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DE LA SOCIOLOGÍA RURAL A LA AGROECOLOGÍA

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EDUARDO SEVILLA GUZMÁN

DE LA SOCIOLOGÍA RURAL
A LA AGROECOLOGÍA
BASES ECOLÓGICAS DE LA PRODUCCIÓN

PERSPECTIVAS AGROECOLÓGICAS

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El papel de este libro es 100% reciclado, es decir, procede de la
recuperación y el reciclaje del papel ya utilizado. La fabricación y
utilización de papel reciclado supone el ahorro de energía, agua y
madera, y una menor emisión de sustancias contaminantes a los ríos y la atmósfera. De manera
especial, la utilización de papel reciclado evita la tala de árboles para producir papel.

Diseño de la cubierta: Adriana Fàbregas

© Eduardo Sevilla Guzmán

© De esta edición
Icaria editorial, s.a.
Arc de Sant Cristòfol, 11-23
08003 Barcelona
www.icariaeditorial.com

ISBN: 84-7426-908-3
Depósito legal: B-49.800-2006

Fotocomposición: Text Gràfic

Impreso en Romanyà/Valls, s.a.


Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona)

Todos los libros de esta colección están impresos en papel reciclado


Printed in Spain. Impreso en España. Prohibida la reproducción total o parcial

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A la memoria de Fred Buttell quien construyendo
la Sociología Ambiental se aproximó a la Agroecología

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ÍNDICE

Introducción: sobre la configuración de la teoría social agraria


en los orígenes del pensamiento científico moderno 11
Del enfoque y contenido de este libro 11
Génesis del pensamiento social agrario: sobre la antigua tradición
europea de los estudios campesinos en el contexto del debate
sobre la cuestión agraria 18
Breve reflexión final: la Sociología Rural en el pensamiento
científico convencional 29

I. La Sociología Rural en el pensamiento social agrario (I):


génesis, definición y perspectivas teóricas iniciales 31
Nota introductoria: algunos conceptos para analizar la evolución
de la Sociología Rural 31
De la sociología de la vida rural en Estados Unidos
a la perspectiva teórica de la modernización agraria
y del cambio social rural planificado en Europa 34
Perspectiva de la modernización agraria 39
El desarrollo rural como cambio social planificado 42
Reflexión final 47

II. La teoría de las diferencias rural-urbano en la Sociología


Rural norteamericana del primer tercio del siglo XX 49
Breve nota introductoria sobre el contexto 49
Acerca del período de la «Formulación teórica abortada» 50
La teoría del continuum rural-urbano 51

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III. Sobre el modo industrial de uso de los recursos
naturales agricultura y sociedad en los sistemas
sociales avanzados 67
Introducción 67
Agricultura y ruralidad en las sociedades industriales 71
Agricultura y sociedad en los sistemas posindustriales 75
A modo de conclusión: de la primera modernización a
las sociedades posindustriales 81

IV. El desarrollo rural contra el campesinado (I):


la modernización agraria del liberalismo sociológico
funcionalista 85
Introducción: sobre el funcionalismo agrario con perspectiva
hegemónica de la Sociología Rural 85
De la construcción sociopolítica de las teorías del desarrollo
y la modernización agraria 94
Breve recapitulación final 103

V. La Sociología Rural en el pensamiento social agrario (II):


Sociología de la agricultura y Farming Systems Research:
consolidación de una Sociología del desarrollo rural 105
Nota introductoria 105
De la Sociología de la Agricultura 106
Los marcos teóricos en torno a la internacionalización
de la agricultura industrializada a través de la estructura
de los sistemas agroalimentarios 113
Perspectiva teórica del desarrollo rural y sustentable
institucionalizado: el Farming Systems Research 120
Breve anotación final sobre la Sociología del desarrollo rural 127

VI. El desarrollo rural contra el campesinado (II):


la teoría de la descampesinización como modernización
agraria del marxismo ortodoxo 131
Nota introductoria 131
Sobre el marxismo leniniano de la Sociología
de la Agricultura 133
Un marco conceptual para el análisis del campesinado 138

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El nivel de la organización socioeconómica del campesinado 140
Reflexión final sobre el concepto de campesinado 145

VII. Del modo industrial de uso de los recursos naturales (II):


agricultura y sociedad en el contexto del neolibaralismo
y la globalización 153
La consolidación del modo industrial de uso de los recursos
naturales en las sociedades posindustriales 153
Economía y agricultura en la sociedad informacional:
neoliberalismo y globalización 161
Breve reflexión final 171

VIII. la Sociología Rural en el pensamiento social agrario (III)


La «Sociología Rural alternativa»: de las teorías de
la dependencia a los estudios campesinos y a la
Agroecología 173
Introducción, acerca del pensamiento social agrario alternativo 173
Los marcos teóricos del subdesarrollo o teorías de la
dependencia 179
De la nueva tradición de los estudios campesinos a la
Agroecología 187
A modo de conclusión: de la Agronomía social de Chayanov al
marxismo chayanoviano 191
IX. A modo de recapitulación final: la Agroecología como
respuesta 197
Introducción: breve recapitulación sobre la evolución
de la Sociología Rural 197
Una aproximación a la Agroecología 201
Sobre las dimensiones de la Agroecología 206
Bibliografía 219
Anexo de preguntas para acompañar y comprender el texto 249

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INTRODUCCIÓN:
SOBRE LA CONFIGURACIÓN DE LA TEORÍA
SOCIAL AGRARIA EN LOS ORÍGENES DEL
PENSAMIENTO CIENTÍFICO MODERNO

Del enfoque y contenido de este libro


En los últimos doscientos años se ha producido la consolidación
hegemónica de la identidad sociocultural europea: tras su previa expan-
sión y reproducción por todo el planeta mediante el trasvase de rique-
za de las colonias a sus metrópolis; las revoluciones industrial, política
democrática y científica le han permitido el desarrollo de una forma de
dominación económica y de una legitimación ideológica que le hace
posible justificar la explotación del resto del planeta mediante la ética
tecnocrática de su liberalismo económico. A través de la culminación
de los procesos de privatización, mercantilización, y cientifización de la
naturaleza y del trabajo humano ha generado un manejo industrial y
biotecnológico de los recursos naturales que no sólo ha generado las
mayores cotas de desigualdad en la historia de la humanidad sino que
están poniendo en grave peligro la vida humana sobre el planeta. Pre-
tendemos abordar aquí la historia de este proceso a través del análisis
de la evolución de una disciplina científica: la Sociología Rural.
Cuando Karl Marx afirmara que «la agricultura es el pecado origi-
nal que introduce la riqueza en el mundo» expresaba, con una extraor-
dinaria capacidad de síntesis, la concepción ilustrada de los recursos
naturales. Como los fisiócratas, Marx pensaba que, desde el punto de
vista de la génesis de riqueza, la agricultura era el motor de la creación
de riqueza posterior (Marx, 1867: Vo.l., Libro I, Secciones 1ª y 3ª). La
introducción de la actividad industrial y mercantil como nuevas formas
de creación de «valores de uso» son solamente posibles cuando a partir
del desarrollo de la agricultura, se logra crear un excedente agrícola
suficiente para liberar una parte de la mano de obra e introducir así
una mayor división del trabajo social. Se inició de esta forma un largo

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y paulatino proceso de cambio en la naturaleza del manejo de los re-
cursos naturales, produciéndose la sustitución de una tecnología agra-
ria de naturaleza artesanal por otra de naturaleza industrial.
La primer forma biotecnológica fue la desarrollada por el conocimien-
to campesino, que artificializaba la naturaleza reponiendo, en gran
medida, los materiales deteriorados y produciendo formas reversibles de
degradación. Ello se debía, fundamentalmente, a que utilizaba una
biotecnología que modificaba el germoplasma por selección fenotípica,
domesticando animales y plantas. Por el contrario, la tecnología agraria
de naturaleza industrial (desarrollada por el conocimiento científico)
intensificó la artificialización de los recursos naturales de forma tal que
el deterioro causado a los elementos de la biosfera comenzó a alcanzar,
en no pocos casos, formas irreversibles de degradación. Probablemente
el elemento clave, determinante de la gravedad del deterioro, residiera
en la naturaleza de la biotecnología industrial, al modificar el germo-
plasma mediante una selección que se vinculaba a un paquete tecnoló-
gico de insumos agroquímicos para incrementar, a corto plazo, el ren-
dimiento de las producciones de los agroecosistemas.
La cientifización del manejo de los recursos naturales, siguiendo las
pautas de la producción industrial, supuso que la fertilidad natural del
suelo y su consideración como algo vivo fuera sustituida por química de
síntesis para su utilización como un soporte inerte es decir, la utilización
del suelo como mediador entre los agroquímicos y los altos rendimien-
tos. El aire y el agua dejaron de ser un contexto interrelacional con otros
seres (cuyas funciones podrían utilizarse, a modo de control sistémico,
en la producción de bienes para el acceso a los medios de vida) para trans-
formarse definitivamente en meros insumos productivos cuyos ciclos y
procesos naturales podrían ser forzados, hasta obtener un máximo rendi-
miento, según las demandas del mercado y sin considerar el grado de
reversibilidad del deterioro causado por dicho forzamiento. Y, finalmen-
te, el manejo industrial supuso que la biodiversidad fuera obviada, des-
preciándose la alteración que en la «trama de la vida» produce la simpli-
ficación ecológica que introducía la nueva homogeneización productiva
del modelo «científico-industrial» emergente. Se acelera así el proceso de
ruptura de la coevolución del hombre con la naturaleza iniciado desde la
génesis del capitalismo y legitimado por su «epistemología» (forma de crear
conocimiento) científica.
La raíz del deterioro de los recursos naturales y de la sociedad posee
una misma naturaleza: la forma de artificialización capitalista de los
ecosistemas. De este modo:

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Es posible ampliar la teoría de la explotación de Marx a la naturale-
za, al valor recursos naturales: de la misma forma que el trabajador
se ve despojado del producto de su trabajo, haciendo posible el be-
neficio capitalista, la naturaleza es explotada para incrementar la pro-
ductividad del trabajo mediante la externalización del coste genera-
do por el uso de unos bienes limitados cuyo consumo produce,
además, residuos. Dicho en otros términos, cuanto más trabajo hu-
mano es sustituido por energía y materiales en el proceso producti-
vo para conseguir mayores beneficios (clave de la plusvalía relativa),
mayor es la necesidad del modo de producción capitalista de abara-
tar las materias primas y de expulsar de sus costes los creados por
los desechos de la actividad productiva. Sólo es posible incrementar
la explotación del trabajo aumentando la explotación de la naturaleza.
En la acumulación capitalista ha estado y está, pues, el origen y
desarrollo de la actual crisis ecológica (González de Molina y Sevilla
Guzmán, 1992: 121-135).

En la historia de la humanidad la lucha por la justicia social ha cons-


tituido un patrimonio colectivo al que en la situación actual es necesa-
rio añadir la lucha medioambiental. Si seguimos el razonamiento del
sociólogo rural Edgar Morin (1967, 1985: 13) y analizamos lo que la
ciencia ha aportado al desarrollo del bienestar humano y al avance tec-
nológico a él vinculado, observamos que, junto a los logros de la sani-
dad, el nivel de instrucción y, en general, el bienestar material del «pri-
mer mundo», aparecen otros males, «específicamente modernos»
(superpoblación, polución, degradación ecológica, aumento de las de-
sigualdades en el mundo, amenaza termonuclear), que resultan insepa-
rables de los progresos del conocimiento científico. Inconscientes de lo
que la ciencia es y hace en la sociedad, los científicos se sienten inca-
paces de controlar los poderes sojuzgadores o destructores surgidos de
sus saber». El problema es el siguiente: «se puede comer sin conocer
las leyes de la digestión, respirar sin conocer las de la respiración, se
puede pensar sin conocer las leyes ni la naturaleza del conocimiento,
pero no se puede, como hace el hombre de hoy en día, hacer ciencia y
aplicarla en tecnologías sin tener conocimiento de ese conocimiento».
En este contexto, la ciencia (incluidas las tecnologías de ella deriva-
das) puede ser considerada como una forma específica de escrutar la
realidad basada en la simplificación de la complejidad para, mediante
un conocimiento abstracto, generar su sistema social de gestión del ries-
go a no equivocarnos (S. Funtowicz and J. Ravetz, 1990 y 1994: 189-

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196). El extraordinario desarrollo de las tecnologías derivadas de la cien-
cia ha generado en el hombre la creencia de poder obtener un dominio
sobre la naturaleza, sintiendo la ilusión de encontrarse fuera de ella.
En el contexto del neoliberalismo y la globalización económica ac-
tual, el discurso ecotecnocrático de la sostenibilidad (Alonso Mielgo y
Sevilla Guzmán, Eduardo, 1995) ha permitido la aparición de lo que
Enrique Leff (1998) define como neoliberalismo ambiental. Éste pue-
de ser definido como la estrategia generada para legitimar la posesión
de los recursos naturales y culturales de las poblaciones dentro de un
esquema concentrado, globalizado, donde sea posible dirimir los con-
flictos en un campo neutral. El objetivo último es transformar la natu-
raleza en capital natural al que las poblaciones indígenas atribuyen un
valor, así que su biodiversidad y saber tradicional pueda ser cedido, tras
una compensación económica, a las empresas transnacionales de
biotecnología, las cuales «serían las instancias encargadas de adminis-
trar racionalmente los ‘bienes comunes’, en beneficio del equilibrio
ecológico, del bienestar de la humanidad actual y de las generaciones
futuras» (Ib.: 26). Frente a esta amenaza, emerge, como una construc-
ción imprescindible, la ética ambiental, a modo de rearme moral surgi-
do de las luchas de resistencia de las comunidades indígenas y campe-
sinas plasmado en su lógica de intercambio históricamente sustentable
entre la naturaleza y la sociedad y traducido al lenguaje de la moderni-
dad por el paradigma alternativo de la sustentabilidad. Desde dicho
paradigma, en el que se mueve la Agroecología, están escritos estos pa-
peles.
En los sucesivos cursos de Sociología Rural, estudios campesinos y
Agroecología que he impartido durante los últimos veinte años en la
Universidad de Córdoba he intentado presentar, en sus condiciones
históricas de formación, las teorías generadas: tanto por el pensamien-
to científico, como por los contenidos históricos que pueden abstraer-
se de las luchas campesinas y medioambientales. «Las teorías sociológi-
cas son producidas en la historia por agentes sociales que trabajan en
condiciones que ellos mismos no han elegido. Esto no significa que estén
absolutamente determinados por sus condiciones de existencia, pero sin
duda la vida social impone la fuerza de su materialidad en los senti-
mientos y en los pensamientos de los seres humanos, de modo que
incluso los grandes hombres no pueden evitar ser seres conformados por
un espacio y un tiempo social específicos. Todos los seres humanos, por
el hecho de ser seres sociales, estamos sometidos a presiones sociales e
intelectuales, a tensiones generadas por fuerzas históricas que nos so-

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brepasan, que inciden sobre nosotros y contribuyen a moldear nues-
tras vidas». Aunque Fernando Álvarez-Uría y Julia Varela se refieran a
la Sociología, en su tarea de «objetivar estas fuerzas desconocidas, ocul-
tas, invisibles», tal papel desmitificador que permite «abrir nuevos es-
pacios para la reflexión y para la acción» es esencial a la Agroecología,
enfoque que, desde la Sociología, pretende contribuir «a ampliar el pe-
rímetro de nuestra libertad. No es posible pensar ni transformar las
sociedades en el presente sin ser concientes de las inercias heredadas del
pasado, incluidas esas formas canónicas de leer a los sociólogos clási-
cos. Para comprender la fuerza del pasado, el peso que las instituciones
heredadas siguen ejerciendo sobre nuestra sociedad y nuestras ideas, con-
viene no desvincular la historia intelectual de la historia social y vice-
versa» (F. Álvarez-Uría y J. Varela, 2004, p. 14). Aunque este libro pre-
senta una parte de dichas teorías; las relativas a la Sociología Rural, al
hacerlo desde una perspectiva agroecológica aparecen inscritas tanto en
su contexto histórico como en sus coyunturas socioeconómicas y polí-
ticas; por lo que, aunque esquemáticamente, aparece dibujada mi in-
terpretación de la evolución global del pensamiento social agrario, de
la siguiente manera:
En este primer capítulo pretendo dibujar los contornos del profun-
do debate que, en mi opinión, da origen al pensamiento alternativo so-
bre el campesinado, la sociedad rural y los aspectos sociales de la agri-
cultura, la ganadería y la forestería; o en general del manejo de los
recursos naturales. Este proceso de generación de conocimiento cono-
cido como «el debate histórico sobre la cuestión agraria» constituye el
núcleo central de la antigua tradición de los estudios campesinos y, a
su vez, la génesis del pensamiento social agrario. Ello sucede paralela-
mente al surgimiento de la sociología, donde el mundo rural es igno-
rado ante la pujanza desplegada por los procesos —tecnológicos,
epistemológicos y políticos— revolucionarios, anteriormente señalados,
que acompañan la aparición de la modernidad. En el capítulo segundo
adelantamos los elementos indispensables para entender la metodolo-
gía utilizada para captar la evolución de las teorías mas relevantes de la
Sociología Rural; esto es, los conceptos de corrientes y marcos teóricos
en el contexto teórico del cambio de paradigmas de Thomas Khun, aun-
que adaptado a los intereses de este trabajo. Aparecen así los conceptos
de pensamiento científico convencional y de pensamiento alternativo. Ello
nos permite presentar las definiciones de Sociología Rural que van apa-
reciendo en las distintas fases de la evolución de esta disciplina, que es
periodizada mediante el criterio de relevancia de las aportaciones que

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van surgiendo desde la arbitraria acumulación de esta disciplina domi-
nada, en sus primeras etapas, cuantitativamente y cualitativamente por
Estados Unidos; y en el segundo de estos aspectos por Europa, a partir
de los años noventa.
El tercer capítulo muestra el marco teórico hegemónico en el perío-
do del dominio estadpimodemse de la disciplina: la teoría del Continuum
Rural Urbano en el reencuentro de esta tradición intelectual con su pri-
mera identidad teórica: el funcionalismo, como matriz teórica que per-
mite explicitar la praxis intelectual y política que ocultaba hasta enton-
ces el conservadurismo de la Sociología de la Vida Rural —en acertada
expresión de Shanin y Worsly (1972)— «tan norteamericano como una
tarta de manzana».1 Esta perspectiva teórica, el funcionalismo o libera-
lismo sociológico funcionalista, es explorada en el capítulo IV, analizando
su subordinación académica a la economía y su subordinación ideoló-
gica al liberalismo histórico, cuya caracterización abre el análisis de los
dos temas dedicados al análisis del modo industrial de uso de los recursos
naturales (los capítulos III y VII), centrales en nuestra interpretación
de la trayectoria histórica de la Sociología Rural.
En el primero de éstos (capítulo III), relativo a consolidación histó-
rica del modo de artificializar actualmente los recursos naturales, se parte
de repasar las teorías sociológicas respecto a la naturaleza de las socie-
dades modernas, en sus versiones de sociedad industrial (Aron y
Dahrendorf ) y Posindustrial (Bell y Touraine), en el contexto teórico

1. Las distintas formas de coerción o control político sufrido por las Ciencias Sociales
en Estados Unidos hasta los años sesenta han sido denunciadas por muchos autores aun-
que, después de múltiples esfuerzos se alcanzó el consenso académico respecto a las bases
ideológicas del funcionalismo (Cf. Bottomore, Tom y Robert Nisbet, 1978), sin embargo
la coacción represiva de la academia fue especialmente dura en los comienzos. En este sen-
tido tiene especial interés el trabajo pionero del malogrado argentino/español Joan F. Marsal
(1967), aunque discrepemos de algunos aspectos de su trabajo, como su tipología de teo-
rías externalistas. Tiene mucho interés la crítica de Angel Palerm al «escapismo teórico de
la Antropología norteamericana» (1980: 218-275). En cualquier caso lo más relevante de
las teorías dominantes de la Sociología Rural estadounidense, son su conexión con la Re-
volución Verde, a través del Desarrollo Comunitario, como forma en que se implementaron
históricamente los hallazgos teóricos de esta tradición intelectual, allá por los años cin-
cuenta que, ciertamente «resultaron singularmente irrelevantes e inadecuados» (Shanin y
Worsley, 1972: V; Cf el prólogo a la edición castellana del excelente texto de Boguslaw
Galeski, traducido al castellano como Sociología del campesinado en Península, Barcelona,
1977), sobre todo en su diseminación por los países periféricos donde se incrementaron
fuertemente las desigualdades sociales en el campo.

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de la crítica de Habermans a concepto weberiano de modernidad, para
analizar los cambios que se generan en sus respectivas sociedades rura-
les y la agricultura ganadería y manejo de los árboles que tiene lugar
con la consolidación de las lógicas industrial y del lucro como criterios
de artificialización de los ciclos y procesos biológicos para obtener ali-
mentos. El segundo tema donde se escruta el cambio que se produce
en la naturaleza por tal forma de artificialización (el capítulo VII) aborda
el análisis del neoliberalismo y la globalización del riesgo (Beck) en la
sociológicamente denominada sociedad informacional (Castells). Y al
hacerlo se discute el papel de la internacionlización del sistema
agroalimentario como régimen agroalimentario global (Friedmann y
McMichael), y sobre todo el papel de la biotecnología transgénica y su
impacto sobre el campesinado, con el correlativo deterioro de los re-
cursos naturales.
El viraje que experimenta la Sociología Rural hacia una Sociología
del desarrollo rural es explorado desde la Agroecología como una agre-
sión a la biodiversidad sociocultural que atesora el campesinado como
modo de uso de los recursos naturales de naturaleza mediambiental. Así,
al igual que consideramos el desarrollo rural contra el campesinado que
subyace al funcionalismo de la modernización agraria en el referido ca-
pítulo III, en el capítulo VI analizamos el desarrollo rural contra el cam-
pesinado que encierra el marxismo en su versión ortodoxa. Ello exige de-
finir, con las necesarias contextualizaciones históricas, tales matrices
intelectuales y exponer los marcos teóricos que proyectan sobre la teo-
ría sociológica en su disciplina encargada de tales acciones, que pasa de
denominarse Sociología Rural (que da cuenta de la versión del libera-
lismo sociológico funcionalista) a Sociología de la Agricultura (que lo
hace desde un marxismo ortodoxo simplificador, primero; y desde una
asepsia neoliberal o un posmodernismo descomprometido de todo,
después). Con tales contextualizaciones se pasan a describir, las teorías
de la modernización agraria (capítulo III), por un lado; y de la agonía
del campesinado (capítulo VI), por otro.
Los capítulos V y VIII muestran la evolución de la Sociología Rural
reciente en unos contenidos que se mueven modificando la concepción
parcelaria inicial (de la visión funcionalista hegemónica hasta los años
setenta) hacia una interdisciplinaridad entre Ciencias Sociales y natura-
les (introducida, minoritariamente, por el Marxismo y, mayoritaria-
mente, por la teoría de sistemas), en el pensamiento científico convencio-
nal. Así, el Farming Systems Research, aunque en varios aspectos
vinculados al neoliberalismo económico supone una continuidad con

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las «teorías de la modernización», apunta pautas de cambio hacia una
mayor sensibilidad ambiental. Ésta adopta una perspectiva subversi-
vamente provocadora en el pensamiento alternativo, al introducir un
enfoque transdisciplinar que reivindica, junto a la ciencia, el conocimien-
to local campesino e indígena, por un lado; y los contenidos históricos
que pueden abstraerse de las luchas populares, por otro.
Mi agradecimiento a cuantas personas del Instituto de Sociología y
Estudios Campesinos (ISEC) de la Universidad de Córdoba han contri-
buido de alguna manera en la realización de este libro: Mari Ángeles
Plata, en primer lugar por liberarme de la burocracia; Noelia Cabrera
recibe mi agradecimiento aquí en forma harto libertaria; Tatiana, por
ser mi amor; Marisa y Maribel, lejos y cerca también han contribuido.
Los alumnos de Maestría y Doctorado en Agroecología, tanto en Espa-
ña como en Latinoamérica, me han aportado la energía e ilusión por
combatir al Neoliberalismo y la Globalización. Gloria Patricia Zuluaya
me corrigió las pruebas de imprenta con una profesionalidad impeca-
ble. A Grassy me es obligado citar para agradecerle su apoyo en el día
día, con Guille y Belén, y por haberme permitido ampliar mi familia
como algo surgido del «y no hay nada que hacer».

Génesis del pensamiento social agrario: sobre la antigua


tradición europea de los estudios campesinos en el contexto
del debate sobre la cuestión agraria
A lo largo de los siglos XVIII y XIX tiene lugar lo que, desde una pers-
pectiva científica, podría definirse como la génesis del pensamiento so-
cial agrario. Tal cristalización teórica no es en absoluto un fenómeno
casual; por el contrario, responde a todo un proceso de acumulación
elaborado en Europa por el legado de las teorías evolucionistas prove-
nientes de la «filosofía de la historia» (desde Giambattista Vico hasta
George Hegel), del «evolucionismo naturalista» (Lamarck, Darwin y
Malthus, entre otros) y del «socialismo utópico» (en su amplia gama
desde Pierre Joseph Proudhom a Claude Henri de Rouvroy, conde de
Saint-Simon). El proceso de transformación social que acompaña a la
implantación en Occidente del modo de producción capitalista y las
repercusiones que dicho establecimiento tiene sobre el campesinado
constituyen la situación histórica en la que surge la antigua tradición
de los estudios campesinos» (Palerm, 1974, 1976a y 1980; Newby y
Sevilla Guzmán, 1983: 140-43). Más aún, ésta nace como un intento
desesperado de impedir el despliegue del capitalismo a través de for-

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mas de acción social colectiva (que hoy podían muy bien calificarse
como de desarrollo rural participativo), cuyo objetivo es evitar la des-
organización social, explotación económica y depredación sociocultural
que tal proceso generaba en las comunidades rurales.
Rastrear la génesis teórica del pensamiento social agrario, desde esta
perspectiva, supone partir necesariamente de esbozar los rasgos básicos
de los movimientos intelectuales, que podrían ser definidos como pen-
samiento evolucionista sobre el campesinado y derecho consuetudina-
rio campesino. Nos limitaremos por imposiciones de espacio a señalar
los autores centrales de tales movimientos que al menos son los siguien-
tes (Cf. referencias en evilla Guzmán, 1990 y Sevilla Guzmán y
González de Molina, 1992): 1) George Ludwin von Maurer que, des-
de la Universidad de Munich, presentó a la organización social campe-
sina de la marca germánica como un valor histórico de la antigua civi-
lización germánica que era preciso conservar. La utilización de los
trabajos de Maurer por Engels en El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado jugaría un papel clave en la configuración de la
«orientación teórica» del marxismo ortodoxo agrario, que considerare-
mos después; 2) Lewis H. Morgan, quien en su Ancient Society esta-
blece por primera vez un esquema del proceso histórico interre-
lacionando la evolución técnica con variables sociales como el parentesco,
la organización política y la propiedad. Su importancia radica en que
es la primera visión completa del proceso histórico desde la perspectiva
del evolucionismo unilineal. Jugó un papel central en la bifurcación teó-
rica del marxismo ortodoxo agrario y el narodnismo marxista que con-
sideramos esquemáticamente a continuación; 3) Henry Summer Maine,
quien intenta explicar el progreso de la humanidad con su esquema
teórico de paso de las relaciones sociales basadas en el estatus a las re-
gidas por el contrato. El análisis de sus obras Ancient Law, Village:
Communities in the East and West y Lectures on the Early History of
Institutions constituyen un elemento imprescindible para elaborar el
contexto teórico de la génesis de los estudios sobre el campesinado.
Además, la influencia de Maine sobre el anarquismo agrario mediante
su utilización por Kropotkin, sitúa a este autor como central en la con-
figuración de la antigua tradición de los estudios campesinos; 4) August
von Haxthusen, quien estudia por primera vez, desde una perspectiva
científica, la organización social de la obshina rusa. Su trabajo lo reali-
za por encargo de Nicolás II, como informe técnico antes de llevar a
cabo la abolición de la servidumbre en Rusia y juega un papel central
en la configuración del populismo en sus tres corrientes, que veremos,

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también esquemáticamente más adelante; 5) Makxim Makximovich
Kovalevski, quien estudió la estructura social del campesinado medie-
val europeo, primero desde la Universidad de Moscú y luego desde su
exilio londinense. Es importante, no sólo por su trabajo sino por su
«amistad académica» con Marx, decisiva en la configuración de lo que
definiremos más adelante como «orientación teórica» del narodnismo
marxista (Godelier, 1970; Palerm, 1974 y 1976ª; y sobre todo Teodor
Shanin, 1984).
La obra de todos estos autores se inscribe en un esquema explicati-
vo del proceso histórico, en el que aparece como protagonista central
la estructura social del campesinado. Rastrear la génesis teórica del de-
bate que se establece entre las «orientaciones» del marxismo ortodoxo
y el narodnismo (que definiremos más adelante) en torno a las
implicaciones económicas, sociales y culturales del desarrollo del capi-
talismo en la agricultura, supone partir necesariamente de esbozar los
rasgos básicos de los movimientos intelectuales que, en un esfuerzo de
síntesis podrían ser definidos como la elaboración de un esquema ex-
plicativo del proceso histórico en el que tienen lugar los procesos de
privatización, mercantilización cientifización y urbanización que intro-
duce el capitalismo en las sociedades campesinas. Se constituye así la
antigua tradición de los estudios campesinos y que pasamos a conside-
rar esquemáticamente a través de la definición de las «orientaciones
teóricas» del narodnismo, primero, del anarquismo agrario, después y,
finalmente del marxismo ortodoxo.

Del narodnismo ruso


El narodnismo constituye la primera corriente de pensamiento dentro
de la esbozada plataforma intelectual que definimos como antigua tra-
dición de los estudios campesinos. Ésta surgió, desde la perspectiva de
la teoría social agraria, como consecuencia del debate intelectual y po-
lítico generado, en la Europa del ochocientos, sobre la vigencia de las
instituciones encargadas del manejo autónomo de los recursos natura-
les; tanto desde una perspectiva socioeconómica como política, de las
comunidades rurales a través del derecho consuetudinario campesino.
El tema central era la posible pertinencia de una adaptación al nuevo
escenario vinculado al desarrollo del mercado o por el contrario su drás-
tica sustitución ante las exigencias de un progreso material que impo-
nía crueles sacrificios sociales.
Por otro lado, esta corriente intelectual recogió y asimiló el conte-
nido de El Capital de Marx en forma tal que las polémicas sobre su

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aplicación a la Rusia de entonces constituyeron algunas de las circuns-
tancias determinantes que rompieron las orejeras occidentales de Marx
respecto a su interpretación del proceso histórico. De ahí surgió una
reconsideración por parte de este autor sobre el papel del campesinado
en la evolución de las sociedades, que hemos denominado en otro lu-
gar como narodnismo marxista (E. Sevilla Guzmán, 1990). Tal pensa-
miento sólo se ve recuperado en los años sesenta y setenta del pasado
siglo por la nueva tradición de los estudios campesinos, que analizare-
mos el capítulo VIII.
En el seno del narodnismo ruso coexistieron diversas orientaciones
teóricas con distintas praxis intelectuales y políticas que propugnaron
y persiguieron para Rusia un modelo de desarrollo económico no capi-
talista en el que aparecía como protagonista central el campesinado. En
el interior de este heterogéneo conjunto de corrientes con múltiples
diferencias y pugnas internas surge una dinámica que permite diferen-
ciar una etapa de génesis representada por Herzen y Chernychevsky, un
período clásico en el que Takchev, Lavrov, Mikhailovsky y Bervi-Flerovsky
destacan como formuladores de una teoría del campesinado, y una efí-
mera praxis revolucionaria, como etapa final. Paralelamente se genera una
rama anarquista (o anarquismo agrario) acuñada teóricamente por
Bakunin y Kropotkin. A pesar de su marcada diversidad, los dos ras-
gos que caracterizan su pensamiento global son: por un lado, su recha-
zo a la propagación del capitalismo que alcanzaba ya una dimensión
hegemónica en Europa Occidental; y por otro la asunción y el deseo
de que Rusia saltara la etapa capitalista para alcanzar una sociedad más
justa, socialista, sin la descomposición del campesinado. Para ello ela-
boraron unos esquemas teóricos en los que eran admisibles diversas vías,
sustantivamente diferenciadas, en la ruta hacia el progreso del proceso
histórico. Al escrutar tales vías introdujeron como una variable de aná-
lisis el bienestar social del pueblo, al cual subordinan los demás objeti-
vos de su investigación. Un tercer rasgo del populismo ruso, plenamente
expresado por la Voluntad del Pueblo, era la asunción de que el Estado
zarista era el mayor enemigo del pueblo ruso ya que, mientras en la
Europa Occidental eran las clases terratenientes quienes explotaban el
campesinado, en Rusia era el propio Estado quien defendía y creaba las
clases explotadoras contemporáneas, convirtiéndose así en la principal
fuerza capitalista. Además, la idea de un desarrollo desigual, formulada
claramente en el esquema teórico narodnista, llegó a proporcionar a su
análisis una clara dimensión política. «El desarrollo desigual iba a lle-
var a Rusia a una posición proletaria entre las naciones al observar las

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desventajas de ésta respecto a las potencias del Oeste. Ello hacía nece-
sario un «salto revolucionario en el que el atraso podía transformarse
en una ventaja; más aún, en privilegio revolucionario» (Teodor Shanin,
1984: 8-9).
En un esfuerzo de síntesis, el narodnismo ruso puede ser definido
como una praxis intelectual y política, que elabora una estrategia de
lucha contra el capitalismo caracterizada por los siguientes rasgos: 1) Los
sistemas de organización política generados en el seno del capitalismo
constituyen formas de sometimiento y dominación sobre el pueblo que
genera una minoría que pretende legitimarse mediante falsas fórmulas
de participación democrática; 2) los sistemas de legalidad así estableci-
dos desarrollan una prosperidad material que va contra el desarrollo
físico, intelectual y moral de la mayor parte de los individuos; 3) en
las formas de organización colectiva del campesinado ruso existía un
«estado de solidaridad» contrario a la naturaleza competitiva del capita-
lismo; 4) era posible frenar el desarrollo del capitalismo en Rusia me-
diante la extensión de las relaciones sociales del colectivismo campesi-
no al conjunto de la sociedad; 5) los intelectuales críticos deben
«fundirse con el pueblo» para desarrollar con él, en pie de igualdad, me-
canismos de cooperación solidaria que permitan crear formas de pro-
greso a las que se incorpore la justicia y la moral.
Una lectura del pensamiento de Bakunin, completada con el de
Kropotkin, sobre el campesinado y la revolución, contextualizada por
la praxis intelectual y política del narodnismo ruso, permite definir la
«orientación teórica del anarquismo agrario» como un narodnismo
específicamente anarquista que no ve en Rusia «los privilegios del atra-
so» desde la perspectiva de una reconducción del proceso de avance de
las fuerzas productivas sino el desencanto, la miseria y como consecuen-
cia la desesperación del campesinado. El «atraso» no permite la «mar-
cha atrás» sino el avance hacia la revolución social. Así se puede ha-
blar, por tanto, de un narodnismo anarquista o anarquismo agrario que,
en un esfuerzo de síntesis, podría definirse como una teoría de la revo-
lución en la que el campesinado es una clase revolucionaria en poten-
cia, ya que: 1) el apoyo mutuo constituye un elemento central de la
naturaleza de las relaciones sociales existentes en el interior de las co-
munidades rurales que es posible potenciar frente a elementos
inhibidores ; 2) la estructura organizativa y material de su organización
económica posee, ciertamente, un «retraso» que puede ser superado en
formas de acción social colectiva de carácter revolucionario al «retener
éste la energía de la naturaleza popular»; 3) la condición subordinada a

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que se ve sometida su forma de producir, dentro de una dinámica de
explotación creciente en la que «trabajar con las manos les condiciona
moralmente» haciéndoles odiar a «los explotadores del trabajo», de for-
ma tal que; 4) sólo determinados aspectos tradicionales, actuantes como
prejuicios les separan, realmente, de los «comunes intereses de los tra-
bajadores urbanos», por lo que, rotos tales prejuicios por la «comuni-
dad de intereses de la clase trabajadora, es posible desatar la auténtica
«rebeldía natural» existente en la estructura social del campesinado
(Bakunin, 1979; vol, 7: 46-61, 76-79 y 11-123, y 1974, vol. 2: 292-
309; Kropotkin, 1970: 143-68).

Contexto teórico del marxismo ortodoxo


El marxismo ortodoxo constituye el conjunto de desarrollos sobre el
pensamiento de Marx y Engels, realizados a partir de la Segunda Inter-
nacional (1889), y encaminados a generar una estrategia teórica y
metodológica desde los intereses del proletariado para, al ser asumidos
por éste, alcanzar el socialismo. Fue entonces cuando Plejanov, máxi-
mo representante del marxismo ruso, estableció que «el marxismo era
una visión total del mundo» e introdujo el término «materialismo dia-
léctico» para expresar la estrategia teórica y metodológica del marxis-
mo, el cual era, así considerado, como una nueva ciencia que a modo
de «filosofía natural» generalizaría las aportaciones de las ciencias espe-
ciales, tanto naturales como sociales, construyendo teorías generales de
la naturaleza y de la sociedad (Cf. Baron, 1966 y Plejanov, 1976). Así
pues el concepto de marxismo ortodoxo se refiere a la asimilación por parte
del proletariado de la crítica a la economía política efectuada por el
materialismo dialéctico para llevar a cabo la revolución socialista. En
este contexto, Karl Kautsky (uno de los autores clásicos del pensamiento
social agrario, como veremos mas adelante) atribuyó al trabajo de Marx
y Engels el rango de una teoría general de la evolución que incluía tanto
a la naturaleza como a la sociedad y a la cual subyacía una ética natu-
ralista y una visión materialista del mundo.
Pero Marx rechazó varias veces, durante su vida, que su trabajo cons-
tituyera un sistema teórico del que se desprendiera una visión del mun-
do, aunque siempre aceptó que éste se realizaba desde los intereses de
las clases trabajadoras. Por el contrario, Engels —una vez muerto Marx
y utilizando los materiales (conocidos como cuadernos o apuntes
etnológicos) que Marx elaboró durante la última década de su vida—
retendió desarrollar una teoría general del proceso histórico, que cul-
minara la obra realizada conjuntamente por ambos autores, al escribir

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El origen de la familia, de la propiedad privada y del estado2 (Engels,
1972a, 1ª ed. 1884; 1972b, 1ª ed. 1878; Hobsbawm, 1978: 353-374;
Bottomore, 1983; y Shanin, 1984). Así pues, el marxismo ortodoxo,
como contexto teórico general, constituye el primer enfoque construi-
do como desarrollo del pensamiento de Marx y Engels, y puede ser
caracterizado a través de los siguientes rasgos teóricos: i) Utilización
distorsionada del contexto teórico de Marx; ii) incorporación de la in-
terpretación de Engels del proceso histórico; y iii) olvido intencionado
del último Marx.
La utilización distorsionada surge del desconocimiento de la
intencionalidad explícita de Marx en cada uno de sus escritos, cono-
cido a partir de los años sesenta de la pasada centuria tras una rigu-
rosa investigación de sus materiales de trabajo. Marx, en su obra cla-
ve, El Capital (1867-1869), escrutó los mecanismos a través de los
cuales funcionaba y se desarrollaba el capitalismo. Su tratamiento de
la agricultura no puede entenderse fuera de su estrategia metodológica,
que se conoce con el nombre de estrategia de la «marcha atrás», «mé-
todo regresivo» o «regresión histórica». Consistía éste en establecer,
desde el presente, diferentes hipótesis sobre el futuro de la agricultu-
ra. A partir del modelo hipotético así construido, tomaba aquellos ele-
mentos que se postulan como esenciales para percibir así su evolu-
ción. Ésta se obtiene al ser confrontado cada elemento con sus
homólogos tal y como aparecen en el modelo de cada modo de pro-
ducción correspondiente a los períodos históricos anteriores. Así, para
analizar los elementos básicos de la agricultura, Marx, en El Capital,
estableció la hipótesis de que la agricultura europea sería en el futuro
una rama de la industria. Por ello, no hizo un análisis específico para
ella en su presente histórico, sino que lo hizo para los elementos teó-
ricos clave de la agricultura en cada una de las formaciones sociales
precapitalistas, y en el período de transición del feudalismo al capita-
lismo, que consideró que abarcaba desde el último tercio del siglo XV
hasta el momento en que escribe, y que llamó «forma de producción
mercantil simple en la agricultura», a la que algunos califican como

2. El trabajo clave del que se supone que se desprende esta concepción científica
del mundo es El Anti-During, de Engels (1972b, 1ª ed., 1978). Sin embargo, se debe a
Engels el conocimiento cabal de la obra clave de Marx: El Capital, del cual sólo el vo-
lumen I fue publicado en vida de su autor (1867), siendo los otros dos volúmenes edi-
tados y publicados por Engels (1885 y 1894) a partir de los manuscritos y notas de
Marx.

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«modo de producción campesino», aunque éste no pueda, en rigor,
denominarse como tal, ya que en ese período las formas de organiza-
ción social y de pensamiento vinculadas a la agricultura se correspon-
den, en una buena parte, al modo de producción capitalista, mien-
tras que las formas materiales del manejo de los recursos naturales
poseen todavía múltiples elementos del modo de producción feudal.
Por ello, la «producción mercantil simple en la agricultura» como
forma de producción sólo desempeña un papel «subordinado» en la
reproducción de la sociedad (Godelier, 1987: 7 y 1986; E. Pérez
Touriño, 1983; Shanin, 1984 y 1985-87; Palerm, 1976b).
Ya hemos adelantado la discrepancia final de los dos constructores
del pensamiento marxista motivada por el desafortunado equívoco de
Engels; quien desconocedor del rico debate narodnista (que llevo a
Marx a aprender ruso en la última década de su vida) se aventuró a
esbozar una teoría general de la evolución de las sociedades; nutrien-
do así al marxismo ortodoxo con una concepción unilineal del pro-
ceso histórico3 (Hobsbawm, 1978: 353-374). Esto nos exime de con-
siderar el sesgo segundo (ii), aunque se encuentra muy relacionado
con el rasgo teórico tercero del marxismo ortodoxo, de desprecio al
último Marx. Como ha demostrado Shanin (1983), reconocer el viraje
narodnista que se opera en el pensamiento de Marx en sus últimos diez
años es aceptar la plenitud de su pensamiento. Fue entonces, en su úl-
tima década, donde comienza a analizar el papel del campesinado en el
proceso histórico. Incluso, en opinión de algunos de sus estudiosos, es
posible detectar por aquellos años la aceptación de determinados ele-
mentos del pensamiento narodnista como la diversidad de vías hacia el
socialismo y, posiblemente la existencia de una vía campesina (Shanin,
1984). Y ello sobre todo si, como se desprende del «Prefacio» de la Con-
tribución a la crítica de la economía política, Marx ya se había plantea-
do, con anterioridad ; no sólo construir una teoría general del proceso
histórico (Marx, 1971: 7-11), sino la posibilidad de la existencia «en
todas las formas de sociedad de una determinada producción que asig-
ne a todas las otras su correspondiente rango e influencia»; o dicho en
otras palabras, la posibilidad de articulación entre varios modos de pro-

3. Fue entonces cuando Marx desde el idioma ruso —que Engels desconocía— se
introdujo en la abundante literatura creada por la aparición del primer tomo de El Ca-
pital en Rusia, polémica, entre el narodnismo y el marxismo ortodoxo, pretendiendo
incluso intervenir en ella, aunque sus escritos fueron ocultados por la ortodoxia (Shanin,
1983; Palerm, 1976b).

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ducción dentro de una misma formación socioeconómica. (Marx, 1971:
615-642 y 1973: 106-107). El hecho de que estos «manuscritos», fue-
ran publicados en 1939-41; es decir, casi un siglo después, a pesar de
que Marx los realizara «no para ser publicados sino para esclarecimien-
to de sus propias ideas»; fueran escritos a finales de los años cincuenta
cuando preparaba la revisión publicada un año después de El Capital;
y que la excelente síntesis que escribió de ellos como prefacio a su
Contribución fuera suprimida por él al publicarse; ya «que adelantaba
resultado, todavía por demostrar», tiene mucho que ver con la praxis
política del marxismo ortodoxo que, en su dimensión académica, esta-
mos caracterizando aquí (Marx,1973: 9-66 y 106-1079; Palerm, 1976b).

Del marxismo ortodoxo agrario


Para analizar los elementos básicos de la agricultura Marx, en El Capi-
tal, estableció la hipótesis de que la agricultura europea era ya una rama
de la industria. Por ello, no hizo un análisis específico para ella sino en
las formaciones sociales precapitalistas. El marxismo ortodoxo conside-
ra que, de hecho, la agricultura en el modo de producción capitalista
ha de actuar como una rama de la industria ya que el desarrollo de las
fuerzas productivas había permitido al hombre dominar la naturaleza
para extraer de ella el acceso a los medios de vida. Ignora, por tanto,
que en el «método regresivo» a través del cual Marx escruta la realidad,
la agricultura industrializada es una herramienta heurística para desve-
lar los mecanismos de evolución del manejo de los recursos naturales
hacia la agricultura industrializada. Presumían, pues, que El Capital
poseía un vacío teórico que había que llenar. Labor ésta que atribuían
a Lenin (1899), de un lado, y Kaustsky (1899), de otro, quienes en
sus respectivos trabajos: El desarrollo del Capitalismo en Rusia y La cues-
tión agraria, analizaron el paso de la agricultura feudal a la capitalista,
tomando como base empírica Rusia y Alemania, respectivamente
(Godelier et. al., 1986; Shanin, 1983 y 1985-87; Palerm, 1976b). Sin
embargo, como acabamos de ver los planes de Marx eran muy distin-
tos al considerar que su trabajo aún no estaba maduro para ver la letra
impresa, cuando la muerte le sorprendió, en pleno análisis del campe-
sinado (Cf. Krader, 1988: 1-70).
Una vez clarificado el concepto de marxismo ortodoxo nos es posi-
ble considerar la interpretación que éste hace de la cuestión agraria. Así,
en un esfuerzo de síntesis el marxismo ortodoxo agrario podría definirse
como el esquema teórico que interpreta la evolución de la estructura
agraria en el proceso histórico a través de las siguientes características:

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1) Evolución unilineal: Las transformaciones que se operan en la agri-
cultura responden a los cambios que se producen en la sociedad glo-
bal. Éstos están determinados por el crecimiento de las «fuerzas pro-
ductivas» y la configuración del progreso como resultado, generando
formas de polarización social en las que se produce un proceso
acumulativo de formas de explotación social. Así, «la esclavitud es la
primera forma de explotación, la forma propia del mundo antiguo; le
sucede la servidumbre, en la Edad Media, y el trabajo asalariado en los
tiempo modernos». 2) Secuencia histórica: Tales formas de explotación
se insertan en fases históricas de evolución de las sociedades en las que
la reproducción de las relaciones económicas y sociales responden a la
lógica de funcionamiento del desarrollo de las fuerzas productivas. Por
lo tanto las transformaciones que tienen lugar en el campo se produ-
cen siguiendo una secuencia histórica de modos de producción irrecon-
ciliables entre sí. 3) Disolución del campesinado: La aparición del capi-
talismo, como modo de producción previo al socialista, determina la
disolución del campesinado como organización socioeconómica carac-
terística de los modos de producción previos a él. La centralización y
concentración como procesos necesarios al capitalismo industrial elimi-
nan al campesinado de la agricultura al ser aquel incapaz de incorpo-
rarse al progreso técnico. 4) Superioridad de la gran empresa agrícola: Las
grandes posibilidades de adaptación de la gran explotación al funciona-
miento de la agricultura capitalista, como una rama más de la indus-
tria, dotan al latifundio de una potencial superioridad técnica que, a tra-
vés de las ventajas de las «economías de escala», permitirán el
crecimiento de su composición orgánica del capital, avanzando así ha-
cia la socialización de la producción agraria. 5) Contraposición de la gran
y pequeña explotación: Como resultado de lo anterior, la dinámica del
capitalismo genera una confrontación entre el campesinado y el
latifundismo que tiene como desenlace la proletarización del campesi-
nado y la polarización social en el campo.
El marxismo ortodoxo atribuye a Kautsky y Lenin la formulación del
contexto teórico de las transformaciones que se producen en la agricul-
tura durante el desarrollo del capitalismo. De esta forma la desaparición
del campesinado queda fundamentada por el trabajo de ambos autores,
que (desde posiciones absolutamente diferentes: Lenin, desde la continui-
dad —en rigor sería oficial— natural; y el renegado Kautsky, desde una
posición revisionista) demuestran sin ningún atisbo de duda, la necesaria
superación de su atrasada agricultura, incapaz de incorporar el desarrollo
de las fuerzas productivas a su quehacer. Sin embargo tales razonamien-

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tos olvidan que la riqueza del análisis realizado por ambos autores, al
intentar explicar la evolución del campesinado en la agricultura, permite
encontrar en sus trabajos multitud de elementos teóricos plenos de ferti-
lidad analítica claramente contradictorios con dicha formulación.
En efecto, las matizaciones de Kautsky (Alavi y Shanin, 1988) a la
tendencia general del capitalismo a disolver y eliminar el campesinado
le llevan a explicar los mecanismos de la «mayor lentitud» de los pro-
cesos de centralización y concentración en la agricultura. Y al hacerlo,
formula propuestas teóricas respecto a las presiones políticas de los gran-
des terratenientes y el papel del Estado, por un lado, y a las formas de
resistencia del campesinado, por otro. Llega así a definir —contradic-
toriamente a la tesis central de su trabajo— al «sector campesino de la
economía política capitalista» como una fuente de «acumulación pri-
mitiva continua». De igual manera la caracterización que hace Lenin
de los mecanismos de proletarización del campesinado es interpretada
por el marxismo ortodoxo en un contexto teórico general y no sólo
aplicada a Rusia. Por ello aparecen múltiples contradicciones respecto
a la forma de explotación campesina y al latifundismo, el cual actuaría
como una forma de explotación germen de una tendencia hacia la so-
cialización de la producción. En efecto en su Desarrollo del capitalismo
en Rusia llega a demostrar «la polarización social de la agricultura» y la
consecuente «proletarización social del campesinado» en la periferia
europea del ochocientos; tendencia ésta difícilmente generalizable como
explicación general de la evolución del campesinado en otros contex-
tos.
Lo hasta aquí expuesto, el debate sobre la cuestión agraria, supuso
la primera confrontación histórica entre dos tendencias: una a favor (el
marxismo ortodoxo) y otra en contra (el narodnismo ruso) respecto a
la transformación de la agricultura en una rama de la industria como una
tendencia imparable del desarrollo del capitalismo que aparece, además,
vinculada a una necesidad del progreso científico. Paradójicamente, la
ciencia, hasta entonces identificada con el liberalismo económico, co-
incidía con el marxismo ortodoxo en la ineluctable desaparición del
campesinado que habría de ser sacrificado en los altares de la moderni-
dad. La evolución de la Sociología Rural que presentamos en este libro
se mueve teóricamente dentro del pensamiento científico convencional,
que surge y se desarrolla predominantemente dentro del liberalismo
económico y aceptando el desarrollo del capitalismo como algo absolu-
tamente incuestionable para su pesquisa teórica.

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Breve reflexión final: la Sociología Rural en el pensamiento
científico convencional
Queremos concluir este capítulo introductorio con una clarificación
conceptual de lo hasta aquí señalado. Aunque las precisiones que va-
mos a hacer ya habrán sido intuidas por el lector, creemos necesario
explicitar los conceptos centrales del discurso, hasta aquí realizado. La
evolución de la Sociología Rural aparece contextualizada por los proce-
sos históricos y las coyunturas intelectuales en las que se encuentran
las «corrientes o perspectivas» y «marcos teóricos», a través de los cuales
se desarrolla la dinámica de transformación del pensamiento científico.
Como veremos en el próximo capítulo, estos mecanismos de cambio
de la ciencia suponen la confrontación de un pensamiento sociológico
rural hegemónico con otro, crítico aquél, que se presenta como expli-
cación alternativa de la realidad considerada.
Aunque nuestro análisis de la Sociología Rural se va a centrar tan
sólo en las formas explicativas hegemónicas; es decir, en el pensamien-
to científico convencional, va a ser necesario hacer breves incursiones
por otras áreas de conocimiento; en un doble sentido. Por un lado,
nuestro análisis requerirá considerar, en determinados momentos, apor-
taciones de la Antropología, de la Economía, y de otras disciplinas cien-
tíficas próximas a la Sociología Rural. Por otro lado, necesitaremos tam-
bién de diversas aportaciones del «pensamiento alternativo» para
interpretar cabalmente los cambios que se producen en las teorías de
la Sociología Rural.
En un esfuerzo de máxima simplificación podría decirse que la So-
ciología Rural evoluciona desde un pensamiento doblemente autárqui-
co: por un lado, fuera de la propia Sociología General, cuyas aporta-
ciones teóricas tardarán en incorporarse casi un cuarto de centuria (hasta
los años cuarenta del siglo XX). Y por otro, ajeno a la acumulación in-
telectual que generaba el pensamiento social agrario; caracterizado an-
teriormente, a través de la antigua tradición de los estudios campesinos
europeos, como el debate sobre la «cuestión agraria». Hacia mediados
del pasado siglo la Sociología Rural incorpora el funcionalismo sociológi-
co (en el momento de su mayor crisis teórica) a sus esquemas interpre-
tativos, quedando ya adscrita, en la mayor parte de su producción has-
ta la actualidad y conformando así su primera identidad teórica. Dentro
de este enfoque, la Sociología Rural sufre una larga transformación
adaptando sus esquemas «asistencialistas» a las exigencias de la evolu-
ción de las «sociedades avanzadas» y, conformando con ello su segunda
identidad teórica como Sociología del desarrollo rural que, aunque su-

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bordinada al pensamiento económico liberal, evoluciona hacia posicio-
nes críticas a éste.
Hacia los años ochenta, y para solventar su ya crónica crisis teórica,
la Sociología Rural inicia una cierta apertura disciplinar (Economía y
Sociología políticas), enfatiza su enfoque en los aspectos agrarios (So-
ciología de la agricultura) e incorpora en parte de su producción, aun-
que en forma selectiva, el enfoque marxista, hasta entonces considera-
do como algo herético, por el pensamiento científico convencional. Ello
no obsta para que la mayor parte de su producción permaneciera afe-
rrada al «liberalismo económico» neoclásico con sus «hábitos econo-
micistas del desarrollo», aunque ahora con ciertas formas interdisci-
plinares de tipo agronómico. Así, al finalizar el siglo XX, de nuevo
aparece una nueva crisis que pretende ser encarada con mayores cotas
de interdisciplinariedad, al ir paulatinamente adoptando elementos del
pensamiento alternativo de la «nueva tradición de los estudios campe-
sinos», primero, y de la Agroecología, más tarde. La crisis ecológica
introduce en su pesquisa una sensibilidad medioambiental que ensan-
chará su enfoque a través de la interdisciplinariedad que introduce la
teoría de sistemas al aplicarse a la agricultura (Farming Systems
Research).
Queremos finalizar esta introducción señalando que, la utilización
de un enfoque agroecológico (en el Capítulo IX definiremos con deta-
lle el mismo, como campo de conocimiento), implica la articulación de
los hallazgos de Ciencias Sociales con los de las Ciencias Naturales en
una estructura conceptual común; por ello vamos a ir presentando al
final de cada capítulo una serie de preguntas que con ayuda de un dic-
cionario pueden ser contestadas siempre que se haya comprendido el
texto: Pretendemos así ir acostumbrando al lector al lenguaje técnico
aquí utilizado.

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I. LA SOCIOLOGÍA RURAL EN EL
PENSAMIENTO SOCIAL AGRARIO (I):
GÉNESIS, DEFINICIÓN Y PERSPECTIVAS
TEÓRICAS INICIALES

Nota introductoria: algunos conceptos para analizar la


evolución de la Sociología Rural
El concepto de perspectiva teórica que utilizamos aquí tiene su prece-
dente inmediato en la idea de Thomas Khun de paradigma científico
tal como fue utilizada en su famosa «Teoría de las revoluciones cientí-
ficas» (Khun, 1962: 10 y ss.), aunque no coincida exactamente con él.
Lo que nos interesa es su contexto teórico para explicar los mecanis-
mos por los que la ciencia se va transformando en su intento de carac-
terizar, explicar, predecir, y a veces hasta transformar la realidad que es-
tudia. Definimos como orientación o perspectiva teórica al conjunto de
ideas, asunciones y enfoques teóricos y metodológicos que actúan como
«marco de orientación» y guía al investigador cuando se enfrenta con
«el problema» que estudia: son el conjunto de conocimientos que le han
sido trasmitidos sobre la parcela de la realidad que considera, junto con
los valores, creencias y demás elementos vitales introducidos por quie-
nes construyeron tales esquemas de interpretación. No son, por tanto,
teorías aunque tengan el legado de las anteriores dentro de una tradi-
ción de analizar los problemas de que se ocupa. De esta forma una
orientación o perspectiva teórica «ofrece una guía o un camino de se-
leccionar, conceptualizar, categorizar y ordenar los datos relativos a un
cierto tipo de problemas analíticos, pero no constituye un sistema co-
herente e interrelacionado de proposiciones que hacen posible la con-
frontación empírica, aunque podría facilitar la formulación de algunas
hipótesis o teorías» (Norman Long, 1977: 32 y 34). Por marco teórico
entendemos aquellos esquemas conceptuales explicativos, teoría o teo-
rías, con sus respectivos abordajes metodológicos, que constituyen un

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conjunto de herramientas analíticas a través de las cuales se pretende
explicar una parcela de la realidad social.
No vamos a definir aquí los mecanismos (que pretenden ser
acumulativos en lo esencial y superadores de las capacidades analíticas)
de reproducción y transformación de conocimientos de las orientacio-
nes o perspectivas y marcos teóricos, ya que pretendemos hacerlo en la
aplicación a la evolución de la Sociología Rural que sigue. Baste seña-
lar que denominaremos pensamiento social agrario convencional al con-
junto de perspectivas teóricas (integradas por respectivos conjuntos de
marcos teóricos) que, utilizando el método científico, estudian la par-
cela de la realidad anteriormente señalada y que son consideradas cien-
tíficamente (es decir, por el sistema de expertos legitimado para ello en
aquella coyuntura histórica) las mejores formas explicativas de los pro-
blemas abordados entonces. Frente a ellas aparece un pensamiento so-
cial agrario alternativo que, insatisfecho con tales modos de explicación,
pretende obtener la aceptación de su contexto teórico y metodológico
como mejor forma de describir, explicar, predecir y trasformar la reali-
dad. En este sentido, hemos confeccionado el cuadro 1 en el que si-
tuamos las perspectivas y marcos teóricos del pensamiento científico
«convencional» o «hegemónico» de la Sociología Rural, por disfrutar de
la legitimación del consenso científico institucional.
Consideraremos en primer lugar la perspectiva teórica en que apa-
rece por primera vez la Sociología Rural con tal denominación, que
definiremos como institucionalizada, para significar que «dicho naci-
miento» tiene lugar en el seno del sistema social científico-institucional
de Estados Unidos. Al considerar la Agroecología en los capítulos fina-
les, mostraremos esquemáticamente la valiosísima aportación de la an-
tigua tradición de los estudios campesinos europeos que se configura
desde la segunda mitad del siglo XIX, como parte del pensamiento al-
ternativo y que en otro lugar hemos denominado «la otra Sociología
Rural» (Newby y Sevilla Guzmán, 1983). Aunque, como hemos esbo-
zado en sus rasgos centrales en la Introducción, existe una valiosa apor-
tación histórica europea de estudios sobre las sociedades rurales, el cam-
pesinado y la vida social en el campo, vamos a considerar como punto
de partida para el análisis de la evolución histórica de la Sociología Rural
el último tercio del siglo XIX en Estados Unidos. Ello puede parecer
un tremendo sesgo ideológico (dada la riqueza teórica acumulada en
Europa ya caracterizada); sin embargo, el pensamiento científico mu-
chas veces se ve interferido políticamente y la Sociología Rural es un
caso paradigmático por la intervención del Comité de actividades

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CUADRO 1
PERSPECTIVAS Y MARCOS TEÓRICOS DE LA SOCIOLOGÍA RURAL
EN EL PENSAMIENTO CIENTÍFICO CONVENCIONAL
Marcos Teóricos Autores clave
Perspectiva teórica de la Sociología de la Vida Rural

La comunidad «rururbana» para crear una Charles C. Galpin, John Gillette, Paul L. Vogt,
«civilización científica en el campo». Newel L. Sims y August W. Hayes.
El continuum rural-urbano. P. Sorokin y C. Zimmerman.
Los Sistemas sociales rurales y agrarios. Charles P. Loomis y J. Allen Beagle.

Perspectiva teórica de la modernización agraria y del cambio social rural planificado

Familismo amoral y la imagen del bien E. C. Banfield y G. Foster.


limitado.
La modernización de los campesinos. E. Rogers.
Teoría de las tecnologías apropiadas. De Raanan Weis y Theodor. Shultz.
campesino a agricultor «industializado».
La Sociología Rural como estrategia Gwyn E. Jones, Conrrado Barberis, Michel
de desarrollo rural. Cepède, Herbert Kötter, E.W. Hofstee y A.K.
Constandse, Benno Garjart, Bruno Benvenuti y
Anton Jansen.
Descampesinización y cambio tecnológico A. de Janvry y V. Ruttan.
inducido.
Sociología del desarrollo rural. Norman Long

Orientación teórica de la Sociología de la Agricultura

Sociología Rural de las sociedades avanza- Howard Newby y Friederic Burel.


das.
Producción simple de mercancías agrarias. H. Friedmann, P. McMichael, S. A. Mann y J.
Los regímenes agroalimentarios globales. M. Dickinson.
La Economía y Sociología políticas
leninianas: la internacionalización Alain de Janvry, William H. Friedland, L.
agroalimentaria y los sistemas mercantiles Bush, A. P. Rudy, Enrico Pugliese y Frederick
agrarios. H. Buttel H.
«Styles of Farming» y Desarrollo endógeno.
La Sociología Rural como crítica Jan Douwe van der Ploeg, Norman Long y
medioambiental a la industrialización Arturo Arce.
alimentaria. Michael Redclift, Philip Lowe, Sara Whatmore,
Grahan Woodgate y Terry Marsden.

Perspectiva del desarrollo rural del Farming System Research


y de la Agricultura Participativa

Ecodesarrollo. I. Sachs.
Enfoque francófilo (J. P. Darre / M. Servillote).
Farming Systems Research. Enfoque anglófilo (Tripp / Spedding / Gibbon).
Farmer and People First. R. Chambers / M. Cernea.
Agricultura sustentable de bajos insumos Coen Reijntes, Bertus Haverkort y Ann
externos. Waters-Bayer.

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antiamericanas decretando el secuestro de la «literatura comunista». Por
otra parte, Estados Unidos fue el primer lugar en que se presta un fuerte
apoyo público a los aspectos sociales vinculados a la Agronomía, sien-
do éste el momento en que este tipo de trabajos aparece por primera
vez en un marco institucionalizado que articulaba las universidades con
la administración agraria a través de los «Land Grant Colleges», los
«Departments of Agriculture» de las universidades y las unidades del
«División of Farm Life Studies».

