada cargada de
confianza y honestidad? ¿Y de unos brazos tan familiares y seguros?
Apreté los puños sobre mis rodillas y sentí como los mechones de
cabello volvía a su sitio, estorbándome. De pronto pensé en algo ¿Y si
todo era una farsa? ¿Un disfraz para hacerme hablar y quedar en
ridículo lastimada nuevamente por el solo hecho de bajar la guardia
ante un chico de cara bonita? Gemí con solo imaginarlo pero eso hizo
que Daniel reaccionara de manera automática.
-¿Te duele algo?- preguntó.
“Sí” quería gritarle. “Aquí” señalando mi corazón.
Daniel suspiró y tomó mi rostro entre sus manos. Stella
reaccionó sorprendida pero no se veía con intenciones de interrumpir.
Él acomodó nuevamente mi cabello detrás de las orejas y escrutó mis
ojos con tanta profundidad que creí que podría saberlo todo son solo
mirarme. Poco a poco sentí que las lágrimas amenazaban con
traicionarme y parpadeé simultáneas veces para ahuyentarlas.
-No puedo soportar verte así, Ellie. No tienes idea de lo que me
provoca el verte sufrir. Sé que no sabes absolutamente nada de mí
pero déjame decirte algo: Jamás. Jamás voy a defraudarte o hacer
algo que pueda lastimarte. Tienes mi palabra y es una promesa- sus
ojos se desviaron hacia mi cuello, donde estaba el dije y sonrió- nunca
te separes de él ¿de acuerdo?-.
Asentí sorbiendo mi nariz y tratando de desviar mi rostro del de
él pues notaba como mis mejillas lograban un tenue color rosa. La
mano de Stella acarició la mía y pude relajarme.
-Está bien- dije al fin frotando mis ojos como una niña pequeña que
lloraba porque no podía obtener lo que quería y que había conseguido
una mejor oferta. Ya ni siquiera me importaban mis dudas de hace
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Annie M. Hart

unos segundos. La mirada de Daniel me dejó en claro algo: confianza


absoluta- mereces saberlo. Tal vez, cuando lo sepas, creas que es
algo exagerado y tonto-.
-Lo dudo. Para hacerte sentir tan basura, no debe ser nada agradable-
musitó él seriamente.
Stella asintió para sí satisfecha por el comentario de Dan.
-Cuando yo iba a quinto grado de la primaria solíamos jugar a un juego
bastante estúpido: meter a los hombres al baño de las mujeres. Pues
eso ponía al límite la hombría de los chicos ya que si, salían ilesos,
eran héroes o campeones. Resulta que ese mismo año ingresó al
colegio un nuevo estudiante en sexto grado. Era bastante alto para su
edad, cabello castaño oscuro y ojos marrones. A simple vista era un
muchacho tímido y juguetón. Normal para la edad. Un día
inocentemente le llamó la atención nuestro juego y decidió participar.
Yo no tenía mucha fuerza pero era divertido intentarlo. Mala suerte
para él que logramos que entrara al baño de mujeres. Saltábamos y
gritábamos victoriosas y llenas de júbilo, esperábamos que el niño se
enojara pero en vez de eso se unió a nosotras para compartir la
alegría. Aquello llamó mucho mi atención.
>>Terminamos haciéndonos buenos amigos. Descubrí que su
nombre era Peter Weiss, su padre era Abogado, su madre peluquera y
su hermano mayor un estudiante promedio en la preparatoria. Cuando
él ingresó a la secundaria, perdimos contacto y la amistad que
compartimos se disolvió. Pero a pesar de ello jamás pude olvidarme
de Peter. Me había enamorado. Cuando llegó mi turno de egresar la
escuela primaria, lo vi nuevamente pero…era otra persona. Su mirada
tierna estaba cargada de arrogancia al igual que todos sus
movimientos que antes eran inocentes. Aun así yo no podía sacarlo de
mi cabeza. Me sentía feliz de poder volver a verlo. Continué tratando
de lograr su amistad nuevamente pero un extenso e impenetrable
muro me lo impedía. Mi timidez me venció y todo se redujo a miradas.
<<.
>>Un día me armé de valor y decidí decirle cómo me sentía.
Stella me lo advirtió, me advirtió de que no sería una buena elección
pero yo, segura de mi misma como nunca y dudando por completo de
los fallos instintos de ella, lo hice. Peter me escuchó y finalizó
abrazándome mientras me decía que él también me amaba.
63
Annie M. Hart

Estuvimos juntos varios meses, era dulce, encantador. Toda la


fachada de aquella vez se evaporó y podía sonreír como hacía tiempo
que no lo hacía. Luego decidió presentarme a sus amigos. Estaba
emocionada, su familia me aceptó con los brazos abiertos y se
encariñaron conmigo, encajar en su círculo de amistades era muy
importante para mí. Me vestí con mis mejores ropas y salimos al
encuentro. Estaban todos reunidos conversando entre ellos. Peter
anunció su entrada triunfal y…me presentó…ante ellos<<.
No pude continuar. El nudo en mi garganta se intensificó y las
lágrimas brotaron desesperadas y cansadas de estar contenidas.
Stella me abrazó estrechándome y acunándome en su pecho mientras
acariciaba mi cabello.
-No hace falta que sigas, cariño- dijo.
-Sí. Debo hacerlo- respondí apartándola- lo siento- me disculpé-
cuando él me presentó…se burló completamente de mí. Dijo que
jamás podría estar enserio con una chica tan desaliñada y fofa, todo
fue un engaño, un truco. Una trampa para que callera como mosca
muerta en sus encantos. Yo estaba totalmente enamorada de él…pero
Peter traicionó y derrumbó bruscamente lo que había sentido. El pilar
que me sostenía colapso y, a causa del shock, no reaccioné. Di media
vuelta y me fui corriendo-.
-Apareció en la puerta de mi casa hecha trizas y bañada en lágrimas.
El dolor la había corrompido. Prometimos jamás volver a hablar de
ello, esa era la razón por la cual Dylan se comporta así con los
hombres que se acercan a ella- continuó Stella.
Sequé mis lágrimas con la manga de la camisa y Daniel
entrelazó sus manos con las mías.
-¿Sabes qué?- musitó acariciando mi pulgar con el suyo.
-¿Qué?- pregunté.
-Prometo que jamás en mi vida te haré llorar. Prometo que, quien sea
que lo intente o lo haga, lo pensará dos veces antes de siquiera
tenerlo en mente. Prometo que las lágrimas que derrames sean de
felicidad y prometo protegerte de lo que sea- dijo.
-¿Con qué sellarás esa promesa tan larga?- bromeé, logrando sonreír.
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Annie M. Hart

-Créeme. Lo sé perfectamente-.
Sus ojos cristalinos mostraron firmeza con su respuesta.
Y algo más.
¿Miedo?
-Bien- anunció Stella colocándose de pie intentando ocultar una
sonrisa de suficiencia- ¿será buena idea regresar a clases?-.
-¿Y ver las miradas de todos clavadas en mí y tener que dar una
explicación? No gracias-.

El despertador sonó a las 8 a.m.


Me levanté y tomé una ducha caliente. Si bien el clima era cálido
en estas épocas del año siempre en la madrugada corría una brisa
helada. Dejé que la cascada de agua me relajara los músculos fríos
por dormir sin una frazada y que el ruido del silencio tranquilizara mi
mente. Hablar con Daniel hizo que lograra relajarme, quitándome un
paso de encima. Su promesa resonaba incansablemente en mi cabeza
y no podía evitar sonreír. Apagué la ducha y regresé a mi habitación.
Armé la desastrosa cama y coloqué sobre ella múltiples
combinaciones de ropa. Opté por un jean simple, unas Converse rojas,
una camiseta fina blanca y un buzo rojo. Deshice los irremediables
nudos de mi cabello y bajé a desayunar.
Elizabeth se me adelantó. Compró unos bizcochos, preparó té de
canela y preparó unas galletas untadas en miel.
-¡Te has pasado mamá!- grité colocándome junto a ella- ¡Feliz
cumpleaños!- dije besando su mejilla- la cumpleañera no debería
hacer las tareas-.
-Tendrás mucho que hacer esta tarde si quieres ir con Stella-.
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Annie M. Hart

-Haré todo lo que quieras- dije.


-Primero que nada, lo de siempre- masculló indicándome que tomara
asiento- llámame cuando llegues sana y salva a la casa de los
Stanley. Pórtate bien y no hagas enojar a la pequeña Cony. Sé que
Amy es un poco más ruidosa pero ya sabes cómo calmarla-.
-Sentándome a ver la película La Sirenita o contarle un cuento para
que se duerma- contesté comiendo un bizcocho- lo dices todas las
mañanas- reí.
-Es mí deber como madre molesta-.
Sábado de por medio trabajaba de 9 a 12 como niñera en la
familia Stanley. Vivían a seis manzanas de aquí. Ambos padres tenían
una empresa de viajes por lo tanto estaban en constante ausencia.
Solo debía encargarme de las dos hermanitas. Cony tiene cuatro
años. Una niña encantadora que amaba jugar al té conmigo o que
dibujara para ella. Siempre usaba vestidos rosas o blancos con
distintos diseños y cada sábado me pedía que peinara sus bucles
cobrizos con moños que encajaran con sus ropas. Sus ojos azules
siempre me recibían con cariño. Amy tiene siete años, le gusta ver
películas animadas y jugar con sus muñecas. Usaba faldas y camisas
musculosas peinando su cabellera rubia en una coleta y le gustaba
pintarse los ojos, azules como los de su hermana, con sombras de
juguete. Cuando terminé mi desayuno, lavé velozmente las cosas,
despedí a mi madre con un feliz cumpleaños nuevamente y salí de
casa.
Me esperaba una ardua labor para preparar las cosas del
cumpleaños. No esperaba que asistiera mucha gente, tal vez mi
madre solo se preocupó en invitar a sus amigas más cercanas.
Apresuré mis pasos temiendo llegar tarde y asustar a las pequeñas.
De camino pasé por la joyería. Su letrero luminoso estaba apagado y
la puerta cerrada con un candado. Sonreí al recordar el día que entré y
conocí a Daniel. Sin duda, volvería a repetir ese día.
Amy abrió la puerta y se lanzó a mis brazos gritando mi nombre.
El trabajo era sencillo y me permitía ayudar a mi madre con los pagos
de la casa. Con cincuenta dólares la hora me era suficiente por ahora.
Cony, saltando, quitó a su hermana del camino y le estreché en mis
brazos. Verlas siempre alegraba mi semana de estudio. Cuando cerré
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Annie M. Hart

las puertas a mis espaldas, tomé mi móvil y mandé un mensaje a mi


madre avisándole que llegué viva a la casa Stanley.
Cony me dijo que estaban esperando el desayuno. Sus ojos
azules mostraban ansiedad, tomó mi mano e insistió en ayudarme a
preparar unos waffles con chocolate y miel y unas tazas de
chocolatada tibia.
-¿Podemos desayunar viendo una película?- preguntó Amy.
-Por supuesto- respondí con una sonrisa- ¿Cuál sugieres?-.
-Mmm- murmuraba frunciendo el ceño- que tal… ¿La Cenicienta?-.
-Gran elección- dije acariciando su coronilla y agradeciendo en mis
adentros por no tener que ver la misma película nuevamente- colócala
en la lectora de DVD. Al rato llevamos el desayuno-.
Amy asintió e hizo lo que le ordené con una enorme sonrisa en
sus labios. Cony echó el dulce sobre los waffles, calenté la leche con
chocolate en el microondas y llevamos las cosas listas para disfrutar
de la película. Ambas siempre se despertaban temprano para poder
despedirse de sus padres. Si bien eran muy ausentes, el poco tiempo
que estaban en casa lo hacían como una verdadera familia. Por eso
jamás vi a las pequeñas de mal humor o tristes cuando ellos se iban.
Sonreí dulcemente al notar que Cony estaba dormida entre mis brazos
y que Amy parpadeaba para mantener los ojos abiertos. Sin hacer
mucho movimiento, llevé a la pequeña a su cama. Al regresar noté
que su hermana también se había sumido en un profundo sueño e
hice lo mismo con ella.
Al ver que no tenía nada más por hacer, lavé las cosas sucias,
apagué el DVD y me recosté en el sillón a leer. Apenas eran las 10.
37. Estaba leyendo Halo, la historia de un ángel femenino que, en
plena tarea encomendada con sus hermanos serafín y un arcángel, se
enamora completamente de un humano. Algo que, en realidad, estaba
prohibido. No podía dejar de imaginarme enamorar a un ángel.
Sonaba algo estúpido pero tan mágico. De pronto el rostro de Daniel
apareció en mis ojos. Sus rasgos eran tan perfectos que me recordaba
a la descripción de la autora para referirse a Gabriel. Pero el ruido de
unas pesadas zarpas me sobresaltó. Sin darme cuenta el libro cayó en
mi regazo para luego desplomarse en el suelo. Los latidos de mi
corazón se aceleraron brutalmente y la sangre huía de mi rostro. Lo
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Annie M. Hart

que acababa de oír no tenía sentido ¿Cómo sentir los pasos de una
bestia dentro de una casa de familia? ¿Será que volvía a mi estado de
locura? No podía moverme, me acurruqué en el sillón dándole la
espalda a todo tratando de que mi respiración recobrara su ritmo
habitual. Aun así esos pasos se acercaban. Tenía miedo de las niñas
a pesar de que estaba confundida por si todo era real o una ilusión.
Instintivamente tomé el dije entre mis manos y apreté mis ojos.
-Danel- susurré.
Mis párpados cerrados fueron sorprendidos con un haz de luz
pero aun así no me sentía capaz de abrir mis ojos. Pero carcomida
por la curiosidad logré entreabrirlos y me sorprendió lo que vi. Algo
blanco y suave.
Plumas.

Unos minutos pasados de las 12, la pareja Stanley atravesó la


puerta. Las niñas aun seguían dormidas, me enderecé y recogí el libro
notando que todos mis músculos estaban tensos. Tal vez lo de hace
unas horas fue solo un sueño. Trataba de creer mis palabras pero el
calor y la luz de lo que sea que haya sido aun palpitaban en mis
párpados. La señora Margaret de Stanley era una mujer de unos
treinta y ocho años. Esbelta de largas piernas, bronceada, uñas de
manicura perfecta, cabello pelirrojo y enormes ojos verde esmeralda.
Me sonrió amablemente y me abrazó.
-¿Cómo se han portado?- preguntó con voz melodiosa.
-Más que bien. Desayunamos viendo una película y ambas están
dormidas en sus habitaciones-.
-Es bueno oír eso. Estoy tan cansado como para abrazarlas
debidamente- musitó el señor Stanley.
Paul Stanley era un hombre educado y dulce. Mucho más alto
que Margaret, usaba lentes, vestía un traje formal al igual que su
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Annie M. Hart

mujer. Su cabello lacio y rubio mostraba pequeñas canas. Debía tener


unos cuarenta y tres. Me miró con sus cansados ojos azules.
-Gracias por todo- dijo.
-No hay de qué- respondí con una sonrisa-.
Margaret sacó un delicado monedero de seda roja, sacó un par
de billetes y me los entregó. Los guardé en el bolsillo trasero de mis
jeans y salí a la puerta.
-Deséale un feliz cumpleaños a tu madre de nuestra parte- gritó
Margaret antes de cerrar la puerta.
-¡De acuerdo!-.
Dicho esto, caminé de regreso a casa avisándole a mi madre de
mi retraso por la tardanza de los padres.
Cuando iba de camino a casa me pareció sentir que alguien me
seguía. Tan vez aun estaba paranoica por lo que sucedió. Hasta
existía la posibilidad de que haya sido solo un sueño. Pero esto era
demasiado real. Abracé el libro contra mi pecho y apresuré mis pasos
con miedo de mirar hacia atrás.

-Vendrán solo algunas amigas- aclaró mi madre.


Terminé de arreglar el último florero con rosas recién cortadas y
saqué las masitas de la heladera para repartirlas entre las dos mesas.
-Mejor. Menos para limpiar- bromeé.
-¿Recuerdas a Lorraine?-.
-Por supuesto ¿ocurre algo?-.
-Vendrá con su hija. Tiene tu edad, estuvo estudiando en Australia con
su padre. Recuerdas que están divorciados-.
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Annie M. Hart

-¿Qué esperas que haga?-.


-Sería bueno que se hicieran amigas. Llegó ayer y no conoce a nadie-.
-Supongo que está bien- respondí encogiéndome de hombros.
-Ve y cámbiate. Vendrán en quince minutos-.
Asentí y fui a mi habitación. Rebusqué en los cajones de mi
escritorio y saqué la pequeña cajita plateada. El anillo de oro lucía una
hermosa piedra lapislázuli en forma de flor. Lo dejé sobre la mesa de
noche orgullosa por mi compra. Vestí un vestido azul marino que
contrastaba con mi piel blanca con unas sandalias de satén negras.
Me maquillé un poco los ojos y las mejillas, tomé el regalo y fui a
recibir a las visitas cuando oí que el timbre, anunciándolas. La primera
en llegar fue la señora Parker, sus rulos negros le caían hasta los
hombros y vestía una camisa sin mangas blancas y unos pantalones
holgados de color negro, compañera de trabajo de mi mamá en el
RollingRed. Seguida por las hermanas Thompson, ambas rubias y
más jóvenes de ojos marrones, y por último, la señora Lorraine
Connor. Cabello lacio y corto de un color cobrizo desteñido de ojos
verdes. Detrás de ella se asomaba una chica. Tenía el sedoso cabello
negro, lacio y largo hasta la cintura, lucía un gótico vestido negro con
un poco de tul en la parte final de la falda y en el escote, sin manga
alguna, tenía un delicado encaje. Usaba botas con plataformas, un
cinturón con tachas donde de él colgaba una cadena de plata, sus
labios rojos masticaban un chicle, su piel extremadamente pálida y sus
largas pestañas maquilladas hacían que sus ojos verdes claro
resaltaran como faroles en su rostro de delicados rasgos. Sus mejillas
estaban retocadas con rosa y tenía los ojos muy delineados con
negro.
Me quedé fascinada. Era bellísima. Mucho más hermosa que
Sam.
-Tú debes ser Ellie ¿verdad? Mi madre parloteó mucho sobre ti- dijo la
muchacha esbozando una encantadora sonrisa y con un extraño
acento- eres bonita, niña-.
Se supone que tenemos la misma edad ¿no?
-¿Cómo te llamas?- pregunté.
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Annie M. Hart

-Amairany. Amairany Rose- respondió.


Había algo extraño en ella. Algo que no me convencía. Su
cercanía irradiaba una extraña sensación. Pero lo más atrajo mi
atención era algo que brillaba borroso en sus espaldas.
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Annie M. Hart

Capítulo 7:
¿Cuánto más vas a tardarte?
-Pasen y siéntense como en casa- señaló mi madre abriéndose paso y
cerrando la puerta detrás de las últimas visitas.
Amairany caminaba a unos pasos delante de mí. No podía saber
qué era pero algo tenía. Era muy extraña. Su forma de caminar era
casi una danza, delicada y silenciosa a pesar de sus pesadas botas.
Sus piernas esbeltas eran largas y parecían pulidas como porcelana,
no lograba ver un atisbo de imperfección en ella. La cadena tintineaba
sobre su delicada cadera y sus brazos se balanceaban
sincronizadamente. Aquél haz de luz sobre sus espaldas brillaba más
tenuemente pero era completamente visible para mis ojos, me los
refregué pensando que era un espejismo pero seguía ahí. Iluminando
como una vela. Ella se volteó y soltó una risa. ¿Habrá notado que la
estaba observando?
-Si necesitan algo pueden pedirlo. El baño ya saben dónde está y mi
hija está dispuesta a ayudar- dijo mi madre guiñándome un ojo.
Bufé pero luego sonreí.
-Creo que sería bueno que vieras tus regalos. No querrás que tus
invitadas se sientan ofendidas- musité.
Aunque en realidad lo dije porque quería que viera mi anillo.
Moría por ver su rostro de felicidad. Hace unos meses, cuando salimos
a caminar para ir a la playa, ella se detuvo en seco frente a la joyería y
centró sus ojos unos largos segundos en el anillo que ahora estaba en
esa pequeña caja. Estuve ahorrando desde entonces hasta que logré
comprarlo. Era un milagro que aun siguiera en el mostrador.
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Annie M. Hart

-Abre el nuestro primero- dijeron las hermanas, ansiosas- esperamos


que sea de tu talla-.
Mi madre rompió el envoltorio y dejó ver un delicado vestido
blanco con encaje. Era precioso.
-Es maravilloso- dijo Elizabeth abriendo sus ojos, complacida.
-Sabía que le gustaría- dijo una de las hermanas asintiéndose a ella
misma.
La señora Parker le obsequió un bolso playero Animal Print con
estampado de guepardo y Lorraine un perfume de Shakira junto con
un libro llamado “Besar a un ángel”. Inmediatamente pensé en que ese
sería otro libro para mi colección, el título atraía mi atención.
-Por último, el regalo de Ellie- mi madre me miró, entusiasmada y
esbozando una enorme sonrisa. Abrió lentamente la cajita y, en cuanto
vio su interior, tapó su boca ahogando un grito de asombro- este
es…el anillo de la joyería-.
Asentí con un toque de orgullo en mi misma. Ella me estrechó
fuertemente entre sus brazos sin soltar el regalo.
-Es lo más hermoso de mundo, hija, pero… ¿Dónde conseguiste el
dinero?-.
-Secreto- respondí escapando de sus brazos y colocándole el anillo en
la mano derecha.
-Gracias- dijo feliz- ¿Sabes qué? Quiero pedirte otro regalo-.
-Lo que sea-.
-¿Podrías tocar el chelo?- pidió casi rogándome.
-Ufa, mamá hace años que no toco- rezongué.
-Oh, vamos. Solo una pieza- insistió.
-Imposible. Siempre he tocado con acompañamiento de violín- dije
recordando y tratando de no sonar tan calmada al tener una excelente
excusa.
-No te preocupes. En el auto llevo mi violín- dijo Amairany
colocándose de pie- nunca salgo de casa sin él-.
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Annie M. Hart

Mi madre casi saltó de su asiento para acompañar a la


muchacha. No me quedó otra opción más que buscar mi viejo chelo
pisando fuertemente para mostrar mi frustración.
El instrumento yacía dentro de su estuche en el enorme placard
frente a mi cama. La cuerina estaba cubierta de polvo. Lo sacudí
entrecerrando los ojos para que la mata de polvo no entrara en ellos,
saqué el reluciente chelo y probé las cuerdas antes de bajar.
Extrañamente estaba en perfectas condiciones.
Amairany afinaba su bello violín. El instrumento era de madera
negra y las cuerdas de plata, usualmente eran marrones pero aquella
combinación no le quedaba nada mal. Al verme, esbozó una sonrisa y
se hizo a un lado dejándome lugar para situarme junto a ella. Mi madre
y sus amigas se acomodaron de tal manera que todas pudieran
presenciar el espectáculo. Me senté en la silla y Amairany se acercó.
-¿Sabes tocar Requiem for a Dream?-preguntó.
-Sí, pero con solo dos simples instrumentos no lograremos que suene
bien-.
-Solo confía en mí- dijo guiñando un ojo.
Ella se acomodó y señaló mi chelo, asintiendo. Comencé a tocar
haciendo que las cuerdas sonaran roncas en mis manos, a pesar del
tiempo que pasó desde la última vez que toqué no he perdido la
magia. De repente oí como cantaba el violín de Amairany. He oído la
música del violín pero lo que ella hacía, jamás. Sus manos y su cuerpo
bailaban meciéndose delicadamente y al compás de su música.
Ambos instrumentos encajaban a la perfección haciendo que la
melodía de Mozart sonara como un concierto con tan solo dos
cuerdas. Noté que mi madre tapaba su boca de asombro y sus amigas
trataban de contener las lágrimas. Al fin y al cabo no fue una mala
idea.
Cuando la música se detuvo, Amairany reverenció en
agradecimiento mientras todas en la sala aplaudían. Ella guardó el
violín y yo dejé mi chelo sobre el sillón más cercano. Mi madre se puso
de pie y me zarandeó exageradamente en sus brazos.
-Ya mamá- grité sin aire.
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Annie M. Hart

-Eres fantástica hija. Gracias May por ayudar-.


-Fue un placer. Ell es muy talentosa-.
-Gracias- dije un poco avergonzada por el cumplido.
-¿Qué tal si pasas la tarde con May? Aun hay tiempo para que vayas
con Stella- ofreció mi madre.
-Seguro. Vamos a mi habitación- le dije.

Fue una buena idea arreglar mi cuarto pero había hojas


revueltas sobre mi cama. Me apresuré en juntarlas y amontonarlas
sobre mi mesa de noche y encima del escritorio.
-¿Escribes?- preguntó.
Me sobresaltó su cercanía. Tomó unas hojas y las ojeaba. La
quité de sus manos lo más relajadamente posible.
-Hago el intento- sonreí al recordar que esa misma respuesta le di a
Daniel-¿Qué tal tus días en Australia?-.
-Desastrosos. Una cantidad horrenda de bichos, cada uno más feo
que el otro. Los animales eran lo más lindo de la fauna y las playas
eran enormes. Tengo una buena crítica sobre los muchachos pero
siempre preferí a los americanos. Tienen un acento más exquisito-.
-¿Tienes novio? ¿Qué te hizo regresar a California?-.
-Para nada, aunque debo admitir que estoy en busca de alguno- rió-
regresé porque hacían cinco años que no veía a mi madre y tenía
miedo de olvidarla. La novia de papá es agradable, dulce y carismática
y, al estar tanto tiempo junto a ella, logré verla como una madre pero
aun así necesitaba ver a Lorraine. Mi padre accedió y aquí estoy-
finalizó señalándose a sí misma.
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Annie M. Hart

Luego se sentó sobre el pequeño sillón entrecruzando sus


piernas.
-¿Qué hay de ti?- preguntó observando mi cuarto como si fuese la
primera vez que ve uno.
La luz de su espalda se veía camuflada por el brillo de la
lámpara. Quise dejar todo a oscuras, incluyendo cerrar las ventanas y
preguntarle a qué se debía aquello que veía. Tal vez me vería
invadiendo su espacio personal o incluso estaba la posibilidad de que
realmente me he vuelto loca. Aun así debía saber que sucedía.
-Ell ¿estás aquí?- bromeó al ver que no respondía.
-¿Eh?-.
-Cuéntame algo sobre ti- pidió acomodándose mejor en el sillón.
Bajó sus piernas y apoyó los codos sobre sus rodillas
acomodando su rostro entre sus manos. Sus ojos verde esmeralda
brillaban de ansiedad como un niño que espera que su padre le cuente
un cuento antes de dormir.
-No hay nada interesante sobre mí- dije al fin.
-Oh, ya veo, tratas de hacerte la misteriosa- rió señalándome
acusatoriamente.
-Puedo ver que no soy la única- contesté.
En realidad no planeaba decirlo en voz alta pero mi estúpida
boca me traicionó. Ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una
carcajada. Su voz parecía un coro de ángeles.
-¿Qué es tan gracioso?-.
-Bueno, yo jamás dije que fueras la única- respondió jugando con su
cabello sin mirarme.
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Annie M. Hart

-Podrías usar algo más atrevido- sugirió mi madre observando la pila


de conjuntos de ropa sobre mi cama.
-Tengo dieciséis mamá ¿Qué esperas que use?-.
-Algo que no te haga ver como una monja en convento- dijo tomando
un vestido negro largo de manga tres cuartos como si fuese una
prenda apestosa.
-Es un vestido playero mamá-.
-Da igual. Espera…tengo el atuendo perfecto ¿aun tienes la camiseta
roja que te regaló tu padre para tu cumpleaños número catorce? No
has crecido nada desde entonces. Supongo que debe quedarte-.
-Está en el segundo cajón- señalé con el mentón.
Era una remera rojo carmesí corta, estando una yema más arriba
de la cintura, con la espalda descubierta y sin mangas. Detrás tenía
unas alas estampadas con negro y delante, con letra prolija, decía:
Ángel. Personalmente era linda pero sentí que no se acercaba para
nada a mi estilo clásico y poco sexy pero creo que no era una mala
idea usarla por primera vez. Seguramente Stella me felicitaría por mi
avance. Genial.
-Toma- me la extendió- ya regreso-.
Me la probé esperando, sorpresivamente, con esperanzas de
que me quedara y evidentemente mi madre estaba en lo cierto, no
había mínima diferencia de cuando yo tenía catorce. La espalda lucía
desnuda y blanca, resaltaba demasiado con el color rojo y el brasier
negro. De frente no me quedaba nada mal, si bien no tenía muchos
pechos no estaba disconforme con mi cuerpo. Me sentía hecha a la
medida y aun así no lograba verme como una muchacha atractiva.
Resultado de tener la autoestima por el subsuelo.
Elizabeth regresó con unos short negros de raso más cortos de
lo que usualmente usaba y unos tacos de diez centímetros negros de
cuerina.
-Perfecto- dijo con orgullo cuando me probé su intento de poder verme
mejor.
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Annie M. Hart

Me observé en el espejo del baño. No me quedaba mal pero no


lograba reconocerme del todo. Siempre optaba por unos jeans y una
camiseta normal, nada de mostrar mucha piel ni nada pegado al
cuerpo como si fuese un gato mojado. A pesar de la incomodidad, me
gustaba como lucía la versión nueva de Ellie. Mi madre apareció por
detrás y despeinó brutal y desconsideradamente mí cabello.
-Déjalo más salvaje. Vaya hija, aparentas más edad. Una pequeña
Megan Fox en proceso- bromeó.
-Tú solo esperas una clase de milagro- reí.
-Maquíllate y vamos. Estoy cansada y no quiero lidiar hasta tarde con
una caprichosa adolescente-.
-Tratas de deshacerte de mí- afirmé tratando de sonar herida y
ofendida.
-No, solo quiero sentir el placer de las sábanas sobre mi piel. No te
tardes- dijo antes de dejarme sola con mi reflejo.
Tomé una base de maquillaje del mismo tono claro de mi piel
para emparejar las imperfecciones, delineé mis ojos con delineador
líquido, me apliqué máscara de pestañas, rubor y usé un brillo rojo en
mis labios. Perfecto, ahora realmente no me reconocía. Regresé a mi
habitación y guardé lo que necesitaba en un bolso: pijama, perfume,
desodorante, cepillo de dientes, desmaquillante, cepillo para el cabello
y un conjunto de ropa más cómodo para el día siguiente. Cuando
terminé fui hacia donde mi madre estaba y subimos al auto, un Fiat
128.
-¿Qué tal te cayó May?- preguntó mientras conducía.
-Es…una chica interesante- admití- un tanto extraña-.
-Resultó ser agradable y dulce a pesar de su vestimenta gótica ¿no
crees?-.
-Tal vez-.
-Estás bellísima- sonrió pellizcando mi mejilla.
-Ya déjalo, conduce. Me pones nerviosa-.
-Oh Ellie, deja de ser tan pesimista-.
78
Annie M. Hart

-Lo siento-.
Mi madre soltó un sonoro suspiro.
-Te quiero. Lo sabes ¿verdad?-.
-No dejas de repetírmelo- contesté besando su sien.
-Hemos llegado- dijo deteniendo el vehículo.
Car&Cups lucía su atrayente cartel de neón que jugaba con el
blanco y el azul captando más la atención de los transeúntes.
Cualquiera no dudaría en echar un vistazo al extraño local que lucía el
inmobiliario y la decoración, todo absolutamente proveniente de
automovilismo. Ruedas de todo tipo colgadas, arañas hechas con
faroles de motos, asientos de autos de carreras, mesas circulares,
carteles de cada marca existente y paredes forradas con anuncios de
periódicos antiguos.
Stella estaba de pie en la entrada principal apoyando su espalda
en el marco de la puerta. Llevaba un vestido rosa ajustado un poco
más arriba de las rodillas, tacones altos color blanco y el cabello semi
recogido con un broche de flor. Al ver el auto apeado, dejó su posición
y se acercó a nosotras animadamente. Abrió la puerta del copiloto y
saludó a mi madre.
-Feliz cumpleaños, Eliza- dijo ella.
-Gracias Stell. Cuida bien de Ellie-.
-Pues, como siempre- sonrió Stella.
-Bien. Te llamaré mañana para que me busques- dije bajándome del
auto.
-Nos vemos hija-.
Vi como el auto se alejaba y, junto con Stella, entramos al local.
Había mucha gente. De las treinta mesas que podía haber,
diecisiete estaban ocupadas. Stella y yo nos sentamos en la barra
como siempre e inmediatamente fuimos atendidas por Tony, el primo
mayor de mi amiga. Un muchacho corpulento, señal de que asistía al
gimnasio muy a menudo, alto, cabello lacio castaño y ojos marrones.
Nos recibió con una sonrisa y un anotador en su mano.
79
Annie M. Hart

-¿Qué les sirvo, señoritas?- dijo fingiendo ser un mozo experto.


Lo cierto es que trabajaba en el local hace unos cinco meses.
-El especial de lomos de hoy- dijo Stella- que no tarde o le diré al jefe
que te despida-.
-Diablos, tan solo llevo unos meses aquí. Deja de ser tan exigente- se
quejó.
Tony tenía veintitrés años pero edad mental: quince. O tal vez
diecisiete. Solo para no ser tan cruel.
-Lo dicho, dicho está- dijo Stella sin un ápice de piedad- apresúrate-.
-¿No le dirás nada?- me rogó.
-Lo dicho, dicho está- repetí señalando que yo era inocente- las
palabras de Stella aquí, es palabra santa. No me entrometeré-.
-¡Traidora!- me acusó Tony.
-Me duele que un hombre maduro, inteligente y trabajador como tú
mienta de esa manera-.
Stella estalló en carcajadas.
-Tony solo haz el maldito pedido- dijo ella aun riendo.
-Bien- bufó dándonos la espalda.
El ambiente se cubrió con la canción Desert Rain y de
conversaciones abundantes de cada cliente. Stella mecía su cuerpo al
ritmo de la música mientras que yo tarareaba la melodía.
-¿Qué tal tu día? ¿Se portaron bien las hermanitas?- preguntó ella sin
dejar de moverse.
-Súper bien, como siempre. Llegué un poco exhausta a casa pero
mamá la pasó estupendo. No hay de qué quejarme-.
-¿Le gustó tu regalo?-.
-¡Vaya si no! Estaba encantada. Era obvio que le gustaría, sus ojos
brillaban como un bichito que ve la luz en plena noche-.
-¡Fantástico!-.
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Annie M. Hart

-Dejen de parlotear loros barraqueros en celo- nos interrumpió Tony


colocando dos platos llenos con un lomo y gaseosa frente a nosotras-
orden del jefe que les cobre la mitad- dijo, molesto.
-Gracias Tony lindo- dijo Stella con sonrisa falsa.
-No me agrada ese cumplido viniendo de ti- musitó él.
-Quiero comer- dije tomando el lomo entre mis manos señalando de
que no quería oír más charlas tontas.
-Bien dicho- coincidió Stella ignorando a su primo y haciendo lo mismo
que yo.
Cuando terminamos nuestro apetitoso plato, pagamos y salimos
despidiéndonos de Tony. Afuera no hacía mucho calor a pesar de la
época del año sino que corría una brisa fresca bañada con el aroma
salado del mar. Estábamos a unos metros de la costa marina.
Luego de avanzar unos cuantos pasos, Stella se detuvo en seco.
-¿Sucede algo?- pregunté.
-¡Olvidé mi móvil!- gritó.
-Eso te pasa por charlar tanto con quien sea que era- la reté- déjalo,
podremos buscarlo mañana-.
-Shit- me chitó- jamás dejaría a mi bebé solo y desolado en una fría
mesa rodeada de depredadores como Tony-.
-Ups. Tony- asentí.
-Vamos- dijo sujetando mi muñeca.
-Estás loca. Caminé hasta aquí soportando estos tacos que jamás usé
y ¿esperas que vuelva a hacer ese trayecto? Te esperaré- musité.
-No es una zona muy segura- dijo haciendo una mueca.
-Tengo estos zapatos como tacos mortales y no dudaré en usarlos-
dije.
-Lo que me preocupa es que entres en pánico-.
-Solo ve. No te tardes-.
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Annie M. Hart

-Okey, Okey- finalizó dándome la espalda y comenzando a alejarse


caminando lo más rápido que podía pues ella también llevaba zapatos
altos.
Me apoyé sobre una pared grisácea de cemento cruzando los
brazos delante del pecho. Estaba fría y congelaba mi piel descubierta
pero esa sensación calmó el calor que tenía desde que salí de
Car&Cups. Miré mi móvil y éste señalaba la 1:47 a.m, habían pasado
cinco minutos desde que Stella se devolvió. ¿Realmente quedaba
lejos de donde yo estaba?
Pero unas risas roncas y guturales junto a pisadas tambaleantes
me sobresaltaron. Me asomé sobre el camino que aun se extendía
ante mí y vislumbré a cuatro tipos vestidos con ropas sucias,
destartaladas, deshechas y oscuras. Dos de ellos tenía el cabello
rapado y los dos último teñidos de un color rojo oscuro. Algunos de
ellos llevaban botellas en sus manos y se chocaban entre sí mientras
hablaban de algo que parecía divertirles. Intenté ocultarme en el
callejón situado a unos pasos detrás de mí pero era tarde. Uno de los
rapados me vio y señaló mi posición mientras cuchicheaba con sus
secuaces. Traté de huir pero mis pies adoloridos solo avanzaron
torpes unos cuantos centímetros.
-¿A dónde vas lindura?- musitó uno.
Su voz fría y empalagosa me dio un escalofrió y me sentí
obligada en voltear. Uno de los muchachos pelirrojos se acercó unos
pasos más que los demás. Lanzó la botella al suelo destrozándola
violentamente y avanzó aun más hacia mí.
-¿Podemos hacerte compañía, perra?- continuó.
Stella ¿Cuánto más vas a tardarte?
-Yo…- balbuceé.
-Parece que puede hablar- bromeó uno de los rapados.
-¿Qué piensas de ella, Steve? No está nada mal. Creo que servirá
para pasar el rato- musitó el primero.
-Glen, jamás criticaré tus gustos- dijo aquel chico llamado Steve
levantando ambas manos a modo de rendición.
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Annie M. Hart

-¿Qué dices, perra, te nos unes unos momentos? Prometemos darte


las mejores horas de tu vida-.
Glen me tomó el brazo de manera brusca y me estampó contra
la pared. Su aliento olía a Whisky y acercó su boca a mi oído mientras
sentía como su mano soltaba mi brazo y la colocaba sobre mi hombro,
deslizándola hasta mi espalda desnuda. El contacto de su piel me dio
un escalofrío. Mis manos se posaron el pecho musculoso de Glen
tratando en vano de apartarlo. El miedo me había paralizado y las
fuerzas me abandonaron. Sentí como su mano acariciaba mi piel bajo
el enganche de mi brasier y la otra levantaba mi mentón para mirarlo.
Sus ojos eran grisáceos y ensombrecidos.
-Esto será sencillo. No se ha quejado- sonrió Glen.
-Huele bien- susurró el otro pelirrojo olfateando un mechón de mi
cabello.
-Veo que tus zapatos te duelen- señaló otro de los rapados- quítatelos
y estarás más cómoda-.
Su sonrisa maliciosa me heló la sangre. Sus ojos negros me
observaban detalladamente con un brillo baboso que me dio asco.
-¿Solo los zapatos, Billy? Santo cielo, eres aburrido- se quejó el otro
pelirrojo.
-Ya, Ben, hay que ir de a poco- contestó.
Necesitaba ayuda. No quería alarmar a mamá y menos que le
llegue la noticia de que algo le había sucedido a su hija. Si Stella
llegaba sería peor. Ella no podría hacer nada.
Mi mano izquierda tomó el dije en mi cuello y cerré los ojos.
-Parece que se rindió por completo- musitó la voz que identifiqué como
Steve.
-Muero por ver que hay debajo de tan poca ropa- dijo Glen.
-Fue buena idea escaviar esta noche, Phil- respondió Billy.
-Dalo por hecho-.
-Daniel- susurré sin abrir los ojos.
83
Annie M. Hart

-¿Dijiste algo, lindura?- preguntó Glen.


-Daniel- repetí un poco más fuerte.
Abrí los ojos lentamente y me tope con las ocho miradas
observándome. Me inundó una gran sensación de abandono y
decepción. ¿Qué rayos esperaba que sucediera? ¿Fui tan estúpida
como para llamarlo? ¿Qué sentido tenía? Debía estar corriendo en vez
de seguir allí de pie.
-Aléjate de mí- grité recuperándome y lograr apartarlo.
-Oh, reaccionó- dijo Glen, sonriendo.
-¡Déjame!- grité más fuerte- ¡¡Ayuda!!-.
Luché con las débiles fuerzas que tenía comparada a las de
cuatro muchachos parecidos a unas moles. Casi tropiezo por tratar de
huir pero uno de ellos me tomó de la cintura y me lanzó a los brazos
de los demás como si fuera una muñeca de trapo. Sus manazas se
posaban en cada parte de mi cuerpo mientras yo me balanceaba para
apartarlos sin dejar de gritar.
-¡¡BASTA!!- grité al borde del llanto.
-Ey- dijo una voz nueva.
Los cuatro hombres se detuvieron y depositaron su atención en
aquél hombre. Cerca nuestro estaba un joven usando musculosa gris
dejando ver sus brazos formados y marcando la firmeza de su pecho,
unos pantalones pescadores azules y zapatillas blancas. Sus usuales
ojos cristalinos alegres estaban bañados en seriedad y no esbozaba
su sonrisa perfecta.
Daniel avanzaba hacia nosotros con las manos en los bolsillos y
se detuvo justo enfrente. Al verme, su ceño se frunció.
-Déjenla- dijo con una voz similar a un gruñido.
-Qué tenemos aquí. Un muchacho risueño de cara bonita- rió Glen.
Todo su clan se unió a sus carcajadas.
-Escucha niño, no te metas en nuestros asuntos- agregó seriamente.
-El problema es que ella si es mí asunto- gruñó Daniel.
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Annie M. Hart

-¡Daniel!- grité intentando zafarme de los hombres pero ellos volvieron


a sujetarme.
Las manos de Billy tomaron mi cintura pegándome a su cuerpo.
-No creerás que la dejaremos- ronroneó pegando su boca en mi
cuello.
Apreté los ojos mientras gemía.
Sin previo aviso, Daniel apartó con fuerza a cada uno de ellos y
me colocó a sus espaldas.
-¿Qué…?- traté de decir.
-Quédate detrás de mí- rogó- no te separes ni un segundo-.
Sus dedos se entrelazaron con los míos.
-Dan…-tartamudeé.
-Llegué a tiempo ¿no crees?- bromeó mirándome de reojo.
Me sentí tan aliviada al ver como sus ojos recobraban esa
suavidad encantadora. Como siempre, su presencia me relajaba y me
daba seguridad.
-¿Qué pretendes niñato?- espetó Phil- aléjate. No es buena idea
meterse con nosotros-.
-Eso lo veremos- contestó Dan.
-Maldita basura- gruño Ben.
-Creo que debemos irnos- sugerí.
-No podremos. No puedes caminar y si te cargo solo iríamos más
lento. Nos atraparían-.
-¿Qué harás?-.
-Asustarlos-.
Glen, como un toro furioso, corrió hacia Daniel. Él tomó mi
cintura con una mano, soltando mi mano entrelazada con la suya. El
atacante arremetió contra el rostro de Dan pero éste último lo esquivó
con facilidad. Glen imitó el mismo movimiento en varias direcciones
85
Annie M. Hart

pero siempre tuvo igual resultado. Todo esto sin soltarme ni un


segundo.
-No dejaré que le toques un pelo- dijo Daniel.
Pero la pelea iba más allá de mí. Ellos peleaban por estar
cabreados gracias a la actitud desafiante de Daniel.
-Cállate- gritó Ben.
Glen, Phil y Ben atacaron a Daniel de varias direcciones pero él
se movía tan rápido y sincronizado que ninguno llegó a rozarme ni a
mí ni a él. Hasta que Glen intentó golpear el estómago de Dan pero
éste detuvo su puño sin siquiera tambalear su brazo. Lo apartó con
brusquedad y mi amigo colocó una mano encima de la cabeza de su
atacante, susurró unas extrañas palabras en un idioma que no logré
identificar y Glen, de repente, cayó al suelo completamente
inconsciente.
-¡Qué diablos…!- gritó Steve.
Parece que eso los enojó aun más pero algo en el rostro de
Daniel los hizo retroceder.
-Retirada- ordenó Ben mientras Steve y Phil sujetaban a Glen.
Cuando ninguno de ellos quedó cerca, Daniel relajó sus
músculos tensionados.
-Dan…yo…-intenté decir.
Él volteó de tal manera que pudiera verle el rostro pero no soltó
mi cintura y, con su mano libre, acarició el dije en mi cuello.
-Creí que no llegaría a tiempo- susurró.
-¿Qué?-.
-Nada importante. No deberías estar sola en esta zona-.
-Stella olvidó su móvil. No volvería a caminar tanto con estos zapatos-
expliqué.
-Vaya si serás floja-.
-¡Oye!-.
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Annie M. Hart

El rió pero su voz indicaba un claro alivio.


-Gracias- dije.
Daniel me estrechó fuertemente entre sus brazos. Su perfume a
lluvia recorrió cada parte de mi ser mientras sus manos frotaban mi
espalda y la acariciaba lentamente cuando sentía mi piel. Suspiró.
-Cada vez que me necesites o que sientas miedo, llámame.
Inmediatamente correré hacia ti- dijo mirándome a los ojos.
-¿Dónde sea?-.
-Donde sea. Cuando sea. No importa nada de eso-.
A medida que se hablaba su rostro fue acercándose lentamente
al mío.
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Annie M. Hart

Capítulo 8:
Sé que era mi salvación
Estaba cerca. Demasiado cerca de mi rostro. Tal vez debía
apartarme pero sus ojos me inmovilizaban. No podía escapar.
-¡Ellie!- gritó una voz femenina.
Daniel se enderezó recobrando su postura habitual, fingiendo
que no había sucedido nada y centró toda su atención en cómo Stella
se acercaba a trompicones. Se la veía agitada. Cuando nos vio tomó
un breve descanso para recuperarse.
-Diablos mujer, te has tardado- espeté sonando lo más tranquila que
pude.
-Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento- replicaba- el idiota de Tony vio
mi móvil y no quería devolvérmelo-.
-Creí que te había sucedido algo-.
-Lo mismo…oh, hola Daniel- dijo ella percatándose de su presencia.
Él la saludó con un gesto amable.
-¿Qué haces a estas horas? Creí que trabajabas-.
-He terminado hace unos minutos, papá siempre insiste en cerrar la
tienda por sí solo, así que aprovecho este tiempo libre para salir a
caminar- respondió- y me encontré con Phoenix. Fue buena idea
quedarme con ella, esta zona realmente es peligrosa para estar sola-.
-Lo siento- volvió a disculparse Stella.
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Annie M. Hart

-Ya, no te preocupes. No ha pasado nada- la calmó Dan.


-Yo quería que me acompañara pero ella se resistió- musitó Stella
señalándome con el dedo índice.
Le saqué la lengua burlonamente.
-¿Quieren que las acompañe? No tengo problema- se ofreció Dan.
-Descuida, niño. Este par de mocosas bochornosas están a mi
cuidado. Me haré cargo de llevarlas a casa- dijo Tony bajándose de un
Mercedes.
-¿Y tú eres?- preguntó Daniel interponiéndose entre Tony y yo.
-El primo de Stella- contestó seriamente cruzándose de brazos para
notar sus músculos flexionados y tratando de intimidar a Daniel.
Por supuesto, lo obtuvo ese resultado. Daniel era un poco menos
confeccionado que Tony pero aun así no se quedaba atrás.
-¿Nos llevarás a casa?- pregunté tratando de calmar el ambiente
colocándome entre ellos.
Tony asintió.
-¿Qué hay de tu trabajo?-.
-¿Y dejar que caminen solas a estas horas? Ni de broma-.
-Estamos más tarde solo porque tú no me regresabas el móvil- gritó
Stella, molesta.
-Ya, es verdad pero cuando me dijiste que Ellie estaba sola no podía
quedarme con los brazos cruzados-.
-¿Cómo ahora?- bromeé.
-Ja ja, que graciosa. Suban al auto-.
-Si quieres puedo acompañarlas yo mismo- insistió Daniel- así no
perderás tiempo con tu trabajo-.
-No me molesta- contestó Tony- vamos- añadió tomándome del brazo.
Daniel se apresuró y tomó la muñeca de Tony.
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Annie M. Hart

-¿Sucede algo?- preguntó un poco sorprendido pero molesto por la


reacción de mi amigo.
-Dan- dije asintiendo.
-Solo…ten cuidado- le dijo.
-Lamento tener que cuidar de tu novia- se burló Tony.
Daniel rió pero su voz no demostraba alegría. Más bien fue un
sonido melancólico, expresando anhelo.
-No lo soy- dijo dejando de reírse y desviando su mirada de Tony.
-Perfecto. Vámonos, tu madre se preocupará si tardamos más- musitó
dirigiéndose a Stella.
-Ya voy- le dije a Tony- vayan al auto-.
Él no dijo nada, se limitó a darme la espalda y caminar hacia su
vehículo.
-Ese tío es extraño- dijo Daniel.
-Es buen tipo. Lo conozco- contesté.
-Que lo disfrutes- sonrió él.
Al ver que nadie estaba cerca, sobretodo Stella, abracé a Daniel
escondiendo mi rostro en su pecho con el miedo en que notara el
rubor en mis mejillas.
-Gracias. No sé qué hacer para devolverte el favor. Sin ti yo…-.
Él respondió a mi abrazo y besó mi coronilla.
-Recuérdalo, siempre estaré para ti, Phoenix-.
Lo solté aun completamente incapaz de mirarlo a los ojos, me di
media vuelta y subí al auto. Daniel veía cómo nos alejábamos y
desapareció entre la noche.
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Annie M. Hart

Dos colchones con frazadas yacían en el salón comedor dentro


de la casa de Stella. El aire acondicionado refrescaba el ambiente y su
perrita chihuahua llamada Lizzy estaba durmiendo plácidamente sobre
uno de los colchones. El televisor estaba encendido y la madre de
Stella se hallaba frente a él, dormida. Mi amiga se acercó a ella
haciendo putitas de pie y la despertó suavemente besándola en la
mejilla.
-Estamos en casa, Erza- susurró.
-Oh, lo siento niñas. Me he quedado dormida- dijo desperezándose.
Erza Wilson, madre de Stella. Tiene el mismo cabello de su hija,
unos treinta y siete años de edad, dulce, firme y un poco analítica. Nos
miró con sus hermosos ojos grisáceos.
-¿Les molesta que vaya a dormir?-.
-En absoluto- respondí- gracias por todo-.
Aun un poco arrepentida por su actitud, se puso de pie, se
despidió de nosotras y fue a su habitación.
Cuando estuvimos solas, apagamos la TV y nos pusimos el
pijama. Lizzy se despertó una vez que Stella se lanzó al colchón si
piedad haciendo que la perrita saltara del susto.
-La has asustado- la acusé.
-Está acostumbrada- contestó entrecerrando los ojos.
-¿Vas a dormirte tan pronto? No es propio de ti-.
-Tanto estrés hizo que me sienta exhausta. Maldito Tony-.
-Bueno, tuvo la amabilidad de acercarnos a casa. Creo era una
pésima idea llegar solas. ¿Ese pijama es nuevo?-.
Era de algodón color violeta. Tanto el short como las mangas
finas estaban decoradas con rayas blancas y negras como una cebra
y, en el estampado de frente, las letras, con los mismos colores decía:
Zebra Style.
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Annie M. Hart

-¿Te gusta? No está nada mal- respondió ella acomodándose


sentándose como indiecita mientras miraba su ropa.
En cuanto a mí, todavía usaba el mismo desaliñado pijama color
gris con azul, mangas cortas grises y short. Algo simple.
-Yo opino que es hora de que lo cambies. Cuando salgamos de
compras para la fiestita de la zorra, compraremos uno mejor- analizó
Stella haciendo una mueca y asintiendo para sí misma.
-Creo que tienes razón-.
-Pues claro que la tengo. Hablando de opinar… ¿Qué opinas de
Daniel?-.
Y lo inevitable que pasara, llegó. Solté un sonoro suspiro de
impaciencia indicando que no tenía nada para decir del tema y enterré
mi rostro en la almohada.
-No hagas que me enoje- amenazó.
Balbuceé cosas sin sentido. De repente sentí algo esponjoso que
golpeaba mi nuca. Stella me dio un almohadanaso.
-¡Oye!- me quejé levantando la cabeza.
-No evadas el tema- respondió golpeándome de nuevo.
-Si serás…-.
-Contesta mi pregunta-.
-Mmm…- murmuré.
-Si no tienes nada que decir…tengo derecho para entrar en acción-.
-¡Claro que no!- grité inconscientemente.
Tape mi boca con un movimiento fugaz pero ya era tarde.
-¡¡AJA!!- gritó ella satisfactoriamente- ¡Lo sabia!-.
-¿Sabias qué cosa?-.
-Te gusta- afirmó.
-No-
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Annie M. Hart

-Sí, y no puedes negármelo. Tu reacción te delató amiga-.


-No es así. Lo dije sin pensar-.
-Claro- dijo sarcásticamente- es más, ambos se gustan-.
-Deja tus tonterías-.
-¿Has visto como te mira? ¡Diablos, Ellie! Desde el primer día en que
te vio, en el colegio, sus ojos te ven como si un ciego viera el mundo
por primera vez. Brillan, lo puedo jurar- añadió colocándose una
mando en el pecho.
-Ves demasiadas películas de amor- reí.
-No puedes decirme que no. Tu amiga sabia sabe lo que dice-.
-Por eso tengo miedo-.
-Ya, me ofendes-.
-Hablas demasiados disparates-.
-Niégamelo- insistió- es lindo ¿no?-.
-Eso es cierto- admití.
-¿Y qué hacían antes de que yo llegara? ¿Crees que soy una idiota?
Los pillé al instante ¿Qué hubiese pasado si yo no llegaba a tiempo?
¡Estaban a punto de besarse!-.
-No es cierto, deja de hacer un escándalo-.
-Te odio. Pésima amiga. Oculta secretos. Falsa- murmuraba entre
dientes.
-Eres molesta-.
Nos quedamos unos segundos mirándonos a los ojos
entrecerrándolos con mirada desafiante hasta que ambas estallamos
en carcajadas. Nos tapamos la boca pero nuestras risas no cesaban.
-Tu madre nos dará un reto de muerte- susurré.
-Está dormida, si no aparece como zombie, estamos a salvo-.
Me reí nuevamente.
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Annie M. Hart

-En serio, prométeme que si algo sucede con Zimmer, debo ser la
primera en saberlo- pidió.
-Cuando no-.
-No lo negaste- canturreó.
-¿Quieres pelear?- la amenacé con la almohada.
-Acepto tu desafío- dijo fingiendo una voz masculina e imitándome.
Pero un extraño ruido nos sobresaltó. Parecía el chirrido de
garras contra algo vidrioso. Creímos que era Lizzy pero la cachorra
dormía sobre uno de los sillones más pequeños frente al TV. Pensé
que tal vez fue algo mío pero Stella también lo oyó. Entré en pánico,
estas cosas me sucedían a mí solamente y no quería tener que
involucrar a mi amiga en lo que sea que esté sucediendo conmigo.
¿Será algo de nuestra imaginación? El mismo ruido retumbó en la
sala y esta vez provenía de nuestras espaldas. Ambas dejamos caer
las almohadas y nos pegamos una a la otra incapaz de hacer algún
otro movimiento.
-¿Qué demonios es eso?- susurró Stella con la voz temblorosa.
No podía responder. Mis ojos vagaban con miedo en cada rincón
de la casa. Nuevamente aquel ruido resonó más fuerte y más
prolongado, casi parecía el grito de una mujer. Noté que Stella quería
gritar pero, por temor en despertar a su familia, tapó su boca con
brusquedad.
-¿No estarás jugándome una broma?- dijo sin destaparse.
-Estás loca, sabes que jamás haría algo así-.
-Pensaba en el milagro de que me dijeras que sí-.
-¿Y si pones un poco de música? Tal vez así nos calmemos- sugerí.
-Sería buena idea si no lo hubiese dejado en mi habitación sobre mi
cama, debajo de la ropa que me saqué-.
-Idiota-.
Al ver que nada pasaba, logramos relajarnos un poco pero la
tensión y el miedo aun estaban presentes. Decidimos acostarnos en
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Annie M. Hart

un mismo colchón, debido a que no nos animábamos a estar


separadas. Cuando creímos que había cesado, las garras rasgaban
algo metálico y oímos el rechinar de unos dientes. Ambas nos
abrazamos.
-Tengo un plan- dije.
-Si eso significa salir del colchón, olvídalo-.
-Voy a rezar-.
Mi cuerpo temblaba de forma exagerada, me arrodillé con temor
en levantar la vista y entrelacé mis manos. La mirada de Stella me
perseguía con los ojos cargados de pánico. Creí que diría algo pero la
mirada de seguridad que le lancé la hizo callar. Comencé a rezar en
voz baja. Oí pesadas zarpas, las mismas que sentí en la casa de los
Stanley. Solté mis manos y sujeté el dije en mi cuello.
Corazón libre.
Alas.
-Danel- susurré como siempre, sabiendo que era mi salvación.
-No voltees- murmuró una suave voz- ve junto a Stella y no miren a
sus espaldas. Quédense juntas-.
Inmediatamente corrí hacia ella y nos abrazamos.
-¿Qué sucede?- preguntó con la voz temblorosa.
-No miremos hacia atrás. Ni se te ocurra moverte-.
-¿Por qué lo dices?- insistió cerrando más fuerte sus ojos
Sus pestañas brillaban por pequeñas lágrimas.
-Debemos hacerlo-.
-¿Quién te lo dijo?-.
No respondí. Solo rogaba que esto fuera solamente una
pesadilla para Stella. Pero sabía que era real. Otra vez algo me
acechaba, estaba segura.
Estaba allí. Esperando.
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Annie M. Hart

Stella se removió y me desperté sobresaltada. Ella aun dormía.


