Anda di halaman 1dari 9

SAN PÍO X, REFORMADOR DE LA LITURGIA

Un historiador perteneciente al “Movimiento Litúrgico” ha escrito:

“Con el Papa Pío X, el Movimiento Litúrgico entra en un período totalmente nuevo. Hasta ahora, en efecto,
había sido el atributo de fuerzas individuales en la Iglesia. Unas voces se habían levantado por ahí y por allá,
manifestando su común acuerdo sobre un tipo de reacción contra la laicidad invasora y pregonando la vuelta
a, las fuentes como el verdadero medio de recristianización… Pero estos llamados, que venían a rozar la
trama de las prácticas cotidianas, podían golpear sin alarmas la indiferencia de toda una parte del clero por
lejos, la más numerosa- que ponderaba mediocremente un cambio en las costumbres de piedad y en los
métodos de apostolado. A partir del día en que fue electo Papa, Pío X se convirtió en el propagador oficial de
la restauración litúrgica, y las cosas cambiaron. Sus intervenciones múltiples sobre la música religiosa, sobre
el salterio y sobre la comunión frecuente, fueron «otros tantos enérgicos golpes de timón que orientaron
resueltamente a la Iglesia hacia ua vida litúrgica totalmente impregnada de piedad tradicional, de gracia
sacramental y de belleza inspirada»”. (1)

REFORMA DE LA MÚSICA SACRA

La preocupación de San Pío X por la liturgia no empezó a partir de su elevación al Sumo Pontificado. Como
joven vicario, y todavía en Tómbolo, creó una “Schola cantorum” con jóvenes de Salzano, a los cuales formó
con el mayor cuidado en la práctica del canto llano y en las ceremonias.

En su parroquia realizó su ideal de esplendor litúrgico, que provocaba admiración de clero y pueblo. Él mismo
decía: “Ni hay que cantar, ni hay que rezar durante la misa; hay que cantar y rezar la misa”.

Y también: “Me he convencido por una larga experiencia de que las puras armonías del canto eclesiástico,
tales como las exigen la santidad del templo y de las ceremonias sagradas que en él se cumplan, influyen
admirablemente sobre la piedad y la devoción, y por consiguiente sobre el verdadero culto de Dios”. (2)

Como Obispo de Mantua, durante algún tiempo quiso desempeñar las funciones de rector, de profesor de
teología y de canto gregoriano en su seminario, y enseñarles él mismo las ceremonias a sus seminaristas,
para inculcarles el sentido de la grandeza y del respeto hacia las cosas sagradas.

Siendo Patriarca de Venecia, el 1 de mayo de 1895 publicó una carta pastoral acerca del canto y la música de
Iglesia: “El canto y la música sacra por su melodía deben excitar a los fieles a la devoción, disponiéndolos a
recibir más fácilmente los frutos de la gracia que acompañan a todos los santos misterios celebrados con
solemnidad. Entonces, estando estrechamente unida a la liturgia, ka música sacra debe por esto mismo
armonizarse con el texto y presentar las cualidades sin las cuales no sería más que un entremés: en
particular, la santidad, la perfección del arte y la universalidad”.

La primera de las reformas concierne a la música sacra. A lo largo del siglo XIX, numerosos abusos,
desviaciones lentas y progresivas se habían ido introduciendo en la práctica musical eclesiástica. Culminaban
bajo el pontificado del Papa precedente, León XIII. Hipólito Taine pronunció un día las siguientes palabras, a
la salida de una misa de esponsales: “Muy linda ópera: análoga al quinto acto de Roberto el Diablo;
solamente, que Roberto el Diablo es más religioso”. (3)

Las causas de esta decadencia se resumen en su Motu Proprio “Tra le Sollicitudini”, (4) publicado en la fiesta
de Santa Cecilia, el 22 de noviembre de 1903:

“Sea por la naturaleza de este acto, en sí mismo flotante y variable; sea por la sucesiva alteración del gusto y
de las costumbres en el curso de los tiempos; sea por la funesta influencia que el arte profano y teatral ejerce
sobre el arte sagrado, sea por el placer que la música produce directamente y que no siempre es fácil
contener en justos límites, sea, por fin, por los mismos prejuicios que, en semejante materia, se insinúan y
luego permanecen tenaces, aún entre personas autorizadas y piadosas, hay una continua tendencia a
desviarse del camino recto, fijado según la finalidad por la cual el arte sagrado es admitido al servicio del culto
y muy claramente indicado en los cánones eclesiásticos, en las ordenanzas de los concilios generales y
provinciales, en las prescripciones repetidas emanadas de las Sagradas Congregaciones romanas y de los
Soberanos Pontífices”.

El Papa precisa allí su pensamiento:

“Nuestro muy vivo deseo es que el verdadero espíritu cristiano vuelva a florecer en todas formas y se
mantenga en todos los fieles. Por eso es necesario proveer, ante todo, a la santidad y a la dignidad del
templo, donde precisamente los fieles se reúnen para sacar este espíritu de su fuente primera e
indispensable, es decir, la participación activa en los sacrosantos misterios y a la oración pública y solemne de
la Iglesia”.

La liturgia aparece claramente como la fuente del espíritu cristiano:

“Como una parte integrante de la liturgia solemne, la música sacra participa de su finalidad general, que es la
gloria de Dios, la santificación y la edificación de los fieles”.

En la continuación de su Motu Proprio, llamado por el autor “Código jurídico de la música sacra”, San Pío X
enumera las cualidades de la música sacra:

“Debe ser santa, y por consiguiente excluir todo elemento profano, no solamente en sí misma, sino también en
la manera con la cual se ejecuta. Debe ser un arte verdadero, pues si no, es imposible que tenga sobre el
alma de los oyentes la eficacia que la Iglesia espera de su liturgia.

Pero, a la vez, debe ser universal”.

El Papa permite aquí a todas las naciones admitir en las composiciones religiosas formas particulares que, en
una cierta manera, constituyan el carácter específico de su música propia; estas formas, sin embargo, deben
estar subordinadas a los caracteres generales de la música sacra.
¿Dónde se puede encontrar la música sacra que responda a estas exigencias? La respuesta de San Pío X es
triple.

Primero, en un grado eminente, en el canto gregoriano.

Luego, en un alto grado, en la polifonía clásica (por ejemplo, la de Palestrina);


Finalmente, en la música moderna, pero con mucho discernimiento y excluyendo especialmente el estilo
teatral.

El Papa recuerda aquí que el canto propio de la Iglesia romana es el canto gregoriano. Éste encuentra de
nuevo, entonces, todo su lugar desde que los estudios recientes de fines del siglo XIX (Dom Guéranguer,
Dom. Pothiers) lo han establecido en su integridad y su pureza. Es el modelo supremo de la música sacra. El
Santo Padre insiste luego para que “se tenga cuidado de restablecer el canto gregoriano para el uso del
pueblo, a fin de que de nuevo los fieles tomen una parte más activa en los oficios de la Iglesia según la
antigua costumbre”.

Se vigilará en particular el Kyrie, Gloria, Credo, los salmos e himnos. Sin embargo, no estaba en la intención
del Papa imponer exclusivamente el canto gregoriano, como lo escribirá su Secretario de Estado, el Cardenal
Merry del Val:

“No estaba de acuerdo con la actitud de algunos fanáticos que iban a excluir de nuestras iglesias toda otra
música que no fuera la gregoriana. Declaró que eso era una exageración.” (5)

Ahí se ve el realismo, la prudencia y la apertura de espíritu de San Pío X, y cuán falsas eran las acusaciones
de fixismo, estrechez y rigorismo que le eran endilgadas por parte de sus enemigos.
Según diversas disposiciones prácticas: el uso del idioma profano, la exclusión de las mujeres del santuario o
en la capilla musical, la primacía del órgano al servicio del canto, la exclusión de algunos instrumentos tales
como el tambor, el piano, el bombo, los címbalos, las campanillas… En fin, el documento indica los medios
más apropiados para promover esta reforma: comisiones diocesanas, educación práctica y teórica en los
seminarios, resurrección de las Scholae Cantorum.

