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Ars venatoria, la caza en el mundo romano

El ocio, otium, romano se concebía como un tiempo disponible para el


esparcimiento, como alternativa de la ocupación, negotium. Este
tiempo se utilizaba de acuerdo con las posibilidades económicas,
capacidades y aspiraciones de cada ciudadano.

Los ciudadanos romanos se dedicaban, cuando estaban en la ciudad,


a los placeres y la ostentación. Entre las actividades de ocio se
encontraban las actividades culturales y artísticas, los espectáculos de
masas y los baños y banquetes. Pero durante sus estancias en el campo,
su tiempo se repartía entre la supervisión de las tareas agrícolas, los
juegos de azar y la caza.

Lo que cada uno hacía en su tiempo libre se consideraba reflejo de su


carácter moral. Un ocio de calidad era el dedicado a la lectura,
escritura, la filosofía y el debate, más propio de las clases elitistas. Las
clases más populares pasaban el tiempo en tabernas y carreras de
carros. Una visión negativa la proporcionaba el ocio dedicado al placer
corporal, especialmente para los jóvenes.
"Pues son los placeres, sí los placeres, los que mejor ponen de manifiesto
la gravedad, la rectitud, y la moderación en una persona. ¿Quién hay,
en efecto, tan depravado que no muestre una cierta apariencia de
seriedad en sus ocupaciones cotidianas? Somos traicionados por
nuestro reposo. ¿o acaso la mayor parte de los Príncipes no
consagraban este tiempo a jugar a los dados, a abandonarse a la
lujuria y a cometer todo tipo de excesos, pasando, así, de la indolencia
en el desempeño de las responsabilidades serias a un intenso esfuerzo
en el disfrute de los peores vicios. " (Plinio, Panegírico de Trajano, 82)

Los recitales literarios, ya fueran programados por un autor para difundir


su obra o los leídos en un ambiente relajado, como la sobremesa tras
una sobria cena, conformaban el ideal de cómo ocupar las horas de
ocio para los más elitistas.

La caza o ars venatoria era también una ocupación decente, aunque


no del gusto de todos. Sus raíces se remontan a los orígenes de la
humanidad cuando la necesidad de supervivencia obligó a la
obtención de alimentos en el entorno para acabar convirtiéndose en un
pasatiempo de los ricos y poderosos en las sociedades antiguas. las
actividades cinegéticas proporcionaban protección a los rebaños y
ayudaban a fortalecer el carácter y el cuerpo en tiempos de paz.
La práctica de la caza como actividad de placer para los reyes y
aristócratas se desarrolló en las civilizaciones de Oriente Próximo y
continuó en el periodo helenístico. En Roma es a partir de la dinastía
Antonina cuando la caza se convierte en parte fundamental de la vida
de una villa.

En una estela funeraria de la ciudad de Celti (actual Peñaflor) se


describe como sería la vida de un joven propietario de una villa, y las
distintas labores a la que se dedicaba, entre ellas, la caza y la pesca.

"A los Dioses Manes. Aquí yace Quintus Marius Optatus, natural de Celti y
de edad de veinte años. ¡Ay, dolor! ¡Oh tú, caminante, que pasas por la
acera de este camino!, entérate quién fue el joven, cuyos restos
mortales se guardan dentro de esta tumba. Apiádate de él y ofrécele tu
saludo. Era diestro en lanzar el arpón y el anzuelo al río, de donde
sacaba abundante pesca; como buen cazador sabía clavar su jabalina
en el corazón de las fieras bravas; sabía también apresar a las aves con
varas untadas de liga. Además, cuidaba del cultivo de los bosques
sagrados, y a ti, ¡oh Diana!, nacida en Delos, casta, virgen y triforme
luna, erigió un santuario tutelar en la sombreada floresta, cumpliendo
lealmente el voto realizado. En el gran predio de su heredad dio feliz
impulso a las tareas agrícolas, haciendo que con ellas se uniesen los
extensos valles a los pintorescos paisajes y las ásperas cimas de la sierra,
bien surcando los eriales con el arado, bien metiendo y protegiendo en
hoyos hechos con cuidado, los tiernos sarmientos de la vid.”
La caza formaba parte de la vida de los altos mandos militares que
estaban destinados en tierras fronterizas y que con esta actividad
deportiva se mantenían en forma ejercitándose en las armas en tiempo
de paz, a la vez que imitaban a la nobleza romana en sus momentos de
ocio.

La diosa protectora de los bosques y los seres vivos que los habitan era
Diana, a la que los cazadores solicitaban les protegiera del peligro. Le
prometían ofrecerle las piezas de la caza para ganarse su favor.

