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Ednodio Quintero y los cuentistas

venezolanos. 1/33: Rufino Blanco


Fombona
Rufino Blanco Fombona nació en Caracas en 1874 y murió en Buenos Aires en 1944.
Fue poeta, narrador, ensayista, editor, diplomático, polemista y hombre de acción;
paradigma del escritor de su tiempo, consagrado, en su caso, a la lucha a menudo
encarnizada contra la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935). Considerado
como una de las figuras más destacadas de la cultura hispanoamericana de la primera
mitad del siglo XX. Por su actitud crítica y combatiente sufre la cárcel y el exilio. Desde
1910 y hasta la muerte de Gómez (1935) permanece en Europa. En París se ocupa de
organizar la edición anotada de las cartas del Libertador. En 1915 funda en Madrid la
Editorial Americana destinada a la divulgación de las mejores obras de la historia y
cultura de América Latina, llegando a editar a lo largo de 21 años unos 500 títulos. En
España es ampliamente conocido y apreciado, siendo miembro de la Academia de la
Historia y ocupando diversos cargos diplomáticos como Cónsul de Paraguay. En 1927
es candidato al Premio Nobel de Literatura. Luego en 1932 será gobernador de Almería
y más tarde de Navarra, y cuando se preparaba para asumir la gobernación de Las
Canarias se descubre que sus intenciones son las de preparar desde aquellas islas una
invasión a Venezuela. Ya había colaborado en 1928 con sus compatriotas que
organizaron desde Francia la tristemente famosa expedición del ?Falke?.De la amplia y
variada obra de Blanco Fombona (cerca de 50 libros), sus novelas satíricas El hombre
de hierro (1907) y El hombre de oro (1914), aun con sus imperfecciones formales,
constituyen el apasionado testimonio de un escritor comprometido con el drama político
de su país. El tono ríspido de su prosa y su particular manera de injuriar convierten estas
y otras de sus novelas en muestras de literatura panfletaria. Son famosos los epítetos que
endilga a sus rivales y enemigos, en particular al odiado Juan Vicente Gómez, a quien
bautiza como ?Bisonte?.En sus ensayos, profundos y documentados, indaga en la
historia de Venezuela, fijando su atención en la época de la Conquista y en las guerras
de Independencia, mostrando su admiración por la figura señera de Simón Bolívar. De
ese afán por historiar con sentido crítico y analítico surgen numerosos escritos breves y
algunos estudios fundamentales como El conquistador español del siglo XVI (1922),
Bolívar y la guerra a muerte (1942) y El espíritu de Bolívar (1943). En sus escritos
íntimos, Diario de mi vida (1921), La novela de dos años (1929), Camino de
imperfección (1933) y Dos años y medio de inquietud (1942), da cuenta con asombrosa
sinceridad, valiéndose de una prosa directa, de sus aventuras galantes, viajes, lecturas,
conflictos personales, la omnipresente política e incluso de los episodios de violencia en
los que se viera envuelto a causa de su explosivo temperamento. Es posible que en estas
páginas esté lo mejor de nuestro autor: el testimonio de una existencia rica en eventos
fuera de lo común, dedicada con manifiesta pasión al arte y la política, con un
componente sensual que recuerda las andanzas de un Casanova tropical, y que por
encima de todo responde a su idea de la literatura según la cual ésta debería estar
supeditada a lo vital. Desde su regreso a Venezuela en 1936, Blanco Fombona continúa
con su incansable actividad política, literaria y diplomática dentro y fuera del país, hasta
que la muerte lo sorprende en Buenos Aires en 1944. Alejandro Rossi a sus doce años
fue testigo privilegiado de una anécdota póstuma de nuestro autor, que en sí misma
constituye su último autorretrato. Cuenta Rossi en su libro de memorias Edén (2006)
que encontraron el cadáver del venerable amigo de su padre acostado en la habitación
del hotel donde se alojaba, la almohada manchada de negro carbón por el tinte del
cabello que utilizaba y bajo la almohada un revólver calibre 38.Blanco Fombona
destaca también como cuentista, y en este género nos muestra sus preocupaciones por lo
que podríamos llamar el espíritu nacional. Bajo el título de Cuentos americanos publica
entre 1900 y 1913 una selección de 18 relatos de índole criollista con la intención de
divulgar en España y Europa cuentos y leyendas de América Latina y en particular de
Venezuela, contribuyendo a la formación de una literatura nacional. De ese conjunto de
relatos vernáculos seleccionamos ?El catire?, de tema rural, protagonizado por un
adolescente díscolo y cruel, que se ensaña en castigar sin razón alguna a un pobre e
indefenso animal.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos. 2/33: José Rafael Pocaterra
Nació en Valencia en 1889 y murió en Montreal en 1955. Narrador, ensayista, diplomático y
periodista. De temprana vocación literaria, se dedica al periodismo político manifestando su
oposición a la dictadura de Cipriano Castro (1899-1908). A los 18 años, como consecuencia de
sus opiniones críticas al régimen, es encarcelado y permanece en prisión durante un año. A su
salida ejerce algunos cargos públicos (ya Cipriano Castro no está en el poder) y continúa con su
oficio de periodista. En 1919 es de nuevo encarcelado, también por motivos políticos, y en esta
ocasión el castigo se prolonga por tres penosos años. De esa experiencia derivará una de sus
obras más conocidas, Memorias de un venezolano de la decadencia (1936), un alegato realista y
crudo, dramático y conmovedor, contra la dictadura de Juan Vicente Gómez. A la salida de
prisión se exilia en Estados Unidos y más tarde en Canadá donde fija su residencia y constituye
su familia. Desde el exterior continúa su labor de opositor a la dictadura, siendo en 1929 uno de
los protagonistas de la fallida expedición del ?Falke? a las costas venezolanas. En 1938 regresa
a Venezuela donde ejerce importantes cargos públicos como Presidente del Senado, Ministro,
Gobernador y Embajador. Luego, en 1950, a raíz del asesinato de Carlos Delgado Chalbaud, a
la sazón Presidente de la Junta de Gobierno, vuelve a su residencia en Montreal, y allí morirá en
1955. Al igual que su contemporáneo Blanco Fombona, Pocaterra es un ejemplo del escritor
comprometido con la sociedad de su tiempo, aunque en el caso de Pocaterra, de temperamento
sereno y reposado y a pesar de su experiencia carcelaria y su aventura en el ?Falke?, su escritura
no se ve desdibujada por un exagerado sesgo político, manteniéndose dentro del territorio de lo
estrictamente literario, como veremos en sus cuentos.Pocaterra publicó varias novelas,
destacándose con Política Feminista, conocida también como El doctor Bebé (1912), Vidas
oscuras (1916), Tierra del sol amada (1918) y La casa de los Ábila (1921). En estas narraciones
retrata la sociedad de su época, con una visión pesimista e incluso amarga, centrando sus
críticas a menudo psicológicas en los males derivados de la política. Al mismo tiempo,
valiéndose del conocimiento de las diversas vanguardias europeas, con toques del futurismo
italiano o del expresionismo alemán, critica, por contraste, a ciertos escritores criollos de prosa
refinada o alambicada, como Díaz Rodríguez, que se han plegado al régimen de Gómez.A pesar
de su notable carrera como novelista y de su conmovedor testimonio en Memorias de un
venezolano de la decadencia, la obra magna de Pocaterra lo constituye la recopilación de sus
relatos, que con el título genérico de Cuentos grotescos inicia en 1915 y culmina en 1955 al
publicar con ese mismo título y con prólogo suyo una selección de 44 magníficos relatos. Sin
duda alguna Pocaterra es uno de los más grandes cuentistas venezolanos del siglo XX. Un
adelantado, con un profundo conocimiento del hecho literario y de la condición del cuento como
instrumento más de expresión que de exposición. Supo incorporar además en sus breves
composiciones su visión de lo social, sin las exageraciones y diatribas de sus novelas,
manteniéndose eso sí en lo que podríamos llamar las zonas oscuras de la sociedad. Dueño de
una prosa sencilla, directa, eficiente, apuntando siempre a la claridad, nuestro autor nos ofrece
en Cuentos grotescos una muestra de los dramas mínimos de unos personajes urbanos sometidos
a los vaivenes del destino. A la manera de un Dostoviesky criollo logra ahondar en la psiquis
del venezolano de su época, legándonos una serie de retratos inolvidables, en tonos grises y
sombríos, enfatizando el término ?grotesco? de su invención, no como una caricatura sino como
una realidad, tal vez definiendo nuestra idiosincrasia.Entre varios cuentos muy conocidos y
ciertamente memorables, pienso en ?De cómo Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús? y
?La ?I? latina?, seleccionamos ?Las Linares?, un divertido elogio a cierta belleza femenina que
contrasta con la visión misógina predominante en nuestra sociedad patriarcal.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos. 3/33: Julio Garmendia
Nació en El Tocuyo en 1898 y murió en Caracas en 1977. Cuentista absoluto. A contracorriente
de las tendencias literarias de la época que apostaban por el realismo y el criollismo, Garmendia
opta desde muy temprano por lo que pudiéramos llamar ficción pura en la vertiente fantástica, y
esta postura lo convierte en un raro, una especie de agua fiesta, a decir verdad un adelantado,
que será rescatado y reconocido por las generaciones posteriores. Su primer volumen de
cuentos, La tienda de muñecos (1927) contiene ocho relatos escritos antes de 1924 y en ellos
muestra sus extraordinarios dotes de fabulador, con un lenguaje entre irónico y risueño y con
veladas críticas a la sociedad. Salvo algunas breves notas literarias publicadas en periódicos y
revistas, Garmendia sólo escribió cuentos.Luego de una primera estancia en Caracas, que se
prolongará por diez años y en la cual nuestro autor se dedica esporádicamente al periodismo
cultural, viaja a Europa en 1924 y toma la decisión de quedarse a vivir en ese continente. Es
probable que con esa decisión estuviera alejándose sin mucho ruido del ambiente de atraso y
sumisión que se respiraba en el país, sometido a la dictadura de Juan Vicente Gómez, que no se
distinguía precisamente por su carácter civilizador. De temperamento tímido y reservado,
amante y cultivador de la soledad, viaja por Francia, Bélgica, Alemania, estableciéndose en
1929 en Génova como Cónsul de Venezuela.En 1939, en los albores de la II Guerra Mundial,
regresa a su país, quedándose a vivir en Caracas. Fiel a su vocación de solitario empedernido,
elige como residencia un cuarto de hotel de mediana categoría y ahí permanecerá, en compañía
de una tropa de gatos, hasta su muerte treinta y ocho años después. No ejerce ningún trabajo
conocido, vive de unas pequeñas pero seguras rentas familiares, sale muy poco y apenas se
comunica con un grupo de amigos en una esporádica tertulia. En 1951 publica su segundo libro
de cuentos, La tuna de oro, que mantiene el estilo preciso y juguetón, suave y sincopado del
primero, aderezado en esta ocasión por una mirada compasiva hacia los seres que lo rodean. En
vida publicó apenas los dos libros citados, obteniendo, sin embargo, el reconocimiento unánime
de críticos, académicos y lectores, en particular por haberse adelantado varias décadas a su
tiempo ya que se le considera, con justicia, como precursor de lo real maravilloso. En los
últimos años se han publicado importantes valoraciones críticas de la obra de Julio Garmendia,
así como recopilaciones de sus notas periodísticas y algunos cuentos inéditos entre los que
destacamos los recogidos en La hoja que no había caído en su otoño (1979). Un equipo dirigido
por Oscar Sambrano Urdaneta, amigo y albacea de don Julio, se ocupa desde hace tiempo, con
fervor y paciencia, de descifrar la enrevesada caligrafía de nuestro primer cuentista,
descubriendo nuevos testimonios de sus viajes al País de la Imaginación.Más allá de la
contribución de don Julio Garmendia a la literatura nacional, su presencia entre nosotros
constituyó un privilegio. Su vida casi monástica que respondía seguramente a una visión
espiritual de la existencia, su hablar pausado, su sonrisa de niño feliz, su predilección por los
animales y su aspecto de duende lo convierten en un personaje entrañable, ciertamente
inolvidable. Su soledad no implicaba la misoginia, al contrario: al final de su vida se supo que
había tenido una pareja estable durante más de treinta años, una persona muy amable y muy
querida que lo sobrevivió. Una imagen se ha quedado grabada en mi memoria y me visita con
frecuencia: la urna con los restos mortales de don Julio la tarde del velatorio, rodeada por una
docena de gatos que lo custodian como esfinges.Para un mejor conocimiento del concepto que
Julio Garmendia tenía del cuento, y de la literatura en general, seleccionamos ?El cuento
ficticio?, una pieza breve que me atrevo a calificar de perfecta, en la cual el autor, con un
lenguaje muy cuidado, pulcro, preciso y a la vez sugestivo, hace un sorprendente y por demás
divertido elogio de la ficción. Esta pieza de pura ficción admite una segunda lectura: un fiel
