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COLONIALISMO INDUSTRIAL

EN AMÉRICA LATINA
LA TERCERA ETAPA

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COLONIALISMO INDUSTRIAL
EN AMÉRICA LATINA
LA TERCERA ETAPA

Víctor Manuel Figueroa Sepúlveda

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE ZACATECAS

EDITORIAL ITACA

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Primera edición, 2013

Portada: diseño de Efraín Herrera

D.R. © 2013 Víctor Manuel Figueroa Sepúlveda

D.R. © 2013 Universidad Autónoma de Zacatecas

D.R. © 2013 David Moreno Soto


Editorial Itaca
Piraña 16, Colonia del Mar
C. P. 13270, México, D. F.
Tel. 5840 5452
www.itaca.com.mx

ISBN: XXX-XXX-XXXX-XX-X

Impreso y hecho en México

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Dedico este libro a

Silvana Andrea
Manuel Jesús
Víctor Álex
Pedro Emanuel

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RECONOCIMIENTOS

Mi más sincero reconocimiento a la Universidad Autónoma


de Zacatecas (UAZ), un espacio donde una incondicional li-
bertad de pensamiento efectivamente hace posible que la
crítica social florezca sin inhibiciones.
También quisiera manifestar mi agradecimiento a los
miembros de la comunidad de posgrado en Ciencia Política
de la UAZ, con cuyos profesores y alumnos he compartido las
ideas que fueron surgiendo en el curso de los años y que así
han ganado en sensatez y solidez.
A todos los amigos que han seguido de cerca los avances
de nuestro trabajo y lo han estimulado. De manera especial,
estoy en deuda con Richard A. Dello Buono, Ximena de la
Barra y José Bell Lara.
Una parte de los resultados de investigación aquí expues-
tos fueron posibles gracias al apoyo que el Consejo Nacional
de Ciencia y Tecnología prestó al proyecto sobre Ciencia
para el Desarrollo y la Democracia que he estado conducien-
do. Expreso mi reconocimiento a esa institución.

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ÍNDICE

Presentación 13

Introducción 17

1. Imperialismo y colonialismo industrial 25


1. Insuficiencias y aciertos de los monopolios
en la explicación 26
2. Relaciones sociales de producción y comercio
exterior 40
3. El funcionamiento del colonialismo industrial 48
5. Imperialismo y naturaleza 58
6. Puntos a destacar 66

2. El imperialismo en la tercera etapa 71


1. Los eternos conflictos 71
2. El proceso de la economía neoliberal hasta
mediados de la década de 1990 74
3. Desde 1995 en adelante 91
4. Capital y naturaleza 99
5. Para concluir 102

3. El patrón de colonialismo industrial 107


1. Barreras a la apropiación por la región
del conocimiento científico de frontera
para la producción 109
2. Las estrategias para la transferencia
de conocimientos y tecnologías (la OCDE, el BM,
el BID), 115
3. Límites al crecimiento exportador que surgen
de las relaciones con los países desarrollados 130
4. Contradicciones internas 139
5. Regímenes políticos en la tercera etapa 143
6. El cambio climático en la región 156

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4. Excedentes de población en la tercera etapa 163
1. La sobreoferta laboral en las corrientes
de pensamiento. 165
2. Déficit y excedentes de población 188
3. La naturaleza del trabajador migrante 191
4. Remesas y diferencias salariales 196
5. Los excedentes de población en sus actividades 200
6. ¿Y el servicio doméstico para los hogares? 219
7. Para concluir 222

5. Colonialismo industrial y campesinado 229


1. El carácter no capitalista de la economía
campesina 230
2. De la producción campesina a la de
infrasubsistencia 238
3. Efectos sociales del neoliberalismo en el campo 250

6. Hacia la descolonización 263


1. La cuestión de la forma social de la producción 264
2. Datos propios de la región 270
3. El gobierno 273
4. La transformación de la universidad 280
5. La política de ciencia y educación 286
6. En resumen 289

Bibliografía 291

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PRESENTACIÓN

Durante la segunda década del siglo XXI, la búsqueda de un


escenario para el desarrollo genuino e inclusivo ha dado lu-
gar a una persistente frustración para América Latina. Pro-
fundas crisis económicas y recurrentes ciclos de violencia
han dejado pocas dudas sobre la inviabilidad del neolibera-
lismo como una “estrategia de desarrollo”. Más aún, la ex-
clusión social explosiva que trajo consigo el desplazamiento
de amplias poblaciones a los sectores más vulnerables, ha
colocado a América Latina en una encrucijada: o encuentra
otro camino o se desliza hacia la barbarie.
¿Por qué el capitalismo se mostró incapaz de convertir
los prominentes picos de crecimiento económico en mayor
desarrollo para la mayoría de los latinoamericanos? ¿A qué
se debe que la acelerada y cambiante tecnología impulsada
por el capital global conduzca en la práctica a mayor subde-
sarrollo? ¿Por qué un incontrolable flujo migratorio es conse-
cuente con un desregulado y competitivo estar a la caza de
inversión extranjera?
Las respuestas a éstas y muchas otras preguntas sobre
el desarrollo se vislumbran claramente en esta importan-
te contribución de Víctor Figueroa a la literatura científi-
ca sobre el desarrollo. Siguiendo su propio trabajo pionero
Reinterpretando el subdesarrollo. Trabajo general, clase y
fuerza productiva en América Latina (1986), Figueroa pre-
senta en este nuevo trabajo un fresco y visionario análisis
de la acumulación de dinámicas del subdesarrollo en Amé-
rica Latina.
Siguen siendo un enigma los mecanismos que lograrían
hacer beneficioso el desarrollo tecnológico dentro de las re-
laciones sociales capitalistas dependientes. Consciente de
este hecho, Figueroa desarrolla un novedoso y perspicaz
enfoque de las estructuras reales de la industrialización

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existente de América Latina, conceptualizándolas como co-


lonialismo industrial. Al hacerlo, va más allá de la mera
acusación retórica y conduce con maestría nuestra aten-
ción al papel desempeñado por el imperialismo en cuan-
to elemento estructural de una asimétrica y hegemónica
integración. Lo que Figueroa nos ofrece es una rigurosa
explicación del proceso entrelazado de la reestructuración
interna que conlleva la articulación del subdesarrollo con
las estructuras reales impuestas por la relación entre so-
cios desiguales.
La reformulación crítica de la tesis leninista sobre el
imperialismo, elaborada por Figueroa, amplía nuestro en-
tendimiento al demostrar que tanto el legado de las inno-
vaciones tecnológicas externamente desarrolladas como la
ausencia de una efectiva gestión estatal del desarrollo, han
inhabilitado a los países latinoamericanos. En ello descan-
san la subordinación económica, las transferencias de in-
versión hacia los países desarrollados, la insaciable sed de
inversión extranjera, los desequilibrios externos y la pro-
ducción de poblaciones excedentes, entre otras tendencias
que refuerzan la disposición al sometimiento político. Este
riguroso análisis de clase de un proyecto imperial que se
alimenta de la apropiación de la ganancia generada por la
productividad tecnológica, significa que “el desarrollo del
subdesarrollo” se diferencia sustancialmente del escenario
imaginado por los teóricos de la dependencia de los años
sesenta. Nuevos acontecimientos, como el creciente papel
que cumple el capital pirata en el seno de los excedentes
de población, alteran fundamentalmente la perspectiva de
toda la región, donde la condición ecológica es gravemente
perjudicada e inclusive la educación superior queda dis-
minuida y mutada por la profundización del subdesarrollo
realmente existente.
El argumento de Figueroa plantea un formidable desa-
fío. El logro de un genuino desarrollo sólo sería posible si
se venciera la opresiva y contradictoria formación del co-
lonialismo industrial avanzado. Los lectores de este tras-
cendente trabajo descubrirán una renovada urgencia de
reinterpretar la verdadera naturaleza del subdesarrollo.

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En ese sentido, el análisis crítico de Figueroa retoma el reto


conceptual que postuló más de un cuarto de siglo atrás y
enfrenta con contundencia la nueva etapa que vive la región
latinoamericana.

R.A. Dello Buono, profesor de sociología y estudios


latinoamericanos, Manhattan College, Nueva York

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INTRODUCCIÓN

El propósito del presente trabajo es analizar algunos de los


problemas candentes de América Latina —dedicando espe-
cialmente nuestra atención a las condiciones de existencia de
los sectores populares— durante el periodo que va de fines
de los años sesenta hasta la actualidad; esto es: en el periodo
correspondiente a la tercera etapa del capitalismo en la re-
gión. Nuestra reflexión se enmarca en una teoría que hemos
venido elaborando a través de los años y a la que esperamos
enriquecer con los desarrollos que aquí presentamos.
Como bien sabemos, los esfuerzos orientados a discutir
las relaciones internacionales de dominación desde la pers-
pectiva del “sur” latinoamericano, son ricos en antecedentes.
Las teorías de la dependencia dominaron las preocupaciones
progresistas y revolucionarias de los años sesenta y setenta;
de ahí en adelante, la reflexión crítica sobre temas genera-
les de la región fue gradualmente desalentada, y los temas
específicos y los estudios de casos tomaron su lugar. Varias
razones dan cuenta de esta evolución, entre las que sobre-
salen la dura represión en contra del movimiento obrero y
popular en la región y el correspondiente repliegue del mar-
xismo, apoyado este último por los procesos de “adecuación”
de amplios sectores de la academia y la política. En los úl-
timos años, las cosas han empezado a cambiar junto con un
resurgimiento de las luchas populares y una crisis general
que ha reactualizado la discusión sobre el futuro. Nuestra
expectativa es que este trabajo contribuya en algo a la revi-
talización del pensamiento crítico.
Desde la ideología neoliberal se anunciaba que una globa-
lización apoyada en políticas de librecambio traería consigo
efectos niveladores tanto en las economías como entre paí-
ses. Se suponía que ésa es la tarea natural de un mercado
que no se detiene en consideraciones acerca de la domina-

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ción económica y política y que más bien actúa sobre la base


de datos objetivos. Los ecos de estos argumentos en apoyo de
la estrategia imperialista diseñada para enfrentar la crisis
que estalló a fines de los sesenta y principios de los setenta,
todavía se hacen sentir e incluso sirven de apoyo a gobiernos
que insisten en una práctica agonizante. La realidad, a su
vez, dice su propia historia y muestra que las cosas operan
en la dirección contraria. Las desigualdades entre clases y
países, en lo que concierne a América Latina, se han profun-
dizado.
El desarrollo paralelo de la concentración de la riqueza y
de la extensión de la miseria (o de la “pobreza”, según el len-
guaje oficial), es una tendencia que se explica por la lógica
del desarrollo capitalista, tal como fue brillantemente reve-
lada por Karl Marx, a tal punto que que cualquier asunto
teóricamente relevante alrededor de este tema encontrará
una respuesta en su trabajo. Nuestra preocupación aquí se
dirige hacia otro tema: la desigualdad entre países y en el
seno de los mismos durante la presente etapa del capitalis-
mo en América Latina. Nuestro propósito es poner de relie-
ve tanto las causas como los mecanismos por los cuales una
miseria globalmente creada se focaliza en los países subde-
sarrollados, mientras que la riqueza global se concentra en
las manos de los grandes capitales de los países desarrolla-
dos, quienes comparten las ventajas de la explotación con
un puñado de empresarios de la región. Pero también nos
interesa fundamentalmente analizar las formas sociales de
la miseria en una región como América Latina, donde las
clases dominantes, durante su existencia como tales, nunca
cuestionaron su posición subordinada dentro de la organiza-
ción económica mundial.
La manera como la dominación de unos países sobre otros
se reproduce, es abordada tanto desde una perspectiva ge-
neral como desde la especificidad de la tercera etapa. Sin
el primer enfoque no podría entenderse el segundo. En la
formulación más general del problema, se trata de la lógica
que hace posible la renovación constante de las relaciones
sociales de producción que sirven de base a la dominación.
Retomamos aquí una convicción a la que llegamos hace al-

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gún tiempo: el subdesarrollo latinoamericano adquiere su


carácter peculiar por el hecho de que el capitalismo en esta
región no generó internamente la división del trabajo que lo
parte en trabajo general (científico) y trabajo inmediato (de
operación). Las causas generales de la reproducción del im-
perialismo encuentran formas específicas de manifestación
en cada etapa. Teniendo presentes los factores más profun-
dos que ocasionan la estabilidad de este orden global, pon-
dremos aquí especial atención al modo neoliberal de crea-
ción de conocimiento científico y de desarrollo de las fuerzas
materiales de producción.
Algunos elementos del proceso de colonialismo industrial
y del imperialismo operan espontáneamente, de modo que
aparecen como componentes normales del funcionamiento
económico de la sociedad; así quedan ocultos factores sub-
jetivos de crucial importancia, como el papel que han des-
empeñado las oligarquías locales en el mantenimiento de la
dominación de unos países por otros. Desde principios del
siglo XIX, las oligarquías locales han presumido la supuesta
soberanía que conquistaron para sus países tras la derrota
del dominio español. No sería distinto en el caso de liberacio-
nes más tardías del dominio extranjero, como en Brasil. En
realidad, lo que dichas oligarquías lograron hace doscientos
años fue abrir paso a una nueva forma de colonialismo. El
colonialismo clásico, cuya dominación directa era a un tiem-
po económica, política, social y cultural, creó las bases para
que se desarrollara plenamente el colonialismo comercial del
siglo XIX, dado que éste requería la existencia de Estados for-
malmente independientes, capaces de diversificar sus rela-
ciones económicas con el exterior conforme a los cambios en
la hegemonía del centro económico global, entonces ubicado
en Europa. Y a través del comercio, especialmente a partir
de las últimas décadas de ese siglo, se introduciría el colo-
nialismo industrial, haciendo posible el funcionamiento de
un capitalismo subdesarrollado en la región y estableciendo
nuevas formas de dominación.
Las oligarquías locales identificaron la abolición del colo-
nialismo clásico con la eliminación de todo colonialismo, y de
ese modo quedó escrito en los libros de texto. Sin cuestionar

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la posición subordinada de sus países en el seno del merca-


do mundial, conquistaron ciertos espacios para el manejo de
sus intereses. La integración asimétrica de sus países en el
orden imperialista nunca llegó a representar un problema
para ellas; fue en el interior de este sistema donde organiza-
ron su poder económico y político, y jamás han encontrado
razón alguna para embarcarse en aventuras independien-
tes. La posibilidad de mejorar aún más sus condiciones de
existencia enfrentando al sistema imperialista con vistas a
crear una relación más equitativa con el mundo desarrolla-
do, efectivamente ha existido. Sin embargo, el hecho es que
nunca se han comprometido con la construcción de una na-
ción verdaderamente libre; su único compromiso abierto y
determinado ha sido la defensa del orden mundial vigente.
No ven razones para una actitud diferente, no, al menos,
mientras puedan poner el peso de las desventajas que el sub-
desarrollo representa sobre las espaldas de los trabajadores.
El hilo conductor de los argumentos que presentamos, es
la tesis de que la dominación imperial sobre los países subde-
sarrollados descansa fundamentalmente en el colonialismo
industrial. Esta conclusión es el resultado de una prolonga-
da investigación cuyos primeros avances relevantes fueron
expuestos en mi libro Reinterpretando el subdesarrollo. Tra-
bajo general, clase y fuerza productiva en América Latina,
publicado en 1986 por la editorial Siglo XXI en coedición con
la Universidad Autónoma de Zacatecas. Las elaboraciones
del presente trabajo representan un desarrollo ulterior de
aquel libro, por lo que hemos intentado en lo posible evitar
repeticiones de lo que consideramos tesis consolidadas; sin
embargo, este nuevo esfuerzo aspira a producir un texto que
pueda ser leído como un trabajo independiente.
Las relaciones sociales capitalistas de producción y la di-
visión del trabajo son las variables clave de las construccio-
nes de este trabajo. El “desarrollo” y el “subdesarrollo” capi-
talistas adquieren un significado directamente vinculado a
esas variables. Desde esta perspectiva analizamos la obra de
Lenin. Esto nos permite complementar el concepto de mono-
polio, y el impacto de la exportación de capitales adquiere un
significado vinculado a la emergencia del subdesarrollo y del

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colonialismo industrial. El papel decisivo que desempeña la


ciencia en el desarrollo de las fuerzas productivas, lleva a la
adopción por parte del Estado de una nueva función: la ges-
tión estatal del desarrollo, la cual se concentra en los países
desarrollados. Sobre esta base reseñamos el funcionamiento
general del colonialismo industrial y abordamos brevemente
las relaciones entre el capital y la naturaleza, debido a la
crítica situación de ésta en la presente etapa del imperialis-
mo. Tales son los temas del primer capítulo, cuyo objetivo
es trazar un marco teórico general para los resultados de
investigación que expondremos.
En el capítulo 2 abordamos el proceso socioeconómico de
Estados Unidos, el país imperialista más directamente in-
volucrado en América Latina, durante la tercera etapa —un
proceso que transita de una crisis a otra. En el seguimiento
de la estrategia de globalización en Estados Unidos, pres-
tamos especial atención a la gestión estatal del desarrollo
y a sus más importantes efectos internos e internacionales.
Ello nos permite presentar desde una nueva perspectiva las
motivaciones de la política estadounidense hacia América
Latina. Por otra parte, del mismo modo que descartamos
una interpretación puramente financiera de la actual cri-
sis, también nos interesa poner de manifiesto que incluso
un enfoque centrado en las relaciones de producción y en la
“economía real”, es en la actualidad insuficiente. El capital
no sólo se encuentra en serio conflicto consigo mismo, sino
también en una destructiva relación contradictoria con la
naturaleza, y ello le plantea desafíos históricamente nuevos.
En el capítulo 3 examinamos el funcionamiento concreto
del colonialismo industrial en la región durante la tercera
etapa. El crecimiento orientado al exterior es presentado
como una de las dos formas de crecimiento que pueden te-
ner lugar en una región industrialmente colonizada, forma a
la cual la región latinoamericana fue empujada a ajustarse
en el marco de la estrategia neoliberal de globalización. El
modo neoliberal de producción de ciencia y progreso es ex-
puesto como parte de la maquinaria para la reproducción del
colonialismo industrial. En este marco discutimos las formas
internas y externas de manifestación de las contradicciones

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que subyacen bajo la organización regional de la economía,


tal y como éstas se despliegan a partir de la particular inte-
gración de la región en el sistema imperialista.
Los capítulos 4 y 5 son el espacio para la discusión de
uno de los principales problemas de América Latina: la po-
blación excedente. Éste es el más destacado componente del
escenario social latinoamericano, pero también mundial, en
la tercera etapa. Su presencia plantea cuestiones decisivas
relacionadas con el futuro de la sociedad contemporánea.
Importantes esfuerzos se han hecho para abordar este can-
dente problema teórico y práctico. De hecho, ha sido aborda-
do por todas las corrientes relevantes de pensamiento social,
que lo consideran uno que simplemente no puede ser igno-
rado; incluso ha llegado a ser considerado un campo particu-
lar de investigación por instituciones y estudiosos. Nuestro
propósito es demostrar que el colonialismo industrial provee
un enfoque apropiado para la explicación de las causas y las
formas de manifestación de los excedentes de población. Con
este propósito, efectuamos una breve revisión de las prin-
cipales corrientes de pensamiento alrededor de este tema,
exponemos sus inconsistencias, presentamos nuestras pro-
puestas de solución y analizamos las diferentes formas que
este sector adopta de cara a la acumulación de capital. La
discusión se desplaza desde las proposiciones teóricas gene-
rales a la situación que prevalece en las ciudades (capítulo
4), y se detiene en los excedentes de población en el campo,
donde el desenvolvimiento de la economía campesina es to-
mado como referencia (capítulo 5).
El capítulo 6 reviste una importancia especial. Allí re-
flexionamos sobre una estrategia posible para la lucha con-
tra el colonialismo industrial en las actuales condiciones de
la región y, correlativamente, del mundo. Intentamos definir
el marco de las relaciones sociales de producción, ya que es
en su ámbito donde una estrategia semejante tiene mayo-
res posibilidades de éxito; procuramos, ante las experiencias
exitosas que han tenido lugar especialmente en Asia, definir
las especificidades estructurales e históricas de América La-
tina en la actualidad; nos esforzamos por precisar los temas
políticos más sobresalientes, y nos detenemos en una eva-

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luación del posible papel que cumplirían las universidades


en un proceso de este tipo. Si le es dado promover alguna
discusión sobre estas cuestiones, entonces todo el esfuerzo
desplegado en la producción de este trabajo habrá cumplido
su objetivo; el sentido de la crítica social no puede ser sino
el de contribuir a procesar la transformación de la sociedad.
Partes de este trabajo han sido publicadas como artícu-
los. Revistas como Problemas del Desarrollo, Critical Socio-
logy y Aportes han difundido generosamente algunas de las
tesis que aquí presentamos, lo cual ha permitido profundi-
zar la discusión de las mismas. Dicho material ha sido re-
ordenado, actualizado y corregido para, sumado al trabajo
inédito, componer este libro. Lejos de ofrecer una suma de
trabajos sin vínculos entre sí, este libro expone tesis que,
como ya lo hemos señalado, representan desarrollos ulterio-
res de proposiciones teóricas que ofrecen una interpretación
de la realidad social, económica y política de la región. Aun
así, no representan una simple actualización, sino que reco-
gen, desde un mismo entramado conceptual, los temas que
la historia ha destacado durante el periodo actual, la tercera
etapa. El mismo hilo conductor de cada capítulo se dejará
percibir fácilmente.

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1. IMPERIALISMO Y COLONIALISMO INDUSTRIAL

América Latina es una de las regiones subordinadas dentro


del sistema imperialista. Sus procesos económicos, sociales,
políticos y culturales están profundamente condicionados por
esta posición. No obstante, más allá del consenso existente
al respecto, aún hay preguntas clave que reclaman respues-
ta: ¿cómo definir exactamente la condición latinoamericana
dentro de la economía mundial? ¿Cómo fue históricamente
procesada esta condición? ¿Cuáles son sus efectos? Se trata
de incertidumbres que también se dirigen directamente a la
teoría del imperialismo, lo que hace de esta última el punto
de partida general inevitable para abordarlas.
El imperialismo es generalmente entendido como una de
las fases históricas del desarrollo del capital; sin embargo,
como suele ocurrir con todo proceso social crítico, su estudio
ha dado lugar a diversos enfoques y propuestas teóricas. En
la base de estos puntos de vista diferentes se encuentra el
reconocimiento de que a partir del último tercio del siglo XIX,
se produjo una transformación significativa en el seno del
mundo capitalista. La observación del científico social fue
atraída en especial por los cambios en el comercio mundial
y por la formación de los monopolios, es decir, de empresas
que controlaban cuotas importantes de la producción y de los
mercados de determinados productos.
Aunque el imperialismo atrajo primero la atención de
pensadores liberales, el marxismo lo adoptó como un tema
suyo, inspirándose en él para producir obras altamente va-
liosas. Como se sabe, una de las primeras y más importantes
contribuciones vino de Vladimir I. Lenin. Su trabajo repre-
senta una síntesis de las contribuciones teóricas de todo un
periodo, síntesis hecha con arreglo a su propio bagaje inte-
lectual y a sus propias concepciones sobre el momento. Sus
proposiciones fundamentales tienen aún vigencia, pero no

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logran captar integralmente la complejidad de un sistema


que él no tuvo la oportunidad de apreciar en su despliegue
maduro. Por ello, una aproximación crítica a su trabajo bien
podría producir el marco teórico apropiado para abordar las
realidades del presente. Nuestro afán aquí es sacar a la luz
algunas relaciones fundamentales que él simplemente no es-
taba en condiciones de captar, por lo que este esfuerzo puede
ser percibido simplemente como un intento de dar continui-
dad a su trabajo. Es de esperar que antiguas categorías sean
enriquecidas y que otras nuevas emerjan.

1. Insuficiencias y aciertos
de los monopolios en la explicación

Para V. Lenin, “lo fundamental” del proceso que produjo al


imperialismo “desde el punto de vista económico es el des-
plazamiento de la libre competencia capitalista por los mo-
nopolios capitalistas” (Lenin [1917] s/f: 386). Nunca ocultó
la importancia que asignaba a esta transformación; por el
contrario, la resaltó cada vez que tuvo ocasión: “Si fuera ne-
cesario dar la más breve definición posible del imperialismo,
debemos decir que el imperialismo es la etapa monopolista
del capitalismo” (s/f: 387). O bien: “El imperialismo en su
esencia económica, es el capitalismo monopolista” (s/f: 420).
Desde luego, a un autor con una perspectiva multifacética de
las cosas, tampoco podía escapársele la unilateralidad y las
insuficiencias de las definiciones de este tipo, insuficiencias
que el mismo V. Lenin señaló. Pero su énfasis no deja dudas
sobre cuál era el factor determinante del fenómeno en su
conjunto para él.
La concentración de capital (i.e. la acumulación y la cen-
tralización en Karl Marx) crea los monopolios, de donde
resulta que el imperialismo es un producto necesario de la
evolución del capital. Éste es uno de los presupuestos que
distinguirían su interpretación de otras formuladas por libe-
rales y socialdemócratas. No son circunstancias históricas al
margen del desarrollo del capital, susceptibles de ser elimi-
nadas sin daño para el capitalismo, las que han producido al

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imperialismo; este último es una nueva fase en una secuen-


cia lógica. Sin embargo, puede apreciarse de inmediato que
a pesar de la insistencia de Lenin en su necesidad, se trata
para él de un fenómeno que tiene lugar principalmente al
nivel de la distribución de los capitales y de la competencia
de éstos entre sí; es decir: se trata de un fenómeno cuya ge-
neración no compromete la relación fundamental de clases
entre capital y trabajo, ni afecta la organización básica de la
misma.
Desde luego, en Marx la centralización, como todo proceso
de relevancia en el desarrollo del capital, encuentra un moti-
vo principal en el incremento de los niveles de explotación;1
pero tratándose de fases históricas del desarrollo del capita-
lismo, él sabía que el recurso a los “niveles de explotación”
era insuficiente. De hecho, lo mismo ocurre con otras nocio-
nes, como la de ganancia extraordinaria, que de por sí no nos
remite a algún periodo específico en el desarrollo del capital.
Tanto la libre competencia como la fase monopólica conocen
de la ganancia extraordinaria, por lo que para distinguir-
las es necesario recurrir a una tercera variable. Y cuando se
trata del estudio del capitalismo, la única variable indepen-
diente que conocemos es la relación de explotación misma.
Es decir, cada nueva fase aparece como un nuevo momento
en el desarrollo de la relación entre el capital y el trabajo,
como ocurre, por ejemplo, en el paso de la manufactura a la
gran industria; dicho paso implica un cambio crucial en los
niveles de explotación, y Marx lo define como un tránsito
de la subsunción formal a la subsunción real del trabajo; es
decir: como una transformación en la relación de explota-
ción. E independientemente de que Lenin, haya apreciado o
no esta causalidad para otros efectos, lo cierto es que en su
explicación del imperialismo no se trata de una transforma-
ción al nivel de la relación misma de capital. Esta cuestión

1
Vale la pena hacer notar que Marx hace aparecer los procesos de con-
centración y centralización del capital en el capítulo 23 del tomo I, de El
Capital, tomo dedicado al proceso de producción, en tanto proceso que tiene
lugar en el seno de una relación social, la cual a su vez es afectada por la
producción.

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es fundamental y terminará restando capacidad explicativa


al enfoque leninista.
En su trabajo sobre el imperialismo, Lenin otorga a los
fenómenos de la competencia una importancia que en rea-
lidad no tienen, a tal punto que llega a identificar la libre
competencia con el capitalismo mismo, o por lo menos como
su característica principal. De aquí se derivan sus proposi-
ciones más oscuras. En efecto, él sostuvo que “la libre com-
petencia es el rasgo fundamental del capitalismo y de la
producción mercantil en general”; pero como la producción
mercantil está presente también en sociedades anteriores,
la cuestión de la relación entre productor directo y medios
estaría ausente en la definición del capitalismo. Al mismo
tiempo, afirmaba que “el monopolio es el perfecto contrario
de la libre competencia”. La conclusión contenida en estas
dos proposiciones y que Lenin no tuvo reservas en expli-
citar, era que los monopolios, siendo una forma contraria
al capitalismo en su rasgo fundamental, representaba “la
transición del capitalismo a un sistema superior” (s/f: 387).
Los monopolios ya no son el capitalismo en su forma pura,
pero tampoco describen la sociedad venidera. Esta afirma-
ción no ha encontrado hasta ahora eco en una realidad que
proclama, por así decirlo, que los monopolios y el capita-
lismo son perfectamente compatibles; que los monopolios
y el imperialismo son, cabalmente, una fase del desarrollo
capitalista. Para Lenin, el imperialismo ha producido una
nueva realidad, pero nunca logró aclarar por qué esta fase
debía ser considerada una transición a un “sistema supe-
rior”. Lo más cercano a una explicación de este punto es la
percepción de un cambio en las contradicciones del sistema,
pero que tampoco refiere a la lucha de clases principales,
sino al hecho de que ahora “la producción pasa a ser social
pero la apropiación continúa siendo privada” (s/f: 324).2 Es

2
En palabras de V. Lenin: “La competencia se transforma en monopolio.
De ahí resulta un gigantesco progreso en la socialización de la producción.
Se socializa en particular, el proceso de los inventos y perfeccionamientos
técnicos” (s/f: 323). Argumentaremos que el afán de ganancia extraordi-
naria apunta hacia la privatización de los conocimientos relacionados con

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la anarquía que resulta de la competencia entre capitalistas


privados lo que ha sufrido un duro golpe.
Sin embargo, las últimas décadas del siglo XIX sí fueron
testigos de una transformación significativa en las rela-
ciones sociales de producción. Se trata de cambios que no
fueron percibidos cabalmente por los marxistas de aquella
época ni por los posteriores; incluso aparecen negados en
sus presupuestos por algunas escuelas bastante posteriores,
como la de la regulación. Por ejemplo, M. Aglieta señalaba:
“Hablar de la regulación de un modo de producción es inten-
tar expresar mediante leyes generales cómo se reproduce la
estructura determinante de la sociedad” (1986:4). La “repro-
ducción” admite cambios cuantitativos, pero es sumamente
insensible a las transformaciones en la calidad de la cosa que
se reproduce. De modo que, en relación con Estados Unidos,
“el capitalismo sólo puede salir de su crisis orgánica contem-
poránea engendrando una nueva cohesión, un neofordismo.
Esa cohesión ha de ser compatible con la relación salarial
que es el principio de invariabilidad del modo de producción
capitalista” (1986: 341). Así pues, el “principio” de la repro-
ducción de la relación salarial —que sirve de muy poco si se
ha de considerar el capitalismo como un sistema histórico—
tenía que terminar inhibiendo la observación de los cambios
en la relación de capital. Incluso algunos autores tan perspi-
caces como Nicos Poutlanzas se adhirieron a este postulado:
“Las disposiciones del Estado concernientes a las mismas
relaciones de producción no tienen más objeto que su repro-
ducción en cuanto relaciones capitalistas. Puede apreciarse
esto diciendo que el Estado capitalista está constituido por
un límite negativo general a sus intervenciones; es decir, por
una no intervención específica en el “núcleo esencial” de las
relaciones de producción capitalistas” (1979: 234). Natural-

productos y procesos particulares, y que los principales agentes de esta


privatización son precisamente los monopolios. La generalización de estos
conocimientos anuncia el fin del ciclo del producto o del proceso productivo
y su reemplazo por otros nuevos. Pero, además, tampoco se socializan las
experiencias y rutinas específicas de las empresas que generan e introdu-
cen innovaciones.

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30

mente, esto debía llevar a una concepción aislacionista del


Estado capitalista, que negaría a éste cualquier papel en la
transformación de las relaciones sociales capitalistas de pro-
ducción.
Karl Marx, cuyo método obligaba a mantener la vista en
las relaciones de producción, pudo percibir sus transforma-
ciones durante ese periodo, aun cuando entonces apenas se
insinuaban ante sus ojos. Una nueva división del trabajo te-
nía lugar y él la definió identificando el trabajo general o uni-
versal, por un lado, y el trabajo inmediato o de operación, por
otro ([1867] 1986, tomo 3, vol.6: 128). Durante el periodo de
la manufactura, la mente y la mano trabajaban al unísono,
incorporados en la figura del productor directo pleno, cuya
voluntad e intelecto determinaban el curso y la materiali-
zación del proceso laboral. Con la gran industria, el traba-
jador de operación fue despojado de intervención creativa y,
cada vez más, adherido a la máquina como un apéndice. Su
fuerza de trabajo fue reducida a las habilidades físicas para
seguir los ritmos y direcciones predeterminados por el com-
plejo mecánico. Pero al mismo tiempo crecía la necesidad de
intervención del conocimiento, atizada por: a) la urgencia de
las industrias rezagadas de alcanzar a las demás y ponerse
al día; b) la demanda de nuevos medios de comunicación que
la nueva industria iba creando, y c) de modo decisivo, el afán
de incrementar el plusvalor y de ganancias extraordinarias.
En otras palabras, la demanda de conocimiento surgía desde
el corazón de la producción capitalista y de todas las ramas
productivas. Al mismo tiempo, el conocimiento requerido
ganaba en complejidad. La organización de la ciencia para
efectos productivos pasaba a ser una necesidad, la cual em-
pezó a satisfacerse primero en Alemania, seguida muy pron-
to por Estados Unidos.
Se organiza de este modo el trabajo general,3 o científi-
co, cuya función específica será la creación de progreso, a
través de la continua concepción y materialización de bie-

3
He intentado una cuenta relativamente amplia del proceso que lleva a
esta división del trabajo en Figueroa (1986).

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31

nes y procesos nuevos. En la literatura contemporánea, la


producción de progreso es reconocida como “investigación y
desarrollo”, donde “investigación” se refiere al “estudio siste-
mático orientado a obtener un conocimiento científico o una
comprensión más completa del objeto estudiado”, compren-
sión que puede ser: a) básica, cuando “el objetivo es obte-
ner conocimiento o comprensión de un fenómeno sin tener
en mente aplicaciones específicas”; o b) aplicada, cuando “el
objetivo es ganar los conocimientos o la comprensión que son
requeridos para satisfacer un necesidad específica”. A su
vez, por “desarrollo” se entiende “el uso sistemático del cono-
cimiento o la comprensión obtenidos de la investigación con
vistas a la producción de materiales, aparatos, sistemas o
métodos, incluyendo el diseño, el desarrollo y el mejoramien-
to de prototipos y nuevos procesos”. A menudo, la investiga-
ción aplicada y el desarrollo material aparecen fusionados
estadísticamente en una sola actividad, lo cual nos parece
conceptualmente correcto. Así, la innovación y el cambio son
el objetivo principal de las actividades de investigación y de-
sarrollo, las cuales relegan las tareas de control de calidad,
las pruebas de rutina de los productos y la producción de los
mismos al ámbito del trabajo inmediato, reducido a la tarea
de hacer funcionar esas innovaciones y ponerlas al servicio
de la producción masiva.4 Esta nueva división del trabajo
constituye una transformación crucial en el desarrollo del
capitalismo.
Si bien el desarrollo de la gran industria durante el si-
glo XIX venía transformando crecientemente al obrero en
un apéndice de la máquina, el trabajo inmediato continua-
ba aportando las cualidades intelectuales requeridas en el
proceso laboral. La transformación en curso aísla el trabajo
científico y le atribuye la tarea específica de procesar el de-
sarrollo de las fuerzas productivas, a la vez que despoja al
trabajo inmediato de cualidades creativas no relacionadas

4
De este modo emplean el concepto de “investigación y desarrollo” la Office
of Management and Budgets, the National Science Foundation y la Ameri-
can Association for de Advancement of Science (AAAS). Véase AAAS, http://
www.asss.org/spp/rd/define.htm

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32

con la operación de los nuevos medios de producción. Así, a


la separación que los productores directos sufren respecto
de sus medios de producción y luego respecto del control de
los procesos de trabajo, le sigue ahora la separación de sus
facultades físicas y mentales en dos versiones distintas del
trabajo. Si el artesano fue el gran gestor de la revolución
industrial, y continuaría por un tiempo garantizando el fun-
cionamiento de sus inventos, o aun su perfeccionamiento,
también creó las bases para el desarrollo que terminaría
desdoblando el trabajo y desarticulando su localización en
un mismo individuo. Con ello se desdobló también el merca-
do laboral.
La explotación del trabajo en dos áreas diferenciadas
vendría a fortalecer el poder del capital sobre los trabaja-
dores. Los productores directos en el trabajo inmediato en-
cuentran ahora límites para la negociación del valor de su
fuerza de trabajo, la cual pasa a descansar sobre la expan-
sión del ejército industrial y en su capacidad de organización
sindical, mientras que su calificación pierde importancia en
este terreno. Al mismo tiempo, la innovación constante de
los procesos productivos garantizará la obtención también
permanente de plusvalor relativo, con su efecto hacia abajo
en el valor de la fuerza de trabajo. El trabajo científico, a su
vez, hará descansar sus ingresos predominantemente en su
calificación, no sólo durante la etapa en que aparece esta
división social, sino también posteriormente, debido a la in-
competencia de este sector para organizarse sindicalmente.
De modo que la nueva situación vendrá a fortalecer el poder
del capital sobre el trabajo.
La importancia del Estado fue elevada a un nuevo ni-
vel; ahora era llamado a extender paulatinamente su in-
jerencia en el desarrollo de la ciencia y en las aplicaciones
productivas de ésta, y fue encontrando para sí una nueva
tarea propia del capitalista colectivo: a las tradicionales
tareas económicas relacionadas con los avances de capital
social (constante y variable), se agrega ahora una nueva
función: la creación de condiciones generales para el traba-
jo científico aplicado a la producción. Entre estas condicio-
nes destacan:

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33

– el impulso a la ciencia, en especial la ciencia básica


– la socialización de los nuevos conocimientos
– la formación de cuadros para el trabajo científico
– la promoción de la colaboración entre las distintas
áreas de la ciencia
– la colaboración científica internacional.

Se trata de condiciones imprescindibles para el desarro-


llo de las fuerzas productivas, cuya existencia no garantiza
la obtención de ganancias directamente y que involucran el
interés general de la nación. Estas tareas configuran una
gestión estatal del desarrollo, la cual se completa con la cali-
ficación de fuerza de trabajo y el levantamiento y constante
puesta al día de la infraestructura física (Figueroa, 1995). A
través de esta gestión, el Estado ha actuado directamente en
beneficio del desarrollo del trabajo asalariado y la división
del mismo, consolidándola.
Sobre esta base los capitales individuales buscarían le-
vantar su propia estructura científica para la innovación de
sus procesos y bienes, aunque también han confiado en el
concurso de inventores privados mientras la magnitud de la
tarea, siempre en aumento, no se los ha impedido. De este
modo, una parte del conocimiento científico relacionado con
determinados procesos y bienes nuevos sería puesto bajo el
control de los capitales individuales.
Se comprenderá de suyo que mientras la introducción de
nuevas aplicaciones tecnológicas de la ciencia requiere de
las condiciones generales aportadas por el Estado, la depen-
dencia de los capitalistas a su Estado se incrementa. En la
medida en que la ciencia generaliza su injerencia en la pro-
ducción, se pone de manifiesto que el desarrollo ya no puede
más ser la obra exclusiva de los capitalistas individuales y,
por lo mismo, no puede ser dejada en manos del mercado. De
este modo se profundiza la fusión económica entre los gran-
des capitalistas y el Estado.
Ciertamente, existe una estrecha relación entre la ges-
tión estatal del desarrollo y la actividad científica de las em-
presas privadas. El avance de la ciencia básica abre nuevos
espacios para la aplicación productiva del conocimiento, y es

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de esperar que ésta siga formulando nuevas interrogantes a


aquélla. De la misma manera, la explotación privada de la
ciencia no sería posible sin los investigadores que el Estado
forma. A la inversa, el Estado no contaría con referencias
sobre las necesidades de calificación de los cuadros para el
trabajo científico si no tomara en cuenta la situación de la
industria, etcétera. De hecho, el trabajo general en condicio-
nes de capitalismo privado es objeto de una subdivisión en-
tre el Estado y los empresarios. El primero se hace cargo de
aquellas actividades que no garantizan o no producen por sí
mismas ganancias, así como de todo aquello que puede con-
siderarse condición general del trabajo científico. Todos los
capitalistas concurren a la formación del fondo de valor que
habrá de financiar estas actividades. Los capitalistas indivi-
duales, por su parte, se concentran en la aplicación produc-
tiva de los conocimientos. Desde luego, ésta es la concepción
básica de la organización del trabajo general, y ciertamente
puede ocurrir, como en realidad ocurre, que las instituciones
privadas realicen investigación básica y no siempre subsi-
diada por el Estado o encargada por éste.
Cabe esperar que mientras mayor sea la cantidad y me-
jor la calidad de la gestión pública y privada en beneficio
del desarrollo, mayor será su impacto en cuanto a mejorar
la posición de la nación en el seno del mercado mundial. El
grado de articulación que alcancen el Estado y los capitalis-
tas individuales, además de los niveles de experiencia acu-
mulados y la masa de recursos empeñados en esta empresa,
serán decisivos. Pero para hacer avanzar a la nación en este
plano, el Estado ahora ya no depende sólo de los capitales
nacionales. Puede valerse, en efecto, del concurso de capita-
listas extranjeros interesados en participar en el avance del
conocimiento con aplicación productiva y/o en participar en
el desarrollo científico del país. En la medida en que ello ocu-
rre, se pone de manifiesto que el punto de vista del Estado
sobre el interés de la nación no se enclaustra en el interés de
sus propios capitalistas, y que estos últimos no se limitan a
apoyarse sólo en su propio Estado nacional.
Desde ya puede percibirse, entonces, que el control so-
bre determinados procesos y sus mercados, y por lo tanto

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los monopolios, están principalmente basados en el control


del conocimiento que esos procesos y bienes objetivan. Y si se
tiene en cuenta que ni el modo técnico de producción ni sus
productos son considerados nunca como definitivos, habrá
de concluirse que la posición hegemónica de las empresas
depende directamente de la masa y de la calidad del trabajo
general que explotan. Así lo comprendieron las empresas que
avanzaron en la creación de sus propios departamentos de
investigación y desarrollo y/o que trabajan en estrecho vín-
culo con universidades, fundaciones e inventores privados.
Así como la obtención de ganancia extraordinaria esti-
mula el progreso tecnológico, el control sobre este último
permite prolongar el periodo por el cual dicha ganancia es
obtenida; de ahí los esfuerzos por proteger el conocimiento
e impedir su difusión. Los monopolios son auténticos parti-
darios de los derechos de autor y de sus propios secretos in-
dustriales. En la medida en que logran conservar para sí sus
logros en conocimiento, los monopolios son efectivamente
conservadores; pero siempre en algún punto la exitosa bús-
queda de plusvalor vuelve a presentar una amenaza para el
monopolio conservador, que se ve así obligado a introducir
nuevas innovaciones.
En resumen, los monopolios no controlan productos y
mercados solamente en virtud de la magnitud de sus capi-
tales, sino además y principalmente en función del conoci-
miento que controlan. Es cierto que conforme la empresa
científica crece en complejidad y en costos, los capitales que
la impulsan son, en general, cada vez más grandes; y tam-
bién lo es que los productos exitosos tienen ante sí mercados
crecientemente más amplios cuya explotación requiere de
masas elevadas de recursos. Pero no es menos cierto que nin-
gún monopolio que no resulte del control sobre condiciones
naturales extraordinarias, puede sostenerse en el mercado
de manera indefinida si no controla momentos cruciales del
conocimiento objetivado en los bienes que produce y/o en los
procesos tecnológicos para producirlos.
Durante la primera etapa del imperialismo (1870-1930),
las empresas se concentraron en las aplicaciones producti-
vas del conocimiento, más que en establecer un control di-

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36

recto sobre el mismo. Los monopolios eran antes que nada


capital en gran escala, el tipo de capital que se requería para
impulsar el progreso capitalista en ese tiempo (industria del
acero, redes internacionales de ferrocarriles y de navega-
ción, telégrafo internacional, grandes instalaciones portua-
rias y demás). En la segunda etapa (1950-1970), los monopo-
lios desplazaron a los inventores independientes y pasaron
a ser la principal fuente de patentes. Desde la década de
1970 hasta hoy (la tercera etapa), las grandes compañías
han estado llevando a cabo la internacionalización de sus ac-
tividades de investigación y desarrollo, especialmente hacia
los llamados “países emergentes”, pero también, aunque en
una escala mucho menor, hacia los países subdesarrollados,
incluidos los de América Latina.
Cada etapa en el desarrollo del imperialismo ha infor-
mado de distintas maneras de crear conocimiento científi-
co para la producción material. El lugar de cada uno de los
agentes de este proceso aparece reformulado en cada nueva
etapa, condicionando los fines de la ciencia en cuanto a sus
énfasis principales.
Bajo el neoliberalismo, la noción de que el desarrollo ma-
terial obtiene del mercado los estímulos suficientes para te-
ner lugar, o, mejor todavía, que estos estímulos son los más
adecuados para impulsar el desarrollo, produjo reajustes en
la relación de las partes involucradas en el cambio tecno-
lógico, tanto entre sí como con respecto a la producción de
conocimientos. La empresa privada, que siempre ha desem-
peñado un papel principal en el cambio tecnológico, pasó a
ser la depositaria de una responsabilidad todavía mayor en
este proceso. Formalmente, no siempre se le reconoce un rol
dirigente en la producción de conocimiento y en sus aplica-
ciones productivas; más bien se tiende a ubicarla en una po-
sición similar a la de otros agentes, como ocurre en muchos
análisis vinculados al modelo analítico de la “triple hélice”,
que articula al gobierno, las empresas y las universidades.
El caso es que el objetivo de los nuevos arreglos entre ins-
tituciones es el desarrollo de la producción, fundamental-
mente para beneficio de la empresa privada y la obtención
de ganancia.

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37

Por un lado, esto vendría a significar en Estados Unidos


un aumento de la participación privada en el financiamiento
de la investigación. La participación de las empresas en el
financiamiento de la investigación y el desarrollo (IyD) cre-
ció de manera consistente durante el periodo, aunque la ten-
dencia fue contenida durante la década de 2000. En 1977,
las empresas aportaban 46.8% del financiamiento; en 2007,
66.6%. La contribución del Estado, desde luego, evolucionó
en sentido inverso: pasó de 50.6% a 27.6% durante el mismo
periodo (Figueroa, 1992, y RICYT, 2010).
Por otro, la influencia del interés privado en la definición
de los contenidos de la investigación, se multiplicaría. Estos
últimos, en lo principal, pasan a ser definidos por las necesi-
dades específicas de las empresas. Los fines de la ciencia es-
tán siempre condicionados socialmente. El nivel más profun-
do de determinación viene desde el corazón de las relaciones
sociales de producción y de la necesidad de incrementar el
plusvalor. Dentro de ese marco, las nuevas relaciones entre
agentes clave también contribuyen a redefinir los fines de la
ciencia. En nuestro caso, la política científica del neolibera-
lismo contendría las siguientes implicaciones:

a) La investigación agudiza su concentración en la solu-


ción de problemas concretos de las empresas, por lo que
se debilita su atención a problemas más generales. El
ámbito de preocupaciones de la ciencia se estrecha y su
potencial de expansión se contrae, porque tiende a foca-
lizarse en el interés privado.
b) La noción misma del interés del capital fortalece una
versión reduccionista del mismo. La ganancia privada se
sacude en parte de consideraciones sobre el interés ge-
neral de los capitalistas. En el caso de Estados Unidos,
ambas consecuencias pueden apreciarse, por ejemplo, en
la escasa atención prestada a la investigación sobre los
problemas del medio ambiente y de la energía durante
prácticamente todo el periodo neoliberal. Esta negligen-
cia ha cobrado sus cuentas en el actual conflicto entre la
producción y la naturaleza, o en la ausencia relativa de
respuestas al advenimiento del peak-oil (Figueroa, 2010).

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El Estado, por su parte, continúa realizando e impul-


sando investigación científica. Su actividad en este plano,
relativamente disminuida, está ahora más orientada por la
convicción de que la competitividad, tanto de la economía
nacional como de sus empresarios, exige fomentar aquellas
áreas científicas cuya incidencia en la productividad es más
grande e inmediata. Estas áreas, en el plano de las ciencias
básicas, resultaron ser el rubro de las computadoras y los
productos electrónicos, y el de productos bioquímicos y far-
macéuticos. En el caso de Estados Unidos, las pretensiones
hegemónicas también han favorecido ampliamente la inves-
tigación relativa a armamentos y a la seguridad nacional.
Un aspecto donde la importancia del Estado se acrecien-
ta, es su actividad como coordinador de la relación entre la
comunidad científica y las empresas. No se trata simplemen-
te de administrar relaciones ya dadas, sino que en buena
medida el punto es reorganizar esas relaciones y adecuarlas
al presupuesto de que la iniciativa está en manos de la em-
presa privada. En cuanto a la comunidad científica no di-
rectamente involucrada con las empresas, en particular las
universidades han sido convocadas —y presionadas, como
veremos más adelante— a abandonar sus anhelos de au-
tonomía, al menos en sus rasgos más radicales. El espacio
para los proyectos científicos independientes —los cuales
son resultado de la mera curiosidad o de la pasión por el
conocimiento—, a pesar de que nunca ha sido tan amplio
como sería deseable, se reduce y debe ceder su lugar a los
problemas que emanan del funcionamiento de las empresas.
El científico para el que el conocimiento en sí lo es todo, pue-
de considerar que dicha problemática es inherente a fines
poco legítimos; pero en realidad incluso la producción capi-
talista está regulada por principios científicos, y el Estado no
hace otra cosa que cumplir su misión cuando busca poner a
la ciencia al servicio de la ganancia. La ciencia pasa a tener
sentido en un “contexto de aplicación”, es decir, uno donde
los científicos reemplazan sus agendas de trabajo autónoma-
mente establecidas, por otras que les permiten integrarse
al campo de los temas y ritmos planteados por el desarrollo
económico. De este modo, habrá que decirlo, se abren más

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amplios espacios para aquellos científicos con mayor inclina-


ción a los impactos prácticos del conocimiento.
Las universidades, y especialmente las universidades pú-
blicas, deben renunciar a su aspiración de crear conocimien-
to para todos; en vez de eso, deben concentrarse en respon-
der a las demandas de empresas y organismos que esperan
que los conocimientos creados sirvan fundamentalmente
para la producción de ganancias. Lo mismo vale en lo que se
refiere al compromiso universitario con la ciencia básica, el
cual debe reorientarse hacia aquellas áreas donde la deman-
da de conocimiento de parte de las empresas privadas es ma-
yor. Veremos más adelante que la nueva aproximación a la
producción de conocimientos ha abierto nuevas rutas para el
desenvolvimiento y desarrollo futuro de las universidades.
En términos generales, el rol del Estado, en la presente
fase del desarrollo capitalista, pone el énfasis en la tarea de
forjar las nuevas relaciones entre la comunidad científica y
las empresas, con miras a fortalecer lo que se ha dado en
llamar el “sistema nacional de innovación” (SNI). De hecho,
la innovación ha pasado a ser la principal preocupación de
los estudios sobre la producción de conocimiento científico,
lo cual ha puesto en evidencia la verdadera motivación de
dicha producción para el capitalismo del presente. De acuer-
do con la OCDE, los procesos de innovación consisten en “la
implementación de un nuevo o significativamente mejorado
producto (bien o servicio) o un nuevo método de marketing.
Esto incluye cambios significativos en la tecnología, el equi-
po y/o el software” (2005: 163). El estudio del cambio tecno-
lógico abarca así las diversas fases —desde su concepción
hasta su consumo— de un bien, un servicio o un proceso, y
también comprende a los diversos agentes que intervienen
en dichos cambios, aun cuando la intervención de la inves-
tigación científica o la creación de nuevos bienes o procesos,
no hayan sido requeridas. Un país subdesarrollado innova
a través de la importación de progreso, y en la medida en
que lo haga, aparenta estar sobre los rieles del desarrollo. Se
sobreentiende, por lo tanto, que las relaciones que el Estado
promueve entre las comunidades académicas y los empre-
sarios a fin de innovar, tendrán un significado diferente en

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las distintas categorías de países que dan forma al esquema


imperialista.
El SNI incluye el inventario de todos los recursos materia-
les y humanos que participan en los procesos de innovación.
El Estado no sólo debe movilizarlos en la perspectiva del
cambio tecnológico, sino que también debe continuar garan-
tizando las condiciones generales del desarrollo en términos
del avance de los capitales constante y variable sociales. No
hace falta decir que el incremento del poder del capital pri-
vado en el ámbito de las relaciones entre los dos polos de
la economía mundial, viene a fortalecer el control que los
grandes monopolios ejercen sobre el cambio tecnológico, así
como su influencia sobre la ruta tecnológica seguida por los
países subdesarrollados. La mayor parte de las actividades
de IyD que tienen lugar en el mundo, son realizadas por esas
empresas, las cuales se concentran en un número reducido
de países (Estados Unidos, Japón, Inglaterra, Alemania y
Francia). El mayor poder del que gozan no sólo tiene efectos
en sus respectivas economías; también habrá de traducirse
en un mayor control de los monopolios sobre las economías
subdesarrolladas.

2. Relaciones sociales de producción


y comercio exterior

La exportación de capitales es el rasgo que caracteriza el


comercio bajo el capitalismo monopolista. En la teoría de Le-
nin, éste es otro rasgo del periodo imperialista. En el esque-
ma del pensador y político ruso, la “exportación de capitales”
se refiere al desplazamiento de recursos monetarios hacia el
exterior, donde habrán de actuar como capital dinero para
la inversión productiva, por lo que promueven también la
exportación de medios para la producción. Éste es el medio
principal por el cual los países avanzados llevan a cabo la
expoliación de los países “atrasados” que, sin embargo, han
ingresado en el capitalismo o están en ello.
Se puede afirmar que en Lenin la causa de la exportación
de capitales es la búsqueda de ganancias; con todo, a veces

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41

introduce en su explicación la innecesaria noción del “exce-


dente” como resultado del “desarrollo desigual” de las distin-
tas ramas del capitalismo.5 Él sostenía lo siguiente:

Mientras el capitalismo sea lo que es, el excedente de capital


será utilizado, no para elevar el nivel de vida de las masas de
un país determinado ya que ello significaría disminuir las ga-
nancias de los capitalistas, sino para acrecentar sus beneficios,
exportando capitales al extranjero, a los países atrasados. En
estos países las ganancias son generalmente elevadas, debido a
que el capital es escaso, el precio de la tierra es relativamente
bajo, las materias primas son baratas (361).

En realidad no hay necesidad de compromiso con la idea


de que la ganancia será necesariamente más atractiva en los
países “atrasados”. Estos últimos pueden no ofrecer las me-
jores condiciones para la producción en términos de disponi-
bilidad de fuerza trabajo calificado, la provisión de insumos
y, en general, del ambiente tecnológico requerido, además de
los mercados para la realización de los productos. Son estas
razones las que han determinado que el comercio de capita-
les se concentre en los países desarrollados.
La búsqueda de la mayor ganancia en el exterior requiere
de la producción por medio de los métodos adecuados a la
época. De modo que cuando una empresa exporta capitales,
no lo hace simplemente porque puede hacerlo en función de
su tamaño, sino además porque puede hacerlo con la pers-
pectiva de obtener la más altas cuotas de ganancia, debido
a sus niveles de competitividad. Desde luego, si se trata de

5
En este punto, Lenin (1974) retoma las proposiciones formuladas en El de-
sarrollo del capitalismo en Rusia sobre la desproporcionalidad y el comercio
exterior, buscando hacerlas compatibles con al argumento de la ganancia.
Allí había sostenido que “las diferentes ramas de la industria que hacen de
‘mercados’ unas para otras no se desarrollan de manera uniforme, sino que
se sobrepasan unas a otras, y la industria más adelantada busca el mercado
exterior (...) Ello informa de la falta de proporcionalidad en el desarrollo de
las distintas ramas. Con otra distribución del capital nacional esa misma
cantidad de productos podría ser realizado dentro del país” ( pp. 52-53). El
enfoque tiene implicaciones teóricas que no discutiremos aquí.

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42

mercados protegidos en los países subdesarrollados, los mé-


todos de producción adecuados a la obtención de ganancias
no son necesariamente los más modernos.
Para resolver la cuestión relativa al sujeto del imperialis-
mo, Lenin, apoyándose en R. Hilferding, retoma la noción de
capital financiero, sobre cuya base se crea una oligarquía fi-
nanciera, entendida como la fusión o el entrelazamiento del
capital industrial y el bancario. La cuestión de cuál capital
impone su primacía en la alianza, es secundaria; tampoco
introduce un cuestionamiento serio la observación de si se
debe o no incorporar el capital comercial u otras formas del
capital dinero, asuntos sobre los cuales seguramente Lenin
no hubiera tenido objeciones. Estos grupos capitalistas, que
surgieron de la concentración y centralización del capital, se
transformaron en los agentes de la exportación de capital y
en los beneficiarios de la expoliación de los países atrasados.
Hasta aquí la noción de imperialismo se abre a dos con-
juntos de relaciones: las que se establecen entre los países
desarrollados, donde las oligarquías financieras internacio-
nales compiten directamente entre sí, y las que tienen lugar
entre aquéllos y los países “atrasados”. La idea del “imperio”
o de la dominación, a su vez, sugiere que las relaciones do-
minantes en el análisis serán las últimas, y que las relacio-
nes entre países desarrollados que interesan al análisis del
imperialismo, son aquellas que se refieren a la hegemonía
sobre el resto del mundo. Ahora bien, los monopolios apare-
cen en primer lugar como el producto de una transformación
interna del capital, como una expresión de ella, indepen-
diente del tipo de relaciones externas, y al mismo tiempo
constituyen una realidad de todo país capitalista, dominante
o dominado. Entonces, ¿qué es lo que hace posible que unos
países y sus monopolios dominen sistemáticamente a otros
países donde también hay monopolios e incluso exportación
de capitales?
Una respuesta posible es que la causa se encuentra en el
atraso de los países dominados. ¿Pero qué es lo que deter-
mina el atraso? A esto se puede responder que una causa
fundamental es el comercio; pero desde que algunos países
—como Japón— superaron su situación de atraso, o lo están

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logrando, como es el caso de otros países de Asia (para lo


cual también se han valido del comercio), es necesario soste-
ner que si el comercio participa en la dominación, lo hace de
manera secundaria con relación a causas principales de otro
tipo; o sea: reaparece aquí el predominio de la producción
sobre la circulación; este enfoque no desestima el problema
del intercambio desigual, pero sugiere que las relaciones de
intercambio nunca serán abordadas en forma adecuada, ni
satisfactoriamente resueltas, si el imperialismo no es conce-
bido en primer lugar como una cuestión de la relación social
capitalista. La perspectiva resultante debe explicar por qué
los países dominados pueden profundizar su subdesarrollo
mientras incursionan en la moderna producción, poniendo
en evidencia que combatir el “atraso” no es lo mismo que
combatir el subdesarrollo y el imperialismo. Esta última es
la cuestión que finalmente interesa en relación con la pre-
sente discusión teórica.
Harry Magdoff, con toda razón, había hecho notar que
“el deseo y la necesidad de operar a escala mundial están
insertadas en la economía del capitalismo”, y que “vista en
esta forma, la exportación de capital, al igual que el comercio
exterior, es una función normal de la empresa capitalista”
(1977: 87-88). Por sí misma, la exportación de capital no in-
forma de la posición del país exportador ni de la del país
importador en el mercado mundial, o sea, no da cuenta de
relaciones de dominación. Pero esto no quiere decir que la
exportación de capitales desde los países más avanzados no
haya generado efectos que contribuyeron a la formación del
subdesarrollo y al establecimiento del imperialismo en cuan-
to fase capitalista donde unos países aparecen condenados a
una posición subordinada en el mercado mundial.
En el caso de América Latina, la penetración de capitales
en la industria, la minería y los transportes, en especial a
partir de la segunda mitad del siglo XIX, tuvo cuando menos
dos efectos notables: 1) estimuló la difusión del capitalismo
en los países importadores (Lenin hizo notar este resultado),
y 2) al mismo tiempo hizo posible la aparición de un capita-
lismo que operaría sobre la base del progreso generado en
los países avanzados. La exportación de capitales contribuyó

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a difundir el trabajo asalariado, pero también impidió que


éste se desdoblara en trabajo general y trabajo inmediato en
los países receptores. El capitalismo impulsado por los gran-
des monopolios del centro da así otra muestra clara de su
aversión a la competencia y busca impedir el surgimiento de
eventuales adversarios en la lucha por los mercados; no ha
hecho más que contribuir a forjar capitalismos nacionales
que pueden funcionar sin generar internamente capacidad
competitiva. Los países que realmente compiten en el mer-
cado mundial son los países desarrollados. La exportación
de capitales contribuyó, en otras palabras, a la formación
del capitalismo subdesarrollado, cuyo rasgo específico, como
puede verse, se define al nivel de la relación social de explo-
tación, y no a partir de manifestaciones de la misma.
Ahora podemos apreciar la diferencia que existe entre los
monopolios de las diversas categorías de países. Bajo el sub-
desarrollo, el monopolio no es el resultado de un desarrollo
interno de las fuerzas productivas. Su emergencia y consoli-
dación están vinculadas a la importación y transferencia de
progreso desde los países desarrollados. A ello está vincula-
da también su capacidad competitiva; es decir: el monopolio
local surge y se consolida en estrecha dependencia al capital
extranjero que controla el progreso de la industria de que se
trate; de ahí que sea precisamente ese capital extranjero el
que goza de las mejores condiciones materiales para acceder
a posiciones monopólicas en los países subdesarrollados.
Hemos insistido en calificar como “contribución” el rol de
la exportación de capitales en la formación del subdesarro-
llo, porque éste no era un resultado absolutamente necesario
de la misma (Figueroa, 1986). Teóricamente, existía la posi-
bilidad —realizada prácticamente en Japón tras la apertura
forzosa de mediados del siglo XIX— de que las clases domi-
nantes locales, en vez de asumir acríticamente la invasión de
capitales, buscaran apropiarse del conocimiento incorporado
en los medios de producción que estaban expandiéndose en
la época, con la perspectiva de producirlos localmente. Sin
embargo, los grupos dominantes en la región sólo tenían el
mercado mundial como patria, y bien puede sostenerse que
nunca llegaron a imaginarse una existencia no subordinada

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a los polos avanzados de la economía mundial. Carecían de


vocación nacionalista y no se molestaron en embarcarse en
proyectos de desarrollo generados internamente. El punto es
crucial: la aparición del imperialismo como relación entre di-
ferentes categorías de países, no fue el mero resultado de la
actividad de la oligarquía financiera central, que exportaba
unilateralmente capitales; fue posible también porque dicha
oligarquía contaba, en los países receptores, con la colabora-
ción de una clase dominante predispuesta a su internaciona-
lización subordinada dentro del nuevo modo de producir. La
emergencia del imperialismo encontró en América Latina
un actor complementario, una clase capitalista emergente
que desde entonces opera como eslabón subordinado del ca-
pitalismo mundial.
Así pues, las clases capitalistas de la región emergieron
estructuralmente adheridas a las clases capitalistas del cen-
tro y de sus Estados; es decir, como se diría ahora, nacieron
globalizadas. Así determinaron su existencia como burgue-
sías consumidoras, por cuanto harían descansar su propia
expansión en el consumo de progreso. Cancelaron también
de ese modo la expectativa de construir unas naciones efec-
tivamente integradas en la esfera económica y se definieron
como apéndices de las burguesías del centro. En efecto, re-
sulta evidente que sus relaciones con el centro no responden
a una división internacional del trabajo que les permita en-
frentar esas relaciones desde posiciones similares. Los ca-
pitalistas del centro no tenían motivos para renunciar a la
explotación del trabajo inmediato, dejándolo en manos de los
países subdesarrollados.
Así, en la diferente organización de la relación de capital
se asentaría la dominación de unos países por otros, la pri-
macía del desarrollo sobre el subdesarrollo. La dominación
imperialista en este aspecto se fundamenta en estructuras
de clases diferentes dentro de una misma base económico-so-
cial capitalista. Lenin no podía percibir este asunto —como,
hasta donde sabemos, no lo ha hecho ninguna teoría del im-
perialismo— por dos razones: su punto de partida no fueron
precisamente las relaciones de explotación, y no había ma-
nera de percibir la realidad de su tiempo como despliegue

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significativo de una nueva estructura de clases a nivel in-


ternacional.
La exportación de capital, en lo que concierne a los
países atrasados, significó por lo tanto mucho más que la
mera transferencia de capital monetario y de medios de
producción; implicó también la transferencia del trabajo
científico objetivado en esos medios, e hizo posible que los
países receptores pudieran acumular sobre la base de un
progreso externamente generado. En esa medida, y con el
consentimiento de las oligarquías locales, impidió el desa-
rrollo de la división capitalista del trabajo. De ahí en ade-
lante, los grupos dominantes locales se dedicarían princi-
palmente a explotar el trabajo inmediato y a promover una
calificación del trabajo necesario para garantizar la ope-
ración de medios de producción creados en el exterior. De
este modo surgió el subdesarrollo capitalista que vendría
a internalizar en la economía la operación del colonialismo
industrial.
En cada nueva etapa del capital, América Latina ha es-
tado abierta al arribo de los correspondientes medios de pro-
ducción. Durante la primera fase recibió los productos de la
segunda ola de cambio tecnológico originada en Europa y
Estados Unidos. Equipo eléctrico, teléfonos, motores de com-
bustión interna, vehículos y procesos de flotación son algu-
nas de esas innovaciones tecnológicas. Al mismo tiempo, la
región sería testigo de cómo algunas de esas innovaciones
terminarían evaporando el valor económico de algunos pro-
ductos naturales, como el del salitre, de tanta importancia
para Chile, tras la invención del salitre sintético. Fueron los
medios de producción vinculados a estas innovaciones los
que determinaron un compromiso directo de la región con
el plusvalor relativo. La región no vivió fase capitalista pre-
via alguna. Y desde entonces, la única manera prevista por
los capitalistas locales para mantener y hacer crecer sus ne-
gocios sería la importación de progreso. El capitalismo fue
introducido por medio del colonialismo industrial, y luego
éste se internalizaría en el desenvolvimiento del resultante
subdesarrollo.
La segunda etapa comprende dos periodos:

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1. De 1930 a 1945. Los países desarrollados aparecen con-


centrados en sus propios problemas (crisis y guerras) y La-
tinoamérica pudo gozar de una autonomía más o menos am-
plia. El crecimiento económico espontáneo se orientó hacia
el mercado interno y floreció una industria liviana. Sin em-
bargo, aun este proceso tuvo lugar mediante la importación
de maquinaria y equipo existente en los países desarrolla-
dos. La región tuvo la oportunidad de poner fin a su depen-
dencia tecnológica, pero ni siquiera intentó hacerlo, excepto
en la forma de algunas nacionalizaciones a las cuales más
adelante se unirían ciertos esfuerzos aislados por desarro-
llar alguna capacidad tecnológica vinculada a empresas es-
tatales estratégicas. Los capitalistas locales ratificaron su
disposición a actuar como una base social del imperialismo,
independientemente de que estuvieran o no involucrados en
empresas conjuntas con el capital extranjero.
2. De 1945 a 1970. Los monopolios extranjeros retoman
su penetración en la región, y el crecimiento industrial re-
cibe un importante impulso sobre la base del progreso ex-
terno. La producción de bienes durables, aparatos eléctri-
cos, telecomunicaciones, nuevos vehículos, petroquímicos y
otros, creció con gran dinamismo. El capital extranjero optó
las más veces por las fusiones y los acuerdos con capitales
locales, pues éste era el método más adecuado de penetra-
ción frente a los (limitados) sentimientos nacionalistas que
surgieron durante el periodo populista, que para nosotros
cubre la transición del crecimiento orientado al exterior al
crecimiento orientado al mercado interno.
La tercera etapa muestra a la región incorporada a la ola
de cambio tecnológico liderado por las tecnologías de la in-
formación. Los monopolios logran que se levanten los obstá-
culos a la inversión y toman ventaja de las privatizaciones.
La “globalización” sobre la base de un recargado librecam-
bismo, sería la bandera de los monopolios en sus esfuerzos
por expandirse.
Cada etapa de la penetración extranjera pone de mani-
fiesto niveles más profundos y extendidos de integración de
la industria regional a la industria de los países desarro-
llados. De ese modo se ha puesto de manifiesto y ha crecido

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también el control directo, ya no mediado por el capital co-


mercial, de la industria de los países desarrollados sobre el
crecimiento económico de América Latina.

3. El funcionamiento del colonialismo


industrial

Lenin, con gran visión, señaló:

La política colonial y el imperialismo existieron antes que la


última fase del capitalismo, y aun antes del capitalismo. Roma,
basada en la esclavitud, llevó a cabo una política colonial y prac-
ticó el imperialismo. Pero las disquisiciones “generales” sobre
el imperialismo, que olvidan o relegan a segundo término la di-
ferencia radical de las formaciones económico-sociales, se con-
vierten inevitablemente en trivialidades vacuas o en jactancias,
tales como la de comparar “la Gran Roma con la Gran Bretaña”.
Incluso la política colonial capitalista de las fases anteriores del
capitalismo se diferencia esencialmente de la política colonial
de capital financiero.