El Papa quería que las reformas fuesen rápidamente llevadas a la práctica. Por este motivo, el 8 de diciembre
de 1903 le habría de escribir a su Cardenal Vicario:

“Para usted, señor Cardenal, no use de indulgencia, no otorguen plazo. Al diferirla, no se disminuye la
dificultad, sino que se la aumenta y como hay que suprimirla, que se lo haga inmediata y resueltamente. Que
todos tengan confianza en Nosotros y en Nuestra Palabra, a la cual están ligadas las gracias y la bendición
del cielo”. Uno de los primeros actos concretos que siguió fue la celebración del XIII°, aniversario de San
Gregorio Magno en la Basílica de San Pedro de Roma, el 11 de abril de 1904, durante la cual 1200
seminaristas cantaron la misa en gregoriano.

Numerosos actos vinieron a confirmar y proseguir las prescripciones del documento.


Después del Motu Proprio, prontamente se anunció una revisión oficial de los libros de canto gregoriano (el 8
de enero de 1904). Una comisión especial, bajo la presidencia de Dom Joseph Pothier, O.S.B. (abad de San
Wandrille) fue creada el 25 de abril de 1904, a fin de examinar los trabajos que debían ser realizados por los
benedictinos de Solesmes. Entre sus miembros se encontraban los grandes nombres de los artesanos de la
reforma: Dom Andrés Mocquereau, O.S.B. (prior de Solesmes), el Padre Ángel de Santi, S.J., Monseñor
Lorenzo Perosi (director perpetuo de la Capilla Sixtina), Monseñor Carlos Respighi (ceremoniario pontificio).
La publicación del nuevo Gradual tuvo como fecha el 12 de marzo de 1908, la del nuevo Antifonario el 8 de
diciembre de 1912.

En 1910 se fundó en Roma la Pontificia Escuela Superior de Música Sacra.

Veinticinco años más tarde, el Papa Pío XI renovó el impulso de Pío X en su bula “Divini cultus”, del 6 de
febrero de 1929. En particular, declaró:

“Es absolutamente necesario que los fieles no se comporten como extraños o como espectadores mudos,
sino que, atraídos por la belleza de la liturgia, deben tomar parte de las ceremonias sagradas (…) intercalando
alternativamente sus voces, según las reglas trazadas, con las voces del sacerdote y de la Schola”.

REFORMA DEL BREVIARIO

Al lado de la reforma de la música sacra, hubo otra, no menos importante: la del calendario y la del breviario.

Largamente preparada, esta reforma fue promulgada por la bula “Divino Afflante”(6), del 1 de noviembre de
1911. Ante todo, versaba sobre la revisión del salterio litúrgico (los 150 salmos), cuya recitación hebdomadaria
por parte del clero desde hacía mucho tiempo se veía comprometida, en razón del agregado de numerosas
fiestas de Santos que tenían sus oficios propios. Además, había que trabajar para reunificar la liturgia.

Por ejemplo, en Francia la Revolución y el Concordato de 1801 habían producido muchas confusiones entre
las liturgias particulares. ¡En una misma diócesis se podían contar hasta siete u ocho liturgias diferentes!

