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DIVORCIO Y SEPARACIÓN

La forma en que las personas atienden a sus necesidades de intimidad y afecto ha cambiado a través del
tiempo, transformándose desde una postura en la que el matrimonio se constituía como una unión para toda la
vida, a un patrón de matrimonios consecutivos con etapas intermedias. En ese contexto, el divorcio y la
separación constituyen parte de los cambios familiares del siglo xx más citados en la literatura sociodemográfica,
presentándose como un fenómeno con altas y crecientes tasas en las sociedades occidentales (Rojas & Guzmán-
González, 2016). Tradicionalmente la familia es considerada como el núcleo de la sociedad porque es en ella, y
a través de ella, donde se ejerce la primera socialización y porque proporciona elementos simbólicos que permiten
identidad y pertenencia al estar fundada en un intercambio entre sus miembros. Sin embargo, ésta concepción
ideal favorece el ocultamiento de tensiones y conflictos.
Por lo mismo, en la actualidad también existe diversidad en la estructura familiar y otras combinaciones
posibles de familias, entre ellas las monoparentales, las familias con hijos mayores que no abandonan el hogar
de los padres o regresan al mismo, las conformadas por el progenitor y su pareja o aquellas de padres de un
mismo género. Como señalan García y de Oliveira (2006), la constante transformación de la familia requiere la
comprensión de la misma desde los nuevos acuerdos entre los miembros de la pareja en la convivencia doméstica,
conyugal y de paternidad, puesto que finalmente son los que forjan la vida familiar.
En la mayoría de los países de América Latina han ocurrido transformaciones importantes en los procesos de
conformación de las familias (Jelin, 2008). En las últimas décadas se ha producido una serie de cambios sociales
graduales en la noción y configuración de las mismas. Paulatinamente el matrimonio ha dejado de ser percibido
como el único medio socialmente aceptado de formación de la familia, aumentando la proporción de diversos
tipos familiares como las uniones consensuales o las familias monoparentales. El aumento de los índices de
divorcio en nuestro país puede relacionarse con las transformaciones sociales y culturales que se han presentado
en las últimas décadas. Entre éstas se pueden considerar la secularización, el cambio en la percepción hacia el
matrimonio como unión indisoluble y las posibilidades que le genera a la mujer su inserción en el sector laboral
y con ello, la modificación de patrones y la demanda por parte de ésta a roles más equitativos al interior de la
familia.
Al divorcio como concepto se le puede definir según la legislación mexicana como aquella acción que
disuelve el vínculo del matrimonio y deja a los cónyuges en aptitud de contraer otro. Mientras que la separación,
es, por lo general, anterior a la ausencia o no presencia del cónyuge en la monoparentalidad por ruptura conyugal,
iniciándose en el proceso de desconyugalización, el cual inicia desde la misma convivencia conyugal, a través
de un distanciamiento paulatino entre la pareja. De acuerdo con Barrón (2000), al comienzo se va dando un
distanciamiento tanto físico como emocional de la díada conyugal, creando un “espacio aparte”. De esta manera
al divorcio se le ha adjudicado ser la “causa” de la crisis familiar, la inestabilidad o la destrucción del matrimonio,
pero en realidad ese no es el problema. En palabras de Jacques Commaille (en Leandro y Gonzalez, 2015), el
divorcio es sólo la parte visible del gran iceberg que estaría conformado por todos los aspectos de la conflictividad
matrimonial. El divorcio aumenta porque la mayoría de los individuos son más exigentes en sus demandas de
satisfacción matrimonial de lo que eran en las sociedades más tradicionales. A nivel microsocial, el divorcio
constituye un proceso de ruptura y transformación familiar, caracterizado por su heterogeneidad, mismo que
conlleva principalmente a la formación de familias reconstruidas y de tipo monoparental (Poxtan, 2010). Además,
es un indicador del incremento de tensiones, ambivalencias y desigualdad al interior de las parejas, así como del
cambio de expectativas sobre el matrimonio.
En la actualidad, las parejas se divorcian porque, al dar una importancia enorme al matrimonio en su vida, no
pueden soportar una relación fracasada. Del matrimonio se exige que sea una fuente de satisfacción y de
entendimiento mutuo, y si no lo es, es más probable que se rompa; esta ruptura, en general, es un proceso que
puede iniciarse desde la relación de pareja. Por otro lado, Alberdi (en Landero y González, 2015) menciona que
la frecuencia del divorcio en la sociedad moderna no puede verse como reflejo de la crisis el matrimonio, sino,
por el contrario, como un signo de la gran importancia que dicha institución ha adquirido. En la actualidad, las
parejas se divorcian porque, al dar una importancia enorme al matrimonio en su vida, no pueden soportar una
relación fracasada. Del matrimonio se exige que sea una fuente de satisfacción y de entendimiento mutuo, y si
no lo es, es más probable que se rompa; esta ruptura, en general, es un proceso que puede iniciarse desde la
relación de pareja.
En 2016, conforme a los resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), hecha por
el Instituto Nacional de Estadística y Geografía menciona que 58.1% de la población de 15 y más años se
encuentra unida: 31.4% es soltera y 10.5% es separada, divorciada o viuda. A su vez en el año 2015 se registraron