De acuerdo con ello, nosotros agregaremos que el impe-


rialismo del capitalismo monopólico, en lo que se refiere a las
relaciones entre países capitalistas desarrollados y subdesa-
rrollados, es ante todo colonialismo industrial.
En cuanto a América Latina, el proceso de formación de
los Estados locales se inició con bastante antelación a la
aparición del imperialismo, y su existencia es una realidad
que este último no puede soslayar. La liberación del dominio
español no introdujo modificaciones sustantivas en las rela-
ciones de producción ni modificó el rol de las colonias como
impulsoras del capitalismo en el centro.
Para entonces, en el centro tenían lugar cambios signifi-
cativos: la revolución industrial está en marcha, e Inglaterra
pasa a ubicarse en la posición hegemónica dentro del mer-
cado mundial. Latinoamérica pasa a servir ahora de mane-
ra directa, ya no mediada por el dominio político español, a
ese desarrollo. El capital comercial y financiero (en sentido

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restringido) que predomina en la región es el vehículo por


el cual la producción local habrá de servir a los propósitos
del desarrollo industrial en el centro. Los Estados locales
se subordinan sin resistencias a ese predominio y buscan
apoyarse en él para avanzar en su propia formación y con-
solidación. Lo que se ha llamado “división internacional del
trabajo” anexionó la producción local a los intereses del cen-
tro, desviándola de la orientación del progreso material que
ese mismo centro estaba definiendo. Inglaterra, un país to-
davía activamente colonialista a la vieja usanza, ponía de
este modo en práctica, de manera simultánea, una forma
más avanzada de la dominación entre países: el colonialis-
mo comercial. Éste es el colonialismo que corresponde a la
libre competencia, y es establecido precisamente en nombre
del librecambio, que es el medio por el cual los países de la
región realizan las funciones asignadas por un centro que re-
quiere de materias primas y bienes salario para dar impulso
a su propia expansión. Esta funcionalidad, a la vez que pone
a la región al servicio del centro capitalista, la condena a
postergar sus propias necesidades de crecimiento industrial.
Una digresión puede resultar útil. Cabe recordar que el
capital comercial ya no predomina en el centro. Gracias a la
revolución industrial, el capital productivo creó para sí con-
diciones que le permitieron establecer su propia hegemonía
sobre el capital comercial. En palabras de Karl Marx:

El capitalista industrial tiene constantemente ante sí el merca-


do mundial, compara —y debe comparar constantemente— sus
propios precios de costo con los precios de mercado no sólo de su
patria, sino con los del mundo entero. En el periodo precedente
esta comparación les corresponde casi exclusivamente a los co-
merciantes, asegurándole así al capital comercial el predominio
sobre el capital industrial (Marx 1986 [1894), tomo III: 430).

En Inglaterra, el capital industrial impone definitiva-


mente su hegemonía tras el cumplimiento de medidas como
la derogación de los aranceles sobre los cereales. De ello se
sigue que lo que en realidad domina en la región tras las
guerras de independencia, es el capital industrial del polo

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avanzado del mercado mundial; pero su dominio no es direc-


to, sino que lo ejerce por mediación del capital comercial y el
capital bancario, que lo apoyaban y actúan como sus agen-
tes. Estos mismos agentes cumplirían un papel muy activo
en la difusión del capitalismo subdesarrollado en la región
durante las últimas décadas del siglo XIX, por medio de la
importación de bienes para la modernización de la minería,
la instalación de industrias y la expansión de la red de co-
municaciones.
Cuando el capitalismo se formó en América Latina, la
gran industria se hallaba ya consolidada en el centro y sus
métodos, la productividad y el plusvalor relativo, se habían
generalizado. La organización del trabajo general transfor-
maría el progreso y el cambio tecnológico en realidades co-
tidianas de la vida económica. El reemplazo de los modos
técnicos de producir verá que en adelante sus plazos se es-
trecharán. La producción industrial pasó a ser también pro-
ducción y/o introducción de progreso; más todavía, estas úl-
timas pasarían a ser los sostenes en los que cada industria
particular tendría que apoyarse para garantizar su perma-
nencia en el mercado. Por eso la producción en los países
subdesarrollados, la cual no genera progreso, o lo hace de
manera poco significativa, queda anexada a la producción de
los países desarrollados, como una extensión de esta última,
pues su funcionamiento no es posible sin ella. En esto consis-
te el colonialismo industrial que está en la base del esquema
imperialista de dominación de unos países por otros.
De ahí que el subdesarrollo se presente como un capita-
lismo incapaz de expansión propia, a diferencia de la concep-
ción general del capitalismo y de la expresión más cercana
a esta última: el capitalismo desarrollado. El subdesarrollo
se realiza como capitalismo sólo gracias a su vinculación con
los países desarrollados. La integración en cuestión es cier-
tamente asimétrica, y la primera expresión de ello se apre-
cia de inmediato en el comercio exterior. Hemos formulado
este intercambio estructuralmente desigual en forma esque-
mática, señalando que los países desarrollados venden pro-
ductos del trabajo general y productos del trabajo inmediato,
mientras que los países subdesarrollados sólo venden pro-

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ductos del trabajo inmediato (Figueroa, 1986). En términos


del valor del producto, se puede formalizar esta relación di-
ciendo que el producto del país desarrollado está compuesto
por C(i+g) + V(i+g) + P(i+g),6 mientras que en el país sub-
desarrollado su producto se compone de Ci + Vi + Pi.7 La
forma más elemental de acercarse al valor correspondiente
al trabajo general es a través de los “intangibles”: derechos
de marca, patentes y know-how; pero este mecanismo está
muy lejos de dar cuenta de los verdaderos valores involucra-
dos. El valor del trabajo general también reaparece en los
productos del trabajo inmediato.
Asimismo, el control de los productos abre espacios para
la imposición de precios por sobre el valor social, incluso una
vez que su producción se ha generalizado, que es cuando co-
múnmente son adquiridos por los países subdesarrollados
(Magdoff, 1977: 94). Se comprenderá a partir de lo anterior
que en la medida en que la masa y/o el valor del trabajo
científico de los productos crezcan, la unidad de producto
del país subdesarrollado perderá capacidad de compra. Los
términos del intercambio, entonces, tenderán a deteriorar-
se, profundizando la desigualdad inicial definida por la es-
tructura de las relaciones de producción. Estas relaciones
de intercambio desigual tienen su base en los diferenciales
de productividad, y en los intercambios de más trabajo por
menos trabajo.8
Dejando de lado los abusos monopólicos de precios, el co-
mercio entre ambas categorías de países no implica trans-
ferencias de valor derivadas del intercambio mismo. Hay

6
C = capital constante; V = capital variable, y P = plusvalor. i = trabajo
inmediato, g = trabajo general
7
Esta fórmula no pretende describir una ausencia de trabajo general en el
valor del producto del país subdesarrollado ni que ningún trabajo de ese
tipo se realiza bajo el subdesarrollo, sino sólo que éste no es significativo,
además de que en buena parte está realizado por empresas extranjeras.
8
Conclusión a la que se puede arribar teniendo en mente la polémica ge-
nerada a partir del trabajo de Emmanuel Arghiri (1974) y en la cual inter-
vinieron autores como Charles Bettelheim, Samir Amin, Christian Palloix,
1981) y Ernest Mandel (1980a). Una discusión de este asunto exigiría lar-
gos desarrollos, pero no es relevante para los efectos del presente trabajo.

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intercambio desigual, no porque los productos no se cambien


a su valor, sino por dos razones distintas: 1) porque el país
subdesarrollado no tiene acceso a la producción de una parte
del valor del producto, y 2) porque el trabajo socialmente ne-
cesario para la producción es en promedio más reducido que
el tiempo de trabajo requerido en el país subdesarrollado.
Al mismo tiempo, el intercambio por sí mismo revela una
transferencia unilateral de valor, la cual está anclada en la
producción. Le llamamos transferencia unilateral de inver-
sión, por cuanto cada proceso o bien que no puede ser gene-
rado internamente, debido a que el trabajo general no está
organizado, y que es necesario para la actividad económica,
estimula el crecimiento en el país desarrollado.
Este impacto asimétrico del intercambio sobre la produc-
ción se debe a que, en términos generales, el país desarrolla-
do adquiere muy pocos productos del progreso en los países
subdesarrollados y, por lo tanto, es muy escasa la producción
que se ve estimulada por esas compras en estos últimos. Por
consiguiente, los grandes capitales en las naciones desarro-
lladas transformaron a una parte del mundo en su espacio
de demanda cautiva, garantizando a sus países una salida
extraordinaria para su producción, por sobre los circuitos de
realización del producto internamente disponibles. En par-
te, pues, los países desarrollados crecen a costa del valor ge-
nerado en los países subdesarrollados, sin importar si este
valor es apropiado por capitales extranjeros o locales, y pue-
den de ese modo expandir su producción y su empleo. Como
es de esperar, tanto la producción como la capacidad para
crear empleo se verán proporcionalmente disminuidas en el
país subdesarrollado; pero estos son temas que desarrollare-
mos más adelante (capítulos 3, 4 y 5).
La relación social que corresponde al subdesarrollo, y
que está en la base del imperialismo, genera en los países
subdesarrollados una tendencia al déficit en el balance co-
mercial, lo cual no requiere de mayor explicación a partir de
lo anterior. Aquí se incuba a su vez la inclinación al endeu-
damiento, y se explica la gran disposición a la apertura al
capital extranjero, con las correspondientes transferencias
del valor hacia los países desarrollados en la forma de utili-

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dades e intereses. Las relaciones con los países desarrolla-


dos se desenvuelven en una cadena que empieza con una
transferencia de valor y culmina en una transferencia de
inversión-déficit comercial-endeudamiento y apertura a la
inversión extranjera-remesas de utilidades e intereses. Todo
ello opera determinado por una lógica que pareciera proceder
al margen de toda dominación, y donde la intervención de la
fuerza abierta ha dejado de ser un recurso sistemático. El im-
perialismo, en otras palabras, levantó una base sólida para
la dominación productiva, comercial y financiera sobre los
países subdesarrollados; una base fundada en el movimiento
espontáneo de la acumulación que emerge a partir de la di-
ferente organización de la relación de producción.
Los capitalistas locales no perciben motivos para remor-
dimientos. Ellos compran progreso como compran materias
primas, o cualquier otra cosa. Se trata, para ellos, de actos
normales de su actividad, y necesarios para la misma. Su
función social queda garantizada en la medida en que crean
empleo y estimulan otras producciones. Desde su emergen-
cia como capitalistas, ellos encontraron en la exportación de
capitales desde el centro una excusa que los dispensaba de
enfrentar por sí mismos las tareas propias del desarrollo de
las fuerzas productivas.
El Estado que construyeron quedó inconcluso en cuanto
a la organización de sus tareas económicas, puesto que no
le asignaron una gestión del desarrollo y optaron por dejar
en las manos del mercado su potencial de crecimiento. El
mercado internacional, ya desde antes de la independencia,
había sido el medio ambiente natural de existencia de las
clases dominantes locales, medio ambiente en el que nor-
malmente se comportaron como receptoras de progreso. Su
transformación en burguesías consumidoras confirmaba de
una manera nueva su actitud dependiente, por cuanto depo-
sitaron en el Estado extranjero la tarea crucial de impulsar
el progreso.
Su interés político principal se traduce en una gestión es-
pecífica del Estado local: el sostenimiento del vínculo con el
capital monopolista de los países desarrollados. Su tarea es
impedir la ruptura del vínculo que hace posible la acumula-

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ción de capital. Se trata de una gestión subsidiaria frente a


la ausencia de una gestión estatal del desarrollo. El interés
inmediato de la burguesía del país subdesarrollado —obte-
ner ganancias— carece de contacto con los afanes de inde-
pendencia económica y política respecto del centro. Desde
que no muestra interés por la producción local de progreso, e
incluso se opone a ello, su conducta coincide con el proyecto
de reproducción del esquema.
Lenin ya había advertido lo siguiente:

El capital financiero es una fuerza tan considerable, tan decisi-


va, podría decirse, en todas las relaciones económicas e interna-
cionales, que es capaz de someter, y en efecto somete, incluso a
Estados que gozan de la independencia política más completa
(s/f: 380).

Es necesario señalar, además, que el poder del capital


financiero es una fuerza tan considerable porque se extien-
de desde el centro hacia las oligarquías de los países que
domina, como si fueran una prolongación de sí mismo. En
efecto, al igual que la producción local, las burguesías locales
quedaron adheridas a las oligarquías financieras del centro,
independientemente de que se involucren o no en alianzas
económicas concretas, e incluso cuando aparecen aisladas
unas de otras, como en el periodo de entreguerras. Se cons-
tituyeron en el sector subordinado de una burguesía impe-
rialista y, por lo tanto, en la base social de este esquema de
dominación en el seno del propio país subdesarrollado. La
razón es sencilla: la acumulación depende del vínculo con el
centro.
Desde luego, tal como puede apreciarse aun en la ac-
tualidad (por ejemplo, en los casos de Afganistán e Irak,
y también, de manera indirecta, en la expansión de bases
militares por la región), las invasiones militares con vistas
a controlar recursos naturales —fuentes de materias pri-
mas— como parte de la lucha entre centros desarrollados,
son todavía un método del imperialismo; pero la apropiación
directa de recursos naturales y materias primas, así como
la posesión de colonias, dejó de ocupar su antiguo lugar. En

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términos generales, la subordinación económica creaba por


sí misma condiciones para la subordinación política, hacien-
do posible que la economía colonizada organizara un Estado
formalmente independiente pero del todo compatible con el
imperialismo. Por lo tanto, la apropiación de recursos na-
turales y de materias primas por capitales extranjeros —lo
cual puede ser muy importante para los monopolios, sobre
todo cuando se trata de recursos no renovables y para los
cuales no hay todavía sustituto— es una cuestión secunda-
ria para la definición de la relación imperialista. La rela-
ción de dominación entre países que el imperialismo crea,
tal como Lenin sugiere, supera el esquema de posesiones
coloniales y se realiza principalmente como relación entre
diferentes categorías de países capitalistas (desarrollados y
subdesarrollados) en el seno del mercado mundial; es decir:
la relación de dominación imperialista es tal que el control
político directo es apenas una fórmula de la dominación; una
fórmula que además goza de poca popularidad entre los colo-
nialistas del presente. En pocas palabras: el hecho de que las
naciones subdesarrolladas sean las dueñas de sus recursos
naturales, o que sean Estados formalmente independientes,
no modifica en nada sustancial su posición en el mercado
mundial. Su sometimiento —a despecho de su independen-
cia política— por el capital financiero internacional, es la
forma dominante del colonialismo actual.
De esto se sigue que los esfuerzos por superar el subde-
sarrollo, la lucha antiimperialista, tendrán que superar tan-
to un frente transfronterizo como uno local de oposición. Pero
eso no es todo, porque no se trata simplemente de expulsar a
los agentes del imperialismo. Si asumimos que el escenario
contempla un Estado formalmente independiente, como es el
caso en la región, la tarea que debe llevarse a cabo es mucho
más compleja que la expropiación del gran capital que opera
internamente. La apropiación de los medios materiales de
producción no trae consigo la apropiación del conocimiento
objetivado en ellos, ni mucho menos la capacidad científica
acumulada para producirlos. Chile, bajo el gobierno de Sal-
vador Allende, sufrió de manera dramática esta realidad.
Las nacionalizaciones constituían un elemento crucial de su

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programa de transformaciones, y el imperialismo reaccionó


contra ello tanto desde el centro como localmente. Desde el
centro, impulsó un “bloqueo invisible”, con un impacto su-
mamente eficaz en cuanto a detener los créditos al país y el
flujo de bienes necesarios para la producción. El daño a la
economía fue inconmensurable. La burguesía local y los mi-
litares que se le adherían, respaldados por un fuerte apoyo
económico proveniente de Estados Unidos, harían el resto
(Figueroa, 1999).
Así pues, el grado de solidez del esquema imperialista
de dominación aparece vinculado a la fortaleza alcanzada
por sus agentes locales. Mientras mayor sea esta fortaleza,
menor será la necesidad de intervención directa desde el
centro. La presencia de burguesías locales débiles normal-
mente aparece entre los factores que acompañan las inter-
venciones militares directas. Además, por cuanto el Estado
formalmente independiente admite también expresiones de
nacionalismo, el Estado central siempre tiene listos sus ten-
táculos para llamar al orden. Las multifacéticas interven-
ciones de Estados Unidos en la región han sido ampliamente
documentadas (Petras, 1981) y esa historia no se detiene.
Desde que los medios de violencia y destrucción son igual-
mente el producto de las aplicaciones de la ciencia, el desa-
rrollo de estos medios en la frontera científica y, por tanto,
su control, tienden a quedar reservados a los países desa-
rrollados. El país subdesarrollado, a menos que cuente con
recursos excepcionales, tiene negada la posibilidad de llegar
a representar un peligro militar de relevancia, excepto para
otros países de su misma categoría. No es imposible que un
país subdesarrollado pueda construir por sí mismo instru-
mentos de destrucción masiva, como de hecho ocurre; pero
difícilmente podrá acercarse a la magnitud y a los niveles de
desarrollo alcanzados por la industria militar del centro, la
cual hoy por hoy se ha concentrado en Estados Unidos.9 El

9
Las armas también ofrecen ejemplos de cómo los países empujados por ra-
zones políticas pueden ganar en capacidad para producir avance, más allá
del signo de estas razones. En la actualidad llama la atención la reacción de
Corea del Norte frente a la amenaza que representa para ese país la política

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57

monopolio de la producción de medios de violencia que po-


seen los países desarrollados a nivel mundial, monopolio que
estos últimos cuidan, aunque no sin problemas, es otro factor
de la reproducción del esquema imperialista de dominación.
A la dependencia material de la industria militar del cen-
tro se agrega la penetración ideológica, que alimenta la dis-
posición del militar local para actuar como agente imperia-
lista; al igual que la dependencia técnica en la preparación
para el combate, la penetración ideológica figura entre los
mecanismos por los cuales el centro fortalece la relación de
dominación. También la diplomacia orientada a fortalecer y
a ampliar los lazos con los poderes y organizaciones locales,
aporta lo suyo en ese sentido.
Ya podrá apreciarse que la manera normal del desen-
volverse del Estado bajo el subdesarrollo es en calidad de
agencia del esquema imperialista, por muy independiente
que sea formalmente. Esto puede verse en el hecho de que
el arribo de una fuerza nacionalista a una posición desde la
cual pueda impulsar medidas anti-imperialistas, inmedia-
tamente traerá consigo una crisis del Estado, esto es, una
completa distorsión en el funcionamiento de este órgano,
expresada generalmente en conflictos entre poderes. Pero
es necesario tener presente que la relación que el Estado
local sostiene con el país desarrollado se establece entre di-
ferentes categorías de países, no entre países concretos. Un
país subdesarrollado puede desplazar su relación con el de-
sarrollo de un país a otro, y para eso puede servirse de su
independencia formal. No es un desplazamiento fácil, ya que
presenta obstáculos técnicos relacionados con las cualidades
propias del trabajo general del país con el cual se estableci-
do una relación durable. Pero un desplazamiento gradual
no es imposible, y ello refleja una cierta capacidad del país
subdesarrollado para generar un cierto nivel de conflictivi-
dad entre potencias. Es decir, el Estado puede abandonar

estadounidense, que lo ha ubicado como parte de un “eje del mal”. Pero to-
davía están frescos en las memorias casos con significados políticos distin-
tos, como el de Sudáfrica, que levantó su industria militar en gran medida
acuciada por el aislamiento que le impuso la lucha contra el apartheid.

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una subordinación concreta, y ello puede ser necesario pre-


cisamente en beneficio de la subordinación en general. El
colonialismo comercial ya había abierto esta posibilidad, y el
colonialismo industrial viene a confirmarla.

5. Imperialismo y naturaleza

Hasta ahora hemos discutido los problemas del capitalismo


como si éste se desenvolviera en armonía con su medio am-
biente natural, lo cual, como se sabe, no es el caso. También
en este plano el capitalismo ha creado nuevos obstáculos a
su expansión, problemas cuya discusión es inevitable a la
hora de evaluar las posibilidades del sistema. Se trata de un
tema que ha cobrado especial relevancia durante la tercera
etapa del imperialismo y que requiere ser atendido.
Entre los datos más sobresalientes del estado actual de co-
sas, destacan los siguientes: 1) el aumento del nivel del mar
y la reducción de los espacios costeros con sus efectos sobre
el turismo, la infraestructura, la pesca menor y la migración;
2) la destrucción de moléculas de ozono de la estratosfera
por los clorofluorocarbonos, y el consiguiente debilitamiento
de la protección frente a las radiaciones ultravioletas proce-
dentes del Sol, con sus efectos en la producción de cánceres
de piel, cataratas oculares y afectación de algas y animales;
3) la contaminación atmosférica y la producción de lluvias
ácidas; 4) la contaminación de aguas dulces por elementos
químicos, tanto orgánicos como inorgánicos, y la consiguien-
te reducción del agua dulce disponible, lo cual es agravado
por la destrucción de glaciares; 5) el deterioro de tierras pro-
ductivas como resultado del sobrepastoreo y la erosión; 6) la
deforestación con sus efectos destructivos en el hábitat de
innumerables especies, y con secuelas como la desprotección
contra la erosión, las inundaciones y el debilitamiento de la
tierra como agente productivo. Abundaremos sobre estos te-
mas en los dos siguientes capítulos.
¿Cuál es el significado de este estado de cosas? Teorizan-
do sobre ello desde una perspectiva marxista, James O’Con-
nor (1991) intentó explicar los problemas del capitalismo con

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la naturaleza en términos de la “segunda contradicción”, la


cual opone a las relaciones capitalistas de producción con lo
que el autor llama las “condiciones de la producción capita-
lista”. La discusión que siguió a su trabajo ha producido una
serie de postulados de enorme interés para la comprensión
de las realidades del presente; pero dada la imposibilidad de
dar aquí a dichos postulados el tratamiento que merecen,
nos limitaremos a presentar unas cuantas proposiciones
que, según nos parece, contribuyen a dar cuenta de las rela-
ciones actuales entre el capitalismo y la naturaleza.

– La tierra es al mismo tiempo el objeto y la condición


objetiva más general del trabajo y, por tanto, de la exis-
tencia del hombre como especie (Marx, 1982 [1872]:
215-223). El hombre se produce y reproduce en su rela-
ción con el resto de la naturaleza de la cual forma par-
te. En el proceso de su producción, el hombre se trans-
forma a sí mismo y a su entorno, sobre el cual tiende a
establecer su control.
– Lo que distingue al ser humano de otras especies no
es el trabajo en sí. La tierra no existe como objeto de
trabajo ni como condición objetiva de vida sólo para él.
Tampoco lo distingue el hecho de que su trabajo sea
una actividad orientada a un fin. También la abeja o
la hormiga podrían reclamar que su trabajo tiene como
objetivo su reproducción. Lo que es específico del hom-
bre es el trabajo que hace intervenir al cerebro, permi-
tiéndole la comprensión progresiva de la naturaleza y
valerse de ella para sus fines, a través del movimiento
articulado de la mente y de la mano. El hombre impone
su voluntad a la naturaleza porque “a diferencia de los
demás seres, somos capaces de conocer sus leyes [las de
la naturaleza] y de aplicarlas adecuadamente” (Marx y
Engels, s/f: 380). Esta adecuada aplicación exige, a su
vez, determinadas condiciones sociales.10

10
“Sin embargo, para llevar a cabo este control se requiere algo más que el
simple conocimiento. Hace falta una revolución que transforme por comple-

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60

– Con el desarrollo de la ciencia, crecen simultáneamen-


te, en una escala desconocida, el conocimiento de la na-
turaleza y su uso para fines productivos. El capitalismo
provocó, con la organización y desarrollo de la ciencia,
un salto extraordinario en el dominio del hombre sobre
la naturaleza. La ciencia no surge con el capitalismo,
pero bajo este modo de producción, y en especial con la
aparición de la gran industria, por primera vez se pone
a las ciencias naturales de manera masiva y sistemática
al servicio del proceso de producción. El hombre ya ha-
bía aprendido a ver la naturaleza como posesión suya,
pero ahora puede verla como objeto de apropiación pri-
vada, lo cual es negado al trabajador, que debe operar
al margen de toda propiedad. Y ello supone que ahora
no sólo se considera a la naturaleza un mero objeto de
apropiación privada, sino a su propiedad como condi-
ción para la dominación de unos hombres sobre otros.
– Se capitaliza, entonces, no sólo la naturaleza, en tanto
sirve a los fines de la valorización del valor, sino tam-
bién la capacidad específicamente humana para com-
prenderla y transformarla. La apropiación privada de
la naturaleza incluye así la apropiación privada de la
razón en tanto facultad productiva. Una y otra cosa
quedan subyugadas al apetito de ganancia que consti-
tuye el factor determinante del proceso social. No es la
regulación consciente del metabolismo entre el hombre
y la naturaleza para su propio beneficio lo que orien-
ta la actividad humana, sino la explotación del trabajo
para la obtención de plusvalor. Y si el afán de ganancia
no se detiene en consideraciones sobre las condiciones
de las facultades físicas y mentales que explota, tam-
poco pone la atención debida al estado de la naturaleza
de donde extrae la riqueza que lo satisface. Es preci-
samente debido a que las capacidades humanas han
sido puestas al servicio del capital que éstas aparecen

to el modo de producción existente hasta hoy día y, con él, el orden social
vigente” ( Marx y Engels, s/f: 381).

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61

también operando contra la naturaleza. Y al actuar


contra la naturaleza, no pueden dejar de actuar contra
la humanidad misma.

El capitalismo se desenvuelve ahora no sólo en contradic-


ción consigo mismo, sino también en conflicto con su entorno
natural. En el marco de una producción orientada a satisfa-
cer las necesidades humanas, la ciencia estaría orientada a
organizar de la mejor manera posible el intercambio de la
especie con el resto de la naturaleza. En las condiciones de
producción actuales, una orientación semejante, que apunte
a producir y a utilizar sustitutos, resulta demasiado costosa
cuando se trata de preservar recursos todavía abundantes.
Como ya puede apreciarse, también en este plano el capita-
lismo está creando barreras y obstáculos para sí mismo. La
explotación irracional de los recursos naturales está condu-
ciendo a su agotamiento, y éste debe traducirse en un enca-
recimiento de los costos de producción; y como esta elevación
afectará mayormente al capital constante, habrá nuevas
presiones hacia abajo sobre la ganancia. También la natu-
raleza cobra sus cuentas en términos de reducir la tasa de
recursos disponibles para inversión.
Esta relación entre la producción y la naturaleza tiene su
origen en la misma relación social capitalista y es tan evi-
table como esta última. Pero el imperialismo ha agudizado
esta relación conflictiva con la naturaleza, porque la compe-
tencia entre las naciones por la hegemonía limita aún más
las posibilidades de la ciencia como medio para un desarrollo
menos perverso.
En realidad, los efectos de los ataques sobre la naturaleza
generan nuevas causas para las luchas inter-imperialistas y
el saqueo de los países subdesarrollados. Para clarificar lo
mejor posible esta proposición, recurriremos al caso del re-
curso natural más omnipresente en la estructura material de
la sociedad actual: el petróleo. De la enorme masa de infor-
mación de interés sobre este tema, cabe destacar lo siguiente:

– El petróleo es algo así como una “mercancía universal”,


al menos en dos sentidos: a) cumple un papel multifun-

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62

cional en la producción, ya que aparece como objeto de


trabajo presente en la naturaleza, como materia prima
una vez que ha sido extraído, como material auxiliar en
muy diferentes formas y también incorporado en pro-
ductos para el consumo personal, y b) la cantidad de in-
dustrias vinculadas al petróleo es enorme: combustible
para automóviles y aviones (nafta); combustible para
motores diesel (gas-oil); combustible para hornos y cal-
deras (fuel-oil); aceite para lubricar motores; queroseno
para alumbrado y calefacción; fabricación de insectici-
das, herbicidas, fertilizantes; parafina para la fabrica-
ción de bujías y para impermeabilizar papel; vaselina
para la preparación de pomadas y cosméticos; asfalto
para pavimento y para revestir muros; fabricación de
quitamanchas y barnices a partir del benceno; produc-
ción de colorantes y perfumes artificiales; producción
de aspirina, cafeína y sulfas; industria del plástico (ma-
teriales para la construcción, cobertores, impermea-
bles); fibras sintéticas (nailon, poliéster); industrias de
chicles, balones, preservativos, detergentes, pasta de
dientes, cepillos, y un largo etcétera en el que figuran
cosas aparentemente tan excéntricas como el podero-
so explosivo TNT (trinitrotolueno). Sin lugar a dudas, la
vida cotidiana del presente está materialmente domi-
nada por el petróleo.
– Al mismo tiempo, el uso no planificado del petróleo, que
lleva a la combustión masiva de energía fósil, es una
causa principal del sobrecalentamiento de la Tierra, de
la contaminación atmosférica y de la contaminación del
agua por químicos orgánicos. La sobreexplotación del
petróleo es, pues, una causa importante del daño pro-
ducido a la naturaleza.
– Por lo mismo, es simplemente absurdo que el capitalis-
mo haya descansado tan pesadamente en el petróleo en
su impulso a la acumulación. El petróleo es un regalo
de la naturaleza, no cuesta producirlo, sólo se requie-
re extraerlo; es un fluido altamente energético, fácil
de emplear, de almacenar y transportar. No es que no
existan fuentes de energía alternativas, como la solar,

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la biomasa, la geotérmica, la eólica, la hidroeléctrica y


la nuclear; pero el costo de generación de energías al-
ternas en la actualidad no compite con la producida por
el petróleo. Lo mismo ocurre cuando se piensa en el uso
de materiales durables y renovables (metales, vidrio,
papel, madera) frente a los productos petroquímicos.
La naturaleza, a través del petróleo, ofreció un medio
de características extraordinariamente útiles para la
producción, y del cual se ha valido la acumulación capi-
talista en la forma en que cabía esperar: sin considerar
los efectos negativos que la sobreexplotación del recur-
so podría ocasionar. Mientras los capitalistas valoran
sus actos principalmente por sus efectos sobre la ga-
nancia, se pone de manifiesto que la defensa del medio
ambiente natural no es compatible con el capitalismo.
– El petróleo es un recurso natural no renovable y, en
las condiciones de su demanda actual y previsible, su
tendencia es inevitablemente al agotamiento. Por un
buen tiempo: a) abrió nuevas esferas productivas para
la explotación capitalista, y b) permitió que ello tuviera
lugar a costos muy inferiores a los que hubiera obligado
la ausencia del petróleo. En esa medida, el petróleo ha
permitido al capitalismo prolongar su vida. Este servi-
cio del recurso natural al capitalismo se acabará cuan-
do su consumo haya alcanzado su techo. Los cálculos
más optimistas señalan que esto ocurrirá entre 2020
y 2030, cuando se habrá consumido la mitad de las re-
servas disponibles más lo que se espera descubrir; pero
en lo que se refiere al petróleo de extracción fácil, ese
punto parece haberse ya alcanzado. Por lo pronto, el
ritmo de crecimiento de las reservas ha caído drástica-
mente: fue de 45.5% en los ochenta y sólo de 4.9% en
los noventa. Una vez que el petróleo alcance su techo
se habrá acabado la abundancia, y con ello la época del
recurso barato. No es descartable que esta época del re-
curso barato se haya acabado tras la invasión en Irak,
si la resistencia en ese país hace imposible que la pro-
ducción se estabilice, o bien simplemente debido al he-
cho de que la demanda está creciendo drásticamente,

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64

estimulada en particular por el crecimiento de gigantes


como China e India.

Para los países capitalistas, por tanto, será crucial tener


acceso al control de la producción y de los precios de este re-
curso, al igual que de cualquier otro que, como el agua, se esté
haciendo escaso. En esa perspectiva, Estados Unidos, que
consume 25% de la producción mundial de petróleo —a la que
apenas aporta alrededor de 10%— y cuenta sólo con 2.9% de
las reservas mundiales, ha optado por el control sobre los go-
biernos de los países productores que poseen las mayores re-
servas. Así pues, mediante la guerra “democratiza” al mundo
y busca desarticular “ejes del mal” de su propia creación. Con
violencia está desbaratando los avances que Europa había lo-
grado a través de sus relaciones diplomáticas con la OPEP. Y no
podía ser de otra manera, debido a las relaciones de Estados
Unidos con Israel y al significado que éstas tienen para el
mundo árabe, y dada su absoluta necesidad de impedir que el
euro empezara a desplazar al dólar en el comercio del petró-
leo.11 Además, logra de paso un cierto control sobre los aprovi-
sionamientos a Europa. Está demás decir que se trata de una
situación que sólo puede sostenerse mediante la violencia.
Vale la pena insistir en este aspecto. Desde el punto de
vista de la preservación de la influencia estadounidense en
el mundo, la guerra no era una opción fácil de desechar. La
hegemonía internacional estadounidense en buena medida
descansa en su calidad de emisor de una moneda que actúa
como dinero mundial. Los precios de mercancías críticas,
como el petróleo, se denominan en dólares, lo que reafirma
su rol como moneda de reserva internacional. Las ventajas
vinculadas a esta posición, que en la esfera del análisis eco-
nómico se designa como “señorío monetario internacional”
(conforme a la antigua noción del seigniorage),12 son, en lo

11
En noviembre de 2000 Irak había decidido negociar su petróleo en euro,
abandonando los tratos en dólar.
12
Seigniorage era el nombre que se asignaba en Inglaterra al derecho de la
Corona a percibir un porcentaje de los lingotes que entraban en la casa de
moneda para su acuñación.

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principal, las siguientes: a) el país emisor puede endeudarse


en su propia moneda; b) puede manejar las tasas de inte-
rés sobre su deuda, e incluso recurrir a mecanismos como la
inflación para reducirla; c) goza de un amplio margen para
importar, y no tiene necesidad de acumular reservas para
ello; d) como los acreedores del país emisor deben controlar
sus reservas a fin de defender sus propias monedas, regre-
san los dólares a Estados Unidos para invertirlos en bienes
y posesiones de todo tipo en este país, y se refuerza la cuen-
ta de capital en el mismo, permitiéndole financiar su déficit
comercial; e) algo similar ocurre con el ciclo de mercancías
como el petróleo. Para comprar petróleo, los países deben
primero obtener dólares y, con ese objeto, exportar finalmen-
te a Estados Unidos. Las compras de petróleo de este último
desplazan los dólares a los países productores, los que, a su
vez, los devuelven a Estados Unidos a través de Wall Street.
Por eso, los aumentos de precio del petróleo afectan menos
a este país que a cualquier otro que carezca de este recurso
natural o cuya producción del mismo sea insuficiente.
La consolidación del euro, basada en un poder económico
que crecía en la medida en que la Unión Europea se expan-
día, abrió unas condiciones favorables para la disputa por el
seigniorage. Saddam Hussein había optado a favor de Eu-
ropa, mientras intenciones similares ya se consideraban en
Irán. Pero ahora más que nunca se hace también evidente
que el señorío es una posición geopolítica y geoestratégica
vinculada al poderío militar. Estados Unidos se movilizó en
Irak no sólo con la perspectiva de derrotar militarmente al
gobierno de ese país, sino también con la intención de esta-
blecer bases militares orientadas al control permanente de
una región tan rica en recursos energéticos, y contener el
avance de la influencia europea sobre la misma. En otras
palabras, también buscaba contener el debilitamiento de la
influencia del dólar, que, en condiciones de una deuda exte-
rior sin precedentes, podría tener consecuencias catastrófi-
cas para esa nación. Claro está que el conflicto de Estados
Unidos con Europa no está para nada resuelto, y Europa,
pese a su crisis, no ha abandonado sus aspiraciones hegemó-
nicas. China ha emergido como un nuevo foco problemático

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en la distribución del poder y de la hegemonía en el mundo,


mientras que otros como India hacen lo suyo para ingresar
en el círculo de las potencias. Todo ello viene a confirmar que
las cosas no evolucionan en la perspectiva de un ultra-impe-
rialismo. El abuso capitalista de la naturaleza también está
alimentando los conflictos entre poderes y de éstos con el
mundo subdesarrollado.

6. Puntos a destacar

La teoría del imperialismo continúa siendo un instrumento


fundamental para aproximarse críticamente a la realidad,
comprenderla y, por consiguiente, concebir su transforma-
ción. Sin embargo, su formulación aparece oscurecida por in-
consistencias que reclaman atención. Desprenderse de ellas
y enriquecer sus trazos con las enseñanzas de la historia y
las diferentes contribuciones teóricas, es algo que puede lo-
grarse mediante la discusión. El contenido de las ideas que
hemos buscado aportar a este ejercicio puede resumirse del
siguiente modo:
1. El imperialismo es un sistema de dominación económi-
ca, política y cultural del cual los países avanzados se valen
en sus esfuerzos por conquistar y/o sostener la hegemonía
sobre el resto del mundo. En unos países surge como resul-
tado del desarrollo de la relación de capital que dio origen a
la organización del trabajo general para procesar las aplica-
ciones productivas de la ciencia, en tanto que en otros países
ese mismo desarrollo era obstruido.
2. Supone una diferente estructura del trabajo y de la
relación de capital en cada uno de los polos del sistema,
al igual que una diferente estructura y funcionalidad del
Estado. En el polo subordinado, la clase empresarial local
no impulsó una gestión estatal del desarrollo y, por ende,
tampoco la división social del trabajo que lo desdobla en tra-
bajo general y trabajo inmediato, y el Estado local fue em-
pujado a hacerse de una función subsidiaria consistente en
la garantía del vínculo con los países desarrollados; por lo
mismo, sólo puede operar como el eslabón subordinado de

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una burguesía global. No puede postular la ruptura de la


subordinación si no cuenta con la anuencia del gran capital
en los países desarrollados; no sólo porque la confrontación
llevaría a una suspensión del flujo de capital y bienes que
permite que la acumulación opere, sino también porque di-
fícilmente una gestión originaria capitalista del desarrollo
sería exitosa sin la asistencia de quienes controlan el cono-
cimiento, la experiencia y los medios que hacen posible la
producción de progreso. Mientras tanto, su interés preciso es
la reproducción del esquema de dominación que hace posible
su existencia como capitalistas y su expansión como tales. El
imperialismo crea, pues, su bastión social aun en el seno de
los eslabones más débiles del esquema.
3. El mecanismo de dominación fundamental es el colo-
nialismo industrial, que anexiona la industria de unos paí-
ses a la producción de aquellos que controlan la creación de
progreso. El imperialismo se fundamenta en el monopolio
que tienen unos países de la generación de desarrollo de las
fuerzas productivas. Desde que, bajo las condiciones de la
gran industria, el progreso tecnológico y la expansión eco-
nómica van de la mano, los países subdesarrollados, exclui-
dos de la producción de progreso, carecen de la capacidad de
expandirse por sí mismos. Más todavía, el propio funciona-
miento de la industria depende de los polos desarrollados del
sistema, en la medida en que éste proporciona refacciones,
componentes, insumos y asesoría. El imperialismo no con-
denó a unos países a desenvolverse en el simple atraso, sino
que fue mucho más allá: inhibió en estos últimos el desarro-
llo de la capacidad para crear progreso y, con ello, los trans-
formó en el mercado cautivo de los países que sí avanzaron
en el desarrollo de la división capitalista del trabajo.
4. La acumulación en los países subdesarrollados inclu-
ye una transferencia de inversión cada vez que se requieren
bienes cuya producción ha sido monopolizada por los países
desarrollados, en virtud de su control sobre el progreso. El
valor producido en estos países alienta de este modo la pro-
ducción y el empleo en los países avanzados. Estos últimos
producen más de lo que consumen internamente; los prime-
ros consumen productivamente más de lo que producen. No

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sólo hay, por tanto, una diferente dinámica en la producción,


sino también en el empleo. La capacidad de la acumulación
para crear empleo se ve disminuida en el país subdesarro-
llado, mientras que aparece potenciada en el polo avanzado.
5. El desenvolvimiento económico genera una cadena de
desequilibrios que profundizan la disposición de los países
dominados a la subordinación política. La dependencia de la
industria militar y la enorme influencia que ejercen los paí-
ses desarrollados sobre los aparatos militares de sus dis-pares
subdesarrollados, completan el cuadro de relaciones que hacen
ver a los Estados de los países dominados como Estados-agen-
cias del esquema global de dominación. La crisis del Estado
que resulta de la puesta en práctica de proyectos nacionalis-
tas, lo que es posible gracias a la independencia formal y a
una irregular práctica democrática, se resuelve normalmente
mediante el recurso a la dictadura y al terror que desarticula
esos proyectos y pone las cosas en su lugar. Al Estado domina-
do le está negado un desenvolvimiento sin convulsiones.
6. El interés principal de los grandes grupos de capital
financiero radica antes que nada en los mercados de los pro-
pios países desarrollados. Es aquí donde se decide, para cada
periodo, el interminable pleito por la hegemonía económica.
La dominación sobre los países subdesarrollados habrá de
servir a los propósitos del control de los mercados en aque-
llas áreas del planeta, que es de donde se proyecta el control
sobre el resto. Ésta es una vieja verdad, que puede verse
enriquecida si se acepta que la lucha por la hegemonía en el
seno del mercado mundial opera de manera decisiva a través
de la gestión estatal del desarrollo. Sin una gestión adecuada
del desarrollo, la instrumentación de los países dominados
no ofrece una garantía segura de éxito en la lucha de largo
plazo por la hegemonía económica. Pero ello no quiere decir
que la violencia no desempeñe su papel, como ha quedado
históricamente establecido. La gran mayoría de los países
desarrollados se ha preparado consistentemente para el re-
curso a las armas, a tal punto que cuentan con capacidad
más que suficiente para destruir al planeta.
7. Con todo, aun cuando la primacía militar presta valio-
sos servicios al sostenimiento de una posición de privilegio

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en la conducción de los asuntos del mundo, por sí misma no


puede impedir que otros competidores tomen ventajas vin-
culadas al desarrollo y que deterioren la posición económica
del país militarmente dominante. Tampoco puede impedir
el desarrollo de prolongadas guerras nacionales que cues-
tionan el dominio militar. Por eso, las actuales campañas
estadounidenses por el control de regiones y de recursos del
llamado Tercer Mundo, no habrán de garantizarle una hege-
monía duradera, ni tampoco la estabilidad política necesaria
para recuperarse de sus actuales rezagos.
8. Si lo anterior desanima las campañas militares, és-
tas encuentran un estímulo muy poderoso en la actual si-
tuación del capitalismo. Sus características más generales
son: 1) unos niveles de crecimiento a la baja, que acercan
a las economías al estancamiento; 2) una creciente pérdida
de capacidad de las economías para crear empleos, lo cual
tiene como corolarios la expansión de la sobrepoblación, el
recrudecimiento de las desigualdades y la acumulación de
descontento social; 3) una crisis del medio ambiente que
pone trabas a la explotación capitalista de la naturaleza y
que representa de suyo una severa crítica contra dicha ex-
plotación; 4) la perspectiva de que la extracción de petróleo
alcanzará su techo en relativamente poco tiempo, si es que
no lo ha hecho ya, plantea, en principio, la necesidad de una
completa reorganización de la acumulación capitalista. Aho-
ra bien, debe tenerse presente que lo que el capitalismo ha
hecho durante las últimas décadas es precisamente reorga-
nizarse por medio de la “globalización”, sin ningún efecto en
cuanto a abrir paso a un nuevo periodo de crecimiento como
en el pasado. Las contradicciones no sólo persisten, sino que
además se han profundizado, creando un ambiente propicio
para el recurso a las armas en la lucha por el control de ri-
quezas. Las guerras, por lo mismo, tampoco han cesado en
las últimas décadas, juntamente con una reorganización que
no ofrece frutos ni estabilidad.
9. La “globalización”, como veremos enseguida, ha traído
consigo una profunda modificación de las relaciones de cla-
ses y entre países. Las mayores tasas de explotación no han
producido el efecto que era de esperar, al apuntar a la recu-

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70

peración de la tasa media de ganancia. Por otro lado, como


ya hemos visto, la crisis ecológica presenta severos obstácu-
los al abaratamiento de los elementos del capital constante,
a la vez que no se vislumbran sustitutos que puedan contri-
buir a ello. La crisis del capitalismo está adoptando crecien-
temente la forma de una crisis terminal, pero ello dependerá
de las respuestas que la sociedad pueda ofrecer en términos
de alternativas de orden económico, social y político. Tampo-
co el capital cederá sin resistencias su lugar en la historia a
otra forma social, y estas resistencias pueden expresarse a
través de fascismos que lleven al extremo la depredación de
la naturaleza y del trabajo, dando forma a la barbarie que la
mayor parte de la humanidad quisiera evitar.

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2. EL IMPERIALISMO EN LA TERCERA ETAPA

Intentaremos aquí describir el proceso del imperialismo des-


de alrededor de 1970 hasta la fecha. Nos concentraremos
en el caso de Estados Unidos, ya que es el principal país
imperialista y el más directamente involucrado en América
Latina; y porque es el centro de las convulsiones globales. La
década de 1970 fue testigo de la transición desde un keyne-
sianismo agotado a una nueva fase de globalización basada
en principios liberales. Un país imperialista nunca llega a
aplicar plenamente los principios liberales, puesto que se
haya orientado hacia la búsqueda y/o el sostenimiento de la
dominación económica y política; pero la vieja doctrina ha
prestado un enorme servicio a la estrategia imperialista en
los países subdesarrollados de América Latina y el Caribe.
Cada periodo importante de la historia del capitalismo
empieza y termina con una gran crisis, y el presente capítulo
ha sido organizado conforme a ese curso de las cosas, puesto
que compartimos la convicción de que la tercera etapa del
imperialismo ha llegado a su fin. Discutiremos la estrate-
gia del capitalismo estadounidense para enfrentar el colapso
del keynesianismo, que empezó en la segunda mitad de la
década de 1960, así como las razones que llevaron a gene-
rar, como parte de esa estrategia, nuevas y más profundas
convulsiones. Iniciaremos con una breve reseña del enfoque
teórico sobre las crisis que ha orientado nuestra búsqueda.

1. Los eternos conflictos

Las crisis se producen porque la tasa de ganancia cae y desa-


lienta la inversión. Un postulado fundamental del marxismo
es que la caída de la tasa de ganancia es tendencial y ocurre,
con recuperaciones periódicas, durante el largo plazo del ca-

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pitalismo, debido a un incremento en la composición del capi-


tal. Como tal, esta tendencia da cuenta de la historicidad del
modo capitalista, pero no explica las grandes crisis periódi-
cas y, sobre todo, las recuperaciones consiguientes. La caída
como tendencia del desarrollo capitalista debe ser diferen-
ciada de la caída periódica concreta dentro del sistema. La
caída periódica tiene lugar dentro de la tendencia general y
es seguida por recuperaciones que sitúan a la tasa de ganan-
cia en un nivel inferior al del periodo previo de crecimiento.
Según lo vemos, la explicación de la caída cíclica, a la cual
sigue una recuperación de la ganancia, contiene los siguien-
tes momentos teóricos: a) la tasa de ganancia cae porque cae
el plusvalor, o bien porque éste no aumenta de manera sufi-
ciente para contener esta caída de la tasa de ganancia; b) el
obstáculo surge porque la posición económica del trabajo res-
pecto del capital ha mejorado, es decir: por alguna razón, la
capacidad del capital para extraer plusvalor se ha debilitado;
c) la elevación del grado de explotación y del nivel de la tasa
de ganancia, requieren como condición previa la modifica-
ción de la correlación de clases que produjo el estancamiento;
d) esta redefinición de la relación de clases es el resultado de
procesos que tienen lugar en tres áreas distintas, pero com-
plementarias, del proceso social: i) por un lado tenemos la
acción espontánea de la crisis, que crea desempleo, agudiza
la competencia entre trabajadores y reduce los niveles sala-
riales; ii) por otro, la acción del Estado, que tiende a sostener
y aun a profundizar esa situación de debilidad del trabajo, al
menos mientras la tasa de ganancia se recupera; y iii) desde
que el trabajo se fortaleció en el marco de una determinada
relación técnica de la producción, para lograr la consolida-
ción de nuevos niveles de productividad y de intensidad del
trabajo, esto es, de nuevos y más elevados niveles de explota-
ción, se hace necesario sacar a la luz un nuevo modo técnico
de producir, mediante la acción combinada del Estado y los
empresarios para producir progreso tecnológico. Así pues, lo
que sigue a la crisis es una nueva ola de innovaciones tecno-
lógicas, un rediseño de la producción industrial junto con la
desvalorización de capitales inadecuados, o con la prolonga-
ción de su utilidad en otros lugares (Figueroa, 1989).

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La Gran Depresión de los años treinta en Estados Unidos


dio cuenta de la operación de todos los procesos indicados:
a) un drástico proceso de deterioro de las posiciones del tra-
bajo, con niveles de desempleo que se elevaron a los cielos,
generando hambre, pobreza y desánimo popular, es decir, un
envilecimiento general de las condiciones de vida del pue-
blo; b) una destrucción masiva de capitales que se profundi-
zó con la guerra; c) una renovación técnica que extendió la
explotación de recursos fundamentales ya existentes como
el petróleo, la electricidad y el acero, junto con una mejor
organización de la ciencia con aplicación productiva, la cual,
en buena medida, sacó partido de sus propios avances en
las tecnologías militares; d) se desarrollaron nuevas formas
de organización del trabajo, en particular el fordismo; e) se
efectuó el envío de industrias en obsolescencia hacia los paí-
ses subdesarrollados; f) continuó la represión al movimiento
obrero tras la guerra, junto con concesiones que luego con-
sagrarían un nuevo pacto social, a partir del cual iniciaría el
trabajo su propia recuperación.
La crisis que estalló a fines de los años sesenta del siglo
pasado, y que tuvo manifestaciones drásticas ya iniciados
los años setenta, ilustra con claridad reacciones similares.
Tras el desempleo y la caída de los salarios, se extendió y
consolidó la flexibilización laboral, y el modo técnico del ca-
pitalismo fue objeto de modificaciones con la revolución en la
microelectrónica, la automatización y las redes de computa-
ción, aunque estas transformaciones tendieron a concentrar-
se en la industria de las tecnologías de la información (T.I.) y
de los servicios. La ciencia también produjo nuevos avances
en otros campos, especialmente en la biogenética y la bio-
química. La organización laboral adoptó asimismo formas
más adecuadas a la nueva realidad técnica (toyotismo). Sin
embargo, el capitalismo no logró dar lugar a una etapa de
crecimiento relativamente elevado y sostenido, por razones
que habrán de señalarse más adelante.
Las crisis periódicas son, siguiendo a Marx, convulsiones
transitorias del sistema que permiten una reactivación en
un punto más elevado de la composición del capital, donde el
grado de explotación y el desempleo son más altos y la tasa

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de ganancia se recupera sin alcanzar los niveles del ciclo an-


terior. Como ya se ha dicho, la crisis actual presenta una
etiología más compleja y enfrenta al capital a desafíos de
mayor envergadura. Revisaremos el curso de la estrategia
diseñada para enfrentarlos en dos momentos: a) desde 1970
hasta mediados de la década de 1990, y b) desde mediados de
los años noventa en adelante.

2. El proceso de la economía neoliberal


hasta mediados de la década de 1990

La tasa de ganancia de las corporaciones no financieras en


Estados Unidos se deslizó constantemente hacia abajo du-
rante la década de 1960. Fue de 8.3% en los años 1961-1965
para caer al 7.7% en 1966-1970, alcanzado 5.3% en 1970
(Mandel, 1980b: 29).
La recesión económica estalló en 1967-1968 y nuevamen-
te en 1974-75. La recuperación de la tasa de ganancia no era
fácil y el fin de la prosperidad estaba haciéndose sentir en
todos los países desarrollados. La tasa anual de crecimiento
para los años 1950-1973 y 1973-1984 cayó de 5.9% al 1.7%
en Alemania Occidental; del 9.4% al 3.8% en Japón y del
3.7% al 2.3% en Estados Unidos (Maddison, 1988).
La productividad del trabajo en las empresas no agrícolas
de Estados Unidos también caía en el largo plazo, de 2.8% en
1947-1973 al 1.1% en 1973-1979 (BEA, 2009b).
Las políticas aplicadas para enfrentar la crisis contienen
elementos contradictorios que explican en parte el curso de
las cosas durante la tercera etapa. La estrategia seguida,
a la cual se dio el nombre de “globalización” o, con mayor
precisión, “globalización neoliberal”, concebía el crecimiento
económico como el resultado de tres factores combinados: la
flexibilización laboral, el librecambio y la financierización.
El método principal de la financierización es el endeuda-
miento (Palley, 2007).
Cada una de estas líneas de acción exigía un retroceso
activo de la intervención directa del Estado en varias áreas
de la economía. Por “retroceso activo” entendemos la pro-

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75

pia reorganización de Estado en cuanto agente económico y


político.

2.1. La flexibilización laboral es el elemento clave de la estra-


tegia. Incluye salarios (mayor poder a los gerentes para fijar
las tasas de salarios a las diferentes categorías de emplea-
dos), ocupación (mayor poder para determinar el número de
trabajadores, libertad para introducir o modificar turnos),
funcionalidad laboral (movilidad en el proceso de trabajo) y
organizativa (subcontratación). La flexibilización fue diseña-
da para poner fin al viejo pero ahora desestabilizante pacto
social que prevaleció durante el keynesianismo. Poderosas
organizaciones sindicales habían hecho prácticamente impo-
sibles las reducciones de salario, y sus políticas orientadas
a la defensa del pleno empleo dificultaban la introducción
de innovaciones y el crecimiento de la productividad. Las
cosas empezaron a cambiar como resultado del movimiento
espontáneo de la economía. La profunda recesión de 1974-
1975 vendría a golpear duramente al movimiento obrero. El
desempleo creció de 4.9% en 1973 a 8.5% en 1975 (Bureau of
Labor Statistics- BLS, 2009). El salario semanal promedio
cayó de 331.59 dólares (constantes de 1982) en 1973 a 305.16
dólares en 1975.
La crisis estaba haciendo su trabajo, pero ello no basta-
ría. David Moberg, describiendo la situación general del mo-
vimiento obrero, señaló:

La clase obrera ha estado a la defensiva durante la mayor


parte de los años setenta. Actualmente, a principios de los
ochenta, es apenas capaz de mantener una defensa aceptable.
Los patrones en casi todos los sectores están exigiendo que los
sindicatos acepten menos paga, menos protección del costo-de-
la-vida, reducción de los beneficios y una drástica revisión del
limitado control sobre las condiciones del trabajo por los traba-
jadores […] las amenazas de cierres de plantas y adquisiciones
de productos acabados o partes del extranjero se han vuelto
lugar común. La política oficial refuerza ahora más que nunca
el poder privado de las corporaciones contra sus obreros (Mo-
berg, 1984: 63).

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76

Las relaciones del movimiento obrero con los demócra-


tas se deterioraron, pero sería Ronald Reagan quien vendría
a satisfacer enteramente las demandas de los empresarios
en lo relativo a la flexibilización laboral. A comienzos de su
gobierno —en agosto de 1981—, la represión del movimien-
to del sindicato de los operadores del tráfico aéreo fue una
clara señal de cuál sería la actitud del presidente hacia el
movimiento obrero. Desde entonces, la organización de los
trabajadores aceleró su debilitamiento. En 1970, 26% de los
trabajadores se encontraban afiliados a sindicatos; en 1990,
la tasa de afiliación sindical había caído a 16%. Estas cifras
podrían discutirse, pero el hecho de que los empresarios con-
quistaron una cuota mayor de poder frente al trabajo está
fuera de dudas.
El desempleo se mantuvo en niveles elevados durante los
ochenta, y alcanzó niveles máximos en 1982 (9.7%) y 1983
(9.6%), creando condiciones para nuevas agresiones en con-
tra del trabajo. Las campañas contra los sindicatos se ex-
tendieron e intensificaron; trabajadores fueron ilegalmente
despedidos y, en algunos casos, reintegrados con salarios
menores; los administradores pudieron reemplazar obre-
ros en huelga; la negociación colectiva fue reestructurada y
prácticamente abandonada; la seguridad de por vida en un
puesto de trabajo pasó a ser una práctica del pasado; el tra-
bajo temporal se extendió; la subcontratación y el empleo de
eventuales pasaron a ser métodos regulares; el Estado redu-
jo el apoyo a los programas destinados a calificar la fuerza
de trabajo para el desempleado y, en general, debilitó fuer-
temente la red de seguridad social. En suma, durante los
ochenta se logró construir una nueva correlación de fuerzas
entre el capital y el trabajo en beneficio del primero.
La desregulación laboral tuvo lugar a pesar de los arre-
glos legales existentes y con la protección de las autorida-
des laborales impuestas por Reagan. Hasta ese punto fue el
producto del puro y simple poder político una desactivación
práctica y unilateral de concesiones conquistadas por el mo-
vimiento sindical y legalmente reconocidas.
Como cabía esperar, el salario real semanal se redujo,
durante los ochenta, de 298.87 dólares en 1979 a 267.27 en

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1989, y continuó cayendo hasta 1995, cuando llegó a 258.43


(dólares constantes de 1982). Esta caída implicaba una
transferencia de valor del trabajo al capital y una más des-
igual distribución del ingreso. La reducción de los salarios
considerados en relación con el plusvalor (esto es, el salario
relativo) fue uno de los más importantes métodos para recu-
perar la tasa de ganancia. Además, un debilitado movimien-
to sindical carecía de fuerzas para oponerse a las exigencias
patronales de intensificación del trabajo, aun cuando por
una hora de trabajo se obtenía menos paga; tampoco conta-
ba con fuerza para impedir la extensión de la jornada labo-
ral. La caída del salario relativo —la desvinculación de los
salarios respecto de la productividad— probaría muy luego
ser un elemento clave de la estrategia neoliberal de flexibi-
lización laboral.
En lo que concierne a los trabajadores, se puso fin al Es-
tado de bienestar. Este tipo de Estado llegó a representar
la manera más amigable de tratamiento al trabajo que el
capitalismo ha sido capaz de producir. De los dos métodos
conocidos por el capital para enfrentarse al trabajo, la conce-
sión predominó sobre la represión, dentro de ciertos límites.
Los trabajadores gozaron de cierta seguridad laboral, de me-
joramiento salarial, de acceso a la educación, a la salud y a
la vivienda, y en general pudieron hacerse de expectativas
positivas respecto de su modo de vivir. El énfasis keynesiano
en el consumo facilitó este desarrollo. Sin embargo, así como
la Gran Depresión restó crédito a las políticas liberales, la
crisis que empezó a fines de los sesenta descalificó las políti-
cas keynesianas.

2.2. La reintroducción del librecambio empezó a tener lugar


alrededor de 1970. El proceso que llevó a este cambio no pa-
rece contener secretos. A partir de Bretton Woods (1944) el
dólar pasó a ser la única moneda convertible en oro. La pa-
ridad fija establecida (35 dólares la onza) se sostuvo por un
largo periodo, independientemente de los cambios en la “eco-
nomía real”. El dólar se sobrevaluó, y ésta fue una situación
de la que los negocios estadounidenses sacaron ventaja en
términos de compras en el exterior (incluidas las compras de

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oro) y la expansión internacional de las corporaciones. Esta


expansión industrial en el exterior, a su vez, trajo consigo
problemas adicionales de balanza de pagos. Ya en los años
sesenta el gobierno introdujo medidas orientadas a desesti-
mular las inversiones y los préstamos en el exterior, medi-
das que informaban que el sistema monetario internacional
creado en los cuarenta estaba promoviendo la contención del
crecimiento de las corporaciones multinacionales. Como re-
acción, las corporaciones no financieras abrieron camino a
su propia expansión apoyándose en las filiales de los bancos
estadounidenses en los países extranjeros. De acuerdo con S.
Lichensztejn y S Bauer:

Alimentados por los recursos colocados por las grandes corpo-


raciones transnacionales, y los provenientes de los países pe-
troleros y socialistas, esos mercados contaban con la importan-
te participación de filiales de bancos norteamericanos. Estas
filiales estuvieron en condiciones de proporcionar préstamos
internacionales a las empresas norteamericanas, superando
así las restricciones crediticias internas que el gobierno de ese
país trataba de imponerles para atenuar sus efectos negativos
en la balanza de pagos, ya altamente deficitaria con motivo de
la Guerra de Vietnam. Aunque en 1969, Estados Unidos resol-
vió fijar una reserva obligatoria sobre los nuevos préstamos
contraídos en esos mercados internacionales, no logró impedir
que prosiguieran expandiéndose y determinando paulatina-
mente una alteración sustancial en los niveles de las tasas de
interés y la distribución de las reservas entre los distintos paí-
ses (1987: 41-42).

Los especuladores encontraron para sí una ampliación


de su esfera de negocios, especialmente a través de las im-
portaciones. La deuda externa creció, agravada también
por la Guerra de Vietnam. Las expectativas de devaluación
llevaron a especular con la moneda y a un retraso en las
repatriaciones de ganancias. Las regulaciones de las tran-
sacciones monetarias se hicieron inútiles y se levantaron
allá por 1970 en Estados Unidos, Alemania Occidental, Ca-
nadá y Suiza. A ello seguiría muy pronto la ruptura con el

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sistema de divisas, anunciada por Richard Nixon el 15 de


agosto de 1971.
Las corporaciones en el resto de los países también ha-
rían su trabajo. Tal como afirman M. Hans Peter y H. Schu-
mann.: “Pero al mismo tiempo todos los demás países que
aún se mantenían sujetos a controles se encontraban bajo
presión. Sus consorcios se quejaban de que les estaba ve-
dado el acceso al capital extranjero a tipos de interés favo-
rables. En 1979 los británicos levantaron las últimas res-
tricciones. Japón les siguió un año después” (1999:64). Así,
durante los setenta, las barreras regulatorias que impedían
la expansión del capital transnacional fueron cayendo una
tras otra.
En cuanto al comercio internacional de bienes y servi-
cios, Estados Unidos adoptó el librecambio como la consig-
na que orientaría su política exterior. El supuesto era que
las corporaciones involucradas en el comercio internacio-
nal son más productivas, crean más trabajo y pagan mejo-
res salarios, y por la misma razón el librecambio haría po-
sible una mejor oferta de bienes y servicios a la industria
doméstica. Desde luego, esta política dañaría a aquellas
industrias que carecían de fuerza competitiva, pero ello
era visto como una situación transitoria, ya que la compe-
tencia las empujaría a innovar y mejorar su posición en el
mercado. Además, el mantenimiento del precio elevado del
dólar reforzaría los estímulos a la innovación en la indus-
tria doméstica.
En 1979, la Buy American Act, aprobada en 1933 con
vistas a impulsar el consumo de bienes internamente produ-
cidos, fue anulada y reemplazada por la Trade Agreement
Act, que expandió significativamente el rango de productos
que podían ser adquiridos en el exterior. Paralelamente, el
gobierno estadounidense presionaría fuertemente para que
se eliminaran las barreras a la inversión extranjera en el
resto de los países. Así se ampliaría la expansión interna-
cional de las corporaciones, atraídas por las ventajas de cos-
tos, especialmente en los países donde el valor de la fuerza
de trabajo es más bajo. Al mismo tiempo, la producción de
las afiliadas en otros países pero destinada a ser consumida

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internamente, mejoraría la posición de mercado en la econo-


mía estadounidense, reduciría costos y permitiría controlar
la inflación.
Ello debía hacer posible, como ocurrió, beneficiarse de la
explotación de fuerza de trabajo barata en el exterior, tanto
a través del offshoring como de la importación en general.
Permitiría también reducir costos y precios, incrementar la
producción y mostrar un trabajo más productivo. Estaría
acompañada de la internacionalización de la propia inves-
tigación y desarrollo y por una reorganización del trabajo
científico a escala global, la cual, si bien tendería a lentifi-
car los procesos de innovación, de todas maneras debía traer
consigo una reducción en los costos, a través del recurso a
una fuerza de trabajo científico cuyos precios podían com-
pensar con creces las pérdidas por sus menores competen-
cias (Houseman, 2006). En suma, la globalización reforzaba
en el exterior el proyecto de obtener ganancias sobre la base
de una fuerza laboral barata.
Hasta aquí la estrategia de la globalización parece des-
cansar pesadamente en dos condiciones: el aumento de la
explotación del trabajo y la acción de las fuerzas del mer-
cado. Pero en realidad se trata de condiciones claramente
insuficientes para la superación de la crisis. Dejando de lado
cualquier otra cosa, una activa gestión estatal del desarrollo
que difunda nuevas fuerzas productivas a través de la eco-
nomía, para garantizar el crecimiento de la productividad
y estabilizar nuevos niveles de explotación del trabajo, es
imprescindible. Es inevitable, pues, volver la vista hacia la
acción del Estado en este plano.
El indicador estadístico más significativo del compromi-
so del Estado con el desarrollo, es la inversión en ciencia y
tecnología. En este sentido, el gasto total en investigación
y desarrollo (IyD) en Estados Unidos permaneció relativa-
mente estable como porcentaje del producto nacional bruto
entre 1970 (2.7%) y 1988 (2.6%). En 1977, 50.6% del total
de la inversión provino de financiamiento público, 46.8%
se originó en el sector privado, en tanto que otras fuentes
aportaron 2.6%. Hacia 1988, esta distribución se modificó
como sigue: gasto público, 48%; gasto privado, 47.9%, y otras

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fuentes 4.1%. El Estado estaba reduciendo su contribución


en relación con el aporte del sector privado.
Sin embargo, estos cambios en la distribución del gasto
según su origen no son tan significativos como los cambios
en la distribución del gasto según sus objetivos. Los datos en
cuestión son los siguientes:

CUADRO 2.1
OBJETIVOS DEL FINANCIAMIENTO EN IYD
(PORCENTAJES)
Objetivos 1976 1982
I. Tierra, mar y espacio 14.8 6.7
II. Agricultura 1.9 2.6
III. Desarrollo industrial 1.5 0.4
IV. Energía 9.6 6.7
V. Transportes y comunicaciones 2.9 2.3
VI. Servicios educativos 0.5 0.3
VIII. Servicios socioeconómicos 1.1 0.9
IX. Medio ambiente 1.3 0.5
X. Avance del conocimiento 3.8 3.9
XI. Otros 0.6 –
XII. Defensa 49.6 64.3
Fuente: UNESCO (1980 y 1990).

Varios asuntos de relevancia han de subrayarse en este


cuadro: 1) el gasto para la investigación en agricultura au-
mentó, lo cual contribuye decisivamente a explicar los avan-
ces en la productividad de este sector, uno de los más diná-
micos dentro de la economía como conjunto; 2) los recursos
dirigidos al desarrollo industrial cayeron en 1982 a poco más
de un cuarto de los montos asignados en 1976. La caída no
sólo fue en términos porcentuales, sino también en términos
absolutos. En 1982, menos de la mitad del financiamiento en
dólares fue orientado a este objetivo respecto de 1976. La in-
vestigación para la industria ya no recuperaría la posición
que ocupó en 1976 en cuanto a financiamiento porcentual du-
rante los periodos de los tres presidentes que siguieron a Rea-
gan. La productividad en la manufactura creció apenas 1.8%

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82

en 1987-1990 y saltó a 3.5% en 1990-1995, un incremento


que se basaría en las tecnologías de la información y algunos
servicios. 3) La investigación en servicios esenciales se redu-
jo como expresión de la retirada del Estado de importantes
áreas de la vida social. Lo mismo es cierto en relación con la
investigación dirigida al medio ambiente. 4) La mayor parte
del financiamiento negado a la investigación para el desarro-
llo económico y los servicios sociales, es destinado a defensa.
La preocupación por la defensa no perturba la ideología
liberal, especialmente en los países imperialistas; pero la
distribución del gasto en IyD según su destino tiene una im-
portante implicación: los neoliberales estaban visualizando
la lucha por la hegemonía mundial más como un problema
de fuerza política y militar que como un asunto de competi-
tividad económica. Su compromiso con la carrera armamen-
tista todavía en el contexto de la llamada Guerra Fría, y des-
pués con la Guerra del Golfo y con muchas otras campañas
militares, aportan argumentos en este sentido.
La sola reproducción de las fuerzas materiales de produc-
ción había sido menospreciada desde antes del gobierno de
Reagan. Los avances del capital constante social se venían
reduciendo sistemáticamente en detrimento de las condicio-
nes fundamentales de producción. P. G. Peterson (1988) re-
clama que para fines de los años ochenta, la inversión real
neta en carreteras, puentes y transporte público había caído
75% durante las últimas décadas; que una gran parte de la
infraestructura se estaba deteriorando mucho más rápida-
mente de lo que era reemplazada, y denunciaba que Estados
Unidos no poseía una nueva generación de tecnologías para
infraestructura, desde trenes de alta velocidad hasta túne-
les subterráneos, porque se había decidido no pagar por ella.
Lo mismo es válido para los avances del capital variable so-
cial. La situación en educación fue ampliamente comentada
a través del mundo. En México, El Financiero la comentó en
los siguientes términos:

Ni qué decir de otros problemas crónicos que por ahora la admi-


nistración Bush ha optado por evadir del todo, tal como el grave
deterioro del sistema educativo del que están surgiendo genera-

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83

ciones de estadounidenses prácticamente analfabetos. El resul-


tado es que cada vez más la fuerza de trabajo estadounidense
es incapaz de competir con la mano de obra mejor calificada y
educada de los países europeos y Japón (1991: 20).