Alcé con temor la vista y vi que eran las 9 a.m, me desperecé sin
moverme mucho y dejar que Stella siguiera durmiendo. Cuanto
deseaba realmente que todo haya sido una pesadilla, que nada había
ocurrido realmente. A decir verdad yo estaba acostumbrada a este tipo
de cosas pero jamás que alguien más las viviera junto a mí. Me senté
en el colchón y refregué mi cara con las manos para despertarme y
despabilarme. En la casa había un gran silencio, solo se escuchaban
las respiraciones nuestras.
Nuevamente mi ángel nos protegió.
¿Quién era él? ¿Por qué siempre me cuidaba? ¿Por qué
contestaba a mis llamados sin falta por más estúpido que sea? ¿Por
qué? Antes nunca me había cuestionado pero las cosas cambiaron,
todo era más intenso y, por alguna razón, lo que sea que esté
sucediendo tenía un significado. Seguramente alguien me buscaba.
Pero ¿Quién? O ¿Qué? ¿Por qué?
El estruendo de pesadas cadenas retumbó en el pasillo. Mi
cuerpo dio una fuerte sacudida y miré a Stella. Gracias al cielo aun
dormía. Mi corazón latía tan deprisa que podría delatarme. Algo me
decía que debía ponerme de pie e ir a investigar pero ya me había
sucedido antes. En realidad todo era mentira, juegos de mi engañosa
mente. Alucinaciones. Desde pequeña que veo cosas, cosas extrañas
y aterradoras. Pero siempre que tenía miedo, mi ángel me protegía.
Ahora estaba sola, no sería justo pedirle siempre que esté
pendiente de mí. Supongo que suelo tratarlo como un gran amigo,
podría llamarle a Dylan…No. Tenía que dejar de ser cobarde. Me
acurruqué en el colchón dándole la espalda a Stella, cerré los ojos a
medida que sentía mis párpados pesados mientras lograba ver la
figura de un hombre en la distancia.
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Annie M. Hart

-Ellie- oía lejanamente- ¡Ellie despiértate!- me zamarreó.


-Ya, ya. Estoy viva- dije con la voz adormilada.
-Tu madre estuvo llamando al teléfono, ¿sabes qué hora es?-.
Negué sin abrir los ojos.
-Las 15:22 p.m. mueve tu trasero del colchón y vamos a almorzar- dijo
Stella destapándome.
-Mierda- me quejé.
Al fin y al cabo logré dormir un par de horas más pero mi mente
seguía cansada. Stella estaba animada como siempre, con su cabello
arreglado y vestida. Por la expresión de su rostro supuse que no
recordaba nada de lo que pasó anoche. Mejor.
Vestí unos vaqueros azules y rotos con una musculosa suelta
color verde manzana y unas zapatillas de jean azul. Arreglé mi maraña
de cabello, lavé mi cara y mis dientes y bajé a almorzar. La cocina
estaba inundada con el olor a fideos con albóndigas y salsa.
-Al fin despiertas niña- rió Erza.
-Lo siento. Estaba realmente exhausta- respondí con una sonrisa.
Miré de reojo a Stella esperando ver una señal de espanto al
recordar lo de anoche pero ella comía vorazmente su plato de comida.
Me relajé.
-Tu madre dijo que vendrá dentro de cuarenta minutos- musitó Erza.
-Gracias- respondí tragando.
-Ufa- se quejó mi amiga- tenía planeado tomar sol-.
-No tengo ropa de baño-.
-Podía prestarte una. Tengo sin estrenar- refunfuñó.
-Planes arruinados-.
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-Planes arruinados- asintió ella.


Cuando acabamos de comer, levantamos la vajilla sucia,
lavamos, arreglamos nuestro desastre y me tiré al sillón colocando a
Lizzy sobre mi regazo. La perrita se acomodó y apoyó su cabecita
sobre sus patas cruzadas.
-El viernes saldremos de compras- dijo Stella- ropa de baño, un lindo
pijama y ropa playera. En esa fiesta romperás corazones, te lo
aseguro. Y no solo eso, tendrás a Daniel aun más a tus pies-.
-Deja de hablar de eso- dije riendo.
El claxon del auto de mi madre sonó.
-Bien, nos veremos mañana en la escuela- musitó Stella colocándose
de pie.
Dejé a la perrita en el suelo y la seguí.

Me senté frente a mi escritorio. Tenía planeado hacer otro


capítulo de la historia que estaba haciendo: una protagonista segura
de sí misma que pierde a su mejor amiga de forma extraña y que,
junto con un viejo amigo de la escuela primaria, la buscan por todos
los lugares posibles e imposibles, mezclando la magia y la fantasía.
Iba por el capítulo doce pero hace días que no estaba inspirada para
continuarla. Me devané los sesos y luego pensé en que escribir algo
desconcentrada, no saldría nada bien. Elizabeth hacia la cena
mientras que yo debía encargarme del desastre sobre mi cama. Mi
habitación era bastante espaciosa pero una pequeña pila de ropa
acumulada le daba un aspecto de que allí vivía un ermitaño en vez de
una simple adolescente. Cuando acabé me lancé sobre la cama para
relajarme. Apenas eran las 20: 47. De repente mi móvil sonó indicando
que Dylan me había mandado un mensaje de texto.
“¿Llegaste bien? ¿Pasó algo anoche?”
98
Annie M. Hart

Supuse que Stella le contó lo que pasó antes de ir a casa.


Aunque la idea de que únicamente estaba sola en la calle a altas
horas de la mañana, no suponía algo tan grave a menos que Stella
hubiese visto a los rapados y pelirrojos que me atacaron. Me dio un
escalofrió y a la vez sentí alivio de que ella no estuvo ahí conmigo.
“Estoy bien, gracias por preocuparte :), no pasó nada”.
En cierto modo su preocupación llamó mi atención. No era de
enviarme mensajes. Dylan es un tipo bastante frío.
-¡Ellie ya está la cena!- gritó mi madre.
-¡Voy!-.
La mesa ya estaba puesta con la comida lista sobre ella.
Estofado de carne con ensalada de tomate y una Coca-Cola.
-¿La pasaste lindo?- preguntó.
-Por supuesto, Tony nos llevó a casa. Se hizo muy tarde y no dejaba
que nos fuéramos solas- respondí tragando un pedazo de carne.
-Me agrada ese muchacho-.
-Sí pero es un idiota- reí.
-Acuéstate temprano. No quiero oír quejarte mañana- me advirtió.
-Sí sí-.
Ella aun llevaba el anillo sobre su dedo. Sonreí.
-Ayer me di una vuelta por la joyería- dijo mirando su mano- Daniel
estaba trabajando. Ya veo de dónde sacó lo apuesto, su padre es
encantador. Se veía bastante joven-.
-No lo he conocido. Cuando compré el anillo solo estaba Dan- dije
tomado un sorbo y luego cortando más de mi comida.
-Ambos son encantadores- musitó en tono risueño.
-¿Terminaste?- pregunté levantando mis cosas.
Ella asintió acumuló la vajilla sucia.
99
Annie M. Hart

Lavé los platos, ella secó y entre ambas guardamos. Luego, le


deseé buenas noches y fui a mi habitación.
Suerte que dejé la lámpara prendida. Aborrecía cómo lucía en la
oscuridad. Era imposible no sugestionar y creer que sombras te
acechaban o que algo saldría del placard o golpeara fuertemente la
ventana. Nunca pude dormir allí a oscuras.
Coloqué mi desaliñado pijama, me arrodillé y recé.
Pero cuando acabé, no me agradó en absoluto lo que sucedió.
Debí haberlo previsto. La débil luz de la lámpara titiló muchas veces
hasta apagarse por completo, en la nuca sentí una fuerte respiración y
como si unas frías manos se posaran en mis hombros. Pegué un salto
hacia la cama y abracé las piernas contra mi pecho.
-No es real, no es real- repetía sin cerrar los ojos.
Ni siquiera sabía si estaban abiertos.
La puerta del placard chirreaba, el vidrio de la ventana, gritaba, y
el silencio de voces que había era aun más aterrador. Sin pensarlo
dos veces tapé mis oídos.
-¡¡Daniel!!- grité cerrando fuertemente los ojos.
Al cabo de unos segundos, algo me rozó los brazos. No era
aquél tacto helado, eran manos suaves y fuertes. Me estrecharon
contra el pecho desnudo de alguien, sin levantar la vista me entregué
a quien sea que fuera luchando por no romper a llorar.
-Tranquila Phoenix- dijo una voz conocida.
Lo miré. Su voz me obligó a saber de quién se trataba.
Era Daniel. Pero no, el no podría estar aquí a pesar de que el
tacto era tan real. Siempre pasaba, las alucinaciones eran traicioneras
conmigo. Mis ojos trataban de confirmar lo que veía, la f irmeza de su
pecho, la amabilidad en sus ojos turquesas, la delicadeza de la forma
de sus labios, la línea de su ceño fruncido por la preocupación el cual
se suavizó cuando vio mi rostro y esbozó una sonrisa.
-¿Tenías miedo?- preguntó.
100
Annie M. Hart

Era una alucinación o tal vez un sueño, supuse que no estaba


mal hablarle. Estar con él de la manera que fuera me relajaba.
Asentí pegándome más a él aferrándome al miedo de que
desaparezca.
-Han pasado demasiadas cosas- susurré.
-Lo sé- dijo seriamente.
Quería preguntarle qué era lo que sabía pero no, no era
necesario hablar de ese tema.
-Gracias. Últimamente es algo que te digo cada vez que nos vemos-.
-Para eso estoy-.
¿Qué me diría si le preguntaba qué diablos hacia en mi
habitación? ¿Realmente me preocupaba? ¿Era un sueño? Por
supuesto que lo era. Nada de esto tenía sentido.
Fascinada e imposible de ocultarlo deslicé mi dedo por la forma
perfecta de su pecho. Respiré pausadamente recobrando el ritmo de
mi corazón. La luz nuevamente se encendió, los ruidos cesaron y pude
ver mejor el rostro de Daniel. ¿Por qué por alguna extraña razón lo
veía tan diferente? ¿Mis sueños pretendían cambiarlo? ¿Por
qué…lucía más perfecto que lo normal?
El acarició mi cabello.
-¿Sucede algo, Phoenix?- preguntó con su usual mirada.
-No, nada- respondí mirándolo.
No quería despertar. Me sentía bien y a salvo con él. Era igual a
un ángel. Tal vez…tal vez Stella tenía razón. O solo pensaba esto
porque nada era real.
De pronto el me abrazó y besó mi coronilla. Respiró
profundamente y se alejó lentamente. Mi mano lo detuvo deslizándose
por su mandíbula y su boca. Me acerqué a él y dejé que mis labios
acariciaran los suyos.
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Annie M. Hart

Capítulo 9
Pandora Cross
Desperté más iluminada que nunca. Aquellas energías que
siempre me abandonaban estaban presentes bombeando adrenalina
en mis venas. Una poco usual sonrisa mañanera asomaba mi rostro
aun adormilado, vestí el uniforme, arreglé mi espantoso aspecto
pálido, cepillé mis dientes y fui a preparar el desayuno. Elizabeth no
estaba en la cocina. Fue algo extraño, siempre solía levantarse al
mismo tiempo o antes que yo y hacía el desayuno mientras me
quejaba diciéndole que era tarea mía. De pronto recordé lo de anoche
y el extraño hombre en la casa de Stella.
Entré en pánico. Empalidecí más de la cuenta. Dejé el bolso
bruscamente sobre la silla más cercana y corrí hacia la habitación de
mi madre. Ella yacía acostada con un trapo mojado sobre su frente. Su
pecho se elevaba y descendía con una respiración profunda pero a
medida que hacia aquél diminuto movimiento, gemía.
-¡Mamá!- grité alarmada y colocándome a su lado.
-Oh, vaya, ¿ya es la hora?- preguntó con voz débil- lo siento hija,
anoche me engripé. La Sra. Parker tenía un resfriado y parece que me
lo pegó-.
-Me quedaré contigo-.
-Hija, debes ir al Instituto. Esto no es nada ¿crees que algo tan débil
vencerá la voluntad de hierro de tu madre?- espetó, ofendida y
elevando el tono de voz.
Me reí.
102
Annie M. Hart

-Comprendo pero si algo te sucede mientras no estoy…-.


-¿Qué puede pasar?-.
“Que una extraña alucinación cobre vida, te llevé y te tome de
rehén” pensé.
-Supongo que nada pero aun así…- musité con una mueca de
inseguridad.
-No te preocupes por mí. Cuídate. Si irás caminando, apura el paso y
llámame cuando llegues-.
-Okey- suspiré resignada- pero te cuidas. No hagas nada innecesario.
Quédate en la cama, cuando regrese haré el almuerzo-.
-Sí, sí. No hagas mí papel. Me siento ofendida-.
Reí nuevamente.
-Será por esta vez- dije besando su mejilla.
-¡No me beses! Te contagiarás- gritó.
Me giré y le saqué la lengua.
Preparé un desayuno simple: una taza de té, dos medialunas,
jugo natural de naranja y azúcar. Tragué todo a velocidad luz, tomé mi
bolso, las llaves y salí cerrando ambas puertas a mis espaldas. Había
avanzado unos pasos cuando recordé algo. La joyería estaba de paso
¿y si buscaba a Daniel? Supongo que no estaba mal, somos
compañeros de clase ¿no?
Y mientras pensaba…estaba frente a la puerta de La Perla con
un cartel que decía: cerrado. Iba a golpear un poco temerosa pero se
abrió antes de que mis nudillos hicieran contacto.
-¿Phoenix?- musitó Dan, sorprendido.
-Amm, hola Dan. Quería saber si…bueno si…-.
-¿Si podemos ir juntos?- completó con una enorme sonrisa.
-Bueno, verás- giré el rostro disimuladamente para evitar mirarlo-
mi…mi madre está engripada y le preocupa que vaya sola y
103
Annie M. Hart

bueno…me…dijo que sería una buena idea que…fuéramos juntos-


finalicé frotando mis manos con impaciencia.
-Supongo que está bien- contestó encogiéndose de hombros- ¿tú
estás bien?- preguntó cerrando la puerta.
-Por supuesto- aseguré- ¿Por qué lo preguntas?-.
“Anoche estuviste conmigo… ¿no lo…recuerdas?” pensé pero
de pronto recordé todo. Todo. Me sonrojé hasta la médula. Idiota, solo
había sido un sueño, no tenía porqué actuar de este modo tan
vergonzoso. Agaché la mirada mientras caminaba junto a él para que
mi cabello tapara mis mejillas encendidas.
-¿Has visto tu cara? Tienes ojeras- rió.
Sus palabras borraron el sonrojo como si nada hubiese
sucedido.
-¿De veras?- grité exasperada- ¿está muy mal?- hurgué en mi bolso
hasta hallar mi teléfono y usar la pantalla como espejo.
-Solo bromeo, tonta- dijo tapando el cristal con su mano- estás bien-.
-Siempre tan gracioso- dije sarcásticamente.
Continuamos caminando absortos en un inmenso silencio
incómodo. Daniel avanzaba a mi lado escuchando música con unos
auriculares mientras que yo iba con las piernas torpes mirando todo de
reojo y a él de soslayo con mi cabello nuevamente sirviéndome como
cortina salvavidas. Mis mejillas estaban rojas otra vez. Mi sueño
seguía torturándome, su imagen junto a mí era imposible de borrar.
Sus brazos fuertes a mi alrededor, su pecho desnudo perfectamente
dibujado brillando por un débil halo de luz gracias a la lámpara, sus
hombros firmes, su cabello dorado y un poco desarreglado, sus cejas
relajadas, sus brillantes y fascinantes ojos transparentes. Y sus labios,
suaves. Tentadores.
Mi sueño se dejó vencer por ellos, entregándome por completo.
A pesar de no haber sido real, el contacto fue indiscutible.
Tarde me di cuenta de que lo estaba observando de pies a
cabeza. Él se percató de mi mirada, quitó sus auriculares y me miró un
poco confundido.
104
Annie M. Hart

-¿Tengo algo en la cara?- preguntó.


Sentí como el rubor bañaba todo mi rostro pero no pude
esconderlo.
-Estas roja como un tomate- rió.
-Yo…-balbuceé.
-No me molesta que me mires, no tienes porqué ponerte incómoda-
dijo palmeando delicadamente mi cabeza con su mano.
-No es eso…-musité un poco molesta conmigo misma.
Daniel me miraba. Quitó su mano pero sostuvo unos segundos
un mechón de mi cabello sin desviar sus ojos de mí. Recorrieron mi
rostro y se detuvieron en mis labios.
-Llegaremos tarde- dijo dándome la espalda.
El aire que parecía haber estado en mis pulmones salió
disparado e impaciente. Sin darme cuenta, estábamos en la entrada
del instituto.

-Te vi- dijo Stella con tono malicioso.


-Deja de andar con desconocidos- me retó Dylan.
-Oigan, dejen de hablar estupideces. Dan vive cerca de mi casa, mi
madre está engripada y asiste al mismo salón de clases que nosotros,
Dylan-.
-Sí, sí, eso ya lo has dicho- continuó ella con el mismo tono de voz.
-¿Entonces? ¿Tu plan es provocarme o hacerme quedar en ridículo?-.
-Supongo que ambas- respondió sin un ápice de piedad.
105
Annie M. Hart

-Stella, de veras, siento que tu trasero es un imán hacia mi asiento-


musitó Daniel regresando al salón del clases luego de que la
campana, finalizando el primer recreo, sonara- si tanto lo deseas,
podemos cambiar de lugar-.
Stella estalló en carcajadas.
-No te preocupes- dijo aclarando su garganta- así estoy bien, no
puedo soportar estar lejos de ti, Daniel. Es una excusa para que me
hables-.
-Siento no haberme dado cuenta. Soy consciente de lo irresistible que
soy-.
Sus movimientos dramáticos y voces sarcásticas daban señales
de ser una estúpida obra de teatro. A pesar de sus diálogos eran
idioteces, no pude evitar reírme. Golpeé amablemente el hombro de
Dylan con mi puño pero él tenía la vista fija y seria en Daniel. Algo en
mi amigo me intimidó, sus ojos oscuros y negros parecían pozos sin
fondo lleno de secretos que escrutaban a Daniel con acusación y
cautela, como si tratara de dejarlo al desnudo o esperando el
comentario perfecto para dar a luz una verdad descubierta, ¿habrá
estado investigando sobre él como dijo? De repente la curiosidad me
invadió, quería saber lo que sea que los ojos de Dylan trataban de
delatar.
-Dylan…-.
Él volteó el rostro para mirarme pero la profesora de
Matemáticas atravesó la entrada del salón. Usaba un vestido largo
color crema resaltando su bronceado caribeño exagerado haciéndola
parecer más alta y delgada, su cabello rubio teñido dejaba ver sus
raíces oscuras enmarcando con mechones rebeldes su chupado rostro
maquillado. Llevaba un bolso de marca color rojo que combinaba con
sus zapatos de satén del mismo color escarlata. Sus brazos colgantes
y debiluchos intentaban con fracaso cerrar la puerta, frustrada dejó su
bolso sobre el banco del alumno más cercano y la empujó con
violencia. Una vez que acabó, acomodó los mechones de cabello
desarreglados, recuperó su bolso y saludó a la clase.
-Y ella es…- susurró Dan.
-La Sra. Twingles- contesté.
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Annie M. Hart

-Se ve un vejestorio amargado- comentó.


-Acertaste. Las matemáticas no son su verdadero fuerte. Tal vez
trabajó en el regimiento en una de sus vidas pasadas- dije.
-Su rostro indica que sí- me apoyó, riendo.
-Silencio- vociferó abriendo su libro- como veo que nadie aun ha
comprado el material de trabajo, comenzaré a explicar logaritmos,
presten atención, dudo que explique nuevamente a mocosos
distraídos- finalizó golpeando el escritorio con la punta tapada del
marcador.
-Profesora- alzó la mano Wendy, una muchacha tímida y
responsable- la semana pasada dijo que podíamos tener el libro, como
límite, a fines de mes y comienzos de abril-.
Toda la clase murmuraba dándole la razón.
-Bien, si eso dije, que así se haga. Mientras tanto quiero ver sus
cuadernos con todo anotado- exigió.
-¿Te agradan las matemáticas?- le pregunté a Daniel.
El vaciló antes de asentir con la cabeza.
-Solo un poco, veo que a ti no-.
-Ya, deja eso. No leas mi mente- musité con miedo fingido.
-Tu rostro te delata, Phoenix-.
Copié y escuché la clase de la Sra. Twingles. No me agradaban
las matemáticas y mucho menos yo a ellas, no tengo el placer en
conocerlas y ni siquiera ellas tienen el gusto de que así sea. Algo
mutuo y recíproco. Pero gracias al cielo no reprobaba esta materia,
recuperarla sería una tortura terrible. Al ver que mis ejercicios dieron el
resultado esperado, dejé la tarea a un lado y comencé a hacer
bosquejos en una hoja sin usar. Recordé el impecable y perfecto
dibujo de Dan y me dije que jamás sería capaz de igualar un talento
como ese. Hice lo que pude y plasmé la figura de una sirena sobre
una roca dándole la espalda al espectador por observar como un
navío pirata se perdía en la lejanía del océano. Sentí nostalgia, amaba
el mar, la arena y la playa. Con mi padre solíamos salir a caminar en la
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Annie M. Hart

madrugada mientras él me contaba sobre barcos piratas y


embusteros. Era divertido.
-Nada mal, novata- musitó Daniel.
-Gírate, esta mujer indudablemente te regañará como nunca nadie en
el mundo-.
-Mirarte es más entretenido-.
Levanté el rostro y me topé con sus ojos observando mi boceto
con profesionalismo y análisis. Me sentí un pequeño insecto
comparado a como él miraba con atención cada detalle persiguiendo
con la mirada las líneas que conformaban las siluetas. Sus pestañas
largas enmarcaban sus delicados ojos dándoles más profundidad y
resalte. Lo giró para observarlo de frente y acarició su mentón,
pensativo. Luego asintió para sí mismo.
-Nada mal- repitió- me agrada- sonrió.
Sus labios esbozando aquella sonrisa me dejaron sin aliento,
haciendo que mi corazón bombeara más deprisa. Su cercanía me
ponía demasiado nerviosa. Estúpido y endemoniado sueño, él era el
culpable de que yo no podía reaccionar de forma coherente. Todo mi
rostro se cubrió de aquél familiar ojo intenso.
-¿Ahora qué sucede?- preguntó, preocupado.
-Déjalo- contesté guardando mi dibujo sin levantar la vista hacia él.

-Si sigues lavándote el rostro de esa manera terminarás dándote un


baño- dijo Stella apoyada en la mesada jugueteando con su cabello
suelto.
-¿Ya no estoy roja?- pregunté.
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Annie M. Hart

-No, llevo diciéndotelo hace diez minutos. No quiero perder más


tiempo aquí-.
-Primero que nada ¿por qué saliste del salón roja como un tomate?-
preguntó Dylan, frustrado.
-No es por nada importante-.
-De seguro es por el niño bonito- se quejó él.
-Dylan…-mascullé.
-¿Qué?-.
-Últimamente estas extraño. Más extraño de lo normal, comienzo a
preocuparme- dijo Stella colocando una mano en la frente de él.
-No me sucede nada- se apresuró en contestar apartando la mano de
ella.
-Eres envidioso- lo provocó Stella.
-Y tú una engreída psicópata- desafió Dylan.
-Quieren callarse- grité- harán que mi cabeza explote. Y aun debo
soportar una hora más de clases en Geografía y Filosofía- agregué
refregando mis sienes.
-Filosofía es agradable- mencionó Stella un poco sorprendida por mis
palabras de queja.
-Lo sé, solo lo decía por Geografía- contesté suspirando
pesadamente- regresaré al salón, no estoy de ánimos para seguir
charlando-.
Dicho esto, les di la espalda y comencé a alejarme. Oí como
Stella me llamaba pero no tuve intenciones en voltearme. Estaba
cansada y molesta conmigo misma y no quería reaccionar
violentamente con personas que no tenían nada que ver con mis
problemas personales.
Por el rabillo del ojo noté como las chicas de mi edad del otro
salón parloteaban energéticas unas con las otras, hablando, de
seguro, sobre chicos, ropas, esmaltes y maquillaje. Una charla normal
y divertida. Me imaginé en esa posición con el cabello
109
Annie M. Hart

exageradamente peinado como para ir a un Instituto, mi pálido rostro


maquillado tapando hasta la más minúscula imperfección con los ojos
delineados y sombras suaves, labios cubiertos de labial rosa, pulseras
y collares por doquier cada uno con colores y formas diferentes, la
camisa prendida dejando ver un toque de provocación al ver que se
asomaba un poco del encaje del brasier, zapatos lustrados, bolsos
grandes y de marcas caras, uñas con manicura perfecta, bañadas en
perfume y con una mirada cargada de arrogancia y superioridad.
Sacudí la cabeza con violencia para borrar aquella horripilante imagen
de mi mente y a la vez negándome a mi misma de lucir algún día de
aquella manera. No se acercaba para nada a mi estilo. Ser una Sam
no era para mí.
Me senté en los bancos alargados de mármol cubierto con
azulejos negros enterrando el rostro en mis manos. Absolutamente de
acuerdo: yo era una estúpida de alto nivel. Ahora comprendía tan solo
un poco a las protagonistas de los libros cuando actuaban de forma
extraña e idiota. Aunque no era todo mi culpa, el único hombre que me
hizo sentir diferente fue Peter y aun así jamás pude lograr
comportarme tan tímidamente con él ¿Será porque él nunca me habló
con palabras dulces? ¿Qué nunca me protegió ni estaba allí para
sacarme siempre una sonrisa? Su forma de “amarme” era sutil, casi
silenciosa pero tierna, a veces me daba la sensación de que él no
quería que nos vieran juntos, como una relación en secreto.
Ahora comprendí que era cierto. Pero no de la manera que
esperaba en ese momento. Peter era el típico Don Juan Casanova con
muchas chicas a sus pies. Realmente me llamó la atención que se
fijara en una muchacha poco atractiva y enclenque como yo pero
claro, en ese momento, estaba cegada por él, feliz y dentro de un
sueño realizado. Era imposible que notara sus actitudes delatantes.
Estaba enamorada de él. Pero ahora solo tenía dolor, resentimiento y
odio, sentimientos que escasas veces albergaba dentro de mí. A
veces, cuando recordaba ese año, deseaba llorar de tristeza y pérdida
de tiempo, era más pequeña pero aun así había dejado un agujero en
mi pecho, era mi razón de existir. Ahora me sentía vacía, un vacío que
solo se llenaba momentáneamente cuando estaba con mi familia y mis
amigos.
Hasta que llegó Daniel.
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Annie M. Hart

Daniel y su capacidad para alegrarme el día. Sacándome


sonrisas.
Daniel y sus hermosos ojos remarcados por esas pestañas.
Daniel y su presencia perturbadoramente familiar.
Sacudí mi cabeza nuevamente y me puse de pie. Me molestaba
recordarlo de forma repentina porque el sueño invadía fugazmente mi
mente. ¿Por qué me torturaba tanto? ¿Qué rayos sucedía conmigo?
Pero la brusquedad con la que me levanté hizo que me chocara
con alguien. Me despabilé y noté que se trataba de una muchacha un
poco más baja que yo, tenía los rulos cafés un poco enmarañados
atados en una coleta. Se veía un poco desaliñada pero cuando vi su
rostro, cambié de opinión. Sus ojos azules estaba sombreados por
largas pestañas negras dando la sensación de que estaban
delineados, labios finos, en sus pómulos se asomaban algunas pecas
rebeldes y tenía un pequeño lunar pajo el ojo derecho. Percatándome
tarde, el contacto brusco con mi cuerpo hizo que los libros pesados
que llevaba en sus manos cayeran estrepitosamente al suelo.
Reaccionando la ayudé a acomodarse.
-Lo siento- dije- lamento ser tan brusca- traté de sonreír.
-Descuida-sonrió ella con sus blancos dientes- debería ser más
cuidadosa-.
El libro que recogí era Hamlet de William Shakespeare.
-Buena elección- musité devolviéndoselo.
-¿A ti te gusta leer?- preguntó con ojos iluminados.
Su pequeño y bello rostro centelló con esperanza. Allí mismo
noté que debía tener un año o dos menos que yo.
-Por supuesto- asentí.
-¡Es una gran noticia!- saltó- en este cuchitril ninguna persona decente
sabe leer. La biblioteca es un desierto, el maldito bibliotecario jamás
aparece y debo buscar los libros por mi cuenta. Si algún día le robo
alguno o se me cae una estantería encima, me las pagará y decidirá
por fin mostrar su cara- añadió encerrando el puño con furia.
111
Annie M. Hart

-Lo mismo pensé yo- admití con una risita.


-Perfecto. Me ayudarás con mi venganza- bromeó extendiendo su
mano libre hacia mí- Soy Pandora Cross de cuarto año-.
-Ellie Crowen de quinto- respondí estrechándosela.
Pandora charlaba animadamente conmigo sobre los libros que
había leído. Para mi sorpresa teníamos los mismos gustos y no pude
evitar emocionarme con su conversación. Era una chica encantadora y
simpática. Llevaba la camisa bien acomodada. Mangas arremangadas
hasta arriba del codo. Medias negras cortas y el saco atado en su
cintura. Me pregunté si no le molestaba que se arrugara cuando
llegara a casa.
Tristemente la mejor charla que tuve en el día se vio
interrumpida por la maldita campana. Pandora tomó sus libros y me
saludó estrechando mi mano.
-Fue un placer, Crowen. Seremos grandes amigas- dijo guiñando el
ojo- espero volver a tener una charla como esta de nuevo- gritó
alejándose.
-Dalo por hecho- grité.
Hablar con ella logró que me relajara considerablemente. Sonreí
satisfecha y agradecida por la nueva extraña que conocí hace unos
minutos.
Stella estaba de pie hablando con Dylan. El semblante de él
estaba serio mientras que el de ella estaba con el ceño fruncido y
haciendo pataletas. Estaban discutiendo.
-¿Por qué tanto escándalo?-.
-¡Dylan sigue ofendiéndome! Y no quiere admitir que se está
comportando de forma extraña. De por sí siempre fue raro, pero si
antes no sonreía, imagínate ahora. Es un completo desconocido para
mí-.
-¿Siguen discutiendo con lo mismo?- reí.
-¡No es gracioso!- chilló Stella.
-Dylan, necesito hablar contigo- musité.
112
Annie M. Hart

-Eso es. Enséñale quien es el extraterrestre aquí-.


Dylan, antes de darle la espalda y entrar conmigo al salón, le
sacó la lengua.
Caminamos y me detuve al final del cuarto. Paré en seco, lo
encaré y crucé los brazos sobre el pecho.
-¿Qué?- preguntó.
-Stella está en lo cierto. Estás extraño-.
-Juntarme con ustedes no me hace ver normal-.
-No es momento para bromear. Se lo que sucede, vi cómo mirabas a
Dan esta mañana-.
-Lamento si ofendí a tu novio-.
-No lo es- me apresuré en responder a la vez que suspiraba. Bien,
pareció un suspiro de impaciencia- has estado husmeando en sus
datos ¿verdad?-.
El escondió las manos en los bolsillos mientras miraba a su
alrededor, disimulando que nada pasaba. Luego asintió sin mirarme.
Mi mente hizo un clic y lo obligué que me mirara.
-¿Qué has averiguado?- pregunté tratando de disimular mi ansiedad.
El negó pesadamente con la cabeza y parecía molesto con esa
idea.
-Eso es lo que me molesta. Nada. Los datos de inscripción están
vacíos, la joyería de noche está cerrada y realmente parece
abandonada. Ni siquiera su número figura en la guía telefónica-.
-Vaya, un maestro del escondite- musité con sarcasmo.
-¿No te asusta no saber nada de él?- preguntó.
-No mucho, él tampoco sabe mucho sobre mí-.
-La diferencia es que él si puede averiguar cosas sobre ti-.
-No es un acosador, Dylan. Deja de comportarte como un
guardaespaldas-.
113
Annie M. Hart

-No te metas en cosas que no podrás salir. Si llegas a llorar, no será


sobre mi hombro esta vez-.
-¿Quién dice que será así?-.
-Créeme. Él no es lo que parece-.
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Annie M. Hart

Capítulo 10
Encuentro con el pasado
-Tú tampoco- espeté- ya ni te reconozco-.

Filosofía. Última materia del día. El profesor Bernat atravesó el


umbral de la puerta emocionado como siempre. Era el único profesor
que realmente enseñaba con pasión. Llevaba una camisa a cuadros,
jeans negros y zapatos formales, sin dejar el maletín, saludó con una
deslumbrante sonrisa. Llevaba el cabello marrón corto y bien peinado,
observándonos con sus grandes ojos cafés. Debía aparentar tener
cuarenta y dos años, un hombre que parecía más joven de lo que era
debido a las energías que tenía siempre. Me agradaba, él era la razón
de que Filosofía se haya convertido en mi materia favorita. Sin perder
ni un minuto más de tiempo, sacó el marcador y comenzó la clase.
-¿Recuerdan lo que vimos la última clase?- preguntó escribiendo en el
pizarrón el nombre de Sócrates.
-Estábamos viendo los tres filósofos más importantes en la historia de
la Filosofía- respondí animadamente.
-Bien ¿Qué dije sobre él el martes pasado?-continuó preguntando
mientras señalaba el nombre escrito.
-Platón fue su discípulo. Pero Sócrates no dejó ningún escrito
comparado con los demás filósofos, es más, incluso se cree que
115
Annie M. Hart

Platón inventó el personaje de Sócrates. En otras palabras, si esto


fuese cierto, Platón era aun más sabio de lo que creíamos- explicó
Daniel.
-Perfecto. Buen aporte…- felicitó el Sr. Bernat, anotando un esquema.
-Daniel Zimmer- se presentó.
-Lo recuerdo. No asististe la semana pasada, es bueno que estés
informado. Que seas bienvenido- dijo el profesor con una sonrisa.
La clase era, como siempre, increíblemente interesante, todos
mis compañeros, incluida Sam, prestaban atención y participaban en
la clase. Se peleaban por aportar ideas o contestar preguntas, sus
manos se alzaban para opinar o discutir animadamente.
-Esta es la razón por la cual prefieres este tipo de materias y no física
o matemática- murmuró Dan.
-Ajá- asentí tratando de no mirarlo y anotando las explicaciones.
-Y el profesor es realmente bueno, hace que la filosofía sea bastante
sencilla-.
-Sí que lo es-.
Lo miré de soslayo, tenía el ceño fruncido y los labios apretados.
-Lamento si algo que hice te haya molestado- dijo.
-No has hecho nada- respondí dejando la lapicera y mirándolo.
-Entonces dime porqué estás tan extraña- insistió.
-Solo estoy cansada, eso es todo- respondí retomando las
anotaciones.
-En lo posible- musitó el Sr. Bernat- para la semana que viene o la
próxima necesitaré que traigan el libro El mundo de Sofía, es un libro
bastante extenso pero cuenta la mayoría de las teorías filosóficas en
forma de novela, les encantará. Es sencillo de comprender y es lo más
adecuado para su edad- explicó escribiendo el nombre en la pizarra.
Las comisuras de mis labios se curvaron hacia arriba. Ya había
leído ese libro antes, mi tía ama la filosofía y me recomendó que lo
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Annie M. Hart

leyera. Era realmente fascinante, fácil y entretenido. Una buena opción


para estudiantes novatos en la materia.
-¿Lo has leído?- preguntó Dan adivinando mis pensamientos.
-Claro. Es un buen libro- respondí sin borrar mi sonrisa.
-Suena interesante-.
La campana que indicaba el fin del día escolar resonó en el
salón. George Bernat dejó el marcador en su sitio, guardó sus
pertenencias y se despidió con un amable “Hasta la próxima clase”,
entrecerrando la puerta tras de sí. Me puse de pie y comencé a
guardar mi cuaderno borrador pero, sin darme cuenta, el movimiento
dejó caer mi lapicera al suelo. Iba a recogerla cuando una mano
femenina se me adelantó.
-¿Ahora eres amiga de Pandora “rara” Cross?- se burló Sam dejando
bruscamente la lapicera sobre el banco sacudiéndose por una
carcajada.
-¿De qué hablas?- balbuceé.
-Te vi hablando con esa estúpida. Ya eras rara pero
ahora…doblemente rara, Ellie. Esa mocosa está marcada como una
de las más extrañas del Instituto, luego de ti- sonrió maliciosamente- a
diferencia de tus locuras, ella…es realmente especial- rió.
-Explícate- pedí guardando la lapicera en la cartuchera.
-Ella afirma ver cosas escalofriantes, fantasmas y luces raras. Esas
cosas de frikis. Se debe a que vive sola en una casucha abandonada,
no me sorprende que sus padres la hayan dejado-.
-Ya basta, zorra- gruñó Stella- no eres quien para hablar de querer y
abandonar-.
-Yo solo lo hacía con buenas intenciones- se defendió Sam con los
ojos cargados de inocencia.
-Ya cállate o te patearé de tal manera que tu trasero de silicona quede
deformado- amenazó mi amiga.
-Lo siento, lo siento- carcajeó Sam- no sabía que mi cuerpo te llevaría
a tener esta clase de envidia, Stella cariño-.
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Annie M. Hart

-¡Repítelo, zorra mugrienta!- gritó Stella golpeando con furia mi banco.


-Solo piénsalo, Ellie. Si quieres mejorar tu reputación, crearía una
buena excusa para fingir que jamás la conociste ¿no has visto que
andaba sola? Es patética- continuó Sam ignorando por completo a
Stella.
Detrás de Sam, junto a la puerta, estaba ella. Pandora. Aun
llevaba los libros sobre sus brazos. Sus grandes ojos azules estaban
abiertos, mordía su labio inferior mientras su mirada demostraba dolor.
Cerré bruscamente mi bolso y aparté a Sam sin importarme las
consecuencias que luego podría conllevar.
-¡¡Pandora!! ¡Espera!- grité cerrando la puerta.
Creo que no fue una buena opción dejar a Sam y a Stella solas.
Espero que mi amiga me perdone. Y como si el cielo me escuchara,
Dylan pasó caminando hacia mí.
-Stella y Sam están en el salón. Evita que hagan una masacre- le grité
sin detenerme.
Él me miró, confundido. Solo espero que haya comprendido.
Pandora aminoró su paso llegando a la reja de la salida, se apoyó
sobre sus rodillas jadeando y respirando grandes bocanadas de aire.
-Pandora- dije deteniéndome junto a ella.
- Oh, Crowen ¿sucede algo?- preguntó recobrándose y forzando una
sonrisa.
-Yo…sobre lo que dijo Sam, bueno…no deberías escucharla. Siempre
habla de más, ya sabes, de esas que tratan de dejar mal paradas a
todas las que cree “inferiores”- dije aquella palabra haciendo comillas
con mis dedos- pero no le hagas caso. De veras-.
-Ella está en lo cierto- me interrumpió.
-¿Cómo dices?-.
-Todo lo que dijo es cierto. Vivo sola pero no es que mis padres me
abandonaran, murieron en un accidente de tren hace cuatro años. No
conocí a mis abuelos y mis tíos no viven en California. Solo la tía
Melanie vive por aquí cerca y se encarga de buscarme. Estoy sola,
118
Annie M. Hart

pero no te preocupes- agregó notando mi rostro sorprendido- se


cuidarme perfectamente, mejor que nadie. Y sobre lo que veo…son
espíritus. Fantasmas. No es nada grave ¿o sí?-.
-Descuida. Para mí no, estoy acostumbrada-.
-¿Tú qué ves?- preguntó.
Supuse que ella conocía los rumores que se hablaban de mí. Por
supuesto, jamás iba a estar en paz con ello.
-En realidad nada en específico. Solo alucino, desde que soy
pequeña-.
-Vaya, creo que prefiero seguir viendo fantasmas- bromeó.
-¿En serio estás bien?-.
-Por supuesto. Siempre estoy sola, ya es costumbre. Ni me importa lo
que piensen de mí. Mis libros y yo somos inseparables- dijo
señalándolos.
Sonreí. Era más pequeña que yo pero su fuerza de voluntad era
mayor. Realmente la entendía y el comentario de Sam comenzaba a
estresarme. Maldita perra.
-¿Harás algo ahora?- le pregunté.
-Mmm, pues nada ¿Qué sugieres?-.
-Ven a almorzar a mi casa. Mi madre está engripada así que la tarea
de cocinar es mía por unos días. Te invito y podrás conocer mi
biblioteca-.
-¡Suena genial!- dijo con entusiasmo- ¿Qué comeremos?-.
-Creo haber visto bifes de pollo en el freezer. Los cocinaré y prepararé
ensalada-.
-Perfecto. Acepto-.
-¡¡Ellie!!- gritó Stella apresurando su paso pisando firmemente.
Oh vaya ¿Qué habrá sucedido?
-Iré a casa con Pandora- dije.
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Annie M. Hart

-Con que ella es- dijo Stella- un placer conocerte. No creas las
boberías que salen de la boca de esa arpía asquerosa. Las amigas de
Ellie son mis amigas- sonrió palmeando la cabeza ruluda de la
pequeña.
-Un placer- sonrió ella.
Luego dirigió su fría mirada hacia mí.
-Me dejaste sola. Encerrada con un zorrino-serpiente. Las quimeras no
me agradan y más si tienen maquillaje importado y cuerpo de plástico-
se quejó- no vuelvas a hacerlo jamás. Si Dylan no hubiese llegado a
tiempo le habría arrancado cabello por cabello. Sabes que odio
cuando critica a la gente sin conocerla. Me da asco. Zorra-.
Gracias Dylan.
-Pandora era el problema- expliqué.
-Ya, lo siento. Fui egoísta. Esperen ¿Dónde está Daniel?- preguntó.
No lo volví a ver luego de que desapareciera al toque de timbre.
Busqué a mí alrededor pero solo vi gentío acumulado, charlando sin
parar y personas regresando a casa. Hasta que hallé la melena
dorada que estaba buscando. Daniel estaba de pie junto a la entrada,
apoyando su espalda en las rejas abiertas y el bolso acomodado en su
hombro. Miraba hacia afuera y parecía relajado.
-¡Dan!- grité sacudiendo la mano.
Iba a intentar comportarme con normalidad, él no tenía la culpa
de que mi sueño haya sido así. Daniel levantó la vista y la clavó en
dirección a nosotros. Comenzó a caminar con las manos en los
bolsillos mientras muchachas pasaban junto a él a propósito y Dan les
dedicaba una amable sonrisa. Una chica lo llamó a la distancia y se
giró para responderle pero algo hizo que vacilara en enderezarse.
Cuando por fin decidió encararnos, su mirada transparente se clavó en
Stella y parecía alarmado. Mi amiga se puso en puntillas tratando de
adivinar de qué se trataba, hasta que comprendió y se puso tensa.
Daniel continuó caminando fingiendo que nada pasaba.
-Stella. Debías esperarme- se quejó Dylan apareciendo.
-Lamento haberme ido sin esperarlas- dijo Dan sonriendo.
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Annie M. Hart

El semblante de Dylan, como si fuera costumbre, se


ensombreció. Bufé.
-Qué sucede- exigí.
-Nada ¿Por qué?- respondió Stella.
No era estúpida. Corrí a Daniel de mi camino, pues algo que
estaba a sus espaldas los había alarmado.
-Oh, vaya. El hijo de Melanie viene por mí. Espérame aquí, Crowen.
Le diré que me invitaste y que luego regresaré a casa-.
Pero no podía escucharla. Su voz se oía lejana, un susurro que
se mezclaba con el murmullo de los demás adolescentes. El suelo a
mis pies parecía agrietarse mientras mis rodillas temblaban haciendo
que pierda el equilibrio. De repente mi bolso parecía pesar sesenta
kilos sobre mis hombros, mi pecho ardía y mis ojos no podían creer lo
que veían. Unas manos se apoyaron en mis brazos, frotándolos y
tratando que mi cuerpo se volteara, pero no, no quería. Mis crueles
ojos estaban fijos en lo que veía.
Un muchacho alto y fornido. Llevaba una camiseta negra con
una extraña estampa, vaqueros rotos y zapatillas de marca. Su usual
cabello castaño oscuro estaba bien recortado y sus ojos marrones
brillaban junto a su blanca y perfecta sonrisa. No lo vi, pero noté como
Daniel se tensaba y Stella trataba de hablar de algo, no podía oírla.
Tal vez el sonido de mi corazón recordando tapaban mis oídos. Ojalá
fuera una alucinación. Pero no. Ahí estaba.
Peter Weiss.
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Annie M. Hart

Capítulo 11:
Mi nombre ¿no te suena?
Oh no. No. No.
Algo se desquebrajó en mi interior. No lo volví a ver desde
aquella humillación. Repitió el año y se cambió de Instituto rindiendo
una equivalencia para evitar perderlo. No quería volver a verlo.
El rostro de Daniel se interpuso entre nosotros. Pero ya era
tarde. Peter me había visto y caminaba hacia nosotros.
-¡Peter!- corrió Pandora- dile a Melanie que iré a casa de Ellie, Ellie
Crowen. Es más grande que yo pero es amable y simpática. Dile que
no debe preocuparse y le avisaré cuando llegue- le explicó
saludándolo.
-Sí, la conozco mejor que tú, Pandora- sonrió él- Hola, Ellie- dijo,
mirándome.
-¿Se conocen?- preguntó ella, esperanzada.
Asentí, incapaz de decir algo.
-Debo regresar a casa. Mi madre se preocupará- logré decir
agachando la cabeza con miedo a que las lágrimas amenazaran con
salir- ¿vendrás conmigo?-.
-Pues claro. Dale ese mensaje a Melanie- dijo Pandora.
-Dalo por hecho- asintió Peter- ¿Cómo…has estado, Ellie?-.
-Bien, gracias- respondí, cortante.
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Annie M. Hart

Stella, Dylan y Daniel se colocaron junto a mí mirando a Peter


seriamente. Dan dio un paso adelante.
-Aléjate- musitó fríamente.
Su mirada helada me recordó a la noche que me salvó en el
callejón, a las afueras de Car&Cup.
-¿Y tú eres…?- preguntó Peter, desafiándolo.
-Daniel-.
-Un placer, Daniel. Tanto tiempo, Dylan, Stella-.
-Ya déjate de esas estúpidas actitudes, Peter. Me dan náuseas-
escupió ella- ya puedes irte. Nadie quiere verte aquí-.
-¿Estás segura? ¿Qué hay de Ellie?- bromeó.
Levanté la vista. Mis ojos estaban vidriosos y apreté los puños,
conteniendo la ira.
-Yo…-.
-Vete- dijo Daniel- aléjate de ella. No vuelvas a aparecer cerca de
aquí-.
-Uy, eres sombrío chico- rió Peter.
-Nadie te quiere cerca, Weiss- dijo Stella como si ese nombre fuera un
insulto- maldita mierda con patas-.
-No has cambiado nada, Stella- meneó la cabeza- el pasado es el
pasado ¿no lo creen?-.
Nadie contestó. Respiré profundamente y apoyé la mano sobre
el hombro de Pandora.
-Vamos, no quiero preocupar a mi madre. No tienes idea de cómo es
cuando se enfurece- reí, haciendo caso omiso de la presencia de
Peter- y debo cuidar de ella. No quiero que se levante y comience a
moverse, es bastante terca. Peter- aclaré mi garganta, como si
hablarle me resultara asqueroso- cuidaré de ella, no te preocupes. Le
avisará a tu madre que llegó entera a mi casa, me conoce así que no
trates de inventar estupideces- finalicé seriamente.
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Annie M. Hart

-Don años sin verte te han cambiado un poco. Estás más atractiva-
sonrió él.
Pero su mirada lasciva me dio asco.
-Gracias, supongo. ¿Podemos irnos?-respondí secamente.
-Vamos- canturreó Pandora.
Para tener tan solo quince años, sus actitudes infantiles parecían
de una niña de diez. Su presencia me agradaba, lo mejor de todo era
que, aun conociendo los rumores, acudió a mí y aceptó una amistad.
Pocas veces ocurría en este endemoniado Instituto, de seguro mi
madre se entusiasmará.
-Bien, no olvides de llamar- dijo Peter rompiendo el incómodo silencio-
Ah, y Ellie-.
Me volteé a regañadientes.
-¿Sí?-.
-A veces me arrepiento de lo que hice hace dos años- dijo sin desviar
la mirada de mí.
-Pues…- tragué con dificultad, desarmando el nudo en mi garganta- yo
me arrepiento de que aquello ocurriera alguna vez- logré dedicarle una
orgullosa sonrisa.
A decir verdad no creí que fuera capaz de enfrentar la situación.
La verdadera Ellie herida hubiese empezado a llorar y de seguro Peter
estallaría en carcajadas. Pero no, poco a poco podía cambiar algo.
Estaba segura.
-Me refiero…al haber estado contigo- agregué dándole la espalda.
Detrás de mí oí los aplausos de Stella. Sin decir una palabra
más, Peter regresó por donde vino. Quería haber visto su rostro, pero
tal vez si lo hacía toda la armadura que creé se desmoronaría.
-Vaya, tenías un lado salvaje- bromeó Daniel colocándose junto a mí.
-No me subestimes-contesté.
-Nunca lo hice. Esa basura de lo merecía-.
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Annie M. Hart

-Mmm, gracias. Por intentar que se alejara-.


-Si te hacía llorar, no dudaría ni un segundo en romperle la cara. Creo
que, por esa vez, Dylan colaboraría conmigo-.
-Sí, seguro que sí- reí- nos veremos mañana-.
-Cuídate, Phoenix- se despidió besando mi frente.
Nos alejamos mientras mi rostro se cubría, como si ya fuese un
hábito irremediable, de rojo.

-¡Wow! Tu casa es hermosa- anunció Pandora dejando los libros y el


bolso sobre el sillón.
-Es pequeña-.
-¿Pequeña? Pequeña es la mía, esto es grande para mí. Quiero ver tu
habitación. Y. Y la biblioteca. Y…el resto de la casa. ¿Tienes
mascota? Con tantos cuartos yo tendría un gato moteado llamado
Charles y tres perros caniches: Dony, Lola y Moogie- dijo contando
con los dedos y haciendo un esfuerzo mental para los nombres.
-Mi madre es alérgica a los gatos. Podría tener un cachorro pero
significaría más gastos y no tenemos mucho dinero. Mi madre solo es
una camarera en el RollingRed y yo trabajo de niñera sábado por
medio. No tenemos un gran sueldo para mantener a alguien más. Si
no, con gusto lo haría. Ups, hablando de ella, ven conmigo. Iré a
presentártela- dije tomándola del brazo sacándola de su asombro
mientras seguía contemplando la casa.
Mi madre seguía acostada pero despierta viendo la TV en un
canal de cocina. Cuando me oyó entrar a su habitación, se enderezó
con menos esfuerzo. Ya no tenía el rostro pálido ni el trapo mojado
sobre su frente.
-No me llamaste cuando llegaste al Instituto- me retó.
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Annie M. Hart

-Ups, lo lamento- sonreí tímidamente- primero se dice hola, ¿estar en


cama te hizo olvidar los buenos modales?-.
-¿Y ser rebelde te lleva a preocupar a tu madre de esa manera?-
sacudió su cabeza pero luego sonrió- ¿Qué tal te fue hoy?-.
-Bien, normal. Aburrido. Es el Instituto ¿es que esperas un milagro?-.
-Ya, comprendo- rió.
-¿Cómo te encuentras?-.
-Mucho mejor, ahora puedo sentarme. La fiebre ha bajado un poco
pero sigo sin ser muy útil-.
-Descuida, te prepararé un caldo de verduras. Mira- dejé que Pandora
se asomara a la habitación- ella es una nueva amiga. Almorzaremos
bifes de pollo. Su nombre es Pandora Cross. Pandora, ella es
Elizabeth Dreamer, mi madre-.
-Un placer, Sra. Dreamer-.
-Oh, por favor llámame Beth o Eliza- sonrió mi madre- que bueno que
mi hija comience a hacer sociales-.
Me encogí de hombros.
-Bien, ya está. Vamos a cocinar. Dentro de unos minutos traeré tu
caldo- le grité ya llegando a la cocina.
-Pobre- se lamentó Pandora.
-No es nada, solo gripe. Ten- le dije extendiéndole los bifes
congelados en una bolsa.
Una vez descongelados, ensalada preparada y mesa puesta,
cociné los bifes con un toque de ajo y limón para darles un buen sabor
mientras se calentaba el caldo de mamá.
-Siéntete como en casa. Llevaré esto a mi madre y regreso-.
Pandora miraba la comida con ansias. Me reí por lo bajo luego
de dejar a Elizabeth comiendo.
-Sírvete- le dije.
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Annie M. Hart

Ella se sobresaltó, avergonzada. Comimos animadamente y


charlamos sobre el Instituto, hobbies y demás cosas.
-¿De dónde conoces a Peter?- preguntó.
Me atraganté con ensalada de tomate. Tragué agua y respiré.
-Larga historia- respondí, ahogada.
En realidad ella no tenía porqué saberlo. Era su familia y no creo
que le agrade el hecho de que él no era buen tipo.
-En serio, nada importante. Cosas del pasado- aseguré, cortando un
pedazo.
-Dímelo, no diré nada malo- pidió- conozco a mi primo, seguro que,
sea lo que sea, ya lo sé. Entre los Weiss más cercanos no hay
secretos-.
-Mi nombre. ¿Mi nombre no te suena?- pregunté.
Ella asintió. Comencé a contarle el relato tratando de no romper
a llorar como la vez que le conté a Daniel. Para mi sorpresa, mi voz se
mantuvo firme y mis ojos mostraban neutralidad, solo mi corazón
lloraba cada vez que hablaba de ello. Pandora me escuchó con
atención, asintiendo o haciendo comentarios de sorpresa o disgusto.
Cuando finalicé, frunció el ceño mirando su plato vacío.
-¿Quieres más?- pregunté.
Ella negó sin suavizar su expresión.
-Tú eras la niña dulce de la que Lyan hablaba. El hermano de Peter
siempre lo regañaba por lastimar a una chica que realmente lo amaba.
Jamás creí que fueras tú. No sabes cuánto lo siento- dijo con la voz
quebrada- mi primo siempre fue un idiota, tantas chicas deseaban
estar con él que aumentó su ego sobre las nubes. Es vergonzoso que
sea así-.
Sus ojos estaban brillando por las lágrimas.
-No te culpes- dije, desesperada- es algo que sucedió hace dos años,
no hay de qué preocuparse- traté de sonreír- lo cierto es que dolió, no
puedo negarlo, ni el hecho de que no puedo verlo a los ojos sabiendo
que me arruinó pero tampoco me dejaré atar por él. Desconfió mucho
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Annie M. Hart

de los hombres desde ese día, pero en algún momento debo cambiar.
No deseo ver su sonrisa al ver que logra lo que quiere. Solo debo ser
feliz con la persona que yo creo adecuada-.
-¿Cómo Daniel?- preguntó Pandora sorbiéndose la nariz.
-Amm…bueno, podría ser alguien como él- reí, incómoda y
sintiéndome incapaz de negarlo.
-Es atractivo y se ve atento, trató de defenderte-.
-Ha hecho muchas cosas por mí- admití.
-¿Entonces qué estás esperando?- gritó, colocándose de pie con
brusquedad- ¡Apúrate!-.
Mirándola con asombro, comencé a reírme.
-Ya, solo somos amigos-.
-Por ahora- dijo sin vacilar- bien, te ayudaré con esto y luego me
mostrarás tu habitación ¿verdad?-.
Asentí.
-Bien, arreglemos todo esto-.

-Tu cuarto es tal cual me lo imaginé- dijo, observándolo.


-¿Ha sí?-.
-Ajá. Vaya, que gran escritorio, tienes muchas hojas y cuadernos.
¡Mira ese placard! Es enorme. ¿Duermes con luz prendida?- señaló la
lámpara de noche- que linda foto ¿es tu hermana?-.
-No- negué- era mi mejor amiga-.
-¿Era?-.
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Annie M. Hart

Solté un fuerte suspiro.


-Comprendo. No debí preguntar-.
“Gracias” dije mentalmente.
-Esta ventana es espectacular, hasta tienes tu propio baño, puedes
demorarte cuanto quieras ¿verdad? Y jugar frente al espejo con tus
maquillajes. Bueno, eso haría yo- rió abriendo el placard- ¡santo cielo!
Tienes mucha ropa de colores, es estupendo- musitó, asombrada-
¿Qué es esto?- preguntó sacando el estuche- ¿tocas un instrumento?-
.
-El chelo-.
-Es increíble, podríamos hacer un dueto algún día-.
-¿Tú qué tocas?-.
-Canto- sonrió dejando el instrumento en su lugar- hace cuatro años.
Estoy en el coro del Instituto-.
-¡Ahora lo recuerdo! Te he visto en los actos escolares- mascullé,
sorprendida.
-Gracias, gracias- contestó reverenciando- Uh, los encontré- canturreó
enderezándose y clavando su mirada azul al costado del placard- tus
libros- señaló- son…demasiados ¿Cuántos?-.
-Más de cincuenta-.
-No sabes cuánto te envidio. Los pocos que yo tengo los he leído más
de treinta veces-.
-Puedo prestarte el que quieras, solo si lo cuidas como si fuese oro-.
-Los libros son oro- me corrigió.
-Cierto- reí.
-¿Puedo tomar este?- preguntó tomando el libro El estudio en
Escarlata de Arthur Conan Doyle- he querido leerlo hace años. Admiro
a Sherlock Holmes-.
-Doyle es un gran escritor-admití.
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Annie M. Hart

Tomó el libro entre sus manos y se recostó en mi cama,


relajándose.
-Creo que podría quedarme dormida-.
-Trata de que no- reí.
-Lo intentaré, háblame de algo. Así me distraeré-.
-Mmm ¿Cómo qué?-.
-Lo que sea-.
-Bueno, no voy a ocultarlo. Sabiendo que la familia de Peter es tú
familia… ¿Por qué no vives con ellos?-.
-El tío Bernard estaba enemistado con mi padre, es un hombre
rencoroso y no cuidará a la niñita abandonada de uno de sus
enemigos- bufó- y Melanie es dulce pero no quiero ser una carga para
ellos. Dejé que me buscaran del Instituto y me dieran comida cuando
lo necesitara- se encogió de hombros- pero, aunque te sorprendas,
vivo más que bien-.
-Vaya, eso es admirable- dije.
-Qué va- rió- Ellie, contéstame una pregunta-.
Me senté en la silla frente al escritorio y me acomodé de tal
manera de quedar enfrentada a ella.
-¿Qué pregunta?-.
-¿Crees en los ángeles?-.