El legado de Augusto Quinto Tulio Máximo, de la legión VII, Gémina Félix


consagró un ara a Diana con unos versos a ella dedicados.

"Acotó la planicie de un campo y se la consagró a los dioses; y a tí,


Virgen Delia Triforme, te erigió un templo Tulio, natural de Libia, legado
de la legión ibera, para poder atravesar a las corzas veloces, y a los
ciervos, para cazar a los jabalíes de cerdas puntiagudas, y atrapar los
caballos criados en los bosques; para poder competir a la carrera o con
un arma de hierro, ya sea yendo a pie, o lanzando la jabalina desde un
caballo ibero."
En los costados del ara se encuentran los textos con la consagración de
las ofrendas conseguidas, colmillos de jabalí y cuernos de ciervos.

"Buscamos por los claros, los verdes terrenos, los llanos abiertos,
corriendo con rapidez de aquí allá y por todos los campos, ansiosos por
conseguir varias presas con dóciles perros. Disfrutamos traspasando la
liebre nerviosa, la cierva que no se resiste, el lobo atrevido o capturando
el astuto zorro; nuestro deseo es recorrer las riberas sombreadas,
cazando la mangosta en las tranquilas orillas entre las espadañas, con
la lanza para agujerear al amenazante turón en un tronco y traer a casa
el puerco espín enrollado en su propio cuerpo de pinchos..."

El ritual de la caza empezaría muy probablemente con la ofrenda a


Diana cazadora, protectora de los bosques y de los montes:

"Solo tú, Diana, gran gloria de Latona, que recorres los pacíficos claros y
bosques, ven rápido, asume tu traje, arco en mano, y cuelga la aljaba
coloreada de tu hombro; sean de oro tus armas y tus flechas; y deja que
tus relucientes pies calcen botas púrpuras; deja que tu manto sea
ricamente tejido con hilo de oro, y un cinturón con hebilla enjoyada
ciña tu plegada túnica, sujeta tus trenzas enroscadas con una banda...
Diosa, levanta, dirige a tu poeta por el bosque sin pisotear, a ti seguimos,
muéstranos las guaridas de las bestias. Ven conmigo, que estoy
aquejado de amor a la caza." (Nemesiano, Cynegetica, s. III)
Los criados portarían estacas, redes y demás aparejos. Después seguiría
la caza propiamente dicha. Luego el descanso con la comida,
reclinados los amos en lechos mientras los esclavos servían.

La jornada terminaría con la vuelta a casa de los cazadores y los


esclavos cargando con las piezas conseguidas.

La cacería a caballo de venados y jabalíes se realizaba haciendo huir a


la pieza conduciéndola hacia la fornido, una cuerda con hojas para
engañar a los animales y llevarlos hasta la red, donde quedaban
atrapados.

"Algunos cazadores encuentran en las plumas arrancadas del sucio


buitre un elemento de ayuda. A intervalos debe añadirse el plumón del
blanco cisne, y eso es eficaz, pues las blancas plumas brillan a la luz del
sol, con formidable apariencia para el gamo, mientras que el horrendo
olor del negro buitre molesta a las criaturas del bosque... Esta forma de
terror tiene más uso contra los ciervos; pero cuando las plumas se tiñen
del rojo africano y la cuerda de lino reluce, es raro que escape ninguna
bestia de estos horrores simulados." (Gratio, Cynegetica, s. I.)
Los perros formaban parte de la persecución de los animales grandes o
pequeños y eran muy apreciados por sus dueños, que ponían sus
nombres en los mosaicos de sus residencias:

"No para sí, sino para su amo caza el fogoso lebrel, que te traerá la
liebre ilesa entre sus dientes." (Marcial, XIV, 200)
El fabulista Fedro recogió en su obra cómo empezó el hombre a utilizar
el caballo salvaje para convertirlo en un animal manso que pudiese
ayudarlo en distintas actividades, como el transporte, la guerra y la
caza:

"Todos los días el caballo salvaje saciaba su sed en un río poco


profundo. Allí también acudía un jabalí, que, al remover el barro del
fondo con la trompa y las patas, enturbiaba el agua. El caballo le pidió
que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trató de loco.
Terminaron mirándose con odio, como los peores enemigos.

Entonces el caballo salvaje, lleno de ira, fue a buscar al hombre y le


pidió ayuda.

- Yo enfrentaré a esa bestia - dijo el hombre - pero debes permitirme


montar sobre tu lomo.