A su vez, los países desarrollados de Europa junto con


Japón, no relajaron sus esfuerzos por impulsar el desarrollo
económico durante los ochenta. Sus inversiones en IyD así
lo indican.

CUADRO 2.2 FINANCIAMIENTO EN IYD


EN ALGUNOS PAÍSES EUROPEOS Y JAPÓN (PORCENTAJES)
Alemania Gran
Occidental Francia Bretaña Japón
Objetivos* (1987) (1980) (1986) (1986)
I 7.1 9.2 4.4 12.8
II 2.2 3.9 4.3 20.1
III 12.8 9.3 9.7 10.8
IV 7.2 7.5 4.1 32.1
V 0.6 2.7 – 2.5
VI – – – –
VII 2.8 4.2 4.1 4.6
VIII 2.4 1.3 2.8 1.3
IX 3.1 1.1 1.1 2.5
X 46.9 22.2 20.0 3.3
XI 1.7 1.8 0.3 8.0
XII 13.2 36.5 49.2 8.0
Fuente: UNESCO (1990).
* Los objetivos siguen el mismo orden del cuadro 2.1.

Entre 1973 y 1984, los aumentos de la productividad en es-


tos países fueron los siguientes: Alemania Occidental, 3.0%;
Francia, 3.4%; Japón, 3.2%; Gran Bretaña, 2.4%, todos ellos
muy por debajo de las tasas alcanzadas en el periodo 1950-
1973, pero muy superiores al desenvolvimiento estadouni-
dense. En este país, la tasa de crecimiento promedio anual de
la productividad entre 1973-1984 fue apenas de 1%. El hecho
de que los otros países destinaron una mayor proporción de su
financiamiento en IyD al desarrollo económico, coincide con
las diferencias en productividad respecto de Estados Unidos.

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84

Puede apreciarse que la política librecambista de Estados


Unidos no estuvo respaldada por el tipo de gestión estatal
del desarrollo que esa política exigía. Este país no se embar-
có en un esfuerzo coherente por mejorar sus fuerzas produc-
tivas para enfrentar la competencia internacional, como sí
lo hicieron sus más importantes competidores. De hecho, la
ideología liberal excluía la convicción de que el librecambio
debe estar apoyado en una activa gestión estatal del desa-
rrollo. Los resultados de este diferente compromiso con el
desarrollo no se hicieron esperar, como puede apreciarse en
los cambios de la posición de las naciones dentro del merca-
do mundial.
En 1977, Estados Unidos era con mucho el principal pro-
veedor de bienes y servicios a escala mundial. Sus exporta-
ciones equivalían a 161% de las exportaciones de Alemania
Occidental, su competidor más cercano. En 1987, estos paí-
ses habían cambiado posiciones. Las ventas en el exterior
por parte de Estados Unidos fueron apenas 86% de las ex-
portaciones alemanas. Este último país había triplicado sus
ventas. No obstante, el avance relativo de Japón fue todavía
más impresionante: sus exportaciones crecieron 3.72 veces
entre 1977 y 1987. Este reacomodo de la hegemonía econó-
mica mundial puede apreciarse mejor en el siguiente cua-
dro, que muestra la cambiante posición de un grupo de siete
países (G.7) en el comercio internacional de esos días.

CUADRO 2.3 EXPORTACIONES E IMPORTACIONES


DEL G-7 1977 Y 1987 (PORCENTAJES)

1977 1987
País Exp. Imp. Exp. Imp.
EUA 13.9 11.9 10,8 17.5
Canadá 3.6 4.2 4.2 3.8
Japón 6.0 7.4 9.8 6.2
Francia 6.4 5.9 6.3 6.5
Alemania Occidental 8.7 10.7 12.5 9.4
Italia 4.4 4.3 5.0 5.2
G. Bretaña 5.6 5.4 5.6 6.4
Fuente: FMI (1984 y 1989).

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Hacia fines de los ochenta era ya claro que la errónea


estrategia neoliberal en cuanto a competitividad internacio-
nal traería consigo nuevos problemas. La balanza comercial
se deterioró y continuaría desmejorándose en adelante. La
producción extranjera estaba conquistando segmentos cre-
cientes del propio mercado doméstico estadounidense y pro-
duciendo daños a la industria local. La estrategia también
estaba dando lugar a una creciente dependencia financiera
en el exterior.
Desde luego, no toda la industria estadounidense sería
afectada. Por un lado, el trabajo científico acumulado y la
experiencia tecnológica crean bastiones industriales difíciles
de desplazar, aun si el apoyo que reciben del Estado ha dis-
minuido; por otro, el gobierno ha sido eficiente en apoyar la
innovación en determinados sectores. El país es líder en tec-
nologías de la información (TI), por cuanto se esperaba que
éstas impulsaran la productividad en el resto de la econo-
mía. Esta realidad sería el fundamento de la llamada “nueva
economía” de la segunda mitad de los noventa. Sin embargo,
la incidencia de esas tecnologías sobre el crecimiento de la
productividad se concentró en los servicios y en otras indus-
trias tecnológicamente avanzadas.
En cuanto a la reacción del gobierno estadounidense a la
posición declinante del país en el comercio internacional de
los ochenta, aparte del proteccionismo (especialmente en la
agricultura) y de disputas comerciales (en particular con Ja-
pón), queremos llamar la atención a la nueva política hacia
América Latina en materia de libre comercio. El 27 de junio
de 1990, George Bush anunció su programa conocido como
Iniciativa para las Américas (The Enterprise for the Ameri-
cas Initiative es su nombre en inglés), cuyo objetivo de largo
plazo era la creación de una zona de libre comercio de alcan-
ce hemisférico (Wooley y Peters, 1990). El supuesto básico de
este programa era que el “proteccionismo detiene el progreso
y que el libre comercio alimenta la prosperidad”. Lo que el
presidente Bush llamó los “tres pilares” de la iniciativa eran
el comercio, la inversión y la deuda.
Para agilizar el comercio, el gobierno estadounidense
buscaría extender las reducciones de tarifas y prometió ha-

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cerlo así durante la Ronda de Uruguay sobre comercio, en


curso en ese entonces; su proyecto era entrar en acuerdos de
libre comercio con otros países que se habían asociado con
vistas a la liberalización comercial, y también en acuerdos
bilaterales con países todavía no involucrados en asociacio-
nes de libre comercio. Ciertamente, Estados Unidos estaba
preparado para acuerdos de este tipo; los países latinoame-
ricanos no estaban en posición de competir realmente y la
eliminación o reducción de tarifas no haría otra cosa que re-
forzar las ventajas de aquel país.
Con todo, el punto clave del programa de Bush era lo
que él llamó “inversión”. Argumentó que “la competencia
por capitales es fiera y la clave para una mayor inversión es
la competitividad a fin de revertir las condiciones que han
desanimado la inversión tanto doméstica como externa”.
Demandaba en ese contexto la apertura a la inversión ex-
tranjera y la privatización de bienes en manos del Estado.
Ciertamente confiaba en que la crónica necesidad de inver-
sión extranjera en los países latinoamericanos los llevaría
a una desenfrenada actividad para remover las barreras al
capital extranjero. Sin embargo, Bush ofrecería de todos mo-
dos estímulos adicionales, y con ese objeto diseñó un nuevo
esquema de créditos “para aquellas naciones que den pasos
significativos para eliminar impedimentos a la inversión in-
ternacional. El Banco Mundial también contribuirá a este
esfuerzo”. También propuso “la creación de un nuevo fondo
de inversión para las Américas. Este fondo, administrado
por el BID proveería hasta 300 millones de dólares al año
como subvención en respuesta a los avances de las reformas
orientadas a las inversiones en privatizaciones”.
El tercer “pilar” también se sostenía en otra debilidad de
la región. Los ochenta habían sido testigos de la peor crisis
latinoamericana de la deuda por décadas, lo cual Bush apre-
ció como una nueva oportunidad para las estrategias neoli-
berales. No dudó en ejercer presión:

Proponemos que el BID sume sus esfuerzos y recursos a los del


Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial para apo-
yar las reducciones de la deuda comercial bancaria en América

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Latina y el Caribe y, como en los casos del BM y del FMI, los


fondos del BID debieran estar directamente vinculados a las re-
formas económicas.

También mostró una más bien extraña preocupación por


el medio ambiente hemisférico.
El llamado “bloque socialista”, comandado por la Unión
Soviética, había sido desmantelado y era ya tiempo de que Es-
tados Unidos volviera la vista hacia América Latina y el Ca-
ribe. Aparentemente, el objetivo era un funcionamiento más
libre y espontáneo del colonialismo industrial, pero el objetivo
de fondo era profundizar la penetración del capital estadou-
nidense y reforzar sus vínculos con la región. Eso era parte
de la lucha de Estados Unidos por la hegemonía mundial en
un contexto de declinación dentro del mercado mundial. La
apertura a la inversión extranjera, impulsada por acuerdos
de “libre comercio” y por las privatizaciones, era vital en esa
perspectiva. Por cuanto la región ofrece facilidades para la
reducción de costos, especialmente fuerza de trabajo barata,
la expansión de las corporaciones transnacionales de Estados
Unidos mejoraría su posición competitiva internacional de
manera tal que podría ahora no sólo recuperar posiciones en
el mercado mundial sino también, y quizá sobre todo, recupe-
rar el terreno perdido en su propio mercado doméstico. Desde
esta perspectiva, puede apreciarse que la estrategia de Bush
es coherente con una pobre gestión estatal del desarrollo en
su país. El crecimiento orientado al exterior que la región es-
taba impulsando (desde la segunda mitad de los setenta en
algunos países) y que constituía el eje de la “reforma estructu-
ral” hacia la cual fue empujada, encajaba perfectamente bien
en los propósitos generales de Estados Unidos.

2.3. La financierización de la economía, que en lo fundamen-


tal significa el establecimiento de la supremacía del capital
dinero (bancos, bolsas, seguros) sobre el capital industrial,
es al mismo tiempo una condición y un resultado de la es-
trategia estadounidense de globalización. En este sentido, la
financierización representa una nueva correlación de fuer-
zas en el seno de la oligarquía financiera; el capital indus-

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trial pierde la primacía que logró durante la etapa anterior


y la entrega al capital dinero. La obtención de intereses pasa
a ser más importante que las ganancias productivas, y los
ingresos obtenidos son generados más por el sector de las
finanzas que por la “economía real”.
La especulación ha sido un fenómeno omnipresente en
la tercera etapa del imperialismo. Como tal, es una prácti-
ca que surge de la autonomía de que puede gozar el capital
dinero. Ciertamente provocó algunos de los cambios clave
que inauguraron el nuevo periodo, como el nuevo sistema de
divisas creado por el presidente Nixon. Pero, en lo esencial,
los efectos de la especulación sobre la producción son des-
tructivos. En realidad, la especulación no es una condición
de la estrategia ni un resultado deseable de la misma.
Como hemos sugerido, el capital dinero fue decisivo para
la expansión de las corporaciones transnacionales durante
los años sesenta, así como para la concepción del nuevo or-
den mundial que seguiría a la crisis del keynesianismo des-
de el punto de vista de los monopolios. Los bancos, a través
de sus filiales, rompieron las regulaciones e hicieron posi-
ble la expansión de las empresas en el exterior; a su vez, la
expansión en el extranjero de las corporaciones financieras
creó una nueva demanda de servicios financieros fuera del
país. Y a partir de que mejores tecnologías de la información
y telecomunicaciones apoyaron la expansión de dichas cor-
poraciones a través del mundo, éstas contribuyeron a la de-
finición de la ruta del cambio tecnológico por su inclinación
hacia esas tecnologías y a los servicios que prestaban.
Los servicios financieros globales se dispararon y aumen-
taron su peso en las transacciones internacionales, supe-
rando al comercio de bienes. Los intereses pasaron efectiva-
mente a ser una fuente más importante de ingresos que las
ganancias productivas.
Sin embargo, hay otro importante aspecto de la financieri-
zación en lo que concierne al funcionamiento económico sobre
el cual queremos llamar la atención. Como hemos visto, la
globalización implicó la producción de déficits sistemáticos en
la cuenta corriente y, por ende, llevó al país a una dependen-
cia endémica en excedentes externos para el financiamiento

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de los desequilibrios. Para un país cuya moneda opera como


patrón de todas las demás, ello no debía traducirse en un gran
problema; además, desde el punto de vista de la estrategia,
se trataba de desequilibrios temporales que desaparecerían
una vez que la industria doméstica se adecuara a las nuevas
exigencias de competitividad. La posición ventajosa del dólar
permitía a Estados Unidos contratar deuda en su propia mo-
neda, lo que hizo por medio de diferentes mecanismos. Otros
países, a través de sus gobiernos y sus sectores privados, go-
zaron de amplio acceso a los activos estadounidenses tanto
públicos como privados, todos denominados en dólares. Ello
se tradujo en cierta inevitable desnacionalización de los bie-
nes del país y en una amplia creación de pasivos, para benefi-
cio de un desenvolvimiento económico menos azaroso.
Una gran parte de los recursos requeridos provino princi-
palmente de Japón y luego desde China. Pero no se trataba de
una relación promovida por solidaridades políticas; esos paí-
ses se vieron en gran medida forzados a depositar sus exce-
dentes en el país emisor de la mayor divisa mundial, a fin de
garantizar dólares para sus propias transacciones internacio-
nales. Por lo demás, el buen funcionamiento de la economía
estadounidense garantizaba demanda para sus productos, lo
que daba además lugar a la generación de excedentes en el
comercio con ese país. Así, los países acreedores desarrollaron
un interés económico común en el sostenimiento de la situa-
ción desencadenada por la estrategia de globalización.
En resumen, la globalización aparece en principio como
la estrategia del gran capital privado para poner fin al exce-
so de regulaciones sobre la vida económica y así conquistar
la libertad que requerían para una expansión más dinámica.
La glorificación del mercado, la satanización del Estado y
los supuestos ideológicos sobre la humanidad, la libertad, el
bienestar, el rol de la competencia en el desarrollo y todas
las ideas difundidas en la etapa neoliberal, responden a las
prácticas y nociones del gran capital privado.
Lo anterior, sin embargo, no representa una solución al
problema de definir el agente de la transformación de la so-
ciedad capitalista en las últimas décadas. La ideología li-
beral también predominó durante el siglo XIX y principios

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del XX. Esta ideología ha sido actualizada con vistas a satis-


facer demandas del gran capital históricamente específicas.
En nuestro caso, no se pretendía que los principios libera-
les aportaran racionalidad a un mundo burgués en ascenso,
como ocurrió en el pasado, sino que se buscaba legitimar una
contraofensiva de parte del gran capital a escala global. Esta
contraofensiva, a su vez, dio forma a la conducción capitalis-
ta de la gran crisis que estalló hacia fines de los sesenta. Por
lo tanto, los monopolios privados recuperarían posiciones
perdidas en la conducción de la sociedad, al mismo tiempo
que reorganizaban el proceso económico. Éste es el conteni-
do real del proceso al que se dio el poco adecuado pero conve-
niente nombre de “globalización”.
Por lo mismo, la oligarquía financiera según el concepto
de Lenin, fue el aparente agente social y político del proce-
so. Empero, si el proceso se observa con mayor precisión, la
conclusión es que dentro de la oligarquía financiera, fue el
capital dinero el que comandaría la estrategia.
La crisis mundial de los años treinta y su consecuente
desorden productivo, comercial y financiero, desacreditaron
las ideas liberales y debilitaron la posición ideológica y la
legitimidad del gran capital privado. Por su parte, el Esta-
do reforzó su autoridad como resultado de las guerras y de
su dinámica actividad en las tareas de la reconstrucción.
La consolidación de la Unión Soviética y, por consiguiente,
la existencia de una alternativa al capital privado, contri-
buyeron a la expansión de las concesiones al trabajo y al
arreglo social que caracterizaría el capitalismo de posgue-
rra. Las teorías de John M. Keynes, con su énfasis en la
demanda y el consumo, aportarían una adecuada ideología
al nuevo patrón de acumulación de capital. La crisis global
de los sesenta anunció el agotamiento del periodo keynesia-
no. Fue ahora la teoría de Keynes lo que colapsó. El capital
privado se estaba preparando para retirar sus concesiones y
desmantelar el asfixiante sistema de regulaciones que pre-
valecía. A falta de otro esquema ideológico, recurrieron a
las antiguas ideas liberales, que, a raíz de su nueva funcio-
nalidad, fueron correctamente recogidas con el nombre de
“neoliberalismo”.

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3. Desde 1995 en adelante

La política relacionada con la creación de progreso se man-


tuvo, con pocas modificaciones relevantes, durante las últi-
mas dos décadas del siglo pasado. La investigación en tecno-
logía industrial absorbió apenas 0.2% del gasto total en IyD
en 1990, subió a 0.3% entre 1991 y 1994, y alcanzó alrededor
de 0.6% entre 1995 y 2000, todavía apenas sobre 1/3 de su
participación en 1976. El gasto en IyD en energía continuó
cayendo y pasó de 4.5% en 1991 a 1.5% en 2000. A pesar del
que la inversión para investigación en defensa cayó paula-
tinamente a 53.2% en 2000, se mantuvo por encima de los
niveles de 1976. La investigación en salud fue la principal
beneficiaria de esta nueva redistribución del gasto en IyD;
absorbió 20.9% del total en 2000 (RICYT, 2009).
En consecuencia, la productividad del trabajo se desen-
volvió en forma anémica, como sigue: 1995, 0%; 1996, 2.5%;
1997, 1.5%; 1998, 2.0%; 1999, 2.5%, 2000, 2.3%. Tecnologías
de la información fue el sector que hizo la mayor contribu-
ción positiva a los cambios en la productividad, debido tan-
to a su impacto sobre el negocio de las computadoras como
sobre los servicios. Para apreciar su contribución, bastaría
con llamar la atención sobre la siguiente información: mien-
tras que el producto de una hora de trabajo en todo el sector
manufacturero creció 45% entre 1990 y 2000, en el sector de
computadoras y productos electrónicos aumentó 426% (Hou-
seman, 2006). La misma autora destaca que entre los facto-
res que incidieron en el crecimiento del sector, es necesario
incluir los ahorros logrados en fuerza de trabajo tanto por
medio del outsourcing como del offshoring.
La inversión en tecnologías de la información (T.I.) creció
poderosamente —muy por encima del promedio del total de
la inversión privada fija—, estimulando su difusión con el
apoyo de la especulación, la cual, a su vez, terminaría empu-
jando los precios artificialmente al alza, pese a los avances
en productividad.
Los cálculos relativos al impacto de la industria de la
tecnología de la información difieren, pero el consenso al
respecto es predominante. Las formas en que las tecnolo-

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gías de la información pueden incidir sobre la productivi-


dad son muchas y variadas; incluyen desde el diseño de
productos hasta su comercialización (Stiroh, 2002). Tam-
bién el rol cumplido por la innovación en la organización la-
boral es más notable que el incremento de la productividad
(Lynch, 2007). Sin embargo, en el resto de las industrias,
estas tecnologías no modifican por sí mismas la relación
directa entre el trabajador y sus medios de producción (ex-
cepto en algunos casos, como el estímulo a la introducción
de robots), es decir, no dan cuenta de un verdadero avance
de las fuerzas productivas en ese plano. Por otro lado, las
industrias que se benefician de la introducción de esas tec-
nologías son las que operan con los procesos más modernos.
La enorme diferencia entre el crecimiento de las T.I. y el
crecimiento del resto de la industria, es compatible con es-
tos dos fenómenos.
Dos presupuestos subyacentes respaldaban el manejo
neoliberal de la economía. El primero, desde luego, tiene que
ver con las ventajas comparativas y la correspondiente es-
pecialización. Todavía en 2007 dicha suposición continuaba
siendo clave para el gobierno, como puede leerse en el Repor-
te Económico del Presidente (ERP, por sus siglas en inglés) en
ese año:

El vasto beneficio económico de la liberalización del comercio


para los servicios proviene en parte de las ventajas competiti-
vas en servicios (…) Cuando nosotros comercializamos nuestros
servicios de bajo costo por sus bienes de costos más bajos, noso-
tros y nuestros socios ganamos con el comercio.

El segundo supuesto era que los servicios impulsados por


las nuevas tecnologías de la información y por otras rela-
cionadas estaban modelando el presente y el futuro de la
sociedad, la cual pasaría a ser fundamentalmente una socie-
dad de servicios. Por eso, la especialización en esos servicios
debía preservar la posición dirigente de Estados Unidos a
escala global (ERP, 2007: 171-173).
La estrategia estadounidense, al renunciar parcialmente
al desarrollo de las fuerzas productivas, dio la posibilidad a

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otros países de profundizar su participación en esta tarea.


Pero ello implicaba costos.
En efecto, tanto gobiernos como particulares extranjeros
continuaron teniendo acceso a una gran variedad de bienes,
tanto privados como públicos, que incluían valores, bonos,
títulos del Tesoro, bienes inmobiliarios y empresas esta-
dounidenses, todos denominados en dólares. Se extendió la
desnacionalización de activos estadounidenses, pero de ese
modo se sostenían las ventajas del financiamiento externo,
puesto que la inversión extranjera estimulaba el crecimiento
y creaba puestos de trabajo. La inversión en el interior del
país podía de este modo crecer por sobre el ahorro interno.
Al mismo tiempo, el gobierno incrementaba su deuda, pero
ello era necesario mientras el proceso de reorganización in-
terna siguiera su curso. Además, por estos medios los bienes
internos aumentaban sus precios, reforzando su papel de
fuente de ingreso, mientras permitían sostener bajas tasas
de interés.
El déficit comercial, como era de esperar, continuó cre-
ciendo. De 1990 a 2000 pasó de 80 864 a 379 835 millones
de dólares, es decir, creció 4.7 veces. El excedente en el co-
mercio de servicios, que era de 30 173 millones de dólares en
el primer año, alcanzó su punto más alto en 1997, cuando
empezó a caer para alcanzar 74 855 millones en 2000, y a
amortiguar apenas el efecto del déficit de bienes, que alcan-
zó 454 690 el mismo año (BEA, 2009a).
El déficit comercial acarreaba otros efectos. Por un lado,
trasladaba a otros países la producción de bienes interna-
mente necesarios, en la medida en que desplazaba hacia
estos últimos inversión productiva y promoción del empleo;
por otro, las inversiones en Estados Unidos de los países con
excedentes comerciales normalmente no se dirigían a las in-
dustrias que, en ese país, representaban una competencia
para ellos. Además, si proveían créditos para compras esta-
dounidenses en sus países, esos créditos iban orientados a
reforzar su propia capacidad de exportación, o, por los me-
nos, buscaban no dañarla. Todo lo anterior deterioraba la
producción manufacturera de Estados Unidos y, finalmente,
consolidaba la dependencia del país en los ramos industria-

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les afectados por la importación, al mismo tiempo que empu-


jaba a la especialización productiva.
El crecimiento económico, con una tendencia a la caída en
el largo plazo (Palley, 2007), fue errático. El PIB creció entre
1987 y 1989 a tasas superiores a 3.4%, cayó en 1990 y 1991,
se recuperó entre 1992 y 1994 (3.3% y 4.0%, respectivamen-
te), cae en 1995 (2.5%), y entre 1996 y 2000 se mantiene a
una tasa ligeramente mayor a 4%, aunque entre 1999 y 2000
cae del 4.5% al 3.7%, lo cual informaría de una situación de
crisis en proceso.
El intento de transferir ingreso desde el trabajo al capital
por la vía de reducir el salario relativo, puede considerarse
exitosa por un periodo más bien largo. La distribución del in-
greso se deterioró consistentemente a partir de 1980. En ese
año, el quintil más bajo recibía 5.3% del ingreso, y el quintil
más alto, 41.1%. En 2007, el primero participaba con 4%, y
el segundo, con 48.5%. El 5% más rico elevó su participación
de 14.6% a 21.8% en ese periodo (US Census Bureau, 2009).
Sin embargo, esta tendencia es contenida por periodos;
entre 1994 y 2000, la participación del quintil más bajo me-
jora ligeramente, al pasar de 4.1% a 4.3%.
Una evolución similar se registra para la participación de
los salarios en el ingreso. Según cálculos de Buchele y Chris-
tiansen (2007), que no coinciden con otras fuentes, salvo en lo
relativo a la tendencia general, la cuota del trabajo en el in-
greso, que era de 71% a principios de la década de 1970, cayó
en 10 puntos porcentuales hacia 2005. Estas cifras se obtie-
nen substrayendo los ingresos de 0.5% de los salarios más
altos, en el entendido de que se trata de ingresos que reciben
los ejecutivos que actúan representando a los propietarios.
El supuesto de que se trata del ingreso de representantes del
capital, es sensato; pero el supuesto de que ellos reciben 0.5%
de los ingresos, tal vez no lo sea. En cualquier caso, según los
autores, este sector incrementó su participación de manera
significativa en el ingreso (de 3% a 9% en ese periodo).
Sin embargo, no se trata de una tendencia lineal. En la
práctica, se detuvo en 1995.
Debido al hecho de que las mayores ganancias en pro-
ductividad sólo favorecieron a los sectores tecnológicamente

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más avanzados, la tasa de desempleo empezó a retroceder.


En enero de 1994 fue de 6.6%; el mismo mes del año 2000
había caído a 4%, y en el último tercio de este último año fue
3.9% (BLS, 2009), lo que regresaba la economía a una situa-
ción de pleno empleo. En otras palabras, independientemen-
te de la debilidad del trabajo en términos de organización, su
posición objetiva en términos de niveles de empleo, mejoró.
Ésta fue la razón principal de que los mecanismos que per-
mitieron que el sector no financiero obtuviera ganancias a
partir de la redistribución del ingreso, dejaran de funcionar.
Uno de los ejes de la estrategia neoliberal estaba desmoro-
nándose.
En 1996, el salario semanal promedio en dólares cons-
tantes de 1982 aumento a 259.38 dólares; en 1997, a 265.22;
en 1998 a 271.87; en 1999, a 274.64, y en 2000, a 275.62. En
1997, el costo de la unidad de trabajo en el valor bruto real
agregado del sector no financiero empezó a crecer sistemá-
ticamente hasta 2001, mientras que la unidad de ganancia
cayó de la misma manera (BEA, 2009b). La productividad
dejó de crecer más rápidamente que los salarios y más bien
se dio lugar a la relación inversa. Tal como la Comisión para
la Cooperación Laboral (creada por los tres miembros del TLC
norteamericano (Estados Unidos, Canadá y México) decla-
rara: “Por su parte las remuneraciones reales tuvieron una
recuperación; aumentaron a un ritmo ligeramente superior
al de la productividad” (CCL, 2003:156), a pesar de que la pro-
ductividad mantuvo su crecimiento después de 1996.
Bajo la conducción neoliberal, el país retrocedió en sus
esfuerzos por impulsar el desarrollo industrial, como ya se
ha señalado. El proyecto de obtener plusvalor mediante el
deterioro de los salarios, justificaba esta conducta. Sin em-
bargo, por esa misma razón no podía ofrecer una salida in-
tegral, con niveles de crecimiento relativamente elevados y
sostenidos, a la crisis de fines de los sesenta y principios de
los setenta.
La economía estadounidense había dado lugar al con-
texto preciso para la caída de la tasa de ganancia. La po-
sición objetiva de los trabajadores y las dificultades para
incrementar la tasa de plusvalor, hacían inevitable la caí-

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da de la tasa de ganancia. Dumenil y Lévy (2004), con su


propia metodología, detectaron que esta evolución comenzó
en 1997-1998, en las corporaciones no financieras. Datos del
BEA indican que la masa de ganancia de las corporaciones no
financieras —un dato frente al cual el gran capital es mucho
más sensible— cayó de 544.1 billion dollars a 487.5 billions
entre 1998 y 2000. En general, si cae la masa de ganancia,
caerá su tasa, a menos que la posición del trabajo se deterio-
re drásticamente, cosa que no ocurrió en la segunda mitad
de los años noventa, como vimos.
La crisis estaba en proceso. La inversión doméstica bruta
privada redujo su crecimiento de 12.4% en 1997 a 5.7% en
2000, hasta desplomarse en –7.1% en 2001, para volver a
retroceder en –2.6% en 2002. La inversión extranjera direc-
ta tuvo una caída estrepitosa en 2001. Como era de espe-
rar, el PIB apenas avanzó 0.8% en 2001 y en 1.6% en 2002.
El desempleo volvió a crecer, alcanzando 5.7% en 2001. Los
desembolsos salariales también cayeron, especialmente en
la industria privada productora de bienes. El trabajo perdía
claramente muchas de las posiciones ganadas en la segunda
mitad de la última década del siglo pasado.
Una salida duradera a la crisis demandaba una modi-
ficación profunda del modo técnico de producir, un cambio
que permitiera aumentos autogenerados en la productivi-
dad y en la intensidad del trabajo, que consolidara nuevos
niveles de desempleo y mejorara la posición de la economía
en el mercado mundial. Sin embargo, la conducción econó-
mica y política del país optó por profundizar la estrategia
que venía poniendo en marcha, ahora con mayor énfasis en
el endeudamiento de las familias y de las empresas, a fin
de hacer crecer el mercado interno. En el plano de las op-
ciones disponibles, el país, que había relajado sus esfuerzos
por impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas, no es-
taba preparado para otra cosa en lo inmediato, y la misma
conducción política del país tampoco estaba ideológicamente
predispuesta a ello.
Los resultados han sido ampliamente discutidos. La pro-
ductividad del trabajo creció alrededor de 2.8% anual entre
2002 y 2004, y a partir de entonces la tasa de crecimiento

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cayó a 1.4% en 2005 y a 0.9 en 2006, recuperándose levemen-


te en 2007 (1.3%) (OCDE, 2009). El desempleo cayó a 4.5% en
2006. Los trabajadores mejoraron su posición en el ingreso.
Sus remuneraciones crecieron por sobre el crecimiento de
las ganancias corporativas. Su participación en el ingreso
nacional pasó de 63.9% a 64.4% entre 2006 y 2007, y aunque
todavía no alcanzaba el nivel de 2001 (66.2%), tendía a mejo-
rar. El déficit comercial continuó creciendo hasta duplicarse
entre 2000 y 2006. Los precios del petróleo se fueron a las
nubes, debido en parte a la especulación, mientras que los
precios de las exportaciones chinas aumentaban, entre 2006
y 2007, como resultado de los cambios en sus propios salarios
y de una cierta revaluación del yuan. La inversión fija pri-
vada doméstica, que apenas había crecido 1.9% en 2006, se
derrumbó -3.1% en 2007 (BEA, 2009a). Una nueva oleada de
estancamiento económico, desempleo y caída de los salarios,
reeditó los males de 2001-2002 en un nivel más profundo.
El endeudamiento de los hogares y de las empresas bus-
caba estimular el consumo con cargo a la creación futura
de valor y de ese modo impactar sobre la producción pre-
sente. En parte, el mecanismo fue exitoso por un periodo,
como puede apreciarse en el boom inmobiliario; pero generó
precios y capitales ficticios que se desenvolvían sin contacto
con la producción real, en correspondencia con el tipo de de-
manda que el esquema creaba. Una vez que el derrumbe del
capital no financiero desmoronó las expectativas de ingresos
futuros, el mundo artificialmente creado estalló en pedazos,
a partir de la ruptura de su eslabón más débil: los créditos
precarios (subprime), y puso en evidencia el enorme costo de
una especulación que también afectaba a los precios de ma-
terias y alimentos, elevando costos productivos e inhibiendo
la producción.
La crisis que tuvo lugar en 2000-2002 había sido encu-
bierta con un velo de explosión monetaria, la cual se erigió
en estímulo suficiente para sortear la tormenta e impulsar
el crecimiento de manera sostenida. Esa crisis fue en los he-
chos tratada como si fuera la explosión de una burbuja, en
este caso la llamada dot-com bubble, que estalló en marzo de
2000 y que, a su vez, fue interpretada como el resultado de

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las elevadas tasas de interés y cargas tributarias, y no como


el efecto de una caída en la demanda creada por la inversión
decreciente en los sectores que no eran objeto de la especula-
ción. Los sectores productivos que no estaban en el centro del
avance tecnológico ya no podían seguir sosteniendo la expan-
sión de la “nueva economía”. Sin embargo, desde el punto de
vista dominante, para superar el estancamiento no se reque-
ría mucho más que bajar las tasas de interés (la reducción fue
sistemática desde enero de 2001 hasta llegar a 1% en junio de
2003), recuperar el financiamiento externo y abrir paso a la
operación de cualquier mecanismo financiero que permitiera
lanzar dinero al mercado. Ninguno de los problemas estruc-
turales fue atacado, y éstos no tardaron en salir a la luz.
En la actualidad, los dos primeros mecanismos mencio-
nados (bajas tasas de interés y financiamiento interno y ex-
terno) están aún en uso en Estados Unidos. En realidad, el
recurso a las bajas tasas de interés fue más profundo en esta
ocasión, ya que en 2008 la tasa de la Reserva Federal cayó
0.25, nivel en que ha permanecido; el tercero busca corregir-
se mediante la introducción de esquemas regulatorios. Por
otro lado, se está aumentando el gasto en investigación y de-
sarrollo, pero no se vislumbra todavía una nueva oleada de
cambio tecnológico. En estricto sentido, esto último impide
la adopción de una estrategia más adecuada para la supe-
ración de la crisis. El capitalismo estadounidense, a despe-
cho de cualquier eventual recuperación transitoria que sólo
postergaría las transformaciones necesarias, continúa en un
estado muy vulnerable de salud. Hoy en día prácticamente
no existe espacio para los estímulos monetarios. Al mismo
tiempo, los niveles de deuda y de déficit fiscal reducen las
posibilidades de introducir estímulos fiscales. La demanda
de bienes habrá de permanecer igualmente estancada por el
hecho de que el sector privado busca liberarse de sus deudas.
Los espacios naturales de neoliberalismo están agotados.
Así pues, los desafíos por venir no se limitarán ya a la
tarea, por compleja que sea, de enfrentar una gran crisis
periódica del capital como las que hemos conocido hasta el
presente. De aquí en adelante, los desafíos serán —son ya—
mucho más grandes y más complejos.

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4. Capital y naturaleza

El cambio climático es ya generalmente reconocido como un


fenómeno fuera de discusión. Una enorme masa de inves-
tigaciones y reportajes sobre lluvias torrenciales que han
paralizado por horas a ciudades completas o que provocan
enormes masas de damnificados, infecciones y muertes; olas
polares que matan decenas de miles de animales; incendios
forestales que destruyen miles de hectáreas; la expansión
de zonas pobres en oxígeno; el desplazamiento de especies
de sus entornos naturales; desplazamientos de poblaciones
y una gran cantidad de otras calamidades han contribuido
a formar una conciencia generalizada sobre esta realidad.
En enero de 2007, en su reunión anual, el Foro Económi-
co Mundial, que incluye una gran parte de los cuadros aca-
démicos y políticos del capital a escala mundial, determinó
que el cambio climático es el tema con mayor impacto global
para los años venideros, y reconoció que se trataba de un
asunto respecto del cual el mundo estaba menos prepara-
do. La preocupación de este grupo, aunque llega con mucho
atraso, responde a una alerta crucial. En efecto, las inves-
tigaciones sobre los efectos económicos globales del cambio
climático están en la base de este tipo de reacciones. En par-
ticular, el llamado Informe Stern —dirigido por sir Nicholas
Stern, jefe de Servicios Económicos del gobierno; elaborado
por encargo (en julio de 2005) del primer ministro británico,
y publicado el 30 de octubre de 2006— debía encender focos
de alarma que ya no podían ser ignorados. Los puntos más
destacados de este reporte son los siguientes:

– Es necesario actuar de manera urgente para combatir


los efectos del cambio climático. Ya no es posible de-
tener el cambio climático que se producirá en las dos
o tres décadas que siguen, pero se puede reducir su
impacto. Estabilizar la situación en cualquier nivel re-
quiere que las emisiones anuales se reduzcan en más
de 80% de su nivel actual.
– De no hacerse, se puede perder como mínimo 5% del PIB
anual global. Las pérdidas pueden llegar a 20%, o más.

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100

– Se requiere, desde ya, destinar 1% del PIB global anual.


Estos recursos pueden ser insuficientes si la innova-
ción orientada a producir tecnologías bajas en carbono
es más lenta de lo esperado. La inversión en IyD en
energía debe duplicarse, y el apoyo a la difusión de tec-
nologías bajas en carbono, multiplicarse por 5.
– Una convicción principal del informe es que el costo de
la inacción será muy superior. Además, espera que la
creación de tecnologías, mercancías y servicios bajos en
carbono abrirán nuevas fuentes productivas ventajosas
para los negocios. El desarrollo económico se puede lo-
grar sin eludir el cambio climático.
– La reducción de las emisiones exige una mejora de la
eficiencia energética, la introducción de cambios en la
demanda y de tecnologías limpias en los sectores de la
energía, la calefacción y el transporte. Aun así, es po-
sible que los combustibles fósiles sigan representando
más de 50% del suministro mundial de energía todavía
en 2050. El carbón seguirá representando una parte
importante de la mezcla energética, por lo que es ne-
cesario promover la captura y el almacenamiento del
carbono. Igualmente es necesario reducir las emisiones
que resultan de la deforestación y de los procesos agrí-
colas e industriales.
– La acción del Estado es imprescindible en un gran va-
riedad de tareas para enfrentar el cambio climático; el
Informe destaca la regulación del precio del carbono, el
estímulo a la innovación tecnológica, la promoción de
la eficiencia energética y la concertación internacional.
Esta última se considera una condición necesaria para
enfrentar los desafíos futuros.

De acuerdo con el Informe, “el cambio climático es el ma-


yor fracaso del mercado jamás visto en el mundo”. Esta sen-
tencia puede leerse como un grito desesperado para que la
razón quede al mando de la conducción económica del mun-
do; aunque el Informe no se posiciona en contra de la lógica
capitalista que, determinada por el afán de ganancia, empu-
jó a una relación irracional con la naturaleza, en lo inmedia-

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to sí condena el liberalismo a ultranza que ha dominado los


asuntos del mundo en las últimas décadas.
Es difícil imaginar la posibilidad de producir alguna
cosa sin un incremento en sus costos mientras se avanza a
la estabilización del sistema climático. Basta pensar en los
aumentos de los precios del agua o de la electricidad, sin ne-
cesidad de considerar los precios agrícolas, del suelo, de las
residencias, de los seguros y demás, para tomar conciencia
de la magnitud de los efectos previsibles. Desde el punto de
vista de la economía capitalista, tanto el capital constante
como el variable tenderían a incrementar su valor.
La toma de conciencia generalizada respecto del cambio
climático y de la urgencia de enfrentarlo, también ha sido
estimulada por la observación del desenvolvimiento del pe-
tróleo, un recurso natural que no puede reproducirse en los
términos requeridos por el crecimiento económico. Como he-
mos sugerido, se trata del recurso natural que mayor impac-
to ha tenido en el crecimiento y el desarrollo económico du-
rante el siglo XX y lo que va del actual. Independientemente
de que el peak-oil, en relación con todas las existencias del
planeta, haya sido alcanzado o no, la convicción general es
que la mayor parte de los yacimientos “fáciles” en el mundo
han llegado a su cenit (pico o meseta, según los casos) y que
la producción en adelante deberá concentrarse en los yaci-
mientos de explotación más difícil, lo que, como es natural,
demandará inversiones y costos más elevados. El petróleo
no convencional, aparte de ser más contaminante, requiere
más agua y energía para su procesamiento.
Los precios del petróleo están también determinados por
la demanda, lo cual explica sus oscilaciones. Aunque el bajo
crecimiento económico favorece la disminución de los pre-
cios, por un lado lleva a la postergación de inversiones en ya-
cimientos de explotación más difícil, y por otro daña de ma-
nera adicional el desenvolvimiento económico de los países
exportadores. Las señales de crecimiento económico tienen
el impacto inverso. No parece razonable descartar nuevos
descubrimientos de petróleo convencional, como ya ocurrió
en Alaska (lo que de todos modos mantiene a Estados Uni-
dos por debajo de su pico de 1970) y en Rusia (que sí supe-

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ró su pico), pero no ha habido mayores noticias al respecto.


También parece posible recuperar hidrocarburos dejados en
las extracciones primarias y secundarias, pero los costes se-
rán mayores.
La búsqueda capitalista de alternativas energéticas ha
dado lugar a nuevas contradicciones. Es el caso de la agri-
cultura. La producción de bioenergéticos se ha logrado en
parte gracias al desplazamiento de la producción de alimen-
tos, de por sí afectada por el cambio climático. La llamada
crisis alimentaria no es el resultado de la dinámica propia de
la agricultura, sino de influencias hasta cierto punto exter-
nas a la misma. “Hasta cierto punto”, porque el crecimiento
agrícola ha sido posible gracias al concurso del petróleo —a
través de los agro-químicos, los sistemas de refrigeración,
la movilización de tractores y tráileres, además del recurso
a los fertilizantes que provienen del gas natural— y de la
electricidad, que además de producirse en buena parte gra-
cias al gas natural, también procede en parte del carbón. Es
decir, el sistema agrícola también es un emisor de gases de
efecto invernadero y, en la medida en que contribuye al cam-
bio climático, también da lugar a las causas que la afectan
(inundaciones, sequías, plagas, erosión de la tierra). Pero
no parece razonable pensar que las manifestaciones de la
actual crisis alimentaria hubieran hecho en tan poco tiem-
po acto de presencia sin la intervención de la producción de
bioenergéticos. Así pues, dicha crisis es también un efecto de
la respuesta capitalista al problema energético. Cabe seña-
lar, además, que la producción de bioenergéticos no reduce
las emisiones agrícolas y hasta se discute sobre si efectiva-
mente trae consigo ahorros de energía.

5. Para concluir

1. El capitalismo está llamado a producir una nueva ola de


cambios tecnológicos. Desde el punto de vista del interés ca-
pitalista, esta nueva ola debe producir una nueva relación
de la producción tanto con el trabajo como con la naturaleza.
En el pasado, la superación de las crisis tuvo lugar, indefec-

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tiblemente, mediante un salto en la explotación del traba-


jo y también de la naturaleza. Los nuevos y más poderosos
medios de producción afectaban a ambos. Ahora es urgente
proteger a la naturaleza, mientras se procesa una mayor ex-
plotación del trabajo. Ésta es la magnitud del desafío que el
capitalismo tiene por delante.
2. El descubrimiento de una nueva fuente energética lim-
pia, fácilmente disponible y barata, sería un gran paso ade-
lante en ese sentido. Tal condición no existe, al menos por
ahora. Es generalmente reconocido que no sólo no existen
alternativas, sino tampoco alguna combinación de alterna-
tivas que se aproxime a la densidad energética del petró-
leo. Tampoco el petróleo ofrece promesas viables, no sólo por
sus emisiones de dióxido de carbono, sino también porque se
está agotando como recurso barato. Sin embargo, rediseñar
la industria es de suyo una actividad costosa, y los estímu-
los para el cambio se reducen aún cuando tienen lugar en
el marco de una expectativa de ganancias a la baja. Por lo
demás, el capitalismo estadounidense poco o nada se esforzó
por preparar una innovación masiva en el campo de la indus-
tria y de la energía, como puede apreciarse en su deficiente
gestión estatal de desarrollo; más bien confió a su superio-
ridad bélica el control de las fuentes de energía. El capital
no está preparado para una recuperación de sus niveles de
ganancia por la vía del progreso tecnológico. Tampoco está
preparado para operar con menores niveles de ganancias,
como lo han evidenciado los estancamientos de la producción
en los últimos años.
3. Cabe esperar, por lo tanto, que continuará echando
mano a los recursos existentes. Esta ruta puede ser reforza-
da con el descubrimiento de métodos que hagan posible un
enfriamiento del planeta y permitan extender la captura y
almacenamiento de las emisiones. En este contexto, el au-
mento de los costos en capital constante deberá compensarse
con un abaratamiento proporcional de la fuerza de trabajo y
con una extensión de la pobreza. En lo inmediato, el gobier-
no estadounidense se ha concentrado en el rescate y ordena-
miento financieros, dejando una vez más la reactivación eco-
nómica en manos de la financierización de la economía. Son

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pues de esperar unas leves mejoras económicas seguidas por


recesiones y por la consiguiente acumulación de tensiones
que buscarán su liberación a través de convulsiones más
profundas. Mientras no se dé lugar a una nueva revolución
tecnológica orientada a la explotación de nuevas energías,
el empeño en conciliar la ganancia con la naturaleza, y los
intereses del capital con los intereses del planeta, probará
ser cada vez más inútil.
4. La competencia por los recursos existentes se agrava-
rá. La tendencia al enfrentamiento bélico entre potencias
puede ser controlada, al menos parcialmente, mediante
la introducción de un multilateralismo que coordine a los
grandes poderes en la conducción de los asuntos globales, si-
quiera por cierto periodo de tiempo. Ello demandará ciertas
concesiones de parte de Estados Unidos, que en la actuali-
dad parece estar preparándose para una redefinición de las
zonas de influencia y control por parte de las viejas y nuevas
potencias. Seguramente, las resistencias de ese país serán
mayores en relación con las demandas actuales para crear
un nuevo orden monetario internacional, en particular si de
lo que se trata es de actualizar la propuesta de Keynes de
crear una moneda especial de reserva. Estados Unidos no
estará dispuesto a renunciar a las ventajas que le ofrece su
actual posición privilegiada. Pero al mismo tiempo, aunque
el presente orden monetario es visto como una de las causas
principales del actual estado de cosas, potencias como Chi-
na, interesadas en la reforma, no logran todavía encontrar
una fórmula que no termine lesionándolos a ellos mismos.
Esto fortalece las resistencias estadounidenses.
5. En cuanto a la renegociación de las zonas de influencia
en el mundo, para América Latina no se vislumbran cam-
bios. A las medidas de control impuestas a través de los tra-
tados de libre comercio, se agrega ahora una intensificación
del uso de bases militares, como lo ilustra claramente su
política militar en Colombia. El surgimiento de gobiernos
populares y su posible extensión a otros países, debe ano-
tarse como la principal causa de estas medidas para forta-
lecer las posiciones militares estadounidenses en América
Latina, en particular si se acrecientan las dificultades en

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apoyarse en movimientos locales reaccionarios exitosos,


como en Honduras.
6. El Estado está llamado a desempeñar un papel clave
en el proceso de reordenamiento global. El desprestigio del
mercado, que afecta de manera especial al capital financiero
en sentido restringido, contribuye a legitimar este nuevo rol
del Estado. Pero desde que no basta una redefinición pura-
mente keynesiana del papel del Estado, cabe esperar que se
acentúe el autoritarismo, en especial con miras a lograr ni-
veles de gobernabilidad en un contexto de descontento social
y criminalidad alimentados por un incremento de la pobreza
y el desempleo.

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3. EL PATRÓN DE COLONIALISMO INDUSTRIAL

En América, la acumulación es crecimiento económico basa-


do en las importaciones. Por general, en lo que se refiere a la
acumulación, las importaciones pueden ser usadas para uno
de estos dos esquemas económicos: el crecimiento orientado
al interior y el crecimiento orientado al exterior. En otras
palabras: el crecimiento económico puede organizarse prin-
cipalmente ya sea con vistas a las necesidades del mercado
doméstico, o a las necesidades del mercado mundial. Ambas
formas de crecimiento normalmente van de la mano, pero
se refieren una a la otra de modo distinto: el crecimiento de
las exportaciones es una condición del crecimiento hacia el
mercado interno, pero lo inverso no es correcto, ya que el
crecimiento hacia el exterior no tiene como condición una
expansión del mercado interno, y esta última bien puede te-
ner lugar simplemente como un resultado secundario de la
expansión hacia fuera.
Las exportaciones siempre deben crecer para sostener un
determinado ritmo de crecimiento. Sin embargo, mientras
que en el caso del crecimiento orientado al exterior las ven-
tas apoyan principalmente la expansión del sector exporta-
dor, en el caso del crecimiento orientado al mercado inter-
no, las ventas deben apoyar tanto al sector exportador como
al mercado doméstico. En este último caso, se espera que
el crecimiento de la industria relaje las presiones sobre la
balanza comercial por medio de la substitución de importa-
ciones. Este modelo demanda una protección creciente para
una industria que no está en condiciones de seguir el ritmo
de cambio tecnológico de los países desarrollados. No obstan-
te, la substitución de importaciones —que es esencial para el
curso del “crecimiento hacia adentro”— encuentra su límite
absoluto en el hecho de que la substitución de la importación
de progreso está por definición fuera del alcance del país sub-

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desarrollado. La noción de sustituir progresivamente bienes


salarios, luego bienes intermedios y luego bienes de capital,
no hizo otra cosa que dar lugar a ilusiones sin fundamento
real.
El crecimiento orientado al exterior, a su vez, no puede
eludir la expansión de una cierta industria para el mercado
doméstico como efecto secundario. El grado de crecimiento
de esta industria determinará el nivel de los recursos que
será necesario sustraer con cargo a la expansión del sector
exportador. Debe haber siempre un punto en que el creci-
miento de la industria para el mercado local debe ser fre-
nado. En ese punto, el nivel de las importaciones se redu-
ce, al igual que el crecimiento. Pero los límites a este tipo
de crecimiento también están vinculados a la expansión
del propio sector exportador, por cuanto ésta implica una
constante modernización del mismo. En la medida en que
la innovación tecnológica avanza, el sector se incorpora a
las corrientes más dinámicas del comercio internacional,
estimulando nuevas sofisticaciones tecnológicas y una ma-
yor dependencia respecto de los bienes importados. El va-
lor creado en el sector se transforma continuamente en una
parte más pequeña del producto exportado, reduciendo su
efecto positivo en la balanza comercial, razón por la cual el
estímulo para su expansión declina al igual que su impacto
en la economía.
El capitalismo en América Latina surgió y se consolidó
a través del crecimiento orientado al exterior, de modo que
también a través de esta forma se introdujo el colonialismo
industrial. La década de 1930 fue testigo de la primera tran-
sición de una forma de crecimiento a la otra en varios países,
a causa principalmente de dos condiciones históricas: 1) la
existencia de un (limitado) mercado interno que surgió es-
pontáneamente al lado de las exportaciones, y 2) el relativo
aislamiento de la región respecto de los países desarrollados
como resultado de la Gran Depresión y de la Segunda Gue-
rra Mundial. La gran crisis que estalló hacia fines de la dé-
cada de 1960 provocaría la segunda transición, esta vez del
crecimiento orientado al mercado doméstico al crecimiento
orientado al mercado externo. Hasta ahora, como puede

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apreciarse, las grandes crisis mundiales han traído consigo


un cambio en la forma del crecimiento en la región.
“Forma del crecimiento” es de alguna manera un concep-
to neutral que hace posible el análisis del funcionamiento de
la economía subdesarrollada independientemente de la do-
minación externa en cualquiera etapa histórica; ésta ha sido
la manera de proceder de algunos autores dentro de la CEPAL.
Al mismo tiempo, cada forma del crecimiento informa de un
modo particular de integración de la región en la economía
mundial. Aquí quisiéramos enfatizar el aspecto “domina-
ción” de esta integración, el cual es inherente a esta última y
que involucra no a cualquier “economía mundial”, sino a una
economía mundial dirigida por los países imperialistas. Bajo
esta lógica, cada forma del crecimiento es al mismo tiempo
un patrón de colonialismo industrial en lo que concierne a
América Latina.
Cada patrón de colonialismo industrial, al igual que sus
formas de crecimiento, despliega de una manera específica
las tendencias que corresponden a las economías subdesa-
rrolladas, tendencias que, a grandes rasgos, han sido pre-
sentadas en el capítulo 1. Estas tendencias se expresan de
una manera más violenta y desnuda bajo el crecimiento ex-
portador, es decir, bajo el patrón de colonialismo industrial
que dio origen al capitalismo y que más tarde sería nueva-
mente impuesto por la estrategia neoliberal de globalización
en la región. Esperamos aclarar esta proposición en la me-
dida en que avancemos; pero, antes que nada, nos gustaría
abordar brevemente la cuestión de por qué el subdesarrollo
se reproduce a sí mismo desde el punto de vista del cambio
tecnológico.

1. Barreras a la apropiación por la región


del conocimiento científico de frontera
para la producción

La teoría neoliberal aplicada en la región esperaba que el


librecambio y la competencia operaran a favor de la nivela-
ción de las economías nacionales. El conocimiento industrial

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y el capital supuestamente se encontraban libremente dispo-


nibles, de modo que los mejoramientos de la productividad
inducidos por la competencia harían el resto. De acuerdo con
este enfoque, no había necesidad de que los Estados impulsa-
ran la organización de su propio trabajo general ni la gestión
estatal del desarrollo. Sin embargo, ya hemos visto que la
economía neoliberal ha estado lejos de trabajar como se espe-
raba a nivel global; ahora debemos ver sus limitaciones para
la región. El hecho es que varios poderosos obstáculos impi-
den que los países subdesarrollados tengan completo acceso
al conocimiento de punta y a sus aplicaciones productivas.
Se sabe que la tecnología contiene conocimiento explíci-
to y conocimiento tácito. De acuerdo con Masaru Yoshitomi,
el primero se comporta como un bien público, es potencial-
mente objeto de comercio y se encuentra disponible para el
público. El segundo se refiere al componente de la tecnología
que surge de las habilidades colectivas y de las rutinas or-
ganizativas de las empresas. Este segundo aspecto no puede
ser tratado independientemente de las condiciones particu-
lares bajo las cuales la tecnología fue creada. No se encuen-
tra disponible en el mercado. Yoshitomi piensa que ésta es la
razón de que las diferencias en competitividad entre países
y firmas persistan a pesar de la difusión del conocimiento
genérico (1996: 58-59). Y agrega que las innovaciones hacen
posible la expansión y el crecimiento de las empresas que las
introdujeron. Por lo tanto, estas firmas intentarán retener
esos beneficios por medio del establecimiento de un control
exclusivo sobre las innovaciones, hasta donde sea posible.
De este modo, el autor confirma una vieja tesis de Marx
que vincula las innovaciones a la producción de ganancias
extraordinarias, por lo que los capitalistas harán lo que esté
a su alcance para postergar su generalización. Al nivel de la
circulación de mercancías, el comercio intrafirmas es otra
manera en que los capitalistas protegen sus avances tecno-
lógicos. Este comercio involucra en gran medida bienes que
contienen conocimiento y talentos que han de encontrarse
por un tiempo sólo en las empresas que los controlan.
Cuando un productor empieza a comercializar un nuevo
producto, sus competidores intentan construir diseños alter-

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111

nativos. Una vez que se ha decidido enviar masivamente un


nuevo diseño al mercado, su productor procede a introducir los
cambios requeridos en el proceso de trabajo. Desde luego, las
innovaciones de los procesos no siempre responden a innova-
ciones de los bienes producidos, ya que simplemente pueden
responder a otros propósitos, como la reorganización laboral,
por ejemplo. Con relación a la innovación de bienes y procesos,
algunos factores son dignos de atención. Estos cambios tienen
lugar en firmas que han acumulado el cocimiento y el talen-
to requeridos, en un contexto en que la cantidad y la calidad
de estos últimos cambia constantemente como resultado del
progreso tecnológico. Por lo mismo, sólo las firmas que poseen
semejante conocimiento y talento son capaces de participar en
la carrera para imponer un nuevo diseño a un determinado
producto o a un nuevo proceso. Pero aun la imitación sigue un
curso similar, tal como señala Gustavo Burachik:

La capacidad de imitación-innovación se encuentra asociada


con la experiencia productiva y con los esfuerzos de aprendizaje
deliberado acumulados por las firmas a través de su historia
productiva, lo que hace que la entrada innovadora sea relativa-
mente difícil (Burachik, 2000: 100).

El producto nuevo o rediseñado entrará primero en los


mercados de altos ingresos, o sea, en los de los países desa-
rrollados; y se orientará a los países subdesarrollados una
vez que se haya generalizado y ya no ofrezca espacio para
mejoras tecnológicas significativas. Desde luego, por la mis-
ma razón, la obtención de ganancias extraordinarias se con-
centrará también en los países desarrollados. La CEPAL ha
podido comprobar que “las ventajas comparativas se insta-
lan en el país que hace la innovación durante el lapso en que
el usufructo de ésta constituye un poder monopólico para el
innovador”. Más tarde, “cuando la variable tecnológica ha
perdido su significación se trasladan al país rico en factores
o en cualidades determinantes para la elaboración de ese
rubro” (CEPAL, 1990: 21).
No es raro, entonces, que los gobiernos de los países desa-
rrollados muestren interés por el desarrollo de su base tec-

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112

nológica, aun cuando ese interés no siempre encuentre la co-


rrecta contrapartida en las políticas impulsadas. En Estados
Unidos, el gobierno ha mostrado interés incluso por el éxito
de empresas extranjeras en la medida en que tales firmas
dan pruebas de su compromiso con el desarrollo de la base
tecnológica nacional. De hecho, no se limitan a enfatizar el
valor económico del desarrollo tecnológico sino también su
importancia política y cultural (House of Representatives,
Committee on Science, 1998).
Una vez que la tecnología ha sido enviada a un país sub-
desarrollado, allí puede ser objeto de cambios por los pro-
ductores locales, con vistas a superar a los competidores que
comparten la misma tecnología o trabajan con una similar,
o con el propósito más general de adaptarla a las condicio-
nes locales. Sin embargo, este trabajo, aun cuando requiera
creatividad, meramente complementa el conocimiento ya
objetivado en el proceso o producto original (Katz, 1998). El
esfuerzo tecnológico en la región ni siquiera se extiende a
los principios que subyacen a una innovación particular, y
las capacidades locales tienden a permanecer subordinadas
a aquellas que hacen posible el mejor uso del paquete tec-
nológico importado. Esta práctica es en parte el resultado y
también la causa de la baja calificación de la fuerza laboral,
la cual, a su vez, viene a representar un nuevo obstáculo
para la entrada de alta tecnología en la región, ya que dicha
tecnología es un elemento importante de un entorno tecnoló-
gico poco receptivo a la misma.
El correspondiente bajo valor de la fuerza de trabajo, un
tema al que habremos de volver en un capítulo posterior, se
opone como una nueva barrera a la introducción de tecno-
logía de frontera en los países subdesarrollados. Con vistas
a incorporar nuevos medios de producción en una empresa
en funcionamiento, es necesario que el valor de los mismos
sea más bajo que el valor de la fuerza de trabajo que despla-
zan. De otra manera, el costo de la unidad de producto no
se reducirá y la tasa de ganancia caerá en la medida en que
la composición orgánica del capital aumente. Insistimos en
que esta ley se aplica sólo para capitales en funcionamiento
dentro de condiciones de mercado relativamente estables, y

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113

explica, entre otras cosas, la conducta de esas empresas que


enfrentaron el proceso de apertura económica mejorando el
desempeño del trabajo por medios distintos a la incorpora-
ción de nueva tecnología. Según la CEPAL, tal fue el caso de la
mayor parte del gran capital instalado en la región:

[…] en la mayoría de los sectores industriales este mejoramien-


to de la productividad laboral se logró sin grandes inversiones
nuevas y con una caída de la ocupación. En gran parte parece
tratarse de cambios tecnológicos relacionados con la organiza-
ción y de carácter “desincorporado”, es decir, no directamen-
te vinculados a la incorporación de nuevos bienes de capital,
aunque su introducción implique inversiones complementarias
(CEPAL, 1996: 101).

La CEPAL observó la misma situación en las empresas con-


troladas por el capital extranjero:

En efecto, pese a que las transnacionales gozan de ventajas


importantes respecto de las empresas nacionales para rees-
tructurarse —acceso a los mercados internacionales, a mayor
financiamiento y tecnologías modernas—, sus esfuerzos para
adquirir competitividad han sido limitados tanto por las res-
tricciones que impone su actual planta instalada como por la
estrategia corporativa de globalización. En efecto, actualmente
han centrado el grueso de sus esfuerzos en reducir sus costos
variables, racionalizar su producción e introducir tecnologías
“blandas”, sin comprometer mayores inversiones para renovar
y modernizar sus equipos (CEPAL, 1994: 36).

En realidad, la “estrategia corporativa de globalización”


poco puede hacer para explicar este fenómeno, que pudo
apreciarse igualmente en las industrias nacionales sin “es-
trategia de globalización”. En ambos casos, fue la búsqueda
de utilidades lo que ha determinado la estrategia de adap-
tación al esquema de crecimiento exportador en un contex-
to (la década perdida) que no ofrecía estímulos para la in-
versión directa en nuevas industrias o en la modernización
tecnológica generalizada de las existentes. Puede desde ya

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percibirse que este método, por medio del cual el subdesarro-


llo latinoamericano buscó enfrentar la apertura comercial y
productiva, no planteó mayores demandas en términos de
la calificación de fuerza de trabajo y de desarrollo del ta-
lento productivo local, lo que tendió más bien a descalificar
la fuerza de trabajo desde el punto de vista del manejo de
los medios de producción cercanos a la frontera tecnológica.
Más adelante veremos que dicha descalificación, en tanto
que profundización de la brecha que existe respecto de la
calificación laboral de los países desarrollados, es un efecto
permanente del funcionamiento del colonialismo industrial.
Las barreras que hemos descrito hasta ahora se refieren
fundamentalmente a dificultades para el acceso rápido a las
innovaciones que constantemente tienen lugar en los países
desarrollados y que impiden que la región pueda incorpo-
rarse de manera competitiva al mercado mundial. Una vez
detectadas como obstáculos, lo cual se ha hecho desde dife-
rentes perspectivas, el objetivo debe ser superarlos, conside-
rarlos estímulos para impulsar en la región la organización
del trabajo general que permita avanzar en el desarrollo
de la capacidad para producir internamente avance de las
fuerzas productivas. Sin embargo, ya hemos señalado que
no son éstas las trabas fundamentales, por cuanto más bien
promueven al cabo la actitud pro imperialista de las clases
dominantes locales. Esta actitud puede apreciarse en las no-
ciones ideológicas de los empresarios locales; para éstos, la
tecnología extranjera es por definición superior a cualquier
producto local creado sin el respaldo de la experiencia y la
solidez que ofrecen productos probados en el mercado mun-
dial; y la importación de progreso, además de que es econó-
micamente más conveniente, garantiza niveles competitivos
de los que no hay antecedentes en las experiencias locales
(Sabato, 1980). Argumentan, además, que su responsabili-
dad consiste en garantizar el éxito de su empresa, ya que
así cumplen su responsabilidad para con la sociedad (Fale-
to, 1991: 11). No logran percibir ningún interés social en la
creación endógena de desarrollo y, junto con su visión smi-
thiana de la responsabilidad social del empresario, revelan
la proverbial ausencia en este sector social de interés por la

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nación, y a la vez muestran que los proyectos de superación


del subdesarrollo dentro del capitalismo liberal, están des-
provistos de sujeto.
La ideología y la práctica del neoliberalismo vinieron a
reforzar estos conceptos. En efecto, la casi ciega confianza en
el mercado, junto con las demandas de tecnología e inversión
que genera, impiden que el Estado se involucre en una acti-
va gestión (originaria en este caso) del desarrollo y asuma el
papel de conductor y motivador con capacidad para orientar
a la economía en torno a fines precisos. En realidad, el neo-
liberalismo, en vez de promover avances para la superación
del subdesarrollo, más bien obstaculiza cualquier evolución
en esa dirección, como hemos de ver más adelante.

2. Las estrategias para la transferencia


de conocimientos y tecnologías
(la OCDE, el BM, el BID)

Se sostiene, en efecto, que la búsqueda de las tecnologías


correctas es un proceso empresarial, por lo que cabe deducir
que el papel de los demás actores se reduce al apoyo de los
esfuerzos empresariales. La Organización para la Coopera-
ción y el Desarrollo Económicos (OCDE) reconoce los enormes
avances logrados en un país como China, que no contaba
con una élite empresarial que pudiera hegemonizar el proce-
so de construcción de capacidades internas; y aunque dicha
élite se ha ido creando gracias a la actividad del Estado, se
resiste a reconocerle a éste méritos relevantes. Tampoco pa-
rece dispuesta a informarse sobre las actitudes del empresa-
riado latinoamericano hacia el desarrollo local de la ciencia,
y naturalmente no percibe en estas actitudes obstáculos re-
levantes.
En el marco de este discurso, las conexiones requeridas
para dar paso a la creación de sistemas de innovación sólo
pueden completarse a través de los vínculos con el exterior,
ya que la organización del conocimiento en los países no de-
sarrollados es por definición incompleta. En los textos de la
OCDE no aparece totalmente claro el significado de “incomple-

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to”, pero razonablemente se puede suponer que por lo menos


un contenido principal se refiere a la ausencia de capacida-
des creativas locales. Así, el contacto con las fuentes del co-
nocimiento y de la tecnología a efectos de la innovación, no
se puede evitar, y toma forma a través de las “transferencias
de tecnología” desde las firmas que operan en los países de-
sarrollados hacia los empresarios locales.
Esto ocurre sobre todo porque, como insiste la OCDE, la
producción de conocimiento está altamente concentrada en
pocos países y en un número pequeño de empresas. Esta rea-
lidad lleva a hacer hincapié en el respeto que es necesario
otorgar a los sagrados derechos de propiedad física e intelec-
tual, por cuanto ello da a las grandes empresas transnacio-
nales la certeza que requieren para embarcarse en lo que la
OCDE llama “transferencias” de conocimientos y tecnologías.
Siguiendo al Banco Mundial, la OCDE sostiene que, ade-
más de la capacidad adaptativa de los países receptores, la
difusión de tecnologías requiere la adecuada operación de
tres canales: a) el comercio, b) la inversión extranjera direc-
ta (y el licenciamiento que “puede sustituir a la IED”), y c) los
desplazamientos de talento. Este último canal no figura de
manera importante en las reflexiones de la OCDE sobre trans-
ferencias de conocimientos hacia los países no desarrolla-
dos. La misma Organización ha constatado que se trata en
lo fundamental de lo que podríamos llamar “transferencias
inversas” de recursos humanos altamente calificados, puesto
que los desplazamientos de talento tienen lugar fundamen-
talmente en la dirección Sur-Norte (OCDE, 2008b); es decir: el
traslado de talentos está determinado por la concentración
del mercado de trabajo científico en los países desarrollados.
El discurso de la OCDE en defensa del comercio como canal
para la transferencia tecnológica, aparece plagado, por así
decirlo, de serias reservas. En efecto, reconoce que:

a) la mayor parte de las “transferencias tecnológicas” no


incorporadas en bienes (alrededor de las dos terceras
partes) tiene lugar a través del comercio intrafirma, es
decir, entre la casa matriz y sus filiales. El hecho de que
ellas sean las principales fuentes de demanda aparece

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vinculado, en realidad, a la decisión de la firma de man-


tener el control no sólo de los conocimientos y tecnolo-
gías que ha creado, sino también de su explotación pro-
ductiva misma. Todo esto se reconoce explícitamente en
los análisis de la OCDE, los cuales, sin embargo, hacen
caso omiso del hecho de que esta práctica se opone radi-
calmente a la noción de la transferencia de conocimien-
to y tecnología, ya que no hay traspaso a un tercero, ni
entre firmas ni entre países. La instalación de una filial
en un país determinado, especialmente en el caso de
los países subdesarrollados, no conlleva la apropiación
por ese país de los conocimientos que dieron lugar a la
empresa.
b) Una importante parte de las exportaciones de bienes,
entre 70% y 80%, está controlada por las grandes em-
presas transnacionales (ET) que producen tanto cono-
cimientos como sus objetivaciones en bienes. Como ya
se ha indicado, la adquisición de tal o cual producto no
conlleva la apropiación del conocimiento que materiali-
za. Desde luego, en especial tratándose de maquinaria y
equipo, habrá que reconocer que —como sostiene la OCDE
en relación con la inversión extranjera directa— pueden
efectivamente producirse transferencias de conocimien-
to por medio de la asesoría prestada por la empresa que
los vende a efectos de su instalación y funcionamiento, o
de su adaptación a condiciones locales, o como resultado
de la rotación del personal que los maneja, y a efectos de
demostración. Pero eso no incluye el conocimiento del
proceso que permitió crear el bien en cuestión.
c) El comercio ha promovido procesos que han hecho que
los bienes mercantilizados se conviertan en portadores
efectivos de conocimiento y tecnología. La OCDE ilustra
esta proposición con el caso de las imitaciones, la mayor
parte de las cuales tiene lugar a través de la ingeniería
invertida. Sin embargo, de inmediato se percibe que no
es el comercio lo que desencadena estos procesos, sino
la decisión de los actores locales que se organizan para
apropiarse de los conocimientos involucrados en los bie-
nes adquiridos.