¿Crees en los ángeles?


La pregunta vagó toda la tarde en mi mente. Inmediatamente
contesté que Sí y luego me preguntó si había visto uno. Pero vacilé,
no estaba segura ¿Por qué? ¿Acaso había visto un ángel alguna vez?
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Annie M. Hart

¿O solo quería ver uno? Luego de cenar y darle la medicina a mi


madre, me recosté con el pijama sobre la cama desarmada, aun no
planeaba taparme y dormir, solo me quedé en silencio mirando el
techo mientras la brisa entraba por la ventana abierta. Temía que la
luz parpadeara como la otra vez y quedarme en una tenebrosa
oscuridad. Pastosamente, me puse de rodillas y recé.
Estaba un poco insegura pero debía hacerlo. Mientras el rezo
brotaba silencioso de mis labios, pensaba. Pensaba ¿y si “lo que sea
que esté allí” trataba de intimidarme más cuando rezaba? ¿Y si
buscaba o esperaba algo? ¿Tal vez le agradaba torturarme? ¿Todo
era debido a mis alucinaciones? ¿Por qué sufría de eso desde que soy
pequeña? ¿Y si todo se trata de una broma? Traté de concentrarme
pero en vez de hallar una respuesta, tenía más preguntas. Más
miedos. Más motivos para añadir a la nota que yacía en la foto que
salía con mi amiga, Tatiana.
Esperando que lo de siempre ocurriera, me sorprendí al notar
que todo continuaba con normalidad. Silencio. Solo se oía mi
respiración, mi corazón y el ruido del viento ¿era posible que por una
noche pudiera descansar? Mis párpados pesados y mi profundo
respirar me indicaron que sí, sumiéndome en un sueño sin pesadillas
ni hombres negros que me observaban siniestramente.

Jueves. 7 a.m.
-¿Cómo estás? ¿Has sobrevivido? No te has inyectado nada ¿verdad?
¿Entraste en depresión? ¡Lo sabía! ¡Debí haber ido contigo! No es que
desconfíe de la pequeña pero aun así, debí estar allí ¡¡No vayas hacia
la luz!!- gritó Stella zarandeándome.
-¿Intentas que le den náuseas? ¿Quieres traumatizarla? Has hecho un
licuado con su cerebro, idiota- se quejó Dylan.
-¡Tú deberías apoyarme!- continuó ella gritando.
-De solo pensar en él me dan ganas de vomitar. Iría a buscarlo ya
mismo y patearlo hasta que quede sin forma- respondió Dylan.
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Annie M. Hart

-¿Te hizo algo? ¿Intentaba sacarte información? ¿Plantó un chip en ti?


Es una Weiss, espero que no sea una basura como Peter- dijo Stella,
revisándome como esos policías en los aeropuertos.
-Estoy bien. Pandora es realmente agradable, una buena chica
¿oíste? Buena chica- remarqué, apartándola.
-Confío en tu palabra- dijo ella haciendo el gesto de “estoy
vigilándote”.
-¿Podemos llegar al salón? Mi mochila comienza a pesar bastante,
ayer estuve comprando los útiles escolares, me he gastado una
fortuna. Allá fue mi sueldo de lavador de autos- se quejó Dylan.
Los tres comenzamos a caminar hacia nuestro curso.
-Eres pobre, gánate la vida de otra manera. Oí que en el RollingRed
necesitan mesero- musité.
-¿Y lucir como pingüino? Paso-.
Daniel tenía la misma posición del día que lo vi en el Instituto,
solo que ésta vez estaba en su banco. Miraba hacia la ventana
mientras mordía el extremo del lápiz con la boca. Al verlo, sentí cómo
mi corazón se desbocaba. Me inundó el deseo de retratarlo, así tal
cual se hallaba. Cuando cerramos la puerta, él levantó la vista hacia
nosotros y sonrió pero Sam, con la camisa desprendida mostrando
una musculosa roja que dejaba ver el encaje del sostén y su cabello
recogido salvajemente con un broche del mismo color, se colocó frente
a él para atraer su atención. Daniel se sintió obligado en mirarla pues
ella charlaba, evitando que él nos mirara. Sam, jugando con un
mechón del cabello del muchacho, acercaba su rostro al suyo sin dejar
de parlotear. Daniel, disimuladamente, la apartaba mientras reía, un
poco incómodo pero ella, insistiendo, acarició su cuello acomodando la
camisa. Por último, le susurró algo al oído. Una vez que Sam se alejó,
Daniel soltó un fuerte suspiro dejando el rostro en una mueca de alivio.
Me sentí irritada. Muy molesta.
-¿Qué te dijo la zorra-serpiente?- preguntó Stella aun más eufórica
que yo.
Dejé el bolso sobre el banco y me crucé de brazos.
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-Dijo: “te esperaré con ansias el próximo sábado, eres el alma de la


fiesta. No vayas a defraudarme”- contestó imitando su voz provocativa.
Hizo que me riera- claro, como si me importara lo que ella dijera-
añadió con una risita- ¿Cómo te fue a ti?- me preguntó.
-Amm, bueno. Bien, la pasamos excelente-respondí.
-Mmm, es bueno oír eso- dijo, enderezándose y dándome la espalda.
-¿Qué diablos te sucede? Dime qué rayos fue eso- se quejó Stella
golpeándome suavemente en la nuca.
-¿Qué?-.
-Esa fría respuesta ¿me perdí de algo?- insistió.
-Nada. No hay otra respuesta que dar-.
Vaya si seré tonta. Todo gracias a la poca coordinación cerebro-
lengua.
-Eso espero o te golpearé muy fuerte ¿oíste? Mañana viernes iremos
a comprar ropa nueva-.
-Sí, sí. Ahora regresa al tu sitio. Tenemos física- gemí.
El Sr. Stewart entró vestido un poco más decente que la última
vez. Camisa blanca y pantalones gris oscuro, formal. Nos saludó y
comenzó a repartir una fotocopia de actividades.
-El total es ocho dólares-dijo.
Y cómo no. Eran como doce hojas.
-Empezaré a explicar el primer tema de las fotocopias. Les servirá
hasta mitad de año, contiene los temas del primer semestre- añadió.
Hice una mueca de disgusto. Demasiadas fórmulas, símbolos y
lenguaje técnico. Rebusqué en mi monedero y saqué los ocho dólares.
Gracias al cielo que mi madre estaba mejor, no me alcanzaría para un
taxi y no tenía muchas ganas de regresar a pie.
Como sucedía cada jueves, la clase de Física ganó, por ahora, el
puesto número uno en aburrimiento. Pero como si Dios me hubiese
escuchado (es una expresión), la Sra. Petrie se había enfermado y
tuvimos hora libre. Algunos eligieron permanecer dentro del salón
133
Annie M. Hart

mientras que otros optaron por salir al patio. Otros dos cursos estaban
en las mismas condiciones que yo y, a pesar de ello, había bastante
silencio. Stella fue al baño para acomodar su peinado trenzado y
Dylan charlaba con algunos compañeros de curso. Pensé que podía
llegar a ver a Pandora pero su clase no estaba en el patio. Al ver que
estaba más sola que un hongo, fui a la pequeña gruta, junto a la
capilla, dentro de una góticas rejas entreabiertas. La imagen de la
virgen de Lourdes estaba cubierta por un rosal blanco que se extendía
más allá, dando la sensación de que era infinito. Era muy bonito, bien
hecho con rocas perfectamente acomodadas.
-Es hermosa- suspiró alguien.
Se trataba de Daniel.
-Estoy de acuerdo- asentí.
Caminó hasta situarse junto a mí.
Permanecimos serios y en silencio durante varios minutos. Él
contemplaba maravillado la imagen de la virgen mientras que yo
miraba en varias direcciones incapaz de mantenerme estática.
-¿Y bien? ¿Vas a decirme?- preguntó rompiendo el silencio.
-¿Qué?-.
-El por qué estás actuando de esta manera, tan distante y fría. Creo
que no he hecho nada malo- rió.
-Es que no lo has hecho- aseguré.
-¿Entonces?- insistió.
Suspiré. No creo que este mal el contarle, solo fue un sueño
estúpido. Sí, un sueño. Nada más. Él no había dicho ni hecho nada
malo y yo me comportaba de manera inmadura con Daniel por algo
que no había sucedido. Me reí por lo bajo, era bastante lenta para
darme cuenta de muchas cosas.
-Está bien- asentí- no es nada importante. Te vas a reír-.
-Te escucho-.
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Annie M. Hart

-Bueno, el domingo tuve un sueño muy loco. Tenía miedo y parece


que me quedé dormida. Soñé que tú estabas ahí, protegiéndome.
Haciéndome compañía para que el miedo desapareciera. Loco ¿no?-
reí.
-No está nada mal- respondió con un tono serio que no esperaba.
-Y bueno, lo más loco fue que…bueno, en el sueño…tú y yo…nos
besamos. Me sentía incómoda hablándote luego de ello por más que
no haya sido real-.
-Oh- fue todo lo que dijo, frunciendo el ceño.
Cruzó los brazos delante del pecho.
-¿Sucede algo?-.
-Ellie ¿para ti fue un sueño?- preguntó.
Levantó el rostro para mirarme. Sus ojos claros estaban llenos
de dolor. Parecía ofendido. Sentí una gran culpa.
-Claro- respondí insegura.
Él se relajó pero sus ojos seguían igual. Caminó hasta
abandonar la corta distancia que nos separaba.
-¿Para ti…fue un sueño?- repitió.
-Bueno, s…-.
Él sujetó mi mentón con suavidad y lo elevó, acercando mi rostro
al suyo. Sus labios se apoyaron en los míos. Dulces. Suaves. Su
perfume me invadió y sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo. Solo era
un leve contacto. Pero mi boca inconsciente deseaba más. Se movió
tan solo un poco y mi lengua trato de abrirse paso entre sus labios.
Pero él se apartó antes de que sucediera. Aturdida y jadeante, lo
miré atónita. Mi cuerpo aun se estremecía.
-No fue un sueño, Ellie- susurró.
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Annie M. Hart

Capítulo 12:
El cuervo
Mis ojos se abrieron de par en par. Por un momento pensé que
se burlaría, desmintiéndose. Pero en vez de ello, su mirada fija en mí
permanecía. Dolida.
-¿De qué hablas?- tartamudeé.
Él enredó con las manos su cabello y movía su cabeza para
todos lados. Luego rió con desganas.
-¿Qué hacías en mi habitación?- pregunté, cayendo en la cuenta.
-Estaba protegiéndote. Tal y como dijiste hace unos segundos-
respondió sin mirarme.
-Pero ¿Por qué? ¿Cómo?-.
Daniel no contestó y relajó su postura. Eso me indicó que no era
buena idea preguntar pero ¿Por qué? ¿Qué estaba sucediendo?
-Bien, veo que no responderás eso- dije, seriamente.
-Algún día lo responderé- aseguró.
-¿Es alguna de tus promesas?- espeté, sarcásticamente- ¿Cómo me
aseguras que las cumplirás? ¿Qué darás a cambio si fallas?-.
-Eres bastante bipolar ¿no?- rió- créeme. Te aseguro que las cumpliré
y sé perfectamente lo que tengo en juego. Es lo más valioso que
poseo-.
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Annie M. Hart

-Otro misterio a la caja de secretos- musité, entre dientes.


Daniel se mordió el labio.
-Dime ¿Por qué me protegiste? ¿Qué tanto sabes de mí?-.
-Recuerdo haberte dicho que se más de ti de lo que crees. Y…te
protegí porque me gustas-contestó- y no podía quedarme con los
brazos cruzados-.
Sentí un nudo en el estómago y mi boca se secó.
-Espera ¿Qué dijiste?- pregunté, parpadeando velozmente.
-Me gustas- repitió, atravesándome con su mirada.
-Es un chiste ¿verdad? ¡Lo es! Y créeme que no es gracioso- grité.
-¿Sabes qué? Olvídalo, no tengo intenciones de discutir.
Solo…dejémoslo así- sonrió pero sus ojos no reflejaban el mismo
sentimiento.
-Yo…no puedo gustarte- susurré.
-Creo que debemos regresar al salón- dijo cambiando de tema- faltan
cinco minutos para el cambio de hora- finalizó revisando en su móvil.
No sabía que decir. No tenía las palabras en mis labios. La
incomodidad fue reemplazada por el asombro y la intriga por más
dudas. Dylan definitivamente estaba en lo cierto, Dan era todo un
misterio. El miedo que había sentido días atrás sobre sus palabras se
intensificó, helándome la sangre en las venas. Mi cerebro quería
insistir en lo que deseaba saber pero no. No era el momento. No
ahora.
-Te diré algo más- dijo él dándome la espalda e interrumpiendo mis
pensamientos haciendo que me sobresalte- ¿sabías que los sueños
suelen significar deseos ocultos? Si creíste que lo de esa noche había
sido un sueño…entonces ¿deseabas que eso ocurriera realmente?-.
Su comentario me tomó desprevenida haciendo que mi rostro se
cubriera de un exagerado color escarlata.
-Casi lo olvido- añadió deteniéndose en seco- No juegues con un
corazón enamorado-.
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Annie M. Hart

-¿Enamorado?- balbuceé- pero dijiste que yo solo…-


El sonido de la campana se trago mis palabras.
-¿Regresamos?- preguntó enfrentándome al fin.
Con un nudo en la garganta, mis mejillas enrojecidas y la
irritación en mi mente, asentí.
-Algún día te encerraré en un interrogatorio- dije mientras
caminábamos.
-Eso sería divertido- rió él.
-Me irritas. Jamás pensé que pasaría-.
-¿Luego de robarme un beso me dices que te irrito? Vaya-.
-¡Yo no robé nada!- grité eufórica. Mi rostro rojo era debido a la ira.
-Hoy no- ronroneó él- yo robé lo que tú me robaste. Era mi primer beso
¿sabías?-.
-Deja de jugar-.
-No es broma. Pero no puedo mentir, estaba esperando que
sucediera-.
-Te odio- murmuré.
-Puedo hacer que retires esas palabras con mucha facilidad-susurró.
Me mordí el labio. Estaba furiosa. Hacían años que no me sentía
de esta manera.
-Se que nunca me contarás nada- dije- así que lo averiguaré por mí
misma-.
-Es imposible. Una historia como la mía es poco probable que la
encuentres por ahí, como un chismerío barato- aseguró- solo…déjame
pensarlo-.
-¿Pensar qué?-.
-Pensar el cómo decirte. No quiero que caigas en shock y termines
internada en un psiquiátrico-.
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Annie M. Hart

-¿Es que acaso eres un vampiro? ¿Un hombre lobo?-.


-Nada de esas tonterías- musitó, como si estuviese ofendido con la
comparación.
-¿Asesino en serie? ¿Mafioso? ¿Un contrabandista?
¿Narcotraficante?-.
-Nada de esas cosas. Soy un buen chico, dalo por hecho-.
-Demuéstralo-.
-Seré caballeroso y te pasaré a buscar esta tarde para que vayamos al
shopping juntos con Stella y Dylan ¿quieres?-.
-Dudo que a mi madre le agrade la idea-mentí.
-Creo más que nada que me adora. No tienes excusas, haré que
cambies esa imagen que tienes de mí y, como recompensa, pensaré
seriamente sobre decirte o no-.
-Mmm… ¿promesa con “arriesgo de perder algo secreto”?- dije
burlescamente.
-Lo prometo- musitó, colocando su mano en mi cabeza- ahora
regresemos a clase. Por cierto, si Stella se entera lo que sucedió en la
gruta…no te dejará libre-.
-Eres tan gracioso- dije, con sarcasmo.
-Aunque no tengo ninguno objeción en repetirlo y veo que tu tampoco-.
-¡Cállate!-.

El resto de la mañana había sido una tortura. No tenía ganas de


hacer absolutamente nada, mis ánimos estaban por el suelo y mi
cabeza daba vueltas de tanta confusión. Me gustaba el misterio, nunca
dudé en ver películas policiales ni ninguna de ese estilo pero esto era
más fuerte que yo. Estaba irritada, perturbada, incómoda y,
extrañamente al mismo tiempo, sentía un ápice de alegría. Había
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Annie M. Hart

prestado atención al resto de la clase aun sabiendo que la mayoría del


tiempo miraba hacia la ventana. Si fijaba la vista por delante, me
toparía con Daniel, por detrás estaba el grupo de escandalosas y, si lo
hiciera, ligaría un buen reto. Para agregar, en mi costado derecho,
sentía como Stella clavaba su mirada interrogatoria hacia mí. Claro,
ella había notado la ausencia mía y de Daniel en el tiempo libre. Por
suerte mi madre me esperaba a tiempo en la puerta de la salida. Me
despedí normalmente de todos y evité mirar hacia el vehículo tan
familiar de los Weiss.
Pero a pesar de mi huída, Daniel halló el momento perfecto para
recordarme que pasaría por mí mañana a la tarde. Idiota, quedaba un
día entero para repetir lo de nuestra salida grupal. Pero claro, deseaba
hacerme sentir aun peor y parecía disfrutarlo.
Llegamos a casa sin mucho que charlar. Elizabeth había dejado
la comida y la mesa preparada, el guisado de arroz con zanahoria y
trozos pequeños de carne yacía sobre la mesa, humeando y soltando
un delicioso aroma. Mi estómago rugió.
-Iré a dejar mi bolso en mi habitación y bajaré a almorzar- dije
apresurándome en querer llegar rápido a la mesa y devorar todo.
Lancé el bolso en una esquina del cuarto, quité mi uniforme y
vestí mi pijama. Luego, regresé a la cocina.

Otra vez estaba todo oscuro. Pero, a diferencia de antes, oía


voces. Más bien eran gritos. Gritos desgarradores. Sentí el impulso de
ayudarlos, quien quiera que sean pero mis pies estaba pegados al
suelo. Forcejeé inútilmente hasta que, de repente, las voces cesaron y
las luces se encendieron. Estaba en una habitación enorme, similares
a las que se encontraban en películas de palacios y reyes. La cama
matrimonial estaba cubierta por una frazada gruesa color azul
eléctrico, la madera de roble negro, el majestuoso escritorio del mismo
color estaba en un costado, sobre él había hojas amontonadas, un
tintero y una pluma blanca. Quise asomarme pero mis pies seguían
inmovilizados pero no era culpa del suelo, estaba apresada por dos
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Annie M. Hart

gruesas esposas, mi ropa estaba desgarrada y mi cabello


enmarañado. Parecía una esclava. De pronto las luces volvieron a
apagarse para que luego la habitación se iluminara tenuemente por
una lamparilla sobre la mesa de noche, junto a la cama.
Sobre ella estaba él. El mismo sujeto que me llamaba. Usaba el
mismo traje negro de siempre, tenía sus largas piernas cruzadas y sus
dedos blancos entrelazados sobre sus rodillas. La oscuridad me
impedía ver su rostro. Él soltó un sonoro suspiro.
-¿Te gusta?- preguntó con voz aterciopelada.
No contesté.
-Es mi habitación- continuó el hombre- lo que está más allá de estas
cuatro paredes es parte de mi palacio. Ojala pudiera mostrártelo pero
por algo estás encadenada. No es culpa mía. Además no sería de tu
gusto- por su voz, seguramente sonrió.
Me mordí el labio. Sentí un amargo sabor a ceniza y hierro.
-Si quieres, libérate y ven conmigo- sugirió estirando la mano.
Negué con la cabeza.
-Bien, no tengo prisa aun. Me gustaría tenerte conmigo pronto, Ellie-.
Oír mi nombre provenir de aquel desconocido me dio un
escalofrío.
-¿Quién eres?- logré formular con la voz temblorosa.
El sujeto se puso de pie. Caminó hacia mí mientras sus pasos
resonaban con eco por todo el cuarto. La débil luz se hizo más potente
y poco a poco iluminaba más la figura del hombre. Cuando se detuvo
frente a mí pude ver mejor su rostro. Era el mismo de aquella vez, con
una extrema palidez, largas pestañas oscuras, cabello negro largo
hasta el cuello cuyos mechones enmarcaban el joven y apuesto rostro
de él. Era hermoso, lo único que resultaba intimidante en él eran sus
enormes ojos carmesí.
-El cuervo. El miedo. La traición. La avaricia y la lujuria- respondió
sosteniendo mi mirada- por favor, ven conmigo- insistió
extendiéndome su mano con su mirada cargada de dolor.
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Annie M. Hart

Intenté negarme nuevamente pero sus ojos me habían atrapado


y mi mano lentamente intentaba tomar la suya.
Hasta que desperté. Jadeante y bañada en sudor. Me despabilé
y observé mi habitación, no había nada fuera de lo normal. Fui hasta el
baño, lavé mí cara y encendí la ducha. Cada vez mis sueños eran más
aterradores.
Pero ya tenía una pista: el Cuervo.

-¿Vamos?- preguntó Daniel luego de cerrar la puerta a mis espaldas.


-Stella me envió un mensaje de texto criticándome por no ir con ella.
Nos esperará en la puerta principal-.
Él llevaba sus vaqueros azules y una musculosa estilo
basquetbolista color amarilla con un estampado que decía: Lakers,
con una bonita cursiva junto con el logo del equipo. Yo opté por un
short desteñido y una remera lisa color púrpura.
-No sabía que te gustaba el basquetbol- musité mientras
caminábamos hacia el centro comercial.
-¿A quién no?- respondió- no me he perdido ningún encuentro-.
-Que bien-.
-Oye, si te molestaba que pasara por ti, podrías habérmelo dicho. Esta
mañana era tu oportunidad- dijo.
-Lo sé, pero no me molesta que pases por mí. Me molestas tú-.
El soltó una risita.
-Al otro día te disculparás conmigo, tal vez continúes insultándome o
admitas que no puedes vivir sin mí-.
-Ja ja- reí sin auténtica alegría.
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Annie M. Hart

-Es cuestión de que aceptes tu complejo de bipolaridad hacia mí. Al


principio te alegraba que me comportara como un hermano mayor y
lograste confiar en mí poco a poco. Pero veo que tienes tus días-.
-Los tengo, claro que sí, pero contigo no duran mucho tiempo. No sé
qué pensar con respecto a un muchacho oculta cosas-.
-Ya te lo dije, dame tiempo. Es lo único que necesito-.
-Trata de que no me arrepienta y termine golpeándote-.
-Créeme, eso jamás pasará- aseguró.
Oí un bramido. Levanté la vista asustada y me topé con un
cuervo negro colgando de los cables telefónicos. Ahogué un grito.
-¿Ellie?- preguntó, preocupado.
Él siguió la dirección de mi mirada pero luego volvió a mirarme,
confundido.
-¿Qué sucede?-.
-El cuervo…-susurré.
-¿Cuál cuervo? Ellie, eso es una paloma moteada-.
Parpadeé, atónita ¿es que acaso estaba demente? ¿Qué
diablos me sucedía?
-Olvídalo- mascullé avergonzada y retomando el camino.
Stella estaba de pie junto a Dylan. Llevaba una falda de jean
corta y una remera holgada color crema que dejaba al descubierto uno
de sus hombros y él unos vaqueros cortos gris oscuro y una camiseta
blanca.
-¡Gracias al cielo!- festejó ella- tardan demasiado-.
-Lo siento, me quedé dormida y tardé más de lo esperado en la ducha-
me excusé.
-Ya, no hace falta que inventes, tortolita- bromeó guiñándome un ojo-
aun no olvido tu traición-.
-¿Qué traición?- pregunté ignorando su primer comentario.
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Annie M. Hart

-Naaaaada- canturreó- bien, vamos. Nos quedaremos sin los mejores


trajes de baño-.
Tomó mi muñeca y nos adentramos en el centro comercial.
Estaba atestado de gente. Los locales exponían sus mejores
mercaderías y chicas de todas las edades invadían para comprar.
-¿Vamos a ver trajes de baño primero?- preguntó Dylan.
-Sip- respondió Stella-A…llí- dijo señalando.
-¿No hay otro con menos gente?- gemí.
-No y no. Deja de quejarte que estamos aquí más por ti que por mí-
me retó.
La vidriera mostraba exóticos maniquíes con piel azul marino y
pelucas de distintos colores. Usaban triquinis, enterizas y bikinis. Una
de ellas mostraba una bikini con la parte inferior turquesa con un moño
a cada costado y detalles en violeta y la parte superior era sin tiras
únicamente de color celeste y un moño violeta en el centro. Era
bellísima y perfecta para mí.
-Me fascina- dijo Stella.
No me había dado cuenta que estaba apoyada en el vidrio sin
despegar la mirada del maniquí.
-La quiero- musité sin mirarla.
Pero algo me detuvo: el precio. Costaba trescientos cincuenta
dólares y conmigo solo llevaba doscientos treinta.
-No puedo comprarla- dije, desilusionada.
-Oh, vaya mierda- se quejó ella.
-Pruébatela- dijo Daniel.
-No puedo pagarla, Dan-.
-Solo hazlo, y verás si valía la pena o no-.
Bueno, tenía razón. Forcejeando con la muchedumbre de chicas,
logramos entrar al local.
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Annie M. Hart

-¡Mira esta!- gritó Stella con un conjunto blanco y negro- creo que me
la probaré. Uh, esta también, ¡oh! Dylan, saca esa que está colgada,
no, esa no. La que está junto con la cosa naranja-.
-Y pensar que me tendrían como sirviente- se quejó él.
-Vamos, sé que no te molesta ver un par de chicas en bikini- bromeé
codeándolo.
-Tal vez- admitió.
-Ten- me extendió Daniel- es la última que queda. La chica del
mostrador la sacó amablemente del maniquí-.
-Gracias- sonreí tomándola.
-Pruébate ésta también, por si acaso- dijo Stella lanzándome un
conjunto de color vainilla con tiras- y…ésta- me dio otra en color verde
manzana con tonalidades más claras.
-Bien, ¿algo más?- pregunté sarcásticamente.
-Nop, entra- me empujó suavemente hacia el probador- te
esperaremos aquí. Tú modelarás para nosotros y luego yo modelaré
para ustedes-.
Primero medí el conjunto color vainilla. Era bonito, me hacía el
busto normal pero era un poco incómoda en la cola. Creo que el color
me asentaría mejor si tuviera un bronceado. Me eché un último vistazo
y salí.
-Nada mal, me agrada- asintió Stella.- ¿ustedes qué opinan?-.
-Parece que estás desnuda- respondió Dylan.
-A mí me gusta-.
Coloqué mis manos en mi cintura.
-Gracias- dije dándome media vuelta y entrando nuevamente al
probador.
-¡Oye!- oí que se quejaba Dylan.
-Si vas a decir idioteces mejor cierra la boca- lo retó ella.
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Annie M. Hart

Me reí y me quité la bikini. Luego me probé la de color manzana


y nuevamente salí. Me ajustaba bien las caderas pero de busto me
quedaba grande.
-Mmm…-murmuraba Dylan entornando los ojos.
-Tú no hables- le chitó Stella- esa…es linda. Te combina con los ojos-.
-Sí pero me queda grande- dije señalando la parte superior.
-Descartada- anunció Daniel.
Dejé la mejor para el final. Es la última que quedaba, igual no
podía pagarla, seguiría revolviendo o compraría la de color vainilla. El
pijama y la ropa de playa tendrán que esperar si era necesario.
Para mí suerte la bikini me quedaba a la perfección. No me
ajustaba ni me quedaba suelta y me agarraba bien el busto, incluso
parecía más grande. Lamentablemente me quedaba perfecta, lo único
malo era que no se ataba, tenía un gancho. Pero no lograba prenderlo.
-¡Stella!- grité sujetándome el brasier- ¿puedes ayudarme?-.
Pero ella no respondió.
-¿Stella?- repetí asomando mi cabeza.
No estaba. Solo Daniel yacía sentado en una banqueta.
-¿Sucede algo?- preguntó.
-¿Y Stella?-.
-Fue a medirse un conjunto con Dylan- respondió.
Esa idiota ¿no podía esperar un rato más?
-¿Necesitas algo?-.
-¿Podrías llamar a alguna encargada? No puedo abrocharme el
brasier-.
-Te ayudo- dijo colocándose de pie.
-No es necesario- tartamudeé- solo llama a una…-.
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Annie M. Hart

-Están todas ocupadas ¿has visto el gentío aquí dentro?- rió- voltéate,
no haré nada malo-.
Suspiré resignada y le di la espalda, sosteniendo la parte
superior con mis manos. Sentí su tacto suave en mi espalda y el clic
del enganche. Luego él tomó mi cabello y lo acomodó en su lugar
antes de darme espacio. Lo miré.
-¿Te gusta?- pregunté.
-Estás hermosa. Es más que perfecta- respondió.
-Lo sé- me lamenté- pero no puedo pagarla-.
-No queda de otra- suspiró- ve y cámbiate-.
-¿Y?- preguntó Stella, regresando- ¿ya te la mediste? Wow, es
fantástica-.
-Esa te sienta bien- dijo Dylan.
-Me cambiaré y seguiremos con lo otro-.
Me vestí y tomé los tres conjuntos.
-Stella, regresa estas donde las encontraste- dije extendiéndole los
dos conjuntos que me medí primero- y Dan, agradécele a la chica por
lo del maniquí-.
Ambos asintieron. Al final decidí no comprar ninguna, tal vez otro
día regresara o intentaríamos en otro local.
-Vamos- dije cuando todos nos reunimos en la puerta.
-No importa, Ellie. Tal vez hallemos una mejor- me tranquilizó Stella.
-Sí, lo sé-.
-Ejem- musitó Daniel, aclarándose fingidamente la garganta.
-¿Qué sucede?- pregunté volteándome.
El extendió una bolsa de cartón con el nombre del local.
-Toma- sonrió.
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Annie M. Hart

Sin dejar de mirarlo, tomé la bolsa y la abrí. Ahogué un grito y


tapé mi boca con la mano libre.
-Dan…tú-.
-Te gustó ¿no es así?- dijo despeinando su cabello rubio- tenías que
tenerla-.
-Yo…no sé-.
-Solo di gracias- se quejó Stella- diablos chica-.
-Gracias. Gracias- sonreí abiertamente.
-Estabas hermosa- añadió él.
Le sonreí tímidamente. Este idiota sí sabía cómo cambiar mi
humor.
-Bien, vamos a nuestro próximo objetivo- anunció Stella- pijama y ropa
de playa-.
Stella iba a unos pasos delante de mí charlando con Daniel.
Dylan estaba a mi lado y yo no dejaba de mirar la bolsa con sonrisa de
estúpida. Pensé en comprarle algo a Dan pero no sabía qué.
-Dylan ¿Qué se le regala a un hombre?- le pregunté en voz baja.
-¿Planeas regalarle algo?-.
Asentí.
-Tal vez una camiseta o un collar. No lo sé, soy pésimo con los
regalos-.
-Dylan no sirves para nada- reí.
-Ellie, tengo un plan-.
-¿Eh? ¿Sobre qué?-.
-Para averiguar sobre Zimmer-.
-Te escucho- dije sin pesarlo.
-Vive cerca de tú casa. Pensé que sería bueno espiarlo esta misma
noche. Seguirlo y ver qué planea-.
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Annie M. Hart

-Eso es acoso-.
-¿Prefieres eso o seguir con un sujeto que oculta tanto su identidad
como su propia vida?-.
-Bueno…eso es cierto pero…-.
-Pasaré por ti a las diez-.
-Bien-.
-¡¡Oigan!!- gritó Stella- entremos aquí- señaló un local de surfistas.
-¿Aquí esperas encontrar ropa de playa?- pregunté.
-Claro, un jean y una camiseta que dé la impresión de: mírame baby,
tengo estilo. ¿Entiendes?-.
-Ajá, solo espero poder pagarlo-.
-Las camisetas no son caras- dijo Dylan observando los precios.
-Ésta está linda- Daniel sacó de las perchas una remera corta con un
estampado de un rostro de gato.
-O ésta- Stella exponía una prenda suelta que colgaban dos pedazos
de tela para atarlas en la parte delantera. Era de un fuerte color rojo y
tenía un estampado que decía: Surf. Waves. FREE.
-Me gusta- dije examinándola.
-O sino este- Daniel mostró un vestido playero corto, unos dedos más
arriba de la rodilla. Era strapless de un color bermellón con botones en
la parte superior.
-¡Es perfecto!- grité- y me alcanza- agregué viendo el precio.
-Pruébatelo- dijo Stella.
Inmediatamente corrí hacia el probador. Como si fuese un
milagro de Dios, era justo de mi talla. No combinaba para nada con la
bikini pero me encantaba. Volví a colocarme mis ropas y fui a pagar.
-Este fue mi día de suerte- canturreé saliendo del local.
-Vamos por el pijama- dijo Stella.
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Annie M. Hart

-Tendrá que esperar- reí- no me ha quedado nada de dinero-.


Pero realmente quería comprarle un collar a Daniel.
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Annie M. Hart

Capítulo 13:
Plan de espionaje
Fue la primera vez que le mentí a mi madre. Mientras
cenábamos y hablaba sobre el sorpresivo regalo de Dan luego de
mostrarle mis compras, le dije que Stella había organizado una
pequeña cena en su casa conmigo y Dylan. Ella aceptó, estábamos a
viernes y yo mañana no trabajaba. Es más, le pareció una idea
increíble. Con un nudo en el estómago, la conciencia martillándome el
cerebro y la sonrisa insegura, fui a mi habitación después de ayudar a
Elizabeth con la vajilla sucia.
Dylan me había mandado un mensaje de texto:
“¿Lista? Ve con ropa cómoda y negra. Será una noche de
espionaje interesante. Te veré en la plaza dentro de veinte minutos”
¿Ropa negra? Se lo estaba tomando demasiado enserio. Dejé el
móvil dentro de una pequeña y cómoda cartera negra y fui al baño a
lavarme la cara y los dientes. Revisé mi armario de pies a cabeza
¿Qué pensará mi madre si me ve con un atuendo oscuro? Dylan era
un idiota, tomé un short negro, unas botas militares, la primera remera
que hallé más cerca y una chaqueta negra. Por último metí en el bolso
una linterna y até mi cabello en una coleta.
-Estas genialmente bien- dijo mi madre por sorpresa.
Sin voltearme, suspiré de alivio.
-Te avisaré en cuanto llegue-.
-Estas obligada a ello-.
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Annie M. Hart

-No me esperes despierta. Llevo mis llaves-.


-De acuerdo, solo no tardes-.
-Dylan me está esperando en su auto en la esquina-dije para que
dejara de hablarme y ponerme más nerviosa.
-Diviértete-.
Cerré la puerta a mis espaldas mientras la culpa me carcomía.
“Eres una pésima hija”, “¿a pesar de todo prefieres engañarla?,
“Jamás te lo perdonarás” gritaba mi conciencia.
-¡Ya!- grité, sola en la oscuridad mientras caminaba sujetando el bolso
y tapándome con la chaqueta- esto es por una buena razón, si ella lo
entendiera me lo agradecería, no le gustaría que ande por allí con un
terrorista o un mafioso ¿verdad?-.
Asentí a mi misma esperando que aquella inteligente respuesta
me aliviara el pesar que sentía en el pecho. Aun siendo verano, esta
noche corría una brisa fresca, la piel desnuda de mis piernas estaba
como piel de gallina. Por encima de mi cabeza se asomaban algunas
nubes grisáceas que amenazaban con cubrir poco a poco la luna
creciente. Apresuré mi paso, un poco nerviosa hasta que el ruido del
móvil me sobresaltó perdiendo el control del bolso y con el corazón
sufriendo un pre infarto.
-¿¿Tratas de matarme??- grité por el teléfono a Dylan.
-Pensé que no habías leído mi mensaje-.
-Ay, claro que sí. Estoy llegando al parque. Para la próxima no vuelvas
a llamarme de esa manera o correrá sangre en tu propia cama-.
-Vaya, eso no suena nada bien-.
-Pues esa era la idea- dije antes de cortar con brusquedad.
Me acomodé nuevamente hasta que llegué a la pequeña plaza.
Él llevaba puesto una simple playera roja con unos vaqueros
desteñidos de color negro. Llevaba su cabello cobrizo escondido
debajo de una gorra que decía Lakers.
-Oye… ¿Por qué tú no estás vestido de negro?- pregunté.
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Annie M. Hart

-Sabías que era una broma ¿verdad? Jamás diría algo tan ridículo-
contestó sin piedad- pero veo que para ti fue algo enserio-.
-Estás buscando que te asesine- espeté.
-Así llamarás más la atención-.
-¡Cállate!-.
-Bien, vamos-.
-¿A dónde?-.
Él agachó la cabeza y enseñó el emblema del equipo en la gorra.
-Veremos a los Lakers- respondió.
-¿El plan original no era seguirlo desde su casa?-.
-No, supe que iría al partido. Luego de centro comercial fui
directamente a comprar dos entradas-.
-Vaya, has pensado en todo-.
-Pues claro. Ahora muévete-.
Caminamos durante media hora. El estadio estaba lo
suficientemente lejos como para hacer que mis rodillas se doblaran de
tanto caminar con las botas. No tenía otros zapatos negros, todo esto
era culpa de Dylan. Bueno, en realidad mía por creer que lo que él
decía era verdad.
-Espera- me susurró tomándome de la muñeca y colocándonos detrás
de un pilar cerca de las entradas- allí está-.
Daniel estaba vestido igual que esta tarde. Se acercó al
mostrador y extendió el ticket al hombre del otro lado. Le dedicó una
sonrisa y entró al estadio.
-Vamos- anunció Dylan saliendo de nuestro escondite.
Ambos imitamos su movimiento y fuimos a nuestros asientos.
Estábamos a dos hileras de él. Estaba un poco complicado espiarlo ya
que estaba solo en un estadio lleno de gente.
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Annie M. Hart

-Esto fue un desperdicio- se quejó Dylan- creí que ocurriría algo más
interesante-.
-No nos iremos- dije- será tu castigo por jugarme una broma- agregué
en tono malicioso.
Él se cruzó de brazos y clavó la mirada en el centro del estadio.
Estaban entrando los equipos y una voz retumbaba desde los
parlantes. Todos se pusieron de pie eufóricos y contentos mientras
aplaudían. Daniel sacó su móvil y parecía contestar un mensaje
tecleando a toda velocidad, lo guardó y siguió aplaudiendo.
No sucedió nada interesante. Los Lakers iban veintidós a catorce
y Daniel continuaba sentado y festejando los puntos. Creo que decirle
a Dylan que nos quedábamos no fue un buen plan después de todo,
me estaba aburriendo. Saqué la linterna del bolso y jugué con ella
apagándole y encendiéndola varias veces.
-Llamarás la atención- me chitó Dylan.
-¿Has visto cómo está? No se dará cuenta de nada- dije.
-Créeme que no lo notará- aseguró él.
¿Y eso a qué venía? Bufé y apagué la linterna con desganas y
me crucé de brazos, tomé el móvil y le mandé un mensaje a mi madre
diciéndole que ya estaba en casa de Stella sana y entera y que yo le
avisaría hasta qué hora me quedaría. Al minuto me contestó con un
okay y que me comporte. Claro, como si fuese una niña bochornosa y
desastrosa. Erza me amaba.
Tanta gente acumulada filtró el poco aire fresco que circulaba
obligándome a quitarme la chaqueta. De repente sentí algo justo
detrás de mí, tocando mi cabello. Dylan había agarrado la coleta y tiró
de ella dejando mi cabello suelto sobre mi espalda desnuda.
-Así está mejor- dijo lanzándome la coleta.
Me ruboricé y me acomodé mejor en el asiento. La gente
comenzó a quejarse luego de que el equipo contrario anotara dos
puntos más (es decir, cuatro) alcanzado poco a poco al favorito del
público. Daniel no despegaba sus ojos de la cancha, golpeaba sin
paciencia el suelo con la punta de la zapatilla y revisaba cada dos por
tres el teléfono.
154
Annie M. Hart

-Él es irritante- dijo Dylan entre dientes.


-Pero si no está haciendo nada- señalé inocentemente.
-Exacto. No está haciendo nada-.
-¿Crees que él sabía que lo seguiríamos? ¿O que tal vez sabe que
estamos aquí?- pregunté en voz baja. Torpe, aun así nadie podía
oírnos.
-Lo dudo. Parece el típico adolescente que habla con miles de chicas
al mismo tiempo y planea distintas citas a escondidas para que nadie
lo descubra-.
-¿No te has puesto a pensar siquiera la posibilidad de que es un buen
tipo? Más allá de los millones de secretos que tiene. Bueno, todo el
mundo los tiene. Hasta tú y hay veces que realmente siento que no te
conozco-.
-Porque es la realidad. Nunca terminas de conocer a una persona,
siempre al principio suelen mostrarte la mejor faceta que tienen para
que caigas en sus redes de mundo perfecto y sonrisas felices. Pero
poco a poco comienzas a descubrir sus deseos más profundos, sus
miedos. Sus realidades. Luego caes tarde y empiezas a pensar
inocentemente “no sabía que eras así” y allí te responden “siempre lo
fui, jamás conociste este lado de mí” o “no sabes nada de mí”-.
-Vaya, nunca pensé que tenías ese tipo de pensamiento-.
-No sabes nada de mí- dijo dedicándome una media sonrisa.
No podía mentir. Dylan era extremadamente atractivo. Tenía un
perfil perfecto de nariz recta, pómulos marcados, cuerpo musculoso,
alto y con movimientos poco bruscos a pesar de ser un hombre, es
más, hasta parecía moverse con delicadeza y sensualidad. Su cabello
cobrizo brillaba gracias a la luz de los reflectores e iluminaba su rostro
bronceado resaltando sus enormes ojos negros remarcados por
gruesas y largas pestañas. Él dejó de mirar la cancha y enarcó una
ceja, mirándome.
-¿Algo anda mal?-.
-Pues nada- respondí desviando mi mirada.
155
Annie M. Hart

La tribuna saltó en vítores cuando los Lakers anotaron un triple,


alejándose más de la marca de sus oponentes. Daniel parecía haber
perdido el interés por completo en el partido y comenzaba a buscar
algo a su alrededor ¿y si realmente sabía que estábamos aquí y
estaba buscándonos?
Pero no. No nos buscaba.
Estaba esperando a alguien.
Una chica alta de proporciones perfectas, piel blanca, sedoso
cabello negro trenzado y profundos ojos verdes que vestía unas
medias largas de red con aquellas botas tan familiares, una falda corta
pegada al cuerpo, guantes dejando ver sus dedos pálidos, una
gargantilla de plata en su cuello y una camiseta holgada negra con un
escote bastante pronunciado. Daniel se hizo a un lado dejando que
ella se sentara.
-Tardaste demasiado- se quejó él.
-Bueno, por lo menos los Lakers están ganando ¿no crees?- dijo con
voz seductora.
Era Amairany. ¿Qué demonios hacia aquí? ¿Por qué estaba con
Daniel? ¿Se conocían? Era imposible, May llegó de Nueva Zelanda
hace unos días y no conocía a nadie.
-Veo que yo tenía razón- musitó Dylan en mi oído.
-Algo anda mal- dije un poco confusa- no pueden conocerse-.
-¿Quién es ella?-.
-Amairany Rose. Es hija de una amiga de mi madre- expliqué.
-Pues parecen conocerse muy bien-.
May besó la mejilla de Dan para saludarlo y él el dorso de la
mano de ella. Amairany rió y golpeó amistosamente el hombro de él.
Me sentía irritada ¿luego de decirme todo aquello estaba con otra
chica? Oh, vaya mierda. Mierda. Mierda. Mi corazón dio un vuelco
pero no le presté atención, estaba furiosa y desconcertada.
-Oye, relájate. En el fondo todos sabíamos que él era un Playboy. No
tiene malos gustos, esa tía está buenísima- dijo Dylan.
156
Annie M. Hart

-No me ayudas- bufé.


Aun podía notar el extraño brillo en la espalda de ella. No
lograba verle la forma pero seguía ahí. No podía tratarse de un reflejo
de la luz debido a que Daniel no tenía nada. Diablos, estaba tan
molesta que lo que menos me importaba era un estúpido brillo en la
perfecta espalda de May.
-¿Para qué me trajiste?- preguntó ella.
Al ver que el sujeto que estaba delante de nosotros se puso de
pie maldiciendo en voz alta porque su equipo iba perdiendo y se
alejaba entre la multitud, dejé a Dylan solo y ocupé su lugar. Sin
intenciones de hacerlo, el asiento rechinó cuando me senté en él.
-Mierda- siseé.
Daniel volteó hacia mí y me topé directamente con sus
hermosos ojos mirándome. May hizo lo mismo.
-Yo…puedo explicarlo- balbuceé.
-No ha sido nada- contestó ella volteándose.
-Creí haber oído algo- dijo Daniel enderezándose.
¿Eh? ¿Ahora se atrevía a ignorarme? ¿Ambos? ¿Sabía que los
conocía? ¿No les agradó que los viera juntos? ¿Qué haría Stella?
Refunfuñando aun más enojada que antes, me acomodé mejor y me
acerqué a ellos que evidentemente no advertían mi presencia.
-Quería hablar contigo- prosiguió él.
-Podríamos haber ido a otro lado ¿sabes?-.
-¿Te molesta ver jugadores musculosos?- bromeó Daniel.
-En absoluto. Son perfectos pero ese no es el tema-.
-Hay mucha gente aquí y pocas probabilidades de hallar a alguien
conocido. Nadie podrá oírnos-.
¿Oír qué?
-Bien, primero tu reporte- dijo ella extendiendo la mano con la palma
abierta.
157
Annie M. Hart

Él la chocó con la suya.


-Eres un novato y yo, como tú superiora debo controlarte. Gabriel no
está únicamente para ti-.
-Ni siquiera sabes las reglas nuestras-.
-No porque no necesito saberlas- rió ella demostrando la obviedad en
sus palabras- ahora dime, ¿lo estás solucionando?-.
-Ella es extraña- rió- no confía en mí y a la vez sí lo hace. Pero por
ahora no ha intentado nada malo-.
-Lo sé, me ha caído bastante bien- admitió ella- pero debes cuidarla
más de lo que parece-.
-¿Por qué?-.
-Las profecías están entrando en acción- su tono de voz era serio- no
sé bien cual, el oráculo no quiere especificar. Viejo decrépito-.
-Es decir que alguna de ellas trata sobre esta niña- analizó Daniel.
May asintió.
-Él podría hacer algo ¿no crees?-.
-Sabes que no- respondió ella negando con la cabeza- está
demasiado atareado con todo. Nosotros a veces no somos suficientes
y debemos hacer de niñera como Gabriel y yo-.
-Niñera- carcajeó Daniel.
May lo golpeó en la nuca.
-Tú me llamaste para algo, puedo irme sin ningún problema-.
-¿A dónde?- provocó él, frotándose- estás exiliada-.
-Bueno, tengo un hogar temporal ¿sabes? Con personas REALES-
remarcó esa última palabra.
-Fuiste una gran idiota, ¿Por qué de entre todos fuiste por Miguel?
Rayos, eres estúpida-.
-Yo no iba por él. Su club de fans estaba desesperado-.
158
Annie M. Hart

-No puedes decirme que no quieres a Miguel ¿o será que lo


necesitas?- preguntó maliciosamente.
-Ninguna de las dos. Él puede ser excesivamente atractivo pero es
antipático. Paso-.
-Bien, comprendo- rió Daniel.
-Pero me has llamado para algo importante ¿no? ¿Tiene que ver con
ella?-.
Daniel asintió.
-Necesito que vigiles a alguien por un tiempo. Tengo la sensación de
que podría dañarla y empeorar las cosas. Están muy relacionados y
estar cerca de él me da mala espina-.
-¿No será que estás celoso?- bromeó May.
-Qué va. Eso no me preocupa- respondió fríamente.
-Bien, continúa-.
-Solo eso, vigílalo tan solo unos días. Necesito confirmar algo y tiene
que ver con ella. Es importante ¿lo harás?-.
-Tu extrema preocupación es sorprendentemente extraña. Trata de no
enamorarte de ella, zopenco- dijo ella colocándose de pie.
-Es demasiado tarde- respondió él pegando los ojos en el partido.
May abrió los ojos por la sorpresa y esbozó una enorme sonrisa.
-Lo haré Da…-.
No pude oír más. El sonido de un graznido gutural a mis
espaldas acompañado por un aleteo me sobresaltó. Giré con
brusquedad y vi apoyado en el borde de los asientos del piso de arriba
un cuervo negro con lustrosas plumas. Sus ojos oscuros se clavaron
en mí y parecía que todo el estadio se cubrió de una extraña neblina.
Las personas se convirtieron es sombras presentes. Entré en pánico y
no podía ver a nadie. Me lancé desesperadamente hacia adelante
para alertar a Daniel por más furiosa que estaba con él pero no había
nadie. La neblina se escurrió entre mis brazos y se esfumó. Salí al
159
Annie M. Hart

pasillo. Oía vítores. Oía voces. Gritos de alegría. Pero no podía ver
qué sucedía.
El aleteo se acercó más a mí, multiplicándose. Sus graznidos se
transformaban en palabras.
-Quiero los ojos. Dame los ojos- gritaban- el secreto de la llave
¡DANOS LA LLAVE!-.
No podía contestar, tenía un nudo en la garganta y estaba presa
del miedo.
-¡Dylan! ¡Daniel!- logré articular con poca fuerza.
La avalancha de plumas negras se acercaba a mí repitiendo lo
misma sin cansarse. La niebla comenzó a aumentar llegando hasta
mis hombros mientras las siluetas humanas de perdían y
desaparecían junto con las voces.
Hasta que me cubrió por completo y sentí que me desvanecía
mientras veía cómo las garras arqueadas de los cuervos se acercaban
a mí y unos brazos me sostenían antes de colapsar.
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Annie M. Hart

Capítulo 14
Maldita ricachona
Me desperté en mi habitación. Levanté la cabeza suavemente
para no marearme y noté que aun llevaba las ridículas ropas negras
de ayer. ¿Qué hacía en mi cama? ¿Cómo había llegado hasta aquí?
Lo último que recordaba era el estadio cubierto de neblina, a Daniel
con May charlando amigablemente y…
Los cuervos. Y los cuervos hablaban. Tratar de recordar sus
palabras hizo que sintiera una puntada en la cabeza así que decidí
volver a acostarme quitando mis pesadas botas. A los minutos alguien
tocaba la puerta.
-¿Estás despierta? Iré a trabajar pequeña- era la voz de mi madre
asomándose.
-¿Cómo llegué aquí?- pregunté con voz ronca.
-Dylan te trajo, dijo que te quedaste dormida en el sillón de Stella
viendo una película romántica. Te llevó en sus brazos y te dejó aquí.
Es un buen muchacho-.
-Oh, lo siento. Debería llamarlo-.
-Deberías. Bien, si no tienes nada que hacer para la escuela puedes
seguir durmiendo u ordenar la casa- guiñó un ojo- no te preocupes, te
ayudaré más tarde así que descansa-.
Seguro muchos pensarán que mi madre me apaña demasiado y
que debería ser una malcriada. Tiene demasiados motivos para ser
tan pegada a mí. Creo.
161
Annie M. Hart

Pero realmente aun tenía sueño. No estaba lista para hacerme


más preguntas sin respuestas y ni siquiera en sueños surgía una
buena idea para la historia que me esperaba sobre el escritorio. Cerré
los ojos y me sumí en un sueño sin pesadillas.

A pesar de que la bikini y el vestido no combinaban en absoluto


no me quedaba nada mal. Mi piel blanca quedaba perfecta con el
fuerte bermellón. Cuando estuve perfectamente lista, tomé el bolso
playero que era de mi madre cargado con una toalla, perfume,
desodorante, un libro por si acaso, mi móvil y unos lentes de sol.
-Cuando quieres tienes buenos gustos- observó mi madre sentada en
la silla frente a la mesa tomando una taza de café.
-Solo son mis gustos- rezongué- ya verás como estaré una vez que
esté más bronceada. Tu cara se caerá de la envidia-.
-Sí hija- dijo con sarcasmo- apresúrate que Stella lleva treinta minutos
afuera tocando la puerta-.
Le robé una medialuna y salí.
-Lo siento- me disculpé con la boca llena.
-Eso te queda más que genial- dijo ella.
Stella llevaba una playera corta que dejaba al descubierto su
ombligo. Tenía estampado un Cool en letras naranjas sobre el color
amarillo de la tela y llevaba unos short azules desgastados y rotos.
Dylan seguía en el asiento del piloto. Llevaba su malla con rayas
degradadas en azul y una musculosa negra. De la parte trasera
alguien abrió la puerta. Daniel asomó su rostro sonriente y me miró.
Usaba una musculosa azul marino y una malla negra con un extraño
estampado en gris oscuro. No sabía realmente cómo mirarlo, a pesar
de que han pasado dos semanas yo seguía resentida y confundida al
verlo con May y no saber de qué diablos hablaban. No olvidar que
ignoraron por completo mi presencia.
162
Annie M. Hart

Le ofrecí la mejor sonrisa que pude y subí al vehículo junto a él.


Mis manos llevaban un pequeño paquete envuelto. Bueno, si estaba
enojada con Daniel pero eso no deshacía el regalo que me había
hecho así que ese día, cuando Stella y Daniel se fueron, Dylan me
ayudó a elegir un collar. Un poco incómoda y sin mirarlo a la cara, le
extendí el paquete mientras la camioneta arrancaba.
-Supongo que traes tu permiso- dijo Stella mirándose por el espejo.
-Claro- respondió Dylan.
Daniel vio mi mano extendida y tomó el regalo mirándome
confundido.
-Es…un regalo de bienvenida. Supongo- murmuré.
Sin borra aquella sonrisa encantadora, rompió el envoltorio. Él
trabajaba en una joyería así que sería estúpido obsequiarle un collar
pero no era una cadena de plata o algo parecido. Un simple colgante
con cuentas de madera y una cruz en el medio. Daniel la contempló
ensanchando su sonrisa y me miró con ojos brillantes.
-Es hermoso- dijo- no era necesario que me regalaras algo-.
-Pues ya está hecho- me encogí de hombros.
-Gracias ¿podrías atármelo?- me dio la espalda ofreciéndome ambos
extremos del collar.
-¿Ahí está bien?- pregunté.
-Un poco más abajo. Parece una gargantilla- rió.
-Lo siento- reí- ¿Ahí?-.
De repente el coche se detuvo bruscamente y me estampé
contra la espalda de él. Daniel se sostuvo con la puerta.
-¿Estás bien?- preguntó entre risas.
-Sí- respondí sin moverme. Estaba roja como un tomate.
Cuando me incorporé y acabé de atarle el collar observé como
Stella me miraba maliciosamente por el espejo retrovisor.
-Disculpen, un semáforo me tomó desprevenido- dijo Dylan.
163
Annie M. Hart

-Has honor a tu permiso, hermano. Necesito regresar entero- bromeó


Daniel.
Stella y yo nos reímos pero la amenazadora mirada de Dylan
hizo que me callara. Dios ¿Cuánto tiempo llevará así? Es molesto que
Daniel tenga secretos pero no veía el motivo de ser tan…frío.
Últimamente no recuerdo el rostro sonriente y burlesco de Dylan.
-Diablos, esta idiota tiene su estúpida casa demasiado lejos- se quejó.
-¿Y si regresamos?- ofrecí.
Los tres gritaron a coro “NO”.
-Ya entendí- dije cruzándome de brazos.
-Estamos cada vez más cerca ¿y esperas que me devuelva? Te
sacaré a patadas de la camioneta-.
-No seas tan rudo- dijo Stella golpeándolo en la nuca.
-Tú y tus golpes. Deberías hacer boxeo o algo parecido-.
Daniel y yo nos reímos.
-¿Es aquí?- preguntó Dylan frenando lentamente frente a una entrada
alta con rejas blancas. Parecía las puertas al cielo, maldita ricachona.
-Sip, ¿acaso no hueles ese olor a víbora asquerosa?- musitó Stella
olfateando- entremos-.
El lugar era enorme. Sin mentir, enorme. Habían varias cabañas,
un pequeño parque, canchas para todos los deportes, estacionamiento
y, por supuesto, un lugar exclusivamente para la piscina. Con una
barra de tragos, música, salvavidas, plataforma y reposeras.
-Wow, vaya- dijo Daniel, bajándose detrás de mí- hay muchísima
gente-.
-No me sorprende. Tiene dinero y es bonita- dije.
-Shit. Tú no hables que con ese nuevo traje de baño los dejarás
boquiabiertos. Ya tengo la rutina que haremos juntas. Nos pondremos
bloqueador solar, tomaremos una hora de sol, beberemos unos tragos
y piscina hasta la tarde. Es perfecto ¿no?- relató Stella.
164
Annie M. Hart

-¿Y qué hay de nosotros?- preguntó Dylan bajando el pesado bolso de


Stella.
-Yo creo que es algo obvio- ella tomó sus cosas- hagan planes de
chicos. Nosotras somos chicas-.
-Da igual. Vamos-.
Atravesamos la pequeña reja que rodeaba la piscina. Sam
estaba sobre una reposera sentada charlando animadamente con un
grupo. Tenía una bikini con estampado psicodélico y unos lentes de
sol negros sobre su cabeza. Al vernos se puso de pie y clavó sus ojos
miel en Daniel. Por supuesto, pasó al lado nuestro como si fuésemos
meras pestes.
-¡Has venido!- grito ella abrazándolo.
-HEMOS venido- masculló Stella entre dientes.
-Sean bienvenidos. ¿Qué te pareció el lugar?-.
-Es fantástico- sonrió él.
Sam lo tomó del brazo y se lo llevó. Comenzó a presentarlo ante
la mayoría de desconocidos que había.
-Bien, comencemos con la lista de planes- anunció Stella quitándose
su ropa.
La imité, un poco avergonzada. No tenía un gran cuerpo como
ella.
-Deja de taparte- me retó- estás hermosa. Dios, mujer-.
-¿Segura?-.
-Segura. ¿A ti no te preocupa?-.
-¿Qué cosa?-.
Ella señaló con el mentón a Daniel parloteando con unas chicas.
-No- respondí.
-Cuando llegará el día en que seas honesta…- rió ella meneando la
cabeza-.
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Annie M. Hart

-Pensé que no vendrían- dijo alguien.


