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PROFESIÓN DE FE DE ANTIOQUÍA (341)

Introducción

En respuesta al concilio de Roma (341), que exculpó a Atanasio y Marcelo de las condenas infligidos
en oriente (335 y 336), los orientales se reunieron después algunos meses en Antioquía, con ocasión de la
inauguración de una gran basílica (in encaeniis) y tomaron partido, en el contexto de la controversia, también
sobre el plan doctrinal, que después de Nicea no había sido todavía oficialmente tocado. Nada sabemos del
desarrollo del concilio, dominado por Eusebio de Nicomedia (pues Eusebio de Cesárea había ya muerto).
Relativas a este sínodo nos han llegado cuatro fórmulas de fe: la primera es solamente introductoria, la tercera
fue presentada a título personal por Teofronio de Tiana, sospechoso de simpatías monarquianas, la cuarta es
un texto que fue presentado en el 342 a Constante, en Milán, con el intento de atenuar la tensión entre
orientales y occidentales. Sintetiza los datos esenciales de la segunda fórmula de fe, que fue la oficial y que,
con un poco de modificaciones de vez en vez, representará de ahora en adelante el punto de vista oficial de los
orientales en materia cristológica hasta el 357. Esta fórmula era conocida como de Luciano de Antioquía. Lo
poco que sabemos de este personaje no permite verificar la consistencia de la noticia, que no aparece en todo
caso destituida de fundamento. La fórmula podría representar un momento de reflexión de este personaje
bastante alejado de sus actitudes que influenciaron en sentido radicalmente subordinacionista sea a Arrio o los
otros colucianistas.

En efecto la segunda fórmula de Antioquía se separa claramente de las proposiciones del arrianismo
radical sea porque habla abiertamente de generación, sin retomar la equívoca formulación arria generación =
creación, sea sobre todo porque define al Hijo imagen perfecta, sin diferencias de la ousia del Padre. Por otra
parte la fórmula calla el término homoousios, distintivo del Credo niceno, y en cambio reafirma la doctrina
origeniana de las tres hipóstasis, proponiendo su unión sobre la base de la armonía en el querer y el obrar. Se
trata, en sustancia, de una fórmula de impostación acentuadamente bíblica que está lejana sea de las
implicaciones monarquianas del homoousios niceno sea del subordinacionismo radical del Arrio más
auténtico, fórmula certificada sobre una posición de molde origeniano, ya un poco arcaica con respecto de los
recientes desarrollos de la controversia, pero que justo por su aspecto tradicional pudo ser compartida por
exponentes de posiciones doctrinales también lejanas entre ellos. La pudieron en efecto aceptar el arriano
moderado como el exponente de la línea origeniana moderada, lejano sea de la posición monarquiana, sea de
aquella arriana, cuál habría sido cercano a Cirilo de Jerusalén.

La fórmula, que debemos pensar inspirada por Eusebio de Nicomedia, tuvo el objetivo de dar una
consistencia ideológica a un grupo que él formó poniendo junto gran parte del episcopado oriental en función
antinicena (es decir, antimonarquiana, según la interpretación que muchos dieron, en oriente, del símbolo
niceno), antiatanasiana (es decir, contra el poder del potente obispo de Alejandría) y antioccidentale
(aprovechando los siempre vivos sentimientos antiromanos de los orientales, sobre todo por la intervención de
la sede romana en la defensa de Atanasio y de Marcelo). El difícil equilibrio de esta posición pudo ser
salvaguardado a través de una esmerada equidistancia sea del monarquismo sea del arrianismo radical.
Eusebio, sea por finalidad política o quizás también por una convicción madurada durante el desarrollo de la
controversia, logró mantener este precario equilibrio. Pero él habría de morir muy pronto, y sus herederos no
habrían sabido continuar su prudente política.

Presentamos a continuación el texto de la profesión de fe antioquena según A. HAHN ˗ G.L HAHN,


Bibliotek der Symbole und Glaubemregeln der alten Kirche, Breslau 1897, 184-6.
El texto

Coherentes con la tradición evangélica y apostólica, creemos en un solo Dios Padre omnipotente, el
artífice creador y regidor providencial de todas las cosas. En un sólo Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, Dios,
por cuyo medio han sido creadas todas las cosas, engendrado por el Padre antes de los tiempos1, Dios de
Dios2, todo de todo, solo de solo, perfecto de perfecto, rey de rey, señor de señor, logos vivente3, sabiduría
viviente, luz verdadera, camino, verdad, resurrección, pastor, puerta, inmutable e inalterable, imagen4, falto de
diferencias, de la divinidad, sustancia, voluntad, potencia, gloria del Padre, el primogénito de toda la creación
(Col 1,15), que existe en el principio5 junto a Dios (Jn 1,1), Dios Logos, según las palabras del Evangelio: “Y
Dios era el Logos por medio del cual fueron hechas todas las cosas” y “En él han sido creadas todas las cosas”
(Jn 1,1.3; Col 1,17). En los últimos días descendió de lo alto y fue engendrado por la Virgen, según las
Escrituras, y se ha hecho hombre, mediador entre Dios y los hombres6 (1 Tim 2,5), apóstol de nuestra fe (Heb
3, 1) y autor de la vida, según cuánto dice: “Bajé del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que
me ha enviado” (Jn 6,38). Padeció por nosotros, resucitó al tercer día, subió al cielo y está sentado a la
derecha del Padre, y vendrá de nuevo con gloria y potencia a juzgar vivos y muertos.