autorretrato de su autor.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 4/33: Arturo Uslar Pietri
Nació en Caracas en 1906 y murió en 2001. Destacado intelectual y político, probablemente uno
de los personajes que mayor influencia ha ejercido en la formación de la cultura venezolana a lo
largo del siglo XX. Humanista, erudito, polígrafo, periodista, narrador, ensayista. Desde muy
joven tuvo una participación activa en la política, ocupando a lo largo de su dilatada vida
importantes cargos públicos, entre otros: Ministro de Educación a los 33 años, luego Diputado,
Ministro del Interior, Senador, candidato a la Presidencia de la República y Embajador en la
UNESCO. Como periodista mantuvo una columna semanal (?Pizarrón?) en el diario El
Nacional durante más de 50 años. También durante un tiempo fue Director de ese diario. Y
sostuvo un programa televisivo de divulgación cultural (Valores humanos), único en su género
y muy popular, desde 1953 hasta 1885. Son notables las preocupaciones de Uslar por el destino
de su país, manteniendo una prédica constante en pro de las formas civiles de convivencia.
Dentro de su discurso progresista se le recuerda por sus ideas prácticas acerca del uso de la renta
petrolera resumidas en la famosa frase: ?sembrar el petróleo? (1936). Publicó más de veinte
libros de ensayos, entre los cuales destacamos: Letras y hombres de Venezuela (1948), Tierra
venezolana (1953) y Hacia el humanismo democrático (1965).Son numerosos los premios que
recibió Uslar Pietri, desde aquel que le otorgara la Revista Élite en 1937 por su mítico cuento
?La lluvia?, pasando por el premio de Cuentos de El Nacional (1952), hasta llegar al Príncipe de
Asturias (1990) y el Premio de Novela Rómulo Gallegos (1991) por su última novela La visita
en el tiempo (1990). Habrá que destacar también su labor como docente, en la UCV y en la
Universidad de Columbia, durante su exilio en Nueva York (1945-1950).El principal aporte de
Uslar Pietri como narrador lo encontramos en su primera novela, Las lanzas coloradas (1931),
un formidable relato centrado en algunos episodios de la guerra a muerte, durante la gesta
independentista. Fuerza, colorido, un lenguaje certero que capta el tono del habla criolla de la
época y el novedoso recurso de otorgarle a la masa guerrera la voz y el papel protagónico hacen
de esta epopeya una obra fundamental de la literatura hispanoamericana. El afán de historiar
predomina en las novelas de Uslar Pietri, alcanzando logros importantes en El camino del
Dorado (1947) donde traza un convincente retrato del Tirano Lope de Aguirre en su sangriento
periplo desde la amazonia peruana hasta su destino final en El Tocuyo. Luego en La isla de
Robinson (1981) biografía novelada de don Simón Rodríguez, se pasea por la vida de aquel
extravagante personaje, imbuido con las más adelantadas ideas sobre la educación y maestro de
El Libertador. En La visita en el tiempo, Uslar se aleja de los temas patrios para incursionar en
la historia europea: sigue el periplo vital del joven Don Juan de Austria, el vencedor de los
turcos en la famosa y decisiva batalla de Lepanto (1571). Como cuentista, Uslar Pietri es
considerado por unanimidad un renovador del género, y a diferencia de sus novelas, algunas
prescindibles, y de su visión del país, ciertamente cuestionable, mantiene en sus cuentos un
notable nivel de calidad. Desde su primer libro de cuentos, Barrabás y otros relatos (1928) hasta
el último, Los ganadores (1990) explora con considerable acierto la psicología del venezolano,
ubicando sus personajes en distintas épocas, desde los tiempos de la Conquista hasta el presente,
indagando en sus motivaciones y en los vaivenes de sus inciertos destinos. Curiosamente, a
pesar de ser el autor un intelectual cosmopolita y citadino, la casi totalidad de sus cuentos son
de tema rural.Entre las varias decenas de cuentos de Uslar Pietri destacan ?Lluvia? (considerado
como su obra magna, por su carácter mágico y por la presencia de un niño surgido de la tierra
seca y con un aura chamánica), ?Barrabás?, ?Simeón Calamaris?, ?El venado?? Para nuestra
antología hemos seleccionado ?El rey zamuro?, donde se narra un episodio de las guerras civiles
del siglo XIX, en el cual aparece un personaje carismático, el coronel Zamudio, representante de
la picaresca criolla, arquetipo del venezolano de la época, zamarro, avispado y con una chispa
de humor vernáculo.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos. 5/33: Guillermo Meneses
Caracas, 1911 ? Isla de Margarita, 1979.Narrador, ensayista, crítico, periodista y diplomático.
Graduado en Ciencias Políticas por la UCV. Ejerció algunos cargos judiciales entre 1936 y
1941. Luego se desempeñó como diplomático en Francia y Bélgica (1948-1959). Entre sus
labores en el periodismo cultural iniciadas en la revista Élite como Jefe de Redacción (1938-43),
destaca la fundación y dirección de la prestigiosa e innovadora revista CAL (1960-64). En 1965
es nombrado Cronista de la ciudad de Caracas. Obtuvo importantes galardones literarios como
el de la revista Élite por su novela Campeones (1938), el premio de Cuentos de El Nacional
(1951) y el Premio Nacional de Literatura (1967).En los inicios de su carrera como escritor
Meneses publicó tres novelas de corte tradicional centradas en temas nacionales. En Canción de
negros (1934) explora las raíces africanas de nuestra población destacando la sensualidad de sus
gentes y la omnipresencia del mar, y de paso hace una denuncia soterrada del racismo que aún
perdura en nuestra sociedad. Campeones continúa en la misma tónica narrando el fenómeno de
la emigración campesina a la ciudad tras el espejismo del oro negro e introduciendo un tema
novedoso, prácticamente ignorado por nuestra narrativa: el béisbol, deporte nacional, como
medio de ascenso social. El mestizo José Vargas (1946) insiste en la mezcla de sangre, en esta
oportunidad tomando en cuenta el componente indígena. Este trío de novelas ha sido postergado
por el gran salto que diera Meneses en sus narraciones posteriores.Con la publicación del cuento
?La balandra Isabel llegó esta tarde? (1934), llevada al cine por Margot Benacerraf en 1950,
Meneses apunta a lo que sería años después la eclosión de su prosa, que podemos calificar como
modernista y vanguardista. En 1952 aparece su cuarta novela, El falso cuaderno de Narciso
Espejo, propuesta audaz y única en el ámbito de una literatura que vegetaba a la larga sombra de
la novelística de Rómulo Gallegos. En esta novela innovadora el autor incorpora a la literatura
los aportes de Freud y el psicoanálisis, amén de otros recursos tales como la subjetividad, la
narración que se va construyendo y negándose a sí misma, técnicas de yuxtaposición y
paralelismo, la fragmentación del yo, el poder sugestivo del erotismo, la incertidumbre como
valor. En resumen: una novela reflexiva, analítica, dialéctica, que habría de significar un antes y
un después en la narrativa venezolana. En su última novela, La misa de Arlequín, Meneses lleva
a extremos insospechados sus propuestas novedosas, no obstante, en su afán de originalidad se
enreda en los hilos de la débil anécdota y su ambicioso proyecto deriva hacia el
hermetismo.Como cuentista, Meneses publicó apenas una decena de textos. ?La mano junto al
muro? (1951) es considerado por unanimidad como su cuento más logrado, e incluso se le ha
llegado a calificar como el ?mejor? relato venezolano del siglo XX. Más allá de tales
apreciaciones, este relato memorable, además de su carácter experimental, sus evidentes logros
formales, su prosa cargada de resonancias sensuales, su ritmo atropellado e incluso sofocante y
sus frecuentes reiteraciones como ?una serpiente que se muerde la cola?, puede ser leído,
sesenta años después de su publicación inicial, como una metáfora de la fragilidad y el deterioro
de la existencia. Deterioro físico y mineral de un espacio que fuera castillo para defenderse de
los ataques de los piratas, luego almacén comercial y finalmente burdel. Deterioro y ruina de
una mujer, un bello ser humano, una ?virgen flamenca? que ha encontrado en la prostitución
una forma de sobrevivir, quizá su redención. Prácticamente en todas las lecturas y apreciaciones
críticas de este relato se ha insistido en un enigma planteado como un acertijo policial: ?¿?eran
tres los marineros??, asunto que a mi parecer resulta irrelevante. Lo que cuenta es el drama
existencial de la bella mujer que se enfrenta entre aquellos muros carcomidos por el salitre y la
humedad a su cruel destino. Lo demás es silencio y? literatura.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 6/33: Gustavo Díaz Solís
Güiria, estado Sucre, 1920 - Caracas, 2012. Representa el caso singular del cuentista puro pues
se dedicó exclusivamente al cultivo de este género. Estudió Derecho en la Universidad Central
de Venezuela aunque su vocación estuvo orientada hacia la docencia. Y así estudia en el
Instituto Pedagógico de Caracas donde obtiene el título de Profesor de Educación Superior y
Normal. En dos oportunidades trabaja en empresas petroleras del oriente y occidente del país, y
de esa experiencia derivan las vivencias que luego volcará en su cuento más famoso: ?Arco
secreto? (1947). Cursa estudios de Literatura Inglesa en Washington. Ingresa en la Escuela de
Letras de la UCV donde realiza una importante labor en la enseñanza y divulgación de la
Literatura Inglesa y Norteamericana. Se destaca como traductor de Walt Whitman, Robert Frost,
T.S. Eliot, W. Wordworth, entre otros. Ejerce con notable éxito la crítica literaria, que
podríamos ilustrar con la publicación bilingüe de su esclarecedor ensayo Exploraciones críticas /
Exploration in Criticism, escrito durante su estadía en la Universidad de Chicago (1966). En la
UCV ocupa cargos relevantes como Director de las Escuelas de Letras y Periodismo, y
Secretario de la Universidad. Recibe las más altas distinciones académicas y merecidos
reconocimientos, entre otros el Premio de Cuentos de ?El Nacional? (1947), la Orden Andrés
Bello (1959) y el Premio Nacional de Literatura (1995).A lo largo de su vida, Díaz Solís publicó
seis libros de cuentos, comenzando con Marejada (1940) y culminando con Cuentos escogidos
(1997). Sin embargo, su obra se limita a una veintena de relatos, en particular por su afán de
autocrítica perfeccionista que lo llevó a descartar algunos de sus relatos iniciales. Es muy
probable que Díaz Solís haya sido el cuentista venezolano más meritorio, pues logró alcanzar el
dominio total de tan difícil género, y esto justificaría con creces la alarmante brevedad de su
obra. De prosa precisa, nítida, sugestiva, por momentos deslumbrante, encantatoria, con un
ritmo cercano al canto y con una evidente carga poética, Díaz Solís elabora sus narraciones
como piezas de relojería en las cuales, más allá de las búsquedas formales, apela a la
sensibilidad del lector. Sus dramas, de contenido esencialmente humano, suelen ubicarse en
ambientes sofocantes, vegetales, en cuyos vórtices los personajes irradian una sensualidad a flor
de piel. Por otro lado, dentro de una órbita muy próxima al existencialismo estas mínimas
tragedias cotidianas, que no siempre se resuelven con la violencia de la muerte, son
representadas en una especie de teatro de la conciencia.Varios de los cuentos de Díaz Solís
?pienso en ?Ophidia? y ?Crótalo? protagonizados por sendas serpientes, con resonancias que
quizá sean homenajes a Horacio Quiroga; pienso en ?Entre las sombras?, breve, tenso y sutil,
que continúa dando vueltas en mi cabeza desde hace más de treinta años? merecerían un espacio
en esta antología. Sin embargo, me he decantado por ?Arco secreto?, auténtica obra maestra,
que representa, a mi parecer, el punto culminante, vale decir el cenit de la cuentística
venezolana del siglo XX.En ?Arco secreto? el autor muestra sus mejores recursos como
narrador. El relato está dividido en tres instancias. En la primera se nos presenta el protagonista,
un joven cartógrafo recién llegado a un campo petrolero, que asiste como testigo de excepción a
un evento simbólico, cargado de alusiones anímicas y existenciales: la caza de una lagartija por
parte de un pequeño felino, un gato. David, que así se llama el cartógrafo, es en apariencia un
ser escindido que sin una razón concreta odia a su jefe, un gringo, y al mismo tiempo desea a su
exótica y sensual mujer. En la segunda parte se cumple la ?venganza?: David posee a la mujer
de su contrincante, y la trama de aquel triángulo se tensa, pero todo sigue igual. Al final, el
protagonista descarga su furia en un combate desigual con un ser oscuro y alado, un horrible
murciélago, quizá un representante vicario del odiado rival, quizá una encarnación de sus
propios demonios interiores. Pero, atención: esta no es más que la mera simplificación de un
relato magnífico, tenso y poderoso, que, como sucede con los escasos productos de la alta
literatura, admite múltiples y variadas interpretaciones.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 7/33: Alfredo Armas Alfonzo
27 de marzo de 2016 12:01 AM | Actualizado el 09 de diciembre de 2016 12:46 PM