De la sociología de la vida rural en Estados Unidos


a la perspectiva teórica de la modernización agraria
y del cambio social rural planificado en Europa
En un esfuerzo de síntesis, la orientación teórica de la vida rural puede
ser definida, desde una perspectiva genética (por la génesis de las con-
diciones socioeconómicas y políticas de las que surge), como el intento
teórico y metodológico de mitigar la desorganización social a que se ven
sometidas las comunidades rurales de Estados Unidos, durante la se-
gunda mitad del siglo XIX, como consecuencia del impacto en el cam-
po del violento proceso de acumulación de capital provocado por la
industrialización generada para la reconstrucción económica del país, tras
la contienda civil. En esta coyuntura histórica, se pretendía hacer una
Sociología Rural constructiva para «evangelizar secularmente el campo»
desde las ciudades, sentando las bases para industrializarlo, tanto eco-
nómica como culturalmente. Ya en las primeras décadas del siglo XX, de
nuevo la coyuntura histórica, refuerza otro importante rasgo definidor
de sus contenidos teóricos: su fuerte determinación política que, uni-
do al opresivo contexto intelectual conservador de la sociedad norte-
americana de aquellos años modela esta «perspectiva teórica» en que
aparece la Sociología Rural «institucionalizada». En última instancia, el
papel histórico realizado por esta disciplina fue consolidar el modo
industrial de uso de los recursos naturales mediante: por un lado, la
potenciación de los procesos de mercantilización, privatización y
cientifización de la naturaleza; y por otro, homogeneizar la diversidad
cultural de las comunidades rurales para integrarlas en la «Mass Society»
entonces emergente.
Los esquemas teóricos explicativos de la realidad social rural norte-
americana ignoraron tanto: sus «problemas históricos esenciales», como
la «ecocida eliminación de sus pueblos originarios»; como los proble-
mas claves de su propia coyuntura histórica respecto a los mecanismos

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causantes de la brutal explotación socioeconómica a que fueron some-
tidos los campesinos europeos colonizadores, con o sin tierra, por el
avance del capitalismo en el campo, entre otros. Un análisis de los, en
nuestra opinión, más relevantes textos básicos, por un lado; y estudios
claves sobre la evolución teórica, por otro, de la Sociología de la Vida
Rural1 nos permite diferenciar cuatro fases en la evolución de esta tra-
dición intelectual: una primera etapa, que podría definirse como de
Reformismo social, que se extiende desde la aparición de la Sociología
Rural como disciplina específica en las universidades y centros de in-
vestigación de Estados Unidos a lo largo del último tercio del siglo XIX
hasta la aparición de los trabajos con la huella de Pitirim E. Sorokin
en la segunda década del novecientos. Desde entonces y hasta que
Charles P. Loomis conceptualiza las comunidades rurales como Siste-
mas sociales rurales, allá por los años cincuenta, aparecería una segun-
da fase (donde se intenta introducir inútilmente el rico legado teórico
europeo sobre el campesinado, acumulado por la antigua tradición de
los estudios campesinos) que hemos definido en otro lugar como de
formulación teórica abortada (Sevilla Guzmán, 1984).
Es posible diferenciar una tercera fase (en la que se produce una
convergencia con la Sociología General) de adaptación de sus esquemas
teóricos funcionalistas, en el momento en que éstos entran en crisis,
en la Sociología General, y que vamos a definir aquí como del
funcionalismo agrario o de los Sistemas rurales y agrarios, por su pos-
terior vinculación con el abordaje teórico del Farming Systems Research.
Este período se extenderá hasta la década de los setenta, cuando se aplica
el concepto de modernización al manejo de los recursos naturales y se
establece una clara conexión con la «organización transnacional de los
estados» (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y GATT2), para
implementar políticas de cooperación al desarrollo. En aquellos años se

1. Como textos clave de la Sociología de la Vida Rural hemos considerado los si-
guientes: John Gillette, 1923 ; Charles J. Galpin, 1923 ; E. D. Sanderson, 1942 ; Sorokin
y Zimmerman, 1929; Sorokin, Zimmerman y Galpin, 1930; Loomis and Beagle, 1950;
Charles P. Loomis, 1960; Hofstee y Constande, 1965; y Gwyn E. Jones, 1973; y sobre
su evolución historica: Otis Durant Duncan, 1954; Lynn Smith, 1957; Hofstee, 1963;
Taylor, 1965; Pahl, 1968; Lowry Nelson, 1969;Benvenuti, 1966; Benvenuti, Galjart y
Newby, 1974: 3-21; García Ferrando, 1976; Howard Newby, 1980 y su version caste-
llana ampliada: Newby y Sevilla Guzmán, 1983; Buttel, Larson y Gillespie, 1990; Sevi-
lla Guzmán, 1995: 13-46; y Buttel, 2001).
2. GATT : del inglés, General Agreement on Tariffs and Trade. Institución que fue
reemplazada en 1995 por la OMC: Organización Mundial del Comercio

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agudiza la crisis teórica que se venia arrastrando hasta la aparición del
«International Rapport» de Howard Newby,3 al inicio de los ochenta
en que se inicia una renovación teórica concluyendo así la fase del
funcionalismo agrario.
La Perspectiva teórica de la «Sociología de la Vida Rural» (Sevilla
Guzmán, 1984: 41-77; Newby y Sevilla Guzmán, 1983: 23-37) apare-
ce en el cuadro integrada por tres marcos teóricos que nos parecen re-
presentativos de la evolución teórica esquematizada. Hemos seleccionado
en primer lugar el concepto de Rurban Community acuñado por Char-
les J. Galpin. A través de él queremos mostrar la pobreza intelectual
del contexto teórico desarrollado por la Sociología de la Vida Rural
Norteamericana de aquellos años; es decir durante todo el último ter-
cio del ochocientos y hasta el primero de la pasada centuria. Es éste
un período de Reformismo social donde clérigos y educadores estudian
los problemas sociales del campo, pretendiendo mitigar el coste social
que la incipiente industrialización de la agricultura se cobra en las so-
ciedades rurales estadounidenses. El primer trabajo considerado como
fundador de la Sociología Rural en aquel contexto histórico lo consti-
tuye Constructive Rural Sociology de John M. Gillette y ello no sólo por-
que se deba a este autor la utilización primera del termino, sino por-
que su trabajo (junto al de Charles J. Galpin, quien escribe la
significativa obra Rural Life) permite establecer el referido primer mar-
co teórico de esta corriente intelectual.
En el primer capítulo de su «manual», Gillette (1ª ed. 1913; 1919: 3)
define dentro de esta tradición teórica, probablemente por primera vez,
la Sociología Rural señalando que ésta:

Tiene como tarea particular hacer un completo inventario de las con-


diciones de vida existentes en las comunidades rurales; sobre las que
debe descubrir tendencias y deficiencias, diagnosticando espacial-
mente sus problemas clave e indicando las vías de superarlos de
acuerdo con los ideales de la vida social. La Sociología Rural preten-
de ser útil; su objetivo es ser práctica en el sentido de organizar la
información con vistas a alumbrar las situaciones concretas… Un es-

3. Realizado para la Asociación Internacional de Sociología, fue éste un «informe


sobre el estado de la cuestión de la Sociología Rural» donde, tras una crítica evidencian-
do su pobreza teórica, se propone una interesante estrategia para su revitalización analí-
tica (Newby, 1980). Hay versión castellana, ampliando el enfoque con «la otra Sociolo-
gía Rural de los estudios campesinos» en Newby y Sevilla Guzmán (1983).

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tudio de la vida rural de estas características podría no ayudarnos
en nada; aunque también nos podría permitir establecer opiniones
o convicciones, e incluso podría mostrarnos el camino hacia una
política correcta y útil para la acción.

El marco teórico de la Rurban Community, puede definirse como el


intento de caracterizar los procesos de transformación social que tienen
lugar por aquellos años en las comunidades rurales norteamericanas y
pretende establecer unos límites al ámbito de interacción de los miem-
bros de tales comunidades. Y, al hacerlo, pretende dar apoyo empírico
al aparato conceptual descriptivo de la «vida rural vinculada a la agri-
cultura» en la cambiante sociedad rural norteamericana de principios
de siglo, donde el éxodo rural generaba una profunda desorganización
social en las comunidades rurales y espacios de conexión de lo rural y
lo urbano tanto en el campo como en las ciudades. Lo rururbano es
ese espacio de interfase donde lo rural y lo urbano coexisten como con-
secuencia de la rápida interacción generada, donde lo urbano arrasa sobre
lo rural en la nueva estructura de poder emergente.
La propuesta «empiricísta» de Galpin (tan sólo pretendía una ca-
racterización espacial) queda completada como marco teórico con las
aportaciones de Gillette y de Vogt, entre otros menos conocidos; en
el sentido de construir infraestructuras socioculturales y económicas
para generar el «desarrollo eficiente de la civilización científica en el
campo». En estos trabajos la dimensión asistencial es patente y está
vinculada al trabajo en las escuelas y en las iglesias, primero, y a las
Agricultural Experimental Extations, después; donde los «valores mo-
dernos» y el conocimiento científico se encargarían de socializar a las
nuevas comunidades rurales. A pesar de las críticas al concepto de
comunidad rururbana de Galpin (y en general a los cientos de traba-
jos empíricos sobre la especialización espacial de las distintas áreas
de las comunidades rurales) por su carácter estático y cerrado, los so-
ciólogos rurales de la etapa siguiente (1930-1950) no hicieron sino
sustituir aquel concepto: bien, por elementos aislados del contexto
teórico (igualmente descriptivo, por aquellos años) de la Ecología Hu-
mana de Chicago, donde surge la Sociología urbana institucionalizada
(como es el caso de John Harrison Kolb, entre otros); o bien, por el
marco teórico del continuum rural-urbano, que emerge como único
esquema explicativo y que consideraremos en un tema aparte, por
su enorme repercusión teórica en la Sociología Rural como discipli-
na científica.

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Una definición de la disciplina representativa de aquellos años, en
que se buscaba una legitimación en el contexto de las Ciencias Sociales
es, sin duda, la de T. Lynn Smith (1ª ed. 1940; 1960: 7), quien señala
que:

Toda Sociología es una unidad. Sus hechos y principios fundamen-


tales deben aplicarse generalmente dentro de los límites y restriccio-
nes prolijamente aclaradas o de lo contrario ser abandonadas. Algu-
nos investigadores estudian los fenómenos sociales que sólo están
presentes o confinados al ambiente rural a las personas dedicadas a
la ocupación agrícola. Tales hechos y principios sociológicos, como
los derivados del estudio de las relaciones sociales rurales, pueden
ser denominados Sociología Rural. Sin embargo, quizás sea más ló-
gico referirse al conocimiento sistematizado de las relaciones socia-
les rurales bajo el encabezamiento de Sociología de la Vida Rural. A
causa de su estrecha asociación con la labor de los colegios agríco-
las, se acostumbra a pensar que esta disciplina abarca las actividades
de investigación, de enseñanza y de extensión.

El inicio de la tercera etapa podría situarse en la aparición de la obra


de C.P. Loomis, Rural Social Systems: A Texbook in Rural Sociology and
Anthropology constituyendo un período en el que se desarrollan aque-
llas cuestiones en las que los esquemas funcionalistas permiten, como
sistemas parciales, una aportación más aplicada; caso de la teoría de la
comunicación agraria, la difusión de innovaciones y transmisión tecno-
lógica en general. En un esfuerzo de esquematización el «marco teórico
de los «Sistemas sociales rurales» constituye la matriz conceptual en la
que integrar de forma sistemática las montañas de datos obtenidos so-
bre aquella realidad social rural detectando los ámbitos grupales donde
cristalizan las interacciones sociales de esta naturaleza, sobre los cuales están
construidas las instituciones sociales vinculadas a la agricultura. Si «la
interacción tiende a desarrollar ciertas uniformidades en el tiempo, algu-
nas de las cuales tienden a persistir; al existir un orden y una sistemati-
zación en ellas, pueden ser reconocidas como sistemas sociales, que al ser
identificables e interdependientes constituyen una estructura social». De
esta forma, es posible diferenciar siete Sistemas sociales rurales o partes
interconectadas para el estudio de la sociedad rural: «la familia, los gru-
pos informales de relación; las formas grupales a nivel local; los estratos
sociales; los grupos religiosos; los grupos ocupacionales; y los agentes de
servicios rurales» (Loomis y Beagle, 1950: 5).

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No obstante, desde una perspectiva teórica la huella de Sorokin en
esta tradición intelectual es clave para entender la práctica totalidad de
los trabajos realizados hasta la década de los setenta en la «Sociología
Rural» vinculada a los centros de poder.

La obra gigantesca de Pitirim A. Sorokim es, en muchas de sus ela-


boraciones teóricas, edificadora del funcionalismo, y el que no haya
sido colocado en este sentido junto a los grandes autores del
funcionalismo norteamericano, como Parsons y Merton, se debe, ani-
mosidades personales aparte, a que «Sorokim es demasiado claro y
deja demasiado a la vista las interconexiones espiritualistas o idealistas
de su versión del estructural-funcionalismo» (Juan F. Marsal, 1975:
84; E. Sevilla Guzmán, 1984: 74-75).

Resumiendo, el conjunto de esquemas teóricos hasta ahora presen-


tados pretendían vigorizar las comunidades rurales norteamericanas:
primero, a través de formulas asistencialistas y en un contexto ideoló-
gico fuertemente paternalista y conservador; y, después apoyándose en
la introducción en el manejo de los recursos naturales de las tecnolo-
gías derivadas de las ciencias agropecuarias y forestales. Se trataba, pues,
de generar los mecanismos que introdujeran en las comunidades rura-
les aquellos cambios socioculturales que permitieran por parte de los
campesinos el paso de una «agricultura como forma de vida» a otra,
vinculada al mercado en el que «el manejo de los recursos naturales pasa
a ser un negocio». Así, los marcos teóricos que hemos seleccionado
constituyeron herramientas operativas para el análisis del funcionamiento
de las comunidades rurales, señalando las pautas de cambio que per-
mitirían transformarlas hasta conseguir el nuevo objetivo: introducir
«una civilización científica en el campo para hacerlo salir de su atraso».

Perspectiva de la modernización agraria


La perspectiva teórica de la «modernización agraria» es presentada en
el cuadro mediante la agrupación de los «marcos teóricos» o teorías que,
en nuestra opinión, son más relevantes respecto a señalar la necesidad
de modernizar a los campesinos e industrializar el manejo de los recur-
sos naturales con inyecciones de capital proveniente de imputs exter-
nos. Tales teorías nos llegan de diferentes disciplinas de las Ciencias
Sociales; analizan en general el concepto de campesinado para adaptar-
lo al nuevo contexto de la referida capitalización e industrialización de

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los recursos naturales desde dos diferentes enfoques: uno, que aparece
históricamente en primer lugar, de tipo sociológico y antropológico; y otro,
que sustituye posteriormente a éste, de tipo socioeconómico. Los tres
marcos teóricos sociológicos y antropológicos que hemos seleccionado
(«Familismo amoral», «Teoría del bien limitado» y la «teoría de la mo-
dernización de los campesinos») tratan de explicar el comportamiento
de los campesinos, al resistirse a los cambios que les proponen, mediante
comportamientos calificados, por la identidad sociocultural europea le-
gitimada por su ciencia, como carentes de moralidad o pautas éticas
fuera de su unidad doméstica, en el primero de los casos; o como ne-
cesariamente insolidarios, al considerar que «lo bueno es limitado» (suma
cero al interior de sus comunidades). Aunque existen muchos otros
«estudios de comunidades campesinas» que tratan de aportar evidencia
empírica en esta dirección (el comportamiento de los campesinos es
económicamente irracional), los de Banfield y Foster señalados son los
«estudios antropológicos» que alcanzaron mayor difusión durante la
mitad del novecientos (Sevilla, 1997). El marco teórico seleccionado
como el más representativo de los «marcos teóricos con enfoque socio-
lógico» de esta perspectiva es el de Everett M. Rogers. Sin embargo,
antes de referirnos a su obra vamos a considerar, cómo define éste la
Sociología Rural.
En Estados Unidos, al inicio de los setenta, la Sociología Rural ya
era indiscutiblemente considerada como «una de las diversas ramas de
la Sociología, tal como la Sociología de la Familia, la Sociología Indus-
trial, la Criminología y la Sociología de la educación, entre otras mu-
chas. La Sociología Rural para Rogers es:

El estudio científico de las relaciones grupales que tienen lugar en


el «pueblo rural». Comparada con sus campos de conocimiento her-
manos, la Sociología Rural es más aplicada para solucionar los pro-
blemas rurales; debido a que se enfoca sobre los problemas y nos
solamente en la disciplina intelectual, la Sociología Rural frecuente-
mente incluye aspectos de otras Ciencias Sociales como la Psicolo-
gía Social, la Ciencia Política, la Economía y la Antropología. Los
problemas sociales no finalizan, por supuesto, en los límites acadé-
micos (Rogers, 1972: 17).

La teoría de la modernización de los campesinos se inscribe exacta-


mente en las coordenadas disciplinares descritas en esta definición de
Sociología Rural; una naturaleza sociológica, para la acción, que preten-

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de diseñar los mecanismos que rompan la resistencia campesina a la
modernización hasta aceptar la «imprescindible» competitividad del mer-
cado así como la secularidad, empatía, propensión al logro, lógica del
lucro, entre otros de los rasgos imputables a la agricultura empresarial,
que el funcionalismo de los sociólogos y antropólogos norteamericanos
deseaba encontrar en los campesinos. La contribución de Everett M.
Rogers, al contexto teórico del pensamiento social agrario convencional
fortaleció ideológicamente las teorías modernizadoras, de aquellos años,
mostrando la senda que los campesinos habrían de seguir para alcanzar
el desarrollo («las etapas del crecimiento económico»), diseñada para trans-
formar la agricultura tradicional en otra de «altos imputs externos» rom-
piendo, así, el «dualismo económico» de los países subdesarrollados que
habrían de transformar las formas campesinas atrasadas de producir y
consumir en estilos de vida modernos; ello se obtendría mediante «tec-
nologías apropiadas» (Weitz y Shultz), primero, y a través de un «cam-
bio tecnológico inducido» (Ruttan y A. de Janvry), después.
En realidad la etapa del funcionalismo agrario (1950-1970), de la
perspectiva de la vida rural posee una clara continuidad teórica con la
de la modernización agraria ya que surgió de aquella, en Estados Uni-
dos entrado el siglo XX, y en su desarrollo se cumplieron los objetivos
de «crear una civilización científica en el campo» (Gillette) en base a
modernizar a los campesinos (Rogers) transformándolos en agriculto-
res empresarios (Weitz), proporcionándoles tecnologías de altos insumos
propiamente adecuadas (Shutlz) y generando cambios tecnológicos in-
ducidos (Ruttan), consiguiendo así la ineluctable «descampesinización»
(A. de Janvry); se alcanzaría de esta forma el objetivo buscado, trans-
formar mediante el «capital humano» al campesino en agricultor em-
presario con un manejo industrial de los recursos naturales.
Cuando analizamos la caracterización incipiente del funcionalismo
agrario de los Sistemas sociales rurales avanzados, (Rogers, Larson,
Burdge, entre otros) señalábamos ya que, probablemente por su carác-
ter de pionero, la Sociología Rural norteamericana de los años cincuen-
ta y sesenta pecaba todavía de una cierta ingenuidad (de la que no esta-
ba exenta su matriz teórica) al obviar los aspectos conflictivos de los
procesos en que se veían involucradas las poblaciones rurales. Los traba-
jos que obtienen una mayor aceptación por parte del sistema científico
de expertos son los que se centran en la extensión agraria para las apli-
caciones que iban surgiendo del desarrollo de la ciencia agronómica. El
resultado más acabado de estos trabajos fue probablemente el modelo
de Rogers y Svening (1979) sobre difusión de innovaciones. Es precisa-

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mente por estos años, ya entrada la década de los cincuenta, cuando se
produce el desarrollo institucional de esta orientación teórica (Rural and
Social Life Studies) en Europa, donde, al igual que sucedió en Estados
Unidos, la multitud de trabajos que aparecen con este enfoque ignoran
el rico legado de la antigua tradición de los estudios campesinos. Si esto
constituyó una importante rémora para el avance del conocimiento en
Estados Unidos, hasta cierto punto comprensible por la naturaleza con-
servadora del contexto intelectual en el que surge, resulta absolutamen-
te absurdo que pasara lo mismo en Europa, donde se desarrolló toda una
valiosa aportación histórica de estudios sobre el campesinado.

El desarrollo rural como cambio social planificado


En Bad Godesberg (Républica Federal Alemana) en 1957, tuvo lugar una
European Rural Life Conference, que organizada por la FAO, dio origen a
un Working Party for Rural Sociological Problems in Europe como foro de
encuentro institucional patrocinado por la FAO. Como señala su primer
Presidente E. W. Hofstee ( fundador de la Sociología Agraria en la
Agricultural University of Wageningen) «de hecho el Working Party se
creó aproximadamente al mismo tiempo que la European Society for Ru-
ral Sociology y desde sus comienzos ha existido una estrecha cooperación
entre las dos organizaciones» ( E.W. Hofstee, 1963: 329-341). En torno
a ellas se nucleó el grupo de investigadores que de hecho estaba traba-
jando en Sociología Rural en Europa (E.W. Hofstee y A.K. Constandse,
1965: 7); el cual proclamaba expresamente que su trabajo «no era el tipo
de investigación social realizado hasta entonces en Estados Unidos. Se
centraban en temas como regionalismo y los diversos tipos de Reforma
Agraria» (Carl C. Taylor, 1965: 471). Ambas instituciones llegaron casi a
identificarse al «hacerse una costumbre que las reuniones períodicas del
Working Party y los congresos de la European Society se realizaran si-
multáneamente en el mismo lugar y en idénticas fechas».
El hecho de que el Working Party fuera:

Una agencia que trabajaba a nivel de gobiernos nacionales y la ma-


yoría de los gobiernos de la Europa Occidental (no todos) enviaran
sus representantes a sus sesiones» determinó que la European Society
for Rural Sociology tuviera un carácter fuertemente oficialista en sus
primeros tiempos. No obstante, el protagonismo que tomó la Uni-
versidad agraria de Wageningen determinó que ésta tuviera también
un carácter fuertemente académico, aunque ello no pudiera impe-

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dir que el enfoque de la Sociología Rural europea presentara la mis-
ma vinculación institucional a las administraciones agrarias de los
gobiernos europeos que poseía la Sociología Rural americana: de he-
cho, como señala Hofstee, a pesar de intentar resaltar las diferencias
entre ambas «la influencia de la moderna Sociología general ameri-
cana y la moderna Sociología Rural americana, en particular, fue de
primordial importancia para el desarrollo de la Sociología Rural en
Europa» (E.W. Hofstee, 1963: 336).

De esta forma, al igual que la Sociología Rural americana, la Socio-


logía Rural Europea «buscaba resolver los problemas rurales» detecta-
dos por los respectivos gobiernos, obviando los problemas conflictivos
que se oponían a sus intereses; y ello moviendose en los débiles esque-
mas teóricos del continuum rural-urbano, primero, y de la moderniza-
ción de los campesinos, después, con un enfoque común funcionalista y
empiricista.
En este contexto teórico aparece la primera definición de Sociología
Rural europea, desde esta tradición teórica, en la Universidad Agraria
de Wageningen:

La Sociología Rural tiene por tarea aclarar el carácter y los anteceden-


tes del cambio social, e indicar las readaptaciones que la población rural
tendrá que sufrir y como podrán obtenerse con un mínimo de inco-
modidad. Estará en condiciones de hacerlo porque reúne con méto-
dos científicos una basta serie de conocimientos que sirven para esta-
blecer una teoría sociológica especializada, facilitando así la formación
de hipótesis que pueden ser a continuación puestas a prueba en la labor
práctica. De este modo, la investigación es eficaz y provechosa y cons-
tituye la espina dorsal de la Sociología Rural.
Tres diferentes etapas pueden discernirse en esta investigación. En
primer lugar, se trata de reunir los datos, al determinar la situación
existente y las relaciones entre los fenómenos observados; en segun-
do lugar, el principal problema actual es el aspecto dinámico del
cambio social y la investigación no ha de limitarse al mero análisis
de la situación existente; ha de esforzarse también por descubrir
procesos y tendencias, a fin de poder predecir las situaciones veni-
deras; por último, la investigación puede también combinarse con
la acción y quizás sea este el modo de trabajar más fructuoso. Cuando
el sociólogo coopera en la ejecución de un proyecto, una vez pues-
tas en prácticas las decisiones (a veces influidas por sus anteriores

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predicciones), puede continuar su investigación y evaluar los resul-
tados de la acción. Las nuevas decisiones podrán basarse en las con-
clusiones de esta última investigación, de modo que la ciencia no
sólo de impulso a la práctica sino que continuamente se nutriría de
ella a su vez (Konstandse y Hofstee, 1965).

Así, no es de extrañar que el núcleo inicial que se configura en tor-


no a la European Society for Rural Sociology «liderado por E.W. Hofstee»
poseyera en su enfoque «una sana mezcla de conocimientos proceden-
tes de economía, ciencia política y Sociología» (Carl C. Taylor, 1965:
471). Los iniciadores de esta Sociología Rural institucionalizada en
Europa fueron Gwyn E. Jones, por Inglaterra; Corrado Barberis, por
Italia; Michel Cepède, por Francia; Michael Cernea, por Rumanía;
Herbert Kötter, por la República Federal Alemana y un amplio grupo
de holandeses en el que junto a los iniciadores E.W. Hofstee y A.K.
Constandse, aparecían después Benno Garjart, Bruno Benvenuti y
Anton Cansen, éstos dos últimos también de la Escuela de Wageningen.
Probablemente fue en Gran Bretaña donde proliferaron más los es-
tudios de comunidades rurales análogos a los desarrollados en Estados
Unidos ( C.A. Arensberg y S.T. Timbal, desde la Sociología, Alwyn Rees
—considerado como el padre de los estudios de comunidades británi-
cos—, W.M. Williams y L. Wylie, desde la Antropología), con un tras-
fondo teórico vinculado al continuo rural-urbano y —como señalaría
Frankenberg— siempre «ausente de la más mínima caracterización de
la organización capitalista de las áreas comerciales agrícolas»(R.
Frankenberg, 1966: 252). Por ello no es de extrañar que la Sociología
Rural institucionalizada europea adquiriese en el Agricultural Extension
and Rural Development Centre de la Universidad de Reading uno de sus
«locus centrales».
Fue Gwyn E. Jones quien,4 en su trabajo Rural Life,5 define la So-
ciología Rural introduciendo una importante novedad, que ya aparecera

4. Desarrolló diversos proyectos gubernamentales sobre el tema, llegando a estable-


cer una amplia red de trabajos conectados con las antiguas colonias: Cf. Gwyn E. Jones,
1967, 1968) así como diversos trabajos en el Agricultural Extension Bulletin de la Uni-
versidad de Reading.
5. Donde junto a una caracterización del marco hegemónico, elabora caracteriza-
ciones teóricas específicamente británicas dentro de esta corriente teórica Cf. por ejem-
plo, la tipología de comunidades rurales que establece como aplicación del marco teóri-
co del continuum rural-urbano a las comunidades rurales británicas, en un esfuerzo de
acumulación teórica Gwyn E. Jones, (1973, pp. 19-21).

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en lo sucesivo vinculada en forma permanente a su evolución concep-
tual: la aplicación de los contenidos de la Sociología Rural al desarrollo
rural. Para Jones «la actual Sociología Rural se refiere, en primer lugar,
a la descripción y al profundo conocimiento del cambio y sus efectos
en la sociedad rural, y a la aplicación de la teoría, sus métodos de in-
vestigación y hallazgos al desarrollo rural» (Jones, 1973). Aparece ya aquí
la idea del cambio social planificado, como mecanismo para moderni-
zar a los campesinos; lo que, una vez obtenido en las «sociedades avan-
zadas», habría de extenderse al resto del mundo. El germen teórico de
esta estrategia se encuentra en el concepto de movilización social de Karl
W. Deutsch, quien lo definió como «el proceso por el cual se erosionan
e interrumpen el mayor número de compromisos sociales, económicos
y psicológicos de un pensamiento tradicional, encontrándose más gen-
te disponible para asumir nuevas pautas de socialización y conducta»
(Karl W. Deutsch, 1961: 493). El referido Foster, fue uno de sus más
exitosos implementadotes, a través del concepto de cambio cultural pla-
nificado.
Contrariamente a la interpretación del campesinado que hacen las
teorías sociológicas de la modernización agraria, Theodore W. Schultz
elabora la teoría de las tecnologías adecuadas. A través de ella, señala
que los campesinos no sólo no se mueven por las «rutinas de la anti-
güedad», sino que miden «el riesgo y la incertidumbre que les supone
introducir un nuevo factor»; por lo que su conducta respecto a la re-
sistencia a los cambios que se quieran introducir en la su agricultura
tradicional es semejante a la de los agricultores modernos. Más aún,
Schultz defiende: a) la eficiencia de la agricultura tradicional en la asig-
nación de los factores de producción entre sus diversas aplicaciones
posibles y, por tanto, la imposibilidad de incrementar su productividad
mediante una mera reorganización de los recursos; b) que posee la
misma racionalidad que la agricultura moderna, aun cuando carezca de
sus oportunidades técnicas y económicas, es decir, los campesinos son
económicamente racionales.

El crecimiento económico proveniente del sector agrícola de un país


depende predominantemente de la disponibilidad y el precio de los
factores agrícolas modernos... Las principales fuentes de la elevada
productividad de la agricultura moderna son sus fuentes reproduc-
tibles, que consisten tanto en insumos de materiales como en ha-
bilidades y otras capacidades necesarias para su utilización... Hay
pocos factores agrícolas reproductibles en los países técnicamente

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avanzados que se puedan trasladar sin alteración en la mayoría de
las comunidades pobres. En general, lo que está disponible es un
cuerpo de conocimientos útiles que ha permitido que los países
avanzados produzcan para su propio uso ciertos factores que son
técnicamente superiores a los que se emplean en otras partes. Este
cuerpo de conocimientos puede usarse para desarrollar factores
nuevos similares, y por regla general superiores, apropiados para
las condiciones biológicas y de otra índole que caracterizan a la
agricultura de las comunidades campesinas (Theodore W. Schultz,
1964: 145-7).

Un complemento de esta teoría «de la agricultura de insumos-indus-


triales apropiados de alto rendimiento, lo constituye la estrategia planifi-
cadora del cambio, de Raanan Weitza (que aparece junto al marco teó-
rico de Schultz, en el cuadro 1), y que supone un importante cambio
en el sistema de extensión, así como en las estrategias de moderniza-
ción empleadas para transformar la agricultura tradicional hasta enton-
ces: su obra clave lleva el título De campesino a agricultor, por lo que
hemos conservado tal denominación para designar su marco teórico.
Algo parecido es lo que realiza Vernon W. Ruttan en su modelo de
desarrollo agrícola con «innovación inducida», en base al establecimiento
de interacciones entre los sectores público y privado de la agricultura y
el desarrollo institucional de la investigación agraria. Así, partiendo de
la aceptación de que el precio de los factores de producción puede in-
fluir en la dirección que tomen las innovaciones tecnológicas a través
de la sustitución de factores de precio más barato. En el fondo, dicho
modelo no es sino una continuación de los planteamientos teóricos de
Schultz, respecto a la aplicación de la teoría del capital humano a la
agricultura.
El marco teórico del cambio tecnológico inducido señala pues, que el
sector privado de los agricultores adoptarán tecnologías modernas si los
precios relativos de los factores se lo permiten, al ser más baratos y
abundantes; ya que su objetivo es maximizar las ganancias. Se trata,
pues, de que el sector público admita el mecanismo de la innovación
inducida en la investigación agrícola. La demanda de los productores
de tecnología y servicios, inducida por los cambios en los precios rela-
tivos de los factores, presionará a las instituciones públicas de investi-
gación a desarrollar nuevas tecnologías, que sustituyan los factores más
escasos y, por tanto caros, por otros más baratos y abundantes; y a la
industria a producir éstos últimos. El elemento central será, por tanto,

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elegir «tecnologías adecuadas» para desencadenar el proceso dinámico
de desarrollo del cambio tecnológico inducido. En su aportación ini-
cial Hayami y Ruttan (1971) dividen las tecnologías agrícolas en
«ahorradoras de mano de obra (mecánicas) y ahorradoras de tierra» (bio-
lógicas y químicas). Alain de Janvry profundiza en este punto, apor-
tando una más completa clasificación de tecnologías: a) mecánicas (trac-
tores, cultivadores, cosechadoras, etc.); b) biológicas (semillas híbridas
y mejora genética del ganado); c) químicas (fertilizantes, plaguicidas y,
en general, agroquímicos); d) agronómicas (como prácticas culturales y
técnicas de manejo). Por otro lado, de Janvry (1973: 410-35) diferen-
cia, dentro de este marco teórico, entre «gestión administrativa y ges-
tión productiva» de la empresa agrícola, y establece interrelaciones en-
tre tales actividades y las innovaciones tecnológicas introducidas en el
proceso productivo, elaborando, así, un modelo que permite sustituir
tierra, trabajo y/o capital de acuerdo con la naturaleza de la nueva tec-
nología introducida.

Reflexión final
Hemos situado a Alain de Janvry junto a estos trabajos modernizadores,
siendo conscientes de que es mucho más conocido por su importante
contribución a la perspectiva teórica de la Sociología de la agricultura, que
consideraremos después; no obstante, queremos resaltar aquí la fuerte
contradicción en que se mueve su trabajo que pasa de un enfoque eco-
nómico claramente neoclásico (y por tanto conectado al funcionalismo
agrario) a un enfoque calificado por Frederick Buttel (el sociólogo ru-
ral que más y mejor ha estudiado esta perspectiva teórica) como de
marxismo leniniano (Butell, 2001: 19). Sus estudios empíricos colom-
bianos le llevaron a establecer un «marco conceptual para el análisis
empírico de los campesinos» (Carmen Diana Deere y Alain de Janvry,
1979) que como modelo microeconómico mostraba la ineluctable des-
aparición del campesinado y que —aunque teóricamente inserto en el
más ortodoxo marxismo agrario— converge con sus primeros estudios
modernizadores de la «innovación inducida»; motivo por el que lo he-
mos situado en esta perspectiva teórica (coincidente con su praxis polí-
tica modernizadora); aunque aparezca también, como veremos en el
capítulo V, con la denominación de marco teórico de la descam-
pesinización, en la entonces emergente Sociología de la agricultura; ya que
de hecho, esta construcción teórica puede considerarse como una de las
primeras aportaciones teóricamente influyentes en el sustantivo cam-

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bio que experimentará la Sociología Rural durante los años ochenta de
la pasada centuria.
En este sentido puede afirmarse que el «contexto teórico» de la So-
ciología de la agricultura, como orientación o perspectiva teórica gene-
radora de la renovación de la Sociología Rural de aquellos años, acepta
al marxismo ortodoxo agrario dentro del pensamiento científico conven-
cional gracias a que la obra del «economista agrario de Berkeley», Alain
de Janvry estaba fuera de toda sospecha. Así pues la propuesta de in-
troducir en la pesquisa de la Sociología Rural un «marxismo académi-
co» junto a una «Sociología comprensiva weberiana», que realizaran
Newby y Burell, acoge la versión de la Sociología del subdesarrollo de
Samir Amín, a través de la obra de Alain de Janvry, como veremos en
el Capítulo V, como una reformulación necesaria para sacar de su «cri-
sis teórica» a la agonizante Sociología Rural.
Los trabajos de Norman Long suponen el punto más álgido de la
perspectiva teórica de la modernización agraria y el cambio social pla-
nificado, al elaborar la versión probablemente más acabada de la Socio-
logía Rural como Sociología del desarrollo rural (Long, 1977), al criti-
car su contexto teórico funcionalista. Y ello, dentro de la prestigiosa
escuela de Wageningen, a la que se incorpora para dirigir el antiguo De-
partamento de Sociología de los Cultivos Tropicales, que estaba enfo-
cado a las investigaciones de las antiguas colonias holandesas y, y en
general, a los «países en desarrollo». La influencia de Norman Long en
la escuela de Wageningen fue realmente decisiva para consolidar el en-
foque de la Sociología del desarrollo rural, mediante su esquema teóri-
co de la «interface» y su «perspectiva del actor» (Long, N. y Ploeg, J.D.
van der. 1994); en interacción con Jan Douwe van der Ploeg, figura
central en el rumbo teórico de la Sociología de la agricultura: todo ello
se considerará en la continuación de este análisis de la evolución teóri-
ca de la disciplina en los capítulos V y VIII.
Resumiendo, la evolución teórica de la Sociología Rural, desde su
surgimiento en el último tercio del siglo XIX hasta bien entrada la dé-
cada de los setenta del siglo XX, se caracteriza: a) teóricamente, por
una pobreza conceptual vinculada a la praxis política de las adminis-
traciones agrarias de los estados; hasta concluir una larga marcha ha-
cia el funcionalismo; y b) temáticamente, por el paso de una Sociolo-
gía de apoyo extensionista (que Estados Unidos consigue extender al
resto del mundo) con la misión de introducir insumos externos de
naturaleza industrial en el manejo de los recursos naturales a una
Sociología del desarrollo rural.

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II. LA TEORÍA DE LAS DIFERENCIAS
RURAL-URBANO EN LA SOCIOLOGÍA RURAL
NORTEAMERICANA DEL PRIMER TERCIO
DEL SIGLO XX

Breve nota introductoria sobre el contexto


La orientación teórica de la «Vida Rural» ocupa durante toda la primera
parte del siglo XX una posición hegemónica dentro del pensamiento so-
ciológico agrario, siendo la teoría de las diferencias rural-urbano uno de
los marcos teóricos más destacados. Dicha orientación teórica puede ser
interpretada de muy distintas maneras. De ellas vamos a seleccionar dos:
una teórica (respecto a su papel dentro de la evolución de los conteni-
dos de esta disciplina científica) y otra política (respecto al impacto de
las políticas agrarias que fundamentó). Desde una perspectiva teórica,
en nuestra opinión, la Sociología de la Vida Rural en Estados Unidos
recorre «un largo camino hacia el funcionalismo», que (como ya hemos
adelantado en el capítulo I) permite diferenciar tres fases en la evolu-
ción teórica de esta tradición intelectual: una primera etapa, que po-
dría definirse como de «Reformismo social», en la que se utilizan es-
quemas interpretativos de la realidad social del campo con un enfoque
básicamente descriptivo y de cierta fragilidad teórica pretendiendo mi-
tigar el coste social de la violenta acumulación de capital que tiene lu-
gar en el campo; una segunda que denominamos de «Formulación teó-
rica abortada» al intentarse introducir inútilmente el rico legado teórico
europeo sobre el campesinado, acumulado por la antigua tradición de
los estudios campesinos; y una tercera, en la que se produce una con-
vergencia con la Sociología General, adoptando unos esquemas teóri-
cos funcionalistas que se vinculan a un abordaje agronómico de la teo-
ría de sistemas.
Desde una perspectiva política, esta corriente teórica requiere una
doble consideración respecto a su papel y repercusión en la evolución
de la agricultura y sociedad rural de Estados Unidos, por un lado; y

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del conjunto de países periféricos en la estructura de poder mundial;
es decir en el denominado «Tercer Mundo», por otro. En el interior de
Estados Unidos, la infraestructura organizativa e institucional de la
Sociología de la Vida Rural constituyó el «brazo armado» de la adminis-
tración agraria para digerir el violento proceso de acumulación de capi-
tal en el campo generado por el desarrollo del capitalismo; y continuar
el proceso de privatización y mercantilización de los recursos naturales.
En la estructura agraria mundial supuso, por el contrario, la asimilación,
por parte de las sociedades rurales periféricas, de la denominada Revolu-
ción Verde estableciendo a gran escala la dinámica de industrialización de
la naturaleza.

Acerca del período de la «Formulación teórica abortada»


En una segunda etapa, que podría extenderse hasta 1930, se pretende
inútilmente —mediante el fugaz paso de Pitirim A. Sorokin por la
Sociología Rural— introducir el legado teórico de la antigua tradición
europea de los estudios campesinos. Sorokin llegó a la Universidad de
Minnesota después de sufrir un encarcelamiento y condena a muerte,
que le fue conmutada por el exilio durante la revolución rusa. A pesar
de estos antecedentes cuando trató de imprimir, como consecuencia del
seminario que dio junto a Zimmerman en 1924, una colección de ar-
tículos de autores europeos se bloqueó su publicación hasta 1930, en
que aparece como un nuevo autor el citado Charles J. Galpin, investi-
gador de gran peso político en la administración federal agraria de aque-
llos años. Este trabajo contenía una amplia colección de estudios sobre
el campesinado, desde los clásicos romanos y griegos hasta aquel en-
tonces. Entre ellos, se encontraban varios teóricos de la tradición oriental
europea como M.J. Tugan-Baranowski, Karraiski, Nusinoff y Tschaianoff
(a quien consideraremos dentro de la nueva tradición de los estudios
campesinos como Alexander V. Chayanov). El libro en cuestión escrito
por Pitirim A. Sorokin y Carle C. Zimmerman, se publicó por éstos
con Charles J. Galpin con el título de A Systematic Source Book in Rural
Sociology en tres copiosos volúmenes.
Pitirim A. Sorokin es, sin duda el primer gran teórico de la Socio-
logía Rural en Estados Unidos; aunque su trabajo original en este campo
no alcanzara la brillantez del resto de su obra. Su intento de «presentar
a los ojos de Occidente la cima del iceberg de la Sociología Rural de su
Rusia natal» (Shanin, 1976: 233-237) y del rico legado europeo de la
antigua tradición de los estudios campesinos, justifica sobradamente su

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consideración como figura central de esta «perspectiva teórica». Es de
lamentar que el contexto intelectual de histeria anticomunista de aquella
coyuntura retrasara más de tres décadas el conocimiento del excelente
«texto de fuentes». Su contribución específica se materializa en la teo-
ría del continuum rural-urbano, prácticamente el único mecanismo con-
ceptual con el que se intenta explicar la realidad social agraria en la
Sociología de la Vida Rural norteamericana hasta finales de los sesenta.
El texto inicial en el que se lleva a cabo tal formulación teórica es
Principles of Ruran-Urban Sociology (1929); aunque el texto clave en el
que dicha teoría se contextualiza con las más relevantes aportaciones
hasta entonces conocidas sobre la sociedad rural, el campesinado y los
«aspectos sociales» de la agricultura por la tradición europea es el referi-
do «texto sistemático de fuentes en Sociología Rural». El hecho de que
no exista ninguna traducción castellana de ambos textos, nos ha movi-
do a describir, ajustándonos exclusivamente a ellos, la teoría de las di-
ferencias rural-urbano; también conocida como el continuum rural-ur-
bano.

La teoría del continuum rural-urbano


La construcción teórica de las diferencias rural-urbano posee, tal como
fue formulada por Sorokin y Zimmerman, una enorme ambición teó-
rica al pretender caracterizar «las diferencias que (para ellos) son gene-
rales en el espacio y, relativamente constantes en el tiempo; esto es,
aquellas diferencias que aparecen en una forma más o menos visible en
el pasado y en el presente, y en todos los mundos sociales rural y ur-
bano (Egipto, Siria, Grecia, Roma, Europa, América, etc.)». Las varia-
bles utilizadas para ello habrían, pues, de cumplir este requerimiento;
es decir, serían pautas generales, en el espacio, y constantes en el tiem-
po, por que lógicamente habrían de ser las más relevantes componen-
tes del problema analizado.
Sin embargo, el que tales diferencias estuvieran presentes en distintos
períodos históricos no quiere decir que éstas se presentaran de igual for-
ma en cada uno de ellos. Por el contrario, «muchas de las diferencias
fundamentales entre los mundos rural y urbano que son casos impercep-
tibles en las primeras etapas, se hacen muy claras en las posteriores eta-
pas de su desarrollo; de aquí la conveniencia y necesidad lógica de un
análisis de estas diferencias tal y como aparecen en las recientes etapas de
la diferenciación campo-ciudad». Esto implica la asunción de que el pro-
ceso histórico de transformación social se realiza, de forma tal, que las

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diferencias rural-urbano se presentan en forma cada vez más perceptible
al observador. Dicho con otras palabras: las transformaciones que histó-
ricamente se realizan en los sistemas de organización social se producen
alterando las diferencias rural-urbano, de suerte que éstas son distintas
en cada período histórico (Cf. P.A. Sorokin, C. C. Zimmerman y C. J.
Galpin, 1965. Tomo I; pp. 186-187).
Ante la dificultad de encontrar un concepto que permita captar la
complejidad de las diferencias rural-urbano Sorokin y Zimmerman
optan por lo que ellos llaman una «definición compuesta» que «unifi-
que lógicamente en una relación funcional recíproca, las características
de los mundos rural y urbano» a través del análisis de la conexión cau-
sal existentes, entre tales peculiaridades, las cuales constituyen un con-
junto coherente y autocontenido.1 La forma de aproximarse al análisis
de los «mundos rural y urbano» se realiza mediante la caracterización
de sus diferencias fundamentales intentando así construir sociológica-
mente dichos conceptos. Tales diferencias por ellos detectadas son las
siguientes:

Diferencias ocupacionales
Del conjunto de diferencias que separan las formas de organización
social rurales de las urbanas, el criterio principal para su identificación
tiene sin duda un carácter ocupacional. Así, mientras las primeras se
encuentran vinculadas en sus actividades económicas a la agricultura,
por el contrario las segundas lo están a actividades no agrarias. «La so-
ciedad rural está compuesta por un conjunto de individuos activamen-
te implicados en un objetivo agrario; esto es, en la recolección y culti-
vo de las plantas y animales.» Su grado de implicación con la agricultura
puede ser directo, mediante el trabajo en el campo; o indirecto, caso
de la población dependiente o de quienes tienen otro tipo de activi-
dad, pero en todo caso «quienes han nacido y viven en una sociedad
rural, están marcados por muchas de sus características» en su forma
de comportarse, de relacionarse con los demás, y en general en su for-
ma de vivir, mediante una ocupación agraria. De esta diferencia se de-
rivan una serie de otras diferencias entre las comunidades rurales y ur-
banas, la mayor parte de las cuales están causalmente conectadas con

1. Para un análisis de los requerimientos metodológicos de dicha definición com-


puesta Cf. P. A. Sorokin y C. C. Zimmerman, Principles of Rural-Urban Sociology, New
York: Henry Holt & Company, 1929, pp. 13-15.

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esta diferencia en ocupación» (P. A. Sorokin, C. C. Zimmerman y C.
J. Galpin, 1965, tomo I: 187-88). Así, para estos autores de la ocupa-
ción primordial, del trabajo en el campo, surge la diferencia básica en-
tre los «mundos rural y urbano»; y de ella, se derivan casi necesaria-
mente las demás diferencias; las cuales se explican, en mayor o menor
grado, a partir de la variable ocupación.

Diferencias ambientales
La propia naturaleza de las formas de trabajo en la agricultura deter-
mina que el trabajo de los agricultores se realice fundamentalmente «de
puertas afuera» al contrario de lo que sucede en la mayor parte de las
ocupaciones urbanas. El hombre que trabaja en el campo está expues-
to en muy alto grado a las fluctuaciones de las condiciones climáticas
y su proximidad, real y física con la naturaleza es mucho más acusada
que la que posee el hombre que trabaja en la ciudad. Parece incuestio-
nable que la naturaleza de las ocupaciones no agrarias, y sus diferen-
cias, no son un patrimonio exclusivo de los tiempos actuales.

Ellas estaban presentes también en el pasado, por un corto espacio


de tiempo fueron insignificantes, en las etapas iniciales de la dife-
renciación campo-ciudad, pero éstas se desarrollaron gradualmente
con el crecimiento de las ciudades... Como regla las antiguas ciuda-
des de Egipto, Babilonia, Asiria, Persia, Grecia, Roma, China, la
Europa medieval y cualquier otro lugar estuvieron separadas de la
naturaleza por muros de piedra y ladrillo. Y los moradores de gran-
des ciudades como Babilonia, Menfis, Atenas y Roma tenían muy
poco contacto directo con ella [...] Resumiendo, el aislamiento de
la naturaleza y el carácter artificial del ambiente de la ciudad fue tí-
pico también de las ciudades del pasado. Las diferencias claves en-
tre las ciudades antiguas y las actuales en lo que respecta a las ba-
rreras entre el organismo humano y la naturaleza radican en que la
ciudad moderna está compuesta, en un considerable grado, de ace-
ro, hierro y papel, sustancias no utilizadas comparativamente en las
ciudades del pasado (Sorokin, Zimmerman, y Galpin,1965, tomo I:
189-90).

Junto a este tipo de diferencias hay que señalar que la tecnología


introduce cambios sustantivos en el trabajo y fuera de él que repercu-
ten en las diferencias rural-urbano en lo que respecta a la configura-
ción del entorno en que se desarrolla la vida social de los individuos.

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Así en lo que respecta al trabajo: «El habitante de la ciudad ya se en-
cuentre en el interior —en su fábrica, tienda, oficina, iglesia, bibliote-
ca, teatro, escuela, hogar— o en el exterior, entre las calles y plazas de
la ciudad, raramente está en contacto con la naturaleza». De igual for-
ma, en los demás aspectos de su vida social, «en su piso, apartamento
o casa, está separado de ésta por una enorme hilera de paredes y cons-
trucciones. A veces ha de viajar muchas millas antes de llegar a las afue-
ras de la ciudad. El aire que utiliza para refrescarse no es el viento libre
sino el procedente de un ventilador eléctrico; sus ojos no ven la luz del
sol sino la artificial procedente del gas o la electricidad; bajo sus pies no
está la tierra sino el pavimento». Los enormes edificios que envuelven al
hombre de la ciudad originan, junto con la polución que generan, los
servicios comunitarios una capa de atmósfera urbana que obstaculiza el
contacto e incluso la visión real del ambiente natural». Los trozos de su
flora y fauna en la forma de parques y jardines zoológicos se ven rara vez
y aún así están retocados y modelados artificialmente. «Los milagros y
misterios de la naturaleza se observan fundamentalmente en los cines, tea-
tros, en las ilustraciones de los libros y de vez en cuando durante una
excursión al campo». El entorno urbano, en definitiva, origina en las ciu-
dades modernas un ambiente artificial sustantivamente distinto del am-
biente del campo. El agricultor «si vive en la propia explotación se en-
cuentra en todo momento en el seno de la naturaleza». Si vive en un
pequeño pueblo o aldea se encuentra en una condición bastante similar.
Cuando se halla en el interior, tan sólo las débiles paredes de su casa o
cabaña le separan de la naturaleza. Cuando está en el exterior, se encuentra
todo el tiempo en medio de la naturaleza, cualquiera que sea ésta» (Cf.
Sorokin y Zimmerman,1929; cap. 5).

Diferencias en el tamaño de las comunidades


Para Sorokin y Zimmerman, de nuevo «la naturaleza de la agricultura
ha impedido la concentración de los cultivadores en grandes comuni-
dades con varios miles de habitantes». Ello se debe a que el tamaño
medio de la explotación, sea de carácter campesino o de agricultura
comercial, requiere para el mantenimiento de la familia unos medios
de subsistencia vinculados a una cierta superficie de tierra.

Al mismo tiempo, la naturaleza de la agricultura ha obligado que el


agricultor habite más o menos permanentemente cerca de la tierra que
cultiva. Estos hechos y los medios de transporte existentes no han he-

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cho posible a los agricultores vivir en comunidades de muchos miles
de habitantes. Por lo tanto hay y siempre ha habido una correlación
negativa entre el tamaño de la comunidad y el porcentaje de la po-
blación vinculada a la agricultura. Normalmente un incremento en el
tamaño de una comunidad por encima de unas cuantas centenas de
población origina que la proporción de agricultores decrezca rápida-
mente (Sorokin, Zimmermna y Galpin, 1965, tomo I: 190).

Para fundamentar este aserto Sorokin y Zimmerman analizan una


gran cantidad de material empírico proveniente, por un lado, de las
estadísticas de población de un alto número de países de los cinco con-
tinentes y, por otro, de los estudios de diversos historiadores (Ib., 191-
198). De esta forma, concluyen en que tanto en la actualidad como en
el pasado la urbanización —definida por el número de habitantes con-
centrados en una comunidad— está negativamente correlacionada con
la ocupación agraria y que dicha correlación negativa crece en forma
paralela al incremento de las diferencias rurales-urbano siendo una cons-
tante característica de ambas formas de organización social.

Diferencias en la densidad de población


Un razonamiento muy similar al que utilizan para el establecimiento
de las diferencias en el tamaño de las comunidades es argüido para fun-
damentar el cuarto tipo de diferenciación rural-urbano: el de las dife-
rencias en la densidad de población. De nuevo aparece la conexión causal
con «la naturaleza del trabajo agrario» y la necesidad de una determi-
nada superficie para que los individuos que trabajan en la agricultura
se aseguren un acceso a los medios de vida. De esta forma y con un
apoyo empírico similar al anterior concluyen que:

La densidad de población medida bien sea por el número de perso-


nas por unidad de superficie, por el número de familias por resi-
dencia o vivienda, o por el número de familias o personas por vi-
vienda estructuralmente separada está correlacionada positivamente
con el urbanismo y con el tamaño de la comunidad urbana y nega-
tivamente con la ruralidad y el pequeño tamaño de la comunidad.
Esta regla es válida no sólo respecto al presente sino también al pa-
sado (Sorokin y Zimmerman, 1929: 20).

Aunque las ciudades semiagrarias del mundo antiguo —Babilonia,


Egipto, Asiria, etc.— no tuvieran una alta densidad de población en

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términos absolutos, ésta era sumamente relevante si se comparaba con
las zonas rurales de aquella época. La evidencia empírica presentada por
Sorokin y Zimmerman muestra la persistencia de esta regla genérica en
el pasado así como la vinculación de la misma a las formas de trabajo
en la agricultura.2

Diferencias en la homogeneidad y heterogeneidad de las poblaciones


Este tipo de diferencias caracterizadoras de los sistemas sociales rural y
urbano se refiere a la «similaridad en la adquisición de características
psicosociológicas tales como el lenguaje, creencias, opiniones, costum-
bres, pautas de comportamiento y otras». Parece cierto que las formas
de cultura rural poseen un mayor grado de homogeneidad psicosocial
que las urbanas en tanto en cuanto éstas han respondido siempre a una
agregación de diferentes grupos de individuos con distinta religión,
nacionalidad e incluso procedencia étnica concentradas en un territo-
rio común. Ello se torna en evidencia si tenemos en cuenta que: «pri-
mero, la población urbana es reclutada, en un alto grado, de inmigrantes
procedentes de muy distintas áreas con diferentes niveles, comporta-
mientos, costumbres, creencias, etc. Además, en las ciudades existe otro
factor determinante de este tipo de diferencias. En las ciudades existe,
«segundo, como veremos después, mayor división del trabajo, una mayor
diferenciación y estratificación social y un mayor contraste en nivel de
vida y ambiente, que rodean a los diferentes miembros de las comuni-
dades urbanas comparadas con las rurales. Puesto que los miembros de
las comunidades urbanas están rodeados por muchas más diferencias,
estratificadas y condiciones disimilares que los del campo, naturalmen-
te diferirán unos de otros más que los miembros de la comunidad ru-
ral que es menos diferenciada y estratificada (Sorokin, Zimmerman y
Galpón, 1965, tomo I: 203).
Pero, junto a estas razones determinantes de la heterogeneidad ur-
bana y homogeneidad rural (que están vinculadas a la propia composi-
ción social de tales formas de organización y que repercuten —según
Sorokin y Zimmerman— en una heterogeneidad/homogeneidad
psicosocial) aparecen otras vinculadas al tipo de ocupación o actividad
económica dominante. Así la prevalencia del trabajo en la agricultura

2. Cf. Los extractos de los trabajos de Ibn-Khaldun (pp. 55-69); Maunier (pp. 153-
162); Petrie (pp. 162-165) entre otros no menos relevantes estudios aquí recopilados.
Sorokin, Zimmerman y Galpón, 1965, Tomo I.

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es un factor estructurante de la homogeneidad ocupacional del mundo
rural que es producto, por un lado, de su carácter más cerrado a la
renovación de la población por movimientos migratorios y, por otro, a
la forma de reclutamiento, generalmente de carácter familiar, de la fuerza
de trabajo en la agricultura. Por ello, para Sorokin y Zimmerman, la
«mayor homogeneidad de la clase agrícola es debida también por el
hecho de que es más cerrada a la infiltración de miembros de otras
ocupaciones que cualquier otra clase ocupacional... En este sentido, la
agricultura es, de hecho la clase ocupacional más parecida a una casta»
(Ib.: 207). El apoyo empírico para fundamentar estas consideraciones
en las sociedades modernas no resulta en absoluto problemático para
estos autores. La mayor correlación entre agricultores y nacionalidad o
identidad de procedencia que en otras profesiones, o la mayor conti-
nuidad ocupacional en diversas generaciones de una misma familia en
el trabajo agrario es mostrada por estos autores para distintos países y
en diferentes trabajos empíricos. Argumentando después, en base a una
extensa literatura de carácter histórico, que tal tipo de correlaciones no
son en absoluto patrimonio exclusivo del presente sino que, muy al
contrario, suponen una clara constante histórica.

Diferencias en diferenciación, estratificación y complejidad sociales


El conjunto de diferencias que Sorokin y Zimmerman incluyen en esta
amplia categoría que se enfrenta a las formas de organización social rural
y urbanas se refiere «hablando en un sentido figurado, a que la ciudad
representa un cuerpo social compuesto por más numerosas y diferen-
tes partes con especializaciones funcionales y con sus estructuras mu-
cho más diferenciadas y estratificadas que el cuerpo y estructura de un
agregado rural. Esto es cierto independientemente del criterio que se
tome para definir la complejidad, diferenciación o estratificación».
Desde sus comienzos, la ciudad surge como una comunidad com-
pleja formada por una multiplicidad de grupos. Tal multiplicidad se
desarrolla a partir de una comunidad aldeana en su génesis histórica que
evoluciona por la aglutinación de diversas comunidades o la segmenta-
ción espacial y diferenciación social de una de ellas. «La diferenciación
aparece a través de una segmentación territorial de varias partes de la
ciudad cada una de las cuales tiene sus peculiaridades de carácter
preurbano o tribal; por una localización territorial de sus clases sociales
y ocupaciones más numerosas; por un incremento de su diferenciación
ocupacional y división del trabajo entre la población de la ciudad sin
una localización territorial de cada grupo ocupacional dentro del terri-

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torio de la ciudad o finalmente, por una mayor riqueza en la diversi-
dad de usos, rasgos, costumbres, creencias, opiniones, gustos, etc., de
los miembros moradores dentro del territorio de la misma ciudad».
Desde cualquiera de estas bases de diferenciación social, la comparación
de los sistemas sociales rural y urbano muestra una mayor diferencia-
ción interna de éste sobre aquel.
Una de las bases más firmes de la diferenciación social como diferen-
cia entre las formas de vida rural y urbana lo constituye la división del
trabajo social. Basándose en los trabajos de Spencer, Durkeheim, Maunier
y Tönnies y pretendiendo fundamentarse en sus reflexiones teóricas,
Sorokin y Zimmerman condenan la función histórica que la organiza-
ción social del trabajo desempeña en las transformaciones que experimen-
tan los agregados humanos al construir sus formas y modos de organizar
su convivencia. Así, después de establecer que cuanto más primitiva es
una sociedad más homogénea es su vida económica, como consecuencia
de una menos acusada división del trabajo entre sus miembros, introdu-
cen esta cuestión en la transformación histórica de la sociedad. El que la
ciudad facilite el desarrollo de la división social del trabajo es un fenó-
meno que se consolida con el establecimiento de una manera definitiva
de las actividades comerciales, en los comienzos de la Edad Media, en
las ciudades puntos neurálgicos en los que tiene lugar la creación de las
condiciones adecuadas para el mercado. Desde entonces la mayor hete-
rogeneidad urbana como consecuencia de la mayor especialización fun-
cional derivada de la actividad económica se desarrolla de una forma más
acusada que la ya existente en períodos históricos precedentes.
Una diferencia entre los mundos rural y urbano que se deriva di-
rectamente de la variable diferenciadora principal, es decir de la ocupa-
ción agrícola, y que supone para Sorokin y Zimmerman un elemento
diferenciador a nivel psicosociológico, es el «carácter enciclopédico» de
la actividad agraria. Se refiere este aspecto a la variedad y cantidad de
diferentes oficios o trabajos que realiza el agricultor y que lo obligan a
poseer un bajo grado de especialización. «Los miembros de la clase agra-
ria podrían todavía ser comparados a un enciclopedista, que habla o
escribe sobre casi todo con igual facilidad. Si tomamos a unos cuantos
representantes de otras ocupaciones de entre los moradores de las co-
munidades rurales, ellos también están mucho menos especializados que
sus compañeros de la ciudad». Para nuestros autores parece, pues, que
no es sólo la naturaleza de la actividad agraria lo que determina una
mayor autosuficiencia ocupacional sino que ésta deriva en gran parte
de la propia especificidad de la sociedad rural. Parece plausible, si se

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acepta esta hipótesis como rasgo diferenciador de los mundos rural y
urbano, que esta característica ocupacional tenga algún tipo de reper-
cusión en la configuración psicosociológica de las distintas formas de
organización social.
Así, parece claro llegar a la conclusión de una correlación entre di-
versidad ocupacional y sociedad rural y especialización laboral y socie-
dad urbana. En este sentido puede afirmarse que:

La ciudad ha sido siempre el lugar de coresidencia de las clases go-


bernantes; eclesiástica, militar, profesional, comercial, artesana e in-
cluso agraria; cada una de las cuales difiere entre sí. En la ciudad
un dirigente es solamente un dirigente y no lleva a cabo otras fun-
ciones; el mercader es un mercader solamente, el soldado es un sol-
dado; el sacerdote es sacerdote. En las comunidades rurales una
misma persona casi siempre desempeña distintas funciones... Esto
fue cierto también en los estadios iniciales de la ciudad. Si ésta esta-
ba compuesta por varias tribus y divisiones situadas conjuntamente
dentro de un todo, la ciudad representaba una sociedad compleja
abarcando diferentes grupos sociales en ella misma, en contraste con
el pueblo que consistía en gran medida en uno de estos grupos y
por esta razón era más simple y menos diferenciada en su constitu-
ción morfológica» (Sorokin, Zimmerman y Galpón, 1965; pp. 214).3

En lo que respecta a las formas de estratificación social la argumen-


tación de Sorokin y Zimmerman para establecer una correlación entre
organización social rural-urbano y desigualdad social parte de nuevo de
la propia naturaleza social que la agricultura establece sobre aquellos
agregados predominantemente vinculados a ella. Así para ellos, la ciu-
dad presenta unas acusadas formas de estratificación social con inde-
pendencia del criterio que se utilice para su caracterización.

Si tomamos una estratificación económica (distancia del más rico al


más pobre medida por la cantidad de riqueza o ingresos); o una es-
tratificación ínter o intraocupacionales (distancia entre el presidente
de una gran corporación al chico de los recados o al asalariado co-
mún; o la distancia de la más alta posición de la más relevante ocu-

3. Sobre este punto un intento de encontrar evidencia empírica está, también, en


Sorokin y Zimmerman, 1965: 47-49.

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pación a la más baja posición de la ocupación más indeseable); o una
estratificación política medida por la distancia de más alto rango
sociopolítico de un rey, presidente, papa, dictador o comandante en
jefe de un ejército al más bajo; en todos estos aspectos y en otros
muchos la comunidad urbana es mucho más estratificada y presen-
ta un contraste incomparablemente mayor que la comunidad rural
(Ib.: 215).

Resulta incuestionable que desde sus mismos orígenes la ciudad


supuso un foco de concentración de poder y riqueza muy desigualmente
distribuida entre sus miembros. La acumulación de riqueza ha estado
históricamente situada en muy pocas manos y éstas han elegido la ciu-
dad como su residencia habitual. Junto a los grandes poderosos en las
ciudades ha existido tradicionalmente una muchedumbre harapienta y
paupérrima dispuesta a recoger las migajas que arrojasen como dese-
cho de sus banquetes. Contrariamente a esta visión, en el campo las
desigualdades, aun cuando existieran, se presentan de una forma mu-
cho menos desequilibrada. «Las razones de una mayor diferenciación y
estratificación social urbana son evidentes. La naturaleza de la comuni-
dad rural agrícola es tal que no sujeta y arroja fuera a la ciudad a aque-
llas personas que se convierten en excesivamente ricos o excesivamente
pobres o a quienes aspiran a placeres, fama y actividades que la comu-
nidad rural no puede proveerles» (Ib.: 215). En este sentido:

Los campesinos y agricultores que se hacen ricos o ambicionan y ad-


quieren apetitos que van más allá de aquello de lo que puede dotar-
les la comunidad rural se trasladan a la ciudad y se transforman en
miembros del rico y bien dotado estrato urbano. De forma análoga
quienes fracasan en su actividad económica agraria se trasladan a la
ciudad y se convierten en proletarios urbanos. En este sentido la co-
munidad rural es purificada constantemente de pobres, aspirantes a
millonarios y hombres de gran ambición, talento e ingenio. Esta eli-
minación de quienes están situados en los extremos económicos,
psicológicos y sociales se produce en las comunidades rurales de
forma incesante (Ib.: 216 y 217).

