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Perforando la tierra, buscando la vida: Extractivismo, minería y

desarrollo en Colombia

Ponencia presentada para el VIII Encuentro Latinoamericano de Estudiantes de Geografía (ELEG) 2016
próximo a realizarse en la Universidad Nacional de Asunción en la Ciudad de San Lorenzo, Paraguay.

Sara Jaramillo Serna


Catalina Sánchez Díaz

Universidad Externado de Colombia


Junio 2016
Estudiantes de X semestre, pertenecientes a los programas de Antropología y Geografía de la facultad de
Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Externado de Colombia, Bogotá.
Presentación

El capitalismo, a lo largo de su historia y su devenir, a traído consigo muchas formas de producción y


con ellas, lógicas productivas; sin embargo, una constante se ha mantenido: la visión de la naturaleza
como fuente de enriquecimiento. En la época actual, la lógica que predomina es la extractiva, donde el
centro de interés esta situado en las materias primas –extraídas de los pases denominados “del tercer
mundo” o “periféricos”- convertidas en mercancía gracias a la industrialización –por los países
“desarrollados”-. Esto ha generado una distribución desigual de la riqueza y una dependencia de los
países periféricos con respecto a los desarrollados, que ha llevado a los primeros a vender y permitir la
explotación de sus recursos naturales. Un ejemplo de esto es el caso de Colombia, más específicamente el
ejemplo del Cerrejón en la Guajira, el centro de explotación minera a cielo abierto más grande de
América Latina, que inició operaciones en 1977. A raíz de los daños ambientales, sociales y económicos
generados en la región por esta actividad extractiva, han surgido movimientos de resistencia locales, que
buscan preservar la vida y el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza que lo rodea. Buscamos,
entonces, presentar cómo a partir de este contexto se hace necesario poner a discutir las diferentes
cosmovisiones que pongan en tela de juicio discursos modernos como el del desarrollo sostenible para
lograr un cambio de mentalidad hacia una sustentabilidad de diferentes desarrollos que no se enuncien
como discursos hegemónicos, sino como discusiones polifónicas constantes.

Palabras clave: capitalismo, extractivismo, Cerrejón, resistencias locales, cosmovisiones relacionales,


sostenibilidad, sustentabilidad.

Introducción

La presente ponencia pretende dar cuenta, a partir del modelo económico extractivista, la
configuración de diferentes formas de vida y estructuras sociales y el modelo de producción, como una
conjunción reflejada en las relaciones económicas, jurídicas, ideológicas y culturales en Colombia. La
investigación se desenvuelve alrededor de un “ir y venir” entre la práctica y la teoría como una forma de
producción de conocimiento y de acción social, siendo a su vez una propuesta nueva con respecto al
quehacer antropológico y geográfico en clave del materialismo histórico.

El extractivismo y la minería son los ejes principales en los que se desarrolla la problematización de la
investigación y la propuesta metodológica. A partir de estos aspectos, se desarrolla un estudio de caso que
gira alrededor de múltiples problemáticas condensadas en el territorio, el agua, el carbón y el
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extractivismo en general. El estudio de caso se sitúa en El complejo de minería del Cerrejón, en el
departamento de La Guajira, a partir del cual se indagó por las relaciones sociales generadas alrededor de
la extracción del petróleo, la violación de derechos humanos, la contaminación ambiental y por último, la
resistencia local y los movimientos sociales.

Es así como la investigación pretende evidenciar la situación actual de Colombia con respecto a la
implantación de un modelo de desarrollo basado en el despojo y la explotación de recursos naturales,
siendo el Cerrejón uno de los ejemplos más emblemáticos del país, donde la locomotora minera y los
conflictos que genera la presencia de la minería a gran escala y la extracción sin escrúpulos a lo largo del
Territorio Nacional han generado conflictos y debates al interior del mismo reflejados en la producción
teórica y académica, la denuncia por la violación de derechos humanos y ambientales, y sobre todo, los
movimientos sociales y la lucha y la resistencia del pueblo colombiano.

El documento está estructurado a partir de la problematización del extractivismo en Colombia, el


desarrollo de un marco teórico y conceptual, la presentación del estudio de caso y por último las
conclusiones a manera de una reflexión final.

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¿Cómo problematizar el extractivismo en Colombia?

La economía extractiva ha puesto en evidencia la compleja contradicción que engendra en sí misma


una relación de codependencia profunda, que paradójicamente se realiza en un solo sentido, desde los
países en donde se extrae hacia los países que se han especializado en este modelo de perpetua extracción
y explotación.