Clarines, 1921 ? Caracas, 1990. Nace en el seno de una familia culta y


acomodada, en la región de Unare, tierra adentro del oriente venezolano.
Ejerce desde muy joven y a lo largo de su vida el periodismo cultural, y en su
condición de responsable de importantes proyectos editoriales, como la
famosa revista ?El farol? (fue su Director durante doce años), expresará sus
preocupaciones por la divulgación y conservación del patrimonio cultural del
país, con particular énfasis en el folclore. Desde 1943 hasta su último día
colabora en el diario El Nacional. Estudia en la recién fundada Escuela de
Periodismo de la UCV (1944). Se desempeña durante varios años como
Director de Cultura de la Universidad de Oriente. Entre 1970 y 1980 ejerce
algunos cargos relacionados con las políticas culturales públicas, y dirige la
Editorial Equinoccio y la revista Tiempo Real de la Universidad Simón
Bolívar. Recibe importantes reconocimientos a su obra, como el Premio de
Cuentos de El Nacional (1954), el premio Nacional de Literatura (1969) y el
Doctorado Honoris Causa de la UDO (1986).Armas Alfonzo es considerado
como el pionero y uno de los principales cultores de la así llamada mini
ficción en Venezuela, lo que se puede constatar en la veintena de libros de
cuentos que publicó, que incluyen unos 356 textos, en su mayoría inferiores a
una página. En ese amplísimo repertorio aparecen los recuerdos de infancia y
juventud del autor así como la memoria de una saga familiar y su entorno, rico
en leyendas, mitos y sucesos cotidianos e insólitos, todo ello entrecruzado con
el recuento de una serie de anécdotas e historias sangrientas o tragicómicas
relacionadas con las montoneras del siglo XIX y comienzos del XX. Desde
Los cielos de la muerte (1949) hasta Los desiertos del ángel (1990), pasando
por Los lamederos del diablo (1956), Como el polvo (1967), Agosto y otros
difuntos (1972), Este resto de llanto que me queda (1987), su única novela,
solo por hacer un recuento parcial, Armas Alfonzo va tejiendo una inmensa
saga que representa uno de los proyectos totalizadores más orgánicos y
exhaustivos de la literatura venezolana del siglo XX. En este sentido se puede
afirmar que el autor crea un universo autónomo, un territorio a la medida de
sus sueños, un mundo nuevo basado en la memoria y en el afán de rescatar del
olvido la historia de una región? La nostalgia por un paraíso perdido está
presente en las centenares de páginas que nos legara Armas Alfonzo, ?El
Adán triste? como muy bien lo definiera Julio Miranda.La obra cumbre de
Armas Alfonzo es sin ninguna duda el extraordinario libro El osario de Dios
(1969), formado por 158 textos breves que pudieran ser leídos, por su unidad
temática y su original estilo, como una novela fragmentaria. Nos enfrentamos
a un lenguaje complejo, enraizado en la más pura oralidad, cercano a un
dialecto arcaico y al mismo tiempo rico en matices, que por momentos nos
hace recordar la prosa galopante de Guimaraes Rosa. La descripción de una
naturaleza prodigiosa, con todos sus pormenores vegetales, animales y
climáticos, el acercamiento a una religiosidad teñida de burla y paganismo,
con alusiones al encantamiento y la brujería, el erotismo turbio y perturbador
que no excluye el animalismo, la violencia sanguinaria propia de lo rural, y,
los avatares e infortunios de la guerra, sin ánimo de agotar la variedad
temática de estos relatos magistrales, constituyen los ejes de una narración
eficaz que da relieve y significación al conjunto, como un todo.En El osario
de Dios, al igual que en el resto de su obra, Armas Alfonzo demuestra su
maestría en la creación de personajes mediante unos pocos trazos certeros, y
las voces, como un coro colectivo, dan cuenta de un mundo perdido, un
mundo que solo la literatura será capaz de rescatar. Y así el valle de Unare,
ubicado en una apartada región de nuestro país, reclama su lugar al lado de la
Yoknapatawpha de Faulkner, la Comala de Rulfo y el Macondo de García
Márquez.Haciendo una excepción en el criterio de esta antología, que incluye
un relato por autor, en el caso de Armas Alfonzo hemos seleccionado diez
textos de El osario de Dios, pues uno solo en su brevedad no habría resultado
representativo de la obra de su autor.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 8/33: Salvador Garmendia
Barquisimeto, 1928 ? Caracas, 2001. Narrador, periodista, cronista, guionista de radio, cine y
televisión. Considerado como el precursor de la moderna narrativa urbana de Venezuela, ha sido
uno de los escritores más activos y prolíficos de nuestra literatura.Garmendia permanece en su
ciudad natal hasta los veinte años y ahí publica su primera novela, una curiosidad, El parque
(1946). Luego, en Caracas, se dedicará durante más de dos décadas a sus labores de locutor y de
escritor de guiones para radio-novelas, un género muy popular por aquella época, y participando
además en la vida cultural capitalina alrededor de los grupos Sardio y El techo de la ballena. En
1958 publica su novela Los pequeños seres, inaugurando una manera inédita de novelar,
ocupándose de las existencias anodinas y a menudo miserables de los marginados de la
sociedad, valiéndose de un estilo que podríamos calificar, haciendo un paralelismo con cierta
literatura norteamericana, de ?realismo sucio?. En esta misma línea publica tres novelas más:
Los habitantes (1961), Día de ceniza (1963) y La mala vida (1968), así como un primer
volumen de cuentos, Doble fondo (1966). Curiosamente poco a poco se va apartando de estos
registros realistas, que como confesará años más tarde giraban en torno a un malentendido
social, y pronto incursionará en nuevos territorios, incluyendo lo fantástico, que ampliarán sus
horizontes temáticos y conceptuales.En 1967 Garmendia se traslada a la ciudad de Mérida
donde se desempeña durante cinco años como Director de Cultura de la Universidad de los
Andes, fundando la revista y las ediciones Actual. Se dedica casi exclusivamente a la escritura
de cuentos. En Memorias de Altagracia (1974), su penúltima novela, se asoma por primera vez
al mundo de la infancia, en un ambiente pueblerino y rural, logrando notables aciertos dentro de
lo que podríamos llamar la educación sentimental de un adolescente provinciano. El lenguaje un
tanto duro y áspero de sus primeras narraciones da un giro hacia cierta lírica donde la
sensualidad es expuesta de una forma natural, manteniendo las cualidades de una prosa
poderosa y eficaz.Entre 1984 y 1988 Garmendia ocupa sendos cargos diplomáticos en Madrid y
Barcelona, considerándosele en función de su altura intelectual como ?Cónsul del boom?. A su
regreso a Venezuela continúa con su febril actividad de columnista y cronista cultural y escritor.
Habrá que destacar su participación en diversos proyectos humorísticos como aquel famoso que
girara en torno a la revista El sádico ilustrado. Garmendia obtuvo importantes reconocimientos
por su vasta obra narrativa, destacamos el Premio Nacional de Literatura (1973), el Premio de
cuentos Juan Rulfo (1989) y el Dos océanos de Francia (1992).Garmendia publicó catorce
volúmenes de cuentos, y luego de su desaparición física han sido editados unos seis más, que
junto a los inéditos conforman un conjunto que supera los cuatrocientos, y si tomamos en cuenta
que sus relatos eran por lo general extensos, estamos ante una obra monumental, lo que
demuestra la vocación totalizadora del autor. Si a esta inmensa cantidad de relatos sumamos sus
novelas, podemos hablar de la ?Comedia humana? de un Balzac vernáculo, sin duda un
valiosísimo tesoro que ojalá algún día veamos editado en conjunto, como al autor y los lectores
se lo merecen.En general, la prosa de Garmendia está impregnada de la experiencia de los cinco
sentidos, y en consecuencia podríamos calificarla como sensorial: el cuerpo ocupa un lugar
preponderante, como vehículo y receptáculo del ser, incluso como objeto de la narración. Las
descripciones fisonómicas en Garmendia son de verdad magistrales, recordando a veces a los
grandes maestros rusos, Chejov, Gogol. Pareciera que el autor se paseara por la piel y por el
rostro de sus personajes armado de una lupa y un escalpelo, logrando descripciones minuciosas,
anatómicas, próximas al hiperrealismo de un Francis Bacon. Por otra parte, el lenguaje es
directo, coloquial, sin adornos ni ripios innecesarios, subordinado única y exclusivamente a la
narración.?Tan desnuda como una piedra? (1989), un relato difícil de olvidar, ilustra los mejores
dotes de narrador del grandísimo escritor que fuera Salvador Garmendia, y nos muestra,
además, lo que podríamos llamar un rasgo de su personalidad, imbuido en este caso en el
personaje femenino, un ser marginal, cómo no: ese raro, escaso y valioso sentimiento: la
compasión.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos. 9/33: Oswaldo Trejo
Ejido, estado Mérida, 1928 ? Caracas, 1996. Narrador, diplomático, promotor de proyectos
culturales (Galería de Arte Nacional, Biblioteca Ayacucho, CELARG), rara avis de nuestra
literatura, sin lugar a dudas una de las figuras más atractivas de la dinámica cultural de la
segunda mitad del siglo XX venezolano. Elegante y de gustos refinados, Trejo encarna la clásica
figura del gentleman. Muy joven se traslada a Caracas desde su provincia natal, participando
activamente en la vida intelectual de la época, vinculándose con los grupos Sardio y
Contrapunto.La obra de Oswaldo Trejo se centró exclusivamente en la narrativa: cuentos y
novelas que constituyen un corpus por demás original, y coherente dentro de sus audaces
propuestas, que la crítica pareciera no haber podido asimilar relegándolo al campo de lo
hermético, y en parte quizá porque el autor en su afán de innovar y experimentar a
contracorriente de lo establecido, se adelantó varias décadas a su época. Como cuentista, Trejo
publicó en sus inicios Los cuatro pies (1948) y Escuchando al idiota (1949), un par de libros que
mostraban a un escritor precoz con ciertas influencias derivadas del surrealismo y del
conocimiento de las vanguardias europeas de posguerra. Luego siguieron otros libros, entre los
que destacamos Depósito de seres (1966) y Al trajo, trejo, troja, trujo, treja, traje, trejo (1980),
en los cuales nuestro autor confirma y reafirma sus dotes de narrador singular, sin parentesco
alguno con sus contemporáneos y predecesores. Sus relatos constituyen piezas únicas,
vinculadas al absurdo de Kafka y con algunos toques espectrales y fantásticos. Y se nos ocurre
que también a la melancolía de unos seres extraviados en un planeta ajeno y hostil.La evolución
de Oswaldo Trejo como novelista podría servir para ilustrar un caso extrañísimo de
desdoblamiento. Su primera novela, También los hombres son ciudades (1962) es
probablemente junto a Viaje al amanecer (1943) de su coterráneo Mariano Picón Salas, uno de
los más preciosos relatos escrito en nuestro país acerca del lar nativo, en ambos casos
refiriéndose a los Andes merideños. El paisaje esplendoroso, la evocación de la infancia como
paraíso perdido, la nostalgia por el viaje inminente, el uso de un lenguaje pulcro, preciso y
cantarino que pareciera reflejar el habla nativa y el rumor de los ríos de montaña, son algunos de
los atributos de esta breve novela que merecería una mirada más atenta por parte de críticos y
lectores.En 1967, Trejo publica Andén lejano, que en nada recuerda el tono delicado y poético
de su novela inicial, como si se tratara de autores radicalmente diferentes. En esta novedosa
narración, probablemente la apuesta más arriesgada de un escritor venezolano, solo comparable
a las propuestas de Samuel Beckett a partir de Molloy (1951), el extrañamiento de los
personajes, atrapados en un ambiente de ensoñación, sometidos a una especie de tour de force,
alcanza límites inesperados. Y por su parte, el lenguaje, ese instrumento sobre el cual Trejo ha
ejercido siempre un dominio admirable, exprimiéndolo hasta obtener de él los jugos más
insólitos, reclama su lugar, es decir, se erige en protagonista.Precisamente el lenguaje, en su
forma más expedita, la verbal, va colonizando y a veces corroyendo la obra posterior del gran
escritor Oswaldo Trejo, comenzando con Textos de un texto con Teresas (1975), hasta su última
novela, Metástasis del verbo (1990), llegando las más de las veces a empañar los intentos de
expresión, o exigiendo quizá la presencia de un sólido y audaz lector.De la manera que sea,
Trejo, él mismo convertido en un personaje entrañable y encantador, nada hermético por cierto,
dado a la amistad, gran conversador, culto sin ostentación, dueño de un finísimo humor, nos ha
legado relatos memorables, como el espectral, inquietante y sugestivo que ofrecemos a los
lectores de esta antología.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos. 11/33: Alejandro Rossi
Florencia, 1932 ? México D.F., 2009. Filósofo, ensayista, narrador. De padre italiano y madre
venezolana, a pesar de haber vivido poco tiempo en Venezuela mantuvo por este país un gran
afecto, derivado en parte de su historia familiar ligada a uno de los próceres de la
Independencia, José Antonio Páez. De cualquier manera, Rossi siempre se sintió orgulloso de su
herencia patria y de su nacionalidad. Cosmopolita, erudito, viajero, sus estudios de filosofía lo
llevaron desde Argentina hasta Inglaterra y Alemania, asentándose finalmente en México. Allí
realizó una importante labor como docente en la UNAM y como editor adjunto de la famosa
revista Plural (1971), reconvertida en Vuelta (1976), al lado de Octavio Paz. En México, su
patria adoptiva, recibió las más altas distinciones como el Premio Nacional de Literatura y
Lingüística y el Águila Azteca (otorgada por el gobierno mexicano), y en Venezuela la Orden
?Andrés Bello?.De sus estudios iniciales sobre algunos filósofos, Hegel, Husserl y Wigenstein,
de su apreciado primer libro de teoría literaria, Lengua y significado (1969), Rossi fue
derivando de forma paulatina y natural hacia la literatura de ficción. Pero antes, la columna de
crítica que mantuvo durante varios años en Vuelta con el título de ?Manual del distraído? se
convirtió en el libro homónimo al cual debe su fama, y lo ubicó en un lugar de prestigio en el
ámbito de la literatura hispanoamericana. Inspirado de alguna forma en Montaigne, y escrito
desde una inteligencia sagaz y atenta a los fenómenos de la cultura, Manual del distraído (1978)
es un compendio variado de críticas al parecer ligeras y a veces mordaces a la civilización
actual, encarnadas en una serie de personajes patéticos e inolvidables. Dueño de una prosa
precisa y elegante, ágil, legible e irónica cuando el asunto lo requiere, Rossi nos deslumbra en
este anti-manual de un escritor nada distraído, con la agudeza y originalidad de sus
observaciones, que demuestran, amén de un espíritu crítico formado en los presupuestos de la
filosofía y la ética y de una erudición amplia y muy bien administrada, un profundo
conocimiento de lo humano.Luego del experimento exitoso de El Manual?, la escritura de Rossi
se ancló definitivamente en la narrativa, y así publica varias recopilaciones de relatos, entre
otros El cielo de Sotero (1987), La fábula de las regiones (1988), Diario de guerra (1994),
Cartas credenciales (1998) y una novela autobiográfica: Edén. Vida imaginaria (2006). En esta
última es notable la presencia de Venezuela, como evocación radiante, precisa y memoriosa de
una infancia feliz. Asimismo, en varios de los relatos de los diferentes libros aparecen
personajes y episodios ubicados en la patria de su familia materna, la madre patria?La crítica
especializada coincide en asignarle a Rossi un lugar muy destacado dentro de la moderna
narrativa hispanoamericana, ponderando la riqueza de su prosa que aspira a la perfección, su
estilo singular con evidentes resonancias borgianas y su asombrosa incursión en temas
ancestrales y telúricos, con un trasfondo de historia, en los cuales se examinan, desde una
perspectiva novedosa, los reiterados contrastes y paralelismos entre los destinos trágicos de
nuestros países y los llamados de la civilización. Pero las indagaciones de Rossi en la historia de
las ?regiones? no se queda en lo anecdótico, bien sea documentado o reinventado, ni en la
brillante exposición de las mismas, sino que avanza hacia otra dimensión, elaborando una
especie de mapa mental de nuestras carencias como naciones de la periferia y también de
nuestros más caros anhelos. Y así, al leer los relatos de Alejandro Rossi experimentamos la
sensación de estar ante un ser consagrado al pensamiento que se expresa como un clásico de la
lengua.Para esta antología hemos seleccionado ?El cielo de Sotero?, uno de los cuentos más
conocidos de su autor. Un magnífico ejemplo de lo que señalábamos en el párrafo anterior. El
relato de un crimen ?político?, con características de magnicidio, un episodio recurrente de
nuestra historia, y sus consecuencias en el tiempo y en la memoria de los protagonistas, en
particular del ejecutor, con una sorprendente vuelta de tuerca, digna de un gran narrador.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos.12/33: José Balza
Tucupita, 1939. Narrador, crítico de arte, ensayista, uno de los escritores
venezolanos más destacados e influyentes de su generación. Originario del Delta
del Orinoco, una región selvática y fluvial del oriente del país, en su época aislada
del mundo civilizado, Balza llega a Caracas a los diecisiete años, y luego de
completar sus estudios secundarios ingresa en la UCV donde cursa la carrera de
Psicología, muy requerida en aquella década del sesenta en virtud de los cambios
que se avizoraban en todos los ámbitos de la cultura, en particular en la
sexualidad, inspirados en la obra de Sigmund Freud. En la universidad Balza se
asocia con algunos jóvenes escritores en torno a la revista En Haa donde dará a
conocer sus primeros cuentos y críticas.

La trayectoria de Balza, más allá de sus múltiples méritos como escritor, se ha


caracterizado por el pertinaz cuestionamiento de las formas tradicionales de la
literatura venezolana y por sus iconoclastas posturas ante la tradición. Esta actitud
lo ha convertido en un personaje incómodo, que, sin embargo, ha contribuido a la
fijación de unas coordenadas muy nítidas (para utilizar uno de sus adjetivos
predilectos) de la narrativa venezolana del siglo XX al ponderar las obras de Díaz
Solís y Meneses, y al alumbrar hacia el pasado destacando las figuras de Julio
Garmendia, J. A. Ramos Sucre y Teresa de la Parra. Quizá en la negación de la
fundamental e ineludible obra de Rómulo Gallegos esté su mayor debilidad. Por
otra parte, Balza ha ejercido una especie de magisterio sobre un grupo notable de
sus contemporáneos que lo consideran como un maestro, proyectando su
influencia hacia algunos integrantes de las nuevas generaciones. Su obra ha sido
reconocida fuera de nuestras fronteras, en particular en México, y en su país ha
sido merecedor de importantes galardones como el Premio Nacional de Literatura
(1991).

Inteligente, curioso, viajero, erudito, lo mejor de la escritura de Balza lo


encontramos en sus limpios e impecables ensayos, que lo acercan de manera sutil
a la condición de clásico, y que no elude los rigores de la teoría literaria dentro de
lo que podríamos llamar su propia ars poética. Desde Narrativa: instrumental y
observaciones (1969), pasando por Los cuerpos del sueño (1976), Este mar
narrativo (1987) hasta el más reciente Pensar en Venezuela (2008), una obra
ensayística que supera la decena de títulos, otorgan a Balza un lugar de privilegio
en esta loable, generosa y difícil tarea de reconocer la labor del otro. Sin embargo,
y sin que esto suponga una contradicción, pareciera ser que es en la narrativa
donde nuestro autor se encuentra a sus anchas –al igual que el hermoso y elusivo
pájaro que protagoniza el cuento seleccionado para esta antología.

Desde su primigenia Marzo anterior (1965) hasta Un hombre de aceite (2008),


Balza ha elaborado un corpus novelesco autónomo y armónico que abarca ocho
títulos, entre los cuales destaca Percusión (1982), sin duda una de las
realizaciones mejor acabadas de la novelística venezolana: magnífico relato, crudo
e introspectivo, con un lenguaje terso y cuidado, musical que va tejiendo una trama
aventurera, sensual, con oscilaciones en el tiempo y en el espacio, centrado en la
psiquis del narrador. Percusión merece una atenta relectura, pues a treinta años
de su primera edición sus propuestas estilísticas, argumentales y existenciales
permanecen vigentes, como suele suceder con las obras clásicas.

