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INSTITUTO DE CIENCIAS JURÍDICAS

PROPUESTA
ALUMNO: ALAN GERARDO HERNÁNDEZ

GONZÁLEZ

DERECHO DE EJECUCIÓN DE LAS PENAS

DOCENTE: JESUS MUÑOS CASTELLANOS


PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

AUTOGOBIERNO

La cárcel preventiva de Lecumberri, donde ahora está el Archivo General de la

Nación, tenía autogestión, autogobierno, como se le quiera llamar a esa sentida

demanda de la izquierda estudiantil: la relación inmediata de los presos era con

otros presos al mando del orden interior de cada crujía y no con celadores,

custodios, policías entrenados en prevenir nuevos delitos, fugas y tumultos. Los

estudiantes en la UNAM habían conseguido instalar un modelo que producía en el

ámbito académico la democracia ausente del sistema político dominante en el

país: el autogobierno de la Facultad de Arquitectura en la UNAM era el modelo

visto por las izquierdas como instauración de la democracia en la vida

universitaria. Llegó a haber dos sistemas paralelos: el estudiante de arquitectura

podía inscribirse en el sistema escolarizado a la vieja usanza o en el modelo de

autogobierno. Ignoro si los diplomas de arquitecto señalaban ese detalle.

Antes de llegar a la cárcel de Lecumberri los estudiantes detenidos en 1968 no

imaginábamos que hubiera autogobierno de los presos para dirigir la prisión donde

pagan una sentencia o la esperan en detención preventiva los acusados de haber

infringido la ley. El ideal de autogobierno universitario condujo en los años setenta

a extremos como el de Sinaloa y los pronto denominados enfermos: una

institución escolar es, proclamaban, una fábrica del instrumental humano

necesario para la continuación del dominio de la burguesía sobre los trabajadores.

La tesis de la universidad-fábrica veía obreros oprimidos en los estudiantes,


capataces en los maestros y agentes del capitalismo burgués en las autoridades.

La tesis fue paralela al surgimiento de la guerrilla urbana, en la que los estudiantes

de educación superior fueron elemento sustancial: el trágico final del movimiento

estudiantil de 1968 la tarde de Tlatelolco era muestra evidente de que los caminos

democráticos estaban cerrados y todos los que opináramos en contrario

demostrábamos la servil condición de agentes, voluntarios o involuntarios, de la

opresión de una clase sobre las demás para seguir extrayendo riqueza de los

millones de pobres y canalizarla hacia los pocos cada vez más ricos. Un grito

callejero sintetizaba la idea: ¡Burgueses, huevones, por eso están panzones!

Sin que lo sospecháramos en las manifestaciones y mítines, la cárcel mexicana ya

había instaurado el autogobierno como medio barato de mantener el orden interno

sin pagar salarios ni entrenamientos de suficientes custodios. Como tantas

realidades en los métodos de gobierno, era producto combinado del azar, falta de

medios y sorprendentes resultados: era mucho más barato controlar una población

encarcelada si se permitía a los elementos ya formados en el control de pandillas

emplear los mismos métodos a cambio de utilidades en efectivo y en servicios: en

vez de pagar dos docenas de custodios por crujía, la dirección de un penal podía

dejar la aplicación del reglamento a dos docenas de presos que obtendrían

ganancias y servicios.

El autogobierno, en una cárcel, es el imperio del terror, la ley del más fuerte, la ley

de la selva. Los humanos somos primates y por lo mismo establecemos de

inmediato jerarquías: surge un macho alfa que dura, como dicen del amor: dura lo

que dura dura. Cuando hay muestras de envejecimiento, debilidad, descuido,


pérdida de subalternos, aparece el nuevo macho que, para tomar la posición alfa,

no es raro que mate al anterior comandante y a los subordinados que sea

necesario en un motín cuyos resultados la autoridad reconoce. Hay nuevo pacto

con los recién victoriosos mandos.