Creemos en el Espíritu Santo, que les es dado a los creyentes para consuelo, santificación y
perfección, como también el señor nuestro Jesucristo les ha mandado a los discípulos, diciendo: “Vayan a
enseñar a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo” (Mt 28,19) 7,
es decir en el nombre del Padre que es realmente Padre, del Hijo que es realmente Hijo, del Espíritu Santo que
es realmente Espíritu santo, ya que estos nombres no han sido dados sin razón y sin motivo, sino que indican
con exactitud la hipóstasis, el orden y la gloria propios de cada uno de aquéllos que son nombrados, de tal
forma que son tres en a cuanto a la hipóstasis8, pero a una cosa sola cuanto a la armonía.

1
La expresión “engendrada por el Padre antes de todos los tiempos”, como sabemos, de por sí podía ser interpretada de
modo compatible con la doctrina de Arrio, y lo mismo dígase con la palabra “unigénito”, como hemos visto que Arrio
hace en la carta a Constantino. EI sentido de la expresión tiene que ser por tanto puntualizado en armonía con todo el
contexto; y en este caso el contexto es mucho más de corte tradicionalista con respecto de las innovaciones de Arrio.
2
Este cúmulo de expresiones que conectan al Hijo con el Padre quieren notar la estrecha afinidad que los liga a los dos,
en sentido opuesto al principio inspirador de la doctrina de Arrio, que en cambio tendía a hacer notar sobre todo la grieta
entre ellos.
3
El título “viviente” incorporado a los apelativos de Cristo Logos y a Sabiduría denotan, en sentido antimonarquiano,
que Cristo es Sabiduría y Logos del Padre no como dynamis y manifestación impersonal de él, sino en sentido personal,
subsistente. Los siguientes apelativos, luz, camino, verdad, etcétera, todos de origen bíblico, que Orígenes había definido
epinoiai, evidencian el modo diferente con el cual Cristo obra en el mundo. Orígenes discutió largamente de ello en los I-
II del Comentario a san Juan.
4
Que Cristo fuera imagen del Padre (Cf. Col 1, 15) nadie lo negaba y el concepto podía ser también desarrollado en
sentido fuertemente subordinante sobre la base de la idea que el Logos revela el Padre al mundo sea en la creación sea en
la redención. Aquí, en cambio, es importante el título “falto de diferencias”, ya usada por Alejandro (Cf. Opitz, Urkunden
zur Geschichte des arianischen Streites..., p. 25), que acerca de modo estrecho la realidad del Hijo a la del Padre, sobre la
base de la divinidad y la sustancia.
5
La expresión no indica de modo inequívoco que el Hijo es coeterno con el Padre, pero es ciertamente menos genérica
que “engendrado antes de todos los tiempos”, porque plantea la idea que el Hijo existe desde siempre.
6
El cúmulo de expresiones bíblicas, explícitas e implícitas, tiene aquí el objetivo de subrayar la función intermediaria de
Cristo entre Dios y el mundo y también su inferioridad con respecto del Padre, en sentido en todo caso muy tradicional.
7
La cita de Mat 28, 19, clásico pasaje de tono trinitario, sirve para introducir la aclaración que el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo son efectivamente tales y no son solamente nombres o funciones de una única persona divina, como
quisieron los monarquianos. La siguiente aclaración, que cada uno de las tres conserva la misma hipóstasis y el propio
grado, mientras remarca la subsistencia personal, precisa también la disposición escalar de la Trinidad, a la manera de
Tertuliano y a Orígenes: el Padre es superior al Hijo, éste es superior al Espíritu santo.
8
La expresión retumba muy de cerca aquella de Orígenes, Contra Celsum VIII 12 (también retomada por el arriano
Asterio), fr. 32 Bardy), dónde en todo caso se habla solamente de Padre e Hijo; por consiguiente la unidad de Dios, es
decir de las tres hipóstasis, es afirmada solamente de modo dinámico como unidad de querer y de obrar. Efectivamente
también en este texto, como en Orígenes, el término ousia, en la expresión según la cual el Hijo es imagen de la ousia del
Teniendo esta fe, y teniéndola desde el principio y hasta el final, en la presencia de Dios y de Cristo
condenamos toda falsa creencia de los herejes. Y si uno enseña contra la sana y recta fe de las Escrituras,
diciendo que hay o ha habido antes un tiempo o un momento antes que el Hijo fuera engendrado, sea
condenado. Y si uno define al Hijo criatura, como una de las criaturas, hechura como uno de las hechuras,
obra como una de las obras, y no como nos han transmitido las Sagradas Escrituras que cada uno de aquéllos
que arriba hemos nombrado deriva del otro, o si enseña o anuncia de otra manera de cuanto nos ha sido
transmitido, sea condenado9. En efecto nosotros creemos y nos atenemos realmente y con reverencia a todo
aquello que nos ha sido transmitido en las Sagradas Escrituras de los profetas y de los apóstoles.

