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Miranda y la Revolución Francesa

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August 7, 2018

opinión

Ángel Lombardi Boscán

7 agosto, 2018

“No está marcada en ningún mapa: los sitios de verdad no lo están nunca” Herman Melville
(1819-1891)

C. Parra Pérez con “Miranda y la Revolución Francesa”, Tomo Uno, ofrece el expediente de
su “defensa”. Uno supone de un historiador con su trayectoria que el criterio de “objetividad”
se impondría sobre las naturales simpatías hacia su biografiado. Además, da la impresión que
es un libro de estructura desordenada y escritura farragosa, aunque curiosamente todo el
énfasis está puesto en explicar intricadas maniobras militares. Quizás esto se deba a que el
texto fue elaborado originalmente en francés, y luego, apresuradamente, traducido al español
por su autor, empresa inconclusa porque la muerte le llegó (1888-1964). Parra Pérez terminó
por elaborar la apología del caraqueño en las campañas militares en Bélgica y Holanda en las
cuales participó en el marco de la Revolución Francesa.

Miranda definitivamente fue un militar sin mucho brillo que digamos. Fue como dice Spence
Robertson, otro biógrafo famoso del caraqueño y cuya obra sí es crítica: un teórico del arte
militar. Miranda destacaba por su audacia y ansias de figuración, aunque sus talentos como
vigoroso guerrero con mucha frecuencia le dejaban mal parado. También, y esto lo derivamos
de las observaciones que hace Parra Pérez, Miranda era más bien un jefe de la logística y
competente ordenanza que un ofensivo general capaz de arriesgar el pellejo. Su cautela o
prudencia le hacían parecer un cobarde de acuerdo a numerosos testimonios de sus
contemporáneos.

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Para estar involucrado en todas las revoluciones de su tiempo, que dieron nacimiento a lo que
hoy conocemos como modernidad, Miranda algo de talento y sentido de la oportunidad debió
haber tenido. No tanto para encumbrarlo como una figura divinizada por una historiografía de
la independencia acrítica que lamentablemente Parra Pérez terminó por contribuir a elaborar.

Miranda arribó a Francia el 23 de marzo de 1792, luego de desertar del ejército español,
visitar los Estados Unidos y realizar un periplo europeo y caucásico impresionante teniendo a
la zarina Catalina de Rusia como su principal valedora. Su capacidad para relacionarse con
los personajes más encumbrados de su época le abrieron las puertas a empresas insólitas.
Verlo como mariscal de campo y general de los Ejércitos del Norte de Francia es toda una
proeza incuestionable. El ministro francés del Interior, en 1836, mandó a grabar en el Arco de
Triunfo de París, el nombre de Miranda por sus distinguidos servicios militares en el marco de
la era revolucionaria y napoleónica.

“Desde Amberes Miranda marchó rápidamente hacia Maeseyck con tres divisiones,
escalonadas a un día de distancia, pasó el Mosa, en Veissen, después el Roër y se apoderó
de Ruremonde, donde arrojó a 3.500 austriacos y donde el gobierno de Bélgica, que se había
retirado allí, estuvo a punto de caer en sus manos. Todo el Gueldres austríaco quedó en su
poder y el ducado de Cleves, el condado de Meurs y el Gueldres prusiano quedaron limpios
de enemigos. Los aliados traspusieron el Rin: Miranda no evacuará el ducado de Cleves más
que en virtud de ordenes formales”. Estas acciones se llevaron a cabo en diciembre de 1792
con un Miranda de 42 años de edad. Aun sorprende cómo logró ser alistado en los ejércitos
revolucionarios éste extranjero recién llegado a Francia. No hay duda que Miranda muy bien
se sabía vender.

Esta cita de Parra Pérez es para nosotros importante porque podemos derivar y extrapolar
algunas conclusiones del comportamiento de Miranda como general en jefe de ejércitos
numerosos y en un ambiente de guerra a lo europeo: recordemos lo inusual y hasta exótico
que era en ese entonces que un americano español estuviese comandando tropas francesas
enfrentando a los ejércitos de las principales monarquías. En primer lugar: el éxito. Algo poco
frecuente en la vida como estampida que tuvo el caraqueño. Luego, su “arte militar”, imbuido
en las enseñanzas de los teóricos clásicos como Julio César y su “Guerra de las Galias” entre
muchos otros. El general Dumouriez, jefe superior de Miranda, sostuvo esta opinión acerca de
su antiguo colaborador: “Miranda, hombre de ingenio e inteligencia, conocía la teoría de la
guerra mejor que cualquier otro general del ejército, pero ignoraba la práctica”. Y finalmente,
nos encontramos con un hombre obediente a las jerarquías castrenses de ese entonces y en
extremo conservador y de actitud “defensiva” en lo que se refiere a un espíritu autónomo y
emprendedor de acuerdo a las circunstancias en el terreno de los movimientos y contra
movimientos de tropa.

Luego de este rutilante y sorpresivo éxito a Miranda se le encomendó el sitio de Maestricht


que no pudo hacer rendir. Dumouriez invadió Holanda el 17 de febrero confiando en su buena
estrella. En el dispositivo de su ofensiva el rol de Miranda fue protagónico y frustrante. En la
batalla de Neerwinden, el 16 de marzo, las tropas imperiales del archiduque Carlos,
derrotaron a los franceses. Los partes de esa batalla atribuyen a la desbandada del ala
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izquierda del ejército francés bajo la jefatura de Miranda la causa principal del fracaso.

En Miranda nos encontramos a un hombre curtido en la desgracia y sin ningún apego a la


autocrítica. El descalabro de Neerwinden le llevaría a que la Convención le apartara del
mando militar y abrirle una investigación judicial por su comportamiento negligente, previo
arresto. Su justificación fue altiva y retadora: “Ataque de Maestricht por orden; mi retirada,
aprobada; batalla de Neerwinden, contra mi opinión”.