Con el nuevo macho alfa llega una nueva camada de subalternos: el autogobierno

puede cambiar las reglas y las tarifas, es parte del convenio de no intervención

con las autoridades. Los guardias sólo entran a las crujías en situaciones de

emergencia: una pelea donde ya han muerto varios, hay incendios de celdas,

pillaje. Los guardias llegan a dejar las cosas como estaban y vuelven a salir. El

cobro no siempre es en efectivo, puede ser en servicios: el comando dispone de

sirvientes para lavarles la ropa, preparar alimentos a los cabecillas y así evitarles

comer del rancho dispuesto por la autoridad, sustituir al comando en el lavado

semanal de sus celdas y en la de patios o fajina, ofrecer servicios sexuales si no

hay nada mejor y, claro, vigilar a los vigilantes, a los custodios: si parece que

habrá revisión de celdas, alertar si hay movimientos inusuales entre los guardias.

Así pues, no es lo peor estar encerrado, sino pagar por estarlo: pagar por tener

una celda, visita conyugal, derecho a bañarse y a recibir alimentos del exterior.

La cárcel está dividida en crujías, éstas separan a los delincuentes por el tipo de

delito (poner a un cajero bancario desfalcador con un multiasesino es sentenciarlo

a muerte) y cada crujía tiene ese grupo selecto de presos, el comando, que

impone el reglamento interno más las normas no escritas. El comando es, ante la

dirección del penal, el responsable del orden interno de la crujía.


Se llega a ser parte del comando por lucha sangrienta entre pandillas. Su deber

ante la autoridad es imponer el reglamento, pero el estímulo para alcanzar ese

poder interno es el despojo a los prisioneros: el derecho a dormir en una celda

tiene un precio si es compartida con otros tres (había cuatro literas de cemento) y

es una fortuna si se pide celda individual. El dinero se entrega al comando y éste

pasa un porcentaje a las autoridades.

Los que no pueden pagar se aglomeran en una sola celda y duermen como

pueden. Era la del fondo y la llamaban, creo, el cuartel. Allí se vuelve a decidir la

jerarquía interna: quién duerme en alguna de las literas y quiénes se deben

acomodar en el suelo. Surge un macho alfa de los jodidos que manda en la celda.

La dirección imponía una sola obligación en cuestión de higiene: cortarse el pelo.

Para eso iba un peluquero que rapaba a toda la crujía y hacía cortes especiales

sólo al comando. El peluquero también era un preso. Los que tienen algún oficio

se llaman comisionados: pueden trabajar en cocinas, panadería, talleres diversos,

dar clases a los analfabetas, ayudar en la enfermería. Pero no hay revisión de

higiene: una celda de la crujía, usualmente la última, estaba adaptada con

regaderas y la administración enviaba en una o varias ocasiones vapor para que

los presos se bañaran con agua caliente. Pero sin estar obligados ni pasar

inspección al respecto. Tampoco del uniforme: una vez entregado al preso era

tarea suya si lo lava o no lo lava. Para eso había, también al fondo de cada crujía,

una hilera de lavaderos frente a otra de excusados. Las celdas de Lecumberri

tenían lavabo y excusado, pero mientras debimos compartir celda acordamos no

usarlos. Así que era posible conversar entre los que lavan y los que cagan. Los
primeros días se produce hasta estreñimiento, después se olvida la vergüenza.

Hay lavaderos, pero no hay jabón, ni para lavar la ropa ni para darse un baño. Se

debe pedir a las visitas dominicales que lo lleven, siempre familias en el caso de

los presos comunes: la sólida familia mexicana. La administración lo permite,

previa revisión. En Lecumberri también había una tienda Conasupo donde se

podía comprar lo mismo que en todo estanquillo: pan, sardinas, huevo, jabón y

refrescos o cuadernos, papel higiénico y para escribir.

Por supuesto, el negocio principal es la distribución de droga, de todas las drogas

se puede conseguir y el comando es quien pone a sus vendedores minoristas.

Otra fuente de ingresos es la prostitución: el día de visita conyugal entra quien el

preso señale como esposa o novia, pero puede pagar por una puta. Supongo que

las hay de diversos precios.

Todo lo sabe la dirección del penal y de todo participa.