En esta economía, los –tal vez mal llamados- “países periféricos” dependen de la inversión extranjera
proveniente de los “países del centro”, como podemos observar en el caso de Colombia que, pese a
ostentar la soberanía de los productos que se obtienen de las actividades mineras, termina subyugado a los
intereses de quienes convierten estos productos en unos que sea posible mercantilizar. Sin embargo, se ha
obviado cómo estas mercancías dependen de las materias primas de manera directa, y a raíz de esto, cómo
los países “del centro” se han configurado a partir de los productos extraídos de los “países periféricos”.

Teniendo lo anterior en cuenta, se podría decir que usualmente no se ha pensado en los países
periféricos como la base del sistema económico capitalista, así como no suele pensar en la clase obrera
como componente fundamental e indispensable del funcionar del mundo en el que vivimos. Por esto es
importante problematizar el extractivismo desde la definición de Rosa Luxemburgo, reconocida teórica
marxista, quien menciona que en este tipo de economía:

“Las materias primas que no son constituyentes de un elemento de los adelantados hechos por el capital, el
objeto de trabajo, no es, aquí, producto de trabajo anterior, sino que está dado gratuitamente por la
naturaleza. Así ocurre con los minerales, carbón mineral, piedras preciosas, etc. El capitalismo […] en un
impulso de apropiación, para fines de explotación, recorriendo todo el mundo, sacando medios de
producción de todos los rincones de la Tierra, cogiéndolos o adquiriéndolas de todos los grados de cultura y
formas sociales […] Para llegar a un fin, el cual es una condición histórica del capitalismo, que constituye
el comercio mundial, que en las circunstancias concretas, es, esencialmente, un trueque entre las formas de
producción capitalistas y las no capitalistas". (Luxemburgo, 1967)

Es decir, y como lo menciona Eduardo Gudynas (2012), investigador uruguayo en el Centro Latino
Americano de Ecología Social, “[…] el extractivismo se caracteriza por la explotación de grandes
volúmenes de recursos naturales, que se exportan como commodities y dependen de economías de
enclave (que pueden estar localizadas, como los campos petroleros o las minas, o bien ser espacialmente
extendidas, como el monocultivo de soja).” (p.131). Entonces, se ha convertido el extractivismo en la
nueva forma de renovar el capitalismo, dando sustento material a la riqueza que ostentan los “países
centro” y –sin duda alguna- en una nueva forma de colonialidad, donde se reproduce esta lógica no sólo al
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no luchar contra ella, sino al adaptarnos a ella, al aceptarla, al juzgarnos a nosotros mismos “[…] por
medio de ideas de desarrollo eurocentristas […] pues lo que se vislumbra como horizonte de superación
del subdesarrollo es el desarrollo […].” (Porto-Gonçalves, 2004, p. 21).

Así se hace visible la explotación al permitir al sistema generar y acumular capital, lo que sólo es
posible a partir de la generación y reproducción de relaciones de dominación -aceptadas y no siempre
cuestionadas por el dominado-. Dicha acumulación de capital, permite explotar con el fin de generar un
plus-valor para el explotador, haciendo insuficiente y dependiente al explotado.

Sin embargo, el problema va más allá de una relación de explotación, dependencia y colonialidad. Por
ejemplo, en el caso colombiano específicamente, es preocupante cómo se generan políticas para promover
y proteger la gran empresa minera y extractiva en el país, en pro del llamado “desarrollo”, el cual se ha
entendido desde una dimensión fundamentalmente económica basada en el sistema capitalista. Esta
dimensión va más allá de producción y consumo, y más bien está definida por “[…] priorizar la
acumulación incesante de capital” (Wallerstein, 2005, pág. 124). Adicionalmente, vale la pena recalcar
que este discurso desarrollista se ha querido mostrar como un desarrollo sostenible, promocionado
contantemente por la legislación colombiana y por las mismas empresas y compañías encargadas de la
explotación y extracción de los recursos naturales (el concepto desarrollo sostenible será desarrollado a
mayor profundidad en el marco teórico y conceptual).

El extractivismo, con su lógica global, modernizadora, capitalista y acumuladora se ha impuesto en los


países periféricos, y en esta medida, nos inquieta ¿por qué estos países siguen siendo lugares más
rentables para la extracción de recursos naturales? Es quizá debido a su abundancia, o debido a ser
entendida como “punta de lanza” del proceso colonizador y motor de la acumulación de capital. Sin duda
alguna, lo que parece ser evidente es la modificación de la formación social que se encuentra en su
camino, siendo destructor de dinámicas de vida, prácticas y relaciones sociales distintas que no obedecen
a lógicas unilineales de desarrollo.

