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CHILE 1815-1817

¿GUERRA DE GUERRILLAS PATRIOTAS O MONTONERAS INSURGENTES?1

por Ernesto Guajardo

Pareciera que la figura histórica que por excelencia expresa el periodo de la


Reconquista en Chile, al menos en lo que dice relación con las actividades insurgentes de los
patriotas, es Manuel Rodríguez. Del mismo modo, es significativa la definición que de él se
hace, para categorizar su participación: el guerrillero. Así, muchas veces sin mayor reflexión ni
debate al respecto, tanto la bibliografía decimonónica como las indagaciones posteriores,
incluso hasta nuestros días, suelen afirmar –en su gran mayoría– que existió en Chile, entre
los años 1815 y 1817, una guerra de guerrillas, protagonizada –por añadidura–
fundamentalmente por el campesinado.
Creemos que el concepto más preciso para definir esta actividad insurgente
corresponde al de montoneras pero, siendo más exactos aún, se debería situar a este dentro de
la guerra de zapa, considerada como una táctica específica, diseñada, desarrollada y ejecutada
bajo la dirección del general José de San Martín. Esta táctica se expresó en dos formas que, a
su vez, implicaron dos momentos distintos de ella: el servicio de informaciones y las
montoneras insurgentes.
Quienes sostienen la existencia de una guerra de guerrillas durante la Reconquista
(Diego Barros Arana, Miguel Luis Amunátegui, Ricardo Latcham, Luis Vitale, por solo nombrar
a algunos autores), generalmente no presentan una definición del concepto, limitándose a
realizar referencias sobre las acciones insurgentes realizadas, sin mayores interpretaciones o

1Texto presentado en el I Encuentro de Investigadores sobre la Historia de la Guerra y los Conflictos, realizado el 5
y 6 de septiembre de 2018, en Valparaíso.
Actividad organizada por el Grupo de Investigación Latinoamericano sobre Historia de la Guerra y los Conflictos y
Encuentro de Investigadores sobre Historiografía de la Guerra y los Conflictos, con la colaboración del Instituto de
Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaíso.
análisis de las mismas, salvo reiterar aquella conclusión que ya se ha establecido como tópico:
que el accionar insurgente al interior del país permitió la dispersión de las fuerzas realistas,
facilitando así las operaciones del Ejército Libertador de los Andes.
Por otro lado, quienes sostienen una postura contraria, esto es, que no existió una
guerra de guerrillas, tampoco realizan esfuerzos conceptuales para sostener aquello,
limitándose más bien a realizar juicios de valor o expresar opiniones no apoyadas
documentalmente. A lo más, la variable utilizada ha sido cuantitativa, indicando que –dada la
cantidad de acciones insurgentes realizadas– no es posible hablar de la existencia de
guerrillas. Incluso, en algunos casos, se han ocupado definiciones extemporáneas de lo que se
comprende por guerrilla. Es el caso, por ejemplo, de la caracterización que hace de ella
Cristián Guerrero Lira en su libro La contrarrevolución de la Independencia en Chile, quien
define guerrilla, según la tipología que entrega Alberto Polloni en su libro Las fuerzas armadas
de Chile en la vida nacional, publicado en 1972.
La ausencia de una definición, entonces, es la característica que une a los dos discursos
que se han desplegado sobre este periodo. Ello ha implicado, entre otras cosas, que muchas
veces los autores ocupan ambas categorías –guerrillas y montoneras– como dos conceptos
intercambiables (a lo sumo, algunos autores intentarán determinar su sentido vía a
adjetivación, así tendremos las guerrillas republicanas de Leonardo León que, en su obra Ni
patriotas ni realistas. El bajo pueblo durante la Independencia de Chile: 1810-1822, serán
también definidas como montoneras populares). Es significativo, además que la ausencia de
definiciones conceptuales también se dé en obras especialmente dedicadas a la historia
militar. Así es posible apreciarlo, por ejemplo, en la obra de Agustín Toro Dávila, Síntesis
histórico militar de Chile o en la clásica Historia del Ejército de Chile, del Estado Mayor del
Ejército de Chile.
Por cierto, habría que puntualizar que, en estos últimos casos, es evidente que la
actividad de las montoneras insurgentes no ha sido de interés para la historiografía militar
castrense. Esto pareciera deberse al marcado interés que esta tiene en el desarrollo de la
historia militar clásica, esto es, aquella que privilegia el estudio de las grandes batallas.
Efectivamente, entre 1815 y 1817 no existe, en el territorio nacional, una gran batalla, un
hecho de armas significativo, en el sentido de que haya implicado un punto de inflexión en el
curso del conflicto armado; es más, ni siquiera existen enfrentamientos entre dos ejércitos
regulares, sino solo escaramuzas, choques ocasionales y ataques específicos, realizados por
fuerzas irregulares –las montoneras insurgentes– en contra de una fuerza regular –el ejército
realista.
De este modo, realizar un ejercicio de historia militar sobre el periodo de la
Reconquista permite esbozar una posible respuesta a la interrogante planteada por Antonio
Espino: «¿qué ocurre cuando estudiamos conflictos sin grandes batallas?». Una de las cosas
que ocurren es que emergen nuevos acontecimientos, procesos y actores.
Al realizar una indagación en torno a este periodo específico de la Guerra de la
Independencia, es posible proponer algunas observaciones:

a) Preeminencia discursiva del campesinado como protagonista fundamental del accionar


insurgente

En primer lugar, es muy discutible la afirmación que sostiene que la actividad


insurgente (representada de manera icónica en Manuel Rodríguez) permitió o instó a la
incorporación de vastos sectores del campesinado nacional a la lucha independentista. Esta
discursividad liberal decimonónica, que permeó gran parte de las narrativas historiográficas
del siglo XX, omiten comentar que la sociedad se dividió de la manera que es usual en una
guerra civil. De este modo, no es posible atribuir al campesinado una participación
homogénea en las actividades insurgentes y habría que investigar si ella fue, incluso,
mayoritaria. De hecho, recordemos que el patriota José Antonio Salinas, integrante del
servicio de informaciones en la zona de Putaendo, fue encontrado culpable, luego de que una
de sus criadas presentara un testimonio en su contra. Del mismo modo, la relación de absoluta
dependencia que tenía el inquilino con el hacendado también permitía que aquel se
comportase en la guerra según lo que indicase este. Esto se aprecia en colaboración que
Carmen Lecaros, propietaria de la hacienda de Chocalán, le dio a los realistas que perseguían a
los insurgentes y montoneros que habían asaltado y ocupado el pueblo de Melipilla. Todos los
recursos de su hacienda, incluyendo a sus empleados, capataces e inquilinos, quedaron a
disposición de los españoles. Es así como el juez de la hacienda, Estevan Cárdenas, y un
mayordomo, Tiburcio Romo, colaboraron arduamente en las tareas de búsqueda y captura.
Por oposición, esta lectura de los hechos omite la figura de los hacendados que
colaboraron con la causa independentista, como es el caso de Pedro Cuevas, Juan Francisco
Labbé, Francisco Villota, José Eulogio Celis o Pedro José Maturana Guzmán, solo para nombrar
algunos, quienes, en su gran mayoría colaboraron con diversos recursos, para el desarrollo de
las actividades insurgentes; algunos, como Villota, fueron más allá y combatieron de manera
directa a los realistas.

b) El accionar insurgente como una expresión de la actividad militar propiamente tal

Por su parte, la historiografía castrense, aparte de que menciona de manera muy


tangencial este periodo, destaca de él solo aquellas figuras que dicen relación con su propia
historia; de esta manera, las actividades y acciones insurgentes que se realizan al interior del
país durante el periodo de la Reconquista quedan supeditadas a la historia de dicha
institución, algo que, evidentemente, elude considerar la participación de civiles en esta etapa
de la guerra. De hecho, es significativo que en la Historia del ejército de Chile se destaquen solo
a tres figuras de este periodo: el teniente coronel Santiago Bueras, el coronel Manuel Rodríguez
y el capitán José Santiago Aldunate Toro; no se menciona a José Miguel Neira, o a Francisco
Villota, solo por nombrar a dos de los protagonistas civiles más conocidos de este periodo. Es
más, los únicos insurgentes que se nombran lo son a modo de ejemplo: [José Antonio] Salinas,
[Juan José] Traslaviña y [Pedro Regalado] Hernández, quienes fueron ajusticiados por los
realistas. Es significativo que, en este caso, estos patriotas sean presentados solo con sus
apellidos.

c) Invisibilización de sectores subalternos insurgentes

Estas lecturas que privilegiaron el rol del campesinado o de los uniformados, en el


desarrollo del accionar insurgente, omitieron o dejaron en un muy distante segundo plano, la
participación de otros importantes actores en la guerra de zapa, como por ejemplo, mujeres y
mapuche.
En efecto, el servicio de informaciones contó con la participación o colaboración de
mujeres, tanto en el campo como en la ciudad. María Silva, esposa de José Antonio Salinas, fue
azotada, para que delatara el paradero de su marido; cosa que no hizo. Águeda Monasterio
colaboraba con el servicio de informaciones y fue arrestada, junto con su hija. Lo mismo
ocurrirá con Luisa Recabarren.
Del mismo modo, no ha sido suficientemente destacada la figura del cacique mapuche
Basilio Vilu, quien dirigía una montonera en la zona de Vichuquén y morirá en combate el mes
de mayo de 1817, intentando cortar la retirada de los soldados españoles que se replegaban
hacia el sur del país, luego de ser derrotados en la Batalla de Maipú. De hecho, falta por
precisar en detalle la participación del pueblo mapuche, en las actividades insurgentes
realizadas durante el periodo de la Reconquista.