Balza ha bautizado sus cuentos y relatos como “ejercicios narrativos”, quizá


pensando en lo provisorio o más bien apelando a su condición experimental. La
mayoría de estos relatos, recogidos en varios volúmenes: Órdenes (1970), Un
rostro absolutamente (1982) y La mujer de espaldas (1986), entre otros, son
verdaderas joyas narrativas que responden a las exigencias propias del cuento
moderno. Algunas de las virtudes señaladas para las novelas de Balza aparecen
en sus cuentos potenciadas por la brevedad, las tramas suelen ser elusivas, un
cierto cromatismo y una sensibilidad sutil y a flor de piel las convierten en piezas
realmente memorables. Inolvidables como “La sombra de oro”, en la cual la figura
de un hermoso y extraño pájaro representa en la memoria del niño la expresión
más pura del deseo.
Ednodio Quintero y los cuentistas
venezolanos. 14/33: Francisco Massiani
Caracas, 1944. Narrador, dibujante, apasionado por el fútbol, una de las figuras más
carismáticas y entrañables de la literatura venezolana contemporánea. Pasó parte de su niñez y
su adolescencia en compañía de su familia en Santiago de Chile. A su regreso a Caracas, a los
quince años, se aficionó a la lectura y muy pronto comenzó a escribir cuentos. Vivió algún
tiempo en Europa, asentándose definitivamente en Venezuela. Por el conjunto de su obra fue
reconocido con el Premio Nacional de Literatura en 2012.Massiani se dio a conocer con Piedra
de mar (1968), una novela breve y fresca, de tema juvenil, emblemática de una generación, que
desde un primer momento logró conectar con los sectores de la sociedad urbana y capitalina,
convirtiéndose en una especie de best seller criollo que se sigue editando hasta el presente.
Piedra de mar representa una suerte de talismán para las jóvenes generaciones. En este relato
primigenio, auténtico Bildungsroman o novela de aprendizaje, el autor, a través de su alter ego,
Corcho, se sumerge como un consumado nadador en el mundo escurridizo y por momentos
turbio de la adolescencia, con sus a menudo tragicómicos conflictos existenciales, agudizados
por el despertar de la sexualidad y por la búsqueda incesante de su lugar sobre la tierra, todo
este panorama desconsolador exacerbado por las manías de la imaginación. No obstante,
Corcho, fiel a su condición de objeto que flota en el mar, arriba indemne a la orilla del
amanecer, rescatado por el descubrimiento de un primer amor. En 1976 Massiani publica una
segunda novela, Los tres mandamientos de Misterdoc Fonegal, de carácter veladamente
autobiográfico, que, sin embargo, no logra alcanzar la aceptación de su obra inicial e
iniciática.Francisco Massiani ha publicado cuatro libros de cuentos: Las primeras hojas de la
noche (1970), El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes (1975), Con
agua en la piel (1998) y Florencio y los pajaritos de Angelina, su mujer (2005). En Las primeras
hojas de la noche, escrito en paralelo con su estupenda novela, están los mejores cuentos de
Massiani. Relatos imbuidos por la ternura y la sensibilidad, en los cuales un lenguaje sencillo,
coloquial, con un magistral manejo de los diálogos, contribuye a la elaboración de unas piezas
literarias dignas de admiración. Sorprende el desparpajo del autor, su discurso directo y
convincente como si se estuviera dirigiendo a un compañero de juegos, y su conocimiento de lo
que podríamos llamar la psiquis de los personajes ubicados en el ámbito familiar. En fin, se
podría postular la hipótesis de que estos relatos funcionan como crónicas de época, y quizá eso
explique la sensación de realidad y verosimilitud que experimentamos al leerlos.Aunque se
afirma con frecuencia que Massiani es un caso sin antecedentes en nuestra literatura, se supone
que no existe un autor químicamente puro, es decir inmune a las influencias derivadas en la
mayoría de los casos de sus lecturas iniciales, y así podemos observar en el caso particular de
Massiani que tanto en su novela inaugural como en sus primeros cuentos, leídos cuarenta años
después, encontramos la impronta de Hemingway (pienso en la fluidez y eficacia de los
diálogos) y la presencia arrolladora de J. D. Salinger (pienso en aquel extraordinario cuento del
autor norteamericano, ?Un día perfecto para el pez plátano?), lo cual lejos de constituir un
reproche es la prueba de una influencia enriquecedora y benéfica.Como suele suceder con
algunos ?genios? adolescentes, (pienso en Rimbaud), Massiani publicó su obra prácticamente
íntegra y breve en su juventud, antes de los treinta años, siendo sus dos últimos libros una vuelta
a sus antiguos temas, una forma de nostalgia, como si el adolescente se hubiera negado a crecer.
Quizá un síndrome que tiene que ver con el país inacabado donde le tocó nacer, tal vez un
destino de elección. Lo que importa, sin embargo, es el legado de un autor fundamental de
nuestras letras, un autor tocado por la gracia, y como ejemplo de esos raros dotes hemos
seleccionado ?Un regalo para Julia?: el periplo de un audaz y tímido adolescente ante el inédito
dilema de escoger un presente para la chica de sus sueños, un agridulce y divertido drama
punteado por una serie de ágiles diálogos, auténtico clásico de nuestra cuentística, un regalo
para los lectores de esta antología.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos. 15/33: Julio Miranda
La Habana, 1945 ? Mérida, 1988. Polígrafo, poeta, ensayista, crítico de cine y literatura,
antólogo, traductor, editor, narrador y uno de los más apasionados estudiosos de la literatura
venezolana. Luego de su salida de Cuba a los dieciocho años, vivió durante un lustro en España,
interno en un monasterio donde estuvo a punto de hacerse monje. Pudo más su vocación por la
literatura, y así después de haber publicado un primer libro de poemas en Granada (Mi voz de
veinte años, 1966) y ganado un concurso de poesía en Sevilla en 1967 por No se hagan
ilusiones, publicado tres años después en Caracas, abandonó su existencia monástica
dedicándose al duro oficio de escritor que se convirtió en su razón de vida. Vivió un tiempo en
Francia y Bélgica, realizando diversos trabajos de divulgación cultural en la prensa y la radio.
Una primera estancia en Venezuela (1968) se recuerda por sus polémicas críticas literarias
publicadas en un diario capitalino que recogería más tarde en Proceso a la narrativa venezolana
(1975). Poco después se establece definitivamente en nuestro país que lo acoge como a un hijo
pródigo. De su acendrada vocación por nuestras letras quedaron docenas y docenas de artículos
críticos, reseñas y ensayos, dispersos en revistas y publicaciones periódicas, algunos recogidos
en libros, entre los cuales resultan indispensables por su vigencia y pertinencia dos memorables
antologías: Poesía en el espejo (1995), una inédita y original aproximación, no exenta de cierta
polémica, a la poesía escrita por mujeres, y El gesto de narrar (1998), una cuidadosa
recopilación de la más reciente y novedosa narrativa venezolana. La contribución de Julio
Miranda a nuestra literatura se puede dimensionar en la opinión del eminente crítico Oscar
Rodríguez Ortiz: ??él solo constituye todo un capítulo de la historia de la crítica literaria en
Venezuela?.A pesar de que la memoria de nuestro país es frágil y quebradiza, por no hablar de
ingratitud, pienso que otra contribución, para nada menor, de Miranda al conocimiento de la
cultura de su país de elección fue el inmenso caudal representado por las centenares de páginas
que con dedicación maniática consagró al estudio y comprensión de nuestro cine. Desde En off.
Cine y narrativa en Venezuela (1982) hasta Cine de papel (1996), con una decena de libros más,
la voracidad analítica de Miranda, su mirada perspicaz y nada complaciente y su profunda
honradez, un atributo por demás escaso en estos tiempos, nos han legado algo más que una serie
de documentos sobre cine: una nueva manera de vernos a nosotros mismos.Julio se veía a sí
mismo como poeta, y así también lo recordamos, desde uno de sus poemarios iniciales,
experimental, audaz, contestatario, Maquillando el cadáver de la revolución (1977) hasta el
lirismo y la madurez con atisbos de sabiduría de Máquina del tiempo (1997), pasando por
Anotaciones de otoño (1987), a mi juicio su mejor libro, donde el esplendor expresivo aflora
impulsado por el desconsuelo. En fin, un total de quince libros, algunos espléndidos, como para
desmentir el juguetón, por lúdico, título de uno de ellos: Así cualquiera puede ser poeta
(1991).A pesar de que el primer libro de narrativa de Julio Miranda es la novela corta Casa de
Cuba (1990), que para un escritor prematuro y torrencial se podría considerar como la
manifestación de una vocación tardía, muchos cuentos suyos, algunos brevísimos ubicados en la
mini-ficción, aparecieron en publicaciones periódicas de las décadas anteriores. Casa de Cuba y
un par de novelas inéditas, Una ciudad con nombre de mujer y Agua por todas partes,
integrando una trilogía, serán editadas póstumamente en 2006 en un volumen con el título de la
última. Al descubrir una nueva manera de expresarse, Miranda escribe tres libros de cuentos: El
guardián del museo (1992), Sobrevivientes (1993) y Luna de Italia (1996). Relatos que abordan
temas cotidianos, ligados a conflictos existenciales, encuentros y desencuentros, el amor pasión,
lo femenino como impulso vital, la ciudad hostil, la experiencia del viajero, el insomnio, la
amistad, la traición, la ansiedad, la alegría de vivir. Como diría un personaje de Samuel Beckett:
?Así se pasa la vida?. Ofrezco al lector, como muestra de los dotes del Julio Miranda narrador
?Sin respuesta?, un cuento que en una primera lectura, y también en las posteriores, me produjo
un gran impacto: por la violencia que nos amenaza con pesadillas semejantes, y en este caso
particular por el inesperado final.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 16/33: Humberto Mata
Tucupita, 1949. Narrador, crítico, ensayista y editor. Antes de dedicarse por entero a la literatura
cursó estudios de Matemáticas y Filosofía en la UCV. Aficionado a la música, con importantes
conocimientos de la modalidad clásica. Formó parte, junto a su mentor y coterráneo José Balza,
de los grupos literarios de vanguardia ?En Haa? y ?Falso cuaderno?, que irrumpieron contra la
literatura tradicional a finales de la década de los sesenta. Como muestra de sus principios que
apuntan a la modernidad está su premonitoria antología del relato venezolano 1960-1974,
Distracciones (1974), donde apuesta por algunos nombres recientes que llegaron a ocupar
lugares preponderantes en nuestra narrativa. Incursionó en la crítica y enseñanza de las artes
plásticas. Ha desempeñado cargos de relevancia en instituciones culturales, y desde hace varios
años dirige la Editorial Ayacucho.Mata debutó muy joven como cuentista con Imágenes y
conductos (1970), una propuesta fresca y novedosa, en la línea de Francisco Massiani y Laura
Antillano, con referencias más literarias y menos ?ingenuas?, que llamó la atención por la
calidad de los textos, los temas sugerentes que podían oscilar entre lo fantástico y la ciencia
ficción hasta tramas tensas con derivaciones de la tradición policial, y muy en especial por el
manejo de la tan ponderada economía del lenguaje.Aunque se ha mostrado como un profundo
admirador de Franz Kafka, la prosa de Humberto Mata está marcada por la huella de Cortázar, y
a veces de forma manifiesta por la influencia de Jorge Luis Borges. Esta herencia se muestra de
manera palpable en su segundo libro de cuentos, Pieles de leopardo (1978). Consideraciones
estas que se refieren a lo formal, pues los temas del autor se encaminan hacia los reclamos de su
mundo, a través de la nostalgia por su país natal, allá en el mítico, infinito y agobiante delta del
Orinoco, enmarcado por un exuberante paisaje, en contraste con la existencia gris y opaca de la
metrópolis. Oscilando entre estos extremos, Mata logra construir su propio imaginario,
abrevando en lo estrictamente literario y en su experiencia personal, y así se pasea por lo
imaginario, lo onírico, la realidad inventada, los recuerdos de infancia, lo chamánico y selvático,
con habilidad y soltura, dueño de una prosa breve, funcional, precisa y reposada. Con Luces
(1983) continúa su indagación en lo fantástico, retomando además sus aproximaciones a lo
policial, y utilizando como telón de fondo el paisaje del delta. En Toro-Toro (1991) alcanza lo
que podríamos llamar su madurez como narrador, con textos muy bien elaborados y con el
manejo óptimo de sus recursos expresivos. Aquí los relatos se extienden, con espacios para la
reflexión, y predominan, cómo no, los temas fluviales, los recuerdos del gran río que todo lo
devora, incluyendo al mejor nadador, el río que corroe la memoria y que se interpone como una
cortina de fuego líquido a la vuelta del nostálgico narrador a su lugar de origen.En 1992
Humberto Mata obtiene el Premio de Cuentos del diario El Nacional con ?Boquerón?, relato
que ha sido considerado por cierta crítica como lo mejor del género policial en nuestro país. Se
trata de un relato en clave vernácula que se adapta a las difíciles exigencias de la llamada novela
negra, donde predomina la indagación psicológica que intenta ahondar en las motivaciones de
los personajes, más allá de la clásica resolución de un enigma o del descubrimiento de un
crimen.Retomando el título de un cuento de Pieles de leopardo, Mata publica en 2007
Revelaciones a una dama que teje, compuesto por una serie de relatos, unidos por un eje
argumental común, que pudiera leerse como una novela fragmentaria, novela que aún
aguardamos los lectores de este autor de vocación deltaza que aspira a la universalidad.Desde la
primera lectura que hice de ?Ekida?, hará ya más de treinta años, las imágenes ferozmente
sensuales de su sangriento final se quedaron flotando en mi mente como manchas indelebles, y
así han permanecido hasta el presente cuando las comparto con los lectores de esta antología. La
trama que va urdiendo la historia se asemeja a esas hermosas cestas tejidas por los aborígenes
deltanos, y contiene a la manera de un fractal el mundo de Humberto Mata, ese poderoso río
donde fluyen los leopardos.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos

18/33: Laura Antillano


Caracas, 1950. Narradora, ensayista, guionista de cine y televisión, poeta y promotora cultural.
Licenciada en Letras por la Universidad del Zulia, con estudios de especialización en el exterior,
su vida ha transcurrido entre Maracaibo y Valencia donde se desempeñó como profesora
universitaria en la UCAB. De precoz vocación literaria y proveniente de una familia culta de
acendrada tradición en las letras y el arte, se ha consagrado de forma persistente a las
actividades relacionadas con la cultura, estableciendo vasos comunicantes entre su obra y la
fotografía y el cine. También ha publicado una importante serie de cuentos infantiles.

Antillano se dio a conocer desde muy temprano, antes de los veinte años, en el panorama de la
literatura venezolana con su libro de cuentos La bella época (1969). Cuentos breves, sencillos,
frescos, con temas propios de una adolescente que deja escuchar su voz desde lo femenino,
buscando su lugar en el mundo. De alguna manera, sin proponérselo, en este libro su autora,
como en un eco, nos ofrece la versión femenina, es decir el otro lado de la moneda, del universo
mostrado por Massiani en Piedra de mar (1968). Sin embargo, no sería apropiado encasillar a
Laura Antillano dentro del feminismo, pues aun cuando en sus ocho libros de cuentos y cuatro
novelas, la voz narrativa es clara y enfáticamente la de una mujer, sus temas y motivaciones
podríamos definirlas como un tratado de los sentimientos, donde predomina lo humano, sin
distingos de sexo y con una sensibilidad a flor de piel.

Es admirable en Laura Antillano su persistencia en la exploración a lo largo de los años de las


diversas instancias de una saga familiar, creando una especie de épica doméstica, que por su
carácter de evocación y su deje de nostalgia nos permite la visión de los usos y costumbres de
una época. Este ambicioso proyecto, disperso de forma fragmentaria en los cerca de ochenta
cuentos publicados, encuentra su versión más acabada en la novela Perfume de gardenia (1982),
donde lo estrictamente familiar se vincula en un paralelismo convincente con la historia del
país.

Dentro de los variados registros de la obra de Laura Antillano, aun dentro de cierta uniformidad
temática, son sin duda sus cuentos los que la definen mejor como narradora, digamos de la
estirpe de Sherezada. Desde su inicial La bella época seguido por Un carro largo se llama tren
(1975), pasando por Cuentos de película (1985) hasta llegar al excelente y acabado Tuna de mar
(1991), con un tono realista y acudiendo a recursos narrativos de la modernidad, lo coloquial, lo
lírico, las enumeraciones reiterativas de objetos y situaciones a la manera de un collage –o como
si ojeáramos un álbum familiar–, las voces de la abuela, la política de aquella época convulsa en
la que no puede faltar el testimonio de la guerrilla y de la cárcel, la vida universitaria como un
inédito espacio para la representación, los avatares de una adolescente que se rebela contra lo
establecido, el cine, el cancionero popular, el pop en cualquiera de sus manifestaciones: todos y
cada uno de estos elementos contribuyen a la elaboración de uno de los retratos más nítidos del
venezolano de esos tiempos, la crónica sentimental de una generación.

Como sucede con Meneses y Díaz Solís, cuando pensamos en la obra de Laura Antillano lo
primero que se nos viene a la mente es uno de sus cuentos, el más emblemático, esa especie de
bandera que la autora agita con orgullo en primer plano. Me refiero, por supuesto, a "La luna no
es pan de horno", que mereciera el Premio de Cuentos del diario El Nacional en 1977. En un
tono íntimo y elegíaco, la narradora, en un monólogo un tanto delirante, pero coherente en su
intención, se dirige a su madre que acaba de morir. La añoranza y el dolor van reconstruyendo
fragmentos de una vida en común, con evocaciones de episodios puntuales en los cuales la hija
y la madre suelen tener opiniones contrarias, siempre resueltas por el amor filial y maternal.
Más que un lamento por la pérdida de un ser querido, el relato se inscribe en una muy sentida y
original representación del duelo. Aunque siempre hablamos con cierto orgullo fatuo de la
literatura como un acto inútil, al servicio de nadie, en este magnífico relato descubrimos uno de
sus usos más dignos… y quizá útiles.