-Ya me parecía que algo olía feo por aquí- musitó Stella tapándose la
nariz dramáticamente.
-Somos sus amigas- respondí.
Sam depositó todo su poco peso en una de sus piernas.
-He visto esa bikini en el centro comercial. Cariño, es linda pero no
tienes lo necesario para usarla- dijo ella arrugando la nariz.
-Yo…-.
-Tal vez una enteriza era perfecta. Sin ofender-.
-Bueno esta bikini…-.
No tenía por qué darle explicaciones. No tenía por qué sonar
como un cachorro asustado. No tenía por qué decaerme así cada vez
que ella remarcaba la cantidad de imperfecciones que tenía.
De pronto un brazo me rodeo por los hombros. Me sobresalté.
-¿Sucede algo, Phoenix?-.
Era Daniel.
-Oh vaya- dijo Stella.
Tenía el torso desnudo dejando ver un cuerpo perfectamente
marcado. Claro, lo recordaba bastante bien.
-Nada- tartamudeé mirándolo.
-Oye Sam…- comenzó Daniel- yo…-.
-Ya, comprendo- dijo Sam, sonriendo disimuladamente- Gracias por
venir-.
Dio media vuelta y se alejó.
-Me has salvado- suspiré.
-Cuando no- comentó separándose de mí- creo que deberías hacerle
frente a las situaciones. Si sigues así…las cosas no van a terminar
nada bien-.
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Annie M. Hart

-Lo sé- me lamenté- pero no puedo evitarlo. No me siento fuerte-.


-Tú eres fuerte- dijo él colocando el dedo índice en mi frente.
-Eso está en duda- susurré para que él no me oyera.
-Bien, olvidémonos del episodio que dio la arpía y continuemos con
nuestros planes. Dylan está disfrutando de la atención- lo señaló en la
piscina hablando con unas tres chicas- así pues ¿ayudarías a Ellie con
el bloqueador solar en la espalda?-.
-¿Eh? ¿Y qué hay de ti?- casi grité.
-Tonta, ya me he puesto antes de venir. Te guardaré una reposera-
dijo dándome la espalda.
-Tú planeaste esto ¿verdad?- murmuré antes de que se alejara
demasiado.
-¿Yo? Never- fue lo último en decir antes de irse.
-¿Te ayudo?- me preguntó él tomándome de la cintura.
Asentí. No podía voltearme. Me sentía tan avergonzada.
Me colocó el bloqueador masajeándome delicadamente la
espalda. Debería estar relajada pero era imposible. Un maldito
embustero misterioso y sexy estaba detrás de mí.
-Estás muy tensa ¿te encuentras bien?- preguntó con su usual
preocupación.
-No, estoy bien. Es solo que no me agrada estar aquí-.
-Es sobre Sam ¿verdad?-.
Asentí.
-¿Quieres contarme?- él se asomo para mirarme sin soltar mi espalda.
Negué.
-De acuerdo. Está bien- sonrió.
“No pienso contar nada más sobre mí a alguien que oculta cosas
todo el tiempo”, pensé. Pero cuando llegaba a esa conclusión siempre
me decía que algo andaba mal, tal vez dentro de mí sentía que no era
167
Annie M. Hart

bueno ocultarle algo. Que él realmente podía ayudarme. Y aun así me


callaba y decía las cosas que no quería decir.
-Listo- anunció.
-Gracias-.
-Estaré cerca por si necesitas algo- añadió antes de alejarse.
Lo vi de espaldas. Eran fuertes y anchas con firmes líneas que
remarcaban sus músculos, su andar era perfecto, similar al de Dylan y
se movía con una extrema sensualidad. Era comprensible por qué
cada chica se volteaba para verlo pasar. Y yo tenía la suerte de tener
su atención.
Pero ¿Por qué yo? Había millones de mujeres más atractivas
que yo y aun así ¿Por qué me prestaba tanta atención? ¿Era una
presa fácil para cualquiera? Ya, estaba en un lugar que no era mi
casa, lleno de desconocidos y de gente que se supone que éramos
compañeros y me preocupaba por eso. No era el momento. A decir
verdad nunca lo era. Mi cabeza amenazaba con explotar cada día. Era
demasiada tensión para una niña de dieciséis años.
Caminé hacia donde Stella se hallaba. Estaba tomando sol de
espaldas con el brasier de su bikini desatada y el cabello castaño
atado en un rodete. Junto a ella yacía otra reposera con su bolso
sobre ésta para reservármela. Lo quité y coloqué la toalla. No quería
que las líneas gruesas de la reposera se marcaran en mi cuerpo, sería
algo vergonzoso.
-¿La pasaste lindo?- canturreó Stella sin levantar la cabeza.
-¿A qué te refieres?- contesté sentándome.
-Ya sabes. Lo que muchas darían para que esas manos varoniles las
tocara-.
-Pues yo veo como sus manos tratan de tocarlo a él-.
-Celosa- bromeó.
-No lo soy-.
-¿Por qué lo niegas?- preguntó enderezándose para mirarme- te gusta
¿no es así?-.
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Annie M. Hart

-Stella lo conozco hace un mes- dije.


-Pero es lindo ¿no?-.
-Claro, no soy tan idiota- bufé.
-Es sexy-.
-Es sexy- afirmé.
Stella se dio vuelta por completo para tomar sol de frente y
deshizo su rodete, no sin antes atarse el brasier.
-Uf por poco y me quedo desnuda- dijo.
-Para muchos sería un gran espectáculo- reí.
-Ya. Toma sol, no sería nada agradable que te quemes de un costado.
Eso es lo que envidio de ti, tomas color rápido a pesar de ser blanca
como la leche-.
-Un placer- contesté.
Nos quedamos en silencio unos largos minutos.
-No puedo creer que mi amiga esté interesada en otro muchacho-.
-¡Cállate!-.
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Annie M. Hart

Capítulo 15:
Ya, no es tu hombre
Estaba de frente al sol cuando una sombra me hizo entreabrir los
ojos. Daniel estaba delante de mí sin su musculosa y llevaba una
pelota de voleibol bajo el brazo.
-¿Vamos a jugar?- preguntó, sonriente.
Iba a negar pero Stella se puso de pie velozmente.
-Sí, vamos las dos- contestó tomándome del brazo.
-¿Qué haces? Sabes que no soy buena en estas cosas- susurré
mientras avanzábamos.
-Yo tampoco pero será solo por diversión- guiñó un ojo- es tu
momento para decirles a las demás perras que él es tuyo-.
-¡No es mío!- grité, ruborizada.
-¿Qué no es tuyo?- preguntó Daniel volteándose.
-Nada- balbuceé.
En la cancha de vóley estaban Wendy, Sam, Dylan, Daniel,
Stella, Paul, un muchacho del otro salón con el cabello corto, rubio y
ojos marrones, Esteban, compañero de Paul, de cabello largo rubio y
ojos verdes, Brandy, una chica de nuestro salón de baja estatura, pelo
corto de color negro y ojos marrones, y Megan, una de las trillizas
amigas de Sam y yo. Cinco en cada equipo, yo estaba con Daniel,
Wendy, Stella y Megan. Ésta última, cuando lo vio llegar, se lanzó a
sus brazos.
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Annie M. Hart

-¿Jugarás en mi equipo?- le preguntó a Daniel.


Él la tomó de las manos para separarla.
-Sí ¿o prefieres que esté en el otro?-.
-Quédate- rogó la pelirroja.
Megan era modelo junto con sus otras dos hermanas, todo
California las conocía por su belleza. Y tenían razón, ella era esbelta,
alta, delgada, gran busto, cintura fina, cabello larguísimo de un fuerte
color rojo, piel bronceada, fuertes facciones y ojos negros, casi no se
podía distinguir la pupila. Pero había algo en ella que no encajaba. No
sabía bien qué era pero estaba segura. Su mirada me daba
escalofríos y me sentía inquieta.
-¿Tú juegas?- me preguntó.
Asentí.
-Bien, colócate atrás junto con Stella- me indicó posicionándome.
-Espera Meg- la detuvo Daniel- ella no sabe jugar, déjala adelante
junto a mí para que pueda ayudarla-.
Megan lo miró y luego a mí. Creí que se trataba de una ilusión
pero podría jurar que me observó con odio. Me alejé disimuladamente
de ella y me situé en el centro junto a Dan.
-Bien ¿conoces lo básico?- preguntó él.
-El golpe de arriba es así ¿no?- respondí moviendo las manos- y el de
abajo es…así-.
El lanzó una risita y se colocó detrás de mí tomándome los
codos.
-Mira, los estiras de esta manera y juntas los pulgares así- me indicó-
ahora separa las piernas, la izquierda un poco más adelante que la
derecha, los flexionas y cuando viene la pelota la golpeas suave con el
antebrazo ¿comprendes?-.
-Creo- admití- haré lo que pueda-.
-Seré tu soporte- añadió antes de volver a su puesto.
171
Annie M. Hart

Me relajé y miré a Stella. Estaba agazapada y me lanzaba


miradas diciendo “te vi”. Me reí por lo bajo y me enderecé.
-Voy- gritó Brandy del otro lado mientras lanzaba la pelota hacia arriba
con la derecha y la golpeaba con la izquierda. Por lo visto era zurda.
La bola pasó la red justo sobre mí, alcé los brazos y recibí como
pude. Daniel corrió y volvió a pasármela. La golpeé con mis pocas
fuerzas y pasó al otro lado nuevamente. Estuvimos así unos largos
segundos hasta que la pelota calló de nuestro lado.
-Mierda- bufó Stella reincorporándose.
-Lo hiciste bien, chica- rió Megan- nada mal-.
-Gracias- sonrió Stella sacudiéndose la arena de las piernas.
Brandy volvió a sacar y esta vez recibió Dan, pasándosela a
Dylan. Este remató sin un ápice de piedad logrando un punto para
nosotros.
-Bien hecho- lo felicité chocando los cinco.
Él parecía más relajado y disfrutaba del juego como todos
nosotros. Era agradable recuperarlo aunque sean unos pocos minutos.
-Sacas tú, Zimmer- dijo Dylan lanzándole la bola.
Dan la tomó y fue hasta el fondo. Sacó.
Esteban recibió el golpe pasándolo de un solo toque. Stella
recibió y se la pasó a Dylan quien me la lanzó a mí. Traté de imitar su
remate, la pelota pasó, pero no con la misma fuerza ni el mismo
efecto. Para mi sorpresa, fue otro punto.
-¿Hasta cuanto lo hacemos?- preguntó Dan antes de sacar de nuevo.
-Hasta los quince- respondió Sam- luego nos esperan unos tragos y
unos panchos-.
-Bien pues muero de hambre. Terminemos pronto-.
-¿Hay algún premio?- preguntó Stella- necesito una motivación para
ganar-.
172
Annie M. Hart

-Yo creo que lo haría más interesante- dijo Daniel encogiéndose de


hombros.
-Bien, quien haga el punto ganador tendrá una cita con alguno que
quiera del equipo contrario. Suena alentador ¿no crees?- propuso
Sam, sonriendo.
-¿Qué sucede si no me interesa nadie?- preguntó Dan.
-Pues…elige de tu propio equipo- contestó Paul como si fuese algo
obvio.
-Perfecto- sonrió Daniel.
Sacó. El partido se hacía cada vez más interesante. Sam y Stella
tenían suficiente motivación para ganar. A mi…me daba igual tal vez.
O no. No lo sé, solo me divertía jugando.
Al fin estábamos a un punto de ganar. Íbamos catorce a doce.
Sam sacó y la pelota la recibió Stella, luego Megan y la bola comenzó
a descender en medio de Dan y yo.
-¡Yo!- grité levantando una mano.
Pero la bola fue golpeada por un par de manos que la hizo
atravesar la red y anotar el punto ganador. Pero claro, hacerlo obtuvo
sus consecuencias. Mis piernas al caer se enredaron con las de él y
ambos caímos a la arena. Yo sobre su regazo.
-A eso lo llamo trabajo en equipo- rió Daniel.
Él tomó mi cintura para ayudarme a estar de pie.
-¿Estás bien? ¿No te hice daño?- pregunté.
-Qué va, Phoenix, ni que pesaras noventa kilos- respondió riendo-
estoy bien, ahora muero por un pancho-.
-Reclama tu premio- lo interrumpió Sam agachándose para pasar
debajo de la red.
-¿Cuál?-.
-¿Con quién tendrás la cita?-.
173
Annie M. Hart

-Vaya, era cierto- rió él- escucha no me interesa tener a alguien por un
día y más lograrlo como premio. Si algún día estoy con quien deseo lo
será porque yo lo logré, no que dependí de que si ella es un mero
premio material-.
Sin esperar una respuesta, dio media vuelta y se fue. Lo seguí a
trompicones.
-No me esperaba algo como eso. Podrías haber aprovechado salir con
Megan o Sam- le dije.
-No me interesan. Te lo dije ¿no? Ya lo sabes-.
Quise preguntar a qué se refería pero al recordar lo que me dijo
hace unas semanas hizo que me callara. No era buena idea que me lo
repitiera con tanta gente a nuestro alrededor.
-Lo siento-.
-¿Por qué te disculpas?-.
Sacudí fuertemente mi cabeza.
-Danos la llave- oí sobre mí- tú sabes dónde está. Tus ojos lo saben-.
Levanté la cabeza y miré a mí alrededor. No había nada. Ni
cuervos o neblina que hiciera desaparecer a la gente.
-¿Estás bien?- me preguntó colocándome las manos en los hombros.
No noté que tenía una mano en el pecho, sintiendo como mi
corazón latía velozmente.
-Sí, no te preocupes- respondí relajándome al ver que Daniel estaba
junto a mí.
-¿Te traigo uno?- me ofreció.
Asentí y, mientras él se iba, me senté en una silla de plástico.
-Sinceramente esperaba que te eligiera a ti- dijo Stella sentándose a
mi lado.
-Su respuesta fue más que perfecta-.
-Sabes que él es perfecto- bromeó.
174
Annie M. Hart

-No empieces- reí.


-¿Qué quieres que hagamos ahora?-.
-No lo sé, no se me ocurre nada. Tal vez la piscina-.
-Pues claro, pero como vamos a comer, debemos esperar una hora-
se quejó.
-Amm… ¿ver el cielo y encontrarle forma a las nubes?-.
-Es una broma ¿verdad?-.
-Claro-.
-La llave. Dinos donde está la llave- volví a oír.
Decidí ignorar las voces. No quería alarmar a Stella.
-Podemos tomar sol de nuevo…o ¡mejor! Veamos a los chicos jugar al
futbol ¿quieres? Sé que sí- opiné.
-Nada mal, empiezo a estar orgullosa de ti. Ver a Paul moverse es
realmente Wow- dijo feliz.
-Bien, está dicho-.
-Tu pancho- dijo Daniel extendiéndomelo- ¿te gusta la mostaza?-.
-Por supuesto- respondí tomándolo.
-¿Jugarás al futbol?- preguntó Stella.
-Sí ¿irán a vernos?-.
-Te estaremos apoyando, solo trata de jugar en el mismo equipo que
Paul. No quiero ser rival de Ellie-.
-Trato hecho-.
175
Annie M. Hart

Nos sentamos en los asientos de los espectadores. Cuando


Stella dijo que esa arpía tenía amigos interesantes no mentía, había
chicos mayores y de nuestra misma edad, ninguno era feo. Y las
amigas también eran hermosas, me sentía un gusarapo entre todas
ellas. Daniel entró a la cancha y me lanzó una enorme sonrisa. Se la
devolví antes de que Paul lo golpeara amistosamente en el brazo.
-Perfecto, se llevan bien. Dan podría ayudarme- analizó Stella en voz
baja.
-Te llevas bien con él ¿verdad?- preguntó alguien a mi lado.
Era Megan. Sus otras dos hermanas estaban en otra tribuna.
-Sí-.
-Niña eres demasiado suertuda- rió.
-¿Por qué lo dices?-.
-Él está buenísimo- continuó riendo. Su cercanía me provocaba aun
más incomodidad e inseguridad. Sentía como si algo oscuro rodeara
su cabellera escarlata- ¿crees que podrías acercarme a él?-.
-Yo… bueno pero…-.
-¡Ellie!- gritó él- ¿puedes tenerla?- dijo quitándose la camiseta y
entregándomela.
La atrapé en el aire.
-¡Suerte! Y ¡Gana!- grité.
Él volvió a encararme y besó mi mejilla.
-Créeme que ahora ganaré- susurró antes de irse.
Embobada vi como se reunía con sus compañeros de equipo.
-Oh, no sabía que era tu novio- dijo Megan, desilusionada.
-Nononon- me apresuré en responder- no es mi novio. Si quieres…
puedo hablarle de ti-.
-¿Enserio?- gritó emocionada- ¡Gracias eres súper!-me abrazó-
disculpa pero aun no se tu nombre-.
176
Annie M. Hart

-Ellie Crowen-.
-Megan, Megan Hemsworth-.
A pesar de su piel normal, su abrazo fue gélido. Frío y
desgarrador. ¿Acaso estaba delirando o qué? Se acomodó mejor en
su sitio cruzándose de piernas y clavando la mirada en la cancha de
césped.
Como era de esperarse, Daniel jugaba en el mismo equipo que
Paul. Stella me codeó mientras gritaba vítores y palabras de júbilo.
Megan, en mi otro costado, aplaudía cada vez que mi amigo tocaba la
pelota. No podía negarlo, me irritaba. Dylan jugaba en el equipo
contrario y peleaban cuerpo a cuerpo con Daniel para tener el control
de la pelota. Ambos eran muy buenos pero siempre Dan acababa
quitándoselo, a veces pensaba que Dylan aprovechaba el juego para
desquitarse con él pero ¿Por qué? ¿Estaba enfadado por no haber
averiguado nada esa noche? ¿Por qué me desmayé y obligué a que
me llevara a casa? A veces pensaba en que ambos eran hermanos
perdidos por la cantidad de misterios que los rodeaban. Las cosas
antes no eran así.
-Nunca pensé que Sam escondería a un muchacho como él- suspiró
Megan.
No quise contestar. Estaba al cien por ciento segura de que mi
respuesta no sería nada amigable. “Aléjate de él” quise decirle. Pero
no, iba a quedar como una tonta posesiva que remarcaba que alguien
era suyo cuando no lo era. No sé qué era él para mí.
-Están ganando ¿oíste? Están ganando- repetía Stella, emocionada.
-¿Por qué ese entusiasmo? No te gusta el futbol- dije.
-No pero desde que Paul juega se volvió algo maravilloso-.
Me reí.
-Tengo el motivo perfecto para acercarme a él y felicitarlo-.
-Ve por él- la animé.
El partido duró una hora y media. Estaba un poco cansada de
tanto gritar y mirar hacia el mismo lado, ver estas cosas no era lo mío.
177
Annie M. Hart

Me despabiló la fuerte sacudida que dio la tribuna gritando el gol de


victoria. Paul y Daniel se acercaron a nosotras. Bajé los escalones
junto con Stella. Ella se me adelantó y fue hasta Paul.
-Estuviste fantástico- le dijo.
-Que va, es talento natural- sonrió él.
-¿No vas a felicitarme?- me preguntó Dan.
-Claro. Pero solo fue suerte- bromeé.
-Suerte que tú me diste- respondió acariciando mi mejilla con su
pulgar.
-Eres sorprendente. Deberías estar en aquellos súper equipos
europeos- lo alabó Megan abrazando su cintura por detrás.
-Ten- dije extendiéndole su camiseta- iré con Stella-.
-Espera Phoenix- se deshizo disimuladamente del abrazo de la
pelirroja- ¿vayamos por un trago? Muero de sed-.
-Tú te mueres por todo- reí.
-Más que por ti imposible- sonrió.
Me ruboricé y desvié mi mirada ¿Por qué tenía que decir esas
cosas en los momentos menos indicados?
Fuimos juntos hasta la barra. Pedí un licuado de frutilla y él un
jugo de durazno.
-Has tomando sol- afirmó sentándose en una reposera. Hice lo mismo-
tienes las mejillas coloradas- rió.
-¿Se ve mal? ¿Ridículo?-.
Él negó con la cabeza.
-Estás hermosa-.
-Gracias- tartamudeé- cuéntame ¿te han regalado algo?-.
-Veamos… además de una camiseta, un desodorante, un CD de
música y un hermoso collar de madera…nada más- respondió
tocándose la cruz en su pecho- creo que estamos a mano ¿no?-.
178
Annie M. Hart

-Tal vez- asentí acariciando mi dije.


-Este jugo es genial-.
-Estoy de acuerdo- dije dando otro sorbo.
-Veo que Dylan la pasó bien en el partido- rió.
-Lo noté- dije sarcásticamente con una sonrisa.
-¿Podrías decirle que no planeo secuestrarte por más que la idea sea
tentadora?-.
Solté una carcajada.
-Creo que no sería bueno que se lo dijera- dije.
-La pasarías bomba. Estaríamos juntos y tú fingirías estar sufriendo
pero que en realidad lo estás pasando fenomenal- explicó asintiendo
para sí mismo.
-Ya- reí- ¿No te han dicho antes que hablas demasiadas idioteces?
Ah, cierto. Eras un idiota-.
-Me has ofendido. Devuélveme mi dije- musitó acercando su mano a
mi cuello.
-¡Aléjate!- reí haciéndome para atrás.
El se puso de pie, colocándose a unos centímetros de distancia.
-Tomaré eso de regreso- dijo en tono macabro.
-¡Es mi corazón!- espeté.
-Con más razón lo quiero- rió tenebrosamente.
De tanto reír perdí fuerzas y dejé que él sujetara el dije
suavemente acercándome a él. Dan aun reía y apoyó su frente con la
mía mientras acunaba mi rostro entre sus manos. Dejé de reírme y
clave mis ojos en los suyos. Tan bellos. Tan cerca. Agaché mi mirada
temiendo ruborizarme.
-Lo siento- musité aclarándome la garganta.
-¿Quieres otro?- señaló mi vaso vacío.
179
Annie M. Hart

Asentí extendiéndoselo.
-Licuado de mix- le grité.
-Tú- oí a mis espaldas. Era Stella señalándome- parecían pareja-
remarcó frunciendo el ceño.
-Déjalo ya- reí haciéndole un lugar a mi lado- ¿es que eres merma y
no entiendes las cosas a la primera?-.
-A la que no entiendo ni a la primera, quinta o
decimasezagecimalcuarta es a ti- respondió sentándose.
-Ya te admití que es lindo y sexy ¿Qué más quieres?-.
-Primero pensaría la forma en cómo mutilar a la zorra de Megan y a
sus hermanas por si acaso. Esa pelirroja de grandes pechos no deja
de menearse cerca de tú hombre-.
-Stella…-.
-Ya, no es tu hombre. Pero en mi mente lo es ¿no lo recuerdas? He
elaborado toda una historia cursi en mi cabeza- sonrió.
-Pues reescríbela o llorarás antes del final- contesté con sonrisa
forzada.
-Diablos no tienes por qué sonar tan malvada-.
-Licuado mix- dijo Daniel moviendo en vaso delante de mis ojos.
-Gracias- contesté.
-¿Y para mí?- preguntó Stella haciendo puchero.
-Paul trae uno para ti- dijo Dan guiñando un ojo.
En efecto, así era. Paul venía detrás de él con dos licuados en
sus manos.
-Ten- le dio uno a ella- es de durazno ¿te gusta?-.
-Claro- sonrió mi amiga-.
Stella tenía suerte, podía estar con quien quisiera con solo un
movimiento de sus largas pestañas. Siempre fue hermosa, yo jamás
pude sentirme así. Veía como múltiples chicos se le declaraban o
180
Annie M. Hart

mandaban sus cartas de amor. En cambio a mí…nada. Solo una vez


tuve un amor correspondido que terminó desgarrándome el corazón
por pensar que realmente fue así. Por pensar de que alguien podría
verme con esos ojos. Por desear ir de la mano como idiotas con
alguien que amo. Por soñar con ideas locas para un futuro distante y
tal vez imposible. Todas esas ideas las perdí. Se fueron con él y he
tratado de recuperarlas pero cada vez sienten más miedo de volver
conmigo. Porque saben. Saben que volverán a perderse ¿Quién o qué
quiere quedar en el olvido? Todo quiere tener su momento de vida y el
amor es eso. Una idea. Un sueño. Algo que florece en alguien con ese
deseo. El amor quiere vivir. Quiere permanecer al lado del soñador.
Pero cuando el soñador muere, mueren sus deseos con él. Su mente
deja de vagar como antes, ya no brilla nada más para él. Por eso el
amor lo abandona, desgarrado y desilusionado vaga día y noche
esperando recuperar esa brecha que el soñador creó cuando tuvo la
oportunidad.
181
Annie M. Hart

Capítulo 16:
Phobia
Stella quería estar con Paul y conmigo al mismo tiempo pero
sentía que si estaba con él me dejaría sola y si estaba conmigo él
pensaría que ella no tiene interés. Conclusión: nos quedamos los
cuatro recostados en las reposeras conversando con licuados en
nuestras manos. A distancia parecíamos un grupo de parejas felices.
No me molestaba tanto como creí, tal vez se sentía un poco incómodo
pero éramos amigos después de todo. Solamente faltaba Dylan, quien
se la pasó toda la tarde conversando con un grupo de amigos
completamente aislado de nosotras. Vaya, si rencor era lo que tenía
por arruinar nuestro plan, era demasiado exigente. Y parecía que su
desprecio hacia Daniel era más evidente.
No solo tenía ganas de golpear a Dan por no hablarme sobre él
sino que también tenía a Dylan en mi lista ¿es que acaso no había
nadie normal? Perfecto, irónicamente yo tenía que pensar eso.
-Estás muy callada- dijo Paul.
-¿Eh? No es nada- respondí.
-No te preocupes, suele quedarse con la mente en blanco- musitó
Stella, riendo- Oye Paul ¿sabes quién es ese muchacho?- preguntó
señalando lo más disimuladamente que pudo.
Era un chico un poco más alto que yo. Tenía unos simpáticos
rulos marrones, un tierno rostro joven pero su cuerpo trabajado me
indicaba que no era menor que yo. Tenía un interesante tatuaje en el
pecho y unos hermosos ojos celestes, parecidos a los de Daniel.
182
Annie M. Hart

-Él es Jarred. Jarred Depp. Es un amigo cercano a Sam. Viven en el


mismo barrio- explicó Paul.
-Bueno pues no deja de mirar a Ellie-.
-¿Qué? ¿A mí? Eso es imposible- dije.
-Tienes razón- asintió Paul- ¿quieres que los presente?-.
-¡Oye!- reí.
-Es lindo- dijo Stella- yo que tú, voy-.
-Sí, lo es. Pero no pienso moverme de aquí. Que venga él-.
-Pues iré a buscarlo- musitó Paul colocándose de pie.
Sin dejar que me queje, se alejó camino hacia ese tal Jarred. El
muchacho observó a las espaldas de Paul y me miró, sonriendo. Vaya,
era bastante atractivo. Luego, él asintió y ambos tomaron el camino de
regreso. Pero no se acercaron, se detuvieron y Paul me hizo señas
para que vaya.
-Ve- me susurró Stella.
-Phoenix- murmuró Dan.
Ni siquiera volteé para mirarlo. No podía y no quería ver su
mirada triste porque sabría qué me dirían sus ojos. Un poco tímida, me
situé junto a Paul.
-Jarred, ella es Ellie. Ellie Crowen. Ellie Crowen, él es Jarred Depp-
nos presentó.
-Un placer- respondió él.
De lejos era atractivo. Pero de cerca era mil veces más. Tal vez
no podía compararse a Daniel pero aun así era muy lindo. No tenía
largas pestañas pero aun así eran gruesas y resaltaban más sus ojos.
Sus labios eran finos y dibujaban una dulce sonrisa, como si fuese un
niño. Él extendió su mano hacia mí.
-Un gusto- respondió estrechándosela.
-¡¡Paul!!- gritó Stella.
183
Annie M. Hart

-Los dejo- musitó él antes de irse.


Nos quedamos solos y podía sentir la taladrante mirada de
Daniel clavada en mis espaldas. Me volteé apenas. En efecto, él me
miraba y Stella hablaba con él. Daniel respondía pero no despegaba
su mirada de mí. Tragué saliva y me enderecé.
-¿Ese es tu novio?- me preguntó Jarred.
Negué.
-Solos somos amigos-.
-Qué alivio- sonrió- ¿quieres…ir a la piscina?- ofreció.
-Claro- sonreí- espérame un poco-.
Fui hasta la reposera donde estaba Stella.
-¿Qué harás?- me preguntó ella, ansiosa.
-Iré a la piscina con él-.
-Vaya suertuda. ¿Qué te dijo tu amiga? ¿Ah? ¿AH?-.
-Sí, sí. Como sea- respondí quitándome el vestido.
-Ellie- susurró Dan.
Lo miré.
-Los veo luego- dije tomando la toalla y yéndome.
Él estaba en las escaleras para descender a la piscina.
-Esa bikini te sienta estupenda- dijo mirándome.
Dejé la toalla en el borde de la cerca.
-Gracias-.
Extendió la mano hacia mí. La tomé y me ayudó a entrar. Me reí.
-¿Qué es lo gracioso?-.
-Esto- respondí riendo.
-Lo siento- rió.
184
Annie M. Hart

-Está bien-.
El agua estaba fría. Me metí de a poquito mientras se me
escapaban algunos grititos cuando el agua tocaba mi piel desnuda a
medida que descendía.
-Sí, está helada- comentó él entre risas.
Para evitarme más sufrimiento, me sumergí en ella. Al salir no
había una brisa que me hiciera congelar así que me relajé cuando mi
cuerpo se acostumbró al agua. Jarred hizo lo mismo y luego nos
apoyamos contra el borde de la piscina para conversar.
Me contó sobre él. Estuvo viviendo unos años en Canadá porque
su madre es canadiense y su padre es de California. Se mudaron aquí
cuando él tenía siete años. Tenía un hermano pero falleció unos años
después de nacer porque había nacido con una enfermedad en el
corazón. Tenía a sus cuatro abuelos con vida, asistía a un Instituto
cerca de la casa de ellos, estuvo en el cuerpo de bandera cuando aún
estaba en primaria, juega al básquet desde que tiene doce años
(ahora tiene dieciocho), está estudiando medicina, toca la guitarra
hace dos años, le gusta el rock internacional, no es amante de la
lectura (lo regañé por eso y él se rió), adora dormir, tiene un gato
llamado Perseo, le gusta salir a bailar por las noches y conocer gente,
ha tenido tres novias en su vida y las tres lo engañaron (según él por
ser muy confianzudo y todo eso), me confesó que una vez se le
declaró a Sam pero en ese tiempo el era un muchacho sin forma, no
era para nada atractivo y ella lo rechazó sin siquiera pensarlo y que
ahora le coqueteaba cada vez que podía. Por supuesto él ya no caía
en sus encantos. Es más, ni siquiera le caía bien. Amaba las
matemáticas, biología y química (yo le expliqué que las odiaba y me
miró diciendo “¿Cómo puede ser?”) y, por último, su color favorito era
el verde.
-A mí también me gusta-.
-¡Tenemos algo en común!-.
-Y los gatos- reí.
-Te encantará Perseo, algún día te invitaré a mi casa. Claro, si no te
molesta-.
185
Annie M. Hart

-Por supuesto-.
-Ahora cuéntame sobre ti. Pareces ser una chica interesante que
aparenta tener una vida tranquila cuando en realidad tiene una doble
vida como artista o espía-.
Solté una carcajada.
-Pues te equivocas. Mi vida es aburrida-suspiré.
-Bueno, te escucho-.
-Vivo con mi madre, mis padres está divorciados, soy hija única,
ninguno de mis abuelos está con vida, perdí a mi mejor amiga hace
unos meses, trabajo como niñera sábado por medio cuidando a dos
hermosas niñas, mi madre, Elizabeth Dreamer, es moza en una
cafetería llamada RollingRed, asisto al Instituto local en el mismo salón
de Sam, he tocado el chelo por ocho años aun que el año pasado lo
dejé, tengo buenas notas, amo leer, escribo (me miró sorprendido), sí,
escribo- repetí riendo- me gusta la música internacional e instrumental,
no tengo mascotas y no hago ningún deporte, soy un desastre para
eso. Odio las matemáticas- reí- me gusta filosofía, literatura e historia
y mi color favorito también es el verde-.
-Finalizaste con la mejor parte-.
-Para arreglar las cosas-.
El rió.
-Me decepcionaste, esperaba alguna aventura. ¿Has tenido novio?-.
-Sí pero todo acabó mal-.
Mi tono de voz le indicó que no era bueno seguir preguntando. Al
fin y al cabo le conté cosas que a Daniel no. No me sentía de la misma
manera, estar con Jarred no me era algo familiar pero si reconfortante.
Sabía de él y él sabía de mí. Me resultaba algo estupendo.
Pero allí estaba el problema: no me sentía de la misma manera.
-¿De qué más quieres hablar?- preguntó.
-No lo sé. Soy pésima para estas cosas-.
186
Annie M. Hart

-Tú eres pésima para todo- bromeó- Bueno por lo visto ese novio tuyo
fue un imbécil. Se perdió a una chica fascinante y hermosa-.
-Gracias- balbuceé, ruborizada.
-¿Puedo saber quién fue el idiota?-.
-Peter Weiss- respondí con cierto mal sabor de boca.
-¿Weiss? ¿El hermano de Lyan?-.
-¿Los conoces?-.
Como si las cosas no podrían empeorar.
-Lyan está aquí. Es un tipo genial, lástima que el hermano sea un
imbécil. Siempre lo fue-.
-¿Lyan está? ¿Está Peter?- grité, eufórica con mi corazón latiendo a
mil.
-Peter no está. Sam interactúa más con los mayores y conoció a Lyan
en su clase ¿verdad?-.
Asentí.
-No te preocupes. Peter es un gran idiota. Parece que le pagaron por
ser idiota, se jubiló y está cargado en dinero debido a su
profesionalismo- musitó seriamente.
Apoyé mi cabeza en su hombro.
-Gracias. Enserio-.
-Cuando sepa lo que te hizo le patearé el trasero-.
-Tú no tienes nada que ver- dije, mirándolo.
-Acabo de conocerte y me caes malditamente bien y saber que alguien
como él se aprovechó de ti o te hizo daño hace que quiera
machacarlo- respondió apretando el puño.
-Ya- reí tomando su mano- gracias pero eso quedó en el pasado-.
Se relajó y me sonrió.
-Entonces ¿Qué te ata?- preguntó.
187
Annie M. Hart

-¿Disculpa?-.
-Pareces nerviosa. Tienes esa mirada que dice: anda, voltéate. Tienes
mejores cosas que ver. Mi vida no es nada para ti- recitó.
Solo…solo intercambiamos minutos de palabras y él…me
entendió. Sabe cómo me siento. Abrí los ojos desmesuradamente.
-Es así ¿verdad?-.
-Jarred…-.
No sé si fue lo correcto. Tampoco me importó pero lo abracé.
-Eres increíble- susurré.
Él también me abrazó.
-Lo entiendo porque me he sentido así. Hasta que comencé a abrirme
y dejar las cosas del pasado en el pasado. Deberías intentarlo-
aconsejó.
Asentí en sus brazos.
-¿Siempre eres así de cariñosa?- dijo sin soltarme.
-No, en absoluto- reí- pero contigo…me siento a gusto-.
-Y eso que solo hablamos muy poco- sonrió soltándome- te
maravillarás aun más de mí si nos conocemos más-.
-Eres demasiado arrogante- espeté.
-Es parte de mis encantos-.
Pero algo vi detrás de él. No era un cuervo. No era aquél
hombre. Era una mujer. Estaba en el agua, llevaba un larguísimo
vestido blanco que se perdía en su piel del mismo color. Sus brazos
largos eran delgadísimos, todo su cuerpo lo era. Pero demasiado. El
vestido pegado le marcaba las costillas. No podía ver su rostro, estaba
tapado por su larga cortina de cabello negro enmarañado. Dio unos
pasos hacia nosotros, suave sin mover el agua.
-¿Ellie?- preguntó Jarred, preocupado.
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Annie M. Hart

Él estaba delante de mí pero no me impedía ver los movimientos


sigilosos de la mujer acercándose.
-Phobia- susurró- Phobia y el cuervo van de la mano. Ella susurra y
sisea. Él seduce y tienta. Sus afiladas garras desgarran. Mi suave
aliento detiene el tiempo. Todo es frío. Todo es gélido. Phobia se
desliza. Phobia y el cuervo van de la mano-.
Su voz era entrecortada y dolorosa. Aguda y agonizante. Si no
resultara tan espantosa podría correr hacia ella y ayudarla pero estaba
helada. Mi piel estaba fría. Mi cuerpo gélido. La sangre de mis venas
perdía su calor. Sentía como me congelaba viva pero al mismo tiempo
sabía que no era así.
-Phobia quiere la llave- canturreó- Phobia necesita la llave. El cuervo
seduce y tienta- levantó su cabeza y el cabello poco a poco dejó ver
su rostro. Chupado y blanco. Las cuencas de sus ojos vacíos parecían
pozos sin fondo. No tenían nada pero al mismo tiempo sentía como si
algo de ella me mirara. Sus labios parecían haber estado cosidos y
abiertos a la fuerza- Phobia hiela y teme al deseo. Phobia está sola.
Necesita la llave. Él la necesita- finalizó alzando las voz.
Quise retroceder pero era imposible, mi espalda estaba pegada
al frío cemento de la piscina. Quería llorar y salir corriendo pero Jarred
me miraba, sabía que me miraba preocupado. “No quiero que piense
que esté loca” rogué en mi mente “es inevitable pero solo esta
vez…por favor”. Pero la mujer seguía ahí y avanzaba deslizante.
Tanteé a mis espaldas pero fue innecesario. Jarred tomó mis muñecas
obligándome a que lo mirara.
-¿Qué sucede?- preguntó.
Sacudí mi cabeza y apreté fuerte los ojos.
-Ellie…-.
Abrí los ojos de golpe y me topé con su mirada. A sus espaldas
la mujer había desaparecido y aquella fría sensación de frío se
disolvió. Pero aun así no lograba relajarme.
-¿Estás bien? Parece que has visto un fantasma-.
-No, descuida. Estoy bien solo…-.
189
Annie M. Hart

Fue algo peor que un fantasma.


-Tranquila. No tienes porqué explicarme-.
-Lo lamento- me disculpé.
-Ya- rió-si era un fantasma hubieses gritado así yo quedaba como un
héroe-.
-Lo tendré en mente para la próxima-.
-Tengo sed ¿y si vamos por un trago? Además…quería agendar tu
número. Si no es problema- dijo guiñando un ojo.
-No hay ninguno-.
Me di un último chapuzón y salimos. Usé la toalla para secarme
mientras él se alejaba diciendo que lo esperara. Al rato volvió con dos
copas de plástico con un sorbete en cada uno.
-Es licuado de banana-.
-Me gusta. No te preocupes- respondí recibiéndoselo.
-Listo, ¿Cómo es tu número?-.
Luego de dar un sorbo, se lo dicté.
-Luego te llamaré para que agendes el mío- dijo cerrando su móvil.
-Dalo por hecho- aseguré con una sonrisa.
-Y dime… ¿escribes algún libro?-.
-Estoy en eso. Pero no he podido avanzar más desde donde lo dejé-.
-Cuéntame. Tal vez pueda ayudarte. No seré lector pero puedo serte
de ayuda-.
-Bueno resulta que un día, la mejor amiga de la protagonista llamada
Caroline, se pierde misteriosamente tras jugar en un bosque junto a un
cementerio. La historia se narra en la ciudad de México. Kate, la
protagonista luego de unos años estudiando medicina forense, decide
emprender la búsqueda de su amiga lo cual ella siempre sospechó de
algo que había en ese cementerio. Unos años después ella conoce a
Thian, un ex compañero de la escuela primaria. Se vuelven a
190
Annie M. Hart

encontrar cuando Caro se entera que él es el nuevo sereno del


cementerio. Ella le cuenta lo que había pasado hace muchos años y
él decide ayudarla, no podía negarse debido a que Thian siempre
estuvo enamorado de ella. Me quedé en el capítulo cuando ellos
comienzan a investigar un plano del antiguo cementerio Azteca donde
Caro está cada día más segura de que alguien de allí la secuestró-.
Él se quedó pensando.
-¿Y?-.
-Eres un genio- murmuró.
Me reí.
-¿Te gusta?-.
-Odio leer pero definitivamente leería algo con esa trama- afirmó.
-¿Me ayudarás?-.
-Veamos…podrías…relatar el encuentro con algún testigo. ¿Qué tal
algo así como un admirador que Caro siempre tuvo? Así tendrías un
triángulo. En las películas siempre hay uno. Y que ese muchacho era
el hijo del sereno anterior y siempre veía a Caro pasar por ahí a visitar
a su abuela muerta. Hasta que un día las encontró jugando y vio lo
que pasó. El chico podría llamarse Hermes y los descubre dentro de
un mausoleo leyendo el plano. Resulta que su padre ayudaba a Thian
con su trabajo a pesar de su edad. Hermes sale de su escondite y
grita algo como: “¿Ustedes buscan la tumba de (puntos suspensivos,
puedes usar algún extraño dios azteca)? Y que resulta que había algo
así como una sociedad secreta que requería sacrificios para revivir a
ese dios-.
-Y Caro termina enterándose de que era en realidad una diosa y su
amiga, Josselyn, era la viva imagen de ella y esa sociedad secreta la
había secuestrado esperando su reencarnación-.
-Y ella yacía inconsciente en el refugio. Y quien organizó todo esto no
es nada más ni nada menos que ese admirador psicópata que quería
lograr la atención de Caro a cualquier precio. Pero todo era un mal
entendido-.
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Annie M. Hart

-¡Porque la diosa era igual a Caroline y Josselyn era el sacrificio! Caro


se siente traicionada y trata de vengarse pero Thian le dice que no es
bueno, que la venganza solo lleva a más venganzas y rencores.
Ambos deciden hacer un plan para destruir la secta y salvar a su
amiga- finalicé, casi sin aliento- ¡Es perfecto! Incluso hemos hecho
más de lo que pedí- dije agarrándome la cabeza sin poder salir de mi
asombro- ¿seguro que no lees? Eres increíblemente talentoso, tal vez
el chico se llame Jarred- reí- y saldrás en los agradecimientos-.
-Eso suena increíble. Es bueno ¿verdad?-.
Asentí. No podía borrar la sonrisa de mi rostro.
-Muero por llegar a casa y escribir- dejé la copa sobre una mesa
dándole la última sorbida- pensé que jamás podría pensar en algo-.
-Tienes talento, Ellie. Cuando lo termines lo leeré. Inauguraré mi
pasión por la lectura con tus obras-.
-Pues tendrás que esperar. Las cosas no son así de fáciles-.
-Veras…mi padre trabaja en una editorial- susurró- podría facilitártelo y
no cobrarte demasiado. Solo si aceptas salir algún día conmigo-.
-Aun sin la propuesta de la editorial, lo haría- reí.
-¡Eso suena más alentador! Creo que mejor a eso de salir en los
agradecimientos-.
-Créeme que ambas. Lo que daría por estar en los agradecimientos de
alguna famosa- comenté.
-Bien. Salgo ganando multiplicado por tres: personaje, agradecimiento
y cita. Vaya, soy mejor de lo que creí-.
-Te sientes así gracias a mí. Deja de alardear- bromeé.
-Lo sé perfectamente-.
Nos sentamos en unas sillas de plástico y seguimos platicando
un largo rato. Jarred era un chico increíble, no tenía aquella aura de
misterio y parecía ser digno de confianza. Pero faltaba algo ¿Qué?
¿Por qué? Era perfecto. No tenía explicación alguna ¿Qué era lo que
yo quería? ¿Qué estaba esperando de los demás? Daniel me tenía
loca con sus secretos, me irritaba y me agradaba al mismo tiempo.
192
Annie M. Hart

Tenía miedo y a la vez lo necesitaba. Pero con Jarred no sentía eso.


Estaba a gusto, era la verdad, pero no tenía ese lío de sentimientos
que me mantenía alerta. Pues claro, Jarred era solo Jarred.
Jarred no era Daniel.
Pero ese pensamiento fue eclipsado por otro: la mujer. ¿Quién
era? ¿Qué quería? ¿Por qué buscaba lo mismo que los cuervos?
¿Quién era él?
Phobia. Phobia era su nombre.
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Annie M. Hart

Capítulo 17:
Lo siento
Ya estaba anocheciendo. Jarred tuvo que irse temprano porque
su madre y la hermana viajaban al día siguiente y esa noche se
quedaba su primo pequeño a dormir dejando al niño a cargo de su
primo mayor. Le dije que me pareció algo dulce de su parte, se llevaba
bien con él después de todo. Antes de subirse a su auto me dijo que
más tarde me llamaría para que guarde su número y seguir hablando
conmigo.
Una vez que él se fue, Stella corrió hacia mí. Paul estaba con
sus compañeros reunidos en grupo mientras uno de ellos tocaba unos
acordes en una guitarra. Dylan estaba con ella y ambos se acercaron
dejando a Daniel a sus espaldas.
-¿Y?- preguntó ella.
No respondí hasta llegar a la reposera donde había dejado mi
bolso.
-¿Y? ¿Y? ¿Y? ¿¿Y??- insistía ella dando saltitos al lado mío.
Esbocé una sonrisa de picardía.
-Él es genial- logré decir mientras colocaba mi vestido.
-¿Solo eso?-.
-Mmm… fantástico, dulce, inteligente, alucinante, fantástico…-.
-Eso ya lo dijiste- rió.
194
Annie M. Hart

-Bueno- reí. Me sentía incapaz de borrar mi sonrisa- creo que


entendiste ¿no?-.
-Ay creo que voy a llorar- gimió dramáticamente- al fin y al cabo vas a
tener novio antes que yo-.
-De eso imposible, solo mírate- la señalé- eres Afrodita en persona-.
-Uff, y un cuerno- musitó ella- Cupido pasa y me dice OLEEEEEEEE-
canturreó- debe haber un motivo….espera. Sí lo hay….esto- se señaló
ella misma.
-Cállate o harás que te golpee-.
-Quítate eso. Nos daremos un último chapuzón- dijo tomando mi
muñeca- tengo que hablar unas cosas contigo- susurró.
Bufé pero accedí. Quité mi vestido y fuimos a la piscina. Si a la
tarde estaba fría, a esa hora estaba el doble. Pescaría, sin duda, un
resfrío.
-Y bien ¿de qué querías hablarme?- pregunté, tiritando luego del
chapuzón.
-Primero que nada…no sé si será una alucinación mía pero creo que a
Dylan no le cae bien Daniel. Lo mira como si fuese…un delincuente o
sospechoso de un robo. No sé, da miedo- dijo acomodando su cabello
mojado.
-Te has dado cuenta muy tarde- respondí- verás…él y yo estamos
convencidos de que Daniel oculta algo. Sabe muchas cosas de mí.
Muchas. Y eso me asusta y más cuando yo no sé nada sobre él. Así
que luego de comprar esto- mostré la bikini- en la noche, seguimos a
Daniel-.
-¿Qué? Cuéntamelo todo- insistió.
Le relaté desde la absurda broma (lo cual hizo que ella estallara
en carcajadas diciéndome que Dylan jamás haría algo así enserio), me
salteé lo de los cuervos y la neblina y dejé para el final el encuentro
con “una chica perfecta de grandes curvas” en la tribuna. No le
expliqué que en realidad yo sí la conocía, tampoco le dije sobre que
ignoraron mi presencia. Solo hablé sobre una extraña conversación
que ambos tenían sobre profecías y un tal Él.
195
Annie M. Hart

-Mmm…deben ser jugadores de rol. Ya sabes, esos frikis que se


pasan horas y horas y horas y hoooooooras delante de un tablero con
dados y eso- comentó Stella- tal vez estaba hablando sobre alguna
misión y que ese Él era su líder o algún innombrable como Voldemort-.
-Tal vez- admití no muy segura.
-Bueno, no creo que sea algo malo. Un tío misterioso atrae
demasiado-.
-Algo así…-.
-Hablando de Daniel…hablé con él cuando tú estabas con Jarred-.
-¿Sobre qué?- pregunté.
-Sí le molestaba verte con otro- sonrió maliciosamente- lo sé,
seguramente hice mal pero necesitaba ver con mis propios ojos que
yo tenía razón-.
-¿Qué…te respondió?- pregunté en voz baja.
-Que en realidad sí, le irritaba- rió- pero que no iba a hacer nada.
Después de todo él ni sabe que pasa por tu maldita cabeza y aun así
en ningún momento pensó en secuestrarte o amenazar al pobre
Jarred. Solo…se tragó lo que sentía y prefirió verte feliz- finalizó con
un tono de voz meloso- Ellie…te ama-.
-Deja eso- dije con firmeza- no es así-.
-Tal vez no es amor…pero le gustas. A ti también te gusta. Estoy más
que segura-.
-¿Hasta cuándo seguiremos con ese tema?-.
-Hasta que lo admitas de una endemoniada vez-.
-Me gusta Jarred-.
-Acabas de conocerlo-.
-Eres tú la que insistió con Daniel con solo unos minutos de charla-.
-Es distinto-.
-¿En qué?-.
196
Annie M. Hart

-Porque él es el indicado- dijo alzando la voz.


Me apresuré en taparle la boca y escondernos hasta que el agua
nos llegara al cuello. Me dio un escalofrío al sentir el tacto frío.
-¿Qué te hace pensar eso?- pregunté sin destapar su boca.
Ella quitó mi mano a la fuerza.
-Dices una cosa pero sientes otra. No te comprendo- se quejó- la vida
me ha hecho más sabionda con este tema- alardeó- las experiencias,
salidas, revistas y películas te enseñan mucho ¿sabes? Creo que
seguramente en esos libros que lees admiten que estoy en lo cierto.
Tú…sientes algo malditamente incomprensible por él-.
No sabía que decir. Seguramente ella estaba en lo cierto. Tuvo
sus momentos de errores pero últimamente estaba acertando. ¿Y si
realmente esta vez también? ¿Qué sucedía conmigo? Es verdad que
no podía sacar a Daniel de mi cabeza pero ¿Realmente era ese el
verdadero motivo?
-Te dejé sin palabras. Mi sabiduría te ha quitado el habla- canturreó
burlescamente- mi trabajo está hecho. Queda en ti descifrar ese
laberinto mental que tienes-.
Iba a hablar pero algo me detuvo. Peor que aquella mujer. La
sangre se me congeló del miedo y el asco, sentí arcadas y un sudor
helado en mi espalda. Al inhalar aire mis pulmones y mi boca se
bañaron con el olor y sabor al hierro de la sangre. Con miedo, miré mis
manos. Estaban manchadas de un color rojo oscuro. Resbaladizo y
nauseabundo. Miré más allá. Toda el agua de la piscina estaba roja.
Escarlata. Carmesí. Había burbujas y el hedor impregnaba el aire
ahogándome con el fuerte olor de la sangre. Sentí como me mareaba
y perdía el equilibrio pero el asco de sumergirme en esas aguas me
mantuvo firme. Stella estaba alejada de mí dándome la espalda para
salir, si no volteaba, sería lo mejor. Esperé.
Esperé.
Parpadeé varias veces, intenté no respirar pero me faltaba el aire
y nuevamente sentía ese sabor asqueroso dentro de mi boca. Cuando
Stella estuvo afuera comencé a caminar. Primero lento. Luego,
corriendo lo más que podía evitando mirar el líquido rojo chocando con
197
Annie M. Hart

mi piel desnuda. Estaba terriblemente aterrada. No solía tener este


tipo de alucinaciones. Al salir del agua no toqué la toalla por el miedo a
mancharla y tener pruebas de que tal vez todo haya sido real y seguí
corriendo. El aire me golpeaba haciendo que sintiera frío pero lo
ignoré, no quería mirar mi cuerpo. No podía. Dejé a atrás a todos, ni
siquiera sé si Stella notó cuando huí. Pero corrí.
Corrí.
Hasta que lo vi, creyendo que las cosas no podían empeorar.
Daniel hablaba con Megan. Pero ella no hablaba. Solo
escuchaba. Se puso de puntillas de pie pegándose al pecho desnudo
de él y rodeó el cuello con sus manos para besarlo. Daniel abrió los
ojos, sorprendido. Ella lo apretó más hacia sí misma y movía sus
labios lentamente con los de él. Daniel tomó sus manos y se separó.
La miró con una pregunta en sus ojos sorprendidos, esperando una
explicación. Pero en vez de dejar que ella hablara, me miró. Y sus ojos
se abrieron aun más.
Retrocedí.
Volví a correr. Es que… ¿es que tenía que jugar con sus propias
palabras? ¿Por qué dejó que lo besara? Tenía miedo. Miedo…
¿miedo de qué? ¿Ahora de qué estaba aterrada? Corrí hasta el baño
de mujeres. No había nadie gracias al cielo y me hice bolita en la
esquina más apartada. Me aferré a mis piernas pegadas al pecho y
sollocé. Gemí y balbuceé. Me sentía maldecida. Condenada a esta
tortura eterna. No podía salir en este estado ni tenía el teléfono cerca
para llamar a mi madre y decirle que viniera por mí.
Sentí pasos.
Pasos apresurados que se detuvieron delante de mí. No tenía el
valor de levantar la vista. Temía saber qué era. Tal vez era el sujeto de
traje. O tal vez la mujer. Pero no fue así. Unas fuertes manos me
separaron, obligándome a mirar.
Daniel. Su semblante de cristal estaba triste. El ceño fruncido
marcaba su usual preocupación por mí haciéndolo ver tan
malditamente perfecto que hizo doler mi pecho.
-Ellie ¿estás bien? ¿Qué diablos sucedió?- preguntó alzando las voz.
198
Annie M. Hart

-¡VETE!- vociferé con mis ojos llenos de lágrimas.


No sentía ganas de llorar. Las lágrimas eran de incertidumbre.
-Phoenix…-.
-No te me acerques. Te odio- musité entre dientes.
-No es lo que parece. Yo…-.
-Oh, claro. No lo es. No te lanzaste a los brazos de esa perfección de
mujer por casualidad o accidente, ¿es que acaso buscabas algo
dentro de su boca? Te vi, se besaron y tú no parecías resistirte y
¿ahora vienes con esa caraduréz a decirme que no es lo que parece?
Pues guárdate el cuento, ese está demasiado usado- grité.
-Ellie- dijo sujetando mis hombros- no es lo que parece- repitió- ella
me besó ¿okay? Sé que viste como la aparté. No vengas a actuar de
esa manera. Por favor-.
-No hables-.
-Ellie, no me interesa Megan. Espera…-dijo dándose cuenta- ¿estás
celosa?-.
-¡No lo estoy! Estoy molesta de que luego de ese rollo sobre no jugar
con un corazón enamorado y esas boberías ¿vienes a actuar de esa
manera igual que la mayoría de los de tu raza? Dices una cosa y
haces otra- dije alterando la frase de Stella- y antes estuviste con May
en ese estúpido partido de los Lakers hablando cosas extrañas.
Después de decirme todo eso ¿Te vas con cualquiera que te muestre
su pecho y bata sus pestañas? ¿No te basta con solo una?- continué
gritando, eufórica. Ya no me importaba que el resto nos oyera.
Pero para mi sorpresa nadie acudió a ver qué pasaba con una
loca gritando en un baño.
-Espera ¿dijiste que me viste con May?- preguntó.
-Oh, disculpa, no sabía que no quería que los viera- musité
sarcásticamente- a decir verdad estaba aquí sola por otro motivo hasta
que llevaste tú y me hiciste pensar en cosas que no son importantes-.
-Nos viste ¿Qué escuchaste?-.
199
Annie M. Hart

-¿Acaso también olvidaste que ignoraron por completo mi presencia?


