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CAPITULO CINCO

El conocimiento
Curso de Filosofía.

Crítica y teoría del conocimiento

"La verdad no tiene substituto útil"


(Leonardo Polo)

I. El valor utilitario del saber

Positivismo y deshumanización

El positivismo afirma que la acción práctica y su eficacia son lo único que importa; de ahí
que el conocimiento sólo sea valioso en cuanto sirve para algo distinto de conocer; en
especial, para producir artefactos útiles o potentes. ¿Es verdadera esta teoría?

La mentalidad positivista reduce el valor del conocimiento a su aspecto instrumental, y


como el saber técnico vale por el resultado, relega el valor de la verdad al éxito o la
utilidad del artefacto; por lo tanto, el saber no vale por sí mismo. Para el positivismo la
teoría no tiene prioridad, no es válida sino en cuanto encaminada a desarrollar los medios.

Tal mentalidad sólo reconoce un "saber": la técnica. Si los medios técnicos aseguran la
satisfacción de las necesidades -opina-, ya basta, no hace falta más. En este sentido, el
positivismo es una teoría falsa, pero también un desorden: el orden correcto subordina los
medios al fin. Supeditar el fin a los medios es, en realidad, negar el fin como tal: si todo
debe ser útil, sólo hay medios. Si sólo hay medios, ni eso hay. En efecto, los medios son
algo real si llevan al fin. Por eso, si se suprime el fin, se han suprimido los medios, pues ya
no son "para" nada.

El desorden resultante de no reconocer la supremacía del saber teorético, su misión de


gobernar la cultura, tiene unas consecuencias incalculables: deja la cultura a la deriva, no
ya al servicio del hombre, desorientada. Entonces sobreviene la deshumanización, porque
con facilidad se invierten los términos correctos y el hombre se convierte en un
instrumento para la técnica, la producción, las leyes, el Estado, etc.

Un ser está desnaturalizado cuando se ve privado de su fin. La deshumanización es una


desnaturalización, el resultado de tratar al ser humano como si fuera un medio (como si el
hombre fuera para las cosas). En tal caso, el hombre se vuelve esclavo del artefacto: la
cultura no lo libera, no parece constituida por un conjunto de bienes, sino que atrapa al
hombre y lo esclaviza.
Manipular a las personas es tratarlas como instrumentos al servicio de algo, usar a las
personas (1), sea la causa política de una revolución, o la causa económica del progreso
material, etc. En todo caso, manipular el ser humano es un gravísimo desorden, un mal
objetivo. Si una cultura aceptara como "normal" esta inversión ya no respondería, en
realidad, a la verdadera definición de cultura, porque no aseguraría "bienes" al servicio del
hombre; tanto el comunismo como el capitalismo han fomentado este desorden
deshumanizador, poniendo la vida al servicio ya fuera de una utopía política o de la
riqueza material.

El mayor problema de la actual "sociedad tecnológica" radica en la difusión universal de


una ideología positivista y pragmática, que no reconoce valores absolutos, ni siquiera el de
la vida humana. La aceptación social del aborto, del uso de embriones humanos, de la
eutanasia, etc., son formas de supeditar la vida humana al capricho o deseo de algo
distinto: la calidad de vida, el rendimiento económico, la utilidad, etc.

Positivismo "versus" humanismo

El pensamiento utilitario lleva a la deshumanización. Se ve así que afirmar la prioridad de


la teoría sobre la acción es la única garantía de un orden humano: las cosas son para las
personas; los bienes de la cultura sirven para la vida de espíritu, no a la inversa.

El problema capital de la cultura es el humanismo; la técnica abandonada a sí misma se


vuelve una amenaza. En la literatura del siglo XX la utopía ha cambiado de signo; ya no
imagina la sociedad ideal, sino la más inhumana. El futurismo catastrofista (en la
literatura, el cine, etc.) presenta una constante apelación al respecto y al sentido de
responsabilidad. Mientras la utopía del siglo XIX era el progreso por la acción, la
conquista del futuro (Ernts Bloch, El Principio Esperanza); la utopía del siglo XX es la
misma humanidad, recuperar una cultura acogedora de la vida (Hans Jonas, El Principio
Responsabilidad).

El pragmatismo y el utilitarismo (otorgando prioridad a la acción sobre la teoría), tienen


algo en común con el relativismo: consideran que el saber es algo artificioso, como si no
reflejara un orden real, que existe con independencia de nosotros.

El escepticismo, el relativismo, el subjetivismo y todas las maneras de considerar el saber


como si fuera mera invención útil, son filosofías incorrectas, extrañas al realismo. Si no
conociéramos ciertamente seres reales, puesto que de hecho conocemos, sería verdad lo
que cada uno viera, por el hecho de verlo. No haría falta que el conocimiento se ajustara al
ser de las cosas, para ser verdadero ( no habría "ser real"). En esta extraña hipótesis sólo
quedaría el hecho de que se conocería; el mero hecho de experimentar conocimiento, sería
toda la verdad y también toda la realidad. Por lo tanto, la realidad y la ficción (o el sueño)
no se podrían distinguir; como las ficciones, lo real sería creación de la mente; y, como lo
verdaderamente real, las ficciones gozarían de existencia –autónoma– una
vez inventadas. Pero eso constituye la mayor amenaza imaginada. Es
significativa la insistencia en esa pesadilla que se aprecia en los relatos
modernos (Big Brother, The Matrix, etc.)

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