Ednodio Quintero y los


cuentistas venezolanos

19/33: Federico Vegas


El Nacional / Caracas, 1950. Graduado de Arquitecto en la UCV, ha realizado una
brillante carrera en su especialidad, publicando una serie de ensayos de
acercamiento y comprensión de la ciudad y de los fenómenos urbanos en general,
desde El continente de Papel (1984) hasta La ciudad y el deseo (2007).

Vegas debuta como narrador con el conjunto de cuentos de El borrador (1996),


donde demuestra un hábil dominio del oficio como si este primer libro fuera el
producto de una larga destilación. A partir de ese momento nos ha venido
entregando, con persistencia y pasión, una obra variada y por demás interesante
formada por otros cuatro volúmenes de cuentos y siete novelas. Con estas
propuestas se ha instalado sólidamente en el panorama de la literatura
venezolana.

Antes de referirme al Vegas cuentista, intentaré una breve aproximación a sus


novelas, deteniéndome en tres de ellas: Falke (2005), Sumario (2010) y Los
incurables (2012), tres apuestas vitales enmarcadas aparentemente en la llamada
novela histórica o más bien en la biografía novelada. Protagonizadas
respectivamente por tres venezolanos ilustres: Rafael Vegas, uno de los
integrantes del fallido intento de invasión del "Falke" en 1929 contra la dictadura de
Juan Vicente Gómez; Román Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar de
Gobierno, asesinado en 1950; y Armando Reverón, el artista plástico venezolano
más relevante del siglo XX. En esta involuntaria trilogía, el autor emprende una
muy particular reconstrucción de la memoria histórica del país, centrando su
enfoque en determinada clase social y particularizándolo aún más hacia su entorno
familiar. No por casualidad, el personaje principal de Falke es pariente del autor.
Más allá de esta temática, válida como cualquier otra, Vegas apoya su narrativa en
lo exhaustivo, minucioso, proustiano, a veces torrencial: indaga en la naturaleza de
sus personajes, extraídos de la realidad, como el carnicero que hunde la daga
buscando el hueso, como el cazador que sigue las huellas de la presa. El resultado
de estas búsquedas suele convertirse en relatos estupendos.

En su ya extensa obra como cuentista, que comprende su libro inicial El borrador ,


Amores y castigo (1998), Los traumatólogos de Kosovo (2002), La carpa y otros
relatos (2009) y Los peores de la clase (2011), así como en sus novelas no
"épicas", Vegas, en un tono íntimo y desenfadado, valiéndose de un lenguaje claro
que hunde sus raíces en la oralidad y que captura en sus giros el habla cantarina
caraqueña, amén de una innata vocación para contar historias, ha ido
construyendo a escala menor una especie de mosaico afectivo en el cual la
memoria, su propia memoria, juega un papel fundamental, un puzzle que al
completarse reproducirá la imagen bastante nítida de una generación.

Entre los múltiples atributos que podemos encontrar en este conjunto de relatos,
es pertinente ponderar su estructura orgánica producto de una visión analítica, y,
por otra parte, destacar la visión de lo erótico, ese reclamo de los cuerpos que en
las diversas edades de los protagonistas se convierte en el eje de su razón de ser,
vale decir en el motivo central de su existencia, bien sea como enigma,
descubrimiento, temor y temblor en los adolescentes durante los prolegómenos de
su iniciación sexual, pasando por la salvaje y brutal posesión con su carga de
culpa y arrepentimiento en "De rodillas", hasta llegar al tragicómico episodio de
"Los traumatólogos de Kosovo", un relato sesgado en el cual la atención se
desplaza desde un evento doméstico con visos de tragedia hasta las milagrosas
habilidades de unos médicos curtidos en la guerra, banalizando lo esencial.

Dentro del abanico de posibilidades temáticas y estilísticas que nos ofrece


Federico Vegas, elijo para esta antología uno de sus relatos memorables, quizá el
más conocido, su cuento bandera, "La carpa": una anécdota que fluye y nos
muestra las relaciones de complicidad entre el nieto (narrador) y su abuelo, en un
entorno familiar privilegiado. El gran señor, que todo lo ha vivido, aún a las puertas
de su extinción definitiva muestra su talante vital, y el nieto, que comienza a dar los
primeros pasos por la vida, comparte con él una experiencia inolvidable, recibe su
lección.

Ednodio Quintero y los


cuentistas venezolanos

20/33: Silda Cordoliani


El Nacional / Ciudad Bolívar, 1953. Cuentista, cronista de cine y editora. Cursó
estudios de Letras en la Universidad Central de Venezuela, y un postgrado en cine
y literatura en la Universidad de Barcelona.

De joven quiso ser actriz, de ahí su afición al arte cinematográfico –y sus maneras
de María Félix– que la han llevado a convertirse en una acuciosa crítica y cronista.
Varios de sus trabajos sobre cine fueron recogidos en su primer libro, Sesión
continua (1990) donde demuestra su sensibilidad y pericia en el acercamiento a
films, directores, actores, temas y motivos del séptimo arte.

De su dilatada carrera como editora, habrá que destacar su paso por el Museo de
Bellas Artes y el Banco Central, y muy en especial su eficiente desempeño en
Monte Ávila Editores donde puso en práctica sus modernas ideas acerca de la
edición. También ha incursionado con éxito en la literatura infantil, en particular con
Simón Bolívar, un relato ilustrado (2002) que escribiera en colaboración con María
Elena Maggi.

A la par de su afición por el hecho cinematográfico y de su oficio de editora,


Cordoliani ha encauzado su vocación hacia la narrativa, centrándose
exclusivamente en el cuento. "Cuentista absoluta", a decir de José Balza. Exigente
consigo misma, perfeccionista hasta la extenuación, quizá insegura y temerosa de
exponerse a la crítica por haberse fijado un muy alto nivel, apenas ha publicado
una treintena de relatos en tres volúmenes compactos. Suficientes, sin embargo,
para revelar un mundo muy particular regido por la pasión, suficientes para
reclamar un destacado sitial en la narrativa venezolana.
En Babilonia (1993) asoma una escritora –y una escritura– madura, dueña y
señora de los instrumentos de su oficio, con una voz firme y segura que se define
desde la femineidad más profunda y sensual. Los temas se mueven en el círculo
estrecho y a veces sofocante de las pasiones humanas, donde el deseo y la
sexualidad ocupan un lugar preponderante. Seres escindidos, mujeres viajeras y
fugitivas a la manera de las road movies tan caras a los films predilectos de la
autora (¿alguna reminiscencia de Thelma & Louise?), la violencia convocada por el
fragor de los cuerpos, la necrofilia, la sumisión, lo masculino como prescindible o
suplementario, son algunos de los temas que aparecen y reaparecen en estos
relatos estupendos como los episodios de una crónica que ilustrara el eterno
combate entre Eros y Tanatos.

Íntimas revelaciones, conflictos existenciales, los avatares y contradicciones de lo


femenino reaparecen en La mujer por la ventana (1999). En un tono que
podríamos llamar reposado, Cordoliani continúa poblando su catálogo de mujeres
perdidas, signadas por la ausencia y el abandono, mujeres sumidas en la reflexión,
nada resignadas pero conscientes de su destino, tal vez felices y plenas a su
particular manera. El lenguaje de estos relatos es terso, preciso, muy cuidado,
siempre al servicio de la narración. No obstante, en la búsqueda de la perfección, y
precisamente por ello, aparecen ciertas señales elusivas que ponen en duda
aquello que leemos en la superficie, creando un ambiente ambiguo que posibilita la
irrupción de lo desconocido, y así el relato se enriquece con una doble lectura. Y a
mi parecer, en esto consiste la auténtica literatura.

En lugar del corazón (2008) reafirma la presencia poderosa de Silda Cordoliani en


el ámbito de la cuentística venezolana. En la plenitud de sus dotes creativos nos
ofrece unos relatos "absolutos", acabados, algunos memorables y sin desperdicio
como "Océano": impregnado de un lirismo que me atrevería a calificar de
perfumado y de una sutil mirada a las emociones en aquel punto donde coinciden
con los sentimientos, dejando en el lector una ligera inquietud como el aleteo de
una golondrina o como un inesperado haikú.

