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CAMINOS REALES: CAMINOS DEL MAR, CAMINOS EN TIERRA

GERMÁN ARCINIEGAS

CAMINOS PRECOLOMBINOS, REALES COLONIALES Y REPUBLICANOS

Antes, es cierto, hubo caminos... Anduvieron los precolombinos caminando y comerciando


a trueque más que imponiendo una lengua común. Por haber desarrollado sus civilizaciones
sobre las cordilleras, su arte de construir trochas y puentes, de llegar a mercados distantes
escalando montes y cruzando ríos los llevó a hacer puentes de bejucos tan elegantes como
el de Brooklyn de acero, y a empedrar caminos y hacer escaleras tan perfectas como las de
los taironas, y a cruzar provincias de lenguas diversas como en los largos caminos reales
que recorrían los chasquis incas yendo de tambo en tambo a velocidad de mulas, como
ocurría también entre los aztecas. Se explica así la rapidez en enterarse o Atahualpa o
Moctezuma de la llegada de los hombres blancos. La posta y el camino real no fueron
novedad en los imperios precolombinos. El Imperio español se montó sobre el esquema
indígena. Entre otras razones porque hubo de común el que Castilla, el incanato, los aztecas
y los chibchas fueron reinos de tierra adentro y no marítimos, como los italianos del mar
Mediterráneo. Pero en el archipiélago de las naciones aborígenes hay un hecho que
denuncia la discutible solidez de los dos grandes imperios, el azteca y el incaico: en 1492
estaban rotos en su unidad política. Cortés y Pizarro se beneficiaron con las divisiones
indígenas.

Un camino real español se diferencia del camino de los indios en que van a transitarlo,
además de los hombres, los caballos, los bueyes, las mulas... y los indios cargueros. Con los
españoles va a llegar también la rueda, pero el camino real no va a ser carreteable sino
mucho tiempo después, en el altiplano y ya en la república. Será un camino real
republicano. Los caminos reales más importantes serán de herradura y llegar a un puente de
arcos romanos como el Puente del Común sobre el Bogotá, es cosa ya para los virreyes que
llegan tarde. Los primeros caminos reales se parecen más a los de los incas, lo mismo que
los primeros puentes. Los puentes de bejucos de los incas son como anteproyectos del de
Brooklyn. El colgante de hilos de acero es la reproducción en nuestros tiempos de lo que
habían ideado los incas siguiendo la enseñanza de lo que hacen los micos en la selva
amazónica. Después de todo, la naturaleza es maestra de confianza.

DE CARTAGENA Y PANAMÁ A BUENOS AIRES, POR TIERRA

No tuvo España un plan general para unir todas sus colonias en América dentro de una red
de caminos. Creó inicialmente dos grandes virreinatos, el de México y el Perú. Hubiera
correspondido la parte de Suramérica al Virreinato del Perú. Los incas tuvieron hasta cierto
punto un plan, el del Tiaguatisuyo y las huellas del Imperio llegaron hasta muy lejos de
Cuzco. Ya está dicho que unían sin alcanzar a mantener sino una unidad muy relativa: hasta
donde los españoles montaron sus caminos reales sobre los caminos reales de los incas.
El lazarillo de ciegos caminantes, de Concolorcorvo, da la fotografía perfecta de lo que era
el camino real de Suramérica que arrancaba de Buenos Aires y debía cubrir todo el
territorio de que se servían los hijos del Mar de Plata para abastecer sus tiendas con las
mercancías que debían comprar las telas y los espejitos en Santo Domingo para su clientela
en la grande aldea, que no era tan grande, Buenos Aires, es la mejor radiografía de lo que
era la Colonia a mediados del siglo XVIII. Eso se reflejaba en las dos puntas de
Suramérica: el Río de la Plata y Cartagena.

Nosotros celebramos los 500 años del descubrimiento, la creación de la Colonia y la gloria
del Imperio español. Pero hay que saber cómo dejó España montada su América sobre los
caminos reales y qué eran sus caminos. El descubrimiento español consistió prácticamente
en el descubrimiento por tierra. Fue el descubrimiento de México, de la Nueva Granada, de
Perú, de Quito, del Amazonas, del Orinoco, el Pánuco, el Paraná, el Mississippi, la red de
caudalosos ríos que corren por las selvas americanas. Llegó el español a descubrir el
Popocatépetl, el Orizaba, el Momotombo, el Chimborazo, el Puracé, todos los picos de los
Andes, es decir: el español es el descubrimiento de la tierra americana. El descubrimiento
del Atlántico fue italiano. El de la tierra implicaba cruzar de caminos, sobre todo en
Suramérica, los Andes, las pampas y una selva que todavía hoy resulta impenetrable. La
conquista romana en Europa es un juego de niños, comparada con la que tenían que hacer
los españoles en Suramérica y se quedaron en lo que habían hecho los incas. Hasta donde
llegaron los incas con sus caminos, hasta ahí llegaron los siglos, es la idea apenas creíble de
habérseles ocurrido poner cerradura al océano Atlántico dejándolo con una sola entrada y
una sola puerta en Cartagena y cerrar a Buenos Aires para que no pudiera ser puerto. Por
eso, el camino real empezaba en Buenos Aires. Por tierra tenía el comerciante que salir
atravesando la pampa hasta Mendoza o Jujuy donde se estableció la gigantesca estación de
recuas de mulas para comenzar la ascensión de los Andes e ir a Santiago de Chile, a Potosí,
a Cuzco, a Lima, a Quito, a Panamá, a Cartagena, a Santo Domingo, y comprar géneros
para surtir las tiendas de Buenos Aires.

BUENOS AIRES, LA GRAN ALDEA

No se entiende la historia de los caminos reales sin tomar esta primera visión global
que explica la partida elemental de la Colonia y por qué al final de 300 años, la rueda no
entró a ser el complemento del camino, sino donde las carretas pudieron correr, es decir,
desde Buenos Aires hasta Mendoza. Pero donde la montaña se impuso desde Mendoza
hasta México, desapareció la rueda. Lo que hubo fue la mula y la bestia. La bestia era el
indio. Lo que incidía esto, en la sociedad colonial, se refleja de una manera impresionante
en la sociedad porteña. Uno dice hoy Buenos Aires y piensa en una ciudad marítima. Los
habitantes de Buenos Aires se llamaban porteños. Cuando se habla de un camino se piensa
en una carretera o en un carreteable sin darse cuenta de que la rueda no entra a darle vida al
estado sino cuando el estado se hace republicano en América. La pintura de Buenos Aires
que aparece en El lazarillo..., de Concolorcorvo, introducción a los caminos de la Colonia
de Buenos Aires a Lima sirve de introducción al tema.

"Esta ciudad está bien situada y delineada a la moderna, dividida en cuadras iguales y sus
calles de igual y regular ancho, pero se hace intransitable a pie en tiempo de aguas,
porque las grandes carretas que conducen los bastimentos y otros materiales, hacen unas
excavaciones en medio de ellas en que se atascan hasta los caballos e impiden el tránsito a
los de a pie, principalmente el de una cuadro a otra, obligando a retroceder a la gente, y
muchas veces a quedarse sin misa cuando se ven precisados a atravesar la calle.

Los vecinos que no habían fabricado en la primitiva y que tenían solares a los que
compraron posteriormente, fabricaron las casas con una elevación de más de una vara y
las fueron cercando con unos pretiles de vara y media, por donde pasa la gente con
bastante comodidad y con grave perjuicio de las casas antiguas, porque inclinándose a
ellas el trajín de carretas y caballos, les imposibilita muchas veces la salida, y si las lluvias
son copiosas se inundan sus casas y la mayor parte de las piezas se hacen inhabitables,
defecto casi incorregible".

Esta descripción de Concolorcorvo corresponde al final de la Colonia. Han pasado 200


años. Si se toma por punta y punta el camino real en la imaginación de una Suramérica
española en un extremo está Buenos Aires y en el otro Cartagena, Buenos Aires es de lodo
y olvido, Cartagena de piedra y orgullo. El viajero que va a comprar mercancías al Caribe
para surtirla gran aldea del Río de la Plata, se encuentra en una ciudad maravillosa de
castillos, murallas, palacios, iglesias. Es la grandeza castellana labrada en unas rocas del
Caribe para la entrada del continente cerrado. Por eso se quedó Buenos Aires, por ejemplo,
sin catedral. La catedral de Buenos Aires la hizo la República. Es notable comparar lo que
va a describir Concolorcorvo en 1773, con lo que habían hecho los españoles en México en
el 500:

«La plaza es imperfecta y sólo la acera del cabildo tiene portales. En ella está la cárcel y
oficios de escribanos y el alguacil mayor vive en los altos. Este cabildo tiene el privilegio
de que cuando va al fuerte a sacar al gobernador para las fiestas de tabla, se le hacen los
honores de teniente general, dentro del fuerte, a donde está la guardia del gobernador.
Todo el fuerte está rodeado de un foso bien profundo y se entra en él por puentes levadizos.
La casa es fuerte grande, y en su patio principal están las cajas reales. Por la parte del río
tienen sus paredes una elevación grande, para igualar el piso con el barranco que defiende
al río. La catedral es actualmente una capilla bien estrecha. Se está haciendo un templo
muy grande y fuerte, y aunque se consiga su conclusión, no creo verán los nacidos el
adorno correspondiente, porque el obispado es pobre y las canonjías no pasan de un mil
pesos, como el mayor de los curatos. Las demás iglesias y monasterios tienen una decencia
muy común y ordinaria».