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118

En cuanto a la inversión extranjera, realmente llama la


atención que la OCDE, aun cuando para ésta la IED es el más
importante canal de transferencia tecnológica, no aporte
argumentos convincentes que demuestren su eficacia. Más
bien se limita a revisar las diferentes posiciones que existen
alrededor del tema y a especular sobre las diferentes causas
que pudieran explicar las discrepancias que existen sobre
esta cuestión. Desde luego, sus percepciones apuntan a cau-
sas razonables de los desacuerdos, pero ello no demuestra
la efectividad de la IED como medio de transferencia de co-
nocimientos y tecnología hacia los países subdesarrollados.
Además, este método tiene una larga tradición, la cual se
extiende por toda la época de la producción capitalista en la
región, y ha ido a las parejas con el sostenimiento o la exten-
sión de la brecha tecnológica.
La OCDE insiste en que una condición para la transferen-
cia exitosa, es la existencia de una economía abierta que fa-
vorezca el comercio orientado al exterior, es decir, una orien-
tación que presta poca o ninguna atención a la producción
para el mercado interno. Además, en este contexto

hay razón para enfatizar la importancia de un ambiente de ne-


gocios favorable que provea fuertes incentivos para el empre-
sariado, la inversión y la innovación. La infraestructura, unos
derechos de propiedad sólidos y otras instituciones económicas,
inversiones en capital humano, y en algunos casos tal vez tam-
bién incentivos para la creación de conocimientos son recursos
valiosos que promueven tanto la importación de tecnología de
afiliadas de ET extranjeras, la capacidad de las firmas locales
para absorber los potenciales derrames de la IED y la innova-
ción y el emprendimiento independientes de las firmas locales
(Kraemer-Mbula y Wamae, eds. 2010: 126).

La noción de “ambiente de negocios favorable” incluye re-


gulación transparente, bajos riesgos a la inversión, actitudes
positivas hacia los empresarios y hacia la tecnología, pero
también estabilidad política. Esta última en un contexto
donde se protege el papel protagónico de la iniciativa priva-
da en el proceso económico. La OCDE señala sin reservas que

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119

ni Venezuela ni Argentina, en América Latina, proveen el


ambiente adecuado, lo que seguramente resulta de los arres-
tos soberanos por parte de Chávez y de Kirchner.
Hemos de decir que en los últimos años, en los círculos
de la OCDE se introdujo una modificación en relación con
la situación del conocimiento en los países “en desarrollo”.
Se separó a los países desarrollados del resto, por cuanto
en los primeros se visualizó la existencia de sistemas com-
plejos de innovación, mientras que en los segundos apenas
podían distinguirse “ecologías del conocimiento”. En sus
términos:

Aquí una ecología del conocimiento consiste en las organizacio-


nes dedicadas a la producción, diseminación y utilización del
conocimiento. Se distingue del sistema de innovación en que
los vínculos entre las instituciones, organizaciones y otros ac-
tores son débiles o no existen (Kraemer-Mbula y Wamae, eds.,
2010: 107).

Y abunda:

La ecología del conocimiento comprende no sólo las actividades


de investigación y desarrollo sino también las actividades de
investigación aplicada de firmas públicas y privadas, así como
programas de educación y entrenamiento técnico de la fuerza
laboral. La ecología del conocimiento determina las condiciones
de existencia del conocimiento. Pero no es en sí misma un siste-
ma de innovación. Provee las bases sobre las cuales los sistemas
particulares de innovación pueden auto-organizarse o, si esto
falla, ser estimulados a formarse a través de políticas específi-
cas (Kraemer-Mbula y Wamae, eds. 2010: 96-97).

Para los efectos de las políticas, este nuevo enfoque, sin


embargo, no ha provocado cambio significativo alguno, y de
hecho sigue predominando el enfoque anterior que ya hemos
visto y confirmaremos más adelante.
Los principales datos de la situación de los SNI en Amé-
rica Latina son ampliamente conocidos, pero, para nuestros
fines, será necesario recordarlos.

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120

a) Baja inversión en ciencia y tecnología; en 2007 alcanzó


apenas 0.67% del PIB latinoamericano y caribeño. Brasil
se ubica muy por encima de este promedio, pero apenas
supera 1.1% del PIB. En Estados Unidos alcanzó 2.66%
como porcentaje del producto interno bruto, siendo el
gasto estadounidense en IyD por habitante 28.5 veces
mayor que el de la región.
b) La mayor parte del gasto corre por cuenta de los gobier-
nos, aunque durante el periodo esta situación se ha
modificado considerablemente. En 1990 la aportación
de los gobiernos alcanzaba 72.1% del gasto total; en
2005 ese porcentaje había caído a 59.9%. La participa-
ción de los empresarios creció de 26.8% a 43.3% en ese
periodo.
c) Los vínculos entre la comunidad académica y las empre-
sas son muy débiles.
d) La ciencia aplicada local está prácticamente ausente
en la creación de procesos y bienes. En lo fundamen-
tal, las actividades de innovación continúan siendo de
orden adaptativo, es decir, se orientan a introducir las
adecuaciones que las situaciones locales demandan para
la satisfactoria operación de los procesos y la mercanti-
lización de los productos. Además, la mayor parte de la
adaptación es conducida por las empresas afiliadas de
las grandes corporaciones, o bien gracias a la asistencia
técnica externa.
e) La investigación en ciencia básica procede prácticamen-
te al margen de sus eventuales aplicaciones productivas.
Hay casos en que los investigadores producen hallazgos
científicos que, tras su publicación, son productivamente
explotados por las transnacionales (Figueroa Delgado,
2006).
f) El número de patentes autorizadas para los residentes,
16.33% del total en 2007, es muy bajo comparado con
el número de autorizaciones concedidas a no residentes:
83.66%. Lo mismo ocurre con el número de patentes so-
licitadas. En la región, el número de patentes solicitadas
por residentes por cada cien mil habitantes, es de 2.39
en 2007; en Estados Unidos es de 80.02.

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121

Algunos esfuerzos orientados a la construcción de capaci-


dades locales para la operación de determinadas industrias,
empezaron a tener lugar en la región apenas a mediados del
siglo pasado. A la ciencia académica, escasamente apoyada y
concentrada en las universidades, se unieron, especialmente
en la décadas de 1950 y 1960, los esfuerzos orientados al es-
tablecimiento de instituciones para el impuso de la ciencia y
la tecnología. Algunas grandes empresas públicas, especial-
mente en sectores definidos como estratégicos para la eco-
nomía y la defensa nacional, y también algunas empresas
privadas, crearon pequeños departamentos de investigación
e ingeniería que se unieron a las facilidades creadas local-
mente por las filiales de empresas transnacionales. El Es-
tado aportaba alrededor de 80% de los recursos destinados
a IyD. Se puede detectar un cierto ánimo nacionalista y de
lucha por lograr alguna independencia tecnológica en algu-
nos de estos emprendimientos locales, como en el caso de la
industria del petróleo en México, o el de la aeronáutica en
Brasil; pero, en general, predominó ampliamente el propósi-
to de la adaptación.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha realizado
alguna actividad orientada al impulso de cierto trabajo cien-
tífico en la región. Desde principios de la década de 1960, es-
timuló el crecimiento de infraestructura física, de la califica-
ción de la fuerza de trabajo científico, e igualmente promovió
la expansión de las fuentes de financiamiento para las cien-
cias. Sus orientaciones para la región se fueron modificando
con arreglo a la evolución de los esquemas económicos domi-
nantes en el centro, particularmente en Estados Unidos. Y
en lo relativo a la etapa actual, no fue sino hasta el año 2000
que parece haber encontrado un conjunto de proposiciones
que respondieran de manera más completa a las demandas
neoliberales.
El marco de sus orientaciones para los gobiernos latinoa-
mericanos, es definido sin reservas: “La globalización econó-
mica y la revolución tecnológica, especialmente en el ámbito
de las telecomunicaciones y de las tecnologías de la infor-
mación, definen el contexto en el cual los países de la región

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122

tendrán que llevar a cabo su gestión” (BID, 2000: 5). Por si


fuera necesario, el BID precisa:

La fuente más importante de innovaciones tecnológicas en la


región es la importación de bienes de capital y sus especifica-
ciones y la asistencia técnica que prestan los licenciantes y los
vendedores e inversionistas extranjeros. Por lo tanto, el Banco
dará apoyo a las políticas encaminadas a aumentar el libre co-
mercio, con particular referencia a la liberación del comercio y a
la eliminación de barreras a la importación de tecnología (2000:
20) (cursivas nuestras).

Sería de por sí impresionante que el BID se esforzara por


mejorar la posición de la región en el mercado mundial;
pero sus políticas en realidad apuntan al reforzamiento de
la integración subordinada de América Latina a los países
desarrollados. La región opera importando progreso y prác-
ticamente no produce innovaciones que no estén vinculadas
a la adaptación de tecnologías extranjeras. Desde el punto
de vista de los intereses más inmediatos de los países de-
sarrollados y de las grandes corporaciones transnacionales
—el mantenimiento de su monopolio de la creación de pro-
greso—, sus definiciones encajan perfectamente bien; pero
desde la óptica de los intereses de los países subdesarrolla-
dos, la dependencia al progreso externamente generado sólo
puede empeorar; esto es precisamente lo que debe ocurrir
con la mayor apertura en el comercio de tecnología y otras
políticas de corte neoliberal.
En este contexto, la política propuesta para la región pasó
a tomar la forma de unos muy peculiares sistemas “naciona-
les” de innovación. En realidad, la noción de “innovación”
referida, como vimos, a la “implementación” de nuevos o
mejorados bienes o servicios y métodos de comercialización,
es de lo más imprecisa; puede incluir todo, pero al mismo
tiempo excluir cualquier cosa, como la invención de bienes y
procesos. Por lo tanto, sólo es lógico que la región pueda pro-
ducir innovaciones basadas en la importación de progreso
tecnológico, que es por lo demás prácticamente el único tipo
de innovaciones que puede producir. El concepto resultante

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123

de los sistemas nacionales de innovación será igualmente


laxo y puede operar en cualquier parte, sin ninguna conside-
ración por las diferencias internas y las distintas situaciones
dentro del mercado mundial de las disímiles categorías de
países.
No se trata pues para la región del SNI “bien establecido”,
que según la UNCTAD es parte de las condiciones específicas
que llevan a las empresas transnacionales a localizar acti-
vidades de IyD innovadora en otros países. En efecto, según
este organismo:

Los rasgos específicos que se requieren a los países recipientes


para atraer IyD innovativa incluyen un amplio pool de fuerza
laboral científica y técnica, un sistema nacional de innovación
bien establecido donde destacan fuertes instituciones públicas
de investigación, parques científicos y un sistema adecuado de
protección de los derechos de propiedad intelectual y de incenti-
vos gubernamentales (UNCTAD, 2005:161).

IyD “innovativa” se refiere aquí a aquella vinculada con


las invenciones. Tales condiciones son propias de los países
desarrollados y de aquellos que se encuentran en la frontera
del desarrollo. Las condiciones que predominan en Améri-
ca Latina, propias del subdesarrollo, se corresponden con la
IyD adaptativa, la cual se vincula a la producción masiva
de un bien o servicio o a la aplicación de un proceso ya in-
ventado, y se concentra en la habilitación de las tecnologías
importadas en forma adecuada a las condiciones locales
Es pues absurdo pensar que los organismos internacio-
nales procuran que los gobiernos latinoamericanos se em-
barquen en tareas que les permitan transitar desde la IyD
adaptativa a la IyD innovadora, o —según la perspectiva
del nuevo lenguaje que busca consolidarse—desde las eco-
logías del conocimiento a los sistemas complejos de innova-
ción. Esto sería equivalente a pensar que esos organismos
están interesados en comprometer a la región en tareas que
le permitan iniciar la superación del subdesarrollo. Desde
luego, nada más lejos de la realidad. Sólo bastaría recordar
los lineamientos de política del BID para desechar la idea.

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Pero hay más. En el contexto ya descrito de las políticas de


ciencia para la región, las medidas sobre las cuales más se
ha insistido se refieren a:

a. Apoyo a la investigación y desarrollo según la demanda, o


sea, según las necesidades específicas de las empresas. Estas
demandas en general se vinculan a las rutas de innovación
tecnológica definidas en el centro por las grandes empresas
transnacionales y sus gobiernos. No es casualidad que el go-
bierno de Estados Unidos y el BID hayan coincidido en la im-
portancia asignada a las tecnologías de la “nueva economía”
(telecomunicación, informática, computadoras). El apoyo es-
tatal para facilitar la instalación de estas industrias en la
región es al mismo tiempo subsidio para la expansión de las
mismas y para la empresa local que, carente de interés en el
desarrollo de industrias auténticamente nacionales, impor-
ta progreso. Por otro lado, ya se trate de investigación para
la creación de nueva tecnología o para la adaptación de la
tecnología importada, los agentes más capacitados para lle-
varla a cabo son aquellos vinculados a las actividades de las
transnacionales, esto es, los trabajadores científicos de estas
empresas. No es que los científicos locales no participen en
las tareas de investigación, ni que incluso en ocasiones cum-
plan roles protagónicos en los mismos. Lo que pasa es que,
en lo general, ellos están condenados a un papel subordi-
nado, debido a su rol marginal con relación a las decisiones
tecnológicas más importantes. Un estudioso de los procesos
científicos en la región, Henning Jensen Pennington, ha de-
tectado que la colaboración científica con los países desarro-
llados tiene lugar sobre la base de una división muy desigual
de las tareas. Según él:

En términos generales, los científicos de los países en desarrollo


participan en las fases operativas de los proyectos conjuntos de
investigación, pero no están igualmente involucrados en otras
fases, tales como la conceptualización teórica y metodológica de
los proyectos, el análisis y la discusión de los resultados y la
redacción de las publicaciones de los resultados correspondien-
tes. Los científicos de los países en desarrollo tienden a estar

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125

más involucrados en los procesos de recolección de datos, lo cual


constituye una participación muy limitada que no se traduce
necesariamente en una potenciación de las capacidades científi-
cas endógenas (Jensen, 2007).

Éste es el caso “en términos generales”, o sea, la situación


que predomina. El doctor Jensen advierte sobre el peligro del
colonialismo científico que estas relaciones de colaboración
conllevan; pero su concepto del proceso de estas relaciones ya
describe cabalmente la operación de un activo colonialismo
científico. Más todavía, desde la Universidad de Costa Rica,
según el mismo texto citado, él pareciera empeñado en una
seria lucha anti-colonialista en este plano, sobre la base de
una plataforma mediante la cual principalmente aspira a:

1) una participación equitativa en la formulación de los


proyectos;
2) que la información pueda ser usada de manera compar-
tida;
3) que los resultados puedan ser aplicados conjuntamente
y sus beneficios compartidos; y
4) que los científicos locales sean integrados a investigacio-
nes de frontera.

Tomada en sí misma, se trata de una plataforma mera-


mente académica, poco consciente de sus limitaciones socia-
les y políticas. El colonialismo científico no es más que una
expresión del colonialismo industrial y del imperialismo, el
cual no encuentra su base de apoyo principal en la comuni-
dad científica, de cualquiera de ambas categorías de países,
sino en la clase empresarial latinoamericana y en el Esta-
do que ésta ha logrado organizar para sus propósitos. No se
trata de un problema de trato igualitario entre comunidades
científicas de los países desarrollados y de la región, el cual,
desde luego, sería justo y deseable, sino de poner fin a la
expoliación de unos países por otros.

b. Protección de la propiedad intelectual. Mientras más pro-


funda es la conciencia de la importancia del trabajo cientí-

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126

fico para la producción, mayor es la insistencia en los de-


rechos de propiedad. Desde que la producción de nuevos
bienes y servicios y de innovaciones en general se concen-
tra en los países desarrollados y en las grandes empresas
transnacionales, los derechos de propiedad constituyen una
típica demanda imperialista. Los derechos de propiedad
son también, en el contexto de las grandes empresas que
cuentan con sus propios departamentos de investigación y
desarrollo, una apropiación de los productos del trabajador
científico empleado por ellas, y una expropiación de las ha-
bilidades mentales de este último. Lo mismo ocurre cuando,
valiéndose de su control sobre las facilidades de producción y
sobre los mercados, explotan productivamente los descubri-
mientos de científicos que carecen de recursos para hacerlo
por sí mismos. Desde el punto de vista de la competencia
entre capitales, los derechos de propiedad intelectual son
necesarios para la obtención de ganancias extraordinarias y
para la supremacía de unos capitales sobre otros, de la mis-
ma manera que son necesarios para la supremacía de unos
países sobre otros. Los “sistemas nacionales de innovación”
resultantes de este tipo de demandas no pueden hacer otra
cosa que perpetuar la dominación externa en la región. Pero
los gobiernos, incapaces de hacerse de una visión para sus
propios países, ceden ante las presiones externas para eludir
castigos, como la reducción de la inversión extranjera o las
dificultades para la obtención de créditos.

c. La promoción de vínculos entre la comunidad de negocios


y la comunidad científica. Esta política crea para los cientí-
ficos de la región un entorno enteramente distinto de aquel
en que surgió y creció. Se persigue poner el trabajo científico
al servicio de unos empresarios que poco o ningún interés
mostraron por esta relación en el pasado. No se espera que
la iniciativa provenga principalmente de la empresa privada
con base en sus demandas, sino más bien que los trabajado-
res científicos por sí mismos construyan sus relaciones con
la empresa privada. Con esquemas de estímulos financieros,
empujan a los investigadores a dar lugar a contactos que les
permitan hacerse de un espacio en las actividades de inno-

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127

vación. Pero no se adoptan políticas orientadas a superar


las desventajas de estos trabajadores, de manera que son
constantemente empujados a la ejecución de tareas subordi-
nadas, porque carecen de control sobre los conocimientos y
las tecnologías que son estratégicas para el tipo de empresa
que se supone deben atender en el contexto de la política de
los sistemas nacionales de innovación.
La incongruencia de estas medidas de política debieran
saltar a la vista: persiguen resolver un problema dejando
intocadas las causas que lo crearon. La separación entre la
comunidad científica y la de negocios tiene su origen en el
hecho de que esta última levantó y desarrolló sus empresas
sobre la base de conocimientos creados en el exterior, dando
lugar a una dependencia que se internalizó en una expan-
sión económica que tenía lugar apoyándose en cada nueva
ola de cambio tecnológico producido en el mundo desarro-
llado. Por lo mismo, el vínculo que es posible construir sólo
puede ser subsidiario y periférico. Leonardo S. Vacarezza,
evaluando el significado de estos vínculos desde su propia
perspectiva, concluye:

De esta forma, la selección de temas de investigación, los méto-


dos, los tiempos y las oportunidades no se fijan autónomamente
por los científicos sino, cada vez más, por redes de actores que
persiguen los más variados intereses en relación con los conoci-
mientos posibles, entre los cuales los empresarios, los ingenieros
de planta, los financistas, tienen un papel más relevante […]
La dinámica de estas redes refuerza el liderazgo de los países
centrales no sólo ahora, a través de la excelencia de sus grupos
académicos, sino por la estrecha ligazón de sentido comparti-
do entre empresas y laboratorios. Por lo tanto la investigación
académica latinoamericana sufre un doble status periférico: en
cuanto a su posición relativamente marginal de la comunidad
científica internacional y en cuanto a su capacidad de integrarse
en el “contexto de aplicación” marcado por la corriente de inno-
vación y producción del capital internacional (Vaccarezza, 1998).

Lo anterior ocurre en un ambiente donde los gobiernos


efectivamente han aportado algunas condiciones para fa-

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cilitar la vinculación. Vaccarezza remite a la creación de


infraestructura (parques tecnológicos, incubadoras de em-
presas), al apoyo financiero, y a otras medidas ya durante
los noventa, e insiste en que no se trata de la ausencia de
esfuerzos (aunque, claro, el débil financiamiento que el Es-
tado y las empresas destinan a la ciencia y tecnología pone
claramente en evidencia la insuficiencia de estos esfuerzos).
El problema, dice el autor, “es que no constituyen un sis-
tema autosostenido de relaciones dinámicas que marquen
un rumbo claro a la investigación en ciencia y tecnología
vinculado con las sociedades y las economías en que se des-
envuelven” (Vaccarezza, 1998). Un sistema de vinculación
científica conducido por empresas privadas transnacionales
no habrá de detenerse en consideraciones sobre las necesi-
dades, por urgentes y graves que sean, de las sociedades la-
tinoamericanas. Sus preocupaciones fundamentales tienen
que ver con costos, calidad, mercadotecnia y, en la base de
todo, con ganancias.
La cuestión ahora es: los intentos orientados a la crea-
ción de “sistemas nacionales de innovación”, ¿han servido
realmente para hacer avanzar la ciencia en América Latina?
Como ya se ha sugerido, ciertamente ha habido avances en
cuanto a infraestructura científica, y se ha logrado estable-
cer ciertos vínculos entre la comunidad científica local con
las empresas. Pudiera pensarse que estos avances deben
celebrase, aun cuando hayan tenido lugar gracias a la me-
diación de una ciencia externamente creada para beneficio
de las corrientes de expansión capitalista definidas en los
países desarrollados. Sin embargo, esta “globalización” de la
tecnología en nada mejora la ruta seguida por el desarrollo
científico regional durante la fase previa.
De hecho, los esfuerzos de la etapa anterior, dirigidos
por el Estado, correspondían a sentimientos nacionalistas,
limitados, sí, pero más o menos definidos. No se trata de un
proceso generalizado en la región, pero al menos estuvo pre-
sente en los países más importantes. Los laboratorios crea-
dos en las empresas estratégicas informaban de una cierta
aspiración de independencia sobre la base del desarrollo de
capacidades locales para la producción tecnológica. En rea-

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129

lidad se trataba de débiles empeños, tanto por el entorno


extremadamente complejo en el que tenían lugar, como por
las confusiones ideológicas que los respaldaban.
La globalización ha venido prácticamente a desmantelar
lo poco que se había logrado en esa perspectiva. En efecto, la
apertura comercial y el levantamiento de las restricciones a
la propiedad extranjera, así como la desregulación, vinieron a
modificar por completo las condiciones del desenvolvimiento
de las empresas localmente establecidas. Enfrentar la com-
petencia dentro del mercado mundial apuntaba irremedia-
blemente a la reconversión productiva. Crear internamente
medios de producción más sofisticados, era algo para lo cual
las empresas privadas locales no estaban preparadas. Como
bien ha señalado el BID, ellas tienen como medio más impor-
tante de innovación a la importación de tecnología, la que
es retomada masivamente durante la década de 1990. Por
otra parte, los laboratorios creados para asistir a las empre-
sas estatales son reemplazados por aquellos propios de las
empresas extranjeras tras las privatizaciones. Las mismas
filiales de empresas extranjeras reducen sus actividades de
investigación y aun de adaptación, debido a su vinculación
a mercados globales y a la homogeneización de patrones de
consumo, y refuerzan su dependencia a la casa matriz. Todo
ello obstruye significativamente cualquier proyecto orienta-
do al desarrollo de las capacidades locales.
Cassiolato et al., tras una relevante y valiosa reflexión
sobre estos temas en un estudio que incluyó los casos de los
conglomerados de las industrias automotriz en Minas Ge-
rais, de telecomunicaciones en Sao Paulo y del tabaco en Rio
Grande Do Sul, los tres en Brasil, arribaron a las siguientes
conclusiones:

Las subsidiarias de las multinacionales han reducido signifi-


cativamente sus actividades tecnológicas e innovativas locales
durante los 1990;
Los esfuerzos innovativos e incluso productivos dentro de los
conglomerados locales están disminuyendo y esto, por supuesto,
afecta capacidades esenciales de las firmas así como sus proce-
sos de aprendizaje.

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Las redes productivas e innovativas están siendo desarti-


culadas y no hay una nueva articulación significativa entre las
nuevas inversiones y la infraestructura local de investigación y
desarrollo;
El nivel de empleo de personal especializado dentro de es-
tos conglomerados ha disminuido (y esto ha sido seguido por la
pérdida de categoría de algunos de las ocupaciones de algunos
especialistas que permanecieron empleados) (Cassiolato et al.:
16). (Traducción nuestra.)

Durante la última década del siglo pasado y en la prime-


ra del presente, las importaciones de bienes de capital, y el
conocimiento incorporado a éstos, han seguido creciendo, y
con mayor fuerza en los sectores de mediana y alta tecnolo-
gía. Lo mismo ha ocurrido con el déficit en la balanza indus-
trial, como veremos más adelante. Se pone así de manifiesto
que nada se ha avanzado en términos de la producción local
de tecnología. Y en el contexto de un esquema globalizado
dominado por las grandes ETN, donde los productos tienden
a estandarizarse, cabe pensar que las posibilidades de la re-
gión de avanzar en la creación por sí y ante sí de capacidad
de producción de conocimiento con aplicación productiva,
se han debilitado aún más. La globalización, con todas sus
proclamas de homogeneización, no ha hecho otra cosa que
profundizar las relaciones de desigualdad y de expoliación
sobre las que ha trabajado.

3. Límites al crecimiento exportador


que surgen de las relaciones con los
países desarrollados

La exportación de la producción se enfrenta directamente


con la competencia internacional fuera de las fronteras de la
región. La región prácticamente no participa en la definición
de las condiciones de los mercados; para competir con algún
éxito, debe operar a lo menos con los niveles de costos y de
calidad que prevalecen en el mercado mundial, esto es, con
los niveles decididos por las grandes corporaciones interna-

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131

cionales. La gran corporación transnacional ejerce control


sobre el acceso a los mercados, y mantiene el dominio de
los niveles tecnológicos adecuados y los recursos financieros.
Por lo tanto, los países subdesarrollados no están en condi-
ciones de embarcarse por sí mismos —aparte de un limitado
número de productos— en proyectos significativos de creci-
miento exportador, ni mucho menos en el crecimiento expor-
tador como forma del crecimiento. La inversión extranjera
directa pasa a ser una de las más destacadas condiciones
para el funcionamiento del esquema.
Bajo el patrón previo de colonialismo industrial, el capi-
tal extranjero penetró principalmente en la forma de fusio-
nes con capitalistas locales y con los Estados. Su principal
objetivo era el mercado interno de la región, el cual creció
también para beneficio del capital extranjero, que ha goza-
do de un fuerte y creciente proteccionismo contra la com-
petencia desde el exterior. Los Estados locales, como ya se
ha señalado, compartían algunas nociones sobre el interés
nacional y se resistían a que el capital extranjero llegara a
controlar de manera absoluta ciertas industrias, en especial
aquellas consideradas estratégicas para el crecimiento de los
países. Las cosas fueron muy diferentes tras el cambio en la
forma del crecimiento. Los Estados latinoamericanos pasa-
ron a involucrarse de una manera muy activa en una aguda
competencia por atraer capital extranjero, al cual ofrecieron
prácticamente todo: muy bajas tarifas, reducidos impuestos,
facilidades industriales, un elevado nivel de compensación
sobre la inversión, paz social, etcétera.
Durante la “década perdida” de 1980, cuando una buena
parte de los países llevaba a cabo su “ajuste estructural”,
esto es, la transición (países como Chile, Uruguay y Argen-
tina iniciaron esta transición a mediados de la década de
1970) hacia el nuevo patrón de colonialismo industrial, el
capital financiero internacional se dedicó a recolectar los
beneficios de la gigantesca deuda externa de la región y a
promover, a partir de la debilidad financiera de los países la-
tinoamericanos, la reorganización económica de los mismos.
Durante los noventa, la inversión extrajera creció sistemá-
tica y significativamente en la región, de 1% del PIB latinoa-

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mericano en 1991 a 5.5% en 1999, y pasó a ser la principal


y más estable e importante fuente de financiamiento exter-
no. El capital extranjero, que ya había ganado una porción
no despreciable de la producción local, acentuó el proceso
de desplazamiento de los productores locales. Dentro de las
500 mayores empresas, las corporaciones transnacionales
llegaron a controlar 43.7% de las ventas en 1998-1999, un
aumento significativo si se le compara con el 27.4% en 1990-
1992. La empresas privadas nacionales redujeron su partici-
pación de 39.4% a 37.2% durante esos años, mientras que la
producción controlada por el Estado cayó de 33.2% a 19.1%.
En general, mientras más grande es la empresa, mayor es
el peso del capital extranjero en ellas. Así la participación
de las compañías transnacionales en las ventas de las 200
empresas más grandes, creció de 30.6% en 1995 a 44.8% en
1998, y sus ventas en el exterior crecían más rápido que las
exportaciones de la región.
La inversión extranjera se orientó a diferentes sectores
económicos a través de la región. En México y la cuenca del
Caribe, los recursos externos se dirigieron principalmente a
la manufactura. En Sudamérica, se orientó en lo fundamen-
tal a la explotación de recursos naturales. La inversión en
servicios ha sido importante en toda la región. Los principa-
les países receptores de inversión han sido Brasil y México.
En México predomina la inversión estadounidense; en Sud-
américa, la europea.
Como la inversión extranjera y el crecimiento exportador
siguen muy de cerca el curso del ciclo económico, era de espe-
rar que el ingreso de capitales cayera durante 2000-2002. La
caída fue desde 79 923 millones de dólares en 1999 a 45 213
millones en 2002. La recuperación tomó fuerza en 2004, esti-
mulada por los altos precios de las materias primas y de los
alimentos, y aumentó hasta 2008, a pesar de que las priva-
tizaciones se hallaban prácticamente agotadas como fuente
de inversión externa. De la misma manera, las convulsiones
de 2007-2008 terminaron afectando el ingreso de capitales y,
desde luego, el crecimiento económico.
La década de 1990 fue testigo de la consolidación del cre-
cimiento exportador en la región. El comercio internacional

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asumió un nuevo protagonismo en la actividad económica


latinoamericana. Durante la década de mayor crecimiento
en la etapa anterior, las compras y ventas en el exterior se
mantenían en niveles que serían más tarde ampliamente su-
perados En 1960-61, las exportaciones representaron 11%
del PIB regional, y las importaciones, 10.5%. Una década más
tarde, en 1970, estas relaciones permanecían prácticamen-
te inalteradas: 10% y 9.7%, respectivamente. La tendencia
del balance comercial al desequilibrio deficitario se mantuvo
bajo control, gracias a la expansión industrial. Sin embargo,
el déficit de la cuenta corriente era inevitable.
El déficit comercial se disparó en los ochenta. América
Latina terminó esta década con un enorme déficit en el co-
mercio de bienes: 121 mil millones de dólares constantes de
1995 en importaciones contra 74 mil millones en exporta-
ciones. Durante los ochenta, la década perdida del ajuste
estructural, la región equilibró con recesión esta cuenta ex-
terna, e inició los noventa con un notable excedente (unos 40
mil millones de dólares).
La tasa de crecimiento de las exportación había sido 4.2%
en 1960-1970; en los ochenta saltó a 7.8%, un porcentaje si-
milar al de la década siguiente, y alcanzó 8.6% en el periodo
2000-2007. 2008 y parte de 2009 fue un periodo de fuerte
contracción en correspondencia con el acontecer global. En
2009 y 2010, las exportaciones se recuperan en volumen y
en precio (11.6 y 12.8%, respectivamente), pero su efecto po-
sitivo sobre la balanza comercial fue reprimido por un creci-
miento más rápido de las importaciones. A partir de finales
de 2011, las ventas se contraen en un contexto de depresión
global del comercio. Las importaciones caen menos rápida-
mente y el balance de bienes y servicio se equilibró (0.1% del
PIB) hasta producir, en 2012, un déficit estimado en 0.4%.
Hacia fines de la década de 1990, en medio de un dinámi-
co comercio internacional y antes de la crisis 2000-2002, el
déficit estaba sólidamente instalado en la balanza comercial
(bienes y servicios). En 1997-1999, las exportaciones repre-
sentaban 18.9% del PIB, y las importaciones, 20.9%. El propio
comercio internacional ya sugería la necesidad de una con-
tracción, pero en esta ocasión fue la situación internacional

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134

lo que la desencadenó. En realidad, un examen detallado por


países demostraría que el crecimiento exportador en su me-
jor época debió avanzar combinando periodos de alrededor de
tres años de crecimiento económico con excedentes comercia-
les, y enseguida dando lugar a déficits crecientes que debían
ser combatidos con contracciones del crecimiento económico.
La balanza comercial no siempre manifiesta esta tenden-
cia al déficit, en particular durante los periodos de bonanza
en los precios y en el volumen de los recursos naturales ex-
portados, como ocurrió en años intermedios de la primera
década de este siglo, con las exportaciones de petróleo, de
minerales y de productos agrícolas por parte de la región.
La evolución de los últimas tres lustros, que muestra que las
exportaciones de manufacturas con contenido tecnológico de
la región han venido creciendo, pudiera causar confusiones o
crear expectativas sin fundamento. México, el principal ex-
portador de la región a principios del milenio, era también
el principal responsable de esta evolución. Los productos de
contenido tecnológico medio y alto se concentraron en la ma-
quila, y representaron en 2001 alrededor de 22% de las ex-
portaciones de la región. Sin embargo, esta industrialización
que se traduce en mayores exportaciones, ha tenido lugar
siguiendo los patrones del subdesarrollo.
La maquila hace descansar pesadamente su funciona-
miento en las importaciones de insumos, las que normalmen-
te contribuyen con más de 70% del valor del producto. La
aportación local de insumos alcanzó en 2001 su valor más alto
desde 1980, 2.7% del valor del producto; es decir: la maquila
no ha tenido mayor impacto en la promoción de industrias
para la provisión de insumos (CEPAL, 2003). Esta situación se
ha sostenido hasta ahora sin mayores modificaciones; en todo
caso, ha empeorado (CEPAL 2012). El valor de la manufactu-
ra exportada es más alto, mucho más alto en este caso, que
el valor producido internamente. De donde resulta que las
llamadas exportaciones de medio y alto contenido tecnológi-
co son predominantemente ventas de productos logrados con
fuerza laboral poco calificada en el país exportador.
Se aprecia aquí que no sólo el trabajo de concepción y dise-
ño de procesos y productos, sino también una buena parte del

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trabajo de operación vinculado al primero, quedan concentra-


dos en los países desarrollados. Se advierte también, aunque
de manera más bien extrema, que no sólo la creación de nue-
vas industrias sino también su funcionamiento, dependen
de las importaciones de medios de producción, prolongando
más o menos, según la industria de que se trate, el déficit de
creatividad interno. La desnacionalización de la producción,
en la medida en que avanza la acumulación, profundiza la
incapacidad de los países para tomar sus propias decisiones
económicas. Tal como se afirma en los círculos de la UNCTAD:

La creciente importancia de las redes internacionales de pro-


ducción elevó el grado de complementariedad productiva entre
países desarrollados y en desarrollo. Esto implica que una cuota
mayor de producción y exportación en los países en desarrollo
pasa a depender de las decisiones y desenvolvimiento de firmas
y países extranjeros (Mayer, Butkevicius y Kadri, 2002).

La balanza de bienes desagregados, en sus diferentes ca-


tegorías, debe de permitirnos ilustrar las tendencias señala-
das para el conjunto de la región.

CUADRO 3.1 ALYC COMERCIO DE BIENES.


EXPORTACIONES (MILLONES DE DÓLARES)
Productos 1987 1992 1997 2002 2004
Primarios 46.906 51.457 85.875 93.371 145.064
Industriales basados
en recursos naturales 20.651 32.099 52.526 52.823 72.913
Industriales con
intensidad tecnológica 23.680 60.140 132.055 182.193 218.452

CUADRO 3.2 IMPORTACIONES (MILLONES DE DÓLARES)


Primarios 14.030 19.999 31.115 32.469 43.981
Industriales basados
en recursos naturales 13.740 25.772 49.386 50.685 62.415
Industriales con
intensidad tecnológica 40.180 100.237 217.245 234.499 279.506
Fuente: CEPAL, 2006a (Anexo Estadístico).

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136

La balanza de bienes latinoamericana descansa pesada-


mente en la exportación de bienes primarios e industriales
basados en recursos naturales. Entre 1987 y 1991, arrojó
en su conjunto un saldo positivo basado en una contención
de las importaciones y del crecimiento. En los diez años si-
guientes, hasta 2001, el balance fue deficitario. A partir de
2002 y hasta 2006, se ha revertido esta situación, gracias a
condiciones que han favorecido un incremento de los precios
—y en menor medida del volumen— de las exportaciones
primarias, en forma destacada del petróleo, el gas, el cobre y
algunos productos agrícolas (azúcar, banano y café).
Durante cada año del periodo comprendido entre 1987 y
2004, el saldo de bienes industriales ha sido negativo, debido
en particular al déficit en bienes de tecnología media y alta.
La evolución de los saldos para los cinco años incluidos más
arriba, es la siguiente:

CUADRO 3.3 ALYC BALANCE DE BIENES INDUSTRIALES


(MILLONES DE DÓLARES)
1987 1992 1997 2002 2004
Total industrializados –9.5888 –33.801 –82.051 –50.168 –50.554
Basados en recursos
naturales 6.911 6.297 3.139 2.137 10.498
De baja tecnología 2,587 –2.632 –10.154 –6.424 –5.896
De tecnología media –11.671 –25.098 –50.483 –30.877 –31.692
De alta tecnología –7.415 –12.368 –24.553 –15.005 –23.466
Fuente: CEPAL 2006a (anexo estadístico).

Resulta evidente que la producción de bienes industriales


de la región está lejos de satisfacer las necesidades internas.
Peor todavía, el recurso a bienes producidos en el exterior
tiende a crecer en la medida en que avanza la industrializa-
ción, precisamente porque ésta, bajo las condiciones del sub-
desarrollo, hace crecer la dependencia de los bienes indus-
triales producidos en los países desarrollados. En 1987, las
importaciones de estos bienes constituían 78.5% del total; en
2004, esa participación subió a 87.4%. Los bienes de tecno-

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137

logía media y alta figuraban con 49.2% del total durante el


primer año; en 2004, alcanzaron 57%. Prácticamente toda la
variación se debe a la creciente importancia de los bienes de
alta tecnología en las importaciones, que pasaron de 13.8%
a 21.5% en el periodo.
Los últimos picos recesivos han llevado a una acentua-
ción de la tendencia general. Así, en los periodos recesivos de
2000-2002 y 2007-2009, la composición de las exportaciones
regionales se modificó a favor de las materias primas y ma-
nufacturas basadas en recursos naturales (cuya participa-
ción pasó de 41.2% a 52.5%) y en contra de las manufacturas
con tecnología alta, media y baja (que pasó, de una manera
más bien drástica, de 51.9% a 41.1%).
Aquí es conveniente una digresión. Los organismos in-
ternacionales incluyen entre los países “en desarrollo” a las
economías del Este y Sudeste asiáticos. La presencia de esta
región en las exportaciones de manufacturas es creciente.
En el periodo que va de 1996 a 2001 participaron con 30%
en las exportaciones mundiales de tecnologías de la informa-
ción y las comunicaciones, uno de los sectores más dinámicos
del comercio internacional. Esta región vende poco menos
que la Unión Europea (34%), pero más que Estados Unidos
(17%) y que Japón (15%). La participación latinoamericana
fue de apenas 4%. Pareciera pues que la distinción entre paí-
ses “desarrollados” y “en desarrollo” no tuviera en este caso
su expresión correspondiente en lo relativo al comercio. En
realidad, situar a la República de Corea, Taiwán, Filipinas,
Singapur, Tailandia y a países como los latinoamericanos
en una misma categoría, no hace otra cosa que dificultar la
comprensión de los procesos en los que se encuentran invo-
lucrados los distintos países, o bien es una expresión de esa
dificultad.
No es que se ignoren diferencias importantes. Por ejem-
plo, la CEPAL señala que “en contraste con las experiencias
de algunos países de Asia, pese a su supuesto éxito, el sector
exportador mexicano no ha sido capaz de crear los necesa-
rios eslabonamientos hacia adelante y atrás en la economía
nacional” (CEPAL, 2003a). Sobre algunas de las implicaciones
de esta realidad en la región, afirma:

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Subir la “escalera tecnológica” es difícil, especialmente cuando


la base de proveedores locales de insumos está poco desarrolla-
da y, consecuentemente, empresas localizadas fuera del territo-
rio suministren partes y componentes, así como servicios más
sofisticados. En estos casos, los servicios de diseño e ingeniería,
de investigación y desarrollo, así como de logística y comercia-
lización, tienden a ser ofrecidos por las empresas matrices, sin
mayores posibilidades de transferencia de tecnología (CEPAL,
2003a: 109).

Lo que no se percibe es que los países que lograron “su-


birse” a la “escalera tecnológica” y ascienden un peldaño tras
otro, están avanzando en la división capitalista de su tra-
bajo, dando lugar a la organización de su trabajo general y
buscando hacerse del conocimiento y de las habilidades que
condicionan la producción. No esperaron a que el sector ex-
portador fuera “capaz de crear los necesarios eslabonamien-
tos”, sino que se embarcaron en unos proyectos de nación
que los elevaran a una nueva posición frente a los países
imperialistas. Son países y zonas que están en el umbral
del desarrollo capitalista y lo menos que puede decirse de
ellos es que ya lograron renegociar su posición en el mercado
mundial. América Latina, por su parte, continúa atrapada
en el traspatio del imperialismo. Todo lo cual pone también
de manifiesto que no hay una fatalidad subyacente a este
estado de cosas, aunque la voluntad política de los gobiernos
de la región se ajusta más al sostenimiento del mismo.
De regreso a nuestra preocupación principal en este
apartado, sabemos que así como la inversión extranjera con-
tribuye a mitigar los problemas creados por el déficit en la
balanza comercial, lo mismo es cierto respecto de los créditos
desde el exterior. Ya hemos señalado que el endeudamiento
externo es un factor inherente al desenvolvimiento económi-
co a partir de la organización de las relaciones sociales de
producción bajo el subdesarrollo. El crecimiento exportador
no podía eliminar esta tendencia, y no lo hizo; más bien la
intensificó. En 1980, la deuda externa como porcentaje del
PIB había llegado a 26.2%, agravada tanto por los precios del
petróleo como por la existencia de crédito abundante y bara-

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139

to a nivel internacional durante los setenta. En los ochenta,


que en general fue un periodo de transición, con apreciación
del dólar y caída del comercio internacional, este indicador
se disparó, llegando a 57.3% en 1986, para empezar a dismi-
nuir a partir de entonces. En los noventa, con el nuevo pa-
trón ya estabilizado, la deuda respecto del PIB cayó a 33.6%
en 1997, manteniéndose bastante por encima del nivel de
1980. En 2003, llegó a 41.7%, y entonces comienza a reducir-
se a raíz de la bonanza exportadora de los países productores
de hidrocarburos, productos de la minería y agrícolas. Esta
tendencia a la baja alcanzó 18% en 2008, para empezar a re-
vertirse como resultado de la situación general de crisis (en
2009 fue 20.4%). Durante la etapa anterior, la deuda crecía
respecto del valor de las exportaciones, pero no alcanzaba al
100% de la misma, lo cual viene a ocurrir en los setenta. Sin
embargo, en los noventa, bajo el crecimiento exportador ya
consolidado, sólo en 1997 la deuda estuvo debajo de 200% del
valor de las exportaciones, y durante el periodo 2000-2006
alcanzó un promedio anual de 177%. Gracias al rápido creci-
miento de las exportaciones, ese porcentaje cayó por debajo
de 100% entre 2006 y 2008, pero en 2009 empezó nuevamen-
te a recuperarse.
El costo de la inversión extranjera y de los créditos exter-
nos en la forma de intereses y utilidades, se ha hecho sentir
de manera creciente en el estado de las cuentas externas. El
déficit de la balanza de rentas creció de 20 a 40 mil millones
de dólares entre 1980 y 1995, y continuó creciendo a 89 mil
millones en 2006 y nuevamente, a 110 mil millones en 2008,
esto es, dos veces el excedente de la balanza de bienes. En
este último año, el déficit de cuenta corriente fue equivalen-
te a 0.6% del PIB regional.

4. Contradicciones internas

El desenvolvimiento económico de América Latina ha sido


mucho más mediocre durante el crecimiento orientado al
exterior que en la etapa previa. Entre 1950 y 1980, la tasa
anual de crecimiento económico alcanzó 5.3%; entre 1991 y

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140

2003 fue de 2.7%. Entre 2004 (6.1%) y 2008 (4.2%) mantuvo


ritmos relativamente elevados, pero se derrumbó nuevamen-
te en 2009 (-1.9%). Una tendencia más acentuada al déficit
comercial debía llevar a los gobiernos a establecer controles
más férreos sobre el crecimiento, pero en general los años de
expansión de 2004-2008 extendió más bien una sensación
de optimismo que habría de evaporarse con la crisis global.
Al mismo tiempo, la mayor dependencia en todas las esferas
de la economía ha transformado a la región en una víctima
mucho más fácil de las turbulencias financieras.
Durante la presente etapa, la región redujo su partici-
pación en la producción mundial. En 1973, era de 8.7%; en
2006, fue de 7.7%. Las diferencias en ingreso por persona
respecto de los países desarrollados también se elevaron.
Respecto de Europa, la diferencia era de 2.5 veces en 1973;
en 2006, la diferencia saltó a 3.2 veces. Tal vez convenga
señalar que las distancia respecto de Europa en este plano
también creció entre 1950 y 1973, esto es, durante la etapa
anterior; pero no debe olvidarse que en esos años esa región
estaba involucrada en un proceso muy activo de reconstruc-
ción y expansión económica, y no deja de llamar la atención
que la misma diferenciación no tuvo lugar en relación con
otras regiones avanzadas. De acuerdo con un estudio de la
CEPAL, el ingreso por persona de un grupo de países compues-
to por Australia, Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda,
fue 3.7 veces mayor que el mismo ingreso en América Latina
en 1950, y la distancia no creció hasta 1973; por el contrario,
se redujo ligeramente a 3.58 veces. Sin embargo, la misma
diferencia creció a 4.64 veces entre 1971 y 2006 (CEPAL, 2008).
La tasa de crecimiento anual del PIB latinoamericano por
persona empleada entre 1992 y 2003, fue muy baja: 0.1%.
Creció a 1.9% en 2003-2006, para una tasa anual promedio
de 0.6% entre los años 1992-2006.
Desde luego, semejantes resultados económicos no se
traducirían en buenas noticias para el empleo. Antes de re-
visar la información, es útil recordar que existen factores
inherentes a la presente forma del crecimiento —aparte del
crecimiento lento— que afectan los niveles de empleo. Por
un lado, las empresas de exportación trabajan con niveles

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más elevados de composición del capital con vistas a operar


con los niveles adecuados exigidos por un desenvolvimiento
aceptable en el marco de la competencia global. Una menor
cantidad de fuerza de trabajo es requerida para movilizar
una magnitud dada de medios de producción. Por otro lado,
la protección de la industria que produce para el mercado
doméstico fue casi completamente desmantelada, forzada a
su reestructuración o empujada a la ruina. Este sector debía
reducir su presencia en la producción, lo cual tenía que da-
ñar su capacidad para atraer fuerza de trabajo. Por ejemplo,
el peso de los bienes de consumo personal en las importa-
ciones totales había caído de 23% en 1948 a 15% en 1970,
durante el crecimiento orientado al mercado interno; pero su
descenso continuo fue duramente afectado durante la pre-
sente etapa de colonialismo industrial. Las importaciones de
bienes de consumo crecieron de 14% en 1990 a 17% en 1998.
La tasa de desempleo en América Latina y el Caribe
ha sido correspondientemente elevada: 1994: 8.2%; 2000:
10.4%, y 2008: 7.5%. En 2009 se elevó nuevamente por sobre
8.0%. Estas cifras no están muy alejadas de los niveles de
desempleo en muchos países desarrollados en la actualidad.
Lo que sí debe llamar la atención es el nivel que ha alcanza-
do el “empleo informal”; de acuerdo con estimaciones oficia-
les (CEPAL, 2009) constituye alrededor de 50% del empleo en-
tre 1994 y 2008. Desde la perspectiva de la CEPAL, este sector
incluye a trabajadores independientes, trabajadores familia-
res y aprendices, trabajadores de microempresas y trabaja-
dores domésticos. Intentaremos construir una cuenta más
adecuada de su naturaleza social en el próximo capítulo. Por
ahora se trata de trabajadores que no están en su mayoría
directamente involucrados en la relación de capital-trabajo
asalariado y que son empujados a buscar alternativas de
empleo al margen de la acumulación o en contacto indirecto
con ella. Sus muy precarias condiciones de trabajo raramen-
te les permiten hacerse de condiciones suficientes de vida.
América Latina, durante la actual etapa, pasó a ser la región
más desigual del mundo; junto con la concentración de la
riqueza, la pobreza alcanzó una extensión sin precedentes.
Las cifras oficiales informan de 40.5% de la población en

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condiciones de pobreza para 1980; 48.4% en 1990; 44% en


2002. Desde entonces, después de prácticamente seis años
de crecimiento económico continuo, la pobreza se redujo a
33% en 2008 para caer a 29.4% en 2011. Así pues, la pobreza
ha caído, pero continúa siendo muy elevada. En términos
absolutos, la población en condición de pobreza creció de 135
millones en 1980 a 180.4 millones en 2008.
Una exclusión social mucho más dura azotó a la región,
con lo que la gobernabilidad política se hizo más complicada.
La esfera política y los sentimientos sociales separaron sus
caminos. Entre 1990 y 2002, sólo 62% de los ciudadanos con
derecho a voto lo ejercieron, y no más de 56.1% de esos votos
fueron efectivamente validados. En general, en los países
donde el voto no es obligatorio, la participación popular fue
menor aún; así ocurrió en Colombia (33%) y en Guatemala
(36.2%). El abstencionismo tendió a crecer; ése fue al menos
el caso de México, donde abarcó a 42.3% de los ciudadanos
en 1997, y a 58.3% en 2003. A principios de este siglo, sólo
43% de los ciudadanos apoyaban la democracia; no más de
20% respaldaba a los particos políticos; menos de 40% con-
fiaba en el poder judicial, la policía, los jefes de Estado y las
fuerzas armadas; la televisión contaba con la credibilidad de
menos de 50% de la población (UNPD, 2002).
Las instituciones políticas e ideológicas del capitalismo
latinoamericano han estado lejos de comportarse como se re-
quiere para garantizar un desenvolvimiento relativamente
estable de la sociedad. Con el nuevo esquema de crecimiento,
perdieron una buena parte de su escasa energía como fuer-
za legitimadora de la dominación. El descontento social fue
empujado a ensayar nuevas formas de manifestación y nue-
vos canales para expresarse. Con éxito se intentaron nuevas
rutas en Venezuela, Ecuador y Bolivia sobre la base de lide-
razgos con una resuelta oposición al neoliberalismo y con un
amplio apoyo entre las abultadas masas de excluidos. Fue
a partir de estos avances que la tercera etapa empezó a dar
cuenta de su decadencia, con el ensayo de nuevos rumbos
que incluyeron a los más excluidos y a liderazgos alejados de
compromisos con la reproducción del establishment tradicio-
nal. No puede predecirse el resultado final de este proceso,

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pero el crecimiento basado en las exportaciones y el corres-


pondiente patrón de colonialismo industrial está claramente
sometido a un severo cuestionamiento que la actual crisis
mundial en curso reforzará, apurando la búsqueda de un
curso alternativo. Tal como Dello Buono y Bell han señalado:

No importa cuán resistente sea el sistema de dominación, cree-


mos que la insistencia en imponer y prolongar las políticas neo-
liberales frente a la agudización de las contradicciones sociales
continuará creando condiciones propicias para nuevas explosio-
nes sociales. Es nuestra convicción que bajo ciertas circunstan-
cias, estos procesos sociales contradictorios pueden finalmente
llevar a resultados no anticipados y posiblemente a transforma-
ciones más profundas (2009: 5).

5. Regímenes políticos
en la tercera etapa

Por política entendemos la praxis que regula una conflictivi-


dad social que tiene como eje la división en clases en el inte-
rior de los países, y que regula también las relaciones entre
Estados hacia el exterior La política se desenvuelve alrede-
dor de determinadas relaciones de dominación internamente,
y un mundo sin política es sólo imaginable como un mundo
sin dominación. El agente dominante de la política es el Esta-
do. El tipo de dominación y las circunstancias históricas de la
misma, condicionan la organización y las tareas del Estado.
Esto también es válido para cada tipo particular de Estado.
El Estado capitalista de las últimas seis décadas apro-
ximadamente, da cuenta de dos grandes formas de la regu-
lación política: por un lado, el autoritarismo, el cual admite
distintas modalidades (dictaduras liberales, totalitarismos
y presidencialismo); por otro, la democracia liberal, que ha
operado bajo dos modalidades de regulación: una tendencial-
mente inclusiva, y otra tendencialmente excluyente. Una y
otra están vinculadas a las distintas propuestas de organi-
zación para la economía capitalista que se concretaron con el
keynesianismo y el neoliberalismo.

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El esquema keynesiano, basado en el consumo, con un


fuerte énfasis en la expansión de los mercados domésticos y,
por lo tanto, con una atención no despreciable al nivel de los
salarios, permitió que se consumara el pacto social que ca-
racterizó el desarrollo capitalista desde la segunda posgue-
rra (y en América Latina aun desde antes, con la emergen-
cia de los Estados populistas) hasta los años setenta. En lo
fundamental, se trataba de un esquema que operaba sobre
la base de un activo tráfico de concesiones entre las clases,
el cual hacía posible que los sectores populares se vieran a
sí mismos incorporados al goce de los frutos del crecimiento
y pudieran formarse expectativas razonablemente viables
de mejoramiento en sus condiciones de vida. El Estado de
bienestar aportó materialidad a esas expectativas, especial-
mente en el plano de la educación, la salud y la vivienda.
Los partidos operaron como dinámicos portadores de esas
concesiones, lo cual elevó su prestigio frente a una población
que reconocía como positivo su papel como mediadores.
El esquema neoliberal puso fin al mencionado pacto so-
cial e inauguró un nuevo trato al movimiento obrero y a los
sectores populares. Debía hacerlo, porque ello era una con-
dición para la superación de la gran crisis que se había incu-
bado en los sesenta y que tuvo sus primeras manifestaciones
en los años 1967-1968, y luego en 1974-75. Se trataba, como
ya hemos visto, de recuperar la tasa de ganancia, para lo
cual era necesaria una modificación de la correlación de cla-
ses. El ataque a los sindicatos que comienza a extenderse en
la segunda década de los setenta en Estados Unidos, para
entonces ya se generalizaba en el Cono Sur de América Lati-
na. La expansión del desempleo contribuyó al debilitamiento
político del movimiento obrero, en tanto que las nuevas opor-
tunidades para la introducción de innovaciones tecnológicas
también aportaban lo suyo a ello. No fue menos importante
la progresiva reducción de la actividad estatal en cuanto al
crecimiento del desempleo. Condiciones objetivas, como la
ruina de empresas afectadas por la crisis y la nueva compe-
tencia capitalista, se unieron a otras de carácter subjetivo,
como la acción de los gobiernos, para impulsar hasta donde
fuera posible el debilitamiento del movimiento obrero. La

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desregulación de las relaciones laborales y la flexibilización


laboral desplazaron la balanza en beneficio de un poder casi
incondicional en favor del patrón.

5.1. La democracia tendencialmente


excluyente en América Latina

En América Latina, una región con gobiernos débiles en sus


relaciones con el exterior avanzado, y extremadamente sen-
sibles a las presiones de organismos, empresas y gobiernos
de los países desarrollados, la reorganización social asumió
características particularmente severas para los sectores
populares. La distribución del ingreso, que había sufrido
fuertes cambios a favor de los sectores económicamente más
poderosos, consolidó durante los noventa, según datos de la
CEPAL (CEPAL, 2003b), la perversión alcanzada en las décadas
anteriores. Más todavía, en algunos países como Argentina,
Bolivia, Brasil, Costa Rica, Ecuador, El Salvador y Nicara-
gua —de entre un total de 13 para los cuales hay informa-
ción—, la situación continuó empeorando y el 10% más rico
de la población aumentó su participación en el ingreso. Para
el conjunto de la región, hacia 2000-2002 el 10% más rico se
apropia de un ingreso equivalente a 19.1 veces mayor que
el ingreso que capta el 40% más pobre. América Latina se
destaca, no está demás insistir en ello, como la región con la
mayor desigualdad social en el mundo.
A la distribución oligárquica del ingreso ha seguido la
consolidación de un sector amplio y en expansión de ex-
cluidos, de sobrepoblación (absoluta y relativa) en sentido
económico. La convocatoria a participar en la democracia
electoral, en cuanto concesión política, carece de su comple-
mento en la esfera económica. Tal es su principal escollo: los
proyectos de inclusión política están destinados al fracaso si
han de fundarse en la exclusión económica. Ello debía tener
su impacto en el desenvolvimiento político de la sociedad, y
lo ha tenido. El juego político no ha logrado hacerse del aval
de la población marginada, y ello le ha mermado valor como
mecanismo legitimador del poder.

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No puede negarse, en efecto, que una buena parte de la


crítica al juego democrático actual proviene de los sectores
excluidos. En un estudio sobre la abstención electoral en Mé-
xico (el cual sintetiza varios elementos de esa crítica), ba-
sado en los resultados de las elecciones federales de 1994 y
1997, se obtuvieron las siguientes conclusiones:

– El abstencionismo y los niveles de ingreso se desplazan


en relación inversa.
– Hay una relación inversa entre los niveles de escolari-
dad y los niveles de abstencionismo. Se abstiene más la
población que ha tenido menos acceso a la educación.
– La abstención rural, o sea del espacio donde se concentra
la mayor pobreza, es mayor que la abstención urbana.
– El abstencionismo en los distritos con mayor población
que trabaja por cuenta propia, es mayor que en aque-
llos de población con trabajo relativamente estable.
(IFE, s/f).

En el extremo de las cosas, las manifestaciones de los sec-


tores a quienes no importaría que un gobierno autoritario
tomara el poder a condición de que resolviera sus problemas
económicos, tienden a aumentar. Según los resultados de
una encuesta realizada en México, el porcentaje de los entre-
vistados que piensa de esa manera creció de 39% a 41%, en-
tre noviembre de 2002 a abril de 2004 (El Universal, 2004).
Cabe hacer notar que difícilmente habrá de encontrarse una
expresión más contundente de la relación existente entre la
organización económica y la regulación política. Pero tam-
poco puede pasarse por alto el hecho de que los resultados
de estas encuestas no admiten una interpretación general.
Cada pueblo conserva las imágenes del autoritarismo que
ha construido a partir de su propia experiencia. Mientras
que en Chile o Argentina, por ejemplo, el autoritarismo está
vinculado al asesinato, la tortura, la cárcel, el exilio, el ham-
bre, el desempleo, la ausencia de derechos, la arbitrariedad
abierta, los desaparecidos, etcétera, en México el autorita-
rismo ha sido mucho más moderado, y en sus buenos tiem-
pos logró poner en marcha un pacto de clases, débil, claro,

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pero relativamente duradero, y por periodos garantizó una


amplia libertad de movimiento a las bases sociales. Sería
pues de dudar que en casos como los primeros, el autorita-
rismo encontrara un amplio respaldo entre los sectores po-
pulares; en cambio, en el segundo caso resulta difícil para
el pueblo establecer una línea clara de demarcación entre
la vieja situación y la actual. Así pues, no resulta insensato
pensar que también entre las filas del pueblo que necesita
resolver sus problemas de subsistencia, algunos puedan, en
un momento dado, preferir el “autoritarismo” que conocen a
su actual “democracia”. Después de todo, tras el “retroceso”
al autoritarismo, el pueblo seguiría votando, y su voto sería
tan ignorado como lo es ahora
Es claro que la actual democracia se encuentra empeña-
da en una empresa contra sí misma. Su propia lógica es un
obstáculo a su desarrollo, por cuanto promueve rechazo más
que adhesión. En este ambiente, una pregunta surgirá más
temprano o más tarde: ¿no es antidemocrática la conducta
de los sectores populares que no manifiestan apoyo a la de-
mocracia en la actualidad? El político profesional absorbido
por el ambiente neoliberal, probablemente pensará de este
modo. Pero no hace falta decir, en primer lugar, que lo que el
pueblo está criticando no es la democracia en general, sino la
presente forma exclusiva de la misma. La gran mayoría no se
siente parte de un proyecto que no reconoce sus necesidades
fundamentales y no contempla arreglos para la satisfacción
de las mismas; un proyecto que, por el contrario, condena a
grandes sectores a la miseria y donde la coerción encuentra
terreno fértil; un proyecto que ofrece derechos políticos posi-
tivamente consagrados, pero muchos de los cuales el pueblo
pobre no puede ejercer, debido a su mediación mercantilista.
La solución a la “crisis de la democracia” no consiste en los
desesperados esfuerzos de las autoridades electorales para
llevar la población a las urnas, sino en promover una com-
pleta modificación del trato político y económico que recibe
actualmente el pueblo.
Culpar al pueblo del fracaso del intento neoliberal por
dar lugar a un esquema estable de regulación del conflicto
social, esquema que sólo podría ser uno que promoviera el

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consenso social, es dar la espalda a las contradicciones inhe-


rentes al mismo proyecto neoliberal. Estas contradicciones,
en lo que se refiere a la regulación política, son múltiples.
Señalemos algunas otras.

5.2. Otras contradicciones


de la democracia neoliberal

La globalización neoliberal, conducida por el gran capital


transnacional que buscaba sacudirse todas las regulaciones
y concesiones que las condiciones históricas le impusieron en
otro tiempo, ha reducido seriamente las agendas nacionales
de la región. Ni siquiera las orientaciones de sus procesos
económicos son discutidas internamente, puesto que vienen
impuestas desde el exterior. Los neoliberales, por su parte,
ocultan esta realidad difundiendo la creencia de que las de-
cisiones económicas han pasado a manos del mercado, una
entidad que escucha, que reacciona y promueve, que pone
orden y cuya sabia conducción libera a los individuos del aco-
so estatal. Así reza la ideología dominante. Pero, para tales
efectos, el resultado es el mismo: se ha expropiado a las na-
ciones una gran parte de su limitada capacidad para tomar
decisiones. Las fracciones nacionales del bloque dominante
mismo han sido empujadas a un nuevo grado de subordi-
nación. Las asimétricas relaciones internacionales se han
apropiado de un espacio cada vez más importante de la polí-
tica; en contrapartida, se ha dejado en manos de la política
local un rango de decisiones cada vez más reducido en can-
tidad e intrascendente en significado social. En el FMI, en el
BM, el BID y la OCDE, se diseñan (o en ocasiones, simplemente
se transmiten) las “recomendaciones” sobre política econó-
mica, seguridad social, salud, educación, en fin, sobre las
cuestiones decisivas. En el otro polo del esquema imperial,
la insaciable sed de créditos e inversiones pone de rodillas a
las naciones latinoamericanas, dando forma a un esquema
autocrático de transmisión de las decisiones, donde el Esta-
do-cliente se limita a enarbolar como propias las consignas
que recibe desde el exterior. Si el Estado local no puede abor-

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dar como su tarea la situación de los sectores populares, es


porque este tema, como tantos otros, relacionados o no, es
extremadamente importante para el capital extranjero. Mu-
cho menos podrán los Estados, en este contexto, trabajar con
los pobres un nuevo trato. El político local es empujado a la
mediocridad con la misma fuerza con que él en otro momen-
to impulsó este mediocre esquema de democracia.

Vinculada a lo anterior, la globalización neoliberal redujo


la capacidad de concesión de los Estados latinoamericanos,
y de ese modo pulverizó el poder de gestión de los políticos.
Si la limitación de la agenda nacional ha aportado lo suyo al
desprestigio de los congresos, la indiferencia neoliberal fren-
te a los problemas del pueblo ha arrasado con el prestigio
de los políticos y de sus partidos. C. B. Macpherson (1982),
quien en un análisis brillante había concluido que la fun-
ción de los partidos era “difuminar las contradicciones de
clase”, seguramente se sentiría contrariado por el ambiente
actual, donde los partidos se han volcado al sostenimiento
de una situación que lo único que hace es agravar esas con-
tradicciones. Pueden hacerlo, porque no existe para ellos el
mandato imperativo que los hace responsables frente a sus
representados (mandato que nunca agradó a la democracia
capitalista y fue tempranamente objeto de rechazo por una
burguesía francesa aterrorizada por los levantamientos de
1789). Los partidos, como organizaciones que se disputan
el control de los gobiernos, dieron lugar a la representación
popular indirecta, gracias a la cual pueden desenvolverse
independientemente de las demandas de sus representados.
Pero al negarse a actuar como efectivas corrientes de trans-
misión de las necesidades y demandas sociales, haciendo por
el contrario en los hechos el papel de operadores políticos en
la lucha contra estas demandas, han socavado su función
política y han dejado de contribuir decisivamente a la legi-
timación del dominio de clase. En este frente, los partidos
abren brecha para su crítica también por parte de la burgue-
sía más reaccionaria.
Tanto su estructura como su vida interna actual, son ex-
presión directa de lo anterior. Lo que A. Panebianco (1990)

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visualizaba como una evolución que resultaba básicamen-


te de la lógica interna de las organizaciones, aparece ahora
también como un resultado hacia el que apuraron las cir-
cunstancias externas. Han protagonizado un recorte drás-
tico de las ideas —recorte favorecido por el estrechamiento
del campo de problemas sujetos a decisiones locales—, aban-
donando las grandes causas sociales y renunciando a toda
resistencia a un ambiente que los estrangula. Los mismos
partidos que en otro tiempo se situaban a la izquierda, antes
que buscar transformar esa realidad optaron por adecuarse
a la misma, poniendo a la propia supervivencia en el centro
de sus objetivos. “La mejor política es carecer de política”,
reza la divisa del político apresado en el neoliberalismo, in-
formando así de su propia irrelevancia para los excluidos
y de su funcionalidad neoliberal. Las motivaciones solida-
rias que movilizan sentimientos y acción en torno a grandes
causas sociales, cedieron su lugar a los incentivos selecti-
vos, distribuidos entre las cúpulas de las organizaciones y
sus clientes más cercanos. La necesidad de recursos para
el financiamiento de costosas campañas, agravó la subor-
dinación de las organizaciones políticas y de sus dirigentes
a las fuentes de financiamiento, públicas y privadas. Con
ello se asestó otro golpe a las posibilidades de ejercicio de
la democracia interna, particularmente en los partidos con
membresía popular. Los congresos partidarios a menudo son
apenas algo más que rituales fraudulentos. En una palabra,
estas organizaciones se han alejado de los intereses popula-
res tanto como se los dicta el ambiente neoliberal en que se
desenvuelven.

Sería raro que la democracia electoral pudiera sostenerse,


aun conceptualmente, en este medio ambiente. Según Gui-
llermo O’Donnell (en cuya reflexión teórica el PNUD parecía
buscar orientación para su informe sobre la democracia), un
régimen democrático es aquel donde las posiciones guberna-
mentales principales, a lo menos en los poderes Ejecutivo y
Legislativo, son determinadas mediante elecciones limpias.
Para que una elección sea limpia, debe ser: a) competitiva; b)
libre, sin coerción; c) igualitaria, es decir, cada persona un

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voto; d) decisiva en cuanto las posiciones que son objeto de


competencia, las cuales son efectivamente asignadas tras la
elección y como resultado de ésta; e) inclusiva, o sea, todos
los adultos que cumplen el requisito de nacionalidad pueden
participar; y, finalmente, f) institucional, esto es, debe tener
lugar en un contexto de elecciones reguladas, de modo que
la población pueda hacerse expectativas fundamentadas de
que se practicará en los términos agendados. Por otro lado,
para que la elección sea libre es necesario que exista libertad
de expresión, de asociación y acceso a información pluralista
(O’Donnell, 2004).
Para el autor, este concepto alcanza un grado aceptable
de operación práctica en su poco convincente “Noroeste” re-
ferencial; pero las premisas que lo permiten (derechos ci-
viles y políticos universalizados, y legalidad homogénea a
través del territorio nacional) están generalmente ausentes
en América Latina. En realidad, su crítica de la situación la-
tinoamericana es bastante aguda. El sector popular no está
protegido contra la violencia, tanto pública como privada; su
“acceso a las agencias del Estado es desigual”, sufre “humi-
llaciones recurrentes”, etcétera. El Estado “colonizado eco-
nómicamente” por intereses foráneos es burocráticamente
ineficiente, “por lo que no cumple su función de legalidad”, ni
“puede actuar como filtro y moderador de las desigualdades
sociales”. Es “sordo a las demandas de equidad”. Reproduce
las desigualdades y la obra de la globalización en sus aspec-
tos destructivos. No ha logrado el control necesario sobre la
violencia en su territorio. Y persisten en la región “zonas
marrones” que escapan a la legalidad general.
Y entonces ¿por qué hablar de regímenes democráticos en
la región? A pesar de que en los círculos del PNUD el debate
ha ido produciendo nuevos enfoques, se insiste en distinguir
entre Estado y régimen político, a cada uno de los cuales se
le asignan ámbitos específicos de competencia. El régimen
democrático se define por la existencia de elecciones limpias,
institucionalizadas e inclusivas, mientras que el Estado (de-
mocrático, se supone) se ocupa del sistema legal relacionado
con los derechos y las libertades políticos. Existe democracia
a nivel del régimen (la cual también se reconoce limitada),

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pero falta que el Estado extienda el goce de los demás de-


rechos. Se estima que el régimen democrático actualmente
existente, limitado, puede permitir el avance hacia una de-
mocracia ideal.
El régimen político es la manifestación externa del Esta-
do; su forma y su manera de operar en los distintos momen-
tos y circunstancias históricas, informa del modo en que el
Estado lleva a cabo su gestión de regulación del conflicto so-
cial. Una regresión autoritaria no sería una simple mudanza
de régimen sino una transformación global del Estado. Un
enfoque global del Estado históricamente perceptible no pue-
de prescindir del régimen político. El teórico reconoce que el
Estado y el régimen pueden separarse para fines de estudio,
pero no más allá de la forma en que se separan, por ejemplo,
el proceso laboral de su forma histórica. El Estado separado
del régimen sólo nos remite a sus condiciones generales de
existencia, a las clases sociales y a la lucha de clases, de la
misma manera que el proceso laboral nos remite a la fuerza
de trabajo y a sus medios. Pero se trata de abstracciones sin
valor histórico. La dominación de clases da forma a tipos de
Estado, y el capitalismo es uno de ellos. El estudio del Es-
tado capitalista ya incluye una determinada relación entre
las clases, de la misma manera que el proceso laboral capi-
talista ya incluye una determinada forma —la valorización.
Luego el tipo capitalista de Estado se despliega a través de
diversos modos, determinados por el grado de desarrollo de
la sociedad y por la lucha de clases en cada contexto.
Y ciertamente, el Estado empíricamente determinado sin
régimen político, o bien con un régimen que opera parale-
lamente, es un brillante desatino (en tanto que inútil crea-
ción original del intelecto). Esto puede apreciarse fácilmente
en los sucesos cotidianos. En cuanto al tema presente, por
ejemplo, para participar en una “elección limpia” los ciuda-
danos deben estar bien informados de las alternativas que
se ofrecen. Tal posibilidad les está negada a los que sufren
de hambre (por poner un caso que no admitirá dudas serias),
pues ni siquiera pueden pensar en costos de información.
Su derecho a participar en tal elección es, por tanto, letra
muerta, no existe.