“Antaño ha sido establecido, dice el Papa, por los decretos de los Romanos Pontífices, los cánones de los
concilios y las reglas monásticas, que los miembros de uno u otro clero cantarían o recitarían el salterio cada
semana. Y esta ley, herencia de nuestros Padres, nuestros predecesores, revisando el breviario romano la
han conservado religiosamente. Por esto, todavía hoy, en el curso de cada semana, el salterio debería ser
rezado en su integridad, si los cambios ocurridos en el estado de las cosas no impidiese frecuentemente este
rezo. En efecto, en la continuación de los tiempos, constantemente se ha incrementado entre los fieles, el
número de aquellos que la Iglesia, después de su vida mortal, acostumbra inscribir entre los bienaventurados
y propone ante el pueblo cristiano como protectores y modelos.
“En su honor, los oficios de los santos se multiplicaron, poco a poco, a punto que los oficios del domingo y de
las ferias casi no se rezaban más, por lo que luego, numerosos salmos eran descuidados”.

Y el Papa cita a San Atanasio:


“En verdad .me parece que a .aquel que salmodia los salmos, son como un espejo en el cual,
contemplándose en ellos, y el mismo y los movimientos de su propio corazón, los rece con estos
sentimientos”.

Ya bajo el pontificado de Benedicto XIV (17401758), una veleidad de reacción había fracasado (la tentativa de
supresión de numerosas fiestas de santos en aquel entonces había tomado el nombre de “la masacre de los
inocentes”). El proyecto quedó en la nada. En el Concilio Vaticano I, las quejas de los Padres fueron
numerosas, pero permanecieron impotentes para impedir nuevas conquistas del Santoral sobre el Temporal.
El año litúrgico, efectivamente, por un lado distingue el Temporal, u Oficio del Tiempo, que sigue las grandes
etapas de la vida de Cristo y por lo tanto, las fiestas correspondientes (Navidad, Pascua, Ascensión,
Pentecostés…); por otro lado, el Santoral u Oficio de los Santos que la Iglesia honra cada día.
En 1879, al comienzo del Pontificado de León XIII, se contaba con 239 días en el año que excluían el salterio
del Temporal. En 1911, en vísperas de la reforma de Pío X, había 252. A estas cifras, todavía hay que
agregarles, para la Iglesia universal, una docena de fiestas movibles, la mayoría asignadas a un domingo, las
fiestas propias del tiempo, y luego, en cada diócesis, los santos particulares… El oficio del tiempo litúrgico que
sigue la vida de Cristo, por lo tanto, casi había desaparecido.

León XIII mismo fracasó en su tentativa de ponerle remedio al desorden.

La idea de San Pío X era devolverle a los salmos su lugar tradicional en la oración pública: “con precaución,
sin embargo, para que la recitación integral del salterio cada semana no disminuya en nada el culto de los
Santos, y por otra parte que no disminuya, en lugar de aumentar, las obligaciones de los clérigos obligados al
Oficio Divino”.

Los principales caracteres de la reforma pueden resumirse en dos ideas generales:


1) incluir en la semana la recitación del salterio y, para esto, abreviar el salterio ferial;
2) resolver el conflicto entre el Temporal y el Santoral, sobre todo restableciendo los antiguos Oficios de los
domingos.

Así se redujo la duración de los Oficios del breviario (…) El salterio fue rezado de nuevo íntegramente cada
semana, sin suprimir las fiestas de los Santos; se restableció la liturgia propia de domingos y fiestas; las
lecturas de la Sagrada Escritura, propias de los tiempos del año, se privilegiaron (7)

La distribución de los salmos en el breviario de San Pío X era totalmente nueva. Tenía en cuenta, en parte
solamente, costumbres de la antigua tradición de la Iglesia ( … ) Así que el breviario de San Pío X no tenía
más mucho que ver con aquel de su predecesor, y los clérigos fueron bastante revueltos en sus costumbres (
…)

Paralelamente, varios documentos habían aparecido en los meses de julio y agosto de 1911 para reconocer
una situación que ya existía bajo títulos diversos en casi todos los países.