COLOMBIA O LOS CAMINOS DE JIMÉNEZ DE QUESADA

En Colombia el mapa de la nacionalidad quedó trazado por Jiménez de Quesada al


emprender su marcha de Santa Marta al interior, en busca de ese más allá que le iban
señalando los indios para salir de él y que vino a quedar convertido en el mito de El
Dorado. De más allá en más allá lo fueron llevando hasta un lugar tan lejano como vino a
ser Teusaquillo al pie de Monserrate y Guadalupe a 2.600 metros en el tope de las tres
cordilleras en que se dividen los Andes al entrar en el territorio de lo que es hoy Colombia.
Fijado así, el centro del Nuevo Reino y constituida su capital, Santafé, en lo más distante
del Caribe por un lado y del Pacífico por el otro, se fueron trazando todos los caminos
reales desde Pasto por el sur, Buenaventura por el occidente, Cartagena y Santa Marta por
el norte, y Cúcuta y Villavicencio por el oriente para llegar a Santafé y formar así la
telaraña que cubriera el Nuevo Reino desde todos los extremos en la más complicada red
imaginable. Los viajes de Quesada, Federman y Belalcázar señalaron los esquemas de los
primeros caminos y de ahí en adelante, cada exploración que se hizo fue indicando el nuevo
camino. Cada parada en el lugar donde nacería una nueva ciudad y la explicación de que
Colombia sea un país de ciudades, se encuentra en los tambos que fueron marcando como
paradores, los altos en las jornadas, cuando la Colonia se hizo para que la transitaran los
españoles a lomo de mula, o más exactamente de indio. No hubiera sido por El Dorado, y
se hubiera fijado la capital del reino en Santa Marta o Cartagena, los caminos reales
hubieran quedado para que los abriera la República en una tardía época de expansión.
Ilusión o realidad, El Dorado fue el fundamento de la nación colombiana tal como quedó
formada sobre el esqueleto de los caminos reales. Y el Magdalena y el Cauca, los ríos que
facilitaron la primera parte de la penetración. En primer lugar, el Magdalena. Como
correspondía a la obra del fundador Jiménez de Quesada.

Cuando comienza a formarse Colombia, podría compararse nuestro punto de partida con lo
que era la Argentina en el año de Concolorcorvo. El Buenos Aires de 1773, desde el punto
de vista humano, era tan primitivo, que deslumbraba Cartagena al visitante que llegado a
comprar mercancía, se encontraba con algo más movido e importante que su pueblo, que
entonces tenía 21.065 almas de esta calidad: 3.639 hombres españoles de los cuales 1.398
eran peninsulares, 456 extranjeros y 1.787 criollos; 4.508 mujeres; 5.712 oficiales,
soldados, clérigos, frailes, monjas, presos e indios, y 4.163 esclavos negros y mulatos. Es
decir: que en el Buenos Aires de 1773 había más negros que hombres blancos.

Los caminos que van formándose hacia el país de los chibchas que es donde se
levanta la capital del Nuevo Reino, sigue como en Suramérica la raya de los de los
incas, las huellas de las trochas abiertas por los chibchas, los quimbayas, los
sinúes, los taironas, los panches, para hacer sus intercambios en una civilización
precolombina en que jugaban un papel importante los intercambios de sal, oro,
ovillos de algodón, tejidos, etcétera. La novedad estaría en las bestias de carga,
pero lo que vino a imponerse ya existía en la época precolombina: el indio Cieza
de León habla sobre la entrada que se hizo para llevar la mercancía y los viajeros
en el camino del Dagua que comunicaba el puerto del Pacífico con Cali; este
camino fue famoso porque era forzoso para dar vida a esa región del sur. Dice el
cronista:

"Para llevar a la ciudad de Cali las mercancías que en este puerto se descargan,
de que se provee toda la Gobernación, hay un solo remedio con los indios de
estas montañas, los cuales tienen por su ordinario trabajo, llevarlas a cuestas, que
de otra manera era imposible poderse llevar. Porque, si quisiesen hacer camino
para recuas, sería tan dificultoso que creo, no se podría andar con bestias
cargadas, por la grande aspereza de las sierras; y aunque hay por el río Dagua
otro camino por donde entran los ganados y caballos, van con mucho peligro y
muérense muchos; y allegan tales, que en muchos días no son de provecho.
Llegado algún navío, los señores de estos indios envían cada uno al puerto la
cantidad que puede, conforme a la posibilidad del pueblo; y por caminos y cuestas
que suben los hombres abajados y por bejucos y por tales partes que temen ser
despeñados suben ellos con cargas y fardos de a tres arrobas y más y algunos en
unas silletas de cortezas de árboles llevan a cuestas un hombre o una mujer,
aunque sea de gran cuerpo. Y de esta manera caminan con las cargas, sin
mostrar cansancio ni demasiado trabajo; y si hubiese alguna paga irían con
descanso a sus casas, mas todo lo que ganan y les dan a los tristes, lo llevan los
encomenderos, aunque a la verdad dan poco tributo a los que andan a este trato.
Pero aunque ellos más digan, que van y vienen con buena gana, gran trabajo
pasan. Cuando allegan cerca de la ciudad de Cali, que han entrado en los llanos,
se despean y van con gran pena. Yo he oído loar mucho los indios de la Nueva
España, de que llevan grandes cargas; mas éstos me han espantado. Y si no
hubiere visto y pasado por ellos y por las montañas donde tienen sus pueblos, ni
lo creyera ni lo afirmara».

Este camino se mantuvo con el mismo sistema de transporte hasta muy avanzada
la República. Prácticamente hasta bajo la Presidencia de Eduardo Santos, que es
de ayer, el camino real no se convirtió en carretera. Alberto Montezuma Hurtado
que registra esta larga historia en su introducción a la Historia de los Caminos
Colombianos lo dice así:

«También costillas, omoplatos y hombros humanos hicieron durante varios siglos


oficio de bestias de carga en el camino que de Barbacoas, puertecillo fluvial, con
un curso irregular y a trechos escabrosos, ascendía a la meseta de Túquerres,
caía luego a las hondonadas del río Guáitara y echaba otra vez a subir incansable,
lento, casi tétrico, hasta desembocar por fin en las planicies de Pasto. Durante un
largo trayecto era un camino de fiebres, de víboras y de lluvias inagotables, quizás
el único camino colombiano cuya historia particular ya se hizo, por lo menos fue
hecha la narración aproximada de sus orígenes y de su apertura, además de un
boceto dantesco de lo que aquel camino de Barbacoas fue hasta el día,
relativamente cercano, en que para alivio de toda la región y para inmovilidad y
desempleo de los arrieros yacuanquereños, sus empedernidos trajinantes, el
presidente Eduardo Santos resolvió transformarlo en carretera».

Mapa de la
jurisdicción de Villa
de Leiva y sus
alrededores,
correspondiente a
las demarcaciones
de 1572. (AGN,
Mapoteca 4, mapa
211 A). CUANDO MUERE EL CAMINO REAL

En la América andina, cuando empieza a llenarse con oleadas de inmigrantes y de


los pequeños poblados indígenas surgen las ciudades indoeuropeas,
comunicarse, ampliar y consolidar los caminos, así fueran tan primitivos como los
de herradura que conocimos desde los días de Cieza de León hasta los de
Eduardo Santos, fue una hazaña, como tender un tapete de piedra sobre una
pirámide de tres mil metros, para unir por primera vez a las naciones que iban a
hablar una sola lengua. Esto fue lo que asumió como su destino la Colonia en sus
trescientos años, naturalmente echando todo el peso sobre las espaldas de los
indios. Para eso establecía su imperio. Y eso fue lo que entregó a la República.
Tocaba entonces al nuevo régimen transformar esos caminos reales en carreteras
para usar la rueda, en ferrocarriles para tender rieles, y en liberar al indio para que
no siguiera siendo la bestia en que se montó la máquina del régimen colonial.

En los países de pampa la solución fue sencilla por el ferrocarril. Buenos Aires dio
un salto increíble. Se declaró puerto de mar en vísperas de dar el grito de
independencia, y en cuanto desaparecieron las autoridades españolas, después
de un breve forcejeo, ya estaban adentro los ingleses y corrían por toda la pampa
los ferrocarriles. El paso del camino real al ferrocarril es como el nacimiento
argentino. El camino real dejaba el Buenos Aires del Lazarillo en que las carretas
se hundían hasta la manzana de la rueda en el lodazal de las calles, para
convertirse en el paraíso de los inmigrantes. En el resto de América la cosa no era
tan fácil.

EL GRAN CAMINO REAL EN LA NUEVA GRANADA

Quesada abrió el camino, por donde no era posible conservarlo ni continuarlo.


Entrar por el Magdalena, sí. Ese era el principio, y así quedó fijado como el eje
definitivo, para siempre. El avanzó hasta donde los barcos le sirvieron, hasta Tora,
o Barrancabermeja, y de ahí en adelante decidió trepar por el Opón, que era lo
inaccesible. Un capítulo que anticipa el dramatismo de La Vorágine. Se dejan las
ciénagas del valle del Magdalena con sus caimanes y tortugas, para entrar en la
maraña de la tupida selva tropical en que se va reduciendo la gente a la miserable
tropa de hambrientos que después de meses de jornadas mortales se llega a la
«tierra buena, tierra que pone fin a nuestra pena». Hacer camino real por ese
infierno verde hubiera sido un delirio.