Padre, parece empleado en el sentido de sustancia individual, es decir como sinónimo de hipóstasis, según el empleo
corriente en oriente en ambientes de tradición origeniana. Por tanto falta aquí un concepto de carácter estático
exactamente como aquellos de hipóstasis y ousia, para poder formular la unión. En otras palabras, sólo el recurso a
conceptos de carácter dinámico podría asegurar el concepto de la unidad de Dios sin implicaciones de carácter sea
monarquiano (una sola ousia = hipóstasis del Padre y el Hijo) sea materialista (un sola ousia divina que a causa de la
generación del Hijo se divide en dos partes).
9
Las dos fórmulas de condena son equívocas. En efecto decir que no ha habido tiempo antes de la generación del Hijo
sólo implicó la anterioridad del Hijo con respecto de la creación, porque sólo a partir de ésta se puede hablar de tiempo.
La otra proposición, por la cual el Hijo no como criatura como las otras criaturas ni “genitura” como las otras
“genituras”, el mismo Arrio lo había afirmado a su modo en la carta a Alejandro (Cf. parte II, texto n. 2 pgfo 2).
PROFESIÓN DE FE DE LOS OCCIDENTALES EN SÉRDICA (343)

Para tratar de solucionar la disidencia entre occidentales y orientales, el papa Giulio consiguió que
Constante hiciera presiones hacia su hermano Constancio para la convocación de un nuevo concilio
ecuménico. Constancio por exigencias políticas condescendió a la solicitud del hermano, y el concilio fue
convocado para el otoño 343 en Sérdica, en Mesia, en la parte occidental del imperio pero muy cerca del
confín con la parte oriental. Los obispos orientales, que no tenían ningún interés por retomar las cuestiones de
Atanasio y Marcelo, vinieron de mala gana, pero no más de un unos setenta, mientras que los occidentales
fueron un centenar. Los trabajos se atascaron por cuestiones de procedimiento: los occidentales, que en Roma
en el 341 habían absuelto a Atanasio y a Marcelo de su condenas infligidas en oriente, sostenían que ellos
tenían que participar en el concilio con los otros obispos, mientras los orientales, que no aprobaron aquellas
absoluciones, se opusieron. En tal situación, de repente, los orientales abandonaron Sérdica y, alcanzada
Filipopolis, ciudad oriental allí vecina, redactaron un largo documento en el que rehicieron, desde su punto de
vista, toda la historia de los contrastes y condenaron las grandes cabezas occidentales (Osio de Córdoba,
Protogenes de Sérdica, Julio de Roma, etcétera. Por su parte los occidentales solos continuaron los trabajos y
formularon un documento paralelo en que expusieron su punto de vista y condenaron las cabezas orientales
(Esteban de Antioquía, Acacio de Cesárea, Valioso, Ursacio, etcétera) se llegó así a la ruptura entre
cristiandad oriental y occidental.

Los documentos publicados por los dos partes denotan de modo claro el contraste: los occidentales
consideran a los orientales completamente arrianos y no tienen en cuenta la complejidad de la situación
doctrinal, bien articulada, más allá del contraste entre arrianos y nicenos. Los orientales rechazan la acusación
de arrianos y prefieren no bajar en detalle sobre el plan doctrinal, limitándose a recordar los motivos de orden
disciplinal, que llevaron a la condena de Atanasio y al monarquismo radical de Marcelo. Los dos opuestos
puntos de vista doctrinales son compendiados en dos profesiones de fe que equipan los documentos. Aquella
oriental sigue, abreviándola, la fórmula antioquena del 341, que conocemos ya. Presentamos en cambio la de
los occidentales, único texto que nos informa sobre la teología trinitaria en occidente en la primera mitad del
IV siglo.

La teología romana, a causa de las controversias de la primera mitad del siglo III, adoptó con papa
Calixto una línea de pensamiento moderadamente monarquiana, que en el 257 Dionisio de Roma había
entrado en polémica con Dionisio de Alejandría, condenando la doctrina de las tres hipóstasis como forma
de triteismo. La profesión de Sérdica confirma esta actitud: si en efecto caya el homoousios, un término que
evidentemente también resultaba poco satisfactorio a los partidarios de la fe nicena, condena decididamente la
doctrina de las tres hipóstasis y remarca una sola hipóstasis y ousia de la Trinidad, sin preocuparse de
articular con un lenguaje adecuado la distinción entre el Padre, Hijo y Espíritu santo dentro de tal hipóstasis:
está ausente el término prosopon correspondiente griego del término latino persona, que Tertuliano había
introducido precisamente en esta acepción trinitaria. Está bien remarcada coeternitad del Hijo con el Padre.
Más allá de varias ingenuidades de disertación, que bien denotan el bajo nivel teológico de los occidentales, la
comparación entre este texto y el antioqueno del 341, al que quiere contraponerse, evidencia con la más
explícita claridad el contraste también doctrinal que ya separaba a los cristianos de los dos partes del
imperio: en efecto, si la doctrina oriental de las tres hipóstasis aparecía a los occidentales triteista, a los
orientales la afirmación de una sola hipóstasis de la Trinidad desde hace más de un siglo sonaba sabeliana y
luego marceliana, es decir, monarquiana radical.

