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Bobbio, Norberto, Matteucci, Nicola y Pasquino, Gianfranco; Diccionario de

Política, Siglo XXI, México, 2005.

Hegemonía

Por Silvano Belligni

I EL USO DEL TÉRMINO EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES. Parte


de la literatura política designa con el término "hegemonía" —calca latina de la
palabra griega hegemonía, que significa “dirección suprema", usada para
indicar el poder absoluto conferido a los jefes de los ejércitos, llamados
justamente egemoni, o sea guías— la supremacía de un Estado-nación o de
una comunidad politico-territorial dentro de un sistema. La potencia
hegemónica ejerce sobre el conjunto de los demás una preminencia no sólo
militar, sino también económica y cultural, inspirándoles o condicionándoles las
elecciones en virtud de su prestigio no menos que de su potencial superior de
intimidación y coerción, hasta el punto de constituir un modelo para las
comunidades hegemonizadas. El concepto de hegemonía, por lo tanto, no es
un concepto jurídico, de derecho público o de derecho internacional; connota
más bien una relación interestatal de poder que prescinde de una
reglamentación jurídica precisa. Puede definirse a la hegemonía, de este modo,
como una forma de poder de hecho que en el continuo influencia-dominio
ocupa una posición intermedia, que oscila o bien hacia una de los polos o bien
hacia el otro.

Algunos autores, como Triepel, subrayan su carácter de "influencia


particularmente fuerte", que se ejerce sin el recurso directo a las armas y a la
fuerza, y que por ello no carece de cierto fundamento de legitimidad. En esta
acepción hegemonía es una subespecie del concepto más general de dirección
y se emancipa casi totalmente de su significado originario de supremacía
político-militar. Análogo es el sentido en que se utiliza el concepto en el
giobertiano "Primado moral y civil de los italianos" o sea en el sentido de
"superioridad…no legal, ni jurídica, hablando propiamente, sino de eficacia
moral”, como primado ético y cultural, fundado no en las fuerzas armadas, sino
en la tradición y en la historia. Así, para Gioberti, la Italia posterior al
Rissorgimento puede contraponer su hegemonía al dominio del extranjero, y
Roma, sede histórica del papado, goza de la hegemonía moral en una Italia
que tie-ne en el Piamonte saboyano su brazo armado.

Sin embargo, otros autores prefieren mantener al concepto de h. dentro de un


significado más cercano al de su etimología, de dominio apoyado en la fuerza
de las armas. Tal es el caso de los historiadores alemanes de la tradición que
se funda en la doctrina de la razón de estado, sobre todo Ranke y Dehio, que
elevaron la categoría de hegemonía a canon interpretativo básico, colocándola
en el centro de su reflexión sobre la historia europea y mundial, en antítesis con

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el concepto de equilibrio. Siendo la vocación intrínseca al comportamiento de
todo estado la de una extensión máxima del poder propio, la historia de las
relaciones internacionales no es otra cosa que una alternación perenne de
equilibrios inestables y de intentos hegemónicos por parte de estados en
posición interior o exterior a los sistemas internacionales que va
consolidándose poco u poco: desde la ciudad-estado griega hasta la Italia de
los principados y la Europa de las grandes monarquías. En este proceso han
tenido una importancia decisiva las potencias periféricas o también los
espacios coloniales exteriores: los intentos hegemónicos continuos que se han
sucedido en el continente europeo desde Carlos V hasta Hitler se han
desvanecido gracias sobre todo a la aportación de las grandes potencias
externas en posición insular o periférica (Inglaterra, Rusia, Estados Unidos),
que supieron favorecer vastas coaliciones contra el estado que amenazaba con
imponer su propia hegemonía, determinando así la victoria del principio del
equilibrio sobre el de la hegemonía y ampliando progresivamente las
dimensiones del sistema internacional. ((pág. 746))

Dentro de los límites de la acepción político-militar del término se sitúa del


mismo modo la categoría de hegemonismo, de derivación china. El
hegemonismo consiste en una suma de comportamientos, diplomáticos y
militares, imputados al socialimperialismo de la URSS y de sus satélites (Cuba,
Vietnam), con la mira de modificar el equilibrio mundial y de imponer
progresivamente el liderazgo soviético. Como derivado de la degeneración
imperialista de la URSS, el hegemonismo busca sustituir la fuerza de las
armas, en el momento del descenso de su prestigio como país guía en el
campo socialista, para contraponer a la pérdida de hegemonía una política de
poder agresiva y sin principios, cuyo desenlace inevitable, aunque diferible, es
la guerra.

II. EL USO MARXISTA. En los casos recordados antes, el concepto de


hegemonía tiene como campo de aplicación el sistema internacional y las
relaciones entre los estados. Por otra parte, se habla de hegemonía hoy
también y sobre todo, en especial por parte de autores marxistas, pero no sólo
de ellos, con referencia a las relaciones entre las clases sociales, entre los
partidos políticos, a propósito de las instituciones y de los aparatos públicos y
privados.

También en esta segunda acepción del concepto encontramos la oscilación


entre dos significados prevalecientes que ya destacamos a propósito del uso
tradicional de él. Un significado tiende a equiparar, o incluso a concordar,
hegemonía con dominio, destacando el aspecto coactivo respecto del
persuasivo, la fuerza ante la dirección, la sumisión de quien es hegemonizado
respecto de la legitimación y el consenso, la dimensión política respecto de la
cultural, intelectual y moral. Tal es el uso que prevalece en los escritos de los
teóricos de la Tercera Internacional: Lenin en primer lugar, pero también

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Bujarin, Stalin, etc. Frente a este significado parece prevalecer hoy, sobre todo
en la cultura política italiana, un segundo significado que ve en la hegemonía,
sobre todo la capacidad de dirección intelectual y moral en virtud de la cual una
clase dominante, o aspirante al dominio, logra acreditarse como guía legítimo,
se constituye en clase dirigente y obtiene el consenso o la pasividad de la
mayoría de la población ante las metas impresas a la vida social y política de
un país. Este último es el significado que deriva de la teoría de la hegemonía
que Antonio Gramsci puso en el centro de su reflexión sobre la política y el
Estado moderno consignada en las páginas de los Cuadernos de la cárcel.