Diferencias en movilidad social


Otra constante histórica que Sorokin y Zimmerman perciben como un
rasgo diferenciador de lo rural y lo urbano se refiere a que la población
«urbana ha sido más móvil o dinámica que la clase rural» (Ib.: 217): el

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promedio de población urbana que cambia de un lugar a otro, de una
ocupación a otra o de una posición social a otra es siempre mayor. Si
aceptamos la pauta universal de que los «agregados urbanos» poseen una
mayor movilidad social que sus respectivas «clases rurales», ello permi-
te diferenciar para su análisis tres grandes categorías de movilidad social:
a) una movilidad social territorial, que permite considerar distintos ti-
pos de diferencias de carácter espacial; b) otra movilidad comparativa
interocupacional; que a su vez puede admitir distintas subcategorías; y
c) y una tercera categoría que denominan «otras formas de movilidad»
de las poblaciones rural y urbanas, donde se refieren al estricto con-
cepto sociológico de movilidad social, en términos de clase, estatus o
poder. Pasemos a considerar cada una de ellas.
a) Movilidad territorial. La mayor movilidad horizontal, en su dimen-
sión espacial, de los miembros de un colectivo urbano con respecto a
los miembros de un colectivo rural se manifiesta: primero, en un ma-
yor promedio per cápita de cambios de residencia dentro de las ciuda-
des; segundo, en un mayor kilometraje promedio por unidad de tiem-
po en los desplazamientos realizados per cápita por parte de la población
urbana respecto de la rural; tercero, las salidas y entradas de comuni-
dad por parte la población, es mayor en las ciudades que en las zonas
rurales; y finalmente, en la existencia de una mayor proporción de in-
dividuos dentro de la sociedad rural cuyo lugar de residencia y trabajo
habitual coincide con su lugar de nacimiento. A las tres primeras for-
mas de movilidad territorial las denominan movilidad social territorial
intracomunal, mientras que a la última, que implica un desplazamien-
to de carácter más permanente y normalmente vinculado a un despla-
zamiento espacial mayor sin retorno, se le atribuye la calificación de mo-
vilidad social territorial intercomunal.
Una segunda línea de evidencia, que es al mismo tiempo una expli-
cación de la menor movilidad territorial de la población rural en com-
paración con la urbana, surge de nuevo de la propia naturaleza de la
ocupación agraria y sus conexiones. Está motivada por la vinculación
del agricultor o campesino a la tierra. La tierra no puede moverse o
trasladarse a un nuevo lugar. Por el contrario cuanto más tiempo per-
manecen los agricultores como tales, menos fácilmente pueden mudar-
se de un lugar a otro o de una explotación a otra como consecuencia
del largo tiempo que necesitan para prepararla y organizarla y para apren-
der a llevarla convenientemente. Además jurídicamente, ha habido a lo
largo de la historia, restricciones a este respecto como en el caso del
feudalismo (ad gleabae adscripti sunt) cuando en determinados territo-

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rios debían permanecer de por vida o por muchos años en la misma
explotación.4 Esta vinculación a la tierra es mucho más acusada cuan-
do la forma de tenencia es la propiedad, cosa bastante más frecuente
en la ocupación agraria que en otras ocupaciones.
Pero además, históricamente en la Antigüedad y la Edad Media los
mercaderes, artesanos soldados, gobernantes y otros grupos ocupacio-
nales urbanos eran prolíficamente móviles, teniendo a las ciudades como
su base de operaciones, moviéndose de «condado en condado» e
intercambiando sus mercancías de un lugar a otro. No obstante, su
migración territorial era primariamente de ciudad a ciudad, y no de la
ciudad al campo.
Otro rasgo histórico a favor de este argumento lo constituye:

La mayor pobreza de las vías y medios de comunicación y transpor-


te de las comunidades rurales, frente a las numerosas redes de co-
municación y más accesibles medios de transporte a las ciudades.
Esto facilita naturalmente la movilidad territorial de la gente de la
ciudad. Cuando se tienen en cuenta estas circunstancias y hechos
históricos la menor movilidad territorial de la clase rural en el pasa-
do se torna en muy probable (Sorokin y Zimmerman, 1929: 34-36;
Sorokin, Zimmerman y Galpin, 1965: 217-226).

Estas consideraciones permiten hablar ya de otro tipo de movilidad


social: la ocupacional.
b) Movilidad ocupacional. Las consideraciones hasta aquí realizadas
se han centrado fundamentalmente en la movilidad social intercomunal;
sin embargo en no pocos casos la movilidad territorial está vinculada
con el cambio de trabajo o movilidad ocupacional. De nuevo aquí la
«clase ocupacional agraria aparece como más sedentaria e inmóvil fren-
te a las ocupaciones de carácter urbano. «Como regla, las familias rura-
les, especialmente en Europa, permanecen en la misma comunidad fre-
cuentemente en el mismo hogar por generaciones, lo que es más válido
aún al hablar en términos de días, semanas, meses o años». Por el con-
trario, «una enorme parte de la población urbana habita en pisos y apar-
tamentos alquilados y va de una casa a otra... sólo una pequeña parte

4. En la España de la posguerra civil hubo restricciones coactivas de este tipo Cf. E.


Sevilla Guzmán, 1979, La evolución del campesinado en España, Barcelona, Península,
pp.173-176.

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de la población urbana permanece, como morador, en el mismo lugar
por varios años». Ello generalmente va unido a la naturaleza de la acti-
vidad económica desplegada por los individuos que, en gran medida
condiciona su forma de vida. Puede afirmarse que en la ciudad, el ho-
gar significa «lugar de permanencia en la noche» frente al sentido de
lugar permanente de vida que tiene en las comunidades rurales.
No resulta descabellado generalizar diciendo que: «las poblaciones
agrarias permanecen como tales o cambian de trabajo porcentualmente
con menos frecuencia que la mayor parte de las poblaciones urbanas;
dicho con otras palabras, en promedio la población urbana tiene más
rotación de una ocupación a otra, que la población vinculada a la agri-
cultura». Los autores establecen aquí una diferenciación entre movili-
dad ocupacional intergeneracional (o movilidad interocupacional de ge-
neración en generación) y movilidad ocupacional intrageneracional
(intensidad del cambio de trabajo o profesión dentro de la vida de una
generación). Basándose en varios estudios empíricos realizados en Esta-
dos Unidos (1920-1926)5 llegan a la conclusión de que «a pesar del in-
tenso éxodo a que actualmente se ve sometida la ocupación agraria, el
porcentaje de hijos que heredan la ocupación de sus padres en la agricul-
tura es uno de los más altos de entre todas las clases ocupacionales». Utili-
zando después una más amplia bibliografía se atreven a establecer una
tentativa síntesis generalizadora: «en la medida que nos concierne aquella
parte de la población agrícola que no integra el éxodo rural, es cierta-
mente razonable afirmar que su tasa de cambio ocupacional (tanto en
la vida de varias generaciones, como en el espacio de una sola) es me-
nor que en casi la totalidad de las grandes clases ocupacionales de la
población urbana. En lo que respecta al conjunto de la población agrí-
cola, incluyendo la parte que migra a otras ocupaciones, es también pro-
bable, aunque no del todo cierto, que su movilidad (tanto intergenera-
cional como dentro de la vida de una generación) es menor que aquella
que tienen casi todas las amplias clases ocupacionales urbanas» (Sorokim,
Zimmerman y Galpón, 1965: 228).
c) Otras formas de movilidad de las poblaciones urbanas y rurales. Se
refieren aquí al concepto sociológico propiamente dicho de Movilidad
Social (Sorokim, Zimmerman y Galpón, 1969: 229):

5. Entre los que se encuentran varios realizados por ellos mismos, y sobre todo el
estudio de Pitirim A. Sorokim, Social Mobility, Nueva York.

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Sin pretender probar esta proposición aquí, sino como una mera hi-
pótesis, es posible establecer que respecto a otras formas de movili-
dad social: ascender y trepar a lo alto de la escala económica, de la
pobreza a la riqueza y viceversa; promocionarse y derrumbarse arriba
y abajo en los rangos sociales y políticos, de esclavo a señor y vicever-
sa, de posiciones subordinadas a posiciones de mando y viceversa, desde
bajas a altas posiciones sociales; y de «los de abajo» a «los de arriba»
en todas las formas sociales. En este terreno la población de la ciudad
es más móvil que las clases rurales y agrarias (Ib.: 229).

Todas las instituciones que sirven como canales de movilidad social


vertical para los individuos que integran una sociedad, y que los auto-
res identifican como «las universidades, iglesias, centros de poder eco-
nómico y financiero, dependencias del ejército, centros de poder polí-
tico; instituciones artísticas, de ciencias, literatura; los parlamentos y los
medios de comunicación de mayor influencia» y otros «ascensores so-
ciales» se encuentran situados en las ciudades y no en el campo ni en
las zonas rurales. Consecuentemente aquellos que no tienen la oportu-
nidad de relacionarse con estos «lugares de movilidad social ascenden-
tes» poseen menos oportunidades de promoción. Las sociedades rura-
les carecen de instituciones que permitan tener acceso a introducirse en
estas dinámicas de cambio social. La estratificación social agraria exis-
tente en las zonas rurales posee su propia circulación vertical diferen-
ciada de las ciudades. «La escala agraria, de bracero a colono, a semipro-
pietario, a propietario total y hacendado, así como las fluctuaciones en
estatus de los diferentes grupos agrícolas, funcionan en el campo. Un
agricultor o campesino puede ascender en la escala agraria, pero toda-
vía sigue siendo un agricultor o campesino y ha hecho relativamente
poco progreso para ascender en la escala social urbana».
Por el contrario, un habitante de la ciudad que tiene éxito en la escala
social urbana lo tiene ya asegurado en las zonas rurales; de hecho, com-
prar una hacienda en el campo y transformarse en un latifundista ab-
sentista o en un hacendado, suele utilizarse como símbolo de estatus
«trepar por la escala social urbana supone, automáticamente, obtener
una posición en la escala social rural».
Resumiendo, para la totalidad de hechos hasta ahora considerados
respecto a la movilidad territorial, ocupacional, económica y, en gene-
ral, «vertical» puede afirmarse que todas ellas se desarrollan en unas
proporciones más considerables en las zonas rurales que en las zonas
urbanas. «De país en país, de período a período de tiempo estas dife-

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rencias cambian en sus formas concretas y en sus ‘tempos’ e intensida-
des. Pero, a pesar de esto, las diferencias relativas en movilidad parecen
permanecer constantes entre las genuinas comunidades rurales y urba-
nas» (Sorokin, Zimmerman y Galpin, 1965: 229 y 230; Sorokin y
Zimmerman, 1929: 41-45).

Diferencias en el sistema de interacción social


Aunque no llegan a definir en ningún momento el concepto de sistema
de interacción social, que más tarde ha tenido una gran importancia en
la literatura sociológica, los autores de esta teoría describen con cierto in-
genio las distintas formas de interacción social para aplicarlas a las dife-
rencias rural-urbano. «Desde que las comunidades rurales son menos
voluminosas y menos densamente pobladas, y sus poblaciones son me-
nos móviles, es el número variado de personas con que un agricultor se
encuentra, y con las cuales entra en contacto (intencional o casual, largo
o corto, intenso o superficial), así como el contacto por individuo, es
mucho menor que lo acaecido en un contexto urbano».
Los intercambios de cualquier tipo de naturaleza comunicacional
(personas, cartas, periódicos, telegramas, llamadas telefónicas) son, en
términos relativos, siempre mayores en las zonas urbanas; y ello no sólo
por que los agricultores trabajen, normalmente, aislados y a cielo abierto,
sino por las propias estructuras sociales generadas históricamente. Aun-
que no existan datos estadísticos que puedan fundamentar nuestro aserto
resulta claro que el número de contactos directos cara a cara por indi-
viduo en una determinada unidad de tiempo (día, semana, año) es
mucho mayor en una ciudad que en el campo. Además de estas dife-
rencias de tipo cuantitativo y como consecuencia de su contextualización
en los sistemas rural-urbano aparecen una serie de diferencias cuantita-
tivas de relevancia.
Es posible hablar de espacios sociales de interacción diferenciados para
las poblaciones rural y urbana. El área del sistema de contactos de un
miembro de un espacio rural (así como la comunidad rural como un
todo) es espacialmente más estrecha y limitada, que el área de un miem-
bro de una comunidad urbana, así como una comunidad urbana como
un todo. Por área de sistema de contacto entendemos el tamaño del
territorio en el cual están localizados los individuos y las instituciones
con que un individuo o una comunidad está en contacto. A mayor te-
rritorio, mayor área social de sistema de contactos. Desde que las co-
munidades urbanas se originaron a través del mercado y del intercam-
bio, desde el momento en que nunca han sido autosuficientes siempre

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han necesitado intercambiar con otras comunidades. El «intercambio,
el comercio y la interacción» constituyen el alma de la ciudad. En paí-
ses predominantemente rurales, como Rusia, India o China el área de
contacto de la mayor parte de la población rural rara vez excede a una
pequeña docena de millas desde el lugar de nacimiento al de residen-
cia. En las grandes ciudades contemporáneas hay muy poca población
que no esté en contacto por lo menos con una persona del extranjero,
por no mencionar a muchas personas en las partes más remotas del
mismo país (Sorokin, Zimmerman y Galpin, 1965: 233-235; Sorokin
y Zimmerman, 1929: 79-82).
También puede hablarse de diferencias rural y urbanas respecto a la
naturaleza de la interacción social. Si la totalidad de las relaciones que
componen la red del sistema de interacción de un hombre se dividie-
ran en dos partes, relaciones cara a cara o primarias y relaciones indi-
rectas o secundarias, probablemente las relaciones cara a cara ocuparían
tan sólo una pequeña parte del total de los sistemas de interacción ur-
banos. Contrariamente, los sistemas de interacción social en el campo
están basados en acciones sociales de tipo primario. Sin embargo, es
necesario matizar que desde el momento en que el «área social de
interacción» es mucho mayor en los individuos urbanos que en los
rurales, es decir, tienen más contactos y con más individuos, su capaci-
dad de intercambios será mayor. La vida en el campo, que normalmente
desarrollan los individuos de las comunidades rurales, imprime una
naturaleza distinta a sus relaciones sociales; todo esto nos lleva al he-
cho de que las relaciones cara a cara (en la familia, en la escuela, en el
barrio, etc.) componen una mayor parte de los sistemas globales de
interacción rurales. «Los seres humanos con los que interactúan los
individuos rurales son de carne y hueso: los puede tocar, oler, sentir y
oír. Por esta razón son para él en menor grado abstracciones que para
un habitante de la ciudad». La naturaleza de la interacción social rural
tiene un carácter fundamentalmente empírico.
Es importante señalar, también, diferencias con respecto a la perma-
nencia de la interacción social. Es posible establecer que en la totalidad
de las relaciones que componen la red del sistema de interacción de un
individuo urbano la parte compuesta por formas de interacción causales,
superficiales y de corta duración ocupan su práctica totalidad. Frente a
ello, las formas de interacción permanentes e intensas y de mayor du-
ración ocupan la práctica totalidad de los sistemas de interacción de los
pobladores rurales.

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III. SOBRE EL MODO INDUSTRIAL DE USO
DE LOS RECURSOS NATURALES (I):
AGRICULTURA Y SOCIEDAD EN LOS
SISTEMAS SOCIALES AVANZADOS

Introducción
Pretendemos aquí, establecer el contexto teórico general, de naturaleza
sociológica, en el que se inscriben el conjunto de procesos clave que
permiten comprender la situación actual de la crisis ecológica, al tiem-
po que nos ayudan a desvelar la naturaleza de los problemas con que
se encara el manejo de los recursos naturales en el siglo XXI. Para ello
partiremos de una caracterización esquemática del proceso de gestación
del neoliberalismo. En segundo lugar, también de forma esquemática,
caracterizaremos el paso de la sociedad industrial a la posindustrial.
Pretendemos, así, centrarnos en los procesos que la economía y socie-
dad de los «sistemas rurales avanzados» han experimentado a lo largo
del siglo XX, para comenzar a caracterizar el modo industrial de uso de
los recursos naturales (MIURN) y las formas de degradación que éste ge-
nera en la naturaleza y la sociedad.
La agricultura industrializada puede ser definida como una forma de
artificialización de la naturaleza, localizada en las sociedades del primer
mundo y en ciertos enclaves del tercero, donde la climatología domi-
nante es templada y cuya forma hegemónica de producción agraria se
encuentra fuertemente capitalizada, con prevalencia de inputs ajenos al
reacomodo y reciclaje de la energía y materiales utilizados en los pro-
cesos biológicos, y pretende uniformizar el medio ambiente local para
estabilizar la producción, controlando al máximo el riesgo, eliminando
la biodiversidad local para obtener un máximo homogéneo de produc-
ción (Chambers et al., 1989: XVI). Sin embargo, tal definición no ad-
quiere su sentido cabal si no es en el contexto de las llamadas «socie-
dades avanzadas», cuya naturaleza vamos a explorar a continuación,

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centrándonos, más tarde, en los procesos que éstas generan respecto al
manejo de los recursos naturales.

Del liberalismo histórico al neoliberalismo


Aunque el liberalismo histórico hace referencia a la búsqueda de una
mayor libertad para los individuos, su consolidación como un sistema
de ideas tiene lugar en Inglaterra en los siglos XVII y XVIII en conexión
al colonialismo y a la aparición de una pequeña clase media comercial
e industrial. Su origen europeo y la lógica del laissez-faire, concebida
como la culminación de la libertad en el ámbito económico, otorga a
la mano invisible del mercado el atributo de premiar la constancia, el
ahorro y el trabajo y castigar la holganza y el despilfarro. Ello constitu-
ye, en nuestra opinión, el núcleo central de sus elementos, teniendo en
Adam Smith, Jeremy Bentham y James Mill sus artífices claves. Sin
embargo, no fue sino con David Ricardo que el rigor del análisis eco-
nómico comienza a mostrar los aspectos negativos del capitalismo que
parecían haber quedado tranquilizadoramente clarificados por Smith y
Bentham como el sistema natural de obtener el progreso económico.
El apogeo del liberalismo económico tienen lugar en el momento
en que: «las máquinas se ponen «en marcha a todo vapor» durante la
Revolución Industrial. Es entonces cuando Ricardo, en sus Principios
de Economía Política, estudia los problemas de la producción, el valor y
el trabajo, con una frialdad que le hará ser punto de referencia para el
pensamiento de Marx. Aunque los análisis de Ricardo sirvieron mucho
a los socialistas, también lo hicieron a los liberales que en su escuela
de Manchester —John Bright y Richard Cobden— supieron alisar, al
servicio de su ética del trabajo, una atmósfera de evangelismo purita-
no» (Bernardo, 1993: 204-215; Blang, 1958) que primero coactivamente
y después incorporándola a la educación formal y a la religión, fue ge-
nerando una nueva ética: la del capitalismo, unida a la identidad occi-
dental. Con el comienzo de la revolución industrial se genera un modo
de uso de los recursos naturales, vinculado a la producción masiva de
bienes y basado en la división del trabajo que convierte el trabajo en
un nuevo mito, vinculado al mito ilustrado de la máquina. «Así empe-
zó la larga historia de la subordinación de la gente a las máquinas he-
chas por la misma gente. El ser humano tiene que hacerse capaz de
adaptarse a la máquina: una idea que hace necesario un cambio com-
pleto en la concepción fundamental del hombre. En lo sucesivo él es
concebido como homo laborans; puede realizar su naturaleza como ser
humano sólo a través del trabajo. La producción mecánica muestra los

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requerimientos de lo que es apropiado a su naturaleza: es decir, de lo
que ha de considerarse como virtuoso.
El nuevo catálogo de virtudes está dictado por las leyes operativas
de la máquina, ejemplificada por la más perfecta de las máquinas», la
que había permitido a la Ilustración descubrir el funcionamiento de la
naturaleza, «el reloj: disciplina, precisión, orden, diligencia, limpieza,
resistencia y puntualidad». Aunque las primeras generaciones de asala-
riados opusieron fuerte resistencia a su subordinación a la industria fabril
y a su tortura física y psicológica, las iglesias y las escuelas se encarga-
ron de implantar en los trabajadores las semillas de las virtudes que
demandaban las máquinas» (Gronemeyer, 1995: 53-69) y que exigiría
el progreso. Este proceso de transformación de los valores tradiciona-
les, sometiéndolos al maquinismo, está unido a la expansión de la iden-
tidad europea por el resto del mundo. «Entre 1840 y 1930 la pobla-
ción europea aumentó de 194 millones a 473 millones, con un índice
de crecimiento que doblaba al del resto del mundo», generando «nue-
vas europas» y acelerando el proceso de desarticulación de las comuni-
dades rurales e indígenas que se iniciara en 1492 con la interminable
conquista (Belli, G. et. al., 1191).
Tras la Segunda Guerra Mundial, el Centro blindará sus estructuras
sociales con el welfare state (obra de las socialdemocracias europeas, como
consenso de los keynesianismos más ortodoxos y los socialismos más
clásicos) sobre los cimientos de sus colonias periféricas. Es en este pe-
ríodo donde se genera, a través de las instituciones de Brettons Woods
—BM, FMI y GATT—, la estructura operativa que orquestará, en todo
el mundo, la aplicación del modo industrial de uso de los recursos na-
turales. El impacto degradador sobre las comunidades rurales se llevará
a cabo mediante la Revolución Verde, por un lado, y el Desarrollo Co-
munitario, por otro (Long, 1977). En efecto, aunque la Revolución
Verde pretendiera mitigar el hambre en el mundo y el progreso de la
ciencia se intentara poner al servicio de la humanidad, el resultado de
la generalización de las semillas de alto rendimiento, unido a paquetes
de agroquímicos intensificó el proceso de degradación ecológica, explo-
tación social y depredación cultural que iniciara la identidad europea
al «descubrir y civilizar» a otras identidades socioculturales, como he-
mos anteriormente señalado.
Coincide con esta coyuntura histórica, final de la Segunda Guerra
Mundial, el hecho de abrirse un período de reorganización y rearme
intelectual, por parte de las fuerzas liberales. Así, el por entonces pro-
fesor de la London Schools of Economics, F. A. Hayek, organiza una

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reunión de intelectuales en Mont Pelegrin, cerca de Verey, Suiza en
1947. Fue allí donde, durante seis días, se genera una estrategia de ar-
ticulación entre los intelectuales activamente interesados en «conservar
los ideales de la civilización occidental» para afrontar los graves proble-
mas que atravesaba Europa ante el peligro de un posible «desarrollo co-
lectivista», como consecuencia de la introducción paulatina de tales ideas.
En su discurso de apertura, el 1 de abril de 1947, el profesor Hayek
establece con claridad el objetivo de la reunión: la creación de «algún
tipo de organización privada» donde «representantes de distintas disci-
plinas» sentaran las bases que hicieran «renacer los ideales liberales» ela-
borando unos principios básicos que permitieran la consolidación de un
orden liberal basado en una sólida y consistente elaboración científica
de su filosofía política.
Aunque la filosofía neoliberal, que allí se estaba fraguando, no pu-
diera estar exclusivamente basada en la economía, su núcleo central
sí se encontraría allí. En efecto, el tema central de la conferencia fue
establecer «la relación entre lo que se denomina libre empresa y un
orden realmente competitivo [...] cuyo adecuado tratamiento supone
establecer un programa completo de política económica liberal (Hayek,
1992: 257-269; 263 y 269). A partir de entonces se pone en funcio-
namiento la red neoliberal que propagaría la ofensiva intelectual de
estos valores. La traducción en políticas reales de estas ideas tardó en
llevarse a cabo varias décadas, hasta el final de los setenta, coincidiendo
con la crisis del capitalismo mundial que cerró la etapa del crecimiento
económico durante la cual se llevó a cabo la construcción del Estado
del Bienestar en los países europeos más «avanzados». Fue por enton-
ces cuando en Inglaterra y los Estados Unidos comienzan a aplicarse
las propuestas neoliberales por los gobiernos de Margaret Thacher y
Ronald Reagan. Las «soluciones neoliberales» suponen la privatización
y liberalización total de la economía y el desmantelamiento de las pro-
tecciones sociales vinculadas al Estado de Bienestar para crear un con-
texto económico en el que la libre empresa actúe como motor de cre-
cimiento para la recuperación del crecimiento económico. Ello permitirá
poner en marcha el ideal de la competitividad en un espacio econó-
mico sin injerencias.
Sin embargo, el tumulto mundial generado por las rápidas transfor-
maciones, resultado de la economía global emergente, hundió la base
industrial de las economía estadounidense y británica en la década de los
ochenta. La ideología liberal de la no intervención practicada por los ci-
tados gobiernos se mostró absolutamente ineficaz. El «mundo occiden-

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tal» aprendió la necesidad de articular las políticas estatales de acuerdo
con la interdependencia de la economía global y la regionalización mun-
dial configurada por la globalización económica. Fue necesario centrarse
en la articulación transnacional de los estados, a través de los organismos
internacionales (BM, FMI y OMC) para controlar la situación, poniendo
así en marcha, ya de forma definitiva, el programa neoliberal, donde la
rentabilidad privada supone la única y obsesiva meta.

Agricultura y ruralidad en las sociedades industriales


La primera conceptualización sistemática dentro de la tradición socio-
lógica sobre el concepto de sociedad industrial se debe a Raymond Aron,
quien en el curso que impartió en la Sorbona, en 1955 dictó Dix-huit
leçons sur la Societé Industriel (Aron, 1962-1971). Allí definió como
rasgos clave de la sociedad industrial los siguientes:

1. La aparición de la gran industria como rasgo hegemónico de la eco-


nomía, en la que las nuevas unidades productivas presentan una
clara separación entre la familia y la empresa, cuyo nuevo funciona-
miento requiere cada vez más del «cálculo racional» y de la aplica-
ción de los sistemas contables de la economía de la empresa.
2. La introducción en las nuevas unidades industriales de un modo
original de división del trabajo, basado en la coordinación impera-
tiva dirigida por la «organización científica del trabajo».
3. La articulación de ambas nuevas formas de gestión, la organizativa
y la económica demandaba un continuo cambio de las tecnologías
empleadas, Así los procesos productivos generados necesitaban una
continua acumulación de capital.
4. El trabajo en las sociedades industriales requiere una organización
de masas obreras que canalicen sus reivindicaciones, haciéndoles ad-
mitir definitivamente el nuevo planteamiento de la cuestión de la
propiedad privada de los medios de producción.
5. La consideración de la agricultura como negocio Farming as a bu-
siness, ante el consenso científico de que el campesinado habría de
desaparecer sacrificado por el progreso que exigía que la agricultu-
ra funcionara económicamente como una rama de la industria.

Una de las primeras caracterizaciones de las grandes pautas de cambio


de la estructura social rural de estas «sociedades avanzadas» definidas
sociológicamente como industriales, aunque todavía anclada al contexto

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teórico de la perspectiva sociólogica de la vida rural, se debe a Larson y
Rogers, que utilizando como referencia empírica la sociedad rural ameri-
cana, organizan «la discusión de las alteraciones más significativas que tie-
nen lugar en las sociedades rurales, establecidas sobre las siguientes bases:

1. Un incremento en la productividad agraria por persona acompa-


ñado de una disminución de los agricultores.
2. Un incremento de los vínculos entre el sector agrario y los secto-
res no agrarios.
3. Un aumento de la especialización en las producciones.
4. Una disminución de las diferencias rural-urbano en los valores que
se transforman en la dirección marcada por la sociedad de masas.
5. El incremento del cosmopolitismo de las relaciones sociales rura-
les por el crecimiento de las comunicaciones, los transportes y el
realineamiento de sus grupos locales.
6. Una tendencia hacia la centralización en la toma de decisiones en
la política pública rural y en las empresas de transformación y
comercialización agraria (agribusiness).
7. Los cambios en la organización social rural van en la dirección de
un declive de la importancia relativa de las relaciones primarias (tales
como las existentes en los grupos locales y familiares) y un incre-
mento de las relaciones secundarias (tales como los intereses espe-
ciales de las organizaciones formales, las agencias gubernamentales
y las empresas comarcales) (Larson and Rogers, 1966: 39-67, 42).

Una más detallada caracterización de estos temas aparece en Social


Change in Rural Societies, cuando Everett M. Rogers aún no había cons-
truido su teoría de la modernización de los campesinos, que daría paso a la
perspectiva teórica de la modernización agraria y el cambio social rural pla-
nificado, que se extendería por todo el mundo propiciada por las políti-
cas de «Apoyo al Tercer Mundo» (sic) de la articulación transnacional de
los estados —BM, FMI y GATT— a través de su estrategia de Desarrollo
Rural. No obstante una crítica a este importantísimo marco teórico ela-
borado por Rogers puede verse en Sevilla Guzmán (1984: 36-107). Su
importancia teórica radica en que sustituyó en su posición hegemónica
al marco teórico de la dicotomía tradicional-moderna en su versión de la
Sociología Rural institucionalizada generado por Sorokin y Zimmerman,
rompiendo —junto a la incipiente estrategia sistémica de Loomis— la
pobreza teórica de la Sociología de la vida rural de Estados Unidos. No
obstante, el proceso de transformación del modo campesino de uso de

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recursos naturales en pequeña producción mercantilizada sólo será carac-
terizado con rigor en la obra Perspectiva teórica de la Sociología de la Agri-
cultura (Buttle, et., al., 1990), a través de los análisis de Friedmann (1978,
1980), en el contexto del Marco Teórico de la Producción Simple de Mer-
cancías Agrarias (Goodman and Redclift, 1986).
Fue, sin embargo Ralf Dahrendorf (1959-1970, 1ª ed. en alemán
1957) quien al final de la década de los cincuenta se embarca en la tarea
de diferenciar la caracterización que realizó Marx de las sociedades capi-
talistas en su análisis del proceso histórico, casi una centuria después. La
sociedad caracterizada por Marx tenía como sector social hegemónico a
la burguesía que había accedido al control de los centros de poder. Casi
una centuria después, las sociedades modernas mostraban como pauta
hegemónica no la prevalencia de una clase o sector social hegemónico,
sino por el contrario, el desplazamiento del núcleo de poder a un sector
económico, la industria: «los elementos que se presentan como perma-
nentes en el análisis de los sociólogos de las sociedades modernas son
aquellos que pueden mostrarse como generalizables en la estructura de
la producción industrial [...] en general, se percibe una producción me-
canizada de mercancías en fábricas y empresas como un rasgo distintivo
de las sociedades industriales» (Dahrendorf, 1959-70: 22). Formas de
producción, que comienzan ya a extenderse en la agricultura tras la Se-
gunda Guerra Mundial y que, en los años cincuenta, muestran una pau-
ta hegemónica en amplias zonas de los países centrales.
Las diferencias básicas generadas en el desarrollo del capitalismo en
ese período son resumidas por Dahrendorf (1959-70, 36-71) en los
siguientes términos:

1. Una nueva relación entre propiedad y control de la producción. Estos


elementos que permanecían unidos en el capitalismo incipiente apa-
recen separados en la sociedad industrial, produciéndose un «cam-
bio en la estructura de las posiciones sociales y un cambio en el
reclutamiento del personal que las ocupan», apareciendo lo que Karl
Renner definió mucho antes como las clases de servicio; entre la que
destaca como central la clase empresarial de los ejecutivos.
2. Descomposición del trabajo como grupo conflictual. Muy conectado
con el rasgo anterior, sucede que el conflicto pierde su dimensión
de clase ante la separación entre las acciones políticas y las indus-
triales como consecuencia de la intermediación del Estado. La cla-
se trabajadora se ve sustituida por una pluralidad de estatus y gru-
pos de «especialistas» con intereses divergentes.

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3. Configuración de una nueva estructura de clases. Se produce la apa-
rición de nuevos estratos de clase como consecuencia de lo ante-
rior. Los nuevos grupos de burócratas se unen a la burguesía al igual
que los trabajadores de cuello blanco al proletariado, perdiendo
ambas clases su antigua naturaleza.
4. Institucionalización de la movilidad social. «La descomposición de
capital y trabajo también como su extensión por segmentos de la
nueva clase media es un fenómeno que tiene un directo y obvio
impacto en la estructura de clases». Ello sólo es posible mediante
la aparición de una rápida y generalizada movilidad social, conse-
guida a través de la capacitación en el trabajo, que se sitúa como
el elemento crucial de la estructura de clases de las sociedades in-
dustriales.
5. Aproximación entre el derecho a la igualdad del ciudadano y su prác-
tica. Aunque en el siglo XIX existieran los derechos del ciudadano,
éstos no aseguraban un mínimo de igualdad ante el desigual acce-
so de éste a los medios de vida. Por el contrario, en las sociedades
industriales «los derechos del ciudadano son ampliamente recono-
cidos incluyendo pensiones de vejez, seguro de desempleo, salud
pública, así como un salario mínimo asegurando, por consiguien-
te, un mínimo nivel de vida». Así, al asegurar un mínimo acceso a
los medios de vida se permite la introducción del ciudadano en una
«cultura industrial», en la que la producción masiva de mercancías
unifica a los individuos con actividades análogas respecto al tiem-
po libre y las formas de consumo. No obstante, aunque «esta igual-
dad del ciudadano en la teoría y la práctica de las sociedades posca-
pitalistas haya cambiado, las características del conflicto de clase (y
posiblemente haga el mismo concepto de clase inaplicable), ello no
ha trastocado las significativas desigualdades y, por tanto, no ha
eliminado las causas del conflicto social».
6. La institucionalización de los conflictos de clase. El reconocimiento
por parte de las sociedades industriales de un enfrentamiento en-
tre capital y trabajo supone un proceso de «acomodo» del mismo
en la estructura social. «Del mismo modo que la democracia polí-
tica aspira a crear normas para regular el conflicto controlado de
intereses divergentes, así ha surgido en el ámbito limitado de la
industria, en esa sociedad dentro de la sociedad, un sistema de
normas de relación entre las partes contratantes o litigantes»,
(Dahrendorf, 1959-1970: 64-65). Así pues, la industria da lugar
en este tipo de sociedades a diferentes formas de participación para

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los trabajadores, generando desde los convenios colectivos, un sis-
tema complejo de conciliación, mediación y arbitrio (Ib.: 66).

Agricultura y sociedad en los sistemas posindustriales


El modo industrial de uso de los recursos naturales podría definirse
—de forma operativa y provisional— como aquella forma de agricul-
tura, ganadería y manejo de los árboles y demás elementos de la natu-
raleza que genera un proceso de artificialización de los ecosistemas, en el
que el capital realiza apropiaciones parciales y sucesivas de los distintos
procesos de trabajo campesino, para incorporarlos después al manejo
como factores de producción artificializados industrialmente, o como
medios de producción mercantilizados. Pero sobre este tema volvere-
mos en los apartados siguientes; baste aquí adelantar el concepto para
delimitar la estructura y cambios sociales en la agricultura, ganadería y
forestería industrializadas, como procesos que se encuentran vinculados
al desarrollo del capitalismo hasta ahora de forma ineluctable (Gadgil
y Guha, 1992: 11-68 y 39-53). En efecto, como ha señalado Paul M.
Sweezy, «por un número de razones, incluyendo la ausencia de un do-
minante Estado centralizado, la situación en el Accidente europeo fue
propicia y la región adquirió una fuerza estelar en dos aspectos: el de-
sarrollo de unas tecnologías superiores de navegación y la utilización de
la energía concentrada. Esto posibilitó que los europeos se embarcaran
en una carrera de pillaje y conquista que transfirió a sus zonas de ori-
gen una gran cantidad de riqueza, al tiempo que devastaba y destruía
el potencial de posibles áreas rivales. Tales áreas en lugar de emprender
un proceso independiente de desarrollo del capitalismo se encontraron
incorporadas a un emergente capitalismo centrado en Europa, como co-
lonias, dependencias o clientes de tal centro. Fue de esta forma como
el capitalismo surgió desde su primera infancia como una unidad dia-
léctica, con un centro autodirector y una periferia dependiente (Sweezy,
1982: 210-217).1 El proceso de pillaje y conquista fue después amplia-
do (adoptando formas más sofisticadas a las que describe Crosby, 1986-
1988; al mostrar tan sólo una dimensión del Imperialismo ecológico)
al resto de los recursos socioculturales, rompiendo las bases ecológicas
de la sustentabilidad, inserta en sus cosmovisiones históricas, ante la falsa

1. Un intento de ampliar el esquema teórico centro-periferia desde una perspectiva


agroecológica puede verse en Alonso Mielgo y Sevilla Guzmán (1995).

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creencia de la posibilidad de sustituir la naturaleza por el capital en las
formas de artificialización de los ecosistemas, a través de un manejo
industrializado, como modo de uso de los recursos naturales.
Giovanni Mottura y Enrico Pugliese, en un trabajo que ya comien-
za a considerarse como un clásico sobre la agricultura capitalista, ela-
boran un esquema general sobre la evolución de la Agricultura en cuya
dinámica emerge una lineal y homogénea pauta de desarrollo: «el pro-
blema no consiste en concebir a la agricultura como una entidad dis-
tinta de o en oposición a la industria, sino concebir a ambas como
momentos estrechamente vinculados uno a otro desde el mismo comien-
zo de su articulación en el desarrollo del sistema capitalista completo»
(Mottura and Pugliese, 1980: 171-199; 175). Es decir, para el sistema
capitalista la agricultura ha de ser necesariamente considerada, al igual
que la industria como un negocio y, por lo tanto, ha de seguir la «ra-
cionalidad instrumental» que el negocio de la industria ha seguido: la
empresa industrial y la empresa agraria constituyen dos momentos en
el proceso de mercantilización que la lógica del lucro introduce en los
procesos productivos. Marx, primero, y Lenin y Kautsky después, des-
velaron este principio del desarrollo del capitalismo en el proceso his-
tórico con materiales empíricos muy distintos y con contrastaciones
diversas.2 Desde la perspectiva del papel jugado por la agricultura en la
sociedad global, los sistemas sociales «avanzados» (sociedades industrial
y posindustrial) pueden ser definidas como aquellas formaciones socia-
les en las que el avance del capitalismo comienza a introducir los es-
quemas racionalizadores de la producción industrial en la agricultura
como pauta hegemónica de su evolución. Empero, ello sólo es posible
cuando la «ciencia» permite, al fin, tal logro; cuando el desarrollo de
las fuerzas productivas se ve finalmente fundamentado por la ciencia,
legitimándose así cualquier forma de intervención sobre los recursos
naturales, los cuales serán así subordinados definitivamente al hombre
que, al sentirse rey de la creación y fuera de ella, la somete a sus «ne-

2. Véase en este sentido la hipótesis desarrollada siguiendo el pensamiento de estos


autores respecto al capitalismo como generador de la crisis ecológica González de Molina
y Sevilla Guzmán (1992). El pensamiento de Lenin y de Kautsky ha sido malinterpretado
históricamente por el pensamiento científico convencional. Tan sólo tras la
contextualización de su trabajo en la coyuntura histórica e intelectual de que surgieron,
realizada por Teodor Shanin se ha podido comenzar una acumulación válida sobre el
pensamiento de ambos autores, en el contexto teórico de la Perspectiva de los estudios
campesinos (Shanin, 1983-1990, 1987 y 1990).

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gocios», sean éstos públicos o privados, rompiendo de esta forma la
coevolución social y ecológica que el campesinado había mantenido
mediante sus formas históricas de manejo de los recursos naturales
(Toledo, 1993; Sevilla Guzmán y López Calvo, 1994: 69-92).
No es éste el lugar para caracterizar el proceso de industrialización
de la agricultura, ganadería y forestería, que iniciándose en los etnoeco-
sistemas centrales de las «sociedades desarrolladas» va extendiéndose y
que supone la articulación de un gran número de subprocesos: degra-
dación de la economía moral (Thompson); ficción liberal de que
hombres, tierra y riqueza sean transformados en mercancías (Polanyi);
modernización como descampesinización (Rogers y De Janvry); demo-
cratización formal como organización política superior (Lipset) y otros
muchos, dentro de los cuales juega un papel central de legitimización
el subproceso de cientifización (Habermans). Se culmina con ello un
proceso de imperialismo ecológico de la identidad sociocultural euro-
pea que se expande desde el siglo XVI por el planeta, con la extensión
de la racionalidad occidental (basada primero en la cruz y la espada y
más tarde en la empresa capitalista y el aparato estatal burocrático), a
todas las formas de la vida introduciendo así, finalmente, un proyecto
civilizatorio aniquilador de los pertenecientes a otras etnicidades; e
imponiendo los esquemas económicos y administrativos de la industria
en el manejo de los recursos naturales: desde el más refinado
funcionalismo sociológico, haciéndolos «modernos» (Weber).
Cuando Ralf Dahrendorf caracteriza las sociedades industriales
visualizando la mudanza industrial de los sistemas de estratificación
social; o lo que es lo mismo, las formas de transformación de su es-
tructura de clases; define aquellas a través de los rasgos que constitu-
yen los elementos centrales de este tipo de sociedades. Al hacerlo, no
podía percibir aún el proceso de cambio que se va produciendo, en su
dimensión socioeconómica, que hace invisible las formas de explotación
y extiende la lógica de la producción industrial y de la búsqueda del
máximo beneficio al manejo de los recursos naturales, causando con ello
una importante degradación, como veremos más adelante. Los sociólo-
gos han caracterizado también el tipo de sociedad posindustrial, que
mantiene las características hasta ahora consideradas aunque más
agudizadas, y que pasamos a tener en cuenta a través de su máximo
artífice: Daniel Bell. Aunque este autor se hizo mundialmente famoso
al intentar generalizar el conservadurismo intrínseco de la sociedad nor-
teamericana al resto del mundo a través de su clásico trabajo The End
of the Ideology, su análisis de la sociedad posindustrial permite estable-

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cer los rasgos claves emergentes en esta fase del desarrollo de la moder-
nidad (Bell, 1974-1976: 12-33); éstos son los siguientes:

1. La aparición de una economía de servicios; entendiendo por tales,


no al sector económico tradicional de «servicios personales, nego-
cios o transporte y comunicaciones»; sino, al conjunto de activida-
des emergentes vinculados con una reivindicación de «calidad de
vida». En las propias palabras de Bell: «Si una sociedad industrial
se define por la cantidad de bienes que establece su nivel de vida;
la sociedad posindustrial se define por la calidad de vida que se ob-
tiene por los servicios que generan el bienestar de su sociedad, ta-
les como la salud, educación, ocio, creatividad artística e intelec-
tual, que comienzan a ser considerados como accesibles para amplias
capas de la población» (Bell, 1974-1976:14 y 15).
2. La emergencia de las clases profesional y técnica. La riqueza deja de
constituir el criterio central que sitúa a los individuos en el siste-
ma de desigualdades sociales: en las sociedades posindustriales «la
ocupación es el determinante de clase» y la adquisición de puestos
de trabajo mediante profesiones con una sólida formación univer-
sitaria de carácter técnico constituye el rasgo central definidor del
estatus.
3. La primacía del conocimiento científico y la creatividad tecnológica,
como forma de organización del conocimiento que permite la ge-
neración de nuevas tecnologías demandadas por las industrias «mo-
dernas», en las que las tecnologías científicas permiten obtener el
control social y la dirección de la innovación. Ello genera un cam-
bio cualitativo que hace surgir nuevas relaciones sociales y nuevas
estructuras tecnológicas que tienden a ser dirigidas políticamente.
Se está produciendo un «cambio de relación entre la ciencia y la
técnica» que genera nuevas estructuras de poder que no permane-
cen indiferentes a la acción política.
4. La planificación tecnológica constituye un rasgo central en las so-
ciedades posindustriales que necesitan alcanzar una nueva dimen-
sión del cambio social a través del control del crecimiento tecno-
lógico. Los efectos negativos de tal forma de progreso se escapan,
no pocas veces, a los intentos de planificación tecnológica por lo
que será necesario establecer fuertes mecanismos de control a me-
nudo impotentes de manejar el riesgo.
5. La emergencia de una nueva tecnología intelectual, aparece como
una nueva característica de este tipo de sociedades ante el hallaz-

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go de la «innovación del método de inventar», lo que permite es-
trategias para desarrollar «la complejidad organizada». La nueva
tecnología intelectual surge mediante la sustitución de los razo-
namientos discursivos por algoritmos manejados mediante la uti-
lización de sofisticadas herramientas tecnológicas (computadoras),
que permiten estudiar los problemas mediante «análisis de siste-
mas» y obtener así el objetivo último de esta nueva «tecnología
intelectual»: ordenar y controlar la sociedad de masas, norteame-
ricana (Bell 1974-1976: 27-30), muy insubordinada tras las ve-
leidades pacifistas del 76, y los movimientos ecologistas (Lemkow
y Buttel, 1983).

Cuando analizamos la caracterización incipiente del funcionalismo


agrario de los sistemas sociales rurales avanzados, (Rogers, Larson,
Burdge, entre otros) señalábamos ya que, probablemente por su carác-
ter de pionera, tal caracterización pecaba de una cierta ingenuidad (de
la que no estaba exenta su matriz teórica), al obviar los aspectos con-
flictivos del proceso. En otro trabajo pionero sobre las pautas de cam-
bio de la estructura social de la agricultura, desde la tradición francesa
de la economía agraria y con Europa como referencia empírica, Louis
Malassis (1973: 284-289), analiza los rasgos que caracterizan las trans-
formaciones internas de la agricultura en la fase que él define como de
«economía industrializada» son las siguientes:

a) Comercialización creciente de la agricultura, lo que incluye no sólo:


i) el aumento del porcentaje de la producción agrícola comerciali-
zada, sino también, ii) la reducción de la autosubsistencia (disminu-
ción del autoconsumo) y, sobre todo, iii) la disminución del
autoaprovisionamiento; es decir, el declive paulatino del autoapro-
visionamiento o, dicho de otra manera, la creciente utilización de
insumos externos (medios de producción mecánicos, carburantes,
abonos químicos, insecticidas y demás inputs) ajenos a los proce-
sos de acomodo y reciclaje que la agricultura tradicional utilizaba,
cerrando los ciclos de energía y materiales en sus procesos produc-
tivos.
b) Capitalización creciente de la agricultura. Es éste un rasgo resultado
de la sustitución de la energía biológica por la energía mecánica y
fósil, y del trabajo por el capital en los procesos de producción agra-
ria. La capitalización de la agricultura se pone de manifiesto tanto
en su consideración respecto al tamaño de la explotación (capital

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por Ha) como respecto a la fuerza de trabajo (capital por mano de
obra) (Ib.: 284-286). Este proceso de artificialización del manejo
de los recursos naturales supone la introducción creciente de for-
mas de energía que no son localmente accesibles y que, en gene-
ral, provienen de energías no renovables como es el petróleo; se
origina así una intensificación de la lógica del manejo industrial de
los recursos naturales, vinculada normalmente a las semillas de alto
rendimiento mejoradas genéticamente para la utilización de un
paquete de agroquímicos, que permita incrementar la productivi-
dad, como pasamos a considerar.
c) Crecimiento de la productividad del trabajo en la agricultura. «El cre-
cimiento de la producción agrícola y los trasvases de la fuerza de
trabajo agrario a los demás sectores de la economía generan un au-
mento de la productividad del trabajo agrícola», que no siempre
proviene de la intensificación caracterizada en el punto anterior. En
efecto, «en la mayoría de los países de Europa, la dimensión me-
dia del tamaño de las explotaciones permanece relativamente baja;
por eso el crecimiento de la productividad del trabajo proviene, sin
duda, en gran parte, de la reorganización interna de las explotacio-
nes agrícolas; más que del crecimiento de su tamaño. La reorgani-
zación interna implica una adaptación de la infraestructura
organizativa de los sistemas de explotación al progreso tecnológico
y una reorganización del trabajo en relación con el crecimiento del
ratio que mide la productividad: la superficie por unidad de traba-
jo» (Ib.: 287-289).

Estos cambios como pautas iniciales de la implantación hegemónica


de la agricultura industrializada en su estructura social han de consi-
derarse en la articulación de los subsistemas urbano-industrial y ru-
ral de las sociedades modernas avanzadas; se incluirían, pues, ante el
telón de fondo de la caracterización de sociedad industrial que reali-
zó Ralf Dahrendorf y que hemos considerado anteriormente. En tal
contexto se está produciendo un desplazamiento de los agricultores
como agentes centrales de la economía y de la sociedad rural por las
empresas comerciales, primero, y las corporaciones agrarias, más tar-
de. Este proceso de dominación corporativa ha sido criticado por John
Kenneth Galbriath en el pensamiento liberal denunciando los exce-
sos de la economía de mercado, donde unos centenares de grandes
empresas, mediante la planificación, controlan los precios del merca-
do haciendo una falacia la libre competencia como «justiciera social»

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(Galbriath, 1972). Desde el pensamiento marxista se debe a Harry
Braverman (1974) la probablemente más lúcida crítica a esta situa-
ción de las sociedades posindustriales y la subsiguiente degradación
del trabajo. Desde la praxis de los movimientos sociales es muy di-
dáctica la caracterización que hace de este proceso Ramón Fernández
Durán (1993). Sin embargo quien inició la crítica mas relevante, en
nuestra opinión al concepto de sociedad posindustrial, fue Alain
Touraine para quien ésta es:
a) una sociedad programada de las decisiones económicas que en-
tremezclan poder político y económico: el crecimiento económico
como elemento central de su naturaleza impide que pueda «conver-
tirse en una sociedad de consumo y tiempo libre» (Touraine, 1969:
7); b) una sociedad alienadora al diluirse la explotación económica,
existente con rabiosa hegemonía, en un haz de formas de dominación
social ejercidas por las organizaciones sociales; c) unos mecanismos de
manipulación cultural de naturaleza educativa donde el dominio de las
grandes corporaciones ejerce un control político-económico orienta-
do desde el poder (Ib.: 137-168; Solé, 1988: 71-73).

A modo de conclusión: de la primera modernización a las


sociedades posindustriales
El concepto de «modernización» se incorpora a la «literatura científica»
en los años cincuenta, aunque no llegara a incorporarse al acervo teóri-
co de la Sociología Rural sino hasta finales de los años sesenta, cuando
el funcionalismo agrario, se articula interdisciplinalmente con la econo-
mía en la perspectiva teórica de la modernización agraria y cambio social
rural planificado. Caracteriza un enfoque teórico que hace suyo el pro-
blema de Max Weber a través de una elaboración técnica realizada con
las herramientas del funcionalismo sociológico. «El concepto de moder-
nización se refiere a una gavilla de procesos acumulativos y que se re-
fuerzan mutuamente: a la formación de capital y a la movilización de
recursos; al desarrollo de las fuerzas productivas y al incremento de la
productividad del trabajo; a la implantación de poderes políticos cen-
tralizados y al desarrollo de identidades nacionales; a la difusión de
derechos de participación política, de las formas de vida urbana y de la
educación formal; a la secularización de valores y normas, etc. La teo-
ría de la modernización práctica, en el concepto de modernidad de Max
Weber, es una abstracción preñada de consecuencias. Desgaja la mo-
dernidad de sus orígenes moderno-europeos para esterilizarla y conver-

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tirla en un patrón de procesos de evolución social neutralizados en
cuanto al espacio y al tiempo». Con ello se generaliza una teoría de la
evolución «que no necesita quedar gravada con la idea de culminación
o remate de la modernidad, es decir, de un estado final tras el que hu-
bieran de ponerse en marcha evoluciones «postmodernas». Así, al des-
prender la modernización de sus orígenes históricos un observador cien-
tífico puede desprenderse del racionalismo occidental, con lo que «los
procesos de modernización, que siguen discurriendo, por así decirlo, de
forma automática, pueden relativizarse desde la distanciada mirada de
un observador posmoderno». Se construye así una modernización que
se «limitaría a ejecutar las leyes funcionales de la economía y del Esta-
do, de la ciencia y de la técnica, que supuestamente se habrían aunado
para constituir un sistema ya no influible» (Habermans, 1989: 12-13).
Esta incontenible aceleración de los procesos sociales constituye el ce-
mento con el que se forjan las sociedades posindustriales o capitalistas
avanzadas.
Una de las características clave de tales sociedades posindustriales o
modernas lo constituye el papel que juega en ellas la innovación cien-
tífica y tecnológica: a través de ellas se pretende el control social del
cambio, anticipando el futuro con el fin de planificarlo. La ciencia y la
tecnología permiten, al fin, legitimar la acción social con una nueva ética
tecnocrática que sustituye a la religión y proporciona al hombre mo-
derno una interpretación fidedigna de la naturaleza y la sociedad, trans-
formándose con ello en la «ideología» de las sociedades posindustriales.
Como acabamos de ver, ha sido Habermans quien, continuando la
tradición de la Escuela de Francfort, construye una teoría crítica de la
sociedad capitalista posindustrial (Ib.: 1968, 1969 ; Solé, 1988: 17-29).
En ella la consciencia tecnocrática desarrollada a través de la ideología
científica diluye la relación capital-trabajo reinterpretando a través de
una ilusión racionalizadora la explotación y opresión: «la consciencia
tecnocrática refleja no sólo la separación de una situación ética sino que
mantiene al hombre fuera de la represión que la ética, como una cate-
goría de la vida, puede ejercer sobre él» (Habermas, 1972: 353-375,
373). Así pues, la nueva fórmula de legitimación que proporciona una
interpretación del mundo para el hombre moderno lo constituye la ex-
tensión de los principios científicos a cualquier ámbito de explicación.
El núcleo central del capitalismo avanzado es, pues, la institucionali-
zación de la investigación científica, capaz de transferir la revolución
tecnológica que experimentó en la industria a las demás actividades del
hombre. Se desarrolla, así, un proceso de cientificación que en su apli-

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cación a la «política concuerda entonces automáticamente con la teoría
desarrollada por Weber, extendida por Schumpeter, y ahora cuestiona-
da por la moderna Sociología política, una teoría que en su último aná-
lisis, reduce el proceso democrático de toma de decisiones a un proce-
dimiento de aclamación regulada para que las élites designadas se alternen
en el ejercicio del poder. De esta forma el poder, intocable en su sus-
tancia irracional, puede ser legitimado pero no racionalizado» (Ib.: 68).
El carácter opresor de la ciencia y la tecnología es conceptualizado
por Marcuse en los siguientes términos: «el progreso técnico multipli-
có las necesidades y las satisfacciones, en tanto que su utilización con-
virtió tanto a las necesidades como a las satisfacciones en represivas: ellas
mantienen por sí mismas el sometimiento y la dominación» (Marcuse,
1983: 411). Es reinterpretado por Habermans mediante el concepto de
racionalización, que conduce supuestamente a la racionalidad formal
frente a la racionalidad instrumental (1984: 54 y ss). Así el desarrollo
tecnológico y sus aplicaciones en la economía de las sociedades avanza-
das pone de manifiesto un nuevo tipo de racionalidad: la racionalidad
científico-técnica y, con ella, la cientificación del hombre y la naturaleza.
Ello significa que la agricultura industrializada puede artificializar la
naturaleza reproduciéndola a través de la ciencia y, por tanto, aportar
algo decisivo en la configuración de la estructura social del mundo ru-
ral de las sociedades posindustriales: el hombre puede, a través de la
tecnología, separarse de la naturaleza, dominarla y, finalmente, ser el
rey de la creación. La modernización puede conseguir reproducir la
naturaleza y, por consiguiente, volver a crear aquello que con su tecno-
logía científica destruye; destrucción ésta fugaz, ya que no necesita
mantener unos mecanismos de reproducción natural desde el momen-
to en que el hombre, a través de la ciencia, puede volver a configurar
de nuevo algo que previamente destruye: la ciencia no tiene límites, es
el Dios de la modernidad y es necesario sacrificar al campesinado en
sus altares (Sevilla Guzmán y Giner, 1980: 13-27).
No queremos finalizar este análisis de la estructura social de la agri-
cultura en las sociedades industrial y posindustrial sin irnos de nuevo
a la crítica que emerge a este tipo de sociedades del concepto de socie-
dad posindustrial de Alain Touraine, que sirve para completar la consi-
derada caracterización de Bell. Así, para Touraine los rasgos que defi-
nen la posindustrialidad social, convierten a este tipo de sociedades en:
a) una sociedad programada de las decisiones económicas (Touraine,
1969: 7); b) una sociedad alienada; c) una sociedad que desarrolla unos
mecanismos de manipulación cultural de naturaleza educativa (Ib.: 137-

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168; Solé, 1988: 71-73). Concluyendo, respecto al concepto de socie-
dad posindustrial y como hemos visto antes, se debe a Daniel Bell la
caracterización más aceptada por el sistema científico institucional, en
el contexto actual de este tipo de sociedades; para él las relaciones en-
tre ciencia y tecnología modelan el sistema ocupacional de una econo-
mía de servicios en la que predomina una clase profesional y técnica con
primacía del conocimiento teórico y donde la planificación de la tecnolo-
gía juega el papel central que puede mantener como hegemónico el
orden social (Bell, 1974: 13-33 y 127 y ss) desplegado históricamente
por el proyecto civilizatorio de la identidad sociocultural europea.

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IV. EL DESARROLLO RURAL CONTRA
EL CAMPESINADO (I):
LA MODERNIZACIÓN AGRARIA DEL
LIBERALISMO SOCIOLÓGICO FUNCIONALISTA

Introducción: sobre el funcionalismo agrario con perspectiva


hegemónica de la Sociología Rural
Como hemos señalado al analizar la evolución de la Sociología Rural a
lo largo del pensamiento científico convencional, la primera perspecti-
va teórica que se configura como contexto explicativo de las sociedades
rurales ha sido la definida como Sociología de la Vida Rural y se desa-
rrolló en Estados Unidos desde el último tercio del siglo XIX hasta los
años setenta del siglo XX. Recordemos que diferenciábamos dentro de
ella tres períodos: uno primero de Reformismo social (hasta 1930); otro
segundo que denominamos como de Formulación teórica abortada
(1930-1950); y finalmente una tercera fase que definimos como de
funcionalismo agrario (1950-1970). Estas denominaciones distan mu-
cho de ser arbitrarias; por el contrario, lo que perseguíamos con ellas
era sintetizar el rasgo clave de su contenido teórico. En otro lugar (Se-
villa Guzmán, 1984: 41-107) hemos caracterizado a la evolución teóri-
ca de ésta tradición sociológica de la Vida Rural como «una larga mar-
cha hacia el funcionalismo» ya que en el último de los períodos
señalados el contenido de la Sociología Rural adopta de éste, del
funcionalismo, su estructura conceptual y responde claramente a su
praxis intelectual y política.
La explicación funcionalista tiende a considerar la sociedad como un
todo organizado en el que se produce una estructuración de las relacio-
nes sociales de acuerdo con las normas que prescriben la acción de las
distintas esferas institucionales que cumplen las funciones de manteni-
miento del «orden social». Ello determina que exista una clara predis-
posición a justificar el funcionamiento de dicho orden social, legitimán-
dolo a través de las estrategias explicativas que genera el contexto teórico

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funcionalista, que pasamos a considerar aunque en forma harto esque-
mática.

Del contexto teórico funcionalista


Desde su surgimiento, la Sociología comienza a configurarse una for-
ma de entender la vida colectiva en la que se pretende descubrir el fun-
cionamiento de las colectividades humanas mediante el análisis de
interacciones que se producen entre los individuos que generan distin-
tos modos de cohesión social. Siguiendo un paralelismo con el funcio-
namiento de las Ciencias Naturales, la Sociología pretendía transformarse
en la «física social» que desvelara las leyes existentes en la evolución de
las sociedades. August Conte (1798-1795) elabora una perspectiva
interrelacional buscando esa física social de la sociedad, pretendiendo
explicar el todo social como algo más que la mera suma de las partes.
En los seis volúmenes de su Curso de Filosofía Positiva (1830-1842),
realiza un intento de caracterizar y sistematizar el «espíritu positivo» de
la época mediante su «famosa ley de los tres estados»: teológico, meta-
físico, abstracto y positivo o científico. Sus aportaciones clave son el
establecimiento de la dimensión metodológica del positivismo como
superación del empirismo precientífico y del misticismo, así como la
asunción de la observación y experimentación como base del enfoque
racional y científico donde se vislumbraba el enfoque sistémico. Los
primeros sociólogos creían en la unidad de todas las ciencias y preten-
dían explicar «lo social» por las características externas, que quedan re-
flejadas en las agregaciones de los individuos, cuyos atributos permiten
agregaciones con otras unidades semejantes, más complejas. Así, Herbert
Spencer, con su idea de «progreso externo» y su pionera «concepción
sistémica de la realidad social» define a ésta como portadora de «los
atributos de las agregaciones de individuos» que contribuyen a deter-
minar las propiedades del agregado social total. Una vez creado éste,
surge otra realidad social que a su vez se agregará en otras unidades
semejantes, constituyendo un nuevo sistema más complejo. Tal proce-
so de crecimiento va acompañado de una diferenciación estructural y
social (Andreski, 1974: 124-198, y Spencer, 1974: V-XXII).
Sin embargo, como señalamos en el capítulo I, al recorrer los mar-
cos teóricos de la modernización agraria; lo relevante de ésta perspecti-
va teórica surge de sus posteriores derivaciones obtenidas, al dar lugar
al Farming Systems Research, como aplicación a la agricultura de la
teoría de sistemas. Aunque como hemos visto en Conte y Spencer ya
aparecen atisbos de este enfoque, fue Emile Durkheim (1858-1917)

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quien desarrolla el principio de «la complejidad de la moderna teoría
de sistemas». La relación entre individuo y sociedad puede interpretarse
como la vinculación entre dos sistemas que se suponen mutuamente
sin ser reductibles uno al otro, ni en la explicación ni en la operación,
lo que hace referencia a la posibilidad mutua del aumento de las com-
plejidades, esto es: la complejidad de los procesos sociales (sistema so-
cial) y psicológicos (sistema de personalidad) aumenta la probabilidad
de lo improbable, y su desenlace no puede ser previsto desde una posi-
ción teleológica.1 Para Durkheim la sociedad es un sistema autopro-
ducido y autoregulado y sus propiedades no se derivan de sus indivi-
duos, es decir, lo social se explica por lo social. Los hechos sociales, como
cosas exteriores y totales, son elementos de la sociedad (económicos, po-
líticos, religiosos, etc.) y se encuentran interrelacionados a través de las
funciones que cumplen las sociedades desde su exterioridad, ya que: a)
nacemos en una sociedad preexistente; b) condiciona nuestra persona-
lidad (creencias y normas que existían anteriormente en el exterior); c)
sólo somos un elemento dentro de la totalidad de relaciones que cons-
tituye la sociedad. El hecho social, pues, se caracteriza por su exteriori-
dad y la coerción moral, por lo tanto, las causas que originan los he-
chos sociales deben identificarse con independencia de las funciones
sociales que estos pudieran cumplir (Cf. Durkheim, 1981: 57-107;
1975: 71-109; Durkheim, 1973; Lukes, 1973).
Otro autor relevante para la teoría de sistemas es Vilfredo Pareto,
cuyo aporte se basa en el concepto de sociedad como un sistema en
equilibrio homeostático. Las características que definen este concepto
pueden ser resumidas de la siguiente manera: a) El equilibrio es diná-
mico, en el sentido de que las fuerzas internas reaccionan contra el
impacto de las externas, compensándolas y evitando que se produzca
el desequilibrio y la desorganización del sistema (la homeostasis
reestablece el equilibrio). b) Su método sociológico y económico es una
estrategia de pensamiento sistémico-abstracto para lograr comprender
la realidad social. c) Rompe con el enfoque mecanicista y con la con-

1. Cf. Auguste Comte (1864), y Herbert Spencer (1974, 1ª ed.1969); y también


Stanislav Andreski (ed.) (1971). Agradezco a Stanislav Andreski su apoyo en momentos
difíciles y sus enseñanzas sobre Comte y Spencer en la Universidad de Reading. Tiene
mucho interés el texto: M. Iglesias, J. Alamberri y L. Rodríguez Zúñiga (1980, pp. 349-
396); Piere Arnaut (1971). La relevancia de Durkheim en la construcción de la teoría
de sistemas se debe a la lectura de Niklas Luhmann, «Arebitstelueng und Moral:
Durkheims Theorie» en Emile Durkheim (1977).

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cepción del progreso de Comte y Spencer, aunque esté muy influenciado
por ambos; igualmente, falsea su análisis de las estructuras sociales a
través de sus funciones (Cf. Jonathan Turner and Leonardo Beeghley,
1981: 39 y ss.; Pareto, 1963 1ª ed. 1916. Vol. 1: 283-295, 706-794;
Vol. 2: 1512-1538, 2060-2411; Pareto, 1987).
Veamos a continuación la teoría de sistemas en los orígenes del pen-
samiento económico convencional, haciendo especial énfasis en la «per-
versidad» del concepto de factor tierra tal como es elaborado por el
pensamiento liberal. Surge éste, el factor tierra, teñido de una clara
dimensión productivista, que sería posteriormente trasladada al pensa-
miento marxista, etiquetando a los recursos naturales como «las ener-
gías originarias e indestructibles del suelo».
Aunque el constructor de la concepción sistémica del funcionalismo
agrario, desde la economía fue Alfred Marshall, no nos resistimos a co-
mentar brevemente la aportación fundamental obtenida de los clásicos
de la economía convencional a la teoría de sistemas de Karl Marx, quién
tomando de Ricardo su «teoría del valor» contempla a los factores de la
producción como elementos de lo que más tarde sería (por un lado, para
el marginalismo, y por otro, para la economía neoclásica): la función de
producción agregada. Así, la tierra es percibida tanto para Ricardo, como
para Marx como «las energías originarias e indestructibles del suelo» y
la agricultura «es el pecado original que introduce el capitalismo en el
mundo» (Cf. D. Ricardo, 1ª ed. 1817; Hardmondsworth: Penguin
Books, 1971: 91). En el trabajo donde desarrolla su interpretación del
avance del capitalismo en los distintos ámbitos de la sociedad, Marx
realiza una formulación detallada del funcionamiento del capitalismo y
el avance del factor de producción capital, como bienes naturales trans-
formados mediante la incorporación de trabajo. Y, al hacerlo, y conside-
rar el desarrollo de la tecnología como elemento central de tal proceso,
elabora el concepto de «fuerzas productivas». Es ésta, como demuestran
Joan Martínez Alier y José Manuel Naredo, la noción perversa que aleja
el pensamiento marxiano de una concepción ecológica de la naturaleza
y la sociedad. No obstante, desde distintas perspectivas se han hecho
notables esfuerzos para vincular el marxismo con la ecología despojando
a aquel de la dimensión productivista. Al analizar el pensamiento alter-
nativo a la Sociología Rural (capítulo VIII) y más específicamente la tra-
dición neonarodnista veremos como se configura un camino abierto y
continuado por Chayanov, Polanyi, Palerm, Martínez Alier, González de
Molina, entre otros, tratando de construir un neomarxismo ecológico (Cf.
González de Molina y Sevilla Guzmán, 1993: 121-135).

