emocional y afectiva por conseguirle una familia que lo adopte. Posibles adoptantes: una
pareja absolutamente comprometida con el bebé y una segunda pareja que plantea la
necesidad de tiempo para pensar, ya que la decisión era adoptar una nena. Quienes
tienen a cargo la decisión legal (¿burocrática?) deciden esperar a esta segunda pareja.
¿Las razones?: la primera pareja estaba formada por dos hombres; la segunda pareja
cumplía con los requisitos: heterosexual, legalmente casada. El que no pudo esperar la
decisión fue José. Mientras se discutía en despachos y consultorios si una pareja
homosexual podía adoptar o no un niño, podía ejercer o no la función paterna y materna,
José murió.
Este relato doloroso es uno de los tantos que escucho en mi práctica como psicoanalista.
La situación de descuido surge desde el prejuicio, aun cuando están en juego decisiones
que involucran la vida y las emociones de los seres humanos.
Cuando hablamos de función materna, ¿está dada por la biología? Cuando hablamos de
función paterna, ¿estamos pensando en la función que ejerce un padre en una pareja
heterosexual? Si la heterosexualidad de una pareja fuera el reaseguro de la sexualidad
“normal” de los hijos, ¿cómo se explica que de estas parejas puedan surgir hijos
homosexuales? ¿Qué esperamos en la evolución de un niño cuando fue abandonado en
una primera instancia, al ocurrir su nueva inserción en una familia?
La teoría del apego, que postuló John Bowlby (La separación afectiva, Vínculos afectivos:
formación, desarrollo y pérdida y otros textos), localiza la sexualidad en una relación
donde está en juego la calidad de los vínculos afectivos y no la singularidad de los sujetos
en cuestión. Desde esta teoría, la patología es el resultado de la vulnerabilidad y de los
factores de riesgo a lo largo del ciclo vital; las vicisitudes de la sexualidad son un factor
secundario a esta ecuación.
En muchos niños que están en instituciones, a la espera de la decisión legal para ser
adoptados, el abandono primario fue generador de ansiedades terroríficas de
aniquilamiento, y lo que puede darles marco de contención es la posibilidad de
relacionarse con figuras de apego que pudieran reparar la ansiedad originaria provocada
por la separación inicial.
Para la teoría del apego, lo que modela la interacción entre un niño y sus padres es un
modelo relacional que se internaliza convirtiéndose en una estructura interna, que
funciona como mapa cognitivo. En este mapa se irán insertando, a lo largo de la vida, sus
distintas relaciones vinculares. La calidad de los cuidados parentales resulta así de
fundamental importancia para la salud mental de un niño. En un ambiente seguro,
empático y de contención se podrá crear un modelo vincular de apego, lo que permitirá a
ese niño pararse como un futuro adulto seguro. Cuando algunas de estas condiciones se
rompen, el apego pasa a ser inseguro, generando un adulto que se ubicará ante el mundo
con una vivencia de apego inseguro, en sus modalidades de apego inseguro evitativo y de
apego inseguro autosuficiente. Por lo tanto, no es la biología lo que determina la
capacidad mediadora de una madre y tampoco la condición de género lo que habilita a
ejercer la función materna.
Desde esta teoría, el apego es una pulsión que aparece en el nacimiento, pero se hace
observable a partir de los seis meses. Desde allí hasta los dos años se crearán las
potencialidades para el vínculo de apego primario. Esta función no es cerrada: podrá
modificarse a lo largo de toda la vida; el apego secundario se considera muy importante
por las posibilidades de reparación de un vínculo de apego primario fallido.
Es un desafío para nuestra sociedad pensar los prejuicios por los cuales se ha llegado a
dar prioridad al género por sobre lo vincular. Es también una asignatura pendiente, con
tantos niños que fueron privados de un hogar donde hubieran podido ser cuidados en un
marco seguro. Es así esta presión social lo que ha constituido un verdadero obstáculo.