Para el texto de la profesión de fe serdense seguimos a HAHN, Bibliotek der Symbole…, 188-190.
El texto

Nosotros hemos recibido, hemos aprendido y mantenemos esta tradición y profesión de fe católica y
apostólica, que un sola es la hipóstasis (que los herejes definen sustancia)10 del Padre, del Hijo y del Espíritu
santo. Y si ellos preguntaran cuál sea la hipóstasis del Hijo, nosotros declararíamos que ella es la que
reconocemos como la sola hipóstasis del Padre, y que el Padre no ha sido nunca ni puede ser tal sin el Hijo ni
el Hijo sin el Padre, que sería Logos falto de Espíritu11. En efecto, es completamente absurdo afirmar que el
Padre haya existido nunca sin el Hijo, y el Hijo certifica que él no puede ser definido y ser tal, diciendo: “Yo
estoy en el Padre y el Padre está en mí” y “Yo y el Padre somos una cosa sola” (Jn 14,10; 10,30)12. Nadie de
nosotros niega que el Hijo haya sido engendrado, pero engendrado antes de todas las cosas, que definimos
visibles e invisibles, creador y artífice de los arcángeles, de los ángeles, del mundo y del género humano,
como fue dicho: “Me instruyó la Sabiduría, artífice de todo” (Sab 7,21) y “Todo ha sido hecho por medio de
él” (Jn 1,3). No habría podido existir siempre, si hubiera tenido principio, porque el Logos que existe siempre
es sin principio13. Luego Dios no está sometido a ningún fin. No decimos que el Padre es el Hijo o
contrariamente que el Hijo es el Padre, pero el Padre es Padre y el Hijo es Hijo del Padre14.

Profesamos que el Hijo es potencia del Padre. Profesamos que el Logos de Dios Padre es el Hijo, más
allá del cual no hay ningún otro y el Logos es verdadero Dios, sabiduría y potencia. Afirmamos por tradición
que es Hijo verdadero, y lo definimos hijo no como son definidos los demás hijos15. Ya que estos pueden ser
dioses en gracia de la regeneración y pueden ser definidos hijos por haber sido considerados dignos, no en
fuerza de la única hipóstasis, que es del Padre y del Hijo. Profesamos que éste es unigénito y primogénito16,
pero primogénito es el Logos que desde siempre era y está en el Padre, en cambio es primogénito a causa del