Entonces, nos centramos en problematizar sobre los actores de esta lógica extractiva, y cómo las
grandes empresas privadas transnacionales son respaldadas por los estados nacionales a través de una
amplia serie de estrategias (entre las que sobresalen los aparatos jurídico-legales) y priman entonces los
intereses transnacionales a los constitucionales. En este sentido, el bienestar colectivo se fija justo debajo
del privado, y el daño producido como resultado de esta lógica es profundo, y se sitúa nada más y nada
menos que en la totalidad que autores como Henri Lefebvre (filósofo marxista francés) plantean como la
suma de la formación social y las relaciones de ésta con el modo de producción, pues esto configura las
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relaciones de producción, jurídico-políticas e ideológicas de los individuos que a esta totalidad
pertenecen.

Entonces persiste el interrogante sobre cómo la lógica exractivista ha roto, desplazado o modificado
las relaciones de la naturaleza, de todo lo vivo y no vivo, de todo lo humano y no humano, pues le ha
dado una primacía a la acumulación, concibiendo la tierra y sus recursos naturales como objetos sensibles
de ser mercantilizados. Otra cosa sucede con las lógicas locales que encontramos en la periferia, y es por
ello que nos preguntamos por esas otras concepciones acerca la tierra y los recursos naturales, la vida y
los elementos deseables de conservar, donde se entiendan como algo más que una sencilla mercancía,
donde persiste una propuesta económica sustentable. Cabe sin duda alguna preguntarse además por la
manera en la que cambian estas lógicas, cómo se modifican las relaciones de los hombres y la naturaleza
(relaciones de producción), las ideologías, las creencias, las costumbres y sus dominadores (relaciones
jurídico-políticas e ideológicas). Es por esto que se hace necesario aclarar, como lo dice Marx, que las
relaciones sociales van contenidas en sí mismas dentro de las relaciones de producción; esto significa que
las relaciones sociales se estructuran a partir de cómo los hombres participantes de un modo de
producción específico se relacionan, pues son estas relaciones la consecuencia de las condiciones
materiales de producción correspondientes a un momento histórico.

Sin embargo este planteamiento no se limita sólo a las relaciones sociales en sí mismas, sino a toda la
formación social. Por ejemplo, en el ámbito jurídico político, en su Prólogo a la Contribución a la Crítica
de la Economía Política, Marx plantea que “[…] las relaciones jurídicas, así como las formas de Estado,
no pueden explicarse ni por sí mismas, ni por la llamada evolución general del espíritu humano; que se
originan más bien en las condiciones materiales de existencia […]” (2001, p. 1). Podemos plantear pues,
desde Marx, que la formación social y todo lo que ella contiene y produce es reflejo del modo de
producción y de la economía misma. Dicho en palabras de Marx, “ […] “la estructura económica de la
sociedad, es la base real sobre la que se alza la supraestructura jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social” y de que “el régimen de producción de la vida material
condiciona todo el proceso de la vida social, política y espiritual” […].” (2002, p. 28)

Nos hemos enfocado en un estudio de caso de coyunturas actuales sobre ejercicios mineros (de
explotación a gran escala) en una zona del país cuya principal fuerza productiva es la minera y en la que
se generan diversas dinámicas de resistencia desde los pueblos, para la vida y por su sustentabilidad. La
minería es una actividad que no sólo configura unas relaciones de producción, una forma de
relacionamiento entre el hombre y la naturalez;, si no que se extiende también a la configuración de

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relaciones ideológicas, pues es a partir de las relaciones de producción y la economía misma que se dan
las formas sociales que se construyen en torno a estas.

Sin embargo, y como intentamos recalcar, no se trata sólo de la explotación, daño y expropiación de
tierras; se trata también de la extracción de recursos naturales, sin medida, prejuicio o remordimiento,
cayendo tal vez en un tipo de fetichismo, ignorando que no son infinitos y que son sustento de toda la
vida humana y no humana. Se trata de la indignación por la mercantilización de lo que nos mantiene
vivos, la compra y venta indiscriminada de agua y territorio es lo que tanto indigna a los habitantes de La
Guajira: los grandes intereses tanto gubernamentales como trasnacionales han generado todo un proceso
de resistencia frente a estas situaciones. Es por esto que pensamos que no todo está perdido, y es acá
justamente donde entran los procesos de lucha y resistencia, sea cual fuere la manera en la que se
expresen.

