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Desigualdad social en Chile: Un análisis de sus componentes y desafíos.

La desigualdad existente en el espacio en que se desenvuelve la sociedad nos emplaza a todos y


todas a ir transformándola, hacia los principios de la seguridad social.

Con la finalidad de estudiarla, es posible plantear un análisis en torno a tres aspectos, en el país:
Nivel de ingresos, sistema educativo y la participación nacional en la OECD.

Ahora bien, es necesario definir lo que se entiende por desigualdad. Desde el materialismo,
planteado por Hegel y Marx, es definible como el fenómeno que explica la presencia de diferencias
significativas y medibles, y que inciden en los niveles de calidad de vida. Lo anterior, debido a las
diferencias de ingresos entre trabajadores, cuya fuerza de trabajo y su plusvalor constituyen la
principal riqueza de las naciones. Para su estudio objetivo existen varias herramientas (Coeficiente
de Atkinson, Curva de Lorenz) sin embargo, el más aplicable el coeficiente de Gini, el cual sitúa de
manera gráfica entre 0 y 1, los niveles de ingresos con equidad (Siendo 0 perfecta igualdad). En el
informe del 2015, presentado por la OECD, Chile presenta un índice de Gini de 0,503 entre el
periodo 2006 al 2011. En la otra vereda encontramos a Finlandia, Dinamarca y Noruega, quienes
presentan un índice de Gini de 0,261, siendo los países con menor desigualdad dentro de la OCDE.
Lo anterior se explica debido a que la distribución de riquezas, producto del crecimiento
económico, es altamente desigual.

“La educación es una herramienta vital para el desarrollo de la sociedad chilena. Con ella los
ciudadanos pueden organizarse con más equidad instaurando un país con mayores principios de
comunidad nacional, donde el más sano ayude al más enfermo, el más joven al más longevo,
restableciendo el valor por el prójimo, por la solidaridad encausada no sólo al vivir mejor sino al
vivir mejor juntos.”

Importante señalar que pobreza y desigualdad no son sinónimos, y aun cuando el país ha puesto
énfasis en la reducción de la pobreza, los esfuerzos han sido tibios a la hora de disminuir la brecha
entre los más ricos (los cuales constituyen un grupo muy minoritario) y también en los mecanismos
mediante los cuales es medida la pobreza en el país.

En enero de 2016 entró en vigencia el ingreso mínimo de $250.000 bruto, el cual fue aprobado en
forma unánime por el Parlamento, en complicidad con el gobierno y la CUT. De lo anterior surge el
siguiente cuestionamiento: ¿Cuando una desigualdad podría ser socialmente tolerable?.
La desigualdad también se expresa como un problema de género, es decir, los hombres ganan más
que las mujeres desempeñando la misma función o cargo.

Es posible también observar desigualdad en el sistema educacional. Lo que en un modelo de Estado


benefactor debiese estar garantizado como un derecho, en Chile es regulado por las lógica
mercantil, estratificada de acuerdo a la capacidad de pago por la misma y relegando al estado a un
rol subsidiario, observándose un debilitamiento de la educación pública, tanto en el ámbito de
enseñanza básica y media, como en las instituciones de educación superior pertenecientes al Estado.
Constitucionalmente el Estado no garantiza directamente el derecho a la educación. En la
constitución se establece que “Los padres tienen el derecho preferente y el deber de educar a sus
hijos. Corresponderá al Estado otorgar especial protección al ejercicio de este derecho”.

Para conocer la calidad de la educación desarrollada en el país se han ideado diversos mecanismos,
el más documento es el sistema de medición de la calidad en la educación (SIMCE), creado en 1988
como un sistema de evaluación e información respecto del aprendizaje de los estudiantes, sin
embargo, este indicador ha fomentado la competitividad en el proceso educativo entre escuelas
públicas, colegios subvencionados y privados, evidenciando la segregación y la brecha generada por
el dinero en la educación de niños/as y jóvenes.

Otro indicador potente que avanza en la misma línea, a nivel de educación terciaria es la PSU, la
cual, mas allá de su objetivo directo, permite evidenciar lo anteriormente planteado. De acuerdo a la
información entregada por el CRUCh la diferencia en el promedio nacional PSU de un colegio
particular respecto a los establecimientos municipales llegó a los 138 puntos, donde la educación
privada obtuvo un promedio nacional de 606 puntos, mientras que los municipales promediaron los
468.

Frente al anterior análisis presentado, en dos aspectos donde es posible evidenciar la desigualdad
del país, urgen cambios estructurales en el modelo económico, político y social que la élite
empresarial y política, apoyados por el imperialismo, han venido desarrollando en el país desde los
años 80. Para este cambio revolucionario, la educación es una herramienta vital en la
transformación y desarrollo de la sociedad chilena, avanzando hacia niveles mayores de equidad,
tanto a nivel salarial, educativo y también sanitario, estableciendo principios fundamentales y
asegurando el desarrollo sustentable, apoyado en los principios de la seguridad social. Nuestro país
por tanto, debe avanzar hacia un crecimiento económico sustentable, que asegure una correcta
distribución de la riqueza producida por los y las trabajadoras/es. Esto, en sintonía con lo planteado
por la OECD, orientando el desarrollo con una perspectiva sustentable. Para lo anterior, es
fundamental se consoliden las condiciones para el desarrollo de una asamblea constituyente que nos
permita un marco legal, nacido en el seno democrático de la sociedad post dictadura, que sustente y
ampare el deseo de la nación de un país más justo, equitativo, humano y sustentable.

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