10
Al afirmar una sola hipóstasis de la Trinidad, los occidentales la identifican, en referencia a los adversarios, con ousia.
En efecto, vimos que la fórmula antioquena del 341 implica la identificación entre hipóstasis y ousia asumida en el
sentido de sustancia individual, que había sido también la convicción prevaleciente en Orígenes y que reencontraremos
aún en los homeousianos. Los heréticos a quienes los occidentales hacen referencia son identificados con los orientales
en general que ya en Romo en el 341 había sido tachados de ser arrianos.
11
Por pneuma aquí se entiende es espíritu visto como sustancia divina, aquello por lo cual Dios es Dios. La expresión por
tanto significa que el Padre es quien constituye la divinidad del Hijo, una expresión no clara, susceptible de ser
interpretada en sentido monarquiano, pero no necesariamente.
12
Los dos pasajes habían sido aducidos por los monarquianos de la primera hora (Noeto) Praxeas, para sustentar la
identificación del Hijo con el Padre; pero ingeniosamente Hipólito y Tertuliano los interpretaron de modo que
fortaleciera, en cambio, la distinción personal entre los dos. En el tiempo de la controversia arriana los dos pasajes se
presentan sistemáticamente en sentido antiarriano. Para detalles (Cf. “Orpheus” 2, 1981, pp. 312-3).
13
La afirmación de la eternidad del Hijo es hecha sin precisar entre arché ontológico y arché cronológico, como en
cambio habían distinguido Orígenes y Alejandro (el Hijo no tiene arché cronológico porque es eterno como el Padre,
pero tiene arché ontológico porque ha derivado el ser del Padre).
14
La afirmación que el Padre no es el Hijo y viceversa tiene el objetivo de evitar la acusación de monarquianismo, y así
también la definición sucesiva del Logos como Hijo de Dios. En efecto, hemos visto (Cf. parte II, texto n. 4 nota 1) que
Marcelo sostiene que el Logos se había convertido en Hijo de Dios solo a partir de la encarnación. Resulta en cambio
ambigua la afirmación del hijo como dynamis, potencia del Padre. De por sí la afirmación era insustancial, ya
remontándonos al tiempo de los apologistas; pero también Marcelo había considerado el Logos dynamis del Padre. Y si
los apologistas lo consideraran dynamis personal y subsistente (y así toda la tradición alejandrina) en cambio Marcelo
consideró el Logos solo dynamis impersonal, mera facultad operativa de Dios.
15
Esta expresión está, en cambio, en sentido antiariano, que tiende a distinguir al Hijo por naturaleza de los hijos de Dios
por adopción, es decir los hombres. En Arrio esta distinción no había sido realzada en absoluto, dado el carácter creatural
del Hijo.
16
Los dos términos, monogenes y protótokos derivan de Jn 1, 18 y Col 1, 15. Tradicionalmente ambos apelativos le
fueron dado al Cristo preexistente, el Logos (para primogénito confrontar también Dionisio de Roma, en PL V 116). Pero
al tiempo de la controversia la expresión “primogénito de toda la creación” empieza a hacer dificultad, en cuanto
fácilmente adaptable a la concepción arriana de Cristo criatura. De aquí la tendencia de los antiarrianos en distinguir los
dos apelativos. Cristo es Unigénito en cuanto Hijo, Logos, es Primogénito de la creación en cuanto encarnado. Ya
Marcelo había criticado la identificación entre Unigénito y Primogénito y había referido Primogénito de toda la creación
al encarnado (frs. 3-6: cfr. p. 553 nota 1).
hombre. Se distingue por la nueva creación, porque también es primogénito de los muertos (Col 1,18).
Profesamos que un solo es Dios. Profesamos una sola divinidad del Padre y el Hijo. Nunca nadie negará que
el Padre es mayor del Hijo (Jn 14,28)17, no por otra hipóstasis ni por otra diferencia, sino porque justamente el
nombre de padre es mayor del de hijo. En cambio con interpretación blasfema y ruinosa ellos pretenden que el
Hijo haya dicho: “Yo y el Padre somos una cosa sola” (Jn 10, 30) por la armonía y la concordia18. Pero todos
nosotros católicos condenamos este concepto loco y deplorable. Como en efecto los hombres mortales, en
cuánto del origen son diferentes el uno del otro, cuando están en contraste entre ellos manifiestan opiniones
contrastantes y llegan incluso a la separación, así ellos afirman que puede haber diferencia de juicio y
separación entre Dios Padre omnipotente y el Hijo, lo que es completamente absurdo suponer e imaginar. En
cambio nosotros creemos, tenemos por cierto y pensamos que la sagrada palabra ha dicho: “Yo y el Padre
somos una cosa sola” por la unidad de la hipóstasis, que es un sola del Padre y del Hijo.

También creemos esto: siempre, sin principio y sin fin19, el Hijo reina junto con el Padre, ni habrá un
tiempo que lo dividirá de él, ni su reino faltará. En efecto, lo que existe siempre no ha empezado a existir ni
puede tener fin. Creemos y comprendemos también en el Paracleto, el Espíritu santo, que justamente el Señor
nos ha anunciado y enviado. Y creemos que ha sido inviato20. Pero no ha padecido él, sino el hombre que ha
revestido, que ha asumido de María Virgen, el hombre capaz de padecer. En efecto, el hombre es mortal,
mientras que Dios es inmortal. Creemos que al tercer día ha resurgido no Dios en el hombre, sino el hombre
en Dios; y a este hombre él ha llevado a su Padre como un regalo después de haberlo liberado del pecado y de
la corrupción. Creemos que a tiempo debido y establecido él juzgará todo y sobre todo.

Tal es su necedad y por espesa tiniebla es cegada su mente que ellos no pueden divisar la luz de
verdad. No comprenden en qué sentido sea dicho: “Para qué también ellos en nosotros sean una cosa sola” (Jn
17,21)21. Está claro, en efecto, por cuál motivo únicamente: porque los apóstoles han recibido el Espíritu santo
de Dios, y sin embargo ellos no eran espíritu, ni alguno de ellos era o logos o sabiduría o potencia, ni era
unigénito. “Como yo y tú” dice “somos una cosa sola, también ellos en nosotros sean una sola cosa” (Jn
17,21). Pero la palabra divina ha distinguido con exactitud diciendo: “Como nosotros somos una sola cosa”,