Marco Teórico-Conceptual

Entendemos que dentro del contexto de esta investigación es fundamental plantear un marco teórico,
con el fin de dar claridad acerca de los conceptos que se tocan a lo largo de éste.

Inicialmente, el modo de producción se entiende como la forma de engendrar los distintos bienes
necesarios para la subsistencia dentro de una sociedad. Se caracterizan por el tipo de fuerzas productivas
y el tipo de relaciones de producción que dentro de él se originan. La formación social, por su lado, son
las sociedades humanas concretas, que definen el actuar de los sujetos pertenecientes a estas, resultado de
un determinado desarrollo histórico consecutivo (sociedad primitiva, feudalismo y capitalismo, en el caso
de Europa) en el que las relaciones de producción y los medios de producción son conjugados de forma
única y específica según las condiciones materiales u objetivas de su historia. Sin embargo, la formación
social puede no expresar un solo modo de producción, sino que puede ser la expresión de varios en una
sociedad concreta.

El modo de producción en sí mismo se expresa en lo concreto por medio de las relaciones de


producción y las fuerzas productivas, pues estas son el modo como los hombres se relacionan con lo que
producen y se subordinan a las condiciones materiales de existencia como las relaciones con la
naturaleza, el desarrollo técnico de la sociedad concreta y las relaciones de trabajo.

Estos elementos condicionadores han sido llamados fuerzas productivas, que son el conjunto de los
medios de producción (naturaleza, tecnología y trabajo), los cuales tienen un carácter histórico y
dependen de un tipo determinado de relaciones de producción, pues como plantea Marx, “Las
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condiciones de producción corresponden a un estadio determinado del desarrollo de sus fuerzas
productivas materiales. La totalidad de esas condiciones de producción constituye la estructura económica
de la sociedad […].” ( 2001) Las fuerzas productivas se comprenden a partir de la relación entre los
medios de producción (recursos naturales, materias primas, maquinarias, desarrollo técnico) y trabajo.

En definitiva, las relaciones entabladas entre la sociedad y la naturaleza, son la base sobre la que se
construye y se fundamenta el modelo económico capitalista y extractivista, relaciones que según la
antropóloga colombiana Astrid Ulloa, están condicionadas por un momento histórico específico, es decir
un espacio y contexto determinado, en el que confluyen múltiples manifestaciones de conflictos en torno
al uso, defensa y conservación de los recursos naturales. Esto es, que la naturaleza es una construcción
social estructurada por condiciones sociales, económicas y políticas, lo que también la convierte en un
espacio de guerra, control y dominación. De igual manera lo afirma la filósofa estadounidense Donna
Haraway al referirse sobre la naturaleza como

“… eso que no podemos dejar de desear [...] Atrozmente conscientes de la constitución discursiva
de la naturaleza como <<otro>> en las historias de colonialismo, del racismo, del sexismo y de la
dominación de clase del tipo que sea, sin embargo encontramos en este concepto móvil,
problemático, etnoespecífico y de larga tradición algo de lo que no podemos prescindir, pero que
nunca podemos <<tener>>. (1999, p.122).

La naturaleza es entonces un topos (lugar en común, localidades compartidas) y un tropos (figura en


movimiento), lo que indica que la naturaleza se está haciendo a sí misma y en relación con los otros
constantemente. Sobre esta premisa es que se construye y se fundamenta el desarrollo, como un espacio
geopolítico imaginado, en el que convergen diferentes manifestaciones del orden social. Para Arturo
Escobar (2010), el desarrollo es “una experiencia históricamente singular”, caracterizado por tres ejes
específicos: las formas de conocimiento que lo definen, el sistema de poder que regula y mantiene su
práctica y todas las formas posibles e imposibles de imaginar el mundo creadas por éste discurso. En
definitiva, el desarrollo es la herramienta de dominación del pensamiento en el que se legitima no sólo la
defensa, sino también el mantenimiento de un modelo económico basado en la dualidad entre
sociedad/naturaleza, en donde la naturaleza es ese “otro” que se debe dominar y poseer para el beneficio
propio; dominación vista y entendida por medio de la extracción y manipulación de los recursos
naturales, base fundamental de todo el sistema económico capitalista globalizado.