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Las bases de la teoría de sistemas desde una perspectiva económica
aparecen ya formalizadas en Alfred Marshall, quién desarrolla el con-
cepto de utilidad y la dimensión de marginalidad. Él, junto con Jevons,
Wichksteed y Pareto a quien ya hemos considerado anteriormente con-
siguen sintetizar a los clásicos, y formalizar matemáticamente la teoría
de la producción. En ella la tierra es asimilable al capital, en sentido
lato, y considerada, a corto plazo como un stock del capital; en tal es-
quema el progreso técnico («Artes de la Agricultura») es una constan-
te. Sucede así, que la acción económica busca la satisfacción de sus
necesidades a través de un proceso competitivo; a tal competitividad se
le atribuye la dimensión de acción racional. Es de esta forma como
aparece, ya en su versión más formulada, el concepto de recursos natu-
rales como algo inseparable del capital para su utilización en el sector
clave de la economía; es decir, de la industria. El esquema teórico glo-
bal considera el equilibrio como el estado natural al que, la confronta-
ción de las fuerzas económicas en competencia, colocan el sistema (Cf.
Pareto, 1906. Hay traducción castellana en Buenos Aires: Atalaya,
1945).

Del estructural funcionalismo al funcional estructuralismo


La mayor parte de los autores convienen en considerar a Bronislaw
Malinowski como el iniciador de la tradición sistémica desde la An-
tropología. Su configuración de una «teoría de las necesidades», que
debían ser satisfechas por la sociedad a través de la adaptación cultu-
ral, inicia todo un proceso de acumulación de gran importancia al in-
troducir como necesidades del sistema aquellas variables que intere-
san para analizar una situación concreta (1960). El problema surge
como consecuencia de las variables ausentes en el esquema. Así, para
Palerm el falseamiento científico de la Antropología social... (surge de)
[...] su papel dentro del colonialismo... (cual es) producir conocimien-
tos objetivos comprobables y utilizables por parte de la administra-
ción imperialista... (Ello) está relacionado, asimismo, con la disposi-
ción y habilidad de los antropólogos para suprimir conocimientos
determinados y evitar ciertas cuestiones... Malinowski y sus discípu-
los (muchos de ellos funcionarios coloniales) revolucionaron el tra-
bajo de campo (observación no participante)... aunque es atribuible,
asimismo, a la oposición de los administradores coloniales el que los
antropólogos no recuperaran la historia de cualquier sociedad domi-
nada... La vida de los argonautas, aceptada por mucho tiempo como
modelo de los estudios de campo, parece transcurrir en un mundo

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del que están ausentes los funcionarios coloniales, la policía, los mi-
sioneros, los comerciantes y los propietarios europeos (Palerm, 1980:
20-22).
En la misma línea de asepsia intelectual y política se encuentran los
trabajos de Alfred Reginald Radcliffe-Brown, quién a través de su «mé-
todo funcional analiza la cultura como un sistema estructurado en fun-
cionamiento». En la vida de una comunidad cada elemento desempeña
una «función determinada», que hemos de descubrir al objeto de en-
contrar y verificar las leyes funcionales, generales. El proceso social es
«la inmensa multitud de acciones e interacciones de personas que, ac-
tuando individualmente o en grupo, manifiestan regularidades que es
posible caracterizar como rasgos generales de esa forma de vida rural.
El sistema social es el conjunto coherente de relaciones de interconexión
e interdependencia de esa forma particular de vida social». Así pues el
sistema social no es un hecho empírico, sino una guía para mejorar
nuestra comprensión de las sociedades humanas (A.R. Radclilffe-Brown,
1952: 12-15; y 1958: 60-62); sin embargo, los conceptos clave que
darían nombre a ésta embrionaria teoría de sistemas son los de «estruc-
tura» y «función» social. Para Radcliffe-Brown «el concepto de estruc-
tura se refiere a la distribución de las partes o componentes relaciona-
dos mutuamente en una unidad más amplia [...] los componentes, en
última instancia, de una estructura social son seres humanos conside-
rados como actores en la vida social; es decir, como personas y la es-
tructura consiste en la distribución de las personas unas en relación con
las otras». Los actores, mejor aún las posiciones que éstos ocupan, los
grupos sociales —sean estos clases sociales o cualquier otro tipo de agre-
gados humanos— al igual que las instituciones —normas, reglas o pa-
trones reconocidos— son todos ellos componentes de la estructura, la
cual nos permite captar la naturaleza de la continuidad social. Aunque
Radcliffe-Brown utilice analogías orgánicas, su enfoque está ya muy lejos
del organicismo de Spencer y Comte:

La función del corazón es bombear la sangre a todo el cuerpo. La


estructura orgánica como estructura viva depende para su existencia
cotidiana de los procesos que componen los procesos totales de la
vida. Si el corazón deja de realizar su función el proceso de la vida
llega a su fin [...] respecto a los sistemas sociales y su compresión
teórica, una forma de usar el concepto de función es la misma que
la usada científicamente en fisiología. Puede usarse para hacer refe-
rencia a la interconexión entre la estructura social y el proceso de la

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vida. Este uso de la palabra función hace que tal palabra sea útil a
la Sociología comparativa.

Los tres conceptos de proceso, estructura y función son, pues, com-


ponentes de una teoría única [...] (y) están interconectados ya que la
función se usa para aludir a la relación del proceso y la estructura, se
aplica para explicar tanto la continuidad como el cambio (Radcliffe-
Brown,1952: 18-23; y 1958: 181-191).
El concepto de estructural funcionalismo como método de aproxi-
mación a la realidad es utilizado por primera vez por Robert K. Merton
al criticar a su maestro Talcott Parsons, constructor del funcionalismo.
La aportación de Parsons a la teoría de sistemas parte de un análisis
del concepto de acción social en Marshall, Pareto, Durkheim y Weber,
unificando «empíricamente» (sic) sus categorías teóricas. La acción del
actor se orienta «unitariamente» (unit act) hacia un fin en un contexto
situacional (con condiciones —incontroladas— y medios —controla-
bles—) a través de normas y valores —elementos de la elección— que
generan una conciencia voluntarista hacia la integración (Cf. Talcott
Parsons, 1968, dos Vol.; 1ª Ed. 1939).
Sin embargo, el concepto de sistema social constituye el núcleo cen-
tral del funcionalismo de Talcott Parsons. El elemento de partida lo
constituye el concepto de estatus-rol, que sitúa al actor en posiciones
de la estructura de la interacción. La existencia de unas disposiciones de
necesidad, de naturaleza biológica, conduce al actor a maximizar la gra-
tificación y minimizar la privación. Junto a tal dimensión «fenotípica»
de la acción aparecen las orientaciones de valor como modelos de orien-
tación cognitiva (evaluativas y morales) que generan los distintos tipos
de acción: intelectual, expresiva, moral e instrumental. El contexto
situacional de la acción está generado por una suerte de «elecciones
universales del actor» (pattern variables), que orientarán su acción: a)
desde una perspectiva emocional o racional (afectividad-neutralidad
afectiva); b) al todo o a una de las partes (especificidad-difusividad); c)
hacia modelos generales o modelos específico-emocionales (universalis-
mo-particularismo); d) al logro personal o a la elección de la autoridad
tradicional (adquisición-adscripción); f ) hacia los intereses privados o
hacia los compartidos (individualismo-colectivismo). Se llega así a carac-
terizar el complejo de actividades encaminadas a satisfacer las necesida-
des funcionales que permiten mantener la sobrevivencia de un sistema
—adaptación, logro de metas, latencia e integración— (Cf.T. Parsons,
1966; Passin).

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Por último, habría que destacar la aportación que hace Parsons al
diferenciar cuatro sistemas de acción social: 1) el conductual, 2) el de
personalidad; 3) el social y 4) el cultural. Estos sistemas de acción social
hay que entenderlos a través de sus funciones de adaptación del orga-
nismo biológico, realización de la función del logro, integración y la
dotación de normas y valores. En un esfuerzo de síntesis, la contribu-
ción de Talcott Parsons a la teoría de sistemas podría resumirse en los
siguientes términos: 1) Los sistemas poseen en su naturaleza el orden
y la interdependencia de las partes; 2) el equilibrio (u orden) es la ten-
dencia natural del sistema que se mantiene por sí mismo; 3) los siste-
mas pueden ser estáticos o dinámicos (implicados en un proceso orde-
nado de cambio); 4) cada parte del sistema (su naturaleza) influye en
la forma que pueden adoptar las otras partes; 5) los sistemas mantie-
nen fronteras con sus ambientes; 6) el equilibrio del sistema requiere
de la presencia de dos procesos: distribución e integración y 7) los sis-
temas tienden hacia el automantenimiento (Cf. T. Parsons & E. Sihls,
1951; 2ª parte; Maraval, 1976: 25-33).
La crítica de Merton a su maestro, Parsons, se basa en la negación
los imperativos funcionales, así como del sesgo ideológico del concepto
parsoniano de función. En su manifiesto de 1949 Robert K. Merton
(Cf. R.K. Merton, 1968: pp. 73-138), intenta definir el paradigma del
estructural funcionalismo despojándolo de su naturaleza política, vin-
culada a la justificación de la hegemonía de Estados Unidos en el mun-
do, mediante la primacía del sistema social frente a los sistemas cultu-
ral y de personalidad; éstos quedarían integrados por el requisito
funcional de la integración normativa. Sus principios son: el sistema
social ha de vigilar para que el ejercicio del poder sea efectivo. Ello se
consigue mediante el despliegue de un «sistema cultural» centrado en
la cooperación compatible con el «sistema de personalidad» basado, este
último, en la competencia, es decir, en las orientaciones de valor vin-
culadas a la economía liberal (Cf. T. Parsons, 1951: 5-6). Se pasa, así,
de la teoría sociológica de sistemas, de naturaleza funcionalista, al es-
tructural funcionalismo; el cual sigue manteniendo la fuerte vincula-
ción ideológica al liberalismo económico que el propio Merton critica-
ba. Se tiene la falsa creencia de que la teoría de sistemas ha sido siempre
desarrollada desde postulados conservadores. Existe, no obstante, una
tradición conflictivista con este enfoque, que se remonta al marxismo.
En el capítulo I (al caracterizar las múltiples construcciones teóricas
en que hemos agrupado en la perspectiva de la modernización agraria
y el cambio social rural planificado) hemos ido mostrando como apa-

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rece el funcionalismo en el contexto teórico de la teoría sociológica apli-
cada a las sociedades rurales en Estados Unidos, primero, y en Europa,
después. Y cómo ésta teoría va adquiriendo paulatinamente su identi-
dad como Sociología del desarrollo rural y al hacerlo va demandando
un cambio de paradigma sociológico global ya que el funcionalismo
agrario atravesaba durante la década de los setenta una fuerte crisis que
se manifestaba en la pobreza teórica de la Sociología Rural (Cf Newby
y Sevilla Guzmán, 1983 y Sevilla Guzmán, 1984).
Probablemente, el elemento central en la generación de la crisis del
funcionalismo provinieran de las múltiples críticas que el llamado por
aquellos años (hoy, en el 2000 vuelve a suceder) pensamiento crítico o
radical del marxismo que desde la mitad de los años setenta comenzó
a aceptarse académicamente en las universidades (Cf Wilbert E. More
en Bottomore and Nisbet, 1978, cap. 9). En el capítulo V veremos
como se produce una renovación teórica en la Sociología Rural proce-
dente precisamente de la Sociología de la Agricultura; macroperspectiva-
teórica ésta, que por su complejidad trataremos de clarificar en el Ca-
pítulo VI mostrando esquemáticamente sus divergencias principales al
objeto de contextualizar el trabajo de Alain de Janvry desde finales de
los ochenta y su impacto en la Sociología Rural. Estableceremos allí una
mínima taxonomía de marxismos para adentrarnos en la hegemonía que
tuvo desde entrada la década de los setenta hasta finales de los ochen-
ta.
La Sociología de la Agricultura nace, en buena medida, como críti-
ca a la perspectiva teórica de la modernización agraria que completa el
agotamiento teórico sufrido por la Sociología de la Vida Rural norte-
americana. Sin embargo, aunque esta nueva teoría sociológica rural
abriría su pesquisa de forma interdisciplinaria —siguiendo el esquema
trazado por Howard Newby— continuaría apegada a su olvido de la
antigua tradición europea de los estudios campesinos, por su descono-
cimiento del último Marx (Shanin, 1983) adoptó los esquemas teóri-
cos del «marxismo ortodoxo» (basado en la interpretación dogmática que
se atribuyó a los trabajos de Lenin y Kausky, y en la represión de la
burocracia estalinista para imponer una realidad formalmente distinta
pero, en su raíz última, coactivamente y uniformadora). Ello supondría,
paradójicamente, una convergencia con el pensamiento liberal agrario:
la agricultura habría de transformarse en una rama más de la industria.
La hegemonía política e intelectual de Estados Unidos, y su creencia
ciega en «la justiciera mano invisible del mercado» (que premiaría a los
honrados negociantes y castigaría a los holgazanes), mutilaría de raíz

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cualquier intento de reflexión teórica sobre la dimensión histórica de
las estructuras agrarias, cayendo de nuevo en parecidas explicaciones
ahistóricas a las del funcionalismo. Así se repetiría la historia: al igual
que en los años cuarenta «la Mass Society, por un lado, y la clase obre-
ra industrial, por otro, se constituyeron en el foco de atención de sus
reflexiones, las cuales se verían siempre teñidas por la visión marxista
de la ‘agonía del campesinado’. Así el pensamiento científico conven-
cional, al igual que el marxismo oficial aceptarán que los procesos evo-
lutivos agrarios han de seguir ineluctablemente distintas etapas de un
proceso que se asume secuencial y taxonómicamente único» (Newby y
Sevilla Guzmán, 1983: 137-165 y 145).
En las páginas que siguen vamos a caracterizar esquemáticamente los
marcos teóricos hegemónicos de ésta confluencia desde el pensamiento
liberal funcionalista: la teoría de la modernización agraria; para en el
capítulo VI (una vez caracterizada la Sociología de la Agricultura) cen-
trarnos en la teoría de la descampesinización; ambos suponen la aper-
tura (de la modernización agraria y el cambio social rural planificado,
la primera; y de la Sociología de la Agricultura, la segunda) a la Socio-
logía del desarrollo sustentable institucionalizado.

De la construcción sociopolítica de las teorías del desarrollo


y la modernización agraria
El telón de fondo sobre el cual se inscriben la totalidad de las acciones
de cambio socioeconómico planificado tras la Segunda Guerra Mundial
lo constituyen los conceptos de desarrollo, por un lado, y modernización,
por otro. El primero hace referencia a los aspectos económicos y mate-
riales del cambio planificado y el segundo a sus aspectos socioculturles.
El «sistema de ciencia» inicia, por entonces, una movilización de sus re-
cursos para encontrar contenido «científico» a aquellas nociones lanzadas
desde la «arena política», en el momento del repliegue de los imperios
europeos. En el presente apartado nos proponemos analizar los marcos
teóricos del pensamiento científico convencional que elaboran tales con-
ceptos en su aplicación a la agricultura, el campesinado y la sociedad rural,
en general. Empero, antes de adentrarnos en tal tarea, permítasenos con-
siderar algunos aspectos de los contextos sociopolítico e intelectual.
En enero de 1949, en su discurso de toma de posesión como presi-
dente de Estados Unidos, Truman utilizó, por primera vez en este con-
texto, la palabra «subdesarrollo» para describir la situación de los países
que se encontraban mas alejados del suyo en cuanto a capacidad para

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la producción de bienes económicos. «Nunca antes una palabra había
sido universalmente aceptada el mismo día de su acuñación política. Una
nueva percepción, de uno mismo y del otro, quedó establecida de pron-
to». Es necesario iniciar —señaló Truman— un nuevo programa audaz
que haga extensible a las áreas subdesarrolladas los beneficios de nues-
tros avances científicos y nuestro progreso industrial: «El viejo imperia-
lismo —la explotación para beneficio extranjero— no tiene ya cabida
en nuestros planes. Lo que pensamos es un programa de desarrollo ba-
sado en los conceptos de un trato justo democrático». A partir de aquel
momento, la articulación trasnacional de los estados materializada en las
llamadas instituciones de Bretton Woods —FMI, BM y GATT— intro-
dujo en su diseño del orden económico internacional los programas de
Ayuda al Desarrollo para el «Tercer Mundo». «Doscientos años de cons-
trucción social del significado histórico-político de término ‘desarrollo’
fueron objeto de usurpación exitosa y metamorfosis grotesca. Una pro-
puesta política y filosófica de Marx, empacada al estilo norteamericano
como lucha contra el comunismo y al servicio del designio hegemónico
de Estados Unidos, logró permear la mentalidad popular, lo mismo que
la letrada, por el resto del siglo. El subdesarrollo comenzó, por tanto, el
20 de enero de 1949. Ese día dos mil millones de personas se volvieron
subdesarrolladas. En realidad, desde entonces dejaron de ser lo que eran,
en toda su diversidad, y se convirtieron en un espejo invertido de la
realidad de otros: un espejo que los desprecia y los envía al final de la
cola, un espejo que reduce la definición de su identidad, la de una
mayoría heterogénea y diversa, a los términos de una minoría pequeña
y homogeneizante.» (Esteva, 1992: 6-7; Esteban, 1995: 86-87)

De la dominación de la economía sobre las ciencias agrarias en el


pensamiento científico convencional
Probablemente el autor que jugó un papel más destacado en la acepta-
ción, primero, y en la configuración, después de este concepto de desa-
rrollo en el pensamiento científico convencional sea Walt Whitman
Rostow mediante su «teoría de las etapas del crecimiento» y su conside-
ración del desarrollo como crecimiento económico. La economía se si-
túa, por aquellos años dentro del «sistema de ciencia», como la disciplina
que ha de ocupar el lugar más alto dentro de la jerarquía de las ciencias.
Recurriendo a la autoridad de Santo Tomás, «para poner las cosas en su
justo orden», Colin Clark, por entonces director del Agricultural Economics
Institute de la Universidad de Oxford señala que la Ciencia Economica
«debe dominar y coordinar las actividades de la Ingeniería, Agronomía,

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la Química Industrial y todas las ciencias cuyo objeto principal es la pro-
ducción y cambio de bienes y servicios» (Clark, 1968: 29 y 30). Rostow
desarrolla su «teoría de las etapas del crecimiento» observando el com-
portamiento de las economías de los países desarrollados y secuenciando
sus trayectorias en un intento de sistematizar las regularidades observa-
bles en todas ellas. Con un absoluto desprecio a las coyunturas históri-
cas y a los contextos socioculturales y económicos de cada período, esta-
blece una taxonomía del desarrollo como crecimiento de forma tal que
cada país deberá seguir la ineluctable ruta tomada por las sociedades avan-
zadas: occidentalizarse y, lo que es lo mismo, modernizarse.
Desde una perspectiva económica el pensamiento de Rostow se apoya
en los análisis postkeynesianos de Harrod (1939), por un lado, y de
Domar (1946), por otro, y mantiene que «en su dimensión económica
en todas las sociedades se pueden identificar cinco etapas: la de la so-
ciedad tradicional, la de las condiciones previas al despegue, la del des-
pegue, aquella que supone el impulso hacia la madurez y la época del
alto consumo de masas». La transición de una etapa a otra se realiza
mediante la sucesión de lo que él denomina «sectores locomotora», en
cuya secuencia se genera el crecimiento económico. El elemento cen-
tral de tales nuevos sectores lo constituye la tecnología. Dentro del
modelo de Rostow la agricultura tiene un papel dinámico, en el senti-
do de que es considerado como un sector locomotora que cargará con
el peso del crecimiento acelerado, a través de las funciones clave que
ésta realiza, esto es: producción de alimentos, generación de capital y
liberación de fuerza de trabajo para los demás sectores. Sin embargo, el
núcleo central de la argumentación de Rostow, desde los intereses de
nuestro discurso, lo constituye la consideración de la tierra como capi-
tal. En palabras de Rostow «el capital se compone de la tierra y de los
recursos naturales, así como de los conocimientos científico, técnicos y
de organización» (Rostow, 1967: 27). Al considerar la «tierra» (es de-
cir, los recursos naturales) como capital, Rostow continúa la tradición
científica de la economía convencional, que iniciara la economía clási-
ca a principios del siglo XIX con Jean Batiste Say en cuyo pensamiento
queda ya esbozada la idea del entrepreneurship: es decir, del campesino
como un empresario de una industria agrícola (Say, 1803; 1972: 418-
419), y que constituye el eje de la discusión de las teorías de la moder-
nización de los campesinos.
El trabajo de Rostow consiste en el análisis empírico de la evolu-
ción de las economía de los países que han alcanzado una renta per
cápita más alta, y su clasificación arbitraria en cinco períodos: «uno largo

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(de más o menos un siglo) durante el cual se establecen las condicio-
nes que prepara la fase del despegue; el propio despegue, que comprende
dos o tres décadas, y un largo período a través del cual se torna normal
y relativamente rápido el crecimiento» (W.W. Rostow, 1967: 12). Las
otras dos etapas restantes aparecerían en posteriores versiones de su
esquema: así, las sociedades pasan de una «situación tradicional», don-
de «sus estructuras se desenvuelven dentro de funciones de producción
limitadas, basadas en una ciencia y una tecnología prenewtonianas», a
una situación de madurez, donde se consigue el «alto consumo de
masas». El núcleo teórico de su argumentación pretende, no obstante,
no ser económico sino sociológico e histórico y lo constituye el con-
cepto de «propensión», a través del cual dice construir una «estructura
analítica viable» para explicar los motivos por los cuales las sociedades
se ven abocadas a crecer: «las propensiones resumen la respuesta efecti-
va de la sociedad a las posibilidades económicas que se le brindan [...],
detrás de ellas está todo el proceso vivo, que en su mayor parte no se
analiza aquí, mediante el cual hombres y sociedades sopesan objetivos
materiales con otros objetivos. Estas propensiones, definidas desde la
perspectiva del análisis económico, no tienen otro objeto que plantear
ciertas cuestiones para que las analicen el sociólogo, el historiador y otros
estudiosos interesados en los aspectos no económicos de la sociedad».
En un esfuerzo de síntesis podemos decir que las propensiones, como
fuerza efectiva que opera a través de las instituciones económicas, so-
ciales y políticas existentes en una sociedad, son las siguientes: «la pro-
pensión a desarrollar la ciencia pura; la propensión a aplicar la ciencia
a fines económicos; la propensión a buscar progresos materiales; la pro-
pensión al consumo y la propensión a tener hijos». Son estas fuerzas
efectivas las que generan las tasas de cambio que originan el crecimien-
to de una economía. En efecto, «el nivel de producción de una econo-
mía en cualquier período es función del volumen de su fuerza de tra-
bajo y de su stock de capital (incluido su acervo de ciencia aplicada).
Estos dos fondos, conceptualmente cuantitativos, abarcan los fondos de
productividad que los acompañan». Como la «tasa de crecimiento de
una economía es función de la tasa de cambio de estos fondos», la
madurez de una sociedad se mide por el vigor de tales propensiones
(Rostow, 1976, 1ªed.1952; 1956: 25-48 y 1960).
A pesar de su simplicidad teórica y su nulo apoyo empírico, el tra-
bajo de Rostow tuvo una considerable repercusión en el pensamiento
científico, en general, y en el sociológico norteamericano, en particu-
lar, iniciándose en las distintas parcelas del mismo un proceso de acu-

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mulación teórica que rellenó las múltiples lagunas del burdo empiri-
cismo económico de esquema teórico. Las críticas sustantivas a su tra-
bajo, que las hubo (Baran y Hobsbawn, 1961), fueron silenciadas
(Meier, 1964) y su reconocimiento como Catedrático de Columbia,
primero, Oxford, después, y el Instituto de Tecnología de Massachusetts,
adquirió un reconocimiento político al ser nombrado en 1961 «conse-
jero especial» para Asuntos de Seguridad Nacional de Estados Unidos.
Tal concepto de «desarrollo» acabó introduciéndose en todas las parce-
las del pensamiento científico convencional. Así, Eisenstadt y Smelser,
por un lado, y Daniel Lerner y David Riesman, por otro, elaboran el
pegamento necesario para justificar la ineluctable occidentalización que
se esconde tras la teoría de las etapas del desarrollo, completándose con
su correlato sociológico: la modernización, como «proceso de cambio
social por el cual las sociedades menos desarrolladas adquieren las ca-
racterísticas comunes a las sociedades mas desarrolladas» (Lerner, 1977:
167). David C. McCelland y J.W. Atkinson, desde la psicología, nos
marcan el camino para introducir en nuestra acción social, tanto indi-
vidual como colectiva, la necesidad del logro; construyendo así la «so-
ciedad ambiciosa». Seymour Martin Lipset, Juan J.Linz y el funciona-
lismo de la ciencia política norteamericana marcarían la ruta de la
necesaria democracia formal, justificando a través del political man el
imperialismo americano y las formas de dependencia que el Norte ge-
nera sobre la Periferia: la naturaleza humana posee una dimensión po-
lítica en su comportamiento, separada del resto de sus formas de ac-
ción que adquiere la madurez representativa «a través del voto cada
cuatro años» (Cf. la excelente y contradictoria recopilación de textos que
sobre el pensamiento sociológico realizan Tom Bottomore y Robert
Nisbet, 1978. Y en especial los capítulos sobre conservadurismo y
funcionalismo.).
Los conceptos de modernización y desarrollo han sido utilizados
durante la segunda mitad del siglo XX para legitimar los procesos de
transformación, que los organismos internacionales, han ido imponiendo
a las estructuras productivas de las llamadas «sociedades en desarrollo»
(pudorosa expresión que sustituye al término subdesarrollo) para obte-
ner un generalizado modo industrial de uso de los recursos naturales.
El comportamiento productivo que ha generado la actual crisis ecológica
y civilizatoria es, sin duda, producto, en buena medida, de la acepta-
ción por parte del sistema de ciencia de los conceptos de moderniza-
ción y desarrollo, hasta aquí esbozados, y de la fe en el poder de la cien-
cia para resolver los problemas sociales y ecológicos inherentes a los

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procesos de crecimiento económico. El liderazgo científico de la eco-
nomía ha permitido que el hombre, a través de los avances tecnológi-
cos y científicos, crea dominar la naturaleza, cconsecuentemente, al sen-
tirse fuera de ella creyó que podía artificializar, manipular sus ciclos y
reponer el deterioro de energía y materiales a través de la ciencia y de
la técnica; manifestando así un supuesto poder omnipotente que la tec-
nología imprime al progreso. Esta concepción del progreso que, como
hemos visto en el capítulo segundo, aparece en el debate sobre la cues-
tión agraria, dentro del marxismo ortodoxo, adquiere en el «contexto
teórico de la ortodoxia liberal» su más fuerte argumentación dentro del
enfoque neoclásico de la economía convencional. La arrogancia de
Rostow, al pretender «clasificar científicamente» a las sociedades en «eta-
pas de desarrollo» sólo es comparable a la de Marx cuando al escribir
El Capital pretendió ayudar a la humanidad, tanto política como cien-
tíficamente, explicando los mecanismos de explotación del sistema ca-
pitalista. En mi opinión la arrogancia de este último estaba justificada;
mientras que la de aquel ha sido sentenciada por los hechos como una
manipulación, científica, cultural y política, que no ha hecho sino in-
crementar las desigualdades sociales y pervertir el sistema de ciencia.
En efecto. Rostow, inicialmente se propuso no sólo crear un esque-
ma teórico diferenciado de aquel que proponía el marxismo ortodoxo,
ajeno como hemos visto en el capítulo I, sino abrir un frente científico
formulando un manifiesto anticomunista. Su texto Las etapas del creci-
miento económico, tenía por subtítulo Un manifiesto anticomunista,
explicitando, así, una clara intencionalidad política, revestida de un
empirismo academicista. En palabras del propio Rostow:

El autor no ha resuelto, ni mucho menos, el problema de formular


una alternativa al sistema marxista, pero sí afirma que enfocar la aten-
ción a este problema es un tema urgente, inscrito en el programa de
las Ciencias Sociales. Además, su solución parece esencial tanto para
comprender cabalmente el proceso de crecimiento económico en otras
épocas, como para formular la política económica adecuada para sos-
tener o acelerar el crecimiento económico en las muchas regiones del
mundo en las que ésta es la voluntad de la mayoría de los pueblos y
el objetivo declarado de los gobiernos ( W.W. Rostow, 1967: 24).

Teoría de la modernización agraria


El enfoque teórico de la modernización agraria posee una especial rele-

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vancia ya que subyace a la totalidad de las acciones de desarrollo rural
realizadas dentro del pensamiento científico convencional o liberal a par-
tir de los años cincuenta. Así, en su aplicación a las sociedades «avanza-
das», margina las formas de identidad local para, en su aplicación al Ter-
cer Mundo, llegar a constituir una auténtica agresión sociocultural. En
efecto, tal enfoque ve el paso de lo tradicional (rural) a lo moderno (ur-
bano), como una necesidad de occidentalizar el mundo y el camino para
alcanzar dicha modernidad se corresponde con una estrategia elaborada
por los que Carlota Solé denomina teóricos de la comunicación». Para que
el proceso de modernización se inicie es condición previa el desarrollo
de los mass media. Es la comunicación lo que realmente permite gene-
rar cambios sociales, políticos y económicos, llegando a constituirse como
el esqueleto que vertebra la estructura de las sociedades. De esta forma,
son las comunicaciones quienes, en última instancia, determinan la di-
rección y la marcha del cambio económico y sociocultural que garanti-
ce la modernización de la sociedad (Carlota Solé, 1976: 91).
La conceptualización de la cultura campesina que presentamos a con-
tinuación recoge un conjunto de caracterizaciones desde diversos esque-
mas teóricos funcionalistas pretende ofrecer una estrategia para moder-
nizar a los campesinos presentando un programa para la acción. En la
obra La modernización entre los campesinos, su autor Everett M. Rogers,
define a los campesinos como desconfiados en las relaciones personales;
perceptivos de lo bueno como limitado; hostiles a la autoridad guberna-
mental; familísticos; faltos de espíritu innovador; fatalistas; limitativos en
sus aspiraciones; poco imaginativos o faltos de empatía; no ahorradores
por carecer de satisfacciones diferidas y así como por impuntuales y
localistas tienen una visión limitada del mundo (Rogers, 1989: 24-36).
Cada uno de los elementos enumerados constitutivos de la cultura cam-
pesina se encuentran, para Rogers, interrelacionados funcionalmente de
tal suerte que la «separación de la subcultura [...] en tales componentes
es realizar una violación heurística que sólo puede permitirse en un sen-
tido analítico». El objetivo perseguido es «encontrar una palanca para
impulsar el émbolo del cambio planeado» ya que la interrelación de estos
elementos supone que «al modificar uno de los valores campesinos se
afecte a los demás» Everett M. Rogers, (1989: 38 y 39). Entre los traba-
jos que han causado un mayor impacto dentro de las teorías de la mo-
dernización agraria se encuentran los trabajos de Edward C. Banfield en
los que se analiza, desde una perspectiva antropológica, durante 1954 y
1955 la comunidad rural de Montenegro al sur de Italia. Como conse-
cuencia de su investigación elabora una construcción analítica que se

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conoce como el «marco teórico del familismo amoral». A partir de su
investigación en esta única comunidad italiana, Banfield elabora una
ambiciosa conceptualización desde la que examina «los factores que im-
ponen una acción corporativa en una cultura campesina» bajo el supuesto
de que ésta es en «varios aspectos bastante similar a los mundos medite-
rráneo y levantino», pretendiendo elaborar así una teoría general del
«ethos campesino»: familismo amoral. Para Banfield la cultura campesi-
na puede ser explicada «en gran medida (aunque no totalmente) por la
inhabilidad de los miembros de la comunidad para actuar conjuntamente
por su común bienestar o, ciertamente, por algún fin que trascienda el
inmediato interés de la familia nuclear. Esta inhabilidad para concertar
la actividad más allá de la familia inmediata surge del ethos del familismo
amoral. Así todo el comportamiento de los campesinos montenegresi pue-
de explicarse si se tiene en cuenta que actúan maximizando las ventajas
materiales de su familia nuclear a corto plazo como consecuencia de que
se asume que todos los demás actúan así. Aunque Banfield reconozca
que la coincidencia entre sus descripciones y las derivaciones lógicas que
se obtienen de su teoría no la prueban, argumenta que su teoría explica
y en gran medida hace legible gran parte del comportamiento de los cam-
pesinos, al no ser desmentida por ninguno de los «hechos» por él obte-
nidos. Así, establece una serie de proposiciones lógicas que se articulan
en una construcción teórica circular, dentro del más puro y refinado
funcionalismo (Banfield, 1958: 9-10). Esta pauta o síndrome de descon-
fianza y mutua sospecha hacia todo aquel que no sea de la familia es to-
mada por la tradición «modernicista» de la vida rural asumiendo, en cierto
sentido, que los «modernos» del mundo urbano industrial se caracteri-
zan por la hospitalidad y la confianza entre sus miembros, para los cua-
les el círculo de familiares y amigos es abierto y fuera de él no existe la
competitividad, característica que paradójicamente se atribuye a las so-
ciedades campesinas.
Junto al que acabamos de considerar, quizá el trabajo que ha alcanza-
do mayor éxito entre los sociólogos de la modernización de la vida rural
sea la muy conocida teoría de la imagen del bien limitado que desarrolla
Foster. Este, en un intento de caracterizar la dimensión dominante en la
orientación cognoscitiva de las sociedades campesinas, construyó un
modelo para explicitar el comportamiento de estas (Foster, 1965).
Para Foster amplias áreas del comportamiento campesino están mo-
deladas por esta percepción del universo sociocultural. Tal percepción con-
siste, en síntesis, en una visión a través de la cual todo aquello que es
deseado y valioso para el campesino (como la amistad, la riqueza, la sa-

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lud y cuantas otras cosas son ambicionadas) existe en su mundo en una
cantidad escasa y limitada. Pero además, todo bien es finito y no existe
manera posible de ser incrementado en cantidad disponible por los cam-
pesinos. De esta forma, todo incremento en el bienestar de una unidad
campesina supone, de alguna manera, una pérdida relativa de ese bienes-
tar por parte de los demás miembros de la comunidad. Como consecuen-
cia de ello, el logro del éxito personal está ausente en las sociedades cam-
pesinas, donde las «virtudes anglosajonas del trabajo duro y el ahorro,
vistas como determinante del éxito económico no tienen sentido». Al ser
el universo social de los campesinos percibido desde las perspectivas en
las que toda satisfacción personal se torna en insatisfacción colectiva, como
resultado de la cantidad limitada y sin posible expansión de los bienes
sociales, el orden social campesino será consecuentemente reflejo de tal
orientación cognoscitiva. Así, dentro de una concepción funcionalista de la
sociedad, Foster concluye que todas las instituciones sociales, el compor-
tamiento social e incluso los valores y actitudes de los campesinos serán
modelados como funciones de esta orientación cognoscitiva. Desde el
momento en que el logro personal se realiza a expensas de otro, ello cons-
tituye una amenaza que es necesario combatir para preservar la posición
relativa de cada campesino dentro de su orden social tradicional. Ello se
traduce en dos expresiones dentro de las comunidades rurales; por un lado,
la máxima cooperación o el comunismo como forma de solución para la
nivelación y permanencia de las posiciones sociales, o por otro, el indivi-
dualismo extremo en el que el mutuo recelo es la postura generalizada
(Foster, 1965: 293-315).
La consecuencia lógica que subyace a las dos conceptualizaciones de
la cultura campesina que acabamos de considerar es que tanto el
familismo amoral como «la imagen del mundo como bien limitado» son
dos orientaciones cognitivas impresas en el universo sociocultural de los
campesinos que es necesario extirpar en aras del progreso, ya que am-
bas son incompatibles con la obtención de la modernidad.
Esta conceptualización de la subcultura campesina ha gozado hasta
hace pocos años de una total aceptación dentro de los sociólogos de la
modernización de la vida rural, siendo utilizada en la mayoría de los de-
partamentos de Sociología Rural como manual para quienes van a estu-
diar las sociedades campesinas; y es más, ha formado parte inseparable
del acervo teórico utilizado desde mitad de los años sesenta para confec-
cionar las políticas internacionales de desarrollo rural dirigidas al Tercer
Mundo. Así pues, el campesinado es «científicamente» definido desde los
altares de la ciencia oficial como residuo anacrónico y necesita ser trans-

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formado socialmente para obtener la modernización de la agricultura.
Dicho en otras palabras, desde el etnocentrismo de esta teoría occidental
el campesinado debe ser sacrificado en aras de la modernización.

Breve recapitulación final


En el presente capítulo hemos querido presentar los rasgos básicos que
configuran la ciencia sociológica desde la hegemonía teórica que se es-
tablece en Occidente como consecuencia de la contradicción en que
viven su quehacer teórico:

La Sociología nace en el interior de sociedades que se dicen demo-


cráticas, es decir, en sociedades vertebradas por los principios cons-
titucionales de la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero ni el
desarrollo de la revolución industrial, ni el auge del liberalismo fa-
vorecieron espontáneamente el desarrollo de una sociedad integra-
da, de una sociedad de iguales. Más bien al contrario, las desigual-
dades comenzaron a crecer, hasta hacerse prácticamente insoportables,
allí donde se concentraba la riqueza, en los propios núcleos urba-
nos en los que estalló la revolución industrial (Álvarez-Uría y Varela
Ortega, 2004: 16 y 17).

En el capítulo III, hemos esquematizado el contexto teórico hege-


mónico construido por Max Weber con su concepto de modernidad,
así como los elementos clave del liberalismo histórico, desde su pers-
pectiva económica, en el impacto que genera en las sociedades defini-
das por los sociólogos como industrial y posindustrial. Con ello hemos
querido mostrar el telón de fondo en que se movió la «parcela de la
realidad agraria» correspondiente al pensamiento científico convencio-
nal que se ocupa de las sociedades rurales y los aspectos sociales de la
agricultura, que consideramos en el capítulo I.
Nuestra caracterización del liberalismo funcionalista agrario ha pre-
tendido realizar las siguientes tareas. En primer lugar desarrollar un
análisis de aquellos elementos de las teorías sociológicas clásicas (Conte,
Spencer, y Durkheim desde la Sociología; de Pareto, Ricardo, y Marshal,
desde la Economía; y de Malinowski y Radcliffe-Brown, desde la An-
tropología) que permiten establecer un puente teórico con el trabajo
de Talcott Parsons y Robert K. Merton, como grandes constructores del
contexto teórico general del funcionalismo caracterizados, a su vez, de
los elementos sociológicos clave de la teoría de sistemas. Y ello, porque

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esta orientación teórico-metodológica se articulará con la Agronomía
dando lugar a la perspectiva teórica del Farming Systems Research (que
consideraremos en el siguiente capítulo V), estableciendo una especie
de continuidad con el liberalismo funcionalista agrario, que sirvió de
base para la transición a los códigos neoliberales de los años ochenta,
que pronto marginaron el endeble conflictivismo del enfoque marxista
de la Sociología de la Agricultura (Buttel, 2001).
La segunda tarea desarrollada para la caracterización del liberalismo
funcionalista agrario, ha consistido en establecer la construcción
sociopolítica (realizada desde la Economía y a la que habrían de subor-
dinarse las demás parcelas del pensamiento científico agrario) de las
categorías analíticas de desarrollo y modernización agrarios. Si bien
ambos conceptos fueron ya considerados en el capítulo I, aquí volve-
mos a ellos para analizarlos en su coyuntura histórica y desde la pers-
pectiva de su génesis teórica vinculada al establecimiento, tras la Segunda
Guerra Mundial de una articulación transnacional de los estados que
consolidaría mediante el desarrollo comunitario con la exportación del
modelo de Estados Unidos de extensión agraria el modo industrial de
uso de los recursos naturales afianzado con los paquetes tecnológicos
de insumos de naturaleza industrial surgidos de la Revolución Verde.
En este sentido, el liberalismo funcionalista agrario puede ser defi-
nido como el establecimiento de una estructura teórica explicativa del
acontecer de las sociedades rurales y de la agricultura que eliminaría los
conceptos de conflicto agrario, conciencia colectiva, explotación y cla-
ses sociales, democracia social y demás categorías explicativas de las
crecientes desigualdades sociales que generaba el desarrollo del capita-
lismo agrario que establecía la consolidación del modo industrial de uso
de los recursos naturales. Paralelamente, utilizaría una serie de herra-
mientas analíticas (sistema, estructura, función, estatus, rol…) que
mediante explicaciones de carácter tautológico, presentarían a la socie-
dad, en su parcela rural, dentro de una teoría del equilibrio que volati-
lizaría la historia (articulada con la explicación económica neoclásica),
dotando a las sociedades rurales, por un lado, y al manejo de los recur-
sos naturales, por otro, de un sentido homeostático de forma tal que
su evolución se vería establecida por los requisitos funcionales que es-
tableciesen; de una parte, la vida urbana, y de otra, la ciencia, como
elementos ambos, correctores del deterioro que las demandas del desa-
rrollo y la modernización agrarias pudiesen introducir: sólo así podrían
establecerse «el futuro del mundo rural» o la futura «agricultura
biotecnológica», que caracterizaremos en el capítulo VII.

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V. LA SOCIOLOGÍA RURAL EN EL
PENSAMIENTO SOCIAL AGRARIO (II):
SOCIOLOGÍA DE LA AGRICULTURA Y FARMING
SYSTEMS RESEARCH: CONSOLIDACIÓN DE
UNA SOCIOLOGÍA DEL DESARROLLO RURAL

Nota introductoria
A lo largo de los años ochenta ya se percibe claramente la génesis de
una nueva manera de enfocar los problemas agrarios en el contexto
teórico de la Sociología Rural. Como caracterizamos hace ya casi una
década (Sevilla Guzmán, 1995), en la segunda mitad de los años se-
tenta aparecen, «una serie de investigaciones críticas que recogiendo el
más puro acervo sociológico, aplican sus esquemas de análisis a los pro-
blemas de la agricultura inglesa». Su figura central era Howard Newby,
como cabeza de un grupo que denunciaba la extensión de la pobreza;
analizaba la posición de la agricultura familiar inglesa en la estructura
de clases de aquel país (Newby et al. 1978 y 1979); y señalaba la
invisibilidad de los jornaleros en el lugar de mayor tecnificación del
manejo de los recursos naturales, donde la ciencia agronómica había roto
ya la naturaleza medioambiental de la agricultura tradicional (Newby,
1977). Y, todo ello en el contexto teórico elaborado por Max Weber
sobre clase, estatus y poder para caracterizar la desigualdad social.
Paralelamente y por las mismas fechas, aparece en Estados Unidos
un nuevo enfoque intelectual que, desde la propia Sociología norteame-
ricana, critica el tipo de desarrollo agrario seguido en aquel país, así
como a las aportaciones hasta entonces realizadas por la Sociología Rural
y, sobre todo, se preocupa por una serie de problemas hasta ahora in-
éditos en la pesquisa de esta disciplina. Entre éstos se encuentran las
cuestiones relacionadas con el cambio estructural en la agricultura y el
medio ambiente; la estructura agraria; la comunidad rural y la polari-
zación regional; la agricultura y el Estado y sobre todo, la filosofía de
la ciencia utilizada en el análisis de los hechos agrarios (Cf. Buttel, 1979:
257-306). «La colaboración entre estas dos renovadoras corrientes bri-

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tánica y norteamericana, se materializa no sólo en el inicio de trabajos
comunes entre autores pertenecientes a ambos movimientos intelectua-
les, sino sobre todo, en la apertura de un nuevo debate dentro de la
Sociología Rural (Sevilla Guzmán, 1984: 103).
Se deben a Frederick H. Buttle (1979, 2001; Buttel et al., 1990;
Friedland, Bush, Buttel y Rudy, 1991), múltiples caracterizaciones de
esta literatura renovadora de la Sociología Rural. En 1990 se publica el
primer libro mostrando su completa trayectoria y haciendo un balance
de los logros obtenidos por esta corriente teórica hasta entonces. Para
ello, Buttel se remonta a los trabajos que acumula la Sociología Rural
institucionalizada sobre la agricultura (Buttel, Larson y Gillespie Sr,
1990). Su interpretación no difiere sustantivamente de la realizada por
nosotros anteriormente al caracterizar las perspectivas teóricas de la
Sociología de la Vida Rural y la de la modernización agraria y el cam-
bio social rural planificado (Cf como complemento: E. Sevilla Guzmán,
1984: 39-107). Sin embargo, sus análisis se nos muestran incompletos
al no introducir prácticamente la literatura europea sobre el tema y al
carecer del contexto sociopolítico, fuertemente condicionante en los años
de la «caza de brujas» en Estados Unidos con la persecución de los in-
telectuales norteamericanos más relevantes. Como veremos después, la
interacción con las aportaciones europeas genera las más fértiles mu-
danzas en la trayectoria de la Sociología Rural.

De la Sociología de la Agricultura
Las diversas conceptualizaciones de la agricultura realizadas desde una
perspectiva sociológica son clasificadas por Buttel, Olaf, Larson y
Gillespie Sr (1990), atendiendo a las sustantivas diferencias en sus en-
foques teóricos y metodológicos en tres períodos o «eras principales de
la Sociología Rural». La tercera era de la Sociología Rural respecto al
tratamiento de la agricultura se centra, para los citados autores, en el
análisis de la estructura de la agricultura, constituyendo para ellos la apa-
rición de una «nueva Sociología Rural» que denominan como «Socio-
logía de la Agricultura». Sus áreas de interés eran —para estos auto-
res— la economía política y la estructura interna y dinámica de la
agricultura. Su enfoque tenía una dualidad: neomarxista por un lado y
neo-weberiana por otro, y se centraba en el estudio de la «estructura
agraria»; las formas de producción y el cambio en la agricultura; el rol
de la etnicidad y la persistencia de la agricultura familiar; la agricultura
industrializada; la fuerza de trabajo asalariado en la agricultura; las pe-

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queñas explotaciones y la agricultura a tiempo parcial y el género en la
agricultura (Cf. Buttel et. al, 1990: XVI-XX).
El surgimiento de este nuevo enfoque parte de analizar los proble-
mas agrarios de las sociedades avanzadas, utilizando el Estado/nación
como su unidad de análisis. La novedad más importante con respecto
a todo el período anterior es la aparición del marxismo; la dimensión
crítica de sus interpretaciones teóricas comienzan a integrarse al acervo
de los conocimientos sociológicos rurales al aceptarse la propuesta que
Howard Newby hace en su Tread Report: Rural Sociology para la Inter-
nacional Sociological Association ISA (Cf. Newby, 1980; y Newby y
Sevilla Guzmán, 1983 en su versión castellana ampliada). Dicha pro-
puesta propugnaba realizar incursiones teóricas por la Sociología del
Desarrollo y por la Sociología Urbana, cuyos núcleos teóricos centrales
se basaban en el neomarxismo. En el esquema sintetizador de las pers-
pectivas teóricas centrales de la Sociología Rural que presentamos en la
página siguiente (cuadro 2) hemos incluido como primer marco teóri-
co de la perspectiva de la Sociología de la Agricultura esta estructura
conceptual propuesta por Howard Newby a la que denominamos como
Sociología Rural de las sociedades avanzadas; no sólo por ser el título
del libro pionero en el que recopila trabajos con este enfoque teórico
(1978), sino porque éste responde fielmente a su propuesta de renova-
ción; que tomó forma en su interacción con Frederick Buttel (Buttel
and Newby, 1980) dejando ya, a final de los ochenta, sentadas las ba-
ses de la posterior acumulación teórica de la Sociología de la Agricul-
tura (Cf. Sevilla Guzmán, 1983: 47-48).
Para María Fonte (1988), esta perspectiva teórica se consolida en
Estados Unidos como consecuencia del debate abierto en torno al
«problema de las características de la peculiaridad del desarrollo capi-
talista en al agricultura». El contexto teórico generado en este debate
permite a esta socióloga italiana diferenciar dos tendencias. Por un
lado, quienes pretenden demostrar que la persistencia de la agricul-
tura familiar es un factor demostrativo de que el desarrollo del capi-
talismo en la agricultura es más lento que en los demás sectores de la
economía.
Los trabajos más representativos de esta tendencia serían los de
Harriet Friedmann, los de Susan A. Mann y los de James Dickinson.
Por otro lado, estarían aquellos autores que pretenden demostrar «que
el capitalismo está ya presente en la agricultura por lo que su difusión
ha ser siempre más rápida» en la pequeña agricultura en vías de adqui-
rir un manejo de naturaleza industrializada; Alain de Janvry, William

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CUADRO 2
PERSPECTIVAS Y MARCOS TEÓRICOS DE LA SOCIOLOGÍA RURAL
EN EL PENSAMIENTO CIENTÍFICO CONVENCIONAL
Marcos Teóricos Autores clave
Perspectiva teórica de la Sociología de la Vida Rural

La comunidad «rururbana» para crear una Charles C. Galpin, John Gillette, Paul L. Vogt,
«civilización científica en el campo». Newel L. Sims y August W. Hayes.
El continuum rural-urbano . P. Sorokin y C. Zimmerman.
Los Sistemas sociales rurales y agrarios. Charles P. Loomis y J. Allen Beagle.

Perspectiva teórica de la modernización agraria y del cambio social rural planificado

Familismo amoral y la imagen del bien E. C. Banfield y G. Foster.


limitado.
La modernización de los campesinos. E. Rogers.
Teoría de las tecnologías apropiadas. De Raanan Weis y Theodor. Shultz.
campesino a agricultor «industializado».
La Sociología Rural como estrategia Gwyn E. Jones, Conrrado Barberis, Michel
de desarrollo rural. Cepède, Herbert Kötter, E.W. Hofstee y A.K.
Constandse, Benno Garjart, Bruno Benvenuti y
Anton Jansen.
Descampesinización y cambio tecnológico A. de Janvry y V. Ruttan.
inducido.
Sociología del desarrollo rural. Norman Long

Orientación teórica de la Sociología de la Agricultura

Sociología Rural de las sociedades avanza- Howard Newby y Friederic Burel.


das.
Producción simple de mercancías agrarias. H. Friedmann, P. McMichael, S. A. Mann y J.
Los regímenes agroalimentarios globales. M. Dickinson.
La Economía y Sociología políticas
leninianas: la internacionalización Alain de Janvry, William H. Friedland, L.
agroalimentaria y los sistemas mercantiles Bush, A. P. Rudy, Enrico Pugliese y Frederick
agrarios. H. Buttel H.
«Styles of Farming» y desarrollo endógeno.
La Sociología Rural como crítica Jan Douwe van der Ploeg, Norman Long y
medioambiental a la industrialización Arturo Arce.
alimentaria. Michael Redclift, Philip Lowe, Sara Whatmore,
Grahan Woodgate y Terry Marsden.

Perspectiva del desarrollo rural del Farming System Research


y de la agricultura participativa

Ecodesarrollo. I. Sachs.
Enfoque francófilo (J. P. Darre / M. Servillote).
Farming Systems Research. Enfoque anglófilo (Tripp / Spedding / Gibbon).
Farmer and People First. R. Chambers / M. Cernea.
Agricultura sustentable de bajos insumos Coen Reijntes, Bertus Haverkort y Ann
externos. Waters-Bayer.

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H. Friedland, y probablemente el propio Buttel, son las figuras más
representativas de esta tendencia.1
Fitz Simmos señala el elemento teórico central de este debate al
apuntar cómo esta polémica se plantea como un dualismo en términos
de clase. Así señala que «tal como Marx analizó los procesos sociales
dinámicos vinculados a la industrialización, los sociólogos de la agri-
cultura pretenden caracterizar la posición de clase de los distintos gru-
pos sociales vinculados a la agricultura de forma tal que hay quienes
consideran a ésta como parte de un proceso imparable de mercan-
tilización y quienes creen que posee sus propias peculiaridades: la re-
percusión de esto sobre la estructura de clases es esencial para enten-
der las desigualdades sociales vinculadas a la producción agraria».2
Friederick H. Buttel (2001: 18 y 19) denomina a esta vieja polémica
(que no es sino la reproducción en el contexto actual del debate clási-
co entre narodnismo y marxismo ortodoxo: Cf. Sevilla Guzmán, 1990;
y, en el contexto de la génesis histórica de la Agroecología, Sevilla
Guzmán y Woodgate, 1997) como el debate sobre la cuestión agraria
y califica a las corrientes teóricas intervinientes como marxismo
chayanoviano a la segunda tendencia; y como economía política leni-

1. Tiene mucha importancia comprender el tipo de marxismo utilizado por estos


autores; sobre todo su interpretación del marxismo clásico (en especial de Lenin y
Kautsky), radicalmente distinta a la realizada tanto por la tradición de los estudios cam-
pesinos (Cf. Shanin, 1979); como a la realizada por el propio Marx (de quien descono-
cen los escritos de sus últimos diez años: Cf. Shanin, 1983); como a la realizada por el
neonarodnismo de Chayanov (Cf. Sevilla Guzmán, 1990 y prólogo de Teodor Shanin a
Chayanov, 1989). Esta interpretación sesgada (que hemos analizado en detalle en el Ca-
pítulo 2) puede percibirse claramente en el prólogo de William H. Friedland («Shaping
the New Political Economy of advanced Capitalistic Agricultura») al libro colectivo (W.
H. Friedland, L. Bush, F.H. Buttel and A. P. Rudy, 1991) y responde fielmente al tipo
de marxismo utilizado por estos autores; inscribible claramente en lo hemos definido
en otro lugar como el marxismo ortodoxo agrario (Cf. Sevilla Guzmán y González de
Molina, 1993: 38-39): su máximo representante, como veremos más adelante es Alain
de Janvry (Cf. 1981). Este autor, ya considerado en el capítulo I, será tratado con ma-
yor detalle en éste y especialmente en el capítulo VI; en el que nos aproximaremos al
marxismo ortodoxo tal como es utilizado en la sociología de la agricultura. Por todo ello,
no es de extrañar que la mayor parte de estos autores, quienes aireaban su enfoque mar-
xista durante los años ochenta, hayan transformado en la actualidad su pesquisa de aná-
lisis moviéndose en posiciones claramente neoliberales.
2. Cf. María Fonte (1988: 103-145). Lo más relevante de los trabajos de Margaret
Fitz Simmos son su intento de integrar esta tradición sociológica con la geográfica Cf.
(1985: 139-149; 1986: 334-345; y muy especialmente su trabajo en Philip Lowe, Terry
Marsden and Sarah Watmore, 1988: cap. 1).

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nista a la primera, aceptando la propuesta realizada por María Fonte
(1988: 108-109).
Así en este debate de la nueva cuestión agraria (entre las tendencias
marxista-chayanoviana y leniniana de la economía y Sociología políti-
cas) es necesario explicitar que lo que se discute es saber si la
mercantilización e industrialización del manejo de los recursos natura-
les es un proceso imparable en la actual dinámica del capitalismo agra-
rio, lo que conduciría a la ineluctable desaparición del campesinado y
la agricultura familiar; o si, por el contrario, estas formas de pequeña
agricultura poseen mecanismos de resistencia vinculados a la propia
naturaleza de la agricultura que «a causa de su estacionalidad, tiende a
sumirse en una disyuntiva… entre ‘tiempo de producción’ y ‘tiempo
de trabajo’ creando barreras a la rutinización de los procesos de traba-
jos a lo largo del calendario y haciendo con ello menos rentable a la
agricultura que a otras ramas de la industria» ( Fonte, 1988: 109).3
Nuestro análisis en las páginas que siguen se va a centrar en carac-
terizar esquemáticamente los «marcos teóricos» de la la Sociología de la
Agricultura. Junto al fundador ya señalado de Howard Newby y Ted
Buttel, la aportación teórica más relevante en su primera fase de los años
ochenta se debe a Harriet Friedmann, quien define a la agricultura fa-
miliar del capitalismo actual como una «forma de producción simple
de mercancías agrarias». Se centra esta autora, inicialmente, en la ca-
racterización de la naturaleza de la agricultura familiar prevalente en las
sociedades capitalistas avanzadas. Para ello Friedmann introduce el con-
cepto de «forma de producción» como combinación de dos elementos
teóricos fundamentales. Por un lado, las «condiciones de reproducción»
con que se encuentra cualquier tipo de pequeña agricultura en el pro-
ceso histórico. Y, por otro lado, la forma en que éstas se insertan en el
ámbito de la formación social en que se encuentran.
Sin embargo las condiciones de reproducción de una forma de pro-
ducción son tanto sociales como técnicas; por ello Friedmann diferen-
cia entre «consumo personal» (aquel que permite al productor conti-
nuar participando en la producción), «consumo productivo» (técnicas,

3. Los trabajos más destacados de Mann y Dickinson son su pionero artículo (1978:
466-481) donde adelantan estas ideas y el trabajo definitivo de Susan, A. Mann (1989)
en los que se amplía, claramente, el marco teórico propuesto por Howard Newy para el
análisis de las sociedades capitalistas avanzadas a través del rescate de diversa categorías
analíticas de los trabajos clásicos de Lenin y Kautsky reconceptualizas para su aplicación
actual Cf. en este sentido E. Sevilla Guzmán (1991).

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ganadería, tierra y otros medios de producción que permiten la conti-
nuidad de la producción) y el excedente de trabajo (en forma de exce-
dente de valor, beneficio, renta o interés) en caso que la pequeña agri-
cultura utilice trabajo asalariado (1978: 555). Son estas condiciones las
que permiten la continuidad de una forma de producción o, caso de
que alguna falle, el deterioro o transformación de sus bases técnicas y
sociales.
Pero toda «forma de producción» realiza diferentes actividades de
acuerdo con el contexto y los vínculos que la relacionan con éste; de
forma que es posible analizar sus condiciones de reproducción y hasta
que punto ésta se realiza a través o no de relaciones mercantiles. Es así
posible caracterizar una «forma de producción simple de mercancías
agrarias» y diferenciarla de otras formas de producción de carácter cam-
pesino y capitalista. Las condiciones de reproducción nos permitirían
identificar cada una de estas formas de producción al considerarlas junto
a las relaciones de producción. Así, mientras que las relaciones sociales
de producción de una explotación agraria capitalista están basadas en
el trabajo asalariado, en la producción simple de mercancías agrarias es-
tán basados en los vínculos familiares (de género y generación) aunque
en ambos casos su producción está mercantilizada. Sucede pues que la
forma de producción simple de mercancías agrarias puede constituir una
forma de manejo de los recursos naturales estable, coexistiendo tanto
con la forma de producción campesina como con la capitalista siempre
que las referidas condiciones de reproducción —consumo personal y
productivo y excedente de trabajo— se mantengan (Friedmann, 1978:
556-562). Huyendo pues de razonamientos puramente deductivos, muy
frecuentes en el debate de la mercantilización cabe señalar que quien
maneja los recursos naturales juega un papel activo en el proceso de
mercantilización y que ésta se encuentra vinculada a los procesos de
trabajo y al ámbito local —etnoecosistema— aún cuando jueguen un
papel activo en dicho proceso los ámbitos espaciales y sociales más am-
plios.
Fue, de nuevo, Harriet Friedmann quien consiguió desvelar sistemá-
ticamente la naturaleza de las relaciones entre los regímenes internacio-
nales agroalimentarios y las estructuras agrarias en las diversas coyun-
turas históricas. Tal análisis parte de una critica a las teorías neomarxistas
del desarrollo para, tras basarse en los trabajos de Robert Brenner y otros
mostrar la incapacidad del enfoque «Centro-Periferia de la Economía
Mundo» de Frank Wallerstein para explicar «la necesidad del moderno
sistema tripartito en que quedarían clasificadas las formaciones sociales

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históricas: Centro Periferia y Semiperifieria. Así, junto al análisis
microanalítico de la pequeña producción, Harriet Friedmann desarro-
lla un marco teórico de gran relevancia: la conceptualización histórica
de los regímenes agroalimentarios globales (Friedmann, 1982), que sir-
ven como marco conceptual de todo un proceso de acumulación teóri-
ca posterior hasta la actualidad en torno a este tema. Tras un análisis
histórico de la articulación institucional de los procesos de integración
vertical de las distintas fases de producción-circulación-transformación
de los alimentos, identifica tres regímenes alimentarios internacionales
configurados en tres períodos, separados por transiciones en las que las
crisis provocan ajustes estructurales que permiten el paso de un régi-
men a otro.
La configuración del «primer régimen agroalimentario global se pro-
duce en el último tercio del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial
en que se produce el agotamiento del mismo. La etapa comprendida
entre el período de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial es el mo-
mento de la crisis y reestructuración, donde una fuerte escasez alimen-
taria, incluso en países ricos como Estados Unidos, coincide con una
gran inestabilidad política y económica. El segundo régimen global
desarrolla una fuerte industrialización de la agricultura consolidando el
proceso de modernización agraria y el desarrollo de la industria
alimentaria produciendo una radical transformación de la función
alimentaria, alterando profundamente la concepción hasta entonces
existente del consumo y la alimentación (mercado, pautas de consumo,
uso de materiales, ética, valores y cultura culinaria). Su configuración,
tras la Segunda Guerra Mundial, es el resultado de la intensa indus-
trialización y el fuerte crecimiento económico sostenido de los años cin-
cuenta y sesenta de la pasada centuria en las «sociedades avanzadas del
Centro», donde se produce un profunda reestructuración de los siste-
mas agroalimentarios.
El tercer régimen alimentario global no es sino una profundización
de los procesos de industrialización agraria y alimentaria iniciados tras
la Segunda Guerra Mundial. Es el producto de una reestructuración que
transforma tanto la organización productiva como la articulación de los
mercados agroalimentarios y su regulación, una vez superada la crisis
económica internacional de los años setenta mediante la profunda re-
estructuración económica que dio paso al proceso de globalización
gestado desde las formas integrativas agroalimentarias de los años ochen-
ta (Friedmann, 1991 y Friedmann y McMichael, 1989). Esta teorización
periodizada de la evolución de la estructura y crecimiento complejo de

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las formas agroalimentarias de organización de la producción, transfor-
mación y circulación industrializadas, en formas de integración verti-
cal, constituirá el marco conceptual en el que se moverán las aporta-
ciones más relevantes de la Sociología de la Agricultura.

Los marcos teóricos en torno a la internacionalización


de la agricultura industrializada a través de la estructura de
los sistemas agroalimentarios
El grupo de la «mercantilización imparable», que Buttel cataloga como
corriente teórica de la economía y sociología política leninianas (cuya
denominación vamos a aceptar para designar la basta heterogeneidad que
apunta una clara praxis intelectual y política vinculada a la desapari-
ción del campesinado) tiene como figura configuradora del contexto
teórico inicial a Alain de Janvry «un economista agrario de formación
y vocación, aunque un académico con fuertes lazos a la comunidad
sociológica, que ha destacado entre los más francos analistas del proce-
so de agonía del campesinado» (Sevilla Guzmán, 1995: 40). Su trabajo
The Agrarian Question and Reformism in Latinoamérica (1981) es nor-
malmente considerado como la pieza de carácter teórica de mayor in-
fluencia en esta tendencia. Y ello no sólo porque es, probablemente, el
primer trabajo que encara, desde las nuevas premisas de la Sociología
de la Agricultura, las transformaciones que la internalización de los sis-
temas agroalimentarios están provocando en la agricultura (de Janvry,
1983); sino porque da un impulso teórico importante al «marxismo
académico», colaborando decisivamente en la dirección señalada por
Howard Newby para salir de la crisis teórica en que se encontraba la
Sociología Rural en el inicio de los años ochenta (Newby, 1980 y Newby
y Sevilla Guzmán, 1983).
Alain de Janvry, después de trabajar, como hemos visto anteriormen-
te, en el marco teórico de la modernización agraria durante la década
de los setenta, genera un esquema teórico radicalmente distinto. En
efecto, tras una crítica al contexto neoclásico en que se movía, realiza
un análisis de la evolución del concepto de «desarrollo desigual» esta-
bleciendo un modelo de acumulación de capital en la estructura Cen-
tro-Periferia del sistema mundial capitalista; ya que para él «el proble-
ma radica en que la cuestión agraria es un síntoma de la naturaleza de
la estructura de clases de la periferia y del proceso particular de la acu-
mulación de capital que subyace a ésta» (1981: 7 y 8, y 9-22). Proba-
blemente el concepto teórico central de su esquema analítico sea el de

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acumulación desarticulada que elabora tras una crítica a Samir Amin,
intentando introducir una dimensión temporal en las conceptuali-
zaciones de éste; ya que la acumulación desarticulada de la Periferia es
diferente en cada período histórico.4
Mediante el referido análisis teórico de Janvry concluye con el esta-
blecimiento de un ingenioso modelo para interpretar las alianzas de clase,
de los países periféricos de gran interés analítico para entender el pacto
social peronista de 1973, lo que él llama «la revolución burguesa pe-
ruana de 1963» (sic) o el gobierno de Lara en Ecuador, como intentos
fallidos de conseguir el «establecimiento del dominio de una alianza de
clases articulada en Latinoamérica» (1981: 42). Si embargo lo más re-
levante de su esquema teórico lo constituye su revisión de la «formula-
ción clásica» de la Escuela del «Desarrollo del subdesarrollo» para ana-
lizar la crisis del capitalismo de los años setenta del siglo XX, donde
formula el surgimiento de la internacionalización de los sistemas
agroalimentarios. Llega, de esta forma de Janvry a establecer el contex-
to macroteórico de la economía y sociología leniniana, que vendría a ser
completado por el enfoque microteórico de su teoría de la descam-
pesinización, que por su relevancia consideraremos en otro capítulo de
forma extensa.
En su análisis macrosocioeconómico de Janvry muestra cómo la di-
námica del capitalismo en los años setenta culmina en:

Un reforzamiento del desarrollo desigual llegando a crear nuevas for-


mas de contradicciones aunque no se eliminaran las características
fundamentales del sistema económico mundial: su unidad, su hete-
rogeneidad y sus relaciones de dominación. La emergencia de la cri-
sis estuvo fundamentalmente enraizada en dos fenómenos que fue-
ron creados por el proceso de crecimiento. En primer lugar, la
creciente internacionalización de amplios sectores del capital social,
la metanacionalización; que no es sino el último divorcio entre el
capital y los estados/nación. Mientras las corporaciones multinacio-
nales repatrían los beneficios detrás de la escena del desarrollo de
las corporaciones multinacionales y transnacionales hacia los países

4. En el capítulo VIII consideraremos en forma esquemática el neomarxismo de las


«teorías de la dependencia o del subdesarrollo» de forma que el lector podrá disponer
del contexto teórico en que se inscribe esta aportación, generada como réplica a la So-
ciología Rural institucionalizada que criticó Newby (Cf. Newby y Sevilla Guzmán, 1983).