PROPUESTA

DETERMINAR LA CAPACIDAD MÁXIMA DE LOS ESTABLECIMIENTOS DE

RECLUSIÓN

Tal como se expuso anteriormente, una alternativa acorde con el Derecho

Internacional de los Derechos Humanos sería recluir solamente el número de

personas para las que existe capacidad instalada.

A continuación se presentarán algunas iniciativas en ese sentido:

Principios y Buenas Prácticas sobre la Protección de las Personas Privadas de

Libertad en las Américas adoptados por la CIDH.

Como medida contra el hacinamiento, el principio XVII establece que la autoridad

competente de-nirá la cantidad de plazas disponibles en cada lugar de privación

de libertad conforme a los estándares vigentes en materia habitacional. Dicha

información, así como la tasa de ocupación real de cada establecimiento, deberá

ser pública, accesible y actualizada. La ocupación de un establecimiento por

encima del número de plazas establecido será prohibida por la ley y cuando de

ello se produzca la vulneración de derechos humanos, ésta deberá ser

considerada una pena o trato cruel, inhumano o degradante.

A efectos de hacer operativa esta medida, se establece que la ley deberá

identificar los mecanismos para remediar de manera inmediata cualquier situación

de alojamiento por encima del número de plazas establecido, y los jueces


competentes deberán adoptar soluciones adecuadas en ausencia de una

regulación legal efectiva.

Aunque estos principios no constituyan una norma vinculante, las disposiciones

en ellos contenidas deberían inspirar a los Estados para tomar medidas concretas

para reducir y controlar el hacinamiento. Proyectos de ley de “Control del cupo

penitenciario” en la República Argentina Se reseñarán en el presente ítem dos

proyectos de ley de cupo penitenciario que fueron elaborados en la República

Argentina, uno en el ámbito de la Provincia de Buenos Aires y el otro en el ámbito

federal

. El proyecto de la Provincia de Buenos Aires propone la creación de una

Comisión interinstitucional con la función de determinar el número total de plazas

disponibles en cada unidad y sector del servicio penitenciario bonaerense, así

como la cantidad de reclusos/as alojadas en exceso de dicha capacidad.

El Ministerio de Justicia deberá establecer cuatrimestralmente, conforme a pautas

preestablecidas (tiempo transcurrido en prisión preventiva, edad de la persona,

estado de salud, conducta y características de la personalidad, aptitud para

reinsertarse) una nómina de personas que se encuentren en condiciones de

acceder a medidas de atenuación o alternativas consignando las medidas

propuestas para cada caso.

El Poder Judicial resolverá sobre la aplicación de las medidas propuestas. El

proyecto presentado en el ámbito federal también prevé la constitución de una

Comisión de control de cupo penitenciario de integración interinstitucional, a


efectos de determinar el número de plazas disponibles en cada unidad

penitenciaria, comisaría, centro de detención para jóvenes y/o cualquier otro lugar

destinado a la detención de personas privadas de libertad. El proyecto prevé la

prohibición de alojar personas privadas de libertad en aquellas instituciones que

excedan en un 10 % el cupo asignado por el Registro creado a tales efectos.

Lamentablemente estos dos proyectos, a pesar de su justificación y

fundamentación, no han sido aprobados por los órganos legislativos

correspondientes, pero sin duda constituyen un excelente antecedente y una

forma de dar cumplimiento a los preceptos contenidos en los Principios y Buenas

Prácticas sobre la Protección de las Personas Privadas de Libertad de la CIDH

antes señalados.

BIBLIOGRAFÍA

Luis Marco del Pont. (1984). Derecho Penitenciario. Mexico: Cardenas.

Elias Carranza. (2001). Justicia Penal: Respuestas Posibles. San Jose, Costa

Rica: Veintiuno.

Luis González de Alba . (1971). Los dias y los años. Mexico: Planeta.

El Universal. (2016). Carencias en prisiones. 2018, de El Universal Sitio web:

http://www.eluniversal.com.mx/articulo/nacion/seguridad/2015/09/9/problemas-en-

prisiones

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