Desde que lo leí por primera vez quedé fascinado por "Babilonia": un relato
"clásico", como extraído de Las mil y una noches: la entrega de la virginidad dentro
de un rito ancestral, la sangre que dibuja los mapas del amor.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 21/33: José Luis Palacios
Caracas, 1954. Cuentista. Licenciado en Matemáticas por la Universidad Simón Bolívar, con un
Phd en la misma especialidad por la Universidad de California (Berkeley). Profesor de la USB,
donde dirigió la Editorial Equinoccio. Ha participado en diversos talleres literarios. Compilador
de la antología: Narrativa estadounidense contemporánea: los mejores relatos (2009), que
condensa su conocimiento de la literatura norteamericana luego de una larga estancia en ese
país. En 1995 obtuvo el Premio de Cuentos del diario ?El Nacional?.Palacios se ha destacado
como un cuentista original y persistente desde su primer libro Procesos estacionarios (1988)
hasta su sexto y último Invertebrados y otros relatos (2008). El caso de Palacios como escritor
reviste unas características especiales. En primer lugar, proviene del campo de las ciencias
exactas, y luego es representante de la generación de estudiantes que disfrutó durante el auge
petrolero de los setenta de un amplio y generoso plan de becas que les permitió cursar estudios
en el extranjero. Y así el brillante aspirante a un doctorado en Matemáticas se convierte en un
consumado cronista que da cuenta de su experiencia de desarraigo y adaptación a una cultura
diferente, experiencia común a toda una generación.Tanto en Procesos estacionarios como en
Paseos al azar (1994), la mayoría de los relatos de Palacios giran en torno a la vida en el
campus, con los conflictos existenciales propios de unos jóvenes recién salidos de la
adolescencia, que añoran el clima tropical, las mulatas de fuego y la comida picante de su país
natal. Aunque el clima que predomina en estas narraciones suele ser el de la nostalgia, el
proceso que las transforma en literatura viene dado por el uso de un lenguaje fresco,
desenvuelto, irónico, contaminado con la jerga científica, con alusiones al pop, contemporáneo,
psicodélica, y al mismo tiempo riguroso y eficaz.Por otro lado, es notable observar cómo el
protagonista narrador, quizá un trasunto del autor, asume sin ningún complejo el papel de
criollo-macho-men. Buceando en las procelosas aguas de lo políticamente incorrecto, lo hace
con gracia y humor, apelando a las fórmulas de lo vernáculo. Así lo vemos en ?Sábado al
mediodía en el Taiwán? cuando exclama exultante ante una dama de armas tomar: ?¡Qué tetas,
caballero!?. El campus como lugar de la representación, espacio inédito en nuestra narrativa, es
una especie de microcosmos donde pululan los más variados seres, y aquí el autor fija su
atención en el ?oscuro objeto del deseo? encarnado en los ejemplares del sexo femenino
provenientes de las antípodas, en especial del hirsuto y aromático triángulo Japón-China-
Corea.El lado ?B? de los relatos de Berkeley aparece cuando el protagonista regresa a su ciudad
de origen, la ruidosa capital del despelote, la otrora sucursal del cielo, Caracas, convertida en un
vertedero, y descubre que en este añorado lugar el adolescente transformado en adulto no es más
que un extranjero. El extrañamiento entonces será su sino mientras tanteando al azar intenta
recuperar sus señas de identidad.?Go?, uno de los primeros cuentos de José Luis Palacios que
tuve la suerte de leer, me fascinó desde el principio, imagino que en parte a causa de mi
prematura pasión nipona y por el homenaje implícito del cuento a la novela El maestro de Go de
Yasunari Kawabata, mi autor predilecto. Al releerlo veinticinco años después amplío mi visión
inicial al constatar el estupendo uso que Palacios hace de los recursos cinematográficos: zoom,
traveling, primer plano, panorámica, plano americano, contrapicado, escorzo, flash back y pare
de contar; así como de lo espacial y arquitectónico mediante un procedimiento semejante a los
google maps, que en el presente nos resulta familiar pero que en los lejanos setenta todavía
lucían como utópicos. Ah, y lo más importante: el develamiento de una trama secreta que
expresa de una forma simbólica y en paralelo lo que acontece en el tablero de Go, cuya partida
el protagonista ha dado por perdida desde la primera jugada, y lo que sucede en la existencia del
jugador, su propio destino también signado por el fracaso.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 22/33: Nuni Sarmiento
Buenos Aires, 1956. Narradora. A los diez años llegó a Venezuela, fijando su residencia en
Mérida donde ha permanecido hasta el presente. Cursó estudios de Letras y Arte en la UCV y de
Filosofía en Mérida. Aunque se ha mantenido al margen de los grupos literarios, en Mérida se
desempeñó como editora de la revista Solar.Sarmiento es un caso único y admirable dentro de la
literatura venezolana contemporánea. Sin aspavientos, solitaria, aferrada a su tenaz vocación por
la escritura, quizá como tabla de salvación de una existencia intensa llevada hasta el límite, ha
logrado construir una obra singular, breve y ciertamente excéntrica, emparentada, para hallar un
símil capaz de orientar a los lectores, con las búsquedas existenciales de Franz Kafka, y apoyada
en el poder de las palabras para desenmascarar la realidad.Nuni Sarmiento, a quien podríamos
definir como una narradora en estado puro, ha publicado cuatro volúmenes de cuentos: La
maldad del azar (1991), ¡Señoras! (1991), que por su unidad temática podrían ser considerados
como uno solo, Revés (2003) y Novela rosa (2010). Desde los textos de su primer libro, la
autora se ha mostrado como la poseedora de una voz propia, única y enronquecida por sus
hábitos de fumadora pertinaz, llamémosla sinuosa e inquisidora, que además de cuestionar el
universo circundante y los seres que lo pueblan, se cuestiona a sí misma e indaga, y aquí el
verbo indagar no es un adorno retórico, con ironía, fino humor y una inteligencia aguda y feroz,
en los temas esenciales de la existencia.Los temas de estos textos, que por comodidad
descriptiva llamamos cuentos o relatos, giran en torno a la familia, la sociedad, las imposibles
relaciones de pareja, y otros avatares, entrecruzados por hipótesis absurdas enmarcadas en una
dialéctica propia de niños o dementes. La riqueza conceptual que encierran estos relatos es tal
que se hace muy difícil caracterizarlos en una breve nota. Solo daremos algunas pistas, como las
piezas aisladas de un gigantesco puzzle para armar: los lenguajes (más valdría decir las jergas)
de la ciencia y el psicoanálisis cuestionados hasta la saciedad mediante hábiles parodias; la
fuerza discursiva del yo, pues los textos parten de una convincente primera persona, y en ciertos
pasajes detecto un guiño a Giorgio Manganelli, el autor de Perorata del apestado, caro a la
autora: el discurso como perorata, es decir la asociación libre de una serie de elementos
conectados entre sí por la voracidad del decir; en fin: la omnipresente neurosis como marca de
la casa Sarmiento, la sombra larga, áspera a veces y al final acogedora, de la madre, el caminar
sobre hielo delgado, el sinsentido de la existencia y el placer de pensar hasta el agotamiento
final.Luego de leer Novela rosa anoté en la primera página del libro lo siguiente: ?Kafka con
faldas y con conocimientos de geometría euclidiana y biología molecular?. Tal vez este sea un
retrato de Nuni Sarmiento al estilo de un fractal. A propósito del autor checo de lengua alemana,
quizá el escritor paradigmático del convulsionado, violento y gris siglo XX, Nuni le dedica un
texto brevísimo que cito in extenso. Se titula ?Señor Kafka? y dice así: ?Yo también he sentido
el deseo de quemar sus obras?. En este juego intertextual se puede resumir el ars poetica de una
autora que hace de la literatura en su forma más cruda y pura (la escritura, y todas las turas
posibles, para darle un espacio a su otro paisano) algo más que una razón de ser, creando un
espacio inédito para la representación de un mapa de los sentimientos, en el cual la descripción
y la reflexión ocupan su justo lugar.Tuve la fortuna de trabajar con Nuni Sarmiento en la revista
Solar y en el proyecto editorial del mismo nombre, y la convencí para editar en la sección de
narrativa su segundo libro, ¡Señoras! Desde entonces nos une una amistad intermitente y sin
fisuras y el gusto común por el baile acrobático, a la manera de una pareja de arañas
deslizándose por las paredes. De aquel pequeño volumen recuerdo el inolvidable relato ?La
niñidad?: la inteligencia de una niña atenta a los eventos de su entorno, su voz aguda como un
cuchillo abriéndose paso en el turbio e incomprensible universo de los adultos? negándose a
crecer. Ofrecemos a los lectores de esta antología el autorretrato de la ñiña Nuni.
Ednodio Quintero y los cuentistas
venezolanos 23/33: Rubi Guerra
San Tomé, 1958. Narrador, guionista de cine y televisión, antólogo, editor y promotor cultural.
Ha estado ligado desde joven a la vida cultural de Cumaná donde ha participado activamente en
varios proyectos con la Universidad de Oriente y con la Casa ?Ramos Sucre?. Ha obtenido
varios galardones literarios, entre ellos el Premio de Novela Corta ?Rufino Blanco Fombona?
(2006) por El testigo y el Premio de Narrativa ?Salvador Garmendia? (2009) por La forma del
amor y otros cuentos. Compilador de 21 del XXI (2007), una antología de la más reciente
narrativa venezolana, suerte de apuesta hacia el futuro. La obra narrativa de Rubi Guerra
comprende varios libros de cuentos y un par de novelas. Debutó con El avatar (1986), una serie
de narraciones de temas variados donde predomina lo onírico y los ?avatares? de la
imaginación, que no excluyen algunas incursiones inquietantes a la ciencia ficción. Con los
relatos de El mar invisible (1990) alcanza un punto de inflexión en el desarrollo de su prosa:
más allá de la temática, en la cual el desarraigo y el consecuente extrañamiento de unos seres
perdidos en el laberinto de su pasado ocupa un primer plano, el lenguaje deviene en
protagonista, reclama un lugar de privilegio en el entramado de la narración. La prosa de estos
relatos podríamos calificarla de tersa, limpia, sinuosa y sensual, atributos que escasean en
nuestra literatura, abocada más bien hacia lo inmediato y efectista. Con Partir (1998), El fondo
de mares silenciosos (2002), Un sueño comentado (2004) y La forma del amor y otros cuentos
(2010), Guerra se afirma como un cuentista sólido y consumado, poseedor de un lenguaje
suntuoso, dueño de un mundo de ensueño en el cual el mar es una presencia poderosa e
ineludible.Es curioso, aunque no contradictorio, que los relatos de Rubi Guerra como artefactos
verbales que aspiran a la perfección se afiancen en lo anecdótico, es decir en la imperiosa
necesidad de contar. Por lo general, estamos ante un personaje desencantado que explora en su
memoria los motivos de su desazón, que algunas veces no es más que una actitud resignada, la
aceptación de su destino: el fracaso y la derrota como constantes de una existencia que solo en
algunas imágenes fulgurantes del pasado encuentra consuelo. Y como un sello personal del
autor, la presencia constante del mar, ese ?mar invisible? de la infancia, que actúa no solo como
telón de fondo o como un recurso para crear cierta atmósfera concerniente a lo emocional, sino
como el sino final que aguarda a los protagonistas.A pesar de que en estas notas, por razones
fáciles de comprender, privilegiamos la labor de los autores como cuentistas, el caso de Rubi
Guerra como novelista merece una atención especial. La tarea del testigo (2007) ocupa un lugar
muy destacado dentro de nuestra narrativa más actual y a ella dedicaremos las líneas siguientes.
Esta magnífica narración la podemos definir como una crónica de los aciagos días del insigne,
genial e insomne poeta José Antonio Ramos Sucre anteriores a su anunciado suicidio. Quizá el
mayor mérito de esta singular y admirable narración sea la acertada fusión del narrador (el
testigo) con su biografiado, hasta el punto de que en ciertos pasajes, en particular en las cartas,
pareciera que el vate de Cumaná hubiera encarnado en Rubi Guerra, o que este fuera un trasunto
de aquel. Para aquellos que sentimos una vocación reverencial por la obra y la personalidad del
genial poeta que fuera Ramos Sucre, esta narración es un auténtico regalo, y en algún momento,
quizá por el empeño y la pasión que pone el autor en su loable ?tarea?, que potencia los visos de
verosimilitud, sentimos que asistimos como invitados de honor al encuentro entre el narrador-
testigo y el paciente (el poeta) en trance de agonía.?En la playa?, el cuento que ofrecemos a los
lectores de esta antología, es una muestra representativa del mundo de su autor: el amigo
reencontrado después de diez años regresa de la derrota, abatido y resignado, y el recuento de su
periplo existencial se convierte en una especie de cuestionamiento de la vida del narrador, pone
en entredicho su existencia muelle y normal en contraste con las intensas experiencias de su
amigo, aun cuando este haya sido vencido por la desgracia.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 24/33: Antonio López
Ortega
Punta Cardón, 1957. Su vocación primera fue la Física, luego cursó estudios de Letras en la
UCV, licenciándose más tarde en La Sorbona (París III). Narrador, ensayista, editor, antólogo y
gerente cultural, ha sido uno de los intelectuales de las últimas generaciones más preocupados
por los temas coyunturales del país, manteniendo siempre una actitud crítica y ponderada ante la
diversidad de problemas que nos agobian. Como gerente cultural, habrá que destacar su exitosa
labor al frente de la Fundación Bigott, donde logró perfilar una eficaz política de servicio a la
sociedad.El ensayista López Ortega publicó El camino de la alteridad (1995) y Discurso del
subsuelo (2002) donde define su visión de la literatura venezolana en las voces de algunos de
sus autores. Y en la misma línea se puede insertar la imprescindible La vasta brevedad.
Antología del cuento venezolano del siglo XX (2010), en colaboración con Carlos Pacheco y
Miguel Gomes, una monumental recopilación, quizá la mejor en su género, que incluye ochenta
autores en un abanico de más de un siglo.La obra narrativa de Antonio López Ortega comprende
unos ocho volúmenes de cuentos, desde su inicial e iniciático Cartas de relación (1982) hasta su
más reciente y espléndido La sombra inmóvil (2013) en el cual ratifica sus dotes de narrador.
Además ha escrito una novela, Ajena (2001), fresca y juvenil, donde experimenta mediante una
voz femenina.A lo largo de treinta años López Ortega ha ido construyendo un corpus narrativo
sólido, coherente y orgánico. Sus primeros relatos, publicados en volúmenes colectivos,
anteriores a Cartas de relación, daban cuenta de un proyecto literario ambicioso, con las
esperadas marcas de Cortázar y de la fábula, que alcanza un punto de inflexión en Naturalezas
menores (1991), suerte de declaración de principios del autor, que en su momento califiqué
como ?propuestas minimales?. Pudiéramos también hablar de mini-ficciones, como respuesta a
las avasallantes y profusas obras del Boom. Más adelante, López Ortega irá ampliando
progresivamente la extensión de sus narraciones, como en el extraño y sugestivo ?La sombra
inmóvil?, bordeando los límites de la nouvelle. La necesidad, a veces perentoria de contar
historias propias o ajenas, reales o inventadas, ha estado presente en los múltiples textos de
aquellos primeros libros y de los siguientes, haciendo de la anécdota el centro de interés del
lector como si una Scherezada rediviva se empeñara en postergar la llegada del amanecer.Sin
olvidarnos de su única novela, Ajena, observamos en la obra de López Ortega el empeño de ir
dibujando un mapa de época, aquella que le ha tocado vivir al autor desde su infancia en un
campo petrolero (Bachaquero), lugar emblemático para un país que ha medrado a la sombra del
oro negro, pasando por la adolescencia en una Caracas que aún recuerda su antiguo esplendor,
siguiendo luego un período de estudios en el exterior en tiempos de bonanza, la vuelta a la
patria, los avatares cotidianos, la familia, los lunares de la madurez, la debacle de las últimas
décadas, en fin: las fragmentarias memorias de un venezolano de la nueva decadencia. En esa
especie de crónica familiar que deviene en historia patria está lo mejor de un autor insoslayable
de nuestra literatura. Un autor que a través de un lenguaje directo, fluido y transparente, que
dialoga con las emociones del lector, que le habla como si le estuviera confiando un secreto, ha
logrado construir piezas memorables.En los últimos libros de Antonio López Ortega (Fractura,
2006, Indio desnudo, 2008 y La sombra inmóvil) encuentro un autor reposado, maduro, sereno,
dueño de las llaves de la narración. Varios de estos relatos merecen un lugar destacado en
cualquier antología. No obstante, para ésta en particular, atendiendo a los criterios del antólogo,
he seleccionado un cuento de Naturalezas menores, ?Criaturas?, por el impacto que me produjo
en su oportunidad. Conjeturo que este extraño relato, que podríamos denominar como de pura
ficción, fue escrito en un momento de trance, lo que explicaría su poder de desasosiego, y
vislumbro tras la mera anécdota una segunda historia, aquello que algunos críticos denominan
un relato in nuce. El lector podrá encontrar ese segundo nivel de significación?

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 25/33: Oscar Marcano
La Guaira, 1958. Poeta, crítico musical, narrador. Graduado en Letras y Comunicación Social.
Debutó con el libro de poemas Inecuaciones (1984), y en 1988 publicó Sonata para un avestruz,
conversaciones con el músico Juan Carlos Núñez, que obtuvo un premio de la crítica. La música
ha constituido un elemento muy importante en la obra de Marcano, y así encontramos que su
novela Puntos de sutura (2007) está protagonizada por un joven músico.Cuartel de invierno
(1994) es el primer libro de cuentos de Marcano. Se trata de un conjunto de relatos de temática
variada, caracterizados por la búsqueda de un lenguaje propio, entre las múltiples influencias de
un autor que se adivina como un voraz lector. Los temas van desde una amante asesina hasta un
Pitágoras peripatético en una playa del mediterráneo, pasando por episodios de desdoblamiento
y necrofilia. Crudas descripciones, con imágenes impactantes que bordean lo grotesco hasta la
desmesura, y que parecieran ilustrar una especie de corte de los milagros en un ambiente urbano
y marginal. Entre líneas, en aquel aquelarre intenta deslizarse un cierto lirismo contenido.En su
segundo libro, también de cuentos, Solo quiero que amanezca (2002), que obtuviera en 1999 el
Premio Internacional ?Jorge Luis Borges?, conmemorando el centenario del genial escritor,
Marcano alcanza un punto de inflexión y da un giro hacia la madurez. Ajeno a la dispersión
temática y estilística y a cierta fallida experimentación en su libro inicial, se centra en la
descripción de las tragedias cotidianas de unos seres desarraigados, perdedores, outsiders,
aquellos que, utilizando una expresión criolla, han perdido el autobús. El lenguaje se hace
directo, desnudo, amargo, nada complaciente y da cuenta de una realidad que rebasa las
miserias de lo social, eso que cierto cine expone como lacras de la sociedad, para inscribirse en
lo que podríamos llamar una épica mínima que deriva hacia lo meramente existencial: la
angustia del ser. El manejo de los diálogos resulta de una eficiencia y fluidez que Hemingway
hubiera aprobado sin objeción. Es inevitable pensar en la presencia de Sastre y Camus al leer
estos relatos duros y muy bien logrados, es inevitable pensar en Oscar Marcano como un
Bukowski tropical campaneando un whisky a orillas del mar Caribe, mare nostrum, azul. Y si
en este párrafo he nombrado a cuatro magníficos narradores, es solo para hacer notar la
prestigiosa familia a la cual Oscar Marcano, por méritos propios, aspira a pertenecer.Abro un
paréntesis para referirme a la única, por ahora, novela de Marcano, Puntos de sutura. Los
eternos problemas entre padre e hijo son planteados mediante una narración en dos tiempos: en
el presente, ambos se encuentran a orillas del mar para entablar un diálogo, aunque en realidad
se trata de un monólogo del patriarca, y el conflicto al parecer irreconciliable, centrado en el
abandono del padre y el resentimiento del hijo adolescente, se va deslizando paulatinamente,
mediante las incursiones en el pasado (flash back) que arman la existencia aventurera y
fracasada del padre, hacia un territorio donde se abren las puertas de la comprensión, tal vez del
perdón. En segundo lugar, partiendo de un escrito que se pudiera leer como una carta del padre,
la trama de la novela se relaciona con los mitos griegos, pero no son el pícaro Ulises y el
paciente Telémaco los que regresan a escena sino el soberbio Ayax y su desconcertado hijo,
Eurisaces. Paralelismo este que enriquece la narración, ubicándola en un plano simbólico, y nos
recuerda que los mitos no son más que representaciones mentales de nuestros propios
conflictos, reflejos de nuestra psiquis.?Goldfish?, el relato memorable que he seleccionado en
esta oportunidad es por demás representativo del universo opaco y desolado, con tintes de
existencialismo, que ha ido construyendo en sus dos volúmenes de cuentos y en su excelente
novela, nuestro autor. Economía de lenguaje, exposición del asunto con meridiana claridad,
diálogos ágiles y certeros como cuchilladas, y el talante de unos personajes que se entregan a su
destino con resignación. Estos y otros atributos encontrará el lector en esta breve y estupenda
narración.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 26/33: Alberto Barrera
Tyszka
Caracas, 1960. Poeta, narrador, columnista y guionista de cine y televisión. Cursó estudios de
Letras en la UCV. Perteneció a los grupos ?Guaire? y ?Tráfico? que en la década de los noventa
irrumpieron con propuestas novedosas en la anquilosada literatura nacional.Barrera Tyszka es
uno de los escritores venezolanos más inquieto, curioso, polifacético y exitoso. Durante años ha
mantenido una columna semanal en el diario El Nacional, que da cuenta con sentido crítico y
aguda lucidez de la actualidad política del país. Al mismo tiempo ha escrito varios y recordados
guiones para telenovelas, un género difícil a pesar de su aparente banalidad, que requiere unas
habilidades netas para narrar y mantener la atención del espectador. Se inicia como poeta con
Amor que por demás (1985), seguido por Coyote de ventanas (1993) donde incursiona en lo que
se ha dado por llamar lírica urbana. Y más adelante publica Tal vez el frío (2000), de tono
intimista.Debuta como narrador con Edición de lujo (1990), un conjunto de relatos breves, en la
corriente de la mini-ficción, en boga por aquella época, que, sin embargo, se distinguen por su
carácter fronterizo entre prosa y poesía, y por su variedad temática con una curiosa predilección
por los bestiarios. Luego de la publicación de su primera novela, También el corazón es un
descuido (2001), que se podría enmarcar en el policial vernáculo con componentes
sentimentales que la relacionan con la literatura caribeña más salerosa, Barrera Tyszka se da a
conocer a nivel internacional con La enfermedad (2006), que obtiene el prestigioso Premio
Herralde de aquel año. Un relato sobrio, en apariencia sencillo, muy bien estructurado, sobre un
tema sensible y delicado que en el fondo concierne a todos. El protagonista narrador acompaña
a su progenitor, aquejado de un cáncer, en el vía crucis de su tratamiento. Sin caer en el
sentimentalismo, asistimos a momentos altamente emotivos y llegamos a identificarnos con los
personajes mediante el extraño atributo de la compasión. En general, se trata de una historia
verosímil y consistente, que por su argumento de un realismo que pudiéramos calificar de
clínico es capaz de conmover al lector, e incluso de producir en su psiquis un efecto terapéutico.
Más recientemente, con su tercera novela, Raiting (2011), Barrera Tyszka se adentra en los
terrenos minados de los reality shows televisivos, con sus intrigas, crueldades, faustos y
esplendores, un territorio muy bien conocido por el relator.Quizá el tema omnipresente en la
variada obra de Barrera Tyszka sea la violencia urbana, con su pesada carga simbólica que ha
desbordado el hecho criminal en sí hasta rozar nuestra cotidianeidad, yendo incluso más allá del
ámbito de lo íntimo y privado para instalarse en el frágil terreno de los sueños. Los diez relatos
de Crímenes (2009) representan uno de los más acertados, por auténticos, acercamientos a este
fenómeno que incide en nuestra sociedad como una pesadilla. Sin embargo, el autor no aborda
sus historias como meras crónicas policiales o como informes forenses, sino que intenta, a
menudo con notable acierto, darles un giro hacia lo humano, en un afán de comprensión más
que de interpretación, valiéndose de lo onírico, lo impreciso y conjetural, lo absurdo, el lenguaje
de la calle que domina a la perfección, el humor que a veces se trasmuta en dolor, hasta
convertirlas, las historias, en una sustancia escrita que solo habla de la condición humana.De los
estupendos relatos de Crímenes, he seleccionado ?Perros?, que leí antes de su inclusión en libro.
Y que me sigue llamando la atención porque se aparta de la línea de sangre de los demás para
ofrecernos la representación simbólica de la alienación o cierta forma de neurosis (que como
dijera Sigmund Freud, no es más que ?la incapacidad para tolerar la ambigüedad?), encarnada
en un personaje con gustos ciertamente raros, un personaje que quizá nos traiga a la memoria a
uno de esos vecinos nuestros de mirada sesgada que solemos tropezar en los pasillos sin
prestarles demasiada atención. Por supuesto, en ?Perros? la violencia está presente de forma
contenida y soterrada?