Estaba detrás de ustedes, te volteaste y me miraste-.
-Yo…no te he visto esa noche- respondió, sorprendido.
-Claro, y yo soy Angelina Jolie- bromeé sin un ápice de auténtico
humor.
-Ellie ¿enserio crees que no te saludaría si no te viera?-.
-Estabas con May, de seguro que no te importaba-.
-¿De dónde la conoces?-.
-Es hija de una amiga de mi madre. Y tú ¿de dónde la conoces?-.
Pero él se quedó en silencio.
-Oh, ya veo. Otra pregunta que no puedes responder. Entiendo. Ya no
importa. Ahora vete, si sigues aquí harás que te quemé el cerebro de
tantas preguntas que quiero hacerte. Ah, no. Espera. El mío se
quemaría. Adiós- finalicé apartándolo sin mover mi trasero del suelo.
-¿Por qué saliste corriendo?- preguntó, ignorándome.
-No tiene importancia-.
Noté que mi cuerpo estaba normal.
-Ellie ¿Por qué saliste corriendo?- insistió.
Clavó su mirada en mis ojos. Parecía que intentaba descubrir
algo en los míos y suavizó su semblante.
-Phoenix me preocupo por ti. Por favor, dime- rogó.
Tragué saliva dándome tiempo para pensar las palabras que
tenía que decir. Estaba furiosa, aterrada, molesta y decepcionada pero
ahí estaba él, dispuesto a ayudarme como siempre desde que nos
conocimos. No podía mentir: me gustaba eso de él, pero a la vez me
irritaba. Suspiré soltando bruscamente el aire para calmarme.
-Sufro de alucinaciones- murmuré- desde que tengo siete años. Lo sé,
de seguro creerás que estoy loca pero es así, mi familia lo sabe. Fuera
de ella no, era un secreto. Solía ver la silueta de un hombre que me
llamaba y extendía su mano en sueños y de día podía ver a una niña o
200
Annie M. Hart

acontecimientos aterradores. El psiquiatra me dijo que tal vez estaba


influenciada por las caricaturas. Él se negaba a aceptar lo que me
sucedía. Sí, debería haberlo denunciado por mentiroso.
“Cuando iba a la escuela primaria tenía una mejor amiga. Una
chica dulce y simpática. Nos llevábamos bien, compartíamos todo
entre nosotras. Casi no había secretos. Un día estábamos en recreo.
Ella jugaba con otras chicas y yo saltaba la soga con las demás. Hasta
que tenía que pasar: vi una niña que me llamaba y me pedía jugar con
ellas. Vi a una de mis amigas ahorcada con la soga. Grité y salí
corriendo sin dar explicación alguna. Me topé con mi amiga, me
abrazó y fuimos a un lugar aparte. Pidió que me tranquilizara y que
contara lo que pasaba. Tenía tanto miedo y necesitaba el apoyo de
alguien y allí estaba mi mejor amiga, pensé que me ayudaría.
Pero…cuando se lo conté…se rió de mí. Jamás vi a alguien reírse de
esa manera. Me dejó sola y corrió el rumor de mi locura. A partir de
ese momento todos me conocían como la psicópata que ve niñas
muertas. Estuve así por años hasta que poco a poco comencé a
controlar mis impulsos cuando veía alguna alucinación y todos
empezaron a creer que yo no era la misma de antes. Algunos lo
olvidaron y otros me lo recordaban de vez en cuando. Desde ese día
la que era mi amiga se convirtió en mi peor enemiga- relaté.
-¿Cómo se llama esa chica?-.
-Samanta Honney-.
Daniel asintió como si ya esperase esa respuesta.
-Tú no estás loca. Yo soy el loco por ir detrás de un Fénix- dijo- solo
eres Ellie Crowen, una chica increíble, hermosa y perfecta. Eres Ellie-.
-Dan…-.
Él me abrazó.
-No te preocupes por nada más. Si necesitas algo o vuelves a ver lo
que sea que te asuste, cuenta conmigo. Llámame, donde quiera que
estés llegaré hasta a ti. Cuenta con Stella y Dylan. Con todos los que
te aman. No olvides eso. Y quien crea que estás loca que se fije si
realmente está en condiciones de decirlo. Algunos no conocen en
profundidad su propia mente y no saben hasta donde pueden llegar-
dijo.
201
Annie M. Hart

Cedí a su abrazo, absorta. Él debería estar furioso por mis


palabras. Dolido u ofendido pero se preocupaba más por mí, le quitó
importancia a mis otras intenciones y se focalizó en aliviar mi dolor. Él
era…un grandísimo idiota.
-¿Por que eres así conmigo?- pregunté con el rostro contra su pecho.
-¿Quieres oír la respuesta?- respondió con un suspiro.
Asentí.
-A demás de que lo hago porque me gustas…Pues no tengo otra-.
Me aparté de él de forma un poco brusca. Creí que se trataba de
una broma.
-Solo...simplemente lo hago. Me gusta. Desde que te vi pensé: solo
quiero que sea feliz. Pero egoístamente añadí: y es mejor si lo es junto
a mí-.
Sin soltarme del todo, deslizó sus manos hasta mi cintura
pegándome más hacia su cuerpo. Sus ojos cristalinos me miraban con
un intenso brillo de ansiedad y deseo. Su boca se unió con la mía, al
principio fue dulcemente, extendiendo su sabor por todo mi ser poco a
poco hasta que fue intencionandose, sus labios dejaron de moverse
mientras su lengua jugaba con la mía. Mi cuerpo se amoldeaba al
suyo, mi mente pensaba que aquellas ganas acumuladas valieron la
pena y mi corazón desbocado se regocijaba de felicidad.
Me soltó con desganas. Aturdida recordé donde estaba y que
había pasado. El mostraba confusión en su mirada y, sin ocultar su
rostro, se ruborizó avergonzado.
-Yo...lo siento- rió nerviosamente.
-¿Por qué me besaste?- pregunté sorprendida de notar mi voz
calmada. O tal vez no caía en la situación.
-Fue un impulso- dijo en tono inocente.
Enredé mis manos en su melena y lo bese apasionadamente, ya
sin importarme de que debía contenerme.
-¿Y tú porqué me besaste?- jadeó con una sonrisa.
202
Annie M. Hart

-Porque lo necesitaba-.
Él abrió sus ojos y parpadeó, atónito.
-Ellie…no entiendes el significado que tiene para mí el necesitar-.
-¿No es el mismo que el mío?-.
-No- se apresuró en contestar- sabes…sabes lo que siento por ti y
devolverme el beso…decir que lo necesitabas…- meneó la cabeza
hacia ambos lados- no tienes ni idea de lo que significa para mí-.
Separó sus manos de mi cintura y dio unos pasos hacia atrás.
Me puse de pie.
-Estoy enamorado de ti, Ellie- susurró- solo somos un par de idiotas
del cual uno de ellos conoce sus sentimientos. Y espera
desesperadamente saber qué sucede en el sin fin de vueltas que da la
mente de ella-.
Dio media vuelta y comenzó a alejarse.
-¡Daniel!- grité.
Se volteó. Pero sus ojos me asustaron. Tenían esperanza.
Esperaban algo. Y aun así mi boca fue capaz de decir…
-Lo siento-.
Y esta vez él no dijo que no debía disculparme.
203
Annie M. Hart

Capítulo 18:
Acertijos
¿Lo siento? ¿Eso fue lo que dije? Pero ya era tarde. Mis
palabras para él tuvieron otro significado y él comenzó a alejarse,
dejándome detrás de él. Únicamente me lanzó una última mirada de
tristeza con una sonrisa que reflejaba el mismo sentimiento.
No. No era ese “lo siento” que creía. No sé, no sé qué diablos
pensaba. Caí de rodillas mientras veía como Daniel desaparecía
dejando en su lugar los gritos desesperados de Stella.
-¿Y Ellie?- oí que preguntaba.
-Está bien- respondió él- te lo encargo a partir de ahora-.
Ya podía imaginarme el rostro de ella hecho una furia colocando
ambas manos en sus caderas. En efecto, eso sucedió. Contempló mi
patética imagen a unos pasos de distancia con dicha posición.
-¿Quieres explicarme?- pidió.
Sacudí mi cabeza y enredé mis manos en mi cabello.
-No sé qué mierda me sucede- susurré.
-Ellie…-.
Levanté la cabeza. Stella había relajado su postura y tenía el
semblante ceñido y cubierto de incógnitas.
-¿Quieres… que hablemos?- preguntó agazapándose.
Asentí.
204
Annie M. Hart

-Ven a dormir esta noche- se enderezó y sacó su móvil- le diré a mi


madre que le diga a Elizabeth. Nos iremos dentro de un rato ¿okay?-.
Volví a asentir.
-¿A dónde se fue Daniel?- pregunté entrecortadamente.
-No lo sé. Seguramente se ha ido-.
Me puse de pie y salimos. Estuvimos en silencio hasta que
llegamos a la reposera. Dylan estaba sentado sobre ella y, en cuanto
nos vio, se puso de pie y se acercó.
-¿Cómo te encuentras? Stella te estuvo buscando. Desapareciste y
algunos te vieron correr-.
-Estoy bien. Gracias- aseguré, vistiéndome y tomando el bolso.
-¿Mamá?- dijo Stella- si, ahora. Te esperaremos. Adiós- cortó- viene
en camino-.
Pero una vez que estaba todo listo, mi móvil sonó. Frustrada
descolgué el bolso y revolví hasta encontrarlo. Era número
desconocido.
-¿Sí?-.
-¿Ellie? Soy Jarred- respondió del otro lado de la línea.
-Hola Jarred- sonreí.
Me gustaba que fuera capaz de sacarme una sonrisa después
de todo. No me lo merecía. Era un monstruo.
-¿Cómo estás? Bueno, sería estúpido preguntártelo ya que hemos
estado juntos hasta hace unos minutos ¿u horas? Bueno, no importa.
De todos modos ¿Cómo estás?-.
Me reí.
-Estoy bien- respondí.
-Mmm ¿Por qué algo me dice que no?-.
-Ya, deja de leer mi mente- bromeé.
205
Annie M. Hart

-Bueno por lo menos trata de sonar más convincente. Veo que llamo
en un mal momento, otro día hablamos ¿te parece? No quiero
molestarte. Solo agenda el número y seré absolutamente feliz-.
-Dalo por hecho- respondí con una risita- gracias Jarred-.
-No hay de qué, Ellie-.
Luego, cortó.
-Ese Jarred es interesante. Debo admitirlo- dijo Stella.
Guardé el teléfono.
-Sí- respondí con un poco de indiferencia.
-Vamos a la entrada. Mi madre puede estar cerca. Dylan ¿nos
acompañas?-preguntó Stella.
-No tengo nada que hacer aquí- dijo encogiéndose de hombros-
vamos-.
Con desganas nos despedimos de Paul, Sam y los demás. Les
pregunté si habían visto a Daniel pero respondieron que no,
esperando que yo les dijera dónde estaba. Stella tenía razón, el se fue
y por culpa mía. Me sentía tan terrible. Caminé a paso lento y pesado
hacia la entrada.
-Veo que será una charla larga- musitó Stella delante de mí.
No lo sé. Tal vez.
-¿Qué ha pasado?- preguntó Dylan a mi lado, en voz baja.
-Solo…entré en pánico. Eso es todo- respondí entre dientes.
-Entiendo- Dylan sabía cuando era correcto preguntarme del tema-
pero también me refería a Daniel. Lo vi cuando se fue, se
veía…distante. Tenía el rostro entristecido, no es que me preocupe o
me importe es solo que…llamó mi atención-.
-Yo…-.
Iba a contestar pero se formó un nudo en mi garganta. El sonido
del claxon en la puerta me salvó del aprieto.
206
Annie M. Hart

-Luego hablamos- logré decir- hasta luego-.


-Hasta luego-.
Le di la espalda y me subí en la parte trasera del auto de Erza.

-Mamá- dije luego de oír como contestaba del otro lado de la línea- ya
llegué a casa de Stella. Si, la pasé genial. Sam se comportó, pasé
mucho tiempo con amigos-.
-¡Con un chico!- gritó Stella asomándose del baño mientras se
cambiaba.
Mi madre escuchó.
-Luego te cuento ¿sí? Estoy cansada- dije cuando me insistió en
saber- mañana te llamo cuando me despierte. Claro, le mandaré tus
saludos. Hasta mañana. Yo también te quiero, adiós- corté.
Me acomodé mejor sobre el colchón en el comedor, igual que la
última vez que dormí en casa de Stella. Lizzy yacía sobre mi regazo
suplicándole a mi mano que la acaricie.
-Ya, pareces desesperada- musité dándole el gusto.
Llevaba puesto un pijama viejo de Stella. El short era blanco con
el borde color bordó y la parte superior era una manga corta con un
estampado medio borroso con la tela del mismo color del detalle.
Stella salió del baño usando la misma ropa de dormir de cebra con el
cabello atado con una coleta y su cuerpo olía a crema.
-Te escucho- dijo saltando sobre el colchón a mi lado.
Solté un sonoro suspiro, levanté a Lizzy y la dejé en el suelo.
-¿Por dónde empiezo?-.
-Por qué saliste corriendo-.
-Vi…algo que no me agradó en absoluto-.
207
Annie M. Hart

Ella asintió, comprendiendo.


-Salí corriendo del miedo. No…no quería asustarte ni nada. Estoy
acostumbrada a estar sola y tranquila para que el efecto del pánico
desapareciera. Decidí ir al baño pero…- sacudí la cabeza- vi…vi a
Megan besar a Daniel. Eso me hizo volver a correr. No sé porqué, me
molestó. Continué corriendo pero…ya no tenía sentido huir. El efecto
había desaparecido rápido y aun así corrí. Me contraje contra la pared
cuando llegué al baño. Sentí pasos….era Daniel. Hablé con él,
discutimos. No sé porqué dije esas estupideces-.
-¿Qué le dijiste?-.
Le relaté resumidamente nuestra discusión. Stella golpeó su
frente con la palma de la mano.
-Eres una idiota entrenada- dijo.
-Lo sé-.
-Vaya, realmente deseo golpearte, ¿Qué demonios te pasa?-.
-No lo sé-.
Sentía la garganta atorada y mis ojos vidriosos.
-No lo sé- repetí con la voz seca y entrecortada.
-Ellie…-.
-¿Tú lo sabes?-.
-Tengo mis teorías-.
-¡Dímelas!- exigí- estoy volviéndome loca-.
-Ya lo noté- rió- veamos- se frotó las manos- lo principal que creo es
que tienes miedo-.
-¿Miedo?-.
-Sí, miedo. Miedo de saber y no saber. Miedo de descubrir y no
descubrir. De que sea algo bueno y de que no lo sea. De probar o no
probar. Miedo en intentar y saber qué pasará si lo haces o no. Y así
sucesivamente-.
208
Annie M. Hart

-No entiendo-.
-Tienes miedo de Daniel. De perderlo y de que al mismo tiempo esté
siempre para ti. De que al descubrir su vida, te decepciones. Temes
en intentar saber de él y qué pasará una vez que lo sepas. No quieres
que esté pendiente de ti y al mismo tiempo lo necesitas-.
Me quedé sin palabras ¿Por qué mi estúpido cerebro no
procesaba de esa manera? En vez de llegar a una conclusión o
siquiera una mínima posible respuesta….se llenaba aun más de
preguntas, complicando mi existencia.
-Quieres decir que…-.
-Sí, Ellie. Tú…sientes algo por él. Definitivamente te gusta. Estás
pendiente de él y todo lo que haga o no, tratando de que, por un
descuido, revele algo importante sobre sí mismo-.
Enredé las manos en mi cabello y me dejé caer hacia atrás
aterrizando la nuca sobre la almohada.
-Realmente has mejorado en esto- dije.
-Te lo dije. Me he convertido en una experta. ¿Algo más que deba
saber?-.
Balbuceé sin decir una palabra concreta y ella estampó su
almohada en mi estómago. Me sobresalte.
-Cada vez que haces eso quiere decir de que hay más. Dilo o te hecho
a dormir con el coco en el patio- amenazó.
Solté una carcajada.
-En realidad nada- respondí tratando de sonar convincente.
Ella se situó sobre mí obligándome a mirarla.
-Algo pasó- insistió sosteniéndome la mirada.
Sin poder ocultarlo por más mi rostro se ruborizó por completo.
Stella relajó su cuerpo y dejó caer sus brazos a cada costado.
-Santo Jesús…-dijo- se besaron…oh Dios, ¡Se han besado!- gritó.
-¡¡Sh!!- susurré apartándola y tapando su boca- ¿quieres callarte?-.
209
Annie M. Hart

-Como tienes la cara de ocultarle eso a tu mejor amiga- musitó.


-No fue tan grave-.
-Me has ocultado que besaste al hombre más sexy del Instituto. Te
odio, enserio. Te odio-.
Me reí. Gracias a cielo ella podía hacer que me sintiera un poco
mejor.
-¿Algo más antes de que desee sacarte a patadas de aquí?-.
-Bueno…él dijo…cosas-.
-¿Cosas?-.
-Tal vez…tal vez mencionó que…él…me…amm…dijo que…me
amaba. Bueno, en realidad dijo que está enamorado de mí y eso…-.
Stella puso los ojos en blanco. Parecía un cuerpo inerte al lado
del mío. Me incorporé para mirarla.
-¿Has oído?-.
-Tú…¡¡ERES LA MAYOR IDIOTA QUE CONOCÍ EN MI VIDA!!- gritó
moviendo los brazos para todos lados- ¿QUÉ DEMONIOS
CONTESTASTE?-.
-Yo…dije que lo sentía- respondí como si fuese un niño pequeño
recibiendo un reto de la madre- pero debes entenderme, no sabía qué
decir o qué sentir. Estaba mal, yo…no quería decirle eso. No pensé-.
-Está más que claro que no pensaste- ella agarraba su cabeza- qué
demonios haré contigo-.
-Lo siento-.
-Vuelve a decir esas dos palabras y te golpeo. Es enserio- amenazó.
-Stella…- se quebró mi voz.
Ella me abrazó.
-No llores- dijo- entiendo. Solo…creo que debes hablar con él. Sé que
será difícil pero enfréntalo. Realmente quiero que estén juntos-.
-Deja de decir eso-.
210
Annie M. Hart

-Ellie…-.
-Ya entendí-.
-Admítelo de una vez. Ahora. Quiero oírlo-.
Me soltó y respiré profundamente.
-Está bien. Sí, me gusta-.
-Más que Jarred-.
-Más que Jarred- afirmé.
-Quiero estar el resto de mi vida con él porque lo amo-.
-Eso no. Es demasiado-.
-Okay, estoy satisfecha por hoy y te has salvado de que te golpee.
Solo queda que me hagas caso y hables con él ¿sí? E
inmediatamente me cuentas qué pasó. Ahora realmente estoy
cansada- se acostó mejor sobre su colchón- durmamos y mañana
seguimos hablando-.
-¿Stella?-.
-¿Sí?-.
-Gracias-.
-No hay de qué cariño. Sabes que siempre contarás conmigo. En lo
que sea-.
-Por eso. Gracias-.

Estaba frente a un alto y enorme edificio de muchos pisos. Las


ventanas eran grandes y cada habitación que se asomaba hacia
211
Annie M. Hart

afuera tenía un balcón. Estaba fresco y no había nadie más que unos
chicos y yo frente a la entrada principal sin ningún guardia. Wendy,
Jarred, Cyrus, un compañero de instituto, Esteban y Megan. No veía a
Stella.
-Debemos subir a buscarla- dijo Cyrus- o no sabemos lo que él le
hará-.
-¿No necesitamos alguna pista?- preguntó Wendy.
-Ya esperamos demasiado- dije- entremos-.
Esteban se adelantó y abrió las pesadas puertas. El interior del
edificio parecía estar abandonado pero conservado en buenas
condiciones. Sillones de cuerina roja adornaban la sala de espera, una
silla giratoria de cuero en negro yacía detrás de un lujoso escritorio de
recepción en hierro y acero, unas plantas que parecían recién regadas
a cada extremo de los ventanales, una larga alfombra roja tapizaba el
suelo, cuadros estrafalarios y surrealistas colgaban en las paredes
pintadas en negro, otras en blanco y en rojo. Avanzamos hasta
situarnos frente a los ascensores rodeados por dos escaleras de
caracol que se perdía en la extensión del alejado y alto techo.
Dos ascensores bajaron simultáneamente. Nos dividimos y entre
todos quedamos en ir al piso nueve. Pero nos llamó la atención de que
la máquina no se movió al marcar el botón. Nos exigía ir al primer piso.
Desconcertados, cedimos mientras las pequeñas cuatro paredes se
cubrían con la suave melodía de Beethoven. El ascensor se detuvo
con una corta sacudida y las puertas se abrieron. Frente a nosotros
había un pasillo que se dividía para unirse con las puertas de cada
habitación y nuevamente estaban los mismos sillones en una pequeña
sala de estar. Un temblor se sintió bajo nosotros. Nada salió de su
lugar…excepto los ascensores y las escaleras. No estaban.
De repente la voz estridente y aterciopelada de un hombre
resonó en los parlantes. La reconocí en el acto. Era el Cuervo.
- ¿Qué es aquello, que cuánto, más grande sea, menos se verá?-
preguntó.
Nos miramos entre nosotros, ¿de qué iba todo esto? Esperamos
que la voz volviera a hablar pero no. Había un repentino silencio.
212
Annie M. Hart

-Es un acertijo- dijo Megan- él quiere que lo descifremos-.


Justo sobre la mesita delante de los sillones, había una nota. Me
apresuré en tomarla y leer. Decía: “descifren y hallen piso por piso. El
final les dará como recompensa aquello que ustedes buscan”.
Stella. Él la tenía y debíamos descifrar lo que sea hasta llegar a
ella.
-¿Qué es aquello, que cuánto, más grande sea, menos se verá?-
repitió Jarred- el océano no es-.
-Ni tampoco el cielo- musitó Wendy.
-Algo que mientras más grande…menos se ve. Menos se ve…-
pensaba- menos…se ve…más grande… ¡Lo tengo!- anuncié.
-¿Qué es?- preguntaron todos.
-¿Debo decirla en voz alta?-.
Volvimos a mirarnos entre nosotros.
-Dilo- dijo Esteban.
-La oscuridad-.
El mismo temblor de antes volvió a hacerse presente. Los
ascensores y las escaleras reaparecieron.
-Lo descifraste- dijo Jarred.
-No perdamos tiempo. Sigue el segundo piso-.
El edificio contaba con trece pisos. Entramos nuevamente y
marqué el dos.
-¿Y ahora?- preguntó Cyrus mirando alrededor.
Cualquier medio de subida o bajada desapareció de nuevo.
Pero lo que encontramos no fue nada encantador. Justo en uno
de los pasillos colgaba el cuerpo sin vida de un sujeto sin rostro.
Ahogué un grito.
-Tiene una nota pegada al pecho- susurró Megan.
213
Annie M. Hart

Jarred dio unos pasos hacia él y, con su mando temblando, la


tomó y leyó en voz alta.
-“En el medio de un establo completamente vacío, apareció un hombre
ahorcado. La cuerda alrededor de su cuello estaba atada a un
andamio del techo. Era una cuerda de tres metros. Sus pies quedaron
a un metro de altura del piso sobre algo líquido. La pared más cercana
estaba a siete metros del muerto. Si escalar las paredes o treparse al
techo es imposible, ¿cómo lo hizo?”-.
-Esto es demasiado morboso- se quejo Wendy con la voz cargada de
horror.
-Diablos- maldijo Esteban- no sirvo para estas tonterías-.
-Sh- chitó Jarred- déjenme pensar-.
Jarred observaba el cuerpo desde todos los ángulos, sin tocarlo.
-No hay ningún banco cerca o una pequeña escalera, cubeta o lo que
sea- analizó- y luego este charco. No creo que sea alguna sustancia
extraña-.
-¿Tienes alguna idea?- pregunté, impaciente. ¿Cómo estaría Stella?
-La tengo. Pero creo que es absurda-.
-Lárgalo de una vez. No puedo seguir tranquila con eso colgando allí-
musitó Wendy.
-Si hay algo líquido- comenzó Jarred acuclillándose y tocado la
alfombra húmeda- es porque alguien lo mojó o colocó algo que podría
dejar esto. Hielo, por ejemplo-.
-¿Hielo?-.
-Sí. Es estúpido, lo sé pero este charco es la única pista que tenemos
de cómo lo hizo. El sujeto usó un cubo de hielo para subirse a él y
ahorcarse. Luego, se derritió-.
El edificio de sacudió y los ascensores y escaleras aparecieron.
-Perfecto- anunció Jarred con cierto orgullo- siguiente-.
El piso tres no tenía nada raro. Luego de que desaparecieran los
“medios de transporte”, esperamos alguna señal.
214
Annie M. Hart

Hasta que la voz de él cubrió el ambiente.


-“En un determinado país donde la ejecución de un condenado a
muerte solamente puede hacerse mediante la horca o la silla eléctrica,
se da la siguiente situación, que permite a un cierto condenado
librarse de ser ejecutado. Llega el momento de la ejecución y sus
verdugos le piden que hable, y le manifiestan: “Si dices una verdad, te
mataremos en la horca, y si mientes te mataremos en la silla eléctrica“.
El preso hace entonces una afirmación que deja a los verdugos tan
perplejos que no pueden, sin contradecirse, matar al preso ni en la
horca, ni en la silla eléctrica. ¿Qué es lo que dijo el reo?”-.
Luego, nos quedamos en silencio.
-Vaya mierda- se quejó Esteban.
-¿Por qué todo esto es tan morboso?- insistía Wendy- no quiero estar
aquí. Quiero irme-.
-No hasta que hallemos a Stella- masculló Cyrus.
-Pues pensemos- dije.
Algo que hiciera dudar a los verdugos…algo que pondría en
duda la verdad o la mentira del condenado. Algo que…sea verdad y
que suene a mentira y aun así dudar si es así o al revés.
-¿En qué piensas?- preguntó Megan.
-Tal vez…tal vez el condenado dijo algo como: estoy mintiendo. Así
los verdugos no saben si dice la verdad o miente con la verdad, por lo
tanto no puede ir a ninguna de las dos formas de morir-.
Otra vez el suelo se sacudió.
-¿Por qué hará todo esto?- pregunto Cyrus mientras subíamos.
-Es él después de todo- dijo Megan.
-Espero que Stella esté bien- me lamenté mientras la máquina se
detenía.
Estuvimos durante un largo tiempo, piso por piso, descifrando
acertijos hasta llegar a la terraza como última instancia. Lo que más
llamó mi atención fue que, al aire libre, había muebles, placares,
215
Annie M. Hart

mesas de noche, cómodas y alacenas. Esta vez no era un acertijo, el


Cuervo quería que halláramos algo que él quería. No dio más pistas,
solo que sabríamos qué era en cuanto lo viéramos. Nos separamos
para encontrarlo. Me quedé sola hurgando en unos cajones de una
cómoda cuando noté que sobre ésta había una pequeña caja musical.
Curiosa, la abrí. No emitió sonido alguno pero lo que había en su
interior me atrajo.
-¿Lo encontraste?- preguntó una voz junto a mí.
Me giré sobresaltada y vi al hombre de negro mirándome con
sus profundos ojos rojos. Negué con la cabeza. Ninguno debía saber
que él estaba conmigo, sería para más problemas.
-¿Dónde está Stella?- pregunté.
-Solo debes encontrar lo que quiero y te la daré- dijo.
-No entiendo porqué lo haces-.
-Quiero que estés pendiente de mí. Adoro tu atención- sonrió- algún
día querrás estar conmigo y haré que eso suceda más rápido-.
-Solo haces que quiera que te odie-.
Él rió.
-No seas tan cruel conmigo. Entiéndeme, eso es todo-.
Volví a mirar dentro de la cajita y saqué lo que había en su
interior. Una pequeña estatua descuidada y rota de un ángel pintado
en dorado. Inconscientemente se lo extendí. Cuervo la tomó, la
examinó con nostalgia y la guardó en su bolsillo, sonriendo.
Pero eso no era lo que él buscaba,
Y justo antes de despertar lo descifré.
La llave.
216
Annie M. Hart

Capítulo 19:

-Ellie, Daniel está en la puerta. Apresúrate y baja desayunar- dijo mi
madre.
Uy. Diablos, había olvidado que él vendría por mí para ir al
instituto. Maldije entre dientes, no estaba lista aun para verlo. No tenía
el rostro para hacerlo, con desganas me levante de la cama y, entre
rezongos y más maldiciones, vestí el uniforme, me peiné, lavé mis
dientes y guardé los cuadernos en el bolso. En la cocina ya estaba
servida una taza de té humeante con dos medialunas al costado. Mi
madre estaba apoyada en la mesada con una taza de café en sus
labios.
-Buen día- dijo al verme.
Me senté con completa paciencia, como si no supiera que un
chico estaba del otro lado de la puerta esperando que saliera. Pero,
por mala suerte, mi madre estaba allí para recordármelo.
-Deberías tomarlo más deprisa. El pobre está esperando. ¿Quieres
que lo haga pasar?-.
-¡No!- me apresuré en decir- ya voy, ya voy-.
Tomé el té casi ardiendo mi garganta y atragantándome con las
medialunas. Elizabeth era completamente capaz que hacerlo pasar.
Acomodé el bolso sobre mis hombros y me dirigí hacia la puerta.
-Avísame cuando llegues. Que tengan un lindo día-.
217
Annie M. Hart

Abrí la puerta y salí. Daniel estaba del otro lado de la reja


sosteniendo el bolso sobre uno de sus hombros mientras su otra mano
se escondía en el bolsillo de sus pantalones. La camisa estaba
arremangada y no llevaba el saco. De las orejas pude ver que se
asomaban unos auriculares. Cuando abrí la reja, él giró el rostro hacia
mí y quitó el aparatejo de sus oídos.
-Oh, lo siento. No te escuché- sonrió- buenos días-.
¿Cómo podía sonreír luego de lo que pasó? ¿Luego de lo que mi
boca dijo? Herí sus sentimientos ¿y aun así podía actuar como si
nada? No, no era del todo cierto. Podía notar una pequeña señal de
dolor en sus ojos. Sentí un retortijón en el estómago por la culpa.
-¿Te encuentras bien?- preguntó.
-Sí, es que desayuné demasiado rápido- expliqué.
Comenzamos a caminar. Él colocó sus auriculares nuevamente y
escuchaba de vez en cuando cómo tarareaba la canción. Me sentía
muy incómoda. Pero debía controlarme, la charla de Stella me había
aclarado muchas cosas y debía remediar y recuperar la relación con
Daniel. Poco a poco.
-Dan- murmuré sin mirarlo.
Pero él no me escuchó. Lo codeé suavemente. El se sobresaltó
y se centró en mí. Bajé el rostro.
-¿Sucede algo, Phoenix?-.
-Quería saber si esta tarde estabas ocupado-.
-¿Estás invitándome a una cita?- rió- solo bromeo. Trabajo en la
joyería hasta las cinco y media, ¿por?-.
-Quería saber si te apetecía venir a mi casa. A las seis. No sé,
conversar o ver una película-.
Pude notar cómo me miraba asombrado.
-Mmm…no se trata de alguna trampa para interrogarme ¿no?-.
-Sería un buen plan pero no. Lo prometo. Solo…-tragué saliva- quería
pasar una tarde contigo-.
218
Annie M. Hart

Daniel frunció el ceño.


-De acuerdo- dijo al fin- pero no quiero una película romántica-.
-Trato hecho. Emm…el sábado te fuiste ¿verdad?-.
-Luego de nuestra conversación, sí. Tenía asuntos que atender. Mi
padre me pidió que llegara temprano y ayudarlo con un par de
pedidos. Además odio la noche-.
-¿Por qué?-.
-Me da miedo la oscuridad- sonrió guiñando un ojo.
Ver su rostro tan natural hizo que mi corazón latiera
desenfrenado.

-¡Ellie!- corrió Pandora para saludarme- ¿Cómo pasaste el fin de


semana? Estás más bronceada-.
-¿Sí? Gracias al cielo- sonreí- la pasé bien ¿y tú?-.
-Algo así. Me leí el libro que me prestaste la última vez que nos
juntamos en tu casa, el jueves. Ten- me extendió el libro Orgullo y
Prejuicio- estuvo hermoso-.
-Sí, es un gran libro- lo tomé y lo guardé.
-¿Harás algo esta tarde?-.
-Tengo planes- respondí mirando a Daniel.
-Oh, ya veo. Casa sola, tarde sola- asentía para ella misma.
-¡No es nada de eso!- grité, incómoda.
-Ya, ya- reía- debo ir al salón. Nos veremos en el recreo- se despidió.
-Comienza a caerme realmente bien. ¿Segura que es una Weiss?-
preguntó Stella.
219
Annie M. Hart

Tenía el pelo suelto con dos broches a cada lado para despejar
su rostro. Ella tampoco llevaba su saco y tenía los párpados
suavemente maquillados con sombra blanca y los ojos delineados.
-Desgraciadamente sí-.
-Pero ella se salva de sus condenadas actitudes- finalizó Dylan.
-Por ahora- remarcó Stella.
-Regresemos al salón- musité. No me agradaba hablar a espaldas de
alguien cercano- la campana ya sonó-.
Los cuatro nos encaminamos hacia el curso.
Nuestros compañeros estaban conversando, como siempre.
Sam estaba sentada en el escritorio principal mensajeandose con
alguien por teléfono dibujando una sonrisa de suficiencia y arrogancia,
como si uno de sus planes estuviese llevándose a cabo a la
perfección. Cuando sintió que cerramos la puerta a nuestras espaldas,
levantó la cabeza y miró a Daniel, guiñándole un ojo. Él solo sonrió y
se volteó para mirarnos haciendo una mueca. Stella soltó una risita.
-Bien, vayamos preparándonos para la condena del día- recitó Daniel
como si se tratara de otra rutina dentro del ejército- solo sobrevivan y
serán recompensados-.
-Sí, Señor- gritó Stella colocando su mano en la sien, a modo de
saludo militar.
-Si serán idiotas- dijo Dylan.
El salón se quedó en silencio cuando una mujer de bajísima
estatura con el pelo rubio corto sobre los hombros que usaba una
camisa floreada con unos pantalones negros formales y sandalias de
taco en color blanco y un par de lentes sobre su cabeza, entró con
paso apresurado dejando rápidamente el maletín sobre el escritorio.
Sam se puso de pie pero no se alejó, se quedó mirando a la mujer
tratando de contener una carcajada. Como siempre hacia. A pesar de
su aspecto un poco frío que enseñaba su fuerte mirada azulada, era
amable y tolerante. Sí, ella es la Señora McDonald. Mildred McDonald.
Profesora de Derecho Civil. Colocó sus lentes para ver a la clase y
sonrió.
220
Annie M. Hart

-Buen lunes, chicos-.


Todos respondimos simultáneamente. Sacó el marcador del
maletín y, haciendo un esfuerzo por alcanzar, escribió un título en la
pizarra: Derecho natural y Derecho positivo.
-Más de uno de ustedes ha oído hablar sobre esta clasificación-
anunció, volteándose.
Algunos asintieron mientras que otros se miraban entre ellos.
-¿Alguien podría decirme uno de los conceptos?-.
Pero, nada. Hablar en voz alta era demasiado pedir.
-Jovencito- dijo la Sra. mirando a Daniel- ¿podrías venir aquí y escribir
con buena letra lo que voy a dictarte? Lamentablemente mis piernas
son cortas y no llego al extremo superior de la pizarra-.
Detrás de mí pude oír risas burlescas. Respiré hondo para no
voltearme. Claro, Ellie, como si tú pudieras hacer algo.
Daniel se levantó sin discutir y tomó el marcador.
-Será un placer- sonrió.
Mildred comenzó a dictar conceptos mientras Daniel los
ordenaba en un perfecto esquema con letra grande y prolija. Cuando
acabó, la profesora de agradeció y él devolvió el marcador.
-Creo que me cae bien- dijo Daniel, sentándose.
-A todos nos cae bien. Aunque para algunas de las chicas de atrás
solo es un blanco de burla. Es como una especie de ritual o tradición
entre ellas-.
-Ya veo-.
Pero de algo estaba segura…algún día lo pagarán. Sobre todo
Sam.
Algún día.
221
Annie M. Hart

Mi madre fue a buscarme al Instituto. Le recordé a Daniel que lo


esperaba a las seis en mi casa, un poco incómoda pero lo logré. Stella
me despidió con una exagerada sonrisa de felicidad. Idiota.
Llegamos a casa con la comida lista para calentar y comer.
Fideos con salsa de tomate y carne molida y, como era de esperarse
de la sagrada mano de mi madre, estaba riquísimo.
-Trata de no dormir toda la tarde- dijo ella luego de masticar los fideos
y tragar.
-Lo dudo, Daniel vendrá a casa a las seis-.
-Yo no estaré. Trata de no cometer ninguna locura- rió.
-¡Mamá!- grité, molesta.
-Solo bromeo, no tiene nada de malo invitar a un chico a tu casa ¿no?
En esta época es algo normal-.
-Claro- dije para tranquilizarla.
Levanté la vajilla sucia y lavé.
-Tu ve a dormir- ordené- trabajas hasta tarde- tal vez hoy el
RollingRed decida pagarte de más-.
-¿Tú crees?-.
Me encogí de hombros.
-Te lo mereces. Hace meses que vienes trabajando horas extra y con
poca propina gracias a lo muy solidario que son los clientes- comenté
con sarcasmo.
Ella sonrió.
-Lo que sea para sobrevivir con ese estúpido sueldo-.
-Tenemos también el mío ¿recuerdas?-.
-Falta poco para las vacaciones. Los Stanley se toman más de la
cuenta debido a que no tuvieron vacaciones de verano. Estarás meses
sin tus ganancias-.
222
Annie M. Hart

-No explotes mi burbuja- me quejé- ahora ve a descansar. Es una


orden-.
-Sí, mamá- respondió imitándome.
Luego, se retiró a su habitación.
Una vez que terminé de lavar las cosas, secar y guardar todo
incluida la comida que sobró, me encaminé a mi habitación. El sonido
de una música en mi bolsillo de la chaqueta hizo que me sobresalte.
Era un mensaje de Jarred. Sonreí mientras me sentaba sobre la cama
y pensaba que responder.
“¿Cómo va la historia? ¿Ya aparecí? Oh, espera. Cierto que mi nombre
aparecería en los agradecimientos. Falta mucho para eso ¿verdad? Bueno,
dejando eso de lado, ¿Cómo estás?”
Respondí: “Ayer avancé con un capítulo y medio. Me tomó más
tiempo reemplazar el nombre del protagonista con el tuyo ¿feliz? Así tendrás
más importancia ¿no crees?”
Enviar…
“¡Vaya! Esto es un verdadero honor. Me siento halagado. Aunque creo
que fue demasiado. Con los agradecimientos me bastaba”
Respondí: “Te lo mereces. Sin ti, aun seguiría estancada. Sin avanzar.
Gracias”
Enviar…
“Creo…que aun lo estás, Ellie”
Su último mensaje me tomó desprevenida. No tenía respuesta
para algo como eso. Tampoco sabía a qué se refería. Tal vez… ¿se
trataba a lo relacionado con mi pasado junto a Peter? Había olvidado
su increíble habilidad para saber qué demonios pensaba. Algo que ni
siquiera yo misma sabía. Dejé el móvil sobre la mesa de noche y me
dejé caer de espaldas sobre las sábanas. Tenía cuatro horas. Dormiría
y me bañaría. Ni siquiera tenía pensado qué hacer a la tarde. Pero de
repente mi teléfono volvió a sonar. Esta vez era una llamada.
Jarred me estaba llamando. Pegué un salto de la cama y atendí
con el corazón desbocado.
223
Annie M. Hart

-Lo siento, me harté de escribir. No entiendo cómo es que usas tu


mano para hacerlo. Es cansador, prefiero hablar- se quejó del otro
lado de la línea.
-Años de práctica, supongo-.
-¿Qué tal tu lunes?-.
-Mmm…normal. Nunca sucede nada interesante-.
-¿Qué esperas que pase? ¿Un Apocalipsis zombie o una guerra
intergaláctica contra extraterrestres? Es imposible por más que desee
que ocurra-.
Solté una carcajada.
-No gracias, quiero algo menos…destructivo-.
-Yo te salvaría. Años en videojuegos me enseñaron muchas cosas-.
-Plants vs Zombies no cuenta- espeté.
-Shhh. Pero eso nadie lo sabe- susurró.
-Eres un friki- reí.
-Pero un experto- dijo con orgullo.
-¿Y a ti cómo te fue? ¿Sucedió algo?-.
-Ne. Nada. Aburrimiento al máximo nivel- bufó.
-Eso es lo malo de los lunes-.
-¿Eso? Deberían estar en prisión. Condenados. Nadie los quiere-.
Volví a reírme.
-Tengo que cortar- dije tristemente- necesito dormir-.
-Ya, comprendo. No te molestaré-.
-No molestas- reí- luego hablamos. Cuídate-.
-Cuídate-.
Cortamos. Puse el móvil en silencio y me dormí. Pero no alcancé
a cerrar los ojos por veinte minutos que oí algo. Cerca de mi cama. No
224
Annie M. Hart

tuve el valor de despertarme y me acurruqué más en el colchón pues,


como idiota que fui, no me metí dentro de las sábanas. Enrosqué los
brazos alrededor de mi cabeza y evité estirar las piernas. Lo que oía
eran gemidos. Lamentos. Muy similares a los que oí en aquel sueño,
donde yo estaba encadenada. Pero esta vez estaban más cerca. Me
sentí obligada en abrir mis ojos…para toparme con algo horroroso.
Una niña.
Una niña cubierta de cortes leves, la piel amarilla y los labios
secos partidos. Tenía la mirada perdida, sus ojos grises estaban
vacíos y tenía el corto cabello marrón enmarañado. Me miraba sin
pestañear. Dijo mi nombre. Su voz me dio un fuerte escalofrío
sacudiendo mi cuerpo como si hubiese sentido una descarga eléctrica.
La niña sonrió y fue lo más aterrador que vi. Una fila de desiguales
colmillos se asomaba por sus labios resecos. Sin pensarlo dos veces,
lancé la almohada sobre la cabeza de la niña. Cuando ésta la rozó,
ella desapareció.
No quise voltearme. No tenía el valor para hacerlo. Y, sin la
menor intención de recuperar la almohada, me volví a hacer un ovillo
sobre las colchas arrugadas debajo de mí. Sin dejar de respirar como
si hubiese corrido un maratón, me dormí.
La alarma del despertador hizo que casi me callera de la cama.
Estaba más asustada que cuando vi a esa horrenda niña. Me senté en
el borde para poder calmarme y así ir al baño para prepararme. Tenía
una hora. Un poco tambaleante, me puse de pie y tomé un toallón que
estaba sobre el asiento frente al escritorio y fui a la ducha. Aun estaba
un poco paranoica, temía que la niña, o peor, Phobia, apareciera para
asustarme corriendo la cortina del baño. Gracias al cielo, no pasó
nada. Ni siquiera sugestioné lo cual me dio un gran alivio. Me sequé
rápidamente y salí.
La toalla estaba alrededor de mi cuerpo. Todavía no tenía
pensado que ponerme. Sobre la cama puse tres opciones: un vestido
sin mangas corto por encima de la rodilla de un color rosa viejo, un
jean gris con una musculosa color crema con encajes en detalle y por
último un short negro con una camisa fresca color azul marino cuyos
puños tenían pequeñas flores como adorno. Opté por éste junto con
unas sandalias de poco taco en negro. Sequé con brusquedad mi
cabello, me puse crema en el cuerpo, perfume, desodorante, arreglé la
225
Annie M. Hart

cama, desenredé mi pelo hecho un desastre y fui a la cocina para ver


si estaba todo en orden. A decir verdad, no estaba tan mal. No era una
casa muy grande por lo tanto el desastre para dos mujeres solas no
era nada. Enrosqué mi cabello en un rodete y me fijé si en la nevera
aun quedaba un poco de bizcochuelo casero que hice la semana
pasada. Gracias al cielo, aun quedaba. Lo saqué y dejé que entrara en
calor cuando sentí el timbre.
Mi corazón saltó desbocado y salí a la puerta.
-¿Te gusta Jim Carrey?- preguntó Daniel mostrando la película
Todopoderoso a través de las rejas.
-Por supuesto- respondí dejándolo pasar.
-Lindo rodete-.
Una vez en la sala de estar, olvidé desarmar ese desastre que
tenía en la cabeza. Ruborizada, lo desarmé.
-Lo siento, me bañé y acostumbro a dejarlo así-.
-Ya, no es nada grave- rió.
-Puedes…pasar. Luego de esta puerta está el comedor. Sobre la
mesita delante del sillón está el control del TV. Dentro de un rato iré
¿quieres tomar algo?-.
-Un té me gustaría-.
-Un té será-.
-Te ayudo-.
-Descuida, no es necesario. Eres mi invitado- sonreí.
-Ya que insistes…-.
Le di la espalda y fui a la cocina. Corté el bizcochuelo con la
mayor prolijidad que pude, lo coloqué sobre una pequeña canastita,
herví en agua y preparé dos té. No sabía si era más cómodo tomarlo
en la cocina o llevarlo hasta la TV. Pero algo hizo que me distrajera de
mis pensamientos. Una melodía. Una melodía de piano inundaba la
casa. Era dulce y perfectamente sincronizada. La reconocí en el acto
226
Annie M. Hart

al mismo tiempo que dejaba las cosas como estaban y me dirigía en


dirección por donde provenía la música.
-Rain over clifden bay, de Back to Earth- musité, asombrada mientras
me situaba junto al gran piano de cola negro detrás de los sillones.
Pero Daniel no respondió. Continuó tocando. Me senté junto a él
y dejé que su música me invadiera.
Una vez que terminó, abrió los ojos. No había notado que tocó
con los ojos cerrados.
-Increíble- fue lo único que pude decir.
Daniel sonrió.
-No sabía que alguien en tu casa tocaba el piano-.
-En realidad…nadie lo toca. Yo solo puedo tocar el chelo. Mi abuela
vivía en esta casa antes de morir y ella tocaba el piano. Era magnífica,
gracias a ella intenté meterme en el mundo de la música. Luego de
que ella falleciera, mi madre y yo no tuvimos el valor de venderlo o
regalarlo. Es un importante recuerdo. Hacía mucho que no lo oía
sonar- expliqué.
-Pues sigue funcionando de maravilla. ¿Conoces ésta?-.
Volvió a tocar. La canción no perdía ese toque de armonía y
melancolía pero tampoco era la misma que la anterior. También la
reconocí en el acto.
-The perfect momento de Back to Earth- musité.
Él asintió sin dejar de tocar.
-Eres un genio- dije.
Daniel se rió cuando terminó de tocar.
-Solo es tocar música-.
-Pero tú lo haces excelente- espeté.
-¿Quieres que te enseñe?-.
227
Annie M. Hart

Hice una mueca. Nunca se me dio por intentar tocar el piano por
más que me gustara pero asentí.
-Dame tus manos- pidió extendiendo las suyas.
Cuando las tomó, hizo que me acercara aun más a él. Mi cuerpo
rozaba el suyo y traté de contener un estremecimiento mientras sus
manos le indicaban a las mías como marcar unos acordes.
-Primero con la derecha has esto- me dijo.
Hice lo que pude y Daniel asintió.
-Y al mismo tiempo con la izquierda has esto-.
Intenté hacerlo pero pedir esa clase de coordinación al primer
intento, era imposible. Fue un desastre. Retiré las manos de las teclas.
-No puedo- me quejé.
Él se rió.
-Claro que no puedes. A la primera vez jamás te saldrá- dijo aun
riendo- pero con práctica, lo lograrás-.
Asentí. Al fin y al cabo era extremadamente agradable estar
junto a él.
-Lo siento- dije.
Daniel me miró confuso y se enderezó para verme mejor.
-¿Por qué te disculpas?-.
-Por lo del sábado-.
Él suspiró.
-No es lo que quise decir-.
-¿A qué te refieres?- preguntó.
-Ese lo siento que dije…no es el tú crees. Yo…solo no sabía que
decir. Nunca dije que no a tus sentimientos-.
-Tampoco un sí- me interrumpió.
228
Annie M. Hart

-Quería aclarártelo-.
Estaba completamente ruborizada, siendo incapaz de mirarlo a
los ojos. Hasta que él lo levantó sosteniendo mi mentón.
-Ellie ¿saldrías conmigo?- preguntó.
Su pregunta me tomó desprevenida. Mi cuerpo entero comenzó
a temblar de los nervios y sabía que, si intentaba decir algo, solo
balbucearía.
-Sé que no sabes nada de mí. Prometí decírtelo algún día
pero…quiero estar contigo. No haré nada a menos que tú me lo pidas,
no pienso traspasar tus límites. Será para conocernos poco a poco y
prometo no hacer nada sospechoso para que me odies o te alejes de
mí. No soporto estar separado de ti. Es una agonía- dijo sin despegar
su mirada de la mía- te necesito. Con cada una de esas letras y el
significado que para mi conllevan. Si quieres que te abrace, pídelo. Si
quieres que te escuche, dímelo. Si quieres que te bese, exígemelo,
que no mostraré ninguna resistencia-.
Parpadeé muchas veces. Tenía miedo. Miedo de que esto fuera
otra alucinación. Sí, tenía miedo de perderlo. De que si, por un
segundo, él pudiera estar con otra, me despedazaría. Tal y como pasó
con Megan. Tenía muchos impulsos mezclados, quería besarlo
pero…aun no era lo correcto. Necesitaba saber más.
Bésame.
Daniel sonrió. No había notado que lo dije en voz alta. Mi
respiración se acompasó con la suya, mezclándose. Nuestros rostros
se acercaban uno al otro pero él se detuvo a tan solo un centímetro de
distancia.
-Tengo que irme- susurró.
Su aliento fresco acarició mi piel, haciendo que cierre los ojos.
-¿Por qué?- pregunté sabiendo que podría no tener respuesta.
-Necesito hacer algo. Debo encargarme de algo importante-.
Asentí con desganas.
229
Annie M. Hart

-De verdad lo siento- se lamentó- preparaste todo para mí y yo aun


así…-.
Lo callé colocando un dedo en sus labios.
-Ya, vete- dije- está bien- sonreí.
Él besó mi frente.
-Nos veremos, Phoenix-.
Fuimos hasta la puerta. Él insistió comer un bocado antes de irse
y lo saboreó con gusto diciendo que yo era excelente cocinera. Y
antes de que él se alejara por el camino, lo detuve.
-Sí- grité- saldré contigo-.
Él se volteó esbozando una enorme sonrisa.
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Annie M. Hart

Capítulo 20:
Monstruo
Cené deprisa. No tenía ganas de que mi madre me llenara de
preguntas. Tragué la comida como si mi vida dependiera de ello, me
levanté, dejé que mi madre lavara, porque estaba de humor para
hacerlo, y fui a mi habitación. Hacía calor así que me armé de valor
para entreabrir la ventana y dejar entrar la brisa fresca nocturna. Cerré
la puerta, vestí mi pijama, encendí la luz de noche y me arrodillé junto
a la cama entrelazando mis dedos.
Pero tuve una extraña sensación de soledad. Una ausencia
desconocida inundaba las cuatro paredes y el silencio solo era
interrumpido por el viento. Algo andaba mal. Cuando termina de rezar,
me acosté. No podía eliminar la estúpida y embobada sonrisa que
tenía en mi rostro, borrando todo rastro referido a esa ausencia. Ahora
empezaría a salir con él. Salió mejor de lo que esperaba y todo gracias
a Stella. Fui una idiota. Una gran idiota.
La verdad es que hubiese preferido que se quedara junto a mí
más tiempo. Además... ¿Por qué demonios tenía que decir en voz alta
lo que pensaba? Fue terriblemente vergonzoso.
-Tranquilízate, no fue tan grave- me dije a mi misma en voz alta-
ahora, duérmete-.
Me acurruqué más cómodamente y me sumí rápidamente en un
tranquilo sueño. Pero aun sentía esa incómoda ausencia sobre aquella
presencia que reconocía muy bien.
No habían pasado treinta minutos desde que cerré los ojos
cuando oí la voz de mi madre gritando.
231
Annie M. Hart

-¡¡Ellie!!- gritaba hasta entrar en mi habitación- ¡¡cariño!!-.


Pegué un salto de la cama. Ella estaba a mi lado con sus
enormes ojos verdes preocupados y vidriosos como si estuviera
reprimiendo las ganas de llorar.
-¿Qué sucede, mamá?- pregunté aterrorizada.
-Es...es Stella, Ellie-.
Sentí que mi corazón dejaba de bombear inmediatamente y que
me desmoronaría de un segundo a otro. Me tambaleé aun sobre la
cama y me sostuve apoyándome en la mesa de noche.
-¿Qué...paso?- pregunté con voz sofocada.
-Los...los vecinos oyeron disparos. Erza acaba de llamar. Ella no
estaba en casa cuando paso-.
-¡¿¡¿¡¿QUE?!?!?!- grité espantada y saltando de la cama.
Sin quitarme el pijama vestí una bata de baño y unas pantuflas.
Mis mejillas ya estaban humedecidas y el pulso era traicionero. No
podía vestirme rápido. Creo que incluso me la puse al revés. Tomé el
móvil y salí disparada sin la menor noción de lo que tenía que hacer.
-¡ELLIE!- gritaba mi madre a mis espaldas- espérame. Iremos en el
auto-.
-NO- vociferé- iré corriendo. Tardare menos, estoy segura- añadí
abriendo la puerta.
-Hija...no iras sola por esta zona a estas horas de la madrugada-.
-Mamá....estamos hablando de Stella. No un completo idiota
desconocido para mí. Es STELLA-.
-Lo sé cariño pero...-.
-¡MAMÁ!- grité para hacerla callar una vez que la puerta ya estaba
abierta- no quiero perder a nadie más ¿si? Ella es la única que me
queda. No quiero perder a otra amiga-.
-Hija...-.
232
Annie M. Hart

-Regresaré en unas horas- anuncié antes de cerrar la puerta


dejándome afuera.
-¡Ellie, te ordeno que regreses!- gritó ella.
Pero yo ya estaba corriendo sin alma hacia la casa de Stella.
Mi madre no era de gritarme de esa manera. No me importó,
sufriría las consecuencias si hacía falta pero tenía que llegar pronto.
Claro, como si yo fuese capaz de hacer algo.
El área estaba rodeada por autos policiales y vecinos
preocupados y chusmos. No quería que me vieran. Me escabullí por
detrás de la casa hasta hallar la puerta trasera. Tenía la cerradura rota
y la madera rasguñada. Tragué saliva para evitar entrar en pánico.
"Por favor no", rogaba antes de entrar, "Stella no, por favor". De todas
las personas menos ella, no tenía nada más. No podía perder a Stella.
Me armé de valor y atravesé la puerta.
Había un gran silencio dentro de la casa y no divisé ningún oficial
inspeccionando. Solté el aire contenido en mis pulmones. A hurtadillas
me dirigí hacia el sótano. Stella suele esconderse ahí cuando algo le
sucedía. Las pocas veces que discutíamos ella desaparecía y yo
llamaba a mi madre para que me buscara. Por supuesto, a los cinco
minutos, nos reconciliábamos Sospeché que, si tal vez no la
encontraban aun, estaría allí. Abrí la puerta de golpe.
-¡¡STELLA!!- grité.
Pero nada. Ella no estaba. Pegué mi cuerpo contra la pared de
madera en el interior para no caer al suelo. Estaba sacudiéndome
culpa de los sollozos.
-Stella...-gemía- que sucedió-.
Oí unos pasos y levante la vista, esperanzada. Aunque un poco
asustada, las pisadas eran pesadas. No parecían ser de una mujer
delicada y menuda como mi amiga.
-¿Ste...?-.
Pero no era ella. Delante de mí con la misma ropa que llevaba
esta tarde, a diferencia de que la camiseta estaba manchada de rojo
escarlata en la zona del abdomen, estaba Daniel. Quien me miraba
233
Annie M. Hart

asustado y aterrorizado. Ni siquiera la pared impidió que me callera al


suelo.
-Daniel… ¿qué rayos...? ¿Por qué...?- balbuceaba.
Las últimas palabras que me dijo antes de irse volvieron a mi
mente y pude sentir como empalidecía mi rostro: "Debo encargarme
de algo" dijo el antes de irse. Oh, no. No.
-Daniel tu...-.
-Ellie no es lo que crees...- intentó decir desesperadamente.
¡Otra vez con la misma excusa!
-¡¿¡¿¡¿QUE LE HICISTE A STELLA?!?!?!- grité fuera de sí mientras mi
cuerpo seguía temblando- ¿¿¿DÓNDE ESTA???-.
-Ellie...-.
-NO TE ME ACERQUES. TU, ¡¡MONSTRUO!!- grité- HACE UN PAR
DE HORAS ESTUVISTE EN MI CASA. TUVISTE QUE IRTE. Y NO
OLVIDAR LA PRIMER PROMESA ROTA DEL DÍA: DIJISTE QUE NO
HARIAS NADA QUE ME HAGA SOSPECHAR DE TI-.
-Phoenix...yo...-.
-Y aquí estas. Ocultando todo otra vez. Te encuentro en casa de mi
mejor amiga. Ella no está. Se oyeron disparos y tu estas con la
camiseta bañada en sangre- la voz se me quebró- ¿¿QUÉ HAS
HECHO??-.
Él se mordió el labio y soltó un suave gruñido. Luego, siseó.
-Que has hecho- repetí.
La puerta del sótano de abrió de repente. Un grupo de tres
oficiales irrumpieron en el cuarto. Dos de ellos eran hombres. Uno
tenía el cabello negro canoso y el otro era pelado. La tercera
integrante era una mujer rubia alta y robusta. Empuñaba una tonfa en
su mano derecha.
-Jovencita- dijo con voz estridente- ¿qué haces aquí? No es lugar para
niños. Y tú- señaló a Daniel- la ambulancia está afuera. Debemos
detener esa hemorragia. Descansarás todo lo que puedas, luego te
234
Annie M. Hart

esperará un largo interrogatorio. Me sorprende que permanezcas de


pie. Wally, ve con él- le indicó al pelado.
Daniel no se resistió y lo siguió. No sin antes lanzarme una
mirada. La rechacé por completo.
-¿Tú eres amiga de la niña que vive aquí?- preguntó la mujer
amablemente.
Asentí sin despegar los ojos de la puerta donde Daniel
despareció.
-Descuida- me tranquilizó- está en la camioneta de la ambulancia.
Esta inconsciente-.
-¿De veras?- pregunté, reaccionando.
-Sí. Pero ahora debemos salir de aquí. Joseph, encárgate de
inspeccionar. Volveré al rato-.
El hombre asintió y ambas salimos. Me sujetaba el cuerpo como
si ello calmara los temblores y el miedo. Confiaba en a oficial, sabía
que Stella estaba a salvo. Pero había cosas que aun no me cerraban y
mi mente se negaba a pensar. Me sentía destruida.
-Quiero ir con ustedes- musité una vez que nos detuvimos- necesito ir
con mi amiga-.
La mujer negó con la cabeza.
-Tienes que venir acompañada con un adulto-.
-Ella viene conmigo- dijo mi madre acercándose a nosotras, agitada-
soy su madre-.
La oficial nos miro y asintió.
-La Sra. Wilson está adentro. Pasen- nos indicó.
No esperé que mi madre dijera algo. Ni siquiera volteé para
mirarla por el miedo de que ella me fulminara con la mirada diciendo:
hablaremos de esto luego. Solo se acercó a mí y apoyó su mano en mi
hombro para indicarme que ella estaba conmigo. Luego, ambas
subimos a la ambulancia.
235
Annie M. Hart

Erza estaba sentada junto al cuerpo inconsciente de su hija.