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de origen y las corporaciones transnacionales devuelven los benefi-
cios a los grupos de los países maternos; las corporaciones metana-
cionales acumulan una importante fracción de los beneficios en sus
centros bancarios […] En, segundo lugar, el crecimiento económi-
co sostenido […] condujo a la congelación de los beneficios como los
bajos niveles de empleo presionaron los salarios impredeciblemente
al alza, mientras se incrementaron los costes de producción como
consecuencia de la antipolución, la seguridad en el trabajo, la pro-
tección al consumo, y las leyes del Estado de Bienestar (1981: 56).

Utilizando el contexto teórico hasta aquí caracterizado como telón


de fondo aparecen los análisis de William H. Friedland, que denomi-
namos aquí como el marco teórico de los sistemas mercantiles agrarios.
Conocido como el enfoque del commodity systems, este tipo de investi-
gaciones consiste en escrutar «los procesos de transformación agraria
analizando todo el ciclo por el que pasa un producto específico a tra-
vés del análisis de los siguientes cinco puntos: a) el propio proceso pro-
ductivo; b) la organización de los productores; c) el trabajo como fac-
tor de producción, considerando la organización de éste; d) la
investigación científica y su aplicación; y e) los sistemas distributivos
de marketing». De esta forma se pretende seguir el curso de la produc-
ción, de la «semilla al consumo», de los productos, considerando el haz
de interrelaciones que se genera en cada fase del proceso y el nivel de
mercantilización en los mismos. Y ello en base a la hipótesis de que, a
medida que tiene lugar la especialización de la agricultura, es posible
distinguir en ella los sistemas productivos separados y discretos que se
van formando para cada unidad conceptual y socialmente distinta.
Para Friedland, la situación es la misma que se da en la industria al
ir especializándose ésta en ramas, lo que permite estudiar la industria
metalmecánica o industria textil de forma separada. El enfoque se ha
ido elaborando, conceptualizando y complicándose a medida que los
autores lo van aplicando a distintos productos (tomate, lechuga, uva,
etc.). Un valioso rasgo de esta corriente teórica que sabe «vincular los
cambios de la economía global con los de la producción agraria»
(Friedland et al., 1991: 2; Cf. como trabajos empíricos de su enfoque
Friedland et al., 1975, 1981, 1984 y 1989). Hemos incluido también
al propio Frederick H. Buttel en esta corriente o «amplio marco teóri-
co» porque en varios de sus trabajos sigue fielmente el contexto teó-
rico de Alain de Janvry, al analizar el proceso de mercantilización de
las cadenas agroalimentarias y la internalización del capital como ele-

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mentos básicos de la nueva agricultura industrializada (Cf. por ejem-
plo: Buttel,1990).

Su análisis, claro en el diagnóstico, peca de cierta ingenuidad


medioambientalista al esperar cambios en la investigación pública res-
pecto a la biotecnología que podría trabajar en favor de los peque-
ños agricultores alternativos. Además, si ello llegara a producirse
seguiría siendo social y ecológicamente degradante ya que la biotec-
nología por su propia naturaleza fomenta los agroecosistemas sim-
ples y vulnerables por sobreartificialización; pero además potencia-
ría la dependencia de los agricultores y mantendría la extracción de
excedente vía mercados (Sevilla Guzmán, 1995: 26-27).

Como señalaron Friedmann y McMichael en su caracterización de


los regímenes alimentarios, desde el último tercio del siglo XIX se ini-
cia un proceso de configuración de una nueva división internacional del
trabajo agrario por parte de una emergente red internacional de esta-
dos nación muy jerarquizada que sustituye a la vieja organización. Se
va conformando así una forma de dominación de los sistemas
agroalimentarios basada en las importaciones de cereales y ganado de
países como Estados Unidos, Canadá, Argentina o Australia. Ello ge-
nera un incipiente complejo agrario internacional basado en un mode-
lo agrario mixto intensivo-extensivo, especialmente fuerte en el caso del
cereal para alimentación animal y ganadería para alimentación huma-
na, orientado a alimentar a una población urbana e industrial creciente
(Friedmann, 1982 y 1991). Comienza así una forma de control a tra-
vés de nuevas empresas como Nestlé en Suiza, Unilever en Holanda e
Inglaterra o Cargill, Pillsbury, Nabisco, Kraft o General Food en Esta-
dos Unidos que, en la etapa actual de globalización, van a dominar el
sistema agroalimentario. El sistema agroalimentario va dejando de fun-
damentarse en la agricultura, ganadería y forestería, que van perdiendo
el rol central hasta entonces desempeñado. El sector agrario deja pau-
latinamente de ser el principal productor y articulador de la función
alimentaria para dejar paso a la transformación alimentaria.
Separándose claramente de la corriente anterior aparece el marco
teórico de la «Sociología Rural como crítica medioambiental a la indus-
trialización alimentaria». Su pesquisa se mueve a través de los análisis
del «proceso de sustitución» de los alimentos por productos agrarios
industrializados que aparecen como «alimentos fabricados» en un cre-
ciente «proceso de apropiación» industrial de la agricultura (Goodman

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y Redclift, 1991). La crítica medioambiental de Philip Lowe, Sara
Watmore y Terry Marsden (1988, 1989 y 1990, alterando la primera
autoría) al proceso de industrialización alimentaria muestra como ésta
revoluciona culturalmente la alimentación, desvinculándola de los pro-
cesos naturales. Un amplio número de estudios (McMichael & Mhyre,
1991; Arce y Marsden, 1992; Whatmore, 1994 y 1995; Bonanno, 1994;
Lowe &Wriggley, 1996) analizan cómo la agricultura se ve subordina-
da a la industria alimentaria, que ejerce una forma de dominación des-
de los sistemas agroalimentarios sobre la agricultura (el sector agrario
ocupa una situación cada vez más dependiente) y la sociedad (la dieta
de los ciudadanos se ve impuesta desde los intereses transnacionales).
La concentración del valor añadido en las industrias de transformación
y las actividades de comercialización en el Reino Unido y Estados Uni-
dos ha sido ampliamente documentada, mostrando el dominio indus-
trial en los canales alimentarios (Murton, Marsden y Whatmore, 1990).
Los bancos de germoplasma producto del intercambio y mejora
desarrollados históricamente por las sociedades campesinas están pasando
a ser creados en laboratorios, adaptados en estaciones experimentales,
conservados in vitro y controlados por las multinacionales, usurpando
tales funciones a los campesinos (que lo han tenido como elemento
central de su forma de manejo de los recursos naturales) y a los propios
agricultores, en general, que realizaban estas tareas en sus agroecosis-
temas locales sin coste monetario. Paulatinamente se fue desarrollando
en Estados Unidos una importante industria de semillas (hoy controla-
da por multinacionales como Pioneer, Northrup King, Asgrow o Dekalb
o Cargill) que utilizan las semillas como un gran negocio con un alto
coste monetario para la agricultura.5 Tales semillas aparecen vinculadas
a un paquete de agroquímicos reforzándose el fuerte crecimiento de la
industria química generada ya desde el período de posguerra. Todas las
grandes empresas químicas que desarrollaron el negocio de agroquímicos
(las norteamericanas Dupont y Monsanto, la suiza Ciba-Geigy, la in-
glesa ICI o la francesa Rhône Poulenc) amplían sus operaciones con el
negocio de las semillas. El histórico asesoramiento gratuito a los agri-
cultores dentro de los programas de desarrollo comunitario (Guzmán

5. La operación «terminator» que intentó llevar a cabo Monsanto al filo del año
2000 mediante la introducción de semillas híbridas con gran potencial productivo, y
homogéneas en su fruto, pero estériles o inestables en la segunda generación, muestra la
perversidad de estas formas de acción al pretender privar a las campesinos del uso de las
semillas.

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et. al., 2000: 119-121) que generó fuertes desigualdades sociales en los
países periféricos mediante la difusión de las tecnologías de la Revolu-
ción Verde, surge de nuevo; ahora a nivel mundial incorporando ade-
más las semillas transgénicas (Pengüe, 2000).
En los capítulos III y VII hemos caracterizado el proceso de confi-
guración del «Modo Industrial de Uso» de los recursos naturales, con-
siderando el paso de las «sociedades avanzadas» por las caracterizacio-
nes sociológicas de «Industrial, Posindustrial e Informacional», hasta
llegar a su articulación con el proceso de globalización económica, con
la reconstrucción activa de la producción, el comercio y el sistema fi-
nanciero a través de las empresas multinacionales. Como hemos ade-
lantado, tal reorganización desde las instituciones socioeconómicas hasta
el Estado/nación ha sido analizada desde la Sociología de la Agricultu-
ra por Friedman y McMichael (1989; Cf en castellano: Bonanno, 1994),
continuando la importancia central en la nueva regulación económica
de los estados/nación, donde aparece redefinida, adaptada y subordina-
da a las decisiones tomadas por las empresas multinacionales. En reali-
dad, las relaciones comerciales se establecen actualmente entre empre-
sas relegando a los países a un papel subordinado a sus políticas de
institucionalización de circuitos globales de mercancías y dinero en la cons-
trucción de ciudadanos consumidores (McMichael, 1999: 9). La articu-
lación transnacional de los estados actúa como ejecutora de esta forma
de subordinación a las empresas multinacionales agroalimentarias a tra-
vés de la regulación internacional en las reformas de las políticas agrarias
vinculadas a las negociaciones en el seno de la OMC. La participación
del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, incorporando
a la agricultura a las negociaciones de la Ronda Uruguay, iniciadas en
1986, supuso la aceptación de esta dinámica de subordinación a las mul-
tinacionales alimentarias permitiéndoles el control de estos mercados.
Aunque nos referiremos más adelante (en el apartado final de este
capítulo) al considerar el desarrollo endógeno desde esta perspectiva,
queremos adelantar aquí el concepto central de la «escuela de Wagenin-
gen», íntimamente vinculado a aquel: el de style of farming. Jan Douwe
van der Ploeg señala que «la definición originaria (elaborada por el pa-
dre fundador de la Sociología Agraria de Wageningen, Hofstee) enfatiza
las dimensiones cultural y local, estableciendo que un style of farming
es la compleja e integrada variedad de nociones, normas, experiencias,
y, elementos de conocimiento, entre otros, que posee un grupo de agri-
cultores en una específica región y que configura su praxis en el mane-
jo de los recursos naturales». Tales pautas culturales locales deben en-

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tenderse como «respuestas activamente construidas desde los ecosistemas
locales» (Ploeg, 1991: 12). Este concepto tiene una gran amplitud teó-
rica que conecta las relaciones locales entre el campo y la ciudad, así
como su inserción en las comunidades rurales articulandose a las pau-
tas que la tradición local establece como principios estructurales de
identidad. Tales principios estructurantes se han visto fuertemente so-
metidos a profundas transformaciones tras la Segunda Guerra Mundial,
cuando se produce el incremento de los mercados y la intensificación
tecnológica. En cierto sentido los styles of farming pueden considerarse
como las respuestas intrarregionales adoptadas por los agricultores hacia
la tecnología y los mercados. Para van der Ploeg, «desde que el in-
cremento de la estructuración de los mercados y la orientación del
desarrollo tecnológico han llegado a constituirse en el objeto de las po-
líticas agrarias, los styles of farming, han llegado a emerger, consecuen-
temente, hasta cierto punto como las respuestas de los agricultores a
las políticas agrarias nacionales e internacionales» (Ib.: 13).
La dimensión hegemónica adoptada por la agricultura industrializada
se proyecta sobre este concepto debilitando profundamente su natura-
leza; sin embargo, permanecen sin duda algunos elementos del núcleo
central del concepto originarios de Hoftee, que Van der Ploeg define
como los siguientes:

1. El discurso y la práctica de los agricultores, como unidad específi-


ca que articula su trabajo manual y mental, aparece reflejado en el
manejo de los recursos naturales como una unidad; «contrariamente
a lo que pasa en la producción capitalista mercantilizada donde se
da una separación del diseño, ejecución y control.
2. Un estilo de manejo contiene la específica estructuración de los pro-
cesos de trabajo y de la organización del tiempo y del espacio de
una particular organización de los procesos de producción. Y ello,
incluyendo el amplio rango de interrelaciones técnicas, económi-
cas y sociales existentes en la estructuración particular que genera
el proceso de desarrollo al nivel de las explotaciones agrarias. «Con-
secuentemente, el style of farming podría ser definido en términos
de escala, de su nivel de intensificación, de las interrelaciones en-
tre el capital y el trabajo y de la especificidad de los aspectos téc-
nico productivos particulares de cada lugar.»
3. El style of farming representa la existencia de conexiones específi-
cas entre las dimensiones económicas, sociales, políticas, ecológicas
y tecnológicas. Cada estilo contiene una específica coordinación de

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los dominios de la producción y reproducción, por un lado; de las
relaciones económicas e institucionales, por otro lado; y de las re-
laciones sociales, por otro lado. Ello determina que el style of farming
aparezca como «el punto nodal específico entre las dimensiones
señaladas de forma tal que permita transferir significado de una
dimensión a otra». En este sentido el style of farming es tanto una
entidad pluridimensional como una localización específica donde,
por ejemplo «lo económico presenta sus consecuencias ecológicas;
o donde, viceversa, las consideraciones ecológicas son transforma-
das dentro de una posición específica de lo económico» (Ploeg,
1991: 13).

Perspectiva teórica del desarrollo rural y sustentable


institucionalizado: el Farming Systems Research
La perspectiva teórica del desarrollo rural sustentable institucionalizado
surge de la aplicación a la agricultura de la teoría general de sistemas a
la agricultura generando el abordaje agronómico llamado Farming
System Research (FSR) y los marcos teóricos periféricos a él del farmer
first y la «agricultura sustentable de bajos insumos externos». Existe, no
obstante un interesante precedente: el marco teórico del «ecodesarrollo»
de Ignasi Sachs. Dado que el grueso de las aportaciones a esta perspec-
tiva provienen del FSR , vamos a centrar nuestro análisis en este
«macromarco teórico». Su objetivo central era mitigar la degradación de
los recursos naturales y los costes sociales (expulsión de la pequeña
agricultura campesina) que estaba produciendo la Revolución Verde. Se
buscaba romper la dimensión parcelaria y el enfoque con «orejeras dis-
ciplinarias» de la Agronomía convencional. Los puntos de partida fue-
ron, por un lado, la búsqueda de la satisfacción de las necesidades in-
dividuales a través de una agricultura a pequeña escala de naturaleza
industrializada, pero con bajos imputs y, por otro, una agricultura in-
tensiva, fuertemente industrializada, aunque de naturaleza sistémica para
el mercado.
El armazón teórico de esta perspectiva partía del «sistema predial»,
o explotación agraria, como unidad de análisis a la que se aplicaba el
concepto de sistema, para utilizarla como herramienta integradora con
los «itinerarios de las operaciones técnicas»; a ello se unía el concepto
de «sistema agrario» como articulación de «un territorio rural concreto
en el que una población ejerce gran parte de su actividad económica
para la puesta en valor del medio en un contexto socioeconómico dado»,

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situando en una posición central al «hecho técnico» en el campo de
estudio de la Agronomía (R. Gras, M. Benoit, G.P. Deffontames, M.
Duru, M. Lafarge, A. Langlet y P.L. Osty, 1989: 17).
En realidad existe una gran variedad de propuestas técnico-
agronómicas que se engloban bajo el paraguas del Farming System
Research. No obstante, algunos autores diferencian dos enfoques por
lo que lo hemos considerado aquí: uno surge en Francia, encontrando
un fuerte apoyo institucional en su sistema de investigación agronómica
(enfoque francófilo) y otro en Gran Bretaña, generado como consecuen-
cia de la experiencia desarrollada por los proyectos agrícolas
implementados en sus antiguas colonias (enfoque anglófilo). Ambos
fueron adoptados por las instituciones de investigación agronómica
(CGIAR) generadas por la articulación transnacional de los estados in-
corporando este abordaje agronómico a sus acciones de cooperación
internacional con el llamado Tercer Mundo. (Spedding, 1975; Tripr,
1991: 3-16 Dent y Mc Gregor, 1994). Merece la pena reseñar esque-
máticamente, la introducción histórica de la investigación sistémica en
la agricultura francesa, probablemente pionera en la construcción de este
enfoque. Cuando se crea el INRA hacia 1947, los departamentos de
investigación que se constituyen, adquieren una clara estructura disci-
plinaria olvidando a los «agraristas de mitad del siglo XIX, donde
Gasparín, ya en 1848, utilizaba el concepto de sistema de cultivos».
Durante los años setenta, el sistema investigación/extensión de Fran-
cia atravesaba una fuerte crisis como consecuencia de la larga y frustra-
da espera de que los agricultores dinámicos y progresistas expandieran
sus formas de manejo al resto de los agricultores, como resultado de la
transferencia realizada «de arriba abajo». Como consecuencia de ello,
tuvo lugar la crítica de R. Dumont a la enseñanza agrícola, que no con-
sideraba la diversidad de las estructuras agrarias y que mostraba una
fuerte rigidez en sus recomendaciones técnicas, poniendo en riesgo los
recursos naturales y el legado cultural que poseían las comunidades
rurales como portadoras de un conocimiento histórico agrario. Por aque-
llos años, Hènin y Sebillote iniciaron la «investigación en finca» en Fran-
cia, con una nueva concepción agronómica, introduciendo el concepto
de itinerarios técnicos y recuperando, aunque redefinido, el concepto
de la «Agronomía histórica francesa» de «sistema de cultivos».
Hacia 1979, se crea el Institute Nationale de la Recherche Agrono-
mique-Systèmes Agraries et le Dévéloppement (INRA-SAD); como res-
puesta a la crisis institucional. Los análisis sistémicos del nuevo Groupe
de Recherches Non Sectorielles des départements d’Agronomie et de

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Recherches sur les Systèmes Agraires et le Développement, trabaja me-
diante: investigación en finca aplicando el enfoque sistémico a la Agro-
nomía; y a nivel local, considerando las relaciones de la explotación
agraria con el uso del suelo y con la organización social y económica
de las comunidades en que ésta se ve inserta. Las investigaciones del
SAD que han desarrollado el estilo francófilo del Farming Systems
Research, aplicando su modelo en diversos países de sus antiguas colo-
nias e incluso, como veremos después, en Latinoamérica, se centran en
los siguientes campos de acción: 1) el funcionamiento y evolución de
las fincas en sus contextos técnico, económico y social; 2) el estudio
de las herramientas para la toma de decisiones; 3) la generación de tec-
nologías de manejo conjunto de cultivos y ganado; 4) los sistemas agra-
rios y el uso del suelo y 5) los sistemas agrarios, de producción y pro-
cesado de productos alimentarios (Cf. R. Gras et al., 1989; Joseph
Bonnemaire, en J.B. Dent & M.J. McGregor, 1994. Y para la perspec-
tiva anglosajona Cf. R. Tripp, 1991: 3-16; David Gibbon, en J.B. Dent
& M.J. McGregor, 1994: 3-18).
El estilo anglófilo del Farming Systems Research no difiere sustan-
tivamente del anterior y podría ser sintetizado (a través de la figura que
adquiere un mayor protagonismo desde una perspectiva, tanto teórica
como institucional), como propone David Gibbon en los siguientes
términos: a) investigación orientada hacia el agricultor; b) enfoque
sistémico; c) búsqueda rápida para resolver problemas; d) enfoque
interdisciplinario (incluyendo a sociólogos y antropólogos, los cuales
habían sido marginados del trabajo en equipo realizado por los orga-
nismos internacionales); e) experimentación en finca; f ) participación
de agricultores en el desarrollo de tecnologías; g) enfoque holístico y,
h) desarrollo dinámico e interactivo de los proyectos implementados,
(David Gibbon, 1994: 3-18).
Para llevar a cabo un proceso de FSR se suelen considerar cuatro fases
(Boden, R.F. 1997; Gilbert et al., 1980). La primera es una fase descrip-
tiva o de diagnóstico en la que se elige el objeto de estudio, ya sea una
zona, un conjunto de explotaciones o una explotación en particular (lo
más común en FSR es el estudio de comunidades o de varias explotacio-
nes con semejanzas o diferencias planificadas). A continuación se realiza
un rastreo de la información secundaria disponible a fin de minimizar el
coste de cosecha de información primaria. Por último, se recoge el máxi-
mo de información posible a través del trabajo de campo, para lo cual se
suele utilizar el diagnóstico rural rápido y participativo, aunque también
son utilizables técnicas distributivas (sondeos, encuestas, etc.).

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La segunda fase es la de diseño, consecuencia de la anterior, en la
que deben haberse localizado los problemas a resolver, los limites y las
prioridades de investigación para resolverlos. En algunos casos resulta
necesario el diseño de ensayos en estación experimental por su com-
plejidad, o bien ensayos en finca (on farm research). La tercera fase es
la evaluación de los resultados obtenidos en la fase de diseño. Para ello
se realizan experiencias en campo con los agricultores, pudiendo ser más
o menos dirigidas por el investigador. La cuarta fase es la de extensión,
tras haber llegado a soluciones en las que las tres partes implicadas (agri-
cultor, investigador y extensionista) están de acuerdo a fin de introdu-
cirlas en programas de desarrollo pensados para zonas con problemas
similares.
Durante los últimos veinte años este método ha recibido muchas
críticas, debido a que los investigadores se han centrado preferentemente
en la fase de caracterización, desarrollando únicamente algunas partes.
Según Boden (1997), el inconveniente del FSR es la gran cantidad de
datos que se toman para caracterizar los predios, generando a veces
información irrelevante y muy costosa en tiempo y esfuerzo. Esto es
debido a su carácter multidisciplinar y a que los científicos no suelen
conocer realmente la realidad de los agricultores, ignorando por lo ge-
neral la cosmovisión de la cultura local donde se desarrolla el estudio
(Chambers, 1997; Scoones & Thompson, 1994; Salas, 1997).
Sin embargo, la crítica a este enfoque del manejo de los recursos
naturales, introductor del abordaje sistémico y participativo en la Agro-
nomía no se realiza tan sólo desde Europa. En un seminario sobre sis-
temas de producción que tuvo lugar en Curitiba (Brasil) en 1999, se
hace un balance de este enfoque, tras dos décadas de experiencia, en la
agricultura latinoamericana (Doni Filho, Tommasino y Brandenburg,
1999). A partir del reconocimiento de las ventajas del abordaje sistémico
(holístico, interdisciplinario, considerador de lo objetivo y de lo subje-
tivo y con una relación de interacción de diálogo con los productores)
respecto del abordaje agronómico tradicional (reduccionista, disciplinar,
objetivo y con una relación externa con los productores) se pasa a de-
sarrollar un análisis crítico del mismo. Así, al considerar que el enfo-
que sistémico, aplicado a la producción agropecuaria, tiene en cuenta
las condiciones reales de la producción y reconoce la diversidad y com-
plejidad de las unidades de producción, se señala, también, la tenden-
cia a la diferenciación social de los productores, al delimitar las fronte-
ras de su estudio sin considerar «los efectos de su relación con el sistema
económico global.

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Recopilando la información de las principales críticas realizadas a la
aplicación del enfoque sistémico de la investigación agronómica en
Latinoamérica, Guillermo Foladori y Humberto Tommasino señalan
que: 1) el enfoque holístico no distingue jerarquías en el análisis, ni
establece criterios de delimitación, tampoco contempla los aspectos
macroanalíticos del tema, ni introduce la sustentabilidad ambiental; 2)
la naturaleza interdisciplinaria de su análisis dificulta el trabajo de in-
vestigación, ya que los informes técnicos no permiten un diálogo ni
interacción de saberes disciplinarios; 3) la consideración de la realidad
objetiva y subjetiva en forma conjunta genera una clara confusión, ori-
ginándose una sobrevaloración del saber del productor y 4) la relación
de «interacción y diálogo» con los productores, se realiza de forma tal
que desconoce las diferencias de intereses entre el investigador y el pro-
ductor, cayendo en muchos casos en el espontaneísmo y la manipula-
ción (Foladon y Tommasino, 1999: 130-140).6

6. A un nivel, genérico varios años antes llevamos a cabo (desde la perspectiva de la


Agroecología y resaltando sus deficiencias) una evaluación de este abordaje agronómico
que merece la pena reproducir aunque la cita sea algo extensa: «1) Aunque tanto el
Farming Systems Research francófono como el anglófono afirman que abordan los pro-
blemas experimentados en el nivel de la granja, no han realizado ningún intento de li-
berar a los productores de su dependencia tecnológica de las corporaciones transnacionales
y los carburante fósiles. 2) Mientras puede parecer evidente su enfoque sistémico, no
reconocen los recursos naturales y humanos como elementos de los ecosistemas vivos.
3) El enfoque multidisciplinar que adopta la mayoría de la investigación de sistemas
agropecuarios carece de una verdadera orientación multidisciplinar y además ignora el
concepto aún mas importante de orientación transdiciplinar (Leff, 1994: 41-51). 4) Del
mismo modo, mientras la mayoría de la investigación se realiza fuera de las explotacio-
nes agrarias, la relación es del tipo patrón-cliente (investigador-agricultor) más que en-
tre iguales, como pretende el enfoque de la «Investigación Acción Participativa», que por
otro lado requiere para su aplicación efectiva un compromiso sociopolítico. 5) El holismo
que proclama la FSR, como hemos mencionado arriba al respecto de la dependencia tec-
nológica, también ignora el argumento de Maxwell (1986) de que los cambios estructu-
rales, fuera de la economía de la granja, representan una influencia clave en las estrate-
gias de producción agrícola que han constituido los procesos de la globalización, todavía
ignorados por el movimiento del FSR. 6) Quizás la crítica más importante que se puede
hacer al FSR sea su adhesión a los cánones epistemológicos de la ciencia convencional.
Irónicamente, la construcción de modelos mecanicistas y lineales de sistemas agrope-
cuarios, basados en datos promedio sobre imputs y outputs, oscurece nuestro reconoci-
miento de su naturaleza dinámica (Allen, en Ayres y Simonis, 1994). Nosotros afirma-
mos que la riqueza y la vitalidad de los agroecosistemas descansa en la existencia de una
amplia diversidad tanto en los elementos naturales como culturales, que no pueden com-
prenderse en términos de promedios.» (Sevilla Guzmán y Woodgate, 2002: 87).

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Como puede comprobarse de estas críticas al Farming Systems
Research, su máxima debilidad reside en la naturaleza de la interacción
que desarrolla con los agricultores por el tipo de «participación» que
establece. Es éste un problema que la Agronomía ha encarado desde
hace tiempo. De hecho, han surgido en las últimas décadas numerosas
siglas correspondientes a diferentes formas de aproximarse a los proble-
mas agronómicos; básicamente, en función del concepto de participa-
ción por parte del agricultor. Sin ánimo de exhaustividad, las más co-
nocidas son las denominadas: On Farm Research (OFR), On Farm Client
Oriented Research ( OFCOR ), Agroecosystems Analysis, Farmer
Participatory Research (FPR). Mientras que el Fagming Systems Researh
ha seguido una tendencia muy positivista, en términos generales, com-
partida por la mayoría de las propuestas agronómicas participativas se-
ñaladas (como el OFR y el OFCOR), sin embargo el FPR considera el
conocimiento como un proceso social y un sistema en sí (Boden, 1997),
por lo que la participación del agricultor se convierte en un elemento
central. Como lo es para la Agroecología, dado que, además de ser una
forma de aplicación de la ecología a la agricultura, considera que el
conocimiento es el resultado de un proceso de coevolución entre el
hombre y la naturaleza donde éste se desarrolla; por ello, el conocimien-
to campesino constituye una fuente esencial para el diseño de sistemas
sostenibles (Norgaard, en Altieri, 1987).
Desde este punto de vista, la Agroecología se ubica, en términos
metodológicos, no tanto en el Farming Sistems Research (aunque uti-
lice de éste, el enfoque sistémico y otros de sus elementos) como en la
«Investigación-Acción Participativa» (IAP), aplicada a la Agricultura. En
esta dirección surgió, a mediados de los años ochenta, la «agricultura
participativa» (Richard, 1985; Chambers, 1983; Reintjes, et al., 1992).
Esta propuesta pretendía la revalorización del conocimiento «campesi-
no», local o indígena, mediante la aplicación a la agricultura de la in-
vestigación-acción participativa, la crítica al desarrollo rural de los or-
ganismos internacionales y la búsqueda de un desarrollo participativo
de tecnologías agrarias; todo ello en el contexto de un Farming Systems
Research donde las variables sociológicas, antropológicas e históricas,
desempeñaran un papel destacado.
En definitiva, el intercambio entre el investigador y la realidad in-
vestigada requiere la percepción mutua de discursos y la búsqueda de
un diálogo, mediante múltiples mecanismos sociales de ajuste. La crí-
tica que la agricultura participativa hace, tanto de la agricultura como
del desarrollo rural convencionales, se basa (en unos de sus más fuer-

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tes argumentos) en la dimensión asimétrica de poder que posee el in-
vestigador al presentarse con un conocimiento científico, autodefinido
como superior, con una mayor riqueza —al menos en términos de pri-
vación relativa— y con el prestigio de una condición sociocultural
coactivamente presentada como superior. Frente a él aparece el agricul-
tor, campesino o indígena, en una situación de «objeto analizado» que
recibirá ayudas por su condición de inferioridad. Con ello se desprecia
la sabiduría acumulada por generaciones en los agroecosistemas socia-
les, así como las soluciones propias elaboradas desde ellos a los proble-
mas actuales que pueden surgir desde lo local y que, en general, son
imperceptibles para el investigador desde su distancia sociocultural
(Chambers, 1983: 75-76).
Junto a la agricultura participativa, aparece una dimensión global de
búsqueda de mejora del nivel de vida de las comunidades rurales afec-
tadas, así es posible definir un desarrollo rural desde la agricultura
participativa como el conjunto de esquemas de naturaleza productiva,
que parten del reconocimiento de la necesidad y/o el interés de traba-
jar con las comunidades locales en la identificación, diseño, imple-
mentación y evaluación de los métodos de desarrollo endógeno más
adecuados para la resolución de sus problemas, con la utilización de la
agricultura participativa como elemento central del diseño (Rhoades,
1984; Chambers, 1983).
La ruptura epistemológica con el desarrollo convencional surge de
la experiencia acumulada en los últimos treinta años en América Lati-
na, África y Asia respecto a que los campesinos no sólo tienen un am-
plio conocimiento de sus sistemas agrícolas, sino que, además, son ca-
paces de dirigir pruebas y experimentos. La ceguera ante dichas prácticas
se ha debido a lo que Chambers denomina como los «sesgos de la
imperceptibilidad rural».
En un esfuerzo de esquematización éstos podrían se definidos como
a) el «sesgo del asfalto», que se refiere a que los técnicos sólo trabajan
en los «bordes de lo urbano», es decir, a donde llega el asfalto y a las
proximidades accesibles por sus caminos; b) el «sesgo de los contactos»,
ya que sólo se trabaja donde se han realizado previamente otros pro-
yectos, ya existen datos y hay contactos con los campesinos del lugar;
c) el «sesgo del valor personal», referido a que hay que trabajar con lí-
deres locales (visión elitista), con hombres (visión machista), con
adoptantes de innovaciones y con los más activos (visión etnocentrista);
d) el «sesgo de la comodidad climática», referido a que sólo se trabaja
en las estaciones secas, en que las condiciones son más favorables; e) el

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«sesgo de la delicadeza o diplomacia», referido a que hay que mostrarse
educado y tímido al hablar sobre la pobreza del país o región estudia-
da, alejándose de sus problemas; f ) el «sesgo de la profesionalidad», que
hace referencia a la importancia de no involucrarse en problemas aje-
nos a nuestra especialización científica (Chambers, 1983: 13-23).

Breve anotación final sobre la Sociología del desarrollo rural


Aunque hemos señalado anteriormente que el marco teórico de la So-
ciología Rural, como crítica medioambiental a la agricultura industria-
lizada, se separa claramente de la Sociología del desarrollo rural; en rea-
lidad lo hace por su clara oposición a los enfoques todavía prevalentes
en la Sociología de la Agricultura, vinculados al desarrollo rural reali-
zado desde los organismos internacionales. Hay una importante, aun-
que minoritaria fracción de los críticos medioambientales, que se in-
troduce en el tema del desarrollo rural, desde una perspectiva
conflictivista y con un claro impulso renovador, que queremos consi-
derar aquí, para cerrar este capítulo.
Aunque la caracterización de las formas de dependencia, que el sis-
tema agroalimentario global establece sobre los agricultores a nivel
macroeconómico, sea el enfoque prevalente en la Sociología de la Agri-
cultura, sin embargo, en nuestra opinión, el conjunto de trabajos más
relevantes de esta perspectiva son aquellos que analizan desde un enfo-
que microsociológico las formas de resistencia a la modernización que
impone la agricultura industrializada. En el capítulo II señalamos ya las
críticas al tipo de desarrollo rural que generaba la Perspectiva teórica
de la modernización agraria y el cambio social planificado provenientes
de la «escuela de Wageneingen», iniciadas por Norman Long (1977,
1984, 1989; Long, Ploeg et. al., 1986; Long and Ploeg, 1990 y Long
and Long, 1992) y continuadas por Jan Douwe van der Ploeg (1990,
1992, Ploeg and Long, 1994; Ploeg, Long and Banks, 2002). Lo rele-
vante de tales críticas lo constituye su base empírica, vinculada a pro-
puestas obtenidas a través de estudios de caso de experiencias alternati-
vas basadas en agriculturas de base ecológica, que llega a formular un
modelo emergente de desarrollo rural alternativo, a través de sus pro-
yectos europeos (Ploeg, Broekhuizen, Sevilla Guzmán, Nikolaidis,
Cristovao, Portela, Benvenuti, y Saccomandi, 1995). Este «modelo en
construcción» aparece ya esbozado en la obra clave de Ploeg, The Vir-
tual Farmer (2003), donde caracteriza los movimientos de soslayo de
los agricultores para eludir la mercantilización que les pretende impo-

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ner el manejo industrial de los recursos naturales, propugnado por las
políticas públicas. Dicho modelo comienza a adquirir un contexto teó-
rico en sus últimos trabajos7 donde se apunta la aparición de un pro-
ceso de campesinización de la agricultura europea (Cf. Ploeg, et. al., 2002
y Sevilla Guzmán, 2003) que puede interpretarse como una aproxima-
ción a la Agroecología.
Queremos concluir señalando que, en el contexto teórico generado
por estos trabajos, Terry Marsden (2003) ha construido la tipología de
las tres dinámicas de desarrollo rural, que en la actualidad coexisten en
el territorio europeo que adopta una posición muy crítica respecto a
las políticas agrarias desarrolladas por la Unión Europea y señalando la
necesidad de introducir en la política agraria comunitaria los cambios
de naturaleza medioambiental que se perciben en valiosas experiencias
de resistencia por parte de estos sectores minoritarios marginales. Di-
cha tipología diferencia: 1) una «dinámica hegemónica de la insusten-
tabilidad»; 2) otra «dinámica posproductivista de la economía social del
espacio rural; y, finalmente, la marginal, pero emergente 3) dinámica
del desarrollo rural agroecológico. El referido texto del profesor Marsden
(basándose en las investigaciones —Cf. el proyecto europeo reseñado

7. En el proyecto realizado para la Unión Europea (1999-2003) Development


Policies: Realities and Potentials (FAIR-CT-4288) coordinados por Jan Douwe van der Ploeg,
participaron dirigiendo distintos equipos Karlheinz Knickel, de Alemania; Terry K.
Marsden, de Gales; Flaminia Ventura, de Italia y Joseph Mannion, de Irlanda junto con
el ISEC de España. Las universidades implicadas y los participantes son los siguientes:
El grupo coordinador estaba en la Universidad de Wageningen, Jan Douwe van der Ploeg
(coord.), Henk Renting, Dirk Roep, Henk Oostindie y Laurens Vogelezang; el grupo
alemán de la Universidad Johann Wolfgang Goethe de Frankfurt: Karlheinz Knickel
(oord), Burkhard Schaer, Armin Kullmann y Jörg Schramek; el equipo galés coordina-
do por Terry K. Marsden de la Universidad de Gales compuesto por dos subgrupos: Jo
Banks, Nick Parrott y Everard Smith y el del Cheltenham and Gloucester; el grupo
italiano coordinado desde la Universidad de Perugia por Flaminia Ventura e integrado
por A.C. Rossi, Rossella Pampanini, y Pierluigi Miloni, con dos subgrupos el coordina-
do por Mara Miele con Gianluca Brunori, Luciano Iacoponi y Diego Pinducchiu, y el
integrado desde el Centro Ricerche Pruduzioni Animali de Reggio Emilia por Kees de
Roest, Alberto Menghi y Eugenio Corradini; el grupo irlandés del University Collage
Dublín coordinado por Joseph Mannion y compuesto por James Kinsella, Deirdre
O´Connor, James F. Phelan, Mónica Gorman y Susan Wilson y el equipo español co-
ordinado desde el Instituto de Sociología y estudios campesinos de la Universidad de
Córdoba (Eduardo Sevilla Guzmán, Antonio Alonso Mielgo, Gloria Guzmán Casado y
la participación durante el primer año de Armando Contreras Hernández) e integrado
por dos subgrupos: en la Universidad de Vigo por Xavier Simón y Dolores Domínguez,
y en la Universidad del País Vasco por José Ramón Mauleón.

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en la nota al pie de página 6— realizadas por el mencionado equipo
coordinado por Ploeg), muestra con extraordinaria nitidez la evolución
del tipo de agricultura que la política agraria europea, que potenciaba
las referidas dinámicas de desarrollo rural, ha ido generando, desde al
menos los últimos treinta años.

1. Una dinámica basada en el modelo agroindustrial, todavía hoy he-


gemónico, que pretendía la búsqueda de productos estandarizados
mediante la aplicación de tecnologías agrarias basadas en capital in-
tensivo y que pretendían alcanzar un óptimo (nivel cuantitativo)
de producción. El sistema agroalimentario, que lo integraba, dise-
ñaba toda una estrategia de comercialización basada en largas y
complejas cadenas de abastecimiento, que se sustentaban a través
del desarrollo continuado de tecnologías integradoras, que han ge-
nerado, consecuentemente, un decrecimiento del valor de los pro-
ductos y de las estructuras de producción primarias (Ib.: 25-48).
2. Otra nueva dinámica, la del «modelo posproductivista de econo-
mía social», generado en la última década para tratar de manejar
de manera más eficiente la insustentabilidad generada por el mo-
delo anterior. Se basa éste en la concepción de los espacios rurales
como un espacio de consumo; la marginación de la agricultura con
una «declinación industrial» y la utilización de las tierras rurales
como un espacio de desarrollo, buscando proveer con él de servi-
cios públicos medioambientales mediante la venta del paisaje ru-
ral. Y todo ello basado en una falsa economía social y un uso de
«lo natural» como un factor de atracción en el contexto de un pro-
ceso de urbanización del campo (Ib.: 96-117).
3. Y una última dinámica de desarrollo rural generado (en gran me-
dida de forma espontánea, aunque en el favorable contexto creado
en la última década) por la articulación de experiencias producti-
vas de naturaleza medioambiental. Su aparición ha sido posible
gracias al contexto generado por la nueva política de estructuras que
potencia, casi como externalidad positiva, este tipo de experiencias
(como el estudio de caso sobre el que se basa esta investigación),
en cuyo seno se da el diseño asociativo y la generación de redes
que articulan a los movimientos sociales rurales en dinámicas de
desarrollo local (Ib.: 161-177).

El análisis de Terry Marsden parece apuntar hacia la pertinencia de


una suerte de hibridación tecnológica entre el conocimiento local y el

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científico en la construcción de modelos para un futuro desarrollo ru-
ral europeo, adoptando así posiciones claramente agroecológicas. Por ello
consideraremos este contexto teórico en el Capítulo VIII en el que ca-
racterizaremos esquemáticamente el pensamiento social agrario alterna-
tivo, en el que se inscribe la Agroecología.

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VI. EL DESARROLLO RURAL CONTRA
EL CAMPESINADO (II):
LA TEORÍA DE LA DESCAMPESINIZACIÓN
COMO MODERNIZACIÓN AGRARIA
DEL MARXISMO ORTODOXO

Nota introductoria
En el presente capítulo queremos mostrar el marco teórico de la econo-
mía y sociología políticas leninianas de la perspectiva teórica de la So-
ciología de la Agricultura; señalando su fuerte conexión con el liberalis-
mo funcionalista agrario, definido en capítulo IV a través del marco
teórico de la «descampesinización y el cambio tecnológico inducido» de
la Perspectiva teórica de la modernización agraria. Para ello, partiremos
de una clarificación conceptual sobre el pensamiento de Lenin y la
instrumentalización política que de éste hizo el marxismo leninismo al
descontextualizar su praxis intelectual de su acción política, en la diná-
mica del despotismo estalinista. Adelantaremos así algunos elementos de
la nueva tradición de los estudios campesinos (que consideraremos es-
quemáticamente, al ser algo teóricamente ajeno a la Sociología Rural,
en el capítulo VIII). Pretendemos mostrar, así, cómo es posible definir
una economía y sociología políticas leninianas desde la acumulación teó-
rica realizada por la literatura que hemos adscrito, siguiendo a Buttel,
en la Sociología de la Agricultura; aunque ello no responda realmente
al pensamiento de Lenin, tal como ha sido magistralmente analizado por
Shanin, desde los estudios campesinos. Para explicar dicha contradicción
caracterizamos una de las ideologías del «desarrollo» (W. Shachs, 1992),
que definimos aquí como la «ideología de la agonía del campesinado».
De esta forma, pretendemos establecer el contexto teórico del marco he-
gemónico en la Sociología Rural de la década de los ochenta.
No obstante, el objetivo central de este capítulo es mostrar el mar-
co conceptual para el análisis del campesinado que, desde una perspec-
tiva microanalítica, elaboró Alain de Janvry, como una teoría de la
descampesinización, análoga a la que realizara Everett Rogers al carac-

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terizar la subcultura campesina para modernizarla. Al igual que hici-
mos en el capítulo II, donde caracterizamos la teoría del continuum
rural-urbano, utilizando en la mayor medida posible las propias pala-
bras de los autores (fundamentalmente Pitirim E. Sorokin, en este caso),
pretendemos exponer ordenadamente esta estructura conceptual que
muestra con gran nitidez las formas históricas de extracción del exce-
dente del campesinado, aunque lo haga desde una interpretación
unilineal del proceso histórico claramente inscribible en el marxismo
ortodoxo definido en el capítulo introductorio.
Estas tres teorías (rural-urbano, de la modernización de los campesi-
nos y de la descampesinización) son, en nuestra opinión, los tres esque-
mas explicativos hegemónicos durante todo el siglo XX en el pensamien-
to social agrario convencional: la primera, desde la perspectiva teórica
de la Sociología de la Vida Rural; la segunda desde la de la moderniza-
ción agraria y del cambio social planificado; y la tercera, desde la So-
ciología de la Agricultura. Esta última es especialmente relevante por-
que actúa como puente teórico entre las dos últimas, mostrando además
el viraje ideológico que experimenta la teoría de la Sociología Rural: des-
de un vacío conceptual que no llegaba a rebasar la dimensión puramente
descriptiva (rural-urbano), que llega a armarse con las herramientas de
la explicación funcional (modernización de los campesinos), hasta un
neoliberalismo estructuralista agrario, que maquillaría las formas
tautológicas del funcionalismo inicial. Ello se llevaría a cabo desde la
aceptación de las raíces neoclásicas respecto a la explicación del funcio-
namiento de la naturaleza como «factor tierra»; primero con la intro-
ducción de la «teoría de sistemas» del Farming Systems Research; y
después, con la introducción, puramente formal, del lenguaje conflic-
tivista del marxismo ortodoxo a la hora de abordar la globalización del
sistema agroalimentario, aunque pronto (incursión fugaz de los años
ochenta) se desecharía de sus modos de explicación.1
Finalizamos con una conclusión que pretende completar a nivel
macrosociológico el análisis micro de Alain de Janvry. Así, siguiendo a
José Luis Calva, explicitamos la interpretación de la evolución históri-
ca del campesinado desde el marxismo ortodoxo. Concluimos este apar-
tado último mostrando nuestra opinión sobre el tema y comparando

1. En el recorrido de los marcos teóricos de la Sociología de la Agricultura que hemos


realizado en el capítulo V, nos hemos detenido precisamente en las excepciones teóricas a
esta dinámica como son los trabajos de Harriet Friedmann, Jan Douwe van der Ploeg,
Terry Marsden y los autores citados en los contextos teóricos por ellos establecidos.

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dicha definición con aquella que surge desde la perspectiva agroecológica
que preside nuestro análisis.

Sobre el marxismo leniniano de la Sociología


de la Agricultura
Como adelantamos en el capítulo V, al caracterizar esquemáticamente
los marcos teóricos de la Sociología de la Agricultura, Frederick Buttel
señala detectar una corriente de pensamiento marxista que denomina
«economía y sociología política leninianas» para designar la vasta hete-
rogeneidad que apunta una clara praxis intelectual y política vinculada
a la desaparición del campesinado. Consideramos fundamental aclarar
este punto ya que puede producir confusiones teóricas importantes. La
primera clarificación conceptual ha establecer sería la de que el diferen-
ciar entre marxismo leninismo y pensamiento leniniano. Este último lo
constituye la propia obra de Vladimir Ilich Ulianov «Lenin» (otro de
los autores clásicos del pensamiento social agrario) que estuvo vincula-
da a las realidades sociopolíticas de la Rusia prerrevolucionaria, prime-
ro, y de la URSS, después. Su interpretación sin una contextualización
de la coyuntura política que le llevó a escribir cada texto constituye una
interminable fuente de deformaciones;2 sin embargo sus escritos agra-
rios constituyen una aportación de especial relevancia al pensamiento
social agrario, en general, y a los estudios campesinos, en particular.

2. La más común es confundir el pensamiento de Lenin, que teorizado desde la


contextualización de sus escritos adoptaría el nombre de marxismo leniniano, con el
conjunto de desarrollos de parte de su obra encaminados a obtener la asimilación, por
parte del proletariado de una práctica intelectual y política para llevar acabo la revolu-
ción en unas coordenadas de tiempo y espacio determinadas. De esta forma, las praxis
intelectuales y políticas elaboradas en la Rusia prerrevolucionaria, en Cuba por Fidel
Castro y sus guerrilleros, y en Nicaragua por el sandinismo, respondían a la acción so-
cial colectiva diseñada por los intelectuales instrumentalizados por marxismo leninismo
para provocar el cambio social revolucionario. Se basa esta versión en los conceptos teó-
ricos de «vanguardia», «conciencia de clase en sí y para sí», la importancia de la «orga-
nización en la acción social colectiva» y «táctica y estrategia en la dinámica del cambio
planeado», diseñados por Lenin en ¿Que hacer? (1902); Un paso al frente dos pasos atrás
(1904); Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (1905); El Estado
y la revolución (1917); Acerca del infantilismo izquierdista y del espíritu pequeño burgués
(1918); y Mas vale poco y bueno (1923) ( Cf. V. I : Lenin, 1961; 3 vol.). Así, en aquel
momento histórico una élite intelectual transmitió, a la pequeña población ya empleada
en la industria en gran escala, su praxis política de liberación en la infraestructura
organizativa delimita de por la Teoría de Lenin del partido político, como generador de
la táctica y estrategia de la acción social colectiva revolucionaria.

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Por el contrario el marxismo leninismo constituye una ideología po-
lítica surgida desde 1925, mediante la forma de dominación política que
adoptó el socialismo real con la dictadura stalinista, instrumentalizando
a los intelectuales de todos los partidos políticos comunistas del mun-
do para servir a los intereses de la URSS. Así, desaparecido Lenin se
pretendía encontrar la estrategia por él diseñada, con la fertilidad ana-
lítica de sus adaptaciones a cada coyuntura histórica, que mostró su
esquema en Rusia para su aplicación universal. Tal ideología, que pre-
tendía rebasar la idea de un modelo de revolución, adoptó el nombre
de marxismo leninismo como doctrina del marxismo, en tanto que vi-
sión del mundo, y «tenía por objeto asegurar la disciplina y exclusivi-
dad de los cuadros del partido y su indiscutible pretensión de liderazgo.
De esta forma se invirtió la relación entre clase obrera y su conciencia
de sí misma: en primer lugar con la ayuda de los intelectuales que per-
tenecían al partido, los cuadros del mismo desarrollaban esta concien-
cia de clase cuyo núcleo estaba constituido por la visión marxista del
mundo y, consecuentemente dicha conciencia era trasmitida a la clase
obrera, que después de la revolución creció rápidamente. Mientras que
Lenin estaba aún dispuesto a aceptar revisiones de su teoría, sobre la
base de las circunstancias empíricas, con Stalin la doctrina de la visión
del mundo quedo congelada en dogma durante el período de la cons-
trucción de un socialismo burocrático de Estado. El marxismo se con-
virtió en la doctrina oficial del Estado y del partido y era un punto
obligatorio para todos los ciudadanos soviéticos. Fue en este período,
aproximadamente a partir de finales de los años veinte, cuando la vi-
sión del mundo se convirtió en una camisa de fuerza que se impuso,
no solamente a los ciudadanos; sino también a la ciencia y al arte».
(Bottomore, 1984: 496; Shanin, 1988).

Acerca de una confluencia perversa


Hace varios años analizamos con Salvador Giner la ideología que tanto
el pensamiento liberal como el marxismo presentaba como una ley cien-
tífica: la desaparición del campesinado. Señalábamos entonces (Giner y
Sevilla Guzmán, 1980: 14 y 15), que:

Se ha transformado en un artículo de fe, en muchos países y entre


muchos constructores de opinión que no puede producirse el desa-
rrollo económico ni el progreso social; y por supuesto, tampoco lo
que es, para muchos, mas importante la grandeza nacional sin una
concomitante erosión (o quizás eliminación) del campesinado. Aun-

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que no hay ninguna razón para dejar de creer en la honestidad de
los gobernantes que han creado «villas socialistas» o «comunas cam-
pesinas», su política general de industrialización de la agricultura para
obtener la grandeza nacional ha consistido en forzarles a revisar tarde
o temprano estas etapas iniciales. El hecho consiste en que, sea lo que
sea lo que han hecho los países industriales avanzados en el pasado
(o lo que están haciendo ahora) a sus campesinos, aparece como un
extremamente poderoso modelo de lo que debe hacerse en el mun-
do del subdesarrollo para alcanzar el crecimiento y el progreso. Las
políticas de los países avanzados con respecto a sus campesinos han
tenido y siguen teniendo una gran influencia sobre aquellas que tie-
nen lugar en los países periféricos y semiperiféricos. Todas estas polí-
ticas se han construido sobre una experiencia común del pasado con
la siguiente frecuencia: una inicial acumulación obtenida de la agri-
cultura; la destrucción de las estructuras tradicionales de las socieda-
des y culturas rurales; el grave deterioro de las condiciones de vida
en las zonas rurales durante un período crucial de su historia; y fi-
nalmente, la utilización de la fuerza de trabajo barata obtenida de la
emigración campesina a través de un trasvase del campo a las áreas
urbanas para llevar a cabo los procesos de industrialización. Esta se-
cuencia de «regularidades» es generalmente considerada como el ca-
mino ineluctable a seguir. De una manera o de otra el campesinado
habrá de ser sacrificado en los altares de la industrialización a los dioses
sedientos de la modernidad y el progreso. La cuestión es solamente
si el sacrificio ha de hacerse con mayor o menor crueldad.

Todas las teorías de la modernización y del desarrollo económico


coinciden en que: a) la experiencia histórica de los países llamados «de-
sarrollados» debe repetirse como una ley universal; b) la agricultura debe
adoptar los esquemas de transformación de las otras ramas de la eco-
nomía y especialmente de la industria; y c) la tecnología e ingeniería
social que se aplica a la racionalización del trabajo en las ciudades debe
aplicarse al campo. Los científicos sociales subordinados al pensamien-
to económico, tanto liberal como marxista, coinciden en que las vías
establecidas por sus modelos de cambio socioeconómico planificado
«producirán sustantivos cambios en las estructuras sociales y en la cul-
tura de los campesinos con un considerable número de disrupciones
pero se niegan a considerarlos sistemáticamente y muchos menos a
buscar soluciones alternativas compatibles con la modernización» (Giner
y Sevilla Guzmán, 1980: 15).

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En las páginas que siguen pretendemos describir, siguiendo fielmente
la excelente construcción teórica de Alain de Janvry, la que considera-
mos versión mas acabada de esta teoría de la agonía del campesinado
desde la corriente teórica de la economía y sociología política leniniana.
Como vimos con cierto detalle en los capítulos I (epígrafes III y IV) y
V (epígrafes III y V), Alain de Janvry es el gran constructor de las ba-
ses conceptuales de esta corriente teórica que para Fred Buttel ocupa
una posición hegemónica durante la década de los ochenta de la pasa-
da centuria dentro de una parte importante de la Sociología de la Agri-
cultura. La dureza de la crítica que realicé hace diez años (Sevilla
Guzmán, 1995: 13-46) fue calificada por la comunidad científica de la
Sociología Rural de entonces como desproporcionada3 se basaba en la
misma argumentación que voy a presentar aquí aunque ahora ya con
la legitimación de los propios protagonistas que se alejan de tal enfo-
que como si se tratara de sus «pecados de juventud».4

3. La expresión es de Cristóbal Gómez Benito aunque desgraciadamente no llegó a


plasmar en sus interesantes análisis de la Sociología Rural española (López Calvo, L. y
Cristóbal Gómez Benito, 1992: 159-174; Perez Yruela y Gómez Benito, 1990: 321-330);
sin duda por la falta de una continuidad teórica de este enfoque de la Sociología de la
Agricultura en la literatura específicamente sociológica española.
4. Frederick Buttel realizó un valioso análisis de los mecanismos de la
internacionalización de los sistemas agroalimentarios siguiendo «a pies juntillas» el mar-
xismo leniniano de Alain de Janvry (1983) en Buttel (1990); mientras que en su últi-
mo análisis de la evolución teórica de la Sociología de la Agricultura (Buttel, 2001: 19)
señala que era ésta, «la corriente central de la nueva Sociología Rural de los años ochen-
ta. Esencialmente la posición neoleninista, respaldaba la hipótesis de la existencia de una
fuerte tendencia a la diferenciación y polarización de clases en la agricultura, conducen-
te a la formación de contradicciones de clase tanto en los capitalistas agrarios como en
los trabajadores rurales». La desaparición del nuevo debate sobre la cuestión agraria en la
Sociología de la Agricultura se realiza de forma fulminante desde los inicios de la déca-
da de los noventa de la pasada centuria. Para Fred Buttel los motivos fueron los siguientes:
(a) la caída del socialismo real y la consecuente deslegitimación del marxismo; (b) la
pérdida de fertilidad analítica del neomarxismo sociológico al final de los ochenta como
consecuencia de la recuperación de su imagen teleológica y funcionalista; (c) el declive
del protagonismo de la clase obrera como agente de cambio unido al surgimiento de los
nuevos movimientos sociales; y todo ello en el contexto teórico donde «se pasan de moda»
las grandes teorías; (d) la perdida de capacidad explicativa en las estructuras conceptua-
les neomarxistas para entender la dinámica política y económica de las nuevas pautas de
la globalización y del capitalismo posfordista; (e) las ventajas respecto a su capacidad
analítica de la corriente neowebwriana de la Sociología de la Agricultura con respecto al
neomarxismo «para encarar el análisis de las tendencias del último capitalismo»; (f ) las
crisis de los ochenta «deshecharon las dudas sobre la problemática de la persisitencia de
la agricultura familiar»; a la vez que los acelerados movimientos de capital borraron al
Estado/nación como unidad de análisis de la estructura de poder. (Buttel, 2001: 19-20)

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Sobre la economía y sociología política leninianas como contexto teó-
rico de la agonía del campesinado
El marco teórico de la economía y sociología política leniniana que
Frederick Buttel no llega a conceptuar en forma explícita pero que sitúa
como corriente teórica interviniente en el «debate sobre la cuestión agra-
ria de la Sociología de la Agricultura» puede ser definido como la aplica-
ción del marxismo ortodoxo (que definimos en el tema 1º) a la situa-
ción de integración del campesinado al mercado de trabajo, por un lado;
y a los procesos de capitalización y mercantilización de su organización
económica, por otro, en un momento dado del proceso histórico.
Desde la perspectiva agroecológica que preside este análisis de la
evolución de la Sociología Rural, puede afirmarse que la intensificación
de la agricultura industrializada, supone una fuerte reducción de la efi-
ciencia ecológica, y tiene su explicación en lo siguiente: a) la creciente
artifialización de los procesos biológicos implicados en el manejo con
insumos externos de naturaleza industrial; b) la mecanización y creciente
agroquimización de los procesos de trabajo, que son cada vez más
descontextualizados de los ecosistemas locales; y c) la consecuente
mercantilización del proceso de producción global, tanto en las grandes
como en las pequeñas explotaciones agrarias. Con esta creciente
mercantilización de los procesos de producción y reproducción, el cam-
pesino se ve privado en la práctica del control de los medios de pro-
ducción, convirtiéndose en un mero prestatario de fuerza de trabajo y
aplicador de las recetas. La diferencia entre el coste de los inputs y la
venta de la cosecha determina la remuneración de su fuerza de trabajo,
independientemente de su valor real (H. Bernstein, 1981: 23). El cam-
pesino, así subordinado al capital, no queda simplemente reducido a
asalariado, sino que constituye una variante de la extracción del
plustrabajo a través del mercado. Aquí el capital ha externalizado parte
de la reproducción de la fuerza de trabajo, repercutiéndola sobre la pro-
pia economía doméstica campesina. Esta vía de penetración del capita-
lismo consigue, en primer lugar, la subordinación de la explotación
campesina al mercado a través de la mercantilización de la producción,
para ir apoderándose posteriormente, del proceso de trabajo mediante
la progresiva concurrencia del campesino al mercado para adquirir en
él cada vez mayor parte de los inputs (tecnológicos, especialmente)
necesarios (Jan Douwe van der Ploeg, 1993: 153-195).
De acuerdo con estos planteamientos, el elemento clave a conside-
rar, al analizar la evolución de las formas de explotación campesina, es
la diversidad de formas de extracción del excedente (entendido no sólo

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como un flujo monetario o de alimentos, sino como un flujo de ener-
gía y materiales) y la específica reacción campesina ante ellas, mante-
niendo o transformando los procesos de trabajo y, por tanto, su rela-
ción con el medio. Dicho en otros términos, las formas de dependencia
del campesinado —cuya plasmación más significativa se encuentra en
las distintas maneras en que el plustrabajo campesino es extraído— tie-
nen mucho que ver con las maneras en que los campesinos se relacio-
nan entre sí y con la tierra para producir y reproducirse. En este senti-
do, tiene mucho interés la caracterización que realizaron Deere y de
Janvry de los mecanismos básicos de extracción del trabajo excedente
campesino (Carmen Diana Deere y Alain de Janvry, 1979, Vol 6, nº 4)
en el proceso histórico. Su esquema conceptual constituye un modelo
microeconómico de la evolución del campesinado en el correr de los
modelos de producción por los que transita una formación social (como
tipo ideal histórico) hasta llegar al modo de producción capitalista actual.
Es importante recordar de nuevo que este trabajo de Janvry se enmarca
teóricamente en el planteamiento que Karl Kautsky (1899-1998, 2 vol)
y Vladimir I. Lenin (1971 vol. 4) realizan respecto a la evolución del
campesinado en el proceso histórico dentro de un marco interpretativo
unilineal que interpreta la desaparición del campesinado esteriliza su fer-
tilidad analítica. Ello no quiere decir que los referidos trabajos no posean
un gran valor analítico en muchas de sus aportaciones. Sin embargo és-
tos, como han demostrado Teodor Shanin (1979, 1983 y 1990) necesi-
tarían ser recontextualizados desde una perspectiva multilineal. El traba-
jo de Deere y de Janvry se realiza desde un «marxismo ortodoxo
académico», elaborando una conceptualización del proceso de producción
de la familia campesina que, si bien resulta perverso desde el punto de
vista de la sostenibilidad —téngase en cuenta que la praxis política que
subyace a este enfoque, es la proletarización del campesinado—, posee un
excelente marco conceptual para analizar los mecanismos a través de los
cuales se explota al campesinado mediante la extracción del excedente,
como el proceso de producción de la forma de explotación campesina,
junto a los mecanismos de extracción del excedente —bien sea por vía
de rentas de la apropiación de la tierra; bien sea por vía del mercado— a
través de la caracterización de los mecanismos de la producción de los
distintos factores que aparecen en el proceso de producción campesino.
Un marco conceptual para el análisis del campesinado
El esquema que presentamos a continuación es un modelo micro eco-
nómico y sociológico de Deere y de Janvry en el que se pueden identi-

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ficar las variables clave para el análisis empírico de la forma campesina
de explotación. La utilización de las categorías analíticas de Marx: pro-
ducción, circulación, reproducción y diferenciación sirven de inspira-
ción a los autores para diferenciar los modos de producción por los que
transita una formación social (como tipo ideal histórico) hasta llegar al
modo de producción capitalista actual.
Aparecen diferenciadas tres fases: a) generación de un stop para el
uso de los recursos naturales; b) producción y reproducción de tal uni-
dad socioeconómica; y c) circulación de mercancías e interacción con
los mercados. Mientras que la primera aparece incrustada en la comu-
nidad campesina, la última se enmarca en la sociedad mayor; la fase
segunda, por el contrario, pertenece a ambos extremos. Las variables y
su circulación en estos procesos muestran lo que está teniendo lugar
en las estrategias de producción y reproducción campesinas; de tal for-
ma que los diferentes nexos pueden permitir establecer cuantificaciones
de los flujos que intervienen en el proceso. Así para el manejo de los
recursos naturales la unidad campesina es el resultado de las interac-
ciones que se producen en el contexto de la comunidad y su interacción
con la naturaleza y la sociedad mayor.

Acerca de la discusión teórica de Alain de Janvry


El razonamiento inicial de Alain de Janvry para analizar al campesina-
do tiene una dualidad explicativa ya que; por un lado, «el rol activo de
los campesinos en las luchas poscoloniales ha atraído la atención hacia
su importancia política en la transformación de muchas sociedades del
Tercer Mundo. Por otro lado, la importancia económica de los campe-
sinos ha sido puesta de relieve por la magnitud de las crisis alimentarias
de la década del setenta del siglo XX y por el reconocimiento de que
son a menudo suministradores baratos de alimentos y una fuente de
trabajo barato para la agricultura y el desarrollo industrial. Argumento
éste, vinculado a la inquietud de la articulación transnacional de los
estados en sus políticas de cooperación internacional.
Concluye Alain de Janvry justificando la preocupación que lleva a
estudiar al campesinado:

La consecuencia ha sido una explosión tanto de la investigación como


de los programas orientados a la cuestión campesina: investigación para
observar, describir y comprender la lógica económica y política de los
campesinos, como también de su posición y sus funciones cambiantes
en la sociedad más amplia, y de los programas para aumentar la produc-

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tividad del trabajo en la agricultura campesina y para promover la esta-
bilidad política a pesar de la pobreza masiva (Deere y de Janvry, 1979).

Desde una perspectiva teórica Deere y de Janvry señalan que el aná-


lisis del campesinado se debe basar en la especificación de las relacio-
nes de producción en que participan los campesinos; rechazando por
igual tanto los intentos marxista como no marxistas para definir un
modo campesino de producción o el campesinado, como un tipo eco-
nómico o sociocultural específico, y concentrándose en el análisis de los
mecanismos de extracción del excedente que describen las relaciones de
producción entre los productores directos y los apropiadores en las so-
ciedades de clases. Su marco teórico parte de la situación donde el modo
capitalista de producción es dominante en la economía en general; y
centrándose su investigación en las formas de integración de los cam-
pesinos en la formación social en que se encuentran insertos.

Este marco —señalan Deere y de Janvry— pone de relieve las con-


diciones bajo las cuales los hogares campesinos se integran a los mer-
cados como suministradores de productos o de trabajo asalariado.
Nosotros planteamos que la integración del campesinado al merca-
do de trabajo como suministradores de trabajo asalariado a las uni-
dades capitalistas de producción, o como compradores de trabajo
asalariado en el proceso de capitalización, caracteriza muy rigurosa-
mente el proceso de formación de clases entre los productores di-
rectos y, por tanto, en su incorporación al modo capitalista domi-
nante de producción.