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153

Las concepciones puramente superestructurales del Es-


tado, formadas al margen de las relaciones sociales de pro-
ducción, son esencialmente incapaces de producir siquiera
una noción de las condiciones que podrían hacer avanzar la
democracia capitalista dentro de sus estrechos márgenes
de libertades y derechos. Mucho menos si estas nociones se
niegan a reconocer las relaciones sociales específicas de la
realidad latinoamericana.
Es necesario reconocer que es un despropósito exigir al
capitalismo democracia plena; la explotación y, por ende, la
desigualdad son inherentes a la sociedad capitalista. Aun
la democracia más tendencialmente inclusiva, como modo
de regulación del conflicto social y de organización de la do-
minación, dejará algo que desear. Con mayor razón en los
países subdesarrollados, entre los que se ubican los de la
región. La historia de la democracia es la historia de la lucha
contra las exclusiones por razones de diferente naturaleza
(económicas, de sexo, de raza, políticas, de todo tipo), y ello
no es distinto en el marco de la “democracia contemporánea”,
marcada por la exclusión económica, especialmente en Amé-
rica Latina. Exclusión que, por el hecho de aparecer aislada
y convivir con inclusiones en términos de derechos políticos
codificados en forma más o menos generalizada, demanda
un enfoque fresco de los problemas de la democracia capi-
talista actual. En el marco de la globalización neoliberal, se
ha avanzado en la formalización de derechos políticos, pero
se ha retrocedido en la esfera de los derechos económicos y
sociales, por lo que los primeros han perdido sentido prácti-
co. Por eso la generalización formal de los derechos políticos
aparece al mismo tiempo como su particularización real; es
decir: la generalización meramente formal de los derechos
políticos se ha resuelto en la concentración actual de los mis-
mos en determinados sectores sociales. En esto consiste la
especificidad de la democracia que todavía domina en Amé-
rica Latina.
Es cierto que la democratización es un proceso, no una
situación dada. Teniendo en cuenta esto, llama de inmedia-
to la atención el hecho de que la democratización latinoa-
mericana se presenta como un proceso invertido. El apoyo

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154

de la población a los congresos y a los partidos ha caído; la


población insatisfecha con la democracia ha aumentado; la
respuesta a las convocatorias electorales ha disminuido; las
expectativas de cambios como resultado del voto se han des-
moronado, etcétera. Y todo esto no precisamente como resul-
tado de un recorte de los derechos políticos. En México, en
la segunda mitad de los noventa, se hizo un esfuerzo notable
para construir un sistema electoral confiable. Sin embargo,
la población insatisfecha con su democracia aumentó a 59%
en abril de 2004, después de haber alcanzado la mayor cifra
en 2002 (58%), precisamente mientras se construía y perfec-
cionaba su sistema de elecciones.
No es casual que esto ocurra al mismo tiempo que se
consolidan la pobreza, las desigualdades, etcétera, al lado
del hecho de que los sectores más afectados no han encon-
trado la forma de incrustarse en los órganos del Estado, ni
de reactivar sus propias organizaciones para presionar por
transformaciones serias. Ello informa de la manera típica
como opera el Estado. En lo principal, un régimen político
determinado no hace otra cosa que proyectar —y proyectar-
se en— una correlación dada de fuerzas entre las clases; es
al mismo tiempo producto y productor de la misma. Si la de-
mocracia puede desenvolverse sin turbulencias en su moda-
lidad exclusiva, es porque la capacidad de movilización y de
lucha de los sectores populares ha sido arrasada, en buena
medida como resultado de la negación de sus derechos socia-
les y políticos. El control que ejercen las oligarquías de los
partidos y las burocracias gubernamentales sobre esos órga-
nos, control apoyado por la presión ideológica desde medios
monopolizados, parece indisputable dentro de los marcos del
neoliberalismo.
Sin embargo, los sectores populares no pueden simple-
mente ignorar las instituciones políticas. Quienes controlan
los medios de violencia de la sociedad están en mejores po-
siciones para obtener ventajas de la destrucción de las insti-
tuciones políticas. A ello se debe que hayamos encontremos
casos como los de Brasil y Argentina, donde, en un momento
dado, se unieron dos procesos: por una parte, las masas mar-
ginadas han optado en ocasiones por recurrir a sus propios

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medios y métodos de lucha para hacer oír sus demandas;


por otra, esos medios y métodos que no son provistos por
el régimen político, terminan apuntando a la búsqueda de
transformaciones efectivas en el régimen. Venezuela repre-
senta un caso diferente; ahí no fue la iniciativa de las masas
la que provocó el proceso de transformación, sino su decisión
de plegarse a un liderazgo ajeno al establishment neoliberal
y dispuesto a combatirlo. No está demás decir que en los tres
países se trata al mismo tiempo de movimientos en contra de
la globalización neoliberal; movimientos que dan cuenta de
las dificultades que ésta ha venido encontrando en un marco
donde sus signos de agotamiento se multiplican.
La tarea decisiva y más urgente, insistimos, no consis-
te en codificar derechos, sino en construir las condiciones
materiales que permitan su goce efectivo; o sea: revertir
la actual orientación del crecimiento económico, otorgando
atención a los mercados internos y creando simultáneamen-
te las condiciones (en especial mediante el arribo a una nue-
va relación con los países imperialistas a través del avance
en una división del trabajo que permita producir progreso
internamente) que hagan posible superar la actual subor-
dinación regional al mercado mundial. La movilización po-
pular puede contrarrestar las tendencias autoritarias de la
actualidad (tendencias que también tienen expresiones ca-
llejeras) y promover un cambio de modalidad en la regula-
ción democrático-capitalista; pero cabe advertir que si el ré-
gimen, mientras se transforma, no impulsa al mismo tiempo
la transformación de la organización económica y social, la
consolidación de una democracia tendencialmente inclusiva
no tiene esperanzas. Y cabe también señalar que en el marco
del capitalismo, por profundas que sean las transformacio-
nes, no habrán de superarse los estrechos límites de la de-
mocracia conquistada en los países desarrollados.
En resumen, el proyecto neoliberal de sociedad no con-
templa la búsqueda de consensos sociales basados en la in-
clusión de las grandes masas en la vida social y en los bene-
ficios del crecimiento económico, por lo que sólo puede dar
lugar a un esquema de democracia tendencialmente exclusi-
va. Esta modalidad no se fundamenta en un proyecto para la

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nación, sino en el interés minoritario del gran poder econó-


mico; no en una ética solidaria sino en el interés de pequeños
grupos, por lo que en vez de promover la participación de los
sectores populares, los aleja.

6. El cambio climático en la región

Las preocupaciones por el cambio climático en la región han


estado condicionadas por los tiempos y los énfasis del tema
a partir de los informes de organismos internacionales, en
especial de aquellos producidos por el IPPC. Los diversos
trabajos publicados al respecto tienden a coincidir en la defi-
nición de la situación de la región en relación con este tema.
Los rasgos principales serían los siguientes:

– La participación de América Latina y el Caribe en las


emisiones globales de GEI (gases de efecto invernade-
ro) es baja: se sitúa en alrededor de 12% de las emisio-
nes globales. Su origen se ubica principalmente en los
cambios en el uso del suelo, la agricultura y el consumo
de energía, sin grandes diferencias en las proporciones
—que se mueven alrededor de 30%— de cada uno de
estos orígenes. Durante el periodo, el consumo de ener-
gía fue la causa de emisiones que más fuerza adquirió,
en especial debido a que la expansión de la industria y
el transporte triplicó dicho consumo. Así pues, el sector
que más rápidamente aumentó sus emisiones fue la in-
dustria y el transporte (Samaniego, 2009).
– A pesar de que sus emisiones son bajas, la región es
altamente vulnerable a los efectos del calentamiento
global debido, en especial, a sus Estados insulares, sus
costas bajas, su exposición a los deshieles andinos y a
fenómenos climáticos extremos, y a las epidemias. Se
trata de desventajas que ponen en riesgo la enorme bio-
diversidad que existe en la región.
– La región es depositaria de una gran riqueza natural.
Posee la mayor reserva hidrológica y de tierras culti-
vables, 25% de las áreas boscosas y cinco países que fi-

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guran entre los pocos que cuentan con megadiversidad


biológica. Estas bondades se distribuyen de manera
heterogénea en la región y se espera que el calenta-
miento global tenga impactos desiguales según el lugar
y según el avance del cambio climático.
– La capacidad de adaptación de la región al cambio cli-
mático es baja, por lo que se supone que sus efectos
negativos serán especialmente fuertes.

Desde que la mayor parte de las emisiones (alrededor de


dos terceras partes) provienen de los países desarrollados
(incluidos algunos “emergentes” como China e India), existe
conciencia en la región de que independientemente de lo que
pueda hacerse para enfrentar el cambio climático, el impac-
to de las acciones latinoamericanas sobre el mismo y sobre
sus efectos será poco significativo. Consecuentemente, los
gobiernos tienden a concentrarse en demandar a los países
con mayor responsabilidad tanto un compromiso más serio
en acciones significativas en sus propias economías, como un
apoyo efectivo para acciones que apunten a la adaptación al
cambio y a la mitigación de sus efectos dentro de la región.
Los grandes capitalistas locales, estrechamente vincula-
dos a las TNC, carecen de libertad para decidir sobre el patrón
de expansión industrial. Ellos no decidieron su trayectoria
tecnológica previa y no muestran mayor interés por influir
en el curso industrial futuro. La región no encontrará en
ellos una respuesta eficaz y original a los problemas del pre-
sente.
El mismo “bienestar económico de los países” aparece
como un argumento fuerte para que los gobiernos autoricen
un curso económico que en vez de enfrentar el cambio climá-
tico, lo promueva. La insaciable necesidad de recursos ex-
ternos lleva a la implementación de políticas para promover
la inversión que prestan escasa o nula atención al impacto
de la misma sobre los ecosistemas. El hecho de que la legis-
lación y los controles ambientales sean laxos y de práctica-
mente nula aplicación, es algo que cae dentro de la lógica
de operación de la economía industrialmente colonizada. Si
la industria en la región reconoce ciertas restricciones, ello

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ocurre porque la economía desarrollada hacia la cual expor-


ta le ha impuesto ciertas normas de funcionamiento y de
calidad en su condición de consumidora. Del mismo modo, si
se ha visualizado que los países desarrollados pueden trasla-
dar industrias ambientalmente sucias a la región, es porque
esa posibilidad realmente existe, en particular si se trata de
inversiones orientadas al mercado doméstico.
La lista de razones que impiden una respuesta adecuada
al cambio climático por parte de la región, todavía admite
ser ampliada. Una ciencia débil y periférica no es capaz de
generar grandes iniciativas científicas relacionadas con la
transición a una industria que opere en buenos términos con
la naturaleza. Ya se reconoce ampliamente que esta debili-
dad representa un escollo crucial. Por ejemplo, en un estudio
publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente (PNUMA) y la Secretaría del Medio Ambien-
te y Recursos Naturales (Semarnat) en México, se sostiene
que una adaptación no puramente espontánea requiere de
una amplia gama de intervenciones entre las que figura de
manera importante una fuerte actividad científica. Al con-
trastar estos requisitos con la realidad de la región, dicho
estudio concluye:

La adaptación constituye hoy una máxima prioridad para los


países en desarrollo, los que son doblemente vulnerables al
cambio climático, tanto a sus efectos físicos como por la incapa-
cidad tecnológica, técnica y financiera para acometer los estu-
dios y acciones de adaptación con vistas a minimizar sus efectos
(Garibaldi y Rey, 2006: 81).

También desde la perspectiva de la CEPAL se difunden pre-


ocupaciones similares. Nicole Gligo profundiza en el tema
del papel que debe cumplir la ciencia en el cambio climático;
siguiendo la línea de reflexión de los “estilos de desarrollo”,
y destacando la absorción de patrones tecnológicos cuyo uso
implica daños serios a los ecosistemas, afirma:

Lo más paradójico de esta situación es que en muchas ocasiones


los centros de investigación de tecnologías en los países de la

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región son los que proceden a experimentar la adaptación de


estas tecnologías. El financiamiento llega desde los países del
centro porque muchos investigadores y centros de investigación
realizan convenios de investigación en sus estrategias de su-
pervivencia para conseguir recursos financieros. Las tramas de
dependencia se acrecientan con los problemas derivados de las
carencias de recursos financieros para la investigación tecnoló-
gica (2006: 42).

Se trata de una ilustración extrema de cómo la ciencia


local, o segmentos de ella, operan al servicio de la expansión
del capital foráneo en la región. El colonialismo industrial
hace imposible una respuesta independiente de la región al
cambio climático, al igual que ocurre en general con el caso
de la crisis global.
En fin, no cabe esperar una respuesta autónoma promo-
vida por los capitalistas locales y los gobiernos pro-colonia-
listas a los desafíos planteados por el conflicto entre capital
y naturaleza, aun si la solución a este conflicto dependiera
de la región. Peor todavía, los países desarrollados están le-
jos de encabezar en forma decidida la lucha contra el ca-
lentamiento global. El balance que hace el PNUMA sobre los
avances en este plano está cargado de frustración. Informa
que “hacia fines de la primera mitad de 2009, sólo se había
desembolsado 3% de los fondos verdes comprometidos”; que
persiste una gran brecha entre las declaraciones y las prác-
ticas de los gobiernos, y que

en su conjunto, la cantidad destinada a energía renovable está


por debajo de la inversión requerida para reducir las emisiones
de carbono y mantener el aumento de la temperatura bajo dos
grados Celsius. Algunos incentivos, como los subsidios a la pro-
ducción y el consumo de combustibles fósiles, están trabajando
en contra de los esfuerzos para construir un futuro sostenible
(UNEP, 2009:10).

El principal obstáculo para la lucha contra el calenta-


miento global y sus efectos, es el afán de ganancia, es decir,
la misma lógica que desencadenó el fenómeno, especialmen-

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te en aquellos países donde el capital privado logró los ni-


veles más radicales de desmantelamiento de las regulacio-
nes, debilitando la gestión del Estado como garante de los
intereses generales del capital. Los países subdesarrollados
enfrentan además obstáculos que emanan de su naturaleza
específica, como ya lo hemos visto. Por ello, la verdadera lu-
cha por una relación humana con la naturaleza, esto es, una
que organice racional y armónicamente la simbiosis entre la
especie y su entorno, involucra finalmente una transforma-
ción de las relaciones sociales de producción a nivel global.
Con todo, no se puede ignorar que el presente contiene
desafíos que requieren atención inmediata y que estos de-
safíos, en la medida en que involucran a la ciencia, podrían
activar la capacidad creativa de la universidad en la región.
Mucho es lo que se necesita conocer. No sólo se requieren
fuentes alternativas de energía y cultivos adecuados a las
nuevas realidades climáticas; no sólo es preciso desarrollar
nuevas tecnologías para el uso eficiente de la energía en las
construcciones, métodos para la defensa de la diversidad, et-
cétera, sino además, en palabras de Giglio:

La estrategia científica de abordaje de la problemática ambien-


tal debe necesariamente partir del conocimiento científico del
territorio, del comportamiento de los ecosistemas, incluyendo
particularmente la biodiversidad y del funcionamiento de las
artificializaciones (2006: 42).

Se trata, pues, de una tarea enorme que involucra espe-


cialmente al segmento de universitarios comprometidos con
la defensa del medio ambiente y con la apertura de senderos
tecnológicos alternativos. Este sector de universitarios no
está solo; también son significativos los sectores interesa-
dos en el trabajo científico. Entre ellos se cuentan los gobier-
nos progresistas de la región que han mostrado interés en
la emergencia de una ciencia autónoma, dirigida a la aten-
ción de los problemas específicos de la región; importantes
sindicatos coinciden en la necesidad de realizar acciones
para combatir el cambio climático; las pequeñas y medianas
empresas y la pequeña producción agropecuaria, requieren

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solución urgente para muchos de sus problemas actuales,


etcétera. Más temprano o más tarde la producción de bie-
nes y servicios deberá generalizar el uso de tecnologías am-
bientalmente limpias. Las universidades latinoamericanas,
vinculadas en redes de auténtico trabajo creativo, podrían
participar activamente en ese proceso a la vez que constru-
yen por sí y ante sí una nueva funcionalidad vinculada a los
sectores que más la necesitan.

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4. EXCEDENTES DE POBLACIÓN EN LA TERCERA ETAPA

La sobreoferta de fuerza laboral en la actualidad se presen-


ta, ante los ojos de la sociedad, bajo la forma de una amplia
gama de actividades y personajes empeñados en “cualquier
cosa” a fin de proveerse su sustento. Comerciantes callejeros
(ambulantes o en lugares fijos), innumerables y multifacé-
ticos trabajadores por cuenta propia que laboran en luga-
res más bien pequeños y poco equipados (a menudo incor-
porando familiares), lustrabotas, músicos en los medios de
transporte público o en la vía pública, lavacoches, payasos,
afiladores de instrumentos domésticos, vigilantes que vi-
ven de la caridad de los vecinos, plomeros y carpinteros que
ofrecen sus servicios en las calles, recolectores de desechos
para reciclaje, costureras domésticas y demás, se suman a
la menos visible figura del cesante que se desplaza golpean-
do las puertas de alguna empresa que pudiera requerir sus
servicios.
El fenómeno presenta novedades en el actual periodo.
Tanto la masa de individuos que participa en estas activi-
dades como la variedad de las actividades mismas, se han
multiplicado. También es distinta su posición frente al Es-
tado, al cual presionan por concesiones, muchas veces con
éxito. Estos nuevos rasgos han impresionado a tal punto que
la sobreoferta laboral en sí misma pasó a ser percibida como
un fenómeno inédito y masivo al que en muchos espacios de
investigación y análisis social se designa con el nombre de
“informalidad”.
La noción de informalidad carece de pretensiones teóri-
cas, lo cual no significa que no sea de utilidad instrumental
para determinados estudios políticos; pero en lo fundamen-
tal, dichos estudios se limitan a describir situaciones, o aun
experiencias laborales, generalmente fuera de los marcos de
la legalidad, sin mayor preocupación por sus causas profun-

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das o por los procesos detrás de esas situaciones y experien-


cias. En ocasiones, incluso en la descripción fallan.1
La informalidad no remite específicamente al fenómeno
que nos interesa (la sobreoferta laboral), el cual está pre-
sente de manera prominente en cada fase histórica de la
sociedad latinoamericana y debe ser explicado a partir de
concepciones globales de la realidad. Así ha sido entendido
por lo general, por lo que resulta normal encontrar dichos
intentos explicativos en todo esfuerzo serio por construir un
discurso que dé cuenta de los procesos regionales. A nuestro
entender, sin embargo, la tarea aún no ha sido completada,
por lo que el objetivo principal de este capítulo es aportar
algunos elementos que pueden ser de primera importancia
a la hora de definir las causas y las formas de manifestación
del fenómeno, en el contexto de nuestra propia interpreta-
ción de la realidad regional.
Iniciaremos con una breve revisión de las principales co-
rrientes de interpretación, buscando sacar a relucir los te-
mas controvertidos desde nuestro propio campo de interés,
que no es otro que el de la estructura socioeconómica. Ense-
guida presentaremos nuestras propuestas de solución, as-
pirando a contribuir a la superación de los escollos teóricos
que, según nos parece, dificultan la comprensión del fenóme-
no. Finalmente, con arreglo a esas propuestas, intentaremos
categorizar las formas que adopta la sobrepoblación.
No nos ocuparemos aquí de la forma en que las relaciones
económicas involucradas en el fenómeno de la sobreoferta
laboral, se manifiestan en la organización de la esfera del
Estado; ni tampoco, al abordar el problema, nos ocuparemos
de factores psicológicos o culturales, que ciertamente deben
ser incorporados a la hora de una explicación integral.

1
Así por ejemplo, la OIT en su Conferencia de 1993 (la XV) no pudo definir el
estatus del empleo doméstico y dejó a los países la decisión de incorporarlo
o no al trabajo informal.

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1. La sobreoferta laboral
en las corrientes de pensamiento

Una manera de abordar la abundante oferta de fuerza la-


boral, ha consistido en asumirla como un elemento de la
transición hacia la economía moderna. La elaboración más
destacada dentro de esta perspectiva, fue realizada por W.
Arthur Lewis, quien definía a los “países menos desarrolla-
dos” como economías duales. Un sector “tradicional” (trabajo
por cuenta propia, agricultura familiar, servicios precarios)
organizado sobre bases no capitalistas coexiste con un sec-
tor moderno capitalista. La expansión de éste encuentra una
base de apoyo en la desarticulación de aquél, en tanto que
el sector tradicional provee la fuerza de trabajo requerida.
Por otro lado, se suponía que este sector estaba plenamente
predispuesto a incorporarse al sector industrial. No existía
en su seno una inclinación fatal a permanecer aislados del
progreso. Para que el traslado de un sector a otro se facilita-
ra, era necesario que la industria ofreciera remuneraciones
ligeramente superiores a los ingresos obtenidos en el sec-
tor tradicional por un periodo prolongado. Con todo, el nivel
de los salarios se mantendría relativamente bajo, dada la
oferta ilimitada de fuerza laboral, lo que permitiría obtener
los ahorros suficientes para impulsar el desarrollo. El creci-
miento debe terminar por agotar las reservas laborales y dar
lugar a una economía homogénea con un mercado de trabajo
integrado (Gersovitz et al., 1985).
El esquema no guarda relación con los hechos históricos,
por muy prolongado que sea el periodo en el que se proyecte.
Aun cuando pasáramos por alto el hecho de que el sector
“tradicional” es para el capitalismo mucho más que una re-
serva laboral, no podría ignorarse que los salarios se han
mantenido muy por debajo de aquellos que prevalecen en los
países desarrollados; que la tasa de crecimiento demográfico
se ha reducido (debilitando su función de proveedor de fuer-
za laboral al sector moderno); que el sector capitalista ha
crecido, y que, a pesar de todo ello, la organización no capita-
lista del trabajo, en vez de difuminarse, tiende a crecer cada
vez más. El problema en discusión trasciende los límites de

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una transición en el curso de la cual la economía tradicional


supuestamente habrá de caer rendida ante el avance de la
modernidad.
La escuela dejó su huella, y todavía hoy los ecos de sus
postulados se escuchan en alguna explicación de la informa-
lidad. La tercera etapa también ofreció versiones renovadas
de dualismo. Así, en un trabajo sobre el fenómeno en Bolivia,
se puede leer:

En todo caso, la economía informal representa el reverso —teó-


ricamente no esperado— de esfuerzos intensos y de larga dura-
ción en pro de la modernización de Bolivia y, simultáneamente,
una especie de claro retroceso hacia un periodo histórico carac-
terizado por relaciones de producción de marcada índole agraria
y campesina y por condiciones de vida de cuño precapitalista y
premoderno (Mansilla, 1996).

Pero el autor no abandona el optimismo que anima a esta


escuela. Al igual que W. A. Lewis, piensa que los miembros
de la informalidad son actores racionales, capaces de definir
sus intereses y actuar en consecuencia. Dice:

Es probable, sin embargo, que los mismos informales tiendan,


de una manera no del todo explícita, a integrarse paulatina-
mente al “otro” modo de vida y producción: uno de sus anhelos
centrales sería ingresar a la esfera de la formalidad como pri-
mer paso hacia el mundo de la modernidad (Mansilla, 1996).

La cuestión de por qué optaron por su “retorno” al mundo


“premoderno” en que se encuentran, no halla cabida en este
contexto.
H. de Soto, un sobresaliente exponente del pensamiento
neoliberal sobre el tema, adopta una postura compatible con
este enfoque. En Perú, según él, coexisten distintos “países”:
uno mercantilista, en decadencia; otro es el de la informali-
dad esforzada y creativa, en ascenso. Entre ambos, visualiza
un tercer país, el de la violencia que echa raíces en el vacío
que dejan un mercantilismo fracasado y una informalidad
que todavía no predomina. Este último, el de la informali-

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dad, es el país que “trabaja duro, es innovador y ferozmente


competitivo” y que representa el verdadero camino hacia el
futuro, el “otro sendero” (De Soto, 1987: 313-314). Mientras
tanto, la misma informalidad está en proceso de cambio, en-
vuelta en una “larga marcha hacia la propiedad privada”, lo
que correspondería al curso natural de las cosas, puesto que
“los sectores populares se abocan a la empresa privada y coo-
peran usando organizaciones libres y descentralizadas” (De
Soto, 1987: 312). La demanda principal que el autor formula
para allanar este camino es la desregulación, que debe tra-
ducirse en “el incremento de las responsabilidades y oportu-
nidades de los particulares en ciertas áreas y la reducción
del Estado en las mismas” (De Soto, 1987: 304).
Ya puede verse que desde la provincia intelectual que
visualiza a las sociedades divididas en mundos contrapues-
tos y excluyentes, se pueden abrir posibilidades igualmente
contrapuestas. Para Mansilla, la informalidad representa el
pasado; para H. de Soto, el futuro; para uno, la informalidad
debe superarse; para el otro, construirse; para el primero, el
interés de los informales reside en su eventual incorporación
a la formalidad, a la que reforzarían; para el segundo, en el
desmantelamiento de la formalidad. En el fondo, se trata del
mismo esfuerzo por valerse de viejas teorías dualistas para
interpretar el presente.
Pese a ello, ninguno de los dos autores puede articular
coherentemente en su discurso los intereses concretos de
los informales. Supongamos que las regulaciones estatales
desaparecen (lo cual no pasa de ser un ejercicio de la ima-
ginación) o que se reducen (aun cuando ni siquiera se gene-
ralicen en un nivel más bajo); el resultado vendría a afectar
directamente a los informales, porque ubicaría en una mejor
posición a los empresarios del “sector formal”. La ilegalidad,
parcial o completa, constituye una ventaja comparativa para
el trabajador informal, lo cual debe contar entre las causas
que hacen posible su permanencia en los pequeños negocios.
Desde una perspectiva más directamente vinculada a
los intereses de los grandes empresarios, cabe esperar que
sus voceros neoliberales, mucho más pragmáticos, muestren
el mismo interés por la desregulación y la reducción de las

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cargas que pesan sobre las empresas. Estos organismos no


tardaron en esforzarse por elaborar explicaciones con pre-
tensiones de coherencia y solidez. Así, el Centro de Estudios
Económicos del Sector Privado que opera en México, para el
cual la “economía subterránea” o informal incluye figuras
tan distintas como el lustrabotas, el traficante de drogas o
la empresa transnacional que viola reglamentaciones,2 tam-
bién encuentra su causa en los impuestos, las reglamenta-
ciones, las prohibiciones y la corrupción burocrática (CEESP,
1987:16). Propusieron que la carga fiscal se redistribuyera,
abarcando a los informales.
Si la gran empresa se involucra en actividades informa-
les-ilegales, como queda reconocido incluso en la definición
del CEESP, entonces todo intento de razonar en términos de
sectores tradicional y moderno pierde sentido. Desde esta
perspectiva, la informalidad-ilegalidad ni siquiera puede re-
animar el viejo debate en torno al dualismo en la economía.
Tampoco plantea problemas relevantes sobre la organiza-
ción socioeconómica de las sociedades; en realidad, obstruye
cualquier intento de explicación al respecto. Al reflexionar
en torno a la sobreoferta de trabajo, cosa que la informa-
lidad hace de manera muy parcial, encontramos que deja
fuera al propio desempleado o cesante, una figura siempre
presente en el desarrollo de la sociedad y, por lo tanto, tan
moderna —en realidad más moderna que tradicional— como
la gran empresa y a la que difícilmente podría tacharse de
ilegal. Los desempleados y la gran masa de los informales
tienen un origen común, y en la gran mayoría de los casos los

2
En efecto, incluye: “Trabajos o empleos no registrados (…) remunerados
en efectivo que evaden el pago de impuestos y/o las contribuciones a la se-
guridad social; Contrabando de mercancías; Juegos ilegales; Trabajos de
inmigrantes ilegales; Tráfico de drogas, tabaco y alcohol; Operaciones de
trueque de bienes y servicios; Prostitución ilegal (…); Préstamos por fue-
ra del mercado financiero (usualmente a tasas usureras y no registradas);
Transacciones de bienes y servicios no reportados o subreportadas a la au-
toridad fiscal (automóviles usados, terrenos, casas, trabajos domésticos);
Sub o sobrefacturación de exportaciones e importaciones; Corrupción, etc.
(CEESP, 1987: 14-15).

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169

segundos resultan de una transformación de los primeros.


Pero ¿de dónde vienen estos desempleados?
Para H. de Soto, vienen principalmente del campo. Esta
proposición es tan clara como potencialmente confusa. No
cabe duda de que parte de los informales en la ciudad pro-
vienen del campo. Pero una de las grandes causas de la
migración del campo a la ciudad es con seguridad la intro-
ducción de medios de producción industriales en las tareas
rurales. Aquí no importa si el desplazamiento poblacional
es provocado por la disolución de formas no capitalistas o
por la introducción de nuevos progresos en las producciones
capitalistas. Aun cuando vengan del campo, son finalmente
un producto de la industria, o sea, de la ciudad.
Por lo demás, no es difícil percatarse que al mismo tiem-
po la ciudad crea su propia reserva de desempleados e infor-
males. El crecimiento por efecto vegetativo de las ciudades
es mucho mayor que su crecimiento por efecto migratorio, y
cada vez es más así (Prealc, 1981). Y mientras menor es el
crecimiento demográfico de las ciudades por efecto migrato-
rio, mayor es el crecimiento de la informalidad. En las ciu-
dades, la participación del empleo informal pasó de 13.6%
en 1950 a 16.9% en 1970, a 19.4% en 1980 (Prealc, 1981), a
31.4% en 1991 (García, 1993) y a 48.5% en 2006 (OIT, 2006); y
la proporción de empleos informales en las ciudades es abru-
madoramente mayor en los nuevos empleos creados que la
de los formales, lo que no ha permitido contener el creci-
miento del llamado empleo informal.
Son datos que otorgan mérito a los esfuerzos por desplazar
la atención hacia la propia industria, en la búsqueda de cau-
sas que efectivamente den cuenta de la sobreoferta laboral.
La necesidad de buscar en el sector moderno las causas
del fenómeno en la región, fue percibida también hace ya
bastante tiempo. En uno de los documentos constituyentes
de la escuela estructuralista localizada en la CEPAL, Raúl
Prebisch observaba que, en Estados Unidos, la liberación de
fuerza de trabajo producida por la introducción de tecnología
en la agricultura era absorbida por la expansión industrial
en las ciudades, la cual, a su vez, era el sector detonante
del progreso técnico en la producción rural. La tecnología

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creaba desempleo en el campo, pero la industria que la pro-


veía aportaba, mientras crecía, los medios para la absorción
del empleo. América Latina, según R. Prebisch, no estaba
siguiendo ese patrón, y era por ello urgente que se impulsara
el desarrollo industrial. Sostenía:

En la periferia, el progreso técnico trae consigo desocupación,


como en los centros, pero la demanda de bienes de capital inhe-
rente a ese progreso no se manifiesta en aquélla como en éstos,
pues en la primera faltan las industrias de capital; por consi-
guiente, la demanda referida, en lugar de reflejarse en la eco-
nomía del país en desarrollo, pasa a causar efecto en los países
industriales en donde se producen esos bienes de capital (CEPAL,
1951).

El problema estaba, pues, en el deficiente desarrollo in-


dustrial. La importación de bienes de capital para el sector
rural creaba empleo en el país que producía esos medios,
mientras que la aplicación de los mismos en la región gene-
raba desocupados para los cuales no había oferta de empleo.
Era imprescindible impulsar la industrialización sustitutiva
de esas importaciones.
La concepción predominante de la industria distinguía
sectores diferentes; según la funcionalidad del producto, la
dividía en bienes de consumo, intermedios y de capital, los
que a su vez señalaban etapas de la industrialización, de
modo que ésta debía avanzar consecutivamente de las in-
dustrias más simples a las más complejas. Se trataba de una
concepción puramente material o tecnológica de la industria
y del proceso de industrialización.
Con todo, nos encontramos aquí con un campo distinto de
análisis, donde el problema no es la integración de un sector
(tradicional) a otro (moderno), sino la construcción del sector
moderno, cuyo eje es la industria. Con ello se ganaban nue-
vos niveles de profundidad, lo que ha permitido a esta escue-
la ser poco vulnerable a los enfoques puramente legalistas
de la realidad. Pero, también aquí, el transcurso del proceso
económico iría poniendo al desnudo algunas debilidades del
enfoque y exigiendo nuevos desarrollos.

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Las décadas que siguieron a la segunda posguerra fue-


ron testigos del surgimiento de una industria de bienes de
capital más o menos importante, según los países. El proble-
ma del empleo, en vez de relajarse, empeoró, a juzgar por el
crecimiento de la informalidad global. El empleo informal,
en efecto, creció de 10% del empleo total en 1950 a 22% en
1989, y su tasa de crecimiento de 3.9% a 6.7% entre 1950-80
y 1980-1989 (Infante y Klein, 1991). Puede apreciarse ahora
que las industrias de capital levantadas en la región queda-
ban ellas mismas sujetas a la importación de bienes de capi-
tal, y que la necesidad de estos bienes crecía en proporción
a la expansión industrial. La industrialización estaba, pues,
potenciando el problema en vez de resolverlo.
Durante las décadas de 1960 y 1970 no hubo grandes
innovaciones en el pensamiento de la CEPAL. Se constataba
que efectivamente había sido posible elevar los niveles de
la productividad y que estos avances eran evidentes en la
industria en general, no sólo en la producción exportadora.
Pero el progreso técnico no se había difundido homogénea-
mente. Por el contrario, se había concentrado en ramas y
actividades, en regiones y en personas, con lo que muchos
problemas habían terminado agravándose. Se concretaba
ahora una situación de “heterogeneidad estructural”, esto
es, la coexistencia de sectores con muy distintos niveles de
productividad y de actividad económica, entre los cuales se
establecen relaciones de expoliación y dominio.
El concepto, creado por R. Prebisch y desarrollado por
A. Pinto, vino a precisar la distancia de la CEPAL respecto
de los enfoques dualistas. Para este último autor, la hetero-
geneidad estructural venía a constituir, “en cierto grado, la
síntesis contemporánea de la formación histórica en estas
sociedades” (Pinto, 1991: 564). Él distingue distintas dimen-
siones de esta heterogeneidad: a) técnica (procesos distintos
según la magnitud de la empresa, o conforme a su carácter
empresarial o artesanal); b) social (distintos tipos de con-
tratos laborales, calificaciones, acceso a los medios de pro-
ducción, organización, etcétera), e c) institucional (distinto
posicionamiento respecto de los lugares donde se controla y
distribuye el progreso técnico).

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En relación con la producción, señalaba:

Como inevitable consecuencia de esa particular heterogenei-


dad de las actividades productivas —y aunque éste, por cierto,
no sea el único factor que influye en la materia— los frutos del
progreso técnico han tendido a ser acaparados de preferencia
por quienes se encuentran más vinculados orgánicamente a
los núcleos productivos y territoriales del estrato moderno. En
otras palabras, una difusión parcial y selectiva del progreso
técnico ha llevado a una nueva modalidad de concentración
del mismo y, lo que es más importante, de sus frutos (Pinto,
1991: 330-331).

La causa principal de esta realidad no era la “influencia


de la absorción científico-tecnológica”, ni siquiera las des-
iguales relaciones entre el centro (que concentra el progre-
so) y la periferia (que lo absorbe), por importantes que sean
ambos factores; en verdad, “la cuestión está supeditada a
los marcos sociales e institucionales en que se desenvuelve
el progreso técnico. Esto es, que lo fundamental estriba en
para qué, para quiénes y cómo se emplea y moviliza el poten-
cial del adelanto tecnológico”. Y se enfatizaba:

La raíz del asunto, como ya se adelantó, yace en las modalidades de cre-


cimiento seguidas o escogidas por los países que han escogido el cauce
y los destinos del progreso técnico. Dicho de otra manera, a una estra-
tegia implícita o expresa de asignación de recursos ha correspondido
otra, y coincidente, de asimilación y utilización del adelanto tecnológico
(Pinto, 1991: 337-338).

El problema se concentraba en el campo de la política.


Pero el autor no se preguntó sobre las posibilidades reales
de los países de la región para definir el “cauce y los destinos
del progreso técnico”, ni por las condiciones sobre las cuales
la región podía políticamente definir las líneas de desarrollo
tecnológico. Su preocupación era fundamentalmente una re-
lacionada con la distribución de los ingresos o de los frutos
del desarrollo. Era necesario superar el estilo de desarrollo
concentrador para pasar a otro donde la asignación de recur-

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sos hiciera posible una distribución menos desigual de los


frutos del progreso técnico.
La irrupción del neoliberalismo y del crecimiento orienta-
do a las exportaciones, eliminó la posibilidad de una mayor
reflexión sobre estas cuestione cruciales. Por el contrario, la
concentración del ingreso se agravó y los sectores excluidos
de los beneficios del progreso técnico se expandieron. La CE-
PAL buscó adecuar sus conceptos y sus énfasis al nuevo con-
texto. En 1990 publicó su estudio sobre la “transformación
productiva con equidad”, donde, desde el primer momento,
hace patente su pesimismo respecto de las posibilidades de
la lucha contra la marginación en un futuro cercano. Dice:

Por intenso que resulte el esfuerzo de la transformación, segu-


ramente transcurrirá un periodo prolongado antes de que pue-
da superarse la heterogeneidad estructural mediante la incor-
poración del conjunto de sectores marginados a las actividades
de creciente productividad (CEPAL, 1990a: 16).

El objetivo fundamental del proyecto es generar una


“competitividad auténtica”, a cuya definición la CEPAL, en un
esfuerzo por cumplir algún rol positivo en el nuevo estado de
cosas, incorpora dos aspectos “complementarios”: a) se trata
de mantener o de mejorar la participación en los mercados
internacionales “con un alza simultánea en los niveles de
vida de la población”, y b) lograr que los bienes y servicios
producidos sostengan los patrones de eficiencia vigentes
internacionalmente en cuanto a utilización de recursos y a
calidad. Tres objetivos específicos aparecen vinculados a la
“competitividad auténtica”: 1) mejorar la inserción interna-
cional; 2) favorecer la articulación productiva, e 3) inducir
una interacción creativa entre los agentes públicos.
Los conceptos sobre la industria y la industrialización se
presentan aparentemente enriquecidos. El estudio señala:

A su vez, el logro o mantención de la competitividad […] supo-


ne la incorporación de progreso técnico, entendido éste como la
capacidad de imitar, adaptar y desarrollar procesos de produc-
ción, bienes y servicios antes inexistentes en una economía; en

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otras palabras, supone el tránsito hacia nuevas funciones de


producción (CEPAL, 1990a: 70). (Las cursivas son nuestras.)

Aparecía ahora, aunque de manera no muy clara, la in-


tervención de las facultades creativas del trabajo (introduci-
das como “nuevas funciones de producción”) como instancia
importante del proceso productivo, enriqueciendo el concepto
mismo del trabajo al elevarlo más allá de la mera manipula-
ción de material objetivo. El potencial de una definición como
ésta es enorme; contiene la posibilidad de avanzar hacia la
adopción de una concepción completamente distinta de la
producción y de la sociedad, y asumir desde una perspectiva
mucho más rica el problema de la sobreoferta de fuerza de
trabajo. Desafortunadamente, no puede decirse que la CEPAL
haya profundizado su incursión en esta otra visión. Por el
contrario, ha aparecido más predispuesta al retroceso teórico.
En 1995 modifica su noción de una industrialización que
avanza con la sustitución de importaciones por sectores, y
ahora sostiene que “no se trata tanto de establecer nuevos
sectores que actualmente no figuran en el cuadro de insu-
mo-producto [como si la productividad total proviniera en for-
ma automática de éstos, lo que suele ser excepcional], como de
mejorar la productividad total de los factores en los sectores
existentes”. La política para lograr el desarrollo productivo,
contiene una cruda vuelta al pasado. Según la CEPAL, en efecto,

[…] la enorme heterogeneidad existente entre empresas de un


mismo sector sugiere que el principal desafío para una política
de desarrollo productivo es la rápida adopción, adaptación y di-
fusión de las tecnologías actualmente disponibles internacional-
mente por parte de la gran masa de empresas que trabajan con
equipos obsoletos y métodos atrasados, esto es más importante
que las altas metas de investigación y desarrollo (IyD), que in-
teresan específicamente a un número que ya está trabajando
cerca de la frontera de las mejores prácticas internacionales. La
esencia de una política de desarrollo productivo, al menos en la
actual etapa de desarrollo —tan distante de la actual frontera
internacional— es acelerar el proceso de difusión de mejores
prácticas (CEPAL, 1995: 6). (Las cursivas son nuestras.)

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Se abandona, pues, la propuesta de avanzar hacia la


creación de capacidades creativas ausentes en la gran masa
de las industrias, condenando a estas últimas a una eterna
dependencia de la producción externa.
La CEPAL ha constatado que la competitividad internacio-
nal de la región ha caído en el largo plazo. La participación de
América Latina y el Caribe en las importaciones mundiales
se redujo de 10.25% en 1948 a 5.28% en 2005 (CEPAL, 2006d).
Aunque este último porcentaje representa una mejoría res-
pecto de la posición alcanzada en 1990 (3.84%), tras la “déca-
da perdida”, ciertamente indica un retroceso mayúsculo en
el largo plazo, entre cuyos responsables debe señalarse de
manera destacada a las deficiencias de la industrialización.
Y no puede decirse que la evolución de la industria haya
transcurrido sin tomar en cuenta las sugerencias de la CEPAL
en cuanto a la forma de abordar el progreso técnico, forma
que constituye, por lo demás, el patrón de industrialización
tradicional. Sus políticas de 1995 constituyen un respaldo
abierto al colonialismo industrial.
Si las “funciones de la producción” ausentes no implican
mayor problema teórico para la industrialización, mucho
menos cabe pensar que esta ausencia tenga algo que ver con
las causas de la “pobreza”, en el contexto de este enfoque. La
pobreza es la preocupación principal de la CEPAL a la hora de
discutir la situación de los sectores más desprotegidos de la
sociedad. Se trata de un concepto más comprensivo que el
de la informalidad —al que incluye en la más bien amplia
medida en que los informales también son pobres— y más
libre de las limitaciones de una aproximación legalista. A la
hora de precisar las causas del subempleo y desempleo, sin
embargo, sus tesis ponen de manifiesto que su profundidad
analítica tiene límites severos. En efecto, declara:

Las elevadas tasas de expansión demográfica, que si bien han


descendido en los últimos años, caracterizan a la mayoría de los
países de la región, han significado que incluso en periodos de
crecimiento económico relativamente rápido (como entre 1950 y
1980) haya existido una considerable marginalidad y altos ni-
veles de subempleo e incluso de desocupación. Todo ello permite

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explicar en parte la extrema desigualdad de la estructura dis-


tributiva de esos países (CEPAL, 1990a: 66).

Las tasas de crecimiento de la población en la región han


venido cayendo de manera consistente, según ha podido cons-
tatar la CEPAL misma. Se estima que en América Latina y el
Caribe la tasa de crecimiento para el quinquenio 1990-95 fue
de 1.7%; para 2000-2005, de 1.4%, y para 2005-2010, de 1.12%,
y que seguirá cayendo a 0.99 en el quinquenio 2010- 2015 (CE-
PAL, 2010). Pese a esta evolución, la pobreza de la población,
según los cálculos de la CEPAL, no manifiesta una reducción
correspondiente entre 1980 y 2006; fue de 40.5% en el primer
año, y de 38.5% para el segundo. Desde luego, este último por-
centaje no se compara con los niveles alcanzados tras la déca-
da crítica de los ochenta, que sólo empiezan a ceder después de
2002; pero la Comisión pone de manifiesto que la pobreza con-
tinúa siendo un flagelo descollante en la región (CEPAL, 2006b).
Hacia 2006, la CEPAL preparó una nueva revisión de sus
conceptos. En un texto de Carlos Filgueira y Andrés Peri,
que se incorpora como referencia a este marco de revisión y
renovación, se puede leer:

Los elevados índices de inequidad y pobreza de América Latina


fueron interpretados en el pasado como resultado de la “insufi-
ciencia dinámica” de la región: la tasa de crecimiento económico
crecía poco con relación a la tasa de crecimiento de la población,
que crecía mucho. El cociente desfavorable generaba una “po-
blación excedente” excluida total o parcialmente del mercado de
trabajo y cuyo destino más probable era la pobreza. El correlato
de estas ideas en materia de políticas fue sencillo: era necesa-
rio actuar sobre los términos del cociente: o mayor crecimiento
económico, o menor crecimiento poblacional. Mejor aun, sobre
ambos términos… El escenario actual de la región es diferente
al de la década de 1960 cuando se desarrollaron estas interpre-
taciones y se intentó aplicar los remedios para abatir la pobreza
y la inequidad (Filgueira y Peri, 2004).

Así pues, una vez más es necesario ajustar el enfoque a


las tozudas realidades. La propia CEPAL pone en evidencia de

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este modo que no cuenta con un cuerpo teórico que dé cuenta


de manera confiable de los procesos socioeconómicos de la
región y del que pueda derivar políticas sin grandes riesgos
de fracaso.
En el campo del marxismo, la inclinación más inmediata
es a ver a la población sobrante como el ejército industrial de
reserva que resulta de los cambios en la composición del ca-
pital. Es el desarrollo de las fuerzas productivas lo que per-
mite liberar fuerza de trabajo ocupada en unas industrias,
poniéndola al servicio de la acumulación en otras, y liberan-
do a la producción de las restricciones que puedan resultar
del crecimiento natural de la población. La sobrepoblación
relativa se reduce o se extiende conforme al ciclo industrial
que transita entre periodos de expansión y estancamiento.
Sus modalidades y ritmos se ajustan a las circunstancias
históricas del desarrollo del capital.
Esas circunstancias históricas y, en particular, la mag-
nitud de la sobrepoblación en la región, estimularon la bús-
queda de explicaciones más allá de la teorización general
en El Capital de Karl Marx. Destacaron en este sentido los
esfuerzos conducidos por Aníbal Quijano (1977) y José Nun
(2000) desde finales de la década de 1960; es decir: antes de
la presente etapa, el problema había logrado movilizar es-
fuerzos teóricos importantes también desde una perspectiva
marxista.
Los argumentos de ambos autores presentan una gran
similitud. Sostienen que la aparición del capital monopólico
modifica las condiciones en que el capital produce una sobre-
población relativa. Los sectores más avanzados ya no requie-
ren de la fuerza de trabajo en reserva para su expansión.
Eso reduce la capacidad de la acumulación para absorber la
sobrepoblación, por lo que una parte de ella deviene perma-
nentemente sobrante y ya no actúa como ejército de reserva.
Este remanente fue designado como “polo marginal” (A. Qui-
jano) y como “masa marginal” (J. Nun).
Una gran parte de los esfuerzos teóricos de José Nun se
orientaron a demostrar que la masa marginal, creada por
el capitalismo, no tiene efectos funcionales sobre el capital,
a diferencia del “ejército de reserva”. Por su parte, Aníbal

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Quijano se encamina a demostrar que el polo marginal cons-


tituye el núcleo más afectado de la dominación capitalista.
Ambos combaten denodadamente las acusaciones de dualis-
mo que la noción de “marginalidad” parecía legitimar. Pero
la discusión de las tesis de ambos autores puso poco cuidado
en una cuestión mucho más importante: el problema de las
causas que producen una sobrepoblación desbordante en la
región, lo que, a su vez, debía haber puesto de relieve la re-
flexión sobre la específica organización socioeconómica del
capitalismo subdesarrollado. En realidad, para ambos auto-
res la sobrepoblación excedente es un fenómeno generaliza-
do en el capitalismo; un fenómeno que aparece agravado sólo
en la región debido a las relaciones de dependencia en que
ésta se desenvuelve.
Los primeros esfuerzos analíticos de José Nun para expli-
car las causas de la sobrepoblación conservan su relevancia
para los fines del tema que nos ocupa; pero un viraje crucial
del autor en los últimos años, ha debilitado la fuerza inicial
de aquéllos y ha puesto en entredicho la validez de sus pro-
puestas teóricas, más allá de que algunas de ellas ganaron
un lugar inamovible en el debate. Nun ha abandonado su
adhesión original a fuerzas que presentan a la sobrepobla-
ción como un fenómeno necesario del capitalismo. En efecto,
basándose en un trabajo de G. Therborn, sostiene:

Su primer hallazgo era previsible: la crisis económica de la dé-


cada del setenta tuvo un impacto muy distinto… Desde el pun-
to de vista de la ocupación, en ciertos sitios la crisis provocó
un desempleo masivo y en otros, un desempleo alto. Pero hubo
cinco naciones donde esto no ocurrió, confirmando que el des-
empleo no es de ninguna manera una fatalidad. Estas naciones
fueron: Suecia, Noruega, Austria, Suiza y Japón.

Esto último habría tenido lugar gracias a un compromiso


de los gobiernos con el pleno empleo, lo que le permite a Nun
concluir:

La lección que se desprende de estas experiencias es bastante clara.


Cuando se habla de marginalidad, de exclusión social, de desempleo o

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de subocupación no se está aludiendo a hechos de la naturaleza sino a


emergentes de relaciones de poder determinadas. Del carácter y de la
lógica de estas últimas depende que la lucha contra la marginación y
contra la pobreza quede seria y firmemente ubicada (o no) en el primer
lugar de la agenda y que se esté dispuesto (o no) a pagar todos los costos
necesarios para que esta lucha sea eficaz (Nun, 2001: 31-33).

Es decir, el problema de la sobrepoblación puede ser


resuelto mediante la acción estatal y —como puede dedu-
cirse de los ejemplos citados— dentro del capitalismo, más
todavía, de cualquier capitalismo. Esta aproximación es di-
fícilmente sostenible para el periodo de crecimiento “hacia
adentro” latinoamericano, donde el consumo interno desem-
peñaba un papel principal y hubo Estados que efectivamen-
te buscaron la “integración” y el pleno empleo. Del mismo
modo, no parece apropiado explicarse la evolución de los úl-
timos lustros en los países que menciona Nun, por un simple
abandono por parte de sus gobiernos del compromiso con el
“pleno empleo”.3 Por lo demás, en general en Europa el des-
empleo se ha desbordado. Esta evolución pone de manifiesto
los riesgos a que está expuesto el recurso a casos excepciona-
les para proveer de explicación a situaciones generalizadas,
difícilmente atribuibles a la mera voluntad política de los
gobiernos.
Aníbal Quijano, por su parte, pareciera vacilar entre dos
posibles rutas causales de la marginalidad. Por un lado, re-
curre a un famoso pasaje de El Capital donde Karl Marx
sostiene que el ejército de reserva tiende a crecer más rápi-
damente que el ejército laboral activo, lo que debe traducirse
en la creación creciente de una sobrepoblación consolidada
(Marx, 1975: 801. Tomo I). El autor aclara, correctamente
a nuestro entender, que “en este conocido pasaje, Marx de-
nomina ‘consolidada’ a la parte de la sobrepoblación rela-

3
El desempleo en los países citados por J. Nun asciende en 2005 a 5.8% en
Suecia, 4.6% en Noruega, 5,9% en Austria, 4.3% en Suiza y 4.4% en Japón.
Para 2010, el desempleo se elevó en Suecia (8.9%) y en Japón (4.9%); se
redujo en Noruega (3.5% ) y en Suiza (3.6%), y se mantuvo en Austria. Para
la zona del Euro, el desempleo total alcanzó 9.9% en enero de 2011.

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tiva destinada en el curso del desarrollo de las tendencias


establecidas, a ser víctima de una continuada situación de
sobrante respecto de las necesidades de la acumulación ca-
pitalista” (Quijano, 1977: 21). Y en efecto, se trataría de un
sector de la sobrepoblación que ya no actúa como ejército
industrial de reserva, es decir, como fuerza de trabajo que
pudiera ser incorporada a la producción para satisfacer las
necesidades de la acumulación. La acumulación no requiere
de una sobrepoblación consolidada para proceder. Según A.
Quijano: “En el debate latinoamericano, es a esta parte de
la sobrepoblación relativa que se ha denominado ‘marginal´”
(Quijano, 1977: 21). Marx no habría ahondado en el tema de
este sector debido a que en el capitalismo premonopolista no
estaban dadas las condiciones para su emergencia. Sin em-
bargo, Quijano no atiende a la inevitable cuestión de cómo
llegó Marx a derivar la tendencia a la creación de una sobre-
población consolidada a partir del análisis del “capitalismo
de su tiempo” (la libre competencia).
Por otra parte, A. Quijano busca develar las formas his-
tóricas del proceso que terminó creando un polo marginal.
Sostiene que el proceso de desintegración de las relaciones
precapitalistas continúa procesándose, lo que está lanzando
continuamente nuevos contingentes al mercado laboral. Al
mismo tiempo, ya ha madurado la monopolización e interna-
cionalización del capital con base en elevados niveles tecno-
lógicos, en empresas donde la demanda de fuerza laboral es
prácticamente nula. La creación de la sobrepoblación relati-
va supera así la capacidad de la acumulación para absorber-
la, logrando que la primera aumente más allá de las necesi-
dades de la producción. En los países de América Latina, la
situación se agrava porque aquí la expansión del capitalis-
mo, conducida por el capital imperialista, no descansó en la
existencia de circuitos locales ya desarrollados. Además, los
núcleos monopólicos no sólo operan con altas composiciones
técnicas del capital sino que cuentan con sedes de produc-
ción y realización externas a los países, lo que obstruye el
crecimiento interno. Por eso, “el proceso que afecta al con-
junto del sistema capitalista, en todos sus niveles, tiene en
estos países una manifestación particularmente relievada,

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hasta el punto de haber originado un campo especial de la


investigación social en América Latina” (Quijano, 1977: 15).
Este campo es, claro, el de la marginalidad.
Se puede ver que los análisis lógico e histórico se des-
pliegan, por así decirlo, por rutas independientes. La catego-
ría de la sobrepoblación consolidada fue elaborada por Karl
Marx para designar un resultado lógico del desarrollo del
capitalismo al nivel de la relación esencial de producción. El
Capital representa la historicidad pensada de un modo de
producción particular. El objeto de estudio no es una etapa
particular de este modo de producción, sino el análisis del
capital en general (Rosdolsky, 1980), que incluye el estudio
de las fuerzas que lo generan, lo desarrollan y producen su
descomposición (Marx, 1975:19-20. Tomo I). Por lo demás,
Marx presentó su teoría de la sobrepoblación después de in-
troducir sus tesis sobre la concentración y la centralización
de capitales. Por todo ello, la noción marxista de la sobrepo-
blación consolidada no puede prestar apoyo a la tesis de A.
Quijano.
La sobrepoblación consolidada es uno de los elementos
que informan del proceso de desarticulación de la relación
social de producción y de su contradicción con el desarrollo
de las fuerzas productivas (Figueroa, 1989). La repulsión de
los obreros como resultado del desarrollo capitalista tiende
a ser mayor que su atracción. En un cierto punto, la caída
en el número de obreros activos ya no puede ser compensada
con un incremento en la tasa de explotación para impedir
la caída de la tasa de ganancia. La introducción de nuevos
medios de producción no haría más que deteriorar la situa-
ción (Marx, 1975: 317-318. Tomo I). De este modo, el capital
tiende a la creación de una población absolutamente exce-
dentaria. Sin embargo, Marx la definió como relativamente
excedentaria. El punto merece ser discutido.
Según Marx, la acumulación produce, en “proporción a su
energía y a su volumen”, una “población obrera relativamen-
te excedentaria, esto es, excesiva para las necesidades me-
dias de valorización del capital y por tanto superflua” (Marx,
1975: 784. Tomo I). Esta sobrepoblación constituye “un ejér-
cito industrial de reserva a disposición del capital” y crea

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(contiene) “para las variables necesidades de valorización


del capital, el material humano explotable y siempre dispo-
nible, independientemente de los límites del aumento real
experimentado por la población” (Marx, 1975: 786. Tomo I.
Las cursivas están en el original). Su carácter relativo ema-
na del hecho de que aun cuando esta población no aparece
directamente involucrada en el proceso de acumulación, está
siempre disponible para servir al capital cada vez que se
crean nuevas industrias; o sea: es requerida para apoyar la
expansión de las que están en funcionamiento. Por lo tanto,
la expresión “excesiva para las necesidades medias de valo-
rización del capital y por tanto superflua”, ha de entenderse
como referida a una sobrepoblación en relación con el capital
en funcionamiento. Pero la sobrepoblación relativa también
constituye, para Karl Marx, el material humano imprescin-
dible para el capital en ciernes, esto es, para el capital que
habrá de ponerse en movimiento tras la expansión de las
ramas industriales existentes, en la medida en que esta ex-
pansión lo requiera, o por la creación de otras nuevas. Es así
como adquiere sentido su afirmación de que es también “una
condición de existencia del modo capitalista de producción”.
En resumen, diremos que para este autor una sobrepobla-
ción relativa es una población obrera excesiva para las nece-
sidades del capital en funcionamiento, pero necesaria para
la expansión de la producción. Su magnitud, se entiende de
suyo, crece en los periodos de estancamiento y se reduce en
los periodos de expansión.
Así, la noción de una sobrepoblación relativa, equivalente
al ejército industrial de reserva, aparece en principio perfec-
tamente coherente y no ofrece ninguna dificultad. Sin embar-
go, a la hora de definir sus formas surgen un par de escollos.
Digamos de pasada que lo que hace el autor en este caso es
describir situaciones de su tiempo. Marx detecta varias for-
mas: La fluctuante incluye a los obreros expulsados y vueltos
a incorporar por la producción industrial. La latente se re-
fiere a los trabajadores que son expulsados de la producción
por la introducción de capital en la agricultura, sin que la
expulsión sea compensada por la atracción de los mismos en
el campo, por lo que su destino más cierto es la emigración a

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las ciudades. La sobrepoblación estancada, la tercera forma,


ya ofrece dificultades. Según Marx “constituye una parte del
ejército obrero activo, pero su ocupación es absolutamente
irregular”. Sin embargo, si se trata de un sector activo, invo-
lucrado directamente en la valorización de capital, ¿por qué
razón ha de formar parte de la sobrepoblación relativa? Marx
sostiene que la figura principal de la población estancada es
la industria domiciliaria, y añade: “Recluta incesantemente
sus integrantes entre los supernumerarios de la gran indus-
tria y de la agricultura, y en especial también en los ramos
industriales en decadencia” (Marx, 1975: 801. Tomo I). Si su
fuente son los supernumerarios creados por la acumulación,
entonces parecería tratarse de cambios en su posición dentro
de la sobrepoblación relativa. Pero no es el caso, porque la
industria domiciliaria es para Marx una “esfera capitalista
de explotación erigida en el traspatio de la gran industria”
(Marx, 1975: 567. Tomo I). Constituye, pues, una extensión
o “el departamento exterior de la fábrica, de la manufactura
o de la gran industria” (Marx, 1981: 562. Tomo I) y son direc-
tamente objeto de la explotación capitalista. Por ello, deben
ser considerados miembros, no de la sobrepoblación relativa,
sino del ejército obrero activo. Desde luego, nos limitamos
aquí al caso en que la industria proporciona los medios y los
materiales de producción, mientras los trabajadores aportan
sólo su capacidad de trabajo.
En El Capital se integra un cuarto grupo: “El sedimento
más bajo de la sobrepoblación relativa se aloja, finalmente,
en la esfera del pauperismo” (Marx, 1975: 802. Tomo I. Cur-
sivas en el original). Se incluyen tres sectores: a) indigen-
tes aptos para el trabajo; b) hijos de indigentes, huérfanos.
Hasta aquí pareciera que se trata de figuras cuya inclusión
en la sobrepoblación relativa no entraña problema, en la
medida en que pueden ser incorporados a los procesos de
producción. Pero en realidad se trata de otro aspecto del
problema. El pauperismo, debe hacerse notar, no es una ca-
tegoría que pueda insertarse en el mismo nivel de análisis
de las tres primeras, que son las que Marx anunció cuando
se propuso definir las formas de la sobrepoblación relativa.
El pauperismo puede existir entre la población fluctuante,

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la latente o la estancada, o sea, en medio del desempleo


o del trabajo precario. Y este último puede adoptar, como
adopta en la realidad, formas no capitalistas de organiza-
ción. Un tanto distinto es el caso del tercer grupo dentro
del pauperismo: c) las “personas degradadas, encanalladas,
incapacitados de trabajar”, por cuanto no se trata de una
simple situación de indigencia. Para el autor, también ellos
son productos de la acumulación. La dificultad consiste en
que se trata de personas que no satisfacen necesidades de la
valorización, presentes y latentes, y no se ve cómo pueden
ser consideradas una “condición de la producción capitalis-
ta”. Karl Marx mismo los define como una carga para el
capital, por cuanto entran en los “gastos varios de la pro-
ducción capitalista” (Marx, 1975: 803. Tomo I), originando
una desviación de recursos que de otro modo podrían servir
a la valorización. Se trata, en realidad, de elementos de una
sobrepoblación absoluta.
Desde luego, por lo general ningún ser humano es absolu-
tamente sobrante, por lo que esta noción sólo se refiere a la
posición de un sector de proletarios respecto de las necesida-
des de la valorización del capital, es decir, a lo que significan
para el capital, y pone de relieve la escasa atención que este
último presta a las necesidades humanas.
Si estos elementos eran ya visibles en el mapa social
del capitalismo en los tiempos de Marx, el desarrollo de la
acumulación debía hacerlos crecer progresivamente; la ten-
dencia general del capital culmina en la creación de una
sobrepoblación consolidada que debe surgir en una etapa
avanzada de la producción, como resultado de la extensión
de la sobrepoblación relativa más allá del punto en que efec-
tivamente constituye una necesidad para la valorización.
También esta evolución está explicitada en las proposiciones
de Karl Marx:

El incremento de los medios de producción y de la productividad


del trabajo a mayor velocidad que el de la población productiva
se expresa, capitalísticamente, en su contrario, en que la pobla-
ción obrera crece siempre más rápidamente que la necesidad de
valorización del capital (Marx, 1975, I: 804).

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Se trata de un caso típico en que los cambios cuantitati-


vos producen modificaciones cualitativas, en este caso del
excedente relativo al excedente absoluto.
Las formas de existencia de una sobrepoblación absoluta
habrán de multiplicarse y crecer mucho más allá del ámbito
de los que carecen de medios para sobrevivir, los delincuen-
tes y los vagabundos, para incluir modalidades de trabajo
paralelas, formas distintas de hacerse de un ingreso, acica-
teadas por la necesidad y la imaginación social. Su existencia
o no en la actualidad, tal como resulta de la lógica descrita,
puede y debe ser objeto de discusión y a ello volveremos más
adelante. De lo que no cabe duda es que no ha sido un rasgo
permanente del imperialismo en los países desarrollados. En
los países subdesarrollados, por el contrario, su presencia es
visible, pero su explicación habrá de sortear todavía otros
escollos teóricos.
Con todo, no podremos avanzar sin resolver la desazón
que todavía provoca el concepto de la sobrepoblación relati-
va. Si este último se refiere a un ejército de reserva que es
imprescindible para que la acumulación pueda avanzar, una
condición del modo de producción, ¿por qué llamarle “sobre-
población”? Nuestra solución, por la cual referimos al capital
en funcionamiento, no es completamente satisfactoria, por-
que el ejército de reserva no constituye una población que
sobra, ni mucho menos, respecto de la expansión capitalista.
Nos inclinamos a pensar que las opciones de Marx tienen
que ver con su método. Él estudia el capitalismo como un
sistema cerrado, en el cual todo aparece organizado alrede-
dor de la relación capital-trabajo asalariado y donde ésta es
la determinación última de todo, un sistema que presenta
a la producción de plusvalor como la fuerza que empuja al
capitalismo en su desarrollo y que también provoca su des-
composición. Se trata de una relación activa, en movimiento,
que no se detiene en contradicciones que no sean las suyas
propias. Este método, que le permitió construir la más ex-
traordinaria representación del capitalismo como modo de
producción, le demanda sujetarse a proposiciones que son
insostenibles cuando se trata de analizar las sociedades en
sus procesos históricos concretos, como la de abordar al pro-

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ductor que opera con sus propios medios de producción a la


vez como trabajador y capitalista. Marx pensaba que si ese
trabajador se apropia de su propio excedente es porque es
propietario de los medios de producción, y en ese sentido
puede ser visto como capitalista, del mismo modo que puede
ser visualizado como obrero asalariado por cuanto se apro-
pia de su trabajo necesario. El supuesto fundamental es que
la separación, y no la unidad, de los productores directos y
los medios de producción, es la relación normal en el capita-
lismo. Por tanto, era natural que para los fines del análisis
del capitalismo se renunciara a considerar la unidad entre
productor directo y medios, al igual que entre productor di-
recto y excedente. Además, Marx pensaba que la tendencia
del artesano y del campesino era de todos modos a convertir-
se ya fuera en capitalista o en obrero asalariado.

Al considerar las relaciones esenciales de la producción capita-


lista puede, por consiguiente, asumirse que el entero mundo de
las mercancías, que todas las esferas de la producción material
—la producción de riqueza material— están (formal o realmen-
te) subordinadas al modo capitalista de producción (Marx, 1972
[1939-1941], 2: 110-111).

Sólo en este contexto resulta lógico llamar “sobrepobla-


ción” al sector de la sociedad que no posee medios de produc-
ción y que se encuentra desocupado, así sea temporalmente.
En otro lugar, Karl Marx explica sus postulados del si-
guiente modo:

El propietario de la fuerza de trabajo, en cuanto obrero, sólo


puede vivir en la medida en que intercambie su capacidad de
trabajo por la parte del capital que constituye el fondo de traba-
jo […] Como, por añadidura, la condición de la producción fun-
dada en el capital es que él produzca cada vez más plustrabajo,
se libera más y más trabajo necesario […] En diferentes modos
de producción sociales, diferentes leyes rigen el aumento de la
población y la sobrepoblación; la última es idéntica al paupe-
rismo. Estas leyes diferentes se pueden reducir simplemente a
las diferentes maneras en que el individuo se relaciona con las

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condiciones de producción […] La disolución de estas relaciones


con respecto a tal o cual individuo, o a parte de la población, los
pone al margen de las condiciones que reproducen esta base
determinada, por ende en calidad de sobrepoblación y no sólo
como privados de recursos, sino como incapaces de apropiarse
de los medios de subsistencia por medio del trabajo; en conse-
cuencia como paupers (Marx, 1972, 2: 110-111. Cursivas en el
original).

Se ve también aquí que otras formas de la organización


laboral no son de interés para el análisis específico que lle-
va a cabo el autor. Quienes no participan activamente en
el movimiento del capital, están al margen de la relación
fundamental, deben vivir de la limosna y constituyen sobre-
población. El caso es que una vez que Marx introduce la teo-
ría del ejército industrial de reserva, en los términos en que
esta teoría aparece en El Capital, ya no puede decirse que
se trata de un sector que está “al margen de las condiciones
que reproducen esta base determinada”, en este caso, la del
capitalismo; por el contrario, son una condición para ello.
La noción de que todo desempleado es sobrepoblación debía
haber sido abandonada.
En el proceso real de la sociedad del capital, la población
trabajadora no sólo se desenvuelve como trabajador asala-
riado por el capital; también lo hace a través de formas no
capitalistas del trabajo, y éstas, a su vez, pueden desplegar-
se o no en contacto con los procesos de valorización.
A fin de sortear las dificultades señaladas, llamaremos
población necesaria al sector constituido tanto por los traba-
jadores ocupados directamente en la valorización del capital
como por el ejército de reserva. Limitaremos el concepto de
este último a sus formas fluctuante y latente. Llamaremos
población excedente al resto, esto es, a la sobrepoblación en
sentido estricto, y distinguiremos, por un lado, un excedente
relativo, para referirnos a los trabajadores que desde fuera
de la relación capital-trabajo asalariado realizan actividades
que guardan algún vínculo con la acumulación, y, por otro,
un excedente absoluto, donde se incluyen los trabajadores
cuya actividad carece de vínculo con la valorización.