Estas disposiciones legislativas reducían las fiestas de precepto. Los trastornos políticos europeos de los
siglos XVIII y XIX habían descristianizado la vida social. Para evitar demasiadas ausencias (descanso y
asistencia a misa), para tener en cuenta “las diferentes condiciones de los tiempos y de la sociedad civil”, las
36 fiestas de precepto en vigor fueron reducidas a 8 por el Motu Proprio “Supremi disciplinae”, del 2 de julio de
1911.

Y el 23 de octubre de 1913, Pío X completó el documento del 1 de noviembre de 1911 por el Motu Proprio “Ab
hinc duos annos”, que modificó el calendario. Ninguna fiesta debía permanecer fijada en domingo, con
excepción de las fiestas del Santísimo Nombre de Jesús y de la Santísima Trinidad (más tarde se agregarían
la Sagrada Familia y Cristo Rey). Las Octavas fueron igualmente simplificadas.

Otro proyecto audaz. Pío X había aún pensado en dejar fija la fecha de Pascua. En 1913 le envió un
cuestionario, y una mayoría era favorable. Sin embargo, la Congregación de los Ritos se pronunció en contra
el 9 de diciembre de 1913, porque se corría el riesgo de “naturalizar el gran acontecimiento de la Resurrección
de Cristo”, y el proyecto fue abandonado. (8)

LOS DECRETOS EUCARÍSTICOS


(Comunión frecuente y comunión de los niños)

Cercanas a las reformas litúrgicas, tenemos por supuesto los decretos del Papa San Pío X sobre la Eucaristía.

El 19 de abril de 1880, Monseñor de Ségur le había escrito estas palabras proféticas a la señorita Tamisier,
inspiradora de los Congresos Eucarísticos:

“Me parece que si fuera Papa, el fin principal de mi pontificado sería el de restaurar la comunión diaria. Hablé
de esto con Pío IX, pero quizás no haya llegado toda vía el tiempo. El Papa que haga esto, bajo el impulso del
Espíritu Santo, será el renovador del mundo”.

Desde el 30 de mayo de 1905 hasta el 14 de julio de 1907, se contabilizaron doce intervenciones de San Pío
X en este sentido.

Para dar idea del estado de espíritu de ciertos sacerdotes en el siglo XIX, citemos esta carta del párroco de
Rouilly-Sacey (Aude, Francia) enviada a un Obispo en vísperas de Navidad:

“Monseñor, alégrese conmigo. Hoy no hubo comuniones sacrílegas, pues no he abierto el sagrario” y más
tarde, cuando a este Obispo, le fueron a pedir si se podía organizar en su diócesis la Cruzada Eucarística,
replicó: “¿La Cruzada? ¡Una vez más, una máquina para fabricar sacrilegios!”

La importancia de la comunión nunca se puso en duda por la pie dad popular católica. Pero la tibieza y los
restos del jansenismo del siglo XVII (so pretexto de respeto) la habían alejado de muchas almas. En el siglo
XIX, hubo celosos apóstoles de la comunión frecuente, tales como San Juan María Vianney y San Juan
Bosco.
Desde el 5 hasta el 8 de junio de 1905 debía tener lugar en Roma un Congreso Eucarístico Internacional. Pío
X aprobó e indulgenció para la ocasión una oración para obtener la difusión del piadoso uso de la comunión
diaria. Cada año, luego, el Papa enviaría a cada Congreso Eucarístico Internacional, un legado pontificio.

El 20 de diciembre de 1905 se publicó el decreto “Sacra Tridentina Synodus – De quotidiana Ss. Eucharistiae
sumptione”.