Quesada subió en peso los caballos haciendo con bejucos redes para alzarlas
como presas colgantes que iban de trecho en trecho llevándose a la cumbre. Era
el menos apropiado de los abismos para salir del fondo del valle y sólo la
tenacidad del conquistador o la desesperación, los sacó por esos despeñaderos
que describe fray Pedro Aguado en una historia que deja atrás los relatos de la
novela de hoy.

Por otra parte, el Magdalena era navegable hasta Honda, pero sólo cuarenta años
después de Quesada vino a fundarse allí el puerto que diera pie para el camino
que llevara a Santafé. Y eso por los negros cimarrones. Los esclavos traídos por
los negreros a Cartagena y Santa Marta, fugándase, se habían hecho fuertes en
Palagua. Si el camino por el Opón o el Carare era un infierno verde por la tierra
caliente, los zancudos, alacranes, arañas y culebras, los negros cimarrones del
palenque de Palagua resultaron más temibles que todas las alimañas del trópico
reunidas. Estos esclavos escapaban del Africa chiquita que les había preparada la
corona española y al construir su república independiente en la selva tropical la
defendían como diablos. No dejaban pasar carga española. Que se pagara el
pecado cometido al haberles quitado su albedrío. Para escapar de ellos, los
esclavos decidieron seguir sacándoles el cuerpo, y hacerse fuertes en Honda.

Honda había sido la puerta de salida de Quesada, Federman y Belalcázar cuando


dejaron a Santafé fundada y de un tirón navegaron todo el Bajo Magdalena desde
los raudales de Guatiquí hasta las Bocas en el Caribe. Irían a que el Rey decidiera
para quién sería la conquista del Nuevo Reino. Honda quedó como el ombligo del
Reino. Para defenderla de los negros del Palenque la hicieran fuerte. Fue una
Cartagenita, cabeza del camino real, hasta que vino el ferrocarril. Por ahí empieza
la cosa y ahí llegó con su piano Van Lengerke.

EL PIANO DE VON LENGERKE LLEGA A HONDA

Geo von Lengerke es el del piano de La otra raya del tigre, de Pedro Gómez
Valderrama. Todos los pianos que llegaron de Europa al corazón no de la Nueva
Granada sino de Colombia, hasta muy avanzada la República, después de que se
descargaban en cajas en la costa, empezaban ese viaje de novela que para en las
champanes que llegan a Honda, donde pasan de los brazos fornidos de los bogas
a las espaldas de acero de los cargueros. Y comienza la novela del camino real,
que va a parar en las entrañas del propio Santander, geografía humana de nuestro
siglo. Van Lengerke llega a Honda con sus dos champanes. Ahí va el piano,
Madame la Barone, el Diputado, el equipaje.

En vapores colosales los europeos y los americanos del siglo XIX surcaron aguas
de los principales ríos del continente, ampliando las frontera y los mercados de
Occidente. El paso de la Angostura. Grabado de Riou. (Tomado de: América
Pintoresca, tomo 3, 1884 Edición facsimilar de Carvajal y Cía. 1980-1982.
Biblioteca particular Pilar Moreno de Ángel)

«La playa a las cuatro de la tarde parece de oro, hay que amarrar allí, no podemos
seguir en la noche. En el fuego empiezan a preparar una sopa con la tortuga que
ayer capturaron. Un boga les dice que por la mañana verán las huellas de las
tortugas que van a enterrar sus huevos en la playa nocturna. El mosquito se
esmera en picar a los europeos, la noche va cayendo, ven cómo los bogas hacen
huecos en la arena blanca y húmeda y se cubren con ella, les dicen que es para el
calor y para evitar el mosquito. Pronto están sepultados en lo arena, la Nodier
quiere hacerlo y metros más allá, ella y Lengerke dejan sus vestidos y se
sumergen en la arena fresca, sepultados hasta el cuello, hasta el siguiente día
mientras pasa la noche y dormitan sienten el silencio del tigre, pero ya el alba
aclara, rosada, violeta e increíble, el perfume macerado de la noche en la selva
tiene toda la gama, desde la flor a la descomposición...».

Llegan a Honda, pues, descargan el piano y bajan los pasajeros y la Nodier... y


queda atrás el silencio del tigre... como se descargan las mesas de billar, los
espejos de Venecia, las vajillas y los vidrios planos ingleses y las sillas de Viena...
hasta ayer no más, fue todo eso, y los diputados y las señas y lo que sea sube por
el camino real... Así bajaban el café. Así las quinas. Primero los virreyes, luego los
generales... Subían y bajaban.

El Magdalena con sus champanes parecía un río chino. El nombre, de claro origen
oriental, a lo mejor introducido por los misioneros jesuitas. Como los sampanes
chinos, y desde tiempos precolombinos, fue lo único que movilizó carga pesada en
el interior. Don Salvador Camacho Roldán dice que llevaban en su tiempo hasta
catorce toneladas con 16 bogas y un piloto. Una casa flotante, con cocina y salón.
Como en el Yan Tesekiana. En la popa, sobre un tiesto lleno de rajas de leña, la
cocina. Si el humo llenaba el «salón», era asfixiante el aire. La cubierta de palma y
cueros era para defenderse del sol. Se impulsaba el champán con varas que se
clavaban en la orilla y apoyaban en el pecho los palanqueros y con canaletes de
los bogas... A la vista, la selva de micos y loros, la playa de caimanes, garzas y
tortugas. Colibríes... Hasta Honda. Llegar a Honda era Tierra Firme. Roca.¡Al
camino real! El virrey Venero de Leiva organizó las flotas de champanes.

CÓMO ERA EL CAMINO REAL

Como para indios cargueros, es decir, indios bestias.


Alternando con las mulas. Antes de la invención de la
palanca, la rueda, la polea...el vapor, la electricidad, la
vela, el uso de la fuerza del viento o de la fuerza del
agua, cuando sólo se dispone de la fuerza física de la
bestia o del hombre no se hacen monumentos ni
calzadas sin esclavos. Lo mismo en Roma que en
México o Cuzco. Una cordillera que va de una punta a
la otra de América, un país que de norte a sur está
Los caminos reales de la montado sobre una montaña con alturas de cuatro mil
América española y cinco mil metros, ya se sabe el tipo de caminos que
continuaron desde las ha de construir. Los ferrocarriles, cuando llegue el
costas la azarosa travesía momento, para ser de vía ancha, desafían a los
de los mares. Plano de la ingenieros y como la cordillera es fresca, se
provincia de La Hacha, del derrumba, tiembla, es inestable.
año 1786. (AGN, Mapoteca
6, mapa 119) En Norteamérica, el camino real —Broadway— vía
holgada que va hacia la llanura. La ciudad se hace a
lo largo de la calle. No se detiene en la plaza. No hay plaza. Se va de prisa. Se
lleva el correo y la casa de posta, donde se toma un trago y se hace la parada. Se
va de prisa. La remesa y se sigue. No da para más. Aquí hay que ir de tambo en
tambo, bordeando precipicios, hacia las brumas del páramo. El simple itinerario de
Facatativá, camino de Honda, tomado del informe presentado al virrey a fines del
siglo XVIII, y publicado por Roberto Velandia en su historia de Honda, con sólo los
nombres de las paradas, ya muestra cómo es de lento el camino de la montaña.

"Hasta la quebrada del Aserradero tiene dos leguas y cuarto, y están Pantanillo,
Venta del Mal Abrigo, Bajada del Roble, Bajada y Angostura de Barroblanco. De la
quebrada del Aserradero sigue a Cune Grande, parte que corresponde a Bituima;
tiene pasos malos en Roblegal y el Patio de las Brujas. Sigue hacia Agualarga. De
Cruz Grande a la Quebrada de los Micos, cuya composición corresponde a la Villa
de Guaduas en 12 leguas.

"Sigue la Angostura del Iguerón, Bajada de la Casa de Millán, Angostura de


Chimbre, sube al Alto de las Gascas, Bajada de Guayabalito y de la de Mave,
Venta de Mave, "por una cuchilla con subida", río Namaysito, pasando los ríos
Dulce y Villeta, sigue la parroquia de Villeta; de aquí a Cune, Bajada de Chirripay,
sube la cuesta de Petaquero, Alto de Quebrada Honda, sube al Limoncito, Alto del
Trigo, sigue en bajada a la quebrada del Trigo, Bajada de Guaduas, en el llano
pasa el río Guaduas, sigue La Laja, quebrada los Micos a tres cuartos de legua,
Alto del Fraile, " este trozo corresponde a la jurisdicción de la ciudad de Mariquita
al componerlo".

"Alto del Sargento. En la Falda de esta cordillera se determinaba el sector llamado


de "Barandillas a Cifuentes" , muy temido de las viajeros po lo malo del camino y
sus abismos por lo cual fue preciso ponerle barandillas.