17
Jn 14, 28 desde Ireneo (Adversus haereses II 28, 8) fue interpretado indicando la inferioridad del Hijo con respecto del
Padre. Arrio no hizo empleo del pasaje porque él sustentó no una genérica y moderada inferioridad pero hasta la ajenidad
del Hijo a la naturaleza divina del Padre y en este sentido el paso no le resultaba útil. Aquí los escritores de la fórmula de
Sérdica admiten que el Padre sea mayor que el Hijo solamente en la cualidad de Padre. Sobre la compleja historia de este
paso juánico (Cf. también “Orpheus” 2, 1981, pp. 314-5).
18
Aquí la fórmula serdicense ataca directamente la fórmula antioquena del 341. El argumento aducido es particularmente
infeliz, en cuanto la voluntad de Dios de ningún modo se puede igualar con la de los hombres, siendo por definición
inmutable. Por lo tanto la comparación no resulta para nada adecuada.
19
Con esta expresión la fórmula toma las distancias de la afirmación de Marcelo según la cual el reino del Hijo habría
sido destinado a tener fin cuando el Logos hubieras sido reabsorbido en el Padre (Cf. parte II, texto n. 4 nota 4). Ya
Marcelo, en una profesión de fe presentada en el concilio de Roma del 341, se había retractado sobre este punto (fr. 129)
y los occidentales remarcan aquí la afirmación de la eternidad del reino del Hijo para dar pie, en cuánto defensores de
Marcelo, a las críticas de los orientales. De ahora en adelante la afirmación de la duración sin fin del reino del Hijo
comparecerá en todas las profesiones de fe emitidas en el curso de la larga controversia, hasta aquella costantinopolitana
del 381.
20
Aquí el Espíritu Santo es identificado con el componente divino de Cristo, es decir con el Logos, con el Hijo. Se trata
de una confusión certificada en diferentes fuentes, sobre todo en occidente, a partir de Hermas (Comparaciones 9, 1, 1),
debida a la pluralidad de significados de neuma. En efecto este término podía indicar, además de específicamente el
Espíritu Santo, también la sustancia divina en sentido genérico y a veces también el Hijo. De aquí la confusión, que
sorprende en un documento oficial publicado en edad tan tardía, que comprueba el atraso doctrinal de los occidentales
con respecto a los orientales en la primera mitad del IV siglo. Por detalles Cf. SIMONETTI, Notas de cristología
neumática, “Augustinianum” 12, 1972, p. 201 sgg.
21
Más arriba se dijo que el Padre y el Hijo son una sola cosa (Jn 10,30), por la unidad de la hipóstasis y es rechazada la
unidad dinámica de querer y actuar. Pero Jn 17,21 comprende en la unidad del Padre y el Hijo también a los fieles. De
aquí la oportunidad de distinguir la unidad hipostática del Padre y el Hijo de la unidad solamente moral de los fieles con
Dios.
no ha dicho: “Como nosotros somos una cosa sola, yo y el Padre”, pero para que los discípulos, concordes y
unidos entre ellos, sean una cosa sola por la profesión de fe, y en la gracia y la piedad de Dios Padre y en el
consentimiento y el amor del Señor y Salvador nuestro puedan ser una cosa sola.

LA LARGA EXPOSICIÓN (345)22

Sócrates (Historia eclesiástica II 19) dice que este texto fue llamado e¨;kqesij makrççóños, ticoj , es decir
“exposición de largas líneas” o sea -se piensa- “larga”. Efectivamente tiene poco en común con las anteriores
formulaciones de fe orientales, en cuánto quiere ser una explicación detallada de la doctrina ya profesada en el
grupo eusebiano, que reunía buena parte del episcopado oriental. Fue presentada en el 345 en Milán al
emperador Constante en la tentativa de retomar el coloquio interrumpido a Sérdica, a través de una
explicación doctrinal. A continuación de ello los occidentales estuvieron de acuerdo en condenar Fotino, cfr.
el comentario al texto, nota 7; pero no se fue más adelante porque, parece, los orientales rechazaron condenar
la doctrina de Arrio.

El texto presenta al inicio la fórmula de fe del 342, cfr. p. 126, dotada de los anatematismos
publicados en Filipopolis, cfr. p. 132, y les hace seguir una amplia explicación articulada en siete puntos,
tendiente a precisar la posición de los orientales como lejanos sea del arrianesimo radical sea del
monarquianismo, precisado en la doctrina sea de Sabelio sea de Pablo de Samosata sea de Marcelo y de
Fotino. En la relación Padre/Hijo, que es de generación real, el Hijo por una parte está subordinado al Padre
pero por la otra es definido Hijo por naturaleza, en todo semejante al Padre y a él unido. La distinción de las
personas está bien realzada, pero usando prosopon en lugar de hipóstasis, demasiado fuerte para los
occidentales; la unidad es profesada sobre la base del acuerdo de voluntad y operación, como en Antioquía
(341), mientras la unicidad de Dios le es añadida al Padre, el único sin principio y principio de todo, también
del Hijo. Del Espíritu santo, usualmente, se habla muy poco.

En complejo, un texto que mantiene firme la concepción que en oriente articulaba la Trinidad en tres
unidades subsistentes, pero que trata de no cargar la mano sobre las diferencias entre esta doctrina y el
monarquianismo de los occidentales, atenuando a lo máximo compatible la distinción de las hipóstasis con el
recurrir a diferente terminología y notando lo más posible la unión del Hijo con el Padre.