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Bajo este contexto es que aparece el concepto de la sostenibilidad, como una premisa para mantener los
modos de producción, tal cual como los posiciona y los justifica el desarrollo. James O’Connor plantea
que la sostenibilidad es eso que busca “apoyar, mantener el curso, o preservar un estado de cosas [...] es
persistir sin ceder” (2002, p.27). Teniendo en cuenta lo anterior, el propósito de la sostenibilidad vista
bajo el marco económico, es la conservación y el mantenimiento de un sistema y de un modelo de
desarrollo. O’Connor se apresura en su investigación para afirmar que la sostenibilidad del capitalismo no
es posible, porque desde su misma estructuración va a tender siempre a la entropía. Ésta crisis se puede
identificar a partir de dos escenarios: por los verdes y por el sector empresarial.

Los primeros incluyen en su discurso la sostenibilidad ambiental, refiriéndose a esta como el


mantenimiento y la protección de los recursos naturales, para que de esta forma se pueda asegurar con
mayor estabilidad la producción de capital. El problema específico del discurso verde es que está
financiado por capitales que buscan implantar una imagen “amigable con el ambiente” y que para
asegurar esta imagen, implementan vías y alternativas legales, por medio de la construcción de políticas
que legalicen o penalicen ciertas prácticas (como el nivel de impacto de la atmósfera). Evidentemente es
un problema de carácter superficial, porque pretende únicamente la popularización de una imagen “verde
o ecológica”, y un problema económico, porque sigue asegurando y legitimando la producción de
capitales.

Por otro lado, desde el sector empresarial, la sostenibilidad se fundamenta en la rentabilidad y la


acumulación, conduciendo el sistema a las contradicciones del capitalismo: la naturaleza es vista desde la
acumulación del capital, lo que conduce directamente a la crisis, conllevando al movimiento social y a la
configuración de grupos sociales, en contra del modelo capitalista.

Para el ecólogo Gilberto Gallopín, la sostenibilidad se refiere directamente al mantenimiento de un


sistema el cual puede ser humano, ecológico o socioecológico, y plantea dos postulados básicos. El
primero indica que “el sistema que importa es la economía, y la naturaleza se relega a la función de
proveedora de recursos y servicios naturales y a sumidero de los desechos producidos por la actividad
humana” (2003, p. 15); el segundo se refiere a que “los recursos naturales no pueden ser sustituidos por el
capital elaborado por el hombre. En consecuencia, no pueden agotarse sin que se produzca una pérdida
irreversible de bienestar social. La sostenibilidad muy fuerte propugna una solidaridad ecológica más
fundamentalista con la Tierra y todas las formas de vida” (2003, p. 15)

Teniendo claro que la sostenibilidad o el desarrollo sostenible son todos aquellos cambios, procesos
y/o herramientas, implementadas para mantener el sistema y el modelo económico capitalista, vale la
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pena llevar la discusión a la pregunta ¿Cómo preservar y producir la vida antes que reproducir el
capital? Es en éste sentido que aparece la sustentabilidad como esa alternativa, ese otro concepto que le
hace frente a la sostenibilidad económica y ecológica; la sustentabilidad se presenta como ese afán de
cambiar la matriz de pensamiento, con el objetivo de readaptar el desarrollo a un cambio cultural.

La sustentabilidad le apuesta a la reestructuración ideológica de las sociedades, en las que ya no se


busque la defensa y el mantenimiento del capital, sino más bien la defensa y el mantenimiento de la vida;
una vida construida desde la reconfiguración de las relaciones entre sociedad y naturaleza. Para el filósofo
colombiano Augusto Ángel Maya, la sustentabilidad se construye desde el pensamiento latinoamericano,
como una alternativa de culturas adaptativas: “Este planteamiento significa el abandono de un modelo
unidimensional de desarrollo sostenible e igualmente el rechazo a los temores escatológicos sembrados
desde el Norte.” (Ángel, 2003, p.188). En este sentido, la sustentabilidad significa un compromiso con el
mejoramiento de las condiciones de vida, las cuales deben estar inmediatamente ligadas al control de los
procesos de urbanización y sobre todo, “exige la voluntad política para ceder territorio a la supervivencia
de las otras especies y para defender por encima de cualquier interés, las cuencas hidrográficas. (Ángel,
2003, p. 180)

Para Ángel, la cuestión del territorio es entendida como ese espacio de subsistencia y de progreso, no
sólo entre y para la especie humana, sino también, como aquel donde viven y se relacionan múltiples
formas de vida. “Uno de los problemas más inquietantes suscitados por la conciencia ambiental consiste
en el reconocimiento de que el hombre no puede vivir solo en el universo, con sus animales domésticos y
las pocas plantas que seleccionó para su alimento. (Ángel, 2003, p. 174)