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Ahora podemos regresar a la teoría marxista de la mar-


ginalidad. Un hecho sobresaliente de la evolución histórica y
que no aparece debidamente registrado en estos análisis, es
que la acumulación en los países desarrollados ha procedido
por un largo periodo descansando en la inmigración, o sea,
ha requerido no sólo de su propia fuerza laboral sino también
de contingentes provenientes de otros países. A los movi-
mientos migratorios que tienen lugar constantemente hacia
las diferentes categorías de países (desarrollados y subdesa-
rrollados) y que corresponden a las cambiantes necesidades
del crecimiento en los distintos países, se agrega la migra-
ción entre “el Sur” y “el Norte”, migración que en el caso de
América Latina, desde los años cincuenta del siglo pasado,
se consolidó como un movimiento prácticamente unilateral,
esto es, como migración desde “el Sur” hacia “el Norte”.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula
que hacia 1998, los trabajadores migrantes desde los “países
en desarrollo” alcanzan 4.2% del total de la fuerza de trabajo
en los países de la OCDE, llegando a constituir en los noventa
57.8% de los trabajadores que emigraron a los países que for-
man esa organización. Más todavía, se constata que los des-
plazamientos de trabajadores hacia los países industrializa-
dos han aumentado en las últimas décadas, siendo Estados
Unidos el principal receptor (81% de los nuevos migrantes),
seguido por Canadá y Australia (11%), mientras que Francia,
Alemania, Italia y Reino Unido se distribuyen prácticamente
todo el resto (OIT, 2004). Esta cuestión no es teóricamente
irrelevante. No sólo pone en entredicho la presencia de un
polo marginal, sino que, sobre todo, informa de la existencia
de dificultades en la operación de la ley del ejército industrial
de reserva en los países desarrollados. Se trata, pues, de un
desafío para la teoría de la acumulación, desafío que ésta
debe enfrentar a partir de sus propios supuestos.

2. Déficit y excedentes de población

En la lógica de la acumulación, la solución a este problema


debe consistir en demostrar que América Latina desplie-

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ga una menor capacidad que los países desarrollados para


atraer fuerza de trabajo. Sin embargo, desde la formulación
más general de esa lógica, surgen de inmediato objeciones.
Es claramente visible que, en general, la composición técni-
ca y orgánica media del capital en la región es más baja que
en los países avanzados, lo que debe traducirse en una me-
nor capacidad de la producción para expulsar fuerza de tra-
bajo. Lo contrario debe ocurrir en los países desarrollados,
donde el poder de la acumulación para crear sobrepoblación
debiera ser mayor. El hecho de que el proceso real de la acu-
mulación haya arrojado resultados inversos, implica que la
explicación debe conjugar desarrollos lógicos e históricos que
en principio se presentan en abierta contradicción.
Como se ha expuesto, el ejército de reserva es uno de los
elementos de la relación entre capital y trabajo, y encuentra
su racionalidad en ese nivel. El mismo método ha de seguir-
se para explicar una población excedente, más allá de que la
competencia entre capitales y las circunstancias históricas
impregnen de todo tipo de colorido y formas al fenómeno, o
incluso lo oculten. De lo que se trata es de develar las causas
que dan cuenta de una tendencia, y esas causas habrán de
buscarse en la particular forma de organización de la rela-
ción de capital en las sociedades donde tiene lugar.
El origen de la población excedente en América Latina
está en la conjunción de dos factores relativos a la organiza-
ción social de la producción: su carácter capitalista, por un
lado, y la frustración del desarrollo de la división que separa
al trabajo en general (científico) e inmediato (de operación),
por otro.
Conviene en este momento introducir una breve recapi-
tulación. Como ya hemos señalado, el mundo desarrollado
ofrece a los países subdesarrollados productos del trabajo
general y del trabajo inmediato, mientras recibe de estos úl-
timos principalmente productos del trabajo inmediato, y sólo
en una medida muy poco significativa —que para nuestros
propósitos se puede ignorar—, del trabajo general. De aquí
resulta un intercambio estructuralmente desigual: productos
del trabajo general y del trabajo inmediato contra productos
del trabajo inmediato. Insistimos, se trata aquí de productos

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del progreso cuya generación está controlada por los países


desarrollados; es decir: nos referimos aquí a una compra que
no encuentra su contrapartida en una venta correspondien-
te, esto es, del mismo tipo de bienes. Se trata pues de una
transferencia unilateral de inversión. La manifestación más
general de esta proposición es la tendencia inherente de la
balanza comercial al déficit, que tiene como corolarios el en-
deudamiento y las constantes recesiones originadas por la
necesidad de frenar las importaciones. En el capítulo ante-
rior hemos visto con algún detalle los datos de este proceso
para la presente etapa y no hemos de insistir en ello. El pun-
to clave es que el subdesarrollo de la relación de capital, la
ausencia de la división que organiza el trabajo general, cien-
tífico, como distinto del trabajo inmediato, se traduce en una
transferencia hacia los países desarrollados de la capacidad
de la acumulación para generar empleo. Se trata de uno de
los efectos inmediatos del colonialismo industrial.
Simultáneamente opera en la región el mecanismo por el
cual se crea un ejército de reserva. Históricamente, la pene-
tración del capitalismo en América Latina combina los pro-
cesos de acumulación originaria (separación de productor y
medios) con la producción de plusvalor relativo propia de la
industria que se va instalando en la región desde fines del si-
glo XIX. De este modo se debilitó la capacidad del capitalismo
para impulsar la acumulación originaria. En los hechos, ha
sido necesario reorganizar en forma no capitalista a grandes
masas de población excedente, como se hizo a través de la
reforma agraria, o enviando a millones de trabajadores a Es-
tados Unidos, como ocurrió gracias al programa de braceros
acordado con México (1942-1964).
En relación con los efectos del proceso que consolidó el ca-
pitalismo sobre la población trabajadora, no existe un patrón
único. Por ejemplo, en un país como México la relativamente
baja capacidad de la acumulación para absorber fuerza de
trabajo, junto con la creciente disposición de fuerza laboral
“libre”, favorece una evolución muy lenta del capitalismo en
la agricultura y una explotación intensificada de la fuerza
laboral. En cuanto a Argentina, la vasta disponibilidad de
tierras, combinada con una relativamente baja población,

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favorece la inmigración, extiende el trabajo asalariado y


promueve la introducción de técnicas capitalistas. Es decir,
el punto de partida en unas áreas se traducirá luego en cir-
cunstancias poblacionales diferentes que habrán de tener su
impacto sobre la evolución posterior. Sin embargo, una vez
que el capitalismo se consolida dentro de límites territoria-
les definidos y predomina en todas las ramas, la producción
siempre tiende a crear un ejército de reserva, sea más alta o
más baja la composición media del capital. A este rasgo del
capitalismo se suma en la región la transferencia de inver-
sión y de puestos de trabajo que acompaña a la acumulación.
Es por estas razones que la producción capitalista bajo
el subdesarrollo no sólo crea un ejército de reserva sino una
población excedente, esto es, una que se extiende más allá de
las necesidades medias del proceso de valorización del capi-
tal tanto en funcionamiento como en ciernes.
En el capitalismo desarrollado se produce una situación
inversa. Mientras que bajo el subdesarrollo la acumulación
consume más de lo que produce, en los países desarrollados
la acumulación produce más de lo que consume. La insufi-
ciencia de producción en un polo se satisface con el exceso
de producción en el otro. Por consiguiente, mientras que en
el subdesarrollo la acumulación genera una sobrepoblación
desbordante, en el desarrollo despliega una insuficiencia en
la creación de su ejército de reserva. El colonialismo indus-
trial, que condena a unos países al trabajo inmediato, de
operación, distribuye también de manera desigual la ener-
gía con la cual cada polo del sistema genera fuerza de traba-
jo disponible.

3. La naturaleza del trabajador migrante

El trabajador que emigra desde la región puede ser consi-


derado una figura para la cual la acumulación carece de
función productiva, ya se trate de la producción en curso o
potencial. Los gobiernos no muestran interés por retenerlo;
más bien se inclinan a apoyar su desplazamiento, lo mismo
debido a los problemas que éste resuelve que a las ventajas

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que crea. Se presenta, entonces, como población excedente


no sólo con respecto a la valorización presente, sino también
para la acumulación futura. Su situación, sin embargo, se
redefine por cuanto emigra y se incorpora a alguna actividad
productiva en el país desarrollado que lo recibe; se pone así
de relieve que su verdadera naturaleza es la de formar parte
de un ejército de reserva creado en un polo del sistema inter-
nacional para servir en el otro. Pero hoy en día su situación
ya no es tan clara, puesto que se sabe que los inmigrantes
están incrementando las filas de la pobreza y el desempleo
(Levine, 2002).
Sobre la base de los stocks de inmigrantes latinoamerica-
nos en Estados Unidos, una base que no contempla la migra-
ción indocumentada ni los desplazamientos temporales, se
estima que para el año 2000 había casi 14.5 millones de per-
sonas de la región en ese país (Pellegrino, 2003), de los cuales
casi 7.8 millones eran aportados por México. Otros 2.7 millo-
nes se encontraban instalados en España, Canadá, el Reino
Unido y Japón (Celade, 2002). No se puede ignorar, en el
contexto de nuestros fines, que la emigración regional hacia
países desarrollados ha crecido consistentemente durante la
tercera etapa, lo que era de esperar dentro del crecimiento
basado en las exportaciones. Para el caso de Estados Unidos,
el principal destino de los emigrantes, en la década de los
sesenta se registraron apenas poco más de 820 mil personas,
las que casi se duplicaron en cada década siguiente, aunque
las tasas de crecimiento de la migración parecen reducirse
en los ochenta y noventa. Esta evolución puede interpretarse
como la respuesta a una deficiencia creciente de la economía
desarrollada para producir su ejército de reserva, con lo que
en “buena lógica” la teoría de la acumulación, en su formu-
lación más general, tendría todavía que esperar un tiempo
para verse reflejada en la realidad. Pero no es así.
Es un hecho reconocido que las tasas de desempleo en
los países desarrollados han venido creciendo con el tiempo
(Maddison, 1996; OCDE, 2003). Hoy en día nadie se refiere a
las cifras de 3% o hasta 4% como compatibles con el “pleno
empleo”. En 2005, la tasa de desempleo alcanzó 6.6%, inclui-
do 5.1% para Estados Unidos y 8.6% para Europa. En 2002,

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la OCDE contabilizaba 8.4 millones de desempleados en Esta-


dos Unidos y otros 13.5 millones en la Unión Europea. Para
el total de los países de la OCDE, la suma de desempleados
llegaba a 36.4 millones (OCDE, 2003). En 2010, la tasa de des-
empleo bajó ligeramente a 8.2%, pero en términos absolutos
el número de desempleados llegó a 44 millones. Bastarían
estos datos para demostrar que el capitalismo desarrollado
cuenta con un ejército de reserva más que suficiente para
desenvolverse. El significado de estos desarrollos no es me-
nor: Se pone de este modo de manifiesto que la tercera etapa
está también anunciando el agotamiento de la tradicional
articulación laboral entre países desarrollados y subdesarro-
llados. Otros datos respaldan esta afirmación.
El trabajo parcial ha venido ganando importancia dentro
del empleo total. Representaba 11.6% en 1994, para crecer
a 15.4% en 2005 en los países de la OCDE. En estas condicio-
nes, una parte de lo que se considera empleo parcial es al
mismo tiempo desempleo, trabajo disponible, y, por lo tanto,
debe contar como reserva laboral. La OCDE ha tomado nota
del asunto: “Hay también una oferta potencial de trabajo en-
tre las personas que están involuntariamente empleadas a
tiempo parcial” (OCDE, 2003: 105). A este grupo se agregan
todos aquellos que estando en condiciones de trabajar sim-
plemente, no participan en el mercado laboral.
Cabe hacer notar que también ha crecido el trabajo tem-
poral. “Aunque el empleo temporal fue en general menos
dinámico que el empleo parcial, su expansión genera preo-
cupaciones debido a que la mayoría de los trabajadores tem-
porales preferiría trabajos permanentes” (OCDE, 2003: 20).
Al mismo tiempo, la explotación del trabajo se hace más
intensa, de modo que la proporción de trabajadores que in-
forma que “están trabajando a muy alta velocidad o con muy
apretados límites de tiempo, está aumentando. Aquellos
que trabajan muchas horas o a un ritmo de trabajo intenso
también informan de un número creciente de problemas de
salud relacionados con el stress y una mayor dificultad para
reconciliar el trabajo y la vida familiar” (OCDE, 2003: 20).
La devaluación de los puestos de trabajo en oferta, la ma-
yor explotación, la creciente percepción de que el empleo es

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cada vez más inseguro, en fin, todo aquello vinculado a la


precarización y flexibilización laboral, simplemente no sería
posible si hubiera escasez de fuerza laboral. Tampoco po-
dría explicarse el recrudecimiento de la pobreza. En Estados
Unidos, en 2005, la masa de la población en situación de
pobreza alcanzó los 37 millones de personas, 12.6% del total
(US Census Bureau, 2007), cinco millones más que en 2001
y seis millones más que en 2000. Se estima que 15.6 millones
se encuentran en extrema pobreza —lo cual es el nivel más
alto que se conoce desde 1975 (US Conference of Catholic
Bishops, 2006)—, es decir, percibiendo un ingreso menor a
la mitad del que define la línea de pobreza. Estos desarrollos
no son normales en condiciones de una oferta limitada de
fuerza de trabajo; por el contrario, para que se desencade-
nen, se requiere que esa oferta sea tan amplia como efecti-
vamente lo es. El capitalismo desarrollado ya ha superado
sus limitaciones para la creación interna de su ejército de
reserva.
Es innegable que por mucho tiempo la migración per-
mitió suplir la capacidad limitada de la acumulación para
crear un ejército de reserva en los países desarrollados. Pero
el elevado dinamismo de la migración hacia el “Norte” en
las últimas décadas, en particular hacia Estados Unidos en
el caso de la región, sólo obedeció parcialmente a esa causa.
Intervienen también otras causas relacionadas con el orden
económico impuesto por la globalización neoliberal: 1) los
procesos de reorientación económica en América Latina de-
bilitaron aún más la capacidad de la producción para crear
empleo. La apertura comercial obligó a elevar los niveles de
productividad y de la composición técnica y orgánica del ca-
pital, a fin de ganar competitividad tanto en relación con los
productos enviados al mercado mundial como respecto a la
capacidad para enfrentar la competencia frente a las impor-
taciones. Estas últimas redujeron las posibilidades de creci-
miento, en la medida en que se trataba de bienes producidos
con ventajas ausentes en la región. 2) Muchas industrias se
declararon en bancarrota debido a su incapacidad para lle-
var a cabo su propia reestructuración. 3) El recorte en la
actividad económica del Estado también aportó lo suyo a la

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expansión del desempleo.4 4) Las exportaciones de la región


crecieron a tasas elevadas, pero los niveles de crecimiento
permanecieron muy por debajo de aquellos alcanzados du-
rante las décadas de 1950, 1960 y 1970. Como resultado,
la participación relativa de las regiones subdesarrolladas
que enfrentaron la globalización sin proyectos de nación en
la creación de riqueza, debía caer. No es entonces extraño
que la producción aparezca ahora más concentrada fuera de
ellas. La OIT estima que las diferencias de ingresos entre los
países de altos y medianos ingresos, que era de ocho veces
en 1975, creció a 14 veces en 2000, mientras que esa misma
diferencia respecto de los países de bajos ingresos creció de
41 a 66 veces en ese lapso (OIT, 2004).
Así pues, había en la región una mayor masa de fuerza
laboral disponible para emigrar, y más motivada para ha-
cerlo, por el debilitamiento de las expectativas locales. Por
otro lado, no debe ignorarse el hecho de que aun en el con-
texto de esta redistribución de la producción mundial, las
tasas de desempleo en los países desarrollados se mantu-
vieron elevadas. En realidad, la inmigración no ha sido uti-
lizada sólo como un medio para proveerse de fuerza laboral.
En las últimas décadas, en particular desde la década de
1980, la funcionalidad de la migración se modificó. Además
de proporcionar fuerza de trabajo para la producción, per-
mitió abarrotar la oferta laboral, haciendo de este modo
posible los procesos de flexibilización del trabajo.5 En otras

4
En un informe de la Organización Internacional del Trabajo se puede leer:
“En cierto número de países el comercio más libre ha reemplazado o re-
ducido la industria y la agricultura doméstica, desplazando trabajadores,
mientras los Programas de Ajuste Estructural (PAE) han restringido el gasto
estatal para reducir el desempleo. La creación de empleos en algunos países
bajo los PAE ha ido detrás del crecimiento en el número de desempleados,
y un resultado neto de estas pérdidas de empleos ha sido que un número
más grande de personas carece de oportunidades de trabajo decente en sus
países” (OIT, 2004).
5
También algunos organismos internacionales han debido tomar nota de
esta función de la migración. Así, en un texto del Celade se puede leer: “En
los Estados Unidos, la inmigración de latinoamericanos parece haber propi-
ciado la flexibilización laboral requerida para afianzar la competitividad de
su economía” (Celade, 2002).

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palabras, sirvió también a los propósitos políticos de los go-


biernos. En la actualidad se hace hincapié en su importancia
como medio para rejuvenecer la fuerza de trabajo; pero esta
expectativa tiene a lo más un alcance limitado, y deberá de-
bilitarse en la medida en que la innovación tecnológica vaya
poniendo de manifiesto su capacidad para crear desempleo,
desactivando los temores provocados por el envejecimiento
de la fuerza laboral. De hecho, los gobiernos ya no manifies-
tan mayor entusiasmo por la inmigración y tienden a refor-
zar las limitaciones a la misma, restringiéndola a la fuerza
laboral altamente calificada y a aquella que acude a prestar
servicios temporales.

4. Remesas y diferencias salariales

Desde el punto de vista del país subdesarrollado, las venta-


jas de la migración van apareciendo una tras otra. No sólo
se anulan tensiones potenciales internamente, permitiendo
a los gobiernos un mejor manejo del conflicto social, sino que
también se obtienen considerables ventajas económicas. Los
migrantes, o buena parte de ellos, arrastran consigo la res-
ponsabilidad de aportar al sostenimiento de sus familias,
que permanecen en su lugar de origen. Las remesas hacia la
región estuvieron creciendo sin cesar y con gran dinamismo,
en particular durante los últimos tres lustros. En 1990, su
monto se calculaba en unos 5 800 millones de dólares; para
2005 se estimaba en 53 500 millones. El valor real puede ser
mayor, puesto que estas estimaciones no incluyen los envíos
no registrados, ya se trate de dinero o en especie. Por otro
lado, también se llama la atención sobre una posible sobre-
estimación de las cifras, a raíz de deficiencias en la medición
(CEPAL, 2006c). En cualquier caso, la importancia de los mon-
tos registrados es de por sí enorme: representaban, en 2005,
2.67% del PIB regional, aunque se ha se ha constatado que la
tasa de crecimiento de los envíos va a la baja (Cortina; de la
Garza y Ochoa-Reza, 2005).
No necesita mayor explicación el interés que las reme-
sas han suscitado en organismos públicos nacionales e in-

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197

ternacionales y en los grandes intereses económicos priva-


dos, donde destacan los bancos. Con la excusa de promover
un mejor impacto de las remesas en el “desarrollo”, todos
ellos buscan, en el marco de sus respectivas competencias,
obtener el mayor provecho posible de las mismas. En lo que
concierne a este trabajo, habrá que destacar que los envíos
de dinero, los cuales se destinan abrumadoramente al con-
sumo (80-85% de los mismos), informan de hasta qué punto
la reproducción de la fuerza de trabajo en la región se lleva
a cabo con cargo a valor creado en los países desarrollados;
o sea: una parte de la producción interna, equivalente al
consumo que tiene lugar gracias a las remesas y que no es
satisfecho con importaciones, se basa en recursos provenien-
tes del exterior. Se sigue, hasta ese punto, que en la región
la producción de bienes-salario para el consumo interno es
mayor que el ingreso generado internamente para esos fi-
nes. Las remesas llevan la producción de bienes salario más
allá de los límites fijados por los salarios internos, cuando el
consumo que promueven no es satisfecho con importaciones
y, por lo tanto, tienen un impacto positivo en la producción y
el empleo locales. La magnitud de las transferencias hacia la
región viene a sumar nuevos motivos para inducir al gobier-
no de Estados Unidos a la búsqueda de mecanismos para el
control de la migración. Iniciativas como la de construir un
muro en la frontera con México pueden ser muy grotescas,
pero son indicadores de que en ese país se está percibiendo
la migración como un problema grave.
Las remesas tienen otros efectos positivos, como el forta-
lecimiento de la cuenta corriente o el incremento del ingreso
de los gobiernos por recaudación de impuestos, o incluso la
“reducción de la pobreza” —aun cuando no sean las familias
más pobres las que mayormente se benefician con ellas— sin
costo alguno para gobiernos y empresarios. Y pueden tener
también efectos no deseados, como el debilitamiento de la
competitividad de las exportaciones y el estímulo a las impor-
taciones que resultan de una moneda local fortalecida. Pero
las desventajas son apenas “daños colaterales” en el marco de
un proceso, la exportación de fuerza de trabajo, que ha sido
asumido por los gobiernos de la región como un gran negocio.

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La cuestión de las diferencias salariales entre las distin-


tas categorías de países, reclama para sí cierta atención en
este contexto. La sobrepoblación efectivamente participa en
la determinación de los salarios y, con arreglo a la perspec-
tiva que hemos venido trabajando, el punto debe precisarse.
En palabras de Marx: “En todo y por todo, los movimientos
generales del salario están regulados exclusivamente por la
expansión y contracción del ejército industrial de reserva, los
cuales se rigen, a su vez, por la alternancia de periodos que se
opera en el ciclo industrial” (Marx, 1975: 793. Tomo I. Cur-
sivas en el original). No es pues el ejército de reserva lo que
regula el movimiento general de los salarios, sino la acumu-
lación, que lo produce en una magnitud que varía según las
fases cíclicas de la misma. En los periodos de expansión, la
sobrepoblación decrece, el movimiento obrero se fortalece al
mismo tiempo que se debilita la competencia entre obreros,
y los salarios tienden a subir; lo inverso tiene lugar durante
la contracción; es decir: el capital en su movimiento produce
distintas correlaciones de clase, en cuyo contexto se negocia
el nivel de los salarios.
¿Qué ocurre, entonces, en condiciones de subdesarrollo,
donde existe un sobrante permanente, cualquiera que sea la
fase del ciclo industrial? Lo primero que resulta evidente es
que esa masa actúa como una presión constante hacia abajo
sobre el nivel de los salarios, puesto que no puede hacer otra
cosa que debilitar el peso que el trabajo activo pone en la ba-
lanza. La población excedente figura de manera prominente
entre las causas que determinan que el valor de la fuerza de
trabajo sea menor en estos países que en los países desarro-
llados.6 Esta tesis es de suyo tan clara que lo que en realidad
debe explicarse es por qué el valor relativo de la fuerza de
trabajo no es más bajo de lo que es, o por qué hay periodos
en que los salarios registran aumentos.

6
No se trata de que la fuerza de trabajo se pague por debajo de su valor,
sino que este valor ha sido establecido en un nivel más bajo. Hemos discuti-
do esta cuestión en Figueroa, 1986.

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La influencia de la población excedente sobre los salarios


contiene dos elementos: uno objetivo y otro subjetivo. El pri-
mero está definido por su presencia en la organización de las
relaciones de producción y constituye una carga de la cual el
ejército activo no puede liberarse. Su efecto es, como se ha
dicho, negativo. El elemento subjetivo entra en escena por-
que la sobrepoblación es también una fuente de desconten-
to altamente explosiva. Ha estado siempre presente en las
grandes movilizaciones sociales y políticas de la región, ya
sea bajo la figura de trabajadores sin tierra y sin empleo en
el campo, o de “marginales”, cesantes, que operan desde sus
propios movimientos o como parte integrante de movimien-
tos más amplios, como ocurrió durante el periodo populista.
Han estado recientemente en el corazón de los movimien-
tos que culminaron en gobiernos progresistas en Venezuela,
Bolivia y Ecuador, y en todos los procesos de resistencia al
neoliberalismo. Es posible que ningún proceso relevante que
haya culminado con concesiones a la clase obrera, registre la
ausencia de la sobrepoblación. En general, la conflictividad
social de la región aparece fuertemente determinada por su
presencia y por sus acciones.
El movimiento social, sin embargo, también procede a
través de coyunturas de ascenso y reflujo. La represión, ple-
na de episodios dramáticos en la región, es tan consistente
como el descontento. Es el método por el cual el capital im-
pone sus límites a la concesión. No sólo obstruye sino que
también a menudo orienta en sentido contrario los procesos
de mejoramiento en las condiciones de vida de los sectores
populares. La lucha política en la región es un factor promi-
nente en la determinación del salario. Más todavía, las difi-
cultades de la democratización encuentran su fundamento
en el binomio descontento-represión, siempre presente en la
vida de las sociedades latinoamericanas.
El bajo valor relativo de la fuerza de trabajo en la región
tiene también otras causas objetivas. Dos de ellas sobresa-
len: por un lado, la menor calificación de la fuerza de trabajo
que es requerida por un capital de composición media tam-
bién inferior. Los llamados “retrasos educativos” visualiza-
dos desde los países desarrollados —y sobre los cuales se ha

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insistido en la necesidad de actuar en el marco de la apertu-


ra comercial y productiva— responden a esa situación. Por
otro, una productividad media más baja requiere una menor
intensidad de trabajo. Si en los países desarrollados es ma-
yor la productividad del trabajo, también lo será la intensi-
dad. Mientras mayores sean el esfuerzo desplegado y el des-
gaste de energía durante la jornada, mayor será el consumo
obrero necesario para reponer esa energía. Un movimiento
obrero que no es afectado por la presencia de una población
excedente, estará en una posición más ventajosa para lograr
que el mayor consumo de las capacidades laborales sea efec-
tivamente compensado con aumentos en el salario real.7
En suma, la emergencia del imperialismo abrió rutas
particulares a la operación de la ley de la población, distri-
buyendo de distinto modo sus efectos en cada categoría de
países. Pero no logró eliminarla. Las tendencias involucra-
das continúan su curso y están en la actualidad poniendo de
manifiesto que no hay manera de que el capitalismo pueda
deshacerse de ellas.

5. Los excedentes de población


en sus actividades

La oposición entre ejército activo y reserva laboral apare-


ce en un primer momento como equivalente a la dicotomía
entre actividad y no-actividad. La idea de un ejército de re-
serva que existe para apoyar la acumulación en ciernes, que
habrá de concretarse con la apertura de nuevos negocios y/o

7
Estas diferencias en el valor de la fuerza de trabajo abren varias alternati-
vas al análisis de la reproducción internacional de las familias. Por ejemplo,
permiten que el migrante provea mayor consumo a su familia en el lugar
de origen, aun destinando una proporción menor de su ingreso que la que
el obrero en ese mismo lugar destina a la suya. También, como en la deter-
minación del valor de la fuerza de trabajo intervienen factores culturales,
el migrante puede hacer crecer el ingreso disponible para su familia si con-
tinúa consumiendo en el país receptor como lo hacía en su comunidad de
origen, etcétera. Sin embargo, no nos ocuparemos aquí de este asunto que
reclama una investigación especial.

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201

la expansión de los existentes, proyecta la imagen de un sec-


tor de trabajadores en compás de espera, y que habrá de
incorporarse a la acumulación de un momento a otro. Bajo
el subdesarrollo, en condiciones de una población excedente
desbordante, las cosas no ocurren de ese modo.
El trabajador que no tiene acceso al trabajo asalariado
capitalista, y que goza de las libertades que ofrece la socie-
dad, continúa siendo propietario de su fuerza de trabajo. Sin
embargo, sabe que de nada le sirven sus capacidades si no
puede consumirlas, mediante el trabajo, para obtener los me-
dios necesarios para su reproducción. Aunque su fuerza de
trabajo no se realice como mercancía, en general no puede
permanecer indefinidamente sin usarse; por el contrario, la
necesidad de sobrevivir lo empuja a producir algún bien o
servicio. En general, la situación del desempleo tiende a de-
sarrollar en el trabajador la disposición a hacerse para sí de
algún oficio o de habilidades que le permitan desplegar ini-
ciativas independientes de ocupación. La existencia de una
población excedente reforzará esta disposición, en la medida
en que debilita las expectativas de encontrar empleo, y ten-
derá a multiplicar la concreción de las iniciativas que permi-
tan al trabajador incrustarse en actividades alternativas, así
como a consolidar estas últimas en el escenario ocupacional.
De aquí emergen diferentes posibilidades. Una de ellas
es que la población excedente, mediante su actividad, pro-
mueva formas de desenvolvimiento del capital que entrañan
una modificación de su modalidad teóricamente formalizada
y dominante en la práctica, conquistando para sí una redefi-
nición de su posición en la sociedad. Esta posibilidad ha sido
plenamente realizada en la región. Otra ruta posible es que
la sobrepoblación se vea empujada a la ejecución de activida-
des sin relación alguna con el proceso de valorización. Este
camino también aparece descrito con trazos pronunciados en
el escenario laboral latinoamericano. La observación de lo
que la sobrepoblación hace para sobrevivir permitirá deter-
minar su relación con el proceso de valorización.
En principio, ningún trabajador está atado de por vida a
una relación con la acumulación. Hoy puede ser un obrero
activo, mañana un cesante, luego un lustrabotas, etcétera, y

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el seguimiento de su ruta laboral poco o nada nos confirma


sobre situaciones estructurales. Pero la presencia de la acti-
vidad, la cual también revela la acción de un agente, infor-
mará de modo razonablemente convincente de la situación
de la sobrepoblación en la sociedad del capital.
Este método no abarca a todos los sectores de la sobrepo-
blación excedente. Si el trabajador se encuentra desemplea-
do, completamente inactivo, su situación complica la tarea
de definir su relación con la acumulación. Decir que se trata
de un elemento del ejército de reserva no resuelve el proble-
ma, porque si el desempleo alcanza 7% y decidiéramos que el
nivel que conviene a los efectos de la valorización es, siendo
muy generosos, 5%, ¿cómo calificar al resto sino como inútil
para la valorización? En este caso, la inactividad también
estaría abarcando a un sector de la población excedente. Se
trata de trabajadores que: i) recientemente se incorporaron
a la búsqueda de un empleo; ii) fueron expulsados del pro-
ceso de acumulación, o iii) por alguna razón abandonaron
sus actividades relativa o absolutamente desvinculadas de
la acumulación. Sin embargo, es razonable asumir que se
trata de una situación transitoria, y que tarde o temprano
el trabajador se verá forzado a emprender o reemprender
alguna actividad que le genere ingresos.

5.1. Excedentes relativos en el plano


de la producción y reparación de bienes

La población excedente contiene la posibilidad de que el tra-


bajo asalariado se extienda más allá de los límites en que es
necesario para una valorización normal. Ésta, para conside-
rarse como tal, habrá de efectuarse por los canales y méto-
dos socialmente reconocidos como legítimos y con irrestricto
respecto a los fundamentos de la acumulación. El presu-
puesto básico de la acumulación de capital es la separación
del productor directo y los medios de producción. Esta sepa-
ración se proyecta como propiedad de esos medios por parte
de agentes distintos del productor directo, los que, a su vez,
pueden ser agentes públicos (Estado) o privados. Para el ca-

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pitalista individual, una valorización normal es aquella que


tiene como supuesto el respecto a la propiedad de sus medios
y de los productos de “sus” procesos de trabajo. Está, pues,
incluido el derecho a la ganancia que resulta de la explota-
ción del trabajo. Esta norma será válida para la sociedad en
general, en condiciones de predominio del capital privado.
El caso es que la valorización, que comienza con una in-
versión, para continuar con un proceso de trabajo y culminar
con la apropiación de trabajo excedente, puede perfectamen-
te tener lugar al margen de las normas de la valorización
normal y transgrediéndolas. El invento no es nuevo, pero se
ha desarrollado con gran fuerza durante la tercera etapa. Su
agente principal es el capital pirata.
Era previsible que el afán capitalista de ganancia encon-
trara en la sobrepoblación que él mismo ha creado un medio
más para realizarse. El capital orientado a la reproducción
pirata ha descubierto que la sobrepoblación es la fuente
ideal para proveerse de fuerza laboral. En la absoluta nece-
sidad de hacer algo para sobrevivir, anida la disposición al
trabajo clandestino y mal pagado. La reproducción pirata es
un fenómeno mundial que no reconoce categorías de países
y que ha venido creciendo con dinamismo, a tal punto que
para 2006 cubría ya 9% del comercio mundial (WebDeHo-
gar, 2004). Consiste, desde el punto de vista formal, en la
generación masiva de la réplica de un producto cualquiera
para ponerla en el mercado, y también en la introducción de
modificaciones no autorizadas a un producto para hacerlo
operativo en un mercado no regulado. El capital pirata en-
cuentra en el mercado sus medios de producción.
Pedro Farré describe la manera de operar de esta indus-
tria en España en los siguientes términos:

Una red media de piratería, según un estudio nuestro, son ocho


personas en tres pisos con unos 25 duplicadores. Con eso se
pueden poner 150 mil discos en la calle al mes. El costo unita-
rio de grabación son 30 céntimos. La rentabilidad neta, sin el
material, el alquiler y el infrapago a los empleados, sería unos
108 mil euros (Galán y De Sandoval, 2004). (Y, claro, entre los
trabajadores figuran también inmigrantes).

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La cantidad de bienes que son objeto de la reproducción


pirata es innumerable y cabe esperar que el proceso de cada
bien ofrezca singularidades; pero desde el punto de vista de
la piratería capitalista, siempre nos encontraremos con es-
tos tres componentes: medios de producción, trabajo asala-
riado y ganancia.
El proceso cíclico de un capital cualquiera, en su forma
más elemental, se presenta del siguiente modo:

D-M…P…M’-D’

El capitalista se presenta con su dinero (D) en el merca-


do, donde obtiene mercancías (M) consistentes en medios de
producción (MP) y fuerza de trabajo (FT). Con ellas, aban-
dona la esfera de la circulación y pone en marcha un proce-
so productivo (P), de donde resulta una mercancía (M’) que
contiene un valor mayor al valor invertido para poner en
marcha el proceso de producción. Ahora regresa al mercado,
intercambia su producto (M’) por dinero (D’), con lo que po-
drá iniciar otro ciclo de manera acrecentada.
Con la intervención generalizada de la ciencia en la pro-
ducción, este proceso se hace más complejo. El mercado de
trabajo se ha desdoblado en fuerza para el trabajo general y
para el trabajo inmediato, y lo mismo ocurre con los medios
de producción, desde que el trabajo científico requiere de la-
boratorios, instrumentos y demás. Ya sea que las empresas
organicen sus propios departamentos de investigación y de-
sarrollo, o que se provean de conocimientos producidos en
talleres de progreso tecnológico independientes, o que, como
en general ocurre en América Latina, los obtengan de uno
otro tipo de estas empresas existentes en los países desarro-
llados, el gasto en trabajo general es inevitable. De donde
resulta que la primera fase del ciclo se descompone del si-
guiente modo:

D-M (FTg + FTi + MPg + MPi)

En América Latina, la inversión en fuerza de trabajo


científica (FTg) y en medios para el trabajo científico (MPg),

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adopta principalmente la forma del licenciamiento o de la


cesión de la propiedad industrial (patentes de invención,
modelos de utilidad, diseño industrial, registro de marcas,
nombres y lemas comerciales, etcétera). Para simplificar,
llamaremos costos de transferencia (Tr) a esta inversión. La
primera fase del ciclo en la región se presenta, entonces, así:

D-M (FT + MP + Tr)

Para el capital pirata, sin embargo, la primera fase del


ciclo continúa siendo:

D-M (FT + MP)

Por lo que todo queda reducido al simple trabajo inme-


diato, de operación, puesto que se ha apropiado, sin me-
diar transacción alguna, de los esfuerzos de investigación,
experimentación y promoción realizado por otros. Luego,
tampoco opera dentro de un mercado laboral regulado, y su
inversión aparece libre de gravámenes y de reglamentacio-
nes relacionadas con mínimos salariales, jornadas laborales,
condiciones de trabajo, etcétera. En la adquisición de medios
de producción no está forzado a seguir especificaciones de
calidad, por lo que puede abaratar costos manipulando los
materiales con los que opera.
No es de extrañar, entonces, que el éxito del capital pirata
descanse en sus costos. Éstos se benefician de los “ahorros”
que resultan del uso del trabajo científico y de los esfuerzos
de promoción ajenos, o, según el caso, de los costos de trans-
ferencia en que incurrieron otros, del recurso a materiales
de menor calidad, del pago de salarios de hambre y de la
evasión de impuestos y prestaciones.
La reproducción pirata introduce una seria distorsión en
el ciclo normal del capital original. Si se trata de un bien
ya establecido en el mercado, la irrupción del capital pirata
reducirá sus espacios de realización. Los recortes en la pro-
ducción para adaptarse a la nueva situación, los cuales son
necesarios conforme el capital pirata avanza, no resuelven el
problema. Sus mayores costos deben distribuirse en una me-

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nor cantidad de productos individuales, lo que le resultará


mucho más oneroso al ver que sus inversiones en promoción
y en investigación aún no amortizada, les son escamoteadas
como por arte de magia. O sea, para competir con la pirate-
ría, el mercado es empujado a reducir sus precios, pero no
puede hacerlo más allá de cierto punto. Por tanto, es forzado
a la reestructuración. Se comprenderá que la situación es to-
davía más comprometida para el capital que sufre la irrup-
ción de la piratería cuando apenas está intentando hacerse
para sí de un mercado.
El capital pirata es capital parásito; se alimenta de la
creatividad y de la sobrepoblación que están presentes en
el proceso de la acumulación. La sociedad capitalista podría
desenvolverse perfectamente bien sin él, por mucho que en
ocasiones contribuya a disminuir sus costos a otros capi-
tales, como ocurre, por ejemplo, cuando proporciona refac-
ciones a bajo costo. No hay una necesidad inmanente a la
reproducción del capital que justifique su existencia; por el
contrario, daña a la acumulación, por lo que es empujado
a operar desde las sombras. Frustra el ciclo natural de un
capital cualquiera y crea canales paralelos para la continua-
ción del proceso después de haber sido puesto en marcha.
Obtiene de la sobrepoblación su posibilidad de existencia,
y del apetito de ganancia, la realización de esa posibilidad.
Por eso, el capital pirata representa una valorización sobre-
puesta; y aun cuando los trabajadores que la hacen posible
aparezcan activos bajo el comando de un capital, continúan
formando parte de la población excedente. Es el carácter pa-
rásito del capital para el cual trabajan lo que determina su
posición. La represión de que son objeto no se dirige tanto a
ellos como a la desarticulación de la empresa.
La operación de este tipo de capital en la región ofrece
casos notables. En Ecuador ha ganado crédito como gran
exportador de DVD y CD no autorizados, y su importancia
es tal que terminó influyendo en la salida del mercado del
gigante multinacional Blockbuster (Ayala, 2004), que, por lo
demás, era cuestionado por la calidad de sus servicios. Perú
ha destacado en América Latina como productor de libros
pirata, con unos tres millones de volúmenes y tres mil títu-

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los a principios de la primera década de este siglo (Cámara


Peruana del Libro, 2003). La Federación Internacional de
Industrias Discográficas calificó a Paraguay como el mayor
productor de discografía pirata (Daporta, 2007). En Tepito
(México, D.F.), la producción pirata ha llegado a hacer gala
de la creatividad que en ocasiones se requiere para que el
negocio funcione, dando lugar, entre otras cosas, a la modi-
ficación de la serie Sony Play Station, de modo que pudiera
operar con juegos pirateados (Wikipedia, 2007). En fin, el fe-
nómeno está presente en todas partes, y la presencia de una
sobrepoblación desbordante no hace otra cosa que favorecer
su dinamismo.
Al crear una población excedente, la acumulación crea
también la necesidad de que aparezcan y se difundan formas
de producción distintas del trabajo asalariado. En ocasiones,
esta necesidad es políticamente expresada, obligando al Es-
tado a actuar para satisfacerla.
Entre las situaciones donde el Estado se moviliza para
dar respuesta a las demandas de la sobrepoblación, desta-
ca el impulso a la economía campesina, a través de las re-
formas agrarias y de los diferentes programas emprendidos
para su protección. La producción campesina, organizada
con base en una pequeña parcela e inicialmente concebida
como suficiente para la subsistencia de una familia —y que,
por tanto, no tiene como objetivo la obtención de ganancia
(aunque recurra a la contratación temporal de pequeños
contingentes de mano de obra)—, contó durante la etapa an-
terior con el apoyo del capital industrial, el cual esperaba
que provocara una nueva activación de la producción agríco-
la y un abaratamiento de las materias primas y de los bie-
nes-salario, además de un mejoramiento del comercio exte-
rior. Se esperaban estos resultados tanto por la explotación
de tierras ociosas, como por el hecho de que el campesino
podía renunciar al excedente, lo que permitiría compensar
desventajas en la productividad. Esta funcionalidad, sin em-
bargo, ha sido prácticamente eliminada durante la tercera
etapa, y en realidad sólo puede tener lugar temporalmente,
en virtud de razones que no podemos exponer aquí, pero que
abordaremos en el siguiente capítulo. Mientras perdura esa

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funcionalidad, la parcela campesina constituye un refugio


para un amplio sector de la sobrepoblación que resulta al
mismo tiempo útil para la acumulación del capital.
La iniciativa de la población excedente también se des-
pliega por otras rutas. Ocurre, por ejemplo, cuando se orga-
niza en pequeños talleres o empresas con vistas a incorporar-
se a procesos determinados de valorización. Es sumamente
complicado pensar siquiera en una relación más o menos ex-
haustiva de actividades de pequeñas empresas que operan
aportando materias primas para su posterior procesamiento
capitalista, como ocurre en la pesca por ejemplo, o con el
ladrillo para la empresa constructora, etcétera, o que contri-
buyen en las fases intermedias y finales de la producción en
tareas como el lavado de zanahorias, o aportando en detalles
de acabado. Todos esos trabajadores normalmente hacen po-
sible para el capitalista ahorros en costos y ofrecen cursos
alternativos para la valorización en alguno de sus diferentes
momentos.
Otros contingentes laborales logran sus medios de vida
poniendo sus capacidades al servicio de trabajadores asala-
riados. En el ramo de la construcción, por ejemplo, existe un
enorme contingente de fuerza laboral que se moviliza para la
edificación, extensión o mantenimiento de la vivienda fami-
liar. Albañiles, electricistas, herreros, carpinteros y demás,
son a menudo movilizados por un maestro para levantar ca-
sas de asalariados. Sus precios están normalmente muy por
debajo de los de la empresa capitalista de la construcción,
con la cual compiten. En este caso, la actividad no respon-
de directamente a necesidades de la acumulación, pero lo
mismo contribuye a la realización de una gran cantidad de
productos capitalistas como el cemento, el acero, el vidrio, el
alambre y demás. Algo similar ocurre con los trabajadores
de la carpintería para la producción de muebles domésticos y
de tantos otros objetos de producción artesanal no capitalis-
ta, con los que la sobrepoblación conquista para sí un lugar
productivo en la sociedad.
Hay innumerables casos en que la organización no ca-
pitalista surge y se difunde espontáneamente en virtud de
vacíos que presenta la economía dominante. La reparación

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de toda clase de bienes constituye una actividad bastante


difundida por estas causas. Los talleres para la reparación
de vehículos son un ejemplo sobresaliente en esta área. Los
trabajadores normalmente operan con sus propios medios de
producción; a veces recurren al apoyo de la familia, otras
veces a la ayuda de otros trabajadores con quienes se distri-
buyen el ingreso. En este último caso, si el dueño del taller
no obtiene ingresos suficientes para acumular, su actividad
no es capitalista; pero llena un vacío en la organización capi-
talista de la reparación de vehículos.
El vehículo usado que se va transfiriendo hacia los secto-
res de menores ingresos, parecería, en principio, una limi-
tación para la realización del producto de la empresa auto-
motriz; pero en realidad el coche nuevo goza de un mercado
restringido, localizado en los sectores de altos ingresos. En
compensación, la producción capitalista de partes y refac-
ciones, instrumentos de trabajo, etcétera, resulta favorecida
por el trabajo de reparación. Los talleres familiares para la
reparación de bienes de uso doméstico (lavadoras, aspirado-
ras, estufas, calentadores y demás) se desenvuelven en una
situación similar, y aunque el consumo en refacciones, etcé-
tera, no es tan importante, también permite ahorros que la
familia puede orientar a otros productos capitalistas.
Hasta aquí hemos visto que la sobrepoblación, mediante
la organización no capitalista de su trabajo, puede: i) aportar
algo a los procesos generales de la acumulación, como en el
caso de la producción campesina; ii) competir con la organi-
zación capitalista de alguna actividad mientras hace posible
la valorización de otros bienes, y iii) llenar espacios que la
acumulación no ha ocupado. En todos estos casos, los traba-
jadores se presentan como productores subsidiarios de bie-
nes y servicios. No son obreros ni capitalistas, no producen
plusvalor para otros ni se apropian de trabajo ajeno; y si lo
hacen, esta apropiación no es suficiente para acumular. Sin
embargo, se incrustan positivamente, por así decirlo, en la
sociedad del capital, por lo que ésta no sólo los soporta sino
que además los protege, al menos mientras su contribución
es visible.

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210

5.2 Excedentes relativos en la esfera


de la realización de mercancías

La forma de organización del negocio de compra y venta de


productos más adecuada al capitalismo es el gran estable-
cimiento comercial que opera con trabajo remunerado. Es-
tos trabajadores constituyen lo que Friedrich Engels llamó
el “proletariado comercial”. Como el gran comercio tiende a
concentrarse alrededor de los puntos de mayor concentra-
ción territorial del ingreso, y como su instalación requiere
facilidades en términos de espacios relativamente amplios,
parecería, en principio, que está obligado a dejar abierto un
campo relativamente amplio para el mantenimiento de pe-
queños negocios en los centros urbanos y para el florecimien-
to de otros tantos que siguen al crecimiento de las ciudades.
Pero se trata de un campo que el gran comercio no aban-
dona y por el cual compite cada vez que las condiciones de
la demanda así lo aconsejan. De modo que también aparece
distribuido en los centros urbanos en la forma de puntos de
venta relativamente pequeños, pero que a menudo tienen un
impacto demoledor sobre el pequeño comercio. Se calcula en
México que la localización de estas empresas (Oxxo, Extra,
7-Eleven) en un punto cualquiera trae consigo la ruina de
cinco tiendas pequeñas (Esmas, 2006).
Mientras más alejado esté del gran comercio, mejor
hace su trabajo el pequeño comercio, ya que ofrece cierta
comodidad y permite ahorros en traslados y en tiempo, en
particular si se trata de compras pequeñas. El pequeño co-
merciante participa de la ganancia capitalista, y él mismo
puede llegar a ser un gran comerciante, si el éxito de su
negocio le permite expandirse hasta el punto en que nece-
site de trabajo ajeno para sus operaciones; en esas condi-
ciones, obtiene ingresos suficientes para acumular. Ésta no
es, sin embargo, su evolución más probable. Por un lado, la
expansión del gran comercio y el desarrollo de los medios
de comunicación van erosionando sus ventajas; por otro, la
caída en el valor individual de las mercancías, que resulta
del crecimiento de la productividad, lo obliga a manejar vo-
lúmenes cada vez más grandes de las mismas para mante-

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ner un cierto nivel de ingreso, lo que supone la ampliación


de sus instalaciones y la inversión de mayor trabajo. Su
problema es que los ingresos no crecen con arreglo a la ne-
cesidad de mayores espacios; en los hechos, la gran mayoría
de los pequeños comerciantes apenas obtiene recursos sufi-
cientes para sobrevivir.
El pequeño comercio establecido, es decir, el que cuenta
con medios propios para la producción del servicio (instala-
ciones —con frecuencia la misma casa donde habita es habi-
litada para estos efectos—, a veces algún medio de transpor-
te, instrumentos menores de cálculo y de medidas, etcétera),
contribuye activamente a la realización de bienes que resul-
tan de la acumulación normal, y por eso también figura como
productor subsidiario de servicios.
La complejidad del comercio al menudeo es, sin embargo,
mucho mayor.
Durante la tercera etapa, la figura del vendedor callejero,
de vieja tradición en la región, se multiplicó por miles. La
sobrepoblación, carente de medios propios, irrumpió en las
calles y las avenidas de las ciudades para organizarse en
aglomeraciones de pequeños puestos en lugares determina-
dos, con distinto tamaño. Grandes “conglomerados” y “para-
ditas”, como les llaman en Perú, forman parte insoslayable
de la fisonomía urbana de la región. A estas concentraciones
se suma, de manera también multiplicada, la vieja figura del
vendedor que se desplaza en las calles ofreciendo artículos
en medios tan dispares como la vieja carretilla o las moder-
nas furgonetas. En general, representan una nueva carga
para el pequeño comercio establecido y, no pocas veces, com-
piten ventajosamente con el comercio capitalista.
En lo que a nosotros concierne, las multitudes que venden
en las calles representan cualquier cosa menos una masa ho-
mogénea. Desde el punto de vista de su relación con el capi-
tal, dicha sobrepoblación presenta, en un primer momento,
los siguientes casos: i) los que venden bienes obtenidos direc-
tamente del fabricante capitalista o del capital comercial, y
ii) los que venden bienes creados por medio de la producción
pirata. La tipología del vendedor callejero es ciertamente
mucho más amplia, y hemos de volver a ello más adelante.

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Los primeros comparten los siguientes rasgos. Por un


lado, no constituyen una necesidad de la cual el capital no
pueda prescindir para completar su ciclo en cada caso. Los
pequeños productores subsidiarios del comercio estaban
llamados a llenar los poros de la acumulación en esta ac-
tividad. En este sentido, la venta callejera de la sobrepo-
blación constituye sobre-trabajo comercial. Por otro lado, la
sobrepoblación ha multiplicado los canales por los cuales
la mercancía se realiza, canales alternativos que el capital
no desprecia. Los precios más bajos del comercio callejero
hacen posible mayores márgenes de realización. La ganan-
cia comercial se distribuye ahora entre una masa mayor de
agentes. El comercio callejero, desde el punto de vista de la
valorización, es al mismo tiempo una actividad excedenta-
ria e irregular.
El productor de una mercancía que contiene plusvalor
necesita venderla para que su producción tenga sentido. La
realización del producto es el acontecimiento supremo de su
actividad. Poco le importan la condición social del compra-
dor y los fines que éste tenga reservados para la mercancía.
A lo más, si el comprador la adquiere en cantidades redu-
cidas, para venderla él mismo, entonces se tratará, para el
fabricante, de un pequeño comerciante. Desde el punto de
vista de la función que este vendedor cumple para cada em-
presa particular, el vendedor callejero no difiere del pequeño
comercio establecido; es igualmente el productor de un servi-
cio, mediante el cual se pone un bien determinado en manos
del consumidor.
Sin embargo, la situación del vendedor callejero es espe-
cífica. El pequeño comerciante establecido tiene el control
normalmente definitivo (mediante la propiedad) o, en ocasio-
nes, condicional (mediante la renta) de su principal medio de
producción, esto es, las instalaciones donde opera; el vende-
dor callejero, en cambio, tiene como principal medio de pro-
ducción a la calle misma, y carece de control sobre ésta. Se
le puede privar de su actividad mediante el simple desalojo,
al cual está expuesto en cualquier momento. En realidad, es
un proletario que trabaja irregularmente para el fabricante
o para el comerciante mayorista, llevando sus mercancías al

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consumidor, lo que le permite obtener un ingreso mediante


la venta callejera de mercancías.
Cuando el capitalista fabricante o comercial lanza sus
mercancías al mercado callejero, utilizando el trabajo de
los vendedores que ha empleado, entrega a éstos una re-
muneración que es deducida de la ganancia esperada. En
lo fundamental, la situación no es diferente para aquellos
que lograron hacerse de una pequeña masa de recursos para
adquirir por sí mismos las mercancías que luego venden. El
capitalista comercial, cuando vende al vendedor callejero re-
duce de sus precios una cantidad correspondiente a lo que
entregaría al vendedor que él mismo lanza a la calle. Sólo se
modifican los términos del arreglo.
Un asunto relacionado merece una nota. El comercio de
bienes producidos en el exterior, ya sean importados regu-
larmente o mediante el contrabando, que es también uno
de los métodos por los cuales opera el capital comercial, ha
tenido efectos destructivos sobre algunas industrias. En el
caso de México, destacan las industrias del vestido, el calza-
do y de juguetes, pero también entran en la lista industrias
como la de electrodomésticos, herramientas y bisutería, en-
tre otras. Adrián Reyes señala que los mexicanos consumen
al año más de 16 mil millones de dólares en vestuario, de los
cuales cerca de 9 500 pasan por el “comercio informal”. El
número de fábricas de ropa registradas en 1985 era de 400;
hacia mediados de esta década, sólo permanecerían unas
120 en el negocio. Según sugiere el mismo autor, la situación
podría ser peor en las industrias del calzado y el vestido (Re-
yes, 2007). Pareciera, por lo tanto, que el comercio callejero
puede ser con toda justicia responsabilizado por la pérdida
de cientos de miles de empleos, por donde la sobrepoblación
estaría creando desempleo, multiplicándose ella misma, me-
diante su actividad. En realidad, no es así.
Habrá que aceptar que la ruina de empresas por la com-
petencia es un suceso cotidiano del capitalismo. Si las con-
diciones en que se produce son deficientes, el resultado más
probable de la competencia es la ruina. Pero, por otro lado, es
un hecho que el capital comercial ha penetrado los mercados
callejeros, buscando beneficiarse de las ventajas relativas a

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costos, y ha logrado que los espacios de la sobrepoblación


aparezcan también como espacios apropiados para la compe-
tencia capitalista. Tenemos, entonces, que si la acumulación
crea una sobrepoblación, esta tendencia, que luego aparece
reforzada por la competencia con países que gozan de ma-
yores ventajas productivas, es impulsada todavía más allá
por el capital que se vale de la sobrepoblación en su lucha
por mercados. La situación empeora todavía más cuando se
trata mercancías introducidas ilegalmente, lo cual, en Amé-
rica Latina, es un problema generalizado.8 Pero éstos son
problemas de la competencia entre capitales y de la relación
entre Estados, y la sobrepoblación, que no los creó, tampoco
puede hacer nada por resolverlos.9
Si los vendedores que participan en la realización de mer-
cancías provistas por el capital productivo o comercial en las
calles, se limitan a la apertura de canales alternativos para
la realización, la valorización del capital pirata no podría te-
ner lugar sin ellos. El comercio irregular es el vehículo apro-
piado para la realización de este tipo de producción. No es
que las transacciones de estas mercancías sean totalmente
ajenas a otras formas de la organización comercial (la em-
presa propiamente capitalista o el pequeño comercio esta-
blecido), pero éstas normalmente las operan como eventos
clandestinos y de menor cuantía respecto de su giro princi-
pal. Más todavía, debido a los riesgos implicados en la venta
de productos pirata, los productores tenderán a valerse de

8
De hecho, el tráfico ilegal adopta varias formas: a) declaración de precios
inferiores a los reales; b) declaración de cantidades de mercancías inferiores
a las realmente introducidas; c) ingreso de mercancías prohibidas; d) in-
greso de mercancías sin declarar, y otras. La historia del capital comercial
comienza colmada de episodios de violencia y trapacería y continúa en la
actualidad colmada de acciones ilegales.
9
Ha existido una intensa y variada actividad al respecto en la región. Bo-
livia ha buscado acuerdos con Argentina y Chile para contener la intro-
ducción ilegal de mercancías; México ha insistido en discutir el tema con
China; Brasil buscó construir un muro para cubrir una parte de la frontera
con Paraguay donde el tráfico es muy activo; Centroamérica construye una
legislación común contra el contrabando, etc. En el plano de las relaciones
internas se está avanzando en el diseño de mecanismos que castiguen al
consumidor.

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los sectores más vulnerables y desprotegidos de la sobrepo-


blación, entre quienes las necesidades son más acuciantes
y el nivel de desesperación por encontrar una ocupación es
mayor Pero no siempre es el caso; la operación de algunos
productos requiere de una base mínima de recursos, lo que
nos acerca a la figura más conocida del capital pirata co-
mercial; pero aquí nuestra preocupación son los proletarios
comerciales del capital pirata.
A partir de lo expuesto hasta ahora, se puede percibir que
la sobrepoblación introduce particularidades en el proceso
real de la acumulación. El capital en su desarrollo ha dado
lugar a modalidades de operación que trascienden la rela-
ción capital-trabajo asalariado. Para muchos capitales, la
acumulación aparece como proceso combinado de distintas
relaciones bajo el dominio del trabajo asalariado.
También se puede apreciar que la intervención de la so-
brepoblación en la acumulación está lejos de dar lugar a una
combinación idílica. El grado máximo de contradicción se
introduce cuando es incorporada a la valorización de capi-
tal pirata. No se trata aquí de un fenómeno simple de la
competencia, sino de la distorsión premeditada del ciclo de
un capital cualquiera a partir de la cual se organiza una va-
lorización adicional. Es la introducción del saqueo en contra
de un capital como condición para el funcionamiento de otro.
En el otro extremo, tal vez el único caso en que el capital se
ve beneficiado como conjunto es el de la organización campe-
sina, y sólo durante el periodo en que ésta es útil a la acumu-
lación. En lo demás, la sobrepoblación aparece normalmente
como un elemento de la competencia entre capitales y, en
menor medida, como factor que simplemente fortalece la ex-
pansión del capital en algunas actividades.
Diremos que la sobrepoblación que aparece vinculada de
una u otra manera a determinados procesos de valorización,
es, por eso mismo, población excedente relativa. Son produc-
tores subsidiarios de bienes y servicios, proletarios comercia-
les irregulares y excedentarios o directamente proletarios del
capital pirata. En general, se trata de actividades que no son
una “condición de existencia del modo de producción capita-
lista”, aunque puedan llegar a serlo para algunos capitales.

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5.3. Excedentes más allá de la valorización


del capital

Hemos visto que la organización no capitalista del trabajo


puede aparecer vinculada a la acumulación del capital pese
a su forma. De modo que no es correcto, hasta aquí, sostener
que se trata de “actividades no capitalistas”, como sugiere
E. Tokman (Tokman, 1987). La evidencia sobre este vín-
culo es abrumadora, a tal punto que un desplazamiento al
otro extremo, esto es, hacia la idea de que toda organización
no capitalista del trabajo existe finalmente para servir al
desarrollo de la economía dominante, puede llegar a pare-
cer razonable. Alejandro Portes formuló una conclusión de
este tipo. Señala: “Sin embargo, contrario a la propuesta de
OIT-Prealc, el sector informal no está desde esta perspectiva
definido en términos dualistas como un conjunto de activida-
des marginales excluidas de la economía moderna, sino como
parte integral de esta última” (Portes, 1995: 123). El autor
se refiere a lo que se podría llamar “informalidad popular”
(ya que él ubica su origen en un “exceso de oferta laboral”),
lo que permite distinguirla de la informalidad-ilegalidad en
que a menudo y en muchas áreas incurren los empresarios
capitalistas. Para él, esta informalidad es “parte de la opera-
ción normal del capitalismo”.
Sin embargo, las actividades “excluidas de la economía
moderna” existen, y su número es significativo, si entende-
mos esta exclusión como ausencia de vínculos ya sea con la
producción capitalista o ya sea con la valorización de algún
capital en particular.
Entre los vendedores callejeros es posible distinguir, ade-
más de las ya mencionadas, otras figuras. Anotemos: i) los
que venden bienes robados; ii) los que recolectan y ofrecen
bienes usados (ropa, refacciones, instrumentos, muebles);
iii) los que mercadean productos que se encuentran más o
menos disponibles en la naturaleza, como frutos, plantas
medicinales, animales (conejos, víboras, ratas de campo); iv)
los que arriban al mercado con productos de la parcela; v)
los que ofrecen servicios eventuales no indispensables para
los hogares, y vi) los que viven de la caridad de la población.

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217

i) Se trata aquí de ladrones de poca monta. Si el robo se


comete contra una empresa capitalista o contra un particu-
lar, el efecto económico inmediato del acto es distinto. Para
la empresa supone una pérdida neta de capital y puede afec-
tar negativamente sus niveles de actividad; para el particu-
lar significa una distribución forzada de su ingreso y un cier-
to empobrecimiento. En ambos casos, una tercera persona
puede contar ahora con medios de vida.
Si el particular debe reponer el bien robado (digamos, la
llanta de su coche), el robo parecería favorecer a la industria
de las llantas, puesto que será necesario reponer el bien en
cuestión; pero no es el caso. Otro particular habrá de satis-
facer la misma necesidad en el mercado callejero, en vez de
hacerlo en el mercado capitalista. Si el precio que este últi-
mo paga le permite algún ahorro para dedicarlo a la compra
de otros bienes, ello ocurre sólo debido a que la persona ro-
bada debe privarse de la compra de otros bienes por un valor
equivalente al bien robado. La venta de bienes robados es
un acto sin significado positivo alguno para la valorización.
Lo anterior debiera ser evidente por sí mismo, pero no
necesariamente es así. Un cierto funcionalismo a ultranza
podría sostener que el robo crea la necesidad de la defensa,
y ésta, entre otras muchas cosas, promueve la industria de
bienes para la seguridad (armas, mecanismos). Y aun cuan-
do no es el robo para vender en la calle lo que crea esas in-
dustrias, habrá que reconocer que en todo caso refuerza su
necesidad. Frente a ello habría que decir que la empresa que
busca protegerse invirtiendo en seguridad sufre un incre-
mento de sus costos; del mismo modo que para el particular
implicaría una deducción de sus ingresos. No es el trabajo
del ladrón lo que permite financiar esos gastos. Esto es así,
incluso en el caso de que necesitara alguna arma para sus
actos, porque en tal caso, aparte de que se trataría de gas-
tos sin mayor trascendencia económica, tendrá acceso a ella
probablemente mediante el robo o gracias a los ingresos que
ha obtenido a través del robo.
Desde otra perspectiva, es totalmente legítimo afirmar
que en la medida en que el robo responde a la desesperación
por sobrevivir en el seno de la sobrepoblación, entonces el

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robo es finalmente una creación de la propia acumulación.


De ahí a sostener que estos actos sirven a la acumulación,
hay un abismo demasiado grande como para intentar sal-
varlo y salir ileso.
ii) Los bienes usados que se ofrecen en los mercados ca-
llejeros y en las casas de los barrios populares, realizaron su
valor de cambio en una transacción anterior. Ya dejaron de
tener valor de uso para el comprador original. Su materia-
lidad ha sido modificada por un consumo parcial, pero, en
esas condiciones, conservan la utilidad para la cual fueron
concebidos originalmente, de modo que aún pueden satis-
facer la necesidad de un tercero. Por eso es que pueden ser
rehabilitados como mercancías.
Las personas que obtienen estos bienes (por ejemplo, una
prenda de vestir) van normalmente en busca de ahorros que
les permitan otros consumos (alimentos, por ejemplo), por
lo que podría afirmarse que el comercio de bienes usados
estimula la producción en otras áreas. Salta inmediatamen-
te a la vista que tales ahorros fueron posibles debido a una
no-venta de parte de la industria del vestido.
El precio de estos bienes dependerá del estado en que se
encuentren y de la demanda que satisfagan. La transferen-
cia de un bien de uso de parte de una persona a un vende-
dor callejero, no lleva consigo la transferencia de un valor de
cambio cuya realización depende del vendedor. Sin embargo,
el trabajo de recolección y puesta en el mercado que lleva a
cabo el vendedor, sí crea un valor que se objetivará como di-
nero tras la venta. La condición para que el esfuerzo del ven-
dedor se vea compensado es la existencia de una población
en estado de pobreza dispuesta a adquirir este tipo de bienes.
iii) La misma lógica aplica para aquellos que negocian
con productos que se pueden obtener de la naturaleza.
iv) Por lo general, la pequeña parcela agrícola deja en
algún punto de cumplir una funcionalidad en términos de
proveer bienes salarios y materias primas baratas. Al mis-
mo tiempo, su propia lógica lleva a su desarticulación como
proveedora de medios suficientes de vida. El esquema neo-
liberal, que impulsó la productividad de la agricultura ca-
pitalista y las importaciones, aceleró esta descomposición.

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219

La permanencia del trabajador en la parcela es apoyada por


recursos obtenidos fuera de ella. Sin embargo, continúa pro-
duciendo, y puede encontrársele en los mercados callejeros
ofreciendo algún bien. Los bienes que ofrece adoptan las más
variadas formas: granos, frutas, aves, algún animal menor,
flores y demás. Sus precios están dictados por aquellos que
obtienen los mismos bienes producidos en forma capitalista
y que aparecen en el mismo mercado. No aspiran a obtener
excedentes y, por el contrario, deben regalar una parte cre-
ciente de su trabajo necesario.
v) Entre los servicios que se ofrecen a los hogares, encon-
tramos figuras como el lustrabotas, el lavacoches, el jardi-
nero, el afilador de instrumentos caseros, en fin, actividades
que las familias normalmente llevan a cabo por sí mismas y
donde el valor de los medios de trabajo es insignificante y su
uso sólo reemplaza el uso de los mismos medios que normal-
mente también están en poder del usuario.
vi) Por último, están aquellos actos que promueven el
apoyo del público, como ocurre con el limpiaparabrisas de los
cruceros, el malabarista, el tragafuegos, el payaso, el músi-
co, o los que apoyan en la entrega de mercancías en las cajas
de las tiendas, en el traslado de equipaje en las terminales,
el mendigo en las calles…

6. ¿Y el servicio doméstico
para los hogares?

Con lo anterior, creemos haber demostrado que la acumula-


ción crea, respecto de sí misma, no sólo excedentes relativos
de población sino también excedentes absolutos. Y no podría-
mos dar por concluida nuestra somera revisión de la relación
que pueden guardar las actividades de la población con la
acumulación, sin atender el problema del empleo doméstico.
Por un lado, figura de manera destacada en el mapa laboral
de la región; por otro, normalmente el asunto se resuelve in-
correctamente enviando este tipo de empleo a los depósitos
del “trabajo informal”. Este tratamiento simplemente no nos
dice nada sobre su significado económico en relación con la

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220

economía dominante, a la vez que contribuye a reforzar las


imágenes distorsionadas que existen sobre el tema.
Como es sabido, el trabajo doméstico en las familias cu-
bre un amplio rango de actividades físicas, intelectuales y
culturales. Servicios como la salud y la educación son gene-
ralmente provistos por el Estado, pero son complementados
en el hogar. Este trabajo es necesario para la producción y
reproducción de la fuerza de trabajo. En la mayor parte de
las familias de trabajadores se lleva a cabo en función de
una división del trabajo que deposita en la mujer el servicio
doméstico, aunque en menor grado también participan en él
los hombres y los niños.
El trabajo doméstico es parte del trabajo necesario para
la reproducción del cuerpo y está incluido en el valor de la
fuerza de trabajo. El hecho de que sea el trabajador fuera
del hogar quien obtiene el ingreso necesario a cambio de “su”
trabajo, y no a cambio de la venta de una fuerza de trabajo
que debe ser producida cotidianamente, proyecta la idea de
que el servicio doméstico carece de valor. De ese modo se
ocultan las relaciones de dependencia del hombre respecto
de la mujer, y se proyectan sólo relaciones unilaterales de
dependencia de la mujer al hombre, a quien las prácticas
mercantiles definen como el único “proveedor”. Lo inverso
debe ocurrir cuando es la mujer quien recibe el salario y el
hombre quien hace el trabajo del hogar. Se trata de imáge-
nes que desaparecen para la persona que, además de obte-
ner un salario para sí, debe pagar por el trabajo de cocinar,
limpiar la casa, lavar, planchar y demás.
La caída en el valor de la fuerza de trabajo, que la globa-
lización neoliberal ha acelerado, ha impulsado a las familias
que viven de una remuneración a modificar su estrategia
de reproducción. No sólo la mujer, sino también los niños,
se han lanzado al mercado laboral en busca de ingresos que
les permitan complementar sus gastos. Las familias mejor
remuneradas, donde el hombre y la mujer se encuentran
ocupados, han debido recurrir al empleo de terceros para la
ejecución del trabajo doméstico o, más bien, de parte del mis-
mo. Generalmente, para la mujer se trata de desplazarse de
una ocupación a otra, del trabajo de la casa al de la empresa,

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sin deshacerse por completo del primero. Los recursos mone-


tarios de la familia crecerán en la medida en que los ingre-
sos obtenidos en la nueva ocupación sean mayores que los
gastos en el empleo doméstico, lo que no presenta mayores
dificultades en el contexto de una amplia oferta de este tipo
de servicio. Para todo fin práctico, las remuneraciones de la
familia no son equivalentes a lo que paga el empleador o los
empleadores, puesto que debe deducirse de ellas el costo del
trabajo doméstico que ya no es ejecutado por la pareja.
Se sigue que la relación entre empleada y empleadores
es susceptible de tensiones en torno a la remuneración. Pero
no hay ninguna relación de explotación implicada. Lo que en
este caso también se ha dado en llamar “el salario”, no hace
de la empleada una productora de plusvalor, como no hace
del empleador un capitalista por el hecho de pagarlo. Se tra-
ta de disputas en torno a la distribución del ingreso familiar,
no en torno a la distribución de un excedente.
Ahora bien, si el trabajo de la pareja sirve a la acumula-
ción, también lo hace el trabajo de la empleada doméstica.
El servicio que esta última presta contribuye a la producción
y reproducción de la fuerza de trabajo, que es finalmente
la fuente de toda riqueza. Por eso la trabajadora doméstica
es también parte de la población necesaria, aun cuando no
realice ella todo el trabajo doméstico (el trabajo doméstico
continúa después de la jornada laboral, y hay tareas que no
pueden, o no siempre pueden, depositarse en los trabajado-
res del servicio doméstico, como el aseo personal, la educa-
ción y esparcimiento de los niños, la organización de tareas,
etcétera).
Si la situación se observa desde el punto de vista de la
propia trabajadora doméstica, es posible detectar otros as-
pectos relevantes. La reducción del valor de la fuerza de
trabajo ha afectado de manera particularmente aguda a las
familias de bajos ingresos, donde el “jefe del hogar” está so-
metido a condiciones laborales precarias. Una gran canti-
dad de mujeres han debido movilizarse, buscando insertarse
en el empleo doméstico. También aquí se trata de obtener
una remuneración para incrementar los ingresos del hogar.
La diferencia es que estas mujeres ni siquiera pueden des-

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222

hacerse de parte del trabajo doméstico que realizan en sus


propios hogares. El desarrollo tecnológico de los medios de
este trabajo (lavadoras automáticas, hornos de microondas,
instrumentos para la limpieza y demás) han aligerado una
carga que de otro modo sería extenuante. A pesar de ello,
su trabajo se multiplica, y lo mismo su participación en el
ejército activo, si —tanto en el hogar como sirviendo a una
familia distinta de la suya— contribuye a la producción de
una fuerza de trabajo ocupada en actividades que posibiliten
la valorización del capital.
Hemos presentado al trabajador desdoblándose en dos
formas: en aquellos que directamente satisfacen los proce-
sos de acumulación en curso, y en aquellos que lo hacen de
manera indirecta. Los primeros son población necesaria; los
segundos, población relativamente excedente. La misma di-
visión es válida para el trabajo doméstico (y para la traba-
jadora doméstica o, si es el caso, el trabajador), porque éstos
producen y reproducen la fuerza de trabajo en la posición en
que ésta se encuentra de cara al proceso del capital. Es decir,
si contribuye a la producción de la fuerza de trabajo necesa-
ria, la población dedicada a esas tareas también forma parte
de la población necesaria. Será una actividad relativamente
excedente, si la población que se beneficia con ello también
lo es. Por lo mismo, si el capital decreta la excedencia abso-
luta para un sector de trabajadores, de igual modo ocurrirá
con el trabajo doméstico invertido en su reproducción.