Presentamos este texto según HAHN, Bibliotek der Symbole…, 192-6.

Texto

1. Creemos 1 en un sólo Dios Padre omnipotente, creador y artífice de todas las cosas, de quien lleva
nombre toda paternidad en cielo y en tierra (Ef 3,15). Y en su Hijo unigénito, nuestro Señor Jesús Cristo,
engendrado por el Padre antes de todos los tiempos, Dios de Dios, luz de luz, por medio del cual todas las
cosas fueron creadas, en cielo y en tierra, visibles e invisibles; qué es logos, sabiduría, potencia, vida, luz
verdadera; qué en los últimos días se hizo hombre por nosotros y ha sido engendrado por la santa Virgen; qué
fue crucificado, murió, fue sepultado y resucitó de los muertos al tercer día; qué subió al cielo, se sienta a la
derecha del Padre y vendrá al final de los tiempos a juzgar los vivos y los muertos y a dar a cada uno según
sus obras, cuyo reino quedará sin fin en los tiempos infinitos. Se sienta en efecto a la derecha del Padre no
sólo en este tiempo sino también en el futuro. Creemos también en el Espíritu santo, es decir en el Paráclito
que el Hijo, después de haberlo anunciado a los apóstoles, una vez que regresó al cielo lo ha mandado para

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instruirlos y recordarles todas cosas, a través del que habrían sido santificadas las almas de aquéllos que
habrían creído en él con pureza.

2. Aquellos que afirman que el Hijo es derivado de la nada o de otra hipóstasis y no de Dios, y que ha
habido un tiempo en que él no existía, a ésos la Iglesia santa y católica reconoce extraños a sí. De igual
manera también aquellos que afirman que hay tres dioses o que Cristo no es Dios, o que antes del tiempo él no
es ni Cristo ni Hijo de Dios, o que él mismo es Padre, Hijo y Espíritu santo, o que el Hijo es ingénito, o que el
Padre ha engendrado al Hijo no por su mismo querer y decisión, a todos estos la Iglesia santa y católica los
condanna2.

3. En efecto, nosotros declaramos que es peligroso afirmar que el Hijo ha derivado de la nada, porque
eso no fue transmitido por él en ningún punto de las Escrituras inspiradas por Dios, o de otra hipóstasis
preexistente además de la Padre; pero él realmente ha sido engendrado por el solo Dio3. En efecto, la palabra
divina enseña que el único engendrado y sin principio es el Padre de Cristo. Y tampoco, afirmando con justo
riesgo sobre la base de lo que no ha sido escrito que ha habido un tiempo en que el Hijo no existía 4, se tiene
que pensar en un intervalo de tiempo anterior a él; sino solamente que Dios lo ha engendrado fuera del
tiempo. En efecto tiempos y siglos fueron creados por medio de él. Tampoco se tiene que creer que el Hijo sea
sin principio e ingénito junto con el Padre: en efecto nadie puede ser específicamente definido hijo o padre de
uno que es, como él, ingénito y sin principio. Pero sabemos que el Padre, el solo que es sin principio e
ingénito, ha engendrado de modo a todos incomprensible e inaccesible, y que el Hijo ha sido engendrado antes
de los tiempos y no es ingénito también como el Padre, sino que tiene como principio al Padre que lo ha
engendrado, en efecto: “Dios es cabeza de Cristo” (1 Cor 11,3)

4. Ni afirmando según las Escrituras tres entidades y tres personas 5 del Padre, Hijo y Espíritu santo,
con esto no hacemos tres dioses, porque sabemos que uno solo es el Dios perfecto e ingénito, invisible y sin
principio6, el Dios y Padre del Unigénito, el único que tiene el ser por sí mismo, el único que lo prodiga a
todos los otros en abundancia. Pero cuando afirmamos que solo Dios es el Padre del señor nuestro Jesucristo y
que sólo él es ingénito, no negamos con esto que también Cristo sea Dios antes de los tiempos. De tal hechura
son en cambio los discípulos de Pablo de Samosata, quienes afirman que sólo en un segundo momento,
después de que se hizo hombre, él fue divinizado gracias a su progreso moral, porque por naturaleza él ha sido
simple hombre. Sabemos, en efecto, que también él, incluso si está sometido a Dios Padre, sin embargo, en
cuánto engendrado por Dios antes de los tiempos, es por naturaleza Dios verdadero y perfecto, y no de
hombre que era sucesivamente se convirtió en Dios, pero de Dios se hizo hombre por nosotros, pero sin nunca
perder su ser Dios.

5. Además de estos tenemos en horror y condenamos 7 aquellos que falsamente lo definen solamente
como palabra de Dios desnuda e insubsistente, que tiene el ser en otro (y algunos dicen qué unas veces es
palabra proferida y otras es palabra inmanente). Ellos sostienen que Cristo es no es Hijo de Dios y mediador e
imagen de Dios desde antes de los tiempos, sino que se convirtió en Cristo e Hijo de Dios desde el momento
en que asumió nuestra carne de la Virgen, de esto ni siquiera son 400 años. Sustentan en efecto que Cristo ha
empezado a reinar solamente desde aquel momento y que su reino tendrá término después del fin del mundo y
el juicio.