Stella, acostada sobre la camilla, respiraba a ritmo normal pero pude
notar como la mano, entrelazada con la de su madre, temblaba. La
Sra. Wilson tenía los labios apretados y el semblante entristecido.
Cuando oyó nuestros pasos, levantó la vista sin soltar a su hija.
-Oh, Ellie- murmuró con la voz seca- me alegra tanto que vinieras-.
Me hizo señas para que me sentara a su lado. Una vez que lo
hice, ella deslizó el brazo libre por encima de mis hombros y me
estrechó contra su costado. Mi madre se sentó frente nuestro junto
con una enfermera y un oficial. Éste último conversaba con la
enfermera mientras anotaba algo en una libreta.
-¿Qué fue lo que sucedió?- le pregunté a Erza.
-No lo sé, cariño. Suele quedarse sola cuando salgo a cenar con
amigas y jamás pasó algo similar. Cuando la policía me llamó...-
sacudió la cabeza como si intentara apartar el recuerdo- creí que todo
estaba perdido. Regresé a casa sabiendo que no me hallaba en
buenas condiciones. La enfermera me dijo que Stella estaba a salvo,
que solo se desmayó por el shock-.
-¿Sabes quién lo hizo?-.
Ella negó.
-Nadie lo sabe. Están esperando que ella despierte para poder
preguntarle-.
Me sentí aliviada. Después de todo no pasó nada. Pero aun así
estaba aterrada. Ya no era por lo de Stella, sino por Daniel. No sabía
si mi amiga tenía heridas exteriores y tal vez la culpa fue de él. Me dijo
que tenía cosas que atender ¿Qué muchacho de diecisiete tiene
asuntos que atender? ¿Y más tan “urgentes” como para salir
corriendo? Bueno, no literalmente corriendo. Estaba aterrada.
-¿Sucede algo? Te noto alterada- dijo Erza.
-Descuide, estoy bien. Solo preocupada-.
-Ya hallaremos respuestas- musitó firmemente.
236
Annie M. Hart

Sí, de eso no me cabían dudas. Lo que me preocupaba era


hallar otro tipo de respuestas. Me acurruqué más aun en los brazos de
Erza y, sin darme cuenta, me quedé dormida.

Cuando desperté ya habíamos llegado al hospital. Erza se


removió suavemente para no despertarme de golpe. Oí el ruido de la
camilla bajando de la ambulancia y el parloteo de mi madre con el
oficial. Me despabilé frotándome el rostro y levantándome ¿Cuánto
tiempo había dormido? El hospital no se hallaba muy lejos pero me
sirvió para descansar un poco. Tal vez unos quince minutos. Una vez
que estuve fuera del vehículo, caminé hasta donde mi madre estaba
soltando un bostezo.
Junto a ella estaba Dylan. Llevaba puesta una camiseta escote
en ve y unos vaqueros. Su cabello cobrizo estaba un poco
desarreglado demostrando que también él fue despertado en pleno
sueño. Apresuré el paso y me situé junto a ellos.
-Dylan- dije con voz somnolienta.
-¿Cómo está Stella?- preguntó-¿Qué sucedió?-.
-Ella está bien. La llevaron adentro hace unos minutos. Estamos
esperando que nos dejen entrar a verla- respondió Elizabeth.
-Y no sabemos qué ocurrió. Aun no tienen un informe- continué.
-Diablos…-maldijo él- ¿Y Daniel?-.
Apreté mi mandíbula. Decirle que lo había visto en el sótano no
era una buena idea. Lo volvería loco pero al mismo tiempo deseaba
hacérselo saber, tal vez ambos podíamos llegar a una conclusión. Aun
así…por alguna razón…me quedé callada.
-No…le avisé- respondí.
-¿Por qué?-.
-Trabaja hasta tarde en la joyería- lo justifiqué.
237
Annie M. Hart

Diablos ¿ahora lo cubría? Santo cielo.


-Ya veo, no querrás despertar a tu novio para darle una noticia tan
triste y desesperante. Es amigo de Stella ¿no?-.
Apreté los puños. Me estaba quedando sin excusas.
-Él no es mi novio y…-.
-Iré adentro ¿me acompañas?- preguntó Erza, acercándose- Hola
Dylan- sonrió.
-Hola Erza-.
-Iré contigo- contesté tratando de no sonar tan calmada al ver que ella
me había salvado- Mamá, entraré con Erza. ¿Tú qué harás, Dylan?-.
-Le mandaré un mensaje de texto a Daniel. Me irrita que no esté aquí-.
Intenté detenerlo pero sería demasiado sospechoso. Además…
¿Por qué le daba tanta importancia?
-Luego te sigo- dijo mi madre- tengo una llamada de Lorraine-.
Le dije que no se preocupara, que nos veíamos adentro. Pero no
pude pasar de alto la extraña sonrisa de Dylan.

Ya estábamos dentro. El hospital era acogedor, pintado de


blanco la mitad de la pared y la parte restante en bordó. Los pilares
que sostenían el techo y los demás pisos están pintados del mismo
último color y en cada extremo había un escritorio con una secretaria
del otro lado. Erza se acercó a una oficial que se hallaba junto al
ascensor y le preguntó sobre la muchacha inconsciente. La mujer
respondió amablemente de que se encontraba en el segundo piso,
habitación veintiséis pero que aun no podíamos entrar, debíamos
esperar una media hora más.
Luego, ambas subimos.
238
Annie M. Hart

Las enfermeras iban de aquí para allá. Al principio me asusté,


creí que era porque Stella resultó estar grave pero vi que en realidad
entraban en otras habitaciones. Algunas pocas iban a la veintiocho.
Me relajé y nos sentamos en las sillas libres.
-Uf, esto es demasiada tensión- bufó Erza.
-Ya lo creo-.
Nos quedamos en silencio viendo al personal pasar. Estaba
inquieta y me sentía ridícula con la bata al revés cubriéndome,
tampoco dejaba de pensar en el mensaje que Dylan le mandaría a
Daniel y cómo él reaccionaría al ver que no recibiría respuesta. Esto
sería para más problemas.
-¿Crees que tardarán más? Soy su madre, santo cielo, necesito ver a
mi hija- musitó.
-Podría preguntarle a alguna enfermera- ofrecí.
-Por favor-.
Una excusa para poder moverme y despejarme.
Justo a mi lado pasó una muchacha de unos veintidós años de
edad con el cabello largo rubio y ojos grises.
-Disculpe…-.
-¿Sí?-.
-Sobre la chica de la habitación veintiséis… ¿tardarán más? Su madre
necesita entrar a verla- dije.
-Mmm…supongo que no. Espérame unos minutos y les diré-
respondió retomando su camino.
Al ver que no obtenía una mejor respuesta, regresé junto a Erza.
-¿Y?-.
-Debemos esperar unos minutos-.
-Vaya, que idiotez-.
-Concuerdo contigo-.
239
Annie M. Hart

Diablos, comenzaba a impacientarme de veras. No veía a Dylan


por ninguna parte ni ninguna ademán de alguna enfermera en
acercarse para decirnos que teníamos permitido pasar. Me estaban
sacando de quicio ¿Qué tanto costaba decir: “Ey, pueden pasar. Ella
está bien”? Solo unas pocas palabras y ya está. Maldición.
Mi madre se apresuró en acercarse. Iba a paso rápido y se la
veía preocupada. Me puse de pie al instante.
-¿Qué pasó?- pregunté.
-Debo irme. Avísame cualquier cosa-.
-¿Y Dylan? ¿Qué sucedió?-.
-Se fue bastante…molesto por alguna razón. Dijo que más tarde
regresaría-.
-Ma…-insistí.
-No lo sé, hija. Lorraine me acaba de llamar. Quiere que la acompañe
al otro hospital-.
-¿Qué?- grité.
-Es Amairany. De desmayó de repente-.
240
Annie M. Hart

Capítulo 21:
¿Era él?
-¿May?- pregunté, sorprendida- ¿Qué le sucedió?-.
-No se sabe- respondió mi madre- parece que se descompuso.
Volveré al rato-.
Fue lo último que dijo.
Algo extraño estaba sucediendo.

Con las manos entrelazadas, continué esperando por una hora y


media más. Stella de seguro ya estaría acomodada perfectamente y
sin embargo ningún enfermero se detenía para permitirnos pasar.
Erza, a mi lado, estaba más que impaciente, moviendo la cabeza para
todos lados con la esperanza de que algún uniformado se percatara
de su mirada desesperada. Pero…nada.
Ni siquiera Dylan había regresado.
La espera había calmado mi mente de forma considerable
aunque no logró disipar la furia del todo. Había aceptado salir con él
¿y hace esto? Realmente se buscaba pelear conmigo. Ese maldito
idiota.
De repente Erza se puso de pie y detuvo a un enfermero.
241
Annie M. Hart

-Disculpe, pero ¿es posible entrar a la habitación veintiséis? Hace


horas que estamos esperando-.
-¿Aun no entraron?- preguntó el hombre calvo enarcando una ceja-
hace ya varios minutos que las visitas estaban habilitadas-.
-¿Es un chiste?- musité.
-Una enfermera quedó en avisarnos- se quejó Erza.
-¿La muchachita rubia?- preguntó el hombre, señalándola.
Erza asintió.
-No le presten atención. Es novata y está a todo lo que da con un
chico internado. Se olvida de muchas cosas-.
-¿Ya tienen en informe?- preguntó la madre de mi amiga.
El señor calvo sacó una hoja de papel con letra irregular. La
inentendible letra de un médico. Erza la observó y lo miró indicando
claramente que no entendía nada. El hombre sonrió, algo que hizo que
me fastidiara bastante.
-No ha sido anda grave- comenzó guardando el papel- solo sufrió una
conmoción por el shock, está estable. No posee ninguna herida
externa. Solo es psicológico. Únicamente debe descansar y estará
como nueva-.
-¿De verdad no tiene heridas?- pregunté, asombrada- los vecinos
oyeron disparos-.
-Los vecinos oyeron disparos- admitió él asintiendo para sí mismo- y
los oficiales notaron olor a pólvora y huellas de zapatos en el sótano
de la casa. Pero evidentemente ella no recibió el disparo, tal vez la
bala se incrustó en una pared o algo así-.
-Si ha de ser así ¿no deberían haber hallado la bala?- pregunté.
-Algunos oficiales siguen dentro de la casa. Me solicitaron que usted-
se refería a Erza- estuviera con ellos, para ayudar. Puede entrar a ver
a su hija y responder el encargo, por favor-.
-¿No hay nada más para decir?- preguntó ella.
-¿No había…nadie más en el sótano?-.
242
Annie M. Hart

El enfermero negó con la cabeza.


-Solo vieron pisadas de un hombre y las huellas de la niña. Eso es
todo-.
Había algo extraño. Daniel…no aparecía en el relato del hombre
y aun así yo lo vi. Lo vi bañado en sangre.
-Entraré a verla. Luego ¿podrías quedarte hasta que yo pueda
regresar?- me pidió Erza.
-Sí, no hay problema-.
Erza me dio la espalda y entró en la habitación.
Al ver que no tenía mucho para hacer, decidí enviarle un
mensaje de texto a mi madre. Llamarle no sería una buena opción.
“Ma, Stella está a salvo. No tiene ninguna herida y la bala mágicamente
desapareció de la casa (sarcasmo). Erza irá para ver qué diablos sucede. Me
quedaré con Stella hasta que ella regrese, ¿Cómo está May?”
Enviar.
A los minutos ella me respondió: “¡Que alivio! Me alegro que esté a
salvo. En cuanto termine aquí iré a hacerte compañía, supongo que mañana
no irás a clases ¿no? Con respecto a May, está bien. Parece que sufrió una
intoxicación con algo que comió y le bajó la presión repentinamente pero no
está grave. Está despierta y maldiciendo”
Sonreí para mis adentros. Por lo menos ninguna de las dos
estaba grave. Pude relajarme un poco más.
-Veo que al fin pudo entrar- dijo una voz.
Me sobresalté. Dylan se sentó en la silla junto a mí, ahora vestía
unos vaqueros negros y un camiseta del mismo color.
-Diablos…me asustaste- espeté- no me digas que… ¿te fuiste para
cambiarte de ropa? Eres hombre- bromeé.
Él me sacó la lengua.
-En realidad fui a casa para avisarle a mi madre que estaría fuera. Mi
estúpido celular murió luego de enviarle el mensaje a Daniel- bufó- así
243
Annie M. Hart

que me quedé para cargarlo y ¿sabes qué? No me contestó. Ellie,


enserio esto es insoportable-.
-Estás obsesionado con él- dije.
-No lo veas a sí. Pareciera que me guste y no, en absoluto-.
-Solo…déjalo. No es importante. Después de todo no conoce mucho a
Stella-.
Claro, no conoce mucho a Stella. Aun así… ¿Qué fue lo que
hizo? ¿Y si ella realmente estaba grave y el enfermero nos mintió?
¿Por qué sería capaz de algo así? Después de todo… ¿estuvo mal
desde un principio confiar en Dan?
-¿Estás oyéndome?- me interrumpió Dylan.
-Lo siento ¿Qué decías?-.
-Que tu novio realmente es peor que todos esos rumores del Instituto.
Hay más posibilidades de conocer al bibliotecario fantasma que
conocer algo sobre ese niño bonito-.
-No es mi novio-.
-¿Qué no?- provocó con una sonrisa.
No pude evitar sonrojarme.
-Algo me dice que sucedió algo interesante-.
-Nada-.
-Anda, puedes contarme- insistió.
-Nop-.
-Ellie…eso quiere decir que es un sí-.
-Un no-sí- reí.
El golpeó suavemente mi nuca.
-Soy tu mejor amigo ¿y no vas a contarme que estás saliendo con el
tipo más misterioso de la historia? Me siento ofendido-.
-¿No dirás nada malo?-.
244
Annie M. Hart

Él se encogió de hombros.
-Me cae mal pero no soy quien para impedirte estar con alguien. Pero
te lo advertí antes…no llorarás sobre mi hombro esta vez- dijo.
-¿Quién dice que lloraré?-.
-Todo el mundo. Eres una llorona-.
-¡Oye! No es…-.
Me interrumpió la música de mi móvil. Cuando intenté sacarlo del
bolsillo no bastaba con que fui una idiota por no dejarlo en vibrador y
que sonara retumbando por el eco en todo el hospital, sino que el
condenado tenía que caerse al suelo.
Dylan lo tomó por mí.
-Oh, Daniel se enojará. Sales con dos ¿eh? Wow, me estás dejando
demasiado sorprendido en un solo día-.
-Cállate- grité arrebatándole el teléfono- ¿Jarred?- respondí.
-¡Hola, Hola!- canturreó- ¿Dormías? Seguro que si, vaya, soy un
imbécil. Son las 2 a.m y yo llamándote. Querrás mandarme a la mierda
¿verdad? No importa, corro el riesgo-.
-Sí, Jarred. Te mandaré a la mierda- reí.
-Vaya, está bien. Sufriré las consecuencias. Pero veo que no estás
dormida. Te escucho perfectamente-.
-Bueno, estoy en el hospital-.
De repente su tono divertido de voz se esfumó, dejándome oír
una seriedad en él que yo no conocía.
-¿Estás bien? ¿En qué hospital estás? Ahora mismo iré…-.
-Cálmate- reí- no me pasó nada. Stella sufrió un…shock. Esta
inconsciente. Parece que intentaron asaltar su casa y se salvó de ser
víctima de un disparo-.
-Por Dios, mujer, me has asustado- dijo un poco más aliviado- aun así
¿Cómo está ella? ¿Es la chica de cabello castaño, que estaba con
Paul?-.
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Annie M. Hart

-Sí, es ella. Está bien, solo esta inconsciente-.


-Paul estará hecho una furia si se entera. No ha dejado de hablar de
ella. Házselo saber, tal vez esos dos idiotas estén juntos de todos
modos. Serían el plan perfecto para que él se calle-.
-Se lo diré cuando esté mejor. Y tienes razón-.
-Mmm…es mal momento. Otra vez. Te llamaré otro día ¿de acuerdo?
Aunque tendrás que esperar. No desesperes, estaré estudiando para
rendir un par de exámenes en la Universidad y, en cuanto tenga
tiempo, hablaremos para que sepas que aun estoy vivo y con el
cerebro seco-.
-¿Tienes uno?-.
-Oh, vaya. Aun en estado de preocupación haces bromas. Ja ja ja- rió
sin emoción- te sorprenderá saber que soy un genio-.
-Lo sé- reí- es divertido hacerte enojar-.
-Bien, nos veremos. Espero que todo siga bien-.
-Suerte. Adiós-.
Cortamos.
Dylan me miraba con sonrisa maliciosa mientras guardaba el
móvil en el bolsillo.
-¿Qué?- pregunté.
-Jarred me cae mejor. Deberías quedártelo-.
-Primero: tú no decides a quien elijo yo, no eres mi padre ni mi
hermano. Y segundo: no hables de él como si se tratara de un objeto o
una mascota- espeté.
-¿No lo es? Que decepción-.
Me reí más fuerte.
-Ojalá continuaras así- susurré calmándome.
-¿Así cómo?-.
246
Annie M. Hart

-Normal. Sin esa frialdad en tu rostro. Realmente pareces otra persona


y me aterra-.
Él se quedó serio y agachó la mirada para evitar la mía.
-Tengo mis días- respondió- además no es nada importante-.
-Para mí sí. No quiero perderte. Eres el único amigo que tengo-.
Él apretó los puños sin mirarme y pude notar algo extraño. Como
si mis palabras le dolieran.
-Tengo que irme- dijo colocándose de pie.
-¿Qué? ¿No verás a Stella?-.
-No es nada grave ¿verdad? Estará bien. No morirá si yo no voy a
verla, mándale mis saludos-.
Dio media vuelta y comenzó a alejarse. Su actitud normal duró
muy poco, no podía creer que su frialdad interior lo llevara a decir esas
cosas. ¿No entrar a ver a una amiga? Dylan es un muchacho distante
y resguardado pero jamás había llegado a tal extremo. Me quedé de
pie mirando como él se perdía de mi vista.
-Stella está despierta y habla idioteces. Definitivamente no le pasó
nada- sonrió Erza saliendo de la habitación- dentro de un rato regreso.
Te la encargo- finalizó con una mirada que decía: te compadezco.
-Dalo por hecho- respondí.
Ella se fue y me quedé sola unos minutos hasta tomar fuerzas
para entrar.

No oía ningún ruido del otro lado de la puerta cerrada. Golpeé


con mis nudillos la madera e imité el sonido que hacía.
-Toc, Toc-.
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Annie M. Hart

-Si tocas y haces ese ruidito no tiene sentido, torpe- respondió ella.
La abrí despacio y entré.
-Tú y tu muy adorable buen humor- bromeé.
-¿Has visto la hora? Usualmente estoy hecha una fiera por la idiotez.
Si no me sintiera débil físicamente, tiraría el edificio-.
En realidad no bromeaba. Cuando estaba de mal humor era otra
persona. Daba miedo.
-¿Te has visto? Mujer, parece que acabas de cortar con tu novio y
dejaste el helado derritiéndose frente al TV-.
-Me vestí como pude para ver a la idiota de mi amiga que casi muere.
De nada-.
-Uy, es cierto-.
-Si serás tonta- sonreí.
Ella acomodó su cuerpo para sentarse y la abracé.
-Me diste un susto de muerte- susurré.
-Creo que estamos a mano-.
Fueron las mismas palabras que ella me dijo cuando me caí de
las escaleras.
-¿Cómo te sientes?-.
-Como si tuviera un enjambre de abejas en mi cerebro. Me duele la
cabeza y aun no entiendo qué rayos sucedió-.
-¿Qué fue lo que viste?-.
-Ellie, estaba viendo una película con palomitas de maíz. YO misma
las hice, tuve que hacer un gran esfuerzo ¿sabes? Cuando de repente
la puerta trasera se abrió de golpe. Desparramé mi comida por todo el
sillón porque obviamente me asusté. Como toda chica lista de las
películas de miedo, fui a investigar- noté el sarcasmo en esa oración- y
no vi nada…al principio. Cuando me di vuelta para regresar fingiendo
que estaba perfectamente bien y que mi corazón no había sufrido un
infarto, lo vi. Un sujeto con traje gris y sombrero. Parecía la vestimenta
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Annie M. Hart

de un mafioso. Pero…lo más aterrador fue que…rayos debo estar


realmente loca…no tenía rostro. Nada de nada. Solo piel. Corrí
tratando de no mirar atrás hasta llegar al sótano. Cuando entré cerré
con llave y me arrinconé en una esquina. Como fui tan estúpida, no se
me ocurrió llevar conmigo el móvil y no podía gritar. Tenía la voz
atorada- podía notar como sus ojos recordaba cada detalle de la
historia mientras ella narraba. Se veía el miedo en ellos- pensé que la
puerta no se abriría y no escuché más ruidos. Incluso creí que fue toda
una ilusión aunque en realidad ese talento no me pertenece- rió- hasta
que…la puerta se abrió. No fue forzada ni nada, simplemente se abrió
como quien dice: “Ábrete Sésamo” – abrió los brazos- y el sujeto entró
a paso lento, como si no tuviese otros asuntos que atender. Me sentí
incapaz de mover un mísero músculo y se oía únicamente el golpear
de sus feos zapatos en el suelo. Y de repente, de su bolsillo, sacó una
pistola. Chica, te juro por Dios que pensé que todo se acabaría allí
mismo-.
-¿Estás segura que no viste a Daniel? ¿O si el sujeto era él?-
pregunté.
Stella enarcó una ceja y, al ver que yo no bromeaba, estalló en
carcajadas.
-Uff, no puedo reírme mucho. Me siento exhausta. Pero… ¿te has
escuchado? ¿Qué si el sujeto no era Dan?-.
-Stella… ¿era él?-.
-Estás haciéndome un chiste ¿no?-.
-Cuando fui a tu casa…lo vi. Estaba manchado con sangre ¿no te hizo
daño?-.
-Oh oh. Ellie…el sujeto sin rostro disparó-.
-Lo sé, dijeron que había olor a pólvora pero no hay rastros de la bala-.
Stella me miró y apretó los labios.
-Ellie… ¿no te has preguntado por qué él estaba herido?-.
Negué.
-Daniel recibió la bala por mí-.
249
Annie M. Hart

Capítulo 22:
Te amo
Me quedé helada sin apartarme de su lado. Indudablemente
sentí una opresión en mi corazón y mi mente comenzó a razonar por
una maldita vez. Las cosas tenían sentido ¿Por qué me comporté de
esa manera?
-Hola, Tierra a Ellie- canturreó ella moviendo la mano frenéticamente
frente a mi rostro- ¿en qué piensas?-.
-¿Estás segura que él recibió la bala?- tartamudeé.
-Bueno, dudo que esté loca. Tenía mis sentidos en su lugar así que sí.
Lo vi. El hombre sin rostro me apuntó directamente y no tardó nada en
intentar jalar del gatillo. Pensé que todo era una pesadilla, cerré los
ojos, estaba completamente aterrorizada e inmóvil esperando mi
muerte hasta que…no sentí nada. Únicamente escuché el disparo
seguido por mi cuerpo sacudiéndose del miedo. Pero nada más. No
sentía algo…malo. Cuando abrí los ojos, estaba Daniel delante de mí
con una mano haciendo presión en el abdomen. Tendría que haberme
puesto de pie y ayudarlo, era consciente de eso y aun así no fui capaz
de moverme. Luego, me desmayé.
>>Todavía podía escuchar las voces como algo lejano. Las sirenas de
la policía y de la ambulancia retumbaban en mis oídos haciendo que
me dolieran. Pero no podía despertarme, algo me bloqueaba. Hasta
que las manos de alguien me sujetaron y me llevaron a vaya saber
dónde. Y bueno…desperté aquí- señaló la camilla- la cabeza sigue
doliendo y no recuerdo nada más. Estoy segurísima de que fue él
quien me salvó<<
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Annie M. Hart

Me tambaleé hacia atrás y tomé aire de golpe para no caerme.


Porque... ¿Por qué siempre tenía que pensar lo peor de las cosas y
arruinarlo todo? ¿Por qué simplemente no podía pensar mejor las
cosas y confiar en personas que realmente lo valían? O mejor aun
¿Escuchar los consejos y seguirlos desde principio a fin todo el
tiempo? Era un desastre. No merecía nada. Si esas alucinaciones
fuesen reales dejaría que me coman como castigo. O lo que sea.
-¿Te encuentras bien? Creo que luces peor que yo, te dejo la cama-
amagó con levantarse- lo mío solo es un dolor de cabeza-.
-Quédate, no sucede nada- susurré.
-Ellie…conozco esa cara. Estas culpándote de algo, o peor, planeando
algo malo. Te golpearé y, aunque tenga poca fuerza, te hará daño
igual así que prepárate-.
No contesté. No estaba de ánimos para eso, me sentía…un
monstruo. Yo era el monstruo.
-Oh no, no. Dime que no- repetía Stella, alarmada- creíste que Daniel
era el sujeto…que él me disparó y esa sangre en realidad…Oh no-
volvió a decir agarrándose la cabeza- pensaste que él me había herido
¿verdad?-.
Asentí, avergonzada.
-Ellie Jane Crowen Dreamer- gritó furiosa- realmente te has ganado el
puesto de la mayor idiota entrenada del mundo. Si pudiera saltaría
sobre ti y te arrancaría pelo por pelo. ¿Cómo se te ocurre desconfiar
así de él? Te ha demostrado infinitas veces lo bien que se comporta
contigo a pesar de sus secretos y tu ¿dudas de él de un segundo para
el otro? No sé cómo es que llegó justo a tiempo a mi casa y detener la
bala, lo importante es que él me salvó. Nunca me dañaría, ni a mí ni a
nadie-.
Necesito hacer algo. Debo encargarme de algo importante.
Daniel… ¿supo lo que pasaría con Stella y por eso se fue? ¿Para
evitarlo? No podía creerlo, él siendo la persona más increíble del
mundo y yo comportándome como una estúpida.
-Sal de aquí- ordenó Stella señalado la puerta- y ve a hablar con él en
este preciso instante. Está en la habitación veintiocho. Piensa bien tus
251
Annie M. Hart

palabras o lograrás que yo también te odie por tonta. Te juro que aun
no puedo creerlo-.
-Stella…-.
-Shit…adiós. Yo estoy más que bien pero por tu culpa tengo migraña.
Si te vas tal vez me relaje. Vete, quiero los informes más tarde-.
Sonreí por más que me sentía incapaz de hacerlo.
-Descansa-.
-¡Adiós!- gritó justo cuando cerraba la puerta a mis espaldas.

No había más enfermeros rondando. Dylan no regresó ni


tampoco había señales de que Erza o Elizabeth hayan regresado.
Revisé mi móvil pero no tenía ningún mensaje de texto. Espero que
May esté bien y que no hayan encontrado nada extraño en la casa de
Stella. Comencé a caminar por el pasillo hasta detenerme frente al
número veintiocho. Cuando mi mano iba a tocar el picaporte, un
hombre de cabello canoso apareció detrás de mí.
-¿Necesita algo?- preguntó amablemente.
-Amm, bueno, el chico que se encuentra aquí es amigo mío. Recién
estuve en la habitación veintidós con una amiga y quería venir…a
verlo también a él antes de irme-.
-No he visto señal de los padres de éste joven, ¿sabes algo?-.
-De…seguro mi amigo no quería asustarlo. Trabaja solo en una
joyería- respondí- termina siempre cansado y…bueno-.
-Entiendo-asintió- pero es menor, necesito hablar con su padre.
¿Podrías convencerlo para que me pase algún número?-.
-¿Cómo se encuentra?-.
-En perfectas condiciones- sonrió- la herida si bien fue profunda,
logramos operarlo con éxito y comienza a cicatrizar rápidamente. En
252
Annie M. Hart

uno o dos días estará fuera de esa cama. Lamento haberte


entretenido, puedes pasar-.
-Gracias- dije antes de que el hombre desapareciera.
Sin demorarme un minuto más, abrí lentamente la puerta.
Daniel estaba con los ojos cerrados sobre la cama levemente
reclinada hacia arriba. Únicamente había un cable conectado a sus
venas que le enviaba al cuerpo un líquido transparente. Su pecho
desnudo subía y bajaba al ritmo de su respiración y, en la zona del
abdomen, noté una faja cubierta por vendas. Cerré la puerta lo más
despacio que pude pero la condenada emitió un chirrido antes de
cerrarse.
-Phoenix- susurró.
Me di vuelta. Él se había acomodado para verme mejor, estando
sentado y esbozando una sonrisa. Me mordí el labio ¿luego de lo
horrible que había sido con él, podía sonreírme de esa manera? ¿Por
qué no me odiaba? ¿Por qué no me escupía en la cara la terrible
persona que yo era, que no valía para nada? ¿Qué era una simple
basura odiosa que no confiaba ni en si misma? ¿Por qué sonreía de
esa manera?
-¿Te encuentras bien? ¿Sucede algo malo?- preguntó, preocupado.
Amagó en levantarse. El cable/conducto evitó que él se pusiera
de pie y corriera hacia mí. Diablos ¿te has visto? ¿Por qué te
preocupas por mí viendo tu estado actual? ¿Por qué eres tan amable?
Me quedé de pie, mirándolo sin avanzar ni un centímetro.
-Ellie…si algo anda mal, puedes decirlo. ¿Necesitas algo? Bueno,
aunque ahora no puedo moverme- rió.
-Sí, necesito algo- susurré esperando que él me escuchara.
-Dilo-.
-Quiero…quiero que me odies- dije elevando mi tono de voz.
-¿Qué?- preguntó.
-Me oíste bien. Quiero que me odies- repetí.
253
Annie M. Hart

-Ellie…no puedo odiarte-.


-Si puedes. Después de todo lo que te dije, podrías. ¡Deberías!-grité.
No me importaba se los enfermeros me echaban por loca.
-No puedo hacerlo aunque me lo rogaras. No hiciste nada malo-.
-¡Te llamé monstruo, cuando el único monstruo era yo, por no
escucharte y creer todo lo que no debía creer!-.
-Entiendo pero fue por mi culpa, te prometí no hacer nada sospechoso
y el mismo día…rompí esa promesa-.
-¡Esa promesa me vale mierda!- grité dando unos pasos hacia él- las
más importantes aun siguen intactas ¡no deberías preocuparte por esa
tontería, ni por mí, cuando tú estás más grave!-.
-¿Esto?- señaló su abdomen- no es nada. En absoluto-.
-Por favor- supliqué- ódiame-.
-No puedo hacerlo. Es imposible-.
-Dijiste que harías todo lo que te pidiera-.
-Sí, lo dije. Pero esta vez no puedo cumplir esa petición-.
Me acerqué a él.
-¿Por qué? No es tan difícil, soy un asco. No sirvo para nada y tu…me
recibes con esa hermosa sonrisa fingiendo que está todo bien y que
no puedes odiarme-.
-No puedo odiar a nadie y menos a ti, Phoenix-.
-A Peter lo odiaste-.
-Mmm…ese fue un desprecio o desagrado extremo- explicó- pero no
puedo odiarte-.
-Tú…-.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Las sequé pero seguían
desbordándose por mis mejillas. Estaba vulnerable igual que un niño
pequeño.
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Annie M. Hart

De pronto sentí como él tomaba una de mis manos y me jalaba


suavemente hacia él. Cedí, quería apartarme pero sabía
perfectamente que una parte mía deseaba desmoronarse en sus
brazos. Nuevamente…como una niña pequeña.
-¿Cuántas veces harás que te lo diga? -susurró contra mi pelo- niña
tonta- añadió con dulzura.
-No lo digas- murmuré.
-¿Por?-.
-Harás que te odie por ponerme tan incómoda-.
Él rió.
-Lamento oír eso pero me arriesgaré- provocó.
Forcejeé entre risas para apartarme de él. Pero tomó mi cintura
por detrás y volvió a acercarme y ésta vez pegó sus labios a mi cuello.
-Te amo, Phoenix-.
Uní sus manos con las mías aun en la cintura mientras mi cuerpo
se estremecía. Sentir su fresco aliento en mi piel me daba la
sensación de que podía derretirme en cualquier momento.
-Yo también te amo- susurré.
Él levantó la vista, mirándome sorprendido. Pues claro, nunca
antes lo había dicho y no se lo esperaba de mí.
-¿Me pareció oír bien?- preguntó con sarcasmo separándose un poco
para verme mejor.
-Oíste perfectamente- sonreí.
Di media vuelta evitando que me soltara y enredé una de mis
manos en su cabello mientras lo acercaba hacia mí.
-Te amo- repetí. Casi me gustaba el sonido de mi voz diciendo esas
palabras de nuevo. Pero mejor.
Me atrajo hacia él con menos delicadeza y primero rozó sus
labios con los míos. Di una vuelta completa y entrelacé mis brazos
detrás de su cuello mientras nuestros labios se unían de nuevo.
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Annie M. Hart

Siempre con suavidad al principio hasta que mi lengua se cansaba de


roces suaves y se abría paso entre sus labios para encontrarse con la
suya y perderme por completo en él.

-¿Dan?- pregunté mientras caminábamos hacia el instituto.


Estábamos a miércoles. El martes entero la pasé en mi cama y a
él le dieron el alta antes de lo previsto debido a que la herida curó más
deprisa de lo que los enfermeros creyeron. No voy a negarlo, a mí
también me llamó la atención pero decidí ignorarlo, él estaba como
nuevo y no tenía de qué preocuparme. Stella salía esta tarde del
hospital. Hizo un escándalo enorme al ver que Dan se iba primero
diciendo que ella estaba mucho mejor. Sí, eso también fue extraño
porque tenía sentido.
-¿Sucede algo?-.
-Mmm… ¿te duele?-.
-En absoluto, aun tengo las vendas por precaución pero no. No siento
dolor alguno-.
-Que bien- musité.
-¿Qué necesitas saber?- insistió con una sonrisa despeinando mi
cabello.
-Diablos, es una tortura arreglarlo luego de levantarme y tú lo arruinas-
.
-Lo siento- rió acariciándolo para acomodarlo- te escucho-.
-Mmm…sé que no me dirás nada pero… ¿podrías decirme qué pasó
esa noche? En lo de Stella-.
-No voy a mentirte- respondió seriamente- pero no comprendí del todo.
Fui a su casa porque…bueno…-.
256
Annie M. Hart

-No hace falta que me expliques- suspiré.


-Y vi a Stella inmóvil frente a un sujeto vestido con traje-.
-¿De verdad…- me detuve a pensar si sonaba demente o no- de
verdad no tenía rostro?-.
-No, no lo tenía. Fue realmente escalofriante. Tal vez lo tapaba con
algo…o simplemente fue una ilusión. No lo sé-.
Al principio creí que podía ocultar algo. No. No era así, ni
siquiera Daniel entendía la situación y eso hizo que me relajara.
-Suena como una locura- murmuré.
Continuamos caminando en silencio. Luego de esa noche, él y
yo arreglamos nuestra relación pero no era nada fuera de lo normal.
Decidimos ir con calma debido a sus secretos, no es que se lo echara
en cara, simplemente el de la idea fue él. Dijo que debíamos ir
despacio por… ¿precaución? La verdad que no entendía el porqué de
eso. No le di importancia, me bastaba con estar juntos como sea.
Cada día me aterraba más la idea de separarnos o perderlo.
De la nada sentí como su mano tomaba la mía.
-Supongo que no te molesta ¿cierto?- sonrió.
Había colocado sus auriculares. Me sonrojé por completo y
desvié la mirada como si se tratara de un asunto sin importancia.
Negué con la cabeza.
-Pues quita ese rubor de tu rostro- dijo maliciosamente mientras
quitaba las cosas de sus oídos- hemos llegado-.
No me soltó la mano y entramos. La verdad que se sentía
extraño que Stella no me recibiera en la puerta. En su lugar estaba
Dylan conversando con Pandora. Esa imagen captó mi atención, se
veían interesados en la charla que llevaba. Ella estaba animada y
hablaba moviendo mucho las manos mientras él sonreía (¿sonreía?)
con las manos en sus bolsillos.
-Pienso lo mismo que tú- dijo Daniel.
Me reí.
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Annie M. Hart

-Sería una pena tener que intervenir-.


Pandora nos vio y agitó la mano saludando. Codeó a Dylan, un
poco molesta, y éste hizo el mismo movimiento. Vaya.
-Stella no me creerá ¿tienes una cámara?- susurré.
-Tristemente no- respondió él en voz baja.
Cuando llegamos hasta ellos, Pandora me saludó como siempre
y Dylan únicamente chocó los cinco conmigo e ignoró a Daniel.
-Veo que está intacto- me dijo en el oído.
-Solo…se curó rápido. No es nada fuera de lo común-.
-Yo me preocuparía por otras cosas-.
-No trates de evitar que no te pregunte- provoqué- estabas con ella-.
-¿Tiene algo de malo? Me agrada-.
-Wow, eso sí que es interesante-.
Él golpeó la frente con su mano.
-Resulta que ahora no puedo hablar con chicas- se quejó.
-No es eso…pensé…que pensabas igual que Sam. Sobre que ella es
extraña y…-.
-Tú también eres extraña y hablo contigo-.
Traté de ignorar ese comentario.
-En realidad me sorprende. Te veías alegre y últimamente estás más
frio que de costumbre. Aunque ya te lo había dicho antes- dije.
Dylan sonrió a medias pero con sus ojos entristecidos, sin
mirarme.
-Eso…es porque realmente soy un desconocido para ti-.
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Cuatro meses
después…
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Annie M. Hart

Capítulo 23:
Disfrútalo
El tiempo pasó volando, sin pensarlo ya estábamos a finales de
junio y vísperas de julio. Faltaba solo un par de días para finalizar el
primer semestre y, hasta ahora, me estaba yendo a la perfección. Las
cosas no han cambiado en absoluto. Nada.
Eso en realidad no me alegraba en absoluto.
Stella yacía sobre mi cama. Se había quitado las botas militares
y se lanzó sin pensarlo dos veces. Vestía unos jeans azules y un buzo
de lana color bermejo. Hacía frío.
Este sábado no tuve mejor idea que invitar a Pandora, por
supuesto, aceptó al instante. Además…Stella y yo teníamos mucho
que preguntarle. Cuando ella salió del baño con el pijama ya puesto,
Stella se acomodó sobre la cama y yo me senté en la silla frente al
escritorio. Ambas la miramos fijamente. Pandora nos miró confusa.
-Toma asiento- pidió Stella. No tuve que mirarla para notar que
sonreía.
-¿Hice algo malo?- preguntó asustada.
-No, querida mía, no- dijo Stella- tenemos algunas dudas-.
-Sobre lo que Dylan te dijo- añadí.
-Pero ya se los dije-.
-Relátalo con detalle- exigió Stella.
-Bueno, nos juntamos en el cine-.
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Annie M. Hart

-¿En el cine?- grité al mismo tiempo que Stella.


Pandora asintió.
-Y bueno no sabíamos de qué hablar. De la nada me ofreció ese viaje
con ustedes dentro de dos semanas-.
-Vaya, parece que es verdad. Dylan no nos invitaba hace años a su
casa en Arizona. Y Wow…te invitó-.
-Bueno…nos llevamos bien-.
Justamente eso era lo que me sorprendía. Me levanté de la silla
y abracé a Pandora deslizando un brazo por sus hombros.
-Contéstame algo- susurré- ¿te gusta Dylan?-.
Noté como su cuerpo se ponía rígido. Me asomé y vi que sus
mejillas estaban ruborizadas.
-¡Te gusta!- gritó Stella antes.
-Siempre me gustó-.
-¿Siempre?-.
-Desde…hace tiempo que lo veía. Estaba siempre solo y pocas veces
hablaba con alguien. Algunas veces me miraba. Y…bueno…-.
-No voy a negarlo, Dylan es…lindo. Nada mal, Pandora- bromeó
Stella- prepárate para ese viaje, será divertido y épico-.
-Tal vez pero…cuando le pregunté si invitaría a Daniel, él no contestó-
se lamentó Pandora.
-Descuida- suspiré- era de esperarse-.
-¿Por qué se llevan mal? ¿Sucedió algo entre ellos?-.
-No lo sé- respondí soltándola- tal vez…sea otra cosa que no sé de
ambos-.
-Ellie desarrollará una fobia a los secretos- bromeó Stella.
-De seguro- reí.
-Y ¿Cómo van las cosas con él? Y ¿sus secretos?- preguntó Pandora.
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Annie M. Hart

-Bien, seguimos saliendo a pesar de los meses que pasaron- reí-


yo…no tengo intenciones de apresurar las cosas. Me he
acostumbrado- me encogí de hombros.
-Mejor tarde que nunca- musitó Stella.
-Yo…creo que es mejor que sigas con él, Ellie. Es seguro, amable y
lindo. Es difícil hallar a alguien así-.
-Tienes razón- dije.
-Es más…creo haberlo visto antes. En algún lado. Su rostro me es
muy familiar-.
-¿En dónde?-.
Pandora se frotó las sienes para recordar y apretaba los labios.
-Creo…que fue en una estampita. O en una estatua de un ángel-.

Mi madre me despertó lanzándome una gran cantidad de ropa


sobre mí mientras aun dormía. Encendió la luz sin piedad y gritó.
-¡Arriba! Dentro de tres horas pasaran por ti. Me abandonarás por una
semana entera, no pasarán las vacaciones con tu aburrida madre. Te
daré una última tortura para que me recuerdes y será tu castigo por
irte sin mí-.
Me levanté de un salto tirando al suelo la acumulación de ropas.
-Pásame el bolso grande, está detrás del placard- dije con voz ronca.
Una vez que el bolso grisáceo estaba sobre el suelo junto a mi
cama, fui al baño para bañarme. Antes de salir guardé las cosas
necesarias que tenía en el tocador dentro de una bolsita de plástico,
esas que vienen con los estuches grandes de maquillaje o bikinis
nuevas. Guardé el cepillo de dientes, cepillo para el cabello, toallas
femeninas, coletas, desodorante, crema, depiladora y perfume. Dentro
262
Annie M. Hart

del bolso metí tres vaqueros, dos short, ropa de playa, toalla, un par
de tacos, dos pares de tenis, medias, ropa interior, dos chaquetas de
abrigo, un buso de lana por si acaso, lentes de sol, tres libros, diez
remeras mangas cortas y largas, pijama y, por último, las hojas de mi
historia por si se me ocurría algo nuevo para agregar.
Una vez que estuve lista, fui a la cocina para desayunar. Mi
madre había preparado comida para un ejército: una taza de café, dos
medialunas, huevo frito con dos barras de tocino, jugo natural de
naranja y un sándwich de jamón.
-Mamá…-.
-Debes comer bien. Son dos horas y media de viaje. No pienso meter
comida en un bolso de mano sabiendo que puede echarse a perder en
el camino. Cómelo todo- exigió antes de marcharse a su habitación.
Estaba hambrienta pero no me sentía capaz de comerme todo
eso. Bebí el café con el jugo y comí el huevo con tocino dejando el
sándwich de lado al igual que las medialunas. Cuando me levanté del
asiento para lavar la vajilla sucia sentí que alguien llamaba a la puerta.
Dejé las cosas y fui a ver.
Daniel.
No me lo esperaba. Sujeté rápidamente la llave y abrí. Él estaba
del otro lado de la reja. Llevaba un conjunto en azul oscuro de buso
cuya capucha ocultaba la mayoría de sus rulos dorados.
-Alguien pensará que eres un delincuente si vistes así- bromeé
abriendo la reja.
Era mentira. Estaba hermoso.
-Gracias por tu cumplido- sonrió.
-No esperaba que vinieras-.
-Tomaré eso como un elogio- dijo mientras cerraba la puerta a sus
espaldas- quería verte antes de que nos separáremos por una semana
entera-.
-No digas eso, sobrevivirás- reí.
263
Annie M. Hart

-¿Sin ti? Por favor- respondió frunciendo el ceño acariciando el dije en


mi cuello- haré lo posible, no esperes milagros-.
Sonreí y me acerqué a él. Coloqué mis manos en su capucha y
la deslicé hacia atrás para verlo mejor.
-Haré lo posible- asentí.
Él colocó un mechón de mi cabello detrás de la oreja y acercó
sus labios a los míos, rozándolos delicadamente.
-Ten cuidado ¿sí? Llámame si necesitas algo- susurró.
-Mi madre debería decir eso- reí.
-Bueno, acepta mi consejo de hermano mayor-.
Me reí.
-¿Quieres tomar algo?- ofrecí- medialunas o sándwich de jamón-.
-Sándwich-.
Lo dejé apoyado en el sillón junto a la puerta de salida y fui a la
cocina. Tomé el sándwich y lo envolví en una servilleta de papel.
-Vaya sorpresa, Dan. Supongo que viniste a despedirte- mustió mi
madre, saludándolo.
-Por supuesto, ¿Cómo está usted, Sra. Dreamer?-.
-Ofendida, pero bien- gritó ella para que yo escuchara.
-Ya te oí- dije regresando con el sándwich en mis manos- pero no
puedes venir, sería aburrido-.
-Gracias por tu compasión- se lamentó.
-No seas tan dura con tu madre- me retó Daniel- para ella es muy duro
dejarte ir-.
-Tengo dieciséis años y no es la primera vez que estaré lejos de casa-
contesté.
-Ya, su faceta de madurez hace que me asuste, me repite muchas
veces que ya es grande- le susurra a Daniel.
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Annie M. Hart

-Comprendo- rió él.


De repente, el sonido del claxon de aquella familiar camioneta
interrumpió nuestra pequeña charla.
-¡Llegaron!- anuncié tomando el bolso.
-Por lo menos despídete como se debe- refunfuñó Elizabeth.
-Eres una mujer adulta ya, no te comportes como una niña- bromeé
abrazándola y ella besando mi coronilla.
-No puedo evitarlo, cariño- me abrazó más fuerte- pásatelo bien ¿de
acuerdo?-.
-De acuerdo-.
Ella me soltó y me dio espacio para hablar con Daniel.
-Ya…me quedé sin palabras de protección-.
-Olvídalas. Dime otra cosa-.
El claxon volvió a sonar pero esta vez Dylan se había asomado
hacia el piloto para presionar la bocina.
-¡Apresúrate!- gritó.
Suspiré.
Daniel se acercó y besó mi frente.
-Disfrútalo aunque sabes que no estaré allí para ayudarte- murmuró
contra mi piel.
Me puse de puntillas y besé su cuello.
-No creo que pueda disfrutarlo-.
Con una última mirada a mis espaldas, cargué el bolso y me
subí a la camioneta.
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Annie M. Hart

Pandora miraba por la ventana mientras le daba conversación a


Dylan, Stella no dejaba de mensajearse por textos en el celular con
Paul y yo…solo escuchaba la música de la radio. Sonaba la canción
Angel with a shotgun de The Cab.
-Gracias por invitarnos, Sr. y Sra. Brooks- dije.
-No hay de que Ellie, siempre es un gusto- sonrió ella.
Angélica Walker era una madre un poco irresponsable.
Trabajaba como cajera en el McDonald´s. Una mujer alta de unos kilos
demás, cabello rubio corto y lacio y ojos marrones. Llevaba una
camisa estampada con unos jeans negros y zapatillas. El señor Hugo
Brooks era lo contrario a su esposa, alto, holgado y flacucho. Debía
medir un metro ochenta. El cabello perlado y negro lo tenía corto al
rape y manejaba concentrando sus ojos negros en la ruta. Hugo
trabajaba en un casino, en la parte de los bares. Era responsable y un
hombre de cátedra a pesar de su trabajo.
Al ver que no tenía más que hacer y que la música había
cambiado a un ritmo no muy interesante, coloqué mis auriculares y
escuché mi propia música. Mi móvil tocaba la canción To Glory de Two
Steps From Hell. Miraba lo poco del paisaje que se podía contemplar
estando al medio de la parte trasera. Pandora sonreía animada y veía
a Dylan reírse como hacían años que no lo hacía ¿sus padres habrán
notado los cambios de su hijo? Parecían ajenos al mundo, dos entes
concentrados en mirar la carretera y nada más. Como si no existiera
otra cosa. Eso en cierto modo me relajó, siendo así, no corríamos
riesgos de algún choque o accidente.
El cielo ya mostraba unas tonalidades más celestes y el poco
verde del paisaje se iba remarcando. Sentía frío, no sabía el porqué.
Me acurruqué en la cuerina del asiento y cambié a la canción Fever de
Adam Lambert. Iba relajándome cuando Stella me codeó.
-Mira esto- dijo entusiasmada- lo guardaré toda mi vida. Por los siglos
de los siglos-.
Me mostró un mensaje de texto de Paul que decía: “Realmente
espero verte pronto, me agradó demasiado conocerte y no paso ni un
segundo sin pensar en ti. Cuando regreses planearé una rutina de
citas contigo.”
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-Dime que no es hermoso. Debería casarme con él-.


-Stella…-.
-Sabes que bromeo pero si pudiera, lo haría. Él es tan perfecto-.
Estaba realmente feliz por ella, Paul era atractivo y un buen
chico.
-¿Qué le contestarás?-.
-Mmm…-murmuraba mientras tecleaba- tal vez esto esté bien: Fue
increíble pasar un día entero contigo y los demás, no me extrañes
mientras no esté. Si quieres te ayudo con esa rutina- leyó.
-Bórrale el: y los demás. Dile que solo la pasaste mejor con él-.
-Es cierto. Gracias-.
Lo envió. Al minuto ya tenía respuesta.
-¿Cómo es que tienes tan buena señal aquí?- dije sorprendida- léelo-.
-Dice: “¿No extrañarte? ¡Ni siquiera podré dormir tranquilo de los
nervios! Sabes que soy bastante reservado. Y no, lo haré yo solo.
Quiero que te sorprendas”. Diablos, es tan dulce-.
-Lo apruebo- asentí.
-No necesito que tú lo digas-.
Dejé de escucharla y volví a acomodarme en el lugar. No le di
importancia a la música que aun se reproducía y me dormí.
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Annie M. Hart

Capítulo 24:
Ruta 666
Me despertó un familiar ruido de cadenas y bramidos
entrecortados. Parpadeando sin lograr ver la carretera, me enderecé
creyendo que estábamos atravesando algún túnel o puente debido a la
oscuridad que nos rodeaba. Todos dormían en el vehículo menos el
conductor y Dylan, quien miraba por la ventana sin percatarse
demasiado de la situación. Me removí incómoda y refregué mis ojos
para acostumbrar mi visión. Pero una vez que miré, el escenario había
cambiado.
La ruta estaba guiada por una carretera de pavimento
resquebrajado y agrietado. De las grietas profundas y resecas
sobresalían halos de neblina plateada que se enroscaban con el viento
como serpientes, los pocos árboles que bañaban el escarlata paisaje
estaba secos, los troncos y ramas estaban calcinados y no había
rastro de hojas o de algún animal. Solo huesos, esqueletos de ellos
repartidos por todos lados. Pero…eso no era todo…
Había un cementerio abandonado y desmoronado ocupado por
una vieja iglesia semi derrumbada cuyas campanas sonaban como el
llanto lastimero de un niño, las paredes de roca estaban manchadas
de algo oscuro, escribiendo un mensaje en lengua extraña. Las
lápidas estaban rotas, partidas en mitades, tumbas descubiertas y
mausoleos destruidos dejando los cajones al descubierto. Dylan
miraba pero no parecía notar nada. No tenía el mismo rostro de horror
que yo, es más, estaba relajado. Me golpeé el rostro con la esperanza
de que todo aquello desapareciera como siempre sucedía pero no,
todo seguía igual.
268
Annie M. Hart

Noté algo diferente. Personas. O parecían personas. Tenían las


ropas deshilachadas y rajadas, caminaban encorvados, iban
descalzos y algunos tenían cabellos hechos jirones que le caían
desastrosamente sobre sus rostros desfigurados. Mujeres con
vestidos manchados y rotos, de cabelleras destrozadas, niños
gateando y peleando entre ellos como fieras por un pedazo de algo
que parecía carne. Carne que dudaba que fuese de animal. El auto dio
una sacudida zamarreado por una orda de cuervos negros de garras
grandes y torneadas. Rajaban los vidrios y golpeaban el acero con sus
letales picos sanguinarios. Me acurruqué contra el asiento mientras el
grito se atoraba en mi garganta. Quería advertirles pero no podía,
estaba aterrada. Una muchedumbre de aquellos seres deformes se
atravesó en el camino, el padre de Dylan los atropelló sin inmutarse o
siquiera sentir el impacto. La camioneta dio una fuerte sacudida antes
de aterrizar nuevamente en el pavimento.
Una mujer surgió de una de las grietas como un charco de
alquitrán hirviendo que se retorcía como si tuviese vida propia y tomó
una forma más nítida de una muchacha delgadísima, su piel morena
estaba entallada por un vestido rojo carmesí del mismo color que su
largo y hermoso cabello. Su piel hacia resaltar sus enormes ojos
negros clavados como cuchillas a los míos. Esbozó una encantadora
pero letal sonrisa curvando sus gruesos labios rojos y los movió
articulando una única palabra con una voz terriblemente seductora:
Despídete.
Entré en pánico. Reaccioné y comencé a zarandear a Stella para
despertarla pero era imposible, parecía estar bajo el mismo hechizo
que la bella durmiente. Únicamente se removió y se quedó tiesa como
si nunca la hubiese movido. Imité el mismo movimiento con Dylan,
éste logró mirarme con expresión neutral en su rostro.
-¡¡DYLAN!!- grité desesperada.
Él no contestó, me ignoró por completo y continuó mirando hacia
afuera. Pandora roncaba como una niña apoyando su cabeza rizada
en el hombro de Dylan. Intenté despertarla pero obtuve el mismo
resultado que con Stella. La camioneta se detuvo con un movimiento
brusco haciendo que me golpee con los asientos delanteros. Oí
llantos, cadenas, chirridos, súplicas, gritos aterradores. Esas cosas se
acercaron a gran velocidad al vehículo a pesar de lo destrozadas que
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Annie M. Hart

lucían sus piernas. Pegaban sus demacrados rostros al vidrio y


balbuceaban palabras incomprensibles salidas de sus desdentadas
bocas. Había niños que lloraban con ojos vidriosos, madres
destrozadas que apuñalaban el auto con las pocas fuerzas que tenían.
-Entrégasela- suplicó una de ellas soltando el arma- Entrégasela-.
Pude ver como las lágrimas recorrían la piel de sus mejillas. Me
hice para atrás apartándome de la mujer. Otra sacudida. El auto había
arrancado de nuevo y dejó a nuestras espaldas la horrible imagen de
esos seres. El paisaje seguía igual, las grietas se iban ensanchando y
los árboles ardían provocando múltiples incendios.
La muchacha de cabello rojo me miraba con ira al ver que me
alejaba de ellos.
-No podrás evitarlo- gesticuló con sus labios- Debes despedirte.
Pronto-.
Me hice un ovillo en el asiento pegando las piernas contra mi
pecho. La tierra desértica estaba llena de hogares destruidos,
incendios, plagas, cadáveres, personas destrozadas que, algunas,
estaban siendo devoradas vivas por animales que se supone que eran
carroñeros. Los cuervos torturaban a los niños pequeños y perros
enormes de cabellos apelmazados con sangre y mugre se peleaban
por partes descuartizadas de vaya a saber qué.
Esta vez realmente pasamos por un puente, el cual se derrumbó
escandalosamente cuando lo atravesamos provocando un gran
terremoto y empeorando las grietas en el camino que ya no solo
emanaban neblina, sino también humo y fuego como pequeños
volcanes. El aire a quemado impregnaba el aire dentro del vehículo, se
mezclaban con el común olor metálico de hierro proveniente de la
sangre.
Había sangre. De repente había mucha sangre.
La tierra estaba bañada en un fuerte tinte escarlata. Partes
mutiladas esparcidas por todos lados, incluso cabezas con expresión
de horror tatuadas sin poder aliviarse jamás. Como una eterna agonía.
Un rugido espeluznante erizó los pelos de mis brazos y sacudió mi
cuerpo con un escalofrío. Justo a un costado de la carretera había
algo gigantesco, asqueroso y…horrible. Horrible.
270
Annie M. Hart

Era parecido a un dragón, cuerpo cubierto de gruesas escamas


verde petróleo, gris y negras. De su cabeza triangular se asomaban
dos cuernos en forma de medias lunas, uno de ellos estaba roto por la
mitad. Estaba apoyado en sus cuatro patas, como un perro, de filosas
y curvas garras letales manchadas de algo negro y viscoso. Tenía una
cola que debía medir unos trece o veinte metros de largo la cual
terminaba en un potente aguijón. El cuello era esbelto y grácil como el
de una jirafa, no encajaba en absoluto con el temeroso aspecto que la
bestia tenía. De éste colgaban innumerables cadenas de tamaños
variados cuyos extremos parecían haber sido arrancados a la fuerza,
sus intimidantes colmillos estaban acompañados por tres hileras
idénticas más dentro de sus fauces, su lengua era exactamente igual a
la de un reptil que se enroscaba complacido sobre sus finos y
apelmazados labios, poseía dos enormes ojos dorados con grietas
que parecían tatuadas, sin párpados ni pestañas y su pupila estaba en
posición vertical, fina como un gato.
Aspiró profundamente y dedicó algo parecido a una sonrisa
mientras engullía un puñado de gente gritando desesperadamente.
Cerré los ojos esperando que, cuando los abra, todo haya
acabado. Siempre sucedía lo mismo, pero esta vez todo seguía ahí.
No podía despertar.
-¡Despierta, maldición!- me gritaba a mí misma.
Traté de marcar el número de mi madre pero no tenía señal de
teléfono. Más aterrada que frustrada, lancé el móvil al bolso. Iba a
gritar hasta quedarme sin pulmones pero un cartel junto a la ruta atrajo
mi atención. Era de acero y estaba oxidado, un poco inclinado pero
podía leerse perfectamente.
El cartel decía: Ruta 666. Bienvenidos a la carretera del Diablo.
Sentí que perdía el conocimiento. Me aferré al dije en mi cuello
mientras me desvanecía.
No sin antes advertir la enorme sonrisa en el rostro de Dylan.
271
Annie M. Hart

-Buenas tardes- canturreó alguien- más bien dicho, buenas noches.