Bajada del Sargento. "El tramo de camino que sigue hasta las Bodegas de Santafé
es de cinco leguas y cuarto, corresponde su composición a la jurisdicción de la
Villa de Honda". De allí para abajo "el primer paso malo es desde el Alto del Fraile
hacia el Salto de la Manga". Sigue la Venta del Sargento, Guadualito, quebrada de
Tocuy, Paso del Ríoseco, Los Almireces, "por buen terreno vadeando tres veces el
río Seco’, La Carrasposa, quebrada del Penitente, las Barandillas, que "es un paso
establecido sobre lajas", Paso de Honda, "Bodegas de Santafé".

En la Colombia republicana que sucedió al Virreinato de la Nueva Granada, como


en todos los estados de la cordillera andina, los ferrocarriles tenían que construirse
sobre cornisas de rocas, al borde de abismos. Con esa tendencia al absurdo que
nos legó algún santo descabellado, llegamos a inventar el ferrocarril que empieza
construyéndose en lo más alto de la cordillera, llevando a lomo de bueyes las
locomotoras para que salieran de Bogotá el día de la inauguración.

El Buenos Aires, en la punta sur del camino real, la víspera de salir los españoles,
era así:
«La carne está en tanta abundancia que se lleva en cuartos a carretadas a la
plaza, y si por accidente se resbala, como he visto yo, un cuarto entero, no se baja
el carretero a recogerle, aunque se le advierta, y aunque por casualidad pase un
mendigo, no le lleva a su casa porque no le cuesta el trabajo de cargarlo. A la
oración se da muchas veces carne de balde, como en los mataderos, porque
todas los días se matan muchas reses, más de las que necesita el pueblo, sólo
por el interés del cuero.

»Todos los perros, que son muchísimos, sin distinción de amos, están tan gordos
que apenas se pueden mover y los ratones salen de noche por las calles, a tomar
el Fresco, en competentes destacamentos, porque en la casa más pobre les sobra
la carne, y también se mantienen de huevos y pollos, que entran con mucha
abundancia de los vecinos pagos. Las gallinas y capones se venden en junto a
dos reales, los pavos muy grandes a cuatro, las perdices a seis y ocho por un real
y el mejor cordero se da por dos reales».

CAMINO REAL DE OCCIDENTE

Entrando por el sur y siguiendo la ruta de Belalcázar, tocaba hacer otro camino
real, lo mismo que el de Quesada entrando por el Magdalena, para llegar a
Santafé. Era lo que habían hecho los incas, un poco como línea imaginaria. Y lo
que de hecho se practicó para comunicar a Buenos Aires con Panamá. La realidad
desde la frontera del reino de Quito, en la cordillera Occidental colombiana, viene
a cumplirse cuando la colonización por los antioqueños de Risaralda. Hay un librito
de Octavio Hernández Jiménez sobre el camino real de Occidente que comienza
así:

«Cuántas historias tendría para contar, si aún existiera, el Camino empedrado en


grandes trayectos que unía a Belalcázar con San José, hecho picadillo por el
buldózer con que construyeron, en la década de los cincuenta, una carretera
rápida como un corredor en las alturas: Villa Tulia (topónimo antiguo aunque no lo
aparente), Las Canoas, San Isidro, el Pinto, El Alto de la Habana (hoy El Crucero
que en ese entonces no era crucero), Guamo Viejo o San Gerardo (el crucero a
comienzos del siglo), El Rastrillo, el Jordán, parajes que quedaron en la cuchilla
desguarnecida como mojones nostálgicos.

»Y el camino de San José a Risaralda, abandonado ineluctablemente a su propio


olvido, doce años después, en sectores como El Chuscal, Tulcanes, La Estrella,
entrada para la Torre (hoy El Garaje), La Ciénaga, los Medios, Santana (un
proyecto de pueblo en lo alto que quedó como Fonda en el prolongado camino
entre dos pueblos), Quiebra de Varillas, con sus casonas encorvadas por los años.

»Camino azul de nevados despejados hasta las ocho de la mañana; de neblina


perezosa hasta mediodía; de rechinante sol en la tarde; dorado con los arreboles
del Tatamá hasta las siete; de estrellas desparramadas en un límpido e increíble
radio de ciento sesenta grados a derecha e izquierda del viajero rezagado».

En realidad fueron regiones que quedaron dormidas hasta que llegó el momento
de incorporarlas a la vida republicana, cuando ya las cosas comenzaron a
velocidad de automóvil y el camino real pasó al olvido. Los empedrados de
Hernández Jiménez no alcanzó a conocerlos la mano generosa del Estado y eran
al final regalo hasta de las mismas comunidades indígenas, más al sur, no
propiamente en la región de Anserma o del Valle de Apía, en donde la rebeldía de
los nativos fue constante y motivo de trabajos para los españoles.

El Chocó ha sido el lugar donde llueve más de todo el mundo. Donde la selva
crece como en ninguna otra parte y hacer, no digo una carretera, una simple
trocha, cosa poco menos que imposible, lo mismo para indios que para blancos.
Por ahí no pasa camino real ni republicano. Pero al Chocó se podía llegar a pie de
indio, y luego seguir a lomo de indio o a lomo de bestia. Y entre la montaña y el
Cauca, avanzaron primero los incas y luego los blancos. En la cerámica quedaron
testimonios no sólo de las figuras y la decoración incaica, sino de los esmaltes en
negro y rojo como pueden verse en las colecciones particulares y en los museos.

Sobre el vocabulario se han hecho estudios que muestran hasta dónde pudieron
llegar los viajeros del imperio. Sobre esos rastros se hicieron los caminos, que se
borraron, como lo cuenta el autor del camino real de Occidente.

La suerte de los caminos quedó al azar de la suerte de las minas. En el mismo


librito de Hernández Jiménez se copia una página de Rafael Maya donde el poeta
de Popayán resume en muy pocas palabras esta suerte del camino real de
Occidente:

"Terminado el ciclo heroico y muertos los conquistadores de muerte miserable casi


todos ellos, vuelve a cerrarse el bosque sobre los caminos improvisados por la
espada y sobre las poblaciones cuya fundación obedeció a móviles de estrategia
fugaz y de explotación transitoria. La precaria minería va declinando, la raza
indígena se agota. Arruinase Santa Ana de los Caballeros tan castizamente
bautizada."

"Cartago regalada por el Rey con escudo de armas, muda de sitio para esquivar el
asedio de los salvajes. En cambio, la selva recobra su pujanza. La montaña y el
cielo se abrazan nuevamente, para renovar su interrumpido diálogo de
constelaciones y de cumbres".

CAMINO REAL DE ORIENTE

La entrada de Federman desde Coro hasta Santafé, vendría a marcar la otra


cara de la pirámide de las tres que constituirían el modelo original en la
geometría colombiana. Porque todo este lado de Colombia por donde entró el
alemán, vino a ser uno de los costados de la vida colombiana que tuvo más que
ver en la historia desde el momento de su formación. No tuvo en lo que vino a ser
la nacionalidad la suerte de dejar fundaciones de ciudades que perpetuaran la
memoria tudesca. Como no la perpetuaron en Venezuela. Fuera de Maracaibo no
hay ciudad que se recuerde haber sido fundada por los alemanes. Aquí, a lo largo
de los caminos reales españoles fueron surgiendo Cúcuta, Ocaña, Bucaramanga,
San Gil, Socorro, Charalá, Duitama, Tunja, Zipaquirá.
Esta cordillera Oriental tuvo un lomo más ancho donde pudieron asentarse con
mayor comodidad las poblaciones. Cuando llegó la era republicana, se
encontraron en la parte boyacense y cundinamarquesa espacios para hacer
carreteras y en los caminos reales se pasó a usar la rueda y a correr con alguna
velocidad. La victoria de Boyacá del 7 de agosto pudo comunicarse a galope en
buenos caballos de Sogamoso que llegaron a Bogotá con la noticia velozmente,
pero no tan rápidos como que no lo hubiera sabido antes el virrey Sámano —el
terror y la derrota se dan más prisa— para bajar por el camino real y llegar a
Honda y alcanzar a fugarse en champán, entregando a los vencedores el Nuevo
Reino con sus caminos de mulas y de indios cargueros.

Por el camino real de Oriente había la posibilidad, desde Santafé, o de salir al


valle del Magdalena, por el Opón, o avanzar hasta Cúcuta para caer por el otro
lado al lago de Maracaibo. La disolución de la Gran Colombia hizo que se volcara
definitivamente sobre el valle del Magdalena cualquier solución futura y la primera
solución imaginada fue la del camino de Occidente que debía caer sobre el Carare
volviendo sobre los pasos de Quesada. Que era lo mismo que hacían los indios
cuando llevaban la sal de Zipaquirá en panes de varias arrobas para el trueque en
las ferias del Magdalena, como le tocó verlo al propio Quesada cuando subía de
Tora en su primera exploración.

En la Campaña Libertadora Santander se opuso a la entrada de los ejércitos


llaneros por Cúcuta, que ese era el camino obvio. Se trataba de sorprender a los
realistas con una entrada por donde no se podía subir y optaron por el camino
absurdo, el páramo de Pisba, que aseguró la victoria. Los españoles se declararon
derrotados por el susto que les dio ver aparecer un ejército por donde no podía
llegar. La insurgencia estuvo en eludir el camino real.

Ganada la guerra, el camino real de los altiplanos se fue volviendo cada vez más
ancho hasta convertirse en la carretera republicana. La que hemos venido a
conocer paralela a los ferrocarriles.