Cuando se habla del mejoramiento de las condiciones de vida, sin referirse únicamente a los humanos,
sino a todo el componente biótico que constituye la vida como tal, se refiere a una cuestión
epistemológica más amplia denominada “cosmovisiones relacionales”, en la que se emplea como
principal premisa la crítica al desarrollo moderno, por medio de la convivencia entre lo humano y lo no
humano, a partir de la configuración de concepciones integradoras no duales de la vida. Las
cosmovisiones relaciones le apuestan casi de inmediato a otra perspectiva teórica: La del buen vivir,
entendido como la articulación y combinación de múltiples formas locales de ver y entender el mundo y
la vida. El buen vivir, es el equilibrio entre las relaciones de los hombres, las mujeres, los seres vivos y no
vivos, y toda la naturaleza en su totalidad.

El buen vivir, según Escobar (2010) es la oportunidad de crear un nuevo régimen de desarrollo
colectivo, en el que se privilegien los derechos de la naturaleza, lo que significa un giro del
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antropocentrismo moderno al biocentrismo. La sustentabilidad propuesta desde las cosmovisiones
relacionales y el buen vivir, le apuesta a la transición cultural e ideológica del desarrollo, para la creación
de espacios colectivos locales de relaciones con la naturaleza. La sustentabilidad reconoce la
multiplicidad de definiciones, imaginarios y sentires, alrededor de las diferentes formas de sustento,
relaciones sociales y prácticas económicas.

La sustentabilidad es entonces, la construcción de un sentido de lugar en el que se entienda por


territorio la construcción del espacio simbólico-cultural, a partir del pensamiento y las emociones. La
sustentabilidad permite la construcción del lugar desde y para los sentimientos, establecidos entre la
sociedad y la naturaleza.

Sin duda, es la sustentabilidad la columna vertebral de las resistencias locales y los movimientos
sociales. En un primer momento, si se busca definir la “resistencia local” se debe partir del concepto de
“local”, relacionado directamente y de manera indisociable con el concepto de lugar, entendido como
“[...] experiencia de una localidad específica con algún grado de enraizamiento, linderos y conexión con
la vida diaria, aunque su identidad sea construida y nunca fija [...]” (Escobar, 2000, p. 1).

En sentido general, la localidad no se refiere exclusivamente a los escenarios físicos donde tienen
lugar las interacciones cotidianas, sino que implica en sí mismo que estos escenarios y contextos están
utilizados de manera concreta y rutinaria por los actores sociales de estas interacciones, por lo cual es
posible identificar la localidad como escenario físico necesariamente asociado a las relaciones cotidianas
que se establecen con el medio (Oslender, 2002). La localidad hace referencia, entonces, a los escenarios
físicos y a los contextos materiales que los habitantes construyen en sus interacciones sociales cotidianas
(Oslender, 2008, p. 166), las cuales dan pie a modos específicos de generar, usar y percibir el espacio.

En este sentido, si es el espacio es el producto y el proceso, el territorio es el poder, las tensiones y los
conflictos que ostentan los diferentes intereses sobre el espacio. Es el escenario donde intervienen
diferentes actores quienes producen o recienten los cambios estructurales y funcionales. El territorio es
una división artificiosa y política, está representado en el Estado, donde interviene el gobierno en
representación a las instituciones y la población.

Es a causa de lo mencionado por Oslender que el foco de atención al estudiar la “localidad” no se debe
centrar únicamente el concepto per se, sino que es pertinente ampliarlo hacia la comprensión de los
múltiples vínculos entre las prácticas y los lugares en relación con los modelos de naturaleza, en otras
palabras, el conocimiento local, que son los modelos culturales de la naturaleza establecidos localmente,

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los cuales generalmente entran en disputa y tensión con modelos hegemónicos clasificados como
“modernos”. En el contexto de esta disputa surgen las resistencias, pues son estos mismos conocimientos
locales los que se presentan como una herramienta de lucha para la comprensión y legitimación de las
propias experiencias y de la existencia misma.