Aunque estos autores parecen adoptar una postura teórica crítica al


pensamiento marxista su enfoque constituye, en nuestra opinión, la
versión más acabada del marxismo ortodoxo, que definimos en la In-
troducción, desde una perspectiva microeconómica. La riqueza analíti-
ca de su trabajo es utilizada en este texto para ejemplificar el enfoque
teórico de la Sociología de la Agricultura.
El nivel de la organización socioeconómica del campesinado
El modelo desarrollado por Carmen Deere y Alain de Janvry es un
intento de sintetizar la dinámica de transformación de las condiciones
materiales de los campesinos en el proceso histórico pretendiendo cap-
tar sus mecanismos de reproducción social, tal como puede verse en la
figura 1.

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FIGURA 1

sociedad rural.p65
PROCESO DE REPRODUCCIÓN DE LA UNIDAD DE PRODUCCIÓN CAMPESINA

FASE 1 FASE 2 FASE 3

Stocks de medios Proceso de la producción Proceso de interacción


de trabajo y reproducción con los mercados
(3)
Bienes Oferta campesina Ingreso Bruto
Insumos Proceso de producción Productos por ventas

141
Autoconsumo
Términos de intercambio

Medios de trabajo Mano de obra Pago en


(Tierra, tecnología) contratada especies Préstamos otorgados

(2) (4)

Trabajo familiar Trabajo asalariado Salarios Ingreso Neto (6)


(1)

Pago en Salario Pago de intereses


trabajo impuestos
Migración
(8)
Proceso de reproducción Bienes de consumo Demanda de productos
Medios de trabajo finales e insumos
(9)

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Insumos
Diferenciación social Términos de intercambio

141
( ) Niveles de análisis empírico – Mecanismos de extracción de excedentes
Su análisis diferencia tres niveles explicativos: el de la organización
socioeconómica del campesinado, que consideramos en este apartado;
el de las formas de extracción del excedente; y el nivel de la posición
de clase y diferenciación social del campesinado. La especificidad de la
organización socioeconómica del campesinado frente a otras formas de
organización históricas vinculadas a la producción; es decir frente a otras
unidades de producción, lo constituye el que el campesinado posea una
dualidad funcional: además de ser una unidad de producción es tam-
bién una unidad de reproducción de la fuerza de trabajo utilizada a lo
largo del tiempo sobre una base generacional. Así:

En un momento dado de tiempo, el capital del trabajo familiar en


relación con el acceso del hogar a los medios de producción se refleja
en la división particular del trabajo por sexo y edad incorporado a los
procesos de trabajo de la unidad campesina. La fuerza laboral del ho-
gar se usa en el proceso de producción de la casa o se vende como
trabajo asalariado en el mercado laboral, donde participa en lo que se
denomina el proceso de producción del trabajo asalariado. Se puede
identificar un espectro continuo de combinaciones entre los dos tipos
extremos puros de hogares: el exclusivamente agriculturalista y el pu-
ramente proletario (Deere y de Janvry, 1979: 3).

La fuerza de trabajo campesina en el interior de la explotación ge-


nera un producto bruto que es retenido en la unidad campesina como
valor de uso mediante su utilización en términos de autoconsumo. Si
parte de la fuerza de trabajo campesina es utilizada fuera de la unidad
de producción en términos de «valores de cambio»; es decir, como tra-
bajo asalariado, se introducirá en el mercado como una mercancía pa-
sando a la fase de circulación.5 De nuevo aquí, «se puede identificar un
espectro continuo entre la producción del hogar de pura subsistencia
sin excedente comercializable y el predio puramente comercial que está
produciendo exclusivamente para el mercado. El conjunto de producto

5. Deere y de Janvry no consideran la que, históricamente, ha sido la fracción de


trabajo campesino más importante: la utilizada fuera de su explotación o predio como
apoyo mutuo o intercambio en el contexto del conjunto de la comunidad campesina.
Intercambio éste, ajeno a la monetarización que busca una remuneración en términos
de valores de cambio. Por el contrario, esta fracción del trabajo campesino supone un
fondo de solidaridad que permite tener la seguridad de una defensa comunal ante situa-
ciones adversas.

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obtenido, junto con el intercambio establecido en el proceso de traba-
jo, constituyen para estos autores el ingreso monetario bruto; del cual,
«después de deducir los diversos costos monetarios involucrados en la
producción, se genera un ingreso neto que permite la compra de me-
dios de consumo para reproducción del hogar y medios de trabajo para
reemplazo e inversión neta». Queremos destacar de nuevo que Deere y
de Janvry no consideran la importante fracción de la producción que
es intercambiada en el interior de la comunidad, al margen del merca-
do, en términos de «valores de uso», tal como sucedía con el trabajo
campesino no mercantilizado.
Cuando los autores citan a Meillasoux (1972), señalan que «los
medios de consumo y los medios de trabajo derivados de este modo de
la producción y la compra casera, mantienen la reproducción del ho-
gar como unidad tanto de consumo como de producción. Los citados
autores, no discuten este punto y señalan que «la reproducción incluye
tanto la manutención diaria para reponer la capacidad de trabajar como
las actividades reproductivas generacionales reflejadas en la composición
de tamaño, edad y sexo del hogar; cuya escala de reproducción, a su
vez, determina la diferenciación social y la cambiante posición de clase
de los campesinos».
En nuestra opinión, sería necesario explicitar que la dimensión ma-
terial de la fuerza de trabajo de la unidad doméstica campesina respec-
to al consumo endosomático posee un triple componente: a) el biótico-
nutricional; b) el biótico-reproductivo «es decir la reproducción intra e
intergeneracionales» que es completada por su: c) estrategia reproductiva
de global, que es una articulación de las estrategias individuales de los
distintos componentes de la fuerza de trabajo doméstico. Estos tres
componentes se encuentran determinadas por la producción campesi-
na (Mamdani, 1972 y Folbre, 1977) siendo el componente social, la
estrategia reproductiva producto de la identidad sociocultural campesi-
na, el que en última instancia construye la reproducción social.

El nivel de las formas de extracción del excedente campesino


Pasamos aquí a considerar las formas de extracción del excedente; es
decir los mecanismos a través de los cuales el valor de uso es transfor-
mado por los mecanismos de la lógica capitalista en valor de cambio,
quedando desposeídos de su sustancia de valor. Ello significa que tales
mecanismos aparecen ya libres de generar la explotación de los campesi-
nos en las distintas fases del proceso de reproducción de la unidad de
producción campesina presentadas en la figura 1. Tales mecanismos

143

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constituyen las operaciones que se producen en los intercambios del
mercado. Aparece así en primer lugar el pago en trabajo, como conse-
cuencia de que parte de la fuerza de trabajo familiar se emplea fuera
del proceso de producción campesino, en unos términos de intercam-
bio determinados por el modo de producción precapitalista existente. De
igual forma aparece el pago en especies, como aquella parte de la pro-
ducción que ha de remunerar aquellos medios de trabajo y/o insumos
cuyo uso es obtenido de los detentadores, ajenos a la unidad de pro-
ducción campesina, que ejercen en ese momento del proceso histórico,
el control de los mismos.
En la fase 3 en que la reproducción campesina entra en el proceso de
interacción con los mercados, el mecanismo de extracción del excedente
lo constituyen los términos de intercambio; es decir las «condiciones del
comercio», en el sentido de que al haberse desarrollado las relaciones ca-
pitalistas, el precio es ajeno a los valores de uso, ya que son la transmi-
sión internacional de los precios, las políticas de apoyo interno a la agri-
cultura y los monopolios comerciales quienes se apropian de la ganancia.
Resumiendo las formas de extracción del excedente de la unidad de pro-
ducción campesina esquematizadas en la figura 1 son las siguientes:

1. La renta en trabajo (pago en trabajo) o trabajo familiar forzado


en tierras del señor para obtener el colonato. «Este tipo de renta
caracteriza las relaciones de producción serviles o semifeudales».
2. La renta en especies (pago en especies) es la porción fija del pro-
ducto que el campesinado entrega a cambio del acceso a la tierra y
medios de trabajo para su subsistencia, y que como en el caso an-
terior «puede caracterizar también las relaciones sociales de produc-
ción semifeudales».
3. La extracción del valor excedente. Si la unidad doméstica vende por
salario parte de su fuerza de trabajo, en el proceso de producción en
el que interviene el producto generado por ésta tiene un valor ma-
yor que el coste de reemplazo de los recursos físicos de capital y tra-
bajo asalariado, usado en la producción. Tal ganancia generada es el
resultado de la explotación de la fuerza de trabajo (Ib. 608).6
4. La extracción por términos de intercambio. Es el mecanismo usual
de la producción capitalista para extraer el excedente, al situar el

6. Janvry y Garramon llaman «Dualismo funcional» al mecanismo de sobreexplotación


generado cuando el nivel de salarios está por debajo de las necesidades de subsistencia
que los proletarios obtendrían como campesinos parcelarios. Cf. 1977: pp.206-216.

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precio de los bienes vendidos por debajo de los medios comprados
(de trabajo y consumo).
5. El pago de intereses. Sea por prestamistas locales o por bancos, el
mercado de dinero es un modo de transferencia del excedente cam-
pesino.
6. Los impuestos. Independientemente de su forma (contribución
rústica, al intercambio, al capital, etc.) son una transferencia del
excedente campesino a otras clases sociales.

Estos mecanismos de extracción del excedente son la herramienta


teórica a través de la cual el marxismo ortodoxo ha escrutado la natu-
raleza (o posición de clase) del campesinado. Sin embargo al hacerlo «las
características de la formación social particular dentro de la cual los
campesinos están insertos debe ser especificada primero», ya que ello
«convierte en algo esencialmente trivial» toda controversia (C.D. Deere
and Alain de Janvry, 1977: pie de página de la página 608). Una vez
detectado el modo de producción en que se encuentran los campesi-
nos su «ideología y reglas económicas» condicionan la reproducción cam-
pesina, que queda determinada por la formación social concreta.
La evidencia empírica que guía el análisis de Deere y de Janvry ba-
sada en el Perú, les lleva a generalizar la ineluctable marcha de los cam-
pesinos a zonas urbanas donde, a pesar de las altas tasas de desempleo,
es más fácil encontrar el trabajo temporal para la fuerza de trabajo fa-
miliar, que es quien realmente mantiene a la unidad campesina; ya que
el «coste de oportunidad» guiará su comportamiento cuando los hijos
e hijas alcancen la edad de poder aprovecharlo. El análisis, que realizan
los autores del texto que estamos considerando sobre la posición de clase
del campesinado, define una estructura de clases dentro de los sistemas
de desigualdad social en la que la posesión de la propiedad (en su acep-
ción capitalista) de los medios de producción o la posesión de la mera
fuerza de trabajo genera una «oscilación de clase» entre «propietario» y
«trabajador» que es reveladora, al mismo tiempo, de la posición políti-
ca que adoptarán los campesinos.

Reflexión final sobre el concepto de campesinado


Como hemos adelantado en la introducción, el proceso de reproducción
de la «forma de producción campesina» que venimos considerando, pue-
de ser percibido desde una perspectiva histórica como la evolución de las
«diferentes especies de campesinado» en las formaciones económico-so-

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ciales, históricamente determinadas desde el marxismo que en el capítu-
lo introductorio definimos como ortodoxo. En efecto, es posible com-
pletar el análisis de Deere y de Janvry con la estructura teórica definida
por José Luis Calva, al analizar los campesinos y su devenir en las econo-
mías de mercado (1988). La definición operativa que adopta este autor,
pretende retener las propiedades o atributos campesinos que son esen-
ciales al mismo (por pertenecer a la especie); diferenciándolas de las ac-
cesorias o accidentales propias tan sólo del género. De hecho, para el dis-
curso del marxismo ortodoxo, los aspectos económicos, sociales, políticos
y culturales no permiten establecer un modelo único universal de cam-
pesinado. En las diferentes formaciones económico-sociales, históricamente
determinadas, se da una especie de campesinos que aparece como domi-
nante o hegemónica; sin embargo, rara vez se presenta como única ya
que las propiedades o atributos campesinos aparecen ahilados en «vesti-
gios del pasado» y «anticipos del futuro».
De esta forma es posible definir como campesino a todo aquel «po-
seedor de una porción de tierra que explota directamente por su cuen-
ta con su propio trabajo manual, como ocupación exclusiva o princi-
pal, apropiándose de primera mano, en todo o en parte, de los frutos
obtenidos y satisfaciendo con éstos, directamente mediante su intercam-
bio, las necesidades familiares» (José Luis Calva, 1988: 51). Dentro del
modo de producción comunitario, una vez superada la fase «protocam-
pesina» en que predominaba la pesca y la recolección; aparecen los cam-
pesinos tribales. Superados los comienzos de la agricultura donde el
cultivo en común y la apropiación comunitaria de cosechas se corres-
pondían con tecnologías agrícolas de tumba-quema y cultivo hortícola,
aparece el cultivo parcelario por la familia combinado con la industria
doméstica para el propio consumo.
Si consideramos las dos formas de extracción del excedente dentro de
la fase 2 (proceso de producción y reproducción) que aparecen en la fi-
gura 1, en forma conjunta encontramos al campesino tributario que com-
bina el pago en trabajo con el pago en especie como formas de tributo
que ofrece al Estado, de tipo teocrático o despótico-militar. El campesi-
no cultiva una parcela, aunque la posesión de la tierra es comunal, con
crecientes derechos individuales sobre las parcelas de cultivo. No obstan-
te, la extracción del excedente de una mayor coerción pudo ser la sufrida
por los campesinos patriarcales antiguos, que insertos en el modo de pro-
ducción esclavista ya hacían uso del arado y herramientas de hierro en el
contexto de una predominante propiedad privada, y donde se producía
un arriendo parcelario del ager publicus. La siguiente especie de campesi-

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nos en el proceso histórico, si consideramos la secuencia europea, nos sitúa
frente a los campesinos siervos quienes se encuentran adscritos a una par-
cela, propiedad de un terrateniente particular, y sometidos a una depen-
dencia personal. La extracción del excedente se produce básicamente a
través de la renta en trabajo y en especies, característica de las relaciones
sociales de producción semifeudales.
El modo de producción feudal, donde el campesino adquiere una li-
bertad personal y desarrolla una forma de producción familiar en que
la agricultura se combina con una industria de autoconsumo, posee unos
mecanismos de intercambio totalmente rudimentarios: las compras y
las ventas son aún absolutamente secundarias. Aparece así el campesino
patriarcal premoderno propio de los estados feudales, absolutistas o de-
mocrático-burgueses, en el contexto del «régimen patriarcal», donde
«cada familia campesina formaba una comunidad básicamente
autosuficiente. Una división elemental y autárquica del trabajo garan-
tizaba el autoabastecimiento de los alimentos y productos industriales
básicos. La comunidad productora era asimismo la comunidad sumi-
nistradora de sus cosechas y de los productos de su industria casera.
En cuanto los campesinos patriarcales se transforman en campesinos
mercantiles, lo anterior deja de ser cierto. Consumen ahora los produc-
tos suministrados por otras unidades de producción (incluidas las fá-
bricas urbanas) y venden sus propios productos a otras unidades de
consumo o de producción (materias primas)» (Calva, 1988: 366). Sin
embargo, la producción mercantil simple no configura ninguna fase fija
en la historia de la producción social. En realidad el discurso del mar-
xismo ortodoxo contempla una «fase de la historia económica en que
predominan los pequeños productores libres de mercancías (muchos de
los cuales emplean asalariados), es la fase inferior de la economía mer-
cantil capitalista. Siguió de ahí el taller o granja ampliados, enseguida
la industria capitalista a domicilio, luego la manufactura (bajo su for-
ma simple, primero y después compleja), posteriormente la fábrica, y
de ésta el capital monopolista privado y de Estado» (Ib.: 533).
Queremos finalizar este capítulo presentando el «estado de la cues-
tión» respecto a este tema central, en torno al cual surge y evoluciona
la tradición de los estudios campesinos,7 precursora de la Agroecología,

7. De la antigua (configurada en torno a la lucha intelectual y política de la historia


europea del siglo XIX, tal como vimos en el capítulo 1) a la Nueva Tradición (Cf.Archetti,
1978; Palerm, 1980; Newby y Sevilla Guzmán, 1983 y más recientemente, en el contex-
to de configuración de la Agroecología: Sevilla Guzmán y Woodgate, 1997).

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enfoque que preside nuestro análisis y para el cual la naturaleza del
manejo de los recursos naturales y el papel del campesinado en el pro-
ceso histórico constituye un tema central (Sevilla Guzmán y Woodgate,
1997). En efecto, la definición del campesinado resultó ya un tema casi
obsesivo en la nueva tradición de los estudios campesinos, que dedico
una gran parte de sus esfuerzos teóricos en su propia caracterización;
es decir, en encontrar «lo genérico del campesinado». O dicho de otra
forma en desvelar aquello que transforma al campesinado en una cate-
goría histórica. Existen, por lo tanto muchas y muy diversas definicio-
nes de lo que es el campesinado, dentro de esta tradición teórica. En
muchos casos se ha abusado de definiciones demasiado cerradas que
finalmente han tenido que ser desechadas por no adecuarse a distintos
contextos de espacio y de tiempo. Quizá este es el problema de las dis-
tintas disciplinas que integraban la nueva tradición de los estudios cam-
pesinos, que puso todas sus energías en la búsqueda de una categoría
conceptual que englobara la enorme variedad de situaciones que podían
encontrarse en el proceso histórico y especialmente en los distintos países
después de la Segunda Guerra Mundial. Muchas de las definiciones así
adoptadas se revelaron pronto ineficaces para analizar el pasado y, al
mismo tiempo, comprender la evolución de sus rasgos conforme nos
acercábamos a la actualidad.
Esta polémica dio lugar a eternas y poco clarificadoras discusiones
entorno a si el campesinado constituía o no una clase, y si ésta lo era
«en sí o para sí»; o si por el contrario, los campesinos constituían una
fracción de clase, retardataria análoga a un «saco de patatas». Si este
grupo constituía una categoría social integrante de una parte de la so-
ciedad mayor, estructurada en clases, que se resiste a la modernización;
o si, por el contrario, posee una racionalidad económica que rechaza
las tecnologías no apropiadas; si como clase o grupo pertenecía a un
régimen de producción ya concluido (como el feudalismo por ejemplo),
o si su pervivencia bajo el capitalismo le valía su consideración tam-
bién capitalista; si constituía un «modo de producción» o sólo era una
«sociedad parcial» portadora de una «cultura parcial». En definitiva, se
trataba de encontrar el término más correcto para denominarlo: si éste
era el de campesino, agricultor familiar, o pequeño productor de mer-
cancías, entre otras propuestas conceptuales. Y cuáles podrían ser las
diferencias sustantivas entre tales denominaciones.
Desde la Agroecología la cuestión campesina planteada en estos tér-
minos es un falso debate, ya que desde la perspectiva que utilizamos
aquí el campesinado es «más que una categoría histórica o un sujeto

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social, una forma de manejar los recursos naturales vinculada a los
agroecosistemas locales y específicos de cada zona, utilizando un cono-
cimiento sobre dicho entorno condicionado por el nivel tecnológico de
cada momento histórico y el grado de apropiación de dicha tecnología,
generándose así distintos ‘grados de campesinidad’». Todo este debate
surgía de la constatación, cada día más evidente, de que el campesina-
do no había desaparecido a pesar de las teorías proféticas de los clási-
cos del pensamiento social agrario e, incluso, de los sectores académi-
cos más liberales. Y ello a pesar de las políticas públicas encaminadas a
modernizarlo, desde la ideología de la agonía del campesinado anterior-
mente caracterizada. Era necesario definir una categoría que diera cuenta
de esta pervivencia y al mismo tiempo de los cambios: ello era un pro-
blema teórico clave desde la perspectiva de esta tradición intelectual.
En efecto, como señalamos en otro lugar (González de Molina y
Sevilla Guzmán, 2000):

Fue precisamente Shanin, refiriéndose al campesinado en un texto


bastante conocido (1979), quien llamó la atención sobre lo absurdo
de definir con precisión o exactitud a un grupo social que había
existido desde siempre. Esta advertencia, plenamente justificada no
ha dado lugar, sin embargo, a una clarificación conceptual sobre la
que haya un acuerdo más o menos general, de tal manera que aún
sigue existiendo una confusión considerable sobre las categorías que
deben utilizarse. Unos siguen hablando de campesinos para aludir a
los agricultores familiares de la Europa actual; otros en cambio ha-
blan de pequeños productores de mercancías, en referencia a los pe-
queños cultivadores del altiplano andino, tanto en el siglo pasado
como en éste, cuando aún producen para el uso y consumo en pe-
queñas comunidades indígenas; los más —quizá para evitarse pro-
blemas— identifican al campesinado únicamente con la explotación
familiar y acaban utilizando este concepto, que, por cierto, deja en
la oscuridad muchos de los cambios y de la variedad de situaciones
que se esconden detrás de una denominación tan genérica.

El motivo de esta confusión reside «en la incomprensión de las dis-


tintas etapas y tipos de capitalismo que han existido y en la inexisten-
cia de un acuerdo, también más o menos general, sobre cómo han ido
desarrollándose en el proceso histórico. De esa manera no existe una
teoría que dé cuenta de los cambios operados en los rasgos definitorios
más acusados del campesinado y sus causas» (Ib.: 242). Es posible, sin

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embargo, enfocar el tema desde la problemática medioambiental actual,
estableciendo una interpretación del proceso histórico desde el manejo
de los recursos naturales, tal como fue realizada, tanto por Gadgil y
Guha (1993), como Toledo (1995), al diferenciar tres grandes modos
de uso de los recursos naturales: el primario o propio de cazadores
recolectores, el campesino o secundario y el industrial o terciario. Aun-
que existe una secuencia histórica, la fase de prevalencia de cada uno
de ellos, supone una coexistencia. El modo de uso campesino «coexis-
tió con muy diversos sistemas sociales, los cuales poseían distintos gra-
dos de complejidad; no obstante, tenían como base de su economía las
actividades agrarias, desde la aparición de la agricultura hasta el feuda-
lismo, los sistemas tributarios asiáticos o el propio capitalismo incipien-
te». Se construye, así, un tipo ideal de manejo de los recursos naturales
que responde a los contextos históricos anteriormente señalados, de igual
forma que en la actualidad tal «práctica socioproductiva» tiene su exis-
tencia, como forma de producción, en determinados intersticios del
sistema capitalista.
De esta forma es posible discriminar unas formas de producción de
otras dentro de un mismo sistema de producción y, al mismo tiempo,
identificar al campesinado como una categoría unida a un específico
modo de uso de los recursos naturales (Guha y Gadgil, 1993; V. Toledo,
1995). Así, en nuestra opinión, se entienden y contextualizan mejor sus
rasgos comunes a través del espacio y del tiempo. Además, desde esta
definición aparece una teoría explicativa de su evolución o de su trans-
formación en otras categorías sociales nuevas y distintas.
En el contexto teórico que establece la Agroecología, el «campesina-
do es el grupo social en torno al cual se organizaban, y se organizan
aún hoy, las actividades agrarias en lo que ha sido denominado como
«sociedades de base energética solar o sociedades orgánicas.8 Ello signi-
fica establecer una identificación bastante fuerte entre modo de uso agra-
rio, campesino o secundario (de acuerdo con las distintas denominacio-

8. Las economías de base orgánica sólo podían funcionar con un tipo de producto-
res que presentaran las siguientes características: economía de base familiar y moviliza-
ción de todo el personal disponible para el trabajo agrícola, existencia de relaciones de
apoyo mutuo mediado por relaciones de parentesco, vecindad o amistad, en un contex-
to cultural en que funcionara una ética; y el uso múltiple del territorio, como una es-
trategia de diversificación frente a riesgos climáticos o sociales (Cf. Wrigley, 1989, 1992
y 1993; Sieferle, 1990; Pfister, 1990; citados en González de Molina y Sevilla Guzmán,
2000).

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nes que ha recibido) y campesinado». La relación histórica del hombre
con los recursos naturales, en este tipo de sociedades, puede ser defini-
do de la siguiente forma: «el objetivo esencial de las relaciones sociales
es la satisfacción de las necesidades materiales. Ello requiere y ha re-
querido siempre de la apropiación de los recursos naturales para la pro-
ducción de bienes con un valor de uso histórico y culturalmente dado,
mediante el consumo de una cantidad determinada de energía y mate-
riales y el empleo de un saber e instrumentos de producción adecua-
dos» (González de Molina y Sevilla Guzmán, 2000: 243).
Concluyendo, el concepto de campesinado ha evolucionado desde
su consideración como un segmento social integrado por unidades do-
mésticas de producción y consumo que, a pesar de su mudanza histó-
rica, mantenía «algo genérico» (Archetti, 1978; Shanin, 1971 y 1990),
hasta su conceptualización agroecológica actual. Esto es, el campesina-
do aparece como una forma de relacionarse con la naturaleza, al consi-
derarse como parte de ella en un proceso de coevolución (Nogaard,
1994), que configuró «un modo de uso de los recursos naturales» o una
forma de manejo de los mismos de naturaleza medioambiental (Toledo,
1995). Es, por todo esto, que la Agroecología identifica su forma de
trabajar como «lo genérico» del campesinado en la historia (Iturra,
1993), y el conocimiento que la sustenta, respecto al manejo de los re-
cursos naturales. En este sentido, el campesinado es una categoría his-
tórica por su condición de saber mantener las bases de reproducción
biótica de los recursos naturales. Desde esta perspectiva es posible ha-
blar de campesinidad o grado de campesinización respecto a los grupos
sociales de productores. Víctor Manuel Toledo ha operativizado este con-
cepto mediante los siguientes indicadores: a) energía utilizada; b) esca-
la o tamaño del ámbito espacial y productivo de su manejo; c) autosu-
ficiencia; d) naturaleza de la fuerza de trabajo; e) diversidad; f )
productividad ecológica-energética, y del trabajo; g) producción de de-
sechos o capacidad de reacomodo y reciclaje de los residuos; h) natura-
leza del conocimiento y, por último; i) cosmovisión (Toledo, 1995).
Este sistema de indicadores ha de ser aplicado desde sus extremos:
el modo de uso campesino y el modo de uso industrial o terciario del
manejo de los recursos naturales. Éste puede ser caracterizado como
aquel que:

Utiliza como base energética los combustibles fósiles o la energía


atómica, lo que le proporciona una alta capacidad entrópica y
antrópica de los ecosistemas, una enorme capacidad expansiva,

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subordinante y transformadora (a través de máquinas movidas por
combustibles fósiles). Ello explica que se haya producido con su in-
troducción un cambio cualitativo en el grado de artificialización de
la arquitectura de los ecosistemas. La investigación, aplicada a los
suelos y a la genética ha dado lugar a nuevas formas de manipula-
ción de los componentes naturales al introducir fertilizantes quími-
cos y nuevas variedades de plantas y animales (González de Molina
y Sevilla Guzmán, 2000: 245).

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VII. DEL MODO INDUSTRIAL DE USO
DE LOS RECURSOS NATURALES (II):
AGRICULTURA Y SOCIEDAD EN EL CONTEXTO
DEL NEOLIBARALISMO Y LA GLOBALIZACIÓN

La consolidación del modo industrial de uso de los recursos


naturales en las sociedades posindustriales
En las llamadas sociedades posindustriales el rasgo central que define
su agricultura lo constituye la, prácticamente, desaparición de la «agri-
cultura como una forma de vida» y su generalizada sustitución por una
«agricultura como negocio (farming as a business)». Ello supone la in-
troducción creciente de esquemas racionalizadores modelados por las
condiciones que impone el mercado. Desde la perspectiva de la estruc-
tura social de la agricultura, la ganadería y la forestaría, las sociedades
posindustriales están regidas por el mercado que se mueve exclusiva-
mente por la lógica del lucro, con lo que ignora las especificidades de
la agricultura frente al resto de las actividades económicas. La agricul-
tura es la artificialización de los recursos naturales para la obtención de
alimentos. La «agricultura como forma de vida» consideraba tales
especificidades, en lo que respecta a los mecanismos de reposición de
los materiales utilizados y a los procesos de reproducción social y
ecológica, al estar vinculados a una «cosmovisión» que explica tanto el
manejo de los recursos naturales como su economía moral. Por el con-
trario, la agricultura como negocio opera sin tener en cuenta los ciclos
de reproducción de los agroecosistemas, ya que parte del supuesto de
que la ciencia puede resolver tales problemas. La agricultura como ne-
gocio significa la aplicación sistemática de los principios de la ciencia y
la tecnología a la producción de alimentos. Tales principios han sido
desarrollados en la producción industrial, por lo que reproducen los
esquemas racionalizadores de tales objetos de trabajo (fábricas), a los
objetos de trabajo agrícolas (tierra y ganado), sin tener en cuenta la di-
ferente naturaleza de éstos frente a aquéllos: los objetos de trabajo agrí-

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cola son seres vivos. Así, pues, los esquemas racionalizadores conside-
ran que:

Al igual que en la industria se transforman inputs mediante una serie


de procesos que permiten obtener un producto, en la agricultura las
explotaciones producen alimentos. La diferencia radica en que mien-
tras los ingenieros que producen la factoría conocen todos los pro-
cesos productivos que transforman un trozo de acero en un auto-
móvil, los agrónomos que realizan una programación de cultivos
desconocen una gran parte de los procesos que tienen lugar en la
tierra (Sevilla Guzmán, 1991b: 57-72; 57; Carrol, Vandermeer y
Rosset, 1990).

El surgimiento de la agricultura, ganadería y forestaría industrializadas


o modernas, como opuesta a la agricultura, ganadería y forestaría tra-
dicionales, tiene lugar como consecuencia de la sustitución paulatina
de la reposición interna de la energía y los materiales utilizados por la
apropiación de materiales y energía del exterior elaborados industrial-
mente. De esta forma, se produce una sustitución de tecnología cam-
pesinas (horse-and-hand technology) por el uso del tractor y la cosecha-
dora (con tecnologías guiadas por principios científicos), y después por
las apropiaciones parciales de los procesos de trabajo de carácter cam-
pesino, que son «revalorizados por el capital mediante artificializaciones
industriales» y devueltos a la producción en forma de fertilizantes,
plaguicidas, semillas, piensos y maquinaria de todo tipo, producidos
industrialmente desde fuera de su estructura social. Tales cambios ope-
rados suponen la sustitución de técnicas que exigían poco empleo de
capital, con equipos susceptibles de uso individual, por técnicas inten-
sivas en capital con equipos sofisticados, que dependen del exterior,
rompiendo así el uso individual o familiar en cuanto a creación y re-
producción de los utensilios. La dependencia del mercado penetra has-
ta en los procesos de trabajo más individuales, produciéndose la trans-
formación de la agricultura en agribusiness Intencionadamente utilizamos
la expresión inglesa que significa literalmente «negocio agrícola» en su
primera formulación John M. Davis (1956: 107-115) (cf. el trabajo
pionero de la literatura denominada del sistema agroalimentario: Davis
y Goldberg, 1957).
El papel estructurante del mercado, con la utilización de la ciencia
como elemento legitimador de las transformaciones que exige, consti-
tuye el rasgo prevalente de la agricultura industrializada. La agricultu-

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ra, ganadería y forestaría se encuentran, así, más y más involucradas en
un complejo de industrias de producción de alimentos, de su procesa-
miento y comercialización que ofrecen al agricultor los inputs para su
explotación y después comercializan su producción. El incremento de
la dependencia de los agricultores de la agroindustria constituye la con-
secuencia central del proceso de industrialización de la agricultura. La
dependencia de los agricultores del sector industrial, abastecedor de
medios de producción, de las entidades de crédito y financieras y de
las cadenas de distribución están transformando las explotaciones agra-
rias en laboratorios controlados por las estrategias de acumulación del
capital del sistema agroalimentario.

El sector abastecedor a la economía agraria proporciona a los agricul-


tores maquinaria, fertilizantes, piensos, semillas, pesticidas y combus-
tibles fósiles, incluyendo los servicios veterinarios y de reparación y
crédito a través de los canales públicos y privados. La adopción de
muchas innovaciones tecnológicas por los agricultores son normalmen-
te facilitadas por este sector abastecedor cuyo asesoramiento técnico
incluso acompaña a las ventas en las propias explotaciones (Larson y
Rogers, 1966: 49; Newby, 1997:3-30; 1988: 17 y ss.).

Es la innovación y el cambio tecnológico la propia naturaleza de la


agricultura de las sociedades posindustriales, despreocupadas por las
consecuencias del cambio tecnológico y su dimensión coactiva sobre la
estructura social de la agricultura. Para la sociedad posindustrial la tec-
nología, en sí misma, es una fuerza externa e independiente a la que
los agroecosistemas han de adaptar su artificialización pre moderna para
obtener alimentos. «La fuerza que induce a desplazar estos factores desde
los bastidores al centro de la escena no procede de los científicos socia-
les, sino del creciente malestar de la población» (Lowe, Marsden y
Whatmore, 1990).
Tal malestar no es ni mucho menos un fenómeno reciente. En la
Sociología de la Agricultura aparece éste en el trabajo pionero de
Hightower (1973), donde se recogen los movimientos agrarios de pe-
queños agricultores y jornaleros, que denuncian los efectos de la indus-
trialización agraria en torno a la mecanización recolectora del tomate,
contextualizados en el proceso de integración en el complejo agroin-
dustrial. Sin embargo habría de pasar casi una década para que se per-
filara el enfoque de los «sistemas mercantiles agrarios» que desarrolla
William H. Friedland en un proceso de acumulación en torno al gru-

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po por él formado en la Universidad de California (Friedland, 1972 y
1976). No obstante, esta protesta moderna de los agricultores no es algo
nuevo como señala esta perspectiva de la Sociología de la Agricultura.
En efecto, como han demostrado Martínez Alier (1994) y Ramachandra
Guha (Guha y Alier, 1997), entre otros, existe una «Ecología Política»,
en las formas de acción social colectiva, que reivindican su acceso his-
tórico a los medios de vida de sus territorios por parte de campesinos e
indígenas conceptualizado en el marco teórico de la «Ecología de los
pobres», que viene realizando diferentes formas de protesta social por
el deterioro de sus recursos naturales generado por la apropiación del
modo industrial de uso de los recursos naturales.

El sistema agroalimentario como articulación de sistemas agrarios


mercantilizados
El proceso de la mercantilización de los sistemas agrarios, en el contex-
to del neoliberalismo, supone la articulación de las actividades produc-
tivas vinculadas al manejo de los recursos naturales, la organización de
los productores, la organización del trabajo «en finca», la investigación
y la distribución o marketing en un único segmento de la actividad
económica. En la medida que tiene lugar una cada vez mayor especia-
lización de la agricultura, es posible distinguir en ella sistemas produc-
tivos separados y discretos, que se van formando para cada unidad con-
ceptual y socialmente distinta. Para Friedland, la situación es la misma
que se da en la industria al ir especializándose ésta en ramas, lo que
permite estudiar la industria metal-mecánica o industria textil de for-
ma separada.
Un sistema mercantil agrario es definido por William H. Friedland
como aquella matriz que permite romper los modos deductivos de teo-
rizar las estructuras agrarias reificando la agricultura como un sector o
esfera aislada para pasar al entendimiento de los procesos agrarios reco-
nocidos como una constelación cambiante de aprovisionamiento de
inputs y procesamiento de outputs, que son industrializados y diferen-
ciados desde fuera de la agricultura. Tal enfoque tiene como objetivo
entender la mercantilización de la producción agraria desde la perspec-
tiva de un sistema en el que los inputs técnicos y los procesos de tra-
bajo contingentes generan mercancías producidas, procesadas y comer-
cializadas en distintas estructuras agrarias. No queremos entrar en el
debate teórico generado en la perspectiva de la Sociología de Agricul-
tura en torno al concepto de estructura agraria y su aplicación desigual
a la agricultura estadounidense y el «empacho teórico» en que se en-

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cuentra encapsulada en la actualidad dicha tradición teórica (Buttel et
al., 1990: 175-176; Buttel, 2001: 11-35).1
El mercado aparece como el agente estructurante de la economía
rural de las sociedades posindustriales. «El agricultor no participa, em-
pero, en un sólo mercado sino en varios: mercados para los diferentes
productos que pueden ser en su alcance local, nacional o internacio-
nal. mercados para los diferentes inputs y así sucesivamente. En cada
uno de estos mercados con los que el agricultor se ve obligado a rela-
cionarse se da la necesidad de una consideración separada». Con ello,
el agricultor se ve cada vez más dependiente, llegando a estar integrado
al sistema agroalimentario (Bell et al., 1974: 86-107; Metcalf, 1969)
como complejo aglutinador de los sistemas agrarios mercantilizados, en
la acepción friedlandiana del concepto.
Se produce así una absorción del sector agrario por parte del siste-
ma agroalimentario: el elemento desencadenante de tal proceso lo cons-
tituye el nuevo tipo de relaciones contractuales que aparece en el cam-
po como pauta hegemónica. En palabras de Alicia Langreo (1988: 13)
por «relaciones contractuales en la agricultura se entienden las fórmu-
las de relación económica entre el sector agrario y la industria o red
comercial suministradora de inputs y la que demanda sus productos».
Es decir, el fenómeno requiere contextualizarse en el sistema agroali-
mentario en su conjunto. «Estas relaciones constituyen una de las for-
mas más frecuentes de concretar la coordinación vertical que se va
imponiendo en el sistema agroalimentario.»
Pero quizá merezca la pena precisar conceptualmente cómo puede
caracterizarse este fenómeno, en la estructura social de la agricultura de
las sociedades posindustriales: el sistema agroalimentario. Este puede
definirse, desde una perspectiva agroecológica, como el conjunto de ele-
mentos así como sus flujos de materiales, energía e información que
interactúan en las distintas fases de la producción de un bien que, como

1. Es ésta una situación en la que, sin duda, ha tenido mucho que ver el enfoque
neomarxista introducido por el profesor Friedland que, a pesar de sus excelentes análisis
sobre los referidos sistemas mercantiles agrarios (Friedland, 1984: 211-235 ; Buttel et
al., 1990: 174-175), margina de los mismos el neomarxismo surgido del último Marx
y rescatado por Teodor Shanin. En este proceso de crisis teórica estructural de la Socio-
logía Rural ha tenido mucho que ver tambien el propio Buttel (Cf. Friedland, Buttel,
et al, 1991: 1-26.). Para Friedland Marx sólo puso su atención esporádicamente en el
campesinado (Ib.: 5) cuando, en realidad, dedicó los últimos diez años de sus vida al
estudio del campesinado.

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resultante del trabajo en el sector agrario, se ven sometidos a una coor-
dinación vertical imperativa por parte de los sectores industrial y co-
mercial; con ello, el producto agrario se transforma en input principal
de sus procesos suministradores, transformadores y distribuidores cons-
tituidos por formas de capital de naturaleza sintética que generan una
espiral de necesidades en la demanda de los agricultores. Un ejemplo
puede clarificar la naturaleza abstracta de tal conceptualización: la in-
dustria de insecticidas. Existen tres razones fundamentales por las que
la artificialización vía controles químicos se ha ido derrumbando de la
magia tecnológica, de la «falsa» cientificación de la agricultura indus-
trializada: la mayor parte de los insecticidas eliminan tanto a las plagas
como a sus depredadores, las especies nocivas que logran sobrevivir se
recuperan con gran rapidez, en ausencia de sus enemigos naturales; en
segundo lugar, estos agentes de amplio espectro determinan a veces que
especies de insectos que anteriormente carecían de importancia se con-
viertan en importantes plagas; y, en tercer lugar, la elasticidad genética
de los insectos significa que la mayoría de las plagas desarrolla en el
plazo de cinco años, y a veces en una única estación, resistencia a cual-
quier producto químico» (Lowe et al., 1993: 22; Perkins, 1984); y esto
sin considerar el impacto que éstos producen en forma de contamina-
ción medioambiental.
Lo que caracteriza la aparición del sistema agroalimentario en las
sociedades posindustriales es, en palabras de nuevo de Alicia Langreo,
la aparición «en el mercado de una diferencia clara entre producto agra-
rio y producto agroalimentario» (Langreo, 1988: 13). Con ello se pro-
duce «la integración vertical que contribuye a acortar los canales de
comercialización» (Larson, et al., 1966: 50). La interrelación económi-
ca entre los sectores agrario y no agrario en el contexto del definido
sistema agroalimentario constituye, pues, la agricultura contractual. Ésta
fue inicialmente definida como «el reparto, por parte del agricultor, de
algunas de sus decisiones respecto al riesgo que implica la gestión, pro-
ducción y comercialización con otros» (Ib.: 50-51). No obstante, desde
nuestra perspectiva sociológica, lo que nos interesa resaltar de la agri-
cultura contractual es su dimensión como «forma de integración verti-
cal de las explotaciones agrarias con los sectores no agrarios (on farm
business) y ello sobre todo en el contexto de internacionalización de la
estructura, social de la agricultura, que se está produciendo en las últi-
mas décadas, en las cuales el sistema agroalimentario adquiere la forma
de una articulación transnacional de corporaciones, fenómeno este que
pasamos a considerar.

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La internacionalización de la agricultura industrializada
Comienza a gozar de una general aceptación el imputar a la dimensión
internacional, que adoptan los sistemas productivos que controlan la
mercantilización de los recursos naturales, la responsabilidad central de
la crisis ecológica que atravesamos a nivel planetario. En efecto, en la
última década han crecido los trabajos científicos y la divulgación críti-
ca en torno a este tema, quedando nítidamente asentado el aserto de
que el manejo industrializado de los recursos naturales rompe las tasas
de reacomodo y reposición de los residuos produciendo un creciente
incremento de entropía. La posibilidad de reutilización de tan sólo una
parte de los residuos origina que éstos se transformen en distintas for-
mas de contaminación y generen una creciente pérdida de aptitud pro-
ductiva de los recursos naturales.
Son múltiples las formas de resistencia de la agricultura basada, prin-
cipalmente, en el trabajo familiar y en unidades de producción consti-
tuidas por grupos domésticos, sean de naturaleza campesina (Sevilla
Guzmán, 1991a: 366-399) o de producción simple de mercancías agra-
rias (Friedmann, 1978: 545-586; 1980: 158-184), basándose fundamen-
talmente en la propiedad individual de la tierra y en la naturaleza
refractaria de los procesos biológicos y ecológicos incluidos en la pro-
ducción agraria, al requerir éstos en muchos casos atención individual
en los intercambios naturaleza-sociedad en términos de valores de uso
(Toledo, 1993). No obstante existen multitud de formas históricas de
resistencia a la penetración cada vez mayor por el capital en la agricul-
tura (Goodman et al., 1986: 20-40). La rigidez de la ciencia al minus-
valorar el saber local, campesino o indígena ha provocado una reacción
de alejamiento del campesinado, como una expresión más de esa resis-
tencia, impidiendo hasta ahora la incorporación del holismo de la per-
cepción campesina de la naturaleza a su pesquisa. Además, la compar-
timentalización de la investigación científica, respecto del cambio
tecnológico, reproduce y refuerza la separación artificial entre Ciencias
Sociales y Ciencias Naturales, impidiendo un enfoque holístico en el
manejo. Es éste un factor central que abría de recuperarse de la pérdi-
da, cada vez más creciente, de la experimentación campesina que ha
desarrollado secularmente en su proceso de adaptación simbiótica y
coevolutiva con la naturaleza.
El «pluralismo académico» ha ocultado durante décadas este fenó-
meno a través de la subordinación de los intereses científicos a los del
mercado. Es decir, la penetración del capitalismo se ha introducido tam-
bién en el ámbito académico científico, mercantilizando las universida-

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des e institutos de investigación. Aunque este fenómeno tiene, obvia-
mente, excepciones, la parcelación del conocimiento científico y la
corporativización de la ciencia han jugado un papel decisivo en este
proceso. Por ello, es difícil predecir el final de esta tendencia mercanti-
lizadora, a menos que los investigadores consideremos imprescindible
introducir esta problemática en nuestra pesquisa, si poseemos un mí-
nimo de conciencia de especie.
El rasgo dominante en los cambios ocurridos, durante las tres últi-
mas centurias, en el manejo de los recursos naturales para obtener ali-
mentos ha sido la progresiva incorporación de las relaciones sociales
capitalistas a la agricultura. Ello se ha traducido en una progresiva
mercantilización de todos los factores implicados en el proceso. Tras la
privatización de los recursos naturales se ha ido produciendo una pro-
gresiva mercantilización del trabajo agrícola. Y tras ésta, una creciente
introducción de la lógica de los procesos industriales al manejo de la
naturaleza. El reduccionismo inevitable (producto del pragmatismo del
lucro, como objetivo final), que acompaña la simulación de los ciclos
naturales ha tenido múltiples efectos negativos entre los que destacan
la subsiguiente pérdida del uso múltiple de los recursos y la biodi-
versidad. El uso industrializado de los recursos naturales ha transfor-
mado la artificialización multiuso de los mismos en una mera artificiali-
zación agrícola. La consecuencia global del proceso no es otra sino la
degradación progresiva de los recursos naturales.
En este contexto teórico, el proceso de internacionalización de la
estructura social de la agricultura puede definirse como la integración
vertical, en el seno del sistema agroalimentario. Ello supone un proceso
de establecimiento de centros de decisión y coordinación (generalmente fuera
del sector agrario y del espacio económico nacional) a que se ve some-
tida la producción agraria, como consecuencia de la imposición de con-
diciones respecto a los inputs utilizados, las técnicas de producción
empleadas y la cantidad y calidad de los procesos de trabajo desarrolla-
dos en las explotaciones agrarias por parte de empresas transnacionales
controladoras del fomento y difusión de nuevas técnicas que, como
consecuencia de su naturaleza sintética y agroindustrial, ejercen un fuerte
deterioro sobre la naturaleza y sociedad, a través de formas de artifi-
cialización contaminantes a largo plazo del medio ambiente.
Este fenómeno, característico de la economía rural de las sociedades
posindustriales, se ha ido desarrollando a través de largas etapas y con
importantes diferencias en el subsector agrario correspondiente y, so-
bre todo, en el tiempo y en el espacio. Así, en la mayoría de los países

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del Primer Mundo hay espacios desintegrados (zonas de agricultura mar-
ginal, generalmente zonas de secano con terrenos poco propicios a la
homogeneización de los monocultivos mecanizados, o de montaña o
zonas de sierra con terrenos análogos). Igualmente en los países del
Tercer Mundo han existido y existen espacios vacíos de capitalismo
(Luxemburg, 1985: 140 y ss) aun cuando la estructura del capitalismo
periférico (Alavi, 1982: 162-192) tienda a reducirse en forma creciente
sobre todo después de la violencia de la Revolución Verde (Shiva, 1991).
Las explotaciones agrícolas (en el contexto de coordinación impera-
tiva que sufre la estructura social de la agricultura) quedan, pues, blo-
queadas, a través de las relaciones contractuales, entre las industrias del
sector, que les suministra los inputs, y las empresas transformadoras y
distribuidoras que demandan sus productos. Estas empresas pueden
tener fuertes relaciones entre sí y con otro tipo de industrias, benefi-
ciándose de su desarrollo tal como sucede con «la industria química, la
de envases o, incluso, las empresas de marketing y diseño». La coordi-
nación vertical entre empresas (on farm business) es, pues, el desarrollo
de fórmulas más o menos estables de colaboración entre distintas fases
de producción. Normalmente tal coordinación tiene lugar mediante re-
laciones de capital, pudiendo en tales casos, controlar diversas etapas del
proceso e incluso abarcar todo el sistema agroalimentario en ese espe-
cífico sector en amplias zonas del planeta.
En las últimas décadas se está abriendo, cada vez más, la perspecti-
va de utilización para fines agrarios de organismos modificados genética-
mente, lo que plantea nuevos riesgos medioambientales, cuyo alcance
intergeneracional nos es totalmente desconocido; aunque sí se eviden-
cia a corto plazo, su acción deteriorante sobre múltiples aspectos de la
naturaleza, como la biodiversidad, y otros de la sociedad al quedar cla-
ramente bajo el control de los etnoecosistemas centrales (Kloppenburg,
1990 ). La agricultura industrializada adquiere, en estos momentos, la
dimensión transgénica, abriendo, con ello, nuevos y desconocidos cam-
pos de riesgo tanto para la naturaleza como para la sociedad, como de-
mostraremos a lo largo de este texto.

Economía y agricultura en la sociedad informacional:


neoliberalismo y globalización
Se debe a Manuel Castells, (1996) en su prolijo trabajo, La Era de la
Información : Economía, Sociedad y Cultura, la más ambiciosa caracteri-
zación de, por un lado, las pautas emergentes del tipo de sociedad ac-

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tual y, por otro del proceso de articulación del neoliberalismo con la
globalización económica. Merece la pena detenerse en su análisis, aun-
que teniendo bien presente que sus sofisticadas interpretaciones se ven
fuertemente sesgadas por la ausencia de herramientas analíticas respec-
to al problema medioambiental y al conocimiento ecológico existente.
Así, para el citado profesor de Berkeley, «la productividad es la fuente
del progreso económico mediante el aumento del producto (output) por
unidad de insumo (input). A lo largo del tiempo la humanidad acabó
dominando las fuerzas de la naturaleza y en el proceso se dio forma
como cultura (Ib.: 94). Los conceptos de progreso y cultura, como
puede verse, se utilizan desde la aceptación, probablemente inconsciente,
de la «defensa de los ideales de la civilización occidental» que propug-
nara el rearme neoliberal iniciado por Hayek, anteriormente señalado.
En efecto, el progreso de una «forma de productividad» que no
internaliza los costes medioambientales ni sociales es tan sólo un pro-
greso para las minorías acomodadas en los espacios privilegiados de la
estructura de poder generada por el citado proceso de reproducción de
«nuevas europas». La crisis ecológica global generada por dicha produc-
tividad se ve también unida a la pérdida de la diversidad sociocultural
resultante del proceso, como se desprende de la propia interpretación
de Castells al hablar de cultura en singular. Como muestra, la impla-
cable evidencia empírica ya acumulada es, precisamente, la creencia de
que la humanidad pueda «dominar la naturaleza a través de la produc-
tividad» lo que ha generado la crisis ecológica y social que vivimos. Es
el hecho de que el profesor Castells defina, desde la propia lógica neo-
liberal, los mecanismos de funcionamiento de la economía, lo que nos
conduce a seguir su discurso en las siguientes páginas.
El elemento clave de la articulación entre el neoliberalismo y la
globalización económica lo constituyen, en nuestra opinión, el hecho
de que el conocimiento (la ciencia y su autolegitimación, defendida por
la estructura de poder en torno a ella generada), que sirve para inter-
pretar el funcionamiento de la economía y la sociedad, haya sido gene-
rado dentro de la lógica de la «defensa de los valores occidentales» sin
capacidad de asimilar otro tipo de valores; es decir, sin aceptar la
biodiversidad cultural del planeta. Con esta aclaración, adquiere su ver-
dadero sentido la definición que el profesor Castells realiza de la eco-
nomía actual como informacional y global. «Es informacional porque
la productividad y la competitividad de las unidades o agentes de esta
economía (ya sean empresas, regiones o naciones) depende fundamen-
talmente de su capacidad de generar, procesar y aplicar con eficacia la

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información basada en el conocimiento». La imposición coactiva del
modelo productivo occidental, instalado en el Centro, al resto del
mundo ha tomado diversas y variables formas, desde su propia génesis
en 1492. Su expansión inicial fue lenta y errática, adquiriendo una
desmesurada agresividad en la situación actual. En tan largo camino, el
momento clave lo constituye el establecimiento de la estructura de poder
internacional, elaborado a partir de la instituciones de Brettons Woods
y la utilización del conocimiento como poder a través del concepto de
desarrollo y su implementación (Sachs, 1992).
El modelo productivo occidental, en la actualidad, tiene un funcio-
namiento global «porque, la producción, el consumo y la circulación,
así como sus componentes (capital, mano de obra, materias primas,
gestión, información, tecnología, mercados), están organizados a escala
global, bien en forma directa bien como una red de vínculos entre los
agentes económicos. Es informacional y global porque, en las nuevas
condiciones históricas, la productividad se genera y la competitividad
se ejerce por medio de una red global de interacción». Aun cuando la
rentabilidad privada es la motivación última de su lógica de funciona-
miento, la innovación tecnológica e institucional son los factores clave
que transforman la «tecnología, incluida la organización y gestión, como
principal factor inductor de la productividad», que se desarrolla en seno
de las empresas, las naciones y las entidades económicas regionales,
agentes reales del crecimiento económico. Sin embargo, el elemento
clave del funcionamiento del sistema lo constituye la competitividad que
adquiere sentidos muy diferentes cuando se refiere a cada uno de tales
agentes; es decir, a empresas, a estados nacionales o a entidades econó-
micas regionales de naturaleza internacional. El actor último generador
de las condiciones de la competitividad lo constituyen los estados que,
articulados en entidades económicas más amplias, realizan los pactos que
entre ellos se establecen para ejercer su poder generando las citadas
condiciones de competitividad (Castells, 1996: 93, 107 y 108).
Son tres los factores que generan la dinámica de competitividad entre
los agentes económicos de la economía global: por un lado, la capaci-
dad tecnológica, como «articulación apropiada de ciencia, tecnología,
gestión y producción»; por otro, el acceso a un mercado «extenso inte-
grado y rico», determinado por el grado de integración a una zona eco-
nómica y finalmente, «la tercera fuente de competitividad lo constitu-
ye el diferencial entre los costes de producción en el lugar de producción
y los precios en el mercado de destino (Ib.: 130 y 132). Tales factores
están interconectados debiendo estar integrados en la estrategia de las

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empresas para su funcionamiento en la economía global. No obstante,
el ejercicio de la competitividad, sólo tiene lugar a través de la genera-
ción política de las condiciones que la posibilitan. En efecto, en la eco-
nomía global los estados se vinculan directamente a empresas o com-
plejos económicos transnacionales que no están ubicadas en su país; los
intereses específicos del Estado exigen, por razones de competencia,
elaborar una estrategia explícita de productividad y tecnología vincula-
das a ellas, ya que así será posible utilizar las empresas de su país como
instrumentos de defensa del interés nacional (Erans, 1995).
En efecto son los estados quienes generan la competitividad mediante
las relaciones de poder con las empresas multinacionales llegando a crear
las tendencias del mercado: la economía global responde, básicamente,
a la estructura del poder político. Y ello, en las tres regiones principa-
les y sus zonas de influencia —Norteamérica, Europa y el Pacífico asiá-
tico, en torno a Japón—; sin embargo no son los estados quienes ejer-
cen su hegemonía, a través de los mecanismos de la «competitividad
global»; son las grandes empresas multinacionales y sus asociaciones
quienes fuerzan la intervención política obligando a los estados a des-
mantelar sus aparatos de protección social con vistas a la realización de
la utopía del mercado libre y al establecimiento de «formas mínimas
de Estado». Así los estados, aunque busquen la expansión de la renta
de sus ciudadanos (por cierto, con una fuerte diferenciación social) me-
diante intervenciones en sus zonas de influencia se ven obligados a
convertirse en «estados activistas» sujetos a la articulación del sistema
de interrelaciones de la economía global. La globalización económica
funciona a través de procesos en los que los estados nacionales se arti-
culan, entremezclan e imbrican a través de actores transnacionales que
generan estructuras de poder.
Los mecanismos hasta aquí esquematizados permiten a las multina-
cionales adquirir un enorme poder, ejercido fundamentalmente a tra-
vés de los mercados financieros, de forma tal que, como señala Ulrich
Beck, pueden exportar puestos de trabajo donde sean más bajos los
costes laborales y las cargas fiscales; pueden desmenuzar sus productos,
servicios y trabajo por todo el mundo; pueden obtener «pactos globales»
para tener condiciones impositivas más suaves e infraestructuras más
favorables, llegando a castigar cuando sea necesarios a los propios esta-
dos-naciones. Su poder de negociación en esta red de interacciones de
poder les permite distinguir entre el lugar de sus inversiones, el lugar
de sus producciones y el lugar de sus declaraciones fiscales, separándo-
les de su lugar de residencia: Se está produciendo, así, «una toma de

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los centros materiales vitales de las sociedades modernas», sin revolu-
ción ni cambio de leyes, sino tan sólo, mediante el desenvolvimiento
de la vida cotidiana y del bussines as usual (Beck,1998; 1ª ed., 1997).
El resultado sobre la mayor parte de la humanidad de este proceso es
comparable a lo acaecido durante el siglo XIX: crecimiento a gran esca-
la del capital acompañado por un aumento del desempleo, la pobreza,
el crimen y el sufrimiento. Los sectores sociales más afectados por la
globalización, hasta ahora caracterizada, lo constituye sin duda el cam-
pesinado y sus múltiples identidades socioculturales configuradas a lo
largo de la historia, a través de su coevolución con los recursos natura-
les de quienes surge, en última instancia, su autentica naturaleza: la
generación de su cultura específica a través de los intercambios realiza-
dos con la naturaleza, como pasamos a analizar.
En lo que sigue pretendemos esquematizar el marco tecnológico,
sociocultural y político que nos permita caracterizar la densidad
conectiva del contexto actual del neoliberalismo y la globalización eco-
nómica, que acabamos de caracterizar, con las tendencias estructurales
generadas en el proceso histórico, para evaluar el impacto de las semi-
llas transgénicas en el modo de uso de los recursos naturales que desa-
rrolla el campesinado.

Breve clarificación conceptual sobre el concepto de biotecnología


Desde el contexto teórico de la Agroecología (Altieri, 2001; Guzmán
Casado, González de Molina y Sevilla Guzmán, 2000; y Gliessman,
1998), que culmina a través de la acumulación de la estrategia teórica
de la rica tradición de los estudios campesinos (Shanin, 1990), se defi-
ne al campesinado como una forma de artificializar la naturaleza que
mantiene —allá donde no hay factores exógenos que disturben el ma-
nejo— los mecanismos de reproducción biótica de los recursos natura-
les, por lo que dicho modo de uso de los mismos puede considerarse
como portador de una racionalidad ecológica (Toledo, 1993). Aunque
en las últimas décadas, la biotecnología ha sido definida como la utili-
zación de la ingeniería genética en el ADN recombinante, es ésta una
acepción restringida, que no tiene en cuenta las técnicas desarrolladas
históricamente, al utilizar organismos vivos (o parte de ellos) para te-
ner acceso a los medios de vida, mejorando plantas o animales o desa-
rrollando microorganismos en contextos agroalimentarios. Es en esta se-
gunda acepción amplia, que incluye a la primera, donde se va a mover
nuestro esquemático análisis de las relaciones entre la biotecnología y
el campesinado que pasamos a considerar.

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La respuesta a la pregunta de si los transgénicos pueden resolver el
problema del hambre en el mundo, como defiende el pensamiento
neoliberal, requiere en mi opinión reflexionar sobre la trayectoria se-
guida por la naturaleza del manejo de los recursos naturales en el pro-
ceso histórico. En otro lugar caracterizamos dicha trayectoria como el
paso de la «cuestión agraria» a la «cuestión medioambiental». El debate
sobre la «cuestión agraria» planteaba cual debería ser el papel del cam-
pesinado en el desarrollo de la agricultura. Dicho debate quedó cerra-
do a finales del siglo XIX ante el consenso tanto del pensamiento cien-
tífico convencional como del pensamiento alternativo a éste (en el
proceso de construcción paradigmática de la ciencia), al redefinir a la
agricultura como una rama de la industria y relegar al campesinado a
la posición de residuo anacrónico que, ineluctablemente, habría de ser
sacrificado en los altares de la modernidad (Giner y Sevilla Guzmán,
1980).
Para finales de la década de los cuarenta ya se había producido, en
el denominado Primer Mundo o «Centro de la Economía Mundo» la
implantación, aunque todavía no hegemónica, del modo industrial de
uso de los recursos naturales, en el que los mecanismos de reproduc-
ción biótica de los mismos podían ser forzados según las exigencias del
mercado, ya que «la ciencia, podría, a través de las tecnologías de ella
derivadas, sustituir los elementos deteriorados por el capital. Faltaba,
pues concluir el proceso, anteriormente descrito en el resto del mun-
do, tarea que, en buena medida, llevaron a cabo las instituciones de
Bretton Woods: el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Interna-
cional (FMI) y el GATT —hoy Organización Mundial del Comercio—,
a través de la llamada Revolución Verde. Se concluyó así el paso de una
«biotecnología artesanal» (en la que la modificación del germoplasma
se realizaba por una selección fenotípica, que domesticaba plantas y
animales manteniendo la coevolución del hombre con la naturaleza), a
otra, en la que la selección se vincula a un paquete tecnológico de
insumos industriales para obtener semillas y animales de alto rendimien-
to. Aunque ambas biotecnologías, al artificializar los recursos naturales
para obtener alimentos, los degradaban, la naturaleza del deterioro era
radicalmente distinta.
El paso de la biotecnología «artesanal» (basada en una lógica
ecológica) a la «industrial» (basada en la lógica del lucro, dictada por el
mercado) supuso, respecto al manejo de los recursos naturales, que la
fertilidad natural del suelo y su consideración como algo vivo fuera
sustituida por su utilización como un soporte inerte, alimentado por

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química de síntesis. El aire y el agua dejaron de ser un contexto
interrelacional con otros seres (cuyas funciones podrían utilizarse, a
modo de control sistémico, en la producción de bienes para el acceso a
los medios de vida), para transformarse, definitivamente, en meros
insumos productivos, cuyos ciclos y procesos naturales podrían ser for-
zados hasta obtener un máximo rendimiento, según las demandas del
mercado, sin considerar el grado de reversibilidad del deterioro causa-
do por dicho forzamiento. Y, finalmente, que la biodiversidad fuera
obviada, despreciándose el proceso de coevolución que la había gene-
rado.

La naturaleza del problema: el hambre en el mundo


En las últimas décadas se está produciendo una inusitada revolución
tecnológica, como consecuencia de los prodigiosos descubrimientos de
la ciencia en la bioteconología —ultilizada ésta en la acepción restrin-
gida anteriormente señalada— que ha empezado a utilizar con fines
comerciales las técnicas del ADN recombinante, la fusión nuclear y
nuevos procesos de bioingeniería. La trágica situación de la humani-
dad; donde existen actualmente mas de 800 millones de personas, que
pasan hambre y viven en un claro estado de pobreza, no puede per-
mitirnos renunciar a la utilización de tales descubrimientos a la hora
de contribuirá a resolver dicho problema en el conjunto del planeta.
Existe un nítido consenso científico respecto a que no es la falta de
alimentos lo que deteriora la trágica situación de hambre en el mun-
do. Por el contrario, es la desigual distribución de la riqueza la causa
última de tal descomunal injusticia: «En 1999 se produjo suficiente
cantidad de granos en el mundo para alimentar una población de ocho
mil millones de personas» (Altieri, 2001: 18), magnitud no alcanza-
da todavía por los habitantes de este planeta. Si tal cantidad de ali-
mentos se distribuyeran equitativamente o no se emplearan para ali-
mentar, mediante métodos de naturaleza industrial, a animales para
satisfacer el consumo exosomático del Primer Mundo, el hambre
quedaría automáticamente eliminada de la faz de la tierra (Lappe,
Collins, Rosset y Esparza, 1998).
La creciente inseguridad alimentaria existente en la actualidad, está
siendo generada por la apropiación privada de los recursos, que permi-
ten el acceso a los medios de vida y su creciente mercantilización a tra-
vés de la lógica del lucro. Los extraordinarios hallazgos científicos, que
la biotecnología transgénica de las semillas está produciendo, está sien-
do monopolizado, en sus aplicaciones sobre la humanidad en materia

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de salud y alimentación, por intereses privados sin un control público
que, a nivel mundial, permita su aprovechamiento por todos.