Ellie ya, muévete de una vez. Me cansé de actuar dulcemente, no soy
tu madre-.
Sentí una palmadita en mi mejilla y me desperté con un salto.
-¿Qué? ¿Dónde estamos? El dragón…la ruta…-.
-¿De qué rayos hablas?- rió Stella- hemos acomodado los bolsos sin
ti, te encargarás de guardar nuestras ropas como recompensa-.
-¿Te encuentras bien?- preguntó Pandora.
-Estoy bien, gracias- respondí fulminando a Stella con la mirada-
¿Dónde está Dylan?-.
-Está ayudando a su padre a arreglar una cama. Parece que las
termitas las devoraron- explicó Pandora- su mamá está preparando el
almuerzo-.
-Dijiste buenas noches, Stella- musité.
-Solo era para asustarte- dijo encogiéndose de hombros.
Ya me he asustado demasiado para una vida.
-¿Qué quieres que hagamos? Aun no quiero ordenar la ropa- se quejó
Stella.
-A unos pocos metros hay un lago, por si quieren ir- ofreció Dylan
irrumpiendo en la habitación.
Llevaba los vaqueros un poco cubiertos de tierra y las mangas
arremangadas.
-Suena bien- dijo Pandora.
-Me apunto- se unió Stella mientras sacaba un chal del bolso por si
acaso.
Me puse de pie e imité a Stella.
-Ma, Pa, iremos al lago- anunció Dylan antes de cerrar la puerta detrás
de él.
272
Annie M. Hart

-Vayan con cuidado. Regresen en una hora, no hay señal y no podré


llamarles. Deberemos ir a la civilización si quieres hablar con tu madre,
Ellie- dijo su madre refiriéndose a mí-.
-Sí, gracias-.
Pandora caminaba dando de vez en cuando algunos saltitos
junto a Stella. Dylan iba a mi lado con las manos en los bolsillos y
gesto de indiferencia.
-¿Cómo te resultó el viaje?- preguntó sin mirarme.
-Yo…lindo. Supongo-.
-Veo que no dormiste nada- rió.
-Lo siento es que…-.
-¿Es que…?-.
-Olvídalo-.
No quería decirle, tal vez aquella sonrisa había sido efecto de mi
alucinación. Él sabía todo de mi pero esta vez me había pasado, de
verás creería que estaba realmente loca.
-Y…tú y Pandora…- dije para romper el hielo.
-¿Sí?-.
-¿Están saliendo?-.
Mi pregunta lo tomó desprevenido, paró en seco y me miró
sorprendido. Noté algo extraño en su rostro ¿era rubor?
-Claro que no- respondió con voz aguda- solo nos llevamos muy bien,
de dónde sacas esas ideas- concluyó retomando su camino.
-Ella nos contó que salieron al cine y a otros lugares juntos-.
-¿Tiene eso algo de malo? Lo he hecho con ustedes y no hago un trío-
.
-Okey, okey, no te pongas a la defensiva- bromeé codeándolo.
Él bufó.
273
Annie M. Hart

-Oye Dylan-.
-¿Si? Si se trata de algo más sobre Pandora y yo…-.
-Admites que hay algo- dije.
-Fingiré que no te he oído- suspiró.
-Bien. ¿Sabes algo sobre la Carretera del Diablo?-.
Noté que Dylan se ponía tenso, casi parecía que él no esperaba
esa pregunta de mi parte.
-O Ruta 666, que es lo mismo-.
-No sé nada- se apresuró en responder.
-¿Seguro? Por más que sea puro cuento o un simple mito, quiero
saber-.
-¿De dónde sacas esas preguntas?-.
-Bueno…amm…en el viaje yo vi ese cartel en la carretera-.
-Ellie, íbamos por la ruta 57- respondió sin paciencia.
-Lo siento-.
-¡Dylan!- gritó Pandora- ¿es aquí?-.
Ella se detuvo varios pasos más adelante que nosotros dos,
junto a Stella. Pandora señaló un muelle surcado por cortos puentes
de madera. Había algunos pequeños botes abandonados en las
orillas.
-Sí, allí mismo- asintió él.
Nos encaminamos en esa dirección y nos sentamos en los
bordes de los puentes.
-¿Alguna vez has venido a pescar?- preguntó Pandora mirando el
agua esperando ver algún pez.
-Cuando era pequeño, sí. Con mi abuelo- respondió él lanzado una
piedra- pero el río está demasiado contaminado, ya no hay nada-.
-Ya veo-.
274
Annie M. Hart

-Yo que planeaba zambullirme en él algún día- se lamentó Stella.


-Podríamos tomar sol mañana temprano-.
-Me has leído la mente. Espero que no esté nublado-.
-El clima aquí es inestable- dijo una voz femenina.
Los cuatro nos volteamos.
-Pero seguramente mañana será un día caluroso-.
Ella llevaba una musculosa rosada con unos pescadores negros
y zapatillas cómodas. El cabello rojo estaba atado en una coleta y nos
dedicó una sonrisa.
-Hola chicos, jamás pensé encontrarlos aquí-.
Era Megan.
-Hola Megan- respondí con una sonrisa un tanto fingida.
-¿Qué los trae por aquí?- preguntó sentándose a nuestro lado.
-Mini vacaciones- dijo Stella- ¿tu?-.
-Trabajo de modelaje. Estaré aquí hasta el miércoles-.
Observó a nuestro alrededor, por supuesto, buscando a alguien.
-Daniel no ha venido- dije secamente.
-Oh vaya, tenía ganas de verlo- se lamentó.
-Pues mala suerte- espeté sin darme cuenta que no usé un tono
amable.
-Megan, Daniel está saliendo con Ellie- dijo Stella.
-¿En serio? Bueno, supongo que era de esperarse. Ese día se fue
corriendo hacia ti- soltó una risita- cuanto te envidio-.
-Me siento honrada- murmuré con sarcasmo.
-¿Has venido con tus hermanas?- preguntó Stella para camuflar mi
comentario.
-Sí, están en casa preparándose para la sesión de fotos-.
275
Annie M. Hart

-¿Y por qué no estás con ellas?- dije.


-Ellas deben estar listas antes que yo. Mi sesión es esta tarde- explicó-
si quieren pueden venir a verla. Están invitados, será en una playa
cerca de…-.
-Gracias- interrumpí- lo consideraremos-.
Megan clavó su penetrante mirada en mis ojos. Me dio un
escalofrío y nuevamente sentí esa extraña sensación que emanaba de
ella, como algo oscuro que la rodeaba borrosamente. Luego, esbozó
una sonrisa.
Despídete. Resonó en mi cabeza. No sé si había sido un
recuerdo o porque en ese mismo momento las palabras surgieron en
mi mente como un mensaje. Por alguna razón, Megan me recordaba a
la muchacha de tez morena y vestido rojo.
-Tenemos que irnos- dijo Dylan- mi madre debe estar esperándonos
hecha un furia. Además ustedes deben arreglar sus cosas-.
-¿Qué hay de ti?- desafió Pandora.
-Soy hombre, no me interesa- respondió él con una sonrisa.
-No me agrada tu suavidad, Neiel- susurró una voz.
Es una locura pero sentí que provenía de Megan. Un susurró
seductoramente amenazante igual al de la muchacha de la carretera.
Dylan se volteó y, por un instante, pude notar como sus ojos negros se
crispaban con un tenue brillo azul.
-Un placer haberte visto, Megan- dijo seriamente.
-Nos veremos luego- sonrió ella.
-¡Suerte en tu sesión!- gritó Pandora.
-Apártate sucia súcubo. No te entrometas, Alouqua-.
La voz era masculina, suave pero que remarcaba una autoridad
escalofriante. Por el rabillo del ojo miré a Dylan, quien miraba a Megan
con una mueca de disgusto. Y repugnancia. Tuve la mezcla de
sensaciones entre golpearlo por mirarla de esa manera mostrando así
mi asombro ya que ella era malditamente hermosa o dedicarle una
276
Annie M. Hart

sonrisa de suficiencia. Pero únicamente permanecí neutral mientras


regresábamos a casa.

La comida fue pollo con tocino y huevos revueltos. Con ayuda de


Pandora, nos ofrecimos en limpiar la vajilla sucia. Luego, mientras el
Sr. Brooks tomaba una siesta para descansar, acomodamos las ropas
en el ropero de la habitación doble. Tuvimos que llevar un colchón
demás del sótano para que una durmiese en el suelo. Mientras Stella
acomodaba las últimas prendas de ropa, con Pandora armamos las
camas.
-Todo perfecto- suspiré.
Stella se lanzó hacia una de las camas.
-¿Qué haremos?- preguntó- no quiero dormir-.
-Pues claro que no, dormiste todo el viaje- dije acostándome sobre la
otra cama echa. Pandora se recostó sobre el colchón- ¿está bien que
duermas allí?- le pregunté.
-Por supuesto, es increíblemente cómodo-.
-Bien, son las cuatro de la tarde. Tal vez debería darme una ducha
pero ando de vaga. Lo dejaré para antes de acostarme esta noche.
Hablando de duchas ¿Qué era eso sobre la Ruta 666?- dijo Stella.
¿Qué rayos tenía que ver eso con la ducha?
-Estuviste escuchando- dije.
-Solo lárgalo-.
-Curiosidad. Creí haber leído ese cartel durante el viaje pero solo tenía
la mente en otro lado-.
-En Daniel- bromeó Pandora.
Me reí.
277
Annie M. Hart

-Tú no eres nadie para hablar- la retó Stella- tienes a Dylan y lo


niegan, en el auto dormías muy pegada a él-.
-Es cómodo- respondió ella sin una pizca de vergüenza- y tu a Paul-.
-Ay ¿verdad que él es perfecto?- dijo ella rodando sobre el colchón
como las niñas de las películas cuando leían el mensaje de su amor
en plena pijamada- muero por volverlo a ver-.
-Para qué la hiciste hablar…-gemí.
-Shit, tú cállate. Te he soportado demasiado con tus idioteces-
escupió- además eso de Megan hace un rato ¿Qué fue? Chica, jamás
te vi atacar de esa manera. Contra Peter fue épico pero con ella…-.
-No lo sé. Créeme que no lo sé- tartamudeé- fue algo inmediato, me
sentía tan irritada-.
-Te refieres a cuando ella lo besó ¿verdad?-.
Asentí.
-Cierto que en ese momento eras demasiado testaruda como para
admitir a tiempo lo que sentías por él- dijo ella en tono malicioso.
-Ya, déjate de recordarme lo basura que soy- dije.
-Yo nunca dije eso-
-Ese día realmente tenía miedo de que aquella atención que tenía
hacia mí la dirigiera hacia Megan. Ella es hermosa y se ve una buena
persona, no me sorprendería si él se fuera con ella. Pero aun así…él
siguió estando a mi lado. A pesar de eso, Megan me sigue irritando-.
-Eso se llama rencor- dijo Pandora- y es bastante malo-.
-Gracias por tu aporte obvio- musité- dejemos de hablar de mí.
Pandora…debemos hacer un plan-.
-Has leído mi mente, Ellie- Stella se acomodó para acercarse a
nosotras- déjamelo a mí-.
-¿Plan para qué?- preguntó la pequeña, horrorizada.
-Para ti y Dylan, obvio- rió Stella.
278
Annie M. Hart

-Esto es asombroso- comencé teatralmente- Dylan parece haberse


encariñado mucho contigo y eso no ocurre muy a menudo. En
realidad, básicamente nunca. Ha rechazado muchas chicas pero le
agrada estar a tu lado. ¿Qué hechizo has usado?-.
-¡Ya dejen de hablar de eso!- gritó Pandora roja como un tomate- les
dije que me gustaba pero no hay nada más para decir-.
-Bueno, tal vez Dylan es de los tímidos- analizó Stella acariciando su
barbilla- si planeamos una cita múltiple tal vez sea más cómodo para
él. La verdad que no sé cómo funciona su mente-.
-Es verdad, eso podría funcionar-.
-¿Pero de qué diablos hablan?- gritó Pandora desesperada- ya,
acaben con esto-.
-¿El cine otra vez? ¿Restaurant? ¿Bolos?- sugirió Stella.
-Los bolos. Así Pandora finge no saber cómo lanzar y Dylan le
enseña-.
-Exacto-.
-¡Las odio!-.
279
Annie M. Hart

Capítulo 25:
El olvido
Stella y yo nos situamos en el poco césped que había junto al
lago. Dejamos dos toallones sobre él y nos recostamos. Pandora
había decidido seguir durmiendo y Dylan no estaba entre los
candidatos de ir a tomar sol con dos adolescentes.
Mientras Stella se cambiaba, preparé unos bocadillos y una
botella de jugo de manzana. Quitamos nuestras ropas y nos
acostamos. Para ser las 10 de la mañana, el sol estaba tan fuerte
como si fuesen las tres de la tarde.
-Si me hablas y no respondo, ya sabes el por qué- me advirtió.
-Deberías tratar de no dormirte ¿Qué haré sola?-.
-Habla con el viento-.
-Eso suena algo ridículo-.
-Se adecúa perfectamente a tu estilo-.
-Gracias- dije sarcásticamente.
Stella cerró los ojos y se puso de frente al sol. Sus fuertes rayos
chocaban con el suave bronceado de mi amiga haciendo que su piel
parecía estar hecha de cobre. Increíblemente, mi piel tomaba color
mucho más rápido que la piel más morocha de Stella, la tenía sensible
y no soportaba más de quince minutos en cada lado mientras que ella
podía tardar media hora o más. ¿Años de práctica? Tal vez.
Antes de darme cuenta, ella ya estaba dormida. Fantástico.
280
Annie M. Hart

-Buen día- dijo una voz femenina.


Me incorporé sobre el toallón. Sorpresivamente era Megan.
Llevaba un vestido veranero con ojotas y el pelo recogido con un
hermoso broche. No iba maquillada y aun así se veía linda.
-Buenos días- respondí.
-Tu compañía se cansó pronto de ti- rió.
-Ya lo creo-.
-¿Te molesta si me quedo?-.
-No, está bien-.
Después de lo mal que me había comportado con ella, Megan se
acercaba con una amable sonrisa. En cierto modo, igual a Daniel.
-Emm…sobre el otro día. Lo siento, no quería hablarte de ese modo-.
-No te preocupes. Fui yo la que actuaba impulsivamente. Una parte
mía notó que ustedes se gustaban y aun así…-.
-Está bien, quedó en el pasado-.
Me avergonzaba saber que se notaba de esa manera el cómo yo
lo miraba.
-Ese día te escuché hablar sobre la Ruta 666, con Ne…Dylan- musitó
ella.
-¿Sabes algo?- pregunté, sobresaltada.
-Solo son rumores. Una Carretera fantasma que dicen que se asimila
al mimo infierno. No sé más de eso, son mitos urbanos, no deberías
preocuparte por eso-.
-Fue aterrador-.
-¿La viste?-.
Asentí.
-Adelante. Búrlate- dije.
281
Annie M. Hart

-Te diré algo que sí se sobre la Ruta- Megan me dio la espalda- y solo
es que únicamente los elegidos pueden verla- dijo sin mirarme.
Luego, se alejó.
¿Ella quería decírmelo desde un principio? Pero ¿Por qué?

-Los días pasaron demasiado deprisa- se quejó Pandora subiendo al


vehículo.
Ella refunfuñaba y se sentó cruzándose de brazos.
-Pero la pasaron bien- afirmó Dylan situándose junto a Pandora.
-Bueno…sí- respondió sonrojándose.
Stella y yo intercambiamos miradas de cómplices. Cuando ya
estaba en mi sitio, me inundó el pánico. Recuerdos de la Ruta 666 me
corrompieron y tenía miedo de mirar por las ventanillas. Lo más
disimuladamente posible, me acurruqué a un lado junto a Stella.
-¿Estás bien?- preguntó ella.
-Solo estoy cansada- excusé- pero, si no me duermo, tu tampoco. Por
favor- rogué.
-Okey- respondió sin preguntar- ten, nos distraerá durante el viaje- me
extendió un auricular.
Hice una mueca. Stella escuchaba música más…ruidosa. Pero,
con total de que me mantenga despierta, acepté. Para mi sorpresa,
sonaba el tema Lithium de Evanescence. Me recosté más
relajadamente y cerré los ojos. Esta vez, no tuve pesadillas.
Pero la alegría duró poco. Me desperté, no sabía cuánto había
dormido, porque de la nada una canción de no sé quién me despertó
dándome un pre infarto. Pegué un pequeño saltito en el asiento. Todos
dormían menos Stella.
282
Annie M. Hart

-Uy- murmuró- lo siento, no me dio tiempo de cambiar la canción-.


-Está bien- le devolví el auricular- ya no podré cerrar los ojos. ¿Cuánto
he dormido?-.
-Una hora-.
-Vaya, no me lo esperaba-.
-¿Algo te preocupa?-.
Inconscientemente recordé las palabras de Megan. “Solo los
elegidos”, ¿habrá hablado enserio? Sus palabras me dieron un fuerte
escalofrío y, en ese instante, parecía otra persona. Me recordaba a la
muchacha pálida de la Carretera del Diablo.
-Parece que has visto a un fantasma. ¿No estarás sensible porque
extrañas a Daniel? Tranquila Julieta, falta poco-.
-No es eso. Es…algo más. Tiene que ver con la Ruta 666-.
-Dylan dijo que era un mito-.
-Megan me explicó que era ver el mismo Infierno. Y créeme…no se
equivocaba-.
Noté como Stella empalidecía. Ella sabía que yo no bromeaba.
Nunca con estas cosas.
-Sé que suena loco, pero sabes que sufro este tipo de cosas y…esta
vez fue demasiado. Nunca me sentí así en mi vida, era tan real-.
-Lo sé, lamento no poder entenderte. Pero si quieres, cuéntame-.
Le relaté cada detalle de la Ruta. Repetirlo todo en voz alta hacía
que me estremeciera de miedo nuevamente. Stella me escuchó con
atención y evitaba hacer algún comentario.
-Cariño…-balbuceó- no puedo creerlo-.
-Estaba tan asustada. Nadie reaccionaba. El padre de Dylan no
parecía percatarse de nada. Fue demasiado aterrador. Estaba sola,
Stella. Y no podía hacer nada más que llorar, algo que no hice para no
entrar en pánico. No sé si realmente sea como Megan dijo, tal vez solo
planeaba asustarme-.
283
Annie M. Hart

-Realmente no me imagino a Megan siendo así-.


-Más allá de Daniel, ella tiene algo extraño. Lo siento desde que la
conocí-.
-No te diré que son celos porque es algo inevitable, ni envidia porque
creo que tú eres más bonita-.
-Gracias, pero mentir no es bueno ¿crees que a Paul le gustará una
chica con la nariz tan larga?-.
-¡No metas a mi nariz en esto!- gritó ella tapándola.
-Son ruidosas. Despertarán a Pandora-se quejó Dylan.
-Lo siento, papá- se burló Stella.
-Deberían acercarla a ti para que no escuche y duerma mejor- dije.
Él nos lanzó una mirada asesina y luego nos dio la espalda,
mirando hacia la ventana.
-Eso fue sospechoso- susurró Stella.
-Puedo oírte- musitó Dylan con la voz amortiguada por el vidrio.
Ambas nos reíamos. Molestar a Dylan sería nuestro nuevo
hobbie. Decidí intentar volver a dormirme cuando, accidentalmente,
miré la carretera y ahí estaba. El cartel
Ruta 666. Carretera del Diablo.
Parpadeé muchas veces pero la imagen seguía ahí. Miré a Stella
pero su silueta se distorsionó hasta desaparecer sin dejar rastro. El
auto estaba apeado en medio de la calle destrozada y no había nadie
dentro de la cabina. Estaba completamente sola. El vehículo parecía
abollado y destartalado, como si lo hubiesen abandonado ya hace
tiempo. La pintura estaba reseca y oxidada y las tres ruedas distantes
estaban desinfladas. Tenía miedo y al mismo tiempo curiosidad. Me
bajé del coche y mis pies temblorosos sintieron la firmeza del asfalto
hecho trizas. Nuevamente de las grietas salía es humo espeso y gritos
desgarradores se oían a lo lejos. Tapé mis oídos con fuerza pero el
estruendo era tan fuerte que traspasaba la presión que ejercía sobre
mis orejas. Intenté hallar señales de vida, o alguien. Alguna señal de
que todo esto era una locura. Pero el tacto era demasiado real, podía
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Annie M. Hart

olerlo todo: el amargo hedor de la sangre y cuerpos putrefactos, carne


quemada, pólvora y basura echada a perder. Escuchaba los gritos, los
llantos, el sonido del fierro cortando la carne, el cómo se derribaban
los edificios gracias al fuego carbonizante y los bramidos de la gente
que desesperadamente deseaba escapar. Podía sentir el viento
cortante y templado en mi piel descubierta, el crujido de las piedras
bajo mis zapatillas y el humo ardiente que amenazaba con quemarme
viva.
No veía a nadie. Ni nada. Solo escuchaba. Incluso pensé que
era lo peor.
De repente sentí que alguien jalaba de mi camiseta. Me inundó
una fuerte sensación de alivio imaginando que sería Pandora pero, al
voltearme…lo mejor hubiese sido salir corriendo.
Era un niño. No más de ocho años. Llevaba un camisón largo
hecho jirones y sangre seca en sus piernas y brazos. Apretaba contra
su pecho un pequeño peluche sucio de un conejo y, en su cuello,
colgaba una cruz rodeada por una serpiente. El niño tenía el cabello
enmarañado y mugriento pero se notaban atisbos de que era de un
rubio platino, su piel era de un triste color amarillento, la comisura de
sus labios estaba caída y sus ojos…sus ojos amarillos no tenían
pupila. El iris era de un intenso dorado que refulgía como farolas.
Carecía de cualquier tipo de sentimiento. Retrocedí al ver llagas en su
cuello y en sus manos.
-¿Vas a llevarme a casa?- dijo casi en un susurro- él dijo que tú la
tenía. Que tú sabes dónde está. Sí se la doy…iré a casa-.
-¿Quién eres?- pregunté.
Él niño esta vez me miró realmente y frunció el ceño. Dejó caer
el peluche y frotó su cuerpo con las manos como si quisiera entrar en
calor.
-Todos temen al olvido. Pero el olvido también teme que lo olviden. No
quiere estar solo, viaja sin parar. Le gusta jugar. El frío es su amigo-
canturreó el niño como si fuese una canción para jugar al juego de la
Oca.
-¿Quién eres?- repetí.
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Annie M. Hart

-Hermín no quiere estar solo. No quiere que el olvido lo olvide. Quiere


volver a casa- respondió.
¿Qué estaba sucediendo? Cuando iba a responder algo, el niño
rompió a llorar. Gritaba y golpeaba el suelo con sus piecitos.
-¡No quiero que me olvide!- repetía una y otra vez-
¡¡ENTRÉGASELA!!- gritó.
Pero aquella no era su voz. Era una voz grave y sombría que
brotó de la garganta del niño como un gruñido desgarrador. Retrocedí
y, al ver que yo no respondía, el niño desapareció. Desapareció en un
parpadeo.
-Deberías haberlo escuchado. Hacer lo que te pidió- dijo una voz
masculina.
Cuando me di vuelta, vi a un muchacho extremadamente
hermoso. Alto, con el pecho desnudo y musculoso. Llevaba unos
vaqueros negros en perfecto estado, como si no encajara con el
desastre a su alrededor. Tenía el cabello negro largo hasta los
hombros sin una pizca de suciedad. Su silueta era pulcra e inquietante
al mismo tiempo. Las muñecas estaban atadas por esposas con la
cadena rota y, de su cintura, colgaba una daga plateada. Hermosa y
reluciente. El rostro del hombre te dejaba sin aliento, temerario,
imponente y bello. Todo en un torrente de descripciones. Pómulos
altos, mentón y mandíbula encuadrada, nariz recta y perfecta,
pestañas extremadamente largas, labios finos y ojos de un violeta
azulado.
-Dudo que te deje en paz- dio un paso hacia mí. Su voz era
cautivadora e hipnotizante. Como el susurro del viento sobre los
pétalos en plena primavera- los niños suelen ser persistentes ¿no
crees, Ellie?-.
-¿Cómo sabes mi nombre?-.
-Todos aquí te conocen. El Cuervo te necesita. Necesita algo-.
-No sé de qué hablas. Déjame regresar-.
-Tú has regresado, pero eres la única que puede vernos. Tu mente es
un gran campo de engaños, un mago haría en realidad sus sueños si
accediera a ella. Caerías en todo tan fácilmente- meneó la cabeza
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Annie M. Hart

como si estuviese decepcionado- no te diré nada por ahora.


Preocúpate en encontrarla, eso es todo-.
-Tu nombre- exigí- dilo-.
-Me llamo Neiel- respondió.
Ese nombre…sabía que lo había escuchado en algún lado.
Entonces…desperté.

Cuando mis ojos se abrieron, yo ya estaba frente a mi casa. Mis


cosas apiladas me esperaban en la puerta de la reja y mi madre me
sonreía desde el umbral junto a Daniel. En el instante en que lo vi,
todo se borró. Incluida la cruel pesadilla sobre olvidos, Neiel y Hermín.
-Te has dormido casi todo el viaje- rió la Sra. Brooks.
-Lo siento- me disculpé con una sonrisa tímida.
-¿Te lo has pasado bien?- preguntó.
Asentí.
-Gracias por todo- dije.
-No hay de qué-.
Todos bajaron a saludar a mi madre y a Daniel. A éste último,
Dylan lo ignoró.
-Nos veremos en el Instituto- gritó Pandora ya en el auto asomándose
de la ventana abierta.
Saludé con la mano a medida que ellos se alejaban. Al ver que
ya no quedaba nadie, mi madre me saludó estrechándome entre sus
brazos.
-Te he extrañado. Estás más bronceada- dijo.
-También te eché de menos- dije devolviéndole el abrazo.
287
Annie M. Hart

-Iré a poner la mesa. Te he esperado con la comida lista-.


-Gracias-.
Antes de entrar, me guiñó un ojo.
Me quedé a solas con Daniel en la puerta de calle. Llevaba una
bermuda de jean, panchas y una musculosa azul marino.
-Hola- dije torpemente.
Él tomó delicadamente mi mano.
-Hola- susurró.
Lo abracé. No recordaba cuánto lo extrañaba hasta que lo veía.
-He sobrevivido- susurró contra mi pelo.
-Yo a medias- dije apartándome un poco para poder mirarlo.
Sus intensos ojos celestes me miraban tiernamente. Diablos,
¿no sabía lo que yo sentía cada vez que hacía eso? sin previo aviso,
me alzó, enroscando sus fuertes brazos en mis muslos para que mi
pecho estuviese a la altura de su rostro. Él lo elevó y me miró. Por mi
parte, acuné su rostro entre mis manos y lo besé. Lo besé como si mi
vida dependiera de ello. Mis manos trataban de acercarlo más
sabiendo que eso era ya imposible en insistían en descubrir más de su
piel suave. Me estremecí cuando nuestros labios se separaron y aun
permanecían a milímetros de distancia. Daniel me bajó suavemente
pero nunca me soltó.
-Te extrañé, Phoenix- dijo.
-Oh, vamos. Solo fue una semana- dije aun faltándome el aire- oye
¿Por qué siempre que nos besamos soy yo quien termina
más…cansada?-.
-Es porque yo no me canso de besarte. Podría hacerlo todo el día-.
-Pero yo también quiero hacerlo. Incluso si muero por falta de aire-.
-No digas eso. Necesito que tengas aire- bromeó.
-No tenerlo es lo mismo que siento cuando no estamos juntos-.
288
Annie M. Hart

-Entonces yo debería estar muerto hace tiempo- sonrió.


Besó mi frente. Mis párpados y la punta de mi nariz.
-Tengo que entrar. Te veo luego- dije.
-Te veo luego-.
Luego, se fue.
La comida era una sopa de verduras que olía exquisita. Me senté
y comencé a soplarla. Estaba hirviendo.
-¿Qué tal estuvo?- preguntó.
-Maravilloso. Es un lugar pintoresco y campestre. Hacía mucho que no
iba y casi lo había olvidado- respondí a la vez que daba un sorbo- ay,
está caliente-.
-Sopla-.
-Ya lo hice- dije haciendo lo mismo ignorando la quemadura.
-Esta noche tengo una cena de vacaciones con el equipo del
RollingRed- dijo- espero que no te moleste. Acabas de llegar y yo…-.
-Ve tranquila. Te lo mereces, se cuidarme-.
-Es que recuerdo lo que pasó en casa de Stella y…-.
-No me pasará nada malo. Los teléfonos importantes están en la
puerta de la nevera. Ve tranquila. Es una orden-.
-Bien, obedeceré- dijo sin un rastro de culpa.
Cuando terminamos de almorzar le mandé un mensaje a Daniel.
“Ven a mi casa esta noche”.
Enviado.
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Annie M. Hart

Capítulo 26:
Nota de suicidio
Había olvidado por completo el trabajo de política. Esa loca
mujer ordenó que hiciéramos un trabajo individual durante las
vacaciones. Dormí una larga siesta y me desperté pensando en ello.
Vaya idiota. Salté de la cama, arreglé la habitación, me bañé lo más
rápido que pude logrando un record pues, al no tener despertador, me
levanté a las ocho y Daniel venía a las nueve y media. Mi madre salía
a las ocho y cuarto. Obviamente, le dije que él venía y no se mostró
molesta o incómoda. Solo era una cita en mi casa. Sola…
Ay.
-Tranquila- me dije a mí misma- no es la gran cosa-.
-Me voy- dijo mi madre asomándose.
Llevaba un elegante vestido sin mangas color rojo escarlata con
tacos del mismo color y un chal dorado a juego con el bolsito. Tenía el
cabello enrulado y el rostro delicadamente maquillado. Mi madre era
una mujer hermosa.
-Que la pases bien- dije.
-Y tú igual- guiñó un ojo- avísame si sucede algo-.
-Si ese algo sucede, voy a estar con Daniel-.
Ella sonrió.
-Tienes razón. Nos vemos-
-Adiós-.
290
Annie M. Hart

Terminé de desenredarme el pelo y fui a la sala de estar a


esperar. Mi madre ya se había ido y, al ver que ya no estaba, me
inundó una extraña sensación de nervios y ansias que antes no
estaban. Acomodé la cocina, pasé la escoba por el comedor y me dejé
caer en uno de los sillones. Para que, al minuto, el timbre sonó.
Pegué un salto y fui a abrir.
Daniel vestía lo mismo de esta mañana. Ya lo había visto antes
pero aun así jamás dejaba de deslumbrarme lo hermoso que era. No
me cansaba de mirarlo y él era mío. Estaba ahí para mí. Por mí.
-Hola- saludó cuando abrí la reja. Besó mi frente.
-Hola- sonreí.
-¿Tu madre se fue?-.
Asentí.
-Vas a odiarme pero aun no he hecho el trabajo de Política. Tengo que
hacerlo ahora- me lamenté con cierto aire de desilusión.
-No te preocupes. Puedo ayudarte-.
-¿Ya lo hiciste?-.
-Sí, lo harás rápido. Y más con mi ayuda-.
Justamente su cercanía hacía que todo se hiciera más
complicado. No podía concentrarme. No me quejaba.
El trabajo de Política consistía en seleccionar un hecho histórico
que haya marcado de forma evidente el gobierno de un país. No me
quedó mejor opción que elegir a Napoleón Bonaparte en Francia,
aunque ambos no teníamos la menor idea de cómo la transformó.
Pero daba igual, no teníamos intenciones de machacarnos el cerebro
en esa materia estúpida.
En fin, el trabajo quedó finalizado en tan solo dos horas de arduo
trabajo y lecturas rápidas, apagué la laptop de mi madre y me relajé
frente a éste mientras Daniel, sin siquiera pedirme permiso, se tiró
sobre mi cama suspirando de satisfacción.
-Terminamos rápido- señaló.
291
Annie M. Hart

-¿Tú crees? Dos horas es demasiado. Lamento que hayamos perdido


el tiempo que teníamos para estar juntos en algo como esto- contesté.
-¿Para todo lo que hemos hecho? Lo dudo. No te disculpes, sabes
que siempre estaré para ti. Jamás te reprocharía algo como eso-.
-Mmm…puede que estés en lo cierto- admití.
Daniel se enderezó y contempló mi mesa de noche. Detuvo su
mirada en la fotografía donde yo posaba de niña junto a otra
muchacha de cabello castaño oscuro de ojos marrones. La tomó y la
observó más de cerca. Intenté ponerme de pie rápidamente pero mi
reacción lo preocuparía y era exactamente lo que no quería lograr.
-Te ves dulce en esta foto- musitó.
Debía quitarle la fotografía pero ¿Qué excusa usaría? “Oye deja
de tocar mi intimidad” y el pensaría algo como “Vamos, solo es una
foto”, si, funcionaría si yo fuese una idiota ¡ni que se tratase de ropa
interior! Sin pensar un segundo más, me puse de pie lentamente para
disimular mis nervios. Bueno, hasta que sucedió lo que temía. Detrás
de la fotografía se deslizó una hoja blanca de papel doblada la cual
cayó sobre su regazo. Depositó la foto en su sitio y detalladamente
observó el papel. Mis pasos se aceleraron un poco tambaleantes.
“Déjalo” quería gritarle “No lo leas”. Entonces, desdobló la hoja y
comenzó a leer en su mente.
“Mamá:
No sé por dónde empezar. Odio mi vida y no es por ti, no
quiero que te sientas culpable. Todo ha salido mal, es un desastre
y quiero acabar con esto. Demasiadas cosas han pasado y jamás
te dije como me sentía porque no quería preocuparte. Te ves tan
feliz así que no quería amargarte con mis estupideces de
adolescente. Sabes más que nadie por lo que he pasado pero
últimamente las cosas no mejoran, empeoran. Poco a poco te
daré una lista de mis porqués y espero que me comprendas y no
me llores cuando no esté. Siempre seré tu hija y estaré para ti.
Sigue tu camino una vez que no estemos juntas. Eres fuerte y yo
soy débil. No puedo seguir aquí y no se puede hacer nada para
292
Annie M. Hart

evitarlo. Te amo más que a nadie y pronto estaré con Tatiana.


Estaré bien con ella.
Te amo. Ellie.”

Mi nota de suicidio.
-Dan- dije con voz temblorosa- regrésamela-
Él siguió leyendo con cada vez más ansiedad en su rostro.
Cuando llegó al final, sus manos temblaban. Levantó la vista para
observarme con ojos cargados de espanto y, al mismo tiempo, dejó la
nota sobre la mesa.
-Ellie…-tartamudeó- ¿es una broma?-.
Obviamente no se trataba de una pregunta que debía responder.
-Yo…-.
“Rápido, invéntate una excusa” me repetía incansablemente,
“antes de que sea tarde”.
-No debiste leerla- fue lo que mi estúpida boca dijo.
De vez en cuando sería muy eficiente que colaborara con mi
mente.
-¿Cómo debo interpretar esto?-.
Su voz me recordó a mi padre cuando estaba molesto. Pero
aquél recuerdo hizo que mi pecho doliera. Inconscientemente agaché
la cabeza y me abracé el estómago como si eso calmara el dolor.
Sentí unas manos apartándome los brazos y luego acariciando
mis hombros para tranquilizarme. Su tacto con mi piel extrañamente
me relajó.
-¿Por qué lo intentaste?- preguntó tristemente.
Levanté mi mirada topándome con su rostro deprimido. Tragué
con dificultad.
-Mis padres están divorciados hace cinco años. Estábamos en la cena
de mi cumpleaños y de repente alguien llamaba a la puerta. Mi madre
y yo fuimos a ver de quién se trataba y no era nada más que un niño
293
Annie M. Hart

de siete años. Pregunté su nombre y me dijo “Leo Crowen”.


Extrañamente llevaba mi mismo apellido pero yo jamás había visto a
ese muchacho antes. Detrás de él apareció una mujer, aparentaba
tener unos treinta y ocho, cabello corto y de un castaño rojizo, usaba
mucho maquillaje y colores opacos en la vestimenta para resaltar sus
ojos verdes. Ella nos observó perpleja y sorprendida. Preguntó por mi
padre Robert.
“Mi madre desvió la mirada comprendiendo la situación y justo a
nuestras espaldas estaba mi padre, contemplando con miedo en sus
ojos. Aquella mujer le extendió una maleta y dijo: Cuídalo, estaré de
viaje hasta el mes entrante. No tuvo una pizca de compasión.
“Resulta que él había estado engañando a mi madre todo el
tiempo con aquella mujer. Su nombre era Anna. Poco después de que
mi fiesta acabara, oí como ambos discutían en la sala comedor, no
quería escuchar pero la curiosidad me obligaba aun sabiendo que yo
acabaría lastimada. Si bien era pequeña, no era ninguna tonta. Al otro
día, como era de esperarse, mi padre se fue de casa junto con ese
niño.”
“No he oído más nada de él hasta ahora ni tampoco tengo
interés. Él arruinó nuestra familia. Pero no solo fue eso. Mi última
abuela falleció hace diez meses de un paro cardíaco, he sufrido
bullying desde que tengo diez años, me han cambiado de escuela
pero es como si mi mera presencia les indicara que soy la víctima
perfecta. Este año ha sido más soportable, solo debía aguantar los
insultos y molestias de Sam pero años anteriores era una verdadera
tortura.
“Hace ocho meses…se suicidó mi mejor amiga, con quien salgo
en la foto- se la señalé- Aun no se sabe el motivo pero se cree que fue
amenazada y ella decidió acabar con todo a cambio de su eterno
silencio. La vi por última vez en una fiesta de su familia, ella estaba tan
feliz y normal. Yo…sentí que fue mi culpa por no notar que necesitaba
ayuda.”-
Mi voz se convirtió en un sollozo acompañando por mi cuerpo
sacudiéndose por mis gemidos. Hacía tiempo que no lloraba de esta
manera, me sentía tan idiota…además ¿Por qué se lo contaba? Lo
conozco hace apenas unos meses. Sí, estábamos juntos pero esto era
294
Annie M. Hart

tan personal que se sentía extraño hablarlo en voz alta. Como si


estuviese desnuda.
-Lo siento- logré decir- no tienes porque escuchar todo esto-.
Me estrechó fuertemente contra su pecho. Aquella sensación de
protección se extendió por todo mi cuerpo y mis ojos se sorprendieron
por su reacción.
-Nunca vuelvas a intentar algo así- susurró.
-¿Por qué te preocupas tanto?- inquirí tratando de asomar mi cabeza
para verlo mejor.
-Porque el mundo no tendría sentido- contestó al fin mientras se
apartaba un poco de mí sin soltarme.
-Eso es absurdo- musité.
-Veras- rió- sin ti mi mundo se derrumbaría. Tú eres la razón de su
existencia-.
Sus palabras recorrieron cada sector de mi ser. El corazón que
creí dormido golpeaba fuertemente mi pecho enviando adrenalina a
mis venas. Siempre me decía cosas hermosas pero esta vez, todo
tenía otro color. Era más intenso. Me abrazó por segunda vez.
-No quiero perderte- musitó tristemente- eres lo único que tengo-
finalizó con la voz quebrada.
Vacilante, lo aparté para escrutar su rostro. Se negó a
observarme, evitando mi mirada.
-Mírame-.
Luego de pensarlo unos segundos, cedió. Sus ojos celestes
estaban vidriosos por las lágrimas. Sentí una punzada en mi pecho,
era mi culpa. No quería hacerlo llorar. Era un monstruo.
-No llores- pedí casi al borde de la desesperación.
El rió forzadamente. Una risa armoniosa.
-Entonces bésame- desafió.
295
Annie M. Hart

Maldito ¿todo fue parte de un truco? Bueno, a decir verdad no


me era ningún problema pero aun así eso era jugar sucio. Se acercó a
mí, observándome. Su mano derecha se posó en mi cuello,
deslizándola hasta situarse un poco más abajo donde se hallaba el
dije que el mismo me obsequió. Lo tomó y lo examinó. Al segundo se
le escapó una media sonrisa. Continuó acariciando mi piel hasta mi
escote, tuve que controlar un escalofrío. Incapaz de seguir
conteniéndome, mis manos se apoyaron en su pecho. Su piel se
sentía cálida y bajo su camiseta podía notarse su fina musculatura.
Con un jadeo, tomó mi rostro y lo acercó al suyo, presionando con
suavidad sus labios con los míos. Fue una sensación tan maravillosa.
Su boca era tan ardiente y seductora. Me estremecí de placer.
Ambos nos alejamos incapaces de separar nuestras miradas,
sonrió tiernamente y nuevamente me besó. Varias veces.
-Te quiero- murmuró entre mis labios- y quiero todo de ti- añadió en
mi oreja.
Aquella voz me hizo perder fuerzas, por poco no me
derrumbaba. Tomó mi cintura hasta que topé con el borde de la cama
y caí hacia atrás. Dan estaba sobre mí con una mano en cada costado
de mi cuerpo. Me besó de forma más intensa, se apartó y quitó su
camiseta dejando al descubierto un físico perfecto, levemente
bronceado. Sentí que poco a poco me sumergía en un abismo de
locura. Quería más, lo quería todo, tal y como él dijo. Era una
sensación tan maravillosa, me sentía completa por una vez en mi vida.
Lo amo, era demasiado para mí y sentir que nuestro cuerpos se
rozaban de esta manera… casi creí que moriría.
Sus labios se unieron con los míos y sus manos me acariciaban
levantando levemente mi blusa. No podía dejar de estremecerme y
sentirme tan vulnerable. Su boca se deslizaba por mi garganta, mi
mandíbula, mi cuello, mis hombros y mi pecho. Sus manos llegaron a
mi espalda, me atraían más hacia él mientras sus labios regresaban a
mi boca. Pasó su lengua por mi labio inferior y luego lo mordió
suavemente. Me relamí y enredé mi mano en su cabello dorado para
acercarlo. Todo mi cuerpo reaccionaba como si esperase este
momento desde el primer día en que lo vi. No podía soltarlo, hacían
años que mi corazón no se sentía tan vivo.
296
Annie M. Hart

De repente se quedó tieso e interrumpió nuestro beso. Se apartó


sentándose en el borde de la cama y escondiendo el rostro entre sus
manos.
-¿Daniel?- pregunté, confusa- ¿sucede algo?-.
-Soy un asco- susurró sin mirarme.
-¡No digas eso!- grité acercándome- deja de insultarte-.
-Ellie, soy un ser terrible- rió con aquella risa falsa.
-Pero...-.
Su dedo índice interrumpió mis palabras. No tuve que decir nada
para entender que debía callarme.
-Te he mentido. No sabes cuánto lo siento- dijo.
Mi corazón dio un vuelco. Sabía que ocultaba cosas pero…que
él lo dijera de esa manera era tan distinto. Sentí una fuerte sensación
de abandono, tan fuerte y dolorosa como un puñal. ¿Todo lo que me
dijo fue mentira? ¿Es que acaso le gustaba jugar? Poco a poco mi
respiración se aceleraba del miedo y la desesperación. No quería
perderlo. No perder a alguien otra vez.
-No lo hagas. No me dejes así. Yo...ya he pasado por esto antes-
musité pretendiendo estar calmada.
Pero logré que me mirara. Se puso de pie y colocó su camiseta.
Lo imité y tomé su brazo. Inmediatamente él se volteó para
enfrentarme, al ver mi rostro dibujó una sonrisa.
-¡No es gracioso!- dije molesta.
Daniel tomó mi rostro entre sus manos.
-Jamás dije que haría algo como eso. He luchado mucho para estar
aquí contigo y aun así he actuado terriblemente-.
-No comprendo- admití sin saber de qué rayos hablaba. Nunca me dio
señales de nada sobre él.
-Te he mentido-.
-Eso ya lo has mencionado antes- espeté- ahora acláralo-.
297
Annie M. Hart

Me besó. Como si esa calmara mi ansiedad e ira. Y lo logró.


-Ven a mi casa. Luego de la medianoche. Estará abierta, solo entra y
te esperaré en el patio trasero. Nadie debe saberlo-.
-¿Estás diciendo que…?-.
-Sí- dijo sin voltearse- te lo contaré todo. Pero quiero que sepas
algo…que te amo. Te amé y te amaré siempre. No quiero perderte
después de esto. Si algo llega a pasarte por mi culpa, por mis
palabras…entregaría lo más valioso que poseo-.
No iba a preguntar qué era. Ya no. Solo tenía que esperar.
Vi cómo se alejaba lentamente de mi habitación.
-Iré, Danel- susurré.
Pero por alguna extraña razón lo llamé por aquel nombre.
298
Annie M. Hart

Capítulo 27:
Danel
Esperé acostada en la cama con mi corazón latiendo más
que nunca en mi vida. Estaba demasiado ansiosa y no se me ocurría
nada para calmarme. Aun podía sentir el cuerpo de Daniel sobre mí.
Desprendía algo mágico y maravilloso, jamás lo sentí con Peter o con
la cercanía de algún hombre. Con él, absolutamente todo era distinto.
Porque Daniel lo era. Tenía algo especial y esta noche lo averiguaría.
Me hubiese gustado que se quedara más tiempo, pero se
fue como si hubiese traspasado un límite y se echaba culpa por algo
que antes no lo hizo. Me escondía cosas, estaba claro, pero había
aprendido a vivir con ello pero parece que lo de hoy…fue la gota que
colmó el vaso. Él necesita contármelo todo.
Con un suspiro de resignación, me puse de pie y abrí la
ventanilla. Era lo suficientemente grande como para que yo pasara.
Hacía frío pero no había mucho viento. Decidí calzarme unas vans
azules y cubrí mi espalda con una campera buzo marca Gap. Eran las
23. 15. Faltaban cuarenta y cinco minutos. Nerviosamente, acomodé
la cama, lavé la ropa sucia en el lavarropas, cosa que mi madre se
sorprendería pues nunca lo hago, guardé la vajilla seca, limpié los
muebles con un brillo especial para ese tipo de superficies y
nuevamente me tiré de espaldas a la cama. Habían pasado veinte
minutos. Diablos ¿el mundo estaba en mi contra?
El sonido de mi móvil me sobresaltó. Por un momento
pensé que era Daniel diciéndome que se cancelaba todo pero, para mi
alivio, era un mensaje de Jarred. Hacía tiempo que no hablábamos.
299
Annie M. Hart

“Hola Ellie! Perdóname por no haber hablado antes. He estado ocupado con
los estudios. ¿Cómo has estado? Me he enterado por Paul que estás con ese
tal Daniel”.
Stella seguro ha andado de boca floja.
“Ey Jarred! Está bien, no tiene porqué disculparte. He estado muy bien estos
días. Sí, es verdad. Estamos saliendo hace cuatro meses”
Enviado.
“Oh, ya veo. Mmm me alegro por eso. Espero que la estés pasando bien con
él”
“Sí, hasta ahora todo va bien. Gracias por preocuparte”
Enviado.
Y esa…fue toda la conversación. Realmente me sorprendió la
actitud distante. Jarred siempre estaba de buen humor y decía
estupideces para hacerme reír de tal manera que mi propia madre
llegaba a preguntarme: ¿Por qué te ríes sola?
Hoy…fue un día extraño.
Pero ni siquiera el comportamiento de Jarred me hizo
tranquilizarme. Quería irme ahora. Faltaban diez minutos. Debía salir
ahora mismo para llegar a la medianoche a su casa. También tenía
que dejarle una nota a Elizabeth. Corrí hacia el salón comedor y
marqué el número de Stella.
-¿Sí?-.
Para mi suerte, ella respondió.
-Soy yo-.
-¡Ellie! ¿Sucede algo?-.
-Dile a tu madre que estaré en tu casa-.
-¿Eh? ¿Qué ha pasado?-.
-Necesito ir a la joyería a hablar con Daniel. Le dejaré una nota a mi
madre diciendo que estaré en tu casa. Por favor-.
300
Annie M. Hart

-Sabes que no hay ningún problema. Luego me contarás todo-.


-No sé si pueda hacer eso-.
-Bien, de alguna manera deberás compensarme-.
-Tómalo como castigo por contarle a Paul que salgo con Daniel. Jarred
lo sabe y se notaba…extraño-.
-Ups-.
-Bien, ya sabes. Gracias, amiga-.
-No hay de qué-.
Corté y volví a mi habitación para hacer la nota.
“Ma, iré a casa de Stella. Me llamó y me invitó a comer una pizza
con ella y ver películas. Estaré bien, te mando un mensaje cuando
llegue.

Te quiere, Ellie.”

Dejé el papel sobre la mesa de la cocina y salí de la casa.


Al principio, corrí. Pero el frío quemaba mi garganta y alenté mi
ritmo. Tenía una musculosa y la tela del buzo no evitaba que el aire
helado chocara contra mi piel. Había un gran silencio en las calles,
hasta temía que alguien me persiguiera. Pero traté de no entrar en
pánico. Era a veces una de las razones por las cuales alucinaba.
Paré en seco frente a la entrada de la joyería. El cartel de neón
estaba aun encendido dándole al lugar un aspecto fantasmagórico con
los opacos que lucían sus usuales colores vivos bajo la luz de la luna y
las pocas farolas que funcionaban. La puerta, tal y como Daniel dijo,
estaba abierta. El candado estaba colgado y, del otro lado, había una
densa y extensa oscuridad. Tragué sonoramente y la abrí. Me sentía
como la protagonista de las películas de terror. En situaciones
normales, si esta llegara a ser una casa embrujada, jamás entraría. No
sería tan estúpida pero esto…no era una casa embrujada. Era la
puerta que me conducía al fin de mis dudas. La abrí con más fuerza y
ésta chirrió con violencia. La mano que sostenía mi móvil, casi lo deja
caer. Intenté hallar el interruptor de la luz pero estaba tan oscuro que
se me hizo imposible.
301
Annie M. Hart

-¿Daniel?- susurré.
No hubo respuesta. La idea de salir corriendo y regresar a casa
se asomó por mi mente como una sugerencia tentativa. Saqué el móvil
y, con mis dedos temblorosos, le mandé un mensaje mi madre
diciendo que había llegado a salvo. Si aun leía la nota o no, me daba
igual. No iba a regresar para darle explicaciones. Lo guardé y seguí
caminando.
El no ver nada me daba la sensación de que el lugar era eterno.
Bueno, pensé eso antes de golpearme la nariz con algo duro. Tanteé
con una de mis manos mientras con la otra acariciaba mi nariz y abrí
una segunda puerta.
No había nadie. El patio trasero era inmenso rodeado de rosales,
fuentes y rocas. Un lugar pintoresco y colorido a pesar de la oscuridad
de la noche iluminada por la luna y dos farolas nocturnas. A mis pies el
césped era verde esmeralda y parecía estar húmedo, supuse que
habían regado hace unos minutos. Daniel me había dicho que saliera
pero luego de atravesar la puerta, me hallaba sola. ¿Se trataba de un
juego?
-¿Dan?- pregunté, susurrante.
No quería despertar a su padre
-¿Qué pretendes?-.
Pero nada. Solo oía el ruido exterior.
-Escucha. Vine aquí para una explicación que tu prometiste darme-
dije remarcando el TU- y mi bipolaridad es debida a ti, ¿sabes? No me
iré de aquí aunque pretendas que dejarme sola hará que me rinda y
me largue. Olvídalo- finalicé golpeando el suelo con el pie.
-¿Quieres dejar de hacer escándalo?- rió Dan, entre las sombras-
tengo que mostrarte algo-.
-¿Qué? ¿No íbamos a hablar?- insistí, tajante- ¿donde estas?-.
-Aquí-.
Él se abrió paso entre unos arbustos cortados en forma de
cubos. Llevaba la misma bermuda azul y panchas pero su torso
302
Annie M. Hart

estaba desnudo. No llevaba su musculosa azul. La línea perfecta se


dibujaba en su pecho y abdomen. El contraste de luces y oscuridad
jugaban en su piel resaltando sus músculos. Me quedé boquiabierta,
jamás me acostumbraría a verlo así. Me quitaba el aliento.
-¿Porque...?- tartamudeé atónita.
-¿Qué? Ya me has visto semidesnudo- rió- ven- dijo extendiendo un
brazo hacia mí.
Al principio vacilé. Me sentía bastante molesta.
Accedí y tomé su mano.
-¿Te gustan las mariposas?- preguntó atrayéndome hacia él y
atravesando la cortina de hojas del arbusto. Lo mire incrédula. Su
absurda pregunta atrajo mi atención, ¿qué relación tenia aquello con
que él se quitara la camiseta? O peor aun ¿Qué relación tenía con lo
que iba a contarme?
-Pues...Si- respondí, dubitativa- espera, ¿quieres mostrarme
mariposas?- reí- estamos a oscuras, si quieres que vea polillas, paso-
hice un gesto de desagrado.
El carcajeó. Las polillas eran aburridas y feas. Además se
comían tu ropa.
-Asómate- dijo acercándome más, delicadamente.
Del otro lado de los arbustos había una pequeña pero hermosa
fuente de mármol. Me parecía increíble que, en un pequeño patio,
tenía tantas cosas ocultas como un baúl lleno de secretos.
Ambos atravesamos la mota de hojas verdes y salimos a su
encuentro. Estaba sin encender y bajo ella yacía el agua mostrando el
reflejo de la luna y las estrellas con hojas de todo tipo flotando. ¿Cómo
era posible que un patio tan pequeño tuviese tantas maravillas?
-Asómate a la fuente- me indico colocándose a mis espaldas y
tomando mi cintura, haciendo que avance.
Las estrellas parecían estar cerca, que con solo sumergir la
mano podías sostenerlas. Sin soltarme del todo, Dan colocó la mano
en el agua apoyando suavemente la palma en ella desprendiendo un
303
Annie M. Hart

débil halo de luz blanca. Pero lo que sucedió... Las estrellas reflejadas
aumentaron su luz y comenzaron a distorsionarse, haciéndose
pequeños espirales brillantes que, poco a poco, encendieron de
resplandor la fuente completa y a la vez comenzaron a esfumarse del
agua, elevándose y saliéndose de ella como si fuese un cuadro que
cobraba vida. Las estrellas se convirtieron en hermosas mariposas
blancas que resplandecían. Revolotearon por todos lados, con sus
alitas acariciaban mi piel y se perdían en la inmensidad del cielo
formando parte de la luna. Fue lo más hermoso y maravilloso que
había visto en mi vida.
Era algo mágico.
-¿Cómo lo hiciste?- pregunté, emocionada y asombrada.
Tal vez no era un mafioso o contrabandista. Solo un mago strip
tiss. Me sentía como un niño que acaba de ver un acto de ilusiones
-¡Fue maravilloso!-.
-Es magia. Magia celeste-.
El asombro se borró de mi rostro, pasando a la incredulidad de
nuevo.
-Eso no es posible- espeté.
-Para ti- sonrió el- ¿te gustó?-.
-Me ha fascinado- sonreí- pero tu acto no hará que me olvide él
porque he venido-.
-¿Todavía no lo has notado?- parecía defraudado.
-Veras que no. He tratado días y días de descifrar de qué planeta o
dimensión eres-.
-Vaya, creí que eras una Sherlock- bromeó- ven. Te daré la última
pista que puedo darte. Tratar de decírtelo a la ligera hará que acabes
en un loquero y justamente eso es lo que no quiero- finalizó casi en un
susurro.
-¿A esa conclusión llegaste?-.
304
Annie M. Hart

-Sip. Ahora quiero que te acerques a mí y toques mi espalda. No


tengas miedo, no tengo nada ilegal-.
Sin dejar de estar atónita por las mariposas, camine hacia él y
rodeé su cuello con mis manos y deslicé mis brazos por la piel de su
espalda. Tenía miedo pero la curiosidad que sentía era mil veces más
fuerte. Suave. Fresca y perfumada. Aspire su aire cargado de dulzura
y misterio. Hasta que mis manos toparon con algo distinto. Mucho más
suave, liviano y firme.
Me aparte de él, asustada pero él tomó mi muñeca impidiendo
que me alejara aun más.
-¿Qué sentiste?- preguntó.
-Algo...no sé. Fue...no sé. No sé- repetía. Casi sentí que realmente me
estaba volviendo loca.
-Siéntelo bien- agregó dándome la espalda.
Mis manos temblaban pero la adrenalina me golpeaba y era más
fuerte que yo y volví a tocarlo. Él se estremeció ante mí contacto. Volví
a sentir lo mismo que permanecía y se extendía. Era algo enrome,
mullido y aterciopelado. Eran plumas. Poco a poco lo que estaba
debajo de mis manos comenzó a hacerse visible. Evidentemente era
algo grande. Y jamás pensé que era lo que mis ojos veían: un enorme
par de alas luminosas, suaves, inmaculadas y cubiertas de plumas
ligeras. Ahogué un grito y traté de no caerme de espaldas al suelo.
-Ellie, me hablaste de un ángel ¿verdad? ¿Cómo era su nombre?-
preguntó mirándome de frente pero mis ojos no se desviaban de sus
alas.
Parecía algo imposible.
-Da...nel- logré articular.
-¿Y cómo me llamaste en tu casa, luego del beso?-.
-Danel- repetí con un nudo en mi garganta. Poco a poco las cosas
comenzaban a tener sentido. Pensé que me derrumbaría pero no de
desesperación o de tristeza…si no que por algo mucho más fuerte.
305
Annie M. Hart

-¿Ahora comprendes porque se mucho sobre ti y el porqué mi


presencia te era tan familiar?-.
Sacudí mi cabeza no por negación. Estaba demasiado aturdida y
necesitaba despejar mi mente.
-Ellie- murmuró apoyando una rodilla en el suelo de piedras,
agachando su cabeza, extendiendo sus alas y cruzando un brazo
sobre su pecho- soy el Ángel Guardián, Danel. Y tú eres mi custodia.
Estoy para servirte. Protegerte y guiarte. Todo lo que tengo te
pertenece-.
-Tú...eres tú. La...persona que me acunaba de noche. La que me
susurraba que todo estaba bien. El que me abrazaba y cuidaba en
sueños- decía un sin podérmelo creer.
Sentí que mi corazón se estrujaba de alegría y mis piernas
perdían fuerzas nuevamente. Él se puso de pie rápidamente y me
estrechó entre sus brazos evitando que cayera al suelo.
-Danel- repetía varias veces aun sin caer en la realidad. Con decir su
nombre bastaba para que toda la oscuridad se disolviera y me daba
alivio oírlo. Era lo que siempre me pasaba que le rezaba, en mis
pesadillas y en mis peores alucinaciones, la sola mención de su
nombre calmaba todo.
Su piel era aun más familiar que antes. Me aferré mas a él
mientras lagrimas caían desesperadamente.
-No puedo creerlo- balbuceé- todo este tiempo fuiste tú. Fuiste tú-.
-Lamento haberte mentido-.
Me aparté de él y negué con la cabeza. Luego tomé su rostro
entre mis manos.
-Me acabas de hacer la persona más feliz de mundo. Un ángel. Mi
ángel esta aquí. Siempre lo estuvo. Y lo mejor es...que te amo. Más
que a ningún otro hombre en mi vida-.
-Yo también te amo. Siempre te he amado-.
Lo besé. Lo besé con más sentimiento que nunca. Su cabello se
perdía enredado entre mis dedos, sus labios saboreaban los míos
306
Annie M. Hart

mientras mi lengua descubría su boca. Sus manos acariciaban mi


rostro y tomaban mi cintura para acercarme más a él. Lo deseaba.
Ahora todo tenía sentido. Ahora más que antes el era mío y yo era
suya.
Despegó su boca de la mía solo para morder mi labio inferior. Me
relamí y volví a rozar sus labios. Ambos sonreíamos.
-La noche es larga y no pienso separarme de ti- musité.
-Yo tampoco. Ni en un mundo loco podría pensar aquello- rió- aun
tengo mucho que contarte-.
307
Annie M. Hart

Capítulo 28:
Lágrimas de un Ángel
Siempre pensé que lo mejor era confiar en mi ángel. En aquél
que siempre estuvo para mí y me acobijaba cuando más sola me
sentía. Pero jamás, ni en mis propios sueños, imaginé tenerlo frente a
mí. Había visto imágenes de ángeles en películas, estatuas y
estampitas pero ver uno en carne y hueso…aquellas representaciones
no le hacían justicia. No tenía un rastro de imperfección en su cuerpo.
Las alas eran terriblemente grandes de un blanco pulcro salpicado por
halos dorados. Su piel era suave y hermosamente perfecta, el cabello
rubio enmarcaba y resaltaba aun más aquellos familiares ojos
celestes.
-Supongo que tienes tus preguntas- dijo.
No había notado la cara de embobada que tenía. Él acariciaba
mi rostro con el dorso de su mano.
-Son demasiadas pero al mismo tiempo temo perder minutos contigo
por decírtelas-.
-Dímelas. Lo que sea que tenga que ver contigo jamás será una
pérdida de tiempo-.
Él era tan dulce. ¿Por qué jamás note aquella exagerada
amabilidad como algo sobrenatural? Me sentía tan estúpida.
-Bueno ¿Cuántos ángeles son?-.
-Demasiados-.
-¿Hay mujeres?-.
308
Annie M. Hart

-Claro que sí-.