Estas resistencias locales se ven evidenciadas de manera fáctica en los movimientos sociales a modo
de práctica política como estrategia alternativa surgida por las tensiones generadas entre las formas de
existencia locales y los proyectos hegemónicos de desarrollo. Si entendemos el movimiento social como
“[...] una forma organizativa de actores sociales que constantemente y de manera sostenida implementan
procesos de protesta cultural o política a partir de un consenso y una identidad colectiva compartida.”
(Oslender, 2008. P. 36), entendemos entonces que los movimientos sociales son a la vez piedra angular y
expresión básica de resistencia, por lo cual tomamos ambos conceptos como indiscutiblemente necesarios
el uno para el otro.

Estudio de Caso: Explotación minera en El Cerrejón, La Guajira.


Explotación, despojo y resistencia.

Al norte del país, en el departamento de la La Guajira se encuentra ubicado el complejo de minería y


transporte del Cerrejón, proyecto que inició en 1977 (Salas, s.f.); implementa la minería a cielo abierto de
carbón térmico que produce más de 32 millones de toneladas al año, lo que lo posiciona como el proyecto
de explotación minera a cielo abierto más grande de América Latina. Un ferrocarril de 150 km de largo y
un puerto marítimo de cargue directo reciben y transportan el mineral por el mar.

La empresa se presenta como uno de las apuestas más importantes y claves para el progreso y el
impulso empresarial del país, incluyendo un gran número de programas sociales y ambientales que, según
el registro de la misma empresa, ha recibido varios premios internacionales. Según el mismo, el Sistema
de Fundaciones Cerrejón ha trabajado de la mano con el Gobierno colombiano y con entes internacionales
para promover un supuesto desarrollo sostenible y equitativo para el departamento de la Guajira. Además,
es una empresa vinculada a otras empresas como Billiton, Anglo American y Glencore.

Es clave para este caso, antes de iniciar la discusión con respecto a las resistencias locales, entender
cómo se da ha articulado el discurso de la empresa, afirmando un "desarrollo sostenible": según esto, el
Cerrejón se enmarca en pactos mundiales e internacionales de protección al medio ambiente, como por
ejemplo, el Pacto Mundial de las Naciones Unidas, los Principios Voluntarios y el Global Reporting
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Intiative. Adicionalmente, argumenta su presencia y actuar en la región, por programas asociados a la
vinculación laboral de gran parte de la población de la Guajira, explicando que las comunidades vecinas
se ven beneficiadas por la generación de empleo y de regalías.

Ciertamente, resulta muy interesante la concepción del cuidado medioambiental, en el cual se mitiga y
compensan los impactos de la extracción a cielo abierto con la conservación de la biodiversidad y la
aplicación de estándares operacionales de la industria minera mundial.

Así el panorama, la real situación socio ambiental producto de la extracción de minerales en el


Cerrejón es otra; desde su inauguración en 1977 y con una ocupación de 69.000 hectáreas, la comunidad
indígena Wayuu sufrió todos los impactos directos. Antes de su llegada, las comunidades vivían de la
pesca, la ganadería, la caza y la agricultura destinada a su autosostenimiento. Sin embargo, posterior al
inicio de la explotación minera en el Cerrejón, pueblos enteros han sido destruidos o desaparecidos a
causa de las excavadoras, entre ellos, el caso del Pueblo Manantial, desaparecido en 1986, o pueblos
como Roche, Tamaquitos, Tabaco y Caracolí (Puerta, 2010).

Además del desplazamiento y desaparición de los pueblos, sus innumerables consecuencias


ambientales son incalculables: la contaminación medioambiental, incluyendo la contaminación del agua y
el aire, ha provocado graves consecuencias en la salud. Pensando en una perspectiva biocentrica, en el
mismo grado de desaparición de las comunidades se encuentra gran cantidad de fauna y flora: ni las
plantas, ni los animales ni las personas encuentran un aire limpio para respirar por lo que presentan
fuertes complicaciones para la supervivencia.

Con ánimos de expansión empresarial, una de las nuevas obras que buscan impulsar requiere del
desvío del río más importande de la Guajira, impactando 26 kilómetros con el fin de acceder a
yacimientos de carbón de dicha zona. Frente a esta situación, los movimientos indígenas en defensa de la
vida y el río Ranchería, impidieron el desvío del río. Fue un proceso de resistencia fuerte que impactó en
la vida y seguridad de muchos de sus pobladores quienes se vieron amenazados e incluso vieron sus vidas
en riesgo a causa de la resistencia contra la empresa. Adicionalmente, el apoyo a las comunidades
indígenas por parte de comunidades afro y campesinas, significó la creación de soluciones y alternativas
frente al despojo, como la creación de las “jornadas por la vida la autonomía y la permanencia en el
territorio” (Chomsky, s.f.)..