LA CALZADA DE PIEDRA

El camino real lo que tiene para justificar este nombre, es que suele calzarse de
piedra. Ha de trepar cordilleras frescas de greda que cuando llueve se hace
resbalosa y traicionera. Precisa recubrirla de losas para seguridad de la mula o del
hombre que lleva carga o pasajero. Cuando se piensa que el camino tiene que
trepar dos mil o tres mil metros de un valle ardiente a un páramo, la única manera
de darle alguna seguridad a la bestia de carga es con una piedra de apoyo. Por
eso hay tramos en que el camino se convierte en escalera. Como si se tratara del
ingreso a un palacio. La anchura del camino la determina el cruce de las cargas de
ida y regreso. Venían mulas cargadas con bultos de paños, petacas, baúles, cajas,
zurrones, barriles, cosas venidas de España y se cruzaban con lo que iba del
Nuevo Reino, productos de las minas en un principio, y luego cargas de quinas, de
palo brasil, cochinilla, de cuanto se sacó de las entrañas de estos montes para
llenar las cajas reales. Y esto hasta ayer. Yo conocí en plena actividad lo que fue
el camino real de Honda a Facatativá. Salían de Honda mulas cargadas con paños
de Londres, vajillas de Francia, cristal de Bohemia, sardinas de Barcelona, y
bajaban mulas con café de Fusagasugá y las pocas cosas que entonces
empezaba a exportar Colombia. Entonces yo era un niño y me acuerdo el miedo
quefueran a golpearme en las rodillas las cajas que subían de Honda. Solían
romper los huesos a los jinetes inexpertos que no sabían sacarle el cuerpo a un
golpe casi mortal. Me acuerdo que bajé en 1910 a encontrar los diputados que
subían de Barranquilla para asistir a la Asamblea Nacional que eligió a Carlos E.
Restrepo. Que se entienda muy claro: a todos les tocó subir a caballo por el
camino real de Honda. Uno de los diputados recibió el golpe de una mula y tuvo
que terminar la jornada en guando para llegar a un hospital en Bogotá a que le
arreglaran los huesos.

Los incas calzaban de piedra algunos de sus caminos como por


refinamiento. Los chasquis y los llamas no necesitaban de estos
refuerzos por las mismas razones que tuvieron los españoles para el
camino real. Lo mismo los taironas en La Guajira. Los caminos de La Guajira de
hace 500 años, hechos por los indios, son un prodigio de escaleras de caracol que
desentierran los arqueólogos y encuentran intactas, entre otras razones porque
habiéndolas usado las mismas bestias, es decir los indios, no fue por seguridad
como los cargadores de pianos y bultos de café, sino posiblemente por un
refinamiento casi ceremonial. En todo caso, si no se hubieran destruido los viejos
caminos al hacer las nuevas carreteras serían piezas de la arqueología colonial
notables que al cabo de tres siglos dejó terminados la Colonia como testimonio de
su imperio. Un imperio elemental si se compara con el romano de las calzadas
que cruzaron a Europa. No es posible darle al Imperio español en América títulos
que lo coloquen a la misma altura del romano que levantó en Bal Bek
monumentos que han dejado asombrado al mundo; y hay que repetirlo, una
escalera de piedra para subir a una montaña de 4.000 metros no deja de ser
notable en cualquier parte y eso puede ser un camino real. Eso sí, primitivo.

PARTE I:
LAS RUTAS DE LA HERENCIA PREHISPÁNICA

CAPITULO 1:
LOS CAMINOS ABORÍGENES
Caminos, mercaderes y cacicazgos: circuitos de comunicación antes de la
invasión española en Colombia
CARL HENRIK LANGEBAEK RUEDA

Los arqueólogos que han estudiado cacicazgos colombianos se encuentran ante


una aparente paradoja con respecto a la escala de las redes de comunicación en
que estaban inmersos. Por un lado, algunos plantean la existencia de sistemas
muy grandes, en los cuales cada comunidad actuaba como un eslabón en una
cadena de amplias relaciones culturales. Por otro, se sabe que la región estaba
ocupada por cacicazgos, los cuales por definición son entidades pequeñas, que
aunque pueden participar en redes de intercambio a corta y larga distancia,
funcionan autónomamente, tanto en lo político como en lo económico. Un artículo
sobre redes de caminos prehispánicos ofrece un valioso punto de partida para dar
comienzo al escrutinio de ambas posiciones.

Ante todo debo explicar en qué consisten las diferencias entre las dos posiciones
arriba esbozadas. En su sentido más tradicional, quienes enfatizan la primera
posición arguyen que los cacicazgos de amplias zonas del país compartían una
«cultura». La coparticipación en esa cultura se mide básicamente por la
elaboración de artefactos similares. Por eso, basándose en la elaboración de
objetos parecidos se pasa a hablar de «tradiciones», «horizontes», «cadenas o
áreas culturales» que reflejan un modo de pensar común debido a un origen
también común y a activas redes de interacción social. En una versión matizada,
y que se refiere más a la gente prehispánica y no tanto a sus manifestaciones
culturales, algunos autores destacan la importancia de las redes de intercambio
para demostrar que las sociedades indígenas constituían sistemas abiertos,
dependientes de otras. El caso mejor conocido, quizás, corresponde a la célebre
hipótesis de Reichel-Dolmatoff (1961) sobre la dependencia que tenían los
muiscas de las comunidades de tierra templada para abastecerse de alimentos.

Los partidarios de la segunda posición no niegan la existencia de redes de


intercambio —por el contrario, las han estudiado en profundidad (Gnecco, 1992;
Langebaek, 1992)— pero le asignan un contenido bien diferente. En primer lugar
tienden a minimizar la importancia del intercambio de alimentos, sosteniendo que
no pudo haber implicado la circulación de productos sobre distancias muy largas ni
el transporte de volúmenes considerables. En segunda medida, aunque admiten la
circulación de objetos de lujo a larga distancia —y que esos productos se
copiaban en amplias áreas del país— no ven cómo eso se pueda tomar como el
rompimiento de la autonomía de los cacicazgos ni como prueba de la
coparticipación de las sociedades prehispánicas en una misma «cultura». Por el
contrario, enfatizan que la elaboración de objetos similares se dio en contextos
culturales distintos y obedeció a una estrategia de las elites de los cacicazgos
colombianos de manipular información esotérica inspirada en elementos foráneos.

La información sobre caminos puede contribuir en mucho a enriquecer el debate y


ayudar así a comprender cómo surgieron y cómo funcionaban los cacicazgos
colombianos que los españoles encontraron en el siglo XVI. Al fin y al cabo, por
definición, los caminos sirven para comunicar. Si entendemos qué regiones
interconectaban, quiénes los usaban y con qué fin, entonces habremos dado un
paso adelante en el lento pero fascinante proceso de estudio de las sociedades
prehispánicas. A partir de información arqueológica y etnohistórica sobre los
caminos prehispánicos de Colombia quiero sugerir que las comunicaciones entre
las diferentes subregiones del país antes de la llegada de los españoles tenían
poca importancia en la formación de redes amplias de interacción económica.
Quiero enfatizar aquí el caso de los muiscas y su supuesta relación con grupos
muy alejados. Al igual que lo planteado por Earle (1987a) con respecto a
sociedades complejas del Perú y el Pacífico, en Colombia prehispánica fuertes
diferencias de medio ambiente resultaron en contrastes en sistemas productivos,
no en el desarrollo de simbiosis entre regiones muy apartadas. Los cacicazgos
colombianos tendieron a ser unidades de producción de comida autosuficientes.
Eventualmente, se puede documentar que el intercambio de materias primas por
objetos elaborados alcanzó cierta importancia en algunas partes del país —como
por ejemplo el altiplano cundiboyacense y el piedemonte llanero— y en muchas
partes pequeñas cantidades de artículos de lujo producidos en áreas alejadas
jugaban un papel importante para resaltar el prestigio y poder de la elite local,
sobre todo en las épocas más tempranas. Sin embargo, aun en este caso, el
tamaño de los circuitos de intercambio fue más reducido de lo que usualmente se
piensa.

La información sobre caminos quiero complementarla con otros aspectos también


relevantes para entender la amplitud de los circuitos de intercambio. En las
siguientes páginas paso a discutir aspectos que esperaría encontrar si la idea de
un sistema de intercambio muy amplio se hubiera desarrollado en Colombia
prehispánica; primero, caminos que facilitaran la comunicación a lo largo de
considerables distancias; segundo, mercados regulares conectados por esas
redes de caminos y, tercero, especialistas encargados de la circulación de bienes
de una región a otra. Si en verdad los cacicazgos colombianos estaban
involucrados en intercambios con regiones alejadas, entonces se deberían
encontrar evidencias de estos elementos. En caso contrario, habría pocas bases
para pensar en un gran sistema económico integrado o que el intercambio a largo
distancia fuera verdaderamente importante para los cacicazgos colombianos.