La situación actual: el sistema de ciencia y las semillas transgénicas


El modo industrial de uso de los recursos naturales fue impuesto por
una estructura de poder, cuyas raíces más profundas están vinculadas a
la degradación sociocultural sufrida por los llamados «pueblos sin his-
toria», así como por el «imperialismo ecológico», generado por la pau-
latina incorporación del citado manejo industrial de los recursos por la
identidad sociocultural occidental reproducida social y tecnológicamente
en el conjunto del planeta. La raíz última desencadenante de este pro-
ceso radica en el concepto de «naturaleza» (acuñada por la Ilustración,
primero, y por el liberalismo histórico, después) introducido en el mis-
mo. Los recursos naturales se perciben así, como algo separado del
hombre y susceptible de ser dominada por él, a través de la razón,
pudiendo ser reducida a la condición de mero factor productivo sus-
ceptible de privatización, mercantilización y cientifización.
Aunque la ciencia como epistemología sea «el manejo del riesgo a
no equivocarnos», en su condición de estructura social (es decir, como
sistema social de ciencia) se encuentra sometida a un proceso de
privatización que, en no pocos casos, está justificando la articulación
emergente entre el neoliberalismo y la globalización, que interpreta el
funcionamiento de la economía y la sociedad bajo una sola lógica, la
de producir y consumir mediante el estilo de vida impuesto por «los
valores occidentales», sin capacidad de asimilar otro tipo de valores; es
decir, sin aceptar la biodiversidad cultural del planeta. El sistema de
ciencia se ve sometido en la actualidad a un conjunto de presiones de
muy diversa naturaleza —control privado de la investigación a través
de la financiación, cooptación privada de la estructura del poder acadé-
mico, contexto de las políticas públicas privatizadoras, control de los
medios de comunicación y seguridad en el trabajo entre otros—, que
influyen coactivamente en la disolución del compromiso de los inves-
tigadores con los oprimidos y excluidos, eliminando, en no pocos ca-
sos, la existencia de una ética social.
El resultado, en los inicios del siglo XXI, es que a la cada día más
extrema distribución de la riqueza (en la «Periferia» más de mil millo-
nes de personas se encuentran en la pobreza y exclusión más absolutas,
aunque según el criterio unánime de los especialistas, como ya hemos
señalado, sobren alimentos y recursos en el planeta), se suma un cre-
ciente deterioro de los recursos naturales, uniéndose a la crisis social,

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la ecológica: aparece así la «cuestión mediambiental», antes referida (Se-
villa Guzmán y Woodgate, 1997).
Durante las últimas décadas, diversos especialistas en temas relati-
vos al manejo de los recursos naturales están introduciendo en esta área
los conocimientos existentes de ecología, para encontrar las causas últi-
mas de la degradación creciente de la naturaleza y la sociedad, hasta aquí
esquematizada. Partiendo de una crítica al pensamiento científico con-
vencional, y rompiendo las barreras disciplinares de éste, han elabora-
do una propuesta en la que las Ciencias Sociales, por un lado, y las Cien-
cias Naturales, por otro, se articulan con el conocimiento local,
campesino o indígena ofreciendo soluciones a la referida «cuestión
medioambiental» —en su doble dimensión social y ecológica. Existe hoy
evidencia empírica suficiente como para afirmar que la Agroecología
—tal es el nombre atribuido a dicha propuesta— podría sustituir a la
«agricultura industrializada» sin disminuir los rendimientos agrícolas, fo-
restales y ganaderos actualmente existentes (Guzmán, González de
Molina y Sevilla Guzmán, 2000). El análisis que sigue se realiza desde
la perspectiva de este nuevo campo transdisciplinar.

El impacto de las semillas transgénicas sobre la producción campesina


En las últimas décadas, con el mismo argumento utilizado por la Re-
volución Verde, de paliar el hambre en el mundo, se están introduciendo
en el mercado una gran cantidad de semillas transgénicas, sin un con-
trol del riesgo que ello supone, al no existir todavía una contrastación
científica rigurosa sobre sus posible efectos. Aunque desde una perspec-
tiva puramente científica, no podemos renunciar a la aparición de una
«biorevolución transgénica», sin embargo, es importante señalar la res-
ponsabilidad que tenemos respecto al control de las repercusiones so-
ciales y medioambientales, que el avance del conocimiento puede ge-
nerar, cuando las tecnologías derivadas del mismo quedan sometidas a
la arbitrariedad del mercado y de su lógica del lucro.
Si rescatamos el análisis realizado anteriormente, respecto a la tra-
yectoria de las interelaciones entre el campesinado y la biotecnología,
podemos concluir que en el estado actual de conocimientos, la intro-
ducción en el mercado de una manera incontrolada de semillas
transgénicas puede suponer el paso de una «agricultura industrializada»
—con las secuelas negativas para la salud y los recursos naturales de su
naturaleza química— a una «agricultura transgénica» —sin la contras-
tación científica adecuada—, lo que incrementaría el proceso de degra-
dación más arriba esquematizado.

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Aunque los riesgos ambientales de los cultivos transgénicos puestos en
el mercado sin los referidos controles científicos —pérdida de la diversi-
dad genética y promoción de su erosión; mutación a, y/o creación de,
supermalezas, creación de nuevas razas patógenas de bacterias, generación
de nuevas variedades de virus más nocivas, entre otros (Rissler and Mello,
1996; Krimsky and Wrubel, 1996 y Altieri, 1998 y 2001)— se encuen-
tran ya suficientemente documentados; no sucede lo mismo respecto a los
riesgos vinculados a la salud, al no disponer aún de tiempo suficiente como
para contrastar los claros indicios que comienzan a percibirse y que un
mínimo principio de precaución ha llevado a la movilización de la socie-
dad civil de varios países. De lo que no cabe duda es del impacto social y
ecológico que tendría dejar en manos del mercado, con su lógica de lu-
cro, el monopolio de los alimentos básicos de la población mundial y por
tanto la planificación de cultivos a nivel planetario.
Una primera aproximación a la evaluación agroecológica del impac-
to de los cultivos trangénicos sobre las economías campesinas, a través
de la metodología que hasta ahora hemos desarrollado, nos permite
señalar las siguientes consecuencias:

1. Pérdida de la autosuficiencia agroalimentaria; característica central


dentro del rescate que la Agroecología propugna de su lógica
ecológica para el diseño de modernos sistemas agrícolas de natura-
leza medioambiental. Vinculado a ello aparece la generación de una
fuerte dependencia de «intereses privados» al mercantilizar los
insumos que, históricamente, han cerrado sus ciclos de materiales
y energía, dotando a su modo de uso de una alta eficiencia
ecológico-energética.
2. Sometimiento del manejo campesino de los recursos naturales a la
lógica del mercado, con la ruptura de las matrices socioculturales
que mantienen aún, en muchas partes del mundo, lógicas de in-
tercambio vinculadas a cosmovisiones, que han probado empírica-
mente formas de sustentabilidad ecológica.
3. Pérdida de la legitimidad histórica del campesinado a conservar e
intercambiar sus semillas, producto de una coevolución con sus
ecosistemas, que asegura el mantenimiento de una biodiversidad,
sin la cual la ciencia no podrá continuar el objeto último de su exis-
tencia: contribuir al progreso de la humanidad.
4. Erosión sociocultural de los sistemas ambientales con la pérdida del
conocimiento local, campesino e indígena, imprescindible hoy en
día para resolver los problemas medioambientales generados por los

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excesos químicos, que en el pasado generó el entusiasta e irreflexi-
vo, paradigma modernizador.
5. Ruptura de las tecnologías sistémicas sobre el control de plagas y
enfermedades, vivo aún en múltiples estilos históricos de manejo
de los recursos naturales desarrollado por las etnicidades campesi-
nas que mantienen su identidad sociocultural, preservando así a sus
ecosistemas de diversos riegos ambientales.
6. Desalojo del campesinado de numeroso ecosistemas frágiles, con-
servados por un manejo de adaptación histórica y cuya modifica-
ción, al permitir las tecnologías transgénicas su intensificación, ge-
neraría nuevos procesos de exclusión. Y ello sin tener aún la certeza
científica de una posterior degradación de tales ecosistemas.
7. Apropiación transnacional de múltiples territorios indígenas, cuyos
derechos históricos y, en muchos casos, sabiduría de conservación
ecosistémica no pueden ser cuestionados tras un riguroso análisis.
8. Ruptura de la estrategia campesina del multiuso del territorio que
han desarrollado históricamente, numerosas culturas campesinas
y/o indígenas y que la Agroecología reivindica, en la actualidad para
su articulación con nuevas tecnologías de naturaleza medioambiental.

Breve reflexión final


La naturaleza de este documento no nos permite sino una primera
aproximación al análisis y evaluación agroecológica del impacto de las
semillas transgénicas (en su situación actual de colocación en el merca-
do sin los controles científicos adecuados) sobre la producción campe-
sina. Es indudable la importancia que la ingeniería genética tiene en la
actualidad como un avance científico incuestionable. Sin embargo, la
ciencia debe controlar «el conocimiento de su conocimiento» ( Edgar
Morin, 1986); sólo así podrá realizar una sustantiva aportación a la tarea
de eliminar el hambre en el mundo. Hay que evitar —como señala
Walter A. Pengue (2000)— que «el individualismo, el afán por el lu-
cro desmedido, la mercantilización de la naturaleza y la ciencia y la tec-
nología», se concentren en manos privadas sometiendo a la naturaleza
a la lógica del lucro; ya que lo que está en juego es la vida misma. La
articulación transnacional de los estados a través de sus organizaciones
supranacionales deberán hacerse cargo de la responsabilidad que les
compete, tal como la sociedad civil está demandando a través de la
amplia disidencia al neoliberalismo y la globalización económica que nos
invade.

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VIII. LA SOCIOLOGÍA RURAL EN EL
PENSAMIENTO SOCIAL AGRARIO (III)
LA «SOCIOLOGÍA RURAL ALTERNATIVA»:
DE LAS TEORÍAS DE LA DEPENDENCIA
A LOS ESTUDIOS CAMPESINOS
Y A LA AGROECOLOGÍA

Introducción, acerca del pensamiento social agrario


alternativo
La ciencia, como toda construcción humana, posee una naturaleza cam-
biante, de forma tal que el conjunto de perspectivas teóricas que gozan
de la hegemonía (otorgada por el sistema de expertos que determina el
conjunto de marcos teóricos que mejor explican la realidad en un deter-
minado momento) se ve replicado por otras perspectivas teóricas alter-
nativas; o dicho con otras palabras, los mecanismos de transformación
de la ciencia tienen una raíz dialéctica. Así, el conjunto de esquemas
explicativos de la realidad, tanto social como natural, compiten por
obtener una posición hegemónica de «consenso científico», en un mo-
mento dado. Ello puede visualizarse esquemáticamente al comparar la
evolución del pensamiento científico convencional, en el que se genera
la Sociología Rural, que presentamos en el cuadro 1 (que aparece en
los capítulos I y V), respecto al cuadro 2 que presentamos más abajo.
En este cuadro presentamos un conjunto de conocimientos que, en un
proceso de acumulación crítica, van desenmascarando las desviaciones
de la ciencia cuando actúa como estructura de poder, legitimando el
orden social establecido respecto al establecimiento del modo industrial
de uso de los recursos naturales. Tales conocimientos posen una dimen-
sión pluriepistemológica; es decir, provienen tanto de las ciencias agra-
rias (en sus propuestas de naturaleza medioambiental y respetuosas con
la biodiversidad sociocultural) como del pensamiento popular (en su
lucha por el acceso a los medios de vida), cuando se enfrentan al pro-
ceso de degradación de la naturaleza y la sociedad generado por el de-
sarrollo del capitalismo, con la utilización bastarda del pensamiento cien-
tífico convencional como elemento legitimador.

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En este sentido coincidimos con Alcira Argumedo cuando señala que:

Las ciencias humanas tienen criterios para medir la relevancia de una


corriente de ideas: la rigurosidad y el refinamiento de los concep-
tos, la calidad crítica, la coherencia interna de sus deducciones, las
citas bibliográficas que muestran erudición. La exposición pedagó-
gica de esas teorías tiende a acompañarse de un distanciamiento entre
los desarrollos conceptuales y los momentos históricos en los cuales
se formularon; y también a ocultar los deslices de autores consagra-
dos que a veces dicen lo que no se debe. Sin desconocer tales crite-
rios creemos posible incluir otras variables para evaluar esa relevan-
cia. Si millones de hombres y mujeres durante generaciones las
sintieron como propias, ordenaron sus vidas alrededor de ellas y
demasiadas veces encontraron la muerte al defenderlas, esas ideas son
altamente relevantes para nosotros, sin importar el nivel de sistema-
tización y rigurosidad expositiva que hayan alcanzado (Argumedo,
2001: 10 y 11).

El enfoque agroecológico, utilizado para explorar la evolución de la


Sociología Rural en el pensamiento social agrario, ha hecho imprescin-
dible la utilización de la dialéctica generada entre el pensamiento con-
vencional y el pensamiento alternativo, ya que aunque dicha disciplina
se haya movido básicamente dentro de aquel, su transformación ha
estado no pocas veces determinada por éste. La Sociología de la Agri-
cultura es el más claro ejemplo de dichas transformaciones; ya que
(como hemos visto en los capítulos V y VI) en la actualidad sus pro-
puestas de cambio parecen llegar a la Agroecología. Por ello, en la in-
troducción presentamos «el debate histórico sobre la cuestión agraria»
como núcleo central de la antigua tradición de los estudios campesi-
nos, generadora a su vez del pensamiento alternativo sobre el campesi-
nado, la sociedad rural y los aspectos sociales de la agricultura, la gana-
dería y la forestería, que presentamos esquemáticamente en este capítulo.
El contexto histórico en que tuvo lugar, coincidió con el surgimiento
de la Sociología; donde el mundo rural y el manejo campesino de los
recursos naturales eran considerados como residuos anacrónicos ante la
necesidad de desplegar por todo el mundo los procesos —tecnológicos,
políticos y epistemológicos— introducidos por las revoluciones indus-
trial, política-democrática y científica que configuraron la Modernidad.
En este sentido, definimos el pensamiento alternativo como el conjun-
to de propuestas que se enfrentan al modelo productivo agroindustrial

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CUADRO 2
PERSPECTIVAS Y MARCOS TEÓRICOS DE LA SOCIOLOGÍA RURAL
EN EL PENSAMIENTO ALTERNATIVO
Marcos teóricos Autores clave
Perspectiva teórica del neonarodnismo y marxismo heterodoxo
Los espacios vacíos de capitalismo R. Luxemburg
La cooperación vertical N. Bukarin
La acumulación primitiva socialista E. Preobrazhensky
Agronomía social A. Chayanov
El ayllu incaico y la contrahistoria colonial José Carlos Mariátegui
Perspectiva de las teorías de la dependencia y el subdesarrollo
Centro-Periferia / Economía Mundo A. Gunder Frank, I. Wallerstein
Colonialismo interno A. Gorz, P. Casanova González, M. Hecter
Teorías de la articulación C. Bettelheim, P. Rey C. Meillassoux,
R. Montoya
desarrollo desigual S. Amin, K Vergopoulus
Teorías de la transición M. Godelier, H. Alavi
Etnodesarrollo G. Bonfil Batalla; R. Stavenhagen
Propuestas liberadoras en el J. Petras, T. Negri y J. Holloway
Tercer Mundo
Perspectiva teórica de los estudios campesinos
La economía moral K. Polanyi; E.P. Thompson
La estructura social agraria B. Galeski
Ecotipos históricos campesinos E. Wolf, K. Wittfogel, S. Mintz
Antropología ecológica A. Vayada; R. Rappaport
Neonarodnismo marxista T. Shanin, M. Godelier
Tecnologías campesinas A. Palerm; Hernández Xolocotzi
Perspectiva teórica de la Agroecología
Economía ecológica y ecología política J. Martínez Alier; J.M. Naredo
Aspectos ecológicos y agronómicos M.A. Altieri; S. R. Gliessman
Coevolución etnoecológica V. M. Toledo; R.B. Norgaard
Neonarodnismo ecológico E. Sevilla Guzmán; M. González de Molina

actualmente hegemónico a lo largo de su configuración histórica, criti-


cando el desarrollo del capitalismo en la agricultura y sus impactos
sociales y medioambientales. Muchas de estas propuestas responden a
la elaboración teórica obtenida de los contenidos históricos forjados en
las luchas populares en su resistencia a la privatización, mercantilización
y cientifización del manejo de los recursos naturales
Las propuestas del pensamiento social agrario alternativo, surgen de
una crítica a los marcos teóricos del pensamiento científico convencio-

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nal anteriormente analizados; por ello, nos es posible como en el caso
anterior, agrupar las distintas construcciones teóricas en «perspectivas»
más amplias, que comparten el núcleo central de elementos de cada
propuesta individual. Así, frente a la perspectiva de la «Sociología de la
Vida Rural» (que inicia el cuadro 1 y que fundamenta el desarrollo
comunitario, para introducir un manejo industrial de los recursos na-
turales que sustituya al manejo campesino de los mismos), dentro del
pensamiento científico convencional, aparece aquí (encabezando el cua-
dro 2), una «perspectiva neonarodnista y marxista heterodoxa», que
hemos situado, en primen lugar, para ser fieles a su aparición histórica,
aunque difiera de su incorporación cronológica al pensamiento social
agrario. En efecto, se debe a la perspectiva teórica de los estudios campe-
sinos, el rescate de un valioso número de conceptualizaciones realizadas
por el pensamiento de un conjunto de autores, que se mueven en una
clara disidencia a los actores sociales intervinientes en el debate sobre
la cuestión agraria (configurador de la antigua tradición de los estudios
campesinos), que la tradición intelectual de esta perspectiva teórica in-
corpora al pensamiento social agrario.
A través de la perspectiva del neonarodnismo y el marxismo hetero-
doxo se critica la desorganización social generada en las comunidades
rurales por el proceso de privatización, mercantilización y cientifización
de la agricultura que introduce el desarrollo del capitalismo; al tiempo
que se desarrollan una serie de conceptualizaciones de gran vigor y plas-
ticidad analítica por su posibilidad de incorporación a otros contextos
teóricos. La «teoría de los espacios vacíos de capitalismo», que aparece
como primer marco teórico de esta perspectiva, es una conceptualiza-
ción relativa a la existencia de una lógica que, aunque formalmente
parezca plegarse a los designios del mercado, realmente se aleja de ella
para emerger en los momentos pertinentes, como una clara resistencia
pasiva a la penetración del capitalismo en el manejo de los recursos
naturales, que responde al conocimiento local campesino e indígena
existente en los agroecositemas periféricos (Cf. Luxemburg, 1912-1985
y 1967). Cuando la resistencia a la dominación del capitalismo se ex-
presa en formas de acción social colectiva, que generan infraestructuras
organizativas como formas asociativas de producción y circulación que
tratan de evitar la extracción del excedente de los campesinos, aparece
el concepto de cooperación vertical, que hemos incluido como un nue-
vo marco teórico (Cf. Bujarin, 1972). Teodor Shanin (1979: 124 y 197-
203), incluye a Preobrazhensky (1965) como uno de los autores clási-
cos a recuperar para el estudio del campesinado, al ofrecer elementos

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todavía válidos respecto a las «alternativas abiertas al Estado y a las sec-
ciones urbanas de la población en sus relaciones con el campesinado,
en períodos anteriores a la industrialización»; realizando una excelente
crítica a la falsa participación en el establecimiento de estrategias
socioeconómicas, en el contexto de la «acumulación primitiva socialis-
ta» (nombre que hemos dado a este marco teórico).1
La Agronomía social de Chayanov recoge de una manera más glo-
bal, que los autores hasta ahora considerados, el legado de la «antigua
tradición europea de estudios campesinos» que reivindica la existencia
de bienes comunales (todo aquello que la naturaleza nos ofrece para el
acceso de los medios de vida de la población) para elaborar una pro-
puesta que, utilizando como modelo el manejo campesino de los re-
cursos naturales, evitar la desorganización social de las comunidades
rurales. Esta perspectiva teórica del neonarodnismo y marxismo hete-
rodoxo, puede considerarse como una continuidad del debate sobre la
cuestión agraria; por ello al finalizar este capítulo vamos a presentar lo
que Fred Battlel, definió intuitivamente como marxismo chayanoviano,
al percibir una praxis intelectual y política de apoyo al campesinado en
la Sociología de la Agricultura, cuyos marcos teóricos analizamos ya, con
cierto detalle, en el capítulo V. De esta forma, pretendemos clarificar
conceptualmente el contexto teórico de la Sociología de la Agricultura,
mediante el establecimiento de la conexión teórica, de la que ésta care-
ció en su aparición como renovación teórica de la Sociología Rural, al
incorporar «académicamente» el marxismo ortodoxo, carente del valio-
so legado de la «antigua y nueva» tradición de los estudios campesinos
con una contextualización histórica que hiciera operativas sus concep-
tualizaciones.
Finalizamos esta perspectiva teórica puente con el pensamiento mar-
xista heterodoxo de Mariátegui, cuyos trabajos,2 aunque no poseyeran
una dimensión totalmente académica (en el sentido del pensamiento
académico convencional), se basan en sólidas conceptualizaciones con

1. Cf. el excelente trabajo de Angel Palerm (1976b: 75-111 y 181-201), sobre


Luxemburg y Preobrazhensky, donde realiza una interesante selección de textos con
comceptualizaciones de gran interés en su aplicación al campesinado.
2. Cf. La abundante literatura sobre Mariátegui del historiador Alberto Flores
Galindo: Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes (1986), El pensamiento co-
munista (1982), Aristocracia y Plebe (1984); y su trabajo más relevante La agonía de
Mariátegui. Madrid: Revolución, 1991. En las páginas que siguen utilizaremos la ver-
sión más acabada de sus obras completas: Mariátegui Total, publicada en 1994, por sus
hijos en la Empresas Editora Amauta de Lima, Perú.

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coherencia interna como para ser considerados como precursores de las
teorías de la dependencia, que consideraremos después. Ya en 1928
Mariátegui establece una interpretación marxista del proceso histórico
latinoamericano adelantándose a las teorías neomarxistas del subdesa-
rrollo. En su análisis de Latinoamérica Mariategui señala que en la si-
tuación en que vivió (primer tercio del siglo XX) existían elementos de
tres economías diferentes: 1) Aquella generada «bajo el régimen de eco-
nomía feudal nacido de la Conquista»; 2) Otra que conserva «algunos
residuos vivos, todavía, aunque bajo el régimen anterior: la economía
comunista indígena»; y 3) En proceso de crecimiento, «una economía
burguesa que, por lo menos en su desarrollo mental, da la impresión
de una economía retardada» (1994, Tomo I: 14)
Pero además, Mariátegui complica mucho más su esquema teórico al
establecer que en el sistema socioeconómico colonial (economía colonial
«en el cuadro mundial», dice) se da una «etapa en que una economía
feudal se convierte poco a poco, en economía burguesa», pero como con-
secuencia de la necesidad de recurrir «a la importación de esclavo negros,
a los elementos y características de una sociedad feudal se mezclan ele-
mentos y características de una sociedad esclavista» (Mariátegui; tomo I:
8). Así al hablar de la pervivencia de «algunos residuos vivos todavía del
régimen anterior: la economía comunista indígena» (1994a. Tomo I: 14)
para referirse al largo y conflictivo proceso de configuración del sistema
colonial, adelanta el concepto de coexistencia de distintos tipos de econo-
mía. Su reivindicación del manejo y propiedad comunitarios del ayllu
incáico en Perú se ve contextualizado por una denuncia al proceso de
apropiación europeo de Latinoamérica que nos ha llevado a detectar un
marco teórico del Ayllu en la contrahistoria colonial. Y todo ello, a pesar
del silencio en que esto ha sido sepultado como consecuencia de lo
Mariátegui llamaba el «pecado original de la conquista: el pecado de ha-
ber nacido y haberse formado sin el indio y sin contar con el indio»
(Mariátegui, 1994b. Tomo I: 303).3
Los contenidos históricos generados por las luchas indígenas reivin-
dicando sus tierras y su identidad generarían una corriente de ideas
populares e indigenistas y una vasta producción intelectual donde des-
taca, como pionera la obra de José Carlos Mariátegui (1994. 2 Tomos)
enlazando claramente con el neomarxismo que pretenderá falcar gran

3. Mariátegui se refiere al sistema socioeconómico capitalista al que denomina «la


actual economía».

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parte de los axiomas del marxismo ortodoxo. Así, en el cuadro 2 apa-
recen (el conjunto de marcos teóricos más representativos, en nuestra
opinión) el conjunto de esquemas explicativos que critican las «teorías
del desarrollo económico y la modernización agraria» procedentes del
liberalismo funcionalista agrario, considerado en el capítulo IV. Y, al
hacerlo, analizan la naturaleza del liberalismo económico histórico que
implantan coactivamente (las metrópolis en sus colonias primero) los
países centrales en la Periferia, a través de la expansión imperialista del
sistema capitalista.
Hemos agrupado los marcos teóricos seleccionados en la perspectiva
teórica del subdesarrollo y las teorías de la dependencia, cuya denomina-
ción quiere sintetizar el núcleo central de sus elementos explicativos;
es decir, las causas del subdesarrollo que generan las formas de depen-
dencia que establecen las «autodenominadas sociedades avanzadas» so-
bre sus antiguas colonias, para continuar la extracción de materiales y
energía de los etnoecosisitemas4 periféricos a los centrales. Dentro de
la perspectiva teórica del subdesarrollo y las teorías de la dependencia he-
mos incluido la evolución que va de la génesis histórica y primer mar-
co explicativo del funcionamiento de la Economía-Mundo (A. Gunder
Frank, I. Wallerstein) hasta las propuestas liberadoras del «Tercer Mun-
do» (desde las antiguas de Bonfil Batalla y Stavenhagen desde el
etnodesarrollo hasta las mas recientes de Antonio Negri y John
Holloway), pasando por las teorías del capitalismo periférico en sub-
versiones del colonialismo interno (González Casanova), la coexisten-
cia como articulación (C. Bettelheim, P. Rey y C. Meillassoux) o como
transformación por el desarrollo desigual (Amin y Vergopoulos).

Los marcos teóricos del subdesarrollo o teorías de la


dependencia
El primer marco teórico que establece las bases conceptuadas de esta
perspectiva sobre la naturaleza del desarrollo se debe, en buena medida
a André Gunder Frank, quien en uno de sus últimos trabajos (escrito
como ensayo autobiográfico: 1991) llegó a esbozar una caracterización
primera de sus rasgos clave. Este «partisano de la academia» resume sus
aportaciones clave primeras, de tal forma que permite (al considerar los

4. Utilizamos la expresión etnoecosistemas para resaltar la acción central del hom-


bre sobre los ecosistemas artificializándolos en agroecosistemas (etimológicamente etno
significa hombre).

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aspectos centrales del resto de los marcos teóricos de esta perspectiva)
establecer una serie de características genéricas de las teorías de la de-
pendencia, de la siguiente forma: 1) el proceso histórico, en lo que res-
pecta a los diferentes sistemas socioeconómicos o modos de producción,
no es unilineal, de forma tal que el hecho de que en Europa, el capita-
lismo haya sido precedido por el feudalismo no significa necesariamen-
te la existencia de una ineluctable secuencia histórica; 2) el capitalismo
posee una naturaleza «mercantil» que le permite adaptarse a los distin-
tos contextos históricos generando distintas formas de explotación ba-
sadas en las dependencias que genera; 3) el desarrollo del capitalismo
sólo puede entenderse a escala mundial y como un sistema único e
integrado;5 4) la evolución del capitalismo no puede interpretarse como
una sucesión de fases históricas compartimentalizadas en modos de
producción irreconciliables entre sí; 5) el concepto clave de este con-
junto de teorías es el de dependencia, adoptando ciertas variaciones en
cada uno de los contextos generados por los distintos marcos teóricos,
aquí presentados como más representativos de esta tradición intelectual;
y 6) los procesos de transición de un sistema socioeconómico a otro
constituyen una forma histórica concreta de cambio social, pudiendo
tener una larga duración.
Nos parece pertinente iniciar esta caracterización considerando la
definición que establece un discípulo6 de Frank, Theotonio Dos San-
tos (1970 : 231-36), al definir el concepto de dependencia como «aquella
situación en la cual la economía de determinados países se ve condi-
cionada por la expansión de otras economías a las cuales está somietida».7
Curiosamente se debe a Fernando Henrrique Cardoso (quien en su paso

5. Cf.. Las características hasta aquí apuntadas son una interpretación nuestra de la
argumentación de Frank (1991: 42 y ss.). Los debates básicos de esta corriente del
neomarxismo surgieron en torno a la acumulación del capital y los orígenes del capita-
lismo, a través de las polémicas generadas en distintas revistas como Science and Society,
Past and Present , New Left Review y Monthly Review, o en la española en el exilio parisino
Cuadernos de Ruedo Ibérico.
6. No entramos en los «confrontamiento academicistas» respecto a quien fue el pri-
mero en acuñar el concepto; definir esto o aquello; o calificar la «radicalidad» de las teorías
por cuestión de edad. Theotonio Dos Santos fue alumno de André Gunder Frank cuando
daba clase de Antropología en la Universidad de Brasilia. Si tenía contrato de catedráti-
co o lo hacía clandestinamente es algo irrelevante para este discurso.
7. También consideró en sus investigaciones este autor la forma en que se articula-
ban las fuerzas externas de la dependencia con los elementos internos Cf. Theotonio Dos
Santos, 1965; 1972: 83-95; 1967) y su trabajo mas acabado en colaboración con E.
Paletto, (1969), Cf. también el extracto de este trabajo en H. Alavi y T. Shanin (1982).

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por la política actuó de forma antagónica a sus trabajos académicos) la
vinculación de este concepto a determinadas estrategias que, como for-
mas de acción social colectiva, apuntaban hacia formas de liberación.8
No obstante el enfoque mayoritario de los estudios sobre el «subdesa-
rrollo» buscaba, ante todo, las causas profundas del mantenimiento del
mismo atribuyendo al «Centro» la principal responsabilidad. Lamenta-
blemente, (como hemos mostrado en otro lugar: Sevilla Guzmán y
González de Molina, 1983: 23-130), lo que realmente se hizo fue
realinear la dicotomía tradicional/moderno al sistema económico mun-
dial, «nuevo concepto teórico» en el que se buscó la génesis y pervivencia
del atraso. A pesar de estas deficiencias esta acumulación teórica gene-
ró conceptualizaciones valiosas, vinculadas a una praxis intelectual y
política caracterizadora de contenidos históricos de gran relevancia, como
fueron los generados en las luchas campesinas
Quizá el esquema conceptual más logrado y representativo de esta
corriente fue el de Gunder Frank-Inmanuel Wallerstein sobre «La Eco-
nomía Mundo». Este marco teórico conocido como la teoría Centro-
Periferia/Economía Mundo es el resultado de las propuestas de André
Gunder Frank, ya consideradas, y el análisis historiográfico realizado por
Immanuel Wallerstein en la Universidad de Montreal, primero, y del
State of New York, después,9 para fundamentar empíricamente, a tra-
vés de su contrastación con el proceso histórico, la jerarquización de
estados y naciones, que la dependencia establecida por las relaciones de
producción capitalistas ha ido esculpiendo en la Economía Mundo sur-
gida desde el siglo XVI. Aparecen así un Centro que concentra el poder
político y la hegemonía económica y una Semiperiferia y periferia de-
pendientes subordinadas a aquél. Sin embargo, este enfoque mantenía
aún grandes problemas para aprehender la heterogeneidad de formas de
explotación presentes en formaciones sociales, tanto del Centro como
de la Periferia. Y ello, porque tendía a categorizar a los países de la
Periferia y del Centro como exponentes de dos únicos modos de pro-
ducción: el precapitalista en los países subdesarrollados y el capitalista

8 Cf. Sus trabajos respecto a las interpretaciones erróneas respecto a como el muy
conocido en R. Stavenhagen et al., Tres Ensayos Sobre América Latina (1973) así como
los trabajos de Jacques Chonchol y Gerrit Huizer, entre otros, que analizaron el poten-
cial revolucionario del campesinado en determinados países de Latinoamérica.
9. Sus textos clave son: The Modern World System: en tres tomos I (Hasta el siglo XVI)
de 1974; II (de 1600-1750) de 1980; y III (de 1730 a 1840) de 1989. Cf. un resumen
en castellano en su trabajo de 1988.

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en el Centro desarrollado, reduciendo su interpretación del capitalismo
a términos de mercado.10
En este contexto aparecen los primeros intentos de desarrollo rural
integrado de naturaleza alternativa, que adoptan la forma de una me-
todología de educación, sea focalizando su asunción en la más práctica
pedagogía del oprimido, como es el caso de Paulo Freire11 y su discí-
pulo F. Gutiérrez; o en la integración de la investigación y la acción en
una metodología participativa, caso de Orlando Fals-Borda. Estas apor-
taciones pueden considerarse como intentos de generar un modelo de
Extensión Agraria Alternativo al que se desarrollo en el pensamiento
científico convencional vinculado los Marcos teóricos de la moderniza-
ción agraria que vimos en los capítulos I y IV. Este fenómeno tuvo una
gran importancia por su contribución a diversas áreas del pensamiento
alternativo; y muy especialmente por su aporte a la Agroecología en el
campo de la investigación acción participativa. Tiene interés (dada la
pobreza teórica de la literatura sobre extensión) el intento que hace
Fernando Sánchez de Puerta de establecer, utilizando el concepto de
«tipo ideal», modelos históricos de extensión. En nuestra opinión un
modelo freireiano podría aportar elementos teóricos de gran interés para
ser operativizado en políticas públicas. Y ello porque la Agroecología
surgida del trabajo con movimientos sociales en Brasil ha aplicado, de
alguna manera, los esquemas participativos esbozados por Freire (Cf.
Caporal, 1998).
Probablemente, la teoría del subdesarrollo que posee en la actuali-
dad un mayor interés sea el marco teórico conocido como el colonialis-
mo interno, aunque éste surgiera hace más de treinta años, allá por la
década de los setenta. Existen al menos tres versiones distintas del mis-
mo; la que posee un mayor grado de generalidad fue elaborada por
André Gorz (1971: 1-25 y 1967: 155-74), a primeros de los años se-
tenta y hace referencia al «proceso de acumulación capitalista y su ge-
neración de empobrecimiento y degradación social en aquellas regiones

10. La crítica de Ernesto Laclau (a pesar de sus posteriores frivolidades estructuralistas,


(1977 y 1971), aunque su esquema del feudalismo quedara incompleto. Para una exce-
lente crítica al modelo teórico global, Cf. Harriet Friedman, (1983: 497-508).
11. Su obra clave desde nuestros intereses es Extensao ou Comunicaçao? (1982) la
publicación original tuvo lugar en el Instituto de Capacitación e Investigación en Re-
forma Agraria de Santiago de Chile en 1.969. Existe, aunque no sé que haya sido tra-
bajado un «modelo freireiano de extensión agraria que en el intento de teorizar en este
tema Fernando Sanchez de Puerta (Cf. 1996 y 2004) no llega ha establecer, como
señalarems a continuación.

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que son utilizadas por los centros industriales y financieros como re-
servas de mano de obra y de materias primas (incluidas las agrícolas),
de igual forma que las colonias de los grandes imperios europeos. Las
«regiones periféricas» han enviado a las metrópolis sus ahorros, su mano
de obra... [y demás recursos]... sin tener derecho a la reinversión local
del capital acumulado con su actividad. La segunda versión del colo-
nialismo interno surge en Latinoamérica en el marco de las teorías de
la dependencia que acabamos de caracterizar, siendo Pablo González Ca-
sanova su más importante formulador. En un esfuerzo de síntesis, este
colonialismo interno puede ser definido como «una estructura de rela-
ciones sociales basadas en la dominación y la explotación de grupos
culturalmente distintos y heterogéneos...cuya génesis y evolución tuvo
lugar sin ningún tipo de contacto mutuo hasta un momento determi-
nado» (González Casanova, 1969: 27-37; una más desarrollada versión
puede encontrarse en su texto sobre sociología de la explotación del mis-
mo autor (1969b: 221-250). La vigencia de este enfoque se debe, en
nuestra opinión, al resurgir de una cuestión etnica, cuya dinámica pue-
de ser explicada desde estas posiciones teóricas.
No obstante, en mi opinión, la versión más acabada de este enfo-
que se debe a un discípulo de Wallerstein: Michael Hechter quien ana-
liza el fenómeno en las sociedades del Centro considerando los conflic-
tos étnicos que pueden surgir en un estado plurinacional como
consecuencia del desarrollo del capitalismo: «la modernización es un pro-
ceso especialmente asimétrico que crea ventajas y desventajas sobre dis-
tintas áreas y produce una distribución desigual de los recursos y del
poder entre el Centro y la Periferia. Los roles de mayor prestigio son
monopolizados por los grupos centrales o estables creándose una divi-
sión segmentaria del trabajo mediante un sistema de estratificación cul-
tural que contribuye al desarrollo de una distinta identificación étnica.
La presencia de marcadores de identidad diferentes a los estados-nación
contribuye a agudizar el proceso: con el tiempo el grupo étnico en des-
ventaja puede asumir su propia cultura como igual o superior al esta-
do conviviéndose como nación cultural». Tal forma de explotación eco-
nómica de naturaleza étnica se debe a que en «la mayoría de los estados
modernos se da la coexistencia de dos o más grupos culturales que en
el curso de su administración burocrática aparecen ciertas regiones que
más tarde llegan a ser modernos estados como sucede en Europa Occi-
dental. Fue en estas regiones centrales —Castilla en España, Ile de
France en Francia, primero Wessex y luego Londres en Inglaterra- donde
se establecieron fuertes gobiernos centrales» (Michael Hechter, 1975:

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4, 10 y 30-40). Para analizar el desarrollo de los nacionalismos euro-
peos en el proceso histórico Hechter construye dos modelos: a) el de
difusión del desarrollo nacional; y b) el modelo del colonialismo interno,
que con el legado de Lenin y Gramsci, por un lado, y los trabajos de
González Casanova y Stavenhagen, por otro, diferencia entre un Cen-
tro industrial y diversificado que explota a la Periferia, mas sensible a las
fluctuaciones del mercado internacional y dependiente de las decisio-
nes del conjunto de regiones más desarrolladas, a cuya situación privi-
legiada contribuyó históricamente.12
La resistencia del campesinado a desaparecer con el desarrollo del
capitalismo y la pervivencia estable, incluso, de otras formas de explo-
tación no capitalistas en la Periferia, convenció finalmente a un grupo
de teóricos sociales marxistas de la necesidad de indagar el porqué los
esquemas de evolución unilineales hacia la progresiva transformación
de dichas formas de explotación en capitalistas, o bien sufrían parones
cronológicamente considerables, o desmentían el carácter unidireccional
de tales esquemas. De esta reflexión surgieron nuevos planteamientos
teóricos como el esquema conceptual de la disolución-descomposición
de los modos de producción no capitalistas (Charles Bettelheim, 1973 :
379-423 y 1974) y, sobre todo, las diversas versiones de la teoría de la
«articulación» de los modos de producción, debidas entre otros a Pierre-
Philippe Rey13 y Claude Meillassoux (1975) principalmente. La virtud
de este replanteamiento en la evolución de los «órdenes económicos»
consistía en que, por primera vez en las versiones más o menos orto-
doxas del marxismo, se reconocía la posibilidad de que existieran con
carácter estable formas de explotación no capitalistas incluso en fechas
muy avanzadas del siglo XX sin que, por ello, estuvieran condenadas
de antemano a la desaparición: la concepción leninista de la irreconcia-
bilidad quedaba así rota. La sobrevivencia de distintos modos de pro-
ducción precapitalistas con mayor o menor intensidad según nos alejá-
ramos del centro a la periferia era ahora enfocado desde la propia lógica
del desarrollo desigual del capitalismo, que los «articulaba» a través del

12. Es necesario señalar que, lamentablemente debido a la presión académica hostil,


Michael Hechter abandonó hace casi una década este enfoque conflictivista para abra-
zar el funcionalismo hegemónico de nuevo cuño en los estudios del nacionalismo, como
tuve ocasión de comprobar en el Congreso mundial vasco de 1988.
13. El trabajo primero en el que esboza su marco teórico en forma esquemática pero
con gran claridad puede verse en «Sur l’articulation des modes de production» en
Problèmes de la planification, nº 13, Centre d’études de planification socialiste, París-
Sorbonne, pp. 42 y ss.

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mercado y de otros mecanismos de dominación. La coexistencia de
diversos modos de producción no sólo era posible sino que era la for-
ma más usual en la que el capitalismo se extendió por la Periferia.14
Las teorías de la articulación pueden ser definidas como el conjunto
de análisis teóricos sobre el proceso histórico que perciben la existencia
de diferentes «modos de producción» en una formación social única y
que presentan como características genéricas las siguientes:1) El énfasis
en los efectos del capitalismo colonial en las estructuras internas de las
sociedades colonizadas por Europa y en las consecuencias de tal
interacción económica, política y social para la sociedad «dependiente»
o colonizada; 2) Los modos de explotación de los recursos naturales de
las formaciones sociales precapitalistas indígenas no son disueltos por
el desarrollo del capitalismo colonial sino que se articulan con el modo
colonial de producción, quien genera una conservación y desintegración
sobre aquellos subordinados a un orden económico hegemónico que
impone unos propósitos en la actividad económica; 3) Las estructuras
internas de las sociedades subordinadas son incorporadas dentro del
dominio del capital colonial y la relación, aparentemente simbiótica entre
las dos se convierte en una coexistencia de diferentes modos de produc-
ción, generando una suerte de continuidad, vinculada directamente al
mercado mundial pero sin imponer una hegemonía interna, en la que
la disolución del modo de producción precapitalista no se produce sino
que, por el contrario, se da una conservación-disolución (Pierre-Philippe
Rey, 1970); Claude Meillassoux, 1972: 103; Charles Bettelhein en A.
Emmanuel, 1973: 297).
Tiene especial interés considerar la obra se Samir Amin (1974 y
1980); aunque en los análisis sobre el Tercer Mundo de su primera
época (hasta el comienzo de los años setenta), su trabajo fuera clara-
mente inscribible en el marxismo ortodoxo, comienza a evolucionar
hasta situarse en esta perspectiva teórica, en un marco teórico, propio
que hemos denominado con su conceptualización central: desarrollo des-
igual. Destacan sus análisis diferenciados de un capitalismo central (don-
de el modo de producción capitalista es exclusivo) de otro periférico,
cuyas formaciones socioeconómicas poseen un dominio no conducente
a la exclusividad tendencial, por la prevalencia del mercado externo, que

14. Para una interesante exposición de este «marco teórico de la articulación» en el


contexto de los análisis del campesinado, Cf. David Goodman and Michael Redclift,
(1981: 54-67).

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coexiste con modos de producción precapitalistas, que no son destrui-
dos sino transformados (1980: 139-149). Tiene especial interés su traba-
jo con Kostas Vergopoulos (1980) que fue tildado por Butell (2001:
11-36) como marxismo chayanoviano, aunque ello, como hemos visto
anteriormente haya de ser fuertemente contextualizado; sobre todo te-
niendo en cuenta las derivaciones teóricas que de la obra de Amin rea-
liza Alain de Janvry, como hemos mostrado en el capítulo VI. Samir
Amin interpreta que Chayanov conceptuliza un modo de producción
campesino que pertenece a la familia de los modos de producción peque-
ños mercantiles simples, por lo que en su opinión vale más la pena ana-
lizar, la formación social en cuestión en términos de sociedad tributaria;
no obstante considera que la obra de Chayanov «abre vastos horizon-
tes» para el estudio de la dominación del modo de producción capita-
lista sobre la agricultura (Vergopoulos y Amin, 1974). No obstante, en
nuestra opinión, la aportación más valiosa de Samir Amin lo constitu-
ye su concepto de desconexión (1988), con el que propone que los paí-
ses subdesarrollados se desembaracen de los valores que el desarrollo del
capitalismo introduce, articulándose en formas internacionalistas de lu-
cha que, lejos de esferas autarquícas, actúen conectadas entre sí, políti-
camente, y desconectadas del sistema capitalista, económicamente. La-
mentablemente en sus últimos trabajos parece haber marginado este
concepto de su contexto teórico (Cf. Amin, S. y Pablo González Casa-
nova, 1995: 2 Vols.) o lo aplica a la agricultura para «permitir el trasla-
do de la población de los campos hacia las ciudades», tras conseguir «una
progresión en la productividad de la agricultura campesina». Aunque
Amin señale que todo esto habrá de hacerse en el contexto de «rebasar
las lógicas del capitalismo, inscribiéndose en una larga transición secu-
lar del socialismo mundial», su propuesta no podrá «liberarse del des-
pilfarro propio del capitalismo central» si se basa en la articulación del
desarrollo de las agriculturas campesinas/industrialización moderna como
reitera machaconamente (Samir Amin, 2005: 43-44).
De hecho, en cierto sentido el marco teórico del desarrollo des-
igual junto con el de las teorías de la transición, conectan claramente
con la perspectiva teórica de los estudios campesinos, que considerare-
mos inmediatamente después. El desarrollo desigual porque Kostas
Vergopoulos (1978: 446-481) analiza el capitalismo disforme genera-
do por las productividades desiguales y la desigual intensificación del
trabajo, como consecuencia de la transformación de los precios en va-
lor en precios de producción, intentando definir una productividad cam-
pesina, con la que pretende explicar la aportación de la anomalía des-

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igual de los campesinos como complementariedad de la industria al
desarrollo desigual del capitalismo. Y el marco teórico de las teorías
de la transición porque recuperan el legado de la antigua tradición de
los estudios campesinos (Godelier, 1970), considerada en la introduc-
ción; y además analizan el papel del campesinado en el capitalismo
periférico desde una crítica a las teorías de la conservación-disolución
de Bettelheim, como germen teórico de las teorías de la articulación,
por un lado, y del desarrrollo desigual, por otro (Godelier, 1981, 1986
y 1987); conecta con ello con la nueva tradición de los estudios cam-
pesinos (Alavi y Shanin, 1982). Así, Hanza Alavi (1973 y 1982),
muestra el papel de las lealtades primordiales en las sociedades cam-
pesinas, como parte de la estructura del capitalismo periférico, para
explicar el comportamiento de los campesinos fuera del corsé estable-
cido por los conceptos de clase en sí y clase para sí, abriendo con ello
una importante línea de investigación en los estudios campesinos, que
pasamos a analizar.

De la nueva tradición de los estudios campesinos a la


Agroecología
El grupo configurador central, junto a Teodor Shanin (Cf. una recopi-
lación de sus trabajos publicada en 1990 como Defining Peasants), de
la nueva tradición de los estudios campesinos (Archetti, 1978; Archetti
y Aass, 1978: 107-129; Palerm, 1980: 147-168; Newby y Sevilla
Guzmán, 1983: 137-165), estaba integrado por Sidney Mintz, Eric
Wolf, Karl A. Wittfogel, Robert Adams y Angel Palerm, entre otros.15
Probablemente la primera y más completa caracterización, con un cla-
ro contenido ecológico, del campesinado dentro de esta tradición teó-
rica se deba a Eric Wolf; quien no sólo recoge los elementos más inte-

15. En el prólogo a la edición castellana del clásico Basic Concepts of Rural Sociology
de Boguslaw Galeski aparecido en Península, de Barcelona, con el título de Sociología
del Campesinado se incluye una lista de los investigadores que iniciaron esta andadura
(1977: 5-19.) La configuración del grupo germinal tuvo lugar como consecuencia del
trabajo interdiciplinario que Steward dirigió en Puerto Rico al final de los años cuaren-
ta Cf. The People of Puerto Rico (Urbana Ill.: University of Illinois Press, 1956). De aquí
surgieron las tesis doctorales de Sidney Mintz y Eric Wolf generándose una acumula-
ción teórica que incorporaba el «legado teórico marxiano», ya considerado aquí, de Childe
y White (Cf. Nuestra primera interpretación del tema en Newby y Sevilla Guzmán,
1983:148-151).

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resantes de la aportación de sus compañeros, sino que además incor-
pora a su análisis relevantes aspectos de «la antigua tradición de los
estudios campesinos» y en especial los trabajos de Chayanov. Aparece
así, el marco teórico de los ecotipos campesinos, que años más tarde se
completaría con un enfoque conflictivista del proceso de expansión
europea a Latinoamérica, en su excelente análisis sobre los «pueblos sin
historia» (1982); iniciando así, la generación de un contexto histórico
que permitiría insertar conceptos como los de etnodesarrollo (Bonfil
Batalla, 1987) y matriz sociocultural (Alcira Argumedo, 1999), para así
comprender la diversidad sociocultural negada tanto por el pensamien-
to científico occidental como por el marxismo ortodoxo.16
La mayor parte de la literatura de la nueva tradición de los estudios
campesinos continuó el debate histórico sobre la cuestión agraria del
siglo XIX, separando ésta de sus dimensiones étnica y medioambiental,
centrando su pesquisa en discusiones entorno a si el campesinado cons-
tituía o no una clase, y si ésta lo era «en sí o para sí»; o si, por el con-
trario, los campesinos constituían una fracción de clase, retardataria
análoga a un «saco de patatas». Si este grupo constituía una categoría
social integrante de una parte de la sociedad mayor estructurada en clases
que se resiste al progreso; o si por el contrario poseía una racionalidad
económica no capitalista que rechazaba la acumulación; si como clase
o grupo pertenecía a un régimen de producción ya concluido (como el
feudalismo por ejemplo) o si su pervivencia bajo el capitalismo le valía
su consideración también capitalista; si constituía un «modo de produc-
ción» o si era sólo un sector social siempre subordinado al poder. Sólo
aquellos que supieron introducir la dimensión étnica y/o medioam-
biental en su contexto histórico llegaron a aportar luz al «problema».
En este sentido tiene gran interés la caracterización que hace Sidney
Mintz de los obreros agrícolas como parte del campesinado (1960-1988).
Y sobre todo si se articula el concepto de «campesinado sin tierra»
(González de Molina y Sevilla Guzmán, 1993) con sus análisis sobre el
campesinado caribeño de los cuales surge el marco teórico que hemos

16. Para una caracterización de éste, resaltando la importancia de Lennin y Kautsky


en la configuración de la antigua tradición de los estudios campesinos Cf. Sevilla Guzmán,
1991; Un mayor desarrollo del tema puede verse en Sevilla Guzmán y González de
Molina, 1993 y en Sevilla Guzmán, 1997. En un trabajo reciente Graciela Ottmann
(2005), presenta una genealogía de la matriz cultural de pensamiento popular latino-
americano, basándose en los trabajos de Bonfil Batalla y Argumedo, como rescate de los
contenidos históricos generados en los procesos de configuración latinoamericanos.

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denominado del «campesinado como ranura histórica» (Mintz, 1985),
donde subyace una interpretación medioambiental del conocimiento
local campesino y/o indígena.
En nuestra opinión el «problema» sólo comienza a clarificarse cuan-
do se comprende, como veremos más adelante, desde una perspectiva
agroecológica que el campesinado es más que una categoría histórica o
un sujeto social, una forma de manejar los recursos naturales vincula-
da a los agroecosistemas locales y específicos de cada zona, utilizando
un conocimiento sobre dicho entorno condicionado por el nivel tecno-
lógico de cada momento histórico y el grado de apropiación de dicha
tecnología, que genera así distintos «grados de campesinidad» (Toledo,
1994 y 2000), ya que el concepto de campesinado sólo puede enten-
derse como tipo ideal o modelo histórico, al igual que el de agricultura
industrializada adelantado por Marx, como hemos visto en más de una
centuria. En otro lugar hemos tratado de conformar un marco teórico
del narodnismo marxista, recuperando así, el valioso legado de su
«multilinealidad» para el desarrollo de los países periféricos (Teodor
Shanin, 1986-1988), y buscando una convergencia teórica con la
Agroecología (Sevilla Guzmán y González de Molina, 1993; Sevilla
Guzmán y Woodgate, 1997-2000: 87 y 88; Guzmán, González de
Molina y Sevilla Guzmán, 2000), cuyas líneas teóricas centrales apare-
cen esquematizadas en cuanto sigue.
Angel Palerm dedicó sus últimos trabajos al análisis del papel del
campesinado en el capitalismo. De ellos se desprende, sin lugar a du-
das, una posición epistemológica precursora de la Agroecología actual:
«Resulta evidente que en lugar de las hipótesis y las prácticas de su
desaparición, se necesita una teoría de su continuidad y una praxis de-
rivada de su permanencia histórica», (Angel Palerm, 1980: 169) que «no
sólo subsiste modificándose, adaptándose y utilizando las posibilidades
que le ofrece la misma expansión del capitalismo y las continuas trans-
formaciones del sistema», sino que subsiste también mediante las «ven-
tajas económicas frente a las grandes empresas agrarias», que poseen sus
formas de producción. Tales ventajas proceden de que «produce y usa
energía de la materia viva, que incluye su propio trabajo y la reproduc-
ción de la unidad doméstica de trabajo y consumo». Concluye este tra-
bajo el profesor Palerm, adelantando los supuestos que configuran las
bases epistemológicas de la Agroecología: «El porvenir de la organiza-
ción de la producción agrícola parece depender de una nueva tecnolo-
gía centrada en el manejo inteligente del suelo y de la materia viva por
medio del trabajo humano, utilizando poco capital, poca tierra y poca

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energía inanimada. Ese modelo antagónico de la empresa capitalista tiene
ya su protoforma en el sistema campesino»(Ib.:196 y 197). Desde el
Centro de Investigaciones del INAH, primero, y desde la Universidad
Iberoamericana, después, Angel Palerm comenzó, creando equipos de
investigación interdisciplinarios —con antropólogos, ecólogos y agró-
nomos, básicamente— el proceso de institucionalización del enfoque
agroecológico.
Paralelamente, Efraín Hernández X. y Stephen Gliessman (1978),
realizan diversos estudios ecológicos sobre tecnología agrícola tradicio-
nal e inician un proceso de interacción con los discípulos del maestro
Palerm, que pronto daría excelentes resultados. Será éste, Stephen
Gliessman, uno de los constructores primeros de la Agroecología que
considera como un elemento central los aspectos sociales, aunque tra-
baje inicialmente desde la ecología. Así, elaborará su teoría del contexto
de la sustentabilidad de la agricultura (1990a, 1990b). Sin embargo la
aportación mas llamativa, desde la ecología, se debe a Víctor Manuel
Toledo quien recopilando e integrando los trabajos realizados en comu-
nidades campesinas por diferentes investigadores, fundamentalmente
antropólogos, biólogos y agrónomos, elabora toda una propuesta teóri-
ca que puede «ser considerada potencialmente como un nuevo paradig-
ma», y como una aplicación de las ideas de Angel Palerm que venimos
considerando. Tal propuesta puede ser formulada en los siguientes tér-
minos: «En contraste con los más modernos sistemas de producción
rural, las culturas tradicionales tienden a implementar y desarrollar sis-
temas ecológicamente correctos para la apropiación de los recursos na-
turales». A esta asunción subyace la tesis de que existe una cierta racio-
nalidad ecológica en la producción tradicional aunque todavía no haya
sido analizada como para desarrollar la «protoforma del sistema cam-
pesino» en una forma de producción ecológicamente sustentable
(Toledo, 1989, 1993ª, 1993b, 1994 y 2000).
Sin embargo, para estudiar adecuadamente el comportamiento
ecológico del campesinado ha de ser contextualizado en la matriz glo-
bal de su universo sociocultural, ya que sólo desde éste, a través de la
forma en que crea y desarrolla su conocimiento, puede llegar a expli-
carse realmente su comportamiento y abstraer de su «conocimiento
ecológico» patrones que permitan desarrollar las nuevas tecnologías que
busca la Agroecología. Desde la Agronomía, es Miguel Angel Altieri
quién, más tarde, realiza la aportación fundamental a la Agroecología a
través del Consorcio Latinoamericano de Agroecología y Desarrollo
(CLADES), y por medio de la revista Agroecología y Desarrollo (Altieri,

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1985, 1990, 1991,1995); Susana B. Hecht, Richard B. Norgaard, Peter
Rooset como parte del grupo que Altieri dirige en la Universidad de
California (Berkeley), realizan numerosas contribuciones de gran inte-
rés. A ello habría que añadir la aportación de diversos autores europeos
como Gordon R. Conway (1985,1987,1990), y el grupo de investiga-
dores en torno al International Institute for Environment and Develop-
ment, por un lado, así como los investigadores vinculados al Information
Center for Low-External-Innput for Sustainable Agriculture (ILEIA), por
otro, aun cuando todos éstos pierdan bastante de la capacidad crítica
de los primeros, adoleciendo por tanto del potencial analítico de cam-
bio de la estrategia agroecológica. Ésta aparece con gran fuera en .di-
versos autores que, desde el marco teórico de la «ecología de los po-
bres» (configurado por Joan Martínez Alier), analizan la depredación
ecológica y la explotación social que el desarrollo del capitalismo en la
agricultura ha provocado en el Tercer Mundo; entre ellos podrían des-
tacarse Vandana Shiva (1991) y Gadgil M. y Ramachandra Guha
(1992).
En realidad la naturaleza de este capítulo (complementario para cla-
rificar las interacciones pensamiento convencional/alternativo) nos im-
pide caracterizar en forma completa estas dos perspectivas/estudios cam-
pesinos/Agroecología, en su articulación genética; nos hemos limitado
a presentar un pantalla de ésta, para dar paso a continuación a la con-
clusión final explicativa de la situación actual de la Sociología Rural en
su interacción (desde una fracción marginal, pero emergente, de la So-
ciología de la Agricultura) con la Agroecología.

A modo de conclusión: de la Agronomía social de Chayanov


al marxismo chayanoviano
Teodor Shanin (1988: 141-172) señala tres conceptos como elementos
claves en la propuesta teórica de Chayanov: las cooperativas rurales, los
óptimos diferenciales y la cooperación vertical. El cooperativismo rural
suponía para Chayanov la consecución de una democracia de base, re-
firiéndose a que los propios agricultores establecieran sus fórmulas de
acción colectiva para mantener la socialización del trabajo propia de la
forma de explotación familiar. El concepto chayanoviano de «óptimos
diferenciales» se refiere a la combinación de estructuras económicas y
sociales que en las formas de explotación agrarias introduce ciertas pe-
culiaridades. Al articularse éstas, con los procesos tecnológicos existen-
tes en zonas concretas, producidos a través de modos locales de cono-

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cimiento, adaptados a los subsectores agrícolas concretos, pueden va-
riar sustantivamente los resultados.
Los óptimos diferenciales han sido considerados como la posibili-
dad de que el conocimiento local actúe como elemento generador de
tecnologías autóctonas capaces de captar el potencial endógeno de los
recursos naturales (Palerm, 1980: 169; Toledo, 89; González de Molina
y Sevilla Guzmán, 1993: 88-94). «Para Chayanov la economía familiar
no es simplemente la supervivencia de los débiles por medio de su
empobrecimiento, que sirve a beneficios muy superiores (superbe-
neficios) en otros lugares, sino también la utilización de algunas de las
características de la agricultura y de la vida social rural que, en ocasio-
nes, pueden proporcionar ventajas a las economías no capitalistas so-
bre las formas de producción capitalistas en un mundo capitalista»
(Shanin, 1988: 141-172).
El tercer elemento teórico clave atribuido al esquema chayanoviano
para «el progreso de la agricultura rusa» es el de cooperación vertical. Es
ésta una propuesta de «combinación flexible en forma de cooperativa,
de unidades de producción de diferentes tamaños» para las diferentes
formas de explotación o tipos de agricultura. Para Chayanov17 su pro-
puesta de cooperación vertical surge como algo evidente ante el hecho
de que en sistemas agrarios de pequeñas explotaciones, el capital co-
mercial penetra y transforma «la agricultura campesina a través de ‘la
concentración vertical capitalista’, tomando selectivamente sus elemen-
tos extraproductivos» y llevándose una parte sustantiva de las rentas.
Ploeg (1990: 272-274) denomina a este proceso como mercantilización
parcial. Esta realidad histórica no era un proceso necesario ya que —para

17. Se propone, así, mediante formas de organización cooperativas que a modo de


sistemas de «socialización del trabajo» se articulen, a nivel de producción, como «demo-
cracias de base» formas de coordinación que controlen el capital comercial a nivel de los
procesos de comercialización. De esta forma, para Chayanov «se puede establecer un tipo
de ‘concentración vertical’ diferente, que incluso puede llegar a desempeñar un papel
crucial en la transformación socialista de la sociedad». Tal propuesta suponía «una fuer-
te y remarcablemente realista precrítica de la colectivización del tipo estaliniano, deno-
minada ‘cooperación horizontal’» (Shanin, 1988: 151). En ella la maximización de los
tamaños de las unidades de producción era sustituida por su optimización de acuerdo
con los contextos específicos de la forma de explotación (o tipo de agricultura) y en el
que jugaba un papel crucial el desarrollo de los modos locales de tecnología existente en
cada rama de producción agrícola. Sin embargo, la propuesta de Chayanov para el «de-
sarrollo de la agricultura rusa» era una nueva propuesta que había de contemplarse den-
tro de su esquema teórico de la Agronomía social (Teodor Shanin, 1988: 150).

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Chayanov— la penetración del capital puede ser evitada al debilitar su
capacidad transformadora mediante «las organizaciones de los campesi-
nos y/o las políticas del Estado y/o las contradicciones internas entre
capitalistas» (Shanin, 1988:148).
Para Chayanov, la articulación de estos tres conceptos permitiría «la
introducción extensiva de la racionalidad en los procesos espontáneos
lo que constituye la esencia de la obra de la Agronomía social» (Cha-
yanov, 1918, citado en Sperotto, 1985: 7). Obsérvese la clara similitud
existente entre la propuesta de Agronomía social de Chayanov y la
moderna Agroecología: «el conocimiento formal social y ecológico, el
conocimiento obtenido del estudio de los sistemas tradicionales, el co-
nocimiento y algunos de los insumos desarrollados por la ciencia agrí-
cola convencional y la experiencia con las instituciones agrícolas occi-
dentales pueden combinarse para mejorar, significativamente, tanto los
agroecosistemas más tradicionales, como los agroecosistemas más mo-
dernos (Altieri,1989: 26).
Como señalamos en el capítulo V, la figura más destacada del —me-
tafóricamente denominado por Buttel— marxismo chayanoviano es
Harriet Friedmann. La aportación que nos interesa aquí de su extenso
contexto teórico es su conceptualización de una forma de producción
simple de mercancías agrarias, para caracterizar la agricultura familiar
prevalente en las sociedades capitalistas avanzadas. Recordemos que para
Friedmann el concepto de «forma de producción» era una combinación
de dos elementos teóricos fundamentales. Por un lado, las «condicio-
nes de reproducción» con que se encuentra cualquier tipo de pequeña
agricultura en el proceso histórico. Y, por otro lado, la forma en que
éstas se insertan en el ámbito de la formación social en que se encuen-
tran.
Ya señalamos en el capítulo VI los conceptos de Friedmann al dife-
renciar entre «consumo personal» (aquel que permite al productor con-
tinuar participando en la producción), «consumo productivo» (técnicas,
ganadería, tierra y otros medios de producción que permiten la conti-
nuidad de la producción) y el excedente de trabajo (en forma de exce-
dente de valor, beneficio, renta o interés) en caso que la pequeña agri-
cultura utilice trabajo asalariado (1978: 555). Son estas condiciones las
que permiten la continuidad de una forma de producción o, en caso
de que alguna falle, el deterioro o transformación de sus bases técnicas
y sociales. Será así el grado en que las relaciones sociales de producción
de la producción simple de mercancías agrarias estén basadas en los vín-
culos familiares (de género y generación) lo que permitirá sus posibili-

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dades de continuidad,18 independientemente de que su producción esté
mercantilizada (Friedmann, 1978: 545-586 y 1980:158-184).
Sucede, que la forma de producción simple de mercancías agrarias
puede constituir una forma de manejo de los recursos naturales esta-
ble, coexistiendo tanto con la forma de producción campesina como
con la capitalista siempre que las referidas condiciones de reproducción
—consumo personal y productivo y excedente de trabajo— se manten-
gan. Al huir de razonamientos puramente deductivos, muy frecuentes
en el debate de la mercantilización, cabe señalar que quien maneja los
recursos naturales juega un papel activo en el proceso de mercan-
tilización y que ésta se encuentra vinculada a los procesos de trabajo y
al ámbito local —etnoecosistema— aun cuando jueguen un papel ac-
tivo en dicho proceso los ámbitos espaciales y sociales más amplios.
Complementa este concepto el de style of farming, acuñado por Jan
Douwe var der Ploeg que es, en cierto sentido, una propuesta para
definir operativamente la naturaleza de la agricultura familiar (1994: 7-
30), a través del tipo de tecnología utilizada y el grado de implicación
en el mercado que posee ésta, en su manejo de los recursos naturales.
Constituye un elemento teórico central para medir el grado de
mercantilización (1993) de las explotaciones familiares en el diseño de
métodos de desarrollo endógeno, como propuesta para la elaboración
de políticas de desarrollo local (Ploeg, et. al., 2000 y 2002).
La conexión de este contexto teórico con la Agroecología aparece en
el modelo de desarrollo rural dinámico que Terry Marsden (2003); ya que
integra los trabajos de Ploeg y Friedmann en un enfoque agroecológico
de desarrollo. Así, construye, tras analizar las tres dinámicas de desa-
rrollo rural actualmente en competencia en la ruralidad europea, un
análisis de las políticas de desarrollo que finaliza con una propuesta
agroecológica de la teorización, que permiten establecer los casos de

18. Harriet Friedman, «Patriarcrhy and Property. A reply to Goodman and Redclift»
en Sociologia Ruralis Vol 26 nº 1, 1986, pp. 186-193, p. 187. M. Redclift y D. Goodman
argumentan que el trabajo asalariado ocasional o anterior desvirtuaría la conceptualiza-
ción de Friedmann así como que tal concepto no puede utilizarse como tipo ideal, dada
una realidad histórica pasada («Capitalism, petty commodity production and the farm’s
enterprise» en Sociologia Ruralis Vol. 25 nº 3 pp. 231-247). Ambos argumentos, para
nosotros poco convincentes, son repetidos en «La Agricultura de Europa Occidental en
transición: la producción simple y el desarrollo del capitalismo» en Agricultura y Socie-
dad (nº 43, 1987), aunque sean difíciles de identificar dada las deficiencias de la tra-
ducción castellana de este trabajo.