123,883 divorcios. De estos, 123 786 son eventos de diferente sexo y en 97 casos los cónyuges que se divorciaron
son del mismo sexo. De las mujeres que se divorciaron, 18.6% tenía mayor escolaridad respecto a su cónyuge;
40.2% tenían el mismo grado de escolaridad y 17.3% era menor. En los últimos años el número de divorcios ha
aumentado en relación con los matrimonios y ello se debe a que un mayor número de personas decide vivir en
unión libre, dando paso a menor número de uniones legales. Entre los años 2000 y 2015 el monto de divorcios
aumentó 136.4%, mientras que el monto de matrimonios se redujo en 21.4 por ciento. Las principales causas de
divorcio se dan: por mutuo consentimiento (50.8%), voluntario unilateral (34.4%) y la separación por 2 años o
más, independientemente del motivo (8.7%). En suma, estas tres causas representan 93.9% del total de divorcios
de distinto sexo, registrados en 2015 (Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2017).
Con respecto a las estadísticas en el estado, de acuerdo a Yucatán Informa (2016) en consultados en el
Registro Civil, de 2010 a la fecha existen 89 mil matrimonios registrados y el 11 % ya se divorció; pero también
se estima que hay de 15 mil a 17 mil trámites de divorcios en curso. Esto se traduce a que, de 2010 a la fecha
entre divorcios consumados y en proceso, existen 25 mil a 27 mil casos, cerca de un tercio de los matrimonios
se han disuelto o se están disolviendo. El incremento del divorcio refleja, mayor autonomía de las mujeres al ser
principalmente solicitado por ellas ((Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2017) y el desarrollo de los
derechos individuales al permitir concluir una relación conyugal conflictiva. Sin embargo, también plantea la
necesidad de visualizar sus consecuencias como un problema social por las implicaciones que conlleva el cambio
en las relaciones familiares, los efectos del divorcio en el bienestar de padres/madres e hijos, los aspectos de la
pensión, custodia, visita de los hijos, domicilio de éstos y repartición de los bienes.
Las causas y motivaciones que tienen las personas para divorciarse pueden ser de diversa índole, como
también los efectos y consecuencias que conlleva esta experiencia en la vida de las personas. Para algunos, puede
ser una transición liberadora y para otras puede llegar a ser un suceso estresante y generador de cambios negativos
en la salud (Sbarra, 2015). Los principales motivos que tienen las mujeres para el divorcio/ separación según
Eguiluz (2016), son los problemas generados por la “mentalidad machista” de sus parejas. Las discusiones por
intereses y aficiones distintas fueron mencionadas por el 30% de las mujeres. Los problemas económicos
puntearon 36%, seguido por los conflictos por el cuidado de la casa y los hijos 27%. Un 24% dijo que sus
discusiones se debían a problemas relacionados con el trabajo, mientras que un 20% afirmó haber discutido muy
frecuentemente por problemas relacionados con las respectivas familias de origen. El 16% de las mujeres dijeron
discutir con su marido respecto a las reglas de educación y la escuela de los hijos.
Aunado a esto gran parte de la población divorciada es adulta o de edad mayor y se compone en su mayoría
por mujeres (69.5%); esto significa que las mujeres permanecen más tiempo en este estado civil y que los hombres
vuelven a contraer matrimonio con mayor facilidad; asimismo, la mayoría ha concluido su instrucción escolar
básica. Por lo anterior, las personas divorciadas cuentan con mejores niveles de escolaridad que la población
general del país. La proporción de divorciados se incrementa a medida que su nivel de instrucción es más alto,
de hecho 43.5% de los divorciados tiene estudios mayores al nivel básico (Instituto Nacional de Estadística y
Geografía, 2017)
Los cambios presentados trascienden en mujeres y hombres; ejemplos de lo anterior se perciben en el
incremento de hogares donde ambos miembros de la pareja aportan económicamente cuestionando con ello el
modelo tradicional del varón como único proveedor; este hecho también permite a la mujer mayor capacidad de
negociación al interior de la familia (Wainerman, 2003). Aunque la contribución económica pueda
proporcionarle a la mujer la posibilidad de convenir aspectos más equitativos, ello no significa que en todos los
casos se considere proveedora o sea percibida como tal. En la actualidad existe también mayor presencia
masculina en una paternidad más activa donde cada vez más hombres se involucran en la decisión de la
procreación, el proceso del embarazo, el cuidado, la educación y la atención de los hijos, cuestionando el
estereotipo del padre distante del vínculo cotidiano, autoridad y sustento del hogar). No obstante, la existencia
de nuevos modelos de paternidad y el incremento de padres que se involucran en el cuidado de su prole, las
mujeres continúan ejerciendo su rol de madres y persiste la idea que son ellas las idóneas para el cuidado de los
hijos. Estas transformaciones –aunque graduales- muestran que, como consecuencia del nuevo papel de la mujer
y resultado de la incipiente formación de una nueva identidad masculina, se modifican el principal referente del
rol del varón: su papel de proveedor y, las relaciones entre los géneros. Esto también se manifiesta en la estructura
de la familia nuclear, modificando y transformando valores culturales de relaciones sociales como el matrimonio
y la familia, reflejando con ello la aceptación de diversas uniones y formas de familias, el incremento de índices
de rupturas familiares y, el reconocimiento social y legal del divorcio (Zamora, 2011)

Etapas del proceso de ruptura conyugal

El divorcio de acuerdo a Ribeiro, Landero y Blöss (2015) es un proceso complejo que surge porque en una
pareja están sucediendo al menos cinco momentos diferentes a los que podríamos denominar etapas del proceso
de ruptura conyugal. Aunque pueden surgir algunas o todas desde el primer año de matrimonio, en diferente
orden que el que aquí se presenta y pueden variar en intensidad para cada pareja en el proceso de ruptura, son
experiencias que la mayoría de las parejas divorciadas comparte:
1. Matrimonio y no adaptación (o ajuste) a la relación de pareja. Construir y mantener una relación de pareja
es una tarea difícil. Aquí encontramos problemas de comunicación, elevadas expectativas acerca del matrimonio
diferentes a su realidad, incapacidad para resolver sus conflictos, incluso, debido a una relación conflictiva y/o
basada en el maltrato desde su inicio, entre otros.
2. Pre ruptura o proceso de distanciamiento y separación emocional. Es el principio de un proceso de hacer
cada quién su vida aparte (al menos uno de ellos es consciente de ello). Los motivos de este distanciamiento
pueden ser numerosos. La pre-ruptura comienza en el proceso de desconyugalización, el cual se inicia (y tiene
su proceso) desde la misma convivencia conyugal, a través de un distanciamiento paulatino entre la pareja.
3. Separación de hecho y/o toma de decisión de la separación legal o divorcio. Por lo general se inicia con la
decisión de uno de ellos (o de ambos) de separarse a nivel legal, la cual se ha estado pensando tiempo atrás, si es
que no se presenta antes abandono del hogar por parte de alguno de ellos.
4. Proceso de divorcio. La dificultad y/o conflicto de éste depende del tipo de divorcio o trámite realizado
para legalizar la separación, si hay acuerdos o no, si hay hijos o no. Sin embargo, todo divorcio implica una
pérdida, ya sea económica, social o emocional, que tiene sus repercusiones.
5. Posdivorcio, adaptación al divorcio e inicio de otra forma de vida. La persona que se separa debe rehacer
su vida, retomar viejas relaciones y, sobre todo, debe comenzar a percibirse de forma independiente, y no como
la pareja de una determinada persona.

El Divorcio - Separación en la Familia


Las rupturas conyugales tienen, entre sus resultados más visibles, el incremento de “nuevas” formas de
convivencia familiar o de familias (Ribeiro, Landero, & Blöss, 2015), originando la formación de familias
monoparentales y su configuración diversa en cuanto a su condición, estructura, composición y
De esta manera se visualiza que la idea de que en la familia las relaciones entre sus miembros son armónicas
esconde características que también son propias de la vida familiar: existe desigualdad entre sus miembros y en
la dinámica emocional de las relaciones familiares hay conflictos, pugnas, hostilidades y relaciones de poder. Si
bien prevalece un interés social por que los matrimonios permanezcan unidos, también la sociedad se interesa
por facilitar los recursos legales para la disolución de uniones que dañan la integridad de alguno de los miembros
o donde sus cónyuges no desean permanecer unidos. Es así como surge la figura del divorcio para protección de
los cónyuges y los hijos, disolviendo el vínculo del matrimonio, no a la familia. (Zamora, 2011)
A su vez, el divorcio – separación produce alteración del bienestar de las y los niños, si es contencioso y si se
asocia a empeoramiento de la situación económica, mal funcionamiento conductual y emocional del padre o
madre, crianza ineficaz, pérdida de contacto con una de las figuras parentales, persistencia de conflictos entre los
cónyuges y ausencia de acuerdos en la crianza. Las alteraciones de la parentalidad que se presentan en divorcios
contenciosos pueden ser estresores capaces de generar mala adaptación en respuestas neuropsicobiológicas,
generando deterioro en la salud física y mental infantil. En general, la mayoría de las dificultades de adaptación
en los niños después de la separación o divorcio, se resuelve dentro de 2-3 años y entre 3-5 años luego del segundo
matrimonio, si lo hay. El posible efecto traumático del divorcio va disminuyendo a medida que pasa el tiempo,
y muy especialmente si los padres logran acuerdos en torno a la crianza (Reiter, Hjorleifsson, Breidablik, &
Meland, 2013). En algunos casos, sin embargo, se ha observado que los problemas emocionales pueden aumentar
con la edad y pueden no expresarse hasta la adolescencia tardía o adultez. El divorcio puede cambiar la mirada
de los hijos en torno al amor y las relaciones, percibiendo que estas son inestables y susceptibles de decepciones.
Además, un elevado nivel de conflicto parental puede transmitirse como un modelo negativo para el manejo de
las relaciones, desarrollando peores habilidades de enfrentamiento a los conflictos de pareja. Una mayor
exposición al conflicto parental en la niñez, se asocia, en la adolescencia y adultez, con parejas que terminan su
relación más rápido, tienen relaciones insatisfactorias y mayor violencia dentro de la pareja. El conflicto parental
tiene mayor impacto en las conductas sexuales de riesgo en los hijos que el divorcio de los padres. Se ha
observado que las hijas adolescentes tienen una visión menos positiva de las relaciones amorosas, menos
probabilidades de involucrarse en ellas, y si lo hacen, son menos estables. De esta forma, la situación de
separación y divorcio en la familia produce cambios intensos y extensos en diversas dimensiones debido a la
decisión de cómo se vivirá en familia después de un divorcio. (Roizblatt, Leiva, & Maida, 2018)
Bibliografía

Barrón, S. (2000). Ruptura conyugal y redefinición de espacios. Aproximación interpretativa de la


experiencia monoparental. Revista Catalana de Sociología, 65-85.
Eguiluz, L. d. (2016). Las mujeres y el divorcio. Una visión de género. Revista del Centro de Estudios
Históricos e Interdisciplinario Sobre las Mujeres Facultad de Filosofía y Letras Universidad
Nacional de Tucumán.
García, B., & de Oliveira, O. (2006). Las familias en el México metropolitano: visiones femeninas y
masculinas. México: Colegio de México.
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www.inegi.org.mx/saladeprensa/aproposito/2017/matrimonios2017_Nal.pdf
Jelin, E. (2008). Las familias latinoamericanas en el marco de las transformaciones globales: hacia una
nueva agenda de políticas públicas. Buenos Aires: Naciones Unidas, Comisión Económica para
Latinoamérica y el Caribe.
Poxtan, M. (2010). Familias monoparentales con jefatura femenina en México. Universidad Autónoma de
Nuevo León.
Reiter, F., Hjorleifsson, S., Breidablik, H., & Meland, E. (Junio de 2013). Impact of divorce and loss of
parental contact on health complaints among adolescents. Obtenido de US National Library of
Medicine National Institutes of Health: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/23292092
Ribeiro, M., Landero, R., & Blöss, T. (2015). El Divorcio: procesos, causas y consecuencias. Monterrey:
Clave Editorial.
Roizblatt, A., Leiva, V., & Maida, A. M. (Abril de 2018). Separación o divorcio de los padres.
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Rojas, Y., & Guzmán-González, M. (2016). Psicoterápia y crecimiento postraumatico en el contexto de
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Zamora, G. (Febrero de 2011). DIVORCIO Y GÉNERO: DIFERENCIAS DE LA RUPTURA CONYUGAL.
Obtenido de Universidad Autónoma de Nuevo León:
http://cdigital.dgb.uanl.mx/te/1080090517.PDF

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