d) Mito, leyenda y ficción en los relatos sobre la insurgencia

Existen también tergiversaciones, inconsistencias, ausencia de fuentes documentales


e, incluso, ficcionalización de algunos hechos ocurridos en este periodo. Sobre el caso Manuel
Rodríguez no profundizaremos aquí, ya que estimamos que ha sido suficientemente abordado
en otros textos. Sin embargo, es interesante revisar la figura de Santiago Bueras.
En la bibliografía consultada (Pedro Pablo Figueroa, Carlos Solís de Ovando, Edgardo
Andrade Marchant, Manuel Reyno Gutiérrez, entre otros), se reitera una y otra vez que
Bueras, luego de regresar de Mendoza, realizó actividades de montonero, en la zona de
Putaendo. Sin embargo, ¿cuándo y de qué manera regresó Bueras a Chile? ¿Cómo desarrolló
su labor insurgente en situación de conspiratividad? ¿Qué acciones habría realizado la
montonera en la cual participaba Bueras? ¿Quiénes la componían, qué cantidad de
montoneros tenía, de dónde provenían, qué tipo de armamento disponían? ¿Cuántos
montoneros fueron detenidos junto a Bueras? ¿Cuáles eran las localidades o las zonas en las
cuales desplegaron sus actividades? ¿Existían, efectivamente, esos acopios de armas, cuál fue
el destino de ellos? Ninguna de estas preguntas tiene respuesta. Sin embargo, no deja de
llamar la atención la certeza con la cual se menciona en la bibliografía la existencia y la
actividad de montoneras en Aconcagua, sin precisar ni siquiera una de sus acciones, sin
identificar fechas ni lugares de su accionar. Parecieran ser, en verdad, montoneras invisibles,
que no dejaron rastro documental alguno. ¿Puede ser eso posible? ¿Podrá haber existido una
actividad de montoneras insurgentes en Aconcagua durante el periodo de la Reconquista que
no haya queda consignada en ningún documento, en ninguna fuente? Es una situación que no
deja de llamar la atención, entre otras razones, dada la relevancia estratégica de la zona. En
efecto, como sabemos, Putaendo era precisamente una de las localidades donde arribaría una
de las columnas principales del Ejército Libertador de los Andes –la Columna Los Patos–; esta
situación hace del todo razonable la necesidad de desarrollar un apropiado servicio de
informaciones patriota en la zona y, eventualmente, un despliegue insurgente en la forma de
montoneras.

d) Comprensión de la guerra solo a partir de los hechos de armas

Por último, existe una cantidad considerable de bibliografía que comprende la guerra
de guerrillas en función de la cantidad de acciones insurgentes realizadas. De este modo, se
suelen identificar solo tres o cuatro acciones relevantes, a saber: el asalto y toma de Melipilla
(4 de enero de 1817) y San Fernando (12 de enero de 1817) y el asalto de Curicó (24 de enero
de 1817). Gustavo Opazo Maturana, menciona –además– un asalto a un correo español
(noviembre de 1816), como una acción realizada en el contexto de la guerra de zapa y algunos
autores se refieren al combate de Huemul (27 de enero de 1817), para destacar el
enfrentamiento en el cual muere Francisco Villota.
Sin embargo, esta enumeración de hechos se comprende si se considera al conjunto de
estas acciones como expresiones de una guerra de guerrillas en Chile. Si la definición estuviese
relacionada con la guerra de zapa, las acciones no solo fueron mucho más numerosas, sino
también más diversas. En ellas, de hecho, habría que incluir todas aquellas actividades que
realizaron los integrantes del servicio de informaciones. O bien, habría que referirse a la
columna precursora de Antonio Merino, que ingresó por el paso de El Planchón, el 6 de
noviembre de 1816, en donde venían, entre otros, Lucas Novoa, Gavino Gaete, Tomás Vásquez
y Domingo Urrutia. O, por último, habría que indagar en relación a los ingresos clandestinos
de los integrantes del servicio de informaciones, como el que refiere Domingo Pérez, en las
anotaciones de su diario, recuperadas por Gustavo Opazo Maturana:

[31 de octubre de 1815] ...salí de todo a las 9 o 10 de la mañana y acampé en el


Cajón de los Robles. Había caminado diez leguas diarias y me sentía enfermo.
1 de noviembre. En el paso de los Robles di descanso a los mozos y a la caballada.
Envié exploradores al paso de Lontué para ver si había guardias.
2 de noviembre. Emprendí marcha por el cajón de la cordillera atravesando tres
veces el Roble. Encontré a los exploradores que había mandado ver si existían guardias,
diciendo que no existían. Atravesé el Lontué a pie, pues los caballos estaban cansados,
llegando hasta el río Claro. Mandé comprar víveres y me dijeron que todos eran patriotas.
3 de noviembre. Salí a las cuatro de la mañana y me interné en un bosque, cerca
del estero de Cumpeo. El capataz de esta Hacienda había sido mi sirviente, en las primeras
campañas de la Patria. Lo hice llamar y me trajo un gran almuerzo. Le pedí me escondiese
en un cuarto por dos días, mientras mandaba un correo a Talca a casa de un amigo. Me
dijo que lo haría con placer, pero que había llegado el cura de Pelarco don José Antonio
Palacios a hacer misiones. Yo me alegré, pues dicho cura era mi amigo y gran patriota.
Tomé el lápiz y le escribí. Me contestó que vendría. Le di un sinnúmero de abrazos.
4 de noviembre. Permanecí oculto, esperando el correo, que había enviado a Talca,
para que me proporcionaran un mozo, para pasar de incógnito a Santiago.

Estudiar este periodo, entonces, implicaría considerar como concepto rector de los
esfuerzos insurgentes el de guerra de zapa, y a partir de él, desarrollar las conceptualizaciones
que permitan distinguir entre guerrilla y montonera. Por desgracia, la guerra de zapa, como
unidad específica de análisis, no ha tenido una bibliografía numerosa, ni tampoco sostenida en
el tiempo. Es posible mencionar, en este sentido, los trabajos de Enrique Pavón Pereyra, La
guerra de zapa: (el servicio de informaciones en las campañas de Chile y Perú), y el artículo de
divulgación de Camila Pesse Delpiano, «La Guerra de Zapa: el servicio de inteligencia patriota
durante la reconquista española».
A ello se agrega el hecho, como hemos visto, de que los autores consultados no han
realizado definiciones precisas de los conceptos montonera o guerrilla. Es por ello que ha sido
necesario consultar otras fuentes que, si bien, estudian otras realidades, por el periodo que
abarcan, son pertinentes a nuestros intereses. Es el caso, por ejemplo, del notable trabajo de
Marie-Danielle Deméles, Nacimiento de la guerra de guerrilla. El diario de José Santos Vargas
(1814-1825).
La construcción de dichas definiciones, para que expresen de manera adecuada las
acciones realizadas entre 1815 y 1817 es la tarea que nos ocupa en este momento. Por lo
pronto, hemos venido ocupando aquí el concepto de insurgente. Creemos que es un calificativo
apropiado, en primer lugar, porque es esa la definición que le daban los realistas a los
patriotas en la época y es, por tanto, del todo pertinente su uso al momento de reescribir el
periodo de la Reconquista. En segundo lugar, porque al descartar el concepto de guerrillero
como un término adecuado, también es necesario distinguirlo de montonero, una palabra que
no necesariamente fue equivalente a la condición de patriota o insurgente.
Pareciera que la manera de comprender la guerra de zapa se ha realizado a partir de la
reiteración de una narrativa decimonónica que, en un momento muy temprano, ya a fines del
siglo XIX, sostiene sin más, la existencia de guerrillas patriotas que resisten la ocupación
española y, por cierto, en dicho contexto, busca destacar la figura de Manuel Rodríguez como
uno de los guerrilleros más connotados en esa época.
En ese sentido, pareciera ocurrir acá lo que indica Thomas Kühne, cuando señala que
«estos “grandes relatos” agregan suposiciones transmitidas históricamente (...) y (...) están
íntimamente entrelazadas en su génesis con la difusión social de un mito (...). Esas
presuposiciones, que inducen a su vez las cuestiones centrales planteadas en cada
investigación, casi nunca se formulan de manera explícita e individualizada. Actúan más bien
en el nivel “preconsciente” de los historiadores militares: una serie de ideas preconcebidas,
que se verbalizan con claridad». De esta manera, concluye este autor, «la complejidad de lo
militar se suele reducir en estas “narrativas” a fórmulas simplistas».
En efecto, nos parece que gran parte de los historiadores que han definido la actividad
de las montoneras patriotas como un conjunto de acciones guerrilleras, precisamente no han
tenido en cuenta el analizar dicha afirmación a partir de la perspectiva de la historia militar
algo, además, bastante sorprendente, considerando que de lo que se está hablando es,
precisamente, de determinadas praxis de lo militar en un momento específico de la historia
nacional. De este modo, las afirmaciones que se realizan al respecto, así como el aparato
conceptual que se utiliza, nos permiten asegurar que, más que ofrecer los resultados de una
investigación histórica propiamente tal, lo que se ha realizado es reiterar y consolidar, en el
plano de lo discursivo, una manera particular de describir, de narrar las acciones más
características, emblemáticas o difundidas de la guerra de zapa en Chile.

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