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 27/33: Miguel Gomes
Caracas, 1964. Narrador, crítico, investigador y ensayista. Cursó estudios universitarios de
literatura en Coimbra (Portugal) y UCV (Caracas), doctorándose en New York. Desde hace más
de veinte años se desempeña como profesor de postgrado en la Universidad de Connecticut.
Venezolano, de origen portugués, pertenece a la generación de escritores posteriores al Boom,
como Antonio López Ortega y José Luis Palacios, que han explorado el mundo de los
emigrantes, en particular de los llegados desde Europa a nuestro país desde principios del siglo
XX; y también, en sentido contrario, el caso más reciente de los inmigrantes, hacia Estados
Unidos y otros destinos, que por diversas razones (laborales, de estudio, políticas, sociales) han
dado origen a un principio de diáspora. Se puede considerar que Gomes, a partir de su libro de
cuentos, La cueva de Altamira, es el pionero en esta nueva temática, con la ventaja adicional de
su condición de hijo de emigrantes, e inmigrante a la vez.Podríamos pensar en Miguel Gomes
como un auténtico scholar, y así vemos como su contribución al estudio de la literatura
hispanoamericana en el plano académico ha sido de verdad estimable, haciéndose presente en
numerosas publicaciones, entre las cuales destacamos: Los géneros literarios en
Hispanoamérica, teoría y critica (1998) y La realidad y el valor estético: configuraciones del
poder en el ensayo hispanoamericano (2009). Como narrador, Gomes es un practicante confeso
y entusiasta de las formas breves. Ha publicado varios volúmenes de cuentos, que incluyen
algunas novelas cortas: Visión memorable (1987), La cueva de Altamira (1992), De fantasmas y
destierros (2003), Un fantasma portugués (2004), Viviana y otras historias del cuerpo (2006),
Viudas, sirenas y libertinos (2008), El hijo y la zorra (2010) y Julieta en su castillo (2012).
Como se puede observar, una profusa producción concentrada en la última década, lo que habla
de persistencia y pasión. Más allá de haber configurado una obra vasta y variada, consideramos
que su trayectoria como cuentista es ejemplar pues en cada nuevo libro intenta superarse a sí
mismo, afinando sus instrumentos narrativos en la búsqueda de la ansiada perfección. Su obra
ha sido reconocida por críticos y lectores, y ha obtenido importantes galardones como el Premio
de Cuentos del diario El Nacional, en dos oportunidades.En su libro inicial, Visión memorable,
Gomes incursiona en lo fantástico, valiéndose de los recursos de la mini-ficción, para ofrecernos
unos bocetos de las más extremas pesadillas urbanas que parecieran provenir de los mundos
distorsionados de Alfred Harry. Más tarde, a partir de La cueva de Altamira, el autor pareciera
haber encontrado su propia voz en una serie de relatos memorables. Valiéndose de experiencias
propias y ajenas, nos ofrece unas entrañables estampas acerca de las peripecias de la
inmigración, episodios signados por la nostalgia, la saudade, la añoranza del país natal y los
avatares de la inserción en una sociedad y un paisaje distintos. En sus libros posteriores, Gomes
ha continuado su exhaustiva investigación en el amplio universo de los desplazamientos
personales y colectivos, dibujando una especie de geografía de la trashumancia, ampliando la
extensión de sus relatos y abriéndose a nuevas temáticas, explorando el cuerpo como lugar de la
representación. Una obra en marcha que ha ido creciendo y consolidándose sin cesar,
alcanzando notables niveles de elaboración y complejidad, convirtiéndose en referencia
insoslayable para los nuevos lectores. Sofisticada, elegante, ágil, muy bien estructurada, lo que
la distingue de ciertas propuestas naif, con el grato ingrediente de un fino humor y la
predilección por una erótica sensual y refinada, la escritura de Miguel Gomes está destinada a
perdurar.Resulta curioso, para mí en primer lugar, que ante un corpus tan amplio y apetitoso
representado por una serie de relatos espléndidos, mi predilección siga girando en torno a los
que integran La cueva de Altamira, en particular por el que da título al libro. Como si estuviera
enfrentando un koán, me decido por ?De un álbum?: una idea minimalista mediante la cual en
unos pocos minutos, mientras ojeamos el álbum familiar, asistimos a una épica de lo cotidiano
reconstruyendo la vida de un inmigrante.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 28/33: Juan Carlos Chirinos
Valera, 1967. Narrador, biógrafo, timoto-cuica y divulgador de la cultura venezolana. Cursó
estudios de Letras en la UCAB de Caracas y un doctorado en Filología en la Universidad de
Salamanca. Desde hace unos veinte años reside en España donde se ha convertido en una
especie de exiliado voluntario, realizando trabajos de editor (Zgodbe iz Venezuela, 2009,
antología del relato venezolano contemporáneo, traducido al esloveno), talleres y cursos de
literatura, y eventuales tareas novelescas como ghost writer que lo han llevado a lugares
exóticos como Samarcanda y Venecia. Ha obtenido reconocimientos importantes como la 1ª
Mención en el Premio de Narrativa Breve del ICI (1994) y el Premio de narrativa de la Bienal
?Ramos Sucre? (2002).Su persistente trabajo como biógrafo lo ha impulsado a explorar la vida
de tres prominentes personajes, disímiles e interesantes, como el conquistador Alejandro
Magno, el precursor de la Independencia venezolana Francisco de Miranda y el científico Albert
Einstein.Como cuentista, Chirinos ha publicado Leerse los gatos (1997), Homero haciendo
zapping (2003) y Los sordos trilingües (2011), este último en formato de e-book. En general,
sus relatos se pueden distinguir por la capacidad de imaginación, el cuidado en el lenguaje que
alude a una búsqueda de lo clásico, el manejo de un humor muy particular, las incursiones en lo
fantástico, su predilección por las formas de la literatura policial, la amplia variedad temática
que suele abrevar en lo histórico, lo cotidiano, lo sesgadamente autobiográfico con frecuentes
alusiones a su infancia pueblerina, lo íntimo y lo libresco con referencia a múltiples autores y
lecturas.Se percibe en Chirinos el afán y el regusto de contar, con notables aciertos como sucede
en ?Ichbiliah?, magnífico relato (que se podría ubicar por su extensión e intención en el género
nouvelle) que reinventa la figura de un don Juan inmerso en una aventura fluvial, presto a caer
en las redes de la pasión. El hábil manejo de los referentes históricos ?el relato se ubica en una
España espectral?, la prosa precisa que fluye como el río que cumple su función protagónica, y
la dosificación de la información que va tejiendo una red de tensiones que apunta a la
implicación del lector, convierten ?Ichbiliah? en una pieza única en la obra de un autor
apasionado por la historia.Chirinos ha publicado tres novelas, a saber: El niño malo cuenta hasta
cien y luego se retira (2004), Nochebosque (2011) y Gemelas (2013). El niño malo? es un
ambicioso proyecto que parte de una investigación acerca del mal: un personaje citadino,
curtido en mil batallas callejeras, huye de su urbe natal, Caracas, y se refugia en una lejanísima
aldea nórdica, un pueblo de leñadores, rodeado de nieve y balidos de ovejas. Y en aquel
ambiente gélido y exótico cumple su destino. Dentro de una trama a ratos oscilante se revela la
presencia de un narrador con vocación, que rinde un secreto homenaje a su maestro José Balza
(el autor de Percusión) y a dos poetas de su país. Quizá desde esta primera novela Chirinos
comienza a tomar conciencia de su condición de escritor extraterritorial, es decir, como él
mismo lo ha manifestado, de su no pertenencia a la tradición de la literatura venezolana, lo que
no deja de ser un oxímoron.Explorando otras áreas de la literatura en Nochebosque, una
evidente referencia a la magnífica novela de Djuna Barnes, El bosque de la noche, aunque ajena
a su significación, Chirinos se aventura en el terreno del terror psicológico y el suspenso, en una
especie de fábula gótica que juega con los más conocidos referente de la crueldad en los cuentos
infantiles, pienso en ?La caperucita roja?, pienso en ?Hansel y Gretel?. Su afición por las tramas
policiales lo ha llevado a elaborar su propia contribución con Gemelas, ambientada en Madrid y
con toda la parafernalia del género, donde no falta la sangre en las primeras líneas, el detective,
las falsas pistas, el humor, los referentes a la patria lejana, lo onírico y fantástico representado
en la fauna fugitiva en los espacios urbanos, en fin, un ambicioso proyecto: un autor
inventándose un mundo perdido.Quizá por haber sido uno de los primeros lectores de Juan
Carlos Chirinos, hace exactamente veinte años, insisto en uno de aquellos relatos primigenios
que en su momento me llamó la atención, ?Agnus rey?, el cual, seguramente, condujo al autor a
ampliar su interés por la figura de Alejandro Magno.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 29/33: Carolina Lozada
Valera, 1974. Narradora, guionista, lectora del Tarot y amante de las mascotas. Licenciada en
Letras por la ULA, participa activamente en algunas páginas web de divulgación literaria, tales
como ?500 ejemplares? y ?Las Malas Juntas?. Se define simplemente como narradora y concibe
la escritura como un oficio, tal vez irrenunciable, que practica, según sus propias palabras ?con
neurótica constancia?.En su breve carrera ha publicado cuatro libros de cuentos: Historias de
mujeres y ciudades (2007), Memorias de azotea (2007), Los cuentos de Natalia (2009) y La
culpa es del porno (2013). También publicó un libro de crónicas literarias, La vida de los
mismos (2011). Su obra ha sido reconocida por varios premios, entre ellos el de Relato Breve El
País Literario (Madrid, 2005) y el Municipal de Narrativa ?Oswaldo Trejo? (Mérida, 2006). En
el 2013 participó en una residencia para escritores en Italia, becada por la Fundación
Bobaglio.En sus primeros escritos, Lozada asume su voz femenina, con desenfado, audacia y un
toque de humor, y va dibujando las coordenadas de un mundo, sería mejor decir un submundo,
en el cual pareciera que solo hay cabida para los desheredados de la tierra, aquellos que nada
tienen que perder. Asistimos a un desfile de hombres solos, mujeres maltratadas, mendigos,
prostitutas jubiladas, ajados oficinistas, poetas de la legua, un malandro elevado a los altares, en
fin: personajes emparentados con el héroe predilecto de sus lecturas: Raskolnikov. Y aparecen
también textos que parecieran ser el producto de cierta dispersión temática, los explicables
tanteos de una primera vez: apuntes, bosquejos, miniaturas, intentos de mini?ficción,
fragmentos de prosa poética?Progresivamente, Carolina ha ido afinando sus instrumentos
narrativos logrando en sus nuevos relatos, además de cierta unidad temática, una excelente
articulación de los elementos que conforman la narración. Y así, Los cuentos de Natalia nos
muestran a una autora centrada, con una muy clara conciencia de su oficio, vale decir con un
estilo propio. En cuanto a los temas, continúa su exploración por el subsuelo, con una
característica muy especial que la define y distingue de sus pares: no le interesan para nada los
fastos, brillos o lamentos de la autoficción: pareciera decirnos que lo suyo es el voyerismo, que
solo se ocupa de la vida del prójimo, en particular de sus existencias mínimas, por lo general
miserables y efímeras.Desde otra perspectiva, podemos ver que la sexualidad como liberación
recorre al igual que una corriente eléctrica la obra en marcha de Carolina Lozada, un rebuscar
afanoso en los cuerpos, tanto en los ajenos como en el propio, haciendo de esta indagación, que
pudiera muy bien prescindir del amor, no solo un leit motiv sino una razón de ser, convirtiendo
el porno (soft) en una especie de geografía de las emociones. A propósito de este ?tema? escribí
para la contratapa del último libro de Carolina un breve texto, del cual cito un fragmento que
considero pertinente para una mejor comprensión de su lectura: ?En La culpa es del porno,
Carolina Lozada incursiona, con desparpajo, ironía y gracia, en los procelosos territorios de la
picardía vernácula. Valiéndose de un lenguaje preciso que mezcla el habla cotidiana con
elementos de una rica simbología proveniente de la mejor tradición literaria del género, que se
remonta a Rabelais, Lozada logra crear personajes y situaciones divertidas e hilarantes,
bordeando lo grotesco y el vaudeville?. Se me ocurre, luego de unas nuevas y reposadas lecturas
de estos relatos, sin pretender realizar un análisis sociológico y dejando de paso al doctor Freud
en su sofá, que en la obra de Carolina Lozada predominan los alegatos contra las formas de
poder, cualquier poder que intente imponerse desde la fuerza y la arbitrariedad, predomina la
rebeldía de un ser que va poblando los paisajes de nuestra mente con una bandada de
golondrinas muertas.El cuento titulado ?El cumpleaños de Elisa?, perteneciente al libro citado,
seleccionado para esta antología, carece de los elementos propiamente escatológicos que
distinguen a la mayoría de los relatos. Sin embargo, el tono kafkiano, el impecable desarrollo y
el inesperado y hermoso final, hacen del conjunto una pieza memorable.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 30/33: Rodrigo Blanco
Calderón
Caracas, 1977. Narrador, ensayista y editor. Graduado en Letras y con un Master en Estudios
Literarios por la Universidad Central de Venezuela. Profesor en esa misma universidad. Es uno
de los más destacados escritores de su generación, habiendo obtenido importantes
reconocimientos como el Premio de Autores Inéditos otorgado por Monte Ávila Editores (2005)
y el Premio de Cuentos del diario El Nacional (2006). Forma parte de la Cooperativa Editorial
agrupada alrededor de Lugar Común. Ha publicado tres libros de cuentos: Una larga fila de
hombres (2005), Los invencibles (2007) y Las rayas (2011), ciertamente una obra breve, pero
sólida y consistente que anuncia desde sus primeros escritos la presencia de un narrador hecho y
derecho.Girando en torno al mundo universitario, estudioso de las tendencias literarias actuales,
atento a los fenómenos de lo urbano, Blanco Calderón representa entre nosotros la extraña
figura del escritor profesional abocado a su oficio, moderno, ambicioso, elegante y cosmopolita,
con la capacidad para actuar en la vida pública de forma natural y espontánea.En Una larga fila
de hombres se nos ofrece un quinteto de historias que atañen a seres alienados, habitantes de
una metrópolis hostil, que se debaten en sus pequeños dramas metafísicos, domésticos o
conyugales, y que expresan sus sentimientos a veces con ternura, ironía o desencanto. Lo que
hace de estos relatos algo más que anécdotas insertadas en un mundo ciertamente real,
transformándolas en auténticas piezas literarias, es la calidad y calidez del lenguaje, un lenguaje
que fluye de manera directa, como si por momentos reprodujera el habla de los capitalinos. Y en
este sentido, el estilo o la búsqueda de estilo en Blanco Calderón se emparienta con algunos
cultores de la literatura urbana como su paisano Francisco Massiani, con quien comparte la
frescura de lo juvenil, y en la exploración de las fronteras de lo escatológico y marginal con el
mundo de Salvador Garmendia, y más allá, en otro ámbito de la geografía literaria
latinoamericana, con un autor absorbente y colonizador como Ricardo Piglia. No obstante, estas
referencias librescas, el novel autor ha logrado encontrar muy temprano esa joya tan preciada y
a menudo esquiva llamada voz propia.Quizá como anuncio o adelanto de una gran novela (de la
cual muy pronto tendremos noticia), Blanco Calderón nos ha dado en sus dos últimos libros de
cuentos, Los invencibles y Las rayas, una muestra contundente y suficiente de su talento de
narrador. Aquí los temas preferidos del autor aparecen y reaparecen, con sus constantes
referencias a los misterios del amor, los dramas cotidianos de seres escindidos en busca de una
imposible resurrección, y quizá, como deformación profesional, las continuas alusiones a libros
y escritores, también estos últimos, cómo no, inmersos en sus tragedias existenciales. Es de
notar, además, y en este punto hay que insistir con cierta terquedad, el cuidadoso oficio que se
adivina detrás de estas historias, trazadas con ahínco y convicción, como reflejo de los intereses
de un autor que ha decidido apostar por la literatura como una forma de vida. La prosa se hace
cada vez más tersa y el lenguaje continúa apuntando hacia la sensibilidad de un lector
inteligente y exigente, que para completar la rima involuntaria se puede convertir en confidente,
y en ese flujo y reflujo el saldo es doblemente favorable, pues la literatura (a la que definí
alguna vez como ?el uso deliberado y singular del lenguaje con fines estéticos?) que resuman
estas narraciones, como criaturas de la imaginación, se enmarca en esa parca definición, y se
presta, como lo hubiera querido el cronopio Cortázar, al servicio de nadie.Desde que leí el
manuscrito de Una larga fila de hombres (formé parte del jurado que premió ese libro en el
Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila) he venido siguiendo paso a paso la carrera de
Rodrigo Blanco Calderón, y me atrevo a augurar para él un brillante destino como escritor. Y
como dicen que para muestra basta un botón, ofrezco al escrutinio del acucioso lector el relato
titulado ?La malla contraria?, con alusiones a esa religión laica y planetaria que es el fútbol y a
la menos prestigiosa que es la literatura, más que alusiones podríamos hablar de fusión, como si
Francisco Massiani y Juan Arango jugaran en la misma liga. Un relato en verdad memorable,
que se desarrolla en un constante driblar y que se resuelve en un sutil y precioso final.
Ednodio Quintero y los cuentistas
venezolanos 31/33: Roberto Martínez
Bachrich