CAMINOS PREHISPÁNICOS

Las evidencias sobre caminos dan


una idea del desarrollo de sistemas
de transporte y del tamaño> de las
redes de intercambio (Schreiber,
1962; Trombold, 1991). Una
sociedad como la inca se basaba
en un eficiente sistema de caminos
que comunicaba los centros de
poder con las distintas áreas del
Imperio (Iribarren y Bergholz, 1971;
Beck, 1975; Hyslop, 1984). Este
sistema de comunicaciones
Mapa del siglo XVII con la localización de permitía movilizar excedentes hacia
algunas estancias en la jurisdicción del el centro de poder (Earle, 1987;
pueblo de Soacha. Año de 1627. (AGN, Patterson, 1988) y ejércitos a las
Mapoteca 4, mapa 444 A). áreas de frontera militar (Hyslop,
19894). Como resultado de su
importancia estratégica, los caminos incas frecuentemente comunicaban lugares
muy apartados dentro del Imperio y su uso era controlado por el estado (Hyslop,
1984: 2 y 337).

Numerosos documentos mencionan la existencia de sistemas de caminos


indígenas en Colombia; lo que no se ha discutido es cuál era su extensión o cuál
su importancia en términos de intercambio a larga distancia. Es claro que en los
primeros años de la Conquista y durante la Colonia existía una enorme dificultad
en comunicar las diversas regiones del país. A mediados del siglo XVI los
funcionarios españoles se quejaban continuamente de que la Colonia estaba
prácticamente aislada en sus comunicaciones por tierra (Friede, 1960, 9: 205). A
lo largo del siglo XVI había falta de caminos en el occidente del país (Friede, 1960,
10: 96, 108 y 140-144); la comunicación entre la costa y el altiplano
cundiboyacense era muy difícil (Friede, 1960, 10: 335) y aun en los alrededores de
Santafé de Bogotá los caminos eran malos incluso para el paso de caballos
(Friede, 1960, 8: 242).

Es factible que las quejas españolas sobre las vías de comunicación


probablemente no hagan justicia a las redes de caminos indígenas. Como los
caminos necesitaban un mantenimiento más o menos constante, parece que
muchos se hicieron intransitables al poco tiempo de llegados los españoles
(Anónimo, 1990: 50). Sin embargo, quiero demostrar que muchos caminos
prehispánicos tenían un carácter más ceremonial que práctico. Además, aquellos
caminos prehispánicos que no se pueden clasificar como ceremoniales
generalmente no comunicaban regiones aportadas ni servían redes de intercambio
a larga distancia. Más bien, unían áreas culturales relativamente cercanas, con
fines de intercambio a corta distancia o el control autónomo de ecologías
separadas por distancias cortas.

TERRITORIO MUISCA

En el altiplano muisca los crónicas describen caminos que salían desde las tierras
altas hacia el piedemonte llanero (Simón, 1981, 2: 81; Piedrahíta 1973 1: 63). Tres
documentos de fines del siglo XVI mencionan caminos muiscas; dos hablan de
«caminillos» en Teusacá (ANC V.C 37 f413r) y en Simijaca (ANC T.C 34f 48v);
otro habla sobre un camino que comunicaba el valle de Gachetá con Súnuba y
Somondoco, cerca de los Llanos (ANC Enc 19: 380r; en Perea, 1989: 48). Según
el documento, los caminos que iban a Súnuba y Somondoco eran muy pequeños y
se utilizaban para «contratar unos con otros».

Otras referencias mantienen que había «carreras» que comunicaban las aldeas
muiscas con santuarios (Castellanos, 1955: 187, y Simón, 1981, 3: 188).
«Carreras» que cumplían con una función estrictamente ceremonial se describen,
por ejemplo, en Guasca y Siecha (ANC T.C 32: f55r y 57r). Castellanos (1955,
4:187) nos deja lo siguiente impresión sobre las «carreras» muiscas:

«...y de cualquier cercado procedía/una niveladísima carrera/en longitud de larga


media legua/y en latitud podía sin estorbo/ir caminando dos grandes carretas/».

Las evidencias arqueológicos de caminos o «carreras» en el altiplano son muy


pocas. Ancízar (1983: 322), a mediados del siglo XIX, describe en el valle de
Samacá restos de una «larga calzada». Además, Silva (1946: 34) reporta una
«trocha angosta y profunda» que interpreta como un camino prehispánico en La
Belleza (Santander) pero no brinda detalles. Aparte de las «carreras», que sólo
parecen haber servido para la comunicación entre aldeas y santuarios, los
caminos muiscas unían regiones en dominios étnicos de los pueblos de lengua
chibcha en el altiplano, y no regiones más apartadas. Aquellos que comunicaban
las tierras altas con el piedemonte llegaban a pueblos como Súnuba o
Somondoco, comunidades muiscas que suministraban algodón y coco a los
grupos de su misma etnia que ocupaban pisos térmicos más altos (Langebaek,
1987: 82-87). No hay indicios de que llevaron al llano propiamente dicho, o que
penetraran profundamente en territorio de etnias distintas de la muisca; por el
contrario, una vez por fuera de los dominios muiscas, las comunicaciones con el
llano se describen como muy deficientes (Castellanos, 1955, 4:2 18).

Aguado (1956, 1:236) describe una situación similar a la del piedemonte llanero en
el flanco occidental de la cordillera; según el cronista, había caminillos por los
cuales circulaban los indígenas que intercambiaban sal con los poblaciones del
valle del Magdalena; sin embargo, el caminillo entre las tierras altas y bajas era
tan estrecho que los españoles debieron abrirse paso a las tierras altas «a pura
fuerza.. .de brazos» (Aguado, 1956, 1:233). Sólo más adelante, una vez en tierra
fría y en territorio muisca propiamente dicho, los españoles se pusieron contentos
«por los muchos caminos» que encontraron (Aguado, 1956, 1:235). En efecto, al
llegara tierra fría los conquistadores encontraron «por allí muchos caminos que
atraviesan de unos pueblos a otros» (AGI Santa Fe 49 Ramo 3 No. 10).

SIERRA NEVADA DE SANTA MARTA

Hay un buen cúmulo de datos sobre caminos indígenas en la Sierra Nevada de


Santa Marta. Las crónicas y documentos describen caminos enlosados que
comunicaban no sólo distintas estructuras en las aldeas (Serje, 1984; Groot, 1985:
62), sino también aldeas entre sí (Reichel-Dolmatoff, 1951: 78-79; Serje, 1984;
Cadavid y Herrera, 1985: 27-30); por cierto, estos caminos prehispánicos de la
Sierra han sido utilizados por viajeros de los siglos XIX y XX (Mason, 1940: 223;
Cabot, 1939: 593; Reclús, 1990: 167) y colonos contemporáneos (Cadavid y
Herrera, 1985: 27). Según los investigaciones de Serje (1984) los caminos
generalmente comunican aldeas grandes con aldeas pequeñas en cada valle, así
como a los diferentes valles entre sí. De acuerdo con Cabot (1939), los caminos
prehispánicos de las tierras altas llegaban hasta cerca de los picos nevados y de
allí descendían a las aldeas indígenas más importantes. Aunque resulta obvio que
los caminos facilitaban el intercambio de sal y pescado del litoral por artículos de
oro y tejidos de la Sierra, también es probable que sirvieran para comunicar a las
aldeas de la Sierra con parcelas en pisos térmicos más bajos o con áreas para la
explotación pesquera (Bischof,1971 ; Oberem, 1981). En 1563, por ejemplo, se
describen en las faldas de la Sierra «caminos que los naturales siguen a sus
labranzas y haciendas y a las pesquerías de la mar» (AGI Santa Fe 49 Ramo 6-15
1r).

Algunas referencias etnohistóricas sugieren, en efecto, que la población de la


Sierra practicaba un patrón de poblamiento similar al de microverticalidad
(Langebaek, 1987a: 64). Este concepto, planteado para los Andes ecuatorianos,
implica el desplazamiento a lo largo de distancias supremamente cortas orientado
a que cada comunidad solucionara de manera autónoma el acceso a recursos
básicos (Oberem, 1981; Salomon, 1986). Los caminos de la Sierra corren
generalmente a lo largo de los valles que descienden de las montañas (Serje,
1984), comunicando distancias más bien cortas pero ricas en contrastes
medioambientales lo cual sugeriría que al menos parte de su función podía estar
relacionada con prácticas de microverticalidod. La referencia de Cabot también da
pie para pensar que los caminos servían para comunicar a las aldeas más
importantes con los páramos, sitios con una importancia ceremonial para la
población aborigen. No hay referencias sobre sistemas de caminos que
comuniquen la Sierra con áreas alejadas de La Guajira o del Bajo Magdalena, y
mucho menos con el territorio muisca.

LLANOS Y OCCIDENTE DE VENEZUELA

En el occidente de Venezuela, las crónicas y algunas evidencias arqueológicas


indican la existencia de caminos prehispánicos. Kauman (1989) resume algunos
datos de cronistas sobre caminos indígenas en la Serranía de Mérida y sugiere
que el camino real que recorre los Andes sigue al menos en parte el trazado de
caminos prehispánicos. En los llanos se reportan calzadas de hasta varios
kilómetros de largo, que rodean sitios arqueológicos y comunican centros
primarios con aldeas satélites (Zucchi, 1975; Redmond y Spencer, 1990: 19).
Según Zucchi (1975: 78-80), los calzadas de los llanos habrían sido construidas
entre los siglos V y X d.C. Redmond y Spencer (1990: 19) sugieren una datación
entre 1095 y 1372 d.C.

Las calzadas constituyen un sistema de comunicación ideal en los llanos en


período de invierno cuando las tierras más bajas se inundan. Curiosamente, sin
embargo, los datos de crónicas y archivo coinciden en que el verano, no el
invierno, constituía el período activo para intercambios, mientras que los meses de
lluvia se dedicaban a actividades de subsistencia y descanso (Morey, 1975).
Durante el período seco, diversas comunidades de los llanos aprovechaban para
hacer «visitas» a grupos de aliados con el fin de intercambiar productos y reforzar
lasos de amistad (Morey, 1975: 272-276). En fin, las calzadas habrían sido más
útiles en los meses en que las redes de intercambio intercomunal eran menos
activas. Probablemente, el uso de las calzadas en los llanos tenía que ver con la
comunicación entre aldeas y campos de cultivo, como los que se reportan muchas
veces asociados a ellas (Zucchi, 1975; Redmond y Spencer, 1990), más que con
la comunicación a larga distancia.

SUR Y OCCIDENTE DE COLOMBIA

Existen numerosas referencias sobre caminos indígenas en la cordillera Central y


el valle del río Cauca (Trimborn, 1949: 66; Romoli, 1976: 30-32; Friede, 1982: 34-
37). White (1884) y Schenck (1880) reportan vías de comunicación terrestres que
interpretan como prehispánicas en Yolombó y Rionegro respectivamente (citados
en Pérez de Barradas, 1958: 344). Las evidencias arqueológicas más confiables,
sin embargo, provienen del Alto Magdalena y de la región Calima (Herrera, 1984).
En el Alto Magdalena se describe un sistema de caminos que comunicaba
terrazas de vivienda y canales de desagüe en los poblados de Morelia, con una
fecha entre 800-1500 d.C. (Llanos, 1988: 39, 58-62 y 111) y de Quinchana (Llanos
y Durán de Gómez, 1983: 105), datado en una fecha similar. En otro caso, Lleras
(1985) describe un camino de unos centenares de metros que comunica las
Mesitas B y D en el Parque Arqueológico de San Agustín y le asigna una fecha
correspondiente al siglo VII d.C. Las referencias sobre caminos en San Agustín
indican que o bien los caminos probablemente cumplían una función ceremonial o
unían plataformas y otras estructuras en un asentamiento nucleado, cubriendo
distancias muy cortas. En Calima, por su parte, Pineda (1945: 498) reseño
caminos en el municipio de Restrepo que descienden unos al Valle y otros al litoral
pacífico; más recientemente, se describe red de caminos de hasta 8 y 16 metros
de ancho que atraviesa los cerros en línea recta y que «se extiende desde la zona
selvática de la vertiente occidental de la cordillera [Occidental] hasta el valle del río
Cauca, y según datos no confirmados, lo cruza» (Herrera, Cardale y Bray, 1983:
395 y 396). Salgado (1986: 65-79) describe caminos entre 4 y 8 metros de ancho
en el noroccidente del Valle del Cauca, desde donde, según informantes de la
región, se dirigen hacia las selvas del occidente. Salgado y Stemper (1990)
reportan un camino probablemente prehispánico de por lo menos 10 kilómetros de
largo entre Cali y Buenaventura.

Aunque no hay dataciones muy claras, parece que los caminos reportados en
Calima tendrían una cronología de finales del primer milenio d.C (Bray, Herrera y
Cardale, 1981: 8). Salgado (1986: 75) sugiere que caminos encontrados en el
noroccidente del Valle del Cauca, corresponden a una fecha del siglo VII d.C. No
es claro si la red de caminos estaba en funcionamiento en el siglo XVI; Romoli
(1976: 30-32) piensa que al menos parte de la red de caminos no se usaba a la
llegada de los españoles, lo cual coincide con los fechamientos hasta ahora
reportados, tanto en Calima como en el Alto Magdalena. En apoyo a la cronología
estimada para los caminos Calima se puede anotar la representación que se hace
de ellos en vasijas de los períodos llama y Yotoco (Salgado, Rodríguez y Bashilov,
1993: 98).

Los datos sobre Calima son ciertamente intrigantes. Sin embargo, aunque se
habla de una red de 100 o más kilómetros de intercambio, se específica que
únicamente se ha verificado la existencia de caminos a lo largo de 10 ó 15 km.
(sólo hora y media de viaje) los cuales descienden al Valle desde la cordillera
(Bray, Herrera y Cardale, 1981: 8; Salgado y Stemper, (1990).

No es claro si a lo largo de todo su recorrido los caminos principales Calima tienen


varios metros de ancho, aunque parece poco probable. En todo caso, es legitimo
preguntarse si se necesitan caminos de esas dimensiones para cumplir funciones
puramente económicas. En el caso de «caminos» de 16 metros de ancho quizás
se podría pensar en una función más similar a la de las «calzadas» muiscas, antes
de llegar a conclusiones sobre su importancia en términos de intercambio.

Por otra parte, aunque la red de caminos reportada en Calima cumpliera funciones
puramente económicas, la mayor parte comunica áreas muy diferentes en
términos geográficos, pero no muy alejadas entre ellas. Si aceptamos las
versiones, no confirmadas, sobre la extensión de las redes de caminos Calima,
éstas habrían comunicado el Valle del Cauca, la cordillera Occidental y su
vertiente hacia el Pacífico. Según Romoli (1976: 32-36) existían vínculos
económicos muy estrechos entre los habitantes de estas regiones en el siglo XVI.
En el valle del río Cauca, la población daba énfasis al intercambio de pescado y al
cultivo de maíz, frutales y algodón, mientras que en las montañas de la cordillera
se producían excedentes de fríjol y papa, a la vez que se extraía cabuya y se
exportaban vasijas de barro; de las selvas del occidente provenían esteras de
junco (AGI Justicia 639f 34v, 40v y 55v) y probablemente oro para los orfebres
Calima (Romoli, 1976:31).

Las distancias comprendidas entre la vertiente pacífica de la cordillera Occidental


y el Valle del Cauca abarcarían tan sólo unos 50 km., o menos, distancia que
corresponde a redes de intercambio sobre áreas contiguas y no a extensos
circuitos de comunicación a larga distancia con el territorio muisca.

MERCADERES ESPECIALIZADOS Y MERCADOS

La existencia de mercaderes especializados da una idea sobre el grado de


desarrollo institucional de la circulación de productos; cuando el intercambio a
larga distancia requiere un complejo sistema de comunicaciones, usualmente
también necesita de especialistas mercaderes encargados del acceso a frutos
producidos en áreas alejadas. Un caso bien conocido es el de los pochteca en el
estado azteca (Chapman, 1971). Cuando los mercados se orientan al
abastecimiento de objetos que circulan gracias a redes de intercambio a larga
distancia, su misma existencia se puede tomar como medida de la importancia
que conseguir estos productos tenía en la economía indígena (Neale, 1976). En
Colombia, como paso a sugerir, el desarrollo de mercados con importancia más
allá de ciertos límites étnicos o políticos estrechos fue muy limitado.

Tan sólo se tienen bases firmes para pensar en la existencia de mercados entre
los muiscas y en el sur del país, aunque se poseen algunas referencias sueltas
para la Sierra Nevada de Santa Marta (Langebaek, 1987: 143), el Valle del Cauca
(Trimborn, 1949), el valle del Magdalena y los Llanos Orientales (Morey, 1975). En
el sur del país los pastos tenían mercados regulares y especialistas en el
intercambio a media y larga distancia (Romoli, 1978: 29). Los mindaláes del
Ecuador son descritos por Oberem (1981) y Salomon (1986) como especialistas
patrocinados por los caciques para que los suplieran con productos exóticos de
diversas ecologías y fomentaran la formación de lazos de intercambio entre
diversas comunidades, a veces manteniendo una residencia extraterritorial
(Salomon, 1986:111). Cuán extensas podían ser las redes de intercambio en las
que participaban mindaláes pasto, no es claro. Lo que se sabe, sin embargo, es
que no hay evidencia arqueológica de bienes obtenidos desde grandes distancias
—más allá del litoral pacífico y el piedemonte amazónico— en lo que fue su
territorio (Uribe, 1978).

En numerosas aldeas muiscas se realizaban mercados cada cuatro días (AGI


Santa Fé 56 12v). Sin embargo, el acceso a mercados estaba limitado a miembros
de la etnia muisca, o cuando más a comunidades de lengua chibcha vecinas,
como guanes y laches, pero no a grupos más alejados. Unicamente en las
márgenes de los cacicazgos muiscas, como en Sorocotá, individuos de otras
etnias podían entrar en dominios muiscas para realizar intercambios; sin embargo,
no está claro qué tan regular era el mercado en Sorocotá (Langebaek 1987: 123-
124). Por lo demás, en el territorio muisca no hay evidencias sobre la existencia de
especialistas mercaderes (Langebaek, 1987: 133-134).

En la Sierra Nevada de Santa Marta se habla de que los españoles encontraron


un tianguis en Pocigüeica y un mercado en Ciénaga (Langebaek, 1987: 143).
Algunos autores sostienen que entre los taironas había especialistas mercaderes
similares a los mindaláes de Pasto. Sin embargo no hay ninguna evidencia seria
que respalde tal suposición. Muchas veces, los españoles llamaron «mercaderes»
a cualquier indígena dedicado al intercambio; ello no significa la presencia de
especialistas como tales, y mucho menos de mindaláes como en Ecuador. Por
cierto, aunque la existencia de mindaláes en Ecuador posiblemente sea una
tradición preincaica, parece probable que su posición se viera reforzada por el
interés incaico de forjar lazos de intercambio con grupos de la periferia imperial
(Salomon, 1986; Patterson, 1988). En el sur de Colombia, únicamente entre los
pastos se describen mindaláes, mientras que otros grupos vecinos no los tenían
(Romoli, 1978: 29). Así, la situación difícilmente puede ser comparada con la de la
Sierra Nevada.

Ahora bien, por lo que respecta a los mercados en la Sierra se imponen algunas
observaciones. La referencia sobre el tianguis en Pocigüeica es aislada. No hay
ninguna otra que la corrobore o la contradiga. La referencia en cuestión no
describe ningún mercado como tal, sólo dice que había un tianguis (Langebaek,
1987: 147). Esta palabra puede significar la presencia de un mercado, pero es lo
suficientemente ambigua como para que pueda por sí sola indicar la existencia de
un grupo grande de gente participando en una ceremonia común (Martínez, 1985).
Por lo demás, las referencias sobre un mercado en Ciénaga son relativamente
tardías, y no hay bases para pensar en su funcionamiento antes de la llegada de
los españoles (Langebaek, 1992). Sin embargo, incluso si funcionaban mercados
en Pocigüeica y en Ciénaga, no tenemos idea de qué tan frecuentes e importantes
pudieron ser. Resulta extraño que no se hicieran más referencias a la existencia
de ferias de intercambio, si es que ellas eran cosa común, pese a que las fuentes
son más o menos generosas en menciones sobre trueque entre las comunidades
de la Sierra y del litoral (Reichel-Dolmatoff, 1951: 89-90; Cárdenas, 1983: 159-
171). Por otra parte, no se sabe si indígenas de regiones alejadas de la Sierra
participaran en los «mercados» de Ciénaga o de Pocigüeica. Por el contrario, se
indica que básicamente habrían participado indígenas de la Sierra interesados en
conseguir bienes típicos del litoral (sal y pescado principalmente) así como
comunidades del litoral deseosas de adquirir objetos producidos en la Sierra, pero
no comunidades más alejadas.

Otra región de la cual se habla con frecuencia de mercados es la de los Llanos


Orientales. Según Morey (1975) se podrían definir como mercados reuniones que
se mantenían en diversas «pesquerías» y «playas de tortuga» una vez al año. La
impresión que se tiene al leer las crónicas es que los indígenas se reunían a
explotar recursos como la pesca o la recolección de huevos de tortuga en ciertos
lugares donde esos recursos se concentraban cada cierto tiempo, en los meses de
verano; simultáneamente, los grupos aprovechaban para cambiar sus excedentes
por bienes exóticos y procuraban forjar alianzas (Morey, 1975). Es difícil pensar
que «mercados» que tenían lugar apenas una vez al año jugaran un papel
importante en la circulación de grandes cantidades de bienes. Lo que es claro es
su importancia social: el intercambio de objetos con el fin de establecer relaciones
políticas. Por cierto, es interesante comentar que mientras las crónicas mencionan
que los objetos de oro de los Andes colombianos eran populares en los Llanos,
únicamente un objeto de oro, de procedencia dudosa, se reporta en la región
(Zucchi, 1975). Mora y Cavelier (1985) hacen énfasis en la ausencia de material
de origen muisca en los sitios del piedemonte. Ciertamente, existen evidencias de
plumas de aves tropicales, drogas narcóticas y algodón que llegaban del
piedemonte a las tierras frías, pero los datos sólo permiten pensar en contactos
sobre distancias relativamente cortas, no en vínculos entre los muiscas y grupos
muy alejados de la cordillera (Langebaek, 1991).

CONSIDERACIONES FINALES

Una descripción de aspectos que usualmente se esperaría encontrar asociados al


desarrollo de las redes de intercambio a larga distancia entre los muiscas y otras
comunidades indígenas de Colombia prehispánica permite aclarar algunos puntos.
Por lo pronto, no hay evidencias firmes de que los cacicazgos colombianos
participaran activamente en circuitos de intercambio de gran tamaño que hicieran
interdependientes entre sí a sociedades muy alejadas. Los sistemas de caminos
parecen limitados en extensión y muchas veces cumplían una función
estrictamente ceremonial. Por orden de fechas las redes de caminos que se
construyeron en el suroccidente corresponden a los primeros siglos de la era
cristiana, pero los datos no son tan firmes para épocas más tardías. Estos
caminos parecen haber cumplido, en muchos casos funciones que eventualmente
se podrían relacionar con la circulación de pequeñas cantidades de objetos de lujo
(orfebrería, por ejemplo). Es precisamente para los primeros siglos de la era
cristiana que se detecta la circulación de objetos de lujo a larga distancia que
quizás resultaban importantes para el mantenimiento de las elites de la región. Es
muy posible que estos artículos circularan de mano en mano, sin necesidad de
especialistas de tiempo completo, ni de complejas redes de intercambio directo a
larga distancia.

Así mismo, muchos de los caminos reportados en sociedades más tardías,


particularmente aquellas de la Sierra Nevada de Santa Marta y los Andes
orientales, parecen haber tenido una función relacionada con la comunicación
entre las áreas ecológicas contrastantes, separadas por más distancias más bien
cortas; esta comunicación habría implicado en algunos casos el intercambio de
productos entre sociedades, por ejemplo el algodón del llano por mantas muiscas,
en un típico intercambio de materias primas por objetos terminados. Por lo demás,
en muchos casos los caminos tenían una función más doméstica, vinculada con el
movimiento de gente de un mismo cacicazgo a través de diferentes ecologías,
aprovechando un patrón de poblamiento disperso que les permitía explotar
autónomamente un rango de ecologías diversas.

El desarrollo de mercados periódicos y regulares se dio en pocos lugares y de


todas maneras éstos no parecen haber funcionado en el contexto de redes de
intercambio a larga distancia sino, como en el caso de muchos caminos, en el de
intercambio entre sociedades con dominio sobre ecologías diferentes pero
separadas por distancias relativamente cortas. Tal es el caso del litoral y Sierra en
Santa Marta, el altiplano y el piedemonte llanero y el Valle del Cauca con la
cordillera Occidental y las selvas del Pacífico.

Por otra parte, a excepción del caso de mindaláes entre los pastos, no hay
evidencias firmes sobre la existencia de especialistas en el intercambio a larga
distancia. Más aún, incluso entre los pastos no es claro qué tan grande pudo ser
su esfera de acción, o qué tan importantes sus actividades para los caciques y
comunidades que los patrocinaban.

En las distintas excavaciones que se vienen realizando en el altiplano


cundiboyacense —y en realidad en cualquier parte del país—, no sorprende la
cantidad de evidencias de intercambio a larga distancia: la gran mayoría de los
objetos de uso diario parecen haber sido elaborados con materias primas y por
artesanos locales. El problema es que usualmente unos pocos artículos exóticos
reciben más atención en los reportes arqueológicos que cientos de objetos, restos
de fauna y flora locales. Al fin y al cabo ningún arqueólogo pasa a la fama por
encontrar cerámica muisca en el territorio muisca, aunque más de uno cree que su
trabajo será más importante si encuentra objetos foráneos, ojalá de áreas bien
alejadas. A pesar de lo atractivo que pueda parecer poblar la Sierra Nevada de
Santa Marta con mindaláes, o pensar que los cacicazgos del sur del país vivían
pendientes de los últimos desarrollos de la moda ecuatoriana, los datos en que
esas afirmaciones se basan son muy débiles.
Las evidencias etnohistóricas disponibles sugieren que los cacicazgos en
Colombia aspiraban al dominio de diversas ecologías para el acceso a recursos
básicos, minimizando así lazos de interdependencia económica. En esta medida
se sugiere que el fenómeno de una Colombia integrada como un sistema
económico global es producto de la conquista española. Por lo tanto, en vez de
enfatizar conexiones con sociedades alejadas, generalmente basadas en
parecidos en cultura material, es más productivo estudiar el desarrollo de los
muiscas —y en general de las comunidades indígenas del país— en términos de
interacción con su medio ambiente y de su entorno social inmediato. En vez de
especular sobre los parecidos de la cultura material muisca, calima o tairona con
la de regiones muy alejadas, se deben enfatizar preguntas sobre cuál era la
dimensión real de los circuitos de intercambio que implicaban interacción social y
económica real. Es paradójico que resulte más importante preguntarse por qué
ciertas piezas de orfebrería muisca son similares a objetos que elaboraban grupos
de Costa Rica a quienes los muiscas nunca vieron, en lugar de entender los
procesos de interacción con los grupos limítrofes con quienes sin duda
intercambiaban y guerreaban con frecuencia. Aquí se ha descrito buena parte del
material existente y se ha defendido una posición. Es obvio que futuras
investigaciones deben continuar. Pero para ello será necesario que los
arqueólogos piensen más en términos de gente y procesos sociales que en tiestos
y piezas de orfebrería. Por lo pronto, ni aun con las evidencias etnohistóricas
disponibles, las mismas con las cuales los arqueólogos han permitido volar su
imaginación, se puede hablar de amplios sistemas de intercambio a larga distancia
que cubrieran extensas porciones del territorio nacional creando lazos de
interdependencia económica entre sociedades distantes.

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