-Mmm… ¿y hay ángeles que sean tontos como los humanos?-.
-Sí, demasiado-.
-Jamás pensé que el Cielo tuviera algo como eso- reí.
-No confundas- advirtió- jamás seríamos infieles o crueles-.
-Amm… ¿Cómo es Dios?-.
-Eso es información confidencial-.
-Oh. Y… ¿tú sabes todo de mí? ¿Absolutamente todo?-.
Él asintió.
-¿Sobre Peter?- volvió a asentir- ¿mis libros? ¿Problemas familiares?
¿Mi…nota?- asintió pero con cierta tristeza en sus ojos.
Me sentí demasiado avergonzada.
-¿Y de mis alucinaciones?-.
-Sé todo, Ellie- remarcó entre risas.
-¿Tienes alguna idea de por qué me pasa?- pregunté con cierto atisbo
de esperanza. Tal vez él conocía la razón.
-En realidad no creo que sea algo grave. Muchas personas sufren de
eso-.
-Pero no creo que sean iguales a las mías, ¿tienes idea de qué es lo
que veo?-.
-Claro que no. Eso sucede dentro de tu mente- rió para notar lo boba
que yo era.
-Creí que lo sabías todo- dije en tono malicioso.
-Ellie…-.
-Ya. Comprendo. Pero…no puedes imaginarte lo que veo. Es…-.
Daniel me abrazó.
-No te preocupes. Mientras yo esté, nada te pasará-.
309
Annie M. Hart

-Lo sé pero aun así…-.


-Siempre he estado ¿no es así? Cada vez que tienes miedo, te he
tenido entre mis brazos. Desde pequeña, hasta que dejaras de llorar.
Cuando nos vimos en la joyería, temí que, por alguna razón, me
identificaras. Pero te limitaste a observarme y a actuar con normalidad.
Este dije- lo tomó cuidadosamente entre sus dedos- no solo me sirve
para saber dónde te encuentras, sino que te lo di porque realmente
quería regalártelo. Me hacía sentirme más cerca de ti-.
Tomé el dije y su mano al mismo tiempo. Luego, la acerqué a
mis labios.
-Al principio temí que fueras como Peter. O...como la mayoría de los
hombres. Por eso me costaba tanto confiar en ti pero poco a poco
tú…me siento tan idiota. Creo que tienes más de una razón para
odiarme y odio que no lo hagas-.
-Te lo he dicho antes- acomodó unos mechones detrás de mi oreja- no
puedo hacerlo. Va en contra de mi naturaleza-.
Tapé mi rostro con mis manos. No me merecía nada de esto. Un
ser terrible como yo debería estar encerrado en un sótano pensando y
reflexionando los errores atroces que he cometido. Daniel ha sufrido
mucho por mí y yo…quejándome de él durante tanto tiempo…
-Ey- me interrumpió colocando un dedo en mi frente- deja de pensar
cosas terribles sobre ti. No eres una persona cruel, Ellie. Eres humana
y es normal que cometas errores-.
-Pero…-.
Calló mis palabras con un intenso beso. Sus labios siempre
hallaban una forma de relajarme.
-Ya, deja eso- reí apartándolo sin muchas intenciones.
-¿Sucede algo?-.
-Sí, demasiado. Haces que me pierda. Que ni siquiera recuerde mi
nombre. Me siento una estúpida que hasta es incapaz de articular una
palabra de forma decente. Yo…no me siento yo misma-.
310
Annie M. Hart

Oh, rayos. Decir esas palabras en voz alta fue peor de lo que
pensé. Él, en vez de reírse, acarició mi mejilla esbozando una sonrisa.
-Bien. Eso significa que voy por buen camino-.
-No, tú tratas de matarme-.
-Sí así dicen “Te amo” en la Tierra…considérame un asesino-.
-Te voy a demandar. Sabía que ocultabas algo- bromeé poniéndome
de pie para irme.
Pero él fue más rápido y me abrazó por detrás.
-¡Solo debo llamar a la policía!- reí gritando en voz alta.
Él me volteó para estar frente a mí y sujetó mi cintura.
-No te dejaré- rió- ahora, sujétate-.
-¿Eh?-.
Daniel desplegó sus alas y el viento se arremolinó e nuestro
alrededor. Y, antes de poder comprender lo que sucedía, estábamos
en el aire. Volando.
-¡¡DANEL!!- grité al borde de la histeria- ¡BÁJAME!-.
Él se reía y me estrechaba más contra su pecho mientras yo
pataleaba en el aire y cerraba los ojos con fuerza.
-No tengas miedo. Mira-.
Abrí poco a poco uno de mis ojos. Podía ver la ciudad entera.
Las luces, la gente pasar, los vehículos. Carteles, música, todo flotaba
en el aire con una sensación distinta. Abrí ambos ojos.
-Es…fabuloso- balbuceé.
Daniel descendió lentamente y apoyó sus pies en el tejado de lo
que era “su casa”. Luego, me soltó despacio pero me negué a
separarme de él. Aun seguía perpleja por cómo se veía la ciudad
desde esta altura.
-Te amo- susurró contra mi cuello, deslizando mi cabello hacia un
lado.
311
Annie M. Hart

Me di vuelta y lo abracé.
-Te amo- dije- pero- me aparté- la sesión de preguntas no termina. No
podrás evadirme-.
-Tú me amenazaste con acusarme a la policía- dijo, incrédulo.
Me reí.
-Bien. Te escucho-.
Ambos nos sentamos en el borde del tejado y dejamos que
nuestros pies colgaran en el aire.
-¿Cómo…es que estás aquí? Es decir… ¿Por qué eres humano? Creí
que eso no era posible-.
-Me sorprende que no preguntaras eso desde el principio- se burló.
-Eres un ángel. No te burles de mí-.
-Lo siento- despeino mi cabello- verás, todo el mundo sabe que los
niños poseen un ángel guardián. Nos rezan y nos piden que los
acompañemos en todo momento para guiarlos y protegerlos. Esa es
nuestra tarea principal. Los arcángeles son la élite y la seguridad de
Dios, hay ángeles principales, querubines, menores y serafines. Cada
uno cumple con su labor pero el nuestro…es el más valioso: cuidar de
los hijos de nuestro Señor. Tenemos que protegerlos de las fuerzas
del Infierno y que Lucifer jamás llegue a traspasar las barreras de su
amor. Para eso estamos. Los ángeles guardianes son los únicos que
tienen contacto directo con los humanos. Estamos aquí para evitar la
catástrofe y que el Demonio venza-.
Verlo así, con su mirada perdida más allá de este pequeño patio,
parecía una leyenda que ha cobrado vida. La misma perfección que
parece haber salido de la propia Biblia. Todo…parecía tan increíble. Si
Danel no me hubiese mostrado sus alas o su Magia, jamás le habría
creído.
-Cuando me asignaron la tarea de Guardián, al principio me sentía
decepcionado. Creí que me convocaban para ser un Arcángel, era mi
sueño, pero terminé dejando mi tiempo a manos de un bebé que aun
no nacía. Tranquila, no te odiaba, solo me sentía molesto. Esperé
nueve meses hasta que naciste. Eras terriblemente pequeña y débil,
312
Annie M. Hart

dependías por completo de tu madre. Tus manos eran diminutas


cuando las convertías en puños, al igual que tus pies. Por las noches
llorabas incesantemente. Debo admitirlo, era demasiado escandaloso
y molesto- rió- pero al segundo me acostumbraba y terminaba
sintiendo ternura por ti. Amaba como tu madre te acunaba entre sus
brazos y te tarareaba canciones de cuna. Incluso te llevaba hasta su
cama y te acurrucabas en su pecho siendo abrazada por ella y tu
padre. Eras tan…perfecta. Nunca creí que la creación de Dios fuese
tan maravillosa. Casi sentía pena por los Arcángeles que jamás
podrían ver todo esto. Estaba tan…feliz. Nunca hubiese pedido algo
mejor. Estaba tan absorto en cuidarte y aprender de ti, que jamás
aprendí las reglas ni nada. No creo que sean importantes después de
todo-.
Vaya. Después de todo tenía un lado humano: la negación a
estudiar. Me reí mentalmente al imaginarme un Daniel rebelde que se
negaba a hacer la tarea. Completamente humano.
-Entonces empezaste a crecer. Te seguí paso por paso, no podías
verme pero me reía contigo, lloraba contigo y me divertía contigo. La
mayor parte de mi tiempo estaba depositada en ti. Es como si al ver
esa sonrisa, todos mis problemas se eliminaban. Existías tú y solo tú.
Al cabo de unos años me dije a mi mismo: “caí en la cuenta de
algo…Me había enamorado de ella.”-.
Él tomó mi mano y la acercó a sus labios, suspirando.
-Eso no explica cómo es que estas aquí…como…casi humano-.
Daniel dejó de jugar con mis dedos y entrecerró los ojos,
mirando hacia abajo.
-Dios nos dijo algo una vez, luego de nuestra asignación. Nos indicó
nuestro deber y nos advirtió algo: el tiempo cambiaba a las personas.
Era algo casi tan cruel como la muerte. Hay momentos donde no
podremos hacer nada pero había una opción: la Humanidad. Los niños
iban creciendo y sufriendo dolorosas situaciones. Era terrible. No
quería que algo así te pasara, necesitaba ver esa sonrisa siempre en
tu rostro. Entonces Dios dijo: Les concederé la Humanidad en caso de
que la Muerte amenace desgarradoramente a uno de mis hijos. Los
guiarán de forma más directa y de vuelta hacia el camino de la luz. El
313
Annie M. Hart

suicidio es el llamado del Caído, quien llama a corazones débiles que


se rinden sin siquiera pensar en luchar.
>>Dios hablaba del suicidio: la voluntad de morir en mano propia. El
terror de sus palabras me provocó una sensación de dolor en todo mi
cuerpo. Rogaba con todas mis fuerzas que jamás te pasara y…al
mismo tiempo era la única manera de poder verte y que pudieses
verme. Ese horripilante pensamiento cruzó mi mente, me sentí tan
capaz de hallar una forma de lanzarme al Abismo o arrancarme mis
alas como castigo de pensar algo así. Nunca dejaría que te suicidaras
para poder estar a tu lado. Estuve meses sin verte, era mi castigo. Me
sentía demasiado cobarde como para hallar contra forma de sufrir por
tener esa clase de ideas. <<
>>Luego de dos meses, regresé a verte. Tus padres estaban
divorciados y llorabas desconsoladamente sobre tu cama. Recuerdo
que gritabas, llamándome y creyendo que te había abandonado.
¿Cómo diablos pude siquiera preocuparme por mí sabiendo que tú me
necesitabas? ¿En qué rayos estaba pensando? Te abracé como pude
y recé un cántico en tus oídos hasta que te quedaste profundamente
dormida. No podía creer que un hombre como él, que cuidó de ti, te
amó y estuvo a tu lado, podría llegar a hacerte algo como eso<<.
Esperé que continuara hablando pero levantó su rostro y limpió
con su pulgar, las lágrimas que se resbalaban por mis mejillas. No
sabía en qué momento comencé a llorar.
-Lo siento, te hice recordar algo terrible-.
-No te preocupes- solté en un sollozo- por favor, continúa-.
-¿Estás segura?-.
Asentí. Daniel frunció el ceño y, sin soltar mi mano, volvió a
clavar la vista en la distancia. Dejé caer mi cabeza sobre sus hombros.
Detrás de nosotros podía sentir la hermosa e increíble presencia de
sus alas.
-Con el tiempo, supiste llevarlo mejor. Recuperaste esa sonrisa y
continuaste tu vida junto a Elizabeth como una hermosa familia.
Pasaron los años e hiciste amigos. Algunos de la escuela, otros del
barrio. Pero…por alguna razón, comenzaste a perderlos. Incluso…tu
mejor amiga se burlaba de ti cuando confiaste en ella y le hablaste
314
Annie M. Hart

sobre tu problema. Las alucinaciones. Sam…estuvo años burlándote


de ti y formando “sectas” en tu contra. Estabas sola ¿sabes cómo me
sentí? Cada día deseaba más poder gritarte: ¡Ellie! ¡Aquí estoy,
siempre estuve! Existo solo para ti, mírame. Pero…no podía hacerlo.
Era imposible que pudieras verme algún día. Me sentía destrozado y
lloraba de rabia al no poder hacer algo por ti. Sola, supiste como llevar
las alucinaciones y poco a poco muchos olvidaron lo que te sucedía.
Incluida Sam. Pero ella jamás volvió a ser la de antes.
>>Por fin te hiciste amiga de Stella y Dylan. Me sentía tan aliviado al
ver que eras la misma nuevamente. Casi no llorabas y continuabas
rezándome como siempre. Pude relajarme durante un tiempo.
Pero…extrañamente comenzaste a escribir en una pequeña hoja de
papel. Nunca sentí la curiosidad de saber qué era, jamás me metería
en tu vida privada. Creí que se trataba de una lista de deseos o algo
parecido. Hasta que pasó. <<
>>Tu madre estaba aun en el trabajo y te llamó a las 10 a.m diciendo
que iban a comprar las cosas del almuerzo y necesitaba tu ayuda. Te
levantaste de mala gana y entraste a la ducha. Cuando saliste,
estabas arreglándote mirándote en el espejo y tu madre regresó. Te
saludó con normalidad pero noté…que algo andaba mal. El semblante
de Elizabeth estaba decaído y se veía que estaba a punto de llorar.
Ella dijo: Ellie…debo decirte algo. Tú quitaste la toalla húmeda y
acomodaste tus cabellos mojados sobre tus hombros, luego
respondiste: ¿Qué pasa? Elizabeth con un suspiro y entre sollozos dijo
que tú mejor amiga, la única amiga que tenías que jamás se burló de ti
y siempre estuvo contigo, se había suicidado- Daniel tragó con
dificultad y pude notar el nudo que se había formado en su garganta-
casi te desmayaste. Comenzaste a llorar desconsoladamente y jamás
supiste el porqué. Ni siquiera su familia lo supo. Ocurrió todo de un día
para el otro y no dejabas de repetirte que sus últimas palabas te
habían arrancado el corazón. Estuve junto a ti más que nunca antes,
no me alejé de ti ni un segundo. Trataba de hallar una forma de
calmarte pero, a pesar de que sonreías y que jamás volviste a llorar
por ella, noté que algo pasaba. Volviste a anotar algo más en esa lista.
Borrabas y reescribías. Y, luego de eso, hace diez meses falleció tu
abuela. Creí que finalmente colapsarías o yo lo haría en tu lugar.
Sentía tu sufrimiento como mío y estaba tan…destrozado. Estabas
sufriendo demasiado. <<
315
Annie M. Hart

>>Luego de eso…terminaste la nota. Descuidadamente te fuiste y la


dejaste sobre tu cama y…la leí. Sentí que todo mi mundo se
derrumbaba, como si la misma Serpiente hubiese escuchado mi peor
pensamiento y lo estaba cumpliendo. Estaba tan lastimado y
desesperado. No quería perderte, necesitaba hacer algo para
ayudarte. Entonces recordé las palabras de Dios. Memoricé la nota y
volé como jamás en mi vida hacia Él. Me faltaba el aire, era algo
extraño ya que casi no lo necesitábamos, o tal vez era algo más. Le
hablé sobre la nota y él vio la desesperación en mis ojos. Y…me
concedió la Humanidad para salvarte. Y, cuando vi que podías verme,
que ahora podías estar entre mis brazos…no recuerdo haber estado
más feliz en mi vida. Ahora…estás aquí. Junto a mí>>.
Lo miré perpleja. Él había luchado para estar junto a mí y
protegerme como fuera. Se odió a sí mismo, sufrió y estuvo
cuidándome desde que nací. Y lo más increíble…me ama. Me ama
como nadie pensé que lo haría jamás. No pude evitar llorar
desesperadamente y lanzarme a sus brazos como una niña.
-Lo siento tanto- sollocé casi a los gritos- lo siento tanto-.
-¿Por qué te disculpas?-.
-¡Por todo! Te he hecho sufrir y he sido tan…tan…terrible contigo. Lo
siento. Lo siento. Enserio lo siento- repetía sin cesar.
-Deja de disculparte. Nunca te culparía de nada, Ellie. No te odiaría
por más que tú misma me echaras al Infierno-.
-Yo iré al Infierno-.
Daniel me separó de él y tomó mi rostro.
-Tú no irás al Infierno. El Edén siempre estará para ti, Ellie. ¿No
recuerdas lo que te dije una vez? Tienes rostro de ángel-.
-San Pedro no dirá eso, creerá que soy un lobo disfrazado de cordero-
dije secando mis lágrimas y apartando sus manos. Realmente no
merecía su compasión.
-Mírame- rogó.
Lo hice.
316
Annie M. Hart

-Dios te conoce ¿crees que te dejará ir al Infierno? Santo cielo,


Phoenix. Nunca ocurrirá. Ningún disfraz ocultará tu verdadera
identidad de cordero-.
-Aun así…aun si dices tantas cosas hermosas ¿Por qué me siento
así? ¿Por qué creo que soy un monstruo?-.
-Porque eres humana. Tienden a menospreciarse y a poco valorarse.
Dios los creó hermosos y perfectos a todos, con libertad de elegir.
Muchos se han equivocado, otros eligieron lo correcto mientras que
una mayoría se arrepiente de muchas cosas. Eres humana y puedes
equivocarte porque es parte de tu esencia. No eres un monstruo-.
Me acurruqué a un costado de su cuerpo y él apoyó su cabeza
sobre la mía y besó mi coronilla. Mis lágrimas dejaron de caer pero los
sollozos no desaparecían. Casi creí que no volvería a respirar.
-¿Te sientes mejor?- susurró contra mi pelo.
Asentí y me vi obligada a mirarlo. La luz de la luna a sus
espaldas realzaba su extraordinaria belleza. El cabello dorado estaba
cubierto de matices plateados y se veía aun más inmaculado que
antes. Sus alas estaban plegadas y su torso seguía desnudo con sus
líneas dibujadas al igual que el David de Miguel Ángel.
-Bésame y lo estaré- logré sonreír disminuyendo mis espasmos.
Daniel echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Agachó
su cabeza y acarició mis párpados cerrados con sus labios. Descendía
hasta mis mejillas, mi oreja, mi mandíbula y se detuvo a centímetros
de mis labios. Su aliento cosquilleaba mi piel, un suave aroma a
primavera y miel. Enredé, fascinada, mis manos en sus cabellos y las
deslizaba por sus brazos y pecho. Con el dorso de su mano, acarició
mi mejilla y cerré los ojos. El llanto cesó junto con los sollozos. Sus
caricias eliminaron todo rastro de preocupación y dolor. Ahora lo sabía
todo. Los secretos no existían entre nosotros.
Su mano continuó bajando hasta mi escote y sus dedos
palpaban cuidadosamente cada parte de mi cuello. Me acerqué a él y
mordí su labio para que él entendiera que estaba cansada de vueltas.
Rió mientras pegaba su boca a la mía creando aquella magia que
siempre me volvía loca. Y no era Magia Celeste.
317
Annie M. Hart

Ambos nos recostamos sobre el tejado. Sus alas desaparecieron


y entrelazó su mano con la mía. En cielo estaba cubierto por pequeñas
pintitas titilantes de varios tamaños. Se veían tan hermosas pero tan
inalcanzables.
-¿Puedes hallar alguna constelación?- le pregunté señalando el cielo.
-¿Orión?- dijo.
-Lo dudo. Solo encuentro a las Tres Marías-.
-Eso es porque las Tres Marías se encuentran en todos lados- rió
burlescamente.
-No es mi culpa que esas estrellas no formen nada visible- bufé.
-Solo tienes que mirarlas bien. Estoy seguro que muchas de ellas
desean ser observadas-.
-Dicen que las estrellas son lágrimas. Lágrimas de un ángel- dije.
-¿Es alguna clase de mito?- preguntó acomodándose mejor, soltando
mi mano, apoyando el codo en las tejas y colocando su cabeza en la
mano hacia arriba.
Asentí.
-Cuentan que una vez hubo un simple ángel. Ese ángel estaba
enamorado de una humana pero no podía estar en su mundo. No
pertenecía a él y era imposible estar con ella. Así que conspiró para
que su vida sea perfecta. Incluso le daba señales para que notara las
acciones y el amor del ángel. Pero la muchacha estaba tan fascinada
con su vida llena de perfección que jamás lo notó. El ángel lloró noche
tras noche viendo como la esperanza acababa junto con su alegría.
Las lágrimas se convirtieron en estrellas. Su último regalo para ella-
expliqué sin dejar de mirar el cielo-.
-Es demasiado trágico. La mujer parece una planta carnívora y el
enamorado corazón del ángel fue la víctima- se lamentó- pero voy a
desilusionarte…todo eso es mentira. Sí, es un mito-.
-¿Cómo lo sabes?-.
En el momento que pregunté, me arrepentí de haberlo hecho.
318
Annie M. Hart

-He llorado miles de veces y no he creado ninguna galaxia estrellada-


rió forzadamente- Cientos de veces al ver que no podía hacer nada
más de lo que ya hacía. Me destruía por dentro-.
-Dan…-.
-Lágrimas de un ángel. Lágrimas- suspiró mirando al cielo- fruto del
dolor y la alegría. Nunca se sabe por qué sirve para expresar ambos
sentimientos. Es irónico, ¿no crees?-.
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Annie M. Hart

Capítulo 29:
Necesitar y Querer
-Lárgalo- exigió Stella por décima quinta vez desde el lunes.
Y…estábamos a viernes.
Le había robado el lugar a Melanie, una chica rubia que se
sentaba a mis espaldas y me había estado molestando desde que
atravesé la reja de entrada junto con Daniel. Si hubiese sabido que la
revelación de él no era tan…bueno, maravillosa, no le hubiese dicho a
Stella que Dan quería hablar conmigo. Llevaba dos horas tratando de
evadir el tema mientras pensaba una excusa. Tampoco Daniel
colaboraba mucho que digamos, pues mentir no estaba dentro de sus
especialidades. Tener que ocultarme todo durante tanto tiempo lo hizo
sentir demasiado culpable.
-¿Ese peinado es nuevo? Me gusta- dije.
Llevaba el cabello recogido en un rodete desarmado dejando
varios mechones sueltos, algunos sujetados con lindos broches de
flores. Y estaba maquillada con una suave sombra de un tono más
claro de su piel, rubor y un brillo de labios rosa.
-Creo que podría quedarte más lindo, pero con sombra más
oscura…espera… ¡Deja de evadirme!- gritoneó.
Dios bendijo que este momento estuviese en hora libre. La Sra.
Coleman no había asistido a clases.
-Enserio, Ellie, harás que me enfade y que jamás vuelva a hablarte.
Estarás sola lidiando con Sam porque Dylan no te ayudará, el idiota
320
Annie M. Hart

está atontado con Pandora y tu noviecito también oculta cosas, así


que lo raptaré hasta que tú decidas contarme- amenazó.
-Pero…-.
-Nada de peros. Me lo merezco-.
-Uff está bien. Amm verás…Daniel me…conocía de antes. Cuando el
salía a trabajar me veía de vez en cuando y bueno…eso es todo-
mentí.
Tenía sentido. Era mejor eso a decirle: “Ey, mi novio es un Ángel
guardián que está aquí para evitar que me suicide. Ah, y me ama
desde antes de nacer, ¿qué tal?”. Definitivamente, con algo así,
acabaría en el manicomio.
-¿Es enserio? ¿Por qué no querrías contarme algo como eso?-
protestó ella.
-Bueno…suena un poco vergonzoso- me excusé.
-¡No! ¡Es hermoso!- gritó ella, incrédula- bien, cada días estás a un
paso más cercano de estar en mi lista negra-.
-Loca- dijo Dylan.
-¡Tú no te metas!- gritó Stella- tú, que me cambiar por salir con tu
nueva noviecita. Me dejas sola igual que ella- me señaló- no puedo
contar con nadie en esta vida-.
-¿Novia? ¿Hablas de Pandora?- pregunté.
-No es mi novia- dijo él.
-Ahora eres mentiroso ¿Qué pasa con los adolescentes de hoy?- gritó
Stella.
-Yo creo que antes eran menos gritones- musitó Daniel, apareciendo a
mis espaldas.
-Estupendo- se quejó ella alzando los brazos dramáticamente.
-Mmm Stella… ¿sucedió algo?- pregunté.
-Paul- soltó Dan.
321
Annie M. Hart

-Paul- afirmamos Dylan y yo al unísono.


-¿Quién se cree que es? Rogándome que nos viéramos para
esperarlo hasta que él mismo me dijera: lo siento, no puedo ir. Pero no
es solo una vez- aclaró como si le hubiésemos preguntado- es la
cuarta vez que sucede lo mismo. Estoy harta. Para agregar, Sophie
me dije que lo vio con otra chica. Lo sé, lo sé, no debo apresurarme en
creerle pero me parece la opción más acertada para dejarme
plantada-.
-Bueno…- empecé a decir.
-Shit, silencio. No quiero ningún comentario de alguien que tiene una
vida amorosa feliz. Te incluyo, Dylan-.
Él se encogió de hombros, dio media vuelta y se alejó. Stella
increíblemente estaba sensible, Paul realmente le interesaba. No
quise decirle nada y dejé que fuera a sentarse sola, cuando ella se
encontraba en ese estado no había palabra santa para calmarla.
Suspiré.
-Es un concepto…complicado- dijo Daniel.
-Tal vez un ángel no lo entiende- bromeé.
-Ja, Ja- rió sin autentica alegría.
Seguí a Daniel en silencio hasta la pequeña gruta del Instituto. El
se sentó sobre unas piedras y observó la estatua de la Virgen.
-Conocemos el amor más puro que hay- dijo.
-Te escuché hablar de ello con May, ese día en el partido-.
Por alguna razón, Daniel se puso tenso. Parecía que aun le
molestaba el hecho de que yo hubiese ido y él no me notara.
-Dijiste algo de necesitar y querer- continué- ahora que recuerdo, me
dijiste que el significado de necesitar era distinto al de ustedes-.
-Verás, nuestro amor es distinto. No podemos procrear de la misma
manera que ustedes pero creamos algo llamado “el vínculo eterno”,
algo que ustedes, los humanos, jamás entenderán- se lamentó-
cuando decimos querer hablamos de lo que ustedes llaman
“atracción”, así de simple. Solo pensamos “Wow, esa tía está buena”.
322
Annie M. Hart

Eso es todo. Pero cuando hablamos de necesitar, es como la palabra


lo dice, aunque en realidad es más fuerte. Necesitamos a esa
persona. Cada parte de ella, sin reprochar nada, sin tener en cuenta
los errores, sin importar qué pueda pasar. Esa persona lo es todo.
Necesitamos esa presencia para sentirnos completos- explicó.
-¿Y qué hay de ti? ¿Me quieres o me necesitas?- pregunté.
-Te necesito y siempre te necesité-.
-Lo mío es mejor. Yo te amo- contesté.
Él sonrió dulcemente, aquella sonrisa que siempre me dejaba sin
aliento.
-¿Tratas de que caiga en tus encantos?- preguntó enarcando una
ceja.
Me acerqué a él y tomé su rostro. Él cerró los ojos y suspiró.
-Te amo- repetí entre sus labios- y a Stella le estarían dando náuseas
en este momento-.
Daniel echó el rostro hacia atrás y rió.
-Te necesito. Te quiero. Te amo- repetía mientras acariciaba mi rostro
hasta llegar a mi cuello.
-Dime…esto ¿era algo así como un chip rastreador?- pregunté
sujetando el dije.
-¿”Esto”?- musitó, ofendido- puedo robártelo cuando quiera. Ofendes
mis sentimientos-.
Me reí.
-Ya, este bello objeto brillante y valioso ¿sirve para rastrearme con tus
súper poderes celestiales?- pregunté.
Daniel me miró como si estuviese tratando con una estúpida.
-En parte, sí- admitió- pero más que nada, me dejaba sentirme más
cerca de ti. No voy a mentirte, no estaba en mis planes contártelo todo
pero cuando vi que ibas a volverte loca, que ibas a interrogarme y que
tal vez me eliminaras de tu vida…decidí arriesgarme. Por suerte no
has caído en coma ni estás en un loquero-.
323
Annie M. Hart

-Aun. Espero que nunca pase-.


Lo que más temía era el tema de mis problemas internos. Las
alucinaciones cada día eran peores, sin bien disminuían gracias a él,
no dejaban de ser horribles. La noche anterior volví a ver a ese
hombre, el Cuervo, pero esta vez llevaba un traje blanco y, en el
bolsillo delantero de su chaqueta, portaba una hermosa rosa roja.
Volvió a rogarme que lo acompañara y que le dijera algo sobre esa
maldita llave. Claro, si se tratara de la llave para el armario del gerente
o del cuarto de mi madre, sería más sencillo pero él jamás
especificaba de qué diablos era. Tal vez todo era un truco y la “llave”
era algo metafórico y no literal. Aun así…siempre me daba miedo.
Siempre era real. Siempre…como si estuviera cerca de mí.
-¿Ellie?- preguntó él tomando mi mano.
-Lo siento. ¿No puedes hacer aparecer una botella de agua o algo
así?-.
-Santo cielo, Ellie, no soy un mago de esos que ves en la tv- rió- pero
tengo algo mejor que se llama caminar. Te invito a probarlo-.
-No gracias-.
-¿Te llevo?-.
-Sería vergonzoso-.
-Pues camina-.
Bufé y comencé a caminar. Me sentía cansada, anoche no había
dormido muy bien. Voces susurrantes y una mujer sin rostro no
resultaba nada tranquilizador a la hora de conciliar el sueño. Mi cuerpo
se había paralizado, aun con mi conciencia despierta, no podía
moverme ni gritar. Me costaba respirar, como si alguien se hubiese
sentado sobre mis pulmones. Únicamente podía oír la voz seseante de
una mujer que me llamaba con el noto más dulce que podía lograr con
aquella voz seca y distante. Para empeorar las cosas, cuando logré
despertar, la vi. Una chica, sin dudas. Era blanca. Por un momento
pensé que era Phobia pero no, esta mujer tenía el cuerpo menos
desnutrido y llevaba un bellísimo vestido blanco de mangas colgantes.
El cabello era negro y sedoso con una ralla justo en el medio de la
cabeza. Lo sé, decirlo así no daba tanto miedo. Pero sí su rostro.
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Annie M. Hart

Bueno, su no-rostro. La mujer tenía solo una tabla rasa donde


deberían haber estado sus ojos, nariz y boca. Su voz susurrante
repetía sin cesar mi nombre y unas palabras sin sentido: Nora
persigue a la Flor. Y el ángel será expulsado. Las alas del cuervo
cubren el alba y el miedo será el único amo. Nora sabe sobre la Flor.
El ángel no tendrá escapatoria. La furia del cuervo arrasa con la
esperanza. Y el fulgor del olvido olvida su victoria.
Aquellas palabras parecían un cántico. Pero con la voz de la
mujer…parecía el canto de la muerte.
-¿Te encuentras bien?- insistió Daniel.
-Lo siento- repetí- me siento cansada-.
-Esa noche ¿tu madre no te dijo algo sobre llegar tarde?-.
-Se preocupó un poco- dije seguido de un bostezo- pero nada más.
Me aseguré de que Stella supiera que “fui a su casa”- hice comillas
con mis dedos- por si mi madre llamaba. No es que desconfiara de mí
pero era por si acaso. ¿Por qué lo preguntas?-.
-Pues tendrás que ver una manera de que Stella acepte esa mentira
nuevamente. Esta noche saldremos- dijo decidido.
-Tengo un mejor plan- sugerí haciendo una mueca al pensar qué
rostro me podría Stella conociendo su humor de hoy- mi madre nos
puede dar descuentos para cenar en el RollingRed. Esta noche no
trabaja y mañana no cuido de las niñas-.
-Buena idea- coincidió luego de pensar- pasaré por ti a las diez-.
-A las diez-.

Mi madre no me hizo ninguna pregunta de más. Bueno, su rostro


malicioso dejaba mucho de qué hablar. Parecía una compañera mía
de Instituto y lo decía por su curiosidad adolescente. Ella había
325
Annie M. Hart

aceptado mi salida sin discutir y se pasaría la mitad de la noche viendo


películas alquiladas en el sillón del comedor. Sí, rara vez parecía una
mujer mayor.
Nuevamente mi mayor problema era qué ponerme. No hacía
tanto frío ni mucho calor. Un vestido sería demasiado y un lugar como
el RollingRed no requería de una vestimenta tan forma. Dentro de mi
revoltijo de ropa hallé la remera roja que usé ese día luego del
Car&Cup. Me gustaba mucho pero me traía malos recuerdos. Mejor
me puse unos vaqueros grises, zapatos cerrados de tacón alto color
verde militar y una camisa manga larga del mismo color. Maquillé
apenas mi rostro con máscara de pestañas, delineador, rubor y un
brillo de labios sabor cereza. Luego, semi recogí mi cabello con un
broche negro. Guardé mi móvil en un pequeño bolso que colgaba
atravesado en mi pecho y fui hacia la cocina. Elizabeth yacía sobre el
sillón eligiendo qué película ver primero con un pote lleno de palomitas
de maíz sobre la mesilla. Al verme, levantó la vista.
-Cupones- exigí extendiendo mi mano.
Se levantó a penas y rebuscó en el bolsillo trasero de sus jeans.
Luego me dio dos cupones de un rojo fuerte con el logo del restaurant.
Los guardé en el bolsito y di media vuelta.
-“Gracias, mamá”, “disfruta de tu noche sola, mamá”, “me divertiré sin
ti, mamá”, “abúrrete con estúpidas películas, mamá”- decía tratando de
imitar mi voz con un toque más histérico.
Resignada, volví hacia ella y la abracé por detrás besando su
coronilla.
-Disfrútalo, mamá- dije justo en el instante que sonó el timbre.
-Cuídate ¿sí?- pidió- Te quiero-.
-Y yo a ti-.
Tomé las llaves y salí a toda prisa.
Daniel. Qué podía decir por cómo iba vestido. Cambió su estilo
de chico dulce por completo. Llevaba el cabello rubio despeinado, una
chaqueta de cuero negra, zapatillas de marca del mismo color,
vaqueros sueltos de un fuerte color azul y una camiseta negra. Me
sonrió y escondió sus manos en los bolsillos.
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Annie M. Hart

-Hola- sonrió.
Luché con mis ganas de quedarme pasmada.
-Hola- respondí abriendo la reja.
-Estás hermosa-.
-Bueno…tú-.
-Ya- rió- vamos-.
Tomados de la mano, caminamos.
La noche era hermosa. No hacía frío realmente y el calor de su
cercanía bastaba para sentirme a gusto. Hablamos poco durante el
camino, me preocupaba bastante Stella. Sus decepciones de hombre
suelen ponerla irritante y molesta pero seguía siendo una chica que
esperaban que la comprendieran. Bueno, eso no era demasiado fácil,
ya que si trataba de acercarte a ella en ese estado, no habría buenos
resultados. Para aquella alma de buenas intenciones.
El cartel de neón rojo del RollingRed estaba frente a nosotros.
Las puertas vidriosas de marcos negros dejaban ver una gran cantidad
de gente feliz bebiendo y comiendo. Un mozo vestido como pingüino
estaba en la puerta ofreciendo lugares disponibles. Al acercarnos, me
reconoció en el acto y estrechó nuestras manos.
-¿Cómo has estado, Ellie?- preguntó, amablemente.
-Sin problema alguno, Will-.
-¿Y él es?-.
-Daniel, un placer- respondió- novio de Ellie-.
Novio. Aun no lograba acostumbrarme. No me acostumbraba a
que un alucinante ángel sea mi novio. Descartando el hecho de que
era una persona increíble.
-Pasen- anotó algo en su libreta- la mesa quince está disponible-
señaló hacia adentro- justo junto a la puerta que sale al patio trasero-.
-Ten- le extendí los cupones- cortesía de mi madre-.
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Annie M. Hart

-Enseguida se lo llevo al chef- guiñó un ojo y retomó su tarea luego de


despedirnos.
William Spencer era un viejo amigo de mi madre.
Extremadamente alto y delgado de unos cuarenta y tres años. Llevaba
unas simpáticas gafas y tenía el cabello castaño con algunas canas.
Con el uniforme de mozo, parecía un personaje de caricatura. Pude
ver como Dan lo miraba.
-¿Sucede algo? ¿Puedes ver su aura o algo así?- pregunté en un
susurro.
Él rió.
-Algo así. Es una buena persona-.
-Sí, lo es-.
Antes solía contarlo como un miembro de la familia. Cuando yo
era más niña y acompañaba a mamá al trabajo, él me entretenía.
Incluso llegué a llamarlo tío Will.
Nos detuvimos en la mesa redonda con un elegante cartel que
mostraba el número quince con letras negras. Frente a nosotros, junto
a la barra, estaba la exposición de sus famosas tartas. No podría irme
sin probar alguna de ellas. O todas si pudiera.
Daniel me ofreció uno de los asientos cubiertos de tela negra y él
se sentó frente a mí.
-No creí que fuera un lugar tan…requerido-.
-Por las noches es un restaurant. De día solo es una cafetería de
segunda mano. Esta es su hora- expliqué.
Al cabo de unos minutos, un mozo estaba con nosotros. Era
bastante joven y atractivo. Su cabello era negro, tez blanca y ojos
azules. Llevaba una camisa y unos pantalones formales, sin parecer
un pingüino. Nos saludó amablemente y los dejó la carta antes de
marcharse. Daniel no despegó su seria mirada del muchacho hasta
que éste se alejó. Me recordó a las veces que miraba a Dylan.
-¿Sucede algo?- pregunté.
-Nada- respondió sin siquiera mirarme.
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Annie M. Hart

-Bien- tomé la carta- pediré…pollo deshuesado con ensalada mixta. Y


una cola zero. ¿Y tú?-.
-Mmm…napolitana con fritas- contestó sin siquiera ojear la carta.
-Dan…-.
-Lo siento. Napolitana con fritas- repitió mirándome y esbozando una
sonrisa torcida.
Algo andaba mal. Y Daniel se veía tenso.
Cuando el mozo regresó, esta vez con una libretita como la de
Will, anotó nuestras órdenes y se retiró nuevamente.
-¿Te sientes bien siendo humano?- pregunté para romper el extraño
hielo que se había formado.
-Sí, no está del todo mal. Aunque hay ciertas cosas que las tengo
limitadas. No puedo volar largas distancias, dormir es incómodo, la
escuela es molesta, mi magia es escasa, etc.- enumeró.
Me reí con lo último. Volví a imaginarme a Dan como un
adolescente rebelde.
-Sobre ese día, luego del Car&Cup ¿Qué le hiciste a ese sujeto?-.
-Nada grave, solo un truco de sueño profundo- respondió con total
naturalidad.
-¿Puedo hacer algo así?-.
Perfecto para usarlo en Sam.
-Pues claro que no- rió- es imposible-.
-¿Hay alguno que sí pueda?-.
-Negativo-.
-Eres aburrido-.
-Reglas son reglas-.
Lo dice quien no se sabe las reglas de los Guardianes.
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Annie M. Hart

Daniel apoyó su mentó sobre la mano acomodada en la mesa y


su mirada se perdió en el patio trasero. Lo único que lo hizo volver en
sí fue el mozo trayendo la comida.
-El chef me dio esto- mostró los cupones- lo tendré en cuenta- sonrió
antes de irse.
Mi plato se veía más grande y apetitoso que en la carta.
Definitivamente no podría terminármelo. Ni hablar del plato de Daniel,
aunque él era hombre. Es más, se seguro acabaría con el mío en mí
lugar. Al ver que Daniel no tenía muchos ánimos para hablar, comencé
a comer.
Él comía a paso lento con la mirada aun perdida, casi
preocupada, mientras que yo, como era de esperarse, no me acabé el
plato dejando casi la mitad del pollo sin un rastro de la ensalada. Me
quedé sentada con los brazos cruzados delante del pecho y, en
cuanto él terminó de comer, llamé al muchacho para pedir la cuenta (la
cual Daniel pagó sin dejarme poner la mitad).
-¿Salgamos?- ofrecí seriamente mirando hacia afuera.
-Vamos-.
El patio trasero contaba con algunas mesas y una hamaca que
colgaba de un único árbol situado en una oscura esquina. Ambos
decidimos ir allí ignorando a una pareja cariñosa y a una familia con
hijos correteando por todos lados.
-Dime que sucede- pregunté deteniéndome en seco.
-Nada en realidad-.
-Danel-.
-Aun no me acostumbro a que me llames así- rió.
-De verdad ¿sucede algo?- insistí, tomando su mano.
-Solo hay demasiada gente. Me pongo paranoico- explicó.
Gracias al cielo. Me reí de lo relajada que me sentía. Él se
acercó a mí y me abrazó.
-Lamento haberte preocupado- susurró.
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Luego, me besó.
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Capítulo 30:
No pude evitarlo
La hamaca estaba entre las sombras y la pareja cariñosa había
decidido desaparecer cuando notó que lo niños se estaban volviendo
algo molestos. Minutos después, la familia decidió irse porque su hija
se había quedado dormida sobre el césped. El patio estaba
únicamente para nosotros. Al ver que no me movía, con una de sus
manos señaló la hamaca mientras la otra se enroscaba en mi cintura.
Me gire y me tope con su rostro a escasos centímetros del mío
esbozando una sonrisa provocativa.
-¿Nos sentemos?- preguntó.
Sin responder, lo hice.
-Es una noche hermosa. No hay nadie aquí afuera- musitó sentándose
a mi lado.
-¿Prefieres que alguien este viéndonos?- pregunté.
-Claro que no ¿que dirían si hago esto?- hablaba mientras rozaba mi
oreja con sus dientes- ¿o esto?- sentí algo húmedo que se deslizaba
sobre mi cuello.
Mientras bajaba, sus manos acariciaban desde mis brazos hasta
mis muslos. Enrosque mis manos alrededor de su cuello y él me
acercó más mientras me besaba dulcemente. No podía dejar de
emocionarme cada vez que me tocaba o que nuestros labios se
rozaban. Jamás creí que los ángeles fueran tan fantásticos y
hermosos. Él era mi mundo, sin él lo había perdido todo de nuevo,
gracias a él podía ponerme de pie. Cuando dejaba de besarme,
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Annie M. Hart

sonreía y volvía a hacerlo varias veces. Nunca podría cansarme de


esto.
Fue alejándome poco a poco pero sin soltar mi boca. Colocó sus
manos en cada lado de mi rostro y las mías se deslizaban por su
pecho haciendo hacia atrás su chaqueta para quitársela. No me
importaba nada más. Cuando noté que logré liberar dos o tres botones
deslicé mis manos sobre su piel, estremeciéndome por sus besos.
Gracias a los cielos que era de noche y no había nadie. Aunque a
estas alturas no me hubiese importado. Si sus alas podían cubrirlos y
desaparecerlo todo…que lo hicieran cuando fuese necesario.
-Danel- oí que gritó de repente.
Pero él no respondió.
-¡Danel!- gritó más fuerte.
Él dejó de besarme y se acomodó para identificar aquella voz. A
tan solo unos pasos de distancia estaba aquél muchacho, el mozo.
Era alto, un poco más corpulento que Dan, sus rizos eran negros y sus
ojos azules. Llevaba la misma ropa de hace unas horas pero lo que
más llamó mi atención no fue solo su belleza que resaltaba más a la
luz de la luna. Sino su espalda.
-Ga...briel- tartamudeó Daniel.
Se puso tenso de repente. Esa era la razón por la cual él estaba
nervioso y no dejaba de mirarlo. Parece…que al principio no lo
reconoció.
-¿Qué...crees que estás haciendo?- preguntó el muchacho, alarmado.
Toda aquella faceta encantadora de mozo se borró por completo.
Desvió sus ojos azules de Daniel a mí, indicando a que se refería su
pregunta.
-Oye, cálmate- rio Dan, colocándose de pie y acomodando su
camiseta.
Gabriel cruzó los brazos delante del pecho con semblante serio.
-Tú eres Ellie Crowen- afirmó.
Asentí.
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-Ella...es tu custodia- señaló como si fuese algo más que obvio.


-¿Qué haces aquí?- dijo Dan ignorando por completo el comentario de
Gabriel.
-Pensé que me habías reconocido- dijo.
-Hace tiempo que no te veía. Creí que no lucirías igual que en el Cielo,
los Arcángeles tienen sus caprichos. ¿Qué haces aquí?- repitió.
-Mi deber como Arcángel por ahora es ser niñera de ustedes los
guardianes ¿no lo recuerdas? Todo fue porque tú eras novato-
respondió- Pero...te has pasado-.
-Esto no es nada-.
-Danel...-.
-La amo-aclamó firmemente.
Se colocó frente a mí de manera protectora pero sin soltar mi
mano.
-¿Entiendes que fue lo que hiciste?- dijo Gabriel acercándose.
Sus alas eran un más imponentes y hermosas que la de Daniel.
Su brillo era completamente dorado, como si tuviera múltiples
pinceladas de oro en el nacimiento de cada pluma.
-No es nada grave- contestó Dan encogiéndose de hombros.
La mirada del Arcángel se entristeció. Sentí que las cosas iban
empeorando demasiado.
-Antes de ser Guardián ¿estudiaste las reglas?-.
Daniel se quedó pensativo durante unos segundos hasta que
negó. Él me lo había dicho antes, creía que no era algo importante.
-Eres un completo idiota- dijo Gabriel entre dientes y enredando sus
manos en su cabeza- un gran idiota- repitió frotando sus sienes.
-Oh vamos Gab, no creo que sea algo importante-.
-Deberías haberlas leído. Era de suma importancia que las supieras
¡Idiota!- gritó- que voy a hacer contigo-.
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Annie M. Hart

-¿Sucede algo malo?- pregunté aun conociendo la respuesta.


Temía derrumbarme. Temía lo que podía suceder. Temía
que el momento que más me aterraba llegara.
Gabriel golpeó con su pie el suelo, provocando un breve temblor.
Me sobresalté.
-Danel...estas enamorado de ella. Es lo peor que has hecho.
Espera...no. ocultárselo es lo más grave- dijo el Arcángel.
-Él...no lo sabe-.
-Tú usaste la barrera. Yo no puedo. Él lo ha visto todo a través de mis
ojos- musitó con el tono de voz desesperado.
-Dan, no entiendo que sucede- balbuceé sin saber en realidad que
estaba diciendo mi boca.
-No pasa nada, todo está bien- aseguró con una sonrisa.
-No, no lo está. Danel...-.
-Ya cálmate Gabriel-.
-¡Te convertiste en otro Lucifer!-.
Danel se tensó ante la mención de ese nombre y abrió sus ojos
por la sorpresa y el miedo. Apretó más fuerte su mano con la mía. No
era ninguna idiota. Aquellas palabras hicieron que mis rodillas se
ablandaran.
-¿De...que hablas?-.
-Has roto dos de las reglas. Lujuria y engaño. Te has enamorado de
un humano, no de cualquiera. De tu propia custodia. Pero lo peor...se
lo ocultaste a tu propio Padre-.
-Espera Gabriel, debe haber una solución- rogó Dan desesperado y
soltando mi mano.
Pero el Arcángel negó.
-No hay vuelta atrás- tragó con dificultad. Cerré los ojos cuando sentí
que las lágrimas quemaban mis ojos, ahora mis párpados- Has Caído,
Danel- musitó tristemente sin ser capaz de mirarlo a los ojos.
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El cuerpo de Daniel temblaba. Apretó sus puños y su mandíbula.


Me sostuve como pude, pero casi era imposible. Llegó. Mis miedos se
hicieron ovillo comparándose con lo que sentía en este momento.
Tuve el impulso de golpear a Gabriel y llevarme a Dan lejos, a un lugar
donde nadie pudiera hallarnos jamás. Iba a perderlo todo. Mis
recuerdos, mis deseos. Mi mundo.
-Comprendo- dijo al fin.
Lo miré con mi rostro lleno de lágrimas pero él no.
-Te está llamando- musitó Gabriel tapando sus ojos con su mano y
mordiéndose el labio.
-Todo esto es mi culpa- grité entre el llanto y la desesperación.
Ni siquiera me importó si alguien nos veía.
-No lo es, Phoenix. Yo estoy enamorado de ti hace tiempo. Decir que
me volví humano solo para salvarte seria mentir y lo sabes- dijo con la
voz quebrada.
-Dan…no- supliqué.
-Debemos irnos- musitó el Arcángel dándonos la espalda.
Danel me estrechó fuertemente contra su pecho como si no
quisiera hacerme olvidar de la realidad. Creí que mi cuerpo estaba
desconectado de mi cerebro. Hubiese sido lo mejor. Mis lágrimas
caían cada vez más desesperadas.
-No me dejes- supliqué de nuevo aun sabiendo que era inútil.
Necesitaba que me protegiera. Tenía tanto miedo, con solo
saber que ya no estaría a mi lado...sabía las cosas que podrían
ocurrir. Él tomó mi rostro entre sus manos y me besó
apasionadamente. Nunca sentí sus labios de aquella manera. Dolor.
Despedida. Anhelo. El sabor del adiós.
-Te amo- dije entre su boca- más que a nada en el mundo-.
-Yo también, Phoenix- añadió antes de besarme nuevamente.
Me soltó con dolor y desganas. De su espalda broto un par de
hermosas, gigantescas y blancas alas con plumas. Al verlas, no pude
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Annie M. Hart

evitar gemir de dolor sabiendo que jamás volvería a verlas. No sabía si


era mejor guardar el recuerdo como algo hermoso o atesorarlo como
lo más doloroso que viví en mi vida.
-¡No deberías haberte enamorado de mi!- grité llorando. Sabía que
todo era por mi culpa.
Él volteó su rostro mientras lloraba y sonreía.
-No podía evitarlo-.
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EPÍLOGO:
Durante la noche, todo había cambiado. Daniel caminaba a paso
lento como si arrastrara pesadas cadenas con él. A pesar de todo, su
mirada permanecía en alto con su mandíbula tensa pero sus ojos
llenos de vida estaban opacos, esforzándose por resistir. A su
alrededor, abriéndole paso, habían dos hileras de bellísimos ángeles
de ambos sexos. Daniel se detuvo de repente frente a un hombre alto
de tez suave, perfecta y morena. El cabello negro ondulado se
extendía hasta sus hombros, vestía una túnica blanca con hermosos y
maravillosos bordados en dorado, iba descalzo, tenía una corta barba
negra y sus ojos grises eran amables pero entristecidos. Junto a él
yacía Gabriel con sus majestuosas alas desplegadas pinceladas en
dorado. Su torso desnudo brillaba gloriosamente y su mano izquierda
empuñaba una lanza de plata. Del otro extremo del hombre moreno
estaba un joven de piel pálida, vestía una túnica corta blanca, sus alas
abiertas, al igual que Gabriel, eran aun más grandes. Su rostro de niño
dejaba ver una fina línea de labios apretados, largas pestañas negras
al igual que su cabello ruluda. Sus ojos almendrados del color de la
miel miraban a mi ángel de manera acusatoria. En su mano izquierda
portaba una espada.
-Padre- logró decir Danel- Gabriel. Miguel-.
Los tres asintieron pero el hombre al que el se refirió como
Padre, sostuvo otros segundos la cabeza gacha.
-Mi amado hijo- musitó elevando el rostro.
Él bajó los tres escalones que lo separaban de su ángel. Danel
reverenció al instante. Padre colocó delicadamente su mano sobre el
cabello dorado de Daniel. Creí que de las mejillas del hombre se
deslizaban lágrimas.
-Lo siento, Padre- dijo Danel con la voz quebrada.
De pronto Miguel se alzó al vuelo aterrizando frente a una puerta
de rejas doradas. Majestuosas y enormes. Con la espada cortó el gran
candado que la cerraba y guardó el arma en la vaina de su cinturón
fino de cuero. Gabriel cerró sus alas y, a medida que avanzaba, los
ángeles que observaban iban volteando con cada paso de avance del
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Arcángel. Daniel y Padre avanzaron deteniéndose delante de Gabriel.


Mi ángel se arrodilló dándole la espalda a su hermano mientras Padre
observaba junto al Arcángel. Dan desplegó sus maravillosas alas y
Gabriel clavó con brusquedad la punta de la lanza entre las piernas
flexionadas de Danel.
-"Y he aquí donde la tentación vence. El ángel mordió la fruta
prohibida y se lanzó a los brazos de la serpiente"- recitó Gabriel.
Apoyó suavemente ambas manos sobre los hombros desnudos
del ángel y las deslizó a cada una de sus alas.
Entonces las nubes tronaron.
Un grito de dolor desgarrador descendió.
Y las lágrimas del cielo decían que un ángel lloraba.
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QUERIDO DANEL:
Las cosas tienen un final pero nadie dijo que
tendría que ser así. Pero aun así...el final que tuvo fue
horrible. ¿Y si todo hubiese sido una ilusión? ¿No sería
mejor? Despertar y saber que estarás a mi lado y me
lanzaré a tus brazos como todos los días. Pero no. Nadie
quiere vivir una ilusión. Todos temen a la verdad. ¿Qué
clase de locura es esta? La vida se basa en ilusiones.
Desbordan sueños. Es parte de nosotros ¿por qué huyen?
Huyen de sí mismos. Tal vez...tal vez incluso nosotros
somos meras ilusiones de una mete loca y demente.

Si es así, quiero despertar. Y en esa realidad que


despierte, estarás allí. Esto no acaba ahora. Iré por ti así
que espérame y, mientras tanto, crea una galaxia
estrellada para mí.

Ellie Crowen.

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