alencia, 1977. Narrador, poeta y ensayista. Cursó estudios de Literatura en la Universidad


Central de Venezuela y en la Escuela Holden de Turín (Italia). Profesor en la Escuela de Letras
de la UCV. Confiesa que su género predilecto es el cuento, y que para él ?escribir es una
sabrosa y hermosa desgracia?. Ha publicado tres libros de cuentos: Desencuentros (1988),
Vulgar (2000) y Las guerras íntimas (2011), un poemario, Las noches de cobalto (2002) y la
biografía novelada: Tiempo hendido: un acercamiento a la vida y obra de Antonia Palacios,
libro este con el que obtuvo el prestigioso Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la
Cultura Urbana. También ha recibido varios premios de cuentos en la Universidad de Carabobo,
la UCV y la UCAB.La biografía de Antonia Palacios merece una mención especial en la obra en
ciernes de Martínez Bachrich. Se trata de una investigación exhaustiva, profesional, orgánica,
cuidada, amena, respetuosa y amorosa, acerca de un personaje único de nuestras letras, una
dama seductora y fascinante, referente indispensable a la hora de cualquier acercamiento a la
cultura de nuestro país en el siglo XX.El ?caso? de Martínez Bachrich como narrador me resulta
muy curioso. Sería tentador hablar de él como uno de los secretos mejor guardados de la
literatura venezolana contemporánea o como un autor de culto (más bien, oculto), prefiero
utilizar como una manera de aproximación a su figura un término vernáculo, decir que se trata
de ?un gallo tapado?, y desde esa perspectiva cazar mi apuesta. Me explico: los dos primeros
libros de cuentos de nuestro novel autor aparecieron en ediciones casi clandestinas, de escasa
circulación, y en consecuencia su recepción fue mínima. Sin embargo, la publicación de Las
guerras íntimas significó un verdadero acontecimiento, al menos para ciertos lectores de gustos
refinados y para cierta crítica atenta no tanto a los trends de moda sino a la auténtica literatura:
aquella que abreva en las aguas profundas y a menudo encrespadas de la tradición ?Moby Dick
y el tormentoso mar de los caribes son precisamente algunos de los leit motiv de nuestro
autor.Lo que llama la atención en estos diez relatos es la capacidad de Martínez Bachrich para
crear situaciones dramáticas, es decir para plantear expectativas que mantengan al lector atento
a cada frase, sin poder apartarse por un instante del hilo de la narración, aun cuando desde un
principio presienta el desenlace. Y esta habilidad, propia de los narradores natos, que incluye,
claro está, el manejo del tiempo y la dosificación de la información, se une a una especie de
desencanto que impregna las historias cotidianas de amores adolescentes con fondo de palmeras
?borrachas de sol?. Y otros temas aparecen para completar un brillante conjunto: los míticos
conflictos de parejas, vale decir las guerras conyugales (?ese asunto feroz de los infiernos
sutiles?), la familia como raíz de la culpa, la espantosa lucidez y la euforia de vivir de alguien
que regresa de la muerte (un secreto y espectral homenaje a Stephen King), e incluso una brutal
cacería en unos escenarios medievales. En fin, relatos que me atrevería a calificar de clásicos,
articulados, escritos desde el conocimiento del oficio, piezas que responden a mi visión
particular del cuento: objetos literarios precisos y preciosos que nutren nuestro insaciable vicio
de lectores.Me seduce la puesta en escena de ?Aguas perdidas, aguas encontradas?, en particular
el feroz y agónico combate del protagonista con aquella fiera acuática, un relato formidable,
resumido estupendamente por Nelson Rivera en tres líneas: ?? en dos páginas memorables
cuenta su lucha contra las aguas; logra que el lector padezca cada segundo de ese tiempo sin
final, la pesadilla que es sentir la indefensión humana frente a la omnipotencia del mar
embravecido?. No obstante, obedeciendo a un criterio muy personal en el cual priva mi
memoria de lector y los destinatarios de esta antología, he optado por ?Sifilíticos e integrados?,
en parte por el eco a Umberto Eco, eco, eco, y luego por las alusiones irónicas a Salustio
González Rincones (un poeta nuestro, maldito y casi olvidado), la cándida perversidad de los
protagonistas, la frescura de la narración, la divina juventud, la anécdota desopilante, el tono
jocoso? Y si me siguen preguntando, diré que por el impagable placer de leer.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 32/33: Gabriel Payares
Londres, 1982. Narrador. Graduado en Letras en la UCV, con un Master en Literatura
Latinoamericana en la USB. Se ha desempeñado como docente universitario, realizando
también algunos trabajos en el sector cultural. Ha obtenido varios reconocimientos por sus
narraciones, como el Premio para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores por su primer libro,
Cuando bajaron las aguas (2008) y el Premio de Cuentos del diario El Nacional (2011). Publicó
un segundo libro de cuentos, Hotel (2012).Con apenas dos libros de cuentos, Payares se ha
destacado como uno de los autores más sólidos de su generación. Aunque el término quizá no
sea el más exacto, se podría hablar de seriedad ?léase como sinónimo de rigor?, pues es así
como asume su vocación, es así como ejerce su oficio. La escritura es para él algo más que un
divertimento, mucho más que un segundo frente ?como suele acontecer en nuestro país.
Pareciera que Payares no concibe otro destino, hasta el punto de consagrarse única y
exclusivamente a esa extraña actividad que alguna vez Flaubert calificara como ?oficio de
perros?. Y pareciera que algo más lo emparentara al genial escritor francés: su preocupación a
menudo maniática por encontrar le mot juste, la palabra exacta. Y así hallamos desde sus
primeros relatos una prosa nítida, sugerente y controlada, una de las prosas más acabada y
depurada de la joven narrativa venezolana.Quizá uno de los atributos que mejor definen los
relatos de Payares sea la melancolía, no exactamente la tristeza sino más bien un cierto estado
de contemplación espiritual semejante al estupor que nos acomete al constatar, frente a un
espejo (que no miente) o en las reflexiones a la hora del lobo, nuestra frágil presencia en este
mundo hostil, vale decir el reconocimiento de nuestra propia condición de seres efímeros y
pasajeros, seres humanos, en fin. Esta melancolía, al buscar espacios donde encarnar, suele
llevar al autor a mostrar su predilección por los universos distópicos, como sucede en
?Sudestada?, un sorprendente relato que se puede relacionar de manera orgánica y temática con
uno de los mejores de su primer libro, aquel que le da título, ?Cuando bajaron las aguas?, por la
persistencia del elemento ?agua? que remite al naufragio como destino a cumplir.Tuve el
privilegio de leer el manuscrito de Hotel, y escribí un prólogo analítico y entusiasta para su
edición. De aquel escrito acerca de un libro pleno y estupendo extraigo algunos fragmentos, en
el entendido de que lo que expresé en aquella oportunidad lo reitero en este espacio:?? lo cierto
es que la prosa de estos cuentos (?) la podemos definir como contenida, es decir sostenida con
inteligencia, a pulso, a la manera del jinete que sabe cuándo soltar la rienda y cuándo sofrenar
su indómita cabalgadura. Eficaz, como una clara demostración de que el autor está llegando a
un punto de madurez. Fluida y un tanto sinuosa, como si siguiera al pie de la letra las lecciones
de Italo Calvino. Preciosa, bordeando ciertos precipicios, y por último, lo que al fin y al cabo es
lo que cuenta: se trata de una prosa inscrita de entrada en el territorio de lo meramente
literario?.?Sobriedad, madurez y cierto regusto por lo clásico son los rasgos distintivos de estos
siete relatos (?). Una prosa fresca y elegante, con encanto, rítmica, acompasada, musical, que en
el laberinto a menudo revuelto y confuso de la posmodernidad aspira a fundar su propia
tradición?.Tal vez he ponderado en demasía un aspecto formal (la prosa) de la obra en ciernes
de Payares, que ya avanza con pasos propios, pero lo hago a conciencia considerando lo que
sucede del otro lado de la calle, allá donde se escribe a los trancazos, como se suele decir, a
troche y moche, y en particular por mi visión tal vez anticuada de la literatura como una de las
bellas artes.De Hotel he seleccionado para esta antología el cuento titulado ?Samsara?: un relato
en clave nihilista y tragicómica acerca del eterno círculo del nacimiento, muerte y reencarnación
según la tradición budista e hinduista, que deriva hacia las peripecias domésticas de un escritor
frustrado que cree hallar la iluminación en la equívoca conducta de su mujer.

Ednodio Quintero y los cuentistas


venezolanos 33/33: Enza García Arreaza
Puerto La Cruz, 1987. Narradora y poeta. Forma parte de la última promoción de escritores que
por su edad se han incorporado temprano a las nuevas tecnologías, utilizando los formatos
digitales. Cursó estudios de Filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Se la ha acusado
de prematura desde que a los 17 años obtuviera el VII Premio Literario ?Cuento Contigo?:
nuevas voces (Madrid, 2004). Luego en el 2007 ganó el Concurso de Autores Inéditos de Monte
Ávila Editores con el libro de cuentos Cállate poco a poco. No me sorprende el precoz debut de
Enza en nuestras letras (han sido varios los autores del patio que se han dado a conocer en sus
teens), sino la calidad intrínseca de su escritura, patente desde los relatos escritos por una
adolescente y recogidos en su libro inicial e iniciático.En los doce textos breves que conforman
Cállate poco a poco, la autora nos ofrece una muestra suficiente de sus dotes de narradora, amén
del conocimiento y comprensión de unos seres marginados, atrapados en sus opacos destinos.
Prostitutas despechadas, niñas violadas, hombres solitarios, el derrumbe de los lazos familiares,
incesto, abandono, desolación, en fin: un inventario de miserias en un ambiente ajeno a los
afectos más elementales donde se respira un aroma a sangre, semen y sudor. No obstante, por
algún resquicio, como una cuchillada de luz, se cuela la ternura. Y lo que de verdad cuenta es
que estos relatos, inscritos en una escatología muy particular, que refleja sin ambages la realidad
social y política de un país, cumplen una doble función: como magníficas piezas literarias
escritas con una explosiva mezcla de furia y candidez (sugiero ?Disidencia? como ejemplo
paradigmático) y como reportajes en clave de los avatares de una sociedad en crisis.Con su
segundo libro de cuentos, El bosque de los abedules (2010), Enza García Arreaza, mediante su
particular visión de la literatura, da un salto considerable en la búsqueda de un estilo y de un
lugar propio en su escritura. Los siete relatos que conforman este volumen giran en torno a un
elemento común: el árbol, ese sereno ser enraizado en las profundidades del suelo, con profusas
ramificaciones hacia el alto cielo, sin olvidar su rica simbología en diversas culturas y
mitologías, quizá la más cercana a nuestro conocimiento: aquella representada en la Biblia,
donde aparece desplegando sus condiciones más conspicuas, aunque contradictorias: el bien y el
mal. Sin renunciar a su potente voz, ni a los temas calificados como ?duros? de su libro inicial,
la autora nos brinda un recital de fina literatura, elaborada incluso con primor, como una hábil
tejedora en su telar, sin la urgencia de sus primeras historias: y así tenemos que las relaciones
afectivas se van haciendo más complejas, el mundo de las emociones penetra los sentimientos, y
el lenguaje se va depurando hasta alcanzar un cierto preciosismo. En uno de los relatos de este
libro, la autora, quizá sin proponérselo, expresa a través de la voz de un personaje, su más
intensa preocupación existencial: ?Porque el asunto es ¿Cómo encajar en el mundo?. De eso se
trata.Plegarias para un zorro (2011) viene a ratificar con creces los atributos de una literatura
autosuficiente, que por sí misma y en un corto periodo de tiempo ha ido creando su propia
tradición, afinando y perfeccionando los rasgos que ponderamos en los dos libros anteriores. En
esta ocasión, sin embargo, en una especie de vuelta de tuerca, la autora se abre hacia un tema
esencial: la exploración de la identidad. Los personajes, los de aquí y los de allá, los que
llegaron y los que se van, aquellos que huyeron y los que añoran regresar, tejen entre sí una
serie de relaciones, muchas de ellas encontradas y contradictorias, que como la permanente
lucha de contrarios no siempre acaban en la reconciliación fraternal. De este libro memorable,
conformado por seis magníficas narraciones, selecciono mi relato preferido, ?Andrei Balanescu
y los caballos?: una historia contada con maestría, que se inicia en las tierras de Drácula,
continúa en un barco repleto de judíos y gitanos, encarna en nuestras tierras patrias en un par de
gemelos muy diferentes entre sí, uno de ellos representante de la sordidez y la maldad, especie
de demonio seductor y el otro un hombre de bien, y al final, en un giro inesperado, cuando
creíamos que una antigua historia de violencia y humillación se volvería a repetir, aparece el
espectro de un poeta ya muerto como el instrumento de salvación.

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