Según Gramsci, en la sociedad clasista, la supremacía de una clase social se


ejerce siempre mediante las modalidades complementarias (y de hecho
integradas por ser analíticamente disociables) del dominio y de la hegemonía.
Si el primero se ha hecho valer sobre los grupos antagonistas mediante los
aparatos coercitivos de la sociedad política, la segunda se ejerce sobre los
grupos sociales aliados o neutrales justamente a través de los "aparatos
hegemónicos” de la sociedad civil. Una conjugación de fuerza y de consenso,
de dictadura y de hegemonía está en la base de todo Estado, pero la
proporción entre los dos elementos varía en razón del grado de desarrollo de la
sociedad civil, que como sede de la acción orientada ideológicamente es el
locus de formación y de difusión de la hegemonía, el centro neurálgico de toda
estrategia política. Donde aquélla presenta una "estructura de masas”, como
sucede en el Occidente industrial y movilizado por el capitalismo, el papel de la
acción hegemónica, no sólo en la administración sino también en la conquista y
en la edificación del Estado, es capital y privilegiado respecto del de la fuerza,
aunque presente y necesario. No sólo el dominio no puede aquí mantenerse
mucho sin hegemonía, sino que a diferencia de los pa-ses donde "el Estado lo
es todo” y la sociedad civil es informe e indiferenciada, la conquista del poder
no es posible si la fuerza que ambiciona “hacerse Estado" no se vuelve antes
hegemónica de un bloque social antagonista del bloque en el poder. En otros
términos, en Occidente la hegemonía no es sólo una modalidad necesaria de
ejercicio del poder por la clase dominante, sino que es además un prerrequisito
estratégico para toda clase revolucionaria. Gramsci expresa este concepto
fundamental de su teoría revolucionaria, en polémica con el economismo
dominante, mediante las metáforas de la "guerra de posiciones” y de la
ocupación gradual de las "casamatas” del campo adversario por parte del
sujeto adversario.

A la luz de este levantamiento teórico, se llega a comprender cómo la crisis del


Estado, en cuanto "orgánica”, tenía como contenido propio una crisis de
hegemonía, una pérdida de ((pág. 747)) capacidad de los grupos dominantes
para ser también dirigentes, un grave déficit de legitimidad a partir del cual
pueda madurar el traspaso a una nueva forma de Estado, a equilibrios
orgánicos más avanzados (como es el caso de la revolución jacobina) o

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estáticos (como en el Rissorgimento italiano, en el fascismo y en las
numerosas variantes históricas de "revolución pasiva").

Es natural que cada clase social se garantice, en su proceso de organización


en clase dirigente, una instrumentación armónica propia peculiar: el
parlamentarismo, los partidos demoliberales, la opinión pública mediante los
grandes órganos de información en el caso de la burguesía capitalista más
avanzada, con apoyo estructural del mercado y de su propia organización de
fábrica; los consejos obreros (en un primer momento), el sindicato y sobre todo
el partido revolucionario en el caso del proletariado en lucha por el poder. A
este último le espera la tarea de seleccionar a los intelectuales orgánicos de la
clase obrera, organizando su hegemonía, armándola con una teoría y con una
estrategia capaces de enfrentar victoriosamente a la hegemonía de las clases
dominantes.

Con la ayuda de las indicaciones gramscianas, el debate sobre la hegemonía


prosiguió hasta nuestros días, precisando el concepto y enriqueciéndolo con
determinaciones nuevas. Algunos estudiosos marxistas, en particular Nicos
Poulantzas, han sostenido la capitalidad de una función hegemónica en el
interior del propio bloque en el poder, con el fin de regular las contradicciones
entre las distintas clases y fracciones de clase que lo componen. La hegemonía
de una clase, o de una fracción, sobre las demás que componen el bloque de
poder dominante, determina que cada una renuncie a los intereses propios
inmediatos, económico-corporativos, en favor del interés político común por la
explotación y el dominio sobre las clases subalternas. La hegemonía actúa
como principio de unificación de los grupos dominantes y, contextualmente, de
disfraz del dominio de clase. Simétricamente, en el bloque revolucionario
entendido como unidad contradictoria entre clases dominadas, la hegemonía
indica la constitución política, además de lodo particularismo y corporativismo,
del interés de la clase obrera en intereses generales de todos los explotados.

BIBLIOGRAFIA M. Basáñez, La lucha por la hegemonía en México, 1968-1980.


México. Siglo XXI, 1981; C, Buci-Glucksmann, Gramsci y el estado (1975),
México, Siglo XXI, 1978; L. Dehio, Equilibrio o egemonia (1948), Brescia,
Morcelliana, 1954; A. Gramsci. Cuadernos de la cárcel (1975), México, Era,
1981-1986,4 vols.; L. Gruppi, ll concetto di egemonia in Gramsci, Roma, Editori
Riuniti. 1972; J. Labastida Martín del Campo (comp.), Hegemonía y alternativas
políticas en América Latina, México, Siglo XXI, 1985; N. Poulantzas, Poder
político y clases sociales en el estado capitalista (1968), México, Siglo XXI,
1969; H. Triepel, L'egemonia (1938), Florencia, Sansoni, 1949.

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