El decreto declara primero:

“Jesucristo y la Iglesia desean que los fieles se acerquen cada día al banquete sagrado”.
Da luego los motivos que deben conducir cada día a los fieles a este banquete:
“Sobre todo, y con el fin de estar unidos a Dios por medio de este sacramento, reciban de Él la fuerza para
reprimir las pasiones, y con Él purifíquense de las faltas leves que puedan presentarse cada día, y que
puedan evitar las faltas graves a las cuales está expuesta la fragilidad humana. No es entonces
principalmente para dar gloria a Dios ni como una suerte de favor o de recompensa por las virtudes de
aquellos que se acercan a ella”. Dos condiciones son necesarias para esa práctica: el estado de gracia y la
intención recta. Nueve artículos precisan más el espíritu del decreto, para terminar luego con esta frase: “está
prohibido abrir de nuevo toda discusión al respecto”.

Así estaba restablecida la verdadera noción cristiana de la comunión. El canonista Ferrerés, S.J., escribirá:

“Este decreto pone fin a una controversia que duraba desde hace siglos. Resuelve cues tiones debatidas por
los genios más eminentes, corrige en varios puntos las opiniones expuestas hasta ahora por grandes Santos
e ilustres doctores.

“Casi no hay obras de moral entre aquellas que han sido escritas hasta ahora que no tengan necesidad de ser
enmendadas, y se puede decir lo mismo de las Reglas, Constituciones, Direcciones Espirituales, libros de
devoción y obras críticas”. (9)

Entonces, ¿había que favorecer la comunión frecuente y diaria en las casas de educación? ¿Había que
recomendarla a los niños desde su primera comunión? ¿Había que mantener la costumbre de dejar pasar un
año entre la primera comunión y la segunda? La Congregación del Concilio contestó esto el 14 de febrero de
1906:

“Es necesario que los niños sean nutridos por Cristo antes de que sean dominados por las pasiones, para que
puedan rechazar con más valentía los ataques del demonio, de la carne.y de otros enemigos de afuera y de
adentro”.

Quedaba por definir la edad de la primera comunión. El decreto “Quam singular¡”, del 8 de agosto de 1910, la
precisó. En el curso del siglo anterior, se había impuesto la costumbre de atrasar la edad de la primera
comunión hasta los 10, 12, 14 años, o más tarde aún. El documento fija definitivamente la edad de
“discreción”, es decir, la edad en la cual el niño empieza a razonar, hacia el séptimo año, o aún menos. Desde
esa época comienza la obligación de satisfacer el doble precepto de la confesión y la comunión.
Está claramente indicado que no se precisa un perfecto conocimiento de la doctrina cristiana para responder a
esta obligación. La ciencia que basta consiste en conocer, según el propio grado de inteligencia, los misterios
de fe, de necesidad de medio y en distinguir el Pan Eucarístico del pan ordinario.

A pesar de la voluntad del Soberano Pontífice, la aplicación de estos decretos eucarísticos no se hizo sin
reticencias de parte de un clero cuya doctrina en este punto frecuentemente era tributaria de una formación
rigorista.

Varias disposiciones los acompañaron, con la finalidad de facilitar su práctica. En favor de los enfermos, a
quienes la obligación del ayuno les impedía comulgar, fueron los decretos del 7 de diciembre de 1906 y del 6
de marzo de 1907, introduciendo algunas dispensas. Para ellos, la Congregación de los Sacramentos, en
diciembre de 1912, facilitaba el llevarles las Hostias Consagradas.

Aquí también se debe mencionar el apoyo de San Pío X a la Cruzada Eucarística, que santificara a millones
de niños durante décadas. De hecho, entre los Santos no han faltado niños, y Pío XII brindará un caluroso
homenaje a su predecesor en una carta oficial del 9 de septiembre de 1948.
Para acabar con este aspecto litúrgico, se podría agregar todavía la inscripción de cuatro Beatos al catálogo
de los Santos y de 63 nuevos Beatos.

CONCLUSIÓN

El conjunto de las modificaciones litúrgicas de San Pío X manifiesta la amplitud y la audacia de sus
ambiciones.