7. Para concluir

1. La desbordante sobreoferta laboral durante las últimas


décadas, que resultó de los procesos de reorientación econó-
mica en la región, vino a actualizar una discusión que, en
el pasado, ya había ganado un lugar destacado en las cien-
cias sociales. Se trata de un fenómeno que la globalización
neoliberal no creó, pero al que ha agravado, multiplicando
sus expresiones. Por lo mismo, la discusión de este problema
puede concentrarse en sus formas de manifestación sólo a
condición de que sus causas profundas estén razonablemen-

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223

te explicadas. Creemos haber demostrado que esta condición


no ha sido satisfecha, y hemos intentado aportar a la discu-
sión algunos otros elementos de importancia.
Tomamos como punto de partida el hecho nuevo que dio
lugar a los trabajos seminales de Aníbal Quijano y José Nun:
la presencia de una sobrepoblación que se extiende más allá
de los niveles requeridos por la expansión del capital y que
no puede ser explicada mediante el recurso a la teoría del
ejército de reserva. En la medida que se avanzó en un mismo
requisito metodológico —el de hurgar en el movimiento de la
acumulación para descubrir las causas últimas del fenóme-
no—, los análisis se desplazaron por rutas diferentes.
Si la teoría del ejército de reserva no explica el fenómeno,
es porque está inscrita en el esfuerzo por dar cuenta del mo-
vimiento tendencial del modo capitalista de producción. En
nuestro caso, lo que intentamos es dar cuenta de su ruta his-
tórica concreta, donde la movilización de contra-tendencias
puede tener, y de hecho ha tenido, efectos de largo alcance
sobre la organización misma del capital y, por lo tanto, sobre
el movimiento de las sociedades. En efecto, fue en respuesta
a la propensión de la tasa de ganancia a caer (respuesta que
incluye procesos como la exportación de capitales, la forma-
ción de monopolios, la repartición de las colonias) que se dio
lugar a una forma particular de organización del capitalis-
mo a nivel mundial y a una estructuración diferenciada de
los capitalismos. El subdesarrollo y el desarrollo informan
de distintas estructuraciones de la relación de capital. El
movimiento de las distintas modalidades que adopta esta
relación no puede explicarse mediante el uso directo de la
teoría general. Se requiere una teoría intermedia, de apro-
ximación, y ésta debe construirse, no a partir de la relación
de capital en su forma pura, sino a partir de la modalidad
específica que ha llegado a adquirir.
Categorías como “población excedente” carecen por sí mis-
mas de poder explicativo; son apenas recursos para designar
fenómenos concretos, que a su vez deben ser explicados. La
clave para producir estas explicaciones es la organización
particular de la relación fundamental en los países subdesa-
rrollados, que a su vez se desenvuelven, en el contexto del co-

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224

lonialismo industrial, en estrecha relación con los países de-


sarrollados. Tal es el camino que nos trazamos para abordar
con consistencia lógica el problema de la sobreoferta laboral.
De otro modo no hubiera sido posible establecer una relación
razonada entre la teoría general y la realidad allí donde esta
última sólo parecía contradecir abiertamente a la primera.

2. Reconocer la existencia de actividades que tienen lugar


sin contacto con la acumulación, pareciera ser un indicio de
inclinaciones dualistas. Se trata, sin embargo, de distintos
enfoques. Habrá que decir que el dualismo tiene como apo-
yo una verdad inobjetable: todas las grandes transiciones
contienen elementos de dualidad al nivel de los modos de
producción. Las nuevas formas no irrumpen en el vacío y,
antes de generalizarse, están forzadas a una coexistencia
conflictiva con las antiguas formas sociales. La presencia
de estas últimas es expresión de la transición. El dualismo
es transicional y la transición es la desarticulación del dua-
lismo. Todo esto es correcto desde el punto de vista de la
aproximación abstracta. Tal vez ello explique el optimismo
de esta escuela. El problema para nosotros es que la econo-
mía dominante, ya instalada como tal, procede generando
y extendiendo actividades cuya organización interna no es
capitalista. Las formas no capitalistas están ahí, pero no de-
bido a que el capitalismo aún no las disuelva, sino porque el
capitalismo las está creando.
La transición en la que era necesario poner atención es la
que instaló a la propia relación de capital en la región. De su
análisis se obtiene que el despliegue del capitalismo quedara
estancado, porque no dio lugar a la división que desdobla el
trabajo en trabajo general y trabajo inmediato. Operar sobre
la base del desarrollo de las fuerzas productivas generado
en el exterior, no negaba para nada su condición de modo
capitalista de producir, pero le condenaba a desenvolverse
como capitalismo subdesarrollado. Una vez establecida esta
conclusión, la explicación de su escasa capacidad para crear
empleo, o de lo que ahora se percibe como un poder poten-
ciado para crear desempleo, no debía presentar mayores di-
ficultades.

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3. Nada de lo anterior niega —e intentar negarlo sería ab-


surdo— la presencia de núcleos de la población latinoame-
ricana insertos en modos de vivir diferentes del capitalismo
y que no encuentran en este último su razón de ser. Pero el
capitalismo subdesarrollado sí contribuye a explicar su per-
sistencia, porque las mismas causas que informan de una
población excedente son válidas para dar cuenta del esca-
so poder del capitalismo para disolver esos modos de vida.
Y entonces aparecen como otra muestra más del fracaso de
la transición dualista.
Se trata de herencias de un pasado precapitalista y no
sería correcto simplemente incorporarlas a algunas de las
categorías vinculadas a la sobrepoblación, puesto que no en-
cuentran su origen en la acumulación. Debido a eso, hasta
ahora no nos habíamos referido a la población indígena, a
la que se adjudican sin más condiciones de pobreza, mar-
ginalidad, exclusión y vulnerabilidad, las cuales afectan
igualmente a otros sectores, debilitando la especificidad de
la condición indígena.
Se calcula que en la región habitan entre 33 y 40 millo-
nes de indígenas. La mayor parte de ellos se ubica en Perú,
México, Guatemala, Bolivia y Ecuador. Su peso relativo en
el interior de los países es mayor en Bolivia, Guatemala,
Perú y Ecuador (Hopenhayn y Bello, 2001). Según la CEPAL
existen 671 pueblos indígenas reconocidos por los Estados
(CEPAL, 2006b).
Los pueblos indígenas constituyen espacios simbólicos y
económicos específicos. Buscan vivir en armonía con la natu-
raleza y se someten a sus leyes como si fueran dictadas para
ellos. Viven de los bosques, del mar, de los ríos y el suelo. La
caza, la pesca, la recolección de frutos, los cultivos orgánicos,
son actividades naturales que la tierra les impone espontá-
neamente. La naturaleza vive en ellos. Los rasgos ecológicos
de sus territorios influyen en la formación y el sostenimiento
de sus culturas y de sus identidades como pueblos. La reno-
vación cultural tiene como referencia primaria el cuidado de
la naturaleza a partir de cada territorio, lo cual aprenden de
las generaciones anteriores y de la experiencia. Los frutos
de la naturaleza sólo pueden ser objeto de apropiación co-

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lectiva, y el método para obtener esos frutos sólo puede ser


la cooperación. Por eso, los sentimientos igualitarios fluyen
con espontaneidad. Los dirigentes carecen de motivos para
situarse sobre la comunidad.
Se trata de un orden societal antagónico al capitalismo.
Y aunque el capitalismo no ha podido desarticularlo, habrá
que reconocer que lo ha dañado, especialmente mediante la
usurpación de tierras y la destrucción del medio ambiente.
En contrapartida, ofrece a los indígenas desplazados viven-
cias entre la sobrepoblación o en labores que no han logrado
el reconocimiento social que merecen, como el empleo do-
méstico. Tal vez por eso ellos prefieren “soñar con el pasado
mientras recuerdan el futuro”.
Los indígenas constituyen el bastión más sólido de la
lucha por la defensa del medio ambiente. Son también un
aporte a la diversidad cultural. Pero aun cuando no fuesen
nada de eso, su modo de ser merece respeto porque represen-
ta la opción hecha por un conglomerado de seres humanos.
Se puede anticipar que el capitalismo no caerá rendido fren-
te a estas consideraciones; si no se ha mostrado más agre-
sivo, ello se debe a su propia debilidad; además, no tiene
interés alguno —al menos en términos de oferta laboral— en
continuar ampliando un mercado de por sí abarrotado. Por
su parte, los indígenas han entendido que la defensa de sus
modos de vida está íntimamente vinculada a la organización
y a la lucha en espacios cada vez más amplios. Son condicio-
nes que nos dan esperanzas en lo que se refiere a contar con
ellos por un largo tiempo.

4. Los desarrollos que hemos presentado aquí no contienen


buenos auspicios ni promesa alguna para el futuro de la so-
brepoblación; más bien anuncian que esta seguirá aumen-
tando. Es la evolución que la dinámica del subdesarrollo y
del capitalismo en general sugiere en la actualidad. Pero ello
no significa negar las posibilidades de la política en térmi-
nos de morigerar estas tendencias. Una redistribución del
ingreso orientada a reducir las actuales desigualdades so-
ciales, la negociación de un nuevo trato con los países desa-
rrollados, y una reactivación de los mercados internos, bien

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pudieran contribuir a ello una vez redefinidas las relaciones


de poder dentro de las élites dominantes. De hecho, cam-
bios de este tipo —en un contexto donde las inequidades y el
consiguiente descontento social dificultan crecientemente la
gobernabilidad— aparecen cada vez más como una necesi-
dad. No es difícil descubrir las limitaciones de estas políticas
para contener el crecimiento de la sobrepoblación —pese a
que podrían moderarlo—, ya que están fijadas a su propia
intencionalidad; es decir: dichas políticas están orientadas
a garantizar la continuidad de un sistema que define a la
desigualdad y a la explotación, no como realidades que es
necesario suprimir, sino como los fundamentos de su propia
existencia y expansión.

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5. COLONIALISMO INDUSTRIAL Y CAMPESINADO

El pequeño productor parcelario es una de las formas más


conspicuas de los excedentes de población, como ya ha sido
sugerido en el capítulo anterior. Su presencia sólo está par-
cialmente inscrita en la lógica de crecimiento del capital
y satisface una necesidad de la misma sólo en determina-
das condiciones. La “paz social” ha movido a los gobiernos
a promover oleadas de campesinización y es, por lo mismo,
una de las causas principales de la existencia del campe-
sino bajo el capitalismo subdesarrollado; aunque también
existen casos donde los trabajadores del campo han sido
mantenidos a raya por largos periodos, sin grandes riesgos
para el sistema.
La pequeña producción parcelaria constituye uno más de
los mecanismos por los cuales la sobrepoblación busca pro-
veerse de medios de vida por canales alternativos a la pro-
ducción capitalista. Sólo una parte los productores parcela-
rios mantienen vínculos con la acumulación capitalista y se
desenvuelven como excedentes relativos de población; los de-
más, no, y por eso se cuentan entre los excedentes absolutos.
La acumulación capitalista promueve su organización como
sobrepoblación activa, y aun en los casos en que éstos creen
haber hallado una fórmula más o menos segura para pro-
veerse de medios de vida, terminan encontrándose luego con
que la misma acumulación capitalista destruye también sus
expectativas. Es decir, su existencia está sujeta a desplaza-
mientos de un polo de la sobrepoblación a otro, a transmuta-
ciones sociales que hacen de productores subsidiarios unos
pequeños productores independientes, la mayoría de los
cuales, aún en edad de trabajar, deben hacer descansar una
parte de su subsistencia en el apoyo de los familiares. En un
medio ambiente que los hostiliza constantemente, son forza-
dos a recurrir a la lucha para obtener a través de la política

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el reconocimiento que la economía les niega. En la época de


la “globalización”, la tercera etapa, se ha puesto en evidencia
el hecho de que la presencia de la producción campesina no
está determinada sólo por su lógica, tal como ésta se des-
pliega en el contexto del mercado capitalista, condicionada
por éste. Sucesos paralelos están aportando nuevos bríos a
la debilitada producción campesina. La “globalización”, en
efecto, ha acelerado su descomposición al mismo tiempo que
contribuye a redefinirla para prolongar su presencia en el
campo latinoamericano.
En el curso del presente capítulo nos proponemos diluci-
dar: a) el carácter social de la producción parcelaria, desde la
perspectiva de su organización interna; b) sus relaciones con
la acumulación capitalista; c) la dialéctica de la producción
parcelaria en el marco de esas relaciones, y d) la transmuta-
ción social que esta dinámica contiene. Intentaremos lograr
estos objetivos desde la perspectiva del análisis lógico prin-
cipalmente; pero a fin de acercarnos a la situación actual,
buscaremos finalmente e) detectar el impacto social de las
políticas neoliberales, siguiendo los derroteros sugeridos por
las elaboraciones precedentes.

1. El carácter no capitalista
de la economía campesina

En palabras de Friedrich Engels:

Por pequeño campesino entendemos aquí al propietario o arren-


datario —principalmente al primero— de un pedazo de tierra
no mayor del que puede cultivar, por regla general, con su pro-
pia familia, ni menor del que puede sustentar a ésta (Marx y
Engels s/f: 656).1

1
El autor también define la pequeña producción campesina como un “ves-
tigio”, noción que no tiene cabida en el marco del colonialismo industrial,
aunque su implicación, que vincula a este tipo de producción con formas no
capitalistas, es válida.

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No atenderemos aquí a la sugerencia de que pueden exis-


tir campesinos “grandes” y “medianos”, y asumiremos que al
lado del productor campesino, aparte de los productores que
fueron desalojados hacia abajo del mundo campesino, sólo
existen grandes, medianos o pequeños productores capitalis-
tas que acumulan capital gracias a la explotación de trabajo
ajeno. El campesino, por tanto, será un pequeño productor
que: a) explota una extensión suficiente para su reproduc-
ción y la de su familia, y b) se vale, por regla general, de su
fuerza de trabajo y la de su familia, pero que puede recurrir
al trabajo ajeno para las tareas donde el esfuerzo familiar es
insuficiente.
La pequeña producción es también, en la tercera etapa,
la forma abrumadoramente predominante de las explota-
ciones en América Latina. Se estima que hacia 1980 había
unos 13.5 millones de explotaciones familiares, con un pro-
medio de 11 hectáreas, de las cuales 4.2 eran aptas para
cultivos permanentes, con una cosecha de 3.3 hectáreas al
año. Del total de unidades de este tipo, 4.9 millones cubrían
una superficie de menos de dos hectáreas (CEPAL. 1984a:
12). Las explotaciones familiares constituían 80% del total,
abarcaban sólo 18% de la tierra agrícola y 7% de la tierra
arable (CEPAL 1984b: 58). Esta situación no parece haber
sufrido grandes modificaciones en los ochenta, noventa y
principios de este siglo (CEPAL, 2007), aunque el significado
social de estas magnitudes requiere otro tipo de estudios,
distinto de las estadísticas oficiales. De estas cifras, sólo
una porción de los pequeños productores del campo cae
dentro del concepto de la producción campesina.
La cuestión del modo de producción del campesino es in-
evitable a la hora de buscar significados sociales. No se pue-
de clarificar el rol del campesino y su lugar en la sociedad,
ni su evolución misma, sin atender a este problema crucial.
Adoptaremos aquí el punto de vista de Karl Marx según el
cual la agricultura campesina constituye un modo de pro-
ducción distinto del capitalista, por lo que quedaba exclui-
da del análisis de este último en su forma pura. Esto puede
apreciarse en el siguiente pasaje, donde Marx discute los su-
puestos para el análisis de la renta capitalista:

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La forma de propiedad de la tierra que consideramos es una


forma específicamente histórica de la misma, la forma trans-
mutada, por influencia del capital y del modo capitalista de pro-
ducción, tanto de la propiedad feudal de la tierra como de la
agricultura pequeño campesina practicada como ramo de la ali-
mentación, en la cual la posesión de la tierra aparece como una
de las condiciones de producción para el productor directo, y su
propiedad de la tierra como la condición más ventajosa, como
condición para el florecimiento de su modo de producción. Así
como el modo capitalista de producción presupone, en general,
que se expropie a los trabajadores las condiciones de trabajo, así
presupone en la agricultura que a los trabajadores rurales se les
expropie la tierra y se los subordine a un capitalista que explota
la agricultura con vistas a la ganancia (Marx, 1986, tomo III,
vol. 8: 791-792). (Las últimas cursivas son nuestras.)

El trabajo campesino configura pues un modo específico


de producción, el modo campesino, donde a las dos caracte-
rísticas anotadas más arriba (producción para el consumo
y trabajo principalmente familiar) se agrega el control (im-
plícito tanto en la posesión como en la propiedad) sobre la
tierra que trabaja.
Pocas cosas son unánimes en la ciencia social, y este en-
foque no es una de ellas. Cuatro rasgos de los campesinos
pueden, según determinadas combinaciones de los mismos,
sugerir conclusiones distintas: 1) son productores directos; 2)
poseen medios de producción, 3) producen para el mercado, y
4) a menudo operan contratando trabajo asalariado. Estas ca-
racterísticas pueden ser aisladas y combinadas de tal forma
que den lugar a figuras sociales distintas del campesinado tal
como lo estamos definiendo aquí. Como ejemplo está el ejer-
cicio creativo realizado por José Luis Calva (1988). Hemos
adoptado otro camino con base en los siguientes supuestos:

1. El objetivo de la producción, esto es, la producción de plus-


valor, es el factor que separa la producción capitalista de
cualquier otro modo social de la producción; es su differentia
specifica, como afirmaba Marx. La compra de fuerza laboral
con este objetivo define al modo capitalista.

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…no se compra aquí para satisfacer mediante sus servicios o su


producto, las necesidades personales del comprador. El objetivo
perseguido por éste es la valorización de su capital, la produc-
ción de mercancías que contengan más trabajo que el pagado por
él, o sea una parte de valor que nada le cuesta al comprador y
que sin embargo se realiza mediante la venta de las mercancías.
La producción de plusvalor, el fabricar un excedente, es la ley
absoluta de este modo de producción. (Marx, 1975, tomo I: 767).

De modo que hablar de capitalistas al margen de este


rasgo crucial, es despojar a este modo de producción de su
motivo esencial. Desde luego, no se puede producir plusvalor
sin contratar trabajo asalariado, pero no todo trabajo es con-
tratado para la producción de plusvalor, tal como ya hemos
visto en relación con el trabajo doméstico. El capitalista es
tal porque no utiliza trabajo ajeno con vistas a satisfacer sus
propias necesidades de consumo, sino para obtener una ga-
nancia, que no es otra cosa que la forma trasmutada del
plusvalor. Su producto no es una mercancía cualquiera, sino
una que lleva consigo el plusvalor extraído a los obreros; y es
finalmente en la producción y realización de este plusvalor
donde reside su interés principal.

2. No se puede pensar, por consiguiente, que la compra de


fuerza laboral es suficiente para definir el carácter capitalis-
ta de la producción. Si los trabajadores no producen un plus-
valor suficiente para satisfacer las necesidades personales
del empresario y al mismo tiempo para acumular, entonces
su contratación no basta para que aquél sea calificado de
capitalista. Es en realidad lo que sostiene Marx:

Lo que distingue desde un principio al proceso de trabajo sub-


sumido aunque sea formalmente en el capital —y por lo que va
distinguiéndose cada vez más, incluso sobre la base de la vieja
modalidad laboral tradicional— es la escala en que se efectúa;
vale decir, por un lado la amplitud de los medios de producción
adelantados, y por otro la amplitud de los obreros dirigidos por
el mismo patrón (employer). Lo que —a título de ejemplo— sobre
la base del modo de producción corporativo aparece como máxi-

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mo (con respecto, supongamos, al número de oficiales), puede


apenas constituir un mínimo para la relación capitalista. Esa
relación, en efecto, puede resultar puramente nominal allí don-
de el capitalista no ocupa por lo menos tantos obreros como para
que la plusvalía producida por ellos le alcance como renta para
su consumo privado y como fondo de acumulación, de tal suerte
que quede él libre del trabajo directo y sólo trabaje como capita-
lista, como supervisor y director del proceso: por así decirlo, que
ejerza la función, dotada de voluntad y conciencia, del capital
empeñado en su proceso de valorización (Marx 1985: 57).

Lo cual tiene una implicación adicional que conviene ex-


plicitar: el objetivo de la producción no está determinado por
la voluntad del productor sino por las condiciones materiales
en que se desenvuelve. De nada le sirve a un empresario
aspirar a una ganancia cuando sólo cuenta con medios para
proveerse su subsistencia. Cuando el plusvalor pasa a ser
para éste su objetivo y al mismo tiempo su resultado funda-
mental, entonces se ha producido una transformación cua-
litativa que hace de él un capitalista, lo cual resulta de los
cambios cuantitativos que han tenido lugar en su proceso de
producción.
La noción de “relación capitalista nominal” pudiera crear
confusiones. En otro pasaje de la obra de Marx adquiere cla-
ramente su contenido, esto es, una relación a la que se le ha
asignado un nombre que no merece y que en realidad corres-
ponde a esferas distintas de la explotación capitalista.

Cuando el pequeño capitalista, quien hace todo el trabajo por sí


mismo, parece obtener una tasa elevada de ganancia en propor-
ción a su capital, lo que pasa en realidad es que, si no emplea
unos pocos trabajadores de cuyo trabajo excedente se apropia,
en los hechos él no obtiene ganancia alguna y su empresa es sólo
nominalmente capitalista […] Lo que lo distingue del trabajador
asalariado es que, debido a su capital nominal, es dueño y direc-
tor de sus propias condiciones de trabajo y por consiguiente no
tiene un director sobre él; por lo tanto, se apropia él mismo de
todo su tiempo de trabajo en vez de serle apropiado por alguien
más. Lo que aparenta ser ganancia aquí, es meramente el ex-

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cedente (de su ingreso) por sobre el salario ordinario, excedente


que resulta del hecho de que se apropia de su propio trabajo ex-
cedente. Sin embargo, este fenómeno pertenece exclusivamente
a aquellas esferas que no han sido todavía realmente conquis-
tadas por el modo capitalista de producción (Marx, 1972: 357).2

De modo que el capitalista nominal no es en realidad un


capitalista, ni pequeño ni grande.
El campesino “por regla general” puede cultivar su parce-
la con su familia, pero eso no significa que no pueda recurrir
al apoyo del trabajo de otros, lo cual normalmente hace sólo
en ciertas tareas respecto de las cuales la fuerza familiar
es insuficiente para lograr una producción que garantice la
reproducción del grupo. Su objetivo al emplear trabajo ajeno
no es la ganancia, ya que sus condiciones de producción no
se lo permiten, sino asegurar su subsistencia. Allí donde las
prácticas comunitarias no han sido aún disueltas por la mer-
cantilización de las relaciones sociales, es posible encontrar
mecanismos de cooperación entre los campesinos consisten-
tes, por ejemplo en el intercambio de trabajo para la ejecu-
ción de determinadas tareas productivas. Esencialmente, se
trata de la misma relación que establece el campesino que
después de contratar fuerza de trabajo para las tareas de la
cosecha, por ejemplo, debe vender a otro campesino la suya
propia para resarcirse de los gastos que hizo en salarios. Ello
no transforma a los campesinos en unos pequeños capita-

2
La traducción y las últimas cursivas son nuestras. Whereas the small capi-
talist, who does almost all the work himself, seems to obtain a very high rate
of profit in proportion to his capital, what happens in fact is that, if he does
no employ a few workers whose surplus labor he appropriates, he actually
makes no profit at all and his enterprese is only nominally a capitalist one
(...) What distinguishes him from the wage worker is that, because of his
nominal capital he is indeed the master and owner of his own conditions of
labour and consequently has no master over him; and hence he appropriates
his whole labour time himself instead of it being appropriated by someone
else; what appears to be profit here, is merely the excess (of his income) over
ordinary wages, an excess which results from the fact that he appropriates
his own surplus labour. However, this phenomenon belongs exclusively to
those spheres which have not as yet been really conquered by the capitalist
mode of production.

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listas que explotan recíprocamente su trabajo, ni en prole-


tarios que viven de su salario. Por lo demás, ésta no es una
simple posibilidad teórica. Hubert Carton de Grammont ha
encontrado que se trata de una práctica bastante difundida
en América Latina. Dice:

En cuanto a la contratación de mano de obra, hay que seña-


lar un último fenómeno: el de las unidades de producción cam-
pesinas que se ven obligadas a transformar sus tradicionales
relaciones de ayuda mutua en relaciones salariales debido a
la monetarización general de la economía. (...) En este caso,
la contratación de los asalariados es muy peculiar: los mismos
campesinos (o sus familiares) se contratan entre ellos mismos
y no se mezclan con el resto de los asalariados que trabajan en
empresas capitalistas (1992: 51).

3. Se comprenderá que aun cuando se adoptara sin mayor


elaboración la definición abstracta de las clases en Lenin,3
no sería correcto unir en una sola clase social a pequeños
capitalistas que producen con vistas a la ganancia y a peque-
ños productores que trabajan para su consumo. Unos y otros
se ubican en esferas distintas de la producción social; no tie-
nen la misma relación con los medios de producción, pues-
to que para unos éstos representan capital y para los otros,
sólo medios de trabajo; no disponen de una masa similar de
riqueza social, y tampoco obtienen sus ingresos del mismo
modo, ya que unos se valen de la explotación del trabajo aje-

3
Al decir de Lenin: “Las clases son grandes grupos de personas que se dife-
rencian unas de otras por el lugar que ocupan en un sistema de producción
social históricamente determinado, por su relación (en la mayoría de los
casos fijada y formulada en la ley) con los medios de producción, por la
magnitud de la parte de la riqueza social de que disponen y el modo en que
la obtienen” ( 1987, vol. 3: 228). Esta definición puede ser válida para cual-
quier sociedad de clases. Por eso es abstracta. El estudio de las clases bajo
el capitalismo exige establecer como presupuesto la differentia specifica,
así como la dinámica determinada por ella, de este “sistema de producción
social históricamente determinado”. Si se pierde de vista esta especificidad,
el análisis se enfrenta irremediablemente al riesgo de pasar por alto los ele-
mentos que definen la historicidad de las clases mismas que corresponden
a cada modo de producción.

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no y otros principalmente del esfuerzo propio. En suma, el


trabajo del campesino y el del capitalista representan distin-
tos modos sociales de producción. Definir este punto es una
tarea fundamental para la comprensión del devenir campe-
sino en su entorno.
Hasta aquí sólo hemos argumentado que la organización
interna de la producción campesina no es capitalista, o no
debiera ser definida de ese modo, lo cual es crucial para la
comprensión de su dinámica, porque implica que de ella no
puede esperarse la lógica de funcionamiento que correspon-
de al proceso específico de la acumulación. Pero nada de lo
anterior quiere de decir que se desenvuelva sin contacto con
la producción capitalista. Los canales de contacto son múlti-
ples. Por un lado, el campesino constituye una fuente de rea-
lización de ciertas mercancías capitalistas; por otro, este tipo
de producción puede estar incorporada a la valorización del
capital, lo cual ocurre, por ejemplo, cuando, a través del co-
mercio, sus productos, y por lo tanto su trabajo, pasan a for-
mar parte del ciclo de alguna producción capitalista, ya sea
abaratando el capital variable o el capital constante, o cuan-
do el campesino lleva a cabo una producción por contrato con
alguna empresa. Para la producción capitalista, este tipo de
relaciones puede resultar rentable precisamente porque los
precios del productor pueden no incorporar el excedente que
bajo determinadas condiciones le correspondería. Así pues,
no hay duda de que cuando éste ha sido el caso, las reformas
agrarias han tenido también una expectativa económica.
Como ha señalado C. Mistral, era de esperar que dicho pro-
ceso, “junto con activar la oferta agrícola, abarata el precio
de la fuerza de trabajo (aumentando la tasa de plusvalor),
ahorra divisas y absorbe el creciente descontento campesi-
no” (1974: 25).
Por tanto, nos encontramos nuevamente con uno de los
tantos casos en que la organización no capitalista de la pro-
ducción aparece incorporada a la acumulación, y sus agentes
como excedentes relativos de población. Éstos entran por
ello en la categoría de pequeños productores subsidiarios, al
igual que en la ciudad ocurre, por ejemplo, con el taller fami-
liar de mecánica para automóviles.

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238

Sin embargo, para los agentes involucrados en esta ca-


tegoría no se trata de una calificación permanente, porque
un rasgo de la producción campesina es precisamente que
carece de estabilidad y está inmersa en un proceso que im-
plica determinadas trasmutaciones sociales de los agentes
involucrados. La funcionalidad económica de un productor
cualquiera, por tanto, tampoco será permanente, y aunque
no es esta funcionalidad lo que determina su existencia, el
agotamiento de la misma vendrá a acelerar la desarticula-
ción de la producción campesina.

2. De la producción campesina
a la de infrasubsistencia

Para Marx, la economía campesina es un proceso; o más


exactamente, un proceso de descomposición, debido precisa-
mente a sus relaciones con el medio capitalista. Su opinión
era que:

... el artesano o el campesino que produce sus propios medios de


producción se transformará gradualmente en un pequeño capi-
talista que también explota el trabajo de otros, o bien sufrirá
la pérdida de sus medios de producción (...) y se transformará
en trabajador asalariado. Esta es la tendencia en una sociedad
en la cual predomina el modo capitalista de producción (Marx,
1969, I: 409).

En el contexto de nuestros países, la transformación del


campesino en pequeño capitalista es un desenlace poco pro-
bable; pero su transmutación en obrero asalariado dentro de
una economía nacional cualquiera tampoco es un resultado
necesario como contrapartida.
Marx detecta múltiples causas que corroen por doquier
la débil constitución de la estructura campesina. Destacan:
la desaparición progresiva de la industria domiciliaria rural
que la complementa; la usurpación de la propiedad comu-
nal; el desarrollo de cultivos en gran escala, y “las mejoras
en la agricultura —que por una parte provocan un descen-

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239

so en los precios de los productos agrícolas, mientras que


por otra requieren mayores desembolsos y más abundantes
condiciones objetivas de producción— también coadyuvan a
ello, como ocurrió en Inglaterra durante la primera mitad
del siglo XVIII” (1986, 8: 1026-1027). Aun cuando no mediara
ninguno de los otros factores, bastaría la inevitable acción de
los dos últimos para determinar la tendencia de la produc-
ción campesina.
La subsistencia de la familia campesina no depende so-
lamente de lo que ella sea capaz de producir. Está también
vinculada a la realización de sus productos (o de una parte
de ellos) en un mercado dominado por el capital y en el cual
los precios de producción están permanentemente a la baja;
de ahí que para mantener un determinado nivel de consu-
mo debe incrementar constantemente su producto. No pue-
de limitarse a la mera reposición año con año de los bienes
consumidos en su proceso productivo, ya que está forzado a
hacer crecer su productividad a fin de mantener constante
la relación de sus costos con el precio regulador fijado en el
sector capitalista. En otras palabras, su subsistencia conti-
nua exige la generación de un excedente para inversión ciclo
tras ciclo.
Supongamos que lo obtiene, a fin de mantenernos con-
ceptualmente dentro de la lógica de la economía campesi-
na, y que este excedente es suficiente para incorporar los
insumos químicos, biológicos y mecánicos que le permitan
hacer crecer la productividad de su trabajo, tanto como en
la esfera capitalista, y hagamos abstracción aquí de todas
las desventajas vinculadas a la calidad y a la localización
del suelo que generalmente afectan al campesino. Aun así
nos quedaría por delante un escollo insalvable: las econo-
mías de escala ligadas a la gran producción, las cuales ac-
túan como factor coadyuvante de la reducción de costos y,
por tanto, de precios. Esta situación se agrava en la medida
en que los instrumentos de producción y los insumos están
cada vez más orientados a las grandes explotaciones. Por
ejemplo, poco gana un productor que cuenta con, digamos,
15 hectáreas, si consigue hacerse de un tractor diseñado
para la explotación de 60 hectáreas. Si su periodo de amor-

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240

tización no se extiende en forma ilimitada, lo cual no podrá


ser el caso pues el desuso también implica desgaste, enton-
ces sus costos de producción aumentarán respecto de los
del productor capitalista que puede dar al tractor un uso
más intensivo. Algo similar ocurrirá con todos los insumos
cuyos precios en el mercado disminuyen en la medida en
que se adquieren cantidades más grandes de los mismos;
o con la perforación de pozos con capacidad de riego para
extensiones relativamente grandes. Es decir, ya aquí puede
apreciarse que la pequeña producción campesina adolece
de una impotencia congénita para seguir con éxito la evo-
lución de la agricultura capitalista. El costo de sus medios
de producción tiende a ser más elevado en cada una de las
unidades de su producto.
Pero luego aparecen dificultades adicionales:

1) Los canales de distribución de los fertilizantes, gene-


rados predominantemente en los países desarrollados,
“tienden a atender principalmente las necesidades de
productores grandes y medianos que cultivan produc-
tos tales como café, banano, caña, algodón, etc.” (CEPAL,
1984a:56).
2) Lo mismo ocurre con los herbicidas y los insecticidas,
con el agravante de que la aplicación de éstos demanda
el uso de tractor.
3) Los insumos biológicos y químicos, como ha destacado
la CEPAL (1984ª), presentan complementariedad, lo que
conlleva una dificultad adicional para su adquisición.
Desde luego, estas limitaciones no surgen del colonia-
lismo industrial; lo que surge del subdesarrollo y del
colonialismo industrial es la inmensa masa de pobla-
ción sin trabajo, parte de la cual es organizada como
campesinado.

Por su parte, A. Schejtman ha hecho notar además que:

La necesidad de valorizar su recurso más abundante —la fuer-


za de trabajo—...unida a la presencia general o local de térmi-
nos de intercambio desfavorables para los productos campesi-

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241

nos en los intercambios mercantiles, conducen a una tendencia


a la reducción al número indispensable de la compra de insu-
mos y medios de producción. Esto da lugar a que la densidad de
medios de producción por trabajador, o de insumos comprados
por unidad de productos o por jornada, sean generalmente muy
inferiores a los de la agricultura empresarial o capitalista (She-
jtman, 1980: 131).

No es raro, entonces, que sí se haya podido establecer


una relación directa entre el uso de insumos (incluidos los
insumos mecánicos) y el tamaño de las explotaciones (CEPAL,
1986).
Los rendimientos de la producción campesina tenderán,
por tanto, a crecer mucho más lentamente que los del sector
capitalista. Como resultado, sus ingresos tenderán a caer.
La teoría del valor nos permite alcanzar esta conclusión. Su-
pongamos la siguiente situación inicial tomando como refe-
rencia la producción de trigo.

CUADRO 1
REPRESENTACIÓN ESQUEMÁTICA
DE LA PRODUCCIÓN CAMPESINA AL MOMENTO 1
Tipo Rendimiento por Precio Valor
de producción hectárea (qq) por quintal del producto
Capitalista 21 10 dls 210
Campesina 14 10 dls 140

Esta situación es de por sí altamente desigual en cuanto a


los rendimientos y ya supone un proceso previo de deterioro
de la relación en contra del campesino. Mientras los datos de
producción se aproximan a los procesos reales,4 los precios,

4
Los datos relacionados con los distintos rendimientos corresponden a la
situación existente en Chile hacia fines de los setenta, según Álvaro Rojas.
El mismo autor informa de las diferencias de rendimientos para otros pro-
ductos, en los siguientes términos:

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242

obviamente, son una elección para fines de exposición. Como


tal, esta situación constituye al mismo tiempo un punto de
partida para un deterioro ulterior. En la producción capita-
lista se introducirán mejoras tecnológicas, cualquiera sea su
ritmo, las que, como resultado, elevarán los rendimientos.
Supongamos que después de un periodo se generaliza un in-
cremento equivalente a 25% en la producción por hectárea.
O sea, la producción capitalista se eleva de 21 a 26 quintales,
ignorando las fracciones. Como estos rendimientos resulta-
ron de cambios en la productividad del trabajo, el valor del
producto total no varía; sólo se modifica el valor del produc-
to individual, esto es, de cada quintal. Si las condiciones de
producción en el sector campesino se mantuvieron inaltera-
das, entonces tenemos:

CUADRO 2
REPRESENTACIÓN ESQUEMÁTICA
DE LA PRODUCCIÓN CAMPESINA AL MOMENTO 2
Tipo Rendimiento por Precio Valor
de producción hectárea (qq) por quintal del producto
Capitalista 26 8.08 dls 210
Campesina 14 8.08 dls 113

El precio de mercado aparece aquí fijado por la competen-


cia capitalista que generalizó en su interior ciertas condicio-
nes de producción.5 Pero mientras el producto de la econo-

RENDIMIENTOS POR HECTÁREA DE LOS PRINCIPALES PRODUCTOS CAMPESINOS


Rendimientos qq/ha
Rubro Agricultura no campesina Agricultura campesina
Trigo 21.3 13.5
Cebada 26.1 15.0
Arroz 30.0 25.5
Maíz 52.0 28.0
Frijoles 11.0 9.1
Garbanzo 4.9 4.9
Papas 157.0 90.0
Fuente: Álvaro Rojas M.(1984: 148).
5
En Chile, el trigo, como la mayoría de los productos en que se involucraban
los campesinos, retomó su tendencia a la baja después de 1975, una vez que

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243

mía campesina es necesario y satisface una demanda de la


sociedad, puede ocurrir que la producción capitalista fije sus
precios por encima de su valor, obteniendo de ese modo una
ganancia extra. Es decir, mientras la competencia y las me-
joras en la productividad empujan hacia abajo los precios de
mercado, la presencia de la producción campesina debilita el
dinamismo de este proceso. Esto será particularmente cierto
en condiciones de economía cerrada, y mucho más cuando el
Estado interviene para fijar precios que garantizan un cier-
to ingreso campesino. Con todo, ello no elimina el afán de
ganancia ni la competencia capitalista, ni, por lo mismo, la
búsqueda de mejoras tecnológicas que aumenten los rendi-
mientos. Otra digresión: no se puede ignorar que los cambios
tecnológicos provocan también cambios en la intensidad del
trabajo, aumentándola; pero, especialmente en la agricultu-
ra, estos cambios en la intensidad van de la mano con la
reducción de la cantidad de fuerza laboral a disposición del
empresario, por lo que los cambios en la masa nueva de valor
son poco significativos.
Independientemente de su ritmo, la concentración de la
introducción de tecnología y de los aumentos en la produc-
tividad agrícola afecta inevitablemente al sector campesino.
La tendencia de largo plazo es inmutable: una hectárea cam-
pesina va arrojando un producto cuya expresión en dinero
se va reduciendo con los cambios tecnológicos en el sector
capitalista.6 El trabajo invertido por el campesino puede

la economía empezó a dejar atrás los efectos del periodo especial abierto por
el gobierno de la Unidad Popular a principios de la década. El precio del
trigo era de 2 240 pesos en 1974 y cayó a 780 pesos en 1981 (Rojas, 1984:
158|159).
6
En México, según el censo agrícola y ganadero de 1970, la producción de
maíz en las unidades de hasta cinco hectáreas era de 901 k, y de más de 1
100 k en las unidades privadas de más de cinco hectáreas. Tales eran los
rendimientos promedio para los ciclos de invierno y verano. El censo de
1991 arrojó los siguientes resultados: Ciclo de verano: 1 088 k por hectárea
en las unidades de hasta cinco hectáreas, contra 1 357 k en las unidades
de más de cinco hectáreas. Ciclo de invierno: 1 165 k y 1 856 k, respectiva-
mente. Estos datos no se refieren a realidades sociales significativas, puesto
que éstas no están necesariamente definidas por la extensión de la tierra,
pero son expresión de las desventajas de la pequeña producción. Según la

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244

ser el mismo, pero su expresión monetaria será menor. Ello


se debe a que a raíz de que el campesino no modifica sus
rendimientos al mismo ritmo que el capitalista, una parte
creciente de su trabajo no alcanza reconocimiento como so-
cialmente necesario. La parte de su esfuerzo que es tratada
por la sociedad como trabajo inútil, también tenderá a crecer.
Enfrentado al resto de la sociedad, el valor individual de su
producto cae demasiado lentamente, o simplemente no se re-
duce, debido a que su producto global no crece con la rapidez
requerida, o bien no manifiesta aumento alguno. El poder de
compra del producto de su parcela se reduce con cada ciclo.
Es aquí donde reside la clave de su intercambio desigual con
el resto de la sociedad: más trabajo por menos trabajo.
Se ha sostenido que este mecanismo genera transferen-
cias de valor por parte del campesino de las que se beneficia
principalmente el capital industrial. Ya Calva (1988) respon-
dió, con toda razón, que ése no podía ser el caso, puesto que
se trataba de trabajo perdido que no creaba valor. Pero hay
algo más en relación con esta situación. El capital industrial
no tiene interés económico en una producción campesina de
baja productividad, porque en la medida en que ella involu-
cra bienes que entran de manera decisiva en la determina-
ción del valor de la fuerza de trabajo, se presenta como un
obstáculo para la producción de plusvalor relativo y, por lo
tanto, para el desarrollo del capital en general.7 Esta situa-
ción es fuente de conflictos entre los intereses capitalistas
del campo y de la ciudad, y también entre los intereses de la
industria y los de los campesinos, ya que mientras la produc-
ción campesina cubra una parte del mercado y se trate del
mismo producto, el agricultor capitalista no está forzado a
reducir sus precios individuales con arreglo a la evolución de

CEPAL, “en 20 años el rendimiento promedio del grueso de la producción de


maíz en los minifundios ha aumentado desde aproximadamente 1 000 a 1
090 kilogramos por hectárea”, o sea, prácticamente nada (CEPAL 1997: 28).
7
Marx (1986, tomo III: 999) señalaba: “Además, lo correcto en los fisiócra-
tas es su tesis de que en realidad, toda producción de plusvalor, y por ende
también todo desarrollo del capital se basan, con arreglo a sus fundamentos
naturales, en la productividad del trabajo agrícola”.

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245

su productividad. Puede, como hemos señalado, fijarlos por


encima de su precio de producción, de manera que el precio
regulador del mercado no cae todo lo rápido que debiera. En
la medida en que ello ocurre, el trabajo de los obreros de la
agricultura capitalista aparece como trabajo potenciado, lo
que contribuye a incrementar la tasa de plusvalor en esta
rama, a la vez que relaja las presiones para la innovación
tecnológica en la misma. Pero de este modo no se crea plus-
valor para la clase de los capitalistas, ni mucho menos para
los industriales.
Para responder a su difícil situación, el campesino se ve
en lo inmediato forzado a intensificar su esfuerzo y a pro-
longar su jornada, con la perspectiva de compensar con más
trabajo su deficiencia en productividad
Pero el campesino no puede intensificar su trabajo ni pro-
longar su jornada como quisiera. Aparte de las limitaciones
físicas de su propia fuerza laboral, se tiene que enfrentar a
otros constreñimientos naturales, como el clima, pero sobre
todo a la reducida masa de medios y objetos de trabajo con
que cuenta. De nada le sirve estar dispuesto a explotar diez
hectáreas si sólo cuenta con cinco.
La situación del campesino se ve en la práctica agrava-
da por la expoliación de que es objeto por parte del capital
en sus distintas formas (véase A. Bartra, 1979; A. Warman,
1976). Pero estos factores no cumplen un rol necesario en
la determinación del devenir de la economía campesina. Lo
apuran pero no lo provocan; pueden ser eliminados, como
en buena parte ocurrió por un tiempo en México, pero no
salvarán a la economía campesina de su proceso de descom-
posición.
Mientras la agricultura capitalista sea atrasada y poco
extendida y la economía nacional se encuentre protegida, la
producción campesina puede cumplir una cierta funciona-
lidad económica para el desarrollo del capital, mediante la
provisión de bienes salarios y materias primas a precios re-
lativamente bajos, que el campesino puede sobrellevar mien-
tras tenga un excedente al cual renunciar. Ello puede incluso
levantar un cierto entusiasmo por su organización en el Es-
tado, que primariamente ve en ello una forma de dar salida a

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246

conflictos potenciales o reales creados por la presencia de una


sobrepoblación que de otra manera no podría hacerse de me-
dios de vida.8 Aunque de manera excepcional, éste es también
el momento en que algunos campesinos pueden transformar-
se en pequeños capitalistas. El avance de la agricultura “em-
presarial” erosiona esa funcionalidad hasta aniquilarla; para
entonces el horizonte del campesino se estrecha y se cubre de
nubes que anuncian miseria e incertidumbre.
El desbaratamiento de la economía campesina, esto es,
su agotamiento como proveedora de medios de subsisten-
cia suficientes para la familia, va, pues, acompañada de la
desarticulación de sus agentes como pequeños productores
subsidiarios, y de la transmutación de la condición social
de éstos. Su contacto con la acumulación capitalista no ha
hecho otra cosa que empobrecer al pequeño productor, por lo
que a él ya no le resulta funcional, y tenderá por consiguien-
te a refugiarse en el autoconsumo, mientras conserva con
aquélla vínculos más bien esporádicos. En lo fundamental,
en adelante se desenvolverá como un pequeño productor in-

8
La distribución de tierras en la región empieza a tener lugar en la fase
temprana del desarrollo del capitalismo. En Paraguay, por ejemplo, el Es-
tado dictó en 1926 una ley que explícitamente recogía la necesidad de dis-
tribuir tierras en cantidad suficiente para el sostenimiento del productor y
su familia, es decir, reconocía la necesidad de organizar productivamente a
aquella parte de la población que no podía ser absorbida por el capital, un
reconocimiento que la revolución había impuesto en México años antes. En
Panamá este proceso de asentamiento en el campo tuvo motivos peculiares,
pero reveladores. A. Gandásegui (hijo) describe el proceso en los siguientes
términos: “Las gigantescas obras de la construcción del ferrocarril tran-
satlántico, a cargo de una empresa norteamericana, del canal en el Istmo
por los franceses y de la construcción del Canal de Panamá, además de
la expansión de la producción bananera de la provincia de Boca del Toro,
promovieron la inmigración de una gran masa laboral. La sola construcción
del Canal de Panamá atrajo a más de cien mil trabajadores extranjeros.
Concluidos los trabajos, una parte de la fuerza laboral emigró, otra buscó
refugio en las ciudades y “miles de trabajadores se desplazan al campo”.
Obreros cesantes se transformaban así en pequeños productores rurales.
De ahí que para el autor “el campesino era prácticamente un proletariado
refugiado en el campo” (Marco A. Gandásegui, 1985). Pero ¿qué otra cosa
es el trabajador separado de los medios de producción que busca hacerse de
una parcela porque no tiene acceso al trabajo asalariado? El hecho de que
antes de hacerse de una parcela haya trabajado o no como asalariado no
cambia en nada la esencia de las cosas.

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dependiente. Este proceso afectará primeramente a aquellas


unidades relativamente más pequeñas con tierras de peor
calidad, para luego extenderse hacia el resto. Se van su-
mando de este modo a aquellas pequeñas explotaciones que
nunca llegaron a organizarse como economía campesina. Si
tomamos, a modo de ilustración, la tipología que en la CEPAL
se elaboró para el caso de México, diríamos que se trata aquí
de los productores de infrasubsistencia. En el nivel inmedia-
tamente superior nos encontraríamos con el eslabón inferior
del estrato propiamente campesino, esto es, los de subsisten-
cia, donde ya no se generan recursos para la reposición de
los medios de producción una vez satisfechas las necesidades
de alimentación. Más arriba estarían los campesinos estacio-
narios, que apenas se diferencian de los anteriores porque
generan un fondo de reposición que ya es insuficiente. Final-
mente, en el peldaño superior, tendríamos a los campesinos
excedentarios, que son los que cuentan con un cierto nivel
de inversión (CEPAL, 1986), el cual les permitirá conservar
un determinado consumo por cierto tiempo. En estas cate-
gorías, la contratación de fuerza laboral no supera las 25
jornadas anuales. Siguiendo la interpretación del devenir de
la economía campesina que hemos expuesto, habrá que decir
que los eslabones inferiores tenderán a ensancharse a costa
de los superiores, de modo que habrá un número creciente de
campesinos en situación de ser despojados de su calidad de
tales y que en los hechos lo son. No se trata necesariamente
de un desplazamiento sucesivo, peldaño por peldaño, hacia
abajo. Procesos como una crisis pueden provocar desplaza-
mientos bruscos que saquen violentamente por ejemplo a
un “estacionario” de su mundo campesino. Lo mismo ocurre
tras las subdivisiones de la parcela por herencia.
Cuando un productor entra en el nivel de la infrasubsis-
tencia, o aun si está en la transición hacia ello como campe-
sino de subsistencia, recibe el aviso de que no puede seguir
postergando su búsqueda de otra ocupación. Al salir tras
ella, se encuentra con que la salarización capitalista choca
con las barreras ya conocidas. En un estudio sobre el merca-
do laboral en México, sobre la base de datos obtenidos en el
segundo trimestre de 1988, se concluyó que:

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248

De aquellos que se dedicaron a actividades agropecuarias, el


28.9% lo hizo por cuenta propia, el 13.1% como empleadores y el
58% restante fueron trabajadores subordinados, es decir, asala-
riados, peones o jornaleros que no disponen de tierras y laboran
en parcelas ajenas, constituyendo una población de 3 644 732
habitantes. Sin embargo, de esta población trabajadora, encon-
traron empleo como asalariados permanentes sólo el 2.6% y el
21% como peones o jornaleros a destajo, es decir 1 495 597, lo
que representaba el 9.5% de la PEA. Si a esta información agre-
gamos que el 51.6% de ellos fueron contratados por ejidatarios
o comuneros individuales, frente a un 12.3% que fueron contra-
tados por agricultores y empresarios, y que el 34.1% del total
de los “subordinados” no recibió ningún tipo de remuneración,
se evidencia la poca capacidad de contratación de la fuerza de
trabajo en actividades agropecuarias y lo limitado del mercado
de trabajo propiamente rural (Lara, 1992: 43).

Las mismas causas que explican la presencia de la econo-


mía campesina, dificultan que sus desechos humanos ganen
un lugar en la explotación capitalista. Los procesos específi-
cos que acompañan el avance de la agricultura capitalista,
estrechan aún más las oportunidades en este sentido. En
efecto, Prealc hace ya tiempo que pudo apreciar en la agri-
cultura capitalista latinoamericana: a) una disminución del
trabajo permanente en beneficio de las contrataciones tem-
porales, como resultado de la modernización de los medios
y de la organización de la producción, y b) la eliminación
de las relaciones tradicionales en el interior de la propiedad
latifundista, donde se sostenían personajes como los huasi-
pungos, colones, arrendires e inquilinos, que se suman así
a la desbordante oferta de fuerza de trabajo (Prealc, 1982).
Pero, por otro lado, la proletarización en sentido estricto no
es necesariamente el objetivo del trabajador, ya que a me-
nudo aspira a mantener sus lazos con la parcela. Los que
anhelan y logran contratarse como asalariados permanentes
en el campo o en la ciudad, serán, pues, los menos. Ellos
han realizado su metamorfosis a proletarios con parcela. Los
que siguen en la parcela, en la medida en que apenas alcan-
zan a complementar sus ingresos provenientes de la tierra

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249

con otras actividades, lo cual ocurrirá en la mayoría de los


casos, son precarios productores independientes, arrojados
fuera del circuito capitalista. La parcela ya no es el domicilio
permanente de la familia; sus miembros emigran buscando
fuentes alternativas de subsistencia, y a menudo deben con-
tribuir al sostenimiento de los que se quedan, normalmente
trabajadores en el ocaso de su vida laboral.
La calificación de las generaciones que van siendo des-
plazadas, es generalmente la de jornaleros, y en esa calidad
una parte de ellos se desplaza de un trabajo eventual a otro.
Otros se proletarizan en la ciudad, ya sea en la industria o
en el comercio. Pero una buena parte se incorpora a la sobre-
población relativa o absoluta en el pequeño y micro-comer-
cio, o en otras “actividades por cuenta propia”, como el tra-
bajo de lavacoches, de artesano independiente, de vigilante
voluntario que vive de la caridad de los vecinos, de cargador
de equipaje, etcétera, o ingresan en el estrato doméstico de
la sobrepoblación. No hay manera de medir estos desplaza-
mientos de clases a partir de la información existente, pero
una cosa es cierta: una gran parte de los miembros de la
familia no se proletariza en el sentido de pasar a ser un tra-
bajador asalariado al servicio del capital. De donde se sigue
que la pequeña producción agrícola sólo cumple muy parcial-
mente la función de proveer fuerza de trabajo para la explo-
tación capitalista, lo cual es comprensible en el contexto de
un capitalismo que no sólo crea una sobrepoblación relativa
sino también una que es absolutamente excedente respecto
de sus necesidades de valorización.
Es cierto que la explotación de infrasubsistencia no es
completamente inútil y el productor no escatimará esfuer-
zos para obtener de su parcela el máximo provecho. Los cul-
tivos tienden a ser de productos para el autoconsumo, pues
el productor quiere asegurarse de contar con ciertos bienes
necesarios para su subsistencia, invirtiendo menos dinero
en producir alimentos que en adquirirlos.9 La parcela tam-

9
En sus investigaciones, Roger Bartra encontró que “con cierta cantidad
de trabajo invertida y una suma de dinero más o menos pequeña, se obtie-

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250

bién le abre ciertas oportunidades para la crianza de aves


y hasta de algún ganado menor. Junto con ello su dieta se
empobrece, pero ya no puede confiar en el mercado. Entre
los pequeños productores del campo, la producción para el
autoconsumo tiende a ensancharse. De este modo, la parcela
provee una parte de los alimentos y un lugar donde vivir, en
especial a los padres y a los hijos menores. Pero la peque-
ña explotación ya no es sostenible por sí misma; de ahí que
sea decisiva la intervención de los miembros de la familia
que han encontrado otras ocupaciones y cuyas aportaciones
mantienen a la parcela con vida.
Pero hay además otro aspecto involucrado. Si los miem-
bros de la unidad lograran hacerse de una ocupación per-
manente y relativamente segura, sus lazos con la misma
tenderían a debilitarse con más prontitud. Sin embargo, sus
empleos son frecuentemente precarios, estacionales y a me-
nudo extralegales. Debido a ello, la parcela tenderá a ope-
rar como un hogar de emergencia para los familiares cada
vez que se vean lanzados al desempleo, lo cual contribuye a
mantener vivos los vínculos con ella. Mientras tanto, los que
permanecen en la parcela no tienen manera de ocultar su
pertenencia a la sobrepoblación absoluta, hacia la cual han
sido empujados por la propia evolución capitalista, la misma
que en otro momento consideró necesaria su expansión para
la estabilidad social y la producción de riqueza.

3. Efectos sociales
del neoliberalismo en el campo

La globalización neoliberal vino a crear un contexto particu-


larmente grave para la sobrepoblación en el campo. La for-
ma del crecimiento orientada al exterior con su respaldo

ne un volumen de alimentos (casi siempre maíz y frijol) cuyo precio en el


mercado es superior a la pérdida monetaria que ocasiona su producción.
Es cierto que el valor de estos alimentos en realidad es más alto que en el
mercado si se toma en cuenta el trabajo invertido; pero el productor aquí no
valoriza su trabajo” (R. Bartra, 1987: 91).

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251

ideológico, el neoliberalismo, aceleró la descomposición de la


economía campesina y estrechó de manera particularmente
aguda el mercado laboral urbano, cerrando todavía más las
perspectivas de los desocupados. La apertura comercial trajo
consigo nuevas exigencias en términos de productividad, por
lo que nuevos sectores fueron expulsados de su mundo cam-
pesino y lanzados al ejército de producción de infrasubsis-
tencia. La economía de infrasubsistencia es el refugio rural
de parte de los desahuciados de la sobrepoblación, no sólo
del campo sino también de la ciudad. Su importancia social
es enorme, a pesar de lo cual sigue creciendo. Ya en 1970, los
productores con una parcela cuyo potencial productivo era
insuficiente para alimentar a la familia, constituían 55.6%
del total en México. Por entonces los productores de maíz y
frijol en el nivel de la infrasubsistencia sumaban alrededor
de 1 090 000 (Cepal, 1986). Se ha calculado que para fines de
los noventa el número de productores de maíz y frijol que no
cultivaban para el mercado, alcanzaba ya la cifra de 1.4 mi-
llones (CEPAL, 1999). Para Centroamérica se ha estimado que
el número de pequeños productores en microfincas y en fin-
cas subfamiliares creció de 1.040.4 a 1.140.5 miles entre
1989 y 1993, y se proyectaba que llegarán a 1.325.5 miles en
el año 2000 (CEPAL, 1995). Es aquí donde se localiza la mayor
parte de la sobrepoblación rural y no en la economía campe-
sina. Su forma principal es la de sobrepoblación absoluta y
no relativa.
Esta evolución socioeconómica trae serias implicaciones
políticas. Es aquí también donde se acumula el potencial de
lucha más radical en el campo. Se trata de una masa para la
cual no están en juego sus cadenas, sino su existencia mis-
ma. Ofrecer la vida a una causa no es tan difícil cuando la
vida está siendo consumida por las enfermedades de la po-
breza y se carece de expectativas. Es lógico que la revolución
en Nicaragua o la guerrilla en El Salvador hayan reclutado
de este sector la mayor parte de su fuerza social y política, o
que en México ocurra otro tanto con la guerrilla zapatista. Si
en algún momento la pequeña producción independiente en
el campo representó una válvula de escape para los conflic-
tos sociales, hoy en día aparece claro que una solución que

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252

no atacaba los problemas de fondo y que no vino acompaña-


da por esta última, sólo podía operar parcial y provisional-
mente.
Antes de avanzar conclusiones, será necesario abordar,
así sea brevemente, la cuestión de los efectos sobre el deve-
nir campesino del conflicto entre capital y naturaleza, con-
flicto que ha sido ignorado en esta reflexión hasta ahora,
pero que demanda atención. La evolución de los precios agrí-
colas es una de las manifestaciones más visibles de este con-
flicto, por lo que la tomaremos como punto de partida.

Indices de precios* internacionales


Base 1990 = 100

Producto 1980 2000


Arroz 127.4 94.3
Maíz** 114.9 70.1
Trigo 118.9 84.0
Sorgo 124.0 84.7
Algodón fibra 113.2 60.8
Azúcar 229.2 64.5
Banano 69.1 77.2
Café 184.0 101.3
Camarón 93.9 139.8
Carnes vacunas 109.1 76.0
Tabaco 79.9 76.1

Fuente: CEPAL, 2001


*En dólares por toneladas. **Estados Unidos, Chicago.

La reducción de los costos unitarios como resultado de los


avances en la productividad, es una tendencia general de la
producción capitalista, que en general se ve reflejada en el
movimiento de los precios. En el largo plazo, los precios uni-
tarios tienden a bajar porque cae su valor. Y así ha sido en el
proceso histórico. Sin embargo, en los últimos tiempos, y en
particular durante la segunda mitad de la primera década
de este siglo, dicho movimiento ha sido seriamente perturba-
do. Los precios de los productos primarios se han incremen-
tado, a pesar de la volatilidad de sus movimientos. Crecieron
durante la bonanza exportadora de 2003-2008; cayeron en
2009 en los peores momentos de la actual crisis, pero volvie-

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253

ron a incrementarse en 2010, especialmente durante el se-


gundo semestre de ese año. Distintos factores que se han
desencadenado con fuerza particular durante la presente
etapa, y a los cuales ya hemos hecho referencia, explican
estos aumentos. El punto aquí es que se trata de factores
que han surgido como resultado de la explotación capitalis-
ta, pero que al mismo tiempo cuestionan la continuidad de
esta última; ponen de relieve, al igual que otros factores, que
las modalidades actuales de explotación capitalista de la na-
turaleza están en crisis. Destacan en este sentido:
1) Los efectos del cambio climático. Es verdad que no se
conocen todavía estudios que midan, aun en términos de
aproximación, los efectos del cambio climático en la región,
aparte de las previsiones construidas sobre la base de esce-
narios posibles. Aunque se ha informado sobre las extensio-
nes afectadas por eventos climáticos en algunos países, es
posible cuestionar que estos efectos sean con toda certidum-
bre parte de la nueva situación que se ha dado en llamar
“cambio climático”. Sin embargo, el impacto negativo de es-
tos efectos, aunque aún no pueda medirse, puede darse por
cierto. Los agricultores saben por experiencia que el princi-
pal riesgo de su actividad es la variabilidad climática, y la
observación académica ha podido constatar la relación entre
estos eventos naturales y los precios agrícolas. “La fuente
más recurrente de variabilidad de los precios en la agricul-
tura ha estado históricamente constituida por eventos cli-
máticos extremos”. Y también se sabe

que la frecuencia de inundaciones y sequías en el continente


americano se ha multiplicado por veinte entre la primera mitad
del siglo pasado y los años 2000. Estos desastres climáticos han
generado pérdidas de cosechas a nivel mundial, provocando no
sólo vaivenes en las cotizaciones de los precios de los productos
agrícolas, sino también hambrunas en las regiones más vulne-
rables (CEPAL/FAO/IICA: 2011: 13).

2) Los aumentos en los precios del petróleo por razones


ya discutidas, inciden directamente en los costos de los in-
sumos agrícolas y del transporte. Según estimaciones, sólo

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los fertilizantes se han encarecido entre 90% y 150% en los


primeros diez años de este siglo. Como la época del petróleo
barato puede darse ya por superada —y aunque se deje de
lado la volatilidad en sus precios como resultado de eventos
internacionales de distinto tipo—, es razonable esperar que
los precios agrícolas tiendan a estabilizarse en un cierto ni-
vel alto, al menos mientras la ciencia no descubra nuevos in-
sumos y medios de transporte. El peak oil ha contribuido de
este modo a perturbar el curso normal de las cosas en cuanto
a la evolución de los precios bajo el capitalismo.
3) La producción de biocombustibles ha afectado la pro-
ducción de alimentos. Una parte creciente de la cosecha de
maíz se ha venido enviando a las destilerías de etanol, y
una parte creciente de la producción de aceites vegetales
está siendo utilizada para la obtención de biodiesel; ambos
productos han surgido y evolucionado con gran éxito duran-
te la tercera etapa. Junto con ello, un nuevo conflicto rela-
cionado con el uso de la tierra se ha abierto, poniendo en
evidencia una nueva paradoja: el medio ambiente, al igual
que los capitales que ahora gozan de acceso a combustibles
más baratos, podrían verse beneficiados con el uso de las
nuevas tecnologías —aunque la discusión al respecto no
está todavía resuelta—; pero al mismo tiempo se ven afec-
tadas las condiciones de vida, en particular las de la pobla-
ción más pobre, precisamente la menos culpable del cambio
climático.
Como factores adicionales, se han destacado los siguientes:

– La demanda mundial de alimentos se ha incrementado


por el cambio de los patrones de consumo en regiones
del Asia, especialmente en China e India, favoreciendo
en particular el consumo de cárnicos y lácteos, aumen-
tando también la demanda de forrajes y promoviendo
cambios en el uso agrícola del suelo.
– La financierización y la especulación también han sido
señaladas como factores de las alzas de precios. El nú-
mero de contratos de futuros en granos básicos, creció
fuertemente en la primera década, y se sabe que conti-
núa por esa ruta a inicios de la segunda década. Pero

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no parece razonable afirmar que estos procesos sean


causas principales del incremento de los precios. Con
todo, la evidencia disponible sí empuja a reconocer que
la existencia de liquidez en dólares resultante de la po-
lítica fiscal estadounidense, ha reforzado el desarrollo
de prácticas especulativas y el impacto de los fenóme-
nos que, por un lado, han afectado la producción de ali-
mentos y, por otro, han incrementado su demanda.
– En un contexto semejante sólo cabía esperar que las
reservas de granos cayeran constantemente en el mer-
cado mundial, como efectivamente lo hicieron. Desde
1995 se han reducido a una tasa promedio anual de 4%.
Entre los ciclos 2009-2010 y 2010 y 2011, las reservas
de maíz y trigo han continuado cayendo.
– Algunos países decidieron reducir sus exportaciones
con vistas a garantizar los abastecimientos internos.

El FMI ha advertido que “el mundo quizá deba acostum-


brarse a alimentos caros” (González, 2011). La incertidum-
bre que se trasluce en la declaración refleja las dudas que,
en este caso, el organismo revela en cuanto a las causas del
fenómeno. Aunque atribuye las alzas “de los últimos nueve
meses” a “fenómenos transitorios, como las alteraciones cli-
máticas”, también reconoce la intervención de causas estruc-
turales como el incremento de la demanda, que es lo que fun-
damenta su pronóstico. Pero también sabemos que dichas
“alteraciones” han sido incorporadas a la cotidianidad de la
vida del planeta, como resultado de la explotación irracional
de los recursos naturales por la producción capitalista, y que
deberá pasar no sólo un largo periodo sino una seria reorga-
nización productiva social y política, antes de que se llegue a
controlarlas. Todavía no estamos en condiciones de apreciar
con certeza hasta dónde el capitalismo ha sido capaz de dis-
torsionar sus propias condiciones de existencia.
La cuestión aquí es saber si los pequeños productores, y
el campesinado entre ellos, se han visto o no favorecidos por
el incremento de los precios de los alimentos, o, dicho de otra
manera, si los cambios en la condiciones de funcionamiento
del capitalismo han operado o no en su favor.

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El impacto de un incremento tendencial de los precios por


un periodo prolongado sobre las condiciones de vida de los
pequeños productores, depende fundamentalmente, en prin-
cipio, de la relación entre sus ventas y sus compras. Pero si,
en relación con el campesino, nos atenemos al supuesto de
que su producto le permite sobrevivir, la nueva relación de
precios apenas le permitirá compensar los precios más altos
de los bienes de consumo que debe comprar. No hay razones
para pensar que el mayor ingreso que podría obtener gracias
a sus ventas no será absorbido por el mayor precio de los
bienes que compra, ni que la volatilidad de los precios pueda
operar en su favor, excepto incidentalmente.
Los pequeños productores no pueden incrementar su pro-
ducción a fin de aprovechar con eficacia las oportunidades
del mercado. Carecen de acceso al crédito, a la innovación
tecnológica e incluso a las tecnologías existentes, a las cade-
nas productivas y comerciales vinculadas a los grandes mer-
cados, y ni siquiera pueden modificar su patrón de produc-
ción, excepto cuando se trata de desplazarse hacia cultivos
menos costosos, como ocurre en los casos en que se abandona
la producción de alimentos para seres humanos para concen-
trarse en ciertos forrajes.
De hecho, cierta evidencia demuestra que los sectores
menos protegidos tienden a un mayor empobrecimiento
como resultado del aumento de los precios. Así, CEPAL, FAO e
IICA informan que en el marco del aumento en los precios en
2007-2008, se estima que el 20% más pobre de la población
de Guatemala y Perú redujo su consumo de calorías en 8.7
y 18.7%, respectivamente. En ambos países, “la mayoría de
las familias, entre ellas las pertenecientes a hogares agrí-
colas, pierden ante una situación de aumento en los precios
de alimentos”. A su vez, como cabe esperar, “el impacto es
mayor en familias pobres que dedican un alto porcentaje del
presupuesto del hogar al consumo de alimentos” (2011: 24-
25). Para los pequeños productores, el curso de su devenir
económico no mejorará como resultado de la estabilización
por un tiempo de un nuevo nivel de precios; es decir, el incre-
mento de los precios no revierte la tendencia de la economía
campesina a su descomposición.