6. Estos son los discípulos de Marcelo y Fotino, los gálatas, que junto a los judíos niegan la existencia
pretemporal de Cristo, su divinidad y su reino sin fin, con el pretexto de afirmar la monarquía divina.
Sabemos en efecto que él no es solamente palabra proferida o inmanente8 de Dios sino Dios viviente, Logos
subsistente por sí, Hijo de Dios y Cristo, que no coexiste con su Padre solamente en presciencia sino que le ha
sido ministro en toda la creación de los seres visibles e invisibles. Es a él a quien se dirigió el Padre9 diciendo:
“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26), que apareció en persona a los patriarcas, dio
la Ley, habló por medio de los profetas, y que por último se hizo hombre, reveló a su Padre a todos los
hombres y reina por los tiempos infinitos. En efecto, Cristo no ha recibido alguna dignidad reciente, sino que
nosotros creemos que desde el principio él es perfecto y semejante en todo al Padre.

7. Luego aquellos que afirman10 que él mismo es Padre, Hijo y Espíritu santo, en cuánto que
entienden impíamente los tres nombres en referencia a una sola y misma entidad y persona, justamente los
excomulgamos de la Iglesia, porque suponen que el Padre ilimitado e impasible se haya delimitado y haya
padecido a causa de la encarnación. Son estos los patripasionistas entre los latinos y los así llamados
sabelianos entre nosotros. Nosotros, en efecto, sabemos que el Padre, que ha mandado, ha quedado en la
misma condición de divinidad inalterable, y que Cristo, que ha sido enviado, ha realizado la economía de la
encarnación.

8. Igualmente, aquellos que afirman insolentemente que el Hijo ha sido engendrado por querer y
decisión del Padre11 y que, por tanto, revisten a Dios de una necesidad que excluye la capacidad de querer y
elegir, casi que hubiera engendrado al Hijo contra su voluntad, a ésos los reconocemos impíos en máximo
grado y extraños a la Iglesia, en cuanto contra la común noción que se tiene de Dios y la intención de la
Sagrada Escritura han osado hacer tal afirmación sobre de él. Sabiendo en efecto que Dios es el dueño
absoluto y señor de sí mismo, religiosamente suponemos que él haya engendrado al Hijo por su misma
voluntad y elección. Creyendo luego con reverencia en el Hijo que dice de sí mismo: “El Señor me ha creado
principio de sus caminos para sus obras (Prov 8,22), no pensamos que él haya sido engendrado de modo
parecido a las criaturas que han sido hechas por medio de él. Es, en efecto, impío y extraño a la fe de la Iglesia
poner el Creador a la par de los seres que han sido creados por medio de él y creer que su modo de nacer haya
sido el mismo que el de los otros seres. En efecto las Escrituras divinas nos enseñan que solamente y de modo
único el Hijo unigénito ha sido engendrado auténtica y realmente.

9. Si por otro lado afirmamos que tampoco el Hijo subsiste, vive y tiene el ser por sí al igual del
Padre, no por esto lo dividimos del Padre12 imaginando en modo corpóreo un lugar o un intervalo que se
entremeta en su conjunción. Creemos en efecto que ellos están unidos entre ellos sin intervalo o alguna cosa
de intermedio y no pueden ser separados el uno del otro, porque el Padre abraza a todo el Hijo y todo el Hijo
está conectado y unido con el Padre y él sólo descansa ininterrumpidamente en el seno paternal, (Jn 1,18).
Creyendo, pues, en la Trinidad perfectísima y santísima, es decir, en el Padre, Hijo y Espíritu santo, y
diciendo Dios el Padre y Dios el Hijo no profesamos dos dioses13, sino una sola dignidad de la divinidad y
una sola perfecta armonía del reino. En efecto solamente el Padre manda en modo completo sobre todo y
sobre el mismo Hijo, mientras el Hijo, sometido al Padre, excepto él y después de él reina sobre todos los
seres creados por su medio y por voluntad del Padre prodiga abundantemente a los santos la gracia del
Espíritu Santo. En efecto las Sagradas Escrituras nos han transmitido que así se presenta la doctrina de la
monarquía en referencia a Cristo.

Después de la inicial y sintética profesión de fe hemos sido obligados a tratar estos argumentos en
forma más amplia no por vana ostentación, sino para liberarnos de toda sospecha incompatible con nuestro
pensamiento, que viene de parte de quién no conoce nuestras cosas14, y con el objetivo que todos los
occidentales puedan tener conocimiento sea de las descaradas acusaciones de los herejes sea de lo que le
piensan en el Señor los orientales en conformidad con la verdadera Iglesia, confortados, junto a aquellos que
no se han dejado desviar, del testimonio sin coacción de las Escrituras inspiradas por Dios.

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