Algunos, en su época, han pronunciado la palabra “revolucionario”, en particular en cuanto a su decreto sobre
la comunión frecuente (1905) y el referido a la edad de la primera comunión (1910). Tomado en un sentido
peyorativo, por supuesto que es inexacto. Sin embargo, tomado con un poco de exageración, significa
bastante bien la audacia de muchas de sus reformas.
Profundamente marcado por su experiencia pastoral a través de todos los escalones de la Jerarquía de la
Iglesia, este Papa realista supo iniciar las reformas necesarias para la santificación del clero y de los fieles a
comienzos del siglo XX. San Pío X veía a lo lejos. De esto, aún hoy vemos los frutos. Falsamente acusado de
ser fixista, o, más peyorativamente todavía, de ser un Papa del siglo XIX, este Santo Papa probó por el
contrario su modernidad por medio de su inmensa obra de restauración litúrgica. No temió tampoco las
reacciones hostiles de ciertos clérigos demasiado sensiblemente apegados a unas formas de piedad propias
de un pasado caduco… Su apego indefectible a los principios esenciales y su flexibilidad en las materias más
contingentes nos hacen de él un modelo de prudencia pontificia para hoy.

Desgraciadamente, la historia de la Iglesia nos ha demostrado que este impulso muy rápidamente fue
desviado de su verdadero fin, y fue recuperado por los iniciadores de los cambios que se conocen. Basta con
citar a Dom Lambert Beauduin:
“El foco en el cual debe sellarse y renovarse todos los días esta Alianza de la humanidad con la Santísima
Trinidad, es el Sacrificio Eucarístico, sintetizado por el altar, centro de toda la liturgia.
La disposición del altar es la de las antiguas basílicas romanas. El celebrante se dirige hacia el pueblo, para
significar «la participación activa de los fieles en los misterios sacrosantos», objetivo principal fijado por Pío X
para la restauración litúrgica”. (10)

Se ve allí brotar una nueva interpretación, un nuevo rito, el culto del hombre que se hace Dios, la participación
de los fieles que se convierten en actores de la liturgia, sujetos del rito sagrado y del sacerdocio. No hay nada
más ajeno al pensamiento de San Pío X, que estos gérmenes de una revolución “en tiara y capa”.

R.P. PASCAL THUILLIER


(Profesor de filosofía en el Instituto San Pío X)

NOTAS:

(1) O. Rousseau, en “Historia del Movimiento Litúrgico” (París, Cerf,1945, pág. 201), cita extraída de Dom A.
Stoelen, “El Papado y la renovación litúrgica al comienzo del siglo XX”, París, Bloud y Gay, 1930, págs. 780-
801.
(2) Bendición enviada el 27 de agosto de 1903 a la Rassegna Gregoriana.
(3) Citado por Edgar Tinel, “Pío X y la música sagrada”. Música sacra, t. XXVIII, 1908-1909, págs. 19-27. 4.
Doctrina Pontificia de S.S. San Pío X, Courrier de Rome,1993, T.1, pág. 49.
(4) Doctrina Pontificia de S.S. San Pío X, Courrier de Rome, 1993, T. 1, pág. 49.
(5) Cardenal Merry del Val: “Pío X, impresiones y recuerdos”, Ed. De la Obra de San Agustín, 1951, pág. 38.
(6) Doctrina pontificia de S.S. Pío X, “Courrier de Rome”,1993. T. 2, pág. 379.
(7) A. Molien, “El oficio en el breviario romano’; Liturgia, París, Bloud et Gay, 1931, págs. 606-607.
(8) H. Vinck, “Una tentativa de Pío X para fijar la fecha de Pascua’; en “Revista de Historia Eclesiástica”;
abriljunio de 1975, págs. 462-468.
(9) Ferreres, SJ., “La comunión frecuente y diaria’; en su prólogo.
(10) Dom Lambert Beauduin, O.S.P., en “La piedad litúrgica”, Fides, 1947, pág. 14.

Tomado de IESUS CHRISTUS Nº 88 Julio/Agosto de 2003

Anda mungkin juga menyukai