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Sin embargo, los procesos que tienen un impacto sobre


la posición de los productores del campo respecto de la eco-
nomía dominante, no se reducen a la dinámica específica
de la producción campesina. Según se percibe en el caso de
México, en el seno de la agricultura capitalista están te-
niendo lugar desarrollos que vienen agudizando su deterio-
rada situación, pero que también están dejando su marca
entre los sectores más débiles de la propia “producción em-
presarial”. La reorientación del crecimiento que sitúa como
eje al mercado externo, redujo los estímulos a la produc-
ción en la medida en que contrajo el mercado interno. Esta
contracción aparecía al principio como una condición para
hacer posibles la conversión de la producción y el despla-
zamiento de los capitales hacia bienes para la exportación;
pero la nueva situación devino luego en un factor inherente
al esquema de crecimiento, en la medida en que éste envi-
lecía el trabajo y concentraba drásticamente el ingreso. El
funcionamiento económico internalizó unos elevados nive-
les de desempleo, un crecimiento del PIB por persona muy
inferior al del periodo de crecimiento orientado al mercado
interno (más de 3% entre 1945 y 1980, contra 1.6% entre
1990 y 2000, y 1.7% entre 2001 y 2009), y unos más altos
niveles de pobreza.
Esta evolución de los precios, en el marco de un des-
envolvimiento regular del capitalismo, informaba de los
cambios en la productividad y, por tanto, reflejaba el tipo
de desafíos a que eran llamados los productores latinoame-
ricanos en cuanto a la introducción de progreso tecnológico.
Pero, en los hechos, la apertura comercial venía a poner a
la agricultura y a la producción pecuaria frente al desafío
de competir con capitales que producen en mejores condi-
ciones y controlan el progreso tecnológico, o que simple-
mente tienen un más fácil acceso al mismo. De este modo,
la agricultura capitalista local fue situada, respecto de la
producción de los países desarrollados, en una posición de
desventaja similar a la que son empujados los campesinos
por ella. En efecto, la comparación de la productividad en-
tre América Latina y Europa, EUA y Canadá, arroja los
siguientes resultados:

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DIFERENCIAS EN LA PRODUCTIVIDAD
(DÓLARES INTERNACIONALES DE 1980)

Productividad Año Europa EUA y Canadá A. Latina


F. de trabajo 1970 1 904 11 571 1 058
1990 4 747 22 561 1 588
t.de labranza 1970 450 218 332
1990 577 317 428
Tasa de 1970 4.7 3.4 2.1
crecimiento 1990 1.3 1.9 1.3
Fuente: CEPAL, 1995 a.10

Esta situación no mejoraría durante la década de los no-


venta ni durante la primera década de este siglo. Por el con-
trario, la productividad relativa de la agricultura, la caza,
la silvicultura y la pesca respecto de la productividad del
mismo sector en Estados Unidos, pasó de representar 14.2
% en 1990 a 13.3% en 1998, a 10.7% en 2003 y a 7% en 2008
(CEPAL, 2010). Es decir, la brecha, antes que reducirse, se
extendió. Esto en condiciones donde el crecimiento de la pro-
ductividad en Estados Unidos fue mucho menor que el creci-
miento que tuvo lugar en la mayor parte de Asia. Al mismo
tiempo, las exportaciones agrícolas, aunque en mucho menor
medida que las exportaciones mineras, también contribuye-
ron a contener la tendencia al déficit comercial entre 2003
y 2008. Ello sugiere que el incremento de las exportaciones

10
Detrás de estas diferencias, hay un uso muy dispar de insumos y una dis-
tancia que no cede significativamente al respecto. Por. ejemplo, para ocho
países desarrollados (Canadá, Estados Unidos, Bélgica, Noruega, Francia,
Suecia, Reino Unido e Italia) se ha observado un uso de 6.28 tractores por
cada cien trabajadores en promedio en 1970. En 1990, el número de trac-
tores había aumentado a 13.24. En 10 países latinoamericanos (Uruguay,
Argentina, Venezuela, Chile, Brasil, Costa Rica, México, Paraguay, Colom-
bia y Guatemala), el número de tractores que se usaba en 1970 era de 0.39
por cada cien trabajadores (o 3.90 por cada mil), cifra que aumentó apenas
a 0.69 veinte años después. Lo mismo ocurre con los fertilizantes. En el
primer grupo de países se emplearon en promedio 120.6 kilógramos de ferti-
lizantes por hectárea en 1970, y 136.0 en 1990. En el mismo grupo de países
de la región se consumieron 6.97 y 16.85 en los años indicados.

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del sector descansó fundamentalmente en el incremento de


los precios y no en los avances en productividad basados en
la incorporación de progreso tecnológico. Como ya se ha su-
gerido, y al margen de condiciones naturales especiales, si
se ha avanzado en la productividad mediante inversiones en
innovación, ello habrá ocurrido preferentemente entre las
grandes empresas. Se confirmaría de este modo el patrón
tradicional de incorporación de progreso tecnológico en la re-
gión durante las últimas décadas:

Los sectores más modernos y capitalizados estuvieron en condi-


ciones de introducir innovaciones tecnológicas, mayores grados
de mecanización y de orientar su producción hacia las activi-
dades más prometedoras. En cambio, los pequeños productores
sufrieron un estancamiento y, en muchos casos, un retroceso,
debido a sus dificultades para acceder al crédito, la tecnología
y a los mercados, así como a su concentración en cultivos tradi-
cionales, que compiten con las importaciones (CEPAL, 2004: 76).

De modo que si la situación de los precios representaba


una posibilidad para el desarrollo agrícola, esta oportunidad
fue aprovechada por los países desarrollados, y en mucho
menor medida por algunos países como Brasil. Esta situa-
ción es claramente ilustrada por la producción mundial de
cereales en 2007 (Graziano, 2009).
El impacto de esta situación salta a la vista: la agricul-
tura latinoamericana da nuevos pasos hacia atrás en sus
condiciones para competir en el mercado mundial. De ello se
sigue que la apertura comercial ha de traducirse en nuevos
golpes a la agricultura regional, que en conjunto parece no
encontrar la manera de mejorar su posición internacional.
Pero no menos significativas son las repercusiones sociales
internas de esta situación. En principio, ello debería tradu-
cirse en un empobrecimiento de los productores medios y
pequeños orientados al mercado interno; pero, en el fondo
de las cosas, nos encontramos con desarrollos mucho más
complejos. Se trata, en realidad, de una evolución que se
traduce en deslizamientos sociales “hacia abajo”, los cuales
han venido a engrosar las filas de la producción campesina,

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como si ésta necesitara compensar, aunque sólo fuera débil-


mente, su propia descomposición. En efecto, si se observan
con atención los detalles de este proceso, se encontrará que
su contenido es la campesinización de una cierta masa de
empresarios capitalistas.
A raíz de la evolución a la baja de los precios, se modificó
la extensión de cultivo que permitía el sostenimiento de las
familias, pero también el mínimo que permitía la obtención
de una ganancia que hiciera viable la producción capitalista.
La CEPAL constató esta situación, para el caso de México, en
los siguientes términos:

La caída del ingreso en la producción de granos en el segmento


tradicional de productores se ha reflejado en una tendencia ha-
cia la concentración de la producción. […] Sólo produciendo en
extensiones más grandes, los agricultores han podido mantener
el nivel de ingresos que tenían a principios de los ochenta. Ello,
por supuesto, ha implicado la salida de varios agricultores del
mercado.
Algunos agricultores entrevistados señalan que, si anterior-
mente lograban un ingreso adecuado con 100 hectáreas sembra-
das de granos, ahora requieren producir en 250 hectáreas para
más o menos mantener su nivel de ingresos. Así la producción
de granos se ha convertido en una actividad de “volumen”; ade-
más ahora demanda una mayor capacidad de análisis por parte
del agricultor sobre la mejor combinación de insumos a aplicar,
dados los constantes cambios en sus precios relativos y, ante la
contracción del crédito para el agro, el agricultor debe contar
con el suficiente capital para financiar él mismo su actividad.
Nuevamente, sólo un segmento relativamente reducido de pro-
ductores cuenta con estas habilidades (CEPAL, 1999:74).

Una cierta masa de capitalistas que no estamos en con-


diciones de precisar numéricamente, fue de este modo em-
pujada a la producción para la subsistencia. Las estadísti-
cas apoyan esta aproximación, aunque no necesariamente
la demuestran. Por un lado, cayó de manera dramática el

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número de empleadores de fuerza de trabajo —en México


se estimaban en 855 168 para 1988 (CEPAL, 1999), en tanto
que la encuesta nacional de empleo de abril-junio de 2000
registra sólo 166 557 (INEGI, 2000)—; por otro, el número de
trabajadores agropecuarios asegurados en el Instituto Mexi-
cano de Seguridad Social ha caído en 21% entre 1982 y 1998,
mientras que ha crecido el número de trabajadores por cuen-
ta propia de 1 924 854 (CEPAL, 1999) a 2 669 355 entre 1988
y 2000 (INEGI, 2000).
En una investigación que tuvimos la oportunidad de con-
ducir, llevada a cabo por Imelda Castro en Zacatecas (Méxi-
co), se pudo confirmar la sensatez de este postulado (Castro,
1996). Se constató la existencia de empresarios capitalistas
que se vieron obligados o bien a reducir al mínimo el uso de
fuerza de trabajo asalariada, o bien a abandonarla comple-
tamente para hacer descansar la producción en el trabajo
familiar; que desecharon el uso del tractor para reempla-
zarlo por la yunta; que han transformado tierras de riego
en tierras de temporal por los altos costos de la electricidad;
que han dejado de aspirar a una ganancia para concentrar-
se en el consumo, y que constituyen una realidad bastante
difundida en el agro de este estado. Es cierto que en México
hay condiciones especiales para la aceleración de estos des-
plazamientos de clase, ya que están de por medio no sólo
las constantes recesiones, sino también una brutal ofensiva
del capital financiero contra los productores, en particular
los medianos y pequeños, que privó a éstos de crédito y los
transformó en deudores de largo plazo. Pero la tendencia ge-
neral de la economía ya apuntaba en esa dirección, y no será
fácil revertir realmente esta situación mientras las condi-
ciones generales del desenvolvimiento económico persistan.
Políticamente, estos desplazamientos sociales en el agro
mexicano también han tenido su expresión específica, como
en realidad cabía esperar.11 Del curso de los acontecimientos

11
El movimiento político de los productores del campo en México ha encon-
trado diversas expresiones, las cuales corresponden a las diferencias objeti-
vas que existen entre ellos. Una expresión más adecuada a la producción de
infrasubsistencia es el movimiento zapatista surgido en Chiapas. A su vez,

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en el nivel político nada puede anticiparse todavía, ni siquie-


ra los juicios sobre su evolución hasta ahora. No se puede
descartar tampoco que el movimiento reciente de los precios
esté conteniendo al menos la transmutación de capitalistas
en campesinos.
De lo que no cabe duda es que el siglo XXI se inauguró
con una creciente acumulación de tensiones en el campo lati-
noamericano, acumulación que se arrastra desde las últimas
décadas del siglo pasado y se prolonga agudizando cada vez
más la necesidad de una respuesta. Los rasgos propios del
colonialismo industrial permanecen intocados; ello impide a
la región abordar por sí misma los grandes desafíos que le
plantean la permanente creación de sobrepoblación, la crisis
general que se vive, el conflicto que ha estallado entre la
producción y la naturaleza, y el grave problema energético
que este último contiene.
En suma, no existe un proceso puro de extinción del cam-
pesinado que permita ver a éste como una especie que pudo
fortalecerse con base en los desarrollos políticos del pasa-
do, y que en la actualidad carece de fuerza para sobrevi-
vir; el campesinado también ha estado reclutando nuevos
miembros de entre los capitalistas arruinados, quienes se
han visto forzados por el propio avance del capitalismo en
la agricultura, a renunciar a sus anhelos de ganancia y a
refugiarse en la producción para el consumo. La lógica por
la cual la riqueza se concentra al mismo tiempo que se ex-
tiende la pobreza, también hace posible que se propague la
producción no capitalista al lado de la expansión de la gran
empresa.

los productores capitalistas pequeños y medianos que están siendo arroja-


dos a la economía campesina, encontraron su expresión orgánica más ade-
cuada en El Barzón. La apertura de ciertas posibilidades para la resolución
de los problemas financieros de estos últimos dentro del esquema económi-
co en práctica, logra por momentos contener la radicalización de sus luchas.

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6. HACIA LA DESCOLONIZACIÓN

Superar el subdesarrollo y deshacerse del colonialismo in-


dustrial son la misma cosa. De lo que se trata es de refor-
mular la estructura económica interna, de modo que ésta
deje de relacionarse con el mundo desarrollado en una posi-
ción subordinada y como objeto de dominación. Ésta es con
seguridad una tarea urgente y de enorme significado para
las sociedades latinoamericanas. Sin embargo, los datos de
la realidad contemporánea suscitan dudas sobre su posibi-
lidad; o deberían hacerlo, porque las rutas objetivamente
abiertas en los países más importantes de la región están to-
davía a una distancia considerable del punto en que empieza
la construcción de una sociedad realmente superior.
Ya puede verse que el tema cae lejos de las preocupacio-
nes de la ideología y la política dominantes, donde la repro-
ducción del actual estado básico de cosas ocupa toda la aten-
ción; en cambio, para el pensamiento social crítico de la re-
gión, esta cuestión debe figurar entre las prioridades de la
agenda del debate actual. En este capítulo intentamos con-
tribuir a dicho debate con las proposiciones expuestas a lo
largo de este libro. A una determinada concepción de la rea-
lidad corresponden unas determinadas nociones sobre el ca-
mino para superarla, con la flexibilidad que permita ajustar-
las a los inevitables cambios que cotidianamente tienen lu-
gar en el ambiente socioeconómico, político y cultural; es
decir: las reflexiones que siguen están fundadas en el apara-
to conceptual que hemos expuesto, pero también en la situa-
ción global tal como la apreciamos en 2013.

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1. La cuestión de la forma social


de la producción

El colonialismo industrial y el subdesarrollo pueden supe-


rarse por la vía capitalista. Así lo han demostrado las ex-
periencias de los “países emergentes” y ninguna negación
absoluta de esta posibilidad en la región puede derivarse de
las diferencias en tiempo y espacio. El régimen político en
esas experiencias, por su parte, varía según la historia y la
cultura de los países y según el avance del proceso; pero la
base social sobre la cual tiene lugar es la misma: la separa-
ción del trabajador y los medios de producción; es decir: la
organización política del capitalismo en el proceso ha estado
abierta a diferentes posibilidades (en general, a dictaduras
y democracias). Esas experiencias ofrecen valiosas señales
a la hora de reflexionar sobre las posibilidades de la región,
siempre y cuando seamos capaces de aprehender las especi-
ficidades que marcan distancias en el tiempo y en el espacio,
así como diferencias sociales y económicas. Claro, también
esto está vinculado a las posiciones teóricas con las cuales se
abordan los diferentes escenarios.
Sin embargo, los auspicios de la ruta capitalista no son
estimulantes. El capitalismo mismo, como modo de explota-
ción de unos hombres por otros, empuja a pensar en si la su-
peración del subdesarrollo realmente promete algún cambio
significativo en términos de bienestar social. La situación
global en la actualidad reduce aún más el crédito que me-
rece esta salida. Destaquemos algunos rasgos: el desarrollo
capitalista ya se está mostrando incapaz de resolver proble-
mas vitales de sectores crecientes de la población. Los altos
niveles de desempleo (con la emergencia y crecimiento de
una sobrepoblación consolidada), la expansión de necesida-
des insatisfechas, los esfuerzos frustrados por salir del en-
deudamiento entre las familias de trabajadores, la enorme
e irracional concentración de la riqueza, las incontrarresta-
bles tendencias a la violencia y a las guerras, la irrupción
desbordante de la criminalidad en la vida cotidiana, el des-
carnado e interminable asalto a conquistas democráticas, la
represión, la corrupción y demás, informan del proceso de

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265

descomposición en que se encuentra inmersa la sociedad. Lo


peor es que aún no se vislumbra en el horizonte imaginable
el punto final de esta tragedia creada por el capital y para
el capital.
No es para nada claro que la superación del subdesarrollo
por la vía del capitalismo pueda contribuir a detener estas
tendencias. Ciertamente, la situación de un país que acce-
de a su descolonización mejorará respecto de su situación
anterior; pero a nivel global, las ventajas que se obtienen
con la superación del subdesarrollo en un punto del sistema
colonial, desactivan los mecanismos de beneficio para el otro
polo, al menos en términos de empleo y estabilidad social y
política. Del desarrollo capitalista sólo puede esperarse una
creciente expansión de la miseria a la par que una concen-
tración de la riqueza, la cual cada vez es menos una cuestión
de la extracción de plusvalor y cada vez más un asunto de la
distribución de este último.
El capitalismo no resolverá la contradicción que ha crea-
do entre la producción y la naturaleza. Es un conflicto rela-
cionado con la irracionalidad económica creada por el afán
de ganancia. Enorme entusiasmo ha generado la producción
de gas de esquisto, a tal punto que en Estados Unidos figuró
de manera importante, como bandera para la independencia
energética, en el repique de campanas que culminó con la re-
elección de Barack Obama. Ello a pesar de que sus impactos
negativos sobre la evolución del cambio climático y el medio
ambiente han sido denunciados desde las más diversas pos-
turas económicas y políticas. Entre estos impactos han sido
destacados: a) el uso de volúmenes de agua muy superiores
a los requeridos por la extracción de gas convencional; b)
destruye fuentes de agua dulce y tiene efectos sísmicos ya
comprobados; c) el producto de las explotaciones es mucho
menor que las explotaciones de gas convencional, por lo que
sus efectos sobre el medio ambiente son mayores. Los pozos
se agotan más rápidamente, de modo que inversiones cada
vez mayores son requeridas sólo para mantener los niveles
de producción. Así y todo, en Estados Unidos, el país donde
la producción de gas de esquisto ha tenido mayor avance, se
redujeron los precios del gas. Como resultado cayeron el con-

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266

sumo de carbón y su precio, favoreciendo sus exportaciones y


la distribución de sus efectos contaminantes hacia otros paí-
ses, al mismo tiempo que se ha desalentado la investigación
de energías alternativas; d) el proceso de extracción provoca
fugas de metano, mucho más contaminante que el CO2, de
modo que la reducción de este último no significa una baja
proporcional en la generación de contaminantes. Razones de
este tipo han inhibido la explotación del gas de esquisto en
Europa. Francia, Rumania, República Checa y Bulgaria de-
tuvieron sus proyectos de explotación. En fin, el caso de este
nuevo producto milagro viene a confirmar la falta de interés
del capital por el cuidado de la naturaleza.
Inmerso en esta doble contradicción, agravada en la pre-
sente etapa (relaciones de producción y naturaleza), la pro-
ducción capitalista no logra dar con la salida para ninguna
de las dos. Desde 2000-2002, la producción en el mundo de-
sarrollado no logra avanzar de manera estable; en la prácti-
ca, más bien sufre convulsiones profundas (2007-2009), y ya
casi ha agotado los métodos con que les ha hecho frente (en-
deudamiento, bajas tasas de interés). Ya entrada la segunda
década, no se visualizan tiempos mejores para el Occidente
desarrollado.
Y a pesar de todo, tampoco el socialismo parece realizable
en la región en el corto y mediano plazos, y de seguro no lo
será en el horizonte de un par de décadas, a menos que en el
entretanto ocurran revoluciones en los países desarrollados.
Entendemos aquí por socialismo las nociones esbozadas por
Marx (Figueroa, 1999: Apéndice). Entre los motivos por los
que no es razonable pensar en esta salida por ahora, desta-
camos los siguientes:
Los trabajadores sólo podrían alcanzar un control parcial
de los medios de producción y de la producción misma; es
decir, están incapacitados para acceder al control que per-
mita romper la separación. La barrera es el subdesarrollo
mismo. La fuerza laboral no se ha desarrollado hasta el pun-
to en que puede asumir el comando de la producción. Como
ya lo hemos dicho, tras la apropiación continúan separados
los bienes materiales y el conocimiento que los creó. Este
último, en lo fundamental, permanece bajo el control de

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los países capitalistas desarrollados. Como en la economía


subdesarrollada no existe la división entre trabajo general
y trabajo inmediato, tampoco existe la posibilidad de iniciar
la disolución de esta separación. No sería posible, por tan-
to, acceder a una sostenible soberanía económica ni al pleno
ejercicio de la democracia que es consustancial al socialismo.
Éste es un tema crucial. El desarrollo capitalista transformó
la producción en una función de la ciencia; el desafío prin-
cipal para el socialismo es, por consiguiente, arrebatarle al
capital el control sobre el trabajo científico. Antes de que eso
ocurra, no puede afirmarse que haya ocurrido una revolu-
ción en las relaciones de producción. Ciertamente, el control
sobre el trabajo científico no es una cuestión secundaria.
Por cuanto la economía, bajo un régimen pretendida-
mente socialista, conservaría así por un tiempo su carác-
ter subdesarrollado, también persistirían las dificultades
económicas derivadas de ese carácter. Desde luego, puede
argüirse que ése es el precio que hay que pagar mientras
los trabajadores se las arreglan para avanzar en la creación
de la capacidad propia para generar progreso. Esta visión
ideal ignora el contexto imperialista en que se desenvuel-
ven los países de la región, y que la tarea del socialismo es
finalmente terminar con todo capitalismo y, por lo tanto, con
todo imperialismo. Desde luego, si el socialismo estuviera
instalado en los países desarrollados, o en algunos de ellos,
esa ruta sería probablemente viable, además de deseable.
Pero no es así; los datos de la estructura social y material
deben ser considerados, y éstos muestran que los dados es-
tán cargados contra cualquier intento de práctica socialis-
ta-revolucionaria.
Un gobierno de los trabajadores no podría impedir que
el control del trabajo general sea usado como fuerza política
en su contra; por el contrario, estimularía su uso. El boicot
al acceso a los bienes de producción y de consumo, y a las
fuentes de financiamiento e inversión, agravaría dramáti-
camente las dificultades. Para ello no es necesario un gran
alarde por parte de los países dominantes. Se trata de flujos
de recursos que “legítimamente” controlan. La experiencia
del gobierno chileno de la Unidad Popular está todavía de-

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masiado cercana para ignorarla, en lo que se refiere al poder


del boicot colonialista.
En tal contexto, por un lado se estrecha el margen para
la satisfacción de las necesidades y demandas populares, y
los inevitables brotes de descontento no se hacen esperar;
por otro, la base social interna del colonialismo encuentra
un campo cada vez más propicio para la lucha contra el go-
bierno. El desenlace ofrece dos posibilidades: a) un endureci-
miento del gobierno y la precipitación del autoritarismo, y b)
un derrocamiento del gobierno.
Tampoco se visualiza la existencia de las condiciones sub-
jetivas adecuadas para el ascenso de la lucha por el socia-
lismo; a saber: a) un ascenso generalizado de la lucha de
masas; b) la emergencia de un poder dual; c) la existencia
de una organización consagrada a la tarea de hacer crecer el
poder popular hasta elevarlo a la condición de nuevo Estado,
esto es, de revolucionar el Estado; y d) una crisis grave de la
dominación económica, política y moral del capital. Es cier-
to que el convulsionado mundo actual ofrece un ambiente
donde estas condiciones aparecen en ciernes; pero también
es evidente su estado embrionario. Lo que ahora procede es
intentar contribuir, desde la trinchera de cada cual, por hu-
milde y precaria que sea, al crecimiento de todo movimiento
anticapitalista.
El socialismo, tal como fue concebido por Marx y Engels,
aparece vedado por ahora como ruta para la descolonización
de la región. Esta conclusión es desalentadora respecto de
los grandes desafíos planteados a la humanidad, pero al mis-
mo tiempo contribuye a una mejor definición de las tareas
del presente. El marxismo —el de Marx y Engels— es un
llamado a movilizar la esperanza racional en que el hombre
puede llegar a dominar su destino. Pero advierte de manera
contundente que no es sensato proponerse objetivos veda-
dos por las condiciones históricas concretas en que se desen-
vuelve. Y al tiempo que deplora la situación de un hombre
encadenado a situaciones que no corresponden a su esencia
humana, le proporciona también instrumentos para com-
prender su mundo, y las posibilidades y limitaciones para
su transformación. Lo importante ahora es que el empuje

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revolucionario, la generosa determinación de hombres que


ofrecen su vida por un mundo mejor, no termine producien-
do mentiras.
Desde la perspectiva del mundo subdesarrollado, aparece
con toda claridad el hecho de que hoy en día el socialismo
sólo tiene perspectivas como proyecto internacional, y que su
instauración en al menos uno o varios países desarrollados,
es su condición sine qua non. El éxito definitivo del socialis-
mo sobrevendrá cuando la democracia del trabajo se haya
establecido en la mayor parte del planeta, o a lo menos en
las regiones económicamente dominantes, y empiecen allí a
florecer las relaciones comunistas entre las personas.
Lo deseable no es, hoy por hoy, posible. Cierto, esta pro-
posición no es reconocida como verdad por las comunidades
indígenas cuyos modos de vida no sólo les permiten prescin-
dir de los avances tecnológicos sino que además les hacen
ver éstos, no sin razón, más bien como medios de destruc-
ción. Son opciones que la izquierda humanista debe proteger
y defender. Con la misma fuerza ha de defenderse el dere-
cho del trabajador del capital a hacerse de los medios que
él mismo ha creado y a utilizarlos en su beneficio para el
desarrollo sostenible de todos. Y si ello no es posible en la ac-
tualidad de la región, será necesario encontrar fórmulas que
permitan acercarse a ese mundo donde los sueños adquieren
fundamentación material como ya ha ocurrido en el mundo
desarrollado.
Los propios acontecimientos de la región sugieren rutas
por las que es posible transitar; en América Latina ya ha
aparecido un tipo de gobierno popular que bien podría apor-
tar un modelo político para impulsar la descolonización. Se
trata de gobiernos cuyo principal objetivo no es impulsar ni
proteger la ganancia, pero que al mismo tiempo la reconocen
como una realidad del entorno. No son gobiernos anticapita-
listas, pero tienen la disposición y los programas para con-
tener algunas de las tendencias más perversas del sistema,
y en sus agendas los intereses populares ocupan un lugar
prioritario. Se encuentran trabajando en la construcción de
alianzas intrarregionales que bien podrían llegar a satisfa-
cer una condición de la descolonización: la colaboración y

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la solidaridad que se requieren para organizar esfuerzos y


capacidades comunes, y para crear un amplio frente anti-
imperialista. Desde este entorno podría gestionarse mejor
la popularización de la ciencia, haciéndola penetrar en la
sociedad. Sus programas en este campo, sin embargo, no son
claros, y no reflejan en la práctica la voluntad política de los
gobiernos; pero sobre su base se podría pensar en condicio-
nes políticas y económicas para la descolonización, al mismo
tiempo que se contribuye al impulso de los movimientos so-
ciales en el mundo. Ésta es la vía más a mano para avanzar
en la creación de condiciones objetivas que permitan al tra-
bajo apropiarse de su destino
Las experiencias económicas exitosas de otras regiones
habrán de servirnos como una valiosa fuente de ideas para
la reflexión. Sin embargo, ninguna de estas experiencias
puede ser simplemente copiada, por lo que primero que nada
será necesario intentar detectar las especificidades más no-
tables de la región.

2. Datos propios de la región

Entre estas especificidades, es de suma relevancia tener en


cuenta las siguientes.
Existe un sector empresarial fuertemente posicionado en
la economía y en la política de la región, a diferencia, por
ejemplo, de la China socialista en sus inicios. Con escasas
excepciones entre sus miembros, este sector ha desdeñado la
importancia del trabajo científico en el interior de los países
y ha optado por depender de la creación de conocimiento en
los países desarrollados. Esta práctica denota una ausencia
de conciencia nacionalista, lo que se traduce en una falta de
interés por avanzar en la construcción de bases materiales
para un desenvolvimiento que confíe en las capacidades in-
ternas y para un ejercicio de la soberanía. Es el método que
los capitalistas locales adoptaron desde su emergencia como
tales, y son ciertamente un obstáculo para la expansión lo-
cal de facultades que permitan enfrentar el mundo exterior
de tal manera que las relaciones económicas internacionales

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no sean causas de desequilibrios sistemáticos. Los empresa-


rios locales, a diferencia de sus pares en Corea del Sur, no
aparecen como agentes de la transformación que la región
necesita, al menos no inicialmente.
La ciencia misma, como parte sustantiva del proceso de
trabajo, se encuentra firmemente enraizada en la produc-
ción; pero existe una fuerte disociación entre la actividad
científica local y los procesos económicos. La ciencia que se
practica en la región no ha logrado hacerse de un espacio
significativo en la actividad económica. En particular, la
instalación y la operación de los procesos industriales más
avanzados proceden con una gran indiferencia hacia los la-
boratorios y capacidades locales.
En la medida en que actualmente el cambio climático y
la defensa de la naturaleza constituyen efectivamente una
preocupación —y deben serlo para toda mirada racional y
humanista hoy día—, la agenda científica asume un conteni-
do que rompe con la dinámica que ha adoptado hasta ahora.
Desplazar a las inercias del desarrollo capitalista seguido
hasta aquí, es ciertamente una empresa difícil y compleja.
La ciencia en general no conoce la libertad de moverse al
margen de las necesidades del capitalismo. Pero la ciencia
latinoamericana no ha llegado todavía a esclavizarse en los
afanes egoístas de las empresas, lo cual le ofrece un espacio
para diseñar una agenda orientada a las necesidades más
sentidas de la población y de la naturaleza.
En contra de las ideas que circulan como recomendacio-
nes de organismos internacionales como el Banco Mundial,
la OCDE y el Banco Interamericano de Desarrollo, será nece-
sario:

– Reafirmar que la búsqueda de la ciencia y de las tecno-


logías que la sociedad necesita, no es un proceso prin-
cipalmente empresarial; en el caso de la región, es una
responsabilidad política fundamental del Estado y de
las instituciones de educación superior.
– Precisar el concepto de la transferencia de tecnolo-
gía. Ésta adquiere real significado si sirve a los fines
de la creación y desarrollo de capacidades locales. La

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transferencia real está ligada a la apropiación nacional


del conocimiento tácito y objetivado en las tecnologías
que ingresan desde el exterior desarrollado. A su vez,
esos conocimientos han de pasar a formar parte de los
acervos nacionales, de modo que puedan diseminarse
a través de la economía y servir como insumos para
desarrollos endógenos.

Por lo mismo, el mecanismo principal para la transferen-


cia de tecnologías no es la inversión extranjera directa o la
adquisición de derechos para su uso, sino el manejo local que
los países puedan hacer de ellas. El mismo comercio puede
apoyar la transferencia de tecnología, a condición de que las
importaciones sean seguidas por procesos de “ingeniería in-
versa”. Cabe hacer notar también que el uso que puede ha-
cerse del conocimiento no obedece sólo a consideraciones de
orden económico, y que cuando es así, esas consideraciones
no se reducen al afán de ganancia.
Los países deben reservar para sí el derecho a levantar
mecanismos de protección de los esfuerzos locales, cada vez
que el éxito de los mismos así lo requiera. La lucha por la
soberanía nacional exige que la misma sea ejercida desde el
principio.
La política del conocimiento no consiste básicamente en
superar rezagos. No se trata de proponerse hacer lo que los
países desarrollados hacen, aun cuando ello pudiera con-
siderarse un logro extraordinario. La cuestión principal es
que los países subdesarrollados puedan abrir derroteros pro-
pios, lo cual es de enorme importancia en el actual contexto
histórico, donde el mundo aparece atrapado en inercias que
complican enormemente la búsqueda de soluciones a un con-
flicto históricamente original (cambio climático y agotamien-
to de recursos clave junto con una crisis de las relaciones
capitalistas que presenta problemas insolubles, como el del
empleo, en el marco de las soluciones tradicionales).
La noción de que las universidades, y todo el sistema edu-
cativo, cumplirán su misión en la medida en que respondan
a las necesidades de la industria, es paralizante; en lo rela-
tivo a las necesidades tecnológicas, la industria las satisface

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mediante las importaciones y no presenta desafíos significa-


tivos a las instituciones locales.
Desde diferentes perspectivas, pues, las señales del mer-
cado apuntan a la reproducción del actual estado de cosas y
en nada favorecen los proyectos nacionales. Por lo demás, el
record histórico no ofrece ejemplos exitosos basados en la su-
jeción al mercado. Esta última, en nuestro caso, finalmente
no es otra cosa que la subordinación a los países desarrolla-
dos y el sostenimiento del colonialismo industrial.

3. El gobierno

En el marco de la renovación periódica de poderes institu-


cionales, el lapso de que un gobierno dispone es un periodo
demasiado breve para que enfrente con éxito los nuevos de-
safíos. La creación de una masa crítica nacional de trabajo
científico vinculado a la producción, supone tareas perma-
nentes que deberán abordarse en gobiernos sucesivos, en el
transcurso de unos veinte años. Por otra parte, a diferencia
de otras experiencias que abordaron el proceso con gobier-
nos autoritarios, el esfuerzo descolonizador cobra realmente
sentido en el marco de impulsos democráticos y populares
que se hacen realidad y se refuerzan constantemente. La
verdadera base de sustentación del proyecto nacional debe
estar constituida por los sectores populares; y el medio natu-
ral de desenvolvimiento y expansión económica y política de
estos últimos, es la democracia. Sobre esa base, la conduc-
ción política puede proponerse avanzar hacia un consenso
socialmente amplio para la construcción de una soberanía
nacional capaz de movilizar, en torno a un gran objetivo, la
energía transformadora de la sociedad.
Desde esta perspectiva, es necesario antes que nada pro-
ducir una imagen del país en que la gran mayoría de la po-
blación quiere vivir y que, por lo mismo, se desea construir.
Una visión semejante de la nación debe, si no recoger la opi-
nión de los más amplios sectores y resultar del diseño colecti-
vo, por lo menos considerar la búsqueda de atributos moral-
mente incuestionables. De este modo, a manera de ejemplo,

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debería describir un lugar donde: 1) la población goza de so-


beranía y es consciente de que puede ejercerla sin tener que
arrodillarse ante humillantes exigencias de poderes globa-
les; es decir: la sociedad decide libremente sobre su devenir
económico, político y cultural, y la voz de sus representantes
es escuchada con respeto en el ámbito internacional; 2) todos
los ciudadanos gozan efectivamente de los mismos derechos;
3) la vida política transcurre libre de corrupción, autoritaris-
mo, corporativismo, clientelismo y privilegios insultantes; 4)
se respetan incondicionalmente los derechos humanos y la-
borales internacionalmente reconocidos; 5) reinan la paz, la
armonía y la solidaridad, por lo que la población siente que
efectivamente puede ejercer su derecho a la felicidad; 6) el
crecimiento económico transcurre de manera sostenida, pro-
tegiendo el medio ambiente, y todos gozan de sus frutos; 7)
no existen monopolios que dañen el crecimiento económico o
que ahoguen la formación de ideas y opiniones.
Entre todos los actores de este proceso, destaca el Estado
como su coordinador, pero también como agente económico.
Ningún Estado en el mundo desarrollado ha renunciado a
su gestión del desarrollo en nombre de supuestas demandas
liberales, aun cuando éstas, como en el caso de Estados Uni-
dos en el periodo neoliberal, hayan provocado una deficiente
gestión estatal del desarrollo; y mucho menos un Estado que
se proponga elevar el país a la condición de economía desa-
rrollada, puede desentenderse de su responsabilidad, que en
este caso aparece como la gestión originaria del desarrollo.
El activismo estatal, en este caso, tampoco contiene compro-
miso con doctrinas del pasado, sino que resulta de la natura-
leza misma del proceso, el cual busca precisamente superar
el pasado.
La superación del subdesarrollo y del colonialismo in-
dustrial es principalmente un problema de voluntad política
encarnada en el Estado. Nada importante en un proceso de
este tipo es meramente espontáneo o puede ser enteramente
confiado a las “fuerzas del mercado”. Por otro lado, no cabe
esperar una incorporación rápida de la mayor parte del sec-
tor empresarial al esfuerzo nacional. Su integración efectiva
será gradual, en la medida en que la superación del sub-

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desarrollo vaya revelando que el proceso también contiene


ventajas para ellos. Para los capitalistas, siempre orienta-
dos por el afán de ganancia, no será difícil llegar a percibir
que la producción interna de tecnología también tiene más
ventajas para ellos que la importación de la misma, en tér-
minos de la aparición de nuevas esferas para la explotación
capitalista, para la expansión del empleo y de la demanda
interna, y del combate a las prácticas monopólicas de precios
sobre el conocimiento y sus productos. Pero sólo mediante la
actividad del Estado se puede avanzar en dirección a poner
de manifiesto esas ventajas.
El proyecto busca poner fin a la integración asimétrica de
la economía en el mercado mundial. No se trata, como a me-
nudo se reclama, de vincular la ciencia y la producción ma-
terial. Ese vínculo ya existe, pero está separado socialmen-
te (trabajo general y trabajo inmediato) y territorialmente
(países colonizadores y colonizados). La tarea primera es
desplazar hacia el interior de la economía las fuentes de co-
nocimiento, lo cual sólo puede hacerse en un proceso gra-
dual que permita a la nación apropiarse de conocimientos
que van ganando en complejidad de tal manera que al cabo
la ubiquen en líneas de frontera. Por ello, la tarea implica
asimismo un activismo estatal en el plano internacional, con
miras a negociar un nuevo trato con los centros hegemónicos;
un nuevo arreglo que permita una efectiva transferencia de
tecnología y la construcción de capacidades para la creación
endógena de progreso. No se puede descartar la apropiación
nacional de bienes en manos del capital extranjero, lo cual es
un legítimo derecho de las naciones, en particular si se trata
de recursos vitales para el éxito del proceso. Sin embargo, no
debemos olvidar que la expropiación en sí misma no es una
medida estrictamente nacional; lo que realmente importa es
la apropiación del conocimiento objetivado en los bienes, y el
significado que en cada caso una expropiación puede tener
para la creación de capacidades locales.
Al mismo tiempo, es necesario profundizar las relacio-
nes especialmente con “el Sur”, reforzando las agrupaciones
progresistas ya existente entre países de América Latina, lo
cual debe traducirse, entre otras cosas, en un mejor posicio-

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namiento para la negociación con “el Norte”. Pero también


el mundo emergente de Asia ofrece un espacio prometedor
de relaciones.
La política exterior no será definida por la elección del
librecambio o del proteccionismo. El proteccionismo será
necesario para la construcción y maduración de proyectos
productivos nacionales y es reconocido como un instrumento
inevitable en ese marco; pero, al mismo tiempo, cada proyec-
to debe ser sometido a un proceso de apertura gradual. Por
otro lado, una intervención no controlada del Estado puede
resultar en paralizaciones no deseadas del desenvolvimien-
to económico. No es que se abran y expongan de este modo
vulnerabilidades al exterior; éstas ya existen y tienden a
debilitar los esfuerzos nacionales en beneficio de intereses
extranjeros y particulares. De lo que se trata es de debili-
tar progresivamente a estos últimos; a partir de la concien-
cia que se tome de ello, será posible diseñar medidas para
neutralizarlos. Se requiere, por consiguiente, flexibilidad y
pragmatismo, sobre la base de una conducción económica y
política atenta a las circunstancias que van abriéndose paso.
Desde luego, tampoco se trata de la opción entre producir
para el mercado interno o producir para el mercado mun-
dial, pues las dos son posibilidades lógicas e históricas pro-
pias del subdesarrollo latinoamericano. La superación del
colonialismo no puede lograrse por los caminos que sencilla-
mente reproducen sus modos de operar. El mercado interno
debe crecer porque en la medida en que avance el proceso,
crecerán también el empleo y los salarios; pero ello no tiene
por qué ocurrir a costa del dinamismo de las exportaciones.
Éstas son cruciales para el desenvolvimiento económico, y
su expansión no sólo genera mayores ingresos; también hace
crecer el mercado interno, y cabe esperar que este efecto
sea cada vez mayor, no sólo por la formación de empresas
nacionales para la exportación, sino también por los efec-
tos esperados de un nuevo arreglo con el capital extranjero.
En México, por ejemplo, el principal sector exportador es la
manufactura; pero en relación con la industria maquilado-
ra, la contribución local al valor de las exportaciones queda
reducido al precio de la fuerza de trabajo y a una proporción

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insignificante de los insumos (2%- 3%). Este estado de cosas


es insostenible en el marco de un proceso de descolonización
industrial, y debe ser revisado a fin de que el país eleve sos-
tenidamente su participación en la producción de los bienes
exportados y se apropie del conocimiento involucrado en la
misma. Asimismo, como ya se ha sugerido, la actividad eco-
nómica debe informarse sobre la existencia de áreas prote-
gidas del mercado interno en las que se incuben y crezcan
industrias nacionales que posteriormente decidirán sobre
orientaciones predilectas de mercado. Todas estas políticas
pueden ser complementadas con programas tipo Buy Ame-
rican a fin de estimular el consumo de los productos de la
creatividad local y difundir sus ventajas.
Es necesario reconocer el papel que cumple la demanda,
el mercado, pues desde ahí provienen constantes estímulos y
desafíos a la creación de conocimiento y de sus aplicaciones,
que así ve garantizado su crecimiento. Pero al mismo tiem-
po y en cada momento, es necesario ver que sólo es sensato
embarcarse en aquellos proyectos que estén efectivamente
al alcance de las capacidades locales y en la línea de los ob-
jetivos nacionales. Por eso la toma de decisiones involucra
directamente tanto a los productores como a los usuarios del
conocimiento, así como al gobierno.
En otras experiencias, la inversión extranjera ha desem-
peñado un papel importante, y no ha sido distinto en el caso
de la región. La clave consiste en lograr arreglos que permi-
tan a ésta la participación en el diseño y la construcción de
las plantas, el acceso al dominio de los procesos, una parti-
cipación creciente en la provisión de insumos, la calificación
de fuerza local de trabajo, el desarrollo de capacidades para
la administración de la tecnología, etcétera. Es necesario
levantar un sistema de regulación de los ingresos de tecno-
logía en la economía local. En relación con este punto, es
necesario hacer notar que la experiencia disponible en paí-
ses como Corea, indica que la capacidad negociadora con el
capital extranjero está estrechamente ligada a la existencia
de conocimientos y capacidades locales, cuya organización
es una de las primeras tareas que debe abordar el Estado.
América Latina cuenta con una cantidad nada despreciable

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de recursos y habilidades desigualmente distribuidas según


los países, pero también puede recurrir a la intervención
de científicos locales que se desenvuelven en el exterior. La
contribución de estos últimos, con quienes ya existen casos
de experiencias de colaboración a través de redes, puede ser
muy importante.
La promoción de empresas conjuntas por parte de capi-
tales nacionales y extranjeros constituye un método que, al
fusionar intereses, abre espacios a diversos mecanismos de
colaboración.
También el país puede recurrir a la importación de tecno-
logía, ya sea de paquetes tecnológicos con vistas a desfrag-
mentarlos para hurgar en sus secretos, aprender de ellos y
buscar modificarlos; o bien de fragmentos tecnológicos con
miras a procesar localmente su integración en un nuevo bien
o paquete. En cualquier caso, el ingreso de tecnología deberá
ser controlado para el beneficio del desarrollo de las capaci-
dades propias.
Seguramente, el proceso quedaría mejor concebido y se
facilitaría su dirección, si previamente se definen áreas en
las cuales concentrar la atención inicialmente. En un medio
de recursos limitados, parece aconsejable concentrar los es-
fuerzos en los sectores críticos. Esta tarea es específica para
cada país, o grupo de países. Lo más conveniente en este
sentido es avanzar en aquellos sectores que son estratégicos
para la economía y para el proyecto mismo. Luego, dentro de
estos sectores, pero también en el conjunto de la economía,
conviene definir los rubros en que interesa trabajar desde
un comienzo con el sector privado. La localización de rubros
que pueden llegar a ser manejados a partir de los niveles
de tecnología existentes, puede llegar a representar desafíos
estimulantes y gratificantes.
En la definición de áreas preferentes, también es impor-
tante tomar en cuenta el amplio rango de factores que con-
dicionan la vida económica y política en la actualidad. Entre
dichos factores cabe destacar: 1) una crisis capitalista que
demanda un rediseño de la arquitectura industrial y donde
todo el mundo está convocado a crear procesos industriales
que permitan proteger el medio ambiente —y un gobierno

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comprometido con el bienestar general no puede dejar de


acudir al llamado. El petróleo seguirá siendo necesario a
despecho de su poder contaminante; pero el mejor uso que
puede darse a los beneficios que reporta y que reportará de
manera creciente, es la inversión en la búsqueda de energías
alternativas; 2) algunas empresas en la región han realizado
esfuerzos serios y más o menos sostenidos para el desarro-
llo de capacidades propias. Es necesario buscar una estre-
cha colaboración con estas empresas, tanto para apoyar sus
actividades como para socializar sus experiencias en todo
lo que sea procedente. Lo mismo debe llevarse a cabo con
los sectores del Estado que han sufrido menos los impactos
desalentadores del neoliberalismo en cuanto al impulso a la
investigación y el desarrollo. Por ejemplo, la armada mexi-
cana se encuentra desarrollando aeronaves sin piloto, y de
acuerdo con la información periodística —que no hemos po-
dido corroborar todavía— acerca de los primeros resultados,
ya hay un estimado de los ahorros en costos sobre la base de
dichas primicias, y hasta se visualizan posibilidades para
la exportación. Si efectivamente ello es así, se trata de un
logro impresionante, dado que las inversiones iniciales en
este tipo de obras son generalmente elevadas. De lo que no
cabe duda es que la armada mexicana ha logrado atesorar,
a través de su historia, una importante masa de habilidades
que el país puede impulsar y explotar para fines de paz y de-
sarrollo. Diversas áreas de la economía brasileña informan
de un potencial similar o aun superior, aunque limitado por
los condicionamientos de prácticas neoliberales, como en el
caso de la nanotecnología.
El Estado debe reflejar en su propia organización la dis-
posición a superar el colonialismo industrial y a construir la
soberanía nacional. La creación de una Secretaría de Ciencia
e Industria podría satisfacer ese requisito. La idea aquí es
sintetizar institucionalmente la unidad de los factores que
dan forma a la “sociedad del conocimiento”, aunque esa uni-
dad, ciertamente, no constituye un fenómeno de las últimas
décadas, como podría suponerse por el uso más generalizado
de la noción de “sociedad del conocimiento”. Entre las fun-
ciones de dicha Secretaría, destacarían: la elaboración del

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280

plan nacional de desarrollo para la ciencia y la industria (in-


cluyendo la definición de áreas estratégicas); la coordinación
del proceso industrial y de la creación y expansión de capa-
cidades locales; el establecimiento de programas de investi-
gación y desarrollo para las áreas estratégicas; el impulso
a la investigación y el desarrollo en las empresas privadas;
coordinar la relación de las instituciones de educación supe-
rior y otras instituciones públicas con las empresas privadas
para la realización de proyectos específicos.
El mejoramiento y la expansión de la infraestructura
científica es una condición ineludible para iniciar la desco-
lonización. La inversión en ciencia y tecnología es actual-
mente insignificante, apenas suficiente para que los países
puedan, en el contexto de sus respectivas realidades indus-
triales, responder a las exigencias del progreso en el marco
de su posición subordinada y periférica. Será necesario ele-
var la inversión de manera sustancial en los primeros dos o
tres años, según el estado de la actividad científica en cada
país, el cual es ampliamente desigual en la región. Un obje-
tivo razonable para los próximos veinte años es llegar a 2.5%
- 3% del PIB, pero ello lo irá dictando el propio desarrollo del
proceso; no se trata de demandar aumentos de la inversión
en investigación y desarrollo en el vacío, o en beneficio de la
ciencia por sí misma, por razonable que ello parezca.

4. La transformación de la universidad

La universidad latinoamericana está llamada a cumplir un


papel fundamental en la transformación de la sociedad, es-
pecialmente en la organización del trabajo científico para la
producción y el desarrollo de habilidades para la generación
interna de desarrollo material. Se trata sin duda de una
enorme demanda, cuyo significado podrá percibirse mejor si
tomamos nota, como estamos obligados a hacer, de su situa-
ción estructural y actual en la sociedad.
Desde el punto de vista de la economía capitalista, se es-
pera que la universidad cumpla a lo menos las siguientes
funciones:

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281

La producción de conocimientos y, si procede, el procesa-


miento de la aplicación productiva de los mismos. Es perci-
bida como un agente importante del desenvolvimiento ma-
terial del capitalismo por su actividad en la investigación y
en la experimentación. Al mismo tiempo, ha participado en
la construcción de visiones amplias y alternativas respecto
de las rutas deseables para el desarrollo económico, y desde
esa perspectiva, también ha contribuido a la reproducción
simbólica de la sociedad. Esa autonomía ha sido reducida
en la presente fase, ya que por las razones expuestas, los
gobiernos las han empujado a dirigir con mayor énfasis sus
preocupaciones a la solución de los problemas de las empre-
sas, por sobre aquellos que vive la economía.
Con la introducción del nuevo esquema de creación de
conocimiento para la producción, la investigación aplicada
ha adquirido un dinamismo mucho más profundo como ac-
tividad universitaria. Incluso ha venido a modificar las fór-
mulas tradicionales para definir la funcionalidad universita-
ria. Por ejemplo, el Banco Mundial sostenía respecto de las
instituciones de educación superior, dentro de las cuales se
ubica la universidad: “Estas instituciones producen nuevo
conocimiento científico y tecnológico a través de la investi-
gación y de la educación avanzada y sirven como correas de
transmisión para la transferencia, adaptación y difusión de
conocimiento generado en cualquier otro lugar del mundo”
(World Bank, 1995: 23). En la actualidad, las relaciones de
la universidad con la empresa han pasado a obtener un sen-
tido económico mucho más directo. Más todavía, la univer-
sidad no se limita a la autorización de sus patentes o a la
prestación de servicios productivos y a la consultoría para
atender problemas existentes en la industria. La universi-
dad está pasando a la producción de ideas para la creación
de nuevas firmas. Etzkowitz y Dsizah informan que “la Aso-
ciación de Directores de Universidades Tecnológicas identi-
fican 1.460 millones de dólares en ingresos provenientes de
la autorización de patentes en el año fiscal 2000 y la forma-
ción de 3.376 firmas basadas en tecnología autorizadas por
las universidades desde 1980” (2010: 496). Esta transforma-
ción informa del enorme potencial creativo que ha logrado

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atesorar la universidad en el mundo desarrollado. También


informa de peligros. La mercantilización de las ideas como
fuente de recursos para el crecimiento de la investigación en
las universidades, atenta contra su misión como proveedora
y difusora de conocimientos para la sociedad en su conjun-
to; las envuelve en dinámicas competitivas, obligándolas a
reformular su relación entre sí, y tiende a hacer coincidir el
interés particular de cada universidad con el desarrollo de
intereses privados.
La producción de fuerza de trabajo calificada. La uni-
versidad entrega a la sociedad una amplia gama de pro-
fesionistas en el más alto nivel que puede proporcionar la
educación formal. Desde luego, el proceso de capacitación
continúa avanzando por medio de la práctica permanente,
debido a los cambios que continuamente se introducen en
los entornos tecnológicos. No sólo produce la universidad
profesionistas para el trabajo inmediato en tareas de inge-
niería, planeación, controles y demás, sino también para
el trabajo científico a través de la formación de investiga-
dores. Esto último ha incrementado la importancia de la
universidad pública en particular, ya que es el lugar don-
de se concentra la mayor parte de esta actividad. Genera
también personal calificado para la oferta de servicios a
través de profesiones liberales. Desde luego, también éste
es un momento de la funcionalidad universitaria donde
también la universidad procede en colaboración directa
con la industria.
La producción de los cuadros requeridos para la conduc-
ción económica, social, política y cultural de la sociedad.
Cabe señalar que aquí el Banco Mundial es mucho más acer-
tado. Sostiene: “Las instituciones de educación superior tie-
nen la responsabilidad principal de equipar a los individuos
con los conocimientos avanzados y las calificaciones que se
requieren en posiciones de responsabilidad en el gobierno,
los negocios y las profesiones” (World Bank, 1995: 23). La
mayor parte de estos cuadros no se elevan a la conducción
de las sociedades como productos directos de la formación
universitaria, y generalmente requieren de un periodo de
entrenamiento en sus respectivas actividades. En contextos

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de relativa apertura ideológica, la universidad no sólo les


proporciona la calificación que requieren como profesionis-
tas, sino también la visión de universalidad que necesitan
para proyectarse hacia posiciones de liderazgo. Es en este
plano donde la posición de la universidad como espacio para
la discusión de los grandes problemas del mundo y de las na-
ciones, adquiere su mayor relevancia. Las sociedades necesi-
tan estar abiertas a distintas perspectivas sobre su devenir
y estos espacios son expresión de esta necesidad, excepto en
contextos totalitarios.
La producción de ideología para la legitimación de la do-
minación. Se incluye aquí la producción de crítica orientada
al mejoramiento de la sociedad. La crítica radical no es una
función que el capital reconozca como propia de la univer-
sidad, pero debe soportarla en razón del sentido de univer-
salidad que estas instituciones han conquistado para sí. El
totalitarismo recuerda que para funcionar adecuadamente,
en ocasiones es necesario deshacerse de la crítica, aun si no
es radical; pero como su estabilidad no descansa en las ideas
sino en la fuerza, el totalitarismo es como un gran defecto de
la sociedad en la que se establece y, por tanto, como una ra-
dical crítica del sistema que defiende. La universidad, como
creadora de ideas, es un factor fundamental para el desen-
volvimiento del sistema.
La universidad latinoamericana no ejecuta la primera
función. Debido a la ideología y a la práctica de una clase
dominante que se formó en el seno del mercado mundial y
extrajo de este vínculo su modo específico de producir, la
emergencia y expansión del capitalismo nunca requirió de
una universidad dedicada al impulso del desarrollo tecno-
lógico. Por eso creció aislada de los intereses concretos de
los empresarios y del desarrollo tecnológico en general. El
desarrollo de la ciencia en su seno se gestó por intereses pu-
ramente académicos, y tendió a concentrarse en los postu-
lados generales. Su vínculo más importante con la sociedad
tuvo lugar a través de la formación de profesionistas, entre
los que destacaron los médicos, abogados e ingenieros. In-
cluso en este plano, la docencia fue impartida a una escasa
proporción de la población, por profesores que normalmente

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debían complementar sus ingresos con otras ocupaciones, en


detrimento de la calidad de su trabajo académico.
En las décadas de 1950 y 1960, la situación se modifica
de manera significativa. La universidad empieza a masifi-
carse, la investigación continúa en lo principal dejando a la
curiosidad la definición de sus temas y orientándose hacia
el campo de la investigación básica. En el plano social hubo
importantes avances en la discusión y la creación de para-
digmas sobre la organización y el funcionamiento de la so-
ciedad regional. Surgen y se enfrentan escuelas importantes
de pensamiento, entre las que destacan la CEPAL, por un lado,
y las teorías de la dependencia, por otro. En un contexto de
tendencias hacia la democratización de las sociedades, cre-
ció y se desarrolló la universidad crítica, en cuyo seno se
gestaron teorías e incluso organizaciones políticas con conte-
nidos anticapitalistas más o menos claros. En particular, la
revolución cubana contribuyó a la aparición de generaciones
comprometidas con el cuestionamiento radical del sistema
social vigente. La universidad racionalizó el descontento so-
cial y reforzó con estudios y militancia la movilización en el
campo y la ciudad. Las reformas universitarias del último
tercio de la década de 1960 en Europa, vendrían a fortalecer
todavía más estas tendencias.
La institución amplió de este modo la distancia que la
separaba del mundo de los negocios, en particular de los
grandes negocios del capital extranjero, y aparecería opo-
niendo incluso mayores dificultades para su integración a
los esquemas promovidos por la globalización neoliberal.
Las reformas orientadas a la adecuación de la educación
superior conforme a las exigencias del entorno neoliberal,
debieron descansar en la represión, ya fuera abierta, a tra-
vés de totalitarismos sin control, o camuflada, como en el
caso de las restricciones presupuestarias. Pero de hecho,
ya concluida la primera década del presente siglo, la uni-
versidad latinoamericana ni siquiera se acerca a las reac-
ciones que estas instituciones han mostrado en los países
desarrollados. Como cabía esperar, continúan prisioneras
del colonialismo que las reformas neoliberales buscaron
profundizar.

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Desde que las universidades en América Latina son las


instituciones que ejecutan la mayor parte de la investigación
científica en la región, así sea de manera limitada y de rele-
vancia marginal para las empresas, lo que hemos señalado
en relación con la vinculación entre la comunidad científica
local y las empresas (capítulo III), es válido en primer lugar
para ellas, por lo que no hemos de insistir en este tema. En
realidad, tampoco la universidad ha podido responder a las
demandas relacionadas con la producción de fuerza califi-
cada de trabajo que las transformaciones económicas han
planteado; y ha sido necesario recurrir a métodos como la
internacionalización de la educación superior con vistas a
cubrir vacíos internos en términos de la calidad requerida,
para responder a los nuevos ritmos del cambio tecnológico.
Las transformaciones económicas, en especial durante
la década de 1990, dieron lugar a un proceso más o menos
generalizado de incorporación de tecnologías a ritmos no co-
nocidos en la región. Para la operación de los nuevos me-
dios de producción que arribaban a la región, era necesario,
entonces, reformular la calificación de la fuerza de trabajo,
elevándola y recalificándola en el caso de aquellas compe-
tencias que perdían relevancia debido al cambio tecnológico.
Además, se requería hacerlo de manera rápida. La univer-
sidad, con su estructura de carreras largas y su vocación de
saber integral (además de sus rezagos en cuanto al cono-
cimiento de los nuevos modos tecnológicos de producir que
aparecen constantemente), no aparecía como la institución
más adecuada a las necesidades de las empresas. Al mismo
tiempo, la política de reducción del gasto público, y las no-
ciones generales del neoliberalismo relacionadas con la ac-
tividad estatal, obstruían la inversión en educación pública
universitaria. El camino elegido buscaría articular tres polí-
ticas complementarias: 1) la extensión de la educación supe-
rior más allá de las universidades; 2) la privatización de la
educación superior, y 3) la transformación de la propia vida
universitaria para dar lugar a instituciones efectivamente
útiles para la empresa privada.
La transformación tendría lugar por fases y en espacios
de tiempo distintos en los diferentes países. Fueron inicia-

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das, al igual que otros aspectos de la transformación, en el


Cono Sur del subcontinente, bajo regímenes totalitarios es-
pecialmente en Chile, Argentina y Uruguay, aunque con di-
ferenciada intensidad y alcances. De hecho, posteriormente
organismos como el Banco Mundial tomaron como ejemplo
esos casos, en particular el de Chile, sin ninguna referen-
cia al hecho de que los cambios orientados a una calificación
más masiva de la fuerza de trabajo tuvieron lugar allí como
resultado de las imposiciones de una sangrienta dictadura.
Por otra parte, estos procesos de cambio se estrellarían con-
tra obstáculos desde fines de los 1990, con la aparición de
gobiernos que decidieron enfrentarse al neoliberalismo y
donde la educación superior está escribiendo su propia histo-
ria. De todos modos, las transformaciones neoliberales han
dejado su huella en la fisonomía de la educación superior
latinoamericana.
Salta a la vista que las universidades cumplirán su papel
en la transformación de la sociedad sólo si logran transfor-
marse ellas mismas, o más precisamente, lo harán mientras
procesan su propia re-funcionalización de cara a la socie-
dad. Estas instituciones promueven a la vez que expresan
el cambio que conducirá a la descolonización. Una vez más,
la voluntad política es el factor determinante, porque las
universidades, dentro del entramado de instituciones y re-
laciones de poder en la sociedad, no constituyen un factor
independiente, capaces de determinar por sí mismas sus
prácticas.

5. La política de ciencia y educación

Un gobierno anticolonial querrá difundir un nuevo concepto


de la ciencia, en particular en el seno de la propia comunidad
científica, lo cual debe traducirse en una modificación de la
visión que el hombre de ciencia tiene de sí mismo. Los objeti-
vos fundamentales del conocimiento, los que constituyen su
razón de ser, son: el bienestar de la población, en especial de
los sectores populares; la protección de la naturaleza y de la
vida; la equidad social, la libertad y el pleno ejercicio de los

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derechos sociales y políticos. Tales habrán de ser también


las preocupaciones fundamentales del hombre de ciencia.
La organización académica deberá reformularse para
atender las nuevas tareas. No se puede desdeñar el desarro-
llo de las disciplinas ni la necesidad del diálogo entre ellas
para la generación de nuevo conocimiento científico. Pero,
para los efectos de las innovaciones tecnológicas, las disci-
plinas no se agrupan con arreglo a sus afinidades, sino en
función de las necesidades que resultan de los proyectos es-
pecíficos de innovación. Es necesario, por lo mismo, superar
los esquemas de organización de las actividades académicas
por áreas del conocimiento e introducir la flexibilidad que
haga posible cualquier asociación no prevista.
El concepto mismo de la educación debe ser revisado, con
miras a que ésta abandone el aislamiento del campus y bus-
que combinar la enseñanza de la escuela con la actividad
productiva; así al estudiante le será dado apreciar, a través
de la práctica misma, la operación de principios generales
en la producción material y nutrirse de esta última cada vez
que se proponga embarcarse en proyectos para hacer avan-
zar el conocimiento.
El nuevo rol de las universidades reclamará un esfuerzo
enorme desde el principio. La universidad no habrá de limi-
tar su intervención a un momento específico del proceso de
creación y de cambio tecnológico, como lo es la investigación
básica. Deberá, por el contrario, como ha ocurrido en China,
involucrarse activamente en la creación, objetivación, difu-
sión y comercialización del conocimiento. Si se ve impulsada
a crear y dirigir empresas, deberá hacerlo hasta que puedan
ser transferidas a la sociedad.
Del mismo modo, parece conveniente abrir a los investi-
gadores la posibilidad de crear empresas, proporcionándoles
el apoyo necesario para ello, a la vez que continúan atados a
la actividad académica.
La universidad que fabrica bienes y servicios provee la
más elevada imagen de la institución que la gestión origi-
naria del desarrollo requiere. No implica simplemente a la
producción de bienes o servicios, sino también la formación
de habilidades para la creación de innovaciones, o sea, la

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entrega a la sociedad de profesionistas que no se dedican


simplemente a reproducir con cierta eficiencia procesos pro-
ductivos, sino que además pueden aportar conocimiento
objetivado y tácito para la innovación. Esta misma imagen
es lo que puede extender en la sociedad la confianza en las
capacidades locales. La experiencia china en este terreno
seguramente puede enriquecer el diseño de proyectos. Fi-
nalmente, también esta imagen de universidad proyecta la
forma más elemental del vínculo entre la ciencia creativa y
la producción, es decir, la forma de la transformación que la
universidad debe llevar a cabo para el ejercicio del rol que la
gestión originaria del desarrollo le demanda.
Los éxitos productivos de las instituciones del conoci-
miento probablemente movilizarán el interés de otros secto-
res hasta ahora poco conscientes de la importancia económi-
ca de la actividad científica.
En un sentido bastante preciso, las instituciones de edu-
cación superior deberán ser consideradas la fuente principal
de transferencia y diseminación de conocimiento horizontal
en la sociedad. Desde luego, es necesario buscar la colabora-
ción con el sector empresarial, en particular con la pequeña
y mediana empresas. Probablemente este sector representa
el espacio más apropiado para la creación y difusión de tec-
nología en las primeras fases del proceso, y también para la
popularización de la ciencia en niveles de complejidad mane-
jables por las instituciones.
La difusión más fructífera del conocimiento es proba-
blemente aquella que tiene lugar mediante la solución de
problemas concretos de las empresas, por cuanto enseña a
los trabajadores a imitar, a practicar ingeniería inversa. Es
importante vincular la difusión con las iniciativas populares
pertinentes. La difusión no debe limitarse a informar sobre
lo que existe, sino que debe tomar lo existente como el punto
de partida para que los trabajadores vayan superando sus
propias capacidades en cuanto al uso del conocimiento. Por
ejemplo, motivarlos a avanzar desde la reparación de partes
a su manufactura, y de ahí a la manufactura de equipos. En
este mismo proceso, sería conveniente buscar el desarrollo
de relaciones de dependencia de las grandes empresas a las

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pequeñas y medianas, y viceversa, de modo que las deman-


das de las primeras constituyan constantemente un motivo
de expansión de las segundas.
Pero también es necesaria la relación con aquellas em-
presas nacionales que llevan o han llevado a cabo procesos
de innovación, buscando compartir capacidades y el enri-
quecimiento recíproco de las mismas. Estos centros proba-
blemente se concentran en aprender a usar correctamente
medios importados de producción y, mientras ello sea así,
será necesario colaborar con ellos en el desarrollo de facul-
tades para aprender a crear, de tal modo que la búsqueda de
lo nuevo, y no la manipulación de lo novedoso, determine su
actividad.
Además, será necesario trabajar conjuntamente con
aquellos centros de investigación que operan en organis-
mos estatales, y que cuentan con proyectos en marcha. Se
requiere que la universidad se apropie de las capacidades
existentes en esos centros y que se involucre activamente en
sus esfuerzos. Desde ahí, es posible organizar programas de
difusión vertical y horizontal del conocimiento que permitan
generalizar habilidades hasta ahora concentradas y aisladas
del acontecer económico general.
La universidad latinoamericana también tiene ante sí
el desafío de embarcarse en la búsqueda de soluciones para
problemas cruciales del presente. Tal vez el agua, la alimen-
tación, el medio ambiente, la energía, la protección de la
vida, etcétera, no movilicen espontáneamente las preocupa-
ciones del capital; pero representan preocupaciones crucia-
les de la población y deben ser atendidas independientemen-
te de las perspectivas de ganancia. La universidad puede
hacerlo y un gobierno popular no escatimará su apoyo para
estas tareas.

6. En resumen

El colonialismo no es una fatalidad que someta de manera


ineludible a las sociedades latinoamericanas. Algunas socie-
dades han escapado del mismo y otras lo están haciendo en

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la actualidad. Lo que lo eterniza es la ausencia de voluntad


política para superarlo, y las experiencias exitosas de otras so-
ciedades constituyen una clara denuncia de esta impotencia
autoimpuesta. Dicha voluntad habrá de surgir fuera de los cír-
culos tradicionales del poder económico y político en la región.
Una vez adoptada la decisión, la región deberá escarbar en
sus propias realidades mediante un acucioso inventario de sus
especificidades, a fin de descubrir su propia ruta, es decir, la
inescapable originalidad que dará motivos a la imaginación
para el descubrimiento de senderos inéditos. No se trata de dar
rienda suelta a los afanes por lo novedoso, sino simplemente
de hacerse cargo de las situaciones estructurales e históricas
que hacen imposible la simple repetición de experiencias.
Mucho menos encontrarán nuestros países una verdadera
fuente de políticas para la descolonización en las recomenda-
ciones de los organismos internacionales que, en vez de pro-
curar modificar la actual situación, en realidad sólo buscan
reproducirla y profundizarla. La recepción acrítica de estas
iniciativas corresponde a la actitud pro colonialista que ha ca-
racterizado a las élites dominantes desde siempre en la región.
Hemos destacado el enorme papel que correspondería
cumplir a las universidades en el proceso de descolonización.
Tal vez no hemos puesto un énfasis suficiente en ello. Hay,
por ejemplo, aspectos culturales de la lucha por el desarrollo
que la universidad puede llenar con contenido humano. Las
mismas instituciones no deberían involucrarse en cualquier
lucha por el desarrollo, sino buscar transformar esta lucha
en una campana por la equidad, la libertad, la democracia,
el bienestar, el combate a la exclusión, la pobreza, etcétera.
En fin, hemos intentado aportar algunas reflexiones a la
discusión sobre un proyecto para la superación del colonia-
lismo. No cabe duda que, a la hora de actuar, los pueblos y
sus líderes seguirán sus propios caminos y pondrán a sus
procesos los nombres que mejor les parezcan, haciendo caso
omiso de las reservas que la historia ha levantado en los
espacios de la academia. Pero ello no dispensa a esta última
del deber de hacerse oír y de involucrarse en las grandes
luchas de los pueblos, con el único propósito de enriquecer la
discusión que permita discernir los mejores pasos.

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