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El Secreto profesional viene regulado sustantivamente en nuestro sistema jurídico por el art. 5 del CD y por el art.

299.2 del Código penal -CP-, estableciendo el apartado 1 del primero que “la confianza y confidencialidad en las
relaciones entre cliente y abogado, insita en el derecho de aquél a su integridad y a no declarar en su contra, así
como en derechos fundamentales de terceros, impone al abogado el deber (…) de guardar secreto respecto de
todos los hechos y noticias que conozca por razón de cualquiera de la modalidades de su actuación profesional”,
señalando sin ningún género de dudas a terceros a la relación abogado-cliente como sujetos de protección del
deber de secreto.

Por su parte, el art. 199.2 del CP, elemento de interpretación del precepto contenido en el art. 5 del CD, establece
que “el profesional que, con incumplimiento de su obligación de sigilo o reserva, divulgue los secretos de otra
persona, será castigado con la pena…”, debiendo deducir bajo el principio de que “donde la ley no distingue, no
debemos distinguir” que la expresión otra persona incluye como sujeto de protección del deber de secreto a todas
las personas que no sean el propio abogado sin distinción y, por ello, tanto el cliente como todo tercero a la
relación abogado-cliente.

Regulación sustantiva
Interpretación ésta que no es sino la que propone Gonzalo Quintero Olivares, cuando mantiene al analizar el
precepto que: “En este sentido, el ámbito de incriminación del art. 199.2 CP. no alberga como único presupuesto
que la fuente de conocimiento sea la voluntad expresa del cliente. El deber de sigilo profesional del abogado no
nace exclusivamente de la voluntad expresa o presunta del cliente, por consiguiente, a la vista del tenor del art.
199.2 CP. y del art. 53 del EGA (hoy 42.1), también la revelación de secretos conocidos en actividades conexas al
asunto encomendado, cuya toma de conocimiento es una necesidad en el lógico desenvolvimiento de la profesión,
quedan incursas en la órbita típica del art. 199.2 CP. A mayor abundamiento, debe repararse en que el precepto
alude a la divulgación de secretos de otra persona y no necesariamente del cliente”.

Sentado por tanto que los preceptos sustantivos que regulan el Secreto Profesional extienden la protección del
mismo a terceros a la relación abogado-cliente, el problema sin embargo surge de inmediato si se repara en que
resulta de todo punto imposible que esos terceros protegidos puedan ser todos los terceros a dicha relación, pues
en tal caso sería inviable el propio ejercicio de la profesión, toda vez que éste exige necesariamente al abogado
defensor dirigir la defensa de su cliente frente a terceros a la relación entre ambos y, además, hacerlo en base a
hechos, datos y documentos objetivamente confidenciales de o sobre dichos terceros (es decir, objetivamente
sensibles y perjudiciales para éstos) a cuyo conocimiento accederá el abogado como consecuencia y por razón de
cualquiera de la modalidades de su actuación profesional porque se lo haya facilitado, bien el propio cliente, bien
un tercero distinto del adversario de su cliente, bien el propio adversario. De modo que, llegados al punto y de
forma inevitable y necesaria, se nos impone establecer cuál sea el elemento determinante del ámbito subjetivo de
protección del deber de secreto que permita señalar con toda precisión cuáles sean los terceros a la relación
abogado-cliente que vienen protegidos por el mismo

Las relaciones que conforman el vínculo material del sujeto de la defensa o interés de la misma pueden tener base
contractual o de otra clase; bien legal, bien con el resultado de la defensa, bien con su desarrollo. Relaciones que si
tienen vínculo contractual lo podrá ser tanto con el abogado (sustitución), como con el justiciable por separado
(contrato o contrata de cualquier tipo ligado al interés de la defensa) o con justiciable y abogado juntos con causa
en la defensa (coadyuvantes, asesores, peritos etc.). Clase o naturaleza del vínculo o relación con el interés de la
defensa que resulta absolutamente indiferente porque lo verdaderamente importante del mismo será que la causa
por la que éste se manifieste sea la defensa o su gestión; la cual se presumirá siempre por cualquier acto o
actuación que haga intervenir de un modo u otro a un tercero distinto del justiciable o su defensor en cualesquiera
de los trances internos o externos de la defensa (reuniones, juntas, comunicaciones, asistencias por dictamen,
pericias, consulta, opinión, información u otros).

Ámbito subjetivo de protección del secreto


El ámbito subjetivo de protección del secreto profesional va a venir determinado precisamente por ese sujeto de la
defensa que no es sino el que se constituye en el único y verdadero acreedor de la obligación y derecho al secreto
profesional, que extenderá su protección no como un derecho privativo del cliente o justiciable sino como un
derecho de toda la comunidad de intereses que se integra en dicho sujeto, en relación con el que no
serán terceros aún siéndolo respecto de la relación contractual cliente-abogado. Por lo que el secreto profesional
ampara todos los documentos y comunicaciones y sus contenidos confidenciales que se entreguen o produzcan
entre todos los integrados en el sujeto de la defensa con el abogado defensor, juntos o por separado, y de aquellos
entre sí para entregar al abogado y se le entreguen.

Sujeto o comunidad de intereses al que conviene prestar atención porque va a ser decisivo también para otras
obligaciones deontológicas, como aquellas que prohíben la defensa de intereses contrapuestos con los que se
defienden o se defendieron (art. 13. 5 a 7 CD), que serán objeto de estudio más adelante y en relación con las
cuales vendrán a determinar cosas tan importantes como el elemento nuclear de la contradicción.

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