Nos llama mucho la atención el carácter agrio de Miranda como oficial superior en sus
relaciones con los subordinados. Según la mayoría de los testimonios citados por el mismo
Parra Pérez, Miranda adolecía del tacto de la cercanía y camaradería que produce una
confianza guerrera. Su altivez y arrogancia le hacían insoportable y su tendencia a los
castigos y reprimendas le enajenaban fundamentales apoyos entre la soldadesca. “Sabido es
que la severidad de Miranda en materia de disciplina en el servicio le proporcionaron más de
un disgusto”.

Miranda padeció toda su vida una especie de síndrome del prisionero: una predisposición en
ser perseguido y derrotado, aunque manteniendo la altivez en cada caso. Este victimismo
histórico de raíces trágicas ha sido pocas veces remarcado por sus principales estudiosos. El
“filosofo guerrero” en realidad nunca fue ni lo uno ni lo otro, sino más bien un aventurero y
diletante, y en ocasiones, hasta un pícaro.

A Miranda o se le admira o se le desprecia. El punto medio cuesta encontrarlo en sus


actuaciones porque el mismo se encargó de ser su propio publicista alrededor de la ingenua y
romántica causa de la libertad que en realidad abrazó pero que siempre supeditó de manera
calculadora a su protagonismo histórico. El desinterés de Miranda es otro mito que bien
valdría la pena desmontar. El problema es gordo porque la historiografía oficial le coloca como
el Juan Bautista que anunció la llegada del Mesías Bolívar. Y ya sabemos que cuando la
historia se vuelve mística toda consideración secular es sospechosa.

La mejor forma de encarar los mitos es con la mente abierta y liberándonos de los prejuicios
patrióticos que funcionan como chantajes emocionales construidos tercamente por el ritual
nacional. Idea ésta por cierto deplorable ya que las principales tragedias humanas, guerras de
por medio, se han producido por esta nefasta ideología nacionalista surgida entre los siglos
XVI y XVII, y profundizados por el imperialismo militante característico en la cuenca Atlántica
norte entre los siglo XIX y XX arrastrando a medio mundo. Las revoluciones han engendrado
la modernidad pero sus altas cotas de violencia le han hecho pagar un costo muy caro a la
humanidad.

Volviendo a Miranda y la necesidad de revisar los recuerdos creados e impuestos a la medida


del Estado Bolivariano, desde el año 1842 hasta el infortunado presente, se hace
imprescindible una completa revisión ajustada a una comprensión mesurada de su actuación
histórica.

La mayoría de sus biógrafos venezolanos han sido incapaces de presentar sus lunares y
terminan cediendo al chantaje patriótico, incluso, historiadores de carrera que dicen sostener
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sus resultados con el dominio científico de la disciplina. Y no se trata de hurgar en el lado
oscuro del personaje, esto sería de una bajeza inadmisible, pero sí ser capaz de emitir una
compresión más realista, y en consecuencia, necesaria y veraz. Toda verdad es una relación
con el dolor, y aceptarlo, no es tarea sencilla.

Hay acontecimientos claves en la vida de Miranda que siguen solapados o justificados por la
apología mirandina al uso: la huida repentina del solar caraqueño luego de la afrenta de los
mantuanos al padre; los conflictos con sus superiores en Melilla; el asunto en La Habana y su
posterior deserción del ejército español; su enrolamiento como “general” en los ejércitos de la
Revolución Francesa y su deplorable actuación en Neerwinden en los Países Bajos; sus
tratos con el gobierno inglés que nos hacen suponer que trabajó al servicio del Foreign Oficce,
algo que la mayoría de quienes le han estudiado sospechan pero no se atreven a señalar
abiertamente porque pondría en duda el desinterés de este “Don Quijote” (así lo llamó el
mismo Napoleón Bonaparte) trotamundo venezolano como adalid de la libertad; su fallida
“invasión” con tres modestas embarcaciones sobre las costas venezolanas en el año 1806
comandando una expedición mercenaria que en realidad gozó del apoyo logístico inglés en el
Caribe y que no pudo ir a mayores porque el gobierno inglés no dio luz verde a sus perros de
presa como el almirante Thomas Cochrane, simpatizante de Miranda; y finalmente, su
actuación en la Primera Republica (1810-1812) caracterizada por una ambigüedad gloriosa.

Sí hay algo que otea en todas las páginas de este primer volumen de la obra de C. Parra
Pérez es la traumática relación entre Miranda y su más inmediato superior, el general
Dumouriez. Doumeriez al principio acogió a Miranda de manera positiva pero el
distanciamiento se cuajó en la adversidad de las operaciones militares. El famoso juicio contra
Miranda por parte de la Convención, que casi le lleva a la guillotina, es lo que trata C. Parra
Pérez en el tomo dos.

C. Parra Pérez no estudia a Miranda sino que se asume en su más furibundo defensor. Hay
una especie de vínculo espiritual y complicidad como sí pensara que el destino histórico del
hombre de acción lo catapultaría a una inmortalidad en las letras historiográficas. Recordemos
que C. Parra Pérez, un activo embajador, logró repatriar el extraviado “Diario de Miranda”
perdido en un oscuro lugar de Londres.

Miranda es fascinante no tanto por lo que hizo sino por las contradicciones, vacilaciones,
paradojas e inconsecuencias que le son característicos y que sus biógrafos procuran disculpar
en todo momento. De la misma forma como hace C. Parra Pérez respecto a la actuación
militar de Miranda en el marco de la Revolución Francesa. Una vez más, Miranda, el
“pomposo derrotado”, logra salirse con las suyas.

Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ

@LOMBARDIBOSCAN

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