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También el uso de paros cívicos departamentales y jornadas cívicas con la presencia del Tribunal
Internacional de Opinión permitió la difusión en los medios de los casos de violación de derechos
humanos (despojo de tierras, desnutrición y uso excesivo del aparato represivo). El caso del Cerrejón no
sólo ha implicado la participación de comunidades locales, también ha convocado la movilización masiva
de todos los grupos sociales alrededor del territorio nacional (Chomsky, s.f., y Puerta, 2010).

En vista del fuerte movimiento de resistencia local a la expansión de la empresa, el Gobierno en


respaldo a la empresa privada, ha enviado un fuerte equipo militar de más de 5.000 soldados para la
defensa de la empresa, que incluye claro está, la violencia constante en contra de la población. A dicho
respaldo militar, es evidente la entrada de grupos paramilitares que, incluso desde el actuar ilegal, también
representan una defensa a los intereses económicos y gubernamentales.

Conclusiones

Si analizamos el capitalismo como producto de un largo proceso histórico que aún no se detiene, esto
nos invita a pensar la naturaleza de las relaciones de los humanos y el territorio, relaciones que orbitan
alrededor de la visión extractiva e inmediatista del capitalismo, que sin medir las consecuencias de su
proceso incesante de acumulación de riqueza, ignora las consecuencias reales que este conlleva en todas
las esferas de la existencia.

Durante la reflexión que realizamos, se hizo evidente para nosotras que la situación del Cerrejón, y el
proyecto minero colombiano en general son expresiones de un fenómeno global, esto es, son
representaciones fieles del funcionamiento del sistema económico mundial, por lo que el caso del
Cerrejón no es aislado, sino que las situaciones y consecuencias que allí se viven pueden extrapolarse y
compararse con cualquier otra región de Colombia, e incluso, cualquier país considerado “periférico” –en
África, Suramérica y algunos países de Asia-, puesto que la lógica extractiva que ha venido con el
capitalismo y el sistema económico mundial apuesta el todo por el todo cuando se trata de acumulación
de capital y el enriquecimiento de unos pocos bajo la bandera del “desarrollo”.

Es por esto que resaltamos la vital importancia que tiene actualmente darle cabida a nuevas
discusiones sobre las repercusiones del sistema económico en los ecosistemas, en lo vivo y lo no vivo, lo
humano y lo no humano, tratando de enmarcarlas y encaminarlas dentro del concepto de la
sustentabilidad y no en la sostenibilidad. Abordando la situación desde la sustentabilidad es posible

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plantear discusiones que pongan en diálogo diferentes conceptos de desarrollo, dar voz a los que han sido
tradicionalmente silenciados, y abrir la posibilidad de una discusión polifónica, donde diferentes
cosmovisiones puedan entrar a jugar un papel constituyente dentro de nuevas políticas ambientales,
económicas y sociales. Pensamos pues que si es posible establecer relaciones respetuosas, sustentables y
protectoras de la vida, el problema del deterioro del medio ambiente,, la vida humana y no humana y el
medio ambiente, donde la naturaleza deje de ser percibida bajo la relación capitalista entre materia prima
y producción, sino como un todo que nos rodea y del que somos parte.

Adicionalmente, estas cosmovisiones relacionales pueden llevarnos no sólo hacia un futuro donde el
fin de la vida no sea inminente, sino que nos permitan entender la relación de las partes del todo de una
manera diferente, donde las resistencias locales no sean únicamente una estrategia de vida y
supervivencia, sino un punto de tensión que, como lo podríamos ver desde el materialismo histórico, sea
la antítesis de un modelo que existe en la actualidad, con el fin de enfrentarse, dialogar y modificarse
mutuamente, lo que nos haga movernos hacia adelante en la historia.

Por último, resaltamos la importancia del papel que juegan las resistencias locales como protectoras
de vida, que situadas desde su lugar en el tiempo y el territorio han logrado adaptarse y modificar su
relación con el todo y cada una de sus partes para pervivir como una muestra de la necesidad latente de un
llamado de atención hacia nuestro futuro, nuestra supervivencia como especie, como comunidades y
sociedades organizadas, y sobre todo, la permanencia de los millones de especies con quienes
compartimos el mismo planeta, lo que nos invita a pensarnos como una más –que, ciertamente, es la más
prescindible- y desplazar el centro de nuestro mundo y nuestra comprensión hacia un nuevo horizonte.

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