El caballo estuvo de acuerdo y allá fueron, en busca del enemigo. Lo


encontraron cerca del bosque y, antes de que pudiera ocultarse en la
espesura, el hombre lanzó su jabalina y le dio muerte. Libre ya del jabalí,
el caballo enfiló hacia el río para beber en sus aguas claras, seguro de
que no volvería a ser molestado. Pero el hombre no pensaba
desmontar.

- Me alegro de haberte ayudado - le dijo -. No solo maté a esa bestia,


sino que capturé a un espléndido caballo. Y, aunque, el animal se
resistió, lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura. El, que
siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida tuvo
que obedecer a un amo. Aunque su suerte estaba echada, desde
entonces se lamentó noche y día.

- ¡Tonto de mí! ¡Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada


comparadas con esto! ¡por magnificar un asunto sin importancia,
terminé siendo esclavo!

Los caballos eran altamente considerados y unas razas eran más


apreciadas que otras y por eso algunos autores lo trataban en sus obras
sobre la caza:
"La moteada raza de caballos árabes es la mejor de todas para carreras
largas y gran esfuerzo. Y cerca están los caballos libios, incluso los que
habitan la empedrada Cyrene... Los caballos toscanos y los inmensos
caballos cretenses son rápidos en la carrera y largos de cuerpo. Los
sicilianos son más rápidos que los árabes, mientras que los partos son
más rápidos que los sicilianos...” (Cynegetica, Opiano de Apamea, s. III)
Del aprecio que los ricos señores tenían a sus caballos hay muestras en
el arte, en mosaicos y relieves, pero hay un ejemplo evidente en el
epitafio que el emperador Adriano escribió sobre su caballo
Borysthenes:

"Borysthenes el Alano,
de Cesar
podía volar
por llanuras y montes etruscos
cazando jabalíes de Panonia".
Ricos aristócratas mantenían en sus posesiones parques donde se
criaban animales en libertad. La finalidad real de los propietarios de
conservar estos animales en sus propiedades no está del todo clara,
posiblemente fuera para recrearse dándoles alimentos y, quizás, servir
ellos mismos de alimentos en los banquetes. No se sabe con seguridad si
se practicaba allí dentro la caza. Varrón escribe:

"Yo sí que vi cómo se hacía, allí más bien al estilo tracio, dice aquel,
"cuando estuve en casa de Quinto Hortensio en la región de Laurentum,
pues había un bosque, como él decía, de más de 50 yugadas con
cercado de piedra, al que llamaba reserva de caza (therotrophium).
Había allí un lugar elevado, donde, puesta la mesa, cenábamos,
adonde mandó llamar a Orfeo.

Este, que había venido con estola y cítara, habiéndole pedido que
cantara, tocó la trompeta, y tan grande cantidad de ciervos, jabalíes y
otros cuadrúpedos nos rodeó que el espectáculo no me pareció menos
hermoso que el de los ediles en el Circo Máximo cuando se hacen
cacerías sin animales africanos. (De Agricultura, III)
La caza de animales salvajes tan representada en los mosaicos
romanos, estaba destinada a los grandes propietarios de tierras en
lugares como el norte de África y Oriente o a los altos cargos militares
que administraban las provincias de esos territorios. Hay datos que
señalan cómo se cazaban leones, panteras, elefantes, avestruces e
incluso jirafas, destinados en muchas ocasiones a los juegos celebrados
en el anfiteatro, con lo cual se atrapaban vivos. La intención que tenían
los patrocinadores de estos juegos al traer estos animales exóticos para
los romanos era constatar el poder de Roma sobre otros países
mostrando la superioridad romana al abatir las bestias que los
representaban. Cuantos más animales eran sacrificados, más
celebridad conseguían los promotores, pretendiendo ser más populares
que sus predecesores. Por supuesto el gasto de la captura, transporte y
mantenimiento de los animales era cuantioso y conllevaba una
organización de la caza de animales, que sería muy posiblemente
llevada a cabo por nativos del lugar donde se encontraban por su
conocimiento de la zona y de la fauna existente. Es posible que
soldados y residentes romanos participaran en su captura. Las partidas
de caza se organizarían con profesionales locales que se encargarían
de preparar los aparejos, dirigir las operaciones, encerrar a los animales
y transportarlos hasta su destino. Muchos morían en los largos viajes
hasta los puertos de salida y durante las travesías marítimas.
El cazador era propietario de los animales cazados por él, en su propio
terreno o ajeno. Sin embargo, las cacerías de elefantes sólo se podían
organizar con autorización del emperador. La posesión de esta fiera era
un privilegio exclusivo del emperador. Este también se reservaba el
privilegio de cazar leones o de autorizar su captura. El poeta alejandrino
Pancrates escribió unos versos dedicados a Adriano y su favorito
Antinoo durante la caza de un león:

"Y más rápido que el caballo de Adrastus, que una vez salvó al rey
huyendo de la batalla, tal era el corcel en el que Antinoo esperaba al
letal león, sosteniendo en su mano izquierda las riendas y en su derecha
una lanza revestida de diamantes. Primero Adriano hirió a la bestia con
su lanza de bronce, pero no le mató, porque falló adrede, deseando
probar la puntería de su hermoso Antinoo, hijo del asesino de Argo.
Golpeado, la bestia estaba más enfadada, y rasgó en su ira el áspero
suelo con sus garras, levantando una nube de polvo que oscureció la luz
del sol..." (siglo II)
El emperador Adriano fue un gran aficionado de las cacerías, que
compartía con sus amigos, y parece ser que llegó a romperse la
clavícula y una costilla con esta actividad.

En cuanto a las técnicas usadas en la caza se emplearían las mismas


que para los animales como ciervos, jabalíes y otros que vivían en
Europa. Opiano describe la utilización de un animal como cebo en un
pozo.

Un cordero o cabrito se pondría en el centro de un profundo pozo que


estaría rodeado por una valla. La idea era que al oír al animalito balar,
el león saltaría por encima de la valla y caería en el pozo, donde los
cazadores bajarían una jaula en la por medio de un sabroso bocado
harían que entrara el león.

También menciona que por la zona del Eúfrates, los jinetes perseguirían
a los leones con antorchas encendidas y haciendo sonar sus escudos,
con la esperanza de que el león asustado por el fuego y el ruido correría
voluntariamente en las anteriormente preparadas redes curvas.
Durante el Bajo Imperio se elaboraron ricos mosaicos y otras piezas
artísticas con motivos de caza. Con ello el propietario de la villa
deseaba mostrar el triunfo del Bien sobre el Mal, (la victoria del hombre
sobre la bestia) y al mismo tiempo expresar su status social, pues solo los
ricos podían dedicarse a esta actividad.

La aparición de animales salvajes en algunos mosaicos en lugares


donde era imposible encontrarlos, puede significar que se copiaban los
motivos de mosaicos africanos y asiáticos, además de la influencia de
las venationes celebradas en los anfiteatros.

La inclusión de la figura del propietario vestido de la época cazando un


león o una pantera con una lanza emulando a personajes míticos, en
una villa situada en una zona donde esos animales no se encuentran
podría deberse a la intención de identificarse con el emperador, pues
solo los emperadores o altos cargos podrían tener la opción de cazar
estos animales.
La fusión entre el mito y lo cotidiano tiene un auténtico ejemplo en el
mosaico de Adonis de la villa de Carranque, donde aparece el
personaje intentando dar muerte al jabalí que luego lo mata a él,
mientras Venus, su amante, asiste a la escena con Ares, que celoso de
su relación con el joven podría haber sido el verdadero causante del
final de su vida. En el mismo mosaico aparecen ejemplares de la fauna
autóctona, como la liebre y la perdiz, junto a los perros del dueño de la
villa, Leander y Titurus.

El hecho de que las escenas de caza sean tan populares a partir del
siglo III d.C., quizás se deba al deseo de los propietarios de reflejar en
diversos ámbitos sus actividades favoritas, como la caza. Por ello
también se reflejan estas escenas mitológicas de caza en las estelas
funerarias y sarcófagos, donde los héroes vencen a las bestias
simbolizando la victoria de los poderosos sobre la muerte. En un
sarcófago romano actualmente en los Museos Capitolinos, se describe
la escena en la que Meleagro abate al jabalí que tenía atemorizada a
la región de Calidonia, después de que Atalanta lo hubiese herido.
Bibliografía:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/1425085.pdf; La inscripción del
praefectus equitum Arrius Constans Speratianus, de Petavonium, y otros
testimonios del culto profesado a Diana por militares; Sabino Perea Yebenes
revistas.um.es › Inicio › Vol. 15 (2000) › Martínez; Los cynegetica fragmentarios y
el fracaso del cazador; Sebastián Martínez
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=83861; Consideraciones sobre
el animal en la Historia de los Animales de Claudio Eliano; Louis Medina
Mínguez
https://digital.csic.es/handle/10261/16509; La caza en el mosaico romano.
Iconografía y simbolismo; Guadalupe López Monteagudo
ABC-02.11.1955-página 017; Antonio García Bellido

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