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experiencias alternativas más exitosas que apunta una recampesinización
aparente de la agricultura europea (Ploeg, Marsden, Sevilla Guzmán,
2000). Y ello, aunque realmente emergen de los márgenes del régimen
agroalimentario mundial como una respuesta de resistencia al impacto
sobre la agricultura del neoliberalismo y la globalización económica
(Sevilla Guzmán y Martínez Alier, 2004).

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IX. A MODO DE RECAPITULACIÓN FINAL:
LA AGROECOLOGÍA COMO RESPUESTA

Introducción: breve recapitulación sobre la evolución


de la Sociología Rural
Como hemos señalado en el capítulo introductorio, en este texto hemos
querido presentar, en sus condiciones históricas de formación, las teorías
más relevantes generadas por el despliegue de la Sociología Rural. Para
ello hemos utilizado, como método expositivo y explicativo, la caracteri-
zación de la dinámica de cambio existente en su proceso de acumulación
de conocimientos como disciplina científica. La naturaleza dialéctica del
cambio científico nos ha permitido desvelar su dualidad: como forma de
crear conocimiento, en el interior de una totalidad en evolución someti-
da a las distintas coyunturas históricas, por un lado, y como sistema so-
cial, en sus interrelaciones con la estructura de poder del conjunto de la
sociedad, por otro. Así, comenzamos por constatar que lo que la ciencia
ha aportado al desarrollo del bienestar humano, con el avance tecnológi-
co a él vinculado, posee una fuerte selectividad social. Los logros genera-
dos en términos de bienestar material se han visto acompañados por for-
mas crecientes de degradación social, para la mayor parte del planeta, y
ecológica, para los recursos naturales de su biosfera.
El progreso tecnológico (construido desde la identidad sociocultural
europea generadora de la ciencia) ha sido escrutado desde la parcela de
la Sociología Rural, como contribuidor al tipo de tecnología desarrolla-
da para generar el actual manejo industrial de los recursos naturales.
Sus teorías han sido presentadas como marcos conceptuales agrupados
en perspectivas teóricas, mostrando la configuración de diferentes formas
explicativas y de legitimación de dicho modo industrial de uso de los
recursos naturales. En este proceso, la agricultura, la ganadería y la
forestería han ido quedando relegadas a meras ramas de la industria; el

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conocimiento local campesino y/o indígena (generador por siglos de la
sustentabilidad ecológica del planeta) está siendo sustituido por el co-
nocimiento científico; y, consecuentemente, el resto de las identidades
socioculturales van paulatinamente plegándose a la modernidad, impues-
ta por este tipo de expansión europea, que se reproduce disolviendo a
las demás con el poder de sus «liberales y democráticos mecanismos de
dominación económica».
En los capítulos III y VII hemos presentado la dinámica del modo in-
dustrial de uso de los recursos naturales en las coyunturas históricas de las
«sociedades avanzadas», en las conceptualizaciones sociológicas de su paso
de «industrial», a «posindustrial», y finalmente a «informacional». Dicha
dinámica ha pretendido caracterizarse en el contexto del tránsito del li-
beralismo histórico al neoliberalismo, en sus aspectos socioeconómicos, pre-
sentando los elementos clave de la forma de dominación que las «socie-
dades avanzadas» establecen para sustituir a la previa dominación colonial.
Hemos centrado nuestro análisis en las pautas de cambio de la estructu-
ra social rural de las «sociedades avanzadas»; en su mudanza de un ma-
nejo campesino de los recursos naturales a los mecanismos impuestos por
el sistema agroalimentario industrial. Junto a ello, en el capítulo I, he-
mos pretendido presentar esquemáticamente los marcos teóricos principa-
les que han ido legitimando dicha transformación. Con ello, en realidad,
hemos ido presentando cómo una reducida parte de la humanidad ha
impuesto sobre el resto una forma de manejo de los recursos naturales,
vinculada a la producción de sus industrias de agroquímicos y al resto
de insumos, sin los cuales no podrían funcionar los nuevos sistemas pro-
ductivos, establecidos desde la ciencia.
En los capítulos II y IV hemos caracterizado dos de estas teorías
científicas, las que consideramos históricamente principales: la prime-
ra, relativa a la «natural» subordinación histórica de la sociedad rural a
la urbana; y la segunda, caracterizadora del mecanismo a través del cual
los campesinos habrían de transformarse en empresarios agrícolas (el
desarrollo rural) para comprender la superioridad de los nuevos agroeco-
sistemas industrializados, vinculados al funcionamiento del mercado. Los
capítulos III y V, dan cuenta de cómo esta modernización de la natu-
raleza y de la sociedad es argumentada tanto desde el liberalismo
funcionalista agrario (como parte de la «ciencia convencional), como
desde el marxismo ortodoxo agrario;1 sometidos ambos a la ideología

1. Definido éste en el capítulo primero, donde presentamos la génesis del pensamien-


to social agrario, a través de la caracterización del «debate sobre la cuestión agraria».

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de la «agonía del campesinado» y los dictados de un pensamiento eco-
nómico, para el que los recursos naturales son «las fuerzas originarias e
indestructibles del suelo», cuyo deterioro siempre podrá ser restableci-
do por el capital desarrollado desde las fuerzas productivas surgidas de
la ciencia.
El liberalismo funcionalista agrario ha sido definido como aquella
estructura teórica explicativa del acontecer de las sociedades rurales y
de la agricultura, que eliminaría los conceptos de conflicto agrario, con-
ciencia colectiva, explotación y clases sociales, democracia social y de-
más categorías explicativas de las crecientes desigualdades sociales, que
generaba el desarrollo del capitalismo en el campo. En este sentido el
conjunto de las teorías agrupadas en el cuadro 1 (que aparece en los
capítulos I y V, mostrando la completa evolución de la Sociología Ru-
ral) dentro de las Perspectivas teóricas de la «Sociología de la Vida Rural»
y de la «modernización agraria y el cambio social planificado» suponen
un claro esfuerzo intelectual en la búsqueda de argumentos para obte-
ner la consolidación del modo industrial de uso de los recursos natu-
rales.
Metodológicamente estas perspectivas teóricas hegemónicas utiliza-
rían una serie de herramientas analíticas (sistema, estructura, función,
estatus, rol, etc.) que mediante explicaciones de carácter tautológico, pre-
sentarían a la sociedad, en su parcela rural, dentro de una teoría del
equilibrio que volatilizaría la historia (articulada con la explicación eco-
nómica neoclásica), dotando a las sociedades rurales, por un lado, y al
manejo de los recursos naturales, por otro, de un sentido homeostático,
de forma tal que su evolución se vería establecida por los requisitos
funcionales que estableciesen, de una parte, la vida urbana, y de otra,
la ciencia; ambos serían elementos correctores del deterioro que las de-
mandas del desarrollo y de la modernización agrarias pudiesen intro-
ducir. No hemos introducido aportaciones de autores recientes en es-
tas perspectivas porque, de hecho, a partir de los años ochenta de la
pasada centuria entroncan con el desarrollo sustentable propuesto por
los organismos internacionales.
En efecto, la perspectiva del desarrollo rural sustentable institu-
cionalizado continuó con lo esencial del liberalismo funcionalista agra-
rio, surgida en las antiguas colonias europeas, de la aplicación de la teoría
de sistemas a la agricultura. Tal enfoque requería una demanda de So-
ciología Rural que aportara los «aspectos sociales» a la interdisci-
plinaridad necesaria para su funcionamiento. Sin embargo, como he-
mos mostrado en el capítulo V, esta perspectiva se desarrolla en los

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organismos internacionales de investigación agronómica sin la Sociolo-
gía Rural; cuya incorporación en equipos interdisciplinares resultó por
muchos años puramente decorativa. En realidad, cuando se gesta la
«renovación teórica de la Sociología Rural», en el 10º Congreso Euro-
peo de Sociología Rural de Córdoba, en 1979, el abordaje teórico del
Farming Systems Research, ya estaba funcionando en muchas de la
colonias europeas. Fue la propuesta de Howard Newby y Ted Buttel
de una Sociología de la Agricultura, y su entusiasta aceptación inicial,
lo que genró una transformación profunda en esta disciplina.
Los dos rasgos más relevantes de esta renovación «como evolución
esperada» fueron la aceptación del marxismo como enfoque transfor-
mador, por un lado. Y la aparición de la interdisciplinaridad, (lentamen-
te, en el interior de las Ciencias Sociales, por otro. Aparece así la pers-
pectiva teórica de la Sociología de la Agricultura que, aunque desde un
enfoque conflictivista, continúa siendo funcional al modo industrial de
uso de los recursos naturales; salvo en algunos de los marcos teóricos
presentados: styles of farming/desarrollo endógeno, por un lado, y Crí-
tica mediambiental al sistema agroalimentario, por otro. Sin embargo,
como demostramos ampliamente en el capítulo VI, el núcleo central
de la Sociología de la Agricultura sigue aferrado al manejo industrial
de los recursos naturales. No obstante, la evolución reciente de la So-
ciología Rural, al pretender dar cuenta de la «crisis ecológica», en el
contexto del neoliberalismo y la globalización (considerada en el capí-
tulo VII) generó un pensamiento crítico cuya explicación nos obligó a
caracterizar el pensamiento alternativo; que, aunque ajeno a la Sociolo-
gía Rural como disciplina académica poseía una riqueza conceptual
contextualizada históricamente por la recuperación de la antigua tradi-
ción de los estudios campesinos.
Por este motivo hemos presentado, en el capítulo VIII, las distintas
perspectivas teóricas que (fuera de la Sociología Rural) han ido apare-
ciendo como crítica al pensamiento científico convencional. Sus elemen-
tos clave fueron (junto a la señalada recuperación de la antigua tradi-
ción de los estudios campesinos) la reivindicación histórica de la
interdisciplinaridad vinculada a un marxismo heterodoxo, por un lado;
y la incorporación del pensamiento popular surgido de los contenidos
históricos que pueden abstraerse de las luchas campesinas y medioam-
bientales (para tener en cuenta la equidad). Esta ecología popular apare-
ció tras la demostración de una imprescindible utilización del conoci-
miento local, campesino y/o indígena para encarar los problemas de la
sustentabilidad. De esta forma la interdisciplinaridad (Ciencias Socia-

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les/Ciencias Naturales) se tornaría en transdisciplinaridad, al aceptar,
junto al conocimiento científico, otras formas de conocimiento para
resolver los problemas medioambientales mediante un manejo ecológico
de los recursos naturales. Aparece con ello la Agroecología.
En este capítulo final pretendemos (tras mostrar la evolución teóri-
ca de la Sociología Rural, en un esfuerzo de recapitulación) definir com-
prensivamente la Agroecología para mostrar después sus elementos cen-
trales de agrupados en tres dimensiones: a) una primera ecológica y
técnico-agronómica; b) en segundo lugar, una dimensión socioeconómica
y cultural y; c) por último, una dimensión sociopolítica. Dada la natu-
raleza de este texto, nos vamos a centrar en los «aspectos sociales» de la
Agroecología; tanto en aquellos que provienen de las Ciencias Sociales,
como en los que surgen de la «realidad social», a través de las prácticas
de los agricultores, sean históricas o actuales.

Una aproximación a la Agroecología


Durante las últimas décadas de la pasada centuria se produce un «redes-
cubrimiento» de saberes y técnicas que habían sido ensayadas y practi-
cadas con éxito por muchas culturas tradicionales, generándose así un
proceso de valoración, por parte de la ciencia agronómica, de los cono-
cimientos que atesoraban las culturas campesinas, de transmisión y
conservación oral, sobre las interacciones que se producían entre la
naturaleza y la sociedad para obtener el acceso a los medios de vida.
En este contexto aparece la Agroecología, unida a los movimientos de
campesinos y técnicos antiagricultura industrializada que, desde la dé-
cada de los ochenta, comienzan a esparcirse por toda Latinoamérica. Era
ésta una respuesta a la modernización del manejo de los recursos natu-
rales (y a su consecuente degradación ecosistémica), encaminada a en-
carar la crisis ecológica y el problema medioambiental y social existen-
te, desde la búsqueda de un manejo sustentable de la naturaleza y del
acceso igualitario a la misma.
Aunque la trayectoria agronómica está salpicada, de manera más
intensa en los últimos años, de «descubrimientos», el pensamiento cien-
tífico, por su carácter positivista, parcelario y excluyente marginó las
formas en que tales experiencias se habían formulado y codificado para
su conservación. La indagación histórica, desde una perspectiva
agronómica, mostró que en el pasado de la humanidad, e incluso en
las culturas marginadas por la civilización industrial, podían encontrar-
se muchas experiencias útiles para hacer frente a los retos del presente;

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fue esto lo que «constituyó una de las bases profundas de la emergen-
cia, dentro de la ciencia establecida, de un enfoque más integral de los
procesos agrarios que llamamos Agroecología» (Guzmán Casado,
González de Molina y Sevilla Guzmán, 2000).
La Agroecología puede ser definida como el manejo ecológico de los
recursos naturales a través de formas de acción social colectiva que pre-
sentan alternativas a la actual crisis de modernidad, mediante propues-
tas de desarrollo participativo (Sachs,1992; Toledo, 1990) desde los
ámbitos de la producción y la circulación alternativa de sus productos,
pretendiendo establecer formas de producción y consumo que contri-
buyan a encarar la crisis ecológica y social, y con ello a restaurar el curso
alterado de la coevolución social y ecológica (Norgaard, 1994). Su
estrategia tiene una naturaleza sistémica, al considerar la finca, la orga-
nización comunitaria, y el resto de los marcos de relación de las socie-
dades rurales, articulados en torno a la dimensión local, donde se en-
cuentran los sistemas de conocimiento (local, campesino y/o indígena)
portadores del potencial endógeno que permite potenciar la
biodiversidad ecológica y sociocultural (Altieri, 1987; 1990; 1991 y
1997); Gliessman, 1990 y 1998). Tal diversidad es el punto de partida
de sus agriculturas alternativas, desde las cuales se pretende el diseño
participativo de métodos de desarrollo endógeno (Ploeg, 1990; 1992 y
1995) para el establecimiento de dinámicas de transformación hacia
sociedades sostenibles (Sevilla y Graham Woodegate, 1997 y 1998).
Partiendo de esta definición de Agroecología, se hace necesaria una breve
incursión en algunos de sus componentes clave. Al desarrollar cada uno
de estos elementos no vamos a seguir el orden estricto de la definición.
Por el contrario, vamos a comenzar por el contexto del que surge la
estrategia agroecológica, es decir, por la crisis de modernidad.
La crisis de modernidad se refiere a los dos problemas centrales con
que se encara en la actualidad la humanidad, y que surgen de la per-
cepción de que las «modernas sociedades avanzadas» tienen tanto de la
sociedad como de la naturaleza. Primero, por su búsqueda incuestio-
nable de un «equitativo crecimiento económico», que no hace sino pro-
vocar una mayor fractura entre el bienestar de los ricos y el de los po-
bres. En lugar de «subir» a los marginados y «bajar» a los privilegiados
respecto a la riqueza; utilizan la «cortina de humo de la democracia»
para justificar el hecho cruel de que los beneficios materiales de tal cre-
cimiento sólo se acumulen en aquellos ámbitos donde se genera más
desigualdad (Sachs, 1992; Beck, 1998). El segundo problema se refiere
a la crisis ecológica. El conocimiento científico de las «modernas socie-

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dades avanzadas» ha construido socialmente los recursos naturales como
«las fuerzas originarias e indestructibles del suelo» que, a modo de in-
animados insumos, pueden inyectarse de capital y ser incorporados a
las dinámicas de desarrollo. Como resultado de esta percepción, las es-
tructuras y los procesos ecológicos están siendo sustituidos por estruc-
turas y procesos industriales rompiendo las bases de reproducción de
los ciclos e intercambios de los elementos vivos de la biosfera (Naredo,
1987; Martínez Alier, 1987, 1993 y1997).
La respuesta a tales problemas se esta llevando a cabo a través de
las estructuras «globales» de poder, generadas por la articulación
trasnacional de los estados, mediante las organizaciones internaciona-
les, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. És-
tas han elaborado un discurso ecotecnocrático de la sostenibilidad que
presenta los problemas ecológicos y sociales como susceptibles de ser
solucionados por la extensión de la ciencia convencional, la tecnología
industrial y las «llamadas estructuras democráticas» a todo el planeta.
(W.C.E.,1987; Sachs, 1993; E. Sevilla y A. Alonso Mielgo, 1995;
Fernandez Durán et al, 1995).
Beck, en su clásico libro La sociedad del riesgo (1992), originalmen-
te publicado en alemán en 1986) sugiere que en las postrimerías del
siglo XX, las fuerzas productivas de la sociedad industrial han «perdido
su inocencia. El Aumento del poder desde «el progreso» tecnoeco-
nómico, está siendo crecientemente oscurecido por la producción de
riesgo... (y la) ...lógica de la producción y distribución de riesgos se
desarrolla en comparación con la lógica de la distribución de riqueza»
(op. cit., 12-13). Así, mientras que la ciencia y la tecnología industrial
han mantenido hasta aquí el equilibrio entre el crecimiento de la po-
blación y la producción de alimentos, las consecuencias medioambien-
tales de este logro parecen amenazar las bases ecológicas de la vida
misma. Sin embargo, como Beck (1992) sugiere, nuestro sentido in-
dustrial del «estar en riesgo» es tanto producto de nuestro modo de vida
industrial, como de una crisis medioambiental «real». El riesgo se iden-
tifica con nuestra dependencia de un sistema de producción, distribu-
ción y consumo experto y globalizado, que nos aliena de las demás
personas y del resto de la naturaleza. Tales sistemas pueden producir
consecuencias inesperadas —como es la pérdida de hábitat natural y de
la vida salvaje, así como la encefalia bovina, también llamada enferme-
dad de las «vacas locas», episodio acaecido en Gran Bretaña— y cuan-
do esto ocurre frecuentemente, somos capaces de responder. Debido a
su complejidad, estos riesgos pueden ser extremadamente difíciles de

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interpretar, por lo que los intereses comerciales vinculados al sistema
agroalimentario continúan prevaleciendo escudados en la opacidad de
los debates entre científicos y políticos. El resultado de todo esto es la
asunción oficial de un discurso ecotecnocrático de la sostenibilidad
(Alonso y Sevilla,1995; Sevilla y Woodgate, 1997 y 1998)
La Agroecología implica una definición alternativa de sustentabilidad
basada en la ecología (Gliessman, 1998), en el concepto de coevolución,
el cual es usado para explicar el desarrollo paralelo de las caracteristicas
morfológicas o fisiológicas de dos especies, de forma tal que cada una
de ellas depende de la otra para continuar su reproducción. El concep-
to ha sido utilizado por Richard Norgaard (1994), para caracterizar el
desarrollo paralelo, a lo largo de la historia de la naturaleza y la socie-
dad. En un tiempo histórico ínfimo, la transformación industrial de la
naturaleza, a través de la ciencia y las tecnologías energéticas —altamente
concentradas y entrópicamente degradantes— ha deteriorado gravemen-
te, y en algunos casos ya de forma irreversible, las bases de renovabilidad
de los recursos naturales. Este simple hecho nos obliga a identificar y
rehabilitar tales mecanismos de reproducción. (Conwey, 1987, 1990;
Conwey et. al., 1994). La Agroecología intenta abordar este proyecto
partiendo de un análisis de las vías por las cuales las culturas tradicio-
nales han capturado el potencial agrícola de los sistemas sociales y bio-
lógicos en el curso de la coevolución. Tal potencial está presente en sus
sistemas de conocimiento (Toledo, 1990 y 1991; Norgaard, 1994)
Los sistemas de conocimiento local, campesino o indígenas tienen,
a diferencia del conocimiento científico, en su naturaleza estrictamente
empírica y en su pertenencia a una matriz sociocultural o cosmovisión
contraria a la teorización y abstracción (Toledo, 1992 ; Altieri, 1990).
La ciencia, por el contrario, reivindica la objetividad, la neutralidad
cultural y la naturaleza universal como elementos centrales a su pes-
quisa. Dicho con otras palabras, la ciencia reclama un contexto inde-
pendiente de la cultura y la ética. El problema, con tal reclamo y des-
de una perspectiva agroecológica, es que cuando nos aproximamos a la
artifialización de los recursos naturales, nos encontramos con que la
naturaleza es producto tanto del contexto biofísico como de la cultura
con que interactúa (Toledo en Sevilla y González de Molina, 1993;
Beck, 1998). Ello no debe ser entendido como el rechazo a la «ciencia
convencional»: simplemente significa que esta forma de conocimiento
juega un rol limitado en la resolución de los problemas ya que no pue-
de confundirse, como sucede comúnmente, con la sabiduría. La cien-
cia debe ser entendida como una vía de generación de conocimiento

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entre otras (Redclift y Woodgate, 1993), mientras que la sabiduría, ade-
más de una forma de acceso al conocimiento, incorpora un componente
ético esencial, aportado por la identidad sociocultural de donde surge.
La hegemonía del discurso ecotecnocrático de la sostenibilidad,
mencionado al referirnos a la respuesta a la crisis de modernidad, está
basado en un proceso de recíproca legitimación entre los beneficiarios
del crecimiento económico y el «sistema social de la ciencia». Los pri-
meros reclaman la autoridad basándose en la ciencia, mientras que la
ciencia es ensalzada por el poder de los «patrones» de la estructura glo-
bal de poder político y económico, que financian la investigación y
extensión. (Funtowic y Raveltz, 1994). El dominio de tal discurso so-
bre todas las formas de conocimiento distinto al científico convencio-
nal tiende a excluirlo a los espacios de la mitología y la superstición; el
enfoque agroecológico pretende rescatarlas y revalorizarlas, consciente
de que el conocimiento local, campesino e indígena que reside en los
grupos locales, adecuadamente potenciado, puede encarar la crisis de
modernidad, al poseer el control de su propia reproducción social y
ecológica.
Consecuentemente, es central para la Agroecología demostrar que
la sabiduría, como sistema de conocimiento contextualizador de las es-
feras biofísica y cultural, posee la potencialidad de encontrar los meca-
nismos de defensa frente a la realidad virtual construida: tanto por el
discurso ecotecnocrático, como por la negación del conocimiento local
campesino e indígena, cooptado, irónicamnte por ejemplo, a la hora de
registrar sus derechos genéticos de propiedad sobre las semillas
(Funtowic and Ravetz, 1990 y 1994).
Cada agroecosistema posee un potencial endógeno en términos de
producción de materiales e información (conocimiento y códigos
genéticos) que surge de la articulación histórica de cada trozo de natu-
raleza y de sociedad; es decir, de su coevolución. Tal potencial tiende a
ser degradado y aniquilado, tanto en sus aspectos sociales como
ecológicos, por los procesos de la modernización industrial. La Agroeco-
logía busca utilizar y desarrollar dicho potencial, en lugar de negarlo y
reemplazarlo por las estructuras y procesos industriales. En nuestra opi-
nión, los aspectos sociales del potencial endógeno deben ser apoyados
en la dimensión de la lucha de los grupos locales que se resisten al pro-
ceso de modernización industrial de los recursos naturales. Mientras las
dimensiones ecológicas están articuladas en el núcleo de la diversidad
genética de los agroecosistemas que tales grupos reclaman mantener; el
rol de los agroecólogos no consiste sólo en investigar los aspectos téc-

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nicos del potencial endógeno sino también en implicarse en las luchas
políticas y éticas de los grupos locales, que buscan mantener sus recur-
sos junto con su identidad: y ello tanto en el Centro como en la Peri-
feria. (Stavenhagen, 1990; Martínez Alier y Guha, 1997; Collins, Rosset
y Esparza, 1998).
Los posteriores desarrollos del potencial endógeno descansan sobre
el manejo ecológico de los sistemas biológicos. Éste difiere del modo
industrial de uso de los recursos naturales (Gadgil y Guha, 1992) en
que tiende a fortalecer, en lugar de destruir, los mecanismos de repro-
ducción biótica de la naturaleza. Una de las características centrales de
la Agroecología es su respeto por las estructuras y los procesos ecológicos
de los cuales, como una especie asociada, puede conseguir su reproduc-
ción social, a través de formas de acción social colectiva, en los «cam-
pos de acción» (Touraine, 1981; Giddens, 1993; Sevilla-Guzmán, 1991)
en que los movimientos sociales puedan articularse a las esferas de la
producción y circulación alternativas: los ejemplos pueden encontrarse
tanto en el Centro como en la Periferia (Sevilla-Guzman y ISEC Team,
1994; Altieri,1998) .

Sobre las dimensiones de la Agroecología


La estrategia agroecológica se nos presenta como un reto de gran com-
plejidad ya que junto a la búsqueda de cooperar a la potenciación de
las dinámicas agroecológicas actualmente existentes, aparece como un
objetivo el rescate histórico de elementos de identidad sociocultural para
su incorporación a las mismas. La primera dimensión de la Agroecología
surge de considerar el funcionamiento ecológico de la naturaleza; por
ello, ha sido definida (Ottmann, 2005) como dimensión ecológica y téc-
nico-agronómica, ya que los aspectos del manejo agrícola, ganadero y
forestal aparecen cuando un ecosistema natural es artificializado por el
hombre y transformado en agroecosistema para tener acceso a los me-
dios de vida. Por ello, la Agroecología, adopta el agroecosistema como
unidad de análisis que nos permite aplicar los conceptos y principios
que aporta la ecología para el diseño de sistemas sustentables de pro-
ducción de alimentos.
La manera en que cada grupo humano altera la estructura y diná-
mica de cada ecosistema supone la introducción de una nueva diversi-
dad —la humana— al dejar en el manejo el sello de su propia identi-
dad cultural. La propuesta que hace Stephen R. Gliessman (1990b) de
establecer sistemas agrícolas sostenibles en Latinoamérica para romper

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la dependencia de las importaciones de alimentos básicos, en base a las
formas de agricultura tradicional, radica en la aceptación de que los
campesinos «han desarrollado a través del tiempo sistemas de mínimos
imputs externos, con una gran confianza en los recursos renovables y
una estrategia basada en el manejo ecológico de los mismos».
Como señala Víctor Toledo (1985), todo ecosistema es un conjun-
to en el que los organismos, los flujos energéticos y los flujos bio-
geoquímicos se hallan en equilibrio inestable, es decir, son entidades
capaces de automantenerse, autorregularse y autorrepararse, indepen-
dientemente de los hombres y de las sociedades y bajo principios natu-
rales. Sin embargo, los seres humanos al artificializar dichos ecosistemas
para obtener alimentos, pueden respetar o no los mecanismos por los
que la naturaleza se renueva continuamente; ello dependerá de la orien-
tación concreta que se impriman a los flujos de energía y materiales que
caracterizan cada agroecosistema. Con esto nos estamos refiriendo a la
específica articulación entre los seres humanos con los recursos natura-
les: agua, suelo, energía solar, especies vegetales y el resto de las espe-
cies animales. Desde esta perspectiva, la estructura interna de los
agroecosistemas resulta ser una construcción social, producto de la
coevolución de los seres humanos con la naturaleza.
La coevolución social y ecológica desarrollada en los agroecosistemas
es el resultado de una interacción, en el sentido de evolución integrada
entre cultura y medio ambiente (Nogaard, 1985: 25-28; Nogaard y
Sikor, 1999: 34 y 35). A lo largo de la historia, esta interacción de los
distintos grupos humanos con la naturaleza ha sido muy diversa. En
algunos casos la apropiación de la naturaleza ha sido ecológicamente
correcta; y en otros, por el contrario, se han producido diversas formas
de degradación comprometiendo la subsistencia. En este sentido, la
Agroecología, pretende aprender de aquellas experiencias en las que el
hombre ha desarrollado sistemas de adaptación que les ha permitido
llevar adelante unas formas correctas de reproducción social y ecológica.
Sin embargo, junto a la apropiación correcta de la naturaleza, la
Agroecología persigue elevar el nivel de vida dentro de los sistemas so-
ciales logrando además, una mayor equidad. Aparece, de esta forma, la
dimensión socioeconómica y cultural de la Agroecología, como estrategia
de desarrollo para obtener un mayor grado de bienestar de la pobla-
ción a través de estrategias participativas. La articulación de un con-
junto de experiencias productivas mediante proyectos políticos que pre-
tendan la nivelación de las desigualdades generadas en el proceso
histórico, constituye la dimensión sociopolítica de la Agroecología. En

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este sentido puede afirmarse que toda intervención agroecológica, que
no consigue disminuir las desigualdades sociales del grupo social en que
trabajamos, no satisface los requisitos de la Agroecología, ya que para
ésta los sistemas de estratificación social desequilibrados constituyen una
enfermedad ecosistémica.

La dimensión ecológica y técnico-agronómica


La dimensión ecológica constituye un componente imprescindible para
la Agroecología, ya que sólo a través de esta forma de manejo es po-
sible encarar el deterioro de la naturaleza (al desarrollar prácticas
medioambientalmente conservacionistas). Desde esta perspectiva, la
Agroecología orienta el análisis de los agroecosistemas considerando la
sociedad como un subsistema relacionado con el ecosistema explotado.
El sistema ecológico o ecosistema es la unidad funcional de la naturale-
za que intercambia materia y energía con su ambiente. En este sentido
no sería desacertado asimilarlo con un organismo vivo que, también,
intercambia materia y energía con su entorno para mantener un equi-
librio.
Si aceptamos que es una unidad que intercambia materia y energía
con su entorno, decimos que ningún ecosistema es independiente; to-
dos ellos reciben recursos y elementos del hábitat y desde fuera y, libe-
ran otros; por lo tanto, son afectados por todo aquello que les rodea,
en este sentido es difícil establecer los límites de los ecosistemas y, en
muchos casos, es confuso, arbitrario y establecido por el hombre para
su estudio (Odum, 1971). Todo ecosistema posee una estructura (ya que
presenta un conjunto de elementos bióticos y abióticos interrela-
cionados), y una función (ya que un flujo de materia, energía e infor-
mación circula a través de la cadena trófica). Por lo tanto, la estructura
y función operan como resultado de controles y balances internos al
propio sistema tendiendo al equilibrio con el ambiente y, necesita rein-
vertir la mayor parte de su productividad en el mantenimiento de su
propia organización. Al hablar de estructura se hace referencia a las
«particularidades que presenta su arquitectura, tanto sea en una dimen-
sión horizontal (comenzando por una etapa de iniciación o fase juvenil
hasta llegar a una etapa de culminación o fase de madurez), como en
una dimensión vertical (ésta se relaciona con el grado de estratificación
que haya alcanzado el ecosistema en un momento dado)» (Viglizzo,
1989).
Respecto a la función del ecosistema, el flujo de energía se refiere a
la fijación inicial de la misma, su transferencia a través del sistema a lo

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largo de una cadena trófica y su dispersión final por respiración; y el
ciclaje de nutrientes a la circulación continua de elementos desde una
forma inorgánica a una orgánica y viceversa, es decir, la circulación de
materiales a través de los componentes estructurales del ecosistema. A
medida que la energía es transferida de un nivel a otro, a través de la
cadena trófica, se pierde una cantidad considerable de la misma; por lo
tanto esto limita el número y cantidad de organismos que pueden
mantenerse en él. Dicho de otra manera, limita la estructura del sis-
tema.
No vamos a detenernos en este momento a analizar cómo circula
cada elemento mineral, y cómo fluye la energía por los distintos esla-
bones del sistema. Baste decir que, tanto la tasa de circulación de
nutrientes, como la transferencia de energía forman parte del metabo-
lismo general del sistema y, existe un alto grado de interrelación entre
ambas, supeditadas además, a los cambios que el ecosistema va experi-
mentando según sean éstos, juveniles o maduros; de ahí la importan-
cia decisiva que adquiere las determinaciones que se tomen a la hora
de intervenir en estos ecosistemas para transformarlos con fines produc-
tivos en agroecosistemas (Gliessman, 2002).
Cada sociedad histórica, con su forma específica de artificializar sus
ecosistemas locales para obtener alimentos, ha retrasado, en mayor o
menor medida, el proceso de sucesión ecológica en ese trozo específico
de naturaleza; lo que debe analizarse ante todo desde la óptica que plan-
tea Margalef (1979). Para este autor, «la explotación de los cultivos
comporta una simplificación del ecosistema, en comparación con su
estado preagrícola». Ese ecosistema explotado se compone de un nú-
mero menor de especies y también de un número menor de tipos bio-
lógicos (hierbas, malezas, árboles, etc.). La estructura del suelo se sim-
plifica y la diversidad de las poblaciones de los microorganismos y de
los animales del suelo disminuye. La circulación de los nutrientes por
fuera de los organismos adquiere más importancia. Los ritmos anuales
se acentúan, no sólo en las especies cultivadas, sino también en las es-
pecies asociadas a los cultivos, como malas hierbas o plagas».
Por ello, la Agroecología contempla el manejo de los recursos natu-
rales desde una perspectiva sistémica, es decir, teniendo en cuenta la
totalidad de los recursos humanos y naturales que definen la estructu-
ra y la función de los agroecosistemas, y sus interrelaciones, para com-
prender el papel de los múltiples elementos intervinientes en los pro-
cesos artificializadores de la naturaleza por parte de la sociedad para
obtener alimentos. Probablemente es esta característica de la Agroeco-

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logía, su enfoque sistémico, la que cuenta con mayor tradición en
Latinoamérica, especialmente en el Cono Sur.
Brasil lo incorporó enseguida a su sistema estadual de investigación
agronómica, EMBRAPA. Y Argentina introdujo, en su organismo de in-
vestigación agropecuaria oficial —el Instituto Nacional de Tecnología
Agropecuaria (INTA)—, algunos elementos del mismo desde sus inicios,
como prueban los trabajos de Viglizzo (1984, 1989, 1997 y 1999). En
Chile es de destacar la obra pionera de Juan Gastó (1979 y 1993). La
conceptualización de procesos técnico agronómicos y socioeconómicos
a nivel predial que ha desarrollado el Farming Systems Research como
un aporte sustantivo a la Agroecología; carece, en general, «de compro-
miso social y político de la interacción investigador-campesino por lo
que este enfoque hace que la Agroecología lo critique con firmeza en
no pocas ocasiones» (Sevilla Guzmán y Woodgate, 1997b).
En definitiva la artificialización de los ecosistemas para obtener ali-
mentos supone la reducción de su madurez y la simplificación de su
estructura, proceso éste que debe ser analizado en sus características
«macroscópicas» para alcanzar un diagnóstico correcto del «estado ac-
tual» de cada agroecosistema. En este sentido, el diagnóstico no puede
llevarse a cabo sin recurrir al pasado, al proceso histórico del cual el
agroecosistema es resultado (Toledo, 1985). Por ello, la estrategia agro-
ecológica es también social ya que la percepción y la interpretación, que
los seres humanos (ya sea en lenguajes populares o científicos) han hecho
de su relación con el medio, resultan esenciales para la elaboración de
una estrategia agroecológica.
Aunque este texto pretende mostrar las aportaciones básicas a la
Agroecología de las Ciencias Sociales, hemos querido extendernos en
los aspectos ecológicos de esta dimensión por la relevancia que en la
actualidad esta tomando el concepto de «metabolismo social» (Fischer-
Cowalski; en Redclift y Woodgate, 2002) para medir en términos de
intercambio de flujos de materiales y energías determinados aspectos de
la sustentabilidad de los sistemas sociales (Fischer-Cowalski y Haberl,
1997) e incorporarlo a las contabilidades nacionales tratando de gene-
rar una metodología de contabilidad verde (Schandl y Weisz, 2002).

Dimensión socioeconómica y cultural


Pero el objetivo de la Agroecología no termina en la consecución del
manejo de los recursos naturales que evite su degradación; pretende
también evitar la degradación de la sociedad. Y ello mediante la elabo-
ración participativa de métodos de desarrollo local. En este sentido, la

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obtención de un nivel de vida más alto para las poblaciones implicadas
es un logro ineludible para la Agroecología. Es precisamente, el nivel
socioeconómico el que se encarga de ampliar el ámbito de la Agroeco-
logía de la producción (dimensión ecológica y técnico agronómica) a la
circulación y el consumo.
Para desarrollar su dimensión socioeconómica, la Agroecología debe
incorporar la perspectiva histórica y el conocimiento local; es decir, lo
endógeno específicamente generado a lo largo del proceso histórico que
nos lleva a repensar los estilos de desarrollo rural, desde una perspecti-
va de sustentabilidad. El concepto de desarrollo rural que aquí estamos
proponiendo, amparado en los principios de la Agroecología, se basa
en el descubrimiento, en la sistematización, análisis y potenciación de
los elementos de resistencia locales frente al proceso de modernización,
para, a través de ellos, diseñar, de forma participativa, estrategias de
desarrollo definidas a partir de la propia identidad local del etnoagro-
ecosistema concreto en que se inserten.
La Agroecología, que propone el diseño de métodos de desarrollo
endógeno para el manejo ecológico de los recursos naturales, necesita
utilizar, en la mayor medida posible, de los elementos de resistencia
específicos de cada identidad local. En nuestra opinión, la manera más
eficaz para realizar esta tarea consiste en potenciar las formas de acción
social colectiva, dado que éstas poseen un potencial endógeno transfor-
mador. Por lo tanto, no se trata de llevar soluciones rápidas para la
comunidad, sino de detectar aquellas que existen localmente y «acom-
pañar» y animar los procesos de transformación existentes, en una di-
námica participativa.
Es así, que la herramienta central de nuestro análisis es la agricultu-
ra participativa, a través de la cual pretendemos el desarrollo de tecno-
logías agrícolas. Se trata de crear y avalar tecnologías autóctonas, arti-
culadas con tecnologías externas que, mediante el ensayo y la adaptación,
puedan ser incorporadas al acervo cultural de los saberes y del sistema
de valores propio de cada comunidad. En este sentido, Calatrava (1995)
propone un modelo de desarrollo rural al que le atribuye las caracterís-
ticas de: integral, endógeno y sostenible. Este autor otorga a dicho
modelo un carácter agrícola/agrario y una naturaleza ecológica, consi-
derando que no existe desarrollo rural, si este no está basado en la agri-
cultura y su articulación con el sistema sociocultural local, como so-
porte para el mantenimiento de los recursos naturales.
En base a este trabajo, y realizando las modificaciones oportunas para
adaptarlo a nuestro enfoque agroecológico, entendemos que es posible

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establecer la elaboración de un plan de desarrollo sustentable para una
zona rural. Veamos entonces las características que deben ser tenidas
en cuenta en este proceso:

a) Integralidad: el elemento inicial, para el establecimiento de los es-


quemas de desarrollo, debe buscarse en el establecimiento de acti-
vidades económicas y socioculturales que abarquen la mayor parte
de los sectores económicos necesarios para permitir el acceso a los
medios de vida de la población, incrementando el bienestar de la
comunidad.
b) Armonía y equilibrio: los esquemas de desarrollo generados desde
la base material de los recursos naturales de los agroecosistemas
deben de realizarse buscando «la existencia de una armonía entre
crecimiento económico y mantenimiento de la calidad del medio-
ambiente.
c) Autonomía de gestión y control: han de ser los propios habitantes
de la zona quienes, en líneas generales, gesten, gestionen y contro-
len los elementos clave del proceso. Ello no quiere decir que nues-
tra propuesta tenga un carácter «autárquico»: la intervención pú-
blica debe existir, en un cierto grado dentro del proceso.
d) Minimización de las externalidades negativas en las actividades pro-
ductivas: en la propuesta de desarrollo rural que hace la Agroecología
juega un papel fundamental el establecimiento de redes locales de
intercambio de inputs, como elementos de resistencia y enfrenta-
miento al control externo ejercido por las empresas comerciales. La
generación de mercados alternativos de insumos y productos tie-
nen un papel clave como estrategia de resistencia.
e) Mantenimiento y potenciación de los circuitos cortos: esta caracterís-
tica aparece como una estrategia para mantener y potenciar, en la
medida de lo posible, los mercados locales en busca de mercados
regionales más amplios, pretendiendo minimizar la dependencia del
exterior de las comunidades y de las redes convencionales de comer-
cialización.
f) Utilización del conocimiento local vinculado a los sistemas tradicio-
nales del manejo de los recursos naturales: es ésta una característica
central en el enfoque agroecológico, ya que las «respuestas» a la agre-
sión modernizadora surgen, en general, de esta base epistemológica;
o dicho en otras palabras, la coevolución local posee la lógica de
funcionamiento del agroecosistema en aquellas zonas en las que el
manejo tradicional histórico ha mostrado su sustentabilidad.

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Todas estas características de un nuevo estilo de desarrollo, hasta aquí
consideradas, necesitan ser entendidas a partir del concepto de «endógeno»
que pasamos a considerar. Aun cuando etimológicamente endógeno sig-
nifique «nacido desde dentro», su significado dista mucho de tener un
carácter estático: el cambio social no sólo es ubicuo, sino que, además,
se produce con gran intensidad y vigor en los sistemas tradicionales de
manejo de los recursos naturales. «Lo endógeno», no puede visualizarse
como algo estático que rechace lo externo; por el contrario, lo endógeno
«digiere» lo de fuera mediante la adaptación a su lógica etnoecológica de
funcionamiento, o dicho con otras palabras, lo externo pasa a incorpo-
rarse a lo endógeno cuando tal asimilación respeta la identidad local y,
como parte de ella, su autodefinición de calidad de vida.
Sólo cuando lo externo no agrede a las identidades locales, se pro-
duce tal forma de asimilación. Los mecanismos de asimilación de lo
externo por parte de la localidad tienen lugar a través de actores loca-
les, quienes incorporan a sus «estilos de manejo de los recursos natura-
les» aquellos elementos externos que no resultan agresivos o antitéticos
a su lógica de funcionamiento. En definitiva, lo más relevante de las
respuestas socioculturales y ecológicas generadas desde lo local, lo cons-
tituyen los mecanismos de reproducción y las relaciones sociales que
de ellas surgen. Es en los procesos de trabajo, y en las instituciones
sociales generadas en torno a ellos, donde aparece la auténtica dimen-
sión de lo endógeno.
Para finalizar, podemos afirmar que el enfoque agroecológico pretende
activar ese potencial endógeno, generando procesos que den lugar a
nuevas respuestas y/o hagan surgir las viejas (si éstas son sustentables).
El mecanismo de trabajo, a través del cual se obtiene dicha activación,
lo constituye el fortalecimiento de los marcos de acción de las fuerzas
sociales internas a la localidad. Es así como se lleva a cabo la apropia-
ción por parte de los actores locales de aquellos elementos de su entor-
no —tanto genuinamente locales como genéricamente exteriores— que
les permiten establecer «nuevos cursos de acción».

La dimensión sociopolítica
Como ya hemos señalado, la Agroecología parte de aceptar la necesi-
dad de introducir junto al conocimiento científico, otras formas de
conocimiento para encarar la crisis ecológica y social que atraviesa el
mundo actual. Desarrolla, por consiguiente, una crítica al pensamiento
científico para, desde él, generar un enfoque pluriepistemológico que
acepte la biodiversidad sociocultural. Por lo tanto, el objetivo de incre-

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mentar el nivel de vida de la población, que define esta dimensión, debe
ser entendido, desde esta óptica.
El conocimiento acumulado sobre los agroecosistemas en el pasado
puede aportar soluciones específicas de cada lugar; más aún si han sido
distintas las etnicidades (con cosmovisiones diferenciadas) que han
interactuado con él en cada momento histórico. El hecho de que un
determinado grupo hegemonice socioculturalmente la actualidad, no
quiere decir que no existan formas de conocimiento de los grupos his-
tóricamente subordinados susceptibles de ser recuperadas para su incor-
poración al diseño de estrategias agroecológicas; por lo tanto la
artificialización de los agroecosistemas, buscando una interacción glo-
bal respecto a la satisfacción por parte del hombre de todas sus necesi-
dades enfatizando sus aspectos culturales, ha llevado al establecimiento
del concepto de etnoecosistema.2
Es éste, en realidad, un nuevo sistema complejo agro-socio-econó-
mico-ecológico, con límites inevitablemente proyectados en varias di-
mensiones; es decir, los procesos ecológicos básicos de flujo de energía
y ciclo de nutrientes, ahora están regulados por procesos asociados a la
actividad agropecuaria. Por ello el conocimiento del manejo de los re-
cursos naturales sólo es posible mediante el conocimiento de la histo-
ria de los etnoecosistemas y sus procesos de configuración; de igual
forma que de la aplicación de la ciencia en forma de tecnología y su
impacto sobre la naturaleza. (Sevilla Guzmán y González de Molina,
1993). En definitiva, no puede separarse como hace la ciencia, para su
análisis, la relación naturaleza-sociedad. En este sentido, el enfoque
agroecológico aparece como respuesta a la lógica del neoliberalismo y
la globalización económica, así como a los cánones de la ciencia con-
vencional, cuya crisis epistemológica está dando lugar a una nueva epis-
temología, participativa y de carácter político.
Esta dimensión de la Agroecología se mueve en lo que Garrido Peña
(1993: 8) define como transpolítica, en el sentido de «reinterpretar la
cuestión del poder, insertándola en un modelo ecológico, de lo que se
desprende que el ámbito real del poder es lo social como organismo
vivo, como ecosistema. Es el enfrentamiento entre un modelo de siste-
ma artificial, cerrado, estático y mecanicista (el Estado); y un modelo

2. Esta propuesta que goza de un amplio consenso entre la Agroecología se debe a


los trabajos aparecidos en la revista que dirige Víctor Manuel Toledo, desde 1992,
Etnoecológica.

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de ecosistema dinámico y plural (la sociedad). Igualmente la dinámica
sociopolítica de la Agroecología, se mueve en formas de relación, con
la naturaleza y con la sociedad, de lo que Joan Martínez Alier define
como la «ecología popular», como defensa de sus etnoagroecosistemas
a través de distintas formas de conflictividad campesina ante los distin-
tos tipos de agresión de la «modernidad» (Guha y Martínez Alier, 1997).
Se trata de intervenir, desde muy distintas instancias en la distribu-
ción actual de poder para tratar de modificarla. En efecto, desde la di-
mensión productiva es posible establecer mecanismos participativos de
análisis de la realidad que permitan entender el funcionamiento de los
procesos económicos por los que se extrae el excedente generando de
esta forma, la referida acumulación del poder. Este tipo de análisis per-
mitirá establecer propuestas alternativas que desde el desarrollo de tec-
nologías en finca hasta el diseño participativo de métodos de desarro-
llo local, permitirán ir introduciendo elementos de transformación en
dicha estructura de poder.
En este proceso juega un papel central el establecimiento de redes
entre las unidades productivas para generar sistemas de intercambio de
las distintas formas de conocimiento tecnológico en ellas producidas.
De igual forma, estas redes han de extenderse hasta los procesos de
circulación estableciendo así, mercados alternativos en los que aparezca
un comercio justo y solidario como consecuencia de las alianzas esta-
blecidas entre productores y consumidores. En las ejemplificaciones que
presentaremos más adelante utilizando como base empírica las experien-
cias productivas existentes en la provincia de Santa Fe, se profundizará
en estos elementos, en los cuales aparece como central los valores vin-
culados a la democracia participativa.
El objetivo de una sustentabilidad ecológica, primero, y de acceso a
los medios de vida, después, aparecería incompleta si no se incorporara
esta dimensión sociopolítica generada en tales estructuras socioeco-
nómicas, que permiten el incremento del nivel de vida, es decir, la ge-
neración de procesos de desarrollo local. «La dimensión política de la
sustentabilidad tiene que ver con los procesos participativos y demo-
cráticos que se desarrollan en el contexto de la producción agrícola y
del desarrollo rural, así como con las redes de organización social y de
representación de los diversos segmentos de la población rural. En ese
contexto, el desarrollo rural sustentable debe ser concebido a partir de
las concepciones culturales y políticas propias de los grupos sociales,
considerando sus relaciones de diálogo y de integración con la sociedad
mayor a través de su representación en espacios comunitarios o en con-

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sejos políticos y profesionales, en una lógica que considere aquellas di-
mensiones de primer nivel como integradoras de las formas de explo-
tación y manejo sustentable de los agroecosistemas» (Caporal y
Costabeber, 2002: 79).
La naturaleza del sistema de dominación política, en que se encuen-
tren las experiencias productivas que se articulan con la sociedad civil
para generar estas redes de solidaridad tiene mucho que ver con el cur-
so seguido por las estrategias agroecológicas en su búsqueda de incidir
en las políticas agrarias. En general puede decirse que, en la situación
mundial actual, los cursos de acción agroecológica necesitan romper los
marcos de legalidad para desarrollar sus objetivos, es decir, que las re-
des productivas generadas lleguen a culminar en formas de acción so-
cial colectiva pretendiendo adquirir la naturaleza de movimientos so-
ciales. Sin embargo, estos «movimientos sociales, asociados al desarrollo
del nuevo paradigma agroecológico y a prácticas productivas en el me-
dio rural, no son sino parte de un movimiento más amplio y complejo
orientado en la defensa de las transformaciones del Estado y del orden
económico dominante. El movimiento para un desarrollo sustentable
es parte de nuevas luchas por la democracia directa y participativa y
por la autonomía de los pueblos indígenas y campesinos, abriendo pers-
pectivas para un nuevo orden económico y político mundial» (Leff.,
2002: 47).
La génesis de esta sustentabilidad social se ubica en la articulación
de una amplia diversidad de formas de acción social colectiva, que
emergen como estrategias de resistencia al paradigma de la moderniza-
ción, que varían desde los nuevos movimientos sociales de carácter ciu-
dadano (ecologistas, pacifistas, feministas y de consumidores), a los
movimientos sociales históricos (jornaleros, campesinos e indígenas).3
En muchos casos sus formas de acción social colectiva tienen un carác-
ter enmascarado en acciones de su vida cotidiana; constituyendo espa-
cios vacíos de la lógica de la «modernidad» como los que persigue la
Agroecología, como acabamos de ver.
Los espacios sociales de la disidencia a la modernización se encuen-
tran en lo que Víctor Manuel Toledo percibe como los «dos ámbitos
sociales que parecen hoy día mantenerse como verdaderos focos de re-

3. Muchas veces las formas de acción social colectiva de ambos tipos de movimien-
tos sociales se confunden. Cf el concepto de ecologismo popular Joan Martínez Alier
(1998), que consideramos anteriormente.

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sistencia civilizatoria». El primero, al que califica como «posmoderno»,
está integrado por «la gama policroma de movimientos sociales y
contraculturales». El segundo ámbito social, cuya acción social colecti-
va caracteriza Víctor Manuel Toledo como de resistencia civilizatoria,
es ubicado por éste en ciertas «islas o espacios de premodernidad o
preindustrialidad» y se encuentran por lo común «en aquellos enclaves
del planeta donde la civilización occidental no pudo o no ha podido
aún imponer y extender sus valores, prácticas, empresas y acciones de
modernidad.
Se trata de enclaves predominantemente aunque no exclusivamente
rurales, de países como India, China, Egipto, Indonesia, Perú, Bolivia
o México, en donde la presencia de diversos pueblos indígenas (cam-
pesinos, pescadores, pastores y de artesanos) confirman la presencia de
modelos civilizatorios distintos de los que se originaron en Europa. Éstos
no constituyen arcaísmos inmaculados, sino síntesis contemporáneas o
formas de resistencia de los diversos encuentros que han tenido lugar
en los últimos siglos entre la fuerza expansiva de Occidente y las fuer-
zas todavía vigentes de los ‘pueblos sin historia’» (Toledo, 2000: 53).

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ANEXO DE PREGUNTAS PARA ACOMPAÑAR
Y COMPRENDER EL TEXTO

Cuestiones a resolver sobre la cuestión agraria


1. Define el concepto de biotecnología en la acepción genérica en que
es utilizado en la lectura. ¿Qué son el germoplasma, el genotipo y
el fenotipo de un ser vivo?
2. ¿Qué quiere decir «proceso de cientifización de los recursos natu-
rales»? ¿Qué es una externalidad? Y epistemología, ¿qué significa?
3. ¿Cuál es la evolución de la Sociología Rural, respecto a la división
de la Ciencia en «parcelas de conocimiento» o disciplinas?
4. ¿Cuál es el papel de la «antigua tradición de los estudios campesi-
nos» en la configuración del pensamiento social agrario? ¿Cómo se
denomina al «Debate» en torno al cual surge esta acumulación teó-
rica?
5. Define con tus propias palabras (es decir; sin acotaciones literales
del texto) los dos discursos intervinientes en dicho debate a través
de, al menos, dos de sus elementos centrales.
6. ¿Cuál es la postura que adoptan las dos «perspectivas teóricas» pri-
meras en la configuración de la teoría social agraria con respecto al
desarrollo del capitalismo?
7. ¿Qué significa que el anarquismo agrario no percibiera como ta-
les «las ventajas del atraso»? Define (¡sin acotaciones del texto!) los
elementos centrales del anarquismo agrario.
8. ¿Cuál fue la discrepancia entre las aportaciones de Engels y Marx,
una vez muerto éste?

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I. Cuestiones a resolver sobre las perspectivas iniciales de la
Sociología Rural
1. ¿Cuál fue el papel histórico que desempeñó la perspectiva teórica
de la Sociología de la Vida Rural norteamericana? ¿Por qué se la
denomina Sociología Rural institucionalizada?. Señala con tus pro-
pias palabras (¡sin acotaciones del texto!) algunos de sus conteni-
dos y de sus silencios.
2. Después de señalar las diferencias entre las definiciones de Socio-
logía Rural de John Gillette y de Lynn Smith, establece una defi-
nición (propiamente tuya) de Sociología Rural que incluye las prin-
cipales ideas de ambas definiciones.
3. ¿En qué perspectiva teórica adquiere relevancia la extensión agra-
ria? ¿Qué implicaciones tuvo este fenómeno en Europa y por qué?
¿Qué tipo de política agraria originó este fenómeno?
4. ¿Cuál es la modificación sustantiva que introducen los estudios
sociológicos europeos en la evolución del objeto de la Sociología
Rural?
5. ¿Por qué la Sociología Rural no introdujo en su contexto teórico
la extraordinariamente rica literatura generada en la orientación in-
telectual europea de la antigua tradición teórica de los estudios
campesinos?
6. Define la antítesis teórica existente entre las orientaciones teóricas
del narodnismo y la Sociología de la Vida Rural norteamericana.
7. ¿Cuál es la paradójica coincidencia entre el marxismo ortodoxo y
la modernización agraria?
8. ¿Quién fue el «economista de Berkeley» que «libre de toda sospe-
cha» introdujo el primer marco teórico con el sesgo del marxismo
ortodoxo agrario en la Sociología Rural?

II. Cuestiones a resolver tras la lectura de la teoría de las


diferencias rural-urbano de Sorokiny Zimmerman
1. La teoría del continuum rural-urbano pretendía poseer un carácter
universal en el tiempo y en el espacio. Establece tu propia posi-
ción al respecto.
2. ¿Qué papel juegan las diferencias ocupacionales con respecto al resto
de las diferencias presentadas en las demás variables de la «defini-
ción comprensiva», que establecieron Sorokin y Zimmerman de lo
rural y lo urbano?

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3. Las estadísticas oficiales miden la población rural y urbana basán-
dose en el número de habitantes de sus núcleos de población. Di-
ferencian así, tres zonas estadísticas: urbana, de más de 10.000 ha-
bitantes; intermedia, de 2.000 a 10.000 habitantes; y rural de menos
de 2.000 habitantes. Haz tu propia evaluación de tales «definicio-
nes estadísticas», basándote en la lectura.
4. Construye tu propia definición estadística de «lo rural», introduciendo
alguna de las dimensiones que aparezcan en la lectura, y procuran-
do que tales datos aparezcan en los censos de población oficiales.
5. Desarrolla un comentario crítico de la lectura, basándote en el caso
de las diferencias existentes entre las distintas Comunidades Autó-
nomas en España.
6. ¿Crees que las diferencias rural urbano en movilidad social, que
Sorokin y Zimmerman llaman movilidad social territorial interco-
munal varió después de la entrada de España a la Unión Europea?
¿Por qué?
7. Pon más de un ejemplo de las diferencias en homogeneidad y he-
terogeneidad de las poblaciones con las que te sientas familiarizado.
8. Pon ejemplos de diferenciación y complejidad sociales y relacióna-
lo con la pregunta anterior.
9. Establece una tipología de formas de movilidad social razonando
el contenido de cada categoría.
10. Establece la relación que encuentres entre las diferencias en tama-
ño y densidad en la lógica de la teoría establecida.

III. Cuestiones a resolver tras la lectura de la agricultura


industrializada en el contexto del neoliberalismo y la
globalización económica
1. Desarrolla el concepto de «institucionalización de la lucha de cla-
ses», y la consecuente desaparición de la clase obrera como «grupo
conflictual», que establece Ralf Dahrendorf en su caracterización
de las sociedades posindustriales.
2. Describe esquemáticamente el proceso de reestructuración del siste-
ma de desigualdades sociales que tiene lugar en las sociedades indus-
triales. ¿Tiene esto algo que ver con la desaparición del trabajo como
grupo conflictual, que define Ralf Dahrendorf? ¿Y con la aparición
del Estado del Bienestar? Defínelo con tus propias palabras.
3. ¿Qué significa que se está produciendo una cientificación del hom-
bre y la naturaleza? Define otros procesos previos a éste, aunque

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relacionados con él, en las sociedades industriales y posindustriales,
especificándolos en cada una de ellas.
4. Compara el concepto de economía de servicios de Daniel Bell con
todo lo comentado en el punto 2. ¿Qué significaba la llegada del
final de las ideologías, en aquella coyuntura histórica?
5. Desarrolla el significado de la sentencia que establecen Montura y
Pluguiese al señalar que la agricultura y la industria constituyen dos
momentos estrechamente vinculados en el desarrollo del capitalismo.
6. Define la crítica que realiza Alain Touraine a las sociedades posin-
dustriales. ¿Podrías aplicar dicha crítica al desarrollo de la agricul-
tura?
7. Define con tus propias palabras el concepto de modernización de
Max Weber y la crítica que hace Habermans al mismo. ¿Qué tie-
ne que ver esto con el concepto de biodiversidad sociocultural?
8. Compara los enfoques teóricos de Daniel Bell y Alain Touraine res-
pecto a sus respectivas conceptualizaciones de sociedad posindus-
trial.
9. Establece tu propia definición de «manejo industrial de los recursos
naturales» en esta fase del desarrollo del capitalismo en el campo.

IV. Cuestiones a resolver sobre el liberalismo sociológico


funcionalista
1. En el capítulo anterior, el III, definimos al liberalismo histórico;
igualmente ya se ha definidos en el capítulo I la perspectiva teóri-
ca de la modernización agraria: ¿Por qué denominamos en este Ca-
pítulo a la modernización agraria como liberalismo funcionalista?
2. Teniendo en cuenta que el enfoque agroecológico es el que presi-
de la interpretación de la evolución de la Sociología Rural; definir
desde la Sociología científica convencional (circa años setenta), los
conceptos de desarrollo y modernización.
3. ¿Por qué la «teoría de las etapas del crecimiento» no resistía, desde
su formulación la más mínima contrastación empírica?
4. Define la teoría de la modernización agraria señalando el papel de
del «facilismo amoral» y del «bien limitado en su sistema explica-
tivo.
5. Define con tus propias palabras la orientación teórica y metodo-
lógica del funcionalismo en su formulación de Talcott Parsons.
6. ¿Qué quiere decir que el funcionalismo sociológico y la economía
neoclásica volatilizan la historia?

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7. Define con tus propias palabras (sin acotaciones del texto) el con-
texto teórico del liberalismo funcionalista agrario.
8. Podrías diferenciar modernidad y modernización.

V. Cuestiones a resolver tras la lectura de la Sociología Rural


en el pensamiento social agrario II. Sociología de la
agricultura y Farming Systems Research: Sociología del
desarrollo rural
1. ¿Cuál es el pecado original del contexto teórico funcionalista res-
pecto al manejo de los recursos naturales? ¿Qué papel juegan en
ello el pensamiento de los autores clásicos de la Economía? Rela-
ciona estas respuestas con la Sociología de la Agricultura.
2. Define con tus propias palabras (sin ninguna acotación del texto)
las tres dinámicas del desarrollo rural que detecta Terry Marsden
en la evolución de la agricultura europea.
3. Haz tu propia valoración del concepto de style of farming y rela-
ciónalo con tu noción de campesinado.
4. ¿Por qué se presenta en este texto al Farming Systems Research
como la perspectiva teórica del desarrollo rural Sostenible oficial?
Razónalo y establece tu propia valoración al respecto.
5. ¿Encuentras lógico que Frederick Buttel incluyera el concepto de
style of farming de Jan Douwe van der Ploeg en la categoría del Mar-
xismo Chayanoviano? ¿Por qué?
6. Define con tus propias palabras el marco teórico del Farming
Systems Research. ¿Crees que este marco teórico es análogo a los
demás?
7. Posiciona el marxismo ortodoxo con la Sociología de la Agricultu-
ra y el Farming Systems Research.
8. ¿Cuál es la diferencia fundamental entre las tendencias anglófila y
francófila del Farminf Systems Research? Relaciónalo con la cate-
goría analítica de liberalismo funcionalista agrario.

VI. Cuestiones a resolver sobre la teoría de la


descampesinización
1. ¿Cuál es el papel que jugó históricamente la teoría de la descampe-
sinización en la renovación teórica de la Sociología Rural en los años
ochenta? ¿Cuáles son sus concomitancias con las teorías de la mo-
dernización?

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2. Define la ideología de la agonía del campesinado.
3. ¿Por qué Deere y de Janvry centran todo su esfuerzo teórico en en-
contrar las relaciones de producción en que se desenvuelven los
campesinos?
4. Define esquemáticamente las formas de extracción del excedente
de los campesinos.
5. Define los modos de uso de los recursos naturales según Gadgil y
Guha.
6. Señala los indicadores de campesinidad que define Víctor M. Toledo
y diferéncialo de las conceptualizaciones históricas de «especies cam-
pesinas de Calva.
7. ¿Qué es el neoliberalismo estructuralista agrario?
8. ¿Por qué el marxismo ortodoxo señala la existencia de una cam-
biante posición de clase en el campesinado?

VII. Cuestiones a resolver tras la lectura de la agricultura


industrializada en el contexto del neoliberalismo y la
globalización económica
1. Define con tus propias palabras los conceptos de sistema agroali-
mentario, integración vertical y agricultura contractual, señalando los
aspectos positivos del proceso desde la perspectiva del consumidor.
2. Señala cuál es el axioma del que parte Castells para analizar el pro-
ceso de articulación entre el neoliberalismo y la globalización. ¿Cuál
es el error que comete desde una perspectiva ecológica? Siempre uti-
lizando tus propias palabras: ¿qué quiere decir que «el ejercicio de
la competitividad sólo tiene lugar a través de la generación política
de las condiciones que la posibilitan»?
3. Señala los aspectos positivos y negativos que tiene para la estruc-
tura agropecuaria y forestal de la sociedad actual, la introducción
de semillas transgénicas.
4. Describe, siempre con tus propias palabras los conceptos vincula-
dos al proceso de absorción del sector agrario por parte del siste-
ma agroalimentario. ¿Qué significa que los agricultores jueguen en
este contexto el papel de un asalariado, al perder totalmente su li-
bertad en los procesos de toma de decisiones?
5. ¿Cuál es la perspectiva teórica de la Sociología Rural que se ocupa
como tema central de la globalización del sistema agroalimentario?
¿Cuáles son sus dos enfoques ideológico-académicos básicos? ¿Cuál
es el hegemónico a partir de los años noventa?

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6. Caracteriza el problema del hambre en el mundo y relaciónalo con
las semillas transgénicas.
7. ¿Qué papel han jugado históricamente el FMI, el BM y la Ronda
de Uruguay, hoy OMC en la industrialización del manejo de los re-
cursos naturales y en la transgenización actual?
8. Define la sociedad informacional relacionándola con las sociedades
rurales, el campesinado y los aspectos sociales de la agricultura.

VIII. Cuestiones a resolver sobre el pensamiento social


agrario alternativo
1. Explica, con tus propias palabras, los mecanismos de reproducción
de la ciencia utilizando la evolución de la Sociología Rural y po-
niendo algún ejemplo que te permita ilustrarlo mediante la rela-
ción de aquellos elementos del cuadro 1, del capítulo I, con los
correspondientes del cuadro 2 de ésta.
2. Señala en qué marcos teóricos se inscriben las aportaciones de
Frietmann, van der Ploeg y Marsden, explicando cómo se vincu-
lan al pensamiento alternativo.
3. Diferencia las tres aportaciones básicas del marco teórico del colo-
nialismo interno.
4. ¿En qué perspectivas teóricas se inscribirían sendos modelos
extensionistas de Chayanov y Freire?
5. Define con tus propias palabras la forma de explotación simple de
mercancías agrarias (que se desarrollo con cierto detalle en el capí-
tulo V), justificando porqué aparece aquí.
6. Señala el papel de la perspectiva teórica del neonarodnismo y el
marxismo heterodoxo en el pensamiento social agrario alternativo.
¿Y en el pensamiento social agrario global?
7. Explica la función teórica alternativa de la perspectiva teórica de
las teorías de la dependencia y su papel en la configuración de la
acumulación de conocimiento que desemboca en la Agroecología.
8. ¿Por qué la nueva tradición de los estudios campesinos tuvo una
cierta dificultad en introducir las dimensiones étnica y ambiental,
desde sus inicios? Relaciona esta pregunta con la anterior.
9. ¿Qué significa el concepto de desconexión? ¿En